Grandes Plumas
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UN POCO DE LITERATURA
ARGENTINA
O LA VIDA MAS ALL (Y MAS AC) DE LA TELEVISIN
EN EL ABISMO
Pedro B. Palacios (Almafuerte)
EL DIVINO AMOR
Alfonsina Storni, 1919
I
Me pides versos y voy,
sin poner y sin quitar,
para tu bien, a mostrar
lo que por adentro soy.
Para que comiences hoy-pues hoy mismo debe ser--,
resueltamente a romper
se camarn rosado
donde me tiene guardado
tu corazn de mujer.
II
Yo soy el negro pinar
cuyo colosal ramaje,
cual un colosal cordaje,
no cesa de resonar;
soy el resuello del mar,
el mar augusto y perverso:
la repercusin, el verso,
la placa donde resuena
la formidable y serena
rotacin del Universo.
III
Yo soy la brillante flor
con cuya sutil esencia
corta o alarga la ciencia
los dominios del Dolor;
yo siento el sacro furor
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I
Estaba una noche yo
Sin compaa ninguna
cuando en un rayo de luna
un ngel rubio baj.
Moj m pluma, escribi,
pleg el papel, y me dijo:
<<Aqu estn los nombres, hijo,
de los que ruegan por ti>>...
Despus... vol sobre m
como un blanco crucifijo!
II
Fu tan fuerte mi emocin
que, sin hacer su lectura,
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la celestial escritura
cubr de intenso borrn.
Lleno de tribulacin
cog rasante cincel
a fin de raspar aquel
tenebroso espumarajo...
Y en lo mejor del trabajo
se me desgarr el papel!
III
Pens morir!...Resonantes a
las dos sienes me latan!...
Cules y cuntos seran
los nombres escritos antes?
Y en un mar de interrogantes
el alma flotando alerta,
puse mi faz en la puerta
del paterno rancho mo...
y el rancho estaba vaco
sobre la pampa desierta!
IV
Como el perro delincuente
que regresa con la aurora,
echado a la puerta llora
largamente, amargamente,
en la tapera doliente
que fu mi torre patricia,
el Da de la Justicia
me hubiese encontrado el mundo,
aguardando gemebundo
como el can, una caricia
.
V
Pero besando el umbral
a de las ruinas de mi rancho...
(cunas rotas, en el ancho,
Sollozante pajonal!)
no s qu fiebre imperial
me invadi de tal manera...
que me impuse, aunque debiera
valerme de cualquier medio,
de aquel borrn sin remedio
sacar la luz toda entera.
VI
Y medit: <<Pudo ser
la nmina del enjambre,
del cardumen muerto de hambre
que invada mi taller>>.
Y comenc a recorrer
las cuevas del proletario;
pero el afn libertario
deshumaniza al ilota...
y pas por la picota
de un bestial vocabulario!
VII
Los amigos... <<]Que no sea,
dije, por soberbias mas!>>
y anduve noches y das
de la ciudad a la aldea.
Como el poner una tea
sobre una planta de trigo
por el trigal sin abrigo
ruede le conflagracin,
fu cundiendo la Traicin
EL SILENCIO
Francisco Luis Bernardez
No digas nada, no preguntes nada.
Cuando quieras hablar, qudate mudo:
que un silencio sin fin sea tu escudo
y al mismo tiempo tu perfecta espada.
No llames si la puerta est cerrada,
no llores si el dolor es ms agudo,
no cantes si el camino es menos rudo,
no interrogues sino con la mirada.
Y en la calma profunda y transparente
que poco a poco y silenciosamente
inundar tu pecho de este modo,
sentirs el latido enamorado
con que tu corazn recuperado
te ir diciendo todo, todo, todo.
SONETO
Francisco Luis Bernardez
Si para recobrar lo recobrado
deb perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado,
si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.
Porque despus de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino despus de haberlo padecido.
Porque despus de todo he comprendido
que lo que el rbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.
EL BRUJO POSTERGADO
(de Historia Universal de la infamia)
Jorge Luis Borges
En Santiago haba un den que tena codicia de
aprender el arte de la magia. Oy decir que don Illn
de Toledo la saba ms que ninguno, y fue a Toledo a
buscarlo.
El da que lleg enderez a la casa de don Illn y lo
encontr leyendo en una habitacin apartada. ste lo
recibi con bondad y le dijo que postergara el motivo
de su visita hasta despus de comer. Le seal un
alojamiento muy fresco y le dijo que lo alegraba mucho
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XVI
Y como el can delincuente
que regresa con la aurora,
lamiendo la puerta llora
largamente, amargamente,
en m covacha doliente
y acurrucado en su quicio,
tal vez el Da del Juicio
me habr de encontrar el mundo
como un triste, gemebundo,
palpitante desperdicio!
A mitad del largo zagun del hotel pens que deba ser tarde y se apur a salir a la calle y sacar la
motocicleta del rincn donde el portero de al lado le permita guardarla. En la joyera de la esquina
vio que eran las nueve menos diez; llegara con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre
los altos edificios del centro, y l -porque para s mismo, para ir pensando, no tena nombre- mont
en la mquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le
chicoteaba los pantalones.
Dej pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la
calle Central. Ahora entraba en la parte ms agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle
larga, bordeada de rboles, con poco trfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las
aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quiz algo distrado, pero corriendo por la derecha
como corresponda, se dej llevar por la tersura, por la leve crispacin de ese da apenas
empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidi prevenir el accidente. Cuando vio que la
mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para
las soluciones fciles. Fren con el pie y con la mano, desvindose a la izquierda; oy el grito de la
mujer, y junto con el choque perdi la visin. Fue como dormirse de golpe.
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no es polo de lo peor.
De mi estirpe superior
yo no estara tan cierto,
si no me viese cubierto
de ttricas imposturas
como el mar y las alturas,
las tinieblas y el desierto.
XXI
Como en seguros corrales
necios pavipollos pan,
mientras al sol desafan
las guilas imperiales:
los pavipollos mentales
militan en la legin
que murmura en el rincn
del establo de la prosa...
cobarde recua sarnosa
que se rasca en la razn!
XXII
Mi hogar, si tuviese hogar
sera un huerto sellado;
tan solemne, tan aislado
como una roca en el mar.
Nido azul nido y altar,
todo en l, luz y armona;
pero a la primer falsa...
todo en l, espanto y duelo
como si el alma de Otelo
resplandeciese en la ma!
XXIII
Yo respeto en la Mujer
a la Madre nada ms,
y jams, nunca jams,
por su igual me ha de tener,
Virgen roja en el taller,
toga ilustre en los procesos,
verbo mismo en los congresos
y genio mismo en las artes;
pero all y en todas partes...
catedrtica de besos!
XXIV
Yo soy de tal condicin
que me habrs de maldecir;
porque tendrs que vivir
en eterna humillacin.
Soy el alma, la visin,
el hermano de Luzbel
que impotente como l,
como l blasfema y grita:
sobre mi testa gravita
la maldicin del laurel.
XXV
Como las aguas del mar
al muro que las encierra,
yo quiero poner la tierra
bajo mis pies y avanzar.
Ser un padre, ser un zar,
todo miel, todo perdn...
o ser la Nada en accin
cuyas tenias inhartables
sorbiesen inexorables
sol por sol, la Creacin!
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Volvi bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jvenes lo estaban sacando de debajo
de la moto. Senta gusto a sal y sangre, le dola una rodilla y cuando lo alzaron grit, porque no poda
soportar la presin en el brazo derecho. Voces que no parecan pertenecer a las caras suspendidas
sobre l, lo alentaban con bromas y seguridades. Su nico alivio fue or la confirmacin de que haba
estado en su derecho al cruzar la esquina. Pregunt por la mujer, tratando de dominar la nusea que
le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia prxima, supo que la
causante del accidente no tena ms que rasguos en la piernas. "Ust la agarr apenas, pero el
golpe le hizo saltar la mquina de costado..."; Opiniones, recuerdos, despacio, ntrenlo
espaldas, as va bien, y alguien con guardapolvo dndole de beber un trago que lo alivi en la
penumbra de una pequea farmacia de barrio.
La ambulancia policial lleg a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo
tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible,
dio sus seas al polica que lo acompaaba. El brazo casi no le dola; de una cortadura en la ceja
goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lami los labios para beberla. Se senta bien,
era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada ms. El vigilante le dijo que la
motocicleta no pareca muy estropeada. "Natural", dijo l. "Como que me la ligu encima..." Los dos
rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le dese buena suerte. Ya la nusea volva
poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabelln del fondo, pasando
bajo rboles llenos de pjaros, cerr los ojos y dese estar dormido o cloroformado. Pero lo
tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitndole la ropa y
vistindolo con una camisa griscea y dura. Le movan cuidadosamente el brazo, sin que le doliera.
Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estmago
se habra sentido muy bien, casi contento.
Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos despus, con la placa todava hmeda puesta sobre
el pecho como una lpida negra, pas a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado,
se le acerc y se puso a mirar la radiografa. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sinti que
lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acerc otra vez, sonriendo, con algo
que le brillaba en la mano derecha. Le palme la mejilla e hizo una sea a alguien parado atrs.
Como sueo era curioso porque estaba lleno de olores y l nunca soaba olores. Primero un olor a
pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde
no volva nadie. Pero el olor ces, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la
noche en que se mova huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tena que huir de los aztecas
que andaban a caza de hombre, y su nica probabilidad era la de esconderse en lo ms denso de
la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que slo ellos, los motecas, conocan.
Lo que ms lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptacin del sueo algo se
revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no haba participado del juego. "Huele a
guerra", pens, tocando instintivamente el pual de piedra atravesado en su ceidor de lana tejida.
Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmvil, temblando. Tener miedo no era extrao,
en sus sueos abundaba el miedo. Esper, tapado por las ramas de un arbusto y la noche
estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, deban estar ardiendo fuegos de
vivac; un resplandor rojizo tea esa parte del cielo. El sonido no se repiti. Haba sido como una
rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como l del olor a guerra. Se enderez despacio,
venteando. No se oa nada, pero el miedo segua all como el olor, ese incienso dulzn de la guerra
florida. Haba que seguir, llegar al corazn de la selva evitando las cinagas. A tientas,
agachndose a cada instante para tocar el suelo ms duro de la calzada, dio algunos pasos.
Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en
tinieblas, busc el rumbo. Entonces sinti una bocanada del olor que ms tema, y salt
desesperado hacia adelante.
-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo.
Abri los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba
de sonrer a su vecino, se despeg casi fsicamente de la ltima visin de la pesadilla. El brazo,
enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sinti sed, como si hubiera estado corriendo
kilmetros, pero no queran darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La
fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de
quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el dilogo de los otros enfermos,
respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al
lado de su cama, una enfermera rubia le frot con alcohol la cara anterior del muslo, y le clav una
gruesa aguja conectada con un tubo que suba hasta un frasco lleno de lquido opalino. Un mdico
joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajust al brazo sano para verificar alguna cosa.
Caa la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenan un
relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como
estar viendo una pelcula aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse.
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XXVI
Yo soy un palmar plantado
sobre cal y pedregullo;
la floracin del orgullo,
del orgullo sublimado.
Soy un esporo lanzado
tras la procesin astral;
vil chorlo del pajonal
que al par del guila vuela...
sombra de sombra que anhela
ser una sombra inmortal!
XXVII
Yo, cada vez que me ro,
pienso que re algn otro;
y cual si domase un potro
no me trato como a mo.
Soy la expresin del vaco,
de lo infecundo y lo yerto,
como ese polvo desierto
donde toda hierba muere
yo soy un muerto que quiere
que no lo tengan por muerto!
XXVIII
Puesto que conoces ya
la afliccin, el prontuario
del rimador visionario
que mordiendo angustias va;
y pues que tu alma, quizs,
por ser alma de mujer,
ha de obstinarse en querer
lo que no quiero yo mismo.
Sobre la faz del abismo
te mando retroceder!
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Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trozito de pan, ms
precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dola nada y
solamente en la ceja, donde lo haban suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rpida.
Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pens que no iba a ser
difcil dormirse. Un poco incmodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y
calientes sinti el sabor del caldo, y suspir de felicidad, abandonndose.
Primero fue una confusin, un atraer hacia s todas las sensaciones por un instante embotadas o
confundidas. Comprenda que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado
de copas de rboles era menos negro que el resto. "La calzada", pens. "Me sal de la calzada."
Sus pies se hundan en un colchn de hojas y barro, y ya no poda dar un paso sin que las ramas de
los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabindose acorralado a pesar de la
oscuridad y el silencio, se agach para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz
del da iba a verla otra vez. Nada poda ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo l
aferraba el mango del pual, subi como un escorpin de los pantanos hasta su cuello, donde
colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musit la plegaria del maz que trae las
lunas felices, y la splica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero senta al
mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la
oscuridad del chaparral desconocido se le haca insoportable. La guerra florida haba empezado
con la luna y llevaba ya tres das y tres noches. Si consegua refugiarse en lo profundo de la selva,
abandonando la calzada ms all de la regin de las cinagas, quiz los guerreros no le siguieran el
rastro. Pens en la cantidad de prisioneros que ya habran hecho. Pero la cantidad no contaba, sino
el tiempo sagrado. La caza continuara hasta que los sacerdotes dieran la seal del regreso. Todo
tena su nmero y su fin, y l estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.
Oy los gritos y se enderez de un salto, pual en mano. Como si el cielo se incendiara en el
horizonte, vio antorchas movindose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y
cuando el primer enemigo le salt al cuello casi sinti placer en hundirle la hoja de piedra en pleno
pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanz a cortar el aire una o dos veces, y
entonces una soga lo atrap desde atrs.
-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A m me pasaba igual cuando me oper del duodeno.
Tome agua y va a ver que duerme bien.
Al lado de la noche de donde volva, la penumbra tibia de la sala le pareci deliciosa. Una lmpara
violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oa toser, respirar fuerte, a
veces un dilogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quera seguir
pensando en la pesadilla. Haba tantas cosas en qu entretenerse. Se puso a mirar el yeso del
brazo, las poleas que tan cmodamente se lo sostenan en el aire. Le haban puesto una botella de
agua mineral en la mesa de noche. Bebi del gollete, golosamente. Distingua ahora las formas de
la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no deba tener tanta fiebre, senta fresca la
cara. La ceja le dola apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la
moto. Quin hubiera pensado que la cosa iba a acabar as? Trataba de fijar el momento del
accidente, y le dio rabia advertir que haba ah como un hueco, un vaco que no alcanzaba a rellenar.
Entre el choque y el momento en que lo haban levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le
dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tena la sensacin de que ese hueco, esa nada, haba durado
una eternidad. No, ni siquiera tiempo, ms bien como si en ese hueco l hubiera pasado a travs de
algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas
maneras al salir del pozo negro haba sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del
suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusin en la rodilla; con todo
eso, un alivio al volver al da y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntara alguna vez al
mdico de la oficina. Ahora volva a ganarlo el sueo, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada
era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quiz pudiera descansar de
veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lmpara en lo alto se iba apagando poco a
poco.
Como dorma de espaldas, no lo sorprendi la posicin en que volva a reconocerse, pero en
cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerr la garganta y lo oblig a
comprender. Intil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolva una oscuridad absoluta.
Quiso enderezarse y sinti las sogas en las muecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso,
en un suelo de lajas helado y hmedo. El fro le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el
mentn busc torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo haban arrancado. Ahora
estaba perdido, ninguna plegaria poda salvarlo del final. Lejanamente, como filtrndose entre las
piedras del calabozo, oy los atabales de la fiesta. Lo haban trado al teocalli, estaba en
mazmorras del templo a la espera de su turno.
Oy gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era l
que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defenda con el grito de lo
que iba a venir, del final inevitable. Pens en sus compaeros que llenaran otras mazmorras, y en
los que ascendan ya los peldaos del sacrificio. Grit de nuevo sofocadamente, casi no poda abrir
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la boca, tena las mandbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran
lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudi como un ltigo.
Convulso, retorcindose, luch por zafarse de las cuerdas que se le hundan en la carne. Su brazo
derecho, el ms fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la
doble puerta, y el olor de las antorchas le lleg antes que la luz. Apenas ceidos con el taparrabos
de la ceremonia, los aclitos de los sacerdotes se le acercaron mirndolo con desprecio. Las luces
se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su
lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sinti alzado, siempre boca arriba,
tironeado por los cuatro aclitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban
adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los aclitos
deban agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del
techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del
techo nacieran las estrellas y se alzara ante l la escalinata incendiada de gritos y danzas, sera el
fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olera el aire libre lleno de
estrellas, pero todava no, andaban llevndolo sin fin en la penumbra roja, tironendolo brutalmente,
y l no quera, pero cmo impedirlo si le haban arrancado el amuleto que era su verdadero corazn,
el centro de la vida.
Sali de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo
rodeaba. Pens que deba haber gritado, pero sus vecinos dorman callados. En la mesa de noche,
la botella de agua tena algo de burbuja, de imagen traslcida contra la sombra azulada de los
ventanales. Jade buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imgenes que seguan
pegadas a sus prpados. Cada vez que cerraba los ojos las vea formarse instantneamente, y se
enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo
protega, que pronto iba a amanecer, con el buen sueo profundo que se tiene a esa hora, sin
imgenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era ms fuerte que l. Hizo
un ltimo esfuerzo, con la mano sana esboz un gesto hacia la botella de agua; no lleg a tomarla,
sus dedos se cerraron en un vaco otra vez negro, y el pasadizo segua interminable, roca tras roca,
con sbitas fulguraciones rojizas, y l boca arriba gimi apagadamente porque el techo iba a
acabarse, suba, abrindose como una boca de sombra, y los aclitos se enderezaban y de la altura
una luna menguante le cay en la cara donde los ojos no queran verla, desesperadamente se
cerraban y abran buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala.
Y cada vez que se abran era la noche y la luna mientras lo suban por la escalinata, ahora con la
cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo
perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivn de los pies
del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una ltima
esperanza apret los prpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo crey que lo lograra,
porque estaba otra vez inmvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero ola a muerte y
cuando abri los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que vena hacia l con el cuchillo
de piedra en la mano. Alcanz a cerrar otra vez los prpados, aunque ahora saba que no iba a
despertarse, que estaba despierto, que el sueo maravilloso haba sido el otro, absurdo como todos
los sueos; un sueo en el que haba andado por extraas avenidas de una ciudad asombrosa, con
luces verdes y rojas que ardan sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba
bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueo tambin lo haban alzado del suelo, tambin
alguien se le haba acercado con un cuchillo en la mano, a l tendido boca arriba, a l boca arriba
con los ojos cerrados entre las hogueras.
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