Labriola, Antonio - Filosofía y Socialismo (1897) PDF

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University of Toronto
http://www.archive.org/details/filosofiaysocialOOIabr
FILOSOFA

Y
-
SOCIALISMO
Edicin de la
EDITORIAL
CLA-
RIDAD.
Derechos de traduccin re-
icrvados. Queda hecho el depsito de
Ley.
ANTONIO LABRIOLA
filosofa Y
CONSIDERACIONES SOBRE FILOSOFA, POLTICA DEL PROLE-
TARIADO, economa, HISTORIA, ETC., DESDE EL PUNTO DE
VISTA MARXISTA
TRADUCCIN DEL FRANCS PARA CLARIDAD POR
LUIS ROBERTS
COLECCIN CLARIDAD
"Manuales de Cultura Marxista"
buenos aires
hx'
PEQUEA NOTA REFERENTE AL AUTOR
Filsofo
y
pedagogo italiano, naci en Cassino en
1843
y
muri en 1904, Estudi en aples, forman-
do parte de la escuela hcgeliana, donde primero ense
pedagoga, pasando en 1887 a ensear filosofa a Ro-
ma. Pertenece a la escuela socialista de Carlos Marx,
habiendo sido uno de los lderes del partido socialista
democrtico en Italia
y
profesado el materialismo hiry
trico. Sus hbras son: Doctrina de Scrates (ap-
les, 187
1),
Moral
y
Religin (1873), De la ensean-
za de la historia (Turn, 1876), Del concepto de la
libertad (1878), Los problemuS de la filosofa de la
historia (^k<>ma, 1887). Del socialismo
(1889),
Ensayos jk la concepcin materialista de la histeria
f75P (5;
r Socialismo
y
filosofa
(1899),
Del materia-
lismo histrico
(1902),
De Filosofa
y
Socialismo esta es la primera versin
qu9 se publica en castellano.
Nota del Traductor
Lo que hay que destacar principalmente en esta obra de
Labriola es su aspecto destructor. Evidentemente que es forzo-
so "destruir" primero para construir luego

y
vase en esto
un momento del proc?so dialctico.
Lo que el autor desmenuza despiadadamente
y
con profun-
didad de conocimiento filosfico

haba salido de la escuela
hegeliana
, es toda concepcin metafsica trascendente del
mundo, que representa un residuo de la influencia teolgica en
el espritu de los hombres pensantes desde la disolucin de la
escolstica histrica,
y
que naciera con Platn.
Aniquilar la metafsica absoluta como una traba al desarro-
llo del pensamiento cientfico es, en el aspecto filosfico de
esta obra, la tarea principal de Labriola. Bien que en otros as-
pectos de la concepcin crtica del miundo el autor se
presenta
como el ms fiel intrprete del marxismo, es, a nuestro parecer,
aquel respecto el que hay que tener presente.
Para los que han bebido en la cultura tradicional es dif-
cil desprenderse

a pesar de lo avanzado de la ciencia

de la
idea de lo absoluto; siempre creen en la necesidad de un Dios,
sea teolgico o intelectual: "cosa en s". Idea, etc., para la ex-
plicacin del mundo. No ha sido la impotencia para llegar a
una explicacin adecuada del mundo la que ha hecho que los
hombres pensaran en algo supranatural? Explicarse el mundo
ha sido el imperativo de la inquietud filosfica desde que el indi-
vidualismo griego hizo surgir el espritu; el problema del ser
fu el centro enderredor al cual gir la primera filosofa. El
hombre

desde que entr en el estadio de la cultura

es me-
tafsico. Pues metafsica es toda preocupacin del ser,
y
el mar-
xismo no escapa a este problema. Est implcito en la concep-
cin materialista de la naturaleza. Lo que hay que distinguir
son dos aspectos en la metafsica: la trascendente
y
la inma-
nente. El marxismo hace metafsica en tanto busca el ser en la
naturaleza.
Cuando el materialismo griego no pudo satisfacer, dado tos
balbuceos de la ciencia de entonces, una explicacin a las rela-
ciones de la materia
y
del espritu, se separa a ste de aquel
y
surge la metafsica trascendente, que nada explica cientficamen-
te, pero que acalla la ansiedad del saber del ser. Es desde
enton-
ces que la mente humana, no satisfecha con la interpretacin
del precedente, construye esas admirables concepciones, esos ge-
niales sistemas que no podemos menos de admirar como estu-
pendas obras de esttica,
y
que se han sucedido desde Platn
a
Hgel.
La metafsica, en tanto que mtodo que aplica el principio de
identidad
y
excluye el de contradiccin, dndole a aqul una
validez absoluta, es decir, que considera 'las cosas
y
sus refle-
jos intelectuales, las "nociones" , como objetos aislados para el
anlisis", como "objetos inmutables, fijos, inmviles, dados
de una vez por todas", "que piensa por anttesis", "que habla
con s
y
con no",
y
la metafsica como concepcin trascenden-
te del mundo, es lo que el marxismo rechaza.
Este ltimo aspecto de la metafsica nos da un
conocimiento
del mundo "a priori" de la ciencid
y
que la ciencia
y
slo ella
ha de confirmar o desechar; esto es, nos da un conocimiento
del mundo basado en la intuicin
y
no en la experiencia. Ha
reemplazado la voluntad de saber hasta el saber positivo de la
ciencia, con teoras que son esplndidas lucubraciones geniales.
La ciencia desplaza la metafsica trascendente, as como toda
concepcin religiosa del mundo.
Pero la filosofa no ha de desaparecer en cuanto se la entien-
da por estos dos conceptos: como crtica de la razn, por cuan-
to la ciencia necesita la crtica que slo esa filosofa puede dar,
y
como reguladora de la vida de la sociedad.
Estos han sido los conceptos fundamentales de la filosofa
clsica alemana
y
que, segn Engels, heredar el proletariado.
"Los hombres

dice Labriola refirindose a los del futuro

no tendrn necesidad de buscar una interpretacin trascendente


a los problemas de la vida."
Luis Roberts.
Prefacio para la Edicin Francesa
Ich bin des trocknen Tons nun satt
Muss wieder recht den Teufel spielen.
Este pequeo volumen, que aparece ahora en francs gra-
cias a las atenciones de mi amigo A, Bonnet, fu precedido en
la edicin italiana, aparecida al comienzo de diciembre de
1897
(1),
de estas palabras:
'\'No sera absurdo hacer preceder la publicacin de estas
cartas con una introduccin!"
''La ltima carta explica por qu ellas aparecen en volumen,
"Estas pginas pueden servir de complemento al par que
aportan alguna luz a mis dos ensayos titulados: In Memoria
del Manifest dei Comuniti,
2*
edit., Roma, 1895;
y
Del
Materialismo Storico, Dilucidazionc Preliminare, Roma, 1896,
He hecho algunas correcciones
y
agregados a la edicin francesa
de estos dos ensayos, que dan igualmente el texto entero del
Manifiesto,
y
que se titula: Essais sur la conception Materialiste
de l'histoire, avec Preface de G. Sorel, Pars, 1897, V. Giard
y
E. Briere"
.
La edicin francesa de estas cartas no es una simple traduc-
cin, sino una verdadera segunda edicin, ya que he examinado
y
modificado el original, aadido numerosas notas
y
un cap-
tulo en forma de post-scriptum.
Frascati (Roma), septiembre 10 de 1898.
Este pequeo libro deba aparecer, como lo indica el prefacio,
en octubre ltimo. La impresin ha sido retardada por razones
ajenas a mi voluntad.
Entretanto, G. Sorel se ha dado en cuerpo
y
alma a la pre-
tendida Crisis del Marxismo
(2);
la ha estudiado, comentado
(1) Roma. E. Loescher.
(2)
Ver el post-scriptum.
8
Antonio Labriola
y
examinado con amore un poco en varias partes: en la Revue
Politique et Parlamentaire, 10 de diciembre de 1898, pgs.
597-612 (aqu la famosa crisis no es nada menos que la Crisis
del Socialismo)
, y
tambin en la Revista Crtica del Socialismo,
Roma, N" 1,
pgs. 9-21; la ha fijado
y
canonizado en el Pre-
facio al libro de Merlino, Forma
y
esencia del Socialismo
(1).
Nos encontramos decididamente en los tiempos de la Fronda!
Qu debo hacer? Debo escribir un anti-'ore/, despus de
haber escrito un con-Soreli* Es verdad que este libro de forma
un poco inusitada se titula. Disccrrendo, es decir Hablando.
/:;- ..
k:hla cuando se quiere
y
no por obligacin.
Slo querra que el lector tenga presente la fecha de estas
cartas, de estas pequeas monografas de estilo fcil, dirigidas al
seor G. Sorel desde el 20 de abril al 15 de septiembre de
1897. Esto no tiene nada de una simple ficcin literaria.
Ellas se dirigen a aquel seor Sorel que yo haba conocido por
el Devenir Social, que me haba presentado a los lectores fran-
ceses como Marxiste en titre, que me escriba cartas llenas de
finas observaciones e interesantes notas crticas. El estaba un
poco inseguro
y
le he descubierto a veces el espritu revoltoso;
pero no poda pensar en 1897 que cambiara tan rpidamente,
en 1898, el heraldo de una guerra de secesin. Que todo eso
cause placer a los desamparados de la inteligencia
y
a todos los
que tengan necesidad de la coartada de la cobarda. Sorel nos
deja, felizmente, un rayo de esperanza: "algunos camaradas
y
yo nos esforzamos en utilizar los tesoros de reflexiones
y
de
hiptesis que l-J
''':
h:' ^grupado en sus libros: esta es la ver
-
(1)
Pero
i
cmo situar la Crisis del Mai^ismo a propsito de un libro
de Merlino! Estuvo alguna vez entre los marxistas? Querr Sorel in-
troducir en la patologa esta estupefaciente reforma: la fiebre, es decir, la
crisis, de las enfermedades que el enfermo no tiene? Merlino se ha becbo,
en estos ltimos aos, eclktico, oportunista
y
reformista

tanto mejor;
pero, por qu Sorel nc habb ms bien de la Crisis de un anarquista?
Tengo necesidad de agregar que no he tomado en serio las fantasas
policiales que durante aos han hecho de Merlino un espantajo? Y olvido
de buen grado las luchas acerbas de nuestros anarquistas contra el partido
socialista que se formaba en Italia alrededor del Marxismo, tomando esta pa-
labra en sentido popular. Pero me refiero al libro de Merlino, Italie telJe
qu'ellc est, Pars, 1890, cargada del recuerdo de Bakunin,- fundador (segn
el, ibid, 354), del socialismo en Italia,
y
a su folleto. Nccessit tt bases d'ane
entente. Bruselas, 189 2, vibrante de cercana revolucin.
Y cmo darle por precursor
y
por aliado en la Crisis del Marxismo a
mi
apacible amigo Croce, que no sale de los lmites de la erudicin!
Filosofa y Socialismo
9
dadera manera de sacar provecho de una obra genial e incon-
clusa (Revue Parlamentaire, ibid.,
pg. 612). Todas mis fe-
licitaciones de ao nuevo, que comienza maana, para este tra-
bajo de salvataje, benevolente
y
conmovedor, del cual muchos
y
particularmente yo, no sentimos ninguna necesidad.
Sin rencor, qu mortificacin para m! Ofreciendo al^ p-
blico francs estas pginas de forma un poco inusitada
(1),
temo que las personas de espritu, de las que hay en Francia
ms que en ningn otro pas, digan: he ah un conversador
soportable, pero qu mal pedagogo; comienza un dilogo di-
dctico con un amigo,
y
ste pasa inmediatamente al otro lado.
No es as, seor Sorel!* Este dilogo no era ms que un
monlogo,
y. . . tanto mejor
(2).
Rom^a, 31 diciem.bre de 1898.
(1)
Agradezco a la Revnc des Revues (1? abril de 1898, pg. 106),
y
a la Rcvnc Socialistc (marzo dz 189 8, pgs. 3 79-80), por la macera
amable que han anunciado la edicin italiana de este libro.
(2) La prensa burguesa italiana aplaude la crisis,
y
una revista de
Roma consagra tambin un artculo a la agona del marxismo. Tedas mis
felicitaciones a los enmaradas revoltosos.
Qu de variantes de vanidad literaria
y
de ambicin poltica hay en esta
pretendida crisis!
Filosofa
y
Socialismo
CARTAS A G. SOREL
Roma, abril 20 de 1897.
Querido seor Sorel:
Desde hace tiempo tengo la intencin de hablar con Vd. en
una especie de conversacin por escrito.
Ser la mejor
y
ms conveniente forma de asegurarle mi
gratitud por el Prefacio con el cual me ha honrado.
Evidentemente no quiero slo recordar las palabras halaga-
doras con las cuales Vd. ha sido prdigo en extrema abundan-
cia con respecto a m. A eso no puedo responder inmediata-
mente
y
pagar mi deuda sino por carta privada. No se trata
de explayarme aqu en cumplidos en cartas que podran
parecer til a Vd. o a m, el publicarlas ms tarde. De qu
servirn ahora, por otra parte, mis protestas de modestia; para
qu sustraerme a sus elogios? Vd. me ha obligado a renunciar
en adelante a estos esfuerzos. Si mis dos ensayos, apenas rudi-
mentarios, sobre el materialismo histrico han sido ledos en
Francia casi en forma de libro, no es ms que gracias a Vd.,
quien ios ha presentado al pblico bajo esa forma. Nunca he
tenido idea de hacer el libro, en el sentido que Vds. los france-
ses, siem^pre admiradores
y
discpulos del clasicismo literario, dan
a esa expresin. Soy de aqullos que ven en esta conservacin
del culto de la forma clsica una especie de traba tal un
vestido que no ha sido hecho para quien lo lleva a la ex-
presin cmoda, apropiada
y
correcta de los resultados de un
pensamiento rigurosamente cientfico.
12
Antonio Labriola
Dejando, pues, todo cumplimiento, deseo volver sobre las
cosas de las que habla Vd. en el Prefacio para discutirlas li-
bremente, sin cuidarme de componer una monografa acabada.
Elijo la forma epistolar porque slo ella permite discutir sin
gran orden, un poco a tambor batiente, casi dndole el movi-
miento de la conversacin. No tengo, en verdad, el coraje de
escribir todas las disertaciones, memorias
y
artculos que fue-
ran necesarios para responder a las numerosas cuestiones que
Vd. se pregunta o que propone en ese pequeo nmero de
pginas
(1).
Pero si escribo un poco al correr de la pluma, si no quiero
sustraerme en absoluto a la responsabilidad de lo que dir, de-
seo, sin embargo, librarme de la obligacin de la prosa cerrada
y
concisa, que conviene cuando se discute
y
se diserta por afir-
maciones
y
demostraciones. Hoy no hay docto en el mun-
do que, por pequeo que sea, no se imagine edificar para
sus contemporneos
y
para la posteridad, cuando logra fi-
jar en un opsculo indigesto o en una discusin sabia
y
embrollada una de esas numerosas ideas
y
observaciones que,
en el cuiso de una conversacin o de una enseanza sostenida
con verdadera maestra didctica, tienen siempre ms grande
eficacia intuitiva por el efecto de esta dialctica natural, la
que es propia de aquellos que estn en tren de buscar por s
mismos la verdad o de insinuarla por primera vez en el es-
pritu de los otros.
Sin duda: en este fin de siglo, entregado a los negocios
y
a
las mercancas, el pensamiento no puede circular n travs del
mundo si no se lo fija
y
se lo presenta tambin baje la res-
petable forma de mercanca, que acompaa a la factura del
librero,
y
que aureola, gil mensajero de sinceros elogios, la
honesta reclame del editor. Quiz en una sociedad futura, a
la que nos transportamos con nuestra esperanza,
y
ms an
gracias a ciertas ilusiones, las que no sen siempre el fruto de
una imaginacin bien ordenada, haya un nm.ero tal, que se
los creer legin, de hombres capaces de discutir en el divino
goce de la investigacin, con el heroico coraje de ]2 verdad
(1) En la edicin italiana hay aqu una nota a un apndice (p-
gina 15 7,
68)
que reproduce, para la comodidad del lector italiano, el
Prefacio de Sorel. Basta, en esta edicin, remitir al lector a mis Ensayos,
Pars. Giard y Bricre, 189 7,
pgs. 1-20.

(Nota de la ed. francesa).
Filosofa y Socialismo
13
que actualmente admiramos en Platn, en Bruno
y
en Ga-
lileo,
y
haya una multiplicacin infinita de Diderot. cnpaces
de escribir las profundas extravagancias de Jacques le Fataliste,
que por el momento tenemos la debilidad de creer incompa-
rables. La sociedad futura, en la que los momentos de aban-
dono, razonablemente aumentados para todos, nos darn, con
las condiciones de la libertad, los medios de civilizarnos
y
el
derecho a la pereza dichoso hallazgo de Lafargue. har
brotar a cada vuelta de los caminos perezosos del genio, que,
como nuestro maestro Scrates, sern prdigos de actividad
libremente empleada
y
no asalariada. Pero actualmente .
.
,
en este m^undo, donde slo los locos tienen la aliicin.ictn del
millenium prximo, innumerables son los perezosos
y
los des-
ocupados que explotan, como un derecho que les pertenece
y
como una profesin, la estima pblica con sus ocios litera-
rios. . .
y
el mismo socialismo no puede impedir que se le
adhiera una discreta muchedumbre de intrigantes, de intere-
sados
y
resentidos.
As, casi chanceando, llego a mi objeto. Usted se queja de
la poca difusin que hasta ahora ha tenido en Francia la doc-
trina del materialismo histrico. Usted se queja de que esta
difusin halle obstculos
y
resistencias en los prejuicios que
provienen de la vanidad nacional, en las pretensiones literarias
de algunos, en el orgullo filosfico de otros, en el maldito
deseo de parecer ser sin ser
y.
en fin, en la dbil preparacin
intelectual
y
en los numerosos defectos que se encuentran tam-
bin en algunos socialistas. Todas estas cosas no pueden
ser tenidas por simples accidentes! La vanidad, el orgullo, el
deseo de parecer ser sin ser, el culto del yo, la megalomana,
la envidia
y
el furor de dominar, todas estas pasiones, todas
estas virtudes del hombre civilizado,
y
an otras, no son de
ningn modo bagatelas de la vida; mucho ms a menudo pa-
rece que ellas son su substancia
y
nervio. Se sabe que la
Iglesia, por lo comn, no atrae las almas cristianas a la hu-
mildad sino haciendo de sta un nuevo
y
ms altanero t-
tulo de orgullo.
Y bien . . . , el materialismo histrico exige,
de aquellos que quieren profesarlo con plena conciencia
y
francamente, una extraa especie de humildad; en el momento
mismo en que nosotros nos sentimos ligados al curso de las
cosas humanas, donde estudiamos las lneas complicadas
y
los repliegues tortuosos, es necesario que seamoi, a la veas
y
14
Antonio Labrila
al mismo tiempo, no resignados
y
dciles, sino, por el con-
trario, llenos de actividad consciente
y
razonable. Pero. . .,
llegando a confesarnos a nosotros mismos que nuestro propio
yo, al que nos santimos tan estrechamente unidos por un h-
bito corriente
y
familiar, sin ser verdaderamente alguna cosa
que pasa, un fantasma o la nada, como lo han imaginado los
tesofos en su delirio, por grande que sea o que nos parezca,
no es ms que una pequea cosa en el engranaje complicado
de los mecanismos sociales, por lo que debemos llegar a esta
conviccin: que las resoluciones
y
los esfuerzos subjetivos
de cada uno de nosotros chocan casi siempre con la resis-
tencia de la red enmaraada de la vida, de suerte que, o bien
no dejan ningn rastro de su paso, o bien dejan uno muy
diferente del fm originario, porque ste es alterado
y
trans-
formado por las condiciones concomitantes; mas, debemos
reconocer la verdad de esta frmula: que nosotros somos
vividos por la historia,
y
que nuestra contribucin personal
a ella, bien que indispensable, es siempre un hato minscu-
lo en el entrecruzamiento de las fuerzas que se combinan, se
completan
y
se destruyen recprocamente; no obstante, todas
estas maneras de ver son verdaderamente inoportunas para to-
dos aquellos que tienen necesidad de confinar el universo en-
tero al campo de su visin individual! Conservemos, pues,
en la historia el lujo de los hroes para no quitar a los enanos
la esperanza de poder ponerse a caballo sobre sus propias
espaldas, a fin de exhibirse, aun cuando, como deca Jean
Paul, no sean dignos de llegar a la altura de sus propias ro-
dillas.
Y, en efecto, no se va a la escuela, desde hace siglos, a
aprender que Julio Csar fund el imperio
y
que Carlomagno
lo reconstruy; que Scrates casi invent la lgica
y
que
Dante casi cre la literatura italiana? Recientemente la creen-
cia mitolgica en los autores de la historia ha sido poco a
poco sustituida,
y
hasta aqu de una manera imprecisa, por
la nocin prosaica de procesos histrico-sociales. Es que la
Revolucin Francesa no ha sido querida
y
hecha, siguiendo las
variadas versiones de la imaginacin literaria, por los dife-
rentes santos de la leyenda liberal, santos de la derecha, san-
tos de la izquierda, santos girondinos
y
santos jacobinos? Esto
es tan cierto que el seor Taine
y
yo no he podido com-
prender jams cmo, a pesar de la poca resignacin que mus-
Filosofa y Socialismo
15
tra para la cruel necesidad de los hechos, se pueda decir que
ha sido un positivista ha gastado gran parte de su poderoso
talento en demostrar, como si escribiera las erratas de la histo-
ria, que todo este alboroto hubiera podido no tener lugar.
Afortunadamente para ellos, la mayor parte de estos santos,
vuestros compatriotas, se han honrado
y
concedido recpro-
camente,
y
en su tiempo
y
lugar, la corona del martirio;
y
as las reglas de la tragedia clsica han quedado para ellos
gloriosamente intactas: sino,
j
quin sabe cuntos imitadores
de Saint-Just (hombre superior en verdad) hubieran cado en
la categora de secuaces del infame Fouch,
y
cuntos cm-
plices de Dantn (este fracasado gran hombre de Estado)
,
hubieran disputado a Cambaceres su librea de canciller, cun-
tos otros no se hubieran contentado con disputar al aventu-
rero Drouet
y
a ese ambiguo comediante Tallien los modestos
galones de subprefectol
En una palabra, la carrera hacia los primeros planos es
obligatoria para todos aquellos que, habiendo aprendido la
historia de viejo estilo, repiten an con el retrico Cicern
que ella es la gran educadora de la vida. Tambin es nece-
sario "moralizar el socialismo". Desde hace siglos no nos
ensea la moral que es necesario dar a cada uno segn sus
mritos? Y me parece or preguntar: no quiere usted sa-
borear un poco de paraso?;
y
si es necesario renunciar al
paraso de los creyentes
y
de los telogos, no es necesario
conservar un poco de apoteosis pagana en este mundo? No
nos desembaracemos de toda la moral de las compensaciones
honestas; guardemos al menos un buen silln o un palco de
primera fila en el teatro de la vanidad!
He aqu por qu las revoluciones, necesarias e inevitables
por tantas otras razones, son tiles
y
deseables desde este pun-
to de vista tambin: a grandes golpes de escoba eliminan a
los advenedizos, o al menos hacen el aire ms respirablc, lo
mismo que cuando las tormentas barren el polvo.
No dice usted, muy justamente, que toda la cuestin prc-
tica del socialismo
(y
por prctica entiende, sin duda alguna,
lo que se inspira en los antecedentes intelectuales de una con-
ciencia iluminada por el saber terico), se reduce
y
se resume
a estos tres puntos?: V) Ha adquirido el proletariado una
conciencia clara de su existencia como clase indivisible?; 2)
Tiene bastante fuerza para entrar en lucha contra las otras
16
Antonio Labriola
clases?; 3) Est en estado de derribar, con la organizacin
capitalista, todo el sistema de la ideologa tradicional?
Y bien, esto es as!
Luego, el proletariado que llega a saber con claridad lo que
puede, es decir, que comienza a saber querer lo que puede; ese
proletariado, en suma, que se pone en buen camino para
llegar a resolver
(y
me sirvo aqu de la jerga un poco hecha
de los publicistas) la cuestin social, ese proletariado deber
proponerse eliminar, entre todas las otras formas de explo-
tacin del prjimo, tambin la vanagloria
y
la presuncin
y
la singular suficiencia de aquellos que se incluyen a s mismos
en el libro de oro de los benefactores de la humanidad. Ese
libro tambin debe ser arrojado al fuego, como tantos otros de
la deuda pblica.
Pero por el momento sera esto una obra tan vana como la
de tratar hacer comprender a todos aquellos el principio ele-
mental de la moral comunista: se debe esperar que el recono-
cimiento
y
la admiracin nos sean concedidos espontneamente
por los otros, aunque muchos no querrn or decir, en nombre
de Baruch Spinoza, que la virtud halla su recompensa en s
misma. Esperando, pues, que en una sociedad mejor que la
nuestra slo sea objeto de la admiracin de los hombres las
cosas verdaderamente dignas qu dir?, por ejemplo:
las lneas del Partenn, los cuadros de Rafael, los versos de
Dante
y
de Goethe,
y
todo lo que la ciencia nos ofrece de
til, de cierto
y
de definitivamente adquirido

, no nos es po-
sible por el momento rechazar aquellos que han tenido tiempo
que perder
y
papel impreso para poner en circulacin, pavo-
nendose en nombre de tantas
y
tantas cosas bellas la hu-
manidad, la justicia social, etc.. Tampoco podemos re-
chazar, en nombre del socialismo, aquellos que ingresan a sus
filas para ser inscriptos en la "orden del mrito"
y
en la
"legin de honor" de la futura, pero no muy
prxima, revo-
lucin proletaria. Cmo es que todos esos no han presen-
tido en el materialismo histrico la stira a todas sus vanas
arrogancias
y
a sus ftiles ambiciones,
y
cmo imaginarse que
no hayan tenido horror a esa nueva especie de pantesmo, de
donde ha desaparecido y esto porque es ultraprosaico has-
ta el santo nombre de Dios?
Es necesario tener en cuenta todava una circunstancia gra-
ve. En todas partes de la Europa civilizada lot taUntoi ver-
Filosofa y Socialismo
17
daderos o falsos tienen muchas posibilidades de ser ocupa-
dos en los servicios del Estado
y
en lo que puede ofrecerles
de ventajoso
y
prominente la burguesa, cuya muerte no est
tan cercana, como creen algunos amables fabricantes de extra-
vagantes profecas. No es necesario asombrarse si Engels
(p-
gina 4 del prefacio al tercer volumen de El Capital, observe
bien, con fecha 4 de octubre de 1894),
escriba: "Como en
el siglo XVI, lo mismo en nuestra poca tan agitada, no hay,
en el dominio de los intereses pblicos, puros tericos ms
que del lado de la reaccin". Estas palabras tan claras como
graves bastan por s solas para tapar la boca a los que gritan
que toda inteligencia ha pasado a nuestro lado,
y
que la bur-
guesa baja actualmente las armas. La verdad es, precisamente,
lo contrario: en nuestras filas son muy raras las fuerzas in-
telectuales, bien que los verdaderos obreros, por una sospecha
explicable, se levanten contra los "habladores"
y
los "letra-
dos" del partido. No es necesario extraarse si el materia-
lismo histrico est an en las frmulas generales de sus pri-
meros pasos. Y despreciando aquellos que no han hecho ms
que repetirlo o disfrazarlo,
y
a veces dado un tono burlesco,
es necesario confesar que, en el conjunto de lo que ha sido
escrito en serio
y
correcto sobre este particular, no hay an
una teora que haya salido del estado de primera formacin.
Nadie osara compararlo al darwinismo, que en poco menos
de cuarenta aos ha tenido un tal desarrollo intensivo
y
ex-
tensivo, que, por la cantidad de m.ateriales, por la multipli-
cidad de los agregados con otros estudios, por las diversas co-
rrecciones metdicas
y
por la interminable crtica que le ha
sido hecha por partidarios
y
adversarios, tiene ya una historia
gigantesca.
Todos aquellos que estn fuera del socialismo tienen o han
tenido inters en combatirlo, en desnaturalizarlo o al menos
en ignorar esta nueva teora,
y
los socialistas, por las razones
ya expuestas
y
por otras muchas an, no han podido dedicar
el tiem.po, los cuidados
y
los estudios necesarios para que tal
tendencia mental adquiera la amplitud de desenvolvimiento
y
la madurez de escuela, como la que alcanzan las disciplinas
que, protegidas o al menos no combatidas por el mundo ofi-
cial, crecen
y
prosperan por la cooperacin constante de nu-
merosos colaboradores.
El diagnstico del mal no es casi un consuelo? No e
18 Antonio Labriola
as que proceden actualmente los mdicos con sus enfermos,
desde que se inspiran ms, como ocurre ahora en su prctica
teraputica, en el criterio cientfico de los problemas de la
vida ?
Por otra parte, de los diferentes resultados que pueda pro-
ducir el materialismo histrico, algunos solamente podrn
tener cierto grado de popularidad. Gracias a esta nueva orien-
tacin doctrinal se llegar a escribir libros de historia menos
vagos que los que escriben los literatos que no estn prepa-
rados para este arte ms que con lo que les puede ensear la
filologa
y
la erudicin. Y, sin hablar de la conciencia que los
hombres de accin del socialismo puedan formarse por el
anlisis profundo del terreno sobre el cual trabajan, no es du-
doso que el materialismo histrico, directa o indirectamente,
haya ejercido sobre muchos espritus una gran influencia
y
que ejercer con el tiempo una ms grande todava, siempre
que se sujete a los estudios verdaderos de historia econmica
y
a la interpretacin pragmtica de los mviles
y
de las razones
ntimas
y,
por lo tanto, ms ocultas, de una poltica deter-
minada. Pero toda la doctrina en su esencia o en su conjunto,
toda la doctrina, en fin, en tanto que filosofa
(y
me sirvo
de esta palabra con mucha aprehensin, porque temo ser mal
comprendido, aunque no hallara otra que la reemplace; si
escribiera en alemn dira de buen grado: Lebens und Wel-
tanschauung, es decir, concepcin general de la vida
y
del
mundo) no me parece que pueda entrar en el programa de la
educacin popular. Para aprender esta filosofa es necesario,
en verdad, un cierto esfuerzo, an para los habituados a las
dificultades del pensamiento, pues servirse de ella sin gran co-
nocimiento puede exponer a los espritus demasiado simples o
demasiado inclinados a las conclusiones fciles, a disparatar
lindamente;
y
nosotros no queremos hacernos los promotores o
cmplices de una nueva especie de charlatanera literaria.
II
Roma, abril 24 de 1897.
Permtame ahora pasar a la consideracin de cosas prosai-
camente pequeas, pero que, como sucede a menudo con las
pequeas cosas en los grandes problemas de este mundo, tie-
nen gran importancia.
Las obras de Marx
y
de Engels para volver a ellos, que
estn siempre en boca de todos han sido, acaso, completa-
mente ledas por alguien que se encuentre fuera del grupo de
sus amigos ms prximos
y,
por consecuencia, fuera de los
discpulos
y
de los intrpretes de esos m.ismos autores? To-
das estas obras han sido alguna vez comentadas
y
explicadas
por personas que se encontraban fuera del crculo que se form
alrededor de la tradicin de la Deutsche Socialdemoktatie?
Slo la Neae Zeit, la revista imprescindible para las doctrinas
del partido, fu durante muchos aos el rgano ms impor-
tante en este trabajo de aplicacin
y
explicacin. En una pa-
labra, no se ha formado alrededor de estos trabajos, salvo en
Alemania,
y
an ah solamente en un pequeo crculo, lo que
los neologistas llaman un medio literario.
Y la escasez de muchos de estos trabajes,
y
la imposibi-
lidad de procurarse algunos de ellos! Hay muchas gentes
en el mundo que tengan la paciencia de buscar durante aos,
como me ha ocurrido a m, un ejemplar de la Miseria de la
Filosofa (que recientemente ha sido reeditada en Francia), o
el singular libro que es La Sagrada Familia,
y
que est dis-
puesto a tomarse el trabajo necesario para conseguir un ejem-
plar de la Neue Rheinische Zeitung, como hace general-
m.ente cualquier fillogo o historiador para leer
y
estudiar
todos los documentes del Egipto antiguo? Yo no he cono-
cido trabajo ms fastidioso que ste, aunque tengo bastante
20
'
Antonio Labrila
prctica en libros
y
en el arte de buscarlos. La lectura de
todo lo que han escrito los fundadores del socialismo cientfico
ha pasado hasta aqu por ser un privilegio de iniciado!
Cmo asombrarse, entonces, de que, salvo en Alemania
y,
por lo tanto, en Francia,
y
particularmente en Francia, un
gran nmero de escritores, sobre todo entre los publicistas,
haya tenido la tentacin de extraer de las crticas de los ad-
versarios, de las citas hechas por otros, o de las deducciones
apresuradas, sacadas de ciertos pasajes o de recuerdos vagos, ele-
mentos que les permiten construir un Marxismo de su cosecha
y
a su gusto? Tanto ms cuanto que con el nacimiento en
Francia
y
en Italia de partidos socialistas, que pasan ms o me-
nos por ser representantes del Marxismo (lo que me parece un
nombre inexacto)
(1),
los letrados de toda especie han podido
hallar la ocasin cmoda de creer
y
de hacer creer que en cada
discurso de un propagandista o de un diputado, en cada progra-
ma, en cada artculo de diario, en cada acto del partido, haba
como la revelacin autntica
y
ortodoxa de la doctrina nueva
manifestndose en la nueva Iglesia. Hace dos aos no se ha
estado a punto de discutir en la Cmara francesa la teora del
valor de Marx . . . como si nosotros estuviramos en Bizan-
co? jY qu decirle de todos esos profesores italianos que han
citado
y
discutido libros
y
folletos durante aos, quienes, como
se saba de manera notoria, no haban jams llegado hasta
nuestras reuniones, a pesar de que Georges Adler
(2)
haba
escrito sus dos libros un poco superficiales
y
vagos, en los
cuales, sin embargo, ofreca a los investigadores de erudicin
fcil
y
a los plagiarios los tesoros prcticos de la bibliografa
y
de las abundantes citas!; porque, a decir verdad, Adler ha
ledo mucho
y
sacado mucho provecho.
El materialismo histrico, que en un cierto sentido es todo
el marxismo, antes de entrar en el medio crtico literario de
las personas capaces de desenvolverlo
y
continuarlo, ha pasado,
en muchos pueblos de lengua neolatina, a travs de una in-
(1) Ver Ensayor, etc., pg. 8 7, rxta 2.

(Neta de la edicin
francesa).
(2) Hago alusin a las dos obras: Gechichtc dcr ersten socialpolitiscben
Arbeiterbewegung in Dcntschland,
y
Die Grundlagen der Karl Marx' schen
Kritik, etc., que han sido maltratadas en Italia por los crticos de pacotilla.

(Nota de la edicin francesa)


.
Filosofa y Socialismo 21
findad de equvocos, de malentendidos, de alteraciones gro-
tescas, de extraos disfraces
y
de gratuitas invenciones: todas
estas cosas, que nadie quiere poner en la cuenta de la historia
del socialismo, no podrn ser impedimentos para los que
deseen ponerse al corriente de las teoras socialistas, especial-
mente si se trata de los que salen de las filas de los letrados
de profesin.
Usted conoce la asombrosa historia de aquel Marx de ca-
bellos rubios que inaugura la Internacional en aples, en
1867,
y
que Croce ha relatado en su Devenir Social
(1).
Yo
tambin podra relatar a'gunas historias parecidas. Qu de-
cir de aquel estudiante que hace algunos aos acude a mi
casa para ver de visu, una vez al menos, la clebre Miseria de
la Filosofa! Se qued estupefacto: "Luego, dice, es ste
un libro serio de economaa poltica?". "No solamente serio
agrego yo

, sino de lectura difcil


y
de muchos puntos
obscuros". No poda creer semejante cosa. "Esperaba usted
le digo un poema sobre los Hroes de la buhardilla o
un romance del gnero de la novela de un Joven pobre? Y
este ttulo caprichoso de Heilige Familie (Sagrada Familia)
tambin ha sido para algunos la ocasin de extraos sueos.
Singular destino el de este corrillo de posthegelianos entre
los cuales haba un hombre notable
y
de gran valor, Bruno
Bauer el de pasar a la posteridad por la curiosa burla de
que han sido objeto por parte de los dos jvenes escritores!
jY decir que este libro que pareci a la mayor parte de los
lectores franceses difcil de leer, pesado
y
mal escrito

, no
es verdaderamente importante sino en lo que nos muestra
cmo Marx
y
Engels, libertades del escolasticismo hegeliano,
se desprenden poco a poco del humanitarismo de Feuerbach
y,
mientras se encaminaban hacia lo que fu despus su doc-
trina propia, estaban an en cierta medida impregnados de
este socialismo verdadero, cuya stira han escrito ellos mismos
en el Manifiesto!
Pero al lado de estas historietas muy entretenidas, hubo en
Italia una que no tuvo nada de risuea. Deseo hablarle del
caso Loria. En estos ltimos aos, en medio de grandes di-
ficultades se ha formado entre nosotros un partido socialista
(1) Devenir Social, noviembre de 189 6, pgs. 904-905.
22
Antonio Labrila
que, en sus programas
y
en sus fines,
y
en tanto lo permiten
las condiciones del pas, tambin en su accin, corresponde a
las tendencias del socialismo internacional; pues bien, en estos
mismos aos algunos estudiantes o ex estudiantes se ponen a
hacer de Loria ya el autor autntico de las teoras del socia-
lismo cientfico, ya el inventor de la interpretacin econ-
mica de la historia
y
tantas
y
tantas otras cosas diversas, con-
trarias
y
contradictorias, de manera que Loria, sin saberlo,
sin ningn mrito de su parte o sin su culpa, ha sido al
mismo tiempo ya Marx, ya anti-Marx, un vice, o
un sobre,
o un debajo-Marx. Este equvoco tambin ha sido superado;
y
paz a su memoria. Desde que los Problemas Sociales de
Loria fueron traducidos al francs muchos de sus compatrio-
tas han debido extraarse de que este escritor haya podido
pasar, no por socialista en general, lo que puede ser, en re-
sumidas cuentas, una prueba o una nota de ingenuidad, sino
por continuador o corrector de Marx, lo que es de tal enor-
midad como para hacer poner los cabellos de punta!
Luego, estas ancdotas que pueden servir de ejemplo in-
tuitivo, deben consolar a usted por lo que pasa en Francia,
porque no solamente es verdad que intra iliacos muros pecca
tur et extra, sino porque, al fin de cuentas, todos aquellos
que no pretenecen a la categora de esos locos que son los
genios incomprendidos, deben convenir en este principio: que
no se llega jams demasiado tarde para cum.plir con su deber.
Y an en este caso particular tan no se llega con retardo que
Engels me escriba algunas semanas antes de morir: estamos
todava en los primeros pasos!
Y para que aquellos que en este primer comienzo deseen
ocuparse de la doctrina en cuestin con pleno conocimiento de
causa puedan hacerlo con la menor dificultad posible
y
en
posesin de las fuentes, me parece que sera el deber del partido
alemn darnos una edicin completa
y
crtica de todos los es-
critos de Marx
y
de Engels; espero una edicin acompaada
de prefacios explicativos, de referencias, de notas
y
de indi-
caciones. Esto sera ya una obra tan m.eritoria como la de
evitar a los libreros de viejo la posibilidad de hacer especula-
ciones indecentes de esto s algunas cosas con los raros
ejemplares de libros antiguos. A las obras ya aparecidas en
forma de libro o folleto es necesario agregar los artculos de
diarios, manifiestos, circulares, programas
y
todas aquellas car-
Filosofa y Socialismo 23
tas que teniendo un inters pblico
y
general, bien que pri-
vadas, tengan importancia poltica o cientfica
(1).
Este trabajo no puede ser emprendido ms que por los so-
cialistas alemanes. Nadie menos alemanes que Marx
y
En-
gels, en el sentido patritico
y
patriotero que para muchos
tiene la palabra nacionalidad. La estructuracin de sus pen-
samientos, la marcha de sus producciones, la organizacin l-
gica de sus puntos de vista, su sentido cientfico
y
su filo-
sofa han sido el fruto
y
el resultado de la cultura alemana;
pero la substancia de lo que han pensado
y
expuesto est todo
por entero en las condiciones sociales que se haban desen-
vuelto, hasta los aos ms maduros de su vida, en gran parte
fuera de Alemania,
y
particularmente en aquellos pases de la
gran revolucin econmico-poltica que, desde la segunda mi-
tad del siglo XVIII, ha tenido su base
y
desarrollo principal-
mente en Inglaterra
y
en Francia. Ellos han sido, desde todo
punto de vista, espritus internacionales. Pero, sin duda,
no es ms que entre los socialistas alemanes, comenzando por
la Liga de los Comunistas, hasta el programa de Erfurt
y
hasta los ltimo artculos del prudente
y
ponderado Kautsky,
que se halla la continuidad de tradicin
y
la ayuda de la
experiencia constante que es necesaria para que la edicin cr-
tica halle en las cosas mismas
y
en la memoria de los hombres
los antecedentes indispensables para hacer de ella una obra
perfecta
y
plena de vida.
No se trata de elegir. Toda la actividad cientfica
y
po-
ltica, toda la produccin literaria, hasta los trabajos de cir-
cunstancias de los dos fundadores del socialismo cientfico,
deben ser puestas al alcance de los lectores. No se trata, por
cierto, de compilar un Corpus Jutis, ni de redactar un Testa-
mentum juxta canonem receptum, sino de reunir los escritos
en un conjunto orgnico, para que ellos hablen directamente
a todos los que tengan deseos de leerlos. Es as solamente que
los escritores de otros pases podrn tener a su disposicin to-
das las fuentes que, conocidas en otras condiciones, por re-
producciones dudosas o por vagos recuerdos, han producido
(1) La reimpresin del libro de Marx, Zar Kritik dcr policischen Oeko-
nomie, hecha por Kautsky, ha aparecido en el mes de agosto, tres meses
despus de esta carta.
24 Antonio Labrila
este extrao fenmeno: que no haba sobre marxismo, hasta
hace poco tiempo, casi ningn trabajo en otra lengua que en
alemn que fuera el resultado de una crtica documentada,
sobre todo si salan de la pluma de escritores de otros par-
tidos revolucionarios o de otras escuelas socialistas. El tipo
de stos es el de los escritores anarquistas, para los cuales,
especialmente en Francia
y
en Italia, el autor del Marxismo
no parece haber vivido ms que para ser el verdugo de
Proudhon
y
el adversario de Bakunin, cuando no el jefe de la
escuela que es para Marx precisamente el ms grande de los
crmenes, es decir, el representante tpico del socialismo po-
ltico
y,
por lo tanto, oh, infamia! del socialismo parla-
mentario.
Todos esos trabajos tienen un fondo comn: el mate-
rialismo histrico, entendido en el triple sentido de tendencia
filosfica en la concepcin general de la vida
y
del mundo;
de crtica de la economa, que por su esencia no puede ser
reducida a leyes sino en tanto representen una fase hist-
rica determinada,
y
de interpretacin poltica, sobre todo
de la que es necesaria
y
sirve para la direccin del movi-
miento obrero hacia el socialismo. Estos tres aspectos, que
enumero aqu de una manera abstracta, como conviene para la
comodidad del anlisis, no son ms que uno en el espritu
de los mismos autores. Estos trabajos salvo el Anti-Dhring
de Engels
y
el primer volumen de El Capital, no parecern
nunca a los lectores acostumbrados a la tradicin clsica, com-
puesto segn las reglas del arte de "hacer el libro"

son en
realidad monografas
y,
en la mayor parte de los casos, traba-
jos de circunstancias. Son los fragmentos de una ciencia
y
de
una poltica que estn en perpetuo devenir,
y
que otros no
digo que esto sea el trabajo de cualquiera

deben
y
pueden
continuar. Luego, para comprenderlos completamente es ne-
cesario relacionarlos a la vida misma de sus autores;
y
en esta
biografa hay como el rasgo
y
el surco,
y
a veces el ndice
y
el reflejo, de la gnesis del socialismo moderno. Aquellos
que no siguen esta gnesis buscarn en estos fragmentos lo
que no se encuentra
y
lo que no debe encontrarse, por ejemplo:
respuesta a todos los problemas que la ciencia histrica
y
la
ciencia social pueden ofrecer en su desenvolvimiento
y
en su
variedad emprica, o una solucin sumara de los problemas
prcticos de todos los tiempos
y
de todos los lugares. Y,
Filosofa y Socialismo 25
por ejemplo, en este momento, con respecto a la cuestin de
Oriente, en el que algunos socialistas nos ofrecen el espectculo
extraordinario de una lucha entre el idiotismo
y
la temeridad,
por todas partes se oye invocar al Marxismo
(
1
) . En efecto,
los doctrinarios, los presuntuosos de toda especie que tienen
necesidad de dolos del espritu, los hacedores de sistemas cl-
sicos buenos para la eternidad, los compiladores de manua-
les
y
de enciclopedias, buscarn a tontas
y
a locas en el mar-
xismo lo que l no ha querido ofrecer jams a nadie. Aqu-
llos ven en el pensamiento
y
en el saber alguna cosa que existe
rnaterialrrente, pero no entienden el saber
y
el pensamiento
como actividades que son in fieri. Estos son metafsicos en el
sentido que Engels atribuye a esta palabra
y
que, en verdad,
no es la nica que tenga
y
se le pueda atribuir, en el sentido,
en fin, que Engels le atribuye por constante exageracin de la
caracterstica que Hgel aplicaba a los ontologistas como Wolf
y
secuaces.
Pero Marx, publicista incomparable, cuando escriba, en el
perodo que va de 1848 a 1850, sus ensayos sobre la historia
contempornea
y
sus memorables artculos de diairo, tuvo
jams la pretensin de ser un historigrafo consumado? No
hubiera podido serlo nunca porque no tena ni vocacin ni
aptitudes. O bien, Engels, escribiendo el Anti-Dhring, que
es todava la obra ms completa del socialismo crtico
y
que
contiene en pocas cosas casi toda la losofa que es necesaria
para la comprensin del socialismo, ha tenido jams la in-
tencin de recoger, en un trabajo tan corto
y
bosquejado, todo
el saber universal
y
marcar para la eternidad los lmites de
la metafsica, de la psicologa, de la tica, de la lgica, etc.,
cualquiera sea el nombre que lleven, o an, por razones in-
trnsecas de divisin objetiva, o para comodidad
y
vanidad
(1) En el momento que reno estas cartas para publicarlas estamos
a fines de septiembre
, recibo el volumen The Eastern Qnestion by Karl
Marx (Londres, edit. Sonneschein) de XVL 65 6 paginas in
8'^,
con un
largo ndice
y
dos cartas. Es la reproduccin, debida a los diligentes cui-
dados de su hija Eleonora y de Ed. Avcling. de los artculos que Carlos
Marx haba escrito desde 1853 a 1855 sobre la Cuestin de Oriente, espe-
cialmente en el New York Tribune.
Hago notar aqu al pasar, que cuando Marx escriba sobre cuestiones
polticas no formulaba principios, sino que trataba de comprender
y
ex-
plicar!
26
Antonio Labrila
de los que ensean, establecer las secciones de la enciclopedia?
Y es / Capital una de esas numerosas enciclopedias de todo
el saber econmico, con el que actualmente los sabios, espe-
cialmente los profesores alemanes, llenan el mercado?
Esta obra, bien que se compone de tres volmenes en cua-
tro tomos muy extensos, puede parecer, al lado de esas com-
pilaciones enciclopdicas, una colosal monografa. Su objeto
principal es el estudio del origen
y
del proceso de la plus-
vala (en la produccin capitalista, naturalmente)
y,
despus
de haber relacionado la produccin con la circulacin del ca-
pital, investiga la reparticin de la misma plus-vala. Todo
esto suponiendo la teora del valor realizada de acuerdo a la
elaboracin que de ella haba hecho la ciencia econmica du-
rante un siglo
y
medio: teora que de ninguna manera re-
presenta un factum empiricum obtenida de la induccin vul-
gar, que tampoco expresa una posicin lgica, como algunos
han credo, sino que es la premisa tpica sin la cual todo lo
dems no puede ser concebido. Las premisas de hecho, es
decir, el capital pre-industrial
y
la gnesis social del asalariado,
son los momentos directores de la explicacin histrica del
comienzo del capitalismo actual; el mecanismo de la circula-
cin con sus leyes secundarias
y
laterales,
y,
en fin, los fe-
nmenos de la distribucin, estudiados en sus aspectos anti-
tticos
y
de independencia relativa, forman el camino
y
las
inferencias a travs de las cuales
y
por las cuales se llega a
los hechos de configuracin concreta, que nos ofrece el movi-
miento aparente de la vida diaria. El modo de rep.rcsentacin
de los hechos
y
procesos es generalmente tpico, porque se
supone siempre la presencia de las condiciones de la produccin
capitalista: de ah que las otras formas de produccin sean
explicadas solamente en tanto que han sido superadas
y
por
la forma en que lo han sido, o en tanto que, como supervi-
vencias, constituyen lmites
y
trabas a la forma capitalista.
De donde el frecuente pasaje a travs de las aclaraciones de
pura historia descriptiva, para volver en seguida despus de
haber planteado las premisas de hecho

, a la explicacin ge-
ntica por el modo que estas premisas, estando dada su con-
currencia
y
su concomitancia, deben funcionar en principio,
ya que constituyen la estructura morfolgica de la sociedad
capitalista. De ah que este libro, que nunca es dogmtico,
precisamente porque es crtico,
y
crtico no en el sentido sub-
Filosofa y Socialismo 17
jetvo de la palabra, sino porque presenta la crtica en su fomia
antittica
y,
por lo tanto, mostrando la contradiccin de las
cosas mismas, no se extrava jams, ni an en la descripcin
histrica en el historicismo vulgaris, cuyo secreto consiste en
renunciar a la investigacin de las leyes de los cambios
y
en
pegar, sobre estos cambios simplemente enumerados
y
des-
criptos, la etiqueta de procesos histricos, de desenvolvimiento
y
de evolucin. El hilo conductor de esta gnesis es el pro-
ceso dialctico,
y
es este el punto escabroso que hace poner
cara de sorprendidos a todos los lectores de El Capital que
traen a su lectura los hbitos intelectuales de los empiristas, de
los metafsicos
y
de los padres definidores de entidades con-
cebidas in aetetnum. En la discusin fastidiosa que algunos
han levantado sobre las contradicciones que, de acuerdo a
ellos, existiran entre el tercer
y
el primer volumen de El Ca-
pital, especialmente entre los economistas de la escuela austra-
ca
(1)
(hablo aqu del espritu de discusin
y
no de obser-
vaciones particulares, porque, en efecto, el tercer volumen est
lejos de ser un trabajo acabado,
y
puede ofrecer materia a la
crtica, an para aquellos que profesan en general los mismos
principios), se ve que falta a la mayor parte de estos crticos
la nocin exacta de la marcha dialctica. Las contradicciones
que denuncian no son contradicciones del libro mismo, no son
infidelidades del autor a sus premisas
y
a sus promesas: son
las condiciones antitticas mismas de la produccin capita-
lista que, enunciadas en frmulas, se presentan al espritu como
contradictorias. Tasa media del beneficio en razn de la can-
tidad absoluta del capital empleado, es decir, independiente-
mente de sus diferencias de composicin, esto es, de la pro-
porcin diferente de capital constante
y
de capital variable;
precio que se establece sobre el mercado de acuerdo a los me-
dios que oscilan alrededor del valor, segn modos muy varia-
dos,
y
que se alejan de l; inters puro
y
simple de dinero ob-
tenido como tal
y
a disposicin para la industria de los otros;
renta de la tierra, es decir, de lo que no ha sido nunca el
(1) Hago alusin a las obras polmicas de Bohm-Bawek
y
de Komor
zynski. El primero ha escrito para terminar de acuerdo con Marx. No
puedo
esconder mi asombro por la manera indulgente con que Conrad Schmidt ha
hablado de esta crtica de Bohm-Bawerk en la Beilagc des Vorwarts, n-
mero 85. abril 10 de 1899.

(Nota de la edicin francesa).
28 Antonio Labrila
producto de ningn trabajo; estos desmentidos
y
otros seme-
jantes a la ley del valor (es en verdad esta denominacin de
ley lo que turba tantas cabezas) son las anttesis mismas del
sistema capitalista. Estas anttesis lo irracional, que bien
que parezca irracional, existe, comenzando por este primer
irracional: que el trabajo del obrero asalariado produce a
quien lo compra un producto superior al costo (salario)

,
este vasto sistema de contradicciones econmicas
(y
por esta
expresin rindamos homenaje a Proudhon) se presenta a los
socialistas sentimentales, a los socialistas simplemente razo-
nadores,
y
tambin a los declamadores radicales, como el con-
junto de las injusticias sociales: estas injusticias son lo que la
honesta muchedumbre de reformadores quisiera eliminar con
honestos razonamientos de leyes! Aquellos que cotejen ahora,
a la distancia de cincuenta aos, el estudio de estas antino-
mias concretas en el tercer volumen de El Cupital con la Mi-
seria de la Filosofa, estn en situacin de reconocer en qu
consiste la trama dialctica de lo expuesto. Las antinomias
que Proudhon quera resolver de manera abstracta
(y
este
error le da un lugar en la historia) , como lo que la razn
razonante condena en nombre de la justicia, son en verdad las
condiciones de la estructura misma, de suerte que la contra-
diccin est en la razn de ser del proceso mismo. Lo irra-
cional considerado como un momento del proceso mismo nos
libra del simplismo de la razn abstracta, mostrndonos al
mismo tiempo la presencia de la negacin revolucionaria en el
seno mismo de la forma histrica, relativamente necesaria.
Sea lo que fuere esta muy grave
y
difcil cuestin de la
concepcin del proceso, que no osara tratar a fondo inciden-
talmente en una carta, hay que reconocer: que no es permitido
a nadie separar las premisas, la marcha metdica
y
las deduc-
ciones
y
conclusiones de esta obra de la materia en la que se
desenvuelve
y
de las condiciones de hecho a las que se re-
fiere, reduciendo la teora a una especie de vulgata o precep-
tismo para la interpretacin de la historia de todos los tiem-
pos
y
de todos los lugares. Y no hay expresin ms inspida
y
ms ridicula que llamar a El Capital la Biblia del socia-
lismo. Por otra parte, la Biblia, que es un conjunto de libros
religiosos
y
de obras teolgicas, ha sido hecha por los siglos.
Y de ser aqul una Biblia, el socialismo solo no dara a los
socialistas toda la ciencia!
Filosofa y Socialismo 29
El Marxismo, ya que su nombre puede ser adoptado como
smbolo
y
resumen de una corriente mltiple
y
de una doc-
trina compleja, no es
y
no quedar por completo limitado
a b.3 obras de Marx
y
Engels. Por el contrario, ser nece-
sario mucho tiempo antes de que llegue a ser la doctrina plena
y
completa de todas las fases histricas sujetas a las formas
respectivas de la produccin econmica
y,
al mismo tiempo,
la regla de la poltica. Para eso es necesario un estudio nuevo
y
muy riguroso de las fuentes para todos los que quieran inves-
tigar el pasado de acuerdo al ngulo visual del nuevo punto
de vista histrico-gentico, o de las aptitudes especiales de
orientacin poltica para los que quieran obrar en la hora
actual. Como esta doctrina es en s la crtica, no puede ser
continuada, aplicada
y
corregida si no lo es crticamente. Co-
mo se trata de verificar
y
de profundizar procesos determi-
nados, no hay catecismo ni generalizaciones esquemticas que
valgan. Este ao he hecho un ensayo sobre eso. En mi curso
de la Universidad me he propuesto estudiar las condiciones eco-
nmicas de la Italia del Norte
y
de la Italia Central hacia fines
del siglo XIII
y
a comienzos del XIV, con la intencin prin-
cipal de explicar el origen del proletariado de la campaa
y
de la ciudad, para hallar despus una explicacin pragmtica
aproximada del movimiento de ciertas agitaciones comunistas,
y
para exponer, en fin, las fases muy obscuras de la vida
heroica de Fra Dolcino. Mi intencin ha sido en verdad pre-
scntarm.e como Marxista, pero no puedo tomar bajo mi res-
ponsabilidad personal lo que haya dicho a mii riesgo
y
pe-
ligro, porque las fuentes sobre las que he debido trabajar son
las mismas que tienen a su disposicin los historiadores de
todas las escuelas
y
tendencias,
y
nada poda pedir a Marx
porque nada tena que ofrecerme a este respecto.
Me parece que he respondido suficientemente (bien que
me sea preciso continuar con otro aspecto) a la pregunta prin-
cipal de su Prefacio, que es a la que me refiero especialmente,
asunto que encuentro tambin en algunos de sus artculos del
Devenir Social. Sus cuestiones arriban tambin a esto: por
qu razn el materialismo histrico ha tenido hasta el pre-
sente tan poca difusin
y
tan escaso desenvolvimiento?
Con reserva de lo que dir despus que amenaza!

,
no debe tener ningn reparo en plantearme problemas sobre
aspectos que usted haya tratado ya, especialmente en dctermi-
3.0 Antonio Labriola
nadas notas,
y
que poco ms o menos se resumen as (es as
al menos que yo los interpreto) : por qu siendo imperfecto
el conocimiento
y
la elaboracin del marxismo, tanta gente
se
ha preocupado en completarlo, ya con Spencer, ya con el
Positivismo en general, ya con Darwin, ya con no importa
qu otro ingrediente, mostrando as que quieren, o bien ita-
lianizar, o bien afrancesar o bien rusificar el materialismo
histrico?, es decir, mostrando que olvidan dos cosas: que
esta doctrina lleva en s misma las condiciones
y
los modos
de su propia filosofa,
y
que ella es, en su origen como en su
substancia, esencialmente internacional.
Pero tambin sobre este particular es necesario continuar.
III
Roma, mayo 10 de 1897.
Si al menos los dos autores del socialismo cientfico me
sirvo de esta expresin no sin temor, porque debido al mal
empleo que a menudo se hace de ella, algunos le dan un cierto
sentido ridculo, sobre todo cuando se lo quiere comprender
como la ciencia universal

, hubieran sido, no dir santos de


la vieja leyenda, sino hacedores de proyectos
y
sistemas, que
se hubiesen entregado, por la forma clsica
y
por la nitidez
de las lneas, a la admiracin fcil! No; ellos han sido crticos
y
polemistas, no solamente en lo que escribieron, sino tam-
bin en la manera de obrar,
y
jams han exhibido sus propias
personas
y
sus ideas como ejemplo
y
modelo; han interpretado
las cosas mismas, es decir, los procesos histrico-sociales, en un
sentido revolucionario, pero jams juzgaren las grandes trans-
formaciones sociales de acuerdo al grado de su impulsividad
personal o imaginativa. Inde las irae de tantos! Si al me-
nos hubieran sido de esos profesores repletos de humanidad,
que de tiempo en tiempo descienden de su pedestal para hon-
rar con sus consejos al pueblo miserable
y
piadoso, tomando
hoy una actitud
y
maana otra, como protectores
y
mecenas
de la cuestin social! Lejos de eso; identificndose con la
causa del proletariado, hicieron una sola
y
misma cosa la
conciencia
y
la ciencia de la revolucin proletaria. Revolucio-
Filosofa y Socialismo 31
narios de alma desde todos los puntos de vista (pero ni apa-
sionados ni apasionantes)
,
jams propusieron planes acabados,
ni artificios polticos, sino que, por el contrario, explicaban
tericamente
y
ayudaban prcticamente a la nueva poltica que
el nuevo movimiento obrero sugiere
y
afirma como una nece-
sidad actual de la historia. En otros trminos, lo que puede
parecer casi increble, ellos han sido en algo diferentes de los
socialistas
y
en algo ms que simples socialistas;
y,
en efecto,
muchos que no son ms que simples socialistas o revoluciona-
rios todava ms simples, a menudo los tienen, no dir por
sospechosos, sino por camaradas para los que se tiene anti-
pata
y
aversin.
No se terminara nunca si se quisiera enumerar las razones
que durante tan largo tiempo han retardado la discusin ob-
jetiva del Marxismo. Usted sabe bien que hoy por hoy el
materialismo histrico es considerado en Francia, por algunos
escritores que pertenecen al ala izquierda de los partidos revo-
lucionarios, no como un producto del espritu cientfico, sobre
el que la ciencia tiene en verdad incontrastable derecho de
crtica, sino como las tesis personales de dos escritores, que
por grandes
y
notables que hayan sido, {no son nunca ms
que dos entre todos los otros jefes de escuela del socialismo,
por ejemplo, entre los X. . .
(1)
del universo! Para ser
ms claro: contra esta doctrina no se han levantado scla-
mente todas estas buenas
y
malas razones que generalmente
obstaculizan e impiden las innovaciones del pensamiento, es-
pecialmente entre los sabios de profesin, sino que, muy a
menudo, las objeciones han nacido por este motivo muy es-
pecial: que las teoras de Marx
y
de Engels eran considera-
das como opiniones de compaeros de lucha,
y
apreciados, por
lo tanto, de acuerdo a los sentimientos de simpata o ?nti-
pata que despertaran estos compaeros. Y es esta una de las
extraas consecuencias de la democracia prematura, pues nada
se puede levantar para controlar a los incompetentes, ni an
la lgica!
Pero hay ms an. Con la aparicin del primer volumen
de El Capital, en 1867, los profesores
y
los acadmicos, es-
pecialmente en Alemania, recibieron como un gran golpe en
(1)
Entre esto* X. . . abro un concurio.l
32 Antonio Labrila
la cabeza. Era una poca de indiferencia por la ciencia eco-
nmica. La escuela histrica no haba producido an en Ale-
mania los voluminosos, a menudo pesados, pero tiles trabajos
publicados despus. En Francia, en Italia
y
en Alemania mis-
ma, las muy vulgares derivaciones de esta economa vulgar,
que entre 1840
y
1860 haban ya obliterado la conciencia
crtica de los grandes economistas clsicos, llevaban una vida
raqutica. Inglaterra se haba dejado estar desde que Stuart
Mili, que si bien fu un lgico de profesin, lo mismo que
un clebre tipo de nuestro teatro cmico, permanece siempre
en los aspectos decisivos, entre el s
y
el no del parecer del
contrario. En ese momento nadie haba reparado en esta neo-
economa de hedonistas, que acababa de nacer. En Alemania,
donde Rodbcrtus es casi ignorado
y
en donde, por razones
evidentes, Marx deba ser ledo antes que en otros pases,
figuraban como maestros los genios de la mediocridad,
y
por encima de todos aquel famoso hacedor de notas eruditas
y
minuciosas que continan a los prrafos llenos de defini-
ciones verbales
y
a veces tontas, que fu el seor Roscher.
El primer volumen de El Capital parece escrito a propsito
para preparar los cerebros de los profesores
y
acadmicos para
una triste sorpresa: ; ellos, los sabios con ttulo, en el pas privi-
legiado de los pensadores, deban volver a la escuela! Ms
an, perdidos en los detalles infinitos de la erudicin, o
deseosos de convertir la economa en una escuela apologtica,
o preocupados por hallar aplicaciones plausibles a una ciencia
llegada del otro lado del mar a la vida muy disforme de su
propio pas, los profesores de la tierra de los sabios por ex-
celencia haban olvidado el arte del anlisis
y
de la crtica.
El Capital los obligaba a comenzar por el principio, es decir,
a volver a las primeras nociones. Este libro, en efecto, bien
que haya salido de la pluma de un comunista extremo
y
re-
suelto, no lleva en l ningn rasgo de protestas o de proyectos
subjetivos, sino que es el anlisis despiadadamente riguroso
y
cruelmente objetivo de los procesos de la produccin capi-
talista. En el periodista revolucionario de 1848, en el expa-
triado de 1849 haba, pues, algo de ms terrible que la
continuacin o el complemento de este socialismo que la li-
teratura burguesa del mundo entero haba definido como un
sueo de difuntos
y
como una fase poltica completamente
sin sentido desde la cada del Cartismo
y
desde que triunfa
Filosofa y Socialismo 33
en Francia el hombre siniestro del golpe de Estado. Era pre-
ciso, pues, volver a estudiar la economa; es decir: la econo-
ma entraba en un perodo crtico. Es necesario agregar, para
ser enteramente exactos, que ms tarde, desde 1870
y
crescendo
desde 1880, los profesores alemanes se han puesto a la revisin
crtica de la economa, con la diligencia, la persistencia, la
buena voluntad
y
la aplicacin que los sabios de ese pas
aportan siempre a toda clase de estudios. Bien que nosotros
no podamos aceptar siempre todo lo que escriben, es verdad,
sin embargo, que gracias a ellos el terreno de la economa
ha sido renovado por los que estudian como profesores
y
como acadmicos,
y
que esta disciplina no puede ser estudiada
en adelante como un simple pigrorum doctrina. Reciente-
mente el nombre de Marx se ha hecho tan elegante que suena
en las facultades como el tema preferido de la crtica
y
de la
polmica,
y
se lo cita
y
se lo discute
y
no se contentan sim-
plemente con compadecerlo o insultarlo. Actualmente la li-
teratura social de Alemania est toda empapada del recuerdo
de Marx.
Pero no poda ser as en 1867. El Capital se haba pu-
blicado en el momento mismo en que la Internacional comen-
zaba a hacer hablar de s,
y
surga terrible no slo por lo que
fu intrnsecamente
y
por lo que hubiera sido sin el grave
golpe asestado por la guerra franco-prusiana
y
por el trgico
incidente de la Comuna, sino tambin por las exageraciones
fogosas de algunos de sus miembros
y
por los ardides est-
pidamente revolucionarios de algunos de los que entraron co-
mo intrusos. No era evidente que el ''Discurso inaugural
de la Internacional de los trabajadores" (discurso en el que
todos los socialistas an hoy pueden aprender algo) haba
salido de la pluma de Marx,
y
no haba razn de atribuirle
los actos
y
las deliberaciones prcticas
y
polticas ms termi-
nantes de la Internacional misma? Y, cuando un revolucio-
nario de la lealtad incontrastable
y
de la singular perspicacia
que fu Mazzini, pudo permitirse confundir la Internacional,
a la que se consagraba Marx, con la Alianza Bakuninista,
qu hay de asombroso que los profesores alemanes hayan
tenido dificultades para entablar una crtica doctrinal con el
autor de El Capitali* Cmo se poda entrar tan rpido en
discusiones
y
tratar de igual a igual a un individuo que, mien-
tras que estaba colgado en efigie en todas las leyes de excep-
34
Antonio Labrila
cin de Julio Favre
y
secuaces,
y
se lo consideraba como cm-
plice moral de todos los actos de los revolucionarios, con sus
errores
y
extravagancias, publica precisamente entonces un li-
bro magistral, nuevo Ricardo, que estudia impasible los fe-
nmenos econmicos more geomtrico!' De ah un curioso
mtodo de polmica, de ah una especie de proceso a las in-
tenciones del autor, pues se esforzaban en hacer creer que esta
ciencia haba sido elaborada, por a^ decir, para disfrazar
las tendencias; en una palabra, la polmica tendenciosa susti-
tuye durante muchos aos al anlisis objetivo
(1).
Pero, lo que es peor an, es que los efectos de esta crtica
groseramente enunciada se hacen sentir hasta en el espritu
de los socialistas,
y
especialmente en la juventud intelectual
que de 1870 a 1880 se consagra a la causa del proletariado.
Muchos renovadores fogosos de esta poca en Alemania la
cosa es ms evidente porque aquella ha dejado rastros en las
polmicas del partido
y
en la literatura de propaganda

, se
proclaman discpulos de las teoras marxistas, pero tomando
por autntico el Marxismo ms o menos inventado por los
adversarios. El caso ms paradojal de todo este equvoco es
que los que van a las conclusiones fciles, como sucede an
hoy con los nuevos llegados, mezclando las cosas viejas con
las cosas nuevas, han credo que la teora del valor
y
de la
plus-vala, tal como se la presenta ordinariamente en las ex-
posiciones corrientes, contiene hic e nunc la regla prctica, la
fuerza impulsiva
y
tambin la legitimidad moral
y
jurdica
de todas las reivindicaciones proletarias. No es una gran in-
justicia que millares
y
millares de hombres sean privados del
fruto de su trabajo? ^sta afirmacin es tan simple
y
tan
(1)
"Marx parte de este principio. . . que el valor de las mercancas
es determinado exclusivamente por la cantidad de trabajo que ellas con-
tienen. Y, si en el valor de las mercancas no hay ms que trabajo, si la
mercanca no es ms que trabajo cristalizado, evidentemente ella debe per-
tenecer en sn totalidad al trabajador,
y
ninguna parte de ella debe ser apro-
piada por el capitalista. Si, pues, el obrero no recibe en verdad ms que una
parte del valor que l ha producido, esto no puede ser ms que por efecto
de una usurpacin". As se expresa Loria en la pg. 462 de la Nnova An-
tologa, febrero de 1895, en su muy conocido artculo: L'opera postuma di
Cario Marx. Cito esta pgina, que no es la nica de este calibre que haya
escrito Loria, nicamente para dar un ejemplo de lo que resulta hacer una
traduccin libre de Marx al estilo de Proudhon. Y es en tales traduccio-
nes libres que han bebido, de 18 70 a 1880, aquellos que estn siempre
dispuestos a creer
y
a afirmar, de los que hablar ms adelante.
Filosofa y Socialismo 35
conmovedora que todas las nuevas bastillas debern caer de
un golpe ante las nuevas trompetas de Jerc, cientficamente
tocadas! Esta simplificacin extrema encuentra apoyo en nu-
merosos errores tericos de Lassalle, en aquellos que son el
producto de la insuficiencia de sus conocimientos (la ley de
bronce de los salarios!, es decir, una semi-verdad que se trueca
en completo error por defecto de especificacin circunstan-
ciada), como tambin en los que se pueden llamar, para este
caso, los expedientes de agitador (las clebres cooperativas sub-
vencionadas por el Estado). Por otra parte, aquellos que li-
mitan su profesin de fe socialista a la simple deduccin de
la reconocida explotacin, a la reivindicacin admitida nica-
mente porque es legtima de los explotados, no tienen ms que
dar un paso sobre el terreno bastante resbaladizo de la l-
gica para reducir toda la historia del gnero humano a un
caso de conciencia,
y
el desenvolvimiento sucesivo de todas
las formas de la vida social, a variaciones de un constante
error de contabilidad.
En resumen, de 1870 a 1880,
y
an algo ms tarde, se
ha formado poco a poco alrededor del concepto vago de una
cierta cosa, es decir, del socialismo cientfico, una especie de
neo-utopismo, que, como los frutos fuera de estacin, son por
completo inspidos. Y qu es esta otra cosa ms que uto-
pismo, al que falta el genio de Fourier
y
la elocuencia de
Considerant, sino algo que mueve a risa? Este nuevo uto-
pismo, que florece de tiempo en tiempo, se lo conoce muy
bien en Francia: no servira sino para las luchas sostenidas
contra otras sectas
y
otras escuelas; para que los valientes de
entre nuestros amigos, que se proponen
y
se saben los pri-
meros en el programa del partido obrero revolucionario, di-
rijan al socialismo por el camino de la conciencia de clase
y
de la conquista progresiva del poder poltico por el prole-
tariado. No es ms que en la experiencia de la lucha prctica,
en el estudio cotidiano de la lucha de clases, no es ms que
en el constante ensayo de nuevas fuerzas proletarias ya reuni-
das
y
concentradas, que nos es dado pesar las probabilidades
del socialismo; si no, se es
y
se permanecer siendo utopista,
an en el nombre venerado de Marx.
Contra esos neo-utopistas, como tambin contra los sobre-
vivientes de las antiguas escuelas,
y
contra las variadas des-
viaciones del socialismo contemporneo es que nuestros dos
36 Antonio Labrila
autores siempre
y
constantemente han aguzado las lancetas de
su crtica. As como en su larga carrera hicieron de su ciencia
la gua de su accin prctica
y
dedujeron de la accin prc-
tica la materia
y
la indicacin para una ciencia ms profunda,
jams trataron la historia como a un caballa para montar
y
poner al trote,
y
no se preocuparon nunca en buscar frmu-
las capaces de reanimar ilusiones momentneas; de la misma
manera fueron inducidos por la necesidad de las cosas a hacer
crtica spera, violenta
y
resuelta a todos aquellos que a sus
ojos aparecan como capaces de obstruir el movimiento pro-
letario. Quin no se acuerda de los Proudhonianos, por ejem-
plo, con sus pretenciones de destruir el Estado haciendo abs-
traccin de l por la razn, como aquellos que cierran los ojos
para no ver; de los Blanquistas de otrora, que queran por la
fuerza poner la mano sobre el Estado
y
hacer despus la re-
volucin; de Bakunin, que se desliza subrepticiamente en la
Internacional, de donde es expulsado,
y
de la pretencin de
tantas escuelas de socialismo
y
de la competencia de tantos
capitanes?
Desde el desmenuzamiento del candido Weitling
(1)
en
una discusin oral, hasta su terrible crtica al programa de
Gotha
(1875), publicada en verdad muy tardamente
(1890),
la vida de Marx no ha sido ms que una lucha con-
tinua, no slo contra la burguesa
y
contra la poltica que
sta representa, sino contra las diferentes corrientes, revolucio-
narias o reaccionarias, que injustamente o sin razn han to-
mado el nombre de socialismo. Estas luchas se hacen acerbas
en la Internacional, hablo de aquella de gloriosa memoria,
que ha dejado hasta hoy rastros tan profundos en toda la
accin moderna del proletariado,
y
no de la caricatura que
se ha hecho despus. La mayor parte de las polmicas contra
el marxismo, reducida, en la imaginacin de algunos crticos,
a una simple variedad de escuela poltica, es debido a la tra-
dicin de estos revolucionarios que, especialmente en los pa-
ses latinos, han reconocido a Bakunin como jefe
y
maestro.
Los anarquistas de hoy, qu repiten sino las dolencias
y
los
errores de los tiempos pasados.?
(1)
El ruso Annenkoff. que de ello ha sido testigo, habla de l, al mis-
mo tiempo que de muchas otras cosas, refirindose a Marx, en Vjcstnik
Jcvropy en 1880. (Ver h reproduccin de la Neue Zeit, mayo de 1888).
Filosofa y Socialismo
37
Hace una veintena de aos, con excepcin de los sabios
que rumian entre ellos las cosas que leen en los libros, la ge-
neralidad del pblico italiano quiz no saba sobre los fun-
dadores del socialismo cientfico ms que lo que la memoria
haba retenido de las invectivas de Mazzini
y
de las male-
dicencias de Bakunin.
Y he aqu que el comunismo crtico, que queda admitido
tan tarde en los honores de la discusin de los crculos de la
ciencia oficial, ha tenido en su contra, en el socialismo mis-
mo, la ms grave de las adversidades: la enemistad de los
amigos.
Todas estas dificultades fueron superadas o estn en buen
camino de desaparecer.
Nada es por la virtud intrnseca de las ideas, que no han
tenido jams ni pies para caminar, ni manos para asir, sino
por el solo hecho de que por la sugestin imperiosa de las
cosas, por todas partes donde nacieron partidos socialistas, los
programas de stos tomaron poco a poco una tendencia co-
mn
y
ha sucedido finalmente que los socialistas de todos los
pases se han colocado en el ngulo visual del Manifiesto de
los Comunistas. No le parece que en momento oportuno
he celebrado su conmemoracin? Las clases de explotadores
de todo el mundo estn en la tarea de crear a la masa de ex-
plotados condiciones casi idnticas;
y
es as cmo los repre-
sentantes activos de estos explotados se hallan en un mismo
camino de agitacin
y
siguen un mismo criterio de propa-
ganda
y
organizacin. Es lo que muchos llaman el marxismo
prctico, sea! De qu sirve discutir las palabras? Cuando
el marxismo se reduce a esta simple palabra, o al saludo del
retrato de Marx, de su busto en yeso o de su efigie en me-
dallas (sobre estos smbolos inocentes la polica italiana prueba
a menudo su buen humor) , el hecho es que esta unidad sim-
blica significa que la unidad real est en vas de desenvol-
verse,
y
que el proletariado del mundo entero se une, poco
a poco, en una misma igualdad de tendencias, es decir, que la
internacionalidad se elabora en l desde hace tiempo
y
lenta-
mente por razones objetivas. Aquellos que se sirven del len-
guaje de los decadentes de la burguesa, reemplazando, como
es comn, la cosa por el smbolo, dicen ahora que ello es el
triunfo de Marx; es como si se dijera que el cristianismo es el
triunfo
(y
por qu no decir el xito?) de un seor Jess
38 Antonio Labriola
de Nazaret, de un Jess que, despojado
y
destituido de la
calidad de hijo de Dios hecho hombre, es, en el estilo almi-
barado de vuestro Renn, un hombre tan infantilmente divino
que se asemeja a un Dios.
Ante esta experiencia intuitiva de la poltica del socia-
lismo, lo que es lo mismo decir de la poltica del proleta-
riado, han cado las viejas divergencias de escuela, de las cua-
les algunas eran en verdad variedades
y
mescolanzas de va-
nidad literaria, para dar lugar a las divergencias tiles que na-
cen espontneamente de las diferentes maneras por las que
se tratan los problemas prcticos. En la realidad, in concreto,
es decir, en el desenvolvimiento positivo
y
prosaico del so-
cialismo, poco importa que todos sus jefes, sus condoteri,
sus oradores
y
representantes, se avengan o no a una doctrina,
y
que de ella hagan o no profesin de fe pblica. El socia-
lismo no es ni una iglesia ni una secta a la que falta un
dogma
y
una frmula fija. Si muchos hablan hoy del triunfo
del Marxismo, esta expresin enftica, cuando se la reduce a
una forma cruelmente prosaica, significa que en adelante nadie
puede ser socialista si no se pregunta a cada instante: qu
es necesario pensar, decir o hacer en inters del proletariado?
Ya no hay ms lugar para los dialcticos, que en realidad son
sofistas, como lo fu Proudhon, ni para los inventores de
sistemas sociales subjetivos, ni para los fabricantes de revolu-
ciones privadas
(
1
) . La indicacin prctica de lo que es fac-
tible es dado por la condicin del proletariado,
y
esta condi-
cin puede ser apreciada
y
medida precisamente porque hay
la medida del marxismo (hablo aqu de la cosa real
y
no del
smbolo) como doctrina progresiva. Las dos cosas lo men-
surable
y
la medida a distancia suficiente, no son ms que
una sola cesa desde el punto de vista general del proceso his-
trico.
(1)
Escribiendo esto en mayo de 189 7, evidentemente no poda prever
los levantamientos italianos de mayo de 1898. Pero estos levantamientos
no desmienten en nada mi afirmacin. Aqullos no han sido ni queridos, ni
preparados, ni apoyados por ninguna secta, por ningn partido. Han sido
un verdadero ejemplo de anarqua espontnea. Por otra parte, las causas
de estos movimientos fueron expuestas con gran claridad
y
coraje en el
Giornale degli Economisti,
y
este estudio definitivo es tanto ms notable
por haber aparecido en el momento mismo de los desrdenes, ya que fu
publicado en el nmero del 1^ de junio.

(Nota de la edicin francesa).
Filosofa y Socialismo
39
Y, en efecto, mientras los contomos del socialismo como
accin prctica se van precisando, todas las ideologas
y
todas
las poesas antiguas se evaporan, no dejando tras de s ms
que un simple recuerdo de palabreras. A un mismo tiempo
se ha intensificado en el seno de la ciencia acadmica, por
todas partes
y
en todo sentido, el criticismo de la doctrina
econna,ica. Marx ha vuelto de su exilio despus de muerto
al crculo de la ciencia oficial, al menos como un adversario
con el que no es posible bromear. Y lo mismo que los so-
cialistas han llegado, por vas tan diversas, a la conciencia
prosaica de una revolucin que no puede ser forjada, sino que
se hace porque deviene, igualmente se ha preparado poco a
poco un pblico para el cual el materialismo histrico es
ciertamente una necesidad intelectual. En estos ltimos aos,
como usted sabe, muchos son los que hablan de esta doctrina,
a menudo mal
y
an disparatando, pero no importa. Pues,
mirando todo esto de cerca, nosotros no llegamos con retardo.
En mi juventud muchas veces he odo repetir que Hgel haba
dicho: slo uno de mis alumnos me ha comprendido. Esta
pequea historia no ha podido ser comprobada porque hasta
ahora no se ha identificado al discpulo perfecto. Esta histo-
ria puede ser repetida hasta el infinito para tcxios los sistemas
y
para todas las escuelas. Como en materia de actividad inte-
lectual no hay sugestin posible,
y
como el pensamiento no
va mecnicamente de un cerebro a otro, los grandes sistemas
no se expanden ms que a consecuencia de la similitud de
las condiciones sociales de que disponen
y
arrastrando consigo
muchos espritus al mismo tiempo. El materialismo histrico
se expander, se precisar
y
tendr tambin una historia. Se-
gn los pases, ser su colorido
y
modalidad diversas. Esto no
acarrear ningn mal siempre que no se desvirte el ncleo
filosfico, por as decir, que hay en el fondo; siempre que
se respeten, por ejemplo, estos postulados: en el proceso de la
praxis est la naturaleza, es decir, la evolucin histrica del
hombre;
(y,
hablando de praxis, bajo este aspecto de totali-
dad se quiere eliminar la oposicin vulgar entre prctica
y
teora, porque, en otros trminos, la historia es la historia del
trabajo,
y
como, por un lado, en el trabajo as integral-
mente comprendido est comprendido el desenvolvimiento res-
pectivamente proporcionado
y
proporcional de las aptitudes
mentales
y
de las aptitudes activas, lo mismo, por otra parte,
4S
Antonio Labrila
en el concepto de la historia del trabajo est comprendida
siempre la forma social del trabajo mismo,
y
las variaciones
de esta forma), el hombre histrico es siempre el hombre so-
cial,
y
el pretendido hombre pre-social o supra-social es un
hijo de la imaginacin, etc.
Y. . . me detengo aqu, primero
y
ante todo, para no re-
petirme
y
para no volver a decirle parte de las cosas que ya
he escrito en mis Ensayos

de lo que creo que usted no
tiene necesidad, ni yo tampoco . . .
IV
Roma, 14 de mayo de 1897.
Me parece y vuelvo as a mi primer asunto que
su preocupacin ms grande es saber: por qu camino
y
de qu manera se podra llegar a constituir en Francia una
escuela del materialismo histrico? No s si me es permi-
tido responder a esta cuestin sin parecerme a esos perio-
distas de la vieja escuela que con el mayor aplomo acon-
sejan a Europa, corriendo as el riesgo de que me suceda lo
que a ellos: no ser escuchado. Sin embargo, con toda mo-
destia tratar de satisfacerlo.
Me parece, primero, que no debe ser difcil hallar en Fran-
cia editores
y
libreros para editar
y
hacer conocer buenas tra-
ducciones de las obras de Marx
y
Engels
y
de aquellos de sus
discpulos que es necesario estudiar. Este sera el mejor co-
mienzo. S
que los traductores debern luchar con graves di-
ficultades. Hace ya treinta
y
siete aos que leo obras ale-
manas
y
siempre me ha parecido que nosotros, los pueblos
latinos, perdemos nuestra riqueza lingstica
y
literaria cuando
traducimos de aquella lengua. Lo que en alemn est lleno de
vigor, de nitidez
y
es maravilloso, se hace a menudo, por
ejem-
plo en italiano, fro, sin relieve
y
a veces incomprensible. En
estas traducciones, hablo evidentemente de las ordinarias
y
corrientes, se pierde al mismo tiempo que la posibilidad de
insinuacin, el poder de persuacin. En un vasto trabajo de
vulgarizacin como el que no* ocupa, sera necesario, ante
Filosofa y Socialismo 41
todo, conservar la integridad de los textos, agregando prefa-
cios, notas
y
comentarios que faciliten el proceso de asimi-
lacin que se hace por s mismo en la lengua originaria.
Las lenguas no son, en verdad, variantes accidentales del
volapuk universal; son mucho ms que los medios extrnsecos
de comunicacin
y
expresin del pensamiento
y
del alma.
llas son las condiciones
y
los lmites de nuestra actividad in-
terior, que, por eso, como por tantas otras razones, tienen
formas
y
modos nacionales que no son simples accidentes. Si
hay internacionalistas que no se dan cuenta de esto, es nece-
sario, ante todo, llamarlos confusionistas
y
amorfistas, como
a aquellos que van a buscar su instruccin no en los vie-
jos autores de los apocalipsis sino en el extraordinario Ba-
kunin, que hasta reclamaba la igualdad de los sexos. Luego,
en la asimilacin de las ideas, de los pensamientos, de las ten-
dencias
y
de las intenciones, que han hallado su perfecta
expresin literaria en las lenguas extranjeras, hay como un
ejemplo bastante confuso de pedagoga social.
Y, ya que me ha salido esta expresin, permtame confe-
sarle que cuando examino de cerca la historia anterior
y
las
condiciones actuales de la Socialdemoctacia alemana, no es el
aumento continuo de los xitos electorales lo que principal-
mente me llena de admiracin
y
fuerte esperanza. Antes que
edificar sobre estos votos como sobre esperanzas del porvenir,
de acuerdo a los clculos a veces engaosos de la deduccin
estadstica, me siento lleno de admiracin por el caso ver-
daderamente nuevo e imponente de pedagoga social, que
hace que, en una masa tan considerable de hombres
y
princi-
palmente de obreros
y
de pequeos burgueses, se forme una
conciencia nueva, a la que contribuye en igual medida la
apreciacin directa de la situacin econmica que empuja a
la lucha
y
la propaganda del socialismo comprendido como
un fin o como un terreno de aproximacin. Esta digresin
evoca en m un recuerdo. He sido aqu, en Italia, el primero
o uno de los primeros que, con la pluma
y
la palabra, du-
rante muchos aos, en variadas circunstancias e insistente-
mente, he recordado el ejemplo de Alemania, llamando la
atencin de nuestros obreros que fueron
y
son capaces de
ponerse en accin sobre la nueva lnea de lucha proletaria.
Pero. . . jams me ha pasado por la imaginacin creer que
la imitacin pueda excusar la espontaneidad; no he pensado
42 Antonio Labriola
jams que fuera preciso seguir el ejemplo de los monjes
y
padres que fueron durante siglos casi los nicos educadores
de la Italia ya en decadencia, quienes, con gran seriedad, fa-
bricaban poetas hacindoles aprender de memoria el arte
potico de Horacio. Sera un hermoso espectculo verte apa-
recer entre nosotros t, Bebel

, tan activo
y
prudente,
bajo la forma de un nuevo Horacio. Esto asombrara an a
mi amigo Lombroso, que detesta el latn ms an que la
pelagra.
Hay, pues, dificultades ms ntimas, de ms grande alcance
y
de mayor peso. An si sucediera que los editores
y
libreros,
hbiles
y
diligentes, se dieran por tarea propalar, no sola-
mente en Francia, sino por todo pas civilizado, las traduc-
ciones de todas las obras escritas sobre materialismo histrico,
esto servira solamente para estimular pero no para formar
y
constituir en cada una de esas naciones las energas activas
que producen
y
tienen despierta una corriente de pensamiento.
Pensar es producir. Aprender es producir reproduciendo. Nos-
otros no sabemos bien
y
ciertamente qu es lo que somos
nosotros mismos capaces de producir, pensando, trabajando,
ensayando
y
experimentando, siempre en medio de las fuer-
zas que nos pertenecen como propias, sobre el terreno social
y
en el ngulo visual en el que nos hallamos.
Y se trata de la Francia con su larga historia, con su
literatura, que tanto ha dominado durante siglos, con su
ambicin patritica
y
con su diferenciacin etno-psicolgica
tan particular, que se refleja hasta en los ms abstractos pro-
ductos del pensamiento! Yo, italiano, no soy quin debe to-
mar la defensa de vuestros patrioteros, a quienes hace usted
una crtica tan merecida. Me recuerda usted, sin embargo, lo
sucedido en el ltimo siglo. El pensamiento revolucionario
nace casi en todo lugar del mundo civilizado, tanto en Italia,
como en Inglaterra, como en Alemania, pero no se hace euro-
peo ms que a condicin de fundirse al espritu francs,
y
la
revolucin francesa fu la revolucin en Europa. Esta gloria
imperecedera de su patria pesa, como todas las glorias, sobre
la nacin misma, tal la pesadilla de un arraigado prejuicio.
Pero los prejuicios no son tambin fuerzas, al menos en lo
que tienen de obstculo? Pars no ser ms el cerebro del
mundo, tanto por esta razn, como, por otra parte, porque
el mundo no tiene cerebro, a menos que lo tenga en la ima-
Filosofa y Socialismo
43
ginacin de algunos falsos socilogos
(
1
) . Pars no es ac-
tualmente,
y
tampoco ser en el porvenir, la santa Jerusa-
ln de los revolucionarios de todas las partes del mundo
como me parece que ha sido. La futura revolucin pro-
letaria no tendr nada que la haga asemejar al miUenium apo-
calptico,
y,
adems, los privilegios ya han terminado, tanto
para las naciones como para los individuos. Es lo que muy
justamente haba observado Engels,
y,
por otra parte, no
estara dems que los franceses leyeran lo que escribiera en
1874 con respecto a los Blanquistas, cuando stos incitaban
a la revuelta inmediata, precisamente algunos aos despus de
la catstrofe de la Comuna
(2).
Pero bien considerado. . .
y
teniendo en cuenta las condiciones propias de la agricul-
tura
y
de la industria francesa, que durante tanto tiempo ha
retardado la concentracin del movimiento obrero,
y
cono-
ciendo la buena parte de culpa que corresponde a los jefes de
secta
y
a los jefes de escuela, que tuvieron durante tanto tiem-
po separado
y
dividido al socialismo francs, verdad es que el
materialismo histrico no podr hacerse camino entre ustedes
en tanto se lo considere un simple producto intelectual de
dos alemanes de gran talento. Precisamente por esta expresin
Mazzini estimulaba los resentimientos nacionales contra los
dos autores, quienes, en tanto que materialistas
y
comunistas,
pareca que debieran destrozar muy naturalmente la idealista
divisa de Mazzini: la patria
y
Dios.
A este respecto la suerte de los dos fundadores del socia-
lismo cientfico fu casi trgica. Han pasado ms de una vez
por los dos alemanes para muchos que fueron patrioteros
an entre los revolucionarios; han pasado por agentes del
pangermanismo, en las invectivas de Bakunin, que tena el es-
pritu tan dispuesto a inventar. . ., por no decir ms;
i
los
dos alemanes, ellos, que en su patria, que haban abandonado
(1)
Mucho antes que el simbolismo
y
las analogas orgnicas fuesen
una moda en sociologa, tuve ocasin de escribir contra esta rara corriente
en un artculo que serva de nota bibliogrfica a la Psicologa social de
Lindner. Ver Nuova Antologa, diciembre de 1872, pgs. 9 71-989.

(Nota de la edicin francesa)
.
(2)
En el artculo que lleva por ttulo "Programm der blanquistischen
Kommne-Flchtinge, aparecido en el Volksstaat, N 73,
y
reproducido en
las pgs. 40-46 del folleto: Intemationalcs aus dem Volksstaat, Ber-
ln, 1894.
44 Antonio Labriola
en exilio desde los primeros aos de su vida^ no hallaron ms
que el silencio de esos profesores para los cuales el servilismo
es un acto de fe patritica! En verdad, estos profesores se
vengaban. En efecto, en El Capital, que tiene sus races en
las tradiciones de la economa clsica, incluyendo en sta los
escritores ingeniosos
y
a menudo de gran mrito de la Italia
del siglo XVII, Marx no ha hablado sino con altanero me-
nosprecio de Roscher
y
secuaces. Engels, que hizo populares
las investigaciones del americano Morgan con tan grande
habilidad de exposicin, estando absolutamente convencido de
que lo que l llamaba muy justamente la filosofa clsica
haba llegado al momento de su disolucin con Feuerbach,
en nada tiene en cuenta,
y
francamente va muy lejos, escri-
biendo el Anti-Dhring, a la filosofa contempornea, esto es,
la neocrtica de sus compatriotas (desprecio explicable en l,
pero ridculo en los socialistas, que no lo ostentan ms que
por imitacin). Este trgico destino estaba ntimamente li-
gado a su misin. Ellos dieron toda su alma
y
toda su in-
teligencia a la causa del proletariado de todos los pases;
y
es por eso que los productos de su ciencia no tienen por p-
blico en todo el mundo sino aquel que se alista entre los que
son capaces de una revolucin intelectual anloga. En Ale-
mania, donde por las condiciones histricas especiales,
y
sobre
todo porque la burguesa no ha logrado desembarazarse com-
pletamente del Antiguo Rgimen (ved ese emperador que im-
punemente puede hablar como un semi-dios,
y
que en suma
no es ms que un Federico Barbarroja hecho viajante de co-
mercio de la in Germn Made) , la democracia social ha po-
dido constituirse
y
agruparse en falange cerrada, era natural
que las ideas del socialismo cientfico hallasen un terreno fa-
vorable para su difusin normal
y
progresiva. Pero ningn
socialista alemn al menos as lo espero deber jams
apreciar las ideas de Marx
y
de Engels colocndose en el
simple punto de vista de los derechos
y
de los deberes, de los
mritos
y
de los demritos de los Camarades del Partido. He
aqu, por ejemplo, lo que escriba Engels no hace mucho
tiempo
(1)
: "Se estar sorprendido por lo que en todos estos
(1)
Pgina 6 del prefacio al folleto ya citado, Internationales aus dem
Volksstaat, que reproduce los artculos de Engels aparecidos desde 18 71
a 1875. El prefacio es bueno sealarlo es del 3 de enero de 1894.
Filosofa y Socialismo 45
artculos me he calificado, no por lo de demcrata-social, sino
por lo de comunista. Es porque en esta poca en muchos pa-
ses se daba el nombre de demcratas-sociales a aquellos que
no sostenan la apropiacin de todos los medios de produc-
cin por la sociedad. Por demcrata-social se designaba, en
Francia, a un republicano demcrata que tuviera simpatas ms
o menos verdaderas, pero que, sin embargo, permaneca vaci-
lante con respecto a la clase obrera; gentes, en suma, como
los Ledru-Rollin de 1848, como los radical-socialistas de
1874, que estaban ms o menos matizados de proudhonismo.
En Alemania se llamaba demcratas-sociales a los Lassalla-
nos; pero bien que la gran mayora de entre ellos fueran re-
conociendo poco a poco la necesidad de la socializacin de los
medios de produccin, sin embargo las cooperativas de pro-
duccin subvencionadas por el Estado quedaban como punto
esencial del programa del partido en su accin pblica. Era
absolutamente imposible para Marx
y
para m elegir una
palabra de tal elasticidad para designar nuestro especfico pun-
to de vista. Hoy es completamente distinto: la palabra puede
encuadrar, bien que no sea exacta, para designar un partido
cuyo programa no es socialista en general sino directamente-
comunista,
y
cuyo fin poltico es superar todas las formas de
Estado,
y,
por lo tanto, tambin la democracia".
Los patriotas y no me sirvo de esta palabra por burla

me parece que tienen en qu consolarse


y
reconfortarse. No
es verdad, en suma, que el materialismo histrico sea el pa-
trimonio intelectual de una sola nacin o el privilegio de una
pandilla, de un grupo o de una secta. Pertenece, ante todo,
por su origen objetivo, a Francia, a Inglaterra
y
a Alemania,
en igual medida. No quiero repetir aqu lo dicho en otra
carta respecto a la influencia en la forma de pensar, para el es-
pritu juvenil de nuestros dos autores, ejercida por el nivel al
que haba llegado la cultura intelectual de los alemanes
y
la fi-
losofa en particular, mientras el hegelianismo se perda ya en
las maraas de una nueva escolstica, o dando lugar a una nue-
va crtica ms potente. Haba tambin la gran industria inglesa
con todas las miserias que la acompaan
y
el contragolpe
ideolgico de Owen
y
el contragolpe prctico de la agitacin
cartista. Y haba tambin las escuelas del socialismo francs,
y
la tradicin revolucionaria de Occidente, que alcanzan for-
mas de comunismo de carcter proletario moderno. Qu es
46 Antonio Labriola
El Capital sino la crtica de esta economa que, como revo-
lucin prctica
y
como exponente terico de esta misma re-
volucin, no se hallaba plenamente desarrollada ms que en
Inglaterra, hacia 1860,
y
que recin comenzaba en Alemania?
Qu es el Manifiesto de los Comunistas sino la explicacin
y
los lmites del socialismo latente o visible en los movi-
mientos obreros de Francia
y
de Inglaterra? Pero todas estas
cosas han sido continuadas
y
acabadas, incluida la filosofa
de Hgel, por esta crtica inmanente, que es la dialctica con
sus inversiones, es decir, por esta negacin que no es una sim-
ple oposicin banal de un concepto a otro concepto, de una
opinin a otra opinin, a la manera de los abogados, sino
que, por el contrario, vuelve verdadero lo que niega, porque
existe en lo que niega,
y
supera la condicin (de hecho) o
la premisa (conceptual) del proceso mismo
(1).
Francia e Inglaterra pueden tomar, sin que parezcan imi-
tarse, su parte en la elaboracin del materialismo histrico.
Por qu los franceses no escriben ahora libros verdaderamente
crticos sobre Fcurier
y
Saint-Simon, en tanto que fueron
y
en la medida en que fueron los verdaderos precursores del so-
cialismo contemporneo? No se puede trabajar literaria-
mente sobre los movimientos revolucionarios de 1830 a
1848, de suerte que se vea que la doctrina del Manifiesto no
ha sido su negacin, sino su apoyo
y
cmo los ha interpretado?
Como pendant dX 18 Brumario de Marx, que aun cuando es
un trabajo genial
y
no pueda ser superado en el fin propuesto,
es, sin embargo, un escrito de circunstancias
y
de publicista,
no se podra escribir una historia documentada del Golpe
de Estado F Es que la Comuna no espera an un definitivo
estudio crtico? La Gran Revolucin, sobre la que hay una
literatura colosal en cuanto al conjunto
y
muy minuciosa en
cuanto a los detalles, ha sido estudiada a fondo en el con-
junto de las relaciones del levantamiento
y
rozamiento de las
clases que en ella tomaron parte,
y
como un ejemplar de so-
ciologa econmica? En resumen, toda la historia moderna
de Francia e Inglaterra, no ofrece a los estudiosos un terreno
(1)
Es por eso que Hgel
y
los hegelianos. que tan a menudo han
hecho uso de simbolismos verbales, empleaban la palabra aufheben, que
tanto puede significar quitar
y
superar, como elevar
y,
por consecuencia, hacer
ascender de grado.
Filosofa y Socialismo 47
ms extenso
y
ms seguro para servir de ilustracin al ma-
terialismo histrico que el que les ofreca hasta estos ltimos
tiempos las condiciones de Alemania? Estas fueron, en
efecto, desde la Guerra de los treinta aos, enormemente con-
fusas debido a los obstculos puestos a su desenvolvimiento;
adems, la cabeza de los que la han estudiado sobre el lugar
casi siempre ha estado envuelta en una especie de nebulosa
ideolgica, que hara rer a los cronistas florentinos del si-
glo XIV.
Me he detenido en estos detalles no para darme el tono de
dar consejos a Francia, sino a fin de hacer notar, para ter-
minar, que conocindose la manera de pensar de los pases
latinos, no es cosa fcil hacer entrar en ellos ideas nuevas,
cuando se las presenta exclusivamente como formas abstractas
del pensamiento, mientras que llegan a comprenderse rpida-
mente
y
como por sugestin, cuando son modeladas en relatos
y
exposiciones que en alguna manera se asemejan a productos
del arte.
Vuelvo por un momento a la cuestin de la traduccin. Es
el Anti-Dhring el primer libro que debe entrar en la circu-
lacin internacional, pocos libros, que yo conozca, pueden
serle comparados por la densidad de pensamientos, por la
multiplicidad de los puntos de vista, por la ductilidad de
penetracin sugestiva. Puede ser una medicina mentis para la
juventud intelectual que de ordinario se vuelve, insegura de
s misma
y
con criterio bastante vago, hacia lo que se llama
de manera genrica, el socialismo. Es lo que ha sucedido
cuando se public, como lo ha hecho notar Bernstein en una
especie de conmemoracin publicada en la Neue Zeit, hace
tres aos. En la literatura socialista es el libro que no ha sido
superado.
Pero este libro no desarrolla una tesis; no es ms que la
crtica de una tesis. Salvo los pasajes que se pueden aislar,
como con los que se ha formado un opsculo, que desde hace
tanto tiempo da la vuelta al mundo (Socialismo utpico
y
so-
cialismo cientfico), el libro tiene su hilo conductor en la cr-
tica de Dhring, en tanto que ste fu el inventor de una filo-
sofa
y
de un socialismo a su manera. Pero, a quines, pues,
sino es en el crculo de los profesores,
y
a cuntos fuera de
Alemania, interesa Dhring? Todos los pueblos tienen, des-
graciadamente, su Dhring. Quin sabe cuntos otros anti
48 Antonio L
abrila
escribira o hubiera escrito un Engels de otro pasl El verda-
dero alcance de este libro me parece que es permitir a los so-
cialistas de otros pases
y
de otras lenguas proporcionarse las
aptitudes crticas indispensables para escribir todos los anti-x . . .
necesarios para combatir todo lo que molesta e infesta al so-
cialismo en nombre de todas las sociologas que abundan por
todas partes. Las armas
y
los medios de crtica deben sufrir
la ley de la variabilidad
y
de la adaptacin segn los diferentes
pases. Cuidar al enfermo
y
no la enfermedad, es el carcter de
la medicina moderna.
Si se procede de otra manera se correra el riesgo de tener
la suerte de los hegelianos que brotaron en Italia de 1840 a
1880, especialmente en el Medioda,
y
particularmente en a-
ples. En general, ellos no fueron ms que epgonos; algunos,
sin embargo, han sido vigorosos pensadores. En conjunto re-
presentan una corriente revolucionaria de gran importancia si
se la compara al escolasticismo tradicional, al espiritualismo a
la francesa
y
a la llamada filosofa del buen sentido. Este mo-
vimiento no fu completamente ignorado en Francia, ya que
es un hegeliano, que no era de los ms profundos ni de los
ms fuertes, Vera
(1),
el que dio a Francia las traducciones
ms legibles, con extensos comentarios, de algunas de las obras
fundamentales de Hgel. Los vestigios
y
el recuerdo de este
movimiento han desaparecido hace aos de entre nosotros. La
desaparicin de toda una actividad cientfica, que tena su im-
portancia, no slo es debido a los pequeos bandos de la vida
universitaria
y
a la difusin epidmica del positivismo, que ha
dado por todas partes frutos para el demimonde, sino a razo-
nes ms intrnsecas. Estos Hegelianos han escrito, han ense-
ado
y
han discutido como si estuvieran no en aples, sino
en Berln o no s dnde. Discutan aparentemente con sus
camaradas de Alemania
(2).
Replicaban desde lo alto de la
(1) En 18 70 an escriba ste una Filosofa de la Historia al estilo
hegeliano, pero de estrecha observancia, del que he hecho una crtica vigo-
rosa en una nota aparecida en la Zcitschrift fr exakte Philosofbic, vol. X,
N^ 1. 18 72, pg. 79
y sig.

(Nota de la edicin francesa).
(2) Rosenkranz, uno de los corifeos de los epgonos hegelianos, no
ha escrito todo un libro sobre: Hegcl's Naturphilosophie und die Bearbei-
tnng derselben durch den italianischen Philosophen A. Vera, Berln, 1868?
He aqu algunos pasajes en apoyo de mi afirmacin: "Es interesante vct
el alemn de Hgel renacer en la lengua italiana". "Los seores. . . (hay
Filosofa y Socialismo
4>
ctedra o en sus obras a las objeciones de crticas que slo ellos
conocan,
y
el dilogo que as se entablaba no era ms que un
monlogo para los oyentes
y
para los lectores. En sus obras
no lograron modelar sus estudios
y
su dialctica para que fuese
una nueva adquisicin intelectual para nuestro pas. Este re-
cuerdo poco agradable
y
poco halagador para m estaba pre-
sente en mi espritu cuando, casi a pesar mo, me puse a
escribir el primero de los ensayos sobre el materialismo eco-
nmico, a los que no hay ahora razn para que agregue ningn
otro. Ms de una vez me he preguntado: qu debo hacer de
m mismo para decir cosas que no parezcan incomprensibles,
extraas
y
singulares a los lectores italianos? Me dice usted
que he estado acertado: sea. Ciertamente sera falta de cortesa
refutar por el raciocinio, como un juez, los elogios que usted
me hace.
"Leyendo es, poco ms o menos, lo que escriba a Engels,
hace cinco aos la Sagrada Familia, recordaba a los Hegelia-
nos de aples, entre los que he estado en mi juventud,
y
me
parece haber comprendido
y
gustado este libro ms que mu-
chos otros que no conocen los antecedentes especiales
e instruc-
tivos de este curioso humorismo. Me parece haber visto con
mis propios ojos el extrao corrillo de Charlotemburgo, al
que usted
y
Marx satirizan con tanto humor. Vea ms
ntidamente que a los otros a un profesor de esttica, hombre
muy original
y
de gran talento, que explicaba la. novelas de
Balzac por deduccin, haca una construccin de la cpula de
San Pedro
y
dispona en serie gentica los instrumentos de m-
sica;
y
poco a poco, de negacin en negacin,
y
con la negacin
de la negacin, llega, finalmente, a la metafsica de lo incognos-
cible, que llama, ignorando a Spencer,
y
como un Spencer des-
conocido, lo innominable. Yo tambin he vivido, siendo joven,
en esta especie de torneo
y
no me lamento de ello; he vivido
durante muchos aos indeciso entre Hgel
y
Spinoza;
y
en mi
aqu una lista de nombres)
y
muchos otros, traducen las ideas de Hgel
con una precisin
y
una fidelidad tales que hubiera parecido imposible,
hace diez aos, en Alemania", pg. 3. "Vera es el discpulo ms exacto
que jams haya tenido Hgel; lo sigue paso a paso con entera devocin",
pg. 5. "En adelante se puede aconsejar a aquellos que tengan dificulta-
des para ler a Hgel en alemn, que lean la traduccin de Vera. Podrn
comprender a ste, siempre que, evidentemente, tengan la capacidad indig-
pensable para el conocimiento filosfico", pg. 9.
50
Antonio L
abrila
ingenuidad juvenil he defendido la dialctica del primero contra
Zeller, que comenzaba siendo neokantista; saba de memoria
las obras de Spinoza
y
he expuesto con cario su teora de los
sentimientos
y
de las pasiones. Todo esto me viene a la me-
moria como cosa muy lejana! He sufrido yo tambin mi ne-
gacin de la negacin? Usted me anima para que escriba sobre
comunismo, pero siempre temo no hacer ms que una obra
de poco valor,
y
de poco inters para Italia".
Y l me contest . . .
;
pero pongamos aqu un punto. Me
parece que no es prudente reproducir, sin razones apremiantes
de inters pblico, las cartas privadas, sobre todo tan poco
tiempo despus de la muerte de quien las ha escrito. En todos
los casos, an suprimiendo en las cartas privadas todo lo que
pueda tener de circunstancial,
y
no conservando ms que lo
que atae a la doctrina
y
a la ciencia, ellas no son ms que
dbiles testimonios
y
no tienen sino muy poca importancia
frente a lo que fuera escrito para la publicidad. A medida
que aumentaba el inters por el materialismo histrico
y
a
falta de una literatura que lo ilustre ms extensamente
y
en de-
talles, ha sucedido que en los ltimos aos de su vida, Engels,
profesor sin ctedra, era interrogado
y
continuamente asaltado
por infinidad de cuestiones propuestas por muchos, quienes se
inscriban voluntariamente como estudiantes libres en la Uni-
versidad del socialismo, errante
y
fuera de la ley. De ah las
cartas que han sido publicadas
y
muchas otras que estn indi-
tas. En las tres cartas
(1)
que el Devenir Social ha reprodu-
cido recientemente, de acuerdo a una revista de Berln
y
a un
diario de Leipzig, se ve claramente que Engels tema que el
marxismo se hiciera muy rpido una doctrina barata.
A muchos de aquellos que profesan, no en la Universidad
errante del mundo futuro, sino en la que existe raelmjente
en la sociedad oficial actual, les sucede a menudo ser puestos
en apuros por estudiantes o por espritus curiosos que exigen
satisfaccin, uno pede stantes, a todas las cuestiones que les
proponen, como si hubieran impreso en sus cerebros la razn
universal de las cosas. Los ms vanidosos entre los profesores,
para no dar un desmentido al carcter sacramental o hiertico
de la ciencia,
y
como si sta consistiera nicamente en el ma-
(1)
Ver el apndice.

(Nota de La edicin francesa).
Filosofa y Socialismo 51
terial de cosas sabidas
y
no principalmente en la virtuosidad
y
en la correccin formal del acto de saber, responden sin titu-
beos, haciendo frecuentemente as su propia stira, imitadores
de aquel excelente Mefistfeles. con aspecto de doctor de cua-
tro facultades. Hay pocos de entre ellos que tengan la resig-
nacin socrtica de responder: yo no s, pero yo s que no s,
y
yo s que se podr saber,
y
yo mismo podr saber si utilizo
todos mis esfuerzos, es decir, todo el trabajo necesario para
saber;
y
si usted me da una infinidad de aos
y
la aptitud
indefinida para aplicarme de manera metdica al trabajo, in-
definidamente podr saber casi todo.
Y es en esto que consiste esa verificacin prctica de la teora
del conocimiento, que est implcita en el materialismo hist-
rico.
Todo acto de pensamiento es un esfuerzo, esto es, un tra-
bajo nuevo. Para hacerlo es necesario, ante todo, poseer los
materiales de una experiencia madura
y,
luego, que los instru-
mentos metdicos sean familiares
y
manejables por un largo
uso. No es dudoso que el trabajo producido, es decir, el pen-
samiento producido, facilite los nuevos esfuerzos destinados a
la produccin de un nuevo pensamiento; primero, porque los
productos interiores permanecen objetivados en los medios in-
tuitivos de la escritura
y
dems artes representativas,
y,
en se-
gundo lugar, porque la energa acumulada en nosotros pe-
netra e insufla el trabajo nuevo dando como un ritmo a la
marcha a seguir,
y
es en eso (en el ritmo) que consiste preci-
samente el mtodo de la memoria, del razonamiento, de la ex-
presin, de la comunicacin de las ideas, etc., pero uno no es
nunca una mquina pensante! Cada vez que nos ponemos de
nuevo a pensar, no solamente nos es necesario los medios
y
los aguijneos exteriores
y
objetivos de la materia emprica,
sino que nos es necesario an un esfuerzo apropiado para pasar
de los estados ms elementales de la vida ps^Iquica a ese estado
superior, derivado
y
complejo, que es el pensamiento, en el
cual no nos podemos mantener ms que gracias a una atencin
voluntaria, que tiene una intensidad
y
una duracin especiales
que no pueden ser sobrepasados.
Este trabajo que se revela en nosotros, en nuestra conciencia
directa e inmediata, como un hecho que no nos concierne ms
que en tanto somos seres particulares
y
circunscriptos en nues-
tra
individuacin natural, no se realiza precisamente en cada
52
Antonio Labrila
uno de nosotros ms que cuando nos realizamos en el medio
social, en tanto que seres socialmente
y,
por consecuencia, his-
tricamente condicionados. Los medios de la \da social, que
son, por una parte, las condiciones
y
los instrumentos,
y,
por
otra, los productos de la colaboracin diversamente especificada,
adems de lo que nos ofrece la naturaleza propiamente dicha,
constituyen la materia
y
los incentivos de nuestra formacin
interior. De ah nacen los hbitos secundarios, derivados
y
complejos, gracias a los cuales, ms all de los lmites (le nues-
tra configuracin corporal, sentimos nuestro propio yo como
parte de un nosotros, eso que, en forma concreta, vale decir
de una manera de vivir, de un estado de costumbres, de una
institucin, de un estado, de una iglesia, de una patria, de una
tradicin histrica, etc. En estas correlaciones de asociacin
prctica que hay de individuo a individuo, se halla la raz
y
la
base objetiva
y
prosaica de todas las diferentes representaciones
y
expresiones ideolgicas del espritu pblico: de la psique so-
cial, de la conciencia tnica, etc., alrededor de las cuales, como
personas que toman por entidades
y
substancias las analogas
y
las relaciones, especulan, como metafsicos de mala escuela, los
socilogos
y
los psiclogos, que yo llamara simbolistas
y
sim-
bolizantes. De estas mismas relaciones prcticas nacen las co-
rrientes comunes por las cuales el pensamiento individual
y
la
ciencia, que de ah derivan, son verdaderas funciones sociales.
Y as volvemos a la filosofa de la praxis, que es la esencia
del materialismo histrico. Esa es la filosofa inmanente a las
cosas sobre las cuales ella filosofa. De la vida al pensamiento
y
no del pensamiento a la vida: es este el proceso realista. Del
trabajo, que es conocer en tanto obramos, al conocer como teo-
ra abstracta:
y
no de sta a aqul. De las necesidades
y
por
ellas, de los diferentes estados internos del bienestar
y
del males-
tar que nace de la satisfaccin
y
no satisfaccin de las necesi-
dades, a la creacin mtico-potica de las fuerzas escondidas de
la naturaleza,
y
no viceversa. En estas ideas est el secreto de
una expresin de Marx que ha sido para muchos una teme-
ridad, esto es, que haba invertido
(1)
la dialctica de Hgcl:
lo que quiere decir, en prosa ordinaria, que el movimiento
rtmico espontneo de un pensamiento existiendo por s msmo
(
1
) El verbo empleado por Marx umstlpen se emplea generalmente
por levantar los pantalones
y
por arremangar.

(Nota de la ed. francesa).
Filosofa y Socialismo 53
(la generatio oequivoca de las ideas!), es substituido por el
movimiento espontneo de las cesas, del cual el pensamiento
es finalmente un producto.
En fin, el materialismo histrico, es decir, la filosofa de la
praxis, en tanto 'que abarca a todo el hombre histrico
y
social,
de la misma manera que pone fin a todas las formas del idea-
lismo, que considera las cosas empricamente existentes como
reflejo, reproduccin, imitacin, ejemplo, consecuencia, etc., de
un pensamiento, cualquiera que sea, presupone igualmente el
fin del materialismo naturalista, en el sentido tradicional de la
palabra hasta hace algunos aos. La revolucin intelectual que
ha inducido a considerar como absolutamente objetivo los pro-
cesos de la historia humana, es contemporneo
y
corresponde a
esta otra revolucin intelectual que ha concluido historiando
la naturaleza fsica. Esta no es ya, para todo hombre que
piensa, un hecho que no ha sido jams in fieri, un aconteci-
miento que jams ha devenido, un eterno ser que no cambia
y,
menos an, lo creado de una sola vez, que no es la creacin
continuamente en acto.
^
V
Roma, 24 de mayo de 1897.
Volviendo al mismo punto de vista de mi ltima carta,
creo que tiene usted razn en poner sobre tablas el problema
de la filosofa en general. Me refiero, diciendo esto, no sola-
mente a su Prefacio, del que multiplico, por as decir, sus con-
secuencias en esta larga conversacin epistolar, sino a algunos
de sus artculos aparecidos en el Devenir Social,
y
tambin a
ciertas cartas particulares que ha tenido la atencin de escri-
birme. En el fondo se inquieta usted de que el materialismo
histrico parezca flotar en el vaco mientras tenga en su contra
otras filosofas, con las que no est en armona,
y
en tanto
se llegue a desarrollar la filosofa que le es propia, esto es,
aquella que implica
y
que est inmanente en sus postulados
y
en sus premisas.
Lo he comprendido bien?
54
Antonio Labrila
Habla usted de una manera explcita de la psicologa, de la
etica
y
de ia metafsica. Por este ltimo trmino entiende usted
lo que, por consecuencia de diferentes hbitos mentales
y
por
razones didcticas, llamara yo, por ejemplo: doctrina general
del conocimiento o formas fundamentales del pensamiento o
de otra manera an, lo que no hago por exceso de prudencia,
por temor de caer en un equvoco
y
por no chocar con ciertos
prejuicios. Pero dejemos estas cuestiones terminolgicas, tanto
ms que en materia de ciencia no estamos obligados a someter-
nos a la significacin que los trminos tienen en la experiencia
corriente
y
en la intuicin comn (aunque, como sucede en
la vida ordinaria, no podamos llamar al pan de otra manera
que pan)
,
porque estas significaciones las establecemos nosotros
mismos, planteando
y
desarrollando los conceptos que queremos
resumir en una breve frmula por una palabra convencional.
jA dnde se llegara si se quisiera deducir la significacin
y
el
contenido de la qumica, por ejemplo, de la etimologa de la
palabra! Nos remontaramos hasta la antiqusima Egipto para
encontrarnos con la palabra que designaba la tierra amarilla que
se extiende desde los bordes del Nilo hasta las montaas!
Lo dejo en paz con la palabra metafsica, si se conforma con
lo dicho. Frivolidades! Si un redactor de catlogos pusiera
maana bajo el ttulo de meta physik los Primeros principios
de Spencer, hara exactamente lo mismo que hizo el biblioteca-
rio de Prgamo cuando puso esta etiqueta sobre los diferentes
tratados de la filosofa primera (Aristteles no los designa con
otro nombre) para los cuales, a pesar del esfuerzo de los co-
mentaristas antiguos
y
crticos modernos, no se ha logrado la
claridad
y
continuidad de un libro acabado. Quin sabe cun-
tos se sentiran felices ahora descubriendo que al fin de cuen-
tas, el viejo Estagirita, que ha embarazado el espritu de los
hombres durante tantos siglos
y
que ha servido de bandera a
tantas batallas del espritu, no fu ms que un Spencer del tiem-
po pasado, quin, por la sola falta de los tiempos, ha escrito
en griego,
y
a veces en un griego bastante malo.
La tradicin no debe pesar sobre nosotros como una pesa-
dilla, comi un impedimento, como un estorbo, como un ob-
jeto de culto
y
de estpida veneracin,
y
sobre este punto
estamos de acuerdo; pero, por otra parte, la tradicin es la
que nos ata a la historia,
y
es la que nos dice qu es lo que
nos sujeta a las condiciones penosamente adquiridas, que faci-
Filosofa y Socialismo
55
litan el trabajo actual
y
hacen posible el progreso. Hacer de
otra manera sera asemejarnos a los animales, porque slo el
trabajo secular de la historia nos diferencia de las bestias.
Y,
adems, todos aquellos que estudian un aspecto cualquiera
de la realidad, sea de la manera ms concreta, ms emprica,
ms particular, ms detallada
y
ms circunstanciada, no pue-
den dejar de reconocer que en ciertos momentos estn como
asaltados por la necesidad de repensar con las formas generales
(es decir, decir, con las categoras), que estn siempre presentes
en los actos particulares del pensamiento (unidad, pluralidad,
totalidad, condicin, fin, razn de ser, causa, efecto, progre-
sin, finito, infinito, etc.). Luego, por poco que nos sugestione
esta nueva curiosidad, los problemas universales del conoci-
miento se imjponen a nosotros,
y
se nos aparecen como nece-
sariamente dados,
y
es en esta sugestin inevitable que halla
su origen
y
lugar lo que usted llama metafsica,
y
que se po-
dra llamar de otra manera.
Pero se trata de saber qu es lo que nosotros hacemos con
esto que nos es dado. De una manera muy general, la carac-
terstica del pensamiento clsico (en los griegos) es una cierta
ingenuidad en el empleo
y
en la aplicacin de los conceptos.
En la filosofa moderna, aqu tambin de una manera ge-
neral, la caracterstica es la duda metdica
y,
por lo tanto,
el criticismo, que acompaa, tal una garanta sospechosa, el
uso de estas formas en su alcance intrnseco como en su al-
cance extrnseco. Lo que decide el paso de la ingenuidad a la
crtica es la observacin metdica (raramente empleada
y
de
manera subsidiaria en los antiguos)
y,
ms que la observa-
cin, la experimentacin voluntaria
y
tcnicamente conducida
(que fu casi por completo desechada en la antigedad)
.
Experimentando nosotros nos hacemos colaboradores
de la
naturaleza: nosotros producimos artificialmente lo que la na-
turaleza produce por s misma. Experimentando, las cosas
dejan de ser para nosotros simples objetos rgidos de la visin,
puesto que nacen bajo nuestra direccin; el pensamiento deja
de ser una anticipacin sirviendo de modelo a las cosas: se
hace concreto porque crece con las cosas, porque va engran-
decindose progresivamente con la inteligencia que nosotros
adquirimos de ellas. La experimentacin voluntaria
y
met-
dica termina para nosotros en llegar a la conviccin de esta
verdad muy simple: que an antes que naciera la ciencia,
y
56 Antonio Labriola
para todos aquellos que no beben en la ciencia, las actividades
interiores, incluyendo el empleo de la reflexin corriente, se
manifiestan
y
desenvuelven bajo el imperio de las necesidades,
como un acrecentamiento de nosotros en nosotros mismos,
es decir, que ellas son la formacin de nuevas condiciones
sucesivamente elaboradas
(
1
) .
Con respecto a este mismo punto de vista el materialismo
histrico es el trmino de un largo desenvolvimiento. Jus-
tifica hasta el procesas histrico del saber cientfico, hacin-
dolo cualitativamente conforme
y
cuantitativamente propor-
cional a la capacidad del trabajo, es decir, hacindolo sucesi-
vamente correspondiendo a las necesidades.
Volviendo a los problemas propuestos por usted, apruebo
las crticas que hace al agnosticismo. Este es el apndice ingls
al neokantismo alemn, pero con una diferencia importante.
El neokantismo no es, en suma, ms que una corriente aca-
dmica que nos diera, con un ms claro conocimiento de
Kant, una til literatura de eruditos, mientras que el agnosti-
cismo, a consecuencia de su difusin popular, es un hecho sin-
tomtico de las condiciones actuales de ciertas clases sociales.
Los socialistas tuvieron razn en creer que este hecho sinto-
mtico es uno de los ndices de la decadencia de la burguesa.
Constituye, en verdad, un sombro contraste con la confian-
za heroica en la verdad que el pensamiento afirma a prin-
cipios de la historia moderna ('Bruno
y
Spinoza!); con
la actitud de los Convencionales, que ha sido caracterstica de
los pensadores desde el siglo ltimo hasta la filosofa clsica
alemana,
y
con la precisin de mtodos de investigacin, que
en nuestra poca de tal m'anera ha aumentado la dominacin
del pensamiento sobre la naturaleza. Se dira la resignacin
del temor. Le falta el carcter esencial de toda filosofa, que.
(1)
"Los juegos de la infancia,
y
esto no es broma, son el primer
principio
y
fundamento de todo lo serio de la vida; ellcxs son los que,
permitiendo descargar la actividad interna, terminan poco a poco en actos
de conocimiento
y
en un lento pasaje de un estado a otro de conciencia.
En un momento dado, es decir, a falta de sta, nace la ilusin de que
la direccin
y
el dominio que nosotros hemos adquirido (de nosotros sobre
nosotros mismos) es una potencia originaria
y
la causa constante de todos
los efectos visibles del cual tenemos, nosotros
y
los otros, el testimonio ob-
jetivo en los actos mismos", pgs. 13_14 de mi pequeo libro: Del concetto
dclla Liberta. Stndio psicolgico, Roma, 18 78, que ha sido escrito en el
mismo momento de la crisis de la psicologa.
Filosofa y Socialismo 57
segn Hcgel, es el coraje de la verdad. Cualquier marxista que
pasase, sin escrpulos ni vacilaciones, de las condiciones eco-
nmicas a los reflejos ideolgicos, como se traduciran ipso
facto los signos taquigrficos, podra decir que este Incognos-
cible, tan celebrado por una numerosa secta de quietistas de
la
razn, es un ndice de que el espritu de la burguesa no es capaz
ya de reflexionar claram.ente sobre la organizacin del mundo,
porque el capitalismo, que le da su orientacin, est en s
podrido, siendo por eso que muchos, teniendo intuicin de
la ruina prxima, aceptan una especie de religin de la imbe-
cilidad. Semejante afirmacin, indemostrable, podra parecer
pasablemente esttica, bien que pertenezca, por otra parte, a
una de esas numerosas tonteras que fueran dichas tan a me-
nudo en nombre de la interpretacin econmica de la histo-
ra
(1).
Pero aseguro, por otra parte, que este agnosticismo nos
hace un gran servicio. Los agnsticos, afirmando
y
repitien-
do constantemente que no es posible conocer la cosa en s,
el
fondo ntimo de la naturaleza, la causa ltima de los fen-
menos, llegan por otro camino, a su manera, como quien
siente lo imposible, al mismo resultado que nosotros, pero no
con pena ni afliccin, sino como realistas que no invocan los
recursos de la imaginacin: no se puede pensar ms que sobre
lo que podemos, en amplio sentido, experimentar nosotros
mismos.
Veamos qu es lo que ha sucedido en el dominio de la
psicologa. Se ha rechazado, por una parte, la ilusin ideo-
lgica de que los hechos psquicos se explican tomando como
sujeto substancial un ser hiperfsico; se ha rechazado, por
otra, la vulgaridad, material antes que materialista, que el
pensamiento es una secrecin del cerebro; se ha establecido
que los hechos psquicos son inherentes al organismo especi-
ficado, en tanto que el organismo mismo es un proceso de
formacin
y
en tanto que los hechos psquicos son lo que hay
de interno en la actividad de los nervios en tanto que esta
actividad es conciencia; se ha rechazado la grosera hp-
(1)
Algunas de estas tonteras han sido hbilnvente ilustradas por B.
Croce: Le teorie storicbc del prof. Loria, Npolcs. 189 7. (Ver: Les
tbories historiques de M. Loria, Devenir Social, noviembre de 1896; e
Intorno al communismo di Tommaso Campanella, aples, 1895.
58
Antonio Labrila
tesis del materialismo simplista: que los estados interiores,
que se observan
y
complican, por el solo hecho de que en
ellos descubrimos cada da sus condiciones respectivas en los
centros nerviosos, en tanto que son estados interiores, es decir,
funcin de la conciencia, pueden ser observados bajo un as-
pecto extensivo;
y
llegamos as a la ciencia psquica, que es
poco exacto, por no decir falso, llamar psicologa sin alma,
pero que es necesario designarla con el nombre de ciencia de los
productos psquicos sin el mito de la substancia espiritual.
Cuando en el Anti-Dkring Engels usa la palabra meta-
fsica en sentido peyorativo, quiere referirse precisamente a esas
m)aneras de pensar, es decir, de concebir, de inferir, de expo-
ner, que se oponen a la consideracin gentica
y,
por lo tanto
(de una manera subordinada) , dialctica de las cosas. Estas
maneras se distinguen por estos dos caracteres: primero, fijan,
como existiendo por s mismo
y
como completamente inde-
pendientes el uno del otro, los modos del pensamiento, que
en realidad no son modos ms que en tanto representan los
puntos de correlacin
y
transicin de un proceso;
y,
en se-
gundo lugar, consideran estos mismos modos del pensamiento
como una presuposicin, una anticipacin, o un tipo o proto-
tipo de la pobre
y
aparente realidad emprica. En el primer
punto de vista, por ejemplo, la causa
y
el efecto, el medio
y
el fin, la razn "de ser
y
la realidad, etc., siempre se presentan
al espritu como trminos distintos
y,
por lo tanto, diferentes
y
a veces opuestos; como si hubiera cosas que son por s
mis-
mas exclusivamente causas
y
otras que son por s mismas
exclusivamente efectos, etc. En el segundo punto de vista
parece que el mundo de la experiencia se desintegra
y
se se-
para ante nuestros ojos en substancia
y
en accidente, en cosa
en s
y
en fenmenos, en posibilidad
y
en existencia. Toda
esta crtica se reduce a esta exigencia realista: que es necesario
considrar los trminos del pensamiento no como cosas
y
enti-
dades fijas, sino como en funcin, porque los trminos no
tienen valor sino en tanto tengamos algo que pensar de ma-
nera activa
y
estemos en el acto mismo de pensar.
Esta crtica de Engels, que podra ser especificada
y
pre-
cisada an con muchas otras consideraciones, sobre todo en
lo que respecta al origen de la manera metafsica de pensar,
repite, a su manera, la oposicin hcgeliana entre el entendi-
miento, que fija los contrarios como tales,
y
la razn, que
Filosofa y Socialismo
59
reemplaza los contrarios en serie de procesos ascendentes (el
arte divino de conciliar loa contrarios, dira Bruno; omnis de-
terminatio est negatio, dira Spinoza)
.
Esta metafsica, sensu deteriori, tiene a lo lejcs una
cierta analoga con el origen de los mitos. Tiene sus races
en la teologa, en tanto se propone hacer digno del razona-
miento formal los datos (subjetivos, pero que la ilusin per-
sonal tiene por objetivos) de la creencia. Cuntos milagros
no ha hecho el semi-mito del eterno logos? Esta metafsica,
en el sentido peyorativo que emplearemos desde ahora, como
estadio
y
como obstculo a un pensamiento an en forma-
cin, se encuentra en tedas las ramas del saber. Cuntos
esfuerzos no fueron necesarios a la reflexin doctrinal en el
dominio de la lingstica para substituir la ilusin segn la
cual las formas gramaticales son modelos por la gnesis de
stos: gnesis que debe ser psicolgicamente investigada
y
constatada en las diferentes maneras de ser de la lengua, que
es un acto
y
una produccin,
y
no un simple factum? Esta
metafsica existe
y
existir quiz siempre en los derivados
verbales
y
fraseolgicos de la expresin del pensamiento, por-
que la lengua, sin la cual no podramos llegar a la precisin
del pensamiento, ni a formular su manifestacin, al mismo
tiempo que dice lo que expresa, lo altera,
y
es por esto que
posee en s el germen del mito. Tan profundam|ente como pe-
netremos en la teora ms general de las vibraciones, siempre
diremos: la luz produce este efecto, el calor obra as. Se
tiene siempre la tentacin, o al menos se corre siempre el pe-
ligro, de substancializar un proceso o sus trminos. Las rela-
ciones, por el efecto de la ilusin que se proyecta fuera de s,
vulvense cosas,
y
las cosas vulvensc, a su vez, sujetos ac-
tivos actuantes. Si prestamos atencin a esta vuelta tan fre-
cuente de nuestro espritu al empleo pre-cientfico de los me-
dios verbales, hallaremos en nosotros mismos los datos psico-
lgicos para explicar la manera por la que han nacido, en
otros tiempos
y
en otras circunstancias, las objetivaciones de
las formas del pensamiento mismo en seres
y
en entidades,
cuyo caso tipo, ya que es el acabado, nos es suministrado por
las ideas platnicas. La historia est plagada de esta metaf-
sica, en tanto que es la inmaturez de una inteligencia no agu-
zada an por la autocrtica
y
no reforzada por la experiencia:
y
es por esto, como igualmente por tantos otros motivos.
60 Antonio Labrila
que la historia es tambin supersticin, mitologa, religin,
poesa, fanatismo de palabras
y
culto de formas vacas. Asi-
mismo, esta metafsica deja sus huellas en lo que, en nuestros
das, orgullosam.ente llamamos ciencia.
Y no encontramos sus rastros en la economa poltica?
Este dinero que, de simple medio de cambio, se hace capital
en funcin con el trabajo productivo, no llega a ser, en la
imaginacin de los economistas, capital ab origine, que por un
derecho que le es innato produce un inters? Se encuentra
aqu el sentido de un captulo de Marx, en el que habla del
capital como de un fetiche
(1).
La ciencia econmica est
llena de estos fetiches. La cualidad de mercanca, que no es
propia del producto del trabajo humano ms que en determi-
nado momento histrico en tanto que los hombres viven
en un cierto sistema dado de correlacin social

, se hace una
cualidad intrnseca ab aeterno del producto mismo. El sala-
rio, que no sera concebible si determinados hombres no tu-
vieran la necesidad imperiosa de venderse a otros hombres, se
hace una categora absoluta, es decir, uno de los -elementos de
completa ganancia:
y
aun el capitalista no es (en su ima-
ginacin!) un individuo que saca de s mismo un salario ms
grande? Y la renta de la tierra: de la tierra! No se termi-
nara nunca si se quisiera enumerar todas esas transformacio-
nes metafricas de relaciones relativas en atributos eternos de
los hombres
y
de las cosas.
Pero, qu no ha llegado a ser la ucha por la vida en el
darwinismo vulgar?: un imperativo, una orden, el factum.
un tirano;
y
se han despreciado las circunstancias empricas
del ratn
y
del gato, del murcilago
y
del insecto, de la mala
yerba
y
del trbol. La evolucin, es decir, la expresin resu-
mida de procesos infinitos, que plantea tantos problemas de
circunstancias
y
no un simple teorema, no se transforma a
menudo, de extraa manera, en Evolucin? En fin, en las
vulgarizaciones de la sociologa marxista, las condiciones, las
(1)
Actualmente, los hedonistas, marchando cum rationc temporis, ex-
plican el inters ut sic (dinero que produce dinero) por medio del valor
diferencial que hay entre el bien actual
y
el bien futuro, es decir, que
traducen en conceptualismo psicolgico la razn del riesgo
y
hacen otras con-
sideraciones anlogas de la prctica comercial corriente. Y luego prosi-
guen en esta direccin con ayuda de procesos matemticos ficticios.
Filosofa y SocialisxMo 61
relaciones, las correlativdades de coexistencia econmica se
transforman quiz a veces por pobreza de expresin en
alguna cosa existiendo imaginariamente por encima de nos-
otros, como si en el problema hubiera otros elementos que
stos: individuos e individuos, es decir, locatarios
y
propie-
tarios, terratenientes
y
arrendatarios, capitalistas
y
asalariados,
patrones
y
domsticos, explotados
y
explotadores, en una pa-
labra, hombres
y
otros hombres que, en condiciones dadas de
tiempo
y
lugar, se hallan en relaciones diferentes de depen-
dencia recproca, por efecto de la forma que se produce
y
se
sirve, en las formas correlativas dadas, de los medios nece-
sarios a la existencia.
La constante
y
no dudosa persistencia del l"'co metafsico,
que confina a veces directamente con la mitologa, debe ha-
cernos indulgentes con respecto a las causas
y
condiciones,
directamente psquicas o ms generalmente sociales, que du-
rante tan largo tiempo han retardado en el pasado la apari-
cin del pensamiento crtico, conscientemente experimental
y
prudentemente antiverbalista. De nada sirve recurrir a las
tres pocas de Comte. Se trata de una dominacin cuantita-
tiva de la forma teolgica o de la forma metafsica en otras
pocas de la histeria,
y
no del exclusivismo cualitativo con
relacin a la llamada poca cientfica actual. Los hombres no
han sido jams exclusivamente telogos o metafsicos, como
no sern jams exclusivam.ente hombres de ciencia. El sal-
vaje ms humilde que teme los fetiches sabe que le es menos
penoso descender que remontar el ro,
y
en el empleo elemen-
talsimo que hace del trabajo tiene un embrin de experiencia
y
de ciencia. E inversam.ente, en nuestra poca, tales hombres
de ciencia tienen el espritu colmado de mitologa. La meta-
fsica, considerada como lo opuesto a la correccin cientfica,
no es un hecho tan prehistrico que se lo pueda comparar
al tatuaje
y
a la antropofagia!
Espero que nadie querr poner en el activo del materialis-
mo histrico la victoria definitiva sobre la metafsica, en el
sentido antes indicado, de acuerdo a Engels. El materialismo
histrico es un caso particular en el desenvolvimiento del
pensamiento antimetafsico. No habra sido posible si la in-
teligencia crtica no se elaborara ya antes. Es necesario tener
en cuenta aqu toda la historia de la ciencia moderna. Cuan-
do el Don Ferrante de Los Novios, de Manzoni (estamos en
62 Antonio Labrila
el siglo XVII), que fu, si Len XIII no se ofende por en-
vidia profesional, el ltimo de los escolsticos verdaderamente
convencidos, mora de la peste, negando la peste porque no
entraba en las diez categoras de Aristteles, la escolstica
haba ya recibido los primeros golpes, los ms violentos
y
ms decisivos. Y desde entonces tiene toda una historia las
conquistas positivas del pensamiento, que han absorbido o
eli-
minado, o reducido
y
combinado diferentemente esta materia
del saber, que antes constitua la filosofa existiendo por s
misma
y,
por lo tanto, dominando la ciencia. En esta lnea
del pensamiento cientfico nos encontramos, por ejemplo, con
la psicologa emprica, la lingstica, el darwinismo, la his-
toria de las instituciones
y
la crtica propiamente dicha. Y
dira tambin con el Positivismo el positivismo verdadero
y
no el adulterado que corre por las calles

, si no temiera
con ello dar origen al nacimiento de un equvoco. En efecto,
el Positivismo, considerado en general
y
a grandes rasgos,
es una de las tan num,'erosas formas por las cuales el esp-
ritu se ha ido avecinando al concepto de una filosofa que
no anticipa scbre las cosas, sino que le es inmanente. Por lo
tanto, no hay que asombrarse de que a consecuencia de la
homogeneidad genrica que acerca el materialismo histrico
a tantos otros productos del espritu
y
del saber contempor-
neo, muchos de los que tratan la ciencia a la manera de le-
trados o de lectores de revistas, engaados por los de afuera
y
siguiendo el impulso de la curiosidad erudita, crean poder
completar a Marx con tal o cual cosa; derivaciones de las
cuales nos es difcil deshacernos. El estudio evolutivo o ge-
nrico, generalizado en casi toda la ciencia de nuestro tiempo,
es lo que principalmente induce a ese error: de solerte que
los que estn poco al corriente o son superficiales todo lo
confunden en el trmino comn de Evolucin. Con todo de-
recho concentra usted su atencin sobre los caracteres dife-
renciales
y
diferenciados del materialismo histrico que,
aado yo, son propios a una ciencia de comunistas dialctica-
mente revolucionarios
y
no se pregunta si Marx puede ser
concillado con tal o cual filsofo, sino que, por el contrario,
se pregunta cul es la filosofa que est necesaria
y
objetiva-
mente implcita en esta doctrina.
Es por esta razn que le he aceptado
y
le acepto el uso de
la palabra metafsica en un sentido no peyorativo. En el fondo
Filosofa y Socialismo 63
del marxismo hay problemas generales,
y
stos llevan, por una
parte, a los lmites
y
formas del conocimiento,
y,
por otra,
a las relaciones del mundo humano
y
al resto de lo cognoscible
y
de lo conocido. No es de esto de lo que usted quiere ha-
blar? Y soy tanto ms de su parecer que me he preocupado
de estas cuestiones generales en el segundo de mis ensayos
(Del Materialismo Histrico)
,
pero de manera que disimula
la intencin.
Si se considera el materialismo histrico en su conjunto, se
puede hallar el motivo de tres rdenes de estudios. El primero
responde a la necesidad prctica, propia a los partidos socia-
listas, de adquirir un conocimiento completo de las condicio-
nes especficas del proletariado en cada pas
y
de hacer de-
pender de las causas, de las promesas
y
de los peligros de la
situacin poltica, la accin del socialismo. El segundo puede
influir, e influir ciertamente, para modificar las corrientes de
historiografa en tanto que permita que este arte vaya al te-
rreno de las luchas de clases
y
a la combinacin social que re-
sulte de stas, dada la correspondiente estructura econmica
que cada historiador debe en adelante conocer
y
comprender.
El tercero se relaciona con la investigacin de los principios
directores, cuya inteligencia
y
desenvolvimiento necesitan de
esa orientacin general de que usted habla. Me parece, por
lo tanto y de ello he dado pruebas en lo que he escrito

,
que cuando no se cae en el antiguo error de creer que las
ideas son como ejemplares por encima de las cosas, recono-
ciendo siempre la inevitable divisin del trabajo, este estudio
de los principios generales, considerados en s mismos, no im-
plica necesariamente el escolasticismo formal, es decir, la ig-
norancia de las cosas de donde estos principios se han ex-
trado. En verdad, estas diferentes consideraciones
y
estudios
no son ms que una sola cosa en el espritu de Marx
y,
ade-
ms, ellas no son ms que una sola cosa en su obra. Su po-
ltica ha sido como la prctica de su materialismo histrico,
y
su filosofa ha sido como inherente a su crtica de la eco-
noma, que fu su manera de hacer la historia. Pero, sea lo
que fuese esta universalidad de inteligencia, que es la marca
especfica del genio que comienza una nueva corriente inte-
lectual, el hecho es que Marx mismo no ha llegado a esta
perfecta integridad de su doctrina ms que en un solo caso,
y
es en El Capital.
64 Antonio
Labriola
La completa identificacin de la filosofa, es decir, del
pensamiento crticamente consciente, con la materia de lo co-
nocido, es decir, la completa eliminacin de la tradicional
separacin de ciencia
y
filosofa, es una tendencia de nuestro
tiempo: tendencia que, sin embargo, permanece siendo muy a
menudo un simple desidertum. Es precisamente a esta apti-
tud que se refieren algunos cuando afirman que la metafsica
(en todo sentido) es superada, mientras que otros, ms exac-
tos, suponen que la ciencia llegada a su perfeccin es ya la
filosofa absorbida. La misma tendencia justifica la expre-
sin de filosofa cientfica, que, sin eso, sera ridicula. Si esta
expresin puede ser justificada, lo ser precisamente por el
materialismo histrico, tal como lo ha sido en el espritu
y
en los escritos de Marx. En estos trabajos la filosofa est de
tal manera en la cosa misma, est tan fundida en ella
y
con
ella que el lector siente su efecto; es como si la filosofa no
fuera ms que la funcin misma del estudio cientfico.
Debo comenzar aqu mis confesiones o bien limitarme a
discutir objetivamente con usted los aspectos que pueden apro-
ximar nuestras maneras de ver? Si debo contentarme con
escribir aforismos, como conviene a las confesiones, dira:
a) el ideal del saber debe ser: terminar con la oposicin entre
ciencia
y
filosofa; b) pero, as como la ciencia (emprica)
est en perpetuo devenir
y
se multiplica en su materia como
en sus grados, diferenciando al mismo tiempo los espritus que
cultivan sus diferentes ramas, por otra parte, es acumulada
y
se acumula continuamente bajo el nombre de filosofa la
suma de los conocimientos metdicos
y
formales; c) igual-
mente, la oposicin entre la ciencia
y
la filosofa se mantiene
y
se mantendr, como trmino
y
mxomento siempre proviso-
rio, para indicar, precisamente, que la ciencia est en devenir
continuo
y
que, en este devenir, la autocrtica es una parte
importante.
Es suficiente pensar en Darwin para comprender cuan ne-
cesario es ser prudente cuando se afirma que la ciencia de
nuestro tiempo es por s misma el fin de la filosofa. Darwin,
ciertamente, ha revolucionado el dominio de las ciencias del
organismo,
y
con ello toda la concepcin de la naturaleza.
Pero Darwin no ha tenido plena conciencia del alcance de sus
descubrimientos: l no fu el filsofo de su ciencia. El darwi-
nismo, en tanto que nueva concepcin de la vida
y,
por lo
Filosofa
y Socialismo 65
tanto, de la naturaleza, se ha desarrollado despus ms all
de las intenciones de Darwin. Por el contrario, algunos di-
vulgadores del marxismo han despojado a esta doctrina de la
filosofa que le es inmanente, para reducirla a una simple
ojeada sobre las variaciones de las condiciones histricas de
acuerdo a las variaciones de las condiciones econmicas. Ob-
servaciones tan simples bastan para persuadirnos de que si po-
demos afirmar que la ciencia llegada a su perfeccin es ya la
filosofa, es decir, que sta no es otra cosa que el ltimo grado
de la elaboracin de los conceptos (Herbart), no debemos,
enunciando este postulado, autorizar a nadie a hablar con
menosprecio de lo que, en sentido diferenciado, se llama la
filosofa, as como no debemos dejar creer a ningn sabio
que en el grado de desarrollo mental en que se detienen, son
ya los triunfadores o los herederos de esta bagatela que fu
la filosofa. Y, por lo tanto, usted no ha planteado una
cuestin que pueda parecer ociosa cuando pregunta poco ms
o menos esto: Qu actitud deben adoptar con respecto a la
filosofa en su conjunto aquellos que se ocupan del materia-
lismo histrico?
66 Antonio Labriola
VI
Roma, mayo 28 de 1897.
Hay una laguna en la biografa cientfica de nuestros dos
grandes autores. En 1847 una de sus obras fu enviada para
su impresin, pero ha quedado indita por razones acciden-
tales
(
1
) . En este libro, que es un simple manuscrito,
y
que, segn s, nadie ms que los dos autores conocen
(2),
ellos han hecho como un examen de conciencia
y
fijado su
manera de ver en materia filosfica, comparndola con otras
corrientes contemporneas. Que este examen fu hecho prin-
cipalmente con respecto a los derivados del hegelianismo)
y
a
su contragolpe materialista en la doctrina de Feuerbach, no
hay ninguna duda. Fuera de las razones generales sacadas del
movimiento filosfico de la poca, en favor de esta opinin
existen los fragmentos de artculos de diarios
y
revistas que
fueron publicados recientemente, como rplica del polemista
que entonces era Marx, por Struve en la Neue Zeit. Pero
cul era, en conjunto, la posicin intelectual de los dos es-
critores? Cul era su horizonte bibliogrfico? Qu cono-
cimientos tenan
y
qu actitud tomaban con respecto a otros
productos de la ciencia, que despus han provocado tantas re-
voluciones, ya en el dominio de la filosofa natural como en
el de la filosofa histrica? A todas estas cuestiones no es po-
sible responder con exactitud, mxime si se comprende, por
otra parte, que nadie siente haber publicado en su juventud
trabajos que, cuando viejos, no escribiran de la misma ma-
nera,
y
que cuando no fueron publicados a su tiempo es casi
imposible reelaborarlos; es as que Engels deca que esa obra
(1)
Ver Marx. Zar Kritik der politischcn Oekonomie. Berln. 1859,
pgj 6, y
Engels. Ludwig Feuerbach, 2* edicin, 1888, pgs. III-IV.
(2)
Alguna vez he preguntado a Engels si quera dejar examinar el
manuscrito, no por m, sino por el anarquista Mackay, que se interesa
especialmente por Stimer,
y
me contest que, desgraciadamente, todos esos
papeles estaban medio comidos por las ratas.
Filosofa y Socialismo 67
haba producido en verdad todo su efecto: fijar la orienta-
cin de aquellos que la escribieron.
Pasado este momento
y
despus de haber fijado su camino,
los dos autores no escriben ms sobre filosofa en el verdadero
sentido de la palabra
(1).
No solamente sus ocupaciones de
agitadores prcticos
y
de publicistas, sino toda su vida, con-
sagrada a seguir el movimiento proletario para ejercer sobre l
su influencia,
y
aun su misma vocacin mental, los apar-
taba del oficio de filsofos con ttulo. Sera hacer una obra
ms que vana investigar la opinin que se haban formado,
en sus estudios
y
en sus lecturas, de los nuevos descubrimien-
tos de la ciencia, en tanto que stos fueron o no una contri-
bucin til a la nueva direccin' de la filosofa histrica que
haban concebido. Es verdad que en la psicologa, tal como
se ha desarrollado ltimamente, en el criticismo sutil, en el
dominio de la filosofa profesional, en la escuela de la eco-
noma histrica, en el darwinismo, ya en el sentido estrecho
y
especfico como en el sentido amplio de la palabra, en la
tendencia creciente hacia el historicismo en el estudio de los
fenmenos naturales, en los descubrimientos de la prehistoria
de las instituciones,
y
en la tendencia cada vez ms poderosa
hacia la filosofa de la ciencia, se encuentran circunstancias
anlogas a la formacin del materialismo histrico. Pero sera
una cosa ms que ridicula querer medir, de acuerdo al punto
de vista de un redactor de una Revista crtica, que es la biblio-
grafa en accin, o al del profesor que declama a sus alum-
nos las sucesivas impresiones de sus lecturas, el trabajo de asi-
milacin de la ciencia contempornea que pudieron hacer, o
que han hecho en realidad, estos dos pensadores que dispo-
nan de un ngulo visual tan especfico
y
particular
y
que
tenan en el materialismo histrico un particular instrumento
de investigacin
y
de reduccin. Y es en esto, por otra parte,
en qu consiste lo que llamamos originalidad; fuera de estos
lmites esta palabra no designara sino lo que choca a la razn.
No escribiendo ms trabajos filosficos, en el sentido profe-
sionalmente diferenciado
y
diferencial, terminan por ser los
(1)
A excepcin de los primeros captulos del Antidhring, que tie-
nen, por otra parte, un carcter polmico,
y
del estudio de Engels sobre
Fcaerbach, que no es en el fondo ms que un largo resumen de un libro
con algunas observaciones retrospectivas
y
personales.
68 Antonio Labriola
ejemplos ms perfectos de esta filosofa cientfica, que para
m.uchos en un simple deseo piadoso,
y
para otros un medio
de desluir en nueva fraseologa los conocimientos corrientes
de la ciencia emprica, que es a veces una forma genrica
del racionalismo,
y
que despus de todo no est al alcance
de los que entran en los detalles de la realidad con la pene-
tracin que es propia a un mtodo gentico inherente a las
cosas. Engels conclua as: "Desde el momento que es una
necesidad para cada ciencia darse cuenta de su verdadera po-
sicin en el conjunto de las cosas
y
del conocimiento de las
cosas la ciencia especial de conjunto se vuelve superflua. Lo
que queda ahora como objeto propio de la filosofa, tal
como se ha desarrollado hasta aqu, es la doctrina del pensa-
miento
y
de sus leyes, la Lgica formal
y
la Dialctica. Todo
lo dems se resuelve en la ciencia positiva de la naturaleza
y
de
la historia"
(1).
Todo le es posible a los eruditos, a aqullos que estn a
la bsqueda de motivos de disertacin, a los doctores recien-
temente promovidos. Ellos han escrito sobre la tica de He-
rodoto, sobre la psicologa de Pndaro, sobre la geologa de
Dante, sobre la entomologa de Shakespeare
y
sobre la peda-
goga de Schopenhauer; a fortiori,
y
a ms justo ttulo, po-
dran disertar sobre la lgica de El Capital,
y
construir tam-
bin el conjunto de la filosofa de Marx, detallada
y
dividida
segn los epgrafes sacramentales de la ciencia profesional. |Es
cuestin de gusto! Yo que, por ejemplo, prefiero la ingenui-
dad de Herodoto
y
el vigor de Pndaro a la erudicin de
quienes deshacen las obras en juguetes de anlisis postumos,
dejo de buen grado a El Capital su integridad, que es el pro-
ducto del concurso orgnico de todas las nociones
y
de todos
los conocimientos que, cuando se los diferencia, llevan el nom-
bre de lgica, de psicologa, de sociologa, de derecho
y
de
Jstoria, en el sentido ordinario de las palabras; pero para ello
es indispensable esa flexibilidad del pensamiento, que consti-
tuye la esttica de la dialctica.
Este libro siempre pudo
y
podr ser analizado en sus de-
talles, pero su conjunto permanecer incomprensible para los
cmpiristas puros, para los escolsticos de definiciones esquc-
(1)
Antidhring. (Ver tambin: L. Feaerbach y
el fin de la filo-
sofa clsica, Engels. (N. del T.).
Filosofa y Socialismo 69
mticas e incontrovertibles en el flujo del pensamiento,
y
para
los utopistas de toda suerte
y
sobre todo para los utopistas
del liberalismo,
y
para los libertarios que son poco m,s o me-
nos anarquistas sin saberlo. Para gran nmero de inteligen-
cias hay una dificultad insuperable en sumirse en lo concreto
de las condiciones sociales e histricas. En lugar de aprehen-
der el conjunto social como un dato en el cual se desenvuel-
ven genticamente las leyes, que son las relaciones del movi-
miento, muchas gentes tienen necesidad de representarse las
cosas como fijas, por ejemplo, el egosmo de un lado
y
el
altruismo de otro, etc. Un caso tpico de esta clase son los
hedonistas modernos. No se sienten satisfechos estudiando el
complejo social tal como se presenta desde el punto de vista
de la interpretacin econmica, sino que recurren a los juicios
de valoracin como a la premisa (lgico-psicolgica) de lo
Econmico. Este expediente les proporciona una escala
y
ellos
estudian sus grados como si fueran las expresiones tericas de
tipos definitivos. Lo mismo ocurra en la esttica formal
estudiando solamente los grados del placer. Por medio de
esa escala, con sus grados de estimacin necesaria, ellos mi-
den esas valoraciones que llaman bienes. Ellos examinan las re-
laciones de las cosas con los varios grados de esa escala teniendo
en cuenta sus cantidades disponibles
y
sus posibilidades de
adquisicin,
y
de esta manera determinan la cualidad de los
valores, los lmites de los valores
y
el valor lmite. Despus
de haber constituido as la economa poltica sobre una base
de generalidades abstractas, que es indiferente hacia las cosas
para las cuales la naturaleza es prdiga como para aquellas
que cuestan a los hombres el sudor de su frente
(y
el trabajo
ingrato de la historia), la pobre economa ordinaria
y
comn,
la economa de la asociacin que nos es familiar
y
que han
profundizado los tericos de la escuela clsica
y
los crticos
del socialismo, es como un caso particular de un lgebra
muy universal. El trabajo, que es para nosotros el nervio de
la vida humana, es decir, el hombre msmo desarrollndose,
con respecto a este punto de vista, no es ms que el esfuerzo
para evitar un sufrimiento o bien para no experimentar ms
que un sufrimiento menor. En esta atomstica abstracta de
esfuerzos, de apreciaciones
y
de cantidades de bienes, no se ve
lo que es la historia
y
el progreso se reduce a una pura apa-
riencia.
70
Antonio Labriola
Si es necesario dar una frmula, no estara errado decir que
la filosofa que implica el materialismo histrico es la ten-
dencia al monismo;
y
me sirvo intencionalmente de la pa-
labra tendencia,
y
agrego: tendencia formal
y
crtica. En una
palabra, no se trata de volver a la intuicin teosfica o meta-
fsica de la totalidad del mundo, como si, por un acto e
conocimiento trascendente, llegramos ipso facto a la visin
de la substancia, sobre la que reposan todos los fenmenos
y
todos los procesos. La palabra tendencia expresa de ma-
nera precisa la adaptacin del espritu a la conviccin de que
todo es concebible como gnesis; ms an, que lo concebible
no es ms que gnesis,
y
que la gnesis tiene casi los mismos
caracteres de la continuidad. Lo que diferencia el sentido de
la palabra gnesis de las vagas intuiciones trascendentales (por
ejemplo, de Schelling), es el discernimiento crtico
y,
por lo
tanto, la necesidad de especificar la investigacin: se apro-
xima as al empirismo en lo que concierne a la investigacin
de los detalles
y
al contenido de los procesos, al mismo tiempo
que se renuncia a la pretencin de tener en la mano el es-
quema universal de todas las cosas. Los evolucionistas vul-
gares proceden de la manera siguiente: despus de admitir la
nocin abstracta del devenir (evolucin), hacen entrar en ella
todas las cosas, desde la formacin de la nebulosa hasta la
fatuidad humana. Es lo que hacan aquellos que, repitiendo a
Hgel, hablaban del ritmo subyacente
y
perpetuo de la tesis,
de la anttesis
y
de la sntesis. La razn principal del punto
de vista crtico por el cual el materialismo histrico corrige el
monismo, es este: que parte de la praxis, es decir, del desen-
volvimiento de la actividad,
y
al par que es la teora del
hombre que trabaja, considera la ciencia misma como un tra-
bajo. Asimismo desenvuelve ampliamente lo que hay de im-
plcito en las ciencias empricas, es decir: que por la expe-
riencia nosotros nos relacionamos con la manera de obrar de
las cosas
y
nos persuadismos que las cosas mismas tienen una
manera de obrar, esto es, una produccin.
El pasaje de Engels, citado anteriormente, podra, sin em-
bargo, prestarse a raras conclusiones, pero esto sera lo mismo
que tomar toda la mano cuando slo se ofrece un dedo. Ad-
mitiendo que la Lgica
y
la Dialctica permanecen como cosas
existiendo por s mismas, no hay en ello, se dice, una ocasin
favorable para hacer de nuevo toda la enciclopedia filoso-
Filosofa y Socialismo
71
fica? Haciendo, poco a poco
y
en detalle, para cada rama
de la ciencia, el trabajo de abstraccin de los elementos for-
males que all estn contenidos implcitamente, se llega a
escribir sistemas de lgica extensos
y
comprensivos como los
excelentes de Sigwart
y
de Wundt, que son, en realidad, ver-
daderas enciclopedias de la teora de los principios del co-
nocimiento. Y si es ese el deseo de los filsofos de profe-
sin, que se tranquilicen, sus ctedras no sern suprimidas.
La divisin del trabajo en el dominio intelectual se presta en
la prctica a numerosas combinaciones. Si se trata de gentes
que quieren reunir en forma esquemtica los principios gra-
cias a los cuales reconocemos un grupo determinado de hechos,
por ejemplo, una organizacin jurdica determinada, nadie se
opone a que llamen a esta disciplina
(1)
ciencia general del
derecho o an filosofa del derecho, si se desea, siempre que
recuerden, sin embargo, que reducen a sistema (emprico) un
orden de hechos histricos, esto es, que toman una categora
histrica como el resultado del devenir.
Tendencia (formal o crtica) al monismo, de un lado,
y
capacidad para mantenerse en equilibrio en un dominio de
investigacin especializada, por otro: tal es el resultado. Por
poco que uno se aparte de esta lnea, o bien se cae en el sim-
ple empirismo (la no-filosofa) o se pasa a la hipevfilosofa,
es decir, a la pretencin de representarse en acto el Universo,
como si se poseyera la intuicin intelectual.
Lea, por gusto, si no la ha ledo ya, la conferencia de
Haekel sobre el monismo, que ha sido traducida al francs por
un apasionado darwinista de la sociologa
(2). En este emi-
nente sabio se hallan confundidas tres aptitudes diferentes:
una maravillosa disposicin para la investigacin
y
expli-
cacin de los detalles, una elaboracin sistemtica profunda
de los detalles puestos en evidencia
y
una intuicin potica
del Universo, que, siendo una imaginacin, se asemeja a veces
a la filosofa. Pero, ilustre Haekel, considerar en ella el Uni-
verso entero, desde las vibraciones del ter hasta la formacin
del cerebro, jqu digo!, ms ac del cerebro; desde los orgenes
(1)
Esta palabra (discipulina) indica precisamente que son razones
didcticas las que deciden algunos grupos de conocimientos.
(2) Le Monismc lien entre la Religin et la Science, traduccin de G.
Vachcr de Lapouge, Pars, 189 7.
72
Antonio Labrila
de los pueblos, de los Estados
y
de la tica hasta nuestra poca,
incluyendo los pequeos prncipes protectores de vuestra Uni-
versidad de Jena, a quienes saludis al pasar, en 47 pginas
in
8^,
es superar an la grandeza de vuestro genio! [No re-
cuerda usted todos los huecos que el Universo an presenta a
nuestra madura ciencia, o es que quiz tenga usted un gran
armario lleno de gorros de dormir de los que los hegelianos
se servan, al decir de Heine, para cubrir todos esos huecos!
No recuerda usted lo que deba, sin embargo, interesarle di-
rectamente: ese batibius, que recibe su nombre en ocasin de
un descubrimiento de Huxley, que no era, por otra parte, ms
que un solemne quiproquo?
Luego, tendencia al monismo, pero al mismo tiempo con-
ciencia precisa de la especialidad de la investigacin. Tenden-
cia a fundir la ciencia con la filosofa, pero, al mismo tiem-
po, reflexin continua sobre el alcance
y
valor de las formas
del pensamiento, del que nos servimos de manera concreta
y
que, sin embargo, podemos separar del concreto, como su-
cede con la Lgica stricto jure
y
con la Teora general del
conocimiento (que usted llama metafsica) . Pensar de ma-
nera concreta
y,
sin embargo, poder reflexionar de manera
abstracta sobre los datos
y
condiciones formales de lo que
puede ser pensado. La filosofa existe
y
no existe
(1).
Para
el que no ha llegado a la filosofa, ella es como el ms all
de la ciencia. Y para el que ha llegado a ella, es la ciencia
en su perfeccin.
Ahora como siempre podemos escribir, sobre los datos abs-
tractos de una experiencia determinada, trabajos, por ejem-
plo, de tica
y
poltica,
y
podemos dar a nuestro trabajo de
elaboracin la nitidez
y
rigidez de un sistema, siempre que
no tengamos presente que las premisas se relacionan genti-
camente con otra cosa, siempre que no caigamos en la ilusin
(metafsica) de considerar los principios como esquemas a6
aeterno, o como los modelos de las cosas de la experiencia,
jlas supercosas!
(1)
Tengo al alcance de m mano un libro curioso (de XXIII-53 9
pginas in 8!) del profesor R. Wahle, de la Universidad de Czernowitz,
que tiene por objeto demostrar (no doy el ttulo, que es muy largo
y
descriptivo, edit. Braumller. Viena, 189 6),
que la filosofa ha llegado a
su fin. Desgraciadamente el libro entero est consagrado a la filosofa.
Es que, para negarse, la filosofa debe afirmarse!
Filosofa y Socialismo
73
Habiendo llegado a esto, nada nos impide enunciar una
frmula como la siguiente: todo lo cognoscible puede ser
conocido,
y
todo lo cognoscible ser, en lo infinito, realmente
conocido,
y
lo que est ms all de lo cognoscible, en el do-
minio del conocimiento, no nos interesa para nada. Este enun-
ciado genrico, bajo un aspecto prctico, conduce a esto: que
el conocimiento nos interesa en la medida en que nos es dado
conocer realmente,
y
que es pura imaginacin admitir que el
espritu reconoce como existiendo en acto una diferencia ab-
soluta entre el conocimiento
y
lo que es en s incognoscible,
un incognoscible que afirmo conocer como incognoscible!
Cmo hace usted, von Hartmann, para frecuentar desde hace
tantos aos en lo Inconsciente, que ve obrar de una manera
tan consciente,
y
usted, Spencer, para manejar constantemente
el conocimiento de lo Incognoscible, que en el fondo conoce
usted de alguna manera, ya que hace de l el lmite de lo
cognoscible? En el fondo de toda la fraseologa de Spencer
se esconde el dios del catecismo; hay, en una palabra, el re-
siduo de una hiperfilosofa que se parece, como la religin,
al culto de ese desconocido que se afirma al mismo tiempo
desconocer afirmando que se lo conoce en cierta medida desde
que se lo hace objeto de veneracin. En este estado de es-
pritu la filosofa se limita al estudio de los fenmenos (apa-
riencias)
y
el concepto de evolucin no implica de ninguna
manera que la realidad deviene.
Para el materialismo histrico, por el contrario, el devenir,
es decir, la evolucin, es real, ms an, es la realidad misma,
as como es real el trabajo, que es el desarrollo del hombre que
asciende de la vida inmediata (animal) a la libertad perfecta
(que es el comunismo) . Con esta inversin prctica del pro-
blema del conocimiento nosotros tenemos en la mano toda la
ciencia en tanto que es nuestra obra. Una nueva victoria
sobre el fetiche! Saber es para nosotros una necesidad que
empricamente se origina, se pule, se perfecciona
y
se sirve de
medios
y
de una tcnica, como toda otra necesidad. Nos-
otros conocemos poco a poco lo que nos es necesario conocer.
Experimentar es crecer,
y
lo que llamamos progreso del es-
pritu no es otra cosa que la acumulacin de energas de tra-
bajo. Es a esta tarea prosaica que se reduce el carcter abso-
luto del conocimiento, que fu para los idealistas un pos-
74 Antonio Labriola
tulado de la razn o una argumentacin ontolgca
(1).
Esta
cosa (llamada cosa en s)
,
que no se conocer ni hoy ni ma-
ana, que no se conocer jams,
y
que se afirma no poder
conocer, no puede pertenecer al dominio del conocimiento,
porque no puede haber un conocimiento de lo incognoscible.
Si semejante preocupacin entra en el crculo de la filosofa
es porque la conciencia del filsofo no es toda conformada
de ciencia, sino que se compone an de gran nmero de ele-
mentos sentimentales
y
afectivos, de donde, por el impulso
de un temor
y
por el camino de la imaginacin
y
del mito
nacen com.binaciones psquicas, que de la misma manera que
otras veces han impedido el desarrollo del conocimiento ra-
cional, igualmente obscurecen ahora el dominio del saber re-
flexivo
y
prosaico. Tomemos como ejemplo la muerte. Te-
ricamente est implicada en la vida. La muerte, que parece
tan trgica al individuo complejo, que aparece a la intuicin
comn como el organismo verdadero
y
propio, es inmanente
a todos los primeros elementos de la substancia orgnica, por
consecuencia de la extrema inestabilidad
y
reducida plasticidad
del protoplasma. Pero otra cosa es el temor a la muerte, es
decir, el egosmo de vivir! Y es lo mismo con todas las
otras afectividades e inclinaciones pasionales, que en sus de-
rivados mticos, poticos
y
religiosos, arrojaron, arrojan
y
arrojarn, en proporciones diferentes, sus sombras sobre el te-
rreno de la conciencia. La filosofa del hombre puramente
(1)
El postulado de lo absoluto estaba an implcito en las pruebas
de la existencia de Dios,
y
especialmente en el argumento ontolgico. En
m, ser finito e imperfecto, que no tiene ms que un conocimiento limi-
tado, existe el poder de pensar el ser infinito
y
todo perfecto, que concKC
todas las cosas. Luego yo mismo soy. . . perfecto! Y he aqu que Des-
cartes hace (en unos prrafos raramente indicados por los crticos) este sin-
gular pasaje dialctico, que es para l, sin embargo, una simple duda: "Pero
quiz yo tambin sea alguna otra cosa que no me imagino,
y
que todas
las perfecciones que atribuyo a la naturaleza de un Dios estn en alguna
manera en potencia en m. aunque no se manifiesten an
y
en nada hagan
sentir su accin. En efecto, experimento ya que mi conocimiento aumenta
y
se perfecciona poco a poco;
y
no veo nada que pueda impedir que no
aumente progresivamente as hasta el infinito, ni tampoco por qu,
as
des-
arrollado
y
perfeccionado, yo no pueda adquirir por medio suyo todas las
otras perfecciones de la naturaleza divina, ni, en fin, por qu el poder
que tengo para la adquisicin de esas perfecciones, si es verdad que est
ahora en m. no sera suficiente para producir lag ideas". (Oeavres de
Descartes, edic. Cousin, I. pgs. 282-83).
Filosofa y Socialismo
75
terico, que contempla todas las cosas desde el aspecto de su
propio ser, sera, en algn aspecto, la tentativa de hacer pasar
el pensamiento abstracto sobre todo el campo de la concien-
cia, sin que encuentre all desviacin, ni rozamiento. Este
ser Baruch Spinoza, el verdadero hroe del pensamiento, que
se contempla a s mismo en tanto que los sentimientos
y
las
pasiones, como fuerzas de un mecanismo interno, se trans-
forman en l en objetos de estudio geomtrico! Esperando que
en una humanidad futura de hombres casi transhumanizados
el herosmo de Baruch Spinoza devenga la virtud corriente de
todos los das,
y
que los mitos, la poesa, la metafsica
y
la
religin no estorben ms al dominio de la conciencia, estemos
satisfechos que hasta aqu
y
por el momento, la filosofa, tanto
en su sentido diferenciado como en el otro, haya servido
y
sirva, con respecto a la ciencia, a mantener la clarividencia
de los mtodos formales
y
de los procedimientos lgicos,
y,
con respecto a la vida, a disminuir los impedimentos que en
el ejercicio del pensamiento libre presentan las proyecciones ima-
ginarias de las afecciones, de las pasiones, de los temores
y
de
las esperanzas, es decir, que ayude
y
que sirva, como dira
precisamente Spinoza, a vencer la imaginatio
y
la ignotantia.
1^ Antonio Labriola
VII
Roma, junio 16 de 1897.
Estas cosas slo a m me suceden. Aunque creo no haber
llegado an al fin de estas cartas, he debido hablar de las
mismas cosas que precisamente converso con usted en otro
lugar, bajo otro aspecto
y
con menos gusto.
En uno de los ltimos nmeros de la Critica Sociale apare-
ci una especie de mensaje que el seor Antonio De Bella,
socilogo calabrs, dirige contra los socialistas exclusivistas,
quienes por toda cuestin
y
apropsto de cada problema se
atienen, segn l, a la letra de Marx. El seor De Bella ol-
vida indicarnos si el Marx al que recurren aquellos a los que
maltrata es el verdadero Marx, o un Marx, por as decir, des-
figurado o completamente inventado, un Marx rubio o qu
s yo. La verdad es que me ha hecho el honor de incluirme
entre el montn de obstinados, a quienes endilga advertencias
y
consejos para que se perfeccionen, inducindolos a que hagan
profundos estudios de sociologa e historia natural. Es verdad
que no cita ms que mi nombre sin precisar a cul de mis tra-
bajos o conferencias se refiere. Despus de todo esto vierte
un poco del catecismo ordinario de la sociologa matizada de
darwinismo, con la inevitable letana de nombres de autores.
He credo que deba responder; en parte, para decir de ma-
nera sumaria que el socialismo cientfico no est en tan mal
estado que tenga necesidad de ciertos consejos; por otra, para
mostrar que los complementos sugeridos por el seor De Bella
son, o bien los supuestos del Marxismo o bien su contrario
y,
sobre todo, porque hallndome desde hace tiempo con vo-
luntad de conversar de socialismo
y
filosofa, me ha parecido
necesario precisar en notas ad hominem algunas de las conside-
raciones crticas que desarrollo en forma ms o menos atre-
vida, en este tete a tete con usted.
Le envo mi respuesta tal cual apareci en la Critica So-
ciale de ayer. Tambin ella es una carta
y,
bien que no sea
dirigida a usted, puede ponerla en la coleccin como si fuera
de la serie. Completa
y
resume mis cartas precedentes. En-
Filosofa y Socialismo 11
centrar algunas ligeras repeticiones, excusables sin duda. Esta
carta extra que dirijo al director de la Critica es un poco
ruda. Verdad es que no la he escrito con la intencin de ser
agradable al seor De Bella. Est cargada de cierto mal
humor. Quiz este mal humor de crtica llena de amargura
haya nacido del hecho de encontrarse mi espritu absorbido
por el estudio del grave problema de las relaciones del mate-
rialismo social con toda la intuicin cientfica contempornea,
por lo que me ha parecido que los consejos del seor De Bella
quien no poda, por otra parte, tener conocimiento de lo
que a usted escribo eran, en lo que a m concierne, com-
pletamente inoportunos, ya que no tena ningn deseo de pe-
drselos.
Roma, junio 5 de 1897.
Mi querido Turati:
No estoy muy seguro que el seor De Bella, aunque me
cita, se refiera a m. Estoy por creer que dirige su monlogo
contra un manequ de su creacin, al que, commoditatis causa,
ha puesto mi nombre. Sea lo que fuere, desde el momento que
mezcla mi nombre a sus meditaciones, no puedo evitar agre-
gar una nota a la suya.
Como es sabido, recin hace diez aos que he llegado de
manera manifiesta
y
pblica al socialismo
(1).
Diez aos
no constituyen un perodo de tiempo muy largo en mi vida,
ya que debo aadir otros cuatro para formar medio siglo,
pero es un lapso muy corto en mi vida intelectual. En
una palabra, antes de llegar al socialismo tuve el tiempo
y
la
ocasin,
y
an la obligacin, de arreglar mis cuentas con el
darwinismo, con el positivismo, con el neokantismo
y
con
todo lo que la ciencia ha producido en derredor mo, lo que
(1)
"Desde 18 73 he escrito contra los principios directores del sistema
liberal,
y
desde 18 79 es que estoy en la ruta de esta nueva fe intelectual,
en la que me he detenido en estos ltimos tres aos, afirmndome en ella
por mis estudios
y
observaciones", pg. 23 de mi conferencia Del Socialis-
mo, Roma, 1889. Esta conferencia, que era, por as decir, una profesin
de fe al estilo popular, fu ampliada en un pequeo opsculo: Proletariato
e Radicali, Roma, 1890.
78
Antonio Labriola
me ha permitido afirmar mis ideas, pues ocupo una ctedra
de filosofa en la Universidad desde 1871
y
he estudiado an-
teriormente lo que es necesario saber para filosofar. Enca-
minndome hacia el socialismo no he pedido a Marx el
a 6 c del saber. No he pedido al Marxismo ms que lo que
contiene en realidad: le he exigido la precisa crtica de la eco-
noma que es; las lneas generales del materialismo histrico
que lleva en s
y
la poltica del proletariado que enuncia o
deja entrever. Tampoco peda al Marxismo el conocimiento
de la filosofa que supone o que contina en cierto sentido,
superando, por la inversin dialctica, el Hegelianismo, que
precisamente refloreca en Italia en mi juventud,
y
en el que
fuera, por as decir, educado. Y, cosa curiosa, mi primer tra-
bajo filosfico, de marzo de 1862, es una: Defensa de la
dialctica de Hgel contra la vuelta a Kant iniciada por Ed.
Zeller! Para comprender el socialismo cientfico no tena,
pues, necesidad de ir por primera vez hacia la concepcin
dialctica, evolutiva o gentica, cualquiera sea el nombre que
se le d, ya que he vivido en ese orden de ideas desde que
pienso con cierta madurez de espritu. Agrego ms: mientras
el marxismo no me pareca de ninguna manera difcil en sus
lneas generales
y
formales, en tanto que mtodo de concep-
cin, me fu dificultoso dominarlo en cuanto a su contenido
econmico. Y mientras que lo estudiaba como poda, no me
era dado ni permitido confundir la lnea de desarrollo que es
propia al materialismo histrico, esto es, el sentido que tiene
en el caso concreto de evolucin, con lo que yo llamara una
enfermedad cerebral que desde hace aos embaraza el cerebro
de muchos italianos que hablan ahora de una Madone Evo-
lution, que adoran.
Qu es lo que me pide, entonces, el seor De Bella? Qu
como un joven seminarista que acaba de salir de los claus-
tros, vuelva a la escuela? O que me haga rebautizar por
Darwin, reconfirmar por Spencer, que luego haga una confe-
sin general frente a los compaeros,
y
que me prepare para
recibir de l la extremauncin? Para vivir en paz dejar
pasar todo lo dems, pero protesto enrgicamente contra el
llamado a la conciencia de los compaeros. Reconozco a los
compaeros, en cierta medida
y
en condiciones dadas, el de-
recho a ser rgidos
y
an tirnicos con todo lo que concierne
a la conducta poltica del partido. Pero en cuanto a recono-
Filosofa y Socialismo 79
cerles autoridad para pronunciarse como arbitros en materia
de ciencia. . .
y
nicamente porque son compaeros. . ., va-
hos, pues!, la ciencia no estar jams puesta a votacin ni
an en la sociedad futura!
Quiz quiera una cosa ms modesta: que afirme
y
que jure
que el marxismo no es la ciencia universal,
y
que los objetos
que contempla no es el Universo entero, lo que le concedo in-
mediatamente,
y
me siento obligado a hacerlo. No me basta
ms que recordar el programa de los cursos de la Universidad,
que son muy numerosos. Y concedo todava otra cosa ms.
"Esta doctrina no est an ms que en sus comienzos
y
tiene
necesidad de un gran desarrollo". {Del Materialismo Hist-
rico,
pg. 9) (1).
En efecto, lo que atormenta al seor De Bella,
y
a muchos
otros, es precisamente la bsqueda de una filosofa universal,
en la que el socialismo pueda ser alojado como la parte en
la visin del conjunto. jComo quiera! El papel tiene sus
bondades, dicen los editores alemanes a los autores noveles.
Pero no puedo evitar de hacer dos indicaciones. La primera
S que ningn sofos de aqu abajo llegar jams a darnos la
idea de la filosofa universal en dos columnas de la Critica
Sociale. La segunda es enteramente personal. Hace veinte aos
que siento horror por la filosofa sistemtica,
y
como esta dis-
posicin de espritu me ha hecho ms accesible el marxismo,
que es uno de los modos por los cuales el espritu cientfico
se ha libertado de la filosofa como cosa en s, tambin es la
causa de mi inveterada desconfianza para el Spencer philo-
dophe, quien, en sus Primeros Principios, nos ha dado una
vez ms un esquema del cosmos. Aqu es necesario que me
cite: "Yo no he venido a la Universidad, hace veinte aos,
como el representante de una filosofa ortodoxa, o como el
autor de un sistema nuevo. Gracias a las dichosas contin-
gencias de mi vida he hecho mi educacin bajo la influencia
directa de los dos grandes sistemas a que haba llegado la
filosofa, que podemos ahora llamar clsica, esto es, los siste-
(1) "No hago la confesin de encerrarme en un sistema como en ua
especie de prisin". Es lo que escriba hace veinticuatro aos (Dclla Li-
berta Mtale, aples, 18 75, Prefacio),
y
es lo que puedo' repetir tambin
ahora. Este libro contiene una extensa exposicin de la doctrina del deter-
mnismo, que es completada por otro trabajo mo: Moralc e Religione,
aples, 1873.
80 Antonio Labriola
mas de Herbart
y
de Hgel, para los cuales la anttesis entre
el realismo
y
el idealismo, el pluralismo
y
el monismo, la
psicologa cientfica
y
la fenomenologa del espritu, la preci-
cin de los mtodos
y
la anticipacin de todo mtodo en la dia-
lctica omnisciente, fueron los elementos principales. Ya la fi-
losofa de Hgel haba concluido en el materialismo histrico
de Carlos Max,
y
la de Herbart en la psicologa emprica, que,
tambin ella, en las condiciones dadas
y
en ciertos lmites,
puede ser experimental, histrica
y
social. Era el momento
en que por la aplicacin intensiva
y
extensiva del principio
de la energa, de la teora atmica
y
del darwinismo,
y
por
el descubrimiento de las formas
y
condiciones precisas de la
psicologa general, la concepcin de la naturaleza visiblemente
se haba revolucionado. Y, al mismo tiempo, el anlisis compa-
rado de las instituciones, coincidentemente con la lingstica
y
la mitologa comparadas, el conocimiento de la prehistoria
y,
en fin, de la historia econmica, transformaban la mayor parte
de las posiciones de hecho
y
las hiptesis formales sobre las
cuales
y
por las cuales se haba hasta entonces filosofado sobre
el derecho, sobre la moral
y
sobre la sociedad. Las elaboracio-
nes del pensamiento, las elaboraciones que estn implcitas en
las ciencias nuevas
y
renovadas, no indicaban, como tampoco in-
dican ahora, el desarrollo de una nueva sistemtica filosfica que
contenga
y
domine todo el campo de la experiencia. Despre-
cio las filosofas de uso e invencin privadas, como las de
Nietzsche
y
von Hartmann,
y
nada dir de esos supuestos
retornos a los filsofos anteriores
(1)
que se limitan a poner
una filologa en el lugar de la filosofa, como ha sucedido a
(1)
En estos ltimos tiempos algunos socialistas han tenido tambin
el piadoso deseo -de volver a los otros filsofos. Uno de ellos vuelve a
Spinoza, es decir, a una filosofa en la que se ha excluido el devenir his-
trico. Algn otro se contentara con el materialismo del siglo XVIII
ut sic, es decir, con la negacin de todo transformismo. Algunos quieren vol-
ver a Kant: luego, pues, volver a la insoluble antinomia entre la razn
prctica
y
la razn terica?, a la rigidez de las categoras
y
de las facul-
tades del alma, a las que parece que Herbart haba minado la base?, al
imperativo categrico, en el cual parece que Schopenhauer haba descubierto
el precepto cristiano bajo una mscara metafsica?, al derecho natural, del
cual ni an el Papa quiere or hablar? Por qu no dejan ustedes a los
muertos enterrar a sus muertos?
En efecto, o una de dos: O usted acepta los otros filsofos integral-
mente, tal cual fueron cuando fueron,
y
entonces adis el materialismo
histrico; o bien va a ellos en busca de lo que le conviene y a pedirles
Filosofa y Socialismo
81
los neokantianos. Indico solamente este extraordinario equ-
voco verbal por consecuencia del cual muchos confunden, es-
pecialmiente en Italia, esta filosofa especial que es el Positi-
vismo con lo positivo, es decir, con lo que es positivamente
adquirido en la experiencia social
y
natural, extensa
y
siempre
renovada. Aqullos no saben distinguir, por ejemplo, en Spen-
cer, lo que ha tomado de la fisiologa general,
y
que cons-
tituye su mrito incontrastable,
y
lo que no es en l ms
que impotencia para explicar un solo hecho histrico con-
creto mediante su sociologa puramente esquemtica. Aqu-
llos no saben distinguir en este mismo Spencer lo que corres-
ponde al sabio
y
lo que corresponde al filsofo que, haciendo
juegos de esgrima con las categoras de lo homogneo
y
de lo
heterogneo, de lo indistinto
y
de lo diferenciado, de lo cono-
cido
y
de lo incognoscible, es l tambin una supervivencia, es
decir, ya un kantista inconsciente, ya una caricatura de H-
gel". "La organizacin de la Universidad debera tambin
ella reflejar el estado actual de la filosofa, que consiste desde
ahora en la inmanencia del pensamiento en lo que es real-
mente conocido, es decir, que se opone a toda anticipacin
del pensamiento sobre lo conocido, a toda anticipacin teo-
lgica o metafsica". {L'Universit e la liberta della scienza,
Roma, 1897, pgs. 14-17)
(1).
En el fondo, esta filosofa, en la que se encuentra el seor
parte de sus argumentos, y,
entonces, en tanto que socialista, se embarca
en un trabajo intil, porque, en realidad, la historia del pensamiento es
de tal manera hecha que nada se ha perdido de lo que fu, en el pasado:
una condicin
y
una preparacin para el estado presente de nuestras con-
cepciones.
Hay una tercera hiptesis: la de que usted caiga en el sincretismo o en
el confusionismo. De esto tenemos un buen ejemplo en el seor L. Wolt-
mann (System des moralischen Bewustscins, Duseldorf, 1889), que en-
cuentra el medio de conciliar la eternidad de las leyes morales con el
darwinismo,
y
a Marx con el cristianismo! (Nota de la edic. francesa).
(1)
Ruego al lector que lea mi informe al Congreso universitario de
Miln de 188 7 sobre la "Laurea" en filosofa, que fu reproducido en el
apndice del folleto L'Universit, etc. Mi amigo Lombroso lo calific en
aquel entonces graciosamente: la decapitacin de La metafsica. Debo pre-
venir al lector que este folleto es el nico de mis escritos que est an
en venta: todos los otros estn agotados
y
algunos no se pueden encon-
trar. Al decir estas cosas sobre mis trabajos no hago reclame a ningn
librero o editor.
(El opsculo citado en el texto, sin el apndice, fu traducido
y
pu-
blicado en el Devenir Social, enero de 189 7).

(Nota de la ed. francesa).
82 Antonio Labriola
De Bella, no sera ms que una reedicin de la trinidad Dar-
win-Spencer-Marx. zarandeada con tanta elocuencia, pero con
tan poco xito
(
1
)
, hace tres aos, por el seor Enrique Ferri.
Y bien, mi querido Turati, quiero ser con toda cortesa el
abogado del diablo, por lo que reconozco que en las aspira-
ciones vagas hacia la filosofa del socialismo, aun en gran
nmero de las tonteras que se gritan por todas partes, hay-
algo de justo que responde a una necesidad real. Muchos de
aquellos que en Italia ingresan al socialismo,
y
que no son
simples agitadores, conferencistas o candidatos, sienten que es
imposible hacer de l una conviccin cientfica si no es rela-
cionndola de alguna manera o por algn camino al resto de
la concepcin gentica de las cosas, que es ms o menos la
base de todas las otras ciencias. De ah nace la mana de mu-
chos de poner en el socialismo toda la ciencia que ms o
menos
disponen. De ah las numerosas enormidades
y
tonteras, en
el fondo siempre explicables. Pero de ah tamibin un gran
peligro: porque estos intelectuales olvidan que el socialismo
tiene su fundamento real nicamente en la condicin actual
de la sociedad capitalista, en donde el proletariado
y
el resto
del pueblo pueden querer
y
hacer para la obra de estos in-
telectuales, Marx en un mito
; y
mientras ellos discuten
ampliamente sobre toda la escala de la evolucin, finalmente
se pondr a votacin en un prximo congreso de compaeros
esta proposicin: el primer fundamento del socialismo est
en las vibraciones del ter?
(2).
(1)
El poco xito se halla documentado en los numerosos artculos
que fueron escritos contra l, comenzando por el bastante mordaz de
Kautsky en la Neue Zeit, XIII, vol. 1, pgs. 709-716, para terminar con
el de David en el Devenir Social, diciembre de 1896, pgs. 1059-65,
por no hablar de muchos otros. Ferri, en una nota en el apndice de la
edicin francesa de su libro, Darwin, Spencer, Marx, Pars, 189 7, dice:
"El profesor Labriola, sin demostrarlo, ha repetido recientemente la afir-
macin de que el socialismo no es conciliable con el darwinismo (sobre el
Manifiesto de Marx
y
Engels, en el Devenir Social, junio de
1895".
Luego, (In Memoria del Manifest, pg. 20), yo no critico sino a aque-
llo que "buscan en esta doctrina (en el materi-alismo histrico) una de-
rivacin del darwinismo, que solamente en determinado sentido,
y
no muy
extenso, es un caso analgico". Me parece que negar la derivacin
y
ad-
mitir la analoga no significa negar la conciliacin posible. Ruego que se
lea mi ensayo: Del Materialismo Histrico.
(2) La proposicin filosfica en parte est indicada en las palabras
con que Ferri termina la nota citada ms arriba: "el transformismo bio-
Filosofa y Socialismo
83
Es as que yo me explico la ingenuidad del seor De Bella:
"Si Marx viviera an!". Habiendo nacido el 3 de ma-
yo de 1818 (muri el 14 de marzo de 1883), evi-
dentemente podra vivir an;
y
si estuviera vivo dira yo
mismo

, hubiera acabado el tercer volumen de El Capital,


que ha quedado tan desordenado
y
obscuro. No, dice el seor
De Bella, l se hubiera hecho materialista. Pero, gran Dios,
si lo era desde 1845, lo que horrorizaba a los idelogos ra-
dicales que lo rodeaban! Y no solamente se. hubiera hecho
materialista, sino positivista. jEl Positivismo! En la crono-
loga vulgar, esta palabra designa la filosofa de Comte
y
sus
discpulos. Luego, aqul haba muerto, idealmente, antes que
Marx muriera fsicamente. Qu hermoso espectculo: el
materialismo, el positivismo
y
la dialctica en muy santa
trinidad! Y en seguida: el papado cientfico de Comte re-
conciliado con la progresividad indefinida del materialismo
histrico, que resuelve el problema del conocimiento oponin-
dose a todas las otras filosofas
y
que declara: que no hay
ninguna limitacin fija, ni a priori ni a posteriori, al cono-
cimiento, ya que en el proceso indefinido del trabajo, que es
experiencia,
y
de la experiencia que es el trabajo, los hombres
conocen todo lo que tienen necesidad
y
todo lo que les es
til conocer
(1).
El Comte que proclamaba que el ciclo de
la fsica
y
de la astronoma estaba cerrado para siempre, en
el momento mismo en que se descubre el equivalente mec-
nico del calor
y
algunos aos antes del sorprendente descu-
brimiento del anlisis espectral; el Comte que, en 1845, de-
claraba absurda la investigacin del origen de las especies!
Pero el materialismo histrico, declara el seor De Bella,
debe ser completado por la prehistoria! Aqu el problema
se hace ms interesante. La Ancient Society de Morgan, pu-
blicada en Amrica, obra de la que slo unos pocos ejempla-
lgico est fundado evidentemente en el transformismo universal, al mismo
tiempo que es la base del transformismo econmico y
social".
Luego digo yo proclama usted al mismo tiempo que Spenccr es un
genio
y
un cretino, ya que, aceptando el principio del evolucionismo jams
ha comprendido el socialismo.
(1) Nos es necesario detenernos en la dyade Scrates-Marx, ya que
Scrates fu el primero que descubri que el conocimiento es accin,
y
que el hombre no conc<e bien ms que lo que sabe hacer. He escrito una
obra sobre la Dotcrina di Socrate, fechada en 1871, aples.
84 Antonio Labrila
tes ha llegado a Europa bajo la firma de MacmUan, de Lon-
(_:res
(1877), ha sido como secuestrada por la despiadada
conspiracin del silencio, organizada por los etngrafos ingle-
res, celosos e inquietos. Los resultados de las investigaciones
de Morgan, sin embargo, han circulado por el mundo preci-
samente gracias al libro de Engels, que se titula: Del origen
de la familia, de la propiedad privada
y
del Estado (1* edic,
1884, 4ta. edic,
1891), que es al mismo tiempo un resumen,
lina explicacin
y
un complemento del libro,
y
que trata de
ligar a Morgan con Marx. Cul es la opinin de Engels
sobre Morgan?

"ha descubierto de nuevo, dice Engels, el
materialismo histrico, ignorando completamente lo que Marx
haba dicho"
; y
cul ha sido la causa del libro? el deseo
de utilizar las notas
y
las glosas dejadas por Marx!. Pero,
seor De Bella, la cronologa vulgar es algo muy importan-
te. . . , an para los socialistas.
Volvamos, ya que es necesario, al inevitable Spencer.
Quin, fuera de Italia, se ha permitido ligarlo al socialismo?
Es Spencer un filsofo del otro mundo? Se pueden leer sus
obras en las lenguas de todos los pases, aun en la del mo-
dernizado Japn. Y no peca de obscuro;
y
an para m, que
deseo la plena concisin del pensamiento, es demasiado prolijo
y
demasiado lleno de detalles sin importancia. La primer obra
que se le conoce lleva la fecha de 1843. Se estaba entonces,
es de hacer notar la circunstancia, en el momento culminante
de la agitacin cartista. Esta obra tiene por ttulo: Del rol
propio del Estado. Todo el mundo sabe que a Spencer le
agradaba mucho colaborar en el Economist, en el ^estminter
y
en el Edinburg Review
y,
recalquemos an las fechas, pre-
cisamente en los aos significativos de 1848 a 1859. Quin,
pues, ha tenido en Inglaterra esperanzas sobre el sentido
y
el
valor de sus ideas polticas
y
sociales? La Statique sociale
aparece en 1851, la Psychologie (1- edicin) en 1855, el
Traite sur l'Education en 1861, la primera edicin de los
Primeros principios en 1862, la Clasification des sciences, en
1864, la Biologie, de 1864 a 1867, sin hablar de sus Ensayos
ms importantes
y
sobre todo de aquellos sobre la Hypotbese
du develcppement
(1852),
la Cnese de la Science
(1854)
y
el Progres et sa Loi (1857).
Termino aqu esta letana de
nombres
y
de fechas para atenerme slo a las publicaciones que
preceden al primer volumen de El Capital (25
de julio de
Filosofa y Socialismo 85
1867). No haba necesidad del genio de Marx para descubrir
en esas obras lo que poda descubrir yo, simple studiosus phi-
losophiae, hace ya treinta aos: que la doctrina de la evolu-
cin que all se enuncia es esquemtica
y
no emprica, que esta
evolucin es fenomnica
y
no real,
y
que lleva detrs de s
el espectro de la cosa en s de Kant, venerado primero en todas
partes con el nombre de Dios o de Divinidad {Statique, edi-
cin de 1851),
y
ms tarde encubierto con el nombre reve-
renciado de lo Incognoscible.
Apostara que si, entre 1860
y
18 70, Marx hubiera hablado
de las obras de Spencer, lo habra hecho de la siguiente ma-
nera: he aqu el ltimo resto ideal del desmo ingls del
siglo XVIII; he aqu el ltimo esfuerzo de la hipocresa in-
glesa para combatir la filosofa de Hobbes
y
Spnoza; he aqu
la ltima proyeccin de lo trascendente sobre el dominio de la
ciencia positiva; he aqu la ltima transaccin entre el creti-
nismo egosta de Bentham
y
el cretinismo altruista del Rabino
de Nazaret; he aqu la ltim.a tentativa de la inteligencia
burguesa para salvar, con la libre investigacin
y
la libre
concurrencia en el ms ac, un enigmtico rastro de fe para
el ms all; slo el triunfo del proletariado puede asegurar al
espritu cientfico las amplias
y
perfectas condiciones de su
propia existencia, porque no es ms que en la transparencia
de la accin que la inteligencia puede ser perfectamente trans-
parente. He aqu lo que escribira Marx, es decir, lo que hu-
biera podido escribir; pero deba ocuparse de la Internacional,
lo que Spencer no tuvo tiempo de darse cuenta.
El 17 de marzo de 1883 Federico Engels, hablando en el
cementerio de Highate en memoria de su amigo Marx, muerto
tres das antes, comenzaba con estas palabras: "As como
Darwin descubre la ley del desenvolvimiento de la naturaleza
orgnica, Marx descubre la ley del desenvolvimiento de la his-
toria humana"
(1).
Hay por esto de qu sentirse humi-
llado?
Y eso no basta. En el Anti-Dhring {V edic, de 1878,
la tercera es de 1894), el mismo Engels haba ya adquirido
(1) Ver Zricker Sozialdemokrat del 2 2 de mayo de 1883, pg.
1.
Hago notar al pasar que Darwin, muerto el ao antes, naci en 1809.
Engels haba nacido, como Spencer. en 1820. Se trata, pues, de verda-
deros contemporneos de la misma edad, de personas que han vivido en el
mismo medio.
86
Antonio Labrila
todas las nociones fundamentales del Darwinismo necesarias
para la orientacin general del socialismo cientfico. Estaba
preparado por diez aos de nuevos estudios sobre las ciencias
naturales,
y
deca con candor que estaba en esos problemas
ms al corriente que Marx, quien, por su parte, era fuerte en
matemticas. Y eso no basta. En la primera edicin de El
Capital se halla ya una nota caracterstica
y
muy original so-
bre el nuevo mundo descubierto por Darwin. Se comprende
que los dos modestos mortales, que jams se colocaron por
encima del Universo, han querido siempre referirse a ese pro-
saico Darwinismo del Origen de las especies
(1859), que es
una serie de teoras sacadas de un grupo de obser^'aciones
y
de experiencias sobre un dominio circunscripto de la realidad,
que comienza mucho ms ac de los orgenes de la vida,
y
que
precede en mucho la historia humana. En estas teoras ellos
no podan tampoco descubrir un caso anlogo de la concep-
cin epigentica de la historia, que en parte haban definido
y
en parte apenas esbozado
(1).
Sin embargo, jams co-
nocieron el Darwinismo que ha descubierto las leyes de la
humanidad entera (De Bella), el Darwinismo, en una pa-
labra, bueno para todo, que es una invencin gratuita de los
publicistas escasos de ciencia
y
de los decadentes de la filo-
sofa. No haba dicho su amigo Heine: el Universo est
lleno de agujeros,
y
el profesor hegeliano alemn cubre esos
agujeres con su gorro de dormir?
Dejemos el Universo
y
sus agujeros, mi querido Turati,
y
tratemos cada cual de cumplir con nuestro deber. Recuerdo
siempre aquel violento apostrofe que pronunciaba, hace 30
aos, el hegeliano B. Spaventa: "Aqu en Italia se estudia la
historia de la filosofa en la geografa de Aricsto
y
se cita
al mismo tiempo a Platn
y
al abate Fornari, a Torcuato
Tasso
y
a Totonno Tasso" (2).
Creedme siempre, etc.
(1)
Yo he esbozado lo que es la concepcin epigentica en un trabajo
que te titula: I ProbUmi della Fillosofia della Storia, Roma. 1887. Este
trabajo supone en parte uno de los mos ms antigaos: Deirinsegnamento
ddla Storia. 18 76.
(2)
Fu ste un improvisador de pacotilla que, teniendo siempre in-
vertido el sentido de t mismo, fu un minsculo precursor de Osear
Wilde.
Filosofa y Socialismo 87
VIII
Roma, junio 20 de 1897.
Es necesario un post-scriptum que agregue algunas notas a
mi penltima carta, tan llena de cargosa filosofa.
Coloco como es natural entre los productos de nues-
tra afectividad, de la que ya he dicho que obstaculiza la inte-
ligencia aplicada a la ciencia, tambin este conjunto de incli-
naciones, de tendencias, de valuaciones
y
de prejuicios que de-
signamos ordinariamente con las denominaciones antitticas
de optimismo
y
pesimism^o.
En estos modos de apreciacin, que oscilan entre la pasin
y
la poesa
y
que revelan siempre el tono incierto de lo que
no puede ser reducido a frmula precisa, nadie puede descu-
brir la direccin o la promesa de una interpretacin racional
de las cosas. Ellas son, en su conjunto, la manifestacin com-
pendiada de una infinidad de sentimientos particulares, que
pueden tener su sitio, como es ms evidente para el pesi-
mismo, sea en el temperamento especfico de un individuo de-
terminado (por ejemplo, Leopardi), sea en una situacin co-
mn a toda una multitud (por ejemplo, en los orgenes del
Budismo), Optimismo
y
pesimismo, en resumen, consisten
en generalizar los sentimientos afectivos resultantes de una
cierta experiencia de la vida o de una situacin social deter-
minada,
y
a prolongarlos fuera del crculo de nuestra vida
inmediata al punto de hacer de ella como el eje, el funda-
m,nto o la finalidad del Universo. De suerte que, final-
mente, las categoras del bien
y
del mal, que tienen en rea-
lidad un seiitdo tan modestamente relativo a nuestras contin-
gencias prcticas, devienen, de alguna manera, el criterio para
juzgar el mundo entero, reducindolo as a una imagen tan
pequea que parece no ser ms que la simple presuposicin o
la simple condicin de nuestra dicha o de nuestra desgracia.
As, del uno como del otro de los dos ngulos visuales, parece
que el mundo no puede ser comprendido ms que si l fuera
hecho para el bien o para el mal,
y
constituido para el predo-
minio o para el triunfo del uno o del otro.
88 Antonio Labrila
En el iondo z estns concepciones est siempre la poesa ori-
ginaria constantemente acompaada del mito; en estas con-
cepciones fermenta siempre, desde el grosero optimismo maho-
metano hasta el pesimismo refinado del budismo, la mdula
prctica
y
la fuerza sugestiva de los sistemas religiosos.
Y
eso es muy natural. La religin que, precisamente por eso
y
por eso solamente, es una necesidad, se compone de todas
las transfiguraciones de los temores, de las esperanzas, de los
dolores
y
de las amarguras de la vida cotidiana en arreglos
predeterminados en los cuales se cree
y
teme, de suerte que las
luchas del llamado aqu abajo son transformadas en oposi-
ciones del universo Dios
y
Satn, la cada
y
la redencin,
la creacin
y
la palingenesia, la escala de las expiaciones
y
el
Nirvana. Este optimismo
y
este pesimismo, que se pre-
sentan bajo el aspecto, o mejor, con las apariencias de cosas
pensadas, en el contenido de algunas filosofas no son sino
restos ms o menos creados
y
transformados de no importa
qu manera por la religin, o por esta anti-rreligin que, en
su apasionado arrebato en no creer, se asemeja a la fe. El
optimismo de Leibnitz, por ejemplo, no es, en verdad, la fun-
cin filosfica de su investigacin del clculo infinitesimal,
ni de su crtica de la accin a distancia, ni de su monadismo
metafsico o de su descubrimiento del determinismo interno.
Su optimismo es su religin, es decir, la religin que cree per-
petua
y
permanente, un cristianismo en el que todas las igle-
sias cristianas se concilian, una providencia que halla su jus-
tificacin en la imagen de un mundo que es el mejor de
aquellos que podran ser
y
durar. Esta poesa teolgica tiene
su pendant, dialctico tanto como humorstico, en el Cndido
de Voltaire! Y, lo mismo, el pesimismo de Schopenhauer no
es la resultante necesaria de su crtica de la crtica kantiana,
ni de la funcin directa de sus exquisitas investigaciones lgicas,
sino la manifestacin de su alma de pequeo burgus mez-
quino, envidioso
y
hasta hurao, que se completa con la con-
templacin (metafsica) de las fuerzas ciegas de lo Incons-
ciente (es decir, del esfuerzo ciego para ser)
, y
halla su com-
plemento en una forma religiosa poco advertida en general, la
religin del atesmo
(
1
) .
(1)
Hago excepcin del filsofo TeichmUer. que es el nico que ha
anotado c indicado la forma de ateismo activo como religin y
creencia.
Filosofa y Socialismo 89
Si nos remontamos de las configuraciones
y
de las com-
plicaciones secundarias
y
derivadas de la religin o de la filo-
sofa teologizante, al origen primero e inm,ediato de estas crea-
ciones ideolgicas, que son el optimismo
y
el pesimismo, nos
hallamos en presencia de un hecho tan evidente como sim-
ple: cada uno de nosotros, por su estructura fsica
y
por su
posicin social, es inducido a un cierto clculo hedonista, es
decir, a medir sus necesidades,
y,
por lo tanto, los medios
para satisfacerlas;
y,
en fin, por una consecuencia necesaria
se llega a apreciar, de una u otra manera, las condiciones de
la vida misma en su conjunto. Ahora bien, cuando la inte-
ligencia ha hecho tal progreso que triunfa de los encantos de
la imaginatio
y
de la ignotantia, que encadenan los destinos
tan pobremente prosaicos de la vida cotidiana a las (imagi-
nadas) formas trascendentes, uno no se detiene ms en la
suges-
tin genrica del optimismo o del pesimismo. El espritu se
vuelve hacia el estudio (prosaico) de los medios propios para
alcanzar, no esta cosa maravillosa que se llama la dicha, sino
el desarrollo normal de las aptitudes, que, estando dadas las
condiciones sociales
y
naturales favorables, hacen que la vida
halle en s misma la razn de su ser
y
desenvolvimiento.
Y est all el comienzo de esta sabidura que por s sola puede
justificar el epteto de homo sapiens.
El materialismo histrico, siendo la filosofa de la vida
y
no de las aparaciencias
y
de los reflejos ideolgicos de sta,
supera la anttesis del optimismo
y
del pesimismo, porque su-
pera los trminos al comprenderlos.
La historia es en verdad una serie dolorosamente intermi-
nable de miserias; el trabajo, que es la caracterstica distin-
tiva de la vida humana, se ha hecho el tormento
y
la mal-
dicin de la mayora de los hombres; el trabajo, que es la
premisa de toda existencia humana, se ha hecho la razn de
la sujecin del ms grande nmero de hombres; el trabajo,
que es la condicin de todo progreso, ha puesto los sufri-
mientos, las privaciones, las inquietudes
y
las penas del ms
AI contrario, la irreligin, que est implcitamente contenida en las cien-
cias experimentales, corresponde a la indiferencia del espritu para toda fe
o toda creencia. El atesmo, que es una fe activa, ha dado nacimiento al
sabbad parisin que tuvo por autores principales al ingenuo Chaumette
y
al vacilante Hebert.
90 Antonio Labrila
grande nmero de hombres al servicio del egosmo de algunos.
Luego la historia es un infierno; se la podra representar, en
un drama lgubre, como la tragedia del trabajo!
Pero esta historia lgubre ha sacado de esta misma condi-
cin de cosas, casi siempre con desconocimiento de los hom-
bres mismos,
y
a veces sin arreglo previo de nadie, los me-
dios propios para el perfeccionamiento relativo, primero para
un nmero muy pequeo, luego para algunos ms, despus
para muchos;
y
parece que ahora los prepara para todos. La
gran tragedia no podr ser evitada. Ella no es el resultado
de una falta, ni de un pecado, ni de una aberracin, ni de
una degeneracin, ni de un abandono caprichoso
y
criminal
del camino recto, sino que es una necesidad intrnseca del me-
canismo mismo de la vida social
y
del ritmo de su propio pro-
ceso. Este mecanismo reposa sobre los medios de subsistencia,
que es el producto del trabajo de los mismos hombres com-
binado con las condiciones naturales ms o menos favorables.
Ahora que se abre delante nuestros ojos esta perspectiva: que
la sociedad podr ser organizada de manera que dar a todos
los hombres los medios para perfeccionarse, vemos claramente
que esta espera se hace plausible, precisamente porque, con el
acrecentamiento de la productividad del trabajo, se establecen
las condicions materiales propias para que todos los hombres
participen de la civilizacin. Es en esto que reside la razn
de ser del comunismo cientfico, que no se fa en el triunfo
de una bondad que los idelogos del socialismo han descu-
bierto en no s qu recnditos pliegues del corazn de los
muertos, para proclamar la justicia eterna. Sino que confa
en el acrecentamiento de los medios materiales que permitirn
que todos los hombres gocen de las condiciones de descanso
indispensables a la libertad; lo que significa que las razones de
injusticia sern eliminadas, e sto es: la autoridad, la po-
tencia
y
la dominacin del hombre por el hombre;
y
estas
injusticias (para servirnos del lenguaje de los idelogos) su-
ponen, en verdad, como conditio sine qua non, precisamente
esta miserable cosa material que es la explotacin econmica!
No es ms que en una sociedad comunista que el trabajo
no podr ser explotado
y
que podr ser racionalmente medido.
No es ms que en una sociedad comunista que el clculo he-
donista, no encontrando obstculos en la explotacin privada
de las fuerzas sociales, podr tener el carcter de cosa deter-
Filosofa y Socialismo 91
mnable. Despus de haber apartado los obstculos para faci-
litar el libre desenvolvimiento de cada uno, los obstculos que
diferencian ahora las clases
y
los individuos hasta hacerlos
desconocidos, cada uno podr hallar en la medida de lo que la
sociedad necesita, el criterio de lo que puede hacer
y
de lo
que es necesario que haga. Adaptarse a lo que es factible,
y
sin exigencia exterior, es en lo que reside la medida de la li-
bertad, que no es ms que una sola cosa con la prudencia,
porque no puede haber moral verdadera donde no hay la
conciencia del determinismo. En una sociedad comunista caen
por s mismjas las apariencias antitticas del optimismo
y
del
pesimismo, porque la necesidad de trabajar al servicio de la
colectividad
y
el ejercicio de la plena autonoma personal no
forman ms anttesis, sino que aparecen como una sola
y
mis-
ma cosa; la tica de esta sociedad hace desaparecer la oposi-
cin entre los derechos
y
los deberes, que en el fondo no son
ms que la amplificacin doctrinal de la condicin de la so-
ciedad antittica actual, en donde algunos tienen la facultad
de imponer a los otros la obligacin de hacer; en esta sociedad,
en la que la benevolencia no es ms caridad, no parecer ut-
pico exigir que cada uno obre segn sus fuerzas
y
que cada
uno reciba segn sus necesidades; en esta sociedad la peda-
goga preventiva eliminar, en gran parte, la materia de la
penalidad
y
la pedagoga objetiva de la asociacin
y
de la
colaboracin racional reducir al mnimum la necesidad de
represin; en una palabra, la pena aparecer como la simple
garanta de una organizacin determinada
y
se despojar por
consecuencia de toda apariencia mietafsica de justicia suprema
para vengar o corregir. En esta sociedad no arraigar la ne-
cesidad de buscar al destino prctico del hombre una expli-
cacin trascendente.
Por este criticismo de las causas de la historia, de las razo-
nes de la sociedad presente
y
de la espera racionalmente me-
dida
y
mensurable de una sociedad futura, se ve por qu el
optimismo
y
el pesimismo, como tantas otras ideologas, deban
y
deben servir de alivio
y
de manifestacin a las afectivi-
dades de las conciencias transtornadas por las luchas de la
existencia social. Si es eso lo que quieren decir los idelogos
a los que usted alude,
y
si, hablando de la eterna justicia, quie-
ren recoger todos los suspiros
y
todas las lgrimas de la hu-
manidad a travs de los siglos, que as sea; las licencias po-
92 Antonio Labrila
ticas no estn prohibidas ni aun a los socialistas. Pero que no
intenten darle piernas al mito de la eterna justicia
y
enviarlo
a pelear contra el reino de las tinieblas. Esta grande
y
benc-
factora dama nunca mover ni una sola piedra de la es-
tructura capitalista. Lo que los idelogos del socialismo lla-
man el mal, contra el cual el bien lucha, no es una negacin
abstracta, sino que es un duro
y
slido sistema de cosas rea-
les: es la miseria organizada para producir la riqueza. Y
los materialistas de la historia tienen el corazn tan poco
tierno que afirman que encuentran precisamente en este mal
los resortes del porvenir, es decir, que los hallan en la rebe-
lin de los oprimidos
y
no en las bondades de los opresores.
Que sea fcil volver a la metafsica, en el mal sentido de
la palabra, es la resultante de los estudios que representan,
segn sus autores, la quintaesencia del estudio cientficamente
positivo. Es el caso, por ejemplo, de un gran nmero de
vulgarizadores de la tan criticada
y
criticable antropologa
criminal.
Como fin
y
como tendencia, esta representa una parte im-
portante de la crtica saludable al derecho de castigar, que
poco a poco ha logrado conmover en sus fundamentos toda
la construccin filosfica
y
principalmente la construccin
tica, por un hecho tan simple
y
tan emprico como el de la
necesidad del castigo, dada la existencia de una sociedad. En
el mtodo, sin embargo, raramente sale de los lmites de la
combinacin estadstica
y
de lo probable, que es lo propio
de esta mezcla pintoresca de estudios que se llama la antro-
pologa. No se fundamenta casi nunca, por ejemplo, en la
precisin de la investigacin, gracias a la cual la psiquiatra
(que para algunos se relacionan)
,
por los maravillosos pro-
gresos de la anatoma de los centros nerviosos
y
de todas las
partes de la m^edicina, ha contribuido al desenvolvimiento de
la psicologa, en el espacio de algunos aos, mucho ms que
lo que han hecho veinte siglos de discusiones sobre los textos
de Aristteles
y
las hiptesis del esplritualismo
y
del mate-
rialismo puramente racionalistas.
Pero no es esto lo que quiero indicar.
En esta doctrina domina la tendencia a fijar
y
a conside-
rar como disposiciones (innatas) los actos criminales de los
individuos que presentan ciertos ndices caractersticos; carac-
teres que, segn un punto de vista objetivo, no son siempre,
Filosofa y Socialismo 93
por otra parte, muy claros ni muy patentes. Y hasta aqu esto
puede pasar.
La teora que est en la base del derecho penal de los pases
en los que la revolucin burguesa ha extendido su accin, com-
parte en todo lo que nosotros llamamos el liberalismo: las
ventajas
y
los defectos del principio de igualdad, que, dada
las diferencias naturales
y
sociales de los hombres, no puede
ser puramente formal
y
abstracto. Esta teora es en verdad un
progreso sobre la justicia corporativa
y
sobre los privilegios
del clero
y
de la aristocracia
y,
con respecto a este punto de
vista, hay una victoria histrica en la mxima: la ley es igual
para todos. Adems, esta teora, reduciendo la represin a la
sola garanta jurdica del orden legalmente constituido, se li-
mita a castigar lo que es un peligro o un agravio para la misma
organizacin, pero no penetra ya en la conciencia. Se la
despoja de todo carcter religioso,
y
no castiga ms al pen-
samiento
y
al alma. Ya no es ms el instrumento de una
iglesia, de una creencia, de una supersticin. El derecho penal
es tan prosaico como toda la sociedad capitalista. Y en ello
reside otro triunfo salvo algunas ligeras contradicciones

del pensamiento libre. En una palabra: se castiga el acto


y
no al hombre; se castiga lo que perturba el orden que se quiere
defender, no la conciencia, sea sta irreligiosa, incrdula, atea,
etctera. Para llegar a este resultado esta teora ha debido
construir, sobre la base media de la voluntariedad,
y
exclu-
yendo los casos extremos de ausencia de conciencia
y
de di-
reccin en el acto, una responsabilidad tpica igual para todos
los hombres
(
1
) . Y es as que, como una irona para esta
justicia tan ponderada
y
celebrada, el principio de la ley igual
para todos se trueca dialcticamente en la ms grande injus-
ticia; porque los hombres son en realidad social
y
naturalmente
desiguales ante la ley.
(1)
"...
Generalmente los juristas no se dan cuenta de eso. Res-
ponsabilidad, en el sentido psicolgico de la palabra, quiere decir: atri-
bucin del acto a la persona (al querer) , en tanto que sta es consciente
de su ejecucin de lo que ella quiere. Pero para que la responsabi-
lidad en sentido psicolgico sea igual a la responsabilidad en sentido moral,
es necesario comparar el querer, que es el comienzo de la accin, con el
conjunto de las ideas que forman la conciencia moral del agente,
y
en esta
comparacin no se puede sino llegar a este resultado: que la responsabilidad
moral de cada uno se pierda en una diferenciacin infenitesimal de individuo
a individuo",
pg. 124 de mi libro: Dclla liberta mtale. aples, 18 73.
94
Antonio Labriola
Sobre esta dialctica se han aplicado desde hace aos los
socilogos
y
los crticos de toda especie. Hay como una larga
escala de opiniones opuestas al derecho existente: desde la
paradoja matizada de misticismo que la sociedad castiga los
delitos que engendra, hasta la exigencia humanitaria del
principio de la ley igual para todos, que la educacin igual
para todos justifica suministrando las condiciones de realiza-
cin. El punto culminante de todas las crticas lo ocupan los
socialistas consecuentes, quienes, partiendo del concepto de las
diferencias de clase como esenciales a la vida social actual, no
buscan en el derecho de castigar, como no lo buscan en nin-
guna otra parte del derecho existente, la justicia igual para
todos, ya que eso sera buscar lo inverosmil, dada esta forma
de sociedad en la que las diferencias es la causa
y
el conte-
nido de la asociacin misma. El derecho de justicia medio,
que por lo general es contradictorio con sigo mismo, es na-
tural a una sociedad en la que el postulado de igualdad debe
presentar constantes desmentidos. La mentira es mucho ms
evidente en el lindo hallazgo de los apologistas de la forma
capitalista, cuando dicen que, despus de todo, los asalariados
son ciudadanos libres que libremente se venden, tratndolos
como iguales con sus iguales, los capitalistas I Pero nosotros
los socialistas no queremos abandonar el principio contradic-
torio en s, para ir en seguida con los reaccionarios que lo
atacan por otras razones
y
que querran eliminarlo de otra
manera: ms an, lo aceptamos como la negacin inmanente
de la sociedad burguesa, es decir, como su corrosivo histrico.
La antropologa criminal ha venido oportunamente apor-
tando el concurso de sus estudios especiales a la tesis crtica,
para poner en evidencia lo que hay de inverosmil en la ley
igual para todos. En este sentido es una doctrina progresiva.
A las diferencias sociales, que hacen absurdo el postulado de
la responsabilidad igual para todos segn la forma tpica de
la voluntariedad del espritu sano, ha agregado el estudio de
las diferencias presociales, que son los lmites que la
anima-
lidad opone, como fuerzas invencibles, a toda accin de adap-
tacin educativa. Y no estara dems investigar si ha exage-
rado la importancia de esta animalidad, interpretando mal los
casos estudiados o aumentando enormemente a veces los re-
sultados de obser\'aciones parciales
y
poco precisas. Lo im-
portante es aclarar que, con respecto a cierto punto de vista
Filosofa y Socialismo 95
metdico, vuelve a caer, inconscientemente, en la aborrecida
metafsica. En su legtimo deseo por combatir la entidad jus-
ticia
y
la entidad responsabilidad, se detiene en seguida, pre-
cisndolos, en los hechos naturales
y
en las disposiciones para
cometer delitos, de donde toma la denominacin
y
la defi-
nicin para las categoras de la proteccin social que respon-
den nicamente a las condiciones de la vida a las cuales los
hombres, solamente despus de su nacimiento, se adaptan poco
a poco. En la naturaleza, en una palabra, existe la lascivia
desenfrenada
y
excesiva, pero no el adulterio ("que es una
categora ms que social!); la rapacidad, pero no el robo,
con todas sus especificaciones econmicas, hasta la falsa firma
en una letra de cambio; el temperamento sanguinario, pero
no el regicidio, etc. Y que no se diga que todo esto son cues-
tiones simplemente verbales. Esto atae a la esencia de las
cosas. Esto concierne a la conciencia de los lmites metdicos.
Importa recordar que la metafsica es un mal atvico, al que
no escapan ni aquellos que gritan ahora
y
han gritado siem-
pre: abajo la metafsica! En otros dominios de estudios, en
la psicologa en general
y
en la psiquiatra en particular, ha
sucedido siempre lo m,ismo. Muchos de aquellos que quieren
localizar en el cerebro los fenmenos psquicos, en lugar de
atenerse a los hechos ms elementales, que, en verdad, slo
desde hace poco han sido separados
y
fijados, localizaban
(como ha sucedido al eminente fisilogo Ludwig) las fa-
cultades del alma
y
otros productos semejantes del raciona-
lismo filosfico, es decir, que daban un lugar material a lo que
no existe. La antropologa criminal debe an separar clara-
mente
y
fijar de manera crtica sus propias categoras,
y
no
aceptar como naturales e innatas las categoras que el derecho
de castigar, tomando en cuenta las condiciones de la simple
experiencia social, ha establecido
y
aceptado por razones
prcticas.
96
Antonio Labrila
IX
Roma, julio 2 de 1897.
Hace usted alusin a los crticos de toda tendencia que
piensan, por muy distintas razones, que el cristianismo escapa
a la inteligencia materialista de la historia,
y
por eso estiman
que hay en ello una objecin de una dificultad insuperable.
Debo internarme en esta selva, que sin ser enmaraada,
es, sin embargo, para m bastante obscura? Bien sabe usted
cuan grande es mi horror por los esquematismos de toda espe-
cie. Yo no creo
y
pensar lo contrario sera pura fatuidad

que jams se pueda dar una teora histrica tan buena


y
ex-
celente que por s misma nos ensee de un golpe el conoci-
miento sumario de las historias particulares cuando no domi-
namos ya, por estudies personales
y
directos, todos sus deta-
lles. Ahora bien, hasta ahora yo no he hecho nunca estudios
ex profeso sobre la historia de la iglesia cristiana para permi-
tirme hablar de ella libremente; s muy bien, por otra parte,
que muchos de los que la critican hablan de acuerdo a impre-
siones puramente generales. En mi juventud, como todos los
que vivamos dentro de la filosofa clsica alemana, he ledo a
Straus
y
las principales obras de la escuela de Tubingen,
y
ahora, como tantos otros, podra, con una pequea variante,
repetir la exclamacin de Fausto: ich hahe, leider, auch Theo-
logie studittl
Despus ... no me he ocupado ms de estas cosas. Pero
mantengo, sin embargo, fuertemente en m esta conviccin:
de que as como la escuela de Tubingen comenz, en forma
definitiva
y
verdadera, estudiando el cristianismo de la nica
manera que puede ser calificada de histrica, as tambin los
progresos ulteriores consisten principalmente en correcciones
y
complementos, que ya fueron aducidos o que ahora se aducen,
a los resultados de dicha escuela. La principal de estas correc-
ciones es
y
debe ser, a mi juicio, la siguiente: mientras' que
la escuela de Tubingen se propuso, de manera preponderante
pero no exclusiva, estudiar la gnesis
y
el proceso de las creen-
cias
y
de los dogmas, ha sido
y
es necesario dedicarse al estu-
Filosofa y Socialismo
97
dio objetivo de la formacin
y
del desarrollo de la asociacin
cristiana. Vinculando as las consideraciones que, brevitads
causa, llamara sociolgicas, se da un paso adelante haca el
carcter objetivo de la investigacin: de suerte que la inteli-
gencia de cmo
y
por qu la asociacin ha nacido
y
desarro-
llado, nos permite ver por qu razones
y
en qu direcciones
las almas, las inteligencias, los deseos, los temores, las espe-
ranzas, las aspiraciones
y
la imaginacin de los asociados han
debido acompaar ciertas creencias, buscar ciertos smbolos,
llegar a la concepcin de ciertos dogmas; cmo han podido, en
una palabra, agrupar todo un mundo doctrinal e ideolgico.
Cuando se ha operado esta inversin se est ya sobre el ca-
mino que lleva derecho al materialismo histrico, estando desde
entonces muy cerca de este postulado general: que es necesario
considerar las ideas como el producto
y
no como la causa de
una estructura social determinada. Si no me engao por-
que, como ya le he dicho, conozco bastante mal estos proble-
mas
, esta corriente realista es tambin objeto de recientes
trabajos en la antigedad cristiana, cuyos productos principa-
les se deben, me parece, a escritores como Harnack, por ejem-
plo. Cito incidentalmente, porque he estudiado el libro, las
tres clebres lecturas del ingls Hatch, donde se muestra, por
un anlisis muy claro
y
muy documentado, que la asociacin
cristiana, algn tiempo despus de sus orgenes, se desenvuelve
y
consolida adaptndose a las distintas formas de derecho
corporativo que estaban en rigor en las diferentes regiones
del imperio, a las condiciones especiales del derecho pblico
romano, o a otros usos locales
y
nacionales
y,
particularmente,
a las instituciones griegas
y
helnicas. Que nuestros obispos
no se enojen por eso. El espritu santo ha contribuido tam-
bin a darles una situacin superior a la del resto de los fie-
les, desde que, en las asociaciones originariamente democrti-
cas, han creado una diferenciacin jerrquica entre clrigos
y
laicos (es decir, el pueblo) , aunque su nombre mismo recuerda
que la organizacin fu constituida sobre el modelo exacto de
los cuerpos de barqueros, de pescadores, de panaderos, etc.,
que tenan, tambin ellos, sus obispos (celadores) et reliqua.
Llegado a esto se puede dar un paso adelante. Se puede
abandonar la idea abstracta
y
genrica de una historia nica
y
unitaria de todo el cristianismo
y
llegar a la historia par-
ticular, segn los tiempos
y
lugares, de la asociacin cristiana;
98
Antonio Labriola
asociacin que ya es slo una parte de una ms extensa so-
ciedad civilizada, a medio civilizar o completamente brbara,
en la cual creci en los tres primeros siglos; que ya parece
dominar
y
absorber todas las relaciones de la sociedad a medio
civilizar o completamente semi-brbaras, como en el Occi-
dente latino de la Edad Media;
y
que, finalmente, despus
de la disolucin de la unidad catlica a consecuencia del pro-
testantismo
y
una vez reconocida la libertad de conciencia,
y
ms particularmente despus de la Gran Revolucin, se hace
una parte del todo en la comunidad poltico-social, una parte
preponderante, secundaria o nfima, etc.,
y
as siempre. Es de
esta manera que se puede tratar tambin el problema de las
relaciones de la Iglesia
y
del Estado, que es una cuestin de
relatividad histrica
y
no de elaboracin terica formalista.
Es as que se llega al fin a poseer la norma para investigar
y
exponer las condiciones materiales que, como ha sucedido
para todas las comunidades sociales, engendran, primero, la
asociacin cristiana
y
despus la conservan, la perpetan o la
llevan a su disolucin parcial o local, con las variadas vicisi-
tudes que en seguida se presentan evidentemente sin dificul-
tad en sus causas
y
en sus razones. Y se comprende que las
creencias, los dogmas, los smbolos, las leyendas, las liturgias,
etctera, deben venir en segunda lnea, como sucede con todas
las otras superestructuras ideolgicas.
Continuar escribiendo la historia de la entidad Cristianismo
(la designo aqu con una sola palabra con letra mayscula)
es agravar an el error de mtodo en el que incurren los lite-
ratos
y
los eruditos cuando componen, de manera absoluta-
mente unitaria, como si se tratara de cosas existiendo por s
mismas, la historia de la literatura o de la filosofa. En estas
sabias manipulaciones parece que los poetas, oradores
y
fil-
sofos de diversas pocas, aislados del resto del mundo en el
que realmente vivieron, se dan la mano a travs o por encima
de los siglos para formar una ilustre continuidad, dando la
impresin de que no toman la materia
y
las razones de filo-
sofar o de escribir poesa de las condiciones de la sociedad
en que vivieron
y
del estadio de su evolucin, sino que se
esforzaron por entrar en la serie independiente que constituye
la tabla de las materias cuidadosamente redactadas en la docta
compilacin. Se comprende lo cmodo que es tener al alcance
de la mano, en un manual, el conjunto de las informaciones
Filosofa y Socialismo
99
sobre lo que se llama la literatura francesa, desde la Cancin
de Rolando, por ejemplo, hasta las novelas de Zola; pero entre
todos estos autores no slo hay una diferencia cronolgica
y
una simple variedad en las facultades poticas, sino que
hay tambin el cambio de todas las relaciones de la vida social
en todos sus principales aspectos
y,
con relacin a estas trans-
formaciones sociales las manifestaciones literarias no son ms
que ndices relativos, sedimentos especficos
y
casos particula-
res. Puede ser cmodo, especialmente para esta preparacin
artificial del saber, que forma una tan gran parte de la acti-
vidad de nuestros universitarios, reducir a resmenes la suma
de lo que, en la historia, nosotros llamamos, de una manera
genrica, filosofa; pero, cmo poder comprender, segn esto,
el hecho de que los filsofos hayan llegado a pensar de ma-
nera tan discordante
y
a menudo tan contradictoria? Cmo
disponer sobre una lnea de proceso continuo, independiente
y
unitario, la filosofa de la antigedad, que constituy
hasta Platn casi toda la ciencia (ese mnimo de ciencia que
fu la escolstica ahogada por la teologa),
y
ms tarde la
filosofa del siglo XVII, que es una forma de investigacin
conceptual paralela a la nueva ciencia contempornea de ob-
servacin
y
experimentacin
y,
en fin, esta neo-crtica que
tiende ahora a hacer de la filosofa una simple revisin for-
mal de lo que se sabe de cada una de las ciencias, ya tan
diferentes entre s?
A potiovi es absurdo escribir, si no es por necesidad profe-
sional, historias universales del Cristianismo. No hablo de
aquellos que piensan con alma de creyentes
y
estiman que el
hilo conductor de las historias unitarias est en la misin pro-
videncial de la iglesia misma a travs de los siglos. Para los
que tienen esa opinin
y
comprenden, de distinta manera
por otra parte, esta historia ideal eterna, que sera como una
revelacin inmanente o progresiva, nosotros no tenemos nada
que decir, nada que sugerir. Se halla fuera de nuestro alcance.
Pero, cmo los crticos que escriben historias unitarias del
Cristianismo, sabiendo
y
reconociendo que tienen en sus manos
una materia que es parte de condiciones sucesivas variables
y
ms o menos necesarias de la vida humana, no ven que la ima-
gen de continuidad que de ella se forman reposa sobre una muy
dbil tradicin,
y
que no es ms que un esquema muy vago
de cosas que apenas se pueden conciliar?
100
Antonio Labriola
El nacimiento, la extensin, la expansin, la organizacin
y
la desaparicin (en ciertas partes del mundo, por ejemplo,
en Asia Menor
y
frica Septentrional) de la asociacin cris-
tiana, sus diferentes actitudes con respecto al resto de la acti-
vidad prctica,
y
los mltiples lazos que ha tenido con otros
grupos
y
potencias poltico-sociales; todas estas cosas, que es
historia verdadera
y
real, no pueden ser comprendidas si no
se parte del conjunto de las condiciones de cada pas en par-
ticular, en donde un pequeo nmero, un gran nmero o
to-
dos los habitantes o ciudadanos, sean miembros de una modesta
secta, pertenezcan a un catolicismo autoritario, sean persegui-
dos, tolerados, o intolerantes o perseguidores, se decan o se
dicen cristianos. Es as solamente que se comienza a poner
pie sobre un terreno slido; es ese el digno objeto de la inteli-
gencia histrica. Y para pasar a la interpretacin materia-
lista de la historia no es necesario, entonces, ms esfuerzo que
el que hace falta para no importa qu rama del conocimiento
de la vida del pasado.
En una palabra, la historia real es la de la iglesia, o
mejor
de las iglesias, es decir, de una sociedad que tiene su oikonO'
mia, en el sentido genrico de la organizacin como en el
sentido especfico del modo de adquisicin, de produccin, de
distribucin
y
de conservacin de los bienes (ay, s, de la
tierra!). Aquellos que entienden por cristianismo, en sentido
exclusivo, nicamente el conjunto de creencias
y
esperanzas
sobre el destino humano (creencias que, en realidad, son tan
variadas que hay mucha diferencia, para no citar ms que
una sola, entre el libre arbitrio del catolicismo posterior al
concilio de Trento
y
el determinismo absoluto de Calvino),
deben resignarse a comprender
y
admitir que este conjunto
de ideas
y
tendencias ha nacido
y
desarrollado siempre en
el seno de una asociacin que continuamente variaba en dis-
tintos sentidos,
y
que siempre fu ms o menos contenido en
un medio histrico-social, ms vasto
y
ms complejo, para
servirnos de la expresin preferida de los neologistas.
Es necesario tener en cuenta otra consideracin. En el
cuarto de hora de prosa cientfica en que nos hallamos en este
momento, no se puede hacer creer a nadie que la masa de
aquellos que estaban agrupados en la asociacin cristiana hayan
jams tenido una idea clara de la variacin de los dogmas
y
de las discusiones sutiles de sabios
y
de doctores. De las
Filosofa y Socialismo 101
plebes de Antioqua, de Alejandra, de Constantinopla, etc.,
que se agitaban bajo las banderas de Arrio
y
de Atanasio,
nosotros no conocemos de manera precisa ni las pasiones, ni
los intereses, ni su manera diaria de vivir, ni sus idiotismos
habituales; nosotros no las podemos describir como si se tra-
tara de las masas actuales de aples o de Londres; pero no
seremos nunca lo bastante simples para creer que compren-
dan un pice de las disputas sobre la substancia, simplemente
semejante o completamente idntica, del hijo
y
del padre.
Nosotros no podremos medir la diferencia real que existi
entre los artesanos de Genova
y
los de la Italia del siglo XVI
de acuerdo a la diferencia doctrinal que hay entre Calvino
y
Belarmino. Es por eso que la historia del Cristianismo sigue
siendo en gran parte obscura, porque casi siempre no nos ha
sido trasmitida ms que a travs del velo ideolgico de los que
fueron el reflejo dogmtico-literario del desenvolvimiento de
la asociacin, de suerte que se sabe relativamente poca cosa
de la vida prctica,
y
lo poco que se sabe se reduce a casi nada
a medida que se remonta a los primeros siglos.
Adems, la masa de la asociacin siempre conserv en su
corazn
y
transport en las creencias
y
en las pequefas le-
yendas gran nmero de las supersticiones
y
mitos de los que
estaba imbuida antes de su conversin, adems de todas aque-
llas otras supersticiones
y
mitos que se vio precisado crear
para aceptar, en alguna manera, las doctrinas abstractas
y
metafsicas del cristianismo doctrinal. Es lo que sucede
muy visiblemente ya desde la segunda mitad del siglo XII,
cuando la asociacin haba cesado de ser una secta democr-
tica de gentes aguardando el reino de Dios, penetrados todos
del espritu santo, para encaminarse hacia la constitucin de
un catolicismo organizado, ya desde el punto de vista de la
ortodoxia, ya desde el de una coordinacin jerrquica semi-
poltica de una gran masa, no de santos, sino simplemente de
hombres. El transporte de todas las supersticiones locales, re-
gionales
y
tnicas al seno del cristianismo se acrecienta a partir
del momento en que la Iglesia, hacindose ortodoxa, oficial
y
territorial, no le fu posible, ni a los ms celosos, separar,
mediante una escrupulosa depuracin, los que podan ser per-
suadidos por una enseanza pedaggica de los que estaban
obligados a creer
y
a sujetarse a los ritos
y
a las formas, cuales-
quiera fuesen. A la cada del Imperio de Occidente las con-
102
'
Antonio Labrila
versiones sumarias
y
forzosas de los brbaros de la Germania
y
de los pases eslavos aumentaron el capital de creencias po-
pulares que fueron el alimento cotidiano de las masas, obli-
gadas a profesar smbolos
y
creencias muy superiores o muy
extraas a su estado intelectual, ya que ellas representan una
mezcla de muchas semi
-
filosofas. Todas estas poblacio-
nes cristianas vivieron
y
continuarn viviendo de sus mlti-
ples creencias;
y
es por esta razn que despus ellas trans-
forman realmente los datos ms comunes del cristianismo en
mviles
y,
en ocasiones, en nuevas, especiosas mitologas. Por
encima de esta vida ingenuamente brbara se cerna, como una
ideologa inaccesible a las multitudes
y
como una utopa doc-
trinal, las definiciones de los doctores
y
las decisiones de los
concilios.
Qu razones
y
qu causas, qu mviles
y
qu medios
unan, pues, a los miembros de esta comunidad durante el
tiempo que se dice que la religin fuera el alma
y
sostn de
toda la vida? Hago abstraccin de las vejaciones
y
violencias
para no entrar en un captulo muy espinoso, al que se re-
fieren de ordinario los adversarios apasionados del cristianis-
mo, captulo que nos descubre las tiranas ms odiosas, las
persecuciones ms feroces
y
ms inhumanas
y
la hipocresa
ms refinada. Tantum regilio potuit suadere malorum! Lo
que quiero indicar sobre todo es que la fuerza principal de
cohesin estaba principalmente en los medios materiales tan
despreciados, cuyo uso, manejo
y
gobierno han hecho de la
asociacin una potente organizacin econmica, con sus ofi-
cios, su jerarqua, su derecho, sus ciervos, sus esclavos, sus co-
lonos, sus ministros, sus protegidos
y
sus vasallos. La propie-
dad eclesistica representa toda una serie de variaciones, desde
el bolo del semi-comunista hasta la corporacin legal,
y
desde
sta a la coleccin de los legados, a la constitucin de los com-
plejos territoriales del latifundio,
y
desde el feudo con sus
corolarios, las dcimas
y
las finanzas de almas, hasta la ten-
tativa ms moderna de industria colonial (los jesutas),
y
as a otras cosas an. Lo que mantiene la cohesin de los
humildes fu principalmente, como lo es an hoy, la limosna,
la asistencia a los desgraciados, a los enfermos, a las viudas,
a los hurfanos; la administracin ordenada
y
metdica de los
campos, el desmonte de las nuevas tierras conquistadas para
el cultivo. Son esos los medios que, como ha sucedido para
Filosofa y Socialismo 103
todas las otras personas morales, han hecho de la asociacin
cristiana una cosa viviente,
y
que, sobre todo en la Edad Me-
dia, ha permitido a un pequeo nmero de
iniciados en la
doctrina hacer servir una vasta agrupacin econmica a sus
fines relativamente ms elevados, ms nobles, ms altruistas
y
ms progresivos, como no lo fu en los crculos de las pose-
siones estrechamente feudales
y
bajo la influencia de los so-
beranos ocupados en robar, en hacer saqueos o en vivir como
piratas. La burguesa, en sus diversas fases, con ms o menos
rapidez
y
en formas ms o menos revolucionarias, ha arra-
sado despus esta economa de la propiedad cristiana,
y
la ha
incorporado de diversas maneras a la propiedad de pleno de-
recho privado, hacindola desaparecer como un fluido en el
sistema capitalista. Ah donde esta propiedad de economa
eclesistica ha resistido en parte
y
donde resiste an los golpes
de la burguesa triunfante, es porque sta cumple todava cier-
tas funciones que las otras organizaciones pblicas,
y
el Esta-
do que las representa, no realizan o permiten que la Iglesia
las realice en forma de concurrencia.
La historia de esta economa forma la substancia de esta
interpretacin de las variaciones del cristianismo, que la cr-
tica ulterior tendr que elaborar. Gregorio el Grande, que
parece estar tan convencido que el obispo de Roma est des-
tinado a substituir al desaparecido imperio de Occidente, Gre-
gorio, que todas las personas de espritu culto conocen por sus
visiones, su amor a la msica
y
por el apostolado de su dele-
gado Agustn entre los anglo-sajones, ha redactado como eco-
nomista las leyes de explotacin del latifundio eclesistico. A
algunos siglos de distancia, a travs de las adversidades que
han sufrido los semi-Estados
y
las diferentes comunidades
semi-polticas que se desarrollaron en el seno del imperio de
Occidente, siempre mal afirmado
y
mal restaurado, la muy
vasta propiedad eclesistica, por todas partes expandida
y
por
todas partes consolidada, permite tentar la poltica que, de
Gregorio VII a Bonifacio VIII, tuvo por objeto hacer del
sucesor de Pedro el heredero de Augusto. Esta poltica fu
lo que fu no porque los monjes de Cluny elaboraran la teora,
o porque, como es verdad, Gregorio VII e Inocencio III fue-
ran hombres eminentes, sino porque este vasto imperio eco-
nmico ofreca los medios para tentar un gran plan de orga-
nizacin, centra el cual, como se sabe, se han opuesto, de di-
104
Antonio Labriola
versa manera, no solamente los otros semi-potentados pol-
ticos de la poca
y
ciertas regiones en donde la actividad in-
dustrial
y
comercial era ms avanzada (Flandes, Provenza,
Italia del Norte) , sino tambin los distintos fines del cenobi-
tismo exaltado, la libertad civil cristiana
y
una parte de la
plebe
y
de los nuevos burgueses. Y, en efecto, la humilla-
cin infligida a Bonifacio VIII en Anagni no es ms que el
punto culminante de la poltica de Felipe el Hermoso, que,
como precursor muy lejano del principal revolucionario del
siglo XVI, es el primero que atrevidamente pone la mano
sobre los bienes del pueblo cristiano.
Deseo terminar aqu esta digresin porque esta historia
econmica no ha sido an escrita,
y
porque no soy yo quin
la ha de comenzar con estas notas incidentales.
Me parece, sin embargo, or que nuestros crticos habi-
tuales arguyen pero acabada esta historia econmica, todo el
resto aparecer claro de una claridad meridiana? Es la suerte
ordinaria de todos los que construyen castillos de naipes para
tener despus el placer de destruirlos soplndoles. Explicar
un proceso consiste, en general, en reducirlo a sus condiciones
tan elementales que nos sea posible percibir
y
seguir (desde el
mnimum perceptible) las fases sucesivas, como se desciende
de las premisas a las consecuencias.
No se le ocurrir a nadie afirmar, por ejemplo, que cuando
se conozca a fondo la estructura econmica de Atenas, desde
fines del siglo V hasta comienzos del IV antes de J. C,
pretenda comprender inmediatamente
y
sin ms, es decir, sin
la ayuda de la crtica de los elementos intelectuales recogidos
por la tradicin, el contenido ideolgico de todos los di-
logos de Platn. Lo que requiere previa explicacin es, en
verdad, la individualidad de' Platn, es decir, sus actitudes es-
tticas
y
mentales, su pesimismo, su fuite du monde, su idea-
lismo
y
su utopismo. Todo eso es el producto de las condi-
ciones que, lo mismo que se han desarrollado ideolgica-
mente en Platn, igualmente se han desarrollado en tantos
otros contemporneos, que sin eso no lo hubieran compren-
dido, admirado
y
seguido al punto de constituir alrededor de
l una secta que vivi durante tantos siglos en tan diferentes
formas. Si se trata de separar esta formacin ideolgica pre-
cisamente del medio en el que ha nacido, como primer prin-
Filosofa y Socialismo
105
cipo del cristianismo, ste se hace incomprensible, es decir,
poco ms o menos que absurdo.
A potori eso es verdad para las disposiciones
y
para las
inclinaciones imaginativas o mentales que ha hecho nacer la
necesidad de tantas creencias, de tantos smbolos, de tantos
dogmas, de tantas leyendas, en la gran comunidad que fu
la asociacin cristiana con sus fines mltiples
y
sus mltiples
combinaciones. Y es en verdad mucho ms fcil comprender
las relaciones que unen en general a todas estas ideaciones
en condiciones materiales determinadas de la comunidad, que
explicar separadamente tedas estas ideaciones en su contenido
particular. Esta dificultad de una explicacin adecuada se
agrava por el hecho de que se trata de una poca de terribles
catstrofes, de revueltas intestinas, de decadencia de las apti-
tudes para la ciencia, de tiempos, en suma, en los que falta
casi siempre el testimonio imparcial, la crtica, la opinin
pblica, en donde los espritus ms potentes, separados de la
vida, son llevados hacia lo abstruso, las sutilidades
y
el ver-
balismo.
Estas son, en efecto, las dificultades para comprender
c-
mo las ideologas nacen del terreno material de la vida, que
es lo que da fuerza a los argumentos de los que no admiten
que sea posible dar una completa explicacin gentica del
cristianismo. En general es verdad que la fenomenologa
o
la psicologa religiosa, cualquiera sea el nombre que se le d,
presenta grandes dificultades
y
contiene puntos muy obs-
curos.
La manera por la cual los datos empricos de la natura-
leza
y
de la vida social se transforman, en pocas determi-
nadas,
y
estando dadas ciertas disposiciones tnicas, pasando
por el crisol de la imaginacin, en personas, en dioses, en n-
geles, en demonios
y,
en seguida, en atributos, en emanacin,
en ornamento de las mismas personificaciones,
y,
en fin, en
entidades abstractas
y
metafsicas como el ogos, la bondad
infinita, la justicia suprema, etc., no son cosas que sean f-
ciles de com.prender plenamente. En el dominio de la produc-
cin psquica derivada
y
complicada nosotros estamos
muy
lejos de las condiciones elementalsimas por las cuales, por la
observacin
y
por la experiencia, es, por ejemplo, posible
seguir el nacimiento
y
desenvolvimiento de las sensaciones de
un extremo al otro, es decir, desde los aparatos perifricos hasta
106 Antonio Labrila
los centros cerebrales, en los que la excitacin
y
las vibraciones
se cambian en hechos de conciencia, es decir, en conciencia.
Pero, es que esta dificultad psicolgica es particular a
las creencias cristianas? No es esta dificultad comn a la
formacin de todas las creencias, de todas las concepciones m-
ticas
y
religiosas? Las creaciones tan originales del Budismo
primitivo o las creaciones ms derivadas an
y
casi sincrticas
del mahometismo, son ms claras? Y si nos remontamos ms
all de los sistemas de las grandes religiones, a la creacin de
los mitos primitivos de nuestros primeros padres arios, sus
concepciones imaginativas son ms claras
y
evidentes a pri-
mera vista? Es, pues, fcil darse cuenta en detalle de todas las
transformaciones por las que ha pasado la imaginacin de
tantas generaciones, a travs de tantos siglos, para que la pra-
mantha, esto es, el cayado que produce una chispa por frota-
miento sobre otro pedazo de madera, se transforme poco a
poco hasta llegar a ser el hroe Prometeo? Y es ese, sin em-
bargo, el mito ms conocido de la mitologa indo-europea, del
que tenemos ms referencias sobre sus diferentes fases embrio-
genticas, desde los ms antiguos himnos vedas en honor del
dios Agni (el fuego), hasta la creacin tico-religiosa de la
tragedia esquiliana.
Es que los productos psquicos de los hombres de los siglos
pasados presentan a nuestro espritu dificultades especiales.
No podemos fcilmente reproducir en nosotros las condicio-
nes necesarias para fundirnos en el estado de espritu interior
que corresponda a esos productos. Es necesario una larga ex-
periencia para adquirir la actitud que es propia del gloslogo,
del filsofo, del crtico
y
de los que estudian la prehistoria, es
decir, de los que, por un largo ejercicio
y
por tentativas a me-
nudo reiteradas, se hacen algo as como una conciencia artificial,
en conformidad
y
en armona con el objeto a explicar.
Pero el cristianismo
(y
entiendo por esto la creencia, la doc-
trina, el mito, el smbolo, la leyenda,
y
no la simple aso-
ciacin en su oikonomika), presenta relativamente menos di-
ficultades ya que est ms cerca de nosotros. Nos envuelve
por todas partes
y
debemos considerar constantemente sus con-
secuencias
y
derivaciones en la literatura
y
en las diferentes
filosofas que nos son familiares. Podemos an hoy observar
cmo las multitudes cambian, groseramente, tanto las supersti-
ciones atvicas como las supersticiones recientes con una acep-
Filosofa y Socialismo
107
tacin meda o apenas aproxmativa al principio ms gene-
ral que unifica todas las confesiones, esto es: el principio de
la cada
y
de la redencin. Podemos ver la asociacin cris-
tiana en accin, en lo que hace
y
en las luchas que sostiene,
por lo que estamos en condiciones de representarnos el pa-
sado efectuando combinaciones anlogas; cosa que nos es
difcil para la interpretacin de creencias remotas. Asistimos
an a la creacin de nuevos dogmas, de nuevos santos, de
nuevos milagros, de nuevos santuarios
y,
pensando en el pa-
sado, podramos decir: tal cual como ahora! Quiero decir
con esto que disponemos de un capital de observaciones
y
ex-
periencias psicolgicas que nos permiten revivir el pasado con
menos esfuerzo que el que nos es necesario cuando debemos
contentarnos slo con el anlisis de los documentos de las con-
diciones primitivas. Desde cundo se comienza a investigar
algo con exactitud sobre el origen del lenguaje, sino desde
que se ha comprendido que no se tiene otro terreno de ex-
periencia que el que nos ofrecen los nios cuando aprenden
an hoy a hablar?
El problema del conocimiento de los orgenes del cristia-
nismo es dificultado por otro prejuicio: se cree que se trata
de una primera formacin
y
de una creacin casi ex nihilo.
Estos no ven que los que se hacan cristianos llegaban
a l
partiendo de otras religiones; por otra parte, el problema del
origen se reduce, ante todo, en recordar la manera por la
cual los elementos preexistentes han tomado nueva forma en
el seno de la asociacin
y
en saber en que consiste el nudo ver-
dadero
y
propiamente nuevo de la neo-formacin. Se trata
de tiempos histricos. De estas religiones conocemos princi-
palmente la forma del judaismo posterior, que consista, para
la masa del pueblo, n un mesianismo exaltado,
y
para la
clase de los sabios, en una casustica muy sutil. Apenas si
conocemos los cultos, las supersticiones
y
las creencias de las
diferentes manifestaciones paganas del imperio
y
las tenden-
cias religiosas de gran parte de los filsofos de esta poca, que
fueron casi todos decadentes, de la misma manera que apenas
si conocemos las inclinaciones de los pueblos de entonces, ms
que nunca dispuestos a aceptar las nuevas formas de fe, las
nuevas promesas
y
la buena nueva.
Se trata, pues, no de una creacin, sino de una transfor-
macin
por lo que estamos, entonces, en un terreno que
108
ANTONIO LABRIOLA
es comn a todas las otras historias. Por ejemplo (ya que
hablo de una manera sumaria e incidental) : cmo ha sur-
gido Jess como el Mesas de los Hebreos (forma primitiva ebio-
nita) ; cmo el Mesas de los Hebreos se ha hecho el redentor
del pecado para todos los hombres (Pablo),
y,
en fin, cmo
se ha combinado con el logos del neo-platonismo de Filn
(cuarto evangelio) ? Es este el esquema del proceso ideol-
gico, pero, por otra parte: cmo la asociacin primitiva co-
munista (comunismo, sea dicho al pasar, de la consumicin)
de aquellos que aguardaban el prximo fin de este mundo de
pecado
y
la catstrofe universal (el Apocalipsis), ha llegado
a ser una asociacin (iglesia) la espera del mienium ha
sido transferida para una poca indefinida (segunda epstola
de Pedro)

, cuya organizacin aumenta, cuya economa se


desarrolla,
y
se da sucesivamente nuevas atribuciones
y
nuevos
roles? En este proceso que va de la secta a la Iglesia, de la
espera ingenua a la formulacin doctrinal compleja, es en
donde reside todo el problema de los orgenes. El desenvol-
vim.iento de la asociacin entraaba su adaptacin a las dife-
rentes formas de los derechos entonces existentes,
y
la difu-
sin del platonismo decadente vino en ayuda a la necesidad
de la doctrina. Por cierto que no podemos poner directa-
mente a nuestro alcance
y
someter a observacin todas estas
producciones en una narracin cronolgica intuitiva. Nos-
otros no presenciamos la conversacin de Felipe, de Mateo,
de Pedro, de Santiago
y
sus sucesores inmediatos, as como
escuchamos a Camilo Desmoulins a las 15 horas, el domin-
go 12 de julio de 1789, en un caf del Palais-Royal. No
seguimos el nacimiento
y
la consolidacin de los dogmas co-
mo si se tratara de la compaginacin de los artculos de la
Enciclopedia. Estamos considerando una poca de impresio-
nes confusas
y
de revueltas como no se han visto despus. Gran-
des epidemias morales invaden las almas. Las relaciones ms
elementales de la vida entran en un perodo de crisis aguda.
Por encima de esta civilizacin del mundo mediterrneo que
unificaba el poder poltico-administrativo del imperio
y
por
sobre lo que haba de ms til
y
ms refinado en el Hele-
nismo, exista una vegetacin infinita de barbaries locales
y
de decadencias ptridas. Basta recordar que el cristianismo se
ha detenido, de hecho
y
de nombre, como una cosa en s, en
Antoco, depositario de todos los vicios,
y
que Pablo dirige
Filosofa y Socialismo 109
sus sutiles meditaciones a los Clateos, judos dispersos en un
pas de verdaderos brbaros, mostrndonos que son muy poco
diferentes de los judos que ms tarde componen el Talmud.
El cristianismo se ha extendido entre la plebe, entre los hu-
mildes, los rechazados, los esclavos
y
los desesperados de las
grandes ciudades, cuya vida tenebrosa nos es casi desconocida,
a pesar de las stiras de Petronio
y
Juvenal, los cuentos de
Luciano
y
los relatos macabros de Apuleyo. Qu sabemos
de cierto de la condicin de los Hebreos de la ciudad de Roma,
entre los que en Occidente se expande primero la nueva su-
persticin, segn la expresin de Tcito, supersticin que,
en el curso de los siglos, se ha hecho el ms poderoso orga-
nismo social que conoce la historia? No nos es posible hacer
de estos orgenes un relato intuitivo
y
nos hallamos forzados
a reconstruirlo por conjeturas. Es esta la razn principal de la
inagotable literatura a que ha dado nacimiento, especialmente
gracias a los sabios alemanes, que aun cuando no son de nin-
guna manera creyentes, tienen el hbito de llamar teologa a
esta literatura crtica
y
erudita.
La obscuridad relativa de sus orgenes ha hecho nacer en
nuestro espritu la extraa creencia de un cristianismo verda-
dero, esencialmente diferente de lo que se llamar despus cris-
tiano. Este cristianismo verdadero, originario, que es, por
otra parte, tan obscuro que cada uno puede comprenderlo a su
manera, ofrece a menudo la oportunidad de polmicas a los
racionalistas quienes, despus de haber cubierto en principio de
invectivas esta Iglesia, que conocemos por la historia
y
por
nuestra experiencia, llaman, en ayuda para sus argumentos
retricos, a la Iglesia ideal, que habra sido la primera co-
munin de los santos. Es este un mito histrico, como fu
la Esparta de los retricos de Atenas, como fu la antigua
Roma de los Gibelinos decadentes del siglo XIV, como son
todas las creaciones fantasmagricas de un pasado paradi-
saco, o de un porvenir an lejano. Este mito histrico ha
revestido formas diversas. Los sectarios que se rebelaron con-
tra el catolicismo, en sus comienzos o ya largo tiempo triun-
fante, estos sectarios, desde los Montaistas a los Anabaptistas,
que, con espritu de verdadera igualdad democrtica, en cir-
cunstancias histricas determinadas, se han rebelado contra la
Iglesia terrestre
y
ortodoxamente jerrquica, tuvieron necesi-
dad de construirse un cristianismo verdadero, esto es, la simple
lio Antonio Labriola
vida protoevanglca, mientras llamaban decadencia, aberra-
cin, obra de Satn a todo lo que haba sucedido despus. Es
a este cristianismo verdadero, muy verdadero, al que recurrie-
ron a menudo los ingenuos comunistas cuando tuvieron necesi-
dad, a falta de otra idea exacta sobre la manera de ser de este
injusto mundo de miserables desigualdades, de forjar una
imagen de sus propias aspiraciones, encontrando, como en
tantos otros recuerdos verdaderos o falsos, su motivo
y
su
colorido en la poesa evanglica. Es lo que ha sucedido hasta
Weitling, quien ha escrito tambin un: Evangelio del pobre
pecador. Y por qu no podra recordar a los Saint-simonia-
nos, quienes, imaginndose un cristianismo ms verdadero,
an para el porvenir, han proyectado en l todas las aspira-
ciones de su imaginacin sobrexcitada?
Por todas estas razones
y
por otras an permanece como
suspendida en el vaco, en muchos espritus, la imagen ca-
prichosa de un cristianismo ultraperfecto, que sera diferente

y
para algunos completamente diferente de todo lo que
la historia corriente conoce
y
atribuye al cristianismo: desde
la lapidacin de San Esteban a la Santa Inquisicin, que enva
al otro mundo a tantos miles de infieles; desde el pecador de
los pies desnudos, Pedro, que por sus tmidas denegaciones
hace el papel del astuto Sancho Panza, hasta el Papa Po IX,
que halla en la infalibilidad una compensacin al poder tem-
poral que estaba por perder; desde los gapes ebionitas, es
decir, desde los pobres visitados por el Paracleto, a los Je-
sutas que arman flotas
y
realizan empresas comerciales, pre-
cursores audaces de la poltica colonial de la poca burguesa;
desde el Rab de Nazaret, que ha dicho que su reino no era
de este mundo, hasta los obispos
y
otros prelados que han
ocupado en su nombre, durante siglos, como propietarios
y
soberanos, la tercera o cuarta parte de las tierras, segn los
pases, comprendiendo en algunos el jas primae noctis. Se
comprende fcilmente que el que cree, sea por una razn o
por otra,
o
aun por simple hipocresa literaria, en este cris-
tianismo muy verdadero, encuentra dificultades para explicar
cmo ha nacido el cristianismo menos verdadero, o absoluta-
mente falso, que todos nosotros conocemos. Y se comprende
tambin cmo esta verdad muy verdadera se hace un milagro,
si no de la revelacin, al menos de la ideologa humana,
y
nosotros, por nuestra parte, no estamos obligados a dar la
Filosofa y Socialismo 11 i
explicacin de este milagro, ni en nombre del materialismo,
ni en nombre de no importa qu otra doctrina cientfica, por
la misma razn que la mecnica racional no se impone el
deber de explicar el vuelo de Icaro o el del hipogrifo de
Ariosto.
Es necesario, sin embargo, no olvidar que el cristianismo
verdadero, que a menudo se opone idealmente al cristianismo
positivo
y
realmente humano que se ha desarrollado en las
condiciones accesibles a nuestra inteligencia ordinaria, ha ejer-
cido, l tambin, su funcin histrica,
y
nos sirve ahora como
de llave para penetrar ms en el estado de alma
y
en las
relaciones sociales de los primeros cristianos. Este cristianismo
verdadero ha servido de smbolo a las diversas rebeliones de
los proletarios, de la plebe, del vulgo, de los oprimidos, de
los siervos, de los esclavos
y
de los explotados hasta el si-
glo XVI.
He tenido ocasin, como he dicho ya en otra carta, de ocu-
parme este ao de manera circunstancial, en mi curso de la
Universidad, precisamente de Fra Dolcino, que marca el pun-
to culminante del movimiento de la secta de los Apostlicos,
y
cuyo fracaso seala el momento de su decadencia. Despus
de exponer las condiciones generales del desenvolvimiento eco-
nmico
y
poltico de la Italia Septentrional
y
de la Italia Me-
dia
y
las condiciones ms particulares del medio (esto es, de
las clases sociales) en el que la secta de los Apostlicos naci
y
creci, me fu necesario en cierto momento explicar la doc-
trina por la que
y
con la que Dolcino supo mantener entre
todos sus discpulos la tenacidad
y
el coraje necesario para
combatir hasta el fin, como hroes, mrtires
y
precursores
de un nuevo orden de cosas en la vida de la humanidad. Esta
doctrina es, tambin ella, uno de los tan numerosos retornos
apocalpticos al cristianismo puramente evanglico, es decir,
que es la negacin de todo lo que la jerarqua ha establecido
y
hecho desde el papa Silvestre (el papa de la leyenda, al
menos), negacin reforzada por el ardor apostlico que el
sentimiento de la lucha transforma en deber de luchar.
Es
natural que la primera explicacin de estas ideas, como di-
ran los literatos, debe ser buscada entre los movimientos an-
logos de las rebeliones antijerrquicas de la poca. Por una
parte, es necesario remontarse hasta los Albigenses
y
por otra,
a los movimientos, tan confusos
y
diferentes, de la plebe, que
112
Antonio Labriola
se designan con el nombre comn de pataria;
y
es necesario te-
nar presente toda esta agitacin mstica
y
asctica, que en mu-
chas oportunidades trat de sacudir la dominacin papal, desde
el comunismo ideolgico de Joaqun de Fiore hasta las activas
resistencias de los Ftaticelli.
Detenindose un poco en esta investigacin no es difcil
encontrar, detrs de los velos msticos del ascetismo
y
de la
exaltacin por el cristianismo verdadero, las condiciones ma-
teriales
y
los mviles materiales que han hecho agruparse en
derredor de algunos smbolos de rebelin a las clases ms
bajas entre los monjes, los campesinos de los pases en los cua-
les el feudalismo es an fuerte, los campesinos de otras tierras
que, libres de los lazos feudales, fueron violentamente proletari-
zados por la formacin rpida de las comunas libres,
la
plebe de las mismas comunas, tan despiadadamente corpora-
tivas,
y,
en fin, como siempre, los idealistas, que hacen
suya la causa de los desgraciados: todos elementos de una
revolucin social. De esta explicacin inmediata se llega
a otra ms general, a una explicacin tpica. El movimiento
de Dolcino es uno de los eslabones de la gran cadena de
alzamientos de la plebe cristiana que, con xitos
y
compli-
caciones diversas, se han levantado contra la jerarqua,
y
que en los momentos ms culminantes fueron llevados a esta
consecuencia inevitable: la espera del comunismo. El ejem-
plo clsico, la forma clebre por consecuencia de las cir-
cunstancias de la poca
y
por la extensin
y
duracin del mo-
vimiento, es, ciertamente, el levantamiento de los Anabaptis-
tas; pero el alzamiento de Dolcino tiene tambin su impor-
tancia, especialmente a causa de las condiciones econmicas
casi modernas en las que se hallaba el valle del P en los co-
mienzos del siglo XIV.
Luego, el instinto de afinidad induce a los representantes
y
a los condottieti de la plebe inquieta a
volverse hacia el re-
cuerdo confuso o hacia la reproduccin fantstica, nada se-
gura, del cristianismo primitivo, que se compona completa-
mente del vulgo, de afligidos
y
de desgraciados que aguarda-
ban la redencin de las miserias de este mundo criminal. El
cristianismo verdadero, hacia el cual, por la simpata que nace
de la similitud de las condiciones, estos rebeldes exaltados se
volvan con una fe e imaginacin tan ardientes, ha sido una
realidad, no en el sentido de un estado ideal
y
tpico, del que
Filosofa y Socialismo 113
la debilidad humana se ha desviado por aberracin o por ma-
licia, sino como un hecho pobremente emprico. El cristia-
nismo primitivo, mutatis mutandis, ha estado, en su tipo, en
su conjunto, en su fisonoma
y
en sus causas, mucho ms
cerca de lo que queran establecer Montano, Dolcino
y
To-
ms Mnzer en tiempos que no eran propicios para ello,
que todos los dogmas, las liturgias, los grados jerrquicos,
soberanas
y
dominios, luchas polticas, supremacas, inqui-
siciones
y
otras miserias parecidas, de las cuales est hecha la
historia humanamente terrestre de la Iglesia. En las tentati-
vas de estos rebeldes se ve, como si hubieran querido poner
bajo nuestros ojos una experiencia del pasado, lo que ha de-
bido ser, poco ms o menos, la forma primitiva del cristia-
nismo en tanto que secta de verdaderos santos, es decir, de
gentes absolutamente iguales, sin distincin entre clrigos
y
laicos, todos de un mismo tipo, todos igualmente visitados
por el espritu divino, tanto descamisados como devotos.
El problema ms grave
y
ms difcil de la historia del
cristianismo consiste en com.prender cmo, de esta secta de
individuos absolutamente iguales, ha nacido, en menos de
dos siglos, una asociacin con una diferenciacin jerrquica
tal, que tiene, por una parte, el pueblo de los creyentes,
y
por otra, aquellos que estn investidos de un poder sagrado.
Esta diferenciacin jerrquica es completada por el dogma,
esto es, por una concepcin rgida que suprime en los fieles la
espontaneidad de la creencia, as como otras vocaciones perso-
nales. La jerarqua quiere decir sacerdocio, administracin de
las cosas
y
gobierno de las personas. De ah nace la posibilidad
de una poltica,
y
es a la conquista de esta poltica que tiende la
historia de la Iglesia en el siglo III. La unin del Imperio
y
de la Iglesia en el siglo IV no es otra cosa que el resultado
de la penetracin recproca de dos polticas, que hace que la
religin
y
el gobierno de los negocios terminen por confun-
dirse. En este pasaje de la asociacin libre a la organizacin
semi-esttica, que ha permitido a la Iglesia ejercer despus
una accin poltica de acuerdo con el Estado, o contra el Es-
tado, o hacindose ella misma Estado, se manifiesta un hecho
comn a todas las asociaciones: desde que hay cosas que ad-
ministrar
y
funciones que cumplir, se constituye necesaria-
mente un gobierno. La Iglesia reproduce en s misma los con-
trastes propios de todo estado, es decir, las oposiciones de
114
Antonio Labriola
ricos
y
pobres, de protectores
y
protegidos, de patrones
y
clientes, de propietarios
y
explotados, de prncipes
y
subditos,
de soberanos
y
vasallos. Ha tenido, por lo tanto, en su propio
seno luchas de clase propias, por ejemplo, del patriciado je-
rrquico
y
de la plebe cenobtica, del alto
y
del bajo clero,
del catolicismo
y
de la secta. Las sectas han sido en gran
parte inspiradas, hasta el siglo XVI, por la idea del retorno al
cristianismo primitivo,
y
es por eso que han matizado a
menudo sus aspiraciones, nacidas de las condiciones del mo-
mento presente, de una inspiracin ideolgica que es casi ut-
pica. La Iglesia que ha triunfado es, por el contrario, aque-
lla que siguiendo formas de accin que son propias del estado
laico, ha llegado a ser, no una sociedad de iguales en el es-
pritu santo, sino una asociacin jerrquica de desiguales,
ejerciendo derechos formales, disponiendo de los medios de
imponer
y
de ordenar, gozando de completa soberana
o de
una parte de la soberana concedida por otros soberanos,
y
del gobierno de las almas, que como cualquier otro gobierno
espiritual, se consolida sobre todo gracias a la dominacin
sobre las cosas sin las cuales las almas no pueden existir. Estos
atributos humanos que, dada la desigualdad econmica de los
hombres, une la asociacin religiosa a todas las otras formas
de gobierno de las cosas de este mundo, muestra, por una
parte, que la asociacin de los santos no ha podido nunca
tener ms que una forma de existencia utpica,
y,
por otra,
nos explica la tendencia constante a la intolerancia
y
al cato-
licismo en sus variadas formas, en tanto que la asociacin ha
hecho de esta tierra su reino, dando as un desmentido al in-
genuo mrtir de Nazaret, relegado melanclicamente a los
al-
tares.
Para atenerme al ejemplo que me es ms familiar por mis
recientes estudios, recuerdo que el papado superimperial se ha
difundido con Bonifacio VIII, segn la profeca de Dolcino,
que le sobrevivi tres aos, pero no ha desaparecido para dar
lugar al Apocalipsis. El papado se vio infligir la humillacin de
un exilio en Avin, pero no para establecer el nuevo imperio
de los Csares, segn la utopa de Alighieri. Se ven ya
aparecer
los principios de la era moderna, es decir, los signos precur-
sores del reinado de la burguesa. Felipe el Hermoso, que desde
lejos se acerca al principado civil, en el que dos siglos ms
tarde la burguesa recorre la primera etapa de su dominacin
Filosofa y Socialismo 115
poltica sobre la sociedad, enviaba al ltimo suplicio a los
Templarios, como mostrando que la poca de las cruzadas
termina por obra de los mismos cristianos. Y para que lo
inaudito se encuentre en la ancdota, que siempre denuncia
y
desenmascara los momentos estridentes de la irona de la
historia, el comisario del sire de Francia que prepara la hu-
millacin de Anagni no fu un capitn de bando feudal,
sino un legista que obtiene el dinero necesario para este tra-
bajo con una letra de cambio girada contra un banquero de
Florencia.
Fueron los legistas
y
los prncipes usurpadores de los dere-
chos histricos
y
los banqueros que acumulaban dinero, que
se transforma ms tarde en capital, quienes dieron comienzo
a la sociedad moderna, cuya estructura prosaica muestra tan
claramente sus fines
y
sus medios. As como sobre las ruinas
de la sociedad corporativa
y
feudal, tambin sobre las ruinas
del patrimonio eclesistico se ha afirmado esta cruel burgue-
sa que, lanzando un desafo a las potencias misteriosas, ha
inaugurado la era del pensamiento libre
y
de la libre inves-
tigacin. Y aguarda que se la destrone: pero esto no ser
ciertamente ni por el cristianismo verdadero, ni por el cris-
tianismo muy verdadero.
Los hombres del porvenir, de los que nos ocupamos a me-
nudo en demasa, producirn o no tambin religin.'* En
cuanto a m lo ignoro,
y
les dejo la preocupacin de sus
vidas, que ser, as lo espero al menos, difcil tambin, para
que no se vuelvan imbciles en la beatitud paradisaca. Lo
que veo claramente es esto: que el cristianismo, que es, en
substancia, la religin de los pueblos ms civilizados hasta
nosotros, no dejar lugar despus de l a ninguna otra nueva
religin. En el porvenir, aquellos que no sean cristianos,
sern irreligiosos. Adems, por otra parte, hago notar que
los socialistas han hecho muy bien escribiendo en sus pro-
gramas que la religin es cosa privada. Espero que nadie in-
terpretar estas palabras como una teora, sobre la que se
podr bordar una filosofa de la religin. Esta frmula, sim-
plemente prctica, quiere decir: que actualmente los socia-
listas tienen muchas cosas que hacer, ms tiles
y
ms serias
que confundirse con los Hebertistas, los Blanquistas
y
los Ba-
kuninistas, etc., que proclamaban la abolicin de lo divino,
y
que decapitaban a Dios en efigie. Los materialistas de la
116 Antonio Labriola
historia piensan, sin embargo, en cuanto a ellos
y
fuera de
toda apreciacin subjetiva, que muy probablemente los hom-
bres del porvenir renunciarn a toda explicacin trascendente
de los problemas prcticos de la vida de todos los das, ya que:
Primas in orbe dos fecit timorl La frmula es vieja, pero su
valor es eterno.
X
Resina (aples), septiembre 15 de 1897.
Releyendo, revisando, retocando pues he decidido darlas
a la publicidad las cartas que he escrito a usted desde abril
a julio, me parece que forman como una serie
y
que en su
conjunto dicen algo. En verdad, las ideas simplemente enun-
ciadas,' las frmulas apenas bosquejadas, las observaciones
ge-
neralmente incidentales
y
las crticas a veces extraas disemi-
nadas aqu
y
all todo lo que, en resumen, he logrado decir
en la forma propia de quien escribe currenti clamo
, to-
maran otra forma, estaran dispuestas de otra manera, su-
friran una elaboracin radical, si me propusiera componer un
libro de ttulo sonoro, como, por ejemplo: El Socialismo
y
la Ciencia o El Materialismo histrico
y
la Intuicin del mun-
do. Pero como en esta conversacin a distancia he hecho de-
masiado uso de las libertades que son propias a la facultad
discursiva, ahora que he resuelto reunir estas ligeras cartas en
forma de pequeo volumen, no le dar ms que el ttulo mo-
desto
y
apropiado de: Socialismo
y
Filosofa. Cartas a G.
Sorel
(1).
Debido a los insistentes consejos de mi amigo Benedetto
Croce es que cometo este nuevo pecado de literatura minscu-
la. Desde que ha ledo estas cartas no me deja en paz
y
me
ha impuesto el compromiso de publicarlas en forma de
opsculo. Si lo escuchara llegara a ser, entrado en aos, un
productor continuo
y
perpetuo de papel impreso, mientras que
siempre me ha agradado dejar dormir en los cajones las mon-
(1) La traduccin literal del ttulo italiano sera: Conversando de
socialismo
y
filosofa.

(Nota de la edicin francesa)
.
Filosofa y Socialismo
Ii7
taas de papel ennegrecido que he acumulado, ao tras ao,
en mi calidad de profesor
y
desde que siento gran placer por
la conversacin epistolar. En este-caso especial, Croce me deca
que es mi deber, ahora que el socialismo se desarrolla en
Italia, contribuir a la vida del partido, que aumenta
y
se for-
talece, segn los medios
y
la manera que corresponda a lo
mejor de mis aptitudes. Es lo que hara: pero queda an
por saber si los socialistas sienten verdadera necesidad
y
deseo
de esta ayuda
y
de este concurso.
En verdad, yo no he tenido nunca deseos de escribir para
el pblico
y
tampoco me ha preocupado el arte de escribir;
tal es as que generalmente escribo al correr de la pluma. Por
el contrario, siempre me ha agradado
y
me agrada con pasin
la enseanza oral, en todas sus formas;
y
la intensa preocu-
pacin de este gnero de actividad me ha sustrado, antigua-
mente, durante aos, al deseo de volver a decir por escrito
(y
verdaderamente quin podra repetirlo de viva voz?) lo
que, en la enseanza, brotaba espontneamente bajo una forma
simple, sugestiva, adaptada al problema.
Hacindome, ms tarde, socialista, dentro de este renaci-
miento intelectual he sentido deseos de comunicarme con el
pblico por medio de folletos, de cartas de circunstancia, de
memoriales
y
de conferencias, que con los aos se han mul-
tiplicado sin darme cuenta. No es todo esto los deberes
y
los
cargos del oficio? Y es entonces, hace dos aos, que llega en
buen momento mi excelente amigo Croce
y
me aconseja pu-
blicar estos ensayos sobre socialismo cientfico para dar a mi
actividad de socialista un objetivo ms slido. Y como una
cosa entraa otra, estas mismas cartas pueden pasar por un
ensayo subsidiario
y
complementario sobre materialismo his-
trico.
Evidentemente, querido seor, este pequeo discurso a us-
ted nada le concierne,
y
es a m a quien se dirige: busco ex-
cusas a la publicacin de este nuevo libro. Probablemnete, si
son ledas estas cartas, fuera de usted, por otros en Francia,
dirn que no son exclusivas al materialismo histrico,
y
quiz
acepten con razn las observaciones de algunos crticos de mis
ensayos, esto es: que las traducciones de obras extranjeras no
bastan para cambiar el carcter intelectual de una nacin
(1).
(1)
En este pequeo volumen no he querido ms que contestar a
118 Antonio Labriola
Y, sin embargo, escribiendo esto como de eplogo a estas
cartas, temo que me venga el deseo de continuar. Las cartas
no pueden multiplicarse indefinidamente como las fbulas
y
los cuentos. Por suerte que desde el comienzo me haba pro-
puesto contestar, grosso modo, a las cuestiones planteadas en
su Prefacio, rozando los motivos de extrema dificultad, de
manera que tengo razones para terminar, pues me he referido
sucesivamente a los m.ismos trminos de sus problemas. Si me
abandonara a la fantasa de la conversacin, quin sabe dnde
ira!; estas cartas llegaran a ser toda una literatura. Usted no
sabe en qu grado esto podra regocijar a mi amigo Croce,
que querra expandir por todo el mundo su deseo de prolifi-
cacin literaria. Esto produce un curioso contraste con
las
dulces costumbres de esta dulce aples, en la que los hom-
bres como los lotfagos que desprecian todo otro alimento

viven el momento presente


y
parece que, en presencia de la
estatua de J. B. Vico, hacen graciosamente una mueca a la
Filosofa de la historia.
Pero, deseando terminar alguna vez, me es necesario, sin
embargo, dejar an sobre el papel algunas cortas notas.
Me parece, a primera vista, que no es por curiosidad per-
sonal, sino, por as decir, con la intencin de interesar el es-
pritu de la generalidad de los lectores, que usted pregunta:
es verdaderamente posible hacer comprender, fcilmente
y
sin
rodeos, en qu consiste esta dialctica que se invoca tan a
menudo como aclaracin de lo que hay en el fondo del mate-
rialismo histrico? Y creo que usted podra aadir que el
concepto de la dialctica es ininteligible a los empiristas puros,
a los sobrevivientes de los metafsicos y a los evolucionistas
las cuestiones que Sorel me ha propuesto. El lector no hallar, pues, en
estas cartas respuesta directa o indirecta, explcita o velada a las crticas
que se han hecho a mis Ensayos. He sacado gran provecho de algunas de
ellas. Dejando de lado los simples juicios
y
despreciando las polmicas in-
cidentales
y
las impertinencias de algunos escritores groseros, agradezco
efusivamente por sus crticas a Adler. Durkheim, Gide, Seignobos, Xenopol,
Bourdeau, Pareto, Croce, Gentile, Petrone
y
a los redactores del Anne
Sociologique
y
del Novoie Slovo. Toda la atencin despertada no es debido
al libro en s mismo, sino a la novedad e importancia del asunto. No
puedo dejar de subrayar que se me ha hecho reproches diametralmente
opuestos: Es usted demasiado marxista! No es usted un completo
marxista! Volver sobre esto en algn otro trabajo.

(Nota de la
edicin francesa)
.
Filosofa y Socialismo 19
vulgares que se abandonan de tan buen grado a la impresin
genrica de lo que es
y
deja de ser, aparece
y
desaparece, nace
y
muere,
y
no expresan en la palabra evolucin el acto de
comprender, sino lo incomprensible: mientras que, por el con-
trario, la concepcin dialctica se propone formular un ritmo
del pensamiento, que expresa el ritmo ms general de la rea-
lidad que deviene.
Si deseara empezar de nuevo lo que me impide la exten-
sin de estas cartas antes de responder a una cuestin tan
difcil, recurrira al recuerdo del poeta griego que, a la pre-
gunta del tirano de Siracusa: qu son los dioses?, antes de
contestar, pide primero un da, despus otro, luego un tercero
y
as indefinidamente. !Y, sin embargo, en verdad, los dioses
deben ser ms familiares a los poetas, pues ellos los crean, los
inventan, les cantan
y
los celebran, que lo que puede ser la
dialctica para m, si alguien me impusiera la obligacin de
responder a una cuestin imperiosa! Yo tomara mi tiempo
lo que no es extrao a la manera dialctica de pensar

,
diciendo
(y
he ah una respuesta implcita) : nosotros no
podemos darnos cuenta del pensamiento de una manera ade-
cuada, ms que pensando en acto; a las maneras de proceder
del pensamiento es necesario habituarse por esfuerzos sucesi-
vos;
y
siempre es muy peligroso abandonar de un golpe el uso
concreto de una manera de pensar
y
pasar a su definicin ge-
nrica formal. Si alguien me apurara ms, para no abrumarlo
con estudios extensos, arduos
y
complicados, lo remitira al
Anti-Dhrinq,
y
especialmente al captulo: Negacin de la
negacin
(
1
) .
En este captulo,
y
aun en todo el libro, se ve claro que
Engels se haba propuesto explicar con toda pasin no slo
lo que expone, sino que se haba preocupado ms an del mal
uso que se puede hacer de los procesos mentales, cuando el que
los aplica est menos inclinado a pensar alguna cosa en concre-
to, en donde la forma del pensamiento se muestra activa
y
vi-
viente, que a caer en los esquematismos a priori, es decir, en
el escolasticismo, que no ha sido sea dicho al pasar a los
ic^norantes
la caracterstica exclusiva de los doctores de la
Edad Media, como si ello fuera una propiedad de los sacerdo-
(1)
Una parte de este captulo se ha reproducido en el apndice
I,
120 Antonio Labrila
tes. Se puede hacer escolstica con toda doctrina. El primer
escolstico fu Aristteles en persona, que fuera tantas otras
cosas aun
y
que sobre todo fu un genio de la ciencia. Esco-
lasticismo se ha hecho ya en nombre de Marx. En efecto, la
ms grande dificultad para comprender
y
continuar el ma-
terialismo histrico no estriba en la inteligencia de los as-
pectos formales del marxismo, sino en la posesin de las cosas
en las cuales estas formas son inmanentes, de las cosas que
Marx por su cuenta sabe
y
elabora,
y
de todas las muy nu-
merosas cosas que nos es necesario conocer
y
elaborar direc-
tamente nosotros mismos.
Durante los numerosos aos que llevo enseando he estado
siempre convencido del gran mal que se hace a la mente de
los jvenes, cuando, en lugar de familiarizarlos, con oportu-
nidad
y
arte, en un mbito determinado de la realidad, para
que, obser\'ando, comparando
y
experimentando, lleguen poco
a poco a las frmulas, a los esquemas, a las definiciones, se
comienza por hacer inmediatamente empleo de stos, como si
fueran los prototipos de las cosas existentes. En una palabra,
la definicin de que se parte es vaca, mientras que es plena
solamente aquella a la que se llega de manera gentica. Ense-
ando es que se ve cmo la definicin es cosa peligrosa, de
acuerdo al sentido corriente que se da a un aforismo del de-
recho romano, que dice, en realidad, lo contrario. La didc-
tica no es una actividad que produce un simple efecto sin
potencia, tal un simple producto pasivo, sino que es una ac-
tividad que engendra otra actividad. Enseando es que nos
apercibimos que el nudo central de toda filosofa es siempre el
socratismo, es decir, la virtuosidad generadora de los
concep-
tos
(1).
(1)
Indico al lector m libro sobre la Dottrina di Socratc, aples,
18 71, 7
egpecialmente las pginas 5 6-72, donde hablo del mtodo. Trans-
cribo aqu algunos pasajes que permiten comprender el momento socrtico
de toda forma de saber.
"El estado primito de la conciencia humana, bien que corresponda & la
poca de la primera formacin de la sociedad, se contina
y
perpeta an
en lot perodos posteriores de la historia, ya que adquiere un cierto carcter
iobstancial en las costumbres
y
fija su expresin en los mitos
y
en la
poesa primitiva. El sucesivo nacimiento
y
el lento desen\'olvimiento de
la reflexin. . . no logran excluir de un golpe las diversas manifestacio-
nes de la conciencia primitiva e irreflexiva,
y
la transformacin de los
elementos antiguos en conceptos conscientemente aprendidos
y
pensados, no
Filosofa y Socialismo
121
Aconsejando la lectura del Anti-Dhang
y
en especial el
captulo indicado, no por eso quiero remitir al lector a un
catecismo, sino slo a un ejemplo de habilidad didctica. Las
armas
y
los instrumentos no son tales sino cuando estn en
accin,
y
no cuando se los mira en las vitrinas de un museo.
Adems, s es que no debiera terminar, deseara detenerme
para aclarar lo que usted dice de Italia, que debe recibir, segn
se logra ms que a consecuencia de un largo proceso
y
de una lucha ince-
sante
y
secular.' El proceso de transformacin no se logra solamente gracias
a los motivos intrnsecos de crtica
y
de examen que se pueden llamar
tericos: sino que emerge necesariamente de los choques prcticos entre la
voluntad del individuo
y
la opinin tradicional expresada en la costumbre,
y
toma ms tarde el carcter de una lucha social entre las clases
y
entre los
individuos. En la historia de esta lucha, el elemento de la vida primitiva
que ofrece ms materia al contraste ... es la lengua .... que conserva en
las pocas posteriores la apariencia de una norma a la cual todos los indi-
viduos deben necesaria e inevitablemente adaptarse. Pero cuando los hom-
bres han dejado de hallarse instintivamente de acuerdo sobre lo que se
debe llamar lo justo, lo virtuoso, lo honsto, etc.,
y
han perdido la fe en
los tipos abstractos del mito
y de la leyenda, en los que la imaginacin
primitiva haba expresado e hipostasiado las apreciaciones comunes ....
nace ... en el individuo la necesidad de rehacer esta certidumbre que
antes depositaba en !a aquiescencia a un criterio comn
y
natural,
y
se
dice ti esti? (qu es?). Es en esta pregunta que reposa el inters
lgico de Scrates"
(pg. 59). "La unidad extrnseca de la palabra que,
en su valor fontico constante, conserva una cierta apariencia de unifor-
midad, no hace ms que aumentar la confusin
y
la incertidambre; porque
mientras que al principio creemos en esta ilusin: que las mismas palabras
expresan las mismas representaciones, a la larga, la conviccin que ad-
quirimos de la profunda diferencia que existe entre nuestros conceptos
y
los de otros llega a ser ms evidente que esta ilusin
y
terinina por
rechazarla por completo"
(pg. C2) . "La cuestin 'ti esti? (qu es?)
circunscribe toda la investigacin sobre el valor de un concepto a la
determinacin evidente de lo que se piensa en l. El contenido que a
primera vista parece expresado en la simple denominacin, es necesario
que sea indicado en su interior
y
en su identidad;
y
el proceso no puede
hacerse de arriba a abajo, o, como diramos nosotros, deductivamente, ya
que an falta la conciencia de un valor lgico incondicional
y
absoluto"
(pg. 63). "El punto de partida, esto es. el nombre, que era primero
en su unidad simplemente fontica el centro de la investigacin, llega a ser,
en ltimo lugar, el trmino extremo del pensamiento, al que se llega
haciendo conscientemente del nombre mismo la expresin de un contenido
plenamente pensado,
y
las imgenes concretas, que primeramente se agru-
paban inciertas alrededor de la denominacin vaga, no pudiendo resistir
la nueva sntesis, deben desorganizarse
y
tomar una nueva posicin:
y es
slo el nuevo elemento, obtenido gracias a la investigacin, es decir, el
contenido constante de la representacin, logrado poco a poco por in-
duccin, que puede determinar la coordinacin
y la subordinacin en la
cual las imgenes deben coexistir" (pgs. 66-67).
122
Antonio Labrila
usted, como cuna de la civilizacin, el homenaje de todos.
Quiz parezcan disonantes estas palabras pronunciadas en el
momento mismo en que usted habla de socialismo, el que en
verdad muy poca cosa debe a Italia. Pero, si es verdad que el
socialismo es el fruto de la civilizacin avanzada, los hombres
maduros de otros pases tendrn razn de volver sus ojos, de
tiempo en tiempo, hacia esta cuna. Pensando en la Italia que
ha hecho durante tantos siglos la mayor parte de la historia
universal, todos tendrn siempre alguna cosa que aprender de
ella;
y
en seguida se apercibirn que a Italia la tienen ya entre
ellos, como lo que precede a lo que es actualmente. Algunos
franceses han credo otrora que este pas no era la cuna,
sino la tumba de la civilizacin;
y
es as que deben conside-
rarlo la mayor parte de los extranjeros que lo visitan como
si fuera un museo, ignorantes siempre de nuestro estado pre-
sente. Y son injustos en eso;
y
tan sabios como fueren los
visitantes de los museos, sern siempre ignorantes

igno-
rantes de la vida actual de este pas, que parece la vida del
muerto resucitado, por lo que al menos es un caso digno de
atencin.
En qu consiste, en verdad, este renacimiento de Italia
y
qu pueden aguardar de ella los que consideran el conjunto
del progreso humano sin prejuicios
y
sin ideas preconcebi-
das?
(1).
Sin hablar de las grandes dificultades que hay para
estudiar, de manera objetiva
y
con criterio que no dependa
nicamente de los impulsos de la opinin personal, la historia
actual de todo pas, en el caso especial de Italia es necesario
remontarse hasta el siglo XVI, cuando el desenvolvimiento
inicial de la poca capitalista que tuvo aqu su asiento prin-
cipal fu desplazado del Mediterrneo. Es necesario lle-
gar, a travs de la historia de la decadencia que sigue, a las
premisas positivas
y
negativas, internas
y
externas, de las con-
diciones presentes de Italia. No es necesario aclarar que mis
fuerzas son infriores a la empresa,
y
no tengo la menor in-
tencin de intentarla a propsito
y
con motivo de un discurso
(1) Me he extendido largamente en esta carta obre la condicin
actual de Italia. Pero he credo de mi deber limitarme, publicndolas, ya
que dentro de poco escribir otro ensayo en el que tendr ocasin de
hablar de las causas lejanas
y
de las razones prximas de la fitnacin pre-
sente de este pas.
Filosofa y Socialismo
123
familiar, como es este. Aquel que supiera resumir en un libro
un tal estudio, podra decir que ha contribuido a expresar, de
manera reflexiva, la situacin presente
y
la conciencia actual
de los italianos (
1
) .
Entre nosotros se es a menudo ciegamente optimista o
pesimista, en el sentido que dan a estas palabras aquellos que
no son filsofos de profesin; sobre todo porque en Italia
se ignora la verdadera situacin de los otros pases, de suerte
que muchos juzgan las condiciones nacionales no de acuerdo
a una base prctica
y
comparativa, sino de acuerdo a una po-
sicin ideal, hipottica
y
a menudo utpica. Es una cosa
singular que entre nosotros, en este gran renacimiento de las
ciencias de observacin en el dominio de la naturaleza cien-
cias que en verdad se las aplica a horizontes particularsimos
y
an antifilosficos haya tan poco espritu positivo para
los actuales problemas sociales, cuando que en este pas es
extraordinariamente grande el nmero de socilogos que ad-
ministran definiciones a los sedientos de verdad. Pero se sabe
que los socilogos de todos los pases tienen una cierta extraa
antipata por el estudio de la historia, que sera, por otra
parte, segn les profanos, ese algo en el que precisamente
se ha desarrollado la sociedad.
Ei! una palabra, pocos son entre nosotros los que ven claro
en este hecho: que la burguesa italiana, como la de todos
los otros pases, pero la ira
y
los odios de los humildes
y
de los
explotados,
y,
por otra parte, apremiada por el vulgo, se
siente inestable, inquieta e insegura, ya que no puede medirse
con la burguesa de los otros pases en el terreno de la com-
(1) He tratado de hacer este estudio, de manera sumaria al menos, al
principio del curso consagrado, en 189 7-9 8, a la "Cada del Antiguo R-
gimen". Para explicar el desenvolvimiento catastrfico de la sociedad ca-
pitalista en Francia, he debido indicar las caractersticas de lo que nosotros
llamamos en general la sociedad moderna. Pero como el desenvolvimiento
de la vida en Italia, impedido o retard-ado, impide a muchos italianos la
visin clara del mundo capitalista, he debido precisar las causas, las ra-
zones
y
la forma del momento actual de nuestro pas. Muchos socialistas
italianos no vean, hasta hace poco tiempo, que los impedimentos al des-
arrollo del capitalismo era al mismo tiempo impedimentos a la formacin
de una conciencia proletaria capaz de una accin poltica: eran
y
perma-
necern siendo por eso, de buen o mal grado, utopistas. En aquel mo-
mento, en diciembre de 189 7, no poda prever el huracn del mes de
mayo de 1898; sin embargo, estaba preparado para. . . comprenderlo. Y
en ciertas circunstancias, qu se puede hacer sino es comprender?

(Nota de la edicin francesa).
124 Antonio Labrila
pctencia. Tanto por esta causa como por esta otra, que
Italia es la sede del papado
y
de todo el movimiento im-
portante que de l depende
(1),
que slo los tericos del
utopismo liberal declaran muerto para siempre, esta burgue-
sa, que debe an crecer, es revolucionaria en su esencia, como
dira el Manifiesto. Y como no ha podido ser jacobina, como
lo hubiera querido su instinto natural, se ha quedado en la
frmula del rey por la gracia de Dios
y
de la nacin al mismo
tiempo. Esta burguesa, no pudiendo contar con el rpido
desenvolvimiento de una gran industria, que tarda en llegar,
y
con la conquista rpida de un gran mercado exterior, dado el
progreso lento e inseguro de la economa nacional, especial-
mente agrcola, se entrega a la pequea poltica de los expe-
dientes
y
gasta en bagatelas toda su inteligencia. Qu hace
la flota italiana desde hace tantos meses en el Oriente? Se
dira el zorro que, segn la fbula, dice que las uvas no
estn maduras porque no las puede alcanzar; pero con este
zorro, a diferencia del de la fbula, se encuentran all otros
que vigilan 'las uvas que se han apoderado o sobre las que
quieren meter las patas! Y el zorro se hace idealista ya que
nada tiene en que meter los dientes. Dado el abstencionismo
reaccionario o demaggico de los clericales
y
el muy lento
desenvolvimiento de la oposicin proletaria, la burguesa ita-
liana ha credo,
y
cree, que ella es toda la nacin,
y
en ausen-
cia de partidos que dividen la sociedad, da el nombre de
(1)
En el movimiento de locura terrorista, que fu efecto del miedo,
como tcxio terror poltico, el gobierno italiano persigui a los socialistas,
a los republicanos. . .
y
a los clericales, lo que dio mucho honor a su
sentimiento de justicia. Los comentarios huelgan!
Desde 188 7 he combatido en muchas oportunidades, con la pluma
y
con la palabra,
y
en circunstancias graves, las numerosas tentativas que
tuvieron lugar,
y
que por suerte fracasaron, para reconciliar al Quirinal
con el Vaticano. Pero en esta polmica jams he recurrido al ateismo,
al materialismo, etc., como hacen muchos colegas idelogos. Siempre he
invocado el inters poltico de nuestra burguesa, que no puede concederse
el servir a dos smbolos al mismo tiempo: el Himno a Garibaldi
y
la
Marcha Real. Entre nosotros no hay lugar para un partido conservador
(lo que es una caracterstica de nuestro pas), ya que no podra ser con-
servador, entre nosotros, ms que proponindose destruir el estado actual.
Por otra parte, nuestros sacerdotes, tan prosaicos como todos los italianos,
quieren realizar el reino de Dios sobre esta tierra
y
tratan los asuntos de
este mundo como humanistas rezagados,
y
como un artculo de lujo im-
portan de Alemania
y
de Austria la teologa, la erudicin, el socialismo
cristiano
y
los confesionarios.

(Nota de la edicin francesa)
.
Filosofa y Socialismo
125
partidos a las fracciones o facciones que se forman alrededor
de capitanes
y
procnsules, empresarios o aventureros de toda
especie. La aparicin del socialismo la llena de extraeza.
Por otra parte, se engaan quienes creen que entre nosotros
las agitaciones populares son siempre el ndice
y
el principio,
como han sido
y
son en algunas regiones de Italia, del mo-
vimiento proletario que, sea que lucha econmicamente sobre
una base concreta o que tenga aspiracionas polticas, tiende,
como en otros pases, ms o menos claramente, al socialismo.
Aqu, generalmente, esta agitacin no es ms que la rebelin
de las fuerzas elementales contra un estado de cosas en el que
las fuerzas no poseen la coercin necesaria, es decir, la coer-
cin que es propia de un sistema burgus capaz de unir a los
proletarios. Que se considere, por ejemplo, la intensa emigra-
cin hacia la explotacin del capital extranjero en pas extran-
jero, emigracin que, salvo pocas excepciones, est formada
por hombres capaces de ofrecer sus brazos, de una actividad
incomparable
y
de estmagos capaces de sufrir toda priva-
cin, emigracin, en una palabra, de obreros venidos del
campo, donde son muy numerosos, o de artesanos en deca-
dencia, que la palmeta educadora del capital los transformara
en escuadras de obreros de fbrica si la gran industria se apre-
surara a desarrollarse o si el capital nacional fuera hacia las
colonias nacionles,
y
si no se hubiera cometido la locura de
querer crearlas all donde parece poco probable tenerlas
(1).
Italia ha llegado a ser, en estos ltimos aos, lo que es
(1)
"Italia tiene necesidad de progresar material, moral e intelectual-
mente. Espero que ustedes vern una Italia en la que el sistema atvico
del cultivo del campo sea reemplazado por la introduccin de mquinas
y
por las variadas aplicaciones de la qumica;
y
que ustedes vern arrancar
del curso superior de los ros
y
quiz de las olas del mar y
de los vientos,
la fuerza generadora de la electricidad, que puede compensar la hulla que
no poseemos. Me preocupa que ustedes vean desaparecer de Italia los anal-
fabetos
y
con ellos los hombres que no son ciudadanos
y
la plebe que no
es pueblo. Quiz sean ustedes los testigos
y
los actores de una poltica
cuya orientacin est determinada por la conciencia de una cultura ms
grande
y
por una ms grande potencia econmica,
y
no por alianzas
mendigadas
y
por empresas asombrosamente aventureras, que terminan por
actos de prudencia que recuerdan a cobarda". Es lo que deca el ao
pasado en un discurso de regreso a la Universidad de Roma, el 14 de
noviembre de 189 6, dirigindome a los estudiantes, pasaje que ha hecho
mucho ruido. (Ver L'Univcrsit e la Liberta della Scienza, Roma, 189 7,
pg. 50).
126 Antonio Labrila
muy natural, la tierra prometida de los decadentes, de los me-
galmanos, de los crticos vacos
y
de los escpticos por abu-
rrimiento
y
por pose. A la parte sana
y
seria del movimiento
socialista (que en las circunstancias actuales no puede tener
otro fin que el de preparar la educacin democrtica del vul-
go), se mezclan, por lo tanto, un cierto nmero de indivi-
duos que, si tuvieran el coraje de ser francos, deberan con-
fesar que son decadentes,
y
que lo que los impulsa a ponerse
en accin no es la activa voluntad de vivir, sino el tedio de
la hora presente: bohemios aburridos!
Me es forzoso terminar; pero me parece que a mis odos
llega como una ligera voz de protesta de los camatadas siem-
pre dispuestos a hacer objeciones; voz que dice: todo esto
es la sofstica de la doctrina
y
nosotros tenemos necesidad
de prctica. En verdad, estamos de acuerdo; ustedes tienen
razn. El socialismo ha sido durante tanto tiempo utopista,
hacedor de proyectos, extratemporal
y
visionario, -que es opor-
tuno ahora decir
y
repetir en todo momento que tenemos
necesidad de prctica, para que el espritu de los que son sus
partidarios estn siempre ocupados en valorizar las resisten-
cias del mundo real, para estudiar constantemente el terreno
sobre el que debemos abrirnos una ruta muy difcil. Que
mi crtico tenga cuidado, sin embargo, de no situarse l mis-
mo como doctrinario, ya que ello significara una cierta dis-
posicin de los espritus, viciados por la abstraccin, a creer
que las ideas proclamadas excelentes
y
el fruto de la expe-
riencia de ciertos momentos
y
lugares, son cosas que pueden
aplicarse sin ms a todos los hechos concretos
y
por dems
buenas para todo tiempo
y
lugar. La prctica de los parti-
dos socialistas, comparada a la de otros partidos hasta hoy,
es la que mejor responde, no dir a la ciencia, sino a un
proceder racional. Ella es el difcil intento de una observa-
cin constante
y
de una adaptacin siempre nueva; es el
difcil intento de mantener sobre una lnea de movimiento
unitario las tendencias, a menudo contradictorias
y
antagni-
cas, del proletariado; es el esfuerzo para ejecutar los intentos
prcticos con la ayuda de la visin clara de todas las relaciones
que ligan, en un andamiaje muy complicado, las diferentes
partes del mundo en que vivimos. Y si no fuera as, por
qu razn
y
a ttulo de qu se hablara del tan ponderado
Marxismo? Si el materialismo histrico no tuviera consis-
Filosofa y Socialismo 127
tencia, querra decir que nuestra espera del socialismo es una
tontera
y
que nuestra concepcin de la sociedad futura es una
creacin utpica!
Pero no es ms que verdad que en todo el socialismo con-
temporneo hay latent" un no s qu de neo-utopismo
(1);
es lo que sucede a los que, repitiendo constantemente el
dogma de la evolucin necesaria, llegan casi a confundirla con
un cierto derecho a un estado mejor,
y
dicen que la futura
sociedad del colectivismo de la produccin econmica, con
todas las consecuencias tcnicas, ticas
y
pedaggicas que re-
sultaran del colectivismo, ser porque debe ser, olvidando
que este futuro debe ser producto de los hombres mismos, por
exigencia del estado que los rodea
y
por el desenvolvimiento
de sus aptitudes. Dichosos aquellos que miden el acontecer
de la historia
y
el derecho al progreso con la medida de una
pliza de seguro de vida!
Los que dogmatizan estas cmodas ideas olvidan muchas
cosas. Primero, que el porvenir, por lo mismo que el por-
venir ser el presente cuando nosotros seamos el pasado, no
puede ser el criterio prctico de lo que debemos hacer en el
presente. Es a lo que llegaremos, pero no es el medio para
llegar. En segundo lugar, la experiencia de estos cincuenta
ltimos aos debe llevar a aquellos que sean capaces de pensar
y
de someterse a la crtica, a esta conviccin: que a medida
que aumente en los proletarios
y
en el vulgo la capacidad de
organizarse en partido de clase, el ensayo mismo de este mo-
vimiento nos lleva a comprender el desenvolvimiento de la
nueva era segn una medida de tiempo que es muy lenta
comparada al ritmo rpido que conceban antiguamente los
socialistas matizados de jacobinismo. Luego, a una distan-
cia tan grande, nuestra previsin no puede ser ms que inse-
gura si se tiene en cuenta las enormes complicaciones del mun-
(1) Con mucha habilidad ha hablado recientemente Bernstein, en in-
geniosos artculos publicados en la Neue Zeit, del utopismo latente an en
los marxistas. Muchos de aquellos que fueron alcanzados por esta crtica
se habrn dicho: es a nosotros a quienes se quiere golpear con ese ga-
rrote? (Escribiendo eso no poda imaginarme, en 189 7, que el nombre
de Bernstein, del que alababa la crtica, til nicamente en tanto que cr-
tica, fuera explotado por los pregoneros de la crisis del marxismo) .

(Nota de la edicin francesa)


.
128
Antonio Labrila
do actual
y
la extensin del capitalismo, es decir, de la forma
burguesa (1).
Quin no ve que en adelante el Pacfico
reemplazar al Atlntico, como ste, por su parte, hizo pasar
a segundo plano al Mediterrneo?
(2).
De suerte que, en
tercer lugar, la ciencia prctica del socialismo consiste en el
conocimiento preciso de todos estos procesos complicados del
mundo econmico
y,
paralelamente, en el estudio de las con-
diciones del proletariado en tanto que est obligado
y
se hace
apto para concentrarse en partido de clase,
y
lleva en esta
concentracin sucesiva el alma que le es propia, estando dada
la lucha econmica en la que arraiga esta poltica que debe
iacer. Dada esta lucha econmica, nuestra previsin pue-
de tener un suficiente rigor de evidencia
y
puede llegar
hasta el momento en que el proletariado se har preponde-
rante
y
luego predominando polticamente en el Estado. Y
este momento, que debe coincidir con la impotencia del ca-
pitalismo para sostenerse, este momento que nadie puede
representarse como un ruidoso patatrs, sera el comienzo de
lo que muchos, no se sabe por qu, como si toda la historia
no fuera la serie de las revoluciones de la sociedad, llaman
enfticamente la revolucin social por excelencia. Superar es-
te momento con razonamientos sera confundir a aqullos con
los artificios de la imaginacin.
Ha pasado el tiempo de los profetas. Dichoso t, Fra Dol-
cino, que en tus tres cartas
(3)
has podido transfigurar los
acontecimientos polticos del momento (el papa Celestino
y
el papa Bonifacio VIII, Anjevinos
y
Aragoneses, Gelfos
y
Gibelinos, miserables plebes
y
patriciados de las comunas.
(1)
Por la multiplicacin de los centros de produccin
y
por los
cruzamientos c interferencias que de ello resultan, las crisis han sufrido un
desplazamiento. En lugar de tener una periodicidad (decenal para Marx,
segn el ejemplo tpico de Inglaterra), las crisis ahora son extensas
y
crnicas. [Esta circunstancia es un fuerte argumento para aquellos que
combaten las previsiones catastrficas. En resumen, se hace responsable al
marxismo, en tanto que doctrina, de los errores de clculo
y
previsin en
que haya podido caer Marx, quien no ha vivido ms que en ciertos l-
mites de tiempo, de lugar
y
de experiencia].

(Nota de la edic. francesa).
(2)
Me parece que esto es ms evidente en 1898 que en 189 7. Y
es por eso que el Zar quiere poner su plvora al abrigo, bajo la proteccin
del dios de Tolstoi.

(Nota de la edicin francesa).
(3)
Como se sabe, estas cartas no nos son conocidas ms que por
fragmentos
y
stos indirectamente.
Filosofa y Socialismo 129
etctera) , en los tipos ya simbolizados por los profetas
y
por
el Apocalipsis, midiendo ao tras aos, mes tras mes, da
tras da,
y
efectuando correcciones sucesivas, los tiempos de
la
providencia. Pero has sido un hroe, lo que demues-
tra que la fantasa no fu la causa de tus actos sino la
envoltura ideal por la cual t te explicabas a ti mismo, como
han hecho tantos otros durante todo un siglo antes, inclu-
yendo a Francisco de Ass, el levantamiento desesperado de la
plebe contra la jerarqua papal, contra la burguesa ya potente
en las comunas
y
contra la naciente monarqua. Ahora todas
estas envolturas han sido desgarradas, conjuntamente con la
religin de las ideas, como la llaman aquellos que se sirven
de una jerga hipcrita para hacer creer en un cierto respeto
supersticioso por la religin de los otros. Actualmente no es
permitido ser utopistas ms que a los imbciles. La utopa de
les imbciles es, o bien ridicula, o bien un pasatiempo de li-
teratos que se divierten en el falansterio de tonteras que cons-
truye Bellamy. Marx era ms modesto,
y
no se halla en l
ms que la prosa de la ciencia; modestamente ha recogido de
la sociedad presente los primeros ndices de las transiciones
que va a sufrir, como, por ejemplo, el nacimiento de las
cooperativas (verdaderas!) en Inglaterra
y
otras cosas pa-
recidas,
y
se resigna (especialmente en la organizacin de la In-
ternacional) a no ser ms que un partero, lo que no tiene nada
de constructor del porvenir. Engels
y
l han hablado de la
sociedad futura dada la hiptesis de la dictadura del pro-
letariado no desde un aspecto intuitivo, as como apare-
cera en aquel que se la imaginara, sino desde el aspecto del
principio director de la forma, es decir, de la estructura eco-
nmica,
y
particularmente en anttesis a la sociedad actual
(1).
Por otra parte, hay muchos que sienten la necesidad de
vivir desde ahora en el porvenir, de sentirlo
y
de ensayarlo
en sus propias personas;
y
si, dominando en nombre de las
ideas, quieren, como los papas, investir con derechos
y
con
deberes a los miembros de la sociedad futura, que lo ha-
gan. Que me sea permitido, que tengo como tantos otros
cierto derecho, enviar mi tarjeta de visita a nuestros descen-
(1)
Remito al lector a los extractos que cito en las pginas 177-179
Del Materialismo Histrico (Edicin castellana de F. Sempere) .

(Arre-
glo del T.).
130
Antonio Labrila
dientes, expresndoles la esperanza de que, semejantes a nos-
otros en ms de un aspecto, tengan bastante de la jocosa dia-
lctica del reir para burlarse de los profetas de hoy.
Y cedo ahora a usted el lugar, si es que tiene deseos de
comenzar nuevamente.
XI
Post-Scriptum a la edicin francesa
Frascati (Roma), 10 de septiembre de 1898.
Bien que hasta ahora Sorel no haya manifestado deseos de
volver sobre estas cosas, puede ser que lo haga ms adelante.
Pero tengo razones para temer que, hacindolo, siga un ca-
mino para m inesperado, ya que habla ahora de: Lm Crisis
del socialismo cientfico (consultar su artculo en la Critica
Sociale del
1
de mayo de 1898, pgs. 134-38), precisamente
con motivo de las publicaciones del seor Merlino, que tan
severamente haba criticado el ao pasado (Devenir Social,
octubre 1897, pgs. 854-58).
Pero que comience o no de nuevo a ocuparse de estos pro-
blemas generales, tomando en consideracin lo que escriba di-
rigindome a l, debo aclarar ahora, para evitar todo mal
entendido
y
para que no pueda haber equvocos para el lector,
que yo no lo seguir en sus lucubraciones apresuradas o pre-
maturas contra la teora del valor (Journal del conomistes,
Pars, mayo 15 de 1897; Sozialistische Monatshefte, Berln,
agosto 1897; Giornale degli Economisti, Roma, julio de
1898; Riforma Sociale, agosto de 1898). Sin discutir aqu
sus lucubraciones, lo que no se puede hacer incidentalmente
y
como pasatiempo, no quisiera verme citado en compaa de
Sorel, como uno de los ejemplos de la crisis del marxismo
(Ver Th. Masaryk, die Krise des Marxismus. Viena, 1898;
traduccin francesa en la Revue internationale de sociologie,
julio de 1898, en donde se cita a Sorel en apoyo de este
precioso descubrimiento literario,
pg. 8). A mi parecer, en
esta pretendida crisis hay buen nmero de dramatis personae,
que aun no han comprendido bien su papel, o que no han
podido aprenderlo, o que lo recitan muy mal.
Filosofa y Socialismo
131
Debo hacer estas mismas reservas, con ms fuerza quiz,
con respecto al ensayo de Croce: Para la interpretacin
y
cr-
tica de algunos conceptos del Marxismo, aples, 1897.
(Traducido en el Devenir Social, IV ao, febrero
y
marzo
de 1898).
Aunque este trabajo parece ser
(y
es lo que declara el mis-
mo autor n la
pg. 3)
una nota libre a mi Discotrendo,
contiene, en verdad, junto a muchas observaciones tiles de
metodologa histrica
y
a algunas indicaciones sagaces sobre
tctica poltica, proposiciones tericas que no tienen nada que
ver con mis publicaciones
y
opiniones,
y
que les son hasta
diametralmente opuestas. Debo emprender una verdadera
polmica ex profeso contra este ensayo, que desde otros puntos
de vista merece ser ledo? Dejo de buen grado al autor de
esta nota libre la libertad de sus opiniones, siempre que no
crean los lectores que es un complemento, aceptado por m,
de mis ideas personales.
No puedo, sin embargo, hacer slo reservas como al seor
Sorel, por lo que me es necesario consignar algunas notas crti-
cas sumarias. Nada dir de las sutiles distinciones escolsticas,
en las que se detiene con gusto Croce, entre la ciencia pura
y
la
ciencia aplicada, entre el homo oeconomicus
y
el hombre mo-
ral, entre el egosmo
y
el inters personal, entre lo que es
y
lo
que debe ser, etc., porque, en el fondo, mi oficio de profesor
me obliga a ser indulgente para con la escolstica tradicional,
que puede, con ciertos lmites, servir para orientar el espritu
de los principiantes, pero que no es nunca la ciencia plena
y
concreta. Cmo podra impedir el astrnomo que la gente
hable del sol que se levanta
y
del sol que se pone? Podra
invitar a leer los captulos VI
y
VIII de mi libro Del Mate-
rialismo Histrico (pgs. 59
y
sig.
y
104
y
sig. de la edicin
citada), consagrados a una cuestin anloga, en donde mues-
tro cmo los factores indispensables al conocimiento emp-
rico e inmediato se transforman en ciertas circunstancias en
aspectos o en momento (segn los casos) de un conocimiento
total unitario. Pero me pregunto: Cmo aquel que an
tiene el cerebro comprimido por las dificultades de la lgica
del conocimiento emprico inmediato puede abordar seria-
mente el problema del marxismo, que est, o al menos pre-
tende estar (para ser corts con los adversarios) por encima
de estas distinciones preliminares? No es esta una lucha
132
Antonio Labriola
con armas demasiado desiguales? Invitara a Croce a hacer
nuevo uso de su facultad crtica en otro dominio de estudios;
a leer rpidamente un tratado de Energtica (por ejemplo, el
reciente de Helm), de enviar al diablo todos los Helmotz
y
todos los R. Mayer de este mundo, para volver a poner en su
lugar, de acuerdo al sentido comn, la luz que es siempre
luminosa
y
el calor que es siempre caliente.
Pero de dnde saca Croce
y
en el preciso momento
en que se ocupa de Marx! la conviccin de que, fuera de
las diferentes economas que se han sucedido en la historia,
de la cual la economa capitalstico-industrial es, por as decir,
un caso particular (siendo ste, digmoslo al pasar, el nico
caso que hasta ahora tiene su teora, la que se halla en nu-
merosas variantes de escuelas
y
subescuelas) , hay una econo-
ma pura, que por s sola aclara
y
por s sola sugiere una
direccin general de interpretacin de todos los casos, o mejor,
de todas estas formas de prosaica experiencia? Un animal
en s, adems de todos los animales visibles
y
palpables? Y
qu podr contener esta economa del hombre supra-histrico
y
supra-social, que termina por ser ms fastidiosa que los su-
per-hombres de la literatura
y
de la filosofa? Quiz conten-
ga la simple teora de las necesidades
y
de los apetitos, es-
tando dada nicamente la naturaleza exterior, pero sin la ex-
periencia del trabajo, sin instrumentos
y
sin correlaciones pre-
cisas de asociacin o de sociedad. Esta tesis quiz pudiera
servir a la psicologa conjetural del hombre prehistrico. Pero
no; esta economa del hombre en s, segn Croce, es perpetua
y
actual;
y
aqu en verdad me pierdo
(pg.
19): "acepto
la construccin econmica de la escuela hedonista, la utilit
ophlimit, el grado final de la utilidad
y,
en fin, la explica-
cin (econmica) del beneficio del capital como proveniente
del grado diferente de utilidad de los bienes presentes
y
de los
bienes futuros! Pero esto no satisface el deseo de una expli-
cacin sociolgica del beneficio del capital;
y
esta explicacin,
como todas las de la misma naturaleza, no se la puede encon-
trar en otra parte que en la direccin en que las ha investi-
gado Marx". Mi amigo Croce es verdaderamente insaciable,
y
su insaciabilidad podra hacerlo pasar, si no lo conociera
bien, por un espritu caprichoso. Acepta en conjunto todo un
sistema econmico, un sistema que pretende abarcar todo lo
cognoscible econmico. Es un sistema muy conocido en Ita-
Filosofa y Socialismo 133
lia, donde tiene infinidad de representantes, donde ha sido con-
tinuado
y
perfeccionado, segn se dice, por Barone, en lo que
concierne a la teora de la reparticin. En apoyo de su pro-
fesin de fe, que debe ser muy agradable ya que es hedonista,
pone una exclamacin cuando dice que acepta la explicacin
econmica (no debiera ser no-econmica?) del "beneficio del
capital como proveniendo del grado diferente de utilidad de los
bienes presentes
y
de los bienes futuros!" Qu le falta an
para tratar de imbcil
y
de visionario a Marx, quien por ca-
minos completamente diferentes se ha esforzado investigando
el origen, el proceso
y
la reparticin de la plus-vala?
Y es a
eso, en fin de cuentas, que se reduce esencialmente para Marx
su actividad especfica de crtico
y
de innovador de la econo-
ma. La clebre frmula AA', es decir, el dinero que hace
dinero con un beneficio, ha sido como el clavo remachado en
la cabeza de Marx, al mismo tiempo que es el centro de su
investigacin. Croce, despus de haber hecho su profesin
de fe de hedonista convencido, como si despus de haber be-
bido
y
comido a saciedad se quisiera seguir comiendo
y
be-
biendo, se vuelve hacia Marx para pedirle una teora socio-
lgica que venga a completar la teora econmica a la que
se ha aferrado de una manera decidida;
y
qu puede decirle
Marx sino esto?: enviad al diablo vuestro galimatas hedo-
nista, pues es intil interrogarme sobre todas e^tas bagatelas,
porque no puedo ofrecer a usted sino una cosa completamente
distinta. En efecto, Croce est obligado a hablar de un Marx
que difiere un poco o mucho, yo no s del verdadero
Marx, para que sus tales principios sean conciliables con los
datos indiscutibles del hedonismo. Hablando de la manera
por la que Marx "ha podido llegar a descubrir
y
definir el
origen social del beneficio, es decir, de la plus-vala, formula
esta sentencia
(pg.
12): "Plus-vala no tiene sentido en la
economa pura, como resulta del nombre mismo, porque una
plus-vala es un extra-valor, lo que nos hace salir del dominio
de la economa pura. Pero ella tiene un sentido
y
no es una
idea absurda, como concepto de diferencia, cuando se compara
una sociedad econmica con otra, un hecho con otro hecho,
dos hiptesis entre s". Y aade en una nota: "Debo re-
tractarme de un error que he cometido en un ensayo anterior,
en el cual, indicando correctamente que la plus-vala no es
un concepto puramente econmico, la defina errneamente co-
134
Antonio Labriola
mo un concepto moral; deb haber dicho: un concepto de
diferencia, de sociologa econmica o de economa aplicada,
y
no de economa pura. La moral nada tiene que hacer aqu,
como nada tiene que hacer en toda la investigacin de Marx".
Deseo a Croce que en un tercer ensayo nos diga que ha po-
dido reconocer su primer error, ya que ste era la generali-
zacin de una opinin corriente en el socialismo vulgar: que
la plus-vala es el resumen de las protestas de los explotados;
pero que no puede hallar excusas a un segundo error, porque
no puede decir claramente lo que entiende por ello. Y no
solamente porque confunde constantemente beneficio, inters
Y
plus-vala, sino porque muchas veces toma el concepto de
sociedad productiva
(1)
como una forma en s
(y
pregunto:
en oposicin a cul otra? Quiz a la de los santos en el
paraso?)
y
pretende que "Marx compara la sociedad capita-
lista a una parte de s misma, aislada
y
elevada al rango de
existencia independiente: que compara la sociedad capitalista con
la sociedad econmica en s misma (pero solamente en tanto
que sociedad productora)"
y,
por lo tanto: "La economa mar-
xista es la que estudia la sociedad productora
(1)
abstracta"
(pginas 12
y 13).
Si hay quienes experimentan la necesidad de desembarazar-
se del nocivo bacilo metafsico, que permite tales razonamien-
tos, les aconsejo como remedio la lectura, no de las polmicas
de los economistas
y
especialmente de las que tienen lugar en
Alemania con motivo de las publicaciones de Dietzel, que po-
dran ser sospechosas, sino de la Lgica de Wundt, en la cual,
para decirlo al pasar, da como ejemplo-tipo de ley social
(i
pa-
rece increble!, ya que Wundt no es carioso ni con los so-
cilogos ni con las susodichas leyes sociales), precisamente ,1a
plus-vala de acuerdo a Marx.
Despus de todo, esta economa pura como se acostum-
bra a llamarla en Italia, que es el pas del nfasis
y
de la exa-
geracin

, es decir, esta corriente de investigacin


y
de siste-
ma que, sobre los rastros insuficientes, olvidados e ignorados
por Gossen, por Walras
y
por Jevons, se ha desarrollado en
(1) El texto italiano dice societ lavoratricc, es decir, literalmente,
ocit travaillante (sociedad trabajadora), sociedad que esencial
y
exclnsi-
vamente es trabajadora, que no hace ms que trabajar.

(Nota del tra-
ductor francs).
Filosofa y Socialismo 135
lo que s llama ahora (vulgo) la escuela austraca, no es, en
sus premisas como en sus procedimientos, ms que una va-
riante terica de la interpretacin de los mismos datos emp-
ricos de la vida econmica moderna, que siempre han cons-
tituido el objeto de los estudios de otras escuelas. Se distin-
gue de la escuela clsica (que no ha sido tan antihistrica como
se cree a menudo, como lo demostr SchUer, Die Klassische
Nationaloekonomia, Berln, 1895; traduccin francesa, Pa-
rs)
,
por su tendencia a un ms alto grado de abstraccin
y
generalizacin. Se esfuerza por hacer conocer mejor los es-
tados psquicos que preceden
y
acompaan los actos
y
las re-
laciones econmicas. Usa
y
abusa de los procedimientos
y
de
los expedientes matemticos. Ella no es, sin embargo, la supra-
historia, bien que ponga a menudo en escena las robinsonadas,
que a menudo disimula bajo la forma de una sutil psicologa
individualista;
y
tan no es una supra-historia que de esta histo-
ria actual toma prestados dos datos, de los cuales hace dos pos-
tulados absolutos; la libertad del trabajo
y
la libertad de la
competencia llevadas al mximo por hiptesis. Es por esto
que es inteligible
y
discutible, ya que se la puede comparar a
la experiencia, de la que es a menudo una interpretacin
forzada
y
unilateral. (La mayora del pblico francs puede
hallar ahora una exposicin clara de la teora del valor de esta
escuela en el libro de E. Petit; Etude critique des diffrentes
thories de la valeur, Pars, 1897).
Volvamos a Croce. No puedo disimular mi asombro de
ver que reprocha a Engels (notas 1
y
2, pg. 14), por haber
llamado una vez histrica a la ciencia de la economa,
y
en
otra oportunidad economa terica. Si uno se atiene slo a las
palabras se podra decir que histrico es aqu lo opuesto a
lo
natural, entendindolo como alguna cosa fija e inmutable
(las famosas leyes naturales de la economa vulgar)
,
y
que la
palabra terico se opone aqu al conocimiento groseramente
descriptivo
y
emprico. Pero hay ms. Toda teora no es
otra cosa que la representacin, tan perfecta como sea posible,
de las relaciones de condicionalidad recproca de los hechos
que, sobre un dominio determinado de la existencia, se pre-
sentan como homogneos o conexos, Pero todos estos grupos
de hechos son los momentos de un devenir. Luego, si un
fisilogo, despus de haber expuesto la teora fsico-mecnica
de la respiracin pulmonar, agrega que la respiracin no est
136 Antonio Labrila
ligada a la existencia del pulmn,
y
que el pulmn mismo es
un hecho particular de la gnesis en la historia general
de los
organismos, hara usted comparecer a este fisilogo, como
acusado, ante el tribunal de otra economa pura, es decir, ante
el tribunal de una fisiologa muy pura, que estudia la entidad
vida,
y
no los seres vivos?
En efecto, Croce le reprocha a Marx (passim) el no haber
establecido las relaciones de su investigacin con los conceptos de
la economa pura, para mostrar
(pg. 3),
"mediante una ex-
posicin metdica, cmo los hechos del mundo econmico estn
regidos, en ltima instancia, por una misma ley;
o, lo que es
lo mismo, cmo esta ley se refracta de manera distinta pa-
sando a travs de organizaciones diferentes sin cambiar de
naturaleza, ya que si no el modo
y
el criterio mismo de la
explicacin fallaran". Si Marx hubiera tenido deseos de res-
ponder a esto, verdaderamente no sabra qu decir. No se
trata ya de las generalizaciones, en verdad demasiado abstrac-
tas, de la escuela hedonista, que pertenecen an a los proce-
sos admitidos de abstraccin
y
aislamiento propios a todas las
ciencias, que, partiendo de la base emprica, buscan la ruta de
los principies. Nosotros nos hallamos ahora en presencia de
una ley econmica que, como una semi-entidad, atraviesa mis-
teriosamente las diferentes fases de la historia, para que stas
puedan ser ligadas en conjunto. Es eso lo puro posible, que es
luego, en realidad, lo imposible. Dhring a quien defiende
en algunos momentos es superado en muchos aspectos. Se
trata aqu de" enunciar las dificultades en la concepcin cien-
tfica de todo problema cientfico, por consecuencia de las
cuales dejan de ser inteligibles, no solamente Marx, sino las
tres cuartas partes del pensamiento contemporneo. La lgica
formal, de feliz memoria, llega a ser el arbitro del saber. To-
memos el libro que fuera tan ledo en Francia, la Lgica de
Port Royal. Parte de un concepto de gran extensin
y
de m-
nimo contenido
y,
por la adjuncin mecnica de connotacio-
nes nuevas, se llega a un concepto de muy poca extensin
y
de mximo contenido. Y si nosotros debemos considerar un
pro-
ceso real, como, por ejemplo, el pasaje del invertebrado al ver-
tebrado, o del comunismo primitivo a la propiedad privada
del suelo, o de la indiferencia de las races a la diferenciacin
temtica del verbo
y
del nombre en el grupo ario-semtico,
en lugar de considerar esos hechos como er resultado de un
Filosofa y Socialismo
137
proceso lento
y
real, nos apoyamos en un concepto fijo
y
preconcebido
y
escribimos, gracias a un mtodo de fcil ano-
tacin, primero una A, luego una a, despus una a2., despus
una a3., despus una a4., etctera. . . todo habr terminado.
Y esto me parece suficientemente claro.
He aqu algunos pasajes bastante curiosos
(pg.
2: "Es
una sociedad (se trata de la sociedad estudiada por Marx en
El Capital) ideal
y
esquemtica, deducida de algunas hip-
tesis que podran no presentarse jams en el curso de la histo-
ria". Marx es, per lo tanto, el terico de una utopa. Ms
adelante
,pg. 4),
dice: "Marx ha tomado fuera del dominio
de la teora econmica pura una proposicin: la clebre. igual-
dad del valor
y
del trabajo". Y de dnde la ha tomado?
Quiz (segn algunos) ha llegado a ella "llevando
a sus
consecuencias extremas una idea poco dichosa de Ricardo".
Verdaderamente, a Ricardo habra que expulsarlo de la histo-
ria de la ciencia, ya que no ha hallado nada ms dichoso. En
algn momento Croce (Nota de la
pg. 20) se apoya en
Pantaleoni, porque ste ataca a Bohm-Bawerk, cuando se
pregunta de dnde el acreedor puede tomar con qu pagar
el inters". En efecto, Pantaleoni (Principa di Economa pu-
ra,
pg. 301), dice: la causa generatriz del inters radica en
la productibilidad del capital, en tanto que bien complementa-
rio en un proceso tcnico ventajoso, que exige cierto tiempo,
y
no en la virtud del tiempo, que dejara las cosas como son".
Despus, durante todo un captulo, Pantaleoni, con la forma
de razonar que es propia a su escuela, vuelve a tomar a su
manera la explicacin del inters como proveniente de la pro-
ductividad del dinero (capital), que, salida victoriosa, ya en
el siglo XVII, de las polmicas de moralistas
y
cannigos, apa-
rece en su frmula elementalmente econmica por primera vez
en Barbn
y
en Massey. Esta explicacin es la nica que el
economista puede dar durante el tiempo que la productividad
del capital, que prima facie aparece como evidente, no sea el
objeto de la crtica;
y
es esta crtica la que ha conducido a
Marx a la frmula ms general
y
al principio gentico de la
plus-vala. En este mismo captulo Pantaleoni
(1) discute
(1) Leyendo las pruebas de este libro caigo en cuenta que el lector
podra engaarse con respecto a este escritor. Pantaleoni, a quien defiendo
aqu, es tambin un representante del hedonismo que Croce, sirvindose
138 Antonio Labrila
hbilmente contra Bohm-Bawerk, quien, como dira Croce,
"da la explicacin (econmica) del beneficio del capital como
proveniente del grado diferente de utilidad de los bienes pre-
sentes
y
de los bienes futuros".
Lo cierto es que, para pasar el tiempo, usted desea cons-
truir esta pequea farsa ideolgica: "se toma, de un lado,
la espera legtima del acreedor
y,
de otro, la honesta promesa
del deudor; estos dos atributos psicolgicos, que hacen tanto
honor a la excelencia de su carcter, son ampliamente expli-
cados; se supone despus que el deudor
y
el acreedor son
hommes oeconomici, tan perfectos como es necesario que lo
sean desde el momento que han nacido con los diagramas de
Gossen impresos en sus cerebros
(
1
) ; luego, se aade la
nocin del tiempo abstracto;
y,
habiendo construido la santa
trinidad "espera, promesa
y
tiempo", se le atribuye la virtud
de transformarse en el suplemento de valor, que debe hallarse,
por ejemplo, en los zapatos producidos con el dinero prestado,
para que el deudor, finalmente, produciendo l mismo una
cierta ganancia si no quiere morirse de hambre, solvat debitum
cum usura. Es la ciencia llevada al suplicio. El tiempo, en
realidad, tanto en la economa como en la naturaleza, no es
otra cosa que la medida de un proceso,
y
en la economa es la
medida del proceso de la produccin
y
de la circulacin (es
decir, el ltimo anlisis despus del anlisis necesario del tra-
bajo) . Con respecto a este punto de vista, el tiempo es tam-
bin medida del inters en tanto que es un elemento de la
economa. Un tiempo que, en tanto que tiempo, obra como
una causa real, es un mito. (Sobre las supervivencias mticas
de la clebre imagen de los dos focos de la elipse, querra conciliar con
el marxismo;
y
es tambin un entusiasta representante de esta escuela. Pan-
talconi va tan lejos que al principio de su curso semestral en la Univer-
sidad de Genova (ver su: leccin de apertura, reproducida en el nmero
de noviembre de 1898 del Giornale degli Economisti, pgs. 40 7-431),
olvida incluir en la historia de la ciencia quin est libre de cometer
errores! el nombre de Marx (ibd., pg. 42 7). Tiene, por otra parte,
una opinin bastante mala de Icss socialistas
y
de los socialistas italianos
en particular; los tiene por locos
y
exaltados que se parecen a malhechores
(ver su carta del 12 de agosto ltimo, pgs. 101-110 del folleto del
profesor Pareto: La Liberte conomique et les Evnements d'Italie, Lau-
sana, 1898, y especialmente las pgs. 103 y siguientes).
(1) Con respecto a estos diagramas recuerdo las fuertes
y
agudas
crticas de Lexis (ver el artculo Grenznutzcn, en el volumen I del Suppk-
ment-Band del Handworterburck, de Conrad)
.
Filosofa y Socialismo 139
en la representacin del tiempo es necesario leer: Zeit und
Weile en los Idale Fvagen de Lazarus, Berln, 1878, pgi-
nas 161-232). Si debemos remontarnos hasta la mitologa,
reemplacemos inmediatamente en lo alto del cielo, ms all
del Olimpo, el muy viejo Kronos, que el pueblo griego con-
funda con chronos (tiempo) :
y
si las esperanzas, las esperas
y
las promesas son por s mismas causas reales de los hechos
econmicos, volvamos a la magia.
Croce alude a esto cuando escribe
(pg.
16): "Y si en la
hiptesis de Marx las mercancas aparecen como concreciones
de trabajo o de trabajo cristalizado, por qu, en otra hip-
tesis, no podran aparecer como concreciones de necesidades,
o de las cantidades de necesidades cristalizadas:"' Grandes dio-
ses! En verdad, Marx no ha sido nunca un modelo de lo que se
llama la forma clsica, especialmente en lo que concierne a la
plasticidad, claridad
y
continuidad de las imgenes. Marx era
seicentista
(1).
Pero sus imgenes, a menudo atrevidas, pero
que no son ni caprichosas ni jocosas, dicen siempre algo pro-
fundamente realista. Si esta imagen de la cristalizacin, que
no tiene, por otra parte, nada de obligatoria ni de sacramental
para nadie, la utilizis ante el primer zapatero que llega, ste,
haciendo posiblemente alusin a sus manos callosas, a su es-
palda encorvada
y
al sudor de su frente, quiz responda que
ha comprendido en parte, porque en los zapatos que confec-
ciona pone algo de s mismo, sus energas mecnicas dirigidas
por la voluntad, es decir, dirigidas por la atencin volunta-
ria de acuerdo a la forma preconcebida en la que se resume su
actividad cerebral, en tanto que ella est en actividad en su
trabajo. Pero hasta aqu slo los hechiceros han podido creer
o hacer creer que con los solos deseos se puede conglutinar una
parte de nosotros mismos en un bien cualquiera.
No es permitido a nadie bromear con la psicologa. Yo no
sabra decir en pocas palabras lo que de ella debe entrar en
los postulados de la economa. S, sin embargo, que la mayor
parte de los conceptos psicolgicos que los hedonistas
y
los no-
hedonistas hacen entrar en la economa, parecen estar all ad
usum delphini, como por el efecto de una combinacin fac-
(1)
Esta palabra no tiene ningn sentido despectivo. Se llama, en
Italia, seicentismo, al estilo de la prosa que corresponde en parte a lo
que es Bernini en el modelado
y
en la arquitectura.
140 AntOxNio Labrila
ticia
y
no de una investigacin cientfica,
y
haber sido toma-
das un poco al azar de la terminologa vulgar. Luego:
tracten fabrilia fabri. Y s tambin que de la necesidad al
trabajo hay toda la formacin psicolgica del hombre; hay
todo lo que separa el sentimiento privativo de la sed, es decir,
la necesidad de beber (que el nio no asocia an, no a los
movimientos que necesita hacer para tener qu beber, ni tam-
poco a la representacin del agua) , hasta el acto del obrero
hbil que, gracias a una voluntad inteligente
y
madura, gra-
cias a una voluntad por la que la experiencia
y
la imaginacin,
la imitacin
y
la invencin no son ms que una sola cosa, hace
un pozo o descubre una fuente. Fu el defecto principal de la
psicologa vulgar reducir esta formacin viviente a una rida
nomenclatura,
y
es esto lo que generalmente los economistas,
aun los de nuestros das, toman como premisa para sus tra-
bajos especiales. La psicologa del trabajo, que sera el triun-
fo de la doctrina del determinismo, est an por escribirse.
Para qu este post-scriptum?, se preguntar quiz el lector.
Lo he aqu: yo no soy el paladn de Marx
y
acepto todas
las crticas; yo mismo soy un crtico en todo lo que escribo,
por lo que no doy un desmentido a la sentencia: comprender
es superarse
(1);
pero, sin embargo, me es necesario aadir:
superarse es haber comprendido.
(1) Ver Essais, pg.
112.
APNDICE I
NEGACIN DE LA NEGACIN
(Fragmentos del Anti-Dhring)
(1)
Pero, veamos, en qu consiste esta espantosa negacin de
la negacin que tanto le amarga la vida al seor Dhring,
hasta el punto de ver en ella un crimen imperdonable, algo
as como el pecado contra el Espritu Santo, para el que los
cristianos no reconocen redencin? Consiste en una operacin
muy sencilla, que se realiza todos los das
y
en todas partes,
y
que cualquier nio puede comprender con slo despojarla
de la envoltura enigmtica con que la cubri la vieja filosofa
idealista
y
con que quieren seguir cubrindola, porque as les
conviene, los desmaados metafsicos del corte del seor
Dhring.
Tomemos por ejemplo un grano de cebada. Todos los
das se muelen, se cuecen
y
se consumen, convertidos en cer-
veza, billones de granos de cebada. Pero en circunstancias
normales
y
propicias, ese grano, plantado en tierra conveniente,
bajo la influencia del calor
y
la humedad, experimenta una
transformacin especfica: germina; al germinar, el grano,
como tal grano, se extingue, es negado, destruido,
y
en lugar
suyo brota la planta que nace de l, la negacin del grano.
Y, cul es la marcha normal de la vida de esta planta? La
planta crece, florece, es fecundada
y
produce, por ltimo,
(1)
Como el texto del libro del que nosotros traducimos est en
francs, hemos considerado prudente, ya que no poseemos el alemn, idio-
ma en el que fu escrita esta obra, cotejar esta traduccin con la versin
castellana de La edicin dirigida por W. Roces, Biblioteca Carlos Marx,
Madrid, 193 2. (Hemos respetado los fragmentos escogidos por Labriola)
.

(N. del T.).


142 Antonio Labrila
nuevos granos de cebada para morir, para ser negada, destruida
a su vez, tan pronto como esos granos maduran. Y como
fruto de esta negacin de la negacin, nos encontramos otra
vez con el grano de cebada inicial, pero no ya con uno, sino
con diez, con veinte, con treinta. Como las especies cereales
se modifican con extraordinaria lentitud, la cebada de hoy es
casi igual a la de hace cien aos. Pero tomemos, en vez de
eso, una planta de adorno, por ejemplo, una dalia
o una
orqudea. Si tratamos la simiente
y
la planta que de ella
brota con arreglo a las artes de la jardinera, ya no obten-
dremos como resultado de este proceso de negacin de la ne-
gacin solamente simientes, sino simientes cualitativamente
mejoradas, que nos darn flores ms bellas,
y
cada repeticin
de este proceso, cada nueva negacin de la negacin, repre-
sentar un grado ms en esta escala de perfeccionamiento.
Y lo mismo que este proceso se desarrolla en el grano de
cebada, se desarrolla en la mayora de los insectos, por ejemplo,
en las mariposas. Tambin stas que nacen del huevo mediante
la negacin del huevo, destruyndolo, atraviesan por una serie
de metamorfosis hasta llegar a la madurez sexual;
se fecundan
luego
y
mueren por un nuevo acto de negacin, tan pronto
como el proceso de procreacin se consuma
y
la hembra pone
nuevos huevos.
Aqu no nos interesa nada, por el momento, el que en otras
plantas
y
animales el proceso no presente la misma sencillez,
ya que no producen una vez solamente, sino varias veces, si-
mientes, huevos o cras, antes de morir; lo nico que por ahora
nos interesa es demostrar que la negacin de la negacin es
un fenmeno que existe realmente en los dos reinos del mun-
do orgnico. Y no slo en ellos. Toda la geologa no es
ms que una serie de negaciones negadas, es decir, una serie
continua de desmoronamientos de formaciones rocosas anti-
guas
y
de nuevas capas de formaciones minerales. La serie co-
mienza por la corteza terrestre primitiva que, formada por en-
friamiento de la masa fluida, se va fraccionando por la accin
de las aguas
y
por la accin meteorolgica
y
qumico-atmos-
frica, formndose as masas estratificadas en el fondo del
mar. Al descollar en ciertos sitios el fondo del mar sobre la
superficie de las aguas, parte de estas estratificaciones se ven
sometidas de nuevo a la accin de la lluvia, a los cambios
trmicos de las estaciones, a la accin del hidrgeno
y
de los
Filosofa y Socialismo
143
cidos carbnicos de la atmsfera;
y
a las mismas influencias
se hallan expuestas las masas ptreas fundidas
y
luego enfria-
das que, brotando del seno de la tierra, perforan la corteza
terrestre. A lo largo de millones de siglos se van formando
de este modo nuevas
y
nuevas capas, que a su vez son destrui-
das de nuevo en su mayor parte
y
empleadas una
y
otra vez
como materia para la formacin de capas nuevas. Pero el re-
sultado es siempre positivo: formacin de un suelo en que
se mezclan los ms diversos elementos qumicos en un estado
de pulverizacin mecnica que permite la ms abundante
y
variada vegetacin.
Exactamente lo mismo ocurre en las matemticas. Tome-
mos una magnitud algebraica cualquiera, por ejemplo,
a.
Si la negamos, tenemos

a (menos a) . Si negamos esta ne-
gacin, multiplicando

a por

a, tenemos -\-
al, es decir,
la magnitud positiva de que partamos, pero en un grado su-
perior, elevada a la segunda potencia. Tampoco aqu in-
teresa que a este resultado {al) pueda llegarse tambin mul-
tiplicando la magnitud positiva a consigo misma, pues la ne-
gacin negada es algo que se halla tan arraigada en la mag-
nitud al, que sta encierra siempre
y
dondequiera dos races
cuadradas, a saber: la de a
y
la de

a, Y esta imposibilidad
de desprendernos de la negacin negada, de la raz negativa
contenida en el cuadrado, toma ya un relieve perfectamente
tangible en las ecuaciones de los cuadrados. Y todava es ma-
yor la evidencia con que se nos presenta la negacin de la ne-
gacin en el anlisis superior, en esas "sumas de magnitudes
infinitamente pequeas" que el propio seor Dhring reputa
como las operaciones supremas de las matemticas
y
que son
las que vulgarmente llamamos clculo diferencial o integral.
Cmo se desarrollan estas operaciones de clculo? Supon-
gamos a miodo de ejemplo que se me dan, para resolver un
problema cualquiera, dos magnitudes variables, x z
y,
ninguna
de las cuales puede variar sin que vare tambin la otra, en la
proporcin que las circunstancias determinen. Lo que yo
hago entonces es diferenciar las dos magnitudes, x e
y,
es decir,
suponerlas tan infinitamente pequeas, que desaparezcan, com-
paradas con cualquier otra magnitud real, por pequea que
sea, de suerte que no quede de ellas, de x e t/, ms que su re-
lacin recproca, por lo que despojada, por as decir, de toda
base material (reducida a una relacin cuantitativa de la que
144 Antonio Labriola
sz ha borrado la cantidad
, es decir, la relacin de la,s
dx o
diferenciales de x e
y)
, se reduce, por lo tanto, a

,
pero esta
o o
y
frmula

no es aqu ms que la expresin de la frmula

.
o X
Observar de pasada que la relacin entre dos magnitudes bo-
rradas como el momento fijo en que se borran, es una contra-
diccin; pero esto no imperta, ya que esta contradiccin no
ha impedido que los matemticos hagan progresos desde hace
dos siglos. Pues bien, qu hemos hecho aqu ms que negar
las magnitudes x e
y
sino de un modo congruente con la
realidad de la situacin?, pues las negamos no desentendin-
donos de ellas, que es el modo como niega la metafsica. He-
mos substituido las magnitudes x e
y
por su negacin, llegando
as, en nuestras frmulas o ecuaciones, ^ dx
y
dy. Hecho esto,
seguimos nuestros clculos sobre estas frmulas, operamos con
dx
y
dy como magnitudes reales, aun cuando sujetas a ciertas
leyes de excepcin,
y
al llegar a un determinado momento,
negamos la negacin, es decir, integramos la frmula dife-
rencial, obteniendo de nuevo, en vez de dx
y
dy las magnitu-
des reales x e
y.
Y al hacerlo, no volveremos a encontrarnos
en el punto de partida, ya que hemos resuelto un problema,
problema que en vano habra tratado de resolver la geometra
y
el lgebra vulgares.
No otra cosa acontece en la historia. Todos los pueblos ci-
vilizados han comenzado por la propiedad colectiva de la
tierra. Y en todos los pueblos, al superar una determinada
fase primitiva con el desarrollo de la agricultura, la propie-
dad colectiva se convierte en una traba para la produccin.
Al llegar a este momento la propiedad colectiva se destruye,
se niega, convirtindose, tras etapas intermedias ms o menos
largas, en propiedad privada. Pero, al llegar a una fase ms
alta de progreso en el desarrollo de la agricultura, fase que se
alcanza precisamente gracias a la propiedad privada del suelo,
sta se convierte, a su vez, en un obstculo para la produccin,
que es lo que hoy acontece tanto para la grande como para
la pequea propiedad. En estas circunstancias nace, por la
fuerza de la necesidad, la forzosidad de negar tambin la pro-
piedad privada, a convertirla nuevamente en propiedad colee-
Filosofa y Socialismo 145
tiva. Pero esta exigencia no tiende precisamente a restaurar
la primitiva propiedad comunal del suelo, sino a implantar
una forma mucho ms alta
y
compleja de propiedad colec-
tiva que, lejos de alzarse como una barrera ante la produc-
cin, lo que har ser libertarla
y
permitirle explotar ntegra-
mente los descubrimientos qumicos
y
los modernos inventos
mecnicos.
Otro ejemplo. La filosofa antigua fu una filosofa ma-
terialista, primitiva, rudimentaria. Este materialismo no po-
da ser capaz de explicar claramente las relaciones entre el
espritu pensante
y
la materia. La necesidad de llegar a con-
clusiones claras acerca de esto condujo a la teora de un
alma separada del cuerpo, de donde luego se pas a la afir-
macin de la inmortalidad del alma,
y
por ltimo al mono-
tesmo. De este modo el materialismo primitivo fu negado
por el idealismo. Pero, con el ulterior desarrollo de la filo-
sofa, tambin el idealismo se hizo insostenible
y
hubo de ser
negado por el moderno materialismo. Pero este materialismo,
que es la negacin de la negacin, no es la mera restauracin
del materialismo primitivo, sino que incorpora a los funda-
mentos permanentes de este sistema todo el cuerpo de pen-
samientos que nos aportan dos milenios de progresos en el
campo de la filosofa
y
de las ciencias naturales,
y
la historia
misma de estos dos milenios. Ya no se trata de una philosophia
ut sic, sino de una simple concepcin del mundo, que debe
detenerse
y
realizarse, no en una ciencia de las ciencias, como
un algo existiendo por s mismo, sino en las diversas cien-
cias positivas. He aqu, pues, cmo la filosofa es, de este
modo, superada
y
conservada al mismo tiempo; superada en
cuanto a la forma, conservada en cuanto al contenido real.
Pues all donde el seor Dhring no ve ms que un "juego de
palabras" se esconde, para quien sabe ver las cosas, un con-
tenido
y
una realidad.
Y, finalmente, hasta la teora roussoniana de la igualdad,
de la que las chacharas del seor Dhring no son ms que un
eco apagado
y
falso, es incapaz de construirse sin acudir a los
servicios de partera de la negacin de la negacin segn Hgel;
y
esto ms de veinte aos antes de que Hgel naciera. Muy
lejos de avergonzarse de ello, esta teora exhibe casi ostento-
samente en sus primeras exposiciones el sello 'de su origen
dialctico. En el estado de naturaleza, es decir, en el estado
146 Antonio Labrila
salvaje, los hombres eran todos iguales;
y
como Rousseau con-
sideraba ya al lenguaje como una alteracin del estado de na-
turaleza, tiene toda la razn cuando aplica el criterio de la
igualdad perfecta, propia de los animales de una especie de-
terminada, a esta especie hipottica de hombres completamente
animales, que Hackel llama alalos, es decir, seres privados del
habla. Pero estos hombres-bestias, completamente iguales en-
tre s, tenan sobre todos los otros animales la ventaja de un
atributo especial: la perfectibilidad, es decir, la facultad de
progresar,
y
en esto es donde reside, segn Rousseau, la fuente
de la desigualdad. Es as que Rousseau ve un progreso en el
origen de la desigualdad; pero este progreso es antagnico,
pues implica a la par un retroceso. "Todos los progresos ul-
teriores (a partir del estado primitivo de naturaleza) fueron
otros tantos pasos dados aparentemente hacia el perfecciona-
miento del individuo, pero en verdad lo fu hacia la decadencia
de la especie. La elaboracin de los metales
y
la agricultura
fueron las dos artes cuyo descubrimiento provoc esta gran
revolucin" (es decir, la transformacin de las selvas vrgenes
en campos de cultivo, origin al mismo tiempo el naci-
miento de la miseria
y
la esclavitud del hombre por obra de
la propiedad). "Es para el poeta el oro
y
la plata,
y
para
el filsofo el hierro
y
el trigo, que civilizaron al hombre
y
arruinaron al gnero humano". A cada nuevo avance de la
civilizacin corresponde un nuevo progreso de la desigualdad.
Todas las instituciones de que se enriquece la sociedad nacida
de la civilizacin se truecan en lo contrario de su primitivo
fin. "Es indiscutible,
y
es, adems, la ley fundamental de todo
el derecho poltico, que los pueblos empezaron dndose jefes
para defender su libertad,
y
no para ser dominados". Y, sin
embargo, estos jefes se convierten necesariamente en los opre-
sores de los pueblos que haban de proteger,
y
llevan esta
opresin hasta un punto en que la desigualdad, agudizada hasta
el mximo, se cambia en su contrario, en fuente de igualdad:
ante el dspota todos los hombres son iguales, pues todos que-
dan reducidos a cero. "Es este el ltimo trmino de la des-
igualdad
y
el punto final que cierra el ciclo
y
se toca con e
punto inicial de donde habamos partido: al llegar aqu todos
los hombres son iguales, pues no son nada,
y
todos tienen,
como subditos, por nica ley la voluntad de su seor". Pero
el dspota slo es seor mientras tiene en sus manos la fuerza.
Filosofa y Socialismo
147
y,
por lo tanto, "si se lo derroca, nada puede reclamar contra
la violencia", "la misma fuerza que lo sostuvo lo derriba; todo
sucede segn el orden natural". Por donde la desigualdad se
trueca de nuevo en igualdad, pero sta no es ya la igualdad
rudimentaria
y
primitiva del hombre alalo
y
en estado de
naturaleza, sino la libertad superior del contrato social. Les
opresores se convierten en oprimidos. Es la negacin de la
negacin.
En Rousseau nos encontramos, pues, con un proceso de ideas
casi idntico al que desarrolla Marx en El Capital,
y
ade-
ms, con toda una serie de giros dialcticos que emplea Marx:
con procesos antagnicos por naturaleza
y
preados de con-
tradicciones, con el trastrueque de un extremo en su contrario
y,
finalmente, como el nervio central de todo este estudio,
con la negacin de la negacin. Es decir, que si Rousseau, en
1754, no poda expresarse todava en la jerga hegeliana, es-
taba ya, veintitrs aos antes de nacer Hgel, fuertemente in-
fectado por el contagio hegeliano, por la dialctica de la con-
tradiccin, por la teora del logos, por la teologa, etctera,
etctera (
1
) .
Qu es, pues, la negacin de la negacin? Una ley muy
general
y
muy importante que rige todo el proceso de la na-
turaleza, de la historia
y
del pensamiento; una ley que, como
hemos visto, se encuentra en el mundo animal
y
vegetal, en
la geologa, en las matemticas, en la historia
y
en la filosofa.
Por supuesto que cuando digo que el proceso que recorre,
por ejemplo, el grano de cebada desde que germina hasta que
muere la planta que ha dado un nuevo fruto es una negacin
de la negacin, no digo nada positivo sobre el proceso espec-
fico de ese desarrollo. Pues si pretendiese afirmar lo contrario,
siendo como es tambin el clculo integral una negacin de la
negacin

^segn lo hemos visto
, caera en el absurdo de
(
1
) Omitimos aqu un pasaje que no puede ser comprendido si no se
lee todo el Anti-Dhring. (Esta nota aparece en la edicin francesa) .

148
Antonio Labrila
sostener que el proceso bogentco de un tallo de cebada es
un clculo integral,
y
as como decimos clculo integral, lo
mismo podramos decir el socialismo, para ir a los extremos
del ridculo. Y es en esa forma subrepticia que los metafsicos
alteran la dialctica. Cuando digo que todos estos procesos
tienen de comn la negacin de la negacin, lo que hago es
englobarlos a todos bajo una nica ley evolutiva, haciendo
por esto mismo abstraccin de las peculiaridades de cada pro-
ceso en particular. La dialctica no es otra cosa que la ciencia
de las leyes del movimiento
y
del desarrollo de la naturaleza,
de la sociedad
y
del pensamiento.
Podra, sin embargo, objetarse que la negacin que aqu se
realiza no es verdadera negacin; tambin se niega un grano
de cebada cuando se lo muele, un insecto cuando se lo aplasta,
la magnitud positiva a cuando se la tacha, etc. Se niega tam-
bin la afirmacin "la rosa es una rosa", cuando se dice "la
rosa no es una rosa",
y
qu se sale ganando si luego se niega
nuevamente esta negacin, para decir: "sin embargo, esta rosa
es una rosa".-* Estas objeciones son, en verdad, los principales
argumentos de los metafsicos contra la dialctica, argumentos
dignos de tan augusta manera de pensar. Negar, en dialctica,
no consiste lisa
y
llanamente en decir no, o en declarar que
una cosa no existe, o destruyndola de cualquier manera. Ya
Spinoza deca: omnis determinatio est negatio, es decir, toda
delimitacin o determinacin es al mismo tiempo una nega-
cin. Adems, en dialctica, esta especie de negacin es deter-
minada por la naturaleza general
y
por la naturaleza espec-
fica del proceso mismo. No se trata solamente de negar, sino
de superar nuevamente la negacin. La primera negacin ha
de ser, pues, de tal naturaleza que haga posible la segunda.
Cmo? Eso depender de la naturaleza especfica de cada
caso concreto. Al moler el grano de cebada o al aplastar el
insecto, ejecuto indudablemente la primera negacin, pero
hago imposible la segunda negacin. Cada gnero de cosas
tiene, por lo tanto, su modo peculiar de ser negada para que
de esa negacin resulte un proceso de desarrollo;
y
lo mismo
ocurre con las ideas
y
los conceptos. En el clculo integral se
niega de otro modo que el que es necesario para obtener
potencias positivas partiendo de races negativas. Es necesario
aprender esto como se aprende cualquier otra cosa. No basta
saber que el tallo de cebada
y
el clculo integral caen bajo las
Filosofa y Socialismo 149
leyes de la negacin de la negacin para que nos consideremos
capaces de cultivar cebada o para realizar operaciones de dife-
renciacin e integracin; del mismo modo que no basta conocer
las leyes que rigen la determinacin del sonido segn las dimen-
siones de las cuerdas, para tocar el violn. Pero es evidente que
el juego infantil que consiste en escribir una a para luego ta-
charla o en decir que una rosa es una rosa para afirmar des-
pus que no lo es, no demuestra otra cosa que la idiotez del
que se entrega a semejantes ejercicios.
Luego, es slo el seor Dhring quien mixtifica las cosas
cuando afirma que la negacin de la negacin es una tonta
analoga inventada por Hgel a imitacin de la religin, del
mito del pecado original
y
de la redencin. El hombre pens
dialcticamente mucho antes de saber lo que era la dialctica,
del mismo modo que habl en prosa antes de que existiera esta
palabra. Hgel no hizo ms que formular claramente por
primera vez esta ley de la negacin de la negacin que acta
en la naturaleza
y
en la historia, como actuaba inconsciente-
mente en nuestras cabezas antes de que fuese descubierta. Y
si el seor Dhring aborrece el nombre pero quiere seguir em-
plendola a escondidas, puede inventarle otro nombre mejor.
Pero si lo que quiere es desechar del pensamiento la cosa mis-
ma, que trate primero de desecharla de la naturaleza
y
de la
historia e inventar unas matemticas en las que

a
X

<i ^o
sea
-\-
al
Y
en las que se prohiba, bajo pena de muerte, el
clculo diferencial e integral.
APNDICE II
(1)
Londres, septiembre 21 de 1890.
Su carta
(2)
del 5 del corriente me ha seguido hasta Fol-
kestcne; pero como all no tena el libro de que se trata, me
ha sido imposible contestar a usted. De regreso a Londres,
el 12, me he hallado con tan gran cantidad de trabajo urgente,
que no he podido escribirle algunas lneas hasta hoy. Cono-
ciendo la causa de mi retardo, espero que me excusar.
En primer lugar podr ver en el Origen de la familia, etc.,
pg. 19, que la familia punala se ha formado tan lentamente
que, aun en nuestro siglo, se han visto casamientos entre her-
manos
y
hermanas (de la misma madre) en la familia real
de Hawai. En toda la antigedad han existido casamientos
entre hermanos
y
hermanas, por ejemplo entre los Ptolomeos.
Pero aqu es necesario distinguir, en segundo lugar, entre los
hermanos
y
las hermanas de parte maternal
y
los de parte
paternal; adelfas, adelf, deriva de delfs, matriz,
y,
por con-
secuencia, no designan originariamente ms que los hermanos
y
hermanas de parte maternal. A pesar de la desaparicin del
matriarcado su influencia perdura durante tanto tiempo que
los hijos de una misma madre, aun de padres diferentes, son
ms prximos los unos de los otros que los hijos de un mismo
(1)
La traduccin de las tres cartas que reproducimos en este apn-
dice han aparecido en el nmero de marzo de 189 7 del Devenir Social.
(Esta nota aparece en la edicin francesa).
(2)
Esta carta ha aparecido en el Der sozialistisches Akademikcr el
1' de octubre de 1895. Responde a las dos cuestiones siguientes: 1')
Cmo es que despus de la desaparicin de la familia consangunea ha
tenido lugar entre los griegos matrimonios entre hermanos
y
hermanas
sin que fueran considerados incestuosos, segn k> atestigua esta frase de
Cornelius Nepos?: "eque enim Cimoni fuit turpe, Atheniensium summo
viro, sororem germanam habere in matrimonio, quippe quum cives eius
eodem uterentur istitutio" ; 2*?) Cmo hay que comprender el principio
fundamental de la concepcin materialista de Marx
y
Engels? El modo
de produccin
y
de reproduccin de la vida es el solo momento deter-
minante, o no es ms que la base de todas las otras relaciones realmente
actuantes?
(Nota del traductor francs).
152 Antonio Labrila
padre pero de madres diferentes. La forma punala de la fa-
milia no impide el casamiento ms que entre los primeros
y
de ninguna manera entre los segundos, quienes, de acuerdo a
la concepcin correspondiente (rigiendo el matriarcado) no
son parientes. Los ejemplos de casamientos entre hermanos
y
hermanas que han existido en la .antigedad griega, segn
s, se reducen a individuos que son, o bien hijos de ma-
dres diferentes, o bien de padres desconocidos, por lo que
su casamiento no se impeda; estos casamientos no son
contrarios, pues, a la costumbre punala. Tampoco ha nota-
do usted que entre la poca punala
y
la monogamia griega
tiene lugar el pasaje del matriarcado al patriarcado, lo que
cambia considerablemente las cosas.
Segn Wachsmuth no hay, entre los griegos de los tiempos
heroicos, "rastro de escrpulos a causa de la muy prxima
parentela de los espesos, salvo en las relaciones de los padres
y
de las madres con los nios" {Relien. Altetthmev, IIL
pg.
156). "En Creta no era chocante casarse con la hermana
carnal" (leiblich) (ibid,
pg. 170). Este ltimo dato ha
sido sacado de Strabon, libro X, pero no puedo hallar inme-
diatamente el pasaje por cuanto el libro no est dividido en
captulos. Por hermana carnal entiendo hasta la prueba con-
traria, es decir, la hermana de parte paternal.
Modificara as su primera proposicin: de acuerdo a la
concepcin materialista de la historia, la produccin
y
la re-
produccin de la vida material son, en ltima instancia, el mo-
mento determinante de la historia. Marx
y
yo no hemos nunca
pretendido ms. Cuando se desnaturaliza esta proposicin as:
el momento econmico es el solo determinante, se transforma
esta proposicin en una frase sin sentido, abstracta, absurda.
La situacin econmica es la base, pero los diferentes momen-
tos de la superestructura formas polticas de la lucha de cla-
ses
y
sus resultados

constituciones impuestas por la clase vic-


toriosa despus de ganada la batalla, etc.

formas jurdicas

y
tambin los reflejos de todas estas luchas reales en el ce-
rebro de quienes participan en ellas, teoras polticas, jurdicas,
filosficas, concepciones religiosas
y
su desenvolvimiento ul-
terior en sistemas de dogmas, tienen tambin su influencia so-
bre la marcha de las luchas histricas
y
determinan en muchos
Filosofa y Socialismo 153
casos sobre todo en la forma. Todos estos momentos obran
los unos sobre los otros, pero en el fondo el movimiento eco-
nmico termina necesariamente conducindolo a travs de
la
infinidad de azares (es decir, de cosas
y
de acontecimientos
cuyo encadenamiento ntimo es tan remoto o tan idemostrable
que podemos tenerlo por no existente,
y
despreciarlos) . Si no
fuera as, la aplicacin de la teora a un perodo histrico cual-
quiera sera ms fcil que la solucin de una simple ecuacin
de primer grado.
Hacemos nosotros mismos nuestra historia, pero, en primer
lugar, en circunstancias
y
en condiciones muy determinadas.
Entre stas, las condiciones econmicas son, finalmente, las
condiciones decisivas. Pero las condiciones polticas, etc.,
y
an la tradicin, que siempre est presente en la cabeza de los
hombres, juegan un papel, aunque no decisivo. El Estado pru-
siano ha nacido
y
se ha desarrollado tambin l por conse-
cuencia de causas histricas, en ltima instancia econmicas.
Pero no se podra pretender, sin pedantera, que entre los
numerosos pequeos Estados de la Alemania del Norte sea
el Brandeburgo el que estaba destinado, slo por necesidad
econmica,
y
no tambin por otras causas (ante todo por sus
relaciones, gracias a la posesin de Prusia, con Polonia, lo
que la arrastra a la poltica internacional, que es tambin de-
cisiva para la formacin del poder de la casa de Austria), a
hacerse la gran potencia en la cual se efecta la diferencia-
cin econmica, lingstica
y
religiosa del Norte
y
del Sur,
despus de la Reforma. Difcilmente se llegara, sin ridiculi-
zarse, a explicar por causas econmicas la existencia de cada
uno de los pequeos Estados alemanes antiguos o contempo-
rneos, o el origen de la permuta de las consonantes del alto
alemn, que hace de la divisin geogrfica formada por los
montes Sudetes hasta el Taunus, una verdadera separacin a
travs de Alemania.
En segundo lugar, la histoira se hace de tal suerte que el
resultado final nace siempre del conflicto de muchas volun-
tades individuales, siendo cada una lo que es por consecuen-
cia de una infinidad de condiciones particulares; hay, pues,
innumerables fuerzas que se entrecruzan, hay un grupo infi-
nito de paralelgramos de fuerzas, de donde sale una resul-
tante el acontecimiento histrico que tambin puede ser
considerado como el producto de una fuerza actuante, en tanto
154 Antonio Labrila
que el todo es inconscientemente
y
sin voluntad. Porque lo
que cada uno quiere es dificultado por los dems
y
lo que acon-
tece es algo que nadie ha querido. jEs as que la historia se
sucede hasta aqu como un proceso natural
y
se ha hallado
sometida esencialmente a las mismas leyes de movimiento!
Pero del hecho de que las voluntades individuales cada una
de las cuales desea lo que su temperamento
y
las circunstancias
econmicas la incita (sean personales
o sociales) no reali-
cen lo que desean, sino que se fusionan en una media total, en
una resultante comn, no debemos deducir que pueden ser
consideradas como nulas. Al contrario, cada una contribuye
a la resultante,
y
es en este sentido que deben ser compren-
didas.
Le ruego, por otra parte, estudiar esta teora en las fuentes
originales
y
no en las exposiciones de segunda mano, lo que
ser para usted mucho ms fcil. Marx no ha escrito casi nada
en donde esta teora no juegue una funcin. El 18 Brumario
de Luis Bonaparte es un ejemplo acabado de su aplicacin.
Hay tambin en El Capital muchas indicaciones. Igualmente
me permito indicarle mis obras Anti-Dhring
y
L. Feaerbach
y
el fin de la filosofa clsica alemana, que son las exposicio-
nes del materialismo histrico ms completas que conozco.
S algunos trabajos posteriores insisten a veces ms de lo
que conviene sobre el aspecto econmico, la falta debe atri-
buirse en parte a Marx
y
a m. Nosotros tenamos que afir-
mar el principio fundamental ante los adversarios que lo ne-
gaban
y
no disponamos siempre del tiempo, del lugar
y
de
la ocasin de reconocer a los otros momentos, que participan
en la accin recproca, el derecho que les pertenece. Pero
desde que se trata de explicar un perodo histrico, es decir,
de hacer una aplicacin prctica, las cosas cambian
y
no era
posible ningn error. Desgraciadamente, sucede muy a me-
nudo que se cree haber comprendido a fondo una teora nueva
y
poderla manejar sin ms, desde que se conocen los prin-
cipios fundamentales aunque no siempre con exactitud. No
puedo evitar este reproche a algunos marxistas recientes; se
hacen entonces cosas muy raras.
Con respecto a lo que le deca ayer (escribo este ltimo
prrafo el 22 de septiembre), debo aadir este pasaje, que
confirma ampliamente lo que ya deca: "Se sabe que los ma-
trimonios entre hermanos
y
hermanas, de madres diferentes.
Filosofa y Socialismo
155
no fueron considerados como incestuosos en la poca histri-
ca" (Schoemann, Gtiech. Alterthmer, I, pg. 52, Berln,
ao 1855).
Espero que el desorden de esta carta no molestar a us-
ted, etc.
F. Engels.
* * *
Londres, octubre 27 de 1890.
Querido S. . .
La primera hora que tengo libre la ocupo en contestar la
suya
(
1
)
.
Creo que hara muy bien en aceptar el cargo que se le ha
ofrecido en Zurich. Con respecto al punto de vista econmi-
co, podr all aprender siempre algo, a pesar de que Zurich
no es ms que un mercado financiero de tercer orden,
y
que, por lo tanto, las influencias que all se ejercen son d-
biles, por repercutir en segundo o tercer lugar, o bien fal-
seadas intencionalmente. Si llega a ponerse prcticamente
al corriente de ese engranaje, se ver forzado a seguir las in-
formaciones de las bolsas de Londres, Nueva York, Pars, Ber-
ln
y
Viena
y
el mercado mundial se le presentar as en su
reflejo, como mercado de dinero
y
de efectos. Sucede con los
reflejos econmicos, polticos, etc., lo mismo que se produce
en el ojo del hombre: atraviesan una lente
y
se presentan
invertidos en la cabeza. Slo que en la economa falta el
sistema nervioso que ponga la imagen al derecho. El que
pertenece a un mercado financiero no ve el movimiento de
la industria
y
del mercado mundial ms que en el reflejo
trastrocante del mercado de dinero
y
de efectos; para l el
efecto es la causa. Es lo que he visto en Mnchester, hacia
1840. Con respecto al punto de vista del movimiento in-
dustrial
y
de su mnima
y
mxima peridica, los precios
corrientes de la bolsa de Londres eran completamente inutili-
zables, ya que se quera explicarlo todo por las crisis del mer-
cado monetario, siendo que estas mismas no eran ms que
sntomas. Se trata de demostrar la mal fundada explicacin
(1) Esta carta fu publicada por Leipziger Volkszeitung, el 2 6 de
octubre de 1895.
156 Antonio Labriola
del nacimiento de las crisis industriales por la superproduccin
temporal; el problema presentaba un aspecto tendencioso c
induca a una falsa interpretacin. Este punto de vista al
menos para vosotros
y
de una vez por todas no existe ms,
aunque es verdad que el mercado monetario pueda tener tam-
bin sus crisis especiales, en las que las perturbaciones indus-
triales directas no juegan ms que un papel secundario o nin-
guno; hay en esto muchos puntos que aclarar
y
estudiar, prin-
cipalmente para la historia de estos ltimos veinte aos.
A la divisin del trabajo segn un modo social, corresponde
la independencia recproca de los trabajadores parcelarios. La
produccin es, en lltima instancia, decisiva. Pero desde el
momento en que el comercio, frente a la produccin propia-
mente dicha, llega a ser independiente, sigue un movimiento
determinado en su conjunto, en suma, por la produccin,
pero obedece, sin embargo, en sus detalles
y
en los lmites
generales de esta independencia, a leyes especiales, que estn en
la naturaleza misma de este nuevo factor. Este movimiento
tiene sus fases propias e influye por su parte en el proceso
de la produccin. El descubrimiento de Amrica se debe a la
sed de dinero que lanzara antes ya a los portuguesas al frica
(ver Soetbeer, Producdons des metaux precieux)
,
porque la
industria europea, que tan poderosamente se desenvuelve en los
siglos XIV
y
XV,
y
el comercio que ello representa, exigan
una mayor cantidad de medios de cambio, que Alemania el
gran pas productor de dinero de 1450 a
1550
no poda
proveer ms. La conquista de las Indias por portugueses, ho-
landeses e ingleses (1500-1800), tuvieron por finalidad la ex-
portacin de productos indios; nadie pensaba en importar nada
de esas regiones. Y, sin embargo, qu enorme repercusin ejer-
cieron sobre la industria estos descubrimientos
y
estas conquis-
tas, determinadas nicamente por intereses comerciales. Fue-
ron las necesidades de la exportacin de estos pases que crea-
ron
y
desarrollaron la gran industria.
Lo mismo sucede para el mercado monetario. Cuando se
aparta del comercio de mercancas, el trfico de dinero tiene
en las condiciones fijadas por la produccin
y
por el comer-
cio de mercancas,
y
en la esfera de estos lmites un desen-
volvimiento propio, especial, leyes determinadas por su
propia
naturaleza
y
fases independientes. Si sucede, adems, que el
Filosofa y Socialismo
157
trfico de dinero aumenta en esta evolucin
y
llega a ser co-
mercio de efectos, que los efectos no son solamente papeles
de Estado, sino que se le suman las acciones industriales
y
comerciales,
y,
en fin, que el trfico de dinero ejerce un poder
directo sobre una parte de la produccin que la domina, en-
tonces la reaccin del trfico de dinero sobre la produccin
es ms fuerte
y
compleja. Los financieros son los propieta-
rios de los ferrocarriles, de las minas de carbn
y
de hierro,
etctera. Estos medios de produccin adquieren desde entonces
un doble carcter. Su explotacin debe arreglarse, ya sobre los
intereses de la produccin inmediata, ya sobre las necesidades
de los accionistas, en tanto que financistas. El ejem.plo ms
evidente es el que presentan los ferrocarriles de Amrica del
Norte, cuya explotacin depende enteramente de las rpidas
operaciones de bolsa de un tal Jay Gould, de un Vanderbild,
etctera, quienes son por completo indiferentes a las tales vas
como medios de circulacin. Y aqu mismo, en Inglaterra,
hemos visto persistir durante decenas de aos las luchas entre
las diferentes compaas de ferrocarriles con motivo de la
delimitacin de su red, luchas en las que se han malgastado
enormes sumas de dinero, pues no estaban destinadas al in-
ters de la produccin
y
de la circulacin, sino a una rivalidad
que no tena otro fin que permitir operaciones de bolsa a los
financistas que posean acciones.
En estas pocas indicaciones sobre la forma en que concibo
la relacin de la produccin
y
del comercio de mercancas,
y
de stas con el trfico de dinero, he satisfecho al fondo de su
cuestin sobre el materialismo histrico. El problema se (.om-
prende fcilmente desde el punto de vista de la divisin del
trabajo. La sociedad engendra ciertas funciones comunes, sin
las que no puede pasarse. Aquellos que son elegidos para ejer-
cerlas forman una nueva rama de la divisin del trabajo, en
el interior de la sociedad. Ellos adquieren as intereses
dis-
tintos, an con relacin a sus poderdantes, se separan de ellos,
y
he ah el Estado. Entonces pasa lo que ha sucedido con el
comercio de mercancas
y
ms tarde con el trfico de dinero.
Esta nueva potencia distinta sigue, en fin, el movimiento de la
produccin, pero influye tambin sobre las condiciones
y
la
marcha de la produccin en virtud de la autonoma relativa
que posee, es decir, que una vez constituida tiende siempre re-
sueltamente hacia un desenvolvimiento mayor. Existe, pues,
158 Antonio Labrila
la accin recproca de dos fuerzas desiguales: accin del mo-
vimiento econmico
y
accin de la nueva potencia, de la po-
tencia poltica, aspirando a la mayor autonoma posible,
y
que
una vez establecida, adquiere, a su vez, un movimiento pro-
pio. El movimiento econmico lo arrastra al fin, pero debe
sufrir la repercusin del movimiento poltico creado por l,
movimiento dotado de una autonoma relativa, que se ma-
nifiesta, por una parte, en la potencia del Estado,
y
por
otra, en la oposicin, nacida con esta ltima. As como el
movimiento del mercado industrial se refleja en su con-
junto, con las reservas formuladas ms arriba, sobre el mer-
cado financiero, pero invirtindose, naturalmente, lo mismo la
lucha de clases ya existentes se refleja en la lucha entre el
gobierno
y
la oposicin, pero tambin invirtindose. La re-
flexin no es ms directa, sino indirecta; no se presenta ya
como una lucha de clases, sino como una lucha por los
principios polticos,
y
la reflexin est tan completamente in-
vertida que ha sido necesario miles de aos para que nosotros
podamos descubrirla.
La reaccin de la potencia del Estado sobre el desenvol-
vimiento econmico puede tomar tres formas: puede obrar
en el mismo sentido
y
el movimiento se hace entonces ms r-
pido; puede obrar en sentido contrario, entonces se destruye
a la larga en las grandes naciones; o bien
,
puede suprimir o
favorecer ciertas tendencias de la evolucin econmica. Este
ltimo caso se reduce fcilmente a uno de los otros dos. Pero
es evidente que en el segundo
y
en el tercer caso la potencia
poltica puede oponerse radicalmente al desenvolvimiento eco-
nmico
y
producir entonces enormes prdidas de fuerza
y
ma-
teria.
Agregue a eso el caso de conquita
y
de destruccin brutal
de fuentes econmicas, que otrora podra aniquilar, en ciertas
condiciones, todo un desenvolvimiento econmico local o na-
cional. Este caso tiene hoy casi siempre efectos completa-
mente opuestos, al menos en los grandes pueblos: a veces el
pueblo vencido gana a la larga, por beneficios econmicos,
polticos
y
morales, ms que el vencedor. Igual cosa para
el derecho: cuando la nueva divisin del trabajo hace nece-
saria la aparicin de juristas de profesin, se abre un nuevo
dominio independiente que, bien que dependa en general de
la produccin
y
del comercio, posee, sin embargo, una poten-
Filosofa y Socialismo
159
ca especial de reaccin frente a estos ltimos. En un Estado
moderno este derecho no debe solamente traducir el estado
econmico general, ser su expresin, sino ser una expresin
coherente, sin contradicciones intrnsecas: para llegar a este
fin, la exactitud de la reflexin de las condiciones econmicas
desaparecen cada vez ms. Tanto ms que raramente sucede
que un cdigo sea la expresin fiel, pura, sincera, de la su-
premaca de una clase: esto sera contrario ya a la "idea del
derecho". La nocin del derecho, puro, consecuente, de la
burguesa de 1792-1796 es falseada ya en ms de un as-
pecto en el cdigo de Napolen,
y
desde que lo ha sido
debe sufrir todos los das atenuaciones debidas a la poten-
cia creciente del proletariado. Eso no impide que el cdigo
de Napolen se tome como base de todas las nuevas codifi-
caciones de todas las partes del mundo. La marcha de la
"evolucin del derecho" consiste en gran parte, ante todo,
n el esfuerzo para suprimir las contradicciones resultantes de
la traduccin inmediata de las relaciones econmicas en prin-
cipios jurdicos, para establecer un sistema jurdico arm-
nico
y,
despus, en la influencia
y
en la violencia del desenvol-
vimiento econmico siempre creciente que constantemente
rompe el sistema
y
lo complica con nuevas contradicciones
(no hablo ms que del derecho civil).
El reflejo de las relaciones econmicas en principios ju-
rdicos es necesariamente invertida. Esto se produce incons-
cientemente; el jurista se imagina manejar proposiciones
a
priort, cuando no son ms que reflejos econmicos

por
lo que todo es invertido. Me parece evidente que esta in-
terversin, que constituye, en tanto que no es reconocida, lo
que llamamos la concepcin ideolgica, obra, por su parte,
sobre la base econmica
y
puede modificarla en ciertos lmi-
tes. El fundamento del derecho de sucesin, suponiendo igual
grado de evolucin de la familia, es econmico. No obstante,
sera difcil demostrar, por ejemplo, que en Inglaterra
la li-
bertad absoluta de testar
y
en Francia su fuerte limitacin, no
son ms que causas econmicas las que influyen en todos sus
detalles. Las dos obran de manera muy importante sobre la
economa, ya que influyen sobre la reparticin de los bienes.
En lo que respecta a las esferas ideolgicas, an ms etreas,
religin, filosofa, etc., tienen stas un contenido prehistrico,
heredado
y
adoptado por el perodo histrico

un cont-
160 Antonio Labrila
nido absurdo, diramos nosotros ahora. Las diferentes re-
presentaciones errneas de la naturaleza, de la constitucin
misma del hombre, de espritus
y
de fuerzas misteriosas, no tie-
nen ms que un fundamento econmico negativo: el dbil
desenvolvimiento econmico del perodo prehistrico tiene por
complemento,
y
en parte por condicin
y
an por causa, las
falsas representaciones de la naturaleza. Y aun cuando la
misma necesidad econmica hubiera sido el resorte principal
del conocimiento siempre creciente de la naturaleza, no sera
menos pedante buscar causas econmicas en todo este absurdo
prehistrico.
La historia de la ciencia es la historia de la destruccin de
este absurdo o bien de su reemplazo por un nuevo absurdo,
pero al menos poco a poco menos absurdo. Los que se en-
tregan a este trabajo pertenecen an a nuevas esferas de la
divisin del trabajo, pero se conducen como si manejaran un
dominio independiente. Y en la medida en que forman un
grupo independiente en el interior de la divisin del trabajo
social, sus producciones, incluidos sus errores, tienen una
in-
fluencia de reaccin sobre todo el desenvolvimiento social, an
sobre el desenvolvimiento econmico. Pero a pesar de todo,
ellos mismos estn bajo la influencia dominante de la evolu-
cin econmica. Se puede esto demostrar muy fcilmente,
por ejemplo, con el perodo burgus. Hobbes fu el primer
materialista moderno (en el sentido del siglo XVIII)
;
pero
era partidario del absolutismo en la poca en que la monar-
qua absoluta estaba en su mayor esplendor en toda Europa.
Locke era, en religin como en poltica, el hijo del compro-
miso de 1688. Los destas ingleses
y
sus sucesores ms con-
secuentes, los materialistas franceses, fueron los verdaderos fi-
lsofos de la burguesa los franceses lo fueron de la revo-
lucin burguesa. La pequea burguesa alemana pasa por
la filosofa alemana de Kant a Hgel, ya positivamente, ya
negativamente. Pero la filosofa de cada poca tiene, como
esfera especial de la divisin del trabajo, un cierto conjunto
de ideas que hereda de sus predecesores
y
que toma como
punto de partida. Es lo que hace que pases econmicamente
atrasados jueguen, no obstante, el primer papel en la filosofa:
la Francia del siglo XVIII con relacin a
Inglaterra, sobre cuya
filosofa los franceses se fundaban;
y
ms tarde, Alemania
con relacin a estos dos pases. Pero en Francia como en Ale-
Filosofa y Socialismo
161
mana la filosofa fu tambin, como florecimiento literario
de la poca, el resultado de un mejoramiento econmico.
La
definitiva supremaca del desenvolvimiento econmico es tam-
bin evidente en este terreno, pero en las condiciones deter-
minadas por el terreno mismo: por ejemplo, en filosofa,
por las influencias econmicas
(
que casi siempre obran pri-
mero sobre la forma poltica, etc.) sobre el material filos-
fico existente, facilitado por los predecesores. La Economa
no crea nada inmediatamente por s misma, sino que deter-
mina el modo de variacin
y
el desenvolvimiento ulterior de
la materia intelectual dada,
y
esto lo ms a menudo de ma-
nera indirecta; son los reflejos polticos, jurdicos
y
morales
los que ejercen la accin directa ms importante sobre la fi-
losofa.
Sobre religin ya he dicho lo que ms interesaba en el l-
timo captulo sobre Feuerbach.
Si a pesar de esto, Barth piensa que nosotros negamos toda
reaccin de los reflejos polticos, etc., del movimiento eco-
nmico sobre el movimiento mismo, combate simplemente
contra molinos de viento. Que estudie el 75 Brumario de
Marx, en donde no se trata principalmente sino del papel
particular que las luchas
y
los acontecimientos polticos jue-
gan naturalmente en los lmites que les traza su dependencia
general de las condiciones econmicas, o en el El Capital, el
captulo, por ejemplo, sobre la jornada de trabajo, en donde
la legislacin, que no obstante ser un acto poltico, tiene una
accin muy profunda, o en el captulo sobre la historia de la
burguesa (cap. XXIV) .
Y si no, por qu combatimos nosotros por la dictadura
poltica del proletariado, si es que la potencia poltica carece
de fuerzas desde el punto de vista econmico? La fuerza
(es decir, la fuerza pblica) es tambin una potencia eco-
nmica!
Pero no tengo tiempo para criticar este libro. El tercer
volumen debe aparecer antes
y,
por otra parte, pienso que
Bernstein, por ejemplo, podra hacerlo muy bien.
Lo que falta a todos estos seores es la dialctica. Ellos
no ven ms que aqu causa, all efecto; lo que es una abs-
traccin vaca. En el mundo real semejantes oposiciones po-
lares, metafsicas, no existen ms que en las crisis; fuera de
esto el desenvolvimiento se sucede en la forma de accin rec-
162 Antonio Labrila
proca de fuerzas en verdad muy desiguales

, en donde el
movimiento econmico es el ms potente, el ms original, el
ms decisivo. No hay all ningn absoluto, todo es relativo;
pero ellos no lo ven; para ellos Hgel no ha existido.
F. Engels.
Londres, enero 25 de 1894.
Estimado seor, he aqu la respuesta a sus cuestiones
(1):
P) Por relaciones econmicas, que nosotros consideramos
como la base determinante de la historia de la sociedad, enten-
demos la manera por la cual los hombres de una sociedad dada
producen sus medios de existencia
y
cambian entre s los pro-
ductos (en la medida en que haya divisin de trabajo). Es,
pues, necesario entender por eso el conjunto de la tcnica de
la produccin,
y
los medios de transporte. Esta tcnica deter-
mina tambin, segn nosotros, el modo de cambio, por lo
tanto, la reparticin de los productos
y,
despus de la diso-
lucin de la sociedad fundada sobre la gens. determina igual-
mente la divisin en clases, por lo tanto, las relaciones de do-
minacin
y
sujecin, el Estado, la poltica, el derecho, etc.
Adems, es necesario entender por relaciones econmicas la
base geogrfica sobre la cual stas acontecen,
y
las superviven-
cias de estadios anteriores del desonvolvimiento econmico, que
se han conservado naturalmente por tradicin o por vis
inertioe
, como el medio que envuelve enteramente esta for-
ma de sociedad.
Si la tcnica, como usted dice, depende en gran parte del
estado de la ciencia, sta depende an ms del estado
y
de
las
necesidades de la tcnica. Tiene la sociedad necesidad de tc-
nica? Esta necesidad hace ms por el progreso de la ciencia
que diez universidades. Toda la hidrosttica (Torricelli, etc.),
ha nacido de la necesidad, de la necesidad de regular las co-
(1)
Esta carta ha aparecido en Dcr sozialstiiche Akademiker, el 15
de octubre de 1895. Responde a estas cnestiones: 1') En qu medida laa
relaciones econmicas son la causa (causa suficiente, ocasin, condicin per-
manente, etc.), del desenvolvimiento?,
y
2') Col es el papel que juegan
en la concepcin histrica de Marx
y
Engels la raza
y
lai individualidadei
histricas!'
(Nota del traductor francs).
Filosofa y Socialismo 163
rrientes de agua de Italia en los siglos XVI
y
XVII. Nada
racional sabamos de la electricidad hasta que se ha descu-
bierto su utilidad tcnica. Desgraciadamente, sucede que en
Alemania se tiene la costumbre de escribir la historia de las
ciencias como si hubieran cado del cielo.
2') Nosotros consideramos las condiciones econmicas co-
mo condicionando en ltima instancia el acontecer histrico.
La raza es tambin un factor econmico. Hay aqu dos pun-
tos que es necesario no descuidar:
a) El desenvolvimiento poltico, jurdico, filosfico, reli-
gioso, literario, artstico, etc., reposa sobre el desenvolvimiento
econmico. Todos ellos obran los unos sobre los otros
y
sobre la base econmica. No es verdad que la situacin eco-
nmica sea la sola causa activa,
y
que todo el resto no sea
ms que un efecto pasivo, sino que hay una accin recproca,
sobre la base de la necesidad econmica, que termina siem-
pre por arrastrarla en ltima instancia. El Estado, por ejem-
plo, acta por la proteccin aduanera, por el libre cambio,
por las buenas
y
por las malas finanzas,
y
an la ruina
y
agotamiento mortal de los pequeos burgueses alemanes que
resurgan de la miserable situacin econmica
de la misma
Alemania de 1648 a 1830, lo que se traduce primero en
pietismo
y
luego en un sentimentalismo
y
servilismo rastre-
ro ante los prncipes
y
la nobleza, no fu sin consecuencias
econmicas. Esto fu uno de los ms grandes obstculos pa-
ra el levantamiento, obstculo que fu sacudido recin el
da en que las guerras de la Revolucin
y
las de Napolen
agudizaron la ya crnica miseria. No hay, pues, como a
menudo se cree, una accin automtica de la situacin eco-
nmica; los hombres hacen ellos mismos su historia, pero
en un medio dado que los condiciona, sobre la base de las
relaciones reales preexistentes, entre las cuales las relaciones
econmicas, tan influenciadas como estn por las relaciones
polticas e ideolgicas, son en ltima instancia las relaciones
decisivas
y
constituyen el hilo conductor que es el nico que
permite comprenderla.
b) Los hombres hacen ellos mismos su historia, pero hasta
ahora sin la voluntad colectiva de seguir un plan de con-
junto, aun cuando se trate de una sociedad delimitada
y
com-
pletamente aislada. Sus esfuerzos se entrecruzan
y,
justamente
164
Antonio Labriola
a causa de esto, en toda sociedad domina la necesidad, de la
cual el azar es el complemento
y
la manifestacin. La nece-
sidad, que nace a consecuencia de todos los azares, es de nuevo,
finalmente, la necesidad econmica. Aqu nos es necesario
hablar de los llamados grandes hombres. Que tal gran hom-
bre,
y
precisamente l, aparezca en tal momento, en tal pas,
evidentemente no es ms que por azar. Eliminemos a este
gran hombre; pero si las circunstancias exigen que sea reem-
plazado, este reemplazo se cumple bien que mal, pero se cum-
ple al fin. Que el corso Napolen haya sido precisamente el
dictador militar que la Repblica Francesa, agotada por sus
guerras, tena necesidad, fu un azar; pero que en el caso de
faltar un Napolen otro hubiera tomado su lugar, lo prueba
el hecho de que siempre ha surgido el hombre que era necesa-
rio: Csar, Augusto, Cronwell, etc. Si es Marx el que ha
descubierto la concepcin materialista de la historia, Thierry,
Mignet, Guizot
y
todos los historiadores ingleses hasta 1850,
son la prueba de que exista la posibilidad de que ello se
hiciera,
y
el descubrimiento de esta misma concepcin por
Morgan prueba que el tiempo estaba maduro para ello, que
ella deba ser descubierta.
Y lo mismo acontece con todos los otros azares o preten-
didos azares de la historia. Cuando ms se aleja el dominio
que nosotros consideramos del dominio econmico,
y
se acerca
al dominio ideolgico puramente abstracto, ms motivos ha-
llamos para afirmar que hay azares en su proceso, pues la
curva presenta ms zig-zag. Pero si usted traza el eje medio
de la curva, hallar que es ms largo el perodo considerado
y
ms vasto el dominio estudiado, tanto ms este eje tien-
da a hacerse casi paralelo al eje del desenvolvimiento eco-
nmico.
En Alemania, el obstculo ms grande para la exacta in-
teligencia de las cosas proviene de la negligencia injustificable
por la que se ha abandonado la histeria econmica. No sola-
mente es difcil desembarazarse de las nociones histricas que
nos han sido inculcadas en la escuela, sino que lo es ms an
el reunir los materiales necesarios. Quin es el que ha ledo,
por ejemplo, al viejo G. von Gulich, el que en una rida acu-
mulacin de hechos ha reunido tantos materiales que permiten
explicar innumerables acontecimientos polticos!
Creo, por otra parte, que el precioso ejemplo dado por
Filosofa y Socialismo 165
Marx en el 18 Brumario ser para usted una respuesta sufi-
ciente, ya que es un ejemplo prctico. Creo, adems, haber
tratado los puntos ms imDortantes en el Anti-Dhring, li-
bro I, cap. IX
y
XI; libro II, cap. II
y
IV,
y
libro III,
cap. I,
y
en la introduccin,
y
tambin en la ltima parte
de mi folleto sobre Feuerbach.
Le ruego, en fin, no tomar, en lo que precede, las palabras
al pie de la letra, sino considerar en su conjunto mi contes-
tacin; siento no tener tiempo para cuidarla como debera
hacerlo por tratarse de un escrito destinado a la publicidad.
Siempre suyo, etc.
F. Engels.
ndice
Pgs.
Pequea nota referente al autor 4
Nota del traductor 5
Prefacio para la edicin francesa 7
filosofa y socialismo
Cartas a G. Sorel
I.

11
11.

19
IIL 30
IV.

40
V.

53
VL

66
VIL

76
VIIL
87
IX.
96
X.
116
XI. Post-Scriptum a la edicin francesa 130
Apndice I.

Negacin de la negacin. (Fragmentos
del Anti-Dhring)
141
Apndice II 151

BVA^H
k >
^tf^.'
JL,
iyjiyj
HX Labriola, Antonio
55
Filosofa
y
socialismo
L3318
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