El Ateneo (Crónica de Nostalgias)

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EL ATENEO (CRNICA DE NOSTALGIAS) s RAUL POMPEIA

ATHENAEUM

Raul Pompeia naci en 1863, en el seno de una


familia terrateniente, en Angra dos Reis. Pas la
infancia en Ro de Janeiro, entonces capital del
imperio. Desde muy joven se revelaron sus destrezas como escritor y dibujante. Public su primera
novela, Uma tragdia no Amazonas, a los diecisiete
aos. Estudi Derecho en So Paulo, donde abraz
las causas abolicionista y republicana con marcado radicalismo. Consagrado al periodismo combativo, fue una presencia constante en las pginas de
los diarios, en los que publicaba columnas incendiarias y caricaturas implacables. A los veinticinco
aos escribi El Ateneo. Una vez abolida la esclavitud y decretado el fin de la monarqua, apoy
el gobierno de Floriano Peixoto y el movimiento
jacobino. Se suicid a los treinta y dos aos, incitado en parte por acusaciones de homosexualidad.
Entre sus obras pueden mencionarse, tambin, la
novela As joias da Coroa, los primeros poemas en
prosa escritos en Brasil, Canes sem metro, e infinitud de cuentos y notas periodsticas.

s RAUL POMPEIA

EL ATENEO s
(CRNICA DE NOSTALGIAS)

Estudio preliminar, traduccin


y notas de

Paula Abramo

FFL
UNAM

Ctedras

Es sta es la primera traduccin al espaol de una


de las novelas ms importantes en el panorama de
la literatura brasilea decimonnica. Escasamente conocido fuera de Brasil, en El Ateneo el relato
de las venturas y desventuras que experimenta un
nio de clase alta en un internado de elite sirve
como pretexto para emprender una de las crticas
culturales ms mordaces, agudas e implacables
del Brasil imperial. Su estilo espeso, complejo, de
una riqueza lxica excepcional y un preciosismo
proustiano, fluye desmantelando incluso su propia
retrica, en un mecanismo ya puramente moderno, que emparienta a su autor con el mejor Machado de Assis. La presente edicin recupera todas las imgenes que Raul Pompeia realiz para la
versin definitiva de su obra y procura preservar,
con el cuidado grfico y la impresin a dos tintas,
la idea ampliada que el artista tena de la novela:
ms que un instrumento solo, una orquesta.

EL ATENEO (CRNICA DE NOSTALGIAS) s RAUL POMPEIA

ATHENAEUM

Raul Pompeia naci en 1863, en el seno de una


familia terrateniente, en Angra dos Reis. Pas la
infancia en Ro de Janeiro, entonces capital del
imperio. Desde muy joven se revelaron sus destrezas como escritor y dibujante. Public su primera
novela, Uma tragdia no Amazonas, a los diecisiete
aos. Estudi Derecho en So Paulo, donde abraz
las causas abolicionista y republicana con marcado radicalismo. Consagrado al periodismo combativo, fue una presencia constante en las pginas de
los diarios, en los que publicaba columnas incendiarias y caricaturas implacables. A los veinticinco
aos escribi El Ateneo. Una vez abolida la esclavitud y decretado el fin de la monarqua, apoy
el gobierno de Floriano Peixoto y el movimiento
jacobino. Se suicid a los treinta y dos aos, incitado en parte por acusaciones de homosexualidad.
Entre sus obras pueden mencionarse, tambin, la
novela As joias da Coroa, los primeros poemas en
prosa escritos en Brasil, Canes sem metro, e infinitud de cuentos y notas periodsticas.

s RAUL POMPEIA

EL ATENEO s
(CRNICA DE NOSTALGIAS)

Estudio preliminar, traduccin


y notas de

Paula Abramo

FFL
UNAM

Ctedras

Es sta es la primera traduccin al espaol de una


de las novelas ms importantes en el panorama de
la literatura brasilea decimonnica. Escasamente conocido fuera de Brasil, en El Ateneo el relato
de las venturas y desventuras que experimenta un
nio de clase alta en un internado de elite sirve
como pretexto para emprender una de las crticas
culturales ms mordaces, agudas e implacables
del Brasil imperial. Su estilo espeso, complejo, de
una riqueza lxica excepcional y un preciosismo
proustiano, fluye desmantelando incluso su propia
retrica, en un mecanismo ya puramente moderno, que emparienta a su autor con el mejor Machado de Assis. La presente edicin recupera todas las imgenes que Raul Pompeia realiz para la
versin definitiva de su obra y procura preservar,
con el cuidado grfico y la impresin a dos tintas,
la idea ampliada que el artista tena de la novela:
ms que un instrumento solo, una orquesta.

EL ATENEO (CRNICA DE NOSTALGIAS) s RAUL POMPEIA

ATHENAEUM

Raul Pompeia naci en 1863, en el seno de una


familia terrateniente, en Angra dos Reis. Pas la
infancia en Ro de Janeiro, entonces capital del
imperio. Desde muy joven se revelaron sus destrezas como escritor y dibujante. Public su primera
novela, Uma tragdia no Amazonas, a los diecisiete
aos. Estudi Derecho en So Paulo, donde abraz
las causas abolicionista y republicana con marcado radicalismo. Consagrado al periodismo combativo, fue una presencia constante en las pginas de
los diarios, en los que publicaba columnas incendiarias y caricaturas implacables. A los veinticinco
aos escribi El Ateneo. Una vez abolida la esclavitud y decretado el fin de la monarqua, apoy
el gobierno de Floriano Peixoto y el movimiento
jacobino. Se suicid a los treinta y dos aos, incitado en parte por acusaciones de homosexualidad.
Entre sus obras pueden mencionarse, tambin, la
novela As joias da Coroa, los primeros poemas en
prosa escritos en Brasil, Canes sem metro, e infinitud de cuentos y notas periodsticas.

s RAUL POMPEIA

EL ATENEO s
(CRNICA DE NOSTALGIAS)

Estudio preliminar, traduccin


y notas de

Paula Abramo

FFL
UNAM

Ctedras

Es sta es la primera traduccin al espaol de una


de las novelas ms importantes en el panorama de
la literatura brasilea decimonnica. Escasamente conocido fuera de Brasil, en El Ateneo el relato
de las venturas y desventuras que experimenta un
nio de clase alta en un internado de elite sirve
como pretexto para emprender una de las crticas
culturales ms mordaces, agudas e implacables
del Brasil imperial. Su estilo espeso, complejo, de
una riqueza lxica excepcional y un preciosismo
proustiano, fluye desmantelando incluso su propia
retrica, en un mecanismo ya puramente moderno, que emparienta a su autor con el mejor Machado de Assis. La presente edicin recupera todas las imgenes que Raul Pompeia realiz para la
versin definitiva de su obra y procura preservar,
con el cuidado grfico y la impresin a dos tintas,
la idea ampliada que el artista tena de la novela:
ms que un instrumento solo, una orquesta.

EL ATENEO
(CRNICA DE NOSTALGIAS)

CTEDRAS
s SERIE GUIMARES ROSA s

RAUL POMPEIA

EL ATENEO
(CRNICA DE NOSTALGIAS)

Estudio preliminar, traduccin y notas de

Paula Abramo

FACULTAD DE FILOSOFA Y LETRAS


DIRECCIN GENERAL DE ASUNTOS DEL PERSONAL ACADMICO
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTNOMA DE MXICO

Direccin General de Asuntos del Personal Acadmico


La presente edicin de El Ateneo (crnica de nostalgias) fue realizada
en el marco del proyecto PAPIIT IN400710 y con el apoyo de la
Embajada de Brasil en Mxico,
en el Seminario de Traduccin Literaria,
dirigido por Valquiria Wey e Ignacio Daz Ruiz.
Ilustraciones gentilmente cedidas por el doctor Ivan Teixeira

Primera edicin: 2012


9 de noviembre de 2012
DR Universidad Nacional
Autnoma de Mxico
Avenida Universidad 3000,
colonia Universidad Nacional Autnoma
de Mxico, C. U., delegacin Coyoacn,
C. P. 04510, D. F.
ISBN 978-607-02-3823-9
Prohibida la reproduccin total o parcial
por cualquier medio sin autorizacin escrita
del titular de los derechos patrimoniales.
Impreso y hecho en Mxico

sNota

a la edicin s

La presente edicin de El Ateneo, de Raul Pompeia, constituye la


primera versin en espaol hasta donde tengo conocimiento de esta obra clsica de la literatura brasilea, publicada originalmente por entregas en la prensa de Ro de Janeiro durante
algunos meses de 1888. Prcticamente desconocido en el resto del
mundo, El Ateneo es, sin embargo, una de las obras consagradas
por la tradicin en Brasil, y ha sido juzgada, por muchos crticos,
como un texto cuyo nico parangn posible son las obras del
mejor Machado de Assis, con quien Raul Pompeia guarda, sin
embargo, marcadas diferencias.
El Ateneo constituye una crtica cultural despiadada de la sociedad brasilea del Segundo Imperio, vertida en una prosa inu
sitadamente compleja y enriquecida de manera constante con
parodias literarias crticas abiertas a la retrica de la poca
que mueven la obra en un nivel sostenido de referencias metalingsticas.
Antonio Tabucchi dijo alguna vez que traducir es como ver
al autor en pijama, libre del esmoquin del aura y el prestigio. El
traductor, en efecto, debe entablar una relacin de intimidad
con el autor al que traduce. Al final, de tanto leerlo, a veces es
capaz de predecir sus giros, intuye anticipadamente sus reacciones y salidas, pues comparte con l un mismo espacio: conoce
las cuarteaduras del techo, mete los dedos en la misma masa.
La intimidad, empero, no puede ser la misma en todos los
casos. Se complica un tanto con autores distantes en el tiempo,

7s

por ejemplo, o provenientes de culturas extintas. En el caso de


Pompeia, que era un dandy,1 la pijama es tan elegante que cuesta
distinguirla del esmoquin. As, pues, hay que actuar en consecuencia, siguiendo los patrones finos y complejos de ese corte
sin traicionarlos con hechuras fciles o burdas. La presente traduccin procura respetar, en la medida de lo posible, la dificultad estilstica del original en portugus, que muestra complejidades inslitas tanto en el plano sintctico como en el aspecto
lxico. En el primer caso, se respet la densidad del estilo, que
aglutina subordinaciones sobre subordinaciones, sin cortar las
interminables clusulas salvo ah donde fue estrictamente necesario. En el segundo caso, se respetaron las palabras provenientes de otros idiomas, que dan cuenta del espritu cosmopolita y
al mismo tiempo localista que se viva en el Brasil del siglo xix,
y se buscaron, en espaol, equivalentes poco comunes para los
trminos que en el mismo portugus resultan infrecuentes. No
se procur, en tal sentido, allanar el camino a los eventuales
lectores. Quienes se encuentren con esta traduccin, en el mejor de los casos, enfrentarn dificultades semejantes a las que
sufre un lector brasileo cuando se interna en las pginas de El
Ateneo. Las notas a pie de pgina procuran aclarar algunas cuestiones de ndole cultural e histrica, mas pocas veces buscan
simplificar la lectura mediante explicaciones lxicas.
Esta novela se tradujo en el contexto del Seminario de Traduccin Literaria del Centro Cultural Brasil Mxico, dirigido
por la maestra Valquiria Wey, coordinado por la profesora Ma1
Para la identificacin de Pompeia como dandy, vid. Lcia Miguel Pereira,
Dandies no Brasil?, apud Marco Antonio Yonamine, O reverso especular: sexualidade e (homo)erotismo na literatura brasileira finissecular. So Paulo, 1997. Tesis,
Universidad de So Paulo, p. 224.

s8

ra Auxilio Salado e inscrito en el programa PAPIIT IN400710, La


literatura brasilea en Mxico. Materiales para la docencia y la
investigacin, de la unam.
El seminario, organizado bajo la iniciativa y direccin de la
maestra Wey, fue creado con la intencin de verter al espaol
obras fundamentales de la tradicin literaria brasilea, sea en
el terreno del ensayo, de la crtica textual, de la narrativa o de la
poesa, y ha rendido frutos palpables, especialmente valiosos en
el contexto del creciente inters de Mxico hacia Brasil y de la
apertura de una nueva Licenciatura en Letras Modernas Portuguesas.
No tengo palabras suficientes para agradecerle a la maestra
Wey la confianza que deposit en m al encomendarme la traduccin de una novela tan compleja en estilo como El Ateneo, y
el largo camino de placer y aprendizaje que me abri al hacerlo.
Hago tambin una mencin especial de la profesora Mara
Auxilio Salado, que coordin el equipo y las sesiones. Pocas personas conocen, como ella, las sutilezas de registro, los matices
y los giros ms aparentemente inocuos y ms peligrosamente
engaosos del portugus. Con su larga experiencia en el terreno
de la traduccin literaria, llev las discusiones del seminario a
un nivel de alta seriedad y rigor.
Agradezco tambin, de manera especial, la oportunidad de
trabajar con el grupo de traductores que conformaron el equipo
y que, durante ms de un semestre, se reunieron cada semana
para revisar con atencin, profesionalismo y una generosidad
poco comn las entregas de mi trabajo. Sin Brenda Ros, Carlos
Lpez Mrquez, Cristina Hernndez y Sulemi Bermdez esta
traduccin no sera ni sombra de lo que es. Agradezco a todos
ellos las largas disquisiciones en torno a los criterios de traduccin y las distintas lecturas, enmiendas, correcciones y consejos

9s

que compartieron conmigo a lo largo de ese periodo de intenso


trabajo. Su compaa y ayuda me confirm que en la traduccin,
como en los trabajos ms nobles del mundo, dos cabezas piensan mejor que una.
Tampoco me hubiera sido posible realizar el estudio preliminar de la presente novela sin la amable ayuda de la maestra Consuelo Rodrguez Muoz, y de mi primo Mario Abramo. La primera, miembro del seminario a larga distancia, me envi desde
la Universidad de So Paulo materiales copiosos, fundamentales
para la elaboracin de este trabajo. El segundo me asesor, desde So Paulo, respecto de algunas dudas que no habamos sido
capaces de resolver en el seminario: investig con escrpulo y
a fondo pasajes oscursimos de la novela, sobre los cuales arroj
una luz providencial que le agradezco desde lejos en las pginas
de este libro.
Por ltimo, agradezco al jefe del Sector Cultural de la Embajada de Brasil, el secretario Paulo Chuc, y al doctor Ivan Teixeira, acadmico de la Universidad de So Paulo, el entusiasmo y
el trabajo que se dieron para hacerme llegar la totalidad de las
ilustraciones que Raul Pompeia realiz para El Ateneo, provenientes de la edicin definitiva, que sigue los originales legados por el autor. El doctor Teixeira, director de Ateli Editorial,
consciente del valor que tiene la insercin de las imgenes en el
texto, no slo me envi las ilustraciones en alta resolucin, sino
que me hizo llegar, junto con stas, imgenes de pgina entera
en que puede verse la proporcin y la disposicin que las ilustraciones guardan en relacin con el texto. Tal cuidado cobra
sentido si se tiene en cuenta que hacia fines del siglo xix, en
Brasil, los libros ilustrados constituan una rareza. Slo algunos
pocos incorporaban ilustraciones, como fue el caso de Las mil y
una noches, cuyos cromos esplndidos no se sabe bien si eran

s10

europeos o brasileos.2 La segunda edicin de El Ateneo constituye, en ese contexto, una verdadera excepcin, pues se trata
del primer libro ilustrado con dibujos del propio autor, quien,
por lo dems, era un dibujante reconocido. En este sentido, han
sido varios los estudiosos que han prestado atencin a las imgenes de la novela, tanto desde el punto de vista simblico como
desde el estilstico.3
Teniendo en cuenta lo anterior, quiero agradecer, por ltimo,
a Carmen Snchez, Mauricio Lpez Valds y el equipo de trabajo
del rea de publicaciones de la Facultad de Filosofa y Letras de
la unam, la sensibilidad cmplice y generosa que manifestaron
en todo momento hacia este proyecto, en que la dimensin grfica es tan importante, y el gran cuidado con que se entregaron a
la consecucin del mismo hasta hacer posible la existencia fsica
del hermoso ejemplar que el lector tiene ahora en sus manos.
La importancia que Raul Pompeia conceda a la organizacin
de la pgina es visible en el cuidado que dedic, por ejemplo,
al contorno de las imgenes por el texto, que a veces las rodea
circularmente, otras acompaa los contornos de las figuras femeninas, situadas con gracia en los bordes del texto, al que enriquecen desde varios puntos de vista, no todos ostensibles. La
ubicacin de las imgenes y su impresin original en sepia se
respetan en esta edicin, haciendo eco de las posturas estticas
del autor hasta donde lo permiten los principios de la legibilidad tipogrfica. Las imgenes de Raul Pompeia, lo mismo que

Cf. Jos E. Mindlin, Illustrated Books and Periodicals in Brazil, 1875


1945, en The Journal of Decorative and Propaganda Arts. Miami, Universidad
Internacional de Florida, 1995, vol. 21, p. 65.
3
Destaca, entre todos ellos, Jos Paulo Paes, con libro Gregos e bahianos (So
Paulo, Brasiliense, 1985).
2

11 s

su texto, no siguen un mismo estilo, sino que oscilan deliberadamente entre lo sublime y nostlgico, por un lado, y lo burlesco y satrico, por el otro, acompaando el tono del pasaje que
procuran ilustrar. Esta coherencia esttica no hace sino reforzar
la concepcin que Raul Pompeia tena de la novela: imposible
hacer de un monocordio una orquesta. Habr que entender,
pues, que estas ilustraciones, por lo dems bellsimas, forman
parte de la orquesta que el autor nos leg. Su inclusin en este
volumen, que se ajusta en lo posible a la disposicin, proporcin
y localizacin en la pgina originales, constituye un pequeo y
necesario homenaje a las concepciones estticas de un autor para quien, como para Baudelaire, imgenes, sonidos, sentimientos y aromas se correspondan.4

La presente traduccin est basada en Raul Pompeia, O Ateneu. Introd. y


notas de Emlia Amaral. So Paulo, Ateli, 2005.
4

s12

13 s

ESTUDIO PRELIMINAR

sI s
Pathos hostil, obra autnticamente indecible, ejemplo de pa
rodia de la retrica, obra de tapicera estilstica, novela po
tica, novela de la inteligencia, deliberado acto de rebelda,
novela extraa, distinta, principal novela de formacin brasi
lea, obra de arte filigranada, trabajada, magnificente de gracias
y belleza, novela de la desilusin, novela de la destruccin,
macizo bloque de recuerdos, novela autobiogrfica del de
sencanto y del mal, del descubrimiento ertico, narracin
en trnsito, en movimiento, uno de los momentos ms altos
de la narrativa brasilea, caricatura sarcstica y dolorossi
ma, uno de los ms admirables lbumes de la refulgencia so
lar, de las lunaridades y de los verdescimientos tropicales, texto
de carcter paroxstico. sta es una seleccin azarosa de los
calificativos con que algunos de los escritores y crticos ms im
portantes de la literatura brasilea han intentado sintetizar el
carcter de El Ateneo de Raul Pompeia. El texto, obra de una
inteligencia aterradora, magnetiza y captura, como dice Jos
Antnio Pasta Jnior, como el ofuscamiento de una aparicin
ineluctable que atrapa al lector en una sola aura de videncia y le
impone la sujecin de un culto.1
No obstante, y pese a que en Brasil El Ateneo se considera
uno de los clsicos fundamentales de la literatura nacional y se
1
Jos Antonio Pasta Jnior, Pompeia: a metafsica ruinosa dO Ateneu. So
Paulo, 1991. Tesis, Universidad de So Paulo, p. 7.

17 s

le incluye en el canon signado por los programas escolares, el


poco caso que de l se ha hecho en la escena internacional se
hace evidente en la asombrosa escasez de traducciones, que
se limitan, hasta el momento, a una versin en francs y otra
en checo.2
Es un tanto temerario hablar de El Ateneo tratndose, como
es el caso, de una novela central en la tradicin brasilea y abso
lutamente desconocida en Mxico. El presente estudio se limi
tar a discurrir, sin un afn exhaustivo, en torno a dos conceptos
centrales que resuenan con ecos dantescos, a manera de fron
tispicio, en la primera frase del libro: Vas a enfrentar el mundo
[...] Ten valor para la lucha.3
Mundo y lucha se articulan en El Ateneo en una relacin de
antagona plurivalente, como se articularon en la vida de su au
tor, ese rebelde que, en medio de una trayectoria literaria de
reconocida genialidad, radical de los ms encarnizados en ma
teria de poltica, se peg un tiro en el pecho a una edad doloro
samente temprana.

Raul Pompeia, LAthne: chronique dune nostalgie. Trad. al fran. de Franoi


se Duprat y Luiz Dantas. Toulouse, Ombres, 1989; R. Pompeia, Atheneum. Trad.
al checo de Jarmila Vojtkov. Praga, snklu, 1963.
3
Cf. infra, p. 77.
2

s18

sII s
Hijo mo, en su momento has de ver el mundo.
El mundo es una especie de circo enorme de
fieras.4
Raul Pompeia, Cartas para o futuro

Circo enorme de fieras, el mundo, entendido en su sentido de


kosmos, es un orden establecido, pero entierra sus cimientos en
el terreno movedizo de una lucha que, segn la colorida perspec
tiva naturalista, hace triunfar a los fuertes: instaura un sistema de
poderes basado en una aristeia cuyos matices conviene discernir.
En 1888, cuando Pompeia, de veinticinco aos, public El
Ateneo, ocupaban la cspide de la sociedad brasilea los terra
tenientes, ante todo, los cafetaleros del sureste (So Paulo y Ro
de Janeiro), pero tambin algunos ganaderos de Minas Gerais
y la vieja aristocracia azucarera de la regin del noreste, que
experimentaba una lenta y nunca definitiva decadencia. Sobre
este escenario rega una particularidad anacrnica: una familia
real portuguesa que, para congraciarse con la clase pudiente,
haba independizado al pas y distribuido ttulos de nobleza a
diestra y siniestra.
Instaurado en el trono desde 1831, don Pedro II era, para
mediados de siglo xix, un monarca encantador y corrupto. Se
R. Pompeia, apud Eloy Pontes, A vida inquieta de Raul Pompeia. Ro de Janei
ro, Jos Olympio, 1935, p. 171.
4

19 s

gn los intereses de la oligarqua, otorgaba el cargo de primer


ministro al diputado o senador de su conveniencia, dando ban
dazos entre el partido liberal y el conservador, y manteniendo
as una amistosa aprobacin de ambos partidos.5 Los latifundios
engordaban y se perfilaba el futuro monocultivo de exportacin
que habra de constituir la base de la economa brasilea hasta
entrado el siglo xx. Segn un dicho corriente de la poca, Bra
sil era el caf y el caf era el negro.
Bajo la opulencia del latifundio y la corte, segua vigente la
crueldad del sistema esclavista. El declive de este ltimo fue lar
go: ocup casi toda la segunda mitad del siglo xix y tuvo en Pom
peia uno de sus testigos privilegiados. El trfico negrero interna
cional haba dejado de verse bien desde la dcada de los treintas,
pero en Brasil slo se prohibi a partir de 1850, bajo una fuerte
presin inglesa. No obstante, el trfico interno de esclavos conti
nu durante decenios, del norte azucarero en decadencia hacia el
floreciente sur cafetalero. Habra que esperar casi cuarenta aos
para que la abolicin se consumara. Una larga serie de ardientes
luchas, encabezadas por los sectores ms progresistas de la socie
dad, habra de obligar al monarca a hacer concesiones peridicas,
hasta que, finalmente, el ao mismo de la publicacin de El Ateneo, se firmaron los documentos que estatuan la abolicin.
Mientras se imponan lmites al sistema esclavista, Brasil co
menzaba a importar mano de obra de Asia y Europa. Oleadas de
inmigrantes asiticos,6 italianos, alemanes, espaoles y portu
gueses comenzaron a ser atradas hacia el pas con la intencin
de sustituir el trabajo esclavo por trabajo asalariado. Para 1870,
Cf. Emlia Amaral, Em meio a esse dilema entre a repulsa instintiva e o
envolvimento, en R. Pompeia, O Ateneu. 2a. ed. So Paulo, Ateli, 2005, p. 14.
6
Sobre todo chinos e inmigrantes del sureste de Asia.
5

s20

Brasil presentaba casi una apariencia moderna. Se extendan las


redes de vas frreas, se instalaban algunos talleres manufac
tureros, y el comercio interno, concentrado casi por completo
en manos de portugueses, funcionaba bien, aunque por las ca
lles an se vendan esclavos.
Aunque ideolgicamente ligado a los intereses de las clases
medias y militante abolicionista, Raul Pompeia provena, como
su personaje Sergio, de la ms fina flor de la sociedad brasi
lea. Por lnea paterna, descenda de una familia asociada con la
Inconfidncia Mineira, aquella revuelta independentista que
creara un hroe y un mrtir: Tiradentes. La familia, huyendo,
haba ido a instalarse a Angra dos Reis, municipio cercano a Ro
de Janeiro, puerto de entrada para el trfico negrero y zona pro
ductora de azcar y alcohol, industria en que se basara, en ade
lante, la fortuna de los padres de Pompeia.
Raul Pompeia naci en 1863. Vivi los primeros aos en el
seno de una familia sumamente reservada. En algn momento de la
infancia de Pompeia, la familia se mud a Ro de Janeiro, donde el
padre ejercera como abogado.7 A los diez aos, Pompeia se inscri
bi en el Colegio Ablio, uno de los mejores internados de la poca.
Su director, el doctor Ablio Cezar Borges, barn de Macabas,
fue el patrn conforme al cual, ms tarde, el novelista habra de recortar la figura de Aristarco. Fue este colegio el semillero de don
de el novelista extrajo los recuerdos que dieron lugar, aos ms
tarde, a su obra ms famosa.8 Al decir del poeta Ledo Ivo:
[...] de entre los escritores del Segundo Imperio, Pompeia es uno
de los que ms lcidamente documentan la estructura econmico7
8

Cf. E. Pontes, op. cit., p. 16.


Idem.

21 s

social y poltica entonces vigente. El Ateneo, con su pedagoga


utilizada para hacer dinero y atraer estudiantes ricos, es un sm
bolo de una sociedad jerarquizada, fundada en los privilegios.9

En el libro hay pocos cuadros de la vida cotidiana de las cla


ses menos favorecidas. El Ateneo es un retrato de la ideologa
de la clase dominante y est hecho desde dentro. Como expe
riencia cultural, el internado era transmisor de los principios
bsicos de esa ideologa (el bien, lo bello, el orden, la moral y el
progreso),10 y era el organismo que preparaba a los miembros
de la elite para incorporarse a su papel en la sociedad, discipli
nndolos en un sistema basado en el castigo a las desviaciones.
Como reflejo de la sociedad que lo sustenta, es precisamente ese
discurso el blanco principal de la obra de Pompeia.
A partir de la dcada de los setentas del siglo xix haban co
menzado a leerse en Brasil los textos de Taine, Darwin, Spencer
y Comte.11 La mayor parte de los letrados brasileos entenda el
proceso civilizatorio en trminos de evolucin y progreso. Eran
estos textos los que se estudiaban en la escuela, misma que, por
lo dems, segua los modelos franceses tambin en trminos de
programas educativos, manuales de estudio y formas de calificar.
Al decir de Leyla Perrone, Pompeia y sus jvenes condiscpulos
se vean obligados a deglutir, hasta la indigestin, la misma le
Ledo Ivo, O universo potico de Raul Pompeia. Ro de Janeiro, Livraria So
Jos, 1963, p. 16.
10
Cf. Leyla Perrone-Moiss, Apresentao, en L. Perrone-Moiss, coord., O
Ateneu: retrica e paixo. So Paulo, Brasiliense / Edusp, 1988, p. 10.
11
Hippolyte Taine, francs, 18281893; Charles Robert Darwin, britnico,
18091882; Herbert Spencer, britnico, 18201903, y Auguste Comte, francs,
17981857, fueron los ms importantes idelogos del naturalismo y del positi
vismo en la Europa del siglo xix.
9

s22

che discursiva: la leche gorda de la retrica liceana que, preten


diendo alimentar los jvenes espritus, inoculaba en ellos los
venenos de una ideologa hipcrita e interesada.12
No es ste el nico texto dedicado a la denuncia de tal ideolo
ga y de su concrecin en medidas disciplinarias y de orden. Las
novelas de formacin (y El Ateneo es una de ellas) suelen hacer
lo, y fueron un gnero especialmente frtil durante el siglo xix.
Este tipo de narraciones presenta ciertos topoi que refuerzan
el sentido de reclusin demarcando el espacio mediante muros
y sealando las vas de fuga; que realzan lo inhspito del sitio, la
mala comida, las instalaciones siempre incmodas e insalubres;
que apuntan hacia la rutina, o que resaltan los reglamentos, los
cdigos morales, las leyes del arbitrio y el sistema casi siem
pre absurdo de premios y castigos. Ese espacio en la novela
designado por el saln de clases, el patio y la piscina no es un
espacio de transformacin, sino de preparacin para la socie
dad, dice Caio Gagliardi, pero su afirmacin se enriquece dia
lcticamente si se combina con otra casi contraria, formulada
por Pompeia en boca del profesor Claudio: No es el internado
el que hace a la sociedad; el internado la refleja. La corrupcin
que all se muestra lozana viene de fuera. Los caracteres que
all triunfan traen, al entrar, el pasaporte del xito, y los que se
pierden, la marca de la condenacin.13
En El Ateneo, este discurso del orden se halla personificado en
su figura ms fascinante, rector del kosmos e imagen del triunfo:
el rutilante Aristarco. Varios estudiosos de Pompeia han llamado
la atencin sobre ese nombre, cuyas races vienen del griego risL. Perrone-Moiss, Lautrmont e Raul Pompeia, en L. Perrone-Moiss,
coord., op. cit., p. 18.
13
Cf. infra, p. 304.
12

23 s

tos (el mejor) y arjon (gobernante). Aristarco llevaba, sin embar


go, dos apellidos que, por su registro caricaturesco, mitigaban el
efecto de grandeza clsica: Argolo (argolla) de Ramos (ramos
de laurel?).14 La adopcin del alegorismo en nombres no es un
recurso raro en Pompeia,15 pero sin duda sta es su manifestacin
ms refinada. La mixtura de la pretensin clsica con los rasgos
provincianos es slo una de las muchas formas en que Pompeia
da al director del internado una fisonoma que lo emparienta
con Proteo. As lo vemos revelando, como si su sustancia varia
ra dependiendo de la luz, destellos arquitectnicos, estructuras
de sastrera, materiales de propaganda, multiplicaciones infinitas
como en una anticipacin del futurismo, hasta llegar al culmen de
la apoteosis, cuando, al erigrsele un monumento, el modelo y la
copia se transmutan en una escena de un psicologismo eminente:
El director senta cmo se le metalizaba la carne a medida que
Venancio hablaba. [...] Se le consolidaban los pliegues de la ropa
en drapeados resistentes y fijos. Se senta extraamente macizo
por dentro, como si hubiera bebido yeso. La sangre se le detena
en las arterias comprimidas. Perda la sensacin de la ropa; se
empederna, se mineralizaba entero. No era un ser humano: era un
cuerpo inorgnico, un peasco inerte, un bloque metlico, una
escoria de la fundicin, una forma de bronce que viva la vida

Cf. lide Valarini, Vnculo e ruptura: a carnavalizao da linguagem, en L.


Perrone-Moiss, coord. op. cit., p. 180; Caio Gagliardi, Singularidades em Raul
Pompeia: o homem, a escola, o romance, en R. Pompeia, O Ateneu. So Paulo,
Hedra, 2008, p. 35.
15
En su libro de poemas en prosa, titulado Canes sem metro (Canciones sin
metro), la mujer que protagoniza el texto dedicado a la paz se llama Irene (paz,
en griego), por ejemplo.
14

s24

exterior de las esculturas, sin conciencia, sin individualidad,


muerto sobre la silla... oh, gloria!, pero convertido en estatua.16

Pasajes como ste slo pueden entenderse del todo si se con


sidera que Pompeia era un caricaturista eximio. Haba destacado
desde nio en el dibujo, y sus caricaturas, casi siempre incendia
rias, fueron publicadas en varios de los peridicos ms importan
tes de Ro y de So Paulo. Todo buen caricaturista es, por fuerza,
un fabricante de metonimias. Si se lee El Ateneo desde la perspec
tiva de esta prctica semitica, pueden sacarse conclusiones muy
interesantes partiendo desde la ms general y obvia concepcin
del Ateneo como metonimia de la sociedad hasta llegar al proceso
ms menudo y profundo de construccin de smbolos.
No obstante, y pese a sus constantes metamorfosis, Aristarco
encarna siempre el Poder: es amo de un cierto universo y, co
mo tal, est directamente emparentado con la divinidad. Tam
bin representa al monarca como autoridad suma de la micro
sociedad sobre la que impera a su arbitrio. Est, adems, cerca
de sus referentes reales, que asisten a las fiestas del colegio y
lo benefician con atenciones especiales. No slo: Aristarco es el
gran capitalista, propietario de una empresa (educativa) cuyo fin
esencial es el lucro, el cual obtiene con xito sangrando a las
familias ms pudientes del pas. Pompeia se esfuerza en reiterar
la preeminencia del inters econmico de Aristarco, para que
no se olvide que se es el verdadero fin del personaje. Como
esos intereses tienen que cubrirse con capas de argumentos ms
etreos y convincentes, en torno a Aristarco hay un frondoso
discurso de moralidad, rectitud y filantropa que no contraviene
(ms bien recalca) sus virtudes de comerciante.
16

Cf. infra, p. 322.

25 s

As, Aristarco, portador de la moral y la verdad, asume la mi


sin de
[...] moderar, animar, corregir a esta masa de caracteres en los
que comienza a hervir el fermento de las inclinaciones; encontrar
y encaminar la naturaleza en la poca de los mpetus violentos;
amordazar los ardores excesivos; retemplar el nimo de los que
se dan por vencidos precozmente; acechar, intuir los tempera
mentos; prevenir la corrupcin; desalentar las apariencias seduc
toras del mal [...tapizar su establecimiento con mximas morales
y episodios de la historia sagrada, y luchar contra un fantasma
convenientemente indefinido: la inmoralidad].17

Implacable en este terreno, el director del Ateneo sabe mos


trarse bondadoso con los buenos, frente a quienes asume el rol
de un padre. Sus rasgos de bondad y de clemencia son, pese a
ello, siempre calculados en funcin de un inters de otra especie.
El conjunto de directrices dice Juan Carlos Chacn refirindo
se a los cdigos disciplinarios del Ateneo es inequvocamente
represor y opresivo: moderar, corregir, amordazar, desilusionar,
espiar y castigar son verbos que crean un campo semntico que
presupone la falta antes que el acierto, el error antes que lo co
rrecto, la culpa antes que el delito.18

Es en el terreno del castigo donde Aristarco muestra su ma


yor refinamiento. Capaz de fulminar con la sola mirada el repu
Cf. infra, pp. 102103.
Juan Carlos Chacn, O Animal Cultural, en L. Perrone-Moiss, coord.,
op. cit., p. 132.
17
18

s26

blicanismo de su propio hijo, el director del Ateneo se ufana


ante el carcter moderno del sistema de puniciones: se han anu
lado los castigos corporales. ltimo grito de la pedagoga de ese
entonces, tal supresin da lugar a una denuncia refinada, por
parte de Pompeia, del nuevo sistema que, basado en la humi
llacin de los castigados, acaba volviendo a su carnal y sucio
punto de partida: el cuerpo.
En contrapartida, las recompensas suelen ser menos escan
dalosas, pero estn organizadas en otro sistema. Entre ellas des
taca el obsequio de salidas para visitar a la familia cuando el
desempeo del estudiante es bueno. Especialmente interesante
es la concesin de puestecillos de poder que generan strapas en
miniatura: a los alumnos destacados en algo (ristoi, por ende),
se les concede un minsculo sable de madera, como si se les
adiestrara de antemano para los puestos de direccin econmi
ca, militar o poltica. La galera de aristcratas colegiales insina
las veleidades con que se conformaba la nobleza brasilea.
Este sistema de concesin de ttulos de nobleza representa una
ventaja para Aristarco: expande las redes de su vigilancia, comple
mentando la supervisin de los bedeles, que registran el com
portamiento y las relaciones de los alumnos, enriqueciendo las
estratagemas que l mismo emprende para asegurar el dominio
de su reino.
Pero kratos y ba se hacen manifiestos por medios menos ofi
ciales. Los alumnos instauran entre s una red de dominadores
y dominados cuyo poder revela sustentculos diversos. Mere
cen especial respeto los elocuentes, los adinerados y los fuertes,
pero por lo general una y otra cosa van ligadas. En casi todas las
ocasiones, las relaciones de poder entre los alumnos marcarn
tambin una especie de divisin entre sexos, uno de los gran
des temas de la novela. Los fuertes hacen el papel de varones,

27 s

al tiempo que los dbiles son blandamente empujados hacia el


sexo de la debilidad.19 Pese a constituir un topos ms de las no
velas de formacin, esta divisin artificial de los sexos suele
ilustrar el papel subyugado de la mujer, aunque sta se encuentre
representada por hombres que cumplen con el rol femenino.20
As, las relaciones que Sergio mantendr con otros alumnos,
y que marcarn el ritmo de la narrativa, estarn casi siempre
determinadas por una desigualdad de poder, ms manifiesta en
la primera de ellas, cuyo protagonista es Sanches. ste, alumno
destacado, tena el deber de introducir a Sergio en las materias
escolares, y el inters de mantenerlo en deuda y en situacin
de vulnerable inferioridad para poder cobrarle, como pago por
su proteccin, favores erticos. Rechazado en ms de una oca
sin por Sergio, Sanches vuelve a la carga intimidndolo con
el poder del saber (en especial, literario) y del discurso como
instrumentos de dominio.
En la poca en que se desarrolla la trama, la dcada de los
setentas del siglo xix, la educacin era predominantemente li
teraria. Se dedicaba mayor tiempo al estudio de las disciplinas
vinculadas con el lenguaje y la retrica que al estudio de las cien
cias21 y, dentro de la dinmica escolar, se le asignaba a la oratoria
un sitio de honor, encarnado, en la novela, en el Gremio Litera
rio Amor al Saber.
De acuerdo con Oliveira Brando, los manuales retricos del
siglo xix:
Cf. infra, p. 111.
Cf. Marco Antonio Yonamine, O reverso especular: sexualidade e (homo)
erotismo na literatura brasileira finissecular. So Paulo, 1997. Tesis, Universidad
de So Paulo, p. 215.
21
Cf. Laura Hosiasson, Disciplinas e indisciplinas no Ateneu, en L. Perro
ne-Moiss, coord., op. cit., p. 69.
19
20

s28

[...] muestran muy bien cmo se dio el proceso de condiciona


miento a travs del cual el tono retrico-literario, liberndose de
sus causas histricas concretas, pas a constituirse en meta de
seable por representar una situacin privilegiada y, con el paso
del tiempo, acab por incorporarse a la personalidad. Pero no
est de ms repetir que, en el Brasil del siglo xix, permanecie
ron casi todos los pilares de la sociedad colonial, de los que es
ejemplo significativo la actividad productiva apoyada en el traba
jo esclavo, que creaba, de este modo, una aversin generalizada
por los trabajos del campo, los trabajos rsticos, animando, en
consecuencia, la ambicin hacia las letras, hacia las profesiones
liberales, hacia los empleos pblicos como afirmacin real y sim
blica de dignidad social.22

As, segn el mismo autor, la posesin de la palabra, represen


tada por la alfabetizacin y en seguida por el dominio de la elo
cuencia, constituan criterios de divisin social del mismo modo
que la fortuna, la nobleza, la posesin de tierras y de esclavos.23
En los manuales que se estudiaban en la escuela, el lenguaje
se explicaba como un fenmeno de origen divino.24 Por un la
do, era imposible desligarlo del poder, pues habra sido dado al
hombre por la Providencia para mostrarlo como el rey de todo
aquello que la mano del Omnipotente cre en la faz de la tie
rra,25 y, por el otro, era imposible desligarlo de la moral, pues la

Oliveira Brando, Os manuais de retrica brasileiros do sculo xix, ibid.,


p. 58.
23
Ibid., p. 56.
24
Cf. Maria Luiza Guarnieri Atik, O mestre e a providncia, ibid., p. 86.
25
T. A. Craveiro, Discurso acerca da rhetorica, apud L. Perrone-Moiss,
ibid., p. 83.
22

29 s

retrica deba refrenar y regular los ardores falsos del espritu,


como afirma con frecuencia Aristarco. La novela, por ejemplo,
se defina como un gnero cuya finalidad era deleitar el esp
ritu y perfeccionar el corazn de sus lectores [...] Deleitar, ins
truir y corregir, he aqu lo que debe proponerse todo novelista
moralizado.26

26
Jos Maria Velho da Silva, Lies de rhetorica, apud O. Brando, Os ma
nuais de retrica..., ibid., p. 53.

s30

sIII s
El medio, filosofemos, es un erizo invertido: en
vez de la explosin divergente de dardos, una
convergencia de puntas en torno. A travs de las
punzantes dificultades, es necesario descubrir el
meato de paso o aceptar la lucha desigual de la
epidermis contra las pas. Por lo general se pre
fiere el meato.27
Raul Pompeia, El Ateneo
El medio trmino es el statu quo de la cobarda.
En la lgica, es el pavor a la consecuencia, deshi
lada en deducciones por el declive del argumen
to. En la vida comn es la duplicidad tmida ante
las coherencias enrgicas del carcter.28
Raul Pompeia, escritos inditos

Pocos autores del siglo xix brasileo alcanzan el grado de com


plejidad y de crtica al que lleg Raul Pompeia, cuyo nico paran
gn posible es el Machado de Assis29 de la segunda fase creativa.
Evitemos, empero, el comprensible equvoco que podra sus
citarse a partir de esta afirmacin: para Raul Pompeia la lite
Cf. infra, p. 178.
Apud E. Pontes, op. cit., p. 49.
29
Machado de Assis (18391908), novelista, poeta, cuentista, dramaturgo y
crtico literario, es el escritor brasileo ms importante del siglo xix y uno de
los ms importantes de la literatura latinoamericana. Entre sus obras destacan,
27
28

31 s

ratura jams fue prioridad. Pompeia escriba ficciones cuando


y como poda, cada vez que las actividades de sus incesantes
luchas polticas le daban una tregua. En ocasiones, cuando esas
treguas se consagraban a la escritura de textos en los que lite
ratura y lucha coincidan, Pompeia alcanzaba las cumbres ms
perfectas del sarcasmo y su estilo brillaba nico y apasionado.
Tal es el caso de El Ateneo. Cuando, al final de su vida, las luchas
absorbieron toda su concentracin, Pompeia dej de escribir
ficciones y se entreg al periodismo. Su ltimo cuento fechado
data de mayo de 1890, seis meses despus de la proclamacin de
la Repblica y cinco aos antes del suicidio del escritor.30
Por ello, una biografa de Raul Pompeia debe por fuerza se
guir el curso de sus luchas. Su vida se extingui pronto porque,
en lugar de buscar un meato, el autor de El Ateneo opt por ofre
cer su epidermis, de natural poco resistente, a los desgarros del
kosmos, que le resultaron fatales. Pero as como la muerte le vi
no prematura, tambin las luchas, que inici desde la pubertad.
En efecto, desde su primera escuela, el Colegio Ablio, Pompeia
comenz a redactar e ilustrar un periodiquito manuscrito titu
lado O Archote (La Antorcha), que circulaba de mano en mano,
por la lucidez, originalidad y osada en el tratamiento de lo narrado, las novelas
y cuentos escritos durante su segunda fase de produccin, iniciada a partir de
1881, con la novela Memrias pstumas de Bras Cubas y el volumen de cuentos
Papeis avulsos.
30
El volumen iii de la coleccin de obras completas de Raul Pompeia, organi
zada por Afrnio Coutinho, comprende una compilacin minuciosa de todos los
cuentos que el autor public en la prensa, que se presentan siguiendo el orden
cronolgico. El ltimo cuento fechado es A cruz da Matriz, publicado en la
Gazeta de Notcias el 19 de mayo de 1890. Despus de ste, Coutinho incluy en
el volumen dos cuentos ms, provenientes de fuente fidedigna, pero no identi
ficada, cuya fecha se desconoce.

s32

donde se criticaba con iracundia a profesores y bedeles. Eloy


Pontes, que tuvo en sus manos el cuarto y ltimo nmero, escri
to cuando Pompeia tena quince aos, cuenta que en ste:
[...] se entremezclan el polemista, el espritu independiente y
el corazn generoso, que se complace en asumir los dolores, las
protestas y las decepciones ajenas. Se critica la conducta de un
alumno que se bati con el subdirector y fue expulsado a gol
pes. O Archote reprueba la actitud del subdirector, que lanz a
los criados contra su adversario [...] Finalmente, O Archote trata
sobre la distribucin injusta de los premios.31

Ms o menos a esa misma edad, Pompeia comenz a escribir


su primera novela, Uma tragdia no Amazonas, que se publicara
en volumen dos aos ms tarde, en 1880. Segn Capistrano de
Abreu,32 Pompeia autopublic esa novela cuando ya era estu
diante del Imperial Colegio don Pedro II.33 La novela narra la
historia de una familia acomodada que muere sangrientamente
a manos de malhechores. Es muy poco significativa en trminos
literarios y polticos, pero no en el terreno biogrfico: la crtica
del momento vio en ella el vigor de una promesa literaria y sa
lud con esperanzas la eclosin del joven talento en importantes
peridicos brasileos. A partir de entonces, y por el resto de su
vida, Pompeia sera blanco de las luminarias de la prensa.
El ao 1880 fue crucial en la vida de Pompeia, no slo por su
estreno como novelista y por sus destellos de fama, sino porque

E. Pontes, op. cit., p. 26.


Joo Capistrano de Abreu (18531927) fue un gran historiador y crtico
brasileo, autor de obras fundamentales sobre la historia colonial de Brasil.
33
Cf. E. Pontes, op. cit., p. 40.
31
32

33 s

tambin marc los primeros pasos del joven en la lucha por la


abolicin de la esclavitud, que lo absorbera durante los prxi
mos ocho aos.34
A partir de 1870, la inteligentzia brasilea haba comenzado
a ver con buenos ojos ciertos cambios estructurales que tenan
que ver con la abolicin de la esclavitud y la proclamacin de un
gobierno republicano. Abolicionismo y republicanismo coinci
dan en los elementos ms progresistas de la sociedad, pero estas
dos causas no siempre estuvieron ligadas. Algunos monrquicos
favorecan la abolicin, aunque eran ms frecuentes los republi
canos no abolicionistas. Contra stos Pompeia escribe uno de sus
cuentos ms luminosos en el que, ya plenamente dueo de un es
tilo propio y contundente, crea un escenario en que hacendados
republicanos festejan el aniversario de la Revolucin francesa
y visten a los esclavos que cargan las antorchas con gorros fri
gios. Sin embargo, ya mucho antes de la redaccin de esas lneas,
Pompeia se entregaba a la denuncia de la esclavitud y a la crtica
a la monarqua,35 que fue objeto de su segunda novela.

Esos primeros pasos (cf. E. Pontes, op. cit., p. 47) consistieron en la pu


blicacin de un artculo titulado A vergonha da bandeira, que segua temtica
y anmicamente el clebre poema abolicionista del romntico brasileo Castro
Alves (18471871). Dicha obra, publicada en 1869, lleva el ttulo de O navio
negreiro.
35
En el mismo ao de 1880, Pompeia expres fuerte simpata por un mo
vimiento urbano que agrupaba a los republicanos, y que tuvo sus races en un
levantamiento popular provocado por la creacin de un impuesto sobre los
boletos de tranva. Liderada por un joven estudiante de medicina que, en mo
mentos crticos, se libr de la polica gracias a la proteccin solidaria de las
prostitutas de Ro de Janeiro, la campaa, pese a la fuerte represin, triunf.
Pompeia le dedic un panfleto enardecido, titulado Um reu perante o futuro.
(Cf. ibid., p. 50.)
34

s34

Mientras tanto, adolescente como era, Pompeia segua en


redado en las luchas domsticas de la escuela, enarbolando la
causa de la justicia contra los abusos de los profesores. Tal era
la fuerza con que se entregaba a la polmica, que hubo profeso
res que se vieron obligados a renunciar antes que seguir siendo
objeto de sus implacables campaas. Pompeia llevaba sus lu
chas hasta las ltimas consecuencias. Los profesores, heridos
en el prestigio, lo penalizaban negndole las mximas notas que
mereca. Tal fue el caso de un profesor de griego, que decidi
reprobar al joven al final de los cursos. Pompeia presentara
cuatro veces el examen hasta sacar distincin y luego desde
ara el diploma. Aos ms tarde denunciara al profesor en los
siguientes trminos:
El doctor Schieffer ignora la materia que imparte. Se cie al ma
nual de Kuehner que l mismo tuvo la amabilidad de arruinar
mediante una traduccin monstruosa, incomprensible como un
jeroglfico; no da a los discpulos ni la menor explicacin, ms
que muy rara vez y sobre nieras; manda hacer unas traduccio
nes enormes de la Ilada [...] dejando sin una sola observacin
las bellezas de las que est constelado el poema griego, [...] y
consintiendo en que los pequeos sicarios que son sus alumnos
descuarticen los cadveres que l prepara sin poder gritarle (los
alumnos), como un poeta francs: Arrte, par piti!, porque l
mismo es el primer asesino; mascando una algaraba que slo un
polglota del infierno podra entender, a pesar de que ha residido
en Brasil diez veces ms tiempo del que se necesita para apren
der a hablar una lengua.36

36

Texto escrito por Pompeia en 1882. (Apud E. Pontes, ibid., pp. 5758.)

35 s

Concluidos los aos de estudio en el Colegio don Pedro II y ya


famoso en los crculos estudiantiles, Pompeia se mud a So Pau
lo en 1881 para cursar la carrera de derecho. So Paulo era una
ciudad an pequea, pero agitada por el ambiente estudiantil. El
progresismo de estos jvenes chocaba con el conservadurismo
de sus profesores, que aceptaban mejor las ideas republicanas
que el entusiasmo abolicionista. Pompeia lleg precedido por la
fama de su Tragdia. Pronto hall puertas abiertas en los crculos
intelectuales de la nueva ciudad y en las pginas de sus diarios.
Una vez all, Pompeia entr de lleno en la lucha antiescla
vista. Entre los varios modelos que inspiraban a la mocedad de
entonces (como Joaquim Nabuco y Jos Martiniano),37 Pompeia
se inclin por uno de los ms heroicos, con quien trab lazos de
amistad y a quien dedic una de sus crnicas ms conmovedo
ras: Luiz Gama.
Gama era un mulato nacido en Baha, de madre liberta y pa
dre portugus. Su madre haba jugado un papel activo en las re
beliones de esclavos y, huyendo de las represalias, haba dejado
a Gama en manos de su padre. ste, despus de despilfarrar la
fortuna que haba heredado, decidi vender a Luiz ilegalmente,
37
Joaquim Nabuco (18491910), poltico monrquico, periodista, historia
dor y diplomtico brasileo, era defensor de la causa de la abolicin desde una
posicin relativamente moderada, que procuraba acabar con dicha institucin
de manera paulatina. Se le conoce como una de las figuras ms importantes del
movimiento abolicionista y fue fundador de la Sociedade Antiescravista Brasi
leira. Jos Martiniano Pereira de Alencar (17941860), padre del ms famoso
novelista romntico brasileo, Jos de Alencar, fue un importante poltico bra
sileo durante la fase de la independencia y del Primer Reinado brasileo. Par
ticip en la Confederacin del Ecuador (1824), movimiento de emancipacin
del estado de Pernambuco, en el Nordeste brasileo, que reaccionaba contra las
tendencias absolutistas de don Pedro I.

s36

pues haba nacido libre. El muchacho llev una vida de esclavo


domstico durante aos, hasta que, siendo adolescente, aprendi
a leer gracias a un joven estudiante que simpatiz con l. Entera
do de la ilegalidad de su situacin, huy, se enrol en el ejrcito
y estudi como oyente en la Facultad de Derecho de So Paulo.
Cuando Pompeia lleg a So Paulo, Gama se dedicaba a liberar
esclavos por todos los medios. Por la va jurdica, liber a ms de
mil individuos ilegalmente esclavizados; pero, consciente de que
las armas del Estado nunca bastan para combatir en cabalidad las
instituciones estatales, Gama tambin diriga un grupo de agita
cin conocido como los Caifases, que, amparado en una red de
refugios y vas de escape clandestinas, fomentaba fugas masivas
de esclavos en las senzalas38 y ayudaba a los forajidos a llegar al
norte del pas, donde la esclavitud ya haba sido abolida.
Pompeia se uni con entusiasmo a los Caifases,39 a quienes
sigui apoyando an despus de la muerte de Gama, en 1882,
y frecuent con asiduidad a un grupo de intelectuales radicales
que simpatizaban con la causa: Valentim Magalhes, Fontoura
Xavier, Augusto de Lima, Raymundo Correia y Luiz Murat40

Habitacin extensa donde vivan los esclavos de las haciendas brasileas.


Cf. E. Pontes, op. cit., p. 71.
40
Valentim Magalhes (18591903) fue uno de los escritores brasileos
que fundaron la Academia Brasilea de Letras. Escriba poemas adscritos a la
tendencia parnasiana, que reaccionaba contra el romanticismo, pero su mayor
notoriedad se dio en el mbito del periodismo, pues particip en la creacin de
rotativos que vehiculaban los intereses y discusiones de la juventud progresista
de So Paulo. Antonio Vicente da Fontorua Xavier (18561922) fue tambin
poeta parnasiano y periodista. Realiz una importante labor de traduccin de
autores como Poe, Baudelaire y Proudhon, y elabor versos satricos en contra
de la monarqua. Augusto de Lima (18591934) fue poltico, periodista y poeta de
tintes pantestas. Raimundo Correia (18591911) fue uno de los principales
38
39

37 s

constituan, junto con Pompeia, el ncleo de redactores de un


diario denominado A Comdia, que ms tarde dara lugar a O
Bohmio, con algunas adiciones importantes, como Assis Bra
sil.41 El nuevo diario causara escndalo por el radicalismo de
sus miembros, as como por sus caricaturas provocadoras, todas
ellas obras del autor de El Ateneo. Un peridico reaccionario, el
Dirio de Campinas, salud con sarcasmos la existencia de O Bohmio. No faltaba ms para encender la mecha corta de Pompeia:
en el siguiente nmero de O Bohmio, en una caricatura titulada
Agonia e morte do Dirio de Campinas el peridico rival apare
ca bajo la forma de un burro que a la vez haca las veces de Cris
to en pleno viacrucis. Con una cruz a cuestas que simbolizaba al
Bohmio, el asno mora finalmente crucificado entre dos cerdos.
La caricatura, aunada a los encendidos discursos abolicionistas
que Pompeia profera cada vez que se le presentaba ocasin en
la Facultad de Derecho, atrajeron las desconfianzas de los pro
fesores, que lo consideraban un elemento agresivo y sacrlego.42
Pompeia formaba parte tambin de los comits de redaccin
de otros pequeos diarios, como el significativo a Ir, rgano del

poetas parnasianos brasileos. Su obra est marcada por un fuerte colorido, una
tendencia al pesimismo y ciertos puntos de contacto con la escuela simbolista,
ms experimental que la parnasiana. Dedic algunos versos a Pompeia donde
resalta el gusto por la pintura de cuadros llenos de movimiento y tonalidades
estridentes. Luiz Murat (18611929), el ms cercano de todos estos escritores a
Pompeia, era tambin periodista y poeta cronolgicamente ligado al parnasia
nismo, pero de inclinaciones romnticas.
41
Joaquim Francisco de Assis Brasil (18571938) fue un escritor polgrafo
y poltico brasileo. Realiz importantes aportaciones a la discusin poltica
brasilea en torno al sistema presidencial de gobierno y desempe importan
tes cargos diplomticos, entre los cuales figura su servicio en Mxico, en 1902.
42
Cf. E. Pontes, op. cit., p. 90.

s38

Centro Abolicionista, donde publicara algunos de sus textos ms


contundentes:
Imaginad, seores esclavistas, imaginad que os agarrasen, os pu
siesen un fierro en el pescuezo, os curvasen con el trabajo del
campo, pagndoos las gotas de sudor con golpes de ltigo; ima
ginad que castigasen vuestra primera desobediencia cortndoos
las nalgas con el filo de una navaja y que, como lenitivo, os llena
sen de sal los labios sangrientos de las navajadas; que os dejasen
exhaustos y esperasen el retorno de vuestras fuerzas para repetir
los mismos latigazos y los mismos cortes de navaja; imaginad que
os condenasen a esa vida de delicias por veinte aos o ms... Yo os
pregunto si, al cabo de algn tiempo, pese a vuestra superiori
dad moral sobre la infeliz raza de los esclavizados, no os encon
trarais soando francamente con cuatro pualadas liberadoras.
Todo hombre que considere que mediante el homicidio puede
alcanzar la libertad injustamente pisoteada por la opresin, todo
hombre esclavizado tiene derecho al pual. [...] La humanidad
no tiene sino que felicitarse cuando un pensamiento de revuelta
pasa por el cerebro oprimido de los rebaos de obreros de las
haciendas. La idea de la insurreccin indica que la naturaleza hu
mana an vive. Todas las violencias en pro de la libertad violen
tamente arrebatada deben saludarse como santas venganzas.43

La segunda novela de Pompeia se public dentro de ese mis


mo espritu contestatario, con el ttulo As joias da Coroa (Las
joyas de la Corona).44 Con personajes que aludan a Pedro II y al
conde dEu,45 quien explotaba vecindades en el centro de Ro,
43
44

R. Pompeia, apud E. Pontes, ibid., p. 92.


R. Pompeia, As joias da Coroa. So Paulo, Clube do Livro, 1962.

39 s

la obra denunciaba la corrupcin y la srdida impunidad de un


emperador decadente e inmoral. Se trata de un texto virulento,
pero an inmaduro en trminos estilsticos.
La actividad periodstica de Pompeia creci continuamente
durante los prximos aos. Fue fundador, en 1883, de uno de
los diarios ms importantes de So Paulo, el Dirio do Commercio. Ese mismo ao inici la escritura de las Canes sem metro,46
de fuerte influencia baudeleriana. Se sospecha que fue entonces
cuando comenz a leer al poeta francs. La lectura lo marca
ra para siempre. Aunque sus reflejos ms obvios saltan en las
Canes, la influencia, ya digerida, madur en El Ateneo, don
de Pompeia alcanza con la mayor naturalidad imgenes de una
originalidad sorprendente y su trabajo de los smbolos llega al
punto ms alto.
El radicalismo de Pompeia se acentuaba con el paso de los
meses. Muy comprometido con la causa abolicionista, no cesaba
de denunciar a los republicanos esclavistas con una virulencia
marcada. El abolicionismo de la intelectualidad brasilea era, en
muchas ocasiones, un discurso polticamente correcto, huma
nista y mitigado, que corra con cierta calma por la tinta de las
columnas de los diarios; pero Pompeia exceda la lnea del buen

Cf. infra, p. 90, n. 12.


Canes sem metro es el primer libro de poesa en prosa escrito en Bra
sil. La obra se public pstumamente, aunque algunos textos pertenecientes a
ella fueron publicados en peridicos an en vida de Pompeia, que les dedic
ilustraciones profusas, donde casi parece preanunciarse la esttica del art nouveau. En la percepcin del novelista, sta era la obra ms importante de toda
su produccin. Durante aos, hasta el momento de su muerte, puli y corrigi
minuciosamente los textos. (Vid. R. Pompeia, Canes sem metro, en L. Ivo,
op cit., pp. 101162.)
45
46

s40

gusto y la superficie del papel, cuyas cualidades incendiarias


nunca igualan las de una verdadera antorcha. Sala de la lega
lidad para ligarse, tras la muerte de Luiz Gama, al nuevo lder
del movimiento de los Caifases, Antonio Bento,47 a quien Eloy
Pontes apostrofa como ateo, blasfemo, sacrlego, demcrata y
carbonario.48 En ese agitado ao 1883, cuando el calor de sus
luchas haba llegado a la cspide, Pompeia fue reprobado por
los profesores de derecho de So Paulo, junto con su colega Luiz
Murat. Varios testigos que asistieron a ambos exmenes decla
raron que el desempeo de los escritores haba sido ptimo. La
evidente represalia del profesorado conservador de So Paulo
caus escndalo en numerosos diarios, donde intelectuales de
diversos portes protestaron contra la injusticia cometida contra
dos jvenes de reconocida brillantez. Incluso el Dirio do Campinas reprob la decisin de la mesa examinadora.49
La vieja historia de las represalias escolares se repeta. El es
critor quiso presentar la prueba hasta obtener una calificacin
satisfactoria. Mientras tanto, fueron tales y tantas las protestas
estudiantiles contra la actitud retrgrada de la academia pau
lista, que los profesores reprobaron en masa a los jvenes. La
situacin desencaden una histrica huelga estudiantil. Poco
menos de un centenar de estudiantes abandon la Facultad de
Derecho de So Paulo y se transfiri a Recife para continuar sus
estudios. Entre ellos iba Raul Pompeia.

Antonio Bento de Souza e Castro (18431898) fue un abogado abolicio


nista brasileo. Busc, como Luiz Gama, garantizar la existencia de leyes que
aseguraran la libertad de los esclavos contrabandeados despus de la prohibi
cin del trfico.
48
E. Pontes, op. cit., p. 134.
49
Ibid., p. 90.
47

41 s

El periodo pasado en Recife fue crucial para el desarrollo li


terario de Pompeia. La academia all daba ms tiempo de ocio
a los estudiantes. El escritor hall alojamiento en Caxang, un
pueblo distante de Recife. Un episodio oscuro vino a distraerlo
de las actividades polticas y literarias. En 1885 se desat en Re
cife una epidemia de fiebre amarilla que ceg la vida de muchos
habitantes, entre ellos, varios amigos de Pompeia. En una carta
dirigida a un amigo, Pompeia describira este periodo como el
ms triste de su vida. El sosiego anhelado se vio interrumpido
por el drama de la epidemia y porque muchos jvenes fueron a
refugiarse de la enfermedad a pueblos como Caxang. Estas cir
cunstancias, aunadas al hecho de que Recife tena menos escla
vos y de que en algunos de los estados colindantes la esclavitud
ya se haba abolido, distanciaron temporalmente a Pompeia de
la lucha poltica.
Pasado el problema de la fiebre amarilla, Pompeia se dedic a
terminar sus estudios y a leer. En ese periodo entr en contacto
asiduo con Saint Simon, La Bruyre y Rabelais,50 y escribi nu
merosos cuentos que se publicaran ms tarde en la prensa de
So Paulo y Ro de Janeiro. Su estilo no volvera a ser el mismo a
partir de la estancia en Recife. Entre 1885 y sobre todo a partir
de 1886, la calidad de las obras literarias de Pompeia asciende
notoriamente. Su manejo de la sintaxis se enriquece con enra

Claude Henry de Saint Simon (17601825) fue un terico social francs,


antecesor del socialismo; Jean de La Bruyre (16451696), autor de Les caracteres ou les moeurs de ce sicle, fue un escritor que se volvi clebre por el agu
do retrato que plasm en dicha obra de la sociedad francesa del xvii; Franois
Rabelais (14941553), autor de Garganta y Pantagruel, obra clsica de la li
teratura francesa en que la literatura popular y la literatura erudita aparecen
estrechamente ligadas.
50

s42

recimientos y clusulas ciceronianas; su destreza para la construc


cin simblica y alegrica, que despuntaba aqu y all en los escri
tos anteriores, se va convirtiendo en una presencia constante a
lo largo de su prosa. Fue en 1885 cuando el autor de El Ateneo
comenz a esbozar algunas notas e ideas que conformaran ms
tarde su obra maestra, y de las que queda registro en sus diarios
personales. Pompeia concluy en Recife la carrera de derecho,
que jams ejerci, y en 1886 volvi a Ro, a sumergirse en el
periodismo y en la crtica mordaz a las instituciones.
La campaa abolicionista segua ardiente. En torno de figu
ras relevantes, como Valentim Magalhes y Jos do Patrocnio,
se reunan los intelectuales ms progresistas, muchos de ellos in
teresados en las aportaciones estticas del naturalismo. Se renda
culto a Machado de Assis, a quien Pompeia admiraba. No obs
tante, obsesivo con la idea de originalidad, Pompeia arrojaba en
su diario ntimo ideas en torno al estilo que dejan clara su lucha
consciente por la individualidad: ideas coincidentes, sea; imge
nes coincidentes, salvo casualidad excepcional, son plagio.51
Plantado con conviccin sobre esa lnea, en 1888 Pompeia
comenz a publicar El Ateneo por entregas en la Gazeta de Notcias. Los folletines tuvieron un xito inmediato. Al punto sur
gieron textos de los ms afamados crticos del momento exal
tando la originalidad de Pompeia.52 La obra se public en libro
el mismo ao.
1888 fue un ao crucial en la historia brasilea. El 13 de ma
yo, presionada por varios frentes y con la intencin de debilitar

R. Pompeia [dirios ntimos inditos], apud E. Pontes, op. cit., p. 187.


Entre ellos, Valentim Magalhes y Araripe Jnior (18481911), este l
timo, crtico literario y escritor brasileo contemporneo de Pompeia, a quien
dedic extensas pginas crticas.
51
52

43 s

la fuerza del movimiento republicano mediante concesiones, la


princesa Isabel, entonces regente del imperio, promulg la Ley
urea, que abola por completo la esclavitud en el territorio bra
sileo. Acto seguido, el trono imperial pas a la ofensiva, con
formando una Guardia Negra, compuesta por ex esclavos que
repriman brutalmente a los republicanos. Los antiguos miem
bros de la causa abolicionista se dividieron. Algunos de ellos,
congraciados con la Corona, mitigaron sus viejos ardores repu
blicanos. Los siguientes meses de la vida del novelista estuvie
ron inmersos en discusiones entabladas en la prensa, en los ca
fs y confiteras, donde Pompeia dejara cario y admiraciones.
Se le recordara despus como un joven superexcitado cuando se
trataban cuestiones polticas, siempre dado a la polmica y due
o de un mordaz sentido del humor que animaba las reuniones.
Era, sin embargo, reservado en grado sumo cuando se hablaba
de asuntos cotidianos y pedestres. No se le conocan amantes.
No beba. No rea, pese a ser con frecuencia el centro de las fies
tas. Vesta con suma elegancia, siempre de negro.
En los meses que siguieron a la abolicin, la idea republicana
fue cobrando fuerza entre la oficialidad del ejrcito. ste arras
traba viejas cuitas con el gobierno monrquico, que haban ini
ciado casi cuarenta aos antes, con paulatinas modificaciones
en la composicin de la milicia y en la mentalidad de sus inte
grantes. A partir de 1850, la composicin del ejrcito se haba
ido volviendo cada vez ms popular. Luego de la victoria en la
Guerra de Paraguay, la milicia haba formado cuadros ms pro
fesionales y ms comprometidos con la corporacin que con el
gobierno. La Escuela Militar formaba profesionales especiali
zados en matemticas y humanidades. Como, adems, durante
la Guerra el ejrcito haba constituido un medio de alcanzar la
libertad para muchos esclavos, concentr, a partir de entonces,

s44

una fuerte simpata entre los abolicionistas y una gran fuerza


popular. Para la dcada de los ochentas decimonnicos, los mi
litares tenan prohibido discutir asuntos polticos en la prensa y
desacataban las rdenes de restriccin econmica que el empe
rador intentaba imponerles.53
Por otra parte, los hacendados republicanos de So Paulo,
aquellos esclavistas contra quienes Pompeia tantas veces haba
dirigido la punta de sus dardos, resentidos por la abolicin, en
filaron su ataque contra la monarqua. Aprovechndose del des
contento del ejrcito, orquestaron el golpe militar que destron
al rgimen monrquico el 15 de noviembre de 1889. La salida
de la familia real tuvo a Pompeia por testigo: el novelista vio pa
sar la carroza donde iban los monarcas, sin equipaje ni lujos de
ninguna especie, y relat ms tarde el episodio en una crnica
titulada Uma noite histrica.
La proclamacin de la Repblica impuso en el gobierno al ma
riscal Deodoro da Fonseca. Se trataba de un viejo militar que per
maneci al frente del pas hasta 1891. Su breve gobierno trans
curri bajo la presin de los republicanos y congresistas que
exigan que se convocara una Asamblea Constituyente, y los
militares, que sentan mayor simpata por el mariscal Floriano
Peixoto, nombrado vicepresidente por los hacendados republi
canos, quienes procuraban fragmentar la unidad del ejrcito.
En 1891, un golpe republicano entreg a Floriano Peixoto las
riendas del gobierno. El nuevo rgimen otorg a Pompeia el car
go de profesor de mitologa en la Academia de Bellas Artes. Ms
tarde ocupara el puesto de director de la Biblioteca Nacional.
Floriano Peixoto representaba una imagen nacionalista opues
ta a la de los monrquicos, que incluso haban ocupado puestos
53

Cf. Boris Fausto, Brasil, de colonia a democracia. Madrid, Alianza, 1995, p. 130.

45 s

gubernamentales en el rgimen de Deodoro. Se le consideraba


una solucin inmediata en la fase militar y transitoria del poder
poltico. No obstante, la oposicin por parte de los conservadores
fue violenta. Una revuelta de la Marina y una revuelta federalista
fueron reprimidas. Las crceles, torturas y asesinatos de oposi
tores valieron a Peixoto el sobrenombre de Mariscal de Hierro.
La situacin poltica haba orillado a los intelectuales a to
mar posiciones opuestas. Se acab el grupo de amigos de es
tudio y de tertulias: los viejos camaradas abolicionistas ahora
se dividan en bandos e intercambiaban insultos encendidos. La
mayora de los intelectuales que antes militaban con Pompeia,
pasaron a la oposicin. Pardal Mallet, Olavo Bilac54 y Luiz Mu
rat fundaron un peridico, O Combate, desde donde mantenan
un constante ataque contra el rgimen. Pompeia, en cambio, se
convirti en un florianista ferviente.
El autor de El Ateneo apoy el florianismo posiblemente por
congruencia con su oposicin a la oligarqua paulista. Abolicio
nista y republicano convencido, vio en el militarismo posterior a
la abolicin un mal necesario para sostener el desarrollo nacional
en Brasil y entendi a Floriano como una fuerza antioligrquica y
nacionalista. Las crticas que esta postura le acarrearan habran
de hacer, en los ltimos tres aos de su vida, una profunda mella
Joo Carlos de Medeiros Pardal Mallet (18641894), novelista y periodista,
coetneo y amigo de Raul Pompeia, era un republicano convencido desde los
primeros aos de escuela, tal como este ltimo. Fue el responsable de poner
de moda la excentricidad de los duelos. Se le conoce especialmente por su obra
Lar. Olavo Brs Martins dos Guimares Bilac (18651918) fue el ms famoso e
importante poeta parnasiano en Brasil. Autor de una obra prolfica, entre la que
se cuentan tambin obras narrativas, fue una de las figuras ms destacadas de
entre los fundadores de la Academia Brasilea de Letras. Mantena una postura
republicana, opuesta al Mariscal de Hierro.
54

s46

en su carcter. En esa poca, Pompeia ya no escriba ficcin. Has


ta su muerte se volcara enteramente a la res publica, sosteniendo
que el trmino medio es el statu quo de la cobarda.
La segunda gran fase de las luchas de Pompeia es la que em
pieza en ese momento, y se engloba dentro del movimiento co
nocido como jacobinismo.
En los aos posteriores a la proclamacin de la repblica co
menz a reinar en Brasil un clima de paranoia, nacionalismo y xe
nofobia. Los republicanos ms radicales vean cualquier rebelin
como un intento de restauracin de la monarqua y de injerencia
extranjera. El jacobinismo, que brot en este contexto, era un
movimiento de los sectores medios de la poblacin.55 Reunidos
en torno a un ideario nacionalista que procuraba proteger la agri
cultura, la embrionaria industria nacional y a la clase trabajadora
urbana, buscaban nacionalizar el comercio al menudeo y soste
ner un gobierno autoritario, capaz de hacer frente a las amenazas
extranjeras. En suma, los jacobinos traducan un viejo malestar
de la clase media local ante la preponderancia que, hasta enton
ces, haba gozado la extensa comunidad portuguesa de Brasil.
En efecto, durante todo el siglo xix, aun despus de la inde
pendencia, la colonia portuguesa haba concentrado en sus manos
Cf. June E. Hahner, Jacobinos versus Galegos: Urban Radicals versus Por
tuguese Immigrants in Rio de Janeiro in the 1890s, en Journal of Interamerican
Studies and World Affairs. Miami, Universidad de Miami, mayo, 1976, vol. 18,
nm. 2, p. 131. En relacin con sus referentes franceses, segn Hahner, los ja
cobinos brasileos y sus grupos de accin incluan mucho menos artesanos y
ninguna mujer. Tampoco estuvieron compuestos por ninguna mayora de los
asalariados que, hacia mediados del siglo xix, estaban remplazando a grupos so
ciales como los pobres urbanos de los das revolucionarios de Francia y que
eran los principales participantes en los movimientos sociales urbanos en Gran
Bretaa y Francia.
55

47 s

el comercio al menudeo y el sector de financiamiento. Esta


prspera colonia se haba visto aumentada en nmero por una
inmigracin ms tarda, en la dcada de los noventas decimo
nnicos, que obedeci a problemas econmicos de Portugal: los
que llegaban eran, en general, hombres jvenes sin educacin, y
lo hacan sin subsidios gubernamentales. No se establecan en el
campo, como los italianos, sino en las ciudades, y se concentra
ron principalmente en Ro de Janeiro.56
Como seala June E. Hahner, para la dcada de los noven
tas, la colonia portuguesa de Brasil abarcaba todos los estratos
sociales.57 Los elementos favorecidos de dicha colonia eran los
dueos del comercio al menudeo, por lo que el odio que contra
ellos senta la clase media nacional se extenda a todos sus compatriotas. Parte de esa animadversin se deba a la natural compe
tencia entre grupos de la pequea burguesa. Funcionaba, sin
embargo, el factor (mucho ms demaggico) del aumento de
precios. Segn relata Hahner, un peridico sindical de 1893 [O
Socialista, 18 de febrero de 1893] denunciaba que los precios
bsicos de los alimentos se haban triplicado en el espacio de
algunos pocos aos.58 Los sectores nacionalistas culpaban a la
colonia portuguesa de la caresta. En diversos momentos de su
gestin, el mariscal Peixoto supo aprovecharse del jacobinismo
para defender las trincheras del nacionalismo centralizador.
El jacobinismo fue un movimiento visible, estruendoso y
aguerrido. Cobr verdadera fuerza a partir de la revuelta naval
de 1893. Tras la derrota de la marina, el jacobinismo nutri sus
filas con cuadros de los viejos clubes republicanos del imperio
Ibid., pp. 126127.
Ibid., p. 128.
58
Ibid., p. 129.
56
57

s48

tardo y los recin surgidos batallones patriticos, que con


formaban una milicia ciudadana, armada y entrenada por el go
bierno.59
Pompeia, que ejerca el cargo de agitador oficial del Club
de los Jacobinos de Ro de Janeiro, tena la funcin de actuar co
mo nexo entre los intelectuales y los activistas. En 1893 redact
un prlogo violento para un libro del poeta y cronista Rodrigo
Octvio,60 titulado Festas nacionais. En dicho texto se deja ver la
visin que Pompeia tena del estado de cosas en esos primeros
aos de la repblica:
Los grandes centros sensoriales de nuestro organismo de intere
ses estn en Londres o en Lisboa. Ausentes de nosotros, por lo
tanto. Somos, as, en economa poltica, unos miserandos inverte
brados. Esta singular lesin se evidencia bien por sntomas dis
persos de incoordinacin mrbida en nuestra vida social. Por sta
se explica la paciencia con que nuestros pretendidos conservadores soportaron, bestializados durante todo el segundo reinado,
el rgimen mortal de los dficit financieros, que no poda, sin du
da, levantar la revuelta de las masas liberales que apenas si es
taban medianamente informadas sobre este descalabro, pero que
deba, necesariamente, atizar la irritabilidad instintiva al menos del
conservadurismo. Por sta se explicara la posibilidad (al mismo
tiempo que la simtrica desgracia de que no tenemos un perio
dismo verdaderamente popular para clamar contra los estragos
de la caresta) de que la prensa que representaba los ms graves
instintos conservadores se convirtiera en panfleto formidable de

Ibid., p. 133.
Rodrigo Octvio Langaard de Meneses (18661944) fue un narrador, cro
nista y poeta brasileo. Fundador de la Academia Brasilea de Letras.
59
60

49 s

demolicin a todo trance. Por sta se explica la campaa perpe


tuamente instituida en la opinin pblica en nombre de frmulas
vanas de liberalismo contra las medidas, los recursos, las precau
ciones enrgicas que han constituido la salvacin econmica y
financiera de otros estados. Y se explica la enorme y poderosa
opinin financiera favorable al prstamo externo, que ser la ma
nada que devorar a la repblica como devor al imperio.61

Tras la victoria sobre la revuelta naval, el jacobinismo sistema


tiz sus demandas: reservar el comercio al menudeo a los brasi
leos nativos; confiscar los edificios que fueran posesin de por
tugueses; prohibir a los extranjeros que sirvieran en las fuerzas
armadas y en la administracin pblica; controlar la inmigracin;
proteger la industria nacional y la agricultura; expulsar inmedia
tamente a cualquier extranjero que se atreviera a criticar los actos
o costumbres brasileos en la prensa; expulsar a aquellas familias
que permitieran que sus hijas se casaran con portugueses; pro
hibir las loteras y los juegos de azar; remover la capital federal
del decadente Ro de Janeiro e instituir la pena de muerte.62 Con
semejante programa, el jacobinismo no pudo nunca granjearse
la simpata de la clase trabajadora, casi toda compuesta de inmi
grantes, aunque lo intent recurriendo al argumento de que la ca
resta era provocada por los portugueses, sobre todo en el terreno
de los alimentos y de la vivienda, pues la clase trabajadora viva
en vecindades propiedad de portugueses. Pese a tales intentos, el
jacobinismo no pudo competir contra los incipientes anarquismo
y socialismo en la conciencia de los obreros.63
Apud E. Pontes, op. cit., pp. 258259.
Cf. J. E. Hahner, op. cit., p. 134.
63
Ibid., p. 138.
61
62

s50

En 1894, Floriano Peixoto dej el poder en manos del primer


presidente civil de Brasil: Prudente de Morais. ste no simpati
zaba con el movimiento jacobino, que se recrudeci. An tras la
muerte de Peixoto en 1895, los jacobinos seguan llamando por
un gobierno fuerte, sin congreso: una dictadura militar positivista.
Pompeia defenda estas posiciones en los siguientes trminos:
No exconjuremos el militarismo sin ms ni ms. El militaris
mo no sirve para nada, valga la verdad. Tiene todos los defec
tos que le atribuyen, no siendo el menos considerable de ellos
el eterno recelo que ste crea, de hallarse el pacato ciudadano
repentinamente involucrado en un caso horripilante de poltica
a mano armada. Pero el militarismo para Brasil no es el mayor
mal. Las dos facciones histricas ms pronunciadas de nuestro
pueblo son, sin duda, la energa de las clases militares y la indi
ferencia casi completa de las otras. [...] El militarismo, esto es,
la preponderancia poltica de los militares, su atenta interven
cin en las cosas polticas, puede causar problemas especiales.
Pero Brasil, pueblo que apenas se forma, puede sufrir de un mal
mucho ms peligroso, inherente a su condicin de pueblo recin
nacido: el cosmopolitismo. El cosmopolitismo es lo que viene a
ser esa indiferencia en los momentos graves, misma que sabe, sin
embargo, transformarse en lucha desenfrenada por los intereses
inmediatos del simple provecho personal, cuando la inercia en
cogida no es el consejo oportuno de la cautela. Y mejor todas las
dificultades creadas por el elemento militar que, en ltimo caso,
por el honor del uniforme, por el fetichismo de la bandera, al que
no escapa ni un solo soldado [...] que el rgimen del abandono
indiferente, del desinters de todos, del relajamiento cvico que,
en los momentos de calma social, se manifiesta por la avidez de
las fortunas rpidas.64

51 s

El sepelio de Peixoto se convirti en un acto poltico que ha


bra de precipitar el desenlace de la vida de Pompeia. Pero la
debacle personal del autor haba iniciado algunos aos antes.
Pompeia, que defenda con fuerza el gobierno del Mariscal
de Hierro, haba publicado, en 1892, un artculo contra los opo
sitores en que se exaltaba la figura de su antecesor, Fonseca, y
se forzaba la insinuacin de cierta continuidad y empata con
Peixoto. La respuesta de O Combate fue virulenta. En una co
lumna de oscura autora, por cuya publicacin era responsable
Olavo Bilac, se lea lo siguiente:
As Lembrancas da Semana, folletn del Jornal do Commrcio,
bien se merece una mencin especial en nuestra crnica. El au
tor de As Lembrancas es un empleado del gobierno, profesor
de mitologa en la Escuela de Bellas Artes. Ese joven bien podra
ganarse y tragarse su sueldo completamente, sin rebajamiento de
carcter y sin alusiones indignas. No obstante, prefiere comer ese
pan que el diablo amas untndolo con la manteca del servilismo
y de la adulacin. Es muy pretencioso cuando piensa que alabando
al mariscal Deodoro lo arrastra hacia el bando del florianismo,
donde impera la deshonra. Quiz no sea pretensin; quiz sea
ablandamiento cerebral, pues Raul Pompeia se masturba y dis
fruta, a altas horas de la noche, en una cama fresca, a la media luz
de una veilleuse mortecina, recordando amoroso y sensual todas
las beldades que vio durante el da, y contando en seguida las ta
blas del techo donde stas, vaporosamente, bailan.65

Segn el testimonio de la familia de Pompeia, ste aguard


una disculpa espontnea de sus antiguos amigos de escuela y de
64
65

s52

R. Pompeia, apud E. Pontes, op. cit., pp. 265266.


Ibid., p. 242.

luchas. Ni Pardal Mallet, director de O Combate, ni Luiz Murat


ni Olavo Bilac, se retractaron. La respuesta de Pompeia fue tam
bin virulenta. Fingiendo desprecio, aprovechaba la ocasin pa
ra insinuar acusaciones de incesto sobre sus atacantes. En cierta
confitera de la rua do Ouvidor, pese a los intentos pacificadores
de amigos comunes, Pompeia ret a duelo a Bilac.66
Los duelos no eran algo usual en la cultura brasilea urba
na del siglo xix. Se trataba de una excentricidad que se haba
puesto de moda en las ltimas dcadas, y exclusivamente en los
crculos bohemios de Ro de Janeiro, por obra de Pardal Mallet.
La prctica estaba prohibida y se realizaba de manera clandes
tina. Olavo Bilac haba ya participado en algunos duelos de los
que haba salido invicto o con heridas leves. Por lo general se
trataba de enfrentamientos con arma blanca que se diriman con
la primera sangre. Pompeia condenaba la prctica del duelo co
mo costumbre poco civilizada. En aquella ocasin, sin embargo,
juzgndose herido en el honor, no hall otro medio de limpiar
su imagen pblica. Eloy Pontes cuenta que Pompeia, excelente
gimnasta, era, sin embargo, torpe en la esgrima. El duelo estuvo
a punto de realizarse en un par de ocasiones, pero se vio sus
pendido por circunstancias que no vienen a cuento. Finalmente,
habindose hallado con xito un sitio apropiado y testigos con
fiables, se suscit una escena que habra de ser motivo de futu
ras ignominias. Los testigos lograron convencerlo de no batirse
con Bilac. Las afrentas se perdonaron. Los adversarios firmaron
las paces con un abrazo y lgrimas en los ojos.
Tres aos ms tarde, en el sepelio de Peixoto, Pompeia pro
nunci un discurso incendiario, en el que pareca desacatar al nue
vo presidente. De inmediato fue destituido de su cargo de director
66

Cf. ibid., p. 244.

53 s

de la Biblioteca Nacional. Los proyectiles de sus adversarios,


que ya haban sufrido crceles y exilios, volvieron a caer sobre
l. Un mes despus del sepelio, Luiz Murat public un artculo
titulado Um louco no cemitrio, en el que se lean las siguien
tes lneas:
En qu pas cree que vivimos el seor Raul Pompeia? Qu diablo
de repblica quiere su seora? No est satisfecho con el actual
orden de cosas? Desear, por ventura, que se prolongue el rgi
men de sangre, de violencias, de martirios, de persecuciones y de
guerra? Pero slo puede aspirar a tal rgimen quien tiene un ni
mo fuerte y valor para tomar un fusil y salir a la calle a defender,
en el caso excepcional de una revolucin legtima, los intereses
de la patria, pisoteados por un dspota. No obstante, a su seora
incluso le falt valor para rechazar un insulto de los ms graves en
plena rua do Ouvidor, a la hora en que esa calle es ms frecuenta
da. Su seora, a quien le falt el valor, despus de mandar a sus
testigos a entenderse con el agresor, para medirse con l en el mo
mento en que stos iban a dar la seal de combate y que, en vez
de batirse en desagravio de su honor, seriamente comprometido,
se arroj a los brazos de su adversario, llorando y dejando atrs
la afrenta [...] Ya se ve, pues, seor don Raul Pompeia, que estas
bravatas demaggicas no le quedan bien.67

Pompeia no supo de la existencia de este artculo, publicado


en octubre de 1895, sino hasta un mes despus. Juzgando que su
silencio hasta entonces habra sido interpretado como un snto
ma ms de cobarda, cay en un profundo abatimiento. Se consi
deraba deshonrado y, en el culmen del nerviosismo, interpret
67

s54

Luiz Murat, apud E. Pontes, op. cit., p. 279.

una demora de dos das en la publicacin de un artculo suyo en


A Notcia como un reflejo de su deshonra. El da de navidad de
1895 garabate en un papel una nota lacnica: Al peridico A
Notcia y a Brasil declaro que soy un hombre de honor.68 Y se
peg un tiro en el pecho. Tena treinta y dos aos.

68

R. Pompeia, ibid., p. 289.

55 s

sIV s
Ese da, Raul Pompeia entr en la inmortalidad. Es curioso, sin
embargo, considerar que los esfuerzos a los que dedic la ma
yor parte de la tensin emocional e intelectual de su vida (la
causa jacobina, su nocin del honor propio) no fueron los que le
granjearon un lugar en la memoria universal del pensamiento.
Aun dentro de su obra literaria, los peldaos a los que dedic las
mayores energas (las Canes sem metro) quedaron a la sombra
de una pieza realizada en pocos meses, casi con la fcil esponta
neidad de la inspiracin: El Ateneo. Acaso esto se deba a que tal no
vela, ms que ninguna otra empresa de su vida, expresa y resu
me orgnicamente su fibra de multilateral rebelda.
En la historia de Raul Pompeia, El Ateneo, plemos total, es
el nico terreno en que, en la lucha desigual de la epidermis
contra las pas, venci la epidermis. Considerando algunas de
las contexturas de esa superficie sensible y vibrtil, quiz sea
posible intuir mejor cules fueron los matices de la victoria.
Uno de los aspectos ms estudiados de El Ateneo es el de la
crtica hacia las instituciones del Segundo Imperio. El sarcasmo
con que se ataca el sistema pedaggico, la jerarqua de poderes
escolares metonimia de los poderes sociales y polticos y,
en general, la ideologa de las clases dominantes es, en efecto,
uno de los rasgos ms patentes de la obra, y es por ello que el
presente estudio introductorio no se detendr demasiado en l.
El argumento de la obra podra resumirse a la forma en que
el personaje central, Sergio, lucha por hallar su individualidad

57 s

en ese medio hostil. Reducir la obra a la simple trama es casi un


crimen. Ha habido casos de lectores de El Ateneo que hacen ver
la desproporcin entre el asunto tratado y la grandilocuencia
con que se trata como un error, como un desequilibrio; pero
aqu se intentar demostrar lo contrario. El Ateneo, como toda
novela de formacin, avanza en dos direcciones slo aparente
mente opuestas. Por un lado, el autoconocimiento del persona
je; su desarrollo interior, que apunta hacia la formacin de una
identidad propia. Por otro lado, el intento de comprensin del
mundo/kosmos. Tal como seala Caio Gagliardi, en su prlogo a
la edicin de El Ateneo en Editora Hedra:
En la escuela o fuera de ella, el protagonista lucha, pero, espe
cficamente, para satisfacer su necesidad de autoconocimiento.
Conocerse implica, en ese sentido, no un acto de separacin y
aislamiento, sino un intento de conciliacin, de comprensin
profunda de la realidad histrica. Es necesario estar atentos a ese
aspecto de la novela de formacin, porque la costumbre de iden
tificarla simplemente como novela subjetiva o introspectiva
borra, justamente, su rasgo ms distintivo. En el Bildungsroman,
la realidad histrica tiene una accin transformadora sobre el in
dividuo.69

As, el joven Sergio, recin salido del ambiente materno,


virginal e intonso, sale, como materia fcilmente modelable, a
enfrentar el mundo. La serie de enfrentamientos se realiza,
en el texto, como si se siguiera un esquema definido de antema
no. El protagonista debe hacer frente, primero, a las reglas ms
elementales de la institucin escolar y descubre, al hacerlo, el
69

s58

C. Gagliardi, op. cit., p. 26.

enorme potencial que sta tiene para lo inhspito. Tras una vi


sin panormica del circo enorme de fieras que le proporcio
na el misntropo Rabelo, compaero de escuela, es luego ins
truido por un alumno mayor, Sanches, y casi sucumbe bajo el
peso del conocimiento. En consecuencia, anulado por la enor
me carga de saber que se le arroja encima (y por las insinuacio
nes sexuales asociadas con la posicin de poder de su colega),
decide autorrecluirse en una versin idoltrica y personal de la
religin que acenta an ms la vulnerabilidad e indefinicin
de su carcter. La religin, que lo anula tambin a su manera,
lo acerca al escalafn ms bajo de la jerarqua escolar, el eterno
castigado Franco.
En una charla crucial con su padre, Sergio comprende el va
lor de la bsqueda de la individualidad. A partir de ahora todo
ser ms llevadero en el internado, pero la relativa tranquilidad
que le brinda la definicin de su propia identidad no va en detri
mento de esta organizacin agnica que conforma la estructura
de la novela, basada en las relaciones que Sergio mantiene de
manera sucesiva con otros compaeros.
Las relaciones que se darn despus de ese descenso a los
infiernos sern un tanto ms complejas si se tiene en cuen
ta el elemento de repentina subjetividad que ronda, a partir de
entonces, la figura de Sergio. Las opiniones aqu se dividen,
tendiendo, en su mayora, a acentuar la posicin de objeto en
que Sergio aparenta colocarse en casi todas sus relaciones.70

Araripe Jnior, por ejemplo: Sergio no es Sergio. Sergio es un compuesto de


transfiguraciones, dolorosas, muchas veces extraordinarias, durante las cuales, si
bien su conciencia no siempre se anula del todo, como en ciertos casos patolgicos
mencionados por los psiquiatras, su voluntad, por lo menos, sufre las consecuen
cias de la superposicin de una, de otra y de cuantas voluntades se le presentan. Su
70

59 s

Una lectura sumamente interesante es la de Yonamine, quien


en su esplndida tesis sobre Sexualidad y (homo)erotismo en la
literatura brasilea finisecular resalta la capacidad de decisin
de Sergio en un juego de poder que lo lleva a adoptar roles de
ambigedad sexual, que gozan de ciertos beneficios dentro del
intercambio de poderes, aunque reafirman como seala Yona
mine el papel subyugado de la mujer, independientemente de
que sta aparezca representada a travs de la figura de mucha
chos afeminados. Como sea, se nota, en las relaciones de Sergio
con otros varones, un creciente empoderamiento que refleja el
desarrollo ntimo del personaje en una serie de esferas cuyos
lmites difcilmente pueden discernirse (he ah parte importante
de la riqueza del texto), de manera que el muchacho pasa de
una condicin por completo sometida (cuando se relaciona con
Sanches o Franco) a una circunstancia menos desfavorable. Fi
nalmente, el protagonista logra establecer una relacin plena y
exttica, que, sin embargo, rompe de manera inesperada para
entrar al ciclo de las relaciones heterosexuales (aunque platni
cas); un paso que reafirma la teora, esbozada por el narrador,
de que cierto afeminamiento sera natural en el desarrollo de los
nios.71 Venciendo esta serie de agones o pruebas, el nio debera
llegar al pleno desarrollo de sus fuerzas, pero el dramtico fin de
la novela oculta el resto de la historia.
A lo largo de este complejo proceso de definicin identitaria
y sexual (una lucha que libra el protagonista por hallarse a s
mismo entre las pas del erizo invertido), el narrador va pin

carcter es vctima del contagio, y a cada momento lo invade lo que hay de so


bresaliente o hiriente en el carcter de los individuos que se le acercan. (Apud
M. A. Yonamine, op. cit., p. 112.)
71
Cf. infra, p. 200.

s60

tando cuadros aparentemente inconexos de la vida en el interna


do. Clases, aburrimiento, rutina y actividades extraordinarias:
fiestas, banquetes, competencias, cierres de ciclos, actividades
recreativas y comerciales que retratan bien, en miniatura, con
ese gusto naturalista por las metonimias, la sociedad carioca
del Segundo Imperio. Al frente de todo esto, Aristarco se re
vela como el otro gran rival con quien Sergio debe enfrentar
se. Ostentando sus dimensiones de Goliat, Aristarco reduce a
Sergio al papel de David. La figura insinuada es rica en matices
polticos y psicolgicos. Superados los primeros terrores ante la
divinidad omnipotente, el nio poco a poco va comprendiendo
los mviles materiales del viejo director de la escuela y termina
enfrentndolo fsicamente. El triunfo final de Sergio sobre Aris
tarco se da cuando el primero entabla una relacin edpica con
Ema, derrotando la figura de Aristarco como padre y rival. Pero
la derrota completa de Aristarco trasciende a Sergio y alcanza las
dimensiones de la alegora. Para hablar de ella es necesario dejar
atrs este nivel psicolgico de la lucha, librado a travs de la mera
trama, y pasar al plemos que se libra en otros planos de la novela,
empezando por el ms francamente ideolgico.
De entre las batallas que se libran en El Ateneo, las que ms
discreta y refinadamente se insinan son las ms cruciales. Vista
de esta manera, la novela constituye una crtica cultural des
piadada. La escuela, con sus fronteras inquebrantables de mu
ros encalados que encerraban el tedio, con paredes desde donde
se proyectaba el fuego constante de las mximas morales, con su
sistema de bedeles y la ruda vigilancia de Aristarco, no guardaba
en su interior el orden, sino el caos. La obra entera est diseada
para demostrar el anacronismo y la inadaptacin de ese sistema
(educativo, poltico) frente a una realidad donde pulsan fuerzas
de otro orden. Entre el cosmos que pretende imponerse y ese

61 s

caos informe de pulsiones y energas, es el caos el que triunfa.


Todo est planeado para demostrar la superficialidad de las races
con que se afianza el dominio de Aristarco sobre ese terreno mo
vedizo cuyas trepidaciones l no intuye siquiera, o, mejor, finge
no intuir en un juego de hipocresas materialmente redituable.
As, bajo la retrica de los castigos, la pureza y las implaca
bles reglas morales, vibra un mundo no menos voraz, jerrquico
y cruel, que funciona con otra lgica, no mejor que la del casca
rn de aparente orden que lo recubre, pero que es donde puede
desarrollarse, complejo, sin idealizaciones y nunca libre de una
fuerte dosis de sufrimiento y culpa, el elemento ms subrepti
ciamente subversivo de la novela: el placer.
Interesa hablar del placer porque conforma una especie de
eje que traspasa tres planos cruciales: el del saber, el del sexo
y el del discurso. Se trata, adems, de un elemento poco enfati
zado en los estudios sobre Pompeia, y no deja de ser necesario
tenerlo en cuenta cuando se habla de las batallas emprendidas
por este autor.
Un tema recurrente entre los estudiosos de El Ateneo es el
de la sexualidad y, de modo especfico, la homosexualidad. El
homoerotismo que permea la novela no ha dejado de inquietar
a los crticos, algunos de los cuales no osan llamarlo por su nom
bre. Uno de los casos de reaccin ms virulenta en este cam
po es el de Mrio de Andrade.72 Al interpretar El Ateneo como
una venganza de Raul Pompeia contra los malos tiempos que

Mrio Raul de Moraes Andrade (18931945) fue un poeta, novelista y


crtico brasileo. Constituy, junto con Oswald de Andrade y Tarsila do Amaral,
la trada fundadora del movimiento modernista (id est, vanguardista) brasileo,
inaugurado con su obra potica Pauliceia desvairada. Se trata de una de las figu
ras ms destacadas de las letras brasileas del siglo xx.
72

s62

pas en el internado, el autor de la Pauliceia desvairada, sobre


quien pesaban tambin sospechas de homosexualidad, designa
las relaciones de Sergio con otros alumnos como ambiciones
envilecedoras, carios dudosos, anlisis comprometedores
sin calor dramtico, ejemplo comn y corriente de homose
xualidad. Por otra parte, la generalidad de los estudiosos sigue
el postulado que el propio Pompeia pone sobre la mesa, y que
plantea que el periodo de afeminamiento es una fase de transi
cin hacia la heterosexualidad, considerada normal y natural.73
Hay que subrayar que El Ateneo se public casi al mismo tiempo
que las novelas naturalistas ms importantes de la tradicin bra
silea. No era raro que aparecieran en estas novelas cuadros de
amores indebidos o escenas sexuales de una intensidad poco
comn. Tampoco era raro que en una novela cuya trama se ubica
ba en un ambiente de reclusin varonil se hablara de estos asun
tos, pues suele darse por sentado que en ese tipo de circuns
tancias la homosexualidad brota de manera forzosa y natural.
Considerado desde esta ptica, Pompeia lo tuvo todo para tratar
un tema escabroso bajo la mscara, polticamente correcta, de la
denuncia. Una primera lectura del texto podra considerar que,
al poner al descubierto las relaciones homoerticas de Sergio con
sus condiscpulos, el autor estara denunciando la corrupcin
de esa clase de establecimientos. Esa eventual lectura podra con
cluir que la lucha, librada en ese plano unvoco, terminara por
reafirmar los valores de la sociedad imperante: la moralidad y
la heterosexualidad; pero debajo de esa fcil superficie actan
fuerzas ms complejas.
Existe cierta postura determinista que tiende a considerar
que los ambientes de reclusin entre individuos del mismo sexo
73

Cf. M. A. Yonamine, op. cit., p. 174.

63 s

propician la aparicin de prcticas homosexuales. En esas con


diciones, segn estas posturas, la simple necesidad sexual ex
plicara la prctica del homoerotismo. Pero, como bien seala
Yonamine, hay que distinguir (y esto es crucial) dnde termina
la necesidad y dnde empieza el placer. As, es posible situar el
discurso ertico de la novela justo en esta franja de indefinicin,
donde ya no funciona tan unvocamente el recurso de la denun
cia moral. Leda de esta manera, la novela presenta las relacio
nes homoerticas en una clave de consumada belleza esttica,
sin que su embellecimiento implique, de modo necesario, que
el autor se mueve en el terreno del sarcasmo. Al contrario: la
sombra de sarcasmo dej salir a la luz un discurso plenamente
subversivo, donde el amor entre efebos se designa con su propio
nombre: amor unus erat.
No obstante, lejos de purismos, el erotismo se manifiesta con
diversos rostros, algunos de los cuales parecen amenazar la in
tegridad sexual del protagonista, como es el caso de la relacin
con Sanches, en que todos los acercamientos se perciben como
agresiones, bajo el signo de la repugnancia. Ntese que, en ese
episodio particular, el narrador lo deja entrever todo a travs de
reticencias. La relacin entre Sergio y Sanches nunca se verba
liza,74 como tampoco la consumacin de las relaciones sexuales
que los alumnos del internado mantienen con ngela, la criada
canaria, aludida en un prrafo oscuro como pocos. Lo mismo
sucede cuando se describe por primera vez la prctica del bao
en la natacin. Se trata de una escena cargada de una sensua
lidad amenazadora.75
Cf. Gloria Carneiro do Amaral, O Ateneu e os movimentos literrios, en
L. Perrone-Moiss, coord., op. cit., p. 198.
75
Cf. J. C. Chacn, O animal natural, ibid., p. 129.
74

s64

Sin embargo, otras facetas del erotismo se describen con ma


yor deleite. Cierto es que la relacin de Sergio con el fuerte y
valeroso Bento Alves tiene destellos de caricatura, pero es, por
momentos, de un patetismo conmovedor. Es, no obstante, con
Egbert con quien el homoerotismo alcanza sus vuelos ms altos
y ms positivamente consumados.
La sensualidad no est presente slo en los casos en los que
Sergio se relaciona con sus compaeros, sino que podra decirse
que traspasa toda la novela, presentndose tambin en torno a
las figuras femeninas de El Ateneo (ngela, Melica y Ema). Y no
slo: la sensualidad de la obra va ms all: brota por todos lados,
incluso en la relacin con el saber, por ejemplo, o con el arte:
La gramtica, a su vez, se me abra como un cofre de confites de
Pascua. Satn color de cielo y azcar. Elega los adjetivos al ca
pricho, como si fueran almendras endulzadas por circunstancias
adverbiales de la ms agradable variedad; los amables sustanti
vos, propios y comunes, revoloteaban en torno mo como criatu
ritas aladas de alfeique; la etimologa, la sintaxis, la prosodia, la
ortografa: cuatro grados de dulzura en una misma degustacin.
Cuando mucho, me disgustaban, al principio, las excepciones
y los verbos irregulares, como esos feos confites crespos de cho
colate que, una vez en la boca, resultan sabrossimos.76

Cabra una lectura que destacara en esto un reflejo ms de


la pan-sensualidad / pan-sexualidad, si as pudiera llamrsele,
de Pompeia; y, en segundo lugar, un procedimiento habitual de
su violento proceso formador de smbolos: las metforas que
emplea, en especial las ms efectivas, son aquellas que acercan
76

Cf. infra, pp. 126127.

65 s

mundos violentamente dismiles, y su sentido no siempre es


satrico. Este placer sensual, traducido en metforas que enal
tecen la materialidad del lenguaje, hace pensar en la alta sensua
lidad del estilo mismo de Pompeia. Como bien seala el poeta
Ledo Ivo, El Ateneo es una
[...] novela potica, abierta a los esquemas conjuratorios y trans
figuradores, baada de una imaginacin que tiende hacia lo fre
ntico y que, en su extraordinaria mutacin de situaciones esti
lsticas, se avecina muchas veces al poema, tanto as que en su
tejido se engarzan muchos alejandrinos y endecaslabos.77

Esta constatacin no hace sino reafirmar las teoras de Pom


peia, para quien, por un lado, la novela deba avecinarse a la
poesa y, por otro lado, deba incorporar una amplia gama de
estilos: El estilo se grada proporcionalmente al tema. Estilo
representativo de una idea, estilo representativo de una sensa
cin. Dibujo y tinta. O, variando la metfora: imposible hacer de
un monocordio una orquesta.78
As, en El Ateneo se encuentra un surtido de estilos que debe
siempre entenderse como una opcin lcida del autor, aunque
el estilo que ms resalta, quiz por su dificultad y erudicin,
es el de los momentos delirantes, en que Pompeia alcanza una
complejidad nica en la literatura brasilea de la poca. Mrio
de Andrade no duda en calificar como barroco este abigarra
miento del estilo.79 En efecto, es difcil encontrar, en el elegante
siglo xix brasileo, una sintaxis tan dada a las subordinaciones.
L. Ivo, op. cit., p. 35.
R. Pompeia, apud E. Pontes, op. cit., p. 324.
79
Cf. M. A. Yonamine, op. cit., p. 102.
77
78

s66

En El Ateneo se encuentran periodos de ms de veinte lneas,


en que a veces el autor mismo parece perder el hilo y dejar ca
bos sueltos, acometido repentinamente por una verborrea que
desborda los cnones del decoro y del llamado buen gusto,
y entregado al placer de la palabra por la palabra, como si de
gustara a puados aquellos confites de pascua de la leccin de
gramtica, con una concupiscencia inmoderada. Pompeia no ig
noraba que, al obrar as, contradeca las normas esenciales de la
pulcritud, sas que aquejan al canon occidental desde las viejas
discusiones clsicas entre asianismo y aticismo.
Si cupiera aqu establecer un paralelo con los gustos de la An
tigedad, podra decirse que, mientras el gran Machado de Assis
habra encantado al odo ateniense, Pompeia habra entrado de
lleno en el linaje proscrito de Gorgias y Hegesias,80 esos asianis
tas ampulosos contra los cuales el propio Cicern,81 a su pesar
impuro, abra fuego, pues escriban muchas cosas bastante in
Gorgias de Leontinos (ca. 485380 a. de C.) fue un sofista griego, autor de
un tratado Sobre el no ser y de discursos en que se defenda a personajes mticos
considerados indefendibles, como Helena de Troya y Palamedes, con la inten
cin de demostrar el gran poder de conviccin de la palabra. Gorgias adornaba
su discurso con una sonoridad muy marcada, llena de rimas internas y con aten
cin al ritmo. Con el paso del tiempo fue denostado por el peso de la tradicin
grecorromana, ms tendente hacia una prosa limpia y transparente. Platn le
dedica un dilogo: Gorgias. Hegesias de Magnesia, que alcanz su acm hacia el
ao 300 a. de C., fue un historiador helenstico, autor de una historia de Alejan
dro Magno que no se conserva. Su estilo era complejo, florido y amanerado,
segn autores posteriores, como Agatrquides de Cnido, Cicern y Dionisio de
Halicarnaso, quienes lo critican duramente. Se le considera como uno de los
representantes ms extremos del estilo asinico.
81
Marco Tulio Cicern (106 a. de C. 43 a. de C.) fue uno de los ms impor
tantes rtores romanos, autor de varios tratados sobre retrica y responsable de
realizar los primeros esfuerzos filosficos en la tradicin romana.
80

67 s

geniosas, pero como recin nacidas, vulgares y parecidas a los


versos, algunas de ellas excesivamente pintadas.82
En lugar de entregarse a tales excesos, la gran elegancia clsi
ca del estilo, ligada al gusto aticista, recomendaba que el orador
fuera sumiso y humilde, imitador de la costumbre [...] De tal
manera que quienes lo escuchen, aunque no sepan hablar, crean
que ellos tambin pueden expresarse de esa manera.83 Creando
esta sencillez ficticia, el orador tico deba alejarse de la poesa,
evitando aquellas clusulas que contuvieran alguna cadencia
mtrica.84 Como en el caso de las mujeres, en el discurso tico
se retirar todo insigne ornamento, como si de perlas se trata
ra, y no se aadirn oropeles; se rechazarn todos los entintados
remedios del candor y del rubor: slo permanecern la elegan
cia y la limpieza (munditia).85 Lo que debe buscarse es, pues,
la munditia: la limpieza, el orden, palabra etimolgicamente em
parentada con mundo/kosmos, al tiempo que en el estilo asini
co prevalecen el desorden y la dificultad. Cabe citar aqu lo que el
propio Pompeia opinaba acerca de la simplicidad en el discurso:
La cuestin de la simplicidad viene del prejuicio, desacreditado ac
tualmente, de que la prosa literaria est excluida de los privilegios
de la metrificacin de los versos: la franqueza, el impudor del alma,
slo pueden hacerse or en la estrofa como a travs de la ventanita
convenientemente enrejada de un confesionario. No: la prosa tiene
que ser elocuente para ser artstica, tal como los versos. Y no se
vaya a creer que la elocuencia es tan slo el ardor turbulento de los
M. T. Cicern, Orator (ad M. Brutum), xi, parg. 39.
Ibid., xxiii, parg. 76.
84
Ante todo, librmoslo de las ataduras de los nmeros, id est, de la mtrica.
(Ibid., xxiii, parg. 77.)
85
Ibid., xxiii, pargs. 7879.
82
83

s68

meridionales, expresin abundante y violenta; es tambin, y ms


difcilmente, lo que se denomina, en particular, poesa.86

El lenguaje de El Ateneo no slo es particular por su abiga


rramiento sintctico: tambin lo es en el terreno lxico. Lejos
de purismos de cualquier especie, conjuga el afrancesamiento
propio de la poca con el lusismo machadiano,87 pero en puntos
clave incorpora elementos nativos brasileos. Es, adems, a tal
punto rebuscado, que obliga a los editores brasileos a incluir
glosarios o constantes notas con la intencin de allanar el ca
mino a los lectores modernos. Lejos de lo que pretendera cual
quier purista, aqu la materia significante avanza sealando su
propio rostro, denuncindose a s misma como artificio, ornada
con todos los rubores y oropeles que proscribe Cicern.
Pero la subversin del gusto y de la forma no termina all:
ms all del placer que esto pueda proporcionar, Raul Pompeia
toma, como blancos de su crtica, tanto la realidad descrita y na
rrada, como el tipo de discurso que mantiene, ocultndola, esa
realidad.88 Gran parte de los pasajes de su obra son pardicos,
como seala lide Valarini:
Como ejemplo de parodia de la retrica tenemos El Ateneo, que
invierte la retrica expresamente por la parodia de los manua
les normativos. Podemos entender el movimiento de esa obra
como algo dotado de una fuerza radicalmente rebajadora: as lo son
las figuras de palabras, las expresiones, las imgenes e incluso las
articulaciones temticas. Lo que est en lo alto se desploma y se
R. Pompeia, apud E. Pontes, op. cit., p. 219.
Cf. L. Ivo, op. cit., p. 30.
88
L. Perrone-Moiss, Lautrmont e Raul Pompeia, en L. Perrone-Moiss,
coord., op. cit., p. 36.
86
87

69 s

rebaja. Lo bajo se eleva. Tal movimiento es el mismo de la trans


gresin simblica del carnaval.89

Una vez ms, Pompeia se mueve en un terreno pantanoso y


difuso, donde la sospecha de sarcasmo da lugar a ampulosidades sensuales que sonren de modo enigmtico, despertando go
ces donde no se pensaba encontrarlos. La rgida normatividad esti
lstica y retrica se transgrede constantemente, creando imgenes
sublimes a partir de elementos bajos y viceversa, como si hubiera
ascensos hacia abajo.90 En palabras de Juan Carlos Chacn:
El no acomodamiento a los patrones discursivos realistas o natu
ralistas y el combate a la retrica clsica no pueden verse como
una carencia de estilo. Por el contrario, es precisamente en esa
subversin de los modelos estilsticos y de las reglas normativas
del bien escribir donde el texto de Raul Pompeia crea su propio
estilo y monta su estrategia significativa, o sea, funda su potica.
[...] La escritura pompeiana tiene el apetito de la termita por la
demolicin invisible de lo que est constituido, pues, como
la termita que, al comer desde dentro la estructura de sustenta
cin derriba el edificio, as el escritor usa y abusa de todo lo que la
tradicin literaria puso en sus manos, lo devora y lo destruye. No
obstante, a diferencia de la termita, l tiene su potica del termi
taje, con la que reconstruye el universo que destruy, al mismo
tiempo que cambia los rumbos de su objeto de destruccin.91

. Valarini, Vnculo e ruptura..., ibid., p. 179.


Cf. infra, p. 303.
91
J. C. Chacn, O Animal Cultural, en L. Perrone-Moiss, coord., op. cit.
p. 136.
89
90

s70

Esta especie de desenfreno lbrico que ocurre al nivel del


lenguaje se corresponde con otras lubricidades semejantes. Una
especialmente digna de atencin es el placer de adquirir conoci
mientos: la historia, la geografa, las palabras del diccionario, se
muestran con una fuerte carga de erotismo, aqu y all asociado
con la ingestin (como en el caso de la gramtica)92 que, a su
vez, aparece en ocasiones ligada sexo.
Un pasaje privilegiado en este sentido, que alcanza dimensiones
orgisticas, es la cena de los alumnos en el Jardn Botnico. Ca
paz de pintar grandes escenas, Pompeia representa aqu un lienzo
alegre y pantagrulico de placeres satisfechos y concupiscencias
extralimitadas, que hacen eco a los banquetes de El satiricn.93
La operacin ms extraordinaria, sin embargo, es la que vincu
la el arte con el placer sexual, ampliamente desarrollada en el
discurso ms extenso del profesor Claudio. Este personaje, al
que el autor concede un papel especial, es portavoz de extraas
teoras acerca del arte, que, una vez ms, la crtica no sabe bien
si identificar con ideas propias de Pompeia94 o como discursos

Cf. Teresa de Almeida, Retrica do alimento, ibid., p. 118. Hay, adems,


otras metforas en que el alimento aparece asociado al saber: la harina-alfabeto;
las letras que engordan a fuerza del pan de los libros escolares, las meriendas
de consejos de Aristarco, los aperitivos de emociones, el hombre sndwich de la
educacin nacional...
93
Cf. ibid., p. 113.
94
Para Godinho Salgado, por ejemplo, la percepcin de la poca, expresada por
el profesor Claudio, encuentra una correspondencia inmediata en otro texto de Raul
Pompeia que nos remite tambin al inicio de la novela, a la frmula con que el padre
del narrador le indica lo que le espera ante la puerta del Ateneo-mundo. (Godinho
Salgado, O escritor e o conferencista, ibid., p. 232.) Ledo Ivo, que establece analo
gas entre esos discursos y los temas abordados por Pompeia en las Canes conside
ra que estos pasajes son islas discursivas en que el novelista deja or su propia voz
92

71 s

citados con sarcasmo.95 Ciertamente, en algunos puntos de las


disquisiciones del profesor Claudio se vislumbran ideas que no
eran ajenas a Pompeia, lo que no quiere decir que la coinciden
cia de opiniones pueda extenderse a la totalidad de los postula
dos que el personaje pregona. Como sea, un asunto de especial
inters, a la luz de esta lectura, que busca en Pompeia las in
flexiones del placer, es la idea del arte como reflejo del instinto
de supervivencia: el arte, la esttica, la estesia, es la educacin del
instinto sexual.96
Simplificando las cosas a un grado esquemtico, podra esta
blecerse un eje simblico que vincula, en la obra de Pompeia,
los elementos placer-sexo-arte-alimento. Contra esta realidad
vibrante e inmoral, poco pueden las mximas colgadas en las
paredes del Ateneo, o Aristarco con su cota de colguijes honor
ficos y su revestimiento calculado de formador de almas.
Al final, todo el cascarn institucional y moral sucumbe con
sumido por un incendio repentino, en un final brusco de mala
en la novela. (Cf. L. Ivo, op. cit., p. 45.) Segn Silviano Santiago, los tres discur
sos se complementan de una manera armoniosa, presentndonos crticamente la
posicin del autor frente a tres situaciones muy bien definidas: ante la literatura
a la que pertenece, ante la novela como obra de arte y ante la vida pasada, mate
rial que est utilizando. (Silviano Santiago apud M. A. Yonamine, op. cit., p. 212.)
Finalmente, y por citar slo un ejemplo ms, Teixeira de Barros opina que Raul
Pompeia expres formalmente su legado esttico en El Ateneo al objetivar su vi
sin artstica en las palabras del profesor Claudio, el nico entre los maestros del
internado que mereci una opinin favorable por parte del narrador. (Teixeira
de Barros, Alm de intil, imoral, en L. Perrone-Moiss, coord., op. cit., p. 242.)
95
Para Maria Antonieta Porres, a travs de su discurso, el profesor Claudio
justifica la sociedad del Ateneo-fango. El provecho humano proclam el orden
en nombre del vientre; en l, los fuertes vencen. (Maria Antonieta Porres, Os
discursos do professor Cludio, ibid., p. 239.)
96
Cf. infra, p. 209.

s72

novela,97 segn la expresin de Pompeia. Sera, en efecto, un


final propio de una mala novela si el papel preponderante lo de
sempeara aqu la trama, el desarrollo de Sergio en busca de su
identidad. No siendo la trama el elemento central, puesto que
el nfasis de la novela est colocado en la crtica cultural que se
realiza en todos los planos, el sbito incendio del Ateneo cobra
sentido y cierra de modo espectacular la novela con su leccin
de llamas, derrumbes y sabidura reducida a polvo. El incendia
rio: un joven rebelde llamado, sugerentemente, Amrico. Los
matices polticos del cuadro final de la novela son evidentes.
La ciencia, la moralidad, la retrica entera de un orden de
cosas (un kosmos) fundado en una sociedad monrquica, aris
tocrtica, catlica, esclavista, aparecen achicharradas a los pies
de Aristarco, antes Jpiter tonante, ahora dios caipora. Ntese
la sutileza del smbolo: dios caipora, divinidad indgena de mal
agero, reducida desde las cumbres del Olimpo hasta la dimen
sin terrestre, sucia y tangible de una realidad que en nada se
adapta al esquema que pretende imponerse. Quedan tizones,
pero queda, sobre los tizones, no la desgreada imagen del di
rector vencido, sino la esplendencia de una victoria multifor
me: la abolicin del Ateneo, la destruccin del viejo orden al
nivel del relato; la riqueza esttica de un discurso sensual como
pocos, en que el placer ertico y gastronmico conviven con
el placer del texto y del conocimiento, tipos de carne que se
autoerigen en tal, reivindicando su materialidad, su cuerpo de
metforas inauditas y sinestesias inesperadas. Es ste, y no otro,
el triunfo de la epidermis contra las pas.

97

Cf. infra, p. 336.

73 s

EL ATENEO
(CRNICA DE NOSTALGIAS)

sI s
Vas a enfrentar el mundo me
dijo mi padre ante la puerta del
Ateneo. Ten valor para la lucha.
Bastante prob despus la ver
dad de esta advertencia, que me
despojaba, de golpe, de las ilusio
nes de nio exticamente educa
do en ese invernculo de cario
que es el rgimen del amor do
mstico, distinto de lo que se en
cuentra fuera; tan distinto, que el
poema de los cuidados maternos
parece un artificio sentimental
cuya nica ventaja es la de hacer
ms sensible a la criatura ante
la ruda impresin de la primera
enseanza, temple brusco de la
vitalidad bajo la influencia de un
ambiente nuevo y riguroso. No obstante, recordamos con una
nostalgia hipcrita los tiempos felices; como si no los hubiera
perseguido otrora la misma incertidumbre de hoy bajo un aspec
to diverso; como si no viniera de lejos la sarta de decepciones que
nos ultraja.
Un eufemismo, los tiempos felices; no ms que un eufemis
mo, como cualquier otro de los que nos alimentan, la nostalgia

77 s

de los das que pasaron como si hubieran sido los mejores. Con
siderndola detenidamente, la actualidad es la misma en todas
las fechas. Una vez hecho el balance de los deseos, que varan,
y las aspiraciones, que se transforman alentadas perpetuamente
por el mismo ardor, sobre la misma base fantstica de esperan
zas, la actualidad es una sola. Bajo el cambiante colorido de las
horas, un poco ms de oro en la maana, un poco ms de prpu
ra hacia el crepsculo, el paisaje es el mismo a cada lado, en los
bordes de la senda de la vida.
Tena yo once aos.
Haba asistido como externo, durante algunos meses, a una
escuela familiar de Caminho Novo,1 donde algunas seoras in
glesas, bajo la direccin de su padre, impartan educacin a los in
fantes como mejor les pareca. Yo entraba tmidamente a las nueve
de la maana, ignorando las lecciones con la mayor regularidad,
y bostezaba hasta las dos, retorcindome de insipidez sobre los
carcomidos pupitres que el colegio haba comprado, de pino y
de segunda mano, lustrosos por el contacto con la pillera de no
s cuntas generaciones de pequeos. Al medioda nos daban
pan con mantequilla. Esta golosa remembranza es la que ms
firmemente conserv de esos meses de externado, junto con el
recuerdo de algunos compaeros: uno al que le gustaba hacer rer
al grupo, una interesante especie de mono rubio, erizado, que se
la viva mordindose una protuberancia callosa que tena en el
dorso de la mano izquierda; otro, afeminado, elegante, siempre
alejado de los dems, que vena a la escuela de blanco, almidona
dito y radiante, con la camisa cerrada en diagonal desde el hom
1
Camino real construido en las primeras dcadas del siglo xviii para comuni
car el puerto de Ro de Janeiro con las regiones aurferas de Minas Gerais en sus
titucin de la antigua va, conocida a partir de entonces como Caminho Velho.

s78

bro hasta el cinturn, abrochada con botones de madreperla. Y


recuerdo algo ms: la primera vez que o cierta spera injuria,
una palabrota rodeada de terror en ese establecimiento, que los
timoratos denunciaban ante las maestras con dos iniciales, co
mo en un monograma.
Luego, un profesor me imparti lecciones a domicilio.
Pese a este ensayo de la vida escolar al que me someti mi
familia antes de la verdadera prueba, me encontraba perfec
tamente virgen para las sensaciones nuevas de la nueva etapa.
El internado! Lejos del placentario cobijo de la dieta casera, se
acercaba el momento en que mi individualidad habra de defi
nirse. Aderec con amargura anticipada el adis a mis primeras
alegras; mir triste mis juguetes, ya viejos! Mis queridos pe
lotones de plomo! Esa especie de museo militar de todos los
uniformes y todas las banderas, selecta muestra de la fuerza de
los estados, en proporciones de microscopio, a la que pona yo
en formacin de combate como una amenaza tenebrosa para el
equilibrio del mundo; a la que haca guerrear en desordenado
apretujamiento, masa tempestuosa de las antipatas geogrficas,
choque definitivo y ebullicin de los seculares odios de frontera
y de raza; y a la que al fin pacificaba con la facilidad de la Divina
Providencia, interviniendo sabiamente, resolviendo las penden
cias mediante la promiscua concordia de las cajas de madera.
Deba entregar por fuerza al xido del abandono el elegante vapor
de lnea circular del lago, en el jardn, adonde quiz no volvera
jams a perturbar, con la palpitacin de las ruedas, la morosa som
nolencia de los pececillos rojos, ureos y argentinos, pensativos
bajo la sombra de los caladios, en la adamantina transparencia
del agua...
No obstante, me anim cierto movimiento, un primer estmu
lo serio de vanidad: me alejaba de la comunin familiar, como

79 s

un hombre! Iba a emprender por m mismo la lucha por los ho


nores y me sobraba confianza en mis propias fuerzas. Cuando
me dijeron que se haba decidido qu colegio habra de recibirme,
la noticia me hall armado para emprender la audaz conquista
de lo desconocido.
Un da, mi padre me tom de la mano, mi madre me bes la
frente, mojndome el cabello con sus lgrimas, y part.
Antes de instalarme en el Ateneo, lo visit dos veces.
El Ateneo era el gran colegio de la poca. Clebre por su nu
trido sistema de difusin y sostenido por un director que cada
cierto tiempo remodelaba modosamente el establecimiento,
pintndolo de novedad, como los negociantes que liquidan para
reabrir con artculos de ltima remesa, el Ateneo haba conso
lidado desde haca mucho tiempo su prestigio en la preferencia
de los padres, sin preocuparse por el favor de la chiquillera, que
rodeaba de aclamaciones el vistoso bombo de sus anuncios.
El doctor Aristarco Argolo de Ramos, de la conocida fami
lia del vizconde de Ramos, del norte, llenaba el imperio con su
renombre de pedagogo. Eran boletines de propaganda por las
provincias, conferencias en diversos puntos de la ciudad, sobre
pedido, sustanciosas, que atiborraban las prensas de los pueble
cillos; grandes cajas, sobre todo, de libros elementales, que se
fabricaban a la carrera con la jadeante y agitada participacin
de profesores prudentemente annimos; cajas y ms cajas de
volmenes empastados en Leipzig, que inundaban las escue
las pblicas de todas partes con su invasin de portadas azules,
rosadas, amarillas, en las que el nombre de Aristarco, entero y
sonoro, se ofreca al pasmo idoltrico de los hambrientos de al
fabeto en los confines de la patria. Incluso aquellos sitios que no
los buscaban, eran sorprendidos un buen da por la inundacin
gratuita, espontnea, irresistible! Y no quedaba sino aceptar la

s80

harina de aquella marca para el pan del espritu. A fuerza de ese


pan engordaban las letras. Un benemrito. No es de sorprender
que, en los das de gala, ntima o nacional, en las fiestas del cole
gio o en las recepciones de la Corona, el amplio pecho del gran
educador desapareciera bajo constelaciones de pedrera que da
ban opulencia a la nobleza de todos sus honorficos colguijes.
Era en las circunstancias de aparato donde poda medirse el
pulso de aquel hombre. No slo las condecoraciones gritaban
desde su pecho, como una coraza de grillos, Ateneo! Ateneo!
Aristarco entero era un
anuncio. Sus gestos serenos, soberanos, eran propios de un rey: el autcrata
excelso de los silabarios.
La pausa hiertica de su
andar dejaba sentir el es
fuerzo que empeaba, a
cada paso, en hacer pro
gresar, a em
pujones, la
enseanza pblica; la luz
de su mirada fulgurante,
bajo la spera crispacin
de esas cejas de monstruo
japons, penetraba las almas circunstantes: era la educacin de
la inteligencia. Su mandbula, pulcramente afeitada de oreja a
oreja, recordaba la tersura de las conciencias limpias: era la edu
cacin moral. Su estatura misma, en la inmovilidad del gesto,
en la mudez del semblante, su sola estatura deca de l: he aqu
un gran hombre... no ven ustedes las dimensiones de Goliat...?
Returzase sobre todo esto un par de bigotes, macizas volutas
de hilos blancos torneadas con esmero, que le cubran los labios

81 s

cual cerradura de plata sobre ese silencio de oro que tan her
mosamente impona como retraimiento fecundo de su espritu,
y quedar esbozado, moral y materialmente, el perfil del ilus
tre director. Un personaje que, en suma, en un primer examen,
pareca estar aquejado por esta enfermedad atroz y extraa: la
obsesin con su propia estatua. Como la estatua tardaba, Aristarco
se satisfaca internamente con la afluencia de estudiantes ricos a su
instituto. De hecho, los educandos del Ateneo representaban la
ms fina flor de la juventud brasilea.
La irradiacin del rclame2 extenda a tal punto sus tentculos
a travs del pas, que no haba familia de dinero, enriquecida por
el septentrional caucho o por el charque3 del sur, que no conside
rara un compromiso de honor con la posteridad domstica man
dar a uno, dos o tres de entre sus jvenes a abrevar en la fuente
espiritual del Ateneo.
Confiando en esta seleccin depuradora, pues es comn el
sensato error de considerar que las familias ms ricas son las
mejores, suceda que muchas de ellas, de veras indiferentes y
sonriendo ante el estruendo de la fama, mandaban all a sus hi
jos. Fue as como entr yo.
La primera vez que visit el establecimiento fue en ocasin
de una fiesta de fin de cursos.
Uno de los grandes salones del frente del edificio, precisa
mente el que serva de capilla, se haba convertido en anfiteatro;
paredes estucadas con suntuosos relieves, y un techo rematado
con un amplio medalln, magistralmente pintado, donde una

En francs, anuncio, propaganda.


Carne seca y deshidratada al sol, que, producida en la parte sur de Brasil,
se destinaba al consumo de los esclavos que laboraban en las plantaciones de
azcar situadas en el noreste del pas.
2
3

s82

rendija de cielo azul despeaba en racimos angelitos deliciosos,


que ostentaban rosceos atrevimientos de carne, agitando sus
manitas y minsculos pies y desatando cintas de gasa en el ai
re. Una vez desmontado el oratorio, se construyeron tablados
circulares que encubran el lujo de las paredes. Los alumnos ocu
paban la gradera. Como la mayor parte del pblico siempre
prefera la exhibicin de ejercicios gimnsticos, que se celebra
ba algunos das despus del fin de cursos, el sitio destinado a
los circunstantes era reducido; y el pblico, padres y tutores en
general, ms numeroso de lo que se esperaba, se vea obliga
do a desbordarse del saln de fiestas a la sala contigua. Yo ob
servaba, trepado en una silla, desde esta antesala. Mi padre me
suministraba informacin. Ante la gradera se desplegaba una
mesa de grueso pao verde y borlas de oro. Ah estaban el di
rector, el ministro del imperio y la comisin de premios. Yo vea
y escuchaba. Hubo una conmovedora alocucin de Aristarco;
hubo discursos de alumnos y maestros; hubo cantos y poemas
declamados en diversas lenguas. El espectculo me comunicaba
cierto placer respetuoso. El director haca desaparecer sin de
licadeza al ministro, de un fsico retrado, con la brutalidad de
un escandaloso contraste. Con su grande tenue4 de las ocasiones
solemnes, se sentaba elevado en su orgullo como en un trono.
El bello uniforme negro de los alumnos, con botones dorados,
me infunda la tmida consideracin de un militarismo bri
llante, aparejado para las campaas de la ciencia y del bien. Yo
lo reciba todo con conviccin, como si se tratara del texto de la
Biblia del deber: la letra de los cnticos en el coro de los indis
ciplinados falsetes de la pubertad; los discursos revisados por
el director, panzones de sesudez, en la boca irreverente de la
4

Traje militar de gala.

83 s

primera juventud, como un Cendrillon5 contrahecho de la bur


guesa conservadora, recitados con una monotona de organille
ro y gestos giratorios de manivela, o bien exagerados, con voz
cava y caretas de tragedia anacrnica. Aceptaba las banalidades
profundamente promulgadas como si fueran las sabias mximas
de la enseanza redentora. Me pareca estar viendo la legin de
los amigos del estudio, con los maestros al frente, en heroica
embestida contra el oscurantismo, arrastrando por los cabellos,
derribando y poniendo a sus pies a la ignorancia y al vicio, mi
srrimos estorbos consternados y pataleantes.
Me impresion, sobre todo, un discurso. A la derecha de la
comisin de premios estaba la tribuna de los oradores. A s
ta subi, firme y restiradito, Venancio, un profesor del colegio
que ganaba cuarenta mil-ris6 por materia, y que no por eso era
menos importante; saba mostrarse irreductible en su orgullo
de independencia, mestizo de bronce, pequeito y tenaz, que
habra de hacer carrera ms tarde. El discurso consisti en el t
pico enfrentamiento de los torneos medievales con el moderno
certamen de las armas de la inteligencia; despus, una prelacin
pedaggica, tachonada de flores de retrica metidas a la fuerza;
y la apologa de la vida de colegio, seguida por la exaltacin del
maestro en general y, en particular, de Aristarco y del Ateneo.
El maestro peror Venancio es la prolongacin del
amor paterno, es el complemento de la ternura de las madres,
5
Nombre de la Cenicienta en la versin de Charles Perrault (1697): Cendrillon ou La petite pantoufle de verre. El trmino tambin designa al conjunto de
relatos que comparten los motivos esenciales de este cuento de hadas en diversas
tradiciones.
6
Mil reales. El vocablo era de uso muy frecuente en el siglo xix, pues para
entonces el real, que fue la moneda corriente en Brasil hasta 1942, haba sufrido
fuertes devaluaciones.

s84

el celoso gua de los primeros pasos por la senda escabrosa que


lleva a las conquistas del saber y la moralidad. Su auxilio, ex
perimentado en la labor cotidiana de su sagrada profesin, nos
ampara como la Providencia en la tierra y nos escolta asiduo,
como un ngel de la guarda; su leccin prudente nos ilumina
la jornada entera del futuro. A nuestro padre debemos la exis
tencia del cuerpo; el maestro nos cra el espritu (sensacionales
sorites7), y el espritu es la fuerza que impele, el impulso que
triunfa, el triunfo que ennoblece, el ennoblecimiento que glo
rifica, y la gloria es el ideal de la vida, el laurel del guerrero, el
roble del artista, la palma del creyente! La familia es el amor en
el hogar; el Estado es la seguridad civil; el maestro, con su amor
fuerte, que instruye y corrige, nos prepara para la invaluable se
guridad ntima de la voluntad. Por encima de Aristarco, Dios!
Dios tan slo; debajo de Dios, Aristarco.
Un ltimo gesto dilatado, como un garigoleo sobre el vaco,
coron ese arrebato de elocuencia.
Yo me senta compenetrado con todo aquello; no tanto por
que entendiera bien, sino por la facilidad de la fe ciega a la que
estaba dispuesto. Las paredes pintadas de la antesala imitaban el
prfido verde; frente al prtico, abierto hacia el jardn, se alzaba
una amplia escalera que ascenda al piso superior. Flanqueando
la majestuosa puerta de esta escalera, haba dos cuadros en alto
rrelieve: a la derecha, una alegora de las artes y el estudio; a la
izquierda, las industrias humanas, nios desnudos como en los
frisos de Kaulbach,8 risueos, con sus herramientas simblicas
Recurso estilstico mediante el cual el predicado o atributo de una oracin
se convierte en el sujeto de la que le sigue, y as sucesivamente.
8
Wilhelm von Kaulbach (18051874), pintor alemn en cuyas obras, mayo
ritariamente murales, figuran con frecuencia alegoras de elementos civiliza
torios como las ciencias y las artes.
7

85 s

psicologa pura del trabajo, modelada idealmente en la candi


dez del yeso y la inocencia. Eran mis hermanos! Yo estaba a la
espera de que uno de ellos me invitara, extendiendo la mano,
a participar en ese baile feliz que los mova. Oh!, qu sera el
colegio sino la traduccin concreta de la alegora, la ronda an
gelical de corazones ante las puertas de un templo, la dula per
manente de las almas jvenes en el ritual austero de la virtud?
Volv al colegio en ocasin de la fiesta de la gimnasia.
El Ateneo estaba situado en los confines del ro Comprido,9
ya llegando a los cerros.
Las eminencias de lbrega piedra y la vegetacin selvtica em
pinaban sobre el edificio un crepsculo de melancola, capaz de
resistir incluso el sol a plomo de los mediodas de noviembre. Es
ta melancola era un plagio del detestable pavor monacal de otra
casa de educacin, el negro Caraa de Minas.10 Aristarco se ufa
naba de esta tristeza area: la atmsfera moral de la meditacin y
del estudio, segn la defina l, elegida cuidadosamente para ma
yor lujo de la casa, como un minsculo apndice arquitectnico.
El da del Festival de la Educacin Fsica, como rezaba el pro
grama (un programa animadsimo, porque el secretario del di
rector tena talento para los programas), no not esa sensacin
de yermo, tan acentuada en sitios montaosos, que habra de
percibir despus. Las galas del momento hacan sonrer al pai
saje. La arboleda del inmenso jardn, entretejido de colores por
mil banderas, brillaba bajo el sol radiante con un esplendor de
Barrio del norte de la ciudad de Ro de Janeiro, llamado as por el ro del
mismo nombre. Hacia la segunda mitad del siglo xix era todava una zona poco
urbanizada, donde las familias acomodadas construan casas de campo.
10
Minas Gerais, estado ubicado en el sureste del territorio brasileo, se hizo
acreedor a ese nombre por las minas de oro y piedras preciosas que se encontra
ron en la regin, explotadas en su mayor parte durante el siglo xviii.
9

s86

extraa alegra; las vistosas telas, entre el ramaje, simulaban flo


res colosales, en una caricatura extravagante de la primavera; las
ramas fructificaban en linternas venecianas, enormes pomas de
papel, de una fecundidad carnavalesca. Yo iba transportado por
el impulso de la multitud. Mi padre me aferraba slidamente
por la mueca para que no me extraviara.
A tal punto estaba yo sumergido en esa ola, que tena que
mirar hacia arriba para respirar. Un tipo que estaba ms cerca,
frente a m, me hizo rer: llevaba la camisa desfajada... Pero no era
la camisa: pude ver que era el pauelo. Del suelo suba un fuerte
olor a canela pisada; a travs de los rboles, a intervalos, pasaban
rfagas de msica, como una tempestad de filarmnicas.
Un ltimo apretujn ms recio, que hizo tronar mis costillas,
me exprimi, a travs de la estrecha rendija de un muro, hacia el
espacio libre.
Frente a m, un prado vastsimo. Lo rodeaba un ala de gallar
detes, contentos en el espacio, con el brillo pintoresco de sus
tonos enrgicos cantando vivamente sobre la armoniosa sor
dina del verde de las montaas. Por todos lados se apiaba el
pueblo. Cuando me volv divis, a lo largo del muro, dos lneas
de estrado con sillas casi exclusivamente ocupadas por seoras,
cuyos vestuarios refulgan en una violenta confusin de colo
rido. Algunas se protegan la vista con la mano enguantada o
con el abanico a la altura de la frente, contra el da que rutilaba
en un bloque de nubes que creca desde el cielo. Sobre el es
trado susurraban y se mecan dulcemente algunos bosquecillos
de bamb que proyectaban largusimas franjas de sombra en el
terreno cubierto de hierba.
Algunas damas empuaban binculos. Siguiendo la direccin
de los binculos, se distingua un movimiento albeante. Eran los
muchachos.

87 s

Ah vienen! dijo mi padre. Van a desfilar ante la


princesa.
La princesa imperial, regente en esa poca,11 se encontraba a
la derecha, en un gracioso palco de madera.
Unos instantes despus, pasaban frente a m los alumnos del
Ateneo. Seran unos trescientos; me producan la impresin de
lo innumerable. Todos de blanco, comprimidos por una ancha
faja roja, con presillas de hierro en las caderas y, en la cabeza, un
pequeo gorro ceido por una cinta con las puntas sueltas. En el
hombro izquierdo traan cintas que distinguan a los contingen
tes. Pasaron al toque del clarn, cargando los pertrechos de los
distintos ejercicios. El primer contingente, las pesas; el segundo,
las clavas; el tercero, las barras.
Cerraban la marcha, desarmados, los que slo figuraran en
los ejercicios generales.
Despus de una larga vuelta de cuatro en fondo, se dispusie
ron en pelotones, invadieron el prado y, con una cadencia guia
da por el ritmo de la banda de sus colegas, que los esperaba en
el centro del terreno, con una certeza de disciplina amaestrada,
ejecutaron las maniobras perfectas de un ejrcito comandado
por el ms inslito instructor.
La princesa imperial, doa Isabel Leopoldina de Braganza y Borbn (1846
1921), era hija del segundo emperador de Brasil, don Pedro II, y heredera al
trono. Asumi la regencia en tres ocasiones a lo largo el reinado de su padre.
Durante el primero de estos periodos (18711872), promulg la Ley del Vien
tre Libre, que estableca la libertad para todos los hijos de esclavos que nacieran
a partir de entonces. En 1888, durante su tercera regencia (18871888), aboli
la esclavitud mediante la Ley urea, que le vali el sobrenombre de Reden
tora. Ese mismo ao se public El Ateneo. Considerando la importante carga
autobiogrfica de esta obra, es posible sugerir que se habla aqu de la segun
da regencia (18751876), poca en que Raul Pompeia tena doce o trece aos.
11

s88

Ante las filas, Bataillard, el profesor de gimnasia, exultaba


enarbolando la altivez de su xito en la extrema elegancia de su
talle, multiplicando, a travs de un milagroso desdoblamiento,
el compendio entero de la capacidad profesional, exhibida en
galera por una serie infinita de actitudes. La admiracin no sa
ba si decidirse por la hermosura masculina y recia de la dispo
sicin de sus msculos, que hacan estallar el dril del uniforme
que llevaba, blanco como el de sus alumnos, o por la nerviosa
celeridad de sus movimientos, efecto elctrico de linterna m
gica que haca respetar, en la variedad prodigiosa, la unidad de
la correccin suprema.
Sobre el pecho le tintineaban las agujetas del comando, que
slo estaban hechas de cordones rojos trenzados. Daba las rde
nes con fuerza, con una vibracin penetrante de corneta que
dominaba a distancia, y sonrea ante la docilidad mecnica de
los muchachos. Como oficiales subalternos, lo auxiliaban los
jefes de los destacamentos, que, debidamente apostados con
sus pelotones, agitaban en la manga distintivos de cinta verde
y canutillo.
Una vez terminadas las evoluciones, se presentaron los ejer
cicios. Msculos del brazo, msculos del tronco, tendones de los
jarretes, toda la teora del corpore sano se practic all valiente
mente, con precisin, con la simultaneidad exacta de las grandes
mquinas. Luego tuvo lugar el asalto a los aparatos. stos se ali
neaban a un lado del terreno, partiendo del palco de la regente.
No puedo dar una idea del deslumbramiento que me produjo
esta parte. Un desorden de contorsiones, dislocadas y atrevidas;
un vrtigo de volteretas en la barra fija; temeridades acrobticas
en el trapecio, en las perchas, en las cuerdas, en las escaleras; pi
rmides humanas sobre las barras paralelas, que se deformaban
hacia los lados en curvas de brazos y ostentaciones vigorosas de

89 s

trax; formas de estatuaria viva, trmulas de esfuerzo, que deja


ban adivinar desde lejos el estallido de los huesos desarticulados;
posturas de transfiguracin sobre puntos de apoyo invisibles;
aqu y all, una cabecita rubia, cabellos en desorden que caan
rizados sobre la frente; un rostro inyectado por la inversin del
cuerpo, labios entreabiertos, anhelantes, ojos semicerrados para
esquivar la arena de los zapatos; espaldas de sudor, con la cami
sa adherida como una pasta; gorros sin dueo que caan desde
lo alto y tapizaban la tierra; movimiento, entusiasmo por todas
partes y la luz del sol, blanca en los uniformes, consumiendo los
ltimos fuegos de la gloria diurna sobre aquel triunfo espectacu
lar de la salud, la fuerza y la juventud.
El profesor Bataillard, rojo de agitacin, ronco de tanto man
dar, lloraba de placer. Abrazaba a los muchachos sin distingos.
Dos bandas militares se relevaban activamente, animando a la
masa de los espectadores. El corazn me saltaba dentro del pecho
con un alborozo nuevo que me arrastraba hacia el centro de los
alumnos, en una ardiente leva de fraternidad. Aplauda; dejaba
escapar gritos que me avergonzaban cuando alguien me miraba.
Pusieron fin a la fiesta los saltos, las carreras por parejas, la
lucha grecorromana y la distribucin de los premios de gimnasia,
que la mano egregia de la Serensima Princesa y la un poco menos
de su Augusto Esposo12 prendan con alfileres en el pecho de los

Luis Felipe Mara Gastn de Orleans (18421922), mejor conocido como


conde dEu, contrajo matrimonio con la princesa Isabel en 1864, asumiendo,
as, el ttulo de prncipe consorte de Brasil. Fue un personaje repudiado por
los crculos republicanos (a los que perteneca Pompeia), y objeto frecuente de
escarnio en la prensa. Se le acusaba de haber cometido crmenes atroces en la
Guerra de Paraguay y de enriquecerse mediante la explotacin de vecindades
en Ro de Janeiro.
12

s90

vencedores. Fue digno de verse: los jvenes atletas aferrados por


parejas, empujndose, constrindose, dando vueltas, rodando
sobre la hierba con gritos satisfechos y resuellos de mpetu; los
corredores, algunos en forma, con la respiracin medida, los la
bios unidos, los puos cerrados contra el cuerpo, y el paso corto y
vertiginoso; otros irregulares, braceantes, prodigando zancadas,
rasgando el aire a puntapis con una precipitacin desgarbada de
avestruz y llegando jadeantes, con capas de polvo en la cara, al
poste de la meta.
Aristarco estallaba de jbilo. Haba abandonado ese comedi
miento soberano que yo le haba admirado en la primera fiesta.
De punta en blanco, como los muchachos, y sombrero panam,
se esparca con una imposible ubicuidad de medio ambiente. Se
le vea festejando a los prncipes con su risita nasal, encabrita
da, entre lisonjera e irnica, deshecha en etiquetas de reverente
sbdito y cortesano; se le vea gritndole al profesor de gimna
sia, gesticulando con el sombrero agarrado por la copa; se le vea
formidable, con su perfil leonino, rugiendo sobre un discpulo
que haba rehuido el trabajo o sobre otro que tena lodo en las
rodillas por haber luchado en un sitio hmedo, y poniendo tal
vehemencia en la reprimenda que hasta llegaba a ser carioso.
Todo al mismo tiempo.
El modelo campestre lo haba rejuvenecido. Senta las pier
nas ligeras y recorra celerpedo el frente de los estrados, lleno
de cumplidos para los invitados especiales y de interjecciones
amables para todos. Iba y vena como una visin de dril claro,
que de sbito se extingua para reaparecer ms viva en otro pun
to. Aquella expansin nos derrotaba; su ser irradiaba sobre los
alumnos, sobre los espectadores, el magnetismo dominante de
los estandartes de batalla. Nos robaba dos tercios de la atencin
que exigan los ejercicios; nos indemnizaba con el equivalente en

91 s

sorpresas de vivacidad que su ser desprenda profusamente, en


erupciones que lo empapaban todo, en serpenteantes ascensos
de pirotecnia que se dirigan hacia las nubes y luego bajaban se
renos, diluidos en las ltimas horas de la tarde, que embeban los
pulmones. Actor profundo, interpretaba al pie de la letra, inten
samente, el papel difano, sutil y metafsico de alma de la fiesta
y alma de su instituto.
Hubo algo, empero, que lo entristeci: un escndalo peque
ito. Su hijo Jorge, en la distribucin de los premios, se haba
negado a besar la mano de la princesa como hacan todos al reci
bir la medalla. Era republicano el chiquillo! Tena ya, desde los
quince aos, convicciones osificadas en la espina inflexible del
carcter! Nadie dio muestras de haberse percatado de la osada.
Aristarco, sin embargo, llam al nio aparte. Lo enfrent silen
ciosamente y... nada ms. Y nadie volvi a ver al republicano!
El infeliz se haba consumido naturalmente, incinerado por el
fuego de aquella mirada! En ese momento, las bandas tocaban
el himno de la monarqua jurada, ltimo nmero del programa.
Comenzaba a hacerse de noche cuando el colegio se form al
toque de recoger. Marcharon aclamados, entre filas de gente, y
se fueron del terreno entonando alegres un cntico escolar.
Por la noche hubo baile en los tres salones inferiores del ala
principal del edificio e iluminacin en el jardn.
Al retirarme, estaban encendiendo un surtido de luces de
bengala ante la casa. El Ateneo, con sus cuarenta ventanas, res
plandecientes por el gas interior, se daba aires de encantamiento
gracias a la iluminacin que vena de fuera. Se eriga en la oscu
ridad de la noche como una inmensa muralla de coral llameante,
como un escenario animado de zafiro con horripilaciones erran
tes de sombra, como un castillo fantasma golpeado por la luz verde
de una luna tomada de la intensa selva de las novelas caballeres

s92

cas, que por un instante hubiera despertado de la leyenda muerta


para acudir a una entrevista de espectros y recuerdos. Un chorro
de luz elctrica, derivado de una fuente invisible, hera la ins
cripcin dorada que se vea en arco, sobre las ventanas centrales,

a lo alto del edificio. En el balcn de una de ellas se mostraba


Aristarco. La expresin olmpica de su semblante transpiraba la
beatitud de un goce sublime. Gozaba la sensacin previa, en el
bao luminoso de la inmortalidad a la que se crea consagra
do. As deba ser el glorioso ambiente del panten: luz benigna
y fra, sobre bustos eternos. All abajo, la contemplacin de la
posteridad.
Aristarco tena momentos de stos, sinceros. El anuncio se
confunda con l, lo suprima, lo sustitua, y l gozaba como un
cartel que experimentara el entusiasmo de ser rojo. En ese mo
mento no era simplemente el alma de su instituto; era su apa
riencia misma y palpable, la sntesis burda del ttulo, el rostro, la
fachada y el prestigio material de su colegio; era idntico a las
letras que lucan en aureola sobre su cabeza. Las letras, de oro;
l, inmortal: sa era la nica diferencia.
Conserv el grabado de esta apoteosis, en la imaginacin in
fantil, con un aturdimiento ofuscado, ms o menos como el de un
sujeto que partiera a media noche de cualquier teatro en el que,
mediante un beatfico hechizo, Dios Padre se hubiera prestado a
participar en persona para grandeza de la ltima escena. Lo co
noc solemne en la primera fiesta, jovial en la segunda; lo conoc

93 s

ms tarde en mil situaciones, de mil maneras; pero el retrato que


conserv para siempre de mi gran director fue aqul: el hermoso
bigote blanco, el mentn afeitado, la mirada perdida en las tinie
blas: fotografa esttica en la ventura de un rayo elctrico.
Es fcil concebir la atraccin que me llamaba hacia aquel
mundo tan altamente interesante en el concepto de mis impre
siones. Imaginen el placer que sent cuando mi padre me dijo
que me iban a presentar ante el director del Ateneo y el alumna
do. Mi emocin ya no era vanidad, sino el legtimo instinto de la
responsabilidad altiva; era una apasionada consecuencia de
la seduccin del espectculo, el arrobo de solidaridad que pa
reca atarme a la comunin fraternal de la escuela. Honrado
equvoco, ese ardor franco por una empresa ideal de energa y
dedicacin, premeditada confusamente en el pobre clculo de la
experiencia que se tiene a los diez aos.
El director nos recibi en su mansin, con manifestaciones ex
tremas de afecto. Se hizo cautivador, paternal; nos abri muestras
de los mejores patrones de su espritu, expuso las hechuras de

s94

su corazn. El gnero era bueno, sin duda alguna, pues, pese al


saco de seda y el calzado raso con que se nos presentaba, pese a
la bondadosa familiaridad con que se inclinaba hasta nosotros, ni
por un segundo lo destitu de esa cspide de divinizacin en que
mi criterio estupefacto lo haba aceptado.
Cierto es que no era fcil reconocer all, tangible y encarna
da, una entidad que otrora haba pertenecido a la mitologa de
mis primeras concepciones antropomrficas: inmediatamente
despus de Nuestro Seor, al que yo sola imaginar viejo, fesi
mo, barbn, impertinente, jorobado, amonestando con truenos,
carbonizando nios con la centella. Yo haba aprendido a leer
con los libros elementales de Aristarco y lo supona viejo como
al primero, pero afeitado, de cara chupada, pedaggica, anteojos
apocalpticos, birrete negro con borla, gangoso, omnipotente y
malo, con una mano detrs, escondiendo la palmatoria, y adoc
trinando a la humanidad con el abc.
Las impresiones recientes derogaban a mi Aristarco; pero la
hiprbole esencial del primitivo se transmita a su sucesor por
un misterio de hereditariedad renitente. Me resultaba placente
ra entonces la reida contienda de las dos imgenes y aquella
complicacin inmediata del saco de seda y los zapatos rasos,
que se aliaban con Aristarco II en contra de Aristarco I en el
reino de mi fantasa. En esto estaba, cuando me acariciaron la
cabeza. Era l! Me estremec.
Cmo se llama este angelito? Me pregunt el director.
Sergio... le dije mi nombre completo, bajando los ojos y
sin olvidar el corolario: su servidor, de estricta cortesa.
Pues, querido seor Sergio, ha de tener la bondad, amigo
mo, de ir al barbero a que le corten estos ricitos....
Yo tena todava el cabello largo por un capricho amoroso de
mi madre. El consejo estaba visiblemente aderezado de censura.

95 s

El director, explicndose ante mi padre, aadi, con la risita na


sal que saba soltar:
S, seor, los nios bonitos no la pasan bien en mi colegio...
Pido su venia para defender a los nios bonitos objet
alguien que entraba.
Sorprendindonos con esta frase, untuosamente filtrada a tra
vs de una sonrisa, lleg la seora del director, doa Ema. Una mu
jer hermosa, en plena prosperidad de los treinta aos de Balzac,13
formas alargadas por una graciosa esbeltez, un tronco erigido, no
obstante, sobre una cadera amplia, fuerte como la maternidad; ojos
negros, pupilas retintas de un solo color, que parecan llenar el corte
lnguido de los prpados; de ese moreno rosado que poseen algu
nas hermosuras, y que sera tambin el color de la pomarrosa si la
pomarrosa fuese, rigurosamente, el fruto prohibido. Se adelantaba
con movimientos oscilados, en una cadencia de minueto armonioso
y suave que su cuerpo alternaba. Vesta satn negro, ceido sobre
sus formas, reluciente como tela mojada; y el satn viva, con osada
transparencia, la vida oculta de la carne. La aparicin me maravill.
Se hicieron las presentaciones de cortesa, y la seora, con un leve
dejo de excesiva desenvoltura, se sent en el divn, junto a m.
Cuntos aos tienes? me pregunt.
Once...
Pareces de seis, con este cabello tan lindo.
Yo, en efecto, no estaba desarrollado. La seora me coga el
cabello con los dedos:
Crtatelo y ofrceselo a mam me aconsej con una ca
ricia; ah es donde se queda la infancia, en el cabello rubio...
Despus, los hijos ya no tienen nada ms para sus madres.

13

s96

Alusin a La mujer de treinta aos, novela de Honor de Balzac.

El poemita de amor materno me deleit como una meloda


divina. Mir furtivamente a la seora. Mantena fijas sobre m
las grandes pupilas negras, lcidas, con una expresin de infini
ta bondad! Qu buena madre para los nios, pensaba yo. Luego,
dirigindose a mi padre, formul sentidas observaciones sobre
la soledad de los nios en el internado.
Pero Sergio es de los fuertes dijo Aristarco apoderndose
de la palabra. Por lo dems, mi colegio es slo un poco mayor
que el hogar domstico. El amor no es precisamente el mismo,
pero los cuidados de vigilancia son ms activos. Los nios son
mis preferidos. Mis ms esforzados desvelos estn entregados a
los pequeos. Si enferman y la familia est fuera, no los confo
a ningn tutor... Los trato aqu, en mi casa. Mi seora es la enfer
mera. Quisiera que lo viesen mis detractores...
Ya metido en la senda de su tema ms preciado, el elogio de
s mismo y del Ateneo, nadie ms pudo hablar.
Aristarco, sentado, de pie, dando terribles zancadas, inmovi
lizndose en repentes inesperados, gesticulando como un tribu
no de meetings, clamando como para un auditorio de diez mil
personas, majestuoso siempre, enalteciendo sus patrones admi
rables, como un subastador, y sus opulentas hechuras, desarro
ll, con la memoria de una conferencia reciente, la historia de
sus servicios a la santa causa de la instruccin. Treinta aos
de pruebas y resultados, iluminando como un faro diversas ge
neraciones hoy influyentes en el destino del pas! Y las refor
mas futuras? No bastaba con abolir los castigos fsicos, cosa que
ya otorgaba una benemerencia pasable. Era necesario introdu
cir mtodos nuevos, suprimir por completo las humillaciones
del castigo, introducir modalidades mejoradas en el sistema de
recompensas, organizar los trabajos de manera que la escuela
fuera un paraso, adoptar normas desconocidas cuya eficacia

97 s

presenta l, perspicaz como las guilas. Aristarco habra de


crear... un horror: la transformacin moral de la sociedad!
En determinado momento, atron en su boca, en sangunea
elocuencia, el genio del anuncio. Lo miramos en su entera ex
pansin oral, como, con ocasin de las fiestas, en la plenitud de
su vivacidad prctica. Contemplbamos (yo con aterrado asom
bro) distendido en grandeza pica, al hombre-sndwich de la
educacin nacional. Lardeado por dos monstruosos carteles. A
su espalda, su pasado incalculable de trabajos; sobre el vientre,
hacia adelante, su futuro: el rclame de los proyectos inmortales.

s98

sII s
Las clases iniciaban el 15 de febrero.
Por la maana, a la hora reglamentaria, me present. El di
rector, en la oficina del establecimiento, ocupaba una silla gira
toria junto a la mesa de trabajo. Sobre la mesa, un gran libro se
desplegaba en tupidas columnas de tenedura y lneas encar
nadas.
Aristarco, que consagraba las maanas a la direccin finan
ciera del colegio, confrontaba, analizaba los registros del tenedor
de libros. Continuamente entraban alumnos. Algunos, acompa
ados. A cada interrupcin, el director cerraba lentamente el
libro comercial, marcando la pgina con un alfanje de marfil.
Haca girar la silla y soltaba interjecciones de acogimiento, ofre
ciendo episcopalmente su mano peluda al beso compungido y
filial de los nios.
Los mayores, por lo general, evadan la ceremonia y partan
con un simple apretn de manos.
El muchacho desapareca con una sonrisa plida en el rostro,
sintiendo nostalgia de la indolencia dichosa de las vacaciones. El
padre, el acompaante, el tutor, se despeda despus de unos sa
ludos banales o algunas palabras en torno al estudiante, ameni
zadas por el encanto de la bonhoma superior de Aristarco, que
expulsaba hbilmente a un sujeto con su risa gangosa y el simple
modo apremiante de sostenerle los dedos.
La silla giraba de nuevo a su posicin inicial, el libro de regis
tros extenda otra vez sus pginas enormes y la figura paternal

99 s

del educador se deshaca, volviendo a simplificarse en la astucia


atenta y seca del gerente.
A este vaivn de actitudes, doble rostro de una misma indivi
dualidad y contingencia comn a los sacerdocios, estaba tan ha
bituado nuestro director, que la maniobra no le costaba ningn
esfuerzo. El estudioso y el levita permanecan en su interior, en
ntima camaradera, bras dessus, bras dessous.1 Saban, sin desa
provechar oportunidad, aparecer alternada o simultneamente;
eran como dos almas fundidas en un solo cuerpo.
En l se soldaban el educador y el empresario con la rigu
rosa perfeccin del acuerdo. Dos caras de una misma moneda;
opuestas, pero yuxtapuestas.
Cuando mi padre entr conmigo, haba en el semblante de
Aristarco cierto vestigio de enfado. Decepcin estadstica, qui
z: el nmero de estudiantes nuevos no compensara el de los
perdidos, las nuevas entradas no contrabalancearan los gastos
de fin de ao... Pero esa sombra de despecho se borr pronto,
como un resto de tnica que apenas si tarda en desaparecer en
una mutacin evidente; y fue con una explosin de contento
como nos recibi el director.
Su diplomacia se distribua en escaos numerados, segn la
categora de recepcin que quera prodigar. Tena modales de
todos los grados, segn la condicin social de la persona. Sus
simpatas verdaderas eran escasas. En la mdula de cada una de
sus sonrisas habitaba un visible secreto de frialdad. Y se marca
ban duramente las distinciones polticas, las distinciones finan
cieras, las distinciones basadas en la historia escolar del discpulo,
basadas en la razn discreta del tenedor de libros. A veces, un
nio senta el dolor de la punzada en la disposicin de la mano
1

Con los brazos entrelazados.

s100

que le daban a besar. Sala preguntndose a s mismo el motivo


de aquello, que no figuraba entre sus notas escolares... Su padre
estaba dos trimestres atrasado.
Por diversas razones, mi recepcin deba ser de las mejores.
Efectivamente: Aristarco se levant para salir a nuestro encuen
tro y nos condujo al saln especial de visitas.
Despus sali a mostrarnos el establecimiento, las coleccio
nes, acomodadas en armarios, de objetos propicios para facilitar
la enseanza. Yo lo vea todo con curiosidad, sin pasar por alto las

101 s

miradas de los colegas desconocidos, que me observaban muy


llenos de s desde la dignidad de sus uniformes impecables. El
edificio haba sido encalado y pintado durante las vacaciones, co
mo los barcos que aprovechan el descanso en los puertos para
reformar su apariencia. De las paredes pendan mapas que me
gustaba contemplar como un itinerario de largos viajes proyec
tados. Haba estampas de colores con marcos negros, motivos
de historia sagrada y trazo grosero, o ejemplares zoolgicos y
botnicos que me revelaban sendas de aplicacin estudiosa en
las que esperaba triunfar. Otros cuadros, cubiertos de vidrio, ex
hiban sonoramente reglas morales y consejos que yo conoca
muy bien, de amor a la verdad, a los padres, y de temor a Dios,
y que me produjeron la extraeza de un cdigo de redundancia.
Entre los cuadros haba muchos relativos al maestro; eran los ms
numerosos y todos ellos se esforzaban por elevarlo a una entidad
incorprea, argamasada con pura esencia de amor y suspiros cor
tantes de sacrificio, ensendome una didascalolatra que yo, en
mis adentros, con devocin, juraba seguir al pie de la letra. Visi
tamos el refectorio, adornado con trabajos a lpiz de los alumnos,
la cocina de azulejos, el gran patio interno de los recreos, los dor
mitorios, la capilla... De vuelta en la sala de recepcin, adyacente
a la de la entrada lateral y situada frente a la oficina, me presen
taron al profesor Manlio, de la clase superior de primeras letras.
Un hombre pulcro, con la barba cerrada y canosa; una excelente
persona, que desconfiaba sistemticamente de todos los nios.
Durante el tiempo que dur la visita, Aristarco no habl sino
de las luchas y sudores que le arrancaba la mocedad y que no eran
suficientemente apreciados.
Un trabajo insano! Moderar, animar, corregir a esta masa de
caracteres en los que comienza a hervir el fermento de las incli
naciones; encontrar y encaminar la naturaleza en la poca de los

s102

mpetus violentos; amordazar los ardores excesivos; retemplar el


nimo de los que se dan por vencidos precozmente; acechar, intuir
los temperamentos; prevenir la corrupcin; desalentar las aparien
cias seductoras del mal; aprovechar los alborozos de la sangre para
las nobles enseanzas; prevenir la depravacin de los inocentes;
vigilar los sitios oscuros; fiscalizar las amistades; desconfiar de las
hipocresas; ser amoroso, ser violento, ser firme; triunfar sobre
los sentimientos de compasin para ser correcto; proceder con se
guridad para despus dudar; castigar para pedir perdn despus;
una labor ingrata, titnica, que extena el alma, que nos deja pos
trados al anochecer para recomenzar el da siguiente... Ah, ami
gos mos! concluy sofocado, no es el espritu lo que me cues
ta, no es el estudio de los muchachos lo que me preocupa... Es su
carcter! No es la pereza mi enemigo, es la inmoralidad! Aristarco
tena para esta palabra una entonacin especial, comprimida y te
rrible, que jams olvida quien la oy de sus labios.
La inmoralidad! y retroceda trgicamente, crispando
las manos. Ah, pero soy tremendo cuando nos escandaliza
esta desgracia! No! Los padres pueden estar tranquilos! En el
Ateneo, la inmoralidad no existe! Yo velo por el candor de los
nios, como si fueran, no digo mis hijos: mis propias hijas! El
Ateneo es un colegio moralizado! Y les prevengo muy a tiem
po... Tengo un cdigo...
En este punto, el director se levant de un salto y mostr un
gran cuadro que penda de la pared.
Aqu est nuestro cdigo. Lanlo! Todas las culpas se pre
vienen; hay un castigo para cada hiptesis. El caso de la inmo
ralidad no figura all. El parricidio no constaba en la ley griega.
Aqu no est la inmoralidad. Si ocurre esa desgracia, la justicia
es mi terror, y la ley, mi arbitrio! Que despus rabien los seo
res padres...!

103 s

Les aseguro que el mo tembl por m. Yo, encogido, perso


nificaba en superlativo la famosa metfora de la vara verde. No
tando mi perturbacin, el director se deshizo en mimos.
Pero para los muchachos dignos soy un padre! A los malos
los conozco: los pequeos nunca lo son, y an menos lo sers t,
que eres el placer de la familia, y que sers, estoy seguro, una de
las glorias del Ateneo. Pierdan cuidado...
Yo me tom en serio la profeca y qued ms tranquilo.
Cuando mi padre sali, me brotaron lgrimas que ocult a
tiempo para mostrarme fuerte. Sub al saln azul, el dormito
rio de los medianos, donde estaba mi cama; me cambi la ropa
y llev mi uniforme al nmero 54 del depsito general: se era
mi nmero. No tuve valor para afrontar el recreo. Vea de lejos
a mis colegas, pocos a aquella hora, paseando en grupos, con
versando amigablemente, sin animacin, impresionados todava
por los recuerdos del hogar. No me decida a ir a su encuentro,
avergonzado por la novedad de los pantalones largos, como una
exageracin cmica, y por la sensacin de desnudez en la nuca,
que el corte de cabello reciente haba destapado en escndalo.
Joo Numa, el inspector o bedel, retacote, barrign, de anteojos
oscuros, movindose con la vivacidad de un lechn alegre, me
encontr indeciso en la escalera del patio.
No bajas a jugar? me pregunt bondadosamente. Va
mos, baja, ve con los dems.
El amable lechn me tom de la mano y bajamos juntos.
El inspector me dej entre dos muchachitos, que me trataron
con simpata.
A las once, la campanilla anunci el inicio de clases. Mis bue
nos compaeros de cursos anteriores me indicaron cul era el
saln donde se imparta la enseanza superior de las primeras
letras, a donde deba dirigirme, y se despidieron.

s104

El profesor Manlio, a quien me haban recomendado, me re


comend a su vez al ms serio de sus discpulos, el honrado
Rabelo. Rabelo era el mayor y tena anteojos oscuros, como Joo
Numa. El vidrio curvo de los lentes le cubra los ojos rigurosa
mente, monopolizando su atencin en un inters nico: la mesa
del profesor. Por si fuera poco, el celoso estudiante se pona las
manos en concha junto a las sienes para impedir el contrabando
evasivo de alguna mirada que escapara al monopolio del cristal.
Este exceso de aplicacin no se deba al simple esfuerzo por
asumir una actitud ejemplar. Rabelo sufra de la vista; tanto, que
no haba podido entregarse a los estudios sino hasta muy tarde.
Me recibi con una sonrisa benvola de abuelo; se alej un poco
para abrirme lugar y me olvid incontinenti, para hundirse en
esa devoradora atencin que constitua su atributo.
Mis compaeros de clase eran unos veinte; una variedad de ti
pos que me diverta. Gualtrio, menudo, cargado de espaldas, con
el cabello revuelto, movimientos bruscos y muecas de simio; el bu
fn de los dems, como deca el profesor. Nascimento, el narizotas,
alargado conforme un esquema general de pelcano, con una nariz
esbelta, encorvada y ancha como una hoz. lvares, moreno, con
el ceo fruncido, cabellera espesa e intonsa de vate de taberna,
violento y estpido, a quien Manlio atormentaba vaticinndole un
empleo en los andenes del tranva, con la placa numerada de los co
bradores, ms llevadera que la responsabilidad de los estudios. Al
meidinha, claro, translcido, con rostro de nia, mejillas de un ro
sceo enfermizo, que se levantaba para ir a la pizarra con un andar
lnguido de convaleciente. Maurilio, nervioso, inquieto, habilsimo
para las operaciones matemticas: cinco por tres, por dos, menos
nueve, por siete?... ah estaba Maurilio, trmulo, agitando en el aire
su dedito astuto... los ojos le fulgan en el rostro moreno, marcado
por un lunar en la frente. Negro, de narinas encendidas, labios

105 s

inquietos, fisionoma agreste de cabra, zurdo y anguloso, incapaz


de permanecer sentado tres minutos; siempre ante la mesa del
profesor y siempre ahuyentado de ah, con una sonrisita de po
ca vergenza dibujada en el rostro, hacindole fiestas al maestro,
alabando su bondad, que no corresponda con los sopapos, aven
turando en todo momento un conato de abrazo que Manlio re
chazaba, precavido ante ese tipo de confianzas. Batista Carlos, de
raza india, robusto, malencarado, rascndose mucho, como si le
molestara la ropa en el cuerpo, ajeno a las cosas de la clase, como
si no tuviera nada que ver con aquello, observando al profesor s
lo para aprovechar sus distracciones y herir la oreja de sus vecinos
con un dardo de papel doblado. A veces el dardo del indio llegaba
rebotando hasta la mesa de Manlio. Conmocin. Se suspendan
los trabajos: riguroso interrogatorio. Pero era en vano, porque los
miedosos le teman y l era suficientemente artero e hipcrita pa
ra disimular.
Dignos de mencin eran tambin Cruz, tmido, asustadizo,
siempre con la oreja atenta, la mirada timorata de quien fue
criado a golpes, aferrado a los libros, fuerte en doctrina cris
tiana, fcil como un despertador para recitar las lecciones de
memoria, terco como una clavija para soltar una idea por s mis
mo; y, finalmente, Sanches, corpulento, un poco ms joven que
el venerando Rabelo, el primero de la clase, muy inteligente,
al que slo Maurilio superaba en la especialidad de los menos
nueve por tanto, cuidadoso en los ejercicios, mulo de Cruz en
la doctrina, sin rival en el anlisis, el dibujo y la cosmografa.
El resto era una muchedumbre indistinta, adormilada en los
ltimos pupitres, confundida en la sombra perezosa del fondo
del saln.
Tambin me recomendaron con Sanches. Me pareci extre
madamente antiptico: cara amplia, ojos acuosos, muertos, de

s106

un pardo transparente, labios hmedos que exudaban baba, de una


languidez viscosa de viejo crpula. Era el primero de la clase.
Aunque fuera el primero del coro de los ngeles sera, en mi
concepto, la ltima de las criaturas.
Me entretena en observar a mis compaeros, cuando el pro
fesor pronunci mi nombre. Me puse tan plido que Manlio
sonri y me pregunt, blando, si quera ir a la pizarra. Tena que
examinarme.
De pie, avergonzadsimo, sent que se me nublaba la vista en
una humareda de vrtigo. Adivin sobre m la mirada viscosa de
Sanches, la mirada odiosa y timorata de Cruz, los anteojos azu
les de Rabelo, la nariz de Nascimento girando despacio como la
caa de un timn; esper el dardo de Carlos, la correccin de
Maurilio, que, amenazante, le haca cosquillas al techo con su
dedo feroz. Respir, en la atmsfera adversa de esa maldita oca
sin, perfumada por la emanacin acre de las resinas de la arbo
leda vecina, una conspiracin en mi contra por parte de toda la
clase, desde las lisonjas de Negro hasta la maldad violenta de
lvares. Trastabill hasta la pizarra. El profesor me interrog;
no s si respond. Un pavor extrao se adue de mi espritu. El
terror supremo a las exhibiciones me acobard cuando imagin

107 s

en torno mo la irona malvada de todos aquellos rostros desco


nocidos. Me ampar en la pizarra para no caer; la tierra se hun
da bajo mis pies por la conciencia del momento. Me envolvi
la oscuridad de los desmayos, vergenza eterna! Y mi ltima
energa se liquid... por la mejor de las peores formas en que
puede liquidarse una energa.
De lo que sucedi despus no tengo idea. La perturbacin me
arrebat la conciencia de las cosas. Recuerdo que me encontr
con Rabelo en la ropera, y Rabelo me animaba con un esfuerzo
de bondad sincero y conmovedor.
Rabelo se retir y yo, en camisa, agobiado, aderezando mi de
sastre con amargura mientras el empleado de la ropera buscaba
el cajn nmero 54, me puse a considerar la diferencia que me
diaba entre esa situacin y el ideal de caballera con que haba
soado asombrar al Ateneo.
Como el criado tardaba, tom con fastidio un folletn que es
taba all, sobre la mesa de los registros, de los recibos de ropa
y las notas de lavandera. Era un folletn curioso, con versos y
estampas... Lo cerr convulsamente con el arrepentimiento de
una curiosidad perversa. Inslito, ese folletn! Lo abr de nue
vo. Me arda en la cara un inexplicable incendio de pudor, me
cerraba la garganta un extrao apretujn de nusea. Estaba es
clavizado, empero, por la seduccin de la novedad. Mir a mi
alrededor con un gesto culpable; no s qu instinto despertaba
en m un sobresalto de remordimiento. Un simple papel, no obs
tante, emborronado en el rpido tiraje de los delitos de prensa.
Lo afront. El criado vino a interrumpirme.
Suelta eso! dijo con brutalidad, eso no es para nios!
Y me quit el librito.
Esta impresin viva de sorpresa me cur el recuerdo del triste
episodio; creci en mi imaginacin como las visiones, absorbin

s108

dome las ideas. Me zumbaba en los odos la palabra aterrada de


Aristarco... S, deba tratarse de esto: de una trabazn oscura de for
mas desnudas, de ropa abierta, de un torbellino de frailes ebrios,
dislocados conforme el capricho de todas las deformidades de
un dibujo monstruoso, tocndose, danzando una zarabanda dia
blica sin fin en la sebosa negrura de la tinta de imprenta; aqu y
all, el relmpago blanco de un defecto fulminando el espectculo
y el grabado, como un estigma complementario del azar.
La ropera ocupaba gran parte del subsuelo del inmenso edifi
cio, entre la viguera del entarimado y la tierra recubierta de ce
mento. Otra parte se destinaba a los lavatorios: cientos de palan
ganas a lo largo de las paredes y, un poco ms arriba, en un friso
de madera, los vasos y los cepillos de dientes. Un tercer compar
timento, que quedaba ms all de stos, alojaba el arsenal de los
aparatos gimnsticos y el dormitorio de los criados. Para llegar
de la ropera al patio central haba que atravesar oblicuamente el
saln de las palanganas. Apenas hube salido del patio, encontr al
benvolo Rabelo, que me esperaba. Volvi sobre mi incidente con
un importuno refinamiento de complacencia, disculpndome, ex
plicndome, absolvindome; se volvi insoportable. Para cambiar
de tema, le ped informacin acerca de nuestro profesor. La que
me proporcion fue excelente, y no poda ser de otra manera tra
tndose de un alumno ejemplar como l. Ningn maestro es malo
para el buen discpulo, afirmaba una de las mximas de la pared.
Era la hora del descanso. Pasebamos conversando. Habla
mos de los colegas. Entonces, desde el interior de la blandura
patriarcal de Rabelo, vi descascarillarse una especie de inespe
rado Tersites2 que produca injurias y maldiciones.
Guerrero aqueo, contrahecho y plebeyo, que, en la Ilada, se atreve a alzar la
voz en contra de los hroes Agamenn y Aquiles, a quienes critica amargamente.
2

109 s

Una escoria! Una chusma! No puedes imaginarlo siquie


ra, mi querido Sergio. Considera una desgracia el tener que
vivir con esta gente y lanz un mohn sarcstico hacia los
muchachos que pasaban. Ah van con sus caritas falsas, ge
nerosa juventud... Unos perversos! Tienen ms pecados en
la conciencia que un confesor en los odos; una mentira en ca
da diente, un vicio en cada pulgada de piel. No confes en ellos.
Son serviles, traidores, brutales, aduladores. Si van juntos, pien
sas que son amigos... socios en las bajezas! Huye de ellos, huye
de ellos. Huelen a corrupcin, corrompen de lejos. Chusma de
hipcritas! Inmorales! Cada da de sus vidas se avergenza
de la vspera. Pero t eres pequeo; no he de decirte todo lo que
vale la generosa juventud. Ya sabrs, por ellos mismos, lo
que son... se es Malheiro, hbil en la gimnasia. Entr grande,
trayendo las buenas costumbres de cuanto colegio hay por ah.
Su padre es oficial. Creci en un cuartel, en medio de la chacota
de los soldados. Fuerte como un toro, todos le temen, muchos
lo rodean, los inspectores no pueden con l; el director lo res
peta, se hace de la vista gorda ante sus abusos... Este que pas
cerca de nosotros, observndonos detenidamente, es Cndi
do, con esos modos de mujer, ese airecito de quien acaba de
salir de la cama, con pereza en los ojos... Este sujeto... Has de co
nocerlo. Pero hay excepciones: ah viene Ribas, lo ves?, feo, el
pobrecito, como pocos, pero una perla. Es la mansedumbre en
persona. La primera voz del Orfen, una vocecita de nia que
el director adora. Es estudioso y est protegido. Se pasa la vida
cantando como los serafines. Una perla!
Hay uno all de rodillas...?
De rodillas... Ni qu dudarlo: es Franco. Un alma en pena.
Hoy es el primer da y ya est all Franco de rodillas. As atravie
sa las semanas, los meses, as lo conozco en esta casa, desde que

s110

entr. De rodillas, como un penitente que expiara las culpas de


una raza. El director le dice perro, afirma que tiene callos en
la cara. Si no tuviera callos en las rodillas, no habra rincn del
Ateneo que no marcara Franco con la sangre de una penitencia.
Su padre es de Mato Grosso:3 lo mand aqu con una carta en
que adverta que era incorregible y peda severidad. El tutor enva
de tiempo en tiempo un mensajero que hace los pagos y deja
saludos. No sale nunca... Apartmonos, que ah viene un grupo
de pcaros.
Un tropel de muchachos cruz frente a nosotros provocn
dome con sornas.
Viste al que va delante, el que te grit novato? Si te conta
ra lo se dice de l... esos ojitos hmedos de Nuestra Seora de los
Dolores... Mira, un consejo: hazte fuerte aqu, hazte hombre.
Los dbiles se pierden.
Esto es una multitud; es ne
cesario abrirse camino a codazos.
No soy infantil ni idiota. Slo vivo
y observo; de lejos, pero observo.
No puedes imaginarlo siquiera. Los
muy astutos crean aqu dos sexos,
como si se tratara de una escuela
mixta. Los muchachos tmidos, in
genuos, sin fibra, son blandamen
te empujados hacia el sexo de la
debilidad; los dominan, festejan y
pervierten como a nias desampa
radas. Cuando, sin confesarlo a sus padres, piensan que, con la
acogida entre bribona y afectuosa de los ms grandes, el colegio
3

Estado que se encuentra en el centro-oeste de Brasil.

111 s

es la mejor de las vidas, estn perdidos... Hazte hombre, amigo


mo! Empieza por no aceptar protectores.
Rabelo segua con sus extraordinarias advertencias, cuando
sent que me tiraban de la camisa. Casi me hicieron caer. Me
volv: divis a lo lejos una cara amarilla, de una gordura oronda
y ojos bizcos sin pestaas, vuelta hacia m, rasgando la boca en
una mueca de risa cnica. Un sujeto evidentemente ms fuerte
que yo. No obstante, tom con fuerza un trozo de teja y se lo
lanc. El bellaco lo esquiv, me injuri con una carcajada y desa
pareci.
Muy bien aplaudi Rabelo. Y, ante la pregunta que le hi
ce, me inform: aquel desagradable muchacho era Barbalho,
que algn da caera preso como ladrn de joyas. Compaero
nuestro de la primera clase, uno de los olvidados en los pupitres
del fondo.
El profesor Manlio tuvo la bondad de aplazar mi examen y, para
salvarme de las consecuencias de escarnio del desastroso incidente
de la primera clase, me obsequi en la siguiente con las mejores
palabras de nimo. Los muchachos fueron generosos. Maurilio me
acarici la cabeza mimosamente, demostrando que el dedito impla
cable de los argumentos saba ser bondadoso. Slo el amarillo de
ojos bizcos insista en hacer gestos con disimulo.
Despus de la cena, no vol
v a ver a Rabelo. Como asis
ta a algunas clases extraordi
narias del curso superior, se
recoga a ciertas horas en los
salones del segundo piso.
El aula del profesor Manlio
estaba al nivel del patio, en un
pabelln independiente del

s112

edificio principal, junto con otras dos aulas del curso primario:
la que alojaba a la banda de msica y el saln suplementario
de recreo, ventajoso en los das de lluvia. Formando un ngulo
recto con esa casa, otra extensa construccin de ladrillo y tablas
pintadas, con el saln general de estudio en la planta baja y el
dormitorio encima, cerraba la mitad del cuadriltero del patio,
que el gran edificio completaba desplegando sus dos alas, como
los brazos de la reclusin severa. Al fondo de esta desmedida caja
de paredes se extenda un arenal claro, estril, inspido como la
alegra obligatoria; algunos rboles de cambuc4 mostraban en
crculo su follaje inmvil, de un verdor muerto como el de las
palmas de iglesia, enrubiado al azar por la senilidad precoz de
las ramas que sufran, como si la vegetacin no cupiera en el
internado; en un rincn, un enjuto ciprs suba hasta los canalo
nes, intentando huir por los tejados.
Sin Rabelo, me encontr all como perdido, entre los mucha
chos. Los conocidos de la clase desaparecan en el tumulto ver
tido por todos los salones.
Ni uno solo a quien acercarme. Pegado a la pared para que no
me prestaran atencin, me col hasta el sitio donde el inspec
tor Silvino, un gran flaco de gruesa nariz, patillas dilaceradas y
mirada menuda y viva como chispas en unas rbitas de antro,
fiscalizaba el recreo y graduaba la holgazanera sometindola a
un temible cuadernito. Se sentaba en la entrada del stano de
los lavatorios. Un poco ms all de la silla de Silvino, qued a
salvo. Desde mi seguro retiro vea, en el patio refrescado por las
amplias sombras de aquella hora, el movimiento de mis colegas.

rbol nativo de las zonas hmedas de Brasil. Produce frutos amarillos y


comestibles, que crecen adheridos a la parte leosa de las ramas.
4

113 s

Aqu y all se formaban pequeos alborotos, que condensa


ban irregularmente la distribucin de los alumnos. Eran los po
bres novatos, a quienes los veteranos vapuleaban a coscorrones,
fraternalmente.
Cerca de m vi a Franco. Siempre en penitencia; de pie, con la
cara contra la pared. Como Silvino le daba la espalda, se diverta
atrapando moscas para arrancarles la cabeza y ver cmo moran
las desdichadas en la palma de su mano. Le pregunt por qu
estaba de castigo. Sin mirarme, de mal modo, dijo:
Yo qu s! Porque me mandaron. Y sigui atrapando
moscas.
Franco era un mozalbete de catorce aos, raqutico, de ojos
asustados, tez lvida, prpados cados. Sobre su frente, adems de
la expresin vaga de los ojos y la oblicuidad dolorosa de las ce
jas, se posaba una nube de afliccin y paciencia, como las del
Flos sanctorum.5 La parte inferior de su semblante se rebelaba:
una de sus comisuras se frunca en una contraccin perenne de
rencoroso desprecio. Franco no rea nunca. Slo sonrea cuando
presenciaba alguna ria seria, interesndose en el desenlace co
mo un apostador de peleas de gallos, y se enfureca cuando los
contrincantes se separaban. Se alegraba con los tropiezos aje
nos, sobre todo si eran peligrosos. Viva aislado en el crculo de
excomunin con que el director lo fulminaba invariablemente,
todas las maanas, al leer en el refectorio las notas de la vspera.
Los profesores ya lo saban. A la nota de Franco, siempre ma
la, deba seguir un comentario deprimente especial, que la con
currencia esperaba y escuchaba con deleite, regocijndose en el
Flos sanctorum: libro sobre las vidas de los santos. El ttulo es ms o menos
genrico y existieron varios libros denominados as tanto en Portugal como en
Espaa, derivados de una tradicin medieval.
5

s114

desprecio. Nadie como l! Y, cada da, el celo del maestro daba


un nuevo temple al viejo anatema. No convena expulsarlo. Una
cosa de estas se aprovecha como un bibelot de la enseanza intui
tiva; se explota como la miseria del hilota6 para la leccin fecunda
del asco. Aun la indiferencia repugnante de la vctima resulta til.
Tres aos haca que el infeliz, en un suplicio de minsculas
humillaciones crueles, agachado, abatido, aplastado, ms por el
peso de las virtudes ajenas que por el de las culpas propias, esta
ba all: caritide7 forzada en el edificio de moralizacin del Ate
neo, ejemplar perfecto de depravacin ofrecido al horror santo
de los puros.
Esa tarde me asaltaron varias veces las impertinentes chan
zas de Barbalho. El endemoniado bizco me tiraba de la ropa,
chocaba conmigo a encontronazos y hua soltando grandes ri
sotadas falsas, o se detena sbitamente frente a m y, revistin
dose de cuanta seriedad le permita el azafrn del rostro, me
preguntaba:
Te cambiaste los pantalones?
Un infierno. Hasta que, finalmente,
mi exasperacin estall.
Era de noche, poco antes de la ce
na. Estbamos en un rincn mal ilu
minado del patio, casi solos. El belitre
me reconoci y solt una inexpresa
ble interjeccin de mofa. No esper
ms. Le estamp una bofetada. Medio

Siervo de la antigua Esparta. Cada ao se celebraba un rito de paso en que


los jvenes de la aristocracia espartana salan a masacrar a los hilotas y a saquear
sus campos con el fin de prepararse para la vida guerrera y adulta.
7
Columna en forma de mujer.
6

115 s

segundo despus, rodbamos por el polvo, entrelazados como


fieras. Una lucha rpida. Nos avisaron que vena Silvino y Bar
balho huy. Yo me di cuenta de que tena el pecho de la camisa
cubierto de sangre que me corra de la nariz.
Una hora ms tarde, en la cama de hierro del saln azul, compe
netrado por la tristeza de hospital de los dormitorios, que parecan
ms profundos a la sombra del gas mortecino, mordiendo la colcha
blanca, meditaba sobre mi da en retrospectiva.
As era el colegio. Qu hacer con mi bagaje de planes?
Dnde meter la maquinaria de mis ideales en aquel mundo
de brutalidad, que me intimidaba con oscuros detalles e infor
mes perspectivas que huan a la investigacin de mi inexperien
cia? Cul sera mi destino en aquella sociedad que Rabelo haba
descrito horrorizado, con medias frases de misterio, suscitando
en m temores indefinidos y recomendndome energa, como
si el compaerismo fuera hostilidad? De qu modo conciliar
una norma generosa y altiva de proceder con el bice pertinaz de
Barbalho? En vano haba intentado reconocer, en el rostro de los
muchachos, aquel noble aspecto de la solemnidad de los premios,
que me haba causado la impresin de una legin de soldados del
trabajo hermanados en el empeo comn, unidos por el cora
zn y por la ventaja del esfuerzo colectivo. Individualizados en la
desbandada del recreo y, lo que era peor, tras las observaciones
crticas de Rabelo, me inspiraban un sentimiento muy distinto.
La reaccin del contraste me induca un concepto de repugnan
cia que el hbito habra de desvanecer, pero que esa noche haca
que me saltaran las lgrimas. Al mismo tiempo, me oprima el pre
sentimiento de la soledad moral, dejndome entrever que las
preocupaciones mnimas y las concomitantes sorpresas inconfe
sables no permitiran muchas de las efusiones de alivio a las que
corresponden el consejo y el consuelo.

s116

Nada de protectores, haba dicho Rabelo. Era el desierto. Y


en la soledad, conjuradas, adversidades de todo tipo: la falsedad
traicionera de los afectos, la persecucin de la malevolencia, el
espionaje de la vigilancia; por encima de todo, como un cielo de
relmpagos sobre los desalientos, la furia tonante del Jpiterdirector, el Aristarco tremendo de los momentos graves.
Algunos recuerdos de mi familia desviaron el curso de mis
reflexiones. Ya no haba una mano querida que me arrullara en
el primer sueo, ni una oracin, tan lejana en ese momento, que
me protegiera por la noche como un dosel de amor; slo el aban
dono de los nios sin hogar que los asilos de la miseria acogen.
La conviccin de mi triste infortunio me aniquil lenta y suave
mente con un blsamo de postracin, y me qued dormido.
Noche adentro, cual comparsas de pesadilla, me perseguan las
varias imgenes de la turbulenta jornada; la pegajosa ternura de
Sanches, la cara amarilla de Barbalho, la expresin de tortura
de Franco, los frailes descompuestos de la ropera. Incluso so
en forma. Yo era Franco. Mi clase, el colegio entero, mil colegios,
arrebatados en una rfaga de viento, volaban por leguas a travs
de una planicie sin fin. Todos gritaban, bramaban la sabatina de
las tablas con un entusiasmo de torbellino. El polvo creca en nu
bes desde el suelo; la masa confusa se erizaba en gestos, gestos de
rama sin hojas en una angustiosa tormenta de invierno; sobre el
bosque de brazos, como un gesto ms alto, un gesto victorioso, la
mano delgada de Maurilio, crecida, enorme, negra, torciendo y
estirando los dedos ansiosos, convulsionados por la histeria de la
rectificacin... Y yo caa, el nico vencido! Y el tropel, de vuelta,
caa sobre m, todos sobre m! Me subyugaban, me pisoteaban,
pesados, cargando premios, montones de premios!
La campanilla, tocando a despertar, me libr de la angustia.
Cinco de la maana.

117 s

sIII s
Si de pequeo, movido por un vislumbre de luminosa prudencia,
mientras los otros se entregaban al juego de peteca,1 me hubiera
yo entregado a la mansa labor de fabricar documentos autobio
grficos para la oportuna confeccin de una infancia clebre
ms, ciertamente no hubiera tomado nota, entre mis episodios
de predestinado, del banal percance en la natacin que, no obs
tante, tuvo para m graves consecuencias y fue origen de sinsa
bores tan amargos como nunca ms habra de sufrirlos.
Natacin era como llamaban al bao que estaba construido
en uno de los terrenos del Ateneo, un vasto manto de agua a ras
de tierra, de treinta metros por cinco, que desaguaba en el ro
Comprido y se alimentaba con grandes grifos de agua corriente.
El fondo, invisible, de ladrillo, ofreca cierta inclinacin, ahon
dndose gradualmente de un extremo al otro. Esta diferencia de
profundidad se acusaba an ms por dos escalones, convenien
temente dispuestos para que tanto los nios como los mucha
chos desarrollados tocaran el fondo. En determinado punto, el
agua llegaba a cubrir a un hombre.
A causa de los intensos calores de febrero, marzo y de fin de
ao, se tomaban all dos baos al da. Y cada bao era una fiesta
en aquella agua espesa, salobre por la transpiracin lavada de
los grupos precedentes, pues las dimensiones del tanque impe
Pequea pelota de cuero con un mechn largo de plumas, que los jugadores
se lanzan unos a otros dndole golpes con la mano abierta.
1

119 s

dan su debida renovacin. Era un turbulento debate de cuerpos


desnudos, estrechamente ceidos por el calzn de malla con ra
yas de colores, en el que los muchachos se enmaraaban como
lampreas, sumergindose unos y reapareciendo otros, con ojos
inyectados, cabellos escurridos sobre el rostro, surcos en la piel
por los involuntarios rasguos de sus compaeros, entre gritos
de alegra, gritos de susto, gritos de terror. Los menores se agru
paban en la parte rasa, dndose las manos en penca, espavoridos
si se acercaba uno ms fuerte.
Entre los mayores haba algunos que realmente daban miedo,
bogando a brazadas, llevando a cuestas la resistencia del agua;
otros se precipitaban de cabeza, volteando los pies en el aire co
mo colas de pez, cayendo de lado sin ver sobre quin. Y, burbu

s120

jeando entre los nadadores, rompan abundantes olas de resaca


que iban a desbordarse por las inmediaciones del bao, enchar
cndolo todo.
A lo largo del tanque corra un muro divisorio, ms all del
cual estaba la quinta particular del director. Desde lejos se vean
las ventanas de una parte de la casa en la que a veces se acoga
a los estudiantes enfermos, con las venecianas verdes siempre
cerradas.
Por encima del muro y medio escondida entre una fronda
de bambes y ramas de hiedra, vena ngela, la canaria, a ver
los baos de la tarde. Les lanzaba guijarros a los muchachos; los
muchachos le mandaban besos y se sumergan buscando el pe
drusco. ngela, torciendo las muecas, reclinndose hacia atrs,
soltaba perdidamente una risa grande, que se abra en corola de
flor a travs de sus blancos dientes.
En mi primer bao, me amedrent el agitado desorden.
Busqu el rincn de los ms pequeos. La disciplina determi
naba una divisin de los baistas en tres grupos, segn las clases
de edad. Pero la descuidada fiscalizacin permita que las clases se
confundieran y el inspector en turno, con una varita destinada
a los retardados, vigilaba desde lejos, de tal suerte que los ms
dbiles quedaban expuestos a los abusos de los grandulones que
las crestas del agua arropaban. Apenas haba entrado, cuando
sent que dos manos, en el fondo, me tomaban por el tobillo y la
rodilla. Con un impulso violento, ca de espaldas; el agua ahog
mis gritos, me cubri la vista. Sent que me arrastraban. En una
desesperacin de asfixia, pens que iba a morir. Sin saber nadar,
me vi abandonado en un punto peligroso. Y braceaba en vano,
inmerso, desfalleciente, cuando alguien me ampar. Uno de los
grandes me carg sobre su hombro y me puso en la borda, exten
dido, vomitando agua. Necesit algn tiempo para enterarme de

121 s

lo que haba sucedido. Al fin, me tall los ojos y me di cuenta de


que Sanches me haba salvado.
Ibas a ahogarte! dijo amparndome la cabeza, mientras
me desprenda el cabello de los ojos.
Medio aturdido todava, le relat efusivamente lo que me ha
ban hecho.
Perversos! observ mi colega con lstima y, desvelndo
se en solicitudes para tranquilizarme, atribuy la brutalidad a
cualquier malvado que habra huido en el atropello de los nada
dores. Despus tuve motivos para creer que el malvado, el per
verso, haba sido l, con la intencin de prestar un buen servicio.
Pero la consecuencia inmediata del hecho fue que forc la
repugnancia que Sanches me causaba y me hice todo gratitud e
ntima amistad hacia l. Curiosa y accidentada habra de ser esa
aventura de apego y confianza.
En el Ateneo ramos pareja en todo. En los ejercicios gimns
ticos, en la entrada a la capilla, en el refectorio, en las clases, en
el saludo al ngel de la guarda, al medioda, en la distribucin del
pan seco despus de los cantos. En atencin a la regularidad de la
organizacin militar, las tres centenas de alumnos se repartan
en grupos de treinta, bajo el comando directo de un decurin
o vigilante. Los vigilantes se elegan mediante un criterio de
aristocracia, aseveraba Aristarco. Vigilante era Malheiro, el h
roe del trapecio; vigilante era Ribas, la mejor voz del orfen;
vigilante era Mata, esmirriado, jorobadito, con la espina que
brada, al que apodaban Merolico, melifluo en el trato, siempre
libre de castigo sin que nadie supiera por qu, con reputacin
de excelente, pues nadie se acordaba de fiscalizarlo, y a quien,
sin embargo, Rabelo sealaba como jefe de la polica secreta del
director; vigilante era Saulo, que tena tres distinciones en la
Instruccin Pblica; vigilante era Rmulo, al que llamaban por

s122

mote el Cocinero, una bestia, un granduln, el ltimo en gim


nasia debido a su corpulencia bravucona, el ltimo tambin en
las clases, excluido del orfen por su garganta rota de clarine
te viejo y que, no obstante, por una excepcin que descollaba
en la amplitud chata de su incapacidad, ejerca en el colegio las
complejas y delicadas funciones de bombo de la banda. No s
si por esa habilidad particular para el bombo, frmula musical
del anuncio, no s si por alguna famosa herencia que esperaba
recibir de parientes adinerados, lo cierto es que, entre todos,
haba sido Rmulo el elegido por Aristarco para el envidiable
privilegio de convertirse en su yerno.
Muchos otros vigilantes haba como stos, elegidos con un
criterio que permita que el que haba sido seleccionado por su
valenta en la barra fija representara un triste papel en el estu
dio; y que, por el contrario, otro, como Ribas, ejemplar en las
clases, flacucho y agotado, apenas si pudiera titubear, en el tra
pecio, la sencilla acrobacia de la verticalidad.
Sanches tambin era vigilante.
Estos oficiales inferiores de la milicia de la casa se convertan
en tiranuelos por delegacin de la suprema dictadura. Armados
con sables de palo y guardas de cuero, se tomaban en serio la in
vestidura del cargo y eran, en general, de una ferocidad adorable.
Los sables castigaban sumariamente las infracciones formales de
la disciplina: dos palabras al de la retaguardia, pierna poco firme,
desviacin notable en la alineacin. Rgimen siberiano, como
se ve; de ah que los vigilantes fueran altamente valorados.
En el caso particular de nuestro fortuito acercamiento, no
poda dejar de influir considerablemente la fuerte importancia
colegial del vigilante Sanches. Pero otras circunstancias se con
juraron para determinar el nuevo cariz de mis disposiciones, lo
cual qued claro despus del incidente del bao.

123 s

Ya me era lcito considerarme iniciado en la convivencia n


tima de la escuela. Cuando Manlio me llam para ponerme a
prueba, fui capaz de agradar y conquist un aura que habra de
favorecerme durante algn tiempo. Me encontr con Barbalho.
Tena el rostro marcado por mis uas; me evit. En el recreo
comet la injusticia de alejarme de Rabelo. Suceda que el ama
ble camarada tena en la boca un mal olor que perjudicaba la
pureza de sus consejos; adems, hablaba atenazndolo a uno con
los dedos y soltando sus aforismos a quemarropa. El venerado co
lega, por su parte, correspondi a mi movimiento agrindose
conmigo y dndose por ofendido. Durante las clases en que nos
sentbamos el uno junto al otro, se abismaba en su desesperada
atencin y era como si estuviera a muchas millas. No obstante,
si por alguna imprescindible necesidad se vea obligado a ha
blarme, entonces me diriga la palabra con su habitual afabilidad
de joven cura.
Estaba aclimatado, pero me haba aclimatado a travs del de
saliento, como un recluso a su crcel.
Ya liberado de la traba de los ideales ingenuos, me senta des
provisto de nimo. Nunca estuve tan consciente de la imponde
rable espiritualidad del alma: el vaco habitaba en mi interior. La
fuerza de las cosas me oprima; estaba acobardado. Aquella lec
cin viril de Rabelo, la de prescindir de protectores, se disip.
Quise tener un protector, alguien que me valiera en ese medio
hostil y desconocido, y con un valimiento directo, ms fuerte
que el de las palabras.
Si no hubiera olvidado las charlas y la asistencia personal
de Rabelo, quiz me habra dado cuenta de que, poco a poco,
me iba invadiendo, como l haba observado, el afeminamiento
mrbido de las escuelas. Pero la teora es frgil y se adormece
como las larvas friolentas cuando la estacin obliga. El letargo

s124

moral me pesaba en la cada. Y, como si el alma de los nios real


mente esperara, lo mismo que su fsico, los das propicios para
caracterizar en definitiva la conformacin sexual del individuo,
me senta posedo por cierta perezosa necesidad de amparo, un
deleite de debilidad impropio, en rigor, del carcter masculino.
Una vez que me hube convencido de que la campaa en pro del
estudio y de la energa moral no era precisamente una cabalgata
cotidiana animada por el clarn de la retrica o por el verso en
ftico de los himnos, como en las fiestas, la cruda realidad me
entristeci. Vistos desde el otro lado, los bastidores del glorioso
desfile me desilusionaron. No todas las jornadas del militaris
mo se adornan con la animacin de los asaltos y de las vueltas
triunfales; me desmoralizaba el runrn estancado de la paz de
los cuarteles, el prosasmo elemental de los quehaceres.
A esta crisis del sentimiento se aunaba el recelo que me in
funda el microcosmos del Ateneo. Todo amenaza a los inde
fensos. El tumultuoso desembarazo de los compaeros en el
recreo, su manera fcil de llevar los trabajos, me parecan trazos
de aplastante superioridad; me sorprenda la viveza de los pe
queos, tan pequeos algunos! En el vrtigo del momento, el
brazo de Sanches vena, as, por segunda vez, a salvarme de la
inmersin.
Yo no estudiaba; mis notas, sin embargo, eran regulares gra
cias a un concurso de elementos eventuales: el derecho a la
benevolencia por la inscripcin reciente, mi recomendacin al
profesor Manlio y los retazos hilvanados de la ciencia anterior.
Me mantena en un promedio satisfactorio; pero el riesgo de de
cadencia era constante. El mtodo constitua el peor obstculo;
sin el auxilio de alguien ms prctico, estara perdido. Sin duda,
Sanches habra de valerme con su capacidad de gran estudian
te y, sobre todo, con aquella sugerente buena voluntad que tan

125 s

desinteresadamente manifestaba. Por no mencionar lo prove


choso que resultaba este afecto cuando empuaba en favor mo
su terrible sable de vigilante con guardas de cuero!
En efecto, Sanches me dio la mano como la Minerva benigna
de Fnelon.2
Entr en la geografa como quien entra en su casa. Las an
fractuosidades liminares de los continentes se deshacan en los
mapas para mayor brevedad de mi trabajo; los ros dispensaban
los complicados detalles de sus meandros y afluan a mi memo
ria abandonando el declive natural de las vertientes; las cordi
lleras, inmensa tropa de elefantes amaestrados, se acomodaban
en sistemas de facilsima orografa; el nmero de ciudades im
portantes del mundo se reduca, sumindose en la tierra, para
que no tuviera yo que memorizar tantos nombres; el nmero de
pobladores se redondeaba, perda las fracciones importunas en
detrimento de los nuevos censos y para mayor gravamen de los
teros nacionales; una afortunada mnemotecnia me enseaba a
enumerar los estados y las provincias. Gracias a la destreza de
Sanches, no haba incidente conocido sobre la superficie terres
tre que no se me adhiriera al cerebro, como si mi cabeza fuese
por dentro lo que la esfera del mundo era por fuera.
La gramtica, a su vez, se me abra como un cofre de confi
tes de Pascua. Satn color de cielo y azcar. Elega los adjetivos
al capricho, como si fueran almendras endulzadas por circuns
tancias adverbiales de la ms agradable variedad; los amables
sustantivos, propios y comunes, revoloteaban en torno mo co
mo criaturitas aladas de alfeique; la etimologa, la sintaxis, la
Alusin a Las aventuras de Telmaco, hijo de Ulises, obra escrita por Franois
Fnelon (16511715), donde Minerva, transmutada en Mentor, acompaa y
protege a Telmaco en sus viajes en busca de Ulises.
2

s126

prosodia, la ortografa: cuatro grados de dulzura en una misma


degustacin. Cuando mucho, me disgustaban, al principio, las ex
cepciones y los verbos irregulares, como esos feos confites cres
pos de chocolate que, una vez en la boca, resultan sabrossimos.
La historia patria me deleit en grado sumo. Desde los misio
neros de la catequesis colonizadora, que salan a mi encuentro
con Anchieta,3 visiones de bondad que recitaban selectas estro
fas del evangelio de las selvas, mandando por delante, corona
dos de flores, por la ancha vereda de arena blanca, a los alegres
columins,4 aprendices de la fe y de la civilizacin; hacindose
acompaar por la turba salvaje del gento color corteza de rbol,
emplumado, moteado con mil tintas, en respetuosa contricin
de domado fetichismo, abultando el seno, saliendo del fondo de
la selva oscura como una marcha fantstica de troncos. Hasta
los tiempos de la Independencia,5 compleja evocacin de arcos
conmemorativos de las alboradas del Rocio6 y de ansias de pa
triotismo infantil: un prncipe fundido, cabalgando sobre una
fecha,7 mostrando a los pueblos, en su pauelo, el lema oficial
El padre jesuita Jos de Anchieta (15341597) fue misionero, fundador de la
ciudad de So Paulo y autor de varias obras escritas en espaol, portugus, latn
y tup, entre ellas una gramtica de esta ltima lengua.
4
Curumim o columim (aqu en plural): trmino tup que designa al nio o
muchacho.
5
Brasil se proclam independiente en 1822.
6
El Largo do Rocio era una plaza situada en el centro de la ciudad de Ro de
Janeiro. Actualmente se llama Praa Tiradentes.
7
En 1862, la Corona brasilea decidi erigir, en el Largo do Rocio, una es
tatua ecuestre de don Pedro I, en conmemoracin de la independencia que este
monarca haba proclamado, as como de la primera Constitucin (1824). Era
una medida de reafirmacin del conservadurismo monrquico en contra del
creciente movimiento republicano, y por esto los republicanos nunca vieron la
estatua con buenos ojos.
3

127 s

del Ipiranga;8 ms abajo, punteadas por las selvas del cerro de


Santo Antnio,9 las aclamaciones de un pueblo mezclado que
dej morir a Tiradentes10 para desgaitarse en vtores al ramo de
caf de Domitila.11
Cada pgina era un encanto, prologada por la complaciente
explicacin de mi colega. Gracias a la destreza de sus presenta
ciones, pude estrechar la mano a los ms truculentos figurones
del pasado, a los ms poderosos. Antnio Salema,12 el cruel, me
sonri; Vidigal13 fue gentil; don Joo VI14 me dej rap en los
dedos. Conoc de vista a Mem de S15 y a Mauricio de Nassau;16
Don Pedro I proclam la independencia de Brasil en los mrgenes del ro
Ipiranga, en So Paulo, pronunciando el grito de Ipiranga: Libertad o muerte!
9
El cerro de Santo Antnio se levantaba en lo que hoy es el parque Aterro
do Flamengo en el centro de Ro de Janeiro. Fue desmontado durante los aos
sesentas del siglo xx con el fin de usar la tierra para ganarle terreno al mar.
10
Tiradentes, cuyo verdadero nombre era Joaquim Jos da Silva Xavier
(17461792), fue uno de los cabecillas y el nico mrtir del movimiento co
nocido como Inconfidncia Mineira, que pretenda crear, en el estado de Minas
Gerais, un gobierno republicano independiente. Tiradentes asumi completa
mente la responsabilidad del movimiento y fue condenado, por ello, a un castigo
ejemplar: horca y descuartizamiento. Comenz a considerarse un hroe nacio
nal a partir de la segunda mitad del siglo xix, conforme fue tomando fuerza el
movimiento republicano.
8

Domitila de Castro e Canto Melo (17971867) fue la amante ms cono


cida del emperador don Pedro I, quien le dio el ttulo de marquesa de Santos.
Tuvo gran influencia en las decisiones del emperador, hasta tal punto que, se
gn narra Paulo Setbal (18931937) en su obra A marquesa de Santos, fue ella
quien impuls al mandatario a disolver la Asamblea Constituyente en 1823. En
esa ocasin, la marquesa adorn con un gran ramo de caf el sombrero de don
Pedro como emblema de los buenos brasileos y de la causa del emperador.
12
Antnio Salema (?1586), fue un juez portugus que fungi como gober
nador de So Tom y Ro de Janeiro. Emprendi un brutal exterminio de indge
nas distribuyndoles ropajes intencionalmente infectados de viruela.
11

s128

vi pasar al hroe de Minas,17 sereno, con las manos atadas como


Cristo y esa barba abundante de apstol de los pueblos. El sol
le rozaba la frente, lisa y amplia, esquilada por el destino para
recibir mejor la corona del martirio.
La historia sagrada me revel a este pico (quin lo dira!):
el cannigo Roquette!18 Y yo beb la embriaguez musical de los
captulos como el canto profundo de las catedrales. Escuch sus
pirar a la Creencia, al idilio del Edn, al amor primitivo del G
nesis envidiado por los
ngeles bajo la mirada
magnnima de los leo
nes; escuch el lamento
tierno de la primera pa
reja expulsada hacia el
dolor, hacia el trabajo;
Miguel Nunes Vidigal (17451843) fue el primer militar brasileo admiti
do en el ejrcito del Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarves. Ascendi hasta
los ms altos cargos militares y fue enemigo acrrimo de fiestas vinculadas con
el candombl.
14
Don Juan VI (17671826), rey de Portugal desde 1788. Se traslad a Brasil
junto con toda la corte portuguesa en 1808, huyendo de la invasin napolenica.
15
Mem de S (15001572) fue gobernador general de Brasil a partir de 1558.
Se destac por las victorias contra las rebeliones indgenas y la expulsin de los
franceses que ocupaban el puerto de Ro de Janeiro.
16
Juan Mauricio de Nassau-Siegen (16041670), llamado el Brasileo, fue
un noble y militar holands. Entre 1637 y 1644 fue gobernador de las posesio
nes holandesas en el Nordeste brasileo. Su administracin se caracteriz por
la tolerancia religiosa y la construccin de viviendas para la poblacin humilde
de la ciudad de Recife.
17
Tiradentes, vid. supra, p. 128, n. 10.
18
Jos Incio Roquette (18011870), eclesistico, traductor y autor de va
rias obras pedaggicas y religiosas.
13

129 s

Adn vergonzoso, vistiendo las parras de la primera pruderie.19


Eva envolviendo su desnudez joven de lirios en la tnica urea
de sus madejas de cabello, cubrindose con las manos el vientre,
obscenidad de las madres, estigmatizada por la maldicin de Dios.
Y creca el canto en la bveda, y el rgano le hablaba a la tradi
cin entera del sufrimiento humano suplantado por la divinidad.
La armona se modulaba en suave gorjeo, entonando la elevacin
de los salmos, el xtasis sensual del Cantar de los cantares en la
boca de la Sulamita,20 y la seduccin de Booz21 enmaraado en
la honesta estratagema de la ternura, y la melancola trgica de
Judit,22 y la serena gloria de Ester,23 la princesa querida.
Sbitamente, el cuadro sonoro se entreabra para dejar que
irrumpiera el coro de los lamentos. Moran en el aire, como
chispas extintas, las ltimas notas del arpa de David; se per
da en ecos la postrer antistrofa de Salomn; desapareci en el
confn del campo la imagen de Rut,24 con el haz rubio de trigo
En francs, pudicia.
Voz femenina del Cantar de los cantares, libro bblico de tema amoroso
atribuido al rey Salomn.
21
Vid. infra., p. 131, n. 24.
22
Judit o Judith es la herona del libro bblico del mismo nombre. Se trata de
una mujer hebrea de Betulia, quien, para contribuir a la liberacin de su pueblo,
sedujo al general babilnico Holofernes, entr en su tienda y le cort la cabeza.
(Cf. Judit, 13: 8.) En el imaginario occidental posterior, se considera un smbolo
del herosmo femenino. Su nombre significa la hebrea.
23
Ester es la protagonista del libro bblico del mismo nombre, atribuido al
profeta Esdras. Era una mujer hebrea a quien el rey persa Asurero (a quien se
identifica con Jerjes) eligi como su reina consorte. Desde esta posicin, pudo
evitar el exterminio de los judos y consigui el aniquilamiento de sus enemigos.
El libro comienza con un texto preliminar en el que se narra que Mardoqueo,
primo y padre adoptivo de Ester, tuvo en un sueo una relevacin divina de lo
que iba a ocurrir. (Cf. Rut, 1: 1d.)
19
20

s130

al brazo; entr la hebrea sombra25 en la tienda de Holofernes,


llevando en los labios el beso homicida; la luminosa aparicin
de Esther se cubri con el sueo de la noche de Mardoqueo.
Era la gama doliente de los terrores. Clamaban las imprecacio
nes del diluvio, las desesperaciones de Gomorra; flameaba en el
firmamento la espada del ngel de Senaquerib;26 dialogaban en
ttrico concierto las splicas de Egipto, los gemidos de Babilo
nia, las piedras condenadas de Jerusaln. Vociferaba la tiniebla
grave de los sermones de los profetas. En vano el fulgor de las
transfiguraciones, como el lvido pedernal, abra de par en par
orificios de luz sobre la tormenta nocturna; en vano vea Eze
quiel27 al Eterno en sus visiones y visitaba Elas28 el Misterio en
una escarpa de llamas. Nada. La msica solemne era el miserere.
Ni el destello del alba en Beln de Judea debelaba la sombra,

Rut o Ruth es la protagonista del breve libro bblico del mismo nombre. Se
trata de una mujer mohabita que se integr por matrimonio a la nacin juda.
Habiendo quedado viuda, Rut decidi quedarse al lado de su suegra desampa
rada, Noem. En una ocasin, Rut se puso a espigar un campo de cebada que re
sult ser propiedad de un hombre de buena posicin llamado Booz. Conmovido
por el trabajo y la piedad de Rut, ste decidi tomarla por esposa.
25
Judit.
26
Senaquerib fue un rey de Asiria y Babilonia que intent infructuosamente
tomar Jerusaln y Jud. Segn el relato bblico, la razn de su derrota fue la in
tervencin de un ngel enviado por Yav, quien extermin en una noche a 185 000
soldados suyos. (Cf. Isaas, 37: 36.)
27
Ezqeuiel fue un profeta bblico de los tiempos del cautiverio hebreo en
Babilonia. Se le atribuye la autora de uno de los libros del Antiguo Testamento,
que se conoce con su nombre.
28
Elas es un personaje que se describe en los libros bblicos de los Reyes. Se
trata del profeta que denunci la impiedad de los reyes hebreos Acab y Jezabel.
Segn la leyenda bblica, Elas no muri, sino que fue arrebatado por Dios en
un carro de fuego con caballos de fuego. (2 Reyes, 2: 11.)
24

131 s

ni el espejismo vivo del Tabor.29 La epopeya agonizaba con el


rodar del siglo; produca ecos en una cueva donde haba un t
mulo; bramaba, por un momento, el triunfo de la Resurreccin
del Justo; mora, al fin, lenta, lentamente, con la plegaria de los
mrtires del anfiteatro, con la remota plegaria subterrnea de
los refugiados de las catacumbas.
La doctrina cristiana, glosada por la habilidad del comenta
rista, fue motivo de una redoblada enseanza que me interes
mucho. Estaba el cielo abierto, rodeado de altares para todas las
creaciones consagradas de la fe. Era curioso encarar la grandeza
del Altsimo; pero haba ventanas hacia el purgatorio por las que
Sanches se asomaba conmigo, cuya vista era mucho ms seduc
tora. Mi preceptor tena un saborcillo de ungido en la voz y en el
modo, una altivez de director espiritual, que habla del pecado sin
mancharse la boca. Expona casi compungido, con la mirada cla
vada en el techo, tronndose los dedos en un arrobo de abstrac
cin religiosa; describa, demorndose en los incidentes, las ma
nifestaciones ms indecentes de Satans en el mundo. Ni siquiera
le doraba los cuernos para que no me dieran miedo. Al contrario,
Sanches tena el capricho de sorprenderme con las fantasas del
Mal y la Tentacin y, segn su esbozo, la cola del demonio tendra
quiz dos metros ms que en la realidad. Alguna vez, es cierto, me
insinu que el susodicho no es tan feo como lo pintan.
El catecismo comenz a infundirme el aterrorizado temor de
los orculos oscuros. Yo no lo crea por completo. Pensndolo

El Tabor es un monte de cuatrocientos metros de altura que se ubica en


la Baja Galilea, lo que hoy es Israel. Segn los evangelios, fue en su cima donde
tuvo lugar el episodio conocido como la Transfiguracin de Cristo, cuando ste
cambi su aspecto ante tres de sus discpulos (su rostro se puso brillante como
el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz [Mateo, 17: 2]).
29

s132

bien, me pareca que la mitad de todo aquello era un invento


malvado de Sanches. Cuando se pona a contarme historias de
castidad sin atender a la parvedad del tema del precepto teol
gico, que si la mujer del prjimo, que si la concepcin de la Vir
gen, que si el-tercer-pecado-es-la-lujuria, que si gritos al cielo
por la sensualidad contra natura, que si las ventajas morales del
matrimonio; y cuando me explicaba por qu la carne, la ino
cente carne, que en mi experiencia slo era condenada por la
Cuaresma y por los monopolistas del bacalao, la pobre carne del
beef-stake, era enemiga del alma; o cuando rectificaba mi error,
que era otra carne, pero guisada de un modo especial y muy es
pecialmente trinchada, yo morda un trocito de indignacin por
las calumnias que sufra la santa cartilla de mi devoto credo. La
cosa, empero, me interesaba, y yo iba cosechando informacin
para juzgarla por m mismo cuando llegara el momento propicio.
En las operaciones matemticas y el dibujo tcnico prescin
da de mi colega mayor; en el dibujo, porque me pareca agra
dable recorrer los caprichosos trazos, y me diverta, como un
juego, la geometra menuda; en las operaciones y en el sistema
mtrico, porque haba perdido la esperanza de ser algo ms que
un mediocre acrbata de los clculos, y haba decidido dejarle
a Maurilio o a quienquiera que fuese la primaca de las cifras.
En dos meses habamos recorrido a grandes rasgos el programa
del curso. Con esta preparacin me sonrea el augurio de un
magnfico futuro, cuando la fatalidad vino a echar atrs la rueda.
He dicho ya que Sanches me provocaba una repugnancia de
babosa. Despus del percance en la natacin, el reconocimiento
predomin sobre la repulsin y consent las asiduidades con las
que, a partir de entonces, quiso beneficiarme mi colega. Con el
tiempo, no obstante, volvi a brotar el distanciamiento instinti
vo que me alejaba del muchacho.

133 s

Escptico ante la fraternidad del colegio, cuya personifica


cin vea en Barbalho, tema el alborozo del recreo. Permanecer
en el saln de clases era para m una medida de prudencia. Apro
vechaba estos intervalos regulares de descanso para adelantar
en el curso. Pues bien, durante aquellos momentos de aplica
cin excepcional que el grande y yo pasbamos a solas se defi
ni el movimiento de la antipata presentida. La franqueza de
la convivencia creci da con da, en una progresin impercep
tible. Ocupbamos el mismo pupitre. Sanches fue acercndose.
Se me arrimaba, despus, demasiado. Cerraba su libro y lea en
el mo, exhalndome en el rostro una respiracin de cansancio.
Para explicarme algo, se alejaba un poco; me tomaba entonces
los dedos y los apretaba como si fueran de arcilla, hasta que la
mano me dola, ensartndome miradas de rabia infundada. Lue
go volva a las expresiones de afecto y continuaba con la lectura
estrechndome el cuello con el brazo, como un amigo furioso.
Yo lo dejaba hacer, fingindome insensible, con un plan de
rompimiento en mente, reprimido, sin embargo, por falta de va
lor. No haba ningn mal en aquellos gestos amistosos; me pare
can simplemente absurdos e inoportunos, mxime porque no
correspondan a la ms insignificante manifestacin de mi parte.
Pude darme cuenta de que Sanches cambiaba de actitud cuan
do un inspector asomaba la cabeza por la puerta del saln y
cuando pretenda instruirme en alguna disciplina trascendente.
Entonces, el singular maestro se formalizaba en una grave
dad severa y distante. Era esta inconstancia lo que me alarmaba.
Acab convirtindose en un entretenimiento. Yo muchas veces
perda el hilo de la lectura para atender a las artimaas de aque
lla novsima comedia.
Un da de mucho calor, acababa l de enunciar como un pa
dre una pgina de religin sobre los diversos actos de contri

s134

cin, de atricin, de fe, de esperanza y de caridad, cuando me


propuso que los repitiera sentado en sus rodillas. Aquella como
didad me pareci intil y repet la leccin paseando por el aula.
Qu diablos! Aquel sujeto quera tratarme, en definitiva, como
si fuera yo un beb! Un poco ms y llegara al exceso extremo de
ofrecerme un cambio de paales. Ah! si todava viviera en mi
nimo el arrojo audaz que haba trado de casa, sin duda alguna
hubiera despachado a Sanches desde haca mucho tiempo con la
cartilla en las narices. Pero yo ya era otro, y mi voluntad vegeta
ba tierna y dctil como un retoo despus de la aniquilacin del
primer desengao. Fui aplazando el conflicto.
A veces mi resistencia pasiva desilusionaba al preceptor. ste
me encaraba terrible, como quien dice: pierdes la proteccin de
un vigilante!, o disimulaba la impertinencia con una sonrisa de
sencajada, con una expresin abstracta en la fisionoma, que era,
por cierto, la facies30 de una idea fija.
El ejercicio fsico se efectuaba por la tarde, una hora despus
de la cena, un momento excelente, que habituaba a la digestin
a aferrarse al estmago y no escurrirse por el gaznate cuando
los estudiantes se columpiaban en la barra fija, dando vueltas.
Reconoc el hermoso campo de las maniobras gimnsticas
cuando fui all por primera vez despus de mi inscripcin. Sent
nostalgia de las grmpolas sobre el prado verde. No obstante,
aunque se haba desmontado ya la alegra sobre pedido de las
fiestas, el campo era un sitio amensimo. Abierto a todo el cielo,
pareca ms abundante en aire. Mis pulmones se vengaban all
de la cerrada compresin del rgimen interno.
Terminados los ejercicios, el profesor Bataillard se retiraba y,
vigilados por dos inspectores, Silvino y Joo Numa, o bien Joo
30

En latn, rostro, semblante.

135 s

Numa y el viejo Margal, un venerado invlido espaol a quien


todos queramos, o entonces Margal y el Consejero, los alum
nos gozbamos de un lapso de recreo hasta el caer de la noche.
En cierta ocasin, al oscurecer, mientras paseaba en silencio
con Sanches, viendo huir el da ms all de las montaas, not
que mi compaero balbuceaba una pregunta. Habl como quien
no quiere la cosa, admirando el crepsculo con la frente frunci
da, en esa abstraccin a medias que constitua su rictus habitual.
Estbamos en un recodo del camino que circundaba el prado,
opuesto al cancel donde conversaban los inspectores. Nuestros
colegas arrojaban la barra a travs del csped, o se divertan ju
gando saut-de-mouton31 en puntos lejanos. Como no pude asir la
pregunta, Sanches la repiti. Dej escapar una carcajada invo
luntaria... Me atosigaba la especie ms extraa de pretendiente!
Yo rea con franqueza, pero abismado. Ese Sanches era de una
extravagancia muy original! Hoy trabaja como ingeniero en una va
frrea del sur; un ingeniero serio...
Al ver que no podamos entendernos, meti entre nosotros el
esplendor de la tarde y resolvimos el embarazo con una opinin
unnime al respecto.
Durante los das que siguieron, Sanches se mostr fro. Tem
perderlo. Me dio las lecciones sin una sola de aquellas ternuras
intragables. Se expresaba con brevedad, entre irritado y triste.
Sospech una revolucin del carcter y cre que haba encontra
do lo que necesitaba: un amigo moderado que me librara de las
humillaciones de la vida colegial de los pequeos. No era se el
caso. Sanches haba comprendido que la ingenuidad haba con
taminado el celo de su enseanza. Maniobraba, entonces, para

31

En francs, el juego que conocemos como salto de burro.

s136

volver a la carga. Tuvo, empero, el cuidado de insistir en una


preparacin edificante.
Improvis un anlisis de Los lusadas,32 libro que constara en
el examen, cuya dificultad no cesaba de encarecer.
Me gui hacia el canto noveno como hacia una calle sospe
chosa. Yo gozaba criminalmente el sobresalto de los imprevis
tos. Mi mentor me llev estrofas avante, rasgando sobre el rostro
noble del poema el panorama de un burdel que ola a lavanda.
Brbaro! Si haba un traje de modestia sobre la verdad del vo
cablo, rasgaba las tnicas de arriba a abajo, groseramente. Haca
del meneo grcil de cada verso una brutalidad ofensiva. Yo lo
acompaaba sin remordimientos; me consideraba vagamente
vctima y me entregaba a la crueldad, sumiso, adormilado entre
las ventajas de la inaccin. El anlisis pona grilletes a las rimas; las
rimas pasaban, dejando el recuerdo de un galanteo imprudente.
Y el aire severo de Sanches, imperturbable.
Tomaba soberanamente cada periodo, cada oracin, con un
ademn sesudo de anatomista: sujeto, verbo, complementos,
oraciones subordinadas; luego el significado. Saz!, un corte de
escalpelo y la frase rodaba muerta, repugnante, destripndose
en podredumbres infectas.
Inici de la misma manera un curso pintoresco sobre el dic
cionario. El diccionario es el universo. Se jacta de ilustracin,
pero aturde, a primera vista, como el ajetreo de las grandes ciu
dades desconocidas. Encarrilados en las pginas considerables,
los nombres se suceden extraamente con su numerosa prole de
Obra del poeta portugus Luis Vaz de Cames (15241580) publicada en
1572. Se trata de un poema pico en diez cantos, compuestos por octavas reales,
en que se celebra el descubrimiento de la ruta martima hacia la India por parte
del navegante portugus Vasco da Gama.
32

137 s

derivados, o bien solos, petits-matres33 coquetos, los galicismos;


vanidosos dandies, los de proveniencia albinica. Nos molestan
con sus modales desdeosos, porque no los conocemos. Sus
acepciones se prolongan, interminables, se entrecruzan en una
nebulosa red topogrfica. El inexperto no logra dar ni un paso
en la inmensa capital de las palabras. Sanches estaba preparado.
Penetr conmigo hasta los ltimos albergues de la metrpolis,
hasta la cloaca mxima de los trminos groseros. Me descarn
en caricatura de esqueleto la circunspeccin magistral del lexi
cn, tal como antes haba contaminado la elevacin parnasiana
del poema.
Yo me senta apocado bajo el peso de las revelaciones. Me
causaba terror aquella sabidura de cosas nunca antes soadas.
Mi honrado gua espiritual se dio cuenta de que haba logra
do obtener un ascendente de dominio que me doblegaba. Me
miraba, entonces, de frente y soltaba osadas risitas de malicia.
Despus de los das de reserva, se acerc de nuevo con una se
guridad de propietario fuerte. Mi energa sufra de un desman
telamiento deplorable. Rabelo, de vez en cuando, me mortifica
ba a travs de sus anteojos azules con una mirada de desprecio o
de condolencia, an ms envilecedora. Mi padre vena a verme
todas las semanas; yo le mostraba los premios de mi aplicacin
y hablaba sobre mi hogar; el resto me lo guardaba. Siempre des
confiado y receloso de los dems, mi compaero era casi exclu
sivamente Sanches. Juntos los dos todo el tiempo. En el Ateneo
se saba que l era mi mentor, incluso suponan que bajo sueldo.
Nuestras relaciones no causaban extraeza.
No obstante, Sanches, como todo malintencionado, hua de
los sitios concurridos. Le gustaba vagar conmigo por la noche,
33

Petimetres.

s138

antes de la cena, cruzando cien veces el patio poco iluminado,


cindome nerviosa, estrechamente, hasta levantarme del piso.
Yo aguantaba, pensando, en resignado silencio, en el sexo dbil
artificial que Rabelo haba definido.
Azuzado por mi desidia, que interpretaba como un asentimien
to tcito, Sanches precipit un desenlace. Una tarde de aguacero
errbamos por el zagun de los baos, que, oscuro y hmedo,
emanaba el olor de las toallas enmohecidas y de las sustancias
dentrficas, en aquella soledad favorable, multiplicada por los obs
tculos que ofrecan a la vista los enormes pilares cuadrados que
soportaban el edificio, cuando, sin transicin, mi compaero
acerc su boca a mi rostro y habl en una voz muy baja.
La sola voz, el simple sonido cobarde de aquella voz, rastrero,
pegajoso, como si cada slaba fuera una babosa, me horripil co
mo el contacto de un suplicio inmundo. Fing no escuchar; pero
en mi interior explot todo el asco que senta por aquel indivi
duo y, muy tranquilo, desviando la vista nicamente, pretext la
necesidad de un pauelo porque el frescor me haba constipado
y... fui a buscarlo.
Fuera de la zona magntica en que me haba apresado mi
buen amigo, se repusieron mis dbiles instintos de indignacin
y Sanches se convirti en un desconocido. Sacrificaba de golpe
al amigo, al mentor y al vigilante: un rasgo de heroicidad. La
primera vez que nos encontramos despus del rompimiento, el
hombre se dio cuenta de que todo haba acabado. Anduvo ron
dndome, aderezando su mirada con un fulgor de pualadas.
La ocasin no era la mejor para el conflicto. Por el bien de
la enseanza, la clase del profesor Manlio se haba dividido en
dos grupos, y a m me haban incluido en la seccin confiada a
Sanches como auxiliar idneo. La consecuencia era de esperar
se. Maltratado y condenado por el ayudante, haciendo un mal

139 s

papel, debido al sobresalto, en el examen de verificacin al que


me someti el profesor, desmoralizado en solemne reprimenda
para gran regocijo de Sanches, jur venganza. Escandalizara al
mundo con un vagabundeo sin precedentes! Haba recorrido to
do el programa en una rpida anticipacin de estudio. Esto, sin
embargo, no bastaba. Pues que bastara! fue mi lema. Y a desan
dar se ha dicho. Qued por debajo de Barbalho; lo que es ms,
fuera de una clasificacin decente: qued por debajo de lvares.
Fui el ltimo de la clase! Resultado razonable, para empleo de
una pequea energa que despuntaba.
Al mismo tiempo, como los filsofos atribulados, busqu el
dulce consuelo de los astros.
Aristarco haba iniciado un curso nocturno de cosmografa.
Las estrellas eran su tema. Oh, noble enseanza! Ningn
profesor, so pena de expulsin, se abalanzaba a entrometerse
en las once varas de la tnica de astrlogo. Y haba que verlo, en
la ventana, sealando las constelaciones, impulsndolas a travs
de la noche con el dedo puntiagudo! Nosotros, los discpulos,
no veamos nada; pero admirbamos. Bastaba con que delineara
sabiamente una agrupacin estelar en las alturas, para que cada
uno de nosotros, por su lado, quedara ms a quo.34 Y volaba,
huyendo, la polvareda fosforescente.
En cuanto a m, lo que me maravillaba era, sobre todo, el va
lor con que Aristarco ensartaba los astros, cuando todos saben
que apuntar hacia las estrellas hace que le salgan a uno verrugas.

En latn puede significar, entre otras cosas, de este lado; por extensin,
significa no comprender. Era una expresin frecuente en la jerga de los estu
diantes brasileos del siglo xix. (Cf. Gerald Moser, A Gria Acadmica: Por
tuguese Student Slang, en Hispania. Baltimore, Universidad Johns Hopkins,
mayo, 1995, vol. 38, nm. 2, p. 160.)
34

s140

Cierta vez, muy entusiasmado, el ilustre maestro nos mostr


la Cruz del Sur. Poco despus, comentando en murmullos lo que
sabamos de los puntos cardinales, descubrimos que la ventana
daba al norte; no comprendimos. Aristarco reconoci su des
cuido, pero no quiso desdecirse. Ah qued la Cruz, a disgusto,
estampada en el hemisferio de la estrella polar.
Yo me aficion a las cosas del espacio y estudiaba profunda
mente la mecnica del infinito en el compendio de Abreu.
Para las noches brumosas, Aris
tarco contaba con los aparatos. Una
infinidad de mecanismos para la en
seanza astronmica, que ejemplifi
caban el sistema solar, la teora de los
eclipses, la gravitacin de los satlites
y las esferas concntricas, terrestre y
celeste: la interior, de cartn barniza
do; la exterior, de vidrio. Una maraa
indescriptible, sobre la mesa, de es
trellas y alambres retorcidos, ruedas
dentadas de latn, lmparas de nafta
flojas que parodiaban el sol. Aristarco haca girar la manivela y
todo daba vueltas. Con el pince-nez35 grueso de carey en la punta
de la nariz, dominaba el tropel de los mundos.
Ven deca, explicndonos la naturaleza, ven mi mano
aqu?
Mostraba su mano derecha en el organillo, esa gran manopla
peluda, capaz de darle envidia a Esa:
Es la mano de la Providencia!
Modelo de anteojos cuyo puente funga como una pinza para fijarlos sobre
la nariz. Se utiliz hasta principios del siglo xx.
35

141 s

sIV s
Periodo sereno de mi vida moral, captulo digno de escribirse
sobre la mesa de un altar o con el alfabeto azul que el humo
del incienso delinea en el aire tranquilo, inolvidables treguas de
ntimo sosiego en toda mi juventud: he aqu en lo que se convir
ti mi amargo descenso hacia las profundidades del descrdito
escolar.
La astronoma, como los cielos del salmo, me llev a la con
templacin. El mal en la tierra, descrito por Sanches con una
pericia de conocedor y practicante, tom forma en el seno de
mis meditaciones. La primera incredulidad se extingui en mi
espritu al reconocer el descalabro de este valle de lgrimas en
que vivimos. Durante el tiempo que deba consagrar a mi reha
bilitacin en los estudios me puse a estudiar, como quiz lo ha
bra hecho Ignacio de Loyola, a la misma edad, la rehabilitacin
del mundo.
Encarn el pecado en la figura de Sanches y me lanc a la
carga. Nutra quiz en mi interior el ambicioso inters de refor
mar algn da a los hombres en el solio de Roma con mi ejem
plo pontifical de virtudes; pero la verdad es que me dediqu
concienzudamente al santo empeo de merecer esa exaltacin,
preparndome con tiempo. Perdido el ideal escenogrfico de
trabajo y fraternidad que haba querido ver en la escuela, tena
que liberar las palomas de la imaginacin en otras direcciones.
Criadero seguro era el cielo. Me quedaba el vendaje de la felici
dad eterna, sin fin.

143 s

Hay que aadir que la tristeza oprimida de mal discpulo en


que yaca me predispona al arrobo. Y, como nadie prestaba
atencin a los pequeos esfuerzos que haca para volver a le
vantarme, me dej estar, insensible, resignado, como desmaya
do bajo un derrumbe. Tena la conciencia en paz; la conciencia,
que es el espectculo de Dios. La fe me serva como un colchn
blanco de ignavia consoladora. Ntese de paso que, pese a mi
anhelo de bienaventuranza, en el catecismo me iba tan mal co
mo en todo lo dems.
La ms terrible institucin del Ateneo no era la famosa justi
cia del arbitrio; tampoco la celda de castigo, albergue de las
tinieblas y del sollozo, sancin de las enormes culpas. Era el Li
bro de las notas.
Todas las maanas, infaliblemente, ante el colegio congre
gado en pleno para la primera comida, a las ocho, el director
apareca por una puerta con la solemnidad tarda de las aparicio
nes y abra el memorial de los reportes.
Una bitcora larga y gruesa, pasta de cuero, rtulo rojo en la
pasta, ngulos del mismo color sangre. La vspera, cada profe
sor, segn el orden del horario, dejaba all su observacin acerca
de la diligencia de sus discpulos. Era nuestro periodismo. Del
libro abierto naca, surga, tomaba cuerpo y se impona, como
las sombras de los cofres hechizados de los cuentos fantsticos, la
opinin del Ateneo. Reina caprichosa e incierta, esa opinin ti
ranizaba sin derecho a rplica, como los tribunales supremos. El
temible noticiario, redactado al capricho de la sospechosa justi
cia de profesores muchas veces despedidos por violentos, igno
rantes, odiosos o inmorales, se eriga en censura irremisible de
las reputaciones. El juez poda ser expulsado si se evidenciaban,
de manera concluyente, sus defectos; la difamacin all estam
pada era irrevocable.

s144

Lo peor es que sembraba el contagio de la conviccin y cada


cual se sorprenda, consecutivamente, por no haberse percata
do de que tal discpulo, tal colega, era en verdad tan ordinario;
y el concepto se reforzaba as, pasivamente, hasta que la obra
de vilipendio se consumaba cuando al condenado, al fin, ya sin
ningn esbozo de indignacin, le pareca justo aquello y bajaba
la cabeza. La opinin es un adversario infernal que cuenta, a la
postre, con la complicidad de la propia vctima.
Con excepcin de los privilegiados, los vigilantes, los amigos
ntimos y los que dorman a la sombra de una reputacin hbil
mente lograda por una justa conjuncin de trabajo y cautivadora

145 s

dulzura, haba para todos una expectativa de terror antes de la


lectura de las notas. El libro era un misterio.
A medida que se desplegaba la gacetilla, las ansias iban sere
nndose. Los victimados huan abatidos por la vergenza, opri
midos bajo el castigo incalculable de trescientas caritas de irona
superior o compasin ultrajante. Pasaban junto a Aristarco al
salir para entregarse a la punitiva tarea de escritura. El director,
erizando una de las cleras olmpicas que saba fabricar de un
momento a otro, descargaba el peso del libro sobre la espalda
del condenado, agravante de injuria y escarnio que se sumaba a
la pena de la difamacin. El desdichado desapareca en el corre
dor, tambalendose.
Cuando la cosa no ameritaba cleras, Aristarco se limitaba a
subrayar con una ponderacin cualquiera la sentencia catedrti
ca: o una exclamacin de asombro o bien una amenaza; algunas
veces un insulto vivo y breve; otras, un consejo amortajado en
fnebre piedad.
A veces atenazaba al nio por la nuca con dos dedos y lo vol
va, tembloroso y sumiso, hacia el colegio atento, ofrecindolo a
las bofetadas de la opinin:
Miren esta cara...!
El nio, lvido, cerraba los ojos.
En compensacin no haba, formalmente, castigos corporales.
El profesor Manlio, siempre considerando la recomendacin,
me ahorr durante mucho tiempo el formidable castigo de los
reportes. Al cabo, perdi la paciencia y me fulmin.
Al da siguiente, a la hora del desayuno, aderezaba yo con
amargura, sin azcar que me bastara, el resto del caf, quina
do de expectativa (porque Manlio me haba prevenido), cuando
escuch que Aristarco, ampliando dramticas pausas de conmo
cin, lea claro, severo:

s146

El seor Sergio ha degenerado...


Yo ya haba figurado en la gacetilla del Ateneo con algunas
notas honorables. La conmocin se guard para cuando llegara
una nota mala. El director me mir sombro.
Al fondo del silencio comn del refectorio, se socav un si
lencio an ms profundo, como un pozo al final de un abismo.
Me sent devorado por aquel silencio boquiabierto. La congre
gacin justiciera de los colegas se volvi hacia m, contra m.
Mis vecinos en la mesa se hicieron a un lado para que todos
me vieran mejor. De lejos, desde la despensa, llegaba un ruido
argentino, horrible, de cucharas lavndose; los tamarindos del
parque susurraban con el viento.
Aristarco fue clemente. Era la primera vez. Perdon.
El peor caso contemplado en el sistema de la picota era cuan
do el estudiante adquira el callo de la habitualidad, asesinando
el honor, como suceda con Franco.
Das despus de la terrible nota, volv a figurar con otra mala,
menos filosficamente escrita, pero agravada por la reinciden
cia. Aristarco ya no me perdon. Hubo despus una tercera, una
cuarta, y as en lo sucesivo. Cada una de ellas me dola inten
samente, pero no me indignaba. En la humildad devota de mi
disposicin de entonces, yo deseaba aquel sufrimiento. Lloraba
por la noche, en secreto, en el dormitorio; pero recoga mis l
grimas en una copa, como hacen los mrtires de las estampas
bendecidas, y las ofreca al cielo, con las notas malas flotando,
en remisin de mis pobres pecados.
En el recreo andaba solo y callado como un monje. Despus
de lo de Sanches no me acercaba a ningn colega ms que in
cidentalmente, con las palabras indispensables. Rabelo intent
atraerme; yo lo esquivaba. Sanches, rencoroso, me persegua co
mo un demonio. Deca cosas inmundas.

147 s

Sigue as murmuraba yo entre dientes, que un da de


estos te voy a quitar la vergenza.
En su calidad de vigilante, me llevaba brutalmente con el filo
de la espada. Yo tena las piernas amoratadas por los golpes, mis
espinillas se haban hinchado. Si Barbalho se hubiera acordado de vengar la bofetada, creo que me habra sometido al dictado
evanglico.
Durante este periodo de depresin contemplativa, slo me
entristeca una cosa: no tena el aire angelical de Ribas, no can
taba tan bien como l. Qu iba a hacer entre los ngeles si me
mora sin saber cantar?
Ribas, de quince aos, era feo, flaco y linftico. Una boca sin
labios de vieja plaidera dibujada con angustia; la splica con
vertida en boca, el ruego perenne rasgado en labios sobre dien
tes. La barbilla se le escapaba del rostro infinitamente, como
una gota de cera por el fuste de un cirio.
Pero, cuando, en la capilla, con las manos puestas sobre el pe
cho y arrodillado, volva los ojos hacia el medalln azul del cielo
raso, qu sentimiento! qu doloroso
encanto! qu piedad! Una mirada pe
netrante, devota, extasiada, que suba,
que perforaba el cielo como la aguja
ms alta de un templo gtico!
Y adems cantaba las oraciones con
la dulzura femenina de una virgen a los
pies de Mara; alto, trmulo, areo como
ese prodigio celestial de garganteo de la monja Virginia en una
novela del consejero Bastos.1
Oh, si tan slo fuera yo tan angelical como Ribas! Recuerdo
bien cuando lo vea en el bao: tena los omplatos finos y pro
tuberantes, como dos alas!

s148

Y yo era feliz en aquella poca en que envidiaba a Ribas.


Haba en mi fiebre religiosa cierto nmero de reservas que pa
recan el germen de un futuro libertino, como dicen los padres de
Minas: no admita la confesin, no pensaba en la comunin, con
sideraba extraas las exageraciones del culto pblico y senta an
tipata por los hombres de sotana. Santa Rosala era mi devocin.
Por qu santa Rosala? Por ningn motivo: era una pequea
imagen en una estampa, un grabado de acero y aguadas de fino
colorido que me haba obsequiado como recuerdo una prima,
muerta entonces, y que yo conservaba en amable remembranza.
Era buena, mi primita. Tres aos ms grande que yo, cariosa
y maternal conmigo. Jugaba poco, velaba por sus hermanos y por
el orden de la casa como una seora. Tena unos ojos grandes,
grandes, que parecan crecer an ms cuando miraban fijamen
te, negros y animados por un movimiento suave de nube sobre
cielo terso; el semblante claro, blanco, puro, de una pureza mar
mrea, con una transparencia de sangre filtrada en cada mejilla.
Rara vez hablaba; desconoca la agitacin, ignoraba la impacien
cia. Tal vez saba que iba a morir. Al verla pasar sin levantar ni
un rumor, como los espectros femeninos del soador america
no (leve en la tierra como el roce del manto de un ngel), uno
senta, con el corazn apesadumbrado, que aquella nia no per
teneca a este mundo: buscaba errante en la vida, buscaba slo
el reposo de la forma bajo la tumba, en un sitio tranquilo, con
mucho sol, donde las rosas lloraran por la maana... y la libertad
etrea del sentimiento.
Un da, no s si por el llanto que tena en los ojos, vi que el
rostro de aquel grabado pequeito cobraba vida. Pensaba en mi
Jos Joaquim Rodrigues Bastos (17771862) fue un escritor portugus, au
tor de varias obras de edificacin cristiana.
1

149 s

prima. Descubr en la imagen una conmovedora identidad de


trazos fisonmicos con la muertita. Guard entonces, como un
retrato, a santa Rosala.
Con la evolucin del misticismo era natural que la estampa
acabara de consagrarse, triunfalmente canonizada en el concilio
ecumnico de mis ms ntimos votos.
El saln general de estudio, al margen del patio central, era
una pieza inconmensurable, mucho ms larga que ancha. Quien
no tuviera una vista extraordinaria tendra que esforzarse para
reconocer, desde uno de los extremos, a alguien situado en el
extremo opuesto. De un lado se alineaban cuatro filas de pupi
tres de madera barnizada con sus bancas. En la pared de enfren
te se sucedan grandes armarios con puertas numeradas, cada
una de las cuales corresponda a un profundo compartimento,
depsito de libros. Libros era lo que menos se guardaba en mu
chos de aquellos compartimentos. El propietario colgaba un
candado de la puertita y organizaba el interior a su antojo. Unos,
los futuros sportsmen, criaban ratoncitos, cuidadosamente des
dentados con tijeras, que uncan a pequeos carros de cartn;
otros, los futuros polticos, criaban camaleones y lagartijas, ma
nifestando su precoz propensin a vivir a rastras y a cambiar de
pieles; otros, los entomlogos, llenaban el librero de capullos
adormecidos e iban a observar la eflorescencia de las mariposas;
los coleccionistas, que algn da habran de ser Ladislaos Netos,2
simulaban museos mineralgicos, museos botnicos en los que
abundaban los delicados encajes secos de las nervaduras de ho
jas descarnadas; otros se entregaban a la zoologa y guardaban

Ladislau Neto, botnico y naturalista que qued a cargo del Museo Nacional
de Ro de Janeiro en 1876.
2

s150

crneos de pajaritos, huevos vacos, vboras conservadas en cachaa.3 Uno de estos ltimos sufri una decepcin. Atesoraba el
crneo de no s qu fenomenal cuadrpedo encontrado en las
excavaciones de una huerta, cuando se comprob que era un
esqueleto de gallina!
A m se me ocurri erigir en capilla el compartimento que
tena mi nmero. Haba compartimentos adornados con cromos
y dibujos: el mo sera un bosque de flores y yo encontrara una
lmpara minscula que se mantuviera encendida ah adentro. Al
fondo, en un dorado passe-partout,4 habra de alojar a santa Ro
sala, la patrona.
El proyecto se derrumb por el problema de las flores. Ape
nas si consegua, pagndole a un criado, una diamela, un botn
cualquiera al da. Tuve que acomodar el grabado en el cajn del
mueble que tenamos en el dormitorio, cerca de la cama, para
los cepillos y los peines.
Y todos los das, sobre el papel, depositaba una flor, testimo
nio de asidua veneracin, manteniendo en el cajn el clima tibio
de mis fervores, simbolizados en un tributo de perfume.
Cuando, el da primero, sonrieron las rosas msticas de mayo,
las salud enternecido desde lo alto de las ventanas del saln
azul, como mensajeras del amor de Mara.
Iban a comenzar los himnos matutinos en el oratorio del Ate
neo. Benditos momentos de contricin y ternura en que la dis
posicin venturosa del cuerpo, despus del bao, viva un poco
el recogimiento de la poesa cristiana, en el magnfico saln, que
guardaba an, como los vapores matinales de las peas, las lti
mas sombras de la noche entre los crespones del estuco.
3
4

Aguardiente de caa.
En francs, marialuisa.

151 s

El sol vena tambin a la capilla


y pegaba por fuera la frente a los ven
tanales, blando todava por el despertar
reciente, fresco tras la toilette de la
aurora, temeroso de hacer su entrada,
sonrojado de vergenza por no rezar,
pobre astro ateo. Hacia el interior, por
las ventanas abiertas, retallecan fron
dosas ramas de jazmn, como una in
vasin de selva; y, cansados, los jaz
mines de la vspera se desgajaban en
conchitas de ncar por el piso, muer
tos, exhalando en el ambiente el alma
libre de su aroma.
Arrodillados, resentidos por la in
fluencia moral del escenario, orba
mos sinceramente. No haba mucho mal que cosechar en los cora
zones de aquella mocedad, que en aquel instante descansaban, en
la tregua de la oracin, de las pequeas miserias de la hora comn.
Yo no miraba el altar. Ah estaba, rica, en su trono iluminado,
sobre tres ramos de palmas, la imagen de Nuestra Seora de la In
maculada Concepcin, irguiendo en la frente una corona de plata
en que los reflejos de las luces engastaban pedrera. Mi contricin
y mi canto eran para santa Rosala, para la querida y simple es
tampa que llevaba dentro de la camisa de algodn y que estrecha
ba con la mano contra mi pecho, exacerbando el xtasis de la fe
con el magnetismo del santo contacto.
En mayo culmin el periodo anaggico de mi fe. En esa misma
poca, la enfermedad confin a mi padre al lecho impidiendo sus
acostumbradas visitas al Ateneo. Yo pensaba en sus padecimien
tos y ste era un tema ms para las variaciones de mi misticismo.

s152

La neblina de la melancola, que ba


jaba hasta el colegio desde las cumbres
de la cordillera, repercusin de la verde
tristeza de los campos, pesaba sobre mis
hombros como la toga de un seminaris
ta, como el voto de un fraile. Yo paseaba
en la circunscripcin del recreo como en
un claustro, mirando las paredes blancas
como tmulos, limitando las preocupa
ciones de mi espritu a la humillacin
ante Dios, sin mirar hacia arriba, en la in
clinada modestia de los brutos, anuln
dome a m mismo en la angustia del pen
samiento religioso como en el capirote
de pao picudo y negro del penitente.
El cielo, que antes mi imaginacin
haba buscado como los cnticos a las cpulas, caa entonces
sobre m como un solideo de bronce.
Triste y feliz.
Nadie saba de mis sueos, y atribuan a la excentricidad mi
amor a la soledad y al sosiego.
Al medioda, durante el himno al ngel de la guarda, en el
saln de recreo, los estudiantes, ardorosos y transpirando an
por los juegos, con las chaquetas arrugadas sobre el cinturn de
cuero y el cabello revuelto, no se tomaban en serio el rito, y era
la dureza de los vigilantes lo que los obligaba a respetar aquellos
diez minutos de religin. Slo Ribas y yo... y si no disminuan las
aflicciones de la tierra y nuestras angustias, no era porque no se
lo pidiramos al ngel...
Cantbamos la primera estrofa (Ribas daba el tono) y las si
guientes, hasta la ltima: acababan todas en una larga nota dis

153 s

parada como cohete. Cantbamos con un esfuerzo de adoracin


que compensara bien, si se pusiera en una balanza, la liviandad
irreverente de todos los colegas.
El tono de Ribas era una nota deliciosa, cuidada a base de
pastillas, guarecida con cache-nez5 en los das fros, robada, sin
duda, al tesoro de gorjeos de algn zorzal descuidado. Aristarco
adoraba esta nota. A veces, en la clase de msica, llamaba a Ri
bas y le peda aquella, aquella... la del himno...
Ribas cndidamente, por agradar al director, sacaba la mimosa
nota, como un caramelo de parto6 color mbar en la punta de la
lengua. El medioda era el momento. Ribas volva los ojos y deja
ba partir, antes que todos, el precioso sonido. El colegio afinaba
despus, y las voces iban todas, las nuestras, en persecucin de la
primera. Baldado esfuerzo, porque la de Ribas se recoga entre los
coros celestiales, festejada en la cordialidad fraternal de los arm
nicos, al paso que las nuestras, desahuciadas, volvan del intento en un retroceso icario, desmembradas, descoyuntadas, espacio
abajo como un bando de garzas aturdidas. De lejos, el conjunto po
da pasar por un cntico.
Una hora de oracin que aborreca era la de la noche, antes
de recogernos.
El movimiento del da nos sobrecargaba con una reaccin
irresistible de fatiga. El sueo nos emplomaba las pestaas como
hilos de atarraya. El armonio de la capilla, tocado por Sampaio,
hoy mdico partero dedicado a extraer vagidos como antes ex
traa acordes, produca lentamente ronquidos de sopor propios

Bufanda.
El trmino es oscuro y ha dado lugar a largas disquisiciones. Al parecer, sin
embargo, se trata de un caramelo antiemtico que consuman (y an consumen
en algunas regiones) las mujeres embarazadas para contrarrestar las nuseas.
5
6

s154

de la siesta de un tigre, resoplidos sonoros, dignos de la diges


tin adormilada de un abad. Algunos nios cantaban cabecean
do, con la voz desmayada en dilatados bostezos. En las primeras
filas, las de los pequeos, muchos cerraban los ojos, alejados del
cuidado de la plegaria. Yo gozaba el placer de la mortificacin
mantenindome fervoroso durante los rezos nocturnos.
Para lograrlo, llevaba en el bolsillo un puado de piedritas con
las que formaba, en el piso, un reclinatorio que me obligaba a
permanecer alerta, con los ojos muy abiertos, aunque me ardie
ran de sueo, y fijos en la lengua tiritante del fuego de las velas...
He hecho varias veces alusin al revestimiento exterior de
divinidad con que sola presentarse Aristarco.
Era un manto transparente, de una ndole parecida a la del le
ve tejido de brisas trenzadas de Gautier;7 un manto sobrenatural
que Aristarco se pona sobre los hombros, sin que nada revelara
de qu estaba relleno, a no ser el predicado de majestad, extra
o, por lo general, a la industria poco abstracta de los tejedores
y a la trama concreta de las lanzaderas.
Nadie sera capaz de tocar con el dedo aquella misteriosa pr
pura. Se senta, sin embargo, el influjo de la realeza impalpable.
De esta manera, una simple mirada del director inmovilizaba
al colegio fulminantemente, como si llevara en el brillo las ame
nazas de todo un despotismo cruento.
El director manejaba este talento de imperio con la pericia de
un corredor montado en un sensible pur sang.8
El saln general de estudio tena mltiples puertas. Aristar
co obraba apariciones repentinas por cualquiera de ellas, en los
momentos en que menos se le esperaba.
7
8

Thophile Gautier (18111872), escritor francs.


En francs, purasangre.

155 s

Se materializaba tambin en las aulas, tomando por sorpresa


a profesores y discpulos. Por medio de este proceso de vigilan
cia basado en apariciones inopinadas, mantena en cada rincn
del establecimiento el riesgo perpetuo de lo flagrante como una
atmsfera de susto. Lograba ms con eso que con el espionaje
de todos los bedeles. Su capricho llegaba al punto de hacer creer
que algunas ventanas o puertas estaban clausuradas para siem
pre, con el nico fin de abrirlas bruscamente un buen da sobre
cualquier maquinacin clandestina de indolencia. Sonrea en
tonces para sus adentros ante el efecto pavoroso de las trampas
y se acariciaba los majestuosos bigotes blancos de mariscal pau
sadamente, como se lame el jaguar en el hocico el gozo anticipa
do de un banquete de sangre.
Pero era en los momentos de ira y de elocuentes exaltaciones
cuando saba hacerse en verdad divino. Entonces era ms que
una revelacin temible del Olimpo; era como si Jpiter mandara
a Mercurio a recoger en la tierra los rayos ya disparados y los
aadiera a la provisin invaluable de los arsenales del Etna para
soltarlo todo de una vez, en una sola clera, en un solo trueno,
aniquilando a la naturaleza bajo la bombarda omnipotente.
Pero no slo parodiaba los furores olmpicos. Aquella alma dctil
de artista saba descender hasta la blandura, hasta la lgrima aposta.
Jpiter guardaba, para el momento adecuado, la caricia de
edredn, el gesto flexuoso del cisne soberano.
A veces se expanda sobre el Ateneo en estallidos de un amor
paterno tan volcado, tan hbilmente sincero, que no tenamos
ms remedio que replicar en el mismo tono, con un madrigal de
enternecimiento filial.
Y lo admirbamos.
A la hora solemne del medioda, Aristarco aprovechaba para
distribuir una colacin de consejos, despus del canto y antes de

s156

otra, consistente en rebanadas, incomparablemente mejor reci


bida. Muchas veces no slo eran consejos. Eran tambin repri
mendas en masa por culpas colectivas, confiscaciones de ciga
rros o pequeos procesos sumarios en los que se averiguaba la
autora de delitos importantes, como llenar un saln de papel
picado, escupir en las paredes, mojar el retrete, e incluso mucho
ms graves, como un episodio de Franco que pertenece a la eta
pa beata de mis reminiscencias.
Asista el maestro con su atencin acostumbrada al canto de
la plegaria, haciendo girar entre los dedos la medalla del reloj
que llevaba sobre el chaleco, en la abertura del frac. Al final,
despus de un intervalo preparatorio, aperitivo de emociones,
tom la palabra con un tono solemne de revelacin y refiri el
caso con toda la grandeza de que era capaz, reclamando la indig
nacin vengadora del Ateneo.
El domingo de la vspera, Franco, aprovechando la flojedad de
la vigilancia durante el da de descanso, haba ido a vagar al jar
dn. Y, para tomar agua de un pozo que exista all, cuya bomba
no funcionaba bien, haba deliberado, imagnense! humedecer el
tapn aspirador con un lquido que Moiss sera capaz de obtener
en el rido desierto sin milagros e incluso sin Horeb. Conside
ren, ahora, que el referido pozo proporcionaba agua para lavar
los platos.
Un murmullo de horror se elev de entre las filas de estudiantes.
Pasa al frente, Franco orden Aristarco.
Con esa insensibilidad ptrea que lo acorazaba contra las hu
millaciones, Franco sali de su sitio y, agachando la cabeza como
un perro, fue a parar al centro de la sala. All estuvo durante al
gunos segundos, expuesto, en el centro del enorme cuadriltero
de alumnos. Las miradas caan sobre l como proyectiles de un
fusilamiento.

157 s

Lo que ms indignacin despertaba era pensar que habamos


comido en platos lavados despus de la irremediable profana
cin de la linfa. Una vez producido este efecto, con el que con
taba para el castigo moral, el director remat el libelo. Podamos
estar tranquilos: nuestros labios estaban puros. Franco haba si
do sorprendido por un despensero que lo apres, y la bomba se
clausur incontinenti.
Muchos dudaron de la oportunidad de la clausura. Se limpia
ban con asco la lengua en el pauelo, se tallaban la boca hasta
despellejarla.
Este puerco! bramaba Aristarco. Este grandsimo
puerco! repeta como un dios fuera de s.
A su alrededor, todos apoyaban la energa de la reprimenda.
Se decidi, empero, dejar con vida al criminal. Aristarco slo de
termin que escribiera diez pginas de castigo por la noche y que
pasara arrodillado las horas de recreo, comenzando por aquella.
Formulado el veredicto, Franco cay de rodillas sobre el suelo,
con un estampido, como si repentinamente se le hubiera reven
tado un resorte en las piernas.
Ah no! Aqu, canalla! grit el director, indicando la
puerta del saln. La oracin del medioda se cantaba, como sa
ben, en el edificio destinado a los recreos en los das de lluvia,
que abra tres anchas puertas hacia el patio central. Aristarco
estaba cerca de la del centro.
Ah qued Franco arrodillado, en la picota: ante la sorna de
los malos y la alegra libre de todos. Como esta puerta queda
ba en el camino que los muchachos recorran para llegar a las
charolas en que se elevaban las seductoras pilas de comida, el
condenado sufra un poquito ms de pena. Al pasar por donde
estaba, los ms enfurecidos le daban empellones, le pellizcaban
los brazos y lo injuriaban. Franco responda a media voz alguna

s158

palabrita sucia, repetida rpidamente, y les escupa, ensucin


dolos a todos con la arremetida de los nicos recursos con que
contaba en su posicin.
Hasta que uno de los grandes, ms irreflexivo, lo hizo caer con
tra el portal, abrindole una herida en la cabeza. A ste Franco no
le respondi: se puso a llorar.
Los inspectores fiscalizaban la distribucin del pan para pre
venir ardides inconvenientes.
Los maltratos les pasaron inadvertidos.
Las desventuras de Franco y las mas propias me acercaron al
muchacho. Me haba convertido casi en un amigo para l. Fran
co era callado, como receloso de todos, tristn, de una melanco
la emparentada con la imbecilidad; tena accesos reprimidos de
rabia, protestas que no saba formular. Los libros, fuente primera
de sus disgustos, le causaban horror. La necesidad de escribir
por castigo haba fomentado en l la habilidad de los galeotes:
haba adquirido un pasmoso desembarazo en la faena de llenar
de garabatos pginas y pginas. El interminable trabajo de escri
tura le haba formado callos al borde de las uas.
Mis dedos perdieron el bro deca en los momentos de
amargo humor en que improvisaba sarcasmos contra s mismo.
Al principio me rehua, refunfuando cosas indescifrables.
Despus me acept. Pero sus confidencias no iban ms all del
restrictsimo lmite de algunos gruidos de aversin, relatos de
desastres chuscos que conoca, observaciones ingenuas sobre
asuntos infantiles y expresiones de odio a los superiores.
En cierta ocasin recibi una carta de provincia, una de las
pocas que le llegaban al ao. Pude ver que, al terminar de leerla,
tena lgrimas en los ojos. El llanto era todo un acontecimiento
en su fisionoma, que presentaba invariablemente una impasi
bilidad de mscara de alambre. Me interes aquel sufrimiento;

159 s

Franco me dio a leer la carta. Su padre era un pobre desembar


gador desterrado en los confines de Mato Grosso, con ocho hi
jos. Una carta dolorosa. El mensajero del tutor se la haba entre
gado directamente a Franco, y de esta manera haba escapado
a la curiosidad del director, a quien le gustaba espiar la corres
pondencia de los alumnos. Hablaba de venir a la corte9 a fin de
ao haciendo toda clase de sacrificios, hablaba de ver a su hijo,
buen nio, bien educado y estudioso. Contaba despus, entre
exclamaciones consternadas, que una hija, la mayor, haba de
saparecido del colegio donde estudiaba en compaa de un
profesor de piano, un hombre casado, y que la haban encon
trado abandonada tres o cuatro das despus. En vano haban
interrogado a la infeliz para castigar al culpable. La jovencita
se haba hundido en un mutismo desolador, como si hubiera
perdido la voz; rechazaba el alimento sin despegar del suelo los
ojos enloquecidos, siervos de la contemplacin demente de la
vergenza.
Cmo se ha degradado Sergio! se lamentaban los inspec
tores al comentar el orden del da con el director. Es ntimo
de Franco.
Aunque esto no era rigurosamente exacto, no me sorprend
cuando el excomulgado me invit a participar en una extraa
empresa nocturna.
Vengarme de esta canalla! murmuraba, soltando una
carcajada incompleta y cida.
Sucedi por la tardecita, despus de la gimnasia, el mismo da
del proceso de la bomba.
Franco haba logrado escapar, en la penumbra, del saln en que
lo haban encerrado para que cumpliera con las pginas de castigo.
9

Id est, a Ro de Janeiro, sede de la corte imperial.

s160

Y juntos, l y yo, porque yo haba aceptado su invitacin con una


facilidad que hoy da no logro comprender, trepamos el muro del
patio por una esquina y saltamos hacia el jardn boscoso.
Bajo los rboles haba ya una noche espesa. Dimos una vuelta
en la oscuridad siguiendo la curva de una alameda. Franco iba
adelante, callado, caminando ligero y rpido como una sombra
en el aire. Yo lo segua irresistiblemente, como soando, en un
sueo de curiosidad y asombro. Qu iba a hacer Franco? A
dnde se diriga? Llegamos al pastizal, en uno de cuyos linderos
estaba la natacin. En la puerta por la que se entraba a ese te
rreno haba un depsito de basura donde los jardineros acumu
laban los desechos barridos en la casa de campo, que negreaban
putrefactos y se convertan en abono con el tiempo.
Franco se detuvo junto al basurero. Siempre en silencio y ac
tivo, como para no perder esa extraa fuerza de voluntad que lo
impela, se puso a examinar la basura con el pie.
En un rincn, entre troncos de bamb, retintinearon unas
botellas. Franco se agach y, mecnicamente, sin volverse, tom
una botella, otra y otra. Me las fue dando, se guard algunas ms
bajo el brazo y continuamos, Franco adelante, ligero y rpido,
siempre con su paso de sombra, como si flotara difuminado en
la niebla casi lcida del campo abierto.
Atravesamos el pastizal casi ocultos por los altos matojos de pas
to alemn, cuya oscura extensin se constelaba de lucirnagas y vi
braba con el gritero intenso de los grillos y el clamor de los sapos.
Frente a la natacin, Franco se detuvo y me oblig a detenerme.
Mi venganza dijo entonces entre dientes, y seal el man
to de agua de la gran alberca.
La masa lquida, inmvil en la tranquilidad de la noche, pare
ca una lustrosa acera de azabache; algunas estrellas se repetan
en la superficie negra con una nitidez perfecta.

161 s

Con el mismo nimo atareado de toda aquella singular em


presa, Franco se acerc a m, tom las botellas que me haba dado
y desapareci de mi vista.
Lo o romper las botellas una a una. Al poco tiempo reapare
ci, con la parte inferior de la camisa plegada como un regazo.
Y entonces comenz a lanzar a la alberca, con la mayor tran
quilidad, hacia todos lados, aqu y all, dispersamente, como
sembrndolas, las lascas de vidrio que haba quebrado. Un bre
ve rumor de inmersin burbujeaba a flor del agua, abriendo en
crculos concntricos los reflejos del cielo. Vi ir y venir muchas
veces, contra la albura ms clara del muro divisorio, la sombra
del siniestro sembrador.
Mi venganza! repiti Franco una vez ms Sangre por
sangre aadi con su risita seca. Maana voy a rerme de
toda esa canalla...! Te traje aqu para que alguien supiera que
yo me vengo!
Mientras hablaba, me mostraba el pauelo con el que se haba
limpiado la sangre del golpe que se haba dado en la frente.
El terror legtimo de la aventura, en un lugar vedado, a aque
llas horas, slo me acometi cuando, al saltar el muro del patio,
fui a caer entre las manos de Silvino. Entre los apuros de la confu
sin, apenas si pude ver a Franco pescado por el cogote, como
un ladrn en flagrante delito.
En presencia del director, en la oficina inquisitorial, impro
vis una mentira. Habamos ido a cortar chicozapotes, afirm,
explicando, contra la tremenda impugnacin, el extrao ca
rcter de la partida de campo. El director estableci una pena
de ocho pginas. Franco, que andaba con un dficit de veinte
cuando menos, tuvo que aadir stas al impagable pasivo. Por la
vergenza del intento de hurto y de acuerdo con el sistema de
castigos morales, se aadi una clusula suplementaria: al otro

s162

da, los delincuentes pasaramos de pie en el refectorio las horas


de la colacin y de la cena, cargando cuantos chicozapotes nos
cupieran en cada mano.
A m no me preocup todo el refinamiento de aquel castigo;
al contrario, estaba en conformidad con mi programa de peque
o mrtir ad maiorem gloriam.10 Cuando dej la oficina, era otra
cosa la que me atormentaba. Arda en remordimientos; tena
astillas de botella en la conciencia. La sanguinaria trampa de
Franco me obsesionaba como si el delito hubiera sido obra ma.
Pasadas las horas de estudio nocturno, cuando los alumnos
se retiraron a sus dormitorios, me qued trabajando con Franco.
Tuve que detenerme al cabo de cuatro pginas. El remordimien
to me carcoma como una fiebre; me aterrorizaba la idea del ba
o la maana siguiente, los muchachos arrojndose hacia la ven
ganza prfida, el agua encapotada de rojo. Imposible escribir una
lnea ms. Dej a mi compaero y hu al saln de los medianos.
La excitacin recrudeci. Daba vueltas en la cama sobre un
tormento de lascas cortantes. Qu hacer? Denunciar a Franco
en la madrugada? Correr a oscuras y abrir la coladera de la al
berca? Prevenir a los colegas, pidindoles que corrieran la voz?
La controversia me creca en el crneo como una hinchazn de
meninges. Sera posible que Franco, tomado por el arrepenti
miento, fuera a presentar temprano ante los inspectores la de
lacin de su propio acto? Intent incluso ponerle ardides a mi
conciencia ponderando que quiz no se arrojaran a la alberca
muchos al mismo tiempo y, as, el primer herido salvara a los
dems. Pero la fiebre venca ante la perspectiva de la sangre.
Diez, veinte, treinta muchachos en la orilla, gimiendo, extra
yendo con dificultad las lascas clavadas en su carne! Y yo, cm
10

En latn, para mayor gloria.

163 s

plice, porque lo haba permitido, y culpable principal, porque, al


fin, no me cegaba el pretexto del justo desquite...
Me levant de la cama y vagu descalzo sobre las tablas fras,
por los salones adormecidos, para ver si mi malestar amainaba.
Los colegas, tranquilos, en la lnea de lechos, hundan el rostro
en las almohadas, plidos por la anemia de un reposo sin sue
os. Algunos afectaban en los labios un conmovedor esbozo de
sonrisa; otros, la expresin desmayada de los fallecidos, boca en
treabierta y prpados entrecerrados que dejaban ver, en su inte
rior, la ternura empaada de la muerte. De tiempo en tiempo, las
sbanas blanquecinas ondeaban con una aspiracin ms fuerte
del pecho, alivindose despus con uno de esos largos suspiros de
la adolescencia, que surgen durante el sueo por la vigilia in
consciente del corazn. Los menores, ms nios, mantenan una
mano sobre el pecho y dejaban colgar la otra fuera de la cama,
observando en el abandono del descanso una actitud ideal de
vuelo. Los mayores, convulsos por el espasmo de aspiraciones
precoces, doblaban la cabeza y envolvan la almohada en un en
lace de caricias. El aire de fuera llegaba por las ventanas abiertas,
fresco, sazonado con la exhalacin nocturna de los rboles; se
escuchaba el grito acompasado de un sapo martilleando los se
gundos, las horas, con golpes de tonelero; a lo lejos, otros y otros
ms. El gas, dbil en las arandelas de vidrio esmerilado, bracean
do desde los faroles de ala de mosca, se dispersaba parejo sobre
las camas, dulzura dispersa de una mirada de madre.
Qu venturosa seguridad la de aquel museo del sueo! Y ma
ana, pobres colegas! El bao, el retorno, los pies ensangren
tados, surcando de vestigios rojos el camino!
Volv a mi dormitorio. Saqu del cajn la imagen de santa Rosa
la; la bes con lgrimas, le ped consejo como un hijo. La inquie
tud no cesaba. Atraves una vez ms los dormitorios, despacito

s164

para que no me oyera Margal,


acomodado tras un biombo
en uno de los ngulos del sa
ln azul. Un chasquido de los
huesos de mi tobillo estuvo a
punto de comprometerme.
Tras el biombo tosieron; me
detuve un momento. La tos
se alivi; prosegu.
Baj al primer piso del
edificio; entr en la capilla.
La capilla en tinieblas, de
una negrura absoluta de merino oscuro. La opacidad le daba una
amplitud de subterrneo, que se intua misteriosamente en el
espacio. No tuve miedo. Fui al altar. Tropec con el estrado. Me
arrodill en el piso y descans la frente sobre los brazos en una
de las esquinas del estrado del oratorio. Rec.
Como mal estudiante que era, no me saba completa ningu
na oracin. Rogaba por mi cuenta, improvisando splicas vehe
mentes, afligidas, que deban forzar a empellones la puerta de
san Pedro. Imploraba a Dios directamente, sin el empeo media
dor de mi patrona. Hasta que, no s cmo, me qued dormido.
Me despert una palmada. Era de da. Me levant avergon
zado, en camisn, ante Margal y un puado de colegas que me
observaban.
Es sonmbulo, es sonmbulo explicaban.
Este desenlace me evitaba decir qu haba ido a hacer all;
acept la explicacin, asintiendo.
Qu horas son? pregunt.
Las seis me respondieron. Venimos del bao.
Tenan el cabello escurrido sobre los ojos.

165 s

Y los trozos de vidrio? grit espavorido.


Examin los pies de mis compaeros. No vea sangre en las
sandalias con que bajaban al bao! Estaba claro: haban orde
nado que los alumnos se ducharan en el bao correspondiente,
alojado en uno de los cuartos bajos del Ateneo, porque el agua
de la natacin ya se haba usado seis veces. Gracias a Dios! Me
llegaba del cielo esta solucin de aguas sucias, alcanzada me
diante la oracin. El alma se me dilat en un alivio dichoso.
Mis compaeros achacaron a la confusin del sueo mi in
terjeccin explosiva sobre los trozos de vidrio. No as el inspec
tor, que me llam para interrogarme. Nueva mentira: durante
la empresa de los chicozapotes, una botella, que haba arrojado
sin cuidado, se haba hecho pedazos contra el muro, sobre la
alberca. Se tomaron medidas. El criado encargado de barrer el
tanque, con el celo de la domesticidad, llam la atencin sobre
el nmero de fragmentos; la hiptesis de una intencin perversa
era tan extraordinaria que no prosper.
Ese mismo da estuve con Franco durante el recreo, cum
pliendo con el castigo. No me dijo palabra sobre la decepcin de
su venganza. Juzgndose comprometido, se concentraba en esa
insensibilidad de caparazn que lo defenda, en espera de cual
quier cosa: mi delacin, una tormenta de denuestos, la celda de
castigo o un incremento en el eterno dficit de la deuda penal.
Le molestaba, sin embargo, la necesidad de sufrir un castigo por
un intento que haba resultado ser un fiasco.
En cuanto al refinamiento de la exposicin en el refectorio
con las manos llenas de chicozapotes, no hubo manera de que
Aristarco me obligara. Aceptaba permanecer de pie; no era po
co. Franco, naturalmente, se someti y ah estuvo, con los bra
zos abiertos, hacindola de frutero en provecho del sistema de
castigos morales. Tanto mejor para el sistema.

s166

Ante mi reluctancia, se calcul a cuntas pginas de escritura


equivaldran dos puados de chicozapotes; reduccin difcil que
la justicia colegial logr matemticamente, pronunciando una
condena que me dara qu hacer hasta pasada la media noche.
Este rasgo de vigor falseaba mi papel religioso de sumisin y
sufrimiento. Fue el repentino prenuncio de la prxima reforma
que se verificara en mi interior espiritual. Y, como las evolu
ciones de la voluntad saben extraer de cualquier hecho la her
menutica del determinismo, se dio inmediatamente un suceso
que pes mucho en la transformacin.
Por la noche tuve que estar hasta tarde, de nuevo con Franco,
en uno de los salones del primer piso, fatigndome en la tarea
de las pginas. Hacia las diez y media, el director, antes de irse a
su casa, vino a vernos.
Siguen escribiendo... estos belitres? nos dijo desde una
enorme altura, a manera de buenas noches, y desapareci dejn
donos bajo el cuidado del amable Joo Numa, el lechn, inspec
tor de los salones del piso superior. Como todo buen gordinfln,
Joo era holgazn. En cuanto vio que Aristarco se marchaba,
cerr la ltima puerta del Ateneo y se fue a dormir.
Yo, abrumado por la vigilia de la vspera, tena tanto sueo
que apenas si poda levantar la cabeza. En algn momento ced
ante el cansancio y despert al sentir que me acariciaban la ma
no. Me haba dormido con el brazo derecho contra el pupitre,
el rostro sobre la tinta del castigo y el brazo izquierdo cado
hacia el banco. Un instante despus estaba fuera del saln, de
un salto, como si hubiera descubierto en sueos que Franco era un
monstruo.
Al da siguiente sal de la cama como de una metamorfosis.
Imagin, generalizando errneamente, que la contemplacin
era un mal, que el misticismo estaba degradndome a traicin;

167 s

la fcil convivencia con Franco era la prueba. El Ateneo me hon


raba, en aquella poca, con un concepto que no fui capaz de
apreciar sino hasta pasado algn tiempo. Yo no crea haberme
rebajado tanto, pero supuse que me encaminaba directamente hacia una zambullida. Si el alma tuviera pelos, en ese instante
hubiera sentido un fenmeno de horripilacin moral.
Estaba perplejo.
Sanches poda representar el triunfo en la escuela; Franco,
en compensacin, representaba la humildad derrotada. En
tre aquellos dos extremos repugnantes, se revelaban otras tres
muestras tpicas de la lnea del buen vivir: Rabelo, un anciano;
Ribas, un ngel; Mata, el jorobado, un agente encubierto. Yo, pa
ra angelical, decididamente no tena vocacin, estaba probado,
ni omplatos finos; para anciano no tena edad, ni anteojos azu
les, ni mal aliento; para Mata, me faltaban el carcter adecuado
y la joroba... Dnde resida el deber? En la boleta? En la opi
nin de Aristarco? En la misantropa senil de los anteojos azules?
En ese instante me asalt, a la inversa, el relmpago de Da
masco:11 la independencia.

Alusin irnica a los Hechos de los apstoles, donde se relata cmo se con
virti Saulo de Tarso (san Pablo) al cristianismo al aparecrsele, en el camino de
Damasco, una luz y una voz que venan del cielo.
11

s168

sV s
Debo, no obstante, la mayor
suma de gratitud a mi efemride religiosa. Me aliger con
complacencia divina el periodo de vagancia profunda
y ablandamiento hipntico
con que me haba oprimido
la atmsfera del Ateneo. Toda la persecucin de castigos
resbalaba por el cilicio de la
penitencia sin daar mi delicadeza moral. Yo emerga
fuerte de las pruebas. Qu
tranquilidad, en la apata, tener a Dios por fiador!
bamos a misa los domingos. Todos abran sus misales, para que el director los viera atentos. Yo no abra el mo. Slo dejaba que mi espritu huyera hacia
lo alto y se adhiriera a la bveda como las decoraciones sagradas,
que se ajustara estrechamente a los detalles de la arquitectura
del templo como el oro sutil de los doradores, que se conservara all arriba, vido todava de ascenso, ambicioso de cielo como
las bocanadas de los turbulos.
Haba ataques contagiosos de tos que explotaban en las filas.
Yo no tosa. Haba convulsiones de risa, mal contenidas por el

169 s

pauelo, mal dominadas por una mirada de Aristarco, arrodillado frente al colegio, con las manos cruzadas sobre el puo
de unicornio;1 como cierta ocasin en que un perro travieso y
sin principios entr en el momento preciso en que se elevaba la
santa partcula y se escap con el gorro de un fiel contrito. Yo
era inmune a la risa.
Los das solemnes cantbamos en coro. El orfen tendra
arreglos vocales mejores que el mo; pero si cantaran los corazones en lugar de los labios, ningn himno se elevara ms
ancho y ms hermoso que el que yo profera. Nos traan agua
con azcar en una jarra de vidrio para que humedeciramos las
cuerdas vocales. Yo rechazaba esta dulzura terrena.
El Ateneo contribua al resplandor de las procesiones. Yo me
envolva ampliamente en la capa, encarnada como los sacrificios, que poda darme tres vueltas; empuaba un cirio que me
martirizaba los dedos con sus ardientes gotas de cera. Y all iba,
codiciando, no obstante, la fuerza lumbar de los vendedores callejeros para soportar sobre la espalda, yo solo, aquellas pesadas
andas; envidindole el garbo al presidente de la filarmnica particular Prazer do Rio Comprido, que vena atrs, en el cortejo,
con el estandarte S. P. M. P. R. C.; y anhelando el puo atltico
de un equilibrista de perchas para llevar correcto y firme los
oscilados pendones.
Con qu tristeza, al entrar la procesin, cuando el director
nos mandaba volver al colegio, con qu tristeza vea de lejos, por
la puerta, el interior flameante del templo! All se quedaba la
fiesta de Dios... y nosotros de vuelta hacia Ateneo taciturno, en
una marcha inexorable! Yo sacuda la cabeza desesperado; no

Id est, de cuerno de rinoceronte.

s170

poda sufrir la privacin de aquel jbilo, gozar en el alma la orga de fuego de los altares, subir, con el pensamiento, peldaos
y peldaos hasta el trono centelleante, que se arrojaba hacia lo
alto en el ascenso de la Gloria.
Despus de esos entusiasmos, la religin se me fue oscureciendo.
En el saln general de estudio, mi vecino era Barreto, un personaje doble que representaba en las horas de recreo la diversin
en persona, y tena momentos de meditacin tormentosa con
muecas de terror, y hablaba de la muerte, de la otra vida, rezaba mucho y tena figas de madera,2 escapularios, medallitas atadas con cordeles que le saltaban fuera del pecho cuando jugaba.
Sanches me haba iniciado en el Mal; Barreto me instruy en
el Castigo. Abra la boca y mostraba un caldero del infierno; sus
palabras eran llamas; al calor de aquellos sermones, las culpas
ardan como sardinas en aceite.
Barreto haba estado en un seminario riguroso, a dieta de
nitro para congelar los adores de la edad. Era flaco, tena una
frente de Alexandre Herculano,3 labios delgados, ojos negros,
refulgentes, saltones, fisionoma general de calavera bajo una
piel reseca de momia. En la barbilla se le vean slo dos hilos de
barba, retorcidos, cada uno hacia un lado.
Quiz slo l conoci mis preocupaciones beatas. Dueo de
mi punto dbil, se puso a informarme acerca de los pavores de la
fe con el nfasis satisfecho de un cicern. Recuerdo uno de los
temas: la comunin sacrlega! A este respecto, Barreto me dio a

Amuleto que representa una mano izquierda femenina, cerrada en puo


con el pulgar interpuesto entre el ndice y el medio.
3
Escritor romntico portugus (18101877). Tena la frente calva y muy
amplia.
2

171 s

leer un libro, un libro cruel, que describa cosas dignas de Moloc:4


nios directamente ajusticiados por la clera celeste, uno de los
cuales, por haber comulgado sin confesin previa, engaando al
sacerdote, haba sido atrapado por la ropa entre los cilindros de
acero de una mquina y haba acabado reducido a pasta, impenitente, maldito, sin tiempo de proferir ni un Ay, Jess... Me
resultaba increble que, de una simple hostia, la taumaturgia de la
supersticin pudiera obtener tantos efectos de terror.
Barreto comentaba reforzando. Inspiraba miedo cuando, encendido en iras santas de predicador, demostraba cun alejados estaban an, en la tierra, los castigos de la Providencia de
los suplicios de la eternidad. Describa el infierno como si lo
hubiera visto. Rubescente caverna, dragones verdinegros, color
limo, serpientes de hierro incandescente enroscndose en los
condenados, demonios bermejos agitando antorchas de asfalto
derretido, otros espritus caudatos conduciendo, a golpes de vara, cantidades de inconsolables rprobos a las calderas.
Le la Nova floresta, de Bernardes.5 El reverendsimo autor vino a retocar la obra de Barreto con sus narraciones de iluminado
terrorfico.
La religin comenz a parecerme de una insoportable melancola. Muerte cierta, momento incierto, infierno para siempre,
juicio riguroso: nada ms negro!
Era demasiado pronto para que pudiera sopesar filosficamente aquella revelacin; encontr, sin embargo, un embarazo invencible en el ritual de las ceremonias. Yo, que en mis mejores das
no haba logrado formular literalmente ni una sola oracin del caDios pagano cuyo culto se condena en la Biblia, donde se consigna que se
le sacrificaban nios.
5
Obra moralista escrita por el padre portugus Manoel Bernardes (1644
1710).
4

s172

tecismo, choqu en definitiva con la fastidiosa prescripcin del


precepto. Ir a la misa, muy bien; pero el resto, sobre todo depender de los seores ministros del culto... En dos palabras: la sacrista y el infierno, probables escndalos y horrores inevitables, me
disgustaron del todo. Por lo dems, en ciertas ocasiones yo haba
intentado hacer bien las cosas, estudiando mnimamente, rezando
muchsimo y haciendo, por si fuera poco, un pequeo ayuno; al
da siguiente, mala nota! Era un descrdito para el favor divino.
Qu le costaba a la suma omnipotencia transformar en leccin
resabida una ignorancia pasadera, tal como haba transmutado en
abundancia sin fin una miseria de cinco panes?
As andaba la exaltacin de mis fervores cuando me vi involucrado en el episodio de los trozos de vidrio. La atribulacin del
remordimiento reaviv por un breve tiempo la llama decadente; no haba sido malo el resultado de mi splica en aquel duro
trance; muy adelantada iba, sin embargo, la descomposicin de
mi xtasis. Olvid la circunstancia con la ingratitud fcil de los
pretendientes satisfechos. Y llegu a aquella conclusin audaz.
Aunque no tena fuerza para restaar de golpe el torrente
de los siglos cristianos, logr, al menos, permanecer al margen.
Desconocedor del atesmo, me limit a volver la espalda a los
fantasmas de lo eterno. Sub al dormitorio, saqu del cajn mi
santa Rosala, guard la flor de la ltima ofrenda, seca, porque
la puntualidad de mi culto ya falseaba, le depuse un sculo de
despedida y, sin ms profanacin, la hice bajar a la sala de estudio, donde la destin a la modesta responsabilidad de marcar las
pginas de un libro. Mi patrona estaba depuesta!
Poco despus, algn amante de los grabados me la rapt, y lo
nico que lament fue perder el recuerdo de mi aorada prima.
Mayo haba pasado, y con l las rosas; se acabaron las oraciones a la Virgen. Sin los himnos matutinos, sin la sonrisa a

173 s

colores de santa Rosala, me quedaba el Dios de los novsimos,


de las comuniones sacrlegas, el Dios salvaje de Barreto. Ciertamente no quise saber del verdugo; ech la metafsica por la
borda como si se tratara de una pesadilla. Y me qued otra vez
solo en el Ateneo; ms solo que nunca. Slo con los astros de mi
compendio, panorama de la noche consoladora.
Y menos mal que volva de la creencia por la Va Lctea, como haba llegado a ella. Retirada honrosa de un desengao.
Los das de salida eran de quince en quince. Se parta el domingo, despus de misa; se volva el lunes, antes de las nueve
de la maana. Los das santos de guardar permitan salidas desde
la vspera. El despensero y comisario de vveres le insista al
director que relajara un poco ms el sistema de feriados. Los
muchachos necesitan pasear, subrayaba con la libertad de mayordomo confidente. Aristarco replicaba con la sensata invencin de los vveres de tercera, elasticidad insensible de los presupuestos.
Haba, sin embargo, salidas extraordinarias que se otorgaban
como premio u obsequio.
Por cada leccin considerada buena, el profesor firmaba un
papelucho amarillo, buen punto, y se lo entregaba al distinguido. Diez premios de stos equivalan a una tarjeta impresa, buena nota, tal como veinte ris6 de cobre multiplicados por diez
valen un nquel de doscientos. El sistema decimal se aplicaba
sobre todo a la conquista de un diploma honorfico equivalente
a una baraja de diez tarjetas de buena nota. Con semejante diploma, el alumno se converta en candidato a la condecoracin
final de una medalla de plata u oro, segn fuese ms o menos
excelente en los distintos superlativos del mrito escolar. As,
6

Vid. supra, p. 84, n. 6.

s174

el valor personal se reduca a papel en la clearing-house7 de la


direccin; o, ms bien, la teora de Fox8 se adaptaba al proceso de
las recompensas con todos los riesgos de un cambio incierto,
sujeto a los pnicos de bancarrota, sin un criterio de justicia que
garantizara, bajo la ostentacin del papel moneda, la realidad de
un numerario de bien aquilatada virtud.
Sea como fuere, cierto es que con los papeles de buena nota
se compraba una salida, y esto era lo importante, como en los
pases donde las finanzas van mal; desde el momento en que
circula el papel, cunto vale el valor?
Intil es decir que a m jams me llegaban las salidas de premio. Tanto mejor me saban las otras.
Durante la primera quincena del colegio, la idea de unos das
feriados y del retorno a la familia me embriag como la ansiedad de un sueo fabuloso. Cuando volv a ver a los mos, fue
como si los hubiera recuperado a travs de una resurreccin milagrosa. Entr a casa deshecho en llanto, dominado por la exuberancia de una alegra mortal. Me sorprenda la increble ventura de mirarme an en aquellos ojos queridos pasada la cruel
eternidad de dos semanas. No! La magnanimidad del temido
cataclismo haba perdonado mi techo. Dios me haba permitido,
en la largueza prdiga de su suma bondad, volver a ver nuestra
casa sobre sus cimientos, nuestro techo, que tantas veces haba
recordado, y la chimenea serena, fumando el infinito spleen de
las cosas inmviles y elevadas.

Cmara de compensacin. Entidad que se encarga de centralizar los pagos


y cobros dentro del mercado.
8
Charles James Fox (17491806), poltico liberal britnico, abolicionista,
favorable a la Revolucin francesa. Sostena que la propiedad era el fundamento
de la aristocracia.
7

175 s

Con el tiempo me acostumbr a la feliz probabilidad de hallar


en ella a mis preciados lares, y, en los momentos de recogimiento colegial, me atrev a fundamentar los proyectos de diversin
sobre la esperanza de que la tierra iba a abrirse para tragar exacta
y exclusivamente lo que yo ms quera, abusando de mi ausencia y slo para atormentarme el corazn.
Lo que llev conmigo el primer da que sal despus de la
deposicin de santa Rosala no fueron, sin embargo, preocupaciones pueriles de temor ni perspectivas de diversin.
Haba venido a buscarme un criado. Yo, delante del cargador,
con mi uniforme de botones dorados, sal del Ateneo grave y
mudo, como un diplomtico encaminndose a una conferencia.
Iba, en efecto, rumiando la ms seria de las intenciones: encarar
una entrevista franca con mi padre, describirle valientemente
mi situacin en el colegio y obtener su auxilio para reaccionar.
Mi padre acababa de dejar el lecho. Nada saba de mis ltimos
fracasos. Qued admirado y consternado. De ah el xito completo de mi entrevista.
Algunos das despus, en el colegio, era yo un pequeo potentado. Derroqu a Sanches, logr que se revocara la disciplina
de las espadas, reconquist la benevolencia de Manlio, levant
la cerviz! Ya libre del arbitrio pretencioso de un vigilante, el
trabajo me agrad. Un consejo de casa me afirm que, adems
de la noble opinin de Aristarco y la an mejor opinin de la
boleta, haba una tercera: la ma, que, aunque no era tan buena ni
tan competente como las otras, tena la elevada ventaja de la originalidad. Con una palabra surgi un anarquista.
En adelante sera inevitable el conflicto entre la independencia
y la autoridad. Aristarco tendra que aguantar. En compensacin,
adis esperanzas de ser vigilante algn da! Y, sobre todo, adis,
feliz indolencia de los tiempos beatos!

s176

Para la campaa de reaccin almacen una abundancia ina


gotable de vanidad y decid menospreciar de la mejor manera posible los premios y aplausos con los que se graduaban los
grandes estudiantes. Ya hecho a la vida del internado, nutra la
certeza de que lograra por m mismo todo aquello que no haba
logrado con el amparo de un amigo ni con la ayuda de Dios.
Con el firme propsito de no volverme ejemplar ni aplicarme
al serpenteo de habilidad al que obligaba el papel de estudiante modelo, establec, sin embargo, la razonable mediocridad sin
compromisos de un nuevo programa.
Pocos premios me otorgaban los papeluchos amarillos; en contraposicin, facilitaba a los pocos que obtena la emancipacin
bohemia del bote de basura. Por esta va, algunos de ellos, con mi
nombre escrito, fueron a parar al gabinete del director. Agravio
de desdn que no se me perdonara jams.
En las alturas se desarroll una antipata por m que me lisonjeaba como una de las formas de la consideracin. Llegaba as,
siguiendo un trayecto muy distinto del que haba soado, a la
anhelada personificacin moral de pequeo hombre.
Envidiosos de mi altivez, mis enemigos formaron un partido.
Sanches era el jefe tras bambalinas; abiertamente, el lder era
Barbalho. Yo sonrea vanidoso, subyugando la guerrita como la
espuma ante la proa de un barco.
ste fue el carcter que mantuve despus de tan variadas oscilaciones. Porque parece que a las fisionomas del carcter llegamos a
travs de tentativas, como un escultor que amoldara la carne sobre
su propio rostro segn la plstica de un ideal; o porque la individualidad moral que se manifiesta se prueba primero el vestuario
en el repertorio psicolgico de las posibles manifestaciones.
Reinaban en el Ateneo dos influencias perniciosas que contrarrestaban con eficacia la transpiracin de doctrina que tras-

177 s

minaba de las paredes en los conceptos de sabidura decorativa


de los cuadros, e incluso la vigilancia de las apariciones ubicuas
y fulminantes del director. Cosa difcil de precisar, como la dise
minacin en la sociedad del principio del mal, elemento primario del dualismo teognico. El medio, filosofemos, es un erizo
invertido: en vez de la explosin divergente de dardos, una convergencia de puntas en torno. A travs de las punzantes dificultades, es necesario descubrir el meato de paso o aceptar la
lucha desigual de la epidermis contra las pas. Por lo general se
prefiere el meato.
Las mximas, el director, la inspeccin de los bedeles, por
ejemplo, eran tres espinas; las referidas influencias eran dos
ms. La mocedad iba transigiendo como mejor poda ante las
picudas imposiciones de las circunstancias.
Las influencias corruptoras se representaban a travs de dos
especies de encarnacin fundidas en un hibridismo de disparate: la de la forma femenina personificada en ngela, la canaria,
o, ms bien, la camarera de doa Ema; y la del punto de unin
de unas tablas humildes, ensambladas a las prisas, mediante el
prosasmo incivil de un episodio de economa orgnica.
Hablaban, as, a la imaginacin, las impresiones de reojo, una
mirada baada de lascivia, la tempestad galopante de los vestidos en el desorden de una fuga calculada para efectos de irritacin, un descuido de tirantes aflojados al corpio, una maquinacin de charcos en das de lluvia, que exigan faldas cortas y
espinillas desnudas; ya fuera a travs de una puerta en rpido
paso, ya a travs del parque frondoso; o bien en la oficina, por
los recados de doa Ema, cuya frecuencia exasperaba al director;
o sobre el muro de la natacin, o en cualquier rincn con los despenseros, en un dueto de idilio visto a escondidas; o en gracejos
lanzados a los inspectores, que babeaban.

s178

Los grandes chanceaban, los pequeos, serios, miraban como


quien aprende.
Despus, la conspiracin de las tablas: el vicio guarecido a la
sombra del pino alquitranado, la penuria del tabaco, la mendicidad de los humos concedidos por un beneplcito de dedicacin,
la colillita del birds-eye9 de boca en boca, como el mate de Ro
Grande,10 mordida, salivada, degustada con todo el sabor acre de
lo oculto y lo prohibido; y el recuerdo solitario, devastador, de las
imgenes del mal, distantes, incalcanzadas, danza de flores locas
al viento; la correspondencia cobarde acogida en un intersticio de
las trabes como en un asilo de nfima miseria; las lecturas obscenas, y el alborozo del recelo perpetuo, fermento custico de placer
malo, la vanidad de engaar, la secreta mofa, el apetito de termita
por la demolicin invisible de lo que est constituido, la urdidura
preocupada, extenuante, de una redecilla de hipocresas mnimas
y complejas: eclosin vermicular de los estmulos torpes, que se
respiraba en el ambiente corrompido del refugio, nacida desde
abajo, desde un hueco, propaganda oscura del lodo.
Y se dilua por los semblantes la palidez color crema, se excavaban miradas vtreas desde las regiones del paludismo endmico.
Resonaban an en mis odos las prdicas del ascetismo de
Barreto. Segn l, el mal era hembra. Sanches entenda que era
macho. Le amarraba un rabo en el cccix y creaba el Satans mujeriego, inmoral y alegre. La cola del demonio de Barreto era de
encajes. En la rua do Ouvidor,11 inventara el Satans-chuchera.
Corte fino de tabaco.
Ro Grande del Sur, entindase (no confundir con su homnimo Ro Grande del Norte). Se trata del estado ms meridional de Brasil y es tradicional all
el consumo de yerba mate.
11
Calle del centro de Ro de Janeiro. En el siglo xix era sitio de encuentro y
sede de las tiendas de moda.
9

10

179 s

Una cosa horrible, con dos ojos destinados a la perdicin de los


hombres. La nica falda digna de consideracin, era la del padre
que, por cierto, es sotana, no falda. El resto no era ms que un
pretexto de la moda parisiense para disimular las patas de cabra.
Cuidado con Satans-sonrisa! Una sonrisa con dos piernas, un
abrazo con dos senos, una pantomima del infierno, coqueta y
traidora, graciosa y comburente, de la que por descuido y por
azar se va desprendiendo la humanidad, como las culebritas pirotcnicas del faran.12 Al menor descuido, desgracia eterna!
Me cont que el portero del seminario en que haba estado,
para que no lo despidieran, se haba visto intimado a separarse de su propia hermana. Dios, para venir al mundo, haba elaborado con rigor el misterio excepcional de una virginidad sin
mancha. Y, de no ser por las profecas, que no podan verse
comprometidas, el vehculo para la Concepcin, en atencin a
la asexual pureza, habra sido el carpinterito Jos, o incluso el
viejo Zacaras, an ms respetable por la calva.
La teologa de Barreto me haba calado hondo y yo haba decidido, piadoso, ahuyentar cuanta imagen de sonrisa viniera a
posrseme en el pensamiento. Al volver la pgina de los fervores, me qued la teora del Satans femenino. Con la pureza
excesiva, natural de la edad, iba mofndome de ngela y pompas adyacentes. Tena el pecho cerrado como la paz de Jano y,
exteriormente, la vanidad me amparaba.
Para prevenirme an ms, cierto acontecimiento vino a comprobar en la prctica que Barreto tena razn en cuanto a la
influencia femenina; un suceso que ensangrent los anales
del establecimiento, entristeciendo al director, aunque al final
Serpientes de faran: juguete pirotcnico de combustin lenta, que produce una ceniza abundante y esponjosa, en forma de serpiente.
12

s180

acab agradndole por lo mucho que dio de qu hablar sobre


el Ateneo.
Habamos acabado de cenar y corra como de costumbre el
recreo previo a la hora de los ejercicios gimnsticos. De la zona
de la despensa, ordinariamente tranquila, nos lleg sbitamente
un rumor de alboroto. Era extrao.
El alarido creci; un altercado violento. Luego, un fragor de
lucha, el estruendo de una mesa volcndose. Despus, gritos
que pedan auxilio. Ms gritos. La voz aguda de Aristarco dando
rdenes como en un combate. Estbamos atnitos.
De repente vimos asomar, por la puerta que dominaba el patio,
sobre la escalinata de cantera, a un hombre cubierto de sangre.
Todos dejamos escapar un grito de horror. El hombre se precipit
en dos saltos hacia el patio de recreo. Traa en la mano un hierro
que goteaba rojo, un cuchillo de lmina estrecha o un pual.
Lo mat! Lo mat! gritaban desde la despensa. Atrapen al asesino!
Tras los pasos del fugitivo iban distintas personas. Joo Numa, al bajar la escalera, gordito, lvido y tembloroso, rod y se
rompi los anteojos contra las piedras.
Desde una ventana, Aristarco, bien seguro de la inviolabilidad
de su persona en el parapeto, desplegaba una energa sin lmites,
ordenando que atraparan al hombre del cuchillo. Los inspectores del recreo se haban puesto azules. Los muchachos berreaban
como locos.
Inesperadamente reapareci Silvino, muy blanco, con las patillas an ms negras por el contraste con el miedo:
Esperen!, esperen! deca convulso, como quien trae en
la alforja un expediente redentor. Esperen!
Abri sus inmensas piernas de Rodas flaco exactamente en el
centro del patio y se llev a la boca un silbato.

181 s

Por desgracia, con la fuerza de la exhalacin, el silbido se


atasc despus de dos trinos malogrados.
Cercado por los criados, que lo perseguan con garrotes y
mazas, el hombre del cuchillo, cuya intencin era escabullirse
hacia el jardn, se apoy contra una pared.
Djenme pasar o mato a otro! tronaba, con la fisionoma
llameante. branme camino! repeta, agitando el acero con
un estremecimiento de cascabeles.
Algunos muchachos osados se haban acercado y cerraban el
imprudente cerco.
Aprtense! rugi maldiciendo el criminal acorralado.
Y, con un salto de fiera, se lanz contra quienes lo sitiaban,
blandiendo el cuchillo.
Con la milagrosa destreza del instinto de conservacin, cada
cual se zaf como pudo. El perseguido pas como un disparo.
Huy! clamaban por todos lados.
Y entonces lo vimos caer de bruces.
Alguien se haba precipitado inesperadamente contra l y, escorndolo con la rodilla al tiempo que lo coga por el gaznate, lo
haba hecho rodar por tierra con el puo.
Era Bento Alves...! Con una mano, el bravo colega oprima
la cara del sujeto contra el suelo, raspndola en la arena; con la
otra, por un prodigio de vigor, le inmovilizaba el brazo armado.
Con el izquierdo libre, el criminal se apoyaba, intentando levantarse. Lo aplastaba la presin de un monolito.
Cuando fueron en su auxilio, Bento Alves ya haba desarmado a su adversario, dominndolo con la tenaza de los dedos con
que le aferraba el cogote.
Por todos lados lo aclamaban hroe. A lo lejos, desde su ventana, Aristarco olvidaba entusiasmado su divino aplomo y braceaba
como un molino de viento, incapaz de dar voz a su emocin.

s182

Bento Alves se retir con el cuchillo como trofeo, dejando al


criminal bajo una pila de criados y valientes de ltimo momento
que lo sofocaban.
Cuando el pobre diablo pudo ponerse en pie, maniatado,
amarrado de mil maneras con cintas de cuero, como las momias
en su envoltorio de vendas, Silvino se acerc a l y lo agredi
cobardemente con un sermn moral.
Era un criminal, se rumoraba. Pero de qu crimen? Algunos
instantes despus, todo el colegio lo saba.
El hombre del cuchillo era uno de los jardineros del Ateneo.
Durante la cena haba discutido con un criado de la casa de Aristarco y lo haba matado. Desde haca algn tiempo, ambos se
disputaban la primaca en el corazn de ngela: una pendencia
terrible. El criado de Aristarco crea ser el poseedor legtimo
de ese alhajero de afectos por su convivencia con la bella, en
marital consorcio dentro de la intimidad de las cubetas, donde
las manos se confundan como piezas de vajilla, o en la sociedad
afectuosa del trabajo en los aposentos del director y de la seora, ocasin en que intercambiaban socarroneras azucaradas
mientras flagelaban los tapetes.
El jardinero, coterrneo de la camarera, esgrima en su favor
el argumento de la nacionalidad, el hecho de que haban llegado
a Amrica en el mismo grupo de inmigrantes y un expediente
completo de juramentos idneos de la seductora.
Llevados a tal aprieto, los nudos de la pasin no se desatan: se
cortan. El jardinero los cort. Dicen que, para agriar an ms la
situacin, ngela incitaba a cada adversario por su lado, declarando a cada cual que lo prefera exclusivamente.
En cuanto el asesino qued confiado a la guardia urbana, la vc
tima se convirti en el centro de las atenciones. Era un mocetn
de treinta aos, pardo y simptico.

183 s

El asesino era ms oscuro, una especie de andaluz de fiesta


brava, bajo, slido, grueso como un tronco de carnicera.
Apenas desapareci el criminal, el colegio entero asalt la escalinata, deseoso de ver al asesinado. En la puerta del refectorio,
sin embargo, Aristarco despach a los muchachos:
No tienen nada que ver aqu!
Al mismo tiempo, la inoportuna campanilla tocaba a formacin. El profesor Bataillard, de blanco y con su cinturn rojo,
apareci al lado del director. Los muchachos se remordieron de
rabia. Y no hubo nunca en el mundo dos superiores ms odiados.
Pero la red de la disciplina tena puntos ms abiertos. Algunos muchachos hallaron un medio de escabullirse hasta la despensa; yo entre ellos.
Desde haca mucho tiempo andaba con ganas de ver un cadver, un espectculo real, con las manos agarrotadas y los labios
retorcidos. Los diagramas colgados en la pared no me producan
ninguna emocin con esos grabados tericos que mostraban cerebros al descubierto, glbulos oculares exorbitados, vientres
abiertos por capas mostrando las vsceras, figuras humanas de
pie, reposando sobre una pierna, o en posicin supina, con una
especie de complacencia pasiva, desolladas para que les viramos las venas, modelos vivos de la ciencia en pose de suplicio,
con constancia de brahmn, como si esperaran a que terminramos de memorizar el sistema circulatorio para ponerse de nuevo la piel y los msculos dislocados. No me bastaba.
En los grandes armarios haba cosas mejores: piezas anatmicas de pasta que sangraban barniz rojo, legtima hemorragia; corazones enormes, palpitantes, hmedos en apariencia, que, no
obstante, se destapaban como terrinas; ojos de cclope, arrancados, que parecan vivir an, extraamente, la existencia solitaria
e intil de la vista; pero eran ojos que se abran como los moldes

s184

de los proyectiles de carnaval. Lo que yo quera era la realidad,


la muerte en vivo.
Recordaba haber visto un angelito, entre velas, en un atad
recamado, una simple carita amarillenta, con sombras de azul
en mculas dispersas, las manos crispadas sobre un listn y la
inmovilidad del ltimo sueo cubierta de flores. Haba visto
tambin a una vieja en un catafalco, una vieja opulenta, que haba muerto sin herederos. A su alrededor los cirios lloraban mucho su llanto de cera color miel, inconsolables, arrojando largas
llamas que parecan subir hasta el techo con un hilillo de humo.
Se le distinguan bien los pies doblados hacia dentro, enfundados en botines de tela, y la nariz, que se pronunciaba bajo un
pauelo de encajes.
Esto no era haber visto un cadver. Yo quera un cadver flagrante, libre de los artificios de aparato y religiosidad que hacen
del difunto un simple pretexto para una ceremonia de ostentacin. Lo que necesitaba era la rama en el suelo, al capricho de la
cada, cercenada del rbol de la existencia, tal cual.

El cadver del criado serva, y tena la ventaja del dramtico


aderezo de sangre y crimen, como en los teatros.
Me encaminaba, pues, a la cocina, y senta fuertes palpitaciones, estremecido por una modalidad agradable del pavor. La
cocina del Ateneo, sin contar la despensa, era espaciosa como

185 s

un saln. En las paredes centelleaba el juego completo de cobre


pulido con las piezas redondas alineadas como una galera de
broqueles. En el centro, una larga mesa serva de refectorio a
los criados.
En aquella ocasin haba mucha gente cerca de la mesa. Vi
por la espalda personas ajenas al establecimiento. Me dijeron
que estaba presente la autoridad y que trataba de retirar al
muerto. Toda aquella gente deba ser, de espaldas, la autoridad
policiaca, esa cara del poder pblico que yo todava no distingua bien, pero ya consideraba. Cado sobre el piso, sobre una
estera de sangre, vi el cadver.
Conservaba an la contorsin siniestra de la agona; en la
boca le herva una criba de espuma rosada; vesta un chaleco
cerrado, pantalones de casimir grueso. Las heridas no se vean.
Sus ojos estaban enteramente abiertos y girados de una forma
que me hizo estremecer.
Algunos minutos despus de que yo entrara, llegaron dos sujetos con una hamaca. Los despenseros ayudaron a levantar el
cuerpo. Los hombres de la hamaca se lo llevaron.
Me impresion para siempre el desfallecimiento flcido de
los miembros cuando levantaron el cadver; la lasitud de la cabeza, que rodaba sobre los hombros con un movimiento propio
de los que padecen una angustia intolerable; y un golpe sbito
hacia atrs que me hel la sangre: la barbilla y la manzana de
Adn resaltaron, la boca se rasg en un choque brusco, como si
el herido vomitara un residuo tenaz de vida.
Tras la hamaca, por la escalera de la cocina, salieron todos;
yo me qued. Examinaba todava el piso encharcado de sangre
cuando alguien, al pasar, me acarici el cabello: era ngela!
Mori dijo mientras indicaba la sangre y enarcaba las cejas, y desapareci con su andar sinuoso.

s186

Por primera vez me di cuenta de que la canaria era hermosa,


s seor! Y mi opinin fue tan benvola respecto del demonio
culpable de tan espantoso incidente, que sent remordimientos.
ngela tena unos veinte aos, pero pareca mayor por el desarrollo de sus proporciones. Grande, rolliza, sangunea y fogosa, era uno de esos ejemplares excesivos del sexo que parecen
conformados manifiestamente para ser esposas de la multitud,
protestas revolucionarias contra el monopolio del tlamo.
De modales desenvueltos, como el ditirambo del amor efmero, vaca como las estatuas huecas, sin sentimientos, material
y estpida, posea, sin embargo, el secreto satnico de cargar
sus amplios ojos de sepia y oro, de animar en su rostro tales
expresiones que se dira que le viva en la cara un alma de superficie, potente, capaz de los ms altos martirios de la ternura y de
interpretar los ms trgicos poemas de la dedicacin.
Le gustaba arremangarse para mostrar los brazos, un lujo de
blancura, brazos perfectos de princesa que daban qu pensar al
humilde plumero que empuaba por la maana. Expuesta a la luz
del sol, el color blanco de su rostro se haba revestido de un moreno clido, un tono fugitivo de magnolias marchitas, invulnerable
a los rigores del aire libre, como debe haber sido otrora la epidermis de Ceres. Aunque le hirieran la tez los dardos corrosivos de
la insolacin, slo le afloraba en el rostro un rubor ms bello, y el
sol no le quitaba a su carne ms juventud que a la tierra misma;
bajo la calcinacin de los ardores, una primavera de rosas.
Consciente de su hermosura, ngela abusaba.
Y era imposible librarse. Comenzaba con un juego de virtud.
Se secaba con un aire de seriedad los labios hmedos; los prpados, de largas pestaas, bajaban sobre sus ojos, sobre su rostro, visera impenetrable del pudor. Invitaba a la adoracin recogiendo
sobre sus hombros el manto de la candidez, refugindose en la in-

187 s

diferencia hiertica de las vestales. Luego, un leve dejo de sonrisa


ingenua, con los ojos cerrados todava: gradacin de infantilidad
que reemplazaba a la vestal por una nia esquiva y tmida que rea
volviendo la cara. Los ojos, por fin, se aventuraban por el rabillo:
temeridad de novia posible, nada ms, y volvan a su insistente
retraimiento. Luego, la contemplacin confiada: la novela entera,
lnea por lnea, de una virginidad. Hasta que, de pronto, mi castsimo Barreto! Aquella virtud, aquella dulzura, aquella esquiva
candidez, aquella nubilidad melanclica, aquella fisionoma honesta, pesarosa quiz de ser amable, se henda en dos batientes
de puerta mgica y rodaba en explosin el sabbat de las lascivias.
Sus ojos rean destilando una lgrima de deseo; sus narinas jadeaban,
aleteaban trmulas por intervalos, con
la vivacidad espasmdica del amor
de las aves; sus labios, animados por
convulsiones de ttanos, balbuceaban
desafos, prometiendo la sumisin de
una cachorra y la dulzura de los sueos orientales. Dominaba entonces
por la oferta abusiva, repentina; se
abata en la postrera humillacin para
atraer desde abajo, como los vrtigos.
All estaba, echada en tierra, la prostitucin de la vestal, el himeneo de
la doncella, la deturpacin de la inocente: tres servilismos reclamando un dueo: apetito para esta orga rara y sin comensales!
No discriminaba amores. Era de todos, como los elementos.
Y, como los elementos, no senta culpa por sus desrdenes y depredaciones. Se franqueaba a la concurrencia. Haba lugar para
todos a la sombra de su cabellera castaa, capaz de vestir sus

s188

copiosas formas, abundante, perpetuamente seca; esa cabellera


que ngela sacuda al correr como polvo de heno.
Aquel modo de mirar de ngela, mientras pasaba, me limpi
la imaginacin de las sombras de terror con que me haba envuelto el alboroto del acontecimiento vespertino y la horrible
visin del cadver.
Despus de su hazaa, Bento Alves, el hroe, desapareci: se
hablaba demasiado de su bravura. Ni siquiera se present para
los ejercicios del campo.
Bento Alves era un misterioso. Los misteriosos son en el colegio los que no andan saturando el espacio con los ademanes
de sus expansiones. Frecuentaba las clases superiores; sin ser
un estudiante de estruendoso mrito, se haca respetar por los
maestros y condiscpulos. Prudente como ciertos muchachos
de inteligencia menor que temen al ridculo, no slo impona
respeto por su prudencia: lo consideraban principalmente por
la fama de hercleo. Los fuertes constituyen una verdadera hidalgua de privilegios en el internado. En el tumulto de la existencia en comn, las distinciones de clase se funden en la democracia del compaerismo; los cambios de fortuna se borran bajo
el modelo general de las camisas pardas. Los ttulos de superioridad prevalecen primitivamente en el criterio semibrbaro de
los aos verdes; el puo fuerte llega a tener ventajas sobre la
ventaja misma del favoritismo.
Alves no alardeaba de fuerte; evitaba las disputas, no jugaba
a las vencidas, prefera ejercitar la gimnasia sin espectadores. A
veces, por jugar, cea el brazo de algn colega con el pulgar y el
dedo medio y le cerraba sobre la manga un brazalete amoratado
y doloroso. Quienes se sujetaban a la formidable prueba del tatuaje por compresin, de ah en adelante se acercaban a Bento
Alves con los escrpulos de la ms reservada prudencia.

189 s

Y, sin embargo, era indolente; tena la pereza monumental de


los animales fuertes. Veloz, detestaba las carreras; alegre, hua
de los juegos. Le gustaba su tranquilidad, esquivaba las incomodidades de la convivencia distribuida, desbordada, de los estimados. No se hablaba de l en el Ateneo. Se limitaban a temerlo
en silencio.
Tras la valerosa hazaa a la que lo haba llevado la casualidad,
se vio convertido en hroe por la fuerza. Un tormento. Si algn
muchacho caa en la necedad de decirle algo relativo al crimen
del jardinero, Bento Alves atajaba la conversacin con un monoslabo de impaciencia, encrespndose como un jabal. Pese a
todo, el pobre modesto fue aporreado, laminado sobre el yunque de la notoriedad.
Afortunadamente, el clamor propiciado por el ingreso de un
joven clebre al Ateneo vino a modificar aquel odioso entusiasmo.
Acababa de inscribirse Nearco da Fonseca en el colegio, un
pernambucano13 de ilustre estirpe.
Se present con su padre, figura poltica renombrada en aquella poca. Era un mancebo de diecisiete aos. Rostro agobiado,
cabellera abundante, de talento poco comn, mirada viva, morosa
de importancia, nariz adunca, protuberante, seca, casi transl
cida, como una nariz de vidrio. Delgado como la infancia desvalida, flaco como una leccin de osteologa, nos sorprendi, entre
otras, una advertencia a su respecto hecha por el propio director
ante las barbas del padre: Nearco da Fonseca era un gran gimnasta.
Que fuera talentoso, si no en otra cosa, al menos en cuanto a
la cabellera... Pero un gimnasta, aquel espectro de la necesidad!
La juventud, sin embargo, es la eterna esperanza; esperamos
una exhibicin comprobatoria.
13

Natural del estado de Pernambuco, situado en el Nordeste de Brasil.

s190

Se estremeci la tribu de los acrbatas, de los atletas. Toda


la muchachada briosa, con Lus a la cabeza, que concentraba en la
protuberancia nudosa de los bceps el pundonor supremo de
la criatura, prepar con la ms amplia admiracin un aposento
considerable para acoger al cofrade.
Formados trecientos, por la tarde, ante los aparatos, fue con un
movimiento de avidez como escuchamos a Bataillard, con la caballerosidad que lo distingua, invitar al gran Nearco a exhibirse.
Estaba presente el director; estaba presente el respetable padre de Blondin.14 El Ateneo observaba.
Nearco rompi la formacin abriendo la marcha con el pie
izquierdo, segn la regla, con las manos en los ijares, serio como
un obispo, y se encamin hacia el trapecio con el paso medido
de los andes, imperturbable, como quien conoce profundamente la tcnica de la marcha. Cerca del aparato, siempre con
las manos en la cintura, media vuelta! Gir hacia el colegio,
firme, y rompi hacia nosotros una zalema dura, conservando
durante unos segundos el quiebre angular de las figuritas delineadas que representan el trabajo de la tierra en las estelas
histricas de Egipto.
Prestbamos atencin, ansiosos.
Despus del saludo, Nearco empu la barra del trapecio con
el pulgar hacia abajo, segn la pragmtica de las posiciones. E
hizo una flexin. Ah, no sabis, profanos que sois, cunto vale
la flexin de los miembros superiores! La frmula, en el mundo
ideal de la mecnica, es la palanca de Arqumides; la aplicacin
prctica y contundente es el puetazo britnico. Consiste en esto: encoger las muecas.
Jean-Franois Gavelet (18241897), mejor conocido como Blondin, fue
un acrbata francs famoso por cruzar varias veces las cataratas del Nigara
sobre la cuerda floja.
14

191 s

Nearco hizo una, hizo dos, hizo cinco! A continuacin, una


voltereta, y Nearco, acuclillado en el trapecio, pudo pasear sobre el pasmo circundante sus pausadas napias... Pero eso no era
todo! Nearco improvis algunos remedos ms de piruetas capaces de transformar radicalmente los principios ms firmes del
arte de los batacazos y nos benefici, sudando, con una sonrisa
triunfal.
Faltaba la ltima suerte. Nearco estir cuanto pudo su lamentable ausencia de msculos y nos dio... una sirena! La sirena es
lo ms elemental, lo ms bellaco, lo ms totalmente ostentoso
en materia de aparatos. El sujeto se sostiene de las cuerdas, levanta los pies de la barra, mete los pies entre las manos y, cabeza
abajo, saca el vientre. El pobre Nearco, desbarrigado, no tena
vientre que sacar.
No sac nada; cuando mucho unos huesitos que le brotaban
a la altura del ombligo como mangos de cuchillo. Salt al piso.
Estaba exhibido el acrbata! Nos mirbamos unos a otros,
embrutecidos, con la compostura abatida del desengao. Aristarco lo not y nos reprendi con el sobrecejo. Comprendimos
delicadamente: estaba all el respetable padre de un colega...
Un crculo de aplausos, claros, estrepitosos, inacabables, recorri las filas con la electricidad comunicativa de las aclamaciones.
Nearco, altivo, agradeci con la nariz.

s192

sVI s
El futuro le haba reservado a Nearco un haz de mejores palmas,
un ramo de laureles ms legtimos como sazn de la victoria.
El Gremio Literario Amor al Saber, institucin reciente, ha
bra de ser el verdadero escenario de sus soberbios logros.
Dos veces al mes, los amigos de las letras se congregaban en una
de las aulas superiores, la misma en que se efectuaban las lecciones
astronmicas de Aristarco. Quedaban todava por los rincones, pa
ra iluminar cada sesin, trozos de materia csmica deshebrada por
el anlisis del maestro. Lo que no quiere decir que la benemrita
asociacin mereciera las eternas luminarias de la irona.
A sus reuniones compareca yo con timidez, slo para abusar,
simplemente, por excesivo consumo, de un derecho de los es
tatutos: los alumnos, todos los del Ateneo, podan recolectar en
humilde silencio lo que fueran dejando los segadores del trigal
de las literaturas.
Asistente infalible, sala pleno de aquella retrica espigada que
extenda luego, prensndolas en el diccionario, conservas de es
pritu, como reliquias inapreciables de lo Bello.
Las dificultades que enfrentaba un estudiante para revestirse
del privilegio de agremiado me hacan venerarlo ms a fondo.
Nearco no sufri el menor embarazo. Haba entrado al esta
blecimiento muy adelantado. Fue inmediatamente propuesto,
aceptado e investido. En la primera sesin, despus del triunfo
en el trapecio, tuve oportunidad de apreciarlo en la gimnasia
del verbo.

193 s

Se debata acerca de uno de los inagotables problemas de las


agremiaciones de ese gnero, a saber: quin fue ms grande:
Alejandro o Csar? Indagacin histrica que, evidentemente, era
difcil llevar a cabo sin el auxilio de una cinta de medir.
Nearco calcul la cosa a ojo y se distingui con la esperada
gallarda. Habl durante hora y media con una fluidez que le
granjeara para siempre el calificativo de facundo. Yuxtapuso a C
sar sobre Alejandro con el primor de un minorista de telas. Csar
protest contra la forma, patas arriba, en una posicin que nada
tena de artstica; adems, le picaba la armadura de Alejandro.
Aquello hara rer a Pompeyo en el armario de los emblemas y la
maledicencia del senado, comprometindose la seriedad secu
lar del hombre que fue, vio y venci... Nearco lo sostuvo inexo
rablemente durante el transcurso del paralelo crtico. Csar no
poda contar con los legionarios de los buenos tiempos; all es
tuvo haciendo muecas, en la sujecin inerme, anima vilis1 de los
documentos. Alejandro, que an sin el casco segua vindose
ms grandecito que el otro, tuvo ms paciencia y se dej medir
hasta la peroracin con la buena actitud de un difunto. Venci,
en efecto. Nearco lo proclam magno de los magnos, varias pul
gadas ms grande que el temerario del Rubicn.
El Gremio ilustrado rebosaba de jbilo. La discusin se cerr,
pues nadie ms quiso hablar. Tambin es que haca ya cinco se
siones que sometan a los pobres guerreros a la cinta mtrica.
Por este memorable da, Nearco se elev hasta una firme
notoriedad. Todos olvidaron que se haba inscrito con el casi
compromiso de no dar un paso que no fuera un salto mortal, de
no descansar ms que de cabeza, sobre sillas equilibradas en bo
tellas, de no tener otro recreo que el de la cuerda floja, para no
1

En latn, alma vil.

s194

desentonar con su propagada fama. Su estreno acrobtico qued


en el olvido. El Gremio Amor al Saber lo acogi en posesin
exclusiva, como un orgullo.
No faltaban, sin embargo, poetas, periodistas, polemistas, no
velistas, crticos, folletinistas. La sociedad tena su rgano, El
Gremio, impreso en Lombaerts, en el que podan participar c
modamente los socios libres e, incluso, para mayor riqueza de
armonas, los honorarios.
Entre los honorarios figuraba Aristarco, el presidente, que
siempre colaboraba con el peridico transcribiendo en volan
tes las mximas de la pared y mandando sin falta a la cuarta
pgina un anuncio garrafal del Ateneo, que pagaba para auxiliar
a la empresa. En la interesante publicacin figuraban cuartetas
msticas de Ribas y sonetos lbricos de Sanches. Barreto publi
caba meditaciones, una especie de harpa do crente2 en una prosa
desgarrada.
La novela, que se publicaba por entregas a pie de pgina, era
una imitacin de El guaran,3 emplumada de vocablos indgenas
y firmada: Aimbir.
Nearco se entreg a la especialidad de los paralelos. Comenz
al punto por dos, de golpe: Sila y Mario, Tito y Nern. En el expe
diente se prometa un tercero, curiossimo: Plutarco y los beocios.
Esta simpata por las lneas equidistantes, talento, por cierto,
de rodada urbana y mulos uncidos, fue un motivo ms de pres
tigio para el extraordinario muchacho.

Arpa del creyente, obra romntica que rene los primeros poemas del escri
tor portugus Alexandre Herculano, publicada en 1838. (Vid. supra, p. 171, n. 3.)
3
Novela indianista romntica (1857), obra del escritor Jos Martiniano de
Alencar (18291877), una de las figuras ms relevantes del romanticismo bra
sileo.
2

195 s

La elocuencia se representaba en el Gremio a travs de una


gran cantidad de categoras. El Cicern-tragedia: una voz ca
vernosa, gestos de pual, que parece clamar desde el fondo del
sepulcro, que le eriza el cabello al auditorio, que frunce con fie
reza el entrecejo y que, si la retrica fuera susceptible de firma,
aadira al final de cada discurso, pesadamente, la mano del
muerto; el Cicern-modestia: formulando excelentes cosas tor
pemente, con la impericia de un eterno dbut, disculpndose
mucho en todos los exordios y ms an en todas las confirma
ciones, con lgrimas en la voz y dificultad en el modo, selecto y
atragantado; el Cicern-circunspeccin: enuncindose mediante
frases cortadas como alguien que alinea ladrillos, hombre de la
regla y la legalidad, compactando los que y los cuyo, largo,
lento, con el capricho de mostrarse an ms raso de lo que ya
es, amigo de los periodos cuadrados y vacos como cajas, ate
nuando en cada concepto la atenuante del concepto anterior,
conservador y ultramontano, porque las cosas establecidas no
requieren que se piense, apologista frreo de Quintiliano, re
trasando mediante intervalos el discurso imposible, para pro
bar que divide bien su elocucin, con todos los requisitos de
la oratoria: pureza, claridad, correccin, precisin, excepto una
cosa: la idea; el Cicern-tempestad: verborreico, a palos y pie
dras, precipitndose por la fluidez como si rodara escaleras aba
jo, acumulando avalanchas como una liquidacin boreal del in
vierno, anulando el efecto de asombroso escndalo mediante el
asombro del escndalo siguiente, elocuencia sudada, anhelante,
desgreada, ensordecedora, puntuada a golpes como una escena de pugilato; el Cicern-franqueza: positivo, indispensable para
el cierre de las discusiones, diciendo la cosa en dos palabras,
en general tosco y malhablado, listo para hacer frente al adver
sario en cualquier terreno, especie peligrosa en las asambleas;

s196

el Cicern-sacerdocio: sacerdotal, solemne, orando trmulo, al


zando la frente como una mitra, pidiendo una catedral para cada
proposicin, calzando dos plpitos en vez de zapatos, especie
venerada y acatada.

Nearco introdujo un tipo que faltaba, el del Cicern-penetra


cin: incisivo, gangoso y provocador, gesticulando con la manita
a la altura de la cara y el ndice torcido, marcando con precisin
en el aire, en el suelo, en la palma de la otra mano, el lugar de
cada una de las cosas dichas, pasmndose, aunque impercepti
blemente, ante la incomprensin, impacientndose al punto de
querer sacarle los ojos al pblico con las astas de su iluminacin,
o doblndose en flojedades de compasin por la desgracia de
que no lo comprendiramos, cerdos y margaritas.
El gesto incisivo, sumado a la facundia libre y al talento hist
rico de los paralelos, consagr la primaca del agremiado.
El presidente efectivo de la sociedad era el doctor Claudio,
profesor de la casa, hombre capaz, benvolo para con la desga
rrada necedad de la juventud, que se disgustara durante toda
una semana si llegara a imaginar que el profesor haba faltado
a una sesin por menosprecio. Esta constancia del jefe era el gran
elemento de la prosperidad del Amor al Saber. El doctor Clau
dio conduca los trabajos con verdadera pericia de automedon
te, aclaraba los embrollos, forjaba adjetivos encomisticos que
iba repartiendo por turnos a todos y cada uno de los estimables

197 s

asociados, propona algunas tesis y otras le parecan graciosas.


En las sesiones solemnes, pronunciaba el discurso oficial.
La mayor ventaja del Gremio era, para m, la biblioteca. Una
coleccin de quinientos o seiscientos volmenes de textos va
rios, celados por la vigilancia cerberesca de Bento Alves, que,
elegido por voto unnime, funga como bibliotecario. Alves per
teneca a la asociacin, como casi todos los alumnos del curso
superior. Se afiliaba al simptico grupo de los silenciosos, sacan
do provecho de la circunstancia de que el vocero obligatorio no
perteneciera al regimiento. Fuera de la biblioteca, sus servicios
a los fines del Gremio se limitaban al voto concienzudo y firme,
siempre puesto a la disposicin de la mejor idea en cuestiones
elevadas y del ms sabio arbitrio en cuestiones de orden.
Algunos muchachos, aunque no pertenecieran al Gremio y
no hubieran manifestado, en el terreno de las letras, una notable
habilidad gramatical para la conjugacin subrepticia del verbo
adquirir, podan recibir del presidente el derecho de entrada a la
sala de los libros. Yo, como amigo que era de las hermosas pgi
nas impresas, present mi candidatura. Y como no me diverta
lo suficiente el juego de la barra4 al rayo del sol, ni la rebatia de
trompos y manguillos con la perinola, ni correr a juntarme con
la cuadrillita de las canicas de espirales de colores, la biblioteca
se convirti en mi recreacin habitual.
Esta frecuencia me granje dos amigos, dos aorados amigos:
Bento Alves y Julio Verne.
Al famoso narrador del Tour du monde le debo una numerosa
multitud de los amables fantasmas de la primera imaginacin,
excntricos como Fogg, Paganel, Thomas Black; alegres como
Posiblemente se refiere al juego conocido como barra do leno (barra del
pauelo) en el que dos equipos se disputan la posesin de un pauelo mediante
destreza y fuerza fsica.
4

s198

Joe, Paspartout, el negro Nab; nobles como Glenarvan, Letour


neur, Paulina, Barnett; atractivos como Aouda y Mari Grant. Y,
por encima de todos ellos, grande como un semidis, con la bar
ba resplandeciente, brillante como la neblina de los sueos, el
legendario Nemo de la Isla Misteriosa, taciturno por el recuerdo
de la venganza justiciera, esperando que un cataclismo le cavara
una yacija en el seno del ocano, su vasallo, su cmplice, su do
minio, patria sombra del expatriado.
Tena una biblioteca completa de tesoros infantiles, como los
cuentos de Schmid;5 haba visitado una por una, en mi burri
to, las ferias de la sabidura de Simn de Nantua;6 haba estu
diado profundamente, a travs de las aventuras de Gulliver, las
vacilaciones de la vida, donde, apenas acabamos de burlarnos
de la pequeez extrema, viene sobre nosotros el ludibrio de la
extrema grandeza, especie de Pascal de bibern entre Liliput y
Brobdignak;7 haba llegado a la perfeccin de dudar de las em
presas de Mnchhausen. Todo esto sin mencionar Los lusadas
de Sanches, al reverendo Bernardes, la refinada bribonera de
Bertoldo8 y el Testamento del gallo,9 smbolo por cierto muy
Christoph von Schmid (17681854) fue un sacerdote, educador, poeta y
autor de cuentos infantiles alemn. Sus obras suelen contener moralejas edifi
cantes.
6
Simn de Nantua o el mercader forastero (1818), obra del francs Laurent
Pierre de Jussieu (17921866).
7
Liliput y Brodignak son dos pases ficticios que aparecen en la novela Los
viajes de Gulliver del autor irlands Jonathan Swift (16671745). Los habitantes
del primero se caracterizaban por ser diminutos con respecto a un ser humano;
en el segundo ocurra lo opuesto.
8
Personaje de Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno, obra satrica de Julio Csar
Croce y Adriano Banchieri, que sali a la luz en 1620.
9
Posiblemente se trate de un poema popular (difundido a travs de los libros
de cordel) derivado de una fiesta carnavalesca en la que se sacrifica un gallo y se
5

199 s

filosfico de la odiosidad de las sucesiones, que, por la ventura


del heredero, autoriza el destripamiento del gallinceo como la
tortura shakespeariana de Lear.
Julio Verne fue festejado como una migracin de novedad.
Dondequiera que me llevaran el Forward o el Duncan, el Nautilus
o el globo Victoria, el Columbiad de Florida o el criptograma de
Saknussemm,10 all iba yo, hambriento de desenlaces, gozoso,
vido como los tres das de Coln antes de Amrica, respirando
en el aroma de las encuadernaciones las variantes climatricas de
la lectura, desde las arenas africanas hasta los campos de cristal
del rtico, desde los grandes fros siderales hasta la aventura de
Stromboli.
La amistad de Bento Alves por m, y la que yo nutr por l, me
hace pensar que, aun sin el carcter de abatimiento que tanto in
dignaba a Rabelo, puede existir cierta afeminacin como una fa
se de la constitucin moral. Lo estim femeninamente, porque
era grande, fuerte, valeroso; porque poda protegerme; porque me
respetaba, casi tmido, como si no tuviera nimos para ser mi
amigo. Para mirarme, esperaba que yo le quitara los ojos de en
cima. La primera vez que me dio un regalo, un gracioso libro
didctico, se retir sonrojado, como quien huye. Aquella timidez,
en vez de alertarme, me enterneca; a m, que, por cierto, deba
escribe su testamento, a travs del cual el animal deja a sus herederos las distin
tas partes de su cuerpo, segn la virtud o los defectos de cada cual.
10
Referencias a medios de transporte y personajes que figuran en las novelas
de aventuras del escritor francs Jules Verne (18281905). Forward: barco de
Las aventuras del capitn Hatteras. Duncan: yate de Los hijos del capitn Grant.
Nautilus: submarino de Veinte mil leguas de viaje submarino y La isla misteriosa.
Globo Victoria: aerostato de Cinco semanas en globo. Columbiad: nave espacial en
De la Tierra a la Luna. Arne Saknussemm: alquimista que crea un criptograma
del que parte Viaje al centro de la Tierra.

s200

estar prevenido contra las escaldaduras de agua helada. Es in


teresante el hecho de que en este afecto infantil haba un vago
elemento de materialidad, como el que se ve en el amor: el pla
cer del contacto fortuito, de un apretn de manos, de las ema
naciones de la ropa, como si a travs de ellas absorbiramos un
poco del objeto simptico.
En la biblioteca, Bento Alves elega las obras para m: imaginaba
cules podran interesarme y propona la compra, o las compraba y las ofreca al Gremio para
no drmelas directamente.
En el recreo no andbamos
juntos; pero yo vea de lejos
a mi amigo, atento, siguin
dome con la mirada como
un perro guardin.
Despus supe que haba
amenazado con romperle el
pescuezo a cualquiera que
alimentara la leve intencin
de ofenderme; yo era su
her
mano adoptivo!, confir
maba. Yo, que desde haca
mucho haba asumido en
tre mis colegas un hermoso
aire de impvida altanera, me transformaba con mi amigo, y
me senta bien en la sumisin voluntaria, como si mi bravura
fuera artificial, siguiendo el modelo de la famosa petulancia fe
menina.
La malignidad de Barbalho y su grupo no dorma. Temblando
ante la represalia de Alves, se entregaban por los rincones a una
maledicencia proscrita, digna de ellos.

201 s

A veces, en la biblioteca, mientras yo lea, Alves me miraba


desde el otro lado de la mesa central de pao verde, con la mano
en la frente y los dedos hundidos en el cabello. Me observaba
y yo lo senta sin levantar la vista, comprendiendo en el ms
fino pliegue de mi arrullada vanidad que aquella contempla
cin traduca el horror al ridculo, proverbial en Bento Alves,
maniatndole con rigidez cualquier demostracin efusiva. Si no
fuera la crtica una criatura de los tiempos que corren, la situacin
de los personajes de esta escena de platonismo podra parecer
me cmica. No habiendo crtica para falsear la psicologa por
desdoblamiento, me limitaba a ser sincero, como mi pobre ami
go. A veces asomaba en su prpado una lgrima sin origen.
En el movimiento general de la existencia del internado, Alves
se desvelaba caprichosamente; saba ser, de un modo indescrip
tible, fraternal, paternal, casi podra decirse amante, tanto era el
detallismo de sus cuidados. No haba regalo, de esas mezquinas
cosas cuyo precio es enorme en la perpetua caresta de la prisin
escolar, del que no se privara en provecho mo, exasperndose
hasta el punto de dar lstima si yo intentaba rechazarlo. Cuando
conversbamos, me hablaba de su familia en Ro Grande del Sur.
Tena dos hermanas; hablaba de ellas, del tiempo que llevaba sin
verlas, muy blancas, de hermosos ojos, una de quince aos, otra
de doce; l tena dieciocho. Hablaba de mis cuidados higinicos:
cambiar mi cama en el saln azul, que estaba muy cerca de las
ventanas, cosa que deba ser nociva... Y otras nieras, en tono
de sentida blandura, como si deseara decrecer desde las propor
ciones slidas de su conformacin hasta quedar reducido a la exi
gidad balbuceante de un esqueletito de abuela, menguado por
la vejez, animado todava, y solamente, por la fiebre del ltimo
aliento, por la necesidad de cargar an, durante algunos das, un
corazn, un afecto.

s202

Los estatutos del Gremio establecan dos ocasiones solem


nes: las fiestas anuales de apertura y cierre de los trabajos. Ade
ms de stas, las sesiones conmemorativas que la casa decidiera.
Para las fiestas literarias se lle
vaban al pabelln del recreo un
gran estrado, tres mesas para la
direccin, que se alineaban bajo
un rico pao color vino, de rama
jes negros que recordaban tinte
ros chorreados de mal agero y
una tribuna a la que apodbamos,
familiarmente, la cangrejera.
Esta cangrejera, enorme y pesada, que pareca protestar a
cada sacudida contra el carcter de mueble que le queran impo
ner a la fuerza, haca acto de presencia en todas las aulas del
Ateneo, segn las exigencias de la retrica. Asignado el sitio para
la conferencia, la clase, la pltica solemne, zarandeaban a la
msera cangrejera y la ponan en camino a encontronazos,
obligndola a seguir un destino de mostrador ambulante de elo
cuencia. En esas circunstancias no era una simple tribuna, era
un verdadero pronstico. En cuanto se mova la cangrejera,
inminente retahla de discursos. Vivi un da de razonable orgu
llo: se sirvi de ella el profesor Hartt11 para dar una conferencia
de antropologa en el Ateneo.
Un da, cuando la vimos moverse y supimos que aquello sig
nificaba la inauguracin del Amor al Saber, el Ateneo se congre
g, unificado por un mismo impulso de entusiasmo, y, por pri
Charles Frederick Hartt (18401878) fue un naturalista canadiense. Par
ticip en varias expediciones cientficas por el territorio brasileo y dirigi la
seccin de geologa del Museo Nacional de Ro de Janeiro.
11

203 s

mera vez, la tribuna march sin el ceremonial de los tropezones.


Dispensamos a los criados, la cargamos en andas, la llevamos en
desfile triunfal.
La fiesta de inauguracin fue animada. Infortunadamente,
ms de lo que se esperaba.
El vastsimo saln se llen de bancos y sillas austriacas. Al
centro, enfrente, estaba la mesa de la direccin; a la izquierda,
los invitados; a la derecha, los dems alumnos, el resto, como se
llama a las mayoras sin voz ni voto.
Sobre el lienzo color vino de ramajes, se abra la carpeta del
secretario; sobre la tribuna centelleaba cristalino el vaso de las
urgencias inminentes.
Pocos oradores. Aristarco, el presidente honorario, abri la
sesin con la llave del peregrino verbo, anunciando la nueva
asociacin como un tanteo honorable, que rendira grandes fru
tos para los jvenes aplicados, pues les permitira entregarse al
cultivo de la oratoria y de las bellas letras.
En seguida subi a la tribuna el presidente en funciones.
Con su fcil elocucin, el doctor Claudio hizo una crtica ge
neral de la literatura brasilea: las burlas de Gregrio de Matos12
y Antnio Jos13 y la epopeya de Duro,14 el idilio de la escuela
Gregrio de Matos (16361695), poeta barroco nacido en Salvador, Baha,
autor de un amplio corpus de escritos en verso, en su mayora satricos y pican
tes, aunque tambin religiosos y amorosos.
13
Antnio Jos da Silva (17051739), dramaturgo nacido en Ro de Janeiro,
proveniente de una familia de judos conversos, fue un escritor prolfico, satri
co e influido por las ideas de la Ilustracin. Muri quemado por la Inquisicin
en Lisboa, acusado de prcticas judaizantes.
14
Santa Rita Duro (17221784) fue un poeta nacido en Minas Gerais, autor
de un extenso poema pico titulado Caramuru, en el que figura por primera vez de
manera clara el inters por el tema del indgena brasileo.
12

s204

de Minas,15 la uncin de Sousa Caldas16 y S. Carlos,17 la influen


cia de Magalhes,18 los tanteos de la novela nacional, y la gloria
de Gonalves Dias19 y de Jos de Alencar.20
Y luego se dio al estudio de la actualidad.
El auditorio, que hasta entonces haba escuchado con inters,
pero tranquilo, comenz a agitarse.
El orador representaba a la nacin como un charco de veinte
provincias estancadas en la modorra pantanosa de la ms des
graciada indiferencia. Los grmenes de la vida se pierden en el
limo profundo; en la superficie, cubierta por cogulos de putre
faccin, burbujea, espaciadamente, el hlito meftico del mias
La escuela de Minas (entindase Minas Gerais) se inscribi en el movi
miento de las Arcadias, que reivindicaba una esttica neoclsica y una temtica
en su mayora buclica y pastoril, aunque tambin preocupada seriamente por
cuestiones polticas. Algunos de sus principales representantes fueron Claudio
Manuel da Costa (17291789), Toms Antnio Gonzaga (17441810) e Incio
Jos de Alvarenga Peixoto (17441793). Los tres participaron en la Inconfidn
cia Mineira. (Vid. supra, p. 128, n. 10.)
16
Sousa Caldas (17621814), poeta y orador religioso nacido en Ro de Ja
neiro; escribi inicialmente poesa profana inspirada en las ideas iluministas,
por lo que la Inquisicin lo conden, en Portugal, a un proceso de catequizacin
forzada. Termin siendo sacerdote y haciendo a un lado la poesa profana, pero
nunca dej de esgrimir principios progresistas, como el de la libre expresin.
17
Fray Francisco de So Carlos (17681829), poeta religioso brasileo, de
estilo neoclsico.
18
Domingos Jos Gonalves de Magalhaes (18111882), poeta al que se
considera el introductor del romanticismo en Brasil, autor de la primera obra
romntica, un libro de poemas titulado Suspiros poticos e saudades (1836) y
fundador de la revista Niteri, primer rgano del romanticismo brasileo.
19
Antnio Gonalves Dias (18231864), poeta y dramaturgo, es el principal
poeta indianista del romanticismo brasileo, con obras como I-Juca-Pirama y
Os timbiras.
20
Vid. supra, p. 195, n. 3.
15

205 s

ma fermentado al sol, elevndose hasta ennegrecer el cielo con


los vapores de la muerte. Los pjaros, callados, huyen; los pocos
rboles cercanos, en el aire esttico, se inclinan uniformes sobre
s mismos, con un desnimo vegetativo que parece crecer hacia
abajo, prosperidad melanclica de sauces. El horizonte, limpio,
remoto, posterga golpes de luz oblicua, reptil, que resbalan re
flejando franjas paralelas, inmviles sobre el sueo del lodo.
Entre los raros juncos emergen ojos de sapo, meditando la
ventaja de esa paz sombra, indolencia negra en la que llega a ser
un gesto de voluntad pegar cuatro brazadas a travs de la ola
espesa en busca de una hembra. El arte es la alegra del movi
miento o, en las sociedades que sufren, un grito de dolor supremo.
Entre nosotros, la alegra es un cadver. Si tan slo sufrira
mos... La condicin de nuestras almas es la languidez comatosa
de una inercia mrbida. Quin nos diera la tonicidad letal de
una agona. Trituramos la vida por igual, roemos el da como si
fuera un hueso, pacientes, a rastras, sobre el vientre, como los
perros cuando se alimentan. Si el crneo de Rogelio21 fuera un
manjar, tendramos al menos una tragedia... Pero nada! Nuestra
condicin es el descanso continuo del aniquilamiento en la infi
nita planicie de la monotona. Y no es el techo de brasas de los
estos tropicales lo que nos oprime. Ah, qu profundo es el cie
lo de nuestro clima material! Qu irradiacin de fugas para el
pensamiento la direccin de nuestros astros! El pantano de las
almas es la inmensa fbrica de un gran empresario organizada
con artificio, tan largamente elaborada, que podra considerarse como el esfuerzo madreprico de muchos siglos, derritiendo
en lugar de construir. Es la obra moralizante de un largo reina
21
Referencia a san Rogelio de llora, monje espaol del siglo ix que fue decapi
tado en la ciudad de Crdoba por predicar el cristianismo entre los musulmanes.

s206

do, es el trasvase de un carcter, que anega, hasta donde la vista


alcanza, la superficie moral de un imperio: la desintegracin
nauseabunda, plana, de la tirana flcida de un tirano de sebo...!22
Consideren ahora que entre los invitados estaba el doctor Z
Lobo, padre de un alumno, devoto juez avalado por las institu
ciones, hermano de no s cuntas rdenes terceras, primo de
todos los conventos, abogado de causas religiosas; un conser
vador, en suma, rabioso y militante. El sebo de la tirana cay
sobre sus melindres como una gota de cirio bendito.
Protesto! rugi, rubicundo y ronco, dilacerndose las
barbas y alzando el puo. No poda admitir que vinieran a en
sebar frente a l las instituciones! Para mayor desgracia, tam
bin estaba presente el senador Rubim, abuelo de otro alumno,
senador de mala voz, un padre, padrastro de la patria, sin consi
deraciones ni pelos en la lengua.
Quien protesta contra el sebo de la tirana es un burro!
rearguy al comentarista con la temible pachorra de los viejos
insolentes.
No, seor, ningn burro! clam el otro, empalideciendo
bajo el fustazo de la injuria, nervioso, perturbado por la aten
cin con que lo encaraba el aula. Ningn burro! Esas expre
siones son indignas de V. E., que es senador y anciano!
Es un burro...! repeta el otro despaciosamente, con una
mueca hastiada de insulto. Un burro...!
Aristarco se mantena en la presidencia con el pasmo de palo
de los dolos afrentados. El enorme saln, lleno de alumnos e in
vitados, se amotinaba en grandes olas, fragmentado en partidos
opuestos, unos a favor del senador y de la anarqua; otros a favor
del abogado y del orden pblico. Muchos gesticulaban de pie;
22

Alusin a don Pedro II.

207 s

haba estudiantes gritando sobre los bancos. Los insultos vola


ban como proyectiles; las protestas rechinaban como escudos
heridos; haba manos por el aire que pedan espadas.
Aprovechando el bullicio, el abogado se haba atrevido a
arrojar algunas insolencias contra el senador. El otro, que no
escuchaba bien, replicaba con la impertinencia de su estribillo:
Un burro, s, hasta que, impaciente, puso fin a la polmica con
las cinco letras de la energa popular que Waterloo hizo heroi
cas; Victor Hugo, picas, y Zola, clsicas.23
Bajo el peso de aquella conclusin, Z Lobo cedi.
Aristarco consider que haba llegado el momento de ejercer la
presidencia y sacudi sobre el tumulto la campanilla del orden.
En la tribuna, el orador, firme y tranquilo, promontorio sobre
la tormenta, esperaba que el alboroto terminara. En cuanto vio
que se enfriaba el furor de los improperios, continu:
Corramos un velo sobre ese escenario desolador; que ven
ga en nuestro socorro la esperanza de un renacimiento.
Y conduciendo por all el discurso, hbilmente, termin con
un cuadro del futuro, aparejado en aurora sobre la tribuna, pr
tico de luz, derramando un deslumbramiento que extasi a los
escuchas con el encanto de los vaticinios felices; y el soplo de
la brisa matutina se llev las nubes del desnimo que antes se
haban insinuado sobre el panorama.
Tomaron la palabra, todava, dos estudiantes que trituraron una
profusa cantidad de frases comunes a propsito de las letras y los
literatos. El hijo del director, el republicanito que ya conocen, te
na en la manga diez mechas, diez brulotes de elocuencia incen
diaria, que decidi sofocar despus del colosal escndalo del sebo.
Referencia a la palabra merde, pronunciada por Pierre Jacques tienne,
vizconde de Cambronne, al verse derrotado en Waterloo.
23

s208

La segunda sesin solemne del Gremio, aunque ms pacfica,


no fue menos importante.
Se realiz a principios de octubre, en una fecha cercana a las
vacaciones. La concurrencia fue ms numerosa, asistieron se
oras en gran nmero, cosa que no haba sucedido en la sesin
inaugural; hubo una ornamentacin ms esmerada en las aulas;
la tribuna se forr de verde y amarillo; se inscribieron los mejo
res campeones de la oratoria del Amor al Saber. El colegio com
pareci uniformado; la direccin, con chaqueta. La conferencia
del doctor Claudio fue subversiva, pero en un sentido distinto de
la primera. Ya no vers sobre la literatura en Brasil, sino sobre
el arte en general:
..........................................................
El arte, la esttica, la estesia, es la educacin del instinto sexual.
La conservacin de la existencia individual tiene su razn de
ser en el instinto de vitalidad de la especie. El momento presen
te de las generaciones no es sino el vnculo prolfico del pasado
con la posteridad. Y la razn de ser de las especies? La indaga
cin no ha descubierto el secreto.
Para que el individuo perdure, momento gensico de la exis
tencia especfica en el tiempo, es indispensable que se adapte a
las imposiciones del medio universal. El ro que corre no des
precia el detalle del ms insignificante remanso, no puede burlar
el obstculo de la ms mnima roca que encuentre en su lecho.
El criterio inconsciente del instinto es el gua de la adaptacin.
La vida humana, desde el vagido de la cuna hasta el movi
miento del enfermo en su lecho de muerte, buscando una po
sicin ms cmoda para morir, se esfuerza por seleccionar lo
agradable. Los sentidos son como las antenas salvadoras del

209 s

insecto que titubea; van en busca de las impresiones, informan


tes oportunas y cautelosas.
A cada mundo de sensaciones notables corresponde un sen
tido. Los sentidos, tericamente delimitados, son cinco, multi
forme proceso de transformacin de uno solo: el tacto, precisa
mente el sentido rudimentario de las antenas.
Tanteando se realiza, instintivamente, la bsqueda de lo agra
dable: lo agradable visual, lo agradable auditivo, lo agradable ol
fativo, lo agradable gustativo, lo agradable tangible, en suma. Lo
agradable es esencialmente vital; si en ocasiones es funesto, es
porque las ilusiones pueden traicionar al instinto.
La perfectibilidad evolutiva de los organismos en funciones,
que se muestra prodigiosamente compleja en el tipo humano,
corresponde, en el orden animal, a la revelacin del misterioso
fenmeno de la personalidad, capaz de emprender una crtica del
instinto como el instinto emprende una crtica de la sensacin.
As, pues, la informacin de reportero que cada sentido pro
porciona no slo despierta en el hombre la actividad cerebral de
los impulsos de preferencia o repugnancia, como en los otros ani
males, sino que ampla, mediante la psicologa entera de los fe
nmenos espirituales, la variedad infinita de las comparaciones,
permutadas de mil modos en la unidad del espritu, como piezas
de un juego maravilloso sobre un mismo teln de fondo.
Dos son las representaciones elementales de lo agradable
realizado: la alimentacin y el amor.
Los animales inferiores, que no estn dotados de un razonable
coeficiente de progreso, reproducen secularmente su condicin
de inferioridad; miran, palpan, olfatean, escuchan, prueban sin
mucho escrpulo y devoran groseramente, para luego amar co
mo siempre lo han hecho. El hombre, por su deseo de alimenta
cin y amor, dio lugar a la evolucin histrica de la humanidad.

s210

La alimentacin reclam la caza fcil: se inventaron las armas;


el amor pidi un abrigo: se erigieron las cabaas. La digestin
tranquila y la reproduccin sin sobresaltos exigieron proteccin contra los elementos, contra los monstruos, contra los mal
hechores: los hombres establecieron un contrato tcito para su
mutua seguridad mediante la fuerza mayor de la unin: naci la
sociedad, naci el lenguaje, nacieron la primera paz y la primera
contemplacin. Y los pastores vieron en el cielo, por primera vez,
la estrella Vsper, expandida y plida como un suspiro.
Pero era necesario que fueran lechos de amor las crines de
oro y fuego de los leones, y que hubiera marfil, metales lucien
tes, pedrera sobre la blancura lctea de la carne amada, pues no
bastaban los besos para vestirla; era necesario deleitar el gusto
con el refinamiento de las extraezas. Y los hombres llevaron
su conquista hasta los reyes de la selva, hasta el vientre del suelo;
fueron a cosechar los ncolas ms raros de los aires, empluma
dos de luz como creaciones canoras del sol; y fueron a buscar
en las olas a los ms esquivos viajeros del abismo, que navegan
cleres, fantsticos, en la sombra azul, dejando atrs un vago
reflejo de escamas, para morderles la vida.
Pero el hambre urga an, urga ms el amor, y vino la guerra,
la violencia, la invasin. Se curvaron los cautivos bajo el ltigo
vencedor, y las esclavas quedaron abatidas bajo la garra de la las
civia sanguinaria, hambrienta de miembros retorcidos, de ojos
sin alma, de labios sin palabra, de formas sin voluntad, pretexto
miserable de espasmos. Se formaron los odios de raza, las opre
siones de clase, las corrupciones vengativas y demoledoras.
Pero tambin evolucion el pensamiento, aquella sospecha
potica de la pastoral primitiva que buscaba los astros en el cielo
para aderezar sus idilios. El fondo sereno y oscuro de las almas,
adonde no llega el tumultuoso oleaje de la superficie, se inflam

211 s

de fosforescencias; se generaron las aureolas de los dioses, se


cuajaron los discos de glorias olmpicas: nacieron las religiones.
Pero era necesario que el espectro de la divinidad fuera palpa
ble: las rocas se descascarillaron en estatuas, los metales se hicie
ron carne, y hubo templos, hubo cultos, hubo
leyes, vinieron los profetas y pontfices ambi
ciosos. Y esta evolucin de un pensamiento
que haba sido amante, convertida en instru
mento de la tirana, dio lugar a las prcticas del
terror, a los apostolados de la masacre.
Pero haba quedado una lira de la prime
ra generacin de pensadores, y sus cuerdas
cantaban an, y sus notas dijeron en el aire
las epopeyas de Oriente y de Grecia. Se rob
a los sacerdotes tiranos el monopolio de los
dioses para uncirlos al remolque de la mtri
ca; que llevaran, a travs de los siglos, el carro triunfal de la es
trofa, onda sonora de vibraciones inmortales.
Y los esculpidores de los dolos legaron el secreto del taller, re
velando que aquellas arrogancias de bronce venan de un molde
de barro, que los dioses se hacen como las nforas. Y los artistas
modernos recomenzaron, llamando la religin al taller como mo
delo a sueldo; y grabaron con tinta, por los muros, las visiones
msticas de la creencia. La nitidez artstica de las formas haba he
cho creer a los hombres que realmente viva, en la porosidad del
mrmol, un espritu sagrado, y que exista realmente, en propor
ciones infinitas, un lienzo de olimpos y parasos, donde los colores
del antropomorfismo artstico vivan soberanos, mirando el mundo
all abajo, vertiendo su urna providencial de penas y alegras.
Decadas las fantasas sentimentales, el aspecto del mundo se
reform. Los dioses fueron proscritos como efectos importunos

s212

del sueo. Despus del orden en nombre de lo Alto, se procla


m, positivamente, el orden en nombre del Vientre. La fatalidadalimentacin se erigi como principio: se le llam industria, se
le llam economa poltica, se le llam militarismo. Muerte a los
dbiles! Alzando la bandera negra del darwinismo espartano, la
civilizacin marcha hacia el futuro, impvida, temeraria, piso
teando el prejuicio artstico de la religin y la moralidad.
Sobrevive, empero, el poema consolador y supremo, la eter
na lira...
Reinaron primero el mrmol y la forma; reinaron los colores
y el contorno; reinan ahora los sonidos: la msica y la palabra.
Se ha humanizado el ideal. El himno de los poetas del mrmol,
del color, que remontaba hacia el firmamento, les habla ahora a
los hombres, abogado enrgico del sentimiento.
Sueo, sentimiento artstico o contemplacin es el placer
atento de la armona, de la simetra, del ritmo, del concierto en
tre las impresiones y la vibracin de la sensibilidad nerviosa. Es
la sensacin transformada.
La historia del desarrollo humano no es ms que una larga
disciplina de sensaciones. La obra de arte es la manifestacin
del sentimiento.
Si las sensaciones se dividen en cinco tipos de sentidos, los sen
timientos deben corresponder a cinco tipos, y lo mismo las obras
de arte.
De la sensacin acstica viene la estesia acstica; sentimiento
en los sonidos, en las palabras: elocuencia y msica; de la sen
sacin de la vista, la estesia visual, el sentimiento en la forma,
en el trazo y en el colorido: escultura, arquitectura y pintura; de
la sensacin palatal y olfativa nacen los sentimientos del gusto
y del aroma: artes menos consideradas por la relativa inferioridad
de sus efectos. La sensacin del tacto, secundada por todas las de

213 s

ms, da lugar al complejo sentimiento del amor, arte de las artes,


arte matriz, razn de ser de todos los tipos de estesia.
El primer momento contemplativo de un amoroso produjo el
advenimiento de la esttica mediante el deleite visual de las l
neas de la belleza, mediante la delicia auditiva de una expresin
inarticulada, emitida con expresin, mediante la conmocin de
un contacto, mediante la embriagadora aspiracin del perfume
indefinido de la carne. La obra de arte del amor es la prole; su ins
trumento es el deseo.
Despus del arte primitivo y fundamental del tacto, el arte
del odo. Su obra de arte es la frase sentida, hbil para producir
emocin; su instrumento es el lenguaje.
Este arte se dividira ms tarde en elocuencia propiamente
dicha y poesa popular, gracias a su aproximacin hbrida con el
tercer arte del odo: la msica.
Con el progreso humano, el sentimiento artstico de la si
metra y de la armona se distingui analticamente del arte de
amar. Y, despus de aquel arte primordial del que se haba des
prendido, que descenda directamente del instinto ertico, sur
gi, bajo la forma salvaje de las interjecciones primitivas, el arte
de la elocuencia; y, en seguida, bajo la forma de las expresiones
isomtricas, surgieron la poesa popular y la primera msica;
nacieron las artes intencionales, imitativas, de la escultura, la
arquitectura y el dibujo. Despus de la poesa popular, amorosa
o heroica, vino la rapsodia.
Lo que es ms: de acuerdo con un naturalsimo trazo de filia
cin, el sentimiento de la simetra, trasladado a la esfera de las
relaciones sociales, sirvi como plano para organizar las religio
nes, hijas del pavor, y las moralidades, invencin de las mayo
ras de dbiles. Con el predominio insensato de las religiones, el
amor dej de ser artstico; se volvi sacramental. Con el predo

s214

minio de las moralidades, dej de ser un fenmeno; se convirti


en algo ridculo u obsceno.
Si razonamos en retroceso, si ponderamos que la moralidad
es la organizacin simtrica de la debilidad comn; que la reli
gin es la organizacin simtrica del terror; y que la simetra,
es decir, la armona y la proporcin, es la norma artstica de las
imitaciones plsticas emprendidas por la ingenua admiracin
de la criatura primitiva; y que esta admiracin placentera, tes
timoniada por un intento de dibujo o de estatua, por un canto
popular o por una interjeccin vehemente, no es ms que una
modalidad acentuada del esfuerzo de atencin; y que la prime
ra atencin de los hombres del principio ah est la leyenda
de Adn debi ser la de un individuo de un sexo ante otro
individuo del sexo opuesto, habremos descubierto el aforismo
paradjico de que el arte, subjetivamente, el sentimiento arts
tico, en sus ms elevadas y etreas manifestaciones, no es sino
la evolucin secular del instinto de la especie.
En esto consiste su grandeza, y por esto va burlndose, a tra
vs de las edades, de las vicisitudes tempestuosas de la lucha
por la alimentacin, de las propias exasperaciones homicidas
del amor.
El arte es primero espontneo, luego intencional.
Se manifiesta primero groseramente, a travs de erupciones
de sentimiento, y produce el amor concreto, la interjeccin, la
elocuencia rudimentaria, la poesa primitiva, el primitivo canto.
Ms tarde, progresivamente, se manifiesta a travs de efectos
de clculo y meditacin y produce el epos, la elocuencia culta,
la msica evolucionada, el dibujo, la escultura, la arquitectura, la
pintura, los sistemas religiosos, los sistemas morales, las ambicio
nes de sntesis, las metafsicas, hasta llegar a las formas literarias
modernas, a la novela, forma actual del poema en el mundo.

215 s

Las manifestaciones espontneas son coevas de todas las so


ciedades; la poesa popular, por ejemplo, no desaparece; tampo
co la elocuencia y mucho menos el amor. Las manifestaciones
intencionales, que no son sino formas transformadas, ampliadas
y perfeccionadas de la expresin sentimental primitiva, acatan
los movimientos y vacilaciones de todo aquello que progresa.
El corazn es el pndulo universal de los ritmos. El movi
miento iscrono de este msculo es como el aferidor natural de
las vibraciones armnicas, nerviosas, luminosas y sonoras. Los
sentimientos y las impresiones del mundo se miden con una
misma escala. Hay estados del alma que corresponden al color
azul o a las notas graves de la msica; hay sonidos brillantes co
mo la luz roja, que armonizan, en el plano del sentimiento, con
la ms vvida animacin.
La representacin de los sentimientos se efecta de acuerdo
con esas repercusiones.
El estudio del lenguaje lo demuestra.
La vocal, smbolo grfico de la interjeccin primitiva, naci
da espontnea e instintivamente del sentimiento, se sujeta a la
variedad cromtica del timbre, como los sonidos de los instru
mentos musicales. Se grada en escala ascendente, u, o, a, e, i,
con una variedad infinita de sonidos intermedios, que el senti
miento de la elocuencia sugiere a los labios y que no se regis
tran, pero viven su existencia real en las palabras y dan vida a
la expresin, sensiblemente enrgica, emancipada del precepto
pedaggico, repentina, casi inventada en el acto.
Existe tambin en el lenguaje el ritmo de cada expresin.
Cuando el sentimiento habla, el lenguaje no se fragmenta en
vocablos, como en los diccionarios. Es la emisin de un sonido
prolongado, que crepita de consonantes, elevndose o descen
diendo segn el timbre vocal.

s216

Lo que mueve al oyente es una impresin de conjunto. El


sentimiento de una frase nos penetra aunque se enuncie en un
idioma desconocido.
El timbre de la vocal y el ritmo de la frase dan alma a la elo
cucin. El timbre es el colorido; el ritmo es la lnea y el contor
no. La ley de la elocuencia domina en la msica: color y lnea,
seriacin de notas y velocidades; domina en la escultura, en la
arquitectura, en la pintura: una vez ms, lnea y color.
Como representacin primaria del sentimiento, despus del
hecho del amor, la elocuencia es la ms elevada de las artes. De
ah la supremaca de las artes literarias: elocuencia escrita.
La elocuencia fue libre al principio, fiel al ritmo del sentimien
to. Bajo la influencia de la msica montona de los ms antiguos
tiempos, adopt la cadencia de un metro regular y montono,
como la msica. Aprovechada como recurso mnemotcnico, se
liber de la msica, guardando, sin embargo, la forma del me
tro uniforme y de la equivalencia de cantidades, que algn da
se convertira en la metrificacin de la slaba, produciendo ms
tarde la monstruosidad de la rima, el calambur como prodigio
de perfeccin.
La msica evolucion por su lado.
En el arte actual de la elocuencia, se perfila una fuerte reac
cin contra el metro clsico; la crtica espera que, dentro algu
nos aos, el metro convencional y hechizo desaparezca de los
talleres literarios. El sentimiento se encarna, ahora, en la elo
cuencia, libre como la desnudez de los gladiadores, y poderoso.
El estilo ha derrocado al verso. Las estrofas se miden con los
alientos del espritu, no con el pulgar de la gramtica.
Hoy que no hay dioses ni estatuas, que no hay templos ni
arquitectura, que no hay dies irae24 ni Miguel ngel; hoy que la
mnemotcnica es intil, el estilo triunfa; y triunfa con su forma

217 s

primitiva, con esa sinceridad vehemente de los buenos tiempos


en que el corazn, para bien amar y decirlo, no tena que cruci
ficar la ternura en las cuatro dificultades de un soneto.
Cul es la misin del arte? Originario de la propensin er
tica, ms all del amor, el arte es intil: intil como el esplendor
ruborizado de los ptalos sobre la fecundidad del ovario. Cul es
la misin de los ptalos ruborizados? De qu nos sirve el color
verde de la primavera? Las aves cantan. De qu sirve el can
to de las aves? El arte es una consecuencia, no un preparativo.
Nace del entusiasmo de la vida, del vigor del sentimiento, y lo
registra. Agrada siempre, porque el entusiasmo es contagioso
como los incendios. El alma del poeta nos invade. La poesa es
la interpretacin de nuestros sentimientos. Su finalidad no
es agradar.
Y, adems, reclamar ttulos de utilidad a las divagaciones
graciosas de una energa del alma que es, en su primera mani
festacin, la perpetuidad misma de la especie!
Amn de intil, el arte es inmoral. La moral es el sistema ar
tstico de la armona transplantado a las relaciones de la colecti
vidad. Arte sui generis. El futuro habr de probar si un rgimen
social simtrico de justicia y fraternidad es efectivamente posi
ble. En todo caso, es un arte distinto y las artes slo se combinan
en falsos productos convencionales.
Un poema intencionalmente moral es lo mismo que una estatua
polcroma o una pintura con relieve. No ms que una cosa posible:
hay tambin quien hace flores con alas de cucaracha y piernas.
El arte verdadero, el arte natural, no conoce la moralidad.
Existe para el individuo, sin atender a la existencia de otro indi

24

En latn, da de la ira.

s218

viduo. Puede ser obsceno desde el punto de vista moral, como


Leda. Puede ser cruel: Roma en llamas, qu espectculo!
Basta con que sea artstico.
Cruel, obsceno, egosta, inmoral, indmito, eternamente sal
vaje, el arte es la superioridad humana: ms all de los precep
tos, que se combaten; ms all de las religiones, que pasan; ms
all de la ciencia, que se corrige, el arte embriaga como la orga
y como el xtasis.
Y desdea los siglos efmeros.
En vista de la tranquilidad del auditorio, se sobreentiende
que no estaban presentes los dos hroes de la primera sesin
solemne: el doctor Z Lobo no haba venido para no encontrarse
con el senador; el senador Rubim no haba venido para no encon
trarse con el doctor Z Lobo: dos impulsos equivalentes en senti
do contrario se anulan.
En el saln haba diversos escuchas distrados que no perse
guan con atencin el galope de hipogrifo en que se elevaba la
elocuencia del orador.
Bento Alves era uno de ellos; Malheiro, el mejor gimnasta,
moreno, nervioso y malencarado, era otro; Barbalho, uno ms.
A Bento Alves le preocupaba una injuria. Entre l y Malheiro
haba una vieja contienda de emulacin. Malheiro no le perdo
naba la culpa de ser bravo. Sus propios prodigios de fuerza y
agilidad, aplaudidos y anunciados enfticamente por el Ateneo,
no bastaban para saciar su vanidad. De qu le serva ser fuerte,
si no era capaz de aplicar su esfuerzo para aflojar una sola fibra
de la musculatura de Bento? Ah, si pudiera, con la sugestin, des
hilar una a una aquellas madejas de alambre, reducir a una dbil
infantilidad aquella corpulencia odiosa! Por qu no iban los de
seos de la envidia a sorber, como vampiros, la sangre de aquella
fuerza, la vida de aquel vigor de hierro, gota a gota?

219 s

Bento Alves no daba muestras de notar la rivalidad. Malheiro


lo evitaba. No poda estar ni un momento cerca de su colega sin
sentir impulsos de acometerlo.
La hazaa de la captura efectuada por su rival le haba arran
cado definitivamente la gloria de nico valiente. Malheiro se
hundi en una melancola silenciosa. Su rostro moreno se amo
ren ms; no llegaba, a la ventana de su mirada, la animacin de
ningn brillo; ninguna sonrisa abra la puerta de sus labios. Era
como un frontispicio de luto.
Se puso a rumiar el proyecto de un enfrentamiento.
Mi buen amigo, exagerado en mostrarse mejor, temiendo
siempre importunarme con una expansin ms viva, inventaba
cada da nuevas sorpresas y regalos. Haba llegado al exceso de
las flores. Al principio, ptalos de magnolia secos con una fecha
y una firma, que yo encontraba entre las hojas de los compen
dios. Los ptalos comenzaron a aparecer ms frescos y ms ve
ces; vinieron las flores completas. Un da, al abrir por la maana
mi casillero numerado en el saln de estudio, me top con la
imprudencia de un ramillete. Santa Rosala nunca haba recibido
uno as de mi parte. Qu deba hacer una enamorada? Acarici
las flores, muy agradecido, y las escond antes de que las vieran.
Pero Barbalho espiaba, convertido ltimamente en fiscal
oculto de mis pasos.
Las circunstancias lo haban acercado a Malheiro; el azafra
nado bizco pretenda manejar la rivalidad de los dos grandes: un
conflicto entre Malheiro y Bento poda significar la vergenza
para m.
Malheiro, con su grave vozarrn de contrabajo, comenz a
torturarme con epigramas. Quera incomodar a Alves mortifi
cndome, pues pensaba que yo ira a quejarme con l. Yo devo
raba las afrentas del granduln sin hallar el modo de alcanzar

s220

un correcto desagravio. A Barbalho se le ocurri entrar al quite.


Despus de incitar a Malheiro contra m, incit a Bento contra
Malheiro. Lo busc misteriosamente y le inform:
Malheiro no se le acerca a Sergio sin preguntarle cundo
es la boda... hay que casarse... Hoy mismo le pidi la invitacin.
Sergio est desesperado.
El furor de Alves no puede describirse: fue el furor poderoso
de los callados. Una onda de apopleja le ruboriz el rostro. Por
nico movimiento de indignacin, contrajo los dedos, como es
trangulando. Busc a Malheiro y con la voz quiz alterada, pero
sin odio, lo intim: maana es la sesin de cierre de cursos: a la
mitad de la fiesta salimos los dos: tengo que hablarte de las bodas.
Malheiro comprendi: era el soado encuentro!
En cuanto el presidente en funciones del Gremio baj de la
tribuna, los adversarios dejaron sus asientos. Barbalho sali po
co despus. Yo percib el movimiento y ms o menos adivin.
Cuando salimos del pabelln, terminada la solemnidad, un
criado me entreg un sobre, una carta de Alves, escrita a lpiz.
Estoy preso; antes de que te digan que fue por alguna indigni
dad, te prevengo: fue por darle una leccin a Malheiro.
Minutos despus, Franco, muy satisfecho, les contaba a todos:
Malheiro y Alves haban luchado en el jardn; qu pelea la de esos
dos brutos! Alves haba salido herido con un golpe en el brazo,
de navaja, al parecer; Malheiro estaba en el dormitorio. Puestos
sobre aviso por Alves, los criados haban ido a buscarlo (haba
perdido el sentido) al fondo de un bosquecillo en el parque.
Sin sentido! aseguraba Franco. Qu agitacin! Qu
sopapos! Vaya, Malheiro apaleado!25
Juego de palabras entre el nombre del personaje, Malheiro, y el adjetivo
malhado, que significa, por un lado, fortachn y, por el otro, apaleado.
25

221 s

Se supo que Barbalho haba espiado el combate a travs de los


arbustos. Antes de verlo acabado, corra activo y, concentrando
su bizquera en una sola atencin de intrigante, haba dispuesto
las cosas de tal modo que, al volver del jardn, Bento Alves fuera
sorprendido por una orden de prisin del director.
No denunciar nunca es un precepto sagrado de lealtad en el
colegio. Los contendientes se negaron a dar explicaciones. Bento
Alves no permiti que lo examinaran ni que le curaran el brazo;
Malheiro, cubierto de paos de sal, fingindose muy postrado,
ofreca el silencio ms impenetrable a las indagaciones de Aristar
co y amenazaba con aplastarle las narices al que incurriera en la
necedad de asomar el hocico en lo que no era de su incumbencia.
Ay, el apaleado...! refunfuaban los colegas; pero trata
ban de olvidar el hecho.
Yo, por mi parte, me entregu de corazn a la angustia de
las damas de las novelas, que montaban una guardia de suspiros
ante la ventana enrejada de la crcel donde su joven caballero
soportaba la detencin con el nico objetivo de dar un tema a
las trovas y a los trovadores medievales.

s222

sVII s
El tedio es la gran enfermedad de la
escuela, el tedio corruptor, que puede surgir tanto de la monotona del
trabajo como de la ociosidad.
En torno a nuestra vida estaba el
ajardinamiento del parque en floresta,
y el manto esmeraldino del campo y
el diorama accidentado de las montaas de la Tijuca,1 con ostentaciones de
curvatura torcica y felpudas frentes
de coloso; espectculos por momentos excepcionales que no modificaban
la sequedad blanca de los das encajonados dentro de los lmites del patio
central, caliente, insoportable de luz,
al fondo de aquellas altsimas paredes
del Ateneo, claras por la cal del tedio, claras, cada vez ms claras.
Conforme se acerca el momento de las vacaciones, el aburrimiento es mayor.
Los muchachos, en gran parte dotados de impulsos animosos
para la vida prctica, inventaban mil medios para combatir el
El macizo montaoso de la Tijuca, ubicado en la ciudad de Ro de Janeiro,
incluye elevaciones como la Pedra da Geva y el cerro del Corcovado. Su punto
ms alto se conoce como Pico de la Tijuca.
1

223 s

enfado de la monotona. La diversin estableca pocas, como las


modas, metamorfosendose deprisa como una serie de ensayos.
La peteca que, golpeada con estrpito, suba como un cohete,
para luego caer dando vueltas sobre su tocado de plumas, ya no
era divertida? Se inventaban las pelotas de goma. Los muchachos
se hartaban del caucho? Se inventaban las pequeas canicas. Se
acababan las canicas? Venan los juegos de saltos sobre un tejido
de lneas trazadas con gis sobre el suelo o marcadas con clavos en
la arena: la rayuela y todas sus variantes, primera casa, segunda
casa, tercera casa, descanso, infierno, cielo, con la piedrita chata
en la punta del pie, transportada en un arriesgado viaje de brincos. Luego tocaba el turno a los juegos de carreras, entre los que
figuraba marcadamente el aorado y vigoroso chicote-queimado.2
Los aspectos de la recreacin variaban: el patio central se animaba con el revuelo de las plumas, con el chasquido elstico de pelotas que pasaban como obuses, hiriendo el blanco con adiestrada
puntera, con el hormigueo multicolor de las canicas por la tierra,
con el gritero de todas las voces del placer y del alborozo.
Despus estaban los juegos de apuestas, en los que circulaban, a manera de pago, las plumas, las estampillas, los cigarros
y el dinero mismo. Las especulaciones se movan como el muy
famoso ofidio de los negocios. Haba capitalistas y usureros, sagaces y tontos; idiotas que se encargaban de llevar al mercado,
con la facilidad de que disponan fuera del colegio, dotaciones
enteras, valiossimas, de Mallats y Guillots,3 que los ms hbiles limpiaban con la gentileza de figurones de la bolsa, y estampillas inestimables a las que los coleccionistas prcticos restaban
Juego de persecucin en el que un jugador intenta alcanzar a los dems
golpendolos con un trapo a manera de ltigo.
3
Marcas de plumines.
2

s224

valor para obtenerlas con facilidad. Haba fumadores ebrios de tabaco ajeno, adquirido fcilmente en el movimiento de la plaza, arrellanados a la turca sobre los cojines de aquella abundancia barata.
Las transacciones estaban prohibidas en el cdigo del Ateneo. Razn de ms para que nos interesaran. De la letra de la ley,
incubados bajo la presin del veto, surgieron otros juegos ms
expresamente caractersticos: dados que estornudaban como rosetas, naipes en abanico, que se abran orgullosos de sus bellos
triunfos, dejando entrever la panza del rey, la sonrisa gallarda
del jack, la simblica oreja de la reina, el paisaje risueo del as;
pequeas ruletas de caballitos de plomo; un aluvin de fichas de
cartn, pululantes como los dados y sonrojadas como los patrones del reverso de la baraja.
La moneda principal era la estampilla.
Se daba todo por el matasellos de la posta. No haba leccin
premiada que valiera el ms vulgar de aquellos cupones usados.
Con base en este precio se permutaban los derechos al pan y a
la mantequilla a la hora del almuerzo o del postre, las delicias
secretas de la nicotina, el decoro personal mismo.
La enjundia de los coleccionistas, cada uno de los cuales se
esmeraba en exhibir el lbum ms completo y rico, se transmita a los dems, simples agentes de especulacin, y de stos
pasaba todava a otros ms por la seduccin del inters. En todo
el colegio, quiz slo Rabelo y Ribas, el primero fondeado en el
puerto de la misantropa senil, que lo distanciaba del mundo
tempestuoso, y el otro hacindola perpetuamente de ngel feo
a los pies de Nuestra Seora, escapaban a la mana general de la
estampilla, o, ms bien, a la necesidad de premunirse de aquel
valor corriente para las emergencias.
Era en el comercio de la estampilla donde herva una agitacin de emporio, contratos codiciosos, agiotistas, astutos, frau-

225 s

dulentos. Los valores se acumulaban, circulaban, fructificaban;


los sindicatos conspiraban; palpitaba el flujo y el reflujo de las alzas y de las depreciaciones. Los inexpertos se arruinaban, y haba
banqueros juiciosos que despapaban gorduras de prosperidad.
Con la reserva tartamuda de los caudatarios de los millones, se
hablaba de fortunas imponderables... Cierto afortunado posea
aquellos inmensos ejemplares de la primera posta de Inglaterra, los dos rarsimos, ambos, el azul y el blanco, de 1840! Tenan una estampa ntida de Mulready:4 Gran Bretaa con brazos
abiertos sobre las colonias, sobre el mundo: a la derecha, Amrica, la propaganda civilizatoria, la conquista de la sabana; a la
izquierda, el dominio de las Indias, coolies5 bajo fardos, dorsos
de elefantes subyugados; al fondo, hacia el horizonte, barcos,
el trineo canadiense que huye tirado por renos en disparada; a
lo alto, como las voces aladas de la fama, los mensajeros de la
metrpolis.
Joyas de este precio se inmovilizaban en las colecciones, inalienables por naturaleza como ciertos diamantes. No por eso
era menos ardiente la mercanca en la masa febril de la circulacin limitada, en aquella cantidad infinita de las dems estampillas rectangulares, octogonales, redondas, elipsoidales, alargadas verticalmente, transversalmente, cuadradas, lisas, dentadas,
antiqusimas o recientes, inglesas, suecas, de Noruega, danesas
con cetro y espada, suntuosas Hannover como retazos de tapicera, cabezas de guila de Lubeck, torres de Hamburgo, guilas
blancas de Prusia, guilas en relieve de la moderna Alemania,
austriacas, suizas con una cruz blanca, francesas imperiales y
William Mulready (17861863). Pintor irlands, miembro de la Royal
Academy, de Londres.
5
Trabajadores manuales de India y China en el siglo xix.
4

s226

republicanas, de toda Europa, de todos los continentes, con estampas de palomos, de navos, de brazos armados; griegas con
la efigie de Mercurio, el nico dios que qued de Homero, sobreviviente del Olimpo despus de Pan; estampillas chinas con
un dragn desgajando las garras; de Cabo, triangulares; de la repblica de Orange, con un naranjo y tres cornos; de Egipto, con
la esfinge y las pirmides; de Persia, retratando a Nasser al-Din6
con un penacho; de Japn, bordadas, llenas de encajes finos, como telas de biombos y abanicos; de Australia, con un cisne; del
reino de Hawai, con el rey Kamehameha III; de Terra Nova, con
una foca en un campo de nieve; de Estados Unidos, con todos los
presidentes; de la Repblica de San Salvador, con una aureola de
estrellas sobre un volcn; de Brasil, desde las enormes y mal hechas de 1843;7 de Per, con una pareja de llamas; todos los colores, todos los matasellos con que los Estados tasan las correspondencias sentimentales o mercantiles, explotando indistintamente
un descuento mnimo en las gigantescas especulaciones y un impuesto de sangre sobre la nostalgia de los emigrados del hambre.
La sala general del estudio, larga, con sus cuatro hileras de
pupitres, la pared opuesta de estanteras y la tribuna del inspector, era un microcosmos de actividad subterrnea. El estudio
era un pretexto y una apariencia; las encuadernaciones empastaban antes la astucia que los volmenes mismos.
A ciertas horas se reuna all todo el colegio, desde los elementos de las primeras letras hasta los de los cursos ms avanzados. Se agrupaban segn sus habilidades: el abc a la derecha,
ante la puerta de entrada; en el extremo izquierdo, los filsofos,
Sha de Persia durante la segunda mitad del siglo xix.
Alusin a las estampillas brasileas conocidas como ojos de buey, que
fueron las primeras que se produjeron en Amrica.
6
7

227 s

analistas de Barbe, los latinistas hbiles, los admirables estudiantes de alemn y griego. Las tres clases de edades se barajaban: un granduln poda estar empacado a la derecha, en el
pupitre de los analfabetos, al tiempo que un beb prodigio poda
estar a la izquierda, destetndose en la filosofa. El azar de esta colocacin poda sentarme entre Barbalho y Sanches, o poda
desterrarme a una legua del afecto de Alves. Todo dependa de lo
avanzado que estuviera.
Para compensar estas desventajas existan los telgrafos y la
correspondencia mano a mano. Los cables telegrficos eran del
mejor hilo de Alexandre 80, sutilsimos y fuertes, acomodados
bajo la tabla de los pupitres y sostenidos con ganchos de alfileres. En las vacaciones se desmantelaban. Dos amigos que quisieran comunicarse instalaban el aparato: en cada extremo, un
alfabeto escrito en una cinta de papel y un puntero amarrado al
hilo, legtimo Capanema.8 Tantas eran las lneas, que los pupitres
vistos por debajo presentaban la agradable apariencia de ctaras
encordadas; tantas, que el servicio a veces se enmaraaba y la
ctara de los recaditos desafinaba como arpa de carcamn.
El genio de la invencin habitaba en el Ateneo; haba esperanzas de riqueza gracias a algn descubrimiento milagroso
deparado por el azar como el fruto de Newton. Recuerdo a un
compaero perspicaz que planeaba hacer fortuna con una patente para explotar el oro de los dientes obturados de los cadveres, una mina! Fue as como se invent el malhadado telgrafo-martillito. Tantos golpecillos, tal letra; tantos ms, tantos
menos, tales otras. Los inventores vean en el sistema de signos escritos la desventaja de que no servan por la noche. El elemento
Alusin al barn de Capanema, quien estuvo a cargo de la construccin y
difusin de la red telegrfica en Brasil desde 1852 hasta 1889.
8

s228

bsico de esta reforma era una confianza absoluta en la sordera


de los inspectores; fundamento arriesgado, como pudimos comprobar despus.
Los primeros golpecitos pasaron; slo los estudiantes ms
cercanos sonrean con disimulo. Pero el martillito sigui funcionando y se volvi ms osado. En el silencio del saln goteaban
los golpes, suaves como el picoteo de un pajarillo sobre el piso.
Desde lo alto de su tribuna, Silvino se rasc la oreja y permaneci atento; aquello empezaba a intrigarlo. Silencio... silencio,
y los golpecillos de vez en cuando.
Fue terrible. Inesperadamente se precipit desde lo alto de
su asiento como un buitre y, con la delicadeza propia de su oficio, fue a caer justo sobre la mejor parte de un despacho. En
seguida vino la devastacin. Al examinar el pupitre, descubri
la considerable red de los otros telgrafos. Arras con todo. Brutal como la furia, implacable como la guerra Oh, Havas!,9
Silvino no nos dej ni un hilo, ni un solo hilo del ovillo de las
correspondencias! De pupitre en pupitre, entre maldiciones, lo
arranc, lo arrebat, lo destruy todo, el vndalo, como si los
cables telegrficos que surcan los cielos no fueran la amplia pauta
de los himnos del progreso y nuestra modesta imitacin no fuera un homenaje al siglo.
La violencia no hizo sino incrementar el trfico de papelitos
y suspender temporalmente la telegrafa.
De mano en mano, como las epstolas, circulaban los peridicos manuscritos y las novelas prohibidas. Los peridicos difundan por los bancos burlas mordaces sobre los colegas, los
profesores y los bedeles; incluso chanzas blasfemas contra Aristarco, una temeridad. Las novelas, enmaraadas de atribulacio9

Agencia de noticias francesa, creada en 1835.

229 s

nes febricitantes, atractivas en la descripcin, impactantes en el


desenlace, algunas de ellas sazonadas con grosera sensualidad,
animaban en la imaginacin panoramas ficticios de la vida exterior, donde ya no hay compendios: las luchas por el dinero y el
amor, la asistencia a los salones, el xito de la diplomacia entre
duquesas, la celebrada bravura de los duelos, el pundonor de la
espada al cinto; o, entonces, el drama de las pasiones speras,
tormentos de un pecho malhadado y sublime sobre un escenario sucio de bodega, entre vmitos de mal vino y palabrotas de
barragana sin precio.
Con la proximidad de las vacaciones anuales, todo desapareca. El aburrimiento imperaba.
La impaciencia ante la expectativa de libertad haca intolerable la reclusin de los ltimos das. Se organizaban los preparativos para la gran exposicin de los trabajos de la clase de dibujo;
los cursos primarios estaban a punto de entrar en exmenes sobre los contenidos semestrales, con los que el director sondeaba
el aprovechamiento. Ninguno de estos esfuerzos poda combatir
la inercia expectante de los nimos.
En el saln de estudio eran pocos los que abran sus libros.
Los muchachos estiraban los codos sobre el pupitre, clavaban
la barbilla en el dorso de la mano y se abstraan con la mirada
inmvil, en un idiotismo de espera, como si intentaran sentir el
transcurso de las horas en el espacio. Por detrs de la casa, en
el patio del director, se escuchaba a ngela entonar cantilenas
espaolas, sinuosas de languidez; ms lejos, mucho ms, con un
zumbido indistinto, como un horizonte sonoro, las cigarras trinaban agitando el aire caliente con una vibracin de hervor.
En las horas largusimas del recreo, los muchachos paseaban
callados, destruyendo la comunin usual de los juegos como si
temieran desperdiciar ms alegra en aquel cautiverio, seguros

s230

de que pronto habran de aprovecharla mejor. Plasmada con


carbn en las paredes, trazada en blanco sobre los pizarrones,
raspada en la caliza, escrita con lpiz o tinta, se vea por todos
los rincones la proclama Vivan las vacaciones!, que determinaba la ansiedad general como un pedido, una intimacin al
tiempo para que fuera menos tardo, y opona, cruel, la resistencia impalpable, invencible de los minutos, de los segundos, a la
llegada festiva de la buena fecha.
Bento Alves, despus de asegurar que slo se haba sometido
por m a la humillacin que haba sufrido, andaba deliberadamente arisco.
Yo, solitario, iba y vena como los dems, recorriendo el patio, marcando con bostezos las fases alternadas de impaciencia
y resignacin, observando un loro que los nios de la calle soltaban hacia la escuela y que planeaba sobre el patio de recreo.
Le envidiaba la suerte a ese loro, que cabeceaba alegre, balancendose como las olas, extendindose en el viento, pjaro caprichoso que dominaba, rojo, el amplio tringulo azul que las
paredes recortaban en el firmamento; solitario, solitario como
yo, cautivo tambin, pero en lo alto y all afuera.
El horario se relajaba; algunos maestros faltaban; la inspeccin era menos ruda. Los alumnos se movan cmodamente
por todas partes. Hacan crculos de pltica en los dormitorios
y machacaban con hasto los ms duros temas, murmuraciones
trituradas, escabrosidades pulverizadas, malicias molidas, algunas veces ingenuas, si cabe. En aquellos concilibulos, la acidez
parlanchina del cansancio podrido, acumulado durante un ao,
se caracterizaba segn la psicologa de cada saln.
Los dormitorios tenan apodos poticos dictados por la decoracin de las paredes: el saln perla era el de los nios, custodiado por una vieja esmirriada y mala que haba instituido

231 s

el pellizco como nico precepto disciplinario: ojos mnimos,


chispeantes; boca sumida entre la nariz y la barbilla; garganta
escarlata; toda una poblacin de verrugas; cabeza de arpa, cubierta de plumn, sobre un cuerpo de bruja. El saln azul, el
amarillo, el verde y el saln bosque, que tena ramas de papel, acogan a la innumerable clase de los medianos. El saln de
los grandes, independiente del edificio, sobre el saln general
de estudio, se conoca con el ameno nombre de chalet. El chalet
llevaba una misteriosa vida aparte.
La supervisin de los dormitorios era responsabilidad de los
diversos inspectores, convenientemente distribuidos.
En esa poca, el celo de la polica se atenuaba. La propia arpa
del saln perla revoloteaba hacia la juerga, una inocente juerga de
noventa aos.
La pltica corra libre de sobresaltos.
Unos se recostaban en la cama, otros los rodeaban, agrupados
en las camas vecinas, y atacaban los temas.
En el saln de los medianos:
Doa Ema... Doa Ema... No se murmura en vano... Miren
cmo habla Crisstomo... Tiene motivos, un muchachn... Palabra que los encontr solitos, juntitos, conversando a la distancia
de un beso...
Menos mal que a Crisstomo no lo despiden... Qu diablos! El griego no vale tanto como para pagarse con besitos de
la mujer en abonos... yo creo que ese asunto va a acabar mal e
inmundamente, kaks ka rupars,10 con un escndalo...
Ah! Directores! Empresarios! Fabricantes de ciencia barata y prodigios de mala calidad con los que se burlan de los
padres atontados... Lo que quieren es la asiduidad del negocio...
10

En griego, mal e inmundamente.

s232

Que no me vengan con anuncios... La mujer en el aparador...


Qu carnada, una carita seductora! Yo por m, si fuera director,
inaugurara un Kindergarten para grandes; una linda directora al
frente y cuatro adjuntas amables... No habra seorito crecido
que no se muriera por la enseanza intuitiva. Lo que no pagaran por cortar palitos en mi jardn! Y qu servicio al progreso
de mi pas: estimular, a la Froebel,11 las inteligencias lerdas y las
adolescencias retrasadas...
Pues yo sera capaz de combatir el establecimiento. Si fuera
director, tendra la precaucin de ser tambin ministro del imperio. Revocara la educacin pblica y aprobara a mi gente por
decreto, todo de golpe y con distincin.
Cul! Si yo fuera director, sera un chiflado! No hay nada
en este mundo como ser un chiflado! Una linda multitud de nios, qu fiesta! A los nios les gusta la gente, a la gente le gustan
los nios y el colegio crece; crescite...!12 Dentro de poco, las inscripciones seran tantas que tendramos que cambiarnos de casa...
Qu canallas! Qu maledicentes, caramba! Pues yo slo
hablo mal de aquel tipo del Liceo Marcelo, que tiene en la cara
la costura cicatrizada del tajo que le hizo un discpulo en cierta
aventura con el ms pacfico de los utensilios, y a quien, adems,
vieron en el Casino, donde dej abierto sobre un divn su carnet
de baile, cuidadosamente ilustrado con smbolos... pedaggicos.
La conversacin en el perla era mucho ms cndida, y, sobre todo, nada personal.
Curso improvisado de obstetricia elemental, pura especulacin. Todos queran saber; en torno al problema se apretujaban
Friedrich Froebel (17821852), educador alemn, impulsor de los jardines de nios.
12
En latn, creced.
11

233 s

veinte pequeos, como aquellas figuras de la leccin de Rembrandt. Cul era el origen de las especies? Eran investigadores.
Nadie daba ni un paso. La arpa, que quiz podra explicarlo,
estaba ausente. Feliz aquel que pudiera conocer la causa de las
cosas! Cmo es el prtico de la vida? Orden drico? jnico?
corintio? Las imaginaciones, afanosas, hormigueaban vidamente sobre la cuestin; nadie la penetraba. Se desplegaban las
teoras domsticas, anglico-ginecolgicas.
En Pars haba una gran empresa exportadora, cuyos agentes,
en todo el mundo, eran los parteros; la comisaria central en Ro
era madame Durocher.13 Las mercancas llegaban empacadas en
sus cunas, orinaditas y llorosas. Esta teora tena el mrito filosfico de prescindir de las causas finales. Los metafsicos se
sentan ms inclinados hacia la intervencin de lo sobrenatural:
con ocasin de la Navidad se realizaba por la noche una distribucin general de herederitos a lo largo y ancho de la tierra, lluvia de pimpollos para compensar aquella matanza de inocentes
tan perjudicial en tiempos de Herodes. Intil es decir que los referidos inocentes venan otrora al mundo por la mano de los
mismos portadores de las credenciales de la revelacin, hoy en
desuso.
Y la academiecilla de investigadores consegua documentos.
Algunos sonrean ante la credulidad de otros, exhibiendo como
refutacin credulidades de diverso quilate; otros, ms positivos, aducan observaciones propias, porque los nios observan,
ofreciendo a la opinin de los colegas una nota ponderosa; y el
sistema se edificaba lentamente, como se edifican los sistemas,
aprovechando slo el elemento franqueado por el apoyo comn.
Marie Josephine Mathilde Durocher (18081892), nacida en Pars, fue la
ms clebre partera de Ro de Janeiro en el siglo xix.
13

s234

Dos ltimas opiniones contribuyeron para desatar a tiempo


los embarazos, y la asamblea se dispers. Un pequeo cearense14
con el cabello cortado a cepillo, inteligente y silencioso, al que
le gustaba responder con una forma especial de voltear los ojos,
dueo de una sonrisa desconcertante que saba armar a propsito, introdujo en el debate, hablando explcito y en voz baja, sin
andarse por las ramas, la descripcin minuciosa de la toilette de
las mujeres del sertn, en la provincia, que bajaban al ro con un
bello y gracioso lienzo que el rayo del sol naciente haca parecer
de hilo ms grueso. La otra opinin fue la grosera chacota de un
sofista barrigoncito, con frente de novillo, miniatura de arriero,
brutal y lascivo, hijo de un ganadero acaudalado del Paran15
e instruido en todas las exigencias prcticas de la industria de
su padre. Estaba all escuchando desde el principio, sin decir
palabra, esperando la conclusin. Suponiendo que el cearense
iba a aclararlo todo, se lanz hacia adelante, lo interrumpi y
concluy arrojando la placenta, revolcndose torpe entre la muchachada, como una cra de estancia en el lodo fresco.
La vagancia en los dormitorios no se limitaba a las charlas.
Depravados por el aburrimiento y la ociosidad, los muchachos
inventaban extravagancias de cinismo.
Cerqueira, la Rata, un tipo cmico con una cara toda hecha
de hocico, rajada por la boca como las granadas maduras, de
manos enormes, como un simulacro de pies, galopaba a cuatro
patas por los salones, rebuznando en mangas de camisa, soltando coces con una sincera alegra de mulo. Maurilio, el de las
correcciones, no era slo el campen de las tablas que ya conocemos; tena otra habilidad notable y se prestaba con aplauso
14
15

Natural del estado del Cear, en el Nordeste brasileo.


Paran es un estado del sur de Brasil, colindante con Paraguay y Argentina.

235 s

a una experiencia original utilizando fluidos inflamables. Este


muchacho escap de la muerte en uno de los ltimos naufragios
de nuestra costa; un ex colega le escribi: Quien siembra tempestades, las cosecha.
Las provocaciones en el recreo eran frecuentes y nacan del
enfado. Todos estaban irritables como heridas; los inspectores
se vean obligados a intervenir a cada paso en los conflictos; las
impertinencias andaban en pos de las susceptibilidades; las susceptibilidades buscaban la sarna de las impertinencias. Si vean
a Franco arrodillado, le jalaban los cabellos. Si vean pasar a Rmulo, le arrojaban su apodo: Cocinero!
Esta provocacin era, adems, una absoluta falsedad. Cocinero, Rmulo! Slo porque recordaba la culinaria con aquella
carnosidad fofa y acolchada de las empanadas, o porque haba
engordado con las engaosas grasas de los taberneros, disolucin mrbida de sardina en aceite bajo la apariencia de la ms
abultada salud? Rmulo era, total y simplemente, el confitero de
las dulces esperanzas de Aristarco.
Cebado en cuanto a apariencia y an ms ancho en cuanto
a fortuna, corresponda bien a lo que se dice un buen partido.
Aristarco tena una hija; salud, fortuna: un yerno ideal, por si
fuera poco, bonachn y pacato.
Melica, la altiva y requebrada Amalia, antiptica, con proporciones de varilla, fina y larga, morena y airosa, pasaba su tiempo
hacindose la princesa. Dos grandes ojos negros, exageracin de
los ojos negros de la madre, se extendan por su rostro dndole,
de frente, la apariencia exacta de una hermosa i con dos gotas.
Por estos ojos y por sobre sus hombros, que eran erguidos y mefistoflicos, se derramaban desdenes sobre todo y sobre todos.
Posea y saboreaba la certeza fcil de que el Ateneo en pleno se
mora por ella, y viva en las andas imaginarias de aquella idola-

s236

tra de trescientos. Trescientos corazones, trescientos desdenes.


La eminencia del padre sobre aquel mundito despreciable le daba vida a la vanagloria, y a Melica le gustaba visitar el colegio
para tener ocasin de ejercitar la altivez culminante, mixta, del
sexo y de la jerarqua. En cuanto a Rmulo, ocupaba el primer
lugar en su desprecio. Haca alardes de no prestarle atencin.
Lo apodaba esplndidamente: el Parvo. Melica era bien hablada
y preciosa.
Rmulo filosofaba como Epicuro. Los desdenes no matan. El
lado positivo de aquella actitud de noviazgo perenne era... una
serie de utilidades: el puesto de vigilante, algunos privilegios de
benevolencia y una cena de vez en cuando con el director, esto
es, una fiesta al paladar, imaginada en sueos por tantas bocas
condenadas a la dieta obligatoria y desabrida de la casa, men
permanente, inviolable como la letra de las constituciones.
Cuando Melica vena al Ateneo, Rmulo era el primero en
acercarse; el ltimo en ser visto. Aristarco lo llamaba a veces y
lo llevaba de paseo con la nia. Melica, toda donaire y orgullo,
segua de frente y, cuando mucho, permita que Rmulo fuera
atrs de ella cabizbajo y mudo como un hipoptamo domesticado. Dgase, en honor de la verdad, que el gordito esperaba rerse
al ltimo del padre y de la hija.
En un establecimiento de estruendosa fama como el Ateneo
era imposible dejar de incluir, en el marco de las artes, la msica
de los batacazos.
Pasaba inadvertido el harmonium de Sampaio, religioso y balbuceante. Se estimaba como cosa irrelevante el rabelito de Cu
nha, lloricn y expresivo en las manos del espigado violinista;
maoso el instrumento como una casa de maternidad, plido el
msico, alargadito y clortico, dndole aires de gracia al lenguaje de las clavijas por medio de sonidos que imitaban la casi afasia

237 s

timorata e infantil de Cunha, desbarrancndose en sncopes y,


de vez en vez, de cuando en cuando, extendiendo chillidos histricos de amor vago, con saltitos pizzicati como las punteras
de charol de Cunha, amigo del valsar, hbil en el baile como los
listones, las plumas y los evaporados tules.
Se apreciaba razonablemente el piano de Alberto Souto, cachetes anchos de maestro en efigie, portento de pianista que haba venido a dar al Ateneo despus de recorrer Europa en busca
de triunfos, redondo, corto y musical como un cilindro de organillo; famoso por la carcajada soez, bagazo exprimido de la
vanidad, de la codicia que le haba quedado de los triunfos en el
palco y las golpizas del aprendizaje; famoso tambin por la rida
estupidez en los estudios, como si la inteligencia se le hubiera escapado por los dedos hacia los teclados en desercin definitiva.
Pero la predileccin de Aristarco estaba con la banda, con
los batacazos, el gritero vibrante de los cobres, la fusilera de las
baquetas, que haca que la gente saliera a las ventanas cuando
el Ateneo pasaba, alertando la admiracin de las esquinas con el estrpito de las cajas, que tronaban
al comps de la marcha redoblada
como un eco de combates, furor
desenfrenado, irresistible, de zambombada en feria.
La banda tena una sede propia
y un profesor bien pagado. Los instrumentistas gozaban de particu
lar favor en el relajamiento de la
disciplina. En ocasiones de fiesta,
se les mimaba con un brindis de
golosinas; se les condecoraba con

s238

distintivos de plata que ni los armoniosos concertistas del orfen lograban obtener.
La predileccin de Aristarco se escalonaba incluso al interior
de la banda, dependiendo de la importancia de la sonoridad de
los timbres. El grave bombardn, el figle, la tromba, el trombn
y el sax mismo, destinados a la secundaria labor de acompaamiento, retrocediendo como lacayos en la escenificacin sonora,
hombres de armas servilmente bravos en las embestidas brillantes, o tmidos pajes, recogiendo el abandono de colas que escapaban al lujo regio de las grandes notas del canto, valan an menos
en la estima del director que en las acotaciones de la partitura.
Predilecto era el flautn, florete hecho sonido, tenue, penetrante, perforacin de agujas; predilecto era el requinto, especie de
flautn rajado, agresivo como la vibracin del dardo de las serpientes; el fagot, superlativo del requinto, nico aparato capaz de
producir artificialmente la gangosidad colrica de las suegras; el
claro oboe, laringe metlica de un cantor de epopeyas, heroico y
bello; el trombn frentico y vivo, estandarte expuesto sobre el
jolgorio, armonizando, centralizando la instrumentacin como
un regimiento de caballeros. Predilectos porque gritaban ms!
Predilectos sobre todo el tambor y el bombo tonante, primaca
del escndalo, el estruendo de las pieles tensas que la tormenta
abraza en los xtasis del carnaval canalla de sus das y que, en el
Ateneo, abrazaba Rmulo, el graso Rmulo, el lustroso, opulento,
el queridsimo yerno de las esperanzas queridas.
Fue exactamente por esta seriacin de preferencias acsticas
como lleg Aristarco a descubrir a su favorito. Y por casualidad.
Durante una fiesta escolar, se exhiba la banda. De pronto, el
bombo se distrae y suelta, fuera de tiempo, un magnfico tiro
que le iba bien a la composicin, ejecutada como una gota de
tempranillo sobre una acuarela. La mitad de los escuchas crey

239 s

que aquello era un capricho wagneriano injertado a propsito;


la otra mitad no pudo contener la risa.
Aristarco admiraba el bombo en solo, soledad de las salvas
en pleno mar, factor grandioso de sonoridad que Z Pereira16
multiplica. Pero la risa de los invitados le molest.
Terminada la fiesta, mand llamar ante su presencia al artfice del estampido. Se present el msico y no s cmo se entendieron que, en lugar de castigo, Rmulo se retir del gabinete
con los ventajosos fueros de yerno ad honorem.17
El escandaloso favor suscit una reaccin de envidia.
Rmulo era vctima de la antipata. Para que nadie se la manifestara excesivamente, se haca temer por la brutalidad. Ante
el ms insignificante gracejo de un pequeo, lanzaba contra el
infeliz toda la corpulencia de sus infiltraciones de grasa flcida,
se desmoronaba en golpes. De los ms fuertes se vengaba refunfuando intrpidamente.
Para exasperarlo, los pequeos se aprovechaban de la oscuridad. Rmulo, en el centro, se mareaba bramando juramentos de
muerte, mostrando el puo. Por lo general, intentaba reconocer
a alguno de los impertinentes y lo marcaba para la vendetta. Vendetta inexorable.
En el transcurso enfadoso de las ltimas semanas, Rmulo,
especialmente, fue elegido como chivo expiatorio de las distracciones. Cocinero!, se vea aclamado por voces fantsticas
que brotaban de la tierra; Cocinero!, por voces del espacio
enronquecidas o estridentes. Se sentaba consternado, intentando
recordar si haba tratado con ollas en algn momento de su vida;
Fiestas carnavalescas caracterizadas por la presencia de zambumbas y
tambores, realizadas tanto en Portugal como en Brasil.
17
Literalmente, por el honor, id est, honorario.
16

s240

la unanimidad era impresionante. Con ms frecuencia se entregaba a accesos de rabia. Embesta contra los grupos bufando,
espumando, con los ojos cerrados y los puos hacia atrs. Los
muchachos corran carcajendose, abriendo camino y dejando
rodar aquella rabiosa ambulancia de elefantiasis.
En uno de esos abucheos estuve presente. Rmulo me marc.
Poco despus, nos encontramos en el largo corredor que llevaba
a la biblioteca del Gremio. Situacin embarazosa. Yo vena, l
iba. Detenerse? Retroceder? Lleno de dudas, segu adelante.
Rmulo, de un salto, me cogi por el cuello de la camisa, y lo
sacudi hasta el punto de macerarme el pecho.
A ver, perro (sic), dime aqu, si puedes, quin es el Cocinero.
La injuria equilibr mi susto. Todo estaba perdido. Me llen
de valor.
Cocinero, Cocinero, grandsimo Cocinero! le grit en las
barbas.
No s bien qu sucedi. Cuando volv en m, estaba extendido
bajo una escalera. Tres clavos que haba en los ltimos peldaos
se me haban hundido en la cabeza. Ponderando que en el futuro
tendra tiempo de sobra para la venganza, me levant y sacud
de mi ropa el polvo humillante de la derrota.
Finalmente, lleg el da de los exmenes primarios.
Pruebas obligatorias para las transiciones del nivel elemental:
de la primera clase a la segunda, de la segunda a la tercera, de la
tercera a la enseanza secundaria.
Se llevaban asientos y mesas al saln del oratorio; vestido el
altar con colgaduras, se apoltronaba all la comisin solemne, en
la que, adems del director y los profesores, se contaban personajes de la Instruccin Pblica.
En la mesa, Aristarco representaba el ponderado voto del tenedor de libros. Cuentas en regla: aprobacin con honor, alter-

241 s

nada en ocasiones con una distincin simple; retraso de un trimestre, aprobacin plena, con riesgo de simplificacin; retraso
de un semestre, reprobado.
Fuera de esta regla, haba en el Ateneo alumnos becados, dciles criaturas elegidas meticulosamente para jugar el papel de
objeto directo de la caridad, tmidos como si los abatiera el peso
del beneficio; con todos los deberes y ningn derecho, ni siquiera el de no servir para nada. A cambio, los profesores tenan la
obligacin de hacerlos brillar, porque la caridad, si no brilla, es
caridad perdida.
En las pruebas del tercer ao, las distinciones fueron tan numerosas que una de ellas vino a dar a mis manos, sin escndalo,
por cierto, pues desde haca mucho tiempo haba yo perdido
el miedo y comenzaba a cuadrarme la aisance18 de las demostraciones, como un mal contaminado por el director. Hice una
gran figura, atrap la deliciosa nota y la llev a mi casa para exhibirla como un animalito raro, mimndole el pelo fino, besndole los morros. Sanches obtuvo honores; Maurilio, honores;
Cruz, honores tambin, gracias a su especialidad en la cartilla,
en la que era versado, asombrando a la comisin examinadora
con la letana completa de Nuestra Seora y amenazndonos con
enlistar el calendario de memoria, santo por santo, con observaciones adyacentes, ms la enumeracin de las fiestas movibles
y las lunas, como no sera capaz de hacerlo ni el propio Doutor
Ayer de las pldoras catrticas.19 Gualtrio, el Payaso, reprob.
Nascimento, el Narizotas, resopl de satisfaccin: aprobacin

En francs, facilidad, soltura, desembarazo.


Referencia al almanaque llamado Calendario e Folhinha Portuguesa do Doutor Ayer, publicado desde la dcada de los sesentas del siglo xix hasta 1928.
Posiblemente en esta publicacin se anunciaban las pldoras catrticas, que se
18
19

s242

plena. Negro, Almeidinha y lvares, distincin. El profesor


Manlio protest sordamente contra la distincin de este ltimo; el bruto de lvares con distincin! Batista Carlos, el indio
de las flechas, reprobado! Se mostr muy sorprendido ante las
preguntas de la comisin, como si tuvieran algo que ver con l;
Barbalho, reprobado. Barbalho padre llevaba un semestre y medio de retraso, y Barbalho hijo no dej de salvar las apariencias
con una escrupulosa contribucin de burradas. El excelente, el
venerable Rabelo no se present: haba abandonado el colegio
haca meses por sus problemas de vista.
En la sala verde, emparedada de prfido pulido, mientras esperaba con mis colegas que el inspector que leera el resultado de la evaluacin apareciera en la puerta, mis ojos fueron a
parar en los cuadros de altorrelieve, aquellos de las artes y las
industrias, con los risueos nios desnudos, fraternales, tallados
en yeso puro e inocencia. Me sent viejo. Qu largo viaje de de
sengaos! Haban pasado slo unos meses desde que haba visto, por primera vez, a esos nios ideales vivificados en el estuco
por el contagio del entusiasmo ingenuo, ronda feliz del trabajo...
Ahora, si interpretara uno por uno a esos pequeos hipcritas
que mostraban las nalgas blancas como un reverso igual de candor, si los juzgara uno por uno, todo aquel yeso de sus caritas
rechonchas se sonrojara ante una sancin general y desolladora de azotes. Ya no me engaaban esos pequeos bribones.
Eran infantiles, alegres, francos, buenos, inmaculados, nostalgia inefable de los primeros aos, de los tiempos de la escuela
que no vuelven jams...! Y todos mentan...! Cada uno de los
rostros amables de aquella infancia era la mscara de una falconsideraban eficaces en el tratamiento de un amplio espectro de malestares,
desde la erisipela hasta la melancola.

243 s

sedad, el anuncio de una traicin. Se vestan all de pureza la


malicia corruptora, la ambicin grosera, la intriga, la adulacin,
la cobarda, la envidia, la sensualidad lasciva de las caricaturas
erticas, la desconfianza salvaje de la incapacidad, la emulacin
deprimida del despecho, de la impotencia; el colegio, barbarie de
humanidad incipiente, bajo el fetichismo del maestro, confederacin de instintos en evidencia, pasiones, debilidades, vergenzas que la sociedad exagera y complica en proporcin de
escala, respetando el tipo embrionario, caracterizando la hora
presente, tan desagradable para nosotros, que slo vemos azul
el pasado porque es ilusin y distancia.
Para la exposicin de dibujo se retiraron los pupitres de la sala
de estudio, y las paredes y los grandes armarios se forraron de
satinete oscuro. Sobre este fondo se clavaron con alfileres las
hojas de Carson, manchadas a
lpiz con el sombreado de las
figuras y de los paisajes. En
los marcos con friso de oro se
colgaron los trabajos considerados dignos de tal exaltacin.
Yo haba tenido un pequeo
triunfo en el dibujo, y el garabato haba evolucionado en mi
trazo hasta el punto de merecer encomios. Al principio, el
bosquejo simple, lineal, prctica para la mano; despus, la atenuacin de los tonos que logr pronto, como un matiz de nube;
despus, los paisajes campestres, follajes trabajados mediante
picos yuxtapuestos y casuchas en el pintoresco desmoronamiento de la escuela francesa, como ruinas de madera podrida,

s244

construidas para los artistas. Despus de muchos molinos viejos, muchas cabaas de paja, muchos caserones derruidos que
exponan sus miserias como mendigos, muchos remates de torres rsticas esbozados en los ltimos planos, muchas figuritas
vagas de campesinas con pauelos atados en tringulo sobre la
espalda, ancas rotundas, faldas toscas, drapeadas, y zapatotes
curvos, pas al dibujo de las grandes copias: fragmentos de rostro humano, cabezas completas, cabezas de corceles; llegu a la
osada de copiar, con toda la magnificencia de las sedas y con
toda la gracia vigorosa del movimiento, una cabra del Tbet!
Despus de la distincin del curso primario, mi ms grande
orgullo fue esta cabra. Retocada por el profesor, que tena el
buen gusto de hacer en los dibujos todo lo que no hacan sus discpulos, la cabra tibetana, de medio metro de altura, era aproximadamente una obra maestra. Me ufanaba del trabajo. La suerte
no quiso que me alegrara durante mucho tiempo. Le negaron a
mi bella cabra el marco de los buenos trabajos; por si fuera poco consideren mi desesperacin! precisamente el da de la
muestra, por la maana, me la encontr emborronada con una
cruz de tinta, ancha, que la mano benigna de un desconocido
haba trazado de arriba a abajo. Sin pensar en nada ms, arranqu de la pared el desgraciado papel e hice pedazos el esfuerzo
de tantos das de perseverancia y cario.
Cuando los visitantes invadieron la sala, notaron, suspendidos en la lnea de los trabajos, dos enigmticos residuos de papel
rasgado. Se asombraban, ignorando que all haba estado, intere
sante, en el ltimo captulo, la historia de una cabra y de una
cruz, drama de desesperacin y expolio miserando de lo que
haba sido una obra maestra.
Las exposiciones artsticas se realizaban cada dos aos, alternadas con las fiestas de los premios. De esta manera se reuna

245 s

una cantidad fabulosa


de papel garabateado
para mayor riqueza de
las galeras. El satinete
se cubra desde el piso
hasta el techo. Haba
de todo, no slo dibujos. Algunos cuadros al
leo de Altino, risueas acuarelas que accidentaban la monotona
griscea de Fber, de
Cont, de fusain.20 Los
futuros ingenieros se
entregaban a las aguadas arquitectnicas, a
los dibujos de mquinas coloridas.
Entre las cabezas a crayon retinto; crines de jinete; felpas de
onagro lanoso empinando el embudo de las orejas; cerdosas
frentes hirsutas de jabales hendiendo presas; perfiles de audacia en golas de encaje, alas atrevidas de fieltro, plumas revueltas;
fisionomas de marinero, salvajes, erizadas, en un soplo de borrasca, barbas incultas, caperuza embotada sobre el semblante,
pipa entre los dientes; entre todas estas caras, ocupaba especial
espacio una coleccin notable de retratos del director.
El melindroso asunto haba sido inventado por la gentileza de
un antiguo maestro. Se prepar el modelo; un alumno lo copi
Fber y Cont: tipos de carboncillo. Fusain: palabra francesa que designa
el carboncillo y el dibujo al carbn.
20

s246

con xito y, luego, ya no hubo dibujante amable que no entendiera celadamente que deba probarse en aquel respetable lienzo de
Vernica.21 Santo Dios! qu narices le ponan al pobre Aristarco!
Se rayaba en la insolencia! Qu ojos de blefaritis!, qu bocas de
labios negros!, qu calumnia de bigotes!, qu invencin de expresiones tan apocadas para el digno rostro del noble educador!
No obstante, Aristarco se senta lisonjeado con la intencin.
Le pareca sentir en el rostro la cosquillita sutil del crayn que
iba y vena, jugando en el pliegue del prpado, en las patas de
gallo, contorneando la oreja, calcando la comisura de los labios
entrevista a travs de la franja de hilos blancos, definiendo la severa mandbula barbada, subiendo por los dobleces oblicuos de la
piel hasta la nariz, fustigando la pituitaria, arrancndole un estornudo agradable y desopilante.
Por eso eran respetados los dibujantes de aquel lienzo de Vernica.
Todos los retratos, buenos o malos, se alojaban indistintamente en los marcos honorficos. Pasada la fiesta, Aristarco tomaba el dibujo del marco y se lo llevaba a casa. Ya tena resmas
de retratos. A veces, en los momentos de spleen, ese profundo
spleen de los grandes hombres, desacomodaba la pila; forraba
de retratos las mesas, las sillas y el piso. Y le vena un xtasis de
vanidad. Cuntas generaciones de discpulos le haban pasado
por la cara! Cuntas caricias de lisonja a la efigie de un hombre
eminente! Cada uno de aquellos papeles era un pedazo de ovacin, un trozo de apoteosis.
Y todas aquellas cosas malhechas se animaban y lo miraban
brillantemente.
Alusin al lienzo en el que, segn la tradicin catlica, qued marcado el
rostro de Cristo.
21

247 s

Mira, Aristarco decan en coro, mira; aqu estamos. Nosotros somos t, y te aplaudimos!
Y Aristarco gozaba, como nadie en la tierra, una delicia inau
dita: l, el incomparable, nico capaz de comprenderse bien y de
admirarse bien, de verse aplaudido por una multitud de alteregos, glorificado por un montn de s mismos. Primus inter
pares.22
Todos, l mismo, todos aclamndolo.

22

En latn, primero entre pares.

s248

sVIII s
Al ao siguiente, el Ateneo se me revel bajo otro aspecto. Lo
haba conocido interesante, con las seducciones de lo nuevo,
con las proyecciones oscuras de la perspectiva, desafiando mi
curiosidad y mi recelo; lo haba conocido inspido y banal como
los misterios resueltos, encalado de tedio; lo conoca ahora intolerable como una crcel, amurallado de deseos y privaciones.
Desarrollado a la fuerza y habilitado en el torbellino moral del
internado, haba aprovechado los dos meses de vacaciones para
atisbar la animacin de la vida exterior. Los salones, la sociedad,
los negocios de la plaza pblica, que en la infancia son como contactos de nieblas resbalando por la imaginacin, que nos despiertan
con un estruendo de pesadilla y luego huyen, desaparecen dejndonos de nuevo adormecidos en el olvido de la edad, al tiempo
que preferimos, de la soire,1 los bons-bocados;2 de las toilettes,3 las
cintas de colores rtilos, ignorando que quiz haya en la vida algo
ms azcar que el azcar, que el tacto suave puede algunas veces
llevarle ventaja al colorido fulgurante; cuando modestamente envidiamos, a las posiciones sociales, el garbo de Faetonte4 en los carros de la plaza o la bravura rubicunda de unos pantalones de uniforme de gala, sin saber que las ambiciones van ms alto y que hay
En francs, sarao.
Pastelillos de huevo y almendras.
3
Toilette: aqu, con el sentido de arreglo personal.
4
Hijo del dios griego Helios y cochero del Sol en una ocasin. Por extensin,
cochero.
1
2

249 s

comendadores. El movimiento del gran mundo no se me presentaba ya como un teatro de sombras. Comenc a penetrar la realidad exterior como haba palpado la verdad de la existencia en el
colegio. Me desesperaba, entonces, verme doblemente esposado
a la contingencia de ser an irremisiblemente pequeo y colegial.
Colegial, casi prisionero!, marcado con un nmero, esclavo de los
lindes de la casa y del despotismo de la administracin.
Estaba la escasa compenetracin de los paseos. El colegio se
uniformaba de blanco como para las fiestas gimnsticas, con los
gorros de canutillo, y salamos de dos en dos, de cuatro en fondo, tambores y clarines al frente.
El ao anterior, los paseos haban sido insignificantes: marchas
alegres por los suburbios. Las jovencitas salan al alfizar y todos
nosotros, anchos de militarismo, emanbamos elegancia prdigamente. Eran mejores las excursiones a la montaa. Subamos
por los Dois Irmos rumbo al Corcovado, y marchbamos hasta la
Caixa-dgua.5 All nos dispersbamos por la amensima meseta.
Los paseos se realizaban despus de la merienda. Por la nochecita volvamos, haciendo el balance de las notas de nuestras
sensaciones: un deslumbramiento verde de selva, un retazo de
incendiado crepsculo, un rincn de ciudad, a lo lejos, diluido
en humo color perla, o la mirada de una dama y la sonrisa de
otra, proyectiles inofensivos de noviazgo que, si marchamos en
formacin, tienen el defecto de la incertidumbre: vienen expresamente hacia nosotros?, van dirigidos al vecino y llegan a
nosotros slo por un rebote azaroso? Los celos eternos de los
soldados de retaguardia, tan frecuentes en la Praia Vermelha.6
Dois Irmos, Corcovado y Caixa dgua: tres montaas de Ro de Janeiro.
Playa de Ro de Janeiro. Por extensin, famosa institucin militar decimonnica situada en esa playa.
5
6

s250

Los nuevos paseos fueron ms dignos de consideracin.


Primero fuimos al Corcovado, asalto al gigante, hoy domado
por la vulgaridad de las vas frreas.
A las dos de la maana tronaron los tambores como en un
cuartel bajo asalto. Los muchachos, que apenas si habamos dormido por la excitacin de la vspera, salimos precipitadamente
de los dormitorios. Pasadas las tres, estbamos en la sierra.
Aristarco abra la marcha, valiente como un mancebo, animando el desfile como Napolen en los Alpes.
Paseo nocturno de alegra sin nombre. Los rboles bordeaban el camino con muros de sombra, entretejida aqu y all de
rendijas hacia el cielo lmpido. En el camino, tinieblas de tnel
y la agitacin confusa de la ropa, salpicada al azar por placas de
blanda luz de luna: reptil inmenso de ceniza y leche en vagaroso
ascenso. Qu sueo de cosquillas experimentara el coloso, en
la modorra de piedra que an lo postraba, al ser pisoteado por
aquella invasin! Subamos. Por entre las aberturas de la arboleda escudribamos abismos; all al fondo, el alumbrado pblico
formaba hileras como rosarios de oro sobre terciopelo negro.
Cuando llegamos a una buena altura, acampamos para el
desayuno. Los criados que nos precedan con la colacin improvisaron una barra y nos servan sucesivamente, siguiendo el
orden de la formacin. Algunos afortunados consiguieron unas
gotas de fino oporto, ms caliente que el caf, que los reforz
con un bao interno de consuelo contra la humedad de la altitud
y de la hora, inflam su valor como un punch7 y aviv su alegra
como un brindis de fuego.
El espacio pareca ms claro sobre el encaje de las ramas; las
ltimas estrellas se marchitaban y cerraban entre el follaje, como
7

En ingls, golpe.

251 s

jazmines. Aristarco dio rdenes a la banda. El ascenso reinici como una fiesta: un redoble triunfal rasg el silencio de las montaas espantando a la noche; el bombo de Rmulo atron robusto,
con inmensa admiracin de los pjaros, que lo espiaban metiendo
el pico en el borde de los nidos, ambicionando quiz, para yerno,
a quien as aturda los ecos con un golpe brutal de alborada.
Al paso que nos elevbamos, se elevaba tambin el da por los
aires. Se hacan apuestas para ver quin se cansaba primero. Nadie se cansaba. Cada progresin de la luz en el espacio era como
un nuevo estimulante para el viaje; la dulzura del amanecer suavizaba todo el esfuerzo del ascenso. Cuando la msica haca un
alto, escuchbamos, en la mampostera del gran canal, por los
respiraderos, las aguas del Carioca8 siseando lamentos poticos de nyade emparedada.
Por entre hiatos de paisaje avistbamos la baha, el ocano
vastamente desplegado en llamas, extenso cataclismo de lava.
Nos detuvimos en el altiplano del Chapu de Sol. El director
dispuso que, cuando se diera la seal, asaltramos a la carrera el
espign de granito que se empinaba en la cumbre del monte. La
muchachada aclam la propuesta y, con un alarido brbaro de
contienda, nos arrojamos a la conquista de la altura.
Lleg primero Tonico, un muchachn nervioso de So Fidlis,9 especialista invicto en la carrera, corredor en la prctica y
en los principios, pues cada vez que haba examen de la Instruccin Pblica hua dos veces al llamado, comprendiendo que la
fuga es la expresin verdadera de la fuerza y que la valenta es
una invencin artificial de los que no pueden correr.
El ro Carioca cruza la ciudad de Ro de Janeiro, y se entub durante los
siglos xvii y xviii.
9
Municipio situado al noreste del estado de Ro de Janeiro.
8

s252

Rmulo cometi la tontera de intentar trepar el espign: se


qued a medio camino, anhelante, inanimado, cado en tierra y
roncando.
Almorzamos a las diez de la maana, cada cual donde quiso,
luego de la distribucin frugal de los alimentos. Ahtos de paisaje, nos formamos para el descenso.
Descenso penoso. Habamos agotado imprudentemente nuestras fuerzas en los juegos. La marcha de regreso fue un calvario.
Nos formamos todava, pero ya no haba nadie capaz de conservar
la alineacin. Los cinturones, flojos, se escapaban de la cintura, las
camisas huan de los cinturones; los pies se torcan, mal equilibrados en el calzado; se vencan las rodillas aturdidas de ebrio.
Los nios del frente volvan los ojos dolorosamente hacia
el director, sostenindose unos a otros por los hombros, caminando en grupos atropellados, como ovejas hacia el matadero.
Aristarco, tan jocundo como en el ascenso, animaba a su tropita
chasqueando ironas compadecidas.
Quiso recurrir al estmulo de la msica. Los msicos, postrados, haban dejado los instrumentos en la carreta de los vveres,
que vena lejos. Ni tambores ni clarines; slo Rmulo, atrs de
todos, arrastraba, sorpresivamente, el bombo por el camino, como un cometa.
Para mayor tormento, la luz del sol se derreta como plomo
ardiente sobre nosotros, encendiendo reflejos insoportables en
la arena del camino, mientras all abajo reverberaba el da sobre las
casas, por los jardines nublados con los vapores del esto, sobre
la vegetacin de las montaas, donde florecan las tristes flores
de la pasin del aleluya.
Volvamos de un da alegre como soldados vencidos. El orden de
la marcha se descompuso poco a poco. Cuando llegamos al ro
Comprido, bamos en bandos dispersos, dando arcadas: los de

253 s

ms amplio aliento, en la vanguardia; luego, en una fila interminable de agotamiento, los ms dbiles, hasta llegar a aquellos
que quedaban tendidos en el suelo, como enfermos, que los inspectores buscaban como a ovejas perdidas.
En el portn del Ateneo, con las manos en la cadera, los dientecitos blancos a la vista, nos esperaba ngela, fresca y fuerte, y
reciba con una salva de carcajadas aquella entrada de derrotados, hombres y jvenes.
Cuando, pasado algn tiempo, se anunci el gran picnic en
el Jardn Botnico, el recuerdo de este descalabro de fatiga ciertamente no fue motivo de objecin. Habamos almorzado en la
montaa; ahora se trataba de ir a cenar al Jardn. Listos!
A medioda, el Ateneo se apeaba de los tranvas especiales
ante la puerta del gran parque. Atravesamos las elevadas arcadas
de palmas cantando uno de los himnos del colegio. Junto al lago de
la avenida, nos dispersamos.
En el bosque de bambes, a la izquierda, se haban montado
largas mesas para el banquete de las cuatro de la tarde. Gracias
a la buena voluntad de los padres, prevenidos oportunamente,
las tablas se pandeaban sobre los caballetes bajo el peso de una
cantidad rabelaisiana de manjares. A un lado, en canastas, sobre el suelo, se apiaban frutas, y cajas y frascos de confitera.
Haca uno de esos das caprichosos, posibles todo el ao, ms
frecuentes durante el esto, en que las rfagas de lluvia se alternan con las ms sanas expansiones de sol; uno de esos das
deliciosos y traidores, en que parece que el alma femenina se
vuelve clima con sus incertidumbres de llanto y risa.
Haba llovido una vez cuando partimos y otra vez durante
el viaje. En el jardn, por la hierba y bajo las hojas cadas, haba
mucha humedad; en las alamedas de ms sombra poda verse la
arena recientemente tachonada por los frutos pequeitos que el

s254

goteo de la arboleda entierra. Pero eran tan claros los ratos de


buen tiempo en el intervalo de los nimbos, que las aprensiones
de aguacero no podan entibiar la franqueza de la alegra a la que
estbamos dispuestos.
Los muchachos se dispersaron por los prados hacia la montaa,
hacia los caaverales y pomares de entrada restringida. Algunos,
aprovisionados de anzuelos, se acuclillaban a la orilla del estanque
como batracios, esperando que picara la difcil probabilidad de un
pez. Los de espritu tranquilo buscaban sitios solitarios, llevaban a
pasear sus silenciosos devaneos; los sentimentales, con el instinto
de los fotgrafos paisajistas, ensayaban, comparaban, aplaudan
los mejores puntos de vista o, simplemente, de dos en dos, ntimos, caminaban a lo lejos, enlazados por la cintura, balbuceando
dilogos lentos. Los ms pequeos corran, organizando animadsimos juegos, se lanzaban tras las mariposas, recorran los canales
de agua que atravesaban el parque, persiguiendo la fuga de una
ramita trpida, inalcanzable en la evasin rpida de la linfa. En los
recovecos oscuros del bosque, precisamente all donde el artista
griego pondra un stiro, era posible sorprender, sobre una camisa, el confiado abandono buclico de otros compaeros.
De cuando en cuando, una seal del clarn. Se tocaba a reunin y se distribuan golosinas. Muchos no se presentaban.
A las cuatro, la banda de msica marc, con el himno nacional, el gran momento de la fiesta campestre. De todos los puntos
del Jardn comenzaron a llegar grupos presurosos con uniformes blancos. Los vigilantes, enrgicos, fiscalizaban la ocupacin
de los lugares.
A lo largo de la mesa se cerr el cerco amenazador de dentaduras. En el centro, se alineaban las piezas infinitas, fras, sin
salsa, y, sin embargo, apetitosas, de un color tostado y un aroma
suculento.

255 s

Los tenedores se agitaban hostiles, se afilaban los trinchantes


en las manos de los despenseros... Obligados a una altivez estoica de filsofos luego de la prueba definitiva del horno, ni los
pavos ni los lechones ni los tmidos pollos parecan darse cuenta
de la arriesgada situacin.
Los pollos, con las piernas hacia atrs, sobre el dorso, y la ca
beza escondida bajo el ala, parecan dormir soando con el calambur de las plumas perdidas; los redondos lechones, acorazados
por su hermoso color torrezno, se servan de ojos de aceituna
para no ver ya las mentidas seducciones de la existencia, empeados en ensear a los hombres cmo se lleva a cabo el suplicio
culinario de los palillos con el cido agravante de los limones
en rodajas; los pavos, soberbios hasta el fin y menos filosficos,
prescindan francamente de sus cabezas, orgullosos tan slo de
la amplitud de sus pechugas, colmando la vanidad repleta de sus
gaznates con una hipertrofia de farofa.10
Guareciendo los guisados se perfilaban botellas negras descorchadas, se agolpaban montones de manzanas, peras y naranjas,
apoyadas sobre nacionalsimos pltanos como un trazo de nativismo. Los pudines, mermeladas y compotas llenaban los claros
del mantel con el apretujado celo de un mediador plstico.11 No
es necesario mencionar las postas de rosbif con que haba contri
buido Aristarco para dar a entender que la cena era fastuosa.
Cuando los muchachos se sentaron en bancas llevadas especialmente del Ateneo y un gesto del director orden el asalto,

Acompaamiento hecho a base de harina de mandioca frita junto con algunos otros ingredientes variables, como tocino, ajo, cebolla, pimiento y perejil.
11
El mediador plstico, que supuestamente media entre el cuerpo fsico y
el alma de los humanos, fue un concepto esotrico que estuvo de moda a finales
del siglo xix. Su autora se atribuye al ocultista francs Elphias Levi (18101875).
10

s256

las tablas de las mesas gimieron. Nada pudo la severidad de los


vigilantes contra el salvajismo de la buena voluntad. La licencia
de la alegra exorbit en canibalismo.
Aves enteras saltaban de las charolas; los lechones, asidos con
las manos, dudaban entre dos reclamos igualmente enrgicos de
ambos lados de la mesa. Los criados huyeron. Aristarco pasaba
sonriendo ante el espectculo, como un domador poderoso ya
relajado. Las botellas, bocabajo, vertan ros de embriaguez hacia los vasos, excedindose en sangrero sobre los manteles. Moderacin! moderacin!, clamaban los inspectores, hundiendo la
boca en terraplenes de farofa dignos del seor Revy.12 Algunos
muchachos pronunciaban brindis alzando, en lugar de copas,
piernas de cerdo. En el extremo de la ltima de las mesas, un
pequeo se haba hecho de un trombn y se dedicaba, muy serio, a llenar el tubo de carne asada. Maurilio descubri una col
rellena y la devoraba a carcajadas, afirmando que era municin
para los das de gala. Cerqueira, la Rata, encorvado, replegado
sobre el plato, coma como un restaurante; coma, coma, coma
como las sarnas, como un cncer. Sanches, medio beodo, besaba
a sus vecinos y caa con los labios en trompa. Ribas, dispptico,
era el nico retrado; suspiraba de lejos, como el ngel que era,
ante los reprobables excesos de la bacanal.
En medio del ebrioso tumulto, se oyeron unas palmadas. A la
cabecera de la mesa principal se presentaban de pie Aristarco
y el restiradito y cprico profesor Venancio. Era la poesa! Venancio de Lemos sola improvisar, ms o menos previamente,
estrofas anlogas en las fiestas campestres...
12
J. J. Revy fue un tcnico ingls contratado por el gobierno imperial en 1884
para construir un embalse en el estado del Cear, con la intencin de mitigar los
efectos de las sequas; estuvo en funciones hasta la proclamacin de la repblica,
en 1889.

257 s

Otros profesores que haban participado en el picnic se daban a la grosera faena de cenar. l no.
Desde haca un cuarto de hora caminaba misteriosamente
por un seto de bambes, deshilachndose las barbitas, la guedeja, palpndose la frente, arrancndole inspiracin a su cuero
cabelludo, pasando y volviendo a pasar nervioso, espiando furtivamente nuestra admiracin. Nadie osaba acercarse, todos teman perturbar la elaboracin del genio.
Besos adorables de las brisas, que vagis por el campo; gemebundas fuentes, que en vano deshilis las lgrimas de vuestras
penas; amables zorzales canoros, que vivs de planta en la palmera de la literatura indgena, sin que os galardone una beca de la
Secretara del Imperio, venid conmigo a distribuir el secreto de
vuestro encanto! Seductoras tortolitas, un poco de vuestra ternura! Vvidos colibres, a m!, que sois como los animados tropos
en el frondoso poema de la selva... Y las inspiraciones llegaron.
Primero ceremoniosamente, all a lo alto, describiendo espirales
de zopilote sobre la carroa; luego, de golpe, cayeron sobre el
estro a picotazos. El estro, entorpecido, despert. El asno muerto
se volvi hipogrifo. El poeta fue registrando las estrofas.
Cuartetas de rima fcil de participios, aporreados por el cincel contundente de las agudas.
Se suspendi en toda la lnea el furor gastronmico de los
muchachos. Nos pusimos a escuchar, sorprendidos.
Murmuraron las brisas; las fuentes corrieron, tomaron la
palabra los zorzales; surgieron las palmeras en chisguete; hubo parvadas de juritis,13 de colibres; todas esas cosas de que se
alimentan los versos comunes y por las que mueren de hambre
los versificadores. De pronto, en la mejor de las cuartetas, preci13

Especie de trtolas.

s258

samente cuando el poeta apostrofaba al da sereno y al Sol, comparando la alegra de los discpulos con el brillo de los prados
y la presencia del maestro con el astro supremo mal de las
improvisaciones previas!, se desata de las nubes espesas una
carga de agua diluvial, nica, sobre el banquete, sobre el poeta,
sobre el miserando apstrofe inocente.
Venancio no se perturb. Abri un paraguas para no verse enteramente desmentido por los goterones y sigui desde su garita
hablndole con entusiasmo al Sol, a la limpidez del cielo azul.
Para no desprestigiar a su estimable subalterno, Aristarco
finga creer en la improvisacin e, indiferente, dejaba caer el
diluvio. Las alas del sombrero de paja se le marchitaban alrede-

259 s

dor de la cabeza, su levita blanca se desalmidonaba en pliegues


verticales que escurran.
Para los muchachos, la lluvia fue una nueva seal de desorden. El poeta se qued con su arrebatadora inspiracin de buen
tiempo; reiniciamos la embestida a los platos.
La bveda de follaje que nos cubra, en vez de atenuar la violencia de las aguas, coadyuvaba a hacer ms gruesas las gotas.
Poco importaba. La filosofa impermeable del director tambin
nos serva de capa. Que lloviera! Era la salsa que les faltaba a
los manjares. Las frutas lavadas lucan con un barniz de frescura
que ni siquiera el otoo posee. El vino se extenda por el mantel
ensopado en una solemne generalizacin de prpura. El bao
oportuno del banquete vena a sazonar la excesiva aridez de las
harinas del relleno.
Acabamos por la sopa descubri Nearco, el penetrante,
por donde principia el vulgo!
Nada de acabar! Nadie haba acabado. Pasaba que, con los
fondillos mojados, ya nadie quiso sentarse. Gir el atropello en
torno a las mesas; los bancos fueron rechazados a puntapis. El
postre se reparta sin equidad; quien no se abalanzaba a tiempo
lo perda. Dos inspectores, Joo Numa y el Consejero, con el
pretexto de dirimir un pleito, se hicieron de una caja de dulce
de durazno y desaparecieron.
La lluvia disculpaba la bebida. Era inverosmil la profusin de
brindis. Brindis a Aristarco, brindis a los compaeros, a Silvino,
al poeta, al Sol, a los temporales, al trueno escandinavo; enemigos acrrimos, en los transportes de placer, se reconciliaron:
Barbalho me salud fogosamente. Rmulo, ya mareado, lejos de
las mesas, brindaba en honor del despensero que le haba conseguido una botella; luego brind en honor de su prometida; el
criado, que beba tambin, le entrechoc la copa.

s260

Como ya oscureca, el director orden que el clarn llamara


a filas.
Debajo del aguacero, que no cesaba, el colegio se aline como
pudo. Muchos, pretextando una salud delicada, lograron que se les
exonerara de esta importuna disciplina de equilibrio; fueron directamente hacia el portn abrigado del Jardn... Atrs fuimos los
otros, en marcha regular, escurriendo de tan mojados. La cinta roja de los gorros se nos despintaba por el rostro en hilos de sangre.
Cuando llegamos al portn nos esperaban ya los tranvas especiales. Del otro lado de la calle, en la entrada del famoso restaurante, apareci la familia de Aristarco con algunos profesores que haban cenado all. Doa Ema del brazo de Crisstomo,
Melica altivamente sola y distanciada.
En el colegio se nos orden subir a descansar a los dormitorios. Loable medida de prudencia, despus de los excesos y la
tempestad sufrida. El descanso no fue sino una prolongacin
de la francachela del paseo. Para poner fin al desorden, se toc
a estudio... Bajamos al saln general. Aristarco, reasumiendo la
dureza olmpica de su seriedad habitual, apareci y pregunt
speramente si pretendamos que la vida fuera, a partir de entonces, un picnic perpetuo en la desmoralizacin. Tcitamente
lo negamos y la tranquilidad normal volvi a su curso.
No sabamos que, a esas horas, el secreto de la alta justicia
preparaba una trama de intrigas que arruinara en terrores el
recuerdo del gran paseo.
A la hora de la cena, por la misma puerta en que se lea la gacetilla de las clases, sombro como nunca, vagaroso como los compases de un rquiem, ttrico como el Juicio Final, entr el director.
Pausa preliminar, temblor de sensacin por el refectorio:
Tengo el alma triste comenz, cavernosamente. Un cinturn de truenos en el horizonte, residuo de la tormenta de la tarde,

261 s

haca fondo a estas palabras como un coro esquilino. Tengo el


alma triste. Seores! La inmoralidad ha entrado en esta casa!
Yo me negu a dar crdito, me rend ante la evidencia...
Con todo el vigor tenebroso de los cuadros trgicos, nos refiri una aventura traviesa. Una carta cmica y un encuentro
programado en el Jardn.
Ah! Pero nada se me escapa... tengo cien ojos. Engenme, si pueden! Hay en mi poder un papel, el monstruoso cuerpo del delito, firmado con un nombre de mujer! Hay mujeres
en el Ateneo, seores mos!
Era una carta en la que Cndido firmaba como Cndida.
Esta mujer, esta cortesana, nos habla de la seguridad del
lugar, de la tranquilidad del bosque, de la soledad en pareja...
un poema desvergonzado! Lo que he de hacer es muy grave.
Maana ser el da de la justicia! Me presento ahora tan slo
para decirles: ser inexorable, tremendo! Y les prevengo: todo
aquel que directa o indirectamente se encuentre inmiscuido en
esta miseria... tengo la lista de los implicados... y quien niegue
su auxilio espontneo al procedimiento de la justicia ser considerado cmplice y, como tal, castigado!
Esta invitacin era un verdadero peinado policiaco. Removiendo el cajn de la conciencia y la memoria, puede afirmarse
que no haba nadie que no estuviera inmiscuido en la comedia
colegial de los sexos al menos por la remota intriga del o decir.
Or decir y no denunciar inmediatamente era un crimen de los
grandes en la jurisprudencia habitual. La investigacin prome
tida causaba una alarma general. Cmo prever las complicaciones del proceso? Cmo adivinar el temible secreto de la lista?
Aristarco se ufanaba de su perspicacia de inquisidor. Bajo la
granizada de preguntas, amenazas y promesas, el interrogado se
perturbaba, se comprometa, se entregaba y traicionaba a los de-

s262

ms. En los procesos del gabinete, los hechos florecan en corimbo, fructificaban en racimo; la investigacin de una culpa descubra tres, sin contar las ramificaciones de la complicidad de odas.
Cuando se retir, el director dej en la sala una estupefaccin
de pavor. Yo, sobre todo, tena fuertes motivos de sobresalto.
La guerra latente que ya me vinculaba con el director como las
conjunciones disyuntivas se haba exacerbado por un episodio
gravsimo, un rompimiento decisivo.
Rumbo a la biblioteca, en el mismo punto donde se haba verificado mi infortunado encuentro con el enorme Rmulo, me
encontr inesperadamente con Bento Alves.
Las simpatas de mi excelente compaero no haban disminuido. Durante las vacaciones me haba ido a ver a casa, entablando relaciones con mi familia. Le pidieron insistentemente a
mi amigo que me valiera en las dificultades de la vida colegial
contra el constante peligro de la camaradera perniciosa. Durante el mes de enero no nos vimos. Cuando iniciaron los cursos
sent en l un calor nuevo de amistad, sin efusiones como antes,
pero evidentemente confirmado por los temblores de su mano
al estrechar la ma, embarazos en la voz de cortejador equivocado, bisoas desviaciones de la mirada que denunciaban la vacilacin de movimientos secretos e impetuosos. A veces, incluso,
se le acentuaba en los rasgos un alarmante reflejo de locura.
A m me interesaba aquel desasosiego comprimido. Extraa
cosa la amistad, que, en vez de la cercana franca de los amigos,
poda producir esa incertidumbre del malestar, una situacin
prolongada de vejacin, como si la convivencia fuera un sacrificio y el sacrificio una necesidad.
Durante los primeros das del ao, cuando an eran pocos
los alumnos que haban llegado, pasbamos horas enteras hacindonos compaa. Me haba trado libros de regalo, con una

263 s

dedicatoria a colores de hermosa caligrafa, inscrita en rosas de


cromo entrelazadas. Recuerdo tambin un dulcsimo cofre dorado de pastillas y otras ridiculeces de amabilidad, que me ofreca abatido de vergenza por la insignificancia del obsequio.
Confusamente me sobrevena el recuerdo de mi papelito de novia de mentiras y llevaba la seriedad escnica hasta el punto de
galantearlo preocupndome por el nudo de su corbata o por el
mechn de pelo que le cosquilleaba en los ojos. Le susurraba
al odo secretos incomprensibles para verlo rer, desesperado
por no entender. Una de sus hermanas se haba casado en Ro
Grande. Bento Alves me mostr el retrato del esposo, un par de
bigotes negros decados, con la novia, un rostro oval correcto y
puro, y el torbellino nebuloso de los velos. Me dio un botn de
flor de azahar que le haban enviado.
As andaban las cosas, sosegadas, cuando ocurri el ms
asombroso de los cambios.
Le not no s qu rayos de expresin en el semblante, de ordinario tan bueno. Desvaro absoluto. En cuanto me reconoci,
se abalanz sobre m como lo haba hecho Rmulo, con igual
brutalidad. Rodamos hasta el fondo oscuro del vano de la escalera. Derribado, contundido, apaleado, no descuid la defensa.
Entrev en la penumbra del nicho un gran zapato enmohecido.
Luchando entre el polvo, bajo la rodilla aplastante de mi agresor,
le acomet la cabeza, la cara y la boca con formidables golpes de
tacn, robusteciendo la energa de la suela herrada con la omnipotencia de los extremos. Bento Alves me dej bruscamente.
Habamos luchado en silencio, sin que se oyera nada ms que
nuestros encontronazos por la duela. En el corredor, sin embargo, vimos llegar a Aristarco como para prestar auxilio. Bento
Alves pas; lo inmoviliz con la mirada sin vista, enloquecida,
temible, de quien acaba de perpetrar un homicidio, y desapare-

s264

ci tambaleante, manchado de polvo, con los labios hinchados y


el cabello en desorden.
Aristarco se arroj contra m. Que explicara la pelea! Yo, como mi adversario, estaba empolvado y sucio como si hubiera
rodado sobre escupitajos.
Le respond con violencia.
Insolente! rugi el director.
Me agarr la camisa con una mano, hasta el punto de hacer
estallar los botones; con la otra mano me tom de la nuca y me
levant en vilo, zarandendome.
Desgraciado, desgraciado! Te voy a retorcer el pescuezo!
Mequetrefe imprudente! Confisalo todo o te mato.
En vez de confesar, lo pesqu por el vigoroso bigote. Me herva an la excitacin del primer combate; era incapaz de ver
las conveniencias del respeto. Patale, me retorc en el espacio
como un escorpin pisoteado. El director me arroj al suelo. Y,
modificando su tono, dijo:
Sergio! Te atreviste a tocarme!
Usted me toc primero! repliqu con fuerza.
Nio! Lastimaste a un viejo!
Pude ver que en el piso haba hilos blancos de su bigote.
Y usted me injuri vilmente dije.
Ah, hijo mo! Herir a un maestro es como herir a nuestro
propio padre, y los parricidas sern malditos.
El tono conmovido de este inesperado desenlace me impresion en lo ms ntimo del alma. Estaba vencido. Permanec por
un minuto horrorizado ante m mismo. Cuando despert del
atolondramiento, estaba solo en el pasillo. La salida dramtica
del director no hizo sino avivar mi remordimiento. Se sigui
una reaccin de esfuerzo moral y romp nerviosamente en llanto: llor mucho, amparndome en el pretil de una ventana.

265 s

Daba por sentado un castigo excepcional, una conminacin


cualquiera del clebre cdigo del arbitrio en un artculo cuyo
grado mnimo sera la expulsin solemne.
Esper un da, dos das, tres: el castigo no vino. Me enter de que
Bento Alves se haba despedido del Ateneo la misma tarde de su
extraordinario desvaro. Durante algn tiempo cre que mi impunidad era un caso especial en el famoso sistema de castigos morales,
y que Aristarco haba delegado al buitre de mi conciencia la responsabilidad de su justicia y desafrenta. Hoy pienso otra cosa: no vala
la pena perder de golpe a dos contribuyentes puntuales por la simple futilidad de un hecho... desagradable, sin duda, pero sin testigos.
El caso muri en el secreto de la discrecin, y el director y yo
nos hallbamos dentro de un pacto bilateral de reserva, como si no
pasara nada. El resentimiento, sin embargo, deba ser hondo, y
la tormentosa perspectiva del proceso inquisitorial penda sobre
m como el momento inminente de la venganza. No pude dormir
tranquilo.
A la hora del desayuno, Aristarco, como haba prometido, se
mostr en toda la grandeza fnebre de los ajusticiadores. De negro. Calculando magnficamente sus pasos segn los del director,
lo seguan en guardia de honor muchos profesores. En la puerta
del frente, ms maestros de pie e incluso los bedeles y la muchedumbre fisgona de los criados.
Tan grande era el mutis que se distingua ntido el tictac del
reloj en la sala de espera, palpitando los ansiados segundos.
Aristarco sopl dos veces a travs del bigote, inundando el
espacio con un hlito todopoderoso.
Y, sin exordio:
Levntese, seor Cndido Lima! Les presento, seores
mos, a la seora doa Cndida aadi con una irona desanimada. Al centro de la sala! Y agchese ante sus compaeros!

s266

Cndido era un nio grande, de labios gruesos, rubio, de ojos


verdes y modos difciles: de indolencia y enfado. Atraves despacio la sala, inclinando la cabeza y cubrindose el rostro con la
manga, castigado por la curiosidad pblica.
Levntese, seor Emilio Tourinho...! ste es el cmplice,
mis seores!
Tourinho era un poco mayor de edad que el otro, pero ms bajo; sotaco, moreno, con la nariz dilatada y unas cejas crespas que
formaban un solo arco sobre la frente.
No estaba, en lo absoluto, conformado para galn; pero era, en efecto, el
amante.
Venga a arrodillarse con su compaero. Ahora, los cmplices...
Desde las cinco de la maana trabajaba Aristarco en el proceso. El interrogatorio, con el apndice de las delaciones de la polica secreta
y de los timoratos, slo haba comprometido a diez alumnos.
Conforme el director los llamaba, fueron dejando sus lugares
y postrndose de rodillas junto a los acusados principales.
stos son los aclitos de la vergenza, los co-reos del silencio!
Cndido y Tourinho, con el brazo doblado contra los ojos,
se atisbaban a escondidas, confortndose en la identidad de la
desgracia como Francesca y Paolo en el infierno.14
Con los doce muchachos postrados ante Aristarco, en el pasillo alargado que haba entre las cabeceras de las mesas, aqueFrancesca da Polenta y Paolo de Rimini eran cuados y amantes. Murieron
asesinados por el esposo de Francesca (hermano de Paolo) y aparecen en el
canto v del Infierno en la Comedia, de Dante.
14

267 s

llo pareca un ritual desconocido de esponsales en espera de la


bendicin para la pareja, que estaba al frente.
En vez de bendicin, llova la clera.
...Se olvidan de sus padres y sus hermanos, del futuro que
los espera y de la ineluctable vigilancia de Dios...! En sus rostros
repelentes no qued adherido el beso santo de sus madres... se
les cay la vergenza como un esmalte postizo... Deformada la
fisionoma, abatida la dignidad, todava agravian a la naturaleza; olvidan las leyes sagradas del respeto a la individualidad humana... Y encuentran colegas asaz perversos que los favorecen
callando la reprobacin, y evitando encauzar la venganza de la
moralidad y la obra restauradora de la justicia...
No puedo atizar toda la retrica de llamaradas que corri entonces sobre Pentpolis.15 Dejo aqu una muestra del azufre.
Pero esto era slo el principio. Conducidos por los inspectores, los doce muchachos salieron como una leva de convictos
hacia el gabinete del director, donde deban ser literalmente
azotados segn lo ordenaba la justicia del reglamento.
Consta que hubo, en efecto, porrazos enrgicos. Los condenados lo negaron despus. En todo caso, el simple consta produca grandes efectos, engrandecido por la refraccin nebulosa
del rumor.
Cuando terminaron de llamar a los inculpados, la sala entera
respir de alivio. En el recreo, los muchachos se dispersaron
con gritos festivos.

Pentpolis, del griego penta (cinco) y polis (ciudad), es el nombre que se


da a la agrupacin de cinco ciudades. El autor se refiere a la Pentpolis bblica,
ubicada al sur de Canan, compuesta por las ciudades de Sodoma, Gomorra,
Adama, Seboim y Segor. Segn el Gnesis, las cuatro primeras fueron destruidas
por castigo divino.
15

s268

Franco, sobre todo, mostraba una alegra nunca antes vista.


Casualmente libre, porque no se haban ledo las notas, haca de
aquella circunstancia un escarnio contra Silvino:
Y yo soy el malo repeta andndole en torno, yo soy
el sinvergenza, la peste del colegio...! El nico malo soy yo...!
Silvino fue perdiendo la paciencia gradualmente. Al fin se
lanz desesperado sobre Franco, lo ech a tierra y la emprendi
a patadas. Algunos muchachos protestaron a gritos. Silvino los
amenaz. Excitados por la exaltacin sediciosa del paseo de la
vspera, que por momentos haba dominado el terror del proceso,
los muchachos se reunieron en masa contra Silvino. El inspector
salv su fuerza moral refugindose a lo alto de la escalera y haciendo desde all arriba gestos enrgicos con la libreta y el lpiz.
Por la tardecita llamaron a castigo a los cabecillas del motn
en nombre del director.
Yo estaba entre ellos. Nos alinearon a los veintitantos en el
corredor que parta del refectorio. En calidad de presos polticos,
vctimas de generosa insurreccin, la penitencia no nos vejaba.
Unos conversaban bromeando, otros se sentaban en el piso. Junto
a m haba un armario de aparatos escolares, con el vidrio revestido por una malla protectora de metal. A travs del alambre,
con la ltima luz vespertina, vea all dentro los queridos planetas de brillo vago, como la noche an encarcelada.
Detrs del armario haba una puerta. Aristarco y el tenedor
de libros conversaban del otro lado, en la sala de visitas. Algunas palabras perdidas llegaban a mis odos.
De buena familia... dos, un descrdito...! Van a pensar...
Expulsar no es corregir... Eso es lo de menos; no hay becados...?
S, s. En cuanto a m... desagradable siempre tachar... borra lo
escrito.... En suma... juventud...
Acababan de encender el alumbrado del Ateneo.

269 s

Decididamente era un da nefasto. Desde el corredor escuchamos gran bullicio en el patio. Recomenzaban los abucheos.
Protegidos por la noche, los muchachos se mostraban ms fogosos. Era un tumulto indescriptible, vocero de populacho en
revuelta, silbidos, baladros, injurias en que los gritos estridentes
de los pequeos se destacaban como aristas en la masa confusa de
clamores.
Los inspectores llegaron aterrados a buscar al director, con la
cara salpicada de verrugas rojas. Adivin. Era la revolucin del
guayabate! Un antiguo reclamo.
La comida del Ateneo no era psima.
Lo razonable para algunas centenas de bobitos. Tena incluso
el condimento imprescindido de las moscas, un agasajo. Pero la
insistente impertinencia de ciertos platillos aburra. Una epidemia, por ejemplo, de hgados guisados todo el ao! ltimamente, desde haca tres meses, el aguado guayabate de pltanos, obra
ahorradora del despensero.
Aristarco palideci de desaire. l era el blanco directo de
aquella desaforada insurreccin. Y precisamente el mismo da
en que haba hecho un espectculo de tremebunda justicia. No
quiso, sin embargo, arriesgar su prestigio. Lo vimos en el corredor, inseguro, exange, ordenando a los bedeles que volvieran
a calmar los nimos.
Por si fuera poco, lo torturaba el ser o no ser de las expulsiones. Expulsar... expulsar... irse a la quiebra, quiz. El cdigo escrito en letras gticas dentro del marco negro estaba all, imperioso y formal como la ley, prescribiendo tambin la expulsin
de los jefes de la revuelta... Moralidad, disciplina, todo al mismo
tiempo... Era demasiado! Demasiado...! La justicia se le meta
por los bolsillos como un desastre. Lo mejor que poda hacer
era asestarle un porrazo al vidrio maldito, romper y dispersar

s270

en el viento ese texto de bazofias, aquella porquera gtica de


justicia!
Cuando le informaron cul era el motivo de los tumultos, le
quitaron un peso del corazn. Ah! Tenan un motivo... Pero
aquello era adulteracin del despensero... Poco sera si le tiraran piedras... Pero l no tena culpa... El guayabate de pltano
era una industria secreta!

La campana, llamando a cenar, pacific los nimos. Trascendi que Aristarco se renda ante la revuelta e iba a dialogar.
Por la misma puerta por la que haba aparecido formidable
en la maana, surgi ante nosotros transformado, manso, terso
como la cordura y la lealtad mismas; con toda la altivez, sin embargo, que comportaba la sumisin.
Pero por qu, amigos mos, no organizaron una comitiva?
La comitiva es el motn reducido a la expresin pacfica y papeliforme! Para qu establecer delegaciones mediante tumultos? Todos tienen razn. Los perdono a todos... Pero yo soy tan
vctima del engao como ustedes, seores... Hasta hoy estaba
convencido de que el guayabate era de guayaba... El presupuesto que se le destina es para comprar el legtimo guayabate de

271 s

Campos... En esta casa no hay miserias...! Cuando alguna cosa


falte, reclamen, que aqu estoy yo, su maestro, su padre, para
tomar medidas...! Aqu tienen las latas.... Y ms latas...! Lean el
rtulo... Cmo podra yo saber...
Mientras el director hablaba, un despensero iba amontonando a su alrededor todas las latas vacas que haba encontrado en
la despensa. Grandes cajas redondas de latn, reflectantes como
lunas, con el letrero en torno. Aristarco se contemplaba en los luminosos documentos de su entereza.
Legtimo casco!16 Legtimo casco, seores mos! aseguraba, tamborileando con los nudillos sobre una de las tapas.
Las pilas se derrumbaban fragorosamente por el piso, pero
el montn suba, en desorden, centelleando con los reflejos en
gurruados de las lmparas de gas. Aristarco creca sobre las
latas, como el principio de autoridad a salvo. La justificacin era
completa. Unas palabras ms, aceitadas con ternura, bastaron
para que todo resentimiento cediera y saludramos al director,
grande all, como siempre, sobre los resplandores flamgeros de
la hojalata.

Tipo de guayabate en cuya preparacin se incluye la cscara de la guayaba.


Muy popular en Brasil.
16

s272

sIX s
La amnista concedida a los revolucionarios benefici por ex
tensin a los execrandos reos de la moralidad. Una vez floja la
fibra de los rigores, Aristarco despidi a los del gabinete con
denndolos a algunas decenas de pginas de escritura y a la re
clusin en un aula durante tres das. Se desprestigiaba la ley; se
salvaban, sin embargo, muchas cosas, entre ellas, el crdito del
establecimiento, que nada lucrara con el escndalo de un gran
nmero de expulsiones. En cuanto a encerrar a los culpables en
la tenebrosa celda de castigo, imposible: all estaba Franco, por
exigencia expresa de Silvino, como causante inicial de las inca
lificables perturbaciones del orden en el Ateneo.
Esta resolucin me satisfizo en grado sumo. En verdad hubie
ra sido para m una lstima perder, inmediatamente despus de
Bento Alves, tan torpemente rematado en la historia sentimen
tal de mis relaciones, a mi amigo Egbert.
Lo haba adquirido al pasar al segundo ao, donde me encon
tr con otros alumnos de cursos superiores. Vecinos de pupitre,
nos comprendimos, mutuamente simpticos, como si un pro
psito secreto de la necesidad hubiera determinado el azar de
la colocacin.
Por primera vez conoc la amistad. La insignificancia cotidia
na de la vida escolar, que nos hasta, favorece el desarrollo de
inclinaciones ms serias que las de la simple conveniencia ani
ada. El hasto es obra de la ociosidad, y de la madre proverbial
de los vicios nace tambin el vicio de sentir.

273 s

La convivencia con Sanches haba sido slo como el perfec


cionamiento aglutinante de un sinapismo, intolerable y adherido,
una especie de esclavitud perezosa de la inexperiencia y del te
mor; la amistad con Bento Alves haba sido verdadera, pero por
mi parte slo haba gratitud, culto a la fuerza, comodidad en la
sujecin voluntaria y la vanidad femenina de dominar a travs
de la debilidad; todos los elementos de un tipo pasivo de afecto
en que el dispendio de energa es nulo y el sentimiento vive de
descanso y sueo. De Egbert fui amigo. Sin ms razones, porque
la simpata no se argumenta. Trabajbamos en equipo algunos
temas; intercambibamos significados, nadie quedaba en deuda.
Y, sin embargo, yo experimentaba la deleitosa necesidad de la
dedicacin. Me senta fuerte para querer bien y demostrarlo.
Me quemaba el ardor inexplicable del desinters. Egbert me ins
piraba ternuras de hermano mayor.
Tena el rostro irregular; me pareca hermoso. De origen in
gls, tena el cabello castao, entremezclado de rubio, una al
teracin extica en la pronunciacin, ojos azules con estras
grisceas, oblicuos; prpados negligentes, casi cerrados, que en
ciertos puntos de la pltica, sin embargo, se rasgaban en un di
bujo amplio y gracioso.
ramos vecinos en el dormitorio. Yo, acostado, esperaba a
que se durmiera para verlo dormir y despertaba ms temprano
para verlo despertar. Todas nuestras pertenencias eran comu
nes. Lo adoraba positivamente y lo crea perfecto. Era elegan
te, diestro, trabajador y generoso. Lo admiraba por completo,
desde su corazn hasta el color de su piel y la correccin de
sus formas. Nadaba como los atunes. El agua azul hua frente a
l formando ondas, o suba por sus hombros baando con un
lustre de marfil pulido la blancura de su cuerpo. Pronunciaba las
lecciones con calma, a veces dificultosamente, entorpecido por

s274

aspiraciones ansiosas de asfixia. Yo lo apreciaba ms en aquellos


accesos enfermizos de angustia. Soaba que haba muerto, que
haba dejado bruscamente el Ateneo; el sueo me despertaba
temeroso y, entonces, con alivio, lo vea tranquilo en la cama
de al lado con una mano debajo del rostro, acompasando la res
piracin sibilante. En el recreo ramos inseparables, comple
mentarios como dos condiciones recprocas de la existencia.
Yo lamentaba que no viniera algn suceso terrible a amenazar
a mi amigo para poner en accin el valor del sacrificio, correr
peligro por l, perderme por una persona de quien no deseaba
absolutamente nada. Me venan reminiscencias de los ejemplos
histricos de amistad; la comparacin funcionaba bien.
Por la tarde pasebamos juntos en el campo de los ejercicios. D
bamos vueltas infinitas, hablando por hablar, con frases sueltas, des
cansos de mariposa sobre
las dulzuras de un bienes
tar mutuo, inexpresable.
Hablbamos en voz baja,
bondadosamente, como
si temiramos espantar
con una entonacin ms
spera, ms alta, el favor
del genio benigno que
extenda sobre nosotros
la amplitud invisible de sus alas. Amor unus erat.1
Entrbamos al prado. Qu lejos quedaba el rumorcito de la
alegra vulgar de nuestros compaeros! Solos, los dos! Nos sen
tbamos en la hierba. Yo reclinaba la cabeza sobre sus rodillas
o l sobre las mas. Callados, arrancbamos espiguitas del pasto.
1

En latn, el amor era uno mismo. Alocucin tomada de Virgilio (Eneida).

275 s

El prado era inmenso: sus lindes se escapaban ya desde la pri


mera solucin del crepsculo. Mirbamos hacia arriba, hacia el
cielo. Qu espacios de transparencia y de luz! Arriba, muy arri
ba, se rezagaba an, en una estela de oro, un recuerdo del sol. La
profunda cpula se descortinaba
hacia las montaas, en una dilucin
vasta, tenusima, de arco iris. Blan
dos reflejos de llama; despus, el
hermoso azul de pao; despus
la degeneracin de los matices hacia la melancola nocturna,
presagiada por la ltima zona de doloroso violeta. Qu no da
ramos por ser aquellas dos aves que veamos a lo alto, amigas,
declinando el vuelo hacia el ocaso, destino feliz de la luz, an en
pleno da cuando en la tierra las sombras ya lo invadan todo!
Otras veces subamos al columpio doble. Nos columpibamos
primero con suavidad, afrontando la caricia rpida del aire. Po
co a poco aumentaba la oscilacin y nos arriesgbamos a locuras
de estampida, sobrecogiendo al Ateneo, impulsados en vrtigo
con los brazos desplegados, los pies hacia adelante, la cabeza
hacia abajo, el peinado deshecho, ebrios de peligro, dichosos si
las cuerdas se rompieran y acabramos ambos all, como una
sola vida, en un mismo impulso.
Leamos mucho juntos. Pginas que no acababan nunca, de lec
turas delicadas, fecundas en devaneos: Robinson Crusoe, la sole
dad y la industria humana; Pablo y Virginia,2 la soledad y el senti
miento. Construamos risueas hiptesis: qu hara cada uno de
nosotros si se viera solo en las dificultades de una isla desierta?

Obra que trata sobre el amor de dos adolescentes en una isla de las Antil
las, escrita en 1787 por Jacques-Henri Bernardin de Saint-Pierre (17371814).
2

s276

Yo emprendera inmediatamente una propaganda furiosa a


favor de la inmigracin y me pondra a gritar en las playas hasta
que el mundo me oyera.
Yo hara algo mejor: decretara como medida preventiva el
matrimonio obligatorio y me pondra a esperar a que pasara
el tiempo.
La obra pastoril de Bernardin de Saint-Pierre fue nuestro de
leite principal. Creamos tener el poema en el corazn. La Ba
ha del Tmulo, de aguas profundas y sombras, festejada slo
algunas horas por el sol a plomo, siempre envuelta en suave tris
teza; a lo lejos, por un desfiladero, la fachada, blanca y visible, de
la iglesia rstica de Pamplemousses.
Idebamos vaga, pero enteramente, en la meditacin sin pala
bras del sentimiento, cuadro de manchas sin contornos, ideba
mos bien las escenas que leamos en el ameno relato, almas que
se encuentran, dos cocoteros esbeltos que crecen juntos, alzando
poco a poco el haz de grandes hojas desflecadas en el calor de la
felicidad y del trpico. Comprendamos a esos pequeos amantes
de un ao, confundidos en la cuna, en el sueo, en la inocencia.
Revivamos todo el idilio, instintivo y puro. Virginie, elle sera
heureuse...!3 Nos animbamos con la animacin de aquellas ca
rreras de nios en la libertad agreste, gozbamos los significados
de aquella topografa de nombres originales: Descubrimientos de
la Amistad, Lgrimas Enjugadas, o de alusiones a la patria dis
tante. Escuchbamos palmear el revoloteo de los pjaros, que se
disputaban, en torno a Virginia, la racin de migajas. Notbamos
sin raciocinios la filosofa sensual del mimoso dilogo.
Est-ce par ton espirit? Mais nos mres en ont plus que nous
deux. Est-ce par tes caresses? Mais elles membrassent plus sou
3

Virginia ser feliz! Cita de la obra de Bernardin de Saint-Pierre.

277 s

vent que toi... Je crois que cest par ta bont... Mais, auparavant,
repose-toi sur mon sein et je serai dlass. Tu me demandes
purquoi tu maimes. Mais tout ce qui a t lev ensemble saime.
Vois nos oiseaux levs dans les mmes nids, ils, saiment com
me nous; ils sont toujours ensemble comme nous. coute come
ils sappellent et se rpondent dun arbre lautre...4
Al volver las pginas nos quebrantaba, en suma, el cruel
problema de las objeciones de fortuna y clase, el divorcio de las
almas hermanas mientras los cocoteros permanecan juntos. Y
la inminencia constrictora del austro, de la catstrofe, la luna
cruenta de presagios sobre un cielo de hierro...
Y guardbamos del libro, cntico luminoso de amor sobre la
sordina oscura de las desesperaciones de la esclavitud colonial,
un recuerdo mezclado de pesar, encanto y admiracin. Pues
tanto pudo el poeta: altear, sobre el suelo maldito, donde el caf
floreca y el nveo algodn y el verde claro de las mazorcas a
partir de un regado de sangre, la imagen fantstica de la bon
dad. Virginia coronada; como el capricho omnipotente del Sol,
formando en gloria los hilillos vaporosos que emanan los mu
ladares y que un rayo atrae hacia lo alto y dora.
Con Egbert me prob a escondidas en el verso. Esbozbamos
juntos una novela: episodios medievales, excesivamente trgi
cos, llenos de luz de luna, rodeados de ojivas, donde lo ms no
table era el combate debidamente organizado, con fusilera y ca
Cita de la misma obra: Es acaso por tu inteligencia? Pero nuestras madres
son ms inteligentes que nosotros. Es acaso por tus caricias? Pero ellas me abra
zan con ms frecuencia que t... Yo creo que es por tu bondad... Pero, antes,
reposa sobre mi seno y me tranquilizar. Me preguntas por qu me amas.
Pero todas las cosas que han crecido juntas se aman. Mira nuestros pjaros, que
crecieron en los mismos nidos: se aman, como nosotros; estn siempre juntos,
como nosotros. Escucha cmo se llaman y se responden de un rbol a otro...
4

s278

ones, anticipndose a tal punto la invencin de Schwartz5 que


quedaramos, en la literatura, a salvo para siempre del reproche
de no haber descubierto la plvora.
Al escuchar su nombre cuando llamaban a los implicados en el
proceso, sufr la sorpresa de un golpe. Me exasperaba no hallar al
guna forma de compartir con l la vergenza. Qu clase de com
plicidad se le atribua? No quise saberlo. Aunque hubiera sido el
ms torpe de los reos, era mi amigo: todo lo que sufriera, por muy
culpable que fuese, era para m una prueba de la fatalidad. Y me
haca temblar la idea de que maltrataran a una criatura tan mansa,
tan complaciente, tan amable, hecha de sensibilidad y blandura,
contra quien el mal sera siempre una injusticia, y a quien yo apre
ciara con todos los defectos, con todas las mculas, con el fcil
perdn de las cegueras sentimentales, extraezas de la preferen
cia que en el ser querido lo abarca todo: desde la frase lmpida de
la mirada hasta el aroma acre, incluso impuro, de la carne.
Cuando volvimos a vernos, ninguno tuvo para el otro ni la
ms mnima palabra; nos sentamos en un banco, lado a lado, en
expansivo silencio. Y, despus, nunca, ni con una alusin distan
te, nos referimos al caso. Coincidencia instintiva en un respeto
recproco; odio comn, quiz, a una remembranza ominosa.
Desde el mes de julio del ao anterior, yo asista a los cursos
elementales de lenguas. La adquisicin de los vocablos extranje
ros, comercio con el lenguaje de los grandes pueblos, me alegraba
como si probara a tragos la civilizacin, como si bebiera la reali
dad del movimiento humano en los pases remotos que retratan
aquellos cosmoramas en los que vagamente creamos como se
cree en las novelas.
Sigui la letana de temas interminables.
5

El can.

279 s

En las clases superiores, la facilidad que haba adquirido ame


nizaba mi trabajo. Las pginas sonrean de literatura con la son
risa conocida de los objetos familiares.
Los profesores eran buenos y moderados. El de francs, monsieur Delille, nombre de poeta aplicado a un oso un oso hon
rado, inofensivo y benvolo, echaba de menos el Tercer Impe
rio, cuyo desastre lo haba deportado hacia una vida de aventuras
de ultramar; barbado como un colchn de crines por el vigor de
un vello denso, lujuriante, pelirrojo quemado cerca de la boca,
negro ms lejos, a travs del cual nos llegaban a un tiempo vaha
radas expresivas de cachaa y reglas de Halbout.6 El profesor de
ingls, el doctor Velho Jnior, el mejor de los hombres pese a su
nombre contradictorio:7 celoso, explicador detallado, que nunca
se exaltaba, calvo como la ocasin, pero qu excelente ocasin
para estimar y querer bien!
La compaa de Egbert coronaba la situacin y el estudio era
una fiesta.
El profesor Venancio tambin daba clases de ingls. Por fortu
na hu de sus garras: era una fiera! Humildito bajo el director, te
rrible sobre los discpulos; lleg a lanzar a uno contra un registro
de gas y le rompi los dientes. Manlio, adems de las primeras
letras, presida la ctedra especial de portugus.
Gracias a los estudios del ao anterior, obtuve con cierto de
coro mi comprobante de vernaculismo, garantizado por la com
petencia oficial. Gracias, tambin, a las tinturas del latn, en que

Referencia a la Gramtica terica e prtica da lngua francesa, de Jos Fran


cisco Halbout.
7
En portugus, velho significa viejo, en tanto que el anglicismo junior de
signa a quien es ms joven que otro del mismo nombre, usualmente, al hijo de
este ltimo.
6

s280

me haba iniciado el respetable padre y maestro fray Ambrosio,


que siempre tena la nariz tapada, gesticulaba con el alcobaa,8 y
recitaba el manual con la entonacin hueca y honda de las misas
cantadas; consumidor de rap por todo un convento; culpable,
por ello, de que todava me huela a Paulo Cordeiro9 el magnfico
idioma del qui, quae, quod, y de que me produzca estornudos
una simple reminiscencia de Salustio.10
Era costumbre en el Ateneo liberar un poco de las reglas de la
casa a aquellos estudiantes de cierto nivel que estuvieran en vspe
ras de un examen. Sala uno entonces al jardn con sus libros y la
comodidad del trabajo a complacencia. Compaeros siempre, Eg
bert y yo aprovechbamos con todas nuestras fuerzas aquella rega
la consuetudinaria. Antes de la fecha memorable del francs, saca
mos a pasear mucho, por las alamedas de sombra, a Chateaubriand,
Corneille, Racine y Molire. El teatro clsico se prestaba para gran
des efectos de declamacin. Cuntas tragedias perdidas sobre las
hojas secas! Cuntos gestos nobles desperdiciados! Cuntos dis
cursos soberbios confiados a la brisa liviana y pasajera!
Uno era Augusto, y el otro, Cinna; uno, Nearco, y el otro,
Polieucto; uno, Horacio, y el otro, Curiacio; don Diego y el Cid;
Joas y Joad; Nern y Burro; Filinto y Alceste; Tartufo y Clean
to.11 La arboleda era un escenario real. Dialogbamos, con toda la

Pauelo fabricado en la ciudad portuguesa de Alcobaa. Se trataba de una pieza


grande de algodn, generalmente roja, que solan utilizar quienes inhalaban rap.
9
Alusin a la Imperial Fbrica de Rap Paulo Cordeiro, situada en Ro de
Janeiro.
10
Cayo Salustio Crispo (8634 a. de C.), historiador romano.
11
Personajes de las siguientes obras de teatro del clasicismo francs: Cinna
(Corneille), Polieucto (Corneille), Horacio (Corneille), El Cid (Corneille), Atala
(Racine), Britnico (Racine), El misntropo (Molire) y Tartufo (Molire).
8

281 s

fuerza de las encarnaciones dramticas, la bravura caballeresca,


el civismo romano, las aprehensiones del rey amenazado, el he
rosmo de la fe, las corajinas del misntropo, las sinuosidades de
la hipocresa. La estatua de una diosa annima, de cermica esca
rapelada, verde de vejez, haca las veces de pblico, un pblico
fijamente atento, comedido, sin demasas de aplauso o reproba
cin, pero constante e infatigable.
Para asignar los papeles femeninos haba algunos problemas:
ambos queramos la parte ms enrgica del recital. Echbamos
suertes y, segn lo que determinara el azar, uno u otro se me
ta sin ceremonia en las faldas de cualquier dama y funcionaba
a la perfeccin la toilette del sentimiento: el noviazgo de Jimena,
la desesperacin de Camila, el luto de Paulina, la ambicin de
Agripina, la soberana de Ester, la astucia de Elmira, la turbidez
de Celimene.12 Otro papel difcil de aceptar era el de Burro, un
papel honesto, sin embargo, y altamente simptico. Nadie que
ra hacerla de virtuoso consejero de Nern.
An mejor que la prerrogativa del estudio libre era una espe
cie de premio no catalogado en los estatutos con que Aristarco
gentilmente obsequiaba a los alumnos distinguidos. Los llevaba
a cenar a su casa un honor!, sobre el mismo mantel que la
princesa Melica de los ojos grandes.
Quiso el buen hado que ambos amigos obtuviramos la pre
ciada nota y que quede perennemente registrado! pese a
que nos examin el profesor Courroux, el tremendo Catn de
las bolas negras,13 terror universal de los brutos!

Personajes femeninos de las obras de teatro mencionadas anteriormente.


Las preguntas de los exmenes se sorteaban sacando bolas numeradas de
una bolsa o recipiente.
12
13

s282

El director me recogi en la Secretara de la Instruccin P


blica con un abrazo contrahecho de etiqueta: pude sentir que
todava manaba la fstula de los resentimientos. Como haban
invitado a Egbert, por fuerza deban invitarme a m tambin, y
lo hicieron de mala gana, por pura formalidad. A m me corres
ponda fraguar algn pretexto y rechazar la invitacin, pero me
senta atrado por cierto nmero de curiosidades: ver, por ejem
plo, cmo coma Melica, cosa de elevadsimo inters.
Lo que recuerdo, sin embargo, es que haba flores sobre el
mantel y que la sopa quemaba; ni siquiera not si estuvo presen
te la hija del director.
Me vi absorbido por un foco de atencin nico y exclusivo.
Doa Ema me haba reconocido: yo era aquel pequeo de los
rizos! Convers mucho conmigo. Sobre el hombro de mi unifor
me se haba posado un hilacho blanco; la buena seora lo tom
finamente con los dedos, lo solt
y me mostr, sonriendo, el hi
lo levsimo que caa lentamente
por el aire sereno... Cunto me
haba desarrollado! Qu diferen
cia de lo que era haca dos aos.
Crea haber estado conmigo r
pidamente el da de la exposi
cin artstica...
Un briboncito! interrum
pi Aristarco, entre mordaz y
condescendiente, desde una ven
tana en cuyo vano conversaba
con el profesor Crisstomo.
Yo quise inventar una buena
respuesta, libre de grosera, pero

283 s

la seora tena mi mano tan suave y maternalmente apresada


entre las suyas que tambin apresaba mi vivacidad, me apresaba todo, como si yo slo existiera en esa mano retenida.
No s con precisin qu fue lo que pas aquella tarde despus
de la interrupcin de Aristarco.
Espejismo seductor de blanco, abundante cabellera negra
recogida a lo alto con infinita gracia, una rosa en el cabello, roja
como son rojos los labios y los corazones, roja como un grito de
triunfo. Nada ms. Ramilletes sobre la mesa, un caldo ardiente
y, siempre, la obsesin adorable del blanco y la rosa roja.
A mi lado estaba, cerquita, deslumbrante, su vestuario de nie
ve. Me servan algunos platos y muchas caricias; yo devoraba las
caricias.
No me atreva a alzar la vista. Una vez lo intent. Haba sobre
m dos ojos perturbadores por los que se verta la noche. Creo
que tambin me observaba, no estoy seguro, del otro lado, entre
las flores, el profesor Crisstomo.
Investido en su gran orgullo, que haca valer incluso en casa,
Aristarco presida la cena; tan alto, sin embargo, y tan lejano,
que se dira ausente.
De vuelta en el Ateneo, me sent grande. El pecho me cre
ca indefiniblemente, como si estuviera volvindome hombre
por dilatacin. Me senta elevado: veinte aos de estatura, un
milagro. Examin entonces mis zapatos, para ver si me haban
crecido los talones. No pude constatar ninguno de aquellos sn
tomas extraos. Slo una cosa: ahora vea a Egbert como se ve
un recuerdo, como se evoca el da anterior.
A partir de entonces comenz a enfriarse el entusiasmo de
nuestra fraternidad.

s284

sX s
Qu distinta esta exaltacin deliciosa del abatimiento espavo
rido que haba experimentado la vspera, incluso aquella misma
maana, en la Secretara de la Instruccin Pblica! La expec
tativa mortal de los llamados era una insignificancia: el terror
acadmico! Ese terror que nos sobresalta, que nos deprime co
mo lo ms grave del mundo. Y eso que yo, en aquella ocasin,
como haba presentado ya los exmenes de francs, no era un
debutante.
El debut del primer examen fue de dar fiebre. Tres das antes,
el corazn se me sala del pecho; el apetito desapareci; el sueo
sigui al apetito; la maana del acto, las nociones ms elementa
les de la materia siguieron al apetito y al sueo. Memoria in albis.1
El profesor Manlio intentaba animarnos; su intento, recor
dndonos el peligro, nos asustaba ms. Me aplastaba por antici
pado el enorme peso de la bastilla de la rua dos Ourives, con sus
tribunales feroces sin derecho a rplica, la terrible campanilla
penetrante que marcaba la apertura de la solemnidad, los cor
tinajes plmbeos de espeso verdor que hacan contrapeso a las
armas imperiales, las formidables paredes de mampostera secu
lar. Una barbaridad, toda la conspiracin de aquellos perfiles ce
udos, continuos, contra m, que era uno solo: Matoso, Neves
Leo, las comisiones examinadoras, cada cual ms poderosa y

En blanco, en latn.

285 s

malencarada; al fondo, el Consejo de la Instruccin, esa cosa des


conocida, mitolgica, vislumbrada como los frescos religiosos de
las bvedas sombras, donde las voces de la nave se condensan
de resonancia, dando fuerza moral a la justicia de los examinadores
mediante el prestigio de la elevacin y de lo inaccesible; y arriba,
ms alto que todo, el ministro del imperio, el Ejecutivo, el Estado,
el orden social, todo aquel enorme aparato en contra de un nio.
Al zagun enladrillado se entraba por la rua da Assemblia.
All estuve no s cunto tiempo, como un condenado en el
oratorio. A mi alrededor moran de palidez otros infelices espe
rando el llamado. Uno de ellos, el mayor, cadavrico, con un aire
de Cristo, tena la barba recortada, negrsima, como una barbilla de
bano adaptada a un rostro de marfil viejo.
De repente, se abre una puerta. Del interior oscuro sala una
voz, una lista de nombres: uno, otro, otro... an no era el mo...
Finalmente! No hubo tiempo ni para un desmayo. Me empuja
ron; la puerta se cerr; sin conciencia de mis pasos, me vi en una
sala grande, silente, sombra, con el techo bajo y vigas pintadas,
que obligaba a inclinar la cabeza por instinto. Una pared que de
arriba abajo tena ventanales con vidrios opacos de humo, color
pergamino, filtraba hacia el interior un crepsculo fatigado, ama
rillento, que incrustaba mscaras de ictericia en las fisionomas.
Entre los ventanales y los asientos destinados a los examina
dos estaba la mesa examinadora: a la derecha, un viejo calvo,
bajito, con unas canas pajizas que le rodeaban la calva formando
un fleco de dragonas y barba del mismo color que el cabello, se
reclinaba en el respaldo de la poltrona y lea un pequeo volu
men con el esfuerzo de los miopes, frotndose el rostro con las
pginas. A la izquierda, un hombre de treinta aos, con una bar
ba escasa que le salpicaba toda la cara, incluso los prpados, an
teojos oscuros, cabello seco y ensortijado. La claridad, golpen

s286

dolo por la espalda, le ennegreca confusamente las facciones. El


tercero, que funga como presidente de la comisin, no se vea
bien, oculto, como estaba, tras la urna verde de frisos amarillos.
Se distribuy el papel rubricado. Uno de los examinadores
se levant, alcanz con un movimiento circular un puado de
temas y los lanz a la urna. La urna de latn cantaba irnica bajo
el alud sonoro de los nmeros.
Se sorte el tema; un momento de angustia todava...
Despus, estrofa de Los lusadas! Estbamos libres de la ex
pectativa. La dificultad del tema dej de preocuparme.
Tras el dictado, como dbil por la fatiga de mi espritu, olvid
el inventario natural de los conocimientos que exiga la prueba.

287 s

Me puse a pensar en las primeras lecciones de Cames, en San


ches, en los baos de la natacin, en el modo de rer de ngela,
en el criado asesinado, en el proceso del asesino, a quien haban
juzgado haca poco... Tres golpecitos en el taln me sacaron de
las distracciones.
Me volv: era mi vecino de la mesa de atrs, el de la barbilla
de bano, pidiendo auxilio.
Aydame, que estoy perdido: no puedo prosificar.
El ruido de esta frase, balbuceada, zumb con suficiente fuer
za como para atraer la atencin de la mesa. Le arroj la oracin
principal, pero tem socorrerlo por completo. Adems, tena que
velar por mis propios intereses. Dej al pobre Cristo de marfil
entregado a la desesperacin de una pgina desierta. De vez en
cuando, el infeliz me espetaba la espalda con la pluma.
Para el examen oral sent ms nimos. Mis notas en las prue
bas de escritura eran tranquilizadoras.
Todos los exmenes orales se hacan en los salones superio
res. Se entraba por la rua dos Ourives. Los examinados, por lo
general, estaban ms tranquilos. Adems de stos, el zagun de
la escalera se llenaba con la turbamulta de los asistentes, confu
sin de chalecos, fracs gastados, levitas; todas las edades, todos
los colegios representados, adems de los estudiantes indepen
dientes de clases particulares, entre cuyo nmero se confundan
caras sospechosas de desarrapados, ejemplares tpicos del vaga
bundeo.
El Ateneo era envidiado. Vctimas del uniforme, los alumnos
de Aristarco paseaban entre los grupos de los colegios rivales
soportando la socarronera con una paciencia encomendada de
buena educacin.
Se fumaba. En el ambiente sin luz flotaban fijos el nubarrn
de los hlitos y un olor intolerable de sarro; se embadurnaban de

s288

escupitajos las paredes; se paseaba arrastrando los pies en la are


na del ladrillo; resonaban grandes carcajadas de ship-chandler;2
se escarneca con palabrotas. Algunos muchachos de sonrisas
flojas, inexpresivas, y modales ordinarios, se echaban hacia
atrs, con el dorso de la mano, los sombreros de paja sucia y
paseaban bambolendose. Los ms distinguidos abran paso,
contrayendo desdeosos la comisura de los labios y denotando,
as, su elegancia.
Una conmocin extraordinaria agit a la multitud. Acababa
de descubrirse en la pared encalada, cubierta de epigramas y
garabatos, una nueva inscripcin llena de ingenio: una versera
satrica contra el profesor Courroux, de la mesa de francs, que
rimaba en u, siempre en u, de arriba abajo, con una pasmosa
fertilidad de eptetos.
Ni mandado a hacer! En ese preciso momento, el terrible
profesor entraba y se lanzaba precipitadamente por la escalera.
No lo conoces? All va! me indic el compaero ms
cercano.
No lo conoca...
Lo vi delgado, anguloso, feo, mirando con una ferocidad con
tinua sin que se supiera a quin, felizmente, porque era estr
bico. Por l comenz mi improvisado informante, y, dndose
cuenta de que yo no andaba actualizado en esos terrenos, ya no
me solt:
Si puedes pagar, paga; de lo contrario, date por perdido.
Esto es como un puesto de pescado! El pescado es caro a veces,
pero siempre se vende! Mira a Meireles, el de filosofa, aquel
larguirucho de barba ceniza; su precio es Ritinha la Pernambu

Trabajador encargado de aprovisionar los buques.

289 s

cana3 de la rua dos Arcos; a Simas, el de la mesa de geografa,


un panzn apodado Globo Terrqueo, basta que le paguen un
par de gallos de pelea... A Barros Andrade... hay que comprarle
los puntos... Aquel demonio de la retrica que me reprob hace
unos das... basta hablarle de sus versos y no habr patillas ms
amables. Su director s que los comprende. Cuando entra aqu
es toda una fiera; hasta el techo blanco empalidece; se levantan
y saludan al soberano! Ahora que hay hombres respetables: el
viejo Moreira, el simptico Ramiro, de sonrisa patriarcal...
Desde lo alto de la escalera gritaron hacia el zagun que co
menzaran a llamar a los de portugus.
Al subir, vi un gran movimiento de muchachos en la calle:
un tumulto! Los silbatos chillaban. Los estudiantes se lanzaban
contra los cocheros a sopapos de ida y vuelta, segn la hermosa costumbre de la poca.
Los exmenes se presentaban en una gran sala llena de venta
nas con viejos marcos de cuadrcula apretada y vidrios gruesos,
antiguos, mal fundidos, que mostraban espesuras desiguales y
densidades verdes. Un parapeto con rejas de fierro divida el sa
ln en dos reas. La ms espaciosa era para los asistentes. En la
otra haba dos mesas examinadoras: la de matemticas, cerca de
la entrada, y la de portugus, ms adelante. Estaban tan cerca
entre s que las respuestas de una se fundan con las preguntas
de la otra, produciendo admirables efectos de aplicacin de las
ciencias exactas a la filologa.
Antes de la ceremonia, se conferenciaba a media voz. Un su
jeto, al entrar, dej caer su bastn. Todos lo miraron.
No lo conoces? inquiri mi oficioso compaero.

Del estado de Pernambuco.

s290

Un sexagenario, encanecido y helicoidal, con cara desabrida


de padre, cabellos blancos que le ondeaban sobre la joroba y una
levita ilimitada que rozaba el suelo a cada paso.
Es el consejero Vilela, o ms bien, el consejero Tieich, una
institucin! Va a presidir las matemticas. Lo preside todo, se
gn sea necesario. Incorruptible! Catn y Bruto sumados... En la
mesa de ingls, hace unos aos, los reprobaba a todos... Cmo
no? deca, si se equivocan escandalosamente en la tieich!
Mucho tiempo despus lo pillaron consultando a Tautphoeus:4
Qu diablos es esa clebre tieich en la que tantos se equivocan,
barn...?
El da de la cena, cuando sub al dormitorio con Egbert, la
imagen de Ema (era agradable suprimir el doa), reducida a mi
niatura, me bailaba en el espritu pequeita como una abeja de oro,
vibrante e incierta.
So: ella sentada en la cama; yo, sobre el barniz del suelo, de
rodillas. Me mostraba la mano recortada en jaspe puro, uas de rosa
como ptalos incrustados. Yo me esforzaba por tomar aquella
mano y besarla, la mano hua, se acercaba un poco, escapaba ha
cia lo alto, volva a bajar, se fugaba ms lejos an, hacia el techo,
hacia el cielo, y yo la vea inalcanzable en la altura, clara, abierta
como un astro.
Ella rea ante mi desesperacin, me mostraba el pie descalzo
para que la calzara; luego me lo impeda. Si tan slo pudiera
calzarle el armio que estaba ah, el minsculo zapato blanco,
exnime, vuelto suela arriba, sin el consuelo clido del pie que
lo pisaba, que le daba vida. Me inclinaba, envidiando al armio,

Barn de Tautphoeus: profesor de alemn en el famoso Colegio don Pedro II,


donde estudi Raul Pompeia.
4

291 s

sobre el tamiz de seda de la me


dia, milagro de la industria para el
que haba contribuido con esfuer
zo cada da de la era industrial,
tejido impalpable de fibras vivas,
que dejaba filtrar la transparencia
blanda de la sangre, envoltorio
sutil de una rodilla mimosa, de
una pierna, de un tobillo irreme
diablemente robado al expolio
glorioso de la estatuaria pagana.
Calzarla tan slo! Y yo, en cambio, la haca retorcerse, calzn
dola de dolores con una tortura ardiente de besos, exhalando yo
mismo el alma entera en llamas.
Qu criatura tan distinta era yo al despertar! La encantadora
aparicin se haba extinguido, pero me aquejaba la resaca de ti
nieblas que sucede a los deslumbramientos.
Segua con Egbert, cordialmente. Su amistad, sin embargo,
me pareca ahora una cosa insuficiente, como si hubiera en m
un salvajismo de afectos amordazado.
Egbert a veces me pareca un intruso. Al pasear con l c
mo haban cambiado las cosas!, me produca el efecto de un
mal tercio. Prefera caminar solo.
No s por qu conveniencia organizativa me transfirieron al
dormitorio de los ms grandes. Esta mudanza me distanciara
an ms de Egbert: comenzamos a reunirnos slo por la tarde,
en el campo.
Despus de las clases, suba al dormitorio aprovechando el
relajamiento de la vigilancia en el saln. El inspector respon
sable era Silvino. Por temor a las represalias de los grandes, el
prudente bedel dejaba hacer.

s292

Yo me recostaba indolente, escuchando el gritero del patio co


mo si fuera algo del todo ajeno a mi vida. Contaba las tablas del
techo, cierto nmero de trazos paralelos que se perdan en un reflejo de la tinta. A veces lea relatos de Dumas, que no me dis
traan. En otras camas, recostados como yo, boca arriba, cruzando
los botines, algunos colegas fumaban y soltaban despacito colum
nas de humo que suban verticalmente y se enroscaban, azules.
En un rincn, al fondo del dormitorio, tres compaeros jugaban
sin dejar de dar bostezos, acentuando sin entusiasmo las alter
nancias del azar como un bando de sonmbulos. Muchas veces,
en el pesado amodorramiento de la siesta, con la espalda caldeada
por la posicin y los ojos entrecerrados ante el brillo del Sol, que
se adivinaba all afuera en el patio abrasado, me quedaba dormi
do. A la hora de la clase o de la cena, un compaero me sacuda.
Estos intervalos de modorra sin sueo, sin ideas, sin un de
vaneo definido, eran mi sosiego. Pensar equivala a impacien
tarme. Cules eran mis deseos? Siempre la desesperacin de la
reclusin colegial y de la edad. Me venan crisis nerviosas de
movimiento y cruzaba con pasos frenticos el patio, atormen
tado, acelerndome cada vez ms, como si quisiera rebasar al
tiempo. Ya no me interesaban ni las intrigas del saln. Y qu
intrigas! Precisamente el meollo del famoso misterio del chalet!
En uno de los extremos del largo saln se desplegaba el biom
bo de Silvino: una gran caja de madera de pino a media altura
del techo, con una puerta y una ventana de un palmo cuadrado
por la que salan emanaciones de ropa sudada y varias otras co
sas, olores indescifrables de falta de aseo; y por donde, sobre
todo, sala durante la noche, creciendo y decreciendo, un enor
me ronquido estrepitoso de narizn.
Los muchachos hacan orificios con brocas para espiarlo y
haban descubierto las inscripciones de Silvino. A continuacin

293 s

vena la demografa especial del grupo de los mayores, la dis


tribucin segn familias regulares o cercanas eventuales, con
forme los caracteres y bajo la divisa comn del nada haber, o
segn la entendan otros, nada a ver. Se alababan los efectos
de fidelidad; se comentaban las traiciones; se censuraban los in
tentos de seduccin; se improvisaba la teora del hogar y del
lecho; se cantaba el himno bquico de los caprichos errabundos,
del entusiasmo pasajero. A m me llamaban Sergio el de Alves.
Se criticaba a los nuevos desde su propio punto de vista. Aposta
ban para ver quin sera el primero. Exigan que se jurara dis
crecin para trasmitir una historia que a su vez haban jurado no
contar a nadie. Se servan mutuamente, como aperitivo para las
buenas carcajadas, ancdotas espesas, verificadas o no, confor
me las peticiones y el paladar del momento. Toda la oscura cr
nica del Ateneo se redactaba all en trminos explcitos y fuertes,
expurgada de los amaneramientos del recato y la falsedad ante el
escrpulo de las comisiones investigadoras. Que Silvino se fue
ra! No tena nada que ver con la pltica de los muchachos. Una
de las mejores mximas del chalet era sta, muy representativa:
Queda revocado el director.
Todo lo que en la primera y en la segunda clase era extraordi
nario, all era normal y corriente. Todas las edades, desde Cn
dido hasta Sanches.
Entre las clases inferiores, algunos se empeaban en cambiar
se a la tercera. En el ambiente torvo de la intriga se insinuaba
el vaivn silencioso de las ficciones, el drama joco-serio de los
instintos, en ilusin convencional y grosera. Los mancebos se
investan con conviccin de los diversos caracteres, explotando
el momento efmero de la piel, la novedad tierna del semblante
como un elemento de artificio y deleitndose en el engao, to
mndose a pecho la caricatura de la sensualidad.

s294

Haba quien afectaba moderacin en el capricho, conociendo


la desviacin al pie de la letra, como sabe el ladrn ser hones
to en el robo, con el aire serio, espantadizo de las femmes qui
sortent;5 estaban los ingenuos, perpetuamente infantiles, que no
tenan malas intenciones, risueos, que posean el secreto de
aplazar la inocencia intacta a travs de los extremos positivos;
estaban los entusiastas de la profesin, conscientes, francos,
impetuosos, que se anunciaban por gusto y no le perdonaban
a la naturaleza el error original de su constitucin: ah! si yo
fuera mujer para serlo mejor! stos formaban un grupo aparte,
conocidos pblicamente y satisfechos de ello, protegidos por
un favor de simpata general, inconfesado pero evidente; un
beneplcito perverso y amable de tolerancia que la corrupcin
protege siempre como un aplauso. Ellos, los hermosos efebos!
ejemplos de la gracia juvenil y de la nobleza de rasgos. A veces
traan pulseras; en el bao triunfaban, desnudos, demorndo
se en actitudes de ninfa a la orilla del agua entre la coleccin
mezquina de carnes sin forma y esqueletos sin carnes metidos
en tangas de malla. Estaban los decados, portadores miserables
de un desprecio honesto, inculpados por todos los dems, gas
tados, a veces, antes del consumo; atormentados, por un lado,
por la propensin y, por el otro, por la repulsa; mendigos de una
compasin sin limosnas, reducidos al extremo de conformarse
deplorablemente con la soledad.
Contrapuestos a ellos estaban los dueos de un orgullo varo
nil, peludos, morenos, nudosos de msculos, anchos de osamen
ta; otros, esmirriados de malicia, insaciables, de voz trmula y
narinas vidas de chivo; y los gordinflones de labio rojo y suelto,

En francs, mujeres que salen, id est, prostitutas.

295 s

que renunciaban a una superioridad por la que no siempre ha


ban celado antes de la madurez de las carnes.
ngela los dominaba a todos; los venca.
Las ventanas que se abran hacia el patio del director estaban
fuertemente enrejadas con madera. Por entre los travesaos,
observbamos.
ngela se volva nia para jugar y correr con vivacidades de
gata. Rodaba por el suelo, con la cara envuelta en el cabello seco,
suelto. Saltaba agitando el aire con su ropa; recoga flores y las
arrojaba, distribuyndoselas a todos por igual, porque a todos
los quera bien. Cuando no haba muchos en las rejas del saln,
se descuidaba: apareca en corpio y falda blanca, aflojndose
el cordel sobre el seno, mostrando los brazos desde la espalda,
estirndose con ambas manos en la nuca y los codos hacia arriba,
contando hacia la ventana historias interminables, mientras en
las axilas, por los ornamentos de la camisa, se le iba escapando la
indiscrecin de los hilos rojos. Siempre en el sol! siempre ale
gre! Hija salvaje de la luz, fauna indomable de las zonas trridas,
que afrontaba la temperatura como las leonas, insensible y altiva.
Cantaba.
Slo en el canto era triste: canciones nostlgicas embebidas
en el sentimiento de cosas distantes: un entraable hogar pater
no, un corazn adolescente, conocido una vez antes de emigrar
para siempre; canciones de la isla en las que se oa el murmullo
del ocano tranquilo y de las brisas peregrinas, y el grito angus
tiado de las gaviotas, y el cantar lejano de la marinera en labo
res, acompaado por un insistente estribillo de amor, un amor
tunante de gente pobre a la orilla el mar, hecho de pescado, de
ociosidad triste y de calor.
A veces era grosera: dialogaba desafiante en chacotas desbo
cadas con quien se prestara; se impacientaba abruptamente y

s296

desapareca, arrojando una imprecacin de esmerilada torpeza.


Nos haca burlas: ella tambin tena un colegio en el que reciba
internos, externos y semiinternos. Y se daba golpes en el vientre.
Y con su grosera, con su chacota, con su estribillo sentimen
tal, con los descuidos de su corpio, con sus flores, con sus tur
bulencias de nia sin modales, ngela era la reina de la atencin
y de la curiosidad: el chalet se inflamaba en conflagraciones de
entusiasmo. Si pasaba algn tiempo sin aparecer, incontables
caritas chupadas de nostalgia se adheran a las rejas escrutando
la sombra de los rboles del jardn.
Y se diverta apreciando los ardores enjaulados de sus nios,
entretenida en desesperarlos como quien atiza el brasero para
ver la erupcin de las chispas, el remolino de rubes candentes,
con un placer que se graduaba entre el orgullo de la castellana
galanteada por cien paladines y la expectativa palpitante de la
carnicera en postas de un festn de jaula.
Con el tiempo llegu a descubrir que una camarilla de taima
dos haba sido capaz de falsear algunos travesaos de la reja de
la ltima ventana, a tres o cuatro lechos del mo, y, por la noche,
cuando se haca el silencio, iban a tomar el fresco en el jardn del
director. Preferan las noches oscuras, que tienen ms estrellas
y ms secreto, y las lluviosas, que, en cuestin de frescura, son
decisivas. Bajaban por una cuerda de sbanas retorcidas y vol
van a veces hechos una sopa, pero siempre refrescados. Como
medida de prudencia, no paseaban ms de dos por noche, y uno
haca de centinela durante la ausencia del otro.
Dije ya que no me interesaban las intrigas y preocupaciones
generales del saln. No fui preciso, y no sabra serlo en este
punto sin recurrir a las modalidades de expresin que, actual
y virtualmente, el anacronismo injusto ha condenado. Poco me
importaban los hechos; lo que me seduca era el espritu. Quiz

297 s

por eso descubr la argucia de la camarilla.


Me incomodaba aquella libertad secreta,
aquel banquete a altas horas, como si es
tuvieran cometiendo un robo contra m,
contra los compaeros, engaados en el
sueo, traicin odiosa a nuestra necedad
de descuidados. Una noche sent la violen
ta tentacin de difundir el secreto entre
todos, desmoralizar a esos marrulleros, ir
por Silvino y mostrarle las tablas adaptadas
para el desplazamiento, traicionar mereci
damente a los traidores. Sopes las objecio
nes: aquello, adems de una fea delacin de
espionaje voluntario, poda ser una burra
da. Quiz todos lo saban menos yo, sim
plemente porque llevaba poco tiempo en
la tercera clase. Prob. Me mantuve des
pierto hasta que llegara la hora, con una paciencia y un esfuerzo
de cazador de emboscadas. En el momento flagrante, me sent
en la cama frotndome los ojos y fingindome sorprendido. No
hubo ms remedio que iniciarme. Los dos de esa noche me lo
contaron todo. Malheiro era el jefe del juego, un juego de nueve,
muy discretos, muy hbiles; tambin porque quien traicionara
recibira una golpiza.
Mi irritacin contra la argucia se abland sin deshacerse. Ca
da vez que, por casualidad, algn muchacho sorprenda a los
expedicionarios del descaro, se vea incontinenti invitado a dis
frutar de las ventajas y puesto bajo amenaza. El fabuloso porra
zo de Malheiro era la sancin.
No quise las ventajas; tampoco el porrazo. No es que me es
caldaran las horas nocturnas del chalet! Ah! El paseo libre en el

s298

jardn!, las rejas abiertas de la crcel forzada! Pero me retena


el titubeo de viejos compromisos conmigo mismo, compromi
sos de rectitud, no s cmo decirlo, viejas razones de vanidad
vertebrada, aversin al subterfugio; o quiz un temor que me
sobrevino por ltimo, sin fundamento: ir alguna vez y no en
contrar, de vuelta, la cuerda para subir.
Otra prueba de que no escapaba a la psicologa comn del
chalet fue un acceso de furor que me vi obligado a sofocar un
da que hablaron de doa Ema frente a m. Qu me importaba
doa Ema? Era una buena seora, nada ms, que me haba aga
sajado con un exceso de complacencia, pero respetando los l
mites de una hospitalidad de etiqueta segn el concepto de mu
chas personas amables. Me haba dejado un simple recuerdo de
gratitud, que comenzaba a borrarse.
Repetan los rumores acerca del profesor Crisstomo, frio
leras de maldad. Por las ventanas enrejadas sealaban las vene
cianas de la enfermera, junto al muro de la natacin, y hacan
la apologa de la enfermera, esa enfermerita cuidadosa, que te
na una habilidad incomparable para tratar los casos graves del
corazn. Y venan con historias de estudiantes muy enfermos
de males imaginarios... Aquello me doli como si me hubieran
herido el ms santo escrpulo de sentimiento. Una infamia, una
infamia, esta afirmacin de cosas infundadas!
En medio de aquella temporada de descontento, viv un da de
placer, de placer malvado, pero completo. En el chalet dorma el fa
moso Rmulo. Ocupaba toda la cama de hierro con su abundancia
de adiposidades, y resonaba, en el extremo opuesto del saln, con
la misma intensidad que Silvino; hablaba bajo, el condenado, pero
roncaba fuerte. Era uno de los miembros del juego de Malheiro.
Cuando tocaba su turno, las sbanas se reforzaban y se quita
ban dos travesaos ms.

299 s

Una noche que lo vi bajar, se me ocurri jugarle una broma;


era una broma arriesgadsima, como vern, pero contaba con
la subsecuente participacin del inters comn en esconder el
asunto.
Recuerdan el recelo infundado del que habl? Montaba cen
tinela el compaero, que reacomodaba la reja hasta que un aviso
del patio le pidiera la cuerda. Me ofrec a sustituirlo. El compa
ero se fue a dormir.
Con la sangre fra de las buenas venganzas, sin la menor pri
sa, evoqu el recuerdo de la afrenta que me deba Rmulo. Era
justo. Recog poco a poco la cuerda de sbanas, apuntal con
fuerza las barras de la reja y me fui a dormir. Llova a cntaros.
Tanto mejor: la injuria que no se lava con sangre bien puede
lavarse con un bao de aguacero. Estaba vengado!
Al otro da, el gordinfln apareci aterido, acatarrado, furi
bundo, en sandalias y sin calcetines, con pantaln y camisa de
nufrago, miserando, rodeado por el asombro y la burla de todos.
Haba pasado la noche bajo la ventana pidiendo misericordia
a los maderos impasibles, toda la noche, inundado por la tor
menta, hasta que, al amanecer, Aristarco lo encontr en aquel
estado lamentable.
Su prometida no lo vio, porque despertaba tarde. El suegro
adivin astutamente la aventura. Se hizo el desentendido.
Ah, qu muchacho...! exclam con una satisfaccin muy
ntima.
Y slo le pareci extrao que el bueno de su yerno se hubiera
dejado pillar como un tonto.

s300

sXI s
El doctor Claudio inaugur una serie de conferencias los sba
dos, a imitacin de las que Aristarco haca los jueves acerca de
lugares comunes de la moralidad. Filosofa, ciencia, literatura,
economa poltica, pedagoga, biografa e incluso poltica e hi
giene, de todo se hablaba; interesantsimas, sin minuciosidades
pesadas. Despus de la astronoma del director, ninguna curio
sidad me haba valido tan buenos minutos de atencin.
Nos narraba la vida. Las fiestas plutonianas del movimiento,
de la ignicin; la gnesis de las rocas, fecundidad infernal del in
cendio primitivo, del granito, del prfido, primognitos del fue
go; el gran sueo milenario de los sedimentos, perturbado por
convulsiones titnicas.
Hablaba de la antracita y de la hulla, el luto convertido en pie
dra, recuerdo trgico de muchas eras orgullosas del planeta, mo
numento negro de la prehistoria de los rboles, devastado por la
industria de los hombres. Describa la escalinata de los terrenos,
donde la huella impresa del genio de las metamorfosis sube desde
la vegetacin forestal de los fetos hasta el hombre cuaternario.
Nos hablaba de Cuvier1 y de la procesin de los monstruos resur
gidos rumbo a los museos, el megaterio2 potente, tardo, oscilando
Georges Lopold Chrtien Frdric Dagobert Couvier (17691832) fue un
especialista francs en anatoma comparada y paleontologa, y uno de los prime
ros cientficos que lograron reconstruir los esqueletos de animales prehistricos
a partir de restos fsiles.
1

301 s

su marcha; sucio, soltando gravilla y concreciones secas del lodo


diluviano; solemne, consciente de la carga de siglos que transporta.
Vena despus el aluvin moderno de las zonas formadas, el
suelo fecundo y arable. Y el maestro describa entonces la vida
en la humedad, en la semilla, la evolucin de la floresta, el gozo
universal de la clorofila bajo la luz. Nos hablaba del duramen, el
generoso madero, el tronco que sangra en Dante y sostiene en
los mares el comercio, Neptuno ingls con un tridente de oro.
Nos hablaba de la poesa ignorada de la vegetacin marina en los
abismos y del escobo aislado en las altas nieves, flor del yermo,
desterrado eterno de lo inaccesible.
Despus, la historia de los brutos: los grandes bramidos de
macho en las regiones vrgenes, los dramas del egosmo en la
selva, de ese egosmo rudo de la fuerza potente, ciego, formida
ble, sagrado como la fatalidad. Y se desataba entera la serie de las
clasificaciones, exponiendo la vida en lo infinitesimal, la vida
microbiana invisible, omnipotencia del nmero, sociedad in
consciente de la mnada, que se solidariza con la muerte y con
las reconstrucciones imperecederas de la Tierra.
El hombre, finalmente: vientre, corazn y cerebro, poltica,
poemas, criterio; el alma, universo del universo, imagen de Dios,
reflector inmenso, antropocntrico, del da, de los colores que
el Sol inflama, que el Sol no siente.
Cierto da habl sobre la educacin.
Discuti la cuestin del internado. Diverga de la opinin
vulgar, que lo condena.
Es una institucin imperfecta, que educa en la corrupcin,
que propicia el contacto entre individuos de toda clase de orge
Gnero de perezosos gigantes que habit en las llanuras de Amrica del Sur
durante el Terciario y el Cuaternario.
2

s302

nes? El maestro es la tirana, la injusticia, el terror? No se coti


za el mrito? Culebrean las lneas sinuosas de la indignidad? Se
aprueba el espionaje, la adulacin, la humillacin? Campean la
intriga, la maledicencia y la calumnia? Los predilectos del favo
ritismo oprimen? Oprimen los ms grandes, los ms fuertes?
Abundan las seducciones perversas? Triunfan las audacias de
los nulos? La reclusin exacerba las tendencias ingnitas?
Tanto mejor: es la escuela de la sociedad.
Ilustrar el espritu es poco; templar el carcter lo es todo. Es
necesario que un da llegue la desilusin del cario domstico.
Y tanto ms ventajoso ser esto cuanto ms pronto suceda.
La educacin no forja las almas: las ejercita. Y el ejercicio
moral no viene de las hermosas palabras de la virtud, sino del
roce con las circunstancias.
La energa para afrontarlas es herencia ingnita de los capa
ces de moralidad, afortunados en la lotera del destino. Los des
heredados se abaten.
Una vez que se han probado en el microcosmos del interna
do, ya no hay ms sorpresas en el gran mundo exterior, donde
se soportarn todas las convivencias y se respirarn todos los
ambientes; donde la razn de mayor fuerza es la dialctica ge
neral, y nos envuelven las evoluciones de todo lo que repta y
de todo lo que muerde, porque la perfidia rastrera es uno de
los procesos ms eficaces de la vulgaridad vencedora; donde el
envilecimiento es casi siempre la condicin del xito, como si
hubiera ascensos hacia abajo; donde el poder es una bveda de
plomo sobre las aspiraciones altivas; donde la ciudad es franca
para las disoluciones babilnicas del instinto; donde lo que es
nulo flota y aflora, como en el mar, cuyas perlas inmensas son
ignoradas, mientras sobrenadan a la luz del da las algas muertas
y la espuma.

303 s

El internado es til; la existencia se agita como la criba del


buscador de oro: lo ms valioso y lo menos valioso se separan.
Cada mocedad representa una direccin. Vendrn los di
simulos, las hipocresas, las incitaciones de la habilidad, de la
ilustracin intelectual; en el fondo, la direccin del carcter es
invariable. La constancia de la brjula es una sola; todos tene
mos un norte necesario: cada cual lleva a cuestas el sobrescrito
de su fatalidad. El colegio no ilusiona: los caracteres se exhiben
en un mostrador de absoluta franqueza. Lo que habr de ser,
ya es. Y esto es tan exacto, que el encuentro y la confusin de
clases y fortunas lo equipara todo, suprimiendo los engaos
de aparato, que tanto complican los aspectos de la vida exterior
y que en el internado se borran por el socialismo del reglamento.
Y que no se diga que es un vivero de malos grmenes, semi
llero nefasto de malos principios que habrn de arborecer des
pus. No es el internado el que hace a la sociedad; el internado la
refleja. La corrupcin que all se muestra lozana viene de fuera.
Los caracteres que all triunfan traen, al entrar, el pasaporte del
xito, y, los que se pierden, la marca de la condenacin.
El externado es un falso trmino medio en materia de educa
cin moral; ni la vida exterior impresiona, porque la familia pre
serva, ni el colegio vive socialmente para instruir la observacin,
porque carece de la convivencia de un mundo aparte, que slo la
reclusin del gran internado propicia. El internado, con la suma
de sus posibles defectos, es la enseanza prctica de la virtud, el
aprendizaje del herrero en la forja, el entrenamiento del luchador
en la lucha. Los dbiles se sacrifican; no prevalecen. Los gimnasios
son para los privilegiados de la salud. El reumatismo est condena
do a ser un psimo acrbata. Grave error, combatir al internado.
Es necesario que se instituya, que se desarrolle, que florezca
y se multiplique la escuela positiva del conflicto social, con sus

s304

malos educadores y sus compaas peligrosas, en la comunin co


rruptora, en el tedio de claustro, de inaccin, de crcel; es nece
sario que los generosos ardores del alma primitiva e ingenua se
disciplinen en la desilusin cruda y prematura, porque nunca
es demasiado pronto para sentir que el futuro importa, en lugar de
deambular fcilmente, con las manos en la espalda, la frente en las
nubes, a travs de las plazas allanadas de la repblica de Platn.
Durante la conferencia pens en Franco. Cada una de las opi
niones del profesor se la aplicaba yo onerosamente al pobre ele
gido de la desdicha, que pagaba por trimestre su abandono en
aquella casa, su renta de desprecio. Recordaba al desembarga
dor de Mato Grosso, la carta que me haba dado a leer, la herma
na raptada, la venganza extravagante de los trozos de vidrio, la
timidez baja de sus modales, su concentracin muda de odios,
sus movimientos incompletos de rebelin y su sumisin final de
expulsado que se resigna. Sent lstima.
Despus de la conferencia, fui a visitarlo.
Estaba en cama en el saln verde, a la derecha, cerca de las
ventanas. Andaba enfermo desde la ltima vez que lo haban
mandado a la prisin.
Bajo la casa. Se entraba por el zagun cementado de los lava
torios. Se tena una impresin de oscuridad absoluta. Hacia los
lados, a la distancia, brillaban vivamente, como ojos blancos,
algunos respiraderos enrejados de aquella especie de bodega
inmensa. El suelo era de tierra apisonada y apenas seca. Impre
sionaba al punto un olor hmedo de hongos aplastados. Con la
escasa claridad de los respiraderos, una vez habituada la vista, se
distingua al centro una especie de jaula o de gallinero hecho con
fuertes travesaos de pino. Dentro de la jaula, una banca y una ta
bla clavada a manera de mesa. Sobre la mesa, un tintero de barro.
Era la celda de castigo.

305 s

All se enjaulaba al condenado en la amable compaa de sus re


mordimientos y de la execracin; por si fuera poco, con una tarea
de pginas para la que lo ms difcil era conseguir luz suficiente.
De tanto en tanto, galopaba un ra
tn en lo invisible; a veces suban
a las piernas del condenado los
repugnantes bichitos de los sitios
lbregos. Cuando lo liberaban, el
preso surga plido, como un redi
vivo, sorprendido ante el aire claro
como si se tratara de algo increble.
Algunos hallaban el medio de vol
ver verdaderamente abatidos.
Franco sali enfermo.
Algunos colegas mostraban in
ters por l. Franco responda con
aspereza: no tena nada! Todos
tenan la culpa; tena que enfermarse, tena que enfermarse gravemente para que sintieran
remordimientos, s, ellos: Silvino, Aristarco, todos sus verdugos!
Razonaba como las vctimas de la vieja escuela, que se dejaban
morir confiadas en su espectro. Y ocult que sufra.
Durante semanas lo devor una fiebre ligera, pero imperti
nente. Se expona a propsito a los rayos del sol y al sereno.
Un da no pudo levantarse.
Un dolorcito de cabeza, explicaba. Le sobrevenan nuseas
y corra a la ventana. Abajo haba un matojo de magnolias copudo como un bosque; l, en el intervalo de las arcadas, se entre
tena encarrilando el hilo viscoso del vmito hacia las amplias
flores albas.
Lo encontr mal.

s306

Con la cabeza hundida en la almohada, enterrado bajo el gran


nmero de cobijas que los vecinos le haban cedido, afectaba
en la fisionoma el descuido infantil, la indiferencia horripilante
y suprema de los que no irn muy lejos. Me sent sorprendido y
aterrado.
El mdico, llamado por Aristarco, haba venido dos veces.
Conden la idea de desplazar al enfermo, recomend cuidado
con los ventanales, diagnostic una fiebre cualquiera al redactar
la rcipe,3 y parti en ambas ocasiones con esa discrecin her
mtica que le da importancia a la clase.
Le pregunt a Franco cmo se senta. Agit despacio los pr
pados y sonri. Nunca le haba visto una sonrisa tan bella; era
una sonrisa de nio ante las puertas de la muerte. Ocho de la
noche. Las lmparas de gas, atenuadas, producan efluvios tris
tes de claridad. Me retir sin hundir la vista en los otros dor
mitorios, por cuyos reflectantes ventanales deba pasar suce
sivamente mi sombra. Busqu al director y le comuniqu mis
terrores.
Al da siguiente, un domingo alegre, Franco estaba muerto.
El tutor se present en persona para las indispensables provi
dencias. El cuerpo se transfiri a la capilla, donde se alz el ca
tafalco. Aristarco llor, pero el cortejo fue modesto: no le con
vena al colegio la pompa de un gran entierro, posible pregn de
insalubridad.
Yo no vi nada; cuando sub de nuevo al saln verde, todo
haba acabado. Algunos muchachos esculcaban curiosos en el
cajn de Franco el espolio de la muerte: un cepillo de dientes
deshilachado, teido con el carmn de un polvo chino, una vieja

En francs, receta (mdica).

307 s

correa sin hebilla, la fotografa gorda de una mujer que se des


nudaba los senos, cartas desordenadas y un mazo considerable
de buenas notas, obtenidas quin sabe cmo, con el nombre de
Franco y firmas falsas de profesores, xito fraudulento con que el
pobre pretenda maravillar al magistrado de Cuiab.4
Cuando se deshizo la cama, cay de entre las sbanas una tarjeta,
un grabado. Santa Rosala! Era mi patrona desaparecida. Quiz ha
ba muerto besndola,
el paria.
Poco tiempo des
pus, el Ateneo estaba
de fiesta.
Se preparaba la so
lemnidad de la distri
bucin bienal de los
premios. Las beneme
rencias andaban hambrientas de coronas. Se suspendieron las
clases. Era necesario comenzar los preparativos con gran an
telacin porque se proyectaba algo nunca antes visto. Haban
prevenido al director de que algunos discpulos le reservaban una sorpresa: el obsequio de un busto de bronce! Aristarco
se predispona para la sorpresa con todas las verdades del alma.
Un busto!, era la retribucin que le vena por sus impagables
esfuerzos, su soada estatua. Le llegara por pedazos. Comen
zaran por la cabeza; ms tarde, le ofreceran el abdomen, una
bella panza metlica, magnfico ombligo de bonzo gordo, sobre
saliente como un puetazo; luego, la prolongacin del cuerpo,
desplazndose sobre rodillos, gradualmente... Ah, cuando le
ofrecieran las botas!... Despus, ya nada sera necesario: el pe
4

Capital del estado de Mato Grosso.

s308

destal se ofrecera a adelantarlo l mismo. Y atornillara, acumu


ladas, las piezas de su orgullo, la pila de sus anhelos, la estatua!
Surgida poco a poco de la sinceridad vagarosa de las oblacio
nes, como difcilmente surge la gloria del escrutinio lento de los
tiempos.
Deba ser una solemnidad sin precedentes en los fastos de la
pedagoga triunfante, un obelisco de gastos, de lujo, de esplen
dor, en cuya cumbre, como la erupcin de un crter, brotara
la sorpresa, galardn de las altas cualidades y desaire supremo
para la competencia de sus rivales.
No haba en el Ateneo un saln con la capacidad necesaria pa
ra tan vasta festividad; ni siquiera la propia sede de los recreos
abrigados. Se decidi cubrir con una lona el patio central, sobre
grandes mstiles convenientemente plantados. Una tienda in
calculable, la ms grande que la imaginacin humana hubiera con
cebido, que abarcara bajo su sombra a cuatro mil personas, con el
pao del velamen de una escuadra prestado a los toldos. Debajo,
las graderas, reservndose, en el centro, una espaciosa arena
para la exhibicin de los laureados. Por medio del ayudante gene
ral de la Armada, que tena dos hijos en el establecimiento, la lona
poda obtenerse cmodamente.
Durante algunos das llegaron al Ateneo cargas inmensas de
tela. Los rollos se extendan en el patio, a lo largo de las paredes.
Aparecieron en seguida las maderas y los carpinteros, un mun
do de carpinteros.
Entre los obreros iban y venan los estudiantes, ayudando, es
torbando con sus carreras, con sus saltos, con sus gritos, presin
tiendo la felicidad del da solemne. Aristarco aprobaba el tumulto:
quera verlos alegres. La muerte de Franco haba producido una
penumbra de pnico. Algunos muchachos se haban ido a casa,
recelosos de la fiebre.

309 s

El alborozo de los preparativos reanimaba al Ateneo. En


pocos das, el patio se atrabanc de postes y travesaos, tablas y
contrapesos como un astillero desmedido. Los martillos golpea
ban por todos los rincones con la crepitacin continua de los
tiroteos. La tierra desapareca bajo el polvo de los maderos cor
tados. Aristarco fiscalizaba las faenas como maestro de obras,
rondando callado, serio, sorbiendo satisfecho las emanaciones
del aserrn fresco, aroma de taller, aroma del trabajo; escuchando
la friccin de los serruchos, con un rumor de fbrica que recor
daba las aspiraciones jadeantes del vapor bajo el vaivn podero
so de los mbolos. Haba un placer especial en aquello, en ver
crecer del suelo, en tres das, en su honor, la selva de vigas y
barrotes con el esfuerzo de tantos hombres activos y ajetreados;
en escuchar el canto de las tablas bajo los mazos, desplegndose en escaleras y gradas como un desafo a las exaltaciones; y en
prejuzgar el efecto total, cuando todo fuese veludillo y paito, y
la afluencia de la poblacin lo invadiera todo, y, entre un terre
moto de aclamaciones, asomara el busto altanero y reluciente.
Sin duda fue menos noble el orgullo de aquellos monarcas de
las pirmides, idiotas macabros y colosales, arquitectos intiles
de sepulcros.
Partieron los carpinteros, se presentaron los armadores. Se
extendieron sobre la viguera los toldos, las velas, como un cielo
de lona. Las ventanas del patio se abran hacia el anfiteatro co
mo tribunas.
Los armadores comprometieron en cenefas todo el pundo
nor de su talento. Toda la pompa que puede producirse con una
buena combinacin de colores vivos y drapeados de muselina
flotante, y celosas de quiosco pintadas, y columnatas de cartn;
todo lo que puede la concordancia asombrosa de la escenografa
y de la ripia se arm profusamente en el patio.

s310

En la arena central se expanda un tapete pardo de flores cla


ras. En una parte de la gradera, convenientemente dispuesta, se
alineaban sillas. Los estudiantes y los asistentes de poca monta
se sentaran sobre la tabla dura. Las aberturas de construccin,
que no podan quedar as al desnudo, se tapizaron de terciope
lo, con frisos de galn. Rojo y dorado. Arriba de los asientos
haba una lnea de balaustres con listones en espiral. En cada
balaustre, un escudo con el nombre de un pedagogo clebre.
Por delicadeza incluyeron varias veces el nombre de Aristarco.
Aristarco no se dio cuenta.
Uno de los dos extremos del tapete se encrespaba en cuatro
peldaos hacia un largo estrado que, erigido frente a la entra
da del anfiteatro, se apoyaba en la pared del saln general de
estudio. All, bajo un dosel, se alzaba un trono para la princesa
regente. De vez en vez, Aristarco, cansado de tanto moverse,
suba al trono y se sentaba. Le haca bien el dosel que tena enci
ma. Y desde all daba rdenes a los armadores como un sobera
no precavido que dictara el esplendor de la coronacin.
Los autores de la suscripcin del busto haban concluido su
tarea. Eran dos: Clmaco, un alumno becado, y el profesor de
dibujo. Clmaco, un joven de espritu prctico, no tard mucho
en rumiar esa feliz idea. Y si le ofreciramos un busto a nues
tro director? Al principio se acord de congregar a los becados;
pero rechaz inmediatamente el recuerdo por inexequible. La
gratitud poda suscribirse entre todos; sala ms barato. Puso
manos a la obra. Los primeros que se vieron asaltados por la
invitacin se quedaron fros. Diablo! No estaban dispuestos a
tener gratitud as, de un momento a otro. Que consultara con los
compaeros y, si la idea prenda, colaboraran sin dudarlo. Al
gunos, ms medrosos, firmaron inmediatamente; otros, incluso
de entre los pequeos, firmaron sin saber a las claras de qu se

311 s

trataba aquello. En pocos minutos, la existencia de la suscrip


cin era del dominio pblico. Comenz, en efecto, la presin
irresistible. Qu miseria! Dudar por diez mil-ris! Quin ten
dra el valor de rehuir la muestra pblica de agradecimiento que
significaba el obsequio del busto? Sera una afrenta al director!
Los primeros signatarios coaccionaban a los otros encarnizndo
se con despecho, como si no quisieran ser los nicos sangrados.
Ya no era necesario que el autor inicial se esforzara. La idea
ganaba terreno por s misma: en dos das la suscripcin estaba
completa. Muchos pagaban en efectivo; los que no tenan dinero
iban a sacarlo a la oficina y el tenedor de libros, en secreto, debi
taba el valor, gastos diversos, en la cuenta del trimestre.
Ante la facilidad de obtener el dinero, Clmaco decidi sen
satamente eximir del rateo a los becados: participaran con su
intencin sincera y nada ms. Razonable. Cuando principiaron
los preparativos de la solemnidad, ya el busto, obra de un celoso
artista, estaba fundido.
El da 13 de noviembre, a las nueve, comenz la afluencia. El
anfiteatro del patio estaba cerrado an. Los invitados que llega
ban, luego de saludar al director, se dispersaban paseando en
grupos por el jardn o recorran los salones del establecimiento
examinando los aparatos escolares, los carteles, las mximas de
sabidura, y meditando sobre la seriedad de la enseanza que se
imparta en aquella casa. La afluencia aument. Las invitaciones
se haban distribuido ampliamente por la ciudad. A las once era
difcil circular en el Ateneo. La fiesta comenzaba a las dos. Al
medioda se franque el anfiteatro.
Fue como si se hubiera abierto el seno de Abraham. La ltima
mano de los armadores haba sido digna del primer esfuerzo. A
lo alto, siguiendo la curva de las gradas, en cenefas, en tiras en
trelazadas, oscilantes, se cruzaba el color rosado de las sonrisas

s312

infantiles con una franja anaranjada de arrebol; inmediatamen


te despus, una zona de vivo escarlata que hera sangre en las
venas del ms subido jbilo; se levantaban las columnatas con
los escudos; debajo de los escudos, ocho soberbios peldaos de la
gradera, terciopelo y galones. Cerca del trono se elevaba un pa
lenque para el cuerpo docente; del lado opuesto, simtricamen
te, otro palenque para la banda de msica y para los cantantes.
Ya no se vea el techo de lona; enormes guirnaldas de ramaje y
flores se enmaraaban a lo alto en gracioso desorden, flcidas,
colgantes, desprendindose como un diluvio de primavera. En
tre el verdor cargado de los festones del techo y el tapete pardo
vagaba la serenidad oscura de las catedrales y de las selvas, ne
blina penetrante de recogimiento. La gente que entraba guarda
ba silencio. Las pocas voces que se oan eran bajitas, susurros
de misa, sordina aterciopelada, amortecida, como si el tapete
estuviera hablando. La cornisa de cenefas vibraba, desentonan
do con la melancola religiosa del recinto. Algunas rasgaduras de
la lona sobre el follaje contrastaban an ms, abrindose a la
irrupcin del da.
Los alumnos entraban uniformados, suban, se sentaban a la
izquierda, haciendo temblar todo el edificio de carpintera. Aris
tarco vino a plantarse en la puerta. Un inmenso cortinaje encar
nado, de grandes borlas, se torca sobre l como para exponerlo.
Pantalones negros, chaqueta, el pecho blindado de condecora
ciones, una cinta de dignatario en el cuello, que lo ahorcaba de
nobleza. Mirando!5 La suprema correccin, la envergadura im
ponente del talle, la majestad dominante de la presencia, todo se
funda en un mismo panzazo de petulancia. Los muchachos lo
Aqu en el sentido del gerundivo latino mirandus, del verbo mirare (admi
rar): el que debe ser admirado.
5

313 s

observaban con el placer del soldado que se enorgullece de su co


mandante. El maestro envidiable, lijado, brillante para la fiesta,
como si se hubiera tragado a un armador.
En torno a Aristarco, como oficiales subalternos, se afana
ban los miembros de un comit de recepcin compuesto por
profesores de buena presentacin y alumnos en condiciones
similares. Realizaban, junto con el director, un interesante cere
monial de hospitalidad. A la entrada del anfiteatro se apretujaba
la multitud de invitados. Aristarco y sus ayudantes observaban,
husmeaban, descubran a los padres y a las familias de los ms
pudientes, los pescaban y los llevaban hacia la entrada pretirien
do a los que estaban ms cerca. Los elegidos eran conducidos
a las sillas de la gradera. Y si encontraban en los asientos espe
ciales a alguien a quien no hubieran llevado hacia all, lo invita
ban delicadamente a levantarse porque la familia del vizconde
de Trs Estrelas no poda ir a sentarse en las tablas pelonas. Este
rigor de etiqueta haca sudar a la comisin, cohibida entre la ma
sa de la concurrencia. Aristarco aprovechaba tambin para des
quitarse de los contribuyentes que figuraban como morosos en
el registro. Al final, la pesca de los selectos fue evidente. Hubo
murmullos, estremecimientos de sorda indignacin; todas las
invitaciones eran iguales! Y, con el pretexto de que la multitud
haba crecido, muchos se fueron escabullendo sin considerar ya
al director ni a los comisionados de la cortesa.
El anfiteatro se llen tumultuariamente.
La Princesa Serensima, con su augusto esposo, lleg puntual
a las dos, accediendo a la invitacin que haba recibido antes
que nadie.
A las dos con tres minutos, Aristarco suba a la tribuna. No
hace falta decir que la cangrejera haba sufrido una ms de las
grandes conmociones de su malhadada existencia. Ah estaba,

s314

paciente y cuadrada, en su ejercicio efectivo de porta-retrica.


La haban puesto a la derecha del solio de la princesa y frente al
orfen.
Aristarco se inclin ligeramente hacia la Graciosa Seora. Pa
se una mirada sobre el anfiteatro. No pudo decir palabra. Por
primera vez en su vida, se sinti mal ante un auditorio. La masa
de escuchas se apretujaba curiosa en la lnea de las graderas, for
mando una curva de herradura. El color negro de las chaquetas
y sacos se generalizaba en el espacio como una oscuridad des
orientadora; lo amedrentaba aquel semicrculo oscuro, enorme.
La impresin simultnea del pblico le impeda reconocer alguna
fisionoma amistosa que pudiera animarlo. Pero era urgente que
improvisara algo antes de soltar la elocuencia que traa garabatea
da en tiras de papel... Entonces su mirada fue a parar en un objeto
que le devolvi la conciencia de s mismo. Ante la tribuna se alza
ba una peana de madera lustrosa; sobre la peana, una forma inde
terminada, misteriosamente envuelta en una capa de lana verde.
La sorpresa! Era l el que estaba all, forrado por la expectativa
de la circunstancia; l, bronce impertrrito, su efigie, su estmulo,
su ejemplo: incluso ms l que l mismo, que temblaba, porque el
bronce era la verdad de su carcter, desfigurado y sustrado por
un momento absurdo de debilidad. Record que la amplia tienda,
las guirnaldas de flores, la viguera, el veludillo, la arquitectura
de los palenques, los galones clavados con alfileres, todas las ce
nefas de paito, la mirada de los discpulos, la presencia de la po
blacin, el busto dentro de la capa verde, todo era su triunfo por
su triunfo, y el embarazo se desvaneci. La inspiracin le hirvi
como una nusea en el gaznate, le vibr elctrica en la lengua, y
Aristarco habl. Habl como nunca, olvid el abultado mamo
treto que haba trado, improvis como Demstenes,6 inund la
arena, los peldaos del trono, todas las filas de la gradera hasta

315 s

la octava, con el ms asombroso torrente de facundia que alguien


haya hecho correr sobre la tierra.
El tema se adivina fcilmente. Agradecimientos, elogios a sus
penares de apstol. Abra su chaqueta y nos mostraba. Bajo las
insignias estaban las cicatrices. Las saetas que le atravesaban el
alma no podan verse bien por el chaleco, pero se evaluaban a
partir de la descripcin: deban ser horribles. Despus de sus
sufrimientos, sus servicios.
El educador es como la msica del futuro, que un da se co
noce y slo se comprende al da siguiente: es la posteridad la
que habr de juzgar. En cuanto a su pasado, mejor ni hablar!
no miraba hacia atrs por modestia, para no convertirse en una
estatua, como la mujer de Lot.7 Con el Ateneo estaba satisfecho:
un semillero razonable, que no se haca del rogar para florecer.
Corazones de tierra colorada, donde las lecciones del bien pren
dan con fuerza. Bastaba que cayera la semilla para que la vir
tud, instantnea, saltara como una roseta. Una maravilla, aquel
huerto fecundo! Que los calumniadores y los envidiosos, antes
de maldecir al hortelano, evaluaran sus repollos; que pesaran sus
nabos; sus tronchudas coles crespas, modestas y serviciales;
sus cndidas lechugas; sus sensibles cebollas, de lgrima tan f
cil como sincera; sus instruidas papas; sus delicadas calabazas,
que todos van a plantar y nadie planta; sus ajos, tipos eternos,
a veces poros, de una vivacidad bien aprovechada; por no ha
blar de sus erizados maxixes,8 de sus amoratadas berenjenas, de

Orador ateniense del siglo iv antes de Cristo.


La mujer de Lot se convirti en una estatua de sal porque se volvi hacia
atrs para ver la destruccin de Sodoma.
8
Cucurbitcea de fruto pequeo y ovalado, con pas como las de los chayo
tes, de origen africano. Se consume sobre todo en el Nordeste de Brasil.
6
7

s316

sus mastuerzos innombrables, de sus berros amargos, de sus es


pinacas insignificantes, ni del carur, las espinacas chinas o la
trapoiraba9 de los baos, que tiene una flor galante, pero que, a
fin de cuentas, es un hierbajo. Esa huerta paradisiaca que l se
ufanaba de cultivar! La distribucin de los premios lo mostrara.
Poda concluir volviendo al viejo tema de la alabanza en bo
ca propia; prefiri una simple bomba cualquiera de retrica,
porque el maestrculo Venancio iba a hablar tambin y, en su
calidad de paje por dedicacin, siempre disputaba uno de los
extremos de su manto de glorias para alzarlo.
Siguieron algunas piezas de la banda del Ateneo y los himnos
escolares.
Decan que Aristarco haba mandado insertar un solo de zam
bomba en la parte concertante para exhibir a su yerno. Burlas.
La premiacin fue exuberante, como deba ser. Aristarco le
y un informe del movimiento literario durante los ltimos dos
aos. Record el nombre de los alumnos que haban obtenido
medallas de oro y plata desde la fundacin de la casa e invit
al secretario a llamar, siguiendo el orden de sus mritos, a los
nuevos premiados. Una lista extensa. Por cada nombre bajaba
un alumno, blanco de emocin, dando pasos torpes, y transpo
na la arena.
A la izquierda del trono haba una mesa larga, donde estaban
sentados el excelentsimo ministro del imperio y varios figuro
nes de la Instruccin Pblica.
Ante ellos, ocultndolos, elevada, se alzaba una pirmide ver
de de coronas de roble, papel y alambre, y otra de coronas de
oro, idem, idem. Oro para los de medalla, roble para el resto, en
abundancia.
9

Hierba medicinal.

317 s

En el estrado, a poca distancia, montones de libros lujosa


mente encuadernados. El premiado reciba tres, dos, uno de
aquellos volmenes, la medalla, la mencin honorfica, un ser
moncito amable del ministro, y sala mareado con todo aquello.
Cuando ya estaba en camino, por la espalda y a traicin, un
inspector le meta una de las diademas de papel. Se la hunda
hasta los ojos cuando era demasiado grande, y peor an cuando
era pequea, porque el msero laureado tena que equilibrarla
hasta llegar a las gradas.
El pblico aplauda, tal vez el premio, tal vez la suerte.
Ribas, Mata el Jorobadito, Nearco el Saulo de las distincio
nes y otro ms obtuvieron medalla de oro. Rmulo, Malheiro,
Clmaco, Sanches, Maurilio, Barreto y otros quince, medalla de
plata. Egbert, Cruz el de la doctrina, el azafranado Barbalho, Al
meidinha, Negro, yo y muchsimos ms, una simple mencin
honorfica. A los no contemplados les quedaba el consuelo de
ser un simple contrapeso en la justicia distribuida.
Entre la masa de invitados, varios cientos de representantes
de la buena sociedad, haba personajes verdaderamente nota
bles; figuras con ttulos de slida grandeza; millonarios con t
tulos an ms slidos; personajes polticos de hermosa estampa
y tradiciones sonoras: unos exhibiendo en la frente las nieves
meditabundas del hibernal senado, otros, la energa juvenil de
la cmara provisional; mdicos que se haban vuelto clebres
gracias a sus hazaas quirrgicas o, simplemente, gracias a la
recproca viviseccin de deshonras por encomienda en plena
plaza pblica.
Haba periodistas, literatos, pintores, compositores; entre las
seoras, acumuladas principalmente en las gradas especiales, se
distinguan perfiles soberbios de reinas en plena eflorescencia de
la hermosura, que la claridad blanda del lugar vaporizaba iluso

s318

riamente; haba ostentaciones de pedrera y vestuarios que im


presionaban; haba juventudes de labios y mirada enervantes o
arrebatadores; morenas que forzaban mgicamente el sopor de
la siesta sensual bajo la caricia oportuna de un minsculo pie vic
torioso; rubias que invitaban
a un enlace de xtasis hasta
las nubes, ms alto!, hasta el
retiro etreo donde viven su
amor las estrellas dobles...
Pero se no era el gran atrac
tivo. Para nosotros nada po
da alzarse ni un palmo por
encima de la perspectiva ge
neral de la multitud; nuestra
gran inquietud era el poeta.
El poeta!, murmuraba el
colegio, unos buscndolo,
otros sealndolo. Era aquel
que estaba de pie, con la ma
no en la cadera, vistoso en el
palenque del profesorado,
entornando hacia ambos lados, sobre las personas ms cercanas,
una asombrosa profusin de patillas.
De entre las patillas, como un gorjeo del bosque, sala una na
riz alejandrina con dos hemistiquios, artsticamente larga, que
disimulaba el caballete de la cesura conforme la ltima moda
del Parnaso.10 En la raz del potico apndice brillaban dos ojos
vivsimos, redondos, de bho, como los de Minerva. Y tenan
Alusin al parnasianismo, escuela literaria que lleg a gozar de gran popu
laridad en Brasil durante los ltimos decenios del siglo xix. Era frecuente que
10

319 s

tanta vida al fondo de las rbitas cavas, que bien poda verse all
cmo debe brillar el fondo en la fisionoma de la estrofa. El gran
doctor caro de Nacimiento! Vena al Ateneo exclusivamente pa
ra declamar un poema famoso que desde haca algn tiempo era
el xito obligado en las fiestas escolares de Ro: El maestro.
Inmediatamente despus de los premios le cedieron la palabra.
Durante media hora sucedi algo extrao: una convulsin
angustiosa de barbas en el espacio. Creciente. Desapareci el
poeta, desapareci el palenque, se llen el anfiteatro; desapare
cieron el trono con Su Alteza regente y la larga mesa con Aris
tarco y el excelentsimo del imperio; se ovillaron las graderas;
todo desapareci en una expansin incalculable de patillas, jubi
leo de mentones. No se vea a nadie ms, nada ms en aquel caos
tormentoso de pelos, donde una voz pasaba atronadora, carga
tremenda de escuadrones por la noche espesa, clavando versos
como patadas, aplastando, rompiendo avante.
Hasta que volvimos a ver la nariz. Las barbas se calmaron un
poco. Se recogieron, como una inundacin que se retira. Haba
acabado el poema. Nadie entendi ni una palabra de aquel grite
ro, pero la impresin fue formidable.
Despus de una pausa musical, que fue como un descanso
reparador, sigui la inauguracin del busto. Le dieron la palabra
al profesor Venancio.
Aristarco, en la gran mesa, sufri su segundo estremecimien
to de terror durante aquella solemnidad. Hizo un esfuerzo, se
prepar. A veces, para arrostrar el encomio cara a cara, se re
quiere tanta bravura como para enfrentar las agresiones. Tam
bin la vanidad se acobarda. Venancio iba a hablar: valor! La
los poetas parnasianos, exigentes cultivadores de formas mtricas rgidas, escri
bieran en versos alejandrinos.

s320

oscilacin del turbulo puede causar nuseas. Tema algo que


quiz fuera la jaqueca de los dioses: mareos por el mucho in
cienso. Le gustaba inmensamente el elogio. Pero Venancio era
demasiado. Y all, ante aquel mundo de gente! No importa! Vi
va el herosmo.
Lo conveniente era asumir una actitud lo bastante severa y
olmpica para corresponder a la glorificacin de Venancio. Listo.

321 s

El orador acumul paciente todos los eptetos de engrandecimiento, desde el raro metal de la sinceridad hasta el cobre
dctil, cantante, de las adulaciones. Fundi la mezcla en una
hoguera de calurosos nfasis y forj la masa como un cclope,
largamente, hasta acentuar la imagen monumental del director.
Pasado el primer recelo, Aristarco se olvidaba en la delicia de
una metamorfosis. Venancio era su escultor.
La estatua ya no era una aspiracin: estaban forjndola all
mismo. El director senta cmo se le metalizaba la carne a me
dida que Venancio hablaba. Comprenda a la inversa el placer de
la trasmutacin de la materia bruta penetrada y animada por el
alma artstica: una frialdad de hierro le congelaba los miembros;
en las manos, en el rostro y la epidermis observaba, adivina
ba reflejos nunca antes vistos de pulido. Se le consolidaban los
pliegues de la ropa en drapeados resistentes y fijos. Se senta
extraamente macizo por dentro, como si hubiera bebido yeso.
La sangre se le detena en las arterias comprimidas. Perda la
sensacin de la ropa; se empederna, se mineralizaba entero. No
era un ser humano: era un cuerpo inorgnico, un peasco inerte,
un bloque metlico, una escoria de la fundicin, una forma de
bronce que viva la vida exterior de las esculturas, sin concien
cia, sin individualidad, muerto sobre la silla... oh, gloria!, pero
convertido en estatua.
Coronmoslo! vocifer de pronto Venancio.
En ese instante, Clmaco, estratgicamente apostado, jal con
fuerza un cordn. Del dilacerado forro verde emergi la sorpre
sa: el busto que se ofrendaba. Un poco de sol rastrero, perforan
do la lona, iba a despedazarse por encargo contra el metal nuevo.
Coronmoslo! repeta Venancio, entre un vendaval de
aclamaciones. Y sacando de la tribuna una esplndida corona
de laureles que nadie haba visto, la puso sobre la figura.

s322

Aristarco volvi en s. Toda la oracin encomistica de Ve


nancio se refera al busto. Ninguno de esos hermosos apstro
fes era para l! Sinti celos. El placer de la metamorfosis haba
sido una alucinacin. El aclamado, el endiosado era el busto: l
segua siendo el pobre Aristarco mortal, de carne y hueso. Hasta
Venancio, el fiel Venancio, lo abandonaba. Y por eso, por esa
cosa mezquina sobre la peana, por aquel pedazo de Aristarco,
que ni siquiera era humano!
En cuanto acab de hablar el profesor, todos vieron a Aristar
co levantarse, atravesar frenticamente el espacio alfombrado y
arrancarle al busto la corona de laureles.
Todos alabaron la magnanimidad de su modestia.
Pero el da acab inspido para el director. Rumiaba confusa
mente la tristeza de aquella nueva rivalidad: el bronce invencible.
Por qu no usan los grandes hombres pedestales en vez de
poltronas?
De qu sirve la estatua, si no somos nosotros? La adopcin
del pedestal en el mobiliario al menos tendra la ventaja de faci
litar la degustacin de la gloria de cuando en cuando, de la gloria
efectiva, de la gloria actual, de la gloria prctica.
La columna estara all, en un rincn. Tan pronto como vinie
ra la necesidad, nada ms fcil: se encaramara uno en el mon
tculo, ensayara la postura y esperara inmvil a que cediera el
espasmo. Pero no!, fuerza era aceptar la amarga verdad.
El monumento prescinde del hroe, lo desconoce, lo depone
por sustitucin, lo subyuga, lo anula.
Por todos los diablos! Por qu tiene que ser la inmortalidad
un trozo de mrmol sobre un difunto?
Por la nochecita se retiraban los invitados, las familias, mul
titud confusa de alegras y despechos. Las madres acariciando
mucho a su hijo sin premio, los padres odiando al director, mi

323 s

rando como vencidos a los que pasaban satisfechos; los padres


de los colegas del hijo, ms orgullosos por la humillacin ajena
que por su propia victoria.
Al margen del torrente de los que se iban, un poco ms all de
la entrada del anfiteatro, me mostraron una familia humilde,
de luto, en un rincn: era la familia de Franco. El desembargador
sostena el sombrero en la mano, olvidando cubrirse. Hombre
bajo, de fisionoma agobiada, largas barbas canas, calvo, ojos pe
queos, prpados abultados.
Vena de Mato Grosso un ao despus de lo planeado. El tutor
le haba dado la noticia.
Andaba ahora mostrndole a su familia la ciudad de Ro. Ha
ba venido a la fiesta del colegio, a la escuela de su hijo, para
distraer a su hija, la raptada, que estaba all con su madre y sus
dos hermanas menores, muy plida, flaca, sumida en un ensi
mismamiento sombro, incurable de melancola y mutismo, con
las pestaas cadas y la mirada fija en la tierra, como quien es
pera encontrar algo.

s324

sXII s
Msica extraa en la hora clida. Deba ser Gottschalk.1 Aquel
esfuerzo agnico de los sonidos lentos, dolientes, deliciosa an
gustia del gozo extremo en que podra quedar la vida, porque ha
bra sido una conclusin triunfal. Notas graves, una, otra; pausas
de silencio y tiniebla en que el instrumento sucumbe, y luego un
da claro de renacimiento que ilumina el mundo como el instante
fantstico del relmpago y que la oscuridad abate de nuevo...
Hay reminiscencias sonoras que se vuelven perpetuas, como
un eco del pasado. El piano a veces me recuerda aquella fecha,
la hace resurgir.
Desde el profundo reposo decado de la convalecencia, desde
aquella serenidad extenuada en que la fiebre nos deja infantili
zados en la debilidad como si recomenzramos la vida, inermes
ante las sensaciones por un refinamiento mrbido de la sensi
bilidad, yo aspiraba la msica como la embriaguez dulcsima de
un perfume funesto; la msica me envolva contagindome su
vibracin como si hubiera nervios en el aire. Las notas, distantes,
me crecan en el alma con una resonancia enorme de cisterna.
Sufra, como las palpitaciones fuertes del corazn cuando el sen
timiento se exacerba, la sensualidad disolvente de los sonidos.
Louis Moreau Gottschalk (18291869) fue un compositor originario de
Nueva Orleans famoso por su virtuosismo en el piano y por la influencia lati
noamericana de sus piezas. Muri prematuramente durante una gira en Ro de
Janeiro.
1

325 s

Laxo, sobre las sbanas, en una comodidad ideal de tmulo,


pues mi voluntad haba muerto, dejaba que el encanto me mar
tirizara. La imaginacin hua libre, con las alas crecidas.
Y reconoca visiones antiguas en el techo de la enfermera,
en el papel tapiz de un rosa desmayado, color peculiar, enfermo
y plido... Aquel rostro blanco, cabellos de ondina partidos por
el medio, sueltos, negrsimos, desatados sobre los hombros: mi
adorada de los siete aos, que me tena una estrofa, parodia
de un almanak,2 la verdad sea dicha, y que le haba entregado
sangriento escarnio! su propio novio; otra igualmente cla
ra, la pequeita, la muerta a quien yo tanto haba apreciado, cuya
existencia haba sido en el mundo como el vuelo de los vestidos
que los sueos se llevan, como la frase huidiza de un himno de
ngeles que el azul embebe... Otros recuerdos confusos, precipi
tados, mutaciones suaves, incansables, de nubes que fascinaban
con el vrtigo de la elevacin; fugas lisas por un plano oblicuo
de vuelo, oscilacin serena de un prodigioso aerostato en plena
atmsfera...
Panoramas completos, una despedida, abrazos, lgrimas, el
steamer3 negro sobre el agua color esmeralda, inquieta y sin fondo,
la rejilla de cuerdas blancas que cercaba la popa, los salvavidas
como grandes collares aplanados, cabos que se perdan en lo
alto, cadenas que se disolvan en la espesura vtrea del mar; la c
mara dorada, baja, sofocante, el torbellino de los que se acomo
dan para quedarse, de los que se apresuran a bajar a los botes...
Una ventana. Abajo, el espacioso asoleadero; al frente, man
gos que redondeaban su copa sombra contra el lienzo ntido
del cielo; ms all de los mangos, conglobaciones de cmulos
2
3

Almanaque, en rabe (lengua de la que procede el vocablo).


Barco de vapor.

s326

que crecan a ojos vistas, floresta colosal de plata; del otro lado,
montaas arboladas que exponan aqu y all protuberancias
pectorales de herrumbre, como armaduras viejas. En el asolea
dero, tendidas, piezas de ropa irisadas de jabn, medias largas
con borda roja desenrolladas sobre la hierba, aorando la pier
na ausente, grandes sbanas, vestidos rugosos de tan mojados;
encima del asoleadero, cuerdas; en las cuerdas, blusas transpa
rentes y escotadas, de encaje, sin mangas, lagrimeando espacia
damente el lavado, como si sudaran al rayo del sol la transpira
cin de muchas fatigas; faldas blancas que bailaban en la brisa el
recuerdo coreogrfico de la soire ms reciente.
Cuando el viento era ms fuerte, hencha las ropas extendi
das, inflamando vientres de mujer en las faldas y en las blusas.
ngela apareca. Siempre en su rayo de sol, como las hadas en
un rayo de luna. Me saludaba por la ventana con una de sus ex
clamaciones vivas de nio sorprendido. Sin chaqueta; en las
manos, apilados, dos montones de ropa enjuagada. Ayudaba a
la lavandera para distraerse. Hablaba mirando hacia arriba, en
frentando el da sin cubrirse los ojos.
Estaba fastidiada. Qu pereza! Qu pereza! Qu ganas de
recostarse en un regazo! Comenzaba sus infinitas historias na
rradas despacio, como derretidas en su labio caliente, muy re
pisadas, de cuando era pequea: aventuras de la inmigracin,
casas donde haba trabajado; contaba el origen del drama del
ao anterior... Haba tratado de apaciguarlos para ver si las cosas
llegaban a buen trmino; la desgracia no lo quiso. Ahora, a decir
verdad, le gustaba ms el que haba muerto. El asesino era muy
malo, le exiga cosas como si fuera una esclava. Era bruto, bruto.
Pero era de Espaa, compaero de viaje y un hombre hermoso!
Galn, ya lo saba yo; pero la maltrataba, la golpeaba, la empuja
ba: mira, todava tena marcas, y levantaba cndidamente el ves

327 s

tido para mostrar, en la rodilla, en el muslo, cicatrices, manchas


antiguas que yo no vea en lo absoluto, ni ella.
La msica cesaba...
Las venecianas abiertas dejaban entrar la claridad del tiempo.
Entraba tambin un bisbiseo imperceptible de rboles que habla
ban a lo lejos, gorjeos sibilantes de pjaros, gritos humanos indis
tintamente atenuados por la inmensa distancia, pequeos golpes
de picapedrero, temblor de carros en las calles, miniatura extre
ma del trueno, fracciones nfimas de vida pulverizadas en la luz...
La puerta de la enfermera se franqueaba despacito y, con su
matine4 de muselina elegante y suelta, apareca la amable seora.
Vena a ver si estaba dormido, a averiguar cmo me encontraba.
Bastaba su presencia para
reanimarme en el lecho. Tan
buena, tan buena en su cario
de enfermera, de madre.
Junto a la cama, un velador
modesto y una silla. Ema se
sentaba. Posaba los codos en
el borde del colchn, la mira
da en mis ojos: aquella mirada
inolvidable, negra, profunda
como un abismo, bordada con
todas las seducciones del vrtigo. Yo no poda resistir. Cerraba los
prpados; senta todava sobre el prpado, con el hlito de tercio
pelo, la caricia de aquella atencin.
Pasado algn tiempo, la seora, para ver si tena fiebre, de
moraba sobre mi frente su pequea mano, finsima, fresca, deli
ciosa como una diadema de felicidad.
4

Bata.

s328

Yo me perda en una somnolencia sin nombre, que no han


sido capaces de producir ni los ms suaves vapores del narco
tismo oriental.
Con el rgimen fortificante de esta terapia, recobraba rpida
mente la salud.
Inmediatamente despus de la fiesta de la educacin fsica,
que fue algunos das despus de la gran solemnidad de los pre
mios, me haba enfermado. Sarampin, ni ms ni menos. Mi
padre haba viajado a Europa debido a sus padecimientos y se
haba llevado a la familia con l. Yo me haba quedado en el Ate
neo, confiado al director como si se tratara de mi tutor.
Media docena de muchachos me acompaaba. Qu soledad
tan terrible, el Ateneo desierto! En el patio, el silencio dorma
bajo el sol como un lagarto. Deambulbamos bostezando por
los salones desmontados, desnudos, los pupitres amontonados
en un rincn. En el encalado quedaban tan slo los clavos de
los mensajes y algunos cuadros de mximas; para mayor in
sipidez, los consejos morales ms necios. En los dormitorios,
las camas deshechas mostraban el esqueleto de fierro pintado, la
cuadrcula de placas cruzadas. Comenzaba un amplio trabajo
de lavado, barnizado, encalado; algunos pintores vinieron a
reformar las fachadas del edificio que se remodelaban todos
los aos.
Los tristes reclusos de las vacaciones permanecamos en me
dio de aquella restauracin general como cosas viejas, del ao
pasado, con el deplorable inconveniente de que no nos podan
encalar ni pintar de nuevo.
En esta situacin, como por el excesivo brillo de las pare
des insoladas, que agitaban fulgores entre la melancola tibia de
los cerros circunvecinos, comenzaron a dolerme los ojos hasta las
lgrimas; un desagradable sabor de castaas crudas me forr la

329 s

lengua. Sera se el sabor del aburrimiento? Me pesaba la cabe


za, el cuerpo entero, como si estuviera cubierto de plomo.
As pas algunos das, sin quejarme. Cierta maana, descubr
en mi cuerpo un hormiguero de puntitos rojos. Aristarco hizo
que me recluyeran en la enfermera, un ala de su residencia que
se prolongaba hacia el rea de la natacin. Vino el mdico; el
mismo de Franco. No me mat. Doa Ema fue mi verdadero
auxilio. Saba celar, animar y acariciar tan bien, que la agona
misma haba sido una resurreccin bajo su cuidado.
La enfermera era una simple ala de la casa, una especie de
pabelln lateral al que se entraba independientemente por la
quinta y comunicado por dentro con las otras piezas.
La seora no abandonaba la enfermera. Vigilaba mi sueo,
mis crisis de delirio, como una hermana de la caridad.
Aristarco apareca solemnemente a veces, sin demorarse.
ngela nunca. Le haban prohibido la entrada.
Junto a la cama, doa Ema se conmova al ver la postracin
plida con que reabra los ojos tras uno de esos periodos de sue
o de los enfermos, que tanto se parecen a la muerte. Sacaba mi
mano, la retena entre las suyas, pasaba el tiempo; le reluca en
la mirada un brillo de llanto. Ella misma traa los alimentos de la
dieta; ella me los serva. A veces, por un juego carioso, inten
taba darme el alimento en la boca, la cucharadita de sag, que
probaba primero, con un adorable mohn de beso. Si necesitaba
trasladarse por el aposento para cambiar un frasco o entreabrir
la ventana, caminaba como una sombra por un suelo de paina.5
Yo me senta deliciosamente pequeo en aquel crculo de
acogimiento, como en un nido.
Copo algodonoso que produce el palo borracho, usado para rellenar almo
hadas, entre otras cosas.
5

s330

Cuando empec a convalecer, la graciosa enfermera se vol


vi alegre. A escondidas del mdico me embriagaba con aquella
medicina de risas, gargareo inimitable de perlas, por cualquier
pretexto. Parloteaba, se agitaba como un pjaro enjaulado. A ve
ces, para arrullarme, cantaba canciones desconocidas tan fina
y sutilmente que los sonidos casi moran en sus labios, blandos
como el aleteo blando de la mariposa que expira. Cuando crea
que me haba dormido, me acomodaba la colcha sobre el hom
bro, alisndola sobre mi cuerpo. Una vez me bes la sien. Y se
retiraba imperceptiblemente, se evaporaba.
Por un azar de la distribucin acstica en los compartimentos
de la casa, el sonido del piano del saln se oa bien, agradablemen
te mitigado. La amable seora, para mandarme desde su ausencia
algo que an fuera acariciador y amable, traduca en el teclado,
con la misma blandura sentida, las canciones que saba entonar.
Ninguna violencia de ejecucin. Sentimiento tan slo, sentimien
to, sucesin meldica de sonidos profundos, destacados como el
repiqueteo de los bronces en noviembre; despus, una resplan
deciente sarta de lgrimas cosechadas en un lago de reposo final,
sereno, consolado... efectos conmovedores de la msica de Scho
penhauer;6 forma sin materia, turba de espritus areos.
La primera vez que me levant, trmulo de debilidad, Ema
me ampar hasta la ventana. Eran las diez. Haba todava una
frescura matinal en la tierra. Ante nosotros, el jardn verde
gueante, constelado de margaritas; despus, un muro de hiedra
y bambes a la derecha; una parte del prado del frente; despus,

Referencia a la teora del filsofo alemn Arthur Schopenhauer (1788


1860), segn la cual la msica es cualitativamente superior a las dems artes,
ubicndose al mismo nivel que las Ideas platnicas como objetivacin inmediata
de la voluntad.
6

331 s

casas, torres, ms casas all adelante; tejados que se perdan en


la distancia, la ciudad. Todo me pareca desconocido, renova
do. Aquel espectculo se cubra de un curioso esplendor. Era la
primera vez que me encantaban a tal punto las gradaciones del
verde: el verdinegro vidriado, reluciente, de la hiedra; el verde
flotante, ms claro, de los bambes; el verde clarsimo del cam
po a lo lejos, sobre el muro, con todo el fulgor de la maana.
Techos de casas, qu novedad! Qu novedoso el perfil de una
chimenea rayando el espacio! Ema se entregaba, como yo, al
placer de los ojos. Me sostena en un suave abrazo; me tocaba
con su cadera en reposo.
Absorto en la contemplacin de la maana, penetrado de ter
nura, inclin la cabeza hacia el hombro de Ema como un hijo y
entrecerr los prpados: vi el campo, los techos rojos, como co
sas soadas en una lejana infinita a travs de un tejido vibrtil
de luz y oro.
Desde aquella ocasin, la compaa de la buena seora se
convirti para m en una necesidad desesperada. No! Nunca
haba amado as a mi madre! Ella estaba entonces de viaje por
pases remotos, como si ya no viviera para m. No me haca falta.
Yo no pensaba en ella... Aquella mirada negra, bella, poderosa,
haba oscurecido mis recuerdos como se disipan en la noche las
lneas, las formas, los perfiles, los tintes en el aniquilamiento
uniforme de la sombra... Era muy poco un resto deshecho de
nostalgia para aquella inercia intensa, que avasallaba.
Slo me atenazaba un terror, alarma eterna de los felices,
acidez insanable de los mejores das: que aquella situacin se
destruyera sbitamente. Mi convalecencia progresaba; era una
lstima.
Mi mundo se limitaba al pequeo aposento de la enferme
ra. Mi pasado eran los recuerdos del da anterior: una caricia

s332

especial de Ema, una actitud seductora que se me clavaba en la


memoria como una visin presente, las dos cavernuelas, que yo
besaba, que los codos de Ema dejaban en el colchn presionado
cuando se iba, despus de su ltima visita nocturna, en que se
quedaba como esperando que me durmiera, con el rostro apo
yado en las manos, los brazos sobre la cama, imponindome el
letargo magntico de su vasta mirada.
Mi futuro era el despertar precoz; la ansiada esperanza de
su primera visita. Saltaba de la cama, abra imprudentemente el
ventanal, la veneciana. Todava oscuro. Una luz al frente, lejana,
irradiaba solitaria, reforzando la oscuridad por contraste. Por
todas partes, el firmamento limpio. El ms completo silencio.
Podra sentirse, en el silencio azul de las alturas, la crepitacin
de las estrellas al arder.
Yo volva a mi lecho. Esperaba. Ya no dorma. Al cabo de
mucho tiempo, la primera manifestacin de la alborada entraba
en la enfermera; se acercaba a las sbanas, con cuidado, como
una insinuacin derramada de leche. La arboleda se mova afue
ra con el bullicio progresivo del follaje que despierta. La luz,
amable, recelosa, se desenrollaba dulcemente por el piso y las
paredes.
Haba en el aposento un gran cromo que representaba un pai
saje: al fondo, montaas de nieve; ms a la vista, una vivienda
desmantelada, una cascada de ail y pinos espectrales, fatigados,
encanecidos por un siglo de tormentas. La madrugada suba al
cuadro como si amaneciera tambin en la regin de los pinos.
Yo, esperando. La madrugada progresaba.
La vegetacin se pona el penacho de los colores diurnos.
Dialogaba el primer trino de los pjaros. Yo, esperando an. Y
ella vena... con la aurora.
Una vez me trajo una carta, de Pars, de mi padre.

333 s

...Salvar el momento presente. La regla moral es la misma


de la actividad. Nada para maana de lo que puede hacerse hoy;
salvar el presente. Que no te preocupe nada ms. El futuro es
corruptor, el pasado es disolvente, slo la actualidad es fuerte.
La nostalgia, una cobarda; la aprehensin, otra cobarda. El da
de maana transige; el pasado entristece y la tristeza afloja.
Nostalgia, aprensin, esperanza: vanos fantasmas, proyec
ciones inanes de espejismo; vive slo el instante actual y transi
torio. Tienes que salvarlo! Salvar al nufrago del tiempo.
En cuanto a tu lnea de conducta: sigue adelante. Es la lgica
honesta de las acciones.
En la lnea del deber, hacia adelante es lo mismo que hacia
arriba. En general, el gasto de herosmo es nulo. Piensa en esto.
Para que la mentira prevalezca, es necesario un sistema comple
to de mentiras armnicas. No mentir es simple.
...Estoy en una gran ciudad, interesante, ajetreada. Las casas
son ms altas que all; los techos, en compensacin, ms bajos.
Se dira que el piso de arriba nos aplasta. Y como cada cual tiene
sobre la cabeza un vecino ms pobre, parece que la opresin,
aqu, es el peso de la miseria sobre los ricos.
La agitacin no me hace bien.
Abro la ventana hacia el boulevard; una efervescencia de ani
macin, de ruido, de gente, la fiesta luminosa de los negocios, de
los intentos, de las fortunas... Pero todos vienen, pasan frente a
m, se alejan, desaparecen. Qu espectculo para un enfermo!
Parece que es la vida la que huye.
Te doy mi bendicin...
Momento presente... Tena an contra la cara la mano que me
haba dado la carta; contra la cara, contra los labios, venturosa, ar
dientemente, como si aquello fuera el momento, como si bebiera
en la linda cuenca de su palma el gozo inmortal de la verdad viva.

s334

Ah, todava tienes un padre dijo Ema, una madre queri


da, hermanos que te aman... Yo no tengo nada; todos muertos... A
veces se me aparecen por la noche... sombras. No tengo a nadie.
Estoy de ms en esta casa... Pero
dejemos esas cosas... No sabes lo
que es un corazn aislado como
yo... Todos mienten. Los que se
acercan son los ms traidores...
La convivencia cotidiana en la
soledad del aposento haba establecido entre nosotros la entra
able familiaridad de los matrimonios.
Ema afectaba ya no tener conmigo las tacaeras de amiga
ntima.
Sergio, hijito mo me daba los buenos das.
Sala. Volva fresca, con la gran sonrisa vernal escarchada an
por el roco de las abluciones. Rea sin causa, por la claridad feliz
de la maana, por verme fuerte, casi restablecido.
Se inclinaba expansiva, esplendiendo su hermosura sobre m
desde el cuello del peignoir,7 como el derramamiento de flores de
una cornucopia.
Tomaba mi frente entre sus manos, la pegaba a la suya; retro
ceda un poco y me miraba de cerca, muy adentro de los ojos,
en un encuentro exttico de miradas. Acercaba su rostro al mo
y relataba, labios sobre labios, mimosas historietas sin texto, en
que hablaba ms la vivacidad sangunea de su boca que la imper
ceptible confusin de gorjeos canturreando en su garganta co
mo un collar sonoro.
Yo le pareca pequeito, pequeito. Se sentaba en la silla. Me
tomaba en su regazo, me acunaba, me sacuda contra su seno
7

Especie de bata o camisn que las mujeres solan vestir al despertar.

335 s

como a un recin nacido, inundndome de clidas irradiaciones


de maternidad, de amor. Se soltaba el cabello y, con un ligero
movimiento de la espalda, haca caer sobre m una tienda os
cura. Desde arriba llegaba a mis mejillas el aliento tibio de su
respiracin. Al fondo de la tienda, inseguro como en los sueos,
vea el fulgor sideral de dos ojos.
Pero sera necesario que supiera herirme el corazn y escri
bir con mi propia vida una pgina de sangre para relatar la his
toria de los das que siguieron, los ltimos das...
Y todo acab con un final brusco de mala novela...
Un grito repentino me estremeci en el lecho:
Fuego! Fuego!
Abr violentamente la ventana. El Ateneo arda.
Las llamas se elevaban sobre el chalet hacia el edificio prin
cipal. Un inmenso globo de humo convulsionaba en los aires;
tenebroso en la copa, que pareca llegar al cielo, e iluminado en
la base por un destello cobrizo.
En la casa de Aristarco reinaba el mayor silencio.
Las puertas abiertas, todos haban salido. Me precipit hacia
afuera de la enfermera.
Entre los reclusos de las vacaciones haba un muchacho ins
crito haca poco: Amrico. Vena del campo. Su contrariedad
fue evidente desde el primer da. Aristarco intent ablandarlo.
Imposible; estaba cada vez ms irritado. No hablaba con nadie.
Ya era grande y pareca de una robustez poco comn. Todos lo
miraban como a una fiera digna de respeto. Un da desapareci.
Pasado algn tiempo, tres personas lo trajeron de vuelta: el pa
dre, el tutor y un criado. El muchacho, amarillo, con manchas
rojas y movedizas en el rostro, se morda los labios hasta hacer
se dao. Su padre pidi que lo trataran con toda la severidad
posible. Aristarco, que tena veleidades de amansador, vanaglo

s336

rindose de saber aplicar una irresistible combinacin de ener


ga y modos amorosos, tranquiliz al hacendado:
Los he visto peores.
Cargando su mirada con toda la intensidad de la fuerza mo
ral, sostuvo al discpulo firmemente por el brazo y lo oblig a
sentarse.
Aqu te vas a quedar, hijo mo!
El muchacho se limit a responder, cabizbajo, posedo de una
repentina complacencia:
S, aqu me voy a quedar.
Dicen que su padre lo haba tratado terriblemente cuando lo
vio llegar a casa, evadido.
Al acercarse la fiesta de los premios, el caso del desertor cay
en el olvido y nadie fue mejor ejemplo de cordura que l.
El Ateneo arda, en efecto. Transpuse corriendo la puerta que
comunicaba la casa de Aristarco con el colegio.
An no haban iniciado formalmente los trabajos para extin
guir las llamas. La mayor parte de los criados estaban de licencia
por las vacaciones; los pocos que quedaban, caminaban como
locos, inseguros, gritando: fuego!
Encontr a Aristarco en la terraza lateral, agitado, pidiendo a
gritos las bombas, que estaba perdido, que aquello era su desgra
cia completa! A su alrededor, gente del pueblo, que haba acu
dido, trabajaba para salvar la oficina antes de que llegaran las
llamas. El incendio haba iniciado en el zagun de las palanganas.
Para mayor desastre, arda tambin, en el patio, una gran can
tidad de madera que haba quedado de las gradas, calentando
las paredes cercanas, resecando la viguera y favoreciendo la
propagacin del fuego.
El susto me haba sorprendido a tal punto que no tena una
conciencia precisa del momento. Me abandonaba observando

337 s

el vuelo de aquellos dragones dorados sobre el Ateneo, aquellas


salamandras inmensas de humo que despegaban hacia lo alto,
desdoblndose en contorsiones monstruosas, hundindose en
la sombra cien metros ms arriba.
Una multitud haba invadido el jardn: el barrio entero acuda.
Vociferaban lamentos, clamaban pidiendo auxilio. Dominando
la confusin de las voces, sonaba el silbato alarmado de la poli
ca, cortante, elctrico, y el repique plaidero de una campana a
lo lejos, como el desconsuelo de un paraltico que hubiera que
rido asistir.
El fuego nutra mpetus de entusiasmo, como alegrado por
sus propios destellos, ofendiendo a la noche con el azote de las
llamaradas.
Sobre el patio, sobre el jardn, sobre toda el rea circundante
llovan chispas; la suavidad de su cada contrastaba con los tem
pestuosos arrojos del incendio. Por todas partes caan escorias
incineradas que la atmsfera encendida ahuyentaba hacia lo le
jos como si fueran las hojas secas de un inmenso rbol sacudido.
Cuando aparecieron las bombas, ya haca mucho que haban
comenzado los derrumbes. Cada cierto tiempo, un estruendo
prolongado de descarga, a veces sordo, estremeca el suelo como
una explosin subterrnea. A veces, con un nuevo arranque de
las llamas, la columna ardiente creca mucho y era posible ver los
rboles aterrorizados, inmviles; los ms cercanos, chamuscados por las oleadas de aire trrido que el incendio despeda. Las
alamedas, sbitamente iluminadas, multiplicaban los rostros lvi
dos, expectantes. En la calle se oan las arcadas presurosas de una
bomba a vapor; las mangueras, como serpientes interminables, se
insinuaban por el suelo, se arrimaban a las paredes, desaparecan
por alguna ventana. En las cornisas, destacados como siluetas so
bre los tintes horribles del incendio, se movan los bomberos.

s338

Se haba perdido por completo el ala principal del edificio: la


sala de entrada, la capilla, todos los dormitorios de la primera y
segunda clase. Un equipo de rescate intentaba aislar el refecto
rio y las salas aledaas entregndose a un trabajo de vandalismo
absoluto, abatiendo el tejado, cortando las vigas, destruyendo
los muebles.
A la terraza lateral, donde Aristarco permaneca impasible
bajo la lluvia ardiente de las chispas, llegaban, uno tras otro, los
destrozos miserandos que haban podido salvarse: armarios ro
tos, aparatos, cuadros de enseanza inutilizados, mil fragmentos
irreconocibles de pedagoga tostada.
El frente del Ateneo presentaba el aspecto ms terrible. En
varios puntos del tejado, como columnas retorcidas, se enros
caban gruesas erupciones de humo; por las ventanas superiores,
el humo irrumpa en brazos inmensos, que parecan sostener la
mole incalculable de vapores all arriba. Con la falta de viento,
las nubes, acumuladas y comprimidas, parecan consolidarse en
pavorosos peascos inquietos. Por las ventanas del primer piso
aparecan llamas que tiznaban los umbrales, ennegreciendo los
maderos. Al contacto con el fuego, los ventanales estallaban.
En la tempestad de rumores se distingua el ruido cristalino de
los vidrios sobre piedra de los balcones, como brindis perdidos
de las saturnales de la devastacin.
En los sitios que an no haban sido afectados, bomberos y
otros voluntarios lanzaban hacia afuera camas de hierro, trastes
diversos, veladores que iban a despedazarse en el jardn, con un
estrpito de aplastamiento. Las imgenes de la capilla se haban
salvado al principio del incendio. Estaban puestas en fila al sere
no, en los mrgenes de un prado, vueltas hacia el edificio como si
se entretuvieran con el espectculo. La Inmaculada Concepcin
lloraba. San Antonio, con el nio Jess en el regazo, era el ms abs

339 s

tracto, equilibrando a duras penas una aureola desproporcionada,


ofreciendo ante aquellos terrores un ejemplo de impasibilidad con
la sonrisa imbcil que le haba prestado algn santero canalla.
El trabajo de las bombas, en aquel tiempo de circunscripcio
nes legendarias, era una vergenza. Los incendios se acababan
por agotamiento. La simple presencia del coronel excitaba las
llamas como una impertinencia de petrleo. Se saba que el in
cendio ceda ms fcilmente sin los esfuerzos de los profesiona
les de la manguera.
En el siniestro del Ateneo, la cosa fue evidente. Despus de
las bombas, la violencia de las llamas lleg a su auge. Del inte
rior del edificio, como de las entraas de un animal moribundo,
brotaba un rugido sordo y vasto. Por las ventanas sin batientes,
sin bandera, sin vidrios, estalladas, carbonizadas, se vea arder
el techo; el tejado se desmembraba, se abra en bocas hambrien
tas hacia la noche. Los barrotes, sobre braseros invisibles, como
animados por el dolor, se retorcan en crispaciones pavorosas,
precipitndose en el sumidero.
Entre la multitud se comentaba, se explicaba y se defina el
incendio.
Menos mal que el desastre sucede en tiempo de vacacio
nes! Dicen que fue a propsito.
Se afirmaba que el fuego haba comenzado en una sala donde
estaban apilados los colchones que haban retirado para limpiar
la casa. Decan que haba iniciado simultneamente en varios rin
cones, por aberturas del tubo de gas cerca del suelo. Algunos
sospechaban de Aristarco y aventuraban consideraciones sobre
las circunstancias financieras del establecimiento y los lujos del
director.
La noticia del incendio, pese a la hora, se haba difundido en
gran parte de la ciudad. En las calles del suburbio haba un aje

s340

treo de fiesta. Gran nmero de alumnos haba acudido para pre


senciarlo. Algunos se empeaban con valor en el trabajo. Otros
rodeaban al director, en silencio, o hacan exclamaciones inco
nexas manifestando los sntomas de la ms peligrosa desolacin.
Aristarco, que al principio se haba desesperado, consider
que la angustia no convena a su dignidad. Reciba con toda cal
ma a las personas importantes que lo buscaban, autoridades y
amigos que se esforzaban por mitigar su dolor con el lenitivo
proficuo de los ofrecimientos. Enfrentaba la desgracia sobera
namente, contemplando el aniquilamiento de su fortuna con la
tranquilidad de las grandes vctimas.
Aceptaba los rigores de la suerte.
Et comme il voit en nous des mes peu communes
Hors de lordre commun il nous fait des fortunes.8
........................................................
Despus de algunas horas de sueo volv al colegio. El fuego
haba amainado. Parte de la casa haba quedado a salvo. El refec
torio, la cocina, la despensa, uno o dos salones. Las llamas res
petaron los pabellones independientes del patio. Todava fun
cionaban las bombas, refrescando los escombros carbonizados
y las paredes. Por todas partes, como de una extensa solfatara,
nacan hilillos de humo que alimentaban una neblina terrosa y
un fuerte aroma de maderas quemadas. Las paredes maestras se
mantenan firmes, perforadas de ventanas como marcas iguales
de demolicin, ennegrecidas como si hubieran sufrido la accin
continua de la ruina durante muchas edades.
8
Y como ve en nosotros almas poco comunes / fuera de lo comn nos traza
las fortunas (versos del Horacio de Corneille).

341 s

Sobre los muros internos que an quedaban, se equilibraban


astas de viguera revestidas con un moho de ceniza clara, enor
mes tizones apagados. En la atmsfera luminosa de la maana
flotaba el sosiego fnebre que cae al da siguiente sobre el teatro
de un desastre.
Me enter de cosas extraordinarias. El incendio haba sido
causado a propsito por Amrico, que para ello haba roto los
conductos de gas en el zagun de las palanganas. Despus del
atentado, haba desaparecido.
Tambin haba desaparecido, durante el incendio, la seora
del director.
Me dirig hacia la terraza de mrmol del flanco del edifi
cio. Ah estaba Aristarco, trasnochado, el infeliz. En el jardn
continuaba la multitud de fisgones. Algunas familias paseaban
vestidas con la toilette matinal. En torno al director haban per
manecido muchos discpulos desde la vspera, firmes y compa
decidos. Ah estaba l, en la silla en la que haba pasado la noche,
inmvil, absorto, sucio de ceniza como un penitente, con el pie
derecho sobre un montn de carbones, el codo clavado en la
pierna, la gran mano felpuda envolvindole barbilla, los dedos
perdidos entre el bigote blanco y el ceo fruncido.
Le hablaban del incendiario. Inmvil! Le decan que no ha
llaban a su seora. Inmvil! Su propia seora, con la que con
taba para el jardn de nios! Dolor venerando! Indiferencia su
prema de los sufrimientos excepcionales! Majestad inerte del
cedro fulminado! Perteneca al monopolio del dolor. El Ateneo
devastado! Su trabajo perdido; perdidas las invaluables con
quistas de sus esfuerzos...! En paz...! Aquello no era un hombre;
era un de profundis.9
9

Salmo penitencial.

s342

Ah estaba. A su alrededor se apilaban figuras tostadas de


geometra, aparatos de cosmografa rotos, enormes carteles des
garrados, quemados, tiznados, vsceras dispersas de las clases
de anatoma, grabados rotos de los cuadros de historia sagrada,
cronologas de historia patria, ilustraciones zoolgicas, precep
tos morales esparcidos por el suelo como enseanzas extravia
das, esferas terrestres abolladas, esferas celestes hendidas; bo
rra, holln por encima de todo; despojos negros de la vida, de la
historia, de la fe tradicional, de la vegetacin de otros tiempos;
lascas de continentes calcinados, planetas exorbitados de una
astronoma muerta, soles de oro destronados e incinerados...

343 s

l, como un dios caipora,10 triste sobre el desastre universal


de su obra.
Aqu suspendo esta crnica de nostalgias. Nostalgias, real
mente? Slo recuerdos; nostalgias, quiz, si ponderamos que el
tiempo es la ocasin pasajera de los hechos, pero, sobre todo,
el funeral eterno de las horas.
Ro, eneromarzo de 1888.

10

Trmino indgena que indica a una divinidad de mal agero.

s344

sndice s
Nota a la edicin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Estudio preliminar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
El Ateneo
I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
IV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
V . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169
VI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193
VII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223
VIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249
IX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273
X . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 285
XI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 301
XII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 325

345 s

El Ateneo (crnica de nostalgias), editado por la Facultad de Filosofa y Letras de la unam, se termin de imprimir el 23 de noviembre de 2012 en los
talleres de Formacin Grfica, Matamoros 112, colonia Ral Romero, Ciudad Nezahualcyotl, Estado
de Mxico. Se tiraron 300 ejemplares en papel cultural de 75 gramos. Se utilizaron en la composicin,
elaborada por Mauricio Lpez Valds, tipos Gandhi de 24, 12:14, 10:14 y 8:12 puntos. El cuidado
y el diseo de la edicin estuvieron a cargo de
Mauricio Lpez Valds.

EL ATENEO (CRNICA DE NOSTALGIAS) s RAUL POMPEIA

ATHENAEUM

Raul Pompeia naci en 1863, en el seno de una


familia terrateniente, en Angra dos Reis. Pas la
infancia en Ro de Janeiro, entonces capital del
imperio. Desde muy joven se revelaron sus destrezas como escritor y dibujante. Public su primera
novela, Uma tragdia no Amazonas, a los diecisiete
aos. Estudi Derecho en So Paulo, donde abraz
las causas abolicionista y republicana con marcado radicalismo. Consagrado al periodismo combativo, fue una presencia constante en las pginas de
los diarios, en los que publicaba columnas incendiarias y caricaturas implacables. A los veinticinco
aos escribi El Ateneo. Una vez abolida la esclavitud y decretado el fin de la monarqua, apoy
el gobierno de Floriano Peixoto y el movimiento
jacobino. Se suicid a los treinta y dos aos, incitado en parte por acusaciones de homosexualidad.
Entre sus obras pueden mencionarse, tambin, la
novela As joias da Coroa, los primeros poemas en
prosa escritos en Brasil, Canes sem metro, e infinitud de cuentos y notas periodsticas.

s RAUL POMPEIA

EL ATENEO s
(CRNICA DE NOSTALGIAS)

Estudio preliminar, traduccin


y notas de

Paula Abramo

FFL
UNAM

Ctedras

Es sta es la primera traduccin al espaol de una


de las novelas ms importantes en el panorama de
la literatura brasilea decimonnica. Escasamente conocido fuera de Brasil, en El Ateneo el relato
de las venturas y desventuras que experimenta un
nio de clase alta en un internado de elite sirve
como pretexto para emprender una de las crticas
culturales ms mordaces, agudas e implacables
del Brasil imperial. Su estilo espeso, complejo, de
una riqueza lxica excepcional y un preciosismo
proustiano, fluye desmantelando incluso su propia
retrica, en un mecanismo ya puramente moderno, que emparienta a su autor con el mejor Machado de Assis. La presente edicin recupera todas las imgenes que Raul Pompeia realiz para la
versin definitiva de su obra y procura preservar,
con el cuidado grfico y la impresin a dos tintas,
la idea ampliada que el artista tena de la novela:
ms que un instrumento solo, una orquesta.

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