La resurrección de Cristo es un hecho fundamental en la teología de san Pablo, ya que sin ella la fe cristiana sería vacía. Pablo transmite la tradición de la resurrección tal como fue anunciada por los primeros cristianos. La resurrección revela la verdadera identidad de Jesús como Hijo de Dios con poder y llamados a participar en su muerte y resurrección.
La resurrección de Cristo es un hecho fundamental en la teología de san Pablo, ya que sin ella la fe cristiana sería vacía. Pablo transmite la tradición de la resurrección tal como fue anunciada por los primeros cristianos. La resurrección revela la verdadera identidad de Jesús como Hijo de Dios con poder y llamados a participar en su muerte y resurrección.
Descripción original:
Escatología paulina: reflexiones sobre la resurrección y la parusía, según Benedicto XVI
La resurrección de Cristo es un hecho fundamental en la teología de san Pablo, ya que sin ella la fe cristiana sería vacía. Pablo transmite la tradición de la resurrección tal como fue anunciada por los primeros cristianos. La resurrección revela la verdadera identidad de Jesús como Hijo de Dios con poder y llamados a participar en su muerte y resurrección.
La resurrección de Cristo es un hecho fundamental en la teología de san Pablo, ya que sin ella la fe cristiana sería vacía. Pablo transmite la tradición de la resurrección tal como fue anunciada por los primeros cristianos. La resurrección revela la verdadera identidad de Jesús como Hijo de Dios con poder y llamados a participar en su muerte y resurrección.
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Escatologa paulina
Benedicto XVI
La resurreccin de Cristo en la teologa de san Pablo
"Si no resucit Cristo, es vaca nuestra predicacin, y es vaca tambin vuestra fe (...) y vosotros estis todava en vuestros pecados" (1 Co 15, 14.17). Con estas fuertes palabras de la primera carta a los Corintios, san Pablo da a entender la importancia decisiva que atribuye a la resurreccin de Jess, pues en este acontecimiento est la solucin del problema planteado por el drama de la cruz. Por s sola la cruz no podra explicar la fe cristiana; ms an, sera una tragedia, seal de la absurdidad del ser. El misterio pascual consiste en el hecho de que ese Crucificado "resucit al tercer da, segn las Escrituras" (1 Co 15, 4); as lo atestigua la tradicin protocristiana. Aqu est la clave de la cristologa paulina: todo gira alrededor de este centro gravitacional. Toda la enseanza del apstol san Pablo parte del misterio de Aquel que el Padre resucit de la muerte y llega siempre a l. La resurreccin es un dato fundamental, casi un axioma previo (cf. 1 Co 15, 12), basndose en el cual san Pablo puede formular su anuncio (kerigma) sinttico: el que fue crucificado y que as manifest el inmenso amor de Dios por el hombre, resucit y est vivo en medio de nosotros. Es importante notar el vnculo entre el anuncio de la resurreccin, tal como san Pablo lo formula, y el que se realizaba en las primeras comunidades cristianas prepaulinas. Aqu se puede ver realmente la importancia de la tradicin que precede al Apstol y que l, con gran respeto y atencin, quiere a su vez entregar. El texto sobre la resurreccin, contenido en el captulo 15, versculos 1-11, de la primera carta a los Corintios, pone bien de relieve el nexo entre "recibir" y "transmitir". San Pablo atribuye mucha importancia a la formulacin literal de la tradicin; al trmino del pasaje que estamos examinando subraya: "Tanto ellos como yo, esto es lo que predicamos" (1 Co 15, 11), poniendo as de manifiesto la unidad del kerigma, del anuncio para todos los creyentes y para todos los que anunciarn la resurreccin de Cristo. La tradicin a la que se une es la fuente a la que se debe acudir. La originalidad de su cristologa no va nunca en detrimento de la fidelidad a la tradicin. El kerigma de los Apstoles preside siempre la re-elaboracin personal de san Pablo; cada una de sus argumentaciones parte de la tradicin comn, en la que se expresa la fe compartida por todas las Iglesias, que son una sola Iglesia. As san Pablo ofrece un modelo para todos los tiempos sobre cmo hacer teologa y cmo predicar. El telogo, el predicador, no crea nuevas visiones del mundo y de la vida, sino que est al servicio de la verdad
transmitida, al servicio del hecho real de Cristo, de la cruz, de la
Resurreccin. Su deber es ayudarnos a comprender hoy, tras las antiguas palabras, la realidad del "Dios con nosotros"; por tanto, la realidad de la vida verdadera. Aqu conviene precisar: san Pablo, al anunciar la Resurreccin, no se preocupa de presentar una exposicin doctrinal orgnica no quiere escribir una especie de manual de teologa, sino que afronta el tema respondiendo a dudas y preguntas concretas que le hacan los fieles. As pues, era un discurso ocasional, pero lleno de fe y de teologa vivida. En l se encuentra una concentracin de lo esencial: hemos sido "justificados", es decir, hemos sido salvados por el Cristo muerto y resucitado por nosotros. Emerge sobre todo el hecho de la Resurreccin, sin el cual la vida cristiana sera simplemente absurda. En aquella maana de Pascua sucedi algo extraordinario, algo nuevo y, al mismo tiempo algo muy concreto, marcado por seales muy precisas, registradas por numerosos testigos. Para san Pablo, como para los dems autores del Nuevo Testamento, la Resurreccin est unida al testimonio de quien hizo una experiencia directa del Resucitado. Se trata de ver y de percibir, no slo con los ojos o con los sentidos, sino tambin con una luz interior que impulsa a reconocer lo que los sentidos externos atestiguan como dato objetivo. Por ello, san Pablo, como los cuatro Evangelios, otorga una importancia fundamental al tema de las apariciones, que son condicin fundamental para la fe en el Resucitado que dej la tumba vaca. Estos dos hechos son importantes: la tumba est vaca y Jess se apareci realmente. As se constituye la cadena de la tradicin que, a travs del testimonio de los Apstoles y de los primeros discpulos, llegar a las generaciones sucesivas, hasta nosotros. La primera consecuencia, o el primer modo de expresar este testimonio, es predicar la resurreccin de Cristo como sntesis del anuncio evanglico y como punto culminante de un itinerario salvfico. Todo esto san Pablo lo hace en diversas ocasiones: se pueden consultar las cartas y los Hechos de los Apstoles, donde se ve siempre que para l el punto esencial es ser testigo de la Resurreccin. Cito slo un texto: san Pablo, arrestado en Jerusaln, est ante el Sanedrn como acusado. En esta circunstancia, en la que est en juego su muerte o su vida, indica cul es el sentido y el contenido de toda su predicacin: "Por esperar la resurreccin de los muertos se me juzga" (Hch 23, 6). Este mismo estribillo lo repite san Pablo continuamente en sus cartas (cf. 1 Ts 1, 9 s; 4, 13-18; 5, 10), en las que apela a su experiencia personal, a su encuentro personal con Cristo resucitado (cf. Ga 1, 15-16; 1 Co 9, 1). Pero podemos preguntarnos: Cul es, para san Pablo, el sentido profundo del acontecimiento de la resurreccin de Jess? Qu nos dice a nosotros a dos mil aos de distancia? La afirmacin "Cristo ha resucitado" es actual tambin para nosotros? Por qu la Resurreccin es un tema tan determinante para l y para nosotros hoy? San Pablo da solemnemente respuesta a esta pregunta al
principio de la carta a los Romanos, donde comienza refirindose al
"Evangelio de Dios... acerca de su Hijo, nacido del linaje de David segn la carne, constituido Hijo de Dios con poder, segn el Espritu de santidad, por su resurreccin de entre los muertos" (Rm 1, 1.3-4). San Pablo sabe bien, y lo dice muchas veces, que Jess era Hijo de Dios siempre, desde el momento de su encarnacin. La novedad de la Resurreccin consiste en el hecho de que Jess, elevado desde la humildad de su existencia terrena, ha sido constituido Hijo de Dios "con poder". El Jess humillado hasta la muerte en cruz puede decir ahora a los Once: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra" (Mt 28, 18). Se ha realizado lo que dice el Salmo 2, versculo 8: "Pdeme y te dar en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra". Por eso, con la Resurreccin comienza el anuncio del Evangelio de Cristo a todos los pueblos, comienza el reino de Cristo, este nuevo reino que no conoce otro poder que el de la verdad y del amor. Por tanto, la Resurreccin revela definitivamente cul es la autntica identidad y la extraordinaria estatura del Crucificado. Una dignidad incomparable y altsima: Jess es Dios. Para san Pablo la identidad secreta de Jess, ms que en la encarnacin, se revela en el misterio de la Resurreccin. Mientras el ttulo de Cristo, es decir, "Mesas", "Ungido", en san Pablo tiende a convertirse en el nombre propio de Jess, y el de Seor especifica su relacin personal con los creyentes, ahora el ttulo de Hijo de Dios ilustra la relacin ntima de Jess con Dios, una relacin que se revela plenamente en el acontecimiento pascual. As pues, se puede decir que Jess resucit para ser el Seor de los vivos y de los muertos (cf. Rm 14, 9; 2 Co 5, 15) o, con otras palabras, nuestro Salvador (cf. Rm 4, 25). Todo esto tiene importantes consecuencias para nuestra vida de fe: estamos llamados a participar hasta lo ms profundo de nuestro ser en todo el acontecimiento de la muerte y resurreccin de Cristo. Dice el Apstol: hemos "muerto con Cristo" y creemos que "viviremos con l, sabiendo que Cristo resucitado de entre los muertos ya no muere ms; la muerte ya no tiene dominio sobre l" (Rm 6, 8-9). Esto se traduce en la prctica compartiendo los sufrimientos de Cristo, como preludio a la configuracin plena con l mediante la resurreccin, a la que miramos con esperanza. Es lo que le sucedi tambin a san Pablo, cuya experiencia personal est descrita en las cartas con tonos tan apremiantes como realistas: "Y conocerlo a l, el poder de su resurreccin y la comunin de sus padecimientos hasta hacerme semejante a l en su muerte, tratando de llegar a la resurreccin de entre los muertos" (Flp 3, 10-11; cf. 2 Tm 2, 8-12). La teologa de la cruz no es una teora; es la realidad de la vida cristiana. Vivir en la fe en Jesucristo, vivir la verdad y el amor implica renuncias todos los das, implica sufrimientos. El cristianismo no es el camino de la comodidad; ms bien, es una escalada exigente, pero iluminada por la luz de Cristo y por la gran esperanza que nace de l. San Agustn dice: a los cristianos no se les ahorra el sufrimiento; al
contrario, les toca un poco ms, porque vivir la fe expresa el valor de
afrontar la vida y la historia ms en profundidad. Con todo, slo as, experimentando el sufrimiento, conocemos la vida en su profundidad, en su belleza, en la gran esperanza suscitada por Cristo crucificado y resucitado. El creyente se encuentra situado entre dos polos: por un lado, la Resurreccin, que de algn modo est ya presente y operante en nosotros (cf. Col 3, 1-4; Ef 2, 6); por otro, la urgencia de insertarse en el proceso que conduce a todos y todo a la plenitud, descrita en la carta a los Romanos con una imagen audaz: como toda la creacin gime y sufre casi dolores del parto, as tambin nosotros gemimos en espera de la redencin de nuestro cuerpo, de nuestra redencin y resurreccin (cf. Rm 8, 18-23). En sntesis, podemos decir con san Pablo que el verdadero creyente obtiene la salvacin profesando con su boca que Jess es el Seor y creyendo con el corazn que Dios lo resucit de entre los muertos (cf. Rm 10, 9). Es importante ante todo el corazn que cree en Cristo y que por la fe "toca" al Resucitado; pero no basta llevar en el corazn la fe; debemos confesarla y testimoniarla con la boca, con nuestra vida, haciendo as presente la verdad de la cruz y de la resurreccin en nuestra historia. De esta forma el cristiano se inserta en el proceso gracias al cual el primer Adn, terrestre y sujeto a la corrupcin y a la muerte, se va transformando en el ltimo Adn, celestial e incorruptible (cf. 1 Co 15, 20-22.42-49). Este proceso se inici con la resurreccin de Cristo, en la que, por tanto, se funda la esperanza de que tambin nosotros podremos entrar un da con Cristo en nuestra verdadera patria que est en el cielo. Sostenidos por esta esperanza proseguimos con valor y con alegra.
La parusa en la predicacin de san Pablo
El tema de la Resurreccin, sobre el que hablamos la semana pasada, abre una nueva perspectiva, la de la espera de la vuelta del Seor y, por ello, nos lleva a reflexionar sobre la relacin entre el tiempo presente, tiempo de la Iglesia y del reino de Cristo, y el futuro (schaton) que nos espera, cuando Cristo entregar el Reino al Padre (cf.1 Co 15, 24). Todo discurso cristiano sobre las realidades ltimas, llamado escatologa, parte siempre del acontecimiento de la Resurreccin: en este acontecimiento las realidades ltimas ya han comenzado y, en cierto sentido, ya estn presentes. Probablemente en el ao 52 san Pablo escribi la primera de sus cartas, la primera carta a los Tesalonicenses, donde habla de esta vuelta de Jess, llamada parusa, adviento, nueva, definitiva y manifiesta presencia (cf. 1 Ts 4, 13-18). A los Tesalonicenses, que tienen sus dudas y problemas, el Apstol escribe as: "Si creemos que Jess muri y que resucit, de la misma manera Dios llevar consigo a quienes murieron en Jess" (1 Ts 4, 14). Y contina: "Los que murieron en Cristo resucitarn en primer lugar. Despus nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Seor en los aires, y as estaremos siempre con el Seor" (1 Ts 4, 16-17). San Pablo describe la parusa de Cristo con acentos muy vivos y con imgenes simblicas, pero que transmiten un mensaje sencillo y profundo: al final estaremos siempre con el Seor. Este es, ms all de las imgenes, el mensaje esencial: nuestro futuro es "estar con el Seor"; en cuanto creyentes, en nuestra vida ya estamos con el Seor; nuestro futuro, la vida eterna, ya ha comenzado. En la segunda carta a los Tesalonicenses, san Pablo cambia la perspectiva; habla de acontecimientos negativos, que debern suceder antes del final y conclusivo. No hay que dejarse engaar dice como si el da del Seor fuera verdaderamente inminente, segn un clculo cronolgico: "Por lo que respecta a la venida de nuestro Seor Jesucristo y a nuestra reunin con l, os rogamos, hermanos, que no os dejis alterar tan fcilmente en vuestros nimos, ni os alarmis por alguna manifestacin del Espritu, por algunas palabras o por alguna carta presentada como nuestra, que os haga suponer que est inminente el da del Seor. Que nadie os engae de ninguna manera" (2 Ts 2, 1-3). La continuacin de este texto anuncia que antes de la venida del Seor tiene que llegar la apostasa y se revelar un no bien identificado "hombre impo", el "hijo de la perdicin" (2 Ts 2, 3), que la tradicin llamar despus el Anticristo. Pero la intencin de esta carta de san Pablo es ante todo prctica; escribe: "Cuando estbamos entre vosotros os mandbamos esto: si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado de que hay entre vosotros algunos que viven
desordenadamente, sin trabajar nada, pero metindose en todo. A
esos les mandamos y les exhortamos en el Seor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan" (2 Ts 3, 10-12). En otras palabras, la espera de la parusa de Jess no dispensa del trabajo en este mundo; al contrario, crea responsabilidad ante el Juez divino sobre nuestro obrar en este mundo. Precisamente as crece nuestra responsabilidad de trabajar en y para este mundo. Veremos lo mismo el domingo prximo en el pasaje evanglico de los talentos, donde el Seor nos dice que ha confiado talentos a todos y el Juez nos pedir cuentas de ellos diciendo: Habis dado fruto? Por tanto la espera de su venida implica responsabilidad con respecto a este mundo. En la carta a los Filipenses, en otro contexto y con aspectos nuevos, aparece esa misma verdad y el mismo nexo entre parusa vuelta del Juez-Salvador y nuestro compromiso en la vida. San Pablo est en la crcel esperando la sentencia, que puede ser de condena a muerte. En esta situacin piensa en su futuro "estar con el Seor", pero piensa tambin en la comunidad de Filipos, que necesita a su padre, san Pablo, y escribe: "Para m la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si el vivir en la carne significa para m trabajo fecundo, no s qu escoger. Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas, por otra parte, quedarme en la carne es ms necesario para vosotros. Y, persuadido de esto, s que me quedar y permanecer con todos vosotros para progreso y gozo de vuestra fe, a fin de que tengis por mi causa un nuevo motivo de orgullo en Cristo Jess, cuando yo vuelva a estar entre vosotros" (Flp 1, 21-26). San Pablo no tiene miedo a la muerte; al contrario: de hecho, la muerte indica el completo estar con Cristo. Pero san Pablo participa tambin de los sentimientos de Cristo, el cual no vivi para s mismo, sino para nosotros. Vivir para los dems se convierte en el programa de su vida y por ello muestra su perfecta disponibilidad a la voluntad de Dios, a lo que Dios decida. Sobre todo, est disponible, tambin en el futuro, a vivir en esta tierra para los dems, a vivir para Cristo, a vivir para su presencia viva y as para la renovacin del mundo. Vemos que este estar con Cristo crea a san Pablo una gran libertad interior: libertad ante la amenaza de la muerte, pero tambin libertad ante todas las tareas y los sufrimientos de la vida. Est sencillamente disponible para Dios y es realmente libre. Y ahora, despus de haber examinado los diversos aspectos de la espera de la parusa de Cristo, pasamos a preguntarnos: Cules son las actitudes fundamentales del cristiano ante las realidades ltimas: la muerte, el fin del mundo? La primera actitud es la certeza de que Jess ha resucitado, est con el Padre y, por eso, est con nosotros para siempre. Y nadie es ms fuerte que Cristo, porque est con el Padre, est con nosotros. Por eso estamos seguros y no tenemos miedo. Este era un efecto esencial de la predicacin cristiana. El miedo a los espritus, a los dioses, era muy comn en todo el mundo
antiguo. Tambin hoy los misioneros, junto con tantos elementos
buenos de las religiones naturales, se encuentran con el miedo a los espritus, a los poderes nefastos que nos amenazan. Cristo vive, ha vencido a la muerte y ha vencido a todos estos poderes. Con esta certeza, con esta libertad, con esta alegra vivimos. Este es el primer aspecto de nuestro vivir con respecto al futuro. En segundo lugar, la certeza de que Cristo est conmigo, de que en Cristo el mundo futuro ya ha comenzado, tambin da certeza de la esperanza. El futuro no es una oscuridad en la que nadie se orienta. No es as. Sin Cristo, tambin hoy el futuro es oscuro para el mundo, hay mucho miedo al futuro. El cristiano sabe que la luz de Cristo es ms fuerte y por eso vive en una esperanza que no es vaga, en una esperanza que da certeza y valor para afrontar el futuro. Por ltimo, la tercera actitud. El Juez que vuelve es Juez y Salvador a la vez nos ha confiado la tarea de vivir en este mundo segn su modo de vivir. Nos ha entregado sus talentos. Por eso nuestra tercera actitud es: responsabilidad con respecto al mundo, a los hermanos, ante Cristo y, al mismo tiempo, tambin certeza de su misericordia. Ambas cosas son importantes. No vivimos como si el bien y el mal fueran iguales, porque Dios slo puede ser misericordioso. Esto sera un engao. En realidad, vivimos en una gran responsabilidad. Tenemos los talentos, tenemos que trabajar para que este mundo se abra a Cristo, para que se renueve. Pero incluso trabajando y sabiendo en nuestra responsabilidad que Dios es verdadero juez, tambin estamos seguros de que este juez es bueno, conocemos su rostro, el rostro de Cristo resucitado, de Cristo crucificado por nosotros. Por eso podemos estar seguros de su bondad y seguir adelante con gran valor. Un dato ulterior de la enseanza paulina sobre la escatologa es el de la universalidad de la llamada a la fe, que rene a los judos y a los gentiles, es decir, a los paganos, como signo y anticipacin de la realidad futura, por lo que podemos decir que ya estamos sentados en el cielo con Jesucristo, pero para mostrar en los siglos futuros la riqueza de la gracia (cf. Ef 2, 6 s): el despus se convierte en un antes para hacer evidente el estado de realizacin incipiente en que vivimos. Esto hace tolerables los sufrimientos del momento presente, que no son comparables a la gloria futura (cf. Rm 8, 18). Se camina en la fe y no en la visin, y aunque sera preferible salir del destierro del cuerpo y estar con el Seor, lo que cuenta en definitiva, habitando en el cuerpo o saliendo de l, es ser agradables a Dios (cf. 2 Co 5, 79). Finalmente, un ltimo punto que quizs parezca un poco difcil para nosotros. En la conclusin de su primera carta a los Corintios, san Pablo repite y pone tambin en labios de los Corintios una oracin surgida en las primeras comunidades cristianas del rea de Palestina: Maran, th! que literalmente significa "Seor nuestro, ven!" (1 Co 16, 22). Era la oracin de la primera comunidad cristiana; y tambin el ltimo libro del Nuevo testamento, el Apocalipsis, se concluye con
esta oracin: "Ven, Seor!". Podemos rezar as tambin nosotros?
Me parece que para nosotros hoy, en nuestra vida, en nuestro mundo, es difcil rezar sinceramente para que acabe este mundo, para que venga la nueva Jerusaln, para que venga el juicio ltimo y el Juez, Cristo. Creo que aunque, por muchos motivos, no nos atrevamos a rezar sinceramente as, sin embargo de una forma justa y correcta podemos decir tambin con los primeros cristianos: "Ven, Seor Jess!". Ciertamente, no queremos que venga ahora el fin del mundo. Pero, por otra parte, queremos que acabe este mundo injusto. Tambin nosotros queremos que el mundo cambie profundamente, que comience la civilizacin del amor, que llegue un mundo de justicia y de paz, sin violencia, sin hambre. Queremos todo esto. Pero cmo podra suceder esto sin la presencia de Cristo? Sin la presencia de Cristo nunca llegar un mundo realmente justo y renovado. Y, aunque sea de otra manera, totalmente y en profundidad, podemos y debemos decir tambin nosotros, con gran urgencia y en las circunstancias de nuestro tiempo: Ven, Seor! Ven a tu modo, del modo que t sabes. Ven donde hay injusticia y violencia. Ven a los campos de refugiados, en Darfur y en Kivu del norte, en tantos lugares del mundo. Ven donde domina la droga. Ven tambin entre los ricos que te han olvidado, que viven slo para s mismos. Ven donde eres desconocido. Ven a tu modo y renueva el mundo de hoy. Ven tambin a nuestro corazn, ven y renueva nuestra vida. Ven a nuestro corazn para que nosotros mismos podamos ser luz de Dios, presencia tuya. En este sentido oramos con san Pablo: Maran, th! "Ven, Seor Jess"!, y oramos para que Cristo est realmente presente hoy en nuestro mundo y lo renueve.