El Ateneo (Crónica de Nostalgias)
El Ateneo (Crónica de Nostalgias)
El Ateneo (Crónica de Nostalgias)
ATHENAEUM
s RAUL POMPEIA
EL ATENEO s
(CRNICA DE NOSTALGIAS)
Paula Abramo
FFL
UNAM
Ctedras
ATHENAEUM
s RAUL POMPEIA
EL ATENEO s
(CRNICA DE NOSTALGIAS)
Paula Abramo
FFL
UNAM
Ctedras
ATHENAEUM
s RAUL POMPEIA
EL ATENEO s
(CRNICA DE NOSTALGIAS)
Paula Abramo
FFL
UNAM
Ctedras
EL ATENEO
(CRNICA DE NOSTALGIAS)
CTEDRAS
s SERIE GUIMARES ROSA s
RAUL POMPEIA
EL ATENEO
(CRNICA DE NOSTALGIAS)
Paula Abramo
sNota
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europeos o brasileos.2 La segunda edicin de El Ateneo constituye, en ese contexto, una verdadera excepcin, pues se trata
del primer libro ilustrado con dibujos del propio autor, quien,
por lo dems, era un dibujante reconocido. En este sentido, han
sido varios los estudiosos que han prestado atencin a las imgenes de la novela, tanto desde el punto de vista simblico como
desde el estilstico.3
Teniendo en cuenta lo anterior, quiero agradecer, por ltimo,
a Carmen Snchez, Mauricio Lpez Valds y el equipo de trabajo
del rea de publicaciones de la Facultad de Filosofa y Letras de
la unam, la sensibilidad cmplice y generosa que manifestaron
en todo momento hacia este proyecto, en que la dimensin grfica es tan importante, y el gran cuidado con que se entregaron a
la consecucin del mismo hasta hacer posible la existencia fsica
del hermoso ejemplar que el lector tiene ahora en sus manos.
La importancia que Raul Pompeia conceda a la organizacin
de la pgina es visible en el cuidado que dedic, por ejemplo,
al contorno de las imgenes por el texto, que a veces las rodea
circularmente, otras acompaa los contornos de las figuras femeninas, situadas con gracia en los bordes del texto, al que enriquecen desde varios puntos de vista, no todos ostensibles. La
ubicacin de las imgenes y su impresin original en sepia se
respetan en esta edicin, haciendo eco de las posturas estticas
del autor hasta donde lo permiten los principios de la legibilidad tipogrfica. Las imgenes de Raul Pompeia, lo mismo que
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su texto, no siguen un mismo estilo, sino que oscilan deliberadamente entre lo sublime y nostlgico, por un lado, y lo burlesco y satrico, por el otro, acompaando el tono del pasaje que
procuran ilustrar. Esta coherencia esttica no hace sino reforzar
la concepcin que Raul Pompeia tena de la novela: imposible
hacer de un monocordio una orquesta. Habr que entender,
pues, que estas ilustraciones, por lo dems bellsimas, forman
parte de la orquesta que el autor nos leg. Su inclusin en este
volumen, que se ajusta en lo posible a la disposicin, proporcin
y localizacin en la pgina originales, constituye un pequeo y
necesario homenaje a las concepciones estticas de un autor para quien, como para Baudelaire, imgenes, sonidos, sentimientos y aromas se correspondan.4
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ESTUDIO PRELIMINAR
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Pathos hostil, obra autnticamente indecible, ejemplo de pa
rodia de la retrica, obra de tapicera estilstica, novela po
tica, novela de la inteligencia, deliberado acto de rebelda,
novela extraa, distinta, principal novela de formacin brasi
lea, obra de arte filigranada, trabajada, magnificente de gracias
y belleza, novela de la desilusin, novela de la destruccin,
macizo bloque de recuerdos, novela autobiogrfica del de
sencanto y del mal, del descubrimiento ertico, narracin
en trnsito, en movimiento, uno de los momentos ms altos
de la narrativa brasilea, caricatura sarcstica y dolorossi
ma, uno de los ms admirables lbumes de la refulgencia so
lar, de las lunaridades y de los verdescimientos tropicales, texto
de carcter paroxstico. sta es una seleccin azarosa de los
calificativos con que algunos de los escritores y crticos ms im
portantes de la literatura brasilea han intentado sintetizar el
carcter de El Ateneo de Raul Pompeia. El texto, obra de una
inteligencia aterradora, magnetiza y captura, como dice Jos
Antnio Pasta Jnior, como el ofuscamiento de una aparicin
ineluctable que atrapa al lector en una sola aura de videncia y le
impone la sujecin de un culto.1
No obstante, y pese a que en Brasil El Ateneo se considera
uno de los clsicos fundamentales de la literatura nacional y se
1
Jos Antonio Pasta Jnior, Pompeia: a metafsica ruinosa dO Ateneu. So
Paulo, 1991. Tesis, Universidad de So Paulo, p. 7.
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Hijo mo, en su momento has de ver el mundo.
El mundo es una especie de circo enorme de
fieras.4
Raul Pompeia, Cartas para o futuro
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Jos Maria Velho da Silva, Lies de rhetorica, apud O. Brando, Os ma
nuais de retrica..., ibid., p. 53.
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El medio, filosofemos, es un erizo invertido: en
vez de la explosin divergente de dardos, una
convergencia de puntas en torno. A travs de las
punzantes dificultades, es necesario descubrir el
meato de paso o aceptar la lucha desigual de la
epidermis contra las pas. Por lo general se pre
fiere el meato.27
Raul Pompeia, El Ateneo
El medio trmino es el statu quo de la cobarda.
En la lgica, es el pavor a la consecuencia, deshi
lada en deducciones por el declive del argumen
to. En la vida comn es la duplicidad tmida ante
las coherencias enrgicas del carcter.28
Raul Pompeia, escritos inditos
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Texto escrito por Pompeia en 1882. (Apud E. Pontes, ibid., pp. 5758.)
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poetas parnasianos brasileos. Su obra est marcada por un fuerte colorido, una
tendencia al pesimismo y ciertos puntos de contacto con la escuela simbolista,
ms experimental que la parnasiana. Dedic algunos versos a Pompeia donde
resalta el gusto por la pintura de cuadros llenos de movimiento y tonalidades
estridentes. Luiz Murat (18611929), el ms cercano de todos estos escritores a
Pompeia, era tambin periodista y poeta cronolgicamente ligado al parnasia
nismo, pero de inclinaciones romnticas.
41
Joaquim Francisco de Assis Brasil (18571938) fue un escritor polgrafo
y poltico brasileo. Realiz importantes aportaciones a la discusin poltica
brasilea en torno al sistema presidencial de gobierno y desempe importan
tes cargos diplomticos, entre los cuales figura su servicio en Mxico, en 1902.
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Cf. E. Pontes, op. cit., p. 90.
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Cf. Boris Fausto, Brasil, de colonia a democracia. Madrid, Alianza, 1995, p. 130.
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Ibid., p. 133.
Rodrigo Octvio Langaard de Meneses (18661944) fue un narrador, cro
nista y poeta brasileo. Fundador de la Academia Brasilea de Letras.
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Ese da, Raul Pompeia entr en la inmortalidad. Es curioso, sin
embargo, considerar que los esfuerzos a los que dedic la ma
yor parte de la tensin emocional e intelectual de su vida (la
causa jacobina, su nocin del honor propio) no fueron los que le
granjearon un lugar en la memoria universal del pensamiento.
Aun dentro de su obra literaria, los peldaos a los que dedic las
mayores energas (las Canes sem metro) quedaron a la sombra
de una pieza realizada en pocos meses, casi con la fcil esponta
neidad de la inspiracin: El Ateneo. Acaso esto se deba a que tal no
vela, ms que ninguna otra empresa de su vida, expresa y resu
me orgnicamente su fibra de multilateral rebelda.
En la historia de Raul Pompeia, El Ateneo, plemos total, es
el nico terreno en que, en la lucha desigual de la epidermis
contra las pas, venci la epidermis. Considerando algunas de
las contexturas de esa superficie sensible y vibrtil, quiz sea
posible intuir mejor cules fueron los matices de la victoria.
Uno de los aspectos ms estudiados de El Ateneo es el de la
crtica hacia las instituciones del Segundo Imperio. El sarcasmo
con que se ataca el sistema pedaggico, la jerarqua de poderes
escolares metonimia de los poderes sociales y polticos y,
en general, la ideologa de las clases dominantes es, en efecto,
uno de los rasgos ms patentes de la obra, y es por ello que el
presente estudio introductorio no se detendr demasiado en l.
El argumento de la obra podra resumirse a la forma en que
el personaje central, Sergio, lucha por hallar su individualidad
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EL ATENEO
(CRNICA DE NOSTALGIAS)
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Vas a enfrentar el mundo me
dijo mi padre ante la puerta del
Ateneo. Ten valor para la lucha.
Bastante prob despus la ver
dad de esta advertencia, que me
despojaba, de golpe, de las ilusio
nes de nio exticamente educa
do en ese invernculo de cario
que es el rgimen del amor do
mstico, distinto de lo que se en
cuentra fuera; tan distinto, que el
poema de los cuidados maternos
parece un artificio sentimental
cuya nica ventaja es la de hacer
ms sensible a la criatura ante
la ruda impresin de la primera
enseanza, temple brusco de la
vitalidad bajo la influencia de un
ambiente nuevo y riguroso. No obstante, recordamos con una
nostalgia hipcrita los tiempos felices; como si no los hubiera
perseguido otrora la misma incertidumbre de hoy bajo un aspec
to diverso; como si no viniera de lejos la sarta de decepciones que
nos ultraja.
Un eufemismo, los tiempos felices; no ms que un eufemis
mo, como cualquier otro de los que nos alimentan, la nostalgia
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de los das que pasaron como si hubieran sido los mejores. Con
siderndola detenidamente, la actualidad es la misma en todas
las fechas. Una vez hecho el balance de los deseos, que varan,
y las aspiraciones, que se transforman alentadas perpetuamente
por el mismo ardor, sobre la misma base fantstica de esperan
zas, la actualidad es una sola. Bajo el cambiante colorido de las
horas, un poco ms de oro en la maana, un poco ms de prpu
ra hacia el crepsculo, el paisaje es el mismo a cada lado, en los
bordes de la senda de la vida.
Tena yo once aos.
Haba asistido como externo, durante algunos meses, a una
escuela familiar de Caminho Novo,1 donde algunas seoras in
glesas, bajo la direccin de su padre, impartan educacin a los in
fantes como mejor les pareca. Yo entraba tmidamente a las nueve
de la maana, ignorando las lecciones con la mayor regularidad,
y bostezaba hasta las dos, retorcindome de insipidez sobre los
carcomidos pupitres que el colegio haba comprado, de pino y
de segunda mano, lustrosos por el contacto con la pillera de no
s cuntas generaciones de pequeos. Al medioda nos daban
pan con mantequilla. Esta golosa remembranza es la que ms
firmemente conserv de esos meses de externado, junto con el
recuerdo de algunos compaeros: uno al que le gustaba hacer rer
al grupo, una interesante especie de mono rubio, erizado, que se
la viva mordindose una protuberancia callosa que tena en el
dorso de la mano izquierda; otro, afeminado, elegante, siempre
alejado de los dems, que vena a la escuela de blanco, almidona
dito y radiante, con la camisa cerrada en diagonal desde el hom
1
Camino real construido en las primeras dcadas del siglo xviii para comuni
car el puerto de Ro de Janeiro con las regiones aurferas de Minas Gerais en sus
titucin de la antigua va, conocida a partir de entonces como Caminho Velho.
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cual cerradura de plata sobre ese silencio de oro que tan her
mosamente impona como retraimiento fecundo de su espritu,
y quedar esbozado, moral y materialmente, el perfil del ilus
tre director. Un personaje que, en suma, en un primer examen,
pareca estar aquejado por esta enfermedad atroz y extraa: la
obsesin con su propia estatua. Como la estatua tardaba, Aristarco
se satisfaca internamente con la afluencia de estudiantes ricos a su
instituto. De hecho, los educandos del Ateneo representaban la
ms fina flor de la juventud brasilea.
La irradiacin del rclame2 extenda a tal punto sus tentculos
a travs del pas, que no haba familia de dinero, enriquecida por
el septentrional caucho o por el charque3 del sur, que no conside
rara un compromiso de honor con la posteridad domstica man
dar a uno, dos o tres de entre sus jvenes a abrevar en la fuente
espiritual del Ateneo.
Confiando en esta seleccin depuradora, pues es comn el
sensato error de considerar que las familias ms ricas son las
mejores, suceda que muchas de ellas, de veras indiferentes y
sonriendo ante el estruendo de la fama, mandaban all a sus hi
jos. Fue as como entr yo.
La primera vez que visit el establecimiento fue en ocasin
de una fiesta de fin de cursos.
Uno de los grandes salones del frente del edificio, precisa
mente el que serva de capilla, se haba convertido en anfiteatro;
paredes estucadas con suntuosos relieves, y un techo rematado
con un amplio medalln, magistralmente pintado, donde una
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Las clases iniciaban el 15 de febrero.
Por la maana, a la hora reglamentaria, me present. El di
rector, en la oficina del establecimiento, ocupaba una silla gira
toria junto a la mesa de trabajo. Sobre la mesa, un gran libro se
desplegaba en tupidas columnas de tenedura y lneas encar
nadas.
Aristarco, que consagraba las maanas a la direccin finan
ciera del colegio, confrontaba, analizaba los registros del tenedor
de libros. Continuamente entraban alumnos. Algunos, acompa
ados. A cada interrupcin, el director cerraba lentamente el
libro comercial, marcando la pgina con un alfanje de marfil.
Haca girar la silla y soltaba interjecciones de acogimiento, ofre
ciendo episcopalmente su mano peluda al beso compungido y
filial de los nios.
Los mayores, por lo general, evadan la ceremonia y partan
con un simple apretn de manos.
El muchacho desapareca con una sonrisa plida en el rostro,
sintiendo nostalgia de la indolencia dichosa de las vacaciones. El
padre, el acompaante, el tutor, se despeda despus de unos sa
ludos banales o algunas palabras en torno al estudiante, ameni
zadas por el encanto de la bonhoma superior de Aristarco, que
expulsaba hbilmente a un sujeto con su risa gangosa y el simple
modo apremiante de sostenerle los dedos.
La silla giraba de nuevo a su posicin inicial, el libro de regis
tros extenda otra vez sus pginas enormes y la figura paternal
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edificio principal, junto con otras dos aulas del curso primario:
la que alojaba a la banda de msica y el saln suplementario
de recreo, ventajoso en los das de lluvia. Formando un ngulo
recto con esa casa, otra extensa construccin de ladrillo y tablas
pintadas, con el saln general de estudio en la planta baja y el
dormitorio encima, cerraba la mitad del cuadriltero del patio,
que el gran edificio completaba desplegando sus dos alas, como
los brazos de la reclusin severa. Al fondo de esta desmedida caja
de paredes se extenda un arenal claro, estril, inspido como la
alegra obligatoria; algunos rboles de cambuc4 mostraban en
crculo su follaje inmvil, de un verdor muerto como el de las
palmas de iglesia, enrubiado al azar por la senilidad precoz de
las ramas que sufran, como si la vegetacin no cupiera en el
internado; en un rincn, un enjuto ciprs suba hasta los canalo
nes, intentando huir por los tejados.
Sin Rabelo, me encontr all como perdido, entre los mucha
chos. Los conocidos de la clase desaparecan en el tumulto ver
tido por todos los salones.
Ni uno solo a quien acercarme. Pegado a la pared para que no
me prestaran atencin, me col hasta el sitio donde el inspec
tor Silvino, un gran flaco de gruesa nariz, patillas dilaceradas y
mirada menuda y viva como chispas en unas rbitas de antro,
fiscalizaba el recreo y graduaba la holgazanera sometindola a
un temible cuadernito. Se sentaba en la entrada del stano de
los lavatorios. Un poco ms all de la silla de Silvino, qued a
salvo. Desde mi seguro retiro vea, en el patio refrescado por las
amplias sombras de aquella hora, el movimiento de mis colegas.
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Si de pequeo, movido por un vislumbre de luminosa prudencia,
mientras los otros se entregaban al juego de peteca,1 me hubiera
yo entregado a la mansa labor de fabricar documentos autobio
grficos para la oportuna confeccin de una infancia clebre
ms, ciertamente no hubiera tomado nota, entre mis episodios
de predestinado, del banal percance en la natacin que, no obs
tante, tuvo para m graves consecuencias y fue origen de sinsa
bores tan amargos como nunca ms habra de sufrirlos.
Natacin era como llamaban al bao que estaba construido
en uno de los terrenos del Ateneo, un vasto manto de agua a ras
de tierra, de treinta metros por cinco, que desaguaba en el ro
Comprido y se alimentaba con grandes grifos de agua corriente.
El fondo, invisible, de ladrillo, ofreca cierta inclinacin, ahon
dndose gradualmente de un extremo al otro. Esta diferencia de
profundidad se acusaba an ms por dos escalones, convenien
temente dispuestos para que tanto los nios como los mucha
chos desarrollados tocaran el fondo. En determinado punto, el
agua llegaba a cubrir a un hombre.
A causa de los intensos calores de febrero, marzo y de fin de
ao, se tomaban all dos baos al da. Y cada bao era una fiesta
en aquella agua espesa, salobre por la transpiracin lavada de
los grupos precedentes, pues las dimensiones del tanque impe
Pequea pelota de cuero con un mechn largo de plumas, que los jugadores
se lanzan unos a otros dndole golpes con la mano abierta.
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Rut o Ruth es la protagonista del breve libro bblico del mismo nombre. Se
trata de una mujer mohabita que se integr por matrimonio a la nacin juda.
Habiendo quedado viuda, Rut decidi quedarse al lado de su suegra desampa
rada, Noem. En una ocasin, Rut se puso a espigar un campo de cebada que re
sult ser propiedad de un hombre de buena posicin llamado Booz. Conmovido
por el trabajo y la piedad de Rut, ste decidi tomarla por esposa.
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Judit.
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Senaquerib fue un rey de Asiria y Babilonia que intent infructuosamente
tomar Jerusaln y Jud. Segn el relato bblico, la razn de su derrota fue la in
tervencin de un ngel enviado por Yav, quien extermin en una noche a 185 000
soldados suyos. (Cf. Isaas, 37: 36.)
27
Ezqeuiel fue un profeta bblico de los tiempos del cautiverio hebreo en
Babilonia. Se le atribuye la autora de uno de los libros del Antiguo Testamento,
que se conoce con su nombre.
28
Elas es un personaje que se describe en los libros bblicos de los Reyes. Se
trata del profeta que denunci la impiedad de los reyes hebreos Acab y Jezabel.
Segn la leyenda bblica, Elas no muri, sino que fue arrebatado por Dios en
un carro de fuego con caballos de fuego. (2 Reyes, 2: 11.)
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Petimetres.
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En latn puede significar, entre otras cosas, de este lado; por extensin,
significa no comprender. Era una expresin frecuente en la jerga de los estu
diantes brasileos del siglo xix. (Cf. Gerald Moser, A Gria Acadmica: Por
tuguese Student Slang, en Hispania. Baltimore, Universidad Johns Hopkins,
mayo, 1995, vol. 38, nm. 2, p. 160.)
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Periodo sereno de mi vida moral, captulo digno de escribirse
sobre la mesa de un altar o con el alfabeto azul que el humo
del incienso delinea en el aire tranquilo, inolvidables treguas de
ntimo sosiego en toda mi juventud: he aqu en lo que se convir
ti mi amargo descenso hacia las profundidades del descrdito
escolar.
La astronoma, como los cielos del salmo, me llev a la con
templacin. El mal en la tierra, descrito por Sanches con una
pericia de conocedor y practicante, tom forma en el seno de
mis meditaciones. La primera incredulidad se extingui en mi
espritu al reconocer el descalabro de este valle de lgrimas en
que vivimos. Durante el tiempo que deba consagrar a mi reha
bilitacin en los estudios me puse a estudiar, como quiz lo ha
bra hecho Ignacio de Loyola, a la misma edad, la rehabilitacin
del mundo.
Encarn el pecado en la figura de Sanches y me lanc a la
carga. Nutra quiz en mi interior el ambicioso inters de refor
mar algn da a los hombres en el solio de Roma con mi ejem
plo pontifical de virtudes; pero la verdad es que me dediqu
concienzudamente al santo empeo de merecer esa exaltacin,
preparndome con tiempo. Perdido el ideal escenogrfico de
trabajo y fraternidad que haba querido ver en la escuela, tena
que liberar las palomas de la imaginacin en otras direcciones.
Criadero seguro era el cielo. Me quedaba el vendaje de la felici
dad eterna, sin fin.
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Ladislau Neto, botnico y naturalista que qued a cargo del Museo Nacional
de Ro de Janeiro en 1876.
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crneos de pajaritos, huevos vacos, vboras conservadas en cachaa.3 Uno de estos ltimos sufri una decepcin. Atesoraba el
crneo de no s qu fenomenal cuadrpedo encontrado en las
excavaciones de una huerta, cuando se comprob que era un
esqueleto de gallina!
A m se me ocurri erigir en capilla el compartimento que
tena mi nmero. Haba compartimentos adornados con cromos
y dibujos: el mo sera un bosque de flores y yo encontrara una
lmpara minscula que se mantuviera encendida ah adentro. Al
fondo, en un dorado passe-partout,4 habra de alojar a santa Ro
sala, la patrona.
El proyecto se derrumb por el problema de las flores. Ape
nas si consegua, pagndole a un criado, una diamela, un botn
cualquiera al da. Tuve que acomodar el grabado en el cajn del
mueble que tenamos en el dormitorio, cerca de la cama, para
los cepillos y los peines.
Y todos los das, sobre el papel, depositaba una flor, testimo
nio de asidua veneracin, manteniendo en el cajn el clima tibio
de mis fervores, simbolizados en un tributo de perfume.
Cuando, el da primero, sonrieron las rosas msticas de mayo,
las salud enternecido desde lo alto de las ventanas del saln
azul, como mensajeras del amor de Mara.
Iban a comenzar los himnos matutinos en el oratorio del Ate
neo. Benditos momentos de contricin y ternura en que la dis
posicin venturosa del cuerpo, despus del bao, viva un poco
el recogimiento de la poesa cristiana, en el magnfico saln, que
guardaba an, como los vapores matinales de las peas, las lti
mas sombras de la noche entre los crespones del estuco.
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Aguardiente de caa.
En francs, marialuisa.
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Bufanda.
El trmino es oscuro y ha dado lugar a largas disquisiciones. Al parecer, sin
embargo, se trata de un caramelo antiemtico que consuman (y an consumen
en algunas regiones) las mujeres embarazadas para contrarrestar las nuseas.
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Alusin irnica a los Hechos de los apstoles, donde se relata cmo se con
virti Saulo de Tarso (san Pablo) al cristianismo al aparecrsele, en el camino de
Damasco, una luz y una voz que venan del cielo.
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Debo, no obstante, la mayor
suma de gratitud a mi efemride religiosa. Me aliger con
complacencia divina el periodo de vagancia profunda
y ablandamiento hipntico
con que me haba oprimido
la atmsfera del Ateneo. Toda la persecucin de castigos
resbalaba por el cilicio de la
penitencia sin daar mi delicadeza moral. Yo emerga
fuerte de las pruebas. Qu
tranquilidad, en la apata, tener a Dios por fiador!
bamos a misa los domingos. Todos abran sus misales, para que el director los viera atentos. Yo no abra el mo. Slo dejaba que mi espritu huyera hacia
lo alto y se adhiriera a la bveda como las decoraciones sagradas,
que se ajustara estrechamente a los detalles de la arquitectura
del templo como el oro sutil de los doradores, que se conservara all arriba, vido todava de ascenso, ambicioso de cielo como
las bocanadas de los turbulos.
Haba ataques contagiosos de tos que explotaban en las filas.
Yo no tosa. Haba convulsiones de risa, mal contenidas por el
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pauelo, mal dominadas por una mirada de Aristarco, arrodillado frente al colegio, con las manos cruzadas sobre el puo
de unicornio;1 como cierta ocasin en que un perro travieso y
sin principios entr en el momento preciso en que se elevaba la
santa partcula y se escap con el gorro de un fiel contrito. Yo
era inmune a la risa.
Los das solemnes cantbamos en coro. El orfen tendra
arreglos vocales mejores que el mo; pero si cantaran los corazones en lugar de los labios, ningn himno se elevara ms
ancho y ms hermoso que el que yo profera. Nos traan agua
con azcar en una jarra de vidrio para que humedeciramos las
cuerdas vocales. Yo rechazaba esta dulzura terrena.
El Ateneo contribua al resplandor de las procesiones. Yo me
envolva ampliamente en la capa, encarnada como los sacrificios, que poda darme tres vueltas; empuaba un cirio que me
martirizaba los dedos con sus ardientes gotas de cera. Y all iba,
codiciando, no obstante, la fuerza lumbar de los vendedores callejeros para soportar sobre la espalda, yo solo, aquellas pesadas
andas; envidindole el garbo al presidente de la filarmnica particular Prazer do Rio Comprido, que vena atrs, en el cortejo,
con el estandarte S. P. M. P. R. C.; y anhelando el puo atltico
de un equilibrista de perchas para llevar correcto y firme los
oscilados pendones.
Con qu tristeza, al entrar la procesin, cuando el director
nos mandaba volver al colegio, con qu tristeza vea de lejos, por
la puerta, el interior flameante del templo! All se quedaba la
fiesta de Dios... y nosotros de vuelta hacia Ateneo taciturno, en
una marcha inexorable! Yo sacuda la cabeza desesperado; no
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poda sufrir la privacin de aquel jbilo, gozar en el alma la orga de fuego de los altares, subir, con el pensamiento, peldaos
y peldaos hasta el trono centelleante, que se arrojaba hacia lo
alto en el ascenso de la Gloria.
Despus de esos entusiasmos, la religin se me fue oscureciendo.
En el saln general de estudio, mi vecino era Barreto, un personaje doble que representaba en las horas de recreo la diversin
en persona, y tena momentos de meditacin tormentosa con
muecas de terror, y hablaba de la muerte, de la otra vida, rezaba mucho y tena figas de madera,2 escapularios, medallitas atadas con cordeles que le saltaban fuera del pecho cuando jugaba.
Sanches me haba iniciado en el Mal; Barreto me instruy en
el Castigo. Abra la boca y mostraba un caldero del infierno; sus
palabras eran llamas; al calor de aquellos sermones, las culpas
ardan como sardinas en aceite.
Barreto haba estado en un seminario riguroso, a dieta de
nitro para congelar los adores de la edad. Era flaco, tena una
frente de Alexandre Herculano,3 labios delgados, ojos negros,
refulgentes, saltones, fisionoma general de calavera bajo una
piel reseca de momia. En la barbilla se le vean slo dos hilos de
barba, retorcidos, cada uno hacia un lado.
Quiz slo l conoci mis preocupaciones beatas. Dueo de
mi punto dbil, se puso a informarme acerca de los pavores de la
fe con el nfasis satisfecho de un cicern. Recuerdo uno de los
temas: la comunin sacrlega! A este respecto, Barreto me dio a
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El futuro le haba reservado a Nearco un haz de mejores palmas,
un ramo de laureles ms legtimos como sazn de la victoria.
El Gremio Literario Amor al Saber, institucin reciente, ha
bra de ser el verdadero escenario de sus soberbios logros.
Dos veces al mes, los amigos de las letras se congregaban en una
de las aulas superiores, la misma en que se efectuaban las lecciones
astronmicas de Aristarco. Quedaban todava por los rincones, pa
ra iluminar cada sesin, trozos de materia csmica deshebrada por
el anlisis del maestro. Lo que no quiere decir que la benemrita
asociacin mereciera las eternas luminarias de la irona.
A sus reuniones compareca yo con timidez, slo para abusar,
simplemente, por excesivo consumo, de un derecho de los es
tatutos: los alumnos, todos los del Ateneo, podan recolectar en
humilde silencio lo que fueran dejando los segadores del trigal
de las literaturas.
Asistente infalible, sala pleno de aquella retrica espigada que
extenda luego, prensndolas en el diccionario, conservas de es
pritu, como reliquias inapreciables de lo Bello.
Las dificultades que enfrentaba un estudiante para revestirse
del privilegio de agremiado me hacan venerarlo ms a fondo.
Nearco no sufri el menor embarazo. Haba entrado al esta
blecimiento muy adelantado. Fue inmediatamente propuesto,
aceptado e investido. En la primera sesin, despus del triunfo
en el trapecio, tuve oportunidad de apreciarlo en la gimnasia
del verbo.
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Arpa del creyente, obra romntica que rene los primeros poemas del escri
tor portugus Alexandre Herculano, publicada en 1838. (Vid. supra, p. 171, n. 3.)
3
Novela indianista romntica (1857), obra del escritor Jos Martiniano de
Alencar (18291877), una de las figuras ms relevantes del romanticismo bra
sileo.
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En latn, da de la ira.
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sVII s
El tedio es la gran enfermedad de la
escuela, el tedio corruptor, que puede surgir tanto de la monotona del
trabajo como de la ociosidad.
En torno a nuestra vida estaba el
ajardinamiento del parque en floresta,
y el manto esmeraldino del campo y
el diorama accidentado de las montaas de la Tijuca,1 con ostentaciones de
curvatura torcica y felpudas frentes
de coloso; espectculos por momentos excepcionales que no modificaban
la sequedad blanca de los das encajonados dentro de los lmites del patio
central, caliente, insoportable de luz,
al fondo de aquellas altsimas paredes
del Ateneo, claras por la cal del tedio, claras, cada vez ms claras.
Conforme se acerca el momento de las vacaciones, el aburrimiento es mayor.
Los muchachos, en gran parte dotados de impulsos animosos
para la vida prctica, inventaban mil medios para combatir el
El macizo montaoso de la Tijuca, ubicado en la ciudad de Ro de Janeiro,
incluye elevaciones como la Pedra da Geva y el cerro del Corcovado. Su punto
ms alto se conoce como Pico de la Tijuca.
1
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valor para obtenerlas con facilidad. Haba fumadores ebrios de tabaco ajeno, adquirido fcilmente en el movimiento de la plaza, arrellanados a la turca sobre los cojines de aquella abundancia barata.
Las transacciones estaban prohibidas en el cdigo del Ateneo. Razn de ms para que nos interesaran. De la letra de la ley,
incubados bajo la presin del veto, surgieron otros juegos ms
expresamente caractersticos: dados que estornudaban como rosetas, naipes en abanico, que se abran orgullosos de sus bellos
triunfos, dejando entrever la panza del rey, la sonrisa gallarda
del jack, la simblica oreja de la reina, el paisaje risueo del as;
pequeas ruletas de caballitos de plomo; un aluvin de fichas de
cartn, pululantes como los dados y sonrojadas como los patrones del reverso de la baraja.
La moneda principal era la estampilla.
Se daba todo por el matasellos de la posta. No haba leccin
premiada que valiera el ms vulgar de aquellos cupones usados.
Con base en este precio se permutaban los derechos al pan y a
la mantequilla a la hora del almuerzo o del postre, las delicias
secretas de la nicotina, el decoro personal mismo.
La enjundia de los coleccionistas, cada uno de los cuales se
esmeraba en exhibir el lbum ms completo y rico, se transmita a los dems, simples agentes de especulacin, y de stos
pasaba todava a otros ms por la seduccin del inters. En todo
el colegio, quiz slo Rabelo y Ribas, el primero fondeado en el
puerto de la misantropa senil, que lo distanciaba del mundo
tempestuoso, y el otro hacindola perpetuamente de ngel feo
a los pies de Nuestra Seora, escapaban a la mana general de la
estampilla, o, ms bien, a la necesidad de premunirse de aquel
valor corriente para las emergencias.
Era en el comercio de la estampilla donde herva una agitacin de emporio, contratos codiciosos, agiotistas, astutos, frau-
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republicanas, de toda Europa, de todos los continentes, con estampas de palomos, de navos, de brazos armados; griegas con
la efigie de Mercurio, el nico dios que qued de Homero, sobreviviente del Olimpo despus de Pan; estampillas chinas con
un dragn desgajando las garras; de Cabo, triangulares; de la repblica de Orange, con un naranjo y tres cornos; de Egipto, con
la esfinge y las pirmides; de Persia, retratando a Nasser al-Din6
con un penacho; de Japn, bordadas, llenas de encajes finos, como telas de biombos y abanicos; de Australia, con un cisne; del
reino de Hawai, con el rey Kamehameha III; de Terra Nova, con
una foca en un campo de nieve; de Estados Unidos, con todos los
presidentes; de la Repblica de San Salvador, con una aureola de
estrellas sobre un volcn; de Brasil, desde las enormes y mal hechas de 1843;7 de Per, con una pareja de llamas; todos los colores, todos los matasellos con que los Estados tasan las correspondencias sentimentales o mercantiles, explotando indistintamente
un descuento mnimo en las gigantescas especulaciones y un impuesto de sangre sobre la nostalgia de los emigrados del hambre.
La sala general del estudio, larga, con sus cuatro hileras de
pupitres, la pared opuesta de estanteras y la tribuna del inspector, era un microcosmos de actividad subterrnea. El estudio
era un pretexto y una apariencia; las encuadernaciones empastaban antes la astucia que los volmenes mismos.
A ciertas horas se reuna all todo el colegio, desde los elementos de las primeras letras hasta los de los cursos ms avanzados. Se agrupaban segn sus habilidades: el abc a la derecha,
ante la puerta de entrada; en el extremo izquierdo, los filsofos,
Sha de Persia durante la segunda mitad del siglo xix.
Alusin a las estampillas brasileas conocidas como ojos de buey, que
fueron las primeras que se produjeron en Amrica.
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analistas de Barbe, los latinistas hbiles, los admirables estudiantes de alemn y griego. Las tres clases de edades se barajaban: un granduln poda estar empacado a la derecha, en el
pupitre de los analfabetos, al tiempo que un beb prodigio poda
estar a la izquierda, destetndose en la filosofa. El azar de esta colocacin poda sentarme entre Barbalho y Sanches, o poda
desterrarme a una legua del afecto de Alves. Todo dependa de lo
avanzado que estuviera.
Para compensar estas desventajas existan los telgrafos y la
correspondencia mano a mano. Los cables telegrficos eran del
mejor hilo de Alexandre 80, sutilsimos y fuertes, acomodados
bajo la tabla de los pupitres y sostenidos con ganchos de alfileres. En las vacaciones se desmantelaban. Dos amigos que quisieran comunicarse instalaban el aparato: en cada extremo, un
alfabeto escrito en una cinta de papel y un puntero amarrado al
hilo, legtimo Capanema.8 Tantas eran las lneas, que los pupitres
vistos por debajo presentaban la agradable apariencia de ctaras
encordadas; tantas, que el servicio a veces se enmaraaba y la
ctara de los recaditos desafinaba como arpa de carcamn.
El genio de la invencin habitaba en el Ateneo; haba esperanzas de riqueza gracias a algn descubrimiento milagroso
deparado por el azar como el fruto de Newton. Recuerdo a un
compaero perspicaz que planeaba hacer fortuna con una patente para explotar el oro de los dientes obturados de los cadveres, una mina! Fue as como se invent el malhadado telgrafo-martillito. Tantos golpecillos, tal letra; tantos ms, tantos
menos, tales otras. Los inventores vean en el sistema de signos escritos la desventaja de que no servan por la noche. El elemento
Alusin al barn de Capanema, quien estuvo a cargo de la construccin y
difusin de la red telegrfica en Brasil desde 1852 hasta 1889.
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veinte pequeos, como aquellas figuras de la leccin de Rembrandt. Cul era el origen de las especies? Eran investigadores.
Nadie daba ni un paso. La arpa, que quiz podra explicarlo,
estaba ausente. Feliz aquel que pudiera conocer la causa de las
cosas! Cmo es el prtico de la vida? Orden drico? jnico?
corintio? Las imaginaciones, afanosas, hormigueaban vidamente sobre la cuestin; nadie la penetraba. Se desplegaban las
teoras domsticas, anglico-ginecolgicas.
En Pars haba una gran empresa exportadora, cuyos agentes,
en todo el mundo, eran los parteros; la comisaria central en Ro
era madame Durocher.13 Las mercancas llegaban empacadas en
sus cunas, orinaditas y llorosas. Esta teora tena el mrito filosfico de prescindir de las causas finales. Los metafsicos se
sentan ms inclinados hacia la intervencin de lo sobrenatural:
con ocasin de la Navidad se realizaba por la noche una distribucin general de herederitos a lo largo y ancho de la tierra, lluvia de pimpollos para compensar aquella matanza de inocentes
tan perjudicial en tiempos de Herodes. Intil es decir que los referidos inocentes venan otrora al mundo por la mano de los
mismos portadores de las credenciales de la revelacin, hoy en
desuso.
Y la academiecilla de investigadores consegua documentos.
Algunos sonrean ante la credulidad de otros, exhibiendo como
refutacin credulidades de diverso quilate; otros, ms positivos, aducan observaciones propias, porque los nios observan,
ofreciendo a la opinin de los colegas una nota ponderosa; y el
sistema se edificaba lentamente, como se edifican los sistemas,
aprovechando slo el elemento franqueado por el apoyo comn.
Marie Josephine Mathilde Durocher (18081892), nacida en Pars, fue la
ms clebre partera de Ro de Janeiro en el siglo xix.
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distintivos de plata que ni los armoniosos concertistas del orfen lograban obtener.
La predileccin de Aristarco se escalonaba incluso al interior
de la banda, dependiendo de la importancia de la sonoridad de
los timbres. El grave bombardn, el figle, la tromba, el trombn
y el sax mismo, destinados a la secundaria labor de acompaamiento, retrocediendo como lacayos en la escenificacin sonora,
hombres de armas servilmente bravos en las embestidas brillantes, o tmidos pajes, recogiendo el abandono de colas que escapaban al lujo regio de las grandes notas del canto, valan an menos
en la estima del director que en las acotaciones de la partitura.
Predilecto era el flautn, florete hecho sonido, tenue, penetrante, perforacin de agujas; predilecto era el requinto, especie de
flautn rajado, agresivo como la vibracin del dardo de las serpientes; el fagot, superlativo del requinto, nico aparato capaz de
producir artificialmente la gangosidad colrica de las suegras; el
claro oboe, laringe metlica de un cantor de epopeyas, heroico y
bello; el trombn frentico y vivo, estandarte expuesto sobre el
jolgorio, armonizando, centralizando la instrumentacin como
un regimiento de caballeros. Predilectos porque gritaban ms!
Predilectos sobre todo el tambor y el bombo tonante, primaca
del escndalo, el estruendo de las pieles tensas que la tormenta
abraza en los xtasis del carnaval canalla de sus das y que, en el
Ateneo, abrazaba Rmulo, el graso Rmulo, el lustroso, opulento,
el queridsimo yerno de las esperanzas queridas.
Fue exactamente por esta seriacin de preferencias acsticas
como lleg Aristarco a descubrir a su favorito. Y por casualidad.
Durante una fiesta escolar, se exhiba la banda. De pronto, el
bombo se distrae y suelta, fuera de tiempo, un magnfico tiro
que le iba bien a la composicin, ejecutada como una gota de
tempranillo sobre una acuarela. La mitad de los escuchas crey
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la unanimidad era impresionante. Con ms frecuencia se entregaba a accesos de rabia. Embesta contra los grupos bufando,
espumando, con los ojos cerrados y los puos hacia atrs. Los
muchachos corran carcajendose, abriendo camino y dejando
rodar aquella rabiosa ambulancia de elefantiasis.
En uno de esos abucheos estuve presente. Rmulo me marc.
Poco despus, nos encontramos en el largo corredor que llevaba
a la biblioteca del Gremio. Situacin embarazosa. Yo vena, l
iba. Detenerse? Retroceder? Lleno de dudas, segu adelante.
Rmulo, de un salto, me cogi por el cuello de la camisa, y lo
sacudi hasta el punto de macerarme el pecho.
A ver, perro (sic), dime aqu, si puedes, quin es el Cocinero.
La injuria equilibr mi susto. Todo estaba perdido. Me llen
de valor.
Cocinero, Cocinero, grandsimo Cocinero! le grit en las
barbas.
No s bien qu sucedi. Cuando volv en m, estaba extendido
bajo una escalera. Tres clavos que haba en los ltimos peldaos
se me haban hundido en la cabeza. Ponderando que en el futuro
tendra tiempo de sobra para la venganza, me levant y sacud
de mi ropa el polvo humillante de la derrota.
Finalmente, lleg el da de los exmenes primarios.
Pruebas obligatorias para las transiciones del nivel elemental:
de la primera clase a la segunda, de la segunda a la tercera, de la
tercera a la enseanza secundaria.
Se llevaban asientos y mesas al saln del oratorio; vestido el
altar con colgaduras, se apoltronaba all la comisin solemne, en
la que, adems del director y los profesores, se contaban personajes de la Instruccin Pblica.
En la mesa, Aristarco representaba el ponderado voto del tenedor de libros. Cuentas en regla: aprobacin con honor, alter-
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nada en ocasiones con una distincin simple; retraso de un trimestre, aprobacin plena, con riesgo de simplificacin; retraso
de un semestre, reprobado.
Fuera de esta regla, haba en el Ateneo alumnos becados, dciles criaturas elegidas meticulosamente para jugar el papel de
objeto directo de la caridad, tmidos como si los abatiera el peso
del beneficio; con todos los deberes y ningn derecho, ni siquiera el de no servir para nada. A cambio, los profesores tenan la
obligacin de hacerlos brillar, porque la caridad, si no brilla, es
caridad perdida.
En las pruebas del tercer ao, las distinciones fueron tan numerosas que una de ellas vino a dar a mis manos, sin escndalo,
por cierto, pues desde haca mucho tiempo haba yo perdido
el miedo y comenzaba a cuadrarme la aisance18 de las demostraciones, como un mal contaminado por el director. Hice una
gran figura, atrap la deliciosa nota y la llev a mi casa para exhibirla como un animalito raro, mimndole el pelo fino, besndole los morros. Sanches obtuvo honores; Maurilio, honores;
Cruz, honores tambin, gracias a su especialidad en la cartilla,
en la que era versado, asombrando a la comisin examinadora
con la letana completa de Nuestra Seora y amenazndonos con
enlistar el calendario de memoria, santo por santo, con observaciones adyacentes, ms la enumeracin de las fiestas movibles
y las lunas, como no sera capaz de hacerlo ni el propio Doutor
Ayer de las pldoras catrticas.19 Gualtrio, el Payaso, reprob.
Nascimento, el Narizotas, resopl de satisfaccin: aprobacin
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construidas para los artistas. Despus de muchos molinos viejos, muchas cabaas de paja, muchos caserones derruidos que
exponan sus miserias como mendigos, muchos remates de torres rsticas esbozados en los ltimos planos, muchas figuritas
vagas de campesinas con pauelos atados en tringulo sobre la
espalda, ancas rotundas, faldas toscas, drapeadas, y zapatotes
curvos, pas al dibujo de las grandes copias: fragmentos de rostro humano, cabezas completas, cabezas de corceles; llegu a la
osada de copiar, con toda la magnificencia de las sedas y con
toda la gracia vigorosa del movimiento, una cabra del Tbet!
Despus de la distincin del curso primario, mi ms grande
orgullo fue esta cabra. Retocada por el profesor, que tena el
buen gusto de hacer en los dibujos todo lo que no hacan sus discpulos, la cabra tibetana, de medio metro de altura, era aproximadamente una obra maestra. Me ufanaba del trabajo. La suerte
no quiso que me alegrara durante mucho tiempo. Le negaron a
mi bella cabra el marco de los buenos trabajos; por si fuera poco consideren mi desesperacin! precisamente el da de la
muestra, por la maana, me la encontr emborronada con una
cruz de tinta, ancha, que la mano benigna de un desconocido
haba trazado de arriba a abajo. Sin pensar en nada ms, arranqu de la pared el desgraciado papel e hice pedazos el esfuerzo
de tantos das de perseverancia y cario.
Cuando los visitantes invadieron la sala, notaron, suspendidos en la lnea de los trabajos, dos enigmticos residuos de papel
rasgado. Se asombraban, ignorando que all haba estado, intere
sante, en el ltimo captulo, la historia de una cabra y de una
cruz, drama de desesperacin y expolio miserando de lo que
haba sido una obra maestra.
Las exposiciones artsticas se realizaban cada dos aos, alternadas con las fiestas de los premios. De esta manera se reuna
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con xito y, luego, ya no hubo dibujante amable que no entendiera celadamente que deba probarse en aquel respetable lienzo de
Vernica.21 Santo Dios! qu narices le ponan al pobre Aristarco!
Se rayaba en la insolencia! Qu ojos de blefaritis!, qu bocas de
labios negros!, qu calumnia de bigotes!, qu invencin de expresiones tan apocadas para el digno rostro del noble educador!
No obstante, Aristarco se senta lisonjeado con la intencin.
Le pareca sentir en el rostro la cosquillita sutil del crayn que
iba y vena, jugando en el pliegue del prpado, en las patas de
gallo, contorneando la oreja, calcando la comisura de los labios
entrevista a travs de la franja de hilos blancos, definiendo la severa mandbula barbada, subiendo por los dobleces oblicuos de la
piel hasta la nariz, fustigando la pituitaria, arrancndole un estornudo agradable y desopilante.
Por eso eran respetados los dibujantes de aquel lienzo de Vernica.
Todos los retratos, buenos o malos, se alojaban indistintamente en los marcos honorficos. Pasada la fiesta, Aristarco tomaba el dibujo del marco y se lo llevaba a casa. Ya tena resmas
de retratos. A veces, en los momentos de spleen, ese profundo
spleen de los grandes hombres, desacomodaba la pila; forraba
de retratos las mesas, las sillas y el piso. Y le vena un xtasis de
vanidad. Cuntas generaciones de discpulos le haban pasado
por la cara! Cuntas caricias de lisonja a la efigie de un hombre
eminente! Cada uno de aquellos papeles era un pedazo de ovacin, un trozo de apoteosis.
Y todas aquellas cosas malhechas se animaban y lo miraban
brillantemente.
Alusin al lienzo en el que, segn la tradicin catlica, qued marcado el
rostro de Cristo.
21
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Mira, Aristarco decan en coro, mira; aqu estamos. Nosotros somos t, y te aplaudimos!
Y Aristarco gozaba, como nadie en la tierra, una delicia inau
dita: l, el incomparable, nico capaz de comprenderse bien y de
admirarse bien, de verse aplaudido por una multitud de alteregos, glorificado por un montn de s mismos. Primus inter
pares.22
Todos, l mismo, todos aclamndolo.
22
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Al ao siguiente, el Ateneo se me revel bajo otro aspecto. Lo
haba conocido interesante, con las seducciones de lo nuevo,
con las proyecciones oscuras de la perspectiva, desafiando mi
curiosidad y mi recelo; lo haba conocido inspido y banal como
los misterios resueltos, encalado de tedio; lo conoca ahora intolerable como una crcel, amurallado de deseos y privaciones.
Desarrollado a la fuerza y habilitado en el torbellino moral del
internado, haba aprovechado los dos meses de vacaciones para
atisbar la animacin de la vida exterior. Los salones, la sociedad,
los negocios de la plaza pblica, que en la infancia son como contactos de nieblas resbalando por la imaginacin, que nos despiertan
con un estruendo de pesadilla y luego huyen, desaparecen dejndonos de nuevo adormecidos en el olvido de la edad, al tiempo
que preferimos, de la soire,1 los bons-bocados;2 de las toilettes,3 las
cintas de colores rtilos, ignorando que quiz haya en la vida algo
ms azcar que el azcar, que el tacto suave puede algunas veces
llevarle ventaja al colorido fulgurante; cuando modestamente envidiamos, a las posiciones sociales, el garbo de Faetonte4 en los carros de la plaza o la bravura rubicunda de unos pantalones de uniforme de gala, sin saber que las ambiciones van ms alto y que hay
En francs, sarao.
Pastelillos de huevo y almendras.
3
Toilette: aqu, con el sentido de arreglo personal.
4
Hijo del dios griego Helios y cochero del Sol en una ocasin. Por extensin,
cochero.
1
2
249 s
comendadores. El movimiento del gran mundo no se me presentaba ya como un teatro de sombras. Comenc a penetrar la realidad exterior como haba palpado la verdad de la existencia en el
colegio. Me desesperaba, entonces, verme doblemente esposado
a la contingencia de ser an irremisiblemente pequeo y colegial.
Colegial, casi prisionero!, marcado con un nmero, esclavo de los
lindes de la casa y del despotismo de la administracin.
Estaba la escasa compenetracin de los paseos. El colegio se
uniformaba de blanco como para las fiestas gimnsticas, con los
gorros de canutillo, y salamos de dos en dos, de cuatro en fondo, tambores y clarines al frente.
El ao anterior, los paseos haban sido insignificantes: marchas
alegres por los suburbios. Las jovencitas salan al alfizar y todos
nosotros, anchos de militarismo, emanbamos elegancia prdigamente. Eran mejores las excursiones a la montaa. Subamos
por los Dois Irmos rumbo al Corcovado, y marchbamos hasta la
Caixa-dgua.5 All nos dispersbamos por la amensima meseta.
Los paseos se realizaban despus de la merienda. Por la nochecita volvamos, haciendo el balance de las notas de nuestras
sensaciones: un deslumbramiento verde de selva, un retazo de
incendiado crepsculo, un rincn de ciudad, a lo lejos, diluido
en humo color perla, o la mirada de una dama y la sonrisa de
otra, proyectiles inofensivos de noviazgo que, si marchamos en
formacin, tienen el defecto de la incertidumbre: vienen expresamente hacia nosotros?, van dirigidos al vecino y llegan a
nosotros slo por un rebote azaroso? Los celos eternos de los
soldados de retaguardia, tan frecuentes en la Praia Vermelha.6
Dois Irmos, Corcovado y Caixa dgua: tres montaas de Ro de Janeiro.
Playa de Ro de Janeiro. Por extensin, famosa institucin militar decimonnica situada en esa playa.
5
6
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En ingls, golpe.
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jazmines. Aristarco dio rdenes a la banda. El ascenso reinici como una fiesta: un redoble triunfal rasg el silencio de las montaas espantando a la noche; el bombo de Rmulo atron robusto,
con inmensa admiracin de los pjaros, que lo espiaban metiendo
el pico en el borde de los nidos, ambicionando quiz, para yerno,
a quien as aturda los ecos con un golpe brutal de alborada.
Al paso que nos elevbamos, se elevaba tambin el da por los
aires. Se hacan apuestas para ver quin se cansaba primero. Nadie se cansaba. Cada progresin de la luz en el espacio era como
un nuevo estimulante para el viaje; la dulzura del amanecer suavizaba todo el esfuerzo del ascenso. Cuando la msica haca un
alto, escuchbamos, en la mampostera del gran canal, por los
respiraderos, las aguas del Carioca8 siseando lamentos poticos de nyade emparedada.
Por entre hiatos de paisaje avistbamos la baha, el ocano
vastamente desplegado en llamas, extenso cataclismo de lava.
Nos detuvimos en el altiplano del Chapu de Sol. El director
dispuso que, cuando se diera la seal, asaltramos a la carrera el
espign de granito que se empinaba en la cumbre del monte. La
muchachada aclam la propuesta y, con un alarido brbaro de
contienda, nos arrojamos a la conquista de la altura.
Lleg primero Tonico, un muchachn nervioso de So Fidlis,9 especialista invicto en la carrera, corredor en la prctica y
en los principios, pues cada vez que haba examen de la Instruccin Pblica hua dos veces al llamado, comprendiendo que la
fuga es la expresin verdadera de la fuerza y que la valenta es
una invencin artificial de los que no pueden correr.
El ro Carioca cruza la ciudad de Ro de Janeiro, y se entub durante los
siglos xvii y xviii.
9
Municipio situado al noreste del estado de Ro de Janeiro.
8
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253 s
ms amplio aliento, en la vanguardia; luego, en una fila interminable de agotamiento, los ms dbiles, hasta llegar a aquellos
que quedaban tendidos en el suelo, como enfermos, que los inspectores buscaban como a ovejas perdidas.
En el portn del Ateneo, con las manos en la cadera, los dientecitos blancos a la vista, nos esperaba ngela, fresca y fuerte, y
reciba con una salva de carcajadas aquella entrada de derrotados, hombres y jvenes.
Cuando, pasado algn tiempo, se anunci el gran picnic en
el Jardn Botnico, el recuerdo de este descalabro de fatiga ciertamente no fue motivo de objecin. Habamos almorzado en la
montaa; ahora se trataba de ir a cenar al Jardn. Listos!
A medioda, el Ateneo se apeaba de los tranvas especiales
ante la puerta del gran parque. Atravesamos las elevadas arcadas
de palmas cantando uno de los himnos del colegio. Junto al lago de
la avenida, nos dispersamos.
En el bosque de bambes, a la izquierda, se haban montado
largas mesas para el banquete de las cuatro de la tarde. Gracias
a la buena voluntad de los padres, prevenidos oportunamente,
las tablas se pandeaban sobre los caballetes bajo el peso de una
cantidad rabelaisiana de manjares. A un lado, en canastas, sobre el suelo, se apiaban frutas, y cajas y frascos de confitera.
Haca uno de esos das caprichosos, posibles todo el ao, ms
frecuentes durante el esto, en que las rfagas de lluvia se alternan con las ms sanas expansiones de sol; uno de esos das
deliciosos y traidores, en que parece que el alma femenina se
vuelve clima con sus incertidumbres de llanto y risa.
Haba llovido una vez cuando partimos y otra vez durante
el viaje. En el jardn, por la hierba y bajo las hojas cadas, haba
mucha humedad; en las alamedas de ms sombra poda verse la
arena recientemente tachonada por los frutos pequeitos que el
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255 s
Acompaamiento hecho a base de harina de mandioca frita junto con algunos otros ingredientes variables, como tocino, ajo, cebolla, pimiento y perejil.
11
El mediador plstico, que supuestamente media entre el cuerpo fsico y
el alma de los humanos, fue un concepto esotrico que estuvo de moda a finales
del siglo xix. Su autora se atribuye al ocultista francs Elphias Levi (18101875).
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Otros profesores que haban participado en el picnic se daban a la grosera faena de cenar. l no.
Desde haca un cuarto de hora caminaba misteriosamente
por un seto de bambes, deshilachndose las barbitas, la guedeja, palpndose la frente, arrancndole inspiracin a su cuero
cabelludo, pasando y volviendo a pasar nervioso, espiando furtivamente nuestra admiracin. Nadie osaba acercarse, todos teman perturbar la elaboracin del genio.
Besos adorables de las brisas, que vagis por el campo; gemebundas fuentes, que en vano deshilis las lgrimas de vuestras
penas; amables zorzales canoros, que vivs de planta en la palmera de la literatura indgena, sin que os galardone una beca de la
Secretara del Imperio, venid conmigo a distribuir el secreto de
vuestro encanto! Seductoras tortolitas, un poco de vuestra ternura! Vvidos colibres, a m!, que sois como los animados tropos
en el frondoso poema de la selva... Y las inspiraciones llegaron.
Primero ceremoniosamente, all a lo alto, describiendo espirales
de zopilote sobre la carroa; luego, de golpe, cayeron sobre el
estro a picotazos. El estro, entorpecido, despert. El asno muerto
se volvi hipogrifo. El poeta fue registrando las estrofas.
Cuartetas de rima fcil de participios, aporreados por el cincel contundente de las agudas.
Se suspendi en toda la lnea el furor gastronmico de los
muchachos. Nos pusimos a escuchar, sorprendidos.
Murmuraron las brisas; las fuentes corrieron, tomaron la
palabra los zorzales; surgieron las palmeras en chisguete; hubo parvadas de juritis,13 de colibres; todas esas cosas de que se
alimentan los versos comunes y por las que mueren de hambre
los versificadores. De pronto, en la mejor de las cuartetas, preci13
Especie de trtolas.
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samente cuando el poeta apostrofaba al da sereno y al Sol, comparando la alegra de los discpulos con el brillo de los prados
y la presencia del maestro con el astro supremo mal de las
improvisaciones previas!, se desata de las nubes espesas una
carga de agua diluvial, nica, sobre el banquete, sobre el poeta,
sobre el miserando apstrofe inocente.
Venancio no se perturb. Abri un paraguas para no verse enteramente desmentido por los goterones y sigui desde su garita
hablndole con entusiasmo al Sol, a la limpidez del cielo azul.
Para no desprestigiar a su estimable subalterno, Aristarco
finga creer en la improvisacin e, indiferente, dejaba caer el
diluvio. Las alas del sombrero de paja se le marchitaban alrede-
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ms. En los procesos del gabinete, los hechos florecan en corimbo, fructificaban en racimo; la investigacin de una culpa descubra tres, sin contar las ramificaciones de la complicidad de odas.
Cuando se retir, el director dej en la sala una estupefaccin
de pavor. Yo, sobre todo, tena fuertes motivos de sobresalto.
La guerra latente que ya me vinculaba con el director como las
conjunciones disyuntivas se haba exacerbado por un episodio
gravsimo, un rompimiento decisivo.
Rumbo a la biblioteca, en el mismo punto donde se haba verificado mi infortunado encuentro con el enorme Rmulo, me
encontr inesperadamente con Bento Alves.
Las simpatas de mi excelente compaero no haban disminuido. Durante las vacaciones me haba ido a ver a casa, entablando relaciones con mi familia. Le pidieron insistentemente a
mi amigo que me valiera en las dificultades de la vida colegial
contra el constante peligro de la camaradera perniciosa. Durante el mes de enero no nos vimos. Cuando iniciaron los cursos
sent en l un calor nuevo de amistad, sin efusiones como antes,
pero evidentemente confirmado por los temblores de su mano
al estrechar la ma, embarazos en la voz de cortejador equivocado, bisoas desviaciones de la mirada que denunciaban la vacilacin de movimientos secretos e impetuosos. A veces, incluso,
se le acentuaba en los rasgos un alarmante reflejo de locura.
A m me interesaba aquel desasosiego comprimido. Extraa
cosa la amistad, que, en vez de la cercana franca de los amigos,
poda producir esa incertidumbre del malestar, una situacin
prolongada de vejacin, como si la convivencia fuera un sacrificio y el sacrificio una necesidad.
Durante los primeros das del ao, cuando an eran pocos
los alumnos que haban llegado, pasbamos horas enteras hacindonos compaa. Me haba trado libros de regalo, con una
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Decididamente era un da nefasto. Desde el corredor escuchamos gran bullicio en el patio. Recomenzaban los abucheos.
Protegidos por la noche, los muchachos se mostraban ms fogosos. Era un tumulto indescriptible, vocero de populacho en
revuelta, silbidos, baladros, injurias en que los gritos estridentes
de los pequeos se destacaban como aristas en la masa confusa de
clamores.
Los inspectores llegaron aterrados a buscar al director, con la
cara salpicada de verrugas rojas. Adivin. Era la revolucin del
guayabate! Un antiguo reclamo.
La comida del Ateneo no era psima.
Lo razonable para algunas centenas de bobitos. Tena incluso
el condimento imprescindido de las moscas, un agasajo. Pero la
insistente impertinencia de ciertos platillos aburra. Una epidemia, por ejemplo, de hgados guisados todo el ao! ltimamente, desde haca tres meses, el aguado guayabate de pltanos, obra
ahorradora del despensero.
Aristarco palideci de desaire. l era el blanco directo de
aquella desaforada insurreccin. Y precisamente el mismo da
en que haba hecho un espectculo de tremebunda justicia. No
quiso, sin embargo, arriesgar su prestigio. Lo vimos en el corredor, inseguro, exange, ordenando a los bedeles que volvieran
a calmar los nimos.
Por si fuera poco, lo torturaba el ser o no ser de las expulsiones. Expulsar... expulsar... irse a la quiebra, quiz. El cdigo escrito en letras gticas dentro del marco negro estaba all, imperioso y formal como la ley, prescribiendo tambin la expulsin
de los jefes de la revuelta... Moralidad, disciplina, todo al mismo
tiempo... Era demasiado! Demasiado...! La justicia se le meta
por los bolsillos como un desastre. Lo mejor que poda hacer
era asestarle un porrazo al vidrio maldito, romper y dispersar
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La campana, llamando a cenar, pacific los nimos. Trascendi que Aristarco se renda ante la revuelta e iba a dialogar.
Por la misma puerta por la que haba aparecido formidable
en la maana, surgi ante nosotros transformado, manso, terso
como la cordura y la lealtad mismas; con toda la altivez, sin embargo, que comportaba la sumisin.
Pero por qu, amigos mos, no organizaron una comitiva?
La comitiva es el motn reducido a la expresin pacfica y papeliforme! Para qu establecer delegaciones mediante tumultos? Todos tienen razn. Los perdono a todos... Pero yo soy tan
vctima del engao como ustedes, seores... Hasta hoy estaba
convencido de que el guayabate era de guayaba... El presupuesto que se le destina es para comprar el legtimo guayabate de
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La amnista concedida a los revolucionarios benefici por ex
tensin a los execrandos reos de la moralidad. Una vez floja la
fibra de los rigores, Aristarco despidi a los del gabinete con
denndolos a algunas decenas de pginas de escritura y a la re
clusin en un aula durante tres das. Se desprestigiaba la ley; se
salvaban, sin embargo, muchas cosas, entre ellas, el crdito del
establecimiento, que nada lucrara con el escndalo de un gran
nmero de expulsiones. En cuanto a encerrar a los culpables en
la tenebrosa celda de castigo, imposible: all estaba Franco, por
exigencia expresa de Silvino, como causante inicial de las inca
lificables perturbaciones del orden en el Ateneo.
Esta resolucin me satisfizo en grado sumo. En verdad hubie
ra sido para m una lstima perder, inmediatamente despus de
Bento Alves, tan torpemente rematado en la historia sentimen
tal de mis relaciones, a mi amigo Egbert.
Lo haba adquirido al pasar al segundo ao, donde me encon
tr con otros alumnos de cursos superiores. Vecinos de pupitre,
nos comprendimos, mutuamente simpticos, como si un pro
psito secreto de la necesidad hubiera determinado el azar de
la colocacin.
Por primera vez conoc la amistad. La insignificancia cotidia
na de la vida escolar, que nos hasta, favorece el desarrollo de
inclinaciones ms serias que las de la simple conveniencia ani
ada. El hasto es obra de la ociosidad, y de la madre proverbial
de los vicios nace tambin el vicio de sentir.
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Obra que trata sobre el amor de dos adolescentes en una isla de las Antil
las, escrita en 1787 por Jacques-Henri Bernardin de Saint-Pierre (17371814).
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vent que toi... Je crois que cest par ta bont... Mais, auparavant,
repose-toi sur mon sein et je serai dlass. Tu me demandes
purquoi tu maimes. Mais tout ce qui a t lev ensemble saime.
Vois nos oiseaux levs dans les mmes nids, ils, saiment com
me nous; ils sont toujours ensemble comme nous. coute come
ils sappellent et se rpondent dun arbre lautre...4
Al volver las pginas nos quebrantaba, en suma, el cruel
problema de las objeciones de fortuna y clase, el divorcio de las
almas hermanas mientras los cocoteros permanecan juntos. Y
la inminencia constrictora del austro, de la catstrofe, la luna
cruenta de presagios sobre un cielo de hierro...
Y guardbamos del libro, cntico luminoso de amor sobre la
sordina oscura de las desesperaciones de la esclavitud colonial,
un recuerdo mezclado de pesar, encanto y admiracin. Pues
tanto pudo el poeta: altear, sobre el suelo maldito, donde el caf
floreca y el nveo algodn y el verde claro de las mazorcas a
partir de un regado de sangre, la imagen fantstica de la bon
dad. Virginia coronada; como el capricho omnipotente del Sol,
formando en gloria los hilillos vaporosos que emanan los mu
ladares y que un rayo atrae hacia lo alto y dora.
Con Egbert me prob a escondidas en el verso. Esbozbamos
juntos una novela: episodios medievales, excesivamente trgi
cos, llenos de luz de luna, rodeados de ojivas, donde lo ms no
table era el combate debidamente organizado, con fusilera y ca
Cita de la misma obra: Es acaso por tu inteligencia? Pero nuestras madres
son ms inteligentes que nosotros. Es acaso por tus caricias? Pero ellas me abra
zan con ms frecuencia que t... Yo creo que es por tu bondad... Pero, antes,
reposa sobre mi seno y me tranquilizar. Me preguntas por qu me amas.
Pero todas las cosas que han crecido juntas se aman. Mira nuestros pjaros, que
crecieron en los mismos nidos: se aman, como nosotros; estn siempre juntos,
como nosotros. Escucha cmo se llaman y se responden de un rbol a otro...
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El can.
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Qu distinta esta exaltacin deliciosa del abatimiento espavo
rido que haba experimentado la vspera, incluso aquella misma
maana, en la Secretara de la Instruccin Pblica! La expec
tativa mortal de los llamados era una insignificancia: el terror
acadmico! Ese terror que nos sobresalta, que nos deprime co
mo lo ms grave del mundo. Y eso que yo, en aquella ocasin,
como haba presentado ya los exmenes de francs, no era un
debutante.
El debut del primer examen fue de dar fiebre. Tres das antes,
el corazn se me sala del pecho; el apetito desapareci; el sueo
sigui al apetito; la maana del acto, las nociones ms elementa
les de la materia siguieron al apetito y al sueo. Memoria in albis.1
El profesor Manlio intentaba animarnos; su intento, recor
dndonos el peligro, nos asustaba ms. Me aplastaba por antici
pado el enorme peso de la bastilla de la rua dos Ourives, con sus
tribunales feroces sin derecho a rplica, la terrible campanilla
penetrante que marcaba la apertura de la solemnidad, los cor
tinajes plmbeos de espeso verdor que hacan contrapeso a las
armas imperiales, las formidables paredes de mampostera secu
lar. Una barbaridad, toda la conspiracin de aquellos perfiles ce
udos, continuos, contra m, que era uno solo: Matoso, Neves
Leo, las comisiones examinadoras, cada cual ms poderosa y
En blanco, en latn.
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El doctor Claudio inaugur una serie de conferencias los sba
dos, a imitacin de las que Aristarco haca los jueves acerca de
lugares comunes de la moralidad. Filosofa, ciencia, literatura,
economa poltica, pedagoga, biografa e incluso poltica e hi
giene, de todo se hablaba; interesantsimas, sin minuciosidades
pesadas. Despus de la astronoma del director, ninguna curio
sidad me haba valido tan buenos minutos de atencin.
Nos narraba la vida. Las fiestas plutonianas del movimiento,
de la ignicin; la gnesis de las rocas, fecundidad infernal del in
cendio primitivo, del granito, del prfido, primognitos del fue
go; el gran sueo milenario de los sedimentos, perturbado por
convulsiones titnicas.
Hablaba de la antracita y de la hulla, el luto convertido en pie
dra, recuerdo trgico de muchas eras orgullosas del planeta, mo
numento negro de la prehistoria de los rboles, devastado por la
industria de los hombres. Describa la escalinata de los terrenos,
donde la huella impresa del genio de las metamorfosis sube desde
la vegetacin forestal de los fetos hasta el hombre cuaternario.
Nos hablaba de Cuvier1 y de la procesin de los monstruos resur
gidos rumbo a los museos, el megaterio2 potente, tardo, oscilando
Georges Lopold Chrtien Frdric Dagobert Couvier (17691832) fue un
especialista francs en anatoma comparada y paleontologa, y uno de los prime
ros cientficos que lograron reconstruir los esqueletos de animales prehistricos
a partir de restos fsiles.
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Hierba medicinal.
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tanta vida al fondo de las rbitas cavas, que bien poda verse all
cmo debe brillar el fondo en la fisionoma de la estrofa. El gran
doctor caro de Nacimiento! Vena al Ateneo exclusivamente pa
ra declamar un poema famoso que desde haca algn tiempo era
el xito obligado en las fiestas escolares de Ro: El maestro.
Inmediatamente despus de los premios le cedieron la palabra.
Durante media hora sucedi algo extrao: una convulsin
angustiosa de barbas en el espacio. Creciente. Desapareci el
poeta, desapareci el palenque, se llen el anfiteatro; desapare
cieron el trono con Su Alteza regente y la larga mesa con Aris
tarco y el excelentsimo del imperio; se ovillaron las graderas;
todo desapareci en una expansin incalculable de patillas, jubi
leo de mentones. No se vea a nadie ms, nada ms en aquel caos
tormentoso de pelos, donde una voz pasaba atronadora, carga
tremenda de escuadrones por la noche espesa, clavando versos
como patadas, aplastando, rompiendo avante.
Hasta que volvimos a ver la nariz. Las barbas se calmaron un
poco. Se recogieron, como una inundacin que se retira. Haba
acabado el poema. Nadie entendi ni una palabra de aquel grite
ro, pero la impresin fue formidable.
Despus de una pausa musical, que fue como un descanso
reparador, sigui la inauguracin del busto. Le dieron la palabra
al profesor Venancio.
Aristarco, en la gran mesa, sufri su segundo estremecimien
to de terror durante aquella solemnidad. Hizo un esfuerzo, se
prepar. A veces, para arrostrar el encomio cara a cara, se re
quiere tanta bravura como para enfrentar las agresiones. Tam
bin la vanidad se acobarda. Venancio iba a hablar: valor! La
los poetas parnasianos, exigentes cultivadores de formas mtricas rgidas, escri
bieran en versos alejandrinos.
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El orador acumul paciente todos los eptetos de engrandecimiento, desde el raro metal de la sinceridad hasta el cobre
dctil, cantante, de las adulaciones. Fundi la mezcla en una
hoguera de calurosos nfasis y forj la masa como un cclope,
largamente, hasta acentuar la imagen monumental del director.
Pasado el primer recelo, Aristarco se olvidaba en la delicia de
una metamorfosis. Venancio era su escultor.
La estatua ya no era una aspiracin: estaban forjndola all
mismo. El director senta cmo se le metalizaba la carne a me
dida que Venancio hablaba. Comprenda a la inversa el placer de
la trasmutacin de la materia bruta penetrada y animada por el
alma artstica: una frialdad de hierro le congelaba los miembros;
en las manos, en el rostro y la epidermis observaba, adivina
ba reflejos nunca antes vistos de pulido. Se le consolidaban los
pliegues de la ropa en drapeados resistentes y fijos. Se senta
extraamente macizo por dentro, como si hubiera bebido yeso.
La sangre se le detena en las arterias comprimidas. Perda la
sensacin de la ropa; se empederna, se mineralizaba entero. No
era un ser humano: era un cuerpo inorgnico, un peasco inerte,
un bloque metlico, una escoria de la fundicin, una forma de
bronce que viva la vida exterior de las esculturas, sin concien
cia, sin individualidad, muerto sobre la silla... oh, gloria!, pero
convertido en estatua.
Coronmoslo! vocifer de pronto Venancio.
En ese instante, Clmaco, estratgicamente apostado, jal con
fuerza un cordn. Del dilacerado forro verde emergi la sorpre
sa: el busto que se ofrendaba. Un poco de sol rastrero, perforan
do la lona, iba a despedazarse por encargo contra el metal nuevo.
Coronmoslo! repeta Venancio, entre un vendaval de
aclamaciones. Y sacando de la tribuna una esplndida corona
de laureles que nadie haba visto, la puso sobre la figura.
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Msica extraa en la hora clida. Deba ser Gottschalk.1 Aquel
esfuerzo agnico de los sonidos lentos, dolientes, deliciosa an
gustia del gozo extremo en que podra quedar la vida, porque ha
bra sido una conclusin triunfal. Notas graves, una, otra; pausas
de silencio y tiniebla en que el instrumento sucumbe, y luego un
da claro de renacimiento que ilumina el mundo como el instante
fantstico del relmpago y que la oscuridad abate de nuevo...
Hay reminiscencias sonoras que se vuelven perpetuas, como
un eco del pasado. El piano a veces me recuerda aquella fecha,
la hace resurgir.
Desde el profundo reposo decado de la convalecencia, desde
aquella serenidad extenuada en que la fiebre nos deja infantili
zados en la debilidad como si recomenzramos la vida, inermes
ante las sensaciones por un refinamiento mrbido de la sensi
bilidad, yo aspiraba la msica como la embriaguez dulcsima de
un perfume funesto; la msica me envolva contagindome su
vibracin como si hubiera nervios en el aire. Las notas, distantes,
me crecan en el alma con una resonancia enorme de cisterna.
Sufra, como las palpitaciones fuertes del corazn cuando el sen
timiento se exacerba, la sensualidad disolvente de los sonidos.
Louis Moreau Gottschalk (18291869) fue un compositor originario de
Nueva Orleans famoso por su virtuosismo en el piano y por la influencia lati
noamericana de sus piezas. Muri prematuramente durante una gira en Ro de
Janeiro.
1
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que crecan a ojos vistas, floresta colosal de plata; del otro lado,
montaas arboladas que exponan aqu y all protuberancias
pectorales de herrumbre, como armaduras viejas. En el asolea
dero, tendidas, piezas de ropa irisadas de jabn, medias largas
con borda roja desenrolladas sobre la hierba, aorando la pier
na ausente, grandes sbanas, vestidos rugosos de tan mojados;
encima del asoleadero, cuerdas; en las cuerdas, blusas transpa
rentes y escotadas, de encaje, sin mangas, lagrimeando espacia
damente el lavado, como si sudaran al rayo del sol la transpira
cin de muchas fatigas; faldas blancas que bailaban en la brisa el
recuerdo coreogrfico de la soire ms reciente.
Cuando el viento era ms fuerte, hencha las ropas extendi
das, inflamando vientres de mujer en las faldas y en las blusas.
ngela apareca. Siempre en su rayo de sol, como las hadas en
un rayo de luna. Me saludaba por la ventana con una de sus ex
clamaciones vivas de nio sorprendido. Sin chaqueta; en las
manos, apilados, dos montones de ropa enjuagada. Ayudaba a
la lavandera para distraerse. Hablaba mirando hacia arriba, en
frentando el da sin cubrirse los ojos.
Estaba fastidiada. Qu pereza! Qu pereza! Qu ganas de
recostarse en un regazo! Comenzaba sus infinitas historias na
rradas despacio, como derretidas en su labio caliente, muy re
pisadas, de cuando era pequea: aventuras de la inmigracin,
casas donde haba trabajado; contaba el origen del drama del
ao anterior... Haba tratado de apaciguarlos para ver si las cosas
llegaban a buen trmino; la desgracia no lo quiso. Ahora, a decir
verdad, le gustaba ms el que haba muerto. El asesino era muy
malo, le exiga cosas como si fuera una esclava. Era bruto, bruto.
Pero era de Espaa, compaero de viaje y un hombre hermoso!
Galn, ya lo saba yo; pero la maltrataba, la golpeaba, la empuja
ba: mira, todava tena marcas, y levantaba cndidamente el ves
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Bata.
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Salmo penitencial.
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sndice s
Nota a la edicin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Estudio preliminar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
El Ateneo
I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
IV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
V . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169
VI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193
VII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223
VIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249
IX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273
X . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 285
XI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 301
XII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 325
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El Ateneo (crnica de nostalgias), editado por la Facultad de Filosofa y Letras de la unam, se termin de imprimir el 23 de noviembre de 2012 en los
talleres de Formacin Grfica, Matamoros 112, colonia Ral Romero, Ciudad Nezahualcyotl, Estado
de Mxico. Se tiraron 300 ejemplares en papel cultural de 75 gramos. Se utilizaron en la composicin,
elaborada por Mauricio Lpez Valds, tipos Gandhi de 24, 12:14, 10:14 y 8:12 puntos. El cuidado
y el diseo de la edicin estuvieron a cargo de
Mauricio Lpez Valds.
ATHENAEUM
s RAUL POMPEIA
EL ATENEO s
(CRNICA DE NOSTALGIAS)
Paula Abramo
FFL
UNAM
Ctedras