La Vida Cotidiana de Los Cristianos
La Vida Cotidiana de Los Cristianos
La Vida Cotidiana de Los Cristianos
ADALBERT G. HAMMAN
NDICE
INTRODUCCIN
El historiador que explora una poca tan alejada como el siglo II cristiano
tiene la impresin de penetrar en una cueva, deja la luz para meterse en la
oscuridad. Nada destaca, todo est rodeado de sombras. Hay que dejar que
los ojos se acostumbren, antes de explorar y de descubrir. El descubrimiento
llega a base de larga paciencia y la paciencia se convierte en un
descubrimiento fascinante: ver y hacer que vuelva a la vida lo que pareca
definitivamente enterrado.
Es como un extraordinario rompecabezas cuyas piezas dispersas,
incompletas, mutiladas hay que encajar, si queremos ver cmo vuelve a la
vida la Iglesia de los comienzos.
Adems, se trata del perodo en el que se acaba lo que Renan llama la
embriognesis del cristianismo1. En esa fecha, el nio tiene todos sus
rganos; est desprendido de su madre; ahora ya vive su propia vida. La
muerte de Marco Aurelio, en el 180, seala en cierto modo el fin de la
Antigedad que, todava durante el siglo II, ha brillado con resplandor
incomparable, y el adormecimiento de un mundo nuevo.
En el siglo III la situacin cambiar tanto para la Iglesia como para el
Imperio. Las comunidades cristianas, que ya son florecientes, dejarn
impresionantes vestigios. Es una poca de grandes obras cristianas, de
grandes figuras cristianas, incluso de genios: Cartago, Alejandra son los
lugares privilegiados en esta floracin.
Nada semejante encontramos en el siglo II. Los apstoles han desaparecido
uno tras otro; Juan ha sido el ltimo. Quienes toman el relevo cristiano,
impregnados de recuerdos apostlicos, entrelazan la fidelidad con la
audacia, hacen fructificar el patrimonio y abren amplios horizontes en
provecho de nuevas generaciones. A finales del siglo, Ireneo de Lyon
recordaba todava palabras del apstol Juan, recogidas de boca de un
discpulo directo, Policarpo. Lejos de recluirse en un ghetto, la Iglesia se
manifiesta a pleno da, se coloca cara a la ciudad y a los filsofos, se siente
como estremecida por su juventud y su vitalidad. No teme enfrentarse con
nada, ms bien al contrario, ya que, victoria o derrota, ella sale siempre
ganando.
Geogrficamente, la Iglesia es mediterrnea; prcticamente no llega ms
all de las fronteras del Imperio. Aprovecha los medios de comunicacin
carreteras y navegacin saneados por la pax romana. Industria y comercio
prosperan, favoreciendo viajes e intercambios. Los primeros mensajeros del
Evangelio son oscuros ambulantes, llegados de Asia Menor, que venden
tapices y especias, en Marsella y en Lyon, en Alejandra y Cartago.
Tanto para la Iglesia como para el Imperio, el Mediterrneo es el gran
regulador de las comunicaciones y de los intercambios, ya sean
obras reflejan con frecuencia una situacin ms antigua, la que los autores
encontraron en el momento de su conversin. Los utilizaremos con
discrecin, en la medida en que corroboran o precisan las informaciones que
nos proporcionan quienes les precedieron.
La lectura atenta de los autores del siglo II requiere tanta imaginacin como
discernimiento para descubrir la vida de entonces y percibir los temblores
de esa vida, a la vez exaltante y frgil, que fue la del cristiano de aquel
tiempo: mostrar, ciertamente, pero no mostrar ms que lo que hubo.
Procederemos como por estratos, desde el exterior de la circunferencia
hacia el centro, es decir, que arrancaremos del entorno para alcanzar hasta
la organizacin interior de la Iglesia; de camino, esbozaremos los retratos de
los miembros ms caracterizados de la familia cristiana4.
Y la vida diaria, tachonada por las fiestas o los ritos, permitir percibir el
transcurso del tiempo. La conclusin surgir sola: la fe ilumina y transfigura
la existencia cotidiana, como la lmpara de la que habla la carta de Pedro,
que brilla en un lugar oscuro, hasta que apunte el da y que la Estrella de la
maana, Cristo, se levante en los corazones (2 Pdr., 1,19).
_________________
1. E. RENN, Marc Aurle et la fin du monde antique, Pars 1882, p. 11.
2. F. BRAUDEL, La Mditerrane et le monde mditerranen l'poque de Philippe II,
Pars 1966, t. I, p. 99.
3. Pierre Martyr, en F. BRAUDEL, op. Cit., p. 94.
4. La obra bsica es A. HARNACK, Die Mission und Ausbreitung des Christentums in
den ersten drei Jahrhunderten, Leipzig 1924, reedicin anaststica, 1965.
Jerusaln-Roma
Jerusaln-Roma: primera etapa de la progresin cristiana1. Nacida en la
ciudad santa de los judos, la Iglesia planta la cruz, mientras an vivan
Pedro y Pablo, en la capital del Imperio, hacia la que convergen todas las
rutas terrestres y martimas. Imaginamos el asombro del pescador de
Galilea y de Pablo de Tarso cuando, al llegar a Roma, vieron todos aquellos
templos, todas aquellas termas, todos aquellos palacios cuyas solas ruinas,
burlndose del paso del tiempo, estremecen nuestros corazones todava
hoy.
entre Arabia y la India lejana y los pases baados por el Mediterrneo, era
como una bisagra entre dos mundos. Por all transitaba el marfil de Africa,
las gomas y especias de Arabia, el algodn y la seda de la India. La gran
metrpoli estaba ligada al Asia Septentrional por tierra y por mar. La ruta
pasaba por Pelusa, Ostracina, Rafe, Ascaln y Gaza, cuya importancia
estratgica se puso de manifiesto tambin en la Guerra de los Seis das.
Muchos viajeros, procedentes de Judea o de Siria camino de Roma, se
embarcaban en Alejandra en algn convoy de trigo. Egipto abasteca al
Imperio de veinte millones de celemines de trigo, la tercera parte del
consumo69. Los cargos mixtos podan admitir hasta seiscientos
pasajeros70.
La poblacin de Alejandra era tan variada y de tanto colorido como lo es
actualmente: griegos, sirios y rabes se codeaban con mercaderes, turistas
de Roma y provincianos del Oeste, que haban llegado por motivos de
negocios o para seguir cursos de filosofa o de medicina. El extranjero que
entraba en la ciudad por la puerta llamada del Sol quedaba deslumbrado
por el esplendor de las avenidas en las que, a ambos lados, sendas filas de
columnas jalonaban la calle hasta la puerta de la Luna.
Los judos eran tan numerosos en Alejandra como hoy en Nueva York. Su
riqueza -y tambin se deca que la usura que practicaban- provocaba
frecuentes disturbios, que se repetan cada siglo, y a los que, en el siglo V,
el obispo Cirilo tratar de poner remedio. Cuando aparece el Evangelio, los
judos estn en plena prosperidad y ocupan dos barrios de la ciudad,
particularmente el barrrio del Delta71 . Sus relaciones con Palestina son
frecuentes, gracias a las peregrinaciones a Jerusaln. Es posible que entre
ellos se pudieran encontrar algunos de los que se opusieron a Esteban72.
Es verosmil que la comunidad juda proporcionase los primeros adeptos a la
religin cristiana. Abierta a todas las influencias, curiosa de todo saber,
crisol de razas y de religiones, donde la versatilidad y la inquietud iban del
brazo con el escepticismo y el sincretismo, la ciudad de Alejandra debi
ofrecer a los primeros evangelizadores la misma acogida que poco tiempo
despus hizo a las elucubraciones de Valentn y de Carpcrates, a Apeles,
discpulo de Marcin, y que van a emigrar a Roma y a Lyon, en donde Ireneo
los combate de inmediato73. La existencia de estos disidentes ya supone la
existencia de la Gran Iglesia.
Cundo y cmo vino el Evangelio de Jesucristo a Egipto? Es difcil, por falta
de documentacin, arrojar un poco de luz sobre este problema y desbrozar
la verdad de la leyenda. El historiador Eusebio cuenta, sin hacer hincapi,
una tradicin que se honra con la venida del evangelista Marcos74. Y ese
mismo autor nos da la lista de los diez primeros obispos75. Gracias a esta
lista podemos remontarnos a los orgenes, a partir de Demetrio, que rega la
comunidad en el ao 189. Pero todos estos nombres son nombres oscuros
sobre los que ningn vestigio ni ningn texto arrojan una luz.
Es muy posible que Apolo, al que se refiere la primera carta a los Corintios,
se convirtiera en Egipto, su pas, como afirma uno de los ms autorizados
testigos del texto76. Los primeros vestigios seguros nos los proporcionan
unos fragmentos del Evangelio, que se remontan a los comienzos del siglo II
77. Las pginas cristianas ms antiguas que poseemos estn escritas en
Ireneo pudo instituir otros obispos en Galia y en los territorios renanos, apoyndose
en Adv. haer, I, 10, 2, donde se habla de las iglesias de Germania. En general no
son seguidos en este punto.
44. La Tripolitania, en el siglo II, pertenece todava a Africa. No constituye una
provincia autnoma hasta los aos 297 314. Ireneo afirma (Adv. haer., I, 10) que
en su tiempo existan ya cristianos en Libia.
45. Sobre Cartago, aparte de la clsica Histoire ancienne de l'Afrique du Nord, de S.
GsELL, ver la reciente puntualizacin de M. HOURS-MIDAN, Carthage, Pars 1964.
46. Segn CH-A. JULIEN, Histoire de l'Afrique du Nord, 28 ed; puesta al da por Ch.
Courtois, Pars 1951, p. 88. Se encontrar en esta obra particularmente una
bibliografa exhaustiva hasta 1950. Para Africa romana ver tambin el estudio de
E. ALBERTINI, puesto al da por L. Leschi, Argel 1950. Mapa y grabados.
47 Apol., 9, 2.
48 ESTRABN. Geografa, 832, XVII, 3, 14.
49 Ibidem.
50 Cfr. el elogio a Cartago, en Florides, sobre todo III, 16, IV, 18.
51 Hay que recurrir al estudio de J. BARADEZ, Fossatum Af ricae, Pars 1949, pp.
165-212, que ha renovado la cuestin del limes romano en Africa, utilizando las
investigaciones areas.
52 Para un estudio de conjunto, ver el artculo muy notable de A. AuDoLLENT, Afrique, en DHGE, I, 705-731. Ms reciente, con una bibliografa puesta al
da, el artculo de A. M. SCHNEIDER, RAC, I, pp. 173-177.
53 Ep. 43, 7 y 52, 2, PL 33, 163, 194. Ver tambin el concilio de Cartago, en el ao
411, MANsi, IV, 229.
54 Baste con citar: el smbolo de la fe (F. J. BADCOCK, RB, 45, 1933, p. 3): el
bautismo de los herejes, carta de Firmiliano, entre las de Cipriano, 75, PL 3, 1154: la
liturgia de las estaciones (ver H. LECLERCO, art. Carthage, en DACL, II, 2206). Esta
cuestin merecera una seria monografa. Para la arquitectura, ver art. Afrika, RAC, I,
p. 175.
55 Hist. ecl., II, 2, 4. Ver P. MONCEAUX, Histoire littraire de l'Afrique chrtienne, 1,
Pars 1901, p. 7.
56 Cfr. art. Carthage, DHGE, XI, 1180-1181.
57 CIL, VIII, 7150, 7155, 8423, 8499. Sobre las colonias judas, leer P.
MONCEAUX, Les Colonies juives en Afrique romaine, en Revue des tudes
juives, 1902, p. 1.
58 A. DELATTRE, Gamart. Lyon 1895. Para Hadrumeto, A. F. LEYRAL'D, Les
Catacombes africaines: Susse-Hadrumeto, Argel, 1922.
M. Saumagne me afirm, en la primavera de 1971, haber visto signos cristianos en
las catacumbas cuando se descubrieron. El P. Ferron es mucho ms reservado y se
inclina a negarlo. Ver, por ejemplo, J. FERRON, Epigraphie juive, en Cahiers de
Byrsa, VI, 1956, pp. 99-102.
59 Apol., 7,3; Ad nation., 1 14.
60 Numerosas inscripciones pnicas. Ver G. BARDY, La Question des langues dans
I'Eglise ancienne, Pars 1948, p. 53.
61 Adv. Jud., 7.
62 Hemos publicado una traduccin de esto en la Geste du sang, Pars 1953.
Anlisis de P. MONCEAUX, Histoire littraire..., I, pp. 61-70.
63 Para la situacin social, ver E. ALBERTINI, L'Afrique romaine, p. 57.
64 Sermones publicados en nuestro PLS, II, 625-637 y 788-792. Ver tambin el
sermn 155 (PL 38, 840) pronunciado en la baslica de los mrtires scilitanos.
65 E. ALBERTINI, L'Afrique romaine, pp. 37-39.
66 Ad Scapulam, 5. Ver la tesis opuesta, Celso, en ORIGENES, Contra
Celsum, VIII, 69.
7 Ibidem.
68 Apol., 37, 4.
69 Para la importancia de Alejandra y de Egipto en el Imperio, ver M. P.
CHARLESWORTH, Les Routes et le Trafic..., pp. 31-50.
70 Es el caso del barco que tom el historiador Josefo, Vita, 15.
71 Art. Alexandrie, en DHGE, I, 290.
72 Hech 6, 9.
73 Desde el ao 100 circula entre los herejes un apcrifo de Juan, el Evangelio de
los Egipcios, que San Ireneo conoci y utiliz. G. BARDY, Pour 1'histoire de l'cole
d'Alexandrie, Viere et Penser, 1942, p. 84, n. 2.
74 Hist. ecl., II, 16, 1; 24, 1.
75 Ibid., III, 21; IV, 1, 4, 19.
76 El manuscrito de Beza.77 Publicados por C. H. ROBERTS, Unpublicated fragments
of the 4 Gospel, Manchester 1935. Ver W. ScHUBART, art. Alexandria, en RAC,
1. 282.
78 La leyenda nos la relata Sozomeno, Hist. ecl., V, 21; PALADIO, Hist. Laus., 8.
79 Hist. ecl., VI, 46.
80 Cfr. BARNARD, New Testament Studies, 1960, pp. 31-45.
81 CLEMENTE, Stromata, 1, 1, 11.
82 Afirmado dos veces por Eusebio, Hist. ecl., V, 10, 2, 3. Harnack piensa que se
trata de la Arabia del Sur, sin explicar por qu, Mission..., p. 698.
83 Hist. ecl., V, 25. Ireneo escribi acerca de esto a la Iglesia de Alejandra, ver
fragmento siraco, ed. HARVEY, II, p. 456.
84 A. HARNACK, Mission..., p. 712, n. 2.
85 Hist. ecl., VI, 1.
86 El anlisis ms reciente es el de E. KIRSTEN, art. Edessa, en RAC, IV, pp. 552597, con una excelente bibliografa.
87 Hech 2, 9. Ver tambin JOSEFO, Antig., XI, 5, 2; XV, 3, 1. En sentido contrario
ver S. WEINSTOCK, Journal of Roman Studies, 38, 1984, pp. 43, 67.
88 Ver A. HARNACK, Mission..., pp. 678-780, p. 689. H. LECLERCQ,
siglo II por los barcos procedentes de Siria o de Asia, que invernaban all.
Los pasajeros cristianos, como Pablo en otro tiempo, se dedicaban durante
esa estacin muerta, es decir, durante cuatro meses de invierno, desde el
10 de noviembre al 10 de marzo9, a anunciar el Evangelio.
En el contorno del Mediterrneo los puertos desempean un papel vital.
Roma, al igual que las grandes metrpolis de la poca -Atenas, Antioqua,
Efeso, Alejandra, Cartago- es un puerto.
Los barcos de cabotaje, de forma redondeada, no tenan ms que una
veintena de remos, manejados por libertos u hombres libres y que servan
para colocar al navo a favor del viento, pero nunca para impulsarlo10. El
barco romano era bajo de borda, sin puente, con travesaos o pasarelas11;
a veces tenan unos refugios sucintos en proa o en popa. Por lo general son
centenares los viajeros que no encuentran un resguardo durante la travesa.
En el Mediterrneo se navega frecuentemente durante la noche, cuando se
levanta el viento, a la luz de las estrellas12, en la costa occidental de Italia,
de Puzzuol a Ostia, pero tambin en las orillas de Grecia. A falta de
gobernalle, el timonel gua al barco sirvindose de un simple canalete13;
evita el mar abierto y navega con la costa a la vista.
El Isis, gran cargo de trigo que circulaba entre Alejandra y Roma en la
poca de los Antoninos, llevaba 1.146 toneladas de cereales, ms que una
fragata del siglo XVIII 14. El barco en que viajaba Pablo llevaba 276
pasajeros. El historiador Josefo se embarc para Roma con 600 personas a
bordo15. Se juntaba en los barcos una poblacin cosmopolita; en ellos se
mezclaban sirios y asiticos, egipcios y griegos, cantantes y filsofos,
comerciantes y peregrinos, soldados, esclavos, simples turistas. Todas las
creencias, todos los cultos, toda clase de clero iban codo con codo. Era una
verdadera ganga para el cristiano anunciar el Evangelio como lo haba
hecho el apstol Pablo, modelo de viajero cristiano.
Los barcos eran igual de rpidos que los de comienzos del siglo pasado,
cuando Chateaubriand tard cincuenta das en ir de Alejandra a Tnez y
Lamartine tard doce de Marsella a Malta16. La velocidad estaba en funcin
del viento: si era favorable, hacan falta cinco das de Corinto a Puzzuol 17,
doce de Npoles a Alejandra18, cinco de Narbona a Africa19. Catn tard
menos de tres das en ir de Roma a Africa20. A esa velocidad, habra
tardado dieciocho das de Liverpool a Nueva York, sin embargo, Benjamn
Franklin, tard cuarenta y dos das en 1775. Segn leemos en un papiro, una
travesa de Alejandra a Roma dur cuarenta y cinco das. Todo dependa de
las condiciones atmosfricas y del nmero de escalas. Estas eran treinta y
seis de Alejandra a Antioqua, diecisis de Alejandra a Cesarea21. Para
regresar de Asia a Roma, Cicern se embarc en Efeso un 1 de octubre y
lleg a la Ciudad Eterna el 29 de noviembre, despus de dos meses de
viaje22. Es cierto que, en este caso, la estacin estaba ya avanzada y no
era favorable. Hay que atribuir sin duda al reciente invento de la gavia las
velocidades rcord que cita Plinio23. El lino del que se hicieron las velas
acort la distancia y acerc las tierras.
Las escalas de simple fondeo y las estancias de largo invierno eran ocasin
para que los viajeros se pusieran en contacto con sus compatriotas en el
frecuencia eran detallistas a los que les reponan mercancas y con quienes
intercambiaban noticias.
Haba otros que viajaban para satisfacer su curiosidad o para ampliar su
cultura. Los estudiantes frecuentaban las escuelas o los maestros clebres
de Atenas, de Alejandra, de Roma, de Marsella o de Lyon. En Atenas, los
estudiantes eran tan numerosos que la pureza de la lengua griega
peligraba32. La curiosidad de espritu y la viveza de la inteligencia se unen
en los ms nobles incitndoles a buscar el saber, como fue el caso de
Justino; a otros los mueve la sola ambicin -ms pragmtica- de hacerse
maestro de retrica, sofista o mdico, comediante o escultor33. No hay
fronteras para el saber. El Imperio a todos concede visado para adquirir
conocimientos.
Las grandes fiestas religiosas, los juegos de Roma o de Olimpia, los
misterios de Eleusis y los centros de medicina como Prgamo atraen a la
muchedumbre y a los artistas. Los judos movilizan barcos enteros (ya
exista el sistema de los charters) para celebrar la Pascua en Jerusaln34.
Finalmente, algunos viajan por placer, y hay peregrinos que son, sobre todo,
turistas35. Plinio36, seala un detalle que hoy todava es actual:
Nuestros compatriotas recorren el mundo y desconocen su propio pas.
Tambin los cristianos, ya en el siglo II, van a Palestina, para hacer sus
peregrinaciones. Melitn llega desde Asia Menor, Alejandro desde Capadocia
(Turqua actual), Pionios desde Esmirna. Un siglo ms tarde los peregrinos se
multiplican. Eteria parte de Burdeos y recorre todo el Oriente bblico.
Afortunadamente nos ha dejado el diario de su viaje37.
El viaje es un acontecimiento incluso para los que se quedan en casa:
parientes y amigos escoltan hasta el puerto a quien se marcha y
permanecen con l hasta que los vientos favorables permiten que el barco
zarpe. Es el mismo espectculo que hoy contemplamos en los aeropuertos
de Asia y de Africa. Si el viajero es cristiano, lo acompaa la comunidad,
pues l es el mensajero, el lazo vivo con los dems fieles y con las dems
iglesias.
Es difcil imaginarse el bullicio de estos pueblos orientales, en los barcos, en
los puertos; la aglomeracin de soldados y de funcionarios, de carretas y de
bestias de carga por las carreteras. Entre ellos hay quienes son cristianos o
estn a punto de serlo. Nada los distingue de los dems viajeros, si no es
esa luz secreta que tienen encendida por dentro. De ciudad en ciudad,
haciendo camino, han ido observando, escuchando y han acabado por
encontrar la luz espiritual y la paz del corazn, como Justino o Clemente,
discpulos ayer, maestros hoy.
Otros cristianos viajan para instruirse, como Hegesipo. Preguntan en las
iglesias, en Corinto o en Roma, para conocer mejor la doctrina verdadera
en las iglesias ms importantes38. Un poco despus, Julio el Africano,
nacido en Emas, descendiente de veteranos enviados all por Tito39, visit
Edesa, Roma y Alejandra40. Abercio, obispo de Hierpolis, en Asia Menor,
lleg a Roma despus de haber recorrido el Oriente hasta las orillas del
Eufrates41.
Roma, capital del Imperio, y pronto capital de la Iglesia, es tambin la
II.3. La hospitalidad
Hay que tener bien presentes las condiciones de viaje a las que nos hemos
referido, para comprender mejor las abundantes exhortaciones de las cartas
apostlicas67 y de los escritos cristianos, que insisten en la prctica de la
hospitalidad68. Toda la Antigedad ha considerado que la hospitalidad tiene
un carcter en cierto modo sagrado. El extrao que atraviesa el umbral de
la puerta es una especie de enviado de los dioses o de Dios. Las ciudades,
las corporaciones, los miembros de las asociaciones practicaban el deber
recproco de la hospitalidad69.
El judasmo tena en alta estima el recuerdo de sus padres y maestros que
Esto ofreca a los falsarios una oportunidad demasiado buena, y las cartas
apcrifas empiezan a proliferar. Hasta los ms callados de los Apstoles se
sueltan de repente la lengua. Se inventa una correspondencia de catorce
cartas entre Pablo y Sneca107. Hasta se hace intervenir a Jesucristo mismo
y se dice que escribi una carta al rey Abgar108. A su vez, Poncio Pilato da
testimonio de la resurreccin del Seor, en una carta dirigida a Claudio109.
No es para asombrarse en una poca que cultiva lo maravilloso y en la que
abundan las cartas venidas del cielo110. Luciano, el burln, compuso una
de ellas para burlarse de la credulidad popular de su tiempo111.
Las cartas permiten a Roma informar y estar informada y, ya desde el ao
97, ejercer un papel moderador. La llegada de Pedro confiere al obispo de
Roma una autoridad cada vez ms firme, sobre todo desde la carta que
Clemente enva a la iglesia de Dios que se encuentra en Corinto112.
Enterado de las dificultades que atraviesa la comunidad, enva a ella tres
emisarios, portadores de una carta en la que toma postura con tacto pero
con firmeza, como quien quiere ser obedecido. Casi un siglo ms tarde,
Dionisio de Corinto nos dice que an se segua leyendo esta carta en la
reunin de los domingos113.
La solidaridad entre las diversas iglesias se estrecha particularmente en
tiempos de crisis. As, en tiempos del montanismo hay una correspondencia
activa entre Roma y la iglesia de Asia y de Galia114. Lo mismo sucedi en
tiempos del papa Vctor, a propsito de la controversia pascual115. Dionisio
de Corinto hizo una coleccin de cartas cruzadas entre Roma y las diversas
comunidades de Grecia, de Creta y de Asia Menor, motivadas por las
posturas rigoristas de algunos hermanos116.
Desde el siglo II los obispos se escriben, se consultan, dan noticias de su
nombramiento, solicitan ayuda econmica, ponen a los dems al corriente
de las dificultades doctrinales o simplemente disciplinares117.
Esta correspondencia nos permite levantar la punta de un velo que nos
oculta una poca de contornos difusos. Herejes y agnsticos emplean los
mismos procedimientos para divulgar sus doctrinas118.
Las siete cartas de san Ignacio a las comunidades asiticas y a Roma son
una joya de la antigua literatura cristiana. Estn llenas a rebosar y al mismo
tiempo son un testimonio, una exhortacin y un himno al Seor. Una carta
de Policarpo a la iglesia de Dios que se encuentra como extranjera en
Filipos nos ha sido felizmente conservada119.
En tiempos de persecucin, las cartas sostienen a unos, confortan a otros en
su perseverancia120. La primera gesta de los mrtires nos ha llegado en
forma de cartas, que sirven tanto para informar como para instruir y para
calificar a los hermanos reunidos en asamblea. El martirio de Policarpo se
nos narra como una liturgia121.
Las iglesias de Vienne y de Lyon enviaron una de las cartas ms
conmovedoras a las iglesias de Asia y de Frigia122. El ejemplo de los
mrtires de Lyon es un ejemplo para los confesores de Efeso, que al parecer
se niegan a conceder la penitencia a los apstatas de la comunidad123; a
su modo, esta carta es una expresin de la fraternidad, que sabe pasar por
encima de las debilidades humanas.
Cmo lleg la carta de Lyon hasta Efeso? Las postas imperiales, creadas
por Augusto124 y que duran hasta el final del Imperio, estaban reservadas a
la funcin pblica. Eran como una especie de valija diplomtica. Para
utilizar este correo se necesitaba un diploma especial,
llamado combina, marcado con el sello del emperador. Los soldados utilizan
la comunicacin entre sus guarniciones para enviar sus cartas. Es el caso de
un joven egipcio, que lleno de orgullo por su nuevo nombre romano, le
escribe a su padre, y le enva su retrato, que ha pagado con las tres
primeras monedas de oro que ha cobrado: la fotografa del militar pasa a
ocupar un lugar destacado en el hogar paterno125.
El medio ms sencillo y ms corriente para hacer llegar una carta a su
destinatario consista en confiarla a un mensajero. Se poda contratar a un
mensajero a portes pagados o a portes compartidos. Tambin se podan
solicitar los servicios de agentes de sociedades para enviar el correo.
Existan tabellarii privados, como sabemos por autores de esa poca126;
sabemos de su existencia tambin por una incripcin, entre otras, hallada
en Puzzuol127, en la Italia meridional, lo cual no tiene nada de extrao,
puesto que era una ciudad en la que se embarcaban gran cantidad de
viajeros. Mediante una propina a la salida y a la llegada, era fcil confiar una
carta a un conocido, a un compatriota o a un viajero comerciante. Un
obsequio al portador, cuando se reciba el mensaje, era garanta del
cumplimiento del encargo. Comerciantes llevaron las cartas de Ignacio a las
diversas iglesias128.
La carta de los hermanos de Lyon, debi de llegar primero a Roma, pues las
relaciones entre ambas ciudades eran frecuentes. Hacia esa misma poca,
Ireneo se encuentra en la capital llevando una carta de la comunidad129.
Desde Roma, era fcil confiar la misiva a cualquier hermano o compatriota
que se embarcaba en Puzzuol o en Ostia camino de Efeso.
Si la estacin era favorable, la carta poda llegar a su destino al cabo de
unos cincuenta das. Una carta enviada a Cicern desde Capadocia tard
cincuenta das en llegar a sus manos130. Otra, desde Siria a Roma, tard el
doble131. Una carta comercial del 23 de julio de 174, procedente de una
fbrica de Puzzuol, lleg a Tiro el 8 de diciembre, despus de ciento siete
das de viaje132. El hijo de Cicern recibi en Atenas una carta de su padre
que tard cuarenta y seis das, y le pareci que haba tardado poco133.
De todas esas cartas se han perdido una gran cantidad. Y no es de extraar,
sino que por el contrario hay que admirarse de que algunas hayan llegado
hasta nosotros. Oficiales o privadas, literarias o ntimas, estas cartas nos
permiten echar una ojeada a la vida cotidiana de las comunidades, las
dificultades y las crisis, las tiranteces y las defecciones. Las ms modestas,
como la carta de un tal Ireneo a su hijo para notificarle que un cargamento
de trigo egipcio haba llegado bien a Roma 134, o la carta de negocios de un
cristiano de Egipto, donde un obispo parece servir de contacto entre
algunos cristianos y un armador de Roma 135, nos sirven para contemplar
la vida como en bata de casa, sin maquillaje ni nfasis, con la conciencia
aguda que tienen los hermanos de formar una sola y gran familia.
Adalbert G. Hamman
luz sobre los dramas domsticos de cada da. Tertuliano130 relata el caso
del gobernador de Capadocia, Claudio, quien para vengarse de la
conversin de su mujer, persigue a los cristianos.
La experiencia explica la reticencia de la Iglesia hacia los matrimonios
mixtos entre un pagano y una cristiana. Tertuliano131 describe el riesgo y el
desafo para la mujer casada: Le ser imposible cumplir sus deberes con el
Seor, teniendo a su lado un servidor del Diablo, encargado por tal maestro
de trabar su fervor y su piedad. Si ella desea asistir a la asamblea litrgia,
su marido la citar temprano en los baos. Si quiere ayunar, su marido
organizar ese da un festn. Si debe salir, jams tendr tanto que hacer en
casa. Y ste es un cuadro descrito por un hombre casado.
La conversin de una muchacha ensombreca su porvenir. Cmo encontrar
partido en un grupo en el que la mayora eran mujeres? Si la muchacha
perteneca a la aristocracia o a las clases dirigentes, su eleccin era todava
ms limitada, en una comunidad donde los jvenes casaderos eran de
condicin ms modesta. En tiempos de Marco Aurelio, la patricia perda su
ttulo de clarsima si se casaba con un villano. Por esta razn se vea a
muchachas aristocrticas vivir en concubinato con libertos o incluso con
esclavos, para no perder su ttulo132.
Tertuliano reprueba esta manera de comportarse y exhorta vivamente a la
muchacha cristiana a que prefiera la nobleza de la fe a la nobleza de la
sangre. La armona de la fe en un amor autntico compensa ampliamente la
diferencia social133. El papa Calixto tolerar esta prctica morgantica y
llegar incluso a autorizarla, a pesar del derecho romano, entre una persona
de condicin superior y un villano nacido libre o incluso un esclavo.
A las mujeres sin marido y en la plenitud de la edad, que arden por un
hombre indigno de su propio rango y no quieren sacrificar su propia
condicin, les permiti cuenta Hiplito escandalizado como cosa lcita
unirse al hombre, esclavo o libre, que hubieran escogido como compaero
de lecho, y sin estar casados ante la ley, considerarlo como marido134.
Estas uniones libres, frecuentes en esa poca, las autoriza el papa con la
condicin de que sean sancionadas por la Iglesia y se sometan a las reglas
comunes de la fidelidad y de la indisolubilidad135. El riesgo de estos
matrimonios, legtimos en el fuero interno, contrados ms o menos en la
clandestinidad pues el derecho no los reconoca, consista en que fueran
estriles o en que llevaran a los cnyuges a practicar el aborto, antes que
reconocer al hijo de un liberto o de un esclavo. El concubinato mismo
autorizado por la ley dispona a la esterilidad voluntaria.
Aunque le disguste a Hiplito, que la emprende cruelmente contra el papa
Calixto, hay que descubrirse ante el realismo de un pastor que supo liberar
a la conciencia de los cristianos, que luchaban contra situaciones sin salida.
Los escritos de los autores cristianos de la poca abundan en
recomendaciones que constituan la levadura en un mundo decrpito.
Tertuliano dedica todo un tratado al velo de las vrgenes para imponer y
motivar su uso a las jvenes cristianas. La Didascalia136recomienda a las
mujeres casadas que lleven cubierta la cabeza con un velo en la plaza
pblica y en la asamblea, para celar su belleza y no despertar malos deseos.
105 Ibid., 7, 3.
106 Ver el tratado de TERTULIANO, Contra Hermogenem.
107 ESTRABN, Geografa, 337, VII, 3, 4.
108 JUVENAL, Stiras, IX, 22-26.
109 Cdigo de Justiniano, V, 1, 6; Dig., L, 14, 3.
110 Una de las razones que explican la severidad contra los espectculos era la
puesta en escena de mujeres ligeras, que ponan en peligro la fidelidad conyugal. La
mujer honesta perda atractivo. Ver nuestra Vie quotidienne en A f rique du Nord au
temps de saint Augustin, Pars 1979, cap. 6.
111 Para las reacciones paganas, ver por ejemplo ATENGORAS, Legatio, 11;
ORIGENES, Contra Celso, III, 44.
112 Lase la excelente introduccin de Fr. QUERE-JAULMES a La
femme, col. Ictys, n. 12, Pars 1968.
113 EusEBIO, Hist. ecl., V, 17. Ver las observaciones de P. NAUTIN, Lettres et
crivains chrtiens, Pars 1961, pp. 66-68.
114 Hist. ecl., V, 17, 24. Leer tambin las observaciones de E.
PETERSON, Frhkirche, Judentum und Gnosis, Friburgo 1959, p. 214.
115 EusEBIO, Hist. ecl., III, 16, 4; DION CASio, Hist. Rom., LXVII, 14, 1.
116 S. H. A. COMMODIEN, Hist. August., 5, 4.
117 HIPLITO, Philosophoumena, IX, 12.
118 Roma sotterranea, I, pp. 309, 315; II, p. 366.
119 Por ejemplo JUSTINO, Dial., 23; CLEMENTE DE ALEJANDRIA, Paed., 1, 4.
120 Diogneto, 5, 6.
121 Octavio, 30, 2.
122 SuETONIO, Domit., 22; PLINIO, Carta, IV, 10, 6. Ver art. Abtreibung, RAC, I. 5560.
123 Publicado por GRENFELL y HUNT, The Oxyrhinchos Papyri, IV, n. 744, en A.
DEISSMANN, Licht vom Osten, Tubinga 1923, p. 134. Otros testimonios: Didach, 2,
2; Bernab., 19, 5; JUSTINO, 1 Apol., 27-29; MINUCIO FELIx, Octavio, 32,
2; ATENAGORAS, Suppl., 35; TERTULIANO, Apol., 9; CLEMENTE DE
ALEJANDRIA, Paed., II, 10, 95-96. Ver tambin F. J. DOELGER, Antike und
Christentum, 4, 1930, pp. 23-28.
124 HERM., Mand., IV, 9.
125 Acta Thomae, 11-12.
126 IRENEO, Adv. haer., I, 13, 4.
127 Didascalia, III, 10, 1.
128 ARISTIDES, Oratio platonica, 2, ed. Dindorf, II, p. 394. Ver no obstante P. DE
LABRIOLLE, La raction paienne, Pars 1934, p. 83.
129 2 Apol, 2.
130 Ad Scapul., 3.
131 Ad uxor., II, 4, 1, Ver tambin Apol., 3, 4. Ver CIPRIANO, De lapsis, 6; Testim., 3,
62.
132 TERTULIANO, Ad uxor., II, 8.
133 J. B. DE Rossl encontr en las catacumbas mujeres de la gran familia de los
Cecilios llamadas simplemente honesta femina, porque segura-mente sus maridos
eran de rango inferior (Roma sotterranea, II, p. 144). El cementerio de Domitila
tiene un epitafio que un tal Onesforo, posiblemente un liberto, hizo para Flavio
Speranda, su clarissima faemina coniux.
134 HIPLITO, Philos., IX, 12. Cfr. A. L. BALLINI, Il valore giuridico della celebrazione
nuziale cristiana, Miln 1939, p. 24.
135 Cfr. Trad. apost., 16.NOTAS DE LAS PAGINAS 66-77
136 Didasc., III, 8, 24. Ver ARISTIDES, Or., 15; Trad. apost., 18.
137 Cfr. QUINTILIANO, Inst. or., V, 9, 14; DION CASIO, Hist. rom., 49, 8.
138 Didasc., 111, 19, 1-2. Cfr. CLEMENTE DE ALEJANDRIA, Paed., III, 5, 3233; CIPRIANO, De hab. virg., 19; De lapsis, 30.
139 Ver nuestra Vie liturgique et vie sociale, pp. 140-143.
140 Por ejemplo EUSEBIO, Hist. ecl., V, 1, 17, 41, 55; VI, 5; VIII, 3, 14.
oficial de las cohortes urbanas, que son el cuerpo de polica de Roma, acta
por propia iniciativa e impone la prisin preventiva38. Esta jurisdiccin es de
gran eficacia, pues ha sido instituida para actuar rpidamente y llevar ante
un tribunal de excepcin a todos los agitadores, a los adeptos de religiones
ilcitas39. Va a ser una grave amenaza para los cristianos.
En los momentos difciles, se llegar hasta provocar un incidente o a
descubrir una conspiracin imaginaria. Lo importante es llamar la atencin
sobre la secta cristiana y tenerla con el alma en vilo. As pues, la situacin
de las comunidades es precaria; se encuentran a merced de la autoridad y
de la masa.
En Roma cualquier religin tena que estar autorizada por el Senado.
Adems, el derecho de asociacin exigido para formar cualquier grupo, se
obtena por medio de un senado-consulto o por medio de una constitucin
imperial; sin esta autorizacin, las reuniones eran ilcitas y la comunidad no
poda poseer bienes ni lugares de culto. Esa era la ley. La suspicacia y el
miedo haban llegado a ser tales que Trajano prohibi en Asia la constitucin
de un colectivo de bomberos40.
Sin embargo, los fieles podan formar parte de asociaciones funerarias 41,
permitidas a la gente humilde para administrar la caja comn, cobrar las
cuotas mensuales y poseer cementerios. Aprovecharon los cristianos la
cobertura jurdica de estas asociaciones para poder reunirse? No lo sabemos
exactamente. Pero la ley sobre los colegios autoriza a los tenuiores (la gente
de condicin modesta) a que se renan religiones causa (por motivos
religiosos)42. Los emperadores no tenan miedo del pueblo, sino de las clases
elevadas. La oposicin les vino desde la nobleza, pues muy pronto el
Evangelio penetr en las capas superiores de la sociedad, lo cual despert
las sospechas. De hecho, el Imperio practicaba la tolerancia religiosa como
uno de los axiomas de su gobierno43.
Al arremeter contra el cristianismo, Roma pona en tela de juicio su poltica
tradicional44. Pero todo Estado autoritario est a merced de la opinin
pblica y de la calle, que derrumban los axiomas mejor fundados. Qu
crimen podra invocarse? Exista el delito de cristianismo, por el que
bastara llevar el nombre de cristiano para ser perseguido? Muchos
historiadores creen que as fue, apoyndose en lo que nos dice Tertuliano 45.
Eusebio46 habla de nuevos edictos que pesan sobre los cristianos. De
todas formas, los gobernadores pueden invocar su deber de velar por el
orden y por la seguridad pblica, y no dejan de hacerlo cuando los
movimientos populares hostiles a los cristianos les proporcionan el pretexto.
Hay que cuidar de no limitar las persecuciones a su aspecto jurdico. Los
elementos pasionales, sicolgicos, polticos, son con frecuencia
determinantes47. Los cristianos viven en el Imperio como las minoras
religiosas en el Imperio otomano, o como hoy en los pases musulmanes.
Situacin siempre precaria.
A finales del siglo 1, fue suficiente que el emperador Domiciano, avejentado,
sombro, criticado por la aristocracia y por los filsofos, quisiera afirmar su
autoridad, para que el cnsul Manilio Acilio Glabrio y los miembros de su
familia, que eran todos cristianos, fuesen castigados por haber querido
los acusan de haber desencadenado la ira de los dioses; esto muestra hasta
qu profundidad haban llegado las races de este sentimiento en el alma
pagana.
griega102.
El gnosticismo, con sus mltiples ramificaciones desde Asia a Egipto y desde
Cartago a Lyon pasando por Roma103, es la primera hereja que amenaza a
la Iglesia y obliga a que el cristianismo tome conciencia de s mismo, de la
unidad y coherencia de su mensaje y de su fe. El buen sentido y la
prudencia acaban por triunfar.
La afluencia de medio-sabios y de medio-convertidos, amenaza con
contaminar la verdad evanglica con extraas elucubraciones, pero la
efervescencia intelectual que por todas partes surge en la Iglesia, en las
comunidades procedentes tanto del judasmo como del paganismo, es ante
todo una voluntad de conocer y de comprender: es intento antes de
convertirse en tentacin.
La gnosis, o conocimiento verdadero, es la cristianizacin del helenismo, la
pseudo-gnosis es la helenizacin del cristianismo 104. En vez de servir de
conocimiento del Evangelio, los gnsticos alejandrinos, sirios o asiticos,
como Valentn o Marcin, se precipitan en el mensaje cristiano para
desviarlo hacia sus propias elucubraciones, vacindolo as de su sustancia.
Las diferentes escuelas gnsticas oponen, de maneras distintas, al misterio
abismal e impenetrable de Dios, la cada y la miseria del hombre. Entre el
Creador y su obra, conciben como una cascada de intermediarios o de
eones que aceleran la cada y la explican. La misin del Logos no puede ser
una verdadera encarnacin pues correra el riesgo de contaminarse l
tambin, sino que ha de ser la manifestacin del Arquetipo y el retorno del
hombre cado, despojado de la materia, a su estado primitivo e inamisible
de espritu finalmente liberado. Todos stos son temas que recoger el
romanticismo del siglo XIX105
Esta visin pesimista de la creacin y del hombre, inspirada en el
pensamiento griego e incompatible con los datos de la fe, ofrecer por lo
menos a Ireneo de Lyon la ocasin para desarrollar, como en una pintura al
fresco, la economa de la salvacin, primera visin cristiana de la historia
del mundo.
Lo que Ireneo y los textos gnsticos recientemente encontrados nos
muestran, son los rebrotes de una efervescencia incandescente, que
primero ha iluminado y despus ha acabado por amenazar la esencia misma
del cristianismo. El pagano Celso, que presencia este enfrentamiento, no ve
en ello ms que divisin y confusin106. El cristiano de Roma o de Alejandra,
al ver que maestros, escuelas e incluso iglesias estn a la gresca con estas
cosas, encuentran dificultades para ver claro y para resistirse a la seduccin
de sistemas que pretenden dar respuesta a los interrogantes de su
inquietud y clarificar la confusin de esa poca.
El hombre siente que sobre l pesa el yugo del destino. El dios de Aristteles
se desinteresa del mundo; el dios de los estoicos, lejos de liberar al mundo,
lo esclaviza con un determinismo universal. Las religiones orientales ofrecen
dioses que salvan. A esta expectacin en que est el mundo va dirigida la
respuesta que Clemente de Alejandra107 da a un valentiniano: de este
poder, de esta lucha de poderes, el Seor nos libra, nos da la paz: ha venido
a nuestra tierra para trarnosla.
misionera. Potino, puede que tambin Ireneo en Lyon, son buenos ejemplos
de esta situacin. Otros siguen movindose roturando nuevos terrenos y
plantando la cruz bajo nuevos cielos. Su actividad se prolonga durante todo
el siglo II, pero tiende a acabarse con l.
La predicacin evanglica da sus frutos a partir del momento en que deja
tras ella un mnimo de estructura y de organizacin. Los convertidos se
juntan, se agrupan y se fusionan en una comunidad, la iglesia del lugar.
Eusebio lo dice explcitamente: los apstoles distribuyen sus bienes a los
pobres, abandonan su pas, ponen los fundamentos de la fe en regiones
extranjeras, establecen pastores a los que entregan la solicitud de aquellos
a quienes han trado a la fe4.
Ignacio en Antioqua, Policarpo en Esmirna, Potino en Lyon, Cuadrato en
Atenas, Dionisio en Corinto, son jefes de sus comunidades; se llaman
epscopos, obispos, lo cual significa inspectores o superintendentes, ttulo
que procede de la administracin civil5. El nombre de obispo, que durante
un cierto tiempo fue sinnimo de presbtero, acaba imponindose para
designar la autoridad monrquica.
Desde la organizacin colegial hasta llegar a la responsabilidad episcopal
hubo un tiempo indeciso6, con vacilaciones y resistencias. Algunas
ciudades, como Jerusaln o Alejandra, poseen ya desde los orgenes
cristianos un obispo, otras, como Filipos, no parece que todava hayan
establecido a ninguno cuando Clemente de Roma les escribe. Al menos la
carta de Clemente no hace mencin, solamente habla de la cbala que ha
dado lugar a que los presbteros jvenes y viejos estn en discordia.
Hay muchas ciudades que tienen como obispo a personajes de gran altura,
como Policarpo o Ireneo, pero hay otras que escogen una talla adaptada a
su medida. No todos los corsos son Napolen. La vida de la iglesia local
tiene habitualmente unos comienzos ms modestos; elige al hombre ms
disponible, al ms generoso, que se impone por su calidad y su ejemplo.
La primera evangelizacin se ha llevado a cabo en el marco de una casa
hospitalaria, puesta a disposicin del apstol itinerante7. La conversin del
cabeza de familia arrastra normalmente la de otros miembros de la casa 8.
Esto se considera tan normal que, en las comunidades judeocristianas,
miembros no bautizados estaban excluidos de la mesa comn 9.
Lo que ocurri en Antioqua, que el centurin Cornelio 10, cuando se bautiz
invit a su casa a parientes y amigos, debi suceder con frecuencia. La casa
es, pues, la clula madre al servicio del Evangelio y de la reunin de los
evangelizados. Un cristiano que dispone de una casa suficientemente
amplia la pone a disposicin del misionero y, segn la regla de la
hospitalidad antigua, recibe all a sus miembros mientras dura la estancia, o
cada vez que pasa el apstol. Este se aloja en ella, es su cuartel general.
Los hermanos son enterados de si vuelve y cundo.
As el marco domstico es la cuna de la comunidad, a la que proporciona un
centro de irradiacin y le facilita la continuidad11. A su alrededor se
agrupan los convertidos, las familias, las casas. El lugar de los encuentros
ocasionales tiende a convertirse habitual. Cuando se hace demasiado
pequeo para la comunidad, que sobrepasa los cuarenta o cincuenta
pregunta a Pionios:
Eres cristiano?
S
De qu iglesia?
Catlica. No existe otra fundada por Jesucristo112.
El obispo Ignacio de Antioqua llama catlica a la Iglesia, en un momento
en que solamente la ciudad de Roma, en Occidente, posee una comunidad
cristiana. La catolicidad no es cuestin geogrfica ni de nmeros, sino de
mensaje y de misin. La Iglesia est abierta y es enviada a toda la tierra
habitada, que los Romanos parecen confundir con los lmites del Imperio.
Los cristianos fueron conscientes desde el primer momento de que
superaban esos lmites y que, un da, les sobreviviran. Estas dos
concepciones no se ponan de acuerdo y, al enfrentarse, incitaron a los
paganos a reprochar a los cristianos una carencia de espritu cvico. Donde
Roma pensaba en conquistas, la Iglesia pensaba en misin.
De ciudad en ciudad, de regin en regin, las iglesias dispersas viven
cotidianamente la catolicidad. Los hermanos se visitan y se informan
mutuamente. Estn enterados de los acontecimientos que los conmueven,
de las persecuciones que los prueban. Gracias a Eusebio 113, poseemos una
carta de Esmirna a Filomelio, dirigida a todas las comunidades de la Santa
Iglesia catlica, en cualquier lugar donde se encuentren. En esta carta se
cuenta la persecucin durante la cual su obispo Policarpo fue martirizado.
Todas estas correspondencias son un estmulo para la perseverancia, pero
dan lugar tambin a puntos oscuros en cuanto a la disciplina, como es el
tema de la penitencia de quienes han dado un resbaln, los lapsi, sobre
todo en momentos de persecucin114. La carta de Dionisio de Corinto a los
atenienses que han sufrido pruebas tanto en el exterior como en el interior
de su comunidad, les permite empezar de nuevo a construir 115. Eusebio nos
ha hecho llegar un paquete de cartas, encontradas sin duda en los archivos
de la iglesia de Corintio, que l llama catlicas, es decir, de todos 116.
Hacia el final del siglo II, las relaciones entre iglesias van dependiendo cada
vez menos de la iniciativa privada, pues las comunidades ya empiezan a
organizarse entre ellas, a reunirse en snodos o asambleas de obispos para
adoptar posturas ante problemas de actualidad, como el montanismo117 y
la controversia pascual118. La reunin de Asia excluye de la comunin de la
Iglesia a los herejes. Comunica esta decisin a las dems iglesias, porque
esta decisin compromete a toda la Iglesia y tiene valor universal 119.
Unidad y universalidad no significan uniformidad. La evangelizacin respeta
el genio propio de los pueblos, su lengua, la diversidad de las culturas;
bautiza a toda clase de razas. Para expresarse, la fe se traduce a la lengua
propia de cada una de las razas. La lengua siriaca escrita tiene su origen en
la descolonizacin cultural de una Iglesia en la que la lengua popular
traduce las Escrituras y expresa la oracin hecha en comn. La diversidad
no consiste en una simple yuxtaposicin pintoresca de sensibilidades
diferentes, sino que es una invitacin a la creatividad de todos, es
enriquecimiento mutuo, en la fidelidad a la nica fe, al nico Seor.
a los que padecen necesidad, a los nios que son felices y a los que son
hurfanos, a los hombres que no tienen trabajo y a las viudas. Sabe lo que
para cada uno ha representado el bautismo: ruptura de ciertos lazos,
obstculos de toda clase, constitucin de nuevas relaciones con la
comunidad. Hay muchos que en adelante ya no podrn tener ms apoyo
que el que encuentren en esta nueva familia, de la que han entrado a
formar parte al precio de todo lo dems.
El dicono debe ser los odos del obispo dice la Didascalia, su boca, su
corazn y su alma14. Para un dicono estas recomendaciones estn
cargadas de sentido. Este corazn, esta alma, son el hogar de todos los
hombres, de todas las hermanas, cada cual con su historia, cada cual con
sus necesidades materiales y espirituales. No hay uno solo para quien la fe
no represente un riesgo, un reto, un desgarramiento. La historia de Perpetua
nos permite entrever hasta qu profundidad la conversin era como sajar en
la carne viva de los afectos familiares, y al mismo tiempo encontrarnos una
gran delicadeza en la amistad entre Perpetua y Felicidad, entre los
compaeros de martirio y la comunidad de Cartago. Los diconos asedian
materialmente las puertas de la crcel, tratando de suavizar la situacin de
los presos incluso con sobornos. Es la imagen misma de la fraternidad vivida
y compartida.
3 Ep. 84. En J. BIDEZ, L'Empereur Julien, lettres et fragments, I, 2, Pars 1924, p. 144.
4 TERTULIANO, Apol., 39, 7.
5 De beata vita, 25; De clement., II, 6.6 Institut., VI, 10.
7 Santiago, 2, 18.
8 Ibid., 1, 27.
9 El historiador Bolkestein (op. cit., p. 421) afirma que la moral oriental se preocupa de las relaciones entre ricos
y pobres, la occidental, de las relaciones de hombre a hombre.
10 Este problema ha sido algo olvidado por los historiadores de la antigedad cristiana. Goguel, Zeller, Leitzmann;
A. Harnack no cae bajo esta crtica, pues ha analizado ampliamente la cuestin en Mission und Ausbreitung, pp.
170-220.
11 Didascalia, IX, 27, 4.
12 Ibid., XII, 58, 1.
13 !bid., VIII, XII, XVII, XXII.
14 Ibid., I, 44 4.
15 Ver JUSTINO, Apol., 67; HERMAS, Vis., IV, 3; Mand., VIII, 10; Sim., I, 8; V, 7; IX, 26; ARISTIDES, Apol.,
15; TERTULIANO, Apol., 39.
16 Ex 22, 21-23. Ver tambin nuestra Vie liturgique... pp. 12, 16, 100, 101, 140-143.
17 Santiago, 1, 27.
18 Peregrin., 12.
19 Tebas es una excepcin a estoy prohibe la exposicin. AELIANUS VA-RUS,. Hist., II, 7.
20 Apol., 9.
21 PLINIO, Carta, X, 65 (71).
22 Ibid., X, 66 (72).
23 !bid., VIII, 18.
24 Ibid., I, 8.
25 CH. GIRAUD, Essai sur le droit f rancais au Moyen Age, Pars 1866, I, p. 464.
26 Pueri puellaeque alimentarii. PLINIO, Panegyr., 25-27. Cfr. P. VEYNE, La table des Ligures Baebiani et
l'institution alimentaire de Trajan, en Mlanges d'architecture et d'histoire, 69, 1957 y 70, 1958, pp. 177-241.
27 Ver Dictionnaire des Antiquits, I, 183.
28 Apol., 9, 6. Ver tambin LACTANCIO, Div. Instit., VI, 20.
29 Didascalia, VIII, 25, 2, 8; IX, 26, 3, 8.
30 Didascalia, XVII. Se encuentra en parte en la Carta de Clemente a Santiago, 8, 5-6, ed. IRMSCHER, p. 12. Ver
tambin Const. ap., IV, 1-2.
31 Const. ap., IV, 1.
32 Acta Perp. et Fel., 15. La geste du sang, p. 81.
33 EuSEBIO, Hist. ecl.,, VI, 2.
34 Acta Carpi, Papyli, Agathonicae, 6. La geste du sang, p. 44.
68 1 Clem., 59, 4; IGNACIO, Smirn., 6; Clem. a Sant., 9; Acta Theclae; TERTULIANO, Ad uxorem, II, 4.
69 Mart. Perp., 3, 4.
70 Mart. Pion., 11, 4.
71 ARISTIDES, Apol., 15.
72 JUSTINO, 2 Apol., 2, 15-16.
73 EUSEBIO, Hist. ecl., V, 1, 9-10. La geste du sang, p. 47.
74 Pereg., 12.
75 EUSEBIO, Hist. ecl., VI, 3, 4.
76 Ibid., V, 1, 53. La geste du sang, p. 57.
77 Ibid., V, 1, 18. La geste du sang, p. 49.
78 Mart. Perp,, 3, 6.
79 Ibid., 21, 3.
80 Act. Justin., 6, 2; Acta Carpi, 47. La geste du sang, pp. 40, 45.
81 Mart. Polic., prol. La geste du sang, p. 26.
82 Mart. Polic., 22, 2, 3. La geste du sang, p. 34.
83 Digesto, XLVIII, 19, 23.
84 TUCIDIDES, VII, 27; Dictionnaire des Antiquits, III, 1866.
85 EUSEBIO, Hist. ecl., IV, 23, 10.
86 HIPLITO, Philosophoumena, IX, 12.
87 A esta situacin aluden IGNACIO, Smirn., 6; HERMAS, Mand., VIII, 10; Sim., I, 8; Const. ap., IV, 9; V, 1.
88 Const. ap., IV, 9; V, 1.
89 EUSEBIO, Hist. ecl., VIII, 12, 9; De mart. Pal., VII, 2-4.
90 CIPRIANO, Carta, 62, 3.
91 IGNACIO, Ad Polic., 4.
92 1 COY 7, 21-22.
93 TACIANO, Orat., II, 7.
94 Ver G. UHLHORN, op. Cit., p. 113.
95 MINUCIO FELIx, Octavio, 37; Carta a Diogneto, 5, 10; IRENEO, Adv. haer., IV, 21, 3; TERTULIANO, De cor., 13.
96 EUSEBIO, Hist. ecl., III, 17.
97 TH. ZAHN, Comm. in Rom. ad loc. Patrum apost. opera, fasc. 2, Leipzig 1876, p. 57.
98 EUSEBIO, Hist. ecl., IV, 23, 10.
99 Ibid., VII, 5, 2.
100 BASILIO, Carta, 70.
101 1 Cor 16, 1-4.
102 Alusin posible en Santiago, 2, 21; Hebr 13, 16.
Pascal.
Es ste un instante que seala una fecha en la historia cristiana y que a
Peguy le gustar recordar; momento en el que se encuentran el alma
platnica y el alma cristiana. La Iglesia acogi a Justino y, con l, a Platn.
Cuando se hizo cristiano en el ao 130, el filsofo, lejos de abandonar la
filosofa, afirma haber encontrado en el cristianismo la nica filosofa segura
que colma todos sus deseos. Siempre lleva puesto el manto de los filsofos.
Para l es un ttulo de nobleza.
Justino saba ver la parte de verdad contenida en todos los sistemas. Le
gustaba decir que los filsofos eran cristianos sin saberlo. Y justifica esta
afirmacin con un argumento tomado de la apologtica juda, que pretenda
que los pensadores deban lo mejor de sus doctrinas a los libros de Moiss.
Para l, el Verbo de Dios ilumina a todos los hombres, lo cual explica las
partes de verdad que se encuentran en los filsofos 12. Los cristianos no
tienen nada que envidiarles, porque poseen al Verbo mismo de Dios, que no
solamente gua la historia de Israel, sino toda bsqueda sincera de Dios.
Esta generosa visin de la historia, a pesar del poco acierto en algunas de
sus formulaciones, encierra una intuicin de genio que, despus de Ireneo
de Lyon, ser recogida desde san Agustn a san Buenaventura, y ms
recientemente por Maurice Blondel. Est particularmente cercana a nuestra
problemtica de hoy da.
Justino no es un literato ni un joyero de la lengua; no se preocupa ms que
de la doctrina y de la autenticidad del testimonio. El hombre nos conmueve
ms que su obra, la novedad de su esfuerzo teolgico vale ms que su
creatividad. Debajo de su intento hallamos el testimonio de un filsofo
decidido, la traduccin de un descubrimiento y de una conversin. Los
argumentos que desarrolla tienen una historia: la suya propia. El ha
conocido personalmente las tentaciones contra las que nos pone en guardia.
El testimonio de la obra de Jutino conserva todo su valor para aquel que se
decide a seguirlo.
Nadie ha credo en Scrates hasta morir por lo que ste enseaba. Pero,
por Cristo, artesanos y hasta ignorantes han despreciado el miedo a la
muerte 13. Estas nobles palabras las dirige Justino al Senado de Roma.
Tambin a l le toca aceptar la muerte por la fe que haba recibido y
transmitido. En el momento de su martirio, el filsofo cristiano no est solo,
sino rodeado de sus discpulos. Las actas nos citan seis de ellos 14. Esta
presencia, esta fidelidad hasta en la muerte, eran el homenaje ms
emocionante que se pueda ofrecer a un maestro de sabidura.
En este hombre de hace dieciocho siglos percibimos el eco de nuestras
inquietudes, de nuestras objeciones y de nuestras certezas. Es un
contemporneo nuestro por su apertura de alma, por su voluntad de
dilogo, por su capacidad de comprensin.
pero poda ser de origen esmirnota o frigio. Era esclava, lo cual significaba
que no tena existencia social. Era una mujer entre los dos millones de seres
que padecan la alienacin en su carne y en su honra: incluso los lazos de
familia le estaban prohibidos. Para ella, como para tantas otras, no exista
ninguna esperanza de vivir como todo el mundo, ni de escoger a un ser
querido. Todo el sueo de jovencita se estrellaba contra los barrotes de la
condicin servil. Nada poda borrar de su mano la quemadura que le
recordaba da y noche que era un objeto y no una persona, que perteneca a
otra persona y no se perteneca a s misma.
Un rayo de luz alumbraba su existencia: estaba al servicio de una dama
acaudalada de Lyon, cuya verdadera riqueza consista en su delicadeza y su
humanidad para con los ms humildes. Esta era cristiana; su fe le haba
enseado la manera de trastocar el orden social injusto amando a los
dems, empezando por los ms necesitados, y a encontrar en el ms
pequeo la ternura del Padre de los cielos, que velaba sobre l.
La rica lionesa no poda encerrar dentro de s misma la alegra de su
descubrimiento. A quin contrselo? Con quin compartir la fe que
estrenaba? Precisamente tena a su servicio a una esclava esmirriada pero
encantadora, Blandina. Le confi la gran nueva que haba cambiado su vida.
Para la esclava fue un deslumbramiento. Le pareci escuchar cmo sus
cadenas caan, cuando quien hasta ese momento haba tenido sobre ella
derecho de vida y de muerte, de repente se le present como una hermana
mayor, una madre querida, que Dios haba puesto en su camino.
Blandina fue introducida en la comunidad de los hermanos y de las
hermanas de Lyon por aquella cuyo nombre ha callado la historia. All se
encontr con el noble Atala, con Alejandro, el mdico que haba venido de
Frigia, y con los dems que, de primer momento, causaron impresin a
su timidez. Su lozana, su espontaneidad, la fuerza de su fervor conquistaron
rpidamente a todos los que, mejor asistidos por la fortuna o por su rango
social, supieron ver la calidad de esta esclava. Basta con leer la carta de la
comunidad para darnos cuenta del lugar que en ella ocup 15. Todos la
arroparon con su clida presencia cuando el obispo Potino le confiri el
bautismo. Verosmilmente la que la haba llevado a la fe se prestara a ser
garante de su fidelidad.
La vida cotidiana recobr su ritmo. El trabajo no haba cambiado, pero ahora
era ms liviano. Blandina no dejaba transparentar nada de su cambio,
manifestaba hacia su ama la misma deferencia y le prestaba los mismos
servicios. Pero la relacin entre ambas haba adquirido mayor profundidad y
mayor significado. Donde las diferencias de condicin podran chocar, la fe
haba tejido lazos invisibles. Pero esta fiesta diaria no dur.
Se acercaban las festividades en las que, todos los aos, en el mes de
agosto, se reunan en la confluencia de los dos ros las tres Galias,
representadas por sus delegados. Desde todas las provincias acuda la
multitud. Un gran mercado, como una feria universal, se celebraba en la
ciudad en fiestas. En ninguna otra ocasin tena la autoridad ms
preocupacin por vigilar las reacciones de la plebe. Los cristianos tenan
prohibido aparecer en pblico. Pero la intervencin de unos presuntuosos
fue suficiente para desencadenar un tumulto. No se detuvo ah el
travs de quienes haban visto con sus ojos al Verbo de vida. Todo lo que
nos relataba estaba de acuerdo con las Escrituras. Y escuchaba esto
atentamente, por el favor que Dios ha tenido a bien hacerme, tomaba
buena nota sin tener que echar mano de papel y, por la gracia de Dios, no
paro de rumiarlo fielmente.
Apenas una generacin separaba a Ireneo del apstol Juan. Su juventud se
haba empapado en el recuerdo que los testigos de los orgenes cristianos
cultivaban piadosamente; este recuerdo lo marc para toda su vida. Los
fieles de Lyon, que lo envan en misin a Roma, destacan esta fidelidad que
lo caracteriza: Lo tenemos en gran estima por su celo hacia el testamento
de Jesucristo22.
Como obispo de Lyon, la actividad de Ireneo se desarrolla en dos frentes: se
dedica a la poblacin gala, principalmente del campo, cuya lengua
brbara l conoce y habla.
Impulsa la evangelizacin hacia el norte: Dijon, Langres, Besancon y hasta
las orillas del Rin. La proliferacin de los gnsticos en las Galias da lugar por
su parte a una actividad literaria y teolgica, para defender la integridad del
mensaje cristiano contra las intenciones gnsticas que tratan de atomizarlo.
El obispo de Lyon es en cierto modo la conciencia de la Iglesia en un
momento crucial de su historia. Niega a los jefes de la escuela su autoridad;
no ensean la verdad vlida, sino elucubraciones de su espritu. La
autoridad de la Iglesia y los obispos proviene no de su valor personal, sino
del cargo de que son investidos y de su fidelidad a la tradicin, a la fe
transmitida.
Las obras que se conservan de Ireneo obispo nos permiten mejor sacar un
concepto de Ireneo hombre. Su lengua es fluida, conoce los autores paganos
y los filsofos; incluso cita a Hornero. Pero no confa en el pensamiento
profano, que no es la patria de su alma; ve en l la sentina de la gnosis,
cuya accin devastadora l puede calibrar mejor que nadie.
Ireneo no slo posee una gran probidad intelectual estudia directamente
los textos gnsticos, sino que tambin respeta a cada individuo, aunque
sea un adversario. En la refutacin del gnosticismo no pone ninguna mala
pasin, ninguna agresividad. Todo lo ms deja traslucir una punta de
humorismo, que destila salud y equilibrio. Sabe distinguir entre la persona y
el error. Hasta en la controversia sigue siendo pastor, pues los gnsticos
tambin son ovejas suyas.
Una vez escribi: No hay Dios sin bondad. Tiene la riqueza doctrinal del
pastor, el sentido de la mesura, la atencin a las personas. De l se
desprende algo del estilo de Juan: un calor, una pasin contenida, un fervor
que se expresa menos en la elocuencia que en la accin, el sentido de lo
esencial, pero tambin la perspicacidad que vislumbra la gravedad de las
primeras grietas en el edificio.
Ireneo escribe con sencillez y correccin. A veces se apodera de l la
emocin, su tono se eleva hasta, la elocuencia. He aqu cmo acaba el
comentario al captulo cuarto de los Hechos de los Apstoles:
Esta es la voz de la Iglesia, ah es donde la Iglesia tiene su origen: sa es la
29 Ibid., 18.
30 /bid. 12
31 Ibid., 3.
32 Ibidem.
33 Ibidem.
34 Ibidem.
35 Ibid., 6.
36 Ibidem.
37 Ibid., 3.
38 Ibidem.
39 lbid., 5.
40 Ibidem.
41 Ibidem.
42 Ibid., 16.
43 /bid., 18.
44 Ibidem.
45 /bid., 20.
46 Ibidem.
47 lbid., 20.
48 EURIPIDES, Hcuba, 569.
49 Pas. Perp., 20.
S0 Ibidem.
51 Ibidem.
52 /bid., 21.
53 El epitafio de la mrtir ha sido reconstituido con la ayuda de 35 trozos encontrados en la Baslica Mayor de
Cartago.
comn a toda la Iglesia, cuya celebracin merece ser matizada para una
ciudad como Roma, en la que todava no conocemos que en esa poca
hubiera un lugar de culto con capacidad para acoger una asamblea tan
numerosa.
La importancia vital que a los ojos de los cristianos tiene el da del Seor, se
ve en el interrogatorio a los fieles de Abitene, en Tnez, a quienes se les
podra dar el nombre de mrtires del domingo. Detenidos por reunin
ilegal, comparecen ante el procnsul, que les reprocha haber infringido los
edictos imperiales y haber celebrado la eucarista en casa de uno de ellos.
Saturnino le responde:
Hemos de celebrar el da del Seor. Es nuestra ley 69.
Despus, le toca a Emrito.
Se celebraron en tu casa reuniones prohibidas? le pregunta el
procnsul.
S, hemos celebrado el da del Seor.
Por qu les permitiste entrar?
Son mis hermanos, no se lo poda prohibir.
Deberas haberlo hecho.
No poda hacerlo: no podemos vivir sin celebrar la cena del Seor.
La eleccin del da y de la hora viene impuesta por la celebracin pascual, la
resurreccin del Seor que se conmemora, esto es lo que le da a este da su
carcter festivo de accin de gracias y de expectativa 70. Por ese mismo
motivo, los cristianos rezan ese da de pie 71 y se excluye todo ayuno72.
As como para los judos el sabbat es un da no laboral, sin embargo
originariamente la idea de descanso no est ligada al domingo cristiano. Los
das de fiesta no laborales eran numerosos, das en que descansaban en
Roma obreros y esclavos y que se proporcionaban diversiones a todos, pero
no haba un da fijado de manera regular.
Cundo y dnde se renen los cristianos en domingo? Los fieles tenan que
reunirse en horas fuera del trabajo. En Trade 73 se reunan por la noche, el
primer da de la semana juda, bien el sbado por la noche o bien el
domingo. Con el alba cada cual reemprenda su trabajo. Esto es lo que viene
a decir Plinio el Joven, que sita la reunin antes del alba 74, es decir, antes
de salir el sol. El sol naciente como smbolo del Resucitado es muy antiguo,
y es posible que incluso influyera en la redaccin de los Evangelios 75.
Los cristianos tienen su encuentro generalmente en una casa privada, en la
casa de uno de ellos que posea una habitacin lo suficientemente amplia
para acoger a la comunidad. La casa de Pudente, que recibi a San Pedro en
Roma, pudo haber servido de lugar de reunin. Las excavaciones han
descubierto en Santa Pudenciana (deformacin de Titulus Pudentis) ladrillos
con el sello de Q. Servius Pudens. En Antioqua, Tefilo celebra la eucarista
en su casa76. Esto sucede tambin en Esmirna, en tiempos de Ignacio de
Antioqua77. En Oriente, la habitacin alta se hallaba directamente bajo el
Todava no hay un estilo para las iglesias, puesto que los lugares de culto,
desde Oriene a Occidente, se adaptan a las formas de las moradas
domsticas de la regin, de acuerdo con la arquitectura del pas. A partir del
siglo II aparecen las primeras iglesias construidas para el culto,
principalmente en las regiones ms alejadas de la capital 89. Edesa posee
una ya desde esa poca.
Justino nos ha dejado una descripcin, la primera, de la reunin dominical.
Se leen, segn el tiempo disponible, las Memorias de los Apstoles y los
escritos de los profetas. Despus el lector calla y el presidente toma la
palabra para exhortarnos a imitar los buenos ejemplos que acaban de ser
citados. A continuacin todos se ponen en pie y se hacen las oraciones. Por
ltimo, como ya lo hemos descrito, acabada la oracin, se llevan pan, vino y
agua. El jefe de la comunidad ora y da gracias con todas sus fuerzas; el
pueblo responde con la aclamacin Amn. Despus se distribuye a cada uno
los alimentos consagrados y se envan a los ausentes por medio de los
diconos90.
La asamblea est dirigida por el obispo o por su delegado 91. Los diconos lo
asisten: lo reciben y lo secundan. Ministros y fieles llevan los vestidos
habituales corrientes, nada los distingue entre ellos ni de los hombres de la
calle con quienes se van a cruzar, cuando acabe la liturgia. En Grecia, las
mujeres se cubren la cabeza con el himatin, que en aquel tiempo llevaban
como un amplio velo, o bien se echan por la cabeza una punta
del peplos92. En Cartago, Tertuliano pone como ejemplo para las coquetas a
las mujeres indgenas, que se velan no slo la cabeza sino tambin el
rostro93. Este exigente moralista regaa a las que se cubren la cabeza con
un pequeo velo de tela demasiado fina. A las jvenes les mide la
longitud del velo y les indica cmo tienen que ponrselo. Podra haberse
hecho modisto!
Comienza la misa. Est compuesta de dos grandes partes: una consagrada
a la liturgia de la palabra, en la que los catecmenos pueden participar; otra
reservada a los fieles, en la que se lleva a cabo el sacrificio eucarstico.
Aparte del domingo, en determinados das Oriente celebra la liturgia de la
palabra sin la eucarista.
La estructura de la misa no ofrece prcticamente ninguna diferencia desde
Esmirna a Roma, puesto que el papa invita al anciano obispo Policarpo a
celebrar sustituyndole. Es posible que la celebracin se abra con un saludo
del obispo, como: El Seor est con vosotros Y con tu espritu. La forma
semtica de este saludo, cercana a las frmulas paulinas, es garanta de su
antigedad94. Un lector, sin duda alguno de los que asisten, lee los textos de
los Evangelios y del Antiguo Testamento. Sabemos por Tertuliano 95 que las
cartas de los apstoles estn todas juntas. Esta lectura se hace en griego, la
lengua ms corriente en todas las comunidades desde Siria a Lyon. El
Antiguo Testamento se lee en la traduccin de los Setenta, que se utiliza
desde los Apstoles. El latn se impone en Africa a mediados del siglo II. En
las reuniones litrgicas, tanto en Lyon como en Scitpolis, es probable que
un intrprete tradujera el texto simultneamente, como se practica todava
hoy en las comunidades de Africa negra.
Aparte de los libros cannicos, los cristianos leen otras obras, como la Carta
de Clemente a los Corintios, el Pastor de Hermas. Los corintios lean
tambin los domingos la carta del Papa Soterio 96; los cartagineses, el edicto
del papa Ceferino97. Cipriano pide que sus cartas en el exilio sean ledas a la
comunidad reunida98.
Entre la lectura y la predicacin se intercala el canto de los Salmos. Es
probable que todos los reunidos repitieran como refrn un versculo. En
Egipto ya se cantan los Salmos en esa poca99. En los comienzos, el canto
era parecido al de la sinagoga, parentesco que todava hoy existe.
Tanto los asistentes como el obispo estn sentados. El celebrante comienza
la lectura y exhorta a su grey. Esta predicacin se adapta a la idiosincrasia
del pas: para los sirios es ms lrica, en Occidente es ms sobria y con
tendencia moralizante. Una homila del siglo II nos proporciona una muestra
de la predicacin de entonces 100
Esta se refiere constantemente a la palabra de Dios. Describe la
benevolencia del Seor como salvador de los hombres y como juez de la
Iglesia. El carcter dramtico de la existencia cristiana, enfrentada con el
mundo pagano, est vigorosamene subrayada: cada fiel est desgarrado
por una lucha en todo momento. Los juegos stmicos, que tenan lugar cerca
de Corinto, donde fue pronunciada esta homila, brindan al predicador la
comparacin con las competiciones del estadio. La llamada a la penitencia
se repite unas diez veces, como una msica de fondo: Ayudmonos unos a
otros, con el fin de tirar tambin de los dbiles para que todos nos
salvemos101. No se trata de un evangelio de hroes, sino de un estmulo a
ser fieles y a la solidaridad cotidiana.
Es posible que las exhortaciones despus del beso de la paz, la doxologa
aclamacin a la gloria de Dios que termina la segunda carta de Pablo a los
Corintios, fueran las que abran la liturgia eucarstica: La gracia del Seor
Jesucristo, el amor de Dios y la comunin del Espritu sean con todos
vosotros102.
Sigue la oracin comn. Toda la comunidad est de pie, con los brazos
elevados. El obispo formula las grandes preocupaciones de la Iglesia y del
mundo. Aqu se expresa la conciencia de la unidad y de la catolicidad. El
celebrante ruega por la perseverancia de los fieles, por los catecmenos y
tambin por quienes nos gobiernan, por la paz en el mundo 103. La oracin
que termina la carta de Clemente nos ofrece un modelo de oracin
universal. Fiel sin duda a la costumbre litrgica, el anciano obispo Policarpo,
cuando lo apresan, pide una hora para rezar 104. Rez en voz alta. En esta
splica, hizo memoria de todos los que haba conocido en el transcurso de
su larga vida, pequeos y mayores, gente ilustre y gente oscura, y de toda
la Iglesia catlica extendida por el mundo entero.
La oracin universal era sin duda responsorial es decir, con estrofas y
estribillos, como en la sinagoga, a la que la asistencia responde con
aclamaciones tomadas de las comunidades de lengua aramea, sin ser
traducidas, como: Aleluya, Maranhata, Amn. Otras oraciones proceden del
mundo griego, como el Kyrie elison, que encontrarnos en los ritos latino,
copto y sirio.
16 Tradicin Apostlica, 41; TERTULIANO, De orat., 25; CLEMENTE DE ALE JANDRIA, Stromata, VII, 40, 3.
17 Ver el cuadro en J. CARCOPINO, La vie quotidienne Rome, Pars 1947, pp. 178-179.
18 TERTULIANO, De orat., 11; CLEMENTE DE ALEJANDRIA, Stromata, VII, 40, 1; ORIGENES, De orat., 31, 2.
19 CLEMENTE DE ALEJANDRIA, Stromata, VII, 40, 1.
20 Este era el gesto del vasallo entre las manos de su soberano.
21 Hom. Clem., I, 22. Ver tambin TERTULIANO, De orat., 35; De cor., 3; Apol., 39; Paed., II, 9.
22 Mateo, 14, 19; Hechos, 27, 35; 1 Tim 4, 4.
23 STRACK-BILLERBECK, Kommentar, IV, 611-639.
24 Sobre ayuno y comida, ver J. SCHUMMER, Die altchristliche Fastenpraxis, Mnster 1933.
25 TERTULIANO, De ieun., 2, 3; Didascalia, XXI, 18.
26 PLUTARCO, Simp., 7.
27 Oxyr. Pap., 110, 111, ed. GRENFELL-HUNT, Londres, 1, 1898, p. 177.
28 En el museo de Bardo, Tnez.
29 Paed., II, 4, 44.
30 TACIANO, Orat., 22-24; TERTULIANO, Apol., 42.
31 De idol., 16.
32 De spect., 18. 33 H. MARROU, Histoire de 1'ducation..., p. 337.
34 De div. inst., I, 20, 14.
35 Paed., III, 10, 49-52.
36 SUETONIO, Claudio, 33, 2.
37 LUCIANO, Saturn., 4, 8.
38 G. LAFAYE, en Dictionnaire des Antiquits, III, 1405.
39 CIL, XIV, 532.
40 Carta, III, 1, 8.
41 Ver el tratado De aleatoribus.
42 Es de finales del siglo III, escrito, segn H. Koch, por un autor catlico en Africa, y segn G. Morin, en Roma por
un donatista. Ver PLS, I, 49.
43 Can. 79. MANSI, II, 18.
44 De aleat., VI, 10. Cfr. TERTULIANO, De fuga, 13.
45 Paed., III, I1, 80; cfr. COMMOD., Instit., II, 29, 17-19.
46 De aleat., VI, 10.
47 TERTULIANO, De cor., 3; De orat., 19.
48 CIPRIANO, ep., 63, 16. Sobre la sinaxis eucarstica en Cipriano, ver V. SAXER, Vie liturgique et quotidienne
Carthage, Roma 1969, pp. 189-263.
49 Parece ser que el gape no existi nunca en Roma, segn G. Dix, Ap. Tradition, pp. 83-84.
50 Est ya conseguido en la iglesia de Doura Europos.
51 Carta, 96.
52 Apol., 39.
53 Apol., 39, 15. Cfr. MARCIAL, Epigr., X, 48, 10; JUVENAL, II1, 107; PLINIO, Paneg., 49.
54 Apol., 39, 15.
55 LUCIANO, De merc. cond., 15.
56 Trad. apost., 28; Conc. de Laodicea, can. 27. MANSI, 1, 1536.
57 Sobre la cuestin del gape, ver nuestra Vie liturgique et vie socia-le, Pars 1968, pp. 151-221.
58 TERTULIANO, Ad mart., 2; Mart. Fel. y Perp., 17,- Marius et Iac., 11.
59 Ad nat., I, 13.
60 Hechos, 20, 8.
61 En BASILIo, De Spir., s., 29, 73.
62 La obra bsica es de W. RORDORF. Sunda_v, Filadelfia 1967. Original Der Sonntag, Zrich 1962.
63 Kerygma Petri, 35.
64 Hist. nat., II, 78 (76).
65 W. RORDORF, Sunday, pp. 37-38 (con bibliografa).
66 1 Apol., 66, 4. Cfr. TERTULIANO, De cor., 15; De bapt., 5.
67 Carta, X, 96.
68 1 Apol., 67, 1.
69 La geste du sang, p. 203. El acontecimiento se sita en el ao 304.
70 JUSTINO, Dial., 138, 1.
71 IRENEO, Fragm., 7, ed. HARVEY, II, p. 478.
72 TERTULIANO, De cor., 3; De ieun., 15.
73 Hechos, 20, 7.
74 Carta, X, 96.
75 Mc 16, 2 y paral., In 21, 1, 19; Hech 20, 7; 1 Cor- 16, 1; Did., 14, 1. Cfr. EUSEBIO, Hist. ecl., V, 28, 12; Mal., 4, 2.
76 Recogn. Clem., 10, 71.
77 Ad Smyrn., 13.
78 Ver J. DAUVILLIER, Les temps apostoliques, Pars 1970, p. 531.
79 Philopatris, 23, ed. DINDORF, 1867, p. 783.
80 Acta Pauli et Thecl., 7.
81 Ver A. WIFSTRAND, L'Eglise ancienne et la culture grecque, trad. francesa, Pars 1962, p. 25.
82 TERTULIANO, Ad Scapulam, 3.
83 Recogn. Clem., X, 71.
84 Ibid., IV, 6.
85 Amrah, en DACL, I, 1778.
86 Lib. Pont., ed. DUCHESNE, I, p. 55, 126.
87 Descripcin en J. LASSUS,.art. Syrie, DACL, XV, 1863-1868.
88 Didascalia, XII.
89 Ver Apame, DACL, I, 2505. La iglesia de Edessa fue destruida en el ao 201 por una inundacin. La iglesia de
Neocesarea es conocida desde el ao 258, por Gregorio el Taumaturgo.
90 1 Apol., 67.
91 IGNACIO, Smyrn., 8; Magn., 6; Trall., 3.
92 En J. DAUVILLIER, op. Cit., p. 423.
93 De vel. vir., 17.
94 J. A. JUNGMANN, Missarum solemnia, Viena 1949, p. 26.
95 Adv. Marc., 4, 5; De praescr., 36.
96 EUSEBIO, Hist. ecl., III, 16; IV, 23, 6.
97 TERTULIANO, De pud., 1.
98 Carta, 42.
99 Stromata, I, 1.
101 2 Clem., 17.
102 2 Cor 13, 13.
103 JUSTINO, Dial., 35, 3; 96, 3; 108, 3; 133, 6.
104 Mart. Pol., 8, 1. La geste du sang., p. 28.
105 1 Apol., 67, 1.
106 El oriental siempre corta el vino con un poco de agua, porque lo considera demasiado alcohlico. El vino de la
Trapa de Latroun (Jordania) tiene 17.
107 JUSTINO, Dial., 117.
108 Inscripcin de Pectorios.
109 TERTULIANO, De cor., 3.
110 EUSEBIO, Hist. ecl., V, 24, 5.
111 Seleccin en Prires des premiers chrtiens, pp. 131-146.
112 Acta Scili, 14; Acta Apol., 46: Doy gracias; Acta Cyor., 4, 3.
113 Mart. Tel. et Perp., 21, 3.
114 Mart., Polyc., 14, 1.
115 Hechos, 20, 7; 1 Cor 5, 7-8. Cfr. EusEBIO, Hist. ecl., V, 24, 6.
116 Sobre la controversia pascual, ver EUSEBIO, Hist. ecl., IV, 14, 1; V, 23-24. En un estudio reciente (Passa und
Ostern, Berln 1969). W. Huber hace derivar la celebracin de la Pascua un domingo, de la pascua cuarto-decimana.
En Roma, hasta el pontificado del papa Sotero, la resurreccin se celebraba todos los domingos, sin que hubiera una
celebracin anual especial.
El cristiano puede sealar como con hitos blancos las grandes fechas de su
vida: la conversin, el bautismo, el matrimonio, la muerte. Estas fechas le
permiten localizar lo que los acerca y lo que los aleja de la sociedad que
frecuenta da a da. Son valores nuevos y diferentes que alumbran su
camino y orientan sus actitudes. El amor, la vida, la muerte, que son el
ritmo de toda la existencia humana, extraen de la fe un valor de eternidad.
Cristianos y mrtires saben que el amor es ms fuerte que la muerte...,
que el amor es el ms fuerte, porque en el da de su bautismo el cristiano
ha descubierto el rostro del Eterno, que es Vida.
estructurar ms tarde.
En Alejandra, Panteno comienza a trabajar como catequista en la segunda
mitad del siglo II2. El tiempo de preparacin se llama catecumenado, palabra
griega que pas tal cual a la lengua latina, y que expresa el tiempo de la
catequesis y de la formacin. La afluencia de candidatos, el riesgo que
encierra profesar el cristianismo, la experiencia de persecuciones
endmicas y de apostasas, hacen que la Iglesia sea prudente y exigente.
En la gesta de los mrtires encontramos cristianos y cristianas que todava
no han recibido el bautismo, lo cual prueba que la comunidad no acoge
definitivamente sino despus de largo tiempo de prueba. Felicidad y
Revocato, Perpetua y uno de sus hermanos son todava catecmenos
cuando los apresan 3. Otros cuatro catecmenos son detenidos en
Thuburbo. Lo mismo sucede en Alejandra, en tiempos de Orgenes, con los
mrtires Heraclides y Herais: esta ltima sali de la vida con el bautismo
de fuego4.
El tiempo de prueba para enreciar la fe se adapta con flexibilidad a la vida y
a las circunstancias. Estamos lejos de aquellos orgenes en los que Felipe,
en el camino de Gaza, bautiz sobre la marcha al eunuco de la reina de
Etiopa; en los que un discurso de Pedro basta para lanzar al agua del
bautismo multitudes entusiasmadas. La pedagoga de la fe orienta el estilo
de vida. Justino hace referencia a la instruccin preliminar, cuando habla de
quienes creen en la verdad de nuestras enseanzas y de nuestra
doctrina5. Esta catequesis va acompaada de oracin y de ayuno. El
candidato aprende las grandes verdades de la fe yde la oracin del Seor,
que es como la forja de la comunidad. Sin duda ya existe una frmula
consagrada del Credo bautismal.
Ireneo, en la Demostracin apostlica, a fines del siglo II, nos proporciona el
texto de la regla de fe transmitida por los presbteros:
En primer lugar la regla de fe nos obliga a recordar que hemos recibido el
bautismo para la remisin de los pecados, en el nombre del Padre, en el
nombre de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, muerto y resucitado, y en
el Espritu Santo de Dios. Por ello sabemos que ese bautismo es el sello de
la vida eterna y de la regeneracin en Dios, a fin de que ya no seamos
solamente los hijos de los hombres mortales, sino tambin los hijos de ese
Dios eterno e indefectible.
Por eso, cuando somos regenerados por el bautismo que nos es dado en el
nombre de las tres Personas, somos enriquecidos por 'este segundo
nacimiento con los bienes que estn en Dios Padre, por medio de su Hijo con
el Espritu Santo. Pues los que son bautizados reciben el Espritu de Dios,
que los da al Verbo, es decir, al Hijo, y el Hijo los toma y los ofrece a su
Padre, y el Padre les comunica la incorruptibilidad 6.
La fe que hace a la Iglesia, hace al cristiano. Una misma fe es propuesta a
todas las comunidades dispersas, cuyos testimonios son concordes desde
Egipto a Cartago, desde Asia Menor a Lyon, pasando por Roma, encrucijada
de todas las comunidades diseminadas. Ireneo recuerda cules son las
verdades fundamentales de esa fe, en su libro Contra las herejas. Despus
aade:
todos los pastores tras ellos, dibujan el cuadro de un hogar cristiano, frente
a las costumbres paganas. Tertuliano canta la armona de los esposos, que
juntos ahondan su amor recibiendo la eucarista83. El Evangelio preconiza la
igualdad del hombre y de la mujer, pero la conducta en el hogar exige una
autoridad que la Antigedad siempre ha confiado al padre de familia. Reina
en la casa, que abarca a la mujer, los hijos, los domsticos y los esclavos. Es
el jefe temporal y religioso, en Roma, hasta su muerte. Castiga, casa a sus
hijos y a sus hijas. La legislacin romana del pater-familias acab por influir
en el mundo helnico. Entre los judos, se pone el acento en la misin
espiritual del padre: l es quien debe ensear la Thora a su hijo.
Aunque el Evangelio no introduzca un cambio total en las estructuras de la
familia antigua, s la transforma en su espritu, para hacer de ella la clula
vital de la Iglesia. Entre quienes han dado el ejemplo de una casa bien
llevada la Iglesia escoge a sus pastores. Hay como un principio nuevo que
transforma desde dentro las relaciones entre esposos, padres e hijos.
Pablo84 lo formul y Clemente lo repite a los Corintios: Estad sometidos los
unos a los otros, en el te-mor del Seor 85. Desde ahora el Seor es la
norma y la autoridad invisible.
La Iglesia reconoce la autoridad paterna sobre la casa, con los matices
particulares de regiones y civilizaciones di-versas. El largo desarrollo de
la Didascalia86sobre los debe-res y las responsabilidades del padre es una
muestra manifiesta de su importancia en la comunidad. En esta descripcin,
la accin educadora, en la cual padre y madre obran conjuntamente, est
claramente puesta de relieve.
La autoridad slo es eficaz en la medida en que est templada por el afecto,
como nos ensea la pedagoga de Dios: Ni tirana ni abandono, sino una
mezcla de firmeza y dulzura, de autoridad y bondad 87, de mesura y
estmulo.
La influencia religiosa de la madre es considerable en las comunidades
orientales. Encontramos all hogares ale-gres y eficaces 88, en los que la
intervencin de la madre pa-rece determinante 89. Pablo reconoce el papel
jugado por la madre de Timoteo90, y Pedro sabe que la mujer gana a su
marido para la fe91.
La estructura de la casa en la Antigedad facilitaba el contagio religioso.
Clemente de Alejandra llega incluso a permitir a la esposa un poco de
coquetera para conquistar a su marido pagano 92.
Los nios confiados a su madre o a la sirvienta, sobre todo en el mundo
oriental, eran fuertemente influidos por el ascendiente de mujeres con
categora. En el medio alejandrino, en donde la mujer corra el riesgo de
dejarse absorber por el lujo y los adornos, Clemente insiste en que ella se
meta en harina, asuma responsabilidades en el hogar y sea una ayuda
eficaz para su marido 93.
Los epitafios de la poca94, en la medida en que no son convencionales y
falsos como los sentimientos eternos del viudo vuelto a casar; son
emocionantes y significativos; unen en la muerte a quienes han estado
unidos en vida. A Caya Febe, esposa fiel y a s mismo, Capitn su marido;
Sucesus, a su esposa Eusebia muy excepcional, muy casta,
Para los cristianos, la muerte es la puerta que se abre sobre la vida y sobre
el encuentro que se vislumbra.
Dejadme ser pasto de las fieras; gracias a ellas me ser dado llegar a Dios.
Soy el trigo de Dios, soy molido por los dientes de las fieras, para
convertirme en el pan inmaculado de Cristo... Soy esclavo pero la muerte
har de m el liberto de Jesucristo, en quien resucitar 134.
Los cristianos no siempre tenan ocasin de derramar su sangre, ni siquiera
los que ms deseaban el martirio. La Iglesia prohiba toda provocacin,
condenaba toda temeridad. La mayor parte de los fieles moran
sencillamente en sus lechos, desgastados por la espera, por los aos o por
la enfermedad.
La Iglesia cuida de los enfermos y los invlidos. Confa este cuidado a los
diconos; las mujeres a las diaconisas. Las viudas los visitan 135 La uncin de
la que habla Santiago136 ha dejado pocas huellas en los dos primeros siglos.
Ireneo137 hace alusin a una especie de exorcismo que practicaban los
Marcosianos. Es posible que se trate de un rito que haga referencia a la
Carta de Santiago:
Est enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbteros de la Iglesia, y
oren por l, ungindole con leo en el nombre del Seor; y la oracin de la
fe salvar al enfermo, y el Seor le aliviar, y si se halla con peca-dos se le
perdonarn.
Este texto ofrece ms oscuridades que informacin. Se refiere al uso del
aceite que judos y griegos empleaban para curar y para fortalecer, para las
enfermedades del cuerpo y para las luchas en el estadio y en la palestra 138.
Encontramos unciones en los exorcismos y en la magia, como se pueden ver
en los gnsticos de Lyon, y no es fcil sealar una lnea divisoria. Es
escogido el aceite por razones teraputicas o por su simbolismo
sacramental? Es muy difcil decirlo.
Los presbteros administran la uncin colegialmente, igual que todava hoy
la practican las iglesias orientales. Los efectos que produce son la salud y la
remisin de los peca-dos cometidos a lo largo de la vida. Es ste el primer
rito de perdn de la Iglesia, antes de la penitencia pblica. Evidentemente,
la curacin no estaba garantizada, pues entonces los cristianos habran
tenido el don de la longevidad, por no decir de la inmortalidad. La familia
suele recoger el ltimo suspiro besando la boca del moribundo en el
momento de expirar. Los romanos creen que el alma se escapa por la boca.
Las comunidades rodean de respeto el cuerpo de sus difuntos, y cuidan de
su sepultura. Toman a su cargo la inhumacin de los pobres y de los que no
tienen familia. El mayor ultraje de los paganos consiste en negar la
inhumacin a los cristianos, en sustraerles los restos de los mrtires.
Cuando pueden, los fieles recogen piadosamente los restos venerables de
los mrtires. As, en Esmirna, no pudiendo recibir el cuerpo de Policarpo,
toman al menos los huesos, ms preciosos que gemas, ms acrisolados
que el oro ms puro139, para depositarlos en un lugar conveniente. Los
milagros, que tanto abundan en la gesta de la sangre, son con frecuencia de
redaccin posterior. Los cristianos siguen las costumbres funerarias de su
pas, pero evitan los ritos paganos, como el bolo colocado en la boca del
37 IGNACIO, Ad Polyc., 5, 2.
38 IGNACIO, Ad smyrn., 13, 1; Ad Polyc., 5, 2.
39 Ver HERMAS, Sim., X, 11, 8; TERTULIANO, De exhort., 12; EUSEBIO, Hist. ecl., VII, 30, 2.
40 CLEM., Quis dives, 36.
41 EusEBlo, Hist. ecl., V, 2, 2-3.
42 JUSTINO, 1 Apol., 35; 29; MINUCIO FLIX, Octavio, 35, 5; TERTULIANO, Apol., 9; Ad uxorem, 1, 6.
43 En P. DE LABRIOLLE, La raction painne, p. 96.
44 CLEMENTE DE ALEJANDRIA, Paed., II, 10, 94, 1. Ver Rhet. Gr. (Aphtonios) II, 54, 4.
45 Trad. apost., 15, 16.
46 Ver A. L. BALLINI, Il valore giuridico della celebrazione nuziale cristiana dal primo secolo all'et giustinianea,
Miln 1939.
47 Ep. ad Polyc., 5, 2.
48 Comparar 1 Cor 7, 39 y Efes 5, 25-29.
49 A esta unin el derecho romano la llama contubernium. Ver PAULYWlssowA, IV, 1164. Para el matrimonio de
esclavos, ver A. E. MANARIGUA, El matrimonio de los esclavos, Roma 1940.
50 Didascalia, XIX, 11, 6.
51 CIL, VIII, 25045. En K. RITZER, Formen, Riten der Eheschliessung, Munster 1962, pp. 35-37.
52 L. DUCHESNE, Origines du culte chrtien, Pars 1909, p. 441.
53 Dig., 17, 30. En DAUVILLIER, op. Cit., p. 381.
54 Efes 5, 25-26.
55 EusEBIO, Hist. ecl., VI, 40, 6.
56 CATULO, Carm., LXI, 122.
57 Para Cartago, ver TERTULIANO, Ad uxorem, II, 3; De virg. vel., 12, 1.
58 PLUT., Quaest. rom., 30.
59 TERTULIANO, Ad uxorem, II, 8, 9.
60 Ver las reproducciones del Museo de Berln en Dictionnaire des Antiquits, III, 1652.
61 APULEYO, Apologa, 88.
62 Act. Thom., 10.
63 Paed., III, 11, 63, 1.
64 En DACL, X, 1905, 1924. Ver tambin PAULINO DE N., Carm., XXV, v. 151. Un anlisis ms reciente en K.
BAOS, Der Kranz in Antike und Christentum, Bonn 1940, pp. 103-107.
65 Ver A. C. SCHAEPMAN, Explanation to the Wallpainting in the Catacomb of Priscilla, Utrecht 1929. Cfr. R.
METZ, La conscration des vierges dans l'Eglise romaine, Pars1954, pp. 63-67.
66 Stromata, III, 9, 67, 1.
67 1 Apol., 29.
68 Apol., 15, 4, 6.
69 Sobre Tertuliano, son muy tiles las pginas de CH. GUIGNEBERT, Tertulien, pp. 280-304.
70 Paed., II, 86, 2; 87, 3; 99, 3. Ver la tesis reciente de J. P. BROUDEHOUX, Mariage et famille chez Clment
d'Alexandrie, Pars 1970.
71 H. MARROU, Le Pdagogue, en Sources Chrtiennes, t. II, p. 184, n. 5.
72 Paed, II, 96, 2.
73 ATENAGORAS, Leg., 33. Imagen antigua en la literatura griega, que ya se encuentra en Sfocles.
74 Paed., II, 10, 99. 3.
75 Ver M. SPANNEUT, Le stoicisme des Pres de l'Eglise, Pars 1957, p. 260.
76 MUSONIUS, ed. HENSE, p. 64, 3-4.
77 Paed., II, 10, 85, 2-88, 3.
78 J. STELZENBERGER, Die Beziehungen der frhchristlichen Sittenlehre zur Ethik der Stoa, Munich 1933, p. 417.
79 Paed., II, 10, 91, 2.
80 Didascalia, XXIV; Trad. apost., 41.
81 Rom 1, 24-32; JusTINO, 1 Apol., 27; ATENAGORAS, Suppl., 34; MINUCIO FLIX, Octavio, 28, 10-11;
TERTULIANO, Apol., 9, 16-18; CLEMENTE DE ALEJANDRtA, Paed., III, 21-22, 1.
82 Stromata, III, 3, 24, 2.
83 TERTULIANO, Ad uxorem, II, 8.
84 1 Tim 3, 4.
85 1 Clem., 21, 8.
86 Didascalia, II.
87 J. DAUVILLIER, Op. Cit., p. 432.
88 Hechos, 18, 26; Rom 16, 4.
89 IGNACIO, Smyrn., 13, 1; Pol., 8, 2.
90 2 Tim 1,5.
91 1 Pedro, 3, 1.
92 Paed., III. 11, 57, 2.
93 Ibid., III, 10, 49, 1-15; 11, 67, 2.
94 En DACL, XIV, 1815.
95 Catacumbas de Severo. Museo de Susa.
96 H. MARROU, Histoire de 1'ducation..., p. 299. Smyrn., 13, 1; Polyc., 8, 2; HERM., Vis, 1, 1, 9; 1, 3, 1; 2, 3, 1;
Sim., 7, 1; 7, 5; Mand., 12, 3, 6; 5, 3, 9.
97 Apol., 15, 11.
98 Octavio, 2, 1.
99 Paed., I. Ver el anlisis de H. MARROU, Pdagogue, 1, pp. 23-26, en Sources Chrtiennes.
100 Inscripcin del siglo V, que se conserva en el Museo de Laterano. Ver tambin CIL, III, 686, 1720; CIG, IV, 9574.
CONCLUSIN
DEL SUEO A LA REALIDAD
Los cristianos de los primeros siglos se encuentran frente a una doble
realidad: el Evangelio y la vida cotidiana. Cmo conformar la vida a la fe
recibida, sin traicionar ni una iota, pero al mismo tiempo sin desertar de las
tareas terrestes, de las responsabilidades de la familia, de la profesin, sin
esquivar el hombro, como lo hicieron los cristianos de Salnica, reduciendo
la espera a la inaccin?
Las formas de evadir lo cotidiano son mltiples y sutiles. En realidad todas
se reducen al conflicto entre presente y futuro, entre el enraizamiento en la
vida de cada da y no aceptar sentirse como encarcelado por ella hasta el
punto de enervar la tensin hacia el reino que viene. Los prime-ros
cristianos experimentaban en su propia carne hasta qu punto la tragedia
cristiana los desgarra, pero saben bien que tienen cogidos los dos cabos de
la cadena.
A este respecto es elocuente la floracin de escritos apocalpticos a lo largo
de los dos primeros siglos. La magia de lo maravilloso y de los sueos
contrasta con la sobriedad del Evangelio, pero responde a una curiosidad y
a la impaciencia de lo provisional, por una connivencia entre imaginacin y
colorido. Este museo de lo imaginativo cristiano no debe hacer que se
pierda de vista el hecho de que, en la preparacin de sus colores, hay
sangre mezclada. Existe un sector de la comunidad cristiana que pretende
colmar los silencios de la Escritura, reducir la zona de la fe y de las
creencias, tocar inmediatamente, como la Magdalena el da de la
Resurreccin, un misterio que slo es promesa. Hay en los evangelios
apcrifos una fe que tiende a la credulidad, se autosugestiona y se
precipita al reino de los sueos. El nacimiento de Jess, su infancia,
descritos con los colores suaves del Evangelio de Lucas, provocan un bullir
de prodigios. La evangelizacin de los Apstoles se enriquece con el colorido
de lo maravilloso. Basta con recordar el enfrentamiento de Pedro con Simn
Mago, especie de predicacin verbenera que agolpa a los curiosos,
deslumbra a los paganos y produce conversiones. Parece como si la fe se
tuviera que propagar por medio de una demagogia de los milagros.
La ingenuidad de los escritos apcrifos no nos debe llamar a engao. Quien
penetra, ms all de lo prodigioso, en estos relatos simplonamente
maravillosos, llevndolos has-ta la fuente de su inspiracin, puede ver en
ellos el deseo de concretar en tecnicolor la revolucin csmica revela-da a
la fe, expresada por la resurreccin de Cristo. La imaginacin arrastra hacia
una leyenda dorada todo lo que slo ha sido prometido a la esperanza.
Lo mismo ocurre cuando se intenta escrutar el acontecimiento: Nadie
conoce ni el da ni la hora, ni siquiera el Hijo del Hombre, afirma el
Evangelio. En vez de atenerse a estas palabras de Jesucristo, que
plantearn un difcil problema a los telogos, la primera generacin
incluso el mismo Pablo en la primera parte de su vida espera la venida
inmediata del Seor junto con el fin del mundo.
Toda una generacin vive esta tensin, en la que se inspiran los escritos del
ambiente judo-cristiano.
El xito extraordinario del montanismo, que acaba arrastrando incluso a una
cabeza tan bien estructurada como la de Tertuliano, se debe
indudablemente a las promesas de una parusa prxima, a una reduccin de
la espera y de lo desconocido, de un tiempo apocalptico. Nada ms humano
y ms natural que refugiarse en esta espera, con el riesgo de desertar de lo
cotidiano, de la familia, de las responsabilidades, de vaciar el sentido
trgico cristiano de lo que constituye su verdadera esencia.
NOTA BIBLIOGRFICA
Hemos reducido al mnimo las siglas, con el fin de evitar al lector bsquedas
fastidiosas. Las abreviaturas que hemos utilizado con mayor frecuencia son
las siguientes: Anal. Boll. Analecta Bollandiana, Bruxelas, 1882 y ss.
RB. Revue Bndictine, abada de Maredsous, 1884 y ss. CIG, Corpus
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DHGE, Dictionnaire d'Histoire et de Gographie ecclsiastiques, Pars, 1912
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por F. Nau, Pars, 1912. FRIEDLAENDER-WISSOWA: Darstellungen aus de r
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Antonine. Citamos la reedicin de Wissowa, Leipzig, 1921-1923, 4 vol.
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