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Norma, autoridad y ley.

Bases para la redifinicin de una legalidad en psicoanlisis.


Silvia Bleichmar
Si el imperativo kantiano que propone que actuemos de tal modo que nuestra accin pueda ser
elevada a rango de ley universal fuera dominante hoy en el conjunto de nuestra sociedad es
indudable que el eje temtico alrededor del cual se estructura la pregunta acerca de la ley del
padre slo implicara cuestiones tericas o psicopatolgicas. Pero ello no es as, lo cual nos
confronta a una urgencia: redefinir los trminos que nos permitan, al menos, pensar sobre qu
premisas se puede establecer un debate respecto a las condiciones de la tica no slo en
nuestra devastada sociedad argentina sino en el mundo. Y en este debate el psicoanlisis tiene
algo que decir, a condicin de que no se limite a repetir lo que de obsoleto ha acumulado
durante ms de cien aos.
Debate pendiente desde mediados del siglo XX, cuando estall la cmoda divisin entre
civilizacin y barbarie y la maquinaria nazi primero y la energa nuclear desplegada como
aniquilacin sobre millones de hombres despus, puso de manifiesto que la civilizacin poda
estar al servicio de la barbarie, o al menos, que el ideal de progreso que acompaaba el
concepto de civilizacin estallaba y dejaba entrever que la civilizacin de unos puede bien ser
la regresin a la barbarie de otros.
La idea extendida en psicoanlisis de que los seres humanos no pueden cometer crmenes sin
que su conciencia moral les demande de uno u otro modo un pago, o incluso el maravilloso
anlisis de Raskolnicof que despliega la hiptesis de que todo crimen planeado es precedido
por algn tipo de culpa inconciente que debe ser expiada, pusieron de relieve no un modo de
ejercicio universal de la culpabilidad sino la premisa universal de que la culpa surge en los
seres humanos cuando se sienten responsables de destruir el universo de objetos que aman,
aquel que tienen inscripto como plausible de ser respetado por los mandamientos.
Y cuando una parte de la sociedad que tiene la particularidad de estar en el dominio del
poder - entra en un circuito enloquecido de autosubsistencia despojando al resto de los seres
humanos de la categora de semejante y fracturando internamente hasta la desintegracin, las
formas de moralidad que rigen todo contrato social ms all de la letra escrita, slo la
recomposicin de la relacin entre ley y moral evita la descomposicin de toda posibilidad de
pauta que permita que la vida se despliegue en el marco de garantas que eviten que el mundo
devenga, real o imaginariamente, una selva. Porque el incremento de la paranoia colectiva es
correlativa a la ausencia de premisa universal de una ley que regule las acciones, y que
permita que el imperativo categrico del superyo que se rige por la existencia del deseo d
paso al imperativo hipottico que permite que un ser humano sepa que si realiza ciertas
acciones ser premiado y que si ejerce otras ser castigado. Lo cual es la base de todo
bienestar y reaseguro futuro.
El ideal de Scrates era una polis en la cual no hubiera necesidad de ser moralista. Pero quin
se atrevera hoy a renunciar al moralismo, sabiendo que la fuerte presencia subjetiva de un
contenido moral es caracterstica de una poca en la cual se torna evidente la discrepancia
entre los valores de carcter universal como enterrar a los muertos - y los valores polticos
como la prohibicin de hacerlo legislada por Creonte - y en la cual los sujetos ms ticos se
ven obligados a contraponer la moral universal a la forma acuada de moral poltica en el
sentido ms amplio del trmino, como conjunto legislante que rige la accin.
Y sin embargo, sabiendo que nuestra prctica deviene tica precisamente por la abstinencia de
enjuiciamiento moral, por la acogida benevolente respecto al decir y hacer del otro, por la
puesta en suspenso de toda disputa respecto a las formas de resolucin de la vida prctica,
cules son los lmites en los cuales nos vemos obligados a redefinir los trminos en los que

nuestra accin puede desplegarse sin sentirnos vctimas en ciertos casos o cmplices en otros,
de las formas de inmoralidad reinantes que se han convertido en acciones cotidianas y cuyo
rehusamiento corre el riesgo de ponernos en aquella posicin de moralistas tan temida por
Scrates?
Un analista se ve sometido a una situacin que lo paraliza absolutamente, no slo por el
cmulo de sentimientos encontrados que ella le produce sino por la ausencia de antecedentes
que le permitan definir cul es la accin acertada: Una paciente le paga con patacones, los
cuales son aceptados en razn de que da por descontado que este es el dinero en el cual ella
misma recibe su salario. Un tiempo despus se entera que la mujer cobra en pesos y los
cambia por patacones para obtener, de este modo, una ganancia que le significa una reduccin
del pago que efecta; al analista el hecho no le implica un desmedro econmico pero s moral,
en razn de que se siente estafado por su paciente, y toda la contratransferencia queda teida
por este hecho que siente paradjicamente no delictivo pero s inmoral. Cules son los
lmites de la interpretacin y cules los de una intervencin que puede ser sentida por el otro
como del orden de la intersubjetividad, determinada slo por intereses contrapuestos?
El contrato analtico no tiene letra chica, y es tal vez uno de los pocos espacios que quedan en
nuestra sociedad que dan cuenta de la existencia del valor de la palabra. Es un privilegio para
los analistas la existencia de estos nichos, repliegues del siglo XX, que dan cuenta de que an
en condiciones de tal desintegracin social y tica existen seres humanos que pueden regir sus
acciones por contratos que no estn firmados ante terceros, sino regidos por una ley que es la
recuperacin del contrato social en los trminos clsicos: cada uno de los participantes define
sus derechos y obligaciones con la confianza bsica de que el otro no alterar tales trminos.
Pero esto se mantiene en el marco de una cada de transferencia en sentido ampliado, de
confiabilidad en el saber y la tica del estamento dedicado a las prcticas de la salud, y se
sostiene, diariamente, trabajosamente, a partir de las acciones morales que realizamos.
Cul es la norma? Cmo s lo que tengo que hacer en estas circunstancias? Me pregunta un
paciente que habiendo faltado reiteradamente a sesin no anticipa su ausencia ni se ve
obligado a disculparse por haberme dejado esperando. Trato de explicarle que el
conocimiento de la ley es una forma de eludir su propia decisin respecto a qu acciones son
vlidas hacia el semejante, pero en una sociedad en la cual toda legislacin ha sido arrasada
por intereses sectoriales, l me insiste en la necesidad de tener una legislacin clara que
determine nuestras acciones.
La ley pblica y la oscilacin subjetiva de lo privado.
Durante los ltimos aos los analistas, a partir de la impronta del estructuralismo, hemos
escogido una perspectiva en la cual la Ley con mayscula, trascendentalizada su funcin
ocupa un lugar central en el proceso de estructuracin psquica. Los textos freudianos avalan
esta perspectiva: Ttem y tab, El malestar en la cultura, no slo dan cuenta de una forma de
concebir la constitucin del superyo a partir de una legalidad que trasciende al sujeto sino que
antecede incluso su nacimiento. La ley freudiana tiene dos orgenes: por una parte el mito del
parricidio originario, por otra, el carcter de un imperativo que habiendo sido hipottico
deviene categrico en razn no slo de que el deseo est ya realizado en el inconciente sino
que ha sido efectuado en el pasado. No se trata meramente del deseo de parricidio -el hecho
de que el superyo hunda sus races en el ello lo que determina la inevitabilidad del castigo que
el superyo infringe al sujeto- sino de su realizacin histrica factual, arcaica, transmitida
filogenticamente.
La filognesis slo puede ser concebida hoy como transmisin cultural: el lamarkismo ha sido
derrotado por la gentica y no hay posibilidad de transmisin de la experiencia por
inscripcin en el ADN. Sin embargo, sabemos que lo que fue experiencia en una generacin
bien puede devenir fantasma en la siguiente, en razn de que no hay experiencia pura, y que

lo vivido slo puede ser capturado por el sistema representacional que sostiene al sujeto. Sin
embargo, el banquete totmico como mito fundacional tiene sus virtudes y plantea un
obstculo. En primer lugar, y como virtud, sealemos que da cuenta de que es imposible la
constitucin de toda moral sino como referencia al otro: es el hecho de haber asesinado al
padre, de haber producido un dao a otro significativo, lo que funda la culpa colectiva. En
segundo lugar, este mito del asesinato primordial abre la discordancia entre el deseo y su
realizacin como dijera Thomas Mann en su Moiss, prncipe de Egipto al aludir al
asesinato que se supone el lder cometiera en su juventud: Supo que si matar era hermoso
haber matado era terrible, y por eso deba estar prohibido En tercer lugar, dado que el
crimen fue cometido por la horda en su conjunto, sus alcances abarcan a la totalidad de los
descendientes, por lo cual funda una moral universal. En cuarto lugar, la moral surge de la
historia, no de la voluntad divina, de manera que su trascendencia no est dada por el
abrochamiento natural a la condicin humana, sino a un devenir necesario pero no por ello
prefijado. Por ltimo, la moral surge ligada al deseo pero no al servicio de su realizacin
omnmoda sino a su acotamiento, establecindose no contra una ley preexistente sino contra
una norma tirnica: el padre de la horda ejerce, paradjicamente, una ley que no es del orden
del imperativo categrico kantiano; su conducta no puede ser tomada como norma universal,
porque si esto ocurriera los hombres se mataran entre s.
Cul es el gran obstculo, sin embargo, que tiene esta teorizacin del origen universal de la
moral y que Lacan recupera para definir la funcin del Nombre del Padre? El haber anudado
estos universales a un tipo de sociedad histricamente en trnsito, con efectos que conocemos
y se ejercen en nuestra prctica y la hacen bascular del lado de lo ms reaccionario del
pensamiento contemporneo.
Sabemos que es inevitable que nuestra teora se vaya llenando, a lo largo del tiempo, de
remanentes ideolgicos entretejidos en el interior de los paradigmas que pretendemos
construir: a esto alude Laplanche cuando seala la diferencia entre mitos y teoras en
psicoanlisis. Inevitablemente, en la medida en que la prctica psicoanaltica se establece en
el marco de los fantasmas y decires de quienes la practican de uno y otro lado del divn
sus enunciados se ven impregnados por los modos histricos de produccin de subjetividad de
los seres humanos que la nutren.
La teorizacin de Freud aluda a la apropiacin de las mujeres de la horda por parte del padre,
y en tal sentido es curioso que se haya escamoteado en los desarrollos post-freudianos el
hecho de que la prohibicin del incesto como origen de la moral comienza por la interdiccin
respecto a la transgresin del padre y no por el deseo del hijo. Y ello en razn de que, en su
propio pensamiento, la funcin de prohibicin del Edipo qued siempre como interdiccin de
la circulacin sexual entre la madre y el nio por parte del padre y el superyo como su
residuo, de manera que la antecedencia del adulto respecto al deseo por la generacin
siguiente, sufre un giro de ciento ochenta grados y desde el endogenismo con el cual el
complejo de Edipo es subsumido lo que se prohibe es el deseo infantil, y no su motor ltimo:
el deseo del adulto sobre el cuerpo del nio.
Quisiera a esta altura subrayar que he dicho adulto y no madre, poniendo de relieve hasta
qu punto el estructuralismo ha hecho tabla rasa con el inconciente en funcin de la
articulacin de las funciones en la estructura: la madre es narcisista, el padre es ley, el hijo
debe des-sujetarse del deseo de la madre para ser atravesado por la ley del padre, la metfora
fundante es paterna La rivalidad del padre ha desaparecido en su funcin de legislador El
superyo materno se ha diluido en el narcisismo de la madre El fantasma homosexual del
padre ha sucumbido a su funcin de transmisor de una Ley de la cual es portador El deseo
de la madre por el hombre parecera agotarse en el placer con que satura la falta en el hijo
de manera tal que la madre ha anulado todo goce sexual en un deseo de hijo que si no le

puede brindar el placer orgsmico al menos le puede permitir la completud de la cual la


castracin la priva No hay un retorno ac de la teora sexual infantil de una madre
asexuada que renuncia a todo goce genital por la completud narcisista que el hijo ofrece?
Parecera que, al lmite, la funcin del padre no es arrancar a la madre de su situacin
recuperadamente virginal y, como efecto de ello, en una mezcla extraa de amor al hijo y
rivalidad impedirle que se apropie del nio. El padre ha devenido Espritu Santo, no ya
hombre
Es indudable que la prohibicin de intercambio de goce entre el nio y el adulto toma en
Lacan este sesgo que culmina en la denominacin de Nombre del Padre, como efecto del
modo con el cual se ejerce tal interceptacin, tal implementacin de la ley edpica, en cierta
poca de cierta sociedad: se trata de la familia patriarcal burguesa de Occidente. El afn
universalista comenzado por Levi Strauss y retomado por Lacan naufraga ac por la
subordinacin filosficamente hegeliana y polticamente colonial con la cual se considera,
desde el etnocentrismo que toma a la Francia de las luces como la culminacin de la Historia
de la Humanidad modelo universal de lo humano. Se podra llamar, en otras pocas histricas,
o dentro de otros ordenamientos ideolgico-representacionales, y con el mismo grado de
arbitrariedad, a la ley que descaptura al nio del adulto y lo lanza a la circulacin metfora
del Jefe Tribal, o incluso Enunciado de la Amazona Mayor; en estos casos, claramente, el
tercero es legislante, y si se adujera que la funcin del padre es diferente en razn de que el
nio proviene del cuerpo de la madre y es sta la que podra reintegrar su producto, la
respuesta sera rpida y no tendra necesariamente que provenir de minoras que defienden
hoy sus derechos reproductivos: por cunto tiempo ms, una vez que ha estallado la relacin
coito/engendramiento a nivel de lo real y la necesaria diferencia anatmica que sostuvo a la
humanidad hasta el presente en su funcin reproductiva se perfila como un elemento que
podra quedar reducido a una de las formas posibles del placer?
Y bien, todo este desarrollo para sealar que la homologacin entre Ley y Padre no slo es
ideolgicamente infeliz sino tericamente insostenible, y que la necesaria funcin de
pautacin que regula el goce no puede quedar sometida a la forma histrica discutible, por
otra parte con la que fue acuada en su poca, sino liberada en su universalidad constitutiva
de la instancia moral y puesta a circular en aras no slo de evitar el bochorno de quedar ligado
a lo ms reaccionario del siglo XX sino tambin de evitar sus consecuencias en la clnica.
Hasta ac nuestro primer punto. Lo cual nos permite desarrollar el segundo aspecto: las
consecuencias clnicas de la homologacin entre ley y padre.
Sabemos que no es sino efecto de una vulgarizacin de una teora cuyas complejidades y
riquezas no podemos desconocer el hecho que los analistas, y en particular los analistas que
ejercen su prctica con nios, hayan llegado a esta superposicin de graves consecuencias en
la prctica que consiste en confundir al padre real con la funcin paterna. Hemos visto madres
debatirse en su deseo de desatrapar al hijo de la posesividad de un padre perverso o de la
crueldad de un padre rivalizante, a partir de considerar que todo gesto que implique este
movimiento de enfrentamiento con el hombre da cuenta de su falicismo o de su imposibilidad
de tolerar una ley que las atraviese. Estos enunciados paralizantes o acusatorios, producidos
en algunos casos por el conocimiento del psicoanlisis o en otros por la intervencin ejercida
en el marco de una consulta, han tenido como efecto, paradjicamente, la induccin a un
sometimiento que no opera sino, precisamente, como anulacin de toda ley que pretenda
poner coto al deseo de alguien que ejerce arbitrariamente el anudamiento del hijo a su propio
goce.
El malentendido parte de concebir a la madre como sujeto del deseo narcisista y al padre
como puro sujeto de la ley, dejando afuera el inconciente parental, la presencia en el adulto

hombre o mujer de deseos incestuosos, mortferos, de rivalidades cruzadas y


homosexualidades encubiertas, sometimientos masoquistas o intentos de dominio sdico, en
fin todo lo que sabemos que los seres humanos guardan sea en lo ms recndito de s
mismos como hubiera afirmado Freud o en superficie. Ms de treinta aos de ejercicio de
una prctica atravesada por un estructuralismo raso han dejado en nosotros ya suficiente
experiencia para saber que detrs de la queja por la no puesta de lmites a un nio bien puede
anidar la envidia hacia una madre o un padre generosos, la desconfianza por la circulacin
exogmica de una hija o el horror por el crecimiento de un hijo que quiere elegir su propio
camino y ejercer su sexualidad genital, e incluso el temor a la homosexualidad que retorna en
un padre cuyo hijo se niega a una iniciacin precoz con el cuerpo alquilado de una mujer, e
incluso la increpacin a la madre de que su negativa a asumir la complicidad en tal situacin
esconde un deseo de castrar al hijo o de evitar, por celos, que conozca a una mujer que la
desplace.
En este caso la supuesta ley del padre es, evidentemente, coartada. Y sin embargo no ha sido
fcil para los analistas de nios sustraerse a la fascinacin ejercida por una mezcla de
estructuralismo y paternalismo que en nuestra sociedad argentina toma formas autoritarias y
demoledoras de toda legalidad. Es ac donde autoridad y ley deben ser claramente
diferenciadas, diferencia que no se ejerce con claridad suficiente y que toma ribetes inmorales
cuando se enuncia, en las condiciones que nos toca vivir, que es la ausencia de padre la
responsable de los niveles de corrupcin e inmoralidad que nos atraviesa, que es la ausencia
de padre lo que est en la base misma de la delincuencia juvenil e infantil, que es la falta de
padre lo que produce los niveles de desintegracin de la sociedad argentina.
Y lo que en ciertos casos es enunciado que se sostiene en la complejidad de una propuesta que
formula que la ley del padre no puede concebirse sino como sujetamiento del padre mismo a
una ley de la cual es portador pero no amo, en otros la convocatoria al padre toma el carcter
de lo concreto, y se coloca la causalidad en la falta de autoridad apelando al ejercicio de una
arbitrariedad que no es sino perversin de la ley y ejercicio desptico del poder. De todos
modos, el mensaje llega a la comunidad en los trminos que puede ser escuchado,
produciendo en algunos casos el desprecio de los sectores ms lcidos y en otros la adhesin
de quienes atravesados por el pensamiento mgico y la nostalgia del orden aniquilante de toda
propuesta alternativa se ven convocados a afirmar que es as, que lo que necesita la Patria es
un padre fuerte.
Es ac donde la implicacin subjetiva y la ley se articulan para volver a poner en escena el
imperativo kantiano. Un contrato nuevo, un nuevo modo de recomponer la sociedad, no
puede producirse slo sobre la base de la confianza en la Ley sino a partir de la
resignificacin que cada sujeto tiene de su relacin al otro, de la recomposicin del campo del
semejante. En esto el psicoanlisis debe volver a la cuestin de base: su funcin no consiste
en definir el origen de la norma, sino el impacto subjetivo de la misma. Y si la ley de
prohibicin del incesto est en la base misma de la moral, es porque en ella se juega algo del
orden de la renuncia, por amor, a la captura del otro indefenso, del otro sometido, del otro
dependiente, de la ruptura del circuito que apropia al ms dbil en el goce de quien posee el
poder y el saber, y tiene, en esta asimetra que constituye la premisa misma de la
humanizacin, la responsabilidad de transformar este poder y saber en condicin de vida del
otro.
Si el conocimiento del origen de la moral es del orden de la filosofa de la tica, de la
antropologa, de la ciencia poltica, y en l nos apoyamos para comprender los universales
que rigen la vida humana, es indudable que nuestra prctica se determina por las formas con
las cuales estas leyes quedan inscriptas, por los niveles de conflicto que producen en el sujeto
y por el sufrimiento moral que las renuncias a sus propios deseos le imponen. Pero no

podemos dejar de tener en cuenta que en este momento de nuestra historia, una de las
mayores fuentes de sufrimiento no radica en la cuota que cada sujeto paga por incluirse en la
comunidad humana, tal como lo definiera Freud en El malestar en la cultura, sino por la
disparidad con la cual el goce de algunos impone un sufrimiento mayor a otros. Si la renuncia
al goce no estuviera atravesada por este nivel de sufrimiento, no nos sentiramos convocados,
aquellos que an creemos en la recompensa del superyo, a devenir moralistas en el sentido
retomado anteriormente. Porque de lo que se trata es, en ltima instancia, no slo del
reconocimiento del otro por el accionar en funcin del bien comn como fuente mayor de
satisfaccin en la integracin social, ni tampoco de la aprobacin solitaria de la instancia
heredada que, afortunadamente, sobrevive en la intimidad del encuentro con el otro
originario, sino de crear las condiciones de una legalidad que nos permita, como sujetos,
convocarnos en esa articulacin que garantice nuestra pertenencia a lo que de un modo tal vez
un tanto anacrnico para las circunstancias pero vlido a lo largo de la historia seguimos
considerando como del orden de la tica que nos sostiene en el respeto por la condicin
humana.

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