Marianne

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MARIANNE

Antología poética de Enriqueta Ochoa

Selección Club Antipoesía


Para poderte hablar
EL HOMBRE

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para Wenceslao Rodríguez

¿Qué ha visto el hombre?


Nada.
Ciego y desnudo llegó,
desnudo y ciego se irá
del polvo al polvo.
Un gesto de ternura podría salvar al mundo,
pero el hombre jamás bajó los ojos
a ese pozo de luz.

—Llorarás, le dijeron,
mas no es fácil llorar.
Llorar es desprenderse,
irse en ríos de uno,
y el hombre sólo sabe
devorar y perderse.

No conoce más muros


que los que cercan su ciudad en sombras
y hasta allí ha bajado a envejecer,
a morir en sí mismo,
a sepultarse testarudo,
mientras la soledad circula por su cuerpo
como el viento por una casa en ruinas.
Yo insisto,
un gesto de ternura podría..., de pronto,
me irrito, tiemblo, río, me quebranto.
Yo soy el hombre.

PARA EVADIR EL CIERZO DE LA MUERTE QUE


LLEGA

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De ti lo habría amado todo:
tu cabeza como luz de topacio en el hastío,
el llanto, la caricia, la palabra brutal,
la soga que amansara mis ímpetus cerriles
y, sobre todo, el hijo.
Ese mar
que juntara la turbulencia de nuestras dos avideces.
Ese mar donde irían haciéndose profundos
de ternura los ojos.
Pero ni tú ni yo vivimos el momento propicio para
amarnos.
De paso en paso, un abismo,
en cada oreja, una espina,
en cada latido, un monte de zozobra
quebrantando el resuello. 
Y de qué sirve odiar, forzar,
hacerse añicos dentro
si todo es ir buscándonos,
arropándonos para evadir el cierzo
de la muerte que llega.
Lucha por subsistir,
por mirar nuestro polvo crecerse en otro polvo
para encontrar de nuevo la oquedad amorosa
que libre a los sentidos
de la asfixia más pura de la muerte:
la soledad.

Pero hay quienes nacimos para morir en nuestro propio


cuerpo.
No hay puertas. No hay ventanas.
Las ventanas incitan sin saciarnos.

Las puertas nos liberan,


mas no hay puertas ni ventanas.
Hay la fiebre en los ojos
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que va tras de la luz estremeciéndose.
Hay la sangre a galope.
El desvaído paso recorriendo las calles aturdidas
de sinfonolas, magnavoces, estridencias de claxon.
Y el viento barriendo hojuelas doradas de elote
en el mes de junio.
Y la fresca respiración de un cine
donde ruedan botellas de cocacola
y envolturas de Milky Way,
y la arena caliente del aire sofocado.
Y el amor, ¿dónde?
Y los amantes, ¿dónde?
Y tú, amor, viento, canto… ¿dónde?

ENTRE LA SOLEDAD RUIDOSA DE LAS GENTES

Busco un hombre y no sé si sea para amarlo


o para castrarlo con mi angustia.
Tengo hambre de ser
y me siento frente a la ventana
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a masticar estrellas
para que este dolor de estómago sea cierto.
La verdad es que duele en los nervios
todo el cuerpo, esta noche, hasta los tuétanos.

En la casa contigua
grita una mujer las glorias de la Biblia
y no conoce a Dios.
Su voz huele a vinagre, a aceite de ricino,
y Dios no huele a eso.
Entre mil olores reconocería el suyo.
Algo que no digiero me ha hecho daño esta tarde.
He visto a otros más humildes que yo.
No quiero reconocerme en ellos.
De tanto huir se me han caído las palabras
hasta el fondo del miedo:
no salen, rebotan dentro como canicas, suenan sordas.
Sin querer, me doy cuenta que me he quedado en la ruina.
Me falta lo mejor antes de irme: el Amor.
Y es tarde para alcanzarlo,
y me resulta falso decir:
—Señor, apóyame en tu corazón
que tengo ganas de morir madura.
Nadie madura sin el fruto.
El fruto es lo vivido y no lo tengo:
lo busco ya tarde,
entre la soledad ruidosa de las gentes
o en el amor que intento, y doy, y espero,
y que no llega.

EL AVISPERO

Para Fernando Medina


Cualquier cosa es mejor
a este avispero en llamas que me aguija,
porque aquí, donde estoy, me duele todo:
la tierra, el aire, el tiempo,
y este volcanizado sueño a ciegas, sucumbiendo.
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Anoche sollozaba por un vaso de luz,
hora tras hora ardí de sed
y amanecí vacía.

Otra noche fue el sobresalto dulce, el de la sangre;


enardecida fue de la jaula al látigo,
del látigo al silbido
agresivo y caliente de las venas,
amanecí amargada.

Otra vez,
me adentré un amor como montaña;
gacela estremecida vagué temblando húmeda de lágrimas
Mansamente en silencio,
ahíta de ternura,
bebí luz de cristal entre los sueños,
se me quebró en la entraña, me cortaba,
y me quedé en tinieblas...

Cuántas cosas he dicho,


palabras que se arrancan por no llorar de rabia.
Ya no puedo dormir sobre la misma almohada
aunque los ojos sueñen;
me repudio al decirlo,
pero cualquier cosa es mejor
a este avispero en llamas en que vivo.

EL LOMO DE LA VIDA

Tras la reclusión vino de improviso la luz.


Deslumbrada,
llegué al núcleo de un violento avispero.
Ajena a la concesión estudiada,
inoportuna,
con la simplicidad del que ignora
el aguijón de la insidia,
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pasé la mano, sin malicia, por el lomo de la vida.
Dios mío, qué brutal quemadura.

LA NEGACIÓN

Yo tuve un hermano
de esos que duelen siempre en la conciencia.
No éramos del mismo vientre
mas nos unía como al mar sus aguas.
Éramos la misma sangre.
Desde que nació no supo sino del ciego viaje
del abandono al llanto.
Fue tenaz el calar de la gota en las entrañas
y abrió cavernas en su pulmón de niño.
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En un charco de miseria,
dobladito bajo un sol de invierno,
se marchó en soledad a la mitad del día.
Dicen que lo vació una tos;
pienso que fue el reproche anudado
lo que estranguló de golpe sus arterias.
Ahora ya saben la historia de los ovarios tristes
que no paren un hijo anónimo
para que lo lapide el tiempo.

CARTAS PARA EL HERMANO


Para Alfredo y Elia
I
También se muere de pie, hermano,
a retazos,
rechazando la vida,
bebiendo en el insomnio
de un solo trago el mar.
Se muere de rodillas, hermano,
quitándole a la mesa el pan,
a la noche el sueño,
a la vigilia el sol
para entregarlo al mundo.
Se muere también de sed,

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de oprobio, de vergüenza,
de esperanza fallida.
Se muere de calumnia, de deshonor,
de ingratitud,
de proscripción injusta;
del poder de los pocos
y el gemir de los muchos.
Y nadie puede detener la marcha
funeral del tiempo
ni vivir por nosotros.
Mentira que morimos
cuando se apaga la última célula
en el cielo del cuerpo.
La muerte nos congrega en su redil de sombras,
los ángeles nos miden al nacer el sudario
y no fallan las cuentas.

II

Antes de que me marcha


hacia cualquier rincón de esta escala
o cualquier otra escala,
quiero decirte, en serio,
que el Amor es el lujo más alto de la vida,
y que ciego andamos
-termitas incansables-
tras los bienes terrenos,
cegando los caminos por donde la luz nos entra.
Decirte que en la prisa, esclavos, prisioneros,
disputamos ingenuos un reino de ceniza
y lo turbamos todo:
nuestra palabra íntima,
la albura del silencio en la eternidad que esparce
sus briznas de misterio.
Antes de irme,
quiero que sepas
que yo tuve conciencia
de tu mano discreta sosteniendo mis pasos
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y de la vara de justicia
que tu honradez preside.
Nacimos de un mismo tronco,
pero tú fuiste el dedo más completo,
sabedor de que somos
la parte de un gran todo;
de que la comprensión empieza
al descubrir humildes
nuestros propios aciertos
y las grandes flaquezas.
Sabedor de que el recto pensar esclarece el conflicto,
y que amar es vivir el incendio del interior
con la dignidad humana.
Es todo eso que está en nosotros mismos;
es el cristal de luz que arde dentro,
es la conciencia alerta
donde no existe el yo, ni el tú,
ni el individuo, ni lo mío,
porque somos los hilos de una misma existencia.

FILIS

Nos estamos borrando, Demofonte.


Me anhelaba tu piel,
pero esa fibra misteriosa de la entraña
me daba su rechazo.
Inexorables
hasta mí te trajeron las dunas del mar en celo;
reparé tu barca a la deriva,
y aposentaste en mi casa y en mi sangre.
Después, vejada, escarnecida,
fui arrojada a esta sima donde se arremolina
el hollín del llanto
y la ola negra sube rebasando la angustia.
Pero nos estamos borrando, Demofonte.
Y no es el olvido hazaña
ni honra el gemido
ni delito la fe del hospedaje.
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Víctima y juez, en vilo me levanto;
atrás queda una cauda de hiel y de silencio.
¡Cuántos siglos para aprender mi lección!
Amanece, Demofonte,
un corro de niños canta bajo mi ventana
a los naranjos en flor.
Muy pronto, aquí, hoy mismo,
te he borrado, Demofonte.

ESTOS TEMPLOS QUE SOMOS

Para Mercedes Shade

Ahora sé por qué me mantuviste en cautiverio,


calcinándome bajo el ojo sin párpado del desierto.
Por qué soltaste dentro de mi cabeza
un viento oscuro que azotaba, soplando sin descanso;
por qué pusiste por nervios, en mi cuerpo,
esta red enfermiza de cristales;
por qué me fui haciendo mínima:
pasita seca en el corazón de la miseria.
Y por qué hoy,
junto antes de partir,
levantas mi castigo
y rompes el sello que invalida mi lengua.
He sido para que mi esencia encontrara en ti
su fuente de contacto;
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para que aprendiera a beberme el mar
en una sola de tus lágrimas;
para que en dolor te conociera
al conocer la dimensión del hombre
y pudieran, a través de mis labios,
trasminar su agua de todos los muros
de estos templos que somos, sin saberlo.

RETORNO DE ELECTRA

I
Para poderte hablar,
así, de frente,
tuve que echarme toda una vida
a llorar sobre tus huesos.
Tuve que desandar lo caminado
desnudando la piel de mi conciencia.
Para poderte hablar
tuve que volver a llenarme de aire
los pulmones.
Y cuidar de que no se me encogieran las palabras,
el corazón, los ojos,
porque aún se me deshacen de agua
si te nombro.
Ya me creció la voz, padre, patriarca,
viejo de barba azul y ojos de plomo;
ya te puedo contar lo que ha pasado
desde que tú te fuiste.
Con tu muerte se quebrantaron todos los cimientos;
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no me atreví a buscar,
porque no habría
un roble con tu sombra y tu medida
que me cubriera de la llaga de sol en mi verano.
Uní la sangre que me diste a otra sangre;
malherida,
borré la sombra del sexo entre los hombres
y me quedé vacía, a la intemperie...
Y no pude decir,
hasta que se hizo carne de mi carne el amor,
lo que era hallar la propia sombra, entregándose.
Después quise ubicarte en mí, te pesé,
te ultrajé, te lloré, medí tus actos;
di vuelta atrás,
y volví a caminar lo desandado;
por eso puedo hablarte ahora, así,
porque entendí tu medida de gigante.

II
No podemos hacer nada con un muerto, padre,
se suda sangre,
se retuerce el aullido, tirado sobre las tumbas,
en un charco de culpa.
Padre, yo soy Pedro y Santiago,
el sable que doblado de sueño
castró su espíritu en tu oración del huerto.
Yo soy el viscoso miedo de Pedro
que se escurrió en la sombra
a la hora de tus merecimientos.
Soy el martillo cayendo sobre tus clavos;
el aire que no asistió al pulmón en agonía;
soy la que no compartió
el dolor anticipado que se encerró a devorarse;
la hendidura irresponsable,
la desbandada de apóstoles...
Soy este pozo de noche en que se hunde la conciencia.
Di, ¿qué se hace con un muerto, padre?
Di, cómo lavo estas llagas,
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si todo queda inscrito en el tiempo
y todo tiempo es memoria.

III
Colgábamos de ti
como del racimo la uva.
Cuando la muerte
reblandeció el cogollo de tu fuerza,
presentimos el vértigo de altura y la caída.
Uno a uno,
en relación directa a la pesantez de tu esencia,
descendimos.
Bajo anónimas pisadas me vi saltar la pulpa,
sorprendida.
Y no era orgía de vendimia,
ni enervación de culto;
fue ser la sangre a la sed de todos los caminos
dejar la piel desprendida
entre un enjambre de alambradas.
Ahora,
para afirmar la talla
con que tu amor me hizo,
sólo queda una espina:
la palabra.

IV
Perdón hermanos,
porque no alcanzo a verlos,
ahogada como estoy en mi hoyo
de pequeñas miserias.
¡Mentira que deseo morir!,
antes quisiera conocerlos
sin mi lente deforme,
quizá los amaría tanto,
o más de lo que estoy amando
a mi lastre de lágrimas
en este viaje de niebla.

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V
Padre,
no puedo amar a nadie,
a nada que no sea este fuego
de sucia conmiseración
en que se consume mi lengua.
Quiero otro aire,
otro paisaje que no sean los muros de mi cuerpo.
Emparedada, desconozco el resplandor del centro
y la desnudez de la periferia.
Voy a abrir brecha hacia los dos caminos
y quizá quede atrás
la trampa de la vieja noria.

18
MARIANNE

Después de leer tantas cosas eruditas


estoy cansada, hija, por no tener los pies más fuertes
y más duro el riñón
para andar los caminos que me faltan.
Perdona este reniego pasajero
al no encontrar mi ubicación precisa
y pasarme el insomnio acodada en la ventana
cuando la lluvia cae,
pensando en la rabia que muerde
la relación del hombre con el hombre;
ahondando el túnel cada vez más estrecho
de esta soledad, en sí , un poco la muerte anticipada.
Qué bueno que naciste con la cabeza en su sitio
que no se te achica la palabra en el miedo,
que me has visto morir en mí misma cada instante
buscando a Dios, al hombre, al milagro.

Tú sabes que nacimos desnudos, en total desamparo,


y no te importa
ni te sorprende el nudo de sombra que descubres.
Todo se muere a tiempo y se llora a retazos,
has dicho.
Sin embargo,
es azul de cristal de tu mirada
y te amanece fresca el agua del corazón,
quitas fácil el hollín que pone el hombre sobre las cosas
y entiendes en tu propio dolor al mundo.
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Porque ya sabes
Que sobre todos los ojos de la Tierra,
algún día, sin remedio, llueve.

POEMA COLECTIVO
CÓMO TÍTULO PROMISORIO EL MAR
Como título promisorio el mar
*
I
La resaca del mar
expulsa los recuerdos como basura olvidada
II
La literatura no es llave para ninguna puerta,
es casa.
III
(Borré todo)
IV
¿Patria?
V
(También borré todo)
VI
La necesidad de recordar
es palpitar el corazón.
VII
En esta ciudad… solo se recuerdan las ruinas.
VIII
Si me dieran la oportunidad
Sacaría raíces.
*
el exilio
inició en el primer soplo de viento
al salir del útero de mi madre, en mi primera muerte
continuó con la consciencia de mi cuerpo
cuando supe que ni él me pertenecía
El exilio es una muerte que promete algo
me separa, me divide, me obliga a buscar mis pedazos
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regados en ciudades
en lugares
que he estado y estaré.

*
Esperar lo que se espera
Una ciudad dormida en tus entrañas
con un rio derramado como nervios descubiertos
Unas formas en fugas que son tus mismos pelos
Una forma en reposo que eres tú
*
Y me encontré con tus versos
perdidos y encarnados de exilio
El mar constante y tu maleta
llena de papel que llevaba
tu dolor parecido al de un torturado
*
la revolución del exiliado
es hallar rostro
en tierra de nadie
y prometer
en medio de la muerte.
¿Qué promete?
casa
que habita, que tiene espejos
donde su voz se vuelve eco
y surge el deseo del amor
casa de la que será exiliado
y regresado a la mar
con las rodillas en el pecho
en medio de su inmensidad
padeciendo su muerte y su soledad
en la mar que lo mueve donde quiere
donde el no puede moverse
el viaje sin control
Exilio
del útero que lo trajo
a la tierra de sombras y fantasmas
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que buscan en tierra firme
Voz, raiz, rostro y amor.

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