Salinger - Boca Bonita y Verdes Mis Ojos
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Salinger
Boca bonita y verdes mis ojos
1 Salinger
—Te llamo por lo siguiente, Lee: ¿te fijaste a qué hora se fue Joanie? Por casualidad, ¿no te
fijaste si salió con los Ellenbogens?
El hombre canoso volvió a mirar hacia la izquierda, pero arriba esta vez, lejos de la
muchacha que lo miraba como un joven policía irlandés de ojos azules.
—No, Arturo, no me fijé —dijo, sus ojos en el distante y oscuro ángulo donde se unían la
pared y el techo. ¿No salió contigo?
—Oh, Dios mío. Vaya uno a saber. Yo no sé. Ya sabes que cuando está en copas y loca por
irse. Qué se yo. Ella pudo tener…
—Sí. Todavía no llegaron a su casa. No sé. Ni siquiera estoy seguro de que se haya ido con
ellos. Pero sé una cosa. Sé una maldita cosa. Estoy harto de romperme la cabeza. Te hablo
en serio. Realmente te hablo en serio, esta vez. Estoy harto. Cinco años. ¡Dios mío!
—Está bien, Arturo, ahora trata de tomártelo con un poco de calma —dijo el hombre
canoso—. En primer lugar, si yo conozco a los Ellenbogens, lo más probable es que se
hayan metido todos en un taxi y se hayan ido hasta el pueblo por un par de horas. Es
posible que caigan los tres…
—Está bien, y ahora escúchame. Cálmate. Tómalo con calma —dijo el hombre canoso—.
Por amor de Dios, tú conoces a los Ellenbogens. Lo que pasó, probablemente, es que
perdieron el último tren. Probablemente los tres caerán dentro de un minuto, muy alegres y
con unas copas de más…
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—¿Cómo lo sabes?
—Está bien. Está bien. ¿Y qué? ¿Por qué no te quedas quieto y tranquilo ahora? —dijo el
hombre canoso—. Probablemente los tres te caerán por ahí, dentro de un minuto. Te lo
aseguro. Conoces a leona. No sé qué demonios pasa… En cuanto llegan a Nueva York
todos adquieren esa terrible alegría Connecticut. Eso lo sabes.
—Seguro que sabes. Usa tu imaginación. Probablemente esos dos arrastraron a Joan.
Probablemente esos dos arrastraron a Joanie…
—Escúchame. Nunca nadie tuvo que arrastra a Joanie a ningún lado. No me quieras
engatusar con ese asunto.
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—Está bien. Está bien. Entonces métete en la cama —dijo el hombre canoso—. Y cálmate.
¿Me escuchas? Dime la verdad. ¿A dónde te puede llevar, seguir sentado así, ansioso,
dándole vueltas al asunto?
—Sí. Ya sé. No tendría que preocuparme, por amor de dios, pero no se puede confiar en
ella. Te lo juro por Dios. No se puede, te lo juro por Dios. Se puede confiar en ella tanto
como en poder arrojar desde lejos una… no sé qué. ¡Ah! Para qué sirve. Me estoy
volviendo loco.
—Está bien. Olvídate, ahora. Olvídate, ahora. ¿Quieres hacerme un favor? Trata de borrar
todo ese asunto de tu mente —dijo el hombre canoso—. A lo mejor estás haciendo…
Sinceramente pienso que estás haciendo una montaña…
—¿Sabes lo que hago? ¿Sabes lo que hago? Me da vergüenza decírtelo, pero ¿sabes lo que
estoy a punto de hacer cada condenada noche cuando llego a casa? ¿Quieres saberlo?
—Está bien. Está bien, Arturo. Tratemos de tomarlo con calma —dijo el hombre canoso.
Bruscamente miró hacia su derecha, donde un cigarrillo, encendido un rato antes, al
comenzar la noche, se balanceaba en el cenicero. Era evidente que estaba apagado y no lo
tomó—. En primer lugar —dijo en el teléfono— te he dicho muchas, muchísimas veces,
Arturo, que ese es, exactamente, tu mayor error. ¿Te das cuenta de lo que haces? ¿Quieres
que te diga lo que haces? Te sales de tus casillas, ahora te lo digo en serio… En realidad,
eres tú quien incita a Joanie… —Desistió—. Eres un tipo de suerte, ella es una chica
maravillosa. En serio. No le tienes ninguna confianza a su buen gusto, ni a su inteligencia.
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—¡Inteligencia! Dios mío, si supieras lo chistoso que es eso. Ella se cree una condenada
intelectual. Eso es lo realmente chistoso. Lee la página teatral y mira televisión hasta
quedarse prácticamente ciega… y así es una intelectual. ¿Sabes con quién estoy casado?
¿Quieres saber con quién estoy casado? Estoy casado con la más incipiente y desconocida
actriz, novelista, psicoanalista; en fin, con un maldito genio ignorado de Nueva York. ¿No
lo sabías? Por Dios, es tan gracioso que podría cortarme la cabeza. Madame Bovary en el
anexo de la Universidad de Columbia. Madame…
—Madame Bovary sigue su curso de capacitación en TV. Por Dios, si supieras como.
—¡Inteligencia! Oh, Dios, eso me mata. ¿No la escuchaste alguna vez describir a alguien…
a algún hombre, quiero decir? Cuando no tengas nada que hacer, hazme el favor y pídele
que te describa a algún hombre. A cada hombre que ve lo describe como “terriblemente
atractivo”. No importa si es el más viejo, el más puerco, el más grasiento…
—Está bien, Arturo —dijo, cortante, el hombre canoso—. Esto no nos lleva a ninguna
parte. A ninguna parte. —Tomó uno de los cigarrillos que la muchacha había prendido—.
De paso –dijo, exhalando humo por la nariz— ¿cómo te fe hoy?
—¿Qué?
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—¡Dios mío! No lo sé. Como el diablo. Unos dos minutos antes de que yo empezara con
mi sumario, el abogado del demandante, Lissberg, trajo a una sirvienta loca con un montón
de sábanas como prueba… con manchas de chinches por todos lados. ¡Mi Dios!
—¿Entonces qué pasó? ¿Perdiste? —preguntó el hombre canoso, dando otra pitada al
cigarrillo.
—¿Sabes quién estaba en el tribunal? Madre Vittorio. Nunca voy a saber qué es lo que
tiene ese tipo conmigo. No puedo ni abrir la boca porque se me viene encima. Con un tipo
como ese no se puede razonar. Es imposible.
El hombre canoso torció la cara para ver qué hacía la muchacha. Había levantado el
cenicero y lo estaba colocando entre los dos.
—Si. Hoy te lo iba a contar. Pero en la fiesta no tuve ninguna oportunidad, con todo ese
bochinche. ¿Te parece que Juniors armará un lío? Me importa un comino, pero ¿qué te
parece? ¿Te parece que lo armará?
Con su mano izquierda el hombre canoso quitaba la ceniza de su cigarrillo en el borde del
cenicero.
—No creo que, necesariamente, vaya a armar un lío, Arturo —dijo con calma—. Aunque
hay muchas posibilidades de que lo arme, por supuesto no se va a enloquecer de alegría. Tú
sabes el tiempo que hace que manejamos esos tres hoteles malditos. El mismo viejo
Shanley fue quien empezó todo…
—Ya sé. Ya sé. Juniors me habló de eso por lo menos cincuenta veces. Es una de las
historias más hermosas que escuché en mi vida. Está bien, perdí ese maldito pleito. En
primer lugar, no fue culpa mía. Primero, ese lunático de Vittorio me acosa durante todo el
juicio. Después esa sirvienta idiota empieza a mostrar las sábanas llenas de chinches.
—Nadie dice que la culpa sea tuya, Arturo —dijo el hombre canoso—. Tú me preguntaste
si yo pensaba que Juniors armaría un lío. Simplemente traté de darte una honesta…
—Ya sé… sé que… ¡Qué sé yo! Al diablo. De cualquier modo puede que vuelva al ejército.
¿No te lo dije?
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—Espera un segundo. ¡Déjame decirte por qué! ¿Quieres saber por qué no lo hice? Puedo
decirte exactamente porqué. Porque le tuve lástima. Esa es la verdad, total y simple. Le
tuve lástima.
—Bueno, yo no sé. Pienso que eso está fuera de mi jurisdicción —dijo del hombre canoso
—. Sin embargo, me parece que te olvidas que Joanie es una mujer adulta. No sé, pero me
parece que…
—¡Mujer adulta! ¿Estás loco? Es una criatura adulta, por el amor de Dios. Escúchame, me
estoy afeitando —escucha esto— me estoy afeitando y de repente me llama desde la otra
punta del departamento. Voy a averiguar qué pasa —en medio de la afeitada, con la espuma
en toda mi condenada cara—. Y ¿sabes lo que quiere? Preguntarme si creo que es buena.
Te juro. Es conmovedora. La miro cuando duerme y sé bien lo que te digo. Créeme.
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—Somos una pareja fracasada, eso es todo. Esa es la historia, simple y total. Fracasada
como el mismo demonio. ¿Sabes lo que precisa ella? Precisa un canalla enorme que de vez
en cuando le pegue una pateadura y que después siga leyendo el diario. Eso es lo que ella
precisa. Yo soy condenadamente débil por ella. Lo sabía antes de casarnos…, te lo juro por
Dios que lo sabía. Pienso que eres uno de esos avivados que nunca se casan, porque antes
que nadie se dan cuenta. Por Dios que no me daba cuenta. Soy débil. Ese es el asunto, en
pocas palabras.
—¡Claro que soy débil! ¡Claro que soy débil! ¡Carajo si lo sé! Si no fuera débil, piensas que
hubiera dejado que todo… Ah ¿para qué sirve hablar? Claro que soy débil… Por Dios, te
estoy manteniendo despierto toda la noche. ¿Por qué no me mandas al demonio y cortas?
En serio. Corta.
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—Una vez ella me compró un traje. Con su propio dinero. ¿Te lo conté?
—No, yo…
—Simplemente entró, creo que a Tripler y me lo compró. Yo ni siquiera iba con ella.
Quiero decirte que ella tiene gestos magníficos. Lo más divertido es que resultó de mi talle.
Solamente tuve que hacerlo ajustar un poquito en los fondillos y acortarlo. Quiero decir,
tiene gestos magníficos.
El hombre canoso escuchó un momento más. Luego se dio vuelta, de golpe, hacia la
muchacha. La mirada que le echó, aunque sólo fue una ojeada, bastó para decirle todo lo
que pasaba del otro lado del teléfono.
—Ahora escúchame, Arturo. Esto no sirve para nada. Te lo digo en serio. Escúchame
ahora. Te hablo sinceramente. ¿Quieres desvestirte y meterte en la cama como un chico
bueno? ¿Y descansar? Joanie llegará probablemente dentro de dos minutos. No querrás que
te vea así, ¿no es cierto? A lo mejor se aparecen con ella los condenados Ellenbogens. No
querrás que toda esa gente te vea así ¿no es cierto? —escuchó—. ¿Me oyes, Arturo?
—¡Dios mío! Te estoy manteniendo despierto toda la noche. Todo lo que hago…
—No me estás manteniendo despierto toda la noche. No puedes pensar eso. Ya te lo dije,
estuve durmiendo un promedio de cuatro horas por noche. Lo que me gustaría hacer, si
fuera humanamente posible, sería ayudarte, muchacho. —Escuchó—. Arturo, ¿estás ahí?
—Sí. Aquí estoy. Escúchame. De todos modos te he mantenido despierto toda la noche.
¿No podría ir a tu casa a tomar un trago? ¿Te importaría?
El hombre canoso se enderezó y colocó la palma de su mano libre sobre su cabeza y dijo:
—Está bien.
El hombre canoso continuó sosteniendo el teléfono durante unos segundos, después colgó.
—Me escuchaste —dijo el hombre canoso, y la miró—. ¿Me pudiste escuchar, no es cierto?
—aplastó su cigarrillo.
—Bueno —dijo el hombre canoso—, es una situación muy difícil. No sé hasta qué punto
estuve maravilloso.
—Lo estuviste. Estuviste estupendo —dijo la muchacha—. Estoy toda floja. Estoy
absolutamente floja. Mírame.
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—Bueno, realmente es una situación imposible —dijo—. Todo el asunto es tan fantástico
que ni siquiera…
—No. No.
—¿Qué? —dijo el hombre canoso, y puso la mano izquierda sobre sus ojos, aunque la luz
estaba a su espalda.
—Sí. Justamente acaba de llegar. Unos diez segundos después de que te hablé. Aproveché
para llamarte mientras está en el baño. Escúchame: un millón de gracias, Lee. Te lo digo en
serio…, sabes a qué me refiero. ¿Aún no te habías dormido? ¿Dormías?
—No, no. Solamente esta… No, no —dijo el hombre canoso dejando la mano sobre sus
ojos. Se aclaró la garganta.
—Sí. Lo que pasó, según parece, es que Leona se pescó una borrachera y entonces le dio un
fenomenal ataque de llanto, y Bob quiso que Joanie saliera con ellos a tomar un trago en
cualquier parte, para suavizar las cosas. Yo no sé. Sabes. Muy complicado. De todos modos
ya está en casa. Qué cacería de ratas. Te lo juro por Dios, pienso que es esta maldita Nueva
York. Quizás todo se arregle, si las cosas siguen bien, quizás nos vayamos a un lugarcito en
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—De cualquier modo le voy a hablar de eso esta misma noche. O tal vez mañana. Ahora
está un poco cansada. Quiero decir que, en el fondo, es una chica formidable. Si tenemos
una oportunidad para arreglarnos, seríamos terriblemente estúpidos si no lo intentáramos.
Mientras estoy en eso voy a procurar, también, arreglar el lío de las chinches. Estuve
pensando. Mejor dicho, ¿crees, Lee, que si voy a hablar personalmente con Juniors
podría…?
—Es que no quiero que pienses que te llamé exclusivamente porque estoy preocupado con
mi maldito trabajo o cualquier otra cosa. No es eso. En serio, por el amor de Dios, no me
preocupa para nada. Sólo pensé que si no me las arreglo para manejar a Juniors sin
quemarme los sesos, soy un imbécil.
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