Henri Bergson Obras Escogidas PDF
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PREMIOS NOBEL
BERGSON
OBRAS ESCOGIDAS
*El presente archivo contiene nicamente la obra:
La Evolucin Creadora, pero se ha conservado la
numeracin original de la misma.
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HENRI
BERGSON
Premio Nobel 1927
OBRAS ESCOGIDAS
ENSAYO SOBRE LOS DATOS INMEDIATOS DE LA CONCIENCIA
MATERIA Y MEMORIA / LA EVOLUCIN CREADORA LA
ENERGA ESPIRITUAL / PENSAMIENTO Y MOVIMIENTO
Traduccin y prlogo de
JOS ANTONIO MIGUEZ
Doctor en Filosofa y Letras
por la Universidad de Madrid
AGUILAR
Libera los Libros
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LA EVOLUCIN CREADORA*
INTRODUCCIN
LA
historia de la evolucin de la vida, por
incompleta que todava sea, nos deja entrever cmo se ha
constituido la inteligencia por un progreso ininterrumpido, a
lo largo de una lnea que asciende, a travs de la serie de
los vertebrados, hasta el hombre. Ella nos muestra, en la
facultad de comprender, un anexo de la facultad de actuar,
una adaptacin cada vez ms precisa, cada vez ms
compleja y flexible, de la conciencia de los seres vivos a
las condiciones de existencia que les son dadas. De ah
debera resultar esta consecuencia: que nuestra inteligencia, en el sentido restringido de la palabra, est destinada
a asegurar la insercin perfecta de nuestro cuerpo en su
medio, a representarse las relaciones de las cosas exteriores
entre s; en fin, a pensar la materia. Tal ser, en efecto, una
de las conclusiones del presente ensayo. Veremos que la
inteligencia humana se siente en s en tanto se la deja
entre los objetos inertes, ms especialmente entre los
slidos, donde nuestra accin encuentra su punto de apoyo
y nuestra industria sus instrumentos de trabajo; que
nuestros conceptos han sido formados a imagen de los slidos, que nuestra lgica es sobre todo la lgica de los slidos, que, por esto mismo, nuestra inteligencia triunfa en
la geometra, donde se revela el parentesco del pensamiento lgico con la materia inerte, y donde la inteligencia no tiene ms que seguir su movimiento natural,
despus del contacto ms ligero posible con la experiencia, para ir de hallazgo en hallazgo con la certidumbre de
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La idea de considerar la vida como trascendente a la finalidad
tanto como al mecanicismo est, por lo dems, lejos de ser una idea
nueva. En particular, se la encontrar expuesta con profundidad en tres
artculos de CH. DUNAN sobre Le problme de la vie (Revue
philosophique, 1892). En el desarrollo de esta idea hemos coincidido ms de una vez con Dunan. Sin embargo, las consideraciones
que presentamos sobre este punto, como sobre las cuestiones que a
l se refieren, son las mismas que habamos dado a conocer, hace
ya tiempo, en nuestro Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia. Uno de los principales objetos de este Ensayo era, en efecto,
mostrar que la vida psicolgica no es ni unidad ni multiplicidad,
que trasciende lo mecnico y lo inteligente, no teniendo sentido
mecanicismo y finalidad sino all donde hay "multiplicidad distinta", "espacialidad", y por consiguiente conjuncin de partes
preexistentes: "duracin real" significa a la vez continuidad indivisible y creacin. En el presente trabajo aplicamos estas mismas ideas a
la vida en general, considerada ella misma, por otra parte, desde el
punto de vista psicolgico.
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CAPITULO I
DE LA EVOLUCIN DE LA VIDA.
MECANICISMO Y FINALIDAD
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haber envejecido un instante. Mi memoria est ah, introduciendo algo de este pasado en este presente. Mi estado de alma, al avanzar en la ruta del tiempo, se infla
continuamente con la duracin que lo engrosa y hace, por
decirlo as una bola de nieve consigo mismo. Con ms
razn ocurre as con los estados ms profundamente interiores sensaciones, afecciones, deseos, etc., que no
se corresponden, como una simple percepcin visual, con
un objeto exterior invariable. Pero es fcil no prestar atencin a este cambio ininterrumpido, y no notarlo ms que
cuando engrosa lo bastante para imprimir al cuerpo una
nueva actitud, y a la atencin una direccin nueva. En
este momento preciso nos encontramos con que hemos
cambiado de estado. La verdad es que cambiamos sin cesar
y que el estado mismo es ya un cambio.
Es decir que no hay diferencia esencial entre pasar de
un estado a otro y persistir en el mismo estado. Si el estado que "permanece lo mismo" es ms variado de lo que
se cree, inversamente el paso de un estado a otro semeja
ms de lo que se imagina a un mismo estado que se prolonga; la transicin es continua. Pero, precisamente porque
cerramos los ojos a la incesante variacin de cada estado
psicolgico, estamos obligados, cuando la variacin llega a
ser tan considerable que se impone a nuestra atencin, a
hablar como si un nuevo estado se hubiese yuxtapuesto al
precedente. De ste suponemos que permanece invariable a
su vez, y as consecutiva e indefinidamente. La aparente
discontinuidad de la vida psicolgica estriba, pues, en que
nuestra atencin se fija sobre ella por una serie de actos
discontinuos: donde no hay ms que una pendiente dulce,
creemos percibir, siguiendo la lnea rota de nuestros actos
de atencin, los peldaos de una escalera. Es verdad que
nuestra vida psicolgica est llena de imprevistos. Surgen
mil incidentes que parecen dar un tajo sobre lo que
precede y no referirse ya a lo que les sigue. Pero la
discontinuidad de sus apariciones se destaca sobre la
continuidad de un fondo en el cual se dibujan y al que
dan la sinfona los golpes de tambor que suenan de
cuando en cuando. Nuestra atencin se fija en ellos
porque le interesan ms, pero cada uno de ellos es llevado por la masa fluida de nuestra existencia psicolgica
entera. Cada uno de ellos no es ms que el punto mejor
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No hay por lo dems trama ms resistente ni ms sustancial. Porque nuestra duracin no es un instante que
reemplaza a un instante: entonces, no habra nunca otra
cosa que el presente, no habra prolongacin del pasado
en lo actual, ni evolucin, ni duracin concreta. La duracin es el progreso continuo del pasado que corroe el
porvenir y que se dilata al avanzar. Desde el momento en
que el pasado aumenta sin cesar, se conserva tambin indefinidamente. La memoria, como hemos tratado de probar 1 , no es una facultad de clasificar recuerdos en el
cajn de un armario o de inscribirlos en un registro. No
hay registro ni cajn; no hay incluso aqu, hablando con
propiedad, una facultad, porque una facultad se ejercita
intermitentemente, cuando quiere o cuando puede, en
tanto que el amontonamiento del pasado sobre el pasado
se prosigue sin tregua. En realidad, el pasado se conserva
por s mismo, automticamente. Todo entero, sin duda,
nos sigue a cada instante: lo que hemos sentido, pensado,
querido desde nuestra primera infancia, est ah, pendiendo sobre el presente con el que va a unirse, ejerciendo presin contra la puerta de la conciencia que querra
dejarlo fuera. El mecanismo cerebral est hecho precisamente para hacer refluir su casi totalidad en lo inconsciente y para no introducir en la conciencia ms que lo
que por naturaleza est destinado a iluminar la situacin
presente, a ayudar a la accin que se prepara, a dar, en
fin, un trabajo til. A lo ms, recuerdos de lujo alcanzan
a pasar de contrabando por la puerta entreabierta. Y ellos,
mensajeros de lo inconsciente, nos advierten de lo que
arrastramos detrs de nosotros sin saberlo. Pero incluso
aunque no tuvisemos la idea distinta, sentiramos vagamente que nuestro pasado nos permanece como presente.
Qu somos, en efecto, qu es nuestro carcter, sino la
condensacin de la historia que hemos vivido a partir de
nuestro nacimiento, antes incluso de nacer, ya que traemos con nosotros disposiciones prenatales? Sin duda, no
pensamos ms que con una pequea parte de nuestro pasado; pero es con nuestro pasado entero, comprendida en
l nuestra curvatura original del alma, con el que deseamos, queremos y actuamos. Nuestro pasado se manifiesta
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en causas profundas, sobre las que insistiremos ms adelante. Se ver que la individualidad encierra una infini dad
de grados y que en ninguna parte, ni siquiera en el hombre,
se realiza plenamente. Pero esta no es una razn par a
r eh usar ve r ah un a pr opie da d ca rac te r st ic a de la vida. El
bilogo que procede como gemetra, triunfa demasiado
fcilmente sobre nuestra impotencia para dar de la
individualidad una definicin precisa y general. Una
definicin perfecta no se aplica ms que a una realidad
hecha; ahora bien, las propiedades vitales no estn nunca
entera mente realizadas, sino sie mpre en va de realiza cin: son menos estados que tendencias. Y una tendencia
no obtiene todo lo que ella trata de alcanzar ms que
si no es contrariada por ninguna otra tendencia: cmo podra presentarse este caso en el dominio de la vida, donde
hay siempre, como mostraremos, implicacin recproca de
tendencias antagnicas? En particular, en el caso de la
individualidad, puede decirse que, si la tendencia a individualizarse est presente en todas partes en el mundo organizado, es combatida tambin en todas partes por la
tendencia a reproducirse. Para que la individualidad fuese
perfecta, sera preciso que no pudiese vivir separadamente
ninguna parte aislada del organismo. Pero la reproduccin
se hara entonces imposible. Qu es sta, en efecto, sino la
reconstruccin de un organismo nuevo con un fragmento
separado del antiguo? La individualidad aloja su enemigo
en ella. La necesidad misma que ella experimenta de per petuarse en el tiempo la condena a no estar jams comple ta
en el espacio. Corresponde al bilogo hacer, en cada uno de
los casos, la particin de las dos tendencias. En vano, pues,
le pediremos una definicin de la individualidad for- mulable
una vez por todas y aplicable automticamente. Pero con
demasiada frecuencia se razona sobre las cosas de la vida
co mo sobre las modalidades de la ma teria bruta. En
ninguna parte la confusin es tan visible como en las
discusiones sobre la individualidad. Se nos muestran los
trozos de un Lumbriculus regenerando cada uno su cabeza y
viviendo en adelante corno otros tantos individuos
independientes, o una Hydra cuyos pedazos se convierten en
otras tantas H ydras nuevas, o un huevo de erizo, cuyos
fragmentos desarrollan embriones completos: dnde estaba,
pues, se nos preguntar, la individualidad
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tra percepcin o nuestra ciencia asla o cierra
arti ficialm e n t e . N o s e qu i vo c a r a mo s s i l e c o mp a r s e m os
c o n u n objeto. Si quisira mos buscar en lo no organizado
un trmi no de c ompar ac in, de be r a mos a si mil ar el
o rgan ismo vi vo a n t e s bi e n a l a t ot a l i da d de l uni ve r so
m a t e r i a l y n o a u n ob j e t o de t e r mi na do . E s ve r da d qu e l a
c o mp a r a c i n n o n o s s e r vi r l a g r a n c o s a , p o r q u e u n s e r
v i v o e s u n s e r observable, en tanto que el todo del
uni verso
es
construido
o
r e c onst r ui do
por
el
p e n sa mi e n t o . A l me nos nue st ra atencin sera solicitada
en cuanto al carcter esencial de l a organiz ac in. C omo el
u ni ver so en su conj unto, c omo cada ser consciente
tomado aparte, el organismo que vive e s a l go qu e d ur a .
S u p a s a d o s e p r o l o n ga t od o e n t e r o e n su pr e se nt e , y a h
p e r ma n e c e a c t u a l y a c t ua ndo. Podr a comprenderse de
otro modo que atra vesase fases bien regu l a d a s , q u e
c a m b i a s e d e e d a d , e n f i n , q u e t u vi e s e u na historia? Si
considero mi cuerpo en particular, encuentro que,
se mejante a mi conciencia, madura poco a poco des de la
in fancia a la vejez; como yo, envejece. Incluso ma d ur e z y
v e j e z n o so n , h a b l a n do c o n p r o pi e d a d, m s q ue atributos
de mi cuerpo; slo metafricamente do y el mis mo nombre
a los cambios correspondientes de mi persona consciente.
Ahora, si paso de arriba abajo la escala de los seres vivos;
si paso de uno de los ms diferenciados a uno de l os menos
d i fe re nc ia do s; si pa so del organismo pl ur i c e l ul a r a l
o rga n i s mo u n i c e l u l a r de l i nfusor i o, e nc ue nt r o de nuevo,
en esta si mple clula, el mismo proceso de en v e j e c i m i e n t o . E l i n fu so r i o s e a go t a a l c a bo d e un c i e r t o
n me ro d e d i vi si ones, y si se puede, modi fi ca ndo e l me d i o 2 , r e t a r d a r e l m o m e nt o e n q ue se ha c e ne c e s a r i o un
rejuvenecimiento por conjugacin, no sabramos retro traerlo indefinidamente. Es verdad que entre estos dos ext r e mo s, e n q u e e l o rga ni s mo e st pl e na me nt e i ndi vi dua lizado, encontraramos una multitud de otros en que se
m a r c a m e n o s l a i n di vi d ua l i da d, y e n l os c ua l e s, a u nq ue
ha ya sin duda en vejecimiento en alguna parte, no sabra m o s d e c i r j u s t a m e n t e l o q ue e n ve j e c e . U na ve z m s , n o
existe le y biolgica universal que se aplique enteramente,
auto mticamente, a no importa qu ser vivo. No ha y ms
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CALKINS , Studies on the life history of Protozoa (Arch. f. Entwickelungsmechanik, vol. XV, 1903, pgs. 139-186).
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inorgnica se expresan, en principio, por ecuaciones
diferenciales en las que el tiempo (en el sentido en que
el matemtico toma esta palabra) representara el papel
de variable independiente. Ocurre lo mismo con las
leyes de la vida? El estado de un cuerpo vivo encuentra
su explicacin completa en e! estado inmediatamente
anterior? S, si convenimos a priori en asimilar el cuerpo
vivo a los otros cuerpos de la naturaleza, y en
identificarle, para las necesidades de la causa, con los
sistemas artificiales sobre los que operan el qumico, el
fsico y el astrnomo. Pero en astronoma, en fsica y en
qumica, la proposicin tiene un sentido bien
determinado: significa que ciertos aspectos del presente,
importantes para la ciencia, son calculables en funcin del
pasado inmediato. Nada semejante en el dominio de la
vida. Aqu el clculo afecta, todo lo ms, a ciertos
fenmenos de destruccin orgnica. Por el contrario, de la
creacin orgnica, de los fenmenos evolutivos que
constituyen propiamente la vida, no entrevemos incluso
cmo podramos someterlos a un tratamiento matemtico.
Se dir que
esta impotencia
apoya en nuestra
ignorancia. Pero puede tambin expresar que el
momento actual de un cuerpo vivo no encuentra su razn
de ser en el momento inmediatamente anterior y que es
preciso unir a l todo el pasado del organismo, su herencia, en fin, el conjunto de una historia muy larga. En
realidad, es la segunda de estas hiptesis la que traduce
el estado actual de las ciencias biolgicas, e incluso su direccn. En cuanto a la idea de que el cuerpo vivo podra
ser sometido por algn calculador sobrehumano al mismo
tratamiento matemtico que nuestro sistema solar, ha salido poco a poco de una cierta metafsica que ha tomado
una forma ms precisa a partir de los descubrimientos
fsicos de Galileo, pero que como mostraremos fue
siempre la metafsica natural del espritu humano. Su claridad aparente, nuestro impaciente deseo de encontrarla
verdadera, la solicitud con que la aceptan sin prueba tantos excelentes espritus, todas las seducciones en fin que
ejerce sobre nuestro pensamiento, deberan ponernos en
guardia contra ella. El atractivo que tiene para nosotros
prueba lo suficiente que da satisfaccin a una inclinacin
innata. Pero, como se ver ms adelante, las tendencias
intelectuales, hoy innatas, que la vida ha debido crear en
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dt
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el intervalo, es decir, el tiempo real, no cuenta y no
puede entrar en el clculo. Y si el matemtico declara colocarse en este intervalo, es siempre a un cierto punto, a
un cierto momento, quiero decir, al extremo de un tiempo
t' al que se transporta, por lo cual ya no se cuestiona
entonces del intervalo que va hasta T'. Si divide el intervalo en partes infinitamente pequeas por la consideracin de la diferencial dt, expresa simplemente por ello
que considerar aceleraciones y velocidad, es decir, nmeros que anotan tendencias y que permiten calcular el
estado de un sistema en un momento dado; pero siempre
se trata de un momento dado, quiero decir, detenido, y
no del tiempo que transcurre. En suma: el mundo sobre
el que opera el matemtico es un mundo que muere y renace a cada instante, el mismo en el que pensaba Descartes cuando hablaba de creacin continuada. Pero, en
el tiempo as concebido, cmo representarse una evolucin, es decir, el rasgo caracterstico de la vida? La evolucin implica una continuacin real del pasado por el
presente, una duracin que es un lazo de unin. En otros
trminos: el conocimiento de un ser vivo o sistema natural
es un conocimiento que apoya sobre el intervalo mismo
de duracin, en tanto que el conocimiento de un sistema
artificial o matemtico no apoya ms que sobre su extremo.
Continuidad del cambio, conservacin del pasado en el
presente, duracin verdadera, he aqu los atributos que
parece compartir el ser vivo con la conciencia. Podemos
ir ms lejos y decir que la vida es invencin como la actividad consciente, creacin incesante como ella?
No entra en nuestro propsito enumerar aqu las pruebas
del transformismo. Queremos solamente explicar en dos
palabras por qu lo aceptaremos, en el presente trabajo,
como una traduccin suficientemente exacta y precisa de
los hechos conocidos. La idea del transformismo est ya en
germen en la clasificacin natural de los seres organizados.
El naturalista, en efecto, aproxima unos a otros los
organismos que se parecen; luego, divide el grupo en
subgrupos en el interior de los cuales la semejanza es
todava mayor, y as sucesivamente: todo a lo largo de la
operacin, los caracteres del grupo aparecen como temas
generales sobre los cuales cada uno de los subgrupos eje-
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rece cada vez ms como una expresin al menos aproximada de la verdad. No es demostrable rigurosamente;
pero, por debajo de la certidumbre que da la demostracin
terica o experimental, hay esta probabilidad indefinidamente creciente que suple la evidencia y que tiende a
ella como a su lmite: tal es el gnero de probabilidad que
presenta el transformismo.
Admitamos, sin embargo, que el transformismo est
convicto de error. Supongamos que se llega a establecer,
por inferencia o por experiencia, que las especies han nacido
por un proceso discontinuo, del que no tenemos hoy idea
alguna. Se habra alcanzado la doctrina en lo que tiene de
ms interesante y, para nosotros, de ms importante? La
clasificacin subsistira sin duda en sus grandes lneas. Los
datos actuales de la embriologa subsistiran igualmente. La
correspondencia entre la embriogenia y la anatoma
comparada subsistira tambin. Desde ese momento la
biologa podra y debera continuar estableciendo entre las
formas vivas las mismas relaciones que supone hoy el
transformismo, el mismo parentesco. Se tratara, es verdad,
de un parentesco ideal y no ya de una filiacin material.
Pero, como los datos actuales de la paleontologa
subsistiran tambin, forzoso sera admitir todava que es
sucesivamente, y no simultneamente, como han aparecido
las formas entre las que se revela un parentesco ideal.
Ahora bien, la teora evolucionista, en lo que tiene de
importante a los ojos del filsofo, no se pregunta ms.
Consiste sobre todo en constatar relaciones de parentesco
ideal y en sostener que, all donde hay esta relacin de
filiacin, por as decir, lgica, entre las formas, hay tambin una relacin de sucesin cronolgica entre las especies
en que estas formas se materializan. Esta doble tesis
subsistira en todo estado de causa. Y a partir de entonces
sera preciso suponer tambin una evolucin en alguna
otra parte, ya en un Pensamiento creador en el que las
ideas de las diversas especies se engendraran unas a otras
exactamente como quiere el transformismo que se hayan
engendrado sobre la tierra las especies mismas, ya en un
plano de organizacin vital inmanente a la naturaleza, que
se explicitara poco a poco, en el que las relaciones de
filiacin lgica y cronolgica entre las formas puras seran
precisamente las que el transformismo nos
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ROULE ,
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el poder gentico del vulo fecundado se debilita a
medida que se reparte sobre la masa creciente de los tejidos
del embrin; pero mientras se diluye as, concentra de
nuevo algo de s mismo sobre un cierto punto especial, sobre
las clulas de donde nacern los vulos y los
espermatozoides. Podra decirse pues que, si el plasma
germinativo no es continuo, hay al menos continuidad de
energa gentica, que no se gasta ms que durante
algunos instantes, justo el tiempo de dar impulso a la vida
embrionaria para recobrarse lo antes posible en nuevos
elementos sexuales en los que, una vez ms, esperar su
momento. Considerada desde este punto de vista, la vida,
aparece como una corriente que va de un germen a otro
por intermedio de un organismo desarrollado. Todo pasa
como si el organismo mismo no fuese ms que una
excrecencia, un brote que hace surgir el germen antiguo
tratando de continuarse en un germen nuevo. Lo esencial es
la continuidad
del progreso que se prosigue
indefinidamente, progreso invisible sobre el cual cada
organismo visible cabalga durante el corto intervalo de
tiempo que le es dado vivir.
Ahora bien, cuanto ms fijemos la atencin en esta
continuidad de la vida, ms veremos semejarse la evolucin orgnica a la de una conciencia, en la que el pasado
empuja contra el presente y hace brotar de l una forma
nueva, inconmensurable con sus antecedentes. Que la aparicin de una especie vegetal o animal sea debida a causas
precisas, nadie lo pondr en duda. Pero debemos entender
por ello que, si se conociese despus el detalle de sus
causas, se llegara a explicar por ellas la forma producida:
preverla, en cambio, no estara a nuestro alcance 7. Dirase
que podramos preverla si se conociesen en todos sus
detalles, las condiciones en que se producir? Pero estas
condiciones forman cuerpo con ella y no forman incluso
ms que una unidad con ella, siendo caractersticas del
momento de su historia en que se encuentra entonces la
vida: cmo suponer conocida de antemano una situacin
que es nica en su gnero, que no se ha producido todava
y que no se reproducir jams? No se prev del por7 La irreversibilidad de la serie de los seres vivos ha sido puesta
al descubierto por BALDWIN, Development and evolution. New York,
1902, en particular pg. 327.
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Pero contra esta idea de la originalidad y de la imprevisibilidad absoluta de las formas se subleva nuestra inteligencia. Porque precisamente nuestra inteligencia, tal
como la ha modelado la evolucin de la vida, tiene por
funcin esencial iluminar nuestra conducta, preparar
nuestra accin sobre las cosas, prever para una situacin
dada los sucesos favorables o desfavorables que podrn
seguirse de ella, Asla pues instintivamente, en una situacin, lo que se parece a lo ya conocido; busca lo mismo, a
fin de poder aplicar su principio de que "lo mismo produce lo mismo". En esto consiste la previsin del porvenir
para el sentido comn. La ciencia lleva esta operacin al
ms alto grado posible de exactitud y de precisin, pero
no altera su carcter esencial. Como el conocimiento usual,
la ciencia no retiene de las cosas ms que el aspecto repeticin. Si el todo es original, se las arregla para analizarlo
en elementos o en aspectos que sean poco ms o menos
la reproduccin del pasado. Ella no puede operar ms que
sobre lo que se considera ha de repetirse, es decir, sobre
lo que se sustrae, por hiptesis, a la accin de la duracin. Lo que hay de irreductible y de irreversible en los
momentos sucesivos de una historia, eso se le escapa. Es
preciso, para representarse esta irreductibilidad y esta irreversibilidad, romper con hbitos cientficos que responden
a las exigencias fundamentales del pensamiento, hacer violencia al espritu, remontar la pendiente natural de la inteligencia. Pero ste es precisamente el papel de la filosofa.
La vida evoluciona a nuestros ojos como una creacin
continua de imprevisible forma: siempre subsiste la idea
de que forma, imprevisibilidad y continuidad, son puras
apariencias, donde se reflejan otras tantas ignorancias. Lo
que se presenta a los sentidos como una historia continua
se descompondra, se nos dir, en estados sucesivos. Lo
que os da la impresin de un estado original se resuelve,
en el anlisis, en hechos elementales, cada uno de los cuales
es la repeticin de un hecho conocido. Lo que llamis una
forma imprevisible no es ms que un arreglo nuevo de
elementos antiguos. Las causas elementales cuyo conjunto
ha determinado este arreglo son ellas mismas causas
antiguas que se repiten adoptando un orden nuevo. El
conocimiento de los elementos y de las causas elementales
hubiese permitido dibujar de antemano la forma viva que
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es su suma y resultado. Despus de haber resuelto el aspecto biolgico de los fenmenos en factores fisico-qumicos, saltaremos, en caso de necesidad, por encima de la
fsica y de la qumica mismas: iremos de las masas a las
molculas, de las molculas a los tomos, de los tomos a
los corpsculos, y ser preciso que lleguemos, en fin, a algo
que se puede tratar como una especie de sistema solar,
astronmicamente. Si lo negis, ponis en duda el principio
mismo
del
mecanicismo
cientfico
y
declaris
arbitrariamente que la materia viva no est hecha de los
mismos elementos que la otra. Responderemos que no ponemos en duda la identidad fundamental de la materia
bruta y de la materia organizada. La nica cuestin consiste en saber si los sistemas naturales que llamamos seres
vivos deben ser asimilados a los sistemas artificiales que la
ciencia recorta en la materia bruta, o si no deberan mejor
ser comparados a este sistema natural que es el todo del
universo. Acepto que la vida sea una especie de mecanismo.
Pero se trata del mecanismo de las partes artificialmente
aislables en el todo del universo, o del mecanismo del todo
real? El todo real podra ser muy bien, decamos, una
continuidad indivisible: los sistemas que recortamos en l
no seran entonces, hablando con propiedad, partes; seran
consideraciones parciales tomadas sobre el todo. Y con
estas consideraciones parciales reunidas no obtendrais ni
siquiera un comienzo de recomposicin del conjunto, como
tampoco multiplicando las fotografas de un objeto, bajo
mil aspectos diversos, no podrais reproducir su
materialidad. As, en cuanto a la vida y a los fenmenos
fsico-qumicos en los que se pretendiese resolverla. El
anlisis descubrir sin duda en los procesos de creacin
orgnica un nmero creciente de fenmenos fisico-qumicos. Y a ellos se atendrn los qumicos y los fsicos. Pero
no se sigue de ah que la qumica y la fsica deban darnos
la clave de la vida.
Un elemento muy pequeo de una curva es casi una
lnea recta. Tanto ms semejar a una lnea recta cuanto
ms pequeo se le tome. En el lmite, se dir, segn se
quiera, que forma parte de una recta o de una curva. En
cada uno de sus puntos, en efecto, la curva se confunde
con su tangente. As la "vitalidad" es tangente en no importa qu punto a las fuerzas fsicas y qumicas; pero estos
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of
organic
evolucin,
14
MAUPAS , tude des Infusoires cilis
(Arch. de zoologie expe
rimntale, 1883), pgs. 47, 491, 518, 549 en particular. P. VIGNON,
Recherches de cytologie genrale sur les pithliums, Pars, 1902,
pg. 655. Un estudio profundo de los movimientos del infusorio y
una crtica muy penetrante de la idea de tropismo, ha sido hecha
en estos ltimos tiempos por JENNINGS, Contributions to the study
of the behaviour of lower organisms, Washington, 19C4. El "tipo de
conducta" de estos organismos inferiores, tal como lo ha definido
Jennings (pgs. 237-252), es indiscutiblemente de orden psicolgico.
15
"The study of the cell has on the whole seemed to widen rather
than to narrow the enormous gap that separates even the lowest forms
of life from the inorganic world." (E. B. WILSON , The cell in development
and inheritance, New York, 1897, pg. 330.)
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tividad funcional del ser vivo son llevados a creer que la
fsica y la qumica nos duran la clave de los procesos biolgicos 16. Tienen que vrselas, en efecto, con fenmenos que
se repiten sin cesar en el ser vivo, como en una retorta.
Por ah se explican en parte las tendencias mecanicistas de
la fisiologa. Por el contrario, aquellos cuya atencin se
concentra sobre la fina estructura de los tejidos vivos,
sobre su gnesis y su evolucin, histlogos y embrilogos de
una parte, naturalistas de otra, estn en presencia de la
retorta misma y no ya solamente de su contenido.
Encuentran que esta retorta crea su propia forma a lo largo
de una serie nica de actos que constituyen una verdadera
historia. En cambio, histlogos, embrilogos o naturalistas,
estn lejos de creer de tan buen grado como los fisilogos
en el carcter fisico-qumico de las acciones vitales.
A decir verdad, ni una ni otra de las dos tesis, ni la
que afirma ni la que niega la posibilidad de que se produzca alguna vez qumicamente un organismo elemental,
pueden invocar la autoridad de la experiencia. Ambas
son inverificables: la primera, porque la ciencia no ha
dado todava un paso hacia la sntesis qumica de una
sustancia viva; la segunda, porque no existe ningn medio
concebible de probar experimentalmente la imposibilidad de
un hecho. Pero hemos expuesto las razones tericas que
nos impiden asimilar el ser vivo, sistema cerrado por la
naturaleza, a los sistemas que nuestra ciencia asla. Estas
razones tienen menos fuerza lo reconocemos cuando
se trata de un organismo rudimentario como la amiba, que
apenas evoluciona. Pero la adquieren en mayor grado si se
considera un organismo ms complejo, que realiza un ciclo
regulado de transformaciones. Cuanto ms le marca la
duracin su impronta al ser vivo, con ms evidencia se
distingue el organismo de un mecanismo puro y simple,
sobre el cual resbala la duracin sin penetrar en l. Y la
demostracin cobra ms fuerza cuando recae sobre la
evolucin ntegra de la vida desde sus ms humildes
orgenes hasta sus formas actuales ms altas, en tanto que
esta evolucin constituye, por la unidad y la continuidad de
la materia animada que la soporta, una
16
DASTRE,
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f u e se r e p r e se n t a do por una fr mul a m a t e m t i c a
n i c a , por un solo inmenso sistema de ecuaciones
diferenciales si mu l t ne a s, de donde se e xt r a j e se n, e n c a da
m o m e n t o , la posicin, la direccin y la velocidad de cada
tomo del mundo l 8 ." Huxle y, por su parte, ha expresado,
en una forma ms concreta, la misma idea: "Si la
proposicin fu n d a me nt a l de l a e vol uc i n e s ve r da de r a , a
sa b e r : q u e e l m u n do e nt e r o, a ni ma do e i na ni ma do, e s e l
r e su l t a d o de la interaccin mutua, segn leyes definidas y
fuerzas posedas por las molculas de que estaba compuesta
la nebulosidad primitiva del universo, entonces no es menos
c i e r t o q u e e l m u n d o a c t u a l d e s c a nsa p ot e n c i a l m e n t e e n
el vapor csmico y que una inteligencia suficiente hubiese
podido, conociendo las propiedades de las molculas de
e st e va p o r, p r e d e c i r, por e j e mpl o, e l e st a do de l a f a una
de la Gran Bretaa en 1868, con tanta certidumbre como
cuando se dice lo que ocurrir al vapor de la respiracin
durante un fro da de invierno." En una doctrina tal, se
h ab la a n de l t ie mpo, se pronunc ia esta pal abra, pe ro
apenas se piensa en ella. Porque el tiempo est ah desp r o vi st o d e e fi c a c i a y, de sde e l m o me nt o que no ha c e
nada, no es nada. El mecanicismo radical implica una
metafsica en la que la totalidad de lo real es poseda en
bloque, en la eternidad, y en la que la duracin aparente
de las cosas expresa simplemente la debilidad de un espritu que no puede conocerlo todo a la vez. Pero la duracin es para nuestra conciencia cosa muy distinta, es
decir, para lo que hay de ms indiscutible en nuestra ex periencia. Percibimos la duracin como una corriente que
no sabramos re montar. Es el fondo de nuestro ser y, de
ello nos damos perfecta cuenta, la sustancia misma de las
cosas con las que estamos en comunicacin. En vano se
hace brillar ante nuestros ojos la perspectiva de una ma te mtica universal; no pode mos sacrificar la experiencia a
las exigencias de un sistema. Por lo cual rechazamos el
mecanicismo radical.
Pero el finalismo radical nos parece tambin inaceptable, y por la misma razn. La doctrina de la finalidad, en
su forma extrema, tal como la encontramos en Leibniz
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terrogados, diran asimismo lo contrario. La naturaleza
pone a los seres vivos en lucha unos con otros. Nos presenta por todas partes el desorden al lado del orden, la
regresin al lado del progreso. Pero lo que no puede afirmarse ni del conjunto de la materia ni del conjunto de la
vida, podra ser verdad de cada organismo tomado aparte?
No se seala ah una admirable divisin del trabajo, una
maravillosa solidaridad entre las partes, el orden perfecto en
la complicacin infinita? En este sentido, no realiza
cada ser vivo un plan inmanente a su sustancia? Esta tesis
consiste, en el fondo, en romper en pedazos la antigua
concepcin de la finalidad. No se acepta, se pone incluso de
buena gana en ridculo la idea de una finalidad externa., en
virtud de la cual los seres vivos estaran coordinados unos a
otros: es absurdo, se dice, suponer que la hierba haya sido
hecha para la vaca, y el cordero para el lobo. Pero hay una
finalidad interna: cada ser est hecho para s mismo; todas
sus partes se ponen de acuerdo para el mayor bien del
conjunto y se organizan con inteligencia en vista de este
fin. Tal es la concepcin de la finalidad que ha sido
clsica durante largo tiempo. El finalismo se ha reducido
hasta el punto de no abrazar ms de un ser vivo a la vez.
Hacindose ms pequeo, pensaba sin duda ofrecer menos
superficie a los golpes.
La verdad es que se expona ms. Por radical que pueda
parecer nuestra tesis, la finalidad es externa o no es nada.
Consideremos en efecto el organismo ms complejo y
ms armonioso. Todos los elementos, se nos dice, conspiran
para el mayor bien del conjunto. Bien; pero no olvidemos
que cada uno de los elementos puede ser l mismo, en
ciertos casos, un organismo, y que al subordinar la
existencia de este pequeo organismo a la vida del
grande, aceptamos el principio de una finalidad externa.
La concepcin de una finalidad siempre interna se destruye de esta forma a s misma. Un organismo est compuesto de tejidos cada uno de los cuales vive por su cuenta.
Las clulas de que estn hechos los tejidos tienen
tambin una cierta independencia. En rigor, si la subordinacin de todos los elementos del individuo mismo fuese
completa, podra rehusarse ver en ellos organismos, rese rvar
e st e no mbr e par a e l i ndi vi duo y no hab la r de
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El organismo de un vertebrado superior es el ms individualizado de todos los organismos; sin embargo, si se observa que no es otra cosa que el desarrollo de un vulo
que formaba parte del cuerpo de la madre y de un espermatozoide que perteneca al cuerpo del padre, que el huevo
(es decir, el vulo fecundado) es un verdadero lazo de unin
entre los dos progenitores ya que es comn a sus dos
sustancias, llegamos a darnos cuenta que todo organismo
individual, aun el del hombre, es un simple brote que ha
crecido sobre el cuerpo combinado de sus padres. Dnde
comienza, dnde termina entonces el principio vital del
individuo? Gradualmente, retrocederemos hasta los ms
lejanos antepasados; lo encontraremos solidario de cada
uno de ellos, solidario de esta pequea masa de gelatina
protoplasmtica que est sin duda en la raz del rbol
genealgico de la vida. Formando cuerpo, en cierta medida,
con este antepasado primitivo, es igualmente solidario de
todo lo que se ha separado de l por va de descendencia
divergente: en este sentido, puede decirse que permanece
unido a la totalidad de los seres vivos por invisibles lazos.
En vano pretenderemos reducir la finalidad a la
individualidad del ser vivo. Si hay finalidad en el mundo
de la vida, ella abraza la vida entera en una sola
individualidad comprimida. Esta vida comn a todos los
seres vivos presenta, sin duda alguna, muchas incoherencias
y muchas lagunas, y por otra parte no es tan matemticamente una que no pueda dejar que cada ser vivo
se individualice en cierta medida. No forma menos un
solo todo; y es preciso optar entre la negacin pura y simple de la finalidad y la hiptesis que coordina, no solamente las partes de un organismo al organismo mismo,
sino tambin cada ser vivo al conjunto de los dems.
Por tanto, aun triturndola no haremos pasar ms
fcilmente la finalidad. Y, o la hiptesis de una finalidad
inmanente a la vida debe ser rechazada en bloque, o debemos modificarla, creemos, en sentido muy distinto.
El error del finalismo radical, como por lo dems el
del mecanicismo radical, consiste en llevar demasiado lejos
la aplicacin de ciertos conceptos naturales a nuestra
inteligencia. Originalmente no pensamos ms que para
actuar. Y es en el molde de la accin donde se ha fun-
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mismo. Cuanto ms se desprende la geometra que contiene, menos puede admitir que algo se crea, como no se
trate de la forma. Mientras somos gemetras, rechazamos
pues lo imprevisible. Podramos aceptarlo, seguramente,
como artistas que somos, porque el arte vive de la creacin e implica una creencia latente en la espontaneidad
de la naturaleza. Pero el arte desinteresado es un lujo,
como la pura especulacin. Mucho antes de ser artistas,
somos artesanos. Y toda fabricacin, por rudimentaria que
sea, descansa en similitudes y repeticiones, como la geometra natural que le sirve de punto de apoyo. Trabaja
sobre modelos que se propone reproducir. Y cuando inventa, procede o se imagina proceder por un arreglo nuevo
de elementos conocidos. Su principio consiste en que "es
preciso lo mismo, para obtener lo mismo". En suma, la
aplicacin rigurosa del principio de causalidad, como la del
principio de causalidad mecnica, conduce a la conclusin
de que "todo est dado". Los dos principios dicen la misma
cosa en sus dos lenguas, porque responden a la misma
necesidad.
Por lo cual estn de acuerdo tambin en hacer tabla
rasa del tiempo. La duracin real muerde las cosas y deja
en ellas la seal de sus dientes. Si todo est en el tiempo,
todo cambia interiormente, y la misma realidad concreta
no se repite jams. La repeticin no es pues posible ms
que en lo abstracto: lo que se repite, es tal o cual aspecto
que nuestros sentidos y sobre todo nuestra inteligencia han
separado de la realidad, precisamente porque nuestra
accin, sobre la cual est tendido todo el esfuerzo de nuestra
inteligencia, no puede moverse ms que entre repeticiones.
As, concentrada sobre lo que se repite, nicamente
preocupada de soldar lo mismo a lo mismo, la inteligencia
se aparta de la visin del tiempo. Siente repugnancia por
lo que fluye y solidifica todo lo que ella toca. No
pensamos el tiempo real. Pero lo vivimos, porque la vida
desborda la inteligencia. El sentimiento que tenemos de
nuestra evolucin y de la evolucin de todas las cosas en
la pura duracin est ah, dibujando alrededor de la representacin intelectual propiamente dicha una franja indecisa que va a perderse en la noche. Mecanicismo y finalismo estn de acuerdo en no tener en cuenta ms que
el ncleo luminoso que brilla en el centro. Olvidan
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claramos representativa del todo, de algo incluso que desborda el todo consolidado, quiero decir, del movimiento
evolutivo del que este "todo" no es ms que la fase actual! La
verdad es que esto no sera demasiado, no sera bastante aqu
tomar la inteligencia entera. Sera preciso todava aproximar a
ella lo que encontramos en cada uno de los otros puntos
trmino de la evolucin. Y sera preciso considerar estos
elementos diversos y divergentes como otros tantos resmenes
que son, o al menos fueron, en la forma ms humilde,
complementos unos de otros. Solamente entonces presentiramos
la naturaleza real del movimiento evolutivo; no haramos ms que
presentirla, porque no tendramos que habrnoslas ms que con
lo evolucionado, que es un resultado, y no con la evolucin
misma, es decir, con el acto por el cual se obtiene el resultado.
Tal es la filosofa de la vida a la que nos encaminamos.
Pretende sobrepasar a la vez el mecanicismo y el finalismo; pero,
como anunciamos al principio, se aproxima a la segunda
doctrina ms que a la primera. No ser intil insistir sobre este
punto, y mostrar en trminos ms precisos por donde tiene
semejanza con el finalismo y por donde difiere de l.
Como el finalismo radical, aunque en una forma ms vaga,
ella nos representar el mundo organizado como un conjunto
armonioso. Pero esta armona est lejos de ser tan perfecta
como se dice. Admite disonancias, porque cada especie, cada
individuo incluso, no retiene del impulso global de la vida
ms que una parte y tiende a utilizar esta energa en su inters
propio; en esto consiste la adaptacin. La especie y el
individuo no piensan ms que en s mismos, de donde surge un
conflicto posible con las dems formas de la vida. La armona
no existe, pues, de hecho; existe, antes bien, en derecho: quiero
decir con ello que el impulso original es un impulso comn y que,
cuanto ms alto remonta, ms aparecen las tendencias diversas
como complementarias unas de otras. As ocurre con el viento,
que al precipitarse en una encrucijada se divide en corrientes de
aire divergentes, que no son todas ms que un solo y mismo
soplo. La armona, o mejor el "complemento", no se revela sino
grosso modo en las tendencias antes que en los estados. Sobre
todo (y en este
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punto el finalismo se ha equivocado gravemente), la armona se encontrar mejor hacia atrs que hacia adelante.
Descansa en una identidad de impulso y no en una
aspiracin comn. En vano querramos asignar a la vida
un fin, en el sentido humano de la palabra. Hablar de un
fin es pensar en un modelo preexistente al que slo falta
realizarse. Es, pues, suponer, en el fondo, que todo est
dado, que el porvenir podra leerse en el presente. Es
creer que la vida, en su movimiento y en su integridad,
procede como nuestra inteligencia, que no es ms que una
consideracin inmvil y fragmentaria tomada sobre ella, y
que se coloca siempre naturalmente fuera del tiempo. La
vida progresa y dura. Sin duda, se podr siempre, echando
una ojeada sobre el camino recorrido, sealar la direccin,
anotarla en trminos psicolgicos y hablar como si hubiese
habido prosecucin de un fin. As hablaremos nosotros.
Pero en cuanto al camino por recorrer, el espritu humano
nada tiene que decir, porque el camino ser creado a
medida del acto que lo recorra, no siendo ms que la
direccin de este acto mismo. La evolucin debe, pues,
implicar en todo momento una interpretacin psicolgica,
que es, desde nuestro punto de vista, la mejor explicacin,
aunque esta explicacin no tiene valor ni incluso
significacin ms que en el sentido retroactivo. Jams la
interpretacin finalista, tal como nosotros la expondremos,
deber ser tomada por una anticipacin del futuro. Es una
cierta visin del pasado a la luz del presente. En suma, la
concepcin clsica de la finalidad postula, a la vez,
demasiado y demasiado poco. Es demasiado amplia y
demasiado estrecha. Al explicar la vida por la inteligencia,
restringe excesivamente la significacin de la vida; la
inteligencia, al menos como lo encontramos en nosotros, ha
sido formada por la evolucin en el curso de su
trayectoria; est recortada en algo ms amplio, o mejor: no
es ms que la proyeccin necesariamente plana de una
realidad que tiene relieve y profundidad. Esta realidad ms
comprensiva es la que el finalismo verdadero debera
reconstruir, o mejor abrazar, tanto como fuese posible, en
una visin simple. Pero, por otra parte, justamente porque
desborda la inteligencia, facultad de enlazar lo mismo a lo
mismo, de percibir y tambin de producir repeticiones, esta
realidad es sin duda creadora, es decir,
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hablamos de la adaptacin en general como si fuese la
impronta misma de las circunstancias, recibida pasivamente
por una materia indiferente.
Pero lleguemos a los ejemplos. Sera desde luego interesante instituir aqu una comparacin general entre las
plantas y los animales. Cmo no han de impresionarnos
los progresos paralelos que se han realizado, de una y otra
parte, en el sentido de la sexualidad? No solamente la
fecundacin misma es idntica en las plantas superiores
a la de los animales ya que consiste, en uno y otro caso,
en la unin de dos semi-ncleos que diferan por sus propiedades y su estructura antes de su aproximacin, y que
se convierten, poco despus, en equivalentes el uno del
otro, sino que la preparacin de los elementos sexuales
se prosigue por las dos partes en condiciones semejantes:
consiste esencialmente en la reduccin del nmero de los
cromosomas y en la repulsa de una cierta cantidad de sustancia cromtica 20 . Sin embargo, vegetales y animales han
evolucionado sobre lneas independientes, favorecidos por
circunstancias desemejantes, contrariados por obstculos
diferentes. He aqu dos grandes series que han caminado
de manera divergente. A lo largo de cada una de ellas,
millares de millares de causas se han reunido conjuntamente para determinar la evolucin morfolgica y funcional. Y sin embargo, estas causas infinitamente complicadas se han sumado, de una y otra parte, en un mismo
efecto. De este efecto apenas osaremos decir, por lo dems, que sea un fenmeno de "adaptacin": cmo hablar
de adaptacin, cmo hacer un llamamiento a la presin de
las circunstancias exteriores, cuando la utilidad misma
de la generacin sexual no es ms que aparente, ya que
se ha podido interpretarla en los sentidos ms diversos, y
espritus excelsos ven en la sexualidad de la planta, cuando
menos, un lujo del que habra podido privarse la naturaleza? 2 1 Pero no queremos hacer hincapi en hechos
20
P. GURIN , Les connaissances actuelles sur la fcondation chez
les Phanrogames, Pars, 1904, pgs. 144-148. Cf. DELAOE , L'Hrdit,
2a edicin, 1903, pg. 140 y ss.
21
MBIUS , Beitrge zur Lehre von der Fortpflanzung der Gewchse, Jena, 1897, pgs. 203-206 en particular. Cf. HARTOG , Sur les
phnomnes de reproduction (Anne biologique, 1895, pgs. 707709).
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tidad innumerable de conos transparentes que no dejan
llegar a la membrana nerviosa ms que la luz dirigida
sigan el sentido de su eje 23 , etc., etc." A lo cual se ha
respondido invitando al defensor de las causas finales a
colocarse en la hiptesis evolucionista. Todo parece
maravilloso, en efecto, si se considera un ojo como el
nuestro, en el que millares de elementos estn coordinados a la unidad de la funcin. Pero sera preciso tomar
la funcin en su origen, en el infusorio, cuando se reduce
a la simple impresionabilidad (casi puramente qumica)
de una mancha pigmentaria a la luz. Esta funcin, que
no era ms que un hecho accidental al principio, ha podido
ya directamente, por un mecanismo desconocido, ya
indirectamente, por el solo efecto de las ventajas que
procuraba al ser vivo y de la presa que ofreca as a la
seleccin natural, ocasionar una complicacin ligera del
rgano, la cual habr arrastrado consigo un perfeccionamiento de la funcin. De este modo, por una serie indefinida de acciones y de reacciones entre la funcin y el rgano, y sin hacer intervenir una causa extra-mecnica, se
explicara la formacin progresiva de un ojo tan bien
combinado como el nuestro.
La cuestin es difcil de zanjar, en efecto, si se la presenta de pronto entre la funcin y el rgano, como lo haca
la doctrina de la finalidad, como lo hace el mecanicismo
mismo. Porque rgano y funcin son dos trminos
heterogneos entre s, que se condicionan tan bien el uno
al otro que es imposible decir a priori si, en el enunciado
de su relacin, es mejor comenzar por el primero, como
lo quiere el mecanicismo, o por el segundo, como lo exigira la tesis de la finalidad. Mas la discusin tomara otro
giro, creemos, si se comparase primero entre s dos trminos
de la misma naturaleza, un rgano a un rgano y no ya un
rgano a su funcin. Esta vez, podramos encaminarnos
poco a poco a una solucin cada vez ms plausi ble. Y
tendramos ms probabilidades de alcanzarla cuanto ms
resueltamente nos colocsemos en la hiptesis evolucionista.
23
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molusco como la venera. Hay en uno y otro las mismas
partes esenciales, compuestas de elementos anlogos. El
ojo de la venera presenta una retina, una crnea, un cristalino de estructura celular como el nuestro. Se seala en
ella hasta esta inversin particular de los elementos retinianos, que no se encuentra, en general, en la retina de
los invertebrados. Ahora bien, se discute sin duda sobre
el origen de los moluscos; pero, sea cual sea la opinin a
la que nos adhiramos, estaremos de acuerdo en que moluscos y vertebrados se han separado de su tronco comn
antes de la aparicin de un ojo tan complejo como el de
la venera. De dnde proviene entonces la analoga de estructura?
Interroguemos sobre este punto, alternativamente, los
dos sistemas opuestos de explicacin evolucionista, la hiptesis de variaciones puramente accidentales, y la de una
variacin dirigida en un sentido definido bajo la influencia
de las condiciones exteriores.
En cuanto a la primera, se sabe que se presenta hoy
bajo dos formas bastante diferentes. Darwin hablaba de
variaciones muy ligeras, que se adicionaran entre s por
efecto de la seleccin natural. No ignoraba los hechos de
variacin brusca; pero estos "sports", como l los llamaba,
no daban, segn l, ms que monstruosidades incapaces
de perpetuarse, por lo cual nos presentaba la gnesis de
las especies por medio de una acumulacin de variaciones
insensibles24. Tal es tambin la opinin de muchos
naturalistas. Pero tiende, sin embargo, a ceder el lugar a
la idea opuesta: es de una vez, por la aparicin simultnea
de varios caracteres nuevos, bastante diferentes de los
antiguos, como se constituira una especie nueva. Esta ltima hiptesis, ya lanzada por diversos autores, sobre todo
por Bateson en un libro notable 25, ha tomado una significacin profunda y adquirido gran fuerza a partir de
las bellas experiencias de Hugo de Vries. Este botnico,
operando sobre la Oenothera lamarckiana, ha obtenido,
al cabo de algunas generaciones, un cierto nmero de nue24
DARWIN ,
46.
25 BATESON, Materials for the study of variation, Londres, 1894,
sobre todo pg. 567 y SE. Cf. SCOTT , Variations and mutations (Americnn Journal of Science, noviembre 1894).
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vas especies. La teora que l concluye de sus
experiencias es del ms alto inters. Las especies pasaran
por
perodos
alternativos
de
estabilidad
y
de
transformacin. Cuando llega el perodo de "mutabilidad",
producirn formas inesperadas 2 6 . No nos atreveremos a
tomar partido entre esta hiptesis y la de las variaciones
insensibles. Queremos mostrar simplemente que, pequeas o
grandes, las variaciones invocadas son incapaces, si son
accidentales, de darnos a conocer una similitud de
estructura como la que sealbamos.
Aceptemos, en efecto, la tesis darwinista de las varia ciones insensibles. Supongamos pequeas diferencias debidas al azar y que van siempre adicionndose. No debe
olvidarse que todas las partes de un organismo estn ne cesariamente coordinadas unas a otras. Poco me importa
q ue l a fun ci n sea e l e fe ct o o l a causa del rgano: ha y,
de todos modos, un punto indiscutible, y es que el rga no
no prestar servicio y no ofrecer campo a la seleccin m s
q u e e n e l c a s o d e q u e f u n c i o n e . E n e l c a s o d e q u e la
fina estructura de la retina se desarrolle y se complique, este
progreso, en lugar de favorecer la visin, sin duda la
trastornar, si los centros visuales no se desarrollan al
mismo tiempo, al igual que las diversas partes del rgano
visual mismo. Si las variaciones son accidentales, es bien
e v i d e n t e q u e n o s e e nt e n de r n e n t r e s p a r a p r o du c i r s e
en todas las partes del rgano a la vez, de tal manera que
ste contine cumpliendo su funcin. Darwin lo ha comprendido bien, y sta es una de las razones por la que supone
la variacin insensible 27 . La diferencia que surge acc i d e n t a l me n t e so b r e un punt o de l a pa r a t o vi sua l , si e s
muy ligera no producir el funcionamiento del rgano; y,
desde entonces, esta primera variacin accidental puede
esperar, en cierto modo, que variaciones complementarias
vengan a aadirse y llevar la visin a un grado de perfec cin
superior. Bien; pero si la variacin insensible no obstaculiza
el funciona miento del ojo, no le presta servicio en tanto
que las variaciones complementarias no se ha yan
20
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riacin no es ya infinitesimal. Es preciso ahora que todas
cambien a la vez y que cada una consulte a las otras. Deseo
ciertamente que una multitud de variaciones no coordinadas
entre s hayan surgido en individuos menos felices, que la
seleccin natural los haya eliminado, y que, nicamente la
combinacin viable, es decir, capaz de conservar y de mejorar
la visin, haya sobrevivido. Tambin es preciso que esta
combinacin se haya producido. Y suponiendo que el azar haya
concedido por una vez este favor, cmo admitir que lo
repita en el curso de la historia de una especie, de manera que
suscite, cada vez, complicaciones nuevas, maravillosamente
reguladas unas sobre otras, situadas en la prolongacin de las complicaciones anteriores? Cmo suponer sobre todo que, por una
serie de simples "accidentes", estas variaciones bruscas se hayan
producido de la misma manera, en el mismo orden,
implicando cada vez un acuerdo perfecto de elementos cada
vez ms numerosos y complejos, a lo largo de dos lneas de
evolucin independientes?
Se invocar, es verdad, la ley de correlacin, como haca
ya el mismo Darwin 28. Se alegar que un cambio no est
localizado en un punto nico del organismo, que se da sobre
otros puntos su repercusin necesaria. Los ejemplos citados
por Darwin han quedado como clsicos: los gatos blancos que
tienen los ojos azules son generalmente sordos, los perros
desprovistos de pelo tienen la denticin imperfecta, etc. Bien;
pero no juguemos ahora con el sentido de la palabra
"correlacin". Una cosa es un conjunto de cambios
solidarios, y otra muy distinta un sistema de cambios
complementarios, es decir, coordinados unos a otros de manera
que mantengan e incluso perfeccionen el funcionamiento de un
rgano en condiciones ms complicadas. Que una anomala del
sistema capilar se acompae de una anomala de la denticin,
no exige aqu un principio de explicacin especial: pelos y dientes
son formaciones similares 29, y la misma alteracin qumica del
germen que dificulta la formacin
28 Origine des especes, pgs. 11 y 12.
29
Sobre esta homologa de los pelos y los dientes, vase BRANDT, Ueber eine
mutmassliche Homologie der Haare und Zhne (Biol. Centralblatt, vol.
XVIII, 1898), sobre todo pg. 262 y ss.
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un rgano como el ojo, de una estructura muy
compleja a la vez que de un funcionamiento muy
delicado. En vano trataramos aqu de identificar
juntamente variaciones simplemente solidarias y
variaciones que son, por otra parte, complementarias. Los
dos sentidos de la palabra "correlacin" deben ser
distinguidos con cuidado: se cometera un verdadero
paralogismo adoptando uno de los dos en las premisas del
razonamiento y el otro en la conclusin. Y, sin embargo, es
lo que se hace cuando se invoca el principio de correlacin
en las explicaciones de detalle para dar cuenta de las
variaciones complementarias, para hablar seguidamente de
la correlacin en general como si no fuese ms que un
conjunto cualquiera de variaciones provocado por una
variacin cualquiera del germen. Se comienza por utilizar
la idea de correlacin en la ciencia corriente como podra
hacerlo un defensor de la finalidad; se dice que se trata
simplemente de una manera fcil de expresarse, que habr
que corregir y que se volver al mecanicismo puro cuando
se explique la naturaleza de los principios y se pase de la
ciencia a la filosofa. En efecto, se vuelve entonces al
mecanicismo; pero es a condicin de tomar la palabra
"correlacin" en un sentido nuevo, esta vez impropia
para el detalle de las explicaciones.
En resumen, si las variaciones accidentales que determinan la evolucin son variaciones insensibles, ser preciso acudir a un buen genio el genio de la especie futura
para conservar y adicionar estas variaciones, porque no es
la seleccin la que se encargar de ello. Si, por otra parte, las
variaciones accidentales son bruscas, la antigua funcin no
continuar ejercindose, o una funcin nueva no la
reemplazar, ms que si todos los cambios sobrevenidos
conjuntamente se completan para el cumplimiento de un
mismo acto: ser preciso tambin recurrir al buen genio,
esta vez para obtener la convergencia de los cambios
simultneos, como hace un momento para asegurar la
continuidad de direccin de las variaciones sucesivas. Ni
en un caso ni en otro, el desarrollo paralelo de estructuras
complejas idnticas sobre lneas de evolucin independientes
podr residir en una simple acumulacin de variaciones
accidentales. Llegamos pues a la segunda de las dos
grandes hiptesis que debamos examinar. Su-
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EIMER ,
33
EIMER ,
1897, pgi
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probatorios. En todo momento, a nuestros ojos, la naturaleza aboca a resultados idnticos, en especies algunas
veces vecinas unas de otras, por procesos embriognicos
completamente diferentes. Las observaciones de heteroblastia se han multiplicado en estos ltimos aos 34, y ha
sido preciso renunciar a la teora casi clsica de la especificidad de las hojas embrionarias. Para atenernos una
vez ms a nuestra comparacin entre el ojo de los vertebrados y el de los moluscos, haremos sealar que la retina
de los vertebrados se ha producido por una expansin que
emite el esbozo de cerebro en el joven embrin. Es un
verdadero centro nervioso el que seria llevado hacia la
periferia. Por el contrario, en los moluscos la retina
deriva del ectodermo directamente, y no indirectamente
por intermedio del encfalo embrionario. Son pues procesos evolutivos diferentes los que abocan, en el hombre
y en la venera, al desenvolvimiento de una misma retina.
Pero, sin llegar incluso a comparar entre s dos organismos
tan alejados uno de otro, se alcanzara una conclusin
idntica estudiando, en un solo y mismo organismo, ciertos
hechos muy curiosos de regeneracin. Si se extirpa el
cristalino de un tritn, se asiste a la regeneracin del
cristalino por el iris 35. Ahora bien, el cristalino primitivo se
haba constituido a expensas del ectodermo, mientras el iris
es de origen mesodrmico. An ms: si a la Salamandra
maculata se la priva del cristalino respetando el iris, por la
parte superior del iris se produce tambin la regeneracin
del cristalino; pero si se suprime esta parte superior del
iris, la regeneracin se esboza en la capa interior o
retiniana de la regin restante 36. As, partes diferentemente
situadas, diferentemente constituidas, que realizan en
tiempo normal funciones diferentes, son capaces de
cumplir los mismos fines y de fabricar,
34
SALENSKY,
Heteroblastie (Proc. of the fourth international
Congress of Zoology, Londres, 1899, pgs. 111-118). Salensky ha crea
do esta palabra para designar los casos en que se forman en los mis
mos puntos, en animales emparentados, rganos equivalentes cuyo
origen embriolgico es, sin embargo, diferente.
35
WOLFF,
Die Regeneration der Urodelenlinse (Arch. f. Erttuiickelun^tmcchanik, I, 1895. pg. 380 y ss.).
36
FISCHEL , Ueber die Regeneration der Linse (Anal. Anzeiger,
XIV, 1898, pgs. 373-380).
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42
VOISIN y PERON, Recherches sur la toxit urinaire chez les pihptiques (Archives de neurologie, vol. XXIV, 1892, y XXV, 1893).
Cf. la obra de VOISIN, L'pilepsie, Pars, 1897, pgs. 125-133.
43
CHARRIN ,
DELAMARE
y Moussu, Transmisin experimntale
aux descendants de lsions dveloppes chez les ascendants (C. R.
de l'Ac. des sciences, vol. CXXXV, pg. 191). Cf. MORGAN, Evolution
and adaptation, pg. 257, y DELAGE, L'hrdit, 2a edicin, pg. 388.
44
CHARRIN y DELAMARE , Hrdit cellulaire (C. R. de l'Ac. des
sciences, vol. CXXXIII, 1901, pgs. 69-71).
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macin de esta parte ser la nica que se encuentra sensible a la nueva influencia; aun podr ser modificada en
otro sentido como no lo era la parte correspondiente del
organismo generador.
Propondramos, pues, introducir una distincin entre
la herencia de separacin y la del carcter. Un individuo
que adquiere un carcter nuevo se aleja, por ello de la
forma que tena y que habran reproducido, al desarrollarse, los grmenes o, con ms frecuencia, los semigrmenes que hay en l. Si esta modificacin no entraa la
produccin de sustancias capaces de modificar el germen,
o una alteracin general de la nutricin susceptible de
privarle de algunos de sus elementos, no tendr ningn
efecto sobre la descendencia del individuo. Es lo que ocurre
frecuentemente. Pero si, por el contrario, produce algn
efecto, lo es por intermedio de un cambio qumico que
habr determinado en el plasma germinativo: este cambio
qumico podr, por excepcin, traer la modificacin
original al organismo que el germen va a desarrollar, pero
hay tantas o ms probabilidades de que ocurra otra cosa.
En este ltimo caso, el organismo engendrado quiz se
alejar del tipo normal tanto como el organismo generador,
pero se alejar de manera diferente. Habr heredado la
separacin y no el carcter. En general, pues, los hbitos
contrados por un individuo no tienen ninguna repercusin
sobre su descendencia; y cuando la tienen, la modificacin
sobrevenida en los descendientes puede no tener ninguna
semejanza visible con la modificacin original. Tal es al
menos la hiptesis que nos parece ms verosmil. En todo
caso, hasta que se pruebe lo contrario, y en tanto no se
hayan verificado las experiencias decisivas reclamadas por
un bilogo eminente 46, debemos atenernos a los resultados
actuales de la observacin. Ahora bien, poniendo las cosas
en el mejor de los casos para la tesis de la transmisibilidad
de los caracteres adquiridos, suponiendo que el pretendido
carcter adquirido no sea, en la mayor parte de las
ocasiones, el desarrollo ms o menos tardo de un carcter
innato, los hechos nos muestran que la transmisin
hereditaria es la excepcin y no la regla. Cmo esperar
de ella que desarrolle un rgano
46
GIARD ,
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viduales. Podemos pensar mejor que son el desarrollo
de un impulso que pasa de germen a germen a travs de los
individuos, que no son por consiguiente puros accidentes,
y que podran muy bien aparecer al mismo tiempo, en la
misma forma, en todos los representantes de una misma
especie o al menos en un cierto nmero de ellos. Ya, por
lo dems, la teora de las mutaciones modifica profundamente el darwinismo en este punto. Dice que en un momento dado, despus de transcurrido un largo perodo, la
especie entera es presa de una tendencia al cambio. Por
tanto, la tendencia a cambiar no es accidental. Accidental,
es verdad, sera el cambio mismo, si la mutacin acta,
como lo quiere De Vries, en sentidos diferentes en los
diferentes representantes de la especie. Pero, primeramente,
ser preciso ver si la teora se confirma en muchas otras
especies vegetales (De Vries no la ha verificado ms que
sobre la Oenothera lamarckiana47), y entonces no es
imposible, como explicaremos ms adelante, que la parte
de azar sea mayor en la variacin de las plantas que en
la de los animales, porque, en el mundo vegetal, la funcin no depende tan estrechamente de la forma. Sea lo
que sea, los neo-darwinianos se encuentran en camino de
admitir que los perodos de mutacin estn determinados.
El sentido de la mutacin podra pues darse tambin, al
menos en los animales, y en la medida que tendremos
que indicar.
Se abocara as a una hiptesis como la de Eimer, segn
la cual las variaciones de los diferentes caracteres deberan
proseguirse, de generacin en generacin, en sentidos
definidos. Esta hiptesis nos parece plausible, en los
lmites en que la encierra el mismo Eimer. Ciertamente, la
evolucin del mundo orgnico no debe ser predeterminada
en su conjunto. Pretendemos, por el contrario, que la
espontaneidad de la vida se manifiesta ah por una
continua creacin de formas que se suceden a otras
formas. Pero esta indeterminacin no puede ser completa:
debe dejar a la determinacin una cierta parte.
47
No obstante, algunos hechos anlogos se han sealado siempre
en el mundo vegetal. Vase BLARINOHEM, La notion d'espces et la
thorie de la mutation (Anne psychologique, vol. XII, 1906, pgina 95
y ss.), y DE VRIES, Species and Varieties, pg. 655.
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aqu en no ver ms que las posiciones. El finalismo
tendra en cuenta su orden. Pero tanto el mecanicismo
como el finalismo pasaran, uno y otro, al lado del
movimiento, que es la realidad misma. En cierto
sentido, el movimiento es ms que las posiciones y su
orden, porque basta que se d, en su simplicidad
indivisible, para que la infinidad de las posiciones
sucesivas as como su orden sean dados a la vez, con
algo adems que no es ni orden ni posicin sino lo
esencial: la movilidad. Pero, en otro sentido, el
mo vi miento es menos que la serie de las posiciones
con el orden que las enlaza; porque para disponer
puntos en un cierto orden es preciso primero
representarse el orden y luego realizarlo con puntos, es
preciso un trabajo de reunin y se necesi ta tamb in
inte li gencia, en t anto que el mo vi mi en to si mp le de l a
ma no no cont i en e nad a d e todo esto. No es inteligente,
en el sentido humano de la palabra, y no es una reunin,
porque no est hecho de e l e m e n to s . Lo m i s mo , e n l o
q ue r e sp e c t a a l a r e l a c i n del ojo con la visin. Hay,
en la visin, ms que las clulas componentes del ojo y
que su coordinacin recproca: e n e s t e s e n t i d o, n i e l
m e c a n i c i s mo n i e l f in a l i s mo va n tan lejos como sera
preciso. Pero, en otro sentido, mecanicismo y finalismo
van demasiado lejos uno y otro, puesto que atribuyen a
la naturaleza el ms formidable de los trabajos de
Hrcules al pretender que ella ha alzado hasta el acto
simple de la visin una infinidad de elementos
infinitamente complicados, cuando la naturaleza ha tenido tanta facilidad en hacer un ojo como yo en
levantar la mano. Su acto simple se ha dividido
automticamente en una infinidad de elementos que
encontraremos coord i n a d o s a u n a m i s m a i d e a , a l i gu a l
q u e e l m o v i m i e n t o de mi mano ha dejado caer fuera de
s una infinidad de puntos que satisfac en una misma
ecuacin.
Pero esto es lo que nos resulta muy difcil comprender, porque acostumbramos a representarnos la organizacin como una fabricacin. Una cosa es, sin embargo, fabricar, y otra organizar. La primera operacin es propia
del hombre. Consiste en reunir partes de materia
talladas de tal manera que se las puede insertar unas en
otras y obtener de el las una acc in co mn. Se las
dispone, por decirlo as, alrededor de la accin que es
ya su centro ideal. La fabrica cin va pues de la
periferia al centro o, como
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diran los filsofos, de lo mltiple a lo uno. Por el contrario, el trabajo de organizacin va del centro a la periferia. Comienza en un punto que es casi un punto matemtico, y se propaga alrededor de este punto por ondas
concntricas que van siempre amplindose. El trabajo de
fabricacin es tanto ms eficaz cuanto mayor sea la cantidad de materia de que disponga. Procede por concentracin y compresin. Por el contrario, el acto de organizacin tiene algo de explosivo: en el momento de partir
tiene un mnimo de materia, como si las fuerzas organizadoras no entrasen en el espacio sino a disgusto. El espermatozoide, que pone en movimiento el proceso evolutivo de la vida embrionaria, es una de las ms pequeas
clulas del organismo; y, sin embargo, no es ms que una
dbil porcin del espermatozoide la que realmente toma
parte en la operacin.
No se trata aqu sino de diferencias superficiales.
Creemos que al ahondar en ellas se encontraran diferencias ms profundas.
La obra fabricada dibuja la forma del trabajo de fabricacin. Entiendo por ello que el fabricante encuentra
exactamente en su producto lo que l ha puesto. Si quiere
hacer una mquina, recortar las piezas una a una y
luego las reunir: la mquina hecha dejar ver las piezas
y su reunin. El conjunto que resulta representa aqu el
conjunto del trabajo, y a cada parte del trabajo corresponde una parte del resultado.
Ahora bien, reconozco que la ciencia positiva puede y
debe proceder como si la organizacin fuese un trabajo del
mismo gnero. Slo con esta condicin tendr poder sobre
los cuerpos organizados. Su objeto no es, en efecto,
revelarnos el fondo de las cosas, sino suministrarnos el
mejor medio de actuar sobre ellas. Sin embargo, la fsica y
la qumica son ciencias ya avanzadas, y la materia viva no
se presta a nuestra accin sino en la medida en que
podemos tratarla por los procedimientos de nuestra fsica
y de nuestra qumica. La organizacin no podr pues estudiarse cientficamente ms que si el cuerpo organizado
ha sido asimilado primero a una mquina. Las clulas
sern las piezas de la mquina, el organismo ser su reunin. Y los trabajos elementales que han organizado las
partes estarn considerados como los elementos reales del
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CAPITULO II
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son an fsicos y qumicos o si son ya vitales. Fue
preciso que la vida entrase as en los hbitos de la materia
bruta, para arrastrar poco a poco a otra va esta materia
magnetizada. Las formas animadas que parecieron
primeramente fueron, pues, de una simplicidad extrema.
Eran sin duda pequeas masas de protoplasma apenas
diferenciado, comparables por fuera a las amibas que
observamos hoy, pero con el formidable impulso interior
que deba elevarlas hasta las formas superiores de la vida.
Nos parece probable que en virtud de este impulso los
primeros organismos hayan tratado de aumentar lo ms
posible, aunque la materia organizada tenga un lmite de
expansin fcilmente alcanzable. Esta se desdobla antes
de crecer ms all de un cierto punto. Fueron precisos,
sin duda, siglos de esfuerzo y de prodigios de sutileza
para que la vida remontase este nuevo obstculo. Consigui
que un nmero creciente de elementos, prestos a
desdoblarse, permaneciesen unidos. Por la divisin del
trabajo los anud entre s con un indisoluble lazo. El
organismo complicado y casi discontinuo funciona as
como lo hubiese hecho una masa viva continua, que
simplemente se hubiese agrandado.
Pero las causas verdaderas y profundas de la divisin
se encontraban en la vida misma. Porque la vida es tendencia, y la esencia de una tendencia consiste en desarrollarse en forma de surtidor, creando, por el solo hecho de
su crecimiento, direcciones divergentes entre las que se
repartir su impulso. Esto es lo que observamos en nosotros mismos en la evolucin de esta tendencia especial
que llamamos nuestro carcter. Cada uno de nosotros, al
echar una ojeada retrospectiva a su historia, comprobar
que su personalidad infantil, aunque indivisible, reuna
en s personas diversas que podan permanecer fundidas
juntamente porque se encontraban en estado naciente:
esta indecisin plena de promesas resulta incluso uno de
los mayores encantos de la infancia. Pero las personalidades que se penetran mutuamente se hacen incompatibles
con el crecimiento, y, como cada uno de nosotros no vive
ms que una sola vida, es forzoso que se produzca la
eleccin. Escogemos en realidad incesantemente, y sin cesar
tambin abandonamos muchas cosas. La ruta que recorremos en el tiempo est jalonada de trozos de lo que
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la divergencia de las vas al mismo tiempo que la comunidad del impulso. Desarrollarn as dos series de caracteres,
que encontraremos como vagamente complementarias la
una de la otra.
El estudio del movimiento evolutivo consistir, pues,
en discernir un cierto nmero de direcciones divergentes,
en apreciar la importancia de lo que ha pasado en cada
una de ellas, en una palabra, en determinar la naturaleza
de las tendencias disociadas y en hacer su dosificacin.
Combinando entonces estas tendencias entre s, se obtendr
una aproximacin o, mejor, una imitacin del indivisible
principio motor de donde proceda su impulso. Es decir, que
se ver en la evolucin algo muy distinto a una serie de
adaptaciones a las circunstancias, como pretende el
mecanicismo; algo muy distinto tambin a la realizacin de
un plan de conjunto, como querra la doctrina de la
finalidad.
Que la condicin necesaria de la evolucin sea la
adaptacin al medio, no lo ponemos en duda de ninguna
manera. Es ciertamente evidente que una especie desaparece cuando no se adapta a las condiciones de existencia que le son impuestas. Pero una cosa es reconocer
que las circunstancias exteriores son fuerzas con las que
la evolucin debe contar, y otra cosa sostener que son las
causas directrices de la evolucin. Esta ltima tesis es
la del mecanicismo. Ella excluye absolutamente la hiptesis de un impulso original, quiero decir, de un empuje
interior que llevara la vida, por formas cada vez ms
complicadas, a destinos cada vez ms altos. Este impulso
es, sin embargo, visible, y una simple ojeada que se eche
sobre las especies fsiles nos muestra que la vida habra
podido prescindir de la evolucin, o no evolucionar ms
que en lmites muy restringidos, si hubiese tomado el
partido, mucho ms fcil para ella, de anquilosarse en
sus formas primitivas. Ciertas foraminferas no han variado
desde la poca silrica. Impasible testimonio de las
innumerables revoluciones que han transformado nuestro
planeta, las lngulas son hoy lo que eran en los tiempos
ms remotos de la era paleozoica.
La verdad es que la adaptacin explica las sinuosidades
del movimiento evolutivo, pero no las direcciones generales
del movimiento, y, todava menos, el movimiento
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DE S APORTA
MAR IN ,
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vegetales que han fijado ya estos elementos o en los animales que los han tomado por s mismos al reino vegetal.
El animal es pues necesariamente mvil. Desde la amiba,
que lanza al azar sus pseudpodos para aprehender las
materias orgnicas esparcidas en una gota de agua, hasta los
animales superiores que poseen rganos sensoriales para
reconocer su presa, rganos locomotores para ir a cogerla y
un sistema nervioso para coordinar sus movimientos a sus
sensaciones, la vida est caracterizada, en su direccin
general, por la movilidad en el espacio. En su forma
ms rudimentaria, el animal se presenta como una
pequea masa de protoplasma envuelta a lo sumo en una
ligera pelcula albuminoidea que le deja plena libertad
para sus movimientos. Por el contrario, la clula vegetal
est rodeada de una membrana de celulosa que la
condena a la inmovilidad. Y de abajo arriba del reino
vegetal encontramos los mismos hbitos cada vez ms
sedentarios, sin que la planta tenga necesidad de
molestarse puesto que tiene a su alrededor, en la atmsfera, en el agua y en la tierra donde est situada, los
elementos minerales de que se apropia directamente.
Ciertamente, se observan tambin fenmenos de movimiento en las plantas. Darwin ha escrito un hermoso libro
sobre los movimientos de las plantas trepadoras. Ha
estudiado las maniobras de ciertas plantas insectvoras,
como la drosera y la dionea, para alcanzar su presa. Conocemos los movimientos de las hojas de la acacia, de la
sensitiva, etc. Por otra parte, el vaivn del protoplasma
vegetal en el interior de su envoltura est ah para testimoniarnos su parentesco con el protoplasma de los animales. Inversamente, podemos observar en muchas especies animales (generalmente parsitos) fenmenos de
fijacin anlogos a los de los vegetales 3. Pero nos equivocaramos tambin si pretendisemos hacer de la fijeza
y de la movilidad dos caracteres que permiten decidir, a
simple vista, si estamos en presencia de una planta o de
un animal. La fijeza, en el animal, aparece con frecuencia
como un embotamiento en el que hubiese cado la especie, como una negativa a evolucionar ms en un cierto
3
de
HOUSSAY ,
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cisin dndole la doble forma de la actividad refleja
y de la actividad voluntaria. Para realizar un verdadero
movimiento reflejo, es preciso todo un mecanismo montado
en la mdula o en el bulbo. Para escoger voluntariamente
entre caminos determinados, es preciso centros cerebrales,
es decir, encrucijadas de las que parten las rutas que nos
conducen a mecanismos motores de configuracin diversa y
de igual precisin. Pero all donde no se ha producido
todava una canalizacin en elementos nerviosos y, an
menos, una concentracin de los elementos nerviosos en un
sistema, hay algo de donde saldrn, por va de
desdoblamiento, tanto el movimiento reflejo como el
voluntario, algo que no tiene ni la precisin mecnica del
primero ni las dudas inteligentes del segundo, pero que,
por participar en dosis infinitesimal de uno y de otro,
viene a ser una reaccin simplemente indecisa y por
consiguiente ya vagamente consciente. Es decir, que el
organismo ms humilde es consciente en la medida en que
se mueve libremente. Qu es aqu la conciencia con
relacin al movimiento: el efecto o la causa? En un sentido es la causa, puesto que su papel consiste en dirigir
la locomocin. Pero en otro sentido es el efecto, porque
es la actividad motora la que la alimenta, y, en cuanto
desaparece esta actividad, la conciencia se atrofia o se
adormece. En los crustceos, por ejemplo en los rizocfalos, que debieron de presentar en otro tiempo una estructura
ms diferenciada, la fijeza y el parasitismo acompaan la
degeneracin y casi desaparicin del sistema nervioso:
as como, en caso parecido, el progreso de la organizacin
haba localizado en centros nerviosos toda la actividad
consciente, as puede conjeturarse tambin que la
conciencia es ms dbil todava en los animales de este
gnero que en los organismos mucho menos diferenciados,
que no han tenido jams centros nerviosos y que han
permanecido inmviles.
Cmo entonces la planta, que est fija en la tierra y
que encuentra en ella su alimento, habra podido desarrollarse en el sentido de la actividad consciente? La
membrana de celulosa con la que se envuelve el protoplasma, al mismo tiempo que inmoviliza el organismo
vegetal ms simple, lo sustrae, en gran parte, a las excitaciones exteriores que actan sobre el animal como irri-
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COPE,
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cin solar cuando se sirve de ella para romper la vinculacin del carbono con el oxgeno en el cido carbnico.
La sensibilidad del animal est sustituida aqu por la
impresionabilidad especialsima de la clorofila de la planta
a la luz. Ahora bien, como un sistema nervioso es, ante
todo, un mecanismo que sirve de intermediario entre
sensaciones y voliciones, el verdadero "sistema nervioso"
de la planta nos parece ser el mecanismo o, mejor, la
combinacin qumica sui generis que sirve de intermediario
entre la impresionabilidad de su clorofila a la luz y la
produccin del almidn. Lo que equivale a decir que
la planta no debe tener elementos nerviosos, y que el
mismo impulso que llev al animal a producirse nervios
y centros nerviosos, condujo, en la planta, a la funcin
cloroflica 5.
Esta primera ojeada sobre el mundo organizado va a
permitirnos determinar en trminos ms precisos lo que
une a los dos reinos y tambin lo que les separa.
Supongamos, como hacamos entrever en el captulo
precedente, que hay en el fondo de la vida un esfuerzo
por injertar en la necesidad de las fuerzas fsicas la mayor
suma posible de indeterminacin. Este esfuerzo no puede
conducir a crear energa, o si la crea, la cantidad creada no
pertenece al orden de magnitud sobre el cual tienen poder
nuestros sentidos y nuestros instrumentos de medida,
nuestra experiencia y nuestra ciencia. Todo pasar, pues,
como si el esfuerzo apuntase simplemente a utilizar lo
mejor posible una energa preexistente, que encuentra a su
disposicin. No hay ms que un medio para alcanzar
xito: es obtener de la materia una acumulacin tal de
energa potencial que pueda, en un momento dado,
haciendo mover un resorte, obtener el trabajo
5
Lo mismo que la planta en ciertos casos encuentra la facultad
de mover activamente lo que dormita en ella, as el animal puede,
en circunstancias excepcionales, colocarse en las condiciones de la
vida vegetativa y desarrollar en l un equivalente de la funcin
cloroflica. Parece resultar, en efecto, de las recientes experiencias de
Mara von Linden, que las crislidas y las larvas de diversos lepidpteros,
bajo la influencia de la luz, fijan el carbono del cido carbnico
contenido en la atmsfera. M. VON LINDEN , L'assimilation de l'acide
carbonique par les chrysalides de Lpidoptres (C. R. de la Soc. de
biologie, 1905, pg. 692 y ss.).
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hacerse tan independiente como sea posible de las variaciones de la temperatura exterior. De ah que conserve,
alimente y sostenga el organismo en el que el sistema
nervioso est inserto y en el cual los elementos nerviosos
deben vivir. Pero estos elementos nerviosos no tendran
razn alguna de ser si este organismo no les transmitiese a
ellos mismos y, sobre todo, a los msculos que accionan,
una cierta energa para gastar, y puede incluso conjeturarse
que ste es, en suma, el destino esencial y ltimo del
alimento. Ello no quiere decir que la parte ms considerable
del alimento se emplee en este trabajo. Un estado puede
tener que hacer gastos enormes para asegurarse el pago de
los impuestos; la suma de que dispondr, excepcin hecha
de esos gastos contrados con la percepcin, ser quiz
mnima; con todo, no deja de haber una razn de ser del
impuesto y de todos los gastos que lleva aparejados. Eso
ocurre en cuanto a la energa que exige el animal a las
sustancias alimenticias.
Muchos hechos nos parecen indicar que los elementos
nerviosos y musculares ocupan este lugar frente al resto
del organismo. Echemos primero una ojeada al reparto de
las sustancias alimenticias entre los diversos elementos del
cuerpo vivo. Estas sustancias se dividen en dos
categoras, unas cuaternarias o albuminoideas, otras
ternarias, que comprenden los hidratos de carbono y las
grasas Las primeras son propiamente plsticas, destinadas
a rehacer los tejidos, aunque puedan, en razn del carbono
que contienen, hacerse ocasionalmente energticas. Pero la
funcin energtica corresponde ms especialmente a las
segundas: stas, al depositarse en la clula, ms que al
incorporarse a su sustancia, le suministran, en forma de
potencial qumico, una energa de poder que se convertir
directamente en movimiento o en calor. En suma: las
primeras tienen por papel principal rehacer la mquina; las
segundas le suministran la energa. Es natural que las
primeras no puedan elegir, puesto que todas las piezas de la
mquina tienen necesidad de ser alimentadas. Los hidratos
de carbono se distribuyen muy desigualmente, y esta
desigualdad de distribucin nos parece instructiva en el ms
alto grado.
Arrastradas por la sangre arterial en forma de glucosa,
estas sustancias se depositan, en efecto, en forma de
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glucgeno, en las diversas clulas que componen los tejidos. Se sabe que una de las principales funciones del
hgado es mantener constante la proporcin de glucosa en
la sangre, gracias a las reservas de glucgeno que la clula
heptica elabora. Ahora bien, en esta circulacin de la
glucosa y en esta acumulacin del glucgeno, es fcil ver
que todo pasa como si el esfuerzo entero del organismo se
emplease para aprovisionar energa potencia! en los
elementos del tejido muscular y tambin en los del tejido
nervioso. Procede diversamente en los dos casos, pero
conduce al mismo resultado. En el primero, asegura a la
clula una reserva considerable, depositada en ella de
antemano; la cantidad de glucgeno que los msculos
encierran es enorme, en efecto, en comparacin con e!
que se encuentra en los dems tejidos. Por el contrario,
en el tejido nervioso, la reserva es dbil (los elementos
nerviosos, cuyo papel consiste simplemente en liberar la
energa potencial almacenada en el msculo, no tienen
por lo dems necesidad de suministrar mucho trabajo a
la vez); pero, cosa notable, esta reserva es reconstruida
por la sangre en el momento mismo en que se consume,
de suerte que el nervio se vuelve a cargar de energa
potencial instantneamente. El tejido muscular y el tejido
nervioso son pues los privilegiados, en el sentido de que
el uno se encuentra provisto de una reserva considerable de
energa potencial, y el otro en que siempre y al instante est
servido de ella en la exacta medida de sus necesidades.
Precisamente es el sistema sensorio-motor el que pide
de manera insistente el glucgeno, es decir, la energa
potencial, como si el resto del organismo tuviese por misin
transmitir fuerza al sistema nervioso y a los msculos que
los nervios accionan. Ciertamente, cuando se piensa en el
papel que juega el sistema nervioso (incluso el sensoriomotor) como regulador de la vida orgnica, podemos
preguntarnos si, en este cambio de buenos procedimientos
entre l y el resto del cuerpo, es l, verdaderamente, un
seor al que el cuerpo sirve. Nos inclinaremos a esta
hiptesis si consideramos, en estado esttico por decirlo
as, el reparto de la energa potencial entre los tejidos; y
la rechazaremos por entero si reflexionamos en las condiciones en las que se consume y reconstruye. Suponga-
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mos, en efecto, que el sistema sensorio-motor sea un sistema como los dems y con el mismo rango. Empujado
por el conjunto del organismo, esperar a que se le suministre un excedente de potencial qumico para realizar
su trabajo. En otros trminos, la produccin de glucgeno
regular el consumo que hacen de l los nervios y los
msculos. Supongamos, por el contrario, que el sistema
sensorio-motor sea verdaderamente el dominante. La duracin y la extensin de su accin sern independientes,
en cierta medida al menos, de la reserva de glucgeno
que encierra e incluso de la que el conjunto del organismo contiene. Suministrar trabajo, y los dems debern
arreglrselas corno puedan para suministrarle energa
potencial. Ahora bien, las cosas ocurren precisamente de
esta manera, como lo muestran en particular las experiencias de Morat y Dufourt 6 . Si la funcin glucognica
del hgado depende de la accin de los nervios excitadores
que la gobiernan, la accin de estos ltimos nervios est
subordinada a la de los nervios que trastornan los msculos
locomotores, en el sentido de que stos comienzan por gastar
sin tasa, consumiendo as glucgeno, empobreciendo de
glucosa la sangre y determinando finalmente al hgado, que
ha tenido que vaciar en la sangre empobrecida una parte de
su reserva de glucgeno, a fabricarlo de nuevo. En suma,
pues, todo parte del sistema sensorio-motor, y todo
converge en l, pudiendo decirse sin metfora que el resto
del organismo est a su servicio. Reflexionemos tambin en
lo que ocurre en el ayuno prolongado. Es un hecho notable
que en los animales muertos de hambre el cerebro se
encuentre casi intacto, en tanto que los dems rganos
han perdido una parte ms o menos grande de su peso y
que sus clulas han sufrido alteraciones profundas 7 .
Parece como si el resto del cuerpo hubiese sostenido al
sistema nervioso hasta el
6
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lante; stas no salen de! atolladero. La evolucin en general se hara, en la medida de lo posible, en lnea recta;
cada evolucin especial es un proceso circular. Como
torbellinos de arena levantados por el viento que pasa,
los seres vivos dan vueltas sobre s mismos, suspendidos
por el gran soplo de la vida. Son, pues, relativamente
estables e imitan incluso tan bien la inmovilidad, que los
tratamos como cosas antes que como progresos, olvidando que la misma permanencia de su forma no es ms
que el diseo de su movimiento. Sin embargo, a veces se
materializa a nuestros ojos, en una fugitiva aparicin, el
soplo invisible que los empuja. Tenemos esta iluminacin
repentina ante ciertas formas del amor maternal, tan sorprendente, tan impresionante tambin en la mayor parte
de los animales, observable hasta en la solicitud de la
planta por su simiente. Este amor, en el que algunos han
visto el gran misterio de la vida, nos entregara quiz su
secreto. Nos muestra a cada generacin inclinada hacia
la que le sigue. Nos deja entrever que el ser vivo es sobre
todo un lugar de paso y que lo esencial de la vida reside
en el movimiento que la transmite.
Este contraste entre la vida en general y las formas
en que ella se manifiesta, presenta en todas partes el mismo carcter. Podra decirse que la vida tiende a actuar
lo ms posible, pero que cada especie prefiere dar la
suma ms pequea posible de esfuerzo. Considerada en
lo que es su esencia misma, es decir, como una transicin
de especie a especie, la vida es una accin siempre en
aumento. Por cada una de las especies a travs de las cuales
pasa, la vida no apunta ms que a su comodidad. Se dirige
a lo que exige menos trabajo. Absorbindose en la
forma que va a tomar, entra en un semisueo en el que
ignora casi el resto de la vida; se perfecciona a s misma
para la ms fcil explotacin posible de su contorno
inmediato. As, el acto por el que la vida se encamina a la
creacin de una forma nueva, y el acto por el que se
dibuja esta forma, son dos movimientos diferentes y con
frecuencia antagnicos. El primero se prolonga en el
segundo, pero no puede prolongarse en l sin distraerse de
su direccin, como ocurrira a un saltarn que para
franquear un obstculo se viese obligado a volver la cabeza y mirarse a s mismo.
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SHALER ,
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pues, en fin, los elementos que coincidan en el
impulso vital comn a las plantas y a los animales, y
que, en el curso de un desarrollo en el que se
manifestaron en las formas ms imprevistas, se
disociaron por el solo hecho de su evolucin. El error
capital, el que, transmitindose desde Aristteles, vici
la mayora de las filosofas de la naturaleza, es ver en la
vida vegetativa, en la vida instintiva y en la vida
razonable tres grados sucesivos de una misma tendencia
que se desarrolla, cuando son tres direcciones
divergentes de una actividad que se escindi al
desarrollarse. La diferencia entre ellas no es una
diferencia de intensidad, ni ms generalmente de grado,
sino de naturaleza.
Interesa profundizar en este punto. Hemos visto
cmo se completan y cmo se oponen la vida vegetal y la
vida animal. Se trata de mostrar ahora que tambin la
inteligencia y el instinto se oponen y se completan. Pero
digam o s p r i m e r o p o r q u n o s v e m o s t e n t a d o s a
c o n s i d e r a r la in te l i gen ci a sup eri or al in st in to , cu ando
en re al i dad n o s o n c o s a s d e l m i s m o o r d e n , n i q u e s e
h a n s u c e d i d o la una a la otra, por lo cual no puede
asignrseles jerarqua.
Y es que inteligencia e instinto, que comenzaron por
penetrarse entre s, conservan algo de su origen
comn. Ni uno ni otra se encuentran jams en estado
puro. Dec amos que en la planta pueden despertarse l a
conc ien cia y la movilidad del animal que se han
adormecido en ella, y que el animal vive bajo la
amenaza constante de una inclinacin a la vida
vegetativa. Las dos tendencias de la planta y del animal
se penetraban tan bien primeramente que no hubo nunca
ruptura completa entre ellas: l a u na c on t i n a
p r eo c up a nd o a l a o t r a ; e n t od a s pa r t e s las
encontra mos me zcladas; slo difi ere la proporcin.
As ocurre en cuanto a la inte ligencia y a l inst into. No
ha y inteligencia donde no se descubra huellas de
instin to, ni instinto que no est rodeado de una franj a
de inteligencia. Pero esta franja de inteligencia ha sido
causa de muchos menosprecios. Del hecho de que el
instinto es siempre ms o menos inteligente, se ha
concluido que inteligencia e instinto son cosas del
mismo orden, que no ha y en tr e e l lo s m s qu e una
d ife ren ci a d e co mp l i ca c i n
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su direccin. Tenemos dificultad en darnos cuenta
de ello, porque las modificaciones de la humanidad
retrasan de ordinario las transformaciones de sus tiles.
Nuestros hbitos individuales e incluso sociales
sobreviven mucho tiempo a las circunstancias para las
que estaban hechos, de suerte que los efectos profundos
de una invencin se dejan ver cuando hemos perdido ya
de vista la novedad. Ha pasado un siglo desde la
invencin de la mquina de vapor y an comenzamos a
experimentar la sacudida que nos ha producido. La
revolucin que ha operado en la industria ha alterado
las relaciones entre los hombres. Surgen nuevas ideas, y
sentimientos nuevos estn a punto de nacer. Dentro de
miles de aos, cuando la perspectiva del pasado no se
perciba sino en grandes lneas, nuestras guerras y
nuestras revoluciones contarn poco, suponiendo que
exista el recuerdo de ellas; pero de la mquina de
vapor, con su cortejo de invenciones de todo gnero, se
hablar quiz como se habla del bronce o de la piedra
tallada; servir para definir una edad 12. Si pudisemos
prescindir de nuestro orgullo, si para definir nuestra
especie nos atuvisemos estrictamente a lo que la
historia y la prehistoria nos presentan como caracterstica constante del hombre y de la inteligencia, no hablaramos del hombre como homo sapiens, sino como homo faber. En definitiva, la inteligencia, considerada en
lo que parece ser su marcha original, es la facultad de
fabricar objetos artificiales, en particular tiles para hacer
tiles, y variar indefinidamente su fabricacin.
Ahora bien, posee tambin un animal inteligente tiles
o mquinas? S, ciertamente; pero aqu el instrumento forma
parte del cuerpo que lo utiliza. Y correspondiendo a este
instrumento hay un instinto que sabe servirse de l. Sin
duda, lejos se est de que todos los instintos consistan en
una facultad natural de utilizar un mecanismo innato. Tal
definicin no se aplicara a los instintos que Romanes ha
llamado "secundarios", y ms de un instinto "primario"
no se incluira en ella. Pero esta definicin
12
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un instrumento determinado. Por el contrario, el instrumento fabricado inteligentemente es un instrumento imperfecto. No se obtiene sino al precio de un esfuerzo. Casi
siempre de una manera penosa. Pero como est hecho de
una materia no organizada, puede tomar una forma cualquiera, servir a cualquier uso, sacar al ser vivo de una
dificultad nueva que aparece y conferirle un nmero ilimitado de poderes. Inferior al instrumento natural para
la satisfaccin de las necesidades inmediatas, tiene sobre
ste ventajas que estn en razn de la menor urgencia de
las necesidades. Sobre todo, reacciona sobre la naturaleza
del ser que lo ha fabricado, porque, al llamarlo a ejercer
una nueva funcin, le confiere, por decirlo as, una organizacin ms rica, siendo un rgano artificial que prolonga el organismo natural. Por cada necesidad que satisface, crea una necesidad nueva, y as, en lugar de cerrar,
como el instinto, el crculo de accin en el que el animal
va a moverse automticamente, abre a esta actividad un
campo indefinido en el que la empuja cada vez ms
lejos y la hace cada vez ms libre. Pero esta ventaja de la
inteligencia sobre el instinto aparece tarde y cuando la
inteligencia, que ha llevado la fabricacin a su grado
superior de poder, fabrica ya mquinas que sirven tambin
para fabricar. Al principio, las ventajas y los inconvenientes
del instrumento fabricado y del instrumento natural se
equilibran tan bien que es difcil decir cul de los dos
asegurar al ser vivo un mayor poder sobre la naturaleza.
Puede conjeturarse que comenzaron por estar implicados el uno en el otro, que la actividad psquica original
particip de los dos a la vez, y que, si nos remontsemos bastante atrs en el pasado, encontraramos instintos
ms prximos a la inteligencia que los de nuestros
insectos, una inteligencia ms vecina del instinto que la
de nuestros vertebrados: inteligencia e instinto elementales, prisioneros de una materia que no alcanzan a dominar.
Si la fuerza inmanente a la vida fuese una fuerza
ilimitada, hubiese desarrollado quiz indefinidamente en
los mismos organismos el instinto y la inteligencia. Pero
todo parece indicar que esta fuerza es limitada y que se
consume rpidamente al hacerse manifiesta. Le es difcil
ir lejos en varias direcciones a la vez. Es preciso que esco-
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ja. Ahora bien, tiene que escoger entre dos maneras de
actuar sobre la materia bruta. Puede suministrar esta ac cin
inmediatamente, creando un instrumento organizado c on e l
q u e t r a b a j e ; o b i e n pu e d e d a r l a m e d i a t a m e nt e a un
organismo que, en lugar de poseer naturalmente el
i nstr u me nt o re qu er ido, l o fa br ique l mi smo tr aba ja ndo
la materia inorgnica. De ah la inteligencia y el instinto,
que divergen cada vez ms al desarrollarse, pero que ja ms
se separan por completo. De un lado, en efecto, el inst into
m s pe r fe ct o de l i nse ct o se a compa a de al gu nas luces de
inteligencia, aunque no sea ms que la elec cin del lugar,
del momento y de los materiales de la construccin; cuando,
corno caso excepcional, las abejas anidan al aire libre,
inventan dispositivos nuevos y verdadera mente inteligentes
para adaptarse a estas condi ciones nuevas 1 3 . Pero, por otra
parte, la inteligencia necesita toda va ms del instinto que
el instinto de la inteligencia, porque dar forma a la
materia bruta supone ya en el animal un grado superior de
organizacin, al que no ha podido elevarse ms que con las
alas del instinto. Tambin, en tanto que la naturaleza ha
evolucionado francamente hacia el instinto en los
artrpodos, asistimos, en casi todos los vertebrados, a la
bsqueda antes que al desvanecimiento de la inteligencia.
Es el instinto todava e l q ue f or m a e l s us t r a t o de su
a c t i vi d a d p s q u i c a , p e r o la inteligencia est ah,
aspirando a suplantarlo. No llega a inventar instrumentos;
pero al menos ensa ya la ejecucin del mayor nmero
posible de variaciones sobre el instinto, del que ella
querra prescindir. No toma por c o m p l e t o p o s e s i n d e s
misma ms que en el hombre, y este triunfo se afirma
p o r l a i n s u f i c i e n c i a m i s m a d e los medios naturales de
que el ho mbre dispone para defenderse contra sus
enemigos, contra el fro y el hambre. Cuando se trata de
desci frar el sentido de esta insufi c i e nc ia , a dqui e r e e l
v a l o r d e u n d o c u me nt o pr e hi st r i co: es como la despedida
definitiva que el instinto recibe de la inteligencia. Pero no
es menos verdad que la natur al eza ha de bi do duda r e nt re
d os mo do s d e ac ti vidad psquica, el uno seguro del xito
inmediato, pero limitado
13
BOUVIER , La nidification des Abeilles l'air libre (C. R. de
l'Acad. des sciences, 7 de mayo 1906).
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ah, mas neutralizada por la accin que llenaba la representacin. El obstculo no ha creado nada positivo; simplemente ha producido un vaco, ha practicado una
especie de descorche. Esta falta de adecuacin del acto con
la representacin es precisamente lo que llamamos conciencia.
Profundizando en este punto, se encontrara que la
conciencia es la luz inmanente a la zona de acciones
posibles o de actividad virtual que rodea la accin efectivamente realizada por el ser vivo. Significa duda o eleccin.
All donde se dibujan muchas acciones igualmente posibles sin ninguna accin real (como en una deliberacin
que no concluye), la conciencia es intensa. All donde la
accin real es la nica accin posible (como en la actividad
propia de los sonmbulos o ms generalmente automtica),
la conciencia se vuelve nula. Representacin y conocimiento
no dejan de existir en este ltimo caso, si est probado que
se encuentra ah un conjunto de movimientos
sistematizados, el ltimo de los cuales est pre-formado en
el primero, y que la conciencia puede surgir al choque
con un obstculo. Desde este punto de vista, se definira
la conciencia del ser vivo como una diferencia aritmtica
entre la actividad virtual y la actividad real. Mide la
distancia entre la representacin y la accin.
Desde este momento, podemos presumir que la inteligencia est orientada hacia la conciencia; el instinto,
hacia la inconsciencia. Porque, donde el instrumento que
se tiene que manejar es organizado por la naturaleza, el
punto de aplicacin suministrado por la naturaleza, el resultado que se ha de obtener querido por la naturaleza,
se deja a la eleccin en una pequea parte: la conciencia
inherente a la representacin quedar compensada, a
medida que tiende a desprenderse, por el cumplimiento
del acto, idntico a la representacin, que le hace contrapeso. Donde la conciencia aparece, ilumina ms las
contradicciones a las que el instinto est sujeto que el
instinto mismo: es el dficit del instinto, la distancia del
acto a la idea, la que se convertir en conciencia; y la
conciencia no ser entonces ms que un accidente. No
subraya esencialmente ms que la marcha inicial del instinto, la que desarticula toda la serie de los movimientos
automticos. Por el contrario, el dficit es el estado nor-
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ms que una forma sin materia. Las dos tendencias, primeramente implicadas la una en la otra, han tenido que
separarse para su desarrollo. Han ido, cada una por su
parte, a buscar fortuna en el mundo. Y han concluido
en el instinto y en la inteligencia.
Tales son, pues, los dos modos divergentes de conocimiento por medio de los cuales debern definirse la
inteligencia y el instinto, si nos colocamos en el punto
de vista del conocimiento y no en el de la accin. Pero
conocimiento y accin no son aqu ms que dos aspectos
de una sola y misma facultad. Es fcil ver, en efecto, que
la segunda definicin no es ms que una nueva forma
de la primera.
Si el instinto es, por excelencia, la facultad de utilizar
un instrumento natural organizado, debe abarcar el
conocimiento innato (virtual o inconsciente, es verdad),
no slo de este instrumento sino del objeto al cual se
aplica. El instinto es, pues, el conocimiento innato de
una cosa. Pero la inteligencia es la facultad de fabricar
instrumentos no organizados, es decir, artificiales. Si, por
ella, la naturaleza renuncia a dotar al ser vivo del instrumento que ha de servirle, es para que el ser vivo pueda,
segn las circunstancias, variar su fabricacin. La funcin esencial de la inteligencia ser pues discernir, en
cualesquiera circunstancias, el medio de salir adelante.
Buscar lo que mejor puede servir, es decir, tratar de
insertarse en el cuadro propuesto. Se referir esencialmente a las relaciones entre la situacin dada y los medios para utilizarla. Lo que, por tanto, tendr de innato,
es la tendencia a establecer relaciones, y esta tendencia
implica el conocimiento natural de ciertas relaciones muy
generales, verdadero tejido que la actividad propia de
cada inteligencia cortar en relaciones ms particulares.
All donde la actividad est orientada hacia la fabricacin, el conocimiento atiende pues, necesariamente, a relaciones. Pero este conocimiento completamente formal
de la inteligencia tiene sobre el conocimiento material
del instinto una incalculable ventaja. Una forma, justamente porque est vaca, puede ser llenada alternativamente, a voluntad, por un nmero indefinido de cosas,
incluso por las que no sirven para nada. De suerte que
un conocimiento formal no se limita a lo que es prcti-
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camente til, aunque se realice en vista de la
utilidad prctica que ha hecho su aparicin en el
mundo. Un ser inteligente lleva en s con qu
superarse a s mismo.
Sin embargo, se superar menos de lo que l quiera,
menos tambin de lo que l se imagina. El carcter puramente formal de la inteligencia la priva del lastre que
necesitara para referirse a objetos que seran del
ms alto inters para la especulacin. El instinto, por
el contrario, tendra la materialidad querida, pero es
incapaz de ir a buscar su objeto demasiado lejos: no
especula. Llegamos al punto que interesa ms a nuestra
presente investigacin. La diferencia que vamos a
sealar entre el instinto y la inteligencia es la que todo
nuestro anlisis tenda a despejar. La formularamos as:
Hay cosas que slo la inteligencia es capaz de buscar, pero
que, por s misma, no encontrar jams. Estas cosas slo
las encontrara el instinto; pero l no las buscar jams.
Es necesario entrar aqu en algunos detalles provisionales sobre el mecanismo de la inteligencia. Hemos dicho
que la inteligencia tena por funcin establecer relaciones. Determinemos con ms precisin la naturaleza de
las relaciones que establece la inteligencia. En este punto,
permanecemos en lo vago y en lo arbitrario si queremos
ver en la inteligencia una facultad destinada a la
especulacin pura. Nos reducimos entonces a tomar los
cuadros generales del entendimiento por algo absoluto,
irreductible e inexplicable. El entendimiento habra cado
del cielo con su forma, como nacemos cada uno de nosotros con nuestro rostro. Sin duda, definimos esta forma,
pero es todo lo que podemos hacer y no hay lugar a
buscar por qu ella es lo que es antes que cualquier otra
cosa. As, ensearemos que la inteligencia es esencialmente unificacin, que todas sus operaciones tienen por
objeto comn introducir una cierta unidad en la diversidad
de los fenmenos, etc. Pero, ante todo, "unificacin" es un
trmino vago, menos claro que el de "relacin" o incluso
que el de "pensamiento", y que no nos dice nada ms. Por
otra parte, podramos preguntar si la inteligencia no tiene
por funcin dividir, ms an que unir. En fin, si la
inteligencia procede como lo hace porque quiere unir, y si
busca la unificacin simplemente porque tiene necesidad de
ella, nuestro conocimiento se vuelve rela-
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tivo a ciertas exigencias del espritu que habran
podido, sin duda, ser muy diferentes a lo que son. Para una
inteligencia con otra conformacin, otro tambin habra
sido el conocimiento. La inteligencia no depende, pues,
de nada, sino que todo depende de ella. Y as, por haber
colocado el entendimiento demasiado alto, concluimos
poniendo demasiado bajo el conocimiento que l nos da.
Este conocimiento se hace relativo, desde el momento
que la inteligencia es una especie de absoluto. Por el contrario, tenemos la inteligencia humana como relativa a
las necesidades de la accin. Colocis la accin, y la forma
misma de la inteligencia se deduce de ella. Esta forma no es
por tanto ni irreductible ni inexplicable. Y, precisamente
porque no es independiente, no se puede decir que el
conocimiento depende de ella. El conocimiento deja de
ser un producto de la inteligencia para devenir, en cierto
sentido, parte integrante de la realidad.
Los filsofos contestarn que la accin se realiza en
un mundo ordenado, que este orden es ya un orden del
pensamiento y que cometemos una peticin de principio
explicando la inteligencia por la accin, que la presupone.
En lo cual tendran razn si el punto de vista en el que
nos colocamos en el presente captulo fuese nuestro punto
de vista definitivo. Pero entonces seramos vctimas de una
ilusin como la de Spencer, que crey que la inteligencia
estaba suficientemente explicada cuando se la refera a la
impronta dejada en nosotros por los caracteres generales
de la materia: Como si el orden inherente a la materia
no fuese la inteligencia misma! Pero reservamos para el
prximo captulo la cuestin de saber hasta qu punto, y
con qu mtodo, podra intentar la filosofa una gnesis
verdadera de la inteligencia al mismo tiempo que de la
materia. Por el momento, el problema que nos preocupa es
de orden psicolgico. Nos preguntamos cul es la
proporcin del mundo material a la cual est
especialmente adaptada nuestra inteligencia. Ahora bien,
para responder a esto no hay necesidad de optar por un
sistema determinado de filosofa. Basta colocarse en el
punto de vista del sentido comn.
Partamos, pues, de la accin y pongamos como principio que la inteligencia apunta en primer lugar a fabricar.
La fabricacin se ejerce exclusivamente sobre la ma-
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teria bruta, en el sentido de que, incluso si emplea
materiales organizados, los trata como objetos inertes, sin
preocuparse de la vida que los ha informado. De la ma teria bruta misma no retiene apenas ms que el
slido: el resto se le sustrae por su fluidez. Si, pues, la
inteligencia tiende a fabricar, puede preverse que lo que
hay de fluido en lo real se le escapar en parte, y que
lo que hay de propiamente vital en el ser vivo se le
escapar del todo. Nuestra inteligencia, tal como sale de
las manos de la naturaleza, tiene por objeto principal el
slido no organizado.
Si se pasase revista a las facultades intelectuales, se
vera que la inteligencia no se siente a gusto, que no
es de hecho ella misma ms que cuando opera sobre
la materia bruta, en particular sobre slidos. Cul es la
propi edad ms general de l a materia brut a? Es
ext ens a, nos presenta objetos exteriores a otros objetos y,
en estos objetos, partes exteriores a otras partes. Sin
duda, nos resulta til, a la vista de nuestras
manipulaciones ulteriores, considerar cada objeto como
divisible en partes arbitrariamente recortadas, siendo
cada parte divisible todava a nuestro antojo, y as
sucesivamente hasta el infinito. Pero nos es necesario,
ante todo, para la manipulacin presente, tener el objeto
real con el cual hemos de habrnoslas, o los elementos
reales en los cuales lo hemos resuelto, por
provisionalmente definitivos y tratarlos como otras tantas
unidades. A la posibilidad de descomponer la materia
tanto como nos plazca, y como nos plazca, hacemos
alusin cuando hablamos de la continuidad de la
extensin material; pero esta continuidad, como se ve, se
reduce para nosotros a la facultad que nos deja la
materia de escoger el modo de discontinuidad que le
encontremos: es siempre, en suma, el modo de
discontinuidad, una vez escogido, el que se nos
aparece como efectivamente real y el que fija nuestra
atencin, porque sobre l se regula nuestra accin
presente. As, la discontinuidad es pensada por s
misma, puede pensarse en s misma, nos la
representamos por un acto positivo de nuestro espritu, en
tanto que la representacin intelectual de la continuidad
es ms bien negativa, no siendo, en el fondo, otra cosa
que la repulsa de nuestro espritu, ante no importa qu
sistema de descomposicin actualmente da-
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Ahora bien, fabricar consiste en recortar en una
mat e r i a l a f o r m a d e u n o b j e t o . L o q u e i m p o r t a a n t e
t o d o es la forma que ha de obtenerse. En cuanto a la
materi a, se escoge la que conviene ms; pero, para
escogerla, es decir, para ir a buscarla entre muchas
otras,
es
preciso
haber
tratado,
al
menos
imaginativamente, de dotar toda especie de materia de
la forma del objeto concebido. En otros trminos, una
inteligencia que apunta a fabricar es una inteligencia
que no se detiene nunca en la forma ac t u a l de l a s
c o s a s , q ue no l a co n s i d e r a c o mo d e f in i t i va , q u e t i e n e
toda materia, por el contrario, por recortable a
voluntad. Platn compara al buen dialctico con el h bil cocinero, que descuartiza el animal sin partirle los
huesos, siguiendo las articulaciones establecidas por la
naturaleza 1 4 . Una inteligencia que procediese as siempre, sera, en efecto, una inteligencia vuelta hacia la es peculacin. Pero la accin, y en particular la
fabricacin, exige la tendencia de espritu inversa.
Quiere que consid e r e mo s t o d a f o r m a a c t u a l d e l a s
c o s a s , i n c l u s o l a s naturales, como artificial y
provisional, que nuestro pensa mi en to borr e de l obj e to
pe rc ib ido, orga ni za do y vi vo , las lneas que sealan al
exterior su estructura interna, en fin, que tengamos su
materi a por indiferente a su forma. El conjunto de la
materi a deber, pues, aparecer a nues tro pensamiento
como un inmenso tejido en el que podem o s c o r t a r l o
q u e q u e r a m o s p a r a r e c o s e r l o c o mo n o s plazca.
Notemos de paso que afirmamos este poder cuando
decimos que hay un espacio, es decir, un medio homo g neo y va c o , inf in i to e inf in i ta me nt e di vi s ib le ,
que se presta indiferentemente a cualquier modo de
descompos ic i n. Un me di o de e st e gn ero j a ms e s
pe rc ib ido ; slo concebido. Lo que se percibe es la
extensin color e ad a , r e s i s t e n t e , d i v i d i d a s e gn l a s
l n e a s qu e d ib uj a n los contornos de los cuerpos reales o
de sus partes reales elementales. Pero cuando nos
representamos nuestro poder sobre esta materia, es
decir, nuestra facultad de descomponerla y recomponerla
como nos plazca, proyectamos en conjunto todas estas
descomposiciones y recomposici one s posi bl es det r s
de la ex te ns in r ea l, en for ma d e u n e s p a c i o
h o mo g n e o , v a c o e i n d i f e r e n t e , q u e l a s o s 14
PLATN ,
Fedro, 265 e.
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nuidad. Los conceptos son, efectivamente, exteriores
unos a otros, como los objetos en el espacio. Tienen la misma
estabilidad que los objetos, sobre cuyo modelo han sido
creados. Constituyen, reunidos, un "mundo inteligible",
que tiene semejanza por sus caracteres esenciales con el
mundo de los slidos, pero cuyos elementos son ms ligeros, ms difanos, ms fciles de manejar por la inteligencia que la imagen pura y simple de las cosas concretas; no son ya, en efecto, la percepcin misma de las
cosas, sino la representacin del acto por el cual la inteligencia se fija en ellas. No se trata ya, pues, de imgenes, sino de smbolos. Nuestra lgica es el conjunto de
las reglas que es preciso seguir en la manipulacin de los
smbolos. Como estos smbolos derivan de la consideracin de los slidos, como las reglas de la composicin de
estos smbolos entre s no hacen otra cosa que traducir
las relaciones ms generales entre los slidos, nuestra lgica triunfa en la ciencia que se ocupa de los slidos, es
decir, en la geometra. Lgica y geometra se engendran
recprocamente una a otra, como veremos un poco ms
adelante. La lgica natural ha surgido de la extensin
de una cierta geometra natural, sugerida por las propiedades generales e inmediatamente percibidas de los slidos.
De esta lgica natural, a su vez, ha salido la geometra
cientfica, que extiende indefinidamente el conocimiento
de las propiedades exteriores de los slidos15. Geometra y
lgica son rigurosamente aplicables a la materia. Ah
estn en s mismas y pueden caminar completamente solas.
Pero, fuera de este dominio, el razonamiento puro tiene
necesidad de ser vigilado por el buen sentido, que es otra
cosa muy distinta.
As, todas las fuerzas elementales de la inteligencia
tienden a transformar la materia en instrumento de accin, es decir, de acuerdo con el sentido etimolgico de
la palabra, en rgano. La vida, no contenta con producir
organismos, querra darles como apndice la materia inorgnica misma, convertida en un inmenso rgano por
el trabajo del ser vivo. Tal es la tarea que asigna en primer
lugar a la inteligencia. Y es por ello por lo que la
inteligencia se comporta invariablemente tambin como
15
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des que apenas pueden reconciliarse sobre el
terreno en que se ejerce nuestro trabajo, y tambin,
por consiguiente, nuestra inteligencia.
Lo mismo que separamos en el espacio, fijamos en
el tiempo. La inteligencia no est hecha para pensar la
evolucin, en el sentido propio de la palabra, es decir,
la continuidad de un cambio que sera movilidad
pura. No insistiremos aqu sobre este punto, en el que
nos proponemos profundizar en un captulo especial.
Digamos solamente que la inteligencia se representa
el devenir como una serie de estados, cada uno de
los cuales es homogneo consigo mismo y por
consi guiente no cambia. Se llama nuestra atencin
por el cambio interno de uno de estos estados? En
seguida lo descomponemos en otra sucesin de
estados que constituirn, reunidos, su modificacin
interior. Estos nuevos estados sern invariables, o
bien, caso de que su cambio interno nos afecte, se
resolver prontamente en una serie nueva de estados
invariables, y as de manera indefinida. Aqu tambin,
pensar cons i s t e en re cons t rui r y, nat ural m ent e,
r econs t rui m os con elementos dados, por consiguiente
con elementos est ab l e s . De s u er t e q ue p or m s qu e
t ra t e m o s d e i m i t a r, por el progreso indefinido de
nuestra adicin, la movilidad del devenir, el devenir
mismo se nos escurrir por entre los dedos cuando
creamos tenerlo en nuestras manos.
Justamente porque trata siempre de reconstruir, y
de recons trui r con lo dado, la i nteli genci a dej a
es capar lo que hay de nuevo en cada momento de
una historia. No admite lo imprevisible. Rechaza toda
creacin. Que antecedentes determinados concluyan
en un consiguiente determinado, calculable en
funcin de ellos, he aqu lo que satisface a nuestra
inteligencia. Que un fin determinado suscite medios
determinados
para
alcanzarlo,
todava
lo
c o m p r e n d e m o s . E n l o s d os c a s o s n o s l a s h a b e r n o s
c o n lo conocido que se compone con lo conocido y,
en suma, con lo antiguo que se repite. Nuestra
inteligencia se encuentra ah a su gusto. Y, cualquiera
que sea su objeto, abs t r aer , s ep ara r, eli m i nar , de
m ane ra que s us ti t u ya e! objeto mismo, si es preciso,
por un equivalente aproximado en el que las cosas
pasarn de esta manera. Pero que cada i ns t ant e nos
t rai ga al go nuevo, que l o nuevo s ur j a s i n c e s ar,
q ue na z c a u na fo rm a de l a q ue s e d i r ,
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indudablemente, una vez producida, que es un efecto determinado por sus causas, pero que era imposible suponer
lo que llegara a ser, teniendo en cuenta que aqu las
causas, nicas en su gnero, forman parte del efecto, que
han tomado cuerpo al mismo tiempo que l y que estn
determinadas por l tanto como ellas lo determinan, he
aqu algo Que no podemos sentir en nosotros y adivinar
por simpata fuera de nosotros, ni expresar en trminos
de puro entendimiento ni, en el sentido restringido de la
palabra, pensar. No nos sorprenderemos si se piensa en
el destino de nuestro entendimiento. La causalidad que
busca y encuentra en todas partes expresa el mecanismo
mismo de nuestra habilidad, por la que recomponemos
indefinidamente el mismo todo con los mismos elementos, y repetimos los mismos movimientos para obtener el
mismo resultado. La finalidad por excelencia, para nuestro
entendimiento, es la de nuestra habilidad, que trabaja
con un modelo dado de antemano, es decir, antiguo o
compuesto de elementos conocidos. En cuanto a la invencin propiamente dicha, que es, sin embargo, el punto
de partida de la habilidad misma, nuestra inteligencia no
alcanza a aprehenderla en su brote, es decir, en lo que
tiene de indivisible, ni en su genialidad, es decir, en lo
que tiene de creadora. Explicarla consiste siempre en
resolverla, ella imprevisible y nueva, en elementos conocidos o antiguos, dispuestos en un orden diferente. La
inteligencia no admite la novedad completa, como no
admite el devenir radical. Es decir, que aqu tambin
deja escapar un aspecto esencial de la vida, como si no
estuviese hecha para pensar un objeto tal.
Todos nuestros anlisis nos llevan a esta conclusin.
Pero no haba necesidad de entrar en tan largos detalles
sobre el mecanismo del trabajo intelectual: bastara considerar sus resultados. Se vera que la inteligencia, tan
hbil en manipular lo inerte, muestra su torpeza en el
momento que trata con lo vivo. Trtese de la vida del
cuerpo o de la del espritu, procede con el rigor, la rigidez
y la brutalidad de un instrumento que no estaba destinado
a semejante uso. La historia de la higiene y de la
pedagoga mucho nos dira a este respecto. Cuando se
piensa en el inters capital, apremiante y constante, que
tenemos en conservar nuestros cuerpos y en elevar
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dr hacer otra cosa que traducirlo en trminos de inteligencia; pero ella construir as una imitacin del instinto
antes que penetrar en el instinto mismo.
Nos convenceremos de ello estudiando aqu las ingeniosas teoras de la biologa evolucionista. Se reducen a
dos tipos, que con frecuencia se interfieren. Unas veces,
segn los principios del neo-darwinismo, se ve en el instinto una suma de diferencias accidentales, conservadas
por la seleccin: tal o cual marcha til, realizada naturalmente por el individuo en virtud de una predisposicin
accidental del germen, se habra transmitido de germen
a germen en espera de que el azar viniese a aadirle, por
el mismo procedimiento, nuevos perfeccionamientos. Otras
veces se hace del instinto una inteligencia degradada: la
accin que se juzga til para la especie o para algunos
de sus representantes habra engendrado un hbito, y el
hbito, hereditariamente transmitido, se convertira en
instinto. De estos dos sistemas, el primero tiene la ventaja
de poder hablar de transmisin hereditaria, sin provocar
una grave objecin, porque la modificacin accidental que
coloca en el origen del instinto no la habra adquirido el
individuo sino que sera inherente al germen. En cambio,
es incapaz de explicar instintos tan sabios como los de la
mayor parte de los insectos. Sin duda, estos instintos no han
debido alcanzar de una vez el grado de complejidad que
tienen hoy; probablemente han evolucionado. Pero, en una
hiptesis como la de los neo-darwinistas, la evolucin del
instinto no podra efectuarse ms que por la adicin
progresiva de piezas nuevas que, en cierto modo, felices
accidentes vendran a engranar en las antiguas.
Ahora bien, es evidente que, en la mayor parte de
los casos, el instinto no ha podido perfeccionarse por va
de simple desarrollo: cada pieza nueva exiga, en efecto,
so pena de echarlo todo a perder, una modificacin completa del conjunto. Cmo esperar del azar parecida modificacin? Estoy de acuerdo en que una modificacin
accidental del germen se transmitir hereditariamente y
podr esperar, en cierto modo, que vengan a complicarla
nuevas modificaciones accidentales. Estoy de acuerdo
tambin en que la seleccin natural eliminar todas aquellas formas ms complicadas que no sean viables. Pero
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todava ser preciso, para que la vida del instinto evolucione, que se produzcan complicaciones viables. Ahora
bien, no se producirn, a no ser que, en ciertos casos, la
adicin de un elemento nuevo produzca el cambio correlativo de todos los elementos antiguos. Nadie sostendr
que tal milagro pueda realizarlo el azar. En una u otra
forma haremos un llamamiento a la inteligencia.
Supondremos que por medio de un esfuerzo ms o menos
consciente el ser vivo desarrolla en s un instinto superior. Pero ser preciso admitir entonces que un hbito
contrado puede llegar a ser hereditario, y que llega a
serlo de manera lo bastante regular para asegurar una
evolucin. La cosa es dudosa, por no insistir ms en ella.
Incluso si se pudiese referir a un hbito hereditario transmitido e inteligentemente adquirido los instintos de los
animales, no se ve cmo se extendera este modo de explicacin al mundo vegetal, donde el esfuerzo no es nunca
inteligente, suponiendo que sea alguna vez consciente. Y
sin embargo, viendo con qu seguridad y precisin utilizan
sus zarcillos las plantas trepadoras, qu maniobras
maravillosamente combinadas ejecutan las orqudeas para
hacerse fecundar por los insectos 18, cmo no pensar en
otros tantos instintos?
Esto no quiere decir que sea preciso renunciar por
completo a la tesis de los neo-darwinistas, como a la de
los neo-lamarckianos. Los primeros tienen sin duda razn
cuando quieren que la evolucin se haga de germen a
germen mejor que de individuo a individuo; los segundos,
cuando dicen que en el origen del instinto hay un esfuerzo (aunque sea muy distinto, a nuestro entender, a
un esfuerzo inteligente). Pero aqullos probablemente se
equivocan cuando hacen de la evolucin del instinto una
evolucin accidental, y stos, cuando ven en el esfuerzo
de donde procede el instinto un esfuerzo individual. El
esfuerzo por el que una especie modifica sus instintos y
se modifica tambin a s misma debe ser cosa mucho ms
profunda y que no depende nicamente de las circunstancias ni de los individuos. No depende nicamente de
18
Vanse las dos obras de DARWIN , Les plantes grimpantes, trad.
Gordon, Pars, 1890, y La fcondation des Orchides par les Insectes,
trad. Rrolle, Pars, 1892.
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la iniciativa de los individuos, aunque los individuos colaboren con ella, y no es puramente accidental, aunque
el accidente tenga ah un buen lugar.
Comparemos entre s, en efecto, las diversas formas
del mismo instinto en diversas especies de himenpteros.
La impresin que tenemos no es siempre la que nos dara una complejidad creciente obtenida por elementos
aadidos sucesivamente unos a otros, o una serie ascendente de dispositivos ordenados, por decirlo as, a lo largo de una escala. Pensamos ms bien, en muchos casos
al menos, en una circunferencia, de los diversos puntos
de la cual habran salido estas diversas variedades, todas
ellas mirando hacia el mismo centro, todas esforzndose
en esta direccin, pero sin aproximarse ms que en la
medida de sus medios, en la medida en que se ilumina
para ella el punto central. En otros trminos, el instinto
se encuentra completo en todas partes, pero ms o menos
simplificado y, sobre todo, simplificado diversamente.
Por otra parte, all donde se observa una gradacin regular, que el instinto se complica en un solo y mismo
sentido, como si subiese los tramos de una escala, las
especies que su instinto clasifica de este modo en serie
lineal estn lejos de tener siempre entre s relaciones de
parentesco. As, el estudio comparativo que se ha hecho,
en estos ltimos aos, del instinto social en los pidos
establece que el instinto de las meliponas es intermedio,
en cuanto a su complejidad, entre la tendencia todava
rudimentaria de los abejorros y la ciencia perfecta de
nuestras abejas: sin embargo, entre las abejas y las meliponas no puede haber una relacin de filiacin 19. Verosmilmente, la complicacin mayor o menor de estas diversas sociedades no reside en un nmero ms o menos
considerable de elementos adicionados. Nos encontramos
ms bien ante un cierto tema, musical que se habra traspuesto l mismo, todo entero, en un cierto nmero de
tonos, y sobre el cual, todo entero tambin, se habran
ejecutado en seguida variaciones diversas, unas muy simples, otras infinitamente sabias. En cuanto al tema original est en todas partes y no est en ninguna. En vano
19
BUTTEL- REEPEN, Die phylogenetische Enistehung des Bienenstaates (Biol. Centralblatt, XXIII, 1903), pg. 108 en particular.
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querramos anotarlo en trminos de representacin:
en su origen fue, sin duda, antes sentido que pensado. Se
tiene la misma impresin ante el instinto paralizador de
ciertas avispas. Se sabe que las diversas especies de himenpteros paralizadores depositan sus huevos en araas,
escarabajos y orugas que continuarn viviendo inmviles
durante un cierto nmero de das y que servirn as de
alimento fresco a las larvas, despus de haber sido sometidas
por la avispa a una sabia operacin quirrgica. En el
pinchazo que dan en los centros nerviosos de su vctima
para inmovilizarla sin matarla, estas diversas especies de
himenpteros se regulan sobre las diversas especies de presa
con las cuales tienen que habrselas respectivamente. La
scolla, que ataca a una larva de cetonia, no lo hace sino en
un punto, pero en este punto estn concentrados los ganglios
motores, y solamente estos ganglios, de tal modo que al
pinchar otros podra originarse la muerte y la
putrefaccin, que es lo que se trata de evitar 20. El sphex
de alas amarillas, que ha escogido por vctima al grillo,
sabe que el grillo tiene tres centros nerviosos que mueven
sus tres pares de patas, o al menos acta como si lo
supiese. Pincha al insecto primero en el cuello, luego
detrs del prototrax, y, en fin, hacia el nacimiento del
abdomen 21. La amfila erizada da nueve aguijonazos
sucesivos en los nueve centros nerviosos de la oruga, le
atrapa la cabeza y la mascuja, pero slo para determinar la
parlisis y no la muerte 22. El tema general es "la necesidad
de paralizar sin matar": las variaciones estn
subordinadas a la estructura del sujeto en el que se
opera. Sin duda, no siempre la operacin se ejecuta a la
perfeccin. Se ha demostrado, en estos ltimos tiempos,
que a veces el sphex amfila mata a la oruga en vez de
paralizarla, y que a veces tambin no la paraliza ms que a
medias 23. Pero, de que el instinto sea falible al igual
20
1-69.
21
FABRE ,
FABRE ,
93 y ss.
22
FABRE ,
23
P E CK HA . M ,
ss.
Wasps, solitary and social, Westminster, 1905, pg.
28 y ss.
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Ya haga del instinto un "reflejo compuesto", o un
hbito inteligentemente contrado y vuelto automatismo,
o una suma de pequeas ventajas accidentales acumuladas
y fijadas por la seleccin, en todos los casos la ciencia
pretende resolver por completo el instinto, bien en marchas inteligentes, bien en mecanismos construidos pieza
a pieza, como los que combina nuestra inteligencia. Deseo
ciertamente que la ciencia se encuentre aqu en su papel.
Nos dar, a falta de un anlisis real del objeto, una traduccin de este objeto en trminos de inteligencia. Pero
cmo no hacer notar que la ciencia misma invita a la
filosofa a tomar las cosas bajo otro sesgo? Si nuestra biologa se atuviese todava a Aristteles, si considerase la serie
de los seres vivos como unilineal, si nos mostrase la vida
toda entera evolucionando hacia la inteligencia y pasando,
para ello, por la sensibilidad y el instinto, nosotros, seres
inteligentes, tendramos derecho a volvernos hacia las
manifestaciones anteriores y, por consiguiente, inferiores de
la vida y pretender retenerlas, sin deformarlas, en los
cuadros de nuestra inteligencia. Pero uno de los
resultados ms claros de la biologa ha consistido en
mostrar que la evolucin se ha producido segn lneas
divergentes. En el extremo de dos de estas lneas las
dos principales, encontramos la inteligencia y el instinto en formas casi puras. Por qu debera resolverse
entonces el instinto en elementos inteligentes? Por qu
incluso en trminos completamente inteligibles? No se
aprecia que pensar aqu en lo inteligente, o en lo absolutamente inteligible, es volver a la teora aristotlica de la
naturaleza? Sin duda, mejor sera volver aqu que detenerse ante el instinto como ante un insondable misterio.
Pero, aunque no pertenezca al dominio de la inteligencia,
el instinto no est situado fuera de los lmites del espritu.
En los fenmenos de sentimiento, en las simpatas y
antipatas irreflexivas, experimentamos en nosotros mismos, en una forma ms bien vaga y demasiado penetrada
tambin de inteligencia, algo de lo que debe de pasar en la
conciencia de un insecto que acta por instinto. La
evolucin no hace ms que alejar uno de otro, para desarrollarlos hasta el lmite, elementos que se compenetraban
en su origen. Con ms precisin, la inteligencia es, ante
todo, la facultad de referir un punto del espacio a
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otro punto del espacio, un objeto material a otro objeto
material; se aplica a todas las cosas, pero permaneciendo
fuera de ellas, y no percibe jams de una causa profunda
ms que su difusin en efectos yuxtapuestos. Sea cual
sea la fuerza que se traduce en la gnesis del sistema nervioso de la oruga, no la conocemos, con nuestros ojos y
nuestra inteligencia, ms que como una yuxtaposicin de
nervios y de centros nerviosos. Es verdad que alcanzamos
as todo su efecto exterior. El sphex sabe sin duda slo
muy poco, justamente lo que le interesa; pero al menos
lo aprehende desde dentro, de manera muy distinta a
un proceso de conocimiento, por una intuicin (vivida
ms que representada) semejante indudablemente a lo
que en nosotros se llama simpata adivinatoria.
Es un hecho digno de hacerse notar el vaivn de las
teoras cientficas del instinto entre lo inteligente y lo
simplemente inteligible, quiero decir, entre la asimilacin
del instinto a una inteligencia "cada" y la reduccin del
instinto a un puro mecanismo 24. Cada uno de estos dos
sistemas de explicacin triunfa en la crtica que hace del
otro: el primero, cuando nos muestra que el instinto no
puede ser un puro reflejo; el segundo, cuando dice que
es cosa distinta a la inteligencia, incluso cada en la inconsciencia. Qu se dice con esto, sino que se trata de
dos simbolismos igualmente aceptables por ciertos lados
y, por otros, igualmente inadecuados a su objeto? La explicacin concreta, no ya cientfica sino metafsica, debe
ser buscada por otra va, no en la direccin de la inteligencia, sino en la de la "simpata".
El instinto es simpata. Si esta simpata pudiese ampliar su objeto y tambin reflexionar sobre s misma, nos
dara la clave de las operaciones vitales, lo mismo que la
inteligencia, desarrollada y enderezada, nos introduce en
la materia. Porque, no deberamos ya repetirlo, la inteligencia y el instinto estn vueltos en dos sentidos opuestos: aqulla hacia la materia inerte, ste hacia la vida.
24
Vanse, en particular, entre los trabajos recientes: BETHE ,
Drfen wir den Ameisen und Bienen psychischs Qualitten zuschreiben? (Arch. f. d. ges. Physiologie, 1898), y FOREL , Un aperu de
psychologie compare (Anne psychologique, 1895).
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contrarse en ella, dividirse y reconstruirse, nos formaremos una idea de la oposicin de los dos trminos entre
s, como tambin, quiz, de su origen comn. Pero, por
otra parte, apoyndonos en esta oposicin de los dos elementos y en esta comunidad de origen, desenvolveremos
sin duda ms claramente el sentido de la evolucin misma.
Este ser el objeto de nuestro prximo captulo. Mas
ya los hechos a los que acabamos de pasar revista nos
sugeriran la idea de referir la vida, bien a la conciencia
misma, bien a algo que se le semeje.
En toda la extensin del reino animal, decamos, la
conciencia se aparece como proporcional al poder de eleccin de que dispone el ser vivo. Ilumina la zona de
virtualidades que rodea el acto. Mide la distancia entre
lo que se hace y lo que se podra hacer. Considerndola
desde fuera, podramos tomarla por un simple auxiliar
de la accin, por una luz que enciende la accin, chispa
fugaz que surgira del roce de la accin real con las acciones
posibles. Pero debemos sealar que las cosas ocurriran
exactamente lo mismo si la conciencia, en lugar de ser
efecto, fuese causa. Podramos suponer que, incluso en el
animal ms rudimentario, la conciencia cubre, por derecho
propio, un campo enorme, pero que est constreida, de
hecho, en una especie de torno: cada progreso de los
centros nerviosos, al dar al organismo la posibilidad de
eleccin entre un mayor nmero de acciones, lanzara un
llamamiento a las virtualidades capaces de envolver lo real,
aflojara sus ligaduras y dejara pasar la conciencia con ms
libertad. Tanto en esta hiptesis como en la primera, la
conciencia sera el instrumento de la accin; pero ms
cierto resultar decir que la accin es el instrumento de
la conciencia, porque la complicacin de la accin consigo
misma y su posible encuentro seran, para una conciencia
en prisin, el nico medio posible de liberarse. Cmo
escoger entre las dos hiptesis? Si la primera fuese
verdadera, la conciencia dibujara exactamente, a cada
instante, el estado del cerebro; habra un paralelismo
riguroso (en la medida de su inteligibilidad) entre el estado
psicolgico y el estado cerebral. Por el contrario, en la
segunda hiptesis habra solidaridad e interdependencia
entre el cerebro y la conciencia, pero no paralelismo:
cuanto ms se complique el cerebro, au-
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mentando as el nmero de acciones posibles entre
las que tiene que escoger el organismo, ms deber la
conciencia desbordar su concomitante fsico. As, el
recuerdo de un mismo espectculo al que ambos hayan
asistido, modificar de la misma manera el cerebro de
un perro y el cerebro de un hombre, caso de que la
percepcin haya sido la misma; no obstante, el recuerdo
ser completamente distinto en el hombre que en el
perro. En el perro, el recuerdo permanecer como
cautivo de la percepcin; no se despertar ms que
cuando venga a reavivarlo una percepcin anloga que
reproduce el mismo espectculo, y se manifestar
entonces por el reconocimiento, mejor ejecutado que
pensado, de la percepcin actual antes que por un
renacer verdadero del recuerdo mismo. El hombre, por
el contrario, es capaz de evocar el recuerdo a su gusto,
en no importa qu momento, independientemente de la
percepcin actual. No se limita a actualizar su vida
pasada, sino que se la representa y la suea. Al ser la
misma la modificacin local del cerebro a la cual est
ligado el recuerdo, la diferencia psicolgica entre los dos
recuerdos no podr tener su razn en tal o cual diferencia
de detalle entre los dos mecanismos cerebrales, sino en la
diferencia entre los dos cerebros tomados globalmente: al
poner en contacto entre s un mayor nmero de
mecanismos,
el ms complicado de los dos ha
permitido a la conciencia libertarse de unos y otros y
alcanzar as la independencia. Que todo ocurre as, que la
segunda de las dos hiptesis exige nuestra opcin por
ella, es lo que hemos tratado de probar, en un trabajo
anterior, por medio del estudio de los hechos que ponen
ms de relieve la relacin del estado consciente con el
estado cerebral, los hechos de reconocimiento normal y
patolgico y en particular las afasias 25. Ya lo haca prever
nuestro razonamiento. Hemos mostrado en qu
postulado contradictorio consigo mismo, en qu confusin
de los dos simbolismos incompatibles entre s, descansa
la hiptesis de una equivalencia entre el estado cerebral
y el estado psicolgico26.
25
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Desde este punto de vista, no slo aparece la conciencia como el principio motor de la evolucin, sino que
tambin, entre los seres conscientes mismos, el hombre
viene a ocupar un lugar privilegiado. Entre los animales y
l no hay ya una diferencia de grado, sino de de naturaleza.
Esperando que esta conclusin se desprenda de nuestro
prximo captulo, mostramos ahora cmo la sugieren
nuestros anlisis precedentes.
Es un hecho digno de sealarse la extraordinaria desproporcin entre las consecuencias de una invencin y la
invencin misma. Decamos que la inteligencia est modelada sobre la materia y que apunta primero a la fabricacin. Pero, fabrica por fabricar, o no persigue en
realidad otra cosa, involuntaria e incluso inconscientemente? Fabricar consiste en informar la materia, en hacerla flexible, en someterla, en convertirla, en fin, en
instrumento para hacerse dueo de ella. Este dominio es
el que aprovecha a la humanidad, todava ms que el resultado material de la invencin misma. La ventaja inmediata que obtenemos del objeto fabricado, que podra
obtenerla tambin un animal inteligente, incluso siendo
esta ventaja todo lo que el inventor busca, es poca cosa
en comparacin con las ideas nuevas, con los sentimientos
nuevos que la invencin puede hacer surgir por todas partes,
como si tuviese por efecto esencial elevarnos por encima de
nosotros mismos y ampliar as nuestro horizonte. Entre el
efecto y la causa la desproporcin es aqu tan grande que
resulta difcil tener a la causa como productora de su efecto.
Ella lo dispara, asignndole, ciertamente, su direccin. Todo
ocurre, en fin, como si al apoderarse de la materia, la
inteligencia tuviese como principal objeto dejar pasar algo
que la materia detiene.
La misma impresin se desprende de una comparacin
entre el cerebro del hombre y el de los animales. La diferencia parece, en primer lugar, no ser otra cosa que
una diferencia de volumen y de complejidad. Pero debe
haber algo ms, a juzgar por su funcionamiento. En el
animal, los mecanismos motores que llega a montar el cerebro, o, en otros trminos, los hbitos que su voluntad
contrae, no tienen otro objeto y otro efecto que realizar
los movimientos dibujados en estos hbitos, almacenados
en estos mecanismos. Pero, en el hombre, el hbito mo-
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triz puede tener un segundo resultado, inconmensurable
con el primero. Puede entorpecer otros hbitos motrices y, con
ello, reprimiendo el automatismo, puede tambin poner en
libertad la conciencia. Se sabe qu amplios territorios ocupa el
lenguaje en el cerebro humano. Los mecanismos cerebrales que
corresponden a las palabras tienen de particular que pueden ser
puestos en contacto con otros mecanismos por ejemplo, los
que corresponden a las cosas mismas, o tambin ser puestos
en contacto unos con otros: durante este tiempo, la conciencia,
que ha sido arrastrada y sumergida para el cumplimiento del
acto, se rehace y se libera 27.
La diferencia debe ser, pues, ms radical de lo que hara
creer un examen superficial. Es, sin duda, la que se encontrara
entre un mecanismo que absorbe la atencin y un mecanismo
del que podemos apartarnos. La mquina de vapor primitiva, tal
como la haba concebido Newton, exiga la presencia de una
persona exclusivamente encargada de las llaves de paso, bien
para introducir el vapor en el cilindro, bien para llevar a l la
lluvia fra destinada a la condensacin. Se cuenta que un nio
empleado en este trabajo, y muy fatigado de l, tuvo la idea de
enlazar las manivelas de las llaves de paso, por medio de
cordones, al volante de la mquina. Desde entonces la mquina
abra y cerraba sus llaves de paso por s misma; funcionaba
sola. Ahora bien, un observador que comparase la estructura de
esta segunda mquina a la de la primera, sin ocuparse de los
dos nios encargados de su vigilancia, no encontrara entre
ellas ms que una ligera diferencia de complicacin. Es todo lo
que puede percibirse, efectivamente, cuando slo se mira a las
mquinas. Pero si se lanza una mirada a los nios, se ve que
el uno est empleado en su vigilancia, en tanto que el otro es
libre de divertirse a su antojo, y que, por este lado, la
diferencia entre las dos mquinas es radical: la
27 Un gelogo que ya tuvimos ocasin de citar, N. S. Shaler,
dice agudamente: "Cuando llegamos al hombre, parece que encontramos anulada la antigua sujecin del espritu al cuerpo y que las
partes intelectuales se desarrollan con una rapidez extraordinaria,
permaneciendo idntica la estructura del cuerpo en lo que tiene de
esencial." ( SHALER , The interpretation of nature, Boston, 1889, pa-gina
187.)
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CAPTULO III
DE LA SIGNIFICACIN DE LA VIDA.
EL ORDEN DE LA NATURALEZA Y LA FORMA
DE LA INTELIGENCIA
EN el captulo primero hemos trazado una lnea de demarcacin entre lo inorgnico y lo organizado, pero
indicbamos que el seccionamiento de la materia en cuerpos
no organizados es relativo a nuestros sentidos y a nuestra
inteligencia, y que la materia, considerada como un todo
indiviso, debe ser un flujo antes que una cosa. Por ah
preparbamos los caminos para un acercamiento entre lo
inerte y lo vivo.
Por otra parte, hemos mostrado en nuestro segundo
captulo que se encuentra la misma oposicin entre la
inteligencia y el instinto, ste puesto de acuerdo con
ciertas determinaciones de la vida, aqulla modelada en
la configuracin de la materia bruta. Pero instinto e inteligencia se destacan el uno de la otra, aadamos, sobre
un fondo nico que podra llamarse, a falta de una palabra mejor, la Conciencia en general y que debe ser coextensivo a la vida universal. Por ah hacamos entrever
la posibilidad de engendrar la inteligencia, partiendo de la
conciencia que la envuelve.
Ha llegado, pues, el momento de intentar una gnesis
de la inteligencia al mismo tiempo que una gnesis de
los cuerpos, dos empresas evidentemente correlativas la
una de la otra, si es verdad que las grandes lneas de
nuestra inteligencia dibujan la forma general de nuestra
accin sobre la materia y que el detalle de la materia se
regula por las exigencias de nuestra accin. Intelectualidad
y materialidad se habran constituido, en detalle, por
adaptacin recproca. Una y otra derivaran de una forma
de existencia ms amplia y ms alta. Ah habra que volver
a colocarlas para verlas surgir de nuevo.
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Una tentativa parecida semejar, de buenas a primeras,
que sobrepasa temerariamente las especulaciones ms
atrevidas de los metafsicos. Pretendera ir ms lejos que
la psicologa, ms lejos que las cosmogonas, ms lejos
que la metafsica tradicional, porque psicologa, cosmologa
y metafsica comienzan por poner la inteligencia en lo
que tiene de esencial, en el lugar en que se trata aqu de
engendrarla, en su forma y en su materia. La empresa es
en realidad mucho ms modesta, como vamos a hacer ver.
Pero digamos primeramente en qu se distingue de las
otras.
Comenzando por la psicologa, no debe creerse que
engendra la inteligencia cuando sigue su desenvolvimiento
progresivo a travs de la serie animal. La psicologa
comparada nos ensea que, cuanto ms inteligente es
un animal, ms tiende a reflexionar sobre las acciones
por las que utiliza las cosas y a aproximarse as al hombre;
pero sus acciones adoptaban ya, por s mismas, las
principales lneas de la accin humana, discernan en el
mundo material las mismas direcciones generales que nosotros separbamos, se apoyaban en los mismos objetos
enlazados entre s por las mismas relaciones, de suerte
que la inteligencia animal, aunque no forma conceptos
propiamente dichos, se mueve ya en una atmsfera conceptual. Absorbida en todo instante por los actos y actitudes que salen de ella, atrada por ellos hacia afuera,
exteriorizndose as con relacin a s misma, sin duda
ejecuta las representaciones antes que las piensa; al menos
esto dibuja ya globalmente el esquema de la inteligencia
humana 1. Explicar la inteligencia del hombre por la del
animal consiste pues simplemente en desarrollar en lo
humano un embrin de humanidad. Mustrase cmo una
cierta direccin ha sido seguida cada vez ms lejos por
seres cada vez ms inteligentes. Pero desde el momento que
ponemos la direccin, ponemos tambin la inteligencia.
Aparece ciertamente de una vez, al modo como se
presenta la materia en la cosmogona de Spencer. Y se nos
muestra la materia como obedeciendo a leyes, enlazn1
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dose los obj etos a los objetos y los hechos a los
hechos por relaciones constantes, recibiendo la
conciencia la impronta de estas relaciones y de estas
leyes, y adoptan do as la configuracin general de la
naturaleza para determinarse en inteligencia. Pero cmo
no ver que se supone la inteligencia desde el momento
que se ponen los objetos y los hechos? A priori, fuera
de toda hiptesis sobre la esencia de la materia, es
evidente que la mater i a l i d a d d e u n c u e r p o n o s e
d e t i e n e e n e l p u n t o e n q u e lo tocamos. Est presente
en todas partes donde se deja sentir su influencia.
Ahora bien, su fuerza atractiva, para no hab la r m s qu e
de e l la , se ej er ce sobr e el sol , sobre los planetas, quiz
sobre el universo entero. Cuanto ms avanza la fsica,
ms borra la individualidad de los cuerpos e incluso la
de las part culas en las que comenzaba por
descomponerlos la imaginacin cientfica; cuerpos y
corpsculos tienden a fundirse en una interaccin
universal. Nuestras percepciones nos dan el dibujo de
nuestra accin posible sobre las cosas ms que el de las
cosas mismas. Los contornos que encontramos a los
objetos sealan simplemente lo que podemos alcanzar
y modificar de ello s. Las lneas que vemos trazadas a
travs de la ma t e r i a so n l a s mi s m a s s ob r e l a s q u e
e s t a mo s l l a m a do s a circular. Contornos y ca minos se
han acusado a medi da que se preparaba la accin de la
conciencia sobre la m a t e r i a , e s d e c i r, e n s u m a , a
m e d i d a q u e s e c o n s t i t u a la inteligencia. Es dudoso
que animales que responden a otro plano distinto al
nuestro, como por ej emplo moluscos e insectos, recorten
la materia segn las mismas articulaciones. Ni siquiera es
necesario que la recorten en cuerpos. Para seguir las
indicaciones del instinto, no se necesita percibir objetos,
basta distinguir propiedades. La intel igenci a, por el
contrario, incluso en su forma ms baja, aspira ya a
hacer que la materia acte sobre la materia. Si, por
algn lado, la materia se presta a una divisin en
agentes y pacientes, o simplemente en fragmentos
coexistentes y distintos, por este lado la mirar la inteligencia. Y, cuanto ms se ocupe de dividir, ms desplegar en el espac io, en forma de extensin yuxtapuesta
a la extensin, una materia que tiende sin duda a la espacialidad, pero cuyas partes estn todava, sin embargo, en
e s t a do
de
i mp l i c a c i n
y
de
co mp en e t r a c i n
r e c p ro c a s .
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As, el mismo movimiento que lleva al espritu a determinarse en inteligencia, es decir en conceptos distintos,
lleva a la materia a dividirse en objetos claramente exteriores unos a otros. Cuanto ms se intelectualiza la
conciencia, ms se espacializa la materia. Es decir, que
cuando la filosofa evolucionista se representa en el espacio una materia recortada segn las lneas mismas que
seguir nuestra accin, se da de antemano, ya hecha, la
inteligencia que pretenda engendrar.
La metafsica se entrega a un trabajo del mismo gnero, pero ms sutil y ms consciente de s mismo, cuando
deduce a priori las categoras del pensamiento. Comprime
la inteligencia, la reduce a su quintaesencia y la hace
residir en un principio tan simple que se podra creerla
vaca: de este principio obtiene en seguida lo que ha
encerrado en l en potencia. Por ah, mustrase sin duda
la coherencia de la inteligencia consigo misma, se define la
inteligencia, se da la frmula, pero no se traza del todo su
gnesis. Una empresa como la de Fichte, aunque ms
filosfica que la de Spencer en cuanto que respeta ms el
orden verdadero de las cosas, apenas nos conduce ms
lejos que ella. Fichte torna el pensamiento en estado de
concentracin y lo dilata en realidad. Spencer parte de la
realidad exterior y la condensa en inteligencia, o
contrada o explcita, aprehendida en s misma por una
visin directa o percibida por reflexin en la naturaleza,
como en un espejo.
La coincidencia de la mayor parte de los filsofos sobre
este punto proviene de que estn de acuerdo en afirmar la
unidad de la naturaleza y en representarse esta unidad en
una forma abstracta y geomtrica. Entre lo organizado y
lo no organizado no ven o no quieren ver la fisura. Unos
parten de lo inorgnico y pretenden, complicndolo consigo
mismo, reconstruir el ser vivo; otros colocan primero la
vida y se encaminan hacia la materia bruta por un
decrescendo hbilmente economizado; pero, para unos y
para otros, no hay en la naturaleza ms que diferencias de
grado: grados de complejidad en la primera hiptesis,
grados intensidad en la segunda. Una vez admitido este
principio, la inteligencia se hace tambin tan amplia
como lo real, porque es indudable que lo que hay de
geomtrico en las cosas es enteramente accesible
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nudo que ha enlazado el razonamiento y que l no
desatar.
El riesgo parecer, por lo dems, mucho menor a medida que adoptemos el punto de vista en que nos colocamos. Hemos mostrado que la inteligencia se ha separado
de una realidad ms amplia, pero que no ha habido jams fisura clara entre las dos: alrededor del pensamiento
conceptual subsiste una franja indistinta que recuerda su
origen. Adems, comparbamos la inteligencia a un ncleo slido que se habra formado por va de condensacin. Este ncleo no difiere radicalmente del fluido que
lo envuelve. Y se reabsorber en l porque est hecho
de la misma sustancia. El que se lanza al agua no habiendo conocido jams otra cosa que la resistencia de
tierra firme, se ahogara al instante si no se debatiese
contra la fluidez del nuevo medio; forzosamente habr
de asirse a lo que el agua presente todava, por decirlo
as, de solidez. Tan slo con esta condicin termina por
acomodarse al fluido en lo que tiene de inconsistente.
As ocurre con nuestro pensamiento cuando se decide a
dar el salto.
Pero es necesario que salte, es decir que salga de su
medio. Jams la razn, por s misma, podr extender
su poder, aunque esta extensin no aparezca del todo como
irrazonable una vez realizada. Por ms que ejecutis mil
variaciones sobre el tema de la marcha, no obtendris de
ah una regla para nadar. Entrad en el agua, y, cuando
sepis nadar, comprenderis que el mecanismo de la natacin se refiere al de la marcha. El primero prolonga el
segundo, pero el segundo no os habra introducido en
el primero. As, podris especular tan inteligentemente
como queris sobre el mecanismo de la inteligencia, que
no llegaris nunca, por este mtodo, a sobrepasarlo. Obtendris ms complicacin, pero no algo superior o incluso simplemente diferente. Es preciso forzar las cosas
y, por un acto de voluntad, llevar a la inteligencia fuera
de s misma.
El crculo vicioso no es, pues, ms que aparente. Es,
por el contrario, real, a nuestro entender, con cualquier
otra manera de filosofar. Lo que querramos mostrar en
pocas palabras, aunque no fuese ms que para probar
que la filosofa no puede ni debe aceptar la relacin es-
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rosa para empujar hasta el fin la inversin de su movimiento natural. Por otra parte, nos explicaramos as que
la materia acente tambin su materialidad bajo la mirada
del espritu. Ha comenzado por ayudar a ste a descender
su pendiente hasta ella, le ha dado el impulso. Pero el
espritu no se detiene, una vez lanzado. La representacin
que forma del espacio puro no es ms que el esquema del
trmino en el que concluira este movimiento. Una vez en
posesin de la forma de espacio, se sirve de ella como de
una red de mallas que puede hacerse y deshacerse a
voluntad, y que, arrojada sobre la materia, la divide
segn lo exigen las necesidades de nuestra accin. As, el
espacio de nuestra geometra y la espacialidad de las cosas
se engendran mutuamente por la accin y la reaccin
recprocas de los dos trminos que son de la misma
esencia, pero que marchan en sentido inverso el uno del
otro. Ni el espacio es tan extrao a nuestra naturaleza como
nos lo figuramos, ni la materia es tan completamente extensa
en el espacio como nuestra inteligencia y nuestros sentidos
se la representan.
Hemos tratado en otra parte del primer punto. En lo
que concierne al segundo, nos limitaremos a hacer observar que la espacialidad perfecta consistira en una perfecta exterioridad de unas partes con relacin a las otras,
es decir, en una independencia recproca completa. Ahora
bien, no hay punto material que no acte sobre cualquier
otro punto material. Si se echa de ver que una cosa est
verdaderamente all donde acta, nos veremos llevados a
decir (como haca Faraday 2) que todos los tomos se
interpenetran y que cada uno de ellos llena el mundo.
En una hiptesis tal, el tomo o, ms generalmente, el
punto material se convierte en una simple consideracin
del espritu, a la que se llega continuando por bastante
tiempo el trabajo (plenamente relativo a nuestra facultad
de actuar) por el cual subdividimos la materia en cuerpos
Sin embargo, es indiscutible que la materia se presta a
esta subdivisin, y que al suponerla repartida en partes
exteriores unas a otras, construimos una ciencia
suficientemente representativa de lo real. Es indudable
2 FARADAY , A speculation concerning electric conduction (Phil-os.
Magazine, 3a serie, vol. XXIV).
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esta medida, la ciencia habr de ser considerada convencionalmente; pero la convencionalidad lo ser de hecho,
por decirlo as, y no de derecho En principio, la ciencia
positiva versa sobre la realidad misma, con tal que no salga
de su dominio propio, que es la materia inerte.
El conocimiento cientfico, as considerado, se eleva.
En cambio, la teora del conocimiento se convierte en
una empresa infinitamente difcil y que sobrepasa las
fuerzas de la pura inteligencia. No basta ya, en efecto,
determinar por un anlisis llevado con prudencia, las categoras del pensamiento, se trata de engendrarlas. En lo
que concierne al espacio, sera preciso, por un esfuerzo
sui generis del espritu, seguir la progresin o, mejor, la
regresin de lo extraespacial, degradndose en espacialidad. Al colocarnos, en principio, tan altos como nos es
posible en nuestra conciencia para dejarnos caer en seguida poco a poco, tenemos ciertamente el sentimiento
de que nuestro yo se extiende en recuerdos inertes exteriorizados unos con relacin a otros, en lugar de manifestarse en un querer indivisible y actuante. Pero esto no
es ms que un comienzo. Nuestra conciencia, al esbozar
el movimiento, nos muestra su direccin y nos hace entrever la posibilidad de que se contine hasta el fin; pero
ella no va tan lejos. Por el contrario, si consideramos la
materia que nos parece de buenas a primeras coincidir
con el espacio, encontramos que, cuanto ms se fija nuestra
atencin en ella, ms entran unas en otras las partes que
estimbamos yuxtapuestas, subsistiendo en cada una de
ellas la accin del todo que le es, por consiguiente,
presente de algn modo. As, aunque se despliega en el
sentido del espacio, la materia no concluye en l por
completo: de lo cual puede deducirse que no hace ms
que continuar mucho ms lejos el movimiento que la
conciencia poda esbozar en nosotros en estado naciente.
Tenemos pues en nuestras manos los dos extremos de la
cadena, aunque no alcancemos a aprehender los restantes
anillos. Se nos escaparn siempre? Debemos considerar
que la filosofa, tal como la definimos, no ha tomado todava conciencia de s misma. La fsica comprende su
papel cuando empuja la materia en el sentido de la espacialidad; pero ha comprendido la metafsica el suyo
cuando sigue pura y simplemente los pasos de la fsica,
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labras se dividirn en slabas que percibir de manera sucesiva. Vayamos ms lejos todava en el sentido del ensueo: distinguir ahora las letras unas de otras, y las
ver desfilar, entrelazadas, sobre una hoja de papel imaginario. Admirar entonces la precisin de los entrelazamientos, el orden maravilloso del cortejo, la insercin
exacta de las letras en las slabas, de las slabas en las palabras y de las palabras en las frases. Cuanto ms avance
en el sentido completamente negativo del relajamiento,
ms extensin y complicacin habr creado; y cuanto ms
aumente a su vez la complicacin, ms admirable me parecer el orden que contina reinando, inquebrantable,
entre los elementos. Sin embargo, esta complicacin y
esta extensin no representan nada positivo: expresan una
deficiencia del querer. Y, por otra parte, es preciso que
el orden crezca con la complicacin, ya que no es ms
que un aspecto suyo: cuantas ms partes se perciben simblicamente en un todo indivisible, ms aumenta, necesariamente, el nmero de las relaciones que tienen las
partes entre s, puesto que la misma indivisin del todo
real contina cernindose sobre la multiplicidad creciente
de los elementos simblicos en la que lo ha descompuesto
el aflojamiento de la atencin. Una comparacin de este
gnero har comprender, en cierta medida, cmo la misma
supresin de realidad positiva, la misma inversin de un
cierto movimiento original, puede crear a la vez la
extensin en el espacio y el orden admirable que nuestra
matemtica descubre en l. Hay, sin duda, esta diferencia
en los dos casos: que las palabras y las letras han sido
inventadas por un esfuerzo positivo de la humanidad, en
tanto que el espacio surge automticamente, como surge,
una vez puestos los dos trminos, el resto de una
sustraccin 3. Pero, lo mismo en un caso que en otro,
3
Nuestra comparacin no hace otra cosa que desarrollar el
contenido del trmino , tal como lo entiende Plotino. Porque,
por una parte el de este filsofo es un poder generador e
informador, un aspecto o un fragmento de la , y por otra parte
Plotino habla de l algunas veces como de un discurso. Ms generalmente, la relacin que establecemos, en el presente capitulo,
entre la "extensin" y la "distensin", semeja por ciertos lados a
la que supone Plotino (en razonamientos que debieron inspirar
a Ravaison), cuando hace de la extensin, no sin duda una inversin
del Ser original sino un debilitamiento de su esencia, una de las
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la complicacin hasta el infinito de las partes y su perfecta coordinacin entre s se han originado a la vez por
una inversin que es, en el fondo, una interrupcin, es
decir una disminucin de realidad positiva.
Todas las operaciones de nuestra inteligencia tienden a
la geometra, como al trmino en el que encuentran su
perfecto acabamiento. Pero, como la geometra les es
necesariamente anterior (puesto que estas operaciones no
abocarn jams a reconstruir el espacio y no pueden hacer otra cosa que drselo), es evidente que se trata de
una geometra latente, inmanente a nuestra representacin del espacio, que es el gran resorte de nuestra inteligencia y el que la hace marchar Nos convenceremos de
ello considerando las dos funciones esenciales de la inteligencia: la facultad de deducir y la de inducir.
Comencemos por la deduccin. El mismo movimiento
por el que trazo una figura en el espacio engendra sus
propiedades; son visibles y tangibles en este movimiento
mismo; siento y vivo en el espacio la relacin de la definicin a sus consecuencias, de las premisas a la conclusin. Todos los dems conceptos de los que me sugiere
la idea la experiencia, slo en parte pueden reconstruirse
a priori; la definicin de ellos ser pues imperfecta y las
deducciones en que entren estos conceptos, por rigurosamente que se encadene la conclusin a las premisas, participarn de esta imperfeccin. Pero cuando trazo grosso
modo en la arena la base de un tringulo y comienzo a
formar los dos ngulos en la base, s de una manera
cierta y comprendo absolutamente que, si estos dos ngulos son iguales, los lados lo sern tambin, pudiendo
entonces la figura volverse sobre s misma sin que nada
cambie en ella Lo s, en verdad, antes de haber aprendido geometra As, anterior a la geometra cientfica hay
ltimas etapas de la procesin. (Vase en particular: Enn., IV,
III, 9-11 y III, VI, 17-18.) Sin embargo, la filosofa antigua no vio qu
consecuencias resultaban de esto para las matemticas, porque Plotino, al igual que Platn, erigi las esencias matemticas en realidades absolutas. Sobre todo, se dej engaar por la analoga exterior
de la duracin con la extensin. Dio el mismo trato a ambas,
considerando el cambio como una degradacin de la inmutabilidad, lo
sensible como una cada de lo inteligible. De ah, como mostraremos
en el captulo prximo, una filosofa que desconoce la funcin y el
alcance reales de la inteligencia.
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una geometra natural cuya claridad y evidencia sobrepasan a las de las dems deducciones. Porque stas versan
sobre cualidades y no ya sobre magnitudes. Se forman,
pues, sin duda, sobre el modelo de las primeras y reciben
su fuerza de lo que, bajo la cualidad, transparenta
confusamente la magnitud. Sealemos que las cuestiones de
situacin y de magnitud son las primeras que se presentan a
nuestra actividad, las que la inteligencia exteriorizada en
accin resuelve antes incluso de que haya aparecido la
inteligencia reflexiva: el salvaje se las arregla mejor que el
civilizado para calcular distancias, para determinar una
direccin, para rehacer de memoria el esquema
frecuentemente complejo del camino que ha recorrido, y
poder volver as, en lnea recta, a su punto de partida 4 .
Si el animal no deduce explcitamente, si no forma
conceptos explcitamente, no puede representarse un
espacio homogneo. No hay lugar a que os representis
este espacio sin introducir, a la vez, una geometra virtual
que se degradar, por s misma, en lgica. Toda la
repugnancia de los filsofos a considerar las cosas bajo este
punto de vista, proviene de que el trabajo lgico de la
inteligencia representa a sus ojos un esfuerzo positivo del
espritu. Pero, si se entiende por espiritualidad una marcha
adelante hacia creaciones siempre nuevas, hacia
conclusiones inconmensurables con las premisas e indeterminables con relacin a ellas, deber decirse de una
representacin que se mueve entre relaciones de determinacin necesaria, a travs de premisas que contienen
de antemano su conclusin, y que ella sigue la direccin
inversa, la de la materialidad. Lo que se nos aparece,
desde el punto de vista de la inteligencia, como un esfuerzo, es en s un abandono. Y en tanto que, desde el
punto de vista de la inteligencia, hay una peticin de
principio al hacer salir automticamente del espacio la
geometra, de la geometra misma la lgica, por el contrario, si el espacio es el trmino ltimo del movimiento
de relajacin del espritu, no puede darse el espacio sin
presentar as la lgica y la geometra, que estn en el
trayecto que tiene como trmino la pura intuicin espacial.
No se ha sealado bastante cun dbil es el alcance
4
BASTIAN,
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concuerda con este orden y esta complicacin, y los admira porque se reconoce en ellos. Pero lo que es admirable en s, lo que merecera provocar el asombro, es la
creacin sin cesar renovada que el todo de lo real, indivisible, cumple en su marcha, porque ninguna complicacin del orden matemtico consigo mismo, por sabia
que se la suponga, introducir jams un tomo de novedad
en el mundo, mientras que, una vez puesto este poder de
creacin (y existe, ya que tomamos conciencia de l en
nosotros, al menos, cuando obramos libremente), no
tiene ms que distraerse de s mismo para debilitarse,
debilitarse para extenderse, y extenderse para que el orden
matemtico que preside la disposicin de los elementos
as distinguidos, y el determinismo inflexible que los
enlaza, manifiesten la interrupcin del acto creador; no
forman, por lo dems, sino una unidad con esta interrupcin misma.
Esta tendencia completamente negativa es la que expresan las leyes particulares del mundo fsico. Ninguna
de ellas, tomada aparte, tiene realidad objetiva: es la
obra de un sabio que ha considerado las cosas desde un
cierto punto de vista, aislado ciertas variables, aplicado
ciertas unidades convencionales de medida. Y, sin embargo, hay un orden casi matemtico inmanente a la materia, orden objetivo, al que nuestra ciencia se aproxima
a medida de su progreso. Porque si la materia es un relajamiento de lo inextensivo en extensivo y, por ello, de
la libertad en necesidad, aunque no coincida con el puro
espacio homogneo, ella se ha constituido por el movimiento que conduce a l, y desde entonces se encuentra
en el camino de la geometra. Es verdad que nunca se
aplicarn por completo aqu las leyes de forma matemticas, pues sera preciso para esto que la materia fuese
puro espacio y que saliese de la duracin.
No insistiremos jams lo bastante en lo que hay de
artificial en la forma matemtica de una ley fsica y, por
consiguiente, en nuestro conocimiento cientfico de las
cosas 7. Nuestras unidades de medida son convencionales
7 Hacemos alusin aqu', sobre todo, a los profundos estudios
de ED . LE R OY , aparecidos en la Revue de mtaphysique et de
morale.
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el principio que no tiene ms que aflojarse para extenderse, de tal manera que la interrupcin de la causa equivale aqu a una inversin del efecto?
A falta de una palabra mejor, le hemos dado la
denominacin de conciencia. Pero no se trata de esta conciencia disminuida que funciona en cada uno de nosotros. Nuestra conciencia es la conciencia de un cierto
ser vivo, colocada en un cierto punto del espacio; y aunque marcha en la misma direccin que su principio, se
ve atrada sin cesar en sentido inverso, obligada, aunque
camine delante, a volver la mirada hacia atrs. Esta visin retrospectiva es, como hemos mostrado, la funcin
natural de la inteligencia y, por consiguiente, de la conciencia distinta. Para que nuestra conciencia coincidiese
con algo de su principio, seria preciso que se separase
del todo hecho para unirse a lo que est hacindose. Sera preciso que, al volverse sobre s misma, la facultad de
ver fuese una misma cosa con el acto de querer. Esfuerzo
doloroso, que podemos realizar bruscamente violentando
la naturaleza, pero no sostener ms all de algunos instantes. En la accin libre, cuando contraemos todo nuestro ser para lanzarlo hacia adelante, tenemos la conciencia ms o menos clara de los motivos y de los mviles, e
incluso, en rigor, del devenir por el cual se organizan en
acto; pero el puro querer, la corriente que atraviesa esta
materia comunicndole la vida, es cosa que apenas sentimos, que todo lo ms rozamos al pasar. Tratemos de
instalarnos en ella, aunque no sea ms que por un mo mento: aun entonces se da un querer individual, fragmentario, que nosotros aprehendemos. Para llegar al principio de toda vida, como tambin de toda materialidad,
sera necesario ir todava ms lejos. Y es esto posible?
No, ciertamente; la historia de la filosofa est ah para
atestiguarlo. No hay sistema durable que no sea, al menos en algunas de sus partes, vivificado por la intuicin.
La dialctica es necesaria para poner a prueba la intuicin, necesaria tambin para que la intuicin se refracte
en conceptos y se propague a otros hombres; pero no
hace, con frecuencia, ms que desarrollar el resultado de
esta intuicin que la sobrepasa.
A decir verdad, las dos marchas son de sentido contrario: el mismo esfuerzo por el cual se enlaza unas ideas
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a otras hace desaparecer la intuicin que las ideas se proponan almacenar. El filsofo se ve obligado a abandonar
la intuicin una vez que ha recibido su impulso, findose
entonces en s mismo para continuar el movimiento y
empujando ahora los conceptos unos detrs de otros.
Pero bien pronto se da cuenta de que no hace pie y que
le es necesario un nuevo contacto; deber, pues, deshacer
la mayor parte de lo que haba hecho. En resumen, la
dialctica asegura el acuerdo de nuestro pensamiento
consigo mismo. Pero por medio de la dialctica que no
es ms que una relajacin de la intuicin son posibles
muchos acuerdos, y no hay, sin embargo, ms que una
verdad. Si la intuicin pudiese prolongarse ms all de
algunos instantes, no asegurara solamente el acuerdo del
filsofo con su propio pensamiento, sino tambin el de
todos los filsofos entre s. Tal como existe, fugaz e incompleta, es, en cada sistema, lo que vale ms que el
sistema y lo que le sobrevive. El objeto de la filosofa se
habra alcanzado si esta intuicin pudiera sostenerse, generalizarse y, sobre todo, asegurarse puntos de orientacin exteriores para no extraviarse. Para esto es necesario
un vaivn continuo entre la naturaleza y el espritu.
Cuando colocamos de nuevo nuestro ser en nuestra
voluntad, y nuestro querer mismo en el impulso que l
prolonga, comprendemos, nos damos cuenta, que la realidad es un crecimiento perpetuo, una creacin que se
prosigue sin fin. Nuestra voluntad cumple ya este milagro. Toda obra humana que encierra una parte de invencin, todo acto voluntario que encierra una parte de
libertad, todo movimiento de un organismo que manifiesta espontaneidad, trae al mundo algo nuevo. No se
trata, es verdad, ms que de creaciones de forma; y cmo
ciertamente podra ser otra cosa? No somos la corriente
vital misma; somos esta corriente ya cargada de materia,
es decir, de partes congeladas de su sustancia que acarrea a
lo largo de su trayecto. En la composicin de una obra
genial, lo mismo que en una simple decisin libre, creemos oportuno alargar hasta el mximo el resorte de nuestra
actividad y crear as lo que no habra podido darnos
ninguna reunin pura y simple de materiales (qu yuxtaposicin de curvas conocidas equivaldr jams al trazo
a lpiz de un gran artista?), y no deja de haber aqu ele-
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d e me di da . D ic e que, en un si st e ma que se supone ce rrado, la energa total, es decir, la suma de las energas
cintica y potencial, permanece constante. Ahora bien, si
no hubiese ms que energa cintica en el mundo, o in cluso si no hubiese, ade ms de la energa cintica, ms
que una sola especie de energa potencial, el artificio de
la medida no bastara para volver la ley artificial. La ley de
conservacin de la energa expresara que algo se conser va
en cantidad constante. Pero ha y en realidad ener g a s de
n a t u r a l e z a d i ve r sa 1 1 , y l a me di da de ca da una de ellas ha
sido escogida evidentemente de manera que just i fi que e l
p ri nc ip io de la conse r va ci n de l a energ a. L a pa r t e de
c o n v e n c i n i n h e r e n t e a e st e pr i nc i p i o e s, pues, bastante
grande, aunque haya sin duda, entre las variaciones de las
di versas energas que componen un mismo sistema, una
solidaridad que ha hecho posible precisamente la extensin
del principio por medidas convenientemente escogidas. Si
pues la filosofa hace aplicacin de este principio al
conjunto del sistema solar, deber al menos difuminar sus
contornos. La ley de conservacin de la energa no podr
expresar aqu la permanencia objetiva de una cierta
cantidad de una cierta cosa, sino ms bi e n l a ne c e s i d a d
p a r a t o d o c a m b i o q ue s e p r o du c e de ser contrapesado, en
alguna parte, por un cambio de sent i do c ont r a r i o. E s de c i r
q u e , i n c l u so si r i ge el c onj unt o de nuestro siste ma solar,
la le y de conservacin de la energa nos adoctrina sobre
la relacin de un fra gmento de este mundo con otro
fragmento antes que sobre la naturaleza del todo.
Otra cosa ocurre con el segundo principio de la term o d i n m i c a . L a l e y de de gr a da c i n de l a ene rg a , e n
efecto, no se aplica esencialmente a magnitudes. Sin duda
la idea primera naci, en el pensamiento de Carnot, de
ciertas consideraciones cuantitativas sobre el rendimiento
de las mquinas tr micas. Sin duda ta mbin, es en tr minos matemticos como la generaliz Clausius, en la
c o n c e p c i n d e u n a m a gn i t u d c a l c u l a b l e , l a "e n t r o p a ", a
la que aboca. Estas precisiones son necesarias para las
a p l i c a c i o n e s. Pe r o l a l e y que da r a for mul a da de m a ne r a
11
Sobre estas diferencias de cualidad, vase la obra de
L'volution de la mcanique, Paris, pg. 197 y ss.
DUHEM,
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hace de la serie entera de los seres vivos una nica inmensa ola que corre sobre la materia, sino que cada individuo mismo se nos aparece como un agregado, agregado
de molculas y agregado de hechos. La razn de esto se
encontrara en la estructura de nuestra inteligencia, que
est hecha para obrar desde fuera sobre la materia y
que no llega a ella sino practicando, en el flujo de lo
real, cortes instantneos cada uno de los cuales se vuelve,
en su fijeza, indefinidamente descomponible.
Al no percibir en un organismo ms que partes exteriores a otras partes, el entendimiento no puede elegir
ms que entre dos sistemas de aplicacin: o mantener la
organizacin infinitamente complicada (y, por ello, infinitamente sabia) para una reunin fortuita, o atenerse a
la influencia incomprensible de una fuerza exterior que
habra agrupado sus elementos. Pero esta complicacin
es obra del entendimiento, lo mismo que esta incomprensibilidad. Tratemos de ver, no ya con los ojos de la inteligencia, que no aprehende ms que el todo hecho y
que mira desde fuera, sino con el espritu, quiero decir,
con esta facultad de ver que es inmanente a la facultad
de actuar y que brota, en cierto modo, de la torsin del
querer sobre s mismo. Todo se confiar al movimiento y
todo se resolver en l. All donde el entendimiento, que
se ejerce sobre la imagen que suponemos fija de la accin
en marcha, nos muestre partes infinitamente mltiples y un
orden infinitamente sabio, adivinaremos un proceso
simple, una accin que se hace a travs de una accin del
mismo gnero que se deshace, algo as como el camino que
se abre el ltimo cohete de un fuego de artificio entre las
cenizas que caen de los cohetes ya extintos.
Desde este punto de vista se aclararn y se completarn las consideraciones generales que presentbamos
sobre la evolucin de la vida. Se separar ms claramente
lo que hay de accidental, lo que hay de esencial en esta
evolucin.
El impulso de vida de que hablamos consiste, en suma,
en una exigencia de creacin. No puede crear en absoluto,
porque encuentra ante l la materia, es decir, el
movimiento inverso al suyo. Pero se apodera de esta
materia, que es la necesidad misma, y tiende a introdu-
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prndente y chocante, pero de la que no debemos hacer
responsable al principio mismo de la vida.
La parte de la contingencia es, pues, grande en la
evolucin. Contingentes, las ms de las veces, son las
formas adoptadas, o, mejor, inventadas. Contingente, relativa a los obstculos encontrados en determinado lugar,
en determinado momento, la disociacin de la tendencia
primordial en tales y cuales tendencias complementarias
que crean lneas divergentes de evolucin. Contingentes
las detenciones y los retrocesos; contingentes, en amplia
medida, las adaptaciones. nicamente dos cosas son necesarias: 1, una acumulacin gradual de energa; 2, una
canalizacin elstica de esta energa en direcciones variables e indeterminables, al cabo de las cuales estn los
actos libres.
Este doble resultado ha sido obtenido de cierta manera
en nuestro planeta. Pero hubiese podido serlo por cualesquiera otros medios. No era necesario que la vida pusiese la mira en el carbono del cido carbnico principalmente. Lo esencial para ella era almacenar energa
solar; pero, en lugar de pedir al sol que separase unos
de otros, por ejemplo, los tomos de oxgeno y de carbono, hubiese podido (tericamente al menos y abstraccin hecha de dificultades de ejecucin quiz insuperables) proponerle otros elementos qumicos, que le sera
preciso entonces asociar o disociar por medios fsicos
completamente diferentes. Y si el elemento caracterstico
de las sustancias energticas del organismo hubiese sido
otro que no fuese el carbono, tambin el elemento caracterstico de las sustancias plsticas no sera probablemente el nitrgeno. La qumica de los cuerpos vivos hubiese sido, pues, radicalmente diferente de lo que es.
Y habran resultado de ello formas vivas sin analoga
con las que conocemos, cuya anatoma hubiese sido otra
y otra tambin su fisiologa. nicamente la funcin sensoriomotriz se hubiese conservado, si no en su mecanismo, al menos en sus efectos. Es pues verosmil que la
vida se desenvuelva en otros planetas, en otros sistemas
solares tambin, en formas de las que no tenemos idea,
en condiciones fsicas que, segn nuestra fisiologa, nos
parecen rechazables de modo absoluto. Si trata esencialmente de captar la energa utilizable para gastarla en ac-
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Hemos desenvuelto este punto en un trabajo titulado: introduction la mtaphysique (Revue de mtaphysique et de morale,
enero 1903, pgs. 1 a la 25).
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SERKOVSKI ,
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CAPTULO IV
EL MECANISMO CINEMATOGRFICO
DEL PENSAMIENTO 1 Y LA ILUSIN
MECANICISTA. EXAMEN DE LA HISTORIA
DE LOS SISTEMAS. EL DEVENIR REAL
Y EL FALSO EVOLUCIONISMO
Nos queda por examinar dos ilusiones tericas que hemos encontrado constantemente en nuestro camino, y
cuyas consecuencias, ms an que el principio, habamos
considerado hasta el momento. Ese ser el objeto del
presente captulo. Nos proporcionar la ocasin de
descartar ciertas objeciones, de disipar ciertos malentendidos y, sobre todo, de definir con ms claridad, oponindola a otras, una filosofa que ve en la duracin el
tejido mismo de la realidad.
Materia o espritu, la realidad se nos aparece como
un perpetuo devenir. Se hace o se deshace, pero de hecho
no es jams. Tal es la intuicin que tenemos del espritu
cuando separamos el velo que se interpone entre nuestra
conciencia y nosotros. He aqu tambin lo que la
inteligencia y los mismos sentidos nos mostraran de la
materia, si obtuviesen de ella una representacin inmediata y desinteresada. Pero, preocupados ante todo de las
necesidades de la accin, la inteligencia y los sentidos se
limitan a tomar de tarde en tarde, sobre el devenir de
la materia, vistas instantneas y, por esto mismo, inm1
La parte de este captulo que trata de la historia de los sistemas, y en particular de la filosofa griega, no es otra cosa que el
resumen muy sucinto de consideraciones desenvueltas con amplitud, de 1900 a 1904, en nuestras lecciones del Colegio de Francia,
sobre todo en un curso sobre la Historia de la idea de tiempo (19021903). Comparbamos all el mecanismo del pensamiento conceptual al
del cinematgrafo. Creemos que puede ser til todava esta comparacin.
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se la representa en el interior de s mismo. Lo que constatamos en nosotros, son tambin fenmenos que se producen y no, evidentemente, fenmenos que no se producen. Experimento una sensacin o una emocin, concibo
una idea, tomo una resolucin: mi conciencia percibe
estos hechos que son otras tantas presencias, y no hay
momento o hechos de este gnero que no me sean presentes. Puedo sin duda interrumpir, por el pensamiento,
el curso de mi vida interior, suponer que duermo sin ensueo o que he cesado de existir; pero, en el instante
mismo en que hago esta suposicin, me concibo, me imagino en vigilia sobre mi sueo o sobreviviendo a mi aniquilamiento y no renuncio a percibirme desde el interior
ms que para refugiarme en la percepcin exterior de
m mismo. Es decir, que tambin aqu lo lleno sucede
siempre a lo lleno, de tal modo que una inteligencia que
no fuese ms que inteligencia, que no tuviese ni sentimiento de pesar ni de deseo, que regulase su movimiento
sobre el movimiento de su objeto, no concebira incluso
una ausencia o un vaco. La concepcin de un vaco nace
aqu cuando la conciencia, en retraso consigo misma, permanece ligada al recuerdo de un estado antiguo siendo
as que otro estado ya se hace presente. No es ms que
una comparacin entre lo que es y lo que podra o debera
ser, entre lo lleno y lo lleno. En una palabra, trtese de
un vaco de materia o de un vaco de conciencia, la
representacin del vaco es siempre una representacin
llena, que se resuelve en el anlisis en dos elementos positivos; la idea, distinta o confusa, de una sustitucin, y
el sentimiento, experimentado o imaginado, de un deseo
o de un pesar.
Se sigue de este doble anlisis que la idea de la nada
absoluta, entendida en el sentido de una anulacin de
todo, es una idea destructiva de s misma, una pseudoidea, una simple palabra. Si suprimir una cosa consiste
en reemplazarla por otra; si no es posible pensar la ausencia de una cosa sino por la representacin ms o menos
explcita de la presencia de alguna otra cosa; en fin, si
anulacin significa en primer lugar sustitucin, la idea de
una "anulacin de todo" es tan absurda como la de un
crculo cuadrado. El absurdo no salta a la vista, porque
no existe objeto particular que no se pueda suponer
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anulado: entonces, del hecho de que no exista
prohibicin de suprimir por el pensamiento cada cosa
alternativamente, se concluye que es posible suprimirlas
todas juntamente. No se ve que suprimir cada cosa
alternativamente, consiste precisamente en reemplazarla
poco a poco por otra y que desde ese momento la supresin
de todo implica una verdadera contradiccin en los
trminos, ya que esta operacin consistira en destruir la
condicin misma que le permite efectuarse.
Pero la ilusin es tenaz. De que suprimir una cosa
consista de hecho en sustituirla por otra, no se concluir,
no se querr concluir que la anulacin de una cosa por
el pensamiento implique sustituirla, con el pensamiento,
por una cosa nueva. Se estar de acuerdo con nosotros
en que una cosa es siempre reemplazada por otra e incluso que nuestro espritu no puede pensar la desaparicin de un objeto exterior o interior, sin representarse
en una forma indeterminada y confusa, es verdad
su sustitucin por otro objeto. Pero se aadir que la representacin de una desaparicin es la de un fenmeno
que se produce en el espacio o al menos en el tiempo, que
implica tambin, por consiguiente, la evocacin de una
imagen y que se tratara precisamente aqu de liberarse
de la imaginacin para hacer un llamamiento al entendimiento puro. No hablemos ya, pues, se nos dir, de desaparicin o de anulacin; stas son operaciones fsicas.
No nos representemos que el objeto A es anulado o est
ausente. Digamos simplemente que lo pensamos "inexistente". Anularlo es actuar sobre l en el tiempo y quiz
tambin en el espacio; es aceptar, por consiguiente, las
condiciones de la existencia espacial y temporal, aceptar
la solidaridad que enlaza un objeto a todos los dems y
le impide desaparecer sin ser reemplazado inmediatamente.
Pero podemos liberarnos de estas condiciones: basta que,
por un esfuerzo de abstraccin, evoquemos la representacin del objeto A solamente, que convengamos primero en considerarlo como existente y que en seguida,
por un trazo de pluma intelectual, borremos esta clusula.
El objeto vendr a ser entonces, por nuestro decreto,
inexistente.
Pues sea. Borremos pura y simplemente la clusula.
No debe creerse que nuestro trazo de pluma se baste a
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facultad de desdoblarse y de juzgarse a s mismo: la humedad del suelo no dejar por ello de subsistir, capaz de
inscribirse automticamente en la sensacin y de enviar
una vaga representacin a la inteligencia embrutecida. La
inteligencia afirmar pues, todava, en trminos implcitos. Y, por consiguiente, ni los conceptos distintos, ni las
palabras, ni el deseo de extender la verdad alrededor de
s, ni el de mejorarse a s mismo, pertenecan a la esencia
misma de la afirmacin. Pero esta inteligencia pasiva,
que sigue maquinalmente los pasos de la experiencia, que
no se adelanta ni se retrasa con respecto al curso de lo
real, no tendra ninguna veleidad por negar. No sabra
recibir una impronta de negacin, porque, an una vez
ms, lo que existe puede registrarse, pero la inexistencia
de lo inexistente no se registra. Para que una inteligencia
tal llegue a negar, ser preciso que despierte de su embotamiento, que formule la decepcin de una espera real
o posible, que corrija un error actual o eventual, en fin,
que se proponga ensear la leccin a los dems y a s
misma.
Ms dificultad habr en darse cuenta de ello con el
ejemplo que hemos escogido, pero el ejemplo no dejar
de ser ms instructivo y el argumento ms probatorio. Si
la humedad es capaz de venir a registrarse automticamente, ocurrir lo mismo, se dir, con la no-humedad,
porque lo seco puede, tanto como lo hmedo, dar impresiones a la sensibilidad que las transmitir como representaciones ms o menos distintas a la inteligencia. En
este sentido, la negacin de la humedad sera cosa tan
objetiva, tan puramente intelectual, tan alejada de toda
intencin pedaggica como la afirmacin. Pero mirmoslo
ms de cerca: se ver que la proposicin negativa "el suelo
no est hmedo" y la proposicin afirmativa "el suelo est
seco" tienen contenidos completamente diferentes. La
segunda implica que se conoce lo seco, que se ha
experimentado las sensaciones especficas, tctiles o visuales, por ejemplo, que estn en la base de esta representacin. La primera no exige nada semejante: poda
igualmente ser formulada por un pez inteligente, que no
hubiese percibido nunca ms que lo hmedo. Sera preciso, es verdad, que este pez se hubiese elevado hasta la
distincin de lo real y de lo posible y que procurase salir
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al encuentro del error de sus congneres, los cuales consideran sin duda como nicamente posibles las condiciones
de humedad en que ellos efectivamente viven. Ateneos
estrictamente a los trminos de la proposicin "el suelo
no est hmedo" y hallaris que significa dos cosas: 1,
que podra creerse que el suelo est hmedo; 2", que la
humedad es reemplazada de hecho por una cierta cualidad
x. Esta cualidad la dejamos en la indeterminacin, sea
porque no se tenga conocimiento positivo de ella, sea
porque no tenga ningn inters actual para la persona a la
que se dirige la negacin. Negar consiste, pues, siempre
en presentar en una forma mutilada un sistema de dos
afirmaciones, una determinada que se refiere a un cierto
posible, otra indeterminada, que afecta a la realidad
desconocida o indiferente que suplanta esta posibilidad: la
segunda afirmacin est virtualmente contenida en el juicio
que nosotros formulamos sobre la primera, juicio que es la
negacin misma. Y lo que da a la negacin su carcter
subjetivo, es precisamente que, en la constatacin de
una sustitucin, no tiene en cuenta ms que al
reemplazado y no se ocupa del reemplazante. Y el
reemplazado no existe sino como concepcin del espritu.
Es preciso, para continuar vindolo y por consiguiente para
hablar de l, volver la espalda a la realidad, que corre del
pasado al presente, de atrs hacia adelante. Es lo que se
hace cuando se niega. Se constata el cambio, o ms
generalmente la sustitucin, como vera el recorrido del tren
un viajero que mirase desde atrs y no pudiese conocer en
cada instante ms que el punto donde acaba de estar; no
determinara jams su posicin actual sino por relacin a
la que acaba de dejar en lugar de expresarla en funcin
de s misma.
En resumen, para un espritu que siguiese pura y
simplemente el hilo de la experiencia, no habra vaco,
nada, incluso relativa o parcial, ni negacin posible. Un
espritu as vera que los hechos suceden a los hechos,
los estados a los estados, las cosas a las cosas. Lo que observara en todo momento, son cosas que existen, estados
que aparecen, hechos que se producen. Vivira en lo actual
y, si fuese capaz de juzgar, no afirmara jams otra cosa
que la existencia del presente.
Dotemos a este espritu de memoria y, sobre todo, del
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deseo de hacer hincapi sobre el pasado. Dmosle la facultad de disociar y de distinguir. No observar ya solamente el estado actual de la realidad que pasa. Se representar el paso como un cambio, por consiguiente como
un contraste entre lo que ha sido y lo que es. Y como no
hay diferencia esencial entre un pasado que se recuerda y
un pasado que se imagina, deber elevarse en seguida a
la representacin de lo posible en general.
Discurrir as por la va de la negacin. Y sobre todo
estar a punto de representarse una desaparicin, pero
no llegar a ella. Para representarse que una cosa ha desaparecido, no basta percibir un contraste entre el pasado y
el presente; es preciso tambin volver la espalda al presente,
hacer hincapi en el pasado y pensar el contraste del
pasado con el presente en trminos de pasado solamente,
sin hacer figurar ah el presente.
La idea de anulacin no es, pues, una pura idea; implica que se deplora el pasado o que se le concibe como
deplorable, que hay alguna razn para echarle de menos.
Nace cuando el fenmeno de la sustitucin queda partido en dos por un espritu que no considera ms que la
primera mitad, porque no se interesa ms que por ella.
Suprimid todo inters, toda afeccin: no queda ms que
la realidad que transcurre y el conocimiento indefinidamente renovado que imprime en nosotros de su estado
presente.
De la anulacin a la negacin, que es una operacin
ms general, no hay ahora ms que un paso. Basta que
nos representemos el contraste de lo que es, no solamente
con lo que ha sido, sino tambin con todo lo que hubiera
podido ser. Y es preciso que expresemos este contraste en
funcin de lo que hubiera podido ser y no de lo que es,
que afirmemos la existencia de lo actual no mirando ms
que a lo posible. La frmula que as se obtiene no expresa
ya simplemente una decepcin del individuo: est hecha
para corregir o para prevenir un error, que se supone
ante todo ser el error de otro. En este sentido, la negacin
tiene un carcter pedaggico y social.
Ahora bien, una vez formulada la negacin, presenta un aspecto simtrico al de la afirmacin. Nos parece
entonces que, si sta afirmaba una realidad objetiva,
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El papel de la inteligencia consiste, en efecto, en presidir acciones. Ahora bien, en la accin, es el resultado el
que nos interesa; los medios importan poco con tal de que
sea alcanzado el fin. De ah proviene que tendamos por
entero a realizar el fin, confiando frecuentemente en l
para que, de idea, se convierta en acto. Y de ah proviene
tambin que el trmino en que descansar nuestra actividad
est slo representado explcitamente en nuestro espritu:
los movimientos constitutivos de la accin misma o
escapan a nuestra conciencia o no llegan a ella sino
confusamente. Consideremos un acto tan simple como el
de levantar el brazo. A dnde llegaramos si tuvisemos
que imaginar de antemano todas las contracciones y
tensiones elementales que implica, o incluso percibirlas,
una a una, mientras se realizan? El espritu se ve
transportado de una vez al fin, es decir, a la visin
esquemtica y simplificada del acto que se supone realizado. Entonces, si ninguna representacin antagnica neutraliza el efecto de la primera, por s mismos los movimientos apropiados vienen a llenar el esquema, aspirados,
de algn modo, por el vaco de sus intersticios. La
inteligencia no representa, pues, de la actividad ms que
fines que alcanzar, es decir, puntos de reposo. Y, de un fin
alcanzado a otro fin alcanzado, de un reposo a otro reposo, nuestra actividad se transporta por una serie de saltos,
durante los cuales nuestra conciencia se desva lo ms
posible del movimiento que se realiza para no mirar
ms que a la imagen anticipada del movimiento realizado.
Ahora bien, para que ella se represente, inmvil, el
resultado del acto que se realiza, es preciso que la inteligencia perciba, inmvil tambin, el medio en que se
encuadra este resultado. Nuestra actividad est inserta
en el mundo material. Si la materia se nos apareciese
como un perpetuo flujo, a ninguna de nuestras acciones
asignaramos un trmino. Nos daramos cuenta de que
cada una de ellas se disuelve a medida que se realiza
y nos anticiparamos a un futuro siempre huidizo. Para
que nuestra actividad salte de un acto a otro acto, es preciso que la materia pase de un estado a otro estado,
porque solamente en un estado del mundo material puede
insertar la accin un resultado y por consiguiente realizarse. Pero es as como se presenta la materia?
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A priori puede presumirse que nuestra percepcin se
las arregla para tomar la materia bajo este sesgo. rganos
sensoriales y rganos motores estn, en efecto, coordinados
unos a otros. Ahora bien, los primeros simbolizan nuestra
facultad de percibir, como los segundos nuestra facultad de
actuar. El organismo nos revela as, en una forma visible y
tangible, el acuerdo perfecto de la percepcin y de la
accin. Si, pues, nuestra actividad apunta siempre hacia
un resultado en el que momentneamente se inserta,
nuestra percepcin no debe retener apenas del mundo
material, en todo instante, ms que un estado en el que
provisionalmente se asienta. Tal es la hiptesis que se
presenta al espritu. Fcilmente comprobamos que la
experiencia la confirma.
Desde la primera ojeada sobre el mundo, antes incluso
de que delimitemos cuerpos, distingamos cualidades. Un
color sucede a un color, un sonido a un sonido, una
resistencia a una resistencia, etc. Cada una de estas cualidades, tomada aparte, es un estado que parece persistir
tal cual es, inmvil, esperando que otro le reemplace.
Sin embargo, cada una de estas cualidades se resuelve
tambin, en el anlisis, en un nmero enorme de movimientos elementales. Ya se vean en ella vibraciones o se
la represente de cualquier otra manera, hay un hecho
cierto y es que toda cualidad es cambio. En vano buscaremos aqu, bajo el cambio, la cosa que cambia; siempre
de manera provisional, y para satisfacer nuestra imaginacin, referimos el movimiento a un mvil. El mvil estuvo
sin cesar bajo la mirada de la ciencia, y sta jams se ha
ocupado de otra cosa que de la movilidad. En la ms
pequea fraccin perceptible de segundo, en la percepcin casi instantnea de una cualidad sensible, puede
haber trillones de oscilaciones que se repiten: la permanencia de una cualidad sensible consiste en esta repeticin de movimientos, como de palpitaciones sucesivas
est hecha la persistencia de la vida. La primera funcin
de la percepcin es precisamente aprehender una serie
de cambios elementales en forma de cualidad o de estado
simple, por un trabajo de condensacin. Cuanto mayor es
la fuerza de actuar compartida por una especie animal,
ms numerosos son, sin duda, los cambios elementales
que su facultad de percibir concentra en uno de sus ins-
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A estas tres maneras de ver corresponden tres categoras de palabras: los adjetivos, los sustantivos y los verbos, que son los elementos primordiales del lenguaje. Adjetivos y sustantivos simbolizan, pues, estados. Pero el
verbo mismo, si nos atenemos a la parte iluminada de la
representacin que evoca, apenas expresa otra cosa.
Si ahora se tratase de caracterizar con ms precisin
nuestra actitud natural frente al devenir, he aqu lo que
se encontrara. El devenir es infinitamente variado. El
que va del amarillo al verde no se parece al que va del
verde al azul: son movimientos cualitativos diferentes. El
que va de la flor al fruto no semeja al que va de la
larva a la ninfa y de la ninfa al insecto perfecto: se trata
aqu de movimientos evolutivos diferentes. La accin de
comer o de beber no se parece a la accin de golpearse:
son movimientos extensivos diferentes. Y estos tres gneros
de movimientos, cualitativo, evolutivo, extensivo, difieren
profundamente. El artificio de nuestra percepcin, al igual
que el de nuestra inteligencia o el de nuestro lenguaje,
consiste en extraer de aqu la representacin nica del
devenir en general, devenir indeterminado, simple
abstraccin que por s misma no dice nada y en la cual
incluso es raro que pensemos. A esta idea persistentemente la
misma, y por lo dems oscura o inconsciente, aadimos
entonces, en cada caso particular, una o varias imgenes
claras que representan estados y que sirven para
distinguir un devenir de otro devenir. Sustituimos, por
esta composicin de un estado especfico e indeterminado
con el cambio en general e indeterminado, la especificidad
del cambio. Una multiplicidad indefinida de devenir
diversamente coloreado, por decirlo as, pasa ante
nuestros ojos, y vemos simples diferencias de color, es
decir, de estado, bajo las cuales correra en la oscuridad un
devenir siempre y en todas partes el mismo, invariablemente
incoloro.
Supongamos que se quiera reproducir sobre una pantalla una escena animada, el desfile de un regimiento
por ejemplo. Habra una primera manera de hacerlo. Sera
recortando figuras articuladas que representasen a los
soldados, imprimiendo a cada una de ellas el movimiento
de la marcha, movimiento variable de individuo a indi-
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otra cosa que accionar una especie de cinematgrafo interior. Se resumira, pues, todo lo que precede diciendo
que el mecanismo de nuestro conocimiento usual es de
naturaleza cinematogrfica.
Sobre el carcter eminentemente prctico de esta operacin no hay duda posible. Cada uno de nuestros actos
apunta hacia una cierta insercin de nuestra voluntad en
la realidad. Es, entre nuestro cuerpo y los dems cuerpos,
un arreglo comparable al de los trozos de vidrio que
componen una figura caleidoscpica. Nuestra actividad
va de un arreglo a un reajuste, imprimiendo cada vez al
caleidoscopio, sin duda, una nueva sacudida, pero sin
interesarse en ella y no viendo ah ms que la nueva figura. El conocimiento que se da de la operacin de la
naturaleza debe ser, pues, exactamente simtrico al inters
que ella se toma por su propia operacin. En este sentido
podra decirse, si no se considerase que abusamos de un
cierto gnero de comparacin, que el carcter cinematogrfico de nuestro conocimiento de las cosas reside
en el carcter caleidoscpico de nuestra adaptacin a ellas.
El mtodo cinematogrfico es, pues, el nico prctico,
ya que consiste en regular la marcha general del conocimiento sobre la de la accin, esperando que el detalle de
cada acto se regule a su vez sobre el del conocimiento.
Para que la accin est siempre iluminada, es preciso que
la inteligencia est asimismo siempre presente; pero la
inteligencia, para acompaar as la marcha de la actividad
y asegurar su direccin, debe comenzar por adoptar su
ritmo. Discontinua es la accin, como toda pulsacin de
vida; discontinuo ser, pues, el conocimiento. El mecanismo de la facultad de conocer ha sido construido
con arreglo a este plan. Pero, siendo esencialmente prctico, puede servir a la especulacin? Tratemos, con l,
de seguir la realidad en sus rodeos y veamos lo que va a
pasar.
Sobre la continuidad de un cierto devenir he tomado
una serie de vistas que he enlazado entre s por "el devenir" en general. Pero quede entendido que no puedo
permanecer aqu. Lo que no es determinable no es representable: del "devenir en general" no tengo ms que un
conocimiento verbal. Al modo como la letra x designa
una cierta incgnita, cualquiera que sea, as mi "devenir
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*
Es decir, que no consideramos el sofisma de Zenn como
refutado por el hecho de la progresin geomtrica a.(1 + 1/n +
1/n + 1/n + ... etc.), donde a designa la separacin inicial entre
Aqui les y la tortuga y n la relacin de sus velocidades
respectivas, a una suma limitada si n es superior a la unidad. Sobre
este punto remitimos a la argumentacin de Evellin, que tenemos por
decisiva (vase EVELLIN , Infini et quantit, Pars, 1880. pgs. 63-97.
Cf. Revue philosophique, vol. XI, 1881, pgs. 564-568). La verdad es
que las matemticas como hemos tratado de probar en un trabajo
precedente no operan y no pueden operar ms que sobre longitudes. Han tenido, pues, que buscar artificios para transportar primero al movimiento, que no es una longitud, la divisibilidad de la
lnea que recorre, y en seguida para restablecer el acuerdo entre
la experiencia y la idea (contraria a la experiencia y plena de absurdos) de un movimiento-longitud, es decir, de un movimiento
aplicado contra su trayectoria y arbitrariamente descomponible como
ella.
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Nada ms fcil, por otra parte, que extender la argumentacin de Zenn al devenir cualitativo y al devenir
evolutivo. Se encontraran las mismas contradicciones.
Que el nio llegue a adolescente, luego a hombre maduro, en fin a viejo, esto se comprende cuando se considera que la evolucin vital es aqu la realidad misma.
Infancia, adolescencia, madurez, vejez son simples vistas
del espritu, detenciones posibles imaginadas por nosotros,
desde fuera, a lo largo de la continuidad de un progreso.
Consideremos, por el contrario, la infancia, la adolescencia,
la madurez y la vejez como partes integrantes de la
evolucin: se convierten en detenciones reales, y no concebimos ya cmo es posible la evolucin, porque descansos
yuxtapuestos no equivaldrn jams a un movimiento.
Cmo reconstruir lo que se hace con lo que ya est
hecho? Cmo, por ejemplo, pasar de la infancia, una
vez puesta como cosa, a la adolescencia, si por hiptesis
nos hemos dado solamente la infancia? Mirmoslo ms
de cerca: se ver que nuestra manera habitual de hablar,
que se regula sobre nuestra manera habitual de pensar,
nos conduce a verdaderas dificultades lgicas, dificultades
en las que nos comprometemos sin inquietud porque nos
damos cuenta confusamente que nos sera siempre lcito
salir de ellas; nos bastara, en efecto, renunciar a los hbitos cinematogrficos de nuestra inteligencia. Cuando
decimos que "el nio se hace hombre", guardmonos de
profundizar demasiado en el sentido literal de la expresin. Encontraramos que cuando colocamos al sujeto
"nio" el atributo "hombre", no le conviene todava, y
que cuando enunciamos el atributo "hombre", no se aplica
ya al sujeto "nio".
La realidad que es la transicin de la infancia a la
edad madura se nos ha escapado de las manos. No tenemos ms que las detenciones imaginarias "nio" y "hombre", y estamos prestos a decir que una de las dos es la
otra, lo mismo que la flecha de Zenn est, segn este
filsofo, en todos los puntos del trayecto. La verdad es
que si el lenguaje se modelase aqu sobre lo real, no diramos que "el nio se hace hombre", sino que "hay devenir del nio al hombre". En la primera proposicin, "se
hace" tiene sentido indeterminado, destinado a ocultar
el absurdo en que se cae atribuyendo el estado "hombre"
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matemtico a la unidad, la multiplica en el espacio y
en el tiempo. Para l la Idea inmvil y simple se
refracta en un movimiento indefinidamente propagado.
Lgicamente, no debiera haber ms que Ideas inmutables,
inmutablemente ajustadas unas a otras. De hecho, la materia viene a sobreaadir ah su vaco y descuelga con
ello el devenir universal. Ella es la inasible nada que,
deslizndose entre las Ideas, crea la agitacin sin fin y
la eterna inquietud, como una sospecha insinuada entre
dos corazones que se aman. Degradad las ideas inmutables: obtenis con ello el flujo perpetuo de las cosas. Las
Ideas o Formas son sin duda el todo de la realidad inteligible, es decir, de la verdad, en el que ellas representan, reunidas, el equilibrio terico del Ser. En cuanto
a la realidad sensible, es una oscilacin indefinida de
una y otra parte de este punto de equilibrio.
De ah una cierta concepcin de la duracin, a travs
de toda la filosofa de las Ideas, como tambin de la relacin del tiempo a la eternidad. A quien se instala en
el devenir la duracin se le aparece como la vida misma
de las cosas, como la realidad fundamental. Las Formas,
que el espritu asla y almacena en conceptos, no son entonces ms que vistas tomadas sobre la realidad cambiante.
Son momentos reunidos a lo largo de la duracin, y,
precisamente porque se ha cortado el hilo que las enlazaba
al tiempo, no duran ya. Tienden a confundirse con su
propia definicin, es decir, con la reconstruccin artificial
y la expresin simblica que es su equivalente intelectual.
Entran en la eternidad, si se quiere; pero lo que tienen de
eterno forma una unidad con lo que tienen de irreal. Por el
contrario, si se trata el devenir por el mtodo
cinematogrfico, las Formas no son ya vistas tomadas sobre
el cambio, son sus elementos constitutivos y representan
todo lo que hay de positivo en el devenir. La eternidad no
se cierne entonces por encima del tiempo como una
abstraccin, lo fundamenta como una realidad. Tal es
precisamente, sobre este punto, la actitud de la filosofa
de las Formas o de las Ideas. Establece entre la eternidad
y el tiempo la misma relacin que entre la moneda de oro y
el dinero suelto, dinero con el que el pago se prosigue
indefinidamente sin que la deuda se salde jams: en
cambio con la moneda de oro nos liberaramos
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de ella. Es lo que Platn expresa en su magnfico lenguaje cuando dice que Dios, al no poder hacer el mundo
eterno, le dio el Tiempo, "imagen mvil de la eternidad
5
".
De ah tambin una cierta concepcin de la extensin, que est en la base de la filosofa de las Ideas, aunque
no haya sido separada tan explcitamente. Imaginemos
asimismo un espritu que se coloque a lo largo del devenir
y que adopte su movimiento. Cada estado sucesivo, cada
cualidad, cada Forma en fin, se le aparecer como un
simple corte practicado por el pensamiento en el devenir
universal. Encontrar que la forma es esencialmente
extensin, siendo inseparable del devenir extensivo que la
ha materializado en el curso de su desarrollo. Toda forma
ocupa as espacio lo mismo que tiempo. Pero la filosofa
de las Ideas sigue la marcha inversa. Parte de la forma y
ve en ella la esencia misma de la realidad. No obtiene la
forma por una vista tomada sobre el devenir; se da formas
en lo eterno; de esta eternidad inmvil la duracin y el
devenir no seran otra cosa que la degradacin. La forma
as puesta, independiente del tiempo, no es entonces la
que recogemos en una percepcin; es un concepto. Y, como
una realidad de orden conceptual no ocupa ya extensin del
mismo modo que no tiene duracin, es preciso que las
Formas ocupen lugar fuera del espacio y estn colocadas por
encima del tiempo. Espacio y tiempo tienen, pues,
necesariamente, en la filosofa antigua, el mismo origen y
el mismo valor. Es la misma disminucin del ser la que
se expresa por una distensin en el tiempo y por una
extensin en el espacio.
Extensin y distensin manifiestan, pues, simplemente
el alejamiento entre lo que es y lo que debiera ser. Desde
el punto de vista en que se coloca la filosofa, el espacio y
el tiempo no pueden ser otra cosa que el campo que se da
una realidad incompleta o, mejor, extraviada de s
misma, para correr decididamente en su bsqueda.
nicamente habr que admitir aqu que el campo se
crea a medida del recorrido y que ste le deja, en cierto
modo, por debajo de s. Separad de su posicin de equi5
PLATN ,
Timeo, 37 d.
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Esto equivale a decir que lo fsico es lo lgico ya gastado. En esta proposicin se resume toda la filosofa de
las Ideas. Y ah se encuentra tambin el principio oculto
de la filosofa innata a nuestro entendimiento. Si la inmutabilidad es ms que el devenir, la forma es ms que
el cambio, y es por una verdadera cada por la que el
sistema lgico de las Ideas, racionalmente subordinadas
y coordinadas entre s, se disemina en una serie fsica de
objetos y de sucesos accidentalmente colocados los unos
a rengln seguido de los otros. La idea generatriz de un
poema se desenvuelve en millares de concepciones, las
cuales se materializan en frases que se despliegan en palabras. Y, cuanto ms se desciende de la idea inmvil,
enrollada en s misma, a las palabras que la despliegan,
ms lugar se deja a la contingencia y a la eleccin: otras
metforas, expresadas con otras palabras, hubiesen podido surgir tambin; una imagen es evocada por otra imagen, una palabra por otra palabra. Todas estas palabras
corren ahora unas tras otras, tratando en vano, por s
mismas, de darnos la simplicidad de la idea generatriz.
Nuestro odo no oye ms que las palabras; no percibe
pues ms que accidentes. Pero nuestro espritu, por saltos
sucesivos, pasa de las palabras a las imgenes, de las imgenes a la idea original, y remonta as, de la percepcin
de las palabras, accidentes provocados por accidentes, a
la concepcin de la Idea que se da por supuesta. As
procede la filosofa de cara al universo. La experiencia
hace pasar bajo sus ojos fenmenos que corren, ellos
tambin, unos tras otros en un orden accidental, determinado por las circunstancias de tiempo y de lugar. Este
orden fsico, verdadero decaimiento del orden lgico, no
es otra cosa que la cada de lo lgico en el espacio y en
el tiempo. Pero el filsofo, que pasa de lo percibido al
concepto, ve condensarse en lgica todo lo que el fsico
consideraba como realidad positiva. Su inteligencia, haciendo abstraccin de la materialidad que distiende el
ser, lo aprehende en s mismo en el inmutable sistema
de las Ideas. As se obtiene la Ciencia, que se nos aparece, completa y ya hecha, desde el momento que colocamos nuestra inteligencia en su verdadero lugar, corrigiendo
el alejamiento que la separaba de lo inteligible. La
ciencia no es, pues, una construccin humana. Es ante-
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virtual, jams actualmente realizada por la inteligencia
consciente. En esta intuicin veramos a Dios abrirse en
Id eas. Es ella la que "hace todo 7 ", representando con
r e l a c i n a l a i n t e l i ge nc i a di sc ur si va , e n mo vi mi e nt o e n
e l t ie mpo , e l mi smo pa pe l que repre se nt a e l Mot or in mvil con relacin al movimiento del cielo y al curso de
las cosas.
Encontraramos, pues, inmanente a la filosofa de las
Ideas, una concepcin sui generis de la causalidad, conc e p c i n q ue i m p o r t a pone r a pl e na l uz, por que a e l l a
l l e ga r c a d a u n o d e nosot r os c ua ndo si ga ha st a e l f i n,
para remontar hasta el origen de las cosas, el movimiento
natural de la inteligencia. A decir verdad, los filsofos
antiguos no la han formulado en ningn momento explcitamente. Se han limitado a sacar de ah sus consecuencias y, en general, nos han sealado puntos de vista so bre
ella antes de habrnosla presentado. Unas veces, en e fe ct o,
se n os ha bl a de una at racc in, otr as de un i mpulso
ejercido por el Primer motor sobre el conjunto del mundo.
Las dos consideraciones se encuentran en Aristteles, que
nos muestra en el movimiento del uni verso una aspiracin
de las cosas a la perfeccin divina, y por consiguiente una
ascensin hacia Dios, a la vez que lo describe como el
efecto de un contacto de Dios con la primera esfera y como
descendiendo, por consiguiente, de Dios a las cosas. Los
alejandrinos, a nuestro entender, no h i c i e r o n o t r a c o s a s i n o
s e g u i r e s t a d o b l e i n d i c a c i n c ua ndo hablan de pr oc esin
y de co n ve rsi n: t odo der i va del primer principio y todo
aspira a volver a l. Pero esta s dos conce pc ione s de l a
c au sa li dad di vin a no puede n i de nt i fi c a r se m s que si se
l a s r e fi e r e u n a y ot r a a una tercera que tenemos por
fundamental y que har c o mp r e nd e r, no s l o po r q u , e n
q u se n t i d o , l a s c os a s s e m u e ve n e n e l e s p a c i o y e n e l
t i e m p o , s i n o t a m b i n p or q u h a y e sp a c i o y t i e m po , po r
q u h a y m o v i m i e n t o y po r q u ha y c os a s.
Esta concepcin, que se trasparenta cada vez ms en
los razonamientos de los fi lsofos grie gos a medida que
se va de Platn a Plotino, la formularamos as: La posic i n d e u n a re a l i d ad i m pl i c a l a posi c i n si mul t ne a de
"'
ARISTTELES ,
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por ltima vez, aunque imperfectamente, el crculo original. As entendida, la relacin causal entre Dios y el
mundo se nos aparece como una atraccin y, si se mira
desde abajo, como un impulso, o una accin por contacto
si se mira desde lo alto, ya que el primer cielo, con su
movimiento circular, es una imitacin de Dios, y la imitacin es la recepcin de una forma. As, pues, segn se
mire en un sentido o en otro, se percibe a Dios como
causa eficiente o como causa final. Y, sin embargo, ninguna de estas dos relaciones es la relacin causal definitiva. La verdadera relacin es la que se encuentra entre
los dos miembros de una ecuacin, el primero de los
cuales es un trmino nico y el segundo una suma total
de un nmero indefinido de trminos. Es, si se quiere,
la relacin de la pieza de oro a su moneda, suponiendo
que la moneda se ofrece automticamente desde el mo mento que se presenta la pieza de oro. Solamente as se
comprender que Aristteles haya demostrado la necesidad de un pri mer motor in mvi l, no fundndose en
que el movimiento de las cosas ha debido tener un comienzo, sino, por el contrario, afirmando que este movimiento no ha podido comenzar y no debe terminar jams.
Si el movimiento existe, o, en otros trminos, si se cuenta
la moneda, es que est en alguna parte la pieza de oro.
Y si se prosigue la suma sin fin, suma que no ha co menzado nunca, es que el trmino nico que le equivale
eminentemente es eterno. No es posible una perpetuidad
de movilidad sino adosada a una eternidad de inmutabilidad, que desenvuelve en una cadena sin comienzo
ni fin.
Tal es la ltima palabra de la filosofa griega. No hemos
tenido la pretensin de reconstruirla a priori. Tiene orgenes
mltiples. Se relaciona, por medio de hilos invisibles, con
todas las fibras del alma antigua. En vano querramos
deducirla de un principio simple 1 0 . Pero si se elimina
todo lo que proviene de la poesa, de la reli gin, de la
vida social, como tambin de una fsica y de una biologa
todava rudimentarias, si se hace abstrac10
Casi hemos dado de lado a estas intuiciones admirables,
pero un poco fugaces, que Plotino deba ms tarde aprehender,
profundizar y fijar.
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surdo. Pero este absurdo es difcil de alejar, porque
nuest r a m e m o r i a t i e ne c os t u m b r e de a l i n e a r e n u n
e sp a c i o i de al l os t r minos que per ci be a lt er na ti va me nt e,
p or qu e se representa siempre la sucesin pasada en forma
de yuxtaposicin. Y, por lo dems, puede hacerlo, precisam e n t e p o r q u e e l p a s a d o e s l o ya i n v e n t a d o , l o m u e r t o
y no ya creacin y vida. Entonces, como la sucesin por
venir terminar por ser una sucesin pasada, nos persuadimos de que la sucesin por venir exige el mismo trato
que la duracin pasada, que desde ahora puede desarrollarse, y que el futuro est ah, enrollado, ya pintado sobre
la tela. Ilusin, sin duda, pero ilusin natural, tenaz, qu e
d u r a r t a n t o c o m o e l e sp r i t u h u ma no !
El tiempo es invencin o no es absolutamente nada.
Per o la f si ca no t ie ne en c ue nt a el t ie mpo- invenci n,
sujeta como est al mtodo cinematogrfico. Se limita a
contar las simultaneidades entre los hechos constitutivos
de este tiempo y las posiciones del mvil T sobre su tra yectoria. Separa estos hechos del todo que reviste en ca d a
m o m e n t o u n a n u e va f or m a y qu e l e s c o m un i c a a l go de
su n o ve d a d . Lo s c onsi de r a e n e st a do a bst r a c t o, t a l como
seran fuera del todo vivo, es decir, en un tiempo
d e se n vu e l t o e n e sp a c i o. N o r e t i e ne m s que l os suc e sos
o los sistemas de sucesos que se pueden aislar de esta
manera sin hacerles sufrir una deformacin demasiado
pro funda, porque slo ellos se prestan a la aplicacin de
su m to do . N ue st ra fsic a dat a del d a e n que se ha sa bido
aislar semejantes sistemas. En resumen, si la fsica moderna
se distingue de la antigua en que considera no importa qu
momento del tiempo, descansa toda ella en una sustitucin
del tiempo-invencin por el tiempo-lon-gitud.
Parece, pues, que paralelamente a esta fsica hubiese
debido constituirse un segundo gnero de conocimiento,
q ue ha br a ret en id o l o que la fsic a de ja ba e sc apar. So b r e
e l f l u j o m i s m o d e l a d u r a c i n l a c i e n c i a n o q u e r a ni
poda tener su presa, ligada como estaba al mtodo
cinematogrfico. Si se la hubiese separado de este mtodo
exigiramos con ello al espritu que renunciase a sus hbitos
ms queridos. Nos veramos transportados al interior del
devenir
por
un
esfuerzo
de
simpata.
No
nos
p r e gu n t a r a m o s ya dnde est a r un m vi l , qu c onfi gu -
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do que no percibimos forma sin materia. Pero si consideramos el objeto que cambia en un cierto momento
esencial, en su apogeo, podemos decir que roza su forma
inteligible. De esta forma inteligible, ideal y, por decirlo
as, lmite, se apodera nuestra ciencia. Y cuando posee
as la pieza de oro, tiene tambin de manera eminente esta
moneda menuda que es el cambio. Este es menos que
ser. El conocimiento que lo tomase como objeto, suponindolo posible, sera menos que ciencia.
Pero para una ciencia que coloca todos los instantes
del tiempo en el mismo rango, que no admite momento
esencial, ni punto culminante, ni apogeo, el cambio no
es ya una disminucin de la esencia, ni la duracin un
desleimiento de la eternidad. El flujo del tiempo se convierte aqu en la realidad misma, y lo que se estudia son
las cosas que transcurren. Es verdad que sobre la realidad que transcurre nos limitamos a tomar instantneas.
Pero, justamente por esta razn, el conocimiento cientfico debera hacer una llamada a otro conocimiento que
le completase. En tanto que la concepcin antigua del
conocimiento cientfico abocaba a hacer del tiempo una
degradacin, del cambio la disminucin de una Forma
dada por toda la eternidad, por el contrario, siguiendo
hasta el fin la concepcin nueva hubisemos llegado a
ver en el tiempo un aumento progresivo de lo absoluto
y en la evolucin de las cosas una invencin continua
de formas nuevas.
Es verdad que as hubisemos roto con la metafsica
de los antiguos. Estos no perciban ms que una sola manera de saber definitiva. Su ciencia consista en una metafsica diseminada y fragmentaria, su metafsica en una
ciencia concentrada y sistemtica: eran, todo lo ms, dos
especies de un mismo gnero. Por el contrario, en la hiptesis en que nosotros nos colocamos, ciencia y metafsica seran dos maneras opuestas, aunque complementarias, de conocer, la primera encargada de retener los
instantes, es decir lo que no dura, la segunda apoyando
sobre la duracin misma. Era natural que se dudase entre
una concepcin tan nueva de la metafsica y la concepcin
tradicional. Deba haber incluso una tentacin grande por
volver a comenzar sobre la nueva ciencia lo que se haba
ensayado en la antigua, suponiendo en se-
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DESCARTES ,
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r a la supr es in de tod a dur ac in efi c az , l a
a si mi l a c in del universo a una cosa dada que una
inteligencia sobrehumana abarcara de una vez, en el
instante o en lo etern o. S i gu i e nd o l a s e gun d a , p or e l
c on t r a r i o , ab o c a r a a todas las consecuencias que la
intuicin de la duracin verdadera implica. La creacin
no se aparecera ya simplemente como continuidad, sino
como continua. El universo, considerado en su conjunto,
evolucionara verdaderamente. El futuro no sera ya
determinable en funcin del presente; todo lo ms,
podra dec irse que una vez realizado volva a
encontrarse en sus antecedentes, como l o s s o n i d o s d e
u n a n u e v a l e n g u a s e e x p r e s a n c o n l a s letras de un
anti guo alfabeto: se dila ta entonces el valor de las
letras, se les atribuye retroactivamente sonoridades que
ninguna combinacin de los antiguos sonidos hubiese
podido hacer prever. En fin, la explicacin mecanicista
poda quedar como universal en cuanto se hubiese ex tendido a tantos sis temas cuantos cortes pudiesen
hacers e e n l a c o n t i n u i d a d d e l u n i v e r s o ; p e r o e l
m e c a n i c i s mo se convertira entonces mejor que en un
mtodo en una doctrina. Expresara que la ci encia
debe proceder a la man er a c in e ma t ogr fi ca , qu e su
pap e l con si s te en med ir el ritmo de transcurso de las
cosas y no en insertarse en ellas. Estas eran las dos
concepciones opuestas de la metafsica que se ofrecan
a la filosofa.
Y, ciert amente, se orient hacia la primera. La
razn de esta eleccin estriba sin duda en la tendencia
del
espri tu
a
proceder
segn
el
m todo
cine matogrfi co, mt odo t a n na tu ra l a nues tr a
i nt e l i ge nc i a, t an bi en aj us ta do a las exigencias de
nuestra ciencia que es preciso estar s e g u r o d e s u
i m p o t e n c i a e s p e c u l a t i v a p a r a r e n u n c i a r a l en
metafsica. Pero la influencia de la filosofa antigua lo
fue tambin por alguna razn. Artistas extraordinarios
los griegos crearon un tipo de verdad suprasensible y
de belleza sensible, a cuyo atractivo resulta difcil
resistir. Desde el momento que nos inclinamos a hacer
de la metafsica una sistematizacin de la ciencia, nos
deslizamos en la direccin de Platn y de Aristte les.
Y, una vez entrados en esta zona de atraccin por
donde caminan los filsofos griegos, nos vemos
arrastrados a su rbita.
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noza, con Leibniz, se supone terminada la sntesis unificadora de los fenmenos de la materia: todo se explicara
en ella mecnicamente. Pero para los hechos conscientes
no se lleva la sntesis hasta el fin. Nos detenemos a mitad
de camino. Suponemos !a conciencia coextensiva a tal o
cual parte de la naturaleza, y no ya a la naturaleza entera.
Se aboca, as, unas veces, a un "epifenomenismo" que
refiere la conciencia a ciertas vibraciones partculares y
la pone aqu y all en el mundo, en estado espordico;
otras veces, a un "monismo" que esparce la conciencia en
tantos granos como tomos. Pero tanto en un caso como en
otro, se llega a un spinozismo o a un leibnizianismo
incompleto. Entre esta concepcin de la naturaleza y el
cartesianismo encontraramos, por lo dems, los intermedios
histricos. Los mdicos filsofos del siglo XVIII, con su
cartesianismo restringido, han influido mucho en la
gnesis del "epifenomenismo" y del "monismo" contemporneos.
Estas doctrinas estn en retraso con respecto a la crtica
kantiana. Ciertamente, la filosofa de Kant est imbuida de
la creencia en una ciencia una e ntegra, que abarca la
totalidad de lo real. Incluso considerndola en un cierto
aspecto, no es ms que una prolongacin de la metafsica de
los modernos y una trasposicin de la metafsica antigua.
Spinoza y Leibniz, siguiendo el ejemplo de Aristteles,
haban hipostasiado en Dios la unidad del saber. La crtica
kantiana, por uno de sus lados al menos, consiste en
preguntarse si la totalidad de esta hiptesis era necesaria
a la ciencia moderna como lo haba sido a la ciencia
antigua, o si no bastara slo con una parte de la
hiptesis. Para los antiguos, en efecto, la ciencia apoyaba
en conceptos, es decir, en especies de cosas. Reuniendo todos
los conceptos en uno solo, llegaban pues necesariamente a
un ser, que poda llamarse Pensamiento, sin duda; pero
que era antes bien pensamiento-objeto que pensamientosujeto: cuando Aristteles defina a Dios como la
pona probablemente el acento sobre y no
sobre . Dios era aqu la sntesis de todos los conceptos,
la idea de las ideas. Pero la ciencia moderna rueda sobre
leyes, es decir, sobre relaciones. Ahora bien, una relacin es
un enlace establecido por un espritu entre dos o varios
trminos. Una relacin no es nada
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los que se establecen las relaciones un origen extra-intelectual. Afirmaba, contra sus predecesores inmediatos,
que el conocimiento no puede resolverse enteramente en
trminos de inteligencia. Reintegraba a la filosofa, pero
modificndolo, transportndolo a otro plano, este elemento
esencial de la filosofa de Descartes que haba sido
abandonado por los cartesianos.
Por ah franqueaba el paso a una filosofa nueva, instalada en la materia extra-intelectual del conocimiento
por un esfuerzo superior de intuicin. Coincidiendo con
esta materia, adoptando el mismo ritmo y el mismo movimiento, no poda la conciencia, por dos esfuerzos de
direccin inversa, elevndose y descendiendo alternativamente, aprehender desde dentro y no ya percibir desde
fuera las dos formas de la realidad, cuerpo y espritu? Este
doble esfuerzo no nos hara, en la medida de lo posible,
revivir lo absoluto? Como, por otra parte, en el curso de
esta operacin veramos a la inteligencia surgir de s
misma, recortarse en el todo del espritu, el conocimiento
intelectual se aparecera entonces tal como es, limitado,
pero no relativo.
Esta era la direccin que el kantismo poda mostrar a
un cartesianismo revivificado. Pero Kant mismo no se
aventur en esta direccin.
No quiso aventurarse porque, al asignar al conocimiento una materia extra-intelectual, juzgaba esta materia
o coextensiva a la inteligencia o ms estrecha que la
inteligencia. Desde ese momento no poda ya pensar en
recortar la inteligencia en ella, ni por consiguiente volver
a trazar la gnesis del entendimiento y de sus categoras. Los
cuadros del entendimiento y el entendimiento mismo
deban ser aceptados como son, ya hechos. Entre la materia presentada a nuestra inteligencia y esta inteligencia
misma no haba parentesco alguno. El acuerdo entre ambas
provena de que la inteligencia impona su forma a la
materia. De suerte que no solamente era preciso poner
la forma intelectual del conocimiento como una especie
de absoluto y renunciar a hacer su gnesis, sino que la
materia misma de este conocimiento pareca demasiado
triturada por la inteligencia para que pudiese esperarse
alcanzarla en su pureza original. No era la "cosa en s",
no era ms que su refraccin a travs de nuestra atmsfera.
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base probable de todos los cuerpos, en el modelo de las
propiedades de la materia que nosotros percibimos. Pero
la filosofa se remonta a ms altura que el ter, simple
figuracin esquemtica de !as relaciones aprehendidas por
nuestros sentidos entre los fenmenos. Sabe perfectamente
que lo que hay de visible y de tangible en las cosas
representa nuestra accin posible sobre ellas. Y no es dividiendo lo evolucionado como alcanzaremos el principio
de lo que evoluciona. Ni tampoco recomponiendo lo evolucionado consigo mismo como reproduciremos la evolucin
de la que l es el trmino.
Se trata del espritu? Por la composicin de lo reflejo
con lo reflejo, Spencer cree engendrar alternativamente
el instinto y la voluntad razonable. No ve que lo reflejo
espacializado, al ser un punto terminal de la evolucin
con el mismo ttulo que la voluntad consolidada, no podr
suponerse en el punto de partida. Es muy probable que el
primero de los dos trminos haya alcanzado antes que
el otro su forma definitiva; pero uno y otro, con todo, son
depsitos del movimiento evolutivo, y el movimiento
evolutivo mismo no puede ya expresarse en funcin del
primer todo solamente como tampoco en funcin del segundo. Sera preciso comenzar por mezclar lo reflejo y lo
voluntario. Sera preciso luego ir a la bsqueda de la realidad fluida que se precipita en esta doble forma y que,
sin duda, participa de la una y de la otra sin ser ningu na
de las dos. En el grado ms bajo de la escala animal, en
los seres vivos que se reducen a una masa protoplasmtica
indiferenciada, la reaccin a la excitacin no pone todava
en ejercicio un mecanismo determinado, como en el
reflejo; no tiene que escoger entre varios mecanismos
determinados, como en el acto voluntario; no es, pues, ni
voluntario ni reflejo, y, sin embargo, anuncia uno y otro.
Experimentamos en nosotros mismos algo de la verdadera
actividad original cuando ejecutamos movimientos semivoluntarios y semi-automticos para escapar a un peligro
que nos amenaza: pero esto no es todava ms que una
muy imperfecta imitacin de la marcha primitiva, porque
tenemos que habrnoslas entonces con una mezcla de dos
actividades ya constituidas, ya localizadas en un cerebro y
en una mdula, mientras que la actividad primera es cosa
simple, que se diversifica por
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la produccin misma de mecanismos como los de la mdula y del cerebro. Pero Spencer cierra los ojos a todo
esto, porque la esencia de su mtodo consiste en recomponer lo consolidado con lo consolidado, en lugar de tratar
de encontrar el trabajo gradual de consolidacin, que es la
evolucin misma.
Se trata, en fin, de la correspondencia entre el espritu
y la materia? Spencer tiene razn cuando define la
inteligencia por esta correspondencia. Tiene razn cuando
ve en ella el trmino de una evolucin. Pero cuando
pretende trazar esta evolucin, integra tambin lo evolucionado con lo evolucionado sin darse cuenta que se toma
as un trabajo intil: al darse el fragmento menor de lo
actualmente evolucionado coloca el todo de lo evolucionado actual, y vanamente entonces pretendera hacer su
gnesis.
Para Spencer, en efecto, los fenmenos que se suceden
en la naturaleza proyectan en el espritu humano imgenes
que los representan. A las relaciones entre los fenmenos
corresponden pues, simtricamente, relaciones entre las
representaciones. Y las leyes ms generales de la
naturaleza, en las cuales se condensan las relaciones entre
los fenmenos, se nos aparecen aqu como habiendo
engendrado los principios directores del pensamiento, en
los que se han integrado las relaciones entre las representaciones. La naturaleza se refleja pues en el espritu.
La estructura ntima de nuestro pensamiento se corresponde
por tanto, toda ella, con la armazn misma de las cosas.
As es, indudablemente; pero para que el espritu humano
pueda representarse relaciones entre los fenmenos, es
preciso tambin que haya fenmenos, es decir hechos
distintos, recortados en la continuidad del devenir. Y
desde el momento que se da este modo especial de
descomposicin, tal como lo percibimos hoy, se nos da
tambin la inteligencia, tal como es hoy, porque con relacin a ella, y solamente a ella, lo real se descompone
de esta manera. Pensamos acaso que el mamfero y el
insecto observan los mismos aspectos de la naturaleza,
trazan en ellas las mismas divisiones y desarticulan el
todo de la misma manera? No obstante, el insecto tiene
ya algo de nuestra inteligencia. Cada ser descompone el
mundo material segn las lneas mismas que su accin
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nos dice de lo que evoluciona, nada tampoco de la
evolucin.
Y es precisamente esta evolucin lo que deberamos
encontrar. Ya en el dominio de la fsica misma, los sabios que profundizan ms en su ciencia se inclinan a
creer que no se puede razonar sobre las partes como se
razona para el todo, que los mismos principios no son
aplicables al origen y al trmino de un progreso, que ni
la creacin ni la aniquilacin, por ejemplo, son inadmisibles cuando se trata de los corpsculos constitutivos del
tomo. Con ello tienden a colocarse en la duracin concreta, la nica en la que hay generacin, y no solamente
composicin de partes. Es verdad que la creacin y
la aniquilacin de que hablan conciernen al movimiento o
a la energa, y no al medio imponderable a travs del
cual circularan la energa y el movimiento. Pero qu
puede quedar de la materia cuando se suprime todo lo
que la determina, es decir, precisamente, la energa y el
movimiento? El filsofo debe ir ms lejos que el sabio.
Haciendo tabla rasa de lo que no es ms que un smbolo
imaginativo, ver que el mundo material se resuelve en un
simple flujo, en una continuidad de fluencia, en un
devenir. Y se preparar as a encontrar la duracin real
all donde es ms til encontrarla, en el dominio de la
vida y de la conciencia. Porque mientras se trate de
la materia bruta, puede desdearse la continuidad de
fluencia sin cometer error grave: la materia, lo hemos
dicho ya, est lastrada de geometra y no dura, ella realidad que desciende, ms que por su solidaridad con lo
que asciende. Pero la vida y la conciencia son esta subida misma. Una vez que se las ha aprehendido en su
esencia adoptando su movimiento, se comprende cmo
deriva de ellas la realidad. Aparece la evolucin y, en el
seno de esta evolucin, la determinacin progresiva de la
materialidad y de la intelectualidad por la consolidacin
gradual de una y otra. Pero entonces se inserta en el
movimiento evolutivo, para seguirlo hasta en sus resultados
actuales, en lugar de recomponer artificialmente estos
resultados con sus propios fragmentos. Esta nos parece ser
la funcin caracterstica de la filosofa. As comprendida, la
filosofa no es solamente el retorno del espritu a s mismo,
la coincidencia de la conciencia humana
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con el principio vi vo de! que emana, una toma de contacto
con el esfuerzo creador. Es la profundizacin del devenir
en general, el evolucionismo verdadero y, por consiguiente,
la verdadera prolongacin de la ciencia, siempre que
entendamos por esta ltima palabra un conjunto de
verdades comprobadas o demostradas y no una cierta
escolstica nueva que haya surgido durante la segunda
mitad del si glo X IX alrededor de la fsica de Ga li le o,
c o mo l a a nt i gu a alr ededor de Ar istte le s.
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