Berln

Theodor Plievier

PRIMERA PARTE

Tus manos me formaron y me compusieron todo en contorno; y as me deshaces?

(LIBRO DE JOB, 10, 8.)

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A BERLN!
A Berln!" "Probablemente llegar demasiado tarde!" El telegrama vena de Zossen y estaba firmado por el jefe del personal militar, quien ordenaba a Zecke su traslado como profesor a la Escuela Militar de Ingenieros de Karlshorst. El telegrama haba tardado varias semanas en llegar a su destino, es decir, al despacho que Zecke tena en la Capitana General de Praga. Entre el da de la expedicin del telegrama y la fecha de su llegada haba habido noches de tremendos bombardeos en Berln, y la ciudad de Dresden haba sido arrasada, por lo cual haba quedado interrumpida la comunicacin postal y telegrfica. "Debera ser demasiado tarde", pens Zecke. En aquellas circunstancias, en que la catstrofe general poda producirse de un momento a otro, Zecke no tena ningn inters en abandonar Praga por Berln, donde seguramente se abatira la avalancha que haba de caer sobre Alemania. En el Oder estaba el mariscal Zukov con rusos, siberianos y cosacos, y ms hacia el Sur, junto al Neisse, se hallaba Koniev con sus tanques, jinetes, uzbecos, turcomanos y gentes del Asia, que en cualquier instante podan convertirse en una incontenible riada. En el Oeste, los americanos e ingleses haban irrumpido primero por Remangen y Oppenhei, y luego, despus de haber forzado el paso del Rin entre Rees y Wesel, haban envuelto el territorio del Ruhr y proseguido ms tarde hacia el interior del Reich. En el Sur los franceses marchaban hacia la Selva Negra. Zecke mir a travs de la ventana. El viejo tilo que creca en el patio de la Capitana General estaba lleno de gruesas yemas, que una de aquellas noches se abriran, y el patio, las calles, las plazas y los tranquilos rincones de la ciudad quedaran entonces engalanados de verde. Era un clido da de abril de 1945. No hay nada que hacer, Zecke dijo el ayudante del general. Procrese en la cantina una botella de coac para el viaje. El ayudante comprenda lo que el coronel estaba pensando, se haca cargo de que Zecke no deseaba cambiar Praga por el infierno de Berln. Los dos haban trabajado durante mucho tiempo en la Capitana General y se conocan perfectamente, y ambos consideraban la situacin militar de un modo escptico y saban que el Reich hitleriano estaba condenado a muerte. Me hago cargo de su punto de vista, Zecke, pero ni el mismo general podra anular la orden. Usted mismo sabe que estamos obligados a obedecer las rdenes del jefe del personal y que, en este caso, deber usted presentarse en la Academia Militar de Ingenieros de Karlshorst. No haba nada que hacer.

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El coronel Zecke acept, pues, la orden de marcha. El ayudante se encogi de hombros y se retir. As, pues, antes de producirse la ofensiva, tom el tren en la estacin que aos atrs, despus de la catstrofe de 1918, se haba llamado Estacin-Wilson. S, aquel era el tren de Berln. Zecke acab de convencerse cuando un empleado de la estacin le hubo asegurado que ningn otro tren haca aquel trayecto. Por primera vez contemplaba l uno de aquellos nuevos trenes militares, compuesto de destartalados vagones de carga con estrechas hendiduras (el vidrio era un rarsimo artculo en aquella Alemania bombardeada), con bancos de madera y tablas que separaban los pocos departamentos individuales. "Que seas feliz, querida isla!", pens Zecke cuando las ruedas se pusieron en marcha y, en compaa de los otros pasajeros, le condujeron hacia la naciente claridad del da. Durante ms de dos aos, la Capitana General haba sido para l un seguro refugio. Tras la catstrofe su catstrofe personal ante Mosc y del consiguiente permiso para reponerse, haba sido destinado al Cuartel General y haba pensado mucho en su seguridad personal. El servicio, muy rutinario de por s, dejaba un gran margen de tiempo para poder pensar en los acontecimientos, y los viajes de servicio (en el Cuartel General se prodigaban muchsimo), que eran simples visitas o tenan por objeto llevar un correo, ayudaron a asegurar los nudos de la trampa. Aquello dur hasta el 20 de julio, en que la bomba se convirti en un bumerang que cay sobre los oficiales conjurados, destruy la trampa y dej en manos de los supervivientes unos hilos destrozados e intiles. Los generales prusianos no parecan ser las personas ms adecuadas para preparar atentados. La situacin no estaba madura para que los altos mandos militares pudieran ser cambiados, ni para que al Partido se le diera una orientacin ms conservadora; la poltica era una sobrecarga para el ejrcito, y la Iglesia no poda pronunciarse en la debida forma contra la concepcin materialista del mundo. Para que todo eso pudiera llevarse a cabo faltaban todava muchos supuestos, es decir, haca falta una organizacin del trabajo, una autntica fronda militar y la coordinacin de los antiguos grupos de resistencia. Era un concepto mgico: uno se sienta a la mesa oficial sobre la que hay muchos telfonos, coge el auricular de uno de ellos y pronuncia en l las palabras milagrosas, y he aqu que unos regimientos se ponen en marcha al otro lado de los hilos. La esperanza de poder aprovechar en favor del levantamiento la inquietud provocada por el mismo Hitler y la creencia en un funcionamiento mecnico de los acontecimientos fue algo fatal. Claro que en todas las revoluciones, incluso en las que haban triunfado, haba habido gandules y gentes dispuestas enrolados bajo la misma bandera. La falla, sin embargo, no estaba en la mejor o peor utilizacin de los medios, que podan ser tan eficaces como las mismas circunstancias, sino en la ausencia de supuestos previos. Uno de ellos, y quiz el ms importante, era la ausencia de una mano amiga alargada desde el exterior; pues tal como estaban las cosas tanto en el interior del pas como en lo referente a las relaciones de ste con otros estados, las Potencias enemigas hubieran debido apoyar con su autoridad el alzamiento. Pero en el concepto que esas Potencias se haban formado acerca de la liquidacin de la guerra no entraba el supuesto de un levantamiento interior, ni el de un cambio de Gobierno, ni el de una Alemania 5

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diferente a como ellos la haban concebido. Zecke se haba convencido de ello desde los das de Casablanca y Tehern y haba confirmado sus ideas cuando la Conferencia de Yalta. Cuando las reuniones de Casablanca y de Tehern, y ahora, a raz de la Conferencia de Yalta, estaba ms seguro de ello que nunca. Y Zecke crea que desde la proclamacin de las "cuatro libertades" en la Carta del Atlntico hasta la "capitulacin sin condiciones" se haba retrocedido un buen trecho al otro lado del frente. El coronel Zecke se levant y ech una mirada a su alrededor. Se vea que aquel tren de Praga haba servido para transportar soldados a todos los teatros de la guerra del Sureste. Los bancos estaban ocupados por oficiales de todas las graduaciones, as como por simples soldados. Haba all gentes que cambiaban de destino, heridos y convalecientes, y tampoco faltaban tres o cuatro de aquellos tipos que, con una orden de marcha en el bolsillo, viajaban de un lado a otro del pas y esperaban el final de la guerra agazapados en los vagones del ferrocarril y en los andenes de las estaciones, donde se alimentaban con la clsica sopa de guisantes. Haba all algunos de aquellos tipos, pero tambin haba hombres dispuestos a resistir hasta el final, y stos eran la mayora. Todas las armas estaban representadas en aquel vagn de ferrocarril. Pero haba que ser un experto en la materia para saber distinguir aquellos uniformes igualados por un prolongado uso. Los correajes estaban gastados; las botas, sucias; los cuellos de las guerreras, abiertos; las gorras, aplastadas y ladeadas; los cigarrillos pendan a un extremo de las bocas; las manos aparecan sucias, y los rostros sin afeitar. Las posturas de aquellos hombres no podan ser ms incorrectas y Zecke no se sorprendi de que nadie le saludara. Aquellos soldados haban luchado en todos los campos de batalla y haban sufrido las mismas penas, y sobre todos sus rostros se extenda ahora la misma ptina de cansancio y derrota. Y ahora les venan con lo de la rendicin sin condiciones! No; de ninguna manera: la rendicin no hara ms que multiplicar las vctimas entre quienes se hallaban comprometidos en la guerra. Pero en aquel lado del frente la palabra rendicin ya se haba apoderado de quienes vacilaban y se sentan desfallecer. Zecke volvi a ocupar su asiento. Bosques, campos de cultivo, pequeos montes. Tierra bohemia, siempre falta de independencia, en la que nicamente cambiaban los dueos, pero subsistan los conflictos sociales, polticos y religiosos. Y tambin subsistan los bosques y, sobre los rboles, all en lo alto, las nubes. Zecke mir hacia el cielo azul. Unas voces llegaron desde el departamento contiguo, y una de ellas suscit en l el recuerdo de una escena casi olvidada, vivida tiempo atrs en un desierto de nieve. Pronto, sin embargo, se durmi. El tren dej atrs la regin del Moldau, sigui el curso del Elba y no se detuvo en la estacin fronteriza de Tetschen-Bodenbach. Zecke se desvel un momento, se volvi a dormir en seguida y ya no despert hasta que las ruedas del tren rodaron, cada vez ms despacio, sobre una especie de alfombra de goma. Mir a travs de la ventanilla. Lo que vio era Dresden o, mejor dicho, lo que quedaba de Dresden. Un gigantesco arado haba pasado sobre la tierra dejando tras s un espantoso paisaje de ruinas. Nada quedaba de los grandes hoteles, y all haba habido, uno junto a otro, cinco o seis. Una duna de piedras, ladrillos y 6

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argamasa, y tras ella, otra, y ms all otra ola de escombros. Y entre las dunas apareca una columna, el marco de una ventana, una casa, el hueco de una torre partida por la mitad, una iglesia decapitada. Las famosas fachadas de las casas de Dresden se haban venido abajo y las que quedaban en pie estaban ennegrecidas por el humo y cubiertas de holln. Raspada... Quin fue el primero que pronunci la palabra raspar? Quin comenz y quin continu luego? Dios del cielo!, dnde est el final de todo eso? La iglesia de la Virgen Mara tambin haba quedado reducida a escombros, y no haca mucho tiempo que en ella haba odo el Rquiem de Wolfgang Amadeus Mozart. Estaba rodeado de uniformes. Los cnticos piadosos resonaban en la gran nave del templo. Y ellos pensaban en su amigo, con el que se acababa de cometer una ignominia. Los amigos se haban reunido entre los invitados oficiales, todos ellos portadores de las ms altas condecoraciones del Tercer Reich. "Dies irae, Dies illa..." El mariscal Von Witzleben en la picota. Las penalidades y los sufrimientos de su ltimo calvario recogidos en una pelcula. Una inmensa vergenza..., pero no para l, sino para los fariseos de las togas. No para el mariscal, a quien se le haban quitado los tirantes de los pantalones y durante la vista se vio obligado a sostenerse lastimosamente los pantalones con las manos, sino para el presidente del tribunal y para el ministro de Propaganda, con su lmpara jupiterina levantada sobre el ajusticiado, y para el monstruo que se haba colocado en la picota, donde debera permanecer por toda la eternidad. Witzleben, Hassell, Hoppner, Moltke..., centenares de ellos hablan sido ahorcados, asesinados, fusilados; pero una y otra vez haba habido all miles de trabajadores, de estudiantes, de mujeres... y esos son los que, llamados por el Seor, se haban presentado y se presentaran de nuevo cuando Alemania los necesitara para levantarse otra vez. "Dies irae, Dies illa..." Las ruedas rodaban despacio sobre el puente que haca poco haba sido reparado. El templo estaba destrozado. La iglesia de Mara se haba venido abajo. El rgano apareca entre los escombros y las hermosas vidrieras policromadas, las ventanas de estilo rococ y los remates de varios colores se vean entre la basura. "Dies irae, Dies illa..." Entre los escombros estaban las obras de Chiaveri, de Canzler, de Dunger y de Semper... Entre los escombros haba pinturas al fresco y obras esgrafiadas, y sepultados bajos las ruinas se hallaban cuadros de Rafael, Giotto, Holbein, Durero y Cornelius. Una sonrisa de Europa se haba convertido en polvo. Gran Dios... y Roosevelt y Churchill! Es que los deseos de Stalin tenan de ser cumplidos hasta tal punto? (Se deca que los grandes bombardeos haban sido sincronizados con la ofensiva rusa.) La estacin, una de las grandes estaciones de Alemania, haba quedado en pie entre las ruinas, en el centro de la ciudad. Cuando la poca de los reyes sajones, Dresden era ya una ciudad para empleados retirados y oficiales fuera de servicio. Aqu viva una burguesa tranquila y conservadora. Parejas de 7

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recin casados recorran los famosos museos. Y en los libros registros de los hoteles figuraban los nombres de Dostoiewski, Tchaikovski, Balzac, George Sand y Lord Byron. Pero Dresden es un importante centro ferroviario y un excelente campo de exterminio para las columnas de avituallamiento y de refuerzo. Cmo es que la estacin haba quedado en pie? La cuestin, sin embargo, era que la ofensiva rusa prosegua su marcha sin necesidad de esa ayuda y avanzaba sin dificultad a travs de las despobladas lneas alemanas, en las que nicamente quedaban pocos y cansados soldados. La intacta estacin quedar como un acertijo. Y todava hay otro acertijo, mucho ms difcil de solucionar que ste. La ltima fase de la batalla del Volga que se libr dos aos antes haba costado doscientas mil vctimas y toda Alemania, al enterarse de lo sucedido, se conmovi y todas las banderas aparecieron, en signo de luto nacional, a media asta. Aqu, en esta ciudad, en dos noches hubo tantas vctimas como en la ltima fase de la batalla del Volga. En el Volga cayeron soldados y aqu, en Dresden, cayeron empleados retirados, trabajadores, ancianos, nios y refugiados, y no hubo luto nacional. Nunca se sabr los cadveres que yacen bajo estos escombros. Creo que usted, capitn, se encontr en el fregado. S; estuve aqu cuando uno de los bombardeos. Haba llegado aquel mismo da. Recuerdo que me diriga al Cuartel General repuso el joven capitn. Pareca no tener ganas de contar lo que haba visto. Pero en seguida cont cmo, a causa del calor, haba tenido que salir de un stano, en el que haba muchsima gente apiada, y haba corrido luego por calles cubiertas de llamas. Llegu a un parque abarrotado de refugiados y me met entre la multitud. El parque estaba lleno de coches y de carros. Fue algo inimaginable. Las gentes corran de un lado a otro. Reinaba una tremenda confusin. Las salvas de los aviones, que disparaban sus ametralladoras sin cesar, peinaban los coches y llovan sobre la multitud. Terroristas! La voz acababa de sonar en el compartimiento de al lado. Era la misma voz que algo antes haba despertado viejos recuerdos al coronel Zecke. Un joven comandante era quien acababa de hablar. Llevaba un brazo en cabestrillo. De pronto, Zecke identific la voz. Era la voz del primer teniente Hasse, del estado mayor de Bomelburg. Primer teniente Hasse. Capitn Hasse, luego, cuando estuvo bajo sus rdenes como ayudante suyo. Fue ante Mosc, en un pequeo pueblo situado junto al ro Nara. La cabaa se tambale. Las hojas de la ventana irrumpieron en la habitacin. Entre las maderas, la lmpara de petrleo y la nieve, que cada vez entraba con ms violencia, estaba l mismo, extendido sobre el suelo. Junto al mdico, a quien le alargaba una jeringuilla, haba un rostro. Y aquel rostro era el de Hasse, su ayudante. Haba sido un colapso, un colapso causado por la desordenada retirada, el desbarajuste general, y las tremendas bajas sufridas en aquella accin, durante la cual el general Bomelburg desapareci, para siempre ms, entre la nieve. Y ahora estaba sentado junto a Hasse. El comandante Hasse, que ahora tena una voz algo ms ronca. 8

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Terroristas! dijo Hasse. All abajo estaba la ciudad, convertida en desierto durante el transcurso de una noche, y las gigantescas montaas de escombros eran las sepulturas bajo las que yacan sus antiguos habitantes. El capitn Boehlke continuaba contando su odisea cuando el bombardeo de la ciudad. Calor sofocante, humo, pnico, cegadora luminosidad y gentes sacudidas como si fueran hojas secas y como un remolino de hojas secas arrastradas hacia la hoguera y consumidas en ella. Boehlke continuaba contando cmo, en medio del pnico general, haba cado al agua y cmo lo haban sacado de no saba dnde. Terroristas! repiti Hasse, con voz montona. Desde un punto de vista objetivo haba pocos reparos que poner. Y Zecke, que un instante antes pensaba levantarse y saludar a su antiguo ayudante, se qued sentado. Realmente, no haba nada que objetar... Oradour-sur-Glane, Ldice, Treblinka, Auschwitz, el gas Zyklon B, las gentes del "Noche y Niebla", montaas de esqueletos humanos salidos de los hornos crematorios y de las cmaras de gas, y cientos de miles de desaparecidos, y el exterminio elevado a la categora de principio de Estado. La verdad es que no nos convena hablar de terrorismos. Pero... Dnde estaba el final de todo aquello? Cundo acabara la pesadilla? Dios nos asista a nosotros y a los dems! Cuando uno de esos tipos es abatido hay que correr hacia l, hay que darle con la bota en la boca y romperle la cara! Cada uno de ellos se lo ha merecido una y mil veces! volvi a sonar la voz de Hasse. Zecke permaneci sentado. El tren dej los puentes atrs, avanz por el campo y comenz a ascender por una suave pendiente. Junto a las vas corra una carretera, a poca distancia de ella discurran las aguas del Elba y al otro lado del ro serpenteaba otra carretera. Se cambi el tema de conversacin. Hacia dnde van? Unos van en direccin hacia Checoslovaquia y otros se dirigen hacia el Norte. Estn completamente locos! Quin no lo est hoy da? Las dos carreteras, la que discurra junto a la va y la que se vea al otro lado del ro, estaban llenas de fugitivos. Pero mientras unos buscaban su seguridad en el Norte, los otros, que huan de los rusos, se dirigan hacia el Sur. Los coches se movan con dificultad, mucho ms despacio de lo que sus ocupantes seguramente deseaban. Una loca esperanza los empujaba hacia adelante. Habra de ser intil el trecho recorrido, el hambre, las lgrimas, el viento y los muertos que haban dejado atrs? Cada cual buscaba su consuelo en el movimiento, en la huida hacia adelante. Nadie pareca darse cuenta de que el camino del Sur llevaba al mismo sitio que el del Norte y nadie tena el valor de aguardar su destino detenido en la carretera. Cree usted que la situacin es diferente aqu, en el tren? pregunt Zecke, y mir al joven capitn Boehlke. Aquel capitn haba atravesado la hoguera de la guerra y ahora estaba en aquel tren porque se diriga a Berln, donde seguramente sera ascendido. Y no 9

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solamente aquel capitn, sino muchos otros viajeros haban estado a dos pasos de la muerte y ahora se dirigan hacia una parte cualquiera, para all, sea donde fuera, continuar su servicio y volver as a anudar el hilo de su existencia militar, de su destino. Y lo hacan como si tras la apocalptica catstrofe todo tuviera que continuar de la misma manera como hasta entonces, como si y esto tambin le ataa a l todava tuvieran que crearse ms regimientos y nombrarse nuevos jefes de regimiento. Y all, entre aquellos viajeros, estaba Hasse, que en aquel momento acababa de detenerse frente a l. Buenos das, mi coronel. Criatura! Realmente es usted, Hasse! Qu sorpresa! He odo antes su voz, pero no estaba seguro de que fuera usted. Sintese usted, Hasse. Aqu queda un sitio libre. Buenos das, y Dios le guarde, y Heil Hitler. As: Dios y Hitler, y todo junto, y de dnde viene y dnde va, y sabe usted, y se acuerda usted, y entonces, en el Nara, cunto tiempo ha pasado? Estaban sentados uno junto a otro, el jefe del regimiento y su subordinado, quien el invierno de 1941 se haba hecho cargo de los restos del regimiento y a travs del viento y la nieve los haba conducido hasta Juchnov. Tambin Hasse se haba visto rondado por la muerte, pero una y otra vez haba podido escapar de ella. Y no solamente se haba endurecido su voz, sino que toda su manera de ser pareca ahora ms dura que antes. Haba regresado del infierno de Mosc y un ao despus se encontr en la bolsa de Stalingrado, de donde fue evacuado, gracias a un disparo en el brazo, en un avin. Ahora vena del pas de la Acrpolis, de Grecia. La antigua herida se haba abierto de nuevo y Hasse se diriga a Berln, donde pensaba someterse a tratamiento y pasar luego la convalecencia junto a su familia. Lleg el momento en que Zecke y Hasse ya no tuvieron nada ms que decirse. Hasse se volvi hacia el capitn Boehlke. El estado mayor de la divisin de Boehlke estaba en el frente de Checoslovaquia. Meses antes haba sido destinado a la Capitana General de Potsdam. Entonces, en el cuartel de caballera de aquella ciudad, sigui un curso para ascender, y a mitad del mismo, en compaa de sus compaeros, fue trasladado a Bad Kissingen. Tras el examen fue destinado a Praga, donde deba servir como segundo ayudante de un general de artillera. Pero se le mand que fuera a Leitmeritz y all se le dijo que el general haba sido trasladado a Dresden, donde deba esperar nuevas rdenes. En Dresden le pill el bombardeo y tuvo que ser ingresado en el hospital. Ahora iba camino de Berln y deba presentarse en Potsdam, donde al parecer estaba su general. Boehlke era muy joven. En realidad era un capitn demasiado joven, y el que su graduacin no se ajustara a su edad era un mal sntoma. Boehlke tena un rostro limpio y una mirada clara. Por esto, porque el muchacho le era simptico, se alegr que al cabo de un rato languideciera la conversacin entre l y Hasse. El tren se arrastraba lentamente sobre los campos. El viaje pareca no haber de terminar nunca. Las ruedas producan un ruido montono. Zecke inclin la cabeza y la volvi a levantar. Con la cabeza apoyada sobre el hombro de su vecino, unos, y doblados hacia adelante, otros, los 10

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viajeros dormitaban en el vagn, al final del cual arda una pequea vela. A travs de la ventanilla se vea la noche, todava muy oscura. Pero aunque el tiempo transcurriera muy despacio y el tren avanzara muy lentamente, lo importante era que se iba hacia adelante y que siempre se estaba mejor en aquel vagn repleto de pasajeros, que tumbado sobre un campo de patatas con los aviones enemigos encima. Y tambin aquel viaje tuvo su trmino. Las ruedas rodaron sobre unos desvos. Una gran nube de vapor pas ante la ventanilla. El tren se desvi hacia la derecha. La va que conduca a la estacin estaba ocupada. Por fin, el tren entr en una inmensa nave y las ruedas se detuvieron. Berln. Estacin de Potsdam. La nave central estaba medio destruida. Las viejas paredes, construidas en 1870, se vean ennegrecidas a causa del ltimo incendio. Las vas aparecan llenas de grandes piedras. Aqu y all se pisaban vidrios rotos. A travs de la desnuda armazn de la alta cpula se vea la luz del amanecer. Eran las cinco de la maana. En compaa de los dems viajeros, Zecke, Hasse y el capitn Boehlke se dirigieron hacia la salida. La escalera estaba destrozada. La plaza pareca haber sido arrasada por una guerra civil. Cascotes, muebles, coches desvencijados. El asfalto haba sido maltrecho; se haban cavado trincheras, levantado barricadas y puesto grandes vallas. Qu haba aqu que pudiera ser defendido! Un espectculo poco convincente dijo Zecke. Hasse solt una carcajada y Boehlke se qued muy serio. No, no es muy convincente dijo. Se acerc un hombre con una escalera al hombro y una brocha y un cartel en la mano derecha. Apoy la escalera en la pared y peg en ella un cartel que deca: "BERLN SEGUIR SIENDO ALEMN." Eso era lo que Dios quera; pero el ministro de Propaganda debiera cerrar el pico, pues el asunto ya no era de su incumbencia. Son una sirena. El zumbido de la sirena, cuya intensidad aumentaba y disminua a intervalos, sonaba de un modo dramtico entre aquel mundo en ruinas. Era la seal de alarma. Alarma! Dejen la calle libre! A los stanos del Hotel Atlantic! A los stanos del Hotel Atlantic! grit Hasse, a su vez, y la gente que bajaba la escalera repiti la orden. nicamente haba que seguir a los que marchaban delante. Anduvieron junto a grandes montones de ruinas, a solitarias fachadas, a vas retorcidas hacia arriba y bajo alambradas. Finalmente llegaron ante una abertura. No vieron a ningn guardia. Tampoco haba all porteros ni camareros. Todo estaba a oscuras. Bajaron a la luz de una lmpara de bolsillo. De pronto, el capitn, que abra la marcha, desapareci en la oscuridad. Tropezaron con una escalera y volvieron a descender. Una caverna, otra caverna. Una hilera de cmaras excavadas en la paz de una catacumba. A lo lejos brillaba la llama de una vela. T, borracho, ten cuidado! Sinvergenza, qu se ha credo usted! Mejor sera que pusieras los pies en otro lugar en vez de plantarlos 11

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sobre mi barriga! Hasse dirigi la luz de su lmpara hacia un rostro. Sobre el suelo haba un marinero que miraba a Hasse con odio. No haga usted caso, Hasse dijo Zecke. Aquel era el tono en que se hablaba all, y tambin era la manera de hablar de aquella poca. Una hora antes de ser sepultado en la fosa comn se poda decir lo que se quisiera. Supongo que por algo ser esto el refugio de un hotel dijo Zecke. Quiz nos den una taza de caf y un panecillo. Aqu no encontrar absolutamente nada. Como no lleve algo en sus bolsillos..., coronel dijo el marinero con un tono ms amable. El capitn Boehlke, que se haba adelantado a ellos, volvi hacia atrs. Haba encontrado un rincn desocupado y les condujo hacia l. Los ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad. Marinos, aviadores, soldados de infantera, de ingenieros y de comunicaciones estaban tumbados sobre el suelo, con el arma entre las manos y el casco bajo la cabeza, a guisa de almohada. Y muchos de ellos tenan sacos, macutos y maletas consigo. Soldados y oficiales uniformados con la misma suciedad y los mismos harapos. Fuera se oa el estampido de la artillera antiarea. No crea usted, mi coronel, que aqu haya mucha artillera antiarea. Solamente hay unas piezas alrededor de la estacin y en el barrio gubernamental. Aparte de eso, nada. Estruendos de caones y detonaciones de bombas. Pero los ronquidos no cesaban. Y tampoco cesaban las protestas. Unos se quejaban de haber sido molestados y otros de haber sido obligados a bajar al refugio. Se deca que en Berln se producan tres o cuatro ataques areos diarios. Y no se poda ir de un lado a otro, pues tras cada bombardeo todo quedaba paralizado: el tranva, el "metro" y el "elevado". Cmo podr ir a Karlshorst? Antes hubiera usted tardado una hora, pero hoy necesitar todo el da para llegar all, mi coronel. Y a Potsdam? A Potsdam se puede ir ms aprisa. Boehlke deba presentarse en la Capitana General de Potsdam. En vista de la situacin, Zecke haba decidido tomar la direccin de Potsdam y llegarse hasta Wannsee, donde esperaba encontrar a un viejo amigo suyo. As, pues, hara un trecho en compaa del capitn Boehlke. Cuando la alarma hubo cesado se despidieron de Hasse, quien pensaba dirigirse a Hermsdorf, donde viva su familia, y luego al hospital de Tempelhof. Boehlke se compr un peridico en la estacin del tranva. Y una vez instalado en el tranva pas revista a las noticias y ley un artculo acerca de la situacin militar. Zecke, que estaba sentado frente a l, le iba observando. Y vio como el rostro del joven Boehlke se fue ensombreciendo. Boehlke dobl el peridico, mir a Zecke y se encogi de hombros. Es como para desesperarse. Qu puede hacerse? dijo. Yo creo que ya es demasiado tarde para hacer algo repuso Zecke. S, quiz tenga usted razn. Pero yo debo presentarme al general. Todos debemos presentarnos en un lugar u otro. 12

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Boehlke cont al coronel Zecke su odisea: Potsdam, Bad-Kissingen, Praga, Leitmeritz, Dresden, y en ninguna parte haba dado con el general. Quiz estara en Potsdam. Parece como si... Quera decir que pareca como si el general fuera uno de aquellos soldados que para hacer tiempo se pasaban la vida viajando de un lado a otro. Pero no es as, ya lo s, mi coronel. Lo que ocurre es que siempre llego tarde. Zecke no se haba equivocado respecto al joven. El caso no admita dudas. Con aquel muchacho se poda hablar claro. Un puente espiritual se haba tendido de hombre a hombre. Pero las cosas deban quedar as. Deba descender del tranva. Se haban cruzado en el camino, como barcos que se acercan durante la noche. No tenan tiempo ms que para estrecharse las manos. Tras veinte minutos de marcha lleg Zecke ante una villa con pequeas torretas, como las que se construan en tiempos del Kaiser. En la casa vivan dos familias: en el piso superior habitaba la de un coronel de aviacin y en el entresuelo la de su viejo amigo, el escritor Dr. Wittstock. "Qu clase de hombre es ese Dr. Wittstock?", le preguntaron a Zecke en cierta ocasin. La pregunta, formulada por alguien que le acababan de presentar, se la hicieron aos atrs, durante uno de sus permisos, en Berln. Qu clase de hombre era el Dr. Wittstock? Pues era un hombre muy inteligente, histrico y dinmico, respondi Zecke en aquella ocasin. Estaban en un hotelito situado al extremo sur de Berln. Zecke continu: No, no era militar. Mis relaciones con l no tenan nada que ver con las cosas del cuartel. Usted conoce Potsdam, mi vieja guarnicin, y ya puede usted imaginarse lo molesto que a veces puede uno encontrarse en aquella ciudad y las ganas que uno tiene de salir de ella. Sobre todo cuando la poca de Seeckt no pensbamos ms que en dejar aquello y marchar hacia la derecha o la izquierda, especialmente hacia la izquierda. Pues durante los aos veinte, en Berln no siempre poda uno comer en el "Adlon". Se jugaba a la inflacin y a la deflacin, y en todas partes se hacan experimentos econmicos, y all estaban los cafs de la Kurfrstendammm, y las salas de descanso de los grandes teatros, y los cabarets, y los restaurantes, donde uno se reuna con los amigos a la salida de las representaciones. All me encontraba a gusto! Y tambin estaban los salones, donde se podan concluir audaces combinaciones. En ese ambiente conoc a Wittstock. No, no era militar. A Wittstock no le haba ido bien en la milicia y por eso tena un raro complejo y se senta atrado por los uniformes. Aunque durante el Tercer Reich siempre se sinti en la oposicin, nunca dej de coquetear con los hombres de la situacin. No militaba, empero, en ninguna organizacin secreta, donde tampoco hubiera sido admitido, pues tena los nervios blandos, como suele decirse. Esta situacin hizo que no resistiera muchos aos en la oposicin. Se sinti fascinado por aquel despliegue de poder. S; se sinti fascinado por la Prensa, la publicidad, las caravanas de coches, los desfiles militares y toda la pompa de aquella poca. Y tambin sinti la necesidad de participar en aquel espectculo. Ocurra, sin embargo, que a veces criticara a Hitler, pues no en vano tena una buena formacin intelectual. Wittstock llegaba a una reunin y deca: "Tenis toda la razn. Ese atentado 13

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deba hacerse". Pero a los tres das arga de este modo: "Est visto que la gente est falta de todo talento y que los otros tienen toda la razn y el solo hecho de que ese hombre haya llegado al Poder es suficiente para legitimar su presencia. Ellos son los verdaderos representantes de la situacin, pues slo ellos han comprendido el curso de la Historia y saben hacer frente a la adversidad. Pero vosotros, pobres intelectuales, estis ciegos y permanecis maniatados por escrpulos morales." Y ya no retroceda y repeta los conceptos al uso. Deca que la moral no era ms que una serie de principios que aseguraban al burgus la comodidad. Hacer historia quera decir actuar de un modo brutal. Asumir una responsabilidad significaba tener que arriesgar vidas humanas, y lo malo, deca, ya no es malo si con ello se emprende algo grande. nicamente con el nimo de estar por encima del mal se camina hacia la Historia. Entrar en la Historia, hacerla realmente, es algo que sustituye a la Religin; algo, en suma, tocado de eternidad. Todo lo dems, en su opinin, era puro mito. De todos modos y pese a su manifiesto racionalismo (Wittstock era un hombre hecho de contrastes), daba una gran importancia a lo desconocido. Uno de sus temas favoritos era argumentar en favor de lo desconocido como fuerza motriz de la Historia. Wittstock desconoca la realidad de las fuerzas histricas, tergiversaba la Historia de la Filosofa y tena como norte un caducado ideal renacentista. As era Wittstock y esa era la manera de pensar de muchos hombres de nuestro mundo endiosado. El coronel Zecke haba llegado ante la casa de uno de aquellos hombres del renacimiento, que ahora haban quedado reducidos a la impotencia. El timbre no funcionaba. Pero s funcionaba la sirena de la esquina. Otra vez volvan a sonar las seales de alarma y sus silbidos aumentaban y decrecan de intensidad. Se oyeron los estampidos de la artillera antiarea. Zecke golpe la puerta con los puos y al cabo de un rato, a pesar del estruendo, fue odo. La puerta se abri y ante l apareci Wittstock. Tena el cabello revuelto, iba cargado de abrigos, entre los que se vea el abrigo de pieles de su esposa. En una mano sostena la impedimenta reglamentaria para protegerse de los ataques areos. Hombre, Zecke! De dnde sales? Ven en seguida adentro! Zecke sigui a Wittstock y se meti tras l en la casa. Sali luego por la puerta trasera de la misma, atraves un pequeo jardn, descendi unos peldaos y se meti en una especie de trinchera. Este es el segundo ataque areo de hoy. Desde las cinco de la maana que estamos metidos en el refugio. Slo hemos tenido una pequea pausa. Tambin yo he sufrido el primer ataque. Me refugi en la bodega del Hotel Atlantic. No hay correo, ni peridicos, ni telfonos. Te aseguro que es muy divertido. La trinchera corra en forma de zigzag, estaba cubierta con un tejadillo de maderas y ante ella se alzaba un pequeo amontonamiento de tierra. Era muy estrecha y apenas poda uno estar en ella de pie. nicamente caban dos personas y esas dos personas acostumbraban ser el matrimonio Wittstock. Esta vez los ocupantes se estrecharon un poco. Aquella era la primera oportunidad que Zecke tena para saludar a la seora de la casa, pues la esposa de Wittstock perteneca al crculo de amistades de su mujer. 14

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Cmo est Lena? fue su primera pregunta. Bien; muchas gracias. Est en Turingia, en el bosque. Vive con gata y me escribe cartas muy reconfortantes dijo, y tras una pausa aadi: Bien; de manera que ahora viene de Praga? Pues debo decirle que ha hecho un mal cambio, querido Herbert. Estoy segura de que en Praga todava se vive de un modo civilizado. Hay all cosas tan hermosas y tan baratas! opin la seora Wittstock. Todo eso ya pas hace tiempo, seora. Y la baratura de entonces era una pura arbitrariedad: las cosas no costaban casi nada debido a nuestra exagerada valoracin del marco. Lo cual, como tantas otras cosas, fue una de las medidas teatrales que caracterizaban nuestra poltica. El ruido de los bombardeos atronaba el espacio. Los aviones sobrevolaron el jardn y se alejaron. Todava, a lo lejos, se oyeron unos caonazos. Esta vez no va para nosotros dijo Wittstock. Cuando se ha visto cmo una de esas bombas arrasaba una casa de nueve pisos, y cuando se ha contemplado, como nosotros hemos visto desde nuestro jardn, sacar los destrozados cadveres de entre las ruinas, se aprende a apreciar un agujero como ste. Lo ms que puede ocurrir es que le den a uno de lleno. Y entonces, claro est, todo se acab. S; esto es como el frente. Te quedas con nosotros? Ya nos arreglaremos dijo Wittstock al tiempo que se volva hacia su esposa. Le ruego a usted que se quede. Ya sabe, seor Zecke, que siempre es usted bien venido, y la casa de Potsdam, que ahora est vaca, no ser muy acogedora y adems est muy lejos. Qu piensas hacer? Lo importante es saber qu piensan hacer conmigo dijo Zecke, y acto seguido inform a los esposos Wittstock acerca de su traslado, y luego les dijo que lo primero que deba hacer era buscar su nuevo destino. Zecke decidi presentarse aquel mismo da en Karlshorst, donde deban comunicarle su nuevo destino. As, pues, una vez hubo cesado la alarma y despus del almuerzo se despidi de sus amigos. Ya sabes que siempre, de da y de noche, puedes venir a casa le dijo Wittstock mientras le acompaaba hacia la puerta. La advertencia de que necesitara todo un da para llegar a Karlshorst result absolutamente justificada. Al principio todo fue bien, pero al llegar a la Potsdamerplatz tuvo que bajar del tranva y caminar hasta la Alexanderplatz. Con otro tranva slo lleg hasta la estacin de Schlesich. All pregunt a alguien la manera de proseguir el viaje. S; la lnea del tranva est interrumpida en este lugar le dijeron. Vaya usted hasta el final de esta calle y quiz all encuentre otra va que contine. Naturalmente, esa va no llegar hasta Karlshorst, pero es probable que el tranva le deje a usted en el Ostkreutz. El coronel Zecke se qued un rato parado y mir entre la niebla. Luego se dirigi hacia el lugar que le acababan de indicar y aguard un rato. Al cabo de un tiempo pens que, a pesar de todo, no deba moverse de all. Y su paciencia fue premiada, pues el tranva acab por llegar y Zecke pudo subir a l. Pudo montar gracias a su uniforme, pues todo aquel que no iba de uniforme era 15

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echado atrs por el empleado, que era un muchacho de unos diecisis aos. Podis ir a pie!grit el muchacho a quienes quedaron en tierra. Puede usted acompaarnos durante un rato dijo a Zecke un jorobado . La lnea llegaba ayer hasta el paso a nivel, pero ahora, tras esos ltimos bombardeos, no s hasta dnde podremos llegar. Y no llegaron lejos. Al cabo de un momento Zecke se volvi a encontrar parado en medio de la calle. Dgame usted, seor, cmo podra llegar a Karlshorst? Si est de suerte, con el tranva. Ayer todava funcionaba uno. Y lleg un tranva. Pero tampoco aquel tranva haca todo el trayecto. Y Zecke tuvo que hacer el resto del camino a pie. Finalmente, al caer la tarde, lleg a Karlshorst y se dirigi al cuartel. Era un soberbio conjunto de edificios. Como es natural, las ventanas haban sido arrancadas y en el tejado aparecan grandes huecos. Las casas estaban abandonadas. No se cumpla ningn servicio. Esto se vea en seguida. Zecke slo descubri a un individuo cubierto con un gran abrigo de chfer, calzado con botas altas, tocado con una gorra ladeada y dando chupadas a una pipa. El hombre se paseaba ante la puerta. Deba ser el centinela. Busco la Academia de Ingenieros, camarada le dijo Zecke. El centinela se detuvo y mir a Zecke de arriba abajo. Un viejo coronel. Uno de la vieja guardia. Sin sacarse la pipa de la boca, respondi: La Academia de Ingenieros! Esto de aqu son los restos de la Academia de Ingenieros! Los restos... El patio interior estaba lleno de ruinas; el tejado apareca hundido y ninguna ventana se hallaba en buen estado. No se ha celebrado aqu un curso para jefes de regimiento? S, se ha celebrado pero el personal ya se ha trasladado a otro lugar. Pues debo presentarme all. En ese caso, mi coronel debo decirle que ha llegado usted demasiado tarde. No sabe usted lo que ha sucedido? No; no s absolutamente nada. Pues escuche usted: el curso se ha suspendido y el personal se traslad, como le he dicho a otro lugar, hacia el oeste. Tenan miedo a que los rusos ocuparan esto. Y hoy mismo nos han comunicado que los americanos han llegado a donde estaban los cursillistas y los han cazado a todos. Qu dice usted? Han cogido al personal? S, a todos. Estaban en el campo de ejercicio. Si hubiera usted llegado un poco antes, ahora ya no tendra ms preocupaciones. El coronel Zecke se enter a continuacin de que algunos alumnos se haban quedado all, donde tambin estaba el ayudante del regimiento, que haba quedado encargado de poner en orden la documentacin del mismo. As, pues, ya no tena prisa. Busc la cantina. As tendra la posibilidad de inspeccionar los restos del cuartel. En la cantina encontr a algunos jvenes oficiales que le repitieron lo que poco antes le haba dicho el centinela. Y tambin le dijeron algo ms. Los cursillistas haban cado en manos de los americanos, pero la misma tarde, debido al contraataque de una divisin blindada alemana, haban sido puestos nuevamente en libertad y ahora se disponan a marcharse a otro sitio. El cursillo continuara en un lugar el Sur. 16

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Cuando Zecke entr en el despacho oficial del regimiento estaba completamente informado de lo ocurrido y saba tanto como el mismo ayudante. Buenos das. Aqu el coronel Zecke. Acabo de llegar de Praga. Al ayudante casi se le cay el monculo del ojo. Mir fijamente al recin llegado. El ayudante ostentaba las insignias de comandante. En la vida civil era profesor en una escuela de ingenieros industriales. Ahora representaba al regimiento y tena la obligacin de ponerse a las rdenes de un coronel. Pero ni la actitud de Zecke, ni el tono de voz con que se present hacan prever ninguna orden. S; aqu est todo en ruinas dijo Zecke. Pero, qu hace usted aqu? Por lo visto yo he llegado demasiado tarde. Dgame, cundo puedo marcharme? El ayudante se haba quedado sin palabras. Y el pagador, que estaba sentado junto a l, pareca igualmente sorprendido y se esforzaba en inclinar la cabeza sobre los papeles que haba encima de la mesa. Al cabo de unos momentos, habl el ayudante: Siento, mi coronel, que haya usted venido en balde. Hasta el momento no he recibido nuevas instrucciones para usted, mi coronel. As, pues, le ruego tenga la bondad de aguardar. Y en seguida inform a Zecke de que la Escuela haba sido trasladada ms al Sur, cosa que el coronel ya saba. El ayudante no supo decirle, empero, el lugar exacto del nuevo emplazamiento y termin rogndole una vez ms que tuviera paciencia y esperara nuevas rdenes, que no tardaran en llegar. Pero usted puede telefonear al jefe de personal del Ejrcito dijo Zecke. No creo que sea difcil ponerse en comunicacin con Berln o con Zossen. Las oficinas de personal han sido trasladadas desde hace unos das a Turingia y la comunicacin telefnica con Turingia est momentneamente interrumpida. Si las oficinas han sido trasladadas a Turingia, ya no podemos contar con ellas, pues la mitad de esa regin ha sido ocupada por el enemigo. Puede usted informarse de ello: la noticia ha sido dada en un parte de guerra. Por lo tanto, le ruego que deje usted de hablar en ese tono de euforia. Tal como le haban dicho a Zecke, el ayudante era un fatuo. Ignoraba los partes militares del Cuartel General, pero se crea mejor informado que Goebbels. Ahora, tras las ltimas palabras de Zecke, se vea obligado a adoptar una posicin defensiva, y Zecke aprovech aquel momento para decirle: Ya que las oficinas de personal han sido nuevamente trasladadas y no nos queda ms remedio que esperar, maana o pasado maana le volver a visitar. Quisiera rogarle, mi coronel, que se alojara usted en el cuartel. Ni pensarlo! El ayudante se sinti derrotado y con voz desfallecida musit: Eso, mi coronel, sera lo mejor. Ya he echado un vistazo al cuartel. Las habitaciones son muy incmodas y las camas son psimas. No pienso pasar los ltimos quince das de mi vida en un lugar como ste. 17

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Los ltimos quince das... Qu querra decir este coronel? Cmo se permita tales expresiones? Esta vez s que le cay el monculo al ayudante. El pagador se inclin todava ms sobre los papeles. Zecke se qued contemplando a los dos personajes. All estaban los dos, en aquel edificio bombardeado, con las comunicaciones telefnicas inutilizadas y los restos de las ventanas sobre las mesas, decididos a ganar la guerra en el ltimo momento. Y por lo visto ninguno de los dos adverta la diferencia entre un regimiento destrozado en el frente y un frente situado a dos pasos de Berln. Seores, no comprendo su confianza. Pero lo importante es que me quedo en la ciudad. All tengo varias cosas que hacer y adems quiero echar un vistazo a las calles. Tambin deseo visitar a unos viejos amigos. Por otra parte, todo est tan malparado, que ya no importa que el telegrama llegue a mis manos dos o tres horas antes o despus. Quedaron as. Hasta la vista, seores. Nos veremos pasado maana. El ayudante y el pagador miraron hacia la puerta como si por ella no hubiera salido un coronel llegado de Praga, sino un fantasma. El ayudante movi la cabeza de un lado a otro y el pagador le imit dcilmente. Pensaron que para obrar de aquella manera deba uno estar en condiciones excepcionales. Claro que aquel coronel haba sido primer teniente cuando la Gran Guerra, no haca mucho que haba estado al frente de un regimiento que lleg hasta las afueras de Mosc, y ahora acababa de abandonar un puesto de gran importancia; y uno, tal como estaban las cosas, no poda saber el nuevo cargo de aquel hombre; de manera que lo mejor era dejarle hacer su voluntad. Zecke se present varias veces a Karlshorst y siempre le dijeron que las comunicaciones todava estaban interrumpidas. Visit a algunos viejos amigos y tambin entabl nuevas amistades. Casi todas las tardes y las noches iba a visitar a los Wittstock. En cierta ocasin se lleg hasta Potsdam y regres con el triste convencimiento de que la ciudad ya no era ms que un concepto histrico. Visit su antigua casa, que haba sido bombardeada y al parecer haba sufrido los efectos de un saqueo a conciencia. Y no sinti la menor curiosidad por nada. Pues, qu curiosidad puede uno sentir cuando las paredes de su casa estn derrumbadas, el empapelado de las habitaciones aparece colgando a tiras y a travs de las cadas ventanas slo se ve polvo y ruinas? Los pocos objetos que en aquella casa quedaban no le podan interesar, pues haban perdido toda relacin con las personas a que pertenecieron y se haba hundido la circunstancia en la que haban ocupado un lugar. Qu poda significar una silla Luis XV o un cortinaje de damasco o los restos de una coleccin de monedas, cuando todo Potsdam se haba convertido en un montn de ruinas, la iglesia militar haba dejado de existir, la tumba del gran rey haba sido profanada y los restos del monarca deban rodar confundidos entre el polvo y los escombros por alguna carretera? Qu podan significar sus cosas cuando los miembros del batalln de cazadores de la guardia y los de los regimientos de hsares y los del cuerpo de guardia haban sido diseminados por todo el mundo y nunca ms volveran a reunirse? Para no volver a reunirse nunca ms! Zecke regres a Berln con la sensacin de que el pasado haba sido enterrado para siempre. Y si el smbolo 18

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de Prusia est por los suelos, la gran ciudad levantada a expensas de Prusia arda por los cuatro costados y sufra los efectos de constantes bombardeos. Porque la destruccin de Potsdam significaba la condena a muerte de aquella inmensa aglomeracin de casas en las que vivan cinco millones de personas. Es que Berln no morira cuando el Tercer Reich saltara por los aires? Cmo nace una ciudad? Cmo muere? Una ciudad no nace slo porque un Gran Elector se hace construir un castillo y ordena abrir un camino, en el que ordena plantar dos ringleras de tilos, desde su morada al prximo casero. Aunque todo eso s tenga relacin con el desarrollo de la ciudad, como tambin la tiene la situacin de sa junto a un ro, y su importancia como centro de comunicaciones, y el que sus moradores tengan un desarrollado sentido comercial, y sean laboriosos y valientes, y sean capaces de crear una milicia, y pagar unos impuestos. Todo eso son cosas que influyen en el nacimiento y desarrollo de una ciudad. Mucha gente acudi a ella. Llegaron hombres y mujeres procedentes de las antiguas comarcas: de Pomerania y Silesia, y habitantes de Francia, y gentes que habitaban en las orillas del Lago Leman..., y hugonotes, flamencos y holandeses. Muchos destinos se citaron en aquella ciudad, y tuvieron que encontrar all muchos hombres y mujeres, y fue necesario que ocurrieran muchas cosas en los lechos de los burgueses, en las mansardas de las chicas de servicio, tras las cocinas militares de las tiendas de campaa (sas eran las abuelas) y durante las excursiones en las montaas (sas eran nuestras madres). Mucho, mucho tuvo que suceder hasta que apareciera el semblante de los berlineses. Y todo aquello, aquellos rostros surgidos de la arena y el barro del Spree, iban a ser aniquilados de un plumazo, porque gracias a determinadas circunstancias de poltica interior (y sobre todo de poltica exterior), el destino del pas cay en las manos de un ser anormal, y porque as lo haban decidido, cuando la guerra ya tocaba a su fin, tres titanes. El Spree contina corriendo a travs de Berln y seguir su curso tras la catstrofe final, aunque cinco minutos antes de producirse, un ayudante de regimiento, unos alumnos de la Academia Militar de Ingenieros de Karlshorst, un cierto comandante Hasse y otros locos hayan colocado los explosivos bajo los puentes del ro y en los stanos de las casas. Berln subsistir. Berln subsistir, porque sus habitantes continan en pie. Todava no se ha disparado una bala y la palabra no ha sido pronunciada por ninguno de sus representantes, ni por los que se cubran con un abrigo imperial, ni por los que usaban chaqueta de presidente, ni por el que ahora viste camisa de color pardo. El mismo Berln el Berln que lleva gorra, y blusa de cerrajero, y trajes humildes ser quien pronuncie la palabra. Y mientras tanto... No; ni la charlatanera, ni las salvas podan alejar el peligro. El coronel Zecke paseaba por el puente de Weidendamm. Cincuenta aos antes haba paseado por aqu, cogido de la mano de su padre. Abajo corran las aguas del ro y arriba luca un cielo azul de primavera. El aire era dulce, tan dulce como slo en Berln puede serlo. En soplo de aquel aire levant el ancho sombrero de paja que llevaba el pequeo Zecke y dulcemente lo hizo volar sobre el pretil del puente y lo deposit sobre las aguas del ro. El sombrero desapareci bajo el puente, surgi luego al otro lado y 19

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continu navegando como una cscara de nuez, como un barquito de leyenda. "Eh! Usted, el de la caa!", grit el padre. Y el hombre de la caa detuvo el sombrero, lo sac del agua y lo devolvi al pequeo Zecke y se gan unas monedas. Eso ocurri en el puente de Weidendamm. Zecke dej el puente atrs y lleg ante los restos del cuartel del regimiento de granaderos de Alejandro, continu luego por la Friedrichstrasse y lleg ante una especie de tnel de ruinas. Dos casas se haban venido abajo y sus restos formaban extraas arcadas bajo las cuales caminaban los viandantes. Se agach y continu hasta que sali a la luz. Pas ante la pera y la Hedwigskirche y desemboc ante un paisaje cubierto de enormes sillares de mrmol. Aqu se levantaban antao los grandes palacios que simbolizaban el poder del dinero. Una tempestad los haba hecho desaparecer. Zecke se fij en las ruinas de la casa que buscaba y se fue directamente hacia ellas. Se trataba de algo sin importancia: deba saludar a un empleado de Banco que ni siquiera conoca. Los tres pisos de la casa se haban venido abajo, pero la planta baja continuaba en pie. La calle apareca brutalmente removida. Una cuerda donde cogerse conduca a travs de un gran montn de ruinas y llegaba hasta la puerta del edificio. La entrada estaba intacta y la puerta giratoria continuaba funcionando. Zecke penetr en una gran sala. Era de da y el sol brillaba en lo alto del cielo, pero el polvo de los cristales nicamente dejaba penetrar una dbil claridad. Las gentes se movan en aquella sala como seres privados de vista, hundidos en un acuarium. Zecke se acerc a una ventanilla. Busco a un tal seor Schulze. Tengo algo que comunicarle. Ah, ya! El seor Schulze? Vaya usted, por favor, a la ventanilla nmero cinco. All le informarn respondi el empleado, y su mano seal hacia un punto indeterminado de la regin submarina. Fue en direccin a una vela y encontr luego la ventanilla en cuestin. All repiti su demanda. Ah, ya, el seor Schulze! El empleado le rog que se dirigiera al jefe del departamento. El jefe del departamento tena el aspecto que le corresponda a un ser de aquel mundo abisal: vesta un traje absolutamente arrugado, una camisa que desde mucho tiempo atrs no haba sido lavada, y un suter de aspecto lastimoso. Junto a l apareca una vela que despeda una densa humareda. El jefe y su ayudante se quedaron contemplando a aquel visitante que deseaba ver al seor Schulze. Cuando el jefe lleg a la ventanilla, Zecke crey necesario decirle: Tengo el encargo de comunicarle al seor Schulze que su cuado, el de Praga, se encuentra perfectamente bien. Ah, ya!, el seor Schulze... Y al ver que la visita de aquel seor no estaba relacionada con registros, interrogatorios, detenciones, ni Gestapo, cambi la expresin de los rostros. Qu pena lo del seor Schulze! Pas los ltimos seis meses en el frente. Dej a su esposa, una mujer joven y hermosa, y a dos nios, el mayor de cuatro aos y el menor de dos. Y, lo que ocurre, un da cay una bomba sobre la casa y la mujer y los chiquillos quedaron enterrados entre los escombros. Schulze recibi un telegrama y se le concedi permiso para volver. Hizo una pausa, y continu: 20

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Eso ocurri hace tres semanas. Y Schulze se present en Berln con un permiso de ocho das. En seguida comenz a remover las ruinas. Los obreros palearon sin descanso, y l se pas todo el da, de la maana a la noche, ante ellos, entre los escombros. Al da siguiente volvieron a palear sin interrupcin, y l iba y vena de un lado a otro y miraba por las rendijas que se iban abriendo. Los obreros palearon hasta entrada la noche, y nada. Se fue a dormir muy tarde y al da siguiente se repiti la misma escena. Ese fue su permiso. Pero imagnese usted la suerte de Schulze: cuando slo le quedaban tres horas de permiso, le trajeron los cadveres que buscaba... Zecke atraves aquel espacio submarino, empuj la puerta, que gir silenciosamente, camin sobre los montones de escombros y ruinas, pas ante la pera, la Armera Nacional y la Universidad y dej atrs, entre la niebla, la Catedral y el "Schloss". Y volvi a encontrarse en el puente, donde un viento de primavera se haba llevado aos atrs el sombrero de paja de un nio. "Qu suerte haba tenido aquel hombre!" Aquella frase se le haba quedado grabada en la memoria y cuando al da siguiente conoci al Director general seor Knauer, todava le martilleaba la imaginacin. El Director general Knauer viva ms all de Tempelhof, en el distrito de Mariendorf, y hasta el momento en que le conoci lo nico que saba de l era el nombre. En realidad no haba ido en busca del seor Knauer, cuyo nombre, por otra parte, nicamente le haca pensar en las fbricas Sirius, de Stettin. Lo cierto es que haba ido en busca de una seora. En cierta ocasin se sent junto a ella en el Palacio de los Deportes, luego la conoci y sali con ella varias veces. Era una joven berlinesa, es decir, una mujer realista, prctica y un tanto americanizada. Una de aquellas mujeres que se confeccionaba los vestidillos de verano; que los sbados, cuando salen de la oficina, se planchan la ropa, y que cuando salen de excursin se llevan una pequea provisin de emparedados. S, era una mujer realista y prctica que cuadraba en un ambiente muy apropiado para ella. Todo eso es cierto, pero cunto romanticismo haba en ella! En cierta ocasin, al volver l a Berln, la telefone, pues quera invitarla a beber una taza de caf en "Josty" y luego, quiz, ver alguna pelcula. Pero ella se excus. Le dijo que aquel mismo da contraa matrimonio con un oficial que estaba en el frente, y se casaba por poderes. Hacer una cosa as a travs del espacio! Y el novio (un joven mdico que ella le haba presentado tiempo atrs) estaba en el frente del Este. As, pues, lo nico que poda hacer era comprar un ramo de rosas blancas y asistir como testigo a la ceremonia. Y desde entonces no la haba vuelto a ver. Y ahora, tras una infructuosa llamada por telfono, Zecke traspasaba la verja del jardn y llamaba a la puerta de la casa. Un hombre abri al cabo de un rato, el director Knauer. Su manera de vestir llamaba la atencin. Las prendas estaban bien cortadas, pero ninguna haca juego: los pantalones no iban de acuerdo con la chaqueta y sta, por su parte, no quedaba bien ceida. Quisiera hablar con la seora Halen. Lo siento, pero la seora Halen no est en casa... En realidad no est en Berln. Sabe su direccin? Perdone; no puedo drsela; ignoro dnde vive. Pero, entre usted, por favor. 21

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Se sentaron frente a frente: Zecke y Knauer. La seora Halen tuvo que salir repentinamente de viaje. Se fue a Salzwedel, pero ignoro la direccin exacta. Creo que luego se fue a otro lugar, ms lejos... El hombre dej de hablar. Se produjo un largo silencio. No hara falta aadir algo ms para que Zecke comprendiera. La americana me va algo ancha porque no es ma. Era de mi hermano, que tambin ha muerto. Los bajos y las mangas me vienen algo cortos. El chaleco era de un buen amigo mo; el pobre muri ahorcado. Los pantalones los encontramos aqu; pertenecan a un individuo que quera marchar a Italia. No s si habr llegado. Dios quiera que la Gestapo no lo venga a buscar aqu! El hombre tena anchas manos y fuertes brazos. Seguramente no sera algo fcil encontrar una chaqueta que le fuera bien. Knauer, de Stettin se present. As, pues, aquel era Knauer, el dueo de las fbricas Sirius, uno de los hombres ms ricos del norte de Alemania. Con aquellas grandes manos y con sus propias fuerzas haba creado su industria, cuyos productos se exportaron primero a Inglaterra, luego a frica, ms tarde a China y finalmente a todo el mundo. Bast una sola noche para que todo quedara arrasado dijo. Las naves, las existencias y mi propia casa... No tena ms vivienda que aqulla. Sal de all en pijama y zapatillas, envuelto en una manta. Pero aquello slo fue el principio de la catstrofe. Todo fue demolido, se prendi fuego a la gasolina, se destrozaron las mquinas y las herramientas, se forzaron y desperdigaron las cajas fuertes de los despachos, cuyo contenido fue saqueado y quemado. Conoca a un escritor a quien haba ayudado en varias ocasiones continu en voz baja el seor Knauer. Era un hombre de grandes dotes, pero no trabajaba. No poda escribir a causa de las escenas que ocurran a su alrededor. Slo hubiera podido escribir para l, para guardar luego las cuartillas en un cajn. Los bombardeos nocturnos, las casas que se venan abajo, las cuartillas desparramadas por la calle; todo eso le impidi fijar sus ideas. Pues bien, yo siempre pens que una caja de acero era algo muy diferente a un cajn... y estaba equivocado. As lo he podido comprobar ahora. Mi caja fuerte se salv de la catstrofe: la Gestapo se apoder de ella. Y as vine yo a Berln y llegu a casa de la seora Halen. Los prados florecidos no slo avivan el romanticismo de las berlinesas para contraer matrimonio por poderes, sino para otros objetivos. As, pues, tambin la pequea seora Halen... S, era un eslabn ms de la cadena, y reciba visitas, esconda a los perseguidos y les buscaba proteccin, envindolos a sitios ms seguros, y acoga a judos y oficiales y a cuantos se presentaran, como al seor director Knauer. Acompaa a sus acogidos, a quienes viste y alimenta, y procura documentos personales que unas veces deben ser falsificados y otras, robados. Y en algunas ocasiones se ve obligada a viajar; primero a Salzwedel y luego a otros sitios, y el seor director Knauer no puede, en verdad, dar su direccin. Cunto romanticismo! Y no slo el prado en flor, sino tambin la cabaa en el prado, y en ella, la paz. Y para que en la cabaa reine la paz hay que hacer la guerra a los palacios, a los nuevos palacios donde 22

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habitan los usurpadores del Reich, los que han hundido el Reich alemn. Hay en todo ello tanto romanticismo que el crculo se cierra y el mismo romanticismo se convierte en realidad, en una sangrienta y carcomida realidad. Ahora se me dice que esta casa tampoco es muy segura. Me han hablado de un tal doctor Wittstock. Qu clase de hombre es se? "Qu clase de hombre es se?" El coronel Zecke tena ahora ocasin de informar acerca de su viejo amigo Wittstock. Es un hombre que no escribe para guardar las cuartillas en el cajn, sino que escribe para la actualidad de cada da. Y est convencido de que los hombres del da son figuras histricas. S; desconoce en absoluto la realidad de las cosas; pero algunas veces e incluso lo dice en voz alta opina que no se trata de figuras histricas, sino de vulgares canallas. Como le digo: Wittstock no cambiar de manera de ser y lo mejor de l es su pasado. El coronel Zecke se haba entretenido tanto que, como era de esperar, fue sorprendido en la casa por un ataque areo. Y cuando las sirenas comenzaron a sonar y la radio anunci la proximidad de grandes formaciones areas que volaban en direccin a la parte Sur de Berln, acompa a Knauer al stano refugio. La colonia tena forma de herradura y la parte abierta de la misma estaba orientada hacia el Norte, es decir, en direccin a Tempelhof. En el refugio haba vecinos de otras casas: algunas mujeres, dos hombres de cierta edad, uno de los cuales era director de una escuela y el otro un impresor, y tambin un joven matrimonio y Heinrich Putlitzer con su esposa, que era fotgrafo. Knauer le present a los Putlitzer. La seora Putlitzer hizo pensar a Zecke en la persona a quien haba ido a buscar. No es que se parecieran fsicamente, pues cada una de ellas tena unos rasgos muy caractersticos; pero a Zecke se le antojaron ser como hojas del mismo rbol, como partes del rostro de Berln, en el que se adivinaba, tras la certeza de la catstrofe que se avecinaba, el firme propsito de sobrevivir a lo peor. Era fcil darse cuenta de que los Putlitzer, Riebeling, el viejo impresor y el Director Knauer eran amigos. En cierto modo formaban un grupo aparte. Los "otros" tambin estaban bien representados. All estaba el director de escuela, que pareca no encontrarse muy a gusto en aquel mundo cuyo aspecto cambiaba por momentos. Tena tres hijas: las dos menores eran muy nias y no se daban cuenta exacta de lo que aconteca a su alrededor, y la mayor, que tena catorce aos, se pareca mucho a su padre y tena la misma expresin de derrota que ste. La expresin de derrota y vergenza que aquella nia tena, empero, fundamentos muy concretos. Entre los vecinos era un secreto a voces el que un hijo del director, un muchacho de diecinueve aos que serva en las milicias de las S. S., haba desertado y, vestido de paisano, se ocultaba en un cobertizo de madera. Y el viejo estaba consternado. En el barrio se deca que el muchacho, que hasta entonces haba sido el orgullo de la familia, sera cazado en la prxima redada de la polica. La hija mayor, sin embargo, opinaba que la culpa de todo aquello la tenan las "democracias", y de la maana a la noche apabullaba a su padre con aquel cuento. Estaba avergonzada, no se atreva a alzar la mirada y, por miedo a que la reprocharan algo, no hablaba con nadie. Adems de Knauer, los dos Putlitzer, el viejo Riebeling, el director y sus 23

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tres hijas, estaba all la mujer de un magistrado, que no miraba a derecha ni izquierda y pareca ensimismada. Aquella vez el ataque areo no se produjo en la parte Sur de Berln, sino en el mismo centro de la ciudad. Al cabo de largo rato cesaron las detonaciones y el ruido de los aviones se alej. Zecke y Knauer abandonaron el refugio antes de que se diera la seal del cese de la alarma. Regresaron a la casa. Zecke volvi al tema de antes. Creo que, a pesar de todo, puede usted estar tranquilo en casa de Wittstock. Las gentes que frecuentan la casa pertenecen a pocas pasadas. All va, entre otros, el redactor Splge, que tiempo atrs no saba si dedicarse a la pintura, a la literatura o a la msica y para quien su poca de estudiante y los das en que frecuentaba los cafs de la Kurfrstendammm ha quedado como lo mejor de su vida. Tampoco de l tiene usted nada que temer. La Gestapo o los rusos dijo Knauer. Lo primero es posible que llegue y lo segundo no hay quien lo evite. No sabra decirle cul de las dos cosas es peor. Qu puede sucederme todava? Lo ignoro. Slo s que no puedo torcer mi destino. Aquellas fueron las ltimas palabras del Director Knauer. Acompa a Zecke hasta la puerta del jardn. S, qu ms puede ocurrirle? Su fbrica est arrasada, las ropas que lleva eran de amigos suyos uno de los cuales fue ahorcado, otro espera serlo y el tercero opt por desertar, y la comida se la da una generosa berlinesa obligada a ir de ciudad en ciudad, sin dejar nunca una huella tras s. Este hombre ha sido robado, reducido a la miseria, y perseguido de tal manera que su destino no puede empeorar. Qu suerte ha tenido este hombre! Cuando aquel mismo da Zecke lleg a Karlshorst, se le present el ayudante con una orden. Se le mandaba trasladarse a Hamburgo y de all a Jutlandia, donde debera ponerse al mando de unas tropas. Se teme dijo el ayudante que las tropas inglesas intenten desembarcar, por lo cual, con los restos de algunas unidades dispersas, debe formarse una lnea de contencin, que a su debido tiempo, caso de efectuarse el desembarco enemigo, deber convertirse en una bolsa. Solamente he odo "unidades dispersas y tropas inglesas", acerca de lo cual no quiero hacer ningn comentario replic Zecke. Pero, cuente usted, por favor: dada la casi total paralizacin de los medios de transporte, necesitar una semana para llegar a Hamburgo, de all hasta el lugar del destino otra semana, y para reunir los restos de las unidades dispersas, otra ms. Luego me ser necesario realizar una inspeccin sobre el terreno, pues es imprescindible que conozca el lugar, lo cual me llevar otra semana ms. Zecke hizo una pausa, y levantando la mano derecha y estirando los dedos, continu: Una, dos, tres y cuatro semanas. Dgame usted, comandante: qu opina usted de esto? El ayudante mir a Zecke como si no comprendiera lo que acababa de escuchar. Cunto tiempo cree usted que nos queda? Siempre he tenido la costumbre de emprender mi quehacer con cierta previsin, y no puedo aceptar ningn encargo si de antemano s que no existe ninguna posibilidad de xito. Se trata ahora de una orden proveniente del jefe supremo de personal? No; no se trata de eso. Todava no tenemos comunicacin con el jefe de 24

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personal. Entonces, por mi parte, la cosa est decidida: Lo siento, pero no puedo aceptar su encargo. El ayudante, el pagador y algunos individuos de la Escuela de Ingenieros volvieron a quedar como anonadados. No podan comprender que el coronel se negara a entrar en su rutina. Y creyeron que el coronel estaba cometiendo una especie de desercin. El Ayudante ech al pagador una mirada de desesperacin, pero a los dems no se dign participarles su estado de nimo. Y el coronel Zecke se convirti para l en "el caso Zecke". Era posible que l, oficial de reserva y antiguo nacionalsocialista, tuviera que tragarse todo aquello? S; hasta que no se abriera una carpeta para el caso Zecke, no tena ms remedio que soportar aquel desafuero. Zecke volvi a ocuparse en encontrar los adecuados medios de transporte que le condujeran hacia Berln. Al oscurecer, cuando, cerca de la Alexanderplatz, caminaba por la Frankfurter Strasse, le sorprendi el tercer bombardeo areo del da. Descendi al refugio de una gran vivienda. Mujeres vestidas con pantalones largos y suters, cargadas con maletas, colchas y colchonetas. La gente se diriga a sus sitios sin pronunciar palabra, en silencio. Los estampidos de los caones antiareos, el zumbido de los aviones enemigos, el silbido de las bombas al caer y el estrpito de las casas que se venan abajo constitua ya algo habitual en sus das y noches. La existencia sin apagones de luz ni ataques areos se haba convertido en un lejano recuerdo. Eso ya no nos lo podemos imaginar siquiera le respondi una mujer a la que Zecke haba hablado de tiempos pasados. Pero todo tiene un fin, no es cierto, coronel? La mujer tena cuarenta aos. Era madre de tres hijos: dos de ellos varones y los dos soldados. Uno de ellos lo haba perdido en el frente del Este y el otro haba sido hecho prisionero por los ingleses. Tena cuarenta aos, pero si uno se la imaginaba fuera de aquel ambiente del refugio y vestida de otra manera, aparentaba ser ms joven. Zecke la contempl detenidamente. Y vio que en el fondo de los ojos de aquella mujer brillaba una tenue sonrisa. Su rostro tena una expresin de dolor, pero sus ojos todava saban sonrer. ste, por lo menos, est seguro dijo, refirindose al hijo que haba sido hecho prisionero. Y su marido? pregunt Zecke. Es un intil, nunca ha servido para nada! En 1933 ingres en la "asociacin". Pero no le sirvi de nada. Y a m tampoco. Ya me lo supuse desde el primer momento. Al cabo de algn tiempo se sali de la "asociacin". Y fue peor que si no hubiera entrado. Se acab la conversacin. Fuera reson un terrible trueno. Los espritus malignos parecieron desatarse sobre una casa vecina. La carcomida fachada y las reblandecidas vigas se enfrentaron ante la catstrofe. Y en aquel momento no sonaba la artillera antiarea ni haba aviones enemigos en el cielo. Los cuatro pisos de la fachada delantera, los cuatro del ala lateral del edificio y los cuatro de la parte trasera del mismo se tambalearon sobre una sucia y 25

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despeinada multitud que se apiaba en los stanos. Cmo iba a lavarse y a peinarse aquella gente si las caeras estaban obstruidas y la conduccin elctrica haba dejado de funcionar, si da y noche caa sobre ella holln y polvillo de cal y yeso? El refugio pareca tambalearse. Se abri una grieta en la pared. Grandes trozos de cal comenzaron a desprenderse del techo. El piso poda abrirse de un momento a otro y una avalancha de piedras poda irrumpir del techo. El hombre es demasiado pequeo en medio de las fuerzas desatadas. Una mujer se puso a rezar, y sus labios se movieron sin articular palabra. Un profundo silencio reinaba en el refugio. Otra mujer se apretaba las sienes con las manos y lloraba quedamente. Otra pareca querer meterse en el suelo y araaba el piso. Un soldado dej de ser dueo de s mismo y se puso a temblar. Otra mujer, que iba mejor vestida que las dems y en cuyo semblante haba quedado un rictus de dolor, estaba tendida sobre un banco, inmvil, como un cadver, con los ojos desmesuradamente abiertos. Zecke se enter ms tarde de que era la propietaria de la casa, y luego, entre el segundo y tercer bombardeo, se percat de que la mujer se inyectaba morfina. La mujer que lloraba, la que rezaba, la que se arrastraba por el suelo, la que permaneca inmvil sobre el banco y el soldado, formaban un grupo de cinco rostros, pero en el refugio haba ms de cien personas: mujeres, nios y soldados que haban entrado a ltima hora. Unos vomitaron, pero no por miedo, sino porque "uno tiene que estar aqu sentado, sin poder defenderse", como decan. A muchos, sin embargo, no pareca importarles lo que suceda. Pero s les importaba. Nadie, en verdad, permaneca indiferente. Gritaban, rezaban, vomitaban, intentaban salir de all y se arrastraban por los suelos y adoptaban posturas de indiferencia, pero nadie quera morir. Nadie quera morir y todos deseaban sobrevivir a la catstrofe. De vez en cuando, entre las oleadas de aviones enemigos, se produca una pausa. Y tambin se produca una especie de parntesis en aquel espectculo infernal, en el que los espectadores eran actores que ignoraban si acabaran con vida aquel drama. Y tambin se producan pausas en las conversaciones. La mujer habl a Zecke entre la segunda y tercera oleada de bombardeos y le cont algunos detalles acerca de la duea de la casa y se disculp cuando sinti deseos de vomitar. Con toda sencillez le present a un realquilado. Este es Franz; vive con nosotros dijo. Franz slo tena una mano; la otra se haba quedado en Wiasma. Y como aquella mano era precisamente la derecha y l era delineante, se haba quedado sin empleo. Se reanud la conversacin. S, el hombre es un intil; comprendo que debe ser difcil salirse adelante... Me imagino que debe ser muy difcil... Los pocos marcos que necesito para subsistir me los gano en casa cosiendo. No quiero ir a la fbrica. Creo que es una insensatez alargar la guerra, no opina? S, es una insensatez repuso Zecke. La mujer no enterraba sus ideas en el corazn, y l tampoco. As, pues, cosa, quiz remendaba guerreras, y mientras tanto el marido se dedicaba a vagar por ah. 26

Pausa

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Pero, dgame... No; perdone; en realidad no me afecta... Pregnteme usted con absoluta franqueza. Bueno; al fin y al cabo probablemente no nos volveremos a ver. Lo que me interesa saber es por qu se casan a veces las mujeres con hombres intiles, que no valen para nada. Pues, muy sencillo, coronel. Quiz tena l buen aspecto, quiz tena un hermoso cabello oscuro y rizado. Basta un instante para equivocarse, pero la equivocacin hay que pagarla luego durante mucho tiempo. Acaso bebe o va con mujeres? No, nada de eso. Es un gandul. Incluso es demasiado gandul para dedicarse a la bebida o irse por ah con mujeres. Segunda oleada de bombas. Ms llantos, temblores, esperanzas y fingidas apatas. El hombre es demasiado pequeo y quiere sobrevivir y pasarse la existencia a la luz del sol, lejos del refugio. Entraron gente desvanecida. La calle estaba ardiendo. Posiblemente se haba incendiado la casa de al lado. El calor fue aumentando en el refugio. Zecke respiraba con dificultad y tema quedarse sin aire. Alguien le ofreci un pauelo mojado. Era la mujer quien se lo daba. Y ella, a su vez, se cubri el rostro con un pauelo empapado en agua. Algunos se haban envuelto en sbanas mojadas. Una casa se derrumb y al caer produjo un estrpito ensordecedor. Era la casa de al lado. Dnde est Wilhelm? pregunt la mujer. Ha ido arriba, en busca de su organillo repuso Franz. Otra vez silencio. Zecke se sinti como desfallecido. Alguien le quit el pauelo y al cabo de un momento se lo devolvi mojado. La duea de la casa continuaba echada sobre el banco y mantena los ojos desmesuradamente abiertos, como horas antes. Entraron a otros heridos. Apareci Wilhelm. Era un veterano sobre cuyas espaldas llevaba un viejo, destartalado organillo. Su rostro estaba blanco como la nieve. Caminaba encogido. Ha recibido el organillo murmur. Pero tambin l haba recibido. Al cruzar el patio, un trozo de metralla atraves el organillo y le hiri a l en la espalda. Se sent y permaneci encogido. Las bombas continuaron cayendo, una tras otra, sin interrupcin. El ruido, que ya era atronador, se hizo ms intenso. Lo nico que aquellos aterrados seres podan aguardar era la catstrofe. Pero incluso en aquellos momentos haba quien continuaba con su apata e indiferencia. Tras haber sufrido cien bombardeos areos se sufra con resignacin y uno ya no se ensuciaba en los pantalones. Los que no haban podido dominarse haca tiempo que estaban dispersados por los campos de Alemania. Los sanitarios transportaban a los heridos a un refugio contiguo. Fueron en busca de Wilhelm. Cuando trataron de incorporarle, se quej. No quera separarse de su organillo. Llam a Franz: Franz, te doy este organillo, consrvalo en buen estado, es un Liratedesca, un Sambuca. Fue como un postrer legado. De pronto, sbitamente, todo termin. El 27

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silencio cay como una bomba. Se abri la puerta. Bajaron nuevas gentes. Se oyeron gritos y se produjeron empujones. Se trataba del reparto del trabajo necesario para abrir el boquete de salida. La gente fue cogiendo picos y palas y comenzaron a descombrar. La mujer... Tambin ella tena un cubo en la mano. Zecke le devolvi el pauelo. Qu poda decirle l, aqu, en el refugio, junto a una casa demolida, a aquella mujer que estaba con un cubo en la mano? Quiz podra decirle que no crea que tuviera cuarenta aos; que nicamente aparentaba treinta. No; aquello era una tontera. Todo lo que se le antojaba era una tontera. Aquella mujer le coartaba. Ella se percat de su embarazo y sonri. Se sonri y su rostro, que estaba cubierto de polvo, conserv sin embargo una honda expresin de tristeza. l murmur unas palabras. Dijo una vulgaridad, pero su vulgaridad qued disculpada por aquella sonrisa de comprensin. Tiene usted los ojos de una muchacha de veinte aos. Slo los ojos, coronel, y esto no es bastante.

EN LOS STANOS
Zecke estaba sentado en el ferrocarril de Wannsee. Con un pauelo apretado a la nariz, haba tenido que caminar un rato y luego, tras una larga espera y muchos empujones, haba podido montar en el ferrocarril. Y no se haba percatado del tiempo transcurrido. Y ahora, en el vagn, tampoco reparaba en las cansadas gentes que le rodeaban, cuya nica preocupacin era llegar cuanto antes a sus casas, antes de que se desencadenara un nuevo ataque areo. Zecke pens en su ltima aventura y se sonri. Pero no poda imaginar la sonrisa y los ojos de aquella mujer apartados de aquel escenario de muerte, envuelto en llamas y estremecido por gritos de pnico. La berlinesa puede tener, incluso en medio de la catstrofe, un rostro dulce y unos ojos sonrientes. Una novela... Una novela ms all de la Alexanderplatz. La sonrisa de Zecke se desmay poco a poco y se troc en una suave expresin de tristeza. Encontr a los Wittstock en el refugio. Era aquel un refugio muy diferente del anterior. Antes de la guerra haba servido de bar y su decoracin estaba hecha a base de muebles de viejo estilo alemn. Ahora, desde el comienzo de los bombardeos areos, el bar serva de refugio y en l se haca la vida familiar. Zecke salud un poco sorprendido al hijo de los Wittstock. Has venido de permiso? Es que todava se dan permisos? No, no estoy de permiso. He venido en comisin de servicio. Formo parte

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del convoy de una expedicin de heridos graves. Nuestro hospital ha sido abandonado. Los heridos menos graves han sido dados de alta y han tenido que emprender el viaje a Berln a pie o en tren, segn su suerte. Se trataba de un hospital situado en un romntico lugar entre Berln y el Oder, cerca de la pequea ciudad de Buckow. Zecke haba odo decir a la seora Wittstock que su hijo haba sido enviado a Buckow en calidad de sanitario. Entonces, tambin t vendrs a Berln. No; la compaa de Sanidad se quedar all, y yo debo regresar maana. Zecke estaba pensativo y no poda apartar de su imaginacin la escena del otro refugio, en la que se destacaban la mujer, Franz y Wilhelm, con su Sambuca a cuestas. Bien, bien dijo, y no se saba exactamente a qu se refera, pero el joven Wittstock, que se llama Gnther, crey comprender. S, en la compaa de Sanidad se est muy bien, y desde luego mucho mejor que en la artillera antiarea o en otra unidad cualquiera. Y al no replicar Zecke, continu: Todos mis compaeros de clase se han dispersado: unos sirven en la artillera antiarea o en la milicia. Pero eso no se ha hecho para m. No tienes vocacin militar? Espero el final de todo eso. Y tus compaeros de clase? Son "tontos". Y al joven Wittstock, que nicamente contaba diecisis aos, tambin le pareca tonto hablar acerca de sus ideas sobre el militarismo con un coronel, aunque ste fuera Zecke. As, pues, le pareci natural que Zecke se levantara al cabo de poco rato y se dirigiera al piso superior para quitarse la porquera que le haba cado encima durante su ltima excursin a travs de Berln. Cuando Zecke regres al refugio se encontr con Wittstock, que estaba solo. El muchacho aguarda el final dijo Wittstock, al cabo de un rato de silencio. Hizo esta observacin respecto a su hijo, que en aquel momento acababa de ir en busca de un compaero suyo que tampoco era "tonto". La observacin, sin embargo, fue una especie de puente para llegar a otro tema. Espera el final de esta "poca jupiterina". S replic Zecke, que ya conoca el tema. Esta noche pareces estar muy lacnico. S contest Zecke. Por otra parte, debo decirte que todava ignoro lo que quieres decir con esto de "poca jupiterina". Una poca en la que aparece una profunda fuerza que llega hasta todas partes, hasta los dominios del arte, de la literatura y de la poltica; una poca en que bulle lo informe y hierve el devenir. S; y ahora aade que es una poca de reaccin universal. Y por qu no? Esa es mi opinin. S replic Zecke. "Creacin entre estallidos de bombas y columnas de humo, en las que uno se ahoga. Y por qu no, si en medio de aquella catstrofe poda darse un episodio sentimental? Hubiera debido preguntarle su nombre." 29

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S, una poca creadora, pero quienes veo a mi alrededor no son dioses, sino mentecatos, mentirosos, arribistas y estafadores, que desde el principio al final se agarran a la vida y no hacen ms que ofender a Dios. Djame en paz con tus Categoras y con tus vaguedades acerca de esas ebulliciones. El devenir habita en lo desconocido. Zecke bostez. Wittstock continu hablando. Tena necesidad de hablar y as lo haca, aunque l mismo no creyera en sus palabras. Y no dijo ms que vaguedades. Habl del poder de lo inconsciente, se refiri luego a la presencia de esa fuerza en diferentes pueblos y la relacion ms tarde con la poltica y el arte. Zecke volvi a seguir el hilo de su discurso cuando le pareci que su amigo se expresaba de una manera ms clara y objetiva. Habl acerca de los pintores modernos y de la disolucin de las lneas y las formas en diferentes escuelas de ltima hora. Cuando los franceses se rebelaron contra la razn nos presentaron a un Matisse y a un Braque, por ejemplo, y nos ofrecieron cuadros que parecan hechos a base de una pasta multicolor. Y en la literatura aparecieron los surrealistas y una corte de visionarios y alucinados. Y esa fue la moda. Y todo fue puesto en duda, y el hombre se qued sin ningn agarradero y se convirti en un lloriqueante Job replic Zecke. En realidad, todo eso se refiere a una especie de empeo religioso. Tambin nosotros hemos tenido todo eso, pero aqu quienes han pretendido buscar a Dios armados de pincel y paleta y se han lanzado por los terrenos de la abstraccin han sido arrojados del pas. Hasta aqu estoy de acuerdo contigo, pero cuando pretendes que nuestros polticos, que son un hatajo de aficionados y de bandidos, tienen algo que ver con esa fuerza de que hablabas, permteme que te diga que no comparto tus ideas. Hablas de fuerza jupiterina y debieras decir parlisis. Y hablas del inconsciente, pero yo te digo, y debes creerme, pues es verdad, que en medio de esa parlisis que nos agarrota observamos un orden asombroso, y en medio de las fuerzas del inconsciente somos ms razonables que nadie, y as continuaremos siendo hasta que el unicornio, el cancerbero, las quimeras, los dragones y todos los animales fabulosos se conviertan en empleados, se beban la sangre y se coman la carne de las personas. No s qu tenis contra el Tercer Reich. Aquellas palabras, pronunciadas por Wittstock en un tono diferente del que hasta entonces haba empleado, pusieron fin a la conversacin, con la que el anfitrin no intentaba indisponerse con Zecke. Un invitado habitual llamado Splge acababa de entrar en el refugio. En su mano derecha sostena una cartera y bajo el brazo llevaba un paquete. Dej ambas cosas sobre la mesa y comenz a desempaquetar. Son bebidas alcohlicas y conservas dijo, y pas recuento: "Corned beef", lenguas de cordero, una longaniza del tamao de un brazo. "Hennessy", "Kirsch". No tenemos motivo para pasar hambre. Aqu hay cigarrillos y cigarros. Y esto de aqu es para la seora de la casa. La seora de la casa no se encontraba en aquel momento en el refugio, sino en el piso superior, en sus habitaciones. Splge mostr una cajetilla de "Papirossis". Todo eso ha venido directamente de Mosc, entre los efectos de una 30

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plana mayor. Atravesaron el Oder y nos dejaron eso. Tengo la intencin de ir uno de estos das al Oder, y quiz lo haga maana mismo. Splge se comportaba como si estuviera en su propia casa. Fue a buscar vasos, verti en uno de ellos algo de bebida, y dijo: Por el Tercer Reich! Podis imaginaros! Hizo una pequea pausa, cambi el tono de voz, y continu: Hoy ha habido una conferencia de prensa, pero nicamente para unos cuantos. Slo ramos una docena y no haba ningn corresponsal extranjero. Los corresponsales extranjeros ya han desfilado. Nuestro doctor estaba muy plido, y le va bien esa palidez. Bueno; la verdad es que ha comenzado a hablar claro. En fin; salud! Pareca como si las revelaciones del ministro de Propaganda le hubieran alegrado. Splge bebi un segundo vaso, sirvi luego bebida para los dems y volvi a llenarse su vaso por tercera vez. El primer teniente Splge era mucho ms joven que Zecke y que Wittstock. Zecke tena cincuenta y dos aos y Wittstock acababa de cumplir los cincuenta. Zecke era un viejo amigo de la familia Splge. Al seor Splge, que era un famoso abogado, lo conoca desde haca muchos aos. Zecke recordaba haber visto al pequeo Splge hacer su primer camino hacia el colegio y todava se lo imaginaba, en aquella ocasin, con un paquetillo de bombones bajo el brazo. Luego, aos despus, haba sentido una gran admiracin por el muchacho. Era un chico muy bien dotado y, tanto en la escuela primaria como en la escuela superior, haba descollado siempre por su clara inteligencia. Luego se interes por la pintura y la msica. Llev una vida bohemia que le cost bastante dinero a su padre, y se incapacit para ejercer una profesin burguesa. Al comienzo de 1933 era director de una orquesta de jazz. Luego, por medio de su padre, que era militante del Partido, se hizo con un buen puesto en la organizacin. Y ascendi como un cohete, sin detenerse ni un momento, y al llegar la guerra estaba situado en una de las posiciones clave del Tercer Reich. Vicco Splge haba crecido, y haba crecido tanto que incluso se permita tratar con absoluta desenvoltura a los amigos de su padre: a Wittstock, cuyos escritos le parecan faltos de valor, pero cuyo saber enciclopdico, as como las amistades que reunan en su casa, admiraba sin reservas, y al coronel Zecke, que ya en su poca de oficial del Estado Mayor General era un elemento inseguro y ahora, despus del atentado del 20 de julio, se haba convertido en un hombre sospechoso. Pero Zecke, a quien haba conocido como uno de los jefes de la pasada conspiracin, conservaba ante l toda su autoridad y prestigio y cada vez que se atreva a llamarle por su nombre senta una particular satisfaccin. Por lo dems, l tena sus propias ideas acerca del Partido. Desde luego estaba muy lejos de aprobar algunas de las tonteras cometidas por el Partido, y adems, a pesar de que era militante, haba conservado su propia vida particular. El Partido era un medio para comer, pero los amigos eran asunto particular. Haban bebido cinco o seis coacs. Splge encendi un cigarrillo, y al tiempo que daba en l las primeras chupadas y contemplaba la blanca ceniza que en seguida se form en la punta, dijo: Desde luego, no tenemos ningn motivo de queja, pues a nosotros, es 31

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decir, a la camarilla, nos va todo divinamente. En ningn pas del mundo, en ninguna democracia, encontrara yo un espritu ms liberal del que aqu se me ofrece. Por ejemplo, ahora me es posible viajar gratis por toda Europa. Tengo ms dinero del que en otras circunstancias hubiera podido ganar. Porque ahora contino ganando mi antiguo sueldo de redactor jefe y tengo adems otro sueldo como primer teniente de una compaa de propaganda y cobro aparte cada uno de los artculos que escribo. Gano tanto dinero que me es imposible gastar todo lo que ingreso. Ya lo pagars, y pronto! Muy pronto? Splge cogi un vaso y lo arroj al suelo. Tambin a m me parece que la cosa est endiabladamente mal. No crean ustedes que no me doy cuenta de la realidad; s que vamos a la catstrofe y que en un momento u otro tendremos que pagar. S; uno puede llevar una existencia burguesa, y entonces paga con el aburrimiento, y tambin puede ir de un lado a otro por Europa, como ahora, con el Tercer Reich, y luego lo pagas con una pequea catstrofe europea. De pronto comenzaron a sonar las sirenas. Enmudecieron y volvieron a funcionar. Ya os he odo bastante hoy! Splge llen de nuevo los vasos y permaneci sentado donde estaba. Zecke tampoco tena ganas de levantarse. Wittstock se puso en pie y prepar la impedimenta contra el bombardeo. Zecke se acord del refugio de la Alexanderplatz y pens en aquella mujer... No tendrs ms remedio que pagar... Pero, no te preocupes; el Fhrer os reparte capsulitas de veneno, como si fuera un viejo to vuestro que os diera bomboncitos de chocolate. Las sirenas continuaban sonando. Se oy el zumbido de unos aviones. Una detonacin. Los vasos temblaron sobre la mesa. La seora Wittstock apareci en el refugio. Estaba algo nerviosa. Alberto, dnde ests? Wittstock dijo: Herbert, Vicco, no os? Vete a hacer puetas con tu ridcula sirena! Ah Perdn, seora. La seora Wittstock no aguard ms y sali corriendo. Wittstock, que ya haba cargado con la impedimenta reglamentaria, ech una mirada a su alrededor, se encogi de hombros y dijo: Como queris, pero quienes hemos visto sacar un montn de cadveres del refugio de enfrente... Splge le interrumpi: Carne triturada, cadveres quemados, riones arrugados, pechos al descubierto, corazones como esponjas, todo eso lo vi ya en la clase de anatoma. No puedes asustarme... Bueno; ya se ha marchado, y la seora tambin. Y la botella est vaca. Pero ahora mismo vamos a descorchar otra, verdad, Herbert? Splge llen un vaso, pero no de los de coac, sino de los de agua. Luego le ofreci otro a Zecke. Las ventanas del stano estaban protegidas con sacos terreros. Cay otra bomba y pareci que la pared y los sacos terreros fueran a 32

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derrumbarse. El edificio sufri una fuerte sacudida. sta s que cay cerca! Eso no nos conmueve lo ms mnimo. La nuestra todava no ha cado. Pero, dnde estbamos? Qu estbamos diciendo? Ah, s!; hablbamos del doctor, de la plida cara del doctor cuando la ltima conferencia de prensa. Quiz fue esta la ltima conferencia del doctor. Habl de la capacidad de resistencia del pueblo alemn, de la potencia de nuestro ejrcito, de la gran ofensiva que se est preparando, de la lucha hasta el final y dems. T me entiendes, Herbert. S, claro que te entiendo. Tambin nos dijo que debamos escribir acerca del desacuerdo que reina en el campo enemigo y que, por todos los medios que estuvieran a nuestro alcance, debamos incitar al pueblo a que combatiera hasta el ltimo instante. "Pero, por favor dijo, no me crean ustedes tan tonto como para creer todo eso. La ruina de Alemania es algo fuera de duda. De todos modos yo tengo una ambicin y esa ambicin la mantendr hasta mi ltimo aliento", exclam levantando la voz. Hubieras tenido que ver su rostro: pareca la mscara mortuoria del arcngel Gabriel. "Aspiro continu diciendo a que durante ms de quinientos aos en todas las historias de Alemania se recuerde que el pueblo alemn, pese a todo, no capitul, sino que sucumbi con las armas en la mano y que esa gesta fue obra exclusiva de Goebbels, el ministro de Propaganda". S, eso ya se ve! Oyeron un ruido bajo sus pies. Otra salva de bombas acababa de caer sobre la ciudad. Qu es lo que se ve, Herbert? Se ve a tu ngel cado y todas las casas derruidas de la Wilhelmstrasse y de la Vosstrasse. Esos seores creen de verdad que la guerra es algo as como una pera de Wagner, y no saben que la canallada, que al final de cuenta nadie podr ocultar, ser escrita el da de maana con todas sus letras. La tierra continuaba sacudindose bajo sus pies. Tambin yo tengo mis cpsulas, Herbert. Me las ha dado Goebbels. Tengo dos: una para m y otra para ti. Te la regalo; tmala. Ahora todo es posible: la horca, los rusos, todo. El coronel Zecke cogi la pequea cpsula recubierta de un polvillo blanco que le ofreca Splge. Guard luego cuidadosamente la cpsula en el bolsillo interior de la chaqueta. El muchacho tena razn. Nadie saba lo que poda suceder. Y aquello era un misterioso tesoro, una oscura puerta que uno poda abrir a su antojo y que tambin poda mantener cerrada. Zecke se sinti angustiado en el stano. Se levant y sali afuera. Un inmenso incendio tea de rojo una nube que navegaba por el cielo, y la luz volva a caer sobre la tierra. Zecke se tumb sobre el suelo. Una pequea mata de hierbas que haba frente a su nariz le pareci de un tamao gigantesco y las hierbas se le antojaron tan espinosas como cactos del desierto. Estaban bombardeando sobre Zehlendorf. Ardan unos depsitos de gasolina. Berln arda por los cuatro costados y en el centro de la ciudad, en el Ayuntamiento, en el Schloss y en la Alexanderplatz, era donde el fuego tena mayor violencia. Se alejaron las escuadras de los bombarderos. El ataque haba cesado. 33

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Y tambin haba cesado de funcionar la artillera antiarea, pues en realidad ya no haba ms municiones. Muchas casas se haban derrumbado y bajo los escombros quedaban centenares de cadveres. Ya no caan ms bombas y haba llegado el momento en que los sobrevivientes se separaban de los muertos. Splge continuaba sentado en el mismo sitio de antes. Ech una dura mirada a los recin llegados e incluso a Zecke, que volvi a ocupar su antiguo silln. Creme, Herbert; para m no es nada agradable el pasearme por Berln. Qu espectculo: esas calles, y esas casas, y esas gentes! Pareci que buscaba una semejanza que le ayudara a componer el cuadro, pues al fin y al cabo aquella era su profesin. Pero fracas en su empeo. S, ya lo tengo. Pero, no; no es eso. Eso sera lo mejor. Qu sera lo mejor? Que no te esforzaras en hacer comparaciones vacas y sin sentido. He malbaratado mi existencia, Herbert. La verdad es que no he hecho nada provechoso. Todava no he pronunciado ni escrito una sola palabra viva, y ya ves: debo ser enterrado junto a la blanca mscara del doctor, con todo lo dems... S, hay que mostrar esa mscara tal y cmo es, y tambin hay que mostrar aquel corazn helado. Tan inteligente y tan fro! Tantas mujeres y tan poco amor! Su esposa lucha como una leona; desea marcharse de Berln y sacar de aqu a sus cinco hijos. Pero l no la deja partir. Juntos han hecho el mismo camino, y juntos deben morir. En su casa junto al Lange, durante un bombardeo, mientras ella y los pequeos permanecan refugiados en el stano, l y un amigo suyo estuvieron todo el rato en la azotea, mirando hacia Berln, siguiendo el curso del ataque. A m me confes que podra llegar un momento en que no deseara seguir viviendo y entonces no sabra qu hacer con sus hijos. No debes creer, sin embargo, que eso me lo confesara as, tal como te lo digo. Eso me lo dio a entender dejando caer una palabra de vez en cuando, muy de tarde en tarde, y con algunos de sus recientes silencios. S que despus de aquel bombardeo estuvo discutiendo con un amigo si las personas mayores, y especialmente los padres, tenan el derecho de disponer de la vida de las criaturas. l sostuvo que s y dijo que los padres no solamente tenan el derecho, sino que tenan el deber de decidir sobre la vida y la muerte de aquellos que todava no tenan criterio propio. "Juntos han hecho el camino, y juntos deben morir! Eso atae a los nios, pero tambin me atae a m, Vicco Splge. Tambin yo quera ser mayor de edad y deseaba convertirme en hombre y todo para luego, al final, caer con los dems en el agujero. All, en la Vosstrasse y en la Wilhelmplatz, vi la danza macabra de las mscaras. Yo le he visto. Y esto, Herbert, es algo inolvidable. Como Goya, yo le he visto! Y el que ha visto ese espectculo de la manera que lo vio Goya, se s que podr alcanzar una autntica mayora de edad y ordenar su vida de un modo ejemplar. Aquellas mscaras llevaban a cabo una denuncia pblica, y como t acabas de decir: el unicornio, el cancerbero, las quimeras... Debo rogarles a ustedes... comenz a decir Wittstock al entrar en el stano, y tras l aparecieron su esposa y su hijo. Qu vas a rogarnos? Estoy dispuesto a continuar la conversacin. 34

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Debo rogaros que no hablis tan alto. Yo en tu lugar soltara lo que llevas dentro. Bueno; acaba de suceder algo desagradable. Parte de vuestra conversacin, en el transcurso de la cual os habis manifestado demasiado fatalistas, ha sido oda por nuestros vecinos, el coronel de aviacin y su esposa. El coronel acaba de venir a casa y me ha dicho: "No quiero que se diga que voy por ah haciendo denuncias. No, no voy a denunciar a su amigo, que al fin y al cabo es un coronel, como yo. Pero mis hijos se han quedado atnitos al or hablar de ese modo a oficiales de alta graduacin y a altos funcionarios del Partido". Y no le has dado tu parecer al coronel? Mi opinin? Qu quieres decir con esto, Herbert? Mi querido Wittstock: si hubieras conservado la mitad de tu antigua inteligencia y de tu pasado humor, le hubieras dicho a ese seor: Mi querido coronel, si todava quiere usted a sus hijos dgales que dentro de pocos das unos tanques rusos se detendrn ante la casa y advirtales de que en tales circunstancias, cuando una gran ciudad se ve obligada a capitular, la gente suele colocar banderas blancas en las ventanas. As y no de otra manera hubiera debido hablarle a ese seor coronel. Y respecto a ti, hace das que deseaba preguntarte si para franquearte deseas aguardar a los ltimos cinco minutos. Puede saberse lo que esperas? Aguardas acaso a que ese fantasma que habitaba en el refugio de la Cancillera, a que ese hombre que ha causado la ruina de Alemania, te ofrezca una solucin? Alguien golpe la puerta con los nudillos. Ya est! Ya lo has conseguido! Qu es lo que hemos conseguido? Vaya intelectual exaltado! La seora Wittstock abri la puerta. Un oficial aviador entr en la habitacin. Era el coronel Aachern. El coronel Aachern salud a la concurrencia, ech una mirada a la silla que Wittstock le ofreci, se fij en Splge y volvindose hacia Zecke dijo: A mi modo de ver, el que un alto oficial vestido de uniforme, como usted en este momento, se atreva a hablar de la manera que acabo de or, significa el final de Alemania. Cuando se est en guerra, sin embargo, no debe ofenderse al jefe supremo del ejrcito, al que, adems, se ha prestado juramento de fidelidad. Oh! exclam Zecke. Dnde se encontraba? Cmo haba ido a parar a un mundo en el que todava se hablaba de juras de banderas? En seguida, sin embargo, se percat de lo terriblemente ligado que se encontraba a causa de aquel juramento en el que incluso los mejores enterraban su responsabilidad bajo la palabra dada. Pero no consinti que un joven oficial y mucho menos un oficial de aviacin se comportara como en otra circunstancia hubieran podido hacerlo sus antiguos compaeros. Tras la dudosa muerte de Mlders, el suicidio de Udet y el contrario parecer del inspector general Galland respecto a las rdenes del Alto Estado Mayor, cuyo ltimo acto fue la devolucin a Gring de las condecoraciones que ste haba concedido; y cuando la "Luftwaffe" no poda cumplir con las obligaciones del momento y estaba tan desorganizada y desmoralizada como estuvo la marina al final de la primera guerra europea, el 35

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coronel Zecke no poda creer que la actitud del coronel Aachern fuera sincera. Era imposible que el coronel Aachern fuera tan estpido. Estaba seguro de que el juramento no era para Aachern ms que una cortina tras la cual esconderse o un cors gracias al cual conservar una actitud de gallarda apariencia. Siempre, una y otra vez, se planteaba el mismo tema de la fidelidad a la bandera y de la limpieza del uniforme. Y acerca de todo ello tena l muchas cosas que decir. Hace treinta y cuatro aos que visto el uniforme dijo Zecke en voz baja, como si hablara para s mismo. Los gobiernos, durante este tiempo, han cambiado tres veces y otras tantas he tenido que prestar juramento. La ltima vez, sin embargo, en vez de seguir la tradicin prusiana, no juramos a la bandera, ni a un principio, sino a una persona. Debemos por ello olvidar el principio? Podemos estar ligados a una persona que no encarna se principio (y que jams lo ha encarnado) y que nos ha conducido a la catstrofe? Esta es otra observacin absolutamente intolerable. Qu quiere usted decir con eso, seor Zecke? Pues quiero decir que hemos llegado al final y que ya no tenemos manera de combatir al mundo entero, que tan bien armado nos hace la guerra. Tampoco aquellas palabras podan gustar al coronel de aviacin. Aachern estaba destinado al campo de Rechlin. De las noventa mquinas de su antigua escuadra nicamente le quedaban cinco o seis. Las dems estaban destruidas o esperaban en los cobertizos a que alguien las reparara, permanecan medio hundidas en el barro o haban sido derribadas. Usted, camarada Aachern, lo sabe igual que yo, no puede ignorarlo: no tenemos material y nos falta gente dijo Zecke, y al hacer aquella afirmacin pareca tener un motivo especial para hacrsela al coronel. "Desde luego, es cierto pens Aachern. No tenemos gasolina. nicamente se nos da un sucedneo con el que los motores no pueden funcionar. Al despegar, los aviones lanzan una tremenda humareda, como si tuvieran que levantar un enorme peso. Y con el aceite ocurra lo mismo que con la gasolina. Si a los diez minutos de volar a todo gas no se cambiaba el aceite, poda uno despedirse del avin. No tenan gasolina, ni aceite, ni radar. Y los aviones, por otra parte, se haban quedado viejos. El ltimo modelo de caza "Messerschmidt" haba sido adaptado a avin de combate y todava se vean obligados a bregar con el viejo Me-62." S, es cierto, es cierto dijo el coronel Aachern. Pero, a pesar de todo, lamento que en esta casa y al decir aquellas palabras se volvi hacia Wittstock y bajo este techo se haya dicho todo esto. Continuaba en pie y al ofrecrsele de nuevo asinti, cogi la silla, la apart de la mesa y se sent. Querer continuar la guerra en estas circunstancias dijo Zecke es enviar a la muerte, sin que para ello exista ninguna justificacin de orden militar ni poltico, a los soldados, a las mujeres y a los nios. A esto hemos llegado, seor Aachern, y estamos malbaratando nuestra semilla. "S, tambin aquello era cierto pens Aachern. Aquellos chiquillos a quienes se haba obligado a pasar de los aviones a vela de las sociedades juveniles a los Me-62, y que al primer vuelo caan de morros al suelo, eran una autntica semilla echada a perder." 36

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Aachern permaneca con el busto erguido y contemplaba a la concurrencia con mirada sombra. "Qu haca l en medio de aquella gente? Por lo menos debera ordenar a su mujer que se marchara. Deba evitar que su esposa respirara aquella atmsfera derrotista. De todas maneras, sin embargo, quiz ya no era necesario tomar tales preocupaciones. Ella misma le haba hecho algunas observaciones poco ortodoxas." Nuestra situacin es realmente trgica! Es una dura prueba para los nervios! exclam Wittstock. Zecke alz la mano e hizo un gesto como si quisiera desaprobar aquel tono de queja. No es necesario que tratemos de disculpar a nadie. Estamos sentados al borde de un volcn y nos esforzamos en hablar de una manera razonable. Si algo hay aqu de lamentable son las causas que nos obligan a expresarnos de este modo. Y no solamente aqu, sino en todos los stanos de Berln, las gentes se rompen la cabeza preguntndose de qu manera podrn salir de esta situacin. Ser mejor que bebamos algo dijo Splge, que ya haba preparado sendos vasos para los reunidos. Las mujeres bebieron licor. Splge reparti sus cigarrillos. El coronel Aachern hubiera rechazado el coac e incluso no habra continuado sentado all de no tener en su bolsillo una orden que aquel mismo da haba recibido del Cuartel General. Nunca hasta entonces haba hablado con nadie acerca de aquellos temas. Hasta ahora me he limitado a estar sentado tras los mandos de mi avin. Encontrar las grandes soluciones era una tarea que no me corresponda a m sino a mis superiores. Por qu, pues, tena yo que ocuparme de ellas? Era una cuestin de principio. Hasta ahora me haba atenido a l. Pero quiz convendra revisarlo. Zecke tiene parte de razn. Desde luego no poda aceptarse la responsabilidad de ordenar ms vuelos. Y ahora llegaba esta orden! A las cero horas deba asegurar el vuelo de un correo areo y limpiar para ello el cielo de Berln. Pero, cmo iba a poder hacerlo? En la orden se deca que la accin debera efectuarse echando mano de todas las fuerzas disponibles. As, pues, debera utilizar toda su escuadra, compuesta de cinco o seis aviones. Y si las armas no bastaban para realizar aquella accin, el enemigo debera ser embestido directamente, con los aviones. "Embestido!" Nosotros todava estamos en el coac dijo Splge, y los otros ya estn en el Zyankali. Algunos tambin lo hacen con veronal o con morfina. "Caza nocturna con el cielo lleno de "Mosquitos!" Y hay que embestir!" El coronel Aachern miraba, uno tras otro, a los invitados. "Cunta experiencia haba de tener este oficial del Estado Mayor General, cuyos cabellos comenzaban a blanquear y que de joven haba tomado parte en la batalla de Verdn y ahora haba llegado hasta las mismas afueras de Mosc. Y este otro, este primer teniente que ocupaba un alto puesto en el Partido... Zyankali, veronal! Quin habra dado aquella orden tan estpida, absolutamente irrealizable, sobre todo despus de haber declarado l la triste situacin de su escuadra y despus de haberse demostrado el fracaso de los aviadores suicidas japoneses? Aquella idea se le habra ocurrido al mariscal del 37

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Aire y seguramente Galland ya le habra dicho su opinin. Posiblemente el general habra sido amenazado de muerte y no habra tenido ms remedio que cursar la orden. Debemos obedecer y luego... Pobre Lisa!" Y Aachern compadeci a su esposa, a quien cada da, al regresar de Rechlin, contaba lo sucedido en el campo y pona al corriente de los jaleos del personal. Pobre Lisa... y Joachim y Anneliese! Apenas oa lo que se deca junto a la mesa y los dems respetaban su silencio. Ah, s! Claro que conoc al doctor Lemke! exclam Zecke. No, no quiero Zyankali. Se trata de un caso muy diferente, camarada Aachern. Zecke trat de que Aachern tomara parte en la conversacin general. No, el doctor Lemke no era as. Quisiera contarles a ustedes, y en especial a usted, camarada Aachern, cmo conoc al doctor Lemke. Y tambin me gustara referirles algo de su vida pasada. El doctor Lemke es un viejo amigo mo, a quien quiero mucho. Es un hombre muy inteligente que tiene un importante negocio de imprenta. Tambin edita una revista de economa. En cierta ocasin necesitaba verle. Quise hablarle por telfono, pero el telfono no comunicaba. Ayer habl con su hermana: me dijo que mi amigo acababa de regresar de un largo viaje y que estaba durmiendo. Le rogu que despertara a su hermano, le dijera mi nombre y le comunicara que desde haca unos das esperaba a que se me notificara mi nuevo destino. Al cabo de unos momentos me contest que su hermano me recibira con mucho gusto. Y fui a su casa. El doctor Lemke me comunic que a causa de la actual situacin del pas haba trasladado a su familia a Bodensse. Luego se haba llegado hasta Groningen y haba sacado a un hijo suyo del Instituto de aquella ciudad. Mientras estaba en Groningen, los tanques norteamericanos llegaron hasta a veinticinco kilmetros de la ciudad. Y en seguida me cont su aventura. "Mi querido coronel Zecke me dijo, s que he obrado contra todas las leyes de la lgica. La direccin del Instituto me rog que, en calidad de ingeniero agrnomo, me presentara a las fuerzas norteamericanas. Estaba casi dispuesto a cumplir el encargo, pero de pronto me dije que no poda abandonar mi puesto en Berln y dejar que mis gentes se vinieran abajo. Y a ltima hora alquil un carruaje (entre tanto, los norteamericanos se haban acercado todava ms) y me march a Karacho y desde all continu hacia aqu. Atraves los campos donde el ejrcito alemn se deshaca por momentos. He visto dispersarse los regimientos y he visto cmo los agricultores ya no quieren ayudar a los soldados que se baten en retirada. A las cinco horas de viaje, cuando estbamos en una pequea estacin del ferrocarril, sufrimos un tremendo ataque areo. Crame usted, Zecke, cuando un pas es vencido en tierra, y cuando el enemigo es dueo absoluto del cielo, no tiene sentido pensar en nuevas operaciones, ni tan siquiera en organizar una nueva resistencia. Los americanos dominan las carreteras y las vas frreas, y as que se hace de da no puede circular ningn tren ni avanzar ningn batalln, ni correr ningn auto, ni trotar ningn caballo sin que cada veinte kilmetros se produzca un ataque areo. As lo acabo de comprobar. El tren en que viajaba tuvo que detenerse innumerables veces. Un ataque se produjo en campo abierto y los viajeros buscaron refugio en un bajo nivel. Al cruzar un puente fuimos atacados de improviso. Los aviones ametrallaron el tren, redujeron los vagones a escombros e inutilizaron la locomotora. El pnico 38

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cundi entre los paisanos, las mujeres y los nios. Y tambin vi como algunos jvenes oficiales perdan los nervios. Crame usted: los cincuenta o cien soldados que vivieron aquella escena han quedado fuera de combate para varias semanas. No hay nada que hacer. Eso significa la catstrofe final." "Esto es lo que me cont mi amigo, el doctor Lemke, que nunca ha disimulado su creencia de que Hitler es el responsable de la catstrofe alemana. Pero ahora que la tropa ha sido derrotada, se ve incapaz de dejarla en la estacada y acude a sus camaradas, y eso tambin lo hara si antes no hubiera prestado juramento. S; el sentido de responsabilidad hacia la tropa dijo Aachern. Pero, al fin y al cabo Lemke todava tiene una tropa. Yo, por mi parte, no la tengo desde hace meses. Cuando se refiri a su traslado de la aviacin de combate a la aviacin de caza, dijo lo mucho que le disgust e impresiono el tono indisciplinado y el poco espritu militar que reinaba entre los pilotos de caza. Luego, cuando las dems unidades se fueron deshaciendo y el personal de los antiguos aviones de transporte, combate y observacin pas a la aviacin de caza hubiera querido volver a la antigua situacin. Antes, por ejemplo, se haba dado el caso de que, para no debilitar la fuerza combativa de su escuadrilla, un piloto herido, con la pierna enyesada, subiera a su avin. Pero todo eso se acab cuando en la aviacin de caza ingresaron los pilotos de otras unidades. Entonces se acab la camaradera, el orden y la disciplina. El campo de aviacin estaba lleno de individuos que haban pasado ante un tribunal militar, que haban sido expedientados por motivos personales y polticos y que haban sido castigados por haber formulado crticas contra el psimo material que tenan entre las manos. Y tambin estaba lleno de individuos que haban sido degradados, algunos de los cuales pasaron de coroneles, con la cruz de hierro y dems, a simples cabos. Entonces s que todo haba terminado. Uno estaba ausente, otro enfermo, otro se daba de baja, otro echaba a volar hasta que el motor se le sala del aparato. Y cuando el viejo equipo hubo desaparecido, la escuadra se qued sin moral. Y las cosas se agravaron todava ms y finalmente la escuadra acab casi por desaparecer y en vez de pilotos militares haba all una especie de milicia popular. Y tambin sta fue eliminada. Y ahora slo quedaban cinco o seis hombres. Y haba que embestir! S; la verdad es que en gran parte estoy de acuerdo con usted dijo Aachern. Y tambin comparto la opinin de su amigo acerca del dominio que el enemigo ejerce sobre el cielo de Alemania. Me doy perfecta cuenta de todo esto. Aachern mir a Zecke en los ojos. Tena deseos de franquearse con aquel hombre. Pero la conversacin hubiera tenido que efectuarse sin testigos a la vista. No poda apartar de su imaginacin aquella orden. Y no tena un momento de paz. Pero decidi que aquello deba arreglarlo por su cuenta. Se levant y al despedirse bes la mano de la seora de la casa. Luego se volvi hacia la concurrencia y dijo: Les agradezco la compaa y les deseo muy buenas noches. Y acompaado de su esposa sali del stano.

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QUEMEMOS TODO ESTO

El coronel Zecke caminaba una vez ms por la ciudad bombardeada, mil veces herida, y se diriga hacia un barrio tan destruido y abandonado que le produjo la impresin de hallarse entre una ciudad en ruinas. La lluvia, que en cierto modo haba limpiado aquel paisaje de escombros, entre los cuales aparecan grandes charcos de agua, haba dado al conjunto un aspecto todava ms desolador. Contempl un desvencijado tranva que avanzaba lentamente, chirriando sobre las vas. Y contempl tambin, a la poblacin civil que cargada de maletas y paquetes efectuaba el eterno recorrido hacia los refugios, y una vez ms se detuvo al mirar las largas colas de mujeres que aguardaban poder comprar algo de comida, o esperaban, cerca de las fuentes pblicas, llenar sus cubos. Todava haba sostenido algunas conversaciones con Wittstock y luego haba dejado de frecuentar la casa. Al coronel Aachern no lo haba vuelto a ver, y las nicas noticias que tena de Splge era una tarjeta en la que ste le haba comunicado que marchaba por un par de das al frente del Oder. En Karlshorst, en la antigua Escuela Militar de Ingenieros, en el trecho entre la cantina y la oficina del regimiento, le pareci que los otros haban cambiado de expresin. Se dirigi a un soldado que pareca particularmente afectado y le pregunt: Dgame usted, amigo: ha ocurrido algo? No est usted enterado? No. De qu? Los rusos han llegado hasta aqu. Esta maana hacia las cuatro hemos sufrido un gran caoneo. Hemos odo perfectamente los disparos de la artillera pesada. Los rusos han cruzado el Oder; es decir, han alcanzado las alturas de Seelower. El servicio de informacin del regimiento se basaba en conversaciones telefnicas y en rumores. Segn esos rumores, los rusos haban alcanzado las alturas de Seelower y luego haban sido rechazados. Pero, en todo caso, haban iniciado su nueva ofensiva en aquella regin con una formidable preparacin artillera y un enorme despliegue de material. Eso es lo que se desprenda de las numerosas conversaciones telefnicas y de los inagotables rumores. Zecke tuvo una nueva sorpresa en la oficina del regimiento. Mientras esperaba al ayudante se enter de que su nuevo destino haba sido comunicado. El profesorado y los alumnos de la Academia de Ingenieros haban sido trasladados a Baviera y l deba presentarse en un lugar cercano a Regensburg. Es muy tarde; son casi las doce dijo Zecke, y extendi un mapa junto a la orden de ruta. Desde el Elba hasta el Oder (o hasta las alturas de Seelower, como ahora

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se dice) tenemos el talle de avispa. Porque, se ha percatado usted, comandante, de que lo que todava nos queda en Alemania parece sobre el mapa un reloj de arena? Todava nos queda algo en el norte y otro poco en el sur, y en medio, esto es, aqu en Berln, est el delgado cuello por el que pasa la arena. Al ayudante no le gustaron aquellas observaciones hechas sobre el mapa. Sin embargo, no acababa de encontrar absurdo aquel parecido entre la actual situacin del mapa y el reloj de arena, y adems ahora resultaba que las cnicas y arrogantes observaciones de aquel coronel se iban convirtiendo en una evidente realidad. As, pues dijo Zecke, al tiempo que extenda una mano sobre el mapa , ya que la carretera entre Leipzig y Nremberg est casi toda ella en poder de los norteamericanos, para ir a Regensburg no tendr ms remedio que pasar por Praga. "Aquella era otra de sus impertinentes exclamaciones!" El pagador se movi como si hubiera sido picado por un insecto, pero en seguida se volvi a doblar resignadamente sobre sus papeles. El ayudante dio a Zecke su orden de marcha. El oficial pagador entreg en seguida una orden para que en la cantina le proveyeran de lo necesario para el viaje. El pagador, sin embargo, demostr no tener un carcter rencoroso y aadi una botella de coac a la lista de artculos que deban ser entregados. La despedida fue breve. "Ha sido una despedida ceremoniosa y fra", pens Zecke cuando estuvo fuera. Haba de encontrar de nuevo al oficial pagador, pero el encuentro haba de verificarse en un mundo muy distinto a aqul. Un da, entre unos cinco mil presos de guerra, reconoci al pagador de la Academia de Ingenieros, que iba envuelto en un lastimoso uniforme. No crea encontrarle de nuevo! Pues no sabe usted la alegra que me da. Estbamos tan irritados contra usted a causa de aquellas observaciones que nos haca! Porque usted, claro est, no nos tomaba en serio y ahora me doy cuenta de la razn que tena al tratarnos como a nios. Esto ocurri algunas semanas ms tarde. Zecke caminaba hacia la estacin de Karlshorst. Oy cmo detrs suyo disparaba la artillera pesada, que todava estaba muy lejos, pues los disparos semejaban un croar de ranas. Valindose de diferentes medios de transporte lleg primero a la Alexanderplatz y luego al Wannsee. La despedida de los Wittstock tambin fue algo helado. Las frmulas corteses malograron en el ltimo momento una postrera y franca explicacin. Dej un saludo para el coronel de aviacin, que haba regresado tras el ltimo servicio. Empaquet sus cosas. Cogi un pequeo saco de mano y una cartera de documentos y se dirigi hacia la estacin. La estacin de Potsdam era un inmenso edificio incendiado en el que no haba ms que sombras. Pues sombras eran los vagones que, con la luz roja en lo alto, entraban silenciosamente en la estacin. Y seres provenientes de un mundo de sombras eran los soldados cargados de sacos y maletas que en silencio y a toda prisa atravesaban los andenes. Zecke se dirigi a un empleado, y le dijo: 41

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Debo ir en direccin Dresden-Praga. Dirjase usted, por favor, al andn nmero cinco, donde se est formando un tren. Ya hay siete vagones colocados y nicamente falta la mquina. Cundo marcha el tren? Dentro de cinco horas, a lo ms, si tiene usted suerte. Zecke avanz entre la oscuridad, encontr los vagones y subi a uno de ellos, donde encontr un conjunto de sombras que aguardaban en silencio. Encendi una cerilla y vio un asiento desocupado. Me permite? No faltaba ms. Hacia dnde va usted? Hacia el Sur, camarada. En la estacin se hablaba de ir hacia los cuatro puntos cardinales, pero nicamente poda irse hacia el Norte o hacia el Sur. Ojal tengamos suerte y podamos salir de aqu!... No tardar en producirse el prximo ataque areo... Y las bombas caern seguramente aqu, en la estacin... Estoy convencido de que pasaremos una noche muy agitada... "No podis espantarme", pens Zecke. Tena pan, un trozo de longaniza, una lata de sardinas, cien cigarrillos y, gracias al buen carcter del pagador, una botella de coac, y otra que le haban dado en Wannsee. "Ningn bombardeo areo puede espantarme y adems no pienso meterme en un refugio para luego perder el tren. No; aqu ests y aqu te quedas. Todo eso de la alarma area, el refugio y todo lo dems son pequeas reglas para ir tirando, que no estn mal, pero que nicamente sirven para los chiquillos y para figurar en cierta clase de historias. Mejor que todo eso es una botella de coac." Abri su mochila, descorch una botella, bebi un trago, comi un pedazo de pan y un trozo de longaniza, volvi a beber, dio otro bocado y finaliz con un sorbo ms. Luego, al cabo de un momento, acerc de nuevo la botella a los labios y se bebi casi todo su contenido. "Ahora ya puede durar lo que sea pens. No te preocupes por nada. Que ocurra lo que debe ocurrir! Lo importante es ser valiente." Zecke qued ensimismado y en su imaginacin despert el perfil de unos rostros. Ahora vea claramente dibujados los semblantes de los Wittstock, de Splge, de la mujer de Putlitzer, de Hallen y de la desconocida de la Alexanderplatz. Y tambin record a Lena y se la imagin con una falda plisada y cubierta con un ancho sombrero de paja. Cunto tiempo haca de todo aquello? Fue durante una semana que estuvieron en Kiel. Y ahora se daba cuenta de que durante toda su estancia en Berln no haba pensado ni una sola vez en Lena, su esposa. Fue como si cayera en un profundo pozo y quedara sumido en la ms profunda oscuridad. Y aquello dur hasta que un sordo rumor se desat junto a l y las sombras comenzaron a moverse como si despertaran a la vida. Las sombras iban de un lado a otro cargadas de sacos y paquetes. Y luego todo qued en silencio. Aqu todava hay alguien! Eh, t, coronel! Alarma! Volvi a coger la botella y bebi lo que en ella quedaba. Luego descorch la segunda y continu bebiendo. 42

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"Siempre habr tiempo para ir bebiendo. A vuestra salud, muchachos. Y a la vuestra, mis amores. El sabio viaja a travs de los ocho pases brbaros, se baa en los cuatro mares, escala las cinco montaas sagradas, vuelve despus del viaje a su patria y contempla finalmente la pared vaca, y as acaba su vida. El coronel prusiano es ms contentadizo: ahora comienza su viaje a travs de los pases brbaros y lleva como alimento una longaniza y como nctar una botella de coac, y ninguna alarma puede alterarle. Esos aviones, sin embargo, hacen un tremendo estruendo. Y las bombas caen de verdad. Ahora, estando como estoy en peligro, me hubiera levantado y me hubiera ido en busca de un refugio. Pero, no; aqu estoy y aqu me quedo. Tanto me importa que en el cielo haya una o dos escuadras. De todos modos no pienso contarlas." Caa una bomba tras otra. Berln arda igual que haba ardido ayer, anteayer y todos los das. Una lluvia de chispas cay en la estacin. Las llamas se erguan hacia el cielo, en la noche. Esta vez no se hallaba lejos de la accin, como cuando estaba en Wannsee, ni se encontraba refugiado en los stanos de una casa tambaleante; esta vez se hallaba en medio del huracn y pareca que la tierra iba a abrirse de un momento a otro. El rojo resplandor del fuego iluminaba el interior del vagn. En el llamear de las explosiones se vea una extensa gama cromtica que iba desde el blanco hasta el negro cerrado. En el cielo se tambaleaban aviones incendiados que parecan almas malditas del cielo y de la tierra. Y nicamente haba un nico ser que estaba completamente solo en la Santa Montaa. Y eso no se hace. No se permanece solo. Ni se queda un sentado cuando el mundo se viene abajo, sino que por lo menos, y aunque no tenga sentido, uno se arroja bajo el vagn. Zecke bebi un trago y se qued sentado. "Vaya tipo extravagante ese Zecke! Dice que hay que deslindar las rdenes de las conversaciones, y quien nicamente es hombre para recibir o dar rdenes slo es medio hombre. Y tambin dice que deben ser deslindados el principio y la persona..." As pensaba Aachern, el comandante de aviacin Aachern. La verdad es que haba obrado mal con los pilotos de caza del viejo equipo. Qu significa que una gorra est torcida o que alguien se deje crecer las patillas unos centmetros ms de lo reglamentario? Lo importante no es el uniforme, sino el hombre que en l se encierra. Tardo descubrimiento. "Ya no queda ningn joven, pues unos se han marchado, otros han cado de bruces y otros han desaparecido. No hay ms que dos viejos y tres jvenes, es decir, los restos de una especie de milicia del aire." "Ahora me encuentro en medio de la porquera, que no puede ser mayor." As pensaba el coronel de aviacin Aachern mientras volaba a ocho mil metros sobre Berln. Cinco aparatos volaban tras l. La escuadrilla tambin volaba a ocho mil metros de altura. As se deca en la ltima comunicacin emitida por radar, que haba podido captar. Luego el aparato dej de funcionar. Volaba a ocho mil metros de altura, a una velocidad de quinientos sesenta kilmetros por hora. Con seis aviones, que en total tenan treinta y seis 43

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ametralladoras, se vea obligado a encontrar a los "Mosquitos" y entablar combate con ellos para as limpiar el cielo de Berln. Aquella orden era una locura. El general de los pantalones ribeteados de rojo, de las piernas torcidas de tanto montar a caballo y de la roja nariz de tanto beber, haba dejado de ser un tipo divertido. "El correo areo tiene que llegar a su destino. Usted me responde de ello con su vida, Aachern. Con armas o con abordajes!" "Pero, dnde estn? A ocho mil metros, dijo el radar, y en seguida enmudeci estropeado." Aachern mir hacia abajo y vio como estallaban las bombas en el suelo, y tambin vio pasar sobre l los cortos relmpagos de las bombas incendiarias. "As, pues, estn ms arriba que yo. Estn ms arriba y a la izquierda. A la izquierda y arriba, emiti al triste grupo, compuesto de cinco hombres que gobernaban a "Cocodrilo", "Elefante", "Caruso", "Serpiente" e "Iltis". Pero aquella caja de mierda el Me. 109 haba alcanzado en sus mejores momentos los once mil metros y ahora nicamente llegaba a los diez mil. Y los "Mosquitos" probablemente volaban a catorce mil metros de altura. Aachern vio cmo caan las bombas y descendan las bengalas luminosas, y sigui su curso a travs de la noche, y vio sus estelas blancas, rojas, amarillas, verdes y azules, y cmo luego, mucho antes de llegar a tierra, expandan una gran luminosidad. Se percat de que el radio de accin de aquel bombardeo abarcaba desde la Puerta de Brandenburgo hasta el campo de Tempelhof, por una parte, y desde Neukolln hasta Schneberg, por otra; es decir, se dio cuenta de que el bombardeo se cifraba en el centro mismo de Berln, que l haba de dejar libre de enemigos para asegurar la llegada del correo. Aquel trozo de Berln apareca iluminado como al medioda, y tambin la Puerta de Brandenburgo, la estacin e incluso la columna de la plaza de Belle-Alliance se destacaban con todo detalle. El enemigo arrojaba su cargamento de bombas en aquel gran crculo luminoso. Era imposible cumplir aquella orden, y el sacrificio hubiera debido de pensarlo mucho antes. Hubiera debido de reunir a sus muchachos, explicarles la desesperada situacin y luego despegar y dirigirse hacia el Oeste. Ahora ya era demasiado tarde. Ahora estaba en medio del caos, volando sobre aquel gran crculo fantasmagrico, dirigindose hacia el centro mismo de la tormenta. "Afuera con esas ideas vergonzosas! Hay que dar la vuelta!" Aachern dirigi su aparato hacia la izquierda y los dems le siguieron. Observ que la artillera antiarea disparaba contra ellos. "Slo faltaba que nuestra propia artillera nos echara abajo." Una especie de balones encendidos escalaron el cielo, y de pronto comenzaron a estallar a derecha e izquierda y encima y debajo de los aparatos; era la artillera antiarea. Focos luminosos e incendios. Grandes incendios. El plido dedo de un reflector se pos sobre "Elefante". "Elefante" comunic: "Elefante" a "Paloma". Blanco de artillera, blanco. Han hecho blanco conmigo." Y en seguida la llamada desesperada: "Blanco, blanco". "Elefante" a "Paloma": "Debo arrojarme." Luego, silencio. Uno menos. "Dnde estn los dems?" "Paloma" a todos, "Paloma" a todos." 44

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Abajo, en la tierra, un gran crculo luminoso. Abajo, un caos; un tremendo caos. Grupos de casas envueltas en inmensas columnas de humo, entre las cuales salan a veces grandes llamas. Esta es la Potsdamerstrasse, la Yorkstrasse, el Gterbahnhof, y todo forma una gran isla de humo bordeada de rojo. Dnde estn los "Mosquitos"? Aachern grita en el aparato emisor: "Tuba", "Tuba", "Cuc", "Cuc". Dnde est la escuadra enemiga? En qu direccin vuela y cul es su altura?" Nadie contesta desde tierra. Tambin abajo todo estaba muerto. Dnde estn los dems? Tiene que haber cuatro, o por lo menos tres: un viejo y dos jvenes. Esos me han seguido hasta el crculo infernal. "Paloma" a todos, "Paloma" a todos, "Paloma" a todos. Ningn Vctor, ningn Ricardo, ningn "enterado", ningn "no enterado". Nadie respondi. Ms disparos de la artillera antiarea. Y ms columnas de humo. Las columnas de humo de la artillera antiarea son negras como el carbn. Aachern se adentra en aquella densa humareda a quinientos sesenta kilmetros por hora. Ya no ve ni la mano que sujeta el mando, y vuela a ciegas. Atraviesa parte de la humareda y vuelve a salir a la luz. Abajo est Berln, envuelto en una luz fantasmagrica. Incendios, montaas de humo, relmpagos. Vuelve a entrar en la oscuridad. Y quiere salir de ella. Pero no puede. Est como cegado. No es capaz de volar a oscuras. "Estpida nariz de bebedor, tu comportamiento no tiene sentido! Zecke, Zecke, dnde est Zecke! Tengo que hablar con l! S, hay que hablar, es preciso conversar." Pero ya es tarde. Ya es demasiado tarde. De qu sirven ahora las aclaraciones? Tiene que dar por terminado el ataque. Lo nico que ahora queda por hacer es dar por terminado el ataque. Aachern conduce su avin sobre la gran luz sin sombras. Y se encuentra otra vez en el espacio libre, que parece estar lleno de fantasmas. "Cuc", "Cuc". No contestan de la tierra. "Paloma a todos." Nadie est ah. "Cocodrilo", "litis", "Serpiente" y "Caruso" han desaparecido. "Paloma a todos: operacin desechada. Se abandona operacin. Abandonamos, abandonamos... Descenso, descenso, descenso." Ni Vctor, ni Ricardo. "No hay nadie; estoy solo." Sombras que cruzan como una exhalacin y miles de reflejos. Estelas encendidas de los gases. Un avin empenachado de humo y llamas. Depsitos de gasolina envueltos en fuego, restos de un gigantesco naufragio. Todo refleja mil luces y brilla de un modo multicolor. Da o noche, arriba o abajo, todo se confunde. Aachern no sabe ya dnde est. No sabe ya dnde est el cielo y dnde la tierra; slo ve sombras, sombras fugaces y perdidas, sombras malditas. 45

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"Contra quin debo atacar? Contra quin debo disparar? A quin debo abordar?" Luego vio... All haba un reflejo metlico. Ante l avanzaba una brillante silueta. Por fin, por fin tena un blanco. Pero no vio nada. Estaba cegado. No poda disparar. As, pues, al abordaje. Comenz a picar. Descendi vertiginosamente. No se produjo ningn choque. El final no acababa de llegar. Descendi ms all de la supuesta meta. Dnde estaba la muerte? Seguramente haba tratado de abordar un trozo de aluminio, un metal incandescente, un tanque de gasolina, un fantasma o un simple engao ptico. Aachern condujo su avin hacia arriba. La cabeza se le qued sin sangre. Pareci que se haca de noche. Todo desapareci ante sus ojos. Jaque mate! Estaba acabado. Temblaba y se sinti mojado por un fro sudor. Se olvid de su circunstancia. Luego recobr el conocimiento. Y se volvi a encontrar otra vez en el mundo de las sombras desprendidas. Y no saba cmo deba considerar la orden recibida. Es que aquella orden tena algn valor sobre la tierra? Aquello era algo pasado. El mundo de las rdenes se haba hundido entre el humo y las ruinas. "Qu es lo que estoy buscando?" "Hay que salir de aqu. Pero hacia dnde debo ir? No hay ninguna salida. Lo nico que hay que hacer es salir de aqu. Tanto da dirigirse hacia el Oeste como hacia el Sur. Pongamos proa al Sur." Otro intento. "Paloma" a todos, "Paloma" a todos: Ataque desechado, ataque desechado. Aterrizar, aterrizar." rdenes dirigidas a fantasmas: a "Caruso", "litis", "Serpiente", "Cocodrilo" y "Elefante": a dos hombres que todava no haban cumplido los treinta aos y a tres muchachos de dieciocho, que seguramente haban cado al suelo quemados y destrozados. "Paloma" a todos: ataque desechado. Reunirse; rumbo Sur, Sur." No hubo respuesta. No hubo respuesta. Rumbo Sur. Aachern haba perdido la sensibilidad y no hubiera sentido el pinchazo de un alfiler. No tena miedo ni ideas. Accionaba de un modo mecnico. En realidad, no era ms que una parte de su mquina, que a toda velocidad cruzaba el espacio. No era ms que la palanca sobre la cual tena puesta su mano. "Cmo voy a aterrizar? Ya no hay ningn campo de aterrizaje. Lo que hay que hacer es salir de aqu; salir de este infierno, aunque en la tierra me aguarde otro. Hacia quin debo dirigirme: hacia los rusos, hacia los norteamericanos o hacia la tierra de nadie?" "Slo queda una solucin: salir del avin." "Salir, salir." "Estoy volando y quiz el avin vuela conmigo." "Hacia dnde voy?" "Volar, volar... sobre estepas, paisajes nevados, desiertos y sobre montaas. Una luz solitaria junto a otras luces: un hermano de las estrellas, esto es volar. Pero yo, perseguido por la nariz del bebedor me voy a la mierda. Una luz roja se enciende. El tanque tiene sed. Se enciende otra luz, tambin roja. Todo, en el avin, est lleno de luces rojas. Y lo propio ocurre en Berln, porque el final ha llegado." 46

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"Tengo el tiempo limitado, slo me quedan diez minutos. Cinco minutos." "Salir del avin, salir del avin." No se trataba de morir; tena que obrar, ste era su nico pensamiento y aparte de l no haba nada ms. Salir del avin, salir. Y todava ms fuerte: salir del avin. Se desabroch el cinturn, se sac los auriculares, apret la roja manivela que accionaba el techo de la cabina, apret con los dos pies sobre una palanca y de pronto se vio proyectado hacia arriba. De un modo mecnico cont: uno, dos, tres. Estir una anilla y el paracadas se abri. Qu mundo le aguardaba all abajo: el este, el oeste o la tierra de nadie? Era de noche y abajo nada se mova. No se oan disparos ni se vean fuegos. Ninguna voz en el stano. El mundo, all abajo, estaba durmiendo. De pronto vio una raya ancha y clara. La sobrevol. Era una autopista. Qu autopista era aqulla? La que iba a Breslau, a Leipzig o a Colonia? No, no crea que fuera la de Colonia. Cerca haba un gran bosque. Descendi sobre l. Casi toc las ramas de un rbol con sus pies. Aspir un olor a cedro y luego sinti el olor de la tierra. Fue hacia la izquierda. Pas sobre una trocha y lleg sobre un prado abierto. Un suave vientecillo empuj todava al paracadas. Vol un trozo ms, y luego not que estaba a punto de tocar el suelo. Pero slo sus pies tuvieron la sensacin de tocar tierra, porque el cambio haba sido demasiado brusco, y un instante antes todava estaba en su avin y atravesaba a toda velocidad las nubes y la humareda y ahora se encontraba sobre el suelo y notaba la blanda hierba del valle. Y durante un instante qued desconcertado a causa de su misma voluntad, que durante tanto tiempo haba estado pendiente de las palancas del gas y de la altura, de los mandos del avin y de la cuerda del paracadas. Y luego se sinti como una abandonada criatura que acabara de nacer del cielo. Comenz a caminar sobre el prado, lleg a un caminillo y sigui luego unos relejes que le condujeron hasta una carretera. Se detuvo ante un indicador. Encendi una cerilla: Stadtroda. "Qu ciudad era aqulla? Dnde se encontraba aquella ciudad? Haba otro indicador, y en l pona: "Hacia Kahala". Pero aquello tampoco le deca nada. Decidi retroceder, deshizo el camino de los relejes, volvi al prado y avanz a lo largo de la linde del bosque. Luego divis una casa de campo. Era una casa grande y solitaria con un enorme portaln. Ladr un perro. A travs de una puerta mal cerrada vio una dbil luz. El perro volvi a ladrar y la puerta se abri. Querido! Por fin ests aqu! Qu descuidado vas!oy Aachern que deca una voz de hombre. "Anda, ven, no te entretengas! Entra en casa! Aachern obedeci. En aquellos momentos hubiera obedecido al mismo diablo. Atravesaron un pequeo y mal iluminado vestbulo y llegaron a una habitacin amueblada de un modo rstico. Creamos que te haba ocurrido algo... Pero no ha sido as. Luisa; mira, Luisa; ha vuelto. Aachern fue contemplado por un hombre y una mujer que se le acercaron. Estaba junto a una mesa de roble de aspecto macizo. El techo era bajo y en l aparecan grandes vigas de madera. La casa estaba en silencio. Era ms de medianoche. Aquellos labradores iban engalanados como si fuera un da festivo. 47

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No, no es l! Es un pjaro perdido! Aachern se present el coronel de aviacin. Rudi Paul; cra de conejillos de Indias repuso el otro. Pero, hombre de Dios, de dnde sale usted y qu desea? S, de dnde, de dnde... Pues de all dijo Aachern, y con un gesto vago seal hacia la pared y el techo. S, exactamente de all: de Berln. De manera que viene de Berln, eh? Y, dgame: ha tardado usted mucho en llegar hasta aqu? S, bastante; media hora, aproximadamente. El seor Paul se dio cuenta de que el recin llegado comenzaba a pestaear, a mover el labio inferior y de que estaba a punto de echarse a llorar. Y se percat de que aquel hombre vesta uniforme de aviador. Y record que cuando la primera guerra europea l mismo haba sido aviador. Bueno; sintese usted. Descanse. De manera que viene usted de Berln, del centro mismo del Tercer Reich? Pues llega usted en el momento preciso en que el Tercer Reich se est descomponiendo. Abajo, en Ulrichswalde, ante la taberna del pueblo, acaban de deponer las armas los ltimos soldados que quedaban: un teniente y cuatro hombres. Los soldados no queran, pero el teniente les oblig. Los americanos pasaron ayer por la carretera. Aachern estaba sentado en una cmoda silla. Aquellos muebles eran rsticos, pero muy cmodos y hasta bonitos... Aquel hombre le recordaba al coronel Zecke y tambin le haca pensar en la roja nariz, cuando aquel rostro tena una expresin jovial y despreocupada. El individuo que tena ante s era un hombre de baja estatura, ancho pecho y rostro algo arrugado. Sus ojos, de inteligente expresin, llamaban la atencin. Dnde estoy? pregunt Aachern. En Turingia... no lejos de Gera, en el Ulrichswaldee, en casa del doctor Paul. En otro tiempo, mi querido amigo, tambin yo fui aviador y cuando la guerra hubo terminado ejerc de fiscal en Gera. Pero el Tercer Reich me prohibi ejercer. Aqu, en esta casa, he esperado la llegada del milsimo Reich y mientras me he dedicado a la cra de conejillos de Indias, que han estado a cargo de mi mujer y que luego los venda al Instituto. Ahora se acab con los conejillos y con el Tercer Reich. Esta es la situacin exacta, mi querido amigo. S, ahora todo se acab. O mejor dicho, todo vuelve ahora a empezar de nuevo. Aachern bebi despacio una taza de t que le ofreci la seora Paul. Luego, de una manera ms o menos deshilvanada, explic la misin que le haban encomendado, la prdida de "Caruso", "Elefante" e "litis", y su aterrizaje sobre el prado. Qu va a ocurrir ahora? Pues ahora todo va a ser diferente. Los americanos... Ya estn en Gera y continan hacia Chemnitz. Seguramente llegarn al despuntar el da. Los americanos... Caer prisionero... Tiene usted familia, seor Aachern? Tengo esposa y dos hijos en Berln-Wannsee. El doctor Paul se qued mirando al pjaro cado y pens que aquel hombre 48

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haba tratado de salvar a su "Caruso", a su "litis" y a los dems. De qu haba de servir que aquel pobre diablo fuera a parar tras unas alambradas? Pero, poda l, el abogado Rudolf Paul, que haba sufrido una larga serie de interrogatorios en la Prinz-Albrecht-Strasse y que haba tenido que aguardar el final de aquel Estado de ilegalidad para rehabilitarse; poda l dar su primer paso en el nuevo orden ofreciendo una ayuda que quiz no fuera del todo justa? "Pamplinas, mi querido Rudi! se dijo a s mismo. Acaso no te has encontrado t alguna vez en una situacin anloga a la de este hombre y no te han ofrecido entonces ayuda?" S, deba darle un traje de paisano a aquel pjaro. Miles de personas ofrecen en esta hora ayuda a los dems. Estamos viviendo un momento de calamidad pblica y este hombre est absolutamente desvalido, va de un lado a otro del pas y cuando se encuentra en tal estado los dems hombres deben ayudarle. Desea usted caer prisionero? Aachern le mir y abri desmesuradamente los ojos. Entonces aguarde usted un momento. El doctor Paul sali de la habitacin. Al cabo de un momento volvi a entrar y ofreci a Aachern pantalones y chaqueta de campesino. Aachern se desvisti y dej su uniforme en un rincn. Y en aquel preciso momento acab de despertar a la realidad. Le parece a usted que quememos todo eso? S, quemmoslo... Ah!, doctor Paul murmur, y le estrech la mano.

FINIS GERMANIAE!
El coronel Zecke se despert. La gente chillaba a su alrededor y pasaba apresuradamente junto a la ventanilla. Zecke no saba dnde se encontraba y trataba de coordinar sus ideas. La gente que corra por el andn gritaba: Las vas, las vas! "Qu le importaban a l las vas? Qu habra ocurrido en las vas?" Una bomba haba cado sobre las vas y la casilla del vigilante se acababa de venir abajo. Zecke se dio cuenta de dnde estaba y pens que el destrozo de las vas implicara otras horas de espera. Tendra que aguardar a que se hiciera de da. Pero quedaba el recurso de la botella. Zecke cogi la botella y la acab de vaciar. Si la situacin se alargaba, no haba ms remedio que volver a la Santa Montaa. Eso le pareci tan razonable que el tiempo y el espacio perdieron toda importancia. Cuando volvi a abrir los ojos, era de da. Las ruedas rodaban a buena marcha. El tren avanzaba junto a unos campos de patatas y coles. El sol brillaba en lo alto y nada haca pensar en Berln, la inmensa ciudad que se alzaba tras el horizonte y que aguardaba su destino.

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En Buckow todo estaba en silencio. El pueblo, situado entre un bosque y el mar, se alzaba al final de un caminillo, un poco apartado del gran trfago de la carretera principal. Las planas mayores de unos batallones se haban instalado en el pueblo, y de noche, un poco amortiguado por el bosque, llegaba al pueblo el ruido de los coches militares que rodaban por la carretera. Los treinta kilmetros que haba entre Buckow y el Oder haban bastado para impedir el avance de los aviones rusos. Desde el sanatorio "Waldfrieden", que desde haca mucho tiempo se haba convertido en hospital militar, poda orse el zumbido de los grandes aviones y escuchar a travs de la noche el ir y venir de los centinelas. Desde haca tres meses estaban los rusos frente al Oder. Una vez intentaron pasar el ro, pero inmediatamente fueron rechazados. Por qu no haban de ser rechazados otros intentos? Por qu a tan esperada ofensiva no haba de arrojar a los rusos del Oder y echarlos hacia atrs, hacia Rusia? Esa era la opinin y la esperanza de Dallmann, el capitn mdico, y de buena parte de los que trabajaban con l en "Waldfrieden". Pero lleg la orden de evacuar el hospital. Los heridos menos graves fueron dados de alta y tuvieron que marcharse por sus propios medios. Los heridos ms graves fueron trasladados a Berln, y la evacuacin se hizo de manera tan precipitada que al comenzar el traslado no se saba si en la capital habra sitio para todos. El sanatorio haba de quedar convertido en hospital de enlace de la compaa sanitaria del oficial mdico Dallmann. La noche del 15 al 16 de abril se hallaba el sanatorio sumergido en una profunda paz. Era primavera y la noche estaba a punto de terminar. El capitn mdico Dallmann, el sargento sanitario Wustmann, los ayudantes y las hermanas, todo el mundo despert en el mismo momento. Un despertador se haba puesto en marcha y no cesaba de repiquetear. Un extrao ruido. Se produjo un leve temblor subterrneo. Fue tan dbil que ni los vasos que haba sobre las mesillas de noche se movieron ni vibraron. Fue un ruido extrao, muy diferente a todo lo que hasta entonces se haba odo. nicamente el sargento Wustmann, el chofer Stroh, el teniente mdico Heide y algunos sanitarios que haban participado en la campaa del Este se dieron cuenta de lo que ocurra: fuego graneado. Aquello dur una hora y media. Lleg una ambulancia con heridos. La cosa, en realidad, no tena nada de particular. Pero al cabo de unos momentos lleg otra ambulancia igualmente llena de heridos. Buckow no estaba junto a la carretera principal, y tampoco, de momento, en la supuesta zona de ataque. Sin embargo, aquel hospital no estaba acondicionado para recibir gran cantidad de heridos. Los heridos deban ser inmediatamente evacuados a Werneuchen, donde haba un gran hospital. La compaa sanitaria estaba motorizada. Camiones, ambulancias y coches recorran regularmente los treinta kilmetros que haba entre el hospital y Werneuchen. Pero cuando los heridos llegaban all ya se haba recibido la nueva orden: continuar la evacuacin hasta Weissensee. Weissensee estaba muy cerca de Berln. En el hospital se haban quedado el teniente mdico Heide, el sargento sanitario Wustmann, el chofer Stroh, dos cabos y el joven ayudante Wittstock. Haban recibido la orden de empaquetar los efectos de la compaa sanitaria, 50

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expedirlos luego a su prximo destino y seguir a su unidad. Y no podan hacer ms que prestar los primeros auxilios a los heridos que iban llegando y acondicionarlos para su inmediata evacuacin. Dos das y dos noches. Buckow y el sector que llegaba hasta el Oder todava no se haban convertido en frente. Pero hasta Buckow llegaban muchas ambulancias y camiones cargados de heridos procedentes de la nueva brecha. El capitn mdico, el teniente y los ayudantes de "Waldfrieden" casi haban dejado de dormir. Llegaban heridos procedentes de la artillera antiarea, de la milicia popular, de las juventudes hitlerianas, de una divisin de la S.S. Llegaban sin brazos, con metralla en la espalda, en las piernas y en el vientre. Llegaban con quemaduras, llenos de suciedad, con los uniformes destrozados, manchados de sangre. Pero el plido pecho que haba bajo los harapos no desmayaba. Era emocionante la actitud espiritual de algunos de aquellos heridos. Un teniente, cuya boca temblaba al hablar, dijo: Doctor, hemos sido arrollados y aplastados. Ya no existe el frente... Estn viniendo... El frente haba sido roto en el norte. Frente a Kstrin y Frankfurt haba todava algunas unidades en sus viejas posiciones. Aquello dur tres das y por ltimo el capitn mdico, el teniente y tres ayudantes, montaron en un camin cargado de enseres clnicos. Los tres estaban extenuados y no deseaban ms que poder dormir. nicamente el chofer poda mantener los ojos abiertos. El camin avanz despacio por un camino lleno de crteres. Sigui por la carretera del bosque y lleg a la autopista que conduca a Berln, donde ya no se produjo ningn traqueteo. Detrs se oa el sordo rumor del frente y a derecha e izquierda, sobre los campos, caan algunos proyectiles. Sobre el bosque zumbaban los aviones. Rfagas de ametralladora barran la carretera. Pero el capitn mdico y los ayudantes no abrieron los ojos. El sargento Wustmann levant algo la cabeza, entreabri los ojos y se encontr entre un caos de coches abandonados. Eran coches bombardeados y destrozados. Chico, chico! exclam el sargento Wustmann. S, s respondi el chofer Stroh. Era un paisaje conocido, igual a otros que haban visto en el Weichsel, en el Dnieper, en el Don y en el Mius. Era un paisaje conocido, un espectculo nada nuevo. Una carretera de retirada. Chico, chico! S, s. El sargento se volvi a dormir. Llegaron a Werneuchen y buscaron el hospital. Pero su unidad ya se haba marchado. El chofer Stroh volvi con la noticia de que haban de continuar hacia Weissensee. Chico, chico! Una carretera y un espectculo conocidos. Entre la bombardeada impedimenta y los abandonados enseres de la retaguardia se vean ruinas y escombros procedentes del frente. Primero aparecieron restos de los servicios de retaguardia y luego grupos de una divisin area sorprendida en el bosque. Y paisanos, mujeres y nios que arrastraban carros y carretas, y hombres montados en bicicletas, y una multitud 51

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que escapaba de los pueblos amenazados y que proceda del Oeste, y, entre ella, grupos de trabajadores extranjeros provenientes de Francia, Polonia, Rusia y Holanda. Y all estaba Splge, el Goya-Splge de "yo lo he visto". La noche antes de la ofensiva haba ido al Oder. Haba ido all para ver lo que ocurra. Al otro lado del ro estaba el pueblo de Gstebiese. Tiempo atrs haba habido all un puente. Los rusos haban tendido otro y establecido una cabeza de puente en la otra orilla, que defendieron con increble tenacidad. Desde un puesto avanzado vio Splge el puente: el puente de la muerte, el puente del diablo, el puente de Berln, como le llamaban los rusos. Tena ocho metros de ancho y estaba hecho con madera recin cortada. Aquel puente haba sido tendido en una noche y desde el momento de su aparicin y durante largas semanas fue blanco de la artillera divisionaria, de la artillera de los batallones cercanos y de las bombas de los Stukas. Durante das y noches, las bombas no dejaron de caer, y las aguas del Oder fueron continuamente removidas a derecha e izquierda del puente, y la corriente del ro se llev cadveres, caballos y cargamentos. Y los restos de hombres y caballos, as como infinidad de tablones y trozos de la obra fueron arrastrados por las aguas. Pero el puente permaneci en pie y al final del mismo, donde los destrozos haban sido mayores, burbujeaba una multitud de ingenieros que manejaba cuerdas, picaba, martilleaba y tapaba agujeros, y que era bombardeada y ametrallada y arrojada al agua. Pero otra vez volva a aparecer sobre el puente armada con martillos, hachas y sierras. Y los dos extremos del mismo permanecieron firmemente asentados en las orillas del ro. La tierra haba sido removida por las bombas y revuelta por las granadas, y cada agujero se convirti en un taller de carpinteros y herreros. Ya desde el principio y a un kilmetro a la redonda, la orilla oeste se convirti en un inmenso taller. El bosque se fue aclarando y un gran trozo del mismo acab por desaparecer y los troncos fueron conducidos hacia el ro. Las detonaciones no cesaron de da ni de noche. Y tampoco cesaron las humaredas. Y el puente volva a aparecer igual que ayer y anteayer y todos los das, cargado de hombres, caballos y carros, que formaban una larga hilera que lentamente se arrastraba hacia el Oeste y desapareca luego en la cabeza de puente. Splge haba visto el puente desde el puesto de observacin de la artillera, con ayuda de los prismticos de largo alcance, y luego haba regresado a la plana mayor del regimiento. Despus de comer un bocadillo, a medianoche mont en su coche y se dirigi hacia Letschin. En Letschin, que estaba situado exactamente a la mitad de camino entre la primera y la segunda lnea, le sorprendi el fuego graneado. Los impactos de la artillera pesada alcanzaron el pueblo y los disparos cayeron en las casas, que estaban ocupadas por soldados. Sobre los campos se estrellaron brillantes relmpagos y se levantaron columnas de tierra y humo. l haba ido all para ver, pero de qu serva tener la imaginacin llena de cuadros si uno estaba a punto de perderla y de quedar destrozado contra una pared? Haba que quedarse en el pueblo y buscar refugio en el primer stano, en el agujero ms hondo que encontrara. Pero qu traer la prxima hora? Qu ocurrir cuando termine el caoneo? Qu pasar cuando despunte el da? "Contine usted hacia Quappendorf", dijo a su chofer. Pero no se poda avanzar. Las columnas en retirada se apretujaban en 52

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la carretera. Regresaron a Letschin y trataron de llegar a la segunda lnea siguiendo un curso paralelo a la carretera, avanzando entre desmontes, para luego volver a tomar la carretera principal de Berln. Pero tampoco aquello fue posible, pues el terreno estaba batido por la artillera de largo alcance. Haba comenzado la batalla del Oder. Aquella era la ltima gran batalla en Alemania y Splge se encontraba en medio de ella. As lo haba querido. Pero no de aquella manera. l, la verdad, no haba deseado encontrarse en medio de aquel agujero. Hubiera bastado ver el borde del mismo. Durante una hora, Splge no oy ni vio absolutamente nada. El fuego graneado alcanz una intensidad inimaginable. Despus de haber permanecido durante unas horas en un stano lleno de patatas, Splge pudo continuar su camino despus que el soldado alemn se hubo levantado del suelo y rechazado por ltima vez la oleada de la infantera rusa. Y sus ojos vieron montones de ruinas y sus odos se llenaron de gritos desesperados. Un pueblo ya no es un pueblo. Una carretera ya no es una carretera. Las llamas batan contra los tejados de las casas y sobre las calles caan trozos de pared. Caballos, coches y un can antiareo destrozado. "Idiotas, estpidos!... Habra que matar a esos perros!" El sargento y el capitn que estaban a su lado no lograban desembarazar el camino. Apareci un caza ruso y una bomba mat a unos caballos, amonton unos coches y acab de obturar el camino. El pueblo de Posedin ya no era un pueblo. La carretera que iba a Sitzig y a NeuTrebbin ya no era una carretera. Tres kilmetros y luego cuatro kilmetros ms. Pnico, desbarajuste y montones de enseres. Un soldado metido en una garita. El soldado llevaba desabrochado el cuello de la guerrera y sus ojos centelleaban en su plido rostro. Cmo poda haberse desencadenado aquella gigantesca riada? Grupos de soldados avanzaban a campo traviesa. Y cada uno de ellos ofreca un triste aspecto: sin armas, ni picos, ni palas, corriendo y gritando: los rusos, los rusos, los rusos! Aquel corto desvo cost a Splge y a su chofer casi todo el da. Los soldados de la segunda lnea, que estaban bastante bien armados, comenzaban a desalojar las posiciones. Soldados alemanes con la espalda vuelta al Oder. Haban evacuado sus posiciones y ahora, apiados unos junto a otros, marchaban hacia atrs. Splge atraves unas trincheras y fue conducido a un estado mayor donde le revisaron la documentacin. El ayudante examin sus papeles y los dej en seguida sobre la mesa. Luego le ofreci un cigarrillo y formul algunas consideraciones acerca de la situacin militar. Los rusos deben de haber puesto un can junto a otro en un espacio de gran anchura y de bastante profundidad. Nosotros ya hemos tenido alguna que otra experiencia, pero le aseguro que un fuego graneado como ste no lo habamos visto jams. Sin embargo, la ofensiva ser detenida de un momento a otro y pronto estar restaurado el equilibrio. "Un Estado Mayor no es el frente, y en un Estado Mayor puede uno mantener la cabeza despejada pens Splge. Sin embargo... este ayudante ya no es un joven hitleriano, y aunque slo tenga unos veintids aos, no deja por eso de ser un oficial de la Wehrmacht y adems un oficial de Estado Mayor." Splge todava no haba olvidado las horas transcurridas en el stano de las patatas. Y tampoco haba olvidado la lentitud con que haban avanzado 53

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por la carretera, ni los obuses que haban cado a ambos lados de la misma, ni los surtidores de tierra y humo, ni los rostros plidos y desencajados. As, pues, le irrit el tono de seguridad de aquel joven oficial. Y durante un momento tuvo la impresin de que su rostro y su mirada tenan la misma expresin que los de los soldados que haba dejado tras s, en la carretera. Le pareci que aquel oficial le ocultaba algo. Bueno; al fin y al cabo, usted mismo ha podido ver algo de lo que est ocurriendo. Aqu tambin ha sido muy duro. La verdad es que la brecha es bastante profunda y que en estos momentos se combate de firme para cerrarla de nuevo. Hasta ahora las prdidas son desgraciadamente muy elevadas. Son el telfono. El ayudante se levant, se dirigi al aparato y fue contestando de una manera lacnica. Al cabo de un instante, mientras hablaba, acerc a Splge los papeles que estaban sobre la mesa, le indic con la mirada que los recogiera y con un gesto se dio por despedido. Pero un nuevo acontecimiento cambi la situacin. El frente se volvi a poner en movimiento. El ayudante, Splge y los escribientes cayeron al suelo. Acababa de comenzar el segundo fuego graneado. Eran las diecisis horas. Son las diecisis horas en punto dijo el ayudante tras haber echado un rpido vistazo a su reloj de pulsera. Los rusos haban adelantado el fuego y los impactos llegaban ahora a la segunda lnea. Fueron recibiendo partes hasta que las comunicaciones telefnicas quedaron interrumpidas. Se enteraron de que el fuego cubra todo el sector, tanto las posiciones fortificadas como los Estados Mayores y principales carreteras que tras ellas haba. Splge se volvi a encontrar en la estacada. Alguien le acompa a un refugio. No era un abrigo construido con cemento y dotado de una doble puerta, sino un sencillo refugio entibado con troncos. Al cabo de un rato se encendi la luz. Unos soldados estaban apoyados a la pared. "Yo lo he visto"... Pero ahora ya no poda ms. Tena la vista nublada y el odo embotado, pero estaba obligado a continuar viendo y oyendo. Cunto ms podra resistir? La tierra era removida sin cesar, continuamente. Enormes surtidores de tierra se elevaban por los aires y volvan a caer como una tremenda catarata. Aquello era un Nigara de fuego y hierro que no cesaba de bullir y burbujear. "Y ahora ests aqu, en este refugio, y no sabes cundo vas a volar por los aires y ser abatido brutalmente sobre la tierra." No escuchar! Pensar en otra cosa! Pero "No hay nada ms en que pensar. S, s, hay otras cosas." "La bandera, destrozada y quemada... Bah!, tontera, pura tontera!... La bandera... En casa, sobre el escritorio, tena un poema a medio escribir sobre la bandera. Ah!, y, en casa, tambin tena a Leonore". "Leonore tiene ocho pares de zapatos en el armario y todava compra ms. A veces va a Leiser, a Karstadt, a la Hermannplatz y al Spittelmarkt y no encuentra lo que quiere y vuelve a hacer el recorrido, incansable, hasta que halla lo que desea. Y as llena el armario de zapatos y cuando lo tiene lleno dice que quiere irse a Colonia o a msterdam o, por lo menos, desea mandar a un 54

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correo. Qu estpida criatura! Como si a estas alturas se pudieran mandar un correo a Colonia o a msterdam! Y despus se agenci el perrito. Pero la culpa es ma. Fulana tiene un perro, dice, aunque en realidad nicamente tendra que decir: quiero un perro, y no para hasta que lo consigue." "Ese estrpito, esos estampidos! Y ese hombre en el rincn, ese soldado de infantera que no deja de contemplarse el dedo. Ahora se examina la mano: la palma y el dorso. Y no para de temblar. Qu asco! Es como para destrozar los nervios!" "Tiene un canario y ahora quiere un perrito. Y maana deber llevarlo a hacer pip al Grnewald." Su amiga Leonore, su esposa Beate, el perro, el pjaro, la bandera y los rgidos rostros bajo los cascos; nada poda ayudarle. Su dedo meique comenz a temblar, luego tembl el siguiente y en seguida el ndice y el pulgar. "Cunto tiempo podra aguantar aquello! Este espantoso alboroto, propio de una selva virgen poblada de monos chillones y alborotados elefantes! Este estruendoso derrumbamiento! Un hervidero jupiteriano!, deca ese idiota de Wittstock. Cunto rato durar esto? Cundo llegar el momento en que podamos salir de aqu y echar a correr? Pero, hacia dnde?... El ayudante tambin est aqu, en el refugio, y lleva el casco puesto. Y su antigua confianza se ha convertido en una plida mscara. Ahora le estn temblando las dos manos. Tiembla igual que el soldado de infantera que est sentado a su lado." Ya acabar. As habl el hombre que tena a su lado. Llevaba el casco puesto. Tena las armas junto a l. Permaneca sentado sobre el banco de madera y respiraba con tranquilidad. El cigarrillo que tena en la boca no temblaba lo ms mnimo. Y mientras afuera se produca aquel martilleo, aquella molienda y aquel tremendo golpear, fumaba tranquilamente. Como todos, aguardaba aqu, en este infierno, a que terminara el fuego graneado y a que llegaran los rusos, que, en apretado oleaje, estaban a punto de precipitarse sobre la segunda lnea. Ya acabar. Y, efectivamente, todo acab. El soldado que haba estado temblando se levant. Todos se pusieron en pie y todos se sacudieron el miedo de sus rostros. El fuego graneado haba durado desde las diecisis hasta las diecisiete treinta, exactamente igual que la primera vez. Afuera todava era de da. Los rusos deban creer que, tras aquella preparacin artillera, aquella misma noche llegaran a las alturas. Splge consider que haba llegado el momento de partir. Su coche tena el techo hundido. Pero el motor se puso en marcha. Las ruedas todava podan girar. Tena que pasar por Tiefensee, Werneuchen y Weissensee. En realidad, aquello no era ms que un pequeo salto. Tiempo atrs haba ido con su amiga Leonore a las montaas de Seelower para tomar caf. Y en total, entre ir y venir y tomar una taza, haba tardado dos horas en regresar a la Kurfrstendamm. Aquella tarde, sin embargo, el camino se haba convertido en una carretera de retirada, en una carretera llena de desvos batida por los aviones rusos. Y durante la noche, y todava ms al da siguiente, la carretera se llen de 55

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tropas, pues por ella avanzaron los regimientos que a toda prisa haban salido de Berln. Y en ella se encontraban los que iban al frente y los que venan huyendo de l. Hubiera debido abandonar el coche y hacer el camino a pie. A pie hubiera llegado en una noche. Aquella idea se le ocurri demasiado tarde. Exactamente se le ocurri cuando su coche qued embotellado y no poda avanzar. Se deca que las bombas rusas no valan nada, pero la realidad era que no dejaban de provocar el pnico entre los fugitivos y que una sola bast para lanzar fuera de la carretera al coche de Splge y dejarlo boca abajo, con las ruedas en el aire. Ahora no quedaba ms remedio que confiarse a los pies. Pero no result muy cmodo avanzar con los huesos machacados y, por otra parte, tuvo que detenerse ante la barrera de tanques que haba en Werneuchen, y pernoctar en una casa que haba junto al camino. Las bombas haban desalojado la carretera, dispersando a los fugitivos por los bosques vecinos. Y en aquella confusin haba perdido al chofer, a quien no deba volver a ver jams. Y comenz un nuevo da. La carretera estaba llena de mujeres, nios y viejos que avanzaban a pie, a caballo y en carros. Los viejos carros entoldados haban salido de nuevo y flotaban en medio de la riada de fugitivos. Procedentes de Berln llegaban formaciones heterogneas de infantera, de las Juventudes de Hitler, de la Wehrmacht e incluso unidades de la marina y de la aviacin. Los soldados llegaban a pie y montados en camiones. La carretera estaba obstruida en una longitud de varios kilmetros. No se poda avanzar ni retroceder. Los ratas arrojaban bombas y los cazas ametrallaban a la compacta multitud. Los comandantes blasfemaban y los oficiales, sargentos y chferes trataban de despejar la carretera. Algunos, los que iban a pie, avanzaban a campo traviesa. Splge era uno de sos. Los enfermos se quedaron atrs y algn recin nacido fue abandonado en la cuneta. Caballos heridos, caballos muertos, coches destrozados... Un esfuerzo ms... Era de noche cuando Splge lleg a Weissensee. "Ya lo he visto"..., pero tambin eso tena que pagarse. Pero, al fin y al cabo, los pies entumecidos eran un precio barato. No haba visto gusanos de luz, sino simples gusanos. El soldado que temblaba en el refugio, la vieja que arrastraba un carretn, el suboficial con la cabeza vendada, las mujeres cargadas de sacos, fugitivos llegados de lejos: pobres gusanos! La vieja que arrastra un carretn le dice que viene de Gross-Schliewitz, en la Prusia Oriental, y el suboficial de la cabeza vendada hace un gesto con la mano y rehye contestar. La riada aumentaba por momentos. Impedimenta destrozada, soldados con el distintivo de heridos, brazos enyesados y llenos de porquera, soldados apoyados en bastones y cojeando, rostros vacos y heridas abiertas. Los vencidos en Kunersdorf deban tener el mismo aspecto. Todo se ha perdido! grit el rey. Dos veces tuvo que cambiar de caballo, pues dos veces mataron a su montura. Y al llegar a su pas, el reino se haba salvado. La muerte del Zar y las discrepancias entre los aliados haban valido la salvacin de Prusia.

La bandera, desgarrada y quemada, brilla sobre la Patria. Adelante, adelante...

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Y ahora, al igual que la zarina Elisabet, haba muerto el presidente Roosevelt, y con ello se acababa de establecer un gran paralelismo histrico. Los americanos y los rusos no tardaran en reir y separarse. As, por lo menos, hablaban los fugitivos que se dirigan a la capital y cuya ltima esperanza estaba en el refugio de Hitler. La bandera...; pero esta vez no era ms que un trapo a punto de caer, que un hombre tambaleante y descalzo, que un ahorcado en una farola. Con un carteln sobre el pecho, que deca: "Me llamo Walter Schulz y cuelgo aqu porque fui cobarde y no defend a las mujeres y los nios". Los torcidos pies del antiguo soldado, uno de los cuales apareca envuelto en harapos, colgaban sobre la multitud, que avanzaba por la carretera, y casi rozaban las cabezas de los fugitivos. Splge vio cmo, poco a poco, la riada humana se iba aclarando, pues unos se dirigan hacia el Norte, y otros, para poder entrar en Berln por carreteras de segundo orden, hacia Hochenschnhausen. Entre los campos surgan fachadas medio derruidas y bloques de casas destrozadas. Luego, entre los campos, aparecieron los centinelas avanzados de la capital. Los fugitivos rompieron el cerco armado de la capital. Los tanques nicamente dejaban libre un pequeo espacio para los coches. Todava funcionaba el mando de la barrera y pronto se empez a buscar nuevas vctimas entre los recin llegados. Sbitamente aparecieron unos hombres tocados con casco y luciendo unas insignias en el uniforme. La documentacin! El coronel Splge pudo pasar. Ya estaba all y lo nico que le haca falta era encontrar un tranva o cualquier medio de locomocin. No tendr usted tanta suerte como para encontrar lo que busca, querido. El ferrocarril no funciona, el metro tampoco y el tranva dej de existir. Todo ha quedado paralizado despus del ataque de esta tarde; nada puede hacerse hasta maana, y no sabemos lo que maana ocurrir. No, no lo sabemos. Eso slo lo sabe Dios y quiz el mariscal que est en las montaas de Seelower, pues al fin y al cabo todo lo que ha ocurrido ha sido porque los rusos as lo han querido. Splge estaba desfallecido y cojeaba. Se puede telefonear a la oficina y a Leonore. Mejor dicho, se puede intentar hacerlo, pues no cree que nada funcione. Si comenzaba a andar, el da, que no tardara en levantarse, le pillara en la Alexanderplatz o quiz en Friedrichain. Su buena suerte, que hasta entonces nunca le haba fallado y en la que mucho confiaba, se iba hundiendo poco a poco. Y no era extrao, porque en aquel momento no tena ni una pobre bicicleta, y pareca que todo Weissensee utilizaba ahora aquel medio de locomocin. Adems, desde Tiefensee no haba probado una gota de coac. La botella haba desaparecido con el chofer, y por si todo era poco, los cazas rusos volaban sobre la ciudad. Es que se proponan arrasar Weissensee? Pero esos aviones no hacen ms que lanzar una especie de macetitas inofensivas. Splge, empero, se ech al suelo. Esos cacharros vuelan a una velocidad ridcula, parece que van a estrellarse contra las aceras y luego salen disparados hacia el cielo entre los tambaleantes 57

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postes del alumbrado. Noche en Weissensee. Un casa incendiada arroja un surtidor de chispas sobre el asfalto de la calle. Las mujeres que estn junto a la fuente hacen como si no supieran qu cosa son las bombas o fingen, por estar acostumbradas a otros calibres, no tomarse en serio las explosiones. Pero no todas las bombas rusas van mal dirigidas y los cubos que un momento antes eran sostenidos por las mujeres, ruedan sobre las aceras. Ellas los van a buscar y vuelven otra vez a la fuente. Descorazonador, muy descorazonador. Lo mejor es marcharse de aqu y coger una calle lateral. En la calle lateral ola a quemado, polvo, stano y podredumbre. Entre las ruinas aparecan montones de objetos caseros, como zapatos, somieres y ropa. Se fij en el esqueleto de una casa. Un sof colgaba de una viga. Le pareci que la casa y la calle le eran conocidas. Alguna vez haba pasado por aquel sitio. Splge ha atravesado aquella calle ms de una vez. Un poco ms lejos de donde se halla est el cementerio y all vive Haderer. Naturalmente, no vive en el cementerio, sino en una casa vecina. Haderer le haca los zapatos a medida; no haba mejor zapatero que l, y en su casa siempre poda beberse un buen vaso de vino. Viva en un edificio orientado hacia el norte y la zapatera siempre estaba llena de luz. Y all, al lado del cementerio, qu edificante! Splge dio con la pared del cementerio y se volvi para ver la casa. El edificio todava estaba en pie y la tienda tampoco haba desaparecido. El viejo deba de estar en casa y para encontrarle nicamente deba llamar a la puerta y aguardar unos momentos. Y all estaba el zapatero y en su martillo se reflejaba la luz de una vela. Haderer estaba sentado sobre un taburete. El zapatero opinaba que un artista debe trabajar de noche o por lo menos en hora muy avanzada. No estaba solo: frente a l haba otro hombre. Splge hubiera podido sorprenderse, pues no era una hora adecuada para encontrar all dos personas reunidas. Pero ech una mirada indiferente. Pasaba por aqu delante y no funcionaba el ferrocarril ni el "metro", y ni tan siquiera tengo una bicicleta y mi coche se ha estropeado explic Splge. Un disparo? pregunt el viejo. No; el coche ha volcado en Tiefensee. Quisiera tomar algo dijo Splge al tiempo que volva la cara. Quiz un vasito de aguardiente? pregunt Haderer. Pse!, no estara mal. El viejo le ofreci un vasito de aguardiente y luego le invit a sentarse en un viejo silln sin brazos, pero con un cmodo respaldo. El aguardiente saba muy bien y el poderse sentar era algo muy agradable. No es preciso que hable, seor Splge; ante todo, descanse. Splge acept gustosamente la invitacin. En aquel momento hubiera podido quedarse dormido. Y no tard en cerrar los ojos. Haderer y su amigo callaron, y durante algn rato slo se oy el martillo del zapatero. Luego dijo Haderer: S, muchas cosas han cambiado desde entonces, August. Y otra vez el martillo. Qu hace Paulina? pregunt el otro. 58

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No debes pensar ms en Paulina. Y Riederheim? Desaparecido o muerto, quin sabe! Y Feierfeil? Lo mismo, quin sabe! Con los ojos medio cerrados, Splge contemplaba al zapatero, cuyas espaldas estaban encorvadas. Poco antes de dormirse se fij en el otro. El sueo le pill como en una emboscada. Se encontr como metido en un gran agujero y arriba en el borde del mismo se hallaba el desconocido. Aquel hombre tena un rostro curtido por el sol y el viento. De dnde haba salido aquel rostro? Haba llegado a travs del puente de la muerte, o simplemente se haba colado por la chimenea? Pas una hora o quiz solamente transcurri un segundo y de pronto Splge se despert, con la sensacin de estar al borde de un gran peligro. Abri los ojos y mir a August Gnotke. August Gnotke haba estado cubierto de tierra y lodo; haba caminado a travs de pantanos y desiertos. Haca dos aos haba tenido una extraordinaria vivienda. Para los dems fue un da como tantos otros, un da equivalente a una vulgar hoja del calendario, pero para l fue una fecha inolvidable, pues aquel da signific para l algo as como el fin del tiempo... Camin a travs del viento y la nieve, por unas tierras heladas. Y la sentencia deca: muerte en el camino; muerte a causa del hambre, del tifus o de los trabajos forzados. Y de noventa y un hombres slo quedaron tres. Y para sos la sentencia rezaba as: hambre y esclavitud y entrega del alma. Ni un pensamiento ms para el pasado, ni para el porvenir; ningn sentimiento de simpata para con los compaeros de cautiverio, ni hacia la inocencia pisoteada, la conciencia aherrojada, y la muerte convertida en un imposible. Quedaba un ser sin voluntad y sin alma; una mueca, algo que hablaba al dictado y que se mova segn lo prescrito, pero que pudo arrastrarse por la tierra de nadie hacia el otro lado del frente, para all morir o regresar al punto de partida y recomenzar as el juego con la muerte. Como prisionero de Stalingrado, August Gnotke haba visto perecer su ejrcito. Ya antes de la catstrofe final haba quedado agotado a causa del hambre, los piojos, la propaganda y el trabajo. Luego fue enviado de un lado a otro: a trabajar, a vigilar a los dems y a aprender la doctrina comunista en unas escuelas donde deba recitar largos prrafos de memoria, repetir centenares de frases hechas, eliminar los restos de su sentido crtico y acabar con lo que todava quedara de su personalidad. Gnotke hizo todo aquello y luego, una vez terminada su instruccin, fue enviado al frente en calidad de ayudante. Y, con sus compaeros, estuvo en el Dnieper y en el Weichsel. Y la muerte no le llegaba. Las vidas, empero, no se ahorraban. La otra parte no cesaba de enviar nuevos refuerzos. Los prisioneros eran sacados de los grandes campos de concentracin, enviados a la retaguardia y, tras un breve curso de formacin poltica, mandados al frente, donde eran sacrificados en grandes hecatombes. Faltaban uniformes y armas. Muchos de ellos no tenan documentacin y a ninguno de ellos se le permita echar una ojeada al plano del lugar donde operaban, de manera que la mayor parte de 59

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ellos cayeron muertos o heridos en los campos de minas y los dems fueron tropezando con policas militares alemanes, que los entregaron a las patrullas de las S.S., las cuales procedieron a su ejecucin. Gnotke sali ileso de todas aquellas acciones y una y otra vez fue enviado de nuevo al frente. Gnotke se percat de que el arma y no la propaganda lo era todo en el frente y que los manifiestos del "Comit Nacional" y de los generales de Mosc, as como las hojas impresas y los peridicos iban a parar a las letrinas del Estado Mayor del Grupo de Ejrcitos. El arma lo era todo y la propaganda no serva para nada. El "ayudante" iba de un lado a otro y hablaba ante el micrfono instalado en un camin o discurseaba con un simple megfono en la mano. Hablaba hacia las trincheras alemanas y a quienes estaban en ellas les prometa buena comida, cuidados mdicos y un rpido regreso a casa. Y bien pronto fue considerado como una embustera y fea sirena. Se daba el caso frecuente de que los desertores eran muertos por los soldados del frente hacia el que se dirigan y que muchos prisioneros alemanes caan asesinados al ser conducidos hacia la retaguardia. Tanto la artillera alemana como la rusa disparaban contra las carreteras utilizadas por los fugitivos. Una desatada soldadesca asesinaba, robaba e incendiaba a placer. Los hospitales de campaa se transformaban a culatazos en cementerios. Gnotke vio muchas cosas y se dio cuenta de que el mismo fantasma iba y vena de un frente a otro. Vio pasar un tren formado por vagones de carga en los que se apiaban unas mujeres de cabellos revueltos y rostros ennegrecidos por el humo de la mquina. Aquellas mujeres venan de la Prusia Oriental y se dirigan hacia el mar, de donde l vena. Permaneci mirando el tren hasta que el ltimo vagn hubo desaparecido y sus ojos se quedaron desmesuradamente abiertos. Volvi a atravesar la tierra de nadie y lleg a la ciudad de Schneidemhl. Los soldados del ejrcito rojo caminaban borrachos por las calles. De los stanos y de las ventanas salan gritos de auxilio. Unas mujeres se tiraban por los balcones a la calle y otras eran atrapadas en plena huida. Y a Gnotke se le quedaron los ojos vidriosos y los odos sordos. Lleg al pueblo de Gstebiese, atraves el "Puente del Diablo" y aguard a que se produjera la nueva ofensiva. Entre las incontenibles oleadas de la infantera rusa lleg a la segunda lnea alemana de defensas. Unas compaas rusas se retiraron y l se qued en el tejado de una casa. Se quit el abrigo ruso, arroj la municin y se arroll una venda manchada de sangre a la cabeza. Cogi la documentacin, el certificado de herido, algunas cartas y unos cuntos billetes a un sargento muerto. Lo nico que necesitaba era oscuridad, pnico y desbarajuste. Esper a que se produjera la desbandada. Y la desbandada se produjo cuando los rusos avanzaron de nuevo y conquistaron el terreno perdido. Todos los malos espritus de la catstrofe se aliaron a Gnotke. Se convirti en un rostro ms, en un granito de polvo que fue empujado hacia atrs. Y as encontr luego el camino hacia Tiefensee, Werneuchen y Weissensee. Y as lleg hasta las grandes trincheras de cemento y las barricadas hechas con locomotoras y vagones de tren, las barreras de tanques y los puestos de control de la polica militar. El oficial, que ya estaba rendido, nicamente gritaba: La cartilla militar! 60

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Cuando el oficial se fij en las insignias, en el distintivo de herido y en la vidriosa mirada de Gnotke le hizo seal de que pasara, pues aunque no tena el corazn blando, tampoco era hombre que quisiera buscarse los. Luego, al cabo de un instante, se gir y mir hacia atrs, pero el sargento ya haba sido engullido por la riada de fugitivos. Una vez en Berln-Weissensee, por primera vez desde haca mucho tiempo, Gnotke march por donde quiso. Para encontrar escondrijo ya tendra tiempo. As, pues, decidi ir a casa del zapatero Haderer, que era de su mismo pueblo, en Pomerania. Haderer hubiera podido ser su padre y siempre se haba comportado con l como si efectivamente lo fuera. Pero desde 1932, cuando su amigo ingres en las S.A., se haba mantenido alejado de l. Encontr a Haderer en la misma calle y en la misma casa de siempre. El zapatero apenas se mostr sorprendido por la vuelta del "hijo perdido". De dnde vienes, August? No poda decir que vena del Ocano rtico. No lo poda decir porque el Ocano rtico lo lleva con l. Desde haca mucho tiempo no haba tenido la sensacin de pisar tierra firme. Vengo de Gstebiese respondi Gnotke. Cmo van las cosas por aqu? Cmo quieres que vayan! Qu hace Paulina? Y entonces se present el otro. Era un coronel de propaganda; un tipo pequeo, quiz un miembro de los "hombres-lobos". Le pareci que aquel hombre acababa de recibir una paliza. El recin llegado se sent y se durmi o hizo ver que se dorma. Riederheim, Feierfeil... Quin sabe dnde estn? Quiz estn montados en un vagn de carga, en un vagn de carga que marcha sobre vas en mal estado y que de un momento a otro pueden hacer saltar el tren, o quiz marcha sobre desvos que no funcionan y que despedirn los vagones y los convertirn en escombros. Quiz estn empuando palancas que se tuercen como caas y palas que se quiebran como si fueran de papel, y quiz tienen los rostros desfigurados y la piel llena de costras y los ojos que, a causa del hambre, se les salen de las rbitas. Quin sabe! Quin sabe! dijo Haderer. El "lobo" de la propaganda pareca haberse dormido. Quin pudiera conocer sus pensamientos y saber los secretos de la guardia de los jvenes "lobos"! Entonces fue cuando Splge abri los ojos y se fij en Gnotke. Una mirada helada... Splge se sobresalt, pues en aquel hombre reconoci al sargento que haba visto en la garita de la carretera de Weissensee. Y en seguida se dio cuenta que la venda que antes le cubra la cabeza estaba ahora sobre la mesa, entre los trozos de cuero y los cuchillos. El uniforme estaba en orden, pero haba algo que le inspiraba desconfianza. Quiz era el rostro, quiz su comportamiento con el zapatero. Y sobre todo, cmo haba podido llegar hasta aqu? Por qu haba venido? Quiz todo aquello era una trampa o un centro de conspiradores. Sea lo que fuera, aquello no era nada tranquilizador. Hay que marcharse de aqu. Pero hay que marcharse sin que parezca una huida. 61

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Bueno, seor Splge, cmo va eso? Gracias, muy bien. He dormido algo y ya me encuentro descansado. Voy a marcharme en seguida. Splge quiso dar a sus palabras un tono de absoluta tranquilidad, pero no lo consigui. Su garganta estaba reseca y las palabras no le salan. Pero ninguno de los dos hombres hizo el menor ademn de retenerle. Splge se levant. Tenga usted cuidado, seor Haderer; creo que habr vendaval. S repuso Haderer. Sargento... Roeder se present Gnotke. Seor Roeder, Hals und Beinbruch! Splge se trag el "Heil Hitler". Cerr la puerta y, en la oscuridad, busc los dos peldaos. Ech una larga mirada hacia el cielo y respir profundamente. Un gran silencio se cerna en aquel momento sobre la ciudad. Era un silencio fantasmal que a veces era roto por un sordo rumor y unos estampidos que se producan entre las nubes, hacia el Este. Splge se arrim a la pared de una iglesia y avanz luego por unas calles sumidas en la ms completa oscuridad. Pens en los dos tipos de la zapatera y se dijo que era un idiota. "Pero, no s, no s. Me comera una escoba si ese tipo se llama Roeder. Ha sido un encuentro, pero no s con quin lo he tenido." Muchacho, muchacho, si esta vez no va bien... Eso ya lo he visto yo en otra ocasin. El sargento de Sanidad Wustmann y el chofer Stroh cambiaban impresiones. Los dems brincaban, entre cajones y aparatos, en la parte trasera del camin. En Weissensee, al igual que en Werneuchen, no encontraron ms que una orden segn la cual deban continuar hacia adelante, pues el hospital de sangre deba ahora ser instalado en medio de Berln, en el edificio del Reichstag. Al llegar a la estacin de Weissensee tomaron por una carretera de segundo orden y prosiguieron su camino. Tanques, caones antiareos, artillera, soldados, motocicletas, camiones. La riada se mova lentamente hacia el cordn armado y continuaba luego en direccin hacia Tiefensee y Semmelberg. Esta vez no sale bien la cosa. En 1914, en Odessa, vi algo semejante, y cuando llegamos a las posiciones fijadas por el mando, nos encontramos que los rusos ya las haban ocupado. Entonces todava haba coac. S, entonces todava se poda beber y hablar alto. Silenciosas columnas avanzaban hacia el cinturn armado de la ciudad. La luz de los incendios iluminaba los rostros. Y el olor a cuerpos sucios, a cuero y a uniformes sudados se mezclaba con el olor a incendio y polvo. Pero eso de ahora no ocurri entonces. Pas la milicia popular: viejos hombres tocados de gorras de visera y cubiertos con capotes militares belgas. Y luego pas una formacin de las "Juventudes de Hitler": muchachos de catorce, quince y diecisis aos, vestidos 62

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con uniformes de la Wehrmacht, que les venan grandes y les colgaban de sus delgados cuerpecillos. Las ruedas rodaban despacio y los pies se arrastraban torpemente. Aviadores con fusiles de infantera, unidades de la artillera antiarea, compaas de trabajadores, cadetes, policas con carabinas, bomberos de Berln, conductores de tranva. La carretera estaba acordonada por la polica militar y nadie poda escapar de la formacin. A un hombre, sin embargo, se le permiti atravesar el cordn. Era un coronel. El coronel se acerc al camin y pregunt si le dejaban montar. Buenos das, coronel Splge le salud el ayudante de sanitario Wittstock. Gnther! De dnde sales? De Buckow. Hemos tenido que evacuar. Pues habis tenido suerte. Adonde vais? Al Reichstag! Magnfico! Ir con vosotros. Le parece, sargento! A m, por mi parte, me parece muy bien. Pero pregunte usted a nuestro capitn mdico. El capitn mdico Heide no puso ningn reparo y Splge pudo montar en el coche. Hasta el Reichstag haba ocho kilmetros, y en circunstancias normales el viaje hubiera durado media hora. Ahora estuvieron detenidos un par de horas junto a la estacin del ferrocarril y cuando, por fin, se pusieron en movimiento y se metieron por calles laterales, avanzaron muy despacio. El camino estaba lleno de escombros. Vieron una calle entera envuelta en llamas, y como no haba agua, el fuego poda extenderse hacia todas partes. Avanzaban tan despacio como si fueran a pie. Asom la luna. Las estrellas cubran aquel mundo en ruinas. Manzanas enteras haban ardido y estaban deshabitadas. Cuando llegaron a la Alexanderplatz comenzaba a despuntar el da. Tuvieron que volver a meterse en una calleja lateral para dejar pasar a una columna de soldados. Y todava tardaron dos horas ms en llegar al monumental edificio del Reichstag, construido con grandes sillares. Dem deutschen volke. As rezaba, con letras de oro, sobre el portal del edificio. Desde la fundacin del Reich, en 1871, los estamentos alemanes haban tenido aqu un techo comn. En el estrado de los oradores haba estado un Bismarck, un Bethmann Hollweg, un prncipe Max Von Baden. Pero tambin haba estado un Liebknecht snior y jnior, un Bebel y una Rosa Luxemburg. Aqu, en una de las fachadas de poniente, el 9 de noviembre de 1918 proclam Philipp Scheidemann la Repblica. Tambin hubo un incendio del Reichstag y un proceso por dicho incendio. El Tercer Reich surgi entre las columnas de humo de ese incendio que devor la sala de sesiones y destroz la gran cpula del edificio. Y ahora pareca que entre el humo y el fuego iba a terminar el Reich que entre el humo y el fuego haba comenzado. El sargento Wustmann tena edad suficiente para poderse formar una idea de lo que aquel edificio haba representado en tiempos pasados. Incluso haba asistido a un debate en el Reichstag. En octubre de 1918, durante un permiso, haba estado en aquella casa. Pero entonces no se percat de la gran importancia de la sesin que le cupo presenciar. 63

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Era un da desagradable y fro. Berln pasaba hambre. En Berln ya no haba petrleo para las lmparas. Los tranvas chirriaban. De tanto rodar, los neumticos de los coches estaban lisos como el hielo. No haba nada: ni jabn, ni tabaco, ni pan. La guerra estaba a punto de terminarse. El Imperio estaba a punto de terminarse. El joven soldado de Sanidad (tena entonces veintids aos) mir la sala a travs de la galera de cristales y vio las hileras de los diputados. Eran unas figuras temblorosas que se apiaban unas junto a otras. Muchos diputados tosan, pues en Berln seoreaba la gripe. El nuevo canciller pronunci un discurso de presentacin durante el cual apenas se le oy. Habl muy bajo, pues tambin tena la gripe. El nuevo canciller era el prncipe Max Von Baden. Los diputados fueron subiendo uno tras otro al estrado, y los discursos se perdieron en el vaco. Sentados en sus bancos, los representantes del pueblo hojeaban los peridicos. nicamente una vez, como si un viento hubiera pasado entre ellos, se levantaron sbitamente y comenzaron a hablar a la vez. Hablaban entre ellos; algunos se dirigan a su vecino y otros vociferaban a distancia. Era imposible entender algo de lo que decan, y Wustmann se enter de ello, al finalizar la sesin, gracias a las referencias periodsticas. La rotura del frente, un llamamiento angustioso de los jefes del ejrcito y los catorce puntos del Presidente Wilson fueron objeto del debate. Habl el independiente Haase y a l se unieron los representantes de las minoras nacionales: polacos, daneses, alsacianos y loreneses. Los socialdemcratas y los independientes acusaron al Gobierno de continuar la guerra y unos echaron las culpas a los otros. Plebiscito! grit un dans. Entonces tambin tendran que votar los muertos! opin un polaco, y aadi: Polonia para los polacos! El socialdemcrata Noske dijo: Entonces, Amrica tendra que ser entregada a los indios. El desconcierto cundi en el banco gubernamental. El coro de los chacales! grit uno. Finis Germaniae! grit otro. Hausmann, el secretario de Estado, cit unas palabras de Heinrich Heine: "Vieja Alemania: nosotros tejemos tu sudario y en l envolvemos nuestro triple juramento." Aquello ocurri en 1918 y ahora volva a suceder algo parecido. Esta vez, sin embargo, no se discutan otros catorce puntos. La capitulacin total poda ser aceptada o rechazada sin necesidad de ningn debate, pues de una manera u otra la catstrofe era inevitable. Finis Germaniae! El teniente mdico Heide, el sargento Wustmann, los dos cabos y el ayudante Wittstock recorrieron infructuosamente todo el Reichstag y regresaron a la ambulancia sin haber encontrado rastro del capitn mdico Dallmann ni de la compaa sanitaria. Wustmann volvi a hacer otro recorrido y de pronto se hall en la sala de sesiones del Reichstag. Al igual que la entrada y el gran pasillo, la sala se haba convertido en un enorme vivaque cubierto por los hierros de la desnuda cpula. Aquella parte del edificio haba quedado 64

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inutilizada desde el gran incendio ocurrido en 1933. El Gobierno no haba tenido tiempo de restaurarlo y quera legarlo, en aquel mismo estado, como recuerdo del principio de su subida al Poder. Grupos de fusiles dispuestos en forma de pirmide se levantaban en la sala. El suelo estaba lleno de latas de conserva vacas, montones de papeles, trapos y correajes. Unos soldados dorman sobre el suelo, con la cabeza apoyada sobre la mochila o el macuto; otros coman y otros jugaban a las cartas. Eran las diez de la maana. Una compaa sanitaria? Nadie saba dar noticias de ella. S, ayer o anteayer hubo una por aqu. Pero nadie saba indicar su actual paradero. Por fin, alguien le dijo: S, mi sargento; en el primer piso hay algo de lo que usted busca. Wustmann subi al primer piso. En el pasillo haba un letrero junto a otro. En la antigua dependencia de las minoras se haban instalado unas oficinas militares, pero los empleados y escribientes no se lo tomaban muy en serio, posiblemente a causa de la falta de medios de comunicacin, pues muchos se disponan a trabajar en aquel momento, es decir, a las diez. El pasillo estaba lleno de gente que iba y vena. Wustmann detuvo a alguien y le pregunt por lo que buscaba. S, efectivamente, aqu hay una compaa de Sanidad. La inspeccin sanitaria est al final de todo, en la ltima habitacin. Wustmann repiti la pregunta a dos o tres personas ms y al fin dio con el lugar deseado. Se trataba de una oficina central, al frente de la cual haba un coronel mdico y una multitud de antiguos empleados de la Cancillera y escribientes, ocupados en hacer la lista de todos los heridos de la Wehrmacht. Dio con la puerta que conduca a la oficina del jefe y encontr al coronel mdico sentado ante su escritorio. S, un capitn mdico llamado Dallmann ha estado aqu. Eso fue ayer. Pretenda instalarse aqu, en nuestras dependencias. Qu ocurrencia! El coronel mdico era un hombre de edad avanzada. Seguramente haba tomado parte en la guerra de 1918. Estaba al frente de los servicios de inspeccin sanitaria desde el principio de la guerra. Los acontecimientos le haban trastornado un poco, pues el coronel mdico pretenda que lo que en aquel momento deban hacer los hospitales era confeccionar y entregar en sus oficinas del Reichstag las listas de bajas y heridos de toda la Wehrmacht. De todos modos, Dallmann y su gente no podan hallarse lejos de all. Finalmente consigui que el coronel le dijera que la compaa sanitaria se haba instalado en una estacin del ferrocarril, al lado mismo del Reichstag. Lstima! Un par de oficinas aqu, en el Reichstag, no nos hubieran ido mal. Y qu hubiramos hecho nosotros? Al fin y al cabo, tambin nosotros tenemos que trabajar! Cree usted que ese trabajo todava es importante? Los rusos han atravesado el Oder y estn camino de Berln. El coronel mdico movi la cabeza, haciendo un gesto de desaprobacin. La puerta se abri y unos empleados de la Cancillera y cuatro o cinco escribientes que trabajaban en el despacho de al lado, movieron la cabeza del mismo modo que su jefe. Que hayan atravesado el Oder no significa que estn camino de Berln! 65

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Claro que el camino no es muy largo. Aquella gente todava crea en la sbita aparicin del arma secreta y en el ejrcito secreto de Wenck. No haba electricidad y no podan or la radio, y muy de tarde en tarde conseguan algn peridico. Cada da no hacan ms que or y comentar mil rumores contradictorios. Y como durante aquella guerra se haba mentido y exagerado tanto, nicamente poda uno fiarse de su vista, de su odo y de su sexto sentido. El coronel mdico dijo: Haga usted el favor de no contar aqu cuentos trtaros! Cuentos trtaros? Trtaros... De un momento a otro los puede usted tener aqu, mi coronel. Cree usted que eso puede continuar indefinidamente? Qu est usted hablando? Por favor, tenemos que trabajar. De pronto, sin embargo, el coronel alz la cabeza. Un lejano ruido lleg hasta sus odos. Durante aquella guerra no lo haban escuchado jams, pero todava lo recordaba, de cuando la primera guerra. Y tambin los empleados de la Cancillera, los escribientes y las secretarias oyeron aquel ruido, muy diferente del que hacan los aviones y las bombas cuando los ataques areos. S, era un ruido muy diferente a lo que hasta entonces haban odo, pero no crean que fuera ms amenazador, que los otros. Qu es eso? se preguntaron uno a otro. Artillera dijo. Wustmann, asomndose al cuarto de al lado La artillera dispara al borde mismo de la ciudad, probablemente en Weissensee. La ciudad est siendo caoneada! No es posible! Pero el ruido continuaba sin interrupciones. Era aquel ruido ensordecedor que haba ido siguiendo a Wustmann desde Bucko hasta Berln, pasando por Tiefensee. Pero todava sucedi algo ms, fue como si un tren chirriante corriera entre las nubes sobre el permetro de la ciudad, describiendo un gran semicrculo. Eso debe haber sido en Teltow o quiz detrs del canal de Teltow dijo Wustmann. Qu opina usted de eso? Berln tambin es bombardeado por el lado sur! Eso no es un ataque areo opin el coronel mdico. Un tremendo ruido se expandi por los aires. Era un ruido que vena de lejos y que cada vez creca en intensidad. Luego, una impresionante detonacin. La tierra tembl. Era la primera granada de la artillera rusa que caa en el corazn de Berln. El coronel mdico lleg entonces a una decisiva conclusin. Debido a las circunstancias dijo, las oficinas debern permanecer cerradas durante un par de das.

LA DESBANDADA
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El coronel Splge acababa de llegar a la Vosstrasse. Pas ante la Cancillera y se detuvo un momento ante el ministerio de Propaganda. El edificio estaba bastante deteriorado y en algunas partes todava salan pequeas columnas de humo. Para llegar a su despacho tena que atravesar una interminable serie de grandes y pequeos stanos en los que trabajaban directores generales, consejeros ministeriales, oficinistas y secretarias y en los que haba centenares de visitantes. Pero, qu ocurra? Muchos altos empleados estaban en camisa y calzoncillos. Los uniformes aparecan por el suelo y algunos oficinistas estaban seleccionando las prendas de vestir que los otros acababan de arrojar. Haba all uniformes del Partido, de las S.S., de la aviacin, de la marina y de infantera. Y los empleados se despojaban de sus ropas de paisano y se ponan los uniformes militares. Splge entr en otra habitacin. La habitacin estaba atestada de familiares y de empleados. Eran mujeres y nios que acostumbraban a refugiarse all cuando los bombardeos. Tambin haba muchos soldados. La mayora de aquella gente se haba trado somieres, camas y mantas; los bombardeos se sucedan casi sin interrupcin y se quedaban all das enteros. "Si las habitaciones se haban convertido en un escenario de carnaval y en una especie de catacumbas, quisiera saber qu significan esas oficinas de aqu alrededor, en las que todava se trabaja como si tal cosa. Las catacumbas sern el cementerio de la masa y las oficinas se convertirn en nichos particulares. Dejad que los muertos entierren a los muertos. Eso lo dijo Isaas o el apstol San Pablo, no s exactamente quin, pero en todo caso, lo dijo alguien que no hubiera deseado estar aqu." Splge entr en su despacho. Leonore ya estaba all. Su secretaria, la seorita Leonore Stassen, estaba sentada y se dedicaba a coser uniformes. Buenos das salud Splge, y colg su gorra en una percha. Splge no oy que la secretaria contestara a su saludo, pues la seorita Leonore susurr las palabras de un modo imperceptible. Splge se sent ante su mesa de trabajo. La seorita Stassen sali del despacho. Splge pens que deba estar enfadada por su reciente ausencia de tres das. Iba a encender un cigarrillo cuando la secretaria volvi a entrar y dej una taza de caf y una copa de coac sobre la mesa. Luego, sin decir palabra, comenz a coser de nuevo. Qu hay de nuevo? pregunt ella al cabo de un rato. Hubo una pausa. Se est formando el batalln "Wilhelmplatz II". S; ya he visto el carnaval. Nosotros pertenecemos a la segunda compaa. Nosotros? Las mujeres tambin? S, nosotras tambin. Acabo de recibir un uniforme de la aviacin. Le felicito. Gracias. Qu otras novedades hay? Bormann ha prometido entregar grandes fincas y castillos a quienes prestaran su colaboracin en esta hora difcil. Ya le ha adjudicado una a un seor de la seccin "Cultura". 67

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Por lo que a m respecta, le pueden dar dos. Contine. El doctor Ley est organizando una "Legin de la muerte", para lo cual ya se ha llevado a unos empleados de la Casa. No tengo nada que objetar. Contine. El Fhrer celebr ayer su cumpleaos. Ah, ya! Tras la fiesta, algunos seores de su crculo ms allegado se fueron de viaje. Quines? Gring se fue hacia el sur, y Donitz y Himmler hacia el norte. La gran desbandada acaba de comenzar. Y t, qu haces? Qu es lo que ests cosiendo? Se nos ha ordenado que cosamos el brazalete militar con el nombre de "Wilhelmplatz II" en la manga izquierda de los uniformes para el nuevo batalln. Es una tarea intil. Qu otras novedades hay? S; se ha suicidado el seor Schmidtke, de la seccin "Peridicos". Se envenen... El jefe de la seccin jurdica, seor Schmidt Leonhardt, subi con su hija a uno de los ltimos pisos de la Casa y no volvi a bajar. Se dispararon un tiro. Pues dispare usted contra m, seorita Stassen. Estaba resentida y pensaba que lo mejor era no dirigir la palabra a un hombre como aqul. "Yo slo soy la quinta rueda del coche. Probablemente habr estado estas noches con su Beate. En la Hohenzollerndamm se habr establecido la paz, mientras yo, en la Nikolassee, no hago ms que ensuciar pauelos y preocuparme tontamente por mi "querido". Pero siempre ha sido as y as continuar hasta el final. Por qu no acaba de una vez con esta situacin tan molesta para todos? Pero l no piensa en separarse. No piensa en ello, y yo, estpida criatura, no he hecho ms que tener mala suerte en mi vida. Pero estoy decidida a no continuar." Splge sacudi la ceniza de su cigarrillo y se bebi el resto del coac. Contine, Leonore dijo, y bostez. Qu ms? Ah, s! El doctor Goebbels no ha dado hoy su acostumbrada conferencia matinal. Parece ser que se ha retrasado. Qu ms? El doctor Meissner se ha marchado a Mecklenburgo, y los ministros estn casi todos fuera de Berln. Leonore se llev las guerreras que tena sobre la falda, pero al cabo de un momento las volvi a traer. Los brazaletes haban sido cosidos demasiado abajo de las mangas y tena que descoserlos y colocarlos ms arriba. Quiz sera mejor que fueras a coser a otra parte dijo Splge. Estaba muy cansado, pensaba en demasiadas cosas y la presencia de Leonore le alteraba los nervios. Ella volvi a coger las guerreras y se march, al parecer muy enfadada. Aquello la mantendra alejada durante un tiempo y le permitira a l serenarse. Pero tampoco as se pudo tranquilizar. Alguien anunci a un tal capitn Boehlke. El capitn llevaba la Cruz de Hierro. Perdone usted, seor jefe de negociado; creo que no acabo de encontrar 68

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lo que busco. Yo no soy el jefe de negociado; pero, dgame usted, capitn, qu desea? Debo presentarme al general Meuspath, que manda la defensa artillera de Berln. He hablado con un ayudante del general y he estado en el refugio de Bendler y en el del parque zoolgico, y en ninguna parte he dado con el general. Ahora vengo de la Cancillera. All me han dicho que viniera aqu y que en el departamento de enlaces, que contina funcionando a la perfeccin, me diran en dnde se encuentra el general Meuspath. El joven capitn no se encontraba, como l mismo haba supuesto, en el sitio que buscaba. Splge dese ayudarle. La Casa estaba llena de gentes que iban y venan con partes que mantenan un cierto servicio de comunicaciones. Por otra parte, el telfono tambin funcionaba. Abri una puerta y llam a una archivera. Veremos lo que podemos hacer, capitn Boehlke. La seora Dannewitz ser tan amable de acompaarle a donde quiz puedan orientarle. Splge dio a la seora Dannewitz los nombres de algunas personas que quiz podran informar al capitn. Y la seora Dannewitz sali en compaa del recin llegado. Splge se qued solo. Cerr los ojos y trat de reponerse. Lo mejor sera un sueecillo al estilo napolenico, o quiz lo ms indicado sera un Yogi para poder olvidar en un par de segundos todo aquel enjambre de cosas y, como un oso tras el largo sueo invernal, levantarse de nuevo completamente descansado. Llevaba tres noches sin dormir. El zapatero Haderer, los cubos de agua en Weissensee, el sargento Roeder que no se llamaba Roeder, los funcionarios y secretarias vestidos con los uniformes de la aviacin, de las S.S. y de la marina... Qu bien se estara en Nikolassee, tendido entre las gardenias del jardn, durmiendo un sueo reparador! No or ni ver nada, ni tener que tomar ninguna determinacin ms. Respir a fondo una, dos, tres veces. Pero su cerebro era como un sismgrafo y en l se registr un lejano, levsimo zumbido. Splge se percat inmediatamente de dnde proceda aquel ruido que flotaba sobre los tejados de Berln. Abri los ojos y mir a su alrededor. La oficina estaba bastante bien amueblada. Haba grandes sillones forrados con una tela de color rojo en la que se destacaba la cruz gamada. Aquellos sillones procedan de las grandes salas de conferencias. Haba adems figuras de porcelana, jarros antiguos y lacas japonesas. Y en un rincn haba dos fusiles: uno para l y otro para Leonore. Unas cartucheras colgaban de la pared. Entre los libros y los jarros se vean unas latas de conserva. Las ventanas estaban protegidas con sacos terreros. "Habr ruido; pero el stano no es ningn stano, pues est sobre el nivel del suelo. Y el pomposo edificio que se levanta sobre este supuesto stano no es ms que un gigantesco y vaco diente. Hemos sido compaeros de viaje... Pero ahora resulta que los seores se han marchado!" El lejano ruido continuaba flotando sobre las calles. Leonore volvi a entrar. Pareca que no oa aquel monstruoso zumbido de la muerte. 69

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Es un concierto en tono menor dijo Splge. Qu quieres decir? Pues, esto: que el concierto es en tono menor. Como quieras. La seorita Hannemann se ha colocado como archivera en una empresa constructora de obras. Que tenga mucha suerte. Qu es esto? Unas listas del personal... El ruido continuaba. He sabido que el mayorista doctor Weichhardt acaba de recibir una hermosa partida de zapatos. Esas son tus preocupaciones... "Carece de sentido para comprender el significado de esos fusiles y esas cartucheras, ni puede hacerse cargo acerca de porqu su estpido trabajo de costurera la tiene absorbida." El doctor Weichhardt tiene tambin un buen surtido de artculos alimenticios. Incluso puede proporcionarnos vino. El ruido iba en aumento. Weichhardt! Weichhardt! Debieras pensar en otras cosas! S, al fin y al cabo, para ti no soy ms que una agenda donde anotar tus cosas, pero eres incapaz de darme ninguna satisfaccin. Sabas que quera ir a Garmisch. Deseaba reponerme en Garmisch y t anulaste la reserva de la habitacin. Creme, hubiera preferido nacer gusano! Y eso es lo que eres: un gusano, un repugnante gusano. Pues a m me parece, seor Splge, que me est usted confundiendo con la seora Beate. Se produjo algo as como un gigantesco trueno. Eso no ha sido una bomba! Qu ha sido eso, Vicco? Eso ha sido... ha sido... Ah tienes tu habitacin en Garmisch... gusano, gusano, ms que gusano. Y yo tambin soy un gusano, un gusano, como t.

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SEGUNDA PARTE

Los dolos no los hace el dorador, sino el adorador.

BALTASAR GRACIN

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CHARLA EN TONO FAMILIAR

Un tipo de cierta edad, algo curioso, pero nada desagradable. Lstima que toda la noche tenga uno que estar sentado sin decir nada, sin poder entablar conversacin. Pero la verdad es que uno no puede decir nada, pues nadie se fa de su vecino. Finalmente, sin embargo, cuando el tren entraba en Wannsee, comenz la conversacin y se abri la confianza. Fue como un puente que terminara en el vaco. "Se llama Zecke, y es coronel. Hace aos estuvo destinado en Potsdam. Tendr que preguntarle a mi to Raimond." En Potsdam, el capitn Boehlke se enter de que el general Meuspath, a quien vena buscando desde Praga y Leitmeritz, haba sido destinado a las fuerzas de artillera encargadas de la defensa de Berln. El capitn recibi la orden de presentarse en Dberitz. Y tras su presentacin en el Mando Central se dirigi a casa de su to Raimond. Su to no haba regresado a casa y su ta se cuid de l. Sus dos primas Anna y Leonore tampoco estaban en casa. Anna, que estudiaba la carrera de mdico, se hallaba en Gttingen y haca dos das haba telefoneado. Dijo que se encontraba bien, y que los ingleses haban irrumpido en los barrios viejos de la ciudad. Un poco ms, y todo habra pasado para ella. Leonore era la preocupacin de la familia. "Leonore decidi seguir la carrera burocrtica", le dijo su ta en un tono de disgusto. Leonore trabajaba en el Ministerio de Propaganda y nadie saba por qu haba ido a parar precisamente a aquel Ministerio. "Te ruego le suplic su ta que no hables de eso a to Raimond. No puede sufrir que se pronuncie el nombre de Leonore." Todo aquello le pareci a Boehlke muy raro. To Raimond lleg a casa cargado de libros y de peridicos, como siempre. Estuvo muy contento de ver a su sobrino y se disculp por lo muy ocupado que estaba. Sin embargo, encontr un momento para poder charlar con l. Entraron en el despacho, que estaba lleno de libros, y se sentaron en unas cmodas butacas ante una mesilla sobre la que en seguida colocaron dos tazas de caf y unos vasos de coac. To Raimond ofreci a Boehlke un "Uppmann", uno de los ltimos que quedaban en la caja, y le dijo: Querido Berthold, podemos charlar mientras duren los cigarros. Ante todo quiso que su sobrino le contara sus ltimas experiencias. Pues, s, to, el traslado hacia Bad Kissingen fue algo tan precipitado que no tuve tiempo de despedirme de ti. Los ltimos das que estuve en la Escuela Superior para Ayudantes pasaron como un relmpago. Al final slo quedamos un pequeo grupo y pareca que jugbamos a la historia de los "diez negritos", pues cada da ramos uno menos. El momento culminante se produca por las maanas, cuando llegaba el coronel, que nos lea la lista de los nuevos destinos. Una vez deca: "Queda usted destinado como segundo ayudante del comandante en jefe Von Graudenz; y esta misma tarde se dirigir usted en

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avin a la bolsa de Von Graudenz". Y otra vez deca: "Queda usted destinado a Breslau, o a Knigsberg, o a la fortaleza Thorn o a cualquier otro barco vikingo hundido". Un da, el Reichsfhrer S.S. Himmler pidi un enlace. El oficial debera servir de enlace con la Wehrmacht, y era preciso que estuviera en posesin de la Cruz de Hierro y que fuera rubio y alto. Aquel mismo da deba estar en la estacin del Zoo y tomar all un tren especial y presentarse a Himmler. Ya puedes imaginarte en qu estado de nimo preparaban sus cosas mis compaeros. A medio curso se me dijo que el Estado Mayor de mi divisin, que por aquel entonces estaba en Kurlandia, tena inters en retenerme. As, pues, desde buen principio ya supe que ira destinado a un lugar que de antemano estaba perdido. Pero las cosas cambiaron, pues al terminar el curso mi divisin haba dejado de existir. Fui destinado como ayudante de un general de artillera a quien he estado buscando en Praga, Leitmeritz, Dresden y Berln. Tampoco aqu, en la capital, saben darme noticias de ese general. En la Jefatura de Personal no han podido decirme si mi general est en Doberitz o en Freienwalde, junto al Oder. Me han encargado de buscarle en Berln, en los alrededores de la capital. Esta es mi historia, to. To Raimond se limit a mover la cabeza. Adems debo confesarte que estoy sin nimos. Antes, uno nunca se encontraba solo, y aunque las cosas fueran mal, aunque todo se viniera abajo, siempre se tena a un compaero, a un amigo. Y ahora, desde que me march del frente, me encuentro solo, y me siento insignificante para enfrentarme con todo eso. S, la camaradera... partir el pan con el compaero; compartir las adversidades... De esa manera podan hacerse ms llevaderas ciertas situaciones. Dime, to, cunto crees que todava puede durar todo esto? Pues, mira: Stalingrado dur setenta y siete das, pero si no me equivoco, aqu todo ir mucho ms aprisa, pues los berlineses estn hartos y la tropa est completamente agotada. Y qu piensa hacer nuestro "querido" Fhrer? La pregunta no haba sido formulada al azar y to Raimond poda quiz contestarla. To Raimond estaba enterado de muchas cosas, pues era jefe de bibliotecarios, estaba al frente de una importante seccin de la biblioteca del Estado Mayor Central y desde el principio de la guerra estaba encargado de hacer resmenes de la prensa extranjera y ayudar al informador Scherf, lo cual le obligaba a ir de vez en cuando al Cuartel General del Fhrer. To Raimond poda observar los cambios de atmsfera que se producan en las ms inmediatas esferas de Hitler. A to Raimond le sorprendi la pregunta, pero no vacil en contestar: Voy a decirte algo, Berthold: no tienes idea de la desmoralizacin que reina en la Cancillera. Las ltimas "sacudidas" han tenido all una impresionante repercusin. La gente dice cosas increbles, y las dice incluso ante los centinelas de las S.S. Cuanto antes lleguemos al final de la catstrofe, tanto mejor. Esa es la situacin desde hace tres semanas. Qu ms? A juzgar por lo que all se dice, Hitler ha llegado a un estado de completa demencia. 73

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Qu es lo que se dice? Scherf tena que despachar con l, y yo le vi durante unos momentos. Bormann sali del despacho y nosotros nos quedamos solos con Hitler. El Fhrer mir a Scherf de arriba abajo y, de pronto, le dijo: "igame usted, Scherf, tengo la impresin de que convendra reunir todas las tropas que nos quedan y lanzarlas contra el Este, sin preocuparnos ms del frente del Oeste." Nuestro Fhrer, cuyo pensamiento se anticipa en mil aos al de los dems, siempre toma sus determinaciones con medio ao de retraso. Esa maniobra se la hubiera aconsejado el ao pasado cualquier hombre del campo. Por lo menos, eso se le hubiera debido ocurrir antes de la ofensiva de las Ardenas. La ofensiva de las Ardenas! All se malbarataron las ltimas divisiones y se gastaron los ltimos cntimos de que dispona ese hombre, que ya entonces estaba a punto de convertirse en un pobre de solemnidad. No s si sabes de quin es la frase: de un alto oficial del Gran Cuartel General. Ese oficial, cuyo nombre no quiero pronunciar, deca que ya no existe ningn objetivo militar ni poltico y que todo eso es una pura manifestacin de histeria. Si por lo menos no hubiera tenido tan trgicas consecuencias para Alemania! Con todo eso, Hitler ha echado por los suelos el ltimo crdito que nos quedaba, no el suyo, sino el nuestro, el del pueblo alemn. La catstrofe ser ahora mucho mayor de lo que hubiera sido. Pues el ltimo resto de buena voluntad, que en un momento dado hubiera contado en el nimo del vencedor, ha sido echado por la borda. Los jefes de mi frente tambin hablaban as. Nuestro coronel estaba fuera de s. Deca que todo aquello era una farsa, una mentira para engaar al mundo, una intil falsedad. Y ahora quiere lanzar todas las fuerzas contra el Este? Fue un proyecto relmpago. Sabes que en Bohemia, Noruega, Dalmacia y en mil sitios ms tenemos muchsimas divisiones desparramadas. Pero l nunca ha hecho nada para que esas fuerzas se concentraran contra el Este. No ha hecho ms que jugar con la idea y exponerla de vez en cuando a sus allegados, entre los que figuran Bormann y Scherf. Y en los pasillos y en las dependencias de su refugio no se hace ms que comentar cada una de sus palabras. Das atrs haba muchos que ya se vean equipados con material americano, dispuestos a emprender por segunda vez el camino hacia Mosc. Pero esa ilusin ya se ha desvanecido y la gente murmura y se aguanta en pie gracias al alcohol. Estamos viviendo las ltimas sacudidas. Demencia paraltica! Pero esta vez, la enfermedad no necesitar dos aos para acabar con el paciente, pues de aqu a dos semanas todo habr acabado. Hitler mismo es un hombre acabado. A veces, mientras habla, en medio de una conversacin, se queda ausente y crea con ello una situacin muy embarazosa a quien tiene delante. Le cuesta un gran esfuerzo ocuparse de los asuntos militares y cada da le gusta ms referirse a las cuestiones polticas de cuando su ascensin al Poder, y entonces, cuando se refiere a ese tema, sus ojos, generalmente apagados, cobran un brillo especial. Y tambin le agrada hablar de las grandes construcciones que piensa emprender una vez terminada la guerra. Grandes construcciones! Pero ahora, de momento, todo se est 74

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viniendo abajo! Y los rusos, que estn en el Oder, no se quedarn mucho tiempo parados, sin avanzar. Ignoro si realmente se hace cargo de la situacin. Pero, de todos modos, lo cierto es que siempre huye de la realidad. Bormann es su nico informador. Y Bormann le dice lo que le conviene. Ese tipo de piernas cortas y abdomen prominente, ese intrigante salido de lo ms hediondo de la cloaca nazi, es su nico enlace con el mundo. Todas las ideas y los planes que son sometidos a la aprobacin de Hitler, as como todas las personas que se le acercan, deben antes tener la conformidad de Martin Bormann. Una sola persona puede llegar a Hitler sin que Bormann pueda impedirlo, y esa persona es Hoffmann. Hoffmann? S, el fotgrafo Hoffmann, que desde hace muchos aos, es decir, desde la poca de Munich, es amigo de Hitler. Pero eso ya es otra historia. Cuntamela to, si no te importa. Bueno; pues, como te deca, Hoffmann es el nico que tiene libre acceso a Hitler, lo cual resulta intolerable para Bormann. Hace cosa de medio ao le sali a Hoffmann un eczema en la nariz y Morell, el mdico que le visit, le dijo que para diagnosticar sin temor a equivocarse deba hacer antes varios anlisis. Morell hizo los anlisis y certific que haba encontrado bacilos de paratifus. Hoffmann, sin embargo, crey que el resultado de los anlisis haba sido falseado por orden de Himmler, quien quera separarlo de Hitler. Morell, por otra parte, afirm que el eczema era incurable. "Pero Hoffmann no pensaba dejarse aislar y mucho menos estaba dispuesto a que lo confinaran en una casa vigilado por hombres de las S.S. As, pues, se march a Viena y se fue a ver a un capitn mdico a quien conoca de antiguo. "Pero, hombre, no comprendes que Himmler quiere deshacerse de ti?", le dijo el capitn mdico tras haberlo visitado. Los anlisis fueron negativos y durante el perodo de observacin Hoffmann no present ningn sntoma de paratifus, pues no tuvo fiebre, ni escalofros, ni sufri descomposiciones, sino que se encontr perfectamente bien. "Bormann y Himmler supieron inmediatamente dnde se encontraba Hoffmann y pusieron a ste una guardia de las S.S. y no le permitieron regresar a Berln. En Viena ocurre lo mismo que en Praga, cuya situacin ya conoces. Los agentes alemanes escapados de los Balcanes estn instalados en el hotel "Imperial" y es muy difcil dar un paso sin que a polica tome nota de ello. Sin embargo, Hoffmann pudo coger un avin y trasladarse a Berln. Lleg aqu, se fue derecho a la Cancillera y se instal en la sala de espera de Hitler. Al cabo de un rato apareci un ayudante y dijo a los presentes que nadie se moviera de su sitio, pues Hitler comparecera de un momento a otro. Hoffmann, sin embargo, se levant y cuando Hitler le vio, retrocedi como espantado y le dijo: "Qu hace usted aqu, Hoffmann? Est usted a punto de morir". Y, sin detenerse, pas de largo. Bormann, que figuraba en el squito de Hitler, se comport como un loco y acus a Hoffmann de haber cometido una enorme imprudencia, pues su enfermedad, que era muy contagiosa, significaba un peligro para Hitler. Hoffmann se qued como anonadado, subi precipitadamente a su habitacin, que estaba en el segundo piso de la Cancillera, y, fuera de s, comenz a hacer su equipaje. La seorita Wolf, una de las secretarias de Hitler, entr entonces en la habitacin y Hoffmann le 75

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cont lo que acababa de ocurrir. "Debe usted hablar con l", le dijo la seorita Wolf, e inmediatamente sali de la habitacin. Al cabo de un rato volvi y le dijo: "Hitler le recibir a usted a las dos de la noche." A la hora convenida entr Hoffmann en el despacho de Hitler. "No me hable de su enfermedad, Hoffmann; lo s todo", exclam el Fhrer al ver a su antiguo amigo. La conversacin transcurri luego en un tono de gran amabilidad. "Bueno, en tal caso, mrchese usted de Berln", fueron las ltimas palabras que Hoffmann oy decir a su viejo compaero. Es posible, sin embargo, que si Bormann hubiera puesto algn reparo a la resolucin de Hitler, Hoffmann hubiera debido quedarse en Berln, donde a estas horas ya habra muerto. Lo cierto es que Hoffmann sali de Berln sin que nadie, ni el mismo Bormann, sepa ahora dnde se encuentra. No creo que Himmler y Bormann tarden mucho en descubrir su paradero. Deber sostener una difcil lucha contra el tiempo si quiere conservar la vida. El asunto Hoffmann es otro de los sntomas de "demencia paraltica" que a estas horas presentan todas las personas que rodean a Hitler. Es algo espantoso! Y en estas circunstancias debo presentarme al general encargado de la defensa artillera de la ciudad! Todava no has encontrado al general y tu caso tambin es una carrera contra el tiempo. Yo, por mi parte, debo continuar con los recortes de prensa extranjera. Esta noche tengo que hacer un resumen acerca del posible cambio que ahora, tras la muerte del Presidente Roosevelt, sufra la poltica exterior norteamericana y del distanciamiento que a consecuencia de ello pueda surgir entre los Estados Unidos y la Unin Sovitica. Qu otra cosa puedo hacer? S, claro, podra dejar colgado el trabajo; pero qu adelantaramos con ello? S, estamos metidos en la catstrofe y, tanto si queremos como si no nos place, debemos sufrir las ltimas sacudidas del derrumbamiento final. Dime, to: en mi viaje hacia Berln he conocido a un coronel que pareca muy simptico; me dijo que haba estado en Potsdam, y que se llamaba Zecke. Ah, s! El bueno de Zecke... Siempre estaba descontento. Qu hace ahora? Iba a un cursillo. Ya ves, todo el mundo va de un sitio a otro y todo el mundo trata de situarse. No hay nada que hacer. Esa gente es capaz de colgarle a uno de un poste cinco minutos antes de que todo se acabe. Bueno; pero el "Uppmann" ya se ha terminado y debo hacer el trabajo para Scherf. Querido Berthold... Muchas gracias por todo, to. Estoy muy contento de haber podido hablar contigo antes del hundimiento. Ninguno de los dos saba que aquella era la ltima vez que se vean. El capitn Boehlke march dos das despus a Freienwalde. Al general Meuspath no lo encontr al este ni al oeste de la capital. As, pues, regres a Berln y se instal donde pudo. En Berln no dispona de mucho tiempo para dedicarse a la busca del general, pues la mayor parte del da lo pasaba en los refugios y en los stanos de las casas, pues los ataques areos se sucedan sin interrupcin. Se present en las oficinas provisionales de la Capitana General, en la Hohenzollerndamm, y su general tampoco estaba all. "Vaya usted al refugio del Zoo o al refugio Bendler", le dijeron. Pero el general Meuspath 76

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tampoco estaba en ninguno de aquellos sitios. Al da siguiente quiso dirigirse a la estacin de trmino. Antes de llegar a la Puerta de Brandenburgo oy el caoneo que tena lugar, no lejos de la capital, hacia el oeste. Ya era demasiado tarde para dar paseos! No pudo entrar en la Vosstrasse para dar un vistazo a la Cancillera del Fhrer. As, pues, se lleg hasta la esquina de la Wilhelmstrasse. La antigua Cancillera haba quedado reducida a una tambaleante fachada rodeada de grandes montones de ruinas. Un gran "Mercedes" estaba detenido ante la puerta que la Wehrmacht tena en la Cancillera. Tres oficiales con los pantalones ribeteados de rojo descendieron del coche. Eran un general, un coronel y un comandante. El coronel se llamaba Boldt, Gerhard Boldt, y haba estado como capitn en el infierno de nieve de Demjansk. Pero, hombre, Boehlke! De dnde sale usted? Ande, entre usted con nosotros! Eso no puede ser, Boldt. S, hombre, s; ya lo creo que puede ser. Podemos hablar un par de minutos. Boldt tuvo que apresurarse tras el general y el comandante, que pareca muy distinguido. Subi una docena de peldaos flanqueados de centinelas del batalln de la guardia que les presentaron armas. Un gran recibimiento, pomposos candelabros y criados con libreas. Un momento, querido Boehlke. El coronel Boldt se acerc a una ventanilla y dijo unas palabras al empleado que estaba junto al libro en el que los visitantes deban escribir su nombre. Quieres aguardar un instante? Supongo que dispones de unos momentos. Un criado acompa a Boehlke hacia un bufete. Boehlke vio como Boldt, el general y el comandante se alejaban por un largo pasillo al final del cual comenzaba una escalera que descenda al mundo subterrneo de la Cancillera. El pasillo estaba cubierto con una alfombra de color rojo y apareca profusamente iluminado. No se vea all ningn rastro de la tremenda suciedad y del gran desconcierto que llegaban hasta las puertas de la Cancillera. Un criado le ofreci un refrigerio. S, un whisky con soda, por favor le dijo al criado que le pregunt lo que deseaba tomar. Boehlke se encontraba algo desorientado y no demasiado seguro. Estaba sentado all, con un whisky en la mano, cerca de la escalera que conduca al refugio del Fhrer. Por el pasillo, profusamente iluminado, iban y venan visitantes trajeados con los uniformes de la Wehrmacht, del Partido y de las S.S. Al cabo de un momento volvi el coronel Boldt. Slo un instante dijo. Tienes tiempo para que luego podamos hablar un rato aqu mismo, en el Gran Comedor? Es preciso que me cuentes algunas cosas. Creo que vienes de Kurlandia. No, hace tiempo que march de all. Boldt pareci algo confundido, pues probablemente deseaba tener noticias de su antigua divisin. Bueno, no importa dijo. De todos modos debes contarme muchas cosas. Aqu reina la tensin que puedes imaginarte. Yo estoy en el Cuartel 77

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General. Krebs me tom a su servicio tras la marcha de Guderian. Era Krebs aquel que te acompaaba? S; y el otro, el barn Loringhoven, es su ayudante. Debes disculparme. Tenemos una conferencia con el Fhrer. "As, pues, Boldt se haba situado de nuevo. Y el general era Krebs, el nuevo general del Estado Mayor General, que haba sustituido a Guderian. Y abajo tiene lugar una conferencia con Hitler. El ejrcito, la aviacin y la marina informan ahora acerca de la situacin de los frentes. La situacin de los frentes! Dios mo, la artillera rusa est disparando sobre los tejados de Berln!" Uno de los muchos ayudantes que por all haba se sent a su lado y trat de entablar conversacin, como si aquel fuera el momento ms apropiado para entablar una conversacin trivial! Boehlke estaba sentado all como ante un escenario. Aquel pasillo tan transitado era el nico lazo de unin que conduca al mundo subterrneo. Unos llegaban procedentes de abajo y otros desaparecan por las escaleras que conducan al refugio de Hitler. Pasaron un oficial de marina, un general de aviacin y un muchacho de las juventudes de Hitler. El muchacho representaba un aspecto lamentable; su rostro estaba plido, pero sus ojos resplandecan. El muchacho acaba de destruir un T 34. El Fhrer le ha condecorado con la Cruz de Hierro le dijo el ayudante. Luego se puso en pie y, tras disculparse, se alej. Era un joven oficial de las S.S., de rostro juvenil y elegantes modales, que llevaba un uniforme impecable. Era demasiado amable para el gusto de Boehlke. Boehlke se qued solo. Continuaron las idas y venidas. Oficiales pulcramente uniformados y paisanos vestidos de oscuro. Tambin haba all camareros de librea que permanecan como estatuas junto a la pared. De pronto, la gente se ech a un lado. El trecho entre el pasillo y la puerta de salida fue despejado. ste era l... (La hora del amanecer... Berln siempre ser alemn... Si Europa y Occidente no estn completamente hundidos en la decadencia...) ste era l y pareca no serlo. Las mejillas hundidas y bajo la plida frente, los hondos huecos de los ojos abiertos de manera anormal. Se acerc a la puerta, que pareci abrirse por s sola, y desapareci tras ella. Europa y la civilizacin occidental! El soldado alemn, la nica trinchera contra el Este, era un trinchera que se vena abajo. Qu verdad y qu mentira! Que mentira si uno pensaba en la meta que Goebbels haba fijado a su soldado cuando le hablaba de los trigales de Ucrania, del aceite de Maikop y de las minas de Kriwoirog, y cuando no presentaba la guerra como una obligada defensa de Occidente, sino como una posibilidad de hacerse con las riquezas de los pases conquistados. Goebbels estaba afuera. Su coche le haba trado en pocos minutos. En su casa, que estaba detrs de la Puerta de Brandenburgo, le aguardaba un pequeo grupo de colaboradores. Entr en la sala de proyecciones. Las ventanas estaban destrozadas, en ninguna parte haba vidrios. Montaas de tablones y maderas. La electricidad no funcionaba. En la fra sala temblaban las luces de unas velas. Una docena de rostros cansados y desesperanzados estaban pendientes de 78

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los ojos y los labios de su maestro. l era su motor; l era quien deba inyectar sangre fresca a aquellos gastados corazones, pero l mismo estaba cansado y se presentaba ante ellos con las manos vacas. l ya haba terminado su tarea y en aquel momento no era ms que una aparicin en el reino de las sombras. "Qu es lo que queran de l? Por qu se haban reunido all como cada da? Qu queran? Pretendan recibir un mensaje del Hado. Aquellos pobres de espritu, colaboradores suyos, podan imaginarse la vida sin la cruz gamada. Una vez ms oiran su voz, que ya estaba destinada al silencio. A la tenue luz de las velas se reuni el auditorio. Y los viejos oficiales, los generales del Estado Mayor, la oculta oposicin entre las filas de los altos funcionarios, todo el pueblo alemn y toda la vida que no se resignaba a perecer en el barco fue objeto de su acusacin. Todo el mundo haba sido demasiado pequeo y demasiado cobarde. Traicin! Traicin! Aquellas palabras resonaron sobre los reunidos, en la penumbra de la sala, y rebotaron como el graznido de un cuervo contra las ventanas tapiadas y las paredes agrietadas. Traicin! Traicin! Un cuervo que no encontraba sitio donde posarse y que estaba condenado a hundirse en la nada. Una mano llena de plumas negras... En el Libro de la Historia no ha de quedar ni una palabra. Traicin! La palabra resonaba de un modo terrorfico en la sala vaca. Y el pobre grupo de colaboradores se atreve, sin embargo, a continuar viviendo aunque sea sin la presencia del doctor Goebbels. Y uno de ellos se atrevi a replicar. Odio llameante! Entonces se levant la voz de la mofa y el sarcasmo. No se hagan ustedes ilusiones. Yo no he obligado a nadie a trabajar conmigo, y nosotros no hemos obligado a nada al pueblo alemn. El pueblo alemn nos ha elegido a nosotros. Por qu han trabajado conmigo? Ahora les van a cortar el cuellecito! Termin de pronto. Se dirigi hacia la puerta. Y ya tena un pie fuera de la casa, cuando se gir y dirigi una mirada, con sus ojos abiertos por el odio, hacia aquellos hombres, cuyos rostros estaban plidos como la cera, y grit: Pero el mundo temblar cuando nosotros nos marchemos! Y dio un tremendo portazo. El joven ayudante volvi a sentarse junto a Boehlke. Ha visto usted al ministro Goebbels? Acaba de regresar de su diaria visita al Fhrer. He estado preguntando por ah, pero no he podido averiguar nada. Nadie sabe nada del general Meuspath. Pero, ahora que pienso, todava puedo preguntarlo a alguien. Volvi a levantarse. Con su permiso, mi capitn. El capitn Boehlke dio su permiso, pero no pudo quitarse la impresin de que el cumplimentoso oficial quera deshacerse de l. El ayudante volvi en seguida y dijo: Es posible que la conferencia con el Fhrer dure an mucho rato. Hoy se 79

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estn debatiendo graves problemas. La persona a quien he preguntado no ha sabido darme ningn detalle. Pero en un sitio u en otro encontrar usted al general que manda la defensa artillera de Berln. Pruebe usted otra vez ah enfrente, en el Ministerio de Propaganda. Los seores de ese Ministerio lo saben todo y estn en contacto con todo el mundo. Boehlke declin el ofrecimiento de otra bebida. Rog al joven oficial de las S.S. que le disculpase ante el coronel Boldt, pues no poda esperar ms tiempo. Luego se march... Atraves la Wilhelmstrasse y se dirigi hacia el Ministerio de Propaganda.

TIEMBLA LA MANO DEL MAGO

El coronel Boldt no pudo hacer otra cosa que enviar a su amigo un oficial para que le disculpara, pues la conferencia haba de durar ms de lo que en principio haba supuesto. Descendi al mundo del refugio subterrneo, que se extenda bajo las dos Cancilleras y el jardn. Haba all un laberinto de pasillos, garajes, alojamientos militares, dormitorios y almacenes. Subi y baj muchas escaleras y lleg finalmente a un conjunto de doce habitaciones destinadas a cocina, dormitorios del servicio y cuartos para huspedes. Descendi luego por una escalera de caracol que conduca a un refugio ms hondo en el que habitaba Hitler. En la antecmara del Fhrer se enter que deban aguardar un rato y ya no pudo deshacer el largo camino hacia la entrada de arriba, donde aguardaba Boehlke. Y no tuvo ms remedio que enviar a su amigo un oficial que pudiera pasar fcilmente por los numerosos controles de aquel mundo subterrneo. La conferencia dur una hora. Los tres oficiales el general Krebs, el coronel Boldt y el mandante Von Loringhoven montaron en el gran Mercedes que estaba ante la entrada y no se dirigieron la palabra. Los tres miraban de frente y ninguno de ellos repar en las ruinas de la "Vaterland", ni en las destrozadas fachadas de las casas de Potsdamer Platz, ni en los montones de escombros que flanqueaban la Saarlandstrasse. La plaza Belle-Alliance, y la calle Bene-Alliance se haban convertido en estrechos pasadizos abiertos entre inmensos montones de piedra. El camino estaba cubierto de grandes bloques, pero los tres oficiales continuaban mirando de frente y ninguno de ellos sali de su ensimismamiento cuando, para evitar una granada sin estallar que haba en medio del camino, tuvo el chfer que frenar sbitamente y efectuar un brusco rodeo. Los tres oficiales miraban de frente... Haca seis das que haba comenzado la batalla del Oder. La situacin era muy diferente sobre el plano militar del Fhrer que sobre la realidad. En el plano se vea un puente de fuerzas que iba desde el Oder hasta Bohemia, y se diseaba un movimiento de ataque del IX ejrcito, cuyo triste destino ya no se ocultaba a nadie, contra las espaldas de Zukov. Por otra parte, las fuerzas del

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capitn general Heinrici, a las que se daba el significativo nombre de "Grupos de ejrcitos del Weichsel", parecan dirigirse hacia el Sur, para all impedir que las tropas rusas procedentes de los grandes bosques de Bohemia, se adelantaran hacia el Oder y el Neisse. As estaba planteada sobre el mapa la situacin al cuarto da de la ofensiva, cuando los tanques de Koniev irrumpan en el bosque del Spree y, por el norte, las tropas de Zukov acababan de rebasar Bernau y entraban en Oranienburg. Aquella cansada mano que hbilmente se mova sobre el plano la haban visto poco antes, a la luz del da, los tres oficiales. Fue en el jardn de la Cancillera. En el jardn haba un grupo de muchachos de diecisis, quince, catorce, trece e incluso doce aos. Un grupo de muchachos de las Juventudes de Hitler y que no haban sido escogidos especialmente para aquella ceremonia. Todos eran audaces, temerarios y crdulos. En las calles se comportaban de un modo insolente y petulante y aqu apenas se atrevan a respirar y estaban subyugados por la presencia de su jefe, que se dispona a pasar ante ellos. l era el magnfico, el adorado, el mago que les haba dado la razn de su existencia. Pero el mago no era ms que un charlatn incapaz de sacarse nada ms de los bolsillos. El magnfico, el adorado, el gomoso... Tambin esa ltima palabra era recordada aquella maana del 20 de abril en el jardn de la Cancillera. Por lo menos haba all un hombre en cuya imaginacin, llena de aborrecimiento y odio hacia aquel ser, estaba grabada aquella palabra. Muchos le crean un genio, otros le tributaban honores divinos y a casi todos desconcertaba con su asombrosa inteligencia. Siempre estaba dispuesto a aleccionar con sus inagotables argumentos a cualquier persona que se pusiera a conversar con l. Y l, sin embargo, haba llevado la ruina a todos los pueblos que hay entre los Pirineos y el Mar Negro y probablemente (todava no poda decirse de una manera terminante, pues los acontecimientos seguan su curso) haba pronunciado la sentencia de muerte a Europa. El magnfico, el adorado, el gomoso, que estaba completamente deshecho, comenz a pasar revista a sus chiquillos. Se detuvo ante cada uno de ellos. Pareca un conductor retirado de autobs, un cartero jubilado, un ser muy viejo y medio ciego. La gran visera de la gorra ocultaba los hundidos ojos y disimulaba el rostro surcado de profundas arrugas. nicamente se distingua la gran nariz. Un cartero, un cochero retirado que durante muchos aos haba servido en una casa seorial, pero tambin un monstruo, representante de todos los santurrones, los chiflados, los estrafalarios, los imbciles, los locos y los dementes, que haba suscitado toda clase de fanatismos religiosos y polticos. Haba nacido junto a la frontera de Bohemia, en una regin de grandes bosques. All est el valle del Danubio, el viejo camino de las grandes migraciones, por el que pasaron nibelungos y dioses, hunos, suevos, sajones, croatas y magiares. Por all pasaron todos esos pueblos, y el valle se convirti en una gigantesca cuna en la que se fundieron gentes de muy distinta procedencia. Tras los bosques est Budweis, que tambin se llama Budjovice, donde para celebrar sus rezos se reunan antao los hermanos bohemios, y tambin est Tabor, cuna de los taboristas, donde, tambin en homenaje a Dios, Zizka hizo redoblar unos tambores hechos con piel humana. De all 81

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proceda; de ese pas en el que muchos chiquillos parecen destinados a grandes cosas y luego, al llegar la pubertad, se apagan sbitamente. l, sin embargo, haba conservado la idea de estar predestinado a cumplir una tarea nica, y esa idea la mantuvo hasta que un atentado destroz su sistema nervioso y alter el curso de su vida ntima. Era, claro est, hijo de una sola madre, pero tambin era un transente ms de aquel lugar en el que se haban dispersado tantos soldados y merodeadores. Carreteros engredos, sutiles sofistas, charlatanes y sectarios de toda clase figuraban entre sus antepasados. No necesitaba dirigir su personalidad hacia una de aquellas maneras de ser, porque en cierto modo las reuna todas, y sus dotes, incluso su memoria, eran el producto de las muchas y desiguales mezclas de que proceda. Y ocurri que al hacer redoblar el tambor en una poca de crisis y de decadencia cultural se hizo con todos los que vivan sin ideales polticos y religiosos, y fue seguido por una corte de ilusos, desarraigados, derrotados, orgullosos, acosados y desesperanzados. Un sntoma de la catstrofe que haba de coronar su obra era que junto a l se agruparon los ms diversos elementos de la decadencia y su presencia bast para dispersar las tradiciones, que hasta entonces se haban mantenido intactas y fuertemente unidas. Siempre incluso en la poca de sus triunfos, no fue ms que un negro cometa alejado del sol, un ser escapado de las tinieblas, un fantasma. Haba heredado un capital muy heterogneo y lleno de contingencias, y l se daba perfecta cuenta de ello, pero obligado quiz por la fuerza del destino, se lo malgast y tanto en su interior como a su alrededor no haba ms que oscuridad. La juventud alemana haba puesto a Europa a sus pies, y en todo el mundo se le consideraba como la fuente misma del desorden, pero aquello no impidi que vendiera su alma al diablo. Llev a cabo una obra informe, como su mismo espritu, en el que no haba ningn sentido de la medida, y bajo sus manos el Reich se convirti en el reino de la esclavitud, la inmoralidad, la hipocresa, la traicin y el crimen. Ahora era un hombre viejo y acabado. La cabeza no se mantena firme y la mano ya no le obedeca. A veces, para disimular, apoyaba la mano ms segura sobre la otra, que continuamente estaba agitada por un ligero temblor. Cuando como un autmata se acercaba a la mesa de los planes militares y se sentaba sobre la silla que alguien colocaba tras l, proceda como un mueco a punto de estropearse. Y as, en esas condiciones, trataba de remedar la figura del viejo rey, a quien tanto admiraba. Como dudando, arrastrando los pies (slo faltaban el bastn para apoyarse), avanzaba y se detena ante cada uno de los muchachos, a quienes saludaba brazo en alto. Alz la mano... y, Dios del cielo!, aquel cansado gesto de la mano era algo autntico, era una expresin nacida en l mismo. Y no estaba entre odiados generales, ni ante vanidosos generales, sino frente a sencillos muchachos, y aquella mano, que nunca haba sabido a quin escuchaba ni a quin deba prestar atencin, que slo se haba movido para amenazar o para saludar, que haba tratado de imponerse a base de gestos grandiosos, fanfarrones y desmesurados; aquella mano, que ahora se haba quedado sin sensibilidad, que no era ms que una envoltura sin contenido, se levant hacia el rostro de un muchacho, le acarici la mejilla y le tir suavemente de la oreja, y al hacer aquel gesto cobr de pronto una autntica realidad y se convirti en algo vivo. Pero a la cuarta o quinta vez que repiti aquel movimiento la autenticidad se 82

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convirti en rutina. El viejo to, el cartero, el fantasma surgido de los bosques de la frontera de Bohemia, acariciaba a sus muchachos..., los hijos de la madre alemana, los ltimos que le quedaban, los ltimos que combatan y se dejaban matar por l cuando la Wehrmacht y las S.S. ya haban dejado de existir. Combatan porque no saban lo que era morir. El buen to, el buen padre, el vagabundo tullido y apopltico... remedando la imagen del admirado rey y encubriendo su propia realidad de heraldo de la muerte. Una muerte de perros era lo nico que poda ofrecer a sus muchachos.

Delante, el joven tambor marcha con nimo alegre, no sabe lo que es amor.
El observador sinti un escalofro. Asombrado, vio como el fantasma avanzaba paso a paso y vio como la mano inhumana acariciaba los demudados rostros de aquellos muchachos de ojos desmesuradamente abiertos. El observador que era el joven oficial de Estado Mayor volvi a ver aquella mano unas horas ms tarde. La mano, entonces, se mova sobre un gran plano militar. El fantasma acababa de entrar poco antes en la sala del refugio. Arrastraba un pie, iba encorvado y la cabeza le caa desfallecida sobre el pecho. Goebbels haba dicho aquel mismo da por la Radio que aquel hombre gozaba de una salud perfecta. Y haba aadido que de un momento a otro iban a entrar en accin veinte divisiones acorazadas y que el renombre y el podero de Alemania oscureceran la memoria de Roma. El observador se percat de que la mano temblaba sobre el mapa. La fiesta haba terminado. Ya se haba dispersado el cortejo de quienes haban venido a felicitarle. Gring, cuyos equipajes ya estaban cargados y aguardaban en un convoy formado en la Wilhelmstrasse, haba montado en su gran "Mercedes" de carreras, que sali disparado y tuvo que detenerse en seguida a causa del tremendo bombardeo desencadenado por los americanos para festejar el cumpleaos del Fhrer. Y Gring no haba tenido ms remedio que aguardar cinco o seis horas en un refugio de Berln. La gran camarilla de palacio se agolpaba junto a los ltimos trenes que salan de la capital, montaba en locomotoras reservadas para ellos, se instalaba en coches escoltados por gente armada hasta los dientes y se precipitaba sobre los pocos aviones que quedaban en los campos, y as, en tren, en coche y en avin, se diriga hacia Mecklenburgo, Schleswig, Oberbayern y Bhmen. Haba comenzado la gran desbandada, la dispora sin esperanza de regreso. El ocaso de los dioses. En el refugio de la Cancillera era Mircoles de Ceniza. Rodeado de sus consejeros militares, el fantasma se inclin sobre el mapa militar. La nerviosa mano se movi sobre unos trazos rojos y azules, cuya funesta significacin indicaba la existencia de destrozados frentes de combate y de campos baados en sangre. Palabras... nombres, y de las palabras slo sali inmundicia y cada nombre fue un sntoma ms de la inevitable catstrofe. Los ingleses estaban en la orilla izquierda del Elba, frente a Hamburgo. Bremen haba capitulado. Los americanos haban llegado frente a Dessau. Luckau y 83

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Spreeberg haban sido rebasados por los rusos. El tercer cuerpo de ejrcito iba a ser aislado de Berln por los rusos, cuyas vanguardias estaban mucho ms al oeste. El fantasma comenz a tiritar y a pasearse de un lado a otro por la habitacin. Luego pareci haberse quedado sin fuerzas y se desplom sobre un silln. En seguida se levant de nuevo y vocifer una serie de rdenes. Ofensivas, contraataques, golpes de mano, detenciones y ejecuciones. Haba perdido aquella especial sensibilidad para predecir el porvenir que le haba librado de ocho atentados. Berln no caer jams en poder de los rusos! Los rusos no han puesto los pies en Berln desde 1760. Se recibi un telegrama del general Busse, el jefe del IX ejrcito, que luchaba en el frente del Oder. Busse peda permiso para retirarse, pues tema ser encerrado en una bolsa por los rusos, cuyas fuerzas eran tres veces superiores a las suyas. El general indicaba que el municionamiento por va area haba dejado de funcionar y que sus tropas estaban faltas de armas. Denegado el permiso! Busse iniciar una contraofensiva y luchar hasta el ltimo hombre. Cursen la orden inmediatamente! Aquella era su respuesta. Alguien pronunci un nombre: Steiner. La hundida cabeza se volvi lentamente. Mir a cada uno de los asistentes. Se iluminaron los desorbitados ojos. Steiner, Steiner!... Haba que fusilar a aquellos miserables, incapaces, detestables; haba que terminar con aquella pandilla de desalmados, canallas, infames. Hitler habl a sus generales. Si no saben defender un ro es que son ustedes unos incapaces, unos ineptos. O bien es que no quieren ustedes defender ese ro. Cualquiera puede defender un ro. No hago ms que ver traicin y cobarda por todas partes. Se han puesto ustedes en evidencia! Pretenden ustedes que un hombre como Steiner se haga cargo de una simple operacin de proteccin! Comenz el juego de magia; aquel juego tantas veces repetido y que una vez ms haba de llevarse a cabo, quiz por ltima vez, entre los representantes del ejrcito, de la aviacin y de la marina, y tambin ante los oficiales de la casa y los ayudantes. "Steiner! Steiner!" La mano se movi sobre el plano militar. El frente del Oder, en el que por segunda vez se haba abierto una gran brecha, comenz a desmoronarse entre la niebla. Estaban fracasando todos los planes para cerrar la hendidura abierta al sur de Berln. Todos los dispositivos de defensa resultaban intiles! Steiner! Slo quedaba Steiner. Quiz tambin pudiera contarse con Wenck. El "ejrcito de socorro" de Wenck era su segundo recurso. Steiner vendr en socorro de Berln... Ya vern ustedes. Los generales de Estado Mayor deban entender de aquellos asuntos ms que l, y as era, efectivamente, pero todos volvan a estar fascinados por el fantasma. El retorcido dedo se pos sobre el mapa y avanz por el trazo que indicaba la carretera de Freienwalde-Weissensee. Era una carretera 84

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embotellada de coches, camiones ametrallados y caballos muertos. Era una carretera atestada de mujeres, de moribundos, de cadveres y de nios. Era una carretera y en un determinado lugar hizo como si cortara la carretera. Esa es la posicin que Steiner deber ocupar. Llegar de BernauEberswalde y cortar la punta de la brecha de Zukov y har levantar el sitio de Berln. Aquello era la salvacin... Su general jefe de Estado Mayor, su ayudante ms inmediato, los oficiales de enlace, ayudantes y ordenanzas quedaron como hechizados. Krebs, Boldt y Loringhoven despertaron a la realidad algo despus, cuando se dirigan hacia Zossen, mientras el "Mercedes" corra por calles flanqueadas de casas envueltas en grandes llamas y atestadas de cansadas columnas que entre una densa humareda marchaban hacia los barrios extremos de la ciudad. Volvieron a una realidad que no era ms que una pesadilla y pasaron junto a unas columnas que ya nada tenan que ver con un ejrcito. Las brillantes divisiones blindadas y la esplndida infantera, que se haban cubierto de gloria en todos los frentes de Europa, haban quedado reducidas a escoria. Los soldados estaban extenuados y ninguna idea poda levantarles el decado nimo. Pero, quin era Steiner? Dnde estaba? Krebs, Boldt y Loringhoven lo ignoraban. Y tampoco lo saban los oficiales de enlace de la Cancillera. Al final se supo que Steiner era un jefe de las S.S. que al frente de un grupo de combate protega un flanco de la 3. divisin acorazada. Pero nadie supo dnde tena su puesto de mando y nadie se atrevi a decir cuntos hombres tena bajo su mando. Era una sombra; nada... En el refugio de la Cancillera, el fantasma trataba de crear un ser de la nada y de ella trataba de hacer salir hombres, armas y gasolina. La alarma volva a reinar en el refugio del Fhrer. Los generales no se atrevan a moverse y permanecan aturdidos, sin decir palabra, mientras el fantasma de la espalda encogida y los ojos centelleantes se paseaba ante ellos y cobraba ante sus ojos una dimensin que jams tuvo en realidad. Llegaban correos y sonaban los telfonos. Unos motoristas salan disparados por la Wilhelmstrasse y se perdan en la noche, azotada por las balas. La central telefnica del refugio tena en aquel momento todas las lneas ocupadas. Se celebraban conferencias con Zossen, con Potsdam, con el Reichsfhrer de las S.S., que por lo visto estaba en el castillo de Ziethener, y con el cuartel general de la aviacin, instalado en Wildpark-Werder. La jornada del general de aviacin Koller haba comenzado a las dos de la madrugada con una llamada telefnica del jefe del Estado Mayor General, quien se inform acerca de la situacin de los frentes de combate y le comunic los objetivos reservados aquel da a la aviacin. A las seis de la maana oy una potente bocina y vio a Gring (que hasta aquella hora haba tenido que permanecer en un refugio) que, montado en su coche de carreras y al frente de una gran columna de camiones cargados hasta los topes, pasaba ante la guardia y, sin saludar, sala disparado. Gring tena prisa, pues quera atravesar el Elba y el ro poda ser tomado de un momento a otro. Todava no era de da. El telfono volvi a sonar. Adolfo Hitler estaba al aparato. Sabe usted que Berln est bajo el fuego de la artillera enemiga? 85

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No. Es que no oye los disparos? No! Estoy en Wildpark-Werder! En la ciudad est cundiendo el pnico a causa de los disparos de la artillera. Es posible que se trate de una batera de gran calibre montada sobre vas. Creo que los rusos han hecho un tendido de vas sobre el puente del Oder. Es preciso que la aviacin localice y destruya inmediatamente la batera! El enemigo no ha hecho ningn tendido de vas sobre el puente. Es posible, sin embargo, que haya capturado una batera alemana y la utilice ahora contra nosotros. Pero lo ms fcil es que se trate de una batera rusa de mediano calibre, con la que sobradamente pueden alcanzar la ciudad. Hitler quiso que en diez minutos le dijeran dnde estaba emplazada la batera en cuestin. En diez minutos... Pero qu se haba credo? Quin poda atravesar aquel enorme campo de batalla que circundaba la ciudad y llegar hasta el Oder y buscar all las piezas, acerca de cuya situacin aproximada nadie tena la menor idea? El telfono del despacho del jefe de la aviacin no dejaba de sonar. Primer centro de gravedad, segundo centro de gravedad... Ataque ruso. Movimientos de tropas dispuestas al asalto. Reconocimientos. Transportes areos con unidades de asalto. Los reflectores que todava quedan en Praga deben ser inmediatamente trados a Berln. Imposible, pues los aviones de transporte sern inmediatamente derribados por las cazas rusos... Otra vez estaba Hitler al telfono: Dnde estn los reflectores?... Ya, ya... Bueno; de todos modos tampoco se necesitan, pues la aviacin se ha convertido en algo absolutamente intil. Habra que ahorcar a todo el mando de la Luftwaffe. La jornada de trabajo del jefe de la aviacin haba comenzado a las dos de la madrugada y ahora, a las 21, llevaba trabajando diecinueve horas sin interrupcin. Otra vez volva a estar Hitler al telfono: igame usted: el mariscal del Reich Hermann Gring dispone de un ejrcito particular. Ese ejrcito debe ser puesto en seguida en condiciones de combate y enviado a las trincheras. El mariscal del Reich no lo necesita para nada. En Karinhall no hay ningn ejrcito particular. All estaba la divisin "Hermann Gring", pero tiempo atrs fue trasladada al frente. Ahora slo queda un batalln. Ese batalln debe ser puesto inmediatamente bajo las rdenes del Obergruppenfhrer de las S.S., Steiner. Koller trat de hacerse cargo de la orden y de recordar quin podra ser aquel Obergruppenfhrer de las S.S. Pero el telfono volvi a sonar al momento y de nuevo el jefe de la aviacin oy la chillona voz: Todos los hombres tiles de la Luftwaffe deben ser colocados entre Berln y la costa, desde Stettin hasta Hamburgo, bajo las rdenes de Steiner. Steiner, Steiner... Koller telefone a todas partes que pudo. El jefe del servicio de operaciones dijo que Steiner poda encontrarse quiz en Oranienburg. Una hora ms tarde, empero, anunci: 86

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Liebenwerda es el frente de combate de Steiner. Pero luego, a los pocos momentos, el comandante Freigang, del Estado Mayor de la divisin "Hermann Gring", dijo que hasta no haca mucho, Steiner se encontraba con un solo oficial en Schnwalde. Dnde, pues, estaba Steiner? Cul era el lugar exacto de la nueva ofensiva? Cul era el punto donde deban reunirse las tropas encargadas de llevarla a cabo? Koller llam al jefe del Estado Mayor General. igame usted, Krebs: no sabemos nada de nada; ignoramos la hora y el lugar exacto del contraataque, y yo debo enviar a la gente a las trincheras; pero dnde demonios debe producirse esa operacin? La voz de Hitler irrumpi en la conversacin: Es que todava tiene usted dudas acerca de mi orden? Creo haberme expresado con absoluta claridad. Todas las fuerzas de la Luftwaffe que puedan ser aprovechadas para combatir en tierra debern ser inmediatamente puestas a disposicin de Steiner. Cada jefe que trate de retener a su gente no vivir ms all de cinco horas. Es preciso que todos los jefes se enteren de ello. Y usted me responde con su cabeza de que dentro de nada hasta el ltimo hombre estar dispuesto al combate. Desde Eberswalde hacia el sur dijo uno de los ayudantes de Krebs todo debe estar dispuesto para el ataque. Y aquel hombre, como todo el mundo, ignoraba el lugar donde deba atacarse al enemigo. Unos motoristas pasaban disparados por la Wilhelmstrasse. Unos coches atravesaban Berln a toda marcha. Unos aviones despegaban de los aerdromos. El telgrafo tecleaba. El telfono sonaba. Steiner debe formar un ejrcito y todos los hombres deben ser alistados en l. Las fuerzas de tierra de la Lutfwaffe, los nuevos regimientos de labradores, las unidades de ferroviarios, los bomberos de Berln, las fuerzas de la polica, la milicia popular, todo lo que se encuentre. El Fhrer es quien manda... Hasta entonces l era quien haba asumido el mando de cada divisin, de cada batalln, y luego mand sobre una tercera, una cuarta, una dcima parte de las antiguas unidades, que ya haban sido aniquiladas y que slo existan en su imaginacin. Desde haca tres das, el general Busse, cuyo IX ejrcito continuaba entre Kstrin y Frankfurt, vena solicitando la autorizacin para retirarse, pues la retaguardia de sus fuerzas ya no poda contener a los rusos. No; Busse debe permanecer donde est! El fantasma, que desde haca algn tiempo no dorma ni descansaba y que no cesaba de pasearse por la sala de conferencia y por un estrecho pasillo que a ella daba, se detuvo de pronto y grit: Qu se le antoja a se! Ahora est en el lugar preciso! Todo estaba planeado de antemano y el IX ejrcito, que en aquellos momentos ya haba dejado de existir, deba desempear una brillante funcin. Por favor, vean ustedes el mapa. Steiner cortar ante Berln las puntas del ejrcito de Zukov. Los derrotados rusos se retirarn a la desbandada y aqu, precisamente en este lugar, ser donde el IX ejrcito triturar al enemigo. Ninguno de los rusos que se haya atrevido a asomarse ante Berln podr 87

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repasar el Oder. A Steiner se le haban ofrecido los restos de todas las tropas de la Luftwaffe, de las Academias militares e incluso el personal auxiliar, los trabajadores extranjeros y los presos haban sido puestos a su disposicin. El Ministerio de Comunicaciones deba aportar los camiones necesarios para el transporte de los improvisados combatientes. Los campos de aviacin entregaron sus reservas de gasolina. Un armamento capaz para dos divisiones aguardaba ser transportado. Pero, a dnde? Aquel material haba de ser transportado por unas carreteras que ya figuraban en la retaguardia rusa. Zukov estaba instalado en Oranienburg y sus avanzadas haban alcanzado Glienicke, donde de un momento a otro enlazaran con las avanzadas del I ejrcito de Ucrania, al frente del cual estaba Koniev. Qu es lo que deba hacerse con aquellos hombres y aquel gastado material? Koller lo ignoraba. El general Stumpf, de la Luftwaffe, lo ignoraba. El jefe de operaciones del ejrcito Weichsel, general Detlevsen, lo ignoraba. Krebs, el jefe del Estado Mayor General, lo ignoraba. Era la noche del 22 de abril. En Wildpark-Werder, Koller, el jefe de la Luftwaffe, se despert y cogi el auricular del telfono. Hitler estaba al aparato. Maana tendr lugar el ataque de Steiner. Cules son las disposiciones adoptadas por la Luftwaffe para apoyar su accin? Koller inform: La Luftwaffe ha puesto a su disposicin de doce a quince mil hombres. El general Stumpf ha organizado sus fuerzas de tierra con batallones y compaas. Sin embargo, no puedo asegurar que esas tropas, que no estn acostumbradas a luchar en tierra, sean demasiado eficientes. No han sido adiestradas en esa clase de lucha y adems estn muy mal equipadas. Esa gente carece de armas pesadas. Hitler se hizo cargo del pesimismo que reinaba, pues tan desalentadoras eran las palabras como el tono en que fueron pronunciadas. Se refiri a la situacin en general y demostr saber que, por el norte y el noroeste, los rusos haban llegado hasta las afueras de Berln, que algunas avanzadas haban rebasado la capital y que la tenaza enemiga poda cerrarse de un momento a otro. Pero luego, tras haber hecho una larga explicacin, dijo: Ya ver usted como los rusos sufrirn ante las puertas de Berln la mayor derrota de su historia. Koller se llev las manos a la cabeza. No tuvo tiempo de contestar, pues Hitler colg el telfono de un modo brusco e inesperado. Los rusos sufrirn ante las puertas de Berln la mayor derrota de su historia dijo Hitler a Bormann. Y lo mismo repiti al oficial de ordenanza que estaba inmvil junto a la pared, y a la secretaria que, ante una mquina de escribir, trabajaba en su despacho. Y repeta aquello con el mismo tono con que hubiera podido decirlo sentado en el silln de una peluquera. El puesto de observacin de Friedrichshain registr aquel da quinientos disparos de la artillera rusa sobre la ciudad. En las calles de Berln surgan fuentes de piedra, asfalto y porquera. Las granadas de la artillera pesada caan sobre las casas de la capital y causaban impresionantes destrozos. Con sus 88

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maletas y camas, la poblacin de Berln estaba metida en los refugios y no poda salir de ellos, pero algunas gentes se vean obligadas a salir de vez en cuando aunque slo fuera para ir a buscar agua. Pues la vida s poda ser arriesgada, pero sin agua era imposible vivir.

LAS HORAS CONTADAS

Tras la Alexanderplatz, en la Landsberger Strasse, en uno de cuyos stanos se haba refugiado el coronel Zecke, estaba la misma mujer que le haba puesto paos mojados sobre el rostro. En compaa de unas vecinas, la mujer iba en busca de agua. Eran las cinco de la maana. Las ruinas estaban envueltas en grandes nubes de polvo y humo. Sobre el piso de la calle se reflejaba una luz de color verdoso. Las llamas de un almacn de maderas extranjeras producan aquel reflejo. Los rostros de las mujeres adquirieron una tonalidad verdosa. Caminaban arrimadas junto a las ruinas de las casas. Llevaban sendos cubos. Haba cesado el horrible estruendo de las sirenas, que ya no volveran a funcionar a causa de la falta de fluido elctrico. Todo, incluso lo peor, tiene un lado bueno dijo una de las mujeres a su vecina. Ya no oiremos ms esa horrible sirena. En caso de peligro se disparar tres veces seguidas. Qu estupidez! Quiere usted decirme quin ser capaz de distinguir tres disparos seguidos en medio de ese ensordecedor ruido? El ruido de las bombas haba quedado ahogado en el estrpito del frente. La artillera disparaba sobre la Landsberger Strasse. Unos obuses hacan un ruido sordo, otros silbaban y otros zumbaban de un modo muy apagado. Las mujeres haban llenado sus cubos y emprendan el camino de regreso. La seora Riele dej su cubo sobre el suelo y mir hacia arriba. Ante su casa, en el farol que haba frente a la puerta de entrada, colgaba un impresionante envoltorio humano. Era un soldado a quien una patrulla de vigilancia haba descubierto aquella noche en un refugio. Ahora colgaba con un cartel colocado sobre el pecho. Las dems mujeres tambin se detuvieron y estuvieron contemplando el horrible espectculo. Una voz sali del portal de la casa. Muy bien! As debera hacerse con todos los cobardes! La mujer sinti un escalofro y las dems vieron como, entre el polvo y el humo, empalideca su rostro. Pareca no relacionar lo que acababa de ver y lo que acababa de or. No quera reconocer aquella voz. Era la voz de su esposo. Aquella escoria humana estaba en el portal de la casa y no se avergonzaba de hacer semejantes observaciones e incluso haba quienes aprobaban sus comentarios. Franz tambin estaba all. Djate de tonteras! le dijo a Riele.

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Todava haba muchos tontos crdulos y ciegos. La seora Riek sinti deseos de contestar a su esposo, pero apret los labios y se contuvo. Los rostros de algunas vecinas no le inspiraban confianza. "No; todava no... Si los rusos estuvieran aqu!" No te quedes aqu parado! le grit a su marido. Mejor haras en llevar el cubo! Se separ de las dems mujeres y entr en la casa. Pas ante una fila de cadveres que haban sido colocados junto a la pared del corredor. All estaba un viejo matrimonio y la hija de ste, que se acababa de suicidar; Wilhelm, el viejo veterano, tambin estaba en la fila. Dos semanas antes haba sido herido por una esquirla y aquella noche haba dejado de existir. La ltima de la fila era la duea de la casa. Se haba quedado sin morfina y, sin decir palabra, se haba abierto las venas. Por qu ha dejado de venir estos das el seor Splge? pregunt la seora Wittstock a su marido. Porque ese muchacho tiene un gran carcter contest el seor Wittstock a su esposa. Le estaba muy agradecido a Vicco Splge, su viejo compaero, a quien haba alquilado unas habitaciones de la casa. Pero desde haca unos das, es decir, desde que Zecke se haba marchado, Splge no haba vuelto a comparecer. Un buen muchacho ese Splge. Pero ahora no estamos en circunstancias como para recibir cada dos por tres la visita de un coronel de Propaganda. Comprendes? La seora de Wittstock lo comprenda perfectamente. Desde haca doce aos haba comprendido que en su casa siempre haba de haber gente nueva. De todos modos, Wittstock haba conservado algunas viejas amistades, que fueron sirviendo de teln de fondo. Wittstock se acercaba ahora a ese teln. Haba estado pensando que lo mejor sera volver a tomar contacto con el "mundo de ayer" que fcilmente poda ser el "mundo de maana". Y as, por ese motivo, haba vuelto a establecer contacto con un tal doctor Dreyer. S; el doctor Dreyer era el hombre que necesitaba. Nunca haba roto las relaciones con aquel hombre, que era un personaje "del otro lado". Wittstock no perdi el tiempo, pues los acontecimientos se haban precipitado de tal manera que cada minuto tena un incalculable valor. El Tercer Reich tena las horas contadas. Y fue en busca del doctor Dreyer, a quien encontr en su despacho de la Potsdamer Strasse, donde el doctor tena instaladas las oficinas de una "Sociedad Textil", que en cierto modo dependan del Ministerio de Economa. Las oficinas estaban llenas de gente. Nadie trabajaba y todos hablaban en voz alta, y el telfono iba de una mano a otra. Al igual que todas las dependencias del Ministerio de Economa, las oficinas de la "Sociedad Textil" estaban siendo desmontadas. Wittstock se enter de que una parte del Ministerio iba a ser trasladada a Munich o a Berchtesgaden, al "Gobierno del Sur", y que otras dependencias se hallaban camino de Schwerin, donde funcionaran bajo el control del "Gobierno del Norte". "Gobierno del Norte", "Gobierno del Sur"; qu quera decir todo aquello? Lo que ocurra en la "Sociedad Textil" era un 90

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ejemplo en pequeo de lo que estaba sucediendo en todas las dependencias oficiales del Tercer Reich. Wittstock salud a su "viejo amigo" Dreyer, que en aquel momento estaba muy ocupado en tranquilizar a un enjambre de empleados que no saban qu hacer. Qu es lo que ocurra? Qu quera decir aquello de "Gobierno del Norte" y "Gobierno del Sur"? No; nicamente se trataba de un jefe superior, de un subsecretario, que al frente de una columna de autos y camiones en la que se haba hecho buena provisin de gasolina, aguardiente y comida esperaban en la Potsdamer Strasse y estaba a punto de emprender el viaje a Schwerin. El Subsecretario se llevaba consigo a algunos funcionarios y los restantes, que tambin crean tener derecho a marcharse de Berln, apabullaban con sus quejas al doctor Dreyer, su jefe. Dada la imposibilidad de entablar una conversacin en medio de aquel desbarajuste, el doctor Dreyer invit a Wittstock a un caf de al lado. Era un pequeo establecimiento en el que hasta haca poco poda uno encontrar buen caf y excelentes golosinas. Pero ahora no se trataba de tomar buen caf ni de comer buenas pastas, sino de algo mucho ms importante; ahora convena hacerse con un documento que le garantizara su seguridad personal y luego era necesario reanudar la vieja amistad con el doctor Dreyer. Una vez expuesto su deseo, Wittstock acompa al doctor a su oficina. A pesar del desbarajuste que reinaba, el doctor Dreyer pareci no tener ninguna dificultad para la confeccin del documento, que al poco rato ofreci a Wittstock. El doctor Dreyer le dijo que tambin haba redactado un oficio a la jefatura de la milicia popular en el que certificaba que el seor Wittstock trabajaba como colaborador en el Ministerio de Economa. Y despus de darle aquella agradable noticia le entreg la copia del oficio, que en un momento dado podra serle de gran utilidad. Luego, al despedirse, el doctor Dreyer le invit a asistir a una reunin que se efectuara aquella misma tarde. Asegur que se trataba de una reunin muy interesante, a la que asistiran personas de gran importancia para el da de maana. Dreyer insisti de tal manera que Wittstock determin invitar luego a su casa a algunos de aquellos desconocidos personajes. Aquella misma maana se present Wittstock en la jefatura de su barrio donde dio cuenta de su nueva ocupacin y donde un funcionario estamp sobre su carnet de identidad estas palabras: "Slo presta servicio en caso de extrema gravedad". Y antes de devolver el documento a Wittstock marc la tarjeta con dos o tres estampillas. La reunin de la tarde se verific en una casa de Zehlendorf. Se trataba de gente muy heterognea. El dueo de la casa era un sndico de las industrias del acero y del carbn. Entre los asistentes figuraban un alto empleado del Instituto Econmico para la comparacin de precios, un agente de seguros, un empleado de Banco, un especialista en cuestiones de energa elctrica, un empleado en la seccin de estadstica de la industria del cuero y otro empleado de la misma seccin de las industrias qumicas. En la calle se desmoronaba lo ltimo que quedaba del Tercer Reich. Ante las ventanas de la casa llamada "Bajo las encinas", pasaban grupos de fugitivos procedentes de los barrios extremos de la capital. Largas caravanas de coches y camiones se dirigan hacia Potsdam y el enorme trfico atraa a los cazas rusos, cuyas ametralladoras no cesaban de disparar sobre la gente y los 91

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vehculos. Vuelos rasantes, disparo de ametralladoras, bombas. Y aqu, en el interior de la casa, sentados ante una mesa redonda, unos seores discutan acerca de la nueva ordenacin econmica de Alemania. Uno de los asistentes se extendi acerca de "las medidas que tras la guerra debern regir el exceso de dinero" para que, sin rozar siquiera los peligros de la inflacin, mediante procedimientos puramente capitalistas, pudiera evitarse el gravsimo problema del paro obrero. El debate se fue alargando. Wittstock se esforzaba en prestar atencin a lo que all se deca, lo cual le costaba un gran esfuerzo, pues no tena la ms pequea idea de las gestiones objeto del debate. Ni tan siquiera solicit la palabra cuando alguien combati el voto femenino, que tanto haba ayudado al rgimen nazi y que convena abolir en la Alemania de la postguerra. Un tremendo estampido interrumpi el debate. Los asistentes se precipitaron hacia el refugio y una vez instalados en l trataron de proseguir la discusin, pero el ruido era tan grande que las voces quedaron ahogadas. Posiblemente se trataba de una batera alemana de gran calibre, instalada en el Jardn Botnico. Cuando las bateras rusas trataron de silenciar el arma alemana se produjo un espantoso estruendo y los asistentes abandonaron la casa "Bajo las encinas" y se dispersaron a toda prisa. El doctor Wittstock regres a Wannsee. Wittstock estaba satisfecho con lo obtenido aquellos dos ltimos das. De momento, pues, no pensaba hacer ninguna nueva gestin. Pero el doctor Dreyer tena una prisa incontenible. La misma noche del da en que fue a visitarle a las oficinas de la "Sociedad Textil", trajo Dreyer a su casa a dos individuos escapados de un campo de concentracin. Y ahora, al regresar a casa despus de aquella sesin, se encontr con un nuevo husped. No vena recomendado de Dreyer, sino de otro miembro de la camarilla. Era un individuo vestido con pantalones militares y guerrera. Pareca polaco. Wittstock le pregunt si vena de Tegel. El individuo le cont una historia increble acerca de cmo logr escapar de los rusos, y dijo ser estudiante. Y al preguntarle Wittstock de qu manera se haba apropiado los pantalones militares y la guerrera, no supo qu responder. Luego, al hacerle nuevas preguntas, se invent otra historia, tan fantstica como la anterior. Dijo que, al principio, le obligaron a ingresar en la Wehrmacht, donde hizo espionaje a favor del gobierno polaco en el exilio. Explic que ms tarde fue detenido y conducido a Viena y a Tegel, donde permaneci durante dos aos, y luego, en compaa de otros muchos presos, fue trasladado a Spandau, de donde sali cuando los presos fueron encuadrados en batallones destinados a la defensa de Berln. As pudo escapar de los alemanes. La huida de aquellos hombres supona una carga para Wittstock, pero aquel individuo, que dijo llamarse Boguslaw Sikowski, le produjo en seguida muy mala impresin. Quiz era verdad lo que acababa de contar, pero quiz no fuera ms que un embuste, y Wittstock crey que se trataba de esto ltimo. Sikowski, empero, hablaba el ruso y Wittstock pens que aquel hombre podra servirle de intrprete durante los primeros momentos de la ocupacin y adems no estara mal tener en la casa algunos escapados de presidio (Dreyer le haba mandado adems a dos mujeres escapadas de Moabit) cuando los rusos entraran en la ciudad. 92

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De momento tena un pase especial y una cartilla extraordinaria de racionamiento. Por otra parte, Dreyer le haba hecho una especie de credencial para el caso de producirse un levantamiento de la poblacin. As, pues, estaba asegurado por todos lados. Pero aquellos fugitivos le ponan nervioso. Y en su casa ya no se estaba como antes. Ahora se oa la artillera y algunas granadas haban cado cerca de all. Aquellos das estuvo ocupado en arrancar algunas contraventanas y colocarlas luego en el stano. Corran las ms fantsticas noticias. Se deca que en Schneberg unos desertores y saboteadores haban sido colgados de los faroles y aquello era una fea perspectiva para l, que tena la casa llena de fugitivos y desertores. Wittstock se dio un paseo por su casa y fue luego a visitar a la seora Aachern, que desde haca das no haba vuelto a tener noticias de su marido, desaparecido a bordo de su avin. Al caer la tarde trajo Dreyer a las dos mujeres procedentes de la prisin de Moabit. Dreyer tena prisa y se march en seguida. Wittstock acompa a las mujeres al stano, donde estaban los otros huspedes. Una de ellas era la secretaria de uno de los ajusticiados el 20 de julio y la otra, que dijo llamarse Halen, era una mujer joven y de aspecto muy delicado que caminaba con dificultad. Wittstock volvi a darse un largo paseo a travs de la casa y el jardn. De seguir sus impulsos se hubiera ido a esconder en la pequea trinchera del jardn. Descendi al stano, pero el stano se le antoj ser como una crcel y subi a su habitacin, se tumb sobre la cama y se cogi la cabeza con ambas manos. No quera saber nada ms del mundo. Son el telfono. Su mujer estaba hablando con una amiga de Nollendorfplatz. "Aqu tenemos vuelos rasantes y disparos artilleros; por lo dems todo va bien", dijo. Wittstock se quej. No te encuentras bien? Tengo dolor de cabeza. Cogi un libro. Tambin l se haba interesado antao por las nuevas ideas. Pero no le haban atrado autores como Carlos Marx y Lenin, sino Romain Rolland, cuyo "Beethoven" ley con mucha atencin, Hermann Hesse y Joseph Conrad. Ley el "Beethoven" hasta que las lneas se convirtieron en algo borroso. Su mujer volvi a llamar por telfono. Luego entr en la habitacin y le dijo: Ayer estuviste en la "Sociedad Textil" y las S.S. acaban ahora de ocupar la casa. Tambin me han dicho que han cortado el camino a Berln. Wittstock lanz el "Beethoven" por los aires, se levant de un brinco y exclam: Qu voy a hacer ahora? Luego, al cabo de unos momentos, baj precipitadamente a la carbonera. Revolvi entre los escombros y finalmente sac un viejo cartel de propaganda del "Socorro Rojo Internacional". Aquel cartel era un regalo que el pintor expresionista Wilhelm Seifert le haba hecho haca ms de veinte aos y que l haba guardado, cuidadosamente embadurnado con carbn, en aquel rincn de la casa. Haba guardado el cuadro como recuerdo de sus aos de juventud, de aquellos aos en que frecuentaba los cafs de la Kurfrstendamm, y que tantas 93

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veces aor ms tarde. Y tambin lo guard como recuerdo de su viejo amigo el pintor. Ahora, sin embargo el cuadro poda tener una utilidad muy diferente. Fue en busca de un cubo con agua y limpi la superficie de la tela, que estaba totalmente ennegrecida. En el cuadro se vean unas fbricas, y sobre ellas, en lo alto del cielo, destacaba la luna. En primer trmino apareca un demacrado trabajador. El cuadro se titulaba "Hambre en Alemania". Una vez limpiado, Wittstock cogi el cuadro y se lo llev al piso superior con la intencin de colgarlo sobre su mesa de trabajo. Luego, sin embargo, le pareci que todava era algo precipitado y que alguna persona no grata podra verlo. As, pues, lo coloc tras un armario, pero en seguida le pareci que tampoco aquel era el lugar ms apropiado y, tras mucho ir y venir, volvi a descender al stano y dej la tela en la carbonera, donde estaba. Su esposa volva a telefonear. Irene, de Blankenfelde... Cllate, por favor! Cllate! Wisttstock no dijo ni una palabra ms, y se qued sentado donde estaba, con mil pensamientos bullndole en la cabeza. Su rostro estaba plido, y un mechn le colgaba sobre la frente. Tena miedo. Oyes? Oyes? Blankenfelde ha sido tomado por los rusos. Casi no ha habido combates. No ha ocurrido nada de particular. A Irene nicamente le han quitado el reloj. El "Ortsgruppenleiter" se ha suicidado. Los rusos... Ojal estuvieran aqu!

BAAL ABRE LA BOCA

El capitn Boehlke haba encontrado la pista del general Meuspath. En el Ministerio de Propaganda le dijeron que el Estado Mayor de Meuspath estaba instalado en la Dorotheenstrasse. All, en aquel gran edificio de ladrillos rojos. Creo que es un colegio o una Universidad. All es donde el general tiene su estado mayor, capitn le dijeron. El capitn lleg ante el edificio de ladrillos rojos de la Dorotheenstrasse. Centinelas y ordenanzas. Los pasillos estaban llenos de oficiales que iban y venan. Las aulas se haban convertido en oficinas En cada habitacin haba una montaa de papeles. Los telfonos llamaban sin cesar. Aquello tena el mismo aspecto que antes haba visto en las oficinas militares de la Hohenzollerndamm. Por toda partes se vea un continuo ir y venir de oficiales. Meuspath, el general Meuspath..., quiz est en la lnea de fuego. Pero permtame usted, mi capitn. El teniente a quien se diriga se qued un momento pensativo y dijo: Meuspath, dice usted que se trata de un oficial de artillera, de alta graduacin? Pues, s; precisamente, aqu en el patio hay unos artilleros. El capitn Boehlke descendi al patio. Alguien le dijo que el da anterior

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haban sacado de all la impedimenta. Al cabo de un buen rato y despus de haber hecho muchas preguntas, el capitn Boehlke dio con un teniente del estado mayor del general Meuspath. Por fin, despus de haber estado en Praga, Dresden y Potsdam, haba encontrado la pista del general. El general Meuspath haba instalado su cuartel general en Frstenwalde, al este de Berln. El teniente dijo estar all por motivos de servicio y esperaba tener una oportunidad de trasladarse en seguida a Frstenwalde. Nadie en la casa les indic la manera de llegar a su destino. Despus de mucho preguntar, empero, un capitn les aconsej ir a la GeneralPape-Strasse, desde donde todava partan algunos coches. El capitn Boehlke y el teniente Hergesell se pusieron en camino. En las oficinas militares de la General-Pape-Strasse reinaba la misma agitacin que acababa de ver en la Dorotheenstrasse. Oficiales que telefoneaban y gritaban desde unos despachos cuyas puertas estaban abiertas de par en par. Por todas partes se vean armas y paquetes. Aquellos oficiales parecan estar borrachos o medio borrachos. Un comandante lloriqueaba. Unos oficiales coman en un despacho. Deba ser un banquete de despedida. Antes de que alguien les atendiera, Boehlke y Hergesell tuvieron que ponerse en una cola y aguantar el discurso de un jefe a cierto capitn que deseaba marcharse hacia el Sur. El orador trataba de subrayar la importancia que Berln tena entre Europa occidental y Rusia, y termin con estas palabras: "No, capitn; nadie saldr de Berln. Se han acabado los medios de transporte. Berln va a ser defendido hasta el ltimo hombre y todos aquellos que se encuentren en la capital debern tomar parte en su defensa." Frstenwalde? Direccin Kstrin... S; pues han tenido ustedes suerte. Dentro de unos momentos saldr un transporte para donde ustedes desean. El gran patio de aquel viejo y destartalado casern estaba lleno de autos y camiones, entre los que se vean dos autobuses de dos pisos, de los que hacan el recorrido por la ciudad. Los autobuses estaban llenos de gente. Boehlke y Hergesell montaron en uno de ellos. Se sentaron en el momento en que arrancaba el autobs y, seguido de algunos camiones, comenzaba su viaje. Hemos tenido suerte. S; el tipo estaba medio borracho contest Boehlke. El teniente Hergesell era oficial de la Plana Mayor de Meuspath. Ahora acababa de estar una semana en Berln. Casualmente me march del frente en que la artillera rusa abri el primer fuego graneado contra la ciudad. El frente se aguanta gracias a lo que usted ya debe suponer. Yo no supongo absolutamente nada contest Boehlke. No est usted enterado, capitn? Hasta ahora la divisin "Kurmark" ha taponado todas las brechas. Ante nosotros tenemos una seleccin de antiguos germanos, ya sabe usted: unidades heterogneas, compuestas de polacos, letones, suabos y dems gente. Luego viene la divisin "Nederland", de las S.S. Pero "Kurmark" es la pieza maestra del conjunto. Est compuesta por excelentes soldados. Hergesell ech una casi despreciativa mirada a su alrededor y pas revista a los dems pasajeros, que con caras tristes miraban el desolado paisaje. Aquella gente proceda de una unidad formada en Spandau. Hergesell cambi 95

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algunas palabras con su vecino. Era un obrero metalrgico. Todos ustedes son trabajadores de Spandau? pregunt Hergesell. Casi todos respondi el hombre. Algunos, sobre todo los que van en el otro autobs, proceden de la prisin de Tegel y de la de Moabit. Hace dos das fuimos trasladados al cuartel de Spandau. Aquel hombre deba tener unos cuarenta y cuatro aos, y todos los dems tenan entre cuarenta y cincuenta. No tienen edad para tales trotes opin Hergesell, al tiempo que se volva hacia Boehlke. A esa edad todo les hace dao. Desde luego, esa gente estara mucho mejor trabajando en los tornos dijo Boehlke, y al cabo de unos momentos exclam: Pero, hacia dnde vamos? Hubiramos debido pasar por Erkner! El autobs avanzaba en direccin Este, por la carretera que conduca a Kstrin. Hergesell se levant y habl con el conductor. No podemos pasar ante Frstenwalde. Debemos ir a Kstrin por Mncheberg y Heinersdorf. Pueden ustedes apearse en Heinersdorf, donde seguramente encontrarn algn medio para llegar a donde desean. Rdersdorf qued atrs. La carretera tena el mismo aspecto que todas las carreteras de los alrededores de Berln. Mujeres y nios. Aqullas cargadas con maletas y stos con mochilas. Hombres y mujeres empujando pequeos carricoches. En el cielo zumbaban algunas "mquinas de coser" rusas que volaban muy despacio y no disparaban ni dejaban caer ninguna "maceta con flores", sino que describan grandes crculos y vigilaban el xodo de las gentes. De vez en cuando algn francotirador escondido en la maleza disparaba contra ellas. Hacia el Norte se oyeron algunos disparos. Las conversaciones cesaron en el autobs. Los individuos procedentes de Spandau miraban aterrorizados. De pronto, apareci un pequeo afluente del Spree. Las aguas estaban cubiertas de hojas secas. Tiempo atrs, a bordo de una canoa, Boehlke haba surcado aquellas tranquilas aguas, que corran entre los verdes prados y comunicaban los lagos entre s. Haca ya mucho tiempo de aquello y entonces nadie se esconda entre los rboles y nada se oa zumbar en los cielos. Llegaron a Mncheberg. Los dos autobuses se detuvieron. No se vea ningn habitante y las calles estaban absolutamente desiertas. En la ciudad se oan las explosiones de las bombas. Respiraron un fuerte olor a quemado. Cuando hubieron dejado atrs el cruce de carreteras y avanzaban en direccin hacia Frankfurt an der Oder, vieron una espesa columna de humo que se alzaba entre las casas de Mncheberg. Se preguntaron si Mncheberg estaba sufriendo un ataque enemigo. En aquel momento silbaron unas balas, que pasaron junto al autobs. Los tiradores estaban apostados junto a la carretera, entre los rboles. Unas balas rompieron los vidrios de las ventanillas y otras atravesaron el costado del autobs y se incrustaron en el techo del mismo. En el suelo no haba sitio suficiente para todos. Los hombres cayeron unos sobre otros. El conductor aceler la marcha cuanto pudo. Los autobuses pasaron luego entre una doble hilera de casas envueltas en llamas. Heinersdorf qued atrs. La carretera lateral por la que en seguida avanzaron, se haba convertido en un intransitable camino vecinal. Cesaron los disparos y cada cual volvi a su sitio. Eran un par de rusos que se haban colado entre nuestras lneas dijo 96

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Hergesell. Pronto terminar todo eso. Estoy seguro de que no cree lo que est diciendo, querido Hergesell. En qu quiere usted que crea? En la realidad, teniente. En este momento deberamos apearnos. Pero ya ve usted, pasamos de largo, pues es imposible. No; apearse era algo inimaginable. El autobs marchaba lo ms aprisa que poda y su compaero segua a poca distancia. Unas piedras volaron por los aires. Una nube de polvo surgi sbitamente. Gritaron unos heridos. Los frenos chirriaron y el autobs se detuvo. Unas columnas de humo y tierra surgan, aqu y all, sobre el campo. Las granadas silbaban en el aire. El autobs que vena tras ellos estaba envuelto en llamas. Se haban metido en medio de la batalla. Se precipitaron hacia una hondonada. All abajo haba un bosquecillo en el que hubieran podido protegerse. Pero les mandaron continuar y los que ya se haban echado al suelo tuvieron que levantarse de nuevo y seguir adelante. Fueron conducidos hasta el otro lado del bosque. Al borde de la espesura, a diez o quince metros sobre sus cabezas pasaba una va de tren. Entre las vas se vean varias filas de soldados tendidos boca abajo. Aquello era el frente, el frente del Oder; la segunda lnea donde se haba retirado la famosa divisin "Kurmark". La lnea era delgada, muy delgada, tanto que haba sitio suficiente para los recin llegados de Spandau. Entre cada dos soldados de la divisin "Kurmark" fueron colocados cinco recin llegados. Fueron repartidos fusiles. Los oficiales mandaron disparar a las nubes de polvo y a las sombras que entre ellas se arrastraban. Pero aquello resultaba muy difcil, pues las sombras se movan con gran rapidez y de improviso. Supieron que se encontraban en Lietzen o en las cercanas de Lietzen. Lietzen y sus alrededores era frente de combate y las nubes de polvo contra las que disparaban, tanques rusos, y las sombras que entre ellos brincaban, soldados. Hurra! Aquello fue demasiado. La hondonada y el bosque ofrecan un asilo seguro. Alguien se levant de la hilera y sali corriendo. Otro le sigui inmediatamente. Y luego corri otro ms. Los recin llegados huyeron hacia el bosque. Un oficial grit: A dnde vais? Quietos! Quietos! Volved en seguida! Pero los de Spandau parecieron no or la orden y continuaron corriendo. Quietos o disparamos! Volved atrs! Algunos hombres se echaron a tierra y luego continuaron corriendo. Unas rfagas de ametralladora pasaron sobre sus cabezas. No hay nada que hacer, capitn. No hay nada que hacer dijo a Boehlke el ayudante del batalln. Solamente hay un camino para Heinersdorf y por ahora no est transitable. S; ya lo veo. No comprendo cmo han podido pasar por Heinersdorf y mucho menos cmo han conseguido atravesar Mncheberg. Nosotros creamos que Mncheberg estaba ocupado por los rusos. Y lo est. Seguramente slo han ocupado el norte de la ciudad. Creo que nicamente hay all algunas avanzadillas. Con un "Tigre" 97

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podramos atravesarlas con relativa facilidad. No creo que eso sea un gran problema. Todava estamos a tiempo de emprender la retirada. Las avanzadillas, sin embargo, van engrosando por momentos y cada vez ser ms difcil llegar hasta Berln. S, y es probable que al final seamos cogidos en la ratonera. Todos, desde el general hasta el ltimo soldado, nos vamos a quedar en esta trampa. El general no hace ms que telefonear y siempre recibe la misma respuesta: el frente debe resistir. Ya ha visto usted en qu condiciones estamos combatiendo. Nuestros hombres estn tumbados sobre las vas. Y tambin ha visto que clase de refuerzos nos acaban de enviar. Vaya hroes! Pero, de todos modos, aguantaremos hasta donde podamos aguantar. Y aguantaron... Era una de las mejores divisiones del frente del Oder. Una divisin que dos das antes, cuando el cumpleaos del Fhrer, haba sido mencionada en el Cuartel General por su extraordinario comportamiento. Ha sido un momento crtico; sobre todo cuando los "nuevos" han escapado ante los tanques enemigos. Pero los "viejos" no se han dejado impresionar por ello. Los tanques han tenido que volver grupas. En el Este hemos visto muchas escenas como esta. Nosotros aguantamos, pero qu ocurre a nuestra espalda? Los rusos han irrumpido por el Norte y ya casi estn ante Berln. Lo nico que podemos hacer es retirarnos hacia la capital. Pero la orden no acaba de llegar. En estas circunstancias no nos queda ms remedio que esperar la orden de retirada dijo el capitn Boehlke y hasta que llegue la orden tendremos que empuar las armas. Casas que se venan abajo, cataratas de piedras, surtidores de escombros. La atmsfera estaba llena de polvo y el polvo pareca arder. Desde lejos desde Frstenwalde y Wriezen, desde Oranienburg y Hermsdorf, desde Wildpark-Werder, desde el campamento Maybach 1., en Zossen pareca como si la cola de un gigantesco cometa cado se hubiera precipitado sobre la capital. El Blocksberg pareca un inmenso globo de gas iridiscente. El Blocksberg, el Koterberg, el Huy... Y en lo hondo del infierno, en medio de un aquelarre, el tullido celebrante invoca el maleficio, y nadie de los que se aventuran en el infierno, para all besar el trasero de una asquerosa divinidad y acercarse a ella siguiendo los pasos de una danza ritual, puede volver atrs sin haber quedado herido en lo ms profundo de su humanidad y sin haberse convertido en un gato, en un lobo, en un cerdo o en otro animal cualquiera. El jefe del Cuartel General de la Luftwaffe entr en la habitacin del general Koller. El general Koller tena los ojos muy hundidos. Las noches de insomnio y mucho ms que sas, las reprimendas sufridas en el refugio del Fhrer, parecan haberle agotado. Las rias continuas y la constante amenaza de muerte haban acabado con su salud. Ante el dilema de permanecer todo el da en el despacho del Fhrer o de enviar all a un representante suyo, decidi mandar al capitn Christian. De aquella manera la responsabilidad quedara repartida. Haba pasado otra noche, pero qu noche! Qu locura! Estaba absolutamente agotado y necesitaba, por lo menos, una hora de descanso. Sin embargo, antes deba atender al jefe del Cuartel General; la gasolina se haba 98

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acabado en los aerdromos. Una columna de tanques de gasolina haba sido detenida por unos agentes motorizados de las S.S., quienes se llevaron cuanto pudieron. Cmo queran que volaran las escuadras sin gasolina? Bueno, al fin y al cabo, aquella misma situacin ya se haba producido en Rusia. No haba, pues, que admirarse demasiado. Koller mir al jefe del Cuartel General de la Luftwaffe como si lo viera a travs de una gruesa pared de vidrio. Eran las cuatro y cuarto de la maana y Koller se estaba durmiendo. Pero hizo un esfuerzo para permanecer despierto. Qu deca? Havel?... Potsdam? Que el camino hacia Wildpark ya no estaba asegurado? Qu est usted diciendo? La defensa de Berln ha sido fijada detrs de Havel, al otro lado de Potsdam inform el comandante. Una parte de nuestro cuartel general ha quedado ahora ms all de la lnea de defensa y no puede ser asegurado. Pues debemos asegurar la defensa nosotros mismos. Con qu, mi general? El ltimo batalln de la divisin "Hermann Gring" ha sido puesto a la disposicin de Steiner. As, pues, quiere usted decir que los rusos pueden presentarse de un momento a otro ante nuestra puerta? He colocado a unos motoristas en los puentes y carreteras que conducen a Wildpark-Werder. Eso es todo lo que podamos hacer. Bien; as los rusos no nos pillarn de sorpresa. Quiz podra trasladarse nuestro Cuartel General, mi general. No nos darn la conformidad para eso. No, esa conformidad no poda ser dada. En aquellos momentos el Fhrer tena otras preocupaciones. Por segunda vez en veinticuatro horas se celebraba en el Blocksberg otra misa negra. En el tabernculo hay humo y podredumbre, y el monstruo que esa noche pretende apagar la luz del mundo se llama Steiner. El escuadrn que aquella noche sali del campamento Maybach I, cerca de Zossen, y que iba al mando de un teniente, formaba parte de la guardia del jefe supremo del ejrcito. Tras la llegada de los ltimos informes, segn los cuales el mariscal Koniev haba irrumpido en Lausitz y cuyas vanguardias ya estaban ms all del Spreewald, el mando haba decidido emplear la ltima reserva en el sector de Luckau, que en aquellos momentos estaba seriamente amenazado por los rusos. Se trataba de un escuadrn de doscientos cincuenta hombres, dotados de armas pesadas de infantera, que tena que luchar contra centenares de tanques y un cielo lleno de aviones. Eran las seis de la maana cuando el capitn de caballera Boldt recibi la orden de marcha. Al otro lado del telfono se encontraba el jefe del escuadrn, primer teniente Krankel, que dijo: Ante nosotros han pasado unos cuarenta tanques. Atacar a las siete. Dos horas despus, Krankel volvi a comunicar: Nuestro ataque ha sido rechazado con grandes prdidas. Ms tanques enemigos en direccin norte. Las reservas se haban agotado y ya no haba armas para hacer frente a los cazas rusos, que no cesaban de describir grandes crculos sobre el cuartel 99

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general, en el que trabajaba el capitn de caballera Boldt. Tanques rusos en Baruth! El parte fue transmitido a Berln, al refugio del Fhrer. El parte, empero, no fue contestado. Tampoco lleg la orden de evacuar el cuartel general. El Fhrer nicamente atenda a las comunicaciones referentes al ataque de Steiner. Cree usted que el ataque se llevar a cabo en estas circunstancias? pregunt Boldt. S, el ataque se efectuar a las once contest el oficial de enlace. Antes de las once, Krebs, Boldt y Loringhoven entraron en la Cancillera. Descendieron hasta el ltimo refugio, bajaron por la escalera de caracol, atravesaron el largo pasillo que conduca a la sala de reuniones. Hitler estaba sentado ante la mesa y estudiaba un gran mapa desplegado sobre la misma. Estaba completamente abstrado. Al cabo de un rato alz la cabeza y se fij en los recin llegados. Haba un ambiente como el que pudiera haber habido en una fbrica de explosivos cinco minutos antes de volar por los aires. El descompuesto rostro del Fhrer temblaba. Y su temblorosa mirada peda, suplicaba, solicitaba noticias acerca del ataque de Steiner. Pero la noticia no llegaba. Steiner no haba informado. El ataque no haba comenzado. Y nadie saba cundo comenzara. Crea que el ataque se producira a primera hora de la maana, o en el peor de los casos, antes del medioda. Era aquella una voz vaca que los presentes escucharon con el aliento contenido. El general Krebs, jefe del Estado Mayor General, hubiera debido decir que, segn informaban todos los partes recibidos, Steiner no haba podido tomar posiciones, pues no pudieron ser colocadas tropas en los puntos fijados por el mando, y hubiera debido aadir que buena parte de los efectivos, especialmente tropas de infantera y de las S.S., no haban llegado a su destino. Krebs hubiera debido informar al Jefe Supremo del Ejrcito de que hasta pasados dos das no poda esperarse ningn ataque, ni tan siquiera parcial, de Steiner. Pero el general Krebs, aquel seor bajito y de nariz colorada, que poco antes haba terminado con el teniente coronel Aachern y que ahora haba perdido su antiguo buen humor, no dijo nada de todo eso y opt por callar. De pronto se recibi un parte del Reichsfhrer de las S.S., Himmler: "Steiner est en posicin y el ataque ya ha comenzado." Hitler chill: Que la Luftwaffe compruebe inmediatamente si el ataque ha comenzado! El general Christian transmiti la orden al general Koller, que estaba en Wildpark-Werder. Pero el general Koller, que cada vez vea aparecer ms tanques rusos ante su cuartel general, quera saber antes que nada cundo podra retirarse de aquel lugar. Christian trat de hacerle comprender que el Fhrer no poda ser distrado en aquel momento. Aquella explicacin empuj a Koller hasta el borde mismo de la locura. Cmo podan tomar posicin las tropas en medio de aquel desbarajuste y sin que los mismos oficiales supieran el lugar exacto de su destino! Adems, antes de recurrirse a la aviacin deba saberse con certeza si Steiner estaba en condiciones de atacar. Tras su conversacin telefnica, el general Christian regres a la sala de conferencias. Hitler volvi a quedar absorto ante el mapa y pareci como si su cabeza fuera a apoyarse sobre la mesa. Luego se puso en pie y, con una 100

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expresin de mayor tranquilidad, se dirigi hacia la puerta, se volvi hacia los presentes y les dirigi una mirada vaca. Y con un imperceptible movimiento de cabeza indic que la reunin haba terminado. Nadie esperaba aquel desenlace. Krebs quera decirle si poda trasladar su cuartel general, pero ahora era demasiado tarde para ello. Hitler se meti en sus habitaciones particulares y a Krebs no le qued otra posibilidad que hablar con Bormann, pero ste no poda hacer nada sin la autorizacin del Fhrer. Krebs, Boldt y Loringhoven salieron del mundo subterrneo sin haber tratado acerca del posible traslado del Cuartel General. Montaron en su coche y, sin prestar demasiada atencin a los obstculos que haba en medio de la calle, a toda marcha se dirigieron hacia las afueras de la ciudad. Queran ir a Zossen, lo cual, en aquellas circunstancias, habida cuenta de la situacin en que dejaron el barrio donde estaba el Cuartel General, significaba la muerte o caer prisioneros de los rusos. Las calles de Zossen estaban llenas de fugitivos, pero los rusos no daban seal de vida. Ante el campo Maybach I haba unos cuantos coches y una veintena de cadveres cubiertos de porquera. Un hombre cruz la calle y se acerc al coche. Se present el primer teniente Krankel, cuyo rostro estaba tan sucio que nadie hubiera podido reconocerlo. Un poco ms all haba dos caones antiareos y otra veintena de cadveres. Aquello era todo lo que quedaba del escuadrn. Baruth haba sido tomado por los rusos. Los tanques enemigos se haban detenido luego a diez kilmetros del Cuartel General sin que nadie se pudiera explicar el porqu de aquella sbita detencin. Cunto tiempo permaneceran parados los tanques rusos? Krebs, Boldt y Loringhoven entraron en sus despachos y cada cual se precipit sobre un telfono. Comunicaron con Bormann, con Burgdorf, con Christian y con cuantos tenan acceso a Hitler. Las respuestas fueron desesperantes. Hitler se negaba a autorizar la evacuacin del Cuartel General. Transcurrieron treinta minutos. Unos cazas enemigos comenzaron a volar sobre el Cuartel General. Los impactos de los tanques cayeron cerca del edificio, cuyos ltimos vidrios saltaron por los aires. Por fin, a las trece horas, fue comunicado el permiso para evacuar. El Cuartel General deba ser trasladado a Potsdam-Eiche. Poco despus fue comunicado que la prxima reunin en el refugio del Fhrer tendra lugar a las catorce treinta. A toda prisa comenzaron en Zossen los preparativos de marcha. Fueron cortados un par de hilos del telfono y nicamente se empaquetaron los documentos ms importantes. Pero la mayora de las carpetas militares se quedaron donde estaban. Los coches de Krndel fueron cargados en un santiamn. El teniente coronel Boldt se puso al frente de la columna, tras la cual qued un paisaje fantasmagrico. El viento haca golpear las puertas. El gran portal de la entrada haba quedado abierto de par en par. Y tambin haba quedado abierta la enorme caja fuerte del despacho del general. El suelo del despacho estaba lleno de papeles. Los mapas colgaban de las paredes de la sala de reuniones. La central telefnica, que era la mayor de Alemania, fue dejada intacta. El primer ruso que all entrara no tena ms que descolgar un auricular para ponerse al habla con Dnitz, que estaba en Lubeck; con Gring, que se haba refugiado en Berchtesgaden; con Himmler, que se 101

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hallaba en Schwerin, y con Hitler, que permaneca en el refugio de la Cancillera. La columna se dirigi hacia Berln y se abri paso entre las personas, los carros, coches y caballos que obstruan el camino. Muchos fugitivos empujaban carretas y cochecillos con criaturas dentro. Viejos y enfermos, soldados heridos y familias enteras que arrastraban sacos, maletas y camas, avanzaban por todos los caminos e incluso a campo traviesa, en direccin oeste, con la nica preocupacin de huir de los rusos. Ms aprisa que los fugitivos corran los rumores: El centro de Berln est bajo el fuego de la artillera. En la Dorotheenstrasse han cado los primeros soldados. Los rusos han llegado hasta la Alexanderplatz. Los rusos han rebasado Berln y ya estn ms all del Havel. Ha cado Glienicke. Ha cado Brandenburg... La columna cruz la autopista y, por una carretera, pas por Grosbeeren, en direccin Oeste. A causa del intenso trfico, los coches se haban ido separando. Boldt orden detenerse a los que iban en cabeza y la columna volvi a formarse de nuevo. Llegaron a Potsdam en perfecta formacin. Al llegar al puente que hay junto al viejo castillo, la columna tuvo que detenerse de nuevo y qued inmovilizada entre centenares de coches taponados en aquel lugar. No podan avanzar ni retroceder. Los esfuerzos de Boldt, Krndel y de otros oficiales que tambin haban descendido de sus coches y trataban de poner orden fueron intiles. No les quedaba ms remedio que esperar a que los ingenieros despejaran el otro lado del puente que, a causa de un ataque areo, haba quedado lleno de coches despanzurrados. Y aquello poda durar horas enteras. Al tiempo que Boldt llegaba con su columna a Potsdam, Krebs y Loringhoven pasaban a toda marcha por Tempelhof y se dirigan a celebrar una conferencia con Hitler. Eran las dos de la tarde, pero nadie poda ver rastro del cielo primaveral. Desde cien kilmetros a la redonda se vea la inmensa nube de humo y polvo que se cerna sobre Berln. Era como si un gran meteoro hubiera cado sobre la capital. Segn el informe del puesto de observacin de Friedrichshain, aquella maana haban cado cuatrocientas granadas sobre la ciudad, desde la cual se haban disparado cuatrocientos caonazos. El mundo se haba cambiado durante aquellas veinticuatro horas. Casi se haba cerrado la tenaza alrededor de Berln. Una gran parte de los veinte mil caones que los rusos haban pasado sobre el Oder, haban sido emplazados entre el Mggelsee y los pequeos afluentes del Havel, y sus bocas arrojaban una implacable lluvia de fuego sobre el mar de casas de Berln. Un ininterrumpido trueno rodaba por los aires. Asfalto derretido. Cataratas de tejas. Surtidores de adoquines. El pequeo y adelgazado Krebs y el esbelto y elegante Loringhoven, llegaron a la Cancillera en medio de una gran tempestad. Entre los grandes montones de escombros de la casa de enfrente, se levantaban las columnas de la desaparecida entrada. Las casillas de los centinelas estaban vacas. No se vea a nadie. Los centinelas haban desaparecido. Tras haber cedido el paso a Krebs, Loringhoven brinc rpidamente sobre los doce escalones de la entrada. Un guardin apareci en el recibidor. Era un 102

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suboficial de las S.S., que les dej pasar sin exigirles la documentacin y que en seguida se perdi en la penumbra del gran recibidor. Krebs y Loringhoven avanzaron rpidamente hacia abajo por el estrecho pasillo tapizado. Una puerta de hierro. Ante ella dos individuos de las S.S. armados con pistolas ametralladoras y bombas de mano. Un largo corredor y en l una doble hilera de bien armados soldados de las S.S., algunos de los cuales se apoyaban medio dormidos a la pared. Una pared derruida les oblig a hacer un rodeo. Haba un psimo alumbrado, ola a yeso fresco y en el suelo haba un palmo de agua. Caminando sobre unos tablones atravesaron una cocina y dos comedores militares. Oficiales y suboficiales estaban sentados a la mesa, ante vasos de aguardiente, tazas de caf, platos llenos de comida y grandes trozos de pan. Otra vez escaleras y centinelas. Luego llegaron ante el ltimo control. Dos oficiales de la guardia personal de Hitler unos individuos con facha de boxeador, de narices y orejas aplastadas echaron una experta mirada a los bien ceidos uniformes de los recin llegados y registraron sus carteras. Los generales Christian y Jodl, as como varios oficiales de ordenanza y mecangrafas estaban aguardando. Esperaban a que el ayudante de Hitler, el "Sturmbannfhrer Gnsche" les acompaara a travs del ltimo pasillo a la sala de conferencias. Transcurrieron veinte minutos desde la entrada de Krebs y Loringhoven en el mundo subterrneo. Bajo la proteccin de una primera capa de ocho metros de cemento armado, del enorme laberinto techado con tres metros de hormign, en el ltimo reducto del refugio, hundido a quince metros bajo el suelo, no haba ninguna diferencia entre el da y la noche. Aqu estaba el reino donde nunca se levantaba el sol. Unas lmparas irradiaban una intensa claridad y unos silenciosos ventiladores renovaban el aire. Haba llegado la hora. No poda tratarse de un nacimiento, nicamente poda tratarse de ronquidos de muerte, de agona, de putrefaccin. Baal haba abierto la boca. A quin se ira a comer? A Bormann el piernicorto y barrigudo? Al general Burgdorf, que haba llegado hasta all completamente desmoralizado? Al mariscal de campo Keitel, cuyos ojos azules parecan los ojos de un bacalao? Al general Jodl? Al pequeo y delgado general Krebs, o quizs al mismo celebrante, que hasta entonces haba dictado el destino de las gentes y que ahora estaba celebrando aquella espantosa misa negra? El sucio tabernculo estaba a punto de resquebrajarse. Todo se vena abajo a causa de la mentira, el engao y la impotencia. Pero apareci el mismo de siempre y la conferencia comenz igual que otras muchas. Las conferencias que acerca de la situacin militar se celebraban junto a aquella mesa no tenan ms objeto que demostrar la clarividencia del Fhrer y sus extraordinarios conocimientos sobre estrategia. Magia negra que pronto se pagara con la sangre humana que habra de caer sobre las paredes del refugio. Las sucias manos del mago se agarraban al cuerpo de todo un pueblo para arrojar luego a hombres y mujeres al fuego. Bormann, Burgdorf, Keitel, Jodl y Krebs se sentaron sobre sendos taburetes, y en la presidencia de la mesa, sentado en un silln, se situ el Gran Brujo. Como de costumbre, la sesin comenz con los informes del Jefe del Estado Mayor General, general Krebs, y con la habitual exposicin del general 103

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Jodl. xitos locales en Sajonia, Italia e incluso en el Oder. Aparte de esto, no tenan nada ms que informar. Se callaron que los rusos haban alcanzado el borde de la ciudad, que las avanzadas de los tanques irrumpan por las primeras calles y que los ejrcitos rusos que operaban al norte y al sur de la capital estaban a punto de tomar contacto. Tampoco se refirieron al hecho de que el primer ejrcito ucraniano haba roto las lneas de defensa e irrumpa por el sur hacia Berln. Se habl de que los rusos haban tomado contacto con los norteamericanos en el Elba, pero como cada cuestin puede ser considerada de diferente manera, se dijo que aquel hecho podra originar la tan esperaba ruptura entre las dos potencias enemigas. Habl Jold y habl Krebs. Bormann mir a los dos con su acostumbrada desconfianza. Keitel permaneca tan tieso que pareca haberse tragado un palo, y su rostro estaba tan rgido como sus engomados cabellos. Burgdorf, el jefe de personal, que haba llegado al colmo de la indignidad, opin que las tropas reharan pronto su perdida moral. Los oficiales de ordenanza, impasibles testigos que presenciaban la escena sin pestaear, miraban desconcertados a los asistentes. Habl Jodl y habl Krebs, y la retrica con que presentaron la situacin fue algo asqueroso. Pero no por eso dejaron de tener efecto sus palabras y en el rostro del Fhrer las palabras de adulacin no hallaron ningn eco. No; los xitos locales en Sajonia y en Italia y la destruccin de dos tanques rusos en el frente del Oder no interesaron lo ms mnimo. El monstruo no se conmovi y, con el mismo tono y la misma violencia que hablaba en otras pocas, como toda respuesta, grit estas tres palabras: Ha atacado Steiner? Silencio alrededor de la mesa. Un estirado mariscal de campo y una serie de generales sintieron cmo se les encoga el corazn. Nadie respondi, pero la pregunta qued balancendose sobre la mesa bajo el grueso techo de hormign, como un extrao baln lleno de explosivos. Un leve aliento hubiera bastado para provocar la explosin, que no solamente habra acabado con aquella sesin en la que nicamente se haban dicho falsedades, sino que habra puesto fin a todo aquel mundo de falsedad y locura. Aquel silencio tena un sentido tan dramtico que incluso fue notado en la sala contigua. Los centinelas, secretarias, ayudantes y sirvientes, retuvieron el aliento. Los desorbitados ojos relampagueaban. En el plido rostro asom una expresin de desprecio, que en seguida se troc en otra de odio. No quiere contestar ninguno de estos imbciles! El monstruo se ech hacia adelante, puso ambos brazos sobre la mesa, ense los dientes y, comenzando por el mariscal de campo del monculo, fue observando a cada uno de los asistentes. Jodl se levant. La cobarda tena un lmite. Sobre alguien deba caer el rayo. Su voz fue un tenue susurro: Mi Fhrer: Steiner no ha atacado. El fantasma qued, de pronto, como anonadado y se dobl bajo aquel golpe. Su cabeza se convirti en algo demasiado pesado y sus ojos se desorbitaron. Cuando recobr la visin normal de las cosas, fij su mirada en el gran mapa que estaba extendido sobre la mesa. Se fij en el mapa y estudi las lneas que indicaban la presencia del enemigo alrededor de Berln. Y 104

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entonces, en aquel momento, identific aquella tenaza que de pronto se convirti en algo vivo. Y por primera vez se percat de que dentro de aquella tenaza no solamente haba una ciudad de tres millones y medio de habitantes que vivan ocultos en refugios, sino que estaba l mismo. Y le pareci or el ruido que aquellas tenazas producan al cerrarse. Ya no tena a ningn Steiner que pudiera abrir aquella tenaza y la rompiera luego en mil pedazos. No, no tena ningn Busse ni a ningn Heinrici. Ya no quedaba ninguna mquina de trinchar carne. Levant la mirada y todos los presentes palidecieron. Era la mirada de un loco. Y aquella boca acostumbrada a acusar lanz un dbil gemido: He sido engaado por las S.S. Nunca me lo hubiera imaginado. Termin el sollozo. Era primavera y un clido viento comenz a soplar. Las aguas de las montaas se precipitaron hacia abajo. Se produjo un gran estrpito, un tremendo traqueteo, un horrible zumbido. Una espantosa tormenta cay sobre aquella media docena de desgraciados: "Embusteros, canallas, infames, serpientes!" "He criado serpientes en mi pecho!" Se levant y se agarr al respaldo de la silla. Pareci que se le ensanchaba la nuez. Luego se desencaden un odio inhumano. Las voces rodaron hacia el techo de cemento armado, cayeron de nuevo y, como aguas desbordadas, arrollaron a los asistentes. Traicin y engao ante los ojos. En todas partes corrupcin. Y mentiras, mentiras, mentiras... La Luftwaffe ha fallado completamente. Todo el personal de la Luftwaffe debera ser ahorcado. Y la Wehrmacht no es mucho mejor. Cada general es un traidor y merece la pena de muerte. Los soldados son unos cobardes. El pueblo alemn es un pueblo insuficiente, deficiente, desmayado. Ese era el torrente de odio que chocaba contra las paredes y resonaba en los largos corredores. El torrente se detuvo de pronto. Fue una pausa brevsima, como para tomar aliento, y luego continu. La voz chill: Todos afuera, excepto Bormann, Burgdorf, Keitel, Jodl, Krebs y las dos mecangrafas! Los ordenanzas salieron de la sala de conferencias y se reunieron en el despacho contiguo con el tembloroso grupo de los ayudantes, guardias personales, secretarias, oficiales de enlace, representantes de la Wehrmacht y altos funcionarios del Reich. All estaban el general Christian, de la Luftwaffe; Fegelein, el representante de Himmler, y el embajador Hewel, y junto a ellos estaban el cocinero particular de Hitler, su chfer, el encargado de sus perros, y Eva Braun, que aparte de los oficiales habituales en el refugio, nunca era vista por nadie. Las puertas fueron cerradas. En la sala de conferencias los gritos se recrudecieron con mayor violencia que antes. El torrente haba arrancado ahora las piedras ms antiguas y profundas de su curso. Emergi todo lo olvidado. Y tambin emergieron los amoratados y verdosos rostros de hombres asesinados, estrangulados y fusilados. Seres desconocidos y altos dignatarios, todos revueltos en la misma corriente. All estaba el rostro campesino de Ernst Rohms, con sus ojos de perro fiel. Y all estaban Scheleicher y su esposa, y 105

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Heines, y Strasser, y centenares de vctimas cadas cuando el principio de su mandato, e incluso otras sacrificadas mucho antes, como Geli Raubal, que flotaba con el pecho destrozado por las balas, y un comunista desconocido cosido en un saco, y un sin fin de cadveres que se iban desprendiendo del limo que haba bajo aquellas aguas verdosas. Y todo aquello, para qu? Para qu? chill el monstruo. Para qu si todo ha sido en vano, si Alemania est condenada a desaparecer, y no es ms que una horda, una pasta amorfa? No me vengan ustedes con estas estpidas aclaraciones; cllense todos. No mezclen en la cuestin a esos aburridos, arrogantes y estpidos jefes de las S.S. ... No quiero saber nada ms. No quiero or nada, nada... Tambin las cinco cabezas que tena ante l la de Bormann, la de Burgdorf, la de Jodl, la de Keitel y la de Krebs, y tambin las de las mecangrafas estaban completamente deformadas y envueltas en algas, y unos peces se acercaban a ellas y las mordan. Y ninguna de ellas poda escapar, porque todas estaban clavadas a un mismo tabln. Todo lo arrastraba la corriente que se precipitaba hacia el mar. Y all en el mar, comido por la sal, todo haba de convertirse en cal. Cal, cal, cal... Resonaba bajo el techo y contra las paredes. Alemania es demasiado pequea, dbil y apocada. He perdido mis fuerzas en el servicio de Alemania, y las he perdido en balde. Nada puede salvarse. Pero yo no derramar ni una lgrima por Alemania; ni una lgrima... Chillaba, bramaba. Las cinco personas alrededor de la mesa estaban como encogidas sobre s mismas y no saban dnde ocultar sus rostros. Todo el mundo temblada al otro lado de la pared. Una nueva tempestad de odios sacudi al enfermo. Se abri el suelo y en la hendidura apareci un piso nunca visto. Una cascada de sonidos, de profundos ruidos, de ardiente lava y de palabras a medio decir. Nadie podr descifrar lo que las taqugrafas anotaron en sus cuadernos. Y ninguno de los asistentes comprendi el discurso. Nadie poda seguir el hilo de aquel discurso. Las frases quedaban cortadas a medio camino. Entre las palabras salan gargarismos y espuma. Y los rostros de Burgdorf y Keitel fueron salpicados por la espuma que brotaba de la boca del monstruo. Era el valle del Danubio quien hablaba. Chirriaron las carretas de los vndalos y silbaron las jabalinas de los hunos. Roma volva a caer: Qu gran

sarcasmo! Pero, cmo, es esto Roma? Maldita sea esta ciudad! Podrida y corrompida Roma! As lo ha querido tu degenerado pueblo.

Eso era el texto de una pera. Un joven escolar de diecisis aos paseaba por Linz, cierta noche del ao 1905, tras una representacin de Wagner. Y el pasado se haba hecho presente. Las carretas chirriaban y las jabalinas silbaban. Ms all de las paredes del refugio, las mujeres se acurrucaban bajo los rostros barbudos, junto a los coletos de cuero de los kurdos. Y en lo hondo del refugio alguien gritaba: "Maldita sea la ciudad! Nadie puede ayudar a este pueblo corrompido. Hoy se arrepentir de sus pecados. La desgracia se cernir sobre todos. El pueblo germano, el pueblo alemn, el pueblo teutn. Pero yo ya no lo rehabilitar, ni le devolver su antigua dignidad, ni lo conducir por ms tiempo, ni ser por ms 106

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tiempo su estrella." Tres horas haca que duraba el gritero. Tres horas haca que duraban los chillidos. El fantasma procedente de la cuenca del Danubio y que continuaba siendo un escolar salido del antiguo imperio de los Habsburgo, que no se resignaba a ser una forma vaca y que el viento de Versalles, de Saint Germain y del Triann haba hinchado y empujado hacia la escena de la historia contempornea, era un fantasma acabado y sus estertores eran los estertores de la muerte. La boca se abri sin fuerzas y Bormann, Burgdorf, Keitel, Jodl y Krebs vieron como aquel rostro se agigantaba hasta llegar al techo. El padre haba muerto en su posada de Linz. Y aquel epgono que haba surgido a causa de las rivalidades nacionalistas, de la cada de la monarqua danubiana, de la sangre y las lgrimas de la primera guerra, muri en la ms profunda gresca, en la que viva rodeado de heliogbalos, borrachos y libertinos, ante gentes a quienes el miedo haba empalidecido el rostro. Todo ha terminado! El Tercer Reich ya no existe. Los emblemas estn destrozados. Los estandartes de la cruz gamada, los estandartes de las S.S., la bandera de sangre, las cruces de oro y plata con espadas y brillantes, todo est por los suelos. Quin soy yo? Qu soy yo en realidad? Nadie os responder. Pero la pregunta s fue contestada. La respuesta sali del agotado corazn. La sangre apenas llegaba al rostro. La piel se torn blanca como el yeso. Un fantasma agit los brazos en el aire y cay deshecho, como fulminado. Qued tumbado en el silln, y llor, llor, llor... El fantasma balbuce: La guerra ha terminado, todo se ha perdido, todo ha sido traicionado: me matar. Me matar. Eso haba dicho, y nada... Ningn dios haba dejado caer su martillo contra el refugio, ni haba lanzado sus truenos a travs de las calles en ruinas de la ciudad. La tierra no se haba abierto. El cielo haba odo aquellas palabras y no haba sucedido nada. Nada, nada, nada... Quin es l? Un charlatn de caf de Munich, un annimo soldado de la primera guerra, un pintor de tarjetas postales de Viena, un escolar de Linz a quien los Commenda, Engstler y Huemer podan poner malas notas. Quiz un hijo de nadie. Un caballo reventado. Todava menos... Y otra vez: No esperaba eso. Eso no lo mereca. El ser humano es demasiado pequeo para saber apreciar algo realmente digno. Los hombres eran enanos. Afuera con ellos y a preparar la masa para hacer autnticos hombres! Pero ya es demasiado tarde. Ha sido un intento desafortunado y ya no queda tiempo para repetirlo. El hombre del silln se dobl ms sobre s mismo. Su rostro estaba cubierto de sudor y pareca pegajoso y sus ojos se haban quedado sin brillo. Estaba acabado. Se abri la puerta del pasillo. Entraron los favoritos de ms confianza. Afuera, Fegelein telefoneaba a Himmler, Hewel a Ribbentrop y Christian a 107

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Koller. Christian deca a Koller que no necesitaba venir. En el refugio se est desarrollando una escena histrica. El hombre del silln estaba desahuciado. El mdico ya no poda ayudarle. El desaseado Morell ya poda tirar su jeringuilla, pues ya no la necesitaba, como tampoco necesitaba sus pldoras. Ya puede marcharse el charlatn. Todos pueden marcharse y cada cual puede ir a donde quiera. Nunca abandonar Berln! Nunca! Nunca abandonar Berln, pues haba de convertirse en humo. Ya no perteneca al reino de los vivos. Lo que a partir de aquel momento haba de sucederle era como si afectara a un objeto inanimado. La guerra estaba perdida, y lo estaba desde haca aos y el no haberlo dicho en voz alta haba conducido a todos a aquella situacin. Pero no tena que ser as. El final no poda sobrevenir. El aparato montado por los usurpadores y que haba llevado a Alemania a la catstrofe, no quera dejar de funcionar. Los favoritos no queran retirarse. Los soldados deban continuar siendo empujados hacia el fuego. Los muchachos de las asociaciones oficiales deban continuar muriendo. Los pelotones de ejecucin deban continuar formados. Resultaba demasiado sencillo aquello de pegarse un tiro o de engullirse una pldora de veneno. El poder tena que continuar en pie y ya estaba tendida la mano que quera hacerse con l. Era la peluda mano de Bormann. Ya que Hitler haba muerto, no tena ms que hacer desaparecer aquel espantajo. As habl Bormann a los presentes. l no poda dejar en la estacada a un pueblo que con tanta fidelidad y durante tanto tiempo se haba mantenido firme. Fidelidad y largo tiempo... El rostro del impedido se ti de escarlata. Su brazo, que de vez en cuando sufra una sacudida, se qued inmvil. Nada poda hacerse en su favor. Las gestiones continuaron a su alrededor. La conjuracin prosigui su curso. No todo estaba perdido. Todava quedaban muchas probabilidades. Todava quedaban tropas alemanas en las montaas de Austria y en Checoslovaquia. El ejrcito de Wenck estaba camino de Berln. Keitel, Bormann y Burgdorf se acercaron al silln, que pareca un fretro. Himmler comunic por telfono. Y lo mismo hizo Gring. Lo que sucedi fue pura nigromancia. Se juramentaron a muerte. Aquello dur algunos das. Y prosiguieron las sentencias de muerte, los fusilamientos, las violencias del Partido, las degradaciones, las represalias polticas, el frenes para la puesta en vigor de un testamento y para una boda. Todava transcurrieron das y noches. La muerte lleg a los siete das. Mujer, ven dijo alguien. Y t, animal, qutate el broche! Dnde est el ejrcito de Wenck? Ya slo nos queda morir. Y vosotros, cerdos, nos dejis aqu para que estiremos la pata! Ya no puedo ms; pgame un tiro! El broche con la Cruz de Hierro y el brazal con el distintivo del Partido cosido en la manga del uniforme de servicio. No solamente se fij en el broche 108

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y en el brazal, sino en la figura de la muchacha. Era una loba, una mujer-lobo. Se lo dijo su instinto de cazador y as se lo advirti, adems, la actitud de la muchacha. Llevaba una cartera, que coga como si se tratara de un tesoro. Era una muchacha joven, de unos dieciocho aos. Vena de Weissensee y avanzaba hacia el centro de la ciudad. Seguramente se diriga a la cueva de los lobos. Pero los tranvas no funcionaban y las puertas del "metro" estaban cerradas. Se haban acabado los medios de comunicacin. Buscaba un modo de continuar su camino y trataba de detener a los coches que pasaban ante ella. Pero todo era en balde. No haba nada que hacer. Gnotke le fue pisando los talones. No tena ninguna meta y segn todos los sntomas, dada la intensidad del fuego de artillera y la manera como funcionaba el "organillo" de Stalin, aquello ya no poda durar mucho ms y de un momento a otro poda encontrarse con su unidad. Haca cinco das que faltaba de ella y no quera regresar con las manos vacas. Una pobre criatura; una pequea "mujer-lobo". El uniforme estaba destrozado y apareca con pegajos de tierra y paja. Haba pasado algunas noches al raso y sus botas denotaban haber hecho un largo camino. Estaba cansada y sus sombreados ojos desentonaban en aquel joven rostro. Cuando algn manojo de cohetes estallaba en medio de la calle, se echaba a un lado, pero no se asustaba demasiado, pues se vea que estaba familiarizada con las "katiuskas". Gnotke no quera nada de particular de ella. A pesar de las dificultades que surgan a cada paso y del cansancio que denotaba, la muchacha caminaba directamente hacia su destino, sin desviarse, con asombrosa firmeza. Y l slo quera que le condujera a la guarida de los lobos. Pero, de pronto, se produjo el final. La sirena silb. Silb una, dos, tres, cuatro, cinco veces. Y no dej de silbar. Mxima alarma. Pero no era la seal de alarma area. La sirena anunciaba la llegada de los rusos. Los disparos de la artillera quedaron ahogados en el nuevo estrpito. Las sirenas silbaban con una fuerza inusitada. Sonaron salvas de alarma. Cargadas con sus enseres, las gentes corran hacia los refugios. Nadie deba permanecer en las calles. Pasaron unas patrullas. Alarma! Tanques enemigos! Abandonad las calles! Todos al refugio Herzberge! El gran refugio de cemento armado era como un imn que atraa a las gentes, presas de pnico y medio locas. Todo el barrio, desde el cementerio hasta el Faulen See y Hohenschnhausen, qued casi vaco. Y tambin la muchacha se vio arrollada por la gente y tuvo que torcer su camino. Y, pisndole los talones, Gnotke lleg tras ella al refugio. Eran las ocho de la tarde. El cielo estaba teido de rojo. Entre los rboles del parque que rodeaba el refugio haba algunos caones. La muchacha entr en el refugio. Tras ella entr Gnotke. Un largo pasillo, escaleras, ms pasillos. Luces elctricas. Abajo, en una gran sala haba un puesto de socorro. Gnotke no temi que, a causa del vendaje de la cabeza, alguien se preocupara de l. El mdico y el sargento sanitario estaban muy ocupados. Hombres de edad avanzada y chiquillos de las Juventudes de Hitler pasaron delante. El refugio estaba atestado de gente. Quiz haba all cinco o seis mil personas. Se oa un zumbido parecido al que producen en el panal las abejas alrededor de la reina muerta. Los ventiladores eran insuficientes para renovar el aire. Un tremendo 109

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mal olor sala de los retretes, que estaban embozados y llenos hasta arriba. Gnotke lleg hasta las escaleras. Las cabinas que daban a los corredores estaban llenas de bales, maletas y cajones. Cada habitacin estaba amueblada con seis literas, colocadas en dos filas superpuestas. Algunas familias se haban instalado all con sus cacharros de cocina, ropas y camas. No se vea un espacio libre, y mucha gente permaneca sentada en la escalera, entre sus enseres. En una habitacin funcionaba una radio porttil. As, como siempre desde 1933, me presento ahora ante el pueblo alemn para hablarle del Fhrer. Era Goebbels, cuyo discurso de felicitacin era transmitido la vspera del cumpleaos de Hitler, el da de su fiesta y veinticuatro horas despus. ... La guerra est tocando a su fin. La locura que las potencias enemigas han desencadenado en el mundo ha alcanzado su punto culminante. Pero la conjura enemiga ha sido aniquilada por el destino... Quin otro que el Fhrer hubiera podido saber la direccin que haba de seguir la crisis mundial? l es quien encarna la resistencia contra el derrumbamiento mundial. l es el ms valiente corazn de Alemania, y l es quien personifica nuestra autntica voluntad... Apaguen ustedes esa radio, que ya hay bastante ruido aqu! grit alguien. Si la nacin todava respira, si todava se ofrece una posibilidad de victoria y si en esa hora de mximo peligro existe un camino de salvacin, a l se lo debemos agradecer. Obstinados y decididos permanecemos tras l, soldados y paisanos, hombres y mujeres y nios. ...Hombres y mujeres y nios repiti el mismo que antes haba hablado, al tiempo que echaba una mirada a su alrededor. Nada se ha perdido dijo otro; lo nico que ocurre es que los rusos estn ah fuera y hacen un poquito de ruido con su artillera. Nosotros estamos junto a l, como l est junto a nosotros, unidos por un mismo sentimiento de fidelidad. Estamos junto a l porque as lo hemos jurado... chill la voz de la radio. Es que debemos escuchar esas majaderas? Quiz no todo se haya perdido. El ejrcito de refuerzo tiene que llegar de un momento a otro. S, el ejrcito de Wenck. Era la muchacha. Lo que acababa de or era algo extraordinario e increble. Nunca hubiera credo que alguien pudiera expresarse de aquel modo. Sus ojos estaban muy abiertos a causa de la sorpresa y de la indignacin. Tontera! Locura! Todo es mentira! Ya estoy harto! exclam un soldado al tiempo que se quitaba las cartucheras. No dejes esto aqu; escndelo! Los rusos no deben encontrar nada aqu. Y t, animal, qutate el broche! La chica no haba pensado en ello. Sus ojos, que estaban a punto de llorar, relampaguearon. El soldado que acababa de quitarse las cartucheras y el 110

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cinturn se quit el uniforme y se visti de paisano. Toda ola, por muy alta que sea, acaba derrumbndose. En el refugio Herzberge haba llegado el momento del revolcn. Quienes durante mucho tiempo haban estado en lo alto, se hallaron de pronto abajo de todo, y aquellos que durante tanto tiempo se haban mostrado intolerantes y orgullosos, no se atrevan ahora a abrir la boca. Y los otros, en cambio, se encontraron sbitamente arriba y comenzaron a llevar la voz cantante. Aquello suceda en la tierra de nadie. El refugio se encontraba entre dos fuegos. La pared del refugio que daba al parque comenz a recibir impactos procedentes del bando ruso. Rfagas de ametralladora y cascotes de granada araaron sus paredes. Y, por otra parte, los disparos de las bateras alemanas cayeron como enormes mazazos sobre la otra parte del refugio. Aquello dur varias horas. En los momentos en que el fuego artillero alcanz su mayor intensidad el refugio pareca haberse convertido en una inmensa cacerola. Dentro de ella haba diez mil revueltos granos. Se apag la luz, pues la conduccin elctrica qued inutilizada a causa de los disparos. Las caeras del agua fueron arrancadas del suelo. Reinaba una profunda oscuridad. Las lmparas de bolsillo brillaban como minsculos gusanillos de luz en la noche. Amortiguado por la espesa capa de hormign armado, el estruendo que produca el "organillo" de Stalin llegaba hasta all convertido en un zumbido, en un cntico infernal que penetraba hasta los huesos. Diez mil personas... Pero al cabo de unas horas haba muchas menos. Porque muchas aprovecharon las pausas del combate para escapar. Los nazis, que hasta entonces no haban dejado de cacarear, no perdan ocasin para escabullirse. Se produjo un cambio radical. Aquellos que hasta entonces y durante once aos haban callado comenzaron a preparar el cambio de dominio y procuraron que las cosas sucedieran de la mejor manera posible. Las armas deban desaparecer. Y los uniformes tambin. Los heridos fueron acondicionados. Dijeron que los rusos estaban a cuarenta o cincuenta pasos de all. Y que si al entrar vean alguna arma, haran volar el refugio. Se repartieron trajes de paisano entre los soldados. Los individuos de la milicia popular se desmovilizaron a s mismos, para lo cual no tuvieron ms que quitarse un brazal. Y t, hijita, no quieres quitarte el broche y el uniforme? Seguro que encontraremos un vestidito para ti. Era el zapatero Haderer, que acababa de entrar en el refugio y que, rodeado de algunos hombres y mujeres, pareca ser el alma de aquel cambio de actitud. La luz de una lmpara de bolsillo cay sobre aquel broche que tanto preocupaba e ilumin un rostro de tozuda expresin. Es una hermosa muchacha y no parece nada asustada. Cuando se haya cambiado de vestido podr ser destinada a la comisin receptora. Cmo te llamas, pequea? Eso no viene al caso respondi la muchacha; pero al cabo de un instante dijo: Agnes Hasse. Pues bien, Agnes Hasse: ya tenemos a cuatro mujeres, y t sers la quinta. Recibiris a los rusos a la entrada del refugio, les ofreceris cigarrillos y caf y les pondris cara bien amable. Eso produce muy buena impresin. Ya 111

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vers lo tiernos que se ponen. Nunca! exclam Agnes Hasse. Antes prefiero irme. Bueno, como quieras; pero de todos modos debes quitarte el broche y el uniforme y adems debes cambiar esa cartera por un monederito. Nunca! No quieres llevar un monederito? Pobre criatura! Anda, ven conmigo y te dar uno, pero qutate ya ese broche y el uniforme. Otros tenan mucha menos paciencia que el viejo Haderer. Algunas manos se acercaron a la muchacha para arrancarle el uniforme. De pronto, empero, Agnes Hasse encontr un protector en el suboficial Gnotke. Dejadle el broche y dejadla marchar! Haderer se sorprendi de encontrar all a Gnotke. T por aqu, August? S, ya ves. No dijo nada ms y nicamente levant hacia l la mirada y Haderer se volvi a fijar en aquellos ojos que ya antes, la noche que August entr en la zapatera le haban parecido un misterio. Qu quera aquel muchacho? Qu estara buscando y qu se propondra al tomar la defensa de aquella muchacha? Cada cual puede ir donde quiera. Era el momento ms oportuno para marcharse de all. Los caones, que durante toda la noche haban estado disparando cerca del refugio, guardaban ahora silencio. De vez en cuando, sin embargo, un cercano trueno recordaba a los refugiados que la guerra todava no haba terminado. Agnes Hasse se abri paso entre la multitud y se dirigi hacia la entrada. La gente la dej pasar. Cuando hubo salido del refugio se encontr a Gnotke. El suelo del parque estaba cubierto de roco. Ante ellos se levantaron minsculos surtidores de arena. Eran disparos de fusil. Gnotke hizo como si no reparara en ellos. Los disparos que se oyen silbar son algo inevitable. Siempre que no se levante el dedo para indicar que algo viene de enfrente o que "algo hay en el aire", mejor es no tomar ninguna precaucin, pues en tales casos todo cuidado resulta intil. La muchacha avanz entre los pequeos surtidores de arena, avanz junto al refugio y se dirigi hacia el centro de la ciudad. Gnotke le pregunt adonde quera ir. Al centro respondi la muchacha. Tambin l tena que ir al centro de la ciudad. Los dos seguan el mismo camino. l camin a su lado. No se vea a nadie. Las calles estaban vacas. No vieron a ninguna patrulla de las S.S. La milicia popular pareca haberse esfumado. Tampoco se vea ningn muchacho de las Juventudes hitlerianas. En una esquina haba un can. Pero el can estaba sin servidores. Un puesto de mando instalado en una lechera en el que el da anterior haba visto Gnotke a un grupo de jefes nazis, estaba cerrado. Un plido rostro asom por el portal vecino. Dnde estn? pregunt Gnotke al tiempo que con el ndice sealaba hacia la lechera. Montaron en unas bicicletas y desaparecieron dijo el hombre, y seal hacia el interior de la ciudad. Entre las ruinas se vean grandes incendios. Espesas columnas de humo 112

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salan de las desvencijadas ventanas. Eran las consecuencias de los disparos artilleros de aquella noche. La poblacin se haba asilado en los stanos y en los refugios. Slo de vez en cuando asomaba algn rostro. Nadie se preocupaba de los incendios. La pareja lleg a la Landsberger Allee. En aquel barrio, las calles estaban algo ms animadas. Gnotke y la muchacha fueron detenidos por una patrulla. Era una patrulla combinada: Wehrmacht, Marina, Luftwaffe y S.S. De aquella manera cada documentacin era examinada por un especialista. Los papeles de la muchacha estaban en regla y la documentacin de Gnotke, reforzada por su cartilla de herido y su vendaje en la cabeza, tambin. El jefe de la patrulla quiso saber de dnde venan. Del refugio Herzberge respondieron. Y Gnotke aadi: Los rusos estn all. Les dejaron continuar su camino. El gran puente de la estacin de la Landsberger Allee ya estaba minado. Al pasar, Gnotke y la muchacha se fijaron en un oficial y en dos soldados de ingenieros que se hallaban metidos en una pequea trinchera. En la trinchera haba los dispositivos apropiados para la voladura y un montn de botellas vacas. Eran botellas de vermut. Los tres individuos estaban completamente borrachos, lo cual hizo suponer a Gnotke que el puente no sera volado. Gnotke haba hecho una serie de observaciones que muy pronto pensaba comunicar a su jefe. Gracias a los detalles que haba reunido su unidad podra llegar sin ningn obstculo hasta el puente de la Landsberger Allee. Pero para ello hubiera debido regresar inmediatamente a Weissensee y aguardar all a su unidad. Pero en vez de eso, continu pasendose, aquel domingo por la maana, junto a una "loba", cuyo rostro tena los severos rasgos de una romana. Era un acompaante poco explcito. No inspiraba confianza a la muchacha. Pareca como si su rostro inspirara cierta repugnancia. Pero, al fin y al cabo, l la haba ayudado, se haba puesto de su parte cuando la escena del refugio. Ella dijo que deba ir a la estacin de Potsdam, donde estaba su oficina de negociado. S, el negociado contest l. Y al cabo de un momento y mientras sealaba hacia la cartera, pregunt: Partes? S; debo entregar unos y recoger los que me entreguen respondi ella. Gnotke asinti con la cabeza. Ha sido una suerte que tambin yo tuviera que ir a la estacin de Potsdam. La artillera volvi a entrar en accin. Esta vez dispar sobre objetivos ms avanzados que la vez anterior. Grandes granadas pasaron silbando sobre los tejados de las casas. A Friedrichshain! Al refugio de Friedrichshain! Las bombas tambin caan en la Alexanderplatz. Cada vez avanzaban con ms dificultad. Caminaron por calles laterales, se arrojaron al suelo, se refugiaron en stanos, tropezaron con patrullas, atravesaron el Mhlendamm y luego llegaron al Spittelmarkt. As, pues, haba estado en el Vstula, al sur de Varsovia. Y en medio de la 113

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gran manada se haba ido retirando hacia el Oeste. De da se ocultaban en los espesos bosques y caminaban desde el anochecer hasta el alba. Cada noche, entre el viento y la nieve, cargados con la impedimenta, haban llegado a caminar cuarenta y cinco kilmetros. A veces caminaban medio dormidos y, sin embargo, el sueo poda significar la muerte, oculta tras un rbol cualquiera. De todo eso se enter Gnotke durante el trayecto desde la Dnhoffplatz hasta la estacin de Potsdam. Sin embargo, Gnotke no logr enterarse de lo que la muchacha haba hecho desde su regreso hasta aquel momento. Haba estado en un campo de instruccin. Pero no dijo dnde estaba el campo, ni tampoco en qu haba consistido su instruccin. Debamos hacernos dos trajes cada una. Los trajes los hicimos con cortinas y manteles. Era vuestro equipo dijo Gnotke. Era nuestra piel de lobo, hubiera podido decir ella. Eran trajes repuso la muchacha, al tiempo que le lanzaba una mirada. Por lo dems... La prctica con la "estufa" debi haber sido algo natural. Pero no se refiri al salto en el vaco, al primer mordisco del lobo. Era una muchacha "chitry", es decir, taimada, lisonjera, diplomtica, prudente y lista. Gnotke pens en aquella palabra rusa "chitry" que tan bien resuma aquellos conceptos. Agnes Hasse se qued algo sorprendida ante el sbito inters que aquel suboficial, regularmente tan callado, demostraba por lo que le acababa de contar. Y no supo si decirle que haba estado en un campamento situado cerca de Nauen, donde haba recibido una educacin especial y donde se haba ejercitado en todas las formas de combate. Y tampoco saba si decirle que al final del curso haba obtenido la calificacin de "bueno" y que luego haba marchado en cabeza de una "manada". Pero de haberlo hecho hubiera debido abrir la cartera y ensearle una larga lista de campesinos que estaban dispuestos a acoger en sus casas a una o dos muchachas, enlaces de los hombres lobos. No; ya tendr tiempo de enterarse acerca de los hombres lobos. Pero los rgidos rostros que durante la noche recorran el pas de arriba abajo a travs de carreteras y pueblos tampoco dirn nada. La muchacha era "chitry" y no haba nada que hacer. Eran las tres de la tarde cuando se despidi de ella en la estacin de Potsdam. Aguard all hasta que la vio desaparecer por una puerta. Luego, disimuladamente, pas ante la entraba. Sobre la puerta haba un cartel que pona: "Servicio de trabajo del Reich, provincia de Brandenburgo". Pero saba algo ms. Saba que se encontraba ante la principal madriguera de los "lobos".

UN REFUGIO
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A las tres de la tarde entraron los rusos en el refugio Herzberge. "Ya estn aqu!" "Todo ha terminado!" "Nos cortarn la cabeza!", decan unos. "No hay que perder la serenidad." "No ocurrir nada", decan unos pocos. Todos contenan el aliento. Haderer haba escogido a cinco mujeres entre las ms hermosas y atractivas del refugio. Las mujeres aguardaban en la entrada, cuyas puertas estaban abiertas de par en par. Todas iban provistas de cigarrillos y tazas llenas de un caf que ya haba sido recalentado tres o cuatro veces. Cerca de ellas aguardaba Haderer. No lejos del zapatero andaba Reimann, el cerrajero, que le haba ayudado a preparar el refugio para el momento de la ocupacin. Las mujeres, que tenan el corazn en un puo, miraban de la manera ms simptica y natural que les era posible. Un espantoso gritero; disparos; polvo. Unas balas que se incrustan en el techo, del que cae una llovizna de yeso. Aparece un jinete tocado de una zamarra de cuero. El caballo alz las patas delanteras y pate en el aire. Un sable brill entre el polvo. Los cigarrillos y las tazas de caf cayeron al suelo. El viejo Haderer no pudo hacer su discurso. Sus ojos relampaguearon. Alguien le dio un golpe y cay al suelo. Y lo mismo les sucedi a quienes estaban junto a la entrada. El cerrajero Reimann se adelant y dijo: "Sdrasdvuitje!" "Bien venidos!" y en seguida aadi: "Yo, comunista." Una mltiple carcajada fue la respuesta. Un gigante le cogi por las caderas, lo levant, lo ech contra el suelo y grit: "Un comunista!" "Un idiota!" "Mirad: l, comunista, sin necesidad de serlo." "Nadie le ha obligado." "Idiota!" Reimann recibi algunos golpes de sus compaeros. El jinete caucasiano se ape del caballo, y se abalanz sobre una de las mujeres de la comisin receptora, que era una carnicera de rostro colorado, y la tumb en el suelo. Sus compaeras tambin fueron tumbadas por los recin llegados, que estaban completamente borrachos. Veinte, treinta, cincuenta rostros descompuestos por el vodka se agitaban en la entrada del refugio. Iban a la caza de fascistas y para ello haban vaciado antes algunas botellas. Un tremendo gritero les acompa a lo largo del pasillo. Las mujeres de la comisin receptora y las que estaban acurrucadas en las habitaciones prximas a la entrada recibieron el primer embate de la oleada. Las de la comisin no podan levantarse siquiera, pues los hombres se les echaban encima, uno tras otro, como bestias. Y todos, mientras permanecan sobre ellas, las apuntaban con sus pistolas. Fueron revueltos los bales y las maletas. Las mujeres no dejaban de gritar. Los nios presenciaban espantosas escenas de violencia. Sonaron disparos y muchos hombres cayeron muertos y heridos. Algunos trataban de huir. El refugio de Herzberge se haba convertido en un manicomio. El viejo Haderer abri los ojos. Tena gusto de sangre en la boca. A su lado estaba la carnicera que l haba designado para formar parte de la comisin receptora. La mujer se haba convertido en un desfigurado pelele. Un poco ms all sollozaba otra mujer. Desde el interior del refugio llegaban gritos, llantos y quejidos. Uri! Uri! Mujer, ven! Horrible hereja; espantosa idolatra. Se sinti acusado por aquel dramtico 115

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espectculo en el que las mujeres caan bajo el peso de los soldados. Aquellas mujeres deshonradas, manoseadas y sucias... Escondi el rostro. Aquello era algo peor que su boca ensangrentada y sus dientes rotos. Se sinti desfallecido, incapaz de hacer nada. Le sucedi lo que antes, tiempo atrs, le haba ocurrido a Gnotke. Su inocencia se rebel contra todo aquello. Y reneg de todo. Su mano, que durante tantos aos haba estado manejando el martillo, se haba convertido en algo intil. Se arrastr junto a la pared y, como pudo, avanz entre montones de hombres y mujeres que yacan en el suelo. Aquellos locos, salvajes, apstatas! Fascistas! No saben que todos los refugiados a quienes estn asesinando son trabajadores! Cruz la puerta del refugio y sali al aire libre. No poda esconderse en ningn lado. Una fila de refugiados, todos ellos cargados con sus enseres, avanzaba por el parque. Apareci una nube de jinetes. Las mujeres fueron separadas de la fila. Cayeron bales, maletas, y paquetes. Todo qued revuelto sobre la calle. Las plumas de un colchn volaron por el aire. Domingo negro en Weissense. Domingo negro. Qu es lo que ocurri? El pueblo de San Petersburgo, con el sacerdote Gapn a la cabeza, se manifest por las calles de la ciudad como protesta contra aquellos atropellos de que era objeto. Y de pronto un batalln de cosacos se abalanz sobre ellos y los pisote y los golpe. Haderer se acord de ese sucedido histrico. De qu ha servido eso? Es que el pasado no es ms que literatura? El hijo de quien hace unos aos fue pisoteado por los caballos de los cosacos hace ahora lo mismo con esa gente. Eso sucedi al otro extremo de Berln, en el distrito de Mariendorf, no lejos de la carretera que conduce a Zossen, en el mismo stano donde el coronel Zecke se haba refugiado en compaa del Director Knauer, el fotgrafo Putlitzer y su esposa y otros inquilinos. Mujer, ven! Y t, hombre, aprtate! El hombre tena que marcharse; no poda permanecer all y contemplar la escena. Vete, Heiner rog Anna Putlitzer a su marido. Qu poda hacer l! Qu quera hacer! Dejarse matar! Alguien la cogi de la mueca. Dnde quera llevarla? Luego la levantaron y la precipitaron contra el suelo. El stano estaba lleno de sombras. Los recin llegados no eran ms que sombras. nicamente vio el rostro del hombre que la arroj al suelo. Nunca olvidara aquella cara en la que brillaban unos ojos negros, y aquella boca, y aquel olor a sudor, porquera y alcohol... Vete, Heiner... Heinrich Putlitzer sali tambalendose de la habitacin. Un soldado le fue apuntando con el arma. Las dos hermanas Quappendorf se agitaron de un lado a otro: la pequea comenz a llorar y la mayor, que era maestra, quiso escabullirse, pero un soldado la cogi por el cogote y la oblig a quedarse donde estaba. Al patio! Todos los hombres, al patio! El refugio fue desalojado, Putlitzer, Knauer, el viejo impresor Riebeling, el redactor Quappendorf subieron las escaleras y se dirigieron hacia un mundo 116

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totalmente cambiado. Sus ojos estaban acostumbrados a la escasa claridad de las velas. Haban estado cinco das sin ver la luz del sol. Y bajo el fuego de la artillera, el estrpito del "organillo" de Stalin y el estallido de las bombas de aviacin haban perdido la nocin del da y de la noche. Ya no era su patio. Aquel patio en forma de herradura, bordeado de plantas estaba totalmente cambiado. Antes, a la salida del stano, se encontraba uno con un patio como tantos otros que existan en Mariendorf y ahora, en cambio, al salir del stano se desembocaba en una especie de aduar. Era como si una caravana se hubiera detenido all. Era Asia, y ola a paja y a estircol. Haba carros desenganchados. Una yegua daba de mamar a un potrillo de largas y delgadas patas. A lo lejos se vea el resplandor de grandes hogueras. El cielo apareca teido de rojo y sobre el canal Teltow haba una gran humareda. Los rusos se abran paso hacia Tempelhof. T, nazi! dijo alguien al director. T tambin, nazi! gritaron a Putlitzer. T tambin!... Todos, nazi! Todos a la pared! Riebeling, Putlitzer, Knauer y el viejo Rector fueron empujados hacia la pared. Luego fue trado un muchacho de cabellos rubios y revueltos. Era el hijo del rector Quappendorf, que haba pertenecido a las S.S. y ahora vesta de paisano. Qu espantosa equivocacin! El impresor Riebeling haba estado aguardando a los rusos, sus liberadores. En cierta ocasin, en noviembre de 1919, desde la central de telgrafos haba comunicado con Mosc. "Aqu Riebeling..." "Aqu Chicherin, Mosc." "Le ordeno, camarada Riebeling, que vaya en busca del camarada Liebknecht". Tena que hablar; era preciso que se explicase. Su boca se abri: "Mosc, Mosc; aqu Riebeling; el camarada Riebeling est ante el paredn". Pero un duende silenci sus palabras, que ni l mismo pudo or. El rector Quappendorf pens en su mujer. Qu suerte que no haya tenido que presenciar esta escena! Y Else, Margot y Lisbeth estn en el stano. Y el chico, pobre chico! Junt las manos, pero no fue una oracin lo que le vena a la boca, sino unos pasajes del ltimo discurso de Goebbels: "Los rusos estn a punto de estrellarse, de estrellarse, de estrellarse..." Knauer estaba preparado para el final. Todava esperaba menos de los rusos que de la Gestapo. Halen haba ido dos das antes en busca de su padre. Fue una suerte que los rusos no la pillaran en el refugio. Lo ltimo que vera en este mundo sera aquel grupo de pequeos caballos y aquel potrillo mamando de la yegua. Riebeling, Knauer, Putlitzer, un viejo de setenta aos y un joven de diecisiete estaban ante la pared. Un relmpago cruz ante sus ojos y el mundo se vino abajo. Una salva. Unos trozos de yeso saltaron de la pared. Los disparos pasaron silbando sobre sus cabezas. Todava no haba llegado el final. Los soldados volvieron a enfundar sus pistolas. Carcajadas y gritos. Y golpes. Todo haba sido una broma. El fusilamiento haba sido una broma. Y, sin embargo, ahora era cuando los cinco hombres se sintieron morir. Tuvieron que apoyarse en la pared. Uno se ensuci en los pantalones, otro vomit y un tercero se puso a llorar. 117

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Y en medio de su desgracia se vieron obligados a contemplar un tremendo espectculo, que cada cual interpret de un modo diferente. El patio estaba lleno de coches, carros y caballos y desde el patio se divisaba un paisaje abierto hasta el canal. Postes cados, hilos telefnicos rotos, una fachada con grandes boquetes. Una fantasmal caravana de soldados que marchaba hacia el frente. De pronto, la tierra sufri una tremenda sacudida. El cielo se oscureci y se ti de un color rojo oscuro y los postes del telgrafo, las ruinas, los soldados, los caballos se hundieron en la oscuridad. El patio volvi a ser un patio en el que haba unos soldados acampados. El puente de Teltow acababa de volar por los aires.

HUIR
En la esquina de las calles Britz y Neukolln, a unos cien pasos de donde acababa de suceder la escena anterior, se encontraba un general ruso. Las primeras canas destacaban entre su negro cabello. Su rostro tena una expresin de dureza. Su figura era elegante y bien cuidada, llevaba botas altas, cuidadosamente lustradas. Era el general Zukov. A su lado estaba Kusnietzov, jefe de los aviones de caza, y el general tanquista Voronov. Algo apartado de el estaban su ayudante y jefe de los tanques de reconocimiento. A poca distancia de ellos aguardaba un grupo de coroneles. El general Zukov acababa de llegar de Zossen, del abandonado Cuartel General del Estado Mayor Alemn. Otra vez se encontraba ante un mar de ruinas, y las destrozadas paredes de las casas, los postes retorcidos y los montones de basura, que por un momento se iluminaron cuando la gran explosin, le hicieron pensar en un paisaje ciudadano muy parecido a ste. Tambin all haba fachadas medio derruidas, como grandes telones de piedra. Y tambin all estaban las calles llenas de escombros. Los habitantes de aquella ciudad haban huido, haban sido evacuados o haban quedado muertos bajo las ruinas. Los pocos que quedaron en la ciudad fueron empleados en descombrar las calles. nicamente los barrios que daban al ro y el conjunto de calles que suban hacia el monte no haban cado en poder del enemigo. Los estados mayores estaban metidos en una trinchera a pocos pasos de la lnea de fuego, entre la basura y el barro. Todo comenz a cambiar precisamente junto al refugio que haba a pocos pasos del Volga. Hasta all haba llegado la epopeya de las retiradas a travs de Bucovina, Besarabia y Ucrania, a travs del Dniester, del Dnieper y del Don. El Don: hasta aqu y no ms. Retiradas, derrotas. Nubes de polvo en la estepa. Tempestades de nieve. Hambre y un continuo correr. Descansar un momento en un terrapln y salir corriendo de nuevo, pues las hordas de los invasores no descansaban. Una lnea de defensa tras otra, y apenas excavadas, las trincheras eran abandonadas precipitadamente, y el soldado ruso no poda hacer ms que huir.

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La sola aparicin en el cielo de la gran nube de polvo de los tanques, bastaba para que todos los Ivn, Nicolai, Kyril y Mathwei echaran a correr. Hasta Stalingrado... Hasta la delgada franja riberea y hasta aquel refugio excavado a poca distancia de las aguas. "Aqu se ha acabado. A partir de ahora no hay ms retiradas." Pequeo, gordo, redondo como una bola. Lleva una gorra alta. A veces mira bizco y ha habido jefe de regimiento a quien una de sus miradas ha dejado quince das sin apetito. Entra y sale del refugio sin decir buenos das ni hasta luego. Entra en el refugio, bebe un vaso de aguardiente o lo mira y no lo coge y se vuelve a marchar. Cada vez que entra est de mal humor, aunque a decir verdad siempre est de mal humor. Y tiene una gran memoria. Nunca olvida a quien ha visto una vez. "Cmo ocurri aquello? Quin era aquel, Grigori?", poda preguntarle su jefe, el jefe supremo del ejrcito y de la nacin. Y l contestaba sin titubear: "Ah, s: era aquel tipo que en 1936 (o en 1938, o en 1941, en Jarkov, o en Alma-Ata, en el Kremlin o en el palacio Livadia) hizo tal o cual cosa; era aquel imbcil (o aquel intrigante ingls o aquel estpido norteamericano) que crea saberlo todo". Tena una memoria extraordinaria, y especialmente recordaba a las personas que ponan dificultades o anunciaban malas noticias. As era aquel hombre, plenipotenciario de Stalin, miembro del Comit Supremo de Defensa de la Unin Sovitica. Un da lleg al frente con Kruschev, encargado con l de asumir la defensa del frente de Stalingrado. Atraves el Volga, sobre cuyas aguas caa una lluvia de granadas alemanas, y entr en el refugio. Entr de mal humor, por supuesto, y se encar con el jefe de la aviacin de caza, general Kusnietzov, y con el general tanquista Voronov y les chill a la cara: "Ahora se ha terminado! Hemos llegado hasta aqu y no daremos un paso ms! No atravesaremos el Volga!" El general Chuikov haba dicho: Si quieren atravesar el ro debern primero pasar sobre mi cadver, camarada Malenkov. Basta! Se acab, se acab!dijo, y volvi a salir del refugio. Y, efectivamente, se acabaron las retiradas. Lleg el momento de pasar a la ofensiva. Fueron una serie de ofensivas en cadena, sin interrupcin. Primero hasta el Mius, luego hasta el Dnieper, ms tarde hasta el Vstula, despus hasta el Oder, y el avance continu hasta el Spree. La cruz gamada que campeaba sobre la puerta del Cuartel General del Estado Mayor General de Zossen haba sido derribada y rota por las cadenas de los tanques del general Voronov. Y aqu estaba, y aqu estaban ellos, sus compaeros, Chuikov, Voronov, Kusnietzov y un par de viejos coroneles. Y muchos otros. Muchos, sin embargo, se haban quedado por el camino. Chuikov saba el emplazamiento exacto de todos los objetivos, pues se saba de memoria el plano del lugar, y no necesitaba reconocerlos a la luz de los incendios. El centro de resistencia, al otro lado del canal, eran los stanos y el refugio de una fbrica llamada "Lorenz". Saba qu era aquel edificio alto parecido a un rascacielos americano. A la derecha del mismo, en una pequea elevacin, frente al canal, haba un hospital formado por varios edificios, sobre cuyos tejados y paredes se vean varias docenas de banderas de la Cruz Roja. Debemos procurar que esos edificios no sean destruidos. nicamente haremos que los "Katiuskas" den unas 119

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cuantas pasadas por encima. Pues all podremos instalar un buen cuartel para algn Estado Mayor. Tempelhof est en el extrarradio, y de all arranca una calle recta que va hasta la puerta de Halleschen, y detrs de esa puerta comienzan los barrios interiores de la ciudad. Desde all hasta el refugio de Hitler hay la misma distancia que desde el Bulevar Tverski hasta el Kremlin. Y cuantos ms alemanes cacemos en el camino de Tempelhof, tanto menos nos costar llegar hasta all. Pero ya ha corrido mucha sangre de rusos y tambin de ucranianos, de uzbecos y de cosacos, y ningn Ivn quiere perder la vida en los ltimos metros del camino. Un poco ms, hijos mos; mis testarudos, desobedientes, rebeldes hijos mos; un salto ms; un salto acerca del cual no vale la pena hablar... Aqu, ante vosotros, est la mayor ciudad del continente. Y esa capital est al alcance de vuestras manos; es vuestra y vale la pena que la cojis. El puente acababa de volar por los aires. Los pilares se desmoronaron. Luego volvi a reinar la oscuridad. Y qued la luz de los reflectores que caa sobre paredes medio derruidas y sobre calles fantasmales. Y tambin quedaron los grandes surtidores de fuego, las altas columnas de llamas que se erguan en el interior de la ciudad mortalmente herida. Chuikov se volvi hacia sus acompaantes.

Nu vot... Berln!

Y luego, al cabo de unos instantes, aadi:

I na nache pereulokie budit presdnik!

Ya ha volado por los aires. Lstima! S; lstima! Lstima porque los rusos haban atravesado el Don, el Dnieper, el Vstula, el Oder y ahora cruzaran el canal Teltow. Ya vers como pasarn aunque no haya puente. Ya estoy harto! Tambin el sargento Loose estaba harto. No conoca al suboficial que estaba a su lado, pues llevaba poco tiempo en la unidad. Su compaa haba sido deshecha en Lbben. l fue hecho prisionero y cuando, junto a otros compaeros, era conducido a la retaguardia enemiga, pudo escabullirse por un camino lateral, donde encontr a un grupo de soldados en retirada, en compaa de los cuales cruz el canal y volvi a sus lneas. Tambin el suboficial que estaba a su lado era nuevo en la unidad. Y tambin l tena sus razones para estar harto. As tena que verse un soldado escogido! As tena que verse, metido en aquel lodazal, una tropa montada! El suboficial formaba parte de la ltima reserva del Cuartel General del Estado Mayor General de Zossen y perteneca a un batalln de caballera de doscientos cincuenta hombres que, armados de escopetas, carabinas, sables y dagas se haban enfrentado a docenas de aviones y centenares de tanques rusos. Los doscientos cincuenta hombres fueron reducidos a veinte. Cuando el suboficial que formaba parte de los que pudieron escapar lleg al Cuartel General de Zossen ya no haba ningn centinela ante las puertas. El portal de en medio estaba abierto de par en par. No se vea a nadie. El Cuartel General haba sido abandonado. Se alej de all, encontr a otros soldados y con ellos pas a la otra orilla del canal Teltow. 120

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Ya estoy harto! Y yo tambin respondi Loose. Slo deseo unirme a mi batalln. S; ya me lo imagino contest Loose. "De todos modos, creo que le ser algo difcil encontrar a sus veinte hombres entre esa cacera de conejos. Lo nico que puede hacerse es escapar de aqu. Hay que aprovechar la primera oportunidad para escabullirse. All, en aquel edificio de enfrente, ya han puesto bandera blanca. Horrible! Eso es el final de las unidades de las S.S. Ha sido un largo paseo entre la nieve y la niebla, a travs de tremendas tempestades en las que los hombres caan como hojas secas. Y todo eso no era necesario para nada. Si nos hubiramos quedado en casa, sentados junto al fuego y al lado de la mujer, todo hubiera ido mucho mejor". Escabullirse. Pero todava no haba llegado el momento. La agona del canal Teltow dur dos das y dos noches ms. Dos das y dos noches ms les cost avanzar a los rusos. Junto al canal, haba un hombre cada cincuenta metros. Un teniente y treinta hombres defenda el puente Gottlieb. Tras la cada del antiguo centro de defensa, los stanos y el refugio de la fbrica "Lorenz", se haban convertido en el centro de resistencia. En cierta ocasin una vez que su comandante fue herido y no pudo ir a recibir rdenes l estuvo en representacin de su jefe en aquel refugio, y ahora se alegraba de encontrarse lejos de all. Una antecmara daba acceso a la cueva. En la antecmara haca un inaguantable mal olor. Los retretes estaban embozados y llenos de porquera. Las caeras estaban rotas. Jefes y oficiales que chillaban a grito pelado. Un oficial hablaba por telfono y peda municiones para fusiles extranjeros y solicitaba tanques y aviones para rechazar al enemigo. Creera aquel oficial que le iban a enviar lo que peda? Ante aquel espectculo, Loose no saba hacer otra cosa que mover la cabeza de un lado a otro. Tena la impresin de que todos aquellos oficiales, incluso los de alta graduacin, eran unos tremendos imbciles. Todos, adems, estaban borrachos. En el refugio abundaban los cigarrillos y se poda comer cuanto se quisiera. El enorme almacn de comestibles de la fbrica estaba lleno de comida. Pero faltaba el agua, y en la parte trasera del refugio haba trescientos paisanos, la mayor parte de ellos mujeres y nios, algunos de los cuales no llegaban a los cinco aos y a los que no se les poda dar aguardiente para calmar la sed. La tropa se compona de enfermos, convalecientes e intiles, adems de los cuales haba cincuenta bomberos de Mariendorf, treinta miembros de la milicia popular de Tempelhof, que no tenan uniformes ni armas. Haban sido pillados aqu y all y a algunos se les entregaron fusiles extranjeros, cogidos a los prisioneros rusos. Luego result que no tenan municiones para aquellas armas. Aquel reducto era el principal obstculo que interceptaba el avance de los rusos. As pasaron dos das y dos noches. Las calles estaban desiertas. Slo algunas mujeres se atrevan a salir para ir en busca de agua. El puente, al cabo de aquellos dos das, vol por los aires. Los tanques rusos, sobre los cuales iban montados los soldados de infantera, cruzaron el canal y se adelantaron por las calles del barrio. Cay la tarde y se hizo de noche. 121

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En la carretera de Berln haba una pieza de artillera pesada que disparaba sobre el canal hacia la carretera nmero 96. Entre el can y los restos del puente haba un grupo de soldados entre los que se encontraban el primer sargento Loose y el suboficial del batalln de caballera. Estaban metidos en una pequea trinchera defendida por algunos sacos terrenos. En aquel lugar slo se poda esperar la muerte o caer prisionero. Quieres que te hagan prisionero? pregunt Loose al suboficial. El suboficial no quera ser hecho prisionero, y Loose, segn lo haba demostrado en Lbben, tampoco. Lo que Loose quera era regresar a Magdeburg, donde estaba su Emma. Pareca que al puesto de la fbrica "Lorenz" le haba llegado la hora. La infantera rusa redobl el fuego. Los reflectores enemigos caan sobre el edificio. Unos tanques disparaban sin cesar. Otro candidato! exclam Loose. Un hombre sali del refugio de la fbrica y se lleg hasta el borde del canal. Las luces de unos reflectores cayeron sobre l. Vesta uniforme y su rostro estaba blanco como el yeso. El hombre apoy su fusil al hombro y comenz a disparar hacia la otra orilla. Era alguien que buscaba la muerte. Y en seguida la encontr. A los pocos momentos cay al suelo. El aguardiente les ha acabado de enloquecer. As, pues, no quieres ser hecho prisionero. Pues yo tampoco dijo Loose al suboficial. Y luego, al cabo de un momento, aadi: Cuando llegue el instante hay que levantarse y echar a correr. Pero hay que esperar a que los rusos estn aqu mismo y les oigamos gritar: "Daway!" Fuego de fusil y ametralladora. Minas. Antitanques. Los rusos centraron el fuego sobre la fbrica "Lorenz". El tejado de la fbrica comenz a arder. Las llamas asomaron por las ventanas superiores del edificio. Junto al canal apareci otro suicida. Detrs de ellos tambin haba comenzado el principio del fin. Call la pieza de artillera pesada. Mandaron a un soldado para ver lo que haba ocurrido. Al regresar, el soldado dijo: Han muerto todos. Bueno; uno est con vida, pero sus heridas son muy graves y es incapaz de hablar. "El momento; el momento", pens Loose. El momento lleg con una granada. En la trinchera cayeron grandes trozos de tierra, adoquines y una lluvia de esquirlas. Durante un momento se quedaron con el aliento contenido. Loose not un fuerte golpe en su espalda. Apret los dientes. "Ahora o nunca." Empuj al suboficial, se encaram por la trinchera, salt por la parte trasera de la misma y se hundi en la oscuridad. Corri diez pasos, se ech al suelo, avanz tres o cuatro pasos ms y se volvi a arrojar de bruces. Not sangre en la mano. La sangre le goteaba dentro de la manga. Se toc el brazo y comprob que poda moverlo. No deba ser nada grave. Aguard al suboficial. El suboficial no vena y la ametralladora rusa comenz a tabletear de nuevo. Un can antitanque abri fuego contra la trinchera. Todo suceda mucho ms aprisa de lo que haba supuesto. La situacin no podra ser sostenida ms all de cinco o diez minutos. Pens haberse escapado con el suboficial de caballera. Pero ya no haba nada que hacer. Lstima. En tales momentos no debe dejarse 122

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a nadie en el aprieto. Lo senta de veras. Loose tena un alma de dos vertientes, pues adems de sargento primero era otra cosa. Pero no tuvo ms remedio que ahogar sus escrpulos. Una vez haba un fiel hsar... Y ahora hay que avanzar bien pegado a la pared. Pero por aqu se va hacia Tempelhof y ms all est la plaza BelleAlliance. Esta no es la direccin de Magdeburg. A veces, sin embargo, el camino ms largo resulta luego ser el ms corto. Caminaba pegado a las paredes. Al poco rato lleg adonde estaba la pieza de artillera pesada y en seguida descubri al hombre a que antes se haba referido el soldado. Los cadveres de los servidores estaban tumbados alrededor de la pieza. Aquel hombre estaba sentado sobre los restos de la curea y se apretaba la cabeza con ambas manos. Apenas repar en Loose cuando ste le habl. Pareca no haber sido herido. "Ven, ven... Los rusos estn a punto de llegar." El hombre no se movi. nicamente clav en Loose su mirada sin luz. Loose hizo un nuevo intento. De pronto, la luz de un reflector cay sobre ellos y Loose se ech hacia atrs. El reflector pas un segundo sobre el can y se detuvo luego sobre la trinchera. Loose vio ondear un trapo blanco... Luego vio cmo, uno tras otro, los soldados salan de ella con los brazos en alto. "Hasta la vista, amigos mos. Hasta que todo haya terminado." Haba llegado a la Kaiser-Wilhelm-Strasse. Avanz entre las ruinas, se escurri entre los escombros de dos o tres casas y se meti luego en un portal. Se encontr luego dando vueltas en un pasillo. De dnde sale usted? A la luz de los fogonazos, vio Loose el rostro de un hombre. En seguida reconoci a aquel estpido comandante que, con un brazo en cabestrillo, no haca ms que atemorizar a la gente del barrio con una pistola. Cmo no haba pensado en aquel centro de resistencia? Viene usted de aquella trinchera de all enfrente? Dnde est su gente? Primero, aparte usted ese cacharro, mi comandante. Ese chisme me pone nervioso y no me deja hablar. Mi seccin fue aniquilada en Lbben. Fuimos hechos prisioneros, pero yo logr escapar y continu en la trinchera de all enfrente. Muy bien hecho, sargento. Bueno; venga usted conmigo. A Loose no le qued ms remedio que seguir. La trinchera haba sido tomada. El can haba enmudecido. El centro de resistencia de la fbrica "Lorenz" estaba a punto de capitular. Pero ahora se vea obligado a montar en el coche medio destrozado de aquel comandante. La lnea de fuego estaba ahora all y all deba concentrarse todo un ejrcito. Un ejrcito! Aquel comandante pareca haberse vuelto loco. Por lo visto quera concentrar en aquel barrio la batalla de Berln. Ah, Emma: parece que el camino hacia Magdeburg se est alargando cada vez ms! El coche avanzaba entre un enjambre de postes derrumbados, de caeras de agua a flor de tierra, de alambradas medio tendidas y de vas levantadas, como una araa a travs de su trampa. Una barricada hecha con ruinas y al extremo de la misma un camin de mudanzas cargado de sacos. El comandante crea que aquel montculo de arena, hierro y adoquines era una buena defensa para proteger la entrada del refugio en el que se haba instalado y desde el cual, sin embargo, nicamente poda cubrirse un pequeo sector. 123

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A su regreso a Berln, el comandante Hasse fue a visitar a su padre, que habitaba en Hermsdorf (su familia estaba desperdigada por toda Alemania), y se dirigi luego al hospital de convalecientes de Tempelhof, donde esperaba restablecerse. A los pocos das de su llegada el barrio de Tempelhof se convirti en frente de guerra y el mayor Hasse fue puesto al frente de una unidad encargada de defender la carretera nmero 96. Un "organillo" de Stalin no cesaba de disparar. La plida luz de unos reflectores se paseaba por aquel mundo en ruinas. Aviones de caza y bombardeo zumbaban en el cielo. Fachadas medio derruidas emergan a la luz de los fogonazos. Hasse ya haba visto un espectculo parecido. Y no lo haba visto durante su ltima estancia en Grecia, sino dos aos antes, cuando la campaa del Este. All haba vivido en un mundo fantasmal como este de ahora, en el que tambin la gente se arrastraba y mora entre montaas de escombros y ruinas. Recordaba que entonces faltaban pan y medicamentos y que los aviones de transporte eran insuficientes. Algunos heridos, sin embargo, pudieron montar en los aviones. Y l fue uno de ellos, pues haba sido herido en el mismo brazo que ahora. Aquella ciudad se llamaba Stalingrado y esta de ahora era Berln. Este era "su" lugar y aqu haba de sonar "su" hora. l mismo haba solicitado la defensa de aquel sitio y para ello se haba puesto al frente de unos hombres a quienes obligara a combatir hasta la muerte. Sargento Loose... En realidad no era el momento ms oportuno para hablar a aquel sargento acerca de las leyes del ejrcito. Y el sargento Loose ni tan siquiera se dign contestar. Loose se haba hecho cargo de la ametralladora. Los rostros de color terroso, los uniformes destrozados y la expresin de un inmenso cansancio. Aquellos hombres necesitaban combatir, necesitaban or el tableteo de las ametralladoras y los gritos de hurra! de los rusos, pues sin todo aquello, sin la constante tensin, se convertiran en desfallecidas orugas. Estamos liquidados. Pero ya dormiremos despus de la victoria. La ametralladora temblaba en las manos de Loose. Algo se movi en la oscuridad. Surgieron unas sombras. Unas siluetas se dibujaron a la luz de la luna. Todos cayeron. No importaba que se llamaran Nikita, Kyril, Ivn y Antn. No haba que pensar que durante mucho tiempo haban estado comiendo un pan infecto, y que a veces armaran algaradas, y que en ciertas ocasiones se pusieran a cantar acompaados por la msica de una armnica. Cayeron y tras ellos surgieron nuevas sombras, y tras esas aparecieron otras y otras. Y haba que disparar, disparar. Pero cmo poda matarse a toda aquella gente? Si tras los que caan volvan a levantarse otros, y tras esos otros ms, y otros. Lo nico que podemos hacer es aguantar un rato y luego morir dijo Loose, pero por lo menos debiramos saber por qu morimos. igame usted, sargento! Pues, s; quisiera saberlo. Aqu, ante Berln... El "organillo" de Stalin volvi a funcionar. De qu serva decirse a uno mismo que las cosas no iban del todo mal? Y de que al final podra uno zafarse de todo aquello? La verdad es que uno terminar volvindose loco. Aqu, ante Berln, cada combatiente debiera saber lo que defiende, 124

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sargento. Pues yo lo ignoro y muy pronto no sabr ni cmo me llamo. Pareca que los rusos haban terminado la ocupacin de la fbrica "Lorenz". Soldados y paisanos salan de la fbrica con los brazos levantados, atravesaban la calle y desaparecan en la oscuridad. Un reflector que buscaba nuevos objetivos enfoc de pronto la ametralladora emplazada en el tranva y ya no se apart de ella. Pronto no podremos continuar aqu, sargento. Hace rato que todo ha terminado, mi comandante. Retirmonos al refugio. S; metmonos en la ratonera. Loose cubri la retirada. Aguard hasta que el puado de hombres hubo entrado en el refugio. Luego carg con la municin. Unos soldados arrastraron la ametralladora. Loose se qued atrs, junto a los sacos terreros, y vio cmo los dems se metieron en el refugio. Tom una determinacin. En vez de meterse en el refugio pas de largo y continu arrastrndose. Una vez haba un fiel hsar... "Esta vez no habr ningn loco que me obligue a apartarme de mi camino." Su camino le condujo a la calle siguiente. Luego dobl la esquina. Se meti entre las ruinas de una casa, pas ante el hospital 122 (no quiso tenrselas que haber con los centinelas que haba en la puerta), se meti en un agujero que le condujo a un jardn y luego, a travs del boquete de una pared, se introdujo en el edificio. Se encontr en un largo corredor. Al final del comedor arda una vela. Aparte de la mesa y de la vela que arda sobre ella no haba nada ms en el pasillo. Continu avanzando y lleg ante una escalerilla que conduca al stano. Descendi la escalerilla y lleg a una gran habitacin vaca de la que arrancaban tres o cuatro corredores. Un dbil claridad sali de una habitacin cuya puerta acababa de abrirse. Loose crey percibir olor a hospital. Apareci una hermana, que empujaba un carrito lleno de vendajes y frascos. Loose le mostr su mano ensangrentada. La cosa pareca no ser grave. Loose deseaba que le limpiaran la herida, le pusieran una venda y le dieran una cartilla de herido. La hermana quiso enviarle a otro departamento. No; gracias, hermana. Slo deseo un pequeo vendaje. Con esto ya podr ir tirando dijo Loose. Ella le pregunt de dnde vena. Del canal. Y qu tal estn las cosas all? All estn los rusos. Enseme usted esa herida dijo un joven mdico. La hermana le acompa a una sala de curas, le ayud a quitarse la guerrera y le subi la manga de la camisa. El mdico contempl la herida. Una esquirla se haba metido en el antebrazo. No era nada grave. El mdico sac la esquirla y dej a Loose en manos de la hermana. Era un mdico muy joven. Tena el rostro muy plido y oscuras ojeras. Se le vea tan cansado como los soldados que combatan entre las ruinas. El teniente mdico doctor Theysen haba visto aquel da cmo un batalln formado por gente heterognea avanzaba en Zehlendorf hacia la lnea de fuego. El batalln estaba compuesto por hombres de edad madura muchos de 125

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los cuales tenan el cabello gris y carecan de armamento. Avanzaban muy espaciados unos de otros. Un hombre sali de la fila y se sent sobre el bordillo. Luego sali otro, y al poco rato, otro, y luego otro ms. Se sentaban junto al camino. nicamente saban que desde haca doce horas no haban comido nada. "Qu quiere decir tomar posicin, doctor? De todos modos, estamos demasiado cansados para escapar", le dijo uno de aquellos hombres. Cundo opina usted que llegarn los rusos? pregunt el mdico a Loose. Eso puede suceder de un momento a otro. Tem que ya estuvieran aqu. Ya no hay nadie entre el hospital y los rusos. Quiere usted un coac? El mdico llen un vaso. Puede usted beber tranquilamente; tenemos mucho coac en la casa. Nuestro jefe cuenta con la inminente llegada de los rusos. Ha hecho repartir toda nuestra provisin de alcohol y desea que se acabe cuanto antes. Loose bebi una segunda y luego una tercera copa. Luego se meti la botella en el bolsillo. Que mdico ms generoso! S, nuestro mdico exclam la hermana. Acaba de llegar del frente del Este. Es el hijo del jefe. Hoy celebra su despedida de soltero, pues maana mismo se casa con una enfermera. Pues creo que no lo ha organizado bien, pues es posible que tenga a los rusos por invitados. No es raro que est tan plido. Loose abandon la casa por el mismo camino que haba entrado. En el jardn tropez con unos camilleros que transportaban soldados y paisanos recin fallecidos y que colocaban, alineados junto a una pared, al extremo del jardn. All comenzaran a descomponerse sin que nadie los molestara. Tambin los camilleros haban bebido bastante coac y no les importaba cargar cadveres que todava hubieran podido ser reconocidos y que a veces colocaban en tumbas individuales, o transportar amasijos de carne y jirones de uniformes arrancados de las fauces de la guerra y que ellos echaban en pequeas fosas comunes. Cerca del jardn comenz a arder un edificio. Los disparos del "organillo" de Stalin cayeron sobre la pared del jardn. Loose se alej de los camilleros y se escurri a lo largo de otra pared. No encontr ningn boquete y tuvo que encaramarse a ella. Atraves un parque y avanz luego por un barrio residencial en el que slo quedaban unas cuantas fachadas medio derruidas. Y despus de haber pasado junto a la boca de un "Metro" lleg ante la gran explanada de Tempelhof. Al otro extremo de aquel desierto sumido en las tinieblas se levantaba la estacin area y, junto a ella, los hangares del aerdromo. Un fuego de fusilera le oblig a cambiar de direccin. Loose fue entonces bordeando el campo. Al cabo de un rato haba dejado el tiroteo atrs. Se volvi y vio cmo la luz de unos fogonazos rasgaba la oscuridad. Anduvo por calles desiertas y avanz por entre montones de ruinas. Pas junto a un cementerio. Ms tarde se adentr por un paisaje de ruinas que ya formaba parte del casco interior de la ciudad. Las calles haban desaparecido bajo inmensos montones de escombros, ruinas y basura. Todo estaba desierto. Hacia dnde deba dirigirse? Deba ir hacia Magdeburg. Pero, cmo podra atravesar la vigilancia y 126

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las lneas de tanques emplazadas en los barrios extremos de la ciudad? Haca falta tener mucha suerte. "Hace falta tocino", haba dicho, en cierta ocasin, Emma. A Emma la haba conocido no lejos de all, en una reunin celebrada en Hasenheide. Qu tontera que ahora estuviera en Magdeburg! Quiz ya era demasiado tarde para salir de Berln. En ese caso convena hacerse en seguida con unos pantalones, una chaqueta y un sombrero. Quin le podra dar todo aquello? Atze, Willi y Paule haban desaparecido. Todo haba sido volado y ya no quedaba ningn amigo. Y si alguno quedaba estaba tan bien escondido que hubiera sido imposible dar con l. Loose tena su historia. Era sargento primero del ejrcito de Hitler, pero en cierta poca haba formado parte de la "Comuna". No haba sido ms que un simple militante y nunca desempe ningn cargo. Cuando las cosas cambiaron, se traslad a otra ciudad y nadie le dijo nada. Luego haba ingresado en el ejrcito y haba hecho media campaa del Este. Particip en las retiradas, desde el Don hasta el Oder y el Neisse, hasta que su unidad fue aniquilada. Tena una historia y tena algunos motivos para no querer caer prisionero de los rusos. Bueno; ya encontrara una camisa y un pantaln entre aquellos inmensos montones de ruinas. En Berln todava deben quedar personas razonables. No es posible que todo el mundo est enterrado bajo escombros, pero hay que tener cuidado con delatarse. Y sobre todo hay que poner mucha atencin a las patrullas. Huir. Huir. Ya haba visto bastante. En un momento celebraban un juicio sumarsimo y hasta a los chicos de la escuela les haban colocado el casco militar. Ni la tuberculosis ni una grave cojera pueden salvarle a uno. Y aquel pequeo vendaje en su brazo no significaba, en realidad, nada. As, pues, no haba ms remedio que huir, huir. Ni un rastro de vida, ni una pequea luz en la inmensa oscuridad. Una ciudad muerta. Dnde se ocultan las personas? Ni una nube en el cielo. Fachadas medio derruidas y sobre ellas, en lo alto, las estrellas. Loose se detuvo ante un gran amasijo de hierros que descubri en una hondonada. Mir hacia abajo y vio un agua negra y brillante. Era el canal Landwehr. Caminara a lo largo del canal y as llegara al Tiergarten. All, en la estacin de Bellevue, conoca a una portera. Si la mujer todava vive le ofrecer ayuda, un escondrijo y ropa. Hay que tener cuidado hasta llegar all. Las estrellas, sobre las ruinas, comenzaron a palidecer. El cielo adquiri una calidad de algodn gris. Tiene que atravesar el puente y luego llegarse hasta el Halleschen Tor. Pero antes hay que echar un vistazo. Ya est amaneciendo y hay que ser muy precavido. Y, de pronto: Documentos! Cartilla militar! Era una patrulla de la Wehrmacht. Un sargento y dos soldados. Dnde est su unidad? Aniquilada en Tempelhof. Bien; acompenos al lugar de concentracin. Una catstrofe, pero no haba ms remedio que seguir a la patrulla. Dejaron el puente atrs y bordearon la plaza de Belle-Alliance. En medio de la plaza, iluminada por las primeras luces del da, se levantaba la columna conmemorativa de Waterloo, y en lo alto de ella, con el laurel del vencedor, la 127

Theodor Pliever Victoria miraba en direccin a Tempelhof.

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EN EL HOSPITAL 122
Tras una pausa, se volvi a abrir fuego en Tempelhof. Y lleg el final para la gente de Hasse, para el Hospital 122, para el campo de aviacin y para todo Tempelhof. La guarnicin de las S.S. de la casa Ullstein, los defensores de la fbrica "Lorenz" y del canal Teltow avanzaban, convenientemente escoltados por una doble hilera de cosacos montados en pequeos caballos, por la carretera nmero 96, que para muchos haba de ser un camino sin fin. En el refugio de Hasse, entre sacos terreros que se venan abajo y volvan a ser puestos unos sobre otros, tableteaba una ametralladora. Hasse no solamente estaba rodeado de soldados. Como en la fbrica "Lorenz", haba muchos paisanos, mujeres y nios. La gente estaba tumbada por los suelos y no tena comida ni agua. Las ltimas velas se estaban acabando. Unos heridos yacan a la entrada del refugio. Haba un aire enrarecido. El polvo de la atmsfera ola a sangre, lodo y pus. El rostro de Hasse estaba blanco a causa del polvillo de yeso que continuamente se desprenda de las paredes. Estaba blanco como slo puede estarlo un negro espantado. Respiraba con dificultad e iba y vena de un lado a otro, sacando a su gente de los rincones del refugio. El recuerdo de su padre, a quien haba ido a ver en Hermsdorf, le mantena en pie. Su padre era un hombre viejo, acabado, de cabellos grises. "Todos te necesitamos", le haba dicho. "Todos te necesitamos, pero sobre todo tu madre es quien ms te necesita. Pero tu decisin de continuar la lucha en estas condiciones, con el brazo herido, demuestra el temple de tu carcter." El viejo haba murmurado aquellas palabras con dificultad y trat de acortar la despedida. Luego, ya en la puerta del jardn, le haba dicho: "Creo, Wolfgang, que si nos mantenemos fuertes y aguantamos, la victoria ser nuestra". Aquellas fueron sus ltimas palabras. La bandera blanca... Nunca! Un salvaje tiroteo. Los sacos terreros volvan a caerse. El polvo llegaba hasta los ltimos rincones del refugio. Se haba abierto un nuevo agujero. El agujero deba ser cerrado inmediatamente. Tena que ser cerrado a toda costa! Ayudado por dos hombres, se puso a trabajar. La ametralladora enemiga abri un segundo boquete y las balas silbaron en el interior del refugio. Toda su familia haba sido dispersada; slo su padre estaba en Hermsdorf. Y Agnes tambin estaba en Berln. Deba estar metida en algn reducto del "Werwolf". Capitular? Nunca! Agnes no se avergonzara de l! No hay nada que hacer, mi comandante! Hasse mir a quien le acababa de hablar. Un rostro con lentes. Unos soldados le rodearon. Qu queran? El paisano le dijo unas palabras que l no

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entendi. No hay nada que hacer, comandante. Capitular! dijo el otro. Nunca! Hasta el ltimo cartucho! Ya era demasiado tarde. La puerta fue echada abajo. Con los brazos en alto, una riada de hombres, mujeres y nios sali del refugio. Y l, arrastrado por la corriente, fue empujado hacia afuera. Brazos levantados. Trapos blancos en el aire. Los rusos! Quin mandar aqu? pregunt un ruso. Quera saber quin era el oficial de ms graduacin; la persona que con tanta tenacidad haba defendido aquella posicin. No necesit preguntarlo dos veces. La gente se apart de Hasse. Un soldado rojo golpe a Hasse en el rostro y lo hizo caer al suelo. Y otro, el que acababa de formular la pregunta, apunt a Hasse y, cuando ste trat de incorporarse, le dispar tres tiros en la nuca. Ah tienes dijo. Y luego, volvindose a las mujeres, dijo: Mujeres, a casa; nios, a casa. Y, en seguida, a los paisanos: Nu Daway! Y con el can de la pistola seal hacia el canal, por donde corra la carretera nmero 96. Aqu estar muy bien. Este espacio despejado ser un magnfico emplazamiento y los rboles de aqu alrededor sern un estupendo camuflaje. Dicho y hecho. Montado a caballo, el jefe de la batera entr en el hospital 122 por la puerta principal. Un sargento primero de caballera y unos soldados empujaron dos obuses de 15 cm. Los emplazaron frente al hospital. Apenas haban comenzado sus preparativos, cuando, acompaado de un sargento y de un suboficial, apareci el jefe del hospital, teniente coronel doctor Theysen. igame usted, capitn: creo que se ha equivocado de direccin. No; de ninguna manera, mi teniente coronel. Este es el lugar apropiado del emplazamiento. Qu se le ha ocurrido a usted! Sobre el tejado, las paredes y en las ventanas hay emblemas de la Cruz Roja! No importa. Por lo visto, mi teniente coronel, no tiene usted la ms remota idea acerca de las formas de combate de la guerra actual. Tenemos ms de dos mil heridos en la casa. Estamos bajo la proteccin de la Cruz Roja. En tales condiciones no podemos permitir que este lugar se convierta en un campo de batalla. Pues aqu se va a combatir. El lugar es apropiado, y basta. El sargento particip en la conversacin. Pareca tener ganas de encararse al capitn, pero se volvi hacia el suboficial y le dijo: Djelo usted, sargento. Eso lo vamos a arreglar en seguida. El teniente coronel y sus acompaantes regresaron al edificio. El doctor Theysen cogi el telfono. Al cabo de dos horas pudo comunicar con el jefe de la divisin. Eso es intolerable, mi general. Estamos bajo la proteccin de la Cruz Roja. Debo pensar en mis heridos. 129

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Pues sacdase usted a ese tipo. No es cosa fcil y no estoy dispuesto a comenzar a tiros con l. Pues haga usted el favor de trarmelo al telfono y ver como le digo la opinin que me merece. El doctor Theysen mand llamar al jefe de la batera. El sargento que pas el auricular al capitn se percat de que el jefe de la divisin no fue demasiado amable con el artillero. Al cabo de poco rato la batera haba desaparecido de frente al hospital. El peligro vino entonces de otro lado. La cercana de la fbrica "Lorenz" y la larga resistencia que desde aqulla se hizo fue algo fatal para el hospital 122. Bombas, granadas e incluso salvas del "organillo" de Stalin, que seguramente iban dirigidas contra la fbrica "Lorenz", cayeron en el hospital e hicieron numerosas vctimas. El hospital 122 estaba ms que repleto. El hospital tena ochocientas camas y ltimamente haban ingresado en l muchos heridos procedentes de las trincheras de aquel barrio y de Mariendorf. En aquel momento haba all ms de dos mil enfermos. Y el hospital estaba bajo el fuego enemigo. Todos al refugio. Los heridos y enfermos yacan en las camas y sobre el suelo de salas y pasillos. Todo era provisional e incluso a los muertos se les enterraba provisionalmente. A pie o en camilla fueron llegando heridos de la casa Ullstein, de la fbrica "Lorenz", del canal Teltow, de la carretera de Berln y de las trincheras situadas desde la plaza de Atila hasta el puente GottliebDunkel. El jefe mdico, los capitanes mdicos y los asistentes, todos ellos calzados con guantes de goma y las mangas arremangadas, empuaban tijeras, cuchillos y sierras, anudaban arterias y cortaban huesos. Atmsfera enrarecida y luz de velas. Operaban a la luz de las velas y all, en Berln, volva a repetirse lo que ya antes haba ocurrido en Stalingrado, en el Mius, en el Don, en el Dnieper y en todos los lugares del frente del Este. La sangre chorreaba de la mesa de operaciones y formaba una especie de limo a todo su alrededor. Los operadores eran trabajadores forzados cuyo quehacer continuaba da y noche sin interrupcin. Aquellos hombres aguantaban a base de caf. El incendio de la fbrica "Lorenz" iluminaba las fachadas del hospital. Los operadores trabajaban sin cesar y las enfermeras aguantaban todo lo que podan. Pero otros enfermeros, empleados, camilleros y enfermos que prestaban servicios auxiliares o que estaban hospitalizados en las secciones de convalecientes abandonaban el hospital. Y nada poda detenerlos, porque el pnico se haba apoderado de todos. Y el destino de las gentes aguardaba en Tempelhof, en la Alexanderplatz o en el refugio del Fhrer. Comenz un nuevo da. En las habitaciones y en los pasillos subterrneos no haba ninguna diferencia entre la noche y el da. Una bomba de aviacin acababa de caer y estallar sobre las tumbas recin excavadas. Los muertos eran colocados en los pasillos. Y cada vez eran ms largas las hileras de cadveres. Los camilleros no queran salir al jardn, que estaba batido por el fuego enemigo. Los muertos deban esperar. El final se produjo a la noche siguiente. Un oficial lleg de la puerta de entrada y dijo: 130

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Los rusos estn aqu, mi teniente coronel! Dicen que quieren hablar con el jefe. El doctor Theysen se puso en pie. El jefe de la seccin de psiquiatra le acompa. En el jardn haba tres rusos: un oficial y dos soldados, que inmediatamente les apuntaron con sus pistolas ametralladoras. Manos arriba! El doctor Theysen slo levant un brazo, pues el otro casi no lo poda mover a causa de las heridas recibidas cuando la primera guerra. No llevo armas dijo. T, jefe? S, el jefe mdico. El oficial, que era un joven teniente, se acerc al doctor Theysen, le alarg la mano y le dijo: Ven! No dijo ms. El sargento y el mdico psiquiatra, doctor Schott, se quedaron atrs y vieron como su jefe, acompaado de los tres rusos, cruzaba el jardn, se meta por un boquete que los tanques haban hecho en la pared del mismo y desapareca en la oscuridad de la noche. Unas horas despus, acompaado por los mismos rusos, regres el doctor Theysen. En la puerta, junto al sargento, estaba un comandante que representaba al ejrcito. Primero dio orden al sargento de que anunciara su regreso al doctor Schott, a los dems mdicos y a su esposa e hijo, que estaban trabajando en sus respectivas secciones. Luego se dirigi al comandante y le dijo: Ante todo, seor Wegemann, hay que reunir las armas. Todas las armas deben ser entregadas. Y luego, en vez de dirigirse a sus habitaciones de la seccin de desinfeccin, se retir a su chalet. Quera estar solo. Se sent en un sof, junto a una ventana abierta. La noche estaba estrellada. Soplaba un suave vientecillo. Era una hermosa noche de primavera. As, pues, la guerra haba pasado de largo. El hospital haba quedado atrs, como una isla olvidada. Por las calles que pasaban junto al hospital avanzaban los refuerzos y el avituallamiento. La carretera nmero 96, la Berliner Chaussee y la Berliner Strasse eran ahora la vanguardia rusa. Morteros, tanques, infantera y camiones avanzaban a un tiro de piedra de la ventana y entre ruinas, montones de escombros e incendios se dirigan hacia el casco interior de la ciudad. Era una inmensa y gruesa cadena que a veces se desparramaba por las calles vecinas. Los coches y camiones viejos o medio estropeados eran apartados de la calle principal, que deba quedar libre para los vehculos ms rpidos. Bajo los rboles ardan pequeos fuegos. Unas sombras se movan sobre la pared del hospital. Fachadas medio derruidas y casas en ruinas se volvieron a iluminar a la luz de nuevos disparos. El fuego haba comenzado cuando el doctor Theysen, acompaado de los tres rusos, regresaba al hospital. Muchas veces haba tenido que arrojarse al suelo y los silbidos de las balas le obligaron a pegar su rostro a tierra. Pero las rfagas de ametralladora y los disparos de fusil le haban dejado tenderse una y otra vez, as como a los tres rusos, sin que sufriera la ms pequea herida. 131

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Hubiera debido dormir, pues estaba fatigado y quera estar despejado para afrontar con serenidad el trabajo que le aguardaba al da siguiente. Pero el sueo no llegaba. Un disparo son junto a la casa. Alguien cay bajo la ventana. Son un segundo disparo y una mujer cay de bruces, se golpe la frente contra la acera y qued inmvil. Brillo la luz de una cerilla. Alguien encendi un cigarrillo. Bajo los rboles slo quedaba el rescoldo de las hogueras. Theysen se apart de la ventana. Sali de la habitacin sin encender ninguna vela. En la puerta se encontr con dos soldados que a travs del jardn le acompaaron al stano de uno de los edificios del hospital. All fue interrogado por un comandante. El comandante hablaba un alemn perfecto. Junto al comandante haba un general que vesta una sencilla blusa de soldado y cuyos cabellos comenzaban a blanquear. El general permaneci en la sombra, tras la lmpara, situado de tal manera que poda ver el rostro del interrogado. El interrogatorio fue corto, pero intencionado. Gir en torno a la entrega del hospital. El comandante le pregunt si perteneca al Partido, cundo haba ingresado en l, desde cundo era teniente coronel mdico, y si haba estado en el frente del Este. Tambin quiso saber cuntas camas haba en el hospital, cuntos heridos graves y cuntos leves, cuntos enfermos y cuntos empleados y quines entre ellos pertenecan al Partido. Asimismo se interes por el material mdico, especialmente por el instrumental quirrgico. Y finalmente hizo unas cuantas preguntas relativas a la casa del jefe, que l llamaba la casa del servicio, y quiso que se le informara acerca del nmero de habitaciones que en ella haba y del modo como estaban acondicionadas. El general de la blusa se levant y desapareci de la habitacin sin decir palabra. Ni tan siquiera salud. Los mismos soldados que le haban trado le acompaaron, tras haber dicho l que no poda regresar solo, al hospital. Se durmi un rato. Luego se levant y se acerc de nuevo a la ventana. Disparos. El "organillo" de Stalin disparaba una salva tras otra. Las granadas silbaban sobre el campo de Tempelhof. Tableteo de ametralladoras. La lucha por el campo de aviacin haba llegado a su punto culminante. Durante mucho rato pareci centrarse en la estacin y en el gran anfiteatro de los hangares. Y luego, al cabo de un tiempo, se desplaz hacia el mar de ruinas. Sobre la acera, bajo su ventana, yacan un hombre y una mujer. De dnde haban venido? Cmo haban venido a parar aqu, bajo su ventana, para caer ante la pistola de un soldado? Unas sombras se movieron sobre la pared. A lo lejos se oa el fragor de la lucha. Las estrellas comenzaron a desaparecer. El cielo se ti de un color ceniza. Entre el polvo y el humo, una extraa figura se levant hacia el cielo y luego se precipit hacia la ensangrentada ciudad, sobre la que esgrimi una enorme guadaa. El doctor Theysen se despert a la maana siguiente con el recuerdo de una gigantesca guadaa flotando por los aires, sobre la ciudad. Ante l estaba un suboficial y afuera le aguardaba el doctor Kohlhammer, su representante. Theysen se percat de que se haba acostado sin desvestirse. nicamente se haba quitado las botas, que ahora estaban junto a la cama, cubiertas de barro. Y al verlas se acord del camino que haba hecho en compaa de los soldados rusos. Hizo que el doctor Kohlhammer entrara en su habitacin. Tampoco el doctor pareca haber descansado aquella noche. 132

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Dos comisarios le aguardan en el despacho, mi teniente coronel dijo el doctor Kohlhammer. Los dos parecen estar muy impacientes. Adems parece que se han producido cambios de importancia y la situacin se presenta ahora de una manera bastante diferente a ayer. Cambios de importancia. Ante todo haba que hacer los preparativos para la entrega del hospital. Dice usted cambios, Kohlhammer? Ya lo ver usted. Adems se han pasado media noche interrogndome. Tambin a Kohlhammer! Acompaado de Kohlhammer, Theysen se dirigi a sus oficinas. Dos hombres vestidos con chaquetas de cuero le aguardaban en su despacho. Ya saba que haban de producirse cambios importantes. Llovi sobre l una serie de preguntas que en realidad eran rdenes. Se trataba de las armas; de las provisiones, de los edificios y de su residencia. Le dijeron que inmediatamente se haban de confeccionar listas acerca del personal y del material que haba en el hospital. Queran saber los antecedentes de cada uno de los hospitalizados y deseaban que les informaran acerca del instrumental que haba en cada departamento. Camas, sillas, mesas y lmparas, en una lista. Instrumentos, pinzas, tijeras y aparatos, en otra. Y dnde estn las armas? Aqu han aparecido muy pocas armas. T, jefe mdico, responsable. Y t, Kohlhammer, tambin responsable. Responsable con cabeza, entiendes? Con cabeza, entiendo. Nosotros buscaremos armas y si las encontramos, t, jefe, pum, pum. Y al decir estas palabras levant el brazo e hizo un gesto como si disparara una pistola. Y hospital ser encendido. Fuego. Todo estropeado. Entiendes? Entenda todo. El doctor Kohlhammer se march con los dos comisarios. Acompaado de su ayudante el comandante Wegemann, de su secretaria y del sargento primero, Theysen se qued en su despacho. Ahora, manos a la obra dijo Theysen. Al parecer, de momento, la ensea de la Cruz Roja haba sido respetaba y l deba procurar que aquel respeto continuara. Dnde estn las armas? Se le dijo que todas las armas, incluso las que fueron escondidas en las chimeneas y enterradas en el jardn, haban sido reunidas. Creo que no se ha hecho as. Todas las armas tienen que aparecer. Pngase inmediatamente manos a la obra, seor Wegemann. Y usted, sargento, convoque en seguida a los mdicos y a los practicantes. No hay nada que hacer, mi teniente coronel. Por qu no? Porque casi todos los mdicos se han marchado a casa. Unos mdicos esperaban ser interrogados por los rusos y los otros aguardaban en la calle, ante la puerta. Mdicos, enfermeros, heridos y todos aquellos que podan caminar, unos con la bata de servicio y otros en camisa y calzoncillos, tal como estaban, haban sido obligados a salir a la calle y ya haca tres o cuatro horas que aguardaban ser transportados. 133

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As, pues, lo primero son las armas. El segundo punto se refera a las listas del personal y al inventario del instrumental mdico. Nos harn falta escribientes dijo Theysen a su secretaria; procure usted que se presenten diez o, mejor, veinte, seorita Kindler. Un ruso entr en el despacho. Traa un papel estampillado. Quera que le entregaran un quintal de mantequilla. Luego apareci otro ruso, y en seguida otro y otro. Todos venan en busca de algo. Nadie saba si las estampillas eran autnticas y nadie tampoco entenda lo que en aquellos papeles se deca. Pero como todos formulaban sus exigencias con la pistola en la mano, apuntando a los presentes, no quedaba ms remedio que satisfacer sus deseos. Y qu es esto, seorita Kindler? Un manojo de cartas y la fotografa de un hombre con una larga barba estaba sobre la mesa. Pertenecen a alguien que cay en la Berliner Strasse. Ya he dado los datos personales para que los tengan en cuenta en la lista de muertos. Era un comandante que tena un tiro en la nuca. Creo que tiene parientes en Hermsdorf. Ms rusos. Entr el habilitado de la seccin de aprovisionamiento. Bien, seor habilitado; trae usted la lista de los comestibles y alimentos de que dispone el hospital? No, no la traigo. No tenemos tiempo que perder. Necesitamos la lista con toda urgencia. Dentro de poco ya no sabr lo que tenemos, mi teniente coronel. S, ya s; falta un quintal de mantequilla. Faltan ms de diez quintales. Los almacenes estn siendo saqueados. Cada cual coge lo que quiere. El hospital haba sido puesto bajo la proteccin de un estado mayor divisionario. Unos centinelas haban sido colocados ante sus puertas, pero muchos de los soldados que pasaban por la calle se metan tranquilamente en el recinto del hospital. Eran tipos bajos, de rostros annimos y sudados, que vestan blusas de color pardo. Se metan en las salas de los enfermos. Piernas enyesadas, moribundos, rostros plidos. Nada de todo aquello afectaba a los rusos, que caminaban entre las camas mirando hacia todas partes, con marcada expresin de desconfianza. Entre doscientas enfermeras slo se dio un caso de violacin. Pero encontraron la cocina y encontraron los almacenes. Y pidieron aguardiente. T dar aguardiente. Aqu no tenemos aguardiente. T mentir; en hospital siempre aguardiente. Qu hay detrs cortina? Qu hay en armario? Qu hay en mesa? Aqu no tenemos aguardiente. Y en el hospital, efectivamente, no haba aguardiente, pues para ello ya se haban tomado las medidas oportunas. Pero s haba grandes balones de alcohol medicinal y grandes provisiones de espritu de vino. 134

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Aqu aguardiente, mucho aguardiente. Dios mo, qu va a ocurrir! Una compaa de soldados rusos va a abalanzarse sobre ese alcohol! Los soldados se beben grandes cantidades de alcohol y de agua de colonia, y no les ocurre nada. Todo sucede en poco tiempo, apresuradamente, pues sus oficiales llegan al poco rato. Y los oficiales blasfeman y con pistolas y palos les obligan a salir. Qu es ese tiroteo? Nadie lo sabe, mi teniente coronel. Un teniente coronel se ha suicidado hace un rato. Estaba en cama. Se peg un tiro al tiempo que se apretaba una almohada sobre la cabeza. Luego, unos soldados quisieron fusilar a cuatro enfermos. Los enfermos salieron precipitadamente de la sala y al irrumpir en el patio fueron muertos por los centinelas, que abrieron fuego contra ellos. El tiroteo se produca ahora junto a la puerta del hospital. Los heridos han sido sacados de sus camas y estn afuera, en la calle, mi teniente coronel; aguardan ser evacuados. Un grupo de curiosos que se haba acercado a los heridos ha sido acribillado por un centinela. Un teniente entr en el despacho. Llevaba un gran cesto y en la mano derecha empuaba una pistola. Orden del Estado Mayor: entregar todos los relojes! Dentro de dos horas todos los relojes entregados. Theysen cogi el cesto y lo entreg al comandante Wegemann. Luego apareci un comandante mdico ruso y salud a su colega alemn. Ech una larga mirada al despacho y se fij en el gran retrato de Hitler y en el de Hindenburg. Oh! No bueno. Hitler no bueno! Cogi una silla, se subi a ella y volvi el cuadro del otro lado. Contra Hindenburg no tena, por lo visto, nada que decir. Posiblemente no haba odo hablar de la batalla de Tannenberg, ni del final de doscientos mil rusos en los lagos Masurianos. Hombre bueno. Cuadro puede quedar dijo. Al poco rato de haberse marchado el comandante mdico, entr uno de los comisarios. Pareca estar de muy mal humor. Nadie hace nada. No se hace nada. Aguardar cinco minutos y luego arrojar a todos a la calle. Qu es lo que no se hace? A quin arrojar usted a la calle? Dos secciones repletas de heridos graves deban ser inmediatamente desalojadas, pues una compaa rusa de Sanidad y un grupo de heridos rusos deba ocupar el lugar en seguida. Y all no caba nadie ms. Y faltaban camas. Y deban desalojarse los pasillos subterrneos. Theysen quiso ir a las secciones en cuestin. Pero en la puerta se encontr al joven teniente que la noche antes le haba acompaado a prestar declaracin. Inmediatamente a ser interrogado! Cuando regres ya era medioda. Los heridos y una parte del personal continuaban ante la puerta. Traa la orden de que los mdicos y los sanitarios continuaran su trabajo. Los heridos graves no podan ser evacuados. Todava no les haba llegado la hora de ser metidos en camiones y trasladados hacia el Este. Se permiti que los heridos 135

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leves regresaran a sus sitios. La mquina trabaja despacio. Theysen no haba tenido tiempo de ocuparse de los heridos alojados en las secciones de urgencia. Camino de su despacho tropez con unos rusos que se llevaba cuanto podan: ropa, muebles, libros, comida. Haba comenzado el saqueo sin ningn disimulo, sin el papelito con la consabida estampilla. Estaban borrachos y muchos de ellos se llevaban instrumentos. Se crey obligado a intervenir. Pero lo ms que consigui fue que cada objeto fuera anotado en una lista. El saqueo, sin embargo, continu. El acopio de relojes se llevaba a cabo de una manera sistemtica, tal como, al parecer, haba ordenado el Estado Mayor. Llegaron los relojes. En su despacho, junto al escritorio, vio el gran cesto de ropa, que no solamente estaba lleno de relojes, sino de condecoraciones militares y de emblemas del Partido, muchos de los cuales eran de oro y plata. Haban transcurrido las dos horas del plazo. Theysen se inform de todo lo ocurrido durante su ausencia. El oficial de los relojes, que aquella maana era teniente y ahora apareca de capitn, entr en su despacho. Relojes, relojes!... grit al entrar, y puso su mano sobre la culata de la pistola. No tena motivo para chillar de aquel modo. Theysen ech una mirada al cesto de la ropa y el oficial se percat de lo que en l haba. Oh! T buen hombre. Su actitud haba cambiado sbitamente. Se sac una botella de aguardiente del bolsillo del pantaln y la coloc sobre la mesa. Y luego del otro bolsillo sac una botella de agua de colonia. Theysen tuvo que dejarse invitar para despejar la situacin. T buen hombre! Muy buen hombre! Los elogios del oficial avergonzaron a Theysen. Pero qu poda hacer? Se haca cmplice de aquel saqueo, y en ese caso ganara en consideracin y se sentira degradado, segn como se miraran las cosas, o se opona a l y expona seriamente su vida. El capitn se march con el cargamento de relojes. Y al cabo de un momento apareci un teniente el que haba venido aquella maana y le dijo: Los relojes! Los acabo de entregar. Qu quiere usted decir? La cosa se puso fea. El teniente se encoleriz y desenfund la pistola. Theysen sinti el fro del arma en el cogote. Estaba dispuesto a morir si ello era realmente necesario, pero no quera que le mataran por una estpida cuestin como aquella. Se volvi, pues, al oficial y le increp de un modo airado. Sus palabras hicieron efecto. El teniente le acus de saboteador y dijo que ms tarde le hara fusilar, pero ahora quera saber dnde estaban los relojes e incluso estaba dispuesto a escucharle. La explicacin fue muy penosa, pues el teniente estaba completamente borracho. Finalmente cogi a Theysen de la mano y le oblig a seguirle. Al cabo de un rato de ir y venir por el hospital, encontraron al capitn en un pasillo. Es aquel, el de la bicicleta! exclam Theysen. 136

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El capitn se dedicaba ahora a pasearse en bicicleta por los pasillos del hospital. El teniente ech a correr, se abalanz sobre el capitn y le hizo caer de la bicicleta. Luego, encaonndolo con su pistola, le oblig a descender la escalera, le condujo a la entrada del edificio y le hizo salir al patio. Theysen no comprenda como un teniente poda hacer aquello con un capitn. El capitn avanz unos cuantos pasos por el patio. Son un disparo y el oficial cay al suelo con un tiro en la nuca. Era un capitn y probablemente habra llegado a Berln al frente de una compaa. Es posible que aquel capitn hubiera mandado a sus hombres a travs de la nieve y el fuego enemigo. Haba llegado a la capital como vencedor y ahora yaca sobre el suelo del patio del hospital. Media hora de jolgorio, un cesto de ropa lleno de relojes, una bicicleta y un tiro en la nuca. Quin es ese joven teniente que as dispone de la vida y muerte de sus compaeros? Theysen continu andando. Pas ante su residencia oficial y lleg a su domicilio particular. La casa estaba rodeada de camiones, coches, tanques ligeros y toda clase de vehculos. Las puertas estaban abiertas de par en par y por ellas entraban y salan oficiales, soldados y paisanos vestidos con chaquetas de cuero. Unos arrastraban maletas y otros cargaban con cuadros, alfombras y bales. Tambin haba unas cuantas mujeres que a pesar de ir uniformadas tenan un aspecto muy diferente de las mujeres policas que Theysen ya haba visto. Eran mujeres jvenes, como las policas, pero stas llevaban elegantes botas altas y buenas carteras colgadas al hombro. Una de ellas, que luca las insignias de comandante, llevaba las uas cuidadosamente pintadas y fumaba un largo cigarrillo de tabaco negro. Iba muy empolvada, pero sin gracia, y su piel estaba reseca, como la de quienes trabajan de noche y apenas ven la luz del sol. La mujer entreg unos paquetes a un soldado y pas ante Theysen. Tambin l quera entrar all, pues al fin y al cabo aquella era su casa y en ella tena muchas cosas de su propiedad. Costaba llegar a la puerta, pues el lugar estaba lleno de hombres trajeados con zamarras y chaquetas de cuero. Aquellos hombres, como ms tarde supo Theysen, eran oficiales y algunos tenan una alta graduacin. Estaba a pocos pasos de su casa. Volvi a ver a la mujer de las uas pintadas. En aquel momento suba las escaleras de la entrada y, vista desde abajo, pareca ms alta que antes. La mujer se volvi, dio una larga chupada al cigarrillo y le ech una mirada. Le ech una mirada. Entr en la casa. En el recibidor haba un hombre armado sentado ante una mesa cubierta de papeles. Aquello pareca la entrada de una prisin. Un poco despus se percat de que aquella gente perteneca a la G. P. U., una de cuyas secciones se haba instalado en su casa.

CIELOS Y TIERRA CALLARON

Hermsdorf est al final de Berln, junto a la carretera que va hacia Oranienburg

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y corre luego hacia el norte. Hermsdorf es un gran barrio suburbano formado por villas de tejas coloradas, con jardn a la entrada y enredaderas que trepan junto a las ventanas. Tras las ltimas casas de Hermsdorf comenzaba un hermoso bosquecillo. All vivan unos miles de personas. Era una poblacin formada por empleados, pequeos comerciantes, funcionarios y profesores entre los que se encontraba el profesor Hasse. El doctor Hasse no solamente estaba disgustado consigo mismo, sino con todo el mundo. Cada da haba menos gente sufrida, limpia, recta y dispuesta al sacrificio. Cada da haba ms individuos que trataban de sacudirse su responsabilidad. Casi no reconoca a los berlineses. Se haban vuelto groseros, excitables y no se les poda decir nada, pues en seguida contestaban a gritos. La guerra area era una prueba que no todo el mundo poda sobrellevar. Era algo horrible: ciudades enteras haban dejado de existir y los refugiados, la gente que se haba quedado sin casa, iban arrastrando una especie de veneno por todo el pas. Y todo aquel pnico, aquel nerviosismo y aquella miseria eran debidos a Churchill, a quien la mal aconsejada propaganda, en vez de tomarlo tan en serio, hubiera debido ridiculizarlo. Aquel Churchill era el demonio disfrazado de persona! Casi no era concebible cmo alguien poda tomarse la libertad de fomentar la esperanza de que Alemania iba a ser derrotada como en 1918. Uno deba tener los ojos muy abiertos para darse cuenta de la realidad de las cosas. Pero dejemos eso... tan desagradable. Fue la noche del 22 de abril de 1945, en que los rusos, despus de haber rebasado Zossen, aparecieron en el canal de Teltow y en que el cerco de Berln estaba a punto de cerrarse. Fue la noche en que los rusos se plantaron en el parque donde estaba el refugio Herzberge y avanzaron hasta ms all de Oranienburg. El profesor Hasse estaba sentado ante una mesa, en la pequea cocina de su casa, con la cabeza cogida entre las manos. La plancha de aluminio de la mesa pareca ser un instrumento especial en el que el lejano rumor de las armas se converta en una ininterrumpida vibracin. El da anterior ya haba notado aquella vibracin, que entonces le pareci un engao de sus sentidos. Vivimos en una poca de continuos engaos. Nos engaamos en las cosas pequeas, sin importancia, y en las grandes. Y la propaganda oficial engaa ms que nadie, a pesar de lo cual nadie poda ofrecer una versin diferente a la suya. Pero las versiones oficiales acerca de Roosevelt y Churchill, as como las difundidas sobre Tehern y Yalta, parecan absurdas. Ni tan siquiera se poda creer en lo que se deca en las conferencias oficiales, pues lo que en ellas se predeca era luego aplazado de una semana para otra... Crean saberlo todo! Dejemos eso... La plancha de la mesa vibraba con ms fuerza que nunca. Era algo inaguantable. Se levant y se fue al jardn. Hasta el jardn llegaba un sordo rumor. El rumor proceda de un sector que iba desde Oranienburg a Rdersdorf, pasando por Bernau. Pero l no quera admitirlo. Dios nos libre de que as fuera! Sera como para volverse loco. Volvi a la cocina. Estaba solo. La guerra haba dispersado a los chicos: Walter haca el 138

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servicio obligatorio, Jrgen era jefe subalterno en un campo de concentracin, Almut estaba en Godesberg, y Edda y madre, en Obersdorf. Slo Wolfgang, el mayor, su preferido, se encontraba en Berln. Tras haber permanecido una noche en un hospital, Wolfgang se haba presentado voluntario para ser enviado a la lnea de fuego. "Y yo estoy muy orgulloso de ello, pues eso demuestra que mi hijo tiene carcter para ascender y convertirse en un oficial modelo. Cuando tenga un rato de calma le escribir una carta." Tambin Agnes estaba en Berln y cumpla con su obligacin. Agnes serva en el batalln "Adolf Hitler" del "Werwolf". Madre estaba en Allgu. l mismo la haba convencido de que se fuera. El viaje se impuso tras un ao en el que no hubo ms que disgustos y dificultades. Necesitaba descansar y reponerse. Adems estaba muy nerviosa y no haca ms que murmurar y repetir los chismes que corran por el barrio. Aquella cortedad de nimo! Hasta el ms firme hubiera acabado por perder la fe en aquel ambiente de derrota! l no quiso que su confianza vacilara y decidi aquel viaje. Procur que su mujer se marchara y con ello no hizo ms que seguir las consignas referentes a una parcial evacuacin de Berln que Goebbels haba lanzado en agosto de 1943, y que aumentaron el pnico que ya reinaba en la capital. El veneno de las habladuras corra ahora con entera libertad por la capital. El pnico era algo general y llegaba hasta los mismos ministerios, que evacuaban a la luz del da. Incluso la emisora oficial fue trasladada. S, fue trasladada a Knigsberg. Todo el mundo se marchaba a Knigsberg, o a Viena, o a Luxemburgo, o a Stuttgart. Hasta que una orden del Fhrer termin con aquella desbandada. Ahora, lo mejor ser que madre se quede donde est. Cuando los ministros se comportan de aquella manera, qu poda esperarse de una sencilla mujer como era su esposa? Tena los nervios destrozados y el aire de la montaa le har mucho bien. Cuando regrese, ya habr pasado lo peor. Y entonces habr hecho acopio de fuerzas para seguir trajinando en la casa. Estaba solo. Haca poco que haba despedido a la sirvienta ucraniana. Aguard a que el reloj diera las once. Luego, sin embargo, decidi permanecer un rato ms en la cocina. "Todava creo en la victoria se dijo. Creo en ella como cuando los primeros das de la guerra." Poco despus se calz las botas altas, se puso el sombrero y sali al jardn. Ya tena elegido el lugar exacto. Cogi una pala y comenz a cavar un foso. Marc sobre la tierra las medidas precisas: un metro sesenta. Aunque la tierra era arenosa, el trabajo resultaba cansado y de vez en cuando se vea obligado a descansar y a secarse el sudor que le corra por el rostro. Era tan oscuro que apenas poda distinguir la gran rama de pino que se balanceaba sobre la tierra removida. El lejano rumor haba cesado por completo. La noche estaba silenciosa. Haca tiempo que no haba habido una noche tan tranquila como aqulla. Los rusos deban haber sido rechazados. Aquellos seores que marcan el mapa de operaciones con rayas rojas y azules ya sabrn lo que conviene hacer! Y si el IX ejrcito se aguantaba en el frente del Oder, y si adems las legiones de las S.S. llegaban en su auxilio y el IX ejrcito poda alargar su mano, se producira una matanza sin precedentes. El viejo Hasse dio la ltima paletada. El foso ya era bastante profundo. Entr en la casa y fue en busca del bal. En el bal coloc los uniformes, los trajes y algunos recuerdos de la infancia de 139

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Wolfgang. Como todava le quedaba sitio, abri un cajn de su escritorio y sac de l unos papeles entre los que figuraban los borradores de unos discursos que haba pronunciado en la escuela de las S.S. de Tolz. Descolg luego dos viejas pistolas de la guerra de Turqua y un antiguo casco del siglo dieciocho, que colgaban de la pared. Todo ello lo puso en el bal. En seguida cerr el bal y lo arrastr hacia el jardn. No se vea nada. "La hora que precede al alba es la ms oscura", se dijo. Coloc el bal en el foso. Estaba agotado. No poda ms. Cubri el bal con cartn piedra, sobre el que puso una plancha de acero. Y luego ech piedras y tierra. Haba terminado! Maana hara lo mismo con el bal de August. "Suerte que la hora que precede al alba es la ms oscura." Hasse se arrastr ms que anduvo hacia la casa. Senta dolor en el costado. Siempre que haca un esfuerzo fsico le dola aquel costado. Pero no haba que preocuparse: los dolores desapareceran. Aquella noche se permiti el lujo de desvestirse completamente, pues el da no tardara en llegar y no haba rastro de aviadores. Permaneci en camisa en medio de su despacho. Tena las piernas delgadas y torcidas y un vello blanco le cubra el pecho. Se acerc a la ventana y escuch. Un lejano ruido, muy diferente del anterior. Disparos de fusil! Y muy cerca de all! Hurra! Qu haba sido aquello? Los disparos caan tan cerca que incluso rompieron algunas ramas del jardn. Cantaron los gallos y los patos huyeron por el jardn perseguidos por alguien. La sombra se agazap, pareci luchar con algo. Luego, al cabo de unos instantes, se incorpor y, con un pato en los brazos, desapareci tras la tapia del jardn. Un ruso? Cualquiera lo acertaba! No, no era posible que fuera un ruso. En Oranienburg y en el canal de Rupin haba fuertes contingentes de tanques. Aunque no fuera la legin "Nordland", sino unas unidades de la Wehrmacht, y algunos contingentes motorizados, el lugar estaba bien asegurado. Pero lo cierto es que aquella sombra era un ruso. Y en seguida hubo otras sombras como la primera. Irrumpieron en la carretera y contemplaron las blancas casas. Miraban con curiosidad y se comportaban como si fueran tranquilos paseantes. Y un poco ms abajo, junto a la carretera principal, al otro lado de la va del tren, se estaba produciendo un ruido ensordecedor. El polvo que levantaban las columnas motorizadas llegaba hasta los tejados de las casas y hasta la silenciosa y tranquila calle donde viva el doctor Hasse. No era un batalln ni un regimiento: era un grupo de ejrcito la infantera y los tanques del general Bersarin que operaba en el norte, sobre Oranienburg, Eberswalde y Bernau y cuya meta final era Berln. A la primera contraccin del frente, Hermsdorf se haba convertido en un lugar de paso. Dos das y dos noches haca que los rusos estaban en Hermsdorf. Lleg la tercera maana. Era una soleada maana de primavera. La bandera roja ondeaba sobre el Ayuntamiento. La plana mayor de un regimiento se haba instalado en la escuela y todos los edificios pblicos, como correos, la estacin, etctera, al igual que muchas casas particulares, haban sido ocupados por los 140

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rusos. Las calles estaban llenas de jinetes, motocicletas, coches, camiones y carretas de campesinos. El jardn de Hasse apareca totalmente cambiado. La valla haba sido echada abajo. Entre los rboles se vean grandes carros y caballos sueltos que pastaban aqu y all, y entre ellos, grupos de barbudos cosacos que empuaban largos ltigos. Un gigante tocado con un gorro de piel, cuya copa brillaba como una amapola, se paseaba lentamente ante la puerta de la casa. En el jardn vecino haba dos grandes tanques. Son una trompeta. El sol de primavera comenz a sonrer. Djadja! Abuelito! grit el de la gorra colorada, cuya figura pareca sacada de un libro de cuentos y cuya voz, de bajo profundo, sonaba potente y armoniosa. El viejo Hasse sali precipitadamente de la casa. Djadja, rpido traer aguardiente! Ya lo he trado. Ms aguardiente! No tengo ms! T mentir! T, viejo, ir pronto al cielo!grit el gigante, y en seguida emiti un relincho y los caballos enderezaron las orejas. Y se echaron a rer. Tienes ms botellas. Yo he visto. Al viejo Hasse no le qued ms remedio que ir en busca de otra botella. Les haba dado todo cuanto tena y aquella era la ltima botella que le quedaba. Era una botella de Hennessy que desde tiempo atrs vena guardando para celebrar el da de la victoria y brindar entonces por el regreso de su hijo mayor. Mal agero eso de que el coac pasara por una gargarita extraa. Hasse vio cmo el gigante coga la botella, la golpeaba contra la llanta de un carro, parta su cuello, se la acercaba cuidadosamente a la boca y de una vez, sin respirar, vaciaba la mitad de su contenido y se la devolva luego. Los soldados corran tras los caballos, que en seguida fueron enganchados o ensillados. Comenzaron a funcionar los motores de los tanques de la casa de al lado. Volvi a sonar la seal del regimiento. Montaron los jinetes. Los grandes carros, cargados con camas, ropas y montones de enseres, se pusieron en movimiento y pasaron sobre la destrozada valla del jardn. Unos soldados montaron en sus tanques. Uno de los tanquistas arrastr tras s a una mujer con el cabello revuelto, la alz sobre el tanque y la empuj por la escotilla adentro. Hasse crey reconocer a la mujer. No daba crdito a sus ojos. El tanque se puso en movimiento. En seguida, a poca distancia, le sigui su compaero. Los soldados de a pie y los jinetes se echaron a un lado. Andando, encaramados a los carros, montados a caballo... cantando y vociferando, se alejaron los soldados. Hasse recorri su jardn. El suelo estaba sembrado de botellas, desperdicios de comida, trapos. Junto a un rbol vio una bota, vieja, rota y torcida. El viento haca volar un puado de plumas de un colchn. Una escena dantesca. Y aquellos haban sido los primeros en llegar; luego vendran los otros. As se lo dijo el primer visitante que lleg tras la marcha de los soldados y 141

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que le comunic las fantsticas noticias que corran por el pueblo. La bandera roja ondeaba sobre el Ayuntamiento. La estacin y las lneas del ferrocarril haban sido ocupadas. Una herrera haba sido instalada ante el Ayuntamiento y en ella eran herrados los caballos de los soldados. Por todas partes se vean soldados. Hasta ahora slo haban visto la primera oleada, y Hermsdorf, al igual que Berln, no tardara en saber que, en aquellos casos, lo peor no eran las tropas de vanguardia, formadas por soldados medio agotados. El primer visitante que aquella maana llam a la puerta del doctor Hasse era la vieja Martha. Era una mujer de ochenta y un aos, a quien la guerra haba ido empujando desde Prusia Oriental. Desde su llegada a Hermsdorf viva de lo que las gentes quisieran darle. Cada ocho das iba a casa de Hasse, quien le entregaba un trozo de pan. Y desde que no haba peridicos y la Radio haba dejado de funcionar, la vieja Martha se haba convertido en una especie de agencia de noticias que no solamente comunicaba los ltimos sucesos de Hermsdorf, sino incluso saba las novedades de Frohnau y Waidmannslust. Hasse saba de memoria la historia de la vieja Martha y conoca todos los pormenores de cmo haba sido muerto su yerno, que tena sesenta y un aos, y cmo durante tres das se haba ocultado de los rusos. Aquella maana tena muchas noticias frescas qu comunicar y su cabeza se mova de un lado a otro, con lo que Martha daba a entender su espanto y su zozobra. Ah, ah! solloz. Tambin eso! Qu es eso? Eso, y lo peor es que una no est sola y que los dems se quedan mirndolo todo! Qu quera decir la vieja? Acaso quera dar a entender que haba sido violada? A Hasse le pareci increble. Se imagina usted, profesor: en nuestra calle no ha quedado ninguna. Hasta la pequea Steckendorf. Hubiera tenido que verla! La pequea se haba embadurnado la cara con mermelada y migas de pan. Pareca una bruja! Pero no le sirvi de nada. Los rusos no respetan ni a las brujas. Se abalanzan sobre todo lo que lleva faldas. El pobre doctor Linth cay desplomado. Me lo ha dicho la vecina de abajo, la esposa del clebre actor. Los Linth habitan en la buhardilla de arriba. En la calle de al lado no sucedi nada, pero en la del doctor Linth fue algo espantoso. Qu le ha ocurrido al doctor Linth? Se han llevado a su esposa. Nadie sabe dnde est. El caso es que todava no ha regresado a su casa. Entonces, era ella. S, ahora se daba cuenta: aquella mujer del tanque era la esposa del doctor Linth. La verdad es que el doctor Linth no le era muy simptico. Quiz no le era simptico a causa de su especialidad: la psiquiatra. Y ahora, durante la guerra, se haba alejado de la medicina y se dedicaba a la investigacin histrica. Lo cual, bien mirado, no tiene importancia, pues el hombre no es precisamente un genio y creo que ser tan mal historiador como mal mdico. Se haba apartado del doctor Linth, pero sin reir abiertamente. Eso, no. Se saludaban de lejos y nada ms. No haca mucho que estando un da en la estacin, haba visto a su esposa. Era una mujer joven y elegante, aunque vesta de un modo algo extremado. Pero la gente se volva a mirarla. Tena el tipo y los modales de una berlinesa, pero tambin hubiera podido ser una 142

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recin llegada del extranjero. Una mujer que acabara de llegar de Pars o de Pekn. Era la mujer que aquella maana haba visto desaparecer por la escotilla de un tanque ruso. No, desde luego no estaba en buenas relaciones con el doctor Linth; pero tendra que ser un hombre despreciable para no sentir lo ocurrido y no ir a visitar al doctor y expresarle su sentimiento por aquella desgracia. Nadie podra decir de l que era un caballero sin tacha; se haba comportado indebidamente. Dio a la mujer un gran trozo de pan y se despidi de ella. En seguida estuvo dispuesto, pues pens que una buena accin no gana nada aplazndola para el da siguiente. Camin durante un cuarto de hora. Lleg ante la casa del matrimonio de actores y llam a la puerta. Le recibi la seora, que tena un par de aos menos que la vieja Martha. El marido tambin tena unos setenta aos, pero estaba muy bien conservado y todava era capaz de torcer la mueca a muchos jvenes. Tampoco aquel matrimonio perteneca al crculo de sus amistades, pues sus ideas polticas le eran ms que sospechosas. Pero, dadas las circunstancias, no quiso pasar ante ellos sin decirles unas palabras amables. Al fin y al cabo, tambin su visita a los Linth era algo anormal. Le dijeron que los rusos haban estado un par de veces en la casa, pero a ninguno de ellos les haban hecho nada. El marido se haba presentado a los rusos como actor profesional e incluso haba recibido una carta del jefe de la nueva guarnicin. Por lo visto, los rusos que entraron en la casa quedaron convencidos de que aquel hombre era actor y no le molestaron lo ms mnimo. La primera visita se la hicieron dos hombres, uno alto y fuerte, y otro bajo y delgado, que entraron por la ventana. El alto cogi la carta con marcado gesto de desconfianza y se la ley al pequeo. De pronto interrumpi la lectura, seal unas palabras con el dedo y ambos se echaron a rer. Y luego, sin decir palabra, se marcharon por la ventana. A la noche siguiente, el actor volvi a ensear la carta y, al repetirse la misma escena del da anterior, el comediante tuvo ocasin de estudiar todas las gamas de la risa, desde la carcajada homrica hasta el imperceptible pliegue de labios de los irnicos, as como toda una amplsima gama de expresiones. Dijo que los rusos eran grandes mmicos. El final siempre era el mismo: los espectadores, que a veces formaban un grupo bastante numeroso, se marchaban sin haber molestado a nadie. Ninguno de ellos cogi nada de la casa y su esposa no sufri el ms pequeo atropello. Aquella carta era un valiossimo talismn. Hasta un momento antes, en que alguien tradujo algunas frases, no saba lo que deca. Era muy graciosa. Entre otras cosas, deca: "Mrate bien a ese viejo esperpento, pero no te acerques demasiado a ella, hijo de perra. Esa pelada escoba que aos atrs poda cantar como un ruiseor y era capaz de danzar como la Ulanova, est ahora bajo la proteccin de la Seccin de Cultura. Nadie debe, pues, tocar a la vieja. Deja que se acabe de secar y no te atrevas a tocarla. Orden de tu jefe. De frente, mar! Media vuelta a la derecha, mar! Ras, dva... En la casa vecina hay una jovencita y sa es para ti, hijito." La carta era un verdadero talismn y ni una sola vez dej de producir su efecto. Slo que en cierta ocasin, en vez de marcharse el interesado a la casa vecina, subi a la buhardilla del doctor Linth. 143

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Al pobre doctor Linth no se le puede hablar dijo la seora. Hace cinco o seis horas que est sentado en una silla, con la mirada fija en la pared. Hasse subi a la buhardilla. La habitacin estaba completamente revuelta y en medio de ella, sentado en una silla, haba un hombre que pareca haber perdido la razn. Hasse no le caus ninguna sorpresa. Al cabo de un rato, cuando el visitante hubo terminado su pequeo discurso de condolencia, pareci que Linth despertara de un sueo. Luego cont a Hasse lo sucedido. De pronto se levant y al parecer hizo grandes esfuerzos para dominarse. Se precipit hacia la puerta y una vez all trat de serenarse y agradeci a Hasse su visita. Dijo que iba en busca de un comandante, quien seguramente le prestara ayuda. Y, sin ponerse el sombrero, abandon la casa. El comandante de la plaza estaba en su despacho, pero en aquel momento se hallaba muy ocupado en arreglar los asuntos referentes al desmonte de unas industrias y a la incautacin de ciertas materias primas, a la movilizacin de la poblacin para el descombro de la ciudad y al nombramiento de un alcalde que, sin poner ninguna dificultad a sus rdenes, le secundara en la nueva organizacin de Hermsdorf. A juzgar por las respuestas del visitante, se convenci de que el doctor Linth no era nazi. Le pareci que aquel hombre era un enviado del cielo o del infierno para desempear el cargo de alcalde. No tener cuidado por mujer trat de calmar al recin llegado. Ya la encontraremos y si no encontraremos otra. De todos modos, l no era responsable de lo sucedido. La responsabilidad incumba al jefe de la tropa y el jefe estaba ahora camino de Berln. El doctor Linth regres a su casa. No haba averiguado dnde se encontraba su esposa, y en vez de prestarle ayuda, le haban propuesto que fuera alcalde de la ciudad. Y tena dos horas para decidirse. Subi a su habitacin, se sent en la misma silla de antes y se qued con la mirada fija en la pared. Pero las decisiones no haban de llegarle de la pared, sino que tenan que surgir de l. Pens en su esposa, en l mismo y en aquella nueva circunstancia de su vida. Nunca como entonces la vida de los hombres haba dependido tanto de las potencias extraas a ellos mismos. La vida es dolor. Haba sufrido un tremendo golpe y no tena ms remedio que aceptarlo. No tena ms remedio que aceptar el largo camino de dolor que se extenda ante l. Pero en aquel camino no figuraba la prueba de la alcalda. La confusin no poda ser mayor. Pero cada tormenta tiene unas causas que la provocan. Y las flores que la tormenta arranca quedan arrancadas. Dolores... Era una flor arrancada? Linth continuaba con la mirada puesta en la pared. Luego se volvi hacia una pequea estatua de Buda que tena sobre la mesa. Ninguna respuesta. Cielos y tierra callaron.

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LAS MARIONETAS DE LA CANCILLERA

Los berlineses no haban querido que sus casas se convirtieran en interminables hileras de combustible, que las veletas de los tejados rodaran incandescentes como estaban por las calles, que los rales del tranva sealaran al cielo, que las caeras del agua y del gas salieran del suelo, ni que sobre ellos cayera ese polvillo ardiente. No, eso no lo haban querido. Qu ciudad poda haber deseado aquel destino pompeyano de perecer bajo una lluvia de fuego? Ni tan siquiera los fantasmas que en aquel momento reinaban en la Vosstrasse, que el ngel de la balanza haba enviado a la ciudad en llamas, lo haban querido as. No te dejes engaar, amigo. En las ltimas elecciones autnticas entonces t eras un nio de teta, no obtuvo ms que un treinta y uno coma tres votos sobre el total de los electores. Un treinta y uno coma tres votos; eso lo saba Wustmann, el sargento primero sanitario, con absoluta seguridad. Es decir, que excepto en Colonia y en Aachern, en Berln es donde obtuvo menos votos que en ninguna parte. No, Berln no lo ha querido nunca y nunca le ha encomendado nada. Y cuando l dice lo contrario te aseguro que miente. Era un milagro que el sargento Wustmann todava tuviera humor para tales disquisiciones. Y es que Wustmann, en medio de aquel caos, trataba de asirse a algo slido y estable y, por otra parte, necesitaba demostrarse que su inteligencia continuaba intacta. Por eso, cuando en un refugio alguien conectaba un aparato de radio y Goebbels, Fritzsche o Naumann era imposible distinguirlos, pero al fin y al cabo los tres eran igualmente embusteros se ponan a hablar de la misin que les haba encomendado el pueblo alemn, se volva hacia Wittstock, su joven ayudante, y trataba de ponerle en guardia ante tales embustes. No te dejes embaucar, amigo; todo eso no son ms que mentiras. Y aqu tienes unos paquetes de cigarrillos. A todos los que quieran sacar cadveres de aqu les das dos cigarrillos por viaje. Entendido? Wittstock cogi los cigarrillos y se fue en busca de gente que quisiera cargar con aquellos cadveres y los sacara a la calle. Slo encontr a gente de cierta edad, que apenas podan tenerse en pie. Desde haca das se haba acabado la comida en el refugio. El refugio Anhalter. Heide, Wustmann, Stroh y los ayudantes haban sido enviados al refugio Anhalter, donde se haba instalado un puesto de socorro. Haban perdido la nocin del tiempo que llevaban all, en aquella oscuridad rasgada por la luz de unas velas. No haba luz, pero la radio funcionaba. No haba luz ni agua potable. La ventilacin haba dejado de funcionar. Nadie poda salir a la calle. Hombres y mujeres hacan sus necesidades sin moverse de sitio y el largo corredor de la entrada se haba convertido en una pestilente cloaca. Las granadas estallaban sin cesar y nadie se atreva a abandonar el refugio. Pero cada vez iba llegando ms gente: heridos leves que 145

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llegaban por sus propios medios y heridos graves, que eran trados en brazos. Al principio fue habilitado el primer piso, luego el segundo y ms tarde, en vista de la continua afluencia de heridos, tambin se tuvo que desalojar el tercer piso, y los refugiados fueron obligados a recluirse en los dos ltimos pisos del refugio. La radio continuaba funcionando. Sonaba la msica. Fritzsche, Naumann o quien fuera acababa de terminar su ltimo discurso, transmitido por la emisora del "Werwolf". No; era Goebbels quien acababa de hablar. El ministro haba cesado de mandar, y ya no tena ms rdenes que dar a sus colaboradores. Goebbels haba cogido a su esposa y a sus cinco hijos y se haba metido en el ms hondo refugio de Berln, del que ya no haba de salir ms. Pero su voz continuaba sonando en el refugio: "Bajo las ruinas de nuestras ciudades han quedado definitivamente enterradas las llamadas grandezas de la clase media del siglo XIX. El enemigo, que quera aniquilar el porvenir de Europa, slo ha conseguido aniquilar el pasado, y con ello se ha cavado su propia fosa, la fosa donde ha ido a parar todo lo viejo y caduco... Esa destruccin ha hecho una gran limpieza. La revolucin no tiene fin..." Una voz surgida de la nada. La nica consecuencia de una vida fracasada, de unos planes imposibles, de una espantosa destruccin, de la muerte de millones de seres humanos, de la desaparicin de innumerables tesoros de la cultura y de la civilizacin, era para el ministro una filosofa del nihilismo. La revolucin permanente... Puerca guerra!... Despus de la emisin del "Werwolf" se dio msica de baile: una polka pasada de moda, instrumentada con saxofn y batera. Los individuos que, a travs de una muralla humana, iban arrastrando cadveres hacia la calle, y que por cada viaje reciban dos cigarrillos, estaban a punto de caer desfallecidos. Un nio grit en la oscuridad. La luz de una vela sostenida por un sanitario cay sobre la mano de un operador y sobre el abierto pecho de un herido tumbado sobre una cama. Los disparos de la artillera pesada resonaban en el refugio. El joven Wittstock lleg corriendo y dijo: "Ha sido retirada la ensea de la Cruz Roja que haba sobre la puerta y las paredes del refugio". En la radio sonaba una voz de mujer: "Limpiamos la casita de nuestra Orna..." Aquello era demasiado. Wustmann haba sabido contener sus nervios en el frente del Vstula y en Odessa; pero ahora no pudo contenerse ms; su rostro se contrajo. Cogi un palo, se abri paso entre la gente del corredor irrumpi en una habitacin del refugio y destroz el aparato de radio. Pero nada podan las protestas de los dueos del aparato, pues los disparos del enemigo araaban las paredes del refugio. Y qu significaban aquellas protestas comparadas con los gritos de los heridos que no podan ser socorridos, con los ronquidos de los agonizantes, con la actitud de los jefes de patrulla que irrumpan en el refugio y convertan en nuevos reclutas a enfermos, heridos, tullidos, hambrientos, ancianos y nios? Aunque sus habitantes todava respiraran, gritaran y mantuvieran la esperanza, aquel refugio ya no era ms que una gran tumba, un osario. En Berln haba un osario junto a otro. Un osario en el Zoo, otro en Friedrichshain, otro junto al Tirpitz, y todos ellos, bajo el enrojecido cielo de Berln, se 146

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levantaban como ciudadelas de la muerte, y en todos ellos haba gentes que todava mantenan viva la esperanza y que todava deban sufrir mucho ms. Qu dices? Han quitado el emblema de la Cruz Roja que haba en la entrada del refugio, y tambin han quitado los emblemas que haba en las paredes. El chfer Stroh ampli la noticia. El jefe de las fuerzas ha ordenado que se retiraran las banderas de la Cruz Roja. Dice que el refugio no puede ser neutralizado porque es un refugio de combate. Wustmann se dirigi hacia la puerta. Todava tena el palo en la mano. El capitn mdico, un mdico, el sargento primero y algunos sanitarios, rodeaban al comandante de las fuerzas acantonadas en el refugio Anhalter. El comandante slo tena un brazo y una pierna, su cabello era negro y estaba bien engomado, y sus ojos brillaban de un modo particular. Defenda su tesis con violentas palabras. Lo digo por ltima vez; este refugio es un refugio de combate y forma parte del sistema conjunto de defensa. Qu es lo que usted defiende, teniente coronel? Hacia dnde dispara usted? Estamos en medio de la ciudad y estamos rodeados de viviendas. En algunas millas a la redonda no hay ms que casas. El teniente coronel saba muy bien lo que estaba defendiendo: era una de las calles que conducan a la Cancillera; es decir, al refugio del Fhrer. No hizo caso de la comisin de protesta. Telefone y, con todas sus fuerzas, grit en el aparato: "Tiene usted que hacerlo, tiene usted que hacerlo, tiene usted que hacerlo!" Y a fuerza de gritar acab de olvidarse de lo que su interlocutor tena que hacer. Ech una mirada a su alrededor, pareci recordar algo, y dijo: "Dnde estn los aviadores? Debe usted enviarme inmediatamente a los aviadores. Los tanques rusos se estn acercando a las paredes del refugio!" Luego se volvi hacia el capitn mdico y a los sanitarios y les dijo: "Aprtense ustedes de aqu y ocpense de sus asuntos. Los heridos y los paisanos sern evacuados del refugio". Evacuados? Cmo? Dnde? Van a ser evacuados bajo esa lluvia de hierro y fuego? Es igual; dar orden para que el refugio sea inmediatamente evacuado. Esto es un crimen grit Wustmann, al tiempo que intentaba abalanzarse sobre el teniente coronel. Los dems le cogieron y le obligaron a volverse atrs. Esto se castiga con la pena de muerte, doctor. El doctor Heide era incapaz de pensar nada. Luego, cuando con las tijeras recortaba heridas y con las pinzas extraa trozos de huesos, se le cerraban los ojos.

Nos bebemos la casita de nuestra Orna. La casita, La casita Hasta la primera Y segunda Y tercera hipoteca.
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La baronesa trat de mantener una actitud correcta, pero el apuesto oficial de las S.S., que era un consumado bailarn, la apret hacia l. Oficiales de las S.S. ayudantes de Hitler y Bormann, oficiales de la escolta, secretarias, la cocinera, la seorita Manzialy, Gerda Christian, la esposa del general de la Luftwaffe Erhard Christian, y unas telefonistas; todo el mundo bailaba. Haca calor y la atmsfera estaba teida de azul a causa del humo de los cigarrillos. Las mesas, que haban sido arrimadas a las paredes, estaban llenas de bocadillos. Haba cigarrillos, licores y caf. Y cuando una granada estallaba sobre el cemento armado del refugio, los vasos tintineaban sobre la mesa. La radio dej de funcionar. Alguien trajo un fongrafo y discos ingleses. "Msica Hot", dijo. Son la meloda de "Tiger Rag". Un oficial de marina trajo un disco con una cancin marinera:

Yo quiero a una chica y no s por qu. Mi chica fuma, mi chica bebe. Oh wake her, oh shake her, oh wake that girl with the blue dress on...
La escena se desarrollaba en el segundo piso del refugio de las S.S. Bajo las calles de Berln haba muchos refugios de las S.S. que a travs de largos corredores comunicaban con el refugio de Hitler. Todos estaban construidos con cemento armado y en ellos haba un excelente sistema de refrigeracin y ventilacin, y una artstica instalacin elctrica. Y cada refugio era como un mundo, con habitaciones para la tropa, con cocinas, comedores, lavaderos y dormitorios. En el refugio haba casi mil personas que hacan guardias y servicios de patrulla por los alrededores, y volvan luego al mundo subterrneo para dormir, beber y celebrar aquella orga, tanto ms exaltada cuanto ms cercana a ellos estaba la muerte. Qu acabado est! Es otra persona! Qu han hecho con l los Bormann, Jodl, Keitel, Krebs y esos de aqu, esos aduladores, embusteros, intrigantes y fanfarrones? Esos infames le han convertido en una sombra! Una limpieza... No hubiera sido ms que una medida sanitaria. Pero el plan ya no poda ser llevado a cabo. Era demasiado tarde. No, gracias. El hombre deneg con la cabeza al camarero que le ofreca una bandeja con bocadillos de salmn, boquerones y langosta. Y tambin rechaz el ofrecimiento de bebidas. Acab de beberse un caf y luego pidi otra taza y un coac. Cerca de l, en otra mesa, estaba Burgdorf, que beba un vaso tras otro y ya tena los ojos vidriosos.

Oh wake her, oh shake her,

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oh wake that girl with the blue dress on, when Blacky comes down to Hilo poor old man...
Msica caliente. El vino corra a ros. Los corchos de las botellas de champaa volaban por los aires. Las secretarias se haban convertido en bacantes. Los elegantes oficiales de las S.S. tenan la mirada nublada. Hoy, cuando estaba de servicio de patrulla... murmur, mientras bailaban, un joven oficial a la baronesa von Varo. Aquella maana haba estado de patrulla y ahora cerr los ojos y mientras explicaba su aventura matinal aspir una vez ms el perfume de aquella mujer que tena entre sus brazos. "Ya no juego ms. La guerra se ha acabado. Todo eso no tiene sentido", me dijo aquel individuo. Y ya puede usted suponer, seora, lo que hice con l. Hice lo que debe hacerse con un traidor: lo colgu del primer poste. La Varo, ni escuchaba. Esta maana me he vuelto a escabullir: he dado un largo paseo por el Tiergarten; haca un tiempo primaveral... Y la artillera? No me importaba. Las calles estaban vacas. Pareca que todo Berln me perteneca. Una limpieza... No haba nada que hacer. Sin fuerza nada poda hacerse. Los campesinos, las gentes que estaban en los refugios, todo el mundo le haba retirado la confianza y el mando. En una trinchera del frente del Este, donde a causa de la oscuridad nadie le haba reconocido, haba escuchado una conversacin sostenida por tres soldados, y aquella conversacin le haba hecho comprender el asunto de otra manera. Lo que en realidad le haba decidido a abandonar el proyecto no era la orden, dada por el incapacitado seor de aquel mundo subterrneo, de levantar sobre el refugio una torreta de tres metros que asegurara la ventilacin del interior, sino la conversacin de los tres soldados. Pues la verdad era que, a pesar de las circunstancias, muchos soldados y trabajadores y mujeres continuaban creyendo en l. Su gloria le estaba sobreviviendo. Una tumba en la que pereciera con mil personas a su alrededor y el nimbo de aquella gloria crecera todava ms... Una tumba faranica... Eso hubiera sido lo mejor. Pero la cosa tena que haberse hecho sin que se le diera ningn rasgo de grandeza. S; finalmente tuvo que desechar el plan, aunque la verdad es que no haba ninguna dificultad tcnica que impidiera su realizacin. El problema haba sido simplificado hasta el mximo. Una pequea cantidad de gas venenoso arrojado durante una reunin oficial por la abertura superior del sistema de ventilacin hubiera bastado para acabar en unos momentos con los jefes supremos del ejrcito y para matar a todo aquel que estuviera en sus habitaciones particulares, en los baos, cocinas, despachos, salones y corredores de aquel inmenso laberinto, que en dos o tres minutos hubiera quedado limpio de gente. Pero la ocasin ya ha pasado. No hay que pensar ms. Ellos mismos se han cavado su tumba. No, gracias... El camarero, que sostena una bandeja de plata, se inclin y continu su 149

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camino. Un impacto de la artillera retumb en los pisos superiores. La luz vacil y pareci que iba a apagarse. Las parejas se apretaron todava ms y continuaron movindose al comps de un vals. El gramfono se detuvo, pero las parejas continuaron bailando. Unos bailarines se pusieron a cantar. Gerda Christian, la seora Junge, la rubia Else; conoca a todos. En el Berghof, en Berchtesgaden, en Rastenburg, en Bad Nauheim, en todas partes haba encontrado siempre a los mismos cortesanos, portadores de rdenes, secretarios y secretarias, que siempre haban rodeado al faran y que ahora estaban con l en el reino de las sombras. Los conoca a todos y l mismo formaba parte de aquel grupo, pero l, en su calidad de favorito, no haba participado en las intrigas y zancadillas para granjearse el favor del dspota. Aquella posicin la haba conservado gracias a su reservada manera de ser y al crdito de que gozaba a causa de su manera de cumplir las rdenes. Nunca haba sufrido una reprimenda y aquello era un verdadero milagro, pues muchas veces se haba atrevido a desobedecer a su amo. Mientras dirigi grandes empresas y se le pidi que resolviera problemas de organizacin, pis terreno seguro y fue considerado como un hombre de gran capacidad creadora. El papel de gran constructor era algo adecuado para l, y todo el mundo vea con agrado y admiracin sus grandes proyectos, y nadie reparaba en las numerosas vctimas que aquello costaba. Tambin las pirmides haban sido construidas a costa de mucho dolor y a fuerza de latigazos. Y cada metro de un nuevo estrecho, cada nueva va colocada entre juncos sobre un terreno pantanoso y cada piedra arrojada al mar para la construccin de un nuevo muelle descansaba sobre un montn de huesos. Pero algo quedaba: quedaba un nuevo estrecho, una nueva va frrea, un nuevo puerto, una nueva autopista. Y la obra civilizadora contaba ms que su hacedor y sus vctimas. Pero luego vino la orden de destruir todo aquello. Haba que destruir puentes, canales, puertos, vas frreas, fbricas, ciudades y tierras de cultivo. El pas de las pirmides tena que quedar totalmente arrasado. Qu es lo que quedaba de toda aquella obra? Qu quedaba de aquella vida? Nada... Del Cuartel General del Fhrer salieron rdenes espantosas, y l estaba obligado a cumplirlas. Pero l tena una gran autoridad que iba ms all de su propio terreno, pues en todas partes en los altos mandos del ejrcito, en las comandancias generales de Praga, Pars, Bruselas y en otros muchos sitios tena gentes que le apreciaban o que trabajaban para l. Y gracias a ello pudo evitar la desaparicin de minas y fbricas en Blgica y en el norte de Francia, de canales en Holanda, de industrias en Finlandia, de minas en los Balcanes y de conducciones petrolferas en Hungra. No haba podido evitar la voladura de unos diques en Holanda, donde el mar haba malbaratado para muchos aos grandes zonas de terreno de cultivo. Viajaba continuamente, sin descansar. Iba de un lado a otro de aquel Reich que cada vez apareca ms hundido en la catstrofe, y en todas partes se encontraba con el brazo levantado del dinamitero, y mil veces haba hecho que la seal quedara sin efecto, pero mil veces haba fracasado. Unas ciudades fueron reducidas a escombros y muchos puentes se precipitaron bajo las aguas. Barrios enteros y grandes industrias volaron por los aires. Y muchas veces no tuvo ms remedio que contemplar aquellas voladuras sin poder hacer nada en contra. Todo conspiraba contra l. 150

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Conspiraba la apata de las gentes y los efectos de la propaganda de Goebbels. Un da redact un escrito que la posteridad juzgar: "La guerra se ha perdido desde un punto de vista militar y econmico... y si se quiere que no perezca toda la nacin debe dejarse en pie la base material para que el pueblo pueda luego continuar viviendo". El faran, el esplndido constructor, el brillante mecenas, el generoso anfitrin del Obersalzberg, que ahora se haba convertido en un lastimoso fantasma, le haba llamado a su Cuartel General y le haba dicho: "Si la guerra est perdida, tambin est perdida la nacin. Ese es su inevitable destino. No es necesario asegurar la base de ninguna clase de existencia. Al contrario, es mejor, mucho ms conveniente, eliminar toda posibilidad de existencia futura. La nacin ha demostrado ser dbil y el futuro es de las naciones fuertes: pertenece al Este. Adems, los mejores ya han cado". Pero l continu su obra y, gracias a los amigos que tena en la Wehrmacht, en la industria y en la poltica, consigui evitar muchas destrucciones. Y para impedir mayores catstrofes decidi ponerse al frente de aquella obra destructora. Pero la aureola del "Fhrer" (que para l ya no exista) result ser mucho ms poderosa que sus propias fuerzas, y el convencimiento de que su muerte precipitara al pueblo alemn al caos final hizo que desechara su plan. Una vez ms fue mandado llamar por el faran, a quien encontr a dos pasos de la muerte. Y en aquel momento decisivo supo resistir la fascinacin de aquellos ojos de color azul oscuro y de mirada embotada, que haban convertido a los jefes de la economa en jugadores de oficio, a los mdicos en asesinos, a los generales del Estado Mayor en un consorcio de micos y a todo el pueblo en una aterrorizada comunidad. Pero tambin aquel hombre que se haba librado del malfico influjo y que haba comenzado a razonar por su cuenta volvi a enredarse de nuevo. Los aos de quehacer en favor de una misma idea haban establecido en puente espiritual entre ambos. Y entre el faran y su arquitecto exista profunda hermandad. Uno era un mago de la tcnica y el otro... En qu consista aquel influjo? Qu es lo que daba aquel brillo y aquella fuerza a su mirada? Albert Speer lo comprendi. Pudo ver en la vaca cuenca de aquel tremendo torrente. En un abrir y cerrar de ojos vio la superficie de un pasado hundido en el limo de aquella cuenca. Era una superficie requemada por el tiempo. Pero todava brillaba el gusano en la tierra resquebrajada; brillaba el arenque en aquel crter apagado y nadaba por el mar de la nada. Goebbels gustaba de compararle a Atila y a Gengis Kan. Pero Speer haba dado con la verdad y haba visto cmo aquel barco iba a la deriva. Y sinti compasin y le perdon. Tambin l fue perdonado muchas veces en una poca en que cada palabra de aquella divinidad subterrnea significaba nuevas vctimas y l contravena sus rdenes para salvar a cuantos poda. Una vez orden fusilar a ocho oficiales que no haban dinamitado un puente que l haba mandado volar. Y l, el desobediente Speer, era mil veces ms culpable que aquellos desgraciados, pues l no haca ms que contravenir los deseos del dios, pero a l todo le era perdonado. Aquello pareca mentira, pareca algo tan irreal como aquel dormido fantasma en el silln y como las palabras que l 151

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mismo, vuelto a la gracia de su seor, se oy decir. Dijo que no renunciara a su cargo, que su deber era permanecer en su puesto y que su Fhrer poda confiar en l como en tiempos pasados. Las palabras, sin embargo, ya no significaban nada, pues el acuerdo entre los dos hombres haba desaparecido en un abismo insondable. Y Speer volvi a su puesto. Pero tan pronto hubo emergido de aquel mundo subterrneo, tan pronto hubo vuelto a la realidad de las voladuras y de los asesinatos, se lanz de nuevo y con todas sus fuerzas contra el oleaje de la destruccin. Lleg el fin. En el jardn de la Cancillera arda un montn de documentos oficiales. En el norte y en el sur, los palaciegos se preparaban para hacerse cargo del Poder. No Gring, sino Himmler se haba dejado arrastrar por una conspiracin cuya ltima meta era la muerte del cado. Speer hizo esconder grandes cantidades de dinamita, y, en Hamburgo, en una alocucin registrada en una placa de fongrafo, que luego puso en lugar seguro, recomend la inmediata capitulacin y aconsej al pueblo que se opusiera a cualquier nuevo intento de destruccin y que tratara de conservar las industrias que, tras la muerte de Hitler, habran de asegurar la subsistencia de todos. Tras haber pronunciado aquella alocucin, que qued mecnicamente grabada, determin renunciar a sus cargos y dirigirse a Berln. Nadie poda librarse del remolino del refugio de la Cancillera. Aquella ltima visita le haba abierto una profunda herida y le haba empujado hacia aquellos que sostenan conversaciones con medias palabras y a quienes hasta entonces slo haba tolerado desde lejos. Deba ir a Berln para dar cuenta de su actitud. Comprenda que sera detenido y estaba dispuesto a afrontar la muerte. En su coche lleg hasta Redlingen, pero de all ya no pudo pasar. Mont en una avioneta de deporte y con ella lleg hasta Gatow, donde cambi por una "Cigea", con la que poco despus aterriz en Berln, a dos pasos de la Puerta de Brandenburgo. Y aqu estaba, ante una taza de caf fro. Haca ocho horas que estaba en el refugio. Y no haba sido detenido. Poda hacer lo que le viniera en gana e incluso, si quera, poda salir. Haba visto a Hitler rodeado de Bormann, Goebbels, Ribbentrop, Krebs y de sus ayudantes personales, Schaub y Guensche. Bormann pareca tramar una nueva y terrible intriga y Goebbels, ms delgado que nunca, pareca estar escuchando los disparos del pelotn de ejecucin. Krebs permaneca indiferente, pues ya estaba acostumbrado a los juicios sumarsimos y a las ejecuciones, ya que el espectculo de la sangre era para l algo tan natural como el del vino que corra en su habitacin del refugio de la Cancillera. No sucedi nada. El seor de la vida y de la muerte estaba sumido en un extrao reposo y apareca sereno y humano como desde mucho tiempo atrs no lo haba estado. Esa fue la impresin que le caus a Speer. Speer fue despedido. Eva Braun le recibi con el calor de un rayo de sol de su tierra bvara. Aquella criatura, tan sencilla y digna de ser compadecida, haba malgastado once aos junto al fantasma y se haba vuelto vaca y sentimental. Eva le cont el colapso que haba tenido su dolo y el consiguiente desconcierto que se produjo en el refugio, que todava ahora, a pesar de las cuarenta y ocho horas transcurridas, no haba terminado. Luego, mientras caminaba por el laberinto 152

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de pasillos, vio otro sorprendente espectculo. Se cruz con ella al subir las escaleras. Caminaba erguida y su figura era esbelta y juvenil. Nadie hubiera dicho que aquella mujer haba sido seis veces madre. Correspondi a su saludo con una amable sonrisa y al pasar ante el centinela de las S.S. mostr a ste su rostro resplandeciente. Tras ella iban sus hijos. Helga, que tena doce aos, y Helmut, que tena nueve, bajaron los dos ltimos escalones de un solo brinco. Los ms pequeos, que venan tras ellos, se empujaban unos a otros y rean. Helga, Helmut, Hlde, Hedda y Heide, que ahora iban a festejar al "to Adolfo" y cuyos nombres comenzaban por H en su honor. El "to Adolfo" pareca no preocuparse de nada. El barco sin rumbo se haba adentrado suavemente en la noche sin fondo y se hunda entre escombros, esqueletos y cadveres mutilados. Todo haba pasado para l y ahora ya poda aparecer en "privado" y poda rodearse de nios y, hacia las dos de la noche, hacer llamar a Gerda Dardanowski-Christian y a la seora Junge, que en aquellos momentos estaban bailando, para que vinieran a tomar el t en su compaa. Y all estaba, mordisqueando galletas o hablando sobre su carrera, que haba comenzado de la nada y haba llegado al mximo, pues ahora era l quien rega los destinos de Europa y l era quien seoreaba bajo las aguas de los siete mares. Y, sin embargo, su reino haba quedado reducido a aquel reducto subterrneo en el que se protega contra las bombas enemigas. Tena un aspecto horrible. Era un hombre acabado. Entre el doctor Morell, que le propinaba veintiocho clases diferentes de inyecciones, y su malvado, excntrico, fanfarrn y adulador cortejo de palaciegos, no haban dejado ms que un pobre espantajo. Albert Speer haba permanecido cierta vez cuarenta y ocho horas en una ciudad cercada por el enemigo e irremediablemente condenada a muerte y all haba observado cmo la mayor parte de hombres y mujeres, que ya haban sentido el aliento de la muerte, queran saciarse en una noche de todo lo bueno que quiz les hubiera sido ofrecido a lo largo de sus vidas. Y aqu, en el refugio de la Cancillera, ocurra otro tanto. Los cuerpos de las mujeres ardan bajo los finos vestidos de seda. Los ojos estaban desmesuradamente abiertos. El vino corra a ros. Haba toda clase de bebidas alcohlicas. La provisin de bocadillos era inacabable. nicamente faltaba el doctor Morell con sus afrodisacos. Pero estaba el doctor Stumpfenegger, que tambin era muy experto en la cuestin. Pero, en aquellas circunstancias, la cosa marchaba sin necesidad de afrodisacos. La proximidad de la muerte era el mayor excitante. Mujeres, oficiales de las S.S., centinelas, chferes, escribientes, todo el mundo estaba posedo de un loco frenes. El segundo refugio de las S.S., en el que resonaba la barbaba msica del gramfono, pareca un corral de conejos. Tampoco faltaban los grandes bebedores. All estaba Burgdorf y frente a l, sentado en un cmodo silln, Bormann. Estaban ligados por un mismo crimen. A uno de ellos se le antoj decir que los camaradas de la Wehrmacht le tenan vigilado. A Rommel, sin embargo, se le haba dado a elegir entre la ampolla de veneno o el fusilamiento. S; tenan razn en permanecer alerta: "S; tienen razn, pues un da u otro se tendr que decir: Fui un ingenuo, un tonto y me convert en un pen vuestro. Y vosotros... os habis adueado de bienes pblicos, habis robado y habis saqueado a Alemania." "Pero, querido, no personalices..." 153

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Y en el piso inferior, abajo de todo, rodeado de mujeres y bebiendo pequeos sorbitos de t, estaba el dueo del cercado. Y cuando no disertaba acerca de su ascensin poltica o sobre la falta de profundidad de los intelectuales o sobre la fidelidad de su perro pastor, despotricaba contra los intiles generales, contra los infieles miembros de las S.S. y contra las gentes en general, que eran tan tontas y tan malvadas. Y entonces peda la sangre de los saboteadores y exiga que se azotara a los detenidos. Los stanos de la Cancillera eran un manicomio y un magnfico campo de experimentacin para los psiquiatras. Beban y coman sin freno y en sus ojos se estaba reflejando el ngel justiciero. Se apretujaban y danzaban al borde mismo de la muerte y no saban o no queran saber lo que al cabo de unos momentos iba a ocurrir y crean o fingan creer que todo aquello pasara como pasan las pesadillas. Locos! Pero ninguno de ellos, al ser interrogado por el juez de la Historia, podr aducir una disculpa. No; no hay ninguna causa atenuante. El camino que se ha seguido hasta aqu est regado con sangre. Se apretujan y bailan y tras ellos han dejado a una Europa arruinada y a una Alemania destrozada. Albert Speer se levant... Estaba libre y poda ir a donde se le antojara. Haba dejado la "Cigea" tras la Puerta de Brandenburgo, en un claro de un parque. El bombardeo amainaba por momentos. Quiz se iba a producir una pausa. Mir a su alrededor. Marionetas. El teln estaba a punto de caer y las marionetas lo ignoraban. Algunas, sin embargo, crean que todava podan heredar el Poder. Bormann, por lo menos, as lo cree. Y su camarilla, tambin. Poco antes haba sido testigo de cmo, rodeado de sus partidarios, Bormann haba solicitado del fantasma la inmediata destitucin de Gring, su rival, quien tambin crea ser uno de los herederos, y Bormann no haba pedido la muerte, que ms tarde haba de llegar, sino la degradacin y la crcel. Bormann en Berln, Himmler en Mecklenburgo, Gring en Berchtesgaden, cada uno estaba en un islote, separado de los dems, y cada uno de ellos alargaba las manos hacia un Reich que ya no haba de existir. Marionetas! Y cuando desaparezca la mano que las sostiene caern sobre la escena como un manojo de trapos viejos y quiz llegue el verdugo y las cuelgue a todas de un mismo palo. Speer subi las escaleras. Unas puertas de hierro se abrieron ante l y luego volvieron a cerrarse inmediatamente. Lleg a un pasillo cubierto con una alfombra de color rojo y profusamente iluminado y sali en seguida al gran recibidor. Era una gran sala construida a base de prfido y mrmol. l mismo haba dirigido la colocacin de los grandes bloques. Los enormes candelabros estaban apagados. Oli a plvora. La atmsfera estaba llena de polvo. Eran las dos de la madrugada. Entre la semioscuridad descubri a un visitante que estaba en un rincn de la gran sala. Estaba sentado ante una mesilla en la que haba una taza de caf y otra de coac. Se fij en que el gorro de aquel individuo estaba cubierto de una capa de polvillo de yeso. Speer no poda saber que aquel hombre haba ido all para reivindicar su propia alma. Abandon la sala, dej all al extrao visitante y sali a la calle, que estaba llena de postes cados, de caeras arrancadas y retorcidas hacia arriba. 154

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LA CARTA
El hombre que se encontraba en el recibidor de la Cancillera era el comentarista de Radio Hans Fritzsche. l era quien unos das antes, en la residencia de Goebbels, tras la Puerta de Brandenburgo, haba interrumpido al ministro, motivando aquella explosin de odio que haba dejado anonadados a todos los presentes. "Por qu han venido ustedes? Yo no les he llamado. Por qu han trabajado conmigo? Ahora les van a retorcer el pescuezo!" Aquel odio llameante haba sobrecogido a Fritzsche. Luego haba corrido tras su jefe, pero el ministro desapareci inmediatamente en sus habitaciones particulares. Y Fritzsche tena necesidad de hablar con l y necesitaba volver a ver su rostro. No quera formularle ninguna pregunta acerca de la acostumbrada conferencia de las once, pues la conferencia haba sido como un tobogn apuntado hacia el abismo y ninguna aclaracin poda modificar nada de lo dicho. Fritzsche necesitaba saber si aquella explosin de odio que se produjo en la sala de proyecciones haba sido un simple ataque de nervios, como de momento pudo parecer, o se trataba de una ntima revelacin, de un desenmascaramiento. Fritzsche necesitaba aclarar si aquel nuevo semblante de su jefe, en el que se evidenciaba un profundo desprecio a la moral, a la cultura y al porvenir, era el autntico rostro de aquel maestro a quien con tanta admiracin y devocin haba servido. Aquel virtuoso de las ms variadas maneras de pensar se haba servido naturalmente del cinismo. Pero no es lo mismo utilizar algo como un medio de obrar, a estar identificado con lo que algunos, en ltimo extremo, pueden suponer un instrumento. Cuando el cinismo es empleado como un medio, puede quedar la obra realizada; pero cuando el cinismo forma parte de la naturaleza del cnico, no queda nada, no es nada. Y eso es lo que Fritzsche quera saber. Necesitaba volver a verle. Pero, en el Ministerio, la silla del ministro haba quedado hurfana. Espi tras algunas puertas cerradas y escuch en varios telfonos. En ninguna parte oy nada. Sali de la casa y dio una vuelta alrededor de ella. Las ventanas estaban cuidadosamente cerradas y en ninguna parte haba seales de vida. Se lleg hasta la ciudad, que en muchas partes estaba ardiendo, e incluso se lleg hasta algunas calles y plazas en las que se estaba combatiendo. Pero, como un hombre sin sombra, siempre acababa por volver al mismo punto de partida. Al atardecer del segundo da descubri dos pequeos coches que avanzaban arrimados a la pared de la casa. En el segundo coche iba la esposa del ministro y algunos de sus hijos. Vio cmo los coches doblaban la esquina de la Vosstrasse. En aquel momento, como un pequeo cataclismo csmico, cay la primera granada rusa en el Tiergarten. Las puertas de la casa haban quedado abiertas. El portal de la calle, la puerta de entrada y las puertas que daban al recibidor estaban abiertas de par en par. Y tambin estaban abiertos los cajones de las mesas y de los armarios. Haba maletas por los suelos y todo estaba revuelto y en desorden. Se encontr rodeado de telefonistas, mecangrafas y soldados de la guardia y todos gritaban. Unos lloraban y otros blasfemaban. "Todo se ha acabado! gritaban. El ministro se ha marchado con su esposa y sus hijos al refugio del 155

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Fhrer y ya no volver." Se dirigi a la Cancillera. All le dijeron que Goebbels estaba ocupado y que no poda recibirle. Se march y volvi al cabo de un rato. Un ayudante le rog que aguardara y le ofreci la misma silla en la que unos das antes se haba sentado el capitn Boehlke. Regres al Ministerio de Propaganda, que en aquellos momentos arda como una antorcha. Se desliz hacia el stano y all, agazapado en un rincn, pas revista a los ltimos once aos de su vida. Y, de pronto, la poltica exterior alemana, el principio de las hostilidades, la manera de ser llevada la guerra, los objetivos finales de la contienda, todo present un aspecto totalmente diferente del acostumbrado. Cul era el verdadero aspecto de la cuestin? Qu quedaba de todo aquello? Qu quedaba de la nueva moral y de aquellos ideales que tantas veces haba enaltecido en sus discursos radiofnicos? Cuntas preocupaciones, miedos, horrores, haban acompaado los ltimos doce aos! Poda ser cierto que la tan repetida voluntad de paz de Alemania, que el repetido deseo de instaurar un nuevo orden se revelara ahora como una gran mentira? Por qu no se haba podido saber nunca cules eran los objetivos finales de la guerra? Los aliados ofrecan a los pueblos que haban luchado con ellos una Carta, y la propaganda alemana, en cambio, nicamente haba prometido establecer un "nuevo orden", lo cual no era ms que una vaguedad. Por qu no se haba hablado con claridad, de un modo objetivo? Por qu no se haba dicho a los franceses y a los dems pueblos del Este y del Oeste lo que concretamente se pretenda de ellos y lo que ellos, a su vez, podan esperar de Alemania? Por qu no dio siempre largas al asunto y no se redact la tan esperada "Carta Magna de la Unin Europea"? Es posible, como ahora, a la plida luz de este crepsculo de los dioses, parece ser, que Hitler, Goebbels y compaa no quisieran comprometerse con ningn estatuto por la sencilla razn de que, en ltima instancia, queran quedarse con todo? Poda realmente compararse la historia de aquellos ltimos doce aos a la historia de aquel pescador que pill al pez de la suerte y le pidi un castillo condal y luego una posesin principesca y luego quiso ser rey y ms tarde pidi ser emperador y despus exigi que le hiciera Papa y finalmente le apremi para que le hiciera Dios y acab siendo arrojado por el pescado en una cueva? No sera el refugio de la Cancillera esa cueva? Pero el caos era ahora tan grande que dentro de poco irrumpira tambin en aquella misma cueva... Hans Fritzsche, el comentarista de Radio, volvi a la Cancillera. Tuvo que atravesar una calle bajo una lluvia de metralla. Gracias a la tremenda desorganizacin, que incluso alcanzaba al sistema de vigilancia, pudo llegar, a travs del largo corredor, hasta la escalera que conduca hacia el interior del refugio. All, sin embargo, fue detenido por un centinela y acompaado hasta el gran comedor que haba junto a la entrada superior. Un ayudante le estuvo dando conversacin hasta que se cans de aguardar y se march. Al cabo de un rato regres de nuevo, se volvi a marchar, volvi a la maana siguiente, a primera hora, por la tarde y por la noche; pero no consigui ver a Goebbels. Tena que encontrar a Goebbels, ver el rostro de aquel hombre y saber a quin haba estado sirviendo durante doce aos y quin era aquel a quien haba hipotecado su alma. Pero el mundo subterrneo permaneci cerrado, impenetrable. De pronto, sin embargo, apareci el subsecretario Naumann. A Fritzsche, 156

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que estaba desfallecido de tanto aguardar, le pareci que Naumann tena el aspecto de una vieja timorata. Naumann le comunic importantes noticias. Dentro de poco se registraran trascendentales acontecimientos. nicamente se trataba de resistir una hora ms, slo una hora. Dos ejrcitos el de Wenck y el de Steiner estaban camino de Berln y dentro de nada liberaran a la capital de las fuerzas enemigas. Adems, un grupo de tanques del capitn general Schorner estaba aguardando el momento de entrar en accin, y el frente de Oder no se haba derrumbado del todo, y los rusos haban llegado hasta Berln a travs de un estrecho pasillo. El frente del Oder iba a ser inmediatamente reconstruido. Fritzsche vio cmo Naumann desapareca por la puerta principal. Una bruja montada sobre una escoba se meti en el refugio. Y Fritzsche continu aguardando, aguardando... De las profundidades del refugio slo haba salido una noticia y aquella noticia era mentira. Naumann le haba dicho que volvera en seguida; pero Fritzsche ya no podra ver ms que su cadver. Albert Speer encontr al sargento primero que le haba conducido en la "Cigea" junto al aparato. La "Cigea" despeg de Unter den Linden, describi un pequeo crculo sobre la Puerta de Brandenburgo y se perdi en lo alto. Berln se desangraba por mil heridas de fuego. All donde el humo dejaba ver el suelo aparecan largas hileras de ennegrecidos esqueletos de piedra. En ninguna parte haba un tejado y los pisos haban desaparecido. El refugio Anhalter descollaba entre el mar de ruinas. El Tiergarten, con la doble hilera de figuras de mrmol en las que se perpetuaba la historia de Prusia, tambin qued atrs. rboles cados; el Goldfischteich se haba convertido en un negro vertedero de inmundicias y junto a l la amazona de Tuaillon causaba un singular efecto. De pronto apareci otra de las obras de Speer, el refugio del Zoo: un fretro de cemento armado y acero. Junto al aparato estallaron algunos disparos de la artillera antiarea. Las detonaciones removieron el aire. El viajero sobre el mar de ruinas tuvo que subir ms alto y se meti en una gran nube de humo. Otra vez el cielo azul y primaveral, y otra vez disparos de la artillera antiarea y otra vez en el escondrijo de una nube de humo. Iban brincando de una isla de humo a otra. Berln qued atrs. Cogidos entre el Mggelsee y el Havel, entre las arenosas laudas de Barnim al norte y los pinares de Teltow al sur, tres millones y medio de mujeres, hombres y nios aguardaban el diluvio. La orden de retirada para las tropas del Oder no haba llegado. Tuvieron que aguardar ms. Y cuando la orden lleg aquella orden era una llamada de auxilio ya era demasiado tarde para el IX ejrcito, que se hallaba dispersado por el Oder y las Seelower y del que formaban parte las divisiones "Kurmark" y "Nederland". La carretera que iba desde Falkenhagen hasta Scharmtzelsee y el espacio comprendido entre Markisch-Buchholz y Halbe se haba convertido en un cementerio. Un cementerio que desde haca cinco das haba entrado en una 157

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espantosa actividad. Era un punto de concentracin de donde partan interminables columnas de prisioneros. Aqul fue el resultado de la ltima genialidad estratgica salida del refugio del Fhrer. "Un cementerio"; con estas palabras haba descrito el capitn Boehlke la situacin a su to Raimond. Aquella carta, sin embargo, quiz no haba de llegar a su destino. El capitn Boehlke se haba quedado en la divisin "Kurmark" y haba tratado de irrumpir hacia la capital con algunas unidades. "Cunta razn tenas, querido to! Se trata de una enfermedad demencial y nosotros estamos condenados a sufrir hasta los ltimos estremecimientos del enfermo. Y nadie puede escapar, pues no importa el sitio en que uno se encuentre. Entre t, ante tu mesa cubierta de peridicos extranjeros, el general de divisin que no puede hacer cumplir las rdenes que recibe, el trabajador de una fbrica de Spandau que se ha refugiado en Berln o yo mismo, que decid quedarme en esta divisin, no existe ninguna diferencia. Y todo habra sido igual si en vez de quedarme aqu hubiera permanecido en mi antigua divisin, hubiera encontrado al jefe artillero que buscaba o hubiera sido destinado a Gaudenz, a Knigsberg o a Breslau como mis antiguos compaeros de curso. El caos se cierne por todo el pas y todos nos vemos arrastrados por l. "Ya te he dicho cul es la situacin de nuestro frente. El gran terrapln que hay entre Lietzen y Falkenhagen, lo nico que nos quedaba, se convirti en un pasillo embotellado de fugitivos. All estuvo la divisin "Kurmark", la Legin "Nederland" y, ms hacia el norte, una divisin mandada por Remer, quien, como t sabes, cay en desgracia a raz de los sucesos del 20 de julio. El mando superior, coordinador de los movimientos de esas tropas, faltaba por completo. La orden de retirada signific para todos la posibilidad de escapar a una muerte cierta y cada cual dio media vuelta y ech a correr sin preocuparse de nada ms. Tres divisiones, es decir, los restos de tres antiguas divisiones hombres, caballos, restos de artillera, camiones, coches, tanques, todo lo que poda moverse se precipit por aquel estrecho pasadizo de dieciocho kilmetros de largo y avanz a empellones hasta el Scharmtzelsee, que, como el mar Rojo a los israelitas, se abri a nuestro paso. Ocurri que armados, mal armados o desarmados, y mal mandados o faltos de todo mando el ejrcito rojo, que nos rodeaba como una muralla inexpugnable, arroj sobre nosotros una riada humana y nos oblig a cambiar de direccin y a desviarnos del camino de Berln, en socorro de cuya ciudad pensbamos acudir. Fuimos empujados en direccin sudoeste, precisamente hacia Scharmtzelsee, que pareca ser el centro de gravedad, hacia el que tenda otra inmensa riada humana. Nunca se sabr, sin embargo, la cantidad de coches destrozados, material deshecho, caballos muertos y cadveres humanos que quedaron por el camino. Pero entre aquellas montaas de desecho no cesaron de llegar de Berln nuevos autobuses cargados de trabajadores, bomberos y policas, y tambin lleg, procedente de la escuela naval de Jterborg, una unidad de marinos. Pero no llegaron armas, ni avituallamiento, ni gasolina. Cada autobs y cada camin slo traa la gasolina que caba en su depsito. Y tambin coincidieron all hombres, mujeres y nios, que a caballo, en carros o a pie, venan huyendo ante las avanzadas rusas. Gente que vena de Bad Saarow, Pieskow, Radlow, Wendisch-Rietz. La riada continu hacia adelante en direccin sudoeste. A poca distancia de all, estaba a punto de caer Markisch-Buchholz, y 158

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el pueblecillo de Halbe, ya ocupado por los rusos. Se ide algo as como un plan. Las rdenes que nos llegaron del Cuartel General de Krebs se adaptaron a la nueva situacin. Se nos dijo que no podamos entrar en Berln por el sector oeste, sino que debamos unirnos con el ejrcito de Wenck al sur de la capital. Pero en aquellas circunstancias ya no importaba que recibiramos rdenes o dejramos de recibirlas, que las rdenes se adaptaran a las circunstancias o fueran extraas a ellas, que nos moviramos de acuerdo a un plan preconcebido o avanzramos a la buena de Dios, ni que "Kurmark" y "Nederland" estuvieran en comunicacin o no lo estuvieran. El caos era algo fatal, algo que pareca dispuesto de antemano, y nada impeda a los rusos aniquilarnos cuando quisieran. Estbamos tan dejados de la mano de Dios y tan hurfanos de toda clase de direccin, que ramos como un elemento de la Naturaleza, como algo sin vida propia; ramos algo as como tierra, viento o agua; ramos como fieras atrapadas en un incendio en la estepa, y como ellas corramos sin que nadie nos guiara hacia la otra orilla del ro. Los viejos combatientes del frente del Este haban perdido la serenidad. Bastaba que alguien dijera que ante nosotros haba una posicin rusa para que el pnico cundiera entre nuestras filas, y un solo disparo encenda una tormenta de ellos. Y ocurra que quienes avanzaban en vanguardia eran tiroteados por sus compaeros de retaguardia. Cuando la lava de un volcn avanza, caen las piedras una sobre otra y se rompen a causa de los choques. Y as nos ocurra a nosotros. La verdadera tragedia, sin embargo, sobrevino al llegar a la pequea ciudad de Halbe. "Atacamos al amanecer. Tal como haba supuesto, "Kurmark" y "Nederland" marchaban de comn acuerdo. "Nederland" avanzaba en direccin noroeste, y nosotros, en direccin sudeste. Entre nosotros, situados en un estrecho pasillo, estaban los rusos. La ofensiva estaba centrada en la estacin. En la carretera perdimos una tercera parte de nuestras fuerzas. La cosa dur dos horas. La batalla fue librada entre la niebla, sobre un campo de ruinas, que a eso haba quedado reducida la ciudad, y cost muchos muertos. Cerca de la estacin, antes de comenzar la lucha cuerpo a cuerpo, establecimos contacto con los hombres de la divisin "Nederland". "Kurmark" y "Nederland" dieron la batalla por la estacin valindose de tanques, armas pesadas de infantera y morteros. As nos abrimos paso hacia la carretera de Knigswusterhausen. Pero luego, una vez en el camino de Berln fuimos machacados por la artillera rusa, que nos deshizo. "Y en vez de continuar hacia Berln tuvimos que retroceder. Ya no ramos "Kurmark", sino un pobre desecho de "Kurmark" y "Nederland", acompaados de muchos paisanos y de algunas tropas de marina y del ejrcito del aire. La noche siguiente nos pill en la carretera que hay al sudeste de MrkischBuchholz. Todos juntos los restos de compaas, tanques, impedimenta y carros cargados de campesinos, mujeres y nios volvamos a formar una inmensa riada humana que fluctuaba hacia Mrkisch-Buchholz y Halbe y Berln, que de nuevo haba quedado atrs en un horizonte teido de rojo. En cabeza marchaban unos dos mil hombres, entre quienes haba muchos oficiales. En vanguardia marchaban, adems, unos cuarenta coches, dos tanques Tigre, algunos carros blindados y una docena de camiones. Apareci un general. Pero en vista de la imposibilidad de poner orden aquella riada compuesta de fuerzas 159

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de infantera de marina, aviacin, infantera y paisanos, y ante nuestra escasez de armas volvi a desaparecer. La noche se lo trag y nadie le volvi a ver. Sin embargo, entre nosotros haba viejos coroneles y algunos tenientes coroneles, y quiz la mitad de nosotros ramos oficiales o viejos suboficiales. Pero nadie quera asumir el mando. Todos aquellos a quienes se les ofreci, lo rechazaron. Todos queran salir de aquel caos y todos saban que el nico camino era el que conduca a travs de Mrkisch-Buchholz, pero ninguno quera mandar a los dems. "No puedo asumir la responsabilidad propia de otros", deca uno. "No me han dado la orden de ponerme al frente de esos hombres", deca otro. "Yo no s nada; desconozco completamente la situacin; he llegado aqu cuando me retiraba de otro sitio", se excusaban los dems. Y yo mismo no poda hacer nada. Pens que carecamos de suministros y de servicios sanitarios y que no tenamos cocina de campaa, ni enlaces, ni la menor posibilidad de recibir la ms pequea ayuda. Todo aquello deba tenerse en cuenta, pero en aquellas circunstancias no eran ms que subterfugios. Trat, sin embargo, de estudiar la situacin. En realidad mi estado de nimo era exactamente igual al de los dems, y me senta indeciso, lleno de dudas, como impotente, y senta deseos de dejarme llevar por la corriente y me notaba invadido por el vaco de aquella inmensa ciudad que arda en el horizonte. Lo nico que en realidad deseaba era mantener los ojos muy abiertos y darme cuenta de lo que suceda a mi alrededor. Un sargento mayor de la polica montada, portador de la cruz de oro, asumi el mando. Y todos los dems, coroneles, comandantes y capitanes, se pusieron a sus rdenes. Avanz de una manera primitiva, es decir, avanz en lnea recta, por la carretera, en direccin a Mrkisch-Buchholz. Convirti la vanguardia en un ariete y en ella coloc los dos tanques Tigre y los carros blindados. Pero no pudo impedir que todos quisieran colocarse en vanguardia. El primer tanque marchaba a treinta metros del segundo, y en aquel hueco fueron colocados los paisanos, los soldados que carecan de armas, las mujeres y los nios. Los tanques avanzaban y disparaban. De pronto se detuvieron. Y los carros blindados que marchaban tras ellos el tercero, el cuarto e incluso el quinto se precipitaron sobre ellos. No quiero, querido to Raimond, describirte ahora un campo de batalla. nicamente quiero poner en claro mis ideas y por esto escribo lo ocurrido. Y tambin quiero aclararte a ti y a todos aquellos que lean esta carta que aquel ariete compuesto por mujeres, nios y soldados sin armas y apuntando hacia Mrkisch-Buchholz era considerado en el refugio del Fhrer, por Bormann, Burgdorf, Jodl, Keitel y Krebs como una genialidad estratgica. Se produjo un desbarajuste, unos coches se precipitaron sobre otros. Y antes de producirse los choques, la gente que haba en el espacio que mediaba entre ellos se desparramaba hacia ambos lados de la carretera. Pero cada vez cinco, seis o siete personas quedaban entre los coches. Cincuenta o sesenta personas hombres, mujeres y nios quedaron aplastadas en la carretera. Pero el ariete continu rodando hacia Markisch-Buchholz, hasta que lleg a las minas de una fbrica, donde fue dispersado en todas direcciones, machacado y atomizado por una sbita lluvia de fuego. Tambin yo corr. Pero, no; no es cierto. Me qued petrificado como la mujer de Lot ante Gomorra; fueron las cosas que pasaron volando ante m: las chimeneas, los montones de basura, las paredes ennegrecidas por el fuego, una vaca muerta, un torcido poste de telgrafos, un rbol, otro rbol..., rboles, rboles, un bosque. Me 160

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encontr en un bosque al sur de la carretera Markisch-Buchholz. Vi a un tanque Tigre bajo los rboles. Nos reunimos unos veinte hombres. Nos agrupamos tras el Tigre y alguien tom el mando del grupo: era un comandante. Desde la copa de un rbol, alguien hizo fuego contra nosotros; hubo varios heridos y cinco o seis muertos. El can del tanque apunt hacia la copa del rbol y silenci el fuego. Dejamos a los muertos, colocamos a los heridos sobre el tanque y continuamos la marcha. Atravesamos el bosque y al amanecer llegamos ante un puesto de la artillera rusa. Era una de las bateras pesadas que disparaban sobre Berln. No haba ningn centinela y los artilleros dorman en pequeas chabolas cubiertas de tierra. Abrimos fuego; los artilleros salieron de sus chabolas y murieron a nuestros pies. Inutilizamos los caones y buscamos algo que comer. Slo encontramos unos puados de smola. Tampoco el hombre que disparaba desde la copa de un rbol y a quien matamos llevaba nada de comida. "Ya lo ven ustedes: por eso han perdido la guerra", dijo el comandante. "Ningn soldado ruso lleva algo de pan, pero todos llevan municiones en el macuto. A nosotros nos ocurra lo contrario: ninguna municin, pero los bolsillos llenos de comida." A pesar de todo llenamos unos cuantos cascos con smola que el comandante distribuy entre sus cuarenta hombres. Luego decidi atacar un pueblo cercano. Los exploradores informaron que en el lugar haba muy pocas fuerzas enemigas. Yo fui mandado con cinco hombres a cubrir el ala derecha. Pero yo no tena ningn deseo de emprender una accin guerrera y entrar en aquel pueblo tras un Tigre y habrmelas luego con unas cuantas docenas de rusos para poder pillar finalmente un trozo de pan. Adems, algunas de las observaciones hechas por nuestro jefe, especialmente lo que acababa de decir acerca de las causas por las cuales habamos perdido la guerra, me haban hecho perder la confianza en el comandante. As, pues, en vez de tomar parte en aquella expedicin de saqueo, junto con dos de mis hombres, determin ir por mi propia cuenta en busca de pan o de un sitio donde morir. Y al frente de mis compaeros me arrastr por un surco, llegu a una hondonada y volv al bosque. En el bosque encontramos a otro grupo de soldados. Los mandaba un sargento primero. Nos unimos al grupo. ramos veintids hombres. Al principio, cuando nuestra divisin emprendi la retirada, se hablaba de irrumpir hacia el oeste, de acudir en socorro de Berln y de unirnos al sur de la capital al ejrcito de Wenck. En aquel grupo, sin embargo, se haban terminado los proyectos blicos. "De da nos esconderemos entre los rboles y de noche, con ayuda de la brjula, caminaremos", dijo el sargento primero. "De esa manera quiz podamos llegar hasta el Elba y ms tarde ya veremos lo que nos es dado hacer." "Yo no creo que podamos ver el Elba, ni cualquier otro ro. Lo que hemos dejado atrs... Espantosos gritos y desconcierto. Y no tenamos una mala gasa ni un trozo de pan. Un sorbo de agua para un herido era all, entre el Dahme y el Spreewald, en aquel pas tan rico en agua, un tesoro. "Aydame, camarada, que ya no puedo ms!" Y nosotros pasamos de largo. "Echaros a tierra, cerdos! Es que queris delatarnos?" Pasamos de largo. Qu podamos hacer? Nosotros llevbamos a nuestros propios heridos. Poda cada uno de nosotros cargar con tres o cuatro heridos? Poda nuestro pequeo grupo cargar con miles de heridos? Pero ellos gritaban: "Cerdos! Asesinos! Slo pensis en vosotros!" Haban enloquecido a causa del dolor que les producan las heridas. 161

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Y chillaban como ninguna fiera ha podido chillar jams. Atravesamos aquel cementerio estremecido de gritos, y todava llega aquel gritero hasta m. No puedo escapar de l. Y ahora me alcanzan los disparos que aquellos desesperados nos descerrajaban por la espalda. To: Aquel cementerio que hay entre el Dahme y el Spreewald es un cementerio enorme, y no s, en verdad, cuntas personas cayeron all; no s si cayeron cien mil o doscientas mil, y pienso si entre aquella gente tambin pereci la idea de humanidad y la fuerza para hacer el bien, que hasta entonces haba unido a Alemania y a los dems pueblos del continente en una civilizacin comn. "Ya no puedo ms, to Raimond. He salido ileso de aquel infierno y ya no puedo ms. Pero tena que escribir esto; tena que escribir el informe de lo que ha ocurrido en el frente del Este. Tenais que saber dnde fue a parar aquel frente y cmo se esfum en la nada. "En la nada... Hubiera sido eso posible si con tanto orgullo y tanta fuerza como avanz no hubiera sido llamado hacia el mismo centro? Nada, nada... Eso es todo lo que puedo pensar. Que Dios se apiade de m." Esta carta fue escrita en un bosque de pinos, entre la autopista de Berln Ring-Neisse y el pueblo de Dornswalde y dirigida al jefe de la biblioteca militar, Raimond Stassen, en Potsdam. El capitn Boehlke se meti la carta en un bolsillo de la guerrera. Crea haber llegado al lmite de sus fuerzas, pero todava anduvo algunas noches ms en direccin oeste. Y Berln, la capital envuelta en llamas, fue quedando atrs, perdida en un horizonte de fuego. Lleg al Fiener Bruch, pero tampoco all, en aquellos terrenos pantanosos, cerca del pueblo de Fienerode, estaba el final de su peregrinacin. Los rusos haban tomado el pueblo, pero apenas se haban detenido en l. En Finerode slo quedaban algunas patrullas. Boehlke entr en una casa de campo. Junto al fuego haba dos hombres: un cabo de Estado Mayor y un muchacho de diecisis aos de las milicias. Boehlke y el cabo todava vestan uniforme, pero ninguno de ellos llevaba emblemas ni distintivos, y los dos iban tocados con gorras de paisano. Anocheca. Un coche ruso se detuvo ante la puerta. Dos rusos entraron en la casa. T soldado alemn! No soldado alemn: trabajador de los Pases Bajos dijo el cabo de Estado Mayor. El campesino confirm: Trabajadores extranjeros, de Holanda. Tambin el muchacho de diecisis aos dijo: Tambin trabajador de Holanda. Boehlke call. Los dos rusos se acercaron a la mesa. Uno de ellos se sac un gran mapa del bolsillo y lo extendi sobre la mesa. Queran ir hacia Hohenseeden, que estaba all al lado, pero buscaba en direccin contraria, en la regin de Lbeck. Llevaba una chaqueta de cuero y apestaba a perfume. No estaba borracho y se comportaba casi con amabilidad. El soldado que le acompaaba era un tipo bajo y delgado. De pronto, el oficial dijo: T oficial! 162

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Boehlke no respondi. El de la chaqueta de cuero exclam: Oficial o no oficial, es igual; t venir con nosotros y ensearnos camino!

LA VISITA DEL RUSO

El doctor Linth se dej arrastrar por el mismo viento que se haba llevado a Dolores. Mientras los tanques rusos avanzaban por el Oraniendamm y llegaban a la estacin de Wittenau, el doctor atraves el Tegel y la Jungfernheide, que todava no haban sido ocupados, y lleg al Kaiserdamm y se encontr en la parte oeste de Berln. A pesar de todo haba mantenido la direccin adecuada. Iba hacia el Oskar-Helene-Heim, donde haba una clnica de la que l era el director. Era uno de los ltimos que, sin caer herido, haban podido hacer el camino de Hermsdorf hasta el oeste de Berln, es decir, hasta Grnewald, donde los aviones rusos no dejaban de sobrevolar los tejados de las quintas. Barrio tras barrio, los rusos iban arrasando todo el sector de Grnewald. El doctor Linth se cruz con un hombre vestido de uniforme que arrastraba una bicicleta cargada con grandes paquetes. El doctor no poda saber que aquel hombre, cuya silueta desapareci inmediatamente tras una densa cortina de humo, haba de ser su ngel salvador. Entre el humo y el polvo surgieron otros rostros. Eran miembros de la milicia popular que, corriendo y echndose a tierra, avanzaban en direccin contraria a la suya. Lrgate, hombre! Escndete en el primer refugio! Linth continu su camino. Algo como un rayo se precipit sobre una casa. Son una espantosa detonacin. La fachada de la casa se agriet, las paredes se vinieron abajo y una lluvia de piedras cay sobre la calle. Alguien cogi a Linth por la pierna derecha y lo empuj hacia el suelo. "chate al suelo, hombre!" Era el ngel de la bicicleta: era Sarfeld, director artstico y director de un teatro nacional. Sarfeld llevaba las enseas de sargento primero y hasta una hora antes haba sido el locutor que daba los partes referentes a los ataques areos y a los servicios de la Luftwaffe. Ahora ya no haba ms que decir respecto a los servicios de la aviacin. Lo nico que caba hacer era mantener la cabeza a flote. La seccin de Sarfeld haba sido enviada a Mecklenburgo y una vez all haba sido destinada a Berln. l mismo se hizo cargo de los aparatos y con ellos lleg a la capital. Tena orden de instalarse en el refugio del Zoo y organizar all la emisin de los partes areos. Organizar una emisin en medio de aquel desbarajuste! Qu tontera! Ni por un momento pens obedecer aquella orden. Se meti en los stanos del Hohenzollerndamm y desde all telefone a la torre de vigilancia area. No le necesitaban. "De qu nos sirven sus noticias?", le contestaron. "Si tiene usted un can, venga." Sarfeld se qued completamente tranquilizado. De pronto, sin embargo, tropez con su jefe: "Qu hace usted

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aqu? Le di la orden de presentarse en la torre de observacin. Si dentro de una hora no se presenta all, le har fusilar!" El jefe tena su coche ante la puerta. Eso no va a ser tan fcil, mi comandante. Tengo mis cosas dispersadas y debo reunirlas. Y ya ve usted el aspecto que esto tiene... El comandante se daba perfecta cuenta de la situacin. Por todas partes, sobre bancos y mesas y bajo mesas y bancos, por todas partes se vean soldados, enfermeras, telefonistas y empleados que no podan llegar hasta sus casas. Bueno, empaquete usted sus cachivaches y dentro de dos horas presntese usted en la torre de observacin orden el comandante. Sarfeld vio cmo se alejaba el coche de su jefe. "Que aproveche! Ahora s que se acab. Ha llegado el momento de ahuecar." Empaquet sus "cachivaches" pero solamente los de su uso particular, los at sobre su bicicleta y emprendi el camino. Direccin Monika, direccin casa, direccin Nikolassee. Menos mal que se haba trado a Monika de Praga. Haba podido llegar hasta la colonia de Grnewald. Haba tenido que echarse varias veces a tierra y en tres o cuatro ocasiones se vio obligado a esconderse en algn refugio. Pero haba podido llegar hasta Grnewald. Cuando vio acercarse a aquel extrao individuo que era el doctor Linth estaba echado junto a la tapia de un jardn, tras la bicicleta. Aquel hombre pareca un suicida, puesto no reparaba en lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Ni una sola vez se ech al suelo, cosa que en aquellas circunstancias todo el mundo haca por puro instinto de conservacin, sin reflexionar. Usted perdone dijo Sarfeld al doctor Linth tras haberle obligado a echarse al suelo. Usted perdone, pero me parece que, tal como estaba all, junto a aquella pared que acaba de desmoronarse, hubiera recibido unas cuantas piedras sobre la cabeza. S; probablemente. Pareca que la lluvia de piedras no le preocupaba lo ms mnimo. Si no era un suicida, era un tipo raro. No se haba equivocado. Los dos Linth y Sarfeld continuaron juntos el camino. Otra vez se cruzaron con individuos uniformados que venan de Grnewald. Adonde vais? les gritaron. Marchaos de aqu! No podris pasar! Pero Sarfeld quera "pasar". Sarfeld quera encontrarse con Monika, que viva con su madre. Tambin quera deshacerse de su uniforme. Haba llegado el momento de vestirse de paisano. La calle estaba llena de humo y polvo. En la acera de enfrente cay un alud de piedras y la calle pareci poblarse de fantasmas. Casi no se vea. Pero los dos Linth y Sarfeld distinguieron perfectamente a una vieja que, apoyada en un bastn, avanzaba peligrosamente. De pronto, la vieja ech a correr entre el humo y el polvo. La vieja corra como hubiera podido correr una muchacha. Fue como una visin fantasmagrica. Una piedra cay sobre ella y la vieja qued tendida en medio de la calle. No se movi. Pareca una mueca descoyuntada en medio del polvo y la humareda. Sarfeld tuvo una nueva sorpresa y volvi a comprobar la conducta suicida de su acompaante. El doctor Linth atraves la calle, sobre la que caa una lluvia de piedra, hierro y madera, se arrodill junto a la vieja y no 164

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se levant hasta que hubo comprobado la muerte de aquella mujer. Luego, sin alterarse, regres junto a su compaero. Esta era la situacin en Grnewald. En Grnewald haban quedado unos hombres para cubrir la retirada de las ltimas fuerzas de la milicia. nicamente tenan una ametralladora. Unos cuantos soldados hacan fuego desde pozos de tirador. All donde apareca una nariz, silbaba una bala. La infantera rusa se haba instalado en la orilla de enfrente. Eran las avanzadas de los batallones que se haban abierto paso a travs de Tempelhof, Friedenau, Steglitz y Dahlem y que acababan de llegar junto a la orilla del lago de Grnewald. Imposible seguir adelante. Era imposible atravesar aquel campo de batalla, y menos en compaa de aquel hombre. Adnde quera ir? Buscaba a alguien. Buscaba a su mujer. Pero, por dnde la buscaba? En Grnewald. Pero tambin por todas partes. Ella poda aparecer en cada esquina. Poda estar en el primer tanque ruso que asomara. En realidad, sin embargo, aquel hombre no se comportaba como si buscara a alguien. Pareca que no buscara a su esposa entre los vivos. nicamente poda buscar a su esposa dentro de s mismo. Esa era la cuestin. De todo ello se fue enterando Sarfeld mientras cuidaba que su compaero mantuviera la nariz bien pegada a tierra y no fuera agujereado por alguna bala siberiana y mientras corran de rbol a rbol y deshacan el camino y se dirigan a la cabaa del To Tom. Durante el camino tuvo que habrselas con un alocado teniente que reuna gente para poder irrumpir hasta la torre de observacin area y pretenda que los dos formaran parte de la expedicin. Tambin tuvieron que descender a varios refugios y sufrir el alto de algunas patrullas que les pidieron la documentacin. Pues salude usted a su esposa y me alegrar que alguna vez pase por la Teutonenstrasse, en Nikolassee dijo Sarfeld a su compaero cuando ambos hubieron llegado a la cabaa del To Tom. Sarfeld tom la direccin de la Nikolassee, mientras Linth se diriga en direccin contraria, hacia Oskar-Helene-Heim. Una vez en Oskar-Helene-Heim, apenas haba cerrado la puerta, as que se hubo puesto la bata blanca, la infantera rusa, que lleg del norte, procedente de Grnewald, y del este, de la Thielplatz y de la Kronprinzenallee, rode la clnica. Durante media hora rein un completo desbarajuste. Todo el personal mdicos, enfermeros, empleados e incluso los enfermos leves , excepto las enfermeras, tuvo que abandonar el edificio. Linth fue conducido a Drei-PfhulPlatz, un pequeo jardn pblico situado cerca del Oskar-Helene-Heim, y juntado a un grupo de paisanos y soldados, algunos de los cuales llevaban algunas prendas civiles, recin salidos de stanos y refugios. Los rusos comenzaron en seguida a seleccionar las personas del grupo. Unos fueron destinados a engrosar las columnas de los prisioneros de guerra y otros a realizar trabajos de descombro. Antes, sin embargo, se vieron obligados a entregar todos los objetos de oro y plata, as como relojes, plumas estilogrficas y cortaplumas. Los rusos parecan necesitar todo aquello e incluso se apropiaban de los pauelos de bolsillo. Los seleccionadores se acercaron a donde estaba Linth. 165

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El doctor Linth llevaba una bata blanca y, en su brazo derecho, un brazal con el distintivo de la Cruz Roja. El comandante, un oficial gordezuelo con grandes bigotes, hizo varias preguntas a los presentes, entre los cuales haba muchos trabajadores extranjeros. Un soldado se acerc a Linth durante el interrogatorio. Era un hombre de baja estatura y delgado que empuaba una pistola. "T, pam, pam. T, pam, pam", dijo al doctor. Y al cabo de un momento volvi y repiti lo mismo. La escena se repiti varias veces. A Linth le tena sin cuidado lo que pudiera ocurrirle, e incluso le era indiferente el hecho de morir a manos de un ruso, pero las idas y venidas y las palabras de aquel hombrecillo le molestaban como le hubiera podido molestar el zumbido de un mosquito. El oficial gordezuelo tambin se hart. Un puntapi en el trasero, que el hombrecillo encaj sin rechistar, puso fin a la escena. Una disciplina tan caprichosa como se quiera, pero una disciplina, al fin y al cabo. All donde falta una ntima cultura, es preciso que la disciplina tenga que corregir las cosas, pens Linth. Pero aquella experiencia estaba en contradiccin con la que haba vivido en Hermsdorf. Se le dijo: T, doctor... t, a casa. A casa... Dnde estaba eso? El Oskar-Helene-Heim acababa de ser cerrado. Hermsdorf quedaba muy lejos y adems no tena ningn inters en volver all. En todas partes estaba en su casa y se dej llevar por el azar. Camin por Zehlendorf, a lo largo de la Argentinische Allee y volvi a pasar ante la cabaa del To Tom En los stanos y en las calles haba trabajo para l. Cerr los ojos a un muchacho que estaba tendido entre unos matorrales. Era casi un nio. En uno de sus bolsillos llevaba municin y en otro bombones. Vend un brazo a un sargento de la polica montada. Aquel sargento era el nico superviviente de su escuadra. Aquella misma maana se haba hecho cargo de una supuesta lnea de resistencia, que en seguida tuvo que ser abandonada entre el humo y el polvo. Y el sargento fue inmediatamente enrolado en otra improvisada unidad. El sargento, que ahora vesta de paisano, no sala de su asombro al ver que los rusos le haban dejado en libertad y le permitan ir a donde quisiera. Linth sigui su camino y alguien le llam desde la alcalda. Helfenstein, el alcalde, haba capitulado (nadie en Zehlendorf, a pesar de las bandas de polica, del ejrcito y de las Juventudes de Hitler, tena ninguna autoridad), y luego, tras haber hecho entrega de la alcalda, se haba pegado un tiro. El doctor Linth no pudo hacer otra cosa que extender un certificado de defuncin, una formalidad que al cabo de poco tiempo, dado los muchos casos de suicidio, se consider como algo totalmente innecesario. Continu su camino y anduvo por calles desiertas. Todo estaba lleno de humo, pero ya no se oa ningn disparo. De pronto oy voces en alemn, y tambin oy una orden: "Desplegarse". Unos soldados se desplegaron en guerrilla y avanzaron por la calle en direccin este. Tras ellos rodaba un tanque. Los soldados y el tanque desaparecieron entre el humo como un fantasma. Otra plaza. Carros, caballos desenganchados y grupos de personas, prisioneros y mujeres, algunas de las cuales necesitaban urgente ayuda mdica. La bata blanca y la ensea de la Cruz Roja eran para Linth como un salvoconducto, y su despreocupacin y su indiferencia, que tanto contrastaban con el pnico de los 166

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dems, le abran paso por todas partes. Otra vez, un puente entre los dos frentes. Un aviador que acababa de ser tocado y cuyo aparato se precipitaba al suelo dej caer sus ltimas bombas. Un grupo de soldados rusos se refugi en una tienda y arrastr a Linth. En la tienda haba dos enfermeras de la Cruz Roja que deseaban ir al hospital de la Spanische Allee. Preguntaron a Linth si tambin llevaba aquel camino y si las quera acompaar, pues tenan miedo de ir solas. Una vez pasado el peligro, los soldados rusos volvieron a salir a la calle. El doctor Linth acompa a las dos enfermeras. Caballos muertos. Soldados muertos. En la calle no se vea ningn ser vivo. Pegado al ventanuco de un stano haba un rostro contrado por el terror. En otros agujeros haba otros rostros que miraban con asombro el paso de aquellas tres personas. Desembocaron a una gran avenida por la que avanzaban tropas rusas. Las dos enfermeras estuvieron a punto de echar a correr. Linth las tranquiliz. "No suceder nada que no tenga que suceder", les dijo, y les aclar que los refugios eran tan poco seguros como la calle. Por otra parte, era poco probable que algn soldado saliera de las filas de una columna en formacin. Y estaba en lo cierto. Los soldados rusos se mostraron muy sorprendidos y algunos de ellos les gritaron: T no huir? T no tener miedo de ruski? No, no tengo miedo. Por qu haba de tener miedo? Y, sin ser molestados, pudieron continuar su camino. De las casas salan miradas curiosas, asombradas. Un hombre sali de un stano. Luego, en seguida, apareci otro. La gente comenz a asomarse por puertas y ventanas. Todo el mundo sali a la calle. Y, con los brazos en alto, el pblico salud a los recin llegados. Un ruso prob de montar en una bicicleta, se tambale, se acerc peligrosamente a la columna, hizo un zigzag y fue aplaudido por los espectadores. De pronto comenzaron a arrojarse flores a las tropas. Por fin! Por fin podemos salir de los refugios! Ya no habr ms alarmas areas que nos obliguen a vestirnos por las noches. Por fin podremos dormir tranquilos! El asfalto de las calles estaba saltado. Pasaron unos tanques. Los brazos se agitaron en el aire. Los soldados de infantera sonrean. Un claro. Ante una compaa, dos cosacos. Los caballos de los cosacos levantaron las manos delanteras y patearon en el aire. Y la gente aplaudi como si estuviera en un circo. Por fin!... Por fin haba pasado la guerra. Linth acompa a las enfermeras hasta la puerta del hospital. Luego continu l solo. No saba adnde quera ir, pero no poda detenerse. Lleg ante un puente destrozado y retrocedi. Se adentr por unas calles desiertas. Un "rgano" de Stalin se ensaaba contra unas casas. Los disparos caan sobre patios, jardines y campos de ruinas. El citiso estaba completamente florido. Las peras aparecan maduras. Un jardn asomaba lleno de flores blancas. Era primavera y sobre el humo y el polvo se levantaba un cielo azul ligeramente teido de rosa. Linth descubri una fuente y se detuvo a beber en ella. Pronto se hizo de noche. Cerca de all, y tambin a lo lejos, se encendieron unos fuegos. Grupos de rusos y pequeos caballos sin montura iban de un lado para otro entre la creciente oscuridad. Se oan voces extraas, pronunciadas de forma gutural. 167

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Linth bebi en sus manos. Es usted mdico? Sera usted tan amable de acompaarme? le dijo un hombre. Mi nombre es Wittstock. No se trata de m, sino de una mujer, de una seora que tengo recogida en mi casa. La cosa ha ocurrido de repente; ha ocurrido durante el cambio... Los rusos me sacaron a la calle. Wittstock haba sido sacado a la calle por los rusos. Y todo ocurri a causa de aquel cuadro que tena guardado en la carbonera. Quin lo hubiera dicho! Aquel cuadro, en cuyo primer trmino apareca un famlico trabajador y sobre l, ondeando en el cielo, una gran bandera roja. Aquel cuadro cuyo lema era: "Hambre en Alemania". No poda haber habido una mejor patente de seguro que aqulla. Era como si durante doce aos hubiera guardado en su casa la cartilla de miembro del Partido. As, por lo menos, se lo explic l al teniente y a los soldados que fueron a registrar su casa. Pero el efecto que caus aquel cuadro era absolutamente contrario a lo que l haba supuesto. Imbcil, majadero, tonto; esas fueron las palabras del teniente. Y luego hizo que sus soldados, que llevaban la bayoneta calada, le sacaran de la casa. De paso, los soldados desvencijaron una cmoda. Wittstock llam al polaco en su auxilio, pero el polaco no slo no pudo arreglar la situacin, sino que todava empeor las cosas. Y al final todo el mundo tuvo que abandonar la casa. Wittstock y su esposa, el polaco Sikorski, los dos mulatos, las dos mujeres escapadas de prisin y la esposa de Aachern y sus dos hijos, quienes quin lo hubiera dicho! fueron tratados de "malditos comunistas"; todo el mundo fue empujado hacia la calle. Y a la seora de Halen le haba afectado tanto aquel espectculo que comenz a sentir los dolores del parto y tuvo que ser llevada rpidamente al refugio de una familia amiga, donde en aquel momento estaba tumbada sobre el suelo. Su nuevo amigo, el arquitecto Poppert, que perteneca al "Dreyer-Kreis", le ofreci su casa y le rog que fuera al prximo hospital en busca de un mdico. Y el hombre de la bata blanca y el brazal de la Cruz Roja era exactamente lo que necesitaba. Por otra parte, el camino del hospital estaba lleno de soldados rusos y probablemente no hubiera podido pasar. Y el hombre de la bata blanca era realmente un mdico. Mejor no hubiera podido ocurrir. Como le digo, no se trata de m, sino de una seora a quien no conozco dijo Wittstock. Los sustos y las angustias que pas al ser empujada hacia la calle han sido la causa de que comenzara a sufrir. Creo que pronto dar a luz. No necesit dar muchas explicaciones. Linth acept acompaarle inmediatamente. El doctor dej que Wittstock le condujera hacia la Pfeddersheimer Strasse y le sigui hasta el refugio particular del arquitecto Poppert. El refugio estaba lleno de mujeres y nios y numerosos vecinos de otras casas. Linth se acerc a la parturienta, que estaba echada junto a una pared. La mujer, que era muy joven y hermosa, tena el cabello rubio y los ojos muy grandes y claros. Su rostro estaba casi blanco. La boca estaba contrada a causa de los dolores. Pero no pronunci ni una queja y dirigi al doctor una mirada de disculpa y agradecimiento. Al cabo de unos momentos, su rostro se distendi y pareci que ya no sufra tanto. Linth confirm la prediccin de Wittstock: la mujer poda dar a luz de un momento a otro, pero segn como fueran las cosas tambin poda tardar algn tiempo ms. Unos rusos borrachos entraron en el refugio. Los rusos eran conducidos por 168

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un alemn que, al tiempo que se encoga de hombros, le dijo a Poppert: Lo siento; estos hombres estn en mi casa con mi esposa y mis hijas y desean ms mujeres. No he tenido ms remedio que traerlos aqu. Los rusos comenzaron a mirar a su alrededor. Escogieron a la seora Aachern y a su hija de quince aos Anneline Aachern y a la seora Halen. De ninguna manera dijo el doctor Linth; la mujer est encinta. Encinta, encinta repiti, pues el ruso pareca no entenderle. T insultarme! rugi el ruso. Encinta repiti Linth. T estar insultndome! El ruso sac la pistola. Alto! grit el polaco. No entiendes lo que te est diciendo el doctor? El polaco intervino un segundo antes de que pudiera producirse la catstrofe. El ruso se tranquiliz y luego, acompaado de sus camaradas y de la seora Aachern y de Anneline Aachern, sali del refugio. Y el vecino alemn, tras balbucear unas palabras de disculpa, se march tras los rusos. Aquella visita no fue la primera, ni haba de ser la ltima. La calle, que durante las primeras horas de la tarde haba sido testigo del carioso recibimiento que los vecinos dispensaron a las tropas rusas, cambi su rostro al anochecer. Las columnas se haban dividido en escuadras y en pequeos grupos que merodeaban de un lado a otro. Y los soldados irrumpan en las casas y registraban hasta los stanos. Todos estaban borrachos y siempre iban en grupos. Tap, tap... se oa sonar en las oscuras escaleras. Los soldados suban procurando no hacer demasiado ruido. Luego, en el corredor, ante una puerta, se pronunciaban un par de palabras a media voz, y si la puerta no se abra inmediatamente, sonaba un disparo y saltaban la cerradura. A veces, una pandilla irrumpa violentamente en un refugio, y otras, las menos frecuentes, un rostro solitario se pegaba a la ventana de un stano. Todos iban en busca de mujeres, aguardiente y relojes, y las mujeres eran para ellos como objetos que despertaban su mxima codicia, objetos que a veces se entregaban con docilidad y otras se resistan, que a veces permanecan mudos y otras proferan tremendos chillidos... Una puerta se abri y en el interior de la habitacin aparecieron una madre y su hija. Y la madre y la hija, una junto a otra, tuvieron que satisfacer las exigencias de los soldados y todava estuvieron contentas de que no vinieran ms que tres visitantes. Una mujer estaba junto a sus pequeos y la cosa tuvo que suceder en presencia de ellos, y los pequeos permanecieron con sus puitos cerrados y los ojos llenos de lgrimas. Un padre oy voces extraas en el corredor y como no poda hacer nada para salvar a su hija se march de la habitacin, dejando a la chica en compaa de cinco hombres. "Soy una nia", lloraba una muchachita de once aos, y repeta unas palabras que haba odo decir a la gente mayor y cuyo significado apenas alcanzaba a comprender, y tras una larga discusin del soldado ruso que la apremiaba la dej en paz, no sin antes haberse quedado con una joven que, sin saber lo que ocurra, entr en la habitacin de la pequea. En una casa de la Argentinische Allee, sentada junto a una ventana, haba una joven vestida con un traje de noche. Y mientras las dems mujeres se ensuciaban el cabello de blanco y se tiznaban la cara, aquella muchacha se acababa de poner sus mejores prendas. Cierto que aquella muchacha haba 169

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hecho el camino de Berln a Mosc y de Mosc a Berln, pero el caso es que tena una forma muy particular de detener las acometidas de los rusos. Estaba sentada junto a una lmpara de pie y en la habitacin se vean alfombras y cortinas. La ventana se abri de pronto y un ruso salt sobre la marquesina. "Schto Wui Jelaetje?" (Qu desea usted?), dijo la joven. El can de la pistola apunt hacia el suelo. La escena y las palabras dichas en ruso produjeron un efecto mgico: el soldado murmur unas palabras de excusa y desapareci al momento. La comedia se repiti tres veces seguidas. "Me tumb sobre el suelo y no dej de apuntarme con el arma cont luego la joven. Grit con todas mis fuerzas, como una loca." Grit tanto que un oficial ech la puerta abajo e irrumpi en la habitacin. Y en un santiamn salt sobre el soldado, le empuj hacia la ventana y lo precipit al jardn, no olvidndose de arrojar tras l la pistola que haba quedado en el suelo. "Kak sche etot moschet bit, wui sche dama?" (Cmo es eso posible? Usted es una seora!), dijo el oficial. Y entonces fue ella la que le mir sorprendida a l. El locutor de los partes areos y director de un teatro nacional, lleg a su casa, se cambi de traje, y en compaa de su madre y su novia, se fue al primer refugio que encontr. Era un gran bloque de casas y los stanos estaban uno junto a otro. Los stanos estaban llenos de gente. Pasaron algunas horas hasta que se anunci la llegada de los rusos y aquella espera bast para que aparecieran armas de fuego y se organizaran toda clase de proyectos de defensa. Sarfeld observ a un grupo de muchachos que armados con fusiles y pistolas entraban y salan del refugio. Si disparis uno de esos trastos, los rusos prendern fuego a toda la casa les dijo Sarfeld. Uno de los muchachos le ech una torva mirada. Los rusos no se apoderarn de Berln! le contest otro. Los americanos estn en Teltow y el ejrcito de Wenck ya ha llegado a Wannsee. Estis locos! Acabo de ver a los rusos en el Grnewaldssee! El jefe de la banda, que era un tratante de legumbres, intervino: Camaradas, aqu, en el refugio, hay un tipo que hace propaganda, y vaya clase de propaganda! Afuera! Afuera! gritaron algunos. Sarfeld comprendi que si no quera convertirse en vctima de aquellos sujetos deba obrar inmediatamente. Y no dud ni un instante: salt sobre el jefe de la banda y antes de que los dems pudieran hacer nada, le propin un par de puetazos, lo tumb al suelo y lo dej fuera de combate. Muchos de los presentes, que hasta entonces no se haban atrevido a hablar, se pusieron de su lado. El tratante en legumbres, as como media docena de exaltados, entre los cuales tambin haba varias mujeres, fueron encerrados en el stano contiguo. Aqu pueden quedarse hasta que se pudran o hasta que lleguen los rusos y hagamos el traspaso. Y ahora, en marcha. Debemos arreglar la calle y las casas de manera que al llegar los rusos no se produzca ninguna violencia. Sarfeld organiz un comit que en seguida tom contacto con los vecinos de la casa de enfrente. Las armas desaparecieron y al cabo de un momento, en puertas y ventanas, ondearon banderas blancas. Aquella calle no quera ms que paz. 170

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Al llegar los rusos no hubo disparos ni complicaciones. Pero la cosa cambi cuando se hizo oscuro. "Mujer, viene? Uri, uri..." Llegaba un soldado y se llevaba a una mujer. Y luego vena otro y haca otro tanto. Y las mujeres regresaban en silencio o llorando. Todas las casas fueron registradas y saqueadas. Sucedi lo que Sarfeld se haba imaginado. Se fue a ver al comandante del puesto, cuyo cuartel general estaba instalado en la esquina de la calle. Fue recibido por un intrprete, quien le dijo que no haba nada que hacer, pues los alemanes haban procedido en Rusia de la misma manera. Sarfeld respondi que ignoraba lo que los alemanes haban podido hacer en Rusia, pues l era actor y no se haba movido de Alemania. El comandante un joven y pulido teniente reconoci entonces en Sarfeld al hombre que haba presidido la comisin que, a la entrada del barrio, le haba hecho entrega de un montn de armas. De manera que aquel hombre era un actor. Pues eso representaba un punto ms en su favor. T artista? T hacer teatro? le dijo a Sarfeld. S, y mi novia tambin. Maana me caso con ella. Maana esposa? Muy bien. Pues yo venir. Yo ser tu invitado. Yo cuidar de ti mientras est en este barrio. A Sarfeld le fue permitido instalarse en el mismo edificio en que viva el teniente. Luego pregunt si podra traer a unos amigos a la casa. Y el jefe tambin acept. As, pues, Sarfeld se present en su nueva residencia acompaado de su madre, su novia y un grupo de mujeres. Veinte personas se acogieron de esa manera a la proteccin del teniente ruso. Aquello, si se pensaba en lo que ocurra en los stanos de las dems casas, no era demasiado tranquilizador, pero al fin y al cabo era mejor as. El refugio privado del arquitecto Poppert fue visitado cada quince o veinte minutos por nuevos grupos de soldados. Unas veces apareca un hombre solo y otras irrumpan cinco o seis. Los tres primeros se volvieron a presentar de nuevo. Cada vez eran revueltas las maletas y cada cual se llevaba lo que le pareca bien. Muchos salan cargados con prendas de mujer. Y una y otra vez caa la luz de las lmparas de bolsillo sobre los refugiados, que eran registrados de pies a cabeza. Pero a ninguno de ellos le quedaba nada de valor, pues los anillos y relojes haban pasado a ser propiedad de los primeros visitantes. En una ocasin sonaron varios disparos "para establecer el orden". Otras veces todo transcurra a medias palabras. "Mujer, ven!" Y al cabo de un rato la mujer regresaba con el rostro desfigurado por el dolor. Durante las pausas la gente caa al suelo y se dorma profundamente. Haban llegado a un estado de absoluta indiferencia, pues no poda ocurrirles nada peor de lo que les estaba sucediendo, y ms que nada necesitaban descansar. Y se dorman, lo cual era un alivio para sus destrozados nervios. Dos mujeres entraron tambalendose en el refugio. Estaban borrachas, haban perdido la moral y comenzaron a reir a los dems. Mejor tener a un ruso sobre la barriga que una bomba rusa dentro de s; pero soportar a veinte hombres, uno tras otro, eso ya no hay quien lo aguante. La mujer llevaba un abrigo de pieles. El abrigo se abri y la mujer apareci desnuda. Dos o tres veces se haba podido escapar de la casa, pero fue pillada de nuevo. Abronc a las dems mujeres y las acus de gandulas y las reproch tener que hacer todo el trabajo ella sola. La acompaaba una muchacha de 171

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unos dieciocho aos, que tambin estaba bebida y gritaba con el primero que tropezaba. Los hombres tambin recibieron lo suyo. Eran unos cobardes, parecan conejos y hubieron hecho mejor con dejarse matar en el frente. De pronto, en medio del gritero, una de las dos, la que tena ms edad, rompi a llorar, y su compaera no tard en imitarla. Tras muchos esfuerzos, Poppert consigui sacar a las mujeres del refugio y llevarlas a un piso superior. El doctor Linth hizo cuanto pudo por la seora Halen. Durante mucho rato no se apart de ella. Los sntomas anunciaban un parto normal. Fue requerido por alguien. Mucha gente se suicid aquella noche. Y muchos ms intentaron hacerlo. El motivo ms corriente era las visitas de los rusos, aunque muchos se quitaban la vida por pura desesperacin. Una mujer se ahorc de los barrotes de su cama. Otra, al abrirse la puerta de su habitacin, cogi a sus dos pequeos y se arroj con ellos por la ventana. Muchos haban tratado de quitarse la vida a base de ingerir somnferos, y en esos casos se poda prestar algn auxilio. Otros se haban abierto las venas, pero pocos de sos consiguieron quitarse la vida, pues raramente procedan como hizo Sneca, que era un gran entendido en cuestin de anatoma y supo cortarse las venas por el sitio preciso y tuvo la precaucin, adems, de meterse en el bao. Los suicidas d Zehlendorf, en auxilio de quienes acudi el doctor Linth, presentaban por lo general unas heridas que no eran mortales. A veces, sin embargo, ocurri que una madre, despus de haber cortado adecuadamente las venas y los nervios a sus hijos, slo acert a causarse leves heridas en la mueca. Linth abandon un gran bloque de casas cuyas escaleras estaban llenas de rusos. No pudo salvar a la mujer en cuyo auxilio haba acudido. Al regresar al refugio fue llamado por Poppert, quien le condujo al piso donde haba llevado a las dos borrachas. Las dos mujeres se haban envenenado. Una, la ms joven, estaba estirada sobre la cama, y la otra estaba en la baera con el abrigo puesto. Las dos haban ingerido una gran dosis de somnferos. Ayudado por Poppert, Linth sac a la mujer de la baera, que estaba llena de agua fra, y no pudo hacer ms que certificar su muerte. La otra, que result ser una estudiante de msica que habitaba en aquella misma calle, pudo ser salvada. Todava estaba borracha, y al volver en s se agarr a Poppert y quiso tumbarlo sobre la cama, y al apartarse l le repiti los improperios que antes, en el refugio, haba odo proferir a su compaera. Linth fue llamado en socorro de la seora Halen. Como el parto iba a producirse de un momento a otro y no haba ninguna comadrona, Linth se encarg de todo lo necesario. Una mujer cogi al recin llegado, lo ba, lo envolvi en un pao y lo coloc junto a la joven madre, que tras los dolores del parto descansaba sobre un colchn. Su rostro ya no perdi la serenidad ni cuando una serie de disparos sonaron en el stano. Tres, cuatro, cinco disparos resonaron en el refugio. Unos trozos de yeso cayeron del techo. Las velas se apagaron. Oscuridad, polvo y rostros extraos. Un gran gritero. Un individuo alz la voz sobre los dems. Dnde est soldado? Dnde est soldado alemn? All no haba ningn soldado alemn. Uri, uri!... Los relojes ya haban sido requisados. Las maletas y los sacos volvieron a 172

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ser registrados. Nada bien, nada bien. Todos los hombres a la pared. A ti, ahora, pam, pam. A Linth tanto le importaba; a Poppert tanto le importaba y a los dems tanto les importaba. Ninguno de ellos descollaba por su valenta, pero la escena se haba repetido muchas veces y todos estaban extenuados. nicamente sentan repugnancia. Y deseaban que todo aquello terminara de una vez, aunque tuvieran que quedar con la cabeza acribillada a balazos. No son ningn disparo. Gritos de sorpresa: Ah! Oh! Un nio! Est llorando un nio! Sobre unos almohadones haba un nio que lloraba. Junto al recin nacido haba una mujer. El nio acababa de nacer. Ahora? pregunt el ruso. S, ahora. El jefe de los rusos era un tipo que deba medir unos dos metros. El hombre se fij en un acorden que estaba en una estantera, lo cogi y se plant con l ante la joven madre. Tena los ojos de color pardo oscuro y todo l pareca un pirata. De pronto dej, de estar borracho y, con una hermosa voz de bajo, cant la cancin del peral, luego la cancin de las grandes estepas que hay tras el Baikal, y ms tarde, sin hacer ninguna pausa,

"Volga, Volga, math radnaja..."

Sac a sus hombres del refugio y les orden que no dejaran entrar a nadie ms. Y la paz volvi a reinar en aquel lugar. Nadie ms fue molestado. La muchacha que haba intentado envenenarse volvi al refugio. Se sent en un rincn y no dijo nada. Estaba sorprendida. Unos roncaban y otros no podan cerrar los ojos. El gigante cantaba a media voz. Es nio? Es una nia!

Florecen manzanos y perales, asciende la niebla del ro, y t, Katiuska, hacia dnde vas por la orilla?

DOLORES
Ruido de cadenas y olor a bencina y aceite. El ruido de las cadenas del tanque no le molestaba y el olor de los motores, tampoco.

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Era ella, Dolores. Era dos veces ella: una con un vestido blanco rematado con una cenefa de flores bordadas; otra, ya mayor, la misma Dolores con largas trenzas. La tercera... Qu ruido!

Volga, Volga, nuestra madre...

Tambin ella haba visto una pelcula, cuyo argumento estaba inspirado en la letra de aquella balada. Los barcos del ladrn Stenka Rasin remontan el ro. En el camarote del capitn hay una princesa. La tripulacin est descontenta de su jefe. Est a punto de producirse un motn. El capitn de los bandidos entra en el camarote, coge a la princesa y la arroja al Volga. Nada, sin embargo, pudo salvarle. Nada pudo salvarle, no ya en la pelcula, ni en la balada, sino en realidad. El bandido cay en poder de los hombres del Zar, fue metido en una jaula y, desnudo, como si se tratara de una fiera, fue conducido a Mosc, donde fue decapitado en la Plaza Roja. Volga, Volga... Ahora, la realidad es muy diferente. El ruido de las cadenas hiere los odos, y los gases y el humo irritan los ojos. El tanque atraves una ciudad y durante todo el trayecto a travs de las calles no dej de disparar. Y el tanque se llen de gases y de un humo que se pegaba a las paredes, a su rostro y a su piel. Y ella, con un capote echado sobre la blusa iba hacia no saba dnde. Todo es muy diferente: la cabina y la noche. Era como un infierno. Un hombre conduca, otro disparaba, otro colocaba los proyectiles en la boca de acero, el cuarto golpeaba sobre un aparato de morse y el quinto, el comandante del tanque que asomaba medio cuerpo fuera del vehculo, tena sus pies junto a ella y la cabeza fuera de la escotilla. En la penumbra haba suficiente claridad para distinguir el sudoroso rostro de aquellos demonios. No poda tumbarse, ni estirar las piernas, pues era algo as como un pasajero sin sitio o como un bulto arrinconado. Aquello era una sepultura andante, un fretro de acero, y cada uno de los ocupantes tena una ranura por la que observar; pero ella, no. El tanque mont por una cuesta y todo resbal hacia atrs y ella se vio arrastrada por unos bidones vacos. El conductor y el radiotelegrafista se sonrieron irnicamente, pero el tercero le ofreci el brazo y la volvi a cubrir con el capote. Tambin entre aquellos demonios eran posibles las cortesas. Afuera, entre el humo, las rfagas de ametralladora chocaban contra el vehculo como guisantes lanzados sobre una superficie de hojalata. El comandante, que continuaba en la escotilla, grit: Tegel, Tegel!... Tegel haba sido tomado y el tanque pas sin detenerse. No cesaba aquel ratear. A los hombres del tanque no se les permita tomar aliento. El radiotelegrafista el "radist", como ellos le llamaban era un muchacho joven, de cabellos rubios. El conductor, sin embargo, tena un cabello oscuro como la noche y una boca de labios delgados que le iba de una oreja a otra. Avanzar y disparar. Los cartuchos vacos producan un gran estrpito al caer. Jadeaban, escupan hacia delante y el sudor dibujaba 174

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pequeos surcos sobre sus rostros ennegrecidos. Dolores pensaba en su marido, que haba quedado atrs. Viva? El rostro de Dolores estaba plido y sus cabellos ensangrentados y aquella sangre, por extrao que pareciera, era para ella como un incontestable testimonio de vida. En aquella casa de Hermsdorf, cuyos moradores haban sido expulsados por los rusos, en aquella horrible cama no haba sucedido nada. El comandante del tanque era un hombre metdico y precavido. La ech sobre la cama, la cubri cuidadosamente, se tumb junto a ella y antes de ponerse a dormir llam al individuo de la boca grande y le dio unas rdenes. No sucedi nada y nicamente luego, tras unas cuantas horas, cuando el tipo de la boca grande entr y despert al comandante, cay ella en la cuenta de lo que le haba ordenado el soldado. El comandante deseaba dormir y quera que le despertaran cada dos horas. Cuando el soldado entr en la habitacin y despert a su jefe, ste le mand a paseo, dio media vuelta y continu durmiendo. La escena se repiti un par de veces. l durmi toda la noche y ella no pudo cerrar un ojo. As haba transcurrido aquella noche: la drle de

guerre!

El da comenz con un toque de trompeta. El hombre se incorpor en la cama, la contempl y frunci el ceo. Estaba furioso por haber dormido toda la noche, pero ahora ya era demasiado tarde. Y encontr una horrible solucin: la cogi en brazos y se la llev. Qu iba a suceder ahora? Estampidos y mal olor. Le volvieron a escocer los ojos. Cesaron los disparos. Hasta ella lleg un ruido de voces. Hacia dnde se dirigan? Volvi a ponerse en pie. Apenas poda levantar la cabeza en aquella mazmorra de acero. Rodar de cadenas, zumbar de motores, pisar de caballos y el aire lleno de voces. Y adelante, siempre adelante. El hombre de la escotilla se agach y le dijo algo. El de los cabellos rubios le ayud a ponerse el capote y le coloc un gorro militar. Poda asomar la cabeza por la escotilla y mirar hacia fuera. Un mundo cambiado. Una hilera de tanques sobre los que aparecan sentados muchos soldados de infantera. Los tanques iban escoltados por jinetes: a la derecha cosacos y a la izquierda caucasianos. Sables y lanzas relampagueantes, multicolores bufandas ondeando al viento, rgidos cueros sobre las grupas de los caballos. La calle, que estaba tirada a cordel, fue atravesada sin ningn obstculo. La gente comenzaba a desclavar las maderas que tapaban las ventanas de las buhardillas y a desenganchar los negros papeles que cubran los vidrios de las ventanas de los pisos inferiores. Y aparecieron banderas blancas. Banderas blancas hasta all donde poda alcanzar la vista. Gritos, manos agitadas, rostros asombrados. Los tanques continuaban rodando. La banda militar de la caballera comenz a sonar: msica. Tras la caballera marchaba la infantera. Ingenieros. Minadores. Intendencia. Camiones y carros cargados con enseres domsticos y colchones. Unas gorras volaron por el aire. Guerra acabada! Hitler acabado! Una tupida muchedumbre se apiaba en la calle. Todo el mundo gritaba: Cmo ha vuelto a mentir Goebbels! Qu gente ms simptica! Mira a 175

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aquel pequeo montado en una bicicleta! Ces la msica. El aire se oscureci. La columna se detuvo. Delante de todo apareci una nube de humo. Era al final de la calle. Unas llamas salieron de la estacin de Wedding. El "organillo" de Stalin comenz a sonar. La caballera galop hacia adelante. La mujer tuvo que volver a ocultarse en su mazmorra de acero. El comandante tambin se meti dentro y la escotilla fue cerrada de nuevo. Humo y calor. El tanque avanzaba y retroceda. A la mujer le volvi a doler la cabeza y los ojos le ardieron de nuevo. Transcurri mucho rato. Por fin se detuvo el tanque. La escotilla volvi a ser abierta. La hicieron salir del tanque. Era de noche. Alguien arroj por la escotilla siete u ocho bidones vacos. Lleg un tanque de gasolina y los bidones fueron llenados. Se cargaron municiones. El muchacho rubio trajo comida: una espesa pasta de mijo. Tambin ella recibi su racin. El comandante del tanque freg una cuchara con arena, pas luego un trapo por ella y se la ofreci. Ella observ a los comensales. El tanque estaba puesto en una larga fila de tanques que rodeaba la iglesia. Entre algunos tanques haban sido colocados grandes montones de paja. Le sera posible escapar a travs de la noche poblada de voces extraas? Hacia dnde ir? Hasta dnde podra llegar? Se tumb sobre unas mantas de caballo. Conserv el abrigo puesto, pues casi iba desnuda. Estaba sola, pero oa rumores de voces. El comandante del tanque estaba agachado ante un cubo y se lavaba. Sus compaeros se rean junto a l. La parte superior de la iglesia se destacaba a la luz de un lejano incendio. En aquella iglesia haba sido bautizada y all, junto a sus columnas, haba jugado al escondite. All, en la plaza de la iglesia, convergan, procedente del norte, la calle de Reinickendorf; procedente del canal y de Moabit, es decir, del oeste, la calle de Fenn, y la Friedrichstrasse, que conduca hacia el centro. Estaba sola y se encontraba, sin embargo, cerca de miles de hombres. Y la noche estaba poblada de misteriosos ruidos y de brutales detonaciones. Se durmi y al cabo de algn tiempo fue despertada por el grito de una mujer. Ya no estaba sola. Junto a ella haba un hombre. Y aquel hombre le dijo algo que ella hubiera entendido dicho en todos los idiomas. l trat de tranquilizarla. La mano del hombre se pos sobre su cabeza y le acarici el cabello. Y lo que luego ocurri no fue ninguna violacin, pues todo sucedi con su consentimiento. Ella pens en Peter, su esposo, y luego se volvi a dormir. Los dems das transcurrieron de un modo parecido a aqul. Ella volvi a la estrecha mazmorra de acero y algunas veces se le permiti asomar la cabeza por la escotilla. Pero ya no era lo mismo, pues entre ella y el comandante del tanque se cre un mutuo entendimiento. El tanque anduvo mucho y fue de un lado a otro. El primer da avanz y retrocedi por la Fennstrasse, la Sellerstrasse y la Boyenstrasse, a lo largo del canal, y el segundo da avanz por la Schulzendorfer Strasse y la Grenzstrasse hasta la Ackerstrasse. Cada noche poda comprobar lo poco que haban avanzado y lo cerca que estaban del punto de partida. Las dos noches siguientes descansaron en el gran patio de una cervecera situada entre la Schulzendorfer Strasse y la Liesenstrasse. Y tambin aquellas dos noches se le prepar un lugar especial donde dormir. Ocurri que una de aquellas noches el comandante fue llamado por uno de sus superiores y de pronto, al abrir ella los ojos en medio de la noche, se encontr 176

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con un rostro abocado sobre ella. Era el tanquista de la boca grande. Los ojos del tanquista brillaban como ascuas. El hombre tir del abrigo y la destap. l se abalanz sobre ella, y ella se defendi como pudo y pidi auxilio. Y no llam al comandante del tanque, sino a un oficial de alta graduacin que por all pasaba. El oficial agarr al soldado por el cuello, le dio un empelln y lo hizo desaparecer. "Condenado, perro sarnoso! dijo, pero ella no entendi sus palabras. En el pueblo te limpiabas el culo con arena. sta no es para ti." Y segn la opinin de aquel oficial, que era el jefe de todo el grupo de tanques, tampoco deba ser para el comandante del tanque. Estaba a los pies de aquel oficial, quien la contempl, como si se tratara de un caballo, con mirada de experto. Y tuvo que pasar la noche con aquel oficial y a la maana siguiente fue enviada al tanque del teniente. La tropa volvi a ponerse en movimiento, para repetir otro de aquellos pequeos avances con los que poco a poco se aproximaban a la meta. Por la Chausseestrasse, una vez pasado el gran cuartel, se alejaron del centro de la ciudad. Los tanques avanzaban o se detenan bajo el invisible arco de las salvas de la artillera. Pareca que los proyectiles de obs pasaban a poca distancia de los tanques. Desde donde estaba la columna hasta la fbrica Lowe, e incluso hasta ms all de ella, se extenda un gran fuego. Y entre el humo, a lo lejos, se vean los fogonazos de los tanques alemanes. El da se oscureci a causa de una lluvia de ceniza. La Chausseestrasse, que procedente del norte se dirige hacia el centro de la ciudad, es cruzada de este a oeste por la Invalidenstrasse. Cerca de aquel cruce de carreteras, a medio kilmetro del mismo, poco ms o menos, estaba la primera lnea de los rusos, y al otro lado del cruce, cada vez en un espacio ms reducido, entre una fbrica y un cuartel, se movan los grupos de soldados convalecientes y reservistas. Entre las dos lneas, precisamente en medio de la tierra de nadie, se hallaba una estacin del "metro". A las cuatro de la tarde, entre una lluvia de piedras y granadas, un rostro asom por la escalera del "Metro". Y tras l aparecieron otros rostros. Pero en seguida, en vista del fragor del combate, se escabulleron. Pero todo era intil: no haba manera de retroceder. Los tres, cinco, doce, cien rostros no estaban solos. Mil, dos mil, varios miles, una inmensa cola de personas se apiaban tras los primeros y los empujaba hacia adelante. Pareca que la tierra se haba abierto para dejar paso a unos nufragos, tullidos y hambrientos. No haba manera de detenerse ni de volverse atrs. nicamente poda optarse entre morir aplastado por las piedras o agujereado por las balas y la metralla o intentar llegar hasta el refugio de la estacin. La estacin de Stettin... All reina la paz y hay bebida y comida, y medios de comunicacin y posibilidad de auxiliar a los heridos. La estacin de Stettin es la meta y el final de todo sufrimiento. "El camino est completamente libre. Todo est preparado para recibiros. Hay grandes cantidades de comida y de bebida", haban dicho los cerdos, aquellos embusteros, miserables. Despus de diez das de haber estado sin comer, ni beber, ni ver la luz del da, les haban venido con aquellos embustes. 177

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La fuerza que empujaba hacia adelante no ceda. La fuente arrojaba soldados heridos, mujeres desfiguradas, nios demacrados y centenares y ms centenares de personas. El fuego de los tanques les oblig a arrojarse sobre el asfalto o a correr hacia adelante. El camino hacia la estacin de Stettin estaba lleno de muertos y heridos. Algunos heridos gritaron, pero nadie se detena junto a ellos. El primer sargento de Sanidad Wustmann no quera detenerse, y el chofer Stroh y los otros eran de su misma opinin. Nadie, excepto alguna madre que no quera separarse de su hijo herido y no deseaba nada ms que la muerte, quera ser blanco de las balas rusas y alemanas. El bunker de la estacin Anhalter haba sido desalojado. Haban sido desalojados los cinco pisos, incluso aquellos dos que estaban llenos de heridos. La S.S. se haba instalado all y el bunker se haba convertido en un centro de combate. Wustmann no deca nada, pues ya haba pasado su capacidad de asombro y no tena palabras para comentar aquel fabuloso desbarajuste en el que se encontraba. Del bunker haban sido arrojadas diez mil, veinte mil o quiz ms personas. Atrs, nicamente haban quedado los que estaban dispuestos a morir. A ltima hora fueron retenidos todos los extranjeros. Los hombres que no servan para combatir fueron destinados al transporte de heridos. La evacuacin haba comenzado a las cuatro de la maana y ahora eran las cuatro de la tarde. Caminaron a lo largo de las oscuras vas, en direccin a la Potsdamer Platz, tras un grupo de soldados con teas encendidas. Los soldados deban hacer frente a los rusos que hubieran podido meterse en el tnel. "No hablar. Caminar en silencio", corri la orden a travs de la columna. Los disparos de la artillera rusa resonaban en el tnel. Los pies chapoteaban en el agua y pisaban mantas, edredones y maletas. El agua subi por encima de las vas, lleg hasta las rodillas de los fugitivos y alcanz la altura de sus pechos. En Unter den Linden el tnel apareca horadado por varios lugares. El agua manaba de un conducto partido en dos. El agua tena un fuerte sabor a cloro, pero quienes podan pasar junto al chorro no vacilaban en apagar su sed. Continuaron avanzando en la oscuridad. Ya no se vean los soldados con las teas. El agua ascendi todava ms y lleg hasta la parte superior del pecho. Bajo el agua haba algo ms que maletas y tiles domsticos. Los pies comenzaron a pisar algo blando. Eran muertos y heridos y gente que haba cado y trataba de ponerse en pie. Mujeres con nios en los brazos, que cuando se desprendan de sus pequeos no los volvan a recuperar. Y las mujeres lloraban y eran empujadas hacia adelante y muchas de ellas acababan por desaparecer bajo el agua. All estaba, en medio de la oscuridad, el rostro de Wustmann, y el de Stroh y el del capitn mdico Heide. Y tambin estaban Else Krger, y el francs Lucien, el lechero Dickmann, su esposa... y cientos y miles de personas que se atropellaban en la oscuridad. Ya no eran personas, sino un inmenso montn de larvas en movimiento; un montn de larvas que se arrastraban sobre los restos de un naufragio, entre bloques de cemento que se desprendan del techo y que buscaban una meta desconocida. El lechero Dickmann se senta bastante fuerte. El lechero haba trado al bunker una buena provisin de alimentos. All donde se repartan raciones de sopa para nios y casualmente sobraban cien o doscientas raciones, que eran 178

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distribuidas entre los ms hambrientos, se pona el lechero a la cola. Cuando el incendio del Hotel Excelsior, las sucias manos del lechero se hicieron con cuanta mantequilla pudieron recoger de los tarros arrojados en medio de la calle. Todo aquello poda hacerlo gracias a un certificado mdico en el que constaba que sufra de angina de pecho. Ahora se vea obligado a arrastrar a su mujer a travs de la oscuridad. El teniente mdico Heide no era ms que un esqueleto. Sus ojos relampagueaban como los de un loco furioso. Su blanca bata se haba convertido en un trapo sucio. Se agarr a un cable que penda de la pared y dej que la riada pasara junto a l. Heide quera tener conciencia de que era una persona y no un ser sin inteligencia, sin sensibilidad, que se arrastraba empujado por aquella masa en movimiento. As, agarrado a un cable, le vio Stroh y luego ya nadie ms supo de l. Decreci la altura del agua y al cabo de un rato de marcha qued al nivel de los pies. Pero continu siendo muy difcil avanzar en medio de aquella masa humana. La gente no cesaba de desprenderse de cunto llevaba encima. Los pies no dejaron de pisar cuerpos inanimados. Y muchos de los que haban llegado hasta all se quedaron sin fuerzas para proseguir y se resguardaron en los nichos de las paredes, donde, agachados y medio inconscientes, fueron sorprendidos por las aguas que irrumpieron cuando la voladura de las esclusas del Landwehrkanal y que llegaron hasta el techo y los ahogaron a todos. Al llegar al tnel que corra bajo la Friedrichstrasse se desviaron hacia el ramal Schacht. Las esclusas del puente de Weidendamm estaban casi cerradas, de manera que nicamente se poda pasar gateando, y luego cada cien metros se levantaba una barricada. En aquellas esclusas en la puerta horizontal y en la puerta vertical se quedaron muchas vctimas. Y en las barricadas, tambin. Pues muchas madres que llevaban a sus hijos en brazos no tenan fuerzas para encaramarse por ellas. La marcha de la muerte continu hacia adelante, hasta llegar a la estacin de Stettin, donde los que marchaban en cabeza volvieron a la luz del da y asomaron en un lugar barrido por los disparos de los tanques. Wustmann no dijo nada, ni tampoco pregunt por el transporte de los heridos. Dickmann lleg sin su esposa. Else Kruger haba subido al "metro" a las cuatro de la tarde acompaada de su hijo de tres aos y ahora estaba sola. Wustmann, Dickmann, Kruger y cientos y cientos de otros ms corran de un lado a otro y se arrojaban sobre el asfalto. Y muchos no volvan a levantarse. Wustmann alcanz el vestbulo de la estacin de Stettin: un campo cubierto de muertos y heridos. Las escaleras del tnel estaban atestadas de personas: mujeres, nios y ancianos, procedentes del bunker de la Alexanderplatz. En los andenes haba soldados combatientes. Hurra! Atravesaron la Zinnowitzer Strasse. Silbaban las balas. Un caonazo tras otro. La estacin de Stettin era un coloso de gruesas paredes, cubierto de vigas de hierro, afianzado con sacos terreros y rodeado de tupidas alambradas. Hurra! Los soldados corrieron entre los montones de tierra, cortaron las alambradas, ensancharon los boquetes de las tapiadas ventanas y, empuando 179

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sus metralletas, irrumpieron en el gran vestbulo de la estacin. Los tanques viraron en redondo. El grupo de tanques al que perteneca aquel en que iba Dolores, retrocedi hacia la Chausseestrasse, pas por el cruce de la Invalidenstrasse y continu rodando hasta que, de pronto, fue atrapado de flanco por unos disparos. La pared de un cementerio. Era el cementerio de los franceses. La pared llegaba hasta la Hessischen Strasse. Los tanques marcharon contra la pared, la atravesaron e irrumpieron en el cementerio. Los tanques alemanes estaban apostados en la esquina de la Hessischen Strasse y junto al depsito de cadveres. El humo de los disparos era empujado hacia las lneas alemanas. La torre de la iglesia protestante flotaba en un mar de humo. Todava no tienen bastante esos cerdos, esos perros alemanes! Alto! Alto! Fuego graneado! Fuego! Fuego! Perros! Ms que perros! Eran "Tigres", "Panteras", es decir, tanques pesados que disparaban contra el grupo de T34. Qu hacemos? No podemos continuar! Job two je... Esos malditos... Se acercaba otro grupo de tanques. Un esfuerzo. Fuego! Fuego graneado! Fuego graneado! Un T34 arda en medio del cementerio. Otro, que haba recibido un impacto en la direccin, giraba sobre su eje. Fuego. Humo. Cerrojos que se cierran con estrpito. Calor. Sudor. Porquera. Un ruido ensordecedor. Grita el tanquista de la boca grande, pero nadie le entiende. Grita el comandante del tanque. Grita el radiotelegrafista. Dolores est arrinconada en la parte trasera del tanque, medio cubierta de ardientes cartuchos. Y no siente nada, no oye nada, no sabe nada. El ininterrumpido golpear sobre las paredes del tanque resonaba con estrpito en el interior del mismo. Bombas de aviacin. Los tanques se adentraron en una noche teida en sangre. Avanzar, detenerse, cargar municiones y volver a avanzar. Para la mujer que iba en aquel tanque no haba ya ninguna diferencia entre avanzar o estar detenido, ni entre el profundo estrpito de los caones y el golpeteo de las balas de fusil contra la pared de hierro. Desdichada, desamparada, aturdida. Alguien le ofreci un trago. "Moskovski, cuarenta por ciento, charascho..." Era vodka. No se encontr mejor. Sinti arder la garganta y bebi otro trago. Sali de su aturdimiento. Algo haba cambiado en el exterior. Era como si el barco, despus de haber atravesado un temporal, estuviera entrando en el puerto y recibiera las olas de costado. Estaba sola. Los dems se haban apeado. Se encontraba sola, pero no se hallaba sola. El tipo de la boca grande fe acerc a ella. Estaba completamente borracho. Una pesada nube la aplast contra el suelo. Esta vez no era posible escapar! Teniente acabado. Comandante acabado. T tambin acabada. Yo hacerte a ti pum-pum! 180

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Los ojos le brillaban como pedazos de cristal. Se sac un cuchillo y, de un tirn, le rasg el vestido de arriba abajo. Luego se abalanz sobre ella. Peter... Tuvo que soportarlo. Las planchas de metal tintinearon bajo su espalda: "Voina acabado! Hitler acabado. T acabada. Yo acabar contigo." Las palabras se le moran en la garganta. No pudo acabar con ella. La presin del cuello comenz a ceder. El hombre no se levant; permaneci sobre ella como un peso muerto. Estaba tumbada sobre una gran mancha de aceite, bajo una especie de montaa de vodka. El hombre comenz a roncar. Estaba completamente borracho. Afuera! Salir del infierno! Se desprendi del borracho, gate hasta la escotilla, sac la cabeza por la abertura y sali afuera. Era de noche. Se qued sentada junto al agujero de la torreta. Sbitamente olvid el mundo de all dentro, lo que quedaba tras ella, su miserable situacin, el tiempo. Tuvo la sensacin de no estar sujeta al suelo. La cubierta de la torreta se mova como si fuera un balancn. Ola a heno, a animales destripados, a carne asada. Peter...! La torre de nueve pisos, los nmadas ululantes, nmadas bajo la pagoda de porcelana! Cielo y tierra estaban transformados. El tiempo tena otro sentido. La latitud era diferente. El mundo perda su cohesin. El indicador del reloj del mundo se haba detenido. Era la hora del naufragio total. Carros, caballos, vacas, cerdos. Cabezas y vsceras de animales. Tiendas de campaa. Una calle de tiendas llena de gente. Una casa surgida a la blanca luz de una detonacin era igual a la famosa pagoda de porcelana de Nankin. El agua del Spree era igual al agua del Yantse-Kiang. Era un agua negra manchada, aqu y all, de varios colores. Y el cielo de la noche tambin era igual: era rojo y apareca lleno de humo. Y lo mismo ocurra con el espectculo que se ofreca junto al ro: montones de heno, gritos, ruidos, brbaros dndose un festn, y la hija del emperador arrastrada por el campamento y vilipendiada. Pero, no; no haba all ningn emperador, ni ninguna hija de emperador. Lo que all haba eran unas afiliadas a la "Asociacin Nacionalsocialista de Muchachas Alemanas". Y con ellas tambin haba unas muchachas del servicio auxiliar antiareo. Unas cuantas fueron desnudadas y arrojadas sobre una inmensa piel ensangrentada de animal. Y la cabeza de una joven rod a sus pies. Estaba sentada sobre el tanque, y del cielo caan luminosas cabezas de monstruos. Estaba sentada sobre un columpio. Luego, de pronto, estaba arropada en el abrigo de cuero de un caucasiano, y en seguida se encontraba envuelta en una blanca sbana. Estaba atada a algn sitio, la cabeza le colgaba y con ambas manos se oprima el corazn, que le golpeaba con fuerza. Y senta que era transportada a toda velocidad. La destrozada pagoda de porcelana y el Reichstag, empinado a fuerza de caonazos; la Gran Muralla, convertida en gigantescos montones de ruinas y en campos de cultivo; la larga hilera de unos tinglados junto al puerto; la estacin de la Friedrichstrasse, que flotaba en un mar de polvo, y el bosque de mstiles del Yantse-Kiang, todo estaba junto, en un mismo sitio, y los bultos que transportaban las aguas eran ahogados, y el pasado, el presente, lo que le ocurra a ella y lo que suceda a otra gente, todo se produca a un mismo tiempo. 181

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Estaba sujeta a algo, como prisionera, y sin embargo, hua. Tras ella sonaban unos disparos. El puente salvador se inclinaba hacia el agua. Una muchacha se agarraba a ella y le murmuraba una direccin de Hermsdorf. Cay algo as como un relmpago y la cabeza de la muchacha fue cortada de cuajo. Continu huyendo y se encontr metida en un extrao bosque de brazos. Estaba atada a unas parihuelas, pero continuaba huyendo. Estaba tumbada en una cama. Estaba en un hospital. Pero continuaba huyendo. Un caso muy interesante coment el consejero privado. La gran pagoda en ruinas... El organillo est desafinando. Siempre suena as. Berln tambin suena desafinado, y no solamente Berln. Santo Dios! exclam el consejero privado. l mismo haba realizado el examen. La herida del brazo no pareca ser peligrosa y la herida del muslo, producida al parecer con un cuchillo, no haba cortado ninguna vena, ni haba llegado al hueso y no anunciaba alguna complicacin. El pulso era bastante agitado, pero la enferma, cuyo delirio era constante, no tena fiebre. Y quin es? No lo hemos podido averiguar. Cmo ha llegado hasta aqu? La trajo un ruso, un soldado ruso. La trajo envuelta en una manta de caballo. Iba casi desnuda; slo llevaba un camisn completamente destrozado. Parece ser que adems de la herida del brazo y la del muslo ha sufrido una fuerte conmocin cerebral. Dejmosla descansar y evitemos que sufra toda clase de emociones.

LAS CENIZAS
Dantescas figuras luminosas sobre Berln. Estrellas rojas y blancas que reventaban en lo alto y descendan hechas pedazos, despidiendo amplios crculos luminosos en los que surgan mares de ruinas. La estacin Anhalter y sus alrededores, poblados de montaas de escombros y refugios, y el esqueleto del Hotel Excelsior, aparecan como a la luz del da. Un gran depsito frigorfico estaba ardiendo. Las llamas salan por las ventanas y la quemada carne de cuarenta mil bueyes apestaba el aire. Un grito unnime sala de los stanos del Hotel Excelsior: "Los rusos estn aqu!" El bunker al que llegaron las avanzadas de Chuikov, en el que penetraron empuando grandes antorchas, presentaba el aspecto de un inmundo vertedero, de un osario, de una cmara repleta de fabulosos tesoros guardada por largas filas de cadveres que, apoyados a las paredes, hacan el papel de mudos centinelas. Montones de maletas y bales llenos de ropa y montones de

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bicicletas y coches de nio. El pasillo de entrada y la bocamina que conduca al "Metro" era una cloaca llena de excrementos. En los dos pisos subterrneos, que haban sido convertidos en hospital de urgencia, agonizaban docenas de personas. Por todas partes se vean cadveres de suicidas y bajo los bancos y en los retretes haba nios muertos de inanicin. Centenares de muertos: Hombres y mujeres que se haban quitado la vida, que haban sucumbido a causa del hambre o de enfermedad. Al comenzar el incendio, las S.S. haban evacuado el Hotel Excelsior, retirndose a las ruinas de la casa central de la Gestapo y del Ministerio de Comunicaciones Areas, desde donde continuaban haciendo fuego, a dos pasos de la Vosstrasse y del bunker de Hitler. Como a la luz del da apareca la catedral y el Castillo y un amplio sector del "Lustgarten". El Castillo y el "Lustgarten" acababan de ser abandonados por las tropas, y los disparos de las avanzadas del mariscal Zukov, que procedan de la Alexanderplatz, barran la entrada del castillo y zumbaban cerca del retrato ecuestre de Federico II y silbaban a lo largo de toda la Unter den Linden, que hacia un lado apareca llena de carros de municionamiento, furgones, caones, caballos muertos y soldados cados. Como a la luz del da apareca el otro extremo de la Unter den Linden, donde estaba la Puerta de Brandenburgo: las columnas mordidas, los arcos laterales quemados y la cuadriga que en 1807 haba viajado a Pars y en 1814 haba regresado a Berln sonaba a vaco bajo el choque de las balas. Los pies de los caballos saltaban en pedazos como si estuvieran hechos de vidrio, los flancos eran agujereados y las cabezas caan como ramas muertas. Las riendas, que el alado conductor sujetaba en sus manos, volaban por los aires y el cetro con guila prusiana se torca hacia el suelo. Como a la luz del da apareca el centro mismo de la resistencia: la Vosstrasse, la Wilhelmstrasse y la Wilhelmplatz, con las ruinas de los edificios construidos por el antiguo y el nuevo Reich, el Ministerio de Asuntos Exteriores y el Ministerio de Propaganda. Pocos das antes, Berln todava era un yunque y ahora no era ms que el delgado mango de un hacha sobre el cual se agolpaba una avalancha que haba arrollado a todo un continente. Los disparos de la artillera se adentraban sin cesar a travs de un mar de ruinas y retumbaban sobre los refugios subterrneos agolpados en el laberinto del bunker. Las cubiertas de los refugios comenzaban a agrietarse y las calles estaban llenas de crteres y de metralla de los proyectiles de las bateras emplazadas a poca distancia. Luces dantescas caan sobre Berln, y entre los disparos de las bateras antiareas, describiendo grandes crculos, a cuatro mil cien metros de altura, descenda una sombra. Era un "Arado 96". Entre nubes de humo, estuvo inspeccionando las calles llenas de ruinas y basura y finalmente aterriz en la Ost-West-Achse. El primer avin que aterrizaba desde haca tres das! Tres das antes haba tomado tierra un avin pilotado por el Caballero von Greim y Hanna Reitsch. (Los cuarenta cazas que les acompaaban fueron abatidos uno tras otro.) El avin tom tierra en la Ost-West-Achse y plane con el tren de aterrizaje destrozado. El Caballero von Grein tena un tiro en el pie y Hanna Reitsch estaba ilesa. El primer sargento piloto del "Arado 96" lleg sin ninguna clase de 183

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acompaamiento y no trajo a ningn herido. Protegido por el humo, entre los abatidos rboles del Tiergarten, encontr un lugar donde esconder el avin. Mont en un coche, que por rara casualidad pas junto a l, y luego prosigui su camino a pie hacia el bunker del Fhrer. Una semana antes, cuando trajo a Speer, el ministro de Municionamiento, haba hecho aquel mismo camino. El trecho hasta la Wilhelmstrasse apareca ahora muy cambiado. La cuadriga de la Puerta de Brandenburgo restallaba como un viejo cubo a causa de los disparos. La Pariser Platz estaba llena de grandes bloques de piedra. La embajada norteamericana, la Academia de las Artes y el Hotel Adlon se erguan como ruinas de Pompeya. Se adentr por un estrecho can de ruinas. La muerte rondaba junto a las mordidas paredes. Bombas, granadas, "organillo" de Stalin. Los morteros, las rfagas de ametralladora y los disparos de fusil procedan del campo enemigo. Un muerto yaca entre los escombros. Un uniforme de marina. Un joven rostro. Era uno del grupo de Gatow. As, pues, montados en un camin ligero haban podido llegar, procedentes del campo de aviacin, hasta la Heerstrasse. Tres noches antes haban aparecido sobre el aerdromo tres "Ju 52", dos de los cuales volvieron a desaparecer sin tomar tierra. Se present el teniente de navo Papendieck al frente de veintiocho cadetes de marina de Stralsundd: Refuerzos para el bunker del Fhrer. Era todo lo que haba podido llegar de los tres mil hombres que Berln haba pedido a Stralsund. El primer sargento se agach y registr los bolsillos del muerto. Encontr la cartilla militar, un dietario y un par de cartas. Quiz algn da una madre quiera saber dnde cay su hijo. Pobre muchacho y pobres compaeros suyos! Ninguno de ellos haba cumplido los diecisiete aos. Hasta entonces nicamente haban escuchado el estampido de los cartuchos sin bala, y en cinco horas haban pasado de las guardias junto al mar, en el que se pona el sol y se reflejaban las torres de Stralsundd, a sufrir los tremendos efectos del "organillo" de Stalin. Papendieck y sus veintisiete hombres deban haber tenido mucha prisa, pues ninguno de ellos se entretuvo en recoger la documentacin militar de su compaero. Embudos. Olor a podredumbre. Un caballo muerto. Paisanos muertos. No poda entretenerse a recoger la documentacin de todos aquellos muertos, y prosigui su camino. De pronto se hizo tan claro, que incluso un ratn hubiera sido descubierto entre los escombros. Aviones rusos. Eran cuatro o cinco. Pareca que le haban descubierto y pretendan precipitarse sobre l. Se escondi entre las ruinas. Cayeron unas bombas, se levantaron unos surtidores de humo y polvo y una rfaga de aire caliente le azot el rostro. Un poco ms all, entre grandes montones de ruinas, vio las ennegrecidas paredes de la Cancillera. Entr en un edificio junto a un hombre que, a grandes zancadas, procedente del ministerio de Propaganda, acababa de atravesar la calle. El amplio recibidor estaba lleno de humo y polvo. Junto a un ennegrecida columna haba un grupo juvenil compuesto por cadetes de marina, miembros de la Juventud Hitleriana, pertrechados con toda clase de armas. El pasillo de la alfombra colorada estaba cubierto de papeles, de latas vacas de conserva y de cascos de botellas. Sigui al paisano que haba venido del ministerio de Propaganda. No encontraron a nadie hasta llegar ante la primera puerta acorazada. All fueron detenidos por un centinela. El primer sargento se dio a conocer y explic el motivo de su visita. Haba venido a ponerse a las rdenes 184

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del Caballero von Greim, quien haba sucedido a Gring en el cargo de jefe supremo de la aviacin, y a sacarlo de Berln. El centinela se le qued mirando como si fuera una aparicin venida de otro mundo. Aquel hombre haba podido atravesar el cerco de la capital! Penetraron en el barco hundido, completamente separado de toda comunicacin con tierra. Al sentarse, unas miradas vidriosas, empaadas por el alcohol y la desesperacin, se clavaron en l. Un camarero se acerc y le ofreci una bandeja en la que haba bocadillos, licores y cigarrillos. Bebi una copita y cogi un cigarrillo. No tuvo tiempo de encenderlo. Una alta jerarqua un individuo grueso, de hinchadas mejillas, que estaba sentado en la mesa vecina le ofreci lumbre. Otro le alarg una cerilla encendida. iQu amables eran aquellos condenados altos dignatarios! "Se deja fumar", dijo el oficial de las S.S. S; la verdad era que el cigarrillo se dejaba fumar. As, pues, all estaban las altas jerarquas del Tercer Reich fumando esplndidos cigarros, bebiendo magnficos licores y escuchando aquel monstruoso concierto de muerte que era ejecutado sobre sus cabezas. Como en todas partes del Bunker, ola a polvo de yeso. Era aqul un lugar incmodo, ms incmodo todava que el asiento del "Arado 96", al que las explosiones de la artillera antiarea hacan mover de un lado a otro, como un columpio. Pareca como si los rusos hubieran concentrado el fuego de toda su artillera sobre aquel lugar de Berln. Miles de dientes de acero mordan el techo de cemento armado y roan las paredes. Daba la impresin de que los rusos queran arrancar de cuajo aquella enorme construccin subterrnea de hormign. Durante una pausa, oyeron el estrpito que hacan las piedras al caer unas sobre otras. Una reunin de idlatras que fumaban y beban a ms y mejor; pero el dolo, carcomido desde tiempo atrs, haca siete das que haba dado la primera seal de agona. Bormann, Goebbels y el embajador Hewel estaban sentados a una mesa. Heinz Lorenz, el lugarteniente del jefe de la Prensa del Reich, se acerc a la mesa. Ofreci a Goebbels una hoja de papel escrita a mquina. Goebbels ech un vistazo al escrito y cogindolo con la punta de los dedos, como si en vez de una hoja de papel se tratara de un explosivo, se lo alarg a Bormann. Era una noticia de la Agencia Reuter y en ella se deca que el Reichsfhrer de las S.S. Heinrich Himmler se haba puesto en contacto en Estocolmo con el Prncipe Bernadotte para tratar con l de un alto el fuego. El Reichsfhrer de las S.S., y aqu, en el Bunker del Fhrer nadie saba nada! De pronto pareci que el Cuartel General del Fhrer y el mismo Fhrer hubieran dejado de existir. En la cueva, a cada problema sin solucin, a cada acontecimiento adverso, a cada ofensiva se contestaba con una palabra: traicin. Pero aquello era la ms negra de las traiciones y, adems, vena de donde menos poda uno esperarse. El fiel Heinrich...; sta, sin embargo, es la realidad: un miserable canalla que alarga su asquerosa zarpa hacia el cetro cuya mano todava no est muerta. Ni Bormann, ni Goebbels se atrevieron a comparecer con aquella noticia ante su jefe. Fue llamado el ordenanza Linge, a quien se mand llevar una copia del documento a su seor. Los tres hombres que estaban sentados a la mesa se quedaron mirando a Linge. Y luego clavaron sus miradas en el original. En realidad aquel papel era un tremendo explosivo y Bormann y Goebbels saban que dentro de un 185

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momento iban a ser alcanzados por una horrible tempestad. "Aguardo a que lleguen los refuerzos a Berln. Qu hace el ejrcito de Heinrici? Dnde est Wenck? Cundo tomar Wenck el mando del IX ejrcito? Dnde estn los reflectores de Praga?" As rezaban los telegramas que eran enviados en todas direcciones, a Keitel y a Jodl, en Frstenberg, a Donitz, en Flensburg, a Koller, en Berchtesgaden, que haba sido cogido prisionero y vuelto a poner en libertad. Y la respuesta era un inquebrantable silencio..., un silencio de muerte. Un suspiro sali del negro corazn de Martin Bormann: "En vez de ponerse al frente de las tropas que deberan venir a socorrernos, no hacen ms que callar. Parece ser que la lealtad cede ante la traicin. Y nosotros sin podernos mover de aqu. Dentro de poco la Cancillera no ser ms que un montn de ruinas". Qu respuesta, sin embargo, puede llegar a una fosa, aunque en ella, rodeado de sus palaciegos, todava respire el faran y quiera seguir respirando, a pesar de que su reinado pertenece al pasado? "Me pegar un tiro", haba dicho das antes, con gran aplomo, tras un discurso grandilocuente, antes de derrumbarse fsicamente. Se haba despojado de toda autoridad y haba quedado sin ningn poder. Pero en seguida, poco despus, haba ordenado detener a su mariscal del Reich, a quien desde haca tiempo haba nombrado sucesor. "Que se le encierre en la fortaleza de Kufstein", dijo entonces, con un tono pattico. Haba renunciado al mando supremo de la Wehrmacht para nicamente interesarse en el sector de Berln, y a pesar de ello, sin haber declarado que daba por terminada su renuncia, volvi a asumir el mando y contravenir todas las rdenes en curso. Las rdenes que salan del Bunker del Fhrer no eran ms que desmayados balbuceos del fantasma que all haba quedado enterrado. El mapa de operaciones, que tiempo atrs comprenda desde el cabo Norte hasta las Pirmides, pasando por el Cucaso, haba quedado reducido a un plano de la ciudad de Berln. Y aquel plano, ensuciado por las sudadas manos de aquel capitn que haba perdido todo un continente, se haba convertido en algo ilegible. Y los ejrcitos que l haba agrupado en Berln y que aguardaba con impaciencia no eran ms que sombras de lo que fueron o haban desaparecido totalmente. No Keitel y Jodl que con la excusa de organizar la resistencia y el envo de refuerzos haban volado de la capital como pjaros espantados, sino Bormann, Goebbels, Burgdorf y Krebs, que slo a fuerza de alcohol se mantenan en pie, eran quienes asistan al interminable juego estril de la conferencia militar. Keitel enviaba respuestas en las que se paliaba la catastrfica situacin y se formulaban promesas absolutamente irrealizables. Keitel buscaba a Wenck, el general en jefe, a quien iba a dar la orden de ponerse en marcha hacia Berln. Pero el general en jefe de los ejrcitos saba que la fe, el patriotismo y la voluntad combativa de aquellos cadetes de diecisiete aos y de aquellos muchachos del Frente Nacional del Trabajo no bastaban, a pesar de los nombres de sus cuerpos de ejrcito y divisiones las divisiones "Scharnhorst", "Ulrich von Hutten", "Theodor Krner", "Clausewitz", "Friedrich Ludwig Jahn" para cumplir la tarea encomendada, y saba que con aquel idealismo infantil, pero sin camiones, comunicaciones, tanques, armas de asalto, artillera pesada y proteccin area, era imposible hacer algo efectivo. Wenck estaba dispuesto, 186

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sin embargo, a mantenerse en un puesto, probablemente al sur de Berln, al que pudieran confluir los restos del ejrcito del Oder. Keitel encontr al general en jefe del grupo de ejrcitos "Weichsel" en la carretera de Neustrelitz y Neubrandenburg. El frente del general en jefe Heinrici haba sido roto y la carretera estaba llena de heridos y de soldados desarmados y de fugitivos. Columnas sin artillera y sin tanques. Keitel grit al general en jefe: "Si, como hizo Rendulic en Viena, hubiera usted mandado fusilar a algunos centenares de fugitivos, su ejrcito no estara ahora en plena desbandada". Heinrici no hizo detener a Keitel, como deseaban los altos oficiales que presenciaron la escena y escucharon aquella sarta de rdenes absurdas y de reprimendas sin sentido. Pero tampoco estaba dispuesto a sacrificar el II Ejrcito acorazado el nico que le quedaba en aras de una ficcin y, en contra de lo ordenado por Keitel, retir del Oder el ala derecha de sus fuerzas. Tambin se neg a que los cadetes navales de diecisis aos defendieran el paso de Swinemnde, y dijo que no estaba dispuesto a dar la orden de defender aquella localidad. Keitel volvi a Frstenberg y orden la detencin del general en jefe, quien debera responder ante un tribunal militar por sus delitos de alta traicin a la patria. Hitler, entre tanto, no dejaba de pedir a Keitel noticias acerca de Wenck, Heinrici y Busse y del IX Ejrcito que, al igual que las restantes unidades, segn rdenes dadas a Keitel y a Jodl, deban permanecer en el frente del Oder, la ltima lnea de resistencia, y combatir all hasta el ltimo hombre. Pero en aquellos momentos, los restos del IX ejrcito, que haba tenido ms de diez mil muertos, eran aniquilados entre Markisch-Buchholz y Halbe. En el Bunker no se reciban noticias de Wenck, ni de Busse, ni de Heinrici, ni de Schorner. Y luego tampoco se supo nada ms de Keitel, ni de Jodl. El Cuartel General haba tenido que ser evacuado de Frstenberg, y en aquellos instantes, con Keitel y Jodl en cabeza, hua hacia el norte entre los bosques. Hitler estaba totalmente incomunicado. El globo de observacin con el que durante aquellos das haban mantenido contacto con el mundo exterior acababa de ser abatido. La lnea telefnica con Frstenberg, el ltimo conducto por el que se le informaba acerca de la situacin, estaba cortada. Los cables haban enmudecido y un gran silencio reinaba en el ter. En aquella situacin entr Linge, su viejo y buen Linge, con un papel escrito en la mano. Hitler estaba con el Caballero von Greim. Se incorpor e inmediatamente conoci que Linge le traa algo de extraordinaria importancia: la tan esperada respuesta. Su rostro se ti de un color rojo oscuro, se desencaj y tom el aspecto de una papilla en la que brillaban sus extraviados ojos de loco. Lanz un chillido. Traicin, ultraje, vileza!... Sali de la habitacin y se refugi en su cueva, de la que inmediatamente volvi a salir para volver a donde estaba von Greim, junto a quien se ech a llorar. Y el lloriqueo se extendi por todo el Bunker. "Pobre Adolfo!", sollozaba, por los pasillos, Eva Braun. "No se le ha evitado ningn sufrimiento", exclamaba Magda Goebbels. Goebbels y Bormann fueron llamados a una conferencia a puerta cerrada. Y al cabo de unos minutos se les orden pasar a Krebs y Burgdorf. El sargento primero recibi la orden de presentarse ante el Caballero von Greim. La situacin era desesperada. No poda realizarse la operacin de las 187

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"Cigeas". Seis "Cigeas" y treinta cazas haban salido de Rechlin en direccin a Berln, y ningn aparato haba conseguido llegar a la capital. Y lo mismo haba sucedido con los doce Ju-52, que deban haber llegado con socorros de las S. S. As, pues, dadas las vctimas y los resultados obtenidos, pareca imposible conseguir lo que se proponan. Pero el Caballero von Greim, que durante la conversacin permaneci estirado e inmvil, a causa de su pierna, y Hanna Reitsch, que estaba junto a l, no queran salir de Berln. Los dos deseaban quedarse en la capital, permanecer en el Bunker y morir al lado de su Fhrer. Cmo has cambiado, muchacho! El primer sargento no reconoca en aquel hombre al general en jefe de la sexta flota area. Aquel hombre, que ahora acababa de ascender a mariscal de campo y jefe supremo de la aviacin, estaba tumbado ante l, tena el rostro plido como la cera y escuchaba las palabras de Hanna Reitsch, segn la cual, cuando llegara el momento, deban morder la ampolla de veneno que les acababa de dar el Fhrer y arrojar las dos bombas de mano que se estaba ajustando al cinturn. Era mejor, deca Hanna, que destrozaran sus cuerpos en mil pedazos a que cayeran en poder de los rusos. No; no queran despegar de Berln. Su divisa era triunfar con el Fhrer o morir con l. Pero su Fhrer tena otros planes respecto a ellos. Nadie sabe lo que ocurri en la conferencia. Pero lo cierto es que tanto el presidente como los cuatro miembros, en cuyas miradas ya se reflejaba el espectro de la muerte, slo podan planear el final de los dems, es decir, de su compaera, uno, y de sus esposas y nios, los otros. All estaban Goebbels, Bormann, Burgdorf y Krebs, y su seor, ante ellos, permaneca hundido en un silln, temblando y escuchando los lloros y las quejas que se oan al otro lado de la habitacin, y tambin escuchaba los pasos de tres o cuatro personas que se detuvieron junto al que sollozaba. Soy inocente, mi Fhrer; soy inocente!se oa gritar a alguien, y las voces de aquel hombre, cuyos gritos resonaban a travs de pasillos y escaleras, llegaban hasta el jardn de la Cancillera y se perdan en la noche, estremecida por mil disparos de artillera. El fantasma sigui con sus dedos el paso del pelotn de ejecucin. Un teniente y seis hombres conducan hacia afuera a Hermann Fegelein, que, esposado y baado en un fro sudor, marchaba hacia la noche eterna. Fegelein: un sapo, un embustero, un traidor que haba participado en el complot de Himmler y que haba estado a punto de ser su cuado. Hermann Fegelein se haba casado con Gretel Braun, la hermana de Eva Braun, y hasta entonces haba llevado una vida de prncipe heredero. A diferencia de sus compaeros, que a ltima hora decidieron morir junto a su Fhrer, Fegelein se haba escurrido del Bunker yndose a esconder en su casa de Charlottenburg, a donde, cuando la traicin de Himmler, le fueron a buscar. Himmler no poda ser hallado, y en su representacin fue Fegelein condenado a muerte. Pas mucho rato hasta que al tembloroso fantasma le fue comunicada la ejecucin de la sentencia. Por fin: Orden cumplida! Fegelein estaba muerto y su cadver yaca, en el jardn de la Cancillera, entre escombros y cadveres de soldados. Pero el final de aquel desgraciado no 188

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bastaba a Hitler. Para dar con Himmler nicamente haba un medio, y esa posibilidad estaba en manos del Caballero von Greim y de Hanna Reitsch. Hitler se levant y se dirigi hacia donde estaba el aviador. Un tembloroso fantasma de ojos llameantes. Disparos artilleros azotaban la pared del Bunker. Pareca como si el techo de cemento armado no pudiera sostener por mucho tiempo el enorme peso de las ruinas que sobre l pesaban. Inutilizar a Himmler! exclam Hitler. Inutilizarle, inutilizarle! repiti, y sus palabras sonaban como el redoble de un tambor. Un traidor no puede ser mi sucesor! Hay que despegar inmediatamente, dirigirse a Ploen y detener a Himmler sin prdida de tiempo! A Hanna Reitsch no le vali haber dicho que quera morir junto a su Fhrer. Y al Caballero von Greim no le sirvi de nada alegar el estado de su pie herido. El Fhrer tena dos encargos para l. En primer lugar deba proceder a la detencin de Himmler y esperar nuevas rdenes, y en segundo lugar deba reunir todas las restantes fuerzas de la aviacin, volver con ellas a Berln y bombardear la Potsdamer Platz, la estacin Anhalter y todas las calles por las que los rusos se lanzaban al ataque contra la Cancillera. De aquella manera todava podran ganarse veinticuatro horas, que Wenck aprovechara para forzar el cerco de Berln. El Caballero von Greim, que caminaba apoyado en dos muletas, y Hanna Reitsch, que a ltima hora recogi unas cuantas cartas de algunos refugiados en el Bunker, fueron metidos en un tanque y, a travs de la noche, conducidos a la Ost-West-Achse, donde estaba la "Cigea". Los caones antiareos rusos sembraban el cielo de pequeas nubes. El avin, al que los disparos llevaban de un lado a otro, como si fuera una hoja seca, trataba de refugiarse en las negras islas de humo. Y Berln, que arda por los cuatro costados, qued abajo. Y tambin el Bunker, con su tembloroso fantasma, qued abajo, entre las ruinas de la gran ciudad. Y el fantasma comenz los preparativos para su boda. Una boda hecha por un oficial del registro civil, con el cadver de un cuado ante la puerta y con un novio que aguardaba el final de la catstrofe y que, por otra parte, se resista a creer en l y cuyas nicas palabras eran para decirle que el suicidio era el nico medio para salir de aquel mundo de traicin. Durante todo el tiempo que dur la ceremonia, durante la redaccin del testamento y durante el despido de los compinches, las granadas, bombas y proyectiles de tanque no dejaron de martillear contra las paredes del Bunker. El polvo, que penetraba por el sistema de ventilacin, llen pasillos y salas e incluso cay en las copas de champn, y la ventilacin tuvo que ser cerrada. Al ser detenidos los motores se produjo un extrao silencio y todo qued sumido en una atmsfera hmeda y mohosa. En la cantina de la Cancillera, sin embargo, se continu produciendo un gran estruendo. Msica de "jazz". Gritos. Carcajadas. Durante la redaccin del testamento tuvo que ser enviado alguien para que pusiera fin al estrpito. Era un testamento anodino. Incluso la firma, en la que antes podan rastrearse los signos de una personalidad determinada y de una insuficiencia humana y moral, se haba convertido en un puro garabato, a travs del cual, sin embargo, se adivinaba el desmoronamiento fsico del testador. Ningn Atila, ningn Gengis-Khan... Haba trado el desorden al mundo o l mismo no haba sido ms que una manifestacin de un desorden previo? Haba sido el asesino 189

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de Europa o haba un gusano ms en la manzana podrida? Las minoras dirigentes de las capitales europeas estaban tan corrompidas y acabadas como para que un "Emperador sin prpura" pudiera acabar con ellas? Significaba l el fin de la aristocracia de la inteligencia y del mltiple individualismo de la sociedad europea, por una parte, y el comienzo del reinado de la masa en las viejas ciudades del continente, por otra? Nada de ello deca el testamento. En aquel ltimo escrito de un hombre cuya cultura nunca haba superado un vulgar conocimiento enciclopdico y cuyo estilo jams haba ido ms all de la ramplonera periodstica, no se deca nada de todo aquello. El mapa de la postguerra europea ya estaba confeccionado y la sombra del Bunker ya no tena nada ms que decir. Dict su testamento. Pero no revel su secreto. Su secreto era: Nada, niente, niet, nihil! Eso s lo consigui: haba puesto la nada en movimiento. Haba abierto las puertas de par en par. El alud haba comenzado a rodar. Podrn contenerlo los herederos de aquella destruccin, la coalicin de los vencedores? Podrn ellos volver a instaurar el orden en aquel mundo catico? El 30 de abril, a las cuatro de la madrugada, tras la puerta de una habitacin situada en lo ms profundo del Bunker, son un disparo que dej todas las preguntas en suspenso, pero que no tuvo la virtud de poner fin a los incendios de Berln, ni a la voladura de los puentes, ni a la inundacin del "Metro". En la cantina de la Cancillera continu sonando un gramfono. En la cantina, los ordenanzas de las S.S., a falta de mujeres, bailaban entre ellos. Nadie cesaba de beber. Una parte del Bunker haba quedado bajo fuerte custodia de centinelas y ordenanzas. Y en una de las habitaciones de aquella parte se celebr una reunin de fantasmas: Bormann, Burgdorf, Goebbels, el ayudante Guensche, el criado Linge, el chofer Kempka y el jefe de las Juventudes, Axmann. Rostros desfigurados, consternacin, miedo repentino y sensacin de haberse librado de un gran peso. El "Jefe" estaba muerto. Haba que incinerar su cadver. Entraron en la habitacin. Primero entr Goebbels, luego Axmann, luego el criado Lings, quien levant el cadver, que tena la cabeza destrozada, lo envolvi en una manta y lo sac al corredor. Bormann carg con el cuerpo de Eva Braun. Los muertos pasaron de unas manos a otras: de Bormann a Kempka, de ste a Guensche, que estaba en la escalera, y del ayudante a otros oficiales de las S.S. As llegaron al jardn. El fnebre cortejo permaneci bajo el arco de la puerta, donde se puso a salvo de los impactos de la artillera rusa. Guensche arroj un trapo encendido sobre los cadveres, que previamente haban sido rociados con gasolina. Apareci una gran llama. Se hizo el ltimo saludo hitleriano. Y nada ms. No se pronunci una sola palabra. El "organillo" de Stalin no cesaba de disparar. Los disparos dejaban en el cielo una claridad verdosa. El grupo volvi a meterse en el Bunker, donde se dispers. Eso fue todo. Los cadveres ardieron durante cuatro horas: de cuatro a ocho de la tarde. Primero salieron grandes llamas y luego una pequea columna de humo. Nadie, 190

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excepto un centinela, vio la escena. En un momento dado se acerc alguien y con el pie acab de esparcir los huesos calcinados. Luego, al cabo de un rato, llegaron dos hombres de las S.S. y arrastraron los restos hacia un embudo producido por la artillera rusa en el que yacan otros restos humanos. Ninguna seal sobre la tumba; ninguna piedra con una inscripcin. Jams se arquear el cielo nocturno sobre aquel ltimo lugar y las estrellas, eternas lmparas mortuorias, jams harn guardia sobre sus cenizas.

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TERCERA PARTE

La paz se me antoj una horrible siembra hecha con colmillos de dragn.

ALMIRANTE WILLIAM D. LEAHY

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LA PESADILLA
Una pesadilla... La pesadilla todava contina reinando sobre la ciudad, se expande por los campos y acogota a hombres y mujeres... Boehlke, Loose, Splge, Theysen, Sarfeld, Wittstock, padre e hijo, la seora Halen, la seora Rieck, el arquitecto Poppert y el lechero Dickmann, Bauer y Haase y tambin Zecke sufren los rigores de la pesadilla, que gravita sobre cada destino, sobre cientos y miles de destinos humanos. Tampoco el coronel Zecke haba podido escapar a la pesadilla. El torbellino de la catstrofe le haba arrastrado hacia el centro de la ciudad. El tren en que haba montado el ltimo que sali de la estacin Anhalter, que constaba de dos vagones de carga y que deba llegar a Berchtesgaden no lleg ni a Dresden. El tren qued detenido en la estacin de Elsterwerda. Durante el viaje y como escenas de un sueo, Zecke haba visto campos, carreteras y pasos a nivel. Cuando las ruedas del tren dejaron de moverse, su vagn estaba casi vaco. Todos los viajeros haban descendido y estaban en el andn. Vio cmo la mquina era desenganchada, pasaba luego por la va vecina y era enganchada en la cola del tren. Y oy decir: "No podemos llegar a Dresden! No podemos llegar a Dresden!" El jefe de la estacin hizo saber que la va haba sido cortada por los rusos entre Elsterwerda y Dresden, que el tren deba regresar a Berln y que los que quisieran podan continuar a pie o en carro, por la carretera, hacia Dresden. Zecke no quera volver a Berln. No deseaba hacer intiles caminos e ir y venir de un lado a otro, de norte a sur y de sur a norte, como si fuera un conejo espantado o uno de aquellos desgraciados fugitivos. Qu importaba, en aquellos momentos, Berln, Dresden o Praga? "El paraso est en todas partes", recitaba. Si la casualidad no vena en su ayuda, tanto peor. As, pues, determin proseguir su camino, aunque fuera a pie y con el macuto a cuestas. La carretera estaba llena de hombres y mujeres cargados con sacos y paquetes. No llegaron muy lejos. Pronto, en un cruce de carreteras, se encontraron frente a un grupo de tanques rusos. Durante das y noches fueron escoltados a travs de campos y bosques y a travs del gigantesco cementerio que se extenda entre Halbe y Mrkisch-Buchholz, donde haban sido enterrados los tanques y los caones del IX ejrcito. El parte de guerra ruso deca: "Las fuerzas procedentes del primer frente bielorruso y del primer frente ucraniano terminaron hoy, al sudeste de Berln, la destruccin de los ejrcitos alemanes cercados en nuestro sector. Han sido capturados 304 tanques, ms de 1.500 piezas de artillera de montaa, 2.180 ametralladoras pesadas, 17.600 camiones y gran cantidad de armas ligeras. Han sido capturados ms de 120.000 soldados alemanes. Entre los prisioneros se encuentra el representante del general en jefe del IX ejrcito, general de divisin Bernhard; el jefe del V Cuerpo de las S.S., general de divisin Ekkel; el

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jefe de la XXI divisin blindada, general de divisin Marx; el jefe de la 169 divisin de infantera, general de divisin Ratschi; el jefe militar de Frankfurtan-der-Oder, general de brigada Biel; el jefe de la artillera del XI Cuerpo blindado, general de brigada Strammer, y el general de aviacin Zander". Generales, viejos coroneles, comandantes y soldados. Todos estaban rendidos e iban sucios y destrozados. Muchos estaban heridos y apenas podan caminar. Y entre ellos, con el macuto vaco, avanzando entre caballos y vacas y soldados, camino de las montaas de Rdersdorf, estaba el coronel Zecke. Otro de los prisioneros era el capitn Boehlke. Los dos rusos a quienes se vio obligado a acompaar de Fienerode a Hohenseeden haban sido su desgracia. Junto a la carretera haba camiones destrozados, caones con cajas de municiones y toda clase de material de guerra del ejrcito de Wenck, que en aquel lugar deba haber tomado contacto con el IX ejrcito, que cubra el frente del Oder, y que sufri la embestida de enormes masas de fugitivos que venan huyendo del sector sur de Berln, por lo cual, sin haber podido establecer el deseado contacto, presionado por los rusos, se corri hacia el Elba. Junto a Boehlke tambin caminaban muchos paisanos que haban credo en la unin de los dos ejrcitos y que, al no realizarse, haban sido arrollados por los rusos. En compaa de aquellos desventurados fugitivos lleg a Schwielowse y de all tuvo que continuar en direccin a Kaputh. El capitn Boehlke pas la noche en un campamento situado cerca de Kaputh. Sufra un grave ataque de disentera. Junto a diez mil fantasmas, y al aire libre, el coronel Zecke acamp cerca de las fbricas de cemento de Rdersdorf. El arquitecto Poppert, que al igual que Wittstock haba tenido que ceder su casa a un grupo de fuerzas armadas, atravesaba los frentes de Wannsee y Potsdam en compaa de su esposa e hijos y se diriga hacia Paaren, donde pensaba poder esconderse. La seora Halen peregrinaba, tras haber sido violada y con una grave fiebre puerperal, por la PfeddersheimerStrasse de un refugio a otro. El doctor Linth pudo llegar, de refugio en refugio, a la Teutonenstrasse. El director Sarfeld, que le haba acompaado a travs de Grnewald, no estaba en su casa. Los vecinos le informaron que no le haba sucedido nada y que los rusos le haban acogido muy bien. El comandante ruso de la Teutonenstrasse se lo haba llevado a Schmargendorf, donde ejerca las funciones de jefe de polica. El nuevo polica actuaba sin descanso. Sarfeld deba impedir el saqueo de tiendas y viviendas; pero de todos modos su autoridad se limitaba a los berlineses y no tena nada que ver con los rusos. Adems, tena que cumplir las innumerables exigencias de la comandancia, que cada dos por tres le peda mesas, sillas, carne, verduras. Las listas de pedidos eran detalladas hasta el extremo: cebollas, zanahorias, ensalada, apios, y tambin papel pintado, manteles y una red para que el comandante pudiera pescar. Las gentes no podan salir de noche y tenan prohibido deambular por calles y patios interiores; tampoco estaba permitido encender luces en aquellas habitaciones cuyas ventanas no estuvieran tapadas con papel oscuro. No podan encenderse luces elctricas, ni admitir a un extrao en casa, aunque perteneciera al Ejrcito Rojo, sin permiso de la autoridad militar. El director Knauer, acompaado de varios tcnicos e ingenieros, estaba detenido en el pabelln del jefe mdico del hospital nmero 122 y por dcima o 194

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centsima vez era llamado a declarar. Esta vez se hallaba ante el jefe de la seccin, comandante Judanov. Le fue permitido tomar asiento e incluso se le ofreci un cigarrillo. El comandante se port de una manera absolutamente correcta. Una secretaria, que tambin fumaba y cuyas uas lucan una perfecta manicura, anotaba cada una de sus palabras. Ante el comandante estaban las actas de las declaraciones prestadas hasta aquel momento. Se trataba de preguntas de carcter tcnico y no solamente acerca de la maquinaria empleada en su especialidad, sino acerca de la instalacin de fbricas de manipulacin del papel, as como sobre el funcionamiento de las industrias complementarias de sta. Sus respuestas tienen sentido demasiado general, seor Knauer observ el comandante Judanov. Pero dejemos esto dijo, y luego envi a su secretaria a por t y ofreci a Knauer un cigarrillo. Dejemos en paz el caso "Ardenne" continu al cabo de unos instantes. Tena sus motivos. Veinticuatro horas antes haba recibido una comunicacin que le obligaba a hablar de aquel modo. "Van ustedes a fusilar a un hombre de gran vala: el clebre fsico barn Von Ardenne, famoso por sus Conocimientos en fsica nuclear." As rezaba la comunicacin del agente. Llam a Budin y se precipit en su coche. Llegaron en el momento justo. Un grupo de "fascistas" iban a ser fusilados en el patio de un cuartel. Y entre los "fascistas" s encontraba el barn Ardenne. Judanov se lo llev al cuartel general de Karlshorst, donde le dej. Si realmente no sabe nada acerca del barn Ardenne dijo Judanov a Knauer, no quiero insistir, pero estoy seguro de que s sabr dnde se encuentra el fsico Hertz. Ya le he dicho que tampoco puedo decirle nada acerca de Hertz. No s nada. Hertz no se halla en su casa. Pero estoy seguro de que Hertz tiene otra vivienda. Dese usted cuenta que nosotros slo deseamos su bien. Queremos proteger a las personas de mrito. Lo siento mucho, pero no conozco al profesor Hertz. Ah, pues nuestros informes nos aseguran todo lo contrario. En realidad, el director Knauer haba sido presentado en cierta ocasin al profesor Hertz. El comandante Judanov deba estar al corriente de ello y quiz supona que Knauer era amigo del clebre fsico. Y volvi a insistir: Sabemos que usted frecuentaba el Kaiser-Wilhelm-Institut. Tena acceso al Instituto. Estuve algunas veces all. Eso es todo. Sabemos que estuvo all con mucha frecuencia y niega que conoce al profesor Hertz y a los profesores Thiessen y Dpel. Qu quiere usted que opine? Conozco a esos seores de nombre, pero nunca me he relacionado con ellos. Otra larga pausa. Judanov se puso a escribir. La secretaria continu fumando. Aquello poda continuar indefinidamente. Aquella vez, sin embargo, ocurri algo que libr a Knauer del torturante interrogatorio. Son el telfono. Deba tratarse de algo realmente extraordinario. El comandante Judanov se qued mirando a Knauer y a su secretaria. Se esforz en dominarse. Llam a su segundo, el gordo capitn 195

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Budin, que se present en el acto. Judanov pronunci una sola palabra:

Chramoi.

La secretaria hizo desaparecer su cigarrillo. Budin qued como clavado en el suelo. El interrogatorio fue suspendido y Knauer pudo retirarse. Al llegar al refugio pregunt a un detenido que saba ruso: Qu quiere decir Chramoi? El cojo. El stano del pabelln del jefe mdico se haba convertido en una crcel provisional. Una ventana del stano estaba al nivel del jardn. Los detenidos, que eran tcnicos industriales y comerciales, pudieron ver por ella cmo un gran coche se detena ante la puerta de la casa. El jefe de la seccin, comandante Judanov, seguido de su ayudante, capitn Budin, se acercaron en actitud respetuosa al coche. Descendieron dos hombres: un paisano y un militar de rostro enjuto y en cuyo abrigo lucan las insignias de una alta graduacin. Se dirigi hacia la casa arrastrando un pie. Aquel era el cojo, como le llamaban los miembros de la seccin especial... Pero los detenidos que se hallaban en el stano ignoraban lo que saban el comandante Judanov, el capitn Budin y los oficiales de la seccin: que la visita del cojo significaba a veces la liquidacin de todo un estado mayor o de un grupo de dirigentes industriales. Aquel hombre delgado, de figura encorvada, plido, haba dejado en muchos sitios, en Ucrania, en la Rusia Blanca y en el Bltico, un tremendo rastro de suicidios entre altos jefes y de fulminantes detenciones. El cojo era el jefe supremo de las Secciones y se llamaba Ivn Serov, y el paisano que iba a su lado era Saburov, el plenipotenciario encargado del desmontaje de las industrias alemanas. Todava se combata en el centro de la ciudad y todava flameaban esperanzas respecto a un sbito cambio de la suerte. Una docena de grupos permaneca echado a tierra que cada vez apareca ms removida con la espalda vuelta a la Cancillera. En el bunker del Zoo haba un can del 15 que continuaba haciendo fuego y al amparo del cual se movan unos soldados. Y en Spandau, la "Juventud de Hitler" defenda los puentes sobre el Havel, por los que suponan haba de llegar el ejrcito de Wenck. Dnde estn los rusos? Tontera! A Vicco Splge todo le pareca una tontera. Una tontera la accin de aquellos hombres que como tigres perseguidos se agazapaban en las esquinas de las calles y en los tejados de las casas; una tontera el campamento militar instalado en el ministerio de Propaganda, en el que se movan los directores generales y los consejeros tocados con sendos cascos y armados con pistolas y bombas de mano; y una tontera el continuo ir y venir de las patrullas, como aquella que le acababa de detener ante las ruinas del Hotel Kaiserhof. Dos muchachas montadas en sendas motocicletas y armadas hasta los dientes trataban de abrirse paso entre los escombros que cubran la calle. Dos correos del ejrcito femenino de Mohnke. La mayora de aquellos soldados femeninos eran de Prusia Oriental, que se haban quedado sin casa, padres, marido e hijos y a quienes nicamente les quedaba un odio feroz y un violento deseo de 196

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proseguir la carnicera. Dos muchachas de Mohnke dijo Splge. Tontera! respondi el otro. Aquella sola palabra, empero, no era suficiente para explicar lo que estaba sucediendo. S, tontera corrobor Splge. Pero dnde estn los rusos? Por todas partes: en las calles, sobre tus hombros. Te digo que todo eso no es ms que una inmensa tontera. Un impacto de artillera. Una cascada de piedras. Las dos muchachas de Mohnke desaparecieron como fantasmas. Splge y su compaero, el sargento primero Loose, a quien haba encontrado en la Belle-Alliance-Platz, permanecan apretados contra el suelo, cubiertos con piedras y trozos de asfalto de la Wilhelmstrasse. Los ojos les brillaban a travs de una cortina de humo y polvo. El sargento primero se levant y con l se levantaron dos personas que, haciendo cortos zigzags, se dirigieron a las ruinas de la Cancillera, entre las que desaparecieron. Splge no se movi. Junto a l haba algunos muertos, bastantes agonizantes y muchos heridos. Un proyectil de obs silb por los aires. Otra explosin. Luego, de entre las piedras, surgieron cuatro hombres, dos de ellos de las S.S. A tierra! grit uno de los hombres. Se arrojaron al suelo. Tambin ellos se dirigan, como antes el sargento primero, a la Cancillera. Otro proyectil de obs. La tierra tembl. Una fuente de escombros. Una lluvia de cascotes. Splge continuaba apretado contra el suelo como una platija, cubierto de escombros. Un uniforme de la Luftwaffe se inclin sobre l. Un rostro plido y descompuesto. Te has vuelto loca, Leonore? Vives, Vicco? Te has vuelto loca? Qu haces aqu? La oblig a echarse al suelo, entre las piedras. Un caonazo tras otro. Las bocas de los antitanques parecan ojos encendidos. Unos proyectiles caan ante el ministerio de Propaganda, desde cuyas ventanas se arrojaban encendidos paquetes de actas. Los vidriosos ojos de un cadver le miraban entre la basura. Pero bes a la muchacha. La bes en la boca. No la haba besado desde que el ministerio de Propaganda se haba convertido en un campamento militar. Ests loco? le pregunt, a su vez, Leonore. Creo que los dos estamos igualmente locos, Leonore. S, estaban locos, igual que todos los miembros del batalln Wilhelmplatz. Todava ayer estuvieron trasladando tapices persas de la casa Herpich y poco antes se haban hecho con ropas, trajes y enseres. Ahora, sin embargo, le pareca comprender a aquella gente cargada con paquetes, y a aquellas parejas que se arrullaban entre las ruinas e incluso le pareca haber encontrado la clave de las mil violencias que los rusos cometan diariamente en la ciudad condenada a muerte. Todo eso no tiene nada que ver con la razn; tiene que ver nicamente con la muerte y con ese primitivo terror que todos llevamos dentro. Aquello de querer dejar de ser, de querer despojarse de todo era algo equivocado. A todas 197

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luces resultaba algo equivocado, errneo. Yo estoy sentado sobre un tapiz persa, enciendo un cigarro con un billete de cien marcos y aqu al lado tengo a una mujer: esto lo atestigua la realidad. Pero este testimonio debe ser formulado un par de veces cada hora. Ms tapices, ms cigarros, ms mujeres. Ah, Leonore! Qu? No debiramos haber hecho esto. Ser mejor que no hablemos de ello. S, lo mejor es no hablar, no pensar. Crees que vamos a morir? Si no nos marchamos en seguida de aqu, s. Pues marchmonos al refugio. Hitler haba muerto y en el ministerio de Propaganda, que estaba al otro lado de la calle, no saban nada de ello. El da antes, y en compaa de otros altos jefes, el general Weidling haba aconsejado a Hitler que capitulara. Pero Hitler, en vez de responderle, mand a Krebs para que le informara si el ejrcito de Wenck haba llegado a la Potsdamer Platz. Cuando al da siguiente lleg Weidling al Bunker, le dijeron: "El Fhrer se ha hecho el harakiri." Aquello quera decir que las deserciones haban comenzado. Pero en las calles de Berln se continuaba luchando. Unas calles se perdan y se volvan a recuperar. Los diferentes grupos combatan aislados unos de otros. Los servicios de sanidad no funcionaban y apenas haba pan y agua. El agua del Spree slo alcanzaba a muy pocos soldados. El caos militar haba alcanzado su punto culminante. Weidling habl a Bormann y a Goebbels de la necesidad de capitular inmediatamente, pero sus palabras no fueron escuchadas. Se le prohibi establecer contacto con los rusos. Weidling, sin embargo, regres a su cuartel general y absolvi a sus oficiales y a sus soldados del juramento de fidelidad. Bormann y Goebbels, que ya estaban condenados a muerte, tuvieron una ltima esperanza. Crean que el mariscal Zukov les permitira atravesar las lneas rusas para reunirse con el almirante Dnitz, que estaba en el norte de Alemania y que ya haba formado Gobierno, y preparar con l la capitulacin. Al regresar Krebs, que haba sido enviado como mensajero y que volvi lleno de porquera, con los ojos llameantes y ms muerto que vivo, y comunicarles que los rusos exigan la capitulacin sin condiciones, comprendieron que haba llegado su ltima hora. Un carpintero ya le haba trado a Goebbels los cinco fretros para sus hijos. Encarg a su mujer que envenenara a los pequeos. Tampoco se atrevi a suicidarse. Dio el brazo a su esposa y ambos subieron la escalera del Bunker y salieron al jardn. Y all se hicieron fusilar por unos hombres de las S.S. Hitler haba muerto y sus restos haban sido dispersados. Cerca de la puerta del jardn del Bunker, junto al lavadero, arda un pequeo fuego y las llamas de aquel fuego prendieron en el cuerpo de Goebbels y en el de su esposa. Nadie saba en los stanos del ministerio de Propaganda lo que ocurra al otro lado de la calle, sobre la que a cada momento surgan surtidores de tierra y piedras. El subsecretario Naumann haba hecho decir que pronto ira al Ministerio para comunicar all importantes noticias. Pas la maana, transcurri la tarde, lleg la noche y el subsecretario no compareci. Cientos de hombres y mujeres, telefonistas, altos empleados con sus mujeres e hijas, chferes 198

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heridos, periodistas, militantes de las S.S., oficiales, mujeres con chiquillos en brazos, esperaban el regreso de Naumann. Todava no, todava no le dijeron a Splge. Todava no ha venido Naumann. Haca mucho calor. Aquello pareca un horno. Las vigas del techo estaban ardiendo. Qu ocurre? Dnde est Naumann? Dnde est el ejrcito de Wenck? Qu ocurre con Steiner? Hasta dnde ha llegado Schorner? No haba prometido Naumann que los refuerzos de Wenck, de Steiner y el ejrcito acorazado de Schorner estaban a punto de llegar, y que solamente se trataba de aguardar un da ms, quiz un par de horas? Y ya haba pasado un da. Aquella vez Naumann deba traer la noticia decisiva y nicamente caban dos respuestas: la buena o la mala. Cmo est la situacin? Aquella pregunta haba acabado por convertirse en un tpico y durante algn tiempo, sobre todo al principio de los acontecimientos blicos, haba sonado como una especie de chiste. Pero el chiste no haba vuelto a repetirse desde que los rusos combatan en el interior de Berln y cercaban la ciudad, en cuyos alrededores se libraba una tremenda batalla de aniquilacin. Dos mil doscientos caonazos haban cado durante las ltimas veinticuatro horas sobre el ministerio de Propaganda, la Cancillera del Reich y el ministerio del Aire. Y bajo aquel fuego de muerte no caba considerar la situacin de ninguna manera, ni de un modo pesimista, ni de una manera optimista, pues en tales circunstancias ya ni siquiera se poda pensar. Y para las gentes refugiadas en el ministerio de Propaganda, Naumann se haba convertido en una idea fija, y Naumann, el enviado del Fhrer, deba comparecer con nuevas rdenes, con una solucin, y deba aportar la salvacin para todos ellos. Y Naumann, por fin, lleg. Tras veinte horas de espera, apareci en la otra orilla. Aprovech una pausa durante la cual nicamente silbaban unas pocas balas a travs de la Wilhelmstrasse, y corriendo en zigzag atraves la calle, que estaba llena de embudos, y se meti en los stanos del ministerio de Propaganda, donde inmediatamente se vio rodeado de hombres y mujeres, de mdicos, soldados y heridos en medio de los cuales y con el rostro tan plido como los dems, estaba Fritzsche.

IVN
Era la noche del primero de mayo. La fiesta de la juventud comunista del Estado Sovitico y del ejrcito rojo, la gran fiesta nacional, Coincida esta vez con el comienzo de la fiesta de la victoria, que ya haba comenzado a celebrarse en la nada mal acondicionada cueva del oso. Ivn se haba quedado sin casa, pues los fascistas la haban incendiado. Y haba abandonado su pas,

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pues los ladrones fascistas se haban apoderado de l. En realidad, sin embargo, los fascistas nunca haban llegado hasta Arkangel. Su pas haba sido colectivizado y su casa haba sido incautada por los mismos rusos. Ivn haba tenido que marcharse de all conducido por la polica, que le traslad al campo de Krupki, donde trabaj hasta que las bombas de la aviacin alemana cayeron sobre l. Entonces fue encuadrado en el Ejrcito Rojo. Su rostro no se contrajo cuando una maana oy pronunciar su nombre en el momento de la revista. Y tampoco se contrajeron los rostros de Kyril y Nikita. Stalin era un gran hombre. Stalin haba puesto en marcha la apisonadora y a ltima hora haba ganado la guerra. Y los fascistas tenan muchas deudas que pagar y haba llegado la hora de saldar cuentas. Dos noches antes, Ivn de Arkangel se haba pasado muchas horas tocando el acorden ante una joven madre. Aquel da, sin embargo, haba violado a ocho mujeres, mejor dicho, a siete, porque la ltima se arroj por la ventana. Una alemana menos. "Pegad a la orgullosa mujer alemana, humilladla, violadla... Matad, matad! En Alemania, los nicos inocentes son los nios que todava no han nacido y los perros." Lo haban repetido centenares de veces y otras tantas lo haban ledo en la "Pravda" y en la "Rrasnaia Svesda" y se lo haban repetido los instructores polticos. Y aunque antes de comenzar la ltima ofensiva se les dijera que Berln era una ventana abierta al mundo, la "Pravda" haba dicho que el camarada Ehrenburg exageraba en su manera de apreciar la capital alemana, y aquellas palabras no podan desvirtuar el efecto de lo que hasta entonces se les haba inculcado y de una larga prctica de saqueos, robos y muertes llevados a cabo en los pueblos alemanes tomados por el Ejrcito Rojo. Ivn, pues, haba dejado una larga estela de destrozos y cuando descubra que un reloj de pared era algo demasiado grande para metrselo en el bolsillo, lo destrozaba. Las bombas norteamericanas haban dejado en las casas de Berln muchas cosas en pie, por lo que l mismo entraba en las viviendas con la furia de una bomba. Haba bebido aguardiente como si fuera agua y por la noche se encontraba tan sereno como por la maana, a la hora de despertarse. Cuando al anochecer lleg ante una plaza en la que estaba emplazada una batera a cuyos servidores oy decir que hacan fuego contra el Bunker de Hitler, quiso disparar un caonazo a Hitler. El joven oficial de artillera accedi a los deseos de aquel gigante y, por luna vez, le permiti tirar de la cuerda. Ivn tir de la cuerda. Una lengua de fuego. El can retrocedi. La granada silb sobre los tejados de las casas e Ivn grit: "Hitler, acabado!". Se ech la gorra hacia atrs y desapareci por una oscura calleja en ruinas. Un caonazo tras otro. Las bateras rusas estaban emplazadas alrededor del centro de la capital. Disparaban desde Neukolln, Tempelhof, Schneberg y desde el otro lado del Spree. Slo tenan tres objetivos: la Cancillera del Reich, el ministerio de Propaganda y el ministerio del Aire. Sobre el centro de la capital, el cielo estaba teido de rojo a causa de los incesantes fogonazos y de los grandes incendios. Y entre los incendios, los altos surtidores de tierra y piedras y las enormes ruinas, se movan los plidos dedos de los reflectores. Berln estaba ardiendo, y en centenares de patios se apiaban grupos de 200

Ogon!

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hombres y en centenares de stanos caan las mujeres bajo las zarpas de los conquistadores. Berln, la capital ms joven de Europa, que desde los tiempos prehistricos haba sido un lugar habitado; Berln, la antigua ciudad comercial, la antigua ciudad de los electores, la antigua fortaleza, la antigua capital del Land, la metrpoli del Reich alemn, el mayor centro industrial del continente, la ciudad algunas de cuyas piedras tenan una historia milenaria, era aplastada, golpeada y triturada. El Schloss, en el centro de la capital, estaba rodeado de grandes columnas de humo. La Erasmus Kapelle, cuya primera piedra fue puesta en 1540, y el Grne-Hut la hermosa torre medieval y la casa de la duquesa estaban a punto de venirse abajo. Las llamas quemaban los gobelinos y los cuadros y continuaban su camino. La capilla del Schloss se transform en una ardiente chimenea. Y las desnudas paredes, la escueta armazn de la cpula y el len del portal fueron quedando atrs. La Nicolaikirche destruida cuando el incendio de 1380 y reconstruida de nuevo en 1470 ya no poda sostener los arcos de sus naves y se derrumb, y las piedras destrozaron el altar mayor. La Klosterkirche se convirti en un campo de ruinas, del que nicamente emergan la torre, el coro y una pared lateral. Fuego y muerte. Y el acorden continuaba sonando. ltima etapa de una guerra que se haba extendido desde los Pirineos hasta el Volga, desde el Cabo Norte hasta las Pirmides y que ahora terminaba en el mismo sitio donde haba comenzado. Los caballeros del jardn de recreo del Schloss, los jinetes de la columnata del Museum y las mscaras guerreras que asomaban entre los ahumados revestimientos de madera de las ventanas del Museo de Guerra miraban atnitos los camiones ametrallados y cargados de heridos. La calle estaba cubierta de cadveres, sobre los que pasaban los tanques y los camiones. Y el acorden continuaba sonando... Eran tres cabezas de muchachas con las que unos soldados borrachos haban jugado a bolos y que luego haban dejado, bajo las ventanas de la Jefatura de Polica, en medio del arroyo. Era el profesor Quappendorf, que con las manos ensangrentadas sali de un refugio de la Laubacher Strasse y subi a un piso a cuyos moradores, despus de contarles su historia, les pidi una cuerda. Camino de Schmargendorf, donde pensaban encontrar asilo, se encontraron con unos soldados, quienes las empujaron a un stano de la Laubacher Strasse. "Matadme!", grit la hija menor. "Matadme!", solloz la otra. Dad una idea a los borrachos y veris cmo la realizan en el acto. Los borrachos, en efecto, dispararon. Pero dispararon mal. Y el padre qued en el stano con sus dos hijas mal heridas. La muerte, que era inevitable, no acababa de llegar. Y el padre hizo sendos cortes en las muecas de sus hijas. Pero la muerte se obstin en no llegar. Y entonces subi a un piso y pidi unas cuerdas. Primero ahorc a Else, luego a Margot y finalmente a la mayor. Las colg de un poste del alumbrado. Y despus se ahorc l mismo. Y el acorden continu sonando... De otro stano, en el que nicamente haban quedado unas cuantas piedras en pie, salan gritos desaforados. Los soldados haban desnudado a una anciana de ochenta aos viuda de un antiguo almirante de la marina imperial alemana, a la que obligaron a cantar canciones populares. La vieja estaba de pie sobre una mesa cubierta de vasos y botellas y latas de carne en conserva 201

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del ejrcito americano, alrededor de la cual permaneca un grupo de soldados rojos. La vieja no haca ms que emitir un dbil ronquido que los soldados acompaaban con palmadas y grandes voces. El cuartel de Gnther Sarfeld tambin estaba en la Laubacher Strasse. Acompaado de su novia, su madre y una docena de amigos, entre quienes se encontraba la seora Halen, que el doctor Linth haba dejado a su cuidado, Sarfeld se haba trasladado de casa. Aquel da haba organizado Sarfeld la vigilancia en torno a los carteles rusos de propaganda, haba hecho que una brigada de hombres y mujeres despejara las ruinas que cubran la Hohenzollerndamm, haba formado unas secciones que deban desmontar ciertas instalaciones industriales, haba encontrado grandes paos de color rojo con los que cubrir los caones y tanques y todava haba tenido tiempo para dar con el encargado del registro civil, a quien orden se encargara de las formalidades legales de su prximo matrimonio. El comandante de su distrito, que era un oficial siberiano, le mand llamar. Entonces t casar? S; creo que est permitido. Desde luego: casarse, bueno, y casarse en primero de mayo, dos veces bueno. T necesitar algo? S; quisiera un poco de carne y algo de bebida. A mi futura esposa le gustan mucho los pepinos. Bien, bien. Sarfeld recibi una docena de botellas de vino tinto. Las botellas se las llevaron a casa. Y tambin le lleg gran cantidad de pepinos, de modo que todos los vecinos pudieron participar en el banquete de bodas. Hasta el mismo comandante se present a la hora conveniente, y con gran estrpito. Compareci con un gran coche requisado de la Wehrmacht. Al detenerse ste ante la puerta sonaron unos disparos y muchos vecinos creyeron que la lucha haba sido reanudada. El comandante descendi del coche y subi, bien separado de sus acompaantes, la escalera principal. Tras l iba un oficial y luego, en ltimo trmino, iban los ordenanzas. Uno de los ordenanzas, que era un tipo pequeo y delgaducho, pareca un esquimal. Sarfeld distribuy cigarrillos entre los invitados, lo que en aquellos momentos era un regalo valiossimo. El pequeo esquimal tambin fue obsequiado. Al ver cmo el hombrecillo encenda y fumaba el cigarrillo, Sarfeld pens que vala la pena haber filmado la escena. La bebida, empero, se haba terminado y las botellas estaban completamente vacas. Pesche, pesche, pi... oy Sarfeld, que deca el comandante al esquimal. Y el hombrecillo desapareci y al cabo de unos momentos regres con un canasto lleno de botellas. Y dnde msica? No tenemos msica. Pesche, pesche, pi... Un ordenanza sali de la sala y volvi en seguida cargado con un viejo gramfono y un voluminoso paquete de discos. Haba de todo, desde "Ensueo", de Schumann, y el coro de los "Peregrinos", de Tannhuser, hasta "El molino de la Selva Negra", "Cuando las lilas vuelven a florecer" y "En Heidelberg he perdido mi corazn". Y todo fue igualmente bailado. 202

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Al cabo de una hora y media el comandante ech una mirada a su reloj y, despus de haber estado riendo y charlando animadamente, puso una cara muy seria. "Pesche, pesche, pi..." Todos se levantaron y por orden jerrquico se acercaron a la puerta. Sarfeld acompa a sus huspedes hasta la entrada de la calle. El comandante, el ayudante y los ordenanzas montaron en el auto. Sonaron disparos de pistola y de fusil y pareci como si en la calle tuviera lugar un pequeo asalto de infantera. Salud para mujer! El coche arranc y desapareci en seguida.

LOS CAMINOS INCIERTOS

No todos los presagios de tormenta se convierten luego en tempestad, ni todos los rayos causan vctimas. As, la inesperada visita de Ivn Serov al pabelln del mdico director del hospital de Tempelhof no motiv ninguna alteracin. No hubo fusilamientos, ni deportaciones. Al contrario, pues el joven comandante Judanov fue ascendido por haber estado en contacto con un agente del servicio secreto ingls que le haba hecho saber dnde se encontraba el fsico atmico Ardenne. El capitn Budin continuaba ahora sentado a su mesa, pero sobre ella haba una carpeta en la que haban sido colocados todos los documentos referentes a los cientficos alemanes por cuya suerte se interesaba la Unin Sovitica. Pero el que la carpeta estuviera cerrada no significaba que la Unin Sovitica hubiera dejado de interesarse por aquellos hombres, sino que el asunto de los cientficos pasaba a otras manos. Budn y su equipo deban ahora ocuparse del desmontaje de las industrias berlinesas. Las rdenes, los planos y los proyectos ya haban sido repartidos en su seccin. Haba que desmontar desde un ochenta hasta un ciento por cien de las industrias de la ciudad. Y los trabajos, segn haba dicho Ivn Serov, deban realizarse sin prdida de tiempo. Los ingleses y los norteamericanos se presentaran en Berln dentro de seis semanas, o quiz dentro de un mes, y en tal fecha tena que haberse hecho tabla rasa con la industria de Berln. Despus de Yalta y tras la Conferencia cuatripartita de Mosc, Morgenthau haba trazado un plan para convertir a toda Alemania en un inmenso campo donde cultivar patatas o apacentar rebaos. Pero dado que en los Estados Unidos no todo el mundo era de la misma opinin y habida cuenta de que muchos banqueros haran todo lo posible para impedir la realizacin de los proyectos de Morgenthau, convena proceder con toda urgencia. Saburov, el experto en cuestiones de economa, e Ivn Serov, se haban expresado de una manera categrica y no caba duda que la operacin deba llevarse a cabo con la mxima rapidez posible. Los interrogatorios se dieron por terminados y los detenidos que se hallaban en el pabelln del director mdico del hospital fueron puestos al frente de unas secciones encargadas de proceder al desmontaje. Los tcnicos fueron

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llevados en camiones a Siemensstadt, a Neukolln, a Weissensee y a Henningsdorf. Bajo la vigilancia de un teniente y algunos soldados, al director Knauer le toc dirigir los trabajos de desmontaje de la fbrica "Lorenz", que estaba cerca del hospital y en la que se producan aparatos de radio. El nuevo alcalde aportaba la mitad de los trabajadores y la otra mitad estaba compuesta por rusos y ucranianos, todo ellos antiguos prisioneros y repatriados. Montados en bicicletas, motocicletas, autos y camiones sobre los que haban colocado grandes letreros en los que pona "Saludo al gran Stalin", "Saludo al pueblo, vencedor, la Gran Unin Sovitica", haban ido al encuentro de sus compatriotas, quienes en un santiamn aparcaron los vehculos, concentraron a los recin llegados, les quitaron cuanto llevaban encima, los vistieron de prisioneros y los enviaron a trabajar. Y all estaban, junto a un nutrido grupo de alemanes, ante los restos de la fbrica "Lorenz". Nadie ni rusos, ucranianos y alemanes tena especial empeo en realizar aquel trabajo, para el cual, por otra parte, tampoco estaban demasiado preparados. Entre los trabajadores haba muy pocos especialistas y nadie estaba provisto de las herramientas necesarias para aquel quehacer. Dnde encontrar en tan poco tiempo las llaves inglesas, las tenazas y dems instrumentos adecuados? Todos, sin embargo, tuvieron que ponerse inmediatamente manos a la obra y apenas haban comenzado el trabajo cuando aparecieron unos camiones con gente dispuesta a cargarlos sin prdida de tiempo. Haba que desmontarlo todo, el "objeto completo", como deca el teniente que mandaba la brigada de desmontaje y no haba de quedar all ninguna mquina, ni mesas de trabajo, armarios, caeras de agua, ni conducciones elctricas. Tras la visita de inspeccin que el capitn Budin realiz a la fbrica, y durante la cual, mientras iba de una nave a otra, no ces de proferir voces, el trabajo se realiz a un ritmo verdaderamente infernal. Los obreros nicamente empleaban martillos y palancas, y mientras el trabajo se limit a trasladar o desmontar mesas de trabajo, caeras de agua, armarios o las instalaciones de los lavabos, al cosa fue bien, pero cuando se trat de maniobrar con aparatos de electrotecnia o con pesadas vigas, el asunto tom otro cariz. Y Knauer, a quien se haba hecho responsable de todo ello, no poda hacer otra cosa que ir en busca del teniente, el cual, por su parte, se limitaba a encogerse de hombros. El capitn Budin tena orden de desmontar aquella fbrica en un tiempo determinado y lo nico que le interesaba era no sobrepasar el plazo que le haban sealado. Al capitn Budin, pues, le tena sin cuidado que el trabajo se hiciera de un modo correcto, pues mientras rondaba de un sitio a otro pensaba en las otras fbricas que figuraban en la lista que le haban dado, y entre las que se encontraba una fbrica de instrumentos de precisin, unas dependencias ferroviarias destinadas a la reparacin de vagones, una gran panadera y una factora maderera. A Knauer le pareci que los rusos estaban dispuestos a desmontar toda la industria de Tempelhof, cargarla en trenes y camiones y, en pocos das, facturarla hacia el Este. Junto a la fbrica pasaban grupos de soldados del Ejrcito Rojo y entre ellos pas una batera antiarea tirada por caballos, cuyas colas y crines haban sido engalanadas, lo mismo que las ruedas de los caones, con paos de color rojo procedentes de cortinas y cubrecamas, que los soldados haban cogido de 204

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las casas desvalijadas. Era el primero de mayo, que all, en la fbrica, era celebrado con una jornada de trabajo intensivo. El capitn Budin habl a sus hombres acerca del primero de mayo y al terminar su discurso dijo que, en vista de lo mucho que todava quedaba por hacer, sera necesario continuar trabajando durante toda la noche. As, pues, desmontar, transportar y cargar sigui al mismo ritmo con que se haba iniciado. Los rusos, por lo visto, confundan el desmontar con el demoler. Ms importante que la manera de realizar el trabajo era ajustar el mismo al horario prescrito. Knauer trataba de salvar las mquinas ms importantes y lo haca sin sospechar siquiera que slo a causa de una mquina estropeada poda ser acusado de saboteador y juzgado por un tribunal militar formado por oficiales de la seccin de Ivn Serov. Se hizo de noche y el trabajo continu. A la luz de un gran reflector, hombres y mujeres habitantes de Tempelhof y antiguos prisioneros rusos continuaron martilleando, serrando y movindose como si fueran un enjambre de polillas.

El tono no era gutural y la B de Berln sonaba como una P. Al cabo de unos momentos aadi: Ya lo tenemos. Ya lo tenemos; aqu est el gran mar de ruinas rodeado de fuegos en medio del cual se abre un gigantesco horno. Como un enorme disco, un sector de la ciudad apareci bajo el ala del avin y los pasajeros vieron gran nmero de casas quemadas, con los tejados hundidos y los huecos de ventanas ennegrecidos. Y desde lo alto del "Douglas" los caones destrozados y los montones de ruinas que cubran las calles parecan excrementos de moscas. El "Douglas" haba despegado cinco horas antes del aerdromo de Tuschino, en Mosc. Tras doce aos de espera se poda ahora hacer el salto de Mosc a Berln en cinco horas. Doce aos de metdico trabajo de oficina en el que se haban desarrollado las iniciativas de personas a quienes no se conoca; doce aos de ir y venir de las oficinas del edificio del Komintern, situado en Rostokino, en las afueras de la capital, al Cuartel General, instalado en el Hotel Lux; doce aos de interminables viajes en tranvas repletos de gente; doce aos de purgas, de oscuras luchas para sobrevivir, de intrigas, denuncias, citaciones y comparecencias ante un tribunal especial que tena poder para sentenciar a muerte si era necesario. Muchos quedaron a mitad de camino. Doce aos de sufrir y esperar y, por fin, la tan ansiada orden de marcha. Tras hacerse con el equipo necesario para ir a vivir a un pas capitalista un par de zapatos, un traje, un sombrero flexible y quinientos o mil marcos, segn la jerarqua de cada cual, recin estampillados y meter las cosas en una maleta de madera, todo qued listo para dar el salto hacia Berln. Haban tenido un mal viaje, pues tropezaron con tiempo tempestuoso y el avin no era demasiado confortable. Las paredes del aparato no estaban forradas por dentro y los paisanos viajaban sentados en dos bancos sin respaldo, colocados a lo largo del aparato. Y cada vez que se mareaba el camarada situado al extremo de un banco haba que trasladar un cubo a lo 205

No vot, Berln!

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largo del avin. Y cuando el cubo, que pasaba de unas manos a otras, no llegaba a tiempo, el pasajero vomitaba sobre el piso, y cuando, debido a los movimientos del aparato, el contenido del cubo salpicaba a los pasajeros, no haba quien resistiera las ganas de vomitar. Aqu lo tenemos, Tovarich. Aquello era un cementerio extraordinariamente largo para quien jams sostena una conversacin acerca de temas personales y siempre se limitaba a pronunciar las palabras ms convenientes sobre las ltimas directrices polticas. Nu vot, as es, despus de doce aos de espera, la ciudad de Berln; un inmenso montn de ruinas y escombros que se extiende hasta all donde la vista alcanza. Aqu lo tenemos, y lo tenemos de verdad. Este objetivo nos lo ha dado el Ejrcito Rojo y nos lo ha librado con todas sus casas, sus patios, sus animales, sus mujeres y sus nios (a los hombres habr que educarlos primero), y todo esto ser nuestro para siempre. Y no solamente ser nuestro Berln, sino tambin toda la zona que se extiende hasta Dresden, hasta Weimar y Eisenach y Leipzig. La posicin clave de la imprenta alemana ha cado en nuestras manos y ha cado con todas sus mquinas y su papel, y con papel y mquinas de imprimir pueden hacerse muchas cosas. Habr que arremangarse los brazos y escupirse en las manos! Sin consideraciones intelectuales, sin una honda teorizacin de los problemas, no hay posibilidad de emprender obra alguna. Adems, tenemos ejemplos en Polonia, Lituania, Letonia y Estonia. Reforma agraria: en virtud de ella podemos retorcer el pescuezo a la nobleza del campo y eliminar la base econmica del militarismo prusiano. Reforma bancaria: en virtud de ella eliminamos las ltimas reservas a la alta y baja burguesa (los trabajadores no tienen nada que ver con los Bancos). Reforma escolar: en virtud de ella nos hacemos con la juventud, y quien es dueo de la juventud no tiene por qu temer el maana. Muchos cayeron en Mosc, Omsk, Tomsk, Kolima, Alma-Ata y Ferghana, y muchos de ellos eran gente de vala, hombres que saban hablar y que incluso tenan ideales. El jefe del grupo que viajaba en el "Douglas" no era orador. Nunca se haba dirigido a las masas y stas le desconocan. Tampoco tena ideas propias. Y en cuanto a los ideales... la cuestin de los ideales era un problema de metafsica y la metafsica era algo realmente peligroso. Muchos perecieron y l, sin embargo, no movi ni un solo dedo. Haba salido de Alemania completamente afeitado y ahora regresaba con una puntiaguda perilla. Ese era el nico cambio que, al parecer, se haba operado en l durante los aos de la emigracin. Desde tiempo atrs estaba en contacto directo con la NKVD. Era un hombre extraordinariamente cauteloso. Nunca haca una pregunta, pero contestaba cuando era preguntado. Cumpla todas las rdenes que le daban. Y eso es lo que le condujo a ser el nmero uno de los pasaderos del avin. Dos, tres, cuatro, cinco... dieciocho hombres viajaban en el "Douglas". Algunos de ellos tenan buenas cualidades, pero su jefe, que no tena ninguna, siempre les habra de pasar delante. Ayer mismo haba habido degradados entre ellos y hoy volaban hacia Berln. Un redactor jefe haba sido convertido en corrector, cuya misin era verificar las comas, puntos, interrogatorios y comillas en una traduccin de las obras de Stalin. Un agente del Komintern y espa en China se haba convertido en locutor de radio, y el director de una editorial 206

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haba trabajado luego en una mina de oro. Slo uno entre ellos haba permanecido lo que siempre fue: un poeta. En lo nico que el poeta haba variado era en su esttica, pues poco tiempo antes haba cambiado el expresionismo por un nuevo lirismo de inspiracin nacional. Y ese cambio no fue hecho por tctica, sino que fue algo sentido. El poeta aoraba su patria y a travs de aquella nueva forma de expresin manifestaba el dolor que le causaba su pasado y su vida, destrozada sin remedio. El nmero uno no traa consigo a los presidentes de los diferentes "Lands", pero s acompaaba a los vicepresidentes y a los ministros de seguridad, y no traa consigo al alcalde de Berln, pero s al representante del alcalde mayor, que todava no haba sido designado, as como a los directores generales, y eso s que era pura tctica. El poeta, que haba ido del clasicismo al realismo socialista, pasando por el romanticismo, era una excepcin entre aquellos viajeros. El poeta, que por las maanas era capaz de componer un interminable poema socialista, de noche, cuando estaba solo en su habitacin, senta deseos de abrirse las venas con una navaja de afeitar, pues no poda soportar el dolor que le causaba el hecho de la tremenda catstrofe nacional. El "Douglas" describi un amplio crculo sobre parte de la ciudad, volvi hacia el este y aterriz en el aerdromo de Schnefeld, al sudeste de Johannisthal. Se apearon a la luz de un reflector. Examen de documentos. A un lado, cerca del avin, haba un grupo de soldados sentados alrededor de un pequeo fuego en el que frean patatas y tocino. Los documentos estaban en regla: grupo Ulbricht, en misin especial encomendada por el Ejrcito Rojo. Las maletas de madera volaron sobre un camin en el que en seguida montaron los recin llegados. El camin atraves Nieder y Oberschneweide y pas ante las grandes instalaciones industriales de la AEG, en las que, a la luz de potentes reflectores, brigadas de hombres y mujeres se ocupaban en los trabajos de desmontaje. El camin continu hacia Lichtenberg. Las calles estaban completamente oscuras. Nadie circulaba por ellas. Caballos muertos. Olor a quemado. La msica de un acorden son entre unas ruinas. As es. S, as es. Al bajar del avin he visto una rata enorme. Una rata tropez pues, con otra rata dijo el poeta, que ahora, tras haber sido nombrado presidente de la organizacin cultural alemana, gustaba hacer frases cnicas como aqulla. Y la guerra contina. Una mano seal hacia el centro de la ciudad. El cielo estaba all como al rojo vivo. Pareca haber un volcn. Densas columnas de humo ascendan hacia las estrellas. El subsecretario Naumann se atrevi a cruzar la Wilhelmstrasse, que pareca un horno. Despus de haber dudado durante veinte horas y habida cuenta de que un emisario del Bunker haba realizado varias veces aquella hazaa; que deba comunicar a su gente los ltimos sucesos; que era 207

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comandante en jefe del batalln Wilhelmplatz y que en aquellos momentos ya no era el representante de Goebbels, sino el jefe del ministerio de Propaganda, no tuvo ms remedio que brincar entre el fuego de la calle. Lleg arrastrndose y casi sin respiracin. Inmediatamente se vio rodeado de funcionarios gubernativos, soldados, mujeres y nios. Naumann los mir con ojos de loco. Su voz fue como un susurro: Adolfo Hitler se suicid ayer tarde. El doctor Goebbels tambin ha muerto. Silencio. De momento, nadie comprendi lo que acababa de or. Qu hay de Steiner, de Wenck, de Schner? Qu hay de los prximos refuerzos? Qu se ha hecho de las promesas de Naumann? Al cabo de un instante continu: A las veintiuna y bajo el mando de Bormann, las fuerzas del Bunker intentarn abrirse paso a travs del enemigo. Los tanques que quedan irn delante. Ordeno que todo el mundo, incluso las mujeres, se sume a este intento. A las veintiuna en punto intentaremos la salida. La salida? Qu locura! Naumann clav su mirada en Fritzsche y luego se fij en la puerta. Qu pretenda? Escaparse de nuevo? Con un movimiento de la mano derecha, Naumann se despidi de la concurrencia y se qued en compaa de Fritzsche y un par de hombres ms. Este intento es una locura! dijo Fritzsche. Me importa un bledo! Fritzsche se haba convertido en un puro esqueleto. Su uniforme estaba destrozado a causa de los escombros y las chispas que le haban cado encima durante su ltima salida por la ciudad. No haba podido ver a Goebbels y sus preguntas haban quedado sin respuesta. Era aquel rostro macilento en vida y desfigurado ahora por la muerte la respuesta a su pregunta sobre el porqu de aquella guerra sangrienta? Y qu haba sido de la esposa del ministro y de los hijos de ste, acerca de los cuales haba dicho el propio Goebbels que su deber era quitarles la vida? Pens que no era necesario preguntar a Naumann. Aquel rostro plido y aquella mirada extraviada eran demasiado elocuentes para venir ahora con preguntas. De manera que a usted le importa un bledo? Naumann no respondi. Dgame usted, Naumann... dijo Fritzsche, omitiendo el tratamiento de seor subsecretario, dgame usted, Naumann, desde cundo se ha dado usted cuenta de que Hitler y Goebbels nos llevaban a la ruina? De qu sirve ese sangriento eplogo? Ha olvidado usted que, en su misma presencia, Goebbels me prometi repetidas veces que esta lucha no tendra este final? Ahora no tengo tiempo para discutir. No tena tiempo para ello. Estaba cubierto de un fro sudor. Fritzsche se percat de que Naumann estaba posedo de un pnico irreprimible. Pues, igame usted: como paisano estoy dispuesto a comenzar las negociaciones para capitular. Estoy convencido de que al explicarles al situacin, todo el mundo, soldados y oficiales, secundar mi actitud. Debemos intentar romper el cerco! 208

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Prolongar la espera? Ms vctimas? La Potsdamer Platz es un campo de ruinas. Soldados, mujeres y nios estn pegados a las paredes de Pschorrbrau. Prolongar la espera para que se pueda continuar fusilando y ahorcando a ms hombres? Para que los fanticos del "Werwolf" continen regando las calles con ms sangre? Fritzsche puso una condicin: Slo en el caso de que Bormann, en su calidad de jefe del "Werwolf", d la orden de que los miembros de la organizacin suspendan su actividad, pues esa lucha la pagara el pueblo. De acuerdo: durante tres meses no actuar el "Werwolf". No; el "Werwolf" debe suspender su accin para siempre ms y necesito la conformidad de Bormann. Pues venga usted conmigo al Bunker.

Un fiel hsar quiso hogao a una joven durante un ao. Un ao y algo ms pas y el amor se eterniz.
Aqu, sin embargo, el amor y muchas otras cosas se haban terminado. As lo vio y as pudo comprobarlo. Anda, levntate, puerca. Vas a quedarte toda la vida tumbada? Aquellas palabras no iban dirigidas a la novia de un hsar, sino a una esbelta y bien peinada mujer que, completamente borracha, gritaba en una esquina: Djame, "Fritz"; no quiero ms! Y el "Fritz", que era un oficial de las S.S., replic: Nosotros nos vamos; si no quieres venir con nosotros, te meto ahora mismo una bala en la cabeza. Era un dilogo de amor. Los proyectiles que caan sobre el caparazn de cemento armado producan un sordo rumor en la habitacin. El oficial de las S.S. se sac la pistola, pero luego pareci pensrselo mejor y, de un brinco, se encaram sobre la mesa, dispar contra el techo y grit: A callar todo el mundo! Atencin! Que cada cual contine como hasta ahora! Todo el mundo estaba bebido. Continuar como hasta entonces significaba continuar bebiendo, comiendo y fumando sin parar. Estaban medio tumbados sobre los sillones. El suelo estaba cubierto de alfombras y numerosos cuadros y espejos colgaban de las paredes. Los cuadros estaban enmarcados en marcos de oro y las telas haban sido oscurecidas por el tiempo. Seguramente eran cuadros robados del Louvre o del Rijksmuseum de msterdam. Sillones confortables, cuadros, lmparas. Y mucho ms: sobre las mesas haba botellas de vino, coac, licores, y tambin haba chocolate, dulces, panecillos, salchichn y jamn. Jauja! Un conjunto de rostros patibularios. El techo presentaba varias grietas. A veces caa yeso y polvillo, que se posaba sobre los uniformes de los S.S. y caa en las copas. Una lmpara de alabastro se derrumb. Aquello s que eran 209

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realidades a las que uno poda atenerse, pero nadie haca caso de ellas. Nada de todo aquello tena la menor importancia para aquella gente. Nadie tampoco se preocup de l ni de sus acompaantes, dos hombres que trajo del ministerio de Comunicaciones Areas, y que tena que entregar en el Bunker. Los dos, que haban sido detenidos en la Prinz-Albrecht-Strasse, tenan los ojos desmesuradamente abiertos. Aquello era "Jauja", aunque muy a menudo se oyera un lejano estrpito y no cesara un extrao runruneo. Despus de Luckau y Tempelhof, despus de la disputa en el tranva con aqul estpido comandante y las dificultades que tuvo que vencer en la Lindenstrasse y los apuros que pas luego para llegar al ministerio de Comunicaciones Areas; despus de todo aquello, slo le faltaba este espectculo de ahora. Hasta el ministerio haba llegado, arrastrndose y disparando entre fuego y cenizas. Y all haba tenido que hacer lo que los dems: salir cargado de granadas, arrojar la carga y volver a entrar, para en seguida salir de nuevo y entrar precipitadamente... En la calle estallaban balas de todos los calibres y se arrastraban soldados, marinos y chicos de la Juventud Hitleriana. El desorden no poda ser mayor y uno no saba si arrojaba las granadas contra los rusos o contra los alemanes. En el interior del edificio, los hombres iban y venan como locos de un stano al otro. En uno de sus viajes se haba quedado a descansar. Estaba rendido, pero tambin quera ver lo que en realidad suceda all dentro. Pero apenas se haba sentado en un rincn cuando ante l surgi un oficial de las S.S. Qu haces aqu? Mi grupo est all. No me importa. Sabes qu es esto? le pregunt al tiempo que le mostraba una pistola. Pues si no nos acompaas a la Cancillera vas a ver qu ruido hace. Esa fue la amable invitacin que le hicieron. Al pasar junto a la prisin que la Gestapo tena en la Prinz-Albrecht-Strasse le encargaron que condujera a dos detenidos. Si alguien le hubiera preguntado qu es lo que haca en aquel lugar no hubiera sabido qu responder. Pero cada cual estaba demasiado ocupado consigo mismo para entretenerse en hacer preguntas a los dems. Cada cual trataba de huir de la realidad, cosa que se consegua a base de coac, ginebra o cointreau, y cuando ya no podan beber ms se quedaban mirando las puntas de sus botas o permanecan con la mirada fija en un punto cualquiera del techo y siempre tumbados sobre los sillones ensayaban las ms extravagantes posturas. Otra vez a escaparse! Pero seguramente la salida sera mucho ms difcil que la entrada. Los dos hombres cuya vigilancia le haban encomendado constituan ahora un nuevo problema. Al mirarlos de nuevo le pareci que aquellos rostros le eran conocidos y crey que los haba visto en la posicin del Landwehrkanal. Por otra parte no senta el menor deseo de convertirse en su carcelero y, en realidad no le importaba que se escaparan cuando quisieran. Cuando el sargento Loose estaba considerando su situacin apareci el oficial de las S.S. que le haba obligado a acompaarles hasta la Cancillera. Vena acompaado de unos detenidos que se haba trado de la prisin de la Gestapo. El oficial se acerc a un jefe de brigada cuyos pantalones estaban a punto de caer. Se presenta un grupo de la Gestapo con seis detenidos. La retirada se ha 210

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efectuado sin contratiempos ni heridos. Diecisis hombres de refuerzo. Refuerzos: lo que faltaba. Loose cont los hombres: eran quince. Slo al cabo de un momento cay en la cuenta de que el oficial tambin le haba contado a l. Ms combates! No importaba que los recin llegados procedieran de la prisin de la Gestapo. De pronto, fueron recibidos como antiguos camaradas. Se les invit a sentarse y se les permiti beber, comer y fumar cuanto quisieran. Dentro de poco se producira la cada en la nada. Mientras tanto el jefe de la brigada orden que los recin llegados recibieran "raciones de hierro" para tres das y luego les mand que estuvieran preparados para acudir en refuerzo de sus camaradas. Pero las cosas sucedieron de otro modo. Haba terminado la poca de los refuerzos. Loose se fij en unos recin llegados. Entre ellos haba un tipo de pequea estatura, rostro delgado y gran nariz, junto al cual se haba arrojado varias veces al suelo durante su camino hacia la Cancillera. Era el subsecretario Naumann. Junto a l estaba Fritzsche y otros seores del Ministerio de Propaganda. Y tambin estaba el teniente Splge, que como los dems entr en el restaurante que haba en los stanos de la vieja Cancillera. Naumann cambi algunas palabras con el jefe de brigada. Se trataba de Fritzsche, de conseguir una entrevista de este con Bormann. Fritzsche fue invitado a tomar asiento y a aguardar. No tuvo que esperar mucho. Naumann regres en seguida y le condujo hacia el jardn de la Cancillera. Algo ocurra all; el "Propagandafritzee" pareca haber perdido el apego a la vida. Algunos de los concurrentes salieron de su ensimismamiento. Y muchos, para no perderse el espectculo que se preparaba, se levantaron y siguieron a Naumann y a Fritzsche al jardn. El jardn pareca un paisaje lunar. Haba all un crter junto a otro, la tierra estaba completamente removida y en aquellos momentos se levantaba, de vez en cuando, un surtidor de tierra y piedras. Junto a los lavaderos ardan los restos de un fuego. Naumann y Fritzsche y sus acompaantes avanzaron pegados a la pared. En un hueco de la misma les esperaba un hombre piernicorto que vesta uniforme de las S.S. Era Martin Bormann. Una rpida conversacin. Fritzsche formul su peticin. Y no sucedi nada. No sali ninguna pistola ni fue llamado un piquete de ejecucin. Bormann hizo un gesto para que se acercaran los oficiales de las S.S. y los paisanos del ministerio de Propaganda e incluso el sargento Loose, que tambin se haba asomado al jardn. Levant la voz: Escuchad, hombres, vosotros sois mis testigos! Ordeno que se suspenda la accin del "Werwolf". No debern proseguir las sentencias de muerte. Queda disuelto el "Werwolf"! Martin Bormann, pues, acababa de traicionar a su seor, y para salvar su vida haba hecho caso omiso de la voluntad de su antiguo jefe. Al regresar, Loose se detuvo un instante junto al fuego que arda al pie de la pared del lavadero. Crey reconocer la figura de un hombre y de una mujer. Un hombre y una mujer cuyos restos acababan de ser consumidos por la accin 211

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de las llamas. Un golpe de viento hizo vacilar el fuego que bailaba sobre un rostro anguloso. Alguien se acerc a Loose. Era un teniente. Ests rezando? No. Por qu? Ese s que lo necesita. Quin es? No reconoces este rostro? Y, de pronto, Loose reconoci aquel perfil rodo por las llamas. Mil veces haba visto aquel rostro fotografiado en los peridicos y en los carteles y hojas de propaganda. Pero como no le importaba lo que all pudiera haber sucedido, dio media vuelta y continu su camino. El fuego estaba a punto de apagarse. Nadie se acercaba a avivarlo. Todo el mundo tena otras ocupaciones. Aquellos cadveres no seran totalmente destruidos como los dos que veinticuatro horas antes haban ardido en el patio del Bunker y cuyas cenizas haban sido cuidadosamente aventadas. El aspecto del restaurante del Bunker haba cambiado por completo. Los sillones estaban vacos. Gran agitacin. Los hombres cargaban y volvan luego a vaciar sus mochilas. Equipaje ligero y zapatos ligeros: tendremos que correr! Atravesaremos el Tiergarten, pasaremos junto al Bunker del Zoo, avanzaremos por el puente Pichelsdorfer y nos dirigiremos hacia Spandau. Pero si eso es imposible! Era imposible. La clsica ruta que haban seguido tanto Boldt y Loringhoven cuando fueron en busca del ejrcito de Wenck, como los correos y emisarios a quienes se haba entregado copias del testamento de Hitler, estaba cerrada. Las ametralladoras rusas estaban emplazadas en la puerta de Brandenburgo. La bandera roja ondeaba en la cpula del Reichstag. El camino hacia Havel haba quedado interrumpido. Atencin todo el mundo! Saldremos en grupos de a tres. Llegaremos a la estacin de la Wilhelmplatz a travs de stanos y tneles. Desde all hasta la estacin de la Friedrichstrasse iremos por las vas. Luego, en el puente Weidendamm, nos uniremos al grupo de Mohnke. Tendremos que abrirnos paso hasta Moabit. Luego que cada cual se las componga como pueda. Nos reuniremos en el nuevo Cuartel General alemn en Pin, en Schleswig-Holstein. El sargento primero de la prisin de la Gestapo se acerc a Loose y a los antiguos presos, que estaban pegados a la pared. Un extrao destino los haba conducido hasta aquel lugar, despus de haber visto cmo sus compaeros de crcel eran sacados de sus celdas y asesinados en los pasillos de la prisin. Eran seis, los ltimos seis hombres que quedaron con vida en la prisin de la Prinz-Albrecht-Strasse. Daos prisa! Nos marchamos en seguida dijo el sargento mayor de la Gestapo. Yo no; sta no es mi unidad repuso Loose. No tenemos papeles dijo uno de los presos. Sin documentos no podemos ir a ninguna parte. Mejor ser que nos quedemos aqu concluy otro. Qu sucedera? Seran los presos fusilados en el ltimo minuto? La estancia se fue despejando. Hombres y mujeres se apiaban junto a la puerta. 212

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El sargento primero de la Gestapo apenas poda tenerse en pie. Su aliento ola a alcohol. Busc al jefe de brigada, pero no dio con l. Qu deba hacer con aquellos seis hombres? Matarlos? Dnde estaba el jefe de brigada? Sin orden del jefe de brigada no poda disparar. Haced lo que queris! grit de pronto. La Cancillera va a ser dinamitada y vosotros, si os quedis aqu, volaris por los aires! dijo, y pareci sentirse ms aliviado. Tontera! murmur un joven oficial, al tiempo que se quitaba la mochila y se sentaba sobre ella, junto a un grupo que no pareca muy decidido a abandonar la Cancillera. Algunos sillones estaban ocupados por muertos y heridos. Cinco muchachos de la Juventud Hitleriana estaban tumbados sobre un montn de paja, y sobre una mesa yaca una joven de la Asociacin de Muchachas Alemanas. La joven tena una herida en el costado derecho y lloraba y deca que no volvera a ver Heilbronn. Entraron nuevos visitantes. Era una patrulla de la Wehrmacht. Uniformes rotos y rostros cubiertos de polvo. Miradas ausentes. Las botellas y la comida que haba sobre las mesas parecieron volverles a la realidad. Cayeron sobre las bebidas y los bocadillos, gritaron, dispararon sus armas contra los espejos y el techo. Y al cabo de unos momentos volvieron a desaparecer. No era aquella la patrulla ms conveniente para salir de la Cancillera. Pero haba que escapar de all! Los presos se haban escabullido. Loose sali del restaurante tras el ltimo soldado y vio cmo los soldados se arrastraban, se metan en un crter tras otro y desaparecan entre los enormes montones de ruinas de un edificio vecino. En el Bunker pareci como si tras el fabuloso alboroto un dedo invisible hubiera detenido todos los relojes. Los muchachos de la Juventud Hitleriana se quejaban dbilmente. La muchacha de la herida en el costado haba acabado de sufrir. Los dems los cadveres que yacan sobre los sillones parecan mscaras abandonadas. Ha llegado el momento dijo uno de los cuatro hombres que todava quedaban en el restaurante. El hombre se levant y estir su uniforme. Los dems hicieron lo mismo. Durante un momento permanecieron inmviles junto a la mesa, como si de pronto se hubieran convertido en soldados de plomo. Luego miraron a su alrededor: las mesas, los sillones, la puerta y la escalera. Y descubrieron a Loose, que estaba agazapado en un rincn de la estancia y aguardaba el momento oportuno para salir de all. Los cuatro se adelantaron, se pusieron en fila, uno al lado del otro. Acrcate! Haz como nosotros! Qu? pregunt Loose. El Fhrer ha muerto. Le hemos rendido los honores de rigor. Ahora se acab! Una orden y las pistolas salieron de sus fundas. Cuatro disparos sonaron al mismo tiempo. Los hombres cayeron como marionetas. Era increble y lo ms increble de todo era que uno de los cuatro hombres continuaba en pie con la pistola en la mano. El joven oficial que a ltima hora haba desistido de salir con el grupo de Bormann. Haba disparado al aire y ahora lloriqueaba y deca: No, no, no...; no quiero. Todava no me he vuelto loco. Slo tengo diecinueve aos. Qu haces aqu? le pregunt de pronto a Loose. 213

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Quiero marcharme! Yo tambin. Loose comprendi que la compaa de aquel tipo todava le convena menos que la de los exaltados que poco antes haban irrumpido en el Bunker. El joven oficial ech una mirada a su alrededor. Ruinas. Embudos. La parte central del ministerio de Propaganda se haba hundido. El Palais Leopold apareca envuelto en llamas. El mismo espectculo que en Brest. Si hubiera cado all! Si hubiera cado en las Ardenas! Pero as, de esa manera, no quiero morir! Brest, las rdenas, quiz el Alamein... El mundo se haba ido encogiendo hasta quedar reducido a aquel espacio de la Wilhelmplatz. A m tanto me da dijo Loose. Y la verdad es que no me sirves de nada. El joven pareca no quererse separar de l y Loose no tuvo ms remedio que volver hacia atrs, pues le pareci que las revueltas estancias de la Cancillera no seran un asilo que agradara al oficial. Y aunque estaba harto de ver escaleras llenas de cadveres y jefes de las S.S. borrachos, se volvi hacia la Cancillera. Conoca de sobras el camino del jardn. Avanz pegado a una pared y se refugi en un entrante de la misma. De repente se encontr rodeado de fuego. Pretender atravesar el fuego equivala a una muerte segura, pero quedarse all, entre las ruinas del Bunker... no era nada esperanzador. Caer prisionero de los rusos? Tiempo atrs haba deseado caer prisionero. Pens entonces que aquello hubiera sido como una vuelta a la patria socialista. S; la patria... Haba pasado mucho tiempo y todava vea las flores de saco y la perspectiva de los campos envueltos en una ligera niebla, y oa las voces de los estudiantes de Leipzig y de los noctmbulos de Hamburgo. No; hara todo lo posible para no caer prisionero. Tremendo dilema: aqu est la tumba y all aguardan unos fantasmas mucho ms horribles que los nichos del Bunker. Hacia dnde debe uno dirigirse? Dios del cielo..., Stalin todopoderoso, por qu son todos los caminos tan inciertos y por qu no hay ninguna luz hacia donde uno pueda orientarse? No se puede pasar: es imposible! Uno de los hombres que marchaban en vanguardia inform a Fritzsche acerca de lo desesperado de la situacin. Haban llegado hasta all pasando de un stano a otro y caminando y arrastrndose sobre ruinas, utensilios de cocina, cascos y desperdicios. Junto a las paredes haba muchos soldados muertos. Luego, tras la estacin Schacht, haban caminado a oscuras, con el agua hasta la cintura, pisando maletas y cadveres. Aquello haba sido la primera etapa y muchos ya se haban vuelto atrs. Luego vino el final. En Unter den Linden fue deshecha una pequea unidad de infantera de marina y ningn oficial quiso asumir el mando de los que quedaron. Por todas partes se vean coches incendiados. La Friedrichstrasse no poda ser atravesada. Ni una rata hubiera llegado con vida de una acera a la otra. No haba ninguna posibilidad de xito. nicamente 214

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quedaba la solucin de morir como un soldado. Y eso ya lo haba dicho yo antes termin Fritzsche. Aquello ya lo haba dicho, tras haber hablado con Bormann, a la gente que se hallaba en los stanos del ministerio de Propaganda. Y haba aconsejado que nadie se moviera de all. Crea que los soldados, policas y combatientes en general que luchaban en el interior de la ciudad y que sumaban unos diez mil hombres aceptaran su orden de capitular y curs la orden a los grupos que luchaban en los alrededores del Bunker. La orden de capitulacin lleg hasta lo ms profundo del Bunker, donde, sentados alrededor de una mesa, se hallaban el ltimo ayudante de Hitler, general Burgdorf, Krebs y Schedle, que no haba podido tomar parte en el intento de salida por estar herido en el pie derecho. De manera que el "Propagandafritze" quiere capitular. Burgdorf mir fijamente a Krebs, pero ste estaba como ausente y ya nada poda afectarle. Era un mueco con las mejillas pintadas de color rojo. Permaneca inmvil, sin pestaear. Schedle bebi otro vaso y no hizo ningn comentario. Burgdorf se volvi hacia otro lado en busca de alguien que le ayudara. Se fij en el representante del SD y le grit: Andando, que hay trabajo! Los otros le miraron con ojos vidriosos. El representante del SD estaba ms muerto que vivo, pero se levant y sigui al general Burgdorf. Subieron las escaleras, salieron a la calle y, sin reparar demasiado en las esquirlas que llovan a su alrededor, llegaron a la otra acera. Dnde est el seor Fritzsche, que quiere capitular? Fritzsche se haba retirado y en aquel momento dictaba una carta para el mariscal Zukov, que un intrprete escriba. La figura del general Burgdorf qued enmarcada en la puerta. Sus ojos centelleaban como antao centelleaban los ojos de su Fhrer. Quiere usted capitular? S; en este momento estoy escribiendo una carta al mariscal Zukov. Entonces debo fusilarle. El Fhrer ha prohibido en su testamento que se capitulara. Debe combatirse hasta el ltimo hombre. Y tambin la ltima mujer? La mano con que Burgdorf empuaba la pistola se levant demasiado. El disparo hizo un agujero en el techo. Un tcnico del ministerio apart sin esfuerzo al representante de la SD y, en el momento preciso, empuj la mano de Burgdorf hacia arriba. El rostro del general se ti de rojo. Pareci que Burgdorf iba a sufrir un ataque. Se le quit la pistola. Burgdorf fue empujado hacia afuera como si se tratara de un armario pesado. Luego continu solo, tambalendose. Era vergonzoso... La pistola haba fallado en su mano. El hombre que, en su calidad de verdugo, haba ascendido por orden del Fhrer a los ms altos puestos del ejrcito y que en las cercanas de Ulm haba conminado al mariscal de campo Rommel a que se tragara una cpsula con veneno, daba ahora sus ltimos pasos. Todava le quedaba otra arma. Sus compaeros, que continuaban sentados a la mesa, no haban de verlo ms. Y camino del Bunker se descerraj un tiro.

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Eran las tres de la madrugada. El rojo color del cielo se hizo ms plido y adquiri una tonalidad de flor de loto. El cielo tiene un delicado color de flor de loto. S, y el seor Krebs tiene el color del vino de Oporto, y el rostro de Burgdorf es oscuro como la sangre de caballo y el del seor Fritzsche es amarillo como la paja. Y t, t, t... T deberas ocuparte de otras cosas en vez de pensar en las tonalidades del cielo. S; es verdad, Leonore. Y deberas tomar una determinacin, Vicco. Esta noche han sido tomadas muchas determinaciones y, creme, Leonore, todas han sido equivocadas. Pero, qu vamos a hacer? Todo el mundo ha desaparecido. All enfrente no ha quedado ni una rata. S; entonces es hora de que nos marchemos. Cllate! Ves? Qu? Dnde? All! Vicco Splge y Leonore Stassen se hallaban entre las ruinas del Kaiserhof. Todava era oscuro, pero no tanto que no se pudieran distinguir unos bultos que, arrastrndose como gatos, se iban acercando al edificio de la nueva Cancillera. La puerta estaba interceptada con sacos terreros. Y los bultos se introdujeron por una ventana abierta. Un hombre se apoy en la pared y los dems se encaramaron a su espalda para llegar a la ventana. Splge cont seis sombras. El de la pared haca siete. Luego se acerc otro grupo de siete hombres ms. Y luego apareci otro grupo ms. De pronto se produjo un gran silencio. Callaron las armas. Un solo disparo de pistola rompi al cabo de unos momentos aquel silencio de muerte. Luego no se oy nada ms. Son rusos dijo Splge. Ha llegado la hora de marcharse de aqu. Cogi a Leonore de la mano y la condujo con cuidado entre las ruinas hacia la trinchera que corra en direccin a la Mauerstrasse.

RUSOS EN LA CANCILLERA
Alguien ms oy el disparo de la pistola y al orlo se acord de cierto paisaje y le pareci or las voces de los trasnochadores hamburgueses y de los estudiantes de Leipzig. Loose no haba podido salir todava de donde estaba y continuaba cercado, entre escombros y sacos terreros, con la espalda pegada a la pared de la Cancillera, cerca del antiguo cuarto de trabajo de Hitler. No poda dudar ni un momento ms. Se aventur hacia el jardn. Tena que alejarse de aquel lugar. Tena que alejarse como fuere. El jardn estaba lleno de embudos. Salt en uno de ellos. El embudo tena unos dos metros de dimetro, sus paredes eran de cemento armado y no tena fondo. Y Loose cay en un

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pasillo. Era un largo y oscuro pasillo subterrneo, por el que corra agua. Aquel pasillo slo poda conducir hacia el lugar de donde vena. Pero no poda retroceder. El agujero del embudo por el que haba cado se encontraba en el techo y era imposible encaramarse hasta l. El primer hombre que se encaram a la espalda del soldado rojo apoyado a la pared y que antes que nadie entr por la ventana de la Cancillera era August Gnotke. Tras haber acompaado hasta la estacin de Potsdam a la muchacha del "Werwolf", despus de haber estado algunos das yendo y viniendo entre los dos frentes, volvi a atravesar el Spree y se incorpor a su unidad. Cerca de la puerta de Kottbuss vio a un soldado rojo, le llam y juntos fueron al comandante de la unidad, que inmediatamente le destin a una seccin de la NKVD. Tuvo que prestar declaracin en un puesto instalado en la Gitschiner Strasse y luego fue nuevamente interrogado en Treptov y en seguida se incorpor a su nueva unidad. Haba pocos planos de Berln, y muchas calles, que se haban convertido en inmensos montones de ruinas, apenas podan ser reconocidas, por lo que cada seccin tomaba al primer gua que se le presentara. El frente de combate corra entonces desde la Halleschen Tor hasta la Potsdamer Platz y llegaba luego, a travs de una docena de calles laterales, hasta el mismo centro de la ciudad. El grupo de combate de Gnotke se movi con absoluta independencia. El grupo estaba compuesto de veintin hombres, mandados por el teniente coronel Judanov. Los soldados de Judanov avanzaron por la Saarlandstrasse, que estaba llena de coches abandonados, tanques inutilizados, caballos muertos y cadveres de soldados. Pasando luego de un stano a otro llegaron al Hotel Excelsior y de all, tras atravesar el gran recibidor del Hotel, que haba sido convertido en establo, por los stanos de la prisin de la Gestapo, a la Prinz-Albrecht-Strasse, llegaron a una calle desierta y se encontraron ante la Cancillera, cuya entrada estaba interceptada con un montn de sacos terreros. Durante el trayecto, Gnotke se vio obligado a asomarse el primero por cada agujero, y al llegar a la Cancillera tambin fue el primero que entr por la ventana. Se encontr en una estancia de regular dimensin. Los soldados que entraron tras l abrieron cuantos cajones encontraron y se llenaron los bolsillos de Cruces de Hierro y otras medallas y emblemas. Le empujaron de nuevo y alcanz un gran vestbulo. El aspecto de todo aquello era muy parecido al que ofrecan los stanos de la Saarlandstrasse. No se vea a nadie. El suelo estaba lleno de cascos, bateras de cocina, mochilas y cadveres. All haba ms cadveres que en ninguna otra parte. En un ngulo del vestbulo se vea una puerta. Gnotke abri la puerta y de pronto se encontr frente a un soldado que le encaon un arma. El soldado, que tena el dedo ndice puesto en el gatillo, se qued mirando. (Gnotke todava vesta uniforme alemn y continuaba con la venda en la cabeza.) Un soldado ruso dispar su metralleta contra el alemn, que cay al suelo. Aquel fue el disparo que haban odo Splge y Leonore Stassen y que hizo salir de su rincn al sargento Loose, que, a travs del embudo del jardn de la Cancillera, cay en un pasillo del Bunker. El teniente coronel Judanov ech una mirada a su alrededor. Haba visto muchos muertos en su camino de Krupki a los bosques de Rusia Blanca y tambin haba visto muchos en Polonia, pero en ningn sitio 217

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haba visto tantos cadveres apiados en un espacio tan reducido como aqul. Haba all, tumbados sobre el suelo y sentados en las butacas, muchos suicidas que pocos momentos antes se haban quitado la vida. Los heridos haban sido trados de la calle y estaban arrimados a la pared, uno sobre otro, como si fueran maderos. Pareca que en la cueva de Hitler haba quedado una dotacin de cadveres. Pero Serov no le haba mandado all para contemplar aquellos cadveres. Tena que continuar hacia abajo, ms adentro. Haba que encontrar el camino que conduca a lo ms hondo. Se encontraban en una estancia de techo alto. La tapicera de las paredes estaba totalmente arrancada, el suelo apareca cubierto de guijarros y a travs de una ventana se descubra un campo de tierra revuelta y que en el mapa figuraba como un jardn. Se encaramaron por la ventana y buscaron otra entrada. Ms muertos. Muchos de ellos parecan haber sido enterrados y vueltos a desenterrar por la accin de los caonazos. La luz de una lmpara cay sobre el rostro de un cadver. Estaba quemado y a su lado haba el cadver de una mujer. Un soldado descubri luego el boquete de un caonazo a travs del cual se distingua un pasillo subterrneo. Arrojaron unas bombas en el agujero. Llamaron a Gnotke: Daway! A la cueva! Gnotke se meti en el embudo, se agarr a los bordes del mismo y se dej caer al pasillo. La luz de unas lmparas de bolsillo ilumin el corredor. Unos fusiles apuntaron desde arriba para protegerle. Gnotke pens que, iluminado como estaba, ofreca un inmejorable blanco a quienes todava estuvieran all dentro. Le pareci que algo se mova al fondo del corredor. Baj un soldado y dispar una rfaga a lo largo del corredor. Un relmpago de color azulado y un ruido ensordecedor y un prolongado eco. Y, sin embargo, a pesar del silencio que sigui a la descarga, un hombre se encontraba a pocos pasos de ellos. Era Paul Loose, que no haba tenido tiempo de salir del Bunker. Loose haba odo llegar a los soldados junto al embudo del jardn y su corazn repic con tal fuerza que le pareci que los otros le haban odo a su vez. Se vio perseguido por la luz de una lmpara de bolsillo. Corri por el pasillo. Avanz unos treinta metros. De pronto oy el estampido de unas bombas de mano. No; no disparaban contra l; trataban de ensanchar el boquete para deslizarse al corredor. Luego oy pasos. Volvi a correr. Corri a travs de pasillos desiertos, tomando la primera direccin que se le antojaba. Una puerta blindada. Claro: all no poda haber ninguna puerta de madera. Todas las puertas tenan que ser blindadas. Aquello era como una pesadilla. Y como en un sueo, la puerta cedi en el ltimo momento. Los perseguidores que no eran perseguidores, pues ignoraban su presencia, avanzaban despacio, con cuidado, pero sin detenerse. Y el corredor era estrecho y no haba ms salida que aquella puerta blindada, de reflejos metlicos, a ambos lados de la cual haba dos centinelas. La puerta slo estaba ajustada. Eso lo descubri cuando se atrevi a empujarla. La puerta cedi en seguida, suavemente, y se abri sin hacer el menor ruido. Y los centinelas parecieron no reparar en l. Uno tena la cabeza ladeada hacia la pared y el otro tena el mentn hundido en el pecho. Ya no les importaba que pasara un oficial de las S.S., un muchacho de las Juventudes de Hitler, el sargento Loose o los rusos. 218

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El sargento Loose atraves la puerta, descendi unas escaleras, y lleg a una cocina en la que todava arda el cabo de una vela. La cocina estaba llena de cacharros sucios, platos con comida, vasos a medio llenar, cigarrillos. Tambin haba all un cocinero muerto. Loose sigui pasillo adelante. Una hilera de puertas. Eran habitaciones con dos o tres camas cada una. En todas partes se oan dbiles quejidos. Idiota: hubieras debido cerrar la puerta blindada. Slo tenas que apretar un botn y tus perseguidores hubieran quedado encerrados. Pero ahora ya era demasiado tarde. Sus perseguidores haban bajado la escalera y estaban en la cocina. Oy cmo arrojaban los platos y los vasos contra el suelo y las paredes. Tena que seguir adelante, adelante... Encendi una cerilla, pues la oscuridad era completa. Entr en una estancia de grandes dimensiones, en la que, al igual que en las estancias del piso superior, todo estaba revuelto. Dnde estaba la gente? Estaban vivos o haban muerto? Haba quedado alguien con vida en este mundo subterrneo? No; seguramente no. Aunque estuvieran sentados a la mesa y aunque ante ellos hubiera platos con comida y copas a medio llenar, estaban muertos. Adems, aquello poda ser una apariencia. Se haban acabado los generales y los oficiales de las S.S. y los jefes de mejillas sonrosadas y blancos dientes. Pero, hombre, Paul, ocpate de otras cosas. Y al cabo de un instante tuvo, efectivamente, otra preocupacin. Lleg el momento en que, sin un tomo de vida en el cuerpo y como liberado de todo espanto, qued pegado a la pared como si slo fuera un trozo de yeso ms. La luz de una lmpara elctrica atraves la escena. Unos hombres entraron en la estancia. El plato de sus viseras era flojo y a veces caa ladeado... Entraron cinco, seis, siete soldados. Siete soldados y un oficial. Loose qued materialmente pegado a la pared. Siete hombres y un oficial. Uno de ellos llevaba guantes y pareca ser el ms loco de todos. El de los guantes blancos empuj a uno de los fantasmas. El fantasma lade la cabeza y al cabo de un instante cay al suelo como si fuera un saco de patatas y ya no se movi. Muertos y ms muertos; all no haba ms que muertos. El teniente coronel Judanov pens en Serov. No poda llevarle uno de aquellos perros muertos. Haba llegado demasiado tarde, con un retraso de un par de minutos. Sobre la mesa haba trozos de pan recin mordisqueado. En las tazas, el caf todava estaba caliente. Pero los comensales no se movan: se haban quedado sin sus negras almas. Uno de ellos, sin embargo, lanz un dbil ronquido. Judanov se acerc a l, lo levant, lo zarande y le mir en su vidriosos ojos. Demasiado tarde... El cadver fue lanzado al suelo. Las claveteadas botas de Judanov aplastaron el rostro del cadver. Un moribundo fue trado de una de las habitaciones. No pudo pronunciar ni una sola palabra. Fue pisoteado por los soldados. Judanov sacudi a otro comensal y nicamente consigui arrancarle el alma del cuerpo. No poda devolver la vida a aquellos muertos. Sinti una tremenda clera contra ellos. Fue de un lado a otro de la estancia y comenz a abofetear a los muertos. Los muertos caan de sus sillas y todos, aunque en vida hubieran sido el general Krebs o el general Schedle, jefe de la guardia personal de Hitler, eran aplastados por las botas de Judanov y los 219

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veintin pares de botas de los G.P.U. que le seguan y que se encargaron de destrozar aquellos rostros hasta hacer imposible su identificacin. La luz de la lmpara de bolsillo de Judanov se detuvo un momento sobre el fantasmagrico Loose, que permaneca pegado a la pared. Judanov estaba harto de aquella coleccin de fantasmas de ojos saltones y barbillas hundidas sobre el pecho. Estaba harto de ver muertos sobre el suelo, tumbados sobre sillones y apoyados en las paredes, unos con un arma en la mano y otros ms o menos abrazados a una mujer. Estaba harto. La luz de su lmpara continu hacia la derecha, pero en seguida volvi a retroceder. El pantaln de aquel sargento caa con una naturalidad impropia en un cadver. Todo cambi. Porque Paul Loose lo haba visto todo. Haba estado all, pero su espritu haba permanecido muy alejado de todo aquello. El Bunker y ciertas escenas vistas cuando su niez eran para Loose una misma cosa. Todo el inmenso pnico que hasta poco antes haba reinado en el Bunker estaba ahora cifrado en su persona. Al acercrsele el oficial de la G.P.U. estuvo a punto de perder el sentido. l no tena nada que ver con todo aquello; estaba all por pura casualidad. Quiso hablar y su boca se le qued abierta. Sus ojos quedaron sin luz. Oy una voz interior que le deca que todo haba sido un sueo, que estaba salvado y que para despertar nicamente tena que moverse. En lo ms profundo de la cueva son la rfaga de una pistola ametralladora. Botellas, vasos y platos volaron por los aires. Las balas agujerearon los sillones y los muertos. Trozos de yeso se desprendieron de las paredes. Aqu y all se levantaron espirales de polvo. Las lmparas de bolsillo dejaron de alumbrar. Los disparos produjeron un ruido demonaco, cuyo eco se fue multiplicando a travs de los corredores. El grupo de G.P.U. desapareci. Tumbados sobre el suelo, los soldados gatearon hacia el corredor. No tena sentido luchar contra fantasmas. Y mucho menos cuando los fantasmas tambin iban armados. El teniente coronel Judanov y sus hombres se refugiaron en la cocina. Judanov orden a un suboficial: Vuelva al "Excelsior". Que venga una compaa de refuerzos. Por fin, Loose consigui hacer un movimiento. Fue como si volviera a la vida. Lleg tambalendose a la cocina y cay a los pies de Judanov. Haba terminado la huida. Haba terminado la pesadilla. Pero el susto continuaba. Y la realidad era muy difcil de soportar. Quera decir: "Slvame! No tengo nada que ver con todo esto!" Pero no pudo articular palabra. Dnde est Hitler? Se ha escapado? Est en Argentina? pregunt Judanov. Pero sus preguntas quedaron sin respuesta. Aquel hombre se haba desmayado. Un mdico, un mdico! Por fin tena a un vivo. Loose volvi en s sin ayuda de nadie. Un sargento de la Wehrmacht. No llevaba el uniforme de las S.S. Eres fascista? Eres partidario de Hitler? No, no; no tengo nada que ver con todo eso! exclam Loose. Y explic que haba entrado por pura casualidad. Scate la guerrera y mustrame el sobaco!le orden Judanov, a pesar 220

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de que ni por un momento puso en duda la veracidad del sargento. Con aquel miedo de muerte reflejado en los ojos slo poda decirse la verdad. Mira este mapa! T sargento y entiendes. Qu es esto? Era un plano del Bunker. Muy bien; ahora slo nos queda aguardar a que lleguen los refuerzos. Mientras tanto puedes darte una vuelta por ah y traerme a alguien que est vivo. Llegaron los refuerzos. Estaban borrachos. Al no poder matar a nadie dispararon contra los muertos. Loose no se atreva a separarse de Judanov, quien no le haca demasiado caso. Recuerdas al pope de Krupki, Budn? Aquel santo del campo de trabajo. (Judanov se haba trado a su viejo compaero Budn) S, exacto respondi Budin; es igual que l. El plido rostro de Loose, en el que se reflejaba una mortal angustia, y su calva, circundada de largos cabellos, hizo que aquellos dos hombres recordaran el rostro y la tonsura del sacerdote polaco que tiempo atrs estuvo en el campamento de Krupki.

HABA LLEGADO LA HORA

El cielo tena el color de una amapola. El puente de Weidendammer, ltimo escenario del intento para romper el cerco rojo, tenda su curva de una a otra orilla del Spree al resplandor de los incendios. Los tanques alemanes haban irrumpido en las lneas enemigas por la parte norte del puente e incluso pudieron llegar hasta la esquina de la Ziegelstrasse. Pero al cabo de poco tiempo fueron detenidos y deshechos por un intenso caoneo y la gente que iba tras ellos qued dispersada en un santiamn. Erich Kempka, el chofer de Hitler, qued unos momentos sin sentido, se levant de nuevo y logr volver a la otra orilla, donde se escondi en una hendidura. All, en compaa de un grupo de mujeres eslavas, permaneci durante dos das. Algunos de sus compaeros llegaron hasta la estacin de Lehrter e incluso hasta la Alt-Moabit Strasse. Entre stos figuraba Naumann, el ltimo representante del ministerio de Propaganda, que pudo alcanzar el Elba y llegar hasta un campo de concentracin norteamericano. Otro grupo pas ante la estacin de Stettin y lleg hasta la Schnhauser Allee. All, mientras estaban en un stano, fueron capturados por una patrulla de soldados rojos que no sospecharon la pesca que acababan de hacer. Los rusos retuvieron a los hombres Mohnke, Baur, Rattenhuber, el jefe de la guardia personal de Hitler, y Guensche, el ayudante de Hitler y dejaron marchar a las mujeres, es decir, a Christian y Junge, secretarias de Hitler, y a la secretaria de Bormann. La seorita Manzialy, la cocinera vegetariana, fue pillada por un gigantesco ruso y

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nadie ms volvi a saber de ella. El rastro de Bormann, el responsable de aquella ltima salida, se perdi entre el puente Weidendammer y la estacin de Stettin. El cielo tena un color de amapola cuando, tras una larga marcha a travs de stanos, el comentarista de Radio Hans Fritzsche subi a la superficie de Tempelhof y se enter de que su propuesta de capitulacin no tena ningn inters para los rusos, pues el general Weidling, el ltimo comandante en jefe de la ciudad de Berln, haba negociado la capitulacin de la guarnicin de la capital. El cielo tena un color de amapola cuando un hombre y una mujer salieron de entre un inmenso montn de ruinas y contemplaron la larga y desierta Friedrichstrasse. Eran Vicco Splge y Leonore Stassen. Splge llevaba sombrero y bajo el brazo sostena una cartera. Era indumentaria de paisano. La muchacha todava vesta el uniforme de aviacin, pero en una mochila llevaba un ligero vestidillo, un pauelo de cabeza y un par de zapatos. Corriendo, arrastrndose, brincando y detenindose a veces, haban dejado tras s la Mauerstrasse y la Franzsische Strasse. Y ahora estaba ante la Friedrichstrasse. Aunque, en realidad, aquello no era una calle. De todo lo antiguo no quedaba ms que una revuelta masa de piedras y escombros. La Friedrichstrasse, sabes? Nunca fue demasiado hermosa, ni demasiado elegante, pues casi todo era imitacin. Pero s haba all un caf al lado del otro, y haba infinidad de restaurantes, de salas de baile y de cabarets. Y aunque las piedras de los edificios fueran piedras de imitacin, no por eso dejaban de lucir los escaparates. Mil tiendas bien provistas. Mucho ruido y gran agitacin. Por todas partes colgaban cortinas de color rojo, verde, azul y violeta. Aquel horrible color violeta. Porteros uniformados, y coches, y ta, ta, ta... Y aquello duraba hasta las cinco de la maana. Y cuando la luz del da comenzaba a brillar sobre los tejados de las casas las jvenes ratitas de Berln iban a la ltima caza de algn provinciano al que slo hacan pagar luego veinte marcos. Recuerdas el aspecto que tena esta calle? No; ya no recuerdo nada, Vicco. Creo que nunca has sabido gran cosa. Pero a lo mejor hasta has ledo "La decadencia de Occidente", de Spengler. No; no lo consider necesario, pues siempre te tuve delante de m. Tienes razn. Una vez ms tienes razn. Splengler, y Ernst Jnger, y K. Zucker... y hasta ahora no he ledo las obras del doctor Albert Schweitzer. Es increble e inimaginable que en 1900 ya supiera tantas cosas y que en 1914 en medio de la selva africana describiera lo que ahora tenemos ante nosotros. Ruinas y basura y ningn ser viviente. Slo rastros de personas, fragmentos de personas. De quin era aquello? Alguien haba escrito aquellas frases. Y el que lo haba escrito no haba visto la Friedrichstrasse tal como ellos la vean ahora. Deberas leer ms de lo que lees. Qu es lo que debera? En aquel momento, la muchacha estaba mirando al interior de un restaurante. No haba quedado ms que unas delgadas columnas. Todas las tiendas haban quedado reducidas a escombros. No haba puertas ni ventanas y 222

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por todas partes poda verse hasta el corazn de las casas. El techo, un baldaquino de juncos, se balanceaba de un lado a otro y rozaba las mesas y quienes a ellas estaban sentados. Los comensales haban olvidado levantarse. La cajera haba olvidado dar vuelta a la manivela de la caja. Dios mo! Dios mo!... Volvi la mirada hacia una tienda de flores cubierta de escombros, y luego hacia una sastrera de hombres... La muerte reinaba en cada una de las tiendas. Qu dices que debera hacer? Leer ms de lo que lees. Deberas conocer a Spengler y a Schweitzer y quiz a Heidegger. Gracias repuso ella de un modo seco. Le lanz una mirada de reojo. Era un poco ms bajo que ella. Eran las dos nicas personas que haba en la calle. Quiz sera mejor que antes comenzramos a pensar de qu modo vamos a salir de aqu y hacia dnde conviene que nos dirijamos. "Destino, siempre te seguir a gusto, pues de no hacerlo as debera hacerlo con lgrimas en los ojos" cit l. Ya estoy harta. A tu lado acaba una por perder la razn. Ests a punto de perderla, por esto te conviene leer. Splge se detuvo ante una escalera que conduca a un stano. Conozco este cabaret. Ya me lo imagino. Deberamos bajar. Para qu? Pero si quieres, bajemos. La escalera estaba llena de escombros y no pudieron bajar. Splge saba que el local tena otra entrada por la calle lateral. Volvieron a subir y dieron la vuelta a la esquina. La entrada estaba llena de piedras. Se agacharon bajo una viga que pareca sostener todo el peso de la casa y llegaron ante un guardarropa sumido en la penumbra. Sobre el mostrador haba un telfono y a un lado se vea un cuadro en el que aparecan las figuras de dos contorsionistas, desnudas. Slo falta que ahora nos encontremos a Lola y a Yscha de la misma manera que antes. En el "Patzenhofer" hallamos a la seora Krause ante la mquina registradora. Lola, Yscha, la seora Krause: parece que aqu conoces a todo el mundo. Tener conocidos es parte de mi profesin. La profesin se ha acabado. Vuelves a tener razn. La profesin no era una profesin, era estar al servicio de la mentira. Splge no llevaba en su cartera ningn escrito que respondiera a la realidad de las cosas. Al diablo con todo ello! exclam. Abri la cartera. Documentos, artculos y sobres en los que figuraba impreso el rostro del ministro de Propaganda. "Llegan nuevos refuerzos"; "Donde el Fhrer est, est la victoria". Arroj los papeles entre la basura. Al diablo con vosotros y que no os vuelva a ver! Pero, qu va a suceder ahora? 223

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La pregunta era difcil y l no supo cmo contestarla. Ahora dijo debieras preocuparte en cambiarte el uniforme por un traje ms presentable. Mir si en el guardarropa haba algn traje para l. Leonore sac un vestido de su mochila y, despus de quitarse el uniforme, se lo puso. El vestido no era demasiado elegante, pero siempre resultaba mejor que el uniforme. Al salir del antiguo cabaret, l llevaba una guerrera de aviacin, un sombrero flexible y una cartera con un par de cajetillas de cigarrillos. Ya no tenan que caminar mucho ms. La Friedrichstrasse estaba completamente embotellada de coches medio destrozados. Entre los vehculos y dentro de ellos se vean restos de personas; un brazo, unas piernas. Junto a un volante, un rostro ennegrecido enseando los dientes. No mirar, no mirar! En la cuneta tambin hay un autobs con su horrible carga. Hay que pagar. El hombre a quien haba pertenecido aquel brazo medio enterrado entre la basura, haba pagado. Las mujeres y los nios que, cargados de maletas y paquetes, se apiaban en la estacin del "Metro", tenan que pagar. Y l? La estacin del "Metro" estaba llena de mujeres y nios. Y tambin haba un par de ancianos. Gente con paquetes, fardos y maletas. Splge y Leonore no se detuvieron. Descendieron las escaleras que conducan a las vas y avanzaron por el tnel en direccin a la Potsdamer Platz. Durante un trecho caminaron con el agua hasta las rodillas. De pronto, cuando ya andaban sobre seco, alguien dispar una rfaga de fusil ametrallador. Los disparos se multiplicaron en mil ecos. Volvieron hacia atrs y comenzaron a desandar el camino. Pero tambin en aquel lugar sonaron unos disparos. Se detuvieron. No saban hacia dnde dirigirse. Luego continuaron avanzando. Por fin llegaron a la estacin de Unter den Linden. Tambin aquella estacin estaba llena de gente con camas y paquetes. Splge encontr un nicho junto a la escalerilla que, desde las vas, daba acceso al andn. All se escondieron los dos. Una ametralladora pesada disparaba, cerca de la estacin, en Unter den Linden. Algunas balas chocaban contra los hierros de la estacin. Y era aquel un horrible ruido. La muerte se haba aposentado en la Puerta de Brandenburgo. La ametralladora ces de disparar. Se oyeron unos pasos. Ms salvas. Nuevo ir y venir. Sonaron unas voces. Los que hablaban no eran alemanes, sino extranjeros. Pasaron horas. El salchichn que traan en la mochila no saba bien y fue guardado de nuevo. Apenas encendido, el cigarrillo era arrojado al suelo. Splge no encontraba la palabra que en aquel momento deba haber sido dicha... Una larga espera. Transcurrieron horas. Y luego, de pronto, todo sucedi en un instante. No baj ningn ruso. Los hombres y mujeres que estaban apiados en la estacin se lo dijeron unos a otros. La orden se propag en un momento. "Que salgan los paisanos. Que salgan los de la Wehrmacht". "Destino, siempre te seguir a gusto, pues de no hacerlo as..." Ahora ya 224

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no era una cita, sino algo que responda a la realidad; era la necesidad que millones de berlineses aceptaban en aquel momento como algo fatal y haca que aceptaran como si se tratara de un fenmeno de la Naturaleza, las bajezas, las violaciones y la misma muerte. Pobres de aquellos que rendan las armas! Pero mucho ms de lamentar eran aquellos que las alzaban, pues con ello no hacan ms que remover el mal y provocaban ms vergenzas, violaciones y muertes, y la desgracia no solamente caa sobre ellos, sino tambin sobre sus mujeres y nios. Haba llegado la hora. La hora comenz con el ltimo caonazo y con el golpeteo de la ltima rfaga de ametralladora. Y era una hora que ola a muerte y en la que resonaban los gritos de las mujeres violadas. Era la hora en que todo comenz a deshacerse y en que la vida pareci dar la espalda a lo que Europa significaba, a las Tablas de la Ley, al zumo de las uvas, a los trovadores, a los pastos de Pomerania, al queso de Roquefort y a los elixires de los monjes y agricultores de Nussia, Fecamp y Cognac, y no slo a los libros de los padres de la Iglesia, sino tambin a los libros de los viejos cocineros franceses, y a las sopas italianas de pescado, a los quesos y a los vinos de Italia, a los cristales de Bohemia, a las campanas de Toledo; pues todo aquello era Europa. Y todo, todo, calidad de individualismo y cooperacin mundial fue puesto en cuarentena. El amn de las iglesias, las veletas de los tejados y el asfalto de las calles se convirtieron en algo que poda desaparecer, pues haba llegado la hora, una hora cuyo trmino no poda adivinarse, ya que era una hora que poda durar aos enteros y que tambin poda ser la ltima de todas. Splge fue empujado a lo largo de la calle o, mejor dicho, no fue empujado, sino que se encontr en medio de una corriente humana que de vez en cuando se detena y volva luego a avanzar. Voces extraas y disparos de pistola indicaban la direccin que deba seguirse. Anduvieron a lo largo de la Wilhelmstrasse y de la Leipziger Strasse. Eran unos barrios conocidos. Y no iba solo. Delante y detrs suyo, de uniforme o medio uniformados, con una americana o con un sombrero flexible, tal como haban sido hechos prisioneros, avanzaban miles de hombres, que luego haban de convertirse en millones. Muchos rusos les salan al encuentro, pero no venan en formaciones, sino que marchaban en completo desorden. Salan de los stanos cargados de sillas y maletas y saltaban de las ventanas llevndose relojes de pared y lmparas de pie. Rusos, mujeres rusas, vacas y cerdos. Y Leonore? Qu se haba olvidado de decir a Leonore? Qu era igual que una muchacha de trece aos, espigada y con trenzas? No, no haba podido decirle aquello, pues Leonore llevaba la cabeza cubierta con un pauelo y tena un aire ms decidido que nunca. Al llegar al ltimo peldao de la estacin del "Metro" de Schacht torci hacia la derecha y l tom el camino de la izquierda. Leonore haba obedecido la seal que el centinela ruso le hizo con la pistola. l se volvi para verla por ltima vez y un instante despus desapareci ella entre los grupos de mujeres y nios y los montones de maletas y paquetes. La columna lleg a la Potsdamer Platz. 225

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No quedaban rastros de aceras, vas, ni asfalto. Un paisaje lunar. Una estrecha calle bordeada de ruinas por la que pasaba una manada de vacas y tras ella, un hombre con un largo ltigo en la mano. Coches destrozados, ceniza mojada, sangre y excrementos de vaca. Tuda! grit un soldado, y dirigi la caravana hacia la Saarland Strasse. Direccin Halleschen Tor; direccin Tempelhof. Haba llegado la hora. Vestida con pantalones largos, en medio de montones de ruinas, Anna Putlitzer estaba ante su cocina, llenaba cubos de agua y los alargaba, uno tras otro, a otras mujeres. Los cubos iban de mano en mano, de mujer a mujer, desde el centro de Berln hasta el borde de la ciudad, donde todava ardan casas de las que se extraan heridos y muertos. El viejo Riebeling, los Schulzen y la mujer del magistrado se encontraban en la fila. Las tres hijas de Quappendorf y el padre de stas haban desaparecido en Schmargendorf. Haba que trabajar de firme. Pero quien no ayudaba a descombrar se quedaba sin cartilla de racionamiento. Quien no trabaja no debe comer. Y no haba nada que decir en contra. Anna Putlitzer se estir el pauelo que le cubra la cabeza y parte del rostro, que estaba cubierto de polvo y suciedad. Contempl el inacabable paisaje de ruinas. Los montones de piedra llegaban a veces hasta la altura de un primer piso. Tanques destrozados. Tranvas incendiados. Por el estrecho espacio libre que corra en medio de la calle circulaban carros cargados de rusos. Tambin pasaban camiones repletos de maquinaria y entre ellos avanzaban interminables columnas de prisioneros alemanes. Unos vestan de uniforme y otros de paisano, y unos eran viejos y otros muy jvenes, casi chiquillos. El mo regres ayer dijo Anna a su vecina. Heiner haba sido pillado en medio de una calle y los rusos le obligaron a incorporarse a una columna. Pero slo lleg hasta la Lichtenrade. All se ocult entre los escombros. Y volvi corriendo a casa. El director Knauer le destin a una columna de desmonte y all, de momento, estaba en seguridad. Riebeling estaba junto a las mujeres. El viejo impresor haba sido encargado de dirigir los trabajos de descombro en aquella calle. Anna Putlitzer ech una larga mirada sobre el paisaje de ruinas. Durante los prximos cien aos, seor Riebeling, no habr nadie sin trabajo. S, un poco exagerado, un poco exagerado. Y si no se tiene ms que las manos y unos cuantos cubos, poco se va a poder hacer. Los cubos iban y venan. De lejos, pareca una corneja herida que brincara de un montn de piedras a otro. Desde la primera guerra tena una pierna medio inutilizada y a los pocos das de estar en un campo de concentracin la pierna se le volvi a agravar. Le permitieron salir. Aquella maana haba ido a ver al comandante ruso, a quien le dijo que en los almacenes municipales haba maquinaria para proceder con ms rapidez y comodidad al descombro de las calles. Pero el comandante le contest que aquella maquinaria deba ser evacuada como las dems. Cmo queran descombrar a mano! Es increble! Unos ingenieros haban calculado que en Berln haba algunos millones de metros cbicos de ruinas. 226

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Cubos, capazos, cestos: todo faltaba. Riebeling se acerc a un grupo de mujeres que trataban de mover un gran bloque de piedra. Las mujeres no podan con aquel enorme peso. Y Riebeling se acerc a ellas y, a pesar de su edad, empuj con ellas. Aaa-u, aaa-u! Todava humeaban las ruinas de la Alexanderplatz. La atmsfera ola a ceniza mojada. Las mujeres estaban cubiertas de polvo, sus vestidos estaban mojados y sus rostros ennegrecidos. Cargaban con piedras, hierros y cadveres. Unas arrinconaban los muertos y los trozos de cadveres y otras cargaban con ellos y los transportaban, en carretillas de mano. Coge sin miedo; ste ya no siente nada. Siempre es mejor recoger que haberse ido al otro barrio! Quiz sea mejor ser enterrado que continuar viviendo. Desde luego, es ms fcil; pero que sea mejor slo depende de nosotros dijo un hombre cuidadosamente afeitado, vestido con un traje gris. Todas estaban all: Mara Riek y las dems de la casa de la Landsberger Strasse. Y tambin estaba Franz, el organillero. Franz haba heredado la "Liratedesca" o el "Sambuco", como le llamaba su antiguo propietario, el viejo Wilhelm. Pero no haba tenido mucha suerte con l. Un trozo de metralla estrope el aparato y Franz se qued sin organillo. Demasiado hermoso para ser cierto coment Franz. El seor del traje gris se volvi y continu paseando por la Alexanderplatz. Hablaba alemn y se expresaba en el ms puro berlins. Llevaba un traje de corte corriente, a pesar de lo cual daba la sensacin de ir disfrazado. Es posible, sin embargo, que la causa de aquel efecto fuera lo sorprendente que resultaba ver a un hombre de unos cuarenta aos, con aspecto saludable y bien cuidado, paseando tranquilamente por la Alexanderplatz. Franz ech una mirada al paseante. Ignoraba la existencia de un cierto "Grupo Ulbricht", no saba nada respecto a cierto avin que un par de das antes haba aterrizado en Schnefeld y no estaba al corriente de determinadas rdenes dictadas por el Ejrcito Rojo respecto a la manera de dominar sobre aquel mar de ruinas y de extender luego su autoridad hasta el Elba y finalmente sobre todo el pas. El tipo del traje gris se dirigi hacia la Walltrasse, donde el Gobierno fantasma que poco antes haba aterrizado en Schnefeld deba tener su primera sesin. Un nuevo poste indicador estaba clavado en el suelo. Los nombres de Potsdam, Spandau, Kstrin, Frankfurt, Karlshorst estaban escritos en caracteres bizantinos. Ante una estacin del "Metro" y rodeado de un coro de soldados que gritaban y batan palmas, un oficial portador de la orden "Hroe de la Unin Sovitica" bailaba una danza popular caucasiana. En la esquina de la Dircksenstrasse, bajo las quemadas ventanas de un puesto de polica, se estaba clavando un cartel en el que se podan leer unas frases de Stalin. El texto, que no estaba escrito en caracteres bizantinos, sino occidentales, deca as: "El Ejrcito Rojo no siente ningn odio de razas. Y no siente esa baja animadversin porque el Ejrcito Rojo est educado en el espritu de la igualdad de derechos de las razas y en el de la observancia de los derechos de los dems pueblos" (Stalin). 227

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Fjate en esto, Max! Max Riek, que en aquel momento comenzaba a descombrar la esquina de la calle, contempl el cartel y en su rostro asom una expresin de burla. Eso de observar los derechos de los dems pueblos es algo que suena bien. Todava sonara mejor si bajo este cartel no hubiramos tenido que recoger los cuerpos de aquellas muchachas de las trenzas rubias. Bueno; pero el texto es bueno. No hay en l nada que objetar. Ah, qu hombre!... suspir la seora Riek. Parece que el hombre ha cambiado sus opiniones en un santiamn. Hace dos das estaba aguardando la llegada del ejrcito de Wenck! Haba sonado la hora. En una casa particular de Tempelhof firmaba el ltimo jefe de la defensa de Berln l documento de capitulacin. Y luego, tras la firma del documento, fue llevado a Johannisthal, donde pronunci la siguiente alocucin, que fue registrada en un disco: "Berln, 2 de mayo de 1945. El Fhrer, a quien habamos prestado juramento de fidelidad, nos abandon el 30 de abril. Sin embargo, y a pesar de que la falta de armas pesadas y de municiones, as como la situacin a que hemos llegado, hacen que la lucha ya no tenga sentido, vosotros creis combatir por Berln bajo las rdenes del Fhrer. Cada hora que prosigis luchando no har ms que alargar los terribles sufrimientos de la poblacin civil de Berln y de nuestros heridos. De acuerdo con el Mando de las tropas soviticas os ordeno deponer inmediatamente las armas. Weidling, general de artillera y comandante de la defensa de Berln." Unos coches con altavoces comenzaron a circular por las calles de Berln. Decuplicada en fuerza, la voz del general resonaba entre las hileras de ruinas y descenda a lo hondo de stanos y refugios antiareos perforados por granadas y tneles y estaciones del "Metro", y se esparca por el paisaje del Zoo, que estaba poblado de tanques y en el que silbaban los caonazos y morterazos, cuyas explosiones mataban a osos, leones y micos... y llegaban hasta el acuarium, sobre cuya escalera, tras la ltima despedida, yacan oficiales y soldados de la polica y mujeres. Algunos de ellos estaban muertos y otros simplemente borrachos. La noticia tambin lleg al bunker del Zoo. El can del 15 dispar la ltima carga. Pero la guerra no quera terminar. Lloros, castaeteo de dientes, ataques de nervios, borracheras, asesinatos y suicidios. El comandante del bunker, que llevaba un brazo en cabestrillo y cuyos ojos centelleaban como si fueran ascuas, no quiso darse por enterado de la orden de Weidling y determin reunir a todas las fuerzas que le quedaron y, junto con los paisanos refugiados en el bunker y que ya haban perdido toda esperanza, intentar una salida hacia el oeste por el camino de Spandau. Irrumpiremos hacia el Oeste! Marcharemos hacia la libertad! Abandonaron el bunker en cuyas estancias quedaron montones de cadveres, que en algunos sitios llegaban hasta el techo, y gran nmero de 228

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agonizantes y herido al cuidado de un capitn mdico. La guerra no quera terminar. En Charlottenburg se combata casa por casa, tejado por tejado. Abajo, la poblacin civil saqueaba las tiendas: las panaderas, las farmacias, las perfumeras. Las calles estaban atestadas de coches, tanques, caones, soldados armados y desarmados, paisanos que llevaban sus enseres a cuestas, mujeres, nios y viejos que se dirigan hacia el Este. Y en Spandau, los puentes sobre el Havel, el Schulenburgbrcke y el Charlottenbrcke que tres veces haban cado en manos de los rusos y otras tantas haban sido reconquistados, fueron tomados y sobrepasados por cuarta vez por las oleadas humanas procedentes de Berln. Veinte mil... en tres oleadas. Tras el malecn, a poca distancia del ro, entre las ruinas de las casas estaban los rusos. Tres kilmetros del malecn de Brunsbtteler estaban batidos por las armas rusas. Los fugitivos caan all a montones. Los tanques se abran paso sobre centenares de cuerpos y de pronto quedaban inutilizados. Parlamentarios rusos les advirtieron que no podran pasar y les recomendaron que regresaran a Berln. Pero los soldados y los paisanos se negaron a ello, pues ms que a las armas rusas teman la "paz rusa". El oleaje volvi a ponerse en movimiento. Veinte mil personas que avanzaban hacia la nada. Nadie vea Nauen y nadie vea Dberitz. La inmensa riada se desparram junto al pueblo de Staaken. Detrs qued una gigantesca estela de sangre. El Schulenburgbrcke y el Charlottenbrcke goteaban sangre sobre el Havel. Sobre los puentes y sobre los prados y campos y jardines haba muertos. Y los corredores y stanos de las casas de aquellos contornos estaban llenos de muertos y agonizantes. Slo pequeos grupos de fugitivos llegaron a ser prisioneros de guerra. No hubo ningn camino hacia la libertad. Haba llegado la hora. No haba agua, luz, ni gas. En las ventanas no haba ningn vidrio. Pero haba que vivir. Y se iba a buscar el agua en la prxima fuente, y si la fuente estaba estropeada se iba a buscarla al ro o al estanque. Se poda pasar sin gas, pues entre las ruinas haba suficiente madera para encender la cocina. La luz tampoco era indispensable, pues cuando el cielo se oscureca se iba uno a dormir. Y tampoco haba peridicos, ni tranvas, ni funcionaban el correo. Y era imposible ir de un barrio a otro, o enviar alguna noticia. Riek formaba parte de un equipo de desmonte. Junto a otros hombres, montado en un camin, haba sido trasladado a un barrio muy alejado del suyo. A la hora de dormir no volvi a su casa. La seora Riek regres una vez cumplida la jornada de descombro. Franz estaba en la cocina. Estaba sentado en el suelo y junto a l tena los pedazos del organillo. Tambin te dedicas al desmontaje? pregunt ella. No, querida; trato de recomponerlo. Gracias a Dios que por lo menos hay alguien que en vez de dedicarse al desmonte se dedica a la reconstruccin! Estaba cubierta de polvo. Sus manos eran speras como ladrillos y estaban teidas de holln y resina. Como no haba agua, cogi dos cubos y baj con ellos la escalera. Abajo, en la puerta, encontr a otras dos vecinas que tambin iban a por agua. Ninguna quera ir sola. 229

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Mara Riek era la ms joven. No solamente verta el agua en su cubo, sino que tambin llen el de las otras mujeres. De pronto se encontr sola. Las dos mujeres corran en direccin a su casa. Tres rusos que acababan de doblar la esquina dispararon tras ellas. Mara comprendi que ya era demasiado tarde para echar a correr y el mismo miedo hizo que continuara sacando agua de la fuente como si nada hubiera sucedido. Uno de los rusos un tipo delgado y bajo se dirigi hacia ella. Por qu t no correr? Mara le mir fijamente. T no tener miedo? Qu deba contestar? No, no tengo miedo respondi. l le dio unos golpecitos en la espalda y repiti: T no tener miedo a ruski? No, yo no tengo miedo de ruski. Ah!, t buena mujer. Yo agua para ti dijo, y maniobr la palanca de la bomba, llen los cubos y pregunt: Tuyos? S; ste y ste de aqu tambin. Yo llevar para ti. Dnde vivir t? Qu ocurrira? Franz aguardaba arriba. Llegaron ante la puerta del piso y ella llam. Franz sali a abrir. No ocurri nada. El ruso hizo esta aclaracin: T tener buena mujer. Mujer no tener miedo a ruski. Yo traer agua para mujer. Vaciaron los dos cubos en la baera. Y como queran deshacerse del ruso, ella volvi a coger los cubos y se dispuso a salir de nuevo. Pero el ruso la detuvo y le dijo: T quedarte y yo buscar agua. Fue a la fuente, regres, volvi a marcharse y trajo ms agua. Llen toda la baera y luego se interes por el trabajo de Franz. Luego, al cabo de un rato, se dispuso a marchar. Cuando estaba junto a la puerta se volvi y pregunt: T necesitar mucha agua? S, necesito mucha. Los bombardeos han ensuciado todo y todo debe ser limpiado de nuevo. Yo venir maana y traerte agua. De esa manera tuvo Mara Riek un asiduo visitante. Al poco de regresar ella de su trabajo se presentaba l, iba a por agua y se sentaba luego junto a Franz, a quien trataba de ayudar. El organillo le interesaba ms que la mujer. Y con sus torpes manos no haca ms que acabarlo de estropear, de manera que Franz tena que recomponer cada da lo que l haba desbaratado. Mathwei dijo un da que estaba de permiso y que poda pernoctar fuera del cuartel. No tuvieron ms remedio que arreglarle el sof para dormir. l estuvo muy contento, durmi toda la noche, bebi un poco de achicoria y comi unos pedazos de pan que l mismo se haba trado y, sin ms, abandon la casa. Riek lleg una tarde y se qued a dormir, slo por una noche, en casa. Estaban sentados en la cocina: Riek, un amigo de ste, Mathwei, Franz, y la seora Riek. La seora Riek declar que no tena nada para comer. Mathwei 230

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se despidi al poco rato, pues deba presentarse antes que de costumbre en su cuartel. Riek trabajaba en la estacin Anhalter, en una emisora. Primero lo destrozaron todo. Prendieron fuego y, cuando cesaron los combates, martillearon los aparatos. Y ahora quieren llevarse la instalacin. Pero antes pretenden que la reconstruyamos y que dejemos todo tal y como estaba antes de su llegada. S, el ruso es un tipo caprichoso coment el amigo. Qu absurdo!: "el" ruso no existe dijo Franz. Ya s, ya s que hay muchos tipos de rusos. Pero en cierto modo todos son igual. Reafirm su opinin: El ruso es un tipo caprichoso: puede violar mujeres, y matar nios; pero si quieres estar en su compaa y departir con l amigablemente no tienes ms que mover un dedo: en seguida acudir. Y hay muchos que parecen entenderse a las mil maravillas con l dijo el seor Riek, al tiempo que echaba una significativa mirada a su esposa. Mejor sera que pensarais cmo vamos a encontrar algo de comida interrumpi la mujer. Con el dinero que has trado no hay ni para comprar una patata. Adems, lo cierto es que con dinero ya no se encuentra nada advirti a su marido. Franz se acerc a su abrigo y extrajo de l una botella de aguardiente. Esto ya es otra cosa dijo la mujer; a cambio de esto te pueden dar algo de mantequilla y quiz un poco de cerdo. Haba sonado la hora. La gran ciudad, la capital ms joven de Europa, se haba convertido en un inmenso campo de batalla. En la ciudad no haba corriente elctrica, ni conducciones de agua, ni correos, ni comunicaciones, ni alimentos, ni manera de socorrer a los enfermos, heridos y moribundos. Una ciudad sin gobierno, descompuesta en cien islotes independientes en los que no haba sombra de orden. Una ciudad, en suma, que nadie saba cmo podra ser reconstruida de nuevo. Gnther Sarfeld, el jefe de la improvisada jefatura de polica de Schmargendorf, haba reunido a sus colaboradores. El estado mayor de la nueva polica estaba compuesto de algunos abogados, dos jueces, un sndico y un alto empleado de Hacienda, que iban de paisano y llevaban un brazal rojo en el brazo izquierdo. Ante el despacho de Sarfeld se extenda la Laubacher Strasse. Abajo, en la calle, se vea una columna de hombres y mujeres. Sillones y sillas. Un soldado rojo dorma tumbado sobre un sof. Sentadas ante mquinas de coser, unas mujeres confeccionaban banderas rojas. Un caballo, con el cuerpo cosido a balazos, avanzaba despacio entre la gente. El caballo caminaba con la cabeza estirada hacia el suelo y cojeaba de un modo lastimoso. Sarfeld tena una hoja de papel en la mano: la lista de unos trabajos urgentes que su comandante le haba encargado llevar a cabo. Tena que reunir cien cubos y trescientas escobas y congregar a buen nmero de albailes, carpinteros y electricistas; tambin deba llamar a un peluquero y hacer que 231

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confeccionaran doscientas ochenta banderas ms, cuya tela, como es natural, corra a su cargo. Escribi las rdenes necesarias y envi a por aquellas cosas a sus ayudantes y despach luego con una de sus secretarias. Al volver a mirar a la calle vio que el caballo haba llegado a la esquina. Nadie pensaba en darle el tiro de gracia y, por otra parte, tanto l como su polica estaban desarmados. El soldado rojo que yaca sobre el sof hubiera podido hacerlo, pero aquel hombre estaba dormido. Unos hombres procedan a descombrar y limpiar la calle. Como no tenan escobas barran con ramas que haban arrancado de los rboles y con las que levantaban una enorme polvareda. Un pequeo cortejo fnebre se detuvo ante la casa. Un hombre de mediana edad sostena una carretilla en la que reposaba el cadver de un nio envuelto en papeles. Tras l iban una mujer y una nia de unos diez aos. El hombre pregunt a las confeccionadoras de banderas por un cementerio. Ninguna de ellas le supo dar razn. En algn jardn o en algn huerto dijo una voz. Un auto descendi por la calle y se detuvo. A los pocos momentos, el comandante ruso estaba ante Sarfeld. T en seguida venir; nuestro jefe est aqu! Y all estaba, efectivamente, a unos cien metros de la casa y sentado sobre la acera de la calle, el comandante del regimiento. Necesito inmediatamente dijo el comandante al tiempo que se fijaba en el brazal de Sarfeld, es decir, ahora es medioda, pues para las seis de la tarde, necesito una escuela en la que haya unos centenares de camas, un establo para doscientos caballos, un garaje para quince coches, tres quintas para mis oficiales y dos quintas para mis suboficiales. Es imposible tener todo eso a las seis! Si por lo menos pudiera disponer de un coche! Sarfeld pudo disponer de un coche e incluso de un capitn que hablaba algo el alemn. La escuela se encontr en seguida, pero las mujeres para su limpieza fue un problema de difcil solucin, pues una compaa rusa estaba acampada ante las puertas del colegio. Sarfeld iba de un lado a otro. Sus fuerzas haban llegado al lmite. Pero a las seis deba haber terminado su cometido. Resultaba ms fcil escenificar un drama de Shakespeare, en el que el hroe cae muerto un momento antes de bajarse el teln, que representar el papel de polica entre autnticas ruinas y autnticos cadveres, entre una poblacin aptica y una multitud de ladrones y faunos. Cul era el sentido de su quehacer? Cul era el contenido de aquel drama sin fin? En los dramas de Shakespeare se distingua, a travs de su exposicin, peripecias y catstrofe final, una imagen de la vida. Pero aqu, cul era el sentido de sus acciones? Qu sentido tena que fuera decomisando cubos, mesas, sillas y casas enteras a la poblacin? No saba qu contestarse. Cierto que con su presencia poda evitar algunas muertes, pero eso era muy poco. Con el nimo quebrantado emprendi el camino de regreso. Lleg a la Laubacher Strasse con una gran sensacin de descontento. En su despacho encontr al doctor Linth. Pens que las dieciocho mujeres a las que haba podido dispensar proteccin en su casa y el puesto de socorro que el doctor Linth, a quien haba conocido en Grnewald, haba instalado en su vivienda, era lo nico que tena sentido de todo su quehacer. 232

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Pero aquello era muy poco, pues en Berln vivan tres millones y medio de personas. Slo en su barrio habitaban unas cien mil y cada noche se oan los gritos de las mujeres violadas por los soldados rusos. Descorazonado, arroj su cartera sobre la mesa. Linth le mir fijamente. Su rostro se haba afinado durante aquellos das y sus ojos, muy hundidos en las rbitas, parecan haberse agrandado. Estaban solos en el despacho. La verdad es que me lo haba imaginado de otra manera. Cuando me hice cargo de todo esto cre que los rusos llegaban aqu en calidad de liberadores y ahora ha resultado todo lo contrario. Con el comandante s es posible hablar, eso es cierto, pero por lo dems, nada... nada. Quiz s. Cmo? Todo quehacer humanitario produce su efecto. Aqu es imposible hacer algo! He podido curar a la seora Halen. La he podido curar sin penicilina. Ya se ha librado de la fiebre puerperal. Una persona... Pero hay millares. Millares... El doctor Linth vena entonces de un bloque de viviendas de la AEG. All haba intentado auxiliar a una muchacha de diecisis aos que los rusos haban violado una y otra vez. La muchacha no cesaba de llorar y el ltimo soldado que la posey le estuvo gritando: "T no llorar!" La muchacha no pudo detener el llanto y el soldado repiti "T no llorar!", y al no obedecer ella sus rdenes le clav un cuchillo en el ojo izquierdo y la muchacha comenz a desangrarse. l la encontr medio muerta y ya no pudo salvarla. S, efectivamente haba miles de personas por las que no haba podido hacer nada. Poco es lo que hacemos. La ayuda humana siempre se ve limitada por las circunstancias dijo el doctor Linth. Pero la entrega humana es algo ms que la simple ayuda. As, de este modo, se mantiene viva la idea de Humanidad, seora Sarfeld aadi. Haba sonado la hora y muchos lo ignoraban. La guerra acababa de terminar y las campanas no haban redoblado, no haba venido la luz, el tumulto de los stanos no haba cesado y el miedo era el invitado forzoso en todas las mesas. El cielo estaba enrojecido igual que las noches anteriores, pero los caonazos y los cohetes luminosos y las luces que se elevaban hacia las estrellas eran ahora el saludo de paz de los vencedores. Y ya nadie se arrastraba en las trincheras, en los stanos y entre las ruinas. Pero el miedo mostraba ya su rostro al descubierto. En Tempelhof haba sido firmada la capitulacin y la noticia fue esparcida por medio de altavoces mviles por toda la ciudad, en las calles, stanos y entre los grupos resistentes. En Karlshorst, donde antiguamente se levantaba la Academia Militar de Ingenieros, Keitel, el ltimo jefe de la Wehrmacht, rindi su bastn de mariscal ante los jefes que representaban a los vencedores, ajust su monculo, se acerc caminando con su andar de pies planos a una larga mesa y, en nombre de la Wehrmacht alemana, suscribi el acta de capitulacin. Y transcurri una y otra semana hasta que los rumores de la capitulacin 233

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llegaran a muchos de los rincones de la ciudad, abrasada por mil incendios. Berln tena un nuevo alcalde mayor y la ciudad no lo saba. El doctor Werner, un hombre de setenta y seis aos, antiguo arquitecto del Estado, estaba una maana arreglando su jardn, cuando se le acerc un seor vestido de gris que le invit a subir a su coche. El doctor Werner se sent junto a aquel individuo en un coche conducido por un chfer ruso y se qued sin saber si lo iban a detener o a raptar. Llegaron a una pequea quinta situada en las afueras de Friedrichsfelde, donde se presentaron ante un individuo que llevaba una perilla a lo Lenin y que por lo visto era un antiguo diputado del Reich. Al doctor Werner se le permiti comer y beber e incluso tumbarse en un sof hasta que llegara el capitn general Bersarin, comandante de la ciudad, que compareci, acompaado de un intrprete, a las diez de la noche. Por medio del intrprete, el capitn general le dijo que deseaba convertirlo en el jefe civil de la ciudad. Veinticuatro horas ms tarde y acompaado de la nueva Corporacin municipal, el doctor Werner lleg a la Parochialstrasse. A los dos das le fue entregado el texto del discurso que deba pronunciar en el acto de la toma de posesin y se le volvi a recomendar a su primer representante, el seor Marn, encargado de mantener el necesario contacto con las autoridades militares rusas. Habl acerca de los sufrimientos de Berln durante el mandato de Hitler. "Ese tirano dijo super incluso a Gengis-Khan, cuyas hordas incendiaron y arrasaron en 1200 cuantas ciudades hallaron a su paso. Ahora nos sentimos liberados y debemos agradecer al Ejrcito Rojo, as como al Ejrcito de los Estados Unidos y al de Inglaterra, el inmenso bien que nos han hecho. Hitler convirti a Berln en la ciudad de la destruccin. Nosotros haremos que Berln sea la ciudad del trabajo y del progreso... "El seor mariscal Zukov, el conquistador de Berln, ha comenzado ya a curar las heridas que Hitler infligi al pueblo alemn. Durante este corto perodo de ocupacin la vida ha vuelto a renacer en nuestra ciudad, que cada da tiene mayor fuerza y vigor. En Berln estn trabajando ingenieros soviticos y su eficacia se est demostrando en los grandes xitos que estn obteniendo en su labor. En muchos sitios vuelve a haber agua. Muchas conducciones elctricas vuelven a funcionar. Los trabajos de descombro, en los que tanto trabajan hombres como mujeres, avanzan a pasos agigantados. Agradecemos a Dios que nos haya permitido vivir estos momentos en los que la ciudad comienza a vivir una nueva poca. Un espritu de amor y de concordia debe velar en el Reich alemn. Nuestra unidad antifascista nos ha conducido a estos primeros xitos; ella es la garanta que tiene el nuevo pueblo alemn que ahora acaba de nacer. Terminamos estas palabras con el grito de: Viva Berln!" Berln volva a tener un alcalde mayor y slo dos das despus se enter de ello. Berln volva a tener un nuevo Ayuntamiento y nadie conoca los nombres de los nuevos concejales.

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EMPEZAR DE NUEVO
El antiguo diputado del Reich aquel individuo piernicorto que llevaba una barbilla al estilo de Lenin y que haba sobrevivido a todas las tempestades polticas orden que se cursaran las invitaciones para una conferencia de gobierno. Estuvieron presentes ms de la mitad de los concejales. No concurri el alcalde mayor, pero s concurrieron su representante, el presidente de Obras Pblicas, el de Personal, el de las Secciones Sociales, el de Trabajo, el de Asuntos Religiosos... y representantes de los trabajos de descombro, limpieza, desmonte, as como otros que estaban al frente de organizaciones juveniles antifascistas, y jvenes de ambos sexos, responsables de calle y de vivienda, y tambin el impresor Riebeling y el fotgrafo Putlitzer de Tempelhof, el zapatero Haderer y el cerrajero Reimann de Weissensee. Todos acudieron. Acudieron muchos que haban salido de crceles, prisiones y campos de concentracin, y muchos que se haban librado del patbulo. Y all se encontraron conocidos que durante largo tiempo haban permanecido separados y a quienes el dolor y los sufrimientos haban envejecido. Ms de mil personas se congregaron en aquella sala que todava ola a humo y polvo. Pero el ambiente estaba cargado de esperanza, confianza y bienestar. El orador vena de Mosc y deba tener una clara idea de lo que convena hacer en medio de aquel caos. El orador deba aportar una nueva esperanza a los jvenes y a los viejos que le conocan de otros tiempos, y que durante aos haban permanecido en la oscuridad, deba exponerles un anlisis de los acontecimientos polticos mundiales. Y muchos de los viejos esperaban que incluso les aclarara el porqu del singular comportamiento de los liberadores soviticos. Lleg el orador. Andaba despacio y llevaba zapatos con suela de goma. Un sargento en zapatillas; un gato marrullero. Ahora llevaba barbilla y tena un aire descuidado. Era la copia de un conocido original. Los concurrentes se levantaron, pensaron que aquel hombre tambin era una vctima del nazismo, se volvieron a sentar y el orador comenz su discurso. Se produjo un profundo silencio y en todos los rostros, se pint una expresin de expectacin. El discurso adopt en seguida el tono propio de un informe comercial. Nadie se atrevi a criticar la sencillez de las expresiones, pues tambin el modelo de aquel hombre, que era el paradigma de todos los modelos, se expresaba con extraordinaria sencillez, y se dijo que tambin l, el famoso camarada, empleaba a veces giros dialectales. Tambin haba sido invitada una representacin del "invencible Ejrcito Rojo", cosa al parecer inevitable. El orador se refiri a los "valientes rusos", lo cual, hasta cierto punto, no era del todo cierto. Si quera hablar de "valientes", deba tenerse presente que tambin lo eran los mal armados grupos de policas que durante das haban defendido el Lorenzbunker y aquellos otros que haban reconquistado el Oberbaumbrcke y los batallones de las Juventudes de Hitler, que, tras los 235

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combates librados en los puentes de Havel, haban quedado reducidos, de cinco mil, a quinientos jvenes. El viejo Riebeling iba formndose su concepto acerca del orador y, mientras sus vecinos comenzaron a mirar a derecha e izquierda, continu prestando atencin a las palabras del recin llegado y en su rostro no desapareci la expresin de inters y expectacin. Berln haba sido la cueva de ladrones de las bandas pardas; ya lo sabemos, ya lo sabemos, camarada orador. La conquista de la capital fue una herida hecha en el mismo corazn de la pandilla hitleriana; bien, muy bien, adelante, qu ms? Nuestro pas no ha sido liberado por nuestro alcalde, sino por la fuerza de las armas de otros pueblos; tambin esto es verdad, es una amarga verdad, pero este prrafo tampoco apunta a ninguna parte y no significa nada fundamental. O quiz s significa algo fundamental. El orador acaba de acentuar aquella frase como si realmente fuera la pieza maestra del discurso. Y en seguida se demostr que, efectivamente, lo era, pues de ella dedujo la inmensidad de la derrota y la absoluta falta de derechos que, frente a los ocupantes, tenan los vencidos; ningn derecho, slo obligaciones. La obligacin de obedecer y cumplir todo cuanto fuera mandado. La obligacin de trabajar y no hacer preguntas; de trabajar en obras de desmonte y descombro, y de hacerlo sin herramientas, con cubos y escobas y, en ltimo trmino, con slo las manos. La obligacin de callar incluso cuando las gentes fueran azuzadas por fieras salvajes. El orador prosigui la lectura del interminable discurso. Cifras, cifras. Daos de guerra en Ukrania, Kubn, Besarabia, Rusia Blanca y Cucaso. La culpabilidad creca y se agigantaba, y el hombre al que se le imputaba fue aniquilado y se convirti en un ser deshumanizado, sin derecho a alimentarse, ni a vestirse, sin casa, ni pantalones... Fue convertido en una especie de chinche. Al final las reparaciones sumaron veinte mil millones de marcos. "Comienza para nuestro pueblo una poca difcil, una poca de dura prueba. Y nuestro pueblo debe tener el convencimiento de que es capaz de pasar por esta prueba. Bajo el rgimen de ocupacin militar, nuestro pueblo estar obligado a reparar los daos que la guerra hitleriana y la barbarie hitleriana han causado a otros pueblos, especialmente al gran pueblo sovitico. Nuestro pueblo cumplir esa obligacin con la conciencia de la necesidad de llevarla a cabo, pues ese es el nico camino que conduce hacia el levantamiento. Ni una palabra de anlisis acerca de la situacin poltica mundial. Las tesis y los acuerdos adoptados en Yalta fueron presentados como escuetas rdenes. Ni una palabra acerca del destino de las antiguas colonias alemanas, de la situacin que la postguerra haba creado en Blgica y en Grecia, sobre las corrientes de opinin que acerca del futuro destino del pueblo alemn se pronunciaban en Norteamrica, y nada tampoco acerca de la extensin territorial que en su da debera tener el pueblo alemn. Fue la proclamacin de un sentido del trabajo pronunciada en el tono en que poda haberse hecho un informe comercial. Y aquel concepto del trabajo no era superior al que propugnaba la tica cristiana, como afirmaban los socialistas, sino que era propio de un mundo 236

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brbaro y primitivo. Las grandes esperanzas se vinieron abajo. Centenares de preguntas se quedaron sin respuesta. El contenido de la primera conferencia era este: disciplina en el trabajo, disciplina en el partido y humillacin bajo el mandato del vencedor. Consignas: trabajar hasta donde existieran las normas y todava ms. Trabajar sin aportar ninguna opinin y sin cooperar de un modo democrtico, pues los dirigentes y los dirigidos de tales partidos no pertenecen a un Estado democrtico. Primer impulso: el gobernador nombrado por el Kaiser, y nosotros somos el pjaro de mal agero del Kaiser. Eso ya fue una vez as y siempre ser del mismo modo. Nada nuevo dijo Riebeling al fotgrafo Putlitzer, camino de casa. No es bastante con que hayamos sido derrotados, para que ahora, encima, nos veamos obligados a trabajar de esa manera. Pero sin volver a poner las cosas en orden no hay comienzo posible. Y nada sabe tan bien como lo que ha sido bien cocido. Tambin en una quinta de Zehlendorf se hablaba acerca del tema de un nuevo comienzo. El suelo estaba cubierto de autnticas alfombras persas. Muebles antiguos, cmodos sillones, una biblioteca y un ventanal abierto a un jardn. Las ventanas haban sido sacadas del stano y vueltas a colocar en su sitio. Aquella haba sido la casa del director del Banco Alemn, barn Von Stauss. El poeta que en compaa de los dems miembros del "gobierno fantasma" haba llegado en avin de Mosc se apropi la casa. Pero una casa burguesa sin unos alrededores burgueses y sin la seguridad que da el ambiente burgus; una casa enclavada en el centro de una sociedad burguesa condenada a muerte, es algo tan poco habitable como un museo o los restos de una antigua quinta pompeyana. Una casa recibida gracias a la magnanimidad sovitica es tan frgil y transparente como si fuera de hielo. Cuando escribes en ella, unos ojos miran el papel sobre tu espalda. Unos odos escuchan lo que dices cuando sueas. Unas manos te abren las puertas y te ponen en marcha el coche. Y t acabas por no confiar en el silln en que te sientas, ni en las manos que te sirven, ni en ti mismo. Qu hermoso era aquel refugio de Zehlendorf, hecho con rsticas maderas, y aquel otro, perdido en un rincn de Suabia..., en el que cierta maana, cuando todo estaba en silencio y la hoja de papel era ms blanca que el alba, comenzamos a escribir un poema! Todo ha pasado. Para siempre... La irrealidad era real y tambin era algo real el encargo que le haban hecho: embridar el gigantesco caballo troyano. Todava quedaban rastros de la inclinacin izquierdista de los intelectuales berlineses del ao veinte. Encontr a muchos conocidos y en muchas partes fue bien recibido. Pero tambin tropez con rostros adustos y vivi momentos difciles. En una casa encontr a una familia conocida sumida en la desesperacin: Aquella maana se haban llevado al hijo un chiquillo de quince aos al que acusaron de pertenecer al "Werwolf". Y la verdad era que el chico jams haba pertenecido a una 237

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organizacin poltica y no tena idea de lo que el "Werwolf" pudiera ser. Tambin estuvo en la Pfeddersheimer Strasse, a visitar a un arquitecto, cuya casa acababa de ser saqueada por una seccin de soldados rusos. "Cultura, amigo mo! Entre usted y vea lo que eso significa!" Entr y contempl aquel triste espectculo. Vio a la mujer deshecha en lgrimas y oy sollozar a los chiquillos: "Pap, no podemos continuar aqu, se nos quedan la casa". Todo estaba revuelto. La escalera estaba llena de muebles y enseres. Montones de libros, sillas, una mesilla de noche, un tocador, potes de mermelada. En algunas partes se vean colchones, somieres, cubrecamas y alfombras arrugadas. En las habitaciones, los armarios aparecan rotos o tumbados. En el jardn, que estaba lleno de excremento de caballo, haba un gran armario deshecho, unos sillones y una mesa de trabajo. El dueo de la casa abri la puerta del armario y dijo: "En la casa tenan un lavabo, pero les pareci mejor hacer sus necesidades aqu." Se agach sobre un montn de libros y cogi un ejemplar encuadernado en piel. "Cultura, amigo mo! Las cosas no pueden continuar as. Algo tiene que suceder. Le agradezco mucho su invitacin. Cuente usted conmigo." Era el arquitecto Poppert y aquella visita haba sido particularmente desagradable. En Hermsdorf, donde visit a un investigador de fama mundial, no solamente pas un rato desagradable, sino que vivi unos minutos de autntica angustia. En una sencilla buhardilla, haba un hombre mucho ms joven de lo que aparentaba ser, y en un rincn de la habitacin, algo disimulada tras una cortina, una cama sobre la que descansaba una figura de Blanca Nieves. El hombre de rostro joven y mirar de viejo la haba trado a casa el da anterior. Semanas atrs la haban raptado y l la volvi a encontrar en una clnica de la Karlstrasse. Y tambin aquel hombre el doctor Linth le prometi su asistencia. Todo el mundo se ofreci para solucionar el problema de la cultura. Y todo el mundo dej aparte sus experiencias personales y acudi a la cita. Reuni a un brillante grupo de intelectuales. Escritores de gran renombre, autores famosos, pintores, arquitectos, un director de orquesta, y junto al especialista en cuestiones chinas, un telogo y dos directores de escena. Uno de ellos era un hombre joven que momentneamente desempeaba el cargo de jefe de polica de un distrito, y que esperaba ser licenciado para incorporarse a su antiguo oficio. El otro era director de escena de la pera de Berln y, precisamente el da en que cumpla setenta y cuatro aos, en compaa de otros cien individuos haba sido preso y robado a unos cincuenta kilmetros de Berln pero luego haba podido regresar a su casa que encontr revuelta y saqueada. Y tambin l, que tanto necesitaba descansar, haba acudido a la reunin, a la que, adems, llev a dos compaeros. Se plante el tema de empezar de nuevo. Una joven mujer cubierta con una blanca toca (los rusos la sorprendieron vestida con un pequeo camisn) alarg la mano sobre una mesa en la que haba bocadillos y algunas botellas de vermut y coac. Casi todos tenan un hambre terrible. Pero guardaban las formas y nicamente mordisqueaban de vez en cuando. El tema les apasionaba. Tenemos que... No podemos permanecer sentados entre ruinas, con la mirada fija en los platos vacos. Tenemos que empezar de nuevo. 238

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Tenemos que volver a hacer teatro, que abrir las escuelas, que empezar a construir. Haba que sentir un gran agradecimiento y estar lleno de alegra por haber encontrado tanta comprensin y tanta ayuda. Este poeta adscrito al movimiento expresionista era un verdadero regalo del cielo. Aparte de lo cual, resultaba delicioso orle hablar, siempre tan brillante e inteligente. Un peridico: "El puente". Un semanario: "Reconstruccin". Una revista mensual: "Sentido y forma". Una gran editorial. Unas cuantas compaas dramticas. Una gran organizacin cultural en la que cupieran todos los artistas, investigadores y cuntos se interesaran por los problemas de la cultura. Todo eso era lo que les preocupaba. Y tambin poda hablarse de la ideologa, pues tambin para tratar de ello se haban reunido. Y se habl de ello. Se habl con orden, de un modo correcto. Berln estaba ocupado por los rusos: esto era una realidad que nadie poda olvidar. Pero esto, sin embargo, no significaba que los berlineses tuvieran que aceptar la ideologa propia de los rusos. El Partido Comunista permanecer mucho tiempo sin forzarles a ingresar en su organizacin, asegur el representante de la emigracin en Mosc. Las ideologas son difciles de importar y, de momento, lo importante era crear algo propio... Eso era lo que precisamente deseaban los rusos: que se creara algo que, naturalmente, tuviera un carcter antifascista y respondiera a un sentido de libertad y humanismo y viniera a continuar la vieja tradicin del pueblo. Lo importante es que lo creado fuera algo esencialmente antinazi. Todo el mundo estaba harto de nazismo. Bastaba echar una mirada a travs de la ventana y contemplar los grandes montones de ruinas que haba en la calle, para convencerse de ello. Adems, la mayor parte de los all reunidos no haban tenido nada que ver con la ideologa nazi. Lo importante era expandir la verdad. En la nueva organizacin cultural se procedera de un modo democrtico, y lo mismo se hara en la Universidad de Humboldt, cuyas puertas volveran a ser abiertas inmediatamente, y en los teatros, cuyos escenarios iban a ponerse en movimiento. El nico programa consista en que Alemania recuperara el antiguo nivel cultural a que haba llegado antiguamente, gracias a hombres como Goethe, Hegel, Engels y Marx, para todo lo cual nadie habra de molestar a los profesores, redactores y directores teatrales, quienes habran de encontrar toda clase de facilidades y ayudas por parte de las autoridades de ocupacin. Todo sonaba muy bien. Y todo el mundo escuchaba con atencin. Tambin se haba pensado en la necesidad de formar una compaa que actuara en los pueblos, as como en la conveniencia de volver a abrir el Teatro Nacional. No haba que tener ninguna clase de miedo a que los rusos quisieran inmiscuirse en aquellos asuntos. El Teatro Nacional, y la pera, que tenan un pasado de ms de doscientos aos, era un evidente ejemplo de ello. Nunca, durante su larga existencia, haban dependido espiritualmente de los diferentes sistemas polticos y de las personas que haban estado en el Poder. En Berln, el arte dramtico y tambin otras artes se haban encontrado a veces en circunstancias parecidas a las que caracterizaron la existencia de algunas pequeas repblicas medievales. Los artistas y pintores reciban a veces encargos que deban embellecer la vida y que luego se haban convertido en maravillosas creaciones metafsicas. El espritu de la institucin siempre haba sido contrario a aquellos encargos que no casaban con su manera de ser... 239

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As se expres el viejo director de setenta y cuatro aos, y el telogo, el arquitecto, el pintor y el escritor comprendieron el alcance de sus palabras y no hubo ninguna polmica. La conversacin era interesante y fructfera. El dueo de la casa presidi la reunin con gran inteligencia. Pero no se le debe contradecir ni ofender, pues l no olvida nunca. Su poesa ha escrito ms de cuarenta libritos no debe ser criticada, pues l no olvida nunca. No debe confiarse demasiado en l, pues nunca mantiene su palabra. Pero todo aquello perteneca a otras pocas. Ahora haba vuelto absolutamente cambiado. Para convencerse de ello bastaba observar su rostro, en el que se reflejaba una expresin casi paternal. Bajo su direccin, la reunin se convirti en una sesin de trabajo. Incluso la joven de la blanca toca tomaba parte activa en la conversacin. Se encontr un nombre para la organizacin cultural. "Asociacin cultural para la renovacin democrtica de Alemania." Y, en aquel ambiente, el presidente de la reunin lleg a olvidar que aquel ttulo haba sido encontrado, tras una larga discusin, en una reunin celebrada en el Hotel Lux, de Mosc. El nombre de la organizacin haba sido encontrado, se haba constituido el comit provisional de la misma, e incluso se fij la fecha de su proclamacin. Fue una tarde tan reconfortante como aprovechada. La gente se separ con la impresin de haber comenzado algo nuevo y provechoso. Y seis individuos de reconocida fama corifeos de la vida intelectual alemana se separaron sin saber que formaban parte de la primera dotacin metida en el caballo troyano. "Nadie podr hacerte frente a lo largo de tu vida. Del mismo modo que estuve junto a Moiss, permanecer a tu lado. No te abandonar, ni me apartar de ti: ten confianza y s invencible..." Esas palabras del libro de Josu fueron pronunciadas una maana de verano de 1941, bajo los grandes caones del "Prince of Wales", mientras el sol luchaba contra la blanca niebla que cubra las aguas. Y las palabras se haban cumplido y los hombres haban repetido aquella oracin que deca: "Protgenos contra el odio, la amargura y el espritu del mal..." Haba llegado la hora de tomar las grandes decisiones y las grandes obligaciones. Los representantes de las tres grandes potencias se congregaron en Potsdam, donde celebraron una Conferencia para debatir los problemas de la postguerra. El imperio nazi haba sido aniquilado, y tambin haba sido aniquilado el tronco del cual haba brotado aquella rama. Prusia haba dejado de existir y el mismo Reich haba desaparecido. El pas haba sido descuartizado y otro tanto se haba hecho con el pueblo. Y las fuerzas apropiadas para asentar el tronco en la tierra se hallaban aherrojadas. Ninguno de los representantes se pregunt si un imperio, por muy joven que sea, y si un pueblo, por muy guerrero que sea, pueden ser suprimidos sin poner el todo en peligro. Ninguno se pregunt si poda separarse una piedra maestra de aquel edificio de dos mil aos, sin que se corriera el peligro de que todo se viniera abajo. Ninguno de ellos se hizo realmente aquella pregunta? El ministro britnico haba forzado la alianza con el compaero oriental cuando su pas corra un peligro de muerte y ahora tema que ese compaero se saliese de la alianza. 240

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Desde los das de la Conferencia de Casablanca observaba con intranquilidad la aparicin en el horizonte de Europa de las divisiones rusas, pertrechadas con material norteamericano. Cuando en Tehern se propuso el establecimiento de un segundo frente, propugn entrar en la fortaleza de Europa a base de atacarla por el "bajo vientre" y lanzar, desde un punto del Mediterrneo oriental, una cua que luego habra de convertirse en una invasin masiva contra los pases balcnicos. La invasin, segn el proyecto del ministro britnico, debera seguir el curso del Danubio y llegar por all hasta el corazn de Europa. Cuando ciertas fuerzas hubieran llegado a determinado punto de Italia, no deberan torcer hacia la izquierda, es decir, hacia Francia, sino hacia la derecha, esto es, hacia el sureste de Europa. Pero en Tehern haba sido derrotado, lo cual equivala a una derrota europea. De nada le sirvi la pasin que puso en sus discursos. El cansancio y la enfermedad pudieron luego ms que l. Tras la conferencia se dirigi a Malta, descans junto a las ruinas de Cartago y por ltimo estuvo en Marraquech, donde cedi la enfermedad. En Malta ya era demasiado tarde. Los acontecimientos no podan volver atrs. Algunas fronteras ya haban desaparecido. A bordo de unos "Douglas" procedentes de Mosc unos gobiernos fantasma llegaban a Varsovia, Bucarest, Belgrado, Budapest y Viena. Propuso enviar un Cuerpo expedicionario a los Balcanes en auxilio del Ejrcito Rojo, pues de aquella manera trataba de salvar algo de su primitivo plan, pero la proposicin fue rechazada de plano. Y ahora se encontraba en Potsdam, al borde mismo de la avalancha, y miraba hacia el vaco, que era Europa. Nadie se preguntaba por la significacin del suelo sobre el cual se haba levantado antao el Sacro Romano Imperio Germano y, antes de l, el Imperio de Carlomagno. El Presidente de los Estados Unidos era el ejecutor de un tremendo testamento, y aquella herencia pareca un monstruoso plipo de mil cabezas, con otras tantas fauces abiertas: las Kuriles, Port-Arthur, los ferrocarriles Surmanchurianos, los Dardanelos, Irn, criminales de guerra, asambleas para la organizacin mundial, el gobierno polaco, la frontera de Oder-Neisse, Morgenthau, reparaciones, recomendaciones, cuestiones sin contestar, concesiones y medias concesiones, problemas que los especialistas devolvan a medio resolver, como si fueran asuntos resueltos, y que inmediatamente eran objeto de negociacin por parte de los oradores. El hombre que hubiera podido romper el crculo mgico, que hubiera podido despejar tal constelacin, ya no exista. Haba pasado la hora en que, tras tantos sudores y esfuerzos, la historia le haba permitido realizar la consigna de "pactos y crditos". La responsabilidad es el precio de la grandeza y l haba aceptado una y otra vez las grandes responsabilidades del momento. Los ciudadanos norteamericanos haban votado cuatro veces en favor de la prolongacin de su Mandato, y l haba sacado al ciudadano americano del aislacionismo y le haba dado una conciencia de universalidad. En Tehern haba vivido su momento estelar, que en cierto modo todava dur en Yalta. La constelacin de las grandes potencias exiga acuerdos, y l, sin embargo, trataba de evitarlos para poderlos establecer luego, en el da ms conveniente, en Dumbarton Oaks, en San Francisco, en Potsdam o en alguna otra parte. Quera tener las manos libres para negociar, lo cual exiga, a su vez, largas negociaciones. No fueron sus electores quienes le obligaron a proceder de esa 241

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manera en Tehern y en Yalta, sino la misma historia, y su continuador en Potsdam no pudo superar, en el momento de las grandes resoluciones, su gigantesca sombra. Nadie pregunt por la significacin de Alemania? Nadie pens en las consecuencias de la paralizacin del centro de Europa? Nadie vio avanzar la creciente avalancha? Uno pregunt y anticip la respuesta. Uno pens y continu pensando. Uno vio, como un guila ve el paisaje en lo hondo, la avalancha y se dispuso a aprovecharse de ella. F. D. Roosevelt le haba llamado el buen "To Toe". El buen Joe, as se deca en los Estados Unidos. "Dales, Frank, no cedas y procura que los dueos de esclavos no repitan tras esta guerra la misma equivocacin que cometieron en Versalles". Los dueos de esclavos eran los antiguos colonizadores britnicos, era el viejo John Bull. Ya haban pasado los das en que todo era preocuparse para encontrar tanques, antitanques, bombarderos, antiareos, "jeeps", camiones y alambradas. Ya haban pasado las horas en que reciba los partes de la desordenada retirada de los ejrcito de Timochenko y en que, sin cesar de fumar, paseando de un lado a otro de su despacho o dibujando lobos en actitud de correr bajo un cielo teido de prpura, solicitaba y aguardaba la entrega de nuevas armas. Ya hablan pasado los das en que airadamente exiga la creacin de un segundo frente. El "Rico to de Amrica" haba sido su nico husped en Tehern, y a John Bull no quiso recibirlo a solas. Hermosos planes haba ideado John Bull. Atacar a Europa por el "blando bajo vientre" y llegar al corazn de Europa a travs de los Balcanes! Haba sido una gran idea, pero mayor haba sido su victoria sobre aquel plan. Haba sido una gran idea, pero la verdad es que responda a un concepto totalmente anticuado. Es que Europa continuaba existiendo? Europa era una pgina pasada en el libro de la victoria. Europa, con sus caballeros derrotados en el lago Peipus; con los barcos de la Hansa, que en otro tiempo haban llegado hasta Novgorod, y con su Bonaparte, su Federico y su Bismarck, nada de todo lo cual contaba ahora. Un continente lleno de inoperantes aristocracias polticas, de pueblos incapaces de defender sus tierras, de artistas ahogados en viejos formulismos y de cafs existencialistas frecuentados por maniqus que parecen muchachos y por muchachos que parecen maniqus. Todo eso haba acabado y no haba ms que tender la mano. Europa: un nombre sin contenido y sin sentido geogrfico. Un campo de pastoreo situado al oeste de Rusia; un campo de pastoreo y un campo para sembrar patatas: esta haba sido la mejor idea que jams se le haba ocurrido a un banquero norteamericano. No; no consentira que Francia ocupara el puesto de una gran potencia, ni permitira que se le arrebatara Polonia, Yugoslavia y los pases balcnicos. De todos modos, en Tehern ya no haba aceptado el dudoso concepto de Europa y se haba contentado con el concepto, tambin vago y obscuro, de Alemania. Y en un momento dado dijo al Primer Ministro de S.M. britnica que "los Balcanes estaban demasiado lejos del corazn de Alemania y que Francia era el camino ms recto para llegar a l". Y tambin ellos avanzaron por el camino ms corto hasta el Elba y ahora estaban en Potsdam. Un pequeo grupo de prisioneros de guerra avanzaba por la parte sur del extrarradio de Berln, a travs de Wannsee, Zehlendorf, la Unter den Eichen y la Schlosstrasse. Diecisiete hombres, algunos de los cuales estaban enfermos y 242

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otros heridos, que haban quedado atrs, entre Kladow y Potsdam, y que luego haban emergido de aquel inmenso mar cuyas olas se haban abatido sobre Berln. Los hombres avanzaban cojeando y apoyndose unos sobre otros, y de vez en cuando, cansados como estaban, se sentaban en el suelo. Y el sargento que los escoltaba, y que iba acompaado de dos soldados de infantera, les dejaba reposar, permita que los paisanos se acercaran a ellos e incluso animaba a las mujeres: "Mujer da pan", y las mujeres, que hacan cola ante las panaderas y verduleras recin abiertas, ofrecan algo de comer a aquellos desgraciados: un pedazo de pan o una zanahoria. Uno de aquellos prisioneros era el capitn Boehlke. Tena fiebre y su cuerpo estaba cubierto de un fro sudor. Boehlke no vea la larga hilera de ruinas, pues su mirada estaba nublada. Todava llevaba encima el informe que acerca de la catstrofe del noveno ejrcito haba escrito para su to Raimond. Su intencin haba sido entregar su carta a alguien durante la marcha a travs de Potsdam. Pero l mismo desemboc con sus compaeros en la vieja calle, y no pudo reconocer la casa de su to. Una pirmide de ruinas se alzaba donde antes haba habido la casa. Una mujer le dijo que los habitantes de la misma y el primer bibliotecario Stassen, es decir, to Raimond y su esposa, haban perecido bajo las bombas. "Davai!" Adelante! Al final de la Schlosstrasse torci el grupo hacia la izquierda, en direccin a la estacin de Anhalter. Llegaron al centro de la ciudad y embocaron la Leipziger Strasse. En la Dnhoffplatz vieron surgir un autobs, el primero que circulaba entre aquellos montones de ruinas. El sargento, que ya haba perdido mucho tiempo a causa del cansancio de los prisioneros, hizo detener el vehculo, oblig a descender a sus pasajeros e hizo subir al pequeo grupo. As, pues, montado en un autobs de dos pisos, el capitn Boehlke deshizo el camino que, en un autobs semejante a aqul, haba recorrido al principio de su epopeya. Esta vez, sin embargo, su destino estaba en la gran concentracin de prisioneros de guerra que se haba formado en Rdersdorf, junto a las grandes fbricas de cemento. Tifus, disentera, intentos de suicidio y enfermedades sexuales era lo que predominaba en el hospital 122. Haba pocos medicamentos, escaseaban el algodn y las vendas y los pacientes pasaban hambre en sus camas. Las reservas de medicinas, vendas, gasas y alimentos, as como el instrumental quirrgico, haban pasado a manos de los rusos. Los heridos leves fueron considerados prisioneros de guerra, y desde haca unos das haba comenzado la evacuacin de los heridos graves. Vestidos con las ropas que llevaban en el hospital, o en camisa y calzoncillos, fueron obligados a montar en los camiones y llevados hacia el Este. Dos mil hombres, y nadie saba dnde ni cundo terminara el viaje. En el ltimo camin subi el teniente coronel mdico doctor Theysen. Junto al coche estaba la seora Theysen, que haba ido all para despedirse de su marido. "Ven, mujer; t tambin subir." As emprendi la seora Theysen el camino del cautiverio. El camin les llev hasta Lichtenberg, donde montaron en un tren que ya les aguardaba. Tres das de viaje. El tren se detena a veces, era arrinconado en algn desvo, volva a avanzar, retroceda y continuaba luego su camino. Theysen durmi casi ininterrumpidamente. Estaba totalmente agotado y no tena fuerzas ni para asombrarse. A los tres das de viaje slo 243

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haban llegado a Frankfurt del Oder. All tuvieron que descender y montar en unos camiones. Theysen tena una maleta, que trataba de subir al camin. Un oficial le dijo: "T no maleta. T no robota, no trabajo". Ech una ojeada a la lista y repiti: "T no robota, no trabajo. T jefe mdico. Mujer no est en lista. Bueno; si mujer tambin mdico, puede quedarse". El doctor Theysen se convirti en el jefe mdico del Hospital de Frankfurt del Oder. Un tipo en calzoncillos y camisa se present ante l y dijo ser el coronel Zecke. Tras las alambradas, todos los hombres iban en calzoncillos y camisa. Este es nuestro uniforme; tiene un sentido simblico dijo el coronel. Se haba adoptado aquel uniforme para entorpecer la huida de los detenidos. A Theysen, sin embargo, se le permiti llevar uniforme, y en tal sentido era la nica excepcin entre enfermos, asistentes y mdicos. El coronel Zecke estaba en el despacho ante una mesa llena de papeles. l fue quien inform a Theysen acerca de la situacin del Hospital. Seis mil enfermos; no haba camas; los enfermos estaban tumbados sobre montones de paja. Haba tifus, disentera y toda clase de enfermedades. Cada da fallecan de sesenta a ochenta enfermos. La paja no poda ser cambiada; cuando alguien mora, los asistentes la removan un poco y el nuevo enfermo se tumbaba sobre el mismo montn recin desocupado. Una crtica situacin dijo Theysen. S; una crtica situacin que los envos a la fosa van aligerando. Este es nuestro destino respondi Zecke. Salir de all, huir. Aquel haba sido el primer pensamiento de Vicco Splge cuando atravesaba la ciudad. En una esquina, junto a los montones de ruinas de una casa, un hombre intent escapar de la columna. Trat de esconderse entre los escombros. Pero inmediatamente fue abatido. Al llegar a la esquina siguiente otro preso intent escapar, pero uno de los guardias dispar contra l y le tumb. Tras el Halleschen Tor, al llegar al Landwehrkanal, lo intent un tercero. Sali de la columna y de un salto brinc sobre la barandilla del puente y se arroj al agua. Dos rusos se acercaron a la barandilla y dispararon sus pistolas ametralladoras. Los de la columna no pudieron ver lo que sucedi en el agua. Un grupo de patos salvajes levant el vuelo y algunos de ellos volvieron a caer aplomados. Era muy difcil que el fugitivo hubiera podido llegar a la otra orilla. Al cabo de poco rato otro hombre trat de rezagarse, pero fue cogido y metido en la columna. No; de aquella manera no poda uno escaparse. Ya habra una oportunidad de huir y Splge decidi no dejarla escapar. Pasaron unas semanas detenidos tras unas alambradas al borde de Berln. Luego emprendieron la marcha, pero en vez de alejarse de la capital, volvieron a ella. Se dirigieron hacia el Treptower Park y luego, dando un gran rodeo, hacia Wuhlheide, donde haba una central de distribucin de aguas. El grueso de la columna prosigui la marcha hacia el Este. Splge y unos cincuenta o sesenta hombres quedaron all. Al da siguiente fueron conducidos a descombrar el parque y los campos de deportes que por all haba. Al anochecer regresaron al campo y al da siguiente volvieron al trabajo. Aquello no poda durar. Dentro de poco continuara la 244

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marcha. Se haba presentado la ltima ocasin para intentar la huida. Y Splge se arriesg a alejarse del campo de trabajo. Anduvo despacio y lleg hasta un matorral. All se detuvo. No sucedi nada de particular. Nadie le haba visto. Se incorpor y, andando muy despacio, lleg al siguiente matorral. Nada. Junto a l haba una pequea valla de matorrales y, tras ellos, arrastrndose sigilosamente, lleg hasta la calle. Cruz la Rummelsburger Strasse, se ocult en unas ruinas de Oberschneweide y hacia medianoche continu su camino. Cinco das necesit para poder atravesar Berln. A la maana del quinto da lleg a Wannsee. Por fin, descubri la casa de Wittstock. Cuando slo le faltaban veinte pasos para alcanzar la verja del jardn, vio a un ruso que, a poca distancia, estaba sentado bajo un farol y manipulaba en un aparato de radio. El ruso se le qued mirando, sac su pistola y al cabo de unos momentos dispar contra el farol, cuyos vidrios saltaron por los aires. Splge continu su camino y procur andar ms despacio. El corazn le lata con fuerza. Pas de largo ante la verja del jardn y entr por la puerta trasera. Al hallarse dentro de la casa y ante Wittstock se sinti salvado. Pero Wittstock estaba ms espantado que l mismo. La seora Wittstock descendi las escaleras y al verle se cubri el rostro con las manos. Los dos le compadecieron. Pareca salir de un estercolero. Tena un hambre feroz y le torturaba la sed. Le dieron un pedazo de pan y una taza de caf. No; no poda quedarse all, ni tan siquiera una sola noche. Y tampoco poda volver al da siguiente. De vez en cuando se presentaban amigos que no le tenan ninguna simpata. Quines eran aquellos amigos que no le podan ver? Pues, escritores, actores y gente enrolada en el servicio de cultura. "Tu presencia en esta casa es algo imposible le dijo Wittstock; espero que lo comprenders. Luchamos contra la ideologa nazi, combatimos contra los intelectuales que apoyaron a los ladrones nazis..." Crees que soy un ladrn? Mi opinin particular no cuenta. Adems, has tenido suerte; si hubieras llegado dos das antes te hubieras encontrado la casa ocupada por una seccin rusa. Haca slo dos das que Wittstock haba regresado a su casa, que gracias a su adscripcin al "Frente de Cultura" haba podido recuperar. No; no puedes quedarte aqu. Si te encontraran nos costara la vida a los dos. Splge tard en entender. Poco a poco se fue percatando de que para Wittstock el mundo haba dado un giro de ciento ochenta grados. Su amigo le permiti lavarse. Y luego le dio uno de sus trajes, que le vena muy grande. Se enter de que su propia casa haba sido requisada por los americanos. Y Leonore? Ignoro dnde vive repuso Wittstock. La seora Wittstock, sin embargo, le dio una orientacin. Seguramente dijo la encontrar usted en la Alexanderplatz o en la Potsdamer Platz. En la Potsdamer Platz? Qu puede estar haciendo all? Negociando. Negociando? S; todo Berln se dedica hoy a negociar con lo que tiene.

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En Potsdam, sobre una mesa, aguardando la firma, estaba el Tratado de las tres Potencias. La escena haba tomado un giro dramtico. De los tres vencedores slo uno poda estampar su firma al pie de aquel documento. Uno de los tres viejos haba muerto y en su lugar estaba su sucesor. Otro haba sido llamado a media Conferencia. El "gran hombre", que ya era un anciano, haba dicho a su pas: "No puedo ofrecer ms que sangre, sudor y lgrimas". Y ahora que las armas haban callado significaba un peso demasiado grande para aquella nacin que le haba ayudado a atravesar el oscuro valle de la guerra. El nuevo Parlamento no le haba otorgado su confianza. Y en la Conferencia del Atlntico, en la que haban de discutirse problemas de gran importancia y en la que haban de tomarse resoluciones de inmensa trascendencia, fue sustituido por otro Primer Ministro. "Se han acabado las penas, las preocupaciones y los miedos", deca el mensaje del Atlntico. Y las gentes, ateridas de fro en cabaas de hielo, hundidas en terrenos pantanosos, enterradas entre ruinas de casa, levantaron sus frentes hacia el cielo. De los tres titanes de la guerra, en Potsdam slo haba quedado uno. El mundo no haba sido creado de nuevo y el equilibrio de poderes no haba sido vuelto a restablecer. El centro de Europa y tambin el centro de la poderosa Asia haban quedado convertidos en dos inmensos huecos. Profundas simas se haban abierto en el Este y en el Oeste. Las columnas de la subsistencia no se apoyaban sobro la tierra firme. Pueblos enteros haban cado bajo un poder desptico extranjero. El traslado de ciertas minoras nacionales adquiri patente de legalidad. Cien, veinte millones de viejos, mujeres y nios fueron arrojados de sus casas y convertidos en aptridas. Los hombres, empero, quedaron atrs, estacionados en grandes campos de trabajadores. Las reparaciones de guerra tambin haban de ser pagadas con trabajo humano: as rezaba el comienzo de la nueva ley. "Se han acabado las penas, las preocupaciones y los miedos..." En el "Atlntico" fue como si las nubes de verano se hubieran abierto ante los descubridores de mares y como si desde lo alto hubiera aparecido un coro de ngeles armados de trompetas:

Alabado sea Dios en las alturas, Paz sobre la tierra A los hombres de buena voluntad.
Dur lo que un suspiro. El teln cay y volvi a levantarse sobre Tehern, sobre Yalta y, finalmente, sobre Potsdam. "Se han acabado las penas, las preocupaciones y los miedos..." En Hermsdorf un hombre envolvi en una sbana el frgil y rgido cuerpo de una mujer, lo sac de la casa y lo coloc sobre una carretilla. Lleg a un cementerio y, como no encontr ningn enterrador, cav una fosa y meti en 246

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ella el cuerpo de la muerta. En Mariendorf, una mujer, con un nio de pecho en brazos, recibi su cartilla de racionamiento. Valedera para las raciones de un mes: 9.000 gramos de pan, 600 gramos de carne, 210 gramos de grasa. "Eso es lo que reciben aquellos que no trabajan", dijo la empleada al tiempo que haca un movimiento de hombros. "Cartilla V: Cartilla para el cementerio." Tambin Franz, de la Landsberger Strasse, tena una "Cartilla para el cementerio", pero Franz haba recompuesto su organillo, al que daba vueltas de la noche a la maana, y cada da llegaba a casa con algo de comer: una vez traa un par de patatas, otra una zanahoria y siempre un montn de astillas. Saburov, el jefe de los desmontes industriales de Karlshorst, estaba sentado ante interminables columnas de cifras. Ivn Serov poda estar contento de su trabajo! Todo, e incluso ms, se haba hecho en el plazo fijado. Los alemanes son buenos trabajadores y en seis semanas casi se haba alcanzado el veinte por ciento de la antigua produccin industrial de Berln. De todos modos, tambin haba que contar lo que las bombas norteamericanas haban destruido. Eso se tendra en cuenta ms adelante. Pero todava quedaba en Berln mucho para ser desmontado. Los representantes de la "Inteligencia" berlinesa se haban congregado en la gran sala de la nueva emisora de la capital. En el estrado, junto al hombre de la perilla a lo Lenin, haba artistas y profesores, y tambin estaban el arquitecto Poppert, el director artstico Sarfeld y el periodista Wittstock. Tras la ejecucin de una obra de Juan Sebastin Bach se constituy oficialmente la "Unin cultural para la renovacin de Alemania". Bajo el lema "Y yo digo: S; eres una tumba, pero una tumba llena de impulsos vitales", de Gottfried Keller, el poeta de la quinta "Strauss", que haba llegado de Mosc en el "Douglas", ley el discurso inaugural. Vicco Splge buscaba a Leonore. La Potsdamer Platz haba sido descombrada y las piedras se vean ahora apiladas a los lados de la plaza. Una andrajosa y famlica multitud circulaba ante las escaleras del "Metro", entre las ruinas de la casa "Vaterland" y bajo techos a punto de desmoronarse. Era como una escenificacin expresionista de un aquelarre. Por todas partes, rostros desencajados, trajes rotos y miseria. "No, gracias, gracias..." Splge no deseaba comprar zapatos viejos, ni chicles. Y tampoco tena dinero para adquirir cigarrillos. Todo el mundo tena algo con que mercadear: cigarrillos americanos, vestidos de nio, nescaf o arenques de color verdoso, que los vendedores se sacaban de los bolsillos o de debajo de la camisa. Tambin los rusos mercadeaban, aunque a veces, sin embargo, cogan las mercancas de los otros y continuaban su camino sin decir palabra. Lleg un "jeep" con soldados norteamericanos. Los "amis" deseaban cambiar cigarrillos por mquinas de fotografiar y relojes. Los cigarrillos norteamericanos se haban convertido en una especie de moneda, el curso de la cual se aceptaba por unidades o por paquetes, segn fuera la transaccin. Los chiquillos levantaban sus manos junto a los compradores y mendigaban algo que comer. En pocos das haban aprendido a mendigar en ingls y en ruso. "Give me chocolate! Give me cigarettes! Dai jleba! Dame pan!" Y mientras buscaba a Leonore, Splge observaba el cansado rostro de las mujeres, muchas de las cuales llevaban la cabeza cubierta con una paoleta. Leonore no se hallaba entre ellas. 247

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Y Splge, al cabo de un rato, decidi irla a buscar a la Alexanderplatz, otro de los centros del mercado negro. Lo que en aquellos momentos ocurra en Potsdam o en la sala de emisiones de la nueva emisora de la capital no importaba lo ms mnimo a los berlineses. Al otro extremo de la tierra se acababa de arrojar una bomba atmica y doscientos mil muertos inauguraban una nueva poca. Pero los berlineses permanecan indiferentes a todo aquello. Los berlineses tenan sus propios problemas. Mucha gente mora de inanicin. Moran viejos y nios y no haba cajas con que enterrarlos. Una ciudad derrotada y tomada por asalto. Apenas si quedaba una casa que no hubiera sido saqueada y una mujer que no hubiera sido violada. Las estaciones haban quedado reducidas a desnudos esqueletos de hierro. Grandes esqueletos de hierro eran Siemensstadt, Daimler-Bens, la AEG, Borsig, Tegel, los grandes centros industriales. Hasta el ltimo clavo y el ltimo interruptor eran arrancados de las paredes. Hasta los bancos de los artesanos eran cargados y transportados hacia el Este. Era el mes de agosto. Cada vez que soplaba una rfaga de viento se levantaban nubes de polvo hacia el cielo. Y el polvo acababa de borrar los contornos de la Leipziger Strasse y del Spittelmarkt. Las casas, entonces, aparecan como trgicos esquemas. Splge encontr a Leonore en el Spittelmarkt. Se tropez con ella sbitamente. Llevaba la cabeza descubierta y su rubia cabellera un cabello que no haba conocido ningn tinte, eso lo saba l luca al sol. Un "jeep" americano se detuvo ante ella. Un soldado iba sentado al volante. El soldado le habl. Y Leonore Dios mo! sonri. Y luego, al cabo de un momento, mont en el "jeep". Splge contempl inmvil la escena y vio cmo el "jeep" desapareca entre el polvo. Ahora pagas... A menos de cien metros de distancia, al comienzo de un barrio reducido a escombros, estaba Franz con su organillo. La msica de su instrumento volaba entre los montones de ruinas y las vacas habitaciones de las antiguas residencias seoriales. Ni una sola persona viva en aquel lugar, pero los "buscadores de tesoros" iban y venan entre las ruinas y armados de martillos o de hierros desmontaban un trozo de caera, arrancaban un par de clavos o recogan unas astillas que guardaban en sacos. Franz tocaba "Vilja, oh Vilja, muchacha de los bosques" y "Esto no puede conmover a un marino". Tocaba "Estuvimos ante Madagascar", "Volga, Volga" y un viejo vals. Era un fragmento de opereta de los tiempos del Kaiser. Una msica vieja, cuya popularidad se haba conservado a travs de los tiempos. Y Franz enton la letra de aquel clebre vals. Y a travs de aquel mundo en ruinas se oy una voz que cantaba:

Y el Spree contina corriendo por Berln.

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CUARTA PARTE

Quien monta un tigre no descabalgar cuando se le antoja.

puede

(Proverbio indio.)

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EL PRESIDENTE DEL "LAND"

Zecke, Zecke, dnde est Zecke?... Aquello ocurri hace tiempo. Incendios, montaas de humo, el espacio poblado de sombras que caan al suelo. Fue un grito de angustia, salido de un alma desesperada. Un grito que peda comprensin. Aquello ocurri hace tiempo. Un mundo se haba venido abajo... Ya no haba un coronel de aviacin que caminara balancendose; ahora haba un chfer que vesta el flamante uniforme de la polica de Turingia, y el chfer no se llamaba Aachern, sino Dietershofen, y Dietershofen era el chfer del presidente del "Land" de Turingia. Y el chfer, el presidente, la esposa de ste, un ingeniero y la jefe de las intrpretes estn, con otras setenta personas, en un stano de Erfurt. La gente haba sido detenida en la calle. Dos de las detenidas se llamaban Zecke. Una tena unos cincuenta aos y la otra era algo ms joven. La primera se llamaba Helene Zecke y la segunda, Agathe Zecke. Dietershofen oy gritar aquellos nombres, as como el del presidente Dr. Paul, el de la esposa del Presidente, Louise Paul, el del ingeniero Knauer, el de la intrprete Irina Petrovna Sempionova y el suyo propio, que figuraban en una lista. Dietershofen se dirigi a las mujeres. Les dijo que haba conocido a cierto seor Zecke. No, no era amigo suyo: lo haba conocido simplemente en cierta inolvidable situacin. Se imaginaba que estaba ante la esposa y la hija del coronel Zecke. Claro que queran saber ellas algo acerca de Zecke. Dietershofen no pudo darles demasiadas noticias, pues estaba obligado a callarse lo ms importante. Ellas venan de Friedrichroda. All haban vivido casi un ao. Ahora, a causa del bloqueo de las cuentas corrientes, se haban quedado sin nada, y adems los rusos las haban arrojado del hotel. Queran ir a Berln: en tren, y si en tren no era posible, a pie, aunque quiz encontraran a alguien que quisiera llevarlas un trecho en auto. Cuando se dirigan a la estacin fueron detenidas por una patrulla rusa que las trajo aqu. Qu significaba aquello? Qu queran los rusos? Aquellas eran las preguntas que tambin se hacan los dems. Nadie saba por qu haba sido detenido, y el mismo Presidente, a quien de pronto tambin le haban privado de libertad, no saba qu contestarse. Qu ser de nosotros, seor Presidente? Cree usted que nos dejarn en libertad? Podremos volver a casa? Abusos propios de una situacin de desorden responda el Presidente . Pronto se arreglar aada. Turingia es un Estado soberano! gritaba un hombre que de pronto se encar con el Presidente, a quien dijo: Seor Presidente: hasta en los ms pequeos pueblos hizo usted colocar unos carteles en los que se proclamaban

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las seguridades que nos ofrecan los rusos. Pues bien, aqu tiene usted el ejemplo de cmo entienden ellos en la prctica el derecho de la libertad individual. Y la inviolabilidad de la propiedad privada dijo otro. Cuando le eso llev mi dinero a la Caja de Ahorros. Bueno, y ahora, qu, seor Presidente? La reforma bancaria! Ahora todos somos mendigos! Y con la "cartilla para el cementerio" podemos morirnos de hambre. S, era algo realmente ignominioso. Turingia es un Estado soberano, esas haban sido las palabras que se pronunciaron cuando la proclamacin del nuevo Gobierno. Cuando se hizo cargo del gobierno no le cupo la menor duda de que el liberalismo era, por fin, un hecho y de que las libertades democrticas iban a ser respetadas. Una de sus primeras preocupaciones fue reunir a los juristas de la regin. Tras doce aos de tirana, el derecho y la justicia deban volver a garantizar la continuidad de la vida social y econmica. Los acuerdos de Potsdam y las disposiciones de los ocupantes, que estaban en funcin de aqullos, deban ser la fuente jurdica del nuevo rgimen. Sin embargo, a cada momento se producan contratiempos a causa de la autonoma con que obraban las autoridades rusas de cada lugar, y una de sus principales ocupaciones era el estar en continuo contacto con los jefes superiores y de esa manera deshacer los enredos que se presentaban sin cesar. Llevaba cerca de dos horas detenido. Ante la casa estaba su coche con la banderola oficial y las inscripciones, en alemn y en ruso, "Presidente del Land". Se haba puesto en camino por orden del mariscal Zukov, quien le haba ordenado que cuidara de la puesta en marcha de las fbricas BMW, en Eisenach. Y haba decidido llevarse al director Knauer, que era un experto en la materia. Atravesaron Erfurt y cuando acababan de salir de la ciudad fueron detenidos por una patrulla de soldados rusos armados con metralletas. Adnde? A Eisenach. Nada Eisenach! A la comandancia! Volvieron atrs. Mand a Dietershofen a la comandancia. El comandante de la plaza dijo que quera hablar con l. Y no le qued ms remedio que presentarse al puesto de mando. Qu hacer t en Eisenach? Estoy de viaje por orden del mariscal Zukov. Ah! Zukov... Yo ser aqu Zukov. T arrestado. Nadie poder ir por las calles. El comandante de Erfurt haba prohibido que se circulara por la ciudad. El motivo de aquella orden era la bsqueda de supuestos nazis. Y todo alemn, fuera hombre o mujer, a quien se pillaba en la calle era inmediatamente detenido y llevado a la comandancia, donde permaneca un tiempo indefinido. Dme usted el telfono, seor comandante: quiero hablar con el jefe del "Land", el capitn general Chuikov! Aqu yo ser el capitn general Chuikov! Todas las explicaciones resultaron intiles. La conversacin, as como la injerencia en ella de la intrprete, aument la 251

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terquedad del comandante. Llevaban ms de dos horas detenidos. A cada momento entraban nuevos detenidos. Ya no haba sitio donde sentarse. La intrprete acab por perder la paciencia. No se preocupe usted, Irina Petrovna; pronto se arreglar. La intrprete Irina Petrovna no se dej tranquilizar. Se levant, se abri paso entre los detenidos y comenz a golpear la puerta. El centinela abri la puerta y nadie de los presentes comprendi lo que ste dijo a la intrprete. Pero lo que s entendieron fueron las dos soberbias bofetadas una en la mejilla derecha y otra en la mejilla izquierda que la intrprete propin al centinela, y tambin comprendieron que aquella rusa, cuyo vestido era particularmente elegante, saba reir exactamente igual que un soldado rojo. Ninguno de los presentes, sin embargo, sospech que aquella mujer haba aprendido aquel vocabulario en la noche sin fin de los campos de concentracin del norte de Rusia. Irina Petrovna pidi hablar con el comandante. Si tschas!... Aprisa! Estpido! Ya te ensear yo a correr! El centinela no supo cmo defenderse de aquella mujer que pareca una pantera salvaje y que a viva fuerza le obligaba a contravenir las ordenanzas. La pistola, ante aquella furia, se haba convertido en un cacharro intil. No saba qu hacer. Apareci el comandante. En un abrir y cerrar de ojos se oy llamar imbcil, estpido, inepto e idiota. Calla! Cierra el pico y no me repliques. T eres el mariscal Zukov? T eres el capitn general Chuikov? T eres el comandante de esta ciudad? Pedazo a pedazo te arrancarn la piel del cuerpo! Yo misma te arrancar las insignias de comandante y la Orden de la "Bandera Roja". Te las arrancar de la blusa... Los ojos del comandante centellearon. Aquello era demasiado. Estaba a punto de acabar con aquella mujer cuando unas palabras, una pequea frase, le dejaron desarmado. Ella le dej entrever la fuerza que la haba convertido de una jefe de partisanos condenada a un campo de concentracin en una mujer vestida a la europea. Ven dijo el comandante, y en seguida, sin embargo, aadi: Venga usted, por favor, camarada. El Presidente ech una mirada de agradecimiento al jefe de intrpretes. La mujer tena un rostro alargado y el cabello, recogido en un moo, era de color negro brillante. Tena una cicatriz en la mejilla izquierda, pero aquello no la afeaba, sino que, al contrario, aumentaba su singular hermosura. Nunca la haba visto en una actitud como aqulla, pues Irina siempre se haba mostrado como una persona de carcter sencillo y poco autoritario. Lo nico que haba podido averiguar era que Irina era la hija de un coronel. Pero ahora, sin embargo, saba algo ms acerca de ella. No aguard mucho rato. Al cabo de poco fue mandado llamar. El comandante ya no estaba solo. Junto a l haba un coronel, muy amable por cierto. Por favor, su documentacin... De la Administracin militar del mariscal... murmur, e hizo un gesto de disgusto. Lo siento, pero esa documentacin no sirve. Qu es lo que entonces sirve, seor coronel? 252

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No lo saba. Murmur algo relativo a cierto carnet de color azul que deba estar colocado en el parabrisas del coche. Desde luego est usted en libertad. Ha sido un lamentable incidente. Ah dentro hay ms de sesenta personas; por qu han sido detenidas? pregunt el Presidente. El coronel no lo saba. Y tampoco saba el nombre del comandante. Y el comandante, al ser preguntado, tambin ignoraba su nombre. No tengo nombre fue su respuesta. Muy bien dicho! exclam Irina Petrovna: t lo has dicho: no tienes nombre. Slo el director Knauer pudo continuar su camino. Alguien telefone en demanda de un coche y el doctor Knauer prosigui en l su viaje. El Presidente, por su parte, se volvi a Weimar. Encarg a Irina Petrovna que informara del incidente al general y se march a casa. Se encontraba enfermo y no quera hablar ms del asunto. Deseaba acostarse. Al llegar a su casa se encontr un pliego de instrucciones que desde haca varios das estaba sobre la mesa de su despacho, referentes a la nueva reforma agraria, tema que desde tiempo atrs vena ocupando a la poblacin civil. En el edificio de la Administracin Militar Sovitica, Irina Petrovna estaba ante el jefe de la Administracin y el capitn general Chuikov. Y tras haber odo el informe de la intrprete, tanto el general como el capitn general casi haban dejado de ser personas para convertirse en fieras salvajes. La reforma agraria, que ya haba comenzado a realizarse en Sajonia, en la provincia de Sajonia, en Brandenburgo y en Mecklenburgo, haba de implantarse sin demora en Turingia. Pero sin las debidas formalidades, por parte alemana y, sobre todo, sin la firma del Presidente, no haba nada que hacer. Y el presidente Paul haba estado detenido durante horas enteras, y luego haba enfermado y ahora se excusaba. En todas las otras regiones se haba comenzado a expropiar los bienes de la antigua nobleza, los latifundios y las grandes propiedades de ciertos labradores, y en Turingia, nada; en Turingia como si no ocurriera nada en todo el pas. Trigame usted a ese Paul; trigamelo enfermo o medio muerto, como usted quiera, pero trigamelo en seguida: lo necesito. Irina Petrovna cogi el telfono y habl con la esposa del Presidente. No, el doctor Paul no poda ponerse en camino. El incidente le haba afectado mucho; estaba enfermo; no se hallaba en condiciones de afrontar aquel trabajo. Los dos "imbciles", es decir, el comandante de la ciudad de Erfurt, que era un general, y el jefe de los barrios extremos de la misma, que era un comandante, se presentaron ante el jefe de la Administracin Militar y el capitn general. En primer lugar, el general sufri una tempestad de reprimendas. Luego, el grueso de los improperios cay sobre el comandante. Y sucedi lo que Irina Petrovna haba pronosticado. Ella misma arranc al comandante sus insignias y su Orden. Y el fino rostro de Irina Petrovna permaneci impasible cuando, de un tirn, arranc los emblemas de la blusa del comandante. A los pocos das desapareci de Turingia y fue enviado all donde Irina Petrovna haba pasado algunos aos de su vida. 253

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Con todo aquello, sin embargo, no se haba hecho nada de provecho. El retraso en la reforma agraria y la enfermedad del Presidente deban ser notificados inmediatamente a Berln-Karlshorst, al mariscal Zukov. El hecho de que el presidente de un "Land" hubiera sido detenido cuando viajaba por orden del mariscal Zukov era asunto que no slo deba recaer sobre el general de Erfurt, sino sobre toda la Administracin Militar. El ayudante que al otro lado del hilo recibi la noticia no disimul el enfado del mariscal y dijo que la nica manera de arreglar las cosas era la rpida puesta en marcha de la reforma agraria, que deba hacerse, aadi, con el mximo tacto posible y acerca de cuya marcha deseaba el mariscal ser inmediatamente informado. Pero el tipo estaba enfermo. Claro que, bien mirado, tena un pecho como una piedra de molino y no poda tratarse de nada grave. Pero haba que creer en lo que deca. Proceder con tacto... El capitn general se ech atrs en su silln y el jefe de la Administracin Militar comenz a pasear de un lado a otro del despacho como una bestia enjaulada. Ya era bien entrada la noche cuando Irina Petrovna recibi la orden de ir en busca del doctor Paul, a quien, bajo la expresa invitacin del mariscal Zukov, deba conducir a Berln, a ser posible con la ley de la reforma agraria firmada. En realidad, sin embargo, la invitacin no tena nada que ver con el incidente ocurrido en Erfurt, ni tan siquiera con la tan cacareada reforma agraria, sino que era la respuesta al intento de aprovechar, por parte del doctor Paul, el desacuerdo entre las autoridades militares locales y la Administracin Central. Una invitacin similar a aqulla fue cursada a los presidentes de los "Lander" de Sajonia, Brandenburgo y Mecklenburgo. Todava haba luz en las ventanas del despacho del doctor Paul. Tras las cortinas, el Presidente estaba sentado a su mesa de trabajo. Los documentos referentes a la reforma agraria y otros papeles oficiales estaban amontonados a un lado de la mesa. El texto de la reforma agraria haba quedado sin firmar. La mano que sobre l descansaba no se mova. El Presidente dialogaba en silencio con l mismo. Haca el balance de los primeros meses de su mandato. Tras la reforma bancaria, la reforma agraria era el segundo cambio que se iba a operar en la vida de la poblacin. Haba estudiado el texto de la ley, haba meditado acerca de lo hecho en otras provincias y haba llegado a la conclusin de que la reforma era impracticable en su "Land". En Turingia apenas existan latifundios y solamente haba unas cuantas grandes propiedades pertenecientes a labradores. As, pues, era absurdo dividir los campos en parcelas de dos o tres hectreas, pues con ello no se conseguira otra cosa que crear una poblacin de depauperados y de mendigos. No, su mano no firmara aquel documento. La reforma bancaria ya haba sido un terrible golpe para la economa del pas. Aquella reforma haba sido un latigazo para su gobierno, que a partir de aquel momento se haba convertido en un avispero. De todas partes comenzaron a llegarle gentes que haban sido robadas, despojadas de todo lo que posean, y cada da reciba cartas de protesta y llamadas de auxilio. Los rusos se haban apoderado de los Bancos y, despus de haber saqueado las casas, comenzaban a llevarse los ahorros de los ciudadanos. Qu podemos 254

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hacer?" Qu se poda hacer? El jefe de la Administracin rusa le haba dicho: "Seor Presidente: no se trata de una accin aislada, sino de una orden que afecta a toda la zona de ocupacin. Queremos evitar que se repitan ahora las equivocaciones cometidas en 1918. La Repblica de Weimar sufri una tremenda inflacin y, en vez de desentenderse de las deudas del gobierno imperial, las fue arrastrando durante mucho tiempo. Hay que aprender de los errores del pasado. Ahora, pues, era necesario arreglar todas las cuentas. Se daba el caso, adems, de que haba demasiado papel moneda para las pocas mercancas existentes en el mercado. Y aquel exceso de dinero deba ser eliminado. Por eso se haba dado la orden de cierre a todos los Bancos. A todos, menos a uno, que era el Banco del "Land". Ese Banco recibir de nosotros un crdito de treinta millones de marcos, que ms adelante nos cobraremos en mercancas." "Ms tarde, ms tarde seor general, cuando nuestra enferma economa haya recuperado las perdidas fuerzas y pueda soportar esa carga", haba replicado el doctor Paul; pero todo fue en balde. La medida haba sido inmediatamente aplicada a toda la zona y el Ejrcito Rojo la consider en seguida un "hecho", como en tales circunstancias decan los ocupantes. Y lo ms trgico del caso era que l haba comenzado su mandato faltando a su palabra, pues de acuerdo con la promesa que le hicieron las autoridades soviticas, haba prometido a la poblacin que las cuentas corrientes seran respetadas. Das y das haba estado negociando! Pero el Ejrcito Rojo era mucho ms fuerte que l. A veces haba podido arreglar algn caso aislado, pero los acontecimientos siguieron su curso. "Reforma bancaria" era una expresin que encubra el hecho de la "lucha contra la inflacin" y la "reforma agraria" era presentada como parte de la "lucha contra el militarismo". Si tal era el objetivo de la reforma, la accin deba quedar limitada a las pocas grandes propiedades que existan en Turingia. El intento de parcelar los bosques y de convertir los campos en pequeas fincas iba a encontrar su decidida oposicin... No, su corazn no estaba grave. En aquello s que haba acertado el jefe de la Administracin Militar. Aunque a sus cincuenta aos no tuviera las fuerzas de un futbolista, ni de un boxeador, todava era capaz de trabajar durante veinte horas diarias, sobre todo si dispona de caf y tabaco. Por otra parte, lo ocurrido en las afueras de Erfurt tampoco era demasiado grave; lo grave, en todo caso, eran los documentos que tena sobre la mesa y que, como tantos otros, se convertiran en papel mojado. Aquellos documentos hablaban de robos, raptos, violaciones y asesinatos. Era una larga y sangrienta cadena de hechos criminales y a l no solamente no se le permita identificar pblicamente la personalidad de sus autores, que eran soldados rusos, sino que deba decir que eran "alemanes vestidos con uniformes rusos". Y los expedientes que, llegados de Gera, Jena, Eisenach, Nordhausen y de docenas de ciudades y centenares de pueblos, l cursaba al general ruso o a la polica secreta quedaban sin respuesta. Tras los envos, pasaban semanas y meses, y nunca se haba arreglado ningn asunto. Cogi el proyecto sobre la reforma agraria. "Ante eso s que tiene uno que descubrirse! Eso s que es miserable, vergonzoso y bajo!..." 255

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El balance haba terminado. Sus pensamientos eran ahora tan violentos que poco a poco se fueron traduciendo en un monlogo. Alz la voz de tal manera que su esposa entr en el despacho y cerr las persianas de la ventana. No era necesario que el polica que estaba en la calle, junto a la ventana, se enterara de todo aquello! La seora se entretuvo un momento en el despacho, llen una taza de caf que haba sobre la mesa de trabajo y volvi a desaparecer. "Es algo increble! Est redactado en un alemn miserable. S, miserable; no puedo calificarlo de otro modo." Se vea que el proyecto de ley haba sido redactado en ruso y luego, sin demasiados miramientos, traducido al alemn. "Una obra miserable. Y si por un momento dejaba aparte su contenido, que era inaceptable, y se fijaba solamente en su estructura, resultaba que sta era totalmente inadmisible desde un punto de vista jurdico. Una cosa era la ley y otra los decretos para la realizacin de sus diversas partes. Pero aqu todo estaba revuelto: los motivos de la ley, la ley misma y los decretos para que se cumplimentaran sus diferentes partes. "No. Qu se haba credo el general? Iba l a estampar su firma al pie de aquel papel? No. El nombre es el smbolo de la persona. Y, aparte del contenido, l, como jurista que era, no poda admitir, no poda firmar aquel desconcierto. "No, seor general; las cosas no deben ir por ese camino. No; los prusianos no disparan con tanta rapidez y los turingios tampoco. El proyecto de ley ser presentado a la correspondiente comisin, en la que figuran los primeros juristas del pas, y todo ser llevado por la va legal. Y luego... S, luego se ver lo que conviene al pas." La seora de Paul volvi a entrar en el despacho. Irina Petrovna est ah. Ha visto la luz encendida y quiere hablar contigo. Trae una invitacin de Berln-Karlshorst y dice que espera respuesta. Dile que pase. Irina Petrovna le entreg la invitacin del mariscal Zukov para asistir a una Conferencia con la Administracin Central. Se trataba de una conferencia cuya celebracin haba sido solicitada por l mismo. Bien, ir, Irina Petrovna. La Conferencia comenzar en Karlshorst a las once de la maana. El general tambin se trasladar a Karlshorst y le ruega acepte usted un sitio en su coche. Partiremos de Weimar a las cinco de la maana. Bien, a las cinco de la maana; as estaremos en Berln antes de las diez. Irina Petrovna quera algo ms: el proyecto de ley sobre la reforma agraria. Podra llevar consigo el documento firmado. No, no puede ser... No, deje usted eso, Irina Petrovna: esta noche no quiero hablar por telfono con el general. No estoy en condiciones. Pero, por favor, dgale usted al general que el proyecto de ley ser presentado a la correspondiente comisin y luego yo har cuanto pueda por mi parte. Irina Petrovna no pudo conseguir nada ms. As, pues, al cabo de un momento se despidi del Presidente. Apenas haba abandonado la casa, cuando el doctor Paul cogi el telfono y dijo: Central! Dme usted la lnea especial de los seores de la comisin jurdica!... Que por quin pido? Est usted dormido? Anote: Decano de la 256

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Facultad, Presidente de la Audiencia Territorial, Presidente de la Administracin. En el auricular se produjo un zumbido. Al cabo de un rato se oy la voz del Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Jena. Aqu habla el Presidente. Perdneme usted esta alarma nocturna. Estoy siendo apremiado a causa de la reforma agraria. Mi parecer es que el proyecto es inaceptable, tanto por su contenido como por su forma. El proyecto estar maana en su seccin. Dle usted vuelta. Pero no pierda usted tiempo, seor profesor. Corre prisa, mucha prisa. Buenas noches. Luego habl con el Presidente de la Administracin. La cosa, pues, estaba hecha. Aquellos seores se haban hecho cargo del asunto. Claro que la mayor parte de las conversaciones telefnicas eran escuchadas. Pero qu se le iba a hacer! Estara dos o tres das ausente y muchos detalles haban quedado sin puntualizar. Todava tena bastantes cosas que hacer. Eran ms de las dos de la noche, pero todava se decidi a hablar con el Presidente de la Audiencia. La esposa del Presidente se puso al aparato. Estaba espantada. Perdone usted, seora, pero se trata de un asunto que no admite dilacin. Dgale usted a su marido que necesito verle inmediatamente, por favor. Ahora mismo le mando mi coche. Haba que proceder con mucho tacto... Por eso, no lejos de la casa del Presidente haba un carro cargado de paja desde el que da y noche vigilaban dos miembros de la NKVD. A los diez minutos de haber llegado el Presidente de la Audiencia a casa del doctor Paul, el general era informado de la visita desde el despacho del jefe local de la NKVD. Al cabo de unos instantes se encendi la lucecilla roja del aparato que el general tena sobre su mesa de trabajo. Comunicaba el puesto de la NKVD de la Lottenstrasse: "El Presidente ha hablado por la lnea especial. Ha encargado a los miembros de la comisin jurdica que rehicieran el proyecto de ley de la reforma agraria..." Rehacer, rehacer... Qu es lo que debe rehacerse? El jefe de la Administracin Militar apoy la cabeza en las palmas de las manos. Haba sido un da de mucho trabajo y en su rostro de campesino asomaba el cansancio. Doctores, profesores, juristas, jueces, presidentes de Sala, el decano de la Facultad de Derecho: haba como para volverse loco. Para qu todo aquello? Por qu haba de ser todo tan complicado? Por qu haba de tratar con un presidente como Paul? En Sajonia, en Brandenburgo y en Mecklenburgo, todo era mucho ms fcil y los documentos eran firmados a los pocos momentos de haber sido dejados sobre la mesa. Y aqu, sin embargo, para firmar aquel proyecto se necesitaba una comisin de juristas, clebres profesores, sesiones nocturnas y todo un consorcio de doctores e intelectuales. Pero al final... ya veran aquellos seores adonde iran a parar sus escrpulos. La noche estaba muy avanzada y dentro de poco tiempo debera el general disponerse a marchar a Berln. As, pues, se ech sobre el sof que haba en su despacho y trat de descansar. En aquella misma hora, el primer magistrado se encontraba en el despacho del Presidente y guardaba en su cartera el texto del proyecto de ley. Estaban de acuerdo. Deba darse al proyecto una forma jurdica correcta y, basndose en l, redactar una ley que seguramente sera combatida por el vicepresidente, que era un convencido comunista, pero que tendra el apoyo del doctor Paul. 257

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Todo estaba claro y los detalles haban sido ampliamente discutidos. Se trataba de una cuestin muy importante para todo el "Land" y no poda ser tratada a la ligera. El doctor Paul acompa al primer magistrado hasta la puerta y regres luego a su despacho. Era demasiado tarde para acostarse. Y como el general acababa de hacer en su oficina, al otro extremo de la ciudad, el Presidente se tumb sobre un sof para descabezar un corto sueo. Dos horas despus estaba sentado en su coche, junto al chofer Dietershofen, y se diriga hacia las afueras de la ciudad, donde en su coche les aguardaba el general. Reforma bancaria, reforma agraria, la Administracin Central, la cuestin de los refugiados... Convena recuperar durante el viaje algo del sueo perdido, para llegar luego a Berln-Karlshorst con la cabeza despejada y poder combatir por Alemania en aquel circo. Pero los grandes problemas que le preocupaban no le dejaron conciliar el sueo y nicamente cay en una vaga somnolencia. Y cada vez que abra los ojos y miraba a su alrededor se encontraba en medio de una desconsoladora e inacabada realidad. Inacabada? Quiz aquello era el final. No podra torcerse aquel final? Aquella idea que tantas veces haba tratado de alejar de s y que una y otra vez se le presentaba de nuevo, en su despacho oficial, en Weimar o en Gera, en su casa o en las reuniones con los ms destacados miembros del Partido Comunista le atormentaba ahora, durante el viaje. Abri los ojos. La carretera pareca un camino que condujera hacia un establo. Una hilera de carros tirados por pequeos caballos se mova lentamente. Ganados que avanzaba hacia el Este. Vacas de flancos hundidos y caballos depauperados, que ya haban dejado un largo camino atrs, que procedan de Sajonia, de Turingia y de la frontera de Baviera y a los que les aguardaba recorrer un camino ms largo todava. En medio del camino haba un sof estropeado por la lluvia, unos cuantos cojines vacos y unas botellas rotas. Una columna de soldados: rostros tostados y sucios, uniformes rotos y botas destrozadas. Cmo es posible que esos tropeles hayan podido derrotar a la Wehrmacht alemana? dijo el chofer Dietershofen, el antiguo coronel Aachern. No hay que imaginrselos en pequeas formaciones, sino en inmensas oleadas repuso el Presidente. S, muchos son los perros que acaban con la vida del conejo. Alcanzaron un camin. Traslado de una oficina militar rusa. Sobre el camin, sillas, mesas, colchones, somieres, y sobre el caballo, para protegerlo de la lluvia, una alfombra persa. El Presidente volvi a abrir los ojos: fugitivos; hombres, mujeres y nios cargados con brtulos y arrastrando cochecillos y carretas. Venan de Sajonia y de ms lejos: de la regin de los sudetes, de Checoslovaquia y de las islas alemanas de Hungra y los Balcanes. Orden de la Conferencia de Potsdam: traslado de las minoras alemanas. Y otra cosa: el traslado deber hacerse en condiciones humanitarias. En forma humana: sin controles interaliados, y en los pases en los cuales durante centenares de aos haban trabajado la tierra y la haban convertido en campos de cultivo, en los pases en los cuales haban creado y hecho prosperar la 258

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industria y el comercio, eran arrojados de un lado a otro, robados, esquilmados y asesinados. Hombres, mujeres y nios a los cuales muchas veces se les dejaba en camisa y as, medio desnudos, se les arrojaba al otro lado de las fronteras. Diez, quince, veinte millones de seres humanos. Nadie saba cuntos eran. En ninguna parte haba puestos para socorrer a los desfallecidos y quienes podan tenerse en pie se arrojaban sobre los campos y coman las patatas y los rbanos crudos, tal como los encontraban. Los campos de refugiados de Sajonia estaban llenos a rebosar. Hacia Turingia! Carreteras de Turingia sin puestos de auxilio, sin estaciones de socorro sanitario, pobladas de interminables columnas de refugiados! Ese era el caos que l haba tratado de evitar celebrando interminables negociaciones con los representantes de Sajonia y con los jefes de la polica de Dresden; esa era la riada humana que l haba tratado de encauzar y de la cual haba querido retener, mediante conferencias con la Administracin Central, a la gente capacitada, apta para la reconstruccin de la industria de su pas. Y all estaban, marchando por la autopista, derrotados e intiles. En pocas semanas haba pasado ms de un milln de fugitivos por Helligenstadt. Propietarios de grandes casas de labranza y de fbricas, obreros calificados, industriales, contratistas restos de familias diezmadas, llegaban al Oeste como hambrientos mendigos. Traslado en condiciones humanas, y la pluma que firm los Acuerdos de Potsdam no se preocup de nada ms y el mundo cristiano ni se enter del destino de aquellos quince o veinte millones de personas! Una herencia de Hitler... Pero tambin era algo ms que una herencia de Hitler. Significaba aquello el final de una poca? Era aquello el sntoma de la ltima decadencia? No; no lo poda creer! La miseria que avanzaba por las carreteras, los puentes destrozados, los trabajadores que removan los escombros de sus fbricas, los aterrorizados habitantes de los pueblos que permanecan escondidos entre los restos de sus casas: todo indicaba que haba llegado la poca de la gran catstrofe. Alemania haba aguantado la guerra de los treinta aos y haba sabido luego sobrevivir a ella. Y ahora tambin sabra resistir esa catstrofe. Es preciso tener fe y creer en las gentes y saber mirar las cosas de frente. Hay que tener fe... y dar los primeros pasos, aunque nadie sepa lo que va a encontrarse al doblar la esquina, aunque el cielo est oscurecido y nublado. Las estrellas, que son eternas, continan titilando en lo alto. Y las estrellas del cielo humano se llaman Humanidad, Tolerancia, Trabajo en Comn, Justicia y otra vez y siempre Justicia. Los rusos... Otro sistema econmico, otras concepciones polticas, otro credo, otra creencia que quiz no tuviera un fundamento demasiado slido... Pero aquello no formaba parte de sus preocupaciones. l ha aceptado y se ha comprometido. Tambin a l le haban hecho muchas promesas el da (y la noche) en que fue sorprendido con la demanda de aceptar el gobierno de Turingia. l, por su parte, no haba ocultado nada. Les haba dicho que su procedencia era burguesa y les haba confesado que crea en las libertades democrticas, en las ideas liberales y en la efectividad de una economa liberal, 259

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y a todo ello le haban respondido que aquello era lo que precisamente esperaban de l, lo que les haba determinado a nombrarle Presidente del "Land". "Nuestra democracia, seor Presidente, no es un artculo de exportacin. Deseamos que Alemania sea reconstruida conforme a una concepcin democrtica de la vida. Alemania debe ser gobernada por Partidos netamente democrticos." Eso fue lo que, por aquel entonces, le dijo el mariscal Chuikov. Y todava ms: "Usted, seor Presidente, desea dar a la industria y a las Cmaras de Comercio una estructura parecida a la que tenan antes de 1933, y nosotros estamos aqu para que usted pueda llevar adelante ese propsito. Creemos conveniente, adems, que durante su prximo viaje a travs del "Land" diga usted a todo el mundo que nosotros respetamos y protegemos la propiedad privada y la iniciativa individual. El campesino ya no debe tener que irrumpan en sus graneros y en sus campos. Nosotros slo luchamos contra el militarismo y el nazismo..." Estaba de acuerdo con todo ello. Como muchos, haba sufrido los efectos de la opresin nazi. Y el militarismo, el abuso del poder militar haba sido en ms de una ocasin la desgracia de Alemania. Por lo dems, la reconstruccin de la democracia, el respeto a la libertad individual y a la propiedad privada eran las bases sobre las que deba cimentarse la poltica, la economa y la cultura de su pas, de su "Land", al que, en su debido momento, deseaba volver a unir a la vida comn de la nacin, cuya existencia transcurrira entonces por las vas de la democracia poltica y econmica. S; desde luego, los comandantes locales y, ms que ellos, los polticos radicales, no haban tardado en abrir fuego, y prueba de ello era la reforma bancaria y ahora el proyecto de reforma agraria. La palabra dada por el capitn general Chuikov, los acuerdos de Potsdam en virtud de los cuales los aliados se comprometieron a dar una sola estructura poltica y econmica a Alemania, todo haba sido dejado de lado. Por lo dems, ya cuando la primera reunin, tanto el general Chuikov, como el jefe de la Administracin Militar y los dems oficiales, se mantuvieron en una actitud de severa disciplina respecto a sus superiores, actitud que contrastaba con aquella otra que tan desgraciadamente haba caracterizado a las hordas que ocupaban el pas. Y todos demostraron tener una idea muy clara respecto a sus propsitos y evidenciaron que estaban perfectamente informados respecto a la situacin poltica y econmica del "Land". No consigui dormir. La cadena de pensamientos continuaba estirndose y pareca no tener que terminar nunca ms, lo mismo que aquella inacabable hilera de refugiados que serpenteaba por la carretera. All, por ejemplo, haba una valerosa madre con el vestido destrozado, acompaada de su hija. Y aquella madre era la esposa de un coronel. Dietershofen dijo: Aquellas dos mujeres estaban detenidas en Erfurt. Son la esposa y la hija de cierto coronel Zecke. Queran ir a Berln. Detenga el coche: las llevaremos con nosotros. Dietershofen detuvo el coche e hizo marcha atrs. Las dos mujeres 260

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montaron en el coche. El viaje continu. S; queran ir a Berln, o mejor dicho, a Potsdam. En Potsdam haban tenido una casa. Suponan que la casa estara destruida. Los ltimos aos haban vivido en Turingia. No saban nada del coronel. Es decir, la ltima noticia era que se haba trasladado de Praga a Berln. Dietershofen, que le haba visto en Berln el mes de abril, se lo haba dicho. El Presidente se durmi. Dietershofen trat de cambiar de marcha las menos veces posibles. Las dos mujeres estaban contentas de dejar atrs aquellas inciertas carreteras y de acercarse tan rpidamente a su destino. Y permanecan calladas, sin decir palabra. El coche hizo un viraje algo cerrado y el Presidente se despert. Haba que dar un pequeo rodeo a causa de un puente destrozado. El viaje ya no dur mucho ms. Al cabo de poco tiempo surgi la torre de la emisora de Berln. Junto al poste indicador de Zehlendorf y despus de haber dado las gracias, se apearon las dos mujeres. El Avus: fin de la autopista. El coche se adentr en la ciudad. Ruinas... Gentes con rostros sombros. Mujeres vestidas con pantalones largos. Toscas herramientas en las manos. Un pueblo de hormigas que se mova entre inmensas ruinas. El Tiergarten pareca uno de aquellos destripados campos de Verdn, cuando la primera guerra europea. Los antiguos rboles se haban convertido en delgados troncos. Junto a la estatua de la amazona se extendan ahora unos huertecillos. Armados de palas y picos, los berlineses trataban de hacer productivo el suelo de su ciudad. Via triumphfalis... Ruinas; gentes andrajosas con rostros famlicos. La calle Unter den Linden estaba casi desierta. El Schloss apareca rodeado de ruinas. Banderas rojas. Carteles: "Los hitlers vienen y van..." La Alexanderplatz estaba llena de gentes que cambiaban los ms variados objetos por comida. El tranva volva a funcionar, y el "Metro", entre algunas estaciones, tambin. El coche pas ante una gran barrera y se detuvo minutos despus junto a la gran entrada de un edificio de piedra blanca. All se efectu la revisin de documentos. Eran los mismos modernos edificios del cuartel de Ingenieros y de la Escuela de Ingenieros, en los que seis meses antes haba estado el coronel Zecke. Las ventanas volvan a estar en su puesto y los tejados haban sido reparados. Cuando la visita de Zecke el cuartel estaba casi deshabitado y ahora, sin embargo, haba un gran movimiento de coches y de ordenanzas que iban y venan de un lado a otro. En el mismo sitio donde antao se encontr Zecke a un enorme soldado envuelto en un abrigo de chofer y mascando una pipa, haba ahora un centinela de la GPU, vestido con un impecable uniforme y calzado con ntidos guantes blancos. El centinela indic al chofer el edificio al que deba dirigirse el doctor Paul. Faltaba ms de media hora para el comienzo de la Conferencia. Los recin llegados fueron conducidos a la misma sala donde meses antes se haban reunido el mariscal Zukov, el mariscal ingls Tedder, el general norteamericano Spaatz y el general francs De Lattre de Tassigny, y en el que Keitel, el ltimo mariscal de Hitler, humill su bastn de mando y firm el histrico documento de la capitulacin. En ese saln se haban congregado ahora generales y paisanos, los jefes rusos de la Administracin y los presidentes y vicepresidentes alemanes de los "Lnder", as como los jefes de la Administracin Central de Berln. Los 261

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corredores estaban adornados con grandes banderas rojas, dispuestas en forma de abanicos, y grandes retratos de Stalin, Molotov y Zukov. El doctor Paul fue invitado a sentarse en un silln de la primera fila, junto a un hombre de blancos cabellos y ojos azules: el doctor Werner, alcalde mayor de Berln. El doctor Werner, que tena sesenta y ocho aos, pareca llevar muy bien la carga de su empleo y las preocupaciones que le proporcionaba un ciudad de tres millones y medio de habitantes. Sus representantes, sin embargo, el seor Marn y Arthur Pieck (el hijo de Wilhem Pieck), as como el seor Jendretzki y otros hacan buena parte de su trabajo, y en resumidas cuentas, su nica obligacin consista en firmar los documentos que se le presentaban. Por esto poda ocuparse en otros muchos asuntos oficiales y le quedaba tiempo para asistir a recepciones, conferencias y reuniones como aquella que ahora daba el Mariscal Zukov. El mariscal entr en la sala acompaado de un cortejo de capitanes generales y ayudantes. Todo el mundo se levant. No; no todo el mundo se levant: los militares saltaron de sus asientos y quedaron en posicin de firmes. Aquel comportamiento no era propio de unos generales frente a su mariscal, sino de unos reclutas ante su jefe de compaa. Jefes provinciales; flamantes uniformes, brillantes condecoraciones: una estampa de la poca zarista. En su camino hacia la tribuna presidencial, el mariscal repar en el doctor Werner y cambi con el representante de la ciudad de los tres millones y medio de habitantes unas palabras amables. Los asistentes volvieron a tomar asiento. El mariscal correspondi a los saludos y demostr una gran amabilidad. Paul se volvi hacia su vecino y le dijo: igame usted, querido seor Werner: creo que tras el discurso de salutacin del mariscal es usted quien debe tomar la palabra. S; efectivamente, y qu debo decir? Un mueco con cabellos blancos. Este hombre est acabado. Por qu le habrn nombrado alcalde mayor de Berln, es decir, de una ciudad que tiene tantos habitantes como Turingia? Dado que entre nosotros es usted la persona de ms edad, quisiera darle la preferencia, pero caso de no hablar usted en seguida, lo hara yo. S; muchas gracias; puede usted hacerlo. El Presidente de Turingia respondi con el mismo tono en que haba hablado el mariscal a la salutacin del Presidente de la asamblea y agradeci a ste la invitacin en virtud de la cual se hallaban reunidos, y luego, dirigindose a los presidentes de la administracin central, abord el problema que deba ser debatido en aquella asamblea. Procedi con demasiada prisa, como si no pudiera aguardar un momento ms. Tras el discurso de agradecimiento, tal como figuraba en la orden del da, tom la palabra. Y desde el primer momento se vio que era un hombre que no tema los debates, ni las controversias. El mariscal era un espectador tan atento como interesado. El juego haba comenzado y bajo las cartas que jugaban el alcalde de Berln y los representantes de Sajonia, Mecklenburgo y Brandenburgo, haba una carta oculta en la que se jugaba la autntica poltica de Alemania. No era difcil ganar con alcaldes que ignoraban lo que en realidad suceda, y con presidentes que 262

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pronunciaban sus informes como si en realidad se tratara de suboficiales. Pero aquel xito momentneo, empero, no significaba que las cosas permanecieran luego demasiado firmes. Cuando se llevaba una guerra como aquella y se trataba del porvenir de Alemania e incluso quiz el de toda Europa, era necesario tener entre las manos un instrumento absolutamente eficaz. De ah el caso de aquel presidente al que no slo no se le conduca con las riendas flojas, sino que se le dejaba obrar con absoluta libertad. Aquel era el experimento y ese doctor Paul poda resultar un billete de lotera no premiado, pero tambin poda convertirse en un personaje con el cual se celebraran algn da grandes fiestas. El doctor Paul tena ante l a los presidentes de las Administraciones Centrales. Haba all dos, tres, quiz cuatro cabezas; los dems... eran menores de edad y lacayos. Qu representaba aquella gente en aquella reunin y en las diferentes administraciones centrales?: un peligro para la tranquila reconstruccin de las regiones: esa haba sido su primera impresin. Tiempo atrs le hablan dicho que los rusos empleaban a los altos funcionarios berlineses como fuentes de informacin. Pero por qu procedan de aquella manera si en realidad tenan en sus manos todos los resortes polticos del pas? Y dnde estaba la cabeza de todas aquellas autoridades alemanas que ellos mismos haban nombrado? De pronto, mientras estaba pronunciando su discurso, se le ocurri pensar que no exista un "presidium", que su existencia jams se haba permitido, y que caso de existir permaneca en la sombra. Ese "presidium", se dijo, debe existir y hay que buscarlo entre los rusos. El doctor Paul habl sin poner en sus palabras demasiado calor, pues el verdadero debate todava no haba comenzado y de momento slo era cuestin de alarmar un poco a los asistentes y hacer que muchos de ellos pidieran la palabra. El doctor Paul pregunt, y no ya para s, dirigindose a la concurrencia, acerca del sentido de las diferentes administraciones, que a su modo de ver nicamente representaban la funcin de centros de informacin que, aparte de ciertas informaciones tcnicas que de vez en cuando proporcionaban, resultaban ser muy deficientes. Y todava dijo ms: declar que las Administraciones Centrales tendan a convertirse en gobiernos autnomos. Piensen ustedes dijo que, segn ha demostrado una vieja experiencia, all donde las gentes o las instituciones reciben un poder excesivo se origina inmediatamente una lucha de competencias, que en la mayora de los casos acaba importando mucho ms que las cuestiones para las que fueron creadas. Tras el doctor Paul tom la palabra el encargado en la Administracin Central del carbn y de la gasolina, quien, en primer lugar, parafrase una parte del discurso del mariscal segn la cual en las democracias cristianas no haba ms que tontos. Se disculp por el hecho de que, a pesar de pertenecer, segn el denominador general de los presentes, a un grupo de tontos, se atreviera a tomar la palabra, pero en seguida aadi que estaba dispuesto a demostrar que era un hombre de carcter y amplios horizontes. El siguiente orador era el representante en la Administracin Central de la agricultura. El doctor Paul, que estaba sentado en la primera fila, se fij en el orador, que tena una brillante calva aureolada de brillantes cabellos, y al cabo de poco rato, en vista del desconocimiento general que demostr el orador, 263

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movi apesadumbradamente la cabeza. Aquel hombre no tena ni la ms remota idea acerca de la economa agrcola del pas y desconoca los problemas referentes a los bosques de Alemania. En su juventud, aquel hombre haba comenzado como capelln en un pequeo pueblo de Suabia. Luego haba ingresado en una asociacin socialista y ms tarde haba desembocado en el comunismo. Como diputado comunista se haba ocupado de la cuestin de los trabajadores del campo. Y ms tarde, durante los aos de emigracin en Rusia, la edad, el hambre, el tifus, la nieve y el rutinario trabajo burocrtico del Partido no solamente haban blanqueado sus cabellos, sino que haban helado su espritu. Fue ascendido cuando estaba como profesor antifacista en un campo de prisioneros situado tras los Urales, de donde fue trasladado a Mosc. En la capital de Rusia, junto con otros camaradas, mont en el avin que le condujo a Berln, donde fue instalado en un despacho atestado de folletos de propaganda sobre economa agrcola. No tena ninguna idea... Era un orador mediocre. Quin deba estar tras aquel hombre? Se levant otro orador. Igual que los anteriores... Burcratas. Gente que defenda su puesto y algo ms. A veces se levantaba alguien interesante, pero esto suceda raras veces... Poda pensar en otras cosas e ir contemplando a los presentes y escuchar de paso lo que se deca. All estaba el presidente de Sajonia, con quien haba estudiado haca ya muchos aos en Leipzig. Era un buen jurista y un experto abogado. Aparte de alguna corta intervencin, permaneca callado. Su vicepresidente y ministro del interior disculp su silencio alegando que estaba enfermo y se encarg de hablar en su nombre. No deba esperar ninguna ayuda de aquel ministro del interior, cuyo nombre era Fischer. Inmediatamente se percat de que aquel hombre formara contra l en sus ataques a las Administraciones Centrales. Los representantes de Mecklenburgo, Brandenburgo y Sajonia le haban de prestar un apoyo muy relativo. Pero a pesar de todo ello haba que ganar el juego, que no era un juego, sino un asunto muy serio, pues de l dependa la reconstruccin econmica de las diferentes regiones de la zona sovitica. Tras una pausa hablaron algunos jefes rusos de la Administracin, as como varios expertos soviticos en cuestiones econmicas. Y cuanto ms adelantaba la sesin tanto ms se alargaban los discursos. Pareca como si los rusos fueran despertando a medida que, al ir cayendo la oscuridad, se iban encendiendo las luces elctricas. La sesin se interrumpi a causa de un incidente. De pronto, se apag la luz. Completa oscuridad. Se oy un ir y venir en la tribuna. Cuando la luz se volvi a encender, la tribuna apareci vaca. El mariscal Zukov; el jefe del Estado Mayor Sokolovski, y los dems generales y coroneles haban desaparecido, y en lugar del mariscal y de su Estado Mayor apareci un grupo de soldados armados de pistolas ametralladoras, apuntadas contra los asistentes. El sistema de seguridad haba funcionado de manera automtica. Los soldados bajaron del estrado y el mariscal y su Estado Mayor volvieron a tomar asiento en l. Y la sesin prosigui sin que nadie hiciera la ms pequea alusin al incidente. 264

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El experto ruso en cuestiones econmicas de la zona sovitica tena la palabra y no daba muestras de querer terminar de hablar. Algo inusitado estaba ocurriendo en la sala. El mariscal una expresin de voluntad en sus facciones y en su mirada deba hacer un esfuerzo para permanecer en su silln. El orador era tan aburrido como pattico. Defenda los nuevos impuestos y explicaba lo provechosos que seran para el nuevo presupuesto. El mariscal perdi la paciencia, le interrumpi y le rog que abreviara en lo posible. El orador, sin embargo, mir al mariscal por encima del hombro y continu como si tal cosa. Al cabo de un rato se produjo otra interrupcin por parte del mariscal. Pero el orador no dio por terminado su discurso. El mariscal no le expuls de la sala. El victorioso guerrero hroe del pueblo e ideal de soldados se levant y, con la cara congestionada por la clera, comenz a pasear de un lado a otro. Era aquel un mundo extrao. Qu significaba en aquel mundo un mariscal? Y qu significaba en la Unin Sovitica ante un poltico e incluso ante un funcionario? Por fin, el orador dio por terminado su discurso. Todava hablaron unas cuantas personas ms. Y luego, en ltimo trmino, el mariscal tom la palabra para pronunciar el discurso de clausura. Y en su discurso fue mucho ms all de lo que algunos presidentes, e incluso el de Turingia, se haban imaginado que ira. El mariscal se comport como un hombre a quien no asiste la crtica. Su opinin acerca de lo que ocurra en los "Lnder" y sus observaciones sobre el funcionamiento de las diferentes Administraciones hizo pensar a ms de un concurrente que a los diecisis aos el mariscal ya saba que un pas puede ser conquistado desde lo alto del caballo, pero que no puede ser gobernado luego sin apearse de l. Dirigindose a los Presidentes all reunidos, les dijo: Las Administraciones Centrales no podrn emprender ninguna accin contraria a la voluntad de los Presidentes. El Presidente de Turingia se sinti aliviado al escuchar aquellas palabras. La Conferencia finaliz con la seguridad dada por el mariscal de hacer todo lo posible para la reconstruccin de una Alemania unida y democrtica. Antes de clausurarse la sesin, el mariscal invit a los presentes a un banquete de despedida.

LOS QUE CAMBIAN

Aachern-Dietershofen estaba de permiso. Con el coche, se dirigi a Wannsee, a su casa, donde esperaba encontrar a su familia. La casa continuaba en pie y tena el mismo aspecto de antes, pero sus habitantes el doctor Wittstock y la seora de Wittstock, su esposa Lisa y su hija Anneliese haban cambiado. Haban cambiado de aspecto y de modo de ser.

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Tanto Lisa como Anneliese haban cambiado. Y la casa... Hans haba desaparecido. Una maana, a las cuatro de la madrugada, le haban venido a buscar unos soldados rusos de la GPU. Hans y Gnther, el hijo de los Wittstock, haban sido detenidos como miembros del "Werwolf". Perteneca de verdad a esa organizacin? No; de ninguna manera. Aqu nunca ha habido nadie del "Werwolf" repuso su mujer. Todo el mundo se burla de esa organizacin. Pues no es cosa de tomrselo a risa. S; desde luego. Y no solamente fue detenido Hans, sino que con l fueron detenidos todos sus compaeros de clase. A dnde los llevaron? Nadie lo sabe. Lo nico que s es que en Sachsenhausen hay un campo de concentracin lleno de gente, igual que antes. Antes no estabas al corriente de esas cosas. S; antes ignoraba muchas cosas. Y cmo te las has arreglado para no ser llevada por los rusos? Lisa le mir a los ojos y se encogi de hombros. S... murmur. Luego cont a su marido el saqueo de la casa y su estancia, en compaa de los Wittstock, en casa de un arquitecto llamado Poppert, sus idas y venidas entre los dos frentes y su regreso, al cabo de algunos das, a casa. No tienes idea de cmo estaba esto. l se lo imaginaba perfectamente. Y esa mesilla? No s a quin pertenece. Nadie la ha venido a reclamar. Tuvimos que ir a buscar por ah las camas, las mesas y las sillas. Todo estaba revuelto. Slo encontramos los zapatos del pie izquierdo... S, pero... La pregunta no haba sido contestada. La verdad es que Helmut tampoco pudo escapar. Ninguna mujer pudo librarse de ellos. Y Anneliese? Tampoco. Por una vez. Por una vez? Eso quiere decir que... S. Pero dejemos eso. Haba adquirido una nueva seguridad en el hablar. Pareca ms decidida que antes. Pero l no poda dejar el asunto. Tambin Anneliese? Deja eso, hombre, deja eso. Cuntame cmo te ha ido en Turingia. De manera que Anneliese tambin. Y entonces, cuando los rusos entraron en Berln, tena quince aos. No haba preguntado nada respecto al presente, pues se senta como estancado en aquellos das pasados y no saba salirse. Los das, empero, haban transcurrido, pero la oscuridad no. Y los berlineses deban continuar viviendo ante aquel oscuro teln del pasado. Deban continuar viviendo, bien o mal, como la suerte quisiera, bajo el imperio de diferentes 266

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seores. Eso ya lo saba l, pero no poda representarse a su familia como una vctima ms de aquellos cambios. Bebi una taza de caf. Era aqul un caf autntico, igual que el que se serva en casa del Presidente, en Weimar. Tambin le sirvieron unos panecillos recin hechos, mantequilla y salchichn americano. Berln, sin embargo, desfalleca de hambre. Y aquella casa tambin deba regirse por la "Cartilla de racionamiento para el cementerio". El "consumidor normal" era un hombre a quien le bailaban los trajes, una sombra de lo que haba sido. Y autntico caf, panecillos y salchichn... Se levant, dio unos pasos por la habitacin, se acerc a la mesilla y abri un cajn. Cigarrillos de Virginia y unos diez paquetes sin destapar de tabaco. Volvi a sentarse. Lisa regres de la cocina. Caf, panecillos, mantequilla... dijo. S; Anneliese trabaja en el PX. El PX? S; la cooperativa norteamericana. Ah, ya... Y quin fuma los cigarrillos que hay en aquella mesa? Aquellos cigarrillos son dinero. Con los marcos de ocupacin no puedes comprar nada. Pero con esto dijo al tiempo que mostraba un envoltorio de diez paquetes, con uno de estos cartones puedes encontrar lo que quieras. Lisa haba cambiado mucho. Nunca haba reparado l en ese sentido prctico que ahora demostraba tener. Su hijo Hans haba desaparecido. Posiblemente estaba en Sachsenhausen o quiz en Siberia. Su hija Anneliese trabajaba en el PX y, por lo visto, alimentaba a toda la familia. Hubiera podido preguntar otros detalles acerca de su hija; hubiera podido preguntrselo a su mujer, a la seora Wittstock y en el colmado de la esquina. Pero no quiso saber ms. Le bastaba con lo que le haba dicho su esposa. A ltima hora de la tarde apareci su hija Anneliese. Era una hermosa muchacha rubia de ojos claros. Ya no llevaba trenzas. Ya no era una nia y aparentaba tener dieciocho o diecinueve aos. Una muchacha sin ilusiones, con una filosofa que a l le hubiera sido absolutamente extraa. Hay que vivir y cada cual debe pagarse la vida. Y ella no dispona ms que de su persona. No poda deshacer el camino que iba desde el stano de la Pfeddersheimer Strasse hasta Paaren en el Wublitz, y que en un momento dado haba estado lleno de soldados rusos. Pero no se consideraba una criatura desgraciada. El chofer norteamericano que trabajaba donde ella la haba hecho su novia. Y aquel hombre le daba todo lo que tena, que no era poco. Aquello los regalos del chofer no solamente significaban la vida para ella, sino para su madre y todos los dems. Y tanto los Wittstock como los dems vecinos ya se haban acostumbrado a que su novio fuera un soldado negro. Pero ahora estaba pap en casa. Sammy poda llegar de un momento a otro y deba evitar el encuentro. Estoy muy triste, pap. Si lo hubiera sabido antes... Tengo que salir forzosamente. Procurar regresar lo antes posible. Tena que dejarla salir. Ni tan siquiera pregunt a dnde iba. Al fin y al cabo, no era ms que un extrao en su propia casa. Una hora despus y en compaa de su esposa estaba en casa de los Wittstock. Quiz era mejor pasar la velada con los Wittstock que encontrarse a solas con su mujer. 267

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Wittstock tena invitados, entre los cuales Aachern solamente vio una cara conocida: la del teniente Splge, que ahora, como era natural, iba vestido de paisano y, a juzgar por su aspecto y por su traje, pareca irle bastante bien. Splge apareci a ltima hora, acompaado de su prometida, cierta seorita Stassen. Los dems invitados eran amigos nuevos. Entre ellos haba un periodista que trabajaba en el mismo peridico que Wittstock, un miembro de la "Asociacin Cultural". Tambin estaba el arquitecto Poppert, a quien Aachern agradeci lo que haba hecho por su familia. De pronto, se sinti como un provinciano entre aquellas gentes. Era un extrao en su casa y tambin aqu, en casa de los Wittstock. Los saqueos, los robos, los asesinatos y las muertes por inanicin eran cosa que nadie se tomaba en serio, y ninguno de los presentes hablaba de la posibilidad de prestar ayuda a los dems. Hemos vivido doce aos sin libertad, sin poder disponer de nosotros mismos... Ahora volvemos a tener libertad espiritual... Las estpidas ideas fascistas!... Tiranos, enemigos del pueblo, ladrones!... Aachern se esforzaba en comprender, pero para l era como si aquella gente hablara en chino. Poppert se percat de su desconcierto. Wittstock explic su prximo artculo. Se trata de todo un programa, seor Aachern. Para qu? Para la reconstruccin moral de nuestro pueblo. Todava tenemos que aprender mucho de los ocupantes. Desde el punto de vista cultural y tambin desde el punto de vista democrtico, estn mucho ms adelantados que nosotros oy decir a Aachern. Bien, muy bien; quiz s o quiz no... Tambin Alemania ha hecho lo suyo en pro de la humanidad e incluso en el militarismo prusiano haba una evidente fuerza ordenadora. Pero los militares los enemigos del pueblo, dijo Wittstock haban abusado. S; de acuerdo. Pero esa poltica de ahora no poda ser considerada como un resurgimiento nacional y, adems, poco tiempo atrs Wittstock se expresaba de una manera muy diferente. El tiempo no haba pasado en balde y, tanto en su casa como en la de Wittstock, se haban producido grandes cambios. La "reeducacin" se haba efectuado all de una manera rapidsima. Y ahora pareca que Wittstock y sus amigos se haban convertido en los "reeducadores". Adems de sus trabajos periodsticos, Wittstock desempeaba mltiples actividades: asista a numerosas conferencias y reuniones y celebraba largas entrevistas con los jefes locales que la "Asociacin Cultural" tena en Zehlendorf, en Schneberg, en Neukolln y en otros sitios y con los cuales discuta acerca de la lucha contra a ideologa nazi, de la compenetracin de los intelectuales con el pueblo, del desarrollo y continuacin de las tradiciones nacionales y humansticas gracias al apoyo de los ocupantes, sobre la "limpieza" que efectuaran los procesos de Nremberg y sobre la participacin espiritual de los otros pueblos en el nuevo resurgimiento espiritual y cultural de Alemania. Un repertorio completsimo dijo Aachern. S, seor Aachern, nuestro Wittstock tiene la cabeza llena de ideas. El director artstico Sarfeld tena ahora la palabra. Sarfeld contaba las dificultades que haba tenido que vencer para poder abrir un teatro. La compaa fue formada en un abrir y cerrar de ojos. Pero, aparte de la 268

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compaa, no tenamos nada ms. Nuestro primer actor se adelant y dijo al pblico: "Muchachos, estamos dispuestos a hacer teatro. Ahora mismo vais a presenciar una representacin. Pero para maana necesitamos nuevos decorados. Traednos agujas, ropas y todo lo que tengis. Todo os lo agradeceremos". As se celebr la segunda representacin y luego pudo celebrarse la tercera y las siguientes. Parece que hemos conseguido nuestro propsito. Pero no tienen ustedes idea de los milagros que hemos debido realizar. Sarfeld haba rodado la primera pelcula filmada en Berln despus de la entrada de los rusos. La pelcula giraba en torno a la pera nacional. Hace ya mucho tiempo, casi lo tengo olvidado dijo. Ayer estuve por ltima vez (por lo menos as lo espero) a causa de este asunto en la Milaschstrasse. Se necesitan dos horas para llegar hasta all en bicicleta. Y cuando uno ha llegado a la oficina que busca le dicen: "Perdone usted, seor Sarfeld; tengo aqu dos amigos que acaban de llegar de Mosc. Vuelva usted maana, por favor". Y hay que deshacer el camino y volver al da siguiente, regresar de nuevo y hacer el viaje por tercera y cuarta vez. Pero, como les digo, creo que ayer qued el asunto arreglado. No, la pelcula no se proyecta todava. Cuente usted, seor Sarfeld, cuente usted la historia, pues Splge y el seor Aachern no la conocen. Pues, s; en realidad se trata de una simptica historia. Ocurri al principio de todo, cuando en Schmargendorf hacamos un poco de msica, organizbamos exposiciones de libros y celebrbamos conferencias. Un da fui llamado al Ayuntamiento. Los rusos me mandaron primero a la Luisenstrasse y luego a Pankov, a la Milaschstrasse. All haban organizado una seccin cinematogrfica. Me present a un teniente, quien a su vez me condujo ante un coronel. "Todo roto. Entiendes? "Lo entend perfectamente, pues para darme cuenta de cmo estaban las cosas slo tuvo que echar una ojeada a travs de la ventana. "Todo roto y violn hermoso dijo. "El teniente Teich me aclar lo que quera decir: la guerra. Berln est destrozada y de pronto suenan unos violines y todo vuelve a cobrar vida. Breve: tena que filmar la puesta en marcha de la pera Nacional. El tema de la pelcula era la reconstruccin de Berln. El film deba titularse Msica liberada. "Me dieron trescientos metros de pelcula. La gente en seguida estuvo dispuesta. Me proporcionaron operadores, tramoyistas, comparsas y arquitectos. Algunos de ellos, apenas comenzado el trabajo, huyeron hacia el Oeste. "Al principio Beethoven, en medio hablar, al final Beethoven", me dijo el teniente. Hicimos la pelcula. Naturalmente, no la hicimos con los trescientos metros, pues casi todas las instalaciones estaban rotas y los stanos del edificio estaban inundados y las averas, como es natural, se sucedan sin interrupcin. Tras mucho ir y venir nos concedieron doscientos metros ms de pelcula. El administrador general pronunci su discurso. El alcalde pronunci su discurso. En el patio de butacas haba algunos generales rusos. El teniente se encarg de proporcionarme al administrador general y a los generales rusos. Se hizo tal como se haba proyectado: al principio, Beethoven; luego, discursos, y, para 269

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terminar, otra vez Beethoven. Un buen solista interpret, acompaado de una orquesta que no estaba mal, el concierto para violn de Tchaikovski. Una parte del concierto de violn fue muy bien impresionada. Entregu la pelcula. El alcalde Werner estaba satisfecho. La Luisenstrasse y la Milaschstrasse estaban satisfechas. Ahora contino trabajando all. Hizo una pequea pausa y prosigui: Y ahora, seor Aachern, ahora, seores mos, viene lo mejor del asunto. No; nadie de ustedes sabe de qu se trata, pues eso sucedi ayer. Mi teniente se dirigi a m y con voz muy amable me pregunt: "Cul es el ttulo, seor Sarfeld?" Y yo contest: "Msica liberada es el ttulo que figura al comienzo de la pelcula". "Msica liberada repiti l. "El teniente telefone varias veces, fum varios cigarrillos, encarg t y ms cigarrillos. Yo me sent, fum, beb t y aguard una hora. Mientras tanto, el teniente estuvo trabajando, telefoneando, fumando y bebiendo. "Luego se present una intrprete. "Yo me pregunt por qu haba venido aquella intrprete, pues hasta entonces el teniente y yo nos habamos entendido directamente, sin necesidad de ningn intermediario. "El teniente desea saber el ttulo de la pelcula. "Aquello me pareci una bobada y por centsima vez repet: "Msica liberada. "Por qu Msica liberada, seor Sarfeld? "Pues porque antes no podamos interpretar la msica que queramos. "Seor Sarfeld: esa msica liberada se refiere a msica alemana? "La situacin se volva cada vez ms angustiosa. "S; durante muchos aos hemos estados privados de libertad. "Seor Sarfeld: esa msica liberada se refiere a msica alemana? "S. "Y Tchaikovski? "Presentar a Tchaikovski como un compositor liberado era una tremenda falta poltica; pero, qu digo? Ms que una falta era un verdadero acto de sabotaje. El teniente no me quitaba la mirada de encima. Claro que, a fin de cuentas, l era quien haba encontrado aquel ttulo. Luego, al cabo de un buen rato, la situacin se volvi a calmar. El ttulo, a la postre, no fue cambiado. La semana prxima, y con el ttulo de Msica liberada, el film ser proyectado en el cine-teatro que hay junto a la estacin de la Friedrichstrasse. Una larga historia. Aachern la encontr aburrida, pero se ri con los dems. Pens en Anneliese. Era ya muy tarde y Anneliese no haba regresado todava. Splge y la seorita Stassen tambin la aguardaban. Se trataba de caf y mantequilla, es decir, de negocios. No, no la aguardaban por cortesa. Pero se haca tarde y tenan que marcharse. Aachern apenas pudo dormir aquella noche. Berln, ruinas, oscuridad, calles inseguras pobladas de extraos ruidos. Y una muchacha de diecisis aos y sin ninguna clase de ilusiones que no regresa a su casa. Daba vueltas en la cama y escuchaba los pasos que de vez en cuando sonaban en la calle. Junto a l, en una cama que ahora le pareca extraa, descansaba su esposa. Su sueo era profundo y tranquilo. 270

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EL PRESIDENTE QUIERE DIMITIR

En Karlshorst, el banquete se desarrollaba con toda normalidad. Discursos y brindis. Por parte de los rusos slo brindaba el mariscal. El mariscal brind por Stalin, por la Unin Sovitica, por Turingia, Sajonia, Mecklenburgo y sus respectivos presidentes, por la reconstruccin de una economa democrtica en la zona sovitica y por la futura unidad de Alemania. El mariscal Zukov volvi a levantarse. Dijo que durante la conferencia haba podido comprobar lo mucho que en todas partes se trabajaba. Ahora tena la satisfaccin de felicitar a todos aquellos que se esforzaban en realizar un gran ideal. El Generalsimo Stalin haba dicho que los hitlers vienen y van, pero que Alemania queda. Todo el mundo poda haberse dado cuenta de la ayuda que Jos Visarionovich Stalin estaba prestando a Alemania. Y Stalin slo tena una palabra y esa palabra se haba empeado para que Alemania disfrutara de un porvenir libre y democrtico. Era aquel un banquete como los que aos atrs haba dado Guillermo II en el gran saln blanco. Manteles de hilo, copas de cristal y tazas de porcelana de Rosenthal. Los criados volvan a servir cuando apenas se haba terminado un plato. Y escanciaban de nuevo cuando las copas apenas se haban vaciado. Y para que nadie se encontrara con la copa vaca en el momento de un brindis, cada invitado tena ante l una botella de vino. De esa manera poda corresponderse a cada uno de los brindis del mariscal. Vino, cerveza, champn, licores. Asados, caza, caviar, empanadas, pescados. Aquello era demasiado. Los comensales estaban apretados, como sardinas en lata, como los charcos en las bahas de Alaska. La atmsfera estaba cargada. El coronel de la brillante calva volvi a tomar la palabra. Hablaba un lenguaje culto y se expresaba en un alemn perfecto, sin tacha. El doctor Paul haba reparado en l cuando la conferencia. El coronel levant su copa hacia l y brind. Y el capitn general Semionov le acompa en el brindis. Tulpanov, Semionov... Aquellos nombres no le decan nada. Acerca de aquellos hombres saba tan poco como los dems. El coronel Tulpanov le haba impresionado desde el primer momento. Y lo mismo el capitn general Semionov, con quien haba hablado durante una de las pausas de la conferencia. Haba conversado con l acerca de la cuestin del proyecto de la reforma agraria en Turingia. El general Semionov se haba presentado vestido de negro y, trajeado con aquel "disfraz occidental", causaba un singular efecto. Pero a los cinco minutos de hablar con l se olvidaba uno de su aspecto. Era un hombre inteligente, cultivado y de ideas claras. Y su quehacer echar las bases econmicas, polticas y sociales de la reforma agraria lo realizaba con gran tacto, sin prisas, tomndose el tiempo necesario para cada paso. Tulpanov, Semionov, un tercero, un cuarto... Salud! A tu salud, seor Presidente. Da starorovje, Gospodin Presidenta! Las frases que durante la conferencia le haba dirigido el mariscal haban tenido la virtud de crearle muchos amigos. A su derecha y a su izquierda se 271

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levantaban copas en su honor. Aquello era demasiado. Llen su vaso de cerveza, lo dej reposar y al cabo de un momento la cerveza pareca vodka amarillo. De esa manera los brindis hacan ms efecto. El mariscal se puso en pie y, como soldados de plomo, cincuenta generales quedaron firmes junto a la mesa. El mariscal pronunci un breve discurso en honor del Presidente del "Land" de Turingia. Cincuenta copas se levantaron. Tambin l levant la suya y bebi su contenido. Magnfico: el doctor Paul ya bebe como un ruso! dijo Zukov. No, seor mariscal. El doctor Paul no bebe vodka, sino cerveza observ Sobolovski, el jefe de Estado Mayor. El inteligente y observador general de Estado Mayor haba reparado, pese al tumulto y a la atmsfera, en el cambio de bebida. El doctor Paul nos engaa dijo el mariscal. Todo el mundo ri la ocurrencia y los comensales se sentaron de nuevo. Un discurso tras otro. Un brindis tras otro. Ms platos. Y ms vino. Y ms champaa. Friedrichs se acerc a la mesa de Paul. El doctor Friedrichs, el Presidente del "Land" de Sajonia, era un conocido jurista. Haba sido compaero de estudios, en Leipzig y en Berln, de Paul. Los dos haban tenido los mismos profesores. Friedrichs estaba solo. Paul no quiso desaprovechar aquella ocasin. Bien, Friedrichs, qu hace su hermano siams, el seor Fischer? le dijo. Friedrichs se sent junto a l. No se fe usted de las apariencias. Mis relaciones con Fischer son algo especiales. Fischer era su ministro del Interior. Durante la conferencia, Fischer haba hablado en su nombre, y durante el banquete se haba sentado a su lado. Parecan inseparables. No se fe usted de las apariencias, Paul. Fjese usted con quin est ahora hablando. Parece como si sus corazones latieran al unsono! El ministro Fischer estaba hablando con el coronel Tulpanov, de Karlshorst. Dgame usted, querido, por qu me ha dejado en la estacada cuando esta tarde he tratado el asunto de las Administraciones centrales? Pues por eso... Fischer es mi sombra. No comprende usted que esa amistad es slo una apariencia? Fischer es un tipo peligroso. Y por qu no me ha ayudado Steinhoff? El doctor Steinhoff era el Presidente del "Land" de Brandenburgo. Porque detrs de Steinhoff estaba Blecher. Quin es Blecher? Un antiguo oficial alemn de Estado Mayor. En Rusia se hizo de la "Alemania Libre" y es un instrumento de los rusos. Sajonia, Brandenburgo... Con el de Mecklenburgo no haba que contar, pues desde el comienzo se coloc en la lnea de Fischer. S; mi querido amigo, la verdad es que usted lo tiene mucho ms fcil que nosotros. Ya s que Busse, su ministro del Interior, es un tipo brutal, pero 272

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es un ignorante y en todo momento tiene usted la sartn por el mango. Friedrichs bebi dos o tres copas. Estaba preocupado. igame usted, Paul. Ya oigo. Tenga usted cuidado con Fischer. Repito: tenga usted cuidado con ese tipo. Es ciudadano ruso. En otro tiempo fue coronel del Ejrcito Rojo. Y eso no es todo. Ha sido agente en Francia, en China y qu s yo cuntos sitios ms. l mismo me lo ha contado. Ha cometido crmenes en todos los continentes. Al orle se me pusieron los cabellos de punta. S; desde luego, sortear a Fischer no deba ser cosa fcil. Friedrichs tena razn: las cosas eran mucho ms fciles con Busse..., aunque Busse tambin era un asesino, as se lo haban comunicado en muchos annimos a los que durante algn tiempo no quiso dar crdito. Aquella noche comprendi el sistema ruso de nombrar a cierta clase de vicepresidentes. Y Tulpanov, qu papel desempeaba Tulpanov? Friedrichs deba saber algo respecto a aquel hombre. Quin es, en realidad, Tulpanov? Tulpanov es coronel y tambin es profesor de literatura en la Universidad de Leningrado. Durante la guerra ha sido jefe de la seccin poltica de un cuerpo de ejrcito. Ahora es el jefe poltico de Karlshorst. l es quien tiene los hilos de todos los personajes... Eso est lleno de sinvergenzas. No beba tanto, Friedrichs. Friedrichs, sin embargo, volvi a coger el vaso y esta vez lo levant hacia su ministro del Interior, Fischer. Paul vio cmo poco despus Friedrichs y Fischer se alejaban cogidos del brazo. La conferencia dur unos cuantos das ms. El presidente de Turingia habl durante ocho horas con el capitn general Semionov. Tras largas negociaciones consigui que la mnima divisin de las tierras quedara fijada en cien hectreas. La extensin de las nuevas propiedades, sin embargo, qued fijada en cinco hectreas. Lo importante, empero, era que los bosques de Turingia se haban salvado. Los bosques, de momento, no seran tocados y permaneceran bajo el control de su gobierno. Cuando al tercer da Dietershofen compareci por la maana en el hotel tuvo que aguardar bastante rato a que compareciera el Presidente. Se dirigieron a Weimar. El Presidente haba dormido bien y se encontraba descansado y despejado. Su chfer, sin embargo, se encontraba mal. Esto fue Berln! dijo Paul. S; Shanghai respondi Dietershofen-Aachern. Dietershofen haba visto Berln desde otro ngulo que el Presidente. Haba circulado por las calles. Y la vida, era verdad, continuaba, pero de qu manera! Qu indiferencia hacia el pasado y qu indiferencia para el porvenir! Qu cansancio! Cada vez que un americano arroja un cigarrillo consumido al suelo hay alguien que se precipita a recoger la colilla. La gente va por Grnewald hambrienta y, cuando llueve, calada hasta los huesos. En casa, hombres y mujeres se apian por las tardes alrededor de un fueguecillo hecho con trozos de madera sacados de entre las ruinas. En las ventanas no se ve ni un vidrio, sino papeles. Cuando hace falta un clavo no se encuentra. En todo Berln no se 273

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encuentra un clavo, salvo, claro est, en el mercado negro, donde pueden encontrarse clavos torcidos y ennegrecidos. Pero las puertas de los teatros estn abiertas. En el sector ruso puede verse La novia vendida, El barbero de Sevilla y Eugenio Onegun. Tambin hay ballets y conciertos, y en el "Cabaret de los Artistas" se representa un espectculo titulado "La vida es muy hermosa". Y todas las localidades estn vendidas. En el mercado negro se encuentran localidades a cambio de cigarrillos. En algunas taquillas hay un cartel que dice: "Cada espectador est obligado a traer un clavo". La luz se apaga a una hora determinada. De noche, las casas estn a oscuras. Y el hambre no deja conciliar el sueo. En medio de la despoblada y silenciosa ciudad hay unos cuantos oasis: luz, calor, msica de jazz y bugui-bugui. Crculos franceses y norteamericanos y "seoritas alemanas". Y todo el mundo se muestra conforme y nadie tiene algo que objetar. El hambre aprieta y nadie se acuerda del pasado. Anneliese? No la haba vuelto a ver. Lisa le dijo que su hija haba tenido que visitar a una amiga enferma y que, dada la inseguridad de las calles, se haba quedado a dormir en casa de la amiga. En casa haba buen caf, mantequilla y los paquetes de cigarrillos eran un tesoro. La "seorita"... Pero Anneliese slo tena diecisis aos. Shanghai, seor Presidente. El Presidente ech una mirada a su chfer. Dietershofen conduca a la misma marcha que de costumbre y pareca estar muy preocupado. Seguramente no haba encontrado su casa tal como esperaba. Paul, sin embargo, estaba muy esperanzado. Aparte de ciertas dificultades, su visita al Cuartel General significaba un xito. Respecto a la cuestin de las Administraciones se haba acordado apoyar a los presidentes. Tambin haba podido arreglar algo el asunto de la llamada "cartilla de racionamiento para el cementerio". De momento se haba acordado suprimir la cartilla nmero VI y dejar nicamente cinco clases de racionamiento. No es que aquello fuera una solucin, pues todava era muy poco lo que con aquellas cartillas se poda adquirir, pero de todos modos era una pequea mejora. Por otra parte, el mariscal haba prometido ocuparse de la Universidad de Jena. Por de pronto haba permitido que se aumentara el nmero de estudiantes y que tanto sos como el cuerpo de profesores recibieran un racionamiento mejor del que hasta entonces reciban. En resumen: se poda tener esperanza y vala la pena de continuar trabajando. La actitud del mariscal y de los altos jefes militares ante los problemas del momento haba sido mucho ms favorable de lo que hubiera podido esperarse. Llegaron a Weimar tras cuatro horas de viaje. El trabajo esperaba. Reforma agraria, visitas, establecimiento de contactos culturales con las zonas occidentales. Una reunin tras otra. Las conversaciones se sucedan da tras noche. Haba que reconstruir al pas. Haba que reconstruir su economa, su cultura, su administracin de justicia, sus fuerzas de seguridad. Una nueva poca haba comenzado... "Seor Presidente: es necesario que los tribunales de justicia vuelvan a funcionar. Seor Presidente: la Universidad de Jena, cuya gloriosa tradicin es 274

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famosa en todas partes, debe abrir sus puertas. Todas las Facultades, excepto la de Historia, deben reemprender sus actividades." La verdad era que los rusos no se comportaban como vencedores, sino como parte interesada y nicamente en raras ocasiones imponan su voluntad. Les gustaba dar consejos y siempre se mostraban locuaces y hasta, muchas veces, hablaban demasiado. Las paredes de las casas de pueblos y ciudades estaban llenas de carteles de propaganda rusa: "Trabajad para la creacin de una Alemania democrtica y unida." "Luchad contra el militarismo y el nazismo." "Cooperad en la reconstruccin: el pueblo alemn debe vivir." "No debis renunciar a la inteligencia." "Volved a los principios de humanidad." "Protegemos la iniciativa privada." "Protegemos la propiedad privada." Las fbricas bvaras de coches de Eisenach volvan a funcionar y ya haban alcanzado una produccin mensual de trescientas unidades. En Jena, Schott y Zeiss haban vuelto a abrir sus puertas y exportaban sus famosos productos de ptica a todo el mundo. En Zeitz se producan quinientas toneladas mensuales de gasolina. En Unterwellenborn fue encendido el primer alto horno. Entre las ruinas de la Universidad de Jena iban y venan los estudiantes, que trasladaban piedras, limpiaban patios y corredores y ayudaban a albailes y carpinteros. Y la Universidad Friedrich-Schiller en Jena volva a surgir de entre las ruinas. "Seor Presidente: debemos mostrar al mundo hasta qu punto hemos adelantado en la reconstruccin del pas. Organice usted una exposicin industrial en que se exhiban los productos que fabricamos desde el final de la guerra." Tambin en Weimar se martille y se pic incansablemente y los trenes fueron y vinieron y trajeron los productos para la exposicin. La poblacin civil pudo admirar en las grandes salas cuanto se haba hecho y aquello reforz su voluntad de reconstruir el pas. La exposicin fue un espejo en el que se reflejaron las posibilidades de la nueva industria y tambin fue una muestra de la capacidad de trabajo de la poblacin y de la eficacia de los mandos tcnicos y polticos de la misma. Los rusos estaban satisfechos. Muy bien, seor Presidente: le felicito; eso marcha. Siete de noviembre, es decir, veinticinco de octubre segn el viejo calendario ruso: fiesta nacional en la Unin Sovitica. Copas llenas, brindis, comida escogida en el "Elefante" de Weimar. La mayor parte de los invitados alemanes representaban a la "Inteligencia". Profesores universitarios, directores de escuelas superiores, miembros de la sociedad "Goethe" y de la sociedad "Schiller", altos funcionarios. Discursos acerca de la mutua comprensin de los pueblos y de la hermandad de los mismos, de la democracia y de la unidad. En la mesa presidencial: generales, el Presidente del "Land", el Rector de la Universidad. Personajes llegados de Mosc y de Berln. El capitn general Semionov, un profesor ruso, el redactor de un peridico del Berln occidental y el poeta emigrado a Mosc. Aquel poeta, que era un hombre muy reservado, se atreva, sin embargo, a 275

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criticar algunos puntos de vista oficiales y muchas veces se situaba al lado de quienes no silenciaban sus objeciones. "S, tiene usted razn: eso hay que combatirlo." Un poeta reservado, un miembro del Comit Central del Partido Socialista Unificado que siempre se mostraba reservado, pero por lo dems un hombre muy agradable, un hombre que haba cambiado mucho de cuando la poca del "Sturm und Drang". Su padre fue abogado y Presidente de la Audiencia Territorial de Munich, y su esposa era una juda de buena familia. Cuando se le encuentra a solas se muestra abierto y casi confiado, pero cuando se le encuentra junto a su esposa cambia por completo y se vuelve un hombre que habla con gran prudencia, que mide sus palabras. A Paul el Presidente de Turingia le dedic una larga serie de superlativos. Pero cuantos ms superlativos tanto ms delicada era la situacin, eso era lo que Paul haba aprendido de los rusos. Los brindis se sucedan sin interrupcin. Los representantes de la "Inteligencia" alemana, que deban pasar con los escasos vveres que se podan adquirir con las cartillas de racionamiento y que por lo tanto estaban muy interesados en no perder aquella oportunidad de rehacerse un poco, se vean obligados a interrumpir mil veces la comida a causa de los discursos. El capitn general bail un baile popular del Cucaso. Y el Presidente del "Land", acompaado de una dama, bail un tango. En las mesas reinaba un ambiente de franca cordialidad. Muchos rusos se trasladaron a las mesas de los alemanes. Decanos de Facultades, pintores, escritores, arquitectos decan: "Tenamos una idea muy equivocada acerca de los rusos! La verdad es que nos ayudan cuanto pueden. Son tan partidarios de la democracia como nosotros mismos. Apoyan la unificacin de las cuatro zonas. No viven distanciados del pueblo alemn". Aquel era el ambiente, que se prolong hasta mucho despus del banquete. A pesar de las dificultades que tenan con el trabajo, la vivienda y la comida, los representantes de la "Inteligencia" se esforzaron en acercarse a los rusos. Hasta que de pronto todos los frenos rechinaron. No lo tome usted por lo trgico, seor Presidente. Sabemos lo que son los comunistas alemanes. Mientras nosotros luchbamos contra la pandilla hitleriana, la mayor parte de ellos trabajaban en las fbricas de municiones. Puede usted decirles de mi parte que no son ms que unos sinvergenzas... As habl el capitn general Chuikov. A los consejeros, alcaldes y dems gente nombrada por los ministros del Interior (que eran comunistas) los trat de "duraks". Y el representante del mariscal, capitn general Sokolovski, dijo: Cmo puede usted preocuparse por esa gentuza, seor Presidente! No haba que olvidar que ocupaban puestos de gran responsabilidad y que deban tener sus motivos para expresarse de aquel modo. A nadie se le separaba porque s de su cargo e incluso en los casos de motivos graves se proceda con cautela. Turingia goza de libertades polticas y jurdicas... Aquella haba sido la base en virtud de la cual acept l su cargo. Pero por todo el "Land" se vean desfilar camiones cargados de campesinos adscritos a la "Asociacin campesina de mutua ayuda" y de jvenes pertenecientes a la 276

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"Juventud libre alemana" que se dirigan hacia Nordhausen. All, en la crcel de Nordhausen, haba un pobre ladrn, un nazi, un sopln. Una de sus denuncias cost la vida a alguien cuando los nazis. Ahora aguardaba ser juzgado. La justicia se haba hecho cargo del caso. Pero al Partido le pareci que las cosas marchaban demasiado despacio. Y la Prensa comenz a publicar artculos en los que se hablaban de la "justicia de clases". Los antiguos jueces, decan los artculos, vuelven a ocupar sus viejos puestos. Y unas ocho mil personas se reunieron ante la prisin de Nordhausen y pidieron la entrega del detenido. Queran tomarse la justicia por su mano y deseaban lincharlo. Y l que durante la poca hitleriana haba sido denunciado muchas veces y haba recorrido un largo calvario de declaraciones ante la Gestapo, que no tena el ms pequeo inters en defender a un sopln nazi, por puro principio, dio las rdenes oportunas para que la polica acordonara la crcel y disolviera a los manifestantes. Impuso la justicia. Los organizadores de la manifestacin y quienes pretendan tomar la justicia por su mano tuvieron que desistir de su empeo. El jefe de la Administracin rusa hizo el mismo comentario de siempre: "Duraks". Sin embargo, quedaba una pregunta por hacer: Cmo haban podido trasladarse a Nordhausen aquellas ocho mil personas? De dnde, por ejemplo, haban sacado la gasolina para los camiones? La gasolina nicamente era suministrada con el correspondiente permiso de las autoridades de ocupacin, de modo que stas haban ayudado a los manifestantes o se haban encargado de organizar toda la cuestin. Otro sntoma de alarma era la manera cmo se llevaba la cuestin de la reforma agraria. El proyecto, tal como se haba acordado con los rusos, estaba en manos de la comisin jurdica. Surgieron desacuerdos. El "Bloque antifascista" aconsej que se modificara el texto del proyecto. l mismo dio la conformidad para ello. La reforma que se introdujo en el prembulo del proyecto consista en eliminar al Presidente de aquella cuestin y en dar todos los poderes al vicepresidente. Al cabo de unos meses se dio la noticia de que el vicepresidente y la comisin de estudio haban llegado a un acuerdo. No habra ninguna propiedad que tuviera cien hectreas y aquellas que tuvieran de cincuenta a cien seran igualmente divididas. Y aquello no era todo. Los nuevos campesinos, a quienes se les adjudicaron tierras que en ningn caso excedieron de las cinco hectreas, deban bastarse para criar el ganado, sembrar los campos y dems. No se les dio ninguna ayuda. El cemento que sala de las nuevas fbricas era llevado hacia el Este. Las fbricas de ladrillos dejaron de recibir carbn. Los nuevos campesinos deban aprender la "antigua manera de cultivo alemn" en unos lodazales y luego se les daban parcelas que haban pertenecido a antiguos castillos, pero con las que no reciban el material apropiado para trabajarlas. El nuevo campesino miraba con envidia al antiguo, cuya casa estaba llena de aperos de labranza, y ste, por su parte, se quejaba de tener que suministrar ms productos que aqul. No slo se cambi la estructura econmica del pas, sino que se modific la manera de ser de las gentes. La "Asociacin campesina de ayuda mutua" acab de agriar la lucha poltica que en seguida se desencaden en los pueblos. Al proporcionar esa organizacin tractores, arados y dems maquinaria, as como simientes y abonos a los nuevos campesinos, a quienes luego exiga buena parte de sus cosechas, dio el primer paso para el establecimiento de los 277

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koljoses alemanes. El blanco de la reforma agraria fue el viejo campesino, a quien se le deban arrancar los productos de entrega forzosa bajo toda clase de amenazas y sanciones. Muchos campesinos fueron detenidos a causa, como se deca oficialmente, de presuntos sabotajes. Aquella frmula legalizaba todas las detenciones. Y muchos fueron los que abandonaron sus tierras y huyeron hacia las zonas occidentales. Atrs, en las crceles, junto a los representantes de la vieja aristocracia rural, quedaron las mujeres. El Presidente cogi el telfono. Oy la voz del jefe de la polica del "Land", que era comunista, al otro lado del hilo. Acabo de enterarme de que por motivos relacionados con la reforma agraria ha hecho usted detener, sin ningn motivo que lo justifique, a algunas personas, sobre todo a mujeres dijo el Presidente. Murmullos. Las detenciones han sido efectuadas de un modo arbitrario e ilegal. S; ya s que est usted a las rdenes del seor vicepresidente; pero si supone que puede obrar de esa manera en un "Land" en el que soy el Presidente, est usted completamente equivocado. Los detenidos deben ser inmediatamente puestos en libertad. Sabe usted lo que su accin significa? Abuso de autoridad. Sabe usted qu pena corresponde a este delito? Le aconsejo que, sin prdida de tiempo, lea usted el cdigo. l mismo haba refrendado las disposiciones referentes a la reforma bancaria, a la reforma agraria y a la incautacin de bienes. Pero, de todos modos, se haba hecho enterar de cmo se efectuaban las expropiaciones, que nicamente deban circunscribirse a los bienes de los antiguos nazis, y en ms de cuatrocientos casos hizo que las expropiaciones quedaran sin efecto y los bienes volvieran a sus antiguos poseedores. Pues la causa de muchas expropiaciones era la venganza personal o la consideracin por parte de los comunistas de que lo expropiado era, como ellos decan, un objetivo social. Las devoluciones se efectuaban gracias a la actitud del mariscal y al favorable resultado de largas negociaciones, que en ocasiones duraban meses enteros y eran aprovechadas por la propaganda, con cierto comit de las potencias ocupantes. Pero, qu valor tena la palabra de un mariscal? El mariscal Zukov fue destituido. Sokolovski, subjefe de Estado Mayor, le sucedi en el cargo. El nombre de Zukov no poda ser pronunciado sin dejar de suscitar miradas de recelo en la persona con quien se hablaba. Qu valor tiene la palabra de un mariscal? Y qu valor tiene la palabra de un presidente? Se le retiraron los poderes para dirigir la marcha de las expropiaciones. El nuevo vicepresidente le dijo: Ignoro lo que mi predecesor ha hecho respecto al asunto de las expropiaciones. De todos modos s puedo decirle que no prest la debida atencin al asunto. Es inimaginable que hayan quedado ms de cien establecimientos industriales sin incautar. Creo que han desaparecido algunas de las listas confeccionadas por la comisin... Falta de palabra, modificacin de actas... Deba soportar todo aquello? No habra llegado el momento de dimitir el cargo? 278

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Leyes, decretos... El pas se va depauperando y t eres el representante del diablo. Coge el caballo al agricultor y luego, por ms discursos que hagas, por ms hojas de propaganda que hagas circular, todo el mundo tendr la sensacin de vivir bajo un rgimen desptico. Despoja al trabajador de los beneficios de su trabajo y qutale el mnimo que necesita para vivir y lo habrs convertido en un esclavo, lo mismo que al labrador despojado de su caballo; haz eso con el trabajador y lo habrs convertido en un hombre a quien no le interese su quehacer. Se hunda el sentido colectivo de justicia y de responsabilidad, pereca la capacidad de empresa y se malbarataba el sentimiento de colectividad, y el pueblo, atacado en sus ms viejas tradiciones y en su ms profunda manera de ser, se iba doblegando poco a poco. Aquel era el objetivo de su quehacer presidencial? No habra llegado el momento de dimitir? Abandonar aquello, abandonar... Aquella idea la tena siempre presente, incluso cuando hablaba con el general, y cuando permaneca inclinado sobre los documentos oficiales, cada vez que entraba en su despacho. Entr en la cancillera y atraves su antedespacho, en el que haba un oficial gubernativo, junto al que trabajaban Irina Petrovna, Tatiana, la seora Hansen y algunas secretarias e intrpretes. Estaba rodeado de gentes que espiaban sus menores movimientos y todas y cada una de sus palabras. Desde haca poco le haban colocado a una mujer que no proceda del Bltico, como muchas otras empleadas, sino de Prusia Oriental y que no dependa del jefe de la NKVD, como las dems. Aquella mujer perteneca a otro engranaje. l recordaba haberla visto en un banquete una reunin social que no haba vuelto a repetirse durante el cual estuvo hablando con el elegante coronel de la brillante calva, que se expresaba en un alemn perfecto y que, segn sus noticias, trabajaba en Berln-Karlshorst. Aquella mujer iba demasiado aprisa, pues el primer da de trabajo en su cancillera se permiti abrirle la correspondencia. Era demasiado. Adems estaba harto de verse vigilado por todo el mundo: por la intrprete, por el oficial gubernativo, por los altos empleados y por el mismo portero. Todos estaban al acecho para correr luego al jefe de la NKVD y comunicarle lo que haban podido atrapar. Hizo entrar a aquella mujer. No dijo nada respecto a la correspondencia abierta. Me alegra, seora, poderle comunicar una noticia agradable. He comprobado que el trabajo de secretaria en la cancillera no le conviene, es decir, no est hecho para usted. As, pues, me alegra notificarle que la acabo de destinar a la oficina comercial, donde seguramente se encontrar usted mucho ms cmoda que aqu. All se ocupar usted de recibir a la gente. La mayor parte de los que all acuden son gente del Oeste que representan importantes firmas comerciales. All podr usted desempear una funcin til... Fue todo un discurso. La mujer qued sorprendida y no supo reaccionar. l aprovech su sorpresa. Le deseo toda clase de prosperidades en su nuevo empleo. Puede usted comenzar inmediatamente. La mir de soslayo. En aquel momento no acababa de dar un chasco a 279

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aquella mujer, que era la viuda de un alto funcionario del Estado, sino al mismo coronel Tulpanov. No estaba dispuesto a dejarse atropellar de aquella manera. Y no dara su brazo a torcer. Pero, en realidad, por qu iba a entablar una batalla? Abandonar aquello, abandonar... El director general Hattinger entr en el despacho. Bajo el brazo llevaba un paquete de documentos oficiales. Hattinger iba a ser el caso nmero dos de aquel da. Haca tiempo que trabajaba en la cancillera. Al principio fue uno de los ms asiduos visitantes de la Schwanseestrasse, donde estaba la casa central del Partido, y luego, cuando las cosas comenzaron a organizarse, no falt ni un da a la Lottenstrasse, donde estaba la central de la NKVD. La NKVD le haba dejado escalar algunos puestos polticos y le mantena ahora en la cancillera, cerca del Presidente. Y all estaba, sentado frente a l. Pidi a Hattinger que se ocupara de poner en libertad a dos funcionarios antiguos militantes nazis. Segn se desprenda de los documentos que tena en la mano, los funcionarios no haban sido ms que simples militantes. Y mientras hablaba pens en el expediente que tena en un cajn de su mesa de trabajo y en el que figuraba la historia de su Director General. Seor Hattinger dijo el Presidente, la vida de los hombres no suele discurrir en lnea recta, sino que es como un mar en el que las olas van y vienen. Los hombres se equivocan a veces de camino, pero generalmente se percatan luego de ello y vuelven al sendero de la razn. El seor Hattinger no lo comprenda as y se neg a hacer algo en favor de los detenidos. igame, seor Hattinger: qu hara usted si yo me levantara ahora y le dijera: Usted estudi en la Universidad de Praga y all, cuando su poca de estudiante, fue algo ms que un simple militante; all fue uno de los ms destacados jefes nazis de la Universidad? No fue necesario decir ms. El rostro de Hattinger se torn blanco o, mejor dicho, se torn de un color amarillento, como de cera, y sus orejas se encendieron sbitamente. Si yo le contara su caso al general, qu hara usted, seor Hattinger? El seor Hattinger se sinti desfallecer. Desde el primer momento se haba convertido en un sopln sin escrpulos y ahora era uno de los ms conspicuos denunciantes. Era un hombre eficaz e influyente: haba liquidado a una agente que actuaba bajo las rdenes directas del jefe poltico de la Administracin de Berlin-Karlshorst y haba hecho desaparecer a un jefe de servicio de "informacin" de la NKVD de Weimar. No poda tolerar que se le hablara de aquel modo! El presidente no saba hasta dnde alcanzaba su poder. Aquello hubiera debido bastarle. Pero no estaba satisfecho. No ces de trabajar. Aquella misma maana recibi a varias visitas y despach como de costumbre. Haba muchas cosas que hacer. Era poca de elecciones. El pas tena que elegir un parlamento y del futuro parlamento tena que salir el nuevo gobierno. Una llamada de socorro lanzada desde una fbrica de chocolate vino a interrumpir su trabajo. Fue pronunciado el nombre de un funcionario gubernativo. 280

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Un nombre que inmediatamente tuvo la virtud de alarmarle. Saba que aquel nombre estaba ms all de sus posibilidades. Pero no pudo dejar de lado el asunto. El funcionario Reuter, que en los archivos de la polica berlinesa figuraba como un criminal llamado Qualle, haba sido un "hallazgo" de su antiguo vicepresidente Busse. Y aquel Busse, que era un tipo brutal y siniestro, tema a Reuter. Haba estado con l en Buchenwald y ya entonces estaba acobardado por aquel hombre. Busse careca de experiencia poltica y desconoca sus derechos y obligaciones. Por eso no haba sido difcil desviarle hacia una frmula heterodoxa. Y es que toda la pirmide poltica estaba construida con gentuza incapaz e indeseable. Los ocupantes no slo haban favorecido a los antiguos perseguidos por los nazis, sino que se haban rodeado de autnticos criminales, como aquel Qualle, por ejemplo. Ya haba tenido que habrselas con Qualle. Fue cuando, tiempo atrs, aquel individuo quiso detener a cierta personalidad poltica para luego hacerse con su cargo. Pero fracas y fue detenido. Los rusos, sin embargo, intervinieron en el asunto, libraron a Qualle de la pena que le deba haber sido impuesta, y un da Qualle apareci en el despacho del presidente; tena un aspecto saludable e iba bien vestido. Vengo por orden de mi amigo Bechanov (que era un general de la NKVD), con el encargo de que me nombre usted funcionario gubernativo. Necesitar algn tiempo para ello le respondi. Y Qualle, naturalmente, no fue admitido. Pero a espaldas suyas la NKVD situ a Qualle en el departamento comercial. Berger, el director de la segunda fbrica de chocolate del pas, en la que trabajaban setecientos obreros, le deca por telfono: Hay aqu un funcionario gubernativo que pretende cerrar nuestra fbrica! Cmo se llama ese funcionario? Se llama Reuter. Era Qualle. Dgale usted, por favor, que se ponga al telfono. Qualle oy cmo le decan: En este momento queda usted despedido. Si se atreviera a obrar como funcionario gubernativo, mandara que le detuvieran. Adems, quin le ha vuelto a admitir en el servicio del Estado? Mi amigo Bechanov. Aquello le obligaba a ir hasta ms all de donde se haba propuesto llegar. Nunca haba visto tan excitado al jefe de la Administracin. Por otra parte, el general no estaba solo en su despacho: junto a l haba un paisano que al principio de la conversacin trat de no intervenir demasiado. Aquel hombre, sin embargo, le haba sido presentado como el profesor Judanov. Le dijeron que era un jurista especializado en derecho penal, pero a la primera ocasin se puso de manifiesto que el tal profesor no tena la menor idea acerca de su supuesta especialidad. Su especialidad, pues, deba ser otra de la que decan. Le llam la atencin el modo cmo se comportaba Irina Petrovna cuando estaba ante el profesor. La intrprete Irina Semionova jams haba traducido con un tono tan impersonal, ni se haba esforzado en pasar tan inadvertida como cuando estaba en presencia de Judanov. Tres o cuatro veces observ que 281

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el general deca: "Nie Perevod" (no se traduce). Por lo visto no convena que se enterase de algunas de sus observaciones ni que tuviera conocimiento del fondo de la cuestin. De qu se trataba? No se trataba nicamente del delincuente profesional Qualle, sino de todos aquellos hombres y mtodos, que sin la ayuda de los Qualle y de tipos tan siniestros como el ministro del Interior, no hubieran prosperado jams. Abandonar aquello, abandonar... No solamente se trataba de Qualle. Se trataba adems de la reforma bancaria, de la reforma agraria, de las incautaciones y de otras muchas cosas... El dinero incautado a causa de la reforma bancaria se haba quedado en poder de los rusos. Y los rusos, por su parte, adquiran terrenos y casas, propiedades, fincas, teatros y cines, todo lo cual pagaban con papel mojado, que careca del ms mnimo valor. Las confiscaciones fueron perdiendo su primitivo carcter de control oficial y se convirtieron en simples actos de rapia. Se trataba de la reforma bancaria, de los embargos y requisas, del hambre que sufra la gente, de la miseria de los estudiantes. Adonde haban ido a parar las promesas? Haba sido todo un engao? Qualle, en resumidas cuentas, no era ms que un sntoma: la oscura mancha de una manzana podrida. Seor general, puede usted elegir entre el funcionario gubernativo Reuter, llamado Qualle, o yo. Si ese hombre no es despedido inmediatamente, presentar mi dimisin. La preocupacin asom en el rostro del general. El seor Judanov permaneci callado. Se pidi una comunicacin telefnica entre el jefe de la Administracin y la jefatura de Berln-Karlshorst. Fue servido t, y de pronto el seor Judanov prescindi de la intrprete y comenz a hablar en correcto alemn. El general, que haba salido del despacho, entr precipitadamente y dijo: Mande usted a ese tipo al diablo, seor presidente! Bien; pero ese Qualle slo es un sntoma. Es preciso que aclaremos otras muchas cosas. Ahora no puede usted dimitir, seor presidente. De un momento a otro, los alemanes volvern a administrarse por s mismos. Los alemanes arreglarn las cosas a su gusto. De ahora en adelante nosotros slo nos ocuparemos de ciertas cuestiones, es decir, de la desmilitarizacin, la desnazificacin, la democratizacin. Tambin nos ocuparemos de la cuestin de las reparaciones. Por lo dems harn ustedes lo que se les antoje, y respecto a la economa ya se encargarn ustedes de llevar a cabo el plan inicial. Por otra parte, ha sido usted anunciado como uno de los principales oradores de la prxima campaa electoral. Seor general: cuando hablo como Presidente del "Land" no lo hago como un hombre cualquiera que hace promesas a troche y moche y que luego olvida con facilidad. Hoy y maana debo poder cumplir lo que prometo. Tiene usted razn. Puede usted prometer a la poblacin que la cartilla de racionamiento de sexta clase va a ser suprimida. Ser aumentada la racin de patatas. Y lo mismo ocurrir con la ropa y los zapatos. El nivel de vida aumentar considerablemente. 282

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El telfono volvi a sonar. Una noticia muy importante, seor presidente: durante el ao prximo pondremos en libertad a ms de un milln de prisioneros. Abandonar... Las cosas no iban bien. La vuelta de un milln de prisioneros de guerra... Aquello era un buen argumento para ser esgrimido ante la poblacin y convencerla para que acudiera a las elecciones. Seor general: la poblacin est muy preocupada acerca de la cuestin de la frontera occidental. Segn lo acordado en Yalta y en Potsdam, la frontera oriental qued situada en el curso de los ros Neisse y Oder. Segn se desprende de unas manifestaciones hechas por el ministro de Asuntos Exteriores sovitico, manifestaciones que han sido muy discutidas, se desprende que esa frontera ha quedado sin efecto. Puedo hablar acerca de esa cuestin? No olvide usted que esto es como un hierro candente. El general acept aquello con evidente desagrado, pero comunic de nuevo con Karlshorst. Al cabo de un rato volvi y dijo: Puede usted hablar acerca de la lnea fronteriza, seor Presidente. El Presidente no dimiti. El Presidente se levant, despidise de todo el mundo y, acompaado de Irina Petrovna, abandon el edificio de la Administracin Central. En el despacho qued el teniente coronel Judanov, que en Weimar se haba presentado como un profesor especializado en derecho penal. El general y el teniente coronel cogieron sendos cigarrillos, y no fue ste quien ofreci fuego a aqul, sino el general quien encendi el cigarrillo al teniente coronel. Los alemanes van a quedar muy sorprendidos dijo Judanov; las clavijas comenzarn a ser apretadas cuando tengan un parlamento.

OPERACIN TRASLADO
El teniente coronel Judanov saba lo que deca. Haca cuatro o cinco semanas que en su calidad de representante de Ivn Serov haba instalado su cuartel general en Weimar. En primer lugar deba estudiar la situacin y las posibilidades econmicas de Turingia. Una buena idea es a veces ms provechosa que todo un estado mayor de colaboradores, y su idea haba sido que el jefe de la Administracin militar sugiriera al Presidente la posibilidad de celebrar una feria de muestras. La feria fue instalada en el viejo castillo de Weimar y en ella se exhibieron coches, mquinas de escribir, cemento, lana sinttica, potasas, material elctrico e instrumentos pticos. Todas las grandes firmas comerciales y las fbricas del "Land" concurrieron a la feria y demostraron en ella su capacidad de produccin. De ese modo Judanov nicamente tuvo que echar un vistazo a la exposicin y hacer luego algunas

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comprobaciones complementarias, para percatarse de la capacidad industrial y comercial de Turingia. Aquella primera parte de su trabajo haba podido ser realizada sin ninguna dificultad. Las listas de las fbricas que deban ser desmontadas ya haban sido entregadas a los jefes del personal competente y a los jefes del estado mayor de Saburov. El desmontaje de las fbricas e industrias que hasta entonces se haba ido retrasando en Turingia, fue cuidadosamente preparado. Antes de comenzar los trabajos, deban celebrarse las elecciones y Turingia deba tener un parlamento y un nuevo gobierno, y hasta entonces no haba ms remedio que esperar. Pero tras las elecciones en la noche del primer sbado, las fbricas seran ocupadas militarmente y los hombres de Saburov podran comenzar en seguida su trabajo. Todo haba de ser desmontado: fbricas, industrias, lneas de ferrocarril e incluso aquellos objetivos que no podan ser transportados, como los hornos de cemento de Leuna y que deban aguardar la llegada de los arquitectos soviticos. Judanov viva en Weimar. Tena un estado mayor ambulante, lo mismo que cuando la guerra, que acampaba en los sitios de ms inters: una vez en Nordhausen, otra en Gera, luego en Eisenach y ms tarde en Heiligenstadt. En este momento su estado mayor estaba en Jena. Jena: Karl Zeiss y Schott. Las mundialmente conocidas industrias pticas, que las bombas americanas casi haban reducido a escombros, trabajaban de nuevo, daban ocupacin a diez mil hombres y producan unos cuantos millones mensuales de marcos para las reparaciones de guerra. Aquello significaba la casi totalidad de la produccin alemana de aquella industria, pero las instalaciones Zeiss ya haban cumplido su objetivo, que era presentarlas a los visitantes del Oeste y mostrarlas a la poblacin civil de la zona sovitica como un brillante ejemplo de la recuperacin industrial y econmica de la Alemania oriental. Rusia necesitaba aquella industria y por lo tanto las fbricas Zeiss deban ser inmediatamente desmontadas. La maquinaria deba ser transportada. Y los trabajadores eran un indispensable complemento de las mquinas. Por lo tanto, los trabajadores tambin deban ser trasladados a Rusia. Aquella operacin el traslado de los especialistas y obreros calificados deba realizarla la seccin que operaba a las rdenes del teniente coronel Judanov. Todo estaba preparado. Budin, su viejo compaero, se haba encargado de todo. Las tropas necesarias para aquella operacin estaban dispuestas. Los contratos para "el trabajo voluntario en Rusia" tambin estaban a punto. En la estacin de Jena se haban acumulado suficientes medios de transporte. Budin haba organizado un tren de ciento veinte unidades, compuesto de vagones de carga, de pasajeros y restaurante. Tambin se haba encargado de preparar los vagones en que deban ser trasladados los trabajadores. La operacin haba de ser un ejemplo de traslado en masa y los trabajadores de las fbricas Zeiss habran de llegar en perfectas condiciones a su nuevo destino. Todo est a punto. Slo hay que apretar un botn. 284

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Budin no dijo lo que estaba preparado ni en qu forma habra que apretarse el botn. No era necesario que los dems se enteraran de los pormenores de la proyectada operacin. Y el comandante y el capitn de la NKVD de la Lottenstrasse, que estaban sentados a la mesa, en compaa de Judanov y Budin, no demostraron la ms pequea curiosidad. Los dos invitados alemanes el funcionario gubernativo Hattinger, que desde el incidente ocurrido con el doctor Paul se mostraba muy apagado, y su compaero, un individuo que estaba al frente de una librera que poco antes haba sido requisada a su dueo no comprendan el ruso. Ella, Juta y Liesbeth s entendan algo. Ella, Juta y Liesbeth: el comandante haba convertido aquello en una casa de lenocinio. Y el viejo mdico, su esposa y su hija, los antiguos ocupantes de la casa, que haban sido arrinconados al piso superior, fingan no darse cuenta de nada. Lo mejor era no enterarse de ciertas cosas desagradables. Haba all demasiado ruido y un molesto ir y venir, y Judanov se hubiera cambiado de casa a no ser por el gusto con que estaban amuebladas aquellas habitaciones y por lo cmodo que en ellas se encontraba. Por eso no quiso dejar al comandante dueo exclusivo de aquella casa de la Lottenstrasse. Adems senta cierta compasin por la familia. El dueo de la casa le recordaba a cierto coronel Revievkin, un hombre de la vieja generacin y de la vieja escuela, que aos atrs le haba impresionado vivamente. La NKVD haba tenido que fusilar al coronel poco antes de la batalla de Mosc. Ya haba transcurrido mucho tiempo de todo aquello, pero todava recordaba el comportamiento de aquel coronel durante el juicio. No, no quera dejar el campo libre al comandante. No quera que el comandante dispusiera a su antojo de aquel Revievkin y mucho menos de aquella Revievkina, su hija, que de haberla tenido el viejo coronel de Estado Mayor, sera ahora como la hija del mdico. Haba estado casada y su marido haba cado en el frente del Este. Por eso volvi a su casa y viva ahora con sus padres. El comandante la cortejaba con asiduidad y cada dos por tres le enviaba billetes en los que deca: "Acuda maana a tal o cual sitio; la esperar en mi coche". Qu sinvergenza! Durak! Ella, como es natural, no reaccionaba y no haca caso de los billetes, ni de ciertas groseras insinuaciones. Haca como si no entendiera. Y al comandante no le quedaba ms remedio que continuar con su Juta, que haba trado de Silesia, o con otra cualquiera que hubiera pillado en la calle, y que al fin y al cabo era mucho ms adecuada para l. Era el da de las elecciones. Tambin las elecciones eran motivo de fiesta. Los restos de la cena todava no haban sido retirados de la mesa. Juta trajo col fermentada y arenques. Un gramfono se puso en movimiento. Hubo baile. Budin y Ella desaparecieron. El capitn, a quien Ella perteneca, comenz a dar muestras de inquietud. Ese hijo del diablo, ese condenado Budin... Judanov se levant: no quera rias en la casa. Encontr a Budin y a ella en la cocina, donde tambin estaba la nia del mdico. Al cabo de poco rato apareci el capitn y tras l vino el comandante, que no quera quedarse solo con los alemanes. No haba habido medio de llevar a la hija del mdico a la sala y la cocina se haba convertido en sala de estar. El gramfono continuaba sonando. Por qu no vamos a la habitacin de al lado? S, por qu no? 285

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De pronto, la hija del mdico, que siempre se haba negado a bailar con los rusos, ante el asombro de todos acept bailar con Judanov. Fue un milagro que aquella mujer a la que desde el primer da haba cortejado suprimiera de pronto la distancia a que hasta entonces se haba mantenido. Luego, cuando la noche hubo avanzado, estaba dispuesta a todo. Y cuando la reunin se deshizo fue ella misma la que le acompa a su habitacin. Fue una experiencia inolvidable que a la noche siguiente se volvi a repetir. Una experiencia que la tercera noche, sin embargo, ya no se produjo. Aquella noche la noche del sbado al domingo era la noche de Jena, de Karl Zeiss y de Schott. Hombres violentamente sacados de la cama, mujeres y nios deshechos en llanto. Pistolas ametralladoras, bayonetas... Y l estuvo toda la noche pensando en aquella mujer de Weimar. Las viviendas estaban acordonadas por soldados soviticos. En las casas, los hombres eran obligados a firmar los contratos de "trabajo voluntario en Rusia". Cada cual poda llevarse a su mujer e hijos, as como algunas maletas. Pero deban abandonar sus casas unas casas que les pertenecan, pues la industria de Karl Zeiss, en Jena, haba dejado de existir. A la misma hora en que eso ocurra, las fbricas comenzaron a ser desmontadas. Se les obligaba a firmar los contratos de trabajo, y de aquella manera quedaba borrada la violencia y se daba al asunto un aspecto de accin voluntaria. Firmar los contratos y luego, a toda prisa, hacer las maletas. Montaron en camiones y, acompaados de sus mujeres e hijos, fueron llevados a la estacin. Judanov no dejaba de pensar en la mujer de Weimar. Los alemanes saben hacer algo ms que cristales para lentes. Los alemanes han levantado grandes torreones y gruesos muros en torno a sus ciudades y desde hace mil aos viven en casas de piedra y de pronto, bajo la puerta, se te cuela una mujer. Una mujer... Al diablo con ella! Tambin en las iglesias haba imgenes de mujeres. Por ejemplo, en la catedral de Naumburg. Pero era aquello lo que deba preocuparle aquella noche? Miles de trabajadores calificados, y ninguno de ellos deba faltar. Cada mquina debe ser desmontada y transportada de manera que al llegar a su destino pueda funcionar inmediatamente, sin prdida de tiempo. Si luego faltara una de aquellas condenadas mquinas o uno de aquellos malditos obreros, el trabajo quedara interrumpido. Una operacin de gran envergadura. Todo tena que ser llevado a la perfeccin. Podan ocurrir imprevistos y surgir obstculos inimaginados. Budin iba de un lado a otro como una exhalacin. El pnico cundi por la ciudad. El telfono comunic entre Jena y Weimar y entre Weimar y Berln. Aqu la direccin de Karl Zeiss! Aqu el alcalde de Jena! Aqu el Presidente del "Land"! Aqu la Administracin Central! Seor Presidente: las fbricas de Zeiss estn siendo desmontadas y los trabajadores son llevados a Rusia! Tiene usted que hacer algo inmediatamente! Amaneci sobre la ciudad de Jena. En la estacin todava haba algunos trenes. Grupos de soldados rusos haban acordonado la estacin e impedan que los familiares y amigos de los 286

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deportados, que precipitadamente haban abandonado sus casas, se acercaran a los andenes. Nerviosismo, desesperacin, lgrimas. Apareci un coche con el emblema del Presidente del "Land". "Todava hay tiempo, seor Presidente; aydeles usted." El coche march en direccin a las fbricas Zeiss, regres a Weimar, volvi a Jena, se detuvo luego ante la Administracin Central y finalmente volvi a las fbricas. El Presidente recorri las grandes instalaciones industriales de Zeiss y Schott. Golpear de martillos, torpes manos que arrancaban piezas de las mquinas, material de produccin cargado como basura en camiones. Un frentico capitn, gordezuelo y de rostro hinchado, conduca a los trabajadores de una mquina a otra y les azuzaba para que se apresuraran en su quehacer. Y, de pronto, vio un rostro conocido; un rostro que inmediatamente desapareci, pero cuyos rasgos record en el acto. Era un hombre que hablaba en ruso con el capitn y en alemn con los trabajadores y que, en cierto modo, pareca desinteresarse de cuanto ocurra a su alrededor. El mar helado... "Volver en seguida a Weimar! No pudo hablar con el jefe de la Administracin. Y tampoco pudo hablar con el mariscal, que ahora se llamaba Sokolovski y que haba confirmado las promesas de su antecesor. Y el mariscal cuyo nombre no estaba permitido pronunciar haba dicho: "Se han terminado los desmontajes". Por fin, el general. Irina Petrovna haba podido dar con l. El general, que estaba al telfono, no comprenda nada de lo que le deca. No es cierto; en Jena se hace cundir el pnico; nadie es detenido en la ciudad. Acabo de estar all, seor general. Las fbricas estn siendo desmontadas. Sus soldados estn sacando a los obreros de la ciudad. En la estacin, los trenes estn atestados de deportados. La poblacin est excitadsima! El general, sin embargo, no estaba informado de nada. Nadie estaba informado, ni el jefe militar de Turingia estaba al corriente. Todo el mundo deca que aquel asunto no era de su competencia. Todo el mundo trataba de escabullirse. Y el Presidente saba que predicaba en un desierto. El Presidente no haba odo hablar de Ivn Serov; de haber odo hablar de l, tampoco hubiera comprendido que aquel individuo pudiera desmontar a su antojo el complicado sistema de la representacin sovitica en Alemania. Y el Presidente tampoco pens en Judanov, quien, por otra parte, tambin se hubiera excusado como los dems, pues al fin y al cabo no era ms que la sombra de quien, desde el Kremlin, haba proyectado la operacin. La operacin dur veintiocho horas. Tras veintiocho horas de ausencia, Judanov regres a Weimar. Todo haba sido llevado a cabo sin contratiempos, ni derramamientos de sangre. La accin haba resultado un xito, pero para ello haba sido necesario que l estuviera en todas partes y ahora estaba agotado y deshecho. No tena fuerzas para pensar en alguna mujer, ni tan siquiera para pensar en aquella imagen de piedra de la catedral de Naumburg. A medianoche se despert, salt de la cama, avanz por el corredor y lleg ante la puerta de Ella. Pero la puerta, aquella noche, estaba cerrada. 287

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Las noches siguientes tampoco se qued la puerta abierta. Todo haba terminado. Ella no quera saber nada ms de l. Finalmente, en la cocina, tuvo una explicacin con Ella. No, no estaba enamorada de otro. No quera enamorarse de nadie ms. No poda haber otro tan bueno y tan noble como l. Pero aquello no poda continuar. No dijo nada ms y l tuvo que contentarse con aquella explicacin. Fue luego pocas veces a Weimar, las justas para mantener a raya al comandante de la Lottenstrasse. Quera continuar protegiendo aquella casa. Pasaba los das viajando de un lado a otro. Tena mucho trabajo. Los desmontajes se haban extendido por todo el pas y se llevaban a cabo a un ritmo ms que acelerado. Adems de las fbricas se desmont la "maquinaria sobrante" de las instalaciones elctricas de las industrias desmontadas, as como todas las dobles vas. l no formaba parte del estado mayor de los desmontajes, sino que era el representante de Ivn Serov y su quehacer consista en controlar los trabajos efectuados por las brigadas que actuaban a las rdenes de Saburov. Y no solamente controlaba a Saburov, sino tambin la eficacia de la NKVD y la eficacia de la Administracin Militar. Una de sus ms delicadas obligaciones era la vigilancia del Presidente. Hasta su llegada, el Presidente haba sido vigilado de una manera estpida. El carro lleno de paja, eternamente detenido a pocos pasos de la residencia oficial, y la casa de enfrente, que durante aos se mantuvo vaca, es decir, ocupada por tres centinelas que comunicaban por telfono con las oficinas de la NKVD y acerca de la cual se dijo al Presidente que estaba reservada para un general, eran medidas ridculas. Mucho ms acertado que todo eso haba sido, con la excusa de poner a su disposicin una escolta, vigilarle directamente y hacer que su coche llevara el emblema presidencial, pues de aquella manera no poda dar un paso sin que ellos dejaran de enterarse. Aquellas rdenes no las haba dado el jefe de la NKVD de Weimar, sino l mismo. Y las cosas funcionaban ahora mucho mejor que antes. Suena el telfono: "El Presidente acaba de atravesar Stadtroda y va en direccin a Ulrichswalde". Puede ir a donde le plazca: a Jena, a Ulrichswalde, a Burgk, a ver como desmontan las fbricas de coches de Eisenach o a ver como desmontan las fbricas de porcelana de Hermsdorf: una llamada telefnica, o dos, tres, seis, diez llamadas irn sealando su camino. Sera conveniente que su chofer fuera puesto al servicio de la NKVD. Pero la "Lottenstrasse" haba fracasado en aquel intento. Incluso intent que fuera despedido y cambiado por una persona de confianza. Pero el chofer se haba defendido. Y lo mismo haba hecho el Presidente. El "caso" Paul era un asunto delicado. Desde luego, se haban cometido muchos errores, tanto por parte de la NKVD como por parte de la Administracin. Las cosas, sin embargo, se complicaron cuando el Presidente se afili al Partido Socialista. El jefe de la Administracin advirti al Presidente que su ingreso en aquel Partido burgus sera una grave complicacin para la resolucin de los problemas que deban ser resueltos con las autoridades rusas. Pero Paul ingres en la SED con la esperanza de darle a su "gobierno" un mayor contenido poltico. El error ya estaba cometido y no poda ser reparado. Pero luego, tras la Conferencia de Londres, Paul continu siendo la persona ms adecuada para desempear el cargo de Presidente, pues nadie reuna mejores condiciones que l para ser exhibido ante el Oeste. Son el telfono. El Presidente acaba de atravesar Stadtroda y va en direccin a 288

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Ulrichswalde. En Ulrichswalde tena el Presidente una pequea propiedad. S, est enfermo. Es la segunda vez en poco tiempo que dice estar enfermo. La primera vez enferm a causa de lo que hizo con la "perla" Karl Zeiss y la segunda sta de ahora a causa de los desmontajes. Eran enfermedades polticas. Paul tena los nervios demasiado delicados: cuando se le prohibi dar cierta conferencia en la Universidad de Jena, que l haba querido pronunciar con motivo de la Conferencia moscovita de ministros de Asuntos Exteriores, se puso fuera de s. Una conferencia! Un grito de socorro, la llamada de auxilio de alguien que se siente ahogar... Quera aprovecharse de su puesto. El mariscal prohibi la conferencia y l envi su dimisin por escrito. Se enfrent con el Jefe de la Administracin y le grit: "Voy a dimitir inmediatamente". Pero su dimisin no fue aceptada. El mariscal le envi a uno de sus ayudantes, que le dijo: "Estimamos en mucho su salud. Pero puede usted estar enfermo todo el tiempo que quiera. El cargo contina en sus manos. Aguardaremos su regreso. Entretanto, nombraremos a un sustituto". Esa era la situacin. Ahora se estaba reponiendo. Iba de Ulrichswalde a Burgk y de Burgk a Gera, y en una y otra parte reciba visitas del general y de personalidades llegadas de Berln. Pero sus visitantes tenan prohibido hablar con l de poltica. Durante las visitas nicamente poda conversarse acerca de ftbol y de temas por el estilo. Cada cinco das se publicaba un boletn en el que se daba cuenta de su salud. Se le permita representar la comedia del "enfermo del Bsforo" hasta que su presencia fuera necesaria en las minas de oro de Kolima o en la Presidencia del "Federalny de la Alemania Oriental". Mientras tanto, empero, iba engrosando su expediente. El expediente ya estaba casi completo: comenzaba en 1923, o mejor dicho, en 1918, aunque lo referente a aquella fecha todava estaba algo oscuro, pero no lo suficiente para librarle del campo de Kolima. Judanov permaneca sentado ante su mesa de trabajo, sobre la que tena aquel expediente, que esperaba entregar a Ivn Serov. Una gruesa carpeta llena de documentos. Todo estaba preparado para que el personaje fuera a pudrirse al infierno de Kolima. Al principio fue un destacado militarista y un furioso reaccionario. En 1918 sirvi como capitn de aviacin, y en 1933 hizo que los dirigentes comunistas de Gera fueran detenidos sin orden judicial, con lo cual demostr su ideologa de reaccionario. Por aquel entonces puso en libertad a un grupo de socialdemcratas, lo cual, si se quiere, era un punto a su favor, pero tambin, si se tena en cuenta los motivos polticos de aquella liberacin, resultaba ser un punto en contra suya. Desde 1933 a 1945 se opuso a Hitler: un punto a su favor, si se quiere, pero tambin un punto desfavorable, si se tena en cuenta los motivos de la misma. Despus de la guerra los norteamericanos le nombraron alcalde de Gera (hay todava muchos cargos pblicos ocupados por gente nombrada por los americanos). Presidente del "Land": eso s que era motivo de castigo. La reforma bancaria, la reforma agraria, los secuestros, los desmontajes: todo se le imputaba a l. Otros detalles completaban la historia. Su chofer, del que no quiere separarse, lleva un nombre falso. Ese chofer 289

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haba sido coronel de aviacin. Su familia vive en el sector occidental de Berln. La esposa habita en una casa norteamericana y la hija trabaja en una tienda que tambin es de los norteamericanos. El chofer ms indicado para el presidente de un "Land" de la zona sovitica! Otro sntoma que haba que tener en cuenta! El jefe de la Administracin Militar le regal la edicin alemana de las Obras Completas de Lenin. Y los libros estn sin abrir en su biblioteca. El jefe de la NKVD le regal un retrato de Stalin, no un grabado, sino una pintura al leo. Y el cuadro desapareci en el granero. Por lo visto, en cierta ocasin dijo que esperaba que le hicieran un valioso marco, pero el marco nunca acab de llegar. Stalin en el granero! Y en su despacho, en vez del retrato de Stalin, tiene un bajo relieve del rey Federico II de Prusia. Un Presidente que no solamente mira con un ojo hacia el Oeste, sino que mira con los dos hacia el mundo capitalista, pero que a pesar de ello es un hombre necesario. Porque de haber otro cebo en el anzuelo no picaran los pececillos del lado occidental. Y otra cosa: Munich. El primer ministro bvaro invit a los presidentes de todos los "Lnder" alemanes, incluso a los de la zona de ocupacin sovitica, a una conferencia. No hay ni que pensar en enviar all a un representante. Si enviramos a un representante junto a los otros cuatro presidentes sera tanto como quitarle la punta al anzuelo. Las demandas en pro de la unidad sonaran a falso. Qu debe hacerse? No participar en el juego, como opina Tulpanov? No, de ninguna manera. El "enfermo del Bsforo" debe ponerse bueno inmediatamente: esa fue su opinin en Karlshorst y eso fue lo que all se decidi. El presidente tiene que ponerse en pie en seguida. S, era algo factible. Judanov cogi otra carpeta en la que figuraban los documentos relativos a otra de las "extravagancias" del presidente. Se trataba de las notificaciones de robos, asaltos, violaciones y asesinatos cometidos por miembros del Ejrcito Rojo. Aquellos documentos estaban redactados por abogados del Estado y haban sido entregados en secreto por el fiscal general. Muy bien; con aquello le haran salir de su cueva. Judanov llam a Budin, le explic el caso y le orden que, acompaado de algunos miembros de la "Lottenstrasse", se presentara en casa de tres o cuatro abogados del Estado. Deba hacer las visitas de noche e interrogar a las personas en cuestin, dejndolas en seguida en libertad. nicamente se trata de asustar a esa gente. Entiendes? Lo importante es que esos individuos tengan ahora una sensacin de inseguridad. Los interrogatorios deben girar acerca del fiscal general. Todo eso debe hacerse en la ms absoluta reserva. Budin comprendi. Apresrate!... Presntate inmediatamente en la "Lottenstrasse"! Ahora mismo hablar por telfono con el jefe. Voy en seguida. Pero para ello necesitar dos noches. La accin no poda ser realizada en menos de dos noches. Al tercer o cuarto da Judanov podra saber el resultado de la misma. Lleg el tercer da. 290

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Son el telfono: "El Presidente acaba de abandonar Burgk y se dirige hacia la autopista. En este momento, el Presidente acaba de pasar por el cruce de Hermsdorf y se dirige hacia Weimar. El Presidente acaba de entrar ahora mismo en la Administracin Militar".

LA ESPERANZA PERDIDA
"Haz que tu corazn permanezca firme ante los sbditos, pues el pueblo slo admira a aquel que no teme el peligro." Aquella era un mxima de gobierno del tiempo de los faraones; un aforismo que tena ms de cuatro mil aos, y que todava era vlido. La noche est silenciosa. Ladra un perro. Unos pasos resuenan sobre la grava del jardn. Las ventanas del "enfermo Presidente" estn iluminadas. Un hombre se acerc a la casa, abri la puerta, y entr y la volvi a cerrar. El visitante nocturno era el fiscal general. Dietershofen-Aachern, el chofer, le haba conducido hasta la casa. Seor Presidente: no poda venir a verle a otra hora que sta. Los criminales se dedican ahora a perseguir a los abogados del Estado. Slo usted, seor Presidente, puede hacer algo. Debe usted volver a su puesto. He odo decir que la NKVD est enterada de que recibe usted informes de los abogados del Estado. Se trata de los informes privados referentes a actos vandlicos cometidos por soldados rusos, que yo le hice a usted en secreto. Las cosas han ido tan lejos que muchos abogados temen ser detenidos de un momento a otro. Abandonar... No, no poda ser. No poda dejar en la estacada al fiscal general y a los abogados que haban confiado en l. Al da siguiente se traslad a Weimar. Se present ante el Jefe de la Administracin. Seor general, vuelvo a tomar posesin de mi cargo. Unos tpicos de felicitacin por su manera de desempear el cargo. Me felicito de que haya usted venido con carcter oficial a este despacho dijo el general, mirndole como si esperara algo ms del Presidente. Pues el general era un hombre capaz de coger el toro por los cuernos. Seor general, deseara hablar con usted en presencia del jefe de la NKVD. Eso no es posible. Media hora despus, el jefe de la NKVD entraba en el despacho del general, donde todava permaneca el Presidente. Segn mis informes, seor coronel dijo el Presidente dirigindose al jefe de la NKVD, est usted mal orientado respecto a la cuestin de los abogados del Estado. Fui yo quien hizo reunir los documentos que usted sabe. Los abogados han obrado por orden ma.

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Bien; aquello era una aclaracin que deba tenerse en cuenta. En el futuro era a l a quien deban dirigirse. La mejor defensa es el ataque. Algunos de los documentos se los entregu a ustedes dijo (se trataba de los casos que figuraban con la nota de "alemanes con uniformes rusos"). Debo decirles que, a pesar de mis esfuerzos, todo ha quedado aqu sin aclarar. Sin embargo, les comunico a ustedes que he reunido una ms completa informacin acerca del particular y que los documentos que actualmente tengo en mi poder los entregar a ustedes, al general o al mariscal en el momento oportuno y de esa manera se sabr toda la verdad y se tendr conocimiento oportuno de los embustes que acerca del particular se imputan a los miembros del Ejrcito Rojo. Es posible que aquellos documentos no se refirieran a supuestas falsedades, sino a autnticos hechos criminales cometidos por miembros del Ejrcito Rojo. El jefe de la NKVD saba cmo haba de reaccionar en un caso como el que acababa de plantear el Presidente: detencin y dems. Pero ocurri algo muy diferente. En el rostro del coronel de la NKVD apareci una sonrisa en forma de mueca, y en el del general asomaba una expresin de cazurrera campesina. Las palabras del Presidente le brindaban la oportunidad de iniciar una larga conversacin. El tema vala la pena. El coronel, empero, quiso antes cubrirse la retaguardia; as, pues, se levant, se excus y abandon la habitacin. En el despacho de al lado llam al jefe de la Seccin Operativa, que haba preparado las cosas para el da de la entrevista con el Presidente. Habl con el teniente coronel Judanov. Lo importante es que vuelva a tomar posesin de su cargo dijo Judanov. De momento, el material preparado no tiene inters. Pero, qu quiere usted, teniente coronel Judanov? El pjaro est en nuestras manos. S; pero en el momento menos pensado puede echar a volar. No, no lo crea usted. El pjaro no saldr de sus tres nidos. Los tres nidos, segn Judanov, eran la finca de Ulrichswalde, la casa de Burgk y la residencia de Gera. All lo tenemos seguro. El coronel regres al despacho del general. Continuaba el asunto de los abogados. El material no volvi a ser mencionado. Al cabo de un rato y tras la felicitacin del jefe de la NKVD y del general, el Presidente abandon la Administracin Militar. La cancillera tena el mismo aspecto de siempre. Sombras, sombras... Se cruz con algunas de aquellas sombras en la escalera y en su antedespacho. Las sombras se inclinaban a su paso. Y se inclinaban en su despacho, al tiempo que le ofrecan las carpetas repletas de documentos oficiales. Pero ahora las conoca a fondo, pues haba aprendido a diferenciarlas unas de otras. Y saba cules de aquellas sombras trabajaban para los rusos. Estaba convencido de que durante su ausencia aquellas sombras haban hecho todo lo posible para acabar con l. Pero el Presidente no saba cul era la organizacin para la que aquellas sombras trabajaban. Y tampoco saba que el jefe del sistema de vigilancia en el que se hallaba prisionero era el coronel Judanov. El Presidente ignoraba que 292

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alguien que actuaba bajo las rdenes de Judanov haba dejado sobre su mesa de trabajo dos papeles sealados con lpiz rojo. Los cogi. Uno era una carta del Presidente de Baviera, que invitaba a sus colegas, los dems presidentes, a una conferencia en Munich, y otro era un artculo periodstico escrito por su sustituto, en el que se hacan ciertas declaraciones oficiales con las que no poda estar de acuerdo. Imposible!... Estpidos! Peor an: canallas, traidores! El pas est siendo arrasado. Brigadas de trabajadores desmontan todo lo que encuentran a su paso. Y todo es cargado en caravanas de camiones y en trenes y es transportado hacia el Este. Pueblos y campos quedan incomunicados y arruinados por haberse quitado las vas que hasta ellos conducan. Ha suprimido la cartilla de racionamiento de VI clase, pero la de V clase es igual que la que acaba de ser suprimida. Confiado en la palabra del mariscal, ha hablado al SED. Y el mariscal no ha cumplido luego su promesa. Una anciana le par en la calle: "Seor Presidente, he votado segn su consejo. Nos aumentarn ahora la racin de patatas?" Otra promesa: mejora en la cuestin de la ropa. Pero sus expertos haban echado cuentas. Por persona: 1,09 metros de ropa interior cada seis aos y medio; y 1,09 metros de ropa de abrigo cada cincuenta aos, un par de medias cada dos aos, y un par de zapatos cada quince aos. Ventajas, mejoras... Bandidos! "Somos un partido alemn", se oye decir en todos los altavoces, y al mismo tiempo que se estn desmontando las industrias Zeiss, el jefe de ese partido, el seor de la barba a lo Lenin, dice, y no precisamente a una o dos personas, sino a ochenta militantes que forman la junta poltica del pas: "No debemos engaarnos: las industrias Zeiss estarn mucho ms seguras al otro lado de los Urales que aqu". Un partido alemn? Sinvergenzas, bandidos, canallas!... Todos los cimientos han sido socavados y el edificio comienza a tambalearse. La estructura econmica del pas est siendo radicalmente cambiada y la poblacin vive en la miseria. Una esperanza, empero, se mantiene en pie: las seguridades dadas en la Conferencia de Potsdam, donde las tres Potencias aseguraron que Alemania volvera a recobrar su unidad geogrfica, econmica y poltica. Y ahora el primer ministro de Baviera le invitaba a tomar parte en una conferencia que deba reunir a todos los primeros ministros de Alemania, y l o su representante, rechazaron la invitacin. Bandidos!... Hay para volverse loco? Generales, agentes, traidores. Estaban locos, y l, a pesar de su larga experiencia como abogado, durante la cual haba sido acosado por toda clase de sabuesos, era el ms loco de todos y haba cado en la trampa como el ms ingenuo. Por qu? Porque crea en el derecho y en la razn, en el sentido de la historia y en la humanidad. Derecho, razn, humanidad, poda darse todo eso bajo el imperio de los rusos? No, no. Ya ha dejado de creer en ello. Ahora ha visto el rostro de quienes gobiernan con l. Sin embargo, a pesar de todo, est obligado a creer en la Conferencia de las tres Potencias: la unidad de Alemania. 293

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Este fue el motivo por el cual le prohibieron hablar en pblico sesenta y cinco millones de personas que vivan en el corazn de Europa es algo que debe tenerse muy en cuenta, y aquella prohibicin fue lo que le decidi a presentar su dimisin. Ahora, sobre la mesa de su despacho, haba aquella invitacin para acudir a Munich. La invitacin y tambin la excusa para no asistir a ella. El motivo por el cual se haba rechazado la invitacin haba que buscarlo al igual que tantos otros hechos en la tontera o en la traicin. Pero no importaba. El deseo de restablecer la unidad era algo que ataa a todo el pueblo, y era adems el imperativo histrico de aquel momento. Haba que hacer todo para conseguir la realizacin de aquel deseo, comparado con el cual nada importaba todo lo dems, incluso la propia ruina. Ahora comienza la lucha por "Munich"; se nota que volvemos a tener presidente en el pas. Zarandea bastante bien a los miembros de la Dieta y a los camaradas de la Schwanseestrasse. Con esa gentecilla no hay manera de hacer autntica poltica. Cada da se cometen ms tonteras. Pero no est mal meter ese lucio entre las carpas. El jefe de la Administracin, el jefe de la NKVD, y el coronel Judanov estaban reunidos. La reunin se celebraba en casa del general. Sobre la mesa haba platos con arenques, pan seco y vodka. Muy diferente de los banquetes oficiales. Aquello era casi como en casa. S, uno quisiera terminar con estos "duraks". Como en el caso de la delegacin de Nordhausen. Su representante anunci la visita de una delegacin de Nordhausen y le dijo de qu se trataba: los habitantes de Nordhausen haban decidido separarse de Turingia y unirse a Sajonia. Diga usted a esa gente que no quiero tratar con rebeldes y que si al salir de mi despacho los encuentro en la cancillera los har detener inmediatamente. S, seor presidente; pero ese es su democrtico derecho. Su democrtico derecho! Hasta ah hemos llegado. Ahora resulta que los alcaldes y las dietas tienen derecho elegir el "Land" que ms le guste. Es posible que dentro de poco las dietas y los alcaldes de Meiningen y de Sonneberg decidan unirse a Baviera. Y usted, que es el representante del Presidente, encuentra eso natural! De usted, desde luego, puede esperarse cualquier cosa. Haban manejado al representante del presidente como a un perrillo faldero. Pero el general y el jefe de la NKVD no haban previsto las consecuencias de su maniobra y ahora volvan a felicitarse por tener a un presidente tan despierto. Es un tipo listo y siempre encuentra la respuesta adecuada, como cuando el asunto del tesoro nupcial de Ana Pavlovna. El capitn general haba encontrado un gran cofre empotrado en una de las paredes de su casa. El mismo Presidente le haba proporcionado los especialistas necesarios para ponerlo al descubierto. Cuando el trabajo estuvo a punto de terminarse, el capitn general despidi a los obreros con la excusa de 294

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que no poda resistir el ruido que hacan. El cofre result estar lleno de joyas y piedras preciosas. Ningn alemn se enter de la existencia de aquel tesoro. Cuando el Presidente pregunt acerca de la marcha de los trabajos se le dijo que se trataba del equipo de novia de la princesa Ana Pavlovna, que a principios del siglo dieciocho fue a casarse a Weimar. Aquello mismo se le dijo para justificar otros saqueos de tesoros oficiales. Y el Presidente en aquella ocasin coment: "A juzgar por la cantidad de objetos encontrados, el ajuar de la princesa Pavlovna deba llegar desde San Petersburgo hasta Weimar". Grandes risas. El general, el coronel y el teniente coronel se sirvieron ms vodka y comieron algo ms de arenques. S, no estaba mal aquel Presidente que en vez de rehuir el peligro buscaba la lucha. Karascho... Pero ahora se trataba de Munich, que era algo muy diferente. Y al principio haba parecido tan fcil! Se rehsa la invitacin y la cosa se pone en marcha. Pero las cosas haban ocurrido de muy diferente manera. El rechazo de la invitacin haba promovido una oleada de indignacin popular. Y la indignacin subi de punto cuando apareci un artculo del Presidente de Sajonia-Anhalt, en el que tambin se rechazaba la invitacin. Una conferencia celebrada en un gran hotel de Harz y a la que concurrieron los dirigentes del SED de los "Lands" de la zona sovitica, acab de complicar la cuestin. El coronel Tulpanov, de Karlshorst, estuvo presente en la reunin y no dijo palabra. Ni una sola vez se levant contra la invitacin de Munich. Antes de terminar el debate, la Junta Directiva acord enviar un escrito a Munich en el que se pedan ciertos detalles de la proyectada Conferencia y todo qued como entre brumas. Tulpanov regres a Karlshorst y se abstuvo de hacer alguna declaracin, pues no quera atraerse la enemistad de las gentes. La Administracin rusa de Berln-Karlshorst no se defini. Pasaron los das y nada ocurri. Un bocado muy caliente; nadie quiere probarlo. Quiz Paul? El doctor Paul fue a Halle y sobre la mesa del Primer Ministro de Sajonia vio la respuesta negativa a la Conferencia de Munich y dijo que aquello poda significar la rotura de relaciones con Munich. No firme usted esta carta. Yo tampoco he firmado. No vali de nada. Fue enviado un telegrama en el que se peda la ampliacin de ciertos detalles y que en realidad equivala a una declinacin. Tulpanov? Su actitud no puede ser ms clara: hace todo para impedir la celebracin de la Conferencia. Pero tiene que obrar con prudencia, sin llamar la atencin de las gentes. No saldremos del atolladero. Ahora resulta que los de Munich hacen el juego a los presidentes, pues propagan la idea de que nosotros somos los culpables del fracaso de la Conferencia. Esto es insostenible; nos pasamos el tiempo haciendo propaganda en favor de la reunificacin de Alemania y ahora somos vctimas de esa propaganda. Cmo salir del atolladero? El coronel Tulpanov saba cmo salvar la situacin. Durante la ltima 295

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reunin del secretariado central del SED haba dicho que se dijera al Presidente de Prusia Oriental que al principio mismo de la Conferencia de Munich deba presentar, como primera cuestin del da, la siguiente: "Creacin, a travs de los diferentes Partidos polticos democrticos alemanes, de una Administracin Central cuyo objetivo fuera el logro de la unidad de Alemania." La orden, adems, deca: "Caso de no ser aceptada esa proposicin, los primeros ministros abandonarn inmediatamente la Conferencia." De esa manera no podan ocasionar ningn perjuicio. Todo, pues, dependa de la seguridad que se tuviera en la Delegacin. Y los ministros deban ser leales. Incluso deban estar seguros de Paul. Y para ello haba que restarle influencia; hacer algo para que no pudiera llevar la voz cantante. El Presidente de Mecklenburgo era de confianza, pero el de Brandenburgo, por ejemplo, aunque de una manera discreta, haba apoyado a Paul. Y tampoco los ministros de Sajonia-Anhalt y Sajonia, cuya procedencia burguesa era bien conocida, inspiraban demasiada confianza. Paul tratara de conquistarlos y de poner con ello en peligro la maniobra. Qu es lo que ahora hace Paul? Conspira respondi el jefe de la NKVD. Siempre hace eso. Recorre incesantemente el pas. Va de Weimar a Dresden y de Dresden a Halle. En este momento acompaa al Presidente de Halle a Dresden. Un idioma, un pueblo y un pas: ste era el contenido de la conferencia que no le haban dejado pronunciar en Jena. Dos de las Potencias ocupantes haban dado un paso hacia la unidad. Entre la zona inglesa y la zona norteamericana no haba ninguna frontera. La zona francesa de ocupacin se mostraba vacilante. Pero las dudas no tardaran en desaparecer. Para la zona sovitica, la unidad significaba el final del aislamiento y la liberacin del yugo econmico y poltico. Haba que ir a Munich. Haba que vencer todos los obstculos. El Presidente de Turingia haba aceptado la confianza que dieciocho millones de personas que vivan tras el teln de acero haban puesto en l. El Presidente saba que el calvo coronel de Karlshorst era su principal enemigo. Pero la posicin del coronel no era demasiado segura, pues la razn no estaba de su parte. El coronel, en aquel caso, no poda apoyarse en las resoluciones de la Conferencia de Potsdam, que cada tres por cuatro eran recordadas en los peridicos de la zona sovitica. La clusula concerniente a la unidad de Alemania se opona a sus planes. Por eso el coronel obrara en la sombra, sin dar la cara. Por eso, y debido al cansancio que una poltica obstruccionista procuraba a los delegados del SED, perdi la primera etapa del juego. El coronel haba debido rechazar su primer proyecto de torpedear la asistencia de los presidentes de la zona oriental y cambiarlo por otro que consista en privar a sos de toda libertad de movimiento. El coronel pretenda que la Conferencia fracasara y que la culpa del fracaso pudiera achacarse a los delegados occidentales. 296

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El doctor Paul estaba sentado en su coche junto a su antiguo compaero de estudios, el Presidente de Sajonia. Estaban unidos por un mismo pasado de luchas en comn. Crean ahora haber asegurado su asistencia a la Conferencia. Pero se percataban de las dificultades que habran de vencer. Vaya exhibicin que nos han hecho: pura escuela moscovita! coment el doctor Paul. Toda oposicin ha sido intil dijo Friedrichs. El representante del SED ya sabemos que procede de las filas socialdemcratas, que ostentaba la presidencia, no poda ocultar sus esfuerzos para mantenerse en la lnea que le haban sealado. Friedrichs asinti con un movimiento de cabeza. Tena la mirada fija en la carretera. El cansancio asomaba a su rostro. El coche atraves Klosterlausnitzer Forst. De todos modos, lo importante es que vamos a Munich. Ya veremos qu ocurre luego... dijo Paul. La mano de Friedrichs se pos sobre su brazo. Por favor, haz parar el coche. Quisiera hablarte a solas dijo. Paul mand detener el coche. Se apearon y comenzaron a pasear bajo los grandes rboles de Klosterlausnitzer. Friedrichs se volvi y mir hacia el coche, que haba quedado veinte o treinta pasos a su espalda. Respiraba con dificultad. Paul no haba de olvidar la expresin de sus ojos. S que voy a ser asesinado dijo Friedrichs. Y no ser el primero; otros antes que yo han conocido el mismo final. Los canallas me estn envenenando. A veces no como ni bebo, pero eso no sirve de nada. No puedo ms. Asesinado... Friedrichs pareca estar gravemente enfermo. Escucha... No conoces a Fischer. El da del banquete de Jukov te habl de l y te dije algo respecto a sus relaciones amorosas con ciertas policas. A una de esas policas una muchacha morena a la que seguramente habrs visto en su casa la convirti en su amante y un buen da la hizo desaparecer. Nadie ha vuelto a saber ms de ella. Fue sustituida por una rubia, una joven dulce de ojos azules. Fischer bebe demasiado. La rubia sigui el camino de la morena y tambin desapareci. Ahora tiene a otra. Adems es un ladrn. Qu ha ocurrido con las cartas de Goethe al conde de Brhl? Se apoder de ellas y las entreg al Archivo de Turingia a cambio de una partida de neumticos. Pero no las entreg todas. Parte de la correspondencia se la qued l. Yo mismo he presenciado toda la maniobra. Presenci muchos casos como se. Y peores que se. Actos criminales: robos y asesinatos. Fui recogiendo pruebas de todo ello. Hice un expediente. Tena absoluta libertad para enterarme de lo que quisiera. Hasta cundo tena que soportar aquel hombre y ver cmo se emborrachaba con gente de su calaa? Un da cog el expediente y me fui a Berln, al Secretariado General del Partido y puse las pruebas sobre la mesa del Secretario General. Aquel hombre me mir impasible y luego me volvi la espalda. S, se mostr algo preocupado, movi la cabeza de un lado a otro, como si le acabaran de explicar una fechora propia de chiquillos. Qu ocurri luego? Hubo una reunin a la que Fischer fue invitado. Pero Fischer volvi. No le 297

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destituyeron. Comprendes? No, no puedes entender. Crees que estoy enfermo. Pues no, no estoy enfermo. Irs a Munich y ya vers lo que sucede conmigo. Pero alguien tiene que saber la verdad. Continuaron el viaje hacia Dresden. Friedrichs se ape ante su casa en Meisenweg. Paul contempl cmo se alejaba su amigo y ech luego una larga mirada a la silenciosa calle, antao animada de vida burguesa y convertida ahora en residencia de los jefes del Partido y del Gobierno, cerrada al trfico por cada uno de sus extremos, vigilada por policas y prcticamente separada del resto de la ciudad. All viva Friedrichs, y frente a l, de manera que pudiera ver a travs de las ventanas de su casa y or todo lo que se dijera en voz alta, viva el ministro del Interior, Fischer. El coche arranc y la valla se levant a su paso. El doctor Paul dej atrs Meisenweg, se alej de Dresden y aquella misma noche lleg a Weimar. El siguiente viaje lo hizo por la autopista, hacia Hermsdorf, hasta Closterlausnitzer Forst, en el solitario lugar donde se cruzan las carreteras que van de Este a Oeste y del Norte a Sur, que a su vez son atravesadas por la autopista que va de Berln a Munich. El coche continu hasta un poco ms lejos de aquel lugar y luego se detuvo. All deban reunirse los presidentes de las regiones orientales, para continuar juntos el viaje hasta Munich. Ninguno de los presidentes haba llegado todava. Grandes abetos como mstiles se levantaban al borde de la carretera. Digitales y valerianas crecan al borde del bosque. Procedente del Norte lleg un coche que se detuvo junto al suyo. En el coche iba el Presidente de Mecklenburgo, que haba votado contra la Conferencia y de quien no haba esperado Paul otra cosa, pues el mecklenburgus gobernaba su "Land" como hubiera podido hacerlo el administrador de una colonia rusa. El doctor Paul mir hacia el Norte. Aguardaba a Friedrichs y al Presidente de Brandenburgo, quien, aunque de manera cautelosa, le haba apoyado en la cuestin de la Conferencia. Se acerc un coche. Era un BMW, de los que nicamente podan utilizar las autoridades de ocupacin. El coche pas de largo, en direccin a Baviera. Junto al chofer, la silueta de un oficial ruso. Se acerc otro coche. Junto al motor, en el guardabarros delantero, llevaba el bandern de Sajonia. El coche se detuvo junto al suyo. Pero Friedrichs no apareci y en su lugar descendi Fischer, el ministro del Interior. El Primer Ministro est gravemente enfermo. No hay esperanzas. Los mdicos han dicho que morir de un momento a otro. Esto fue lo que dijo Fischer. Altos abetos y sobre ellos el cielo azul. Un viento del Asia sopl sobre Klosterlausnitzer Forst. No podemos aguardar. Debemos continuar el viaje. El Secretariado central me ha encargado que le recordara a usted que, caso de no ser aceptada nuestra proposicin, debemos retirarnos inmediatamente. Aquel era Fischer. Haba formado parte de un equipo de espionaje en China y durante la 298

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guerra haba sido comisario de una columna mvil. Tras la ofensiva alemana contra Mosc haba cado en desgracia e hizo de locutor de la emisora "Alemania libre". Luego, de pronto, comenz la "buena vida" en la capital de Sajonia: paredes adornadas con cuadros antiguos, alfombras autnticas, una gigantesca piel de oso polar extendida al pie de la cama, fuentes repletas de manjares, una bien provista bodega y un pequeo armario con licores escogidos. Todo aquello haba cambiado su aspecto y le haba dado una mscara de bien alimentado buen burgus. Era un hombre que incluso poda tener arranques sentimentales, como cuando de improviso apareca en el barrio obrero de Leipzig, donde vivan sus viejos padres, quienes durante casi treinta aos haban estado sin tener noticias de l. Un "bomhomme" capaz de recoger en su casa y emplearla en su cocina a la mujer de un refugiado e incluso de adoptar a la hija de sta y de guardarla en su bien provista covacha, junto a la polica. El ministro del Interior de Sajonia y el Presidente de Mecklenburgo, enemigos declarados de la Conferencia de Munich y el liberal pero dbil Presidente de Sajonia-Anhalt le acompaaban en su viaje a Munich. De haber venido el Presidente de Brandenburgo, las fuerzas hubieran estado ms equilibradas, pero a ltima hora se hizo saber que, a causa del trabajo, su Administracin le haba retenido hasta muy tarde. El ministro llegara con retraso a Munich. Cena en Munich. Era aquella la primera vez desde la guerra que los presidentes de los diferentes "Lnder" se sentaban a la misma mesa. El espritu de Munich ayudara a que todo saliera bien. Esta maana he salido de casa en Weimar y esta noche he llegado a casa en Munich dijo Paul al contestar al discurso de bienvenida pronunciado por el Presidente de Baviera. Traslado a la Cancillera. Era una clida noche de verano. Las luces brillaban bajo las copas de los rboles. Las mesas de los cafs estaban rodeadas de gente que presentaba un aspecto tranquilo y despreocupado. Cogidas del brazo, parejas de jvenes hablaban y rean. Aquello era un cuadro extrao para un hombre que acababa de llegar de la zona del silencio, donde a los dos aos de haberse terminado la guerra todava permanecan las calles a oscuras y donde al anochecer cada cual buscaba apresuradamente el seguro refugio de su casa. La primera sorpresa que se produjo en la gran sala de la Cancillera fue la proposicin, que ya pareca estar preparada, de la orden del da. Los oradores que primero haban tomado la palabra pertenecan a los sectores occidentales, de manera que ningn representante de la oriental poda dejarse or. Imposible...! Durante largas semanas haba luchado en favor de la Conferencia y muchas veces, a lo largo de interminables reuniones e inacabables negociaciones haba tenido que mostrarse "inclinado hacia el este" y ahora, tras tanto esfuerzo, ni l ni sus compaeros del este podan tomar la palabra y deban hacer el simple papel de oyentes. La atmsfera que haba en la sala, no recordaba en nada a la que poco antes haba reinado durante la cena de bienvenida. Dos frentes se haban encontrado. Y los representantes de uno de aquellos frentes se encontraban mucho mejor que los otros, pues no 299

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tenan a los rusos como fuerza ocupante y haban olvidado que los alemanes de la zona oriental no haban requerido la presencia de los rusos, que para los dieciocho millones de habitantes de la zona significaban una pesada cruz. Paul ech una larga mirada a su alrededor. No habra nadie que le secundara? De pronto, en medio de la tirante atmsfera, son una voz que pareca surgir de un cuartel prusiano: era el Presidente de Mecklenburgo que formulaba la proposicin del SED: "Propongo como base preliminar, como primera cuestin en la orden del da de esta Conferencia..." Los presidentes de las zonas occidentales rechazaron por unanimidad la proposicin. Segn las rdenes recibidas del Partido, en su calidad de Presidente de la delegacin oriental, Paul estaba obligado a levantarse y a retirarse de la Conferencia. Pero no se levant. Saba lo que su actitud significaba y no obstante trat de encontrar una frmula conciliatoria. Propuso que cada Presidente pudiera hacer uso de la palabra durante quince minutos. Su proposicin fue rechazada. Fue un error, una tremenda equivocacin, y por si no se haba dado cuenta de ello all estaba el ministro del Interior, Fischer, quien no le quitaba los ojos de encima, para hacrselo ver. Pero Paul continu en su puesto y, por segunda vez, contravino las rdenes del Partido. El rostro de Fischer se congestion. Se vea que haca esfuerzos para permanecer en su sitio. El delegado de SajoniaAnhalt no le ayud. Nadie acudi en ayuda de Paul. Hizo, sin embargo, una nueva proposicin. Un representante de la zona oriental y ese representante deba ser l mismo continuara negociando, segn su nueva proposicin, con el Presidente de Baviera. Ir y venir entre los delegados. Qu saban de la verdad los delegados occidentales? Sus calles estaban iluminadas, sus ferrocarriles corran por vas dobles o triples, su economa estaba siendo reconstruida. Qu saben ellos acerca de lo que ocurre tras el teln de acero? Ellos gozan de absoluta seguridad personal, son libres y no temen nada. Qu saben ellos acerca de la gente que est condenada a vivir en silencio, que no se atreve a hacer el ms pequeo comentario y que ni tan siquiera se da cuenta si hace sol o si la lluvia golpea los vidrios de sus ventanas? Es que la voz de los dieciocho millones de alemanes condenados al silencio no poda ser oda aqu, en esta Conferencia? A qu tanto ir y venir y consultarse unos y otros? Su segunda proposicin tampoco prosper. Fischer le lanzaba miradas de odio. Deba decir toda la verdad? l es quien apoya a los saqueadores de Alemania. l, el jefe de la NKVD, es el responsable de todo lo que ocurre. Maana dir: Munich no fue una demostracin en favor de la reunificacin de Alemania; en la zona occidental no reina la ms pequea voluntad en favor de la reunificacin alemana. Dar golpes sobre la mesa no es lo ms adecuado en tal clase de conferencias. El Presidente de Baviera habra luego de decir que, salvo el Presidente de Turingia, los dems delegados orientales llevaron la contraria. Habl sin que le hubieran concedido la palabra. Desconcierto, indignacin, desmayo. Palabras impensadas. La angustia de 300

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una zona quera manifestarse y no encontraba palabras para ello. Un puo cay sobre la mesa y puso fin al discurso. El doctor Paul abandon la sala de sesiones y con l se marcharon los delegados de Brandenburgo y de Sajonia-Anhalt, as como el ministro del Interior de Dresden. El ministro del Interior Fischer volva a tener un rostro radiante. La conferencia haba transcurrido de la mejor manera. Poda estar contento del resultado. Acompaado del representante de Wecklenburgo, emprendi el camino de regreso. No importaba que los presidentes de Turingia y de SajoniaAnhalt, as como el Presidente de Brandenburgo, que haba llegado con algn retraso a la Conferencia, se quedaran en el Hotel para tratar de negociar un arreglo imposible. A las diez horas y sin haber logrado su propsito, emprendieron la marcha a la zona oriental. Satisfaccin en la Administracin. Optimismo en el SED. El pas haba perdido una gran esperanza. La poblacin iba a ser ms oprimida que antes. Ahora s que se haba acabado de abrir el abismo entre el Este y el Oeste!

LA BARRERA SE ALZA
Duelo nacional en Sajonia. Un Presidente era llevado a enterrar. Un gran entierro oficial. Montaas de flores... Flores y coronas. En el gran espacio donde se celebraban las honras fnebres se haban congregado Presidentes, ministros, representantes de la Administracin Militar, Presidentes de las Dietas, representantes de los otros "Lander", el Gobierno de Sajonia, los jefes del Partido y numerosas delegaciones de las fbricas. Y tambin haba mucha polica... Y tambin mujeres policas, y tambin la tercera mujer que el ministro del Interior haba metido en su casa. Los altos funcionarios del Partido vestan trajes nuevos. Barbilla a lo Lenin y ojos azules... "A veces me produce escalofro", haba dicho de l el muerto. Tambin el profesor Judanov estaba all. Un extrao profesor que en aquella ocasin haba comparecido vestido de teniente coronel. Y si la vista no le engaaba, pens Paul, aquel era el hombre cuya silueta vio al lado del chfer del BMW que atraves la carretera el da que marcharon a Munich, cuando su coche aguardaba en Klosterlausnitzer Forst. Entre el cortejo de personalidades figuraba un hombre vestido de negro, tocado con un sombrero negro, que permaneca solo. Nadie se acercaba a l. Nadie le diriga la palabra. Y, sin embargo, all figuraban muchos conocidos suyos, especialmente entre los representantes de los diferentes gobiernos y entre los antiguos socialdemcratas, gentes que no le haban visto desde haca unos diez aos. Aquel hombre era Ernst Reuter, que despus del doctor Werner, y tras la retirada de Louise Schrder, haba sido nombrado alcalde de Berln, cargo que no haba sido ratificado por los rusos.

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Banderas inclinadas. Vctimas inmortales... Vctimas inmortales... cantaba la mujer polica, cantaba el ministro del Interior Fischer, cantaba el jefe gubernativo, cantaba el jefe de la fbrica, que tena un aspecto radiante de satisfaccin. El jefe de la fbrica y su hijo haban sido carpinteros. Con la madera hubieran podido hacer objetos hermosos y duraderos, pero ahora no eran ms que gusanos y la madera que roan estaba podrida... La agitacin poltica continuaba en medio de las honras fnebres. "Tras la ceremonia se reunirn todos los presidentes; debe usted venir; no falte", le dijeron a Paul al odo. Presidentes del Este y Presidentes del Oeste, unos contra otros. Reuniones del Secretariado Central en Dresden, en Berln, en Harz. Viajes, proyectos para establecer una comisin de control, conversaciones diarias con el Jefe de la Administracin. Ms viajes en coche, mquinas de escribir que arrojaban montones de cuartillas, palabras y ms palabras. Y total: nada; peor que nada: cada palabra era retorcida hasta que perda su prstino significado, cada acuerdo era acomodado sobre un potro y se le retorca hasta convertirlo en una monstruosidad. Cuando est en su despacho donde no hay ningn espejo es como si estuviera en una sala de espejos y sabe que las paredes recogen cada uno de sus gestos y las expresiones de su rostro. Dos grandes ojos estn vueltos hacia l. Una mujer que no se haba dejado intimidar quera hablarle. Una trampa? Una agente? La mujer se percat de su pensamiento. Apriete usted el timbre, seor Presidente: ya s lo que me aguarda. Luego habl. Abusan de usted, seor Presidente! Se valen de su nombre para volvernos locos. Nada importa lo que usted dice, nada importa lo que usted hace. Se nos est traicionando. Hasta cundo durar esta comedia? La mujer dijo lo que l mismo saba y formul las preguntas que l mismo se haba formulado mil veces. Lleg a su casa, se ape del coche y, al pasar, vio aquel rostro de hielo que tiempo atrs haba visto en la fbrica Zeiss, el da en que se comenzaron a desmontar las mquinas, y que no saba por qu motivos no haba podido olvidar. August Gnotke lleg con la manguera, la esponja y el trapo y comenz a limpiar el coche. El doctor Paul haba decidido quedarse con el chofer y con el acompaante de rigor. En principio no haba querido a nadie ms. Pero tuvo que emplear a aquel lavacoches, que vesta el uniforme de la polica. Y la verdad es que no era el peor entre quienes le rodeaban. El muchacho era discreto y casi nunca pona los pies en la casa. Siempre se le vea en el garaje o en el jardn, y siempre iba acompaado de un gran perro dogo que haca innecesaria cualquier otra vigilancia. Su chofer deseaba hablarle. Todos queran hablarle. Aquella mujer de haca poco, otra que se le haba acercado en el bosque. Y todos lo queran hacer inmediatamente, sin prdida de tiempo, como si se tratara de algo en que les fuera la vida. La vida estaba en juego. Dietershofen estrujaba su gorra. 302

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Seor Presidente: me cuesta pedrselo, pero le ruego que prescinda usted de mis servicios. Qu le ocurre a usted? No le gusta Gnotke, el lavacoches? No, seor Presidente, no tengo nada contra Gnotke. Es ms: me da lstima. No; no se trata de esto, pero por favor, seor Presidente, despdame usted antes de que sea demasiado tarde. No quisiera que esos canallas se aprovecharan de m contra usted. As, pues, tambin Dietershofen. Se marchaban uno tras otro. Ayer mismo haba tenido que decir a uno de sus servidores: "Vyase usted: creo que no le podra proteger durante mucho tiempo". Le iban aislando. Iban haciendo el vaco a su alrededor. Ni una persona, ni una carta, ni una palabra acerca de la realidad de las cosas: nada poda llegar hasta l. Y ahora le tocaba el turno a Dietershofen. No, seor Aachern le dijo, y era aquella la primera vez que le llamaba por su verdadero nombre, no se preocupe usted, no est usted en peligro. Todo lo que aqu sucede puede ser declarado por cualquiera. No hay nada que deba ser ocultado. Le ruego que se quede en su puesto; yo por mi parte debo quedarme en el mo. Dietershofen se retir. Haba que llegar hasta el final. "Aprovecharse hasta lo ltimo", rezaba una frmula que no slo se aplicaba a su persona. "Nos parece muy bien que el Presidente haya manifestado claramente su punto de vista", haba dicho cierta personalidad, y en seguida se lo haban ido a comunicar. "Si el Presidente contina obrando de esa manera, es posible que algn da le tiren una pedrada por la espalda", le comunicaron que alguien haba dicho acerca de l. Una pedrada por la espalda... Aquello no tendra la menor importancia, en medio del desconcierto econmico y poltico. Justicia... Kikiriki! grit el Presidente, y abri la puerta de su despacho y sali corriendo por la casa. Justicia social con criminales profesionales que ocupaban los puestos polticos de mayor importancia, con criminales que aparentaban ser sus hombres de confianza, con un ladrn que haca de director general de seguridad, con un Presidente rodeado de generales, canallas y traidores! El vicepresidente haba sido destituido. Un hombre que era responsable de la muerte de centenares de presos polticos, un privilegiado cabo a quien las SS concedan permiso especial para ir a pasar los fines de semana a su casa en Erfurt, un criminal que escoga sus vctimas en el campo de Buchenwald y a las que luego se encargaba l mismo de "liquidar". Cientos y cientos de vctimas ms... Y ahora una conjuracin del silencio. Incluso un escritor occidental haba silenciado ese aspecto de los campos de concentracin en un libro que trataba sobre el Estado nazi y las SS. El miedo haca callar a miles de hombres que haban sido testigos de aquellos crmenes. Y el vicepresidente haba vivido en paz hasta que se puso de manifiesto que tambin haba "liquidado" a algunos prisioneros rusos. Y el vicepresidente criminal fue destituido. Fue sustituido por un individuo tan corto de alcances que por pura tontera contravino algunas disposiciones de la NKVD. Estaba ordenado que, en ciertos casos, cuando se oyera decir algo interesante, uno deba abandonar la reunin y anotar lo escuchado, sin que nadie reparara en ello, pero el nuevo vicepresidente no se 303

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tom la molestia de abandonar la sala de sesiones en la que estaba reunido el Gobierno y, en presencia de todo el mundo, fue anotando cuanto crey de inters para sus jefes. La limitacin y la falta de inteligencia eran compensadas con la devocin comunista. Y aqul era el segundo hombre del pas, pero no; en el pas ni haba un segundo hombre ni un primero: en el pas ya no quedaba ningn hombre. La limpieza se haba llevado a travs de las grandes reformas econmicas (quien nada posee nada tiene que defender y carece de la necesaria moral para defenderse). Generales, canallas, traidores... Y un pueblo de depauperados fsica y espiritualmente. El hambriento se queda sin fuerzas y es incapaz de pensar, ni de reaccionar. Se acaba entonces la fuerza para defender la casa, la familia, las tradiciones, el derecho, la libertad e incluso la dignidad y la independencia del pas de sus mayores. Cobardes! Y el Presidente el ms cobarde de todos! Un jarro de porcelana de Hermsdorf un precioso regalo de un amigo que haba sido secuestrado vol contra la pared y cay hecho aicos. Su esposa entr en el despacho. Te has vuelto loco? Lo estaba... Don Quijote en medio de un pramo. Aquel jarro tan hermoso exclam la mujer, pero en el fondo nada le importaba. Por fin haba estallado la bomba. Desde el principio haba sospechado que las cosas terminaran de aquella manera y que todo acabara mal. Don Quijote montado en su viejo rocn. El derecho no es ms que un viejo rocn. El derecho: eso es lo que yo haba querido poder instituir bajo el dominio de los rusos exclam y luego grit: Kikirik! Por Dios! Por Dios fue roto el jarro y por Dios se hundi un viejo penco en el polvo. Desde el momento en que el jarro de Hermsdorf fue estrellado contra la pared hasta el instante en que fue estrellado otro objeto pasaron algunos das. Pero el cenicero de bronce que fue arrojado contra el vidrio de la ventana fue un grito de alarma nocturna que Irina Petrovna dirigi a la casa vecina, en la que viva el fiscal general sovitico. Otra vez las obligaciones propias del cargo: recibir visitas, firmar documentos, celebrar reuniones gubernamentales, sostener conferencias con el general, das de gran trabajo y agotamiento, das en que se deba ocultar la desesperacin. Abandonar... Pero ya no poda uno abandonar aquello, ni poda presentar la excusa de la enfermedad, ni poda renunciar al cargo. Una, dos, tres veces lo haba intentado durante su gobierno y nunca lo haba conseguido. Quien monta un tigre no puede descabalgar de l a su antojo. Fue a ver al Jefe de la Administracin Militar. Siempre haba estado en buenas relaciones personales con el general, que era un hombre de rostro ancho y modales sencillos, con sentido del humor y una gran agudeza de campesino. Ms de una vez haba informado al general acerca de cuestiones referentes a economa occidental y de la manera cmo en occidente se enfocaban ciertos problemas, y a la esposa del general la haba 304

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convertido en una bailarina capaz de salir airosa en cualquier fiesta de sociedad. Las buenas relaciones haban comenzado en ocasin de darle l a la esposa del general algunos consejos referentes a la manera de arreglar la mesa y otros detalles. En alguna ocasin, por ejemplo, estando l sentado junto a la esposa del general, la haba cogido discretamente del brazo cuando sta, al serle presentado un dignatario occidental, haba querido levantarse. Ella result ser una discpula agradecida y en poco tiempo dej de ser la campesina que era cuando su llegada a Alemania y se convirti en una seora. Y tambin el general supo apreciar el valor de los discretos consejos que de l haba recibido. El general no estaba solo. El representante del FDGB los Sindicatos Libres Alemanes estaba con l. La escasa capacidad productiva de Berln se haba convertido en una grave cuestin. Los cincuenta y cuatro mil artesanos no bastaban para cubrir las necesidades de la poblacin. Sin embargo, segn el representante de los "Sindicatos Libres Alemanes" los propietarios de pequeos talleres no tenan ningn derecho para ejercer su oficio por su cuenta y deban ser incorporados a las fbricas o a las ruinas. El asno del representante de los sindicatos rebuzn: Guerra contra el nazismo! Veinticinco mil artesanos deben ser inmediatamente detenidos. Pues ms de la mitad de los cincuenta y cuatro mil son nazis. Eran simples afiliados dijo el Presidente y, adems, todos realizan un trabajo corporal, y usted como representante de los sindicatos sabe igual que yo la enorme escasez de trabajadores manuales que hay en Alemania. No querr usted sustituir a los deshollinadores, hojalateros, zapateros, techadores y dems por inexpertas mujeres. Los cincuenta y cuatro mil trabajadores son, aunque antes no fueran ms que afiliados, un grave problema poltico. En sus sindicatos hay hoy da ms de cien mil antiguos afiliados nazis, lo cual significa una quinta parte del total de la gente que acta bajo sus rdenes. No es eso un peligro? De ser consecuente con su manera de pensar, debera usted comenzar la limpieza en sus propios sindicatos. El general se mantena aparte en la conversacin y reservaba su autoridad para el siguiente punto del programa, que era una cuestin de mayor inters que aquella. El duelo entre el representante de los sindicatos y el presidente gir luego en torno a la pretensin formulada por aqul de acabar con la clase media y aumentar as los trabajadores destinados a las minas de uranio de Sajonia. Por qu estaba luchando? Se pregunt el presidente si hasta entonces todo haba sido luchar contra molinos de viento. Y adems, maana o pasado maana habr cesado en su cargo y las duras negociaciones habrn terminado y tanto el representante de los sindicatos como la central del SED, en Berln, podrn imponer tranquilamente su voluntad. La discusin fue interrumpida cuando todava no se haba llegado a ningn acuerdo. El siguiente visitante, un distinguido invitado procedente de la Unin Sovitica, no deba hacer antesala. Un eminente jurista de Mosc. A las pocas palabras se vio que aquel individuo estaba dispuesto a proceder 305

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con mano dura. Eso, por lo menos, se desprenda de sus clidas alabanzas. Seor presidente comenz el general: el verano pasado, de acuerdo con lo ordenado por el Comit de Control, una serie de industrias pasaron a ser propiedad de sociedades soviticas. Ordenado y puesto en prctica. Eso es lo que ocurri cuando la palabra de un mariscal dej de cumplirse. "La Unin Sovitica garantiza la seguridad de las industrias de los "Lander" de la zona", haba dicho el mariscal Sokolovski, con lo que cosech gran cantidad de oradores que hablaron en su favor. Luego, sin embargo, muchas industrias fueron requisadas en concepto de reparaciones de guerra por la Administracin Militar Sovitica y otras fueron compradas con el dinero robado gracias a la reforma bancaria o con papel moneda de curso irregular. Y luego fueron adjudicadas y explotadas por sociedades soviticas. De esa manera perdi el pas sus mejores industrias. Hasta ahora no han sido inscritos en el Registro de la Propiedad los traspasos de bienes dijo el jurista de Mosc y le ruego que los registradores de la propiedad se pongan inmediatamente manos a la obra. Bien; de manera que hasta ahora haban estado robando a su antojo y ahora pretendan legalizar los robos. Por qu? Pues porque a pesar de todo, en Mosc no estaban seguros de poder impedir la reunificacin de Alemania y queran que en su da los robos no aparecieran como tales. Siento mucho repuso el doctor Paul estar al margen de esa cuestin. Mi autoridad no alcanza a esos asuntos. nicamente se trata de asegurar la transferencia de propiedades. Era increble que le supusieran tan tonto! Usted es jurista igual que yo, y usted sabe que los bienes nicamente pueden ser transferidos de mutuo acuerdo y libremente. Pues bien; aqu no ha habido acuerdo sobre el precio de compra y por lo tanto la transferencia, como usted dice, no se ha efectuado de una manera libre. Ustedes estn ahora en posesin de los bienes y esto es todo. Pero la propiedad de esos bienes contina siendo del pas. Y sobre las propiedades del pas slo puede decidir, por mayora de las dos terceras partes, la Dieta. Yo, como le digo, no puedo hacer nada. El jurista de Mosc no quera saber nada acerca de la Dieta, pues se trataba de hacer las cosas sin darles demasiada publicidad. Dejmonos los detalles para otra reunin. Limitmonos ahora a un objetivo concreto, por ejemplo, a las minas de potasa de Turingia. Limitarse? Aquello era para salirse de sus casillas! Aquellas minas eran una de las mayores minas de potasa de Europa. Y como las minas no haban podido ser desmontadas, al igual que la mayor parte de las industrias del pas, haban sido incautadas por las autoridades de ocupacin. En cierta ocasin, sin embargo, se dijo oficialmente que las minas continuaban siendo propiedad del "Land". El mariscal haba dado su palabra de que las minas seran respetadas y cuando el general dijo que las explotaciones industriales deban pasar a manos de los ocupantes, pues con ello los obreros podran continuar en su empleo, y que de no hacerse as debera precederse al desmontaje de las mismas y su traslado, en concepto de reparaciones de guerra, a Rusia, la propiedad de las minas fue puesta en peligro. Ahora iba a revolverse de nuevo toda la cuestin, que tiempo atrs haba costado largas negociaciones, por los juristas soviticos. 306

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Y el presidente olvid que, al cabo de un par de das, quiz aquella misma tarde, poda quedar apartado del gobierno. Y una vez ms, con el mismo mpetu de siempre se lanz contra los molinos de viento. Seor general dijo, si nos quitan las minas de potasa tendr que rogar a la Unin Sovitica, digamos al pas, que pague treinta mil millones. Treinta mil millones en oro, y Molotov, el ministro de Asuntos Exteriores de la Unin Sovitica, haba fijado en diez mil millones de dlares la cuanta de las reparaciones de guerra. El general y jurista moscovita se arrellanaron en sus sillones y mostraron un creciente inters por el asunto. El doctor Paul continu: Las existencias de las minas que acaban de ser cerradas ascienden a unos cien mil millones de quintales, lo cual quiere decir que durante unos mil aos estaran ustedes aprovechndose de estas minas. Nosotros nicamente pagamos las instalaciones dijo el general. Seor general, permtame usted un ejemplo: supongamos que yo sea el dueo de un filn de oro que corre a cinco metros bajo la superficie del suelo y del que slo con las manos, sin ayuda de ninguna herramienta, puedo extraer el precioso metal. En vez de pagarme el valor del filn, usted pretende pagarme el valor de la modesta escalerilla de madera que hasta l conduce. La respuesta fue un encogimiento de hombros. Paul continu: Las minas de potasa estn gravadas con una hipoteca inglesa de nueve millones de libras. Las minas deben sernos entregadas libres de todo gravamen. Las cosas slo pueden ser entregadas tal y como estn, dice un milenario aforismo jurdico. Aquella observacin la dedic al jurista. Luego, volvindose al general, le dijo: Seor general: yo tengo una manzana en mi mano y la manzana est llena de gusanos. Usted viene y me ordena que la entregue inmediatamente. Pues bien, yo slo puedo entregar la manzana tal y como est, es decir, llena de gusanos. Y nosotros nos comemos la parte buena de la manzana y arrojamos el resto. No haba solucin. Era darle vueltas al asunto. El jurista moscovita propuso continuar las negociaciones al da siguiente. Las negociaciones tampoco prosperaron al da siguiente. El presidente no estaba dispuesto a dejarse avasallar. Su excusa era la Dieta y su falta de autoridad sobre la misma, y los rusos teman que se diera al asunto demasiada publicidad. Es un tipo obstinado, ms difcil de mover que una mula tozuda dijo el general tras la ltima reunin. Hay que continuar negociando. No conviene precipitar las cosas. Lo mejor ser irlo ablandando. La cosa vale la pena. El da siguiente iba a ser una jornada decisiva en la vida del presidente. Haba cumplido sus obligaciones diarias con toda puntualidad. En la Administracin Militar haba sido el tenaz negociador de siempre y en la junta 307

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de gobierno haba conducido el debate con la habilidad de costumbre. Al terminar la conferencia se dirigi al jefe de la Cancillera y le dijo: "Maana recibo en el Hotel del Golf de Oberhof al Presidente de Hessen. Despus de la recepcin oficial, me quedar algunos das en el Hotel con los huspedes. Luego continuar el viaje hacia Leipzig. As, pues, la prxima reunin del gobierno tendr lugar de aqu a tres das". Luego haba regresado a su casa, donde estuvo revolviendo papeles y seleccionando algunos documentos que tena intencin de quemar. Ms tarde haba acudido a una casa donde un amigo suyo celebraba su cumpleaos. En la casa haba unas cuarenta personas, entre las que pas una velada muy agradable. Haba hecho todo para ocupar su tiempo y de vez en cuando, a causa de sus nervios alterados, haba tenido un pequeo fallo. Quiz en algn momento, durante las gestiones llevadas a cabo en la Administracin Militar, se haba mostrado demasiado brusco; quiz durante la reunin gubernamental, mientras pensaba en los cambios sufridos por aquella asamblea, haba estado mirando con demasiada fijeza a los miembros del gobierno, y quiz haba hablado demasiado fuerte al decirle al jefe de la cancillera su programa para los tres das siguientes. Tambin haba sido de lamentar que Irina Petrovna, al entrar a despedirse de l y preguntarle si deseaba alguna cosa ms, tal como haca cada noche, le hubiera sorprendido con un montn de documentos bajo la mesa, cosa que ella no dej de observar. Pero su mayor fallo todava tena que ocurrir y su secretaria Irina Petrovna haba de jugar en l un papel de protagonista. Entre todas las intrpretes, secretarias y dems "seoritas" que lo rodeaban, Irina Petrovna Semionova era la ms eficaz, discreta y al mismo tiempo misteriosa. Tena un rostro como de porcelana, surcado por una cicatriz, que a veces, cuando Irina Petrovna se enfadada, se tea de rojo, como l mismo haba podido observar. Al contrario de las dems agentes, que pagaban con su atractivo, o con su brutal belleza, como ocurra con la segunda intrprete, los puestos que ocupaban, Irina Petrovna viva como una monja. Qu es lo que esconda bajo su plida frente? Cul era el propsito que persegua? Era aquella mujer una autntica representante del sistema? Desde luego, no era el miedo lo que ataba aquella mujer al Partido. Aquella mujer no daba la impresin de tener miedo y pareca estar ms all de cualquier deseo personal. Todo aquello hubiera podido explicar su estoica manera de ser. Pero, no. En cierta ocasin, ella acudi a l gritando como una bestia salvaje. Iba a ser destituida, "destituida". Entindalo usted: destituida. l acudi al entonces general y le dijo que no poda estar cambiando continuamente de personal. Irina Petrovna continu a su servicio. El incidente ocurri la noche de la fiesta, en casa del amigo que celebraba el cumpleaos. Los invitados bebieron y bailaron y obraron como si todava fueran personas e incluso tuvieran fuerzas para alegrarse. Irina Petrovna tambin estaba all, con su rostro de porcelana, su negro cabello estirado y su eterna actitud de reserva. Se hizo tarde y hacia las dos de la noche l mont en su coche y regres a su casa. Su mujer, entretanto, quiz a causa de lo avanzado de la noche, haba salido en su busca. Se cruzaron en el camino: l, en su coche, no la vio; pero ella, que iba a pie, s repar en l y regres a casa. l lleg primero. 308

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No encontr a su mujer y tampoco ninguna noticia de dnde poda estar. Dios mo! Dnde podra estar? Las maletas estaban abiertas y a medio hacer. Trajes y vestidos sobre las sillas y camas. Ise no estaba en casa. Qu podra haber ocurrido? Telefone a la casa de donde acababa de salir. Est ah mi esposa? No. Por Dios! Alguien quit a su interlocutor el telfono de las manos y de pronto son la grave voz de Irina Petrovna. Ahora mismo voy. Est bien, Irina Petrovna. Todo se aclarar. Qu tontera! Cmo poda l haberse descubierto de este modo? Cmo haba podido descubrir su nerviosismo? Y ella, Irina Petrovna, de qu manera se haba sobresaltado! Pero dnde estaba? Qu haba ocurrido? Su esposa estaba all, en la habitacin. A medio camino haba vuelto atrs. Y ya estaba en casa. l se sinti aliviado, pero tuvo que desahogarse. Grit a su mujer. Cmo haba podido darle semejante susto? l haba tenido que estar todo el da con los nervios contrados. En la Administracin, en la Cancillera, en las fiestas, en todas partes haba tenido que aparentar tranquilidad y llevar una mscara puesta. Cmo haba podido darle semejante susto? Irina Petrovna haba montado en un coche y se haba dirigido a casa de Paul, cuyo centinela le abri en seguida la puerta. Haba luego subido sin hacer ruido las escaleras, haba visto las maletas a medio hacer y haba escuchado todo cuanto hablaron Paul y su esposa. Ya no tena el antiguo rostro de porcelana; la mscara haba cado y la cicatriz estaba al rojo vivo. Sobre la mesa haba un gran cenicero de bronce. Y, de pronto, antes de que el Presidente y su esposa sospecharan su presencia, cogi el cenicero y lo arroj por la ventana, cuyos vidrios saltaron hechos aicos, en direccin a la casa del fiscal general sovitico. El fiscal general sovitico, el centinela que estaba ante la entrada, Gnotke, que deba encontrarse en el patio, el chofer Dietershofen y el acompaante, que le acababan de conducir a casa... todos deban estar despiertos... Y en medio de la habitacin, Irina Petrovna. Lanz un grito, no ya de alarma, sino de angustia mortal. Paul se percat de ello inmediatamente. Y corri las cortinas, que era lo nico que en aquel momento poda hacer. Irina Petrovna continu sollozando. Una mujer feroz que haba matado a ms de cien hombres; una mujer que en los bosques de Bielorrusia haba acabado con las vidas de muchos alemanes y tambin de muchos rusos; una mujer que no haba conocido el miedo y que ahora, de pronto, volva a sentirse humana, volva a sentirse la hija de aquel general que cierto da desapareci tras el humo de plvora de un pelotn de ejecucin. Paul se percat que la existencia de aquella persona haba sido minada hasta lo ltimo. Nada importaba su futuro. Ella haba escuchado infinidad de conversaciones polticas y estaba al corriente de todo y su sentencia era irrevocable. Clmese usted! 309

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Las palabras de Paul, las cortinas corridas ante las ventanas, el silencio de la noche y, sobre todo, el hecho de que su accin pareca no haber llamado la atencin a nadie, la hicieron volver en s. Usted se marcha dijo de pronto; usted se marcha...; pues llveme con usted. Aquella idea, que de pronto brill como una luz en medio de las tinieblas, la hizo llorar de nuevo. Abajo, ante la puerta de la calle, aguardaba el coche con el chofer ruso. Paul descendi la escalera y dijo a Dietershofen: Despida usted el coche. Diga usted...; diga usted que me pele con mi esposa y que ahora nos hemos reconciliado de nuevo. Diga usted lo que quiera; pero haga que se marche en seguida. Dgale que no aguarde a Irina Petrovna. Al entrar en su despacho, la situacin continuaba como antes. Irina Petrovna estaba sentada sobre el sof de cuero y tena los nervios descompuestos. Al abrir l la puerta su esposa le ofreca a Irina un sedante. Ella tom una, dos, tres pldoras y al cabo de un rato se durmi. El programa de la fuga tena ahora que realizarse de un modo cronomtrico, sin la ms pequea falla. Antes de la recepcin oficial en el Hotel del Golf de Oberhof tena que recibir la visita del obispo de Sajonia-Anhalt, a quien esperaba en la Cancillera. Por otra parte, deba vigilar a Irina Petrovna, que continuaba profundamente dormida, y luego, en Weimar y en Oberhof, tampoco deba perderla de vista. Su esposa no poda ayudarle, pues al amanecer marchaba a Berln, donde se encargara de preparar las cosas para que a su llegada hubiera un avin dispuesto y pudiera trasladarse sin prdida de tiempo a la zona occidental. El obispo estaba sentado frente a l. Es difcil estar al frente de la Iglesia de la zona oriental! Poco tiempo antes, el presidente haba hecho algunos favores a la Iglesia, con motivo de la festividad del Corpus, y el obispo de Fulda le haba agradecido personalmente sus gestiones. Ahora era el obispo protestante de Sajonia-Anhalt quien le contaba sus dificultades. Al cabo de un rato de hablar, el obispo no haba hecho ms que comenzar lo que haba de ser una larga conferencia. Los ruegos en favor de un apoyo oficial y los comentarios al margen parecan no haber de terminar nunca ms. Pero no tena que cometer ningn fallo... Deba contenerse. Se levant y, accediendo a las demandas del obispo, dict unas cuantas cartas. Y mientras dictaba iba pensando en Irina Petrovna, que estaba escondida en una habitacin de la casa. Antes de marcharse a Berln, al ver que Irina Petrovna comenzaba a despertar, su esposa haba dado a la refugiada otras dos tabletas de luminal. Ojal no despierte hasta que l termine su trabajo! Dictaba y pensaba en su esposa, que en aquel momento se encontraba camino de Berln, en la autopista general. Por qu se haba llevado tantas maletas? All haba que dejar el Ulrichswalde, Burgh, Gena y centenares de industrias... Qu importaba, pues, un vestido ms o menos? La mujer de Lot. No mires atrs; deja todo tal y como est, si no perders tu vida y tu alma. En aquel momento Su Ilustrsima estaba recordando un pasaje de las Sagradas Escrituras en el que se hablaba de la obligacin de guardar las fiestas. El obispo formul nuevos ruegos. Hablaba despacio, con parsimonia, 310

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precisando todos los detalles. Y los minutos transcurran uno tras otro. Irina? Ise? Su mirada se detuvo sobre la gran cruz de oro que colgaba sobre el pecho del obispo y el sudor comenz a perlar sobre su frente. Hubiera podido cambiarse los papeles: l hubiera podido arrodillarse ante el obispo y suplicarle ayuda y rogarle que, por favor, se marchara de una vez. Pero call. El obispo continu hablando... Por fin se levant. La despedida fue otra larga ceremonia al estilo chino. Dos mandarines en trance de hacerse cumplidos y para quienes el tiempo no tena ninguna importancia. Por fin se march. Haba sabido contenerse. A toda prisa puso en orden unos papeles, firm unos documentos y march a casa. Irina Petrovna estaba medio despierta. En sus ojos brillaba una mirada de angustia. Al cabo de un rato logr l tranquilizarla y le asegur que al da siguiente se encontrara perfectamente bien, y que pronto estara fuera de peligro. Ella le respondi que estaba citada con el general y qu deba telefonearle. El general oy la voz de una persona desfallecida, incapaz de articular correctamente tres palabras seguidas. Y el general pens que aquello eran las consecuencias de la fiesta. Ella se excus y dijo que se encontraba mal y que de momento se hallaba en casa del doctor Paul. Vaya; por fin haba encontrado quien la hiciera vibrar! Aquella mujer tan fra! De manera que primero haba habido enfado con la esposa, que segn sus informes se haba marchado con bastantes maletas en direccin Leipzig, y luego... La "Lottenstrasse" le haba dicho que la esposa del doctor Paul haba abandonado la casa al amanecer y ahora completaba l la versin de lo ocurrido. S; deba acompaar al Presidente a Oberhof. l lo deseaba as. El general no pudo menos que desearle que "lo pasara muy bien". En Rusia, las parejas de enamorados cierran las ventanas de su casa durante ocho das y aqu, en Alemania, se dice que celebran la luna de miel. La Semionova y Paul... Bien; no est mal. La Semionova puede irse tranquilamente con l; as tardar l menos tiempo en entrar en razn respecto al asunto de las minas de potasa. Pero, de todos modos, haba que evitar el escndalo. El doctor Paul march a Oberhof. Junto a l, en el asiento trasero del coche, iba Irina Petrovna. Estaba muy plida, pero aquello no poda sorprender a nadie, pues todo el mundo conoca la habitual palidez de su rostro. Y nadie hubiera sospechado que apenas si tena conocimiento de sus actos y de que las cosas que vea pasar se le antojaban estar envueltas en una espesa niebla. Las habitaciones para el Presidente ya estaban reservadas. El hotel en el que iban a hospedarse los delegados occidentales pareca un cuartel de la NKVD. El jefe de la NKVD de Weimar haba llegado antes que ellos. Un alto funcionario, que a pesar de haber sido un destacado militante nazi y de haber ostentado un alto cargo gubernativo fue ayudado por la NKVD cuando el momento del juicio, pasaba all su fin de semana. Por lo dems, los porteros, camareros y camareras estaban todos al servicio de la NKVD. Recepcin oficial. Cena, discursos protocolarios y luego la parte ms agradable de la fiesta: 311

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baile y conversacin. Pero Ise no haba regresado de Berln, y arriba, en una habitacin contigua a la suya, yaca una mujer con la que de pronto deba compartir una aventura que bien poda terminar con la muerte. Irina Petrovna, que en el estado de semiinconsciencia producido por el luminal en que se hallaba poda estar hablando con una camarera o poda presentarse medio vestida en el saln, y aquellas dos posibilidades podan ser el comienzo del fin, pues el jefe de la NKVD haba instalado su cuartel general en el hotel. El doctor Paul invit a bailar a una seora de Hessen y, al igual que por la maana con el obispo, su rostro comenz a cubrirse de sudor. Luego estuvo hablando con unos rusos y ri quiz de una manera demasiado ruidosa sus gracias. Dos oficiales ingleses y un coronel escocs, que a causa de sus faldas era la diversin de la concurrencia, acompaaban a los visitantes de Hessen. El escocs se mostraba encantado del inters que hacia l demostraron una baronesa estoniana y una dama letona, que no era otra que la segunda secretaria del Presidente. As que el escocs y su compaero manifestaron su intencin de visitar Chemnitz (por qu slo Chemnitz?; tambin hubieran podido decir que deseaban visitar las minas de uranio de la Unin Sovitica), el jefe de la NKVD propuso realizar una excursin por los alrededores y sugiri la idea de que les acompaasen la condesa estoniana y la "seora" letona. Una animada concurrencia, encargada de escuchar cuanto se dijera. Paul se percat de esta maniobra al atravesar el saln y dirigirse hacia el piso superior. Se encontr a Irina Petrovna tal como haba supuesto: medio inconsciente, atormentada por ideas contradictorias, dispuesta a levantarse y a punto de estropearlo todo. Un Don Quijote sin ilusiones y una agente de la NKVD al final de su carrera: dos conejillos enjaulados. Abajo, al atravesar el saln, el coronel de la NKVD le ech una mirada de burla. No, Irina Petrovna; eso es imposible. Pues tengo que hacerlo, sea como fuere insisti ella. Era la hora en que cada da, desde el lugar en que se encontrara, comunicaba con su jefe. Deba pensar le deca a l que si no comunicaba con su jefe, inmediatamente sera tenida por sospechosa y el general dara las rdenes oportunas para averiguar lo sucedido. As, pues, pidi comunicacin con la NKVD del hotel, que a su vez la puso al habla con Karlshorst. Ella dio el nombre de "Kostja" y pidi por su jefe. A pesar del estado en que se encontraba, producido por el exceso de luminal, pudo hablar con l. Paul permaneci a su lado, aunque no entenda lo que deca. Pero quera observar su rostro de porcelana mientras duraba la conversacin. Y al contemplarla le pareci encontrarse en medio de un desierto de hielo e incluso tuvo la sensacin de que el hielo cruja bajo sus pies. Paul, sin embargo, se haba percatado de algo que aliger sus preocupaciones: el coronel de la NKVD, que se encontraba en el hotel, no tena ninguna autoridad sobre ella. Irina Petrovna dependa directamente de Berln-Karlshorst o quiz de Mosc. Irina Petrovna era algo ms que una jefe de intrpretes e incluso algo ms que una vulgar agente. Irina Petrovna deba ser la jefe de una red de espas. Judanov escuchaba al otro lado del hilo telefnico. Puede un hilo telefnico angustiar y torturar hasta el mximo a dos seres encerrados en la habitacin de un hotel? S, s puede hacerlo. Y ese era el caso 312

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de Irina Petrovna y Paul. En realidad, sin embargo, se trataba de un informe normal. El que ella llamara desde Oberhof y hubiera acompaado all al Presidente no tena nada de particular. Su obligacin, precisamente, consista en no dejar ni un minuto solo al Presidente. Pero algo no funcionaba como de costumbre. Por qu hablaba de aquella manera? A veces, en el transcurso de la conversacin, pareca como si quisiera decir algo que luego callaba. l hizo una pausa y ella, a su vez, guard silencio. Qu ocurra? Tena alguien a su lado? Escuchaba alguien la conversacin? No; no poda ser. Aquello hubiera sido un delito inimaginable. Le disgustaba sostener una conversacin telefnica con grandes pausas y mucho ms en un momento como aquel, en que tena tantas cosas que hacer. Y cort la comunicacin. Se qued mirando la pared. No tena ningn dato, ningn indicio de que las cosas no fueran bien. Pens que tampoco los lebreles tienen ms que su olfato para saber dnde est la pieza que persiguen. Estaba alarmado. Ir a Weimar? No poda marcharse hasta el da siguiente, y quiz maana tambin debera quedarse all. Acababa de regresar de Berln. All se haba encontrado con el jefe militar de Turingia, con Chuikov e incluso con Ivn Serov, el jefe de los servicios de desmontaje. Todos ellos haban sido citados en Karlshorst. Se reunieron en el antedespacho del mariscal Sokolovski y juntos se trasladaron luego al campo de aviacin de Dalgow-Dbertitz. Se trataba de algo muy importante. En el campo formaba una compaa de honor de la divisin Vassili Stalin, el hijo de Stalin, y tambin estaban los representantes del Partido alemn, Pieck, Grotewohl y Ulbricht. Un avin procedente de Mosc aterriz sobre el campo. Se abri la portezuela. Apareci un hombre gordo, vestido con una sencilla blusa y tocado con una gorra. El recin llegado mir desde lo alto de la escalerilla a los paisanos y militares congregados en el campo, descendi del avin y pas ante la compaa, que le rindi honores. Luego, sin decir palabra, estrech la mano al mariscal Sokolovski. En seguida se volvi hacia Chuikov e Ivn Serov, con quienes departi amigablemente. Para cada uno de los alemanes tuvo una palabra amable. Era Grigori Malenkov, el enviado de Stalin. Si, como algunos decan, Stalin no tena ya muchas fuerzas para trabajar, Malenkov no era el viejo perro del Kremlin que hasta entonces haba sido, sino que era el fuego que en aquella fortaleza arda. Karlshorst viva en estado de alarma. En el cuartel general reinaba un inusitado movimiento. La central telefnica pareca un nido de abejas. Aquel nerviosismo haca pensar en los tiempos de la guerra. El mariscal Sokolovski haba hecho redoblar la guardia en torno de su residencia, donde haba de hospedarse Malenkov. Los puestos de vigilancia y los controles fueron duplicados. La gente haca cbalas. Se trataba de cambiar las directrices de la poltica alemana. Berln, el enclave occidental en medio del imperio sovitico, era una ventana que convena cerrar inmediatamente. Berln era como una espina en el ojo. Adems, las industrias no eran desmontadas al mismo ritmo de antes y la maquinaria no llegaba a Rusia con la debida rapidez. Tambin el sistema de los desmontajes haba de ser cambiado. Unas veinte personas, entre militares y paisanos, se sentaron a la mesa 313

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redonda, junto a Malenkov, Ivn Serov, el general Chuikov y el mariscal Sokolovski. Saburov, el especialista en desmontaje, tom la palabra. Habl cerca de una hora. Malenkov fumaba un cigarrillo tras otro, apoyaba la cabeza en el alto respaldo de su asiento y escuchaba con los ojos entornados. Pareca estar al corriente de todo y no ocultaba su aburrimiento. Al interrumpir a Saburov, su voz son como el chasquido de un ltigo. S, s; todo eso est muy bien. Creo que ha hecho usted todo lo posible, camarada Saburov; pero la verdad es que no se ha preocupado usted lo suficiente de la cuestin del cemento. Me refiero a las fbricas de cemento, pues nosotros no slo necesitamos el cemento, sino las fbricas. Necesitamos material para construir veinticuatro grandes fbricas de cemento en la Unin Sovitica. De dnde hemos de sacarlo? Aqu, en Alemania, hay muchsimo material de esa clase. Era Malenkov quien hablaba. Pareca que el cemento era su caballo de batalla. El plan quinquenal, la reorganizacin de los territorios recin reconquistados y la anexin a Rusia de los territorios occidentales eran cuestiones importantsimas; pero la economa sovitica estaba por encima de todo, y para que la economa sovitica funcionara al ritmo conveniente era preciso solucionar, antes que nada, el problema del cemento. Para llevar a cabo el plan quinquenal necesitamos veinte millones de toneladas de cemento. Por eso debe acelerarse el desmontaje de algunas fbricas y hacer que las otras aumenten su produccin, que debe ser entregada en concepto de reparaciones de guerra dijo Malenkov. Saburov volvi a tomar la palabra. Malenkov hojeaba en una libreta que tena sobre la mesa y en la que de vez en cuando buscaba algn dato. Cada dos por tres haca observaciones de detalle, algunas de las cuales eran acogidas con un asentimiento general y otras eran pronunciadas en tono casi amenazador. Debo decirle, camarada Saburov, que el trabajo en las minas de uranio se lleva a cabo a un ritmo demasiado lento... Sabe usted, camarada Saburov, a cunto asciende nuestra produccin maderera? Saburov pronunci unas cifras y aadi luego que la Unin Sovitica haba vendido sesenta mil metros cbicos de madera de encina a Escandinavia. Ya veo que se ha hecho lo posible, pero debemos sacar de Alemania mucho ms de lo que ahora sacamos, camarada Saburov. Y qu hay de las cuatro fbricas de margarina y de otras de papel, zapatos y de vidrio que hay en Turingia? Las fbricas ya han sido desmontadas, pero nos faltan los medios de transporte para llevar las maquinarias a Rusia. Por el diablo!, camarada Saburov, no se quede usted tan falto de recursos. Es que en Leipzig y en Erfurt no se construyen vagones? Saburov comenz a hablar en voz baja. Cit unas cifras que se referan a los pedidos realizados. Hay que tener en cuenta, camarada Malenkov, que la reconstruccin de las fbricas alemanas es la primera condicin que debe tenerse en cuenta al hacer los pedidos. Y la reconstruccin se realiza aqu muy lentamente, pues 314

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tambin en Alemania se sufre a causa de la escasez de cemento. Vaya, hombre; no nos atosigue usted ms con su cemento. Qu nos importa a nosotros la reconstruccin de Alemania? Acaso no hemos desmontado en Polonia una docena de fbricas de cemento? Pues, s: las hemos desmontado, y los polacos continan viviendo como antes. Por qu no pueden vivir los alemanes sin fbricas de cemento? Adems, por todas partes se alaba su capacidad de trabajo y su gran inventiva. Y, dgame usted, qu ocurre con la central elctrica de Dresden? No debamos haber recibido la maquinaria de una central elctrica de tres millones de vatios? Estamos trabajando en ello sin prdida de tiempo, camarada Malenkov; dentro de poco ser transportada esa maquinaria. Por qu no han sido enviados los aparatos de las fbricas en las que se construa la V-1 y V-2? Dificultades imprevistas nos han impedido hacerlo, camarada Malenkov. Qu significa todo eso? Es usted un especialista o no lo es? Por qu me viene usted con el cuento de las dificultades? Es que acaso su obligacin no consiste en realizar el trabajo con dificultades o sin ellas? Malenkov estaba a punto de dar por terminada la sesin. Haba querido dar un susto a Saburov y su objetivo estaba cumplido. Tiene usted algo ms que decir, camarada Saburov? S, camarada Malenkov; quisiera hablarle de las mquinas de las fbricas de porcelana de Meissner. Haba tenido que soportar tantas cosas que ahora deseaba formular una queja. Por iniciativa nuestra, el ministro alemn Dickermann mand desmontar las clebres fbricas de porcelana de Meissner. La maquinaria lleg a Leningrado y fue montada en las fbricas Limonossov, donde, a causa de la falta de trabajadores especializados, se ech a perder. Ya sabemos que algunos rboles no resisten el trasplante. Esas mquinas son para producir porcelana blanca y en Leningrado se producen platillos negros. Platillos negros... Aquello deba ser un chiste. Todos se fijaron en la torcida sonrisilla de Malenkov, quien con aquella frase quiso dar por terminada la sesin. La cosa, sin embargo, continu. Muy bien. Tenemos pocos especialistas dijo Malenkov. As, pues, encrguese usted, Saburov, de que las mquinas de las fbricas de porcelana de Meissner vuelvan a ser trasladadas e instaladas en su punto de origen. Y con aquella palabras clausur la conferencia. Aquella misma noche haba de tener Malenkov otra reunin con Ivn Serov, y l, Judanov, aunque no saba para qu, deba estar presente. Qu le ocurra a Irina Petrovna? Presenta que a Irina Petrovna le ocurra algo que a l le interesaba y cuya investigacin no poda aplazar. Lo mejor de todo sera quiz ponerse inmediatamente en camino y sorprenderla en el Hotel Golf de Oberhof. Pero no era posible. Poda llamar a Weimar a Ivn Sergevich. Pero, no; l mismo deba intervenir. Se haba hecho tarde... Para la reunin de la noche, deba vestir el 315

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uniforme de gala. Media hora despus fue a la quinta del mariscal Sokolovski, pas la red de controles que all haba y aguard media hora en el antedespacho del mariscal. Irina Petrovna? De no poder hablar con Ivn Sergevich, el jefe de la NKVD, poda hacerlo con el general o con Budin. Por qu no se le habra ocurrido antes hablar con Budin? Pero ahora ya era demasiado tarde. La reunin iba a comenzar de un momento a otro. En la sala se encontraban nicamente Malenkov y Serov. Luego, al cabo de un rato, fueron invitados a entrar Chuikov y el mariscal. Se trataba de una conferencia secreta, pero los ayudantes que aguardaban en el antedespacho saban algo acerca de los temas que en ella iban a tratarse. En aquella reunin iba a plantearse nada menos que el destino mismo de la zona sovitica: las expropiaciones, el estado de la socializacin y la cuestin de la desnazificacin. Cuando algunos colaboradores de Serov y Judanov fueron llamados a la sala, la atmsfera estaba llena de humo. El mariscal Sokolovski tena una helada expresin en el rostro. Algunas de las cuestiones que acababan de suscitarse eran de su incumbencia, y l, desde el traslado del mariscal Zukov, se haba hecho cargo de ellas en su calidad de gobernador general. Las dos personas que tena frente a l eran enemigos suyos. Con Chuikov se haba enemistado cuando la batalla de Stalingrado, y con Serov estaba reido desde mucho tiempo atrs. Al igual que en la primera reunin, Malenkov estaba indolentemente sentado en su silln de alto respaldo. Por favor, no se extienda usted tanto sobre el carcter alemn. Yo mismo he tenido ocasin de conocerlo dijo, al tiempo que cambiaba una significativa mirada con el general Chuikov. Conozco bien a los comunistas alemanes, camarada Serov, y tambin conozco a los que no lo son, y debo decirle que me fo tan poco de unos como de otros. Ivn Serov, sin embargo, quera manifestar los resultados obtenidos en su quehacer de desnazificacin, para lo cual le convena subrayar el lado positivo del carcter alemn. Hay aqu muchos nazis que podran ser aprovechados dijo; la reeducacin de los mismos podra darnos excelentes resultados, aunque para ello, como es natural, ser preciso vencer grandes dificultades. Malenkov le dirigi una mirada burlona. S, hay que convenir en que una gran parte de la poblacin civil se muestra contraria en aceptar las medidas dadas por las autoridades soviticas y tampoco hay que olvidar que mucha gente adopta una actitud de franca hostilidad hacia nosotros. Pero, querido Serov, nunca le haba visto a usted tan desconcertado como ahora. Acaso no goza usted de la confianza del pueblo sovitico y del Comit Central del Partido? No goza usted de plenos poderes? Yo, por mi parte, aprob los proyectos que usted me present. Sinceramente, creo que tiene usted grandes preocupaciones. No debemos olvidar que nos encontramos en Alemania y que, por lo tanto, debemos proceder con la mxima cautela. Serov inclin la cabeza en actitud de asentimiento. Malenkov encendi un cigarrillo y continu. Ahora hablaba en tono de amonestacin. 316

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Estamos aqu en el corazn de Europa. Los latidos de este corazn son odos desde muy lejos. Eso quiere decir que nuestra tctica debe ser aqu especialmente suave y elstica, lo cual no significa que debamos abandonar nuestra dureza y nuestra seguridad. Me parece excelente su idea de crear organizaciones clandestinas antisoviticas. nicamente le aconsejo, camarada Serov, no apoyarlas demasiado. Sera mejor dejar que esas organizaciones se constituyeran por s solas y de esa manera sabramos quines son nuestros enemigos y siempre los tendramos en la mano. Malenkov no cesaba de hablar. Dgame usted, Serov: a cuntos alemanes ha logrado reformar? Una de sus obligaciones es acabar con el odio que algunos nos tienen. Y su obligacin, en ese caso, es proceder con los alemanes a quienes no se puede reeducar de la misma manera que nosotros hemos procedido con los rusos que se hallaban en idnticas circunstancias. Malenkov quiso saber luego cules eran las principales causas que motivaban la oposicin de la poblacin alemana a las autoridades de ocupacin, y, uno tras otro, fue preguntando a Serov, a Chuikov y a Sokolovski. La presencia de las tropas soviticas en Alemania fue considerada como una de las causas de la creciente inquietud. Los dirigentes del SED, as como sus ms destacados militantes, haban cometido graves faltas, que luego restaron popularidad al Partido. Pero el principal motivo del descontento sobre ello todo el mundo estaba de acuerdo era la psima situacin econmica en que se encontraba la mayor parte de la poblacin civil. Sokolovski record unas frases clebres de Zukov. El camarada Zukov ha dicho que las tropas de ocupacin soviticas deban ser alimentadas con los recursos obtenidos del propio pas. "Las hojas de laurel, el t y la mazorca dijo Zukov podran ser trados de la Unin Sovitica. Segn los informes de mis tcnicos en economa esa concepcin sobre el modo de ser alimentadas las tropas soviticas ha resultado ser una inmensa catstrofe para la zona." Malenkov se puso de mal humor. Las observaciones de Sokolovski le parecieron inadecuadas e impertinentes, pero se contuvo y guard su rplica para ms adelante. El mariscal Sokolovski se atena a los hechos. Seiscientos mil soldados soviticos tenan que ser alimentados en la zona rusa: el tercer ejrcito de asalto, el segundo y tercer ejrcito acorazado, la diecisis flota area, el cuarto cuerpo de artillera, la cuarta flota letona, compuesta de veintin mil hombres, cuyo cuartel general estaba en Knigsberg. Aquellas tropas consuman diariamente veinticuatro mil kilos de pan, seis mil kilos de maz, quince mil kilos de grasa, quince mil kilos de azcar, ochenta y un mil kilos de carne y pescado y quinientos veinticinco mil kilos de patatas. Los seiscientos mil miembros del Ejrcito Rojo consumen la misma cantidad de carne que los tres millones seiscientos mil consumidores normales de la poblacin civil de la zona oriental dijo el mariscal Sokolovski. Con todo el respeto para sus sentimientos hacia los alemanes, camarada mariscal, debo decirle que nosotros nos atenemos a hechos y no a sentimientos. 317

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Gregori Malenkov se volvi hacia los dems y les dijo: Camaradas, hay un viejo proverbio ruso que dice: la cabeza del pescado es la que huele. Aquello son como una amenaza. Era una amenaza dirigida contra los responsables y en particular contra todos los militares, tanto los presentes como los ausentes. Me parece que a algunos les falta la fuerza necesaria y a otros, por su parte, el indispensable talento. Me parece, camaradas, que algunos de ustedes han olvidado su deber. He tenido noticias de que tanto los oficiales de estado mayor como los simples soldados nicamente se ocupan de empaquetar cosas y de enviarlas, acompaadas de fantsticas descripciones de la vida occidental, a sus casas. Se dirigi de nuevo al mariscal. Y qu hay, camarada mariscal, acerca de las granjas requisadas para la alimentacin supletoria de algunos estados mayores? Sokolovski dijo que, efectivamente, algunos estados mayores haban requisado granjas para obtener as una mejor alimentacin. Una mejor alimentacin? pregunt Malenkov. No dijo que aquellas requisas se haban hecho para satisfacer la gula de algunos militares, pero su mano cay pesadamente sobre el montn de papeles que haba encima de la mesa. En aquellos documentos se deca que los mandos de algunas unidades consuman ms alimentos de los que en realidad necesitaban. Cada seccin de la NKVD tena una granja cuyos productos venan a engrosar la cantidad de alimentos que normalmente tena asignada. El regimiento nmero 283, acantonado en Wismar, por ejemplo, se haba apoderado de tres fincas en las que se criaban cerdos y terneras en abundancia. La plana mayor de un regimiento de Chemnitz una plana mayor compuesta de treinta oficiales se haba adueado de una finca en la que, nicamente para la manutencin de aquellos oficiales, se mantenan cuarenta vacas y veinticinco cerdos. Los oficiales de la comandancia militar de Oitchatz disfrutaban de los beneficios de una finca en la que haba ms de cien vacas y unos doscientos cerdos. Los restaurantes "Moscowa" y "Newa", situados en la estacin de Stettin en Berln, eran aprovisionados como los mejores restaurantes de Mosc. Camaradas! La mano que descansaba sobre los papeles se cerr. La obligacin de los generales y de los altos empleados residentes en el extranjero no consiste, precisamente, en aprovecharse y darse una buena vida. Es triste que los altos empleados soviticos no sepan hacer otra cosa que rodearse de una corte de mujeres fciles. La guerra con Alemania ha terminado, pero la cuestin del socialismo queda en pie. Esa lucha nunca podr ser llevada a cabo por gentes que nicamente buscan su bienestar y su diversin. Adnde nos llevar esa desmoralizacin? Tendr que recordar el ejemplo de lo que sucedi en Francia, donde un par de divisiones alemanas acabaron con la lnea Maginot? Termin bruscamente. Les ruego que me dejen solo... Camarada Serov. Ivn Serov se qued solo con Malenkov. El general Chuikov y el mariscal se 318

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retiraron. Los ayudantes y tambin Judanov pasaron al antedespacho. Esta vez no se produjo ningn comentario sobre las conversaciones al otro lado de las puertas cubiertas con grandes cortinajes. No era necesario. Camarada Serov... la horca peda una nueva vctima. Una nueva purga. Quines seran ahora las vctimas? El mariscal, el capitn general, los estados mayores y las planas mayores, la masa annima de los soldados, los habitantes de la zona ocupada por el Ejrcito Rojo? El teniente coronel Judanov recibi nuevas rdenes al da siguiente. De momento, se le dijo que no deba asistir a la reunin de Malenkov con algunos miembros del gobierno alemn, es decir, con Pieck, Ulbricht y Grotewohl. Hay que hacer lo que sea necesario dijo Ivn Serov a Judanov, al salir de la entrevista con Malenkov. Lo necesario, en aquel momento, era proceder a la detencin de algunos comandantes de plaza, por ejemplo, el de Gera, cuya mujer acababa de encargar una hermosa coleccin de cuarenta vestidos vestidos de noche rojos, verdes y blancos, trajes de esquiar azules y blancos, camisones de color rosa y ropa interior de la mejor calidad, y haca unas semanas que haba encargado otra coleccin igual. Tambin era necesario proceder a la limpieza de la mquina poltica de Turingia, en la que se haban infiltrado muchos elementos americanos, y tambin era necesario proceder al envo a Rusia de muchos soldados. La operacin haba de ser preparada inmediatamente y las vctimas tenan que caer fulminadas. Tras haber recibido las rdenes oportunas y haber dado las que crea ms urgentes, Judanov mont en su coche. Irina Petrovna? Aquello era lo primero que deba aclarar. Sus sospechas haban aumentado. Budin no haba encontrado a Irina Petrovna en Oberhof, ni en Burgk, ni en Gera y tampoco en su casa de Weimar. Ni tan siquiera haba podido hablar con ella por telfono. Lo nico que saban era que Irina Petrovna estaba con Paul y que el Presidente Paul se haba trasladado a Leipzig. As, pues, Judanov decidi ir a aquella ciudad. Y mientras el coche de Judanov atraves las calles de Berln y emboc la autopista de Leipzig, Gregori Malenkov, el enviado de Stalin, conferenciaba con algunos polticos alemanes a quienes aseguraba la continuidad de la amistad de los pueblos de la Unin Sovitica con Alemania, prometa un prximo y eficaz apoyo de Mosc a los gobiernos de la zona oriental y les aseguraba que la frontera oriental de Alemania haba de ser la lnea del Oder-Neisse. Al mismo tiempo que Judanov se diriga hacia Leipzig, el coche del doctor Paul avanzaba hacia Berln. El poste de una emisora berlinesa se destac a lo lejos. El coche acababa de pasar la ltima barrera sovitica. El alba, al clarear sobre las alturas de los bosques de Turingia y borrar las estrellas del cielo, sorprendi en el Hotel Golf a las ltimas parejas hermosas y cultivadas agentes y huspedes de Hessen e Inglaterra de la reunin, que todava continuaba bailando en la gran sala del Hotel. Y mientras en el Hotel 319

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del Golf algunos oficiales de la NKVD continuaban hablando con los visitantes de la zona occidental, le dijo l a Aachern, su chofer: De aqu a dos horas tenga usted los dos coches preparados ante el Hotel. Quisiera estar en Leipzig un da antes de lo que habamos dicho, pero, por favor, gurdeme usted el secreto. Partieron los dos coches. Cuando estuvieron lejos del Hotel, el doctor Paul descendi de su coche oficial, en cuyo guardabarros delantero llevaba el emblema presidencial, y mont en su pequeo "Mercedes". Su esposa e Irina Petrovna se apearon del "Mercedes" y subieron en el coche oficial. La mujer del Presidente haba regresado aquella noche de Berln y ahora describi una gran vuelta por Weimar, dej el coche durante dos horas frente a su casa, y luego prosigui el viaje. Paul prosigui en el pequeo "Mercedes" hacia Leipzig. Fuerzas de vigilancia se cruzaron con el coche. Cerca de Hersdorf, unos soldados de la NKVD estaban montando una emisora. Para qu haran aquello? La autopista estaba vaca. Paul pens que algunas veces los soviets cerraban algunas carreteras y no permitan que nadie viajara por ellas. Habran cerrado hoy esta carretera? Al ir Aachern a tomar el desvo hacia Leipzig le dijo Paul: No; marchemos en direccin a Berln. Tengo algo que hacer en Berln y maana o pasado maana iremos a Leipzig. Le pareci que los trescientos kilmetros se alargaban demasiado. Acelere usted. Aachern ech una mirada de soslayo. Desde haca rato iba a una marcha superior a la que permita el coche. Se cruzaron con un coche y al poco rato se cruzaron con otro. Paul respir: la autopista no estaba cerrada. Por fin surgi el poste de una emisora berlinesa. Ante l apareci el paisaje de la ciudad violada, envuelta en el polvo de miles de ruinas: un inmenso crculo de ruinas y un gran crter apagado. Los americanos estaban en Zehlendorf, los ingleses en Charlottenburg, los franceses en Frohnau y los rusos en Karlshorst. Una torre de Babel, un buen campo de accin para los agentes del servicio secreto de todo el mundo; pero una ciudad en la que hasta el ltimo hombre y la ltima mujer se esforzaban en difundir, mediante comentarios periodsticos, discusiones y discursos radiados, su voz por todo el mundo; un asilo para los fugitivos que llegaban a sus puertas; una roca emergiendo en medio de aquel gigantesco mar de la esclavitud que iba desde Vladivostok hasta el Elba. La barrera... La barrera se alz y volvi a bajar cuando el coche hubo pasado. Las primeras casas de Berln. Vaya usted por la derecha y detngase un poco ms lejos... Bien; ahora descienda y yo me har cargo del volante. Aachern le dirigi una mirada de interrogacin. Seor Presidente... Eso ya pas. Ya no hay Presidente que valga, seor Aachern. Aguarde usted en aquel puesto de gasolina a mi esposa y a Irina Petrovna. Llegarn en el coche oficial. Un apretn de manos. Estoy seguro de que nos volveremos a ver. 320

QUINTA PARTE

Y el muerto sali de la tumba, envueltos las manos y los pies en unos paos y con el rostro cubierto con la mortaja.
(SAN JUAN, II, 44.)

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A CASA
Hacia Berln! "K'Berln", decan los hijos de los socialdemcratas empleados en los gobiernos de las zonas orientales, que ahora volvan de las escuelas donde se aleccionaba a los prisioneros de guerra y de los campos donde se les haca trabajar, y esos antiguos prisioneros convertidos al comunismo iban a reforzar los mandos comunistas de la zona oriental. Y entre los repatriados figuraba el coronel Zecke, de quien se supona que pondra en marcha una de las organizaciones antisoviticas a que poco antes se haban referido Ivn Serov y Gregori Malenkov. "K'Berln! Domoi! A casa!" De pronto apareci el oficial de servicio. Zecke, davai! En marcha con todo el equipo! Aprisa! No tienes ms que media hora! Zecke ignoraba si aquella precipitada marcha era una suerte o una desgracia ms. Fue el nico del campo de concentracin de Ivanovo a quien se dio la orden de marcha. Zecke haba ido a parar al campo de Ivanovo, situado a doscientos kilmetros al este de Mosc. Haban pasado algunos aos desde su llegada al campo de Elsterwerda. Primero, la interminable marcha a pie a las minas de potasa de Rdersdorf; luego, una temporada en el hospital de Frankfurt an der Oder, y luego el viaje a Mosc, donde durante meses seguidos fue interrogado en la Lubianka, y finalmente el traslado al campo de Ivanovo. El campo de concentracin... All estaban los restos del "Comit nacional de la Alemania libre": el mariscal de campo Von Paulus, los generales Seydlitz, Von Daniels, Schlmer, Korfes y todos aquellos que incluso el nombre haban perdido. Generales de un ejrcito que bajo su mando se redujo de trescientos treinta mil soldados a noventa mil, y luego, en los campos de concentracin, se redujo nuevamente hasta llegar a los tres mil. Generales que no eran odiados por la catstrofe a que haban conducido a sus hombres, sino a causa de su posterior juego poltico, que los doscientos restantes generales del campo, as como la mayor parte de los oficiales y soldados, no les perdonaban. Ahora se sentan derrotados y despreciados, y antes, cuando la fundacin del "Comit Nacional", durante la luna de miel con las autoridades soviticas, haban representado el papel de colaboradores, de futuros miembros del gobierno, a causa de lo cual haban comenzado las intrigas y las rencillas entre ellos; pero luego, en el momento mismo de terminarse la guerra, fueron arrojados al campo de concentracin, donde se les demostr que no haban sido ms que un instrumento de la propaganda sovitica. La disolucin del "Comit Nacional"

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signific la automtica cada en desgracia. Y tras las alambradas del campo de Ivanovo se les daba una triste comida de agradecimiento por "los servicios prestados", comida que consista en sopa de col y pur de mijo. De vez en cuando un prisionero era requerido para algo para ser ahorcado o para ocupar un alto puesto poltico en Alemania, y el oficial de guardia le haca empaquetar sus cosas y en un santiamn era sacado del campo. Aquella vez le toc al coronel Zecke. Zecke meti sus cosas en la mochila y, acompaado del oficial de guardia, atraves el campo. Angustiadas miradas le acompaaron a su paso por el campo. Son una voz: Otschen, otschen, otschen karascho! Prisrak Stalingrada... "Prisrak Stalingrada (el fantasma de Stalingrado) entr en la sala y declar contra los criminales nazis", escribi el corresponsal ruso de Izvestia cuando la comparecencia del mariscal von Paulus ante el Tribunal Internacional de Nremberg. Pero ms que al mariscal, aquellas palabras iban dirigidas al esqueleto de largas piernas torcidas que era el general de artillera Walter von Seydlitz. "Otschen, otschen", se haba odo gritar una y otra vez. "Otschen, otschen, otschen" (muy bien, muy bien, muy bien), le haban repetido sin cesar desde el da en que el Comit Nacional fue disuelto y en que, en compaa de otros militares, fue trasladado al campo de Ivanovo. Y aquellas palabras, repetidas por l de un modo mecnico, eran la expresin de su profunda desesperacin. Zecke pensaba que aquel hombre estaba acabado. Todos, poco ms o menos, estaban acabados. Haban prestado sus nombres en favor de la mayor maniobra propagandstica rusa de la guerra. Haban sido utilizados, exprimidos y arrojados. Jugaban al bridge, a pelota, y durante semanas, meses y aos yacan y paseaban por el campo hasta que un da, con los ojos vidriosos, la barba crecida y el rostro terroso, se tumbaban para no levantarse ms. Una descarga de ametralladora hubiera sido algo mucho ms misericordioso que todo aquello. La puerta del campo se cerr tras Zecke. En el tren, sentado junto al oficial que le acompaaba, continu con sus pensamientos. Haban sido utilizados, exprimidos y luego arrojados. Se deca que el "sistema" tena algn parecido con la iglesia primitiva, pero en el "sistema" no caba la misericordia ni el perdn. Desde Vladivostok hasta Magdeburg, en el Elba, haba sido borrada la misericordia. Un paisaje sin horizontes, ni rboles, ni arbustos. La tierra pareca correr bajo las ruedas del tren. Por fin se mova de nuevo! Tiene usted fuego? le dijo el comandante que estaba sentado frente a l. Quin es usted? Ah, un alemn! Vaya, domoi? S; domoi, a casa. Zecke respondi lo que el otro esperaba que contestara, aunque el concepto de "ir a casa" se le antojaba de momento bastante vago. Yo acabado vacaciones. Tambin estoy en Alemania dijo el comandante. All siempre mucho trabajo en desmontar fbricas. Los alemanes buenos trabajadores. Una vez decir las cosas, basta. Si repites rdenes se enfadan. No les gusta que ests borracho. El comandante pidi a Zecke que le prestara hilo y aguja e inmediatamente 323

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se quit la guerrera y se cosi una tirilla limpia en el cuello. Nie kulturni, si se viaja con un cuello sucio dijo. Una pequea estacin. Una campesina entr en el vagn. Bandidos, ladrones, canbales!... Lanzaba improperios contra los empleados de la estacin, que no queran dejarla montar en el tren. Es verdad: una vida de perro. Y todo para qu? Para qu hay trenes, sino para que en ellos suban los koljoses? Venid al pueblo y ved lo que aqu ocurre! Despus de la siega tenamos grano, como es natural, pero el molino no funcionaba. Ahora funciona el molino y no tenemos grano. Lo hemos entregado todo. S, lo entregamos por unanimidad, pues cualquiera se atreve a opinar por su cuenta en las reuniones. Cualquiera no levanta la mano en seal de asentimiento... No escuchar; prostiji liudif (gente sencilla) dijo a Zecke el oficial que le acompaaba. No tiene importancia. S; los rusos son as dijo el comandante. Los rusos siempre protestan, pero piensan lo contrario de lo que dicen. Dime, hijito, cmo quieres que vivamos sin pan? Qu ocurrir? Qu piensan los que mandan? Comenz a anochecer sobre los campos. Una esculida luz se encendi en el vagn. Rostros desdibujados, labios hinchados, viejas botas de campaa. Una densa atmsfera. Olor a gente apiada, a sopa de coles, a mazorca. Las ruedas rodaban, se detenan, volvan a rodar, volvan a detenerse y rodaban de nuevo. K'Berln, dormoi, a casa... Quin lo hubiera dicho! Zecke se diriga a Berln como un capitn de barco que llevara rdenes selladas en su bolsillo. Y Zecke no poda imaginarse lo que le aguardaba en Berln. Un pasajero no dejaba de toser en el vagn. Pareca como si estuviera agonizando. La campesina se despert: "Ah, Dios mo, qu vida ms perra!" No te quejes ms, Babka; t no puedes comprender lo que ocurre. Antes tenamos cerdos en otoo y en otoo hacamos la matanza. Aqullos s que eran buenos tiempos. Ah, entonces todava cantaban los pjaros! Djalos estar... Zecke se durmi. Cuando despert ya era de da. Un sargento que haba subido al tren la tarde anterior y que por lo visto tambin iba a casa, haba calentado agua y estaba preparando un t. Era un sargento de Sanidad que haba cado prisionero cuando los ltimos combates de Berln. Era el sargento Wustmann, que en las listas especiales figuraba, no como hijo, sino como hermano de un poltico socialdemcrata que ocupaba un puesto en el departamento cultural de la zona de ocupacin sovitica. Llegaron a Mosc. Salieron de la estacin, atravesaron la ciudad y fueron a otra estacin, de donde partan los trenes hacia el Oeste. Tras un da y una noche de viaje llegaron a Brest, donde llova a cntaros. Pero Brest no era una puerta abierta al mundo y tampoco era un puesto de 324

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frontera en el que tuvieran lugar las formalidades de rigor y estuviera uno obligado a detenerse algunas horas o quiz incluso todo un da. No; lo que all les aguardaba era otro campo de concentracin rodeado de alambradas, con torres de vigilancia, con oscuros barracones de madera, con un comandante, con un peridico mural, con un barracn en el que los recin llegados eran puestos en cuarentena, con una prisin, con revista a la maana y revista al anochecer, con unas horas de trabajo... Una vida sin horizontes. Tras haber llenado los impresos de rigor y haber pasado por el bao y el despiojamiento, al ser instalado con el sargento Wustmann en un pequeo barracn de madera, se dio cuenta Zecke de la existencia que all le aguardaba. Era una estancia pequea, bastante oscura y muy sucia. La ventana estaba tapada con un papel de peridico. Wustmann fue acompaado a la estancia contigua. La puerta entre ambas habitaciones qued abierta. De dnde vienes? le preguntaron a Wustmann. De la estacin. Nos suponemos que no habrs venido a pie desde la pennsula de Crimea o del lago Ladoga. Sea como fuere, lo importante es que vuelvo a estar metido en la mierda de siempre, y, la verdad, me haba imaginado que... S; tambin nosotros nos imaginamos... En la habitacin de al lado haba dos hombres. Uno estaba sentado sobre la mesa y el otro permaneca medio tumbado sobre su jergn. Eran dos enfermos leves. Los dems hombres se haban ido al trabajo. No se trataba de dos "plenni" rapados al cero, sino de dos viejos comunistas escogidos, dos antiguos antifascistas, de los que en pequeos grupos eran trados a Alemania. Aquella gente proceda de los campos de concentracin del Cucaso, de Murmansk, de Besarabia, de Ukrania y de Siberia. En aquel momento haba all veintiocho hombres, y Wustmann y Zecke se enteraron de que tan pronto fueran ciento quince seran llevados a Alemania. Y t, es decir, vosotros dos, de dnde vens? pregunt Wustmann. Yo vengo de Wolsk; Paul tambin viene de all. Emil Nolte y Paul Loose el sargento Loose, que, al igual que Wustmann, haba cado prisionero en 1945, cuando la lucha final. Qu os ocurre? Por qu habis sido dados de baja? Estamos agotados a causa del largo viaje. Del viaje? Hombre! No todo el mundo aguanta un viaje como ste, sentado sobre los topes. Paul estaba tan agotado que tuvimos que atarle sobre el tope en que viajaba. Y por qu viajabais sobre los topes? Acaso has venido t en un coche cama? Nuestro acompaante se qued con el dinero de los billetes. ramos cinco compaeros, y el tipo se meti el dinero en el bolsillo. Zecke fue llamado a las oficinas del campo, pero no al departamento de recepcin, sino al despacho de la cuarta seccin. All tuvo que hacer otra declaracin sobre su pasado. Luego, una vez terminada la declaracin, el comandante jefe de la oficina le dijo que debera permanecer en el campo 325

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hasta que fuera organizado el prximo transporte. Desde luego, no estaba obligado a ir a trabajar y tambin poda dejar de asistir a las clases de formacin poltica. Se le dara una habitacin para l solo y podra disponer de su tiempo como mejor le pareciera. Al da siguiente se inform Zecke de la vida que se llevaba en aquel campo. Era un campo de trnsito, la mayora de cuyos hombres eran militantes del Partido que, conducidos por viejos comunistas, regresaban a Alemania. Cada maana se organizaban columnas de trabajadores que no regresaban hasta el anochecer. Por lo dems, la vida en aquel lugar era muy parecida a la que se llevaba en los dems campos. Los cocineros se quedaban las mejores tajadas, los encargados de las duchas robaban el jabn y las toallas a los recin llegados, los enfermeros se quedaban con las medicinas de los pacientes y se las vendan luego a la poblacin civil, los viejos militantes mantenan el orden, cazaban lo ms sabroso de la sopa y corran de un lado a otro vestidos de uniforme y calzados con botas altas. Nada de particular: como en todas partes. Un atardecer, como de costumbre, estaba sentado Zecke en la habitacin contigua a la suya. Un tipo delgado explicaba cmo haba sido hecho prisionero. Los nazis le haban metido en un campo de concentracin. Trabajaba cerca de Knigsberg. Un da pudo escapar. Se hizo con un uniforme de soldado de infantera y se pas al ejrcito rojo. "Naturalmente, cre que sera tratado como un prisionero de honor." Aquellas palabras de prisionero de honor desencadenaron una carcajada general, pues cada uno de quienes le escuchaban haba pensado lo mismo y sufrido luego el mismo desengao. No es necesario que contines: sabemos el resto de la historia. Koppmann, sin embargo, prosigui. Hizo un informe acerca del primer campo de concentracin en que estuvo y de la "mortal corrupcin" que reinaba entre los comunistas del mismo. Zecke conoca centenares de historias parecidas a aqulla. Para el "plenni" Koppmann prosigui no haba nunca un trabajo fcil y nunca, al repartirse el pan, consigui una punta de la barra. Aquella gente quera acabar conmigo. Un da, sin embargo, lleg una comisin procedente de Mosc, y yo me dije que aquella era mi ocasin. Hice todo cuanto pude para llamar la atencin de la comisin. Al declarar cont mis antecedentes: lucha antifascista, miembro del Partido, etc. Sal airoso del examen, pues, tal como puede demostrarse, las cuestiones que se me preguntaron las saba yo desde 1942. Y tambin supe contestar qu es lo que ocurra en Buchenwald. Breve: los mandos del campo fueron cambiados. A partir de entonces, fuimos los autnticos militantes. Y los nuevos elementos tambin acabaron por corromperse? S, pero no en seguida, sino al cabo de algn tiempo. Claro: lo que manda son las circunstancias. Lo curioso, sin embargo, es que para unos las circunstancias significan hambre y miseria, mientras que para otros, en cambio, significan botas altas, buenos pantalones y guerreras de primera calidad. Los nazis me tuvieron en un campo de concentracin, y esa cicatriz no me la hicieron en la guerra, sino cuando la lucha de clases en Alemania. Creo, pues, que tengo derecho a llevar unos buenos pantalones, a calzar un par de 326

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botas decentes y a tener un trozo de jabn. No; no es esto. Tu pasado no cuenta respecto a los derechos que ahora puedas tener. T crees? Pero t, por lo que veo, llevas unos esplndidos "breeches", August. Es cierto... Pero los "breeches" han salido de la sastrera de un campo y las botas de la zapatera del mismo sitio. Y todo ello no debo agradecerlo a mi pasado, sino a mi comportamiento en un campo de cinco mil hombres. Sin embargo... El hombre se levant. Su rostro tena ahora una expresin de clera. Todo el mundo call. Qu, August? Meerkatz encendi un cigarrillo y prosigui muy despacio: No se trata aqu de recibir recompensas, sino de sacrificarse. Vivimos en una poca de sacrificio y es posible que... Bueno, ya te lo has pensado bastante, August. Di de una vez lo que tengas que decir. Una sombra pas por el rostro de Meerkatz. Saba que era una hereja, pero no pudo callarse. Quiz hubiera sido mejor regresar aqu con unos pantalones y unos zuecos parecidos a los que llevaba cuando me entregu a los rusos dijo. Sus compaeros se echaron a rer. August Meerkatz con zuecos: aquello s que era una figura sensacional.

EL SARGENTO LOOSE
S; tenas razn: mientras fuiste prisionero de guerra no pudiste hacer nada mejor que leer el manifiesto comunista, el imperialismo de Lenin y la historia de la revolucin rusa dijo al da siguiente el sargento Loose al sanitario Wustmann, cuando los dems se haban marchado al trabajo. No podas haber hecho nada mejor, pues todo eso se ha convertido en un tema mundialmente debatido. Y si quieres adoptar la adecuada posicin histrica del momento (y estoy seguro que as lo deseas) debes conocer esas cuestiones. La adecuada posicin histrica: tambin esos creen haberla adoptado... Lanz una mirada a la puerta tras la que estaba Zecke, de quien haba odo decir que haba pertenecido al comit de generales de Mosc. Tambin esos crean haber adoptado la posicin ms justa y desde su puesto se hartaron de escribir obras de propaganda y de gritar por los altavoces: "Terminad esa guerra criminal!" "Deponed las armas!" "Venid a nosotros!" "Venid para que nosotros...!" No; ser mejor que no hablemos de ello; pero s te digo que quien ha sobrevivido a esa dursima primera etapa puede trabajar hasta el final en la reconstruccin del pas, y bien mirado es

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justo y as debe ser: volveremos a reconstruir lo que hemos estropeado. Pero de noche, cuando oigo silbar mis bronquios, me parece que no todo es como debera ser. En las hojas de propaganda se deca que los prisioneros de guerra seran tratados decorosamente. En nuestras manos est el progreso y la paz, se deca en aquellas hojas, pero ahora resulta que son los coroneles y los generales quienes nos lo recuerdan. Si todo hubiera sucedido como estaba escrito sobre el papel y si todo no se hubiera salido del recto camino! Yo, la verdad, no s a veces dnde est la derecha y dnde la izquierda. Antes, quiero decir antes del ao 1933, la cosa estaba clara: a un lado estaban los explotados y a otro los explotadores. "Dos campos enemigos, dos clases frente a frente", deca Marx, y la cosa era evidente. Y cuando navegabas y no llevabas ms que un saco a la espalda, cuando trabajabas junto a una gra y el dinero que llevabas a casa no te alcanzaba para nada, sabas exactamente a cul de los dos bandos pertenecas. Entonces ingresabas en el Partido Comunista, formabas parte de una clula, participabas en movimientos de agitacin y todo estaba en orden. Formabas en las filas de los explotados y tu ideal era el ideal del siglo. Todo, entonces, era simple. Las cosas comenzaron a complicarse cuando te interesabas por la alta poltica. Pues tu ideal empezaba a tambalearse cuando llegabas al pas donde, segn decan, estaba a punto de ser realizado. Por qu te estar contando todo esto? No; no lo hago para criticar sin ton ni son. Ya s que no piensas esto de m. He pasado una mala noche y t eres una de esas personas con las que se puede hablar. Todos, a veces, nos encontramos decados, pero esto pasa. Qu pensaras t si hubieras llegado desde el Volga cabalgando sobre un tope al que hubieras estado atado con una cuerda (que, al fin y al cabo, no era ms que papel prensado) y durante todo el viaje hubieras estado pensando que de un momento a otro podas caer entre las ruedas? Te aseguro que en tales circunstancias piensa uno en muchas cosas. S; uno acaba entonces por maldecir a su padre, a su madre y al da en que naci y al da en que ingres en el Partido. Pero luego viene lo peor, que es el mareo; entonces dejas de maldecir y acabas por no pensar en nada. Si ladeas la cabeza ves la tierra llana y estirada, de la que ascienden nubes de polvo y humo, que te irritan los ojos y te taponan las narices y que tambin podran ser inmensas olas azules sobre las que te sientes deslizar y que a veces te aprietan el estmago hasta sacar de l lo que no tienes. Y adems vienen luego las palpitaciones, que no has adquirido a causa de haber fumado demasiado, sino que has adquirido en Volsk, cuando picabas piedra de sol a sol. Y en un momento dado la tierra y las olas desaparecen y te quedas sin aire y eres presa de un miedo terrible. De da el cielo est negro y de noche ves en l trazos de fuego. Cuando los frenos chirran y el tren se detiene, el aire deja de silbar, desaparece el peso sobre tu estmago y puedes volver a respirar, y se te ocurre pensar que te llamas Paul Loose y que tu nombre figura en una lista oficial y que en realidad eres un antifascista, un hombre de suerte que pertenece a la clase privilegiada y que todos los dems, cientos de miles de hombres, te envidian profundamente y que sin vacilar traicionaran a su mismo Dios para poder estar en tu lugar. Y t, entonces, te echas a rer, porque no puedes hacer nada ms que eso, y res hasta sentir que te ahogas. Y Emil, que est a tu lado, comprueba el estado de la cuerda y, con sumo cuidado, te pasa su mano por la cabeza y te dice: "Por 328

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Dios, Paul, no pierdas la razn, no vayas a volverte loco; ya vers como todo esto pasa. Vamos a casa. Y en casa, en Magdeburg, est tu Emma, que te aguarda. No hagas que llame a su puerta para decirle: Un saludo de Paul; pero resulta que se cay del tope poco antes de llegar a Magdeburg. En realidad, estaba harto de todo". Y entonces te echas a rer de otro modo y res de una manera natural. Emma ya es otra cosa; Emma es la idea a la que te agarras con todas tus fuerzas, y es que Emma... Bueno, eso ya es harina de otro costal. Y las ruedas se ponen de nuevo en movimiento y tu corazn vuelve a palpitar, y mientras ests atado al tope y te parece tener una piedra de molino suspendida al cuello te dices que Emil tiene razn y que ahora que ests tan cerca de Magdeburg no puedes caerte al suelo. Una vez, cuando iba camino de casa y ya estaba a punto de reunirme con mi Emma, las cosas me salieron mal. Fue cuando la cada de Lbben. Me cogieron en Zossen y tuve que participar en los ltimos combates de Berln. Pero eso ya es otra historia. Mientras ests sobre el tope no tienes ms remedio que pensar en forma dialctica, y la verdad es que no puedes culpar a la gran Unin Sovitica de que un sargento se haya quedado con el dinero del viaje de cinco "plenni", que ahora, por no tener billetes, deben viajar sobre los topes. Y si ese sargento no se ha emborrachado con el dinero, sino que con l ha comprado una olla para su casa, puedes pensar que tambin t has contribuido a la santa causa y has procurado por el engrandecimiento de la Unin Sovitica. Ya ves, amigo, que cada cosa tiene, por lo menos, dos aspectos. Loose fue interrumpido. El coronel Zecke entr en la habitacin y devolvi unos peridicos que le haban prestado. Eran peridicos del Berln Oriental. Al cogerlos Loose y echarlos a un lado, Zecke descubri un ejemplar del Telegraph y un ejemplar del Tagesspiegels. Me gustara leerlos dijo Zecke. Aqu no leemos esos peridicos. Unos muchachos los han trado por puro descuido. Creo que los han trado de la estacin de Brest. Ya se hace usted cargo, coronel. S, claro que s respondi Zecke. Loose le entreg los peridicos, pero le rog que los leyera all mismo. Y Zecke se sent a la mesa, junto a los dos hombres. Paul Loose trajo una cajita de madera, un cuchillo y comenz a tallar la caja. Call durante un rato y luego prosigui: Abedul de Carelia dijo. La madera no la he trado de all, pues no he estado en Carelia. Como sabes, yo he estado en la parte baja del Volga y all no hay madera. No slo no crece madera, sino que tampoco la llevan all. Por lo menos, que yo sepa, no la han llevado all durante los ltimos treinta aos. Ya puedes suponerte el aspecto que en tales circunstancias presentan los techos de las casas, que son de vigas de madera de la poca de los zares. Basta arrojar tu gorra contra los techos de las casas para comprobar que todos estn podridos. Por suerte, dado lo seco del clima, las vigas aguantan mucho, pero al cabo de treinta aos no hay viga que resista. Te digo que en aquella regin no hay madera, ni tan slo encuentras all las cuatro tablas necesarias para la caja que cada uno ha de menester. Y ya no me refiero ahora a los "vojeni plenni", 329

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sino a los campesinos del Volga, que son enterrados sin las cuatro maderas, sin rezos y sin un sacerdote que les acompae a la tumba. En cierta ocasin, al ver cmo enterraban a su vecino sin ninguna clase de ceremonias, me dijo un koljose: "Ya ves: lo llevan a enterrar como si fuese un animal". Y t, entonces, piensas en el sentido de aquella frase. Y te das cuenta que aquel hombre deseara or de nuevo la campanilla de la iglesia que desde hace treinta aos ha dejado de sonar, y te das cuenta de que aquel hombre quisiera volver a or los rezos junto a la tumba y quisiera que alguien le dijera que el alma es inmortal. Un hombre de unos cincuenta aos; una generacin con otras ideas. Una generacin que poco a poco va desapareciendo. Perdone usted, coronel, tambin usted debe tener alrededor de cincuenta aos. S; tengo algo ms que cincuenta aos, y es cierto: mi generacin tiene unas ideas que ahora han dejado de contar. S; pero, qu importa eso? Ahora todo el mundo habla de un modo superficial e incierto. Ahora todo el mundo quiere jabn y cepillo de dientes, un sombrero de panam en la cabeza y una goma de mascar en la boca, y buena comida al medioda y a la noche, ropa limpia, calcetines gruesos en invierno, zapatos ligeros en verano: una idea que todos conocemos... Wustmann saba que estaba en lo cierto. Y Zecke, tambin. Pero ahora estbamos hablando acerca de esta cajita y acerca de la madera de abedul. Pues, como deca, en el bajo Volga no hay madera. Las vallas, que haban sido plantadas en tiempo de Catalina II, hace tiempo que han desaparecido. Las casas de los Kulaks estn fras. Pero la culpa no es, como dicen los enemigos de la clase obrera, del Rgimen; los culpables son las gentes que no quieren conformarse con la falta de madera y no saben adaptarse a las condiciones de la Naturaleza. El Rgimen no pretende compensar las fallas de la Naturaleza. Pero de todos modos puede hacer crecer bosques, e incluso lo ha hecho movilizando al efecto colonias de la NKVD, que replantaron grandes extensiones de terreno. Pero ocurri que en el momento oportuno se vio que faltaban alambradas para protegerlas. La comisin planificadora se haba olvidado de las alambradas, por lo cual fue mandada a un campo de concentracin y fusilada. As, pues, tambin hay que hablar de los imbciles. Como es natural, en invierno llegaron los conejos y se comieron los arbolillos recin plantados. Se lleg a la conclusin de que lo mejor era continuar haciendo lo que hasta entonces se haba hecho, es decir, aprovechar la corriente del ro para el traslado de la madera. En este sentido, el Rgimen hace lo que puede: de una manera metdica, empleando tanta inteligencia como plvora, ha exterminado grandes masas de enemigos del pueblo. Hay que convenir, sin embargo, que acerca de todo ello se tiene una idea muy equivocada, pues los enemigos del pueblo crecen en todas partes como los hierbajos en el monte, e incluso se encuentran en el ministerio encargado del transporte fluvial; esos son los que impiden que la madera, tan abundante en los bosques del Norte, llegue al Sur, donde la tierra est pelada. Existe otra variante de enemigos del pueblo, gracias a la cual, es decir, a sus manejos, no slo existe esa enorme escasez de madera a que antes me refera, sino que la inexistencia de cerillas parece ser una de las directrices del Partido; y esa gente es la que hace talar hasta el ltimo rbol de los bosques del Norte, que son una 330

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bendicin de Dios (ellos no los consideran del pueblo, sino una ddiva de Dios), y exportan la madera a cambio de oro, y mientras tanto el cristiano del Sur vive en casas de techo podrido, y no tiene las cuatro tablas de que antes hablbamos y mira las cerillas de madera como si fueran objetos raros. Bueno; ahora ya sabes de qu clase de madera es esa cajita: un trozo de abedul de Carelia, spero como nuestro aliso, que sin que nadie le guiara, gozando de una anrquica libertad, baj un da por las aguas del Volga y fue a parar precisamente a mis manos. Y yo hice de l esta cajita para mi Emma. Wustmann y Zecke, que desde haca un rato haba dejado de leer en los peridicos, comprendieron lo que Loose acababa de explicarles, pues tenan una idea acerca del problema maderero de Rusia. Zecke comprendi adems que el sargento Loose haba exagerado algunas cosas, pero que en general haba dicho lo que poco ms o menos tena preparado, aunque a travs de su relato se descubran cosas que quera guardar en silencio. Zecke saba que cuando un "plenni" trabaja cerca del Volga y parte piedras para la produccin de cemento no tiene ninguna oportunidad de andar libre de un puesto a otro, ni de sentarse tranquilamente a la orilla del ro, a no ser que est agonizando o que haya recibido una pedrada en la cabeza. El sargento Loose, sin embargo, por lo que se desprenda de su relato, haba estado sentado tranquilamente junto a las aguas del Volga, contemplando la orilla de enfrente, donde desde los tiempos de Catalina II hasta ayer mismo haban vivido unos ochocientos mil alemanes, que luego haban desaparecido misteriosamente, al ser condenados a trabajos forzados en la tala de los grandes bosques del Norte, donde, con sus mujeres e hijos, fueron muriendo poco a poco. Y Loose estaba, sin embargo, sentado junto al agua, mirando el desierto paisaje, pensando en el ir y venir de los pueblos, en las guerras y revoluciones y en ciertas medidas administrativas dictadas por las autoridades soviticas. Y mientras estaba embargado en tales pensamientos, la corriente del ro procedente del Norte le trajo una ddiva: aquel trozo de abedul. Y cuando un hombre corriente viaja sobre un tope, aguanta un rato y luego se busca un rincn en la garita del guardafrenos o en el furgn del carbn, y si todos los puestos estn ocupados y no le queda ms remedio que permanecer sobre el tope llega un momento en que se cae de l, se rompe la cabeza y asunto acabado. Loose, empero, aguanta ocho das sobre el tope, al que est atado con una cuerda de papel, y habla por los codos y llega luego a Brest, donde te cuenta una bonita historia, y cuando entras en su habitacin lo encuentras con un cuchillo en la mano y con l talla una hermosa historia acerca de su cajita de abedul. Y aquella madera sobre la que tantas horas se haban movido las manos de Loose, quien abstrado en sus pensamientos la haba ido cubriendo de jeroglficos, se haba convertido en un objeto extrao y curiossimo. En realidad, el gran problema de entonces eran los jeroglficos y su interpretacin, y es posible que aquel hombre hubiera cifrado sus experiencias en aquellos signos. Una de aquellas tardes, Meerkatz, Koppmann y un individuo llamado Schwender se sentaron bajo la gran lmpara de petrleo frente al sargento Loose. Los dems hombres estaban tendidos sobre sus colchonetas, fumaban, bostezaban o dorman. Meerkatz, Koppmann y Schwender se haban reunido con Loose para hablar sobre algo referente a la cajita de abedul. Paul Loose, marinero, trabajador portuario, miembro del Partido desde 1928, haba sido un 331

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simple militante sin funcin especfica, por lo que no haba sido perseguido ni encerrado en algn campo de concentracin. Loose haba formado en el ejrcito y combatido desde el principio al final en toda la campaa del Este, participando en las retiradas del Donetz al Dnieper y del Vstula al Oder, y siendo hecho prisionero cuando el desastre final. Max Schwender quera una exacta explicacin de todo y se esforzaba en tratar el asunto como si estuvieran en una reunin del Partido. "Ya que la historia ha sido puesta sobre el tapete indic, creo que es a Loose a quien corresponde aclarar las cosas. Antiguo miembro del Partido y sargento, l es quien debe tomar la palabra." Se trataba de un sangriento episodio de la guerra y se pretenda dilucidar si cuando el encuentro con unas unidades del Ejrcito Rojo las cosas haban sucedido conforme al espritu del Partido o haban sido la expresin de la "lucha de clases". Schwender cogi la cajita de abedul y, al ver la mirada de reproche que le lanz Wustmann, la volvi a dejar sobre la mesa. Djalo estar dijo Meerkatz; al fin y al cabo no ha sido l quien ha suscitado la cuestin. Adems, en todo caso, podemos dejar las cosas tal como estn. Meerkatz no tena demasiado inters en aquella reunin, en la que se imitaban los procedimientos del Partido. Aquellas parodias solan acabar mal, y todos estaban excesivamente enfangados y los hilos de los que pendan en aquel campo eran demasiado delgados para comprometerse en algo. Digo que Loose es quien debe tomar la palabra repiti Schwender. Bien, como queris, pero yo quisiera que nuestra conversacin tuviera el tono de una charla entre camaradas. Schwender volvi a coger la cajita, a la que dio vueltas entre sus manos y contempl las diferentes escenas talladas en cada uno de sus recuadros. Un recuadro el que Loose haba dejado para cuando su regreso a Magdeburg haba quedado sin tallar. Y cuando Loose se quedaba contemplando aquel espacio en el que el cuchillo no haba hecho ninguna incisin, cuando Loose se hunda en aquel vaco le pareca ver lo que en l haba de figurar...: un rostro; pero no un rostro cualquiera, pues eso apenas si expresaba algo. Se trataba de un rostro determinado, entraablemente unido a l, siempre esperado. "Las velas bien tirantes, suspendido sobre misteriosas profundidades, llegars, etctera." Aquello era lo que tena que expresar. "Ha llegado la hora; estad preparados!" Y esto tambin, y otras cosas adems. Naufragio y salvacin; una apoteosis. "Ha llegado la hora! Estad preparados para la travesa! O-eh!" Aquello era lo que deba expresar en aquella pequea superficie lisa. Pero quiz nicamente se limitara a fijar all una exclamacin: O-eh!, y en aquel grito deba quedar todo resumido. Pero aquel estpido, aquel cochero (aunque, bien mirado, un cochero tambin es un trabajador transportista), tena la cajita entre sus manos y trataba de imponer all la disciplina del Partido. "Aparta tus manos de esta caja; esto es algo "privado"; no tienes por qu meterte en este asunto!" S, ya saba que el procedimiento administrativo, una vez puesto en movimiento, no se detena ante nada, ni ante la vida de uno mismo. Al ser despertado por las maanas lo cual sola ocurrir hacia las cuatro de la maana si no te levantas inmediatamente, te vuelcan las tablas del camastro. "Y t qu haces? Querida Emma: hubiera sido muy hermoso, pero tena que 332

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suceder as. Mi conciencia del Partido se ha convertido en algo muy hondo. Aqu, en manos de los dirigentes, estoy perfectamente bien y esto debe servirte de consuelo." Eso es lo que dices y no aquello de "My home is my castle", pues si tal dijeras seras un propietario de una antigua casa, seras alguien que gozara de caducados privilegios. En una palabra: seras un fsil. Y eso s que no lo eres. No, no lo eres, porque no tienes nada que ver con viejas heredades de casas y privilegios, ni con los fosilizados restos de una sociedad entontecida cuyos miembros no te llegan a la altura del zapato. Y como miembro consciente de una determinada clase social tambin te dices que eres un simple afiliado, sin ninguna funcin especfica en el Partido. Y si al Max al Max Schwender, de Berln-Rummelsburg se le ocurre preguntarte acerca del significado del recuadro vaco de la cajita, tal como corresponde a un disciplinado miembro del Partido, ests obligado a hacerle saber tu secreto y a contarle todo, desde "La travesa por mar" y "Olas, estrellas y cielo", hasta "Las velas tirantes" y "Yo he surcado lejanos mares". Ests obligado a contarle todo, pero lo de Emma, no; eso tiene que quedar aparte, sin que nadie lo roce, pues a nadie importa nada. Schwender contempl el recuadro vaco de la cajita y luego se la alarg a Koppmann, quien despus de haberle echado una rpida mirada la devolvi a Schwender. Vosotros tambin opinis as, no es verdad? pregunt Schwender. S, los otros dos tambin opinaban como l. Y Schwender aadi: La cosa, pues, no tiene importancia. Stop! grit Loose. Eso pasa de la raya! Al contrario, la cosa puede tener una gran importancia! Ahora todava no hay nada. Pero luego se har. Qu es lo que se har? Muchas cosas... En casa, una silla, una mesa, una cama... S, mucho es... Entonces, todo queda cifrado en una exclamacin: O-eh! Schwender se pas la mano por la cabeza, mir la cajita, ech una mirada a Loose, mir a los dems y contempl de nuevo la cajita. Meerkatz se encogi de hombros. Koppmann dijo: As quieres grabar aqu la palabra O-eh? S. Qu opinis vosotros? pregunt Schwender. Un marinero, trabajador transportista y dems dijo Koppmann; la verdad: eso huele mal. Es posible que un trabajador transportista no procediera as, pero un marinero ya es otra cosa dijo Meerkatz. Bueno, si t quieres, August, puedes seguir adelante. Nmero dos; pero no creo que entienda nada de eso dijo Schwender al tiempo que alargaba la caja a Koppmann. Koppmann movi la cabeza. Meerkatz dijo: Bien, un marinero. Por dnde has viajado, Paul? Lneas de Levante. Hansa de Bremen. Cargamento de pltanos. De Valparaso a Adelaida; luego las islas de los Cocos, mar de Timor... Entonces no me faltaba ni un solo cabello en la cabeza. Mar de Timor! exclam Koppmann. Bueno, las cosas pueden 333

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complicarse. Quin es el que ha comenzado con todo eso! prosigui, y ech una mirada de enfado a Wustmann. Deja en paz a Wustmann dijo Loose. Wustmann todava no ha dado un paso fuera del recto camino del Partido. Ahora es repatriado por ser hijo y hermano de un dirigente del Partido Socialista Alemn. Ha odo hablar poco de Marx y Engels; en todo caso, menos, desde luego, que acerca de Carlos I. En el campo estuvo estudiando la interminable serie de locuras que se han cometido desde el "viejo Fritz" hasta nuestro Adolfo; se hizo un pequeo lo y yo le ayud a poner sus ideas en orden. Eso no tiene nada que ver con lo que ahora estamos tratando! Pues, s; tiene mucho que ver. Adems, ya no debe decirse "viejo Fritz", que suena de un modo excesivamente familiar, sino Federico II. Eso ya deberas saberlo. Debo decirte que no ests en la lnea justa y que te inclinas demasiado a la izquierda. La lnea justa es ser patriota y nacional. Ya vers como Wustmann y el coronel de ah al lado te dicen lo mismo. No bromees! Pues no bromeo; hablo absolutamente en serio. Puedes pensar en "internacional", pero debes argumentar en "nacional". Dejad esas tonteras! No son tonteras; son cosas muy serias. Es esta una leccin que todava debes aprender dijo Meerkatz. Pero, prosigamos con la maldita cajita. Hay que ver qu libreta de apuntes te has fabricado! Nadie podr descifrar el significado de las hendiduras y cortes que ah has hecho! Crees que has hecho una obra de arte? Arte o no arte, es cosa que ahora no nos interesa. Pues tampoco nos interesa lo concerniente al recuadro vaco, ni lo que hay en los otros recuadros. En mi opinin, lo que nos interesa es otra cosa. Qu es ello, Paul? Habis comenzado por el final, es decir, por el nmero seis, que est vaco y en el que pondremos O-eh!; esto ya lo sabis. S, ya lo sabemos. El nmero cinco se titula "Caballo de fuego", y representa la marcha hasta aqu. S, ya comprendemos. El nmero cuatro se titula "Ciento veintisis por ciento", y representa el campamento del cemento. Fijaos en esto, en esta lnea: significa el nivel de vida de un sin trabajo normal, que disfruta de las comodidades corrientes, es decir, en cuya casa tiene water, papel higinico y dems, y este grumo de aqu abajo somos nosotros, un veintisis por ciento bajo la raya. Puede pasar; tambin lo comprendemos. El nmero tres se titula "Kaputt", y significa el primer campo de concentracin. S, se reconoce muy bien. Mira, Max dijo Koppmann, volvindose hacia Schwender, la raya larga es un individuo, y las dos cortas son dos individuos ms. Y estos dos llevan a este otro cogido por la cabeza y los pies. Sabemos de qu va. Esta escena la hemos presenciado muchas veces. S, este fue nuestro primer campo de concentracin. 334

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Bueno, contina. Qu significa el nmero dos? El nmero dos se titula: "Coche de nio volcado". La escena ocurri en Lbben; en la carretera que va de Lbben hacia el Oeste. Ocurri en el mes de mayo, cuando la poca de los esprragos, yo pens que... Piensas demasiado, y esto es todo lo que hasta ahora tengo que decirte acerca de tu cajita de abedul. Esprragos y cochecillos de nio: todo esto no tiene ninguna importancia y adems no tiene nada que ver con lo que estamos tratando. Yo ya dije que no era necesario hablar de todas esas tonteras, pero ahora que ya ha empezado, dejad que termine. Bueno; pero ves al grano y habla con sentido crtico. Hablando con sentido crtico, debo deciros que en realidad no quera caer prisionero. Antes, cuando estaba en los pantanos de Pinsk, s que quera pasarme y llegar a la patria socialista. Pero luego, cuando el encuentro de Holunderbusch, se me pasaron las ganas y ni diez caballos hubiesen conseguido arrastrarme hacia all. Y en Lbben me ocurri otro tanto: lo importante era pasar el Elba, aunque por el camino tuviera uno que dejarse una pierna o perder medio trasero. Y una vez en la otra orilla, aunque me hubiera quedado sin cabeza, no me habra detenido, pues lo nico que quera era huir de los rusos. A decir verdad, hay que confesar que estaba tan loco como los dems. A pesar de encontrarme cerca de Magdeburg, llegu a olvidarme de la ciudad. All estbamos, y la orden era: irrumpir hacia el Oeste. Haba all gentes de todas partes y condiciones, de Prusia Oriental, de Schwerin y de Pomerania, y familias con carros, bicicletas y coches de nios cargados con maletas y paquetes. Una mujer se tiende en la cuneta y tiene una criatura. Ruido de tanques. Un coche de nio que vuelca: cacerolas, camas y paquetes, todo rueda por el suelo. La parturienta grita: "Ayudadme!" Pero nadie tiene tiempo para detenerse y todo el mundo pasa de largo. Y nosotros nos quedamos all, parapetados tras un caballo muerto, un coche de nio y un montn de maletas, y disparamos. Y junto a nosotros hay unas mujeres. Desde haca unos das que no se separaban de nosotras. Nos levantamos, vemos que nos disparan de todas partes y nos volvemos a echar al suelo. A las mujeres no se les ocurre tumbarse. Las mujeres corren con los cabellos revueltos al aire y de vez en cuando, sin detenerse, se vuelven hacia nosotros y nos miran. Y una nos grita: "Os habis vuelto cobardes?" Pero nosotros nos volvemos a levantar y echamos a correr de nuevo. Nos disparan y luego, con palas y palos, nos golpean y all estuvimos hasta el anochecer... All estuvimos hasta el anochecer... Aquello era lo que efectivamente haba ocurrido en Lbben. Luego, empero, l se haba escabullido y en la carretera 96 fue atrapado de nuevo. En el canal de Teltow haba visto volar un puente por los aires. Luego haba servido de ametrallador en un coche en el que iba el comandante Hasse, del que finalmente se deshizo para volver a ser detenido al poco rato. Luego haba estado en el bunker ms hondo de Berln... Pero acerca de todo aquello no poda hablar y dio un rodeo en su narracin. Qu le ocurra a Loose? Le faltaban las palabras. Se pas el dorso de la mano por la frente, y al mirrsela luego vio que estaba empapada de sudor. 335

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All estuvimos hasta el anochecer dijo, y call todo lo referente a su visita al bunker ms hondo de Berln, y su maniobra de meterse en una columna de prisioneros que atravesaba la Wilhelmstrasse, y tampoco dijo que el primer sitio donde se congregaron los prisioneros de guerra fue en el Gendarmenmarkt, y luego, durante la noche, marchamos en direccin a Knigswusterhausen. Aquello volva a ser cierto. El campamento estaba junto a las canteras de cal de Rdersdorf... Bueno, ya sabis: toda la Wehrmacht estaba all, y no slo la Wehrmacht, sino muchas mujeres, miembros de las Juventudes hitlerianas, enfermeras, profesores universitarios, taberneros, almirantes retirados: toda Alemania estaba all hambrienta y sedienta, aguardando a ser transportada. Y cada uno de los que estbamos all pensbamos que ya nada peor nos poda ocurrir. "Un da lleg un tren de carga. El tren constaba de ciento veinte vagones. Montamos en l. No os podis imaginar la carga de aquellos ciento veinte vagones. Yo creo que, al igual que una persona poco consciente de su condicin, hasta el propio Carlos Marx hubiese dicho: "Que Dios les perdone". nicamente os dir que las puertas de los vagones fueron cerradas en Knigswusterhausen y no volvieron a ser abiertas hasta catorce das despus, cuando nos encontrbamos muy adentro de Rusia. Los que pudimos nos arrastramos hacia la luz. Muchos, empero, haban quedado inmviles y nosotros tuvimos que sacar fuerzas de flaqueza para descargarlos. El comandante del campo lleg, ech una mirada sobre nuestro pequeo grupo y se fij en el montn de cadveres que haba junto a cada vagn. Y sabis lo que hizo? Mand detener al jefe de la expedicin. Luego, hablndonos en alemn, nos rog que disculpramos las malas condiciones en que habamos hecho el viaje. Y a m, que ni el hambre, ni la sed, ni el haber estado medio desnudos entre nuestros propios excrementos, ni el que el jefe de la expedicin fuera detenido (en Knigswusterhausen nos haba dicho: ya veris lo que hago con vosotros!), me haba hecho llorar, al or las disculpas del comandante y ver de qu manera relampagueaban sus ojos, se me saltaron las lgrimas. Aquel comandante hizo todo lo posible para rehacernos. Se pasaba el da yendo de un barracn a otro e interesndose por cada uno de nosotros. Como os digo, incluso dndonos de comer l mismo hizo cuanto pudo por rehacernos. Luego trabajamos en una fundicin de acero. Trabajbamos sin trajes ni guantes apropiados, hasta caer agotados. Haba dos turnos: uno de da y otro de noche. Por muy fuerte que fueras, en quince das estabas listo para ser enterrado. Pero ese es otro captulo. Eso pertenece al captulo de las reparaciones... No creo que hayamos llegado tan lejos como para cargar nuestros muertos a cuenta de los rusos. Era un hombre que acababa de incorporarse en su camastro y que de pronto se meti en la conversacin. Nadie lo hace, y Paul no puede contarnos que en Knigswusterhausen mont en un tren de lujo, emprendi un viaje de turismo y que al llegar a Siberia llev una existencia regalada. Todos sabemos que un campo de concentracin no es precisamente una guardera infantil. Nos basta con saber lo que a nosotros concierne, es decir, provocacin de guerra, campos de concentracin, fusilamientos de judos... Ah tenis una 336

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larga lista de hechos sobre los que hablar. S, es cierto; pero Paul dice... Paul no tiene nada que decir! August Meerkatz se volvi hacia aquel tipo y le dijo: Oye, Atze: no acabas de decir que en vuestro campo de concentracin de Siberia las mujeres prusianas moran como moscas? Si Paul ha realizado un viaje como el que acaba de contar, ahora no ha hecho ms que hablar acerca de un suceso real, y eso no puede molestar a nadie. Si hubiera callado, significara que, en el fondo, estaba de acuerdo con el jefe de la expedicin. Yo creo que nicamente podemos estar conformes con el comandante del campo, que hizo detener al jefe de la expedicin. Ahora volvemos a Alemania... S; pero con estas habladuras es posible que nos quedemos a mitad de camino. Eso es lo que te preocupa. Soy un antiguo militante del Partido Socialista alemn y abogo en favor de la fusin de los dos Partidos, por eso me pusieron en la lista de los repatriados, y ahora no quiero echarlo todo a perder a causa de esas estpidas conversaciones. Entonces ser muy conveniente que distingas entre lo que es un principio y una casualidad. Nosotros vamos ahora a Alemania y cuando nos pregunten (pues quin duda que la madre preguntar al hijo, y el hermano al hermano y la mujer al esposo), qu hemos de contestar? Que no sabemos nada? Que no hemos visto nada? Acaso podemos taparnos los odos? No, eso es imposible. La pregunta quedar formulada a pesar de tener nosotros taponados los odos y el corazn, y si no la sabemos contestar, nada sabremos responder en Alemania. No, no, nosotros sabemos y hemos visto; hemos visto cosas inhumanas. En el pas donde el hombre ha sido explotado por el hombre, no puede hablarse de nada inhumano. No hace falta que nos lo digas a nosotros; pero cuntale eso a las mujeres de Berln y del Ruhr y hars un triste favor a tu causa. No por combatir una cosa la hars desaparecer. Nosotros queremos establecer la realidad que se oculta tras todas las apariencias. Si alguien dice "las mujeres prusianas moran como moscas", debo suponer que eso ocurra de verdad. Nuestra gente se muere en las minas de carbn y en las serreras y en el Moor. Pero en medio de toda aquella catstrofe haba que tener la conviccin de que por encima de tanta calamidad haba una mano ordenadora. Aquella mano estaba a veces muy lejos de nosotros y nosotros sabamos que sus rdenes no siempre eran cumplidas y otras eran mal interpretadas. En todas partes hay almas nobles, y tambin las haba all. All haba la hermana Chura, que robaba las gasas y el algodn; pero tambin estaban las hermanas Tania y Sonia, a las que en una noche vi yo sacar veintids cadveres del hospital y vi vaciar ochenta cubos llenos de excrementos de enfermos atacados del tifus, a quienes poco antes, a falta de toallas, haban lavado con sus propias manos. All haba el jefe de la expedicin, de quien acabamos de hablar, pero tambin haba el comandante, que hizo todo lo posible para rehacernos y que incluso, como se ha dicho, a los ms graves les meta la comida en la boca. Y otro ejemplo, todava. S, quiero controslo. He aqu que, camino del despiojamiento, un hombre cae al suelo, 337

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entre la porquera. Yo s que aquel hombre no slo ha cado a causa de la debilidad, yo s que no slo ha cado a causa del hambre, yo s que aquel hombre le est abandonando la esperanza y se siente absolutamente solo y no tiene a nadie con quien hablar; yo s que aquel hombre desfallece a causa de la necesidad que siente de encontrar un aliento amigo. Un puetazo en el rostro hubiera significado algo humano para l. Y all estaban unos campesinos rusos, y si no pensara conforme a los principios marxistas, os dira que en las almas de aquellas gentes brillaba una luz. Vieron al hombre cado y se acercaron a l y le dijeron nitchevo... No importa, no importa, hijito, dijeron al tiempo que volvan a levantar al cado. As era aquello. Hemos tenido muchos encuentros como se y estas experiencias nos ayudarn a contestar cuando se nos hagan preguntas acerca de nuestro pasado. No hay que rehuir las preguntas porque ellas tratan de llegar al fundamento de las cosas, y por esto, por una cuestin de principios, estamos nosotros obligados a responder. Meerkatz se interrumpi. La puerta se abri. Entr uno de los responsables del campo. Le acompaaba uno de sus ayudantes. He visto que todava tenais la luz encendida. Ech una mirada a su alrededor. Slo cuatro colchonetas estaban desocupadas. Y cuatro eran los hombres sentados alrededor de la mesa. De eso se percat al momento. Valientes muchachos, qu hacis ah sentados? Qu es eso que tenis sobre la mesa? Es una cajita de rape. Ya lo ves. Me parece un poco grande... Al ver la luz encendida me imagin que algo ocurra. Ech una mirada a la cajita y a Loose y se march. A ver si terminis con vuestras habladuras dijo alguien detrs de ellos. No importa la manera como uno llega a ver las cosas claras dijo Meerkatz. Cada cual lo hace a su manera y Loose lo ha conseguido con un cuchillo y un trozo de madera sobre el que ha tallado "caballo de fuego", "ciento veintisis por ciento", "Kaputt" y "cochecillo de nio". Y ya que Loose nos ha explicado todo hasta el nmero dos, bien podemos or lo referente al nmero uno. S, falta el nmero uno. Al fin y al cabo, para eso nos hemos reunido. Estoy por decir que hasta ahora no hemos hecho ms que desviarnos de la cuestin principal. Paul no necesita, ni siquiera desviarse, ni pretende desviar a nadie. Otro que se mete? dijo Schwender al tiempo que se giraba y miraba hacia Nolte, que se haba incorporado sobre su jergn. Lo que al principio haba sido una manifestacin del espritu de clase estaba a punto de convertirse en una charla de carcter general. Hubiramos debido pasar la velada jugando a cartas. S, hubiera sido mejor. Bueno, bueno; a ver, Paul, comienza con el nmero uno. Como os deca, empec a tener horror a los rusos en los pantanos de Pinsk, en la regin de Olevsk y Slavetchno. El nmero uno se titula el "crac". Apenas si se puede reconocer aqu, sobre la madera. He dicho que comenc a sentir horror. 338

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Nada de parcialidades opin Meerkatz. De acuerdo. Pues, cuenta. Los pantanos de Pinsk. Retirada. El frente del centro haba sido roto. Pero apenas nos hubimos metido en las nuevas trincheras, cuando nuestro jefe, que ya haba ideado nuevos planes, quiso volver a atacar hacia el Este. As, pues, se acerca a nosotros eso ocurri en Olevsk y nos dice: "Voluntarios para una patrulla". Yo pienso que por fin ha llegado mi hora. Y me ofrezco como voluntario. A la maana siguiente todava era completamente oscuro salimos de nuestras trincheras. Vamos en direccin a Slavetchno. Yo, en mi calidad de suboficial, llevo el mando. La direccin me importaba un pepino: me era indiferente ir hacia Gomel, hacia Vitebsk o hacia Mosc. A Ivn pensaba yo lo encontrars de todos modos y ya te sabrs salir de las dificultades propias del primer momento. Luego todo habr acabado: te desmovilizarn y, por fin, estars en tu gran patria. Avanzamos entre la niebla. A veces omos el glogl del agua y otras tropezamos con un rbol solitario, cuyas ramas se levantan hacia el cielo como si se estuviera hundiendo y pidiera auxilio. Cumplimos con lo ordenado y consideramos aquel rbol como una posible posicin. Luego digo a mis hombres, que eran cinco: "Bueno, ahora marchmonos". Emprendimos el camino de regreso. El paisaje est desierto. Lo mejor hubiera sido encontrar un sitio donde escondernos y aguardar la noche. Pero all no hay nada. Descansamos un rato. Al levantarnos, digo: "Maldita sea! Me he torcido el pie". Y los otros, como es natural, me creen sin dudar. "No os preocupis les digo. Puedo andar. Ir despacio." Y, cojeando, echo a andar. Los otros van treinta o cuarenta pasos delante de m. Comienza a salir el sol y el cielo se tie de rojo. No hay all un bosquecillo, ni siquiera unos arbustos. De pronto, veo unas matas. Ah!, pienso, esta es mi ocasin. Y me escondo. Y he aqu que se presenta Ivn. Ante los otros, como surgidos del suelo, aparecen seis u ocho individuos. Mis hombres se quedan atnitos. Suena un disparo. Los rusos, bien apretadas las armas contra el pecho, se acercan. Unos esgrimen las culatas de sus fusiles. A los mos no les queda ms remedio que levantar los brazos. Y as lo hacen, pero no todos, desde luego. El pequeo hamburgus, un tipo realmente notable que sabe algo de ruso, levanta las manos y grita: "Stalin, sdrasdvuitie!". Y luego, en seguida, vuelve a gritar: "Vochd sdrasdvuitie!". Otro, a su vez, grita: "Viva Mosc!". Pero el de sdrasdvuitie recibe un tremendo culatazo en la cabeza. Y al que acaba de gritar "Viva Mosc!" le hunden la cara, entre los ojos, con una pala. Estalla una granada de mano. Los rusos tambin reciben lo suyo, pero como son ms no tardan en imponerse. El hamburgus queda tumbado boca arriba. A su lado est el estudiante de Leipzig. Y yo, desde mi escondrijo, presencio toda la escena. Los rusos "acaban" con los cados. Uno a uno les hunden las palas en el cuello. Y yo sin moverme tras los arbustos. Yo, que tengo conciencia de clase, que estaba a punto de pasarme... Los otros ya han terminado. Antes de marcharse registran a los muertos. En estos casos siempre puede uno quedarse con algn reloj o un par de botas. Pero, de pronto, yo comienzo a disparar mi fusil ametrallador. No s, en realidad, lo que hago. Dejo de disparar y arrojo unas bombas de mano. Vuelvo a darle al fusil ametrallador. Cae un ruso. Otro trata de escapar, pero tambin cae. Un tercero logra escabullirse. Yo disparo 339

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sin cesar, con rabia. Ellos abren fuego contra m. Las balas me llegan por los costados y por detrs. Pero yo logro abrirme paso. Y, por fin, me uno a los mos. Y pensar que haba querido pasarme, que haba querido ir a la gran patria! Y entonces, al pensar en eso, sent un ntimo, profundo "crac", como si algo se me hubiera roto... Un "crac"? S... murmur Koppmann. Hum! rezong Schwender. Meerkatz ech una mirada a Schwender y a Koppmann y descubri una sonrisa en los ojos de sus compaeros. Aquellos hombres haban sido demasiado zarandeados por la realidad, estaban demasiado cerca del sudor y de la porquera para poder dirimir la cuestin que all se acababa de plantear. Meerkatz saba la respuesta que, en teora, corresponda a aquel caso y no le costaba ningn esfuerzo imaginarse un colegio diferente al que ellos formaban en aquel momento. Una autntica troika como la de Mosc y como la que ahora funcionaba en Berln. Poda imaginarse a aquellos otros tres hombres y saba que la respuesta hubiese sido: "hubieras tenido que levantar las manos". Y probablemente Loose hubiera respondido: "Aunque solamente lo hubiera hecho para salvar el pellejo?". A lo que se le hubiera respondido: "Naturalmente, para conservar tu pellejo". Meerkatz se imaginaba or aquella respuesta e incluso le pareca orla pronunciada en dialecto sajn. Bueno, Schwender, Koppmann dijo al ver que sus dos compaeros guardaban silencio. Dinos lo que piensas, Koppmann dijo Schwender. Es difcil... Consideradas las cosas de una manera seria, es difcil decir lo que Loose hubiera debido hacer. Lo mejor ser que dejemos el asunto como est dijo Meerkatz. Meerkatz no quera profundizar ms. Y en realidad todo aquello no poda pasar de una vaga discusin terica. A veces uno siente como un "crac" interior dijo, y con aquellas palabras pareci dar por terminado el asunto. Los otros se enteraron de que Loose, tras haberse incorporado a su unidad, fue ascendido y recompensado con la cruz de hierro. Se ha hecho tarde y maana por la maana debemos ir a la estacin. S; lo mejor ser que nos echemos a descansar.

EL EXPERIMENTO ZECKE
Alemanes, hngaros, austracos, italianos... miles de hombres procedentes del campo de concentracin central, y otros miles procedentes de otros lugares, llegaban cada maana formados en largas columnas, a los diferentes lugares de trabajo. All haba grandes solares, depsitos de arena gruesa y tejares. En

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algunas partes se trabajaba segn mtodos primitivos: con el barro, las tejas eran hechas a mano y luego se ponan a secar al sol. Grupos de "plenni" rapados al cero trabajaban junto a los depsitos de barro, a los montones de piedra y arena, a las bocas de los hornos, a las mquinas de moler cemento, a las rampas de carga y a los camiones. Una gran multitud de prisioneros y numerosas brigadas de hombres procedentes de los campos de concentracin de trnsito, trabajaban en los alrededores de la estacin, donde terminaba la ancha va rusa y comenzaba la ms estrecha va occidental. Cuando la poca del pacto germano-sovitico, la estacin de Brest-Litovsk haba sido el lugar por el que Rusia enviaba a Alemania azcar, trigo, nafta y mantequilla. En 1945, tras el desastre alemn, la estacin de Brest-Litovsk volvi a tener extraordinaria importancia, pues por ella se efectuaban los mayores transportes hacia el Este. Los trenes de las "reparaciones" se daban cita all, donde convergan ms de cien vas, y con gran estrpito de frenos se detenan en un andn. Brigadas de prisioneros de guerra alemanes y de trabajadores rusos cargaban y descargaban sin cesar aquellos trenes. "Vaaa-aa! Vaaa-aa!" "Los transportes soviticos son los ms adelantados del mundo." "Los trenes de las 'reparaciones' exigen que multipliquemos nuestra capacidad de trabajo." "Hagamos tambin que la batalla de los transportes termine con una completa victoria." August Meerkatz ech una involuntaria mirada a uno de los muchos cartelones de propaganda, pero no se percat de lo que lea. Fue como una mirada al cielo, o sobre el ancho paisaje o al ensordecedor trajn de la estacin. "Vaaa-aa! Vaaa-aa!" Con palos y cuerdas y a los gritos de "Vaaa-aa!" "Cuidado!" y "Listo!", un grupo de trabajadores acababa de descargar una prensa. La prensa estaba en el andn y deba ser colocada sobre un soporte. "Vosotros aguantad por ah y nosotros empujaremos por este lado... No, as no. Cuidado, que se va a caer de lado!... Nitchevo! Vale, vale!... Vaaa-aa!" La mquina, que pesaba ms de media tonelada, se movi y, tal como alguien haba previsto, cay de costado. Se rompieron unas palancas y los mandos de precisin. "Nitchevo, hubiera podido suceder algo peor. Vayamos a por otra." La siguiente era una mquina excavadora y la otra una rotativa. "Propiedad del pueblo", dice en un cartel. Coches con la direccin rota, una prensa con las palancas torcidas, una rotativa medio desmontada, y telares, fresadoras y aparatos elctricos que estaban all sufriendo los rigores de la lluvia, el sol, el polvo y el viento. Meerkatz estaba como ausente de todo aquello. "Trabajas para ti mismo..." Aquellas frases, multiplicadas a travs de potentes altavoces, resonaban en la estacin y no hacan ms que aumentar el desbarajuste que all reinaba. August Meerkatz se encontraba all entre aquel tumulto y no haca ms que pensar en la historia que Loose cont a propsito de su cajita de abedul. Y aquello era una nueva etapa de su vida en la que, por fin, se encontr a s mismo. "Aumentad el nivel de nuestro trabajo." "Alcanzad y sobrepasad las normas de produccin..." S; desde tiempo atrs que nos sobrepasamos en cuanto a la voluntad de reconstruir, a la disciplina y a la devocin. Nos hemos sobrepasado tanto que nos hemos quedado con la piel y los huesos, y no solamente 341

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nosotros, sino incluso los viejos militantes, los jefes de los campos de concentracin, los encargados de la vigilancia, y todos los dems. Aquellos... All estaban apiados junto a la maquinaria y a los productos alimenticios y a la produccin industrial, que dentro de un momento a otro iba a emprender el viaje a Rusia. All estaban, junto a un largo tren que los acababa de traer del interior de Rusia. Era una pequea parte del milln de prisioneros de guerra alemanes que Molotov haba prometido repatriar. Seres annimos que al abrir las puertas de los vagones se les vea tumbados en el interior de los mismos como moscas medio muertas. Envueltos en harapos, llevando viejos cacharros de cocina en la mano, algunos repatriados cruzaban las vas en busca de agua. Los prisioneros aguardaban la orden de trasladarse a otro tren que, sobre una va ms estrecha, les condujera a la zona oriental. Una partida de hombres tuberculosos, diftricos, ictricos y atacados de malaria, era lo nico que volva a Alemania por aquella estacin que haba presenciado el trnsito hacia Rusia de puentes de ferrocarril, emisoras de radio, laboratorios de qumica, calefacciones centrales, alfombras, lavadoras mecnicas, ventanales de iglesia, cuadros antiguos, y viejos manuscritos, planchas de acero, mquinas de escribir y todo cuanto hubiera podido salir de las manos del hombre. Peor, sin embargo, que la extenuacin fsica, cuyo dramtico ejemplo se ofreca en aquellos repatriados, era la extenuacin espiritual... Aquello no se le haba ocurrido a l, sino a Auschug, el pobre, desgraciado Auschug, con quien haba militado en una clula berlinesa y que ahora tambin estaba en el campo de concentracin. Auschug esgrima a veces unos argumentos terribles que uno, sin embargo, deba saber refutar, pues de lo contrario hubiera sentido abrirse el suelo bajo sus pies. "Qu clase de suelo pisamos?", se preguntaba Auschug. "Esclavitud y estupidez", se responda l mismo. Auschug est amargado, y la verdad es que para ello tiene sus motivos. Haba vivido una larga odisea y un da fue descargado junto a otros moribundos en esta estacin. El tren proceda de Berln, o mejor dicho, de Oranienburg, del campo de concentracin de Oranienburg. Pues los campos de concentracin continuaban funcionando exactamente igual que antes. Y a pesar de todo haba que salir de aquel infierno. Tovarich Meerkatz. Meerkatz fue llamado a la oficina de un jefe. Recibi rdenes para proceder a la descarga de nuevos vagones. Al regresar tuvo que buscar a sus hombres, que se haban dispersado. Algunos de ellos estaban junto a los vagones de los repatriados. Vaya gentuza! dijo uno. Este tren est lleno de saboteadores coment otro. Se han puesto enfermos para no tener que trabajar. Han rehusado la comida para llegar en ese estado de lstima a sus casas. nicamente han comido mazorcas. Dices que han comido mazorcas? S; pero no han querido comer nada ms. Trenes lleno de saboteadores! Y pensar que esos tipos regresan ahora a sus casas... Bueno, ya habis dicho bastantes tonteras dijo Meerkatz. Dejad de 342

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curiosear. El trabajo nos espera, davai! Veinte o treinta trenes cargados hasta los topes haban entrado aquel da en la estacin, en la que reinaba un movimiento y una actividad comparable a la de un puerto de mediana categora o a la de un gran centro ferroviario. Pero all no haba gras ni aparatos para proceder a las operaciones de carga y descarga que deban efectuarse conforme a los mtodos ms primitivos. Davai! "Trabajas para ti mismo y cuanto ms empeo pongas en tu trabajo, tanto ms rica ser la sociedad sovitica", deca alguien a travs de un altavoz. Davai! Vaaa-vaa! Mientras Meerkatz trabajaba con sus hombres en la estacin de BrestLitovsk, donde procedan a descargar un vagn abarrotado de vas de ferrocarril, el coronel Zecke estaba en el despacho de la "cuarta seccin", ante un comandante sovitico. Sobre la mesa, frente al comandante, haba una gruesa carpeta. Era el expediente Zecke. Saditje. Sintese usted. La secretaria sacaba punta a un lpiz. El interrogatorio comenz con las mismas preguntas que le haban formulado centenares de veces y cuyas respuestas, como de costumbre, eran cuidadosamente anotadas. Procedencia social, formacin, poca de cadete, frentes durante la primera guerra mundial, ingres en la Reichswehr, Rapallo y el pacto secreto germano-ruso, cooperacin entre la Reichswehr y el Ejrcito Rojo, Rusia. Era agotador repetir una vez ms aquel programa tan trillado de la segunda guerra mundial, del movimiento subversivo del 20 de julio, de cmo fue detenido y de los oficiales que conoci en los campos de concentracin. Zecke fue hablando con voz montona. El comandante se detuvo al llegar a la cuestin de Rapallo. El comandante estableci un paralelo entre el tratado de Rapallo de 1925 y el alto el fuego! convenido en 1812 entre el general Yorck Von Wartenburg y el general ruso Von Diebitsch. El comandante hizo que Zecke opinara sobre aquel supuesto paralelo histrico, para as conocer su ntima manera de pensar. Los acontecimientos histricos tienen generalmente un carcter nico, por lo que resulta un poco arriesgado establecer paralelos entre ellos dijo Zecke. No reconoce usted, seor Zecke, cierto parecido entre ambas situaciones? En cierto modo, quiz s pueda caber cierta analoga entre ellas respondi Zecke. Bien dijo el mayor. Zecke comprendi que aquello era una censura. Bien; el general Yorck Von Wartenburg ha pasado a la historia de Rusia como un hroe y libertador. Von Wartenburg es considerado como un precursor de Bismarck y de los polticos alemanes que en 1925 firmaron el tratado de Rapallo. El espritu de Tauroggen alentaba en Rapallo y tambin en el pacto 343

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germano-sovitico, pero ese espritu fue desechado ms tarde por Hitler. Ya le he dicho antes que sus paralelismos se me antojaban algo aventurados, comandante. El comandante hizo una mueca de disgusto. Establezcamos esta premisa: sin Yorck Von Wartenburg y sin el acuerdo entre Wartenburg y el general ruso Diebitsch, Prusia no hubiera vuelto a nacer. En aquel momento se abri la puerta y un coronel sovitico entr en la estancia. El comandante, la taqugrafa y Zecke se levantaron. El coronel se detuvo un momento ante Zecke, se inclin ligeramente y dijo: Iegorov. De momento, Zecke no comprendi: el coronel se acababa de presentar. Era algo desusado. l se inclin a su vez y dijo: Zecke. Todos se sentaron de nuevo. El interrogatorio prosigui. Sin Tauroggen no hubiera habido el Reich prusiano-alemn, ni tampoco Bismarck, ni el imperio alemn dijo el mayor. Sin un nuevo Tauroggen, es decir, sin una estrecha colaboracin entre Alemania y la Unin Sovitica, no habr reconstruccin alemana. El coronel Iegorov particip de pronto en la conversacin. Tena los ojos de un color gris acerado, los cabellos rubios y unos rasgos finos e inteligentes. Hablaba alemn con ligero acento eslavo. Entonces Napolen haba derrotado a Prusia. No cree usted, coronel Zecke, que las negociaciones entre el general ruso Diebitsch y el general prusiano Yorck Von Wartenburg hicieron cambiar el rumbo de las cosas? No cree usted que existe un estrecho paralelo entre la situacin de Prusia, deshecha tras la paz de Tilsit, y la de Alemania en 1945? No cree usted que una estrecha colaboracin germano-sovitica, sera muy beneficiosa para Alemania? Se dirige usted al prisionero de guerra Zecke, coronel Iegorov? Me dirijo a usted, coronel Zecke. Le hablo de soldado a soldado, de oficial a oficial, de hombre a hombre, y quisiera conocer su opinin general. Como coronel Zecke debo responderle: el general ruso Von Diebitsch negoci con el general prusiano Yorck Von Wartenburg, como puede negociarse con un general que est al frente de sus tropas. Yorck, sin embargo, negoci con Diebitsch como una potencia puede negociar con otra. Maniobrando entre los ejrcitos de Napolen y los ejrcitos rusos, las fuerzas de Yorck podan significar en un momento dado lo que hiciera inclinar la balanza hacia uno u otro lado. Aquella situacin de Prusia no tiene nada que ver con la en que hoy, frente a la Unin Sovitica, se encuentra Alemania. Cules son las diferencias, coronel Zecke, que usted establece entre aquella situacin y la de hoy da? Si usted, coronel Iegorov, me habla de soldado a soldado, de hombre a hombre, y no de vencedor a vencido, ni de seor a prisionero, no es necesario que le recuerde a usted la situacin en la que se encuentra mi pas, ocupado por las tropas soviticas, y tampoco es necesario que trate de explicarle el triste papel que hoy da hubiera tenido que desempear un Yorck. Estoy muy lejos de dar la misma categora moral a Napolen y a Stalin, y tampoco coloco en un mismo nivel a Napolen y a Hitler. Y no lo hago porque siento un gran respeto 344

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por la grandeza, la voluntad, el poder y los objetivos de Napolen. Creo que el paralelismo es inadecuado. "Lo que Napolen hizo con Prusia tras la paz de Tilsit resulta un granito de arena comparado con lo que Stalin est ahora haciendo en Alemania, aparte de que Napolen no persigui a la poblacin civil de Prusia... Respecto a la lnea fronteriza del Oder-Neisse, de un nuevo Tauroggen y de una colaboracin germano-sovitica, hay mucho que hablar. Usted, coronel Iegorov, es soldado de una gran potencia que, gracias a la victoria, acaba de anexionarse una tercera parte de mi pas y procede a la evacuacin y traslado de grandes masas de poblacin civil. Usted es soldado. Si estuviera en mi lugar, qu pensara usted, coronel Iegorov, de un soldado que, habida cuenta de las circunstancias en que actualmente se encuentra Alemania y el pueblo alemn, jugara con la idea de un nuevo Tauroggen? Una expresin de ira asom en el rostro del comandante. Es que no debo detener inmediatamente a este sinvergenza?, pareca preguntar su mirada. Pero el coronel Iegorov no se inmut lo ms mnimo. En tono tranquilo y reposado le respondi: Hay oficiales alemanes, camaradas suyos, que no solamente juegan con la idea de un nuevo Tauroggen, sino que han emprendido el camino hacia Tauroggen. Duda usted, acaso, de los sentimientos patriticos y el sentido de responsabilidad hacia su pueblo del mariscal Von Paulus? El mariscal Von Paulus obra, supongo yo, de acuerdo con su conciencia y yo procedo de acuerdo con la ma. Slo los idiotas y sinvergenzas pueden hablar hoy de Tauroggen y aplicar a la realidad presente el acuerdo entre Yorck y Diebitsch. Incluye usted entre esa gente al seor Von Paulus y al seor Pieck? La respuesta se la dejo a usted mismo, coronel Iegorov. El comandante pareca no poderse contener por ms tiempo. Semejaba un bulldog a punto de saltar sobre su presa. Estoy de acuerdo con usted concedi el coronel Iegorov, en el mismo tono tranquilo y reposado de siempre; estoy de acuerdo con usted en que todava existen muchas dificultades que vencer para que la colaboracin sea algo efectivo; pero las cosas no slo deben mirarse desde un punto de vista lateral: conviene verlas en su conjunto internacional. Slo una tercera parte del territorio alemn est ahora bajo dominio sovitico; las otras dos terceras partes estn bajo dominio occidental. Creo que para llegar a crear una efectiva colaboracin germano-sovitica es preciso antes allanar muchos problemas. Cules son, a su juicio, los problemas ms urgentes a resolver? Alemania debe reparar los daos causados durante la estancia de Hitler en el Poder. Adems, debe suprimirse la frontera del Oder-Neisse, debe procederse a la devolucin de las provincia anexionadas, a la repatriacin de los prisioneros de guerra y a la ayuda a la poblacin civil; sin todo eso es intil hablar de colaboracin. El comandante no pudo contenerse ms. Descarg un puetazo sobre la mesa y grit: Idi k'tchortju, vete al diablo, jub tvoi!... Y la conversacin termin con aquel ex abrupto. El coronel Iegorov se levant y se inclin ligeramente. 345

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Muchas gracias, coronel Zecke. Uno de estos das se terminar la Conferencia de Londres. Procurar que reciba usted los peridicos para que se informe de lo ocurrido. Zecke sali de la oficina. No saba qu opinar acerca de aquella conversacin. "K'tchortju"... No se trataba de una broma. Pens en el corts Iegorov y estuvo a punto de mandarlo al diablo. Transcurrieron algunos das. No fue llamado nuevamente a declarar. Y no sucedi nada particular: continu en el campo como hasta entonces. Un da vio cmo cuarenta hombres uniformados al mando de un teniente coronel entraban en el campo. Iban formados de cuatro en fondo, marcando el paso. Incluso llevaban una bandera y cantaban: "Ms alto, ms alto... pese al odio y al escarnio... cada hlice entona su cancin... defendemos a la Unin Sovitica..." Aquellos cuarenta miembros de la Polica Popular, que haban sido instruidos en Rusia, completaban el momentneo envo de repatriados. El nombre de Zecke no haba sido borrado de la lista. El da en que lleg la orden de trasladarse a la estacin, el coronel continuaba entre el grupo de repatriados. Haba recibido los peridicos que hablaban acerca de la Conferencia de Londres, que se termin sin haberse llegado a ninguna conclusin prctica. Y no solamente haba recibido peridicos editados en la zona oriental, sino que le haban entregado peridicos franceses e ingleses. Estaban en la estacin. All estaban todos... Zecke, Koppmann, Meerkatz, Wustmann y tambin Loose. Tenan que aguardar. Un tren vaco que acababa de llegar del Este estaba preparado en uno de los andenes. Era un tren de carga al que en seguida fueron enganchados dos vagones para viajeros. Por fin se les dio la orden de ocupar sus puestos. Desde su asiento, tras la ventanilla, Zecke vio cmo los refugiados descendan del tren en que haban llegado, atravesaban las vas y montaban en los vagones que haban de conducirlos a la patria... No todos pudieron hacerlo por sus propios medios. Muchos podan permanecer de pie, pero eran incapaces de caminar, y muchos, por su parte, tenan que ser llevados en brazos de sus camaradas. Todos estaban enfermos; algunos estaban enfermos de gravedad y unos cuantos no eran ms que moribundos. Lo que les mantena en pie era el deseo de no morir en Brest, para poder ser enterrados en Alemania. El trasbordo no sirvi de nada, pues los repatriados tuvieron que apearse de nuevo y formar entre las vas de la estacin. Lo peor que poda ocurrir era quedarse all en calidad de "incapaces para viajar"; por eso, incluso los ms graves, hicieron un esfuerzo supremo para descender del vagn en que se hallaban y para formar luego entre las vas. Procuraban mantenerse lo ms tiesos posible. Pero cometieron una trgica equivocacin. Pues, a causa del gran nmero de bajas habidas en los campos de concentracin de Brest, y debido al enorme movimiento de trenes y mercancas, la estacin de Brest estaba necesitada de ms trabajadores. La estacin haba consumido ms de catorce o veinte trenes de repatriados que en los campos de concentracin de Rusia haban sido dados por intiles para el trabajo, y algunos de ellos, no muchos, se haban recuperado. Y all estaban ahora aquellos presuntos repatriados, con las rodillas apretadas y el pecho salido para as causar buena impresin al mdico militar. El mdico del principal campo de concentracin ya haba hablado acerca del asunto con los jefes de 346

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columna, con quienes estuvo bebiendo unos vasitos de vodka. No era necesario proceder a un minucioso reconocimiento de los recin llegados. No haba tiempo para ello. Cada vez que el mdico tropezaba con un par de ojos que no estaban completamente hundidos en las rbitas o reparaba en una cabeza que no caa completamente desplomada sobre el pecho, desabrochaba la camisa del prisionero y pellizcaba la piel del mismo a la altura del esternn y procuraba un trabajador ms para la estacin. Un par de das en la enfermera y el paciente quedaba apto para engrosar una brigada de trabajadores. As, antes de que los hombres volvieran a subir al tren, fueron retenidos muchos prisioneros. Por fin acab la escena. El hombre de la gorra colorada hizo al maquinista la seal de partida. Las ruedas comenzaron a rodar. El tren sali de la estacin y, ya sobre vas alemanas, se dirigi hacia el Oeste. Increble... A todos, tanto a los enfermos que yacan sobre el suelo de los vagones de carga, como a los militantes que ocupaban los departamentos de viajeros, a todos les pareca increble. Haba habido pueblos a lo Potemkin, por qu, pues no poda haber viajes, estaciones y trenes que se deslizaran sobre las vas alemanas al estilo de aquellos pueblos de engao? Aquella noche cruzaron un ro que algunos dijeron ser el Neisse, y una gran ciudad que se qued atrs, envuelta por la oscuridad de la noche, dijeron que era Varsovia. El viaje continu. Pasaron ante pequeas ciudades, en cuyas estaciones todava se vean los letreros alemanes. Y no sucedi nada de particular. No se dio la orden tan temida de detenerse ni de regresar. Una maana gris. Calles mojadas. Las ruedas giraban muy despacio. Junto al tren caminaban unas mujeres, mujeres alemanas, que les gritaban: "No tenis un poco de pan?" No se percataban de que aquel tren compuesto de cuarenta vagones estaba lleno de antiguos prisioneros de guerra, que volvan deshechos y hambrientos? S; se daban cuenta de ello, pero no obstante, con sus depauperados chiquillos en brazos, se apiaban junto a los vagones y mendigaban y se arrojaban al suelo cuando algn "plenni" les tiraba un trozo de pan seco. Era un espectculo inusitado y a quienes lo presenciaban como Zecke, Meerkatz y Wustmann, que contemplaban la escena desde un vagn de carga les pareca peor que todo lo que haban visto en los campos de concentracin. Se apearon en la estacin de Frankfurt an der Oder. En compaa de los dems, Zecke atraves el puente de madera y se dirigi hacia Gronenfeld. Vio la plaza engalanada con banderas, dispuesta para recibir a los repatriados y escuch el discurso de bienvenida que pronunci un dirigente del SED llegado de Berln: "Volvis a estar en Alemania. No todo es como seguramente habris imaginado. Todava hay muchas cosas que hacer. El pueblo alemn ha contrado una gran deuda, y esa deuda debe ser reparada. Estamos orgullosos de vosotros, pues con vuestro trabajo en Rusia habis contribuido a pagar parte de esa deuda. Ya sabis lo que es la economa planificada..." Zecke escuch el discurso y luego, como los dems, se dirigi a la estacin, donde recibi el billete para, libre de toda vigilancia, dirigirse a Berln. Sus compaeros subieron al tren de Berln. Y cuando se dispona a montar en un vagn, sinti una mano sobre su hombro derecho. Y alguien le dijo: Tiene usted que acompaarme, coronel Zecke. Tiene usted que acompaarme... Una puerta se cerr de golpe, la puerta 347

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de las oficinas militares de la estacin de Gronenfeld, la puerta del enrejado compartimiento de un vagn que se deslizaba sobre una va alemana, la puerta del "Cuervo Negro" que le llev desde la estacin de Mosc a la Lubianka, la puerta de una celda de la Lubianka, en la que da y noche arda una luz y en donde se acababa por perder la nocin del tiempo. Ninguna diferencia entre el da y la noche. Das, semanas y meses recorriendo una y otra vez el mismo camino subterrneo, los mismos pasillos que conducan al despacho donde prestaba declaracin. Siempre el mismo programa... Vida de cadete, primera guerra europea, segunda guerra, Reichswehr, Rapallo, Hitler, el 20 de julio. Y vuelta a la celda. El centinela te ofrece un cigarrillo (tiene la orden de ofrecerte un cigarrillo) y te da lumbre y t no sabes si en aquel momento va a sonar el disparo liberador. Ms das, semanas, meses. No se oye ninguna voz humana, no se ve ningn rostro... Cada vez que se abre una puerta, los pasillos aparecen desiertos. Pasillos, escaleras, puertas... Silencio. Se abre la puerta de la celda. Las seales luminosas del pasillo indican camino libre. Esta vez caminas en otra direccin a la acostumbrada. Sales a un patio. El "Cuervo Negro" te lleva a la estacin. Oyes el pitido de una locomotora. Subes a un vagn y eres metido en una especie de jaula. A travs de un ventanuco enrejado, puedes ver el cielo y distingues el da de la noche. Una tempestad de nieve. Silencio. El tren atraviesa un inmenso desierto de nieve. Un campo de concentracin. Un campo de oficiales... Unos hombres envueltos en harapos, metidos en la nieve hasta las rodillas y con las manos puestas en la alambrada, miran hacia el oeste, siempre hacia el oeste. Y en sus ojos todava brilla la esperanza. Y los centinelas permanecen inmviles en sus garitas. Y de pronto tambin t te encuentras entre aquella gente, metido en la nieve, mirando hacia el Oeste y pensando en Alemania, como ellos. Davai, Zecke: traslado! Otra vez el tren y la jaula. La nieve se funde. El viaje dura varios das. El "Cuervo Negro" aguarda en la estacin Jaroslavski de Mosc. Al final de las calles de Mosc aguarda la Lubianka. La Lubianka, la casa del silencio, que antiguamente fue un gran establecimiento comercial, se ha convertido ahora en una gigantesca prisin situada en medio de Mosc. Una prisin llena de contrastes y de sorpresas. Hay all celdas individuales y despachos para recibir declaraciones, cuyas ventanas estn cubiertas con cortinas de color amarillo. Tambin hay secciones en las que los presos hacen vida en comn. En aquellas secciones estuvieron detenidos los traficantes de divisas extranjeras y los poseedores de oro, a quienes, despus de haber sido sometidos a diferentes torturas, se les oblig a entregar cuanto tenan. Los traficantes dejaron las celdas a detenidos polticos, quienes tambin pagaron all sus culpas. Tambin hay despachos dotados de luz indirecta. Oficinas bien iluminadas con mesas apropiadas para dibujar planos de obras. En una de aquellas oficinas, y al frente de un estado mayor de ingenieros, estuvo trabajando, tras habrsele conmutado la pena de muerte, Ramsin. Tambin hay viviendas para los guardianes de la GPU, que visten y se comportan como criados. Tambin hay armarios provistos de gruesas puertas 348

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de madera que de pronto, cuando uno menos lo espera, se abren y ofrecen la entrada a esplndidos comedores con mesas bien provistas. Hay all muchas, muchsimas sorpresas. Zecke volvi a la Lubianka. Esta vez, sin embargo, no fue conducido a una celda de castigo, sino a una pequea habitacin junto a la que haba un bao. Una estantera repleta de libros: "De la guerra", de Clausewitz; "El arte de la guerra", de Delbrck; "Historia de la infantera", de Rstow, y libros y revistas militares de los Estados Unidos, de Inglaterra y de Francia, y los "Discursos a la nacin alemana" de Fichte, y muchas obras sobre historia de Alemania, y libros de Clemenceau y Churchill, y los protocolos de Yalta, Casablanca y Tehern. Pero ningn libro de literatura. Una tupida cortina verde colgaba ante su ventana. Descorri la cortina y vio que tras ella haba una gran pared pintada de blanco. Dej de preocuparle su destino. Un da, al salir de la celda y estirarse l la guerrera, le dijo el centinela: "Eso ya no tiene importancia". Y aquellas palabras no le causaron la ms mnima impresin. Le mandaron detenerse en medio de un pasillo desierto y cuando esperaba or sonar el disparo liberador se abri una puerta y, de pronto, se encontr ante una joven dentista vestida de blanco. La dentista, que posiblemente era una detenida, le revis la boca. Lea los peridicos, y de vez en cuando echaba una ojeada a algn libro. La verdad es que todava se interesaba por cuestiones militares y polticas. Pero, por qu se continuaba interesando por todo aquello? Por qu se interesaba si saba que nunca ms haba de volver? S; su vida terminara all, en aquella prisin. La muerte le aguardaba en aquella crcel. Estaba seguro de ello. Por qu no se suicidaba? Por motivos religiosos? Quiz. Volvi a ser llamado a declarar. Un largo camino a travs de desiertos pasillos y de infinidad de puertas. El despacho de siempre. Pero junto al conocido empleado de la GPU haba un oficial del ejrcito. Inmediatamente conoci a aquel hombre. Era Iegorov, de la Cuarta Seccin del Ejrcito Rojo. Iegorov haba ascendido, ahora era capitn general. El general Iegorov se levant e hizo una ligera inclinacin ante Zecke. El coronel Zecke correspondi al saludo. Pareca que era ayer cuando hablaron en el campo de concentracin de Brest-Litovsk. Sintese usted, por favor, coronel Zecke. Zecke y Iegorov se sentaron a una mesa redonda. El empleado de la GPU continu ante su pequeo escritorio, casi oculto tras la lmpara. Sobre la mesa estaba la carpeta del expediente Zecke. Fue la primera declaracin de una serie de interrogatorios llevados a cabo da y noche, ininterrumpidamente. En realidad, empero, ms que de interrogatorios se trataba de conversaciones acerca de Alemania. Qu poda significar Zecke para el amable Iegorov? Zecke era algo as como un preparado cuyas reacciones eran cuidadosamente estudiadas a travs de potentes microscopios. A travs de Zecke eran estudiadas las posibles reacciones del pueblo alemn, su capacidad de resistencia, su fuerza de oposicin, su voluntad de resistencia. Zecke reaccionaba de un modo espontneo, con entera libertad, pues por aquel entonces se senta como un habitante del reino de las sombras, de un reino del que ya no podra salir 349

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jams. Por eso hablaba sin preocuparse de nada y contestaba a cuantas preguntas se le formulaban como hubiera podido responder a un juez sobrenatural. Hablaba sin embellecer las respuestas, ni disimular ninguna cuestin. El capitn general Iegorov poda felicitarse, pues hubiera sido muy difcil encontrar un preparado mejor que aqul. Personalmente, no deseaba nada malo a Zecke y cuando su encuentro en Brest-Litovsk tampoco dese causarle ningn mal. l se haba limitado a escribir un informe objetivo acerca de su conversacin, y en el informe haba hecho constar que, una vez puesto en libertad, Zecke debera ser considerado como un enemigo en potencia. Luego, cuando la batalla poltica de Berln, le volvieron a traer el expediente Zecke, lo cual le caus una gran sorpresa. Fue entonces cuando se enter de que Zecke continuaba siendo prisionero de guerra y que se hallaba en un campo situado ms all de los Urales. Ascendi y fue trasladado a Mosc, y orden que Zecke fuera ingresado en la Lubianka. Zecke habl acerca de su educacin y de sus experiencias. Poco a poco, sin embargo, las conversaciones fueron girando en torno al tema de Berln, acerca de su posible destino en aquella lucha poltica que acababa de comenzar, y que fcilmente poda degenerar en una pugna armada. Zecke no opinaba con menos justeza que Downing Street o el Quai d'Orsay, pues tena una gran experiencia poltica y sus puntos de vista estaban exentos de cualquier consideracin personal. Y el ruso se aprovechaba de la capacidad analtica de Zecke, a quien proporcionaba toda clase de peridicos y noticias de la antigua capital alemana. Desde su celda de la Lubianka, Zecke tena la mirada fija en Berln, bajo cuyos escombros continuaba latiendo el corazn de Alemania. Acaso la civilizacin occidental no haba surgido de entre las ruinas de tres famosas ciudades? No surgi el monotesmo de las ruinas de Jerusaln? No naci la pasin por la filosofa y el amor a la verdad y a la belleza de las ruinas de Atenas? No creci la idea del Derecho y el afn de una poltica mundial de entre las ruinas de Roma? Qu surgira de entre las ruinas de Berln? Berln est condenada, est muerta, est cubierta de sudarios... Y Iegorov y una legin de Iegorovs se dedican a remover las piedras y pretenden acabar con lo que todava palpita bajo las mismas... Condenada..., y la ciudad no quiere aceptar la condena, no quiere darse por muerta: as es como Iegorov ve el problema. Berln fue el ms frecuente tema de conversacin entre Zecke y Iegorov: Berln entre el Este y el Oeste, el punto neurlgico de la guerra fra, la ciudad sumida en la oscuridad, el hambre y el fro. El caballo de Troya haba quedado en medio de la ciudad y, uno tras otro, sus ocupantes haban tenido que salir de l. Qu haban hecho los rusos en Berln? Haban instalado a un alcalde que, por su edad y su falta de recursos, no poda hacer nada, y a un jefe de polica que perteneca a la polica secreta rusa, y a un jefe de administracin que todava guardaba en un armario de su casa el uniforme de capitn del Ejrcito ruso, y a un director general de propaganda, y a un director general de trabajo, y a un director general... 350

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Y qu haba salido de la panza del caballo troyano? Poetas que hablaban un falso lenguaje, polticos dirigidos, gentes a quienes los berlineses no testimoniaban la ms mnima confianza. Uno de los oficiales que haba precedido a Iegorov en los interrogatorios sostuvo que el partido Comunista sera la fuerza poltica ms operante de Berln, opinin que no fue compartida por Zecke. Las elecciones de Berln demostraron, sin embargo, que los comunistas estaban en franca minora y que los berlineses no confiaban en el llamado "Partido de la Unidad". Berln haba sido saqueado a conciencia y, durante semanas y meses, haban sido violadas sus mujeres y ahora ya no admita consejos de nadie. Y el nico recurso un mal recurso, desde luego era la fuerza. Grigori Malenkov haba dicho: "Estamos aqu, en el corazn de Europa, y los latidos de este corazn son odos desde muy lejos". Y haba aadido: "Lo cual no quiere decir que nosotros..." Que nosotros, aqu... Ese era el motor que pona las cosas en marcha. Los viejos militantes irrumpieron contra los quioscos de peridicos. Peridicos y libros occidentales fueron quemados en las calles. Unos concejales fueron perseguidos y tuvieron que refugiarse en Schneberg, en el sector occidental. Berln estaba como cogido entre el Este y el Oeste. Y aquello slo era el principio. Y el Oeste quera dominar, humillar al Este. Rixdorf contra Schneberg: eso es imposible fue el comentario que hizo Zecke. En sus manos tena un peridico berlins en el que apareca una fotografa de la Plaza de la Repblica atestada de gente. Doscientas mil personas apiadas en aquella plaza. Un bosque de paraguas abiertos. Y, bajo los paraguas y las capuchas de los abrigos y de los impermeables, bajo las gorras y los sombreros, aparecan unos rostros contrados y hoscos. Fjese usted, general, en esos rostros. Ese tipo de los lentes debe ser un estudiante, ese otro debe ser un empleado de ferrocarriles, y ese un trabajador, como ese otro, y ese un mutilado de guerra, y ese un antiguo oficial, y esa seora una actriz o quiz una modista. Fjese usted, general, en esos rostros... en todos y cada uno de ellos se ven las huellas del hambre. No nos dejaremos engaar, parecen decir esos rostros. Y esa gente no parece dispuesta a corear las ovaciones preparadas con anterioridad. Ninguno de ellos secundar las manifestaciones organizadas. Estudie usted, general, las fisonomas. Fjese en esa modista y en esa seora; esa gente puede ser violada (y en realidad todas esas mujeres han sido violadas innumerables veces), pero ahora vuelven a tener conciencia de su personalidad. Esas doscientas mil personas reunidas bajo la lluvia son los representantes de Berln, incluso del Berln oriental. Esa gente ha recibido su leccin. Sus soldados, general, y tambin sus funcionarios han dado a esa gente una inolvidable leccin acerca del comunismo. Lo que ocurri en 1945 acerca de lo cual puede usted informarse perfectamente, general es cosa que ya han olvidado. Si los saqueos y los robos y las violaciones hubieran durado unas semanas, o un mes, o un par de meses, la cosa hubiera sido considerada como un hecho fatal, propio de las 351

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circunstancias, y al cabo hubiera sido olvidado. Pero el saqueo sistemtico, el robo organizado, el latrocinio extendido hasta los objetos de uso diario, la puesta en circulacin de una moneda sin valor adquisitivo, la aparicin de unos prisioneros de guerra convertidos en fantasmas, todo eso es una leccin realmente inolvidable. Esa gente, o gran parte de esa gente, mejor dicho, haba considerado al comunismo como una especie de comunin espiritual presidida por la ms alta idea de la vida. Usted sabe, general, lo bien dispuestos que en un momento dado estuvieron los berlineses. Usted sabe, general, cuntos comunistas de saln haba entre los actores, artistas e incluso entre los banqueros. Sin contar, claro est, a los trabajadores. Por algo se llamaba a nuestra capital el "Rojo Berln". S; desde luego, haba mucha gente que no crea posible la realizacin de esa idea. Pero hoy da todos opinan que esa comunicacin implica algo as como venderse el alma al demonio, general. "No, gracias", dicen hoy los berlineses cuando se les habla del comunismo. A todo el mundo oir usted decir lo mismo, general. El empleado de la GPU continuaba sentado en su mesa de trabajo, medio oculto tras la lmpara. Ninguna de aquellas "blasfemias" lograban inmutarle lo ms mnimo. El general de la Cuarta Seccin Especial quera saber hasta dnde llegaba Zecke en sus apreciaciones. El capitn general Iegorov cogi un cigarrillo y ofreci otro a Zecke. El general Hambre y el general Fro tambin tendrn algo que decir en ese asunto, y ya sabe usted que ambos son viejos aliados nuestros dijo Iegorov. El hambre y el fro son en Rusia dos grandes fuerzas elementales, pero en Berln son dos medios insuficientes para lo que ustedes pretenden conseguir. Y el hambre y el fro no aparecieron como dos fuerzas elementales, sino como el resultado de un juego minuciosamente estudiado. Un da se "rompi" el puente de la autopista que cruzaba el Elba. Razones tcnicas impiden que se realice el transporte fluvial. Los trenes quedan detenidos y los vagones desaparecen en la zona oriental. Largos trenes cargados de alimentos van siendo arrinconados en la estacin de Helmstedt. Los cargamentos desaparecen. Al cabo de unos das vuelve a ser abierto el trfico. Pero inmediatamente es prohibido de nuevo. Las vas fluviales, las carreteras y las vas frreas quedan interceptadas. Es el juego del gato y el ratn. Y, por fin, el bloqueo. Es cortado el fluido elctrico que procede del sector oriental. El bloqueo...: hambre, fro, oscuridad. No hay esperanzas para los viejos. No hay alimentos para los recin nacidos. Y todo sucede a la vista del mundo entero. La verdad y la mentira del comunismo son puestas al descubierto. Todo el mundo puede comprobarlas. A m, coronel Zecke, me interesan otros aspectos de la cuestin berlinesa. A m, personalmente, me interesa: a) la capacidad del puente areo; b) la posibilidad de una complicacin del conflicto; c) cul ser el comportamiento de la poblacin respecto a Norteamrica y Francia en caso de guerra? Puede el Ejrcito Rojo contar con actos de sabotaje producidos en la retaguardia enemiga? Tiene usted la bondad de darme su opinin acerca de todo ello, seor Zecke? 352

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Yo creo que si en estos momentos en que el hambre y el fro ya no son una amenaza, sino una tremenda realidad; en esta hora en que los viejos, los dbiles y los nios mueren a docenas, nadie confa en la ayuda sovitica y los dos millones de berlineses de la zona occidental confan en el socorro de las Potencias occidentales, quiere decir que la Unin Sovitica ha conseguido, mediante el bloqueo de Berln, el ms bajo nivel de su popularidad. El puente areo, coronel Zecke, contina siendo algo hipottico, algo en lo que no conviene confiar demasiado. Nunca se ha probado de alimentar a dos millones de personas mediante un procedimiento semejante. S, mi general, se trata de una empresa sin precedentes, para la cual, por otra parte, quiz no se est demasiado bien preparado. Por eso es tan de admirar lo que hasta ahora se ha hecho, que no es poco. Piense usted, general, que esa empresa se inicia ahora, de pronto, de una manera sbita. Cuando al principio de la operacin, el general norteamericano de Berln contaba con unos veinte aviones de carga. Pero inmediatamente se le prometi la ayuda del Pentgono. Los ingleses y los franceses secundaron inmediatamente. Y los berlineses, y con ellos todos los alemanes, se convirtieron en aliados en esa lucha contra el hambre, el fro y el comunismo. Crame usted: el puente areo es un smbolo milagroso. Se trata de una empresa sin precedentes, de una empresa que cada da moviliza a ms gente y, lo que es ms, moviliza los resortes espirituales de hombres y mujeres. Pilotos, observadores, telegrafistas, mecnicos y el personal de tierra y otros muchos hombres y mujeres de la ciudad bloqueada, todo el mundo se ha puesto manos a la obra y colabora para el xito de esa empresa. Norteamericanos, ingleses, franceses y alemanes trabajan juntos, como camaradas. Gentes de las islas Gaum, del mar Caribe, de frica del Sur y de Nueva Zelanda se han citado bajo el cielo de Berln. Una maravilla de organizacin tcnica, pero tambin, general, un milagro. De esa manera se construan las catedrales en la Edad Media. Ser algo peligroso hacer maniobras areas cerca del pasillo areo. No creo que sea ese el sitio ms indicado para que los cazas rusos demuestren la potencia de sus motores. Por lo que he ledo, los norteamericanos consideran esas acciones de la aviacin rusa como una prueba del nerviosismo que a la Unin Sovitica le produce la "guerra fra". Los norteamericanos estn seguros de que a Rusia no le interesa la guerra. S, ya s que un "Yak" acaba de chocar con un avin ingls de pasajeros. Ya s que el choque ha ocurrido sobre Berln y que los dos aparatos han cado incendiados. De una parte, un piloto sovitico sacrificado; de otra, treinta y cuatro vctimas. Un "accidente", o como la diplomacia rusa haya calificado al suceso, que sobrepasa los lmites de la "guerra fra". Un segundo y un tercer caso como ese y ya ver, general es mi opinin, desde luego, como la "guerra fra" se convierte en una guerra "caliente". Y la Unin Sovitica debera cargar con la responsabilidad de haber iniciado una guerra mundial, la tercera guerra mundial, general Iegorov. Cmo juzgara usted la situacin militar caso de que los americanos se decidieran a atacar, seor Zecke? Hace un momento, al hablarle del puente areo, me he esforzado en demostrarle que, an en el caso de verse obligados a dar el primer paso, los norteamericanos no sern considerados como atacantes. La situacin militar de 353

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los norteamericanos en el Continente es ms bien dbil, pues hasta el momento no se han ocupado de preparar un prximo ataque, sino que se han dedicado a organizar la paz. Los norteamericanos, general, han desmovilizado a sus soldados de tierra y aire y los han enviado a sus casas. En este momento no tienen suficientes soldados para cubrir un frente como el que inmediatamente se creara. Y tampoco disponen de bastantes caones para ello. Pero gozan de un inmenso crdito moral y a base de l podran movilizar grandes fuerzas en el pas y en todo el mundo. En un momento, pues, estaran dispuestos para la guerra. Quisiera que usted me respondiera de un modo concreto a mi pregunta, coronel Zecke. Hablando concretamente, general, debo decirle que, cuando la guerra, los norteamericanos slo movilizaron una parte de su potencial militar y que nicamente una parte de esa parte fue empleada en Europa. Quisiera rogarle, general, que tratara usted de imaginarse lo que sera Norteamrica caso de verse empeada en una lucha a vida o muerte. La inmensa capacidad econmica de los Estados Unidos est fuera de toda duda. Y, gracias a su situacin poltica, el pas puede aumentar su capacidad de produccin hasta un nivel realmente insospechado. Claro que la Unin Sovitica hara otro tanto. Pero le sera muy difcil igualarse, en ese sentido, a los Estados Unidos. Tras el perodo del veto sovitico en la Organizacin de las Naciones Unidas, tras la colonizacin de los Balcanes, la anexin de Polonia, de Checoslovaquia y de Prusia Oriental y del bloqueo de Berln las simpatas de todo el mundo se han decantado en favor de los norteamericanos. Lo que Zecke aadi despus de haber dicho estas palabras fue considerado como un sacrilegio. Acerca de la potencia industrial de la Unin Sovitica, general, la cosa est clara: basta recordar la ayuda que Norteamrica tuvo que prestar a la Unin Sovitica cuando la ltima guerra. Las tremendas crisis del Ejrcito Rojo fueron superadas gracias a los envos de los Estados Unidos, general. Podemos imaginarnos la suerte del paciente ruso sin la ayuda norteamericana. Con aquello bastaba. El general Iegorov se levant e hizo a Zecke una ligera inclinacin de cabeza. Y Zecke fue reconducido a su celda. El milagro del puente areo se convirti en una esplndida realidad. Unos mil aviones aterrizaban diariamente en Tempelhof, Gatow y Tegel y aseguraban la subsistencia de los berlineses. La primera ayuda espontnea se haba convertido en una accin de gran envergadura y de absoluta precisin. Los berlineses no hicieron caso de los rumores esparcidos por la propaganda sovitica y segn los cuales Berln sera ocupado por divisiones de mogoles y trtaros, que repetiran los horrores del ao 45, si los ciudadanos de Berln no arrojaban de su ciudad a los ocupantes occidentales. Nadie, en el sector occidental de Berln, hizo caso de tales rumores. Y en todas las casas hubo algo que comer y un par de velas con que alumbrarse. "Ya hemos pasado lo peor; de ahora en adelante las cosas slo pueden mejorar", decan los berlineses. "Est visto que el bloqueo mejor organizado resulta un fracaso, y que siempre es mejor estar bloqueado por los rusos y verse socorrido por los norteamericanos, que ser bloqueados por stos y tener 354

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que ser socorridos por aqullos." As se consolaban los berlineses. Apretaron las hebillas de sus cinturones y, pese al bloqueo y a los rumores de la propaganda sovitica, fueron a las elecciones. Ernst Reuter, el nuevo alcalde, dijo: "Rendirse? Es mucho mejor vivir con la amenaza del hambre y del fro a vivir con la seguridad de una inacabable esclavitud." El hombre de la Lubianka rezaba para que el puente areo se mantuviera firme y para que el ejemplo de Berln cundiera por todo el mundo. No haba sido la noche bastante larga? No estaban maduros los corazones de las gentes? Tras dos guerras mundiales, no estaba Europa dispuesta a la gran prueba? Qu fuerza, qu renacimiento poda surgir de entre aquellos trescientos millones de europeos que vivan sin fronteras polticas! No deben a veces los pueblos quemar las naves tras s y comenzar de nuevo all donde se encuentran? Los corazones estaban dispuestos para ello, pero no as las cabezas. Zecke se paseaba de un lado a otro de su pequea habitacin. Cada da lea los principales peridicos europeos. Y vea que los pueblos no quemaban las naves, sino que se agarraban a los tablones del naufragio. Roces y dificultades entre Inglaterra y los Estados Unidos; dificultades entre Francia y Alemania. El petrleo persa, la cuestin del Sarre, reunificacin de Alemania... Quo vadis, Europa? Zecke estudiaba apasionadamente la marcha de los acontecimientos. Adems trabajaba en una monografa sobre ciudades sitiadas. El estudio comenzaba con el sitio de Troya por los griegos, segua con el de Cartago por los romanos y el de Viena por los turcos y terminaba con el de Berln por los rusos. La puerta se abri. Entr un centinela de la GPU. Zecke: davai, traslado. Deje usted todo eso aqu; no necesitar usted nada! Atraves el gran patio de la entrada, donde el "Cuervo Negro" le estaba aguardando. Y otra vez en la estacin Jaroslavski. Y otro interminable viaje. Esta vez no fue llevado a un campo de concentracin. Por lo visto se le consideraba demasiado podrido para poder compartir la suerte de los otros prisioneros de guerra. Saba demasiadas cosas. Y fue relegado a un pequeo pueblo del Este. En el pueblo slo haba rusos, muchos de los cuales eran antiguos condenados a trabajos forzados, que rehuan cualquier clase de contacto con l. Le fue entregada una vieja y destartalada cabaa. No tena ni una manta con que cubrirse. Y tampoco tena su mochila, que haba quedado, al igual que los lentes, en la Lubianka. Y sin lentes se encontraba perdido. Estaba tendido sobre el suelo de la cabaa. Caa una tempestad de nieve. Unas ratas andaban por los rincones. Las gruesas paredes de la Lubianka ya no le separaban del resto del mundo. Pero ahora estaba apartado de sus semejantes, arrinconado en un extremo del mundo. Sali del pueblo. Nadie le dijo nada. Una estepa. Ningn rbol, ningn matorral. Viento. Nieve. Aquel viento era muy perjudicial para su pecho, debilitado tras los aos de cautiverio. Continu avanzando. Lleg a un altozano. Todo estaba desierto. Se haba imaginado el fin de su vida de un modo muy diferente a aquel... Pero lo cierto era que la puerta haba sido cerrada tras l desde haca ya mucho tiempo. No era ms que una sombra, una sombra solitaria. Durante su ltima estancia en un campo de 355

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prisioneros todava haba sido un fantasma entre fantasmas; un fantasma que en compaa de otros fantasmas poda acercarse a las alambradas y quedarse all mirando hacia el Oeste. Incluso poda entonces decir y escuchar algunas palabras. A veces poda hablar con Vilshofen, aquel hombre de cara de pjaro. Manfred Vilshofen, un hombre de su misma edad, con una carrera parecida a la suya y con unos ideales semejantes a los suyos. Pues tambin los fantasmas pueden tener ciertos ideales. Un da alguien dijo: "Vilshofen, davai, traslado". Y Vilshofen desapareci para siempre entre la nieve. Le pareci que aquella era la ltima voz que haba sonado junto a l. En cierta ocasin, con un libelo de propaganda entre las manos, le haba dicho Vilshofen: "El falso camino de Prusia! S, aquel camino fue una equivocacin, cosa que todava no est demostrada, pues no hay que olvidar que hace ciento cincuenta aos fue recorrido por los franceses y hace trescientos, por los suecos. Si es un camino equivocado, no slo lo es para Alemania, sino para toda Europa, y por l pasaron los herederos de Carlomagno y los sucesores de los carolingios." "Quo vadis, Europa?", haba dicho Vilshofen antes de desaparecer entre la nieve. Zecke, traslado! grit alguien. Otro largo viaje. La Lubianka. La misma celda. Sobre la mesa estaban sus lentes. Libros y peridicos. El puente areo sobre Berln haba dejado de funcionar. El bloqueo ruso haba terminado. En Berln haba ahora una "campaa de la libertad" y en aquella campaa haba una inscripcin que deca: "That this world under God shall have a new birth of freedom". Pero la guerra fra continuaba. Y en Corea haba comenzado la guerra caliente. Ms conversaciones con el general Iegorov. Y, de pronto traslado! Otra vez en un pueblo del lejano Este. Rostros mogoles. La gente hablaba en chino o en un dialecto chino. La cuestin del idioma no tena para l ninguna importancia. Su existencia transcurra ahora de la Lubianka a uno de aquellos pueblos del silencio, de donde volva a la Lubianka, y as sucesivamente. Cuando su ltima estancia en la Lubianka le haban proporcionado peridicos y revistas norteamericanos y franceses sobre la guerra de Corea. Qu poda l opinar acerca de todo aquello? Qu inters poda tener Iegorov en sus opiniones? Nada ms evidente que la debilidad militar de los norteamericanos en Corea. La debilidad militar de los norteamericanos en Corea poda ser el smbolo de la debilidad de todo el mundo occidental, y la causa de ella poda ser as se lo haba dicho a Iegorov la multiplicidad de opiniones que se producan en las altas esferas polticas; pero aquella debilidad tambin poda ser la expresin de la prudencia occidental frente a una situacin extraordinariamente grave. Los norteamericanos y los ingleses no queran echar aceite a la hoguera. Y sacar conclusiones sobre la capacidad militar de los Estados Unidos, habida cuenta la actuacin de stos en la guerra de Corea, era algo tan descabellado como juzgar acerca de la potencia del Ejrcito Rojo a travs de la guerra con Finlandia. Hombres y mujeres mogoles. Gentes con piernas delgadas como perros de caza. Los mogoles levantaron sus tiendas y se marcharon. Restos de un campamento. La estepa. Era aquella la situacin definitiva? 356

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Un da, estando en la catedral de Novgorod, se conmovi ante el espectculo de un sarcfago de cristal en el que descansaban los restos de una princesa sueca muerta en Rusia. Las iglesias, los castillos y los museos de Rusia estn llenos de cuadros de pintores italianos cuyos restos nadie sabe dnde descansan. Cuntos destinos pintores, comerciantes, soldados, trabajadores y profesores han desaparecido en la inmensidad de Rusia! Las estepas rusas se adentran hacia el Este hasta nadie sabe dnde. Y son un inmenso cementerio. Y en aquel cementerio todava quedaba sitio para los huesos de un coronel prusiano. Las huellas del coronel iban a perderse, entre el viento y el polvo, en aquel impresionante desierto. Pero no sucedi as. Una nubecilla de polvo. La nubecilla se fue acercando. Un jinete. Un miembro de la GPU. Zecke: traslado! Hasta llegar a la estacin de Jaroslavski de Mosc, todo transcurri como de costumbre. Pero el "Cuervo Negro" no le condujo a la Lubianka, sino que, despus de atravesar el centro mismo de la ciudad, emboc una ancha avenida. Unos pasos sobre la calle asfaltada. Un estrecho pasadizo entre dos altas casas. El pasadizo era tan estrecho que los hombros tocaban a una y otra pared. Treinta o cuarenta pasos. Una plazoleta cerrada por pequeos edificios. Jardincillos y flores en las ventanas. Zecke fue introducido en un chalet. Una cocina, una habitacin y una estancia de regulares dimensiones. La puerta se cerr tras l. Una anciana le trajo t, pan y mantequilla. Y luego, sin decir palabra, desapareci. Estaba inquieto, pero acab por dormirse. Prisrak en Ivanovno, Vilshofen en los Urales y Zecke en Mosc. Quo vadis? Despert y vio que no se encontraba en una habitacin de ventanas enrejadas. La puerta estaba entreabierta. La anciana entr y le trajo agua caliente para el afeitado. Un mquina de afeitar, jabn y toallas. Apenas haba terminado de afeitarse cuando alguien llam a la puerta. Entr el general Iegorov, que vesta de paisano. Buenos das, coronel Zecke. Sera usted tan amable de almorzar conmigo? Muchas gracias, general Iegorov. La conversacin discurri sobre temas generales. Y lo mismo sucedi durante las otras visitas de Iegorov. El general no le hizo ninguna pregunta concreta. Y tampoco se refiri a la nueva situacin de Zecke, el cual, por su parte, no hizo ninguna pregunta. Dnde se encontraba? Se hallaba en medio de la ciudad o en uno de sus barrios extremos? Ninguna de las ventanas daba a la plaza. Una serie de pabellones y un largo barracn dividido en varios compartimientos, cada uno de los cuales tena una puerta de entrada particular. Muchos de sus vecinos no eran rusos. Pero todos, tanto en sus fisonomas como en su manera de moverse, tenan algo en comn. En algunos pabellones vivan matrimonios. Todas las mujeres tenan el mismo aspecto inteligente y deportivo. Zecke sospech que se trataba de altos empleados y de agentes que, tras aos de servir en el extranjero, volvan a Mosc. Nunca haba la misma gente. Cada da se marchaban unos y llegaban 357

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otros. Una maana se march su vecino un hombre de unos cuarenta aos, con barba y lentes, probablemente un oficial vestido de paisano y por la noche lleg una pareja. La vieja criada preparaba la comida para l y el matrimonio vecino. Pero nunca haca ningn comentario. Se presentaron un sastre y un zapatero, quienes le tomaron las medidas. Al cabo de una semana le enviaban un traje y un par de zapatos. As transcurrieron algunas semanas. Zecke vesta traje nuevo, calzaba zapatos recin estrenados y llevaba camisas limpias y corbatas de buena calidad. Una maana se present el general Iegorov. Vesta de paisano, como de costumbre. El general Iegorov le entreg un billete de tren. Era un billete para ir de Mosc a Berln. No le entreg ningn otro documento. No, no necesitaba tarjeta de identidad. Zecke ira con l en calidad de acompaante. Eso fue lo que le dijo Iegorov. Al medioda abandonaron el pabelln. Un coche les condujo hasta la estacin de Rusia Blanca. El exprs azul de Berln estaba formado junto al andn. Se instalaron en un departamento reservado. En el departamento haba dos literas y una mesilla adosada junto a la ventanilla. El tren se puso en marcha. Fili: all haba instalado Napolen su cuartel general en 1812 y desde all vio cmo arda Mosc. Fili qued atrs y el tren aceler la marcha. La Lubianka el pueblo del silencio, la Lubianka, el carrusel de la muerte! Pero aquella vez el tren no marchaba hacia el Este, sino hacia el Oeste! 1945! Ahora estbamos en 1953. Era el 15 de junio de 1953! El muerto se acaba de levantar, y come y bebe. Iegorov encarg la comida. Pareca tranquilo. A veces descabezaba un sueo. Apenas prob bocado. Al hacerse de noche se fue espabilando. Miraba a Zecke de un modo pensativo. Pasaron unas horas. Llam al camarero y mand servir una cena fra: mantequilla, pollo asado, vino del Caspio, cerveza y vodka. Da Sdarowje, Gospodin Zecke! Salud, seor Zecke! Iegorov volvi a llenar los vasos. Bebi tres o cuatro vasos seguidos. Pareci que estaba ligeramente borracho. Haba sido una fatalidad que tras su primer encuentro en Brest-Litovsk fuera arrojado al reino de las sombras. Siempre se haba mostrado correcto y siempre mantuvo cierta expresin de simpata. Y l, por su parte, le haba hablado con absoluta franqueza, sin ninguna clase de reservas. Aquello perteneca a la poca de la Lubianka y de los pueblos del silencio. Ahora, empero, todo era diferente. El tren avanzaba hacia el Oeste y al oeste de la Lubianka todo era diferente. Se mostraba reservado. El muerto se levanta... pero tampoco es eso. En realidad, va a Berln como si estuviera muerto; va a Berln como consejero de un capitn general de la IV Seccin Especial del Ejrcito Rojo. Cul era su obligacin? Qu es lo que Iegorov espera de l? l nunca le ha dado informes acerca de antiguos oficiales de la Wehrmacht, que hoy son inspectores y generales de la Polica Popular o que ocupan importantes cargos en el Gobierno. No puede ser que Iegorov espere ahora de l tales informes. 358

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Iegorov hablaba y Zecke guardaba silencio. Aquel da haban cambiado los papeles. Iegorov hablaba y beba. Yo le conozco a usted, Zecke, como nadie le conoce y como usted mismo no se ha llegado a conocer. S todo acerca de usted, incluso muchas cosas que usted mismo ha olvidado. Conozco toda su vida, desde su niez hasta su celda en la Lubianka. S todo lo que usted ha pensado y ha hecho. Si yo pudiera adoptar su fsico me convertira en un Zecke ms autntico que usted mismo. Pero usted, Zecke, no me conoce a m. Usted slo conoce mi careta. Usted nicamente ve la mquina que todo lo registra y que anota cada estremecimiento de su corazn. Quin es ese Iegorov? Hay algo humano en l?, se pregunta usted. Una vez hubo un nio que se llamaba Volodia. Era ya una mquina el pequeo Volodia? Acaso haba nacido muerto? Qu crees, Zecke? Habla... Zecke permaneci callado. Usted calla, coronel Zecke. Usted quiere ahora mostrarse "chitry" y eso no le cuadra a usted. Usted no sabe desempear ese papel. Bien; contine usted callado; puede taparse los odos con cera. Puede usted creer que el capitn general Iegorov, que lleva treinta y cinco aos en el Ejrcito Rojo, no es ms que una parte de la mquina y que ya vino al mundo como un agente de la IV Seccin Especial. Ajaj!... La botella estaba vaca. Iegorov se levant, sali al pasillo del vagn y grit: Camarero! El camarero trajo otra botella. Ah, Zecke!, cuando chico no pidi usted nunca libros de K. Zucker y de J. Plenge? No le he enviado yo nunca esos libros? S; la verdad es que esos libros no tenan nada que ver con nuestros temas. Cuando nio le muchas historias de indios y debo confesarle que me sent particularmente atrado por las historias de los ltimos mohicanos. Ms tarde me sent profundamente atrado por la historia del ltimo caballero andante, Don Quijote de la Mancha. Hoy da, sin embargo, nicamente se puede soar en Europa desde una celda de la Lubianka. En realidad... existen demasiadas Europas: existe la ONU, la OTAN, el consejo de Estrasburgo, el Benelux... Y mucho de todo eso no es ms que papel y oficinas con sus correspondientes presupuestos. Y hay unos seores que obran como si tuvieran que vivir mil aos. Y mientras tanto nosotros vamos apagando una luz tras otra. Mientras usted, coronel Zecke, estaba metido en la celda de la Lubianka y pensaba en Europa, yo haca viajes a Praga, Varsovia, Budapest y Viena. Ciudades que estn ahora sumidas en la oscuridad. Por qu se hace tanto ruido a causa de lo sucedido en Berln? Es que Pars, Miln y msterdam no notan junto a s la misma mano que est a punto de estrangular a Berln? La mano est puesta sobre todo el continente. El da que esa mano se cierre... Abri la puerta de golpe. Camarero: otra botella! Regresaba muy triste de cada viaje. Tambin estuve en Pars... La gente est all sentada alrededor de mesitas de caf y bebe un brebaje de color amarillo. Las mujeres, los jvenes y los hombres con barba no hacen ms que hablar. Siempre estn hablando. Y acerca de qu? Dicen que ya no creen en 359

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nada. No creen en ningn pintor, en ningn poltico. No creen en Dios, ni en el Emperador, ni en ningn gobierno... Hasta ese punto se sienten libres... Y las casas estn llenas de gente y estn ahtas de libertad. Y luz, mucha luz... Cree usted que en Roma, en tiempos del emperador Aurelio, poco antes de la invasin de los brbaros, irradiaban los candelabros tanta luz como la que ahora hay en Pars? Las ciudades sumidas en la oscuridad me causan una profunda tristeza, pero las ciudades muy iluminadas tambin me causan una gran pena. Ya ve usted que soy un hombre perdido. Quin soy yo? Quin he sido? Sabe usted quin fue Vladimir Nikolaievitch Iegorov? Un hombre que tena fe y que crea en la eficacia de esos seores que, armados de grandes carteras, van de una conferencia a otra. Crame usted, Zecke: Volodia tambin fue un pequeo beb. Un beb que no tena las mejillas redondas, como las tena el pequeo Zecke. No; Volodia no tena las mejillas redondas. Tenemos la misma edad, coronel Zecke. Hemos nacido en 1901. Usted naci en Berln y yo nac en Mosc. El eje Berln-Mosc. Bueno; eso ya ha pasado. Ahora slo hay Mosc-Mosc-Mosc: el eje del mundo. Que quiere usted que le cuente del pequeo Volodia? Hay muy poco que contar. Aqu no hay una familia de oficiales, ni una tradicin. En Mosc, no lejos del Obchechitie, en el barrio donde usted ha habitado estas ltimas semanas y que antiguamente perteneca el extrarradio, se levantaban unas casas miserables, en las que la gente se alumbraba con lmparas de petrleo y en las que no haba agua corriente. Madre iba a buscar el agua a la fuente. En realidad las cosas no han cambiado demasiado. Las paredes de la calle Gorki no son ms que una fachada tras la cual... En ninguna parte se piensa con ms ahnco en la libertad que tras las rejas de una prisin. En ninguna parte puede uno desear que todo el mundo goce de agua corriente y luz elctrica como en aquel barrio extremo de Mosc. Conoce usted el asilo nocturno de que habla Mximo Gorki? Qu ocurrencia! No me acordaba que cuando usted frecuentaba el instituto tuvo ocasin de ver una adaptacin teatral de esa obra. Volodia creci en una casa como el asilo nocturno de Gorki. El padre era campesino y siempre, incluso en su poca de obrero, continu pensando como un campesino. Apenas le conoc. A veces se emborrachaba y entonces, cuando estaba bebido, sola gritar. Luego se senta muy abatido. Cay en 1914, cuando la guerra. Golod y Cholod! Hambre y fro! Primero la guerra y luego la revolucin. Volodia creci entre las barricadas. Zecke, en cambio, creci en condiciones muy diferentes! Zecke dispona de agua corriente, de luz y de bibliotecas. Guerra, guerra civil, Ejrcito Rojo. Al joven Iegorov le pareca todo aquello muy natural. Ahora se cumplirn treinta y cinco aos de cuando la llamada de Trotski y Tujachewski: Ingresad en el Ejrcito Rojo! Trotski, Tujachewski... Hay que hablar en voz baja, Volodia! Hemos pasado Brest? Pero, es igual, tanto da: ya no hay fronteras. El odo del Kremlin est en todas partes. Bueno, pues hablemos ms bajo todava. Qu estbamos diciendo? Con quin hablaba? Ah, s, le hablaba a una tumba, es decir, te hablaba a ti, Zecke! En ti puedo tener confianza. Es preciso hablar, por lo menos una vez. S, est bien; confieso que yo esperaba que me diera usted informacin acerca de von Paulus y Seydlitz (Prisrak Stalingrada: usted emple esta expresin en cierta ocasin); pensamos que, puesto en Berln, el muerto podra sernos de alguna utilidad. Pero usted no ha contestado a mis preguntas; 360

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usted ha callado y no ha dicho nada sobre von Paulus, Seydlitz, Lenski y Vincent Mller. "Este se lo regalo a usted", me dijo usted, Zecke, durante un interrogatorio. Se trataba de cierto ministro del interior de un "Land" oriental. S; un antiguo comandante hitleriano. Aquellas palabras fueron toda la informacin que usted nos dio acerca de sus antiguos camaradas. Ya s, ya s que puedo confiar en usted. Con usted puedo hablar tranquilamente. A su lado estoy tan seguro como si ya tuviera ocho pies de tierra sobre mi cuerpo. "Ingresad en el Ejrcito Rojo! Salvad la patria del proletariado y libradla de los soldados blancos y de los intervencionistas!", deca la llamada de Tujachewski. Intervencionistas... Ahora somos nosotros los intervencionistas y nuestros soldados blancos son Ulbricht, Pieck y Grotewohl. Cuntas vueltas da el mundo! Zecke no dijo ni una sola palabra. Callaba y pensaba: "Se trata de un interrogatorio? Se trata de repetir ahora la escena de Brest?" En su borrachera, Iegorov pareca adivinar sus pensamientos. "No, querido Zecke, est usted completamente equivocado. A qu haba de servir otro interrogatorio? El expediente Zecke est definitivamente cerrado. Zecke no ser entregado a nadie ms: de eso le respondo yo. El nombre ha sido borrado y, una vez terminada nuestra misin, yo har que el nombre acabe de desaparecer. Dnde estbamos? Ah, s!: Volodia en el Ejrcito Rojo! Instruccin, marchas forzadas, la batalla. La batalla de Busuluk fue la primera gran victoria sobre un ejrcito regular. Da sdrastwuet Raboteni Krestnianski Krasnaia Armiia". Saludo al Ejrcito Rojo de trabajadores y campesinos! Da

sdrastwuet Lenina! Da sdrastwuet Trotzkia! Da sdrastwuet Tujachewski!... Ha dicho usted Tujachewski? Volodia durak... Quiere usted que le diga

cuntas veces estuvieron con Tujachewski y lo que luego hicieron con l? Iegorov lo sabe. Tujachewski... Qu se ha hecho de Tujachewski y de Trotski? Quin los mat? Los generales blancos? Hizo una pausa y continu: Hable usted, Zecke! Diga quin mat a Tujachewski! Pero usted no quiere hablar. Bueno; ahora soy yo quien tiene la palabra. Pero dejemos a Vladimir Nikolaievich, dejemos al capitn general Iegorov aparte. Maana volver a estar en su sitio. Pero, dnde estbamos? Ah, s, en la batalla de Busuluk, junto al Volga. Stenka Rasin llevando el uniforme del Ejrcito Rojo. Bandera roja y en la bandera la hoz y el martillo. La liberacin. Ah, querido Zecke; t eres nuestra desgracia! Qu ha resultado de todo aquello? Qu han hecho de nosotros? El tren se detuvo. Estaban en la estacin de Brest. Gente que iba de un lado a otro del pasillo. La polica de fronteras peda la documentacin de los viajeros. Iegorov declamaba unos versos de la poca de la guerra civil: Y los matorrales de la estepa murmuraban,

como nosotros, de noche, y cuando los das lluviosos, soportbamos el hambre y el fro...

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La puerta se abri. Aparecieron un capitn y un sargento. El capitn ech una mirada a la mesilla sobre la cual haba un montn de platos vacos y unas cuantas botellas. Iegorov continu recitando: Condcenos, Budionni, a la batalla. Que el trueno retumbe, que nos rodee un mar de fuego, pues nuestra vida es una lucha, una lucha incansable... El capitn cogi el documento que le ofreci Iegorov, lo ley y lo devolvi. Salud. Su rostro qued como petrificado. Luego dio media vuelta y cerr la puerta tras s. Nuestra vida es lucha... Lucha, pero, para qu? Para apagar la luz de algunas ciudades? Ah, querido Zecke! La verdad es que no s quin es ms de compadecer: usted o yo. Usted, que va montado en el carrusel LubiankaSiberia-Lubianka, o yo, que soy uno de los que mueven el carrusel. No s quin es ms digno de compasin: usted, que maana todava ser til para algo, o yo, que he sonsacado de usted todo cuanto he podido y maana mismo ya no servir para nada. Quin es ms digno de compasin, seor Zecke: usted, que est muerto, pero cuyo corazn todava se inquieta por la estructura de la sociedad del da de maana, o el joven trabajador de Mosc, el miserable soldado del Ejrcito Rojo, el muchacho que a los dieciocho aos mandaba un batalln y que a los veinte estudiaba en la escuela de oficiales de Mosc; el joven que ascendi bajo las rdenes de Radek, Primakov y Bersin y que poco a poco fue situndose en los puestos clave de la mquina y que ahora, al pensar en los hombres y en los pueblos, se da cuenta de que no tiene ninguna concepcin social, de que ya no piensa nada?... Quin es ms de compadecer, Zecke? Dgalo, dgalo! Conoce usted a Radek? Claro; qu tonto soy; claro que conoce usted a Radek. Qu se ha hecho de Radek? Qu se ha hecho de Primakov, nuestro general, el director de la escuela de oficiales? Quin dispar con tanta puntera? El Imperialismo? Radek: Peng! Primakov: Peng! Tujachewski: Peng! El mariscal Blcher, y el otro, mi jefe de la Cuarta Seccin Especial, que se llamaba Iegorov, igual que yo, y Iakir, Ulorovich, Rykov, Bucharin: Peng, peng, peng, peng!... Hizo otra pequea pausa. Aprend alemn e ingls. En 1923 estaba en Alemania. Actuaba de agitador en el Ruhr. El jefe era William Zaisser. Maana nos encontraremos con Zaisser en Berln. Es un viejo conocido mo. Estuvimos en China. Mi jefe en China era el capitn general Besin, que en 1938 fue llamado a Mosc. La Lubianka: una puerta se abre, aparece una dentista, ya sabe (pero usted no sabe que Volodia intervino en su caso), Bersin se sienta en la silla de la dentista y peng! Todos cayeron: Tujachewski, Blcher, Iakir... pero Vladimir Nikolaievich no cay. Por qu? Acaso Vladimir Nikolaievich era peor que los dems? S; a la fuerza tena que haber sido peor. Pero cuando estaba en China era un tipo sin importancia para ser llamado a Mosc. Por eso conserv la vida. 362

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O acaso eso que va de un sitio a otro y que viste el uniforme de capitn general no es el viejo Volodia? Otra pausa. Zecke, seor Zecke, coronel Zecke! Camarada Zecke! Dime dnde est la derecha y dnde la izquierda. Ayer Tujachewski y Clara Zetkin... Y hoy? Qu ocurrir hoy? Maldita sea la boca que diga tovarich a Ulbricht. Mira mi mano derecha. Esta mano no fue ensuciada por Wrangel ni por Denikin, pero s lo ha sido por Pieck, Ulbricht y los dems comparsas. Mira mi mano: est sucia! Pero yo saco toda la porquera de un golpe y te ofrezco mi mano a ti, camarada Zecke. Camarada Zecke: vamos a Berln. Maana, cuando despiertes, estaremos en Berln. El tren se detuvo en la estacin de la Friedrichstrasse. Eran las diez del da 16 de junio de 1953. Debo rogarle, coronel Zecke, que durante nuestra estancia en Berln no se aparte usted de mi lado. Tambin le ruego que si, a causa de una repentina ausencia ma, me veo obligado a encerrarle, no se considere usted mi prisionero y acepte la cosa como una medida puramente circunstancial. "Como nosotros, de noche y cuando los das lluviosos..." Pareca haberlo olvidado: la conversacin, las confidencias, el apretn de manos. Pero no lo haba olvidado; lo haba dejado de lado. Por lo dems, le hablaba en el mismo tono de siempre: educado y corts. Primero iremos a ver al ministro Zaisser y luego, seor Zecke, le pondr al corriente de nuestra misin en Berln. Berln estaba cubierto de un cielo gris oscuro. Era martes: un da como otro cualquiera. Un tren procedente de Mosc. Oficiales y paisanos que se apean de los vagones y marchan por el andn. Ordenanzas que aguardaban. La estacin de la Friedrichstrasse todava no haba sufrido los efectos de los acontecimientos que haban de dar al traste con las disposiciones que para aquel da haban sido dictadas en Karlshorst, en la embajada sovitica, en los ministerios y en la central de la SED y que, adems, tenan que cambiar los planes del capitn general Iegorov. Un teniente coronel aguardaba a Iegorov. Era un oficial que no perteneca a la Cuarta Seccin Especial y que haba sido encargado de acompaarle durante su estancia en Berln. All estaba el puente de Weidendamm y las gaviotas, arrulladas por un viento primaveral, igual que cuando el sombrero de paja de cierto nio vol sobre la barandilla del puente y cay al agua. El coche no atraves el puente, sino que march junto a la orilla derecha del ro. Ms all estaba el Lustgarten, la Catedral y el Schloss... l ha visto varias fotografas de todo ello y sabe qu aspecto tienen las ruinas, El Schloss casi ha desaparecido, lo mismo que otras mil piedras histricas, testigos del pasado prusiano. La Bruderstrasse: un inmenso espacio vaco, un buen lugar para grandes concentraciones. Haba visto fotografas de todo ello, pero ahora es cuando se enfrenta ante la misma realidad. Atraviesa Berln sentado en compaa de un capitn general vestido de paisano y de un teniente coronel que va de uniforme. Por la Konigstrasse que ya no se llama as, sino Rathausstrasse se acercan grupos de manifestantes. Banderas, puos levantados. Escolares montados en bicicletas, mujeres con paraguas, hombres vestidos con trajes de trabajo. Trabajadores, cada vez ms trabajadores. El coche en 363

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que iban Zecke, Iegorov y Judanov avanz despacio y, al cabo de un momento, aceler la marcha. Qu significaba aquello? Trabajadores del ramo de la construccin... Venan de la Stalin-Allee. Una hora antes, cuando se diriga a la estacin, Judanov haba visto cmo los obreros que trabajaban en las casas de la Stalin-Allee abandonaban los andamios y se concentraban en medio de la calle, dispuestos a organizar una manifestacin. Qu significa eso, camarada teniente coronel? Una manifestacin, camarada general. Una manifestacin previamente organizada, o, mejor dicho, ordenada, desde luego. La polica popular est al corriente de ello. Nadie hubiera podido imaginarse que se trataba de una manifestacin espontnea. Y los policas dejaban paso a los manifestantes, hacan detener los coches a un lado de la calle y desviaban el trfico hacia las calles laterales. El coche en que iban Judanov, Iegorov y Zecke se detuvo. La gente pasaba junto al coche. Banderas, pancartas. Dos hombres sostenan una gran pancarta en la que pona: "Elecciones libres!" En otros carteles se lea: "No queremos un ejrcito de! Pueblo; queremos mantequilla". Era algo excesivo. La verdad es que aquello era jugar con fuego. "Abajo Pieck!" Abajo Pieck, abajo Ulbricht... Aquel tema no le era desconocido a Iegorov. Aquel tema haba sido tratado por l con ciertas personalidades del Partido (y para eso tena ahora que ponerse en contacto con Zaisser), pero eso lo haba discutido l en Mosc, a puerta cerrada, y ahora estaban en Berln y en medio de la calle. Nos hemos equivocado de camino, general: estamos en el sector norteamericano! Zecke estaba como borracho y se senta como Iegorov se deba haber sentido la noche pasada. Vea las cosas entre nieblas. Respiraba pesadamente. Pero aqul era el aire de Berln. Y aquellos rostros eran los rostros de los berlineses. Y aquellas voces eran las voces de los berlineses. La Lubianka, un pueblo del silencio, Siberia, el sector norteamericano... Dnde se hallaba? No; no nos hemos equivocado de camino, general. Esas casas derruidas, esas calles laterales, esa plaza era la Alexanderplatz. All, en aquella casa, viva cierta mujer cuyo nombre nunca conoci. La casa haba sido bombardeada... Y aquella mujer estaba ahora aqu, entre esta riada de personas que converga al quiosco de la esquina. Se sonri. Era un espectculo inesperado. Comenz a arder el quiosco de peridicos. Unos peridicos volaron por los aires. La mujer, aquella mujer (o quiz era otra mujer cualquiera) cogi un peridico y ley: "Crece la confianza de las gentes en el Gobierno". Una mltiple y ruidosa carcajada. Chispas. Llamas. Zecke se sonri de nuevo. Iegorov dijo: Es que esa gente ha perdido la razn? No, general. Qu significa eso, camarada teniente coronel? Iegorov se volvi hacia los manifestantes. Qu ocurre? 364

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Al gobierno! Un individuo alz la voz sobre los dems: Unos, amigos: queremos ser libres! Monstruoso! Incomprensible! Va ahora a repetirse lo sucedido en noviembre de 1918? El coche en que iban Iegorov, Judanov y Zecke tom la Dircksenstrasse y lleg Karlshorst. No era noviembre de 1918, sino que era el 16 de junio de 1953. Otro mundo... Manifestaciones, revuelta, levantamiento? Imposible! Absolutamente imposible! Pronto estarn encerrados los mil o dos mil exaltados. Por qu respiraba usted de esa manera, Zecke? No s; quiz fuera debido al aire de Berln. Bueno; ya estamos en Karlshorst, coronel Zecke. Piense usted en lo que le he dicho y, por favor, no se considere usted detenido. Se trata de una pura formalidad dijo Iegorov, al tiempo que cerraba la puerta de la habitacin a la que haba hecho pasar a Zecke y se meta la llave en el bolsillo derecho de la guerrera. En Berln se estaba llevando a cabo una gran manifestacin. El telfono no deja de sonar en los despachos de la Cuarta Seccin Especial del Ejrcito Rojo. Y ocurra all lo contrario de lo que habitualmente suceda; es decir, que en vez de dar rdenes, se pedan noticias. El jefe de la Cuarta Seccin Especial se sinti humillado al tener que informarse acerca de los sucesos ante el general Iegorov, enviado especial de Mosc. Qu ocurre? Qu sucede? La central del SED no estaba al corriente de nada. En los ministerios tampoco podan informar. Se trata de una manifestacin que probablemente ha organizado el FDGB. Pero no sabemos nada. Y el FDGB? El FDGB tampoco saba nada. Una delegacin iba ahora camino del ministerio. Se trataba del mnimo de trabajo fijado ltimamente. Vaya delegacin! Los miembros de la Polica Popular eran abucheados, los peridicos oficiales volaban por los aires y los retratos de Stalin eran arrancados de las paredes en las calles. Eso lo haba visto Iegorov. Dnde estn los responsables? Quines son los responsables? Se trata de Ulbricht, de Grotewohl y de Pieck? El telfono volvi a sonar. Al cabo de un rato se tuvo la respuesta. Ulbricht lleg a Karlshorst. Se present ante el jefe de la Seccin Poltica de la Comisin Sovitica y le habl acerca del "nuevo curso" de la "Repblica Democrtica Alemana". Otto Grotewohl, el Primer Ministro, haba ido a la emisora de Radio Berln, que estaba en Grunau, donde pensaba pronunciar un discurso. WilhelmPieck estaba de permiso en Ak-Mechet, donde pasaba una convalecencia. Y Zaisser, el ministro de Seguridad, se hallaba en Halle, a donde haba ido en el curso de un viaje de inspeccin. Iegorov habl con l por telfono, y lo cit para el da siguiente. Zaisser no pareci sorprenderse. Tiempo atrs haba observado en Berln ciertos sntomas de levantamiento. En Eberswalde, Zwickau, Leuna y otras ciudades haba una atmsfera de creciente intranquilidad. Esa atmsfera se haba creado gracias a las medidas dadas por Ulbricht respecto a la produccin 365

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mnima de los obreros. El general Iegorov repas a su cuartel general, bebi un t en compaa de Zecke, inform a ste acerca de las ltimas noticias y le pregunt su opinin. Usted ha estudiado todo el material que se refiere a Alemania y est perfectamente informado acerca de la situacin. Dgame, pues, Zecke: cree que ese movimiento podr ser sofocado por medios pacficos? Mire usted, general Iegorov: Scheidemann, el dirigente socialdemcrata, dijo en cierta ocasin que las gentes que en 1919 haban irrumpido en un consejo formado por trabajadores y soldados, tenan los rostros pintados para as acentuar su aspecto de miseria. Pues bien, general, las gentes que hemos visto pasar junto a nuestro coche no llevaban los rostros pintados. Los dos hombres que sostenan el cartel en que pona "Queremos elecciones libres" tenan un aspecto tan miserable, una tal expresin de hambre y de desesperacin comparable slo con el aspecto que presentan ciertas gentes de China. El aspecto de esas gentes es la causa de la revolucin. No creo en la posibilidad de arreglar las cosas "por las buenas". La desesperacin es demasiado acuciante. No creo que esa riada la pueda usted contener con las manos y hasta quiz no la detenga ni con los tanques. Los tanques... Haba que evitar los tanques. Aqu no estamos en Alma-Ata ni en Ferghana. "La generosa y comprensiva Unin Sovitica disparando contra los trabajadores." Ese es un cuadro que no debemos ofrecer al mundo occidental. Ha quedado planteada la cuestin de la verdad y la mentira del comunismo, y esa cuestin debe ser ahora resuelta. Ya s lo que usted entiende por mentira del comunismo, pero ignoro qu entiende usted por verdad del comunismo. Su antagnica actitud, su postura polmica ante ciertos errores del capitalismo, ha dicho el ruso Nicols Berdiaef, que en un tiempo form en sus filas, general Iegorov. S; Berdiaef es uno de los escritores que est en nuestro ndice. Pero, dgame: no ve usted nada creador en el comunismo? No, general Iegorov. El crecimiento industrial de su pas no es una prueba de ello. La revolucin industrial rusa es algo que ustedes han hecho segn la pauta capitalista, y la verdad es que, en ese asunto, el capitalismo les lleva a ustedes una gran ventaja. Por lo dems, desde la terminacin de la guerra, el comunismo es una fuerza destructora. Pero, de qu se trata ahora en Berln? Se trata del pan nuestro de cada da; pero tambin se trata de que ese pan pueda ser comido en paz y en libertad. En cierta ocasin ya le dije, general, que Berln es un punto neurlgico en el que se cifran hechos de gran trascendencia poltica. Los habitantes del Berln occidental han decidido no comer el pan sovitico y no ser esclavos. Han sufrido fro y hambre y han resistido los efectos del bloqueo, y con todo ello han defendido su dignidad de hombres y su libertad. Y esos son los sentimientos que, como era de esperar, se estn ahora manifestando en los habitantes del Berln oriental. El teniente coronel, a quien Iegorov haba enviado en busca de informacin, regres acompaado de un testigo presencial de los sucesos. Iegorov mand que se presentara. Era alemn y hablaba algo de ruso. Haba 366

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ido con los manifestantes hasta el ministerio. La calle estaba llena de gente. Los manifestantes caminaban con los puos en alto. Pisotearon el retrato del Presidente de la Repblica. Llegaron a la casa de los ministerios. "Queremos hablar con Pieck y con Ulbricht!, gritaron. Sali una mujer y todos la abuchearon. "Queremos hablar con Ulbricht, el de la barbilla, la cabrita siberiana!"..., gritaron. Se present entonces un ministro. Selbmann. El ministro dijo: "Compaeros..." "No somos tus colegas." "Yo tambin soy trabajador..." "Pues lo has olvidado." "T no eres un trabajador, has traicionado a los trabajadores." "Trabajadores! Mirad mis manos!", dijo Selbmann. "Estn muy gorditas!" Silbaron y gritaron: "Abajo! Dimitid! Fuera Ulbricht! Fuera Grotewohl! Que dimita el gobierno!" Entonces apareci el redactor de un peridico. Creo que el tipo se llama Wittstock. Ensart unas cuantas consignas. Y la cosa se puso ms fea todava. Fue un espectculo grotesco. De manera que es un espectculo grotesco? Judanov ech una larga mirada a Gnotke. Gnotke no inform con su acostumbrada frialdad, sino que habl de un modo apasionado, cosa que nunca hasta entonces haba hecho. Y maana habr paro general dijo al terminar su informe. Acompaado de Zecke y de Judanov, Iegorov asisti aquella noche a una asamblea en la que deban hablar Grotewohl y Ulbricht. La asamblea se celebraba en el "Teatro de los cinco mil", donde antiguamente haba trabajado Max Reinhardt, donde haba estado el circo Schumann y donde tambin se haban celebrado grandes mtines revolucionarios. All, en aquel teatro, en 1933, Zecke haba visto "El crucero Potemkin", y "Weber", de Gerhart Hauptmann, y "Florin Geyer", y "La muerte de Dantn", de Bchnef. Recordaba que la maana de un domingo Isadora Duncan haba bailado all la Internacional. l haba ido all con Lena. Algunas maanas solan ir al teatro, y luego iban a comer al "Shwarze Ferkel" o al "Adlon" de Unter den Linden. Lena... Pensar que estaba a unas estaciones de metro de distancia. No tena noticias de Lena ni de Agathe. Nunca haba recibido carta de ellas. Zecke, Iegorov, Judanov y el capitn Budin, todos ellos vestidos de paisano, ocuparon un palco. Contemplaron la platea. Unos rostros se volvieron hacia ellos. Se produjo un murmullo en la sala. Unas cuatro mil personas los ms fieles entre los fieles se haban congregado en el teatro. La Duncan haba bailado all la Internacional y muchos de los asistentes la haban visto bailar. Estaran entre aquella gente Meerkatz, Loose, Schwender, August, Emil y el Paul que tiempo atrs haban estado con l en el campo de concentracin de Brest-Litovsk en espera de ser trasladados a Berln. En un momento dado crey reconocer a August Meerkatz. En efecto, August Meerkatz estaba all. Y tambin estaba Paul Loose. Meerkatz avanz por el pasillo y tom asiento junto a Loose. Desde su llegada a Berln, tras haber recibido un empleo poltico en la Lothringer Strasse, 367

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haban estado en contacto. Loose tena un empleo en la portera de la casa de los ministerios (donde su mujer estaba al frente de una cantina), y Meerkatz trabajaba en la distribucin del peridico "Tglichen Rundschau", de inspiracin comunista. Meerkatz y Loose se saludaron con una mirada. No se dijeron nada. Una mirada de inteligencia era el saludo que intercambiaban entre s los miembros de aquella Fronda. En la sala haba una atmsfera cargada. Aquella noche tena que hablar el tipo de la barbilla. Tena que pronunciar un discurso y dar cuenta de los sucesos y decir si el "nuevo curso" era algo realmente importante o no pasaba de ser una simple maniobra. Aquella noche, por otra parte, el tipo de la barbilla estaba obligado a hacer un anlisis de los sucesos y a exponer la necesaria orientacin que deba subsanar las faltas polticas cometidas y volver las cosas a la justa lnea poltica. Bajo la luz de los reflectores, Ulbricht, Grotewohl, Iendretzki, Ackermann y Zaisser aparecieron en el escenario. As, pues, no han sido eliminados como se deca. Camaradas!... Qu est diciendo Iendretzki? Es que no ha ocurrido nada en Berln? Acaso los obreros de la construccin que trabajan en la Stalin-Allee no han ido a vociferar ante los ministerios? Acaso no han sido pisoteados y destrozados los retratos de los dirigentes del Politbur? Acaso no est anunciada la huelga general para maana? Parece como si en Berln reinara el orden. Este discurso lo tena preparado desde hace un par de das observ el teniente coronel Judanov. Veremos lo que dice Grotewohl. Grotewohl tambin decepcion a los oyentes. Bueno, al fin y al cabo, Grotewohl no era uno de los consagrados por los dirigentes de Mosc. Habl Ulbricht. Iegorov encendi un cigarrillo. Un hombre a lo Himmler. Hubiera hablado as, en esta ocasin, el compinche de Hitler? Judanov se encogi de hombros. Quiz el seor Zecke pueda decirnos algo acerca de esto. ...y est fuera de duda que el Partido y el Gobierno se han apuntado grandes xitos. Desde el descombro de las ruinas que nos dej la guerra hitleriana, hasta la construccin de nuevas casas y el nivel de vida que hemos conseguido dar a la poblacin, media una gran distancia. Y no solamente hemos conseguido realizar los objetivos econmicos que nos propusimos, sino que, en muchos aspectos, los hemos sobrepasado. Cierto que la economa agrcola... Media hora llevaba hablando de aquella manera. En la platea comenz a producirse cierto nerviosismo; muchos asistentes hablaban entre s. Murmullos. Interrupciones. Iegorov haba llegado al lmite de su paciencia. No ha sido anunciada la huelga general? La huelga general de los obreros berlineses no se propagar a toda la zona? No tendr que ser sofocada la rebelin por el Ejrcito Rojo? Qu haran entonces las Potencias mundiales? Bordeamos ahora los comienzos de la tercera guerra mundial? Acaso el prximo acontecimiento internacional ser el lanzamiento de una 368

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bomba atmica sobre Berln? Estaba perdiendo el tiempo. Iegorov orden a Judanov y a Budin que continuaran all y luego, acompaado de Zecke, sali del teatro. Atravesaron la Frankfurter Allee, que estaba llena de miembros de la Polica Popular y cuyos nuevos edificios daban a la calle el aspecto de una copia provinciana de la calle Gorki de Mosc. A su lado estaba Zecke. Zecke... Un experimento. Zecke era como una hoja en blanco, pues se haba mantenido al margen de las intrigas y de las secretas ambiciones de los antiguos oficiales hitlerianos. El experimento Zecke tena que comenzar a funcionar en el momento preciso, y el momento, a juzgar por los sucesos del da, haba llegado. Zecke era como un sismgrafo que deba ser aprovechado y que luego, una vez hubiera prestado los servicios que de l se esperaban, se hara desaparecer. Pregunt a Zecke la opinin que le mereca todo aquello y nicamente obtuvo algunas respuestas vagas. Una humanidad sin destino: esa parece ser la meta del DDR y de muchos otros partidos. Era ya muy entrada la noche cuando Iegorov, que estaba en un despacho de Karlshorst, se enter de la actitud de Ulbricht. Ulbricht haba adoptado ciertas medidas preventivas, pero por lo visto estaba convencido de que no se iba a una revolucin. Los obreros, segn l, estaban al lado del Gobierno. Lo que haba ocurrido en la Stalin-Allee era obra de agentes provocadores. El intento revolucionario haba sido dominado. La huelga general no tendra lugar. Qu poda decirse a todo aquello! El primer hombre del pas trataba de minimizar la crisis, lo cual quera decir que aquel hombre no poda continuar en el puesto que ocupaba. Mientras yo les estoy hablando y ahora son las dos de la madrugada, ese hombre est desalojando la sede del Partido. Esto significa que tambin l cree en la posibilidad de que los manifestantes traten de apoderarse de la Central. Est claro que nosotros no podemos confiarnos en la Polica Popular. Por eso el general Gretchko ha movilizado las divisiones acorazadas nmero 12 y 24; es decir, unos seiscientos tanques y unos quince mil hombres. Dentro de una hora, esto es, a las tres de la madrugada, estarn en marcha los motores de los tanques y cada hombre ocupar su puesto. La situacin era muy seria. Karlshorst no ces de comunicar noticias a Mosc. Tambin Iegorov habl con su jefe, a quien puso al corriente de la situacin. "La cuestin Zaisser queda aplazada", le dijeron de Mosc. Cuando los nimos estn calmados estaremos mejor informados... Iegorov comenz a darse cuenta de que la situacin poda ser dominada con relativa facilidad. "Qudese usted donde est, Iegorov", le ordenaron de Mosc. "Es preciso que se haga todo lo posible para evitar derramamientos de sangre. No se har ni un solo disparo sin previa orden del ministerio de la Guerra. El ministro Bulganin es el nico que tiene la palabra." Iegorov todava fum un cigarrillo en compaa de Zecke. Abri la ventana. Llova. Un relmpago y un trueno. 369

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Este es el relmpago... y a su luz veremos maana lo que ocurre en la Repblica Democrtica Alemana. Acabo de parafrasear una cita de Lenin, coronel Zecke. "Aquello fue el relmpago que mejor que nada nos permiti ver la realidad", dijo Lenin refirindose al levantamiento de Kronstadt. Al da siguiente result imposible trasladarse en coche a la ciudad. Un oficial aconsej a Iegorov que dispusiera de una patrulla de seis tanques para llegarse a la casa de los ministerios. Y Iegorov mont en el tanque del jefe de la patrulla. Zecke le acompa. El jefe de la patrulla, que era un comandante, tena rdenes de no hacer fuego contra los manifestantes. Si los manifestantes disparaban contra l deba retroceder y volver a Karlshorst. Iegorov y Zecke vean la calle a travs de sendas escotillas. Altas casas con pequeas ventanas y minsculos balconcillos: eso era la antigua Frankfurter Allee, convertida ahora en la Stalin-Allee. A pesar de las precauciones adoptadas por la polica, los trabajadores haban vuelto a congregarse, y formados en largas columnas se dirigan hacia el centro de la ciudad. El da antes slo se haban manifestado los trabajadores de la construccin, pero ahora haba all trabajadores de todos los gremios. Nadie haca caso de la lluvia. Los tanques tomaron el puente de Jannowitz y se adentraron por la Walltrasse. La calle estaba llena de gigantescos retratos de Stalin, Pieck y Grotewohl, que haban sido arrojados al suelo y pisoteados. El Spittelmarkt, al que confluan cuatro calles, era un hervidero humano. A cada momento llegaban nuevos manifestantes. Iegorov y Zecke observaban los rostros de los manifestantes. La gente caminaba ante los tanques y slo cuando ya casi los tena encima se apartaba algo para dejarlos pasar. Todo el mundo gritaba. Los tanques avanzaban muy despacio. El ruido de las cadenas quedaba ahogado por el gritero: "Abajo Pieck!" "Abajo Ulbricht!" "No queremos ser esclavos!" Era un espectculo inusitado: nadie tena miedo. No tienen miedo dijo el comandante tanquista. Parece mentira. Y luego, asomndose por la escotilla del tanque, dijo a los manifestantes: Lo mejor ser que se retiren ustedes. Pueden tener un disgusto. Ivan, go home! le contest un hombre. La radio del tanque anunci: "Los manifestantes estn destrozando las barreras que limitan el sector sovitico de la ciudad. La bandera roja acaba de ser arriada de la Puerta de Brandenburgo. Una columna de obreros procedente de los barrios del norte atraviesa el sector francs y se dirige hacia el sector sovitico." Zecke se fij en un grupo de manifestantes que acababan de volcar un coche. Un quiosco de peridicos estaba ardiendo. Las banderas rojas eran arrancadas de las casas. Cinco o seis policas dispararon al aire. Gritos, puos cerrados. Una bandera encendida fue arrojada a una ventana de la casa de los ministerios. Los tanques comenzaron a ser apedreados. El hecho fue comunicado a Karlshorst. "Los manifestantes adoptan una actitud agresiva. Nos arrojan piedras y nos atacan armados de hierros." Karlshorst contest: "Prohibido hacer uso de las armas." Los tanques se detuvieron. Unos policas hacan guardia junto a la entrada de la casa. Iegorov y Zecke se apearon del tanque. De otro tanque 370

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descendieron el teniente coronel Judanov y el capitn Budin. Aquellos dos hombres no se apartaban de ellos. Iegorov comenz a sentirse molesto por la presencia de aquellos dos oficiales que no pertenecan a su Seccin. En la entrada, Zecke se cruz con el general Vicent Mller. Al caer prisionero, el general ingres inmediatamente en el "Comit de la Alemania Libre" y ahora estaba agregado a Karlshorst y vesta uniforme de general de la Polica Popular. El general no reconoci a Zecke, que vesta de paisano. Un poco despus se cruz Zecke con el director general profesor doctor Wittstock, pero Wittstock no le reconoci. No era extrao, pues no en vano haba Zecke pasado ocho aos montado en el carrusel de la muerte. Y el carrusel continuaba girando y Zecke todava no se haba apeado de l. Quiz nunca podra apearse del mismo. Esta vez, en lugar de haber sido deportado al Este, haba sido llevado al Oeste. Y tambin aqu, en el Oeste tropezaba con seres grotescos y almas muertas. Wittstock iba de un lado a otro escuchando y repitiendo las noticias procedentes de la calle. Estaba exaltado e iba dejando una estela de inquietud y nerviosismo. Tambin vio a Vicco Splge, que se volvi hacia l e incluso le hizo un gesto con la mano, pero Zecke comprendi que le habla confundido con alguien. As, pues, tambin Splge se encontraba entre aquella gente. Seguramente trabajara en alguna compaa de propaganda, al igual que antes, cuando Hitler. Splge hablaba y gesticulaba ante un grupo de periodistas. Tropez con Loose. Hombre, coronel! Un apretn de manos. Hay aqu una atmsfera muy cargada, coronel. Bueno, veremos lo que ocurre. Ven, Emma. Zecke dio la mano a la mujer de Loose. La escena tena lugar en la cantina. Las mesillas estaban ocupadas por funcionarios y secretarias. La mujer permaneca tras el mostrador y vesta un delantal blanco. "Lo he hecho para Emma" (la cajita de abedul). De manera que aquella mujer era Emma... Tena un rostro joven y simptico, muy diferente al de las secretarias, que parecan muecas pintarrajeadas. Un buen amigo de Brest-Litovsk. Ya sabes dijo Loose. Se puso la gabardina. Al combate dijo. Los miembros del Partido haban recibido rdenes de Pankov: "Es preciso ponerse rpidamente en contacto con el pueblo. Todos los jefes de grupo, los funcionarios y secretarias debern salir a la calle y mezclarse con los camaradas y las camaradas que acaban de desviarse. Demostrad lo que sois capaces de hacer y lo que el Partido os ha enseado". Pero como los jefes de grupo, los funcionarios y las secretarias demostraban estar muy ocupados, los propagandistas y hombres de accin fueron enviados a la calle. Y uno de ellos era Loose. Adis, Emma. La entrada estaba llena de gente. Apenas se vean uniformes militares. Muchas mujeres hablaban por telfono: preguntaban por sus maridos, cuyo paradero, por lo visto, ignoraban. Se oa hablar alemn y ruso. Los que llegaban traan noticias de la calle. Un recin llegado dijo: Camaradas: los manifestantes no son alemanes, sino norteamericanos. 371

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Todos ellos han venido del sector occidental. Yo mismo he visto cmo los oficiales norteamericanos incitaban a venir a la gente de su sector. Los americanos son muy tontos, pero no vaya usted a creer que son tan estpidos como para hacer semejante tontera. Oficiales soviticos, simples soldados y miembros de la Polica Popular iban de un lado a otro. Aquello pareca un nido de hormigas. La atmsfera estaba llena de humo y ola a tabaco. La manifestacin es un voto clarsimo. Si los manifestantes se imponen tendr que ser cambiado el Gobierno. Atravesaron la entrada y se dirigieron hacia la escalera. La escalera estaba llena de grupos de mujeres que gritaban y sollozaban. Judanov, Budin y el comandante tanquista siguieron a Iegorov y Zecke. El comandante tanquista iba en busca del general Dibrova, a quien deba presentarse. Inmediatamente se form un corro a su alrededor: "Qu ha visto usted, camarada comandante? Qu ocurre?" "Mucho y nada", respondi, con sumo tacto, el comandante tanquista. Todos queran saber de qu manera haba comenzado la sublevacin. No saban nada, pues desde el comienzo de las manifestaciones, es decir, desde el da anterior, no haban salido del edificio. Tambin all estaba la atmsfera cargada de humo. Los ceniceros estaban llenos de colillas. Iegorov y Zecke tomaron asiento. Los dems permanecieron en pie. Los telfonos estaban ocupados. De un momento a otro iban a reunirse los miembros del Gobierno. Se estaba aguardando al general Dibrova. Aquello era el relmpago... Paul Loose estaba en la calle. Las risas, las miradas de compasin y las amenazas, pero sobre todo su propia inseguridad, hicieron que bien pronto dejara de hablar en favor del Partido. Se le atragantaron las consignas. "Abajo Grunzewohl! Abajo la cabra siberiana!", grit de pronto Loose. En un instante se haba dado cuenta de la falsedad de su posicin. "Queremos elecciones libres! Muera el to de la barba! Somos hombres y no micos!", gritaban las gentes. Una columna de manifestantes irrumpi contra un cordn de polica. Las porras de los policas cayeron sobre los manifestantes, quienes a su vez replicaron con fuertes golpes. Las mujeres esgrimieron sus paraguas contra los guardias. La polica fue reforzada. Llegaron unas escuadras compuestas por muchachos de la "Juventud Comunista". Eran muchachos de trece y catorce aos. "Lo mismo que cuando Hitler." "Arroja ese palo, muchacho, y vete a casa." "Traidores!, no os dais vergenza?" "No veis que somos trabajadores?" "Formad con nosotros!" Algunos policas no saban qu hacer. Muchos de ellos tenan de diecisiete a dieciocho aos. Se abrieron las primeras filas de los manifestantes y tras ellos surgieron grupos de hombres armados con picos, palas y hierros. Los trabajadores se lanzaron contra los policas, quienes echaron a correr tratando de ponerse a salvo en las calles laterales. El cordn de polica haba sido roto por diferentes lugares y los manifestantes continuaron avanzando. Uno de los manifestantes era Paul Loose. Haba olvidado que tena un empleo en la portera del edificio del Gobierno y que haba sido enviado a la calle para hacer entrar en razn a los manifestantes. Loose! Te has vuelto loco! Max Schwender estaba junto a l. T eres el loco y el traidor! Has olvidado de qu manera nos molan a 372

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palos? Aquello era el relmpago... La luz del relmpago haba llegado hasta lo ms profundo del corazn de August Meerkatz. De pronto ces la larga lucha interior que desde haca tiempo vena sosteniendo. Hasta entonces haba obedecido a ciegas, pero a partir de aquel momento se senta dueo de s mismo. Los antiguos ideales se le haban convertido en frases hueras. Vio como un militante que quera dirigir la palabra a los manifestantes era arrojado como un pelele al ro y le pareci que una parte de la gigantesca burocracia se ahogaba en el agua. Acababa de caer un dolo. No tienes por qu adorar dioses extraos... Tu propia razn te basta. Presenci como en la frontera de la Chausseestrasse fueron rotas las vallas que sealaban el lmite del sector sovitico. Se haban acabado las fronteras en Berln y en Alemania. Y se haban acabado las vallas que se interponan en el camino de la razn y la justicia. Del brazo de los trabajadores del acero de Henningsdorf marchaba August Meerkatz por la Chausseestrasse, a travs del Oranienburger Tor y a lo largo de Unter den Linden. As pas ante la embajada sovitica, a cuya fachada de mrmol mir. Trabajadores del Estado, funcionarios del Estado: marionetas del Estado. "Abajo las consignas! Elecciones generales! Reunificacin de Alemania!" "El hambre y la privacin elevados a la categora del sistema!" "Abajo, abajo, abajo!" Aquello era el relmpago. Caen las vallas que sealan la frontera del sector sovitico. Arden unos edificios. Uniformes de la Polica y carpetas de documentos son arrojados por unas ventanas. Los manifestantes entran en el edificio y son arrojados de l por la Polica Popular. La bandera de la Unin Sovitica es arriada de la Puerta de Brandenburgo. La bandera es rota a pedazos... Interminables columnas de manifestantes. Aqu hay veinte mil, all cuarenta o cincuenta mil, ms all sesenta mil. Todo Berln est en la calle... Loose, Meerkatz, Hallen, el zapatero Haderer; todos... Y tambin est August Gnotke. "Soy culpable", gema Gnotke. "Cada uno de nosotros es culpable. Cada uno de nosotros puede ser acusado. Cada uno de nosotros est maldito", le consolaba alguien. Aquello era el relmpago... El general Dibrova entr en la sala donde se haba reunido el Gobierno. Nadie habl. Los gritos de los manifestantes llegaban hasta la sala. Ninguno de los presentes se atreva a hablar. El comandante tanquista se present a su jefe. El general revisaba unos documentos: acuerdos del SED, rdenes a la Polica Popular, informes... Aquellos documentos ya no tenan ningn inters. Un alto funcionario se atrevi a hablar. Camarada general: dganos, por favor, cul es su opinin. Qu va a ocurrir? Qu ha visto usted durante su viaje de inspeccin? El general se sonri. No tiene ningn motivo para estar intranquilo. Debemos esperar a los camaradas Ulbricht y Zaisser. Luego les hablar yo. Se volvi hacia el comandante tanquista. Camarada comandante, pregunte usted si los dos camaradas han salido de Karlshorst. El comandante cogi un telfono y pidi que le pusieran en comunicacin 373

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con la central. Los reunidos comenzaron a hablar en voz alta y el comandante para or lo que decan por telfono, tuvo que taparse con el dedo ndice el odo que tena desocupado. Ninguno de los asistentes tomaba asiento. Unos se paseaban junto a la gran mesa que haba en el centro de la sala, y otros formaban pequeos grupos. Se fumaba un cigarrillo tras otro. Grotewohl, el primer ministro, entr en la sala e inmediatamente se form un crculo a su alrededor. No poda dar ninguna noticia; se encogi de hombros. Trat de alisarse el cabello, que en seguida volvi a caerle sobre la frente. Apenas se libraba de un grupo era rodeado por otro. Camarada general, los dos camaradas han salido de Karlshorst en un "T34" y estn a punto de llegar. El general tamborile nerviosamente sobre la mesa. Grotewohl se haba sentado a su lado y le estaba hablando. El general, sin embargo, pareca no escucharle. Realice usted otro servicio de patrulla orden al comandante tanquista. Se oy ruido de cadenas. Unos tanques se detuvieron ante el edificio. Ulbricht y Zaisser se apearon de un tanque, entraron precipitadamente en la casa, subieron la escalera y entraron en la sala. El general Dibrova habl primero. Tras el tercer viaje de inspeccin dijo puedo decirles que mi impresin es que la situacin solamente podr ser despejada si logramos limpiar las calles. Y eso nicamente puede conseguirse a base de entrar en accin ahora mismo. El capitn general Gretchko me ha dado ya la conveniente autorizacin para ello. Desde luego, hay que proceder con la mxima prudencia. Pero es indispensable que limpiemos las calles. Ulbricht movi la cabeza en seal de asentimiento. Grotewohl trat nuevamente de alisarse el cabello. Dijo que el empleo de la fuerza no era aconsejable en aquellos momentos. Zaisser permaneci en silencio. Los manifestantes volvieron a gritar bajo las ventanas del edificio gubernamental. Camarada comandante: puede usted patrullar con sus tanques inmediatamente orden el general. Ulbricht dijo que no haba que temer el empleo de medidas radicales. Tambin l acababa de solicitar permiso para obrar de un modo enrgico. Hay que hacer un escarmiento y no debemos aplazar el castigo! dijo Zaisser. Deberamos hacer fusilar a unos cuantos paisanos y dar luego la noticia por la Radio. Un lenguaje aleccionador. Comprende usted, camarada? El representante de la Radio inclin la cabeza en seal de asentimiento. La lgica no sirve para nada en estos momentos, pues la gente se halla demasiado exaltada para hacer caso de razonamientos. Lo que conviene es hacer un buen escarmiento. Grotewohl limpi sus lentes, que no tenan ni una mota de polvo. Creo que conviene evitar el empleo de la fuerza. El Gobierno se encuentra en una situacin muy delicada. El ministro Selbmann, a quien los trabajadores haban abucheado el da anterior, asinti a estas palabras. 374

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Seores: ustedes no se dan cuenta de la situacin. La situacin debe ser despejada por gente bregada. El "bregado" Ulbricht sonri al general... Zecke continuaba en la cantina. Pero no estaba solo: Budin se haba quedado junto a l. Budin saba que deba vigilar a aquel alemn que hablaba el ruso como l mismo. De la misma manera que Judanov vigilaba a Iegorov. Zecke y Iegorov se haban separado y lo mismo haban tenido que hacer Judanov y Budin. Budin se levant, dio una vuelta por la entrada del edificio, fue de un grupo a otro, subi al piso superior, se detuvo en la antesala del saln donde se celebraba la reunin gubernamental, escuch lo que all se deca y volvi a la cantina, donde estaba Zecke. Bueno, al fin y al cabo no hay cada da una revolucin, ni se proclama el estado de guerra. Pero lo cierto era que Bulganin, el ministro de la Guerra, haba dado su conformidad para que los tanques patrullaran por las calles y disolvieran a los manifestantes. "Terminantemente prohibido derramar sangre. Cuando no haya ms remedio, se disparar al aire. Si fuera necesario, el comandante de la plaza dar la orden de disparar contra la multitud", dijo el general Dibrova, y sus palabras fueron repetidas a todos los jefes de unidad. No, no se trataba de provocadores occidentales. Los manifestantes eran trabajadores, gente descontenta que trataba de defenderse. A los campesinos se les expropian sus campos y a muchos trabajadores se les retira la cartilla de racionamiento. La antigua burguesa est siendo triturada. Los trabajadores tienen que trabajar ms y cobran menos. Ms trabajo y menos comida. Budin lo saba y muchos de los tanquistas soviticos, tambin. Budin se encontr en la cantina con un capitn tanquista amigo suyo, a quien invit a beber una copita. Has visto tanques occidentales en nuestro sector? No; slo he visto trabajadores. Hemos cometido muchas equivocaciones y ahora se defienden. No crees que es justo? Budin se encogi de hombros y mir a su alrededor. Se dio cuenta que un paisano acababa de sentarse a la mesa de Zecke. Somos seiscientos mil soldados prosigui el otro. Queremos comer, fumar, beber y hacernos con el resto. Es demasiado! Los alemanes no quieren ni pueden pagar todo eso. Opinas que los sucesos han sido provocados por trabajadores y no por agentes occidentales? Es una cuestin de obreros. No lo crees as? No. Y por eso debemos disparar contra ellos? Budin no respondi. Debo hacer algo dijo al cabo de un rato. Fue a la mesa de Zecke. Un viejo conocido mo: tovarich Splge, de la Informacin present Zecke. Budin se bebi otra copita y ech una larga mirada a su alrededor. Altos funcionarios, secretarias, seoras... La gente coma y beba... El fin del mundo. Una noticia cay como una bomba. Camaradas: Nuschke, el representante del Primer Ministro, acaba de pasarse al sector norteamericano. Las circunstancias son algo oscuras, pero en 375

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todo caso... Est usted seguro, camarada? Maldiciones. Nerviosismo. Desconcierto. Una mujer se ech a llorar. Budin se levant y fue a dar otra vuelta. Zecke y Splge permanecieron sentados. Al cabo de un momento se acerc Wittstock, con quien Zecke haba vuelto a hablar poco antes. Habis odo? Nuestro hombre era un sinvergenza! Nuestro? pregunt Zecke. Bueno, t opinas que... Zecke no poda decir lo que opinaba. La ocasin tampoco era demasiado propicia para entrar en explicaciones. En realidad, Splge y Wittstock crean que trabajaba para el Gobierno. Splge estaba borracho y Wittstock estaba a punto de ahogarse. Yo he conservado mi casa en el sector norteamericano murmur Wittstock antes de despedirse. Son una rfaga de ametralladora. El eco de los disparos aument el desconcierto en la cantina. Wittstock volvi a la mesa de sus amigos. Estaba plido. Otra rfaga. Herbert, esto es el final. Saba que esto tena que ocurrir. Te lo haba dicho. Otra rfaga, y otra, y otra. La escena haba ahora cambiado en las calles. Aparecieron nuevas unidades de la Polica Popular. Y tambin aparecieron camiones cargados con soldados soviticos. Los "T-34" disparaban rfagas de ametralladora. Alguien gritaba a travs de un altavoz: Despejad las calles! Quedan prohibidos los grupos de ms de tres personas! Quienes ataquen a las fuerzas soviticas sern juzgados por un tribunal militar! Pero los manifestantes no haban realizado todava sus propsitos. Veinte mil hombres irrumpieron en la central del SSD, en la Friedrichstrasse. Al igual que en otras partes, carpetas, papeles y muebles fueron arrojados por las ventanas. Los funcionarios y empleados se refugiaron en los pisos superiores, donde se parapetaron tras improvisadas barricadas? Por qu nos persegus? Estamos en nuestra ciudad; somos trabajadores; tenemos el derecho de protestar ante la injusticia! gritaba Meerkatz a un teniente que asomaba por la torreta de un tanque. Se nos ha dicho que todo esto era obra de agentes provocadores. Dnde estn los "enemigos"? Enemigos? Agentes provocadores? Aqu no hay ms que trabajadores. Acaso estis oprimidos? Qu pregunta! Desde hace veinticinco aos vivimos en la opresin! Lleg otro oficial. Todo eso no nos interesa. Tenemos orden de actuar! Meerkatz sigui su camino... En 1917, los cosacos que, con los sables desenvainados, iban a cargar contra la multitud apiada en el Nevskiprospekt, se pusieron de parte de los manifestantes. Si ahora los tanques hicieran otro tanto, el mundo cambiara en un solo da! Qu sentido tena eso de levantar los puos contra los tanques y 376

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de arrancar y pisotear los retratos de los dirigentes comunistas? Cuando las cosas llegan a este punto hay que aduearse de las centrales elctricas, de las estaciones, de los medios de transporte. Pero los trabajadores se encontraban sin nadie que les dirigiera y se dispersaban en acciones aisladas que no respondan a un plan previamente organizado. La manifestacin haba comenzado como un incendio en el monte y se propagaba sin rumbo fijo. El viejo zapatero Haderer, de Weissensee, llevaba la bandera de 1894 y de 1918. Atada a lo alto de un largo palo la haba llevado, a travs de la Landsberger Strasse y la Alexanderplatz, desde Weissensee hasta la Puerta de Brandenburgo, donde ya ondeaba la ensea negro-roja-amarilla. Los tanques irrumpieron contra la multitud, que fue dispersada, y Haderer se encontr en medio de un pequeo grupo que permaneci a su lado. Haderer y sus compaeros continuaron avanzando. Sonaron unos disparos. Las balas cayeron junto a los manifestantes. As vio Gnotke a Haderer. Unter den Linden fue despejado, pero a los pocos momentos volva a estar lleno de manifestantes. La Polica Popular avanz tras los tanques soviticos y los manifestantes volvieron a ser dispersados hacia las calles laterales. Haderer, sin embargo, prosigui su camino. Unos policas se le acercaron. Trataron de quitarle la bandera, pero l se resisti. Llegaron ms policas. Todo ocurri en un par de segundos. Haderer fue arrojado al suelo. Cay la bandera. Se produjo un revuelo. Como un saco de patatas, Haderer fue arrojado sobre un camin. Los policas golpearon furiosamente a cuantos se ponan a su alcance. Y tambin golpearon y pisotearon a quienes haban cado al suelo y no podan defenderse ni escapar. Gnotke fue en socorro de su amigo. Peg con todas sus fuerzas. Y reneg en alemn y en ruso. La ola de policas se alej de aquel lugar. Y el cadver de Gnotke qued tendido sobre el asfalto. Unos manifestantes cubrieron su cuerpo con la bandera negro-roja-amarilla. Hubo muertos y heridos... Accidentes de la manifestacin... Los tanquistas y las tropas de infantera tenan orden de disparar, en ltimo trmino, al aire. El jefe de la guarnicin haba amenazado varias veces con retirar a la Polica Popular de las calles si volva a disparar sus armas contra los manifestantes. En Unter den Linden, no lejos del Arsenal Nacional, yaca el cadver de un hombre cubierto con la bandera negro-roja-amarilla, junto al que haba una cruz hecha con dos listones. Al igual que en 1945, los tanques soviticos atravesaron la Puerta de Brandenburgo con los caones a punto de disparar. Y aqu, en la frontera del sector, cay otra vctima. Adis, Emma! El sexto recuadro de la cajita de abedul qued en blanco. Nada fue grabado en aquel recuadro: ni los trazos de un viaje por mar, ni olas, ni estrellas, ni tan siquiera la exclamacin O-eh! Paul Loose, que haba perdido la cabeza y no saba si continuaba sumido en la noche hitleriana o participaba en un levantamiento contra los rusos, luchaba contra los "enemigos de la clase trabajadora". Loose trat de inutilizar la cadena de un tanque con un hierro. Pero su gabardina se enred con la cadena y Loose cay ante el tanque y fue estrujado por l. Lstima! dijo el general Dibrova. El general fue informado de los sucesos. ...Un manifestante cay en la Puerta de Brandenburgo ante un "T-34" y fue aplastado. Fue un desgraciado accidente. 377

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Lstima! Camarada comandante, diga usted que es preciso evitar que se produzcan ms vctimas. Y comunique esta orden a los jefes de la Polica Popular. El general se volvi a Zaisser y le dijo: Ah tiene usted a una vctima. Por m, hubiera usted podido disponer de otra ms. Que la gente se entere de lo sucedido. Grotewohl volvi a referirse a la difcil situacin del Gobierno y dijo que tambin deba hacerse saber que el Gobierno haba solicitado al Alto Comisario la puesta en libertad del detenido. Zaisser se ech a rer. Grotewohl se comportaba como siempre: como si no tuviera que adoptar alguna decisin, dijo el consejero del SED, nombrado por el Alto Comisario. Los rusos haban seguido empleando los mismos mtodos de los alemanes, pero Grotewohl estaba obligado a conocer la eficacia de los mismos. Usted, Grotewohl, no conoce a su pueblo! Alguien entreg un comunicado al general. Se trataba de la Polica Popular. El general enrojeci. La Polica Popular hua ante los manifestantes y se escabulla hacia donde poda, o bien, sin haber recibido rdenes para ello, abra fuego contra la gente. La Polica Popular debe ser inmediatamente retirada de las calles orden el general. Los miembros del Gobierno dieron muestras de gran nerviosismo. Otro instrumento que se les quitaba de las manos! Rostros plidos, miradas encendidas, gestos descompuestos. Uno comenz a abrir y cerrar la tapa de su reloj de bolsillo; otro tamborileaba sobre la mesa; otro... Gente digna de lstima! Quiz ya estaban condenados a desaparecer. El general se levant y se dirigi hacia un gran mapa mural de Alemania. Hasta dnde se haba desparramado la agitacin? Halle, Wolfen, Merseburg, Bitterfeld, Magdeburg, Jena, Gera, Chemnitz... Toda la zona estaba en movimiento. Luchas callejeras, manifestaciones, detenciones. Los tanques haban tenido que cargar en Rostock, Eisleben, Sangerhausen, Nordhausen, Apolda, Calbe y Wernigerode. En Schwerin y en Stern, la polica haba cometido una verdadera matanza. En Leuna ardan las fbricas. La situacin era grave. El incendio haba tomado proporciones realmente alarmantes. Unos tanques se detuvieron ante el edificio. Los "condenados" se acercaron a las ventanas. Vieron cmo el coronel Kotzuba, el jefe de protocolo de Semjonov, el Alto Comisario, se apeaba de un tanque. Un minuto despus les comunic Kotzuba que el Alto Comisario deseaba reunirse con ellos. As, pues, todava no haban sido apartados del juego poltico. Todava se contaba con ellos. Podan respirar.

LEVNTATE!
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El relmpago ha iluminado la escena, pero nadie ha visto la realidad de la misma. El SED no es ms que un montn de escombros. Esa es la verdad del asunto. Los figurones podan ser eliminados, o sustituidos, o agrupados de otra manera: nada cambiara con todo ello. El rgimen del SED no representa nada autntico: ni la realidad del pas, ni las aspiraciones y necesidades de los trabajadores. La "Repblica Democrtica Alemana" ha dejado de existir. El Gobierno es como una hoja seca cada al suelo. Eso ya lo haba dicho Zecke. Zecke ya est ahora de ms. No es necesario echar un vistazo al sismgrafo cuando el terremoto deja sentir sus efectos. Toda Alemania, desde el Elba hasta el OderNeisse, estaba en movimiento. S, la moraleja de todo aquello es que todava podan producirse movimientos elementales. Y hoy se producan en Alemania y maana podan registrarse en Rusia. Esa era la leccin que el Kremlin poda deducir. Zecke, pues, ya no tena razn de ser. El capitn general Iegorov haba tenido un da muy agitado. Reuniones, arranques de frenes, discusiones, condenas a muerte, y todo aquello enmarcado en el panorama de una ciudad agitada por la revolucin. En todas las partes era vigilado: en la embajada Sovitica, en el cuartel general del general Gretchko, en el Ministerio de la Gobernacin, en la calle, en el despacho del general Dibrova. El teniente coronel Judanov siempre estaba pegado a su lado: en el comedor, a las horas del almuerzo; en el lavabo, cuando se lavaba las manos, y siempre aparentaba estar a su servicio, dispuesto a ayudarme en mis pequeas cosas. Pero, no; todava no estaba maduro para caer. Volodia no estaba todava en la situacin de aquellos que haban sido estrangulados por aquella mano. Por otra parte, todava poda utilizar la comunicacin directa con el Kremlin. En el momento en que quiso hablar con Mosc, el teniente coronel Judanov desapareci discretamente de su lado. Quedaba Zecke. Iegorov se fue a la cantina. All salud a un viejo camarada. Aquel hombre era mucho ms joven que l y no haba estado en la batalla de Busuluk, no haba conocido la poca en que los soldados del Ejrcito Rojo iban descalzos, ni haba servido bajo las rdenes de Tujachewski, ni de Primakov. Se levant, se meti en un tanque y dio una vuelta por la ciudad. El aire que entraba por la torreta le despej. Se sinti mejor. Unos disparos sonaron a lo lejos... La liberacin de los pueblos... Haba que cerrar el expediente Zecke. Es que la Verdad, la Justicia, la Moral, la Razn y el Honor no eran ms que palabras vanas, o algo sin sentido, o cosa de sueo? No haba Cristo nacido tambin para Rusia? Zecke soaba con la posibilidad de una sociedad diferente. Tena l que acabar con aquel sueo? Deba dejar a Zecke en libertad? Si Zecke quedaba en libertad, no significaba una esperanza, una posibilidad? Encontr a Zecke en la cantina. Pareca que el diablo anduviera suelto. Nadie quera cargar con la responsabilidad de lo sucedido y cada cual acusaba a su vecino. Haban querido ir demasiado aprisa y haban perdido la confianza del pueblo. Y la catstrofe se haba producido. Uno deca: "S, la verdad es que he cometido muchas equivocaciones, pero siempre he procedido de buena fe". Y otro le contestaba: 379

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"Tranquilzate: nadie tendr en cuenta tu buena fe". Zecke se encontraba en medio de aquella confusin. Una mujer joven y rubia se acerc a l. Tena el rostro descompuesto. Casi se arroj a sus brazos. "Usted es un viejo amigo suyo; usted le conoce desde hace aos: diga usted que no es verdad, que no es cierto... Paule: no, no puede ser cierto!" Apareci Wittstock. No, Herbert; no hemos hablado como antao solamos hablar: con el corazn abierto dijo Wittstock, y ech una rpida mirada a su alrededor. Pareces desorientado. Yo s un camino. Ven; salgamos de aqu. En un momento estaremos en el sector norteamericano. Venga usted conmigo, por favor, seor Zecke le dijo Iegorov. Zecke se levant y, sin despedirse de Wittstock, sali de la cantina en compaa de Iegorov. Bien hecho dijo Iegorov, haces bien en no volverte. Aqu no hay ms que un montn de escombros que alguien se encargar de barrer. Entraron en un despacho. Tomaron asiento. Qu deba decirle? No haba palabras para expresar lo que deba comunicarle. "Debemos cerrar el expediente Zecke. No, as no. Aquello no era un comienzo apropiado." Vengo de la cantina dijo l; de la cantina de Karlshorst. All me han preguntado: "Qu desea usted, camarada general?" "Nada he respondido yo, no tengo apetito." El camarero se me ha quedado mirando. Yo he echado una mirada a mi alrededor. Ninguno de los comensales pareca tener apetito. Tambin nosotros debamos pagar el levantamiento de ustedes. En Magdeburg, en Chemnitz, en Berln y en Rostov han sido fusilados una docena de los nuestros. Escuch una conversacin. "Qu vas a hacer?", pregunt un individuo a su vecino. "Quiz me haga berlins", respondi el otro. No era una broma. Estoy seguro de ello. Yo era quien hizo la pregunta. Pero yo no puedo convertirme en berlins. Call unos momentos. Pero usted s puede, Zecke. Iegorov seal hacia la Potsdamer Platz. Para usted Berln no es algo quimrico: es una realidad. Otro silencio. Venga usted conmigo. Y el muerto sali de su tumba... Montaron en un tanque. Las calles estaban vacas. En algunos cruces vivaqueaban soldados soviticos. De vez en cuando se oan algunos disparos. El tanque se detuvo ante un descampado. Se apearon del tanque. Veinte pasos. No se alarme dijo al tiempo que sacaba la pistola. Dispar al suelo. Luego cogi a Zecke por los brazos y le bes en la boca. Corre, Zecke!... Al llegar al otro lado de la calle y estar en la otra orilla de aquel mundo en ruinas, oy el ruido de las cadenas de un tanque que se alejaba hacia el Este. Iegorov se dirigi a Karlshorst, donde iba a celebrarse una reunin presidida por el Alto Comisario. Lleg algo tarde. Pero dado que no era el jefe de la Seccin Poltica de Berln, sino un enviado de Mosc, su falta de 380

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puntualidad no significaba nada grave. La sala se hallaba profusamente iluminada. All estaban los representantes alemanes del DDR. Ya se haban reconocido culpables, y haban admitido sus yerros, y haban confesado sus equivocaciones. El Alto Comisario alz su plida mano y acept la proposicin de redactar una nota de protesta. Se volvi hacia el general Dibrova y, en voz muy baja, le dijo: Los comandantes militares del sector britnico y del sector norteamericano no dejarn de protestar hasta que les dirija una enrgica respuesta. As, pues, camarada general, maana mismo le presentar un enrgico escrito de protesta que usted deber firmar inmediatamente. "Protestaremos de que nuestros esfuerzos para mantener el orden y la prosperidad en Berln hayan sido torpedeados por los occidentales con el envo de agentes provocadores. Esas afirmaciones las apoyaremos con declaraciones que, en este sentido, harn nuestros propios agentes. Aparte de esto continu diciendo, estoy seguro de que el camarada Zaisser har todo lo posible para dar con los verdaderos culpables. Y el gobierno de la DDR no deber cometer ms equivocaciones como esa de exigir un mnimo de trabajo imposible de realizar. Los camaradas alemanes aceptaron la reprimenda del Alto Comisario y en el fondo se alegraron de que las cosas no hubieran ido ms lejos. Fueron despedidos. Los altos oficiales soviticos permanecieron en la sala. El Alto Comisario estaba cansado y tena el aspecto de un hombre enfermo. Se volvi hacia Dibrova y le hizo graves reproches. El Alto Comisario abandon el tono conciliador con que haba hablado a los alemanes. Los altos oficiales tenan la culpa de que el ejrcito no hubiera actuado con la energa que era de esperar. He visto docenas de oficiales tanquistas que en vez de proceder contra los manifestantes se dedicaban a fotografiarles. Qu pretendan hacer con esas fotografas? Enviarlas a casa? Cedi la palabra al capitn general Gretchko. Gretchko sorprendi a todo el mundo menos a Iegorov, cuya Seccin haba preparado un informe a toda prisa. Gretchko dijo: Si se piensa que muchos oficiales soviticos se han hecho culpables de traicin y motn, se comprende que la Polica Popular alemana haya procedido de esa manera tan desgraciada. Ha habido unidades enteras que han desobedecido la orden de disparar contra los manifestantes. El comportamiento de algunas unidades del segundo ejrcito acorazado ha sido ms que lamentable. Su discurso fue quiz demasiado corto. Semjonov volvi a hacer uso de la palabra. La experiencia nos ha demostrado que las tropas del Ejrcito Rojo acantonadas en Alemania llevan una vida demasiado fcil. Tanto los soldados como los oficiales no piensan ms que en divertirse. Por eso, camaradas, puedo anticiparles que en muchas unidades se celebrarn consejos de guerra. nicamente una buena "purga" acabar en el futuro con ese lamentable 381

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espectculo. El Alto Comisario sali de la sala sin despedirse de nadie. Los oficiales se quedaron anonadados. Era algo ms de medianoche. Y el muerto sali de la tumba... Y sus manos y sus pies estaban envueltos en un pao y un sudario cubra su rostro. Y ahora..., tras haber escapado en un tanque sovitico, con el que haba pasado ante las patrullas del Ejrcito Rojo y que le haba depositado a poca distancia del sector norteamericano, tras haber sido acompaado por un general de la IV Seccin Especial que se haba despedido de l con un beso en la boca, cmo iba a declarar ante el correspondiente tribunal? Camin por unas calles en ruinas y desemboc luego en un pobre broadway bordeado de tiendas iluminadas con luces "nen", tras las que se adivinaba un mundo en ruinas. De vez en cuando se cruzaba con personajes de Kafka, como Wittstock, Splge y aquel poeta que tanto gritaba en la cantina. Acaso no era ms que un espejo en el que se reflejaban unos personajes que avanzaban hacia la nada? En la Lubianka, sin embargo, haba llegado a la conclusin de que entre estas casas medio derruidas la razn continuaba ms despierta que nunca. Estaba en medio de Berln y apenas poda imaginarse que un oscuro teln separaba a la ciudad en dos mitades. Una mitad de Berln haba hablado claramente al resistir el fro, el hambre y el bloqueo, y la otra mitad acababa de hablar ahora. Y en las dos partes se haba pronunciado la misma palabra. La luz de un farol ilumin un rostro de mujer. A travs del colorete y la pintura descubri l el sufrido semblante de una mujer que haba vivido aquella guerra. Y en aquel momento, ante aquella visin fugaz que Dios le perdonara pens en la seora Putlitzer, en la seora Halen, en Agathe y en Lena. Ms adelante, en otra calle, se cruz con otros rostros como aqul. Inocentes culpables. Seres proscritos y perseguidos. Pecadores e infames. Brujas y buscadores de brujas. Sombras medievales en la poca de la bomba atmica. Berln haba sido desgarrado y la ciudad se haba convertido en un crter y aquel crter haba hablado. Ms no poda decir la sangrienta sima. Hephatha... Levntate. Escucha. "Cuando la sal se vuelve inspida..." El agua podrida corrompe el agua viva. El monstruo se alimenta de virtudes maltrechas. Yo he conocido un secreto del monstruo. Y el secreto es que no tiene moral y nicamente tiene dientes. Y tampoco tiene ninguna preocupacin. El monstruo se traga todo y de esa manera desaparecen todas las necesidades. El monstruo se engulle todas las verdades y todas las certezas: las grandes y las pequeas, las maduras y las que no lo estn. Y tambin se engulle a los pueblos menores de edad y a los pueblos maduros, y los hombres, las mujeres y los nios no son para l ms que pequeos bocados. Un mundo sin compasin. El hombre no es ms que materia: as quedan contestadas todas las preguntas. Zecke entr en una taberna y se sent ante una mesa. Unos hombres hablaban con el patrn, que estaba tras el mostrador. 382

Hephatha.

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Un vaso de cerveza dijo Zecke. Una frase que no haba dicho desde mucho tiempo atrs y que, sin embargo, se convirti inmediatamente en una realidad. La patrona, una mujer de amable aspecto, como Emma Loose, le trajo una vaso de cerveza que coloc ante l. nicamente cuando el mundo de la moral y el mundo de la tcnica se fundan uno en el otro, comenzar la nueva poca. Justicia, sabidura, valenta, honor... La nueva poca tiene que basarse en la virtud, y todo comienzo implica el comienzo de la autntica moral. Incluso hay rollos de arenques a la marinera, igual que antes. Eso no puede conmovernos dijo uno de los hombres. Veremos que gallo nos cantar ahora dijo otro; y aquello era un comentario a los sucesos del da anterior y poda tomarse como la posicin del Oeste ante lo ocurrido. Pero el tiempo haba pasado y aquella noche se le exigira el alma al Oeste. Levntate! Escucha! En siete das debers realizar el quehacer, pues en siete das se espera que realices tu obra.

Hephatha...

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ndice

PRIMERA PARTE A BERLN! ................................................................................................. 4 EN LOS STANOS ........................................................................................ 28 QUEMEMOS TODO ESTO ................................................................................ 40 FINIS GERMANIAE! ...................................................................................... 49 LA DESBANDADA ......................................................................................... 66 SEGUNDA PARTE CHARLA EN TONO FAMILIAR ........................................................................... 72 TIEMBLA LA MANO DEL MAGO ......................................................................... 80 LAS HORAS CONTADAS .................................................................................. 89 BAAL ABRE LA BOCA ..................................................................................... 94 UN REFUGIO ............................................................................................. 114 HUIR ...................................................................................................... 118 EN EL HOSPITAL 122 .................................................................................. 128 CIELOS Y TIERRA CALLARON .......................................................................... 137 LAS MARIONETAS DE LA CANCILLERA .............................................................. 145 LA CARTA................................................................................................. 155 LA VISITA DEL RUSO ................................................................................... 163 DOLORES ................................................................................................. 173 LAS CENIZAS ............................................................................................. 182 TERCERA PARTE LA PESADILLA............................................................................................ 193 IVN ...................................................................................................... 199 LOS CAMINOS INCIERTOS ............................................................................. 203 RUSOS EN LA CANCILLERA ........................................................................... 216 HABA LLEGADO LA HORA ............................................................................. 221 EMPEZAR DE NUEVO .................................................................................... 235

Theodor Pliever CUARTA PARTE

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EL PRESIDENTE DEL "LAND" .......................................................................... 250 LOS QUE CAMBIAN ...................................................................................... 265 EL PRESIDENTE QUIERE DIMITIR .................................................................... 271 OPERACIN TRASLADO ................................................................................ 283 LA ESPERANZA PERDIDA ............................................................................... 291 LA BARRERA SE ALZA ................................................................................... 301 QUINTA PARTE A CASA.................................................................................................... 322 EL SARGENTO LOOSE .................................................................................. 327 EL EXPERIMENTO ZECKE............................................................................... 340 LEVNTATE! ............................................................................................ 378

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