Amunátegui-Dictadura de O'Higgins PDF
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DE
OH1 G G I NS
PO R
SANTIAGO BE CHILE
ADVERTrENCIA
LA DICTADURA DE OIIIGGINS
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LA DICTADURA DE O'HIGGINS
humana. Su principio de existencia es un error conocido, una preocupaci6n insostenible. Desde que no se
admite el derecho divino de 10s reyes, las monarquias
est5n minadas en sus cimientos. Para ser acatados
como antes, necesitarian 10s monarcas que tambikn
como'antes el aceite sagrado se derramase sobre sus
cabezas.
En el dia, la igualdad de 10s hombres es un dogma
igualmente respetado. Son pocos, mui pocos, 10s que
creen a6n que Dios ha dotado a ciertas familias con
el privilejio de rejir a las naciones. Ese error garrafal
constituia todos 10s titulos de 10s reyes a las soberanias de 10s pueblos; era ese el diploma ap6crifo con
que justificaban su dominaci6n. La falsedad de semejantes despachos est5 demostrada; es evidente. iQu6
fundamentos podr5n en adelante alegar para sostener
sus pretensiones? 2 Por qui: motivo 10s demAs hombres, sus iguales en todo, en naturaleza i en derechos,
habrin de acatar su poder, habrAn de conformarse con
ser sus stibditos?
Solo la creencia en el derecho divino convierte el
trono en el pedestal de un idolo; sin eso, no es mas
que un armaz6n de cuatro tablas cubiertas de terciopel0 color pGrpura, donde se sienta un hombre. En
10s pueblos que no miran ya a sus reyes corn0 a 10s
unjidos del Sefior, la monarquia puede subsistir durante algunos aiios apoyada por el imperio del hhbito i
el egoism0 de 10s intereses existentes, haciendo concesiones, adoptando ciertas formas e instituciones republicanas; per0 no conservar5 sino una sombra de su
antigua autoridad, i su existencia no ser5 larga.
A la creencia en la supremacia de ciertas razas, de
ciertas familias, de ciertos individuos, ha sucedido la
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quica. Asi, 10s americanos por su orijen, por el atraso de su civilizacih, por sus hkbitos, parecian predestinados a darse un nuevo amo en el momento de
renegar de Espafia como de dura i desapiadada madrastra.
Sin embargo, la revoluci6n de 1810,en vez de dos
o tres monarquias, como algunos lo aguardaban, crea
en Amkrica diez u once rep~blicas. -,
2Por quk?
Durante aquella 6poca memorable, no faltan 10s
amigos de esa forma de gobierno. Ese sistema cuenta
con hombres de ciencia i con hombres de espada, con
hombres que ponen a su servicio todo el prestijio del
saber, todas las intrigas de la diplomacia, con hombres que poseen la fuerza, que mandan ejkrcitos. La
mayoria de 10s criollos est5 educada para la . tirania,
est& habituada a1 servilismo. iCQmo entonces no
triunfa ese sistema?
La raz6n es mui sencilla.
Pues, por mas que 10s buscan, no encuentran eu
ninguna parte ni monarca que sentar sobre el trono,
ni nobles que compongan su corte. Todos 10s americanos se consideran iguales entre si, se consideran
iguales a 10s europeos, iguales a todos 10s hombres.
Nadie Cree en las castas; nadie admite la predestinaci6n de ciertas familias i de ciertos individuos para
el mando. Cuando en una sociedad hai tales convicciones, no puede colocarse a una sola persona en el
solio; es precis0 que todos 10s ciudadanos se cobijen
a su sombra. El pueblo es el iinico soberano posible.
H6 ahi el motivo que impidi6, que impedirk siem-.
pre en Ambrica, el establecimiento de monarquias o
de instituciones que se le parezcan.
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~NTRODWCCI~N
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XIV.--P
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un crimkn de lesa-patria, sino tambi6n como una torpeza politica. La verdad es que Washington mismo
no se habria sostenido sobre un trono.
Para que se perciba en toda su grandeza el contraste que forma la conducta del hitroe del norte con
la que han observado sobre el mismo particular algunos jefes militares del sur, conviene i ~ c o r d a rlas circunstancias favorables para su ambici6n en que aquitl
se encontraba, i las nobles palabras con las cuales rechaz6 como un grave insult0 el ofrecimiento de una
corona.
Corria el afio de 1782. Washington se hallaba en el
apojeo de su poder i de su popularidad. Estaba a1
frente de un ejercito que le amaba con entusiasmo.
Todos, sin escepcibn, reconocian la magnitud de sus
servicios i de sus talentos; nadie se atrevia a poner
en duda que era el hombre necesario de la revoluci6n.
Una porci6n considerable del pueblo se hallaba
disgustada con el congreso i la forma republicana, B
la cual atribuia las lentitudes i embarazos de la guerra. Las tropas estaban mal pagadas, i murmuraban.
Est0 fu6 causa de que comenzara a cundir entre 10s
oficiales i soldados una opini6n moniirquica mui
marcada.
Muchos de 10s primeros se reunieron en concilijbulos; i despubs de haber creido descubrir en la organizaci6n del estado el orijen de todos 10s males,
convinieron en proponer a Washington que se dejara
coronar. Uno de 10s coroneles mas respetables por su
edad i su cariicter, fu6 designado para comunicar a1
jeneral en jefe, 10s sentimientos del ej6rcito.
Como la severidad de aquel ilustre republican0 era
conocida, el comisionado no tuvo osadia suficiente
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para manifestarle el pensamiento en toda su desnudez, i se vali6 de rodeos i circunloquios a fin de espresarle 10s deseos de sus compafieros de armas. Principi6 por hacer un resumen de todos 10s males i dificultades que habia orijinado la forma de gobierno
adoptada, i concluy6 ofreci6ndole el titulo de rei constitucional, como el remedio que sacaria a1 pais de su
critica situaci6n.
Si Washington hubiera sido un ambicioso vulgar,
si el cielo no le hubiera dotado de un talento tan
perspicaz a la par que positivo, habria caido en la
tentacibn, i habria sido monarca, . . . .se entiende por
unos cuantos afios. Per0 era el primer0 en saber que
su coronacih seria, no solo un abuso de confianza,
sino tambikn una usurpacih efimera i temporal. La
voz de su conciencia estaba de acuerdo con la de su
raz6n. Conocia mas que nadie que Amitrica por sus
circunstancias habria de ser necesariamente republicans. La vanidad del engrandecimiento personal no
le impidi6 ver claro en la situaci6n. Con un coraz6n
desinteresado i un juicio certero, consider6 preferible
la gratitud de sus conciudadanos a una dominacicin
transitoria, que tarde o temprano habia de envolver
a su patria en trastornos i disensiones civiles.
La respuesta severa que di6 a una invitacih que
tanto habria lisonjeado a otros caudillos menos integros que 61, le honra mas que sus triunfos, i es uno
de sus titulos a la admiraci6n de la posteridad. Hela
aqui:
qSefior: He leido atentamente, con una mezcla de
estrema sorpresa i de doloroso asoinbro, 10s pensamientos que me hab6is dirijido. Estad cierto, sefior,
de que en todo el curso de la guerra, ningixn siicesu
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me ha causado sensaciones tan penosas, como la noticia que me comunicAis de que existen en el ejercito
las ideas que me decis, i que yo debo mirar con horror i condenar con severidad. Por ahora, esa cornunicaci6n quedar5 depositada en mi seno, a menos que,
viendo ajitarse de nuevo semejante materia, encuentre necesario publicar lo que vos me habkis escrito.
~ B u s c ovanamente en mi conducta lo que ha podido
alentar una proposici6n que me parece contener las
mayores desgracias que puedan caer sobre mi pais. Si
no me engafio en el conocimiento que tengo de mi
mismo, no habriais podido encontrar ningcn otro a
quien vuestros proyectos fuesen mas desagradables,
que a mi. Debo agregar a1 mismo tiempo, para ser
justo con mis propios senlimientos, que naclie desea
mas sinceramente que yo, hacer a1 ejitrcito una amplia
justicia; i si fuere preciso, emplear6 con el mayor celo
cuanto poder e influencia tenga, conformhdome a la
constituci6n, para alcanzar ese obj eto. Permitidme,
pues, conjuraros, si teneis algGn amor a vuestro pais,
alguna consideracih a vos mismo o a la posteridad,
o algGn respeto a mi, que desechkis de vuestro espiritu esos pensamientos, i que no comuniqukis nunca
como nacidos de vos o de alguna otra persona, sentimientos de tal natura1eza.-Soi, sefior, etc.-Firmado,-Jorje Washington.))
Esta carta tan sencilla, i tan llena de nobles ideas,
revela a1 hombre honrado, i descubre la sinceridad del
individuo, que no pretende tomar una apostura para
la historia, sino que habla con su conciencia. Pero ese
documento tan sin pretensiones, de estilo tan modesto, consigna la grande idea que ha proporcionado a
Estados IJnidos una prosperidad fabulosa, proclama
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las ventajas de la organi;aaci6n democrAtica sobre todas las otras, i espresa el temor de 1as gra.tzdes desgyacins que se contienen f:n una constituci6n monkrquica.
Esas palabras escritas f:n ocasi6n tan solemne, i con
una persuasi6n tan relijic)sa, por el fundador de la reptiblica mAs grande de 10s tiempos modernos, de la
repfiblica que trata de Ilotencia a potencia con 10s
irnperios del viejo mundo merecen ser meditadas mui
maduramente. Con ella:;, Washington ha dado a 10s
que pueden encontrarse E:n su caso, un ejemplo de moralidad i una lecci6n de :sabia politica.
En efecto, 10s que han promovido el establecimiento en Amkrica de la monarquia hereditaria o electiva, no han obrado Gnica mente por motivos egoistas.
Me complazco en hacf :r esa justicia a 10s que la
merezcan; qui ero suponc'r un estimulo jeneroso aun
a 10s que no lo han teniclo.
Los individuos a que me refiero han querido alcanzar con su sistema UIi a de las condiciones indispensables de todo estadc3 bien organizado, la consolidaci6n del ovden. Juzg aban las colonias espafiolas
demasiado atrasadas i CT*eian que en ellas la repfiblica seria solo una anarquia.
Poco conocido el fin q ue se proponian, falta saber
si eran conducentes 10s nnedios que habian imajinado
para obtenerlo. Esta es la cuestibn, pues el ovden lo
quieren todos 10s hombre s honrados, cualesquiera que
Sean sus convicciones PO liticas.
A mi juicio, la forma rrionhquica en Amkrica, lejos
de afianzar la tranquilid;ad, trae consigo el desorden
mas cmpleto, la anarqu ia mas espantosa.
Lo que avanzo no es una paradoja, es un hecho.
1,
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Donde quiera que se ha ensayado una de esas presidencias vitalicias o una de esas dictaduras de larga
duracihn, se ha ido a parar a una revoluci6n sangrienta i desastrosa, que ha enjendrado una serie casi
interminable de calamidades ptiblicas i privadas.
Eso no puede ser de otro modo.
No hai ningGn individuo entre nosotros, por grande que le supongamos, que no tenga sus 6mulos en
mi.rito i en servicios. dC6mo puede entonces esperarse que i.stos se conformen nunca con ser cuancio mas
10s opacos sat6lites de uno de sus pares? Eso seria
desconocer absolutamente el coraz6n humano. dPor
quit motivo respetarian por toda la duraci6n de una
vida, o por un periodo mui largo, la dominaci6n de
uno de sus semejantes? No diviso ciertamente qui.
podria contenerlos. No veo c6mo muchos de ellos,
sintiitndose con capacidad para gobernar, sufririan
pacientes su eterna subordinaci6n i aGn su completa
segregaci6n de 10s negocios. Establecido el gobierno
de la manera que censuro, todo el que cayera en desgracia del jefe supremo, quedaria a un lado para
siempre, no levantaria nunca la cabeza, por grandes
que fueran sus talentos, por esclarecidas que fueran
sus virtudes. 2Puede creerse que habriamuchos que
se resignasen a ser ilotas politicos en su patria?
Sobre el horizonte de 10s gobiernos de esa especie.
se divisan siempre nubes borrascosas, i esas nubes
son de p6lvora. Con esas organizaciones, el trastorno,
la guerra civil, pueden aplazarse mas o menos, pero
indefectiblemente vienen tarde o temprano. Las dictaduras no son -el afianzamiento de la tranquilidad,
de la paz, del orden: son la constituci6n del complot,
del motin, de la conspiraci6n. Cuando se cierran las
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vias lej itimas a las aspiraciones humanas, es indudable q ue hstas recurrirh a las, maquinaciones subterriine;as.
Las Ciisensiones intestinas que producen esas presidencias con pretensiones de vitalicias, son mas terribles que las que nacen bajo 10s gobiernos democrAticos. En aquhllas, la lucha es sobre personas; en estos
es sobrf:ideas. Poderxos reprobar las convicciones diferentec; de las nuestras, i respetar a 10s individuos
que las profesan; per0 cuando la cuesti6n se hace
persona 1, 10s odios son a muerte; entonces se persigue
a1 amigo i a1 pariente del contrario, sin otra raz6n
que el ser su amigo i su pariente; entonces no se perdona ni a las mujeres ni a 10s niiios.
La m onarquia i la dictadura han sido, i s e r h siempre en Amhrica, la conjuracib, la persecuci6n implacable, 1;a insurreccih, la proscripci6n, la guerra civil,
la guerr-a sin cuartel. Siempre, en lugar de consolidar
el order:1, lo alteran: en vez de traer la paz, producir&n la anarquia.
No sc)n ellas el antidoto contra 10s trastornos. Para
evitar Is1s revoluciones, es preciso hacerlas imposibles,
i para 1iacerlas imposibles, es preciso hacer que no
aprovechen3a ninguna persona honrada.
No cf mkis la puerta a ninguna aspiraci6n lejitima;
dejad e$speditas las vias de alcanzar el poder a todo
el que h aya obtenido la confianza del mayor niimero;
haced p or este medio innecesarias las revueltas, i las
revuelt iis no v e n d r h
La re:pGblica es la Cnica forma de gobierno que
puede 1lenar esas condiciones; es la tinica que no sumerje eln la desesperaci6n a 10s vencidos en las luchas
politics:5. Siendo 10s gobernantes alternativos i peri6-
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desde su emancipaci6n han ajitado a las antiguas colonias espafiolas, i que han traido nuestro descrkdito
a 10s ojos del mundo. Esas convulsiones no provienen
del sistema democrAtico, sino que a! contrario se han
orijinado de esa funesta pretensi6n de fundar dictaduras, por fas o por nefas. Lejos de ser una acusaci6n
contra la repiiblica, son un argument0 poderoso contra esas presidencias indefinidas, creadas por la gracia del sable. Recorred nuestra historia contempor&nea, i verkis que casi todos esos des6rdenes han sido
orijinados por la ambici6n de 10s caudillos, por sus
rivalidades entre si, por el empefio de 10s unos en
conservar el poder como si fuera su patrimonio, por
la impaciencia de 10s otros por atraparlo, como si fuera una propiedad que se les hubiera arrebatado.
Ha habido anarquia, porque hemos tenido miedo a
las instituciones republicanas, i las hemos establecido
a medias. Hai hombres de bien que, para consolidar
el orden, esa condicih de toda sociabilidad, han querido 10s gobiernos de larga duracihn, sin reparar que
precisamente eso era el desorden, porque no dejaban
a 10s pretendientes desairados o derribados otra esperanza de medrar que la conspirac%n, i porque ninguno de 10s favorecidos podia teher titulos suficientes
i aceptados por la gran mayoria para distinci6n tan
exorbitante.
Los gobiernos no pueden tener otro fundamento
d i d o que las creencias de cada 6poca. Es precis0
organizarlos en conformidad con ellas. Cuando se creia
en la Zejitiwzidad, en razas privilejiadas, la monarquia era admisible; per0 en 10s tiempos i paises donde ese rancio principio ha sido reemplazado por el
dogma de la igualdad de todos 10s miembros del j h e -
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CAP~TULOPRIMERO
B(lrnportancia hist6rica de don Bernardo 0Higgins.-Su
padre el marqubs
de Val1enar.-Nacimiento i educaci6n de don Bernardo 0Higgins.-Su
y j h e r o de vida antes de la revoluci6n.-Su carkcter.
I
El period0 hist6rico cuya narraci6n voi a emprender, tiene un protagonista que lo domina todo entero con sus hechos desde el principio hasta el fin. Hai
tin honibre que llena toda esa 6poca con sus proezas,
con sus faltas, con sus odios, con sus afecciones, con
su politica, con sus triunfos, con sus reveses. Todos
10s sucesos que entonces se verifican en Chile, tienen
relaci6n con ese hombre. Nada sucede ni de bueno
ni de malo en la vida pfiblica, donde deje de hacerse sentir su presencia. Todo lo que se emprende o
maquina es en su provecho o en su contra. Es el
centro de todos 10s acontecimientos, el objeto de las
[IGGINS
simpatias de una mitad de sus conciudadanos, el blanco de 10s resentimientos de la otra mitad.
Heroe para 10s unos, tirano para 10s otros, las miradas de todo un pueblo estgn fijas sobre su persona.
Estos le ensalzan, aquellos le denigran; per0 su nombre tiene el raro privilejio de que todos lo pronuncien, 10s grandes i 10s pequefios, 10s magnates de la
alta aristocracia i 10s individuos de la humilde plebe. Es la esperanza para un gran nGmero de personas, la desgracia para otro no menor.
Durante seis aiios, ocupa la cima del poder, i proporciona con sus actos materia par2 I n s rlehatw d~
toda una nacibn. America obserb
inter&; Europa misma presta a :
alguna atenci6n.
CAPfTULO I
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LA DICTADURA DE OHIGGINS
Don Bernard0 OHiggins no fu@uno de esos favoritos de la fortuna quc sc elevan de la nada, i que lo
deben todo a sus acciones. A1 cntrar en la vida, se
encontr6 con una posici6n formada. Habria merecido
serios reproches, si no hubiera sabido aprovecharla.
Estaba llamado por la sola casualidad de su nacimiento a ocupar un alto puesto en su pais, cualesquiera que hubieran siclo 10s sucesos.
Con la revolucibn o sin ella, OHiggins habria representado un papel en Chile, Unicamente, si no hu-
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x1v.-3
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CAPfTULO I
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Ese irlandits sabia como maestro la ciencia del cortesano; parecia que hubiera nacido de algGn palaciego
i que se hubiera educado en las anteciimaras. A fuerza de insinuaciones i de obsequios, se proporcion6
padrinos en Chile i en Madrid; i empujado por ellos,
subi6 hasta donde quiso. Ese fu6 el secret0 de su elevaci6n. Ese fu6 el talismiin que le dib la presidencia
de Chile, el virreinato del Perfi. El oro i la intriga del
aspirante abrieron de par en par a su presencia las
puertas del poder i de 10s honores. Los manejos encubiertos, mas que sus servicios, mas que sus brillantes cualidades, le valieron el grado de jeneral, el titulo de bar6n, el titulo de marquits.
O'Higgins exijia de sus inferiores la misma deferencia que 61 tributaba a sus superiores. Queria que se
le entregasen en cuerpo i alma, i que le perteneciesen
sin restricciones. A 10s que eso hacian, 10s apoyaba
sin rebozo i 10s sostenia con todos sus recursos; a 10s
que le resistian, 10s combatia implacablemente i sin
cuartel. Era amigo'decidido de sus amigos, i enemigo
terrible para 10s que no lo eran. Sus criaturas podian
esperarlo todo. Del mayordomo de su hacienda, hizo
todo un brigadier de 10s ejitrcitos del rei.
Un gobernante con tal cargcter i con tal sistema
debia adquirir un prestijio i una influencia incalculables entre 10s apocados colonos. Las maneras imperiosas de don Ambrosio le suscitaron muchos resentimientos; per0 fueron todavia mas numerosas las
afecciones sumisas que se granje6. Su habilidad para
la politica, su enerjia, su orgullo, sus relaciones con
la corte, el incienso de las hechuras que habia colocad0 en todos 10s puestos, altos i bajos, del ejitrcito i
d e la administracibn, rodearon de una gran conside-
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LA DICTADURA DE OHIGGINS
V
Don Ambrosio era en ese entonces solo intendente
de Concepci6n. Aunque llenasen casi toda su existencia 10s cuidados de su empleo, 10s cAlculos del cortesano, las zozobras de la intriga, 10s deseos de mando
i de distinciones, sin embargo, le quedaban tiempo i
lugar para sentimientos mas tiernos, para ocupaciones
mas dulces.
Vivia a la saz6n en aquella provincia una nifia llamada dofia Isabel Riquelme, cuya belleza era sobre-
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LA DICTADUKA D E OHIGGINS
CAPfTULO I
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- -corte
por el apellido i 10s titulos de su padre. Se le
concedi6 que se llamara OHiggins i no Ripelme, per0
no se le permiti6 que fuera b a r b ni marqubs.
Sin desariimarse por una primera negativa, don Bernardo persist% en su pretensi6n. Estaba porfiando
en el empeiio, cuando un ataque de fiebre amarilla le
pus0 a la muerte. Se salv6 casi milagrosamente, per0
qued6 mui quebrantado. La debilidad de su salud i
la disminuci6n de sus recursos pecuniarios le obligaron
a desistir de sus reclamaciones, i le hicieron regresar a
Chile en el aiio de 1802.
VI
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LA DICTADURA DE OHIGGINS
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C A P ~ T U L OI
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VI1
Su eduicaci6n de nifio i el jitnero de vida que adopt6
en su juivrentud robustecieron el car5cter que 10s instintos nizturales habian dado a don Bernardo, i det erminar'on su personalidad.
Su m;msi6n en Inglaterra le amold6 a muchas de
las costuimbres de ese pueblo, tan orijinal en su jenio
i en sus maneras. Tom6 a 10s ingleses su gravedad,
su espiri tu aristocrktico, su puritanism0 aparente de
costumbres, su sometimiento a las exijencias sociales,
su mora lidad dentro del hogar domkstico, su seriedad en e11modo de pensar; per0 no les imit6 en su respet0 a 121 lei, su amor a las garantias del ciudadano,
su vener acion a todas las fdrmulas protectoras de la
libert ad i segur idad de 10s individuos.
s u co ndici6n de rico propietario habitante de la
front era , considerado por sus superiores, reverenciadopor sus subalternos, le infundid desde temprano
tendenci as desphticas, el h5bito de ser obedecido sin
rkplica i tardanza, inclinaciones imperiosas. Estas propension:s debian cobrar todavia mayor fuerza en 10s
camparrientos, donde cada jesto del jefe es unalei que
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LA DICTADURA DE OHIGGINS
todos se apresuran a cumplir. Habia tela en este v5stago de un virrei, para ser un dictador.
Ese joven circunspecto, bravo, amante de s u suelo
natal, lleno de modestia i de entusiasmo, tenia muchas cualidades para granjearse las simpatias de un
pueblo como el chileno, i llegar a ser uno de sus h&
roes. Su indole era mui propia para hacerse popular
en su n a c h , por poco que trabajara en ello. Resumia
en si un gran nGmero de las dotes que caracterizan
a 10s pobladores de esta tierra.
El chileno es austero de costumbres; exije que se
guarden cuando menos las apariencias, i que se resPete siempre el decoro, no perdona nunca el descaro
o el cinismo ni en las opiniones ni en 10s actos. Conserva su compostura en todas las circunstancias de
la vida. Jam& es bulliciosa la espresi6n de su alegria
o de su dolor. Tiene el pudor de sus sentimientos. Es
raro que pierda en alguna ocasi6n su gravedad impasible. Su esterior es frio; i aunque capaz de entusiasmos ardientes, pocas veces 10s manifiesta por movimientos vivos o gritos descompasados. Se asemeja a
esas montaiias que, en nuestro horizonte, se levantan
hasta el cielo, donde la nieve cuhre el fuego de 10s
volcanes
Ensalza a 10s individuos que considera dignos, i
rinde parias a1 talent0 i a1 valor; per0 no tolera que
Sean 10s interesados mismos 10s que impudentemente
soliciten el aura popular. No gusta nunca de darse
en espectgculo, ni tampoco de que 10s d e m k se pongan en escena. Toda ostentaci6n le es antipAtica;
toda pretensih de vanagloria le incomoda. Concede
con largueza sus favores a quienes 10s merecen, pero
le repugna que se 10s-pidan con vanidad.
CAPfTULO I
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VI11
Ahora, para esplicar su comportamiento en la revoluci6n i la actitud que tom6 mas tarde, me es indispensable, bosquejar a la lijera la situaci6n politica
del pais desde ese famoso afio de 1810, que cambi6
la condici6n de Amhrica. Sin esos antecedentes, no
se comprenderia la direcci6n que di6 a 10s negocios
ptiblicos, i se nos escaparia la verdadera significacih
de muchos de sus actos.
Nos es indispensable, por otra parte, para poder
juzgarle como corresponde, conocer a 10s rivales
contra quienes combati6, i a 10s amigos que le sostuvieron.
I
I
I
CAP~TULOSEGUNDO
Orijen aristocratic0 de la revolucib chilena.-Organizacih e influencia de
las grandes familias del reino.-Establecimientos
de la primera junta
gubernativa el 18 de setiembre de 1810.-Marcha moderada i legal que
adopta la revolucidn en su principio.-Divisih de 10s revolucionarios en
dos bandos, 10s moderados i 10s exaltado%-Don Jose Miguel Infante.Don Juan Martinez de Rozas.-Rivalidades de las grandes fami1ias.Motin de Figueroa el 1.0 de abril de 18 I I.-C ongreso de 18 I 1.-Triunfos
de 10s exaltados i politica enerjica adoptada por ellos.
I
La revoluci6n de Chile fu6 a1 principio la obra de
iinos cuantos ciudadanos, i tuvo en su orijen una
tendencia puramente aristocrAtica. Sus promotores,
sus principales caudillos, fueron 10s cabezas de las
grandes familias del pais, 10s Larraines, 10s Err6zuriz, 10s Eizaguirres. Por ellos, comenz6 la ajitacih;
i de ellos descendi6 a la mayoria de la poblacibn,
que les estaba ligada por 10s vinculos de la sangre o
del interits.
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LA DICTADURA DE O'HIGGINS .
CAPfTULO I1
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1 .
CAPf TULO JI
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I1
Skpase ahora que esa inmensa influencia no estaba
repartida entre varios individuos, sin0 concentrada
en unos pocos, i se comprenderA la anomalia en la
marcha de la revoluci6n chilena que mas arriba he
seiialad 0.
Las familias de que hablo eran mui numerosas; hubo una entre ellas, la de 10s Larraines, que contaba
mas de quinientos miembros; per0 iodas tenian una
organizaci6n patriarcal, i reconocian un jefe, un padre comGn que las gobernaba, i sin cuya anuencia nada se emprendia.
La persona a quien la respetabilidad de sus afios, la
riqueza o una prudencia consumada habian granjeado ese acatamiento de sus parientes, disponia de fuerzas incalculables, i valia por muchos hombres. Podia
obrar a su antojo con el caudal, con la clientela, con
la consideracih, con el prestijio de toda la familia.
Suponed que una docena de esos altos potentados
acojiese una idea cualquiera, la de la independencia,
por ejemplo, i determinase realizarla. Est6 claro que
en su posici6n no necesitaban preparar la opinibn, ni
detenerse en esas pequeiias escaramuzas que 10sinnovadores ejecutan antes de las grandes revoluciones
para tantear sus recursos. La mayoria de la naci6n
eran aquellos pocos magnates. Con que ellos se resolviesen, estaba hecho casi todo, sus parientes, sus habilit ados, sus siervos o vasallos habian necesariamente de apoyarlos.
Pero lo que salvaba a Espafia de este riesgo inminente, era que ellos mismos no se tenian formada una
AMUNATEGUI.
-VOL.
x1v.-4
50
LA DICTADURA DE OHIGGINS
C A P ~ T U L OII
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111
52
LA DICTADURA
DE O'HTGGINS
el mando en la primera &oca de la revolucih. Estas competencias de lo que, a falta de otro nombre
mejor, llamari: nuestra nobleza, esplican muchas de
las evoluciones politicas de aquel periodo.
,
IV
Pero sea de est0 lo que se quiera, el cambio radical operado en la constituci6n de la colonia el 18 de
setiembre de 1810, se ejecut6 moderada i pacificamente. No hub0 ni derramamiento de sangre, ni destierros, ni prisiones. Algunas carreras de caballo, la
guarnici6n sobre las armas, patrullas que recorrian
las calks, la ajitaci6n consiguiente del vecindario,
per0 sin actitud hostil ni amenazante; i eso' i nada
mas fui: todo el trastorno que ocasion6 un acontecimiento que iba a ser el principio de tantas mudanzas, de tantas peripecias, de tantas cathtrofes.
Esta ausencia absoluta de violencias caracteriza
a 10s pr6ceres que dirijieron el movimiento, i manifiesta cuAl era su naturaleza i sus tendencias.
La sociedad chilena estaba sometida entonces a una
especie de rdjimen dorri6stico. Los majistrados de la
colonia no empleaban casi nunca rigor o medios estremos, porque no tenian necesidad de hacerlo. Sus silbditos recibian con respeto las leyes del monarca, i era
mui raro que murmurasen en voz alta. Las medidas
severas eran cosa inusitada en la tierra, i por consiguiente repugnaban a la jeneralidad,
Todos 10s individuos de la clase acomodada tenian
relaciones de parentesco, o eranamigos, o tal vez compafieros de negocios, que se trataban con franquezai
C A P ~ T U L O 11
'
53
54
LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAPfTULO I1
55
V
Los hechos no tardaron en realizar el presentimiento de 10s oidores.
La pendiente de las revolucion .es es resbaladiza.
Cuando 10s pueblos se han comprolmetido una vez en
ella, es dificil que se detengan.
Apenas 10s patriotas han conse,guido la organizaci6n de una junta, cuando algunc3s de ellos quieren
que se vaya mas lejos todavia, i c;e empeiian en que
56
LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAPfTULO I1
'
57
Infante era una alma varonil, re cta i llena de entereza, cuya intelijencia estaba dota da de .fuerza, per0
no de flexibilidad. Cuando concebj[a una idea, era diflcil que la abandonase. Cuando adlmitia un principio,
deducia de 61 con todo rigor sus c(msecuencias.
Era incontrastable como un axioma, i tenaz como
un dialectico. No renegaba nunc;3 i yor nada de lo
que estimaba la verdad. Hablab a como pensaba, i
obraba como hablaba.
Le faltaban esa perspicacia i es;3 facultad de larga
vista que constituyen el mkrito d e algunos hombres
de estado. Le adornaban la recti1:ud i la moralidad
politicas, que tanto realzan a 10s ciudadanos de las
repitblicas antiguas. Podia equivcxarse; per0 no era
capaz de desoir la voz de su conc:iencia, ni de guardar silencio por motivos egoistas.
En esta kpoca, Infante no era rii fervoroso federalista, ni discipulo de la Encicloped?ia, como posteriormente se mostr6. Era un revoluc ionario que queria
marchar con toda prudencia, que participaba tal vez
de muchas de las preocupaciones iridijenas, i que icosa
estrafia! sostenia la preponderanci a de la capital sobre las provincias.
Don Juan Martinez de Rozas desplegaba en su conducta tanta enerjia i tanta per:;istencia, como su
rival; per0 su tenacidad le venia d e la pasibn, i no de
la cabeza, como a1 otro. Era de la casta de esos individuos fogosos e impresionables q ue corren riesgo de
ser dbspotas a1 servicio de 10s gobi ernos, i demagogos
cuando se colocan a1 lado del pue:blo.
De raz6n despejada, de juicio f i r*me,de conocimientos variados i modernos, de m u dla lectura, aventajaba inmensamente a sus conteml)orineos en el saber
58
LA DICTADURA DE OHIGGINS
i en la profundidad del pensamiento. Era un publicista de nota, que se habria lucido en 10s tiempos actuales, mientras que cuantos le rodeaban no pasaban
de meros abogados. Elocuente en sus palabras, elegante en sus escritos, aiiadia a sus otros medios de
influencia el prestijio del literato.
Estaba, en cambio, mui lejos de ser tan pur0 i tan
intachable como Infante.
Don Juan Martinez de Rozas, cuya clientela se encontraba particularmente en Concepcih, defendia
por conveniencia 10s intereses provinciales en contra
de la centralizacih que pretendia establecer el cabildo de Santiago.
VI I
Fuera de la difereiicia en las miras politicas que he
sefialado, contribuia a fomentar la desunibn, la rivalidad de las grandes familias que se disputaban el
mando.
Habia, por cierto, oposici6n de ideas en la diverj encia de 10s patriotas: per0 habia t a m b i h lucha de
intereses.
La emulaci6n de ciertos magnates entraba mucho
entre las causas de la discordancia. La aristocracia
inquieta i ambiciosa que habia encabezado la revolucibn, debia producir necesariamente todas esas querellas, todas esas inc6modas competencias . Para
comprender el movimiento de 10s partidos, es preciso
tomar en cuenta ese choque de pretensiones a1 mismo
, tiempo que la disconformidad de las opiniones.
c A P ~ T U L O I1
59
-
VI11
Una intentona desgraciada de 10s realistas proporcion6 a 10s exaltados una coy1intura para comprometer la revoluci6n, haciendo dificultoso todo avenimiento con 10s partidarios de Espafia.
Hasta entonces el bando d el rei i e l bando de la
patria habian mutuamente (:ombatid0 de palabra i
por escrito; per0 entre ellos nlo habia ni persecuciones
ni sangre. Fueron 10s exaltadcIS 10s que derramaron la
primera sangre en la lucha, i 10s que comenzaron las
persecuciones.
El 1.0 de abril de 1811,el coronel don Tomcis Figueroa se pus0 a1 frente de 1una parte de la guarnici6n para derrocar las aut(xidades nacionales . El
motin fu6 sofocado.
Rozas i sus amigos se aprotrecharon de esta ocasi6n
para aterrar a 10s realistas p()r la enerjia de su actitud. El mismo Rozas sali6 en persona a la pesquisa
de Figueroa, le aprehendi6 p(x su propia mano, i le
condujo a la cArce1. En seguida, autorizado por la
junta gubernativa, le hizo j iizgar por una comisi6n
estraordinaria, condenar a Inuerte i ejecutar en el
t6rmino de unas cuantas hora S.
Todos 10s sospechosos, sin c onsideraci6n a su jerarquia, fueron asegurados, i algunos confinados poco
despuhs a distintos lugares de:1 reino. La real audiencia, que hasta aquel dia ha1bia sido respetada, fui:
acusada de complicidad en el motin, e inmediatamente disuelta.
Los moderados, aunque en el fondo de su alma no
simpatizaban con la mayor p arte de estos rigores, sin
60
LA DICTADURA DE OHIGGINS
embargo, bajo el imperio del terror que habia producido el motin de Figueroa, no se atrevieron a combatirlos, i guardaron silencio. La enemistad de las dos
facciones se acalor6 cada vez mas i mas.
IX
Estaba pr6ximo a reunirse un congreso jeneral de
10s diputadcjs de todo el reino; i en esta asamblea, se
prometian una i otra de dichas facciones hacer prevalecer sus principios.
Esta especie de convencibn se instal6 efectivament e el 4 de julio de 1811. Per0 las elecciones habian
dado a 10s moderados una inniensa mayoria; 10s exaltados solo contaban con trece votos. Todos 10s esfuerzos de estos Gltimos para triunfar en las deliberaciones del cuerpo soberano, fueron intitiles. Todas sus
cAbalas quedaron burladas. El poder se les escap6 de
entre las manos, i sus contrarios se les sobrepusieron
completamente. El congreso nombr6 una junta gubertiva para la cual ninguno de sus amigos fu6 elejido.
El temple de Rozas i sus parciales no era para soportar tal desaire con resignaci6n. Aquellos politicos
impetuosos no podian conformarse con que todas sus
esperanzas se desvaneciesen en un momento. Protestaron, pues, contra todo lo obrado por el congreso, i
se pusieron a conspirar. Consiguieron entonces por la
fuerza i la audacia lo que no habian logrado por 10s
trkmites legales.
El 4 de setiembre de 1811,estall6 en la capital un
movimiento revolucionario, apoyado por las tropas i
una porci6n del pueblo, que cambi6 la situacibn de
10s negocios.
CAPfTULO I1
61
X
Su administraci6n se mostr6 vigorosa, i la politica
que adoptaron fu6 franca i progres ista.
Resueltos a continuar la revoluci 6n que habia comenzado el 18 de setiembre busc:iron c6mo procurarse alianzas en el esterior i c6mo atemorizar o hacer espatriarse a 10s enemigos del interior. Con esta
intencibn, estrecharon sus relaciones con 10s revolucionarios arjentinos, acreditaron uin ajente ante el
gobierno de Buenos Aires, remitieroIn a este gobierno
pertrechos de guerra, i le prometiel-on cuantos ausilios pudiesen. Cone1 mismo objeto , promulgaron un
decreto por el cual ponian a 10s rea.listas en la alternativa: o de salir fuera del pais o de(:idirse por la causa nacional.
Entre otras reformas que plantar1on, dignas de elojio i destinadas a mejorar la condic i6n del pueblo i a
favorecer la agricultura o el comerxin, se encuentra
la mui significativa del establecimiiento de un tribunal supremo de justicia. Ante 61 d ebian ventilarse i
resolverse 10s recursos estraordinarjios que, segixn las
62
LA DICTADURA DE OHIGGINS
]eyes espafiolas, no podian entablarse sino en 10s tribunales de la Peninsula. Este era un paso mas dado
hacia la proclamaci6n de la independencia, i todos
lo entendieron de ese modo,
Como se ve, desde la creaci6n de la junta gubernativa que se instal6 el 18 de setiembre, la marcha
de la revoluci6n cambia visiblemente. Durante su
primera faz, est0 es, desde las primeras turbulencias
a que di6 marjen la administracibn del presidente
Carrasco hasta la 6poca indicada, es solo un negocio
de abogados, un pleito entre la audiencia i el cabildo
de Santiago, Per0 desde entonces la revolucih se
hace mas parlamentaria, discute en nombre de Ics
principios de la raz6n i de la ciencia, en vez de procurarse apoyo en el texto de las leyes. Sus tendencias son menos encubiertas; su conducta es menos hip6crita; sus prop6sitos son mas confesados. Todavia
permanece circunscrita a las altas clases sociales; Fero una parte de la aristocracia se ha fanatizado por
ella, i se siente dispuesta a hacerla triunfar a
.
- .
.costa. hntre Lliile 1 bspana, ha1
La lucha est&comprometida.
r....
CAP~TULQTE:RCERO
Don Jose Miguel Carrera.-Su
I
L'a dominaci6n deRozas i su pirtido dur6 poco.
Necesidades nuevas de la revoluci6n llamaron hombres nuevos a1 poder. Iba a llegar el tiempo en que
la cuesti6n debia controvertirse, no en 10s congresos
a fuerza de argumentos, sino a balazoc en 10s campos
de batalla. Era urjentisimo que el pueblo la comprendiese, i se acalorase por ella, porque pronto iban
a necesitarse soldados, que solo de la turba podian
salir.
Rozas i sus amigos comprendian como te6ricos la
CAPfTULO I11
65
Sus talentos, su carActer, su educacihn, sus antecedentes, la posici6n de su padre i de sus hermanos,
todo, calidades personales i relaciones sociales, le
destinaban a ocupar un alto puesto entre sus conciudadanos. Una grande ambici6n de fama i de poder le
estimulaba a la a c c i h , i leimpedia desperdiciar en
la indolencia esas ventajas con que le habia favorecido
la fortuna, Naturalmente altanero, i exijiendo de 10s
demas una entera deferencia por la mucha estimaci6n que de si mismo tenia, era a1 propio tiempo insinuante, afectuoso i cordial. Acariciaba con sus palabras, i se ganaba las voluntades con su cortesania.
Se hacia perdonar su orgullo a fuerza de amabilidad.
Esa mezcla graciosa de importancia i de franqueza le
granjeaba el carifio de 10s que se le acercaban.
Su injenio era pronto i agudo. Su instrucci6n habia sido poco esmerada; i sin embargo, su Diario, escrito en medio de 10s azares de la campafia, i de las
intrigas de 12 politica, deja apreciar cuanta era la
rapidez i la facilidad de sus concepciones.
Inclinado a la ostentaci6n i a1 fausto, lujoso en sus
vestidos, de bella presencia, de maneras elegantes,
de una conversaci6n chistosa i llena de donaire, reunia a 10s atractivos del alma 10s atractivos del cuerpo.
Sus defectos estaban compensados por grandes
cualidades.
Tenia muchas de las dotes que se esijen en un jefe de partido. Era pr6digo de su dinero, arrojado
hasta la temeridad, incontrastable en 10s reveses,
jeneroso con 10s vencidos.
En cambio, su indole impetuosa le quitaba en ocasiones toda prudencia i le hacia confiar demasiado en
la bondad de su estrella.
AMUN,~TEGUI.-VOL.
xrv.-5
66
LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAPfTULO I11
67
-
una arrogaincia i una decisi6n verdaderamente varoniles. Ya de:sde entonces preludiaba la influencia que
la elevaci6n de sus parientes debia adquirirle poco
despuds.
La famil:ia se componia adem& de otros dos miembros, don J uan Jos6 i don Luis.
Don J u a n Jos6 era el primojknito por la edad; pero estaba miui distante de ser el primero de sus hermanos por I as dotes del espiritu. Parecia que lo que faltaba a1 des,envolvimiento de su intelijencia se habia
com pensad o por el estraordinario desarrollo de sus
fuerzas cor]Dorales. Tenia la contestura i el vigor de un
atleta, i haczia pruebas que 10s h6rcules le habrian
admirado. Sujetaba un carruaje tirado por una robusta mula,,tom6ndolo de la trasera con la mano, i
levantaba E:n el aire con 10s dedos una media docena
de fusiles, itgarr6ndolos por las puntas de las bayonetas. Per0 SI IS fuerzas i su valor eran las Gnicas Calidades que Iiodian estimarse en 61. Era pretensioso sin
talento, pu ntilloso hasta el estremo; tenia vanidad
i tenia enIvidia. Cualquier hombre algo diestro, pic h d o l e SUE malas pasiones, podia convertirle en instrumento, i hacerle obrar contra su propia conveniencia.
En la 6poca a que me refiero, era sarjento mayor
del batall61n de granaderos, residente en Santiago, i
ejercia muc:ho prestijio sobre aquella tropa, que disn persona, i a la cual imponia respeto su
ciplinaba em
arrogante apostura.
Don Lui:;, el menor de todos, comenzaba apenas a
vivir, pued e decirse. Era, sin embargo, capitjn en la
compaiiia cie artilleria, i se manifestaba ya tal cual
L-1-t1- _ _
~ i a u i aue
ser durante todo el curso de su corta exisl
68
LA DICTADURA DE
OHIGGINS
I11
Don Jos6 Miguel desembarc6 en Chile completamente ignorante de la situaci6n de la politica, i sin
ningGn proyecto fijo.
La noche de su llegada a Santiago, despu6s de haber recibido la bienvenida de su familia, i de haber
correspondido a su carifios, se retir6 con don Juan
Jose a descansar en la misma pieza.
Los dos hermanos no durmieron.
Don Juan Jose se pus0 a enterar a don Jos6 Miguel
del estado de las cosas pfiblicas, i le confi6 que 10s
parciales de Rozas le habian apalabrado a 61 i a don
Luis para intentar un golpe de mano contra el congreso, i que se habian comprometido a ejecutarlo.
Don Jos6 Miguel, por la narraci6n truncada de su
hermano, alcanz6 a adivinar algo de lo que habia en
efecto; conoci6 que un gran partido tomaba a 10s Carreras por instrumentos para la realizaci6n de un acto
peligroso; i comprendi6 que las circunstancias, aprovechadas como convenia, podian darle en 10s asuntos
de su patria esa posici6n que venia con Bnimos de
conquistarse. Tenia que regresar en el t6rmino de tres
dias a Valparaiso, i no podia, por consiguiente, recojer 10s datos que necesitaba para arreglar su conducta; per0 rog6 a don Juan Jose que difiriese el cumpli-
C A P ~ T U L O 111
69
70
LA DICTADURA D E O'HIGGINS
En vez de ofrecerle alguna colocaci6n en recompensa de sus servicios, hicieron como ostentaci6n de
su indiferencia para con 61. Dieron oficialmente las
gracias a todos 10s jefes militares que habian intervenido en el movimiento; se las dieron aun a 10s jefes
de la guarnici6n que lo habian apoyado con su prescindencia; i no hicieron otro tanto con Carrera, que
habia sido el principal caudillo, sino en hltimo lugar
i despu6s de varios dias, cuando el agravio habia sido
bien sentido. Quisieron tratarle como a UII ajenle secundario, que hubieran tenido a su sueldo, i todavia
mas, como a un subalterno cuyas pretensiones exajeradas e injustificables convenia rebajar. Como el joven mavor de hGsares no habia ocultado su disgust0
a1 ver que se le hacia a un lado como instrumento
inservible despuks de acertado el golpe, 10s que se
creian sus patronos habian tenido mui a mal esa soberbia que reputaban desmedida, i completamente
injustificada.
IV
Esta apreciaci6n equivocada de la importancia de
Carrera fue una falta mui grave en 10s exaltados; una
torpeza de que bien pronto tuvieron que arrepentirse.
El triunfo decisivo alcanzado sobre antiguos rivales,
a quienes apreciaban tanto mas, cuanto habian esperimentado durante algunos meses lo que valian, 10s
enorgulleci6 demasiado, i 10s sumerji6 en una seguridad imprudente acerca de la estabilidad de su buena
fortuna.
Habian derrocado a1 venerable Ovalle, a1 rijido Infante, a1 cabildo de Santiago, a la mayoria del con-
CAPfTULO 111
71
greso; se hzibian ensefioreado de todos 10s altos puestos del got)ierno; Rozas, su caudillo, habia insurreccionado en su favor la ciudad de Concepci6n i las tropas de la f rontera; jc6mo habian de temer a un reci6n llegadc3 , casi imberbe, todavia sin relaciones personales, qule no tenia mas titulos que su audacia i una
buena hoj a. de servicios en la guerra de Espafia?
El hum0 del incienso que siempre rodea a 10s victoriosos le!5 ofuscaba la vista, i no les permitia ver
claro.
El prestijiio de Carrera se aumentaba, sin embargo, '
por horas. !9u arrojo desplegado el 4 de setiembre, la
colocaci6n en primera linea que habia tornado entre
10s actores de esa jornada, la felicidad que habia coronado su intentona, le habian granjeado en un dia la
reputaci6n i el aura popular que otros se conquistan
en afios.
Su numerosa parentela le acariciaba como a1 orgu110 de su n ombre .
La plebe admiraba en 61 a1 oficial de aire marcial,
de mirada atrevida, de gallarda apostura, que el dia
del movimjiento habia recorrido las calles a1 galope
de su cabal110, dirijihdolo todo, sin atolondrarse por
nada.
La tropa,, donde sus hermanos dominaban, de antemano, le iicataba corno a un valiente que Iiabia combatido en 1;as guerras europeas. El, por su parte, no
se descuida.ba en atraerse a 10s soldados, cuyos cuarteles visitaiba con frecuencia.
Los j 6veines le tomaban por modelo.
Los reali stas abatidos se lo figuraban en medio de
sus afliccioiies tal vez como un Salvador. 2Por que
ese mayor de 10s hiisares de Galicia, que habia es-
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LA DICTADURA DE OHIGGINS
C A P ~ T U L O111
73
Carrer a, no obstante sus resentimientos, simpatizaba has,ta cierto punto con 10s exaltados; participaba
de sus c(mvicciones; estimaba la alta capacidad de algunos dt: ellos, i conocia demasiado 10s muchos recursos c(m que contaban. Don Juan Martinez de Rozas imp(:raba en la provincia de Concepcih, i tenia
bajo sus 6rdenes un ejkrcito.
Su int erEs personal i el de su causa aconsejaban a
don Josi i Miguel que transijiese con 10s. exaltados
mas bieri que intentar el soterrarlos. La lucha era peligrosa; i cualquiera que fuese el resultado, debia
aproveclIlar'a 10s enemigos de la revoluci6n.
pues, dividir el mando con 10s mismos a
Ensag.6,
quienes se lo habia arrebatado, dej6 intact0 el congreso, dcmde 6stos dominaban, i cambi6 solo la junta
ejecutiwa, organizada el 4 de setiembre, por otra de
tres indi viduos. E n esa junta, se reservd un puesto, i
di6 10s c)tros dos a1 doctor Rozas i a don Gaspar Marin, el primerq jefe-reconocido, i el segundo una notabilidad de 10s exaltados.
Como calculaba mui bien que el porvenir de la revoluci6ri era la guerra, i que en adelante el ej6rcito
daria la supremacia, procur6 asegur&rselo,entregando a su hermano don Juan Jos6 la comandancia del
batall6nL de granaderos, i a su hermano don Luis la
brigada de artilleria.
Para dar una prueba de su fidelidad a la causa patribtica, mand6 salir sin tardanza del pais a todos
aquellos; realistas a quienes su anterior reserva habia
envalentonado, hacihdoles concebir esperanzas en
su prote:cci6n. Al mismo tiempo, hizo que se cumpliesen estrictamente cuantos bandos se habiari dictado
contra 1os adversarios del sistema nacional.
1
74
LA DICTADURA DE OHIGCINS
CAPfTULO 111
75
gas que tuvieran un pensamiento propio i una voluntad firme como Rozas i Marin. Aunque en la forma
fuese un triunvirato, puede decirse que el gobierno
era 61 solo. Sin embargo, en esa kpoca solo contaba
veinte i seis afios.
V
La mitad del reino se someti6 a1 imperio de Carrera sin resistencia; per0 el sur, bajo la influencia de
Rozas, tom6 las armas, i se declar6 vengador de ese
congreso que la guarnici6n de la capital habia disue1t 0.
Comenz6 entonces una lucha cuyo resultado era dificil de prever. El caudillo de Santiago i el caudillo
de Concepci6n eran dignos competidores. Ambos eran
categorias de primer orden, i ambos disponian de
fuerzas que poco mas o menos se equilibraban.
Don Josi: Miguel emple6 contra su rival la diplomacia i la guerra. Envi6 a Concepci6n ajentes que
procuraran arreglar sus diferencias con Rozas, i tropas que atajasen sus progresos. Todo aquello fui: una
mezcla de negociaciones i de maniobras militares.
Hub0 mas intrigas, que batallas; mas cAlculos de gabinete, que combates cuerpo a cuerpo.
En esta contienda de astucias, Carrera, ese joven
hGsar de que 10s exaltados no habian querido hacer
mas que un mer0 c a p i t h de motines, venci6 completamente a1 doctor don Juan Martinez de Rozas, el
consumado estadista, el h&bilpolitico, que habia encanecido en la direcci6n de 10s negocios de la colonia.
Despuds de muchas alternativas, de propuestas
76
LA DICTADURA DE OHIGGINS
VI
El vencedor apreciaba denasiado 10s talentcls i la
influencia de su respetable adversario para que estimara prudente su permanencia en el pais, aun cuando estuviera aprisionado. A1 cab0 de algGn tiempo,
Rozas, recibi6 orden de pasar a Mendoza. Se creia necesario para la tranquilidad del estado que las cordilleras estuviesen entre 61 i Chile.
Cuando se encaminaba a1 destierro, el iliistre proscrito se detuvo para descansar en la villa de 10s Andes. Vivia en aquella poblacih un hombre que, como
CAPfTULO 111
71
^I^^
la
78
LA DICTADURA DE OHIGGINS
pueblo, 10s preparativos de guerra contra 10s defensores de la Espafia, habian sido para ellos cosas secundarias.
La idea de un ataque esterior o de una insurrecci6n interior eran riesgos que les ha,bian parecido remotos. .
Apenas si la intentona de Figueroa habia por un
momento despertado sus temores sobre este punto.
Carrera, a diferencia de ellos, trat6 de dirijir la revoluci6n como militar. Vi6 donde estaba el peligro,
i busc6 10s medios de evitarlo. La invasi6n del reino
por las tropas realistas d e l P e r ~fuit s u mayor zozobra,
el objeto de todas sus previsiones.
Esta actitud marcial le hizo dar un empuje mas
vigoroso a la marcha de la politica. Mientras todo se
habia reducido a litijios i discusiones, la conducta de
10s revolucionarios habia sido para la mayor parte
ambigua, poco decisiva, casi enteramente legal. Si
10s delegados del monarca 10s hubieran juzgado por
la significaci6n esterna de sus actos, i no por sus intenciones, todos habrian sido absueltos.
Per0 cuando Carrera principi6 a armar a la naci6n i a prepararla para el combate, las reservas, las
transacciones, 10s subterfujios fueron imposibles. Una
resistencia a mano armada contra 10s ajentes de la
corte era ya un compromiso serio, que dejaba poco
lugar a las disculpas.
Ese es el m6rito de don Jos6 Miguel: haber comprometido la revoluci6n, haberle quitado mucho de la
hipocresia con que comenz6, haberla armado, como
yo decia arriba. Bajo su gobierno, la decisi6n reemplaz6 a la prudencia.
Por su mandato, se reclutaron soldados, se forma-
CAPfTULO 111
7i
VI I
El sistema de Carrera encontraba, sin embargo,
grandes resistencias, i el joven gobernante necesitaba para sostenerse de toda su habilidad.
Su enerjia exasperaba a 10s realistas, i asustaba a1
numeroso bando de 10s timidos i pacatos.
Su triunfo importaba la supremacia de la jente de
guerra, 'i el predominio de la familia de 10s Carrerab
sobre las otras grandes familias del reino. Esos eran
dos crimenes enormes, que no le perdonaban ni 10s
togados, ni 10s aristbcratas. Para reconquistar su
imperio perdido, unos i otros fraguaban con tenacidad la caida del caudillo militar que 10s habia suplan tado.
El clero, aun la parte que habia abrazado las nuevas ideas, le era hostil. No podia tolerarle la conversi6n de 10s conventos en cuarteles, i su estrecha
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LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAP~TULO 111
31
AMUNATEG
CAPfTULO I11
83
aquel momento hicieron j usticia a Carrera, confesando que sus aprestos militares no habian tenido Gnicamente por objeto apoyar su ambici6n. Don Jose
Miguel fui: nombrado por unanimidad jeneral en jefe.
Aquella misma noche hizo 6ste declarar la guerra
a1 son de la retreta, amenazar con la muerte a 10s
que tratasen de estorbarla, plantar en la plaza una
horca, como sefial de que la amenaza no seria vana,
convocar a todas las milicias del pais, i formar lista
de 10s realistas mas pronunciados para decretar su
espatriaci6n.
A las seis de la tarde del siguiente dia, parti6 para
el sur con el c6nsul de 10s Estados Unidos, el capit5n
don Diego Jost: Benavente i una escolta de catorce
hhares.
A las g de la mafiana del 2 de abril, sup0 en el camino que Pareja habia desembarcado, i se habia apoderado de Concepci6n. Carrera continu6 su marcha.
Por donde quiera que pasaba, organizaba tropas,
buscaba pertrechos 'i viveres; i por medio de confinaciones, limpiaba la tierra de sarrucems, como entonces se denominaba a 10s partidarios de Espafia.
A las 8 de la noche del 5 estaba en Talca, i establecia alli su cuartel jeneral.
El 24, el ejkrcito enemigo avanz6 hasta Linares.
El 29, estaba acampado en Yerbas Ruenas, a siete
leguas del rio Maule; per0 a1 amanecer del mismo dia,
fui. sorprendido en ese sitio por una corta divisi6n
patriota, i habria sido completamente destrozado, si
la luz del alba no hubiera venido en su ausilio. La
carnpafia se iniciaba con una victoria; era un buen
agiiero.
No obstante este descalabro, Pareja el 30 de abril,
84
L A DICTADURADE OHIGGINS
estaba a las orillas del Maule, e intentaba atravesarlo; per0 su tropa desalentada rehus6 seguirle.
El I O de mayo, tuvo que emprender la retirada.
El 15, Carrera alcanz6 su retagnardia en la villa de
San Carlos, i se bati6 con ella.
Los realistas continuaron con trabajo la retirada, i
fueron a encerrarse en Chilliin, bajo el mando de don
Juan Francisco Siinchez, que 10s capitaneaba en
reemplazo de Pareja, a quien la fiebre i el pesar tenian
moribundo.
El 25, 10s insurjentes recobraron a Concepci6n, i el
29, a Talcahuano.
Los realistas que por un instante se habian posesionado de la mitad del reino, quedaban reducidos a1
estrecho recinto de una ciudad. Carrera, primer0 por
su previsicin i luego por su actividad, habia salvado
la situaci6n. Si 61 no lo hubiera estorbado con sus
acert adas providencias, 10s espafioles podian haber
llegado sin disparar un tiro hasta la plaza de Santiago.
Impaciente por esterminar las reliquias del ej Brcito
real, antes que le enviasen socorros del Perii, siti6 el
8 de julio a Chill& iiltimo asilo de ellas, i {inico punt o de la provincia de Concepci6n donde tremolaba la
bandera de Castilla. Per0 todo SIX empefio i todo su
coraje se estrellaron en van0 contra aquellas murallas.
Sus soldados sabian combatir contra hombres; mas no
contra 10s elementos.
1.0s realistas se defendieron heroicamente; eran chilenos; per0 tarde o temprano habrian sucumbido, si
no hubiera venido en su ayuda esp terrible invierno
de 1813, que sepultci en las esteyas de la Rusia el mayor ej6rcito de Napole6n el grande. Mientras ellos
peleaban sobre un suelo enjuto, mientras tenian techos donde guarecerse, abrigos contra el viento, ampar0 contra la Iluvia, 10s patriotas marchaban con el
barro hasta las rodillas, el huraciin arrebataba sus
ticndas, la tempestad 10s hostigaba sin tregua ni descanso. La putrefacci6n de 10s cadAveres de amigos i
enemigos, enterrados por rimeros en su campo, infestaba el aire, i envenenaba sus pulmones. La falta de
forraje i el rigor del tiempo habian aniquilado hasta
tal estremo las cabalgaduras, que era mas c6modo caminar a pie antes que sobre aquellas bestias estenuadas.
Para c o h o de desgracia, una bala lanzada por las
baterias de Chillgn cay6 sobre el principal dep6sito
de municiones, las incendi6 todas i caus6 entre 10s
soldados de la patria estragos espantosos.
Sin viveres para alimentarse, sin cartuchos para
cornbatir, sin medios de movilidad, la continuaci6n
del sitio era humanamente imposible. El 7 de agosto,
don Jos6 Miguel Carrera di6 la sefial de la partida a
10s restos gloriosos de su brillante ej6rcito que la
muerte i la deserci6n habian dejado a su lado.
Los realistas se movieron para perseguirlos, e intimaron la rendici6n a esa tropa en retirada, que apenas llevaba tiros en las cartucheras. La contestaci6n
de Carrera fu6 una bravata dictada por la desesperaci6n, i una salva de 21 caiionazos con que salud6 a la
bandera de Chile en torno de la cual se agrupaban sus
compaiieros resueltos a vender caras las vidas, aunque fuese resistiendo cuerpo a cuerpo, ya que las balas les faltaban.
Los espaiioles 10s dejaron partir.
,
85
LA DICTADURA DE OHIGGINS
x
Este descalabro importaba la ruina del jeneral Carrera. Durante su ausencia, sus adversarios politicos
se habian rehecho en la capital, i ejercian grande influencia en el gobierno, Si algo diferia la caida de don
Josi, Miguel, era el prestijio de la victoria. Un rev&
como aquel iba a precipitarla, i a suministrar a sus
6mulos la coyuntura que atisbaban.
La gran popularidad de Carrera se habia moment&neamente menoscabado. En Chile, puede decirse, no
se conocia la guerra sino de oidas. Por primera vez,
esperimentaban sus habitantes 10s males que ocasiona. Las familias tenian muchas desgracias que llorar.
Habian ocurrido enemistades, destierros, muertes.
Las propiedades habian sido taladas por uno i otro
ejQcito. Se habian cobrado contribuciones forzosas
para subvenir a 10s gastos ordinarios del tesoro. Todo
esto se miraba, no como una consecuencia precisa de
la guerra, sino como una culpa del jeneral que la habia declarado i que la dirijia.
Los hombres pacatos de la 6poca se asustaban de
la magnitud de 10s desembolsos que ella orijinaba,
ponian el grito en 10s cielos por el destrozo de sus
haciendas, se horrorizaban por el nGmero de vidas
que costaba la lucha. Para muchos, don Jose Miguel
era el responsable de todos estos desastres.
Parece que aquellos inespertos vecinos se figuraban que las montoneras, las marchas i contramarchas, las batallas no son mas que simples paseos i
correrias que no dejan rastros. Pretendian que la
guerra se hiciera sin persecuciones, sin gastos, sin
87
CAPfTULO 111
muertes. Querian que se pelease sin que nadie derramase lggrimas; que las mieses crecieran bajo las
patas de 10s caballos. Como esa bella ilusi6n de niiios
era irrealizable, Carrera cargaba con la odiosidad de
todos aquellos que la veian desvanecida.
Bajo el predominio de este sentimiento, se renovaban todas las viejas acusaciones que se habian levantad0 contra 61. Se gritaba contra su ambicibn, contra
su encumbramiento debido a las bayonetas, contra
su fanatismo revolucionario que comprometia las cosas demasiado, contra la preponderancia de su familia sobre todas las d e m h , contra su induljencia interesada para con 10s soldados, de quienes, segun se
vociferaba, lo sufria todo a fin de que le sostuvieran.
Estos murmullos impresionaron hasta a 10s miembros de la junta que gobernaba el pais. El reemplazo
de Carrera habria sido el cumplimiento de su voto
mas querido; pero les parecia dem;lqintlo arriescado el
intento de arrebatar un jeneral victorioso a un ejitrcito que habia formado, i que le adoraba.
El mal 6xito del sitio de C h i l l h fu6 lo que envalenton6 a todos 10s adversarios de don Jos6 Miguel.
Los exaltados, que nunca le habian perdonado su
derrota, se aprovecharon de esta circunstancia para
acabar de perderle, i para infundir a la junta gubernativa alientos en contra de 61. En virtud de sus c&balas, la destituci6n de Carrera fuk convenida i definitivamente acordada. Pero, 2 por quiitn reemplazarle?
Si resistia, ~ c 6 m oforzarle a obedecer, cuando 61 se
encontraba a1 frente de tropas adictas, i ellos no las
tenian?
Resolvieron debili tar disimuladamente el ej6rcito
de Carrera, i comenzar a organizar otro distinto en
x-
88
LA DICTADURA DE OHIGGINS
.-
CAPfT'ULO I11
89
CAP~TULOCUARTO
Actitud de don Bernardo OHiggins en la revolucih-Su
gran re:put a c h
mi1itar.-Es nom ado sucesor de Carrera.-Campaiia de 1814.-Convenci6n de Lircai.escontento jeneral que este convenio prod1ice en el
pueblo.-Entrevista de OHiggins i Carrera en Ta1ca.-Proscri pci6n de
don Jose Miguel Carrera.-Movimiento
de 23 de julio de 18r4 capitaneado por k t e . -Lucha de 0Higgins i de Carrera.-Nueva in\rasi6n de
Ossorio.-Reconciliaci6n de OHiggins i de Carrera .-Batalla cle Rancagua.-Emigracibn a Mendoza.
Bx
I
Don Bernardo OHiggins, el sucesor que se! iba a
dar a Carrera, gozaba en aquel momento de unla gran
reputacih militar. Su arrojo i su impetuosidacd e n el
combate le habian hecho conocido en todo el pais. Se
le hacian muchos elojios; no se le dirijia njinguna
censura. Habia llegado a-ese periodo, que no se repite nunca en la vida de 10s hombres p~blicos,en que
son bastante grandes para tener aplaudidores, i no lo
son demasiado para tener enemigos.
Don Bernardo habia abrazado con calor la 1revolu-
92
--_
LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAPfTULO
IV
93
94
LA DICTADURA DE OHIGGIWS
CAPfTULO 1V
95
96
LA DICTADURA DE O'HIGGINS
mente, las fuerzas patriotas se dividieron en dos bandos rivales, orijen en el porvenir de las mas fatales
consecuencias.
El 4 de marzo de 1814, una guerrilla realista aprision6 en Penco Viejo a don Jose Miguel i don Luis
Carrera, que iban de camino para la capital. Esos dos
guerreros de la independencia fueron a sufrir el castigo de su patriotismo en 10s calabozos de Chillan,
donde se les mand6 formar causa como traidores a1
rei.
El 7 del mismo mes, una poblada destituy6 en la
capital a la junta compuesta de Infante, Eyzaguirre
i Cienfuegos, que habia decretado la separaci6n de 10s
Carreras, i concentr6 el mando en un solo individuo
con el titulo de director supremo. Para este cargo,
fuit nombrado el coronel don Francisco de la Lastra.
I11
Entretanto, el aspect0 de la guerra era poco lisonjero para 10s insurjentes.
'
A fines de enero, habia desembarcado en la costa
de Arauco el brigadier espafiol don Gabino Gainza,
que, con refuerzos de tropa i de dinero, venia de Lima a reemplazar a don Juan Francisco Sanchez, i a
dirijir las operaciones de la campaiia.
El nuevo jeneral tom6 la ofensiva con actividad i
empefio; i aunque el 20 de marzo fuit rechazado en el
Membrillar, donde se hallaba atrincherado con una
divisi6n el coronel don Juan Mackenna, sin embargo,
este descalabro estaba superabundantemente compen.
sad0 con la toma de Talca, que habia verificado-el 5
del mismo mes el realista Elorreaga,
97
a a 10s espafioles
pita1 i las tropas
quedaba aislado
rno de Santiago
)unto que acabatropas para que
rarlo, sufri6 una
Cancha- Rayada,
.n de ser infausT a k a permanequedd desguar
:cto de interpola capital, para
)Higins presu-min6 estorbarlo
o era la ruina de
otro se encami:bia ser de aquel
a meridional del
il. Con corta di; per0 .Gainza lo
.d, protejido por
Ica; i OHiggins,
irriente de aquede sus caballos,
Jarnici6n de esa
usilar sin piedad
98
LA DICTADURA DE OHIGGINS
siempre inmediatos; i de cuando en cuando, se s a h daban disparhndose con sus caiiones balas i metralla.
Uno i otro continuaron empefi6,ndose por ganarse la
delantera. Veian demasiado bien que de eso dependia el triunfo.
Gainza logr6 que una divisi6n suya se adelantase
a1 ej6rcito patriota, i le cerrase el paso; per0 un caiioneo bien dirijido por don Jos6 Manuel Borgofiio, i
una valiente carga de caballeria mandada por don
Jos6 Maria Benavente despejaron el camino i lo limpiaron de reaistas. Con esto, OHiggins consigui6 lo
que queria i dej6 a t r j s a1 enemigo. Santiago, i por
consiguiente, Chile, estaban salvados por entonces. Para apoderarse de la capital, como lo habia deseado, el
jeneral espafiol tenia que atravesar por sobre el ej&cito nacional; lo que ciertamente le habria sido mas
costoso que atravesar el Maule.
. Furioso por el malogro de su plan, intenth, sin embargo, obtener por la violencia lo que no habia podido alcanzar por el apresuramiento de las marchas. Se
precipit6 como un desesperado sobre 10s acantonamientos de 10s patriotas en la hacienda de Quechereguas. Durante dos dias; renov6 el ataque i volvi6 a
la carga; per0 todas sus maniobras fueron desbaratadas, todos sus impetus impotentes. Los insurjentes
permanecieron firmes, i no cejaron por un solo instante.
El IO de abril, desist$, en fin, i se retir6 a Talca.
Su ej6rcito estaba aniquilado, i era materialmente
imposible que continuara la campaiia. La marcha que
habia emprendido desde Chillhn lo habia destruido
mas que una derrota. A proporci6n que se habia ido
alejando de las provincias del sur, una deserci6n in-
99
; filas.
batailenos
odo el
tener-
s, i el
ido su
$alist a
:seado
:; per0
encaen t ecentro
1s prora, les
urarse
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de las
eron a
derroyo firii bajo
illyar.
iprenmsejo
onser-
100
-
LA DICTADURA DE OHIGGINS
vaci6n de las autoridades nacionales a la saz6n existentes hasta que las cortes espafiolas decidiesen lo
que debia hacerse, i la evacuaci6n del territorio chileno por el ej6rcito de Lima en el plazo de treinta
dias contados desde la ratificacih del tratado por el
gobierno patrio.
Ni el jeneral Gainza, ni 10s mandatarios chilenos
habian estipulado estas condiciones de buena fe. Ni
una ni otra de las partes contratantes estaban dispuestas a darles cumplimiento.
Para Gainza aquelconvenio era solo un pretest0
mentiroso, un ardid fraguado para retirar con descanso las aniquiladas reliquias de su ejercito a ChillAn, donie pensaba rehacerse para recomenzar la
campafia. Sin este embuste, no podia dar un paso, i
era esterminado dentro de la ciudad de Talca.
Para 10s caudillos insurj entes, era una hipocresia,
una simple suspensi6n de armas con el objeto de
orientarse de la situaci6n de la metrbpoli, i tomar
consejo.
Les habian venido malas, mui malas noticias del
esterior .
La alianza de Inglaterra con Espafia estaba s61idainente afianzada. No habia ya esperanza de que
esa gran potencia favoreciese la insurreccibn de las
colonias, como lo habia aguardado de su egoism0 comercial. Por lo contrario, quizti iba a prestar ayuda
para que fuesen sometidas. Los defensores de Fernando, unidos con 10s ingleses, habian alcanzado en
Vitoria i 10s Pirineos dos triunfos importantes. Todo
presajiaba que 10s franceses serian espulsados de la
Peninsula. iCuiintos ejercitos lanzaria Espafia contra
America el dia que se viese libre de su guerra interior!
ciz~f-ruroI V
~
_-
101
~
arjentinos habian sufrido
Mas a h . L O patriotas
dos grandesj desastres en Vilcapujio i Ayohuma. Gracias a esas (10s victorias, el virrei Abascal iba a encontrarse mkas espedito para contraer su atenci6n a 10s
negocios de Chile.
Los gobernantes divisaron el horizonte cargado de
negros nub;zrrones. Esos signos de una pr6xima tempestad 10s acobardaron. Les falt6 la fe en la justicia
de su causiL, en la protecci6n del cielo, i quisieron una
tregua parat reflexionar con despacio sobre su conduct a delante 4de tantos riesgos como les amenazaban.
2 Continuar fan la revoluci6n? 2 Volverian atr&s?El honor i la coriciencia les aconsejaban lo primero; mas
era necesar io pensarlo.
El trataclo de Lircai no era para ellos sino un descanso que I es era menester para observar bien lo que
habia en re alidad.
Los moti vos justificantes de la conducta del gobierno, eran un secret0 de gabinete, que solo poseian unos
cuantos miignates.
La mayo ria de 10s habitantes no atendia para nada a 10s su(2esos de Europa o del Alto PerG, i s6lo
considerab;z lo que acaecia a su vista en Chile. Esa
ni leiapericjdicos es tranjeros, ni tenia corresponsales
en las nacicmes estrafias. 2 Qui: sabia ella ni de 10s reveses de Vilcapujio i Avohuma, ni de las batallas que
se habian :mpeiiado en Vitoria i 10s Pirineos?
De lo qu e si tenia noticia, era de que Gainza habia
estado casi destrozado, i de que se le habia dejado
102
LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAPfTULO IV
10:
VI
La multitud, despues de haberse limitado en un
principio a invocar el nombre de don Jos6 M i p e l i a
desear su presencia, se pus0 a repetir con toda seguridad, como si lo supiera mui de cierto, que no tardaria en venirse a Santiago para arrojar del gobierno a
10s autores de las capitulaciones de Lircai.
Estaba tan convencida de que este rumor vago tenia un fundamento razonable i serio, que aguardaba
de dia en dia su llegada.
Por una rara casualidad, 10s hechos confirmaron estas locas hablillas del vulgo.
Un articulo del convenio estipulaba la libertad de
todos 10s prisioneros; mas una cl&usula secreta esta-
IO$
L A DICTADVRA DE 01-IIGGINS
CAPfTULO IV
105
106
LA DICTADURA DE OHIGGINS
VI I
El jeneral comunicd a1 director Lastra por un correo estraordinario, i antes de que partiesen, la libertad de 10s Carreras i su marcha para la capital.
El gobierno se sobresaltd casi tanto como si se le
avisara que un ejQcito invasor estaba a las puertas
CAPfTUtO IV
107
108
L A DICTADURA DE OHIGGINS
109
CAPfTULO IV
.
- -
.-
lada en vez de la bandera nacional. Carrera no necesitaba decir sino yo quiero para salvar a la patria, a
sus hermanos, a sus amigos.
Don Jos6 Miguel se dej6 persuadir, i comenz6 a
tramar
la caida de la facci6fi que le era opuesta.
.
Sus incitadores, a pesar de lo halagiieiio de las noticias, no le habian engaiiado. E n pocos dias, todo
estuvo preparado para un golpe de mano. Gan6se la
guarnici6n; todos 10s aprestos quedaron espeditos;
todos 10s papeles fueron repartidos entre 10s que se
habian cornprometido.
Sin embargo, principiaron mal. Don Luis fuit sorprendido, encarcelado, i sometido para ser juzgado a
una comki6n estraordinaria. Don Jos6 Miguel fuit
emplazado por edictos para el 23 de julio a fin de
que viniese a responder a 10s cargos que aparecian
contra 61.
La noche que precedi6 a ese dia, ejecut6 felizmente
el movimiento, se apoder6 del gobierno i de 10s gobernantes, i pudo decir al director Lastra, a tiempo
que 6ste era conducido preso a su presencia:-Aqui
estoi. Dispense usted que no haya respondido mas
pronto a su 1lamado.-Despuks de estas palabras
alusivas a 10s edictos i bandos que contra 61 se habian dictado, orden6 a1 ex-director se retirase en
libertad.
Por lo que toca a 10s d e m h prohombres de la facci6n que derrocaba, desterr6 10s m o s a Mendoza, i
10s otros a sus haciendas.
Para rejir a1 pais, hizo reconocer una junta que
debia constar de 61 mismo, del presbftero don Juliiin Uribe i de don Manuel Muiioz Urzfia.
110
LA DICTADURA D E ~ H I G G I N S
VI11
El triunfo alcanzado por Carrera en la capital no
bastaba para terminar la cuesti6n en su favor. Quedaba todavia por saber cuAl seria la actitud que tomaria el ej6rcito de Talca. Habia en 61 numerosos
partidarios de Carrera; per0 estaba bajo las 6rdenes
de OHiggins, i era hasta cierto punto arrastrado por
el influjo que un jeneral ejerce necesariamente sotre
su tropa.
Carrera intent6 negociar con su rival, i envi6 con
este objeto cerca de 61 varios comisionados; per0 don
Bernard0 desech6 todas las propuestas con terquedad, i declar6 que marchaba sobre Santiago para restablecer el directorio que habia sido derribado.
A este anuncio, la junta se dispuso a defenderse.
Carrera se super6 a si mismo en actividad. En pocos dias, form6, organiz6 i medio disciplin6 un ej6rcito.
El 26 de agosto de 1814, las dos divisiones se batian en lo llanos de Maipo, i 10s reclutas de don Jose
Miguel rechazaban a 10s veteranos de su adversario.
OHiggins, sin embargo, no sali6 del todo deshecho. Estaba preparAndose para tentar de nuevo la
fortuna, i las tropas de Carrera, que habian quedado
duefias del campo, sepultaban 10s muertos i recojian
10s heridos, cuando el sonido de una corneta, instrumento que no se usaba entre nosotros, anunci6 la llegada de un parlamentario espaiiol.
Era 6ste el oficial don Antonio Pasquel, que habia
venido a alguna distancia de la divisi6n de Talca, cal-
CAPfTULO I V
111
112
LA DICTADURA DE O H I G G ~ N S
que no les quedaba otro medio de salvarse que rendirse a discrecibn, porque si no wenian con la espada
i el fuego, a no dejar piedra sobre piedra en 10s pueblos que, sordos a su voz, rehusasen someterseh. Este
insolente mensaj e hizo enmudecer todas las facciones;
acall6 todos 10s resentimientos personales; todos 01vidaron sus injurias para pensar Gnicamente en ladefensa de la patria amenazada.
Delante del peligro comGn, Carrera, aunque vencedor, propuso un avenimiento a OHiggins. Don Bernardo acept6 la reconciliaci6n.
Las dos divisiones que acababan de medir sus fuerzas en 10s llanos de Maipo, se unieron para rechazar
la invasi6n de 10s realistas.
OHiggins i Carrera, para dar ejemplo de concordia
a sus subalternos, se pasearon juntos del brazo por la.
ciudad, vivieron como hermanos en una misma casa,
i dirijieron a sus tropas proclamas firmadas por uno
i otro.
Per0 tal armonia era mas de aparato, que real. A1
siguiente dia de una batalla, es dificil que estrechen
cordialmente la mano soldados que acaban de combatir entre si. Aunque en la superficie apareciese lo
contrario, las heridas del amor propio no se habian
cicatrizado en todos; bajo la mgscara de la cortesia,
el rencor se escondia en mas de un coraz6n. La desmoralizacih de la discordia tenia vencidos a 10s patriotas antes de la derrota del z de octubre.
IX
Entretanto, el ejbrcito del rei distaba solo sesenta
leguas de la capital. Ascendia a cinco mil veteranos
I
CAPf TULO IV
113
--VOL.
x1v.-8
114
LA DICTADURA DE
O' HIGGINS
CAPfTULO
IV
115
I
Como 5;iempre sucede, la desgracia hizo renacer
mas encoIiados que nunca en el pecho de 10s emigrados chiler10s esos odios que por un momento habia
adormecicio el peligro comfin. Jamas las facciones de
Carrera i de OHiggins se habian manifestado tan
enardecidas como se mostraron en ese viaje de la
proscripci 6n.
Son un triste accesorio de las catgstrofes pfiblicas
i privadas; esas recriminaciones que en su desesperaci6n se ar,rojan reciprocamente aquellos que las padecen, aquellos que, en lugar de atacarse, deberian
118
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LA DICTADURA DE OHIGGINS
'fTULO V
119
120
LA DTCTADURADE OHIGC;INS
Las armas i la astucia mas refixidas fueron siempre las dos palancas que San MartinL empled para realizar sus prop6sitos. Como el jener a1 de Maquiavelo,
tenia algo del le6n i algo del zorro. Valientn e instruido como militar, era aun mas h&bilIcomo diplomAtico.
Por temible que fuera en un campcI de batalla, lo era
todavia mucho mas dentro de su g.abinete fraguando
tramoyas, armando celadas, maquiriando ardides para
envolver a sus enemigos.
Con cedor profundo del coraz6n humano, tenia el
arte de escojer sus ajentes, i de hiicer que 10s hombres cooperasen a sus designios, t a1 vez sin que ellos
mismos lo comprendiesen.
En-la politica, na tenia ni conciencia ni moralidad.
Todo lo creia permitide. Para 61, t oldos 10s medios, s;_n
escepcibn, eran-licitos. No retrocec%a ni delante de
lagerfidg, delante del asesinatc1.
Seguia en est0 sin vacilar el sistf :ma de 10s principes italianos de 10s siglos XV i XVI.
Poesia una intelijencia fuerte par.a conccbir 10s planes mas vastos i complicados, una i majinacidn fecund a en recursos, una voluntad persi stente para ejecutarlos. Hombre de c&lculo mas bic3n que de inspiraci6n, todo lo hacia pensado. Procur aba dejar lo menos
que fuera posible a la casualipad. Suando emprendia
la menor cosa, se esforzaba por prt:ver todas las incidencias probables, todos 10s result: idos posibles. Concedia a la raz6n humana un poder inmenso, i no era
fatalista ni en ]as creencias, ni el1 las acciones. Asi,
son admirables la fe i constancia con que llevaba a
ejecuci6n sus proyectos.
Puede decirse que toda la vida piiblica del jeneral
San Martin no es mas que la reali zaci6n de una sola
*
I2 1
C A P ~ T U I Ov
122
LA DICTADURA DE OHIGGIY\JS
En el mes de octubre de 1814, estaba en ese destino, cuando la emigraci6n chilena lleg6 en busca de
hospitalidad i protecci6n.
San Martin no podia contentar a un mismotiempo
a 10s dos bandos rivales en que iba dividida. Nolo
C4PfTULO V
I23
12i
LA DICTADUR 4 DE O H I G G [ S S
bacon mansedumbre semejante arrogancia. La aguantaba tanto menos, cuanto columbraba en don Josh
Miguel un estorbo para sus planes, un competidor
que le disputaria con tenacidad la direcci6n de una
empresa de que habia hecho el suefio dorado de su
vida.
Esos dos hombres no estaban hechos para entenderse. Ni el uno ni el otro reconocian superiores.
OHiggins era mas d6ci1, mas flexible, mas manejable. Se doblegaba mucho mejor que su 6mulo bajo
el imperio de las circunstancias. En vez de aspirar a
ser jeneral en jefe, se avenia a ser simple jeneral de
una divisi6n.
San Martin le ca16de una mirada. Cnmprendi6 a1
instante que se conformaria con ser su segundo, que le
ayudaria con su prestijio i con su brazo, i que nunca pensaria siquiera en hacerle sombra. Era ese el
hombre que necesitaba, el hombre que le convenia.
Desde entonces, fu6 su amigo declarado, i el enemigo implacable de Carrera, que le ofendia con su orgullo, i le hacia competencia con su ambici6n.
No habiendo logrado imponer a don Jos6 Miguel
con su titulo de gobernador, trat6 de someterle por
la fuerza. Para eso congreg6 las tropas del pais, i por
el influjo de OHiggins insurreccjon6 contra el soberbio Carrera una parte de la divisi6n chilena. De
este modo pudo desarmarle, i enviarle con escolta a
Buenos Aires.
IV
Don Josk Miguel no perdi6 el tiempo en la capital
de las provincias arjentinas. No. obstante las perse-
CAPfTULO V
125
cuciones de que fu6 victima muchas veces, no a pesar de su falsa posici6n de proscrito desvalido, no
ces6 un momento de solicitar ausilios para salvar a
su patria de la opresi6n en que yacia, pretendikndo10s ante 10s diversos pers.onajes que sucesivamente
tomaron a su cargo el gobierno arjentino. A fin de
conseguirlos, movi6 toda especie de resortes; acarici6 las pasiones, i se diriji6 a1 convencimiento de
aquellos majistrados; per0 tan vanos fueron sus halagos, como poco escuchados sus argumentos.
Despues de tantos esfuerzos frustrados, cualquiera otro habria desesperado. Don Josh Miguel sinti6
redoblarse su constancia con el mal 6xito de sus pretensiones. Por no haber encontrado amparo en Ruenos Aires, no desconfi6 de ser mas dichoso en otra
parte.
En noviembre de r815, se embarc6 para Estados
Unidos con la esperanza de traer bien pronto de la
estremidad septentrional de Amkrica 10s recursos que
necesitaba para libertar a Chile. No llevaba consigo
mas que su jenio i una cantidad de dinero que se
habria tenido por m6dica para cualquiera especulaci6n mercantil de regular importancia.
V
Hacia la misma 6poca San Martin, cuyo carhcter
no era menos tenaz, comenzaba a organizar un ejercito en Cuyo para realizar su pensamiento favorito,
la consolida- i6n de la independencia en Chile, el aniquilamiento del realism0 en el P e r k
El permiso solo de levantar levas, de hacer 10s preparativos, le habia costado esfuerzos increibles.
126
LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAPfTU'LO
127
San Martin parti6 en seguida con direcci6n a C6rdoba, donde se proponia salir a1 encuentro del director.
En el trayecto, se le present6 'su emisario que le
traia la respuesta de 10s amigos de Buenos Aires. El
objeto de su comisi6n se habia llenado completamente.
San Martin le escuch6, i continu6 su carrera hasta
C6rdoba.
.
A poco de haber llegado, hizo tambi6n su entrada
en la ciudad don Juan Martin Pueirred6n. Desde las
cinco de la tarde hasta la una de la noche, el presidente i el jeneral tuvieron una larga conferencia. A1
salir de ella, Pueirredbn estaba conforme con que se
llevase a1 cab0 la espedici6n de Chile.
Nunca se ha sabido de un modo positivo c u d fu6
el irreplicable argument0 que emple6 San Martin para convencerle; per0 entonces se susurr6 por lo bajo
que, entre otras razones, le habia indicado que si no
se convenian, corria riesgo de ser asesinado antes de
alcanzar a la posta vecina.
San Martin regres6 a Mendoza con la autorizaci6n
del director para preparar la espedici6n. Desde ese
momento, se dedic6. con tes6n a la organizaci6n i
disciplina del ejercito. El gobierno central solo le
a p d 6 con ausilios casi insignificantes. Lo sac6 todo,
hombres i pertrechos, de las tres provincias de Cuyo,
Mendoza, San Juan i San Luis. Quien conozca la PObreza de esas comarcas, ese solo sabr5 apreciar en su
justo valor 10s talentos i la actividad de San Martin.
Con 10s escasos elementos que ellas le proporcionaban, levant6 un ejQcito de cuatro mil hombres, bien
armados i equipados.
128
LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAP~TULOv
129
XIV.-
130
LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAPfTULO V
131
CAP~TULOSESTO
Abandon0 de la capital de Chile por 10s realistas.-Elecci6n
de don Jose
San Martin para director supremo, i s u renuncia de este cargo.-Elecci6n de don Bernard0 OHiggins para el mismo ernp1eo.-Primer
ministerio de Oipgins.-La
Lojia Lautarina.-Politica
inflexible adoptada
por el gobierno.-Medidas fisca1es.- Ejecuci6n de don Manuel 1mas.Ejecucibn de San Bruno i Villa1obos.-- Nombramiento del jeneral nrjenti
no don Hilari6n de la Quintana para director delegado, i descontento
que produce.-Nornbramiento de una junta en reemplazo del gobernant e anterior.-Nombramiento de don Luis de la Cruz para director delegado.-Creaci6n de la Lejidn de Mdrito.-Proclamaci6n de la independencia
de Chile.-CampaAa de 1817contra 10s realistas del sur.-Campafia de
1818 contra el ejercito deOssorio.
134
LA DICTADURA DE O'HLGGINS
iI.
'
La proclamaci6n d(
viduos fu6 el titulo pr
136
LA DICTADGRA DE OHIGGINS
~~
~~~
I11
OHiggins inmediatamente organiz6 su ministerio,
que dividi6 E:n tres departamentos, a saber, el de gobierno i relacicm e s esteriores, el de guerra i el de hacielzda.
Los dos pri meros fueron encomendados a don Miguel Zafiartu i a don Josit Ignacio Zenteno. Zafiartu se
hizo tambiitn cargo del de hacienda, que no fu6 dado
sin0 algunos Ineses mas tarde a don Hip6lito Villegas.
138
LA DICTADURA DE OHICGINS
Zenteno se habia comprometido por la causa nacional; per0 antes de la emigracibn, no habia ocupado
un puesto de primera linea. En Mendoza, San Martin
le habia nombrado oficial de su secretaria. Los dos se
habian entendido. Zenteno tenia una cabeza organizadora, i era infatigable para el trabajo. El gobernador de Cuyo, prendado de la intelijencia con que le
comprendia, i de la laboriosidad con que ejecutaba
sus disposiciones, no habia tardado en hacerle su secretario.
La parte que Zenteno habia tomado en la formaci6n del ejkrcito de 10s Andes, habia sido importantisima. Era 61 quien habia dirijido esos mil pormenores
indispensables para el arreglo i la disciplina de la
tropa, i cuya minuciosidad i multiplicidad piden una
contracci6n i un empefio dificiles de encontrar.
En el ministerio de la guerra, iba a continuar las
mismas tareas, que en la secretaria de Mendoza, tareas
que sin descanso soport6 durante afios, i que a otros
10s habrian rendido en unos cuantos meses.
Zaiiartu era un hombre apasionado, de bastante
habilidad, de carActer firme i decidido, de sentimientos profundos, que cuando aborrecia, aborrecia de
muerte, i cuando amaba, era con exaltaci6n. El odio
contra 10s Carreras era en 61 una pasi6n.
En 1813, habia sido en Concepci6n, sino el caudillo, a1 menos el orador fogoso i audaz de la -facci6n
que habia combatido contra don Josk Miguel. En esa
ocasibn, habia desplegado un atrevimiento a1 cual nada habia intimidado, ni el prestijio de Carrera, ni el
fanatismo del ejkrcito por su jeneral. Esta conducta
debi6 de ser a 10s ojos de OHiggins uno de sus prin-
2APfTULO V I
139
140
LA D1CTA')UR.i D E O'HIGGINS
IV
Desde 10s primeros dias de su establecimiento, dej6se conocer cuAl seria el programa del gobierno que
debia su elecci6n a1 triunfo de Chacabuco.
Asegurar a toda costa la independencia de Chile
era su principal objeto, francamente confesado.
Para conseguirlo, estimaba necesarias particularmente dos cosas: crear i conservar en el partido revolucionario la mas absoluta unidad de miras bajo
la disciplina mas severa; i abatir moralmente, aterrorizar a 10s realistas.
Todo lo consideraba perdido si, como antes de la
batalla de Rancagua, la divisi6n se introdccia entre
10s patriotas. Creia casi infructuosas las ventajas militares, mientras los realistas SA atreviesen a confesarse tales, i a tener el'descaro de su opini6n.
Estaba dispuesto a emplear toda clase de medios
para alcanzar esos dos resultados. Est0 esplica el encarnizamiento con que se pus0 a perseguir a 10s carrerinos, i el rigor de las represalias que tom6 contra
10s adictos a Espaiia.
El gobernador de Mendoza, Luzurriaga, recibi6 orden de detener a cuantos no llevasen el competente
pasaporte. La cordillera debia servir de atajo a todos
10s amigos decididos de Carrera, aun cuando ofrecieran sus servicios, aun cuando no hubiera sospechas
contra ellos.
Los que estaban en Chile fueron vijilados casi de
vista.
Todas las medidas preventivas se juzgaban licitas
para impedir la mas remota posibilidad de anarquia.
CA:PfTULO VI
141
El gobierno era tanto rnas estricto en sus precauciones, cuanto que don Jo s6 Miguel habia arribado por
aquel entonces a1 rio d e la Plata con una espedici6n
de 10s Estados Unidos. Su proximidad sola se consideraba como el amago (le un gran peligro.
La persecuci6n de 1(1s realistas fuit todavia mas
dura i tenaz. Las congc)jas que entonces debieron soportar, fueron sin dud: 1 espantosas, i dejaron compensadas las que ellos, durante la reconquista, hicieron sufrir a 10s patriot: IS.
NingGn espaiiol, ning tin americano tachado de godo
podia andar por la call1e despuks del toque de oraciones, so pena de ser fusjdado en el acto.
Estaban conminados con elmismo castigo, si se
reunian en ntimero de tres, bien fuese en su casa, o
en cualquiera otra parite.
Otro bando orden6 (p e todo individuo que hubierarecibido boleto de calificacih del tribunal de infidencia establecido por Ossorio, fuese a entregarlo a1
ministro de gobierno eri el titrmino de cuarenta i ocho
horas.
Esta penitencia era 1terrible. El decreto callaba el
fin de tal disposich, cle modo que el paciente, cuando habia presentado el documento, que podia acarrearle quiitn sabe quit castigo, quedaba sujeto a la
angustia mas dolorosa, ignorando cuAl seria su suerte.
A imitaci6n de 10s Espafioles, se cre6 tambikn una
junta de calificacibn. 1rod0 el que, en el plazo de dos
meses, no hubiera just ificado ser patriota, era declarado sin opci6n a emplleos ptiblicos i perdia el que tuviera.
Algunos destierros, entrelos cuales se enumer6 el
del obispo Rodriguez, convencieron a todo el mundo
142
LA DICTADURA DE O'HIGGINS
V
A1 mismo tiempo que se dictaban estos rigurosos
decretos. se reowanizaba
el ejkrcito a toda prisa. Se
"
hacian levas, se disciplinaban trc3pas, se aprestaban
armas i municiones.
Todos temian por dias la invar:;i6n. Nadie se lisonjeaba de que la guerra estuviese terminada.
Mas 10s preparativos bklicos exijen dinero, i el erario estaba escueto. Los vencedorces de Chacabuco no
habian traido mas riquezas, que las que habian llevado a la inmigraci6n: sus espad: is. Las cajas del tesoro estaban casi vacias. A1 enemj[go, solo se le habian
tomado setenta i cinco mil seteci.entos diez pesos. El
gobierno de la reconquista habia dejado el reino agotado, habia saqueado la haciend;I, de 10s patriotas, i
habia arrancado a las familias enipobrecidas las contribuciones, puede decirse, con la, punta de las bayonetas.
Habia, entretanto, que sosten er una guerra inevitable i sagrada, que mantener u n ejkrcito, que proveer a la salvaci6n del pais. &Quehacer en tales apuros? En pocos dias, i entre dc1s campaiias, no se
improvisa un sistema de rentas.
No habia mas arbitrio que ob1ligar a 10s particulares tildados de realistas a satisfac:er con sus caudales
10s gastos de la guerra i de la adniinistraci6n.
No retrocedi6 el gobierno delanIte de una providenniin
yu.. ;iictifin,hqn 1 3 n n r a c i r l c l r l i 10s resentimientos
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CAPfTULO
VI
143
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gua, habian abusado de las confiscaciones i secuestros; eran ellos 10s qut3 hahian empobrecido el reino
con las rapiiias de 10s1 talavevas, i 10s que no habian
dejado otro camino de salvaci6n a 10s insurjentes en
la escasez del erario i el agotamiento de todas las
fuentes de la riqueza piiblica.
Por otra parte, la r epfiblica, comci hija honrada i
heredcra celosa por la reputacibn de sus primojenitores, ha reconocido toda s las deudas de esa especie que
podian acreditarse de un modo lejitimo, i las pagarii
144
LA DICTADURA DE OHIGGINS
C A P f T U t O If1
i45
AMUNATEGUL-VOL.
XIV.-IO
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LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAPfTULO V I
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148
LA DICTADURA DE OHIGGINS
Vi1
149
CAP~TULOVI
que San Martin era su verdadero soberano, i OHiggins i Pueirredh, colegas que le estaban subordinados.
En estas hablillas, habia muclio de cierto. San Martin, con el buen 6xito de su empresa, habia adquirido
una fama i una influencia incalculables de este i del
otro lado de la cordillera. En esta i en aquella comarca, su voluntad pesaba mucho en la direcci6n de 10s
negocios. Poco despu6s del 112 de febrero, habia realizado un rjpido viaje a Ruenos Aires, probablemente
para afianzar por la diplomacia su supremacia en
aquel gabinete como en Chile la habia afianzado por
la victoria.
Esta injerencia del jeneral arjentino en el gobierno,
que era inevitable, per0 quiz6 demasiado absoluta,
heria a 10s habitantes en las delicp-dezas del amor propio. No soportaban con paciencia esta especie de vasallaje, i echaban sobre OHiggins la responsabilidad
de aquella deferencia que, en su orgullo de chilenos,
calificaban de escesiva.
La acusaci6n era injusta. Don Bernard0 se veia
arrastrado por las exijencias de su posici6n, tenia que
mostrarse condescendiente con aliados de quienes
necesitaba para asegurar la emancipaci6n del pais,
que habian prestado grandes servicios, i que estaban
prontos a prestar otros no menbres.
Per0 el espiritu de partido no admitia estas escusas, i prcsentaba la adhcsi6n de ONiggins a Sail Martin, no como una consecuencia prccisa de !as circunstancias, sino como el pago de sus despaclios de clirector. Se propalaba que el cnbildo nbievto del 16 de febrero no habia sido mas que una pura farsa; que el
.
nommamient. o ae,u-niggins
uema uatarse en ivien1
- A I T T .
m r
150
LA DICTADUIIA
DE OIIIGGINS
VIII
Por desgracia, aquel inilitar estaba mui distantt:de
ser hombre aparente para desvanecer las preventciones del, p-itblico.
Como la mayor parte de 10s oficiales del ejitrc:it o
de 10s Andes. se mostraba soberbio por los servic30s
prestados i la importancia de su posici6n en una tierra que acababa de salvar del yugo tirAnico de la 1metr6poli. Sus pretensiones eran exorbitantes; desmc:didas las consideraciones que exijian, tanto (11, cc)mo
casi todos sus d e m k camaradas.
A la aspereza de su orgullo, se afiadia la tosquecjad
U VI
C lL P ~ T LO
151
'
152
LA DICTADURA DE OHIGGIXS
C A P ~ T U L OVI
163
tario, todo negoci ante i todo poseedor de censos cediese a la patria, .una vez en- principios de cada aho,
el uno por ciento de su capital o del valor calculado
de sus propiedader j rGsticas i urbanas.
Desgraciadamerite la junta no tuvo tiempo de hacer poner en prA c t k a el equitativo plan de contribuciones que hab ia acordado.
Ella misina pid i6 a1 director OHiggins que concentrase todo e l ,poder en una sola persona para
conseguir la activjidad en las resoluciones, i la rapi. dez en la ejecuci6n, que demandaban las circunstancias del estado. D on Bernardo, reconociendo la conveniencia de esta :jolicitud, mand6 que don Luis de
la Cruz resumiese todo el mando.
E1 16 de diciemlh e , recibi6 cymplimiento esta decisi6n suprema.
. Las peripecias dle la campaha que se abri6 inmediatamente, impid.ieron a1 delegado hacer ejecutar el
proyecto que 61 mismo habia concebido en unidn de
sus otros dos cole$;as.
Per0 antes de rf :latar las alternativas i 10s principales resultados de la guerra, .voi a hablar de dos
cklebres c importantes disposiciones que promulg6 el
director supremo (lurante su permanencia en las provincias del sur. E1s la una la ereaci6n de la Zeji6.n de
w&ito, i la otra la pYoclawacidPt de la independencia
de Chile.
La primera es la1 revelacih del sistema politico de
OHiggins, i la segunda, puede decirse, la partida de
154
-"
__
LA DICTADURA DE O'HIGGINS
-1-1_"
C A P ~ T U L O VI
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156
LA DICTADURA DE OHIGGINS
C A P ~ T U L O VI
157
ba como inservil:)les; pero 10s brigadieres, 10s coroneles, 10s individuc1s del ejkrcito que darian la independencia a1 pais, formaban el cortejo forzoso de un
presidente vita11icio, que alegaria titulos semejantes
para ocupar ese encumb r ado pu est 0 .
La creaci6n d e la Zeji6n de me'vito era una medid:!
preparatoria palra realizar mas tarde la otra idea que
habia de complc:tarla. Existia la base; faltaba la ciispide.
El 12 de setiembre de 1817, se verific6 en Concepci6n la instalacicin solemne de la nueva orden.
XI
Desde la victcwia de Chacabuco la firoclamacidn de
la iutdefieutdenmia era una exijencia del ptiblico, un
prop6sito firme i decidido de 10s gobernantes.
Esta franque'za sobre el fin que se proponian 10s
patriotas es un rasgo caracteristico del period0 revoIucionario que c:omen26 en 1817. Antes de entonces,
la idea estaba en muchas cabezas; algunas voces
valerosas habia n pedido su realizaci6n abiertamente;
rliversos actos de 10s gobernan!es n o podian tener
mas significado que el de una emancipaci6n resuelta.
Per0 era 6ste un deseo en las almas, que no se espresaba clararnente por palabras. El nombre de
Fernando VI1 t;e levantaba siempre en todos 10s documintos ofici:des como una especie de pararrayo
contra la c61ei-a de la metrbpoli, como una precauci6n de prudenicia contra las eventualidades de la
suerte i 10s pelig;ros del porvenir.
Mas despues (le1 12 de: febrero de 1817,los insurjen-
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LA DICTADURA DE OHIGGTNS
160
LA DTCTADURA DE OHIGGINS
C IPfTdLO
161
VI
_ _ _ _ _ ~
XI11
AcababaiI 10s patriotas de sufrir este descalabro delante de Ta.lcahuano, cuando lleg6 la noticia de que
una espedici6n invasora a1 mando del jeneral Ossorio
estaba pr6x:imo a zarpar de 10s puertos del Perti.
San Mart in, que a este tiempo se hallaba disciplinando un e.jkrcito en la hacienda de las Tablas, inmediata a Val.paraiso, convino con OHiggins en que
6ste levant: ise el sitio de Talcahuano, i en concentrar
ambos sus fuerzas para resistir a1 enemigo con toda
.la masa de c;us tropas, dondequiera que se presentase.
En conformidad a este plan, 10s dos jenerales, en
10s primerc)s dias de marzo de 1818, efectuaron en
San Fernan do la reuni6n de sus respectivas divisioAMUNATEGUI.-VOL.
XIV.-11
162
LA DICTADURA DE OHTGGINE
C A P ~ T U L OV I
163
XIV
A1 anochect:r del dia 21, principi6 a difundirse por
Santiago la n oticia de este desastre.
Desde luegc3 , fu6 un rumor vago, que nadie acertaba a decir de d6nde habia salido, i que rehusaban
creer 10s que se habian cornprometido por la revoluci6n.
!-En seguida, fui. una voz jeneral, que aterr6 a 10s
habitantes. ' hTo cabia duda. Habia llegado un oficial
,fujitivo que 1:odos nombraban, i que en dos dias habia recorridoI las ochentas leguas que median entre
la capital i Tiaka.
Aquel testiio; ocular traia la noticia del fatal suceSO. El lo habi a visto, i relataba todos sus pormenores.
Habian venlido t a m b i h otros; pero mas discretos i
precavidos, f labian comunicado la desgracia a mui
pocos, i se ha.bian ocultado para entregarse a la desesperaci6n ein silencio. Mas tarde, cuando San Martin entr6 a S antiago, castig6 la imprudencia disculpable del prirnero, separiindole del ej 6rcito.
Enpocos I-nomentos, un temor contajioso e irreflexivo se apc)der6 de todos, de 10s gobernantes i de
10s ciudadancIS. Casi todos desesperaron de la salvaci6n de la pat ria. Pensaron en huir, i no en defender-
_- 1 6 t
LA DICTADURA DE OHTGGINS
--
CAPflULO VI
165
El 26 de marzo, habia yf areunidos cuatro mil hombres. El suceso de Canc ha-Rayada habia sido en
realidad, no una derrota, sin0 una dispersi6n. LasHeras i otros jefes habia.n conservado en orden diversos cuerpos del ejkrcit 0, que proporcionaban una
base respetable.
Por otra parte, la victc)ria habia sido mui costosa
para Ossorio, i su jente hEibia quedado bastante maltratada.
166
LA DICTADURA DE OHTGGINS
I
En novjiernbre de 1815, es decir, poco m5s o m h o s
a la 6 p xt en que su 6mulo O'Higgins prestaba en
Mendoza su activa cooperacih a San Martin para
comenzar a organizar el ej6rcito libertador, don Jos6
Miguel Carrera se hacia a la vela en el bergantin Espedici6n d.e Buenos Aires para el puerto de Baltimore.
Habia dlesesperado de proporcionarse en las provincias a r j m tinas 10s ausilios necesarios para la restauraci6n de su patria, i corria a sacarlos de 10s Estados
Unidos. I'ara realizar este viaje aventurado, habia
puesto en contribuci6n el bolsillo de sus amigos, ha-
168
LA DICTADURA DE OHIGGINS
bia vendido cuanta prenda preciosa poseia i em)efiado las alhajas de su mujer. Con estas trazas, f labia
logrado reunir doce mil quinientos pesos i quinicmtos
noventa i tres marcos de plata en barra: pequeii a suma, que un comerciante no habria considerado Suficiente para una especulaci6n de regular importa ncia,
per0 que it1 juzgaba tal para equipar una escua(lrilla
capaz de imponer a 10s realistas de Chile.
Para llevar adelante su pensamiento, habia patsado
por toda especie de sacrificios. Baste decir que dejaba en una tierra estrafia, confiada a la Divina Providencia i a la protecci6n de algunos fieles partid: irios,
la existencia de una esposa joven i bella a quien amaba, i de dos tiernas nifias que dormian todavia en la
cuna.
I1
El 17 de enero de 1816, arrib6 felizmente a1 p rxerto
de Baltimore. Tenia a la vista la poderosa RepBiblica
del Norte, la tierra deseada donde esperaba hall:xr 10s
elementos presisos para la salvaci6n de su pais riatal.
Sin embargo, no conocia siquiera el idioma del pueblo cuyo amparo venia a implorar; i entre todo: ; esos.
ciudadanos de la democracia americana con 10s c uales
debia congraciarse, solo contaba dos aniigos. Eran
6stos el comodoro Porter, cuyo afecto se habia 1=anado en un viaje que el noble marino habia hecho E1 Chile, i Mr. Joel Robert Poinset, aquel ajente diplo mAtico de 10s pstados Unidos que habia sido su cons;ejero
i le habia acompafiado en la campafia de 1813.
De la rada de Baltimore, Carrera escribi6 a1L Glti-
CAP~TULO VII
169
anunci5ndole su llegada i comunicAndole sus proyectos. Poi nsett le contest6 que el momento era mui
oportuno; que el Presidente pensaba consultar a1
congreso sobre la conducta que deberia observarse
con 10s ins urjentes hispano-americanos; i que este
cuerpo estal3a entusiasmadisimo en favor de la emancipaci6n de! las colonias espaiiolas.
Con esta noticia, don Josi: Miguel se apresur6 a pasar a Wash ington, donde se cercior6 por si niismo de
las buenas disposiciones que abrigaban por la causa
de 13 indep endencia 10s gobernantes i ciudadanos de
la Uni6n.
,411i trabti in mediatamente relaciones mui estrechas
con Monroe, en aquel momento ministro de estado i
que iba a SIer poco despuks presidente de la confederacion, quien le alent6 para lievar a efecto sa empresa.
1110
I11
En aquellas circunstancias, 10s Estados Unidos servian de asillo a muchos de 10s oficiales de Napole6n I,
a quienes 1:I caida del emperador habia obligado a salir de Franc5a. El jeneral chileno se pus0 en relaciones con muchos de ellos, a fin de persuadirles que
cambi asen un ocio molesto para aquellos hombres de
guerra por las campahas de la libertad en Chile. 5e
hizo amigo con Josi: Bonaparte, con 10s mariscales
Clause1 i G rouchy, con el jeneral Brayer. Todos estos
l e dieron F)lanes i consejos; Brayer se comprometi6
ademas ;t a compaiiarle.
Carrera, que habia ido sabiendo dnicamente el cas-
170
LA DICTADURA DE OHIZ;G!NC Y
cilrf-ruro VI1
171
IV
Cuando Carrera tuvo la certidumbre de que iba a
conseguir una escuadrilla, alist6 treinta oficiales ingleses i framceses, algunos de mkrito distinguido, cornpr6 una g ran cantidad de armas, e hizo todos 10s
aprestos q ue crey6 precisos para levantar un ejercito
en cualqujer punto de la costa chilena donde desembarcase.
Como si contara con el triunfo, no se limit6 a trasport ar en sus naves un cuadro de militaresi un cargamento cle fusiles. Pensando, no solo en la destrucci6n, sin0 tambittn en la reedificacibn, contrat6 i condujo a1 miism0 tiempo un cierto nlimero de sabios, artistas i ar'tesanos. Una docena de tales personas, repetia, vale: mas para Chile, que un ejttrcito. Con oficiales, pueden formarse tropas en cualquiera parte; per0
10s mec%nicos no se forman con sarjentos instructores.
%ria di ficil imajinarse todos 10s obstAculos que tuvo que su perar, todos 10s trabajos que tuvo,que tomarse par'a poner su espedici6n en estado de partir.
No obst ante la habilitaci6n de Darcy i Didier, tenia todaviia por su parte que hacer frente a una multitud de gastos. Para eso, le faltaban 10s medios
absolutamiente. No hallaba como proporcionarse fondos Estaba ya para venirse; todo estaba costeado i
preparado i sin embargo, no podia moverse, porque
no tenia clinero con qui: atender a las necesidades del
1;
172
LA DICTADURA DE O'HIGGINS
CAPfTUT-0 VI1
173
nocido i sin dinero, se relacion6 con 10s mas encumbrados personajes, i organiz6 una escuadrilla bien
tripulada i pertrech ada.
V
El 26 de novieml:Ire de 1816, sali6 de Baltimore a
bordo de la corbeta Clifton. La escuna Davei, 10s bergantines Salvaje i 1?ejente i la fragata Jeneral Scott,
(asi se llamaban 10s otros barcos de la espedici6n) debian seguirle sucesivamente, i en el orden en que 10s
dejo enumerados.
El 9 de febrero dlel aiio siguiente, arrib6 la Clifton
a Buenos Aires.
Sin pkrdida de t iempo, desembarc6 don Jos6 Mip e l , i fuit a poners e a las 6rdenes de Pueirredhn.
Su objeto, a1 hacer escala en aquel puerto, era el de
orientarse del estadlo de la guerra, i combinar sus movimientos con 10s del ejbrcito que sabia se estaba
organizando en Me1idoza.
El director de 1,a RepGblica Arjentina le recibi6
con cortesia i bene1d e n c i a ; le anunci6 que en aquel
momento las tropas de San Martin debian estar atravesando la cordiller a; le dijo que ese jeneral llevaba
orden de hacer pr oclamar a OHiggins director supremo; le confes6 con sinceridad que, en aquellas circunst ancias, estimaria funestisima la presencia de su
interlocutor en Chi:le; a su juicio, la antigua rivalidad de don Josit M iguel con OHiggins, i las desavenencias mas recienltes que el primero- habia tenido
con San Martin, le cerraban por entonces la entrada
de la patria; conclu y6 proponikndole que cediese la
174
LA CICTADURA DE OHIGGINS
175
CiIPfTULO VI1
causa de la emancipac i6n con el destrozo de una fuerza naval que podia sei- mui provechosa; i manifest6
el aprieto en que semejante medida le ponia, obliggndole a faltar a sus conipromisos con 10s armadores i con las personas que habia traido de la otra estremidad de America, confiadas en su buena fe.
Todas ?us represent aciones fueron palabras arrojadas a1 viento. Carrera no tenia como resistir, i se
vi6 precisado a ceder.
Los pasajeros de la Clifton i de la escuna Davei,
que en el interval0 ha.bia tambi6n llegado, recibieron
orden de desembarca r.
El gobierno ha'-ia 1x-ometido pagar el costo de la
manutenci6n cn tierr: t de aquellos voluntarios estranjeros. Era eso justo, 1pues era 61 quien estorbaba a1
jefe de la espedici6n ximplirles las proniesas que les,
habia hecho.
Carrera se apresurC1 a hacer 10s honores del recibimiento a 10s compafic3ros que habia conducido. Los
aloj6 i aliment6 lo m ejor que pudo. En poco tiempo
gast6 mil quinientos .pesos para satisfacer las necesidades mas premiosas; de sus hukspedes; con lo que
pus0 fin a todos sus .recursos.
En cumplimiento cie lo comprometido, pidi6 entonces a1 director que 01rdenase librarle contra las arcas
nacionales el alcance' de aquel desembolso. Pueirrediin respondi6 con una negativa formal a esta petici6n.
Esto pus0 el colnno a la exasperaci6n de Carrera;
. .
nn
per0 su mala estrella (l"n':"
ni a q u i h demandair
+rrcr;ncn
Pl",-lln1-'I
176
LA DICTADURA DE O~HIGGINS
VI
En el interin, fonde6 en el puerto el bemrgantin Salvaje. Su capitgn i sobrecargo exijieron del capitgn
Ilavy de la Clifton que se escapase con s,u corbeta, i
se marchase en uni6n del Salvaje a las ccs t a s de Chile, para cumplir el convenio que habian ajustado en
Norte Ambrica.
Davy, que ya se habia puesto a disl3osici6n del
director, rehus6 convenir en lo que le pr oponian. De
aqui se orijin6 entre ellos una disputa b(astante acalorada.
El gobierno no t a d 6 en tener conocimiento de las
pretensiones del c a p i t h del Salvaje, i de lo que ocurria en la escuadrilla.
_ _ _ _ _ _ _ _ 1,s__
Entre 10s oficiales franceses, venia un cormel
vavsse. Carrera le habia encontrado en Nueva York
arruinado i sin tener como vivir. Lavaysse le habia
manifestado su cruel situacibn, i le habia rogado que
le trajese consigo. Habia obtenido sin trabaio aue
sus stiplicas fueran acojidas, i se hzibia venido en la
corbeta Clifton.
Cuando por orden del director h
espedicionarios a tierra, don Jos6 &L15uLl llaula l l v J pedado a este individuo en la propia casa de su hermana doiia Javiera, donde habia sido tratado con
toda especie de consideraciones.
Mas aquel hombre ingrato i desleal, viendo que el
proyecto de su bienhechor podia darse por frustrado,
entr6 en negociaciones con Pueirredbn, se asegur6 un
grado en el ejhrcito, i delat6 la contienda de 10s ca'J
CAPfTULO VrI
1il
XIV. -I
178
LA DICTADURA DE OHIGGI:NS
C A P ~ T U L OVII
lis
CAP~TULOOCTAVO
Exasperaci6n cle 10s carrerinos inmigrados en las provincias arjentinasTertulia que tenian en casa de doiia Javiera Carrera.-Proyectos
de
conspiraci6nL contra el gobierno de 0Higgins.-Viaje
de don Luis Carrera para Chi1e.-Su
prisi6n en Mendoza.-Prisi6n de don Juan Felipe
CBrdenas, ccImpafiero de don Luis, en San Juan.-Viaje
de don Juan
Jose Carrera .-Su prisi6n en la posta de la Barranquita, provincia de
San Luis.-: Proceso que se sigue a 10s dos hermanos i sus c6mplices.Anhelo de don Juan Jose por encerrarse en la vida dom6stica.-Trabajos de 10s dos hermanos para fugarse de la cBrce1.-Don
Luis forma el
proyecto, nc) solo de escaparse, sino tambien de derribar a las autoridades
de Mendoza para proporcionarse ausilios con qu6 pasar a Chile.-Este
plan es der1unciado a1 intrndente Luzurriaga, quien lo estorba a1 tiempo
de irse a eiecutar.-Jenerosidad d e don Luis.-Defensa que hace en fa
que inspiran 10s dos
vor delos 2Lrreras don Manuel Novoa.-Temores
Carreras a 1;8s autoridades mendocinas a consecuencia del desastre de
Cancha-Rayrada.--Determinaci6n que toma San Martin contra estos dos
adversarios con motivo del mismo suceso.-Procedimientos estraordinarios que se 5jiguen para sentenciar a 10s Carreras.-Ejecuci6n de don Juan
Jose i don I,uis Carrera. -0ficio de San Martin i OHiggins en favor de
estos dos j6venes.-Conductacruel del hltimo con el padre de 10s Carreras.
1
I
La persecuci6n i el infortunio, como era natural,
tenian des;pechados a 10s Carreras i a cuantos se habian ligad o a su suerte.
1 QO
I1
La mayor parte de 10s carrerinos que residian en
Buenos Aires, se reunian con don Juan Jos6 i don
Luis en casa de doiia Javiera. Esta tertulia era, pue-
C A P ~ T U L OVIII
183
184
LA DICTADCRA DE OHIGGINS
En vez de referir 10s corresponsales lo que la pasi6n les impedia ver, una de sus cartas prometia
veintifm mil pesos para tramar una conspiracih;
otra anunciaba que tal potentado, poco antes enemigo de 10s Carreras, se hallaba dispuestisimo en su favor, i habia quebrado enteramente con BHiggins;,
otra, que tal oficial superior estaba disgustado con el
gobierno. El uno ofrecia su brazo; el otro, su caudal;
aquel echaba en rostro a sus antiguos caudillos la
inercia vergonzosa que 10s mantenia en una tierra
estraiia mano sobre mano; irste les suplicaba que salvasen a sus partidarios i a Chile.
Casi todos 10s proscritos de Buenos Aires daban
asenso a estas noticias lisonjeras, por la misma causa que inducia a sus corresponsales a trasmitirlas
como ciertas. Estaban impacientes por salir de su
abatimiento, i est0 10s forzaba a tomar por realidades lo que no era sino sueiios.
Don Juan Josi: i don Luis habian intervenido en
muchas conjuraciones para que ignorasen que, antes
de ponerse a la obra, todo es ofertas, todo se allana,
todo se proporciona; per0 que cuando se llega a la
ejecucibn, muchos de esos elementos son palabras,
nada mas que palabras.
Con todo, a pesar de su esperiencia, no supieron
estimar semejantes datos en lo que valian, i se acaloraron con 10s dichos apasionados de sus amigos.
El apresuramiento por reconquistar la elevada posici6n que habian perdido, les quitaba la calma para
apreciar la verdad de 10s hechos. El arrojo, que sobraba a su carActer, les presentaba cdmo posibles las
empresas mas temerarias .
No faltaron, entre sus mismos adictos, hombres
C A P ~ T U L OVIII
~
185
I11
En vist a de las noticias i ofrecimientos que les venian de C:hile, 10s concurrentes a la tertulia de dofia
Javiera SE: pusieron a combinar sus planes. La distancia i el aitrevimiento de sus Animos les hacian mirar
10s proyec:tos mas aventurados como fiiciles i asequibles. Se fijaban mucho en las probabilidades favorables, i pocpisimo en las adversas. De ahi resultaba
que veian las ventajas, i no 10s inconvenientes de sus
pensamieintos.
Racioci nando de este modo, nada les parecia mas
sencillo qil e derribar a1 gobierno sostenido por el prestijio de la, victoria del 12 de febrero, i a1 jeneral San
Martin, a quien apoyaba un ejircito lleno de entusiasmo pc)r su persona.
Para ecio, contaban con las promesas vagas que ya
he mencicmado, i con otros recursos no menos even.tuales.
Don M;anuel Rodriguez habia sido en otro tiempo
su amigo decidido. 1,os servicios que este eminente
patriota hlabia prestado a1 sistema nacional, le habian
valido un.a gran reputacibn, i mucha influencia en el
186
LA DICTADURA DE OHIGGINS
IV
-
C A P ~ T U L OVIII
187
__--
V
El IO de julio de 1817, a1 rayar el alba, sali6 don
Luis de Ehenos ,4ires para el.6ltimo viaje que habia de
emprendfer en su vida. Para no ser reconocido, se habia atadc) la cara conrun pafiuelo, i habia tomado el
traje de Iie6n, i el nombre de Leandro Barra. Venia
acompafi ando a don Juan Felipe CArdenas, joven militar retir*ado del ej6rcito chileno, a quien aparentaba
servir en calidad de mozo.
CBrderias finjia ser un comerciante que pasaba a este lado dle 10s Andes por motivos mercantiles; i de
este mod 0 , se habia provisto sin dificultad en Buenos Aire:j del correspondiente pasaporte.
'
188
LA D I C T A U C R ~DE OHIGGINS
-~
C A P ~ T U L OVIII
189
I so
LA DlCTADURA DE ORIGGIMS
VI
El 3 de agosto, a las siete de la noche, arrib6 don
Luis a Mendoza. Un mozo que le acompafiaba le llev6 a alojarse a casa de un vecino oscuro, el cual no
si: por que motivo malici6 el disfraz de su huesped.
Por el tono con que se le trataba, conoci6 el viajero
que, si no estaba descubierto, era a1 menos sospechoso, i pens6 a1 punto c6mo ponerse a salvo, saliendo a
buscar otra casa mas segura a donde mudarse.
Como era de noche, no le fu6 fhcil encontrarla, i
tuvo a las diez que regresar a su primer alojamiento
resuelto si a tomar a1 otro dia sus precauciones.
C A P ~ T U L OVIII
191
192
LA DICTAbURA DE OFTIGGINS
CAP~TULOV I I ~
193
VI1
Hall&ndosej don Luis en poder de sus enemigos, i
siendo interr ogado sobre el fin de aquel viaje misterioso, declar6I que el aburrimiento de la pobreza i de
las persecucicsnes le hacia encaminarse a su patria
para buscar Frotecci6n en su familia; que iba dispuesto a vivir ret irado en el campo, o si est0 era posible,
a pasar a a1guna tierra estranjera con 10s recursos
que le propolrcionase su padre; que, para no ser estorbado en SI1 proyecto, habia salido de Buenos Aires con el nornbre finjido de Leandro Barra, i el disfraz de mozo de don Juan Felipe Ciirdenas; que 6ste
se habia deteinido en San Juan; per0 que habia quedado convenido en alcanzarle pronto para atravesar
juntos la corctillera.
Sin pQdid; 3 de tiempo, Luzurriaga despach6 un
AMUNATEGUI. --VOL.
XIV. -13
194
LA DICTADURA DE O'HIGGINS
pliego a esta Gltima ciudad, ordenando se a"prehendiese a CBrdenas para continuar i formalizar la sumaria.
Antes de recibir este mandato, don JiIan Felipe
habia sido asegurado.
Apenas Carrera i CBrdenas se habian se:parado del
postillh, el maestro de posta habia repar'ado la sustracci6n de la correspondencia. Una falta tan estrafia habia alarmado a las autoridades local.es. Se habian hecho investigaciones, i todos 10s indiczios habian
designado a 10s dos chilenos.
Desgraciadamente para ellos, habian dc3 j ado huellas por las cuales podia conjeturarse la dii-ecci6n que
llevaban. En el acto, se ha,bian despachacl o requisitorias; i en su virtud, C6rdenas habia sido aprehendido en San Juan el 3 de agosto.
Don Juan Felipe principi6 por nega r porfiadamente cuantos cargos se le hacian. Se le tomaron dos
declaraciones; en ambas se mantuvo firrrle. Entonces, para vencer su obstinacibn, el que le interrogaba le hizo saber que don Luis habia Ijido descubierto, que habia revelado su disfraz, i da.do a conocer la complicidad de CBrdenas en su fuga. A esta
noticia, el reo perdi6 la serenidad, i confe:s6todo lo
que sabia, la rotura de la valija, la conspiraci6n proyectada contra el gobierno de Chile, la eccapada de
Buenos Aires que a la fecha debia haber practicado
don Juan Jose a imitaci6n de su hermanc).
Esta revelaci6n di6 a Luzurriaga el hilcI del complot. Sin pkrdida de tiempo, orden6 a Du pui, gobernador de San Luis, que asegurase la perscmade don
Juan Josk, cuando pasase por su jurisdicci 6n; i ofici6
a San Martin, comunicBndole lo que acon tecia.
CAP~TULO VIII
i%
VI11
Efectivamente, con corta diferencia, el anuncio de
CArdenas se habia verificado.
Don Juan Jos6 Carrera sali6 con el dia de Buenos
Aires el 8 de agosto. Para no hacerse sospechoso, se
vali6 de un ardid semejante a1 de su hermano. Cambi6 su nombre por el de Narciso Mhdez, i se finji6
mozo de un impresor chilenollamado Cosme Alvarez,
que venia representando el papel de comerciante de
mulas.
Durante las primeras jornadas, se estraviaron de
prop6sito por 10s campos; per0 viendo que el rodeo
10s retardaba demasiado, volvieron a tomar el camino real, i continuaron por la ruta cornfin.
El viaje de don Juan Jos6 iba a ser mas azaroso,
que el de.su hermano don Luis. Una aventura terrible debia pronosticarle el triste destino que le aguard a a1 fin de la jornada.
En la posta del arroyo de San Jos6, dieron un muchacho por postiIl6n a nuestros dos caminantes.
E1 cielo estaba sereno, la atm6sfera pura i calmada.
Carrera venia sumamente fatigado i muerto de
hambre. La escasez de recursos por aquella pampa
casi desierta, i las zozobras de la fuga, le habian hecho pasarse dos dias sin comer. Sentia necesidad de
pronto refrijerio i de pronto reposo.
Estas imperiosas exijencias de la naturaleza le hicieron suplicar a Alvarez, que se adelantase a la cafiada de Luca, la posta mas vecina, para que le tuviera preparado alojamiento i comida. Por este moti-
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LA DICTADURA DE O'HIGGINS
CAPfTULO VI11
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198
LA DICTADURA DE OHIGGINS
rx
Don Juan Jose Carrera no confesaba la verdad.
El deseo de abstraerse de 10s negocios pGblicos no
habia sido ciertamente lo que le conducia a su patria.
Perosi, a1 emprender su viaje, no habia tenido ese
pensamiento, lo tuvo seguramente cuando se encontr6 encerrado dentro de un calabozo, abatido por la
tenaz enemistad de la fortuna, viendo desvanecidas
las ilusiones que le habian acariciado, sufriendo dolores punzantes de cuerpo i de a h a . Entonces 10s
CAPfTULO VI11
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LA DICTADURA DE OHIGGINS
C A P ~ T U L O VIII
201
Entre tanto, se fueron aprehendiendo sucesivamente en Chile la mayor parte de 10s conjurados subalternos que habian salido de Buenos Aires antes
que don Juan Jos6 i don Luis.
Escusado es decir que se hicieron con todo empefio
las averiguaciones del caso; per0 bien poco o n a d a
fu6 lo que se sac6 en limpio. Como lo he asentado
mas arriba, no habia en realidad sino el pensamiento de conspirar; 10s medios estaban todavia por acordarse.
Cuando se dirijieron a 10s Carreras 10s cargos que
resultaban contra ellos de las dili j encias practicadas
en Santiago, como no se les presentaba ning6n documento ni testimonio formal que 10s apoyasen, o 10s
negaron con firmeza, o 10s esplicaron satisfactoriamente.
En este estado de la causa, se les notificb el 23 de
diciembre que nombrasen apoderados a quienes encomendar su defensa en Chile. Estos apoderados debian apersonarse ante el director de esta repGblica en
el tQmino de veinte dias contados desde la fecha.
Los dos hermanos designaron a don Manuel Araoz.
Este caballero correspondi6 a la prueba de confianza que le daban, i procur6 con todo empeiio aliviar la
triste condici6n de 10s proscritos, sus clientes. Desesperando de conseguir cosa alguna por la via judicial,
recurriii a otro arbitrio, que le pareci6 mas espedito
i eficaz.
Se aprovechb la oportunidad que le ofrecia la jura
de la independencia para pedir a1 gobierno que mandase sobreseer en aquel proceso. Daba por fundamento a su solicitud 10s servicios prestados a la causa
de la revoluci6n por 10s Carreras, por sus amigos i
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LA DICTADURA DE O'HIGGINS
C A P ~ T U L OVIII
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204
LA DICTADURA DE O'HIGGINS
XI1
Don Luis se entregaba con menos frecuencia a 10s
pensamientos tiernos; el objeto de su continua meditaci6n era la fuga.
La libertad es un sentimiento tan nat ural, que el
primer acto de todo preso, cuando se le deja solo, es
rejistrar en todos sentidos el calabozo donde sele ha
encerrado, desde el techo hasta el sue1Lo, a fin de
descubrir algGn resquicio para poder esclapar.
Cuando estas indagaciones le han salid.o infructuosas, no por eso se desanima, sin0 que in tenta ganar
a1 carcelero, que muchas veces no es t(an seguro i
fie1 como la prisibn, i que, por codicia, p or ambici6n
o por piedad, le suministra 10s recursc1s necesarios
para huir.
Lo que sucede con todos 10s presos en jeneral, sucedi6 esta vez con 10s Carreras, i en espc?cia1con don
Luis. Desde el instante que fueron s(orprendidos,
pensaron en 10s medios de salvarse sin aguardar el
resultado de un proceso que, dirijido p or sus enemigos, no podia menos de serles adverso. 141 principio,
sus tentativas no fueron mui felices. Cargados de
prisiones como estaban, no podian liberitarse sin ausilio ajeno. Los centinelas que habrian podido ayu=
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206
LA DTCTADURA DE OHTGGINS
CAPfTULO VI11
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LA DICTADURA DE O'HIGGINS
XI11
Don Luis prosigui6 la realizaci6n de su prop6sito
con la tenacidad del que est&privado de su libertad,
i trabaja por recobrarla.
Design6se para dar el golpe la noche del 25 de febrero de 1818. Prefiri6se esa, porque en ella tocaba
estar de guardia a Solis con algunos otros de 10s conj urados.
Ese dia, se pas6 en 10s preparativos i ajitaciones
consiguientes a una conspiraci6n cuya hora iba a
sonar.
Las cosas comenzaron pksimamente. Los dos hermanos habian recibido dos limas cada uno para quitarse las prisiones; per0 las limas salieron tan malas i
las prisiones eran tan gruesas, que no les fueron de
ninguna utilidad. Los dos jefes de la conjuraci6n se
veian precisados a principiar el movimiento con 10s
-r grillos en 10s pi&.
CAPfTULO VIII
20s
x1v.-14
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LA DICTADURA DE OHIGGINS
21 1
C A P ~ T U L OVITI
XIV
A pez;ar de un contratiempo tan espantoso para 61,
don Lu is no perdi6 la serenidad. Delante del peligro,
se olvic16 de si mismo para no pensar sino en salvar
a su h ermano, a 10s infelices soldados a quienes su
imprudc:ncia habia cornprometido.
Cuan do fueron a tomarle su declaraci6n , ofreci6
referirlc1 todo francamente, revelar hasta sus mas intimos plensamientos, si Luzurriaga le daba palabra
de perd onar, o por lo menos de minorar la pena de
10s pobres civicos a quienes habia seducido para la
conjura ci6n. Hizo presente en descargo de ellos que
la miseiria e ignorancia no les habia permitido resistir
a 10s h:tlagos con que 61 10s acariciaba, a las perspectivas dc3 ventura con que 10s alucinaba.
El in1tendente accedi6 a la petici6n del noble preso.
Con f:st a seguridad, don Luis relat6 minuciosament e el pl an cuyo estracto se conoce y a . Ech6 sobre si
toda la culpa de la maquinaci6n. El solo habia sido
el que habia concebido el proyecto, it1 solo se habia
empefia,do en llevarlo a efecto. Su hermano no tenia
otra cc)mplicidad, que la de no haber delatado un
pensam iento a cuya ejecuci6n habia rehusado coope
212
LA DICTADURA DE
OHIGGINS
xv
Los reos nombraron por defensor a don Manuel
Novoa, su amigo i partidario, que, desde la acci6n
de Rancagua, residia en Mendoza. Este caballero estaba enfermo en aquellas circunstancias; sin embargo, admiti6 la dificil comisi6n de patrocinarlos.
E n 10s pocos dias que se le dieron de plazo, hizo
una buena defensa en estilo forense, i con razonamientos de abogado, iTrabajo inGtil! iVana ceremonia! E n las causas politicas, cuando 10s que van a
juzgar son 10s enemigos implacables del acusado, no
hai otra defensa posible, que la dignidad del silencio,
o uno de esos desahogos elocuentes, conminatorios,
que aterran con la amenaza de represalias probables
de parte de 10s hombres, o de un castigo infalible de
parte de Dios.
Lo demAs es una hipocresia para 10s jueces que finjen oir razones cuya justicia estAn de antemano resueltos a no admitir, i una debilidad para 10s reos
que emprenden desmentir lo que ciertamente han
maquinado, i justificarse delante de adversarios que
en nada quiereri concederles disculpa.
Los alegatos de Novoa no sirvieron sino para abul-
213
tar el espedieinte. Fuesen dkbiles o fuertes susraciocinios, no pod:ian influir en lo menor sobre la sentencia que se iba a pronunciar.
XVI
Novoa pres?nt6su idtimo escrito el zg de marzo.
Ese mismo dia, lleg6 a Mendoza la funesta nueva
del desastre d.e Cancha-Rayada.
Este suceso era fatal para 10s acusados.
Esa derrota. inesperada arrebataba a San Martin i
a OHiggins e1 prestigio de la victoria. Aquel descalabro era un grave cargo contra ellos, fuese merecido
o n6. Podia tc:merse mui bien que 10s carrerinos hiciesen servir eIn provecho suyo la impopularidad i el
descrkdito quce por el pronto debian recaer sobre sus
rivales.
En Mendozi2, 10s amigos de San Martin lo recelaron asi. Tuvileron miedo de que 10s audaces caudi110s quisieran aprovecharse de la desgracia de Cancha-Rayada Fbara una nueva intentona.
Luzurriaga, que estaba cierto de no ser el mejor
tratado en casio de una sublevacibn, temblaba mas
que 10s otros. Todas las precauciones le parecian pocas contra lot; Carreras. Habia colocado a 10s dos
juntos en el calabozo mas bien resguardado de la
ckrcel; les ha bia redoblado las prisiones; habia tomado sus medlidas para que no se comunicasen ni
aun con 10s centinelas; per0 nada le calmaba, i siempre estaba llei10 de sobresaltos.
El 31 de in;irzo, particip6 sus temores a1 director
de Buenos Air-es, i le consult6 sobre si debia senten1
21 I
LA DICTADURA DE OHIGGINS
XVII
Era el cas0 que despuCs de Cancha-Rayada, San
Martin habia esperimentado respecto de 10s Carreras
10s mismos temores que sus adictos en Mend oza.
Creia redobladas con su derrota la influencia i la
osadia de aquellos j6venes. Aunque estuvier,an separados por 10s Andes, i encerrados en una c:Arcel, le
incomodaban, le infundian temor. Miraba la existencia de estos caudillos como el amago de un peligro.
CAPfTULO VI11
215
21 6
LA DICTADURA DE OHIGGINS
Sin tardanza, el intendente pidi6 parecer a 10s mismos individuos sobre lo que deberia fallarse. Vargas,
que no habia tenido escrfipulo para firmar el informe anterior, se escus6 de hacer otro tanto con este
segundo, alegando que 61 habia sido designado para
ser puesto preso en cas0 de triunfar la conspiraci6n
de 10s Carreras; i que, por consiguiente, se hallaba
implicado.
Por este motivo, la comisi6n qued6 reducida a solo
dos miembros, Galigniana i Monteagudo. Ambos se
portaron en el asunto con la mayor espedici6n. En
pocas horas, confabularon su dictamen, i lo elevaron
a1 intendente.
Luzurriaga lo le$; i en el acto, resurni6 a1 pi4 su
contenido en laprovidencia que va a leerse: ((Vista el
presente dictamen, i conformAndome con 61 en todas
sus partes, tCngase por sentencia en forma, i ejectitese a las cinco de la tarde, pas%ndosepor las armas
a don Juan JosC: i don Luis Carrera; i en cuanto a 10s
demAs correos, s%quensede la prisi6n en que se hallan, para que presencien la ejecuci6n de los Carreras, debiendo ser remitidos oportunamente a1 excelentisimo director supremo, para que les d6 el destino que juzgue conveniente, aplichdolos a las armas
o marina; poni6ndose en libertad a Enrique Figueroa.
-Tovibio de Luzurviaga,>.
Esto sucedia a las tres de la tarde del 8 de abril
de 1818.
Inmediatamente se notific6 a 10s reos el anterior
decreto i se les pus0 en capilla,
Don Juan Jos6 creia que aquello era una burla;
pero don Luis le persuadi6 que era mui serio, i le
inst6 para que-arreglase sus cuentas con Dios.
CAPfTULO VI11
217
c+
2 18
LA DICTADURA DE OHIIGGINS
XVIII
Martin
OHiggins
OHiggins a Luzunriaga
((La madama de don Juan JOSI 6 Carrera, interponiendo la mediaci6n del excelenti: ;imo capit gn j eneral
ha solicitado se sobresea en la cau.sa que se sigue a su
esposo por este gobierno, el que 1no ha podido resistirse ni a1 poderoso influjo del p: idrino, ni a l a s circunstancias en que se hace esta :dplica, no considerando el gobierno justo que el plzicer universal de la
victoria no alcance a esta descorisolada esposa. En
consecuencia, este gobierno suplic:a a Usia que, en favor del citado individuo, por lo 1respectivo a1 delito
perpetrado contra la seguridad de este estado, se
aplique toda induljencia, dando i%sia 61, como a su
hermano, aquel alivio conciliable con 10sprogresos de
C APfTULO VI11
219
CAP~TULO NOVENO
Juventud de don Manuel Rodriguez-Su mansibn en Chile durante la reconquista espaiiola, i servicios que prest6 a la causa de la independencia.Montonera.-Primera prisi6n de Rodriguez por orden de 0Higgins.-Su
segunda prisi6n por orden de Quintana.-Su conducta despubs de la derrota de Cancha Rayada.-Poblada
de 17de abril de 1818.-Nueva prisi6n de Rodriguez-Confidencia del teniente don Antonio Navarro a1
de Rodriguez para Quicapitkn don Manuel Jose Benavente.-Marcha
llota con el batall6n nfimero I de Cazadores de 10s Andes.-Muerte de
Rodriguez-Impresiones
que causa este suceso sobre 10s gobernantes i
el pueblo.
I
La sangre de don Juan Jose i don Luis Carrera no
fu6 la Gnica sangre de patriotas que empaiib el bri110 de la victoria obtenida por San Martin i OHiggins en las llanuras de Maipo. El sistema de aque110s gobernantes era inflexible, inhumano, implacable. Para evitar la sombra mas lijera de oposicibn,
para conjurar el amago mas remoto de anarquia, no
retrocedian delante de nada. La santidad de las in-
222
..n
I1
Como j eneralmente sucede con todos 10s hombres,
la niiiez de Rodriguez fu6 un anuncio de lo que seria
su edad viril. Desde el colejic) manifest6 c6mo se conduciria mas tarde en 10s negccios del estado.
CAPfTULO I X
263
GGlNS
odriguez comienza
:uencia de la derro; en Rancagua.
nigr6 entonces a las
tintisiete a veintioIventud, en la fuercesidad de su natujenio impaciente i
)so, con la quietud.
entimientos impee las borrascas de
lemento es el peligl". -us
tro natural de !os
individuos de esa especie; la luch:I azarosa i arriesgada es la Gnica ocupaci6n que les agrada.
Don Manuel Rodriguez no pudc) conformarse con
permanecer en Mendoza mano sobre mano, aguardando la reorganizaci6n del ejercito r(estaurador. Deseaba ardientemente no perder tiemp para servir a la
causa que habia abrazado. Por esite motivo, propuso
a San Martin pasar a Chile, prepa.I-arle intelijencias
L b " W l L 4 U A W A A , , , 3
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10
C A P ~ T U L OI X
225
22 6
LA DTCTADURADE OHIGGINS
I
_
CAP~TULO I X
-__
247
~
a trib u yan no solo aquellas de que fu6 realmente actor, sin( t a m b i h otras que.ha inventado i adornado
la imajinaci6n popular.
Uno :le pinta elegantemente vestido, entrometihdose en un baile de oficiales talaveras, que vomitaban
impropc2rios contra Rodriguez, el montonero, el bandido; 01 :ro le representa disfrazado de lacayo, abriendo con todo acatamiento la portezuela del coche a1
presi deli t e March, que acababa de poner a precio su
cabeza. Este se divierte en describir la visita que hizo bajo el traje de criado a uno de sus amigos preso
en la ciircel de Santiago; a q u d habla del asombro
que ocasion6 su aparici6n en una tertulia de la capital
donde I3as6 jugando malilla toda la noche con la mayor tra nquilidad, mientras 10s demas temblaban a
cada instante de que viniesen a aprehenderle.
Estasj audaces calaveradas le hacian querido a todo el niundo. La lucha que aquel joven sostenia 61
solo COIitra todos 10s recursos de 10s opresores, no podia me110s de granjearle la estimaci6n jeneral.
IV
Rodr-iguez, haciendo servir en provecho de su causa la cconsideraci6n que se habia conquistado, orgahiz6 a fines de 1816,en la provincia de Colchagua,
una m(mtonera que prepar6 la ruina de la dominaci6n espafiola.
Ante de su vuelta a Chile, despuks del desastre de
Rancaep a , no habia tenido ningixn motivo de influencia sobre la jente del campo. Su padre era empleado
en la a duana, i no poseia predio rural, donde su hijo
1
s
228
LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAPfTULO IX
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CAP~TULO IX
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VI
EncontrAba se Rodriguez en esta situacibn, sin saber qu6 hacerise, ni c6mo evitar el golpe que le amenazaba, cuancio vino el desastre de Cancha-Rayada.
En medio de 1la desesperacih que produjo esta fatal
noticia, el vecindario crey6 que solo Rodriguez podia
salvar la patri a . Muchos altos potentados fueron a
buscarle a su residencia; le condujeron ante las corporaciones qu e se habian reunido en sesi6n jeneral; i
alli todo el concurso, por aclamacibn, determin6 que
el director del egado don Luis de la Cruz compartiese el mando c'on 61.
Rodriguez c orrespondi6 a la confianza de sus conciudadanos. C:on sus palabras i acciones, volvi6 a todos la esFeranza, encendi6 el entusiasmo en todos
10s pechos. Cc)mo con una convicci6n vivisima, repitiese que la p:%triano pereceria aquella vez, 10s desalentados habiitantes lo creyeron. Los que poco antes
solo pensaban en huir, no pensaron ya sin0 en defender sus hogan:s hasta el filtimo aliento, i en morir, si
era preciso, p-tx o heroicamente.
El gobernaclor provisional Rodriguez public6 la inminencia del 1peligro, e hizo un llamamiento a todos
10s hombres dle coraz6n para que viniesen en ausilio
dela santa ciiusJ de la revoluci6n. Sac6 de la maes-
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LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAPfTULo IX
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LA D ~ C T A D U R ADE OHIGGINS
dictador, i le hiciesen conocer, en nombrc:de la reuni6n, la necesidad que habia de que se SUF diese por la
intervencibn del cabildo en 10s negocios Iifiblicos la
falta de una asamblea nacional, cuya ccmvocat oria
impedia por entonces la situaci6n del pais. Pretendian por lo menos se les concediese el nonibramient o
de 10s ministros de estado, escepto el de: la guerra,
cuy-a eleccibn seria privativa del jefe suprc:mo.
OHiggins escuch6 con disgust0 10s d iscursos de
aquellos diputados, i les orden6 que fueseIn a llamar
a 10s concejales para que estos viniesen a :;aber por si
mismos la respuesta que iba a dar a semejantes proposiciones.
La actitud altanera que tomaba el direc:tor disminuv6 10s brios de 10s miembros del mun icipio, que
acudieron a palacio un si es no es medrcs o s , i con
aire de arrepentimiento.
Don Bernard0 les reprendi6 su conductat, acus6 de
irrespetuosas, de descomedidas las espresicmes de que
se habia servido Vial para hacer presente su misibn,
i 10s despidi6 con una negativa terminante! i todas las
seiiales de un gran descontento.
Nadie se atrevi6 a contradecirle, i todos se retiraron sumisos.
Vial i Echeverria fueron desterrados dc: Santiago,
en castigo de lo que se llamaba su insolenc:ia.
VI11
Rodriguez habia representado un graii papel en
todo aquel alboroto. Habia sido uno de lorj, mas animados, i uno de 10s que con mas empeiio 1iabian sos-
CAP~TULOIX
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AMUh~ATEGUI.-VOL.
x1v.-16
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LA DICTADURA DE O'HIGGINS
IX
En uno de 10s dias que precedieron a la . tida (el
de mayo), Navarro se acerc6 todo inqu o i azorad0 a1 capitrin del mismo cuerpo don Mz el Josit
Benavente, i le pidi6 una conferencia, porl : deseaba consultarle sobre un negocio delicado.
el coRefiri6le en seguida que la noche anter
mandante Alvarado le habia conducido, c
decirle
para qu6, a presencia del director; que itste ! encontraba con el jeneral don Antonio Balcarce; ( ! O'Higgins le habia hablado de Rodriguez, pintiir selo como un hombre distinguido por su talent0 i alor, el
cual habia prestado buenos servicios a la r,. Aucibn,
per0 turbulent0 e incorrejible; que le habia (:on t ado
c6mo 61 i San Martin habian procurado infrurctuosamente ganar de todas suertes a aquel hombrle disco22
C A P ~ T U L OI X
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LA DICTADURA DE O'HIGGINS
X
El 25 de mayo-a la madrugada, el batall6n se puso en camino para Quillota.
A cierta distancia, iba Rodriguez con su escolta
bajo las 6rdenes de Zuloaga; le acompafiaba tambien
Navarro.
El capit6,n Benavente mandaba ese dia la guardia
de prevencibn, i marchaba a la inmediaci6n del gruPO a que acabo de referirme.
Aprovech6se de cierta circunstancia para acercarse
a Rodriguez, i para ofrecerle un cigarro de papel en
usted, que le
cuya envoltura habia escrito:-Huya
conviene. Rodriguez ley6 estas palabras siniestras. La
sorpresa le impidi6 ocultarlas bastante a tiempo para
evitar que las leyera tambikn Navarro, que, en aquel
rnomento, caminaba a su lado.
Rodriguez no era ciertamente un hombre cobarde;
nadie se habria atrevido a decirlo. Habia siempre
arrostrado el peligro con una rara serenidad. Per0
no es lo mismo el desprecio de la muerte en una lucha, que el recelo de ser apufialeadopor la espalda
en un camino solitario. Est0 hltimo hace palidecer
almas bravo.
El aviso de Benavente di6 miedo a Rodriguez. Record6 10s tristes pron6sticos de sus amigos en Santiago. Agolph-onse a su mente mil incidencias, en que
antes apenas habia reparado, i que, en aquel momento, tomaron para 61 un significado funesto.
Rodriguez habia vivido en una kpoca de trastornos i de violencias; sabia a no caberle duda que las
pasiones politicas en cierto grado de exaltaci6n no
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LA DICTADURA D E OHIGGINS
CAPfTULO IX
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XI
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LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAP~TULODECIMO
Buenos Aires.Xhfodificaci6n en el personal del ministeri0.-Nombramiento de u n a comisi6n para que redacte una constitucibn provisional.Renuncia que hace don Josii Miguel Infante del ministerio de hacienda i
nombramiento de don Anselmo de la Cruz para sucederle.-Promulgaci6n
de la constituci6n provisional.-Analisis de esta constituci6n.-Nombramicnto de don Josii Joaquin Echeverria i Larrain para reemplazar a don
Antonio Jost: de Irisarri en el ministerio de gobierno -1nsurrecci6n
de
10s Prietos.
I
Despuks de la victoria de Maipo, el ministerio del
director se renov6 casi completamente. Solo Zenteno
permaneci6 en el departamento de la guerra.
Don Hip6lito Villegas se,retir6 fatigado de 10s negocios politicos.
Zaiiartu recibi6 despacho de ajente diplomAtico ante el gabinete arjentino. El objeto de esta misi6n era
triple: facilitar las relaciones entre dos gobiernos tan
cstrechamente aliados, como lo eran 10s de Chile i
CAP~TULO x
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II
Despu16sdel cabildo abierto que una p o r c h del vecindario celebr6 el 17 de abril para exijir que se diese
a1 gobie.rno una forma constitucional, tanto 10s ministros cle OHiggins como sus demgs consejeros, le
persuadi[eron que accediese hasta cierto punto a 10s
deseos dle1 pueblo. El poder omnimodo e indefinido
que ejercia asustaba a la jeneralidad, i convenia quitar todo pretest0 a la murmuraci6n. d la dictadura
arbitrarjia i sin restricciones de ningiin j h e r o que
exi stia, debia sustituirse una dictadura legal. Asi,
todo lo que habria de nuevo seria un reglamento i
unos cu;mtos dignatarios; i se aquietaria la alarma de
10s que criticaban que no se hubieran fijado reglas a1
-:_I-L:-eJecuLlvO.
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. .. .
CAPfTULO
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rv
El 8 de agosto de 1818, la comisi6n nombrada para redactar la constituci6n provisional remiti6 a1 director el proyecto que habia concertado.
Por una advertencia colocada a su conclusi6n, opinaba que, para ponerla en planta, se hiciera sancionar i jurar en todas las ciudades i villas del estado
por 10s cabildos, corporaciones i cuerpos militares.
El director i sus ministros encontraron mui a medida de sus deseos el contenido de aquella carta constitucional, que probablemente se habia compuesto
segiin las bases que ellos mismos habian designado;
pero no se conformaron igualmente con la manera de
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LA
DICTADURtI DE OHIGGINS
C A P ~ T U L Ox
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~
V
Las disposiciones de la constituci6n provisional
eran de dos especies: las unas conocian i formulaban
esos derechos individuales que se encuentran proclamados en todas las constituciones modernas; las otras
organizaban 10s poderes pfiblicos.
Las garantias de 10s ciudadanos eran en este c6digo simples adornos. No se habia estatuido nada que
asegurase su observancia. El Gltimo resultado, su infracci6n o su respeto dependian del capricho del director, que era la autoridad soberana.
... ..
.. , . . .
- .
La constitucion provisional principiaDa por declaI(
,/ rar jefe supremo de la 1naci6n a don Bernard0 OHiggins. No fijaba tkrmi no a la duraci6n de su cargo.
Le facultaba para nom:brar todos 10s empleados, inclusos 10s senadores i 1(is jueces, a propuesta en ciertos casos de las respect ivas corporaciones o jefes de
oficina. Le era privativ a la inversi6n de 10s caudales
pfiblicos sin sujeci6n :2 presupuesto, isin mas traba
que la de dar cuenta a1 senado.
El director mandaba, i arreglaba las fuerzas de mar
i tierra; confirmaba o I-evocaba las sentencias dadas
contra 10s militares poi7 10s consejos de guerra; autorizaba las sentencias ccmtra el fisco; podia conceder
perd6n o conmutaci6n de la pena capital.
Cuando asi convinic:se a1 bien del estado, le era
permitido abrir la corr espondencia epistolar delante
del fiscal, procurador cle ciudad i administrador de
correos .
-.
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LA DICTADURA D E OHIGGIN S
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LA DICTADURA DE OHIGGTNS
VI
A 10s seis dias de la jura de la constituc:i6n, se retir6 del ministerio don Antonio Jos6 de Irisarri, con
el objeto de pasar a Europa a representar 10s derechos de Chile en el congreso de soberano1s que, por
aquel entonces, se anunciaba iba a reunirse en Aquis- .
grrin. A esta comisihn, se le agregaba la de que negociase un emprkstito que sacara de apuros a1 erario.
Entr6 a reemplazarle en la cartera de go1bierno don
Joaquh Echeverria i Larrain.
Era este un caballero, ligado a una de las primeras
familias del pais, que habia sufrido la penzi de su decisi6n por el sistema revolucionario con una dura
prisi6n en las casamatas de Lima.
De car Acter condescendiente i bondadosc1, de maneras suaves i corteses, era uno de esoc; hombres,
que, en vez de dar el impulso a lospartido:;politicos,
lo reciben de ellos. Los individuos de este temple, si
no tienen el prestijio de 10s jefes de facci6In, encambio se eximen de la odiosidad que 10s otrc1s siempre
arrastra 1 , Las tempestades estallan sobre sus cabezas sin tocarlos. Cuando vuelven a la vida1 privada,
son pocos 10s odios que 10s siguen hasta. ella. Don
Joaquin Echeverria podia ser contado en esa clase.
Por consiguiente, su presencia en 10s cons6j o s del director no debia introducir ninguna variac:i6n en el
sistema politico que estaba adoptado.
VI1
La constituci6n provisional estuvo mui dlistante de
satisfacer las aspiraciones de una gran p arte de la
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LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAPfTULO X
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LA DICTADURA DE OHIGGINS
Don Francisco de Paula sup0 en Santiago este descalabro. Sin embargo, no se desanim6, i resolvi6 volverse a 10s campos de T a k a para continuar su aventurado proyecto.
A su pasaje por Paine, se pus0 de acuerdo con el
juez de este lugar; i entre ambos, formaron una pandilla, que sorprendi6 la guardia de la Angostura.
Esta fud la Gltima hazaiia de Prieto.
Una persona respetable que se le habia vendido
por amigo durante su residencia en Santiago, delat6
a1 gobierno cuanto el proscrito le habia revelado, i su
nuevo viaje para el sur. Con este aviso, la autoridad
pudo atraparle en las orillas del Cachapoal, con todos
10s que le acompafiaban.
Traido a Santiago, fu6 sometido con sus c6mplic:es
a una comisi6n estraordinaria, que conden6 a Priet o
i a1 juez de Paine a sufrir el Gltimo suplicio. En coInformidad de esta sentencia, 10s dos recibieron la
muerte en la plazuela de San Pablo, el 30 de abril
de 1819.
Tal fu6 el trAjico e infructuoso resultado de la primera intentona a mano armada a que di6 mArjen la
dictaduraIde OHiggins.
CAP~TULOUNDECIMO
Retirada d e las tropas realistas para Valdivia despu6s de la batalla de MaiPo.-Emigrai dos patriotas de la provincia de Concepci6n.-Amnistia.Vicente Ren avides. - Insurreccibn de Benavides en la frontera.--Don
. Rambn Freirte.-Accibn de Curali.-Creacibn de la escuadra.-Su primer a salida a1 m[ando de Blanc0 Enca1ada.-Lord Cochrane.-Toma de Valdivia.-Espec iicibn libertadora dellPerfi.
b
I
Se equivocaria quien, juzgando la administraci6n
de O'Higgi ns iinicamente por lo que dejo relatado,
entendiera que ella solo comprendi6 facultades omnimodas, ar bitrariedades, secuestros, proscripciones,
suplicios. E'rest6 tambikn grandes servicios a la causa
de la indeI)endencia. Tuvo la guerra con Espafia por
pretest0 dt: sus faltas, la victoria por fruto de sus
trabajos, 1:t gloria por disculpa de sus vicios i demasias.
Con un erario escueto, con un pais empobrecido,
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LA DICTADURA D E OHLGGIN S
con una naci6n agotada, improvis6 un a marina, sostuvo un ejitrcito, combati6 contra el en emigo de Am&
rica por mar i por tierra; le aniqui16 en. nuestro suelo,
i fu6 a perseguirle hasta el Pacifico, h:istael Perti.
La magnitud de tales m6ritos comllens6 para muchos la deformidad de su despotismo. El afecto que
se profesaba a1 libertador acallaba en m a s d e u n coraz6n el odio que se debia a1 dictador. Sin el prestijio de sus triunfos, BHiggins no hdbr.ia podido sostenerse seis meses, i mucho menos sei:j aiios.
Fueron 10s bienes que hizo t n pro (le la independencia, 10s que estorbaron el horror qile de otro modo habrian inspiradn aIgiinos de sus pecados politicos.
I1
He referido en lo que antecede las f;dtas que cometi6como majistrado i como hombre; es una justicia
para 61, i un placer para mi, contar ahora 10s servicios que a1 mismo tiempo prestaba 3 1la repfiblica.
La batalla de Maipo arruin6 complt3tamente el POder moral de 10s realistas en Chile, pero no su poder
material. Despu6s del 5 de abril, sol(I 10s mui obtusos i reacios conservaron una firme es;peranza de vencer, i sin embargo, sus tropas poseiani toda la reji6n
que se estiende desde la orilla meridi onal de Maule,
i componian un ej6rcito que alcanz;xba a dos mil
hombres.
A1 frente de ese ejkrcito, estaban Orssorio, el vencedor de Rancagua i de Cancha-Rayad;3 , i Sanchez, el
sostenedor de Chillhn. Per0 ni el uno ni el otro hicie-
C A P ~ T U L OXI
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I11
Los emigrados que, a la 6poca de la segunda invasi6n d.e Ossorio, habian abandonado las comarcas del
sur, rcxibieron orden de restituirse a sus hogares.
A Pmar de las escaseces del tesoro, el gobierno habia ve:lado por la subsistencia de aquellos infelices
mient,ras habian permanecido en Santiago i lugares
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LA DICTADURA DE OHIGGIWS
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X...
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LA D I C T A D U R A D$d'HtIGGINS
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CAPC,TULO
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2T2
LA DICTADURA DE O'HIGGINS
V
Cuando SAnchez se retirG para Valclivia, Ba lcarce
hizo que Benavides se encaminase a Arauco c:on el
encargo de reunir 10s dispersos que iba dejartdo el
ejkrcito espaiiol, i de procurar ganarse la amist:ad de
10s indios, que, por lo jeneral, se habian moc;t r ad o
hostiles a la revoluci6n.
Fui: mientras estaba desempefiando esta corn.isi&,
cuando le vino la idea de levantar bandera cont.ra 10s
independientes.
Son varias las causas de este cambio en su conducta.
En Arauco, vi6 la posibilidad de organizar U Ina insurrecci6n. ;Q u le
~ impedia sublevar en nombire del
rei a esos indios cuyo afecto se queria que coriquistase para la patria, i congregar bajo su mando a esos
dispersos que estaba encargado de incorporar a las
I
CAPfTULo
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LA DICTADURA DE O H I G G I ~JS
CAPfTULO
273
XI
sus procla mas. Tal cooperaci6n esplica el incremento que torn6 en poco tiempo la insurrecci6n de que
hablo.
Benavicles no carecia de talento. Tenia esa astucia
grosera de: 10s biirbaros, que burla muchas veces a
la jente (ivilizada con el cinismo inesperado de sus
embustes.
Era, par-a decirlo todo de una vez, por sus antecedentes i p(3r su cariicter, el hombre de las circunstancias. E;n aquella irpoca, solo un bandido podia encargarse d e sostener en Chile la causa perdida de Espaiia.
E
VI
El jefe c1uepor su empleo debia poner atajo a esta
sublevadjn realista, era uno de 10s mas notables que
produjo la guerra de la independencia. Esta comisi6n
tocaba de.derecho a1 intendente de Concepcih don
Ram6n Fr*eire.
Es preciLSO que me detenga algGn tanto delante de
esta noble figura de nuestra historia. Freire merece
esta distincicin, no solo porque va a ser el hirroe de la
campaiia c$el sur, sino tambiirn porque sera 61 quien
en 1823 :xruinar8 la dictadura de don Bernard0
OHiggins
Desde sus mas tiernos aiios, habia manifestado una
inclinaciciii decidida a la milicia. El niiio Freire no
pensaba siino en ser soldado. Su padre fomentaba estas disposiiciones marciales con gran disgust0 de la
rnadre, dciiia Jertrudis Serrano, la cual como que
adivinaba desde entonces 10s padecimientos, las angustias que ellas habian de orijinarle.
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CAP~TULOXI
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VI I1
*41 misrno tiempo que el director O'Higgins sostenia, en un a de las estremidades del territorio chileno,
la lucha aIue dejo referida, llevaba a1 cabo en Santiago i Valp: iraiso, una empresa mas grandiosa i de una
import an(:ia vital, no solo para la repGblica, sino para
America mtera.
1- El Perf L era el centm de la resistencia antirrevoluI cionaria Ien las comarcas meridionales
del nuevo
mundo. A hi estaba la oficina principal de las maqui-,
naciones realistas; de ahi se.enviaban socorros i estiI
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LA DICTADURA DE O%IGGINS
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LA DICTADURA DE O'HIGGINS
IX
Despues de este glorioso triunfo, la escuadril la nacional se aument6 con una fragata i dos bergan tines,
i mejor6 su tripulaci6n eon varios oficiales est]ranjeros de un merit0 distinguido, entre 10s cual.es se
encontraba lord Tom& Cochrane, quien se pus(I a su
cabeza.
Era 6ste un marino de reputaci6n europea, que,
aunque ingl6s i enemigo, habia arrancado elojjios a1
mismo Napolebn, i de quien se referian prodijiios de
audacia. En la guerra naval que sostuvo Ingl:iterra
a1 principio del siglo contra Francia i Espafia, mandaba Cochrane un bergantin de catorce cafione's i sesenta hombres de tripulacibn, i est0 le bast6 para
apresar en diez meses treinta i tres naves con qu inientos treinta i tres hombres de tripulaci6n. Estos niimeros pueden dar idea de cuAntos eran su activ idad i
su arrojo. En efecto, las proezas de lord Cochrim e le
!
CAPfTULO
XI
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LA DICTADURA DE O'HIGGINS
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toma de Valdivia, la plaza niejor fortificad a ,Gel Pacifico. El proyecto ern el colmo de la temeriidad., i su
ejecucibn parecia un imposible. Per0 era eso prscisamente lo que halagaba a1 bravo marino.
Valdivia est6 situada a la ernbocadura (l e un rio
navegable, a cinco leguas del mar. Wueve cas tillos,
levantados en ambas riberas, i cuyos fuegcIS se cruzan, defienden ese espacio, i aseguran aquella angost a entrada. En la itpoca a que me refiero, est aban
armados con ciento diez i ocho cafiones, i gu: irnecidos
por setecientos ochenta veteranos, i trescien tos' milician os.
Cochrane tuvo ocasi6n de averiguar el Es t a d o de
la plaza; i por consiguiente, iba a obrar con entero
conocimiento del riesgo a que se esponia. CIon todo,
no se desalentb.
Resuelto a llevar a1 cab0 tan aventuradlo pensamiento, hizo velas para Talcahuano a fin de bascar algiin refuerzo.
Alli se encontr6 con don Rambn Freire. Aquellos
dos valientes no podian menos de entenderse . No estaban autorizados por el gobierno para d ar aquel
paso; per0 ni el uno ni el otro vacilaron en CEirgar con
la responsabilidad en la parte que les correq)ondia.
Freire proporcion6 cuantos ausilios pudo, ji Cochrane march6 sobre Valdivia con una fragata Eiveri ada,
un bergantin, una goleta i un cuerpo de dcxcientos
cincuenta hombres.
Estos miserables elementos le bastaron, sir1 embargo, para enarbolar en unas cuantas horas la bandera
tricolor sobre una plaza que, con justo titulo, pasaba
por inespugnable. El ataque fuit tan repentin 0 , i todo
CAPfTULO
XI
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se verifict6 con tal rapidez, que 10s realistas no tuvieron tiem]po para clavar una sola de sus piezas.
Esta h.eroica acci6n se verific6 en 10s dias 3 i 4 de
febrero d.e 1820.
Cochra!ne regres6 satisfecho a Valparaiso.
X
Entre tanto, el gobierno, a pesar de 10s apuros del
erario, cle 10s inmensos desembolsos que exijia el
m ant enitniento de la escuadra, de 10s gastos que ocasionaba 1a campaiia contra Benavides, habia organizado un ejkrcito para invadir el PerG, i prestar ayuda
a 10s pal:riotas de ese pais. Nombr6 por su jeneral
en jefe a don Jose de San Martin, e incorpor6 en 61
a 10s ba tallones arjentinos que habian pasado a Chile. Pudo reunir de este modo una divisi6n de tres
mil qui]iientos hombres, perfectamente vestidos i
equipadcIS. Complet6 la espedici6n libertadora con
una proTJisi6n de viveres para seis meses, i un repuesto de pertrechos para levantar un ejkrcito de
quince niil soldados.
Si se cluiere apreciar todo el mkrito de esta empresa, recuikdese que era la obra de un gobierno empobrecido, i de un pueblo agotado por diez afios de trastornos iincesantes, i siete de una guerra sangrienta.
Para rea.lizar algo como eso en tales circunstancias,
se necesiitaban mucha actividad en 10s gobernantes,
i mucho civismo en 10s ciudadanos. Es precis0 reconocer, p ara gloria de unos i otros, que su comportamiento 1Eui: esta vez digno de admiraci6n.
*BE1q1le no se ha hallado en estas circunstanci'as,
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LA DICTADURA DE OHIGGINS
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CAP~TULODUODECIMO
Maquinacicmes de 10s carrerinos en Chile.-Persecuciones que sufren.Conspiraisiijn de 1820 contra el gobierno de OHiggins. -Don Jos6 Anto.
nio Rod13guez.
XIV.-I.g
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I1
Est as severas medidas suspendieron por varios
meses en Chile las tramoyas carrerinas; per0 a principios de 1820, el descontento jenetal pr6ducido por
la dictadura de OHiggins orijin6 una vasta conspir aci6r1, en que se cornprometieron muchos personajes
de a1t a categoria. ContAbanse entre 10s alistados
nada nienos que Infante, don Agustin Eizaguirre,
Cienfiiegos, don Pedro Prado, don Manuel Mufioz
Urziiz1, todos miembros de las antiguas juntas guberriativ;3s. A kstos, se agregaban algunos oficiales retirados de la fatria vieja, muchos en actual servicio, i
much os paisanos de diferentes jerarquias i edades.
El jefe que debia ponerse a la cabeza del movimient o era don Joq6 Sanilago Luco, que, en el principio de la revolucibn, habia sido coronel del batall6n
de gr;anaderos; per0 como en la 6poca de que voi trat andoI, no tenia ninguna influencia personal sobre la
tropa , i solo debia a su alta graduaci6n el honor que
le disc:ernian 10s conjurados, 10s jefes reales i verdaderos de la insurrecci6n proyectada eran otros oficia-
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b
LA DICTABURA DE OHIGGINS
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293
El od io de la dictadura de OHiggins ligaba mom e n t h2amente a 10s conjurados; per0 el fin que se
proponi an no era el mismo. Todos ellos deseaban la
caida df 31 director; mas 10s altos magnates que se habian COInprometido en la empresa pensaban trabajar
en prowx h o propio, i 10s j6venes oficiales que disponian de la tropa se burlaban a sus solas de estas esperanza s, porque tenian acordado llamar de Montevideo a don Josi: Miguel Carrera.
El tri unfo, si es que lo Eiubieran alcanzado, 10s habria ne(:esariamente dividido. Sin embargo, estuvieion mui distantes de encontrarse en ese trance.
Discuitian sobre el momento oportuno para dar el
golpe, c uando el gobierno se pus0 en movimiento, i
asegur6 a la mayor parte de 10s conjurados.
Despi16s de algunas averiguaciones, fueron confinados: cluihes a las costas del Choc6, qui6nes a Valdivia, qiuihes a Juan Ferngndez. Unos pocos lograron esc;%parse, i otros pocos, 10s de mas categoria i
cuya in.tervenci6n en la conjuraci6n habia sido mas
solapad,a, fueron considerados por el director mismo,
que no se atrevi6 a encarcelar a tan gran nlClmero de
ciudada nos.
I11
Este E;weso que sumerjia en la aflicci6n a muchas
f arr %as, exasper6 10s Animos de una porci6n considerable del vecindario. Aunque por lo bajo, se redoblaron 1as quejas contra el despotism0 de OHiggins.
Los 11ias exaltados propalaron que era el propio
director quien habia fomentado la conspiracih para
descubr.ir i atrapar a sus enemigos; que, por medic de
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LA DICTADURA DE OHIGGINS
_______.--
don Jose Antonio Rodriguez, habia sujerido el pensamiento a algunas personas que le eran sospechosas; i
que este mismo caballero le habia conducido en varias ocasiones disfrazado a casa de Ovalle, i que, en
otras, le habia mantenido a1 corriente de cuant: pasaba. SegGn 10s que est0 pretendian, Rodriguez estaba a1 cab0 de todo, Torque se hallaba en contact0
con varios conjurados, i vivia atin en casa de uno de
ellos.
Los mas moderados no cargaban en cuenta a OHiggins la iniciativa del proyecto, per0 acusaban a Rodriguez de traidor i delator.
La primera de estas aserciones no merece discutirse; es uno de esos absurdos que solo puede admitir
la pasi6n de partido en momento de acaloramiento.
Jam& 10s gobiernos recurren a medios tan peligrosos,
como el mencionado, para reconocer a sus adversarios.
La segunda aserci6n es posible; per0 zd6nde estkn
las pruebas? Es verdad que, en 10s cargos de esa especiepes dificil suministrarlas; mas t a m b i h es cierto
que las facciones politicas son sobrado lijeras en sus
acriminaciones.
Rodriguez pas6 casi incontinenti a ser el ministro
influente del director OHiggins. Sus contrarios dieron su elevaci6n como unaprueba irrecusable de SII
delaci6n; mas yo pregunto ;no seria ella el orijen de
esa terrible acusacibn?
En un cas0 como kste, la suspensicin de juicio es el
partido que corresponde a la imparcialidad de la historia (I).
( I ) En nn escrito que public6 don Jose h t o n i o Rodriguez en 1823, dice, para vindicarse-de esta acusacibn, lo que va a leerse:
CAPfTULO XI1
295
IV
De todas suertes, esa verdad, o esa calumnia, era
un mal antecedente para un ministro. Suministraba
a sus opositores una arma poderosa para mancillar
su reputacidn, para arrebatarle su popularidad. El
pueblo, en todas partes, en las monarquias i en las
repitblicas, es propenso a prestar oidos a 10s cargos
que se levantan contra sus gobernantes.
Por desgracia de Rodriguez, no era 6ste el Gnico
motivo de disfavor que se podia remover para desprestijiarle. Habia sido realista; habia servido destinos de importancia a1 lado de las autoridades espafiolas; esos antecedentes politicos no podian menos
de perjudicarle, cuando la exaltacidn de la lucha contra Espaiia no se habia calmado todavia, cuando esa
lucha misma no estaba conduida.
Rodriguez era un hombre de alta capacidad, uno
de 10s primeros abogados de Ambrica. F bia comenzado su carrera ptiblica sirviendo la auditoria del
ejkrcito realista bajo el mando del jeneral Gainza.
Despuits de la reconquista espaiiola en 1814, habia
sido nombrado fiscal de la audienciade Santiago.
tNo entri: a1 ministerio para buscar fortuna, ni creo que ese empleo pueda proporcionarla a ninguno en Chile. Fui llamado a 61, por recomendacih
del excelentisimo senedo: admiti por solo citatro meses. Est0 es demasiado
pfiblico, i esto desmiente.la horrible imputacidn de que, por el bajo medio
d e una supuesta denuncia, me abri el camino. No era yo tan torpe para
admitir en este cas0 un premio que debia dar la presunci6n del servicio.
Esto es l o b i c o que puedo decir, i aun he dicho demasiado;-hai calumnias
contra las qL-ia misrna inocencia pierde el valor.-SC, i nadie Io s a b r j de
mi, quienes fueron 10s denunciantes.,
296
LA CICTADURA DE O'HIGGINS
I
En este empleo, se habia mostrado clemente i bondadoso con 10s patriotas vencidos.
Su ninguna animosidad contra 10s -rebeldes le ,habia hecho sospechoso a la camarilla de Marc6, que
comenz6 a tratarle de insurjente i de venal. La irritaci6n de aquella administracibn contra Rodriguez
por la conducta que observaba, lleg6 hasta el punto
de recabar Marc6 de la audiencia que le remitiese a
Espafia bajo partida de rejistro. Los oidores sostuvieron a su colega, i se negaron a tomar semejante
medida. Per0 Marc6 no desisti6 de su empefio, i en.
vi6 a la corte un sumario que levant6 en secret0 para fundar sus recelos contra Rodriguez.
Afortunadamente para 6ste, la nave que conducia
ese sumario cay6 en poder de unos corsarios patriotas, que lo arrojaron a1 mar con el resto de la correspondencia.
Entretanto, Rodriguez habia averiguado, no s& c6mo, el riesgo que le amenazaba, i escribi6 al arzobisPO de Lima, que le protejia. Este patronato le consew6 en su empleo hasta la batalla de Chacabuco.
Despu6s del triunfo de 10s revolucionarios, 10s servicios que habia prestado a muchos individuos, poco
antes oprimidos i entonces vencedores, su conducta
equivoca en la 6poca de Rfarc6, sus relaciones de
amistad con OHiggins i su familia, a quienes habia
tratado en Chillh, de donde era natural, le valieron
el no ser perseguido, como lo fueron 10s demhs realist as, sus correlij ionarios.
Por el pronto, se encerr6 en la vida privada; pero
poco a poco fu6 adquiriendo una grande influencia
sobre el Animo del director.
En 1819, el gobierno pens6 en reorganizar el Ins-
2 97
tituto Nacional, que, hijo de la revoluci6nJ habia perecido con 'la reconquista de 1814. Para asegurarle
rent as, se resolvi6 incorporarle el seminario conciliar.
Esta medida suscit6 dificultades i murmullos de parte del clero. Para desvanecer esos escrfipulos, se encarg6 a Rodriguez la redacci6n de una memoria en
apoyo de la providencia.
Esta comisih, puede decirse, que marc6 su vuelta
a 10s negocios p-itblicos. Su escrito fu6 mui bien recibido, i aplaudido por la erudici6n que desplegaba en
61. Pero su reputaci6n de h6bil lejista no alcanzaba
a desvanecer Ias prevenciones que abrigaban 10s patriotas contra un individuo que habia servido a 10s
gobernantes espafioles. Su conversi6n de fresca data,
no les parecia una prenda suficiente de seguridad, i le
miraban con cierta desconfianza i desapego.
Por grande que fuera el afecto que le profesaba,
O'Higgins era el primero en reconocer -la impopularidad de Rodriguez i el disgust0 que ocasionaria su
encumbramiento. Asi, para efectuarlo, camin6 con
tiento, i tom6 precauciones. Principi6 por hacer que
el senado se lo recomendase como una persona digna
de ocupar un ministerio; i en seguida, con fecha z de
ma,yo de 1820, le nombr6 solo como interino para el
de hacienda, so pretest0 de que don Anselmo de la
Cruz debia trasladarse a Valparaiso para erijir en
principal la aduana de aquel puerto.
Esta fu6 la manera precavida i temerosa como se
introdujo a1 gabinete un hombre que, a 10s pocos meses, debia ser el factdtum del director, i sefialar el
rumbo a la politica del gobierno.
Per0 antes de referir 10s sucesos a que di6 lugar la
inj erencia de Rodriguez en la administracih, tengo
298
LA DICTADURS DE OHIGGINS
CAP~TULODECIMOTERCIO
Jlansibn d e don Jost. Mignel Carrera en Montevideo.-Carrera se pone en
relaci6n con el gobernador de Entre-Rios don Francisco Ramfrez,-Situacidn Izle la Repdbllca Arjentina en 181g.-Rompimiento de las hostilidades ca t r e 10s federales i el gobierno de Bueiios Aires.-Triunfo de 10s
federaleri , i su influencia en Bueuos Aires.-Proteccidn que el gobierno a r lentino clispensa a Carrera para que haga una espedici6n a Chile.-Actitud q u e toma con este motivo don Miguel Zaiiartu.-Persecuci6n que snf re. -Estada de Carrera en el rinc6n de Gorondona.-Proteccidn que dispensa a *4lvear para que sea gobernador .-Sitio de Buenos Aires.-Sorpresa dc> San Nicolls.--Acci6n del arroyo de Pavbn.--Accibn de Gamonal.--RI Btirada de Carrera a la pampa.-Su permanencia entre 10s indios.
-Su mzircha para Chile.-Maquinaciones diplomlticas d e Zafiartu para
destruir a (:anera.-Contramarcha
de don Jos6 hliquel a la provincia
de C6rd oba.-Accidn de la Cruz A1ta.-Carrera inteuta de nuevo pasar
a Chile.--Acci6n de la Punta del Medano.-Motin
de 10s soldados de
Carr t r a contra su jefe.-Prisidn de don JosB Miguel en Mendoza.-Su
rjecucid n .-Apreciacidn de Carrera hecha por un enemigo.-suerte que
corren algunos de 103 compafieros de este jeneral.
I
La t emacidad i audacia de ciertos hombres son verd aderainente asombrosas. La persecucih no 10s con-
300
LA DICTADURA DE OHIGGINS
e 4PfTULO XI11
-
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LA D I C T A ~ U R ADE OHIGGINS
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C A P ~ T U L OXIII
303
I1
Un d ia, guard6 don Jos6 Miguel todo su equipaje,
el equi]iaje de un proscrito, en una pequefia maleta,
la amai:r6 61 mismo a la grupa de su caballo, salt6
en seguida sobre la silla, i se encamin6 ocultamente
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LA DICTAbURA b E 0 9 H f G G l [ m
CAPfTULO XIXI
305
acompafiaba a las palabras de aquel incansable revolucionario, tan grande el ascendiente de su jenio!
'
I11
XIV,-ZO
306
LA DICTADURA DE OHIGGINS
trastorno j eneral estaba pr6ximo. Bastaba para predecirlo, observar el odio profundo de las provincias
contra Buenos Aires, como basta ver la atm6sfera
cargada de negros i espesos nubarrones para anunciar la tempestad.
Don Jos6 Miguel Carrera sup0 utilizar con habilidad las circunstancias, i hacerlas servir a sus prop6sitos. La parte que tom6 en 10s acontecimientos de
la otra banda, fu6 considerable. Dos eran 10s objetos
que llevaba en vista, a1 mezclarse en tan sangriento
drama. El primero, la caida del gobierno existente
en la capital, que se proponia suplantar por otro que
le fuera favorable; i el segundo, la organizaci6n de
una espedici6n con que escalar 10s Andes para precipitarse sobre Chile. Necesitaba aniquilar la Repfiblica Arjentina, trastornar el r6jimen establecido en
ella, cambiar por otros 10s hombres que gobernaban,
para que le fuese permitido levantar tropas, proporcionarse audios, i limpiar de estorbos el camino que
debia conducirle a su patria.
El proyecto no podia ser mas jigantesco; per0 a
trueque de conseguir su objeto, estaba dispuesto a
intentarlo todo.
A fin de realizar el plan mencionado, se lig6 con
10s federales; per0 es preciso tener presente que adopt6 esta resolucibn, no solo por necesidad, sin0 tambi6n por convicci6n. Acababa de regresar de 10s Estados Unidos, cuyo pasmoso engrandecimiento habia
contemplado de cerca, i venia enamorado de aquella
constituci6n. Natural era que se plegara a 10s hombres que trabajaban, o finjian trabajar por la adopcicin, en la Am6rica del Sur, de tales instituciones,
mucho mas cuando todos sus contrarios se hallaban
CAPfTULO XIIf
309
alistados en el opuesto bando. La justicia i la conveniencia le trazaban asi el camino que debia seguir.
IV
Don Josh Miguel, con su carActer impetuoso, no
podia permanecer mucho tiempo en la inacci6n. Escritor a1 propio tiempo que militar, abri6 la campafia con la publicaci6n de una gaceta en la que predic6 la federacihn, i revel6 10s secretos manejos de
Pueirredh con 10s brasileros para entregar el pais a
algin principe de la familia de Borb6n: intriga que
habia descubierto durante su permanencia en Montevideo. Este peri6dico activ6 la revoluci6n, propagando 10s principios en que se apoyaba, i desprestijiando al gobierno existente.
Cuando la opini6n estuvo bien preparada, se vali6
de la influencia que habia adquirido sobre Ramirez
para escitarle a sublevarse. El jefe de Entre Rios,
que necesitaba del freno mas bien que de la espuela,
no vacil6 un momento en adoptar el consejo de su
huksped. En consecuencia, la guerra qued6 declarada i las hostilidades comenzaron.
Mihtras se formaba la tempestad revolucionaria
en las provincias, ocurria en Buenos Aires un cambio
de gobernantes. El despotism0 i las ideas mon5rquicas de don Juan Martin Pueirred6n le habian hecho
altamente impopular. Una numerosa facci6n de ciudadanos atribuia a su falsa politica el descontento i
10s amagos de trastornos que se notaban en 10s pueblos del interior.
Las muchas dificultades que le suscitaba esta dis-
308
LA DICTADURA DE OHIGGINS
V
Despuks de este desastre, Buenos Aires hizo todavia algunas tentativas de resistencia; per0 tod.os sus
C A P ~ T U L OXIII
309
esfuerzos solo sirvieron para impedir que 10s vencedores entraran en la ciudad a1 galope de sus caballos
i sable en mano,
Un tratado la eximi6 de esta afrenta. Los principales articulos del convenio, fueron el establecimiento de un gobierno federal, la reuni6n de un pr6ximo
congreso encargado de fijar sus bases, la retirada del
ejkrcito invasor por pequefias divisiones, i el nombramiento de don Manuel Sarratea para gobernador
de Buenos Aires.
Las estipulaciones comerizaban a llevarse a efecto,
i hacia diez dias que Sarratea habia tomarlo tranquilamente posesi6n de su destino, cuando el jeneral don
Marcos Balcarce, que habia salvado la infanteria del
dcscalabro de Cepeda, se present6 de improviso en la
capital, i ech6 por tierra la nueva administraciGn,
hacikndose proclamar capit5,n jeneral de la provincia.
Don Josi: Miguel Carrera, que a la saz6n se hallaba
en Buenos Aires, fuk nombrado por Balcarce para
que le sirviera de mediador con 10s federales. So pretesto de desempefiar esta comisih, pudo dirijirse con
la celeridad del rayo a1 campamento de Ramirez, que
estaba a alguna distancia de la capital. Unas cuantas
palabras les bastaron para entenderse. No se tolera
en el poder a un enemigo, cuando se tienen en la manolos medios de derribarle.
Con un cuerpo de doscientos hombres marcharon
ambos jefes apresuradamente sobre la ciudad; i en
vez de encontrar en ella resistencia, hallaron abiertas
las puertas, i vieron venir a incorporarse a sus filas a
10s mismos que la defendian. Balcarce, abandonado
por 10s ciudadanos i por sus propios soldados, no
310
LA DIC1'ADLrllA D E O'IIIGGINS
VI
Con la variaci6n del gobierno, cambi6 c om ple t amente la condici6n de Carrera. A las persf xuciones
CAPfTULO XI11
311
3 12
-
LA DlCTADURA DE OIIIGGINS
rrera con la mayor ansiedad. De un cargcter tan arrojado como el de este Gltimo, no era persona que se
asustaba por las amenazas de un gobierno, ni por 10s
tumultos de un pueblo.
Viendo la protecci6n decidida que Sarratea prestaba a 10s espedicionarios, resolvi6 protestar oficialmente contra ella, no porque pensara que un oficio
suyo obligaria a1 director a suspender las providencias que habia dictado, sino a fin de crearle obsthcu10s i embarazos.
En consecuencia, le remiti6 el oficio siguiente, que
copio integro, porque me pareceque en 61 est& pintada la audacia de su autor.
C A P ~ T U L O XIII
313
314
LA DICTADURA DE OHIGGINS
mente que la espedici6n de Carrera tenia el inccnveniente de hacer fracasar la que se proyectaba en Chi le contra el Perc, logr6 por este medio que el piieblo
se declarara por su causa,i que el 26 se espresa ra de
un modo tan manifiesto contra don Josit Miguel ? que
le forzara a huir con sus pros6litos.
Irritado Sarratea por la audacia de este proc eder,
him que se intimara a Zafiartu la orden. siguiente,
que, sin necesidad de ningGn comentario, rnanilSesta
el furor de que estaba poseido.
CAPfTULO XI11
31 5
31 6
LA DICTADURA DE O'HIGGINS
CAP~TULOXIII
317
b.
video, luego que el tiempo lo permita. Per0 entre tanto, tengo derecho, si, para esperar que Vuestra Escelencia impida toda tropelia contra mi persona, evitando que mi gobierno, insultado en ella, exija por
su honor una satisfacci6n sensible a la armonia que
felizmente parece ya estab1ecida.- Dios, etc.- Miguel ZaGartu.
cEscelentisimo Cabildo de Buenos Airesy.
La influencia del ajente chileno en el cabildo, debia ser estremada, cuando esta corporaci6n no se atrevi6 a desatender su solicitud, i lo que es mas, cuando
ella consigui6 del gobernador de la provincia, a quien
se trataba con tanta acrimonia, que concediera a su
propio ofensor el tiempo necesario para el arreglo de
su partida.
Escusado parece decir que Zafiartu no emple6 esta
pr6rroga en 10s preparativos del viaje. De pasiones
violentas i de un arrojo que rayaba en temeridad
cuando le animaba el espiritu de partido, su Gnica
ocupaci6n durante 10s dias que permaneci6 en la capital, fui: hacer una oposicih declarada a todos 10s
actos del gobierno. La rabia de Sarratea lleg6 a1 colmo con aquella tenacidad, i le precipit6 a estender el
mandat o siguiente.
cEl ayudante mayor de plaza don Josh Conti, intimar5 a N. Zafiartu, diputado del gobierno de Chile
cerca del directorio, que, en el tkrmino de seis horas,
se embarque para afuera de la provincia; de quedar
asi cumplida esta orden, dar5. cuenta en intelijencia
que no deber5 separarse de su persona hasta dejarle
ernbarcado. Buenos Aires, abril IO de 18zo.-Sarratea.,>
31 8
LA DICTADURA DE OEIIGGINS
VI1
Con la partida de Zaiiartu, Carrera se vi6 libre de
toda incomodidad, i se dedic6 esclusivamente a la
disciplina de sus seiscientos chilenos. Sin embargo, no
goz6 por largo tiempo de semejante sosiego. En medio de la espantosa anarquia que devoraba a la Repfiblica Arjentina, era dificil para un hombre como
don Josh Miguel, conseguir que se le dejara en paz,
haciendo sus aprestos para invadir a Chile. Habia tomado una parte demasiado activa en la politica, para que le fuera posible, por mas que lo quisiera, abstraerse enteramente de 10s negocios pcblicos. La esperiencia no tard6 en hachrselo conocer.
Don Carlos Maria Xlvear, uno de sus antiguos amigos, i su camarada en la guerra de Espafia, acaudill6,
sin resultado feliz, una revuelta en Buenos Aires. Para escapar de la venganza de sus adversarios victoriosos, busc6 un refujio en el campamento de Carrera.
El gobierno exiji6 la entrega de su enemigo. Don Jos6
Miguel respondi6 con firmeza que jam%s negaria su
protecci6n a1 individuo desgraciado que se la habia
pedido. Esta incidencia enfri6 sus relaciones con Sarratea.
Para aplacar sus disputas con las autoridades de la
capital, i entregarse con toda quietud a1 arreglo de
sus tropas, se retir6 con ellas a1 Rinc6n de Gorondona, Angulo de terreno formado por la confluencia de
CAP~TULOXIII
319
320
'
LA DICTADURA DE O'HIGGINS
Don Jos6 Miguel examin6 con detencic5n todas estas noticias, i se pus0 a meditar sobre la determinaci6n que tomaria. El invierno le impedia pasar desde
luego a Chile. Su presencia en San Juan rio era necesaria. La guerra entre Artigas i Ramire'z debia ser
larga, i siempre habria sobrado tiempo pa ra entrometerse en ella. Lo que si imporiaba arret;lar pronto,
era el gobierno de Buenos Aires.
Esta serie de reflexiones bast6 a don .Josk Miguel
para resolverse por el Gltimo partido. Sin tardanza,
orden6 a su jente que se alistara para 1la marcha, i
persuadi6 a1 gobernador de Santa F6, L ~)ez,
F a que le
acompafiara con cuatrocientos jinetes.
Entre todos 10s espedicionarios, corn ponian mil
hombres. Soler mandaba un ejkrcito de ce rca de cinco
mil. Per0 eso no acobardaba a 10s montorieros de L6pez i Carrera, quienes sabian por espericmcia que la
desproporci6n numkrica no era en aquel la multitud
indisciplinada un obsthculo para la victor la.
El 28 de junio de 1820, 10s dos bandos opuestos se
encontraron en la caiiada de la Cruz, i lo:; defensores
de Buenos Aires sufrieron una completa i vergonzosa
derrota i perdieron setecientos ochenta individuos
entre muertos i prisioneros, cinco piezas (l e artilleria
i dos banderas.
Un paso en falso, una torpeza politic: 1 neutraliz6
. para Carrera las ventajas de esta esplhdilda victoria.
Se le antoj6 proclamar gobernador de Buenos Aires a
su amigo don Carlos Maria Alvear. Era 6ste uno de
10s jefes mas impopulares, mas malqueridlos de la RepGblica Arjentina. No gozaba siquiera de: las simpatias de 10s mismos carrerinos, de 10s que debian sos-
C A P ~ T U L Ox r i ~
32 1
vm
El coronel Dorrego, que habl'a sucedido a Soler en
el gobierno, se aprovech6 de este descanso, para formar en uni6n de La Madrid i don Martin Rodriguez
una divisi6n de tres mil hombres.
En estas campaiias irregulares, 10s ejkrcitos se levantan en dias, i se disipan en horas.
Los carrerinos supieron, durante la marcha, que el
gobernador de Buenos Aires 10s seguia con sus tropas a la distancia respetuosa de treinta leguas. Se
AMUNATEGUI. -VOL.
XIV. -21
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LA DICTADURA DE OHIGGTNS
C A P ~ T U L Oxr~f
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LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAPfTULO XI11
325
que le diriji: in 10s ajentes de Rodriguez para que separase su ca.usa de la del proscrito chileno. En aquel
momento, rio pensaba en abatir a la capital, sino en
vender a su compafi ero.
La situacji6n de Carrera llegaba a ser mui critica.
Solo disponi a de ciento cincuenta chilenos. La guerra impedia a su aliado Ramirez moverse de EntreRios, i le p(inia en el cas0 de solicitar ausilio mas
bien que dc3 darlo. Mientras L6pez se preparaba a
traicionar a su amigo, Rustos, el gobernador que Carrera habia (:olocado en Cbrdoba, le traicionaba abiertamcnte, i 5;e pasaba a 10s contrarios. Mendiz5bal i
10s Cnxadore1s de Los Afzdes, eran deshechos cn San
Juan, a1 m ism0 tiempo que don Martin Rodriguez
organizaba en Buenos Aires, con la mavor actividad
i a toda pris a, un ejercito respetable.
Parecia q ue Carrera no podia evitar su ruina.
En este a,puro, encuentra repentinamente ausiliares donde nnenos lo esperaba. La fama de sus hazafias habia 11cgado hasta 10s indios de la pampa. Un
veterano chileno de Carrera que, por inclinaciones
salvajes, h:ibbia abandonado la vida civilizada para
irse a habit ar con 10s b&rbaros, i que se habia conquistado gr;ande influencia entre ellos, foment6 el entusiasmo qxie don Jose Miguel les inspiraba. De todo
est0 result6 que 10s caciques enviasen a1 jeneral chileno diputados para ofrecerle el apoyo de sus lamas.
Carrera e'scuch6 desde luego tal mensaje con asombroi descorifianza: <no seria una red de sus adversarios? Per0 cIespues, instruido de lo que habia de cierto, acept6 1;a oferta, i se fui: con su diminuta divisi6n
a buscar en la pampa un asilo contra el furor de sus
enemigos. 1Tn aquellas circunstancias, segGn la espre1
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CAPfTULO XI11
327
vajes e se predominio que, en otras 6pocas de su existencia, habia alcanzado sobre la jente civilizada.
Hab ia en ese hombre algo de Alcibiades griego. Posein la flexibilidad de maneras de ese h&oe ateniense
que, er:i Esparta, ejeinplarizaba con su sobriedad a 10s
discipu 10s de Licurgo; que, en Jonia, era el mas vol u p t uo so; que, en Tracia, pasaba por el mejor jinete
i cl ma vor bebedor; i que, en Persia, asustaba con su
lujo a 10s s5trapas del gran rei.
Carrera t a m b i h habia sido en Espafia un oficial
11 r a vo i alegre; en Chile, un revolucionario h&bil i
c l ~diaz ; en Estados Unidos, tin proscrito circunspecto
i emprendcdor; en Montevideo, cscritor i diarista; entre 10s montoneros de Entre-Rios i Santa Fe, incansablc k)atallador; en la pampa, un gaucho eximio en
el Inaniejo del caballo i de la lanza.
Aprcmdi6 a hablar el idioma de 10s indios coin0 el
mas el ocuente cacique, i les imit6 hasta la perfecci6n
sus coIstumbres, como si se hubiera educado entre
ellos. 1Los indios no le ocultaban su admiracibn, i no
le nowibraban de otro modo que Pichi Rei o Reyecito.
Carr.era no permaneci6 por largo tiempo aislado en
las tollderias. La ociosidad desmoraliz6 su tropa, que
(advertir6 de paso) no recibia ninguna paga, i desarroll6 t:ntre 10s soldados tc bndencias sediciosas.
El jc:nerd chileno estim6 que aquel terrible mal no
tenia 1mas remedio, que volver otra vez a 10s combates, i (letermin6 it- sin tardanza a tentar en Chile la
fortuna. Se despidi6 de 10s caciques sus amigos, i se
encarnin6 a la cordillera de 10s Andes con un cuerpo
de ciento cuarenta chilenos i cuarenta indios que le
serviaii de baquianos.
A P OCO andar, se perdi6 en la inmensidad de la
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LA DICTAUURA D E OIIICX I N S
pampa. Ni 10s indios, ni mucho m.enos 61, sabian absolutamente donde estaban.
Treinta i tres dias, permanecicrcIn cn aquella cruel
situacibn, aliment5ndose con carnLe de caballo, i bebiendo agua salobre, que ni au n asi encontraban
siempre.
A1 cabo, fueron a salir a la frlontera de C6rdoba.
E n este punto, supieron que las provincias limitrofes de la cordillera estaban prepar,adas para cerrarles
el paso. OHiggins habia repartido entre ellas arnias i
dinero en abundancia, i les habia 1iecho a d e m k magnificas promesas para que detuvi eran a su leinido i
odiado rival. Si 10s carrerinos q1ierian llegar hasta
Chile, tenian, pues, que abrirse pa so por entre varios
ejkrcitos. Esta consideraci6n no leis acobard6, i continuaron su peligroso viaje.
En Chajgn, encontraron una divisi6n de cordobeses,
i la desbarataron. En el llano del Pulgar, mArj enes del
Rio Quinto, vinieron a las mano:j con otra perteneciente a la .provincia de San Luis;; i despuQ de una
pelea sangrienta, la aniquilaron ciisi del todo.
Despu6s de estas ventajas, toda via les quedaba que
combatir para conquistarse el per miso de trepar por
10s Andes; per0 el recuerdo de sus recientes triunfos i
la esperanza de otros nuevos, delbian animarlos. Sin
embargo, desistieron de su prime]-a resolucih, i volvieron atrgs.
X
Voi a esplicar 10s motivos de esta variacibn, que
quiz5 parecerA estrafia.
CriPfTULO XI11
329
330
LA DICTADURA DE O'HIGGINS
'
c wiTuLo
XIII
331
332
LA DICTADURA DE OHIGGINS
i aunque no quebraron del todo, sin embargo, convinieron en volver a separar sus fuerzas, i en obrar
con entera independencia uno de otro. !Ivlarchando
hacia lados difercntes, se proponian aderr15s di\.idir
la atenci6n de sus contrarios, i escapar masi f6cilmente de la persecuci6n.
Ramirez se diriji6 hacia el norte para Samtiago del
Estero; i Carrera, a1 occidente para Sail Luis: queria
acercarse otra vez a 10s Andes, la h i c a b arrera que
le apartaba de esta patria a donde tan arclientemente deseaba regresar.
En las inmediaciones de la villa de Ctoncepcibn,
vecina a1 Rio Cuarto, encontr6 un cuerpo de tropas
mendocinas; i aunque les era mui inferior. en nGmero, seiial6 con una nueva victoria todavic1 su peregrinaci6n por la RepGblica Arj entina.
Esta facilidad para triunfar, a pesar de la escasez
de recursos, di6 a Carrera, entre 10s camFlesinos, la
fama de hechicero. Aqucllas pobres jentes no podian
esplicarse tan constante i buena fortuna er1 la guerra
sino atribuyhdola a causas sobrenaturales,. Referian
mil patrafias a este respecto. Contaban, e ntre otras
cosas, que habia quien hubiera visto a C:irrera, durante un combate, sacar del bolsillo un pa]Jel blanco,
arrojarlo a1 viento, i hacer brotar de la tit.rra por la
virtud de tal conjuro, lejiones de soldados, cuyo empuje nadie era capaz de resistir. Una repiitaci6n como esta no dejaba de aprovecharle, i apar taba de su
camino mas de un enemigo.
I
CAPfTULO X l I f
353
XII
Don J os6 Miguel, continuando su marcha, se apoder6 sin resistencia de la ciudad de San Luis. Despuds de algunos dias de mansi6n en este punto, determin6 trasladarse a San Juan para organizar un
ejdrcito, i emprender el pasaje de la cordillera en el
pr6ximo verano.
Con es t e objeto, pus0 en movimiento su divisi6n
el 21 de agosto de 1821.
Don Jos6 Miguel era poco conocedor de aquella
comarca1, i se vi6 obligado a confiarse de guias que
no tuvie:ran n i n g ~ nescrfipulo en traicionarle. Comenzaron a conducirle por sendas solitarias i fragosas,
donde f ;altaba el aliment0 para 10s hombres, el pasto
para 10s ar~imales,el agua para unos i otros.
La t r opa habia salido de San Luis mal montada.
Las correrias anteriores habian aniquilado 10s caballos, i nc1 habia habido oportunidad de reemplazarlos.
La hspebra marcha de San Luis a San Juan acab6 de
poner iiiservibles aquellas bestias estenuadas.
MuchLos de 10s soldados abandonaban sus cabalgaduras, at las cuales el cansancio impedia andar, i preferian c ontinuar la ruta a pi6, i tirhndolas de la rienda. Otr os se veian forzados a cambiarlas por mulas
enflaqulecidas, que habrian podido suplir para un viaje, perc1 no para un combate.
Esta escasez de elementos tan precisos desconsolaba a lo: , soldados, arrebat Andoles todas las ilusiones.
334
LA DICTADURA DE OHICGINS
XI11
El 31 de agosto de 1821, se hallaba Carrera con
sus compafieros en Punta del Mkdano, lugar inmediato a la ciudad de San Juan. Pensaba con fundamento que aquel dia adquiriria 10s caballos necesarios
para montar a sus soldados; icon este fin, desde el
alba, se liabia puesto en movimiento.
De repente divis6 formado en batalla el ejkrcito de
Mendoza, que mandaba el coronel don Josh Albino
Gutiitrrez.
Esta fuerza alcanzaria como a ochocientos soldados. Don Jos6 Miguel apenas contaba con quinientos;
i de esos, a lo sumo doscientos cabalgaban sobre caballos debilitados; 10s demiis estaban a piit, o iban
sobre mulas. Sin embargo, era indispensable venir a
las manos, pues no habia remedio: o combatian o se
entregaban. Era imp& ble aplazar la accibn.
El jeneral di6 orden a Benavente de que se pusiera a la cabeza de 10s jinetes disponibles que tenian, i
de que cargara con ellos.
El coronel Benavente obedeci6.
El terreno era arenoso i movedizo; 10s caballos se
enterraban en aquella tierra suelta, i esperimentaban
la mayor dificultad para moverse; un polvo sutil i
delgado quitaba la vista a 10s soldados, que 10s dirijian a1 galope contra el enemigo. Estos embarazos
acabaron de rendir a aquellos hombres i a aquellos
336
LA DlCTADtJRA DE OHIGGfNS
I
CAP~TULOxi11
337
XIV
Aquel grupo de fujitivos continu6 la marcha con
toda lijeireza; per0 la velocidad con que caminaban
no impid i6 que se tramase entre ellos, i se ejecutase
en pocas horas una negra traici6n. La desgracia es
a veces I:ma mala consejera para 10s hombres, i suele
despertat- las pasiones depravadas que se ocultan en
las almaS .
Los compafieros de don Jos6 Miguel, considerando
desesper;ada la causa de su jefe, comenzaron a concebir el clesignio de comprar su propia impunidad a
precio dt:la entrega de aquel a quien hasta eiztonces
habian servido, a quien hasta entonces habian respetado.
Cuatrc) oficiales, cuyos nombres i apellidos eran
don Rosiauro Fuentes, don Josi, Maria Moya, don
Jos6 Manuel Arias, i un tal Inchaurte, fueron 10s
promoto res de esa infamia. Dijeron a 10s soldados
que Car rera hicamente trataba de escaparse para
a l g h pa is estranjero, con sus principales amigos; i
que a ellos 10s abandonaria a la venganza del gobierno. Era precis0 prevenir ese golpe, asegurar las personas delIjeneral i de 10s oficiales, i rescatar su libertad a co:;ta de la de kstos.
Los pl anes de aquellos malvados fueron acojidos; i
tanto ell1os, como sus cbmplices, resolvieron ponerlos
en plant4a sin demora.
Toda esta maquinaci6n se habia fraguado trasmit i h d o s e las palabras por lo bajo de linea en linea, i
sin que 1.a columna hubiera hecho alto un solo momento.
AMUNATEGUI.-VOL.
XIV--22
.
338
LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAP~TULOXIII
339
340
LA DICTADURA DE OHIGGINS
XVI
A1 dia siguiente, hizo su entrada triulnfante en la
ciudad el vencedor de la Punta del M6d: tno, don Jo
si: Albino Guti6rr;z. Acamp6 su tropa en la plaza
principal; i con el tono de quien todo lo 1mede, exiji6
la muerte de Carrera, Alvarez i Benavent;e.
El z de setiembre, a las once de la noIche, 10s prisioneros fueron sacados de su calabozo, i llevados a
una pieza donde 10s esperaba el mayor Cavero, que
desempefiaba las funciones de fiscal, el tleniente Chenado i el mayor de plaza Corvaliin. Cavero les notific6 que nombrasen defensores.
Don Jos6 Miguel, tomando la palabra. por si i sus
compafieros, contest6 que mal podian pr.oceder a tal
nombramiento cuando no sabian de qu6 se les acusaba, cuando ignoraban 10s cargos a que cieberian responder; que si el Animo de 10s gobernarites era fusilarlos, debian dejarse de ceremonias intitides, i condenarlos a1 suplicio por un simple decreto.
CAPfTULO XI11
34 1
El fisca1,todo cortado, no sup0 qu6 replicar, i se limit6 a decir que-era fiyeciso cump7ir la orden que se
le habia dado.
Los prisioneros convinieron a1 fin en designar por
defensores a tres oficiales del pais, que sus propios
interrogantes les sefialaron. Ninguno de 10s tres elejidos admitid la Cornish.
Los reos volvieron a ser encerrados en el calabozo,
donde permanecieron sin ninguna novedad, i sin que
se les hiciera saber ninguna otra tramitaci6n de su
juicio, hasta las ocho de la noche del dia 3.
A esa hora, 10s sacaron de nuevo, i les leyeron una
especie de sentencia, concebida del modo siguiente:
ctVistos, conformhndome con el parecer del consejo de
guerra, serhn pasados por las armas en el perentorio
titrmino de diez i seis horas el brigadier don Jos6 Miguel Carrera, el coronel don Jose Maria Benavente i
el de igual clase don Felipe A1varez.-Mendoza, etc.
--God& Crux.,>
Los tres escucharon sin inmutarse la lectura de esa
pieza fatal. Desde que habian sido presos, aguardaban este resultado, i no les asombraba lo menor.
Don Josi: Miguel pidid que le permitiesen hablar
con el presbitero don Jose Pefia, confesor de su suegra, i despedirse de esta misma sefiora, que a la sazdn
estaba confinada en Mendoza. El fiscal le contest&que veria.
XVII
342
LA DICTADURA DE OHIGGINS
Entonces entr6 a visitarlos don Juan J os6 Benavente, hermano de don JOSE: Maria, que ejctrcia el comercio en la ciudad de Mendoza. Venia a decides
que no conservasen la mas remota esperam a de la
vida.
Les cont6 que habia ido en compaiiia cle muchos
ciudadanos respetables a pedir a1 gobernaldor intendente la gracia de su hermano el coronel. C;odoi Cruz
se habia ablandado con sus siiplicas; per0 les habia
manifestado que no podia haccr nada sin la aprobaci6n de don Jos6 Albino Gutikrrez. Los scIlicitantes,
sin p6rdida de tiempo, habian pasado con el mismo
aparato a la presencia del jefe victorioso; mas Gutierrez, dihdose aires de conquistador, ha bia rechazado todos 10s ruegos, i permanecido inex orable. La
sentencia iba a ejecutarse sin remedio.
Carrera volvi6 a instar porque se le perrriitiera una
conferencia con su suegra i el presbitero Peiia; tenia
asuntos de familia que comunicarles. Le resipondieron
que las dos personas de que hablaba estal3an enfermas, i no podian acudir a aquel llamado.
Don Jos6 Miguel hizo entonces que le tr.ajeran papel i tinta, i se pus0 a escribir la siguiente carta a su
esposa doiia Mercedes Fontecilla:
&itanno
CAP~TULOXIII
343
344
LA D I C T A D W R A ~ D EO'HIGGINS
--
XVIII
A la puerta de la c&rcel, encontr6 Carrera la escolta que debia custodiarle hasta el banco, a algunos
sacerdotes que le ofrecieron sus servicios, i a1 corone1 Alvarez, que debia acompafiarle en el cadalso,
como le habia acompafiado en la Gltima canipaiia.
Los dos condenados estaban serenos, i demsafia ban
el odio de sus enemigos.
Un jentio inmenso habia acudido .a piiesenciar
aquel sangriento espect&culo.
Don Jos6 Miguel contemp16 aquella mu1ltitud de
espectadores con la mayor serenidad; per0 nianif E st 6
repugnancia de que hubieran venido mujer-es a divertirse con un suplicio.-j Qu6 incivil es est e fiueblo!
dijo: ya se ve, jeducado pov Luzuri/iaga! i E n que' paifte se ve que sa1ga.n las mujeves a presenciav este esfiectdculo?
Habiendo notado que un muchacho le esitaba sacando la lengua, mir6 a aquel pilluelo maligp o sonrikndose i con una alegria natural, que re7relaba la
mayor tranquilidad de espiritu.
Despuks se pus0 a examinar la guarnici61n que estaba formada i sobre las armas, e hizo a1 ojficial que
iba encargado de su custodia, varias obseirvaciones
relativas a la tropa.
,
CAPfTULO XI11
345
_
I
En est1e momento, se le acerc6 uno de 10s sacerdotes dici6ndole:-que se ocupase eiz Dios, i no se distrajese con I(os C O S ~ Sque le rodeabafz.-A Dios, le respondi6 Carr-em, le Ilcvo, 120 eiz los labios, siao e n el coyaxdn, que ss lo que vale.
Cuandc3 lleg6 a1 lugar del suplicio, el mismo donde
habian p erecido sus dos hermanos, se sent6 en el
banco sirL ninguna apariencia de temor, per0 sin afectaci6n.
En ese instante, oy6 pronunciar su nombre en alta
voz; leva nt6 la vista, i vi6 en un balc6n unas seiioras
que pire(cian conocerle; se llev6 la mano a la gorra,
i las saluc55 con cortesia.
Uno d(e 10s relijiosos que le cercaban le indic6 que
perdonaste a 10s que le habian ofendido, i pidiese 61
misrno pt:rd6n por su fa1ta.--A mis eaemigos, dijo
don Josi ; Miguel, 10s perdono, si es que el olvido de
sus agrar 60s puede hacerles suspender la fiersecuci6n
co.vttra mzI familia.
-Po7 lo que a mi toca, continub, como creo haber
obrado sit?m@e con rectitud, no solicitart el Perdbn de
ninguno 1Ze m i s contvarios, i menos de 10s mendocinos,
a quienes comidero 10s m a s b h b a r o s de todos.
Desputis de esto, rog6 que se entregaran a su suegra su re1oj i una manta de valor que llevaba, para
que ella trasmitiera estas prendas a sus hijos como
un recueirdo del desgraciado a quien debian el ser.
El verclug0 se aproxim6 para atarle 10s brazos. A1
notar sus intenciones, don Jos6 Miguel, indignado, se
pus0 de I3i6, i pregunt6 a1 oficial que mandaba la ejecuci6n:- .&Havisto usted alguna vex que un militarde
honor se 1deje amarrar por un facineroso?
Tampo co permiti6 que le vendaran 10s ojos.
(
346
LA DICTADURA DE O'HIGGINS
XIX
Por aquellos dias, un cura de San 1h i s que habia
conocido a don Jos6 Miguel, per0 que era su enemigo, hizo una apreciaci6n notable de las sobresalientes
CAP~TULO XIII
347
prendas con que habfa dotado la naturaleza a1 caudillo chileno en una carta escritn paranoticiar a otra
persona la tristc suerte que Cstc habia corrido. Voi a
copiar algunas de las palabras de ese adversario que,
por su orijen mismo, dicen en elojio de Carrera mas
que el panejirico de un amigo.
4Aunque la muerte de Carrera, escribia el dicho
cura, es una felicidad, i su vida una calamidad para
la patria, no he podido dejarle de sentir, porque mi
raz6n i mi coraz6n tienen que luchar conmigo mismo,
cuando recuerdo 12s aptitudes de este grande hombre, a quien trat6 algo de cerca.
GSUpersonaje fisico era el mas interesante; sus ojos
esprimian todas las pasiones de su alma; sus modales eran 10s rnis arreglados i finos; su lenguaje ganaba todos 10s espiritus i corazones. El error i la mentira tenian en su boca todo el aspecto de la verdad
i la sinceridad. No habia en 41 la rnenor pedanteria;
sus con~7ersacioneslas mas criminales tenian toda la
decencia de la virtud; s i x vicios ya no parecian feos
desde que 61 comenzaba a hacer su apolojia, En una
palabra, amigo mio, Carrera ha sido un hombre tan
grande por sus talentos cual lo habian menester las
necesidades de la patria; ella no producirA en mucho
tiempo un jenio tan capaz como el suyo de hacer la
felicidad o la desgracia pGblica. Creo firmemente que
la Providencia se ha apiadado de nosotros, cuando
le hizo perecer.9
xx
Habiendo' dado a conocer 10s hechos que produjeron el suplicio de Carrera, i las circunstancias que lo
348
LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAP~TULODECIMOCUARTO
Reorganizacibn de las bandas de Benavides en la frontera.-Ventajas
que
de Ta1cahuaao.-Aceste caudillo obtiene sobre 10s patriotas.-Accibn
cibn de la Alameda de Concepcibn. -Tercera insurrecci6n de Benavi.
des.-Accijn de las vegas de Sa1dias.-Solicited de Benavides para en tregarse a1 gobierno.-Su tentativa para fugarse a1 Perfi.-Su prisi6n en
la costa de Topoca1ma.-Su ejecucibn.
Casi SimultAneamente con la insurrecci6n trasandina de Carrera, que acabo de referir, inquietaban
a1 gobierno de Santiago 10s progresos del caudillo
realista Benavides en el sur de la RepGblica. La derrota de Curali no habia agotado sus recursos, como
lo habian esperado 10s patriotas, Despuks de una batalla que se habia creido decisiva en la contienda,
aquel jefe de bandidos se habia levantado mas amenazante, mas formidable.
En el fondo de la Araucania, habia encontrado nue-
350
LA DKTADURA DE OHIGGINS
CAP~TULOXIV
351
No er;3 tal la situacirjn de Benavides. Por las causas que he esplicado mas arriba, itste se I-iallaba boyante. 7renia reunido un ejbrcito de dos mil hombres
bien arniados, i contaba con embarcaciones que pirateaban :n las costas vecinas. Asi, un jefe de bandoleros estalba mejor equipado que el jeneral de las fuerzas chilt:nas.
Renayvides reconoci6 las ventajas de su posici6n, i
levant6 el blanco de sus pretensiones. Ya no se content6 c(In hacer escaramuzas por ias rejiones fronterizas, sino que pens6 en dar batallas. En su campamento, no se hablaba sino de la toma de Santiago.
Renavicles mismo escribia a1 virrei que le maiidase
cortar I a cabeza, si no se apoderaba de la primera
ciudad del pais. Aquellos montoneros, vista la debilidad d el enemigo que tenirtii a1 frente, se juzgaban
bastant e fuertes para abrirse camino hasta la capital
de la repiiblica.
En scdiembre de 1820, el resultado de las operaciones de Benavides comenz6 a inspirar serios cuidados
a 10s I)atriotas. En pocos dias, las tropas realistas
ganaroii tres victorias, i casi se posesionaron de todo
el sur.
El z( de ese mes, don Juan Manuel Pico, segundo
de Ben;avides, a la cabeza de mil quinientos hombres,
derrota, completamente en Yumbel un escuadr6n de
cazadoires mandados por el teniente coronel Viel. La
buena :fortuna de este Gltimo i la lijereza de su caba110 le siilvan de caer en manos del vencedor, que daba
la mueirte a todo oficial prisionero.
352
LA DICTADURA DE OHIGGINS
A 10s tres dias, el mismo Pic0 encuentra en el Pangal a1 coronel don Carlos M. OCarrol; destroza su
divisih; uno de 10s indios que siguen la montonera
enlaza a este desdichado jefe mientras procura escaparse, i Pic0 le manda fusilar.
Tres dias despuits, Renavides que se ha reunido
con el cuerpo de su teniente, obliga en Tarpellanca
a1 mariscal don Andrits Alcazar a que se rinda, prometihdole que respetara su vida i la de sus oficiales;
i en seguida, con desprecio de lo pactado, ordena asesinar sin misericordia a1 jefe i a todos sus subalternos.
Despuits de estos descalabros, Freire desconfia de
poder resistir en Concepcih, i se retira cc-n escasas
tropas a Talcahuano.
El z de octubre de 1820, Benavides entra en la capital de la provincia, se establece en ella i encierra
a1 intendente en el recinto del puerto.
.Freire envia a pedir socorro con toda premura a1
direct or.
La noticia de 10s sucesos del sur inquieta a 10s santiaguinos. Nadie niega ya, en vista de lo que ha pasado, la posibilidad de que ese desertor que se ha levantado del banquillo para irse a insurreccionar, se
aproxime con sus hordas hasta la ciudad donde el gobierno central ha fijado su asiento.
El director es el primer0 en reconocer la justicia
de estos temores. Para conjurar ese riesgo inminente,
d a a1 coronel don Joaquin Prieto la comisi6n de trasladarse en el acto a 10s partidos que riega el Itata, a
fin de que, reuniendo alli todas las milicias que pueda, contenga con ellas a Benavides, cas0 de que intente con ellas venirse sobre Santiago.
C A P ~ T U L OXIV
353
x1v.-23
354
LA DICTADURA DE OHIGGINS
I11
Luego que hubo puesto a cubierto de todo peligro
el objeto de su amor, solo pens6 en vengar su derrota.
Pic0 recibi6 orden de asolar la frontera. Nueve pueblos fueron incendiados. Todos 10s fundos i chacras
sufrieron igual suerte. Parecia que aquellos b5rbaros
querian convertir la comarca en un desierto para dejar un eterno recuerdo de su pasaje,
Benavides estaba, entretanto, casi enteramente
destruido; para todos, i qui& para (11 mismo, su ruina era inevitable.
En esta apurada situacihn, la maldita captura de
dos buques que cayeron en sus manos, el uno cargado
de armas, vino a proporcionarle recursos para rehacerse. Mientras que 61 mismo reclutaba jente en la
Araucania, envi6 una de las naves apresadas a Chiloit
en demanda de audios. Con 10s que le vinieron de la
isla i 10s que (11 se procur6 en el continente, pudo formar, en la primavera de 1821,un ejkrcito de tres mil
hombres, el mas numeroso i el mas brillante de ciiantos habia acaudillado.
Estaba visto: Benavides se levantaba mas terrible
tras de cada derrota. Despuits de Curali se habia convertido de montonero en jeneral de tropas regladas i
despuks de la derrota de Concepcih, se hallaba a la
C A P ~ T U L Oxrtt
355
356
LA DICTADURA DE 6HIGGINS
IV
Esta vez si que la fortuna parecia habe r abandonado para siempre a 10s montoneros realist; 1s. El enemigo que 10s perseguia sin descanso, ncI solo era
Bulnes, sin0 tambi6n la discordia.
Benavides tenia entre sus oficiales algui10s peninsulares. Estos habian esperimentado siempre cierta
repugnancia en reconocer por caudillo a .un criollo.
El prestijio i 10s triunfos de Benavides IC)s habian,
sin embargo, forzado a la obediencia. Pero esta sumisi6n ces6 junto con la prosperidad. La desigracia trajo, en vez de la uni6n que les era necesariz1 para defenderse, las rencillas i las competencias. AJgunos de
sus tenientes espafioles echaron en rostro a Benavides
como una traici6n el desastre de las vegas (le Saldias,
amotinaron sus bandas contra 61, i comenzaron a
obrar con entera independencia.
El proceder de sus subalternos exasper6 a Benavides, i le pus0 fuera de si. iQU6! CHabia s(xvido con
tanto tes6n a la metr6poli para recibir sem.ejinte pago, para obtener por Gnico premio la ingr atitud?
La rabia i el deseo de venganza le tranIsf ormar on
de sfibito en insurjente acalorado. Si de 61 f iubiera de-
CAPfTULO XIV
357
358
LA DICTAUURA D E OHIGGINS
V
Deseoso entretanto Benavides de salir de t an falsa posicibn, trat6 de abandonar el pais, i de irse a1
Perk
Habia buscado en Pilmaiqukn, a. orillas del rio
Lebu, un asilo contra la saiia de 10s suyos i 12is persecuciones de 10s patriotas.
Un dia del mes de enero de 1822, hizo veni r a su
presencia a1 jenovks Mateo Maineri, marino de la
escuadra nacional, a1 cual habia hecho prisionero i
obligado, segfin su costumbre, a tomar servicic entre
10s suyos; i seiialhdole una pequeiia chalu;Pa que
tenia varada en la ribera del Lebu, le pregun t6 que
se necesitaria para llegar en aquella embartaci6n
hasta el Perfi.
Benavides sabia que el viaje era posible, aiunque
arriesgado. En otra ocasih, su segundo Pic0 habia
emprendido por su orden uno semejante en un esquife casi tan d6bil como aquel, para ir a solicita r socorros del virrei.
Maineri contemp16 la chalupa con ojo inte:lijente,
i replic6 a su interlocutor que, hacikndole ciert as
composturas, ponikndole dos boyas, i metiendlo dentro cuatro hombres de mar, 61 se animaba a conducirla a1 punto desigfiado.
Benavides mand6 a1 jenovks que sin tardanza hiciera a1 bote las reparaciones necesarias, i 61, por su
parte, se encarg6 de alistar la tripulaci6n.
CAP~TULOXJV
359
2_
360
DICTADURA DE O'HIGGINS
VI
Entretanto, se concluy6 la provisi6n de agua. No
podian continuar sin abastecerse de un art iculo que
es indispensable para vivir.
Estaban precisamente a la vista de las costas de
Topocalma. Nada mas sencillo, que desem barcar, i
hacer aguada; per0 la prudencia aconsejaba, esplorar
el terreno antes de intentarlo.
Benavides orden6 a uno de 10s soldados que formara con dos odres vacios una especie de bbalsa, i se
dirijiera sobre ellos a la playa. Si alguien 1e preguntaba quii.n era, i qui. jente ocupaba la ch;ilupa, de
donde salia, debia responder que pertenecia, a u n comerciante ing1i.s de vinos i de choros, i clue 61 iba
por agua, la cual faltaba a sus compafieros de viaje.
El soldado prometi6 cumplir con sus instixcciones,
i parti6 para su destino en la estrafia em1)arcaci6n.
Este hombre, como Maineri i Artigas, tenia sus
pecados que hacerse perdonar. Pocos de lo1s que habian servido bajo las banderas de Benarrides eran
inocentes. Busc6, pues, c6mo merecer su a1bsoluci6n;
i en vez de referir la fAbula del comerciante inglits
que se le habia acomodado para el cas0 de una interrogacibn, fui. vnotzi f i ~ o p r i o ,i sin que naclie le preguntara nada, a relatar cuanto'sabia a tre: ; hacendados de aquella vecindad.
Estos, en el acto, tomaron sus medidas Iiara prender a1 famosomontenero de la frontera, e hicieron
'I
CAPfTULO XIV
361
3 62
LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAP~TULCIDECIMOQUINTO
Exijencia jeneral para q u e se organice legalmente la rephblica.-Rivalidad
de 10s ministros Zenteno i Rodriguez. -Trabajas del segundo en el ministerio.-Iinpopularidad que se habia atraido.-Arrrsto de Blanco E n ca1ada.-Triunfo de Rodriguez sobre Ze .Jteno.-Desavenencia en tre el
jeneral Freire i e1 ministro Rodriguez.-Venida de Freire a Santiago.
I
La toma de Lima por el ejbrcito libertador a las
6rdenes del jeneral San Martin, en 10s primeros dias
de julio de 1821, habia abierto con un brillante triunfo la campafia del PerG, i reducido 10s realistas a un
sistema puramente defensivo en su tdtimo atrincherarniento.
La ejecuci6n en Mendoza de don Josb Miguel Carrera, el 4 de setiembre de 1821, habia aniquilado la
facci6n que acaudillaba, i puesto fin a 10s temores de
una guerra civil.
364
zI
LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAPfTULO XV
365
TI
Habia contribuido no poco a fomentar la indicada
escitaci6n en la opini6n la ninguna unidad que reinaba en el ministerio mismo de OHiggins. Formaban
parte de aquel gabinete dos miembros que, en lugar
de apoyarse, se miraban de mal ojo, i eran, puede
decirse, 10s jefes de otras tantas facciones. Sus rencillas trascendian del interior del palacio a la calle, atizaban el descontento, i daban p6bulo i materia a las
conversaciones sobre negocios de estado.
Esos dos itmulos eran don Jos6 Tgnacio Zenteno, el
ministro de la guerra, i don Jose Antonio Rodriguez,
el rninistro de hacienda.
El primer0 habia sido el Compafiero de OHiggins
durante todo su gobierno, su confidente i su amigo,
el hombre de todas las simpatias i de toda la confianza del jeneral San Martin, el administrador laborioso
i enerjico que, con escasisimos elementos habia mantenido un ejkrcito i organizado una escuadra. Estas
calidades i estos mitritos le habian dado una gran preponderancia en el gabiiiete i sobre el inimo del director. Per0 desde la entrada de Rodriguez, su influencia habia comenzado a debilitarse. E n breve, no fu6
un secret0 para nadie que Zenteno habia dejado de
ser el ministro favorito. Un nuevo astro que se levantaba sobre el horizonte eclipsaba el brillo de su estrella. Rodriguez era el que dominaba sobre OHiggins,
i el que mandaba en palacio.
H e mencionado en otra p6jina las precauciones que
hubo necesidad de tomar para protejer la elevaci6n
de este caballero a1 ministerio. A 10s pocos meses, el
3 66
LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAPfTULO XV
367
IC1 pais estaba agotado con tantos afios como llevat)a de revoluci6n. El pueblo se hallaba cansado de
im]mestos, i murmuraba. La sola contribuci6n mensua11 ascendia a mas de cuatrocientos mil pesos anuales,, desde el Maule hasta Copiap6. A 10s empleados
de la lista civil, se les rebajaba una p o r c h de su
SUE:ldo, i la otra porci6n se les pagaba mal.
IXodriguez procur6 aliviar la condici6n de 10s
coritribuyentes, i lo consigui6. Suprimi6 todas las
coritribuciones directas i estraordinarias. Hizo que a
10s empleados civiles, se les satisficiesen integra i
ex:tctamente todos sus haberes. Trabaj6 sin descanso
i c(in tes6n. Sus conocimientos habian sido forenses.
An tes de entrar en el ministerio, no sabia nada de
eccmomia politica. Asi estudiaba a1 mismo tiempo
qu's administraba. De noche, leia a Say, Destut de
Tr:icy o Galiani; i de dia, formulaba las ideas que
ha1$a bebido en las obras de estos autores, i que juzgal)a realizables.
1h t e s de 61, habia habido pocos ministros mas labo1-iosos. E n algunos meses, di6 una nueva planta a
la contaduria mayor, a la tesoreria, a la aduana de
Va lparaiso, a la aduana de Santiago, i dict6 un gran
ndimer0 de ordenanzas o reglamentos fiscales.
1?arece que esta actividad i este j6nero de disposiciones deberian haber granjeado a Rodriguez una
gra n popularidad; i sin embargo, era todo Io contrario . Su presencia en el gabinete, lejos de proporcionai- nuevos amigos a la administraci6n de O'Higgins,
no hizo mas que separarle muchisimos de 10s antigiuos.
Iiodriguez era mui poco estimado. Nadie le ne-
368
LA DICTADURA DE OHIGGINS
c _ _
llILLlc-
111
He dicho que el jefe de la oposici6n contra Rodriguez era uno de sus mismos colegas, Zenteno. Ambos luchaban por la supremacia: el uno por conquistarla, el otro por conservarla.
CAPfTULO X v
360
. con el cariiio de la familia del director, Zenteno contaba con sus largos servicios, con el s o s t h de la opini6n. Los contendores tenian poco mas o menos fuerzas iguales. La lucha era dudosa en su resultado.
Un motivo de desavenencia, casi personal para
el ministro de la guerra, vino a enconar la rivalidad.
Don Manuel Blanco Encalada tenia ciertas relaciones de parentesco con la esposa de Zenteno, i era
adem& su amigo, su camarada de campamento, uno
de esos marinos que la necesidad habia improvisado
bajo la direcci6n del ministro, i cuyos despachos habian sido confirmados por la victoria. El apresador
de la Maria Isabel gozaba, como era justo, de gran
consideraci6n pfiblica, i desempefiaba por aquella
6poca el cargo irnportante de jefe interiiio del estado
mavor jeneral, i comandante de armas de la capital.
Militar i emparentado con Zenteno, s e p i a la facci6n de su compafiero de armas, i murmuraba contra
Rodriguez. Este, que lo sabia, atisbaba una ocasi6n
para pagarle la deuda.
Blanco habia promovido con aprobaci6n suprema
una sociedad de personas respetables, que se congregaba en su propia casa, a fin de discutir sobre asuntos de beneficencia, i otros de utilidad jeneral. Ni el
gobierno ni 10s mismos socios miraban la instituci6n
con el inter& que habria deseado el entusiasmo de su
fundador. Est0 di6 m6rjen para que, una noche del
mes de junio de 1821, en la cual se reunieron 10s
miembros suficientes para formar sesi6n, Blanco se
quejara de la apatia que observaba, tanto en 10s gobernantes, como en lcs ciudadanos, i dijera en meAMUNATEGUI.-VOL.
xrv.--24
370
LA DICTADURA DE OHIGGINS
dio del calor de su razonamiento que mas queria vivir en Turquia, que en Chile, o cosa parecida. En el acto, hub0 quien denunciara la espresi6n; i
lo que es mas abominable, el gobierno orden6 a1 siguiente dia que se arrestara a1 comandante de armas,
i que se le formara causa. Hai hechos que pintan una
kpoca, i uno de ellos es la anecdota que acabo de
ref erir.
Zenteno, como era natural, se declar6 el protector
decidido de su amigo; i LRodriguez,su perseguidor
descubierto. La cuesti6n di6 orijen a que se agriara
todavia mas la enemistad de ambos ministros. Sus
celos necesitaban finicamente de pretestos para atacarse, i el arrest0 de Blanco vino a proporcionarles
uno escelente.
El resultado fu6 que el acusado sali6 absuelto,
per0 recibiendo orden de ir a continuar sus sei:vicios,
no en la comandancia de armas, sino en la nnarina .
IV
Aunque la soluci6n que se di6 a1 negocio de Blanco
parece una especie de transaccih entre 10s dc)s bandos ministeriales, lo cierto es que Zenteno i Rodriguez estaban ya tan exasperados con sus conipetencias, que era absolutamente imposible que continuasen
en el mismo gabinete. El uno o el otro debia n salir
por precisi6n.
Por un momento, pudo creerse que el anti1guo favorito triunfaba sobre el nuevo.
En el mes de setiembre de 1821, el direct0r di6 a
Rodriguez 10s despachos de enviado estraorcdinario
C A P ~ T U L Oxv
37 1
ante el gobierno del Perfi con retenci6n de su ministerio. Esto se asemejaba mucho a una separaci6n
honorifica, pero efectiva.
Se nombrQ para que le subrogase interinamente en
el gabinete a don Agustin Vial, viejo patriota, i uno
de 10s hombres de su tiempo que mas conocimientos
poseian en materias econ6micas. Este seiior se pus0
a trabajar con todo empefio, tal vez en el concept0
de que su administraci6n seria un poco mas larga de
lo que rue. Mas apenas habia comenzado a realizar
las reformas que tenia proyectadas en la hacienda
pGblica, cuando una nueva e inesperada crisis ministerial vino a advertirle que su permanencia en el
gabinete seria menos durable de lo que quiz& habia
pens ado.
Rodriguez, aunque con diploma de enviado estraordinario ante el gobierno peruano, no se habia movido de Santiago. Seguramente continu6 desde su
casa la lucha que en el ministerio habia sostenido
contra Zenteno, pues, el 8 de octubre, este obtuvo
titulo de gobernador interino de Valparaiso, aunque
tambien con retenci6n del empleo que estaba ejerciendo.
Como se ve, las dos salidas tuvieron mucho de parecido; per0 hubo entre ellas la diferencia mui esencia1 de que Zenteno no volvi6 nunca a tomar la
cartera de la guerra, mientras que Rodriguez, a 10s
dos meses de esa fecha, volvi6 a ocupar su asiento en
el gabinete.
Zenteno no tuvo sucesor. Los dos ramos de su ministerio, es decir, la guerra i la marina se encomendaron accidentalmente, el primero a1 ministro de
hacienda, i el segundo, a1 de estado.
372
LA DICTADURA DE OHIGGINS
Con este arreglo, el triunfo de Rodriguez era completo. Puede decirse que quedaba de ministro universal, pues el cargcter suave de Echeverria no podia
oponerle ninguna resistencia. Era kste Gltimo uno de
esos individuos que cargan con la responsabilidad de
providencias en las cuales poca o ninguna parte tienen. La debilidad de su colega aseguraba la omnipotencia a Rodriguez.
V
Sin embargo, la prosperidad del primer ministro no
estaba sin nubes. RestAbale un adversario mas temible, mas poderoso, que Zenteno. Ese era don Ram6n
Freire, el intendente de Concepci6n, que tenia un
ejhrcito bajo su mano, i la fama militar mas respetada despu6s de la de OHiggins.
Freire no simpatizaba con Rodriguez, ni Rodriguez
con Freire. Este Gltimo culpaba a1 primero de la penuria en que se encontraban 10s soldados de su
mando. Era opini6n jeneralmente esparcida que el
ministro miraba con desconfianza a la divisi6n del
sur i a su jeneral, i que eso motivaba la parsimonia
con que se remitian 10s recursos para aquella tropa.
E n efecto, aquellos soldados, sobre no recibir corrientemente el pago de sus sueldos, ni aun tenian
muchas veces c6mo alimentarse. Esta escasez de elementos redoblaba, para ellos, 10s rigores de una campaiia que, por si sola, era bastante cruda.
Freire participaba de Ias prevenciones de sus subalternos contra Rodriguez. Cansado de pedir pori
escrito remedio a las necesidades de su ejkrcito, i de
CAPfTULO XV
373
374
LA CICTADURA DE O'HIGGINS
mer0 con que el gobierno cuidaba del equipo i engrandecimiento de aquel cuerpo de tropas. Seglin
ellos, la intenci6n de Rodriguez era manifiesta. Queria combatir la influencia de Freire por la de Prieto,
i oponer el ejitrcito de Chillan a1 de Concepci6n. De
ahi venia que favoreciese a1 uno,i tratase de debilitar a1 otro.
Freire 10s escuchaba, i se envolvia en esa circunspecci6n recelosa que por lo com6n adquieren 10s militares en el campamento i bajo el imperio de la ordenanza. Hablaba poco, oia a todo el mundo, no manifestaba a nadie su opinibn, concurria a las tertulias
de 10s descontentos, i visitaba a 10s amigos del director.
-4 pesar de esa frialdad aparente, 10s raciocinios
de 10s primeros le habian convencido; muchas de sus
acriminaciones le parecian verdaderas; algunas de sus
palabras le habian herido en el alma; 10s procedimientos de ciertos gobernantes repugnaban a la honradez de este jefe que, antes i despuks de esa kpoca,
di6 siempre laudables muestras de la mavor delicadeza en su conducta pliblica, estimaba en su interior
. justas las pretensiones del pueblo que reclamaba mas
libertad, mas , garantias; veia que, tanto en Santiago, como en Concepci6q la jeneralidad estaba pronunciada contra el gobierno de O'Higgins, i que solo
se necesitaba una chispa para que estallase una esplosi6n que nada podria contener. Es mui probable
que la idea de encabezar esa insurrecci6n naciese en
la cabeza de Freire durante su mansi6n en la capital;
pero, en lo que no cabe la menor duda, es en que fu6
ent onces cuando comenzaron a entibiarse sus relaciones con don Bernardo.
CAP~TULOxv
375
Era 6ste en estremo celoso del afecto de sus subalternos i amigos, i mui suspicaz. El proceder un si
es no es ambiguo que observaba Freire, sin duda tamb i h las insinuaciones que no dejaria de hacerle Rodriguez, le hicieron entrar en sospechas. El ardor de
su amistad para con el joven jeneral se enfri6 notablemente. Dej6 de tratarle con aquella franqueza i
carifio, que en otro tiempo.
Freire lo observ6, i acab6 de resentirse con semejante variaci6n.
Aunque 10s dos se guardaron mutuamente todas las
apariencias de la cortesia, no eran ya amigos como
antes.
El director principid a instar a Freire para que regresase a su provincia, donde la tercera aparici6n de
Benavides hacia necesaria su presencia. Freire replic6
que, si no se le daban 10s recursos que habia venido
a buscar, no se volvia.
OHiggins torn6 a apresurarse para que partiese; i
habiendo recibido una contestaci6n semejante a la
anterior, termin6 la conferencia dici6ndole:- Pues
bien, jeneral, si usted no quiere volverse, no faltarii
a quien encomendar el mando de la provincia de
Concepci6n.
Esta frase importaba un rompimiento, si no pr6ximo, remoto. Hai palabras que no deben pronunciarse nunca entre personas que desean permanecer unidas, porque, una vez dichas, toda reconciliaci6n bien
sincera es imposible.
Habia sucedido lo que era de esperarse. Los miembros del gobierno habian comenzado por sospechar
tle un jefe, tal vez antes de tiempo, i habian concluido por convertirle en verdadero enemigo.
37 6
LA DICTADURA DE OHIGGINS
--
I
Mientras estaba ocurriendo lo que acabo de referir
en el capitulo anterior, un suceso de gran bulto ocup6
esclusivamente la a t e n c i h del pitblico. El director,
no pudiendo resistir por mas tiempo a las exijencias
d e la o p i n i h , habia resuelto convocar un congreso
que diese una constituci6n definitiva a la repfiblica.
378
LA DICTADURA DE OHIGGINS
c
_
-
I1
El 7 de mayo de
CAPfTULO XVI
379
nJo habia nada resuelto ni estatuido sobre las muchas i graves cuestiones que ofrecian la organizacidn
de 1i n congreso i la elecci6n de 10s diputados. El direcltorio no podia determiliar por si solo en negocio
de .tan alta entidad. No tenia ninguna asamblea lejisli3tiva a quien consultar. El antiguo senado estaba
de 1iecho disuelto por la ausencia o renuncia de 10s
miebmbros que lo componian. No quedaba otro arbitrioI (i era de todas suertes el mas razonable), que
consultar a la nacidn por medio de sus representantes
sobre las condiciones que debian observarse en la congrejZacidn del cuerpo lejislativo. El decreto de 7 de
m aiyo tenia ese objeto i esos fundamentos.
cada municipalidad debia elejir a pluralidad
absoluta de sufrajios un individuo, vecino u oriundo del respectivo partido, para la convcnci6n preparat(]ria.
s,e conferirian a 10s electores apoderes suficientes,
no solo para entender en la organizaci6n de la corte
de 1vepresentantes, sino t a m b i h para consultar i resoh7er en orden a las rnejoras i providencias cuyas
inic iativas les presentase el gobierno$.
I,as sesiones de la convencidn preparatoria debian
dur ar tres meses.
FIasta aqui todo iba bien; 10s adversarios mas injusitos de la administraci6n no habrian encontrado
nadla que objetarle.
E51 escandalo principi6 con la elecciones.
.Junto con la convocatoria, se diriji6 a cada gober- '
Iiadlor una esquela firmada por el director, en Ia cual
se clesignaba el candidato que debia ser nombrado
Por el respectivo cabildo, i se ordenaba que hiciese
pro(ceder a la eleccidn en el momento de recibir la es-
380
LA DICTADURA DE OHIGGINS
Santiago, may> 7 de
1822.
OHIGGINS.
BERNARDO
Sefior Gregorio Tejeda, Gobernador de Rere,.
CAP~TULO XVI
381
Habria sido mas llano i mas digno que el gobernador 10s hubiera nombrado, i hubiera ahorrado a 10s
secretarios de cabildo el trabajo de levantar actas i
de escribir oficios.
Este proceder produjo una indignaci6n jeneral. La
mayoria estaba disgustada de antemano con el director, mucho mas con su ministro. La impudencia del
manejo referido pus0 el colmo a1 descontento.
Por desgracia, i para bochorno nuestro, esta manera de hacer elecciones, es i ha sido frecuente, en
las reptiblicas hispanoamericanas. Ese abuso que
impide la espresi6n de la voluntad nacional, i no las
instituciones democrh ticas que ellas han adoptado,
es una de las principales causas de todos sus trastornos. Per0 en la ocasi6n a que aludo, el cinismo fu6
sin ejemplo, repugnante. No se guardaron siquiera las
apariencias, como ha ocurrido en otras circunstancias anAlogas.
111
El 23 de julio, el director OHiggins instal6 en
Santiago con gran pompa i solemnidad la convenci6n
preparatoria.
Acompaiiado de todas las corporaciones, i en medio de salvasdeartilleria, se diriji6 de su palacio a la
sala de sesiones, a cuya puerta le aguardaban todos
10s diputados (*).
(*) La convenci6n preparatoria se componia de 10s miembros
que a continuacih se espresan:
DIPUTADOS PROPIETARIOS E L E JIDOS POR LAS MUNICIPALIDADES
382
LA DICTAbIfRA DE OR
CAPfTULO XVI
383
IV
384
LA DICTADURA DE OHIGGIN:s
V
Dos de 10s primeros actos de la niueva asamblea
causaron efectos muy diversos en el Ani mo del pueblo.
-.
--
C A P ~ T U L OXVI
385
XIV.--?~
386
LA DTCTADURA DE OHIGGINS
celebrase con ella el dia de su santo, i seiial6 en cambio el pr6ximo 18 de setiembre aniversario de la revoluci6n.
En vista de tal prop6sit0, uno de 10s diputados de
la comisi6n le pidi6 que a1 menos permitiera que se
festejase su cumpleaiios con la reposici6n del obispo
en el gobierno de la di6cesis. El director admiti6 la
propuesta, cas0 de que la asamblea le manifestara
ser asi de su agrado, como en efecto no tard6 M a en
hacerlo.
OHiggins, desde tiempo at&, deseaba, por consejo de su primer ministro, granjearse, con esta medida, el apoyo de la jente devota. El obispo Rodriguez
tenia mucho prestijio i numerosas relaciones. El alivio
de la persecuci6n que se le hacia Coportar, podia
traer a1 gobierno gran popularidad en ciertos circulos.
Por otra parte, aquel encopetado eclesi&stico no
inspiraba mucho miedo a1 director. Habia mostrado
enerjia, i defendido con calor 10s intereses de la metr6poli; per0 era hombre de acero, mas bien que de
hierro, i sabia doblegarse como el que mas a las circunstancias. OHiggins habria podido dar a leer a
quien le hubiera hecho observaciones sobre la tenscidad indomable i, por consiguiente, peligrosa, que se
atribuia a1 obispo, una nota en la cual ese prelado,
que pasaba por tan sostenido en sus opiniones, cumplimentando a1 jefe de la repGblica por 10s progresos
de las armas patribticas, calificaba de justa causa la
de la independencia, i veia en 10s triunfos de 10s revolucionarios eun testimonio indeficiente de 10s soberanos designios del absoluto dueiio de 10s destines
acerca del de la Amkrica)).Semejante flexibilidad debia hacer concebir a don Bernard0 fundadas espe-
387
CAP~TULOXVI
P - .
VI
Entretanto, se promovi6 en la asamblea una disciisi6n acalorada sobre la estensi6n de sus facultades.
Don Francisco de Paula Caldera, diputado por San
Felipe, sostuvo de repente en una sesi6n que 10s poderes de la convencih preparat oria solo alcanzahan
a organizar la corte de representantes, i a resolver
provisionalmente hasta la reuiii6n del congreso, 10s
asuntos que el gobierno le consultase. La convenci6n
habia escedido sus facultades a1 deliberar sobre la renuncia del director supremo negjndose a admitirla, i
a1 reelejirle por un periodo cuya duraci6n no se hallaba aun determinado. Fundaba su opini6n en las
palabras mismas de la convocatoria.
Caldera fu6 llamado 31 orden; per0 su discurso
caus6 una gran sensacidn, i algunos diputados exijieron que se discutiese aquella cuestibn fundamental.
Tres representantes intentaron rebatir 10s asertos
de su colega, i demostrar que la convencio'n $reparatoria era un verdadero cuerpo lejislativo, que resumia
la soljerania national.
Don Casimiro Albano, verdadero hermano del director por afecto i educacibn, dijo que aquella asamblea poseia facultades lejislativas, porque en ello se
388
LA DICTADURA DE OHIGGINS
C A P ~ T U L OXVI
389
VI I
N'0pararon en estas las metamorfosis de esa asamblezi elAstica, cuya naturaleza conocia el pueblo sobratdo bien, per0 que ella i el gobierno aparentaban
ignc)Tar. De fireparatoria, se convirti6 en lejislativa; i
de 1lejislativa, en coestituyente.
E,128 de setiembre de 1822 es decir, cuando a la
con.venci6n no alcanzaba a quedarle un mes de sesionies, O'Higgins le pas6 un segundo rnensaje con el
objt:to de apresurarla para que proceaiese a la redacci6r1 de una constitucio'n fundamental del estado, reforma1ido, cortando o adicionando la provisional que
exis;tia. ((Sin que se di: primer0 esta lei fundamental,
decjia el director, no pueden dictarse bases i reglamer:itos para la representaci6n nacionab. Era este el
sofirsma ridiculo, la h i c a justificaci6n que se le ocu-
'
330
LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAPfTULO XVI
391
10s futuros congresos, elejidos con todas las formalidades i solemnidades de estilo?
Esos raciocinios eran incontestables; per0 la mayoria no obraba, ni queria hacerlo, por convencimiento,
sin0 por servilismo. El director lo mandaba, i eso valia mas para ella, que 10s discursos mas elocuentes i
razonables. Ni las valientes protestas de ErrBzuriz,
ni 10s argumentos contundentes de IrarrBzaval, lograron apartarla de esa senda que la conducia a1 descrkdito, a la ruina.
El proyecto de constituci6n fu6 discutido i aprobado con tanta prisa, que 10s secretarios apenas tuvieron tiempo para redactar 10s acuerdos de la cgmara.
La discusi6n de esa pieza notable termin6 con las
tareas de la asamblea el 22 de octubre de 1822.
El 30 del mismo mes, el director supremo jur6 observarla, i la mand6 cumplir.
VI I1
Para dar a conocer ese cbdigo, cuyo orijen fu6 tan
ilejitimo, i cuya vida fu4 tan breve, permitaserne
copiar el juicio que ha emitido sobre 61 uno de nuestros h a s competentes e ilustrados publicistas, don
Jos6 Tictorino Lastarria. H6 aqui c6mo resume i
analiza sus disposiciones fundamentales:
<<Enl a izaci6n reside esencialmente la soberania,
cuyo e j e x i c i o ddega coutfome a esta co.tzstituci6n. Las
autoridades en que lo delega son 10s ires poderes iutdePendieiztes lejislativo, ejecutivo i judicial. El podev
lejislativo reside e n un CONGRESO, el ejecutivo e n uut
392
DIRECTOR,
LA DICTADURA DE OHIGGINS
i el judicial en los
TRIBUNALES. DE JUS-
TICIA. .
(6egGn la mente de este ddigo, la c5.mara de diputados es como la fuente de todos 10s poderes; per0
ella saca su autoridad, no tanto de la elecci6n popular, cuanto de la casualidad.
aEn cierta 6poca sefialada en la constituci6n 10s
inspectores, 10s alcaldes de barrio i 10s jueces de distrito debian formar i pasar a 10s cabildos las listas
de 10s ciudadanos elejihles para electores, que hubiese en sus respectivas jurisdicciones; i como aquellos
funcionarios eran dependientes subalternos del ejecutivo, es evidente que no habian de poner en sus listas sin0 a 10s individuos de cuyas simpatias i voluntades pudieran disponer. Los cabildos, despuks de
tal operacibn, procedian a un sorteo de un elector
por cada mil almas, verificAndolo sobre 10s nombres
incluidos en las listas. Los ciudadanos a quienes la
suerte habia dado el poder electoral, formaban un
colejio en la cabecera del departamento, i hacian por
votos secretos la elecci6n de 10s diputados i suplentes respectivos.
Lonstituida asi la cfimara de diputados, elejia siete individuos, de 10s que cuatro a lo rnenos debian
ser de su propio seno, 10s cuales pasaban a formar un
cuerpo permanente con el nombre de covte de repre-
sentantes.
ctLos exdirectores debian ser miembros vitalicios
de esta corte; pero 10s elejidos de la c5mara se renov i b a n cuando se hacia eleccih de director; i si 6ste
era reelejido, podian serlo tambikn 10s siete miembros.
((Elsenado se componia de todos 10s vocales de la
CAP~TULOXVI
393
394
LA DICTADURA DE OHIGGIMS
CAPfTULO XVI
395
afiadir otros diez a 10s siete afios que llevaba de gobierno: si el pueblo soportaba con paciencia el insulto que acababa de inferirsele, la reelecci6n era mas
que probable, segura.
A1 fin de ese largo period0 zhabria OHiggins renunciado el poder?
El curso natural i 16jico de 10s sucesos dej6 en la
oscuridad la soluci6n de ese problema. La promulgaci6n de la nueva carta agot6 el sufrimiento demasiado prolongado de 10s chilenos. Puede decirse que
ella fu6 el testamento de aquelIa administracidii.
Afortunadamente para nosotros, no encontr6 herederos que cargasen con la responsabilidad de ejecutarlo.
iQuiera Dios que jam& 10s haya!
I
Los Gltimos meses de 1822 fueron aciagos para
OHiggins i para la repGblica.
Una escasez estremada aflijia a todo el pais. El afio
habia sido malo, i el labrador no habia cosechado casi nada en esta tierra de ordinario tan fhrtil, tan productiva.
. Las provincias del sur, particularmente, sufrian
una hambre espantosa. Las calamidades de
rra, que, por tanto tiempo, habian pe3ado sob:
398
LA DICTADURA DE O'HIGGINS
la marcha destructora de 10s ejkrcitos, las depredaciones de las montoneras, habian talado sus campos,
empobrecido sus habitantes, agotado todas sus fuerr,
zas de producci6n.
Referiase con estrafieza, que hombres se habian
suicidado por no tener que comer. La necesidad obligaba a 10s menesteros a no despreciar para su sustent o ni la carne de 10s lobos marinos, ni la de 10s animales que las enfermedades hacian perecer. En pocos
meses, mAs de setecientas personas habian muerto
en solo la provincia de Concepci6n, por falta de alimen t os saludables.
Para colmo de desgracia, guarnecia esa comarca
un ejkrcito hambriento como sus demiis pobladores,
que no recibia su paga casi nunca, desnudo hasta el
estremo de haber compafiias a las cuales la decencia
no les permitia presentarse en poblado.
Como ordinariamente sucede, el gobierno era acusad0 de todos 10s males, de aquellos de que era culpable i de aquellos de que era inocente. El pueblo le
pedia cuenta de aquellos escgndalos de la convenci6n, i de la miseria que soportaba.
El malestar fisico hacia que las arbitrariedades injustificables de 10s gobernantes produjksen mayor indignaci6n. Las poblaciones aquej adas por la escasez,
estaban mas propensas a irritarse.
Los soldados del sur, sobre todo, murmuraban en
alta voz. La guarnicibn de Santiago estaba perfectamente tratada, lujosamente vestida, corrientemente
pagada, mi6ntras que ellos, 10s veteranos. de la frontera, 10s defensores incansables de la patria contra
las agresiones de 10sGltimos jefes realistas, contra las
invasiones de los biirbaros, carecian de ropa, i de pan.
CAPfTULO XVII
399
I1
El jeneral Freire agregaba a 10s motivos de queja
de sus soldados, a 10s motivos de disgustos de todos
10s ciudadanos, ofensas personales que con imprudencia le habian inferido algunos de 10s altos potentados
que rodeaban a1 director.
Como una precauci6n contra el hambre, el gobie
habia prohibido la estracci6n de granos para el
terior. El intendente de Concepci6n, creyhdose
torizado por ciertas 6rdenes anteriores del direc
habia estrechado todavia mas 10s limites de la prc
bicibn, mandando que no se estrajeran granos d
.
provincia para la ribera septentrional del Maul
con el objeto de poner cot0 a la codicia de 10s vendedores, habia fijado un precio a1 trigo.
En estas circunstancias, un comerciante ofreci6 tres
mil pesos para el pago de la tropa, a condici6n de
que se le permitiera estraer para el PerG seis mil hanegas de trigo. Freire consult6 el negocio a una junta
de guerra, i la propuesta fu6 admitida. Era urjentisi-
400
LA DICTADURA DE OHIGGINS
401
CAP~TULOXVI
-.
x1v.--26
402
LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAP~TULOXVII
403
viembre, a 10s dos dias de haber promulgado su famosa constituci6q con sesenta mil pesos que se pidieron prestados a una casa de comercio.
Encontriibase en esa ciudad ocupado en ese incbmodo negocio, cuando, el 19 del mismo mes, sobrevino por la noche ese espantoso terremoto que el
pueblo no hn olvidado, i que llama todavia el temblor
grande.
IV
Casi inmediatamente despu6.s de este acontecimiento, i cuando OHiggins aun no se habia vuelto a
la capital, le llegd la noticia de que la provincia de
Concepci6n se habia insurreccionado con el jeneral
Freire a la cabeza.
Los pueblos del sur habian respondido con un levantamiento armado a la intimaci6n de jurar la constituci6n. El ej6rcito alli acantonado, que alcanzaria
poco mas o menos a mil seiscientos hombres, habia
fraternizado con 10s ciudadanos. Todos habian protestado contra 10s actos ilejitimos de la convenci6n
preparatoria, i todos exijian la pronta reuni6n de un
congreso que organizase el pais.
Los insurrectos de Concepcibn, antes de pronunciarse, habian ofrecido el mando a1 intendente don
404
LA DICTADURA DE O'HIGGINS
V
Uno de 10s primeros cuidados del jeneral Freire fu6
destacar a la ribera del Maule, una compafiia de ca'zadores a caballo, que avanz6 sin obstgculo, i prote-
CAPfTULO XVI
405
ji6 la sublevacihn de todo el pais que se estiende desde las m,irjenes meridionales de ese rio.
En seguida, en uni6n con la asamblea, escribi6 a1
cabildo i vecindario de Coquimbo, noticiandoles lo
ocurrido en Concepci6n, i escithdolos a que imitasen su ejemplo.
Por Gltimo, hizo otro tanto con el gobernador de
Valdivia, don Jorje Beauchef, i le di6 orden de que
se le reuniese a la mayor brevedad con la guarnici6n
de aquella plaza.
Beauchef recibi6 con asombro una nueva tan inesperada, i qued6 sumerjido con ella en una estrema
perplejidad. Vacilaba entre las prescripciones de la ordenanza i sus deberes de ciudadano. Sin mas datos
para determinarse que el pliego de Freire, no sabia
reaImente qu@resoluci6n tomar. E n esa incertidumbre, adopt6 el partido de aguardar 10s acontecimientos; i mientras tanto, no confi6 a nadieel contenido
de la nota que le habian enviado de Concepci6n.
Se hallaba en esa disposici6n de &nimoEcuando
arrib6 a1 puerto la goleta de guerra Motexwma. Su
cornandante Covarrubio desembarc6 sin tardanza, i
entreg6 a1 gobernador oficios de OHiggins, por 10s
cuales le comunicaba la insurreccih del sur, i le mandaba dirijirse inmediatamente con su tropa a Valparaiso.
Beauchef 10s ley6; i a continuaci6n, pidi6 como
amigo a1 portador que le diese a conocer con sinceridad el estado de la repbblica. Covarrubio le contest6 que, como hombre de honor, no podia ocultarle
que toda ella estaba sublevada, si no de hecho, a1
menos de intencibn, i que consideraba perdida la causa del director.
406
LA DICTADUKA DE OHIGGINS
VI
C.APfTUL0 XVII
407
403
L A DICTADURA DE OHIGGINS
CAP~TULOXVII
409
aquel bondadoso a la par que altivo caballero a1 representante de la familia mas opulenta de la comarca, i amaban en 61 a1 protector jeneroso de todas sus
necesidades.
A estos titulos, aiiadia Irarrhzaval el prestijio de
una hazaiia reciente que le habia merecido la gratitud
del vecindario. A principios de 1818, por un acto de
valor, habia salvado aquella villa de una ruina completa.
Vivia entonces, por aquellos alrededores, un mestizo turbulent0 llamado Carvajal, que, por ciertas relaciones de servidumbre, profesaba opiniones realistas. Este se aprovech6 del descontento que un cambio de cacique habia producido entre 10s indios de
Chalinga, reducci6n inmediata a Illapel, i logr6 sublevarlos, a nombre del rei, diindose por ajente autorizado para ello por el jeneral don Mariano Ossorio.
Era precisamente ese 19 de marzo de 1818 que
presenci6 el desastre de Cancha Rayada, i la mayor
parte de la poblaci6n se encontraba en la iglesia parroquial celebrando 10s oficios del jueves santo, cuando el mestizo se precipit6 sobre ella a la cabeza de
doscientos indios, seguidos de sus mujeres i nifios. La
santidad del lugar no 10s contuvo; i dentro del templo mismo, acuchillaron a varios de 10s asistentes. La
resistencia fui: imposible. Carvaj a1 asegur6 a todos 10s
notables, i 10s encerr6 en la ciircel.
El, con su tropa de bArbaros, se acamp6 en la
plaza.
Treinta horas permaneci6 en aquella posici6n.
Los indefensos habitantes, tri:mulos, dentro de sus
casas, aguardaban por momentos un saqueo i un degiiello jeneral. Sus temores no eran vanos. Solo a
410
LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAPfT J L O XVJI
41 1
pal. Hall6le que regresaba vencedor, per0 con 10s caballos estenuados de fatiga; apenas podian hacerlos
moverse.
La sola vista del marqubs, como ellos le llamaban,
impuso a todos, menos a Carvajal, que venia a la
cabeza, i que no desminti6 un solo instante su osadia
i su coraje.
Don Miguel llevaba en la mano una escopeta, cuya
certera punteria era famosa en la comarca. Apunt6la
sobre el pecho del mestizo, i le intim6 que se entre=
gara.
Carvajal abandon6 su caballo, que de pur0 cansado
para nada le servia; coloc6se frente a frente de su
adversario, con la mirada fija i la espada desnuda, i
no le di6 mas respuesta que-el tovo bravo no se riutde.
La jente de uno i otro caudillo estaba, entretanto,
silenciosa i atenta a1 resultado de aquel combate
singular.
Irarr&zavalsolt6 el gatillo de su fie1 escopeta, per0
la ceba no prendib.
Favorecido por este incidente, el mestizo se lanz6
sobre 61 como un relhmpago; per0 don Miguel, aprovech%ndosede la ventaja de estar a caballo, retrocedi6 un buen trecho, i pudo renovar la ceba.
Apunt6 por segunda vez; i por segunda vez, la
escopeta no hizo fuego.
Se repiti6 lo mismo por tres ocasiones.
En cada una, Carvajal redobl6 la impetuosidad de
su ataque. En una de sus acometidas, hiri6 a1 caballo
de su contendiente en el anca.
A1 fin, el tiro sali6; i el jefe insurrecto, herido en
la frente, midi6 con su cuerpo la tierra.
La muerte del caudillo produjo la completa disper-
412
LA DICTADURA DE O'HIGGINS
VI11
Los nuevos gobernantes de Illapel no :;e durmieron
sobre sus asientos. Previendo que el dir:ector no dejaria de enviar fuerzas para sofocar la insurrecci6n
del norte, acuartelaron las milicias, or1denaron una
leva, i pidieron ausilios a la Serena.
Junto con estas providencias, enviaronajentes secretos con cartas i proclamas a Petorc:a, la Ligua,
Quillota i San Felipe, para conmover aquellas poblaciones. En todas ellas, 10s comisarios en(Zontraron la
mejor disposicicin, i recibieron la seguridad de que
todas se sublevarian a la aproximacih delas tropas
coquimbanas .
El gobernador de la Ligua, capitcin cle linea don
Agustin Gallegos, no se limit6 a respond er favorablemente a las insinuaciones que se le hicieiron, sin0 que
se vino luego a Illapel a ofrecer sus servicios como
militar, trayendose un tambor i cuatrc fusiles, que
~
CAP~TWLOxV11
413
IX
Entretanto se ignoraban completamente las operaciones del jeneral Freire, i 10s progresos del movim iento en Concepci6n.
La misma oscuridad habia respecto de la capital.
St:aseguraba Gnicamente que habian partido fuerzas
cc)n el objeto de someter a 10s coquimbanos; per0 no se
CC)nocia absolutamente ni su nGmero, ni su direcci6n.
Para salir de incertidumbres, determin6 IrarrAzaa1 tomar la ofensiva, i avanzar. E n efecto, se pus0
buscar con todo empefio a1 enemigo; mas gast6
arios dias en marchas i contramarchas, sin poder
veriguar ni de que condici6n era, ni el camino que
*ais.
A1 cab0 sup0 de positivo que la fuerza agresora se
C(imponia de un escuadr6n de cazadores a caballo
414
LA DICTADURA DE OHIGGINS
(ochenta o cien hombres) capitaneado por el comandante Boile, i que venia por la costa.
Guiado por estos datos, estableci6 su campamento
en la cuesta de las Vacas, a unas seis leguas de Illapel, punto por donde indefectiblemente tenian que
atravesar 10s ohigginistas.
Los libres de Coquimbo no las tenian todas consigo, a pesar de su superioridad numhrica. Eran reclutas que no se habian batido nunca, i 10s cazadores
gozaban de mucha fama; sin embargo, aquellos estaban resueltos a cumplir con su deber. La noche que
precedi6 a1 dia del encuentro, la pasaron en vela sobre
las armas.
Cuando amaneci6, en vez del escuadr6n que agixardaban, vieron venir a escape cuatro cazadores gritando con todos sus pulmones: iViva Coquimbo! Eran
portadores de un pliego del sarjento Madariaga, por
el cual comunicaba que se habia insurreccionado con
la tropa, i puesto presos a sus jefes. Pedia 6rdenes.
El jfibilo que produjo en la divisi6n esta fausta
noticia, se deja entender sin que se le describa.
El escuadr6n fuC incorporado a 10sespedicionarios;
sus sarjentos i cabos, ascendidos; i 10s oficiales, remitidos con escolta a la Serena.
La divisi6n de Coquimbo no se content6 con esta
primera ventaja, i continu6 su marcha sobre Santiago.
Durante el trcinsito, no tuvo combates que empeEar, sin0 ovaciones que recibir. El entusiasmo i la
decisi6n de 10s pueblos eran superiores a toda ponderacibn.
Las rnilicias de San Felipe i de 10s Andes, en vez de
procurar impedir el paso a 10s insurrectos, se incor-
CAPfTULO XVII
415
CAP~TULODECIMOCTAVO
AMUNATEGUI.-VOL.
x1v.-27
418
LA DICTADURA DE O'HIGGINS
I
He dicho ya que el director se encontrabla en Valparaiso, cuando recibi6 la noticia de la in surrecci6n
que don Ram6n Freire habia encabezado e n el sur.
El primer movimiento de su alma fu6 la, determinaci6n decidida de castigar a 10s que pa.ra 61 eran
unos anarquistas, unos rebeldes, i sostenerse en el
poder, a despecho de sus enemigos, por la fuerza.
Uno de sus jenerales le abandonaba; umo de sus
ej6rcitos le negaba la obediencia; una de 1as provincias desconocia su autoridad. ~ Q u 6importaba? Le
quedaban todavia fieles otros jefes militar es; le quedaban dos ejercitos, uno en Valdivia, otro en Santiago; le quedaba la escuadra para intercepitar las comunicaciones, para dominar las costas i el mar; le
quedaba la capital con sus grandes recurscIS; le quedaba sumisa casi toda la repfiblica; le quedaban
su espada i su prestijio. Tenia elementos de sobra
para imponer la lei a 10s descontentos, p ara escarmentar a 10s revoltosos.
Tal era la disposicih de Animo que trai'a, cuando
regres6 a Santiago.
Don Jos6 Antonio Rodriguez i todo el ci'rculo ministerial participaban de 10s mismos sen timientos .
Era precis0 sofocar a toda costa la insurrecci6n; i segfm lo pensaban, tenian 10s mediossuficicmtes para
ello. Convenia hacer un ejemplar terrible, que impidiese para el porvenir la repetici6n de act(IS tan funestos i criminales.
La rabia i el calor del primer momento n,o les permitia apreciar, como era debido, 10s sucesos;delsur, i
I
CAP~TULO XVIII
419
420
LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAPfTULO XVIII
421
IT
Todavia una fausta noticia vino a robustecer las
esperanzas de OHiggins i sus amigos. Don Miguel
Zaiiartu, el ajente dipomBtico de Chile en Buenos
Aires, habia pedido su carta de retiro; i precisamente en aquel mismo tiempo, regresaba a su pais. Estaba
de trBnsito en Mendoza, cuando se sup0 en aquella
ciudad el alzamiento de Freire.
Los mendocinos, i sobre todo 10s gobernantes de la
provincia, eran mui afectos a don Bernardo, que
habia recompensado j enerosamente sus servicios en
la lucha contra Carrera. Por tanto, todos ellos recibieron con sumo disgust0 la nueva del suceso, i lo consideraron, no como un negocio domitstico de tal rep^blica, sino como una calamidad americana.
Zaiiartu, con su talento i actividad habitual, sac6
provecho de estas disposiciones favorables a su partido, e hizo que no quedaran reducidas a buenos deseos. En efecto, por las diestras insinaaciones del
hjbil diplomBtico, el gobierno de Mendoza, dej Bndose
llevar del primer ardor de su entusiasmo, i siendo en
est0 el eco de aquel vecindario, ofreci6 a OHiggins el
ausilio de mil quinientos o dos mil soldados. Don
Jos6 Albino Gutiitrrez, el vencedor de la Punta del
Medano, dijo de todas veras que si asi se estimaba por
conveniente, estaba pronto a marchar, en el t6rmino
de tres dias, a la cabeza de esta fuerza.
Zafiartu se apresur6 a comunicar, por un correo
422
LA DICTADURA DE OHIGGINS
estraordinario, a1 gabinete de Santiago estas promesas, que no eran sin0 puras promesas; pero que aqui
aparentemente fueron creidas,, i en consecuencia, recibidas con estremada satisfaccibn por 10s interesados.
Con este socorro estranjero, i 10s elementos de defensa de que disponian en el pais, creyeron 10s ohigginistas que la victoria era segurisima. iQuiitn ser<ja
tan desconfiado para ponerla en duda? iPor que motivos con visos siquiera de fundados, podria hacerlo?
En una carta, que tengo a la vista, escrita por Rodriguez a don Jose Antonio Bustamante, despuits de
darle cuenta del ofrecimiento que acababa de hacer el
gobierno de Mendoza, por medio de Zafiartu, i de varios
otros incidentes, todos favorables a la causa directorial, le anuncia que 10s sublevados del sur, conociendo, aunque tarde, que han obrado con lijereza, tienen
pronto sus caballos para huir, i buscar la impunidad
en la formacibn de montoneras; per0 que don Bernardo toma sus medidas para cercarlos, i hacer intitiles
aquellos.>preparativosde fuga.
I11
Sin embargo, estas ilusiones duraron poco. La marcha de 10s acontecimientos, la actitud del pueblo wan
tales, que debian hacer palpar la realidad de las cosas
i lo quimitrico de las esperanzas de triunfo, aun a 10s
parciales mas visionarios de la administracibn.
El 1.0 de enero de 1823, lleg6 a Santiago la noticia
de que toda la provincia de Coquimbo, desde la Serena hasta Illapel, estaba insurreccionada; i de que,
CAPfTULO XVIII
~~
42 3
como la de Concepcidn, exijia la reforma de 10s abusos, i entretanto habia reasumido su soberania.
La importancia de este suceso, puede decirse, que
bajo el aspecto material, era insignificante, per0 bajo
el aspecto moral, era inmensa. E n Coquimbo, no habia, como en el sur, un ejitrcito veterano, capaz de
hacer respetar a caiionazos la voluntad de 10s ciudadanos; pero habia una poblacidn ilustrada i numerosa
que casi en su totalidad protestaba contra la conducta
del director i sus allegados. El movimiento del norte
daba a1 de Concepcidn el apoyo de la opinidn.
Asi, las dos estremidades de la repcblica se levantaban contra OHiggins, i cada una de ellas por su
lado dirijia sus fuerzas sobre el centro para propagar
la conflagracidn por todo el pais.
Santiago, bajo el peso del gobierno i de una fuerte
guarnicidn, se mantenia quieto; mas era evidente que
las simpatias de todos 10s habitantes estaban por la
revoluci6n. Los gobernantes no encontraban por donde quiera sino tibieza, disposiciones hostiles; no veian
sino rostros que apenas disfrazaban el odio de que
ellos eran objeto, o la alegria inspirada por las ventajas de sus adversarios; no escuchaban sin0 palabras
frias, semiofensivas aun por la mala voluntad que
dejaban adivinar. Nadie les manifestaba solicitud;
nadie se mostraba dispuesto a servirlos con abnegaci6n; nadie se les ofrecia, siquiera para consuelo, a
sucumbir con ellos, i a participar de su desgracia. Los
subalternos mismos de la administracidn estaban revelando en sus maneras, que aguardaban nuevos jefes
por momentos. Era claro para quien tenia ojos i
queria ver que aquel gobierno llevaba ya las seiiales
de la muerte.
424
LA DICTADURA DE OHIGGINS
IV
CAP~TULO XVIII
425
42 6
LA DICTADURA DE OHIGGINS
Santiago, el rejimiento de la Gaardia de Honor, comandante don Luis Josi, Pereira, una compaiiia de
artilleros, comandante don Francisco Formas, i el escuadr6n de la escolta, comandante don Mariano
Merlo.
Se habia procurado igualmente poner en servicio
activo las milicias del pais; per0 casi todas ellas habian rehusado sostener la dictadura, i se habian desbandado tan pronto, como se habia intentado sacarlas a campafia.
OHiggins confiaba en las tropas que acabo de enumerar, para obtener una capitulaci6n honrosa.
VI
Con esta intencibn, escribi6 a Freire proponihdole
arreglar sus diferencias sin derramamiento de sangre,
por medio de comisionados de una i otra parte, que
se reunirian en Talca.
Freire acept6 la propuesta, i nombr6 para el efecto
a don Pedro Zaiiartu i a don Pedro Jos6 del Rio,
miembros de la asamblea provincial de Concepci6n.
Don Bernard0 di6 sus poderes a don Jose Gregorio
Argomedo, don Salvador de la Cavareda i don Josk
Xaria Astorga, i 10s a u t o r i d para que tratasen con las
condiciones siguientes: 61 renunciaria el mando, i lo
delegaria en Freire; itste quedaba obligado a convocar
inmediatamente un congreso constituyente; OHiggins
pedia para si el jeneralato de un ejhrcito ausiliar que
don Luis de la Cruz acababa de venir a solicitar en
nombre de 10spatriotas peruanos; si Freire preferia a1
titulo de director provincial el de jeneral de estas tro-
C A P ~ T U L OX V I I I
427
428
LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAPfTUL6 XVIIf
429
VI1
I
,
'
O'Higgins, luego que se convenci6 de que su permanencia en el mando era imposible, busc6 c6mo
calmar la ajitaci6n del pueblo, i c6mo conseguir que
1e.diera tiempo-para descender con dignidad del alto
puesto que ocupaba. Estaba resuelto a abdicar el PO-
430
LA DICTADDRA DE 0HIGGIi-I S
der; veia demasiado bien que no le :seria licito retenerlo mas; per0 deseaba retirarse honrosamente, con
las apariencias de quien abandona ur1 empleo por su
propia voluntad, i no obligado por la fuerza.
Queria hacer pasar su vuelta a la vida privada como un acto de desprendimiento i al:megacibn, i no
como un acto que le hubiera sido impuesto por la
insurrecci6x del pueblo i del ejkrcitc). Consentia en
hacer una renuncia; per0 su orgullo se rebelaba a la
idea de verse forzado a ceder delante de un motin
de soldados, delante de una revuelta de demagogos;
a juicio del dictador, 10s procedimient os de 10s ciudadanos i de las tropas, no merecian 0
tro nombre. El
pensamiento solo de semejante humil laci6n le era insoportable.
Estaba pronto a devolver esa autoridad que se le
disputaba; 10s chilenos, que daban la ingratitud por
recompensa a suss servicios, no eran ciignos de que 61
10s mandase; per0 estaba t a m b i h dcxidido a impedir que mano estraila viniese a arranc a r con violencia de su pecho la banda directorial.
Como ese hitroe de Homero que, en medio de la
tempestad i la batalla, desafiaba a 10s (3ioses del OlimPO, OHiggins se ponia en abierta lucha con un pueblo entero, insolentado por la sublevac:i6n, enfurecido
por las pasiones politicas. Sintiknclose impotente
para someterlo i castigarlo, no se resol via, sin embargo, a cederle el campo, sino imponiknidole sus condiciones.
Para que le dejara salir de su palac:io sin insultos,
sin desdoro, sin humillaciones, prom eti6 acceder esponthneamente a cuanto se le exijia spar la fuerza.
Ofreci6 renunciar a1 titulo de director, dejar prepa-
.
CAPfTULO XVXII
431
rada la reuni6n de una asamblea constituyente, hacer una amplia justicia a todas las reclamaciones .
Mas para eso, era precis0 que no se le viniera a
intinidar con ejbrcitos, con pobladas. De otro modo,
61 seria vencido combatiendo. i I q u i h sabe? la suerte de las armas es siempre dudosa. El t a m b i h tenia
soldados bravos i fieles; tenia la divisi6n de Cruz, la
divisi6n de Prieto, la guarnici6n de Santiago. Si se
empefiaban en recurrir a las armas, recurririan a ellas,
i verian!
VI11
Habia ordenado terminantemente a 10s redactores '
de peri6dicos que no hicieran la menor alusi6n a las '
ocurrencias del dia; temblaba de dar con la publici- '
dad pAbulo a la ajitaci6n de 10s Animos.
A pesar de esta prohibicibn, hizo insertar en el
Mercurio de Chile la renuncia del ministro Rodriguez.
La retirada de su favorito era una prenda de la sinceridad de sus promesas, que daba a 10s descontentos.
En ese documento, se hacia ademas referencia a
la pronta convocatoria de un congreso, como a cosa
resuelta en el gabinete. Convenia grandemente que
el pueblo tuviera conocimiento de este hecho para
que se aquietara i aguardara el desenlace de la crisis
en sosiego, i sin recurrir a las Gltimas estremidades.
Lo que deseaba O'Higgins era conservar ilesa la dignidad de su persona, i conseguir, a costa de cualquier
sacrificio, que se le respetara.
El mismo dia que se daba a luz la renuncia del
ministro, partia para el sur la comisi6n conciliadora.
432
LA DICTADURA DE OHIGG~:NS
C A P ~ T U L OxtPm
433
IX
Estos sucesos manifestaron a don Bernard0 que
su situaci6n iba de mal en peor; i que si no se apresuraba a tratar con 10s insurrectos, corria riesgo de
ser aprehendido en su propio palacio.
Don Miguel Zafiartu acababa de llegar a Santiago.
OHiggins creyb que un cornisionado como bste alijeraria las negociaciones, i le hizo salir sin tardanza para que fuese a ver modo de arreglarse con Freire. Zafiartu llevaba la siguiente carta de introduccibn:
434
LA DICTADURA DE OHIGGINS
.r-
CAP~TULOXVIII
495
X
Esta apelaci6n a1 pueblo venia demasiado tarde.
Aquel mismo dia 27, 10s representantes mas caracterizados del vecindario habian determinado sin la
anuencia de OHiggins, congregarse ellos i 10s demgs
padres de familia en sesi6n solemne, i poner de una
vez tQmino a l a azarosa situaci6n en que se encontraba la repiiblica.
Era urj entisimo re stablecer la tranquilidad. No
podian vivir por mas tiempo en medio de tantas alarmas, de tantas zozobras, de tanta ajitaci6n. La paralizaci6n de 10s negocios era completa, i estaba preparando la bancarrota de 10s particulares, la ruina de la
repiiblica. Import aba que aquella anarquia cesase
pronto; lo que la fomentaba era la presencia de un
solo hombre, i por consiguiente ese debia caer, debia
ser hecho a un lado; las delicadezas del amor propio
de un individuo no podian hacer contrapeso en la balanza a 10s intereses de un pueblo.
Ademiis, si el vecindario de la capital no tomaba en
la cuestidn la parte que le correspondia, 10s ejkrcitos
de las provincias entrarian en la ciudad tambor batiente i banderas desplegadas, i como vencedores dictarian las condiciones del nuevo pacto social, organih
zando el estado segiin su conveniencia i capricho. Era
preciso evitar a toda costa esa vergiienza; era indis-
436
LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAP~TULO XVIII
437
Por Gltimo, don Juan Melgarejo i don Buenaventura Lavalle, dos j6venes que se distinguian por su actividad en la maquinaci6n, se ofrecieron para dirijir a
aquel jefe una pregunta que era un si es no es peligrosa. Pereira les contest6 con franqueza que su rejimiento no volveria jam& las arrnas contra una reuni6n
popular tan respetable como la que se proyectaba;
per0 que, en cambio, exijia que la persona del director fuese considerada, i no recibiese ningGn insulto.
Conocidas de un modo positivo las buenas disposiciones en que se encontraba el comandante de la Guardiu, no habia ningiln embarazo para ejecutar lo pensado.
Sin p6rdida de tiempo, 10s mismos Melgarejo i Lavalle redactaron unos carteles, por 10s cuales se invitaba a 10s ciudadanos para que, a1 dia siguiente, 28
de enero de 1823, se congregasen a resolver lo que
mejor conviniese a la repcblica; i ellos mismos, protejidos por las tinieblas d e l a noche, fueron fij6ndo10s enlas esquinas de la ciudad.
XI
El 28 de enero, entre Ias diez i once de la mafiana,
la parte mas visible del vecindario comenz6 a juntarse en 10s salones d e l a intendencia, que ocupaba
entonces la casa de 10s obispos a1 costado de la catedral. Asistieron a aquella reuni6n 10s hombres mas
condecorados de Santiago, i entre ellos, algunos que
j a m k habian tornado la menor injerencia en la politics .
A las doce del dia, la concurrencia, que no cabia
en aquel edificio, resolvi6 trasladarse a la sala del
438
-~
consulado, donde (1854)se reune la cQmara de senadores. Hub0 jente para llenar, no solo.esa sala, sin0
tambikn el patio.
r*Todos 10s individuos de aquella asamblea, verdaberamente respetable por muchos motivos, estaban
acordes en que don Bernard0 OHiggins debia ser separado del mando. No veian otro medio de conjurar
la multitud de males que amenazaban a1 pais.
Entretanto, el director era informado en su palacio
de lo que estaba sucediendo, i se ponia furioso a1 saber una manifestaci6n que reputaba un desacato con tra la autoridad, un insulto a su persona. Bien fuera
que le engacasen 10s que le llevaban las noticias, bien
que la indignaci6n no le dejara coniprender la importancia de aquel acontecimiento, lo cierto es que ce
obstin6 en mirar aquella reuni6n como una aso.tzada
Promovida $or zcnos cuantos demagogos i cuatro ~ O Z O S
de cafS, i que prometi6 no dejar impune tamaha insolencia.
,41 instante imparti6 6rdenes para que 10s comanJantes de la escolta i de la Guardia tuvieran listas
sus tropas respectivas.
No tard6 en saber que Merlo, aunque no habia rehusado obedecer, habia hablado de respetos al pueblo, i manifestado la resoluci6n de no cooperar a
ningGn acto hostil contra 10s ciudadanos,reunidos en
el Consulado.
4
, esta noticia, sube de punto su furor. Se dirije
del palacio a1 cuartel, acompafiado de solo sus edecanes. Busca a Merlo; en presencia de 10s soldados,
le arranca las charreteras de 10s hombros, i se las pisotea; despuks le arroja a empellones para la calle.
Los soldados victorean a1 director. OHiggins les
439
da a reconocer por su comandante a don Agustin L6pez, i sale con Aellos a la plaza. Alli 10s deja formados;
i conun corto ntimero, se encamina a1 convent0 de
San Agustin, donde se hallaba acuartelado el rejimiento de la Guardia de Houtor.
El centinela que est& a la puerta hace a d e m h de
atajarle el paso.-Esa consigna n o se estiende ai director supremo de In re#kbZica, le grit6 OHiggins con
voz tonante, i sigue su camino, sin que el soldado se
atreva a impedirselo.
Pereira le recibe con consideraciones, i procura
calmarle; per0 le hacc entcnder que, en cas0 de un
conflicto, no se halla dispuesto a embestir contra el
pueblo, aunque si a exijir que se guarde todo el respet0 debido a la persona de don Bernardo.
OHiggins, en medio de su acaloramiento, da 61
mismo a la tropa las voces de mando para que se
ponga en marcha; no es obedecido. Pereira le recuerda con moderaci6n que el comandante es quien debe
entenderse con 10s subalternos, i que es a 6ste a
quien el director debe trasmitir, para que se cumplan,
las 6rdenes que tenga a bien.
OHiggins le toma entonces del brazo; director i
cornandante, enlazados de ese modo, se pmen a la
cabeza del rejimiento, i van a situarse en la plaza,
que guarnecia ya, como lo he dicho, la mayor parte
de la escolta.
. En este lugar, permaneci6 largo tiempo don Bernardo ajitado por la mas violenta indignacibn, impaciente por castigar a 10s revoltosos del Consulado,
i dudando si podria contar o n6 con la fidelidad de
una tropa que acababa de darle muestras tan poco
equivocas de insubordinacibn.
440
L A DICTADVRA DE O'HIGGINS
-_
_
_
I
_
XI1
AI mismo tiempo que el director toma contra la
asamblea del Consulado las medidas hostiles que hc
referido, ksta, por su parte, no se descuidaba, i sc
preparaba a la defensa, por lo que pudiera suceder.
El intendente de la provincia, que puede decirse,
era quien presidia aquel solemne cabildo abierto, di6
orden a 10s oficiales de la guardia nacional para que
reuniesen sus soldados i 10s pusiesen sobre las armas.
Se hizo que el cuerpo de artilleria, que desde temprano se habia plegado a1 movimiento, viniera a fortificar
con sus cafiones el cuartel de San Diego, donde 10s
civicos se encontraban situados. Se mandaron trasportar de la maestranza, a1 mismo punto, fusiles, sables i municiones, i se incit6 a 10s ciudadanos a armarse en apoyo de la causa popular. El llamamiento
fu6 escuchado; i en pocas horas, qned6 improvisado
un verdadero ej6rcito de voluntarios, que estaban
dispuestos a sostener, aunque fuera a costa de su
sangre, la justicia de sus pretensiones.
La asamblea del Consulado estaba, sin embargo,
m i distante de querer recurrir a la violencia; su mas
ardiente deseo era evitar cualquier conflicto. Si dict aba aquellas disposiciones marciales, era precisamente con el objeto de hacerse respetar, i de impedir,
por la ostentaci6n de sus recursos, todo pensamiento
de resistencia, que la desesperacibn pudiese inspirar
a don Bernardo. Conocia que kste, en el estado de
las cosas, no podria emprender nada de eso con provecho; pero temia que una tentativa imprudente
produjese males irreparables, desastres innecesarios,
CilPfTULO XVIII
44 1
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LA DICTADURA DE O'HIGGINS
CAPfTULO XVIII
443
444
'
XIV
La venida de don Bernardo se anu nci6 en el Consulado por un granmovimiento entre 10s asistentes.
Era tanto el jentio que llenaba el edificio, que cost6 trabajo abrir un estrecho pasaje ia1 primer majis-
C A P ~ T U L OXVIII
445
446
LA DICTADURA
OF, OHIGGIHS
tando a1 director en nombre de la patria a que evitara, dimitiendo su empleo, la desgracia de 10s chilenos, la ruinacompleta del estado.
A su vez, OHiggins pareci6 conmovido i turbado.
Pidi6 que 10s presentes nombrasen una comisi6n
para discutir con ella el asunto, i tomar una resoluci6n. Asi se hizo, proponiendo don Mariano Egafia
10s miembros que debian componerla, i aclam Andolos
el pueblo a medida que 10s iba designando.
CAPfTuLO XVLII
449
solo del pueblo d e Santiago, i con UP$nzimevo de personas muclzo m a s limitado que el firesefzte.
La segunda objeci6n fu6 igualmente bien contestada. Si estaba resuelto a retirarse, ipara quit la demora, cuando con su dimisi6n todo se arreglaba, todo se
pacificaba?
El director i 10s comisionados se dieron todavia algunas esplicaciones, hasta que a1 fin el primero convino en delegar la autoridad a una junta de tres individuos que el pueblo le designaria.
XVI
Luego que la concurrencia estuvo informada de est a determinacibn, elij i6 por unanimidad para vocales
de la nueva junta a don Agustin Eizaguirre, don Jos6 Mi&
Infante i don Fernando ErrAzuriz.
OHiggins comenz6 entonces a desprenderse de la
banda.
-&ento, dijo, no depositar esta insignia ante la
asamblea nacional, de quien Gltimamente la habia
recibido; siento retirarme sin haber consolidado las
instituciones que ella habia creido propias para el
pais, i que vo habia jurado defender; per0 llevo a1
menos el consuelo de dejar a Chile independiente de
toda dominaci6n estranj era, respetado en el esterior,
cubierto de gloria por sus hechos de armas.
ctDoi gracias a la Divina Providencia, que me ha
elejido para instrumento de tales bienes, i que me ha
concedido la fortaleza de 6nimo necesaria para resistir el inmenso peso que sobre mi han hecho gravi-
449
LA DICTADURA DE OHIGGINS
CAP~TWLOWIII
4119
XVII
En este momento, turb6 la reuni6n el ruido de un
grande alboroto en la calle, i el estruendo de descargas i cafionazos, que se dejaban oir a alguna distancia.
Los concurrentes pensaron, desde luego, que sin
duda la guarnici6n se habia dividido en bandos, unos
por OHiggins i otros por el pueblo, i que habian venido a las manos; per0 poco a poco , la calma volvi6
a establecerse, i se sup0 que todo no habia sido mas
que bulla.
Era el cas0 que 10s ciudadanos armados que ocupaban el cuartel de San Diego, habian estado mirando todo el dia con desconfianza la actitud indecisa
de la Guardia de Honor. Est0 habia motivado que
aseguraran a varios soldados de este cuerpo, a quienes habian sorprendido separados del resto de sus
compafieros. Los voluntarios de San Diego creian que
cada uno de estos prisioneros era para ellos un enemigo menos.
A eso de la oracibn, sabedor de tal ocurrencia, el
jefe que habia quedado en la plaza, a1 mando del rejimiento, envi6 una partida para reclamar la libertad
de sus subalternos.
Los centinelas avanzados en las bocacalles inmediatas a1 cuartel, tan luego como distinguieron el
uniforme de la Gzcardia, dieron la alarma, i anunciaron que venian a atacarlos.
Bast6 este falso aviso, para que civicos i artilleros
prendiesen fuego a sus armas, i estuvieran tiroteando
a1 aire por mas de un cuarto de hora. Por iiltimo,
7
AMUNATEGUI.-VOL.
xrv.--zg
450
LA DICTADURA DE OHIGGINS
XVIIT
Luego que 10s sefiores del Consulado se cercioraron
de que aquella bullanga no habia sido mas que puro
ruido, i que todo habia pasado como lo dejo dicho,
continuaron su sesi6n.
El tiempo habia corrido, i serian como las nueve
de la noche.
OHiggins manifest6 que, despuds del arreglo convenido, su presencia era iniitil, e indic6 que iba a
retirarse. Nombr6se una comisi6n para que le acornpaiiase hasta el palacio, i casi toda la concurrencia
hizo voluntariamente otro tanto.
XIX
La conducta del vecindario de Santiago en ester
dia fud firme, llena de calma i moderacidn, noble, jenerosa, imponente. Se hizo respetar sin recurrir a la
violencia, sin perder un solo instante su dignidad con
10s arrebatos de la c6lera.
No cedi6 un solo punto a las pretensiones del dictador, i le oblig6 a que compareciese a su despecho,
ante el pueblo; per0 en cambio, se mostr6 m a g n h i mo con el caido; i le guard6 toda especie de consideraciones en su desgracia. Fuerte con la justicia i
con el triunfo, no se complaci6 en insultar a1 vencido, e hizo lo menos amargo que le fu6 posible el in-
461
CAPfTWLO XVIIt
fortunio de un hombre que, si habia cometido grandes faltas, habia prestado t a m b i h grandes servicios
a la patria.
EZ 28 de eneyo de 1823,es una fecha que el vecindario de la capital puede escribir con letras de oro,
a1 lado de el 18 de setiembre de 1810.
Los hechos como esos honran a 10s pueblos, i deben
servir de ejemplo para sus descendientes.
Tan pronto como se sup0 en la divisi6n de Prieto
la abdicaci6n de don Bernardo, el nilmero 7 de linea
se amotin6, deponiendo a sus jefes, so pretest0 de
que eran ohigginistas incorrejibles. Asi, puede asent a r s que ni uno solo de 10s cuerpos del ejitrcito se
mostr6 bien fie1 a1 director, i que todos ellos, cuando menos, manifestaron simpatias por el movimiento
del pueblo.
xx
OHiggins parti6 inmediatamente para Valparaiso,
con permiso de la junta gubernativa de Santiago.
Llevaba la determinacibn de embarcarse para el PerG.
En ese puerto, fuit a alojarse en casa del gobernador
Zenteno. Una compafiiia del cuerpo de Pereira, le
servia d e guardia de honor.
Estaba alli, cuando arrib6 Freire de Talcahuano
con su divisi6n.
Los dos jenerales tuvieron una entrevista cordial
i amistosa; per0 Freire se vi6 forzado a tomar una
providencia severa, seguramente a su pesar.
El ejkrcito del sur, animado por el espiritu de provincialismo, sup0 con sumo disgust0 que la junta de
~
452
-
LA DICTADURA DE OHIGGINS
Santiago, sin anuencia de las otras provincias, habia decidido acerca de la suerte del exdirector.
Mir6 esta disposici6n como una usurpaci6n de 10s derechos que correspondian a 10s demiis pueblos, como
un ultraje a la dignidad de itstos, i exiji6 una satisfacci6n.
Para acallar 10s murmullos, Freire tuvo que censurar la conducta de la junta en este negocio, i que ordenar se residenciara al director i sus ministros.
Esta era una medida puramente de circunstancias.
Asi no produjo ningGn resultado serio, ni para don
Bernardo, ni para 10s individuos que le habian acompaiiado como ministfos en la Gltima 6poca de su gobierno.
A 10s cinco meses de encontrarse detenido por este
motivo en Valparaiso, OHiggins recibi6 el siguiente
pasaporte, que era mas bicn un certificado de sesvicios, altamente honorific0 para su persona:
aEscelentisimo Seiior.-Solo las repetidas instancias de Vuestra Escelencia han podido arrancarme
el permiso que le concedo para que salga de un pais
que le cuenta entre sus hijos distinguidos, cuyas glorias e s t h tan estrechamente enlazadas con el nombre de OHiggins, que las piijinas mas brillantes de
la historia de Chile son el monument0 consagrado a
la memoria de Vuestra Escelencia. En cualquier
gunto que Vuestra Escelencia exista lo ocuparii el
gobierno de la naci6n en sus mas arduos encargos;
asi como Vuestra Escelencia jamiis olvidarii 10s intereses de s u cara patria i la consideraci6n que merece
a sus conciudadanos. Yo faltaria a un deber mio,
que Vuestra Escelencia sabrii apreciar altamente, si
a-lalicencia no aiiadiese las dos condiciones siguien-
CAP~TULO X V ~ I I
453 -
. \
454
LA DICTADURA DE OHIGGINS
No pudiendo regresar a la comarca por cuya emancipaci6n habia derramado su sangre, i cuya independencia habia proclamado, se entretenia en estudiar
el mapa de este suelo querido, en trazar sobre 61 caminos i canales, en inventar proyectos para la prosperidad de su patria cuya entrada le estaba prohibida, en escribir a 10s amigos que ac& habia dejado
para que trabajasen en la ejecuci6n de esosplanes.
No obstante, don Bernard0 OHiggins no debia
volver a pisar nunca la tierra de sus hazafias, de sus
glorias, de su felicidad, de su afecto. Era esa la dolorosa espiaci6n que estaba reservada a las graves
faltas del dictador.
El 31 de marzo de 1823, el jeneral don Ram6n
Freire fu6 elejido director supremo, La repfiblica bajo
la direcci6n de este valeroso soldado, y mas que eso
buen ciudadano, iba a entrar en un nuevo period0 de
su existencia, i a hacer el ensayo de las instituciones
liberales.
INDICE
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ADVER~ENCIA..
INTRODUCCI~N
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9
12
13
I5
20
22
26
27
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Importancia h i t6rica de don Bernardo OHiggins ................
29
P
Su padre el marqr& de Vallenar ...............................
36
Nacimiento i educaci6n de don Bernardo OHiggins. .............
37
Su j6nero de vida antes de la revoluci6n ........................
42
Su c a r b t e r ..................................................
43
-I-
CAP~TULOSEGUNDO
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49
51
52
56
57
57
58
59
60
61
CAP~TULOTERCERO
Don J o d Miguel Carrera., ...................................
Su familia
63
................................................... 66
Su introduccibn w 10s negocios p6blicos ....................... . 68
Sus desavenencias con 10s exaltados .............................
70
Su popularidad ...............................................
71
Movimiento del 15 de noviembre de 181I iniciado por 61............
72
Disolucibn del congreso .......................................
74
Lucha de Rozas i Carrera ......................................
75
Polftica parcial seguida por don Jose Miguel Carrera. e impulso vigoroso que imprime a la revoluci6n ..........................
78
Resistencias que se le oponen i apoyos que le sostienen ..........
79
82
Campaiia de 1813 ............................................
Destituci6n de Carrera i causa-que la producen
.................
86
fNDICE
457
I
CAP~TULOCUARTO
PAJS
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CAP~TULOQUINTO
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CAP~TULOSESTO
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~NDICE
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CAP~TULO SI~PTIMO
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CAPiTULO OCTAVO . .
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fNDICE
PAJS.
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CAP~TULONOVENB
22.1
Juventud de don Manuel Rodriguez. . . ,
Su mansibn en Chile durante la reconquista eapafiokL, i servicios que
prest6 a la causa de la independencia
.. .-. ....- . .. . . . ... 224
Montonera
,,Primera prisidn de Rodriguez por
Su segunda prisidn por orden de 5
S u conducta despues de la derrota a e Lancna n a y a a a . .
Poblada de 17de abril de 1818 . .
.
Nueva prisi6n de Rodriguez
,
. .
Confidencia del teniente don Antonio Navarro a1 capitib don ManuelJose Benavente.....
Marcha de Rodriguez para Quillota con el batallbn nGmero I de Ca- ..
.
. .
..
zadores de 10s Andes..
244
246 -..
Muerte de Rodriguez
.
,
Impresiones que causa este suceso sobre 10s gobernantes i el pueblo
247
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249
250
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2152
'2.53
155
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266
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LllVlU
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~NDICE
PLJS
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y1
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3RQ
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403
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414
412
CAP~TULOD~CIMOCTAVO
Esperanzas que a1 principio concibe el gobierno de sofocar la insurreccidn i firme resoluci611que toma de hacerlo asi
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463
f N DICE
PkJS
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FIN DE LA DICTADURA I ~ E
OHIGGINS
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