Dios Libera A Su Pueblo

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Dios libera a su pueblo y establece una Alianza con él: Lección 05

del curso historia de la salvación


Al final del escrito el audio de esta lección

La experiencia de la esclavitud de los hebreos en


Egipto no sólo es un acontecimiento clave para la
constitución del pueblo de Israel, sino una lección para
todos los cristianos pues, a través de él entendemos
que Dios nunca se olvida de los oprimidos y
marginados, a los que levanta y anima para que
recobren su dignidad y puedan, de ahí en adelante, ser
el pueblo de su pertenencia.

Empecemos esta lección con nuestra oración. Esta


vez tomemos el salmo 5 que es una súplica de un
hombre perseguido y atribulado que pone en Dios toda
su confianza para salir adelante. Una vez rezado el
salmo hacemos la siguiente oración: «Concédenos,
Señor, tu Santo Espíritu para que podamos liberarnos
de tantas esclavitudes y defectos. Especialmente te
pedimos por todos aquellos hermanos nuestros que
viven ignorando tu amor infinito en la pobreza material
y espiritual para que por medio de tu Madre Santísima,
la Virgen María encuentren la gracia y la salvación
eterna. Amén» (Ave María y Gloria).
Recordatorio de la lección anterior:
En la lección anterior, la experiencia de Abraham nos
sirvió para comprender el sentido verdadero de la fe
cristiana. La fe es la respuesta al llamado de Dios que
implica por lo mismo un movimiento «dinámico» al
servicio de su obra. Esta nunca puede ser
sentimentalismo superficial o una simple aceptación de
las verdades de la Iglesia; es por esencia, una actitud
ante la vida que nos hace estar en constante diálogo
con Dios. Al mismo tiempo nos exige desprendernos
de las cosas que más nos gustan, pues no se puede
tener fe y seguir en nuestra misma actitud de rendir
culto a la moda, fama, pereza, diversiones, etc.
El hombre que como Abraham decide atender la voz
de Dios recibe abundantes bendiciones, pues
reconoce que es Dios quien lo llama, y lo llama para
darle todo aquello que puede anhelar. Para Dios no
hay nada imposible y le concedió a Abraham el hijo
que tanto deseaba después de 25 años de silencio y
pruebas.
También reflexionamos como Abraham pide por la
salvación de dos ciudades Sodoma y Gomorra
perdidas irremediablemente en la perversión, y
hacíamos notar cuán necesaria es la oración para
pedir por la salvación de los hombres. La oración es el
medio eficaz para ayudar a los hermanos que viven en
el error y en el pecado además se insistió en la
importancia que tienen los justos para la salvación de
la humanidad. Diez justos hubieran bastado para
salvar dos enormes ciudades ¡En la balanza de Dios
una justo pesa más que miles de pecadores!
Otro gran mensaje que nos dejó la lección pasada es
que las dificultades y pruebas que Dios permite en
nuestro caminar, no son para destruir nuestra fe sino
para amacizarla. El cristiano debe amacizar la idea de
que cada prueba es una ocasión que Dios nos brinda
para forjar nuestra fe en Él.
El episodio de la historia en el cual Esaú cambia la
bendición por un plato de comida. También nos hacía
reflexionar con cuanta facilidad cambiamos las gracias
espirituales por el bienestar material. Hoy día se
prefiere la televisión, los videos, las diversiones, etc., a
los medios que puedan llenarnos de la gracia, como
los sacramentos, la oración y la palabra de Dios.
Empecemos aquí esta nueva lección «Dios libera a su
pueblo y hace una alianza con él».
Busquemos el texto:
Ex 1, 8 -14
Ahora situamos nuestra historia de salvación en
Egipto. Recordemos que José «el soñador», había
hecho llegar a todos sus hermanos con sus familias a
esta tierra de abundancia, pues en toda la región
azotaba una cruda sequía. Pasaron cientos de años,
los israelitas se multiplicaron y expandieron por todo el
país de Egipto a tal punto, que se despertó el celo del
nuevo faraón que vio con malos ojos a este pueblo
extranjero. Así que de ahí en adelante los egipcios
hicieron caer sobre los israelitas los trabajos más
duros y humillantes, a fin de frenar su crecimiento.
Esta historia no es extraña, sino un fenómeno común
dentro de toda la historia de la humanidad; los
poderosos someten a los más débiles y los toman por
esclavos. Durante siglos y siglos gran parte de la
humanidad ha vivido sometida a distintas formas de
esclavitud y opresión. Muchos hombres han muerto
como animales, sin conocer su dignidad y su vocación
a la libertad.
Hoy día, los poderosos siguen explotando a los más
pobres de muchos modos. Es sabido que los países
desarrollados prestan dinero a los llamados del «tercer
mundo» a condición que éstos reduzcan sus índices
de natalidad ¡Tienen miedo como el faraón, del
crecimiento de los más débiles!
Quizá la latinofobia actual en algunas regiones de los
Estados Unidos obedezca a razones de este tipo.
Ex. 1,15-16
Decíamos que el faraón teniendo miedo del
crecimiento del pueblo israelita, llegó al extremo de
ordenar a unas parteras que malograran los partos de
las mujeres hebreas, de este modo se reduciría la
población de los extraños que amenazaban sus
intereses. Pero estas mujeres no hicieron caso de la
orden de faraón y tuvieron compasión del pueblo
oprimido; su conciencia les hacía entender que atentar
contra la vida de los indefensos es un crimen
incalificable. Dios premió la valentía de estas mujeres
que desafiaron el sistema asesino, concediéndoles
numerosa descendencia. No obstante, el faraón al ver
el fracaso de su plan tomó una decisión más radical:
Echar al río a todos los recién nacidos.
¿QUÉ SIGNIFICA «MOISÉS»?
Ex.2, 1-10
Pero Dios se ríe de la astucia de los hombres. Hizo
crecer en la misma casa del faraón que oprimía a los
israelitas a su futuro libertador: Moisés, cuyo nombre
significa «sacado de las aguas». Muchos niños
hebreos habían sido muertos en el río Nilo, pero sólo a
uno correspondió ser salvado. Moisés es el primer
hebreo salvado en esa acción providencial. El hecho
de ser «sacado de las aguas» nos da una idea
magnífica de la misión de este niño. Significa que fue
sacado del destino común de muerte y esclavitud que
tenían todos los hebreos; él es el hebreo rescatado
que iba a conocer lo que es la libertad. Los santos
padres compararon la acción de «sacar de las aguas»
como una acción liberadora. Es «volver a la vida»,
«devolver la libertad».
De este modo Moisés creció en el palacio de faraón y
recibió una educación especial que nunca hubiera
tenido en su propia familia. ¡Dios preparaba en lo
oculto la salvación de su pueblo!
Ex. 2,11-15
Moisés llevaba una vida tranquila de palacio, cuando
tuvo un encuentro con sus hermanos hebreos y
comprobó sus penosos trabajos. Pudo darse cuenta de
que trabajaban sin libertad, en condiciones muy
precarias: subalimentados, sin vivienda digna, sin
educación, y lo peor condenados a vivir así para
siempre.
En este estado de cosas la conciencia del pueblo era
casi nula y tampoco había quien respondiera en
nombre de estos oprimidos. El pobre y el humillado
llega a acostumbrarse a lo malo y aún a lo miserable;
cae en un estado pesimista que le hace incapaz de
lograr una vida mejor, no cree que pueda salir de esta
situación ni siquiera que pueda mejorar.
También vio Moisés cómo un egipcio golpeaba a un
hebreo; de inmediato, en un arranque de indignación
mató al egipcio. A pesar de que nunca vivió entre sus
pobres hermanos, experimento amor a su raza; no
cerró los ojos ante los abusos que se cometían ni
renegó de su origen. Pero al día siguiente se descubrió
otro aspecto de la pobreza de sus hermanos, al ser
testigo de una pelea entre dos de ellos. La miseria no
es tan sólo consecuencia de la explotación inhumana
de los poderosos, ni los pobres son víctimas inocentes;
entre ellos también hay maldad, violencia e
irresponsabilidad. La pobreza hace perder la confianza
en sí mismos y en los demás pobres. Es muy triste ver
como la misma gente humilde del pueblo desprecia a
sus hermanos por sentirse superior. Apenas alguno
tiene un cargo insignificante en el gobierno, lo utiliza
para el desprecio y perjuicio de los demás
Realmente era dramática la situación de Israel en
Egipto. No había quien pudiera sacar al pueblo de esta
penosa realidad. Moisés prefirió huir.
MOISES EL LIBERTADOR
Ex. 3, 7 -1-10
Era un largo período de esclavitud y desesperación
que los israelitas sufrían; gritaron y clamaron a Dios y
Dios oyó sus lamentos y miro con bondad a los hijos
de Israel (Cfr. 2, 23-25). Este texto destaca la
presencia de Dios en todo el acontecer humano. Dios
no estuvo ajeno al sufrimiento del pueblo, sino que
preparaba su salvación.
Conviene que subrayemos las afirmaciones divinas:
«He visto», «He escuchado», «Yo conozco sus
sufrimientos», «El clamor llegó hasta Mí», porque son
las palabras que Dios nos dirige, para hacernos ver
que no está lejos de la vida de los hombres y está
particularmente presente en nuestros momentos más
duros y difíciles.
Hay una prosa poética muy difundida titulada «Un par
de huellas en la arena. Para el hombre esos son los
momentos más felices, pasan ante él las imágenes
más dulces y bellas de su existencia: ¡Camina con
Cristo! Pero hay también momentos oscuros y
dolorosos, en los que sólo observa un par de huellas y
de inmediato reclama al Señor ¿Por qué me
abandonaste? ¿Por qué me dejaste solo justo cuando
más te necesitaba? El Señor le responde “Nunca te he
olvidado ni abandonado, ese par de huellas en la
arena no es tuyo; es mío, porque Yo te he llevado en
mis brazos, Yo te he cargado en esos momentos más
duros”».
El sufrimiento es una de las experiencias más graves
que aqueja a la humanidad; en él, el hombre
experimenta su impotencia y sus límites. Puede
conducirnos a la angustia al repliegue de nosotros
mismos, incluso a la desesperación y a la rebelión en
contra de Dios; pero también puede hacer a la persona
más dura, ya que el sufrimiento le ayuda a apreciar y
discernir lo importante de la vida, pues con frecuencia
la angustia empuja al hombre a una búsqueda de Dios.
El cristiano verdadero sabe aprovechar el sufrimiento y
el dolor para unirse con Dios, sabe que estos provocan
una conversión y ayudan a profundizar el misterio
divino. Las almas místicas como Santa Teresa de
Jesús y San Juan de la Cruz encontraron en el
sufrimiento un medio de purificación que les permitía
lograr una profunda intimidad con Cristo. El padre Pío
de Pietrelcina aprendió que los sufrimientos son útiles
para purificarse, para dominar el orgullo y hacerse más
sensibles a los sufrimientos de los demás y estar más
cerca del Señor. Un día otro sacerdote le pedía que le
diera un poco de sus muchos sufrimientos, a lo que él
respondió: ¡Estás loco! ¡Eso nunca, no reparto con
nadie mis preciosas joyas!

Concluyendo el tema: Dios ama a los que sufren, a los


más pobres y viene oportunamente en su auxilio,
aunque a veces parece que no se acuerda de ellos.
Diremos que quien sabe descubrir el valor providencial
del sufrimiento, encuentra el camino de la maduración
cristiana. Lo dice el cincelazo 372: «Nacimos en el
dolor y maduramos en el sufrimiento para alcanzar la
gloria».
Ex 3 10 - 12
Dios responde al clamor del pueblo de Israel
suscitando de entre el pueblo al caudillo que lo iba a
liberar. La providencia de Dios se manifiesta en la
participación generosa de los hombres de fe. Moisés
es un hombre que, madurando en el silencio del
desierto, Dios llama para salvar a su pueblo. La misión
es muy difícil, pero Dios confirma su asistencia para
que pueda perseverar en las peores dificultades.
Hoy, como entonces, Dios exige la colaboración de los
hombres para liberar a los que están esclavizados en
el pecado que es el origen de las injusticias, pobreza y
hambre. La humanidad pide la presencia de otros
Moisés que amen a su pueblo y estén dispuestos a
liberarlo de tantas esclavitudes; hombres que griten el
Evangelio, el mensaje liberador, que hace que todos
los hombres reconozcan su dignidad de hijos de Dios.
El cristiano no puede ser cómplice mudo ni testigo de
brazos cruzados ante el sufrimiento de tantos
hombres. ¡Nosotros con nuestra palabra y con nuestro
testimonio representamos los brazos de la misericordia
divina!
Ex. 7, 14; 8, 9 - 11
Una y otra vez Moisés se dirige al faraón para pedirle
que deje libre a su pueblo, pero siempre es rechazado.
La escritura destaca un endurecimiento del corazón
del faraón que viene a señalarnos una actitud que
muchas veces presentamos nosotros mismos ante los
planes de Dios; nos obstinamos, no
queremos oír razones y como el faraón llegamos a ser
piedras de tropiezo para muchos. Dios hizo caer
muchos azotes sobre los egipcios por la necedad de
su faraón; pero ante la negativa de éste, tuvo que
utilizar medidas más fuertes para liberar a Israel.
¿QUÉ ES LA PASCUA?
Ex. 12, 1 -29
Dios anuncia una medida implacable para lograr la
liberación de su pueblo: Un ángel iba a pasar por
Egipto dando muerte a sus primogénitos. También dijo
a Moisés que para que el ángel no diera muerte a los
primogénitos hebreos sino solo a los egipcios, todas
las familias hebreas tendrían que sacrificar un cordero
sin defecto. La sangre de ese cordero la usarían para
untar los postes y el travesaño de la puerta. De ese
modo cuando el ángel exterminador pasará por todo
Egipto, reconocería por la sangre, los hogares
israelitas y pasaría de largo.
Esta acción divina propició la salvación del pueblo de
Israel e instituyó la gran celebración de la Pascua,
palabra que significa «paso», pues Dios se hizo
presente al pueblo para liberarlo realmente de la
esclavitud. La sangre del cordero representó para el
israelita la salvación misma; es símbolo y figura de la
Sangre de Cristo, el Cordero Pascual que dio su vida
por nuestra salvación. La pascua israelita encierra un
gran significado para la cristiandad, porque Cristo
mismo la celebró para presentarnos otra «Pascua»
más nueva y definitiva para la salvación de la
humanidad.
Ex. 14, 24 -30
Después de estos acontecimientos el pueblo de Israel
tuvo la oportunidad de huir, pero todavía los egipcios
hicieron un último intento de detenerlos. Nuevamente
Dios interviene para pasar prodigiosamente a todo el
pueblo por el Mar Rojo y así dejarlos libres, fuera del
alcance de los opresores.
Este «paso» por el Mar Rojo representó para el
israelita la liberación de la esclavitud de Egipto. Para el
cristiano es símbolo de su bautismo, pues por el agua
símbolo de vida damos muerte a todo lo que nos
esclaviza y no nos deja ser plenamente libres. Por el
bautismo somos liberados del pecado y regenerados
como «hijos de Dios» para vivir en el espíritu y trabajar
para el bien.
Ex 16, 1 -4. 13 - 15 ; 17 1 - 6
Una vez que el pueblo de Israel dejó atrás a Egipto,
quedó completamente libre en el desierto y pronto les
llegaron las dificultades. Como cualquier pueblo que
alcanza su independencia tuvo que entender que la
libertad, no es un lujo ni una diversión, sino la vivencia
responsable de un don de Dios.
Ante la crudeza del desierto, el pueblo poco a poco fue
perdiendo el entusiasmo de la liberación y así enfrentó
su primera dificultad: El hambre y la sed. La gente
comenzó a murmurar contra Moisés alegando que
moriría en el desierto; olvidaron que cuando Dios
realiza obras las realiza completas nunca a medias. No
obstante Dios concede el pan para su pueblo.
Este texto nos viene a insistir en la idea que hemos
venido desarrollando «Dios nunca nos abandona en
los momentos más desesperados interviene para
ayudarnos». La desesperación y el miedo son
consecuencia de una falta de confianza en Dios; lo
dice el cincelazo 1093: «El que no confía en Dios
pronto se desespera».
Después de estas pruebas superadas, no sin
dificultades, el pueblo de Israel afirmó su fe en Dios.
Había experimentado en carne viva el brazo poderoso
de Dios que lo había sacado de Egipto y le había dado
de comer en el desierto. En esas circunstancias Dios
propone al pueblo un compromiso mayor, era hora de
sellar una alianza que comprometiera definitivamente a
Israel como pertenencia suya.
Esta alianza se concretiza al pie del Sinaí es uno de
los acontecimientos más importantes para Israel, pues
él mismo escogió libre y conscientemente a Dios y se
comprometió a cumplir todo lo que Él dijera «Haremos
lo que Yahvé ha mandado» ( v. 8). De ese modo se
dispusieron a cumplir la ley que Dios iba a dar a
Moisés: «El decálogo o diez mandamientos», los
cuales analizaremos brevemente actualizándolos, para
que nos demos cuenta que hoy como ayer tenemos un
compromiso ante Dios y que tales mandamientos van
más allá de lo que las mismas palabras dicen. Por
aquello de tantos cristianos que no se acercan a la
confesión pues piensan que «si no han robado,
matado o mentido, entonces no han pecado». Muchas
veces y de muchos modos fallamos a estos
mandamientos.
LOS MANDAMIENTOS
Ex 20, 1 - 17
Primero (v. 1- 7) «No tengas otros dioses fuera de Mí»,
que nosotros aprendimos del catecismo amar a Dios
sobre todas las cosas. Nos compromete a tener a Dios
como primer valor en nuestras vidas. Fallamos a este
mandamiento cuando le damos más valor a otras
cosas como al dinero, los placeres, los vicios, las
diversiones, etc.
También fallamos a este mandamiento cuando no
queremos saber más de la palabra de Dios o
pensamos que con lo que sabemos es suficiente,
recordemos la frase de San Juan «Nadie ama lo que
no conoce», ¿cómo decimos amar a Dios si ignoramos
las verdades más elementales de nuestra fe y nuestra
Iglesia?

Otra falla a este mandamiento es desconfiar de la


providencia divina y recurrir a todo tipo de sortilegios y
supersticiones, llámense brujerías, astrologías, lectura
de cartas, amuletos y talismanes, de los que
podríamos hablar largo y tendido.

Segundo (v.6) «No tomarás el nombre del Señor en


falso». Fallamos a Él cuando tomamos a juego las
cosas sagradas y dudamos que tengan pleno valor. La
blasfemia, los chistes obscenos contra la religión y sus
ministros, son ofensas contra el mismo Dios. Así
también cuando se rompen las promesas hechas a
Dios y no estamos dispuestos a rectificar.
Tercero (v.8 - 10) «Recordar el día sábado para
santificarlo» al propósito nos referimos la próxima
lección cuando hablemos del «Domingo día del
Señor». Sólo adelantamos que para el católico el día
de santificar, es el domingo. Por lo tanto es un deber y
necesidad participar en la misa los domingos y días de
guardar.
Cuarto (v. 12) «Honrarás a tu padre y a tu madre». Se
falla directamente a este mandamiento cuando los
hijos no se preocupan de los padres o se desentienden
de sus deberes para con ellos. En la actualidad hay
muchos jóvenes que se avergüenzan de sus padres
porque están viejitos o son de origen humilde.
También hay muchos padres que no se preocupan de
los hijos, pues no procuran su bienestar físico,
económico, afectivo, espiritual. Los padres
irresponsables que exponen a sus hijos a la vida
miserable y a la delincuencia fallan a este
mandamiento.
Quinto (v.13) «No matarás». Por matar entendemos el
acto por el cual ilegítimamente se priva a una persona
de la vida, pero no sólo eso es matar, podemos
generalizar y decir que matar es simplemente atentar
contra la vida, ese don maravilloso que Dios da a
todos los hombres para que nos realicemos en este
mundo como hijos suyos. Por lo mismo todo lo que
rebaje y perjudique la integridad física y moral de una
persona, será grave falla a este mandamiento. El
homicidio, el aborto, la eutanasia y el suicidio son
ejemplos claros. También todos los actos que atentan
contra la salud, por ejemplo la drogadicción y el
alcoholismo, ya sea de parte de los jóvenes que se
introducen al vicio como de los que inducen y
promueven, son crímenes contra la vida.
Asimismo se puede matar moralmente a una persona,
impidiendo su realización, no brindándole afecto o
menoscabando su dignidad. El chisme y la calumnia
pueden ser armas asesinas con las que podemos
destruir la vida de una persona.
Sexto (v 14) «No cometerás adulterio». Se infringe
este mandato cuando no se vive la castidad a la que
todos estamos llamados independientemente de
nuestro estado de vida (soltería o celibato, matrimonio
o vida consagrada). La lujuria, masturbación,
fornicación, pornografía y prostitución son atentados
contra esta castidad.
En nuestro mundo actual azotado por el consumismo y
el erotismo que empuja a las personas a dar rienda
suelta a la sensualidad y acomodarse a las situaciones
placenteras, es fácil dejarse seducir y caer en este
juego que engorda nuestro egoísmo y nos pone en la
antesala de estas fallas. Lo recomendable es pedir a
Dios la fortaleza, el dominio de nosotros mismos para
no caer en estas tentaciones y buscar los modos de
sana diversión, así como fomentar el deporte que
garantice la higiene mental y espiritual.
Séptimo (v. 15) «No hurtarás». Hurtar significa tomar o
retener bienes del prójimo injustamente perjudicando
sus intereses. Toda forma de robo contradice la
disposición divina y lesiona el bienestar de la persona
robada. Las promesas y los contratos no cumplidos
por cualquiera de las dos partes, patrón y empleado,
así como actitudes irresponsables en el trabajo,
despilfarros y ausentismo son injusticias declaradas. El
daño ecológico en nuestro mundo que acaba con la
obra creadora de Dios y explotación irresponsable de
los recursos naturales también son injusticias.
No proporcionar ayuda a los pobres, prefiriendo
nuestro bienestar, es incompatible con los principios
divinos. Es un robo que cometemos a los preferidos
del evangelio. Lo dice San Juan Crisóstomo «No hacer
participar a los pobres de nuestros bienes es robarles
y quitarles la vida».
Octavo (v. 16) «No mentirás». Es un llamado a vivir en
verdad y autenticidad. Queda prohibido por tanto todo
intento de falsear la verdad en relación con el prójimo.
La calumnia, la hipocresía y el engaño destruyen la
reputación de la persona ocasionando situaciones
graves. El halago, la vanagloria y la ironía son
actitudes negativas que desvirtúan la auténtica imagen
que debemos tener de las personas. La mentira es
directamente la falta contra la verdad, su gravedad
dependerá de las circunstancias, intenciones del que
las comete o los daños producidos.
Noveno (v. 17) «No desearás la mujer de tu prójimo».
Con el equivalente femenino «no desearás al hombre
de tu prójima», este mandato nos ordena mayor
pureza de actitudes y sentimientos. Los pensamientos
impuros no sólo afectan la castidad sino disminuyen la
capacidad de entender los planes divinos. Los
espectáculos malsanos unidos a una relajación de las
costumbres, son causa directa de estas impurezas.
Décimo (v. 17) «No codiciarás lo bienes ajenos». Es
una exigencia desterrar de nuestro corazón a la
envidia. Ese triste sentimiento que experimenta una
persona que desea malamente los bienes ajenos.
Decíamos en una lección anterior que la envidia nace
de un corazón orgulloso que no se contenta con los
dones divinos, sino que lucha por sobresalir, por eso
no se puede tolerar que una persona tenga otros
dones que ella no posee. Es un sentimiento que
genera violencia y destrucción moral.
Bien hermanos, hemos concluido esta cuarta lección,
en la que hemos expuesto la naturaleza de nuestra
alianza con Dios. El compromiso que el cristiano hace
con su Dios salvador es una exigencia a un cambio
radical en nuestro diario vivir, convencidos de que Dios
nos llama a la patria eterna.
TAREA mandarla al correo:
[email protected]
1. Menciona algunos ejemplos de la Biblia para
demostrar que Dios no se olvida de los pobres y
oprimidos.
2. ¿Qué quiere decir «Pascua» y que simboliza el
cordero pascual?
3. ¿Qué piensas hacer para que tus familiares y
amigos pertenezcan al pueblo de Dios y gocen de su
amistad?

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