Negrin Encuentros en Eufemia
Negrin Encuentros en Eufemia
Negrin Encuentros en Eufemia
Negrin, Marta
Universidad Nacional del Sur/Universidad Nacional de Tierra del Fuego
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Resumen
En una de las pginas ms hermosas de Las ciudades invisibles, de talo Calvino, se
describe la ciudad de Eufemia, un lugar donde los mercaderes provenientes de siete naciones,
durante el da compran y venden jengibre, algodn en rama, semillas de amapola, mientras que a
la noche, junto a las hogueras, truecan historias y recuerdos. Este trabajo presenta una
experiencia en curso que congrega a narradores orales, estudiantes del Profesorado en Letras,
profesores en actividad y alumnos de escuelas secundarias y que articula prcticas de docencia y
extensin. Los textos literarios narrados, al igual que en Eufemia, constituyen el mercado
invisible que permite mltiples y valiosos intercambios.
Desarrollo
En una de las pginas ms hermosas de Las ciudades invisibles, de talo Calvino (1972),
se incluye el siguiente relato:
A ochenta millas de proa al viento maestral, el hombre llega a la ciudad de Eufemia,
donde los mercaderes de siete naciones se renen en cada solsticio y en cada
equinoccio. La barca que fondea con una carga de jengibre y algodn en rama volver a
zarpar con la estiba llena de pistacho y semilla de amapola, y la caravana que acaba de
descargar costales de nuez moscada y de pasas de uva ya la sus enjalmas para la vuelta
con rollos de muselina dorada. Pero lo que impulsa a remontar ros y atravesar desiertos
para venir hasta aqu no es solo el trueque de mercancas que encuentras siempre iguales
en todos los bazares dentro y fuera del imperio del Gran Kan, desparramadas a tus pies
en las mismas esteras amarillas, a la sombra de los mismos toldos espantamoscas,
ofrecidas con las mismas engaosas rebajas de precio.
No solo a vender y a comprar se viene a Eufemia sino tambin porque de noche, junto a
las hogueras que rodean el mercado, sentados sobre sacos o barriles o tendidos en
montones de alfombras, a cada palabra que uno dice -como lobo, hermana, tesoro
escondido, batalla, sarna,, amantes- los otros cuentan cada uno su historia de
lobos, de hermanas, de tesoros, de sarna, de amantes, de batallas. Y uno sabe que en el
largo viaje que le espera, cuando para permanecer despierto en el balanceo del camello
o del junco se empiezan a evocar todos los recuerdos propios uno por uno, tu lobo se
habr convertido en otro lobo, tu hermana en una hermana diferente, tu batalla en otra
batalla, al regresar de Eufemia, la ciudad donde se cambia la memoria en cada solsticio
y en cada equinoccio. (Calvino, 1972, pp. 20-21).
Eleg narrar esta historia como una puesta en abismo de la experiencia en curso que
quiero compartir con ustedes en este encuentro y que, pretendo, nos habilite para intercambiar,
como en Eufemia, algunas reflexiones acerca de los dispositivos que ponemos en juego para la
formacin de docentes en los distintos contextos en que desarrollamos nuestras prcticas.
De la boca al odo
Desde tiempos remotos, la voz ha estado estrechamente vinculada a la expansin de la
literatura: el lector interiorizaba el texto, era su actor. Las recitaciones constituan una suerte de
ceremonia social muy arraigada, en la que participaban tanto personas letradas como simples
curiosos atrados por el espectculo de una representacin casi teatral.
En el mundo grecorromano, la lectura constitua una prctica del cuerpo, que exiga una
coordinacin entre el ojo y la boca de tal complejidad que Quintiliano la compara con los pases
de los malabaristas y los prestidigitadores. Como explica Valette-Cagnac (2002) en su anlisis
del cuerpo del lector en la Roma antigua, la distincin entre la lectura para otros y la lectura
para s mismo no resida meramente en la oralizacin, sino en la presencia o ausencia de
destinatarios. En efecto, la lectura para s mismo -hecha en silencio, a travs de murmullos o an
de exclamaciones-estaba centrada en la aprehensin del sentido. Cuando se lea para otros, en
cambio, los gestos, la actitud, la posicin del lector respecto de los destinatarios revestan una
importancia fundamental en el xito de la comunicacin.
Tambin la Edad Media, como documenta Margit Frenk (2005, p.18), ha estado bajo el
dominio de la voz:
entre grandes masas de la poblacin, desconocedoras de la escritura, segua
existiendo una cultura plenamente oral, de vieja y arraigada tradicin. Esa cultura []
se manifestaba verbalmente en muchas variedades de literatura oral, tanto profana
como religiosa: cantares picos, canciones narrativas y lricas para acompaar el trabajo
y el baile, rimas infantiles, oraciones y conjuros versificados, cuentos, refranes. Toda
esa produccin, local unas veces, regional otras, transregional otras muchas, constitua
un patrimonio colectivo; se creaba y recreaba oralmente, se transmita de boca en boca y
de generacin en generacin y por lo comn se ejecutaba pblicamente. (Frenk, 2005,
p.18).
Leer o narrar para otros, para un grupo variable de personas ha sido, durante siglos, una prctica
corriente. En los talleres de fabricacin de cigarros, por ejemplo, primero en Cuba y luego en
EEUU, se instituy, a finales del siglo XIX y principios del XX, la figura del lector pblico.
Mientras sus compaeros liaban en silencio las hojas de tabaco, l lea peridicos, opsculos
revolucionarios, novelas histricas y didcticas, folletines, textos filosficos, manuales de
economa. Ms que un simple pasatiempo, la lectura en voz alta constitua, igual que la narracin
de cuentos, una forma de cultura, un pretexto para la convivencia y la relacin cordial (Chartier,
1995).
Ms que los ojos, era el odo el destinatario habitual de la composicin escrita al punto
que se afirmaba que el sentido de las palabras solo se alcanzaba por medio de la pronunciacin y
la escucha. Como recuerda el poeta granadino Juan Mata en un precioso libro, El rastro de la voz
(2004), el caso de Charles Dickens, quien en los ltimos aos de su vida se dedic a realizar
lecturas pblicas de sus propias obras, las cuales conceba como verdaderos espectculos,
segn sus palabras, pues en ellas haca gala de un esmerado sentido de la puesta en escena.
Iniciadas con un fin benfico, pronto cambi su objetivo cuando se vio necesitado de dinero,
llegando incluso a cobrar una entrada al pblico. Lea no solo en teatros, sino en hoteles,
libreras, iglesias, almacenes y el pblico acuda en masa, por el gusto de ver al autor y or de
su propia boca los textos que quizs haba ledo o tena intencin de leer. Y lo ms curioso es
que los investigadores han encontrado que en los ejemplares que utilizaba en sus lecturas
pblicas, para las que adaptaba incluso sus novelas, se conservan anotaciones manuscritas sobre
el modo de leer tal o cual pasaje y sobre los gestos que convena realizar. (Mata, 2004).
Referencias Bibliogrficas
Bovo, A. M. (2002) Narrar, oficio trmulo. Conversaciones con Jorge Dubatti, Buenos Aires:
Editorial Atuel.
Universidad de Granada.
Montes, Graciela (2000). El cuento escrito: un cuento sagrado? Son sagrados los textos?
Oral, Argentina.
Seoane, Silvia (2004). Tomar la palabra. Apunte sobre oralidad y lectura. Ponencia presentada en
Vallette-Cagnat, E. (2002). Corps de lecteurs. En Ph. Moreau (d.), Corps Romains (pp. 289-
311). Grenoble.
1
Dice, al respecto, Ana Mara Bovo (2002): En la soledad, en la intimidad de la lectura, un lector puede repasar un
prrafo si no ha comprendido algo. En el aqu y ahora de la narracin oral, cualquier informacin ruidosa o
incomprensible ya est dicha y el espectador no puede interrumpir para pedir aclaracin. Tampoco puede
atravesar una largusima descripcin de un espacio o de un personaje algo que s es posible en la lectura- si no
aparece rpidamente un conflicto que le d sentido a esa minuciosa caracterizacin. Estos recursos tienen un solo
fin: mantener atento al otro, generar este pacto de compartir experiencia, la de los seres narrados, la del
narrador, la de los espectadores.