La Penitencia en Los Padres de La Iglesia

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LA CONVERSIN EN LOS PADRES DE LA IGLESIA

Para hablar de la conversin, en los Padres de la Iglesia, debemos tener en


cuenta lo siguiente:

El tema depende de la poca en que se ubica el Padre de la Iglesia y de


las circunstancias de la comunidad.

En los primeros siglos la conversin corresponda, fundamentalmente,


a los catecmenos, inclusive era algo previo al catecumenado; para
bautizarse era indispensable estar convertido.

Siglos despus, cuando muchos bautizados caan en el pecado, la


Iglesia vio la necesidad de hablar de la penitencia, podramos llamarla:
la conversin de los bautizados, era una oportunidad de acoger la
misericordia divina.

Por eso, en los Padres de la Iglesia, encontramos discursos o


predicaciones invitando a los catecmenos a la conversin o a los
bautizados a la penitencia.

Un modo muy comn de ver el tema de la conversin o de la


penitencia, como por ejemplo en San Juan Crisstomo, es por medio
de los caminos de la penitencia. Vamos a ver este tema: la conversin
en los Padres de la Iglesia en tres momentos: Primero se tendr el de
la invitacin a la conversin, el texto gua es de San Cirilo de
Jerusaln. El segundo es el de los caminos de la conversin, el texto
gua es de San Juan Crisstomo. Finalmente se tendr un testimonio
de conversin de un Padre de la Iglesia, San Agustn.

La mayora de aportes a la conversin, desde los Padres de la Iglesia,


son comentarios de ellos a la Sagrada Escritura, tengamos en cuenta,
por lo menos, tres versculos que ellos amaba comentar:
- Desde entonces empez Jess a predicar y decir: arrepentos,
porque est cerca el reino de Dios (Mt 4,17).
- Se ha cumplido el tiempo y est cerca el reino de Dios;
arrepentos y creed en el Evangelio (Mc 1,14).
- No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores para que
se conviertan (Lc 5,14).

Nota: He preferido, ms que desarrollar un tema sobre la conversin


en los padres de la iglesia, dejar los textos de ellos ya que, muchas
veces se lee acerca de los Padres de la Iglesia pero poco se lee a los
Padres de la Iglesia. Por lo tanto, podramos decir que tendremos una
seleccin de textos de los Padres de la Iglesia, lo nico que he hecho es
organizarlos y agregar algn comentario.
I. INVITACIN A LA CONVERSIN.
Esta Catequesis de San Cirilo de Jerusaln fue pronunciada en Jerusaln,
trata sobre la conversin y el perdn de los pecados, y acerca del enemigo. La

lectura de base es de Ezequiel 18,20b-21: AI justo se le imputar su justicia y


al malvado su maldad. En cuanto al malvado, si se aparta de todos los
pecados que ha cometido, observa todos mis preceptos practica el derecho y
la justicia, vivir sin duda, no morir.1"
1. Realidad del pecado
Realidad temible es el pecado y gravsima enfermedad del alma es la
iniquidad: le secciona los nervios y adems la dispone al fuego eterno. La
maldad se da cuando hay delectacin libre, un germen que lleva
voluntariamente al mal. Ya el profeta seala con claridad que el pecado se
comete de modo espontneo y libre: "Yo te haba plantado de la cepa selecta,
toda entera de simiente legtima. Pues cmo te has mudado en sarmiento
de vid bastarda?" (Jer 2,21). La plantacin es buena, pero el fruto es malo,
malo por la libre voluntad: el que plant est libre de culpa, pero la via ser
aniquilada por el fuego; plantada para el bien, produjo el mal por su propio
deleite. Pues, segn el Eclesiasts, "Dios hizo sencillo al hombre, pero l se
complic con muchas razones" (Ecl 7,29). Y el Apstol dice: "Hechura suya
somos, creados... en orden a las buenas obras" (Ef 2,10). Pues siendo bueno
el creador, cre "en orden a las buenas obras," pero la creatura se volvi al
mal por su propio arbitrio. Grave mal es, segn esto, el pecado. Pero no es
irremediable: es grave para quien permanece en l. Pero es fcil de sanar a
aquel que lo rechaza en la conversin. Imagnate que alguien tiene fuego en
sus manos. Sin duda se abrasar mientras retenga el carbn, pero si lo arroja
fuera de s, suprime la causa de su quemadura. Pero si alguien piensa que no
se quema al pecar, a ese tal le dice la Escritura: "Puede uno meter fuego en
su regazo sin que le ardan los vestidos?" (Prov 6,27). As pues, el pecado
abrasa los nervios del alma.
2. El origen del pecado en el interior del hombre
Pero dir alguno Qu es el pecado? Es un animal, un ngel o un demonio?
Qu es lo que lo produce?. Atiende bien: no es un enemigo que te invada
desde fuera, sino algo que brota de ti mismo. "Miren de frente tus ojos" (Prov
4,25) y no experimentars la pasin. Ten lo tuyo, no te apoderes de lo ajeno y
no existir en ti la rapia. Acurdate del juicio y no existirn en ti la
Catequesis de San Cirilo de Jerusaln: El tema de la catequesis es la conversin que se requiere antes
del bautismo. La catequesis exhorta a la penitencia que pide el artculo del Credo "un nico bautismo de
conversin para el perdn de los pecados." Es necesario tambin sealar que en ciertos cdices se dice
"trata sobre la conversin y el perdn de los pecados," pero en la explicacin frontal del tema no se
aade "acerca del enemigo," es decir, el diablo. Realmente el examen de la catequesis aclara que el tema
es esencialmente la conversin y el perdn de los pecados, no siendo el diablo aqu ms que un tema
secundario.
1

fornicacin ni el adulterio ni el homicidio ni nada que sea pecaminoso. Pero


si te olvidas de Dios, comenzars a pensar en el mal y a realizar lo ilcito.
3. El diablo y el pecado
Pero no slo t eres origen y autor de lo que haces: hay tambin un
depravado instigador, el diablo. El tienta a todos, pero no puede con los que
no consienten. Por ello dice el Eclesiasts: "Si el espritu del que tiene poder
se abate sobre ti, no abandones tu puesto"2. Cierra tu puerta y hazlo huir
lejos de ti para que no te cause dao. Pero si das entrada con indiferencia al
pensamiento libidinoso, oponindose a tu nimo, plantar en ti sus races,
atar tu mente y te arrastrar hasta la cueva de los malvados. Y si acaso
dices: Soy fiel, no podrn conmigo los malos deseos, aunque frecuentemente
los tenga en mi nimo. Ignoras tal vez que la raz que permanece tiempo
ligada a la piedra acaba siempre rompindola? No aceptes siquiera el
germen, porque har aicos tu fe. Arranca de raz el mal antes de que
florezca, no sea que, actuando negligentemente desde un comienzo, tengas
luego que pensar en el fuego (cf. Jer 23,29) y en el hacha (Mt3,10). Crate a
tiempo la inflamacin de ojos, para que no te quedes ciego y busques
entonces mdico.
Causante primero del pecado es el diablo, origen de la maldad. Esto no lo he
dicho yo, sino el Seor: "Porque el diablo peca desde el principio"3. Antes
que l nadie pec. Pero no pec por fuerza de la naturaleza4, como si hubiese
estado obligado al pecado (en ese caso, habra incurrido en pecado quien le
hubiese hecho tal), sino que, creado bueno, se convirti en diablo tomando
nombre de su actuacin5. Pues, habiendo sido arcngel, se le ha llamado
posteriormente diablo (o calumniador, Satans), habindosele considerado
despus as en virtud de la cosa misma. Satans es, pues, lo mismo que
adversario6. Las pruebas no las aporto yo, sino el profeta Ezequiel: "Eras el
Ecl 10,4, que completa el consejo con las palabras: "que la flema libra de graves yerros." Es la versin
de la Biblia de Jerusaln, y el versculo parece ser de por si un consejo de prudencia ante los errores de
la autoridad. La interpretacin que hace el texto de la catequesis supone otro contexto diferente, el de la
tentacin, pero la intencin es vlida: mantenerse firme en las dificultades de la tentacin.
3 En realidad la frase no es del Evangelio, sino de 1 Jn 3,8: "Quien comete el pecado es del Diablo, pues el
diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se manifest para deshacer las obras del diablo." Pero en
una lnea semejante s existe en Jn 8:44, puesta en boca de Jess, esta afirmacin: "Este (el diablo) era
homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en l; cuando dice la
mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira".
4 Probablemente, al negar la posibilidad de pecar "por fuerza (mejor, "por necesidad") de la naturaleza,"
como si el pecado fuese una exigencia ontolgica del ser del diablo, est pensando Cirilo en la
afirmacin al respecto extendida entre gnsticos y maniqueos (cf. PG 33, 386, nota 8).
5 La palabra griega dibolos, significa "calumniador," "detractor," "acusador," funciones que realiza
sobre y contra el hombre.
6 Variante tambin posible: "Satans significa pues diablo" (o calumniador). De hecho, en las versiones
griegas de la Biblia la expresin hebrea "Satn" se traduce a menudo por dibolos.
2

sello de una obra maestra y corona de hermosura, engendrado en el paraso


divino" (Ez 28,12 var.). Y poco ms abajo: "Fuiste perfecto en tu conducta
desde el da de tu creacin, hasta el da en que se hall en ti iniquidad"
(28,15)7. Esto no te vino de fuera, sino que t mismo engendraste el mal.
Poco ms abajo seala la causa: "Tu corazn se ha pagado de tu belleza, has
sido herido por la muchedumbre de tus pecados, s, por tus pecados. Yo te he
precipitado en tierra" (28,17 var.). Lo mismo dice el Seor en el Evangelio en
el mismo sentido: "Vea a Satans caer del cielo como un rayo" (Lc 10,18). Ya
ves la consonancia entre ambos Testamentos. Al caer aqul, arrastr a
muchos consigo. A quienes le siguen les sugiere malos deseos, de lo que se
siguen el adulterio, la fornicacin y cualquier clase de mal. Por causa suya
fue expulsado nuestro primer padre Adn del paraso y cambi ste, del que
brotaban frutos admirables, por una tierra que le ofreca espinas.
4. Esperanza para el pecador
Entonces, dir alguno, hemos perecido engaados? no habr salvacin
alguna? Camos, podremos levantarnos? (Jer 8,4). Hemos quedado ciegos
podremos recuperar la vista? Estamos cojeando, no hay esperanza de que
caminemos correctamente alguna vez? Dir en resumidas cuentas: No
podremos alzarnos despus de haber cado? (cf. Sal 41,9) Es que acaso
quien resucit a Lzaro, con hedor ya de cuatro das (Jn 11,39), no te
resucitar vivo tambin a ti? Quien derram su preciosa sangre por nosotros
nos liberar del pecado para que no claudiquemos de nosotros mismos (cf.
Ef 4,19)8, hermanos, cayendo en un estado de desesperacin. Mala cosa es no
creer en la esperanza de la conversin. Quien no espera la salvacin acumula
el mal sin medida; pero el que espera la curacin, fcilmente es
misericordioso consigo mismo. Igualmente el ladrn que no espera que se le
haga gracia llega hasta la insolencia; pero, si espera el perdn, a menudo
termina por hacer penitencia. Si incluso una serpiente puede mudar la piel,
no depondremos nosotros el pecado? Tambin la tierra que produce
espinas se vuelve feraz si se la cultiva con cuidado: Acaso podremos obtener
nosotros de nuevo la salvacin? La naturaleza es, pues, capaz de
recuperacin, pero para ello es necesaria la aceptacin voluntaria.

El orculo proftico se refiere propiamente a la cada del rey de Tiro. En realidad, el pasaje entero, Ez
28:1-19, es un poema-orculo contra aquel. Una nota de la Biblia de Jerusaln a 28:11, donde comienza
la prediccin de la mencionada cada, seala: "Por una acomodacin espontnea, la tradicin cristiana
ha aplicado a menudo este poema a la cada de Lucifer."
8 Esta versin de Ef 4,19, es ms prximo a la traduccin que hace la Vulgata del versculo, examinando
el cual y su contexto se percibe la idea paulina de que, privado el hombre del contacto con Cristo, se
termina por caer en una situacin de desenfreno que perjudica al mismo ser humano como tal: Ef 4,17.
Es una idea afn a Rom 1,18-32.
7

En este sentido, San Clemente de Alejandra, tiene un bello texto donde el


Logos, Jesucristo, como exhortador, invita a la conversin:
Venid a m a recibir vuestro puesto bajo las rdenes del Dios nico y del
nico Logos de Dios! Vosotros, no slo adelantaris a los animales sin razn
por vuestra razn, sino que a vosotros solos entre los mortales os doy el gozo de
la inmortalidad. Porque yo lo quiero, yo quiero haceros partcipes tambin de
esta gracia y otorgaros el bien todo entero, la incorruptibilidad; y yo os doy el
Logos, es decir, el conocimiento de Dios, yo me doy a m mismo perfectamente.
Lo que yo sigo, lo que yo quiero es la sinfona, la armona del Padre, es el Hijo,
es el Cristo, es el Logos de Dios, el brazo del Seor, el poder del Universo, la
voluntad del Padre. Oh vosotros todos que sois imgenes, mas no todos
semejantes; yo os quiero corregir conforme al modelo, a fin de que lleguis a
ser semejantes tambin a m! (Exhortacin a los paganos, 12,3-4)

5. Misericordia y amor de Dios hacia el pecador


Dios ama a los hombres, y no en escasa medida. No digas t entonces: He
sido fornicario y adltero, he cometido grandes crmenes, y ello no slo una
vez sino con muchsima frecuencia. Me perdonar, o ms bien se olvidar
de m? Escucha lo que dice el salmista: "Qu grande es tu bondad, Seor!"
(Sal 31:20). Tus pecados acumulados no vencen a la multitud de las
misericordias de Dios. Tus heridas no pueden ms que la experiencia del
mdico supremo. Entrgate sencillamente a l con fe; indcale al mdico tu
enfermedad; di t tambin con David: "S, mi culpa confieso, acongojado
estoy por mi pecado" (Sal 38,19). Y se cumplir en ti lo que tambin se dice:
"Y t has perdonado la malicia de mi corazn" (Sal 32,5)9.
Quieres ver el amor de Dios al hombre t, que hace poco que vienes a las
catequesis? Quieres contemplar la benignidad de Dios y la enormidad de su
paciencia? Mira el caso de Adn. Es el primer hombre que Dios cre, y pec:
no pudo advertirle de que a continuacin morira? Pero mira lo que hace el
Dios que tanto ama a los hombres. Lo arroja del paraso (pues por el pecado
no era digno de vivir all). Y lo coloca en cualquier lugar fuera de all (cf. Gn
3,24), para que, al ver de dnde ha cado y a dnde ha sido arrojado, consiga
luego la salvacin mediante la conversin. Can, primer hombre dado a la
luz, se convirti en fratricida; maquinador del mal, autor y causante de
asesinatos, y primer envidioso, quit despus de en medio a su hermano. A
qu pena se le condena?: "Vagabundo y errante sers en la tierra" (Gn 4,12).
Grande fue el pecado, pero leve el castigo.

Todo el Salmo 32 es importante como expresin del perdn tras el reconocimiento del pecado. El
versculo 5, completo, seala: "Mi pecado te reconoc, y no ocult mi culpa; dije: "Me confesar a Yahveh
de mis rebeldas." Y tu absolviste mi culpa, perdonaste mi pecado."
9

Y sta fue verdaderamente la clemencia de Dios, pero pequea todava con


respecto a lo que sigui. Pues piensa en lo que sucedi en tiempo de No.
Pecaron los gigantes y la maldad se extendi grandemente sobre la tierra (cf.
Os 4,2)10. Por ella se provoc el diluvio: en el ao quinientos profiri Dios su
amenaza (cf. Gn 6,13)11. No crees que la benignidad de Dios se extendi
durante cien aos cuando se poda haber infligido el castigo al momento?
Todo lo alarg para dar lugar a la conversin. Acaso no ves la bondad de
Dios? Ni siquiera aquellos hombres, si hubiesen recobrado entonces el buen
sentido, habran notado que les faltaba la clemencia divina12.
6. La bondad de Dios es mayor que el pecado
Hablemos ahora de aquellos que se han salvado a travs de la conversin.
Habr entre las mujeres quien diga: soy una prostituta, he sido adltera,
manch mi cuerpo con toda clase de lujuria. Qu posibilidad existe de
salvacin? Observa, mujer, el caso de Rahab, que tambin para ti hay
salvacin. Pues si la que se dedicaba a la prostitucin abierta y pblicamente
obtuvo su salvacin mediante la conversin, acaso quien abus de su cuerpo
alguna vez antes de haber recibido la gracia no obtendr la salvacin por la
penitencia y el ayuno? Date cuenta de cmo se salv, pues simplemente dijo:
"Yahveh, vuestro Dios, es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra" (Jc
2,11)13. No se atreva por pudor a decir que era suyo. Pero si deseas recibir el
testimonio recogido en las Escrituras acerca de su salvacin, tienes escrito en
los Salmos: "Cuento a Rahab y a Babilonia entre los que me conocen" (Sal
87:4). Grande es la benignidad de Dios, que en las Escrituras hace memoria
incluso de las meretrices. Y no dice simplemente "cuento a Rahab y a
Babilonia," sino que aadi lo de "entre los que me conocen." As pues, los
hombres y mujeres pueden obtener la salvacin mediante la conversin.
Y aunque todo el pueblo hubiese pecado, ello no supera a la benignidad
divina. El pueblo haba fabricado un becerro, pero Dios no se arrepinti de
su clemencia. Negaron los hombres a Dios, pero Dios no se neg a s mismo
(cf. 2 Tim 2:13). "Entonces ellos exclamaron: "Estos son tus dioses, Israel""
A la iniquidad extendida sobre Israel, segn Oseas, hace aqu referencia la edicin de PG 33,391, nota
62. Pero ms bien habra que pensar en Gn. 6,1-4, pasaje sobre el que tiene un indudable valor
sinttico la nota general de la Biblia de Jerusaln.
11 La mencin del ao "quinientos" y "seiscientos" se refiere a aos de la vida de No, si se toman al pie
de la letra Gn 5,32 y 7:6.
12 En este sentido recordemos como Agustn senta que Dios no lo abandonaba: Pensaba yo en estas
cosas (al leer la Sagrada Escritura) y t me asistas; suspiraba y t me oas; vacilaba y t me
gobernabas; marchaba por la senda ancha del siglo y t no me abandonabas. (S. AGUSTIN, Las
Confesiones, 6,3,8)
13 La Biblia de Jerusaln comenta a este versculo: "Rajab se ha salvado por su fe, Hb 11,31, y justificado
por sus obras, Sant 2,25. Esta extranjera, que con su fe y su caridad consigue la salvacin de toda su
casa, se ha convertido entre los Padres en imagen de la Iglesia".
10

(Ex 32:4); y sin embargo, segn su modo de actuar, el Dios de Israel los
custodi. Tampoco fue el pueblo el nico que pec, pues tambin peco
Aarn, el sumo sacerdote. Moiss, en efecto, dice: "Tambin contra Aarn
estaba Yahv violentamente irritado... Interced tambin entonces en su
favor y Dios le perdon" (Dt 9,20). Ya Moiss, suplicando en favor del sumo
sacerdote pecador, suaviz la ira de Dios. Y Jess, el Hijo nico que ora por
nosotros, no aplacar a Dios? No le impidi a Aarn, a pesar de su culpa, que
llegase a ser sumo sacerdote. Te obstaculizar a ti que, por provenir de los
gentiles, entres en la salvacin? Haz igualmente penitencia t tambin, oh
hombre: no se te negar la gracia. Adopta despus una vida irreprensible:
Dios ama verdaderamente a los hombres y nadie puede explicar su
clemencia a causa de su dignidad personal: incluso aunque se juntasen todas
las lenguas de los hombres, ni siquiera as podran explicar una parte de su
benignidad, es decir, ni siquiera una parte de lo que se ha escrito acerca de la
benignidad de Dios para con los hombres.
[] Hay, pues, hermanos, multitud de pecadores que se convirtieron y
consiguieron la salvacin, confesad tambin vosotros ardientemente al Seor
para que recibis el perdn de los pecados precedentes y, hechos dignos del
don celestial, podis heredar el reino de los cielos con todos los santos, en
Cristo Jess, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amn.
Este sexto punto, la bondad de Dios es mayor que el pecado, la podemos
complementar con un bello discurso de San Pedro Crislogo14:
Al ver al mundo oprimido por el temor, Dios procura continuamente
llamarlo con amor; lo invita con su gracia, lo atrae con su caridad, lo abraza
con su afecto. Por eso lava con las aguas del diluvio a la tierra que se haba
pervertido y constituye a No padre de la nueva generacin, le brinda su
amistad, le habla amablemente, le indica lo que debe hacer y lo consuela,
prometindole su favor para el futuro. Deja luego de darle rdenes y,
tomando parte l mismo en la tarea, ayuda a encerrar en el arca a aquella
descendencia que haba de perdurar por todos los tiempos, para que este
amor, que se manifestaba participando en aquel trabajo, borrara todo
temor, que es propio de la esclavitud, y para que as esta comunidad de
amor conservara lo que haba sido salvado por el trabajo en comn.
Por eso llama tambin luego a Abrahn de entre los paganos, engrandece
su nombre, lo hace padre de la fe, lo acompaa en el camino, lo cuida
durante su permanencia en un pas extranjero, lo enriquece con toda clase de
De l sabemos apenas que fue arzobispo de Rvena al norte de Italia y famoso predicador (Crislogo
significa palabra de oro). Se conservan alrededor de 200 sermones suyos o atribuidos a l. Ejerci
gran autoridad como obispo y estuvo muy unido al Papa Len Magno (440-461). Este texto es tomado
de sus sermones.
14

bienes, lo honra con triunfos, lo regala con promesas, lo libra de las injurias,
lo consuela hacindose su husped y, contra toda esperanza, le concede
milagrosamente un hijo; para que, colmado con tantos beneficios y atrado
con tantas pruebas de la caridad divina, aprenda a amar a Dios y no a
temerlo, a rendirle culto por amor y no dominado por el terror.
Por eso consuela en sueos a Jacob durante su huida, y a su regreso lo
motiva a luchar y a trabarse con l en extraordinario combate; para que
terminara amando, no temiendo, al autor de ese combate.
Por eso llama a Moiss, revelndose como el Dios de sus antepasados, le
habla con amor de padre y lo urge a que libere a su pueblo de la opresin de
Egipto. Ahora bien, por todo lo que acabamos de evocar que
manifiesta cmo la llama de la divina caridad encendi los
corazones de los hombres y cmo Dios derram en sus sentidos la
abundancia de su amor, los hombres, que estaban privados de la
visin de Dios a causa del pecado, comenzaron a desear ver su
rostro. Pero la mirada del hombre, tan limitada, cmo podra abarcar a
Dios, a quien el mundo no puede contener? La fuerza del amor no mide las
posibilidades, ignora las fronteras. El amor no discierne, no reflexiona, no
conoce razones. El amor no se resigna ante la imposibilidad, no se
amedrenta ante ninguna dificultad. Si el amor no alcanza el objeto de sus
deseos, llega hasta a ocasionar la muerte del amante; va, por lo tanto, hacia
donde es impulsado, no hacia donde parece lgico que deba de ir. El amor
engendra el deseo, se enciende cada vez ms y tiende con mayor vehemencia
hacia lo que no consigue alcanzar. Y qu ms dir? El amor no descansa
mientras no ve lo que ama; por eso a los santos les pareca poco cualquier
recompensa, mientras no viesen a Dios. Por eso el amor que ansa ver a
Dios se ve impulsado, por encima de todo juicio sensato, por el
deseo ardiente de encontrarse con l.
Por eso Moiss se atrevi a decir: Si he obtenido tu favor; mustrate a m.
Por eso tambin se dice en otro lugar: Djame ver tu figura. Y hasta los
mismos paganos en medio de sus errores se fabricaron dolos para poder ver
con sus propios ojos el objeto de su culto.
II. LOS CAMINOS DE LA CONVERSIN
San Juan Crisstomo15 propone cinco vas donde la primera es la conclusin
de la invitacin que veamos en San Cirilo y por eso las presentamos como
Naci en Antioquia, donde recibi el bautismo cuando tena aproximadamente 20 aos. Hurfano de
padre -un alto oficial del ejrcito imperial fue educado por su madre Antusa, una cristiana ejemplar. Se
form con excelentes profesores y se gradu de abogado, pero luego dej la carrera para dedicarse por
15

un segundo punto que completa todo lo que nos ha dicho el Padre catequista.
Esta propuesta del boca de oro es algo que nadie que quiera seguir a Jess
estar excusado de recorrerlos:
1. La acusacin de los pecados: El primer camino de penitencia
consiste en la acusacin de los pecados: Confiesa primero tus pecados,
y sers justificado. Por eso dice el profeta: Propuse: Confesar al Seor mi
culpa, y t perdonaste mi culpa y mi pecado. Condena, pues, t
mismo, aquello en lo que pecaste, y esta confesin te obtendr el
perdn ante el Seor, pues, quien condena aquello en lo que falt, con
ms dificultad volver a cometerlo; haz que tu conciencia est siempre
despierta y sea como tu acusador domstico, y as no tendrs quien te acuse
ante el tribunal de Dios. ste es un primer y magnfico camino de penitencia.
Sobre el reconocer nuestro pecado miremos este comentario de
San Jernimo16, presbtero, sobre el libro del profeta Joel:
Convirtanse a m de todo corazn, y que su penitencia interior se manifieste
por medio del ayuno, del llanto y de las lgrimas; as, ayunando ahora, sern
luego saciados; llorando ahora, podrn luego rer; lamentndose ahora, sern
luego consolados. Y, ya que la costumbre tiene establecido rasgar los vestidos
en los momentos tristes y adversos como nos lo cuenta el Evangelio, al decir
que el sumo sacerdote rasg sus vestiduras para dar a entender la grandeza del
crimen del Salvador, o como nos dice el libro de los Hechos que Pablo y
Bernab rasgaron sus tnicas al or las palabras blasfematorias-, as yo les digo
que no rasguen sus vestiduras, sino sus corazones repletos de pecado; pues el
entero a la teologa. Se retir por seis aos a vivir como monje en el desierto. Regres a Antioquia a
causa de una enfermedad y se orden primero de dicono (380) y despus de sacerdote (386) y
durante los prximos doce aos ejerci como prroco y predicador en su ciudad natal. Predicaba sin
descanso y se mostraba cercano a sus feligreses en sus tristezas y alegras. Su fama se extendi hasta la
propia capital imperial Constantinopla, donde, tras la muerte del arzobispo Nectario, fue electo su
sucesor. Como Patriarca de Constantinopla se destac San Juan Crisstomo por su amor a los pobres,
creando varias instituciones a su servicio. Se preocup tambin por los inmigrantes godos e hizo que
tuvieran un clero propio y celebraran la liturgia en su lengua. Se opuso a la corrupcin del clero y vivi
con gran sencillez. En sus sermones denunciaba las injusticias de los ricos y se gan por eso el odio
de la emperatriz Eudoxia, quien hbilmente se ali con el Patriarca Tefilo de Alejandra; ste conquist
el apoyo de otros 36 obispos para destituirlo de su cargo. Deportado al Cucaso, falleci el 14 de
septiembre del ao 407. Su modelo cristiano era San Pablo. Fue un maestro de la interpretacin bblica,
fiel a los textos e incansable para desentraar sus riquezas. Coment lnea a lnea y en profundidad el
Gnesis, los Evangelios de Mateo y Juan, Hechos de los Apstoles y las cartas completas de Pablo. Se
conservan casi 1500 sermones suyos. Fue el ms grande predicador del Oriente cristiano y de ah su
sobrenombre Crisstomo o boca de oro. Sus restos mortales descansaban en la Baslica de San
Pedro en Roma, el Beato San Pablo II, en un gesto ecumnico, se los entreg al Patriarca de
Constantinopla, Bartolomeo I.
16 Naci en Dalmacia, una de las provincias del imperio y estudi en Roma, la capital, donde recibi una
excelente formacin literaria y llev la vida de un joven de su tiempo. Era apasionado del arte de la
palabra y de los grandes escritores de la antigedad. En la noche de Pascua del ao 366 recibi el
bautismo.

corazn, a la manera de los odres, no se rompe nunca espontneamente, sino


que debe ser rasgado por la voluntad. Cuando, pues, hayan rasgado de
esta manera su corazn, vuelvan al Seor, su Dios, de quien se haban
apartado por sus antiguos pecados, y no duden del perdn, pues, por
grandes que sean sus culpas, la grandeza de su misericordia
perdonar, sin duda, la enormidad de sus muchos pecados. Pues el
Seor es compasivo y misericordioso, lento a la clera y rico en piedad; l no
se complace en la muerte del malvado, sino en que el malvado cambie de
conducta y viva; l no es impaciente como el hombre, sino que espera
sin prisas nuestra conversin y sabe retirar su malicia de nosotros, de
manera que, si nos convertimos de nuestros pecados, l retira de nosotros sus
castigos y aparta de nosotros sus amenazas, cambiando ante nuestro cambio.
Cuando aqu el profeta dice que el Seor sabe retirar su malicia, por malicia no
debemos entender lo que es contrario a la virtud, sino las desgracias con que
nuestra vida est amenazada, segn aquello que leemos en otro lugar: Bstale
a cada da su desgracia, o bien aquello otro: Sucede una desgracia en la
ciudad que no la mande el Seor? Y, porque dice, como hemos visto ms
arriba, que el Seor es compasivo y misericordioso, lento a la clera y rico en
piedad y que sabe retirar su malicia, a fin de que la grandeza de su
clemencia no nos haga descuidados en el bien, aade el profeta: Quiz
se arrepienta y nos perdone y nos deje todava su bendicin. Por eso, dice, yo,
por mi parte, exhorto a la penitencia y reconozco que Dios es
infinitamente misericordioso, como dice el profeta David: Misericordia,
Dios mo, por tu bondad; por tu inmensa compasin borra mi culpa. Pero,
como sea que no podemos conocer hasta dnde llega el abismo de las riquezas
y sabidura de Dios, prefiero ser discreto en mis afirmaciones
y decir sin presuncin: Quiz se arrepienta y nos perdone. Al decir quiz, ya
est indicando que se trata de algo o bien imposible o por lo menos muy difcil.
Habla luego el profeta de ofrenda y brindis para nuestro Dios: con ello, quiere
significar que, despus de habernos dado su bendicin y perdonado
nuestro pecado, nosotros debemos ofrecer a Dios nuestros dones.

2. El perdonar las ofensas de nuestro prjimo: hay tambin otro, no


inferior al primero, que consiste en perdonar las ofensas que hemos
recibido de nuestros enemigos, de tal forma que, poniendo a raya nuestra
ira, olvidemos las faltas de nuestros hermanos; obrando as, obtendremos
que Dios perdone aquellas deudas que ante l hemos contrado; he aqu,
pues, un segundo modo de expiar nuestras culpas Porque si ustedes
perdonan al prjimo sus faltas -dice el Seor-, tambin su Padre celestial
perdonar las de ustedes.
3. la oracin: Quieres conocer un tercer camino de penitencia? Lo
tienes en la oracin ferviente y continuada, que brota de lo ntimo del
corazn.

4. la limosna: Si deseas que te hable an de un cuarto camino, te dir


que lo tienes en la limosna: ella posee un grande y extraordinario poder.
5. la humildad: Tambin, si eres humilde y obras con modestia, en
este proceder encontrars, no menos que en cuanto hemos dicho hasta aqu,
un modo de destruir el pecado: De ello tienes un ejemplo en aquel
publicano, que, si bien no pudo recordar ante Dios su buena conducta, en
lugar de buenas obras present su humildad y se vio descargado del gran
peso de sus muchos pecados.
No te quedes, por tanto, ocioso, antes procura caminar cada da por la senda
de estos caminos: ello, en efecto, resulta fcil, y no te puedes excusar
alegando tu pobreza, pues, aunque vivieres en gran penuria, podras
renunciar a tu ira y mostrarte humilde, podras orar de manera constante y
confesar tus pecados; la pobreza no es obstculo para dedicarte a estas
prcticas. Pero, qu estoy diciendo? La pobreza no impide de ninguna
manera el andar por aquel camino de penitencia que consiste en seguir el
mandato del Seor, distribuyendo los propios bienes -hablo de la limosna
pues esto lo realiz incluso aquella viuda pobre que dio sus dos pequeas
monedas. Ya que has aprendido con estas palabras a sanar tus
heridas, decdete a usar de estas medicinas, y as, recuperada ya
tu salud, podrs acercarte confiado a la mesa santa y salir con gran gloria al
encuentro del Seor, rey de la gloria, y alcanzar los bienes eternos por la
gracia, la misericordia y la benignidad de nuestro Seor Jesucristo.
III. TESTIMONIO DE CONVERSIN: SAN AGUSTN
As enfermaba yo y me atormentaba, acusndome a m mismo ms
duramente que de costumbre, mucho y querindolo, y revolvindome sobre
mis ligaduras, para ver si rompa con aquello poco que me tena prisionero. Y
t, Seor, me instabas a ello en mis entresijos y con severa misericordia
redoblabas los azotes del temor y de la vergenza, a fin de que no cejara de
nuevo y no se rompiese aquello poco y dbil que haba quedado, y se
rehiciese otra vez y me atase ms fuertemente.
Y decame a m mismo interiormente: Ea! Sea ahora, sea ahora; y ya casi
pasaba de la palabra a la obra, ya casi lo haca; pero no lo llegaba a hacer..., y
ya casi tocaba el trmino y lo tena; pero ni llegaba l, ni lo tocaba, ni lo
tena, dudando en morir a la muerte y vivir a la vida.
Retenanme unas bagatelas y vanidades de vanidades, antiguas amigas mas;
y tirbanme del vestido de la carne, y me decan por lo bajo: Nos vas a
dejar? /.../.

Y qu cosas, Dios mo, qu cosas me sugeran, qu indecencias! Pero las oa


ya de lejos, menos de la mitad de antes /.../. Hacan, sin embargo, que yo
vacilante tardase en romper y desentenderme de ellas /.../.
Mas esto lo deca ya muy tibiamente. Porque por aquella parte hacia donde
yo tena dirigido el rostro, y a donde tema pasar, se me dejaba ver la casta
dignidad de la continencia, serena y alegre /.../.
All una multitud de nios y nias, all una juventud numerosa y hombres de
toda edad, viudas venerables y vrgenes ancianas y, en todas, la misma
continencia no estril, sino fecunda madre de hijos nacidos de los gozos de
su esposo, t, oh Seor.
Y rease ella de m con risa alentadora, como diciendo: No podrs t lo que
stos y stas?... El Seor su Dios me ha dado a ellas. Por qu te apoyas en ti,
que no puedes tenerte en pie? Arrjate en l, no temas, que l no se retirar
para que caigas; arrjate seguro, que l te recibir y sanar /.../.
Ms de nuevo aqulla, como si dijera: Hazte sordo contra aquellos tus
miembros inmundos sobre la tierra, a fin de que sean santificados (Col 3,5)
/.../.
Tal era la contienda, que haba en mi corazn, de m mismo contra m
mismo. Mas Alipio, fijo a mi lado, aguardaba en silencio el desenlace de mi
inusitada emocin. (S. AGUSTIN, Las Confesiones, 8,9,25-27)
Mas apenas una alta consideracin sac del profundo de su secreto y
amonton toda mi miseria a la vista de mi corazn, estall en mi alma una
tormenta enorme, que encerraba en s copiosa lluvia de lgrimas. Y, para
descargarla toda con sus truenos correspondientes, me levant de junto a
Alipio /.../.
Quedose l en el lugar que estbamos sentados sumamente estupefacto; mas
yo, tirndome bajo una higuera, no s cmo, solt la rienda de las lgrimas,
brotando dos ros de mis ojos, sacrificio tuyo aceptable. Y aunque no con
estas palabras, pero s con el mismo sentido, te dije muchas cosas como
stas: Y t, Seor, hasta cuando! Hasta cuando, Seor, has de estar
irritado! No quieras acordarte ms de mis antiguas iniquidades (Sal 6,4;
78,5). Sentame an cautivo de ellas y lanzaba voces lastimeras: Hasta
cundo, hasta cundo? Maana! Maana! Por qu no hoy? Por qu no
poner fin a mis torpezas en esta misma hora?

Deca estas cosas y lloraba con amargusima contricin de mi corazn. Mas


he aqu que oigo de la casa vecina una voz, como de nio o nia, que deca
cantando y repeta muchas veces: Toma y lee, toma y lee /.../.
As que, apresurado volv al lugar donde estaba sentado Alipio y yo haba
dejado el cdice del Apstol, al levantarme de all. Tomle, pues, abrile y le
en silencio el primer captulo que se me vino a los ojos, y deca: No en
comilonas y embriagueces, no en lechos y liviandades, sino revestos de
nuestro Seor Jesucristo y no cuidis de la carne con demasiados deseos.
(Rom 13,13). No quise leer ms, ni era necesario /.../.
Entonces, puesto el dedo o no s qu cosa de registro, cerr el cdice y, con
rostro tranquilo, se lo entregu a Alipio, quien, a su vez, me indic lo que
pasaba por l y que yo ignoraba. Pidi ver lo que haba ledo; se lo mostr y
puso atencin con lo que segua a aquello que yo haba ledo y yo no conoca.
Segua as: Recibid al dbil en la fe, lo cual se aplic a s mismo y me lo
comunic /.../.
Despus entramos a ver a mi madre, indicmoselo y llenose de gozo /.../. Y
as convertiste su llanto en gozo, mucho ms fecundo de lo que ella haba
apetecido, y mucho ms caro y ms casto que el que poda esperar de los
nietos que le diera mi carne. (S. AGUSTIN, Las Confesiones, 8,12,28-30)

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