Walsh Rodolfo Diez Cuentos Policiales Argentinos
Walsh Rodolfo Diez Cuentos Policiales Argentinos
Walsh Rodolfo Diez Cuentos Policiales Argentinos
NOTICIA
Sur, 1942.
A Victoria Ocampo
En la pgina 252 de la Historia de la Guerra Europea de Liddell Hart,
se lee que una ofensiva de tres divisiones britnicas (apoyadas por mil
cuatrocientas piezas de artillera) contra la lnea SerreMontauban haba sido
planeada para el veinticuatro de julio de 1916 y debi postergarse hasta la
maana del da veintinueve. Las lluvias torrenciales (anota el capitn Liddell
Hart) provocaron esa demora, nada significativa, por cierto. La siguiente
declaracin, dictada, releda y firmada por el doctor Yu Tsun, antiguo
catedrtico de ingls en la Hochschule de Tsingtao, arroja una insospechada luz
sobre el caso. Faltan las dos pginas iniciales.
... y colgu el tubo. Inmediatamente despus, reconoc la voz que haba
contestado en alemn. Era la del capitn Richard Madden. Madden, en el
departamento de Viktor Runeberg, quera decir el fin de nuestros afanes y
pero eso pareca muy secundario, o deba parecrmelo tambin de nuestras
vidas. Quera decir que Runeberg haba sido arrestado, o asesinado 3. Antes que
declinara el sol de ese da yo correra la misma suerte. Madden era implacable.
Mejor dicho, estaba obligado a ser implacable. Irlands a las rdenes de
Inglaterra, hombre acusado de tibieza y tal vez de traicin, cmo no iba a
abrazar y agradecer este milagroso favor: el descubrimiento, la captura, quiz
la muerte, de dos agentes del imperio alemn? Sub a mi cuarto; absurdamente
cerr la puerta con llave y me tir de espaldas en la estrecha cama de hierro.
En la ventana estaban los tejados de siempre y el sol nublado de las seis. Me
pareci increble que ese da sin premoniciones ni smbolos fuera el de mi
muerte implacable. A pesar de mi padre muerto, a pesar de haber sido un nio
en un simtrico jardn de Hai Feng, yo, ahora, iba a morir? Despus reflexion
que todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos
de siglos y slo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el
aire, en la tierra y en el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a m El casi
intolerable recuerdo del rostro acaballado de Madden aboli esas divagaciones.
En mitad de mi odio y de mi terror (ahora no me importa hablar de terror;
ahora que he burlado a Richard Madden, ahora que mi garganta anhela la
cuerda) pens que ese guerrero tumultuoso y sin duda feliz no sospechaba que
yo posea el Secreto. El nombre del preciso lugar del nuevo parque de artillera
britnico sobre el Ancre. Un pjaro ray el cielo gris y ciegamente lo traduje en
un aeroplano y a ese aeroplano en muchos (en el cielo francs) aniquilando el
parque de artillera con bombas verticales. Si mi boca, antes que la deshiciera
un balazo, pudiera gritar ese nombre de modo que lo oyeran en Alemania... Mi
voz humana era muy pobre. Cmo hacerla llegar al odo del jefe? Al odo de
aquel hombre enfermo y odioso, que no saba de Runeberg y de m sino que
estbamos en Staffordshire y que en vano esperaba noticias nuestras en su
rida oficina de Berln, examinando infinitamente peridicos... Dije en voz alta:
Debo huir. Me incorpor sin ruido, en una intil perfeccin de silencio, como si
Madden ya estuviera acechndome. Algo tal vez la mera ostentacin de
probar que mis recursos eran nulos me hizo revisar mis bolsillos. Encontr lo
que saba que iba a encontrar. El reloj norteamericano, la cadena de nquel y la
moneda cuadrangular, el llavero con las comprometedoras llaves intiles del
departamento de Runeberg, la libreta, una carta que resolv destruir
inmediatamente (y que no destru), una corona, dos chelines y unos peniques, el
lpiz rojoazul, el pauelo, el revlver con una bala. Absurdamente lo empu y
sopes para darme valor. Vagamente pens que un pistoletazo puede orse muy
lejos. En diez minutos mi plan estaba maduro. La gua telefnica me dio el
nombre de la nica persona capaz de transmitir la noticia: viva en un suburbio
de Fenton, a menos de media hora de tren.
3
Hiptesis odiosa y estrafalaria. El espa prusiano Hans Rabener, alias Viktor Runeberg, agredi con
una pistola automtica al portador de la orden de arresto, capitn Richard Madden. Este, en defensa
propia, le caus heridas que determinaron su muerte. (Nota del Editor.)
Albert? Sin aguardar contestacin, otro dijo: La casa queda lejos de aqu, pero
usted no se perder si toma ese camino a la izquierda y en cada encrucijada del
camino dobla a la izquierda. Les arroj una moneda (la ltima), baj unos
escalones de piedra y entr en el solitario camino. Este, lentamente, bajaba. Era
de tierra elemental, arriba se confundan las ramas, la luna baja y circular
pareca acompaarme.
Por un instante, pens que Richard Madden haba penetrado de algn
modo mi desesperado propsito. Muy pronto comprend que eso era imposible. El
consejo de siempre doblar a la izquierda me record que tal era el
procedimiento comn para descubrir el patio central de ciertos laberintos. Algo
entiendo de laberintos: no en vano soy bisnieto de aquel Ts'ui Pn, que fue
gobernador de Yunnan y que renunci al poder temporal para escribir una novela
que fuera todava ms popular que el Hung Lu Meng y para edificar un laberinto
en el que se perdieran todos los hombres. Trece aos dedic a esas
heterogneas fatigas, pero la mano de un forastero lo asesin y su novela era
insensata y nadie encontr el laberinto. Bajo rboles ingleses medit en ese
laberinto perdido: lo imagin inviolado y perfecto en la cumbre secreta de una
montaa, lo imagin borrado por arrozales o debajo del agua, lo imagin infinito,
no ya de quioscos ochavados y de sendas que vuelven, sino de ros y provincias y
reinos... Pens en un laberinto de laberintos, en un sinuoso laberinto creciente
que abarcara el pasado y el porvenir y que implicara de algn modo los astros.
Absorto en esas ilusorias imgenes, olvid mi destino de perseguido. Me sent,
por un tiempo indeterminado, percibidor abstracto del mundo. El vago y vivo
campo, la luna, los restos de la tarde, obraron en m; asimismo el declive que
eliminaba cualquier posibilidad de cansancio. La tarde era ntima, infinita. El
camino bajaba y se bifurcaba entre las ya confusas praderas. Una msica aguda
y como silbica se aproximaba y se alejaba en el vaivn del viento, empaada de
hojas y de distancias. Pens que un hombre puede ser enemigo de otros
hombres, de otros momentos de otros hombres, pero no de un pas: no de
lucirnagas, palabras, jardines, cursos de agua, ponientes. Llegu, as, a un alto
portn herrumbrado. Entre las rejas descifr una alameda y una especie de
pabelln. Comprend, de pronto, dos cosas: la primera trivial, la segunda casi
increble: la msica vena del pabelln, la msica era china. Por eso yo la haba
aceptado con plenitud, sin prestarle atencin. No recuerdo si haba una campana
o un timbre o si llam golpeando las manos. El chisporroteo de la msica
prosigui.
Pero del fondo de la ntima casa un farol se acercaba: un farol que
rayaban y a ratos anulaban los troncos, un farol de papel, que tena la forma de
los tambores y el color de la luna. Lo traa un hombre alto. No vi su rostro,
porque me cegaba la luz. Abri el portn y dijo lentamente en mi idioma:
Veo que el piadoso Hsi P'eng se empea en corregir mi soledad.
Usted sin duda querr ver el jardn?
nadie pens que libro y laberinto eran un solo objeto. El Pabelln de la Lmpida
Soledad se ergua en el centro de un jardn tal vez intrincado; el hecho puede
haber sugerido a los hombres un laberinto fsico. Ts'ui Pn muri; nadie, en las
dilatadas tierras que fueron suyas, dio con el laberinto; la confusin de la novela
me sugiri que se era el laberinto. Dos circunstancias me dieron la recta
solucin del problema. Una: la curiosa leyenda de que Ts'ui Pn se haba
propuesto un laberinto que fuera estrictamente infinito. Otra: un fragmento de
una carta que descubr.
Albert se levant. Me dio, por unos instantes, la espalda; abri un cajn
del ureo y renegrido escritorio. Volvi con un papel antes carmes; ahora
rosado y tenue y cuadriculado. Era justo el renombre caligrfico de Ts'ui Pn.
Le con incomprensin y fervor estas palabras que con minucioso pincel redact
un hombre de mi sangre: Dejo a los varios porvenires (no a todos) mi jardn de
senderos que se bifurcan. Devolv en silencio la hoja. Albert prosigui:
Antes de exhumar esta carta, yo me haba preguntado de qu manera
un libro puede ser infinito. No conjetur otro procedimiento que el de un
volumen cclico, circular. Un volumen cuya ltima pgina fuera idntica a la
primera, con posibilidad de continuar indefinidamente. Record tambin esa
noche que est en el centro de las 1001 Noches, cuando la reina Shahrazad (por
una mgica distraccin del copista) se pone a referir textualmente la historia
de las 1001 Noches, con riesgo de llegar otra vez a la noche en que la refiere, y
as hasta lo infinito. Imagin tambin una obra platnica, hereditaria,
transmitida de padre a hijo, en la que cada nuevo individuo agregara un captulo
o corrigiera con piadoso cuidado la pgina de los mayores. Esas conjeturas me
distrajeron; pero ninguna pareca corresponder, siquiera de un modo remoto, a
los contradictorios captulos de Ts'ui Pn. En esa perplejidad, me remitieron de
Oxford el manuscrito que usted ha examinado. Me detuve, como es natural, en
la frase: Dejo a los varios porvenires (no a todos) mi jardn de senderos que se
bifurcan. Casi en el acto comprend; el jardn de senderos que se bifurcan era la
novela catica; la frase varios porvenires (no a todos) me sugiri la imagen de la
bifurcacin en el tiempo, no en el espacio. La relectura general de la obra
confirm esa teora. En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta
con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi
inextricable Ts'ui Pn, opta simultneamente por todas. Crea, as, diversos
porvenires, diversos tiempos, que tambin proliferan y se bifurcan. De ah, las
contradicciones de la novela. Fang, digamos, tiene un secreto; un desconocido
llama a su puerta; Fang resuelve matarlo. Naturalmente, hay varios desenlaces
posibles: Fang puede matar al intruso, el intruso puede matar a Fang, ambos
pueden salvarse, ambos pueden morir, etc. En la obra de Ts'ui Pn, todos los
desenlaces ocurren; cada uno es el punto de partida de otras bifurcaciones.
Alguna vez, los senderos de ese laberinto convergen: por ejemplo, usted llega a
esta casa, pero en uno de los pasados posibles usted es mi enemigo, en otro mi
LEOPOLDO HURTADO
PIGMALIN
Pigmalin constituye la nica incursin de LEOPOLDO HURTADO en el gnero policial.
Estudioso del arte contemporneo, cuenta en su haber con obras tan enjundiosas como Esttica de la
Msica Contempornea, Espacio y Tiempo en el Arte Actual, La Msica Contempornea y sus
Problemas. Su aporte a lo puramente literario est representado por Sketches (cuatro relatos).
Y qu ha descubierto?
Eran largas las horas en la celda continu Dussek sin contestar la
pregunta. E infinidad de veces me he preguntado cmo y con qu fin pudo
cometerse el crimen. No saba nada de la vctima, ni tena noticia de su
existencia; pero poco a poco he ido concretando una hiptesis.
Bronzini lo mir interrogativo.
S, como le digo continu Dussek, no saba si tena enemigos y si
alguien deseaba matarlo. Pero me he ledo un montn de diarios, y despacio,
despacio, he ido atando cabos hasta hacer me una idea de lo que ocurri.
Y qu cree usted que ocurri?
Para decrselo en pocas palabras, tengo la impresin de que Milani
cay en una trampa... Hizo un parntesis, mir de soslayo con sus ojillos a
Bronzini, y continu: Si alguien deseaba matar a Milani, el saln, a esa hora, se
prestaba admirablemente. La vctima estaba sola y el asesino pudo ultimarla
tranquilamente, y luego huir sin peligro. Pero, para aprovechar esa oportunidad,
era menester que el asesino hubiera seguido a la vctima, y no hubo nadie que
siguiera a Milani. El asesino estaba aqu adentro, Bronzini! Pudo haber entrado
por casualidad, aprovechando la puerta entornada. El chico ese chico que
estaba aqu enfrente y que vio entrar a Milani ha declarado que no vio a nadie
detrs de l y que, por el contrario, alguien que no era Milani sali
apresuradamente instantes despus. Qu haca ese hombre aqu sino esperar a
la vctima, y no a una vctima cualquiera, sino precisamente a l? Cmo poda
saber ese hombre que Milani entrara a la casa de exposicin? Y cmo pudo
esconderse aqu sin que yo, que haba apagado las luces y entornado la puerta, lo
viera? Ese fue el enigma que me plante en la crcel. Y despus de mucho
pensar, he llegado a una solucin...
Cul es la solucin?
Yo no soy un detective, Bronzini. No soy ms que un pobre
comerciante, vapuleado por la polica de dos continentes. Pero, quiz por
motivos profesionales, me intereso mucho por las cosas del arte. Crame, su
exposicin ha sido magnfica, pero nada de ella ha sido comparable a esa Flora.
He repasado una por una las fotografas del catlogo, y cada vez me convenzo
ms de que fue esa figura la que sirvi de cebo.
De cebo?
S. Se me ocurre que el asesino no conoca al hombre a quien deseaba
matar, que tena algn viejo y tremendo rencor contra alguien a quien deseaba
individualizar a toda costa. Milani, al enfrentarse a la Flora, debi haber
hecho algn gesto, pronunciado una palabra que lo delat. Y entonces el hombre,
agazapado en la sombra, no titube: tuvo la sbita intuicin de que sa era la
persona a quien buscaba y dispar contra ella.
Todo eso es muy hipottico dijo Bronzini con aire de duda. Cmo
poda saber el asesino... el hombre, digamos, que Milani visitara la exposicin, y
FACUNDO MARULL
UNA BALA PARA RIQUELME
En 1950 FACUNDO MARULL obtuvo uno de los dos primeros premios en el certamen de
cuentos policiales realizado por la revista Vea y Lea y la editorial Emec. El cuento premiado era Una
Bala para Riquelme, que integra el presente volumen.
En 1941 public un tomo de poesa: Ciudad en Sbado; el resto de su obra ha aparecido en
distintas revistas y publicaciones de Buenos Aires.
se deca que Riquelme amaba. Y cuando un hombre sin ley o con un sentido
estrictamente personal del orden de cosas que la ley establece como ajenas a
ella, por esas extraas e inexploradas virtudes del carcter, se enamora, no hay
ms que dejarlo solo para comprobar, con el tiempo, hasta dnde puede llegar.
Yo pienso, cuando no tengo algo ms interesante que hacer, y he llegado a
suponer que los ngeles nada pueden en salvaguardia del enamorado; he visto, no
recuerdo si en el cementerio o acaso en algn lbum de reproducciones
artsticas, un grupo de ngeles blancos llorando desconsolados. He aqu me
dije en la oportunidad los ngeles del hombre enamorado. Nunca he sabido de
nadie que en tan desastrosas condiciones haya llegado a algo. En cuanto a
Riquelme, no creo que nadie lo considerase una excepcin: l entregaba su
dinero a la sospechada de rubia y en cambio reciba reticencias y un pudoroso
retener la mano regordeta en cada despedida. Aquello dur lo suficiente como
para que se enterara hasta el sopln, y nada de bueno augurase todo. Estas
situaciones irregulares acarrean violencias innecesarias. Yo deba haberlo
previsto, pero uno no puede estar en todo. Y la claridad se hizo en m, como
dicen los que se arrepienten y en seguida cantan himnos, cuando vi a la mujer de
Riquelme ah, casi a mi lado, detenida en la puerta.
No la mir ms que una vez. Y no porque ella no lo mereciese, sino
porque el asunto empez en seguida: la mujer, despeinada y presa de una
angustiosa sofocacin, se detuvo un instante donde yo la viera, para buscar con
la mirada a alguien. Entonces Riquelme, que tambin la vio, estir su presencia
impecable ponindose de pie junto a la mesa que ocupaba, porque su prestigio le
impeda acercarse y, por el contrario, le dictaba esperar que ella lo hiciese.
Pero, ella se tomaba su tiempo, mientras yo haca mis consideraciones mentales
sobre la conducta de Riquelme, desaprobndola, porque no siempre corresponde
someterse a los principios, que son una forma de esclavitud.
La mujer vio al Torpe. Lo que no puedo asegurar es si el Torpe la vio a
ella; pero, cuando la mujer grit, el Torpe, que es sumamente largo y delgado, en
el tiempo que necesit el gatillo para caer sobre el percutor, estaba pegado al
zcalo de la pared y oculto por la puerta de vaivn, a la que mantena inmvil en
un ngulo de dieciocho grados con relacin a Riquelme.
Yo slo vi el principio y el fin. Y no creo que nadie que no sea la polica
me lo reproche: vi a la mujer llorosa arrojndose a las rodillas del Torpe y
sealando luego a Riquelme.
Querido! Te comi los gatitos blancos! El canalla! Me oblig a
preparrselos con salsa Perry!
El balazo son justamente con el pocillo de Sender; despus supe que el
autor del disparo fue Riquelme, y adems me enter de los detalles. Pero eso
fue despus. Inmediatamente pugnamos el Gato y yo disputndonos el hueco
(felizmente vaco) destinado al radiador de la calefaccin. Sender, ms
afortunado, plane a travs de la ventana hacia la calle, pero no se lastim con
el golpe sino con el cristal, que despus de todo slo le ha dejado una pequea
cicatriz visible y que, si se ignora el origen, le suma mritos. Claro que l dijo
que el cristal ya estaba roto por la bala cuando sali, pero, de cualquier manera,
no me imagino cmo se las van a arreglar para cobrrselo.
Los balazos continuaron. El sastre, a quien interrumpieron cuando
entonaba con bella voz C'est mon homme, tres quinieleros y dos aspirantes, fueron los que quedaron de este lado de la puerta del pequeo excusado, porque no
caban todos. Mientras yo le colocaba la rodilla en la garganta al Gato y l me
pisaba sin consideracin el epigastrio, ya que no haba manera de que
entrsemos al mismo tiempo en el hueco, omos a la mujer que gritaba: No!,
como slo puede hacerla una mujer, en tanto corra al encuentro de Riquelme,
que cargaba otra vez.
Hubo entonces lo que podra llamarse un silencio, y, para ofrecer una
clara y comprensible medida del mismo, un silencio de redonda. Pero no nos
atrevimos a salir, aunque entonces vi otra vez: la dama corra en direccin a
Riquelme, quien terminaba de llenar el tambor (reconozco su superioridad, en lo
que a m se refiere, por unos dcimos de segundo) y se trababa en riesgosa
lucha con ella. Entonces el Torpe se desprenda de la puerta y con sus
tremendas piernas daba dos pasos sin competencia, que terminaron junto a la
pareja. Vi su puo como un destello y entonces cre que se rompa algo ms, pero
no: era la mandbula de Riquelme. Creo que fueron tres mesas las que ste
afect cuando se fue de espaldas hacia el rincn donde se hallaba la mquina
express.
Cuando se incorpor, lo hizo con una silla en alto que descendi en
impecable parbola sobre la cabeza del Torpe, que trat de asirse, pero
demasiado tarde: lo vimos estornudando bajo la mesa vecina. Y aqu est lo que
he dicho siempre: pongan un revlver en manos de una mujer y no estar
satisfecha en su curiosidad hasta que lo descargue sobre alguien de la familia.
Tal vez se deba a una remota distincin preferencial.
Riquelme, andando a gatas, buscaba su revlver por debajo de las
mesas, cuando lo vi en manos de la mujer, que lo curioseaba. Entonces yo, que lo
saba en poder de la inexperiencia, trat de desalojar al Gato a viva fuerza del
hueco, metiendo mi cabeza por el costado inferior de sus costillas, entre stas
y la pared. Todava pude ver a Riquelme desarmando otra silla sobre la parte
superior del Torpe, y a ste cocendolo desde el suelo en pleno vientre, lo que
hizo que Riquelme se fuese contra la puerta, la cual cedi, provocando su cada
en plena acera, de cara al cielo. Nadie se movi, esperando el prximo
movimiento de los actores. Y, en efecto, Riquelme reapareci, enfurecido como
un toro de lidia, y nos distribuy una torva mirada circular. Estaba magnfico, el
pobre.
Entonces empezaron esos malditos disparos otra vez, que uno saba mal
dirigidos. Cuando son el ltimo y hubo la evidencia de que la mujer no contaba
con ms proyectiles, nos dispusimos a salir; pero un tropel salvaje nos hizo
refugiarnos otra vez en el hueco del radiador, al Gato y a m: eran los
protegidos del fondo que, con Yamada a la cabeza, huan para no
comprometerse. Pero vaya usted a engaar a la polica; all fuimos todos en el
trmino de dos das.
Por eso hubo tiempo sobrado para las complicaciones, y el asunto no
termin con claridad y normalmente, como todos habamos pensado; no nos
llamaron como testigos, sino que nos encarcelaron a todos por sospechosos. Que
Riquelme haba fallecido a consecuencia de un balazo en el vientre, no se puso
en duda. Pero lo que llamaba la atencin e inquietaba a la polica era el balazo
que luca Riquelme: no corresponda a los disparos efectuados en el caf. Y la
seora no necesitaba ms que un abogado para salir del asunto y dejar negros a
los peritos policiales.
* * *
Entonces apareci Leo, el de la 4. Sir John C. Raffles, como l se
haca llamar.
El caso del sexto balazo, dicho sea con todas las reservas que merece
el sumario, deslinda responsabilidades: el primer impacto de la serie A (que no
nos interesa) lo recibi el pocillo de caf que se hallaba sobre la mesa ocupada
por uno de los actores del drama y otros; los restantes cuatro muestran su
evidencia y la correcta direccin en que fueron efectuados, porque an
permanecen incrustados en la madera de la puerta. Correcto. Quedan ahora los
cinco disparos que le siguieron; designarmoslos como los de la serie B. La
seora (aqu una inclinacin hacia la hipottica viuda, porque nos haban
trasladado a todos a El sol naciente, donde permanecamos a puerta cerrada),
la promotora del incidente, dispar la carga completa, segn ha quedado
establecido, sin herir al finado. Prueba fehaciente son los cinco impactos
dispares debidamente registrados y clasificados por la inspeccin ocular y el
peritaje balstica llevado a cabo en este recinto. De donde se deduce, como
sostiene la Superioridad, de cuyo punto de vista me corresponde el honor de
participar (y aqu una interrupcin no localizable, a la que Leo prest odos
sordos), que un heridor cuya conducta ha escapado a la atencin de los testigos
que resultan del hecho, y que se oculta en el grupo que animaba la concurrencia,
fue el autor del sexto disparo que trunc la animosa si bien lamentable carrera
de Riquelme. Recordar con exactitud est sujeto a tal cantidad de
incertidumbres como factores gravitables en el estado psquico de cada uno; y
prueba de ello es que nadie, entre ustedes, interrogados por turno, pudo
afirmar haber odo tal cantidad de disparos. Para ilustracin de ustedes dar
una prueba, interesante como experimento: interrguese a un nmero cualquiera
de asistentes el da posterior a un concierto sobre el color de la batuta con que
el director conduca su orquesta, y se obtendrn tantas respuestas diferentes
como personas sometidas al experimento. Resultado: el hombre dirigi su
vencidos!
Estuvo magnfico, casi acadmico; todos convinimos en que aquel gesto
deba ser registrado por la tradicin para que perdurase en los anales de El sol
naciente. Dio varios pasos con la cabeza erguida y se detuvo de espaldas a la
puerta, custodiada por dos policas que descansaban ya en uno, ya en el otro pie.
Su misin era la de alejar a los curiosos ocasionales y garantizar nuestra
permanencia en el interior. Leo nos mir pensativo durante un tiempo y comenz
un paseo que luego se hizo largo, y, a juzgar por los resultados, bastante
fructfero. Iba y vena por el local, se detena ante alguno de nosotros, lo
miraba un rato insistentemente y meneando la cabeza en seal de duda. Aquello
era montono, si no aburrido. Por eso casi nos alegramos cuando son el
telfono y Leo, el de la 4 (el magnfico, como se lo llam ms tarde), se acerc
al aparato. Estuvo atareado varios minutos en una conversacin en la que
abundaron exclamaciones, respingos de sorpresa, alaridos que exteriorizaban
satisfaccin y risas. Por ltimo, colg el auricular, y, ubicndose en una mesa
como parroquiano despreocupado, pidi a Yamada una copa de coac y un caf
bien caliente, para en seguida comportarse como si nos ignorase. No le he
perdonado tal grosera, y me indigna recordado.
Al rato lleg un polica uniformado, portador de un envoltorio que
entreg a Leo, el de la 4, quien extrajo de entre aquellos papeles el revlver
de Riquelme y una bala. Luego se acerc a los cristales y se dedic a curiosear
ambas piezas con intrigante minuciosidad. Comprend que todo haba terminado
y me dispuse a retirarme, pero l me advirti amablemente que aun se requera
mi presencia por un tiempo. No quise malherir su vanidad y me qued. Lo que
sucedi en seguida me sugiri la siguiente reflexin: se claudica amargamente a
veces, y eso es lo triste; la conducta, cualquiera que sea, debe ser defendida
con lucidez hasta en la desesperacin.
Leo se volvi para enfrentarse con el Torpe, que, entretenido en
concertar un prximo encuentro a los dados con Sender, recibi una sorpresa.
Reconoce el arma empleada en el hecho que nos ocupa?
El Torpe sonri con amargura.
Ya no me siento seguro, seor. Me han preguntado tantas veces lo
mismo y he visto esa arma tanto, que me estoy familiarizando con ella.
La vio en otra ocasin, aparte de aquella en que se supone fue
descargada sobre su legtimo propietario?
Para decirlo de una vez, la vi por primera vez en este mismo lugar.
Leo le volvi la espalda antes de que terminara de hablar, para
acercarse amablemente a la nica dama que asista a aquella reunin. Se inclin
ante ella mientras le mostraba el revlver en una muda pregunta, a la que
respondi la seora asintiendo, mientras deslizaba su mano por los cabellos en
una inequvoca muestra de coquetera.
Ese es, seor.
Leo se irgui para mirarnos a todos como quien indica un ejemplo loable
ante la incomprensin y malas formas mostradas por los dems en idnticas
circunstancias. Pero yo estaba muy triste por todo y filosofaba sin inters
sobre lo que vea. Leo insisti an ante la seora.
Declar usted, seora, haberlo descargado sobre su antiguo
pretendiente durante un momento de ofuscacin, consecuencia del mal trato y
los riesgos a que expona a su amigo?
La rubia hizo un mohn infantil de indignacin.
S, seor; ya he declarado que mi actitud fue incontrolada, aunque
debo manifestar que Riquelme se mereca el trato que recibi y lamento no
haberle disparado la bala que lo tumb.
Leo se apart hasta la mesa prxima, coloc el arma y la bala ante s y,
cruzando los brazos, se qued mirando hacia la entrada, sonriendo como si
pensase en algo muy agradable. Luego anduvo unos lentos pasos, adopt una
grave expresin de condolencia y se me acerc.
P. H., espero que no me guarde rencor. He tenido que proceder como
un polica y me entristece presentir que pierda su amistad.
Le respond con un epteto digno del sitio de Troya, y en seguida,
volvindome con dignidad a Sender, le solicit un cigarrillo. Leo se acerc
entonces hasta la puerta batiente y, golpeando los cristales, llam la atencin
de los dos policas que la custodiaban para hacerles indicacin de que entrasen.
Los dos uniformes se alinearon ante la puerta, y entonces Leo, el de la
4, se decidi bruscamente y seal con el dedo al Torpe, casi acostado en la
silla que ocupaba.
Detengan a ese hombre.
Defenderse con lucidez, hasta en la desesperacin, me repeta yo,
enamorado de mi frase, mientras la viuda gritaba por segunda vez en ese mismo
caf, y toda la concurrencia, salvo honrosas excepciones, se lanzaba bajo las
mesas. Un espectculo que me resign a mirar con repugnancia.
Leo se haba vuelto velozmente para indicar con el brazo extendido que
se observase a la seora mientras ella evidenciaba imprudentemente su pericia,
recogiendo con presteza el revlver y la bala de sobre la mesa donde los haba
dejado Leo, introduciendo en un tiempo casi record el proyectil en el tambor
que, aparentemente, no era movido de su sitio. La rubia aull:
Nadie toque a ese hombre!
Y, amenazando a unos y a otros, se encamin a la salida, escudada por el
revlver. Leo hizo una indicacin a los policas, que abrazaron a la seora, al
tiempo que el percutor funcionaba intilmente. Y acercndose a ella, le retir el
arma de las manos.
Esta vez no dispar, seora, porque es un proyectil de utilera. Como
todas las cosas bien pensadas, el caso es muy sencillo: nos llamaron la atencin
en el arma ciertas limaduras que hacan peligroso su uso por la facilidad con que
A. L. PREZ ZELASCHI
LOS CRMENES VAN SIN FIRMA
ADOLFO PREZ ZELASCHI, naci en 1920. En 1941 public su primer libro de cuentos:
Hombres sobre la Pampa. En 1946 una coleccin de poemas: Cantos de Labrador y Marinero. En 1949
obtuvo el primer premio en el concurso organizado por la Cmara Argentina del Libro, con su coleccin
de cuentos titulada Ms All de los Espejos, que mereci la Faja de Honor de la S. A. D. E.
Froebel regres contento. Infer que haba cerrado por su sola cuenta
y con su propio dinero dos o tres buenos negocios, y el que no me hablara de
ellos significaba que tarde o temprano me pedira la disolucin de la sociedad.
Desgraciadamente para l.
Y digo desgraciadamente porque dos noches despus de su llegada me
apost en la esquina de su casa, bajo las altas y heladas acacias de hojas
perennes que ensombrecen la calle como grandes paraguas negros, y esper a
que saliera.
Saba que lo haca siempre: a las diez y media terminaba
metdicamente su cena, a las once u once y cuarto se encaminaba al club, donde
jugaba hasta las tres de la maana.
Por suerte la noche era oscura, de modo que pude permanecer bajo la
ancha sombra de las acacias como si esperase a alguna sirvienta que deja su
trabajo despus de comer. Era, por lo dems, un barrio seorial y tranquilo, de
grandes casas burguesas y casi ningn peatn.
Como uno es un tipo inteligente, llev conmigo un pequeo receptor de
radiotelefona de esos que se llevan en el bolsillo para escuchar los programas.
Era una precaucin ms. Vea, oficial, yo anoche me qued en casa oyendo la
radio. El oficial sonreira: Ah, muy interesante... y de pronto, incisivamente:
Y qu es lo que oy entre las diez y las doce? Espere usted... ah, s: o a los
hermanos Abalos a las diez, y despus, s, unos discos de Alberto Castillo. No
recuerda cules? S, fueron Charol, Uno, tambin otro sobre los barrios
porteos... Esto era casi imposible saberlo sin haberlo odo, como
efectivamente lo escuchaba a la mxima sordina, pegando el receptor a mi odo.
A las once en ese momento Castillo cantaba Charol se abri la
forjada puerta de hierro. Froebel se envolvi en la bufanda y ech a andar hacia
la Avenida Cabildo, que centelleaba tres o cuatro cuadras ms abajo. Descorr
el cierre y lo segu. El caminaba despacio, con satisfechos y pesados pasos,
gozoso de su comida y de sus vinos que, efectivamente, eran muy buenos. Ni
siquiera me oy llegar: se derrumb lentamente, como si se acostara a dormir.
Nada mejor que repetir una cosa para lograr la perfeccin. Dej L'Europeo al
lado del cuerpo y me alej a buen paso, doblando esquina tras esquina hasta que
llegu a Barrancas de Belgrano diez minutos despus, y tom un tren casi vaco.
Regres a mi casa a medianoche, sin tropezar con nadie. Al receptor y a la
cachiporra los arroj al Riachuelo.
Realmente, estaba satisfecho. Aquellos dos primeros muertos se
encadenaran a ste y al cuarto, desde luego, de tal manera que la polica y
los diarios, alucinados por la similitud aparente mejor dicho real, pero
conducente a una semejanza engaosa de los tres casos, daran vueltas en el
vaco. Yo me hallaba en la situacin de cualquiera de los parientes, amigos o
conocidos de Froebel. Conoca a uno solo de esos hombres, pero no a los otros
dos. La polica buscara al hombre relacionado con los tres. Ese hombre, desde
contest.
Los tipos inteligentes slo hacen macanas; guerras, revoluciones,
libros, teoras raras, crmenes, bombas atmicas No sirven para nada, pero se
creen superiores. Bernal era uno de esos. Menos mal que la humanidad est
compuesta por tontos o por pobres diablos, como usted y yo... Bien. Los
muchachos de la Federal estaban despistados, lo confieso. Casi tanto como el de
Noticias Grficas. Investigaron por todos lados, tratando de relacionar al
tranviario con el cataln, pero no salieron ni para atrs ni para adelante...
Entonces al subcomisario de la 23 se le ocurri que se tratara caso por caso, es
decir, como si entre uno y otro no existiera lazo de unin alguno. Al jefe le
pareci bien y as se hizo, al principio sin resultado. Bernal nos desorient slo
en cuanto a los resultados, pero no alcanz a constreimos a un mtodo nico.
Quiso vencernos por pura teora, pero se olvid de que hay muchachos de la
Federal que llevan treinta y cinco aos en Moreno al 1500. Cuando se produjo el
tercer asesinato volvimos a investigar con los dos mtodos, es decir, tratando
de vincularlo con los anteriores y tambin como si fuera un caso aislado. Y as
supimos unas cuantas cosas: que Bernal tena sus asuntitos, que haba jugado
fuerte a la ruleta (la polica del Casino es especialista en manyamiento), que
esos pesos haban salido de una sea dada por un automvil comprado con plata
sospechosa, etc. Un sbado y un domingo enteros, dos ex inspectores de la
Direccin Impositiva revisaron los libros y, como estaban sobre aviso, hallaron
cosas que a cualquiera se le hubieran escapado. Nada ilegal, pero s poco claro.
Por entonces aun no sospechbamos de Bernal ms que de otros, pero pronto
encontramos que aqu, en el caso Froebel (no en ste y los otros dos, como
Bernal supuso que pensaramos), nos pareci el ms probable asesino. Le pusimos
vigilancia, y vimos que haca algunas compras: municiones en una ferretera, dos
pedazos de plomo en otra, y otras cosas raras... Raras para nosotros y en su
caso, por supuesto. Esa noche y otras que l no advirti yo y dos ms lo
seguimos. Estuvimos en el cine, el bar, el mnibus y despus, saliendo de detrs
de una esquina, me puse a caminar delante de l. Y colorn, colorado, el cuento
se ha terminado. Bernal se perdi por querer terminar su obra demasiado bien,
con demasiada inteligencia. Un cuarto crimen quizs hubiera desviado nuestra
labor. Lstima que hayan levantado el presidio de Ushuaia! Est en Santa Rosa
con cadena perpetua. Ahora decora lapiceras con sedas de colores. Ya ve para
qu le sirvi su inteligencia. Tipo zonzo...
El mate restall en una serie de pequeas burbujas. Leoni lo ceb otra
vez.
Y la moraleja, Leoni?
Leoni volvi a sonrer, con su media sonrisa parecida a la de Hiplito
Irigoyen.
No s Se me ocurre que podra ser: No hay que firmar los crmenes
o algo as. Ah tiene un lindo ttulo para un cuento.
MANUEL PEYROU
LA PLAYA MGICA
Abogado, periodista, critico cinematogrfico, MANUEL PEYROU es uno de los ms
destacados cultores del gnero policial en nuestro pas. Dos obras le han bastado para asentar su
prestigio: El Estruendo de las Rosas (novela, 1948). Y anteriormente la serie de cuentos La Espada
Dormida (1945), que obtuvo el Premio Municipal y de la que est entresacado el relato que aqu
incluimos. Peyrou naci en San Nicols en 1902.
Las nubes corran hacia la luna. Por una ilusin ptica o psicolgica
tambin la luna pareca correr y hasta humanizarse en aquel proceso dramtico
en que mora la tarde. Hubirase dicho con una suficiente concesin a la
fantasa que un impulso de voluntad personal presida la destreza con que
sorteaba los pliegues blandos y grises, que la rodeaban en un caos tenebroso y
flotante. Pero todo fue en vano. Despus de luchar unos minutos, la luna
desapareci. Y fue tan instantneo su eclipse que Jorge Vane, en la explanada,
se sobresalt al interrumpir este hilo pueril de pensamientos. Le qued tiempo,
sin embargo, para imaginar algo que contrariaba bruscamente la humanizacin
anterior de ese astro; pens, ms bien, que un dios oculto y expeditivo haba
apagado la luna antes de irse a dormir.
El parpadeo del faro ilumin entonces el espign a intervalos fijos. Se
oy una voz femenina que llegaba de la playa y, a los cinco minutos, Clara van
Domselaar suba la escalera de la explanada. Era una joven rubia, de estatura
normal, angulosa, peinada segn la moda de 1900. Bajo la estilizada disposicin
de los cabellos, el rostro era difano, expresivo, con cierta gravedad en la
sonrisa; sus ojos eran grandes y claros, y ste es el nico dato seguro acerca de
su color, pues en algunos instantes parecan verdes y en otros resultaban
azules; ese conjunto regular y, si se quiere, plcido, estaba cortado por una
nariz audaz, levantada, que era todo un desafo. Frente a esa nariz era forzoso
admitir que en das de tormenta lloviera adentro, o que en tiempos convulsos la
confundieran con un manifiesto antisemita. Al llegar a la explanada, la muchacha
se volvi y salud a Vane con la mano. Y bajo el reflejo de la tarde su pelo brill
con un lento fulgor de oro apagado, como si en l se retrasara la ltima luz del
crepsculo.
Le devuelvo su libro dijo al llegar junto a Vane; lo termin en
pocas horas.
Le interes? interrog Vane.
Me intrig, sobre todo contest la joven.
A m no me gustan los crmenes con bombones envenenados, flechas
misteriosas y otras armas inusitadas dijo Vane. Me parece que son al cuento
policial lo que la nia hurfana a la novela rosa; en su mecanismo es visible la
mala fe...
Sin embargo, un procedimiento complejo puede ser explicado por los
conocimientos especiales que tenga el autor del crimen. Creo que usted me dijo
ayer algo parecido...
S. Eso me parece admisible repuso Vane.
Por ejemplo: si un mdico quiere asesinar a alguien dijo la joven,
arreglando una mecha rebelde de su pelo.
A un mdico le basta con equivocarse coment Vane.
Oh, con usted no se puede hablar en serio! Le digo que conozco el
caso de un mdico que mat a una mujer de un modo muy sutil. Ella se iba a
casar con otro. El mdico tena que aplicarle unas inyecciones. Despechado, dej
pasar unas burbujas de aire en la vena y ella muri de un sncope. Puede ser el
principio de un tema, no le parece? termin la joven con animacin.
Subieron a la terraza del Casino y se sentaron en dos grandes sillones,
frente a una mesa que dominaba el mar.
Yo voy a tomar un cognac en vaso grande dijo Clara.
A m trigame un whisky con ginger ale orden Vane al mozo. Luego
Volvi su rostro hacia la joven, que fijaba en l una limpia mirada, y continu:
El caso del mdico asesino es interesante, pero su desarrollo, que es lo que
importa desde el punto de vista policial, me parece complicado...
Una animada conversacin, llena de exclamaciones y risas, hizo callar a
Vane. Era el general Tulio Brunelli, que suba con sus ayudantes Publio y Tito.
Pomposo, con la cabeza hacia atrs, Brunelli esboz un saludo lateral y breve y
se sent a una mesa prxima. Publio y Tito saludaron con ms llaneza y se
instalaron a su lado. Tito era un joven muy alto, excesivamente delgado, que
caminaba con cierta flojera, como si las piernas le colgaran en vez de
sostenerlo; Publio, en cambio, era muy pequeo, aplomado, con las cejas espesas
y unos ojos diminutos; pareca un gnomo afeitado. El general Brunelli hombre
atezado, de regular altura, mentn enrgico y cejas pobladas llegaba de un
pas que en aquel ciclo de los das se asemej peligrosamente al Destino (por la
forma de atacar), y cuya preferencia por el modo indirecto se prueba con una
cicatriz que tiene Francia en la espalda. En esos tiempos de diplomacia dinmica
y renovadora, el general Brunelli no ofreca credenciales oficiales: era,
simplemente, enviado personal de un gran caudillo.
El general y su squito ocupaban todo el segundo piso del Hotel Casino;
en el tercero, en dos habitaciones, vivan Jorge Vane y su secretario, Jeffries.
Como en esa poca el pas an se conservaba neutral, las relaciones
entre Vane y Brunelli se mantenan dentro de un plano que el primero designaba
como de paz armada, no tan amena, por supuesto, como una guerra desarmada,
pero al menos tolerable. Vane, de vez en cuando, lanzaba cordiales ofensivas de
buen humor que Brunelli resista impertrrito. Hablaba, por ejemplo, de una
oficina en el pas de Brunelli, dedicada a investigar los hechos heroicos y los
su propiedad. Adems, se supo entonces que Delia no era ms que hija adoptiva
de Azevedo y que ste pensaba hacer testamento el da siguiente; se propona
desheredar a Ricardo y legar su fortuna a Delia. Ricardo fue detenido y,
despus de largo interrogatorio, confes su crimen. Sin embargo, el comisario
Velho de Barbosa hombre muy hbil observ que Ricardo haba estado en el
club la noche del crimen desde las diez y media hasta las doce. Ms de veinte
personas atestiguaron el hecho. Ante esa comprobacin, volvi a interrogar a
Ricardo Y ste, finalmente, dijo la verdad: l no era el asesino de Azevedo, pero
haba confesado para salvar a alguien.
Dijo el nombre de esa persona? interrog Vane, encendiendo un
cigarrillo.
No. Afirm, adems, que no lo dira por nada en el mundo. El hecho es
que actualmente la investigacin est paralizada.
En ese momento, Marco, otro de los hombres del squito de Brunelli,
sali con paso vivo del Casino y se dirigi a la mesa de su jefe. Era un hombre de
regular estatura, nada corpulento pero fuerte, que causaba la impresin
(indefinible, ya que no se basaba en nada concreto) de ser menos
temperamental que sus compaeros. Habl unos instantes con el general
Brunelli, que le contest en forma enrgica, y luego salud y gir sobre sus
talones. Al pasar frente a Vane, ste vio en su rostro una brusca palidez, que
acentu sus rasgos finos y el brillo de sus ojos negros.
Tengo una impresin curiosa dijo Vane a Clara, que lo miraba con
asombro; me parece que estamos viviendo en dos planos a la vez. Uno es el del
asesinato de Azevedo, que usted me ha relatado tan concisamente; otro pudiera
ser el de la gnesis de algo extrao, que posiblemente ya est en marcha en
este instante.
Qu original! dijo Clara, que exageraba cortsmente la impresin
que le suscitaban las paradojas de Vane.
No tanto. Ya los judos llamaban Gnosis al conocimiento intuitivo de
los misterios. Siempre he pensado que los terapeutas y los eremitas eran los
detectives del ms all. Pero yo prefiero a veces estar de este lado y razonar.
Usted dijo que Ricardo estaba en el club desde cerca de una hora antes que el
crimen se cometiera. Bien. Tambin me dio una escueta versin de los hechos.
Pero me gustara saber algo del carcter de Azevedo y de sus costumbres.
Era un anciano manitico, dueo de una famosa coleccin de relojes
de todas las pocas y estilos. Tambin coleccionaba otros objetos, pero los
relojes constituan su pasin. Creo que la coleccin se compone de quinientos
ejemplares.
Vane aspir profundamente el humo del cigarrillo y mir hacia el
espign. La luz de la luna, borradas ya las ltimas nubes, caa sobre la suave
rampa arenosa y sobre el largo brazo de piedra donde rompan las olas; atrs,
como en una decoracin teatral, apareca el faro, muy ntido.
tiene algo que ver con la guerra y que se trata de un asunto de espionaje.
En qu basa usted su idea? inquiri el falcnido inspector.
Anoche pas por aqu un convoy de sesenta barcos mercantes,
acompaados por tres cruceros. Suponga usted que la seal convenida para
avisar a los submarinos fuera la interrupcin de la luz del faro. El espa fue al
muelle con ese propsito, pero el gigante Petersen se interpuso. El asesino,
despus, no pudo consumar su propsito por falta de tiempo.
Barbosa no contest y Vane mir hacia la playa. A diferencia de la
noche anterior, en que las nubes y la luna luchaban entre s por el dominio del
cielo, esta vez el astro montono flotaba plcidamente en un cielo oscuro y
vaco.
Hubo un silencio, cortado por un creciente murmullo exterior. La
puerta se abri y apareci Clara. Estaba vestida con un traje azul, de mangas
cortas, y su piel, quemada por el sol, pareca ms oscura que de costumbre. Sus
ojos claros brillaban.
Tengo un indicio dijo, ante el gesto contrariado del inspector, que
indudablemente no toleraba la intromisin femenina en asuntos de la burocracia
policial; pero no s en contra o en favor de quin es el indicio.
De qu se trata? interrog Vane.
Se trata de esto: desde ayer por la tarde, despus del asesinato,
Marco no abandona al pequeo Publio. Est a su lado todo el tiempo, como para
evitar que cometa alguna indiscrecin o arriesgue alguna palabra
comprometedora.
Hemos hablado tanto de que un pigmeo mat a Petersen que es muy
posible que tambin Marco sospeche de Publio coment el inspector.
Publio est descartado objet Vane; estaba junto a nosotros
cuando ocurri el crimen. Adems, slo Marco y Bautista estuvieron en el
espign despus que Petersen. Lo hemos comprobado por las huellas. El hombre
de Liliput que mat a Petersen tuvo que llegar all de un modo casi mgico.
Y si hubiera llegado en una lancha? propuso el inspector, pedestre
. Un barco ms grande podra esperarlo mar afuera. Un barco... o un
submarino,
Imposible dijo Vane. A una milla de la playa los arrecifes y los
bajos de Punta Delgada se unen con los que salen de Cabo Lammont. Anoche
estuve estudiando eso. Toda esta parte del mar es, en realidad, un gran lago. No
hay cmo entrar ah, ni an en un bote de poco calado.
Entonces me rindo dijo Barbosa. En muchas millas a la redonda no
hay un hombre que responda a las caractersticas del que mat a Petersen.
Ah van dijo Clara acercndose a la ventana. Miren ustedes:
Marco no abandona al pigmeo.
Miraron hacia la playa y vieron a Marco caminando junto a Publio. El
enano avanzaba rpidamente, como si quisiera desasirse de Marco, pero ste no
usted, Clara.
De qu estn hablando ustedes? volvi a interrogar Barbosa, ya en
tono suplicante.
Cmo se le ocurri? pregunt Vane, sin hacer caso de Barbosa.
Quiz por esa palabra que usted dijo anoche: la Gno... este... la
Gnosis, creo contest Clara con humildad ficticia.
Seor Vane: con todo el respeto que ustedes merecen, me veo
obligado a sugerir que las bromas combinadas para enardecer a un funcionario
correcto, que dedica todos sus afanes... empez Barbosa en el colmo del
desconcierto.
Tranquilcese cort Vane; no se trata de bromas. Sencillamente,
cuando estbamos hablando del caso Azevedo, volvimos al caso Petersen. Eso es
todo. Y creo que gracias a Clara van Domselaar esta noche usted podr detener
al asesino del gigante.
Entonces, quin es el asesino?
!No lo sabemos. Slo sabemos quin no es el asesino.
Espero comprenderlos a ustedes mejor dentro de un rato termin
Barbosa alejndose ofuscado.
Un viento destemplado empez a soplar desde la playa y Clara
estornud. Hubo un instante de silencio y luego Clara estornud nuevamente.
Qu nariz ms incmoda! dijo, sacando un minsculo pauelo.
Nunca he pensado en la comodidad de las narices repuso Vane,
pero s que la suya es audaz y define su carcter. Desde que llegu aqu he
estado pensando decirle algo que usted me sugiere, pero me contienen algunas
cosas intiles y terribles: las guerras, las distancias, la misin que debo cumplir,
el viaje que inicio maana...
Clara no contest. Mir de frente a Vane y ninguna sombra empa el
metal impasible de sus ojos. Luego dijo con lentitud:
Qu solucin le damos a Barbosa?
Es fcil: todo depende de un detalle que observar luego. Vamos a
citar a todos en la oficina de Barbosa para dentro de media hora.
A la hora fijada estaban en el despacho de Barbasa, Jorge Vane, Clara,
el general Brunelli, Publio, Marco y Tito. Las ventanas abiertas dejaban pasar
una brisa cada vez ms fra. Algunas nubes de tormenta se acercaban a la luna.
Poco a poco, el cielo de esa noche se iba pareciendo al de la noche anterior. La
luz del faro empez a iluminar el espign.
Seores dijo Vane, ofreciendo cigarrillos a izquierda y derecha:
ste pareca ser un asunto sin pies ni cabeza, pero me he convencido de que
anoche hubo, de ambas cosas, la cantidad necesaria: pies para llegar al espign y
cabeza para aprovechar una coartada excelente.
El diminuto Publio enrojeci, y los ojos casi se le perdieron en la
maraa de las cejas.
W. I. EISEN
JAQUE MATE EN DOS JUGADAS
preguntas.
Como usted disponga... acced azorado.
Lo segu a la biblioteca vecina. Tras l se deslizaron suavemente dos
aclitos. El inspector Villegas me indic un silln y se sent en otro. Encendi
con parsimonia un cigarrillo y con evidente grosera no me ofreci ninguno.
Usted es el sobrino... Claudio. Pareci que repeta una leccin
aprendida de memoria.
S, seor.
Pues bien: explquenos qu hizo esta noche.
Yo tambin repet una letana.
Cenamos los tres, juntos como siempre. Guillermo se retir a su
habitacin. Quedamos mi to y yo charlando un rato; pasamos a la biblioteca.
Despus jugamos nuestra habitual partida de ajedrez; me desped de mi to y
sal. En el vestbulo me top con Guillermo que descenda por las escaleras
rumbo a la calle. Cambiamos unas palabras y me fui.
Y ahora regresa ...
S...
Y los criados?
Mi to deseaba quedarse solo. Los despach despus de cenar. A
veces le acometan estas y otras manas.
Lo que usted manifiesta concuerda en gran parte con la declaracin
del mayordomo. Cuando ste regres, hizo un recorrido por el edificio. Not la
puerta de la biblioteca entornada y luz adentro. Entr. All hall a su to frente
a un tablero de ajedrez, muerto. La partida interrumpida... De manera que
jugaron la partidita, eh?
Algo dentro de m comenz a botar como una pelota contra las paredes
del frontn. Una sensacin de zozobra, de angustia, me recorra con la velocidad
de un buscapis. En cualquier momento estallara la plvora. Los consabidos
solitarios de mi to!
S, seor... admit.
No poda desdecirme. Eso tambin se lo haba dicho a Guillermo. Y
probablemente Guillermo al inspector Villegas. Porque mi hermano deba de
estar en alguna parte. El sistema de la polica: aislarnos, dejamos solos, inertes,
indefensos, para pillarnos.
Tengo entendido que ustedes llevaban un registro de las jugadas.
Para establecer los detalles en su orden, quiere mostrarme su libretita de
apuntes, seor lvarez?
Me hunda en el cieno.
Apuntes?
S, hombre el polica era implacable, deseo verla, como es de
imaginar. Debo verificarlo todo, amigo; lo dicho y lo hecho por usted. Si jugaron
como siempre...
Comenc a tartamudear.
Es que... y despus, de un tirn: Claro que jugamos como siempre!
Las lgrimas comenzaron a quemarme los ojos.
Miedo. Un miedo espantoso. Como debi sentirlo to Nstor cuando
aquella sensacin de angustia... de muerte prxima..., enfriamiento profundo,
generalizado... Algo me taladraba el crneo. Me empujaban. El silencio era
absoluto, ptreo. Los otros tambin estaban callados. Dos ojos, seis ojos, ocho
ojos, mil ojos. Oh, qu angustia!
Me tenan... , me tenan... Jugaban con mi desesperacin... Se divertan
con mi culpa...
De pronto, el inspector gru:
Y?
Una sola letra, pero tanto!
Y? repiti. Usted fue el ltimo que lo vio con vida. Y, adems,
muerto. El seor lvarez no hizo anotacin alguna esta vez, seor mo.
No s por qu me puse de pie. Tieso. Elev mis brazos, los estir. Me
estruj las manos, clavndome las uas, y al final chill con voz que no era la
ma:
Basta! Si lo saben, para qu lo preguntan? Yo lo mat! Yo lo mat!
Y qu hay? Lo odiaba con toda mi alma! Estaba cansado de su despotismo! Lo
mat! Lo mat!
El inspector no lo tom tan a la tremenda.
Cielos! dijo. Se produjo ms pronto de lo que yo esperaba. Ya que
se le solt la lengua, dnde est el revlver?
Qu revlver?
El inspector Villegas no se inmut. Respondi imperturbable.
Vamos, no se haga el tonto ahora! El revlver! O ha olvidado que lo
liquid de un tiro? Un tiro en la mitad del frontal, compaero! Qu puntera!
AMELTAX MAYFER
CRIMEN EN FAMILIA
AMELTAX MAYFER es el actual yo policial de Abel Mateo, escritor y periodista nacido en
Buenos Aires en 1913.
En 1940 public su primera novela policial: con la Guadaa al Hombro, que mereci del
Publisher's Weekly el siguiente comentario: Esta extraordinaria novela, tan intrincadamente
brillante como las primeras de Queen, que posee en Bernal Cheste un detective competente en grado
sumo, figura como la primera entre las novelas argentinas largas de tipo deductivo. Emec public en
1948 su comedia Un viejo Olor a Almendras. Amargas. Humorista, crtico y ensayista, colabora en las
principales revistas de Buenos Aires. Su novela Reportaje en el Infierno, en la que reaparece Bernal
Cheste, ha sido filmada recientemente en nuestro pas.
HERIBERTO DRAPER
PERSONAJES:
Rico viudo reincidente
Su mujer
Hijos de Heriberto Draper
Novio de Diana
Coronel retirado
Su hermana
Autor dramtico
De la Polica Judicial
Diana Draper miraba por la ventanilla del tren, pero no vea ms paisaje
que el de su pensamiento. Haca ya muchos meses que faltaba de su casa, aquella
vieja quinta que haba sido la delicia de su infancia, aquella vieja quinta que
haba sido azotada por la tragedia, aquella vieja quinta que haba sido
emponzoada por la desconfianza y el rencor... No la esperaban hasta el da
siguiente, pero Diana haba preferido anticipar su llegada, algo por dar una
sorpresa a su padre y mucho por dar un sofocn a su madrastra. Su padre y su
madrastra! Dios, qu escndalo fue aqul!
Rafael Valdeduero, sentado casi frente a Diana, del otro lado del
pasillo, volva mecnicamente las hojas de un libro, pero no tena ojos ms que
para ella. Qu estar viendo esta chica en ese paisaje que no ve?, se
preguntaba. Y es guapa de veras!
Diana Draper volvi un instante la mirada y la detuvo fugazmente en su
joven observador. Vaya!, se dijo. Parece que he hecho una conquista. Pero no
lleg a interesarle. Sonri con placer a la imagen de Flix Hocquart, que
acababa de saltar al primer plano de su pensamiento, y suspir. Flix! Tambin
l se sorprendera al verla llegar aquella noche. Haban sido novios toda su vida,
pero, en realidad, no haca ms que dos aos que lo haban descubierto. Cmo
haban jugado de nios en aquella casa inolvidable, en aquel parque a un tiempo
espeso y transparente! Flix Hocquart era el mejor, casi el nico amigo de Willy
... Willy!
Est pensando en el novio de su infancia, observ Valdeduero
mientras trataba de encender un cigarrillo. Pero hay algo ms que un novio de
la infancia en su pensamiento.
Pobre Willy!, murmur Diana. Siempre haba querido con delirio a
aquel muchacho de aspecto indefenso, a aquel su nico hermano... Cmo haba
sufrido Willy! Le pareca verlo con aquel rebelde mechn de pelo sobre la
frente, jugando a ser hombre cuando nio, jugando como un nio cuando
hombre... Y la vida le haba hecho aquella jugarreta inconcebible!
Diana volvi a sentir la escrutadora mirada de su desconocido
compaero de viaje, y se agit nerviosamente. Por qu vuelve las hojas de su
libro, si parece estar leyendo en m? Quiso desafiar la muda inquisicin del
II
Seis personas conversaban esforzadamente en el saln de la villa de los
Draper, en Arroyo Blanco. El dilogo languideca asfixiado por la enrarecida
atmsfera que pesaba sobre la casa.
Maana llegar Diana deca Heriberto Draper, y despus de
almorzar explicar a todos los motivos de esta reunin de familia que he
convocado.
No puedes adelantarnos nada? inquiri Yola ms curiosa que
interesada.
No. Tienen que estar todos.
A qu hora llegar Diana? pregunt Flix Hocquart casi con
avidez.
A las nueve iremos a la estacin repuso Willy con afectada
indiferencia. Se te hace largo el tiempo?
Flix no contest, sumergido, acaso, en la contemplacin mental de su
novia.
III
IV
Diana Draper se detuvo ante la puerta del ala izquierda y entr
sigilosamente. Dej la maleta al pie de la escalera y tom por el largo corredor
que se abra a su izquierda. Su padre estara seguramente en la biblioteca y
podra darle su proyectada sorpresa...
Andando de puntillas, Diana abri la puerta de la biblioteca... y all, en
la penumbra de la espaciosa sala, junto a la ventana francesa que daba al
parque, vio algo que la llen de horror... Permaneci rgida un instante, luego
sinti que las piernas cedan bajo su peso... Iba a caer, pero se agarr
fuertemente del escritorio... Abri la boca para gritar, pero consigui
dominarse... Dominarse? No giraba todo a su alrededor? Qu era aquella
sangre que pareca anegarlo todo? Y empez a caer, a caer, a seguir cayendo,
cayendo..., cayendo...
V
Un grito aterrador rompi la quietud del aire.
Yola!...
Y una carrera plural se desat hacia la biblioteca.
Qu pasa aqu? pregunt la autoritaria voz del coronel Aymerich.
Willy, Flix Hocquart y Ursula llegaron tras l.
Heriberto Draper, de rodillas en el suelo, contemplaba espantado la
damasquinada empuadura que pareca plantada con abono de sangre en la
espalda desnuda de Yola Canning, que yaca junto a la ventana francesa que daba
al parque.
Tefilo Aymerich no esper respuesta. Apart a Draper con cierta
solcita brusquedad y se inclin sobre Yola. Busc la mirada de su hermana antes
de menear casi imperceptiblemente la cabeza, y tom el mando.
Que salgan todos, por favor orden.
Willy Draper cambi una mirada con Flix Hocquart, y ambos
obedecieron en silencio. Ursula Aymerich tom afectuosamente del brazo a
Heriberto Draper, todava alelado, y lo llev hacia la puerta.
El coronel miraba fijamente el cadver.
Yola Canning!... murmur.
Haba oscurecido casi totalmente. Aymerich encendi la luz y volvi a
inclinarse sobre el cuerpo de la mujer asesinada.
Yola Canning!... volvi a decir.
Y una especie de eco inesperado le repuso dbilmente:
Yola...
Aymerich se incorpor bruscamente. Qu era aquello? Y otra vez el
apenas audible gemido:
Yola...
El coronel sacudi ferozmente la cabeza.
Qu demonios... ? empez a decir. Y se call de sbito.
Cado junto al escritorio haba otro cuerpo de mujer, casi oculto por el
mueble. Se precipit literalmente hacia l...
Diana! exclam.
Pero Diana Draper recobraba ya el conocimiento.
Yola... repeta. Yola!...
VI
VII
deduciendo!
Tefilo Aymerich dirigi al comisario una mirada incendiaria, pero no
dijo palabra.
Ese de ustedes que ha declarado en falso es, obviamente, el asesino
continu Montroy.
En el momento en que el comisario se aclaraba la voz para lanzar su
solemne orden de arresto, ocurri algo tremendo...
No...! grit una voz que ms pareca el aullido de un espectro.
Y alguien se desplom pesadamente.
Montroy no pudo ocultar su extraeza, y se acerc con paso inseguro a
Heriberto Draper.
Est muerto! anunci con voz ronca.
Rafael Valdeduero estuvo instantneamente a su lado.
Un sncope, comisario declar despus de examinar al cado.
Es usted mdico? pregunt Montroy, aun sin reaccionar.
No, comisario. Ya le dije a usted que soy especialista en desenlaces.
VIII
Se haba encontrado en un bolsillo de Heriberto Draper la confesin
del crimen, y el asunto se cerr sin mayor publicidad.
Usted pensaba arrestar a Willy, verdad? pregunt Valdeduero al
sorprendido comisario.
Cmo demonios lo sabe?
Experiencia, amigo mo. Usted sabe, el teatro... El mvil pasional era
perfecto.
Fue pasional, de todos modos anot Montroy.
No lo sabe usted bien, comisario. No sabe usted hasta qu punto!
Montroy se encogi de hombros.
Usted est loco, sin la menor duda dijo. Ms loco que una cabra
subiendo por las paredes, as me cuelguen!
IX
Rafael Valdeduero y Diana Draper conversaban al borde del estanque
del parque.
No creo que haya sido pap deca ella.
Tampoco yo, por supuesto coincidi l.
La joven lo contempl largamente.
Y la confesin? indag nerviosamente.
Un oportuno embuchado para convencer al comisario; nada ms.
Qu quiere usted decir?
Eso; nada ms que eso. El comisario iba a detener a Willy, y Willy es
inocente. Su padre sufri el sncope, incapaz ya de soportar la situacin, y
alguien pudo aprovechar su muerte para que nadie sufriera ms por causa de
Yola Canning...
Diana Draper mir a Valdeduero horrorizada.
Pero quin pudo prever que pap sufrira un sncope?
Supongo que nadie. Pero alguien previ que Montroy detendra a un
inocente, y prepar esa confesin para que el culpable reflexionara...
Hubo un momento de silencio; un profundo silencio slo turbado por el
plcido rumor de la fronda. Diana levant la cabeza, que haba ocultado entre
las manos.
De modo que la muerte de pap...
Salv al criminal.
Pero manch su memoria.
Nadie lo sabr nunca.
Sabe usted quin es el asesino?
Por supuesto.
Por qu no lo denunci?
60
Porque tengo una viga en el ojo, que me impide ver la mota en el ojo
de mi hermano.
Qu espera usted de l?
Que busque a un sacerdote y se confiese cuanto antes.
Nada ms?
Nada menos.
Diana Draper se levant pesadamente y ech a andar hacia la casa.
Valdeduero la sigui y se detuvo tras ella ante la puerta del ala izquierda.
Entraron en silencio, y siguieron por el largo corredor que se abra a su
izquierda, hasta la puerta de la biblioteca... Cruzaron el umbral y se pararon
ante el escritorio.
Cmo lo supo? murmur Diana conteniendo un sollozo.
Porque all, junto a la ventana francesa que da al parque, Yola Canning
y Flix Hocquart se estaban besando al caer la tarde...
Diana se mantuvo rgida.
Porque el arma que mat a Yola Canning es la plegadera en forma de
pual que tena su padre en el escritorio... Porque eso fue lo que encontr la
mano de la persona que entr aqu a dar una sorpresa, cuando la impresin de la
sorpresa que ella recibi la hizo aferrarse al escritorio para no caer...
Qu ms? susurr Diana con voz ausente.
Porque se encontr un bolso de mano junto a usted, aqu, al lado del
escritorio... Pero el pincelito del carmn estaba debajo del cadver. Por todo
eso, Diana... Porque Yola Canning haba pisoteado demasiadas cosas
respetables... y porque las segua pisoteando.
Cmo sabe usted que Flix?...
El perfume de Yola en la camisa de Flix...
Diana se apoy en el brazo de un silln y permaneci as, con la mirada
perdida a travs del vano de la ventana francesa.
Y ahora? murmur al cabo de un rato que pareci una eternidad.
El teln ha cado, Diana contest l muy quedo. Ya no hay nadie en
el teatro. Me voy a casa.
Rafael Valdeduero sali al parque y se perdi tras un grupo de naranjos
que ofrecan al aire la promesa de sus ramas en flor.
vomitar por sus cuatro piqueras un enjambre tupidsimo de chispas doradas, que
revoloteaban en torno, partan en todas direcciones y estallaban con ruido
graneado de fusilera. Como una enjambrazn de abejas en un sol de
fantasmagora. La vista era pasmosa y el estruendo ensordecedor. La
muchedumbre estaba absorta: sin embargo, en este preciso momento fue
cuando se agu de golpe la fiesta. Aunque parezca increble, un clamor humano,
un grito de muchas voces juntas super el granizado bombardeo, lleg hasta los
palcos y desparram hasta el ltimo espectador la ttrica noticia:
Una muerte! Una muerte! Un hombre muerto! El grito haba partido
de la delantera del monstruo de mil cabezas, el cual se arremolinaba
peligrosamente. El fraile se abri paso a tremendos empujones. Una voz dijo a
su lado: Cay Sanabria! Es el gato Sanabria! Otras voces comentaban
rencorosamente: As tena que acabar! En su ley! Le di un ataque!, exclam
otro. Soy cura, dejen pasar, gritaba Metri, navegndose la turba a codazo
seco.
Finalmente lleg al ncleo del loco remolino y casi cay sobre un
despojo tumbado de bruces en el suelo, que dos hombres medio ahogados por la
apretura estaban poniendo boca arriba. Pareca un mueco de trapo.
Fuera! grit furioso el fraile. A ver ustedes cuatro si pueden
hacer cancha (vos, vos y estos dos), que de n, lo vamos a matar del todo...
A la luz viva de la colmena gnea que todava chisporroteaba
alegremente, una cara redonda y congestionada, negra de polvo y sangre, que
encuadraban dos manos crispadas, apareci en el centro del crculo, los labios
movindose. El fraile se arrodill y aproxim el odo. El moribundo dijo:
Me han... asesinado! Golpe de atrs. Rebenque. Busquen. Cobarde.
Golpe tremendo. Muero.
Era verdad. Burbujas de sangre reventaban en la boca estertrica y los
negros ojos se empaaron. El fraile intim:
Dentro de poco estar delante de Dios. Se arrepiente de sus
pecados?
La boca del herido se despalanc toda y de su garganta brot un sonido
sordo. No haba un minuto que esperar.
Misereatur tuo, Omnipotens Deus dijo Metri alzando la mano, et
dimisis peccatis tuis...
En ese momento el bramido del pecho del moribundo se hizo inteligible
y el fraile escuch las siguientes palabras pronunciadas con lentitud y claridad
siniestra:
Dominus Jesus Christus te absolvat, et ego, autoritate ipsius, te
absolvo, ab omni vinculo excomunicationis et interdicti in quantum possum et tu
indiges. Deinde ego te absolvo a peccatis tuis, in nomine Patris, et Fili et
Spiritus Sancti.
La frmula de la absolucin! El asombro haba enmudecido al
63
deca: Malo! Otro pibito, retenido en el regazo de una seora gorda en turno,
miraba con envidia la escena. De repente se desprendi de la madre y quiso
hacerse invitar, acercndose a los alborotados con una sonrisa estereotipada de
lo ms gracioso: una sonrisa tmida y ancha de humilde splica y enorme
comprensin y simpata, que vertida al castellano era Por qu ustedes no se
dan cuenta de mi existencia y juegan sin m? No ven qu simptico que soy yo?
Pero recibi una dolorosa repulsa.
El varoncito ces un momento, lo mir de arriba abajo y le dijo
categrico:
Vo no s de nosotro!
El pibe forastero se apoy en el silln con un amago de pucherito. La
madre segua leyendo su revista. El fraile suspir y, dejando de contemplarlos,
prosigui una especie de operacin aritmtica que haba comenzado en la
cartula de un Caras y Caretas.
En el papel haba estos signos cabalsticos:
P.=d X m
den. plato = 393,
Masa = 4/ R2.
= 3,141517
R = 0,0025
X= 393,4 X 3,141517 X 4 (0,0025)3
3
Acabadas estas cifras, sac del bolsillo un perdign mediano de
cartucho para liebres, y por otra parte una cantidad de diminutos perdigones
pateros, y sopesando en la diestra el uno, iba aadiendo unidades de los otros,
al mismo tiempo que haca clculos en voz alta. Mir alrededor y vio que estaba
solo: el ltimo. Entonces, un incidente en el juego de los nios lo distrajo, y
atrajo nuevamente. Sigilosamente haba entrado un mayorcito, de unos ocho
aos, tambin de riguroso luto, y mostraba a los otros deslumbrados un objeto
metlico, celndolo como un culpable.
Lo encontr en el aljibe deca. Me mand Ugenia a sacar un
balde y me lo encontr.
Te va a dar tu padre dijo el menor.
Y por qu? No es mo acaso? Me lo regal to a m. Padre se enoj
porque no pudo matar el gato. Tienen siete vidas los gatos. Se le aplast la bala
en la cabeza en vez de entrar. Tienen dura la cabeza los gatos. Por eso lo habr
tirado padre. Pero yo me lo pesqu, y entonces le he de pedir a padre que me d
otrav las balas.
El fraile miraba intensamente. Sac una estampa del bolsillo y llam al
chico con la mano. Djame ver tu matagato, le dijo. Era, en efecto, una de esas
pistolas de nios, de calibre diminuto y construccin tan somera que son
69
peligrosas. Todos los que hemos tenido matagatos de chicos nos hemos baleado.
El fraile tom el arma y se entreg a una inspeccin extravagante: la examin, la
oli, meti el pico del pauelo en el cao y oli el pauelo; y por ltimo la empu
y, ocultndola bajo la manga del hbito, gatill una o dos veces como quien tira
cautelndose mucho. En ese momento el chico di una exclamacin de alarma, y
el padre Metri vio al dentista que lo miraba desde la puerta del consultorio con
ojos furiosos, mientras sala el chiquiln forastero con la seora gorda.
Jaleo! pens el fraile. Me han visto!
El dentista sola ser un hombrecillo petizo, arrugado, cojo, de aspecto
sumiso. Pero ahora estaba transfigurado de rabia. Balbuce dos o tres gruidos
confusos y al fin barbot con ira:
Vyase de aqu. No lo puedo atender. No puede usted hablar con mis
hijos. Es tarde. Mrchense inmediatamente de aqu, malandrines! grit a los
chicos despavoridos.
Pero el potente fraile hizo todo lo contrario. Se incorpor sbito y se
dirigi a la puerta y, dando un tremendo empujn al to plantado en ella, lo meti
y se encerr con llave. El resultado fue bien inesperado y ms all de sus
intenciones. El dentista, que tena una pierna seca y nunca andaba sin bastn,
rod por el suelo lastimosamente, y se agot despus en esfuerzos por
levantarse hasta que su contrincante le tendi la mano; y entonces estall en un
terrible sollozo o rugido, dejndose caer en un silln con la cabeza entre las
manos.
Lo mir con lstima largamente. Decan que era un hombrecito extrao,
sin relaciones, sin amigos, llegado de la capital haca unos meses, siempre
retrado, preocupado de sus tres chicos, irreligioso, ateo, hereje, susurraba la
gente. En este momento era una pobre cosa humana transida en inmenso y
desesperado desconsuelo. El fraile, no obstante, dej caer palabras duras:
Slo el joyero y el dentista dijo manejan platino, metal caro y
raro. Joyero aqu no hay, dentista uno solo. Cuando vi que el gato Sanabria haba
sucumbido a un proyectil de platino vine aqu. Por qu lo hizo?
El otro levant la cabeza al or el nombre de Sanabria y apret los
dientes.
Canalla! tartamude. Mi mujer.
Muerta? apunt el fraile, recordando los chicos de luto.
Vive. Vive mal. Mala mujer. Me abandon. En Buenos Aires. Es preciso
que mis hijos crean que ha muerto. Y ese hombre me amenaza contar mi historia
en su diario. Me sac plata, plata, plata. No haba ms remedio que matarlo. Mis
hijos! La ley dice: Ojo por ojo y diente por diente.
El rostro del fraile se ensombreci todava:
No haba ms remedio! exclam. Un asesinato no remedia nada!
Jams el mal remedia el mal sino que lo aumenta. Mire el remedio que ha
conseguido usted con su crimen: nunca ms se sentir usted padre de sus hijos;
70
H. BUSTOS DOMECQ
LAS PREVISIONES DE SANGIACOMO
ADOLFO BIOY CASARES, que junto con JORGE LUS BORGES es autor de Seis
Problemas para Don Isidro Parodi, obra de la que hemos seleccionado el cuento aqu incluido, naci en
Buenos Aires en 1914. Es autor de La Invencin de Morel (Premio Municipal de Literatura), El Perjurio
de la Nieve, Plan de Evasin, La Trama Celeste, etc. En colaboracin con J. L. Borges Y Silvina Ocampo
ha realizado una considerable labor antolgica.
Con respecto a Borges, vase pginas anteriores.
A Mahoma
El recluso de la celda 273 recibi con marcada resignacin a la seora
de Anglada y a su marido.
Ser rotundo; dar la espalda a toda metfora prometi
gravemente Carlos Anglada. Mi cerebro es una cmara frigorfica: las
circunstancias de la muerte de Julia Ruiz Villalba Pumita, para los de su clase
perduran en ese recipiente gris, incorruptas. Ser implacable, fidedigno;
miro estas cosas con la indiferencia del deus ex machina. Le impondr un corte
transversal de los hechos. Lo conmino, Parodi: sea usted un nervio auditivo.
Parodi no levant los ojos; sigui iluminando una fotografa del doctor
Irigoyen; el introito del vigoroso poeta no le comunicaba hechos nuevos: das
antes haba ledo un sueltito de Molinari, sobre la brusca desaparicin de la
seorita de Ruiz Villalba, uno de los elementos juveniles ms animados de
nuestro mundillo social.
Anglada impost la voz; Mariana, su mujer, tom la palabra:
Ya Carlos hizo que me costeara a la crcel y yo que tena que ir a
opiarme en la conferencia de Mario sobre Concepcin Arenal. Qu salvada la
suya, seor Parodi, no tener que ir a la Casa de Arte; hay cada figurn que es un
plomo, aunque yo siempre digo que Monseor habla con mucha altura. Carlos,
como toda la vida, va a querer meter su cuchara, pero al fin y al cabo es mi
hermana, y no me han arrastrado hasta aqu para que yo est callada como una
ente. Adems las mujeres, con la intuicin, nos damos ms cuenta de todo, como
dijo Mario la vez que me felicit por el luto (yo estaba hecha una loca, pero a
las platinadas nos sienta el negro). Mire, yo, con la suite que tengo, voy a
contarle las cosas desde el principio, aunque no me hago la difcil con la mana
de los libros. Usted habr visto en la rotogravure que la pobre Pumita, mi
hermana, se haba comprometido con Rica Sangicomo, que tiene un apellido que
es matador. Aunque parezca un cache era una pareja ideal: la Pumita, tan mona,
con el cachet Ruiz Villalba y los ojos de Norma Shearer, que ahora que se nos
fue, como dijo Mario, ya no quedan ms que los mos. Es claro que era una india y
que no lea ms que Vogue y por eso le faltaba ese charme que tiene el teatro
francs, aunque Madeleine Ozeray es un adefesio. Es el colmo venir a decirme a
74
m que se ha suicidado, yo que estoy tan catlica desde el Congreso y ella con
esa joie de vivre que yo tambin la tengo, aunque no soy una mosca muerta. No
me diga que es una plancha y una falta de consideracin este escndalo, como si
yo no tuviera bastante con lo del pobre Formento, que le clav el cuchillito por
el silln a Manuel que estaba embobado con los toros. A veces me da qu pensar
y digo que es llover sobre mojado.
Rica tiene fama de buenmocisimo, pero qu ms quera l que entrar
en una familia como la gente, ellos que son unos parvenus, aunque al padre yo lo
respeto porque vino al Rosario con una mano atrs y otra adelante. La Pumita no
se chupaba el dedo, y mam con el faible que le tena tir la casa por la ventana
cuando la presentaron, y as no es gracia que se comprometiera cuando era una
mocosa. Dice que se conocieron de un modo lo ms romntico, en Llavallol, como
Errol Flynn y Olivia de Havilland, en Vamos a Mjico, que en ingls se llama
Sombrero; a la Pumita se le haba desbocado el pony del tonneau al llegar al
macadam, y Ricardo, que no tiene ms horizonte que los petizos de polo, se quiso
hacer el Douglas Fairbanks y le par el pony, que no es una cosa del otro mundo.
El se qued chocho cuando supo que era mi hermana, y la pobre Pumita, ya se
sabe, le gustaba afilar hasta con los mucamos de adentro. La cuestin es que se
lo invit a Rica a La Moncha, y eso que no nos habamos visto ni en caja de
fsforos. El Commendatore el padre de Rica, usted recuerda les haca un
gancho brbaro, y Rica me tena enferma con las orqudeas que l mandaba
todos los das a la Pumita, as que yo hice rancho aparte con Bonfanti, que es
otra cosa.
Tmese un resuello, seora intercal respetuosamente Parodi.
Ahora que no gara, usted podra aprovechar, don Anglada, para hacerme un
resumido.
Abro fuego...
Ya tuviste que salir con tus pesadeces observ Mariana, aplicando a
sus labios desganados un cuidadoso rouge.
El panorama erigido por mi seora es terminante. Falta, sin embargo,
tirar las coordenadas de prctica. Ser el agrimensor, el catastro. Acometo la
vigorosa sntesis.
En Pilar, contiguos a La Moncha, se afirman los parques, los viveros,
los invernculos, el observatorio, los jardines, la pileta, las jaulas de los
animales, el golf, el acuario subterrneo, las dependencias, el gimnasio, el
reducto del Commendatore Sangicomo. Este florido anciano ojos
irrefutables, estatura mediocre, tinte sanguneo, nveos mostachos que
interrumpe el toscano festivo es un moo de msculos, en la pista, en la
pedana y en el trampoln de madera. Paso de la instantnea al cinematgrafo:
abordo sin ambages la biografa de este vulgarizador del abono. El oxidado siglo
XIX se revolva y gimoteaba en su silla de enfermo aos del biombo japonista
y del velocpedo tarambana cuando el Rosario abri la generosidad de sus
75
II
La tarde del 23 de junio, vspera de su muerte, la Pumita vio morir tres
veces a Emil Jannings en copias imperfectas y veneradas de Alta traicin, del
Angel Azul y de La ltima orden. Mariana sugiri esa expedicin al Club Path
Baby; al regreso, ella y Mario Bonfanti se relegaron al asiento de atrs del Rolls
Royce. Dejaron que la Pumita fuera adelante con Ricardo y completara la
reconciliacin iniciada en la compartida penumbra del cinematgrafo. Bonfanti
deplor la ausencia de Anglada: este polgrafo compona, esa tarde, una Historia
Cientfica del Cinematgrafo, y prefera documentarse en su infalible memoria
de artista, no contaminada por una visin directa del espectculo, siempre
ambigua y falaz.
Esa noche, en Villa Castellammare, la sobremesa fue dialctica.
Otra vez doy la palabra a mi viejo amigo, el Maestro Correas dijo
eruditamente Bonfanti, que animaba un saco tejido en punto de arroz, una doble
tricota de Huracn, una corbata escocesa, una sobria camisa color ladrillo, un
juego de lpiz y estilogrfica tamao coloso y un cronmetropulsera de
referee. Fuimos por lana y volvimos trasquilados. Los boquirrubios que
detentan el cacicazgo del PathBaby Club nos han fastidiado: dieron un
muestrario de Jannings en el que falta lo ms enjundioso y egregio. Nos han
escamoteado la adaptacin de la stira butleriana Ainsi va toute chair, De
carne somos.
Es como si la hubieran dado dijo la Pumita. Todos los films de
Jannings son De carne somos. Siempre es el mismo argumento: primero le van
acumulando felicidades; despus lo enyetan y lo hunden. Es una cosa tan
aburrida y tan igual a la realidad. Apuesto a que el Commendatore me da la
razn.
El Commendatore vacil; Mariana intervino inmediatamente.
Todo porque fui yo la de la idea que furamos. Bien que lloraste como
una cache a pesar del rimmel.
Es cierto dijo Ricardo. Yo te vi llorar. Despus te pons nerviosa
y toms esas gotas para dormir que tens en la cmoda.
Sers ms que zonza observ Mariana. Ya sabs que el doctor ha
dicho que esas porqueras no son buenas para la salud. Yo es otra cosa, porque
tengo que lidiar con los mucamos.
Si no duermo, no me faltar qu pensar. Adems, no ser sta la
ltima noche. Usted no cree, Commendatore, que hay vidas que son idnticas a
las vistas de Jannings?
78
III
IV
El 19 de julio, Mario Bonfanti irrumpi en la celda 273. Se despoj
resueltamente del perramus blanco y del chambergo peludo, arroj el bastn de
malaca sobre la cucheta reglamentaria, encendi con un briquet a kerosene una
moderna pipa de espuma de mar y extrajo de un bolsillo secreto un cuadrilongo
de gamuza color mostaza con el cual frot vigorosamente los cristales oscuros
de sus antiparras. Durante dos o tres minutos, su respiracin audible agit la
bufanda tornasolada y el denso chaleco lanar. Su fresca voz italiana, exornada
por el ceceo ibrico, reson gallarda y dogmtica a travs del freno dental.
Usted, maese Parodi, ya se sabr de corro los tejemanejes policacos,
la cartilla detectivesca. Palmariamente le confieso que a m, ms dado al papeleo
82
aquello de que la mujer es una esfinge moderna. Por de contado que usted no
exigir de mi hidalgua que yo refiera punto por punto el dilogo de la gran dama
tornadiza y del importuno galn que la quera rebajar a pao de lgrimas. Esas
hablillas, esa cocina chismogrfica, bien estn en manos de zafios novelistas
afrancesados, que no de pesquisidores de la verdad. Adems, no s de qu
hablaron. El hecho es que a la media hora, Ricardo, conejuno y alicado, bajaba
en el mismo ascensor Otis que otrora le encumbr tan ufano. Aqu empieza la
trgica zarabanda, aqu principia, aqu da comienzo. Que te pierdes, Ricardo,
que te despeas! Guay, que ya ruedas por la sima de tu locura! No le
escamotear ninguna etapa de la incomprensible viacrucis: luego de departir
con la baronesa, Ricardo fue a casa de Miss Dollie Vavasour, una deleznable
cmica de la legua, a la que ningn lazo le ataba y de quien s que estuvo
amancebada con l. Usted farfullar su enojo, Parodi, si me rezago, si me
alongo, en esta mujerzuela balad. Un solo trazo basta para pintarla de cuerpo
entero: tuve con ella la atencin de mandada mi Ya todo lo dijo Gngora,
avalorado por una dedicatoria de puo y letra y por mi firma olgrafa; la muy
grosera me di la callada por respuesta, sin que la ablandaran mis envos de
confites, de pastas y de jarabes, a los que sobreaad mi Rebusco de
aragonesismos en algunos folletos de J. Cejador y Frauca, en ejemplar de lujo y
portado a su domicilio particular por las Mensajeras Gran Splendid. Me devano
los sesos preguntando y repreguntando qu aberracin, qu bancarrota moral,
indujo a Ricardo a dirigir sus pasos a esa madriguera, que yo me jacto de
ignorar y que es el notorio y pblico precio de quin sabe qu complacencias. En
el pecado est el castigo: Ricardo al cabo de una pltica desolada con esa
anglosajona, sali huidizo y disminuido a la calle, mascando y remascando el
amargo fruto de la derrota, abanicado el altanero chambergo por los aletazos
insanos de la locura. Prximo an a la casa de la extranjera en Juncal y
Esmeralda, para no desdear el brochazo urbano, tuvo un arresto varonil: no
vacil en abordar un taxi, que muy luego le deposit frente a una pensin
familiar, en Maip al novecientos. Buen cfiro insuflaba sus venas: en ese
recoleto asilo, que el rebao transente motorizado por el dios Dlar tal vez no
seala con el dedo, habitaba y habita Miss Amy Evans: mujer que sin abdicar su
feminidad, baraja horizontes, husmea climas, y, para decirlo todo en una
palabra, trabaja en un consorcio interamericano, cuya cabeza local es Gervasio
Montenegro, y cuyo loado propsito es fomentar la migracin de la mujer
sudamericana nuestra hermana latina, que dice garbosamente Miss Evans,
a Salt Lake City y a las verdes granjas que la cien. El tiempo de Miss Evans es
un Per. No embargante, esa dama hurt un mauvais quart d'heure a los
apremios de la estafeta y recibi con toda altura al amigo que, tras la quimera
de un noviazgo frustrado, haba esquivado el bulto a sus fuegos. Diez minutos
de chchara con Miss Evans bastan para vigorar el temple ms feble 4; Ricardo,
4
A veces Mario es atacante. (Nota cedida por doa Mariana Ruiz Villalba de Anglada.)
85
pesia!, gan el ascensor descendente, con el nimo por el suelo y con la palabra
suicidio grabada claramente en los ojos, a la vista y paciencia del zahor que la
descifrara.
En horas de negra melancola no hay farmacopea que valga la simple y
reiterada Naturaleza, que, atenta a los reclamos de abril, se desborda profusa
y veraneante por las llanadas y congostos. Ricardo, amaestrado por los reveses,
busc la soledad campesina, march sin detenciones a Avellaneda. La vieja
casona de los Montenegro abri sus cortinadas puertas vidrieras para recibirle.
El anfitrin, que en achaques de hospitalidad es mucho hombre, acept un
Corona extralargo, y, entre pitada y pitada, chanza va y chanza viene, parl
como un orculo y dijo tantas y tales cosas que nuestro Ricardo, apesadumbrado
y mohino, hubo de contramarchar a Villa Castellammare que no corriera ms
ligero si veinte mil fesimos demonios le persiguiesen.
Sombras antecmaras de la locura, salas de espera del suicidio:
Ricardo, esa noche, no departe con quien pudiera alzaprimarle, con un camarada,
un fillogo: se empoza en e! primero de una luenga serie de concilibulos con ese
desmantelado Croce, ms rido y reseco que el lgebra de su contabilidad.
Tres das malgast Ricardo en esas peroratas malsanas. El viernes
tuvo un destello de lucidez: apareci de motu proprio en mi dormitoriobufete.
Yo, para desapestarle e! nima, le invit a corregir las pruebas de galeras de mi
reedicin del Ariel, de Rod, maestro que al decir de Gonzlez Blanco, supera a
Valera en flexibilidad, a Prez Galds en elegancia, a la Pardo Bazan en
exquisitez, a Pereda en modernidad, a Valle Incln en doctrina, a Azorn en
espritu crtico; barrunto que otro que yo hubiera recetado a Ricardo una
papilla al uso, que no ese tutano de len. Sin embargo, pocos minutos de
magnetizante labor fueron bastantes para que el extinto se despidiera,
campechano y gustoso. No haba concluido yo de calzarme las antiparras para
proseguir la fajina, cuando, del otro lado de la rotonda, retumb el balazo
fatdico.
Afuera me cruc con Requena. La puerta del dormitorio de Ricardo
estaba entornada. En el suelo, infamando de sangre reprobada el mullido
quillango, yaca de cbito dorsal, el cadver. El revlver, caliente an,
custodiaba su eterno sueo.
Lo proclamo bien alto. La decisin fue premeditada. As lo corrobora y
confirma la deplorable nota que nos dej: indigente, como de quien ignora los
recursos riqusimos de! romance; pobre, como de chapucero que no dispone de
un stock de adjetivos; insulsa, como de quien no juega del vocablo. Viene a
patentizar lo que no pocas veces he insinuado desde la ctedra: los egresados
de nuestros sedicentes colegios desconocen los misterios del diccionario. La
leer: usted ser el ms inflamado guerrero en esta cruzada por el buen decir.
Esta es la carta que Bonfanti ley momentos antes de que don Isidro lo
expulsara:
86
Lo peor es que siempre he sido feliz. Ahora las cosas han cambiado y
seguirn cambiando. Me mato porque ya no comprendo nada. Todo lo que he
vivido es mentira. De la Pumita no me puedo despedir porque ya se muri. Lo que
mi padre ha hecho por m no lo ha hecho ningn padre en el mundo; quiero que
todos lo sepan. Adis y olvdenme. Fdo.: Ricardo Sangicomo. Pilar, 11 de julio de
1941.
apur el baile. En el ao que le quedaba, tuvo que amontonar las ltimas dichas y
todas las calamidades y las penurias. La tarea no lo asust; pero en la cena del
23 de junio, la Pumita le di a entender que haba descubierto el enredo: claro
que no lo dijo directamente. No estaban solos. Le habl de las vistas del
bigrafo. Dijo que a un tal Jurez primero le acumulaban triunfos y despus lo
enyetan. Sangicomo quiso hablar de otra cosa; ella volvi a la carga y repiti
que hay vidas en las que no sucede nada por casualidad. Sac tambin a relucir
la libreta en que el viejo escriba su diario; lo dijo para darle a entender que la
haba ledo. Sangicomo, para estar bien seguro, le tendi una celada: trajo a
cuento una sabandija de barro, que un ruso le mostr en una valija y que l tena
guardada en el escritorio, en el mismo cajn de la libreta. Minti que la
sabandija era un len; la Pumita, que saba que era una vbora, peg un respingo:
de puro celosa, le haba andado en los cajones al viejo, buscando cartas de
Ricardo. Ah encontr la libreta y, como era muy estudiosa, la ley y se enter
del plan. En la conversacin de esa noche cometi muchas imprudencias: la ms
grave fue decir que al da siguiente iba a hablar con Ricardo. El viejo, para
salvar el plan que haba construido con un odio tan esmerado, decidi matar a la
Pumita. Le puso veneno en el remedio que tomaba para dormir. Usted se
acordar que Ricardo haba dicho que el remedio estaba en la cmoda. No haba
dificultad para entrar en el dormitorio. Todas las piezas daban al corredor de
las estatuas.
Le mentar otros aspectos de la conversacin de esa noche. La moza
le pidi a Ricardo que atrasara unos aos la publicacin de la novelita.
Sangicomo se le retob francamente: quera que la novelita saliera, para
repartir en seguida un folleto que mostrara que era toda copia. Para m que el
folleto lo escribi Anglada, la vez que dijo que se quedaba para componer la
historia del cinematgrafo. Aqu mismo anunci que algn entendido iba a
fijarse que la novela de Ricardo estaba copiada.
Como la ley no le permita desheredar a Ricardo, el Comendador
prefiri perder su fortuna. La parte de Requena la puso en cdulas, que por ms
que no rindan mucho son seguras; la de Ricardo, la puso en el subterrneo: basta
ver la ganancia que daba para saber que era una inversin peligrosa. Croce lo
robaba sin asco: el Comendador lo dej para estar bien seguro de que Ricardo
no tendra nunca ese dinero.
Muy pronto la plata empez a ralear. A Bonfanti le cortaron el sueldo;
a la baronesa la sacaron como chijete; Ricardo tuvo que vender los petizos de
polo.
Pobre mozo, que nunca haba andado en la mala! Para entonarse fue a
visitar a la baronesa; ella, despechada porque le haba fallado el sablazo, lo puso
como un suelo y le jur que si alguna vez haba tenido amores con l, fue porque
el padre le pagaba. Ricardo vio cambiar su destino, y no comprenda. En ese
confusin tan grande, tuvo un presentimiento: fue a interrogar a la Dolly Sister
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y a la Evans; las dos reconocieron que si antes lo haban recibido fue por causa
de una contrata que tenan con el padre. Luego lo vio a usted, Montenegro.
Usted confes que le haba apalabrado todas esas mujeres, y otras. No es
verdad?
Al Csar lo que es del Csar arbitr Montenegro, bostezando con
disimulo. Usted no ignorar que la orquestacin de esas ententes cordiales ya
constituye para m una segunda naturaleza.
Preocupado por la falta de plata, Ricardo consult a Croce; estos
parlamentos le demostraron que el Comendador se estaba arruinando a
propsito.
Lo azoraba y humillaba la conviccin de que toda su vida era falsa. Fue
como si de golpe a usted le dijeran que usted es otra persona. Ricardo se haba
credo una gran cosa: ahora entendi que todo su pasado y todos sus xitos eran
obra de su padre, y que ste, quin sabe por qu razn, era su enemigo y le
estaba preparando un infierno. Por eso pens que no le vala mucho vivir. No se
quej, ni dijo nada contra el Comendador, a quien segua queriendo; pero dej
una carta para despedirse de todos y para que su padre la comprendiera. Esa
carta deca: Ahora las cosas han cambiado y seguirn cambiando... Lo que mi
padre ha hecho por m no lo ha hecho ningn padre en el mundo.
Ser porque hace tantos aos que vivo en esta casa, pero ya no creo
en los castigos. All se lo haya cada uno con su pecado. No est bien que los
hombres honrados sean verdugos de los otros hombres. Al Comendador le
quedaban pocos meses de vida; a qu amargrselos delatndolo y revolviendo
un avispero intil de abogados y jueces y comisarios?
Pujato, 4 de agosto de 1942.
RODOLFO J. WALSH
CUENTO PARA TAHRES
RODOLFO J. WALSH naci en 1927. Colabora en revistas de Buenos Aires. Esta editorial
publicar prximamente en una de sus colecciones policiales, la serie de relatos titulada Variaciones en
Rojo.
en la mesa, recobr los chivos y los tir al suelo. No haba tiempo para ms. No
le convena que se comprobara que haba estado haciendo trampa, aunque fuera
sin saberlo. Despus meti la mano en el bolsillo de Ziga, le busc los dados
legtimos, que el otro haba sacado del cubilete, y cuando ya empezaban a
parpadear los tubos fluorescentes, los tir sobre la mesa.
Y esta vez s ech clavada, un 7 grande como una casa, que es el
nmero ms salidor...
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