La Desesperanza
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La desesperanza
Por /varo MUTIS,
"El conocimiento de un ser es un sentimiento
negativo; el sentimiento positivo. la realidad, es
la angustia de ser siempre un extrao para la
persona a quien amamos. Pero se ama alguna
vez ?"
"El tiempo hace desaparecer a veces. esta angustia, el tiempo solamente. No se conoce jams a un ser, pero uno cesa a veces de sentir
que lo ignora... Conocer por la inteligencia es
la vana tentacin de no hacer caso del tiempo."
"El verdadero fondo del hombre es la angustia,
la conciencia de su propia fatalidad; de all. nacen todos los temores, incluyendo tambin el de
la muerte. " pero el opio nos libera de esto y
all est su sentido .. ,"
!
Andr Malraux -
La condicin humana
cia siempre evidente, la desesperanza. En efecto, desde el primer momento no.s. damos cU,e~ta de que Heyst forma parte de
esa dolorosa famIlIa de los lUCIdos que han desechado la accin
de los que! conociendo hasta sus ms remotas y desastrosa~
consecuencias el resultad.o de intervenir en los hechos y pasiones ~e los hombres,. se 11legan a ha~er1o, no ~e prestan al juego
y depn q.ue el des~ll1o, o como qUIera llamarsele, juegue a su
antoJo baJO el sol Implacable o las estrelladas noches sin trmino de los trpicos. Pero, no hay una pasividad bdica un
renunciamiento asctico a participar en la vida, por part~ de
los desesperanzados. Heyst ama, trabaja, charla interminablemente con sus amigos y se presta a todas las emboscadas del
de~tino, porque sabe que no es negndose a hacerlo como se
evItan los. h.ech?~ qu~ .darn cuent~ de su vida; sabe que slo
en la partI.ClpacIOn lUClda de los mIsmos, puede derivarse algo
muy pareCldo a un sabor de existencia, a una constancia de ser
que hace posible el paso de las horas y los das sin volarse lo~
sesos concienzudamente. De all el desconcierto de Mr. Jones
a secas, al verse frente a Heyst y comprender que se encuentra ante uno de su misma especie que ha escogido el otro extremo de la cuerda. Y que desde all lo est observando serenamente y trata de descubrir, uno por uno, los tenues hilos que
lo han trado hasta Samburn, hilos que comienzan a mover
un pres'ente que se precipita, constante y vertiginoso y en el
cual se advierten las huellas del desastre.
Estamos ya en posibilidad de precisar y ordenar los signos
que determinan la desesperanza y los elementos que la compon.en. Ms a~e!ante la veremos aparecer en ciertas zonas y bajo
cIertas condICIones en las ms diversas y dismiles zonas de la
literatura contempornea.
Primera condicin de la desesperanza es la lucidez. ena
y otra se complementan, se crean y afirman entre s. A mayor
{l/lOS"
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lucidez mayor desesperanza y a mayor desesperanza mayor
posibilidad de ser lcido. A reserva, desde luego, de que esta
lucidez no se aplique ingenuamente en provecho propio e inmediato, porque entonces se rompe la simbiosis, el hombre se
engaa y se ilusiona, "espera" algo, y es cuando comienza a andar un oscuro camino de sueos y miserias.
Segunda condicin de la desesperanza es su incomunicabilidad. Heyst ser siempre, para los dems, el Hechizado, el Loco, el Solitario de Samburn. i su ntimo amigo Morrison,
por quien sabemos toda la historia, comprender nunca el secreto mecanismo de su conducta, ni la razn soterrada de su destino. La desesperanza se intuye, se vive interiormente y se
convierte en materia misma del ser, en substancia que colora
todas las manifestaciones, impulsos y actos de la persona, pero
siempre ser confundida por los otros con la indiferencia, la
enajenacin,.o la simple locura.
Tercera caracterstica del desesperanzado es su soledad. Soledad nacida por una parte de la incomunicacin y, por otra, de
la imposibilidad por parte de los dems de seguir a quien vive,
ama, crea y goza, sin esperanza. Slo algunas mujeres, por un
cierto secreto y agudsimo instinto de la especie, aprenden a
proteger y a amar a los desesperanzados. Esta soledad sirve ele
nuevo para ampliar el campo de la desesperanza, para permitir
que en la lenta reflexin de! solitario, la lucidez haga su trabajo, penetre cada vez ms escondidas zonas, se instale y presida
en los ms recnditos aposentos.
Cuarta condicin de la desesperanza es. su estrecha y peculiar
relacin con la muerte. Si bien lo examinamos, el desesperanzado es, a fin de cuentas, alguien que ha logrado digerir serenamente su propia muerte, cumplir con la rilkeana proposicin de
escoger y moldear su fin. El desesperanzado no rechaza la
muerte, antes bien detecta sus primeros signos y los va ordenando dentro de una cierta partic~lar secuencia que conviene
a una determinada armona que l conoce desde siempre y que
slo a l le es dado percibir y recrear continuamente.
Por ltimo -y aqu se presenta la ineficacia de la palabra
que he escogido para nombrar esta charla- nuestro hroe no
est reido con la esperanza, lo que sta tiene de breve entusiasmo por el goce inmediato de ciertas probables y efmeras
dichas, por el contrario, es as como sostiene -repito- las
breves razones para seguir viviendo. Pero lo que define su condicin sobre la tierra, es el rechazo de toda esperanza ms all
de los ms breves lmites de los sentidos, de las ms leves conquistas del espritu. El desesperanzado no "espera" nada, no
consiente en participar en nada que no est circunscrito a la
zona de sus asuntos ms entraables.
Tal vez desesperanza no sea la palabra para nombrar esta
situacin, en vano he buscado otra y queda al arbitrio de cada
uno de ustedes escoger la que mejor se ajuste a las condiciones
que acabo de enumerar.
Yo quisiera, antes de pasar revista a una galera de desesperanzados, leer unas pginas de un escritor francs olvidado por
muchos aos y ahora de nuevo apreciado por una generacin
que, al parecer, ve ms lejos que quienes le dejaron morir con
la altanera y mezquina indiferencia de jueces. Indiferencia por
lo dems estril, ya que tuvo como contrapartida la ms definitiva y honda desesperanza de que yo tenga noticia. Se trata de
Drieu la Rochelle, quien se suicid en 1945 ante la imposibilidad y la inanidad de explicar nada, de comprender nada, de
rescatar nada. Veintitrs aos antes, en un libro de juventud
titulado La Suite Dans les 1des -terrible y justo ttulo a
la luz de su fin- escribe el siguiente prlogo, en el que se
enumeran con lucidez incuestionable las razones que lo mueven
para entrar a la desesperanza. No tengo noticia, con excepcin
de la Saison en Enfer de Rimbaud, de un ms hermoso acto
de fe, de una ms absoluta rendicin de cuentas. Dice as:
"Tan lejos como puedo remontarme en la conciencia de mI
vida, encuentro siempre e! deseo de ser hombre.
He querido ser soldado, o sacerdote, tanto en el tiempo de la
infancia como en el tiempo de la pureza.
Luego, el fuego del sexo comenz a latir en mis entraas'
hice entonces voto de ser un amante inolvidable. Pero este vot~
se consumi en una ardiente rectitud: jams mi mano tom esa
llama para tornarla en contra ma, de tal suerte que sal sin
mancha de la adolescencia, y pude renovar mi impulso hacia
el herosmo o la santidad.
Durante un cierto tiempo me parece que a punto estuve de
ser un guerrero, un atleta, un poeta.
Pero la mujer no poda ya excluirse de mi ser. Era uno de
I?s estratos. vitales que c?nformaban mi sombra de la que, de
tIempo en tiempo, la pasion, gran destasadora, arrancaba de su
tronco grandes trozos que blanda, escurriendo savia roja a pleno ~ol. A esto se mezclaron Dios, la tierra y la sangre; la plegana, la guerra y el amor. Nac de una prostituta y un soldado,
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pero un asceta marc, desde mi ms tierna infancia, una Imborrable seal de ceniza sobre mi piel.
S, recuerdo este. deseo de ser hombre, es decir, erguido,
fuerte, el que golpea, el que ordena o e! que asciende a la hoguera. Sin embargo, y desde entonces, permanezco sentado, el
cuerpo lacio, soando, imaginando y dejando que se pudra
-debido a una muy precoz inclinacin de mi destino- el
germen de toda realizacin nacida de la fuerza.
Desde mi infancia me alej de los hombres. Desde mi infancia descuid mi ctlerpo y transformaba el hervor agresivo de
mi sa,ngre en dulces brasas que alimentaban el fuego inofensivo
de mI cerebro: las puertas del alma daban paso al miedo y a Ia
timidez.
y ahora, a los treinta aos, veo' que no soy un hombre, que
nunca lo he sido. Al no cumplir mi deseo, he malogrado mi
vida.
N o soy hombre porque he dejado escapar de m la fuerza y
la destreza. No tengo aptitud para juego alguno ni para ninguna hazaa. Valga como ejemplo que no s domar un potro,
ni salvar un obstculo, ni dar un salto mortal.
Sin embargo, s, en lo profundo de mi instinto y a la vez
de mi meditacin sobre la naturaleza humana, que si e! hombre
no cuida de su cuerpo, comienza a dejar de serlo.
y desgarra mi conciencia la certeza de que el hombre no se
conserva ntegro en m.
y tampoco soy hombre porque no soy un amante. Entre las
mujeres he perdido a la que pudo haber sido ma; me lanc
sobre el rebao y gast mi apetito. He agotado mis riones y
del toro que ayer era, hoy slo resta e! buey que- dobla las
rodillas para recibir sobre la nuca el golpe del mazo. Y en mis
ojos sanguinolentos crece una vegetacin vida de visiones que
nubla mi mirada.
Tampoco soy un hombre porque no soy un santo: soy incapaz
de soledad y por ende de oracin. " no he tenido jams la
fuerza de retraerme en Dios.
Tampoco soy hombre porque no soy un poe~a. Nunca pude
cumplir en m esta inmovilidad que logra que todos los aromas
del mundo refluyan en el limo, destilando poco a poco sus
esencias en una densa miel hecha de un renunciamiento tajante y atroz.
He tenido miedo en la guerra y he tenido miedo en la paz.
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No s si existan hombres en alguna parte, pero he de escribir grandes fbulas para que entre t y yo, a la faz del mundo,
pueda elevarse, a pesar de todo, la figura del hombre. Que no
se diga que el hombre no ha existido.
En fin, he desahogado mi bilis, para ti mis vmitos.
He aqu, en catico desorden, todo lo que tengo. Varias ideas
oscuras manchan un puado de hojas de papel. No tengo la
fuerza para consumir todo esto en el fuego y, de un filtro de
brujas hecho tinta, sangre, corazones de mujeres, sudores de
angustia, tesoros, forjar un bello instrumento de metal, elegante y templado para traspasar tu corazn y brillar a la luz del sol.
He aqu las ideas reptantes de la melancola. He aqu el resplandor de la impotencia. Un furor de amor destruido por la
distraccin, la repentina languidez y el deseo de largarme de
paseo o de dormir.
Si t supieras de qu ignorancias y de qu trucos se compone
un libro. Pero en este libro sin afeites podrs descubrir mi
tontera a la vuelta de una frase y mi esterilidad al' final de
una pgina.
Amo escribir, amo la belleza, pero por encima de todo amo
~ las mujeres y a los hombres. Pero para escribir necesito deJarlos un momento, lo cual es demasiado.
Pero apenas estoy con ellos empiezo a aburrirme y termino
por creer que yo, el escriba, el mendigo, el intil, el retrico
g~ndt~l, este ,:anidoso sin consecuencia, no existe ms de lo que
tu eXIstes y S111 embargo toda nuestra existencia se halla en m.
Por lo dems, siempre podrs decir que en este frrago no
te has reconocido."
,
Un contemporneo de Drieu y en cierto sentido el hombre
que har pensar ms en l a medida que ms frecuentemos su
~br~, sobre todo sus novelas, llevar la desesperanza a los
IllTIltes mas absolutos, la har el tema constante, la razn ltima
de su o~ra. Hablo de And~' Malraux. Mientras no se llega a
descubrIr la soterrada corrIente de desesperanza que atraviesa
su o?r~, no se alc~nza el verdadero sentido y el perdurable
propostto que la a11lma. Hay un peligro en la obra novelstica
de Malraux, peligro en el que han cado, al criticarla, sus detractores comunistas y catlicos. Es no encontrar en ella sino
un elogio, una recreacin de la aventura por la aventura. Nada
ms lejano al verdadero propsito del autor de La condicin
h~~mana.
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Malraux la categora de uno de los pocos, si no e! nico autntico clsico de nuestro tiempo.
Hemos citado tres ejemplos pe desesperanza, diferentes entre
s en muchos conceptos. La desesperanza en Conrad, con una
indudable raz eslava, expuesta con un~cento lrico y 'una tenue
nostalgia romntica; la brutal y desgarrada de un lcido intelectual francs que resolvi matarse antes de seguir fabricando
razones maravillosamente lcidas para encubrir ante los dems
su fatal desesperanza y, finalmente, la de un novelista admirable y un pensador riguroso que eleva la desesperanza a categora absoluta y la explica en los diversos planos de la accin,
la revolucin, el amor y la muerte.
Hay muchos ms ejemplos, desde luego. Hay tambin la
posibilidad -yo dira, la necesidad--:- de pro~undi~a~ mucho
ms sobre e! tema. Lo que estoy haCIendo aqUl es U111camente
enunciarlo con evidente desorden, anotar su presencia en algunos ejemplos, a mi parecer los ms evidentes y ricos. Pero hara
falta que un verdadero profesional de la crtica, alguien qj.le
con la disciplina y formacin filosficas que a m me faltan,
se lanzara por e! camino de ofrecernos una "Fenomenologa de
la desesperanza". No es ste un tema apasionante y actual
como ninguno? Yo as 10 creo. Sera interesante tratar de con
testar algunos interrogantes tales como: Hasta qu punto hay
desesperanza en la obra de Camus? Por qu no hay desesperanza en Hemingway? Por qu la desesperanza es un fenmeno contemporneo? Cules son los nexos entre el Romanticismo y la desesperanza? En qu proporcin es autnti~a,
es decir valedera como experiencia, la desesperanza del Dlnch
de Musil? Por qu Malcolm Lowry es un clsico de la desesperanza ?
.
,
Dejo estos mterrogantes ~ los d,emas que ,ustedes qUIeran
plantear, para quien con mejores titulas ~ mas aptos mstrumentas de los que yo disponga, desee trabajar en ellos.
.
Hemos querido dejar de lado as fuera un rpido recorndo
en busca de la desesperanza en la poesa. Sera ste un tema para otra ocasin. Lo que s no podemos pasar por alto es la mencin del mximo poeta de la desesperanza, Fernando Pessoa.
Basta la lectura de uno cualquiera de sus poemas, para conocer
hasta dnde alcanz su afanoso buceo por las ms quietas y
oscuras aguas de la desesperanza.
I
LISBON REVISITED
(1923)
(Versin de Francisco CERVANTES)
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J
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y en
t~nto
Les '.propongo, finalmente, explorar un poco en lo que podra!1lOs llamar :'El ~11eridiano de la desesperanza". Es por casualIdad que Vtctona de Comad se desarrolla en los trpicos
malayqs? Lo es tambin que igual escenario sea el de La va
real Y'. Los conquistadores d.e Malraux? Yo creo que no.
Hay, sm }4gar a dudas, una relacin directa entre la desesperanza y cIertos aspectos del mundo tropical Y la forma como el
hombr~ los experimenta. Y tan es as que, adelantndome un
m?merjto a. lo que nos o~uparemos en breve, como ejemplo ad111lrabl~, efIcaz y que se ajusta con tanta fidelidad como Malraux
o Com:.ad a las condiciones qu~ hemos propuesto para definir
Y localIzar la desesperanza, eXIste en Suramrica la obra de
GabrieJ Garca Mrquez, el novelista colombiano que encontr
en e~ hmedo Y abrasador clima de Macando Y en la mansa
fatalId.d que devora a sus gentes, un inagotable motivo de desesperanza.
El trpico, ms. que un paisaje o un clima determinados es
una experiencia, una vivencia de la que darn testimonio para
el resto de nuestra vida no solamente nuestros sentidos sino
tambin nuestro sistema de razonamiento Y nuestra relacin
con el mundo y las gentes.
Lo' primero que sorprende en el trpico es precisamente la
falta de lo que comnmente suele creerse que lo caracteriza:
riq~eza de colorido, feracidad voraz de la tierra, alegra Y entusasmo de sus gentes. Nada ms ajeno al trpico que estos
elementos que ms pertenecen a lo que suele llamarse en Suramrica la tierra caliente formada en los tibios valles Y laderas
de los Andes y que nada tienen que ver con el verdadero trpico.
Tampoco la selva tiene relacin alguna, como no sea puramente
geogrfica 'Y convencional, con lo que en verdad es el trpico.
Una vegetacin enana, esquelticos arbustos y desnudas zarzas,
lentos ros lodosos, vastos esteros grises donde danzan las
nubes de mosquitos un sooliento zigzag, pueblos devorados
por el polvo y la carcoma, gentes famlicas con los grandes ojos
abiertos en una interior vigilancia de la marea de la fiebre
paldica que lima Y desmorona todo vigor, toda energa posible;
vastas noches hmedas seoreadas por todos los insectos que
la ms loca fantasa no hubiera imaginado, lechosas madrugadas cuando todo acto en el da que nos espera se antoja mezquino, gratuito, imposible, ajeno por entero al torpe veneno
que embota la mente y. confunde los sentidos en una inspida
melaza. Este ms bien pudiera ser el trpico. La isla de Samburn con su turbia erupci~ volcnica que todo. lo mancilla, la
maleza en donde yacen olVIdados los grandes dlOses Cjue busca