La Legislación de Indias

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Crónicas y relatos de la aventura americana.

La legislación de Indias:

El propósito de este trabajo es hacer un breve análisis que relacione la legislación de


Indias que la corona española elaboró en la primera mitad del siglo XVI, con el actual
derecho internacional. La finalidad es plantear la posibilidad de que la controversia y los
debates ético y jurídico que surgieron en el contexto de la legislación de la conquista,
dieran lugar a la formulación de ideas que desembocaron, mucho más tarde, en el
nacimiento del derecho internacional y el reconocimiento de los derechos humanos. Para
ello, sobre todo, nos detendremos en la relación existente entre las fuentes jurídicas que
justificaron la conquista y su contexto de confección y discusión intelectual.
Expondremos, en particular, la dialéctica establecida con los religiosos españoles que
elaboraron y defendieron los derechos de los indígenas y las nuevas teorías políticas.

Durante el proceso de conquista y colonización del territorio americano, se justificó el


genocidio del pueblo indígena, por parte de encomenderos y conquistadores, mediante el
pretexto legal de la evangelización. Se hizo a través del título de la donación papal,
suplementado con la voluntariedad de los indígenas para someterse a la soberanía de la
Corona española (Monje: 2009: 21). Esta posición jurídica y teológica fue duramente
criticada por voces alternativas como la de Fray Bartolomé de las Casas, considerado hoy
pionero de la lucha por los derechos humanos, quien había estudiado la doctrina
teológica, filosófica y jurídica de Santo Tomás, Cardenal Cayetano y Francisco de Vitoria,
entre otros muchos autores (García: 2011: 5). Avalando, con profusión de detalles, la
delación del padre Montesinos y prosiguiendo su discurso de defensa del indígena,
Bartolomé de Las Casas publica la Brevísima Relación de la destrucción de las Indias. En
ella, Las Casas narra las masacres y abusos cometidos contra los nativos y señala su
ilicitud con exhortación. Desde su punto de vista, la presencia de los españoles en las
Indias solamente se justifica por la salvación del indio mediante la evangelización, que
debe realizarse, únicamente, a través de “la persuasión del entendimiento por medio de
razones y la invitación y suave moción de la voluntad” (Las Casas: 1975: 65). Para poner
luz sobre las ilegitimidades en las que se está incurriendo, Las Casas, aunque no afronta
directamente la teoría aristotélica de la servidumbre natural (en la que se basan sus
detractores, como Sepúlveda), reúne evidencias de la humanidad de los indios y defiende
vehementemente su racionalidad y su calidad de sujetos de derechos naturales, con
derechos de libertad y propiedad. Esta doctrina la defenderán teólogos y juristas

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españoles tan destacados como Francisco de Vitoria, Gregorio López o Luis de Molina,
entre otros (De La Garza: 2002 : 45).
Así como surgen denuncias contra el maltrato hacia los indígenas, hay quienes lo siguen
justificando, secundándose en las ideas aristotélicas de sometimiento natural y barbarie.
La redacción del libro escrito por el filósofo y teólogo cordobés Juan Ginés de Sepúlveda
titulado, Demócrates segundo o De las justas causas de la guerra contra los indios,
pondría al autor en directa confrontación con fray Bartolomé de las Casas. En 1533
Sepúlveda ya había escrito la primera parte conocida como el Democrates primus:
“Donde justificaba la guerra conciliándola con el cristianismo” (Serna, 2012:s.p.). En el
Democrates secundus, Ginés de Sepúlveda señala las causas que justifican la guerra
contra los indios americanos: la inferioridad natural de los indios frente a los europeos, el
deber de extirpar los cultos satánicos (antropofagia y sacrificios humanos) y el deber de
propagar el Evangelio. La rivalidad entre Las Casas y Sepúlveda, coronada en la famosa
controversia o Junta de Valladolid de 1550, ilustra bien la dialéctica entre las visiones
antagónicas de concebir la conquista de América y, en particular, la llamada polémica de
los naturales.

El contexto de críticas, denuncias de los abusos, justificaciones y réplicas (iniciado desde


la llegada de los Dominicos a América, en 1511) fue lo que dio pie al surgimiento de las
Leyes de Burgos y Valladolid, sancionadas y aprobadas por el rey Fernando el Católico, el
27 de Diciembre de 1512. Estas leyes, como expresa Mercedes Serna, fueron
interpretadas como “la legalización de las encomiendas” (Serna: 2013: s.p.), dando el
derecho a los españoles de gobernar sobre los nativos de iure y de facto.

Las Leyes de Burgos y Valladolid fueron el primer documento de legislación para los
recién descubiertos territorios, cuyo principal objetivo era el de dar validez tanto a la
Bula alejandrina como a la encomienda. La Bula papal otorgaba a la corona de Castilla el
derecho a poseer los territorios americanos y le obligaba a promulgar la palabra de Dios
con el fin de evangelizar y convertir a los infieles. Estas leyes constituyen el primer
cuerpo legislativo de carácter universal que le fue concedido a los indígenas. Constan de
una serie de ordenanzas cuya función principal es la de protegerlo, y se fundamenta en
la dignidad de la persona, el derecho a la libertad y la regularización de su trabajo. La
declaración, producto de la junta que se reunió en Burgos, tuvo tres temas
fundamentales: la libertad de los indios, el mandato del Papa y el señorío de la Corona.
Los tres puntos capitales de estas leyes son: la evangelización, la organización de los
“poblamientos” y la protección jurídica de los indígenas. Los conceptos de alimentación,
vestido y vivienda del indígena, que surgieron entonces, no pueden no evocarnos a los
derechos modernos relativos al nivel de vida de la persona (Artículo 25 de la Declaración

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Universal de Derechos Humanos). Del mismo modo, el derecho a la libertad y a la
propiedad de las Leyes de Burgos nos remite al artículo II de la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano. Cabe pensar que estos dos derechos, sumados al
concepto de igualdad (tan defendido por Las Casas) y al concepto de separación de
poderes (cuyo germen es la "separación de potestades" de La Escuela de Salamanca
(Monje: 2009: 34)) serán las piedras angulares del derribo último de las estructuras
jurídicas del Antiguo Régimen.

Aún así, las ordenanzas de Burgos resumen la justificación de la creación del régimen
encomendero, que tiene como principal fundamento lograr facilitar la evangelización de
los indígenas, “a través de la construcción de iglesias, [de las obligaciones] de culto y de
las obligaciones de los españoles para con ellos en esta materia” (Serna: 2012: s.p.).
Estamos en un momento en que la fuente de Derecho sigue siendo, fundamentalmente,
la religión cristiana. A pesar de ello, se consolida así, con el objetivo de la evangelización,
la libertad de los indígenas, su protección jurídica y civil y la regulación de sus estancias
y patrimonio familiar. Las leyes añaden, también, el buen trato que se le debe dar a los
indígenas:

Mandamos cuan encarecidamente podemos que lo hagan con mucho cuidado,


fidelidad e diligencia, teniendo más fin al buen tratamiento e conservación de los
dichos indios que a otro ningún respeto ni interés particular ni general” (Serna:
2012: s.p.)

Esto expone el interés de la corona por ampararlos y protegerlos, por un lado, y, por
otro, la importancia creciente del derecho a la dignidad (referencia siempre presente en
los instrumentos fundacionales del derecho internacional de los derechos humanos,
articulada por primera vez tras la Segunda Guerra Mundial, en el preámbulo y primer
artículo de la Declaración de los Derechos Humanos).

Los dominicos, conocedores de la distancia entre las leyes y su aplicación –por parte de
los encomenderos–, tras saber el contenido de las Leyes de Burgos, “no quedaron
satisfechos” (Serna: 2013: s.p.). El dominico Pedro de Córdoba continuó señalando la
injusticia derivada del mal empleo de la encomienda y la insuficiencia del texto respecto
a la protección del indio. En consecuencia, el Rey decidió convocar una nueva junta, de la
cual surgieron las Leyes de Valladolid, también conocidas como “Declaración y
Moderación de las Ordenanzas de 1512”, que finalmente fueron promulgadas al año
siguiente, en 1513.

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Dichas leyes contemplan la protección de las mujeres indígenas embarazadas y de los
niños, eximiendo a las primeras de trabajos forzosos (relegadas a tareas domésticas) y
eximiendo a los niños menores de catorce años de trabajar. Estos contenidos nos
vuelven a remitir al artículo 25 de la Declaración de los Derechos Humanos, cuya
segunda cláusula amplía el derecho sobre el nivel de vida al derecho de protección social:
"La maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales. Todos los
niños [...] tienen derecho a igual protección social". De ahí que estas leyes sean
precedentes, aún muy primitivos, de lo que hoy conocemos como derechos del menor
(art. 24 de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea) y del
trabajador (art. 23 y 24 de la Declaración de los Derechos Humanos).

Estos puntos tenían como finalidad introducir mejoras en las condiciones laborales de las
mujeres y niños, añadiendo especificidad al contenido de las leyes de Burgos, por el cual
el trabajo que debían realizar los indios debía ser conforme a su constitución (de forma
que lo pudieran soportar) y debía ir acompañado de horas de distracción y descanso.
Cabe destacar la forma en qué estas nuevas ordenanzas parecen dialogar con las
acusaciones lanzadas por teólogos, juristas y frailes, como Antón Montesinos:

¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus
enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os
mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? (Las
Casas: 1994: 1761)

Es de destacar, respecto al origen de la defensa de los derechos humanos, no tanto el rol


que tuvieron los juristas y los teólogos oficiales, como el de sus opositores y
renovadores, con especial mención a La Escuela de Salamanca. Su doctrina jurídica
reivindicó la libertad, la dignidad y los derechos naturales de todos (españoles e
indígenas americanos) y anticipó la separación del poder civil y eclesiástico.

En lo que a la regulación oficial respecta, el conjunto de las ordenanzas de Burgos y


Valladolid, aunque mantuvieron la institución de la encomienda (vigente desde 1503),
introdujeron regulaciones y obligaciones respecto al trato de los indios y, asimismo, el
reconocimiento de algunos de sus derechos fundamentales.

El desarrollo de estas leyes –inmerso en el conjunto de debates éticos y jurídicos


suscitado– implicó, en suma, el hallazgo de “una nueva teoría filosófica, teológica,
jurídica y social que determinó el nacimiento del Derecho Internacional y el
reconocimiento de los Derechos Humanos” (Monje: 2009: 3). Una de las novedades más

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relevantes a tener en cuenta es el reconocimiento del indio como hombre libre y titular
de derechos humanos básicos, como el derecho a la libertad o a la propiedad. Cabe
recordar que hasta este momento, no se había establecido ninguna regulación, o se
había hecho ninguna mención en textos jurídicos, sobre el reconocimiento de lo que hoy
conocemos como derechos humanos o ni siquiera como derechos del trabajo o derechos
del menor.

Históricamente, estamos ante un primer proceso embrionario que, precisamente,


acontece en paralelo al desarrollo de un genocidio, lo que no hay que perder de vista
desde el punto de vista de las condiciones de gestación del derecho internacional
humanitario y del Derecho de derechos humanos (véase, por ejemplo, el caso de la
Declaración de los Derechos Humanos de 1948).
Aunque oficialmente estas ramas del derecho se inician en la modernidad, su proceso de
germinación parte, primero, de las ideas previas de derecho subjetivo y potestad
humana de William of Ockham (c. 1280/1288–1349) y, más tarde, de los debates
escolásticos españoles del s. XVI. Los miembros de la Escuela de Salamanca fueron los
que enunciaron, a continuación, la existencia de ciertos derechos naturales, relativos al
cuerpo (derecho a la vida, a la propiedad) y al espíritu (derecho a la dignidad, a la
libertad de pensamiento). Este pensamiento iusnaturalista es imposible de disociar del
contacto con los pueblos indígenas americanos y, al mismo tiempo, del debate que este
contacto produjo en España, sobre todo en lo que respecta a la legislación de la
conquista.
Por una parte, la doctrina jurídica de la Escuela de Salamanca, especialmente a través de
Francisco de Vitoria y Francisco Suárez, contribuyó al impulso del iusnaturalismo o
derecho natural en Europa, a través de Hugo Grocio (a quien se le atribuye la “invención”
del derecho internacional, por escribir el primer tratado que lo sistematizaba, De iure
belli ac pacis). Dicha Escuela anticipó también que era el pueblo, y no el rey, el receptor
de la soberanía, como posteriormente se hizo constar en el artículo 3 de la declaración
francesa posterior a la revolución.
Por otra parte, como hemos visto en el examen de las Leyes de Burgos y Valladolid, la
legislación indiana incorporó ideas y medidas en los que están presentes los gérmenes de
la idea de los derechos humanos, aunque, desafortunadamente, no como derechos per
se, sino como condiciones necesarias para los objetivos de la colonización.
También hubo –como antecedente significativo a señalar– un intento de abolición de la
esclavitud, promovido esencialmente por la reina Isabel I de Castilla, mediante la cédula
del 20 de Junio de 1500. En esta cédula la reina católica ordenaba poner en libertad a
todos los indios vendidos en España y decretaba su regreso a América. Este intento se
verá revocado legalmente por el pregón desarrollado por Palacios-Rubios en 1512, el

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Requerimiento, que volvía a amenazar explícitamente a los indios con la guerra y la
esclavitud en caso de no someterse a la Corona española.

Por último, en la controvertida figura de Bartolomé de Las Casas, hallamos un promotor


indiscutible de la lucha por los derechos humanos, puesto que defenderá a los indígenas
americanos en calidad de seres humanos, personas racionales y libres. Se considera que
tanto él, como Pedro de Córdoba, Antón de Montesinos, Francisco de Vitoria, Domingo de
Soto o Melchor Cano, en tanto que espíritus humanistas y humanitarios, son los primeros
tratadistas de los derechos naturales y del derecho de gentes.

BIBLIOGRAFÍA

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