Alacalá Galiano (Recuerdos)

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BIBLIOTECA

TOMO Vili

CLSICA

RECUERDOS
DE

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UN

ANCIANO
POR E L E X C M O . SEOR

D. ANTONIO ALCAL GALIANO

MADRID
LUIS N A V A R R O ,
CALLE DE

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A L LECTOR.

Al dar luz, coleccionados y en forma de libro, los artculos que con el ttulo de Recuerdos de m anciano, hace aos y en vida de su autor se publicaron en la acreditada revista titulada La Amrica, que la sazn diriga con sumo acierto el Sr. D. Eduardo Asquerino, cedo al deseo manifestado repetidamente por muchas personas de vala de recorrer de nuevo las interesantes pginas que contienen, y que, aparte de su mrito literario, encierran una suma de noticias :an curiosas como ignoradas, y de cuya veracidad son garanta suficiente la prodigiosa memoria del escritor y la entera buena fe, que si resplandeci en su carcter cuando vivo, segn es notorio, hoy se refleja fielmente en sus escritos. la sesin de las Cortes El haber publicado el peridico Zas Novedades el 11 de Junio de 1862, tomada del Diario, en Sevilla de igual fecha de 4823 en que se adopt la r e solucin de suspender al Rey para verificar la traslacin del Gobierno Cdiz, movi al autor, tanto de aquella cl e b r e medida como de la presente obra, escribir el p r i -

('

ANTONIO

ALCAL

GALIANO.

mer artculo de sus recuerdos en La Amrica,

declarando

entonces en un prembulo al relato, que hoy se suprime por aparecer este hecho en el lugar que cronolgicamente le corresponde y resultar all innecesario y aun ocioso, que i 'como es sabido, las relaciones de oficio slo dan una idea imperfecta, cuando menos no cabal, de los sucesos que conmemoran, y quizs no fuese inoportuno aadir al compendoso relato de lo que se dijo y se resolvi en aquella ocasin, lo que entretanto ocurra en el saln y sen sus inmediaciones. Este fu el propsito que realiz al narrar aquel episodio interesantsimo de nuestra historia moderna, y sin duda, animado por el xito que obtuvo y puesto en vena de hablar de los principales sucesos de aquel primer tercio del siglo actual en que le toc ser espectador interesado y aun autor principal ms de una vez, empezaron brotar de su pluma, sacadas del inmenso arsenal de sus recuerdos, las singulares escenas que describe en esta venida ser hoy obra, de cuyo precio y tasa me vedan [ocuparme el amor que profes al padre queridsimo, el respeto que su gloriosa memoria dedico en todas las horas de mi vida, y que aun as y todo, apenas creo que me hace digno de llamarme su hijo y de llevar, si orgulloso; la par con temor de no merecerle, el nombre ilustre que, cualquier que sea el juicio de los crticos, logr aquel varn s i n gular consignar de un modo indeleble en la historia y l i teratura patrias. Pginas nacidas de tan castiza pluma, hechos interesantes como los relatados, bien merecen que el pblico fije

HECURDOS DE UN ANCIANO.

en ellos su atencin con preferencia; algunos para recordar lo que entonces leyeron; los ms para leer lo que, conviniendo que se sepa, la par que instruye, deleita. Ms tarde, cuando las circunstancias lo permitan, ver la luz la obra postuma del autor, que es como la fuente y origen de donde proceden estos episodios; sus memorias inditas, en que se presentar al pblico el personaje en la vida poltica y privada, desnudo de todo atavio, tal como fu en sus propsitos y en sus hechos, y derramando cual brillante antorcha la ms viva luz sobre los sucesos de los dos primeros perodos de la revolucin espaola. Al entregar de nuevo esta produccin al juicio del pblico, srvame de excusa para confiar en su xito el que ya alcanz en otro tiempo, y que, no tratndose ni mucho menos de una obra de circunstancias, es de esperar consiga ahora como entonces.
ANTONIO ALCAL GALIANO.

RECUERDOS DE UN ANCIANO.

I.

CDIZ EN LOS PRIMEROS AOS DEL SIGLO PRESENTE.

Cdiz, donde resida yo, poco despus de empezado el presente siglo, era la sazn un pueblo floreciente. La guerra con la Gran Bretaa, seguida desde 4796 1802, le habia sido funesta, sin cansarle con todo males que no pudiese y debiese poner trmino la renovacin de la paz, & Ja cual habria de acompaar abrirse las comunicaciones con nuestras extensas y en cierto modo ricas provincias de Amrica, fuente principal por entonces de la riqueza de Espaa, y sealadamente de la del puerto y plaza de comercio que, si no monopolizaba, conservaba para s en su mayor parte los provechos del trfico con aquellas apartadas regiones. La paz de Amiens, ajustada al entrar 4802, dej sentir su benfico influjo en Cdiz de un modo prodigioso. Empezaron venir en abundancia buques de varios puntos de Amrica, todos con buenos cargamentos de producciones preciosas y de gran valor en el comercio,

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ANTN'IO A L C A L

GALIANS.

y, sobre todo, de plata. De esta ltima reciba gran porcin el gobierno, no escasa los particulares, una parte crecida el vecindario gaditano. Notbase gran movimiento; poblada de buques la baha; transitando por las calles numerosos carros cargados de efectos, procedentes del puerto, llevando los muelles los venidos del interior, y cruzando por entre la concurrencia de paseantes, all muy numerosa, robustos gallegos en cuyo cuello, doblado por el peso, como que reluca, al travs de la grosera tela de las talegas, el metal de los pesos duros. En tanto se levantaban casas nuevas, no recomendables per su belleza arquitectnica, pero s por su solidez y primor, todas de sillares, cuya piedra fea y de color oscuro cubra una capa de blanqusima cal que daba al total de la ciudad el carcter de blancura que la distingua, mientras las vejas, entonces en lo general de Espaa dejadas en su negrura primitiva, aparecan cuidadosamente pintadas, las ms de ellas de color verde, y las vidrieras, en voz de compuestas de vidrios feos y pequeos, lo estaban de cristales vidrio finsimo y trasparente. Era extremado el aseo del piso, siendo all desconocido el lodo, aun en los dias en queaquel cielo,generalmente despejado, apareca cubierto de espesas nubes, que, empujadas por el vendaval, d e s cargaban torrentes de agua, mientras azotaba el mar la murallas con espantoso bramido, derribndolas trechos,, dejando abiertos los all conocidos con el nombre de agujeros, y amenazando ruina los edificios vecinos. Era en cierto grado el lujo grande, pero no parecido al de l o s dias presentes, en que conocemos comodidad y regalos ignorados de nuestros padres. No existan sino para muy pocos en Espaa las alfombras, si bien no faltaban enteramente en Madrid, en las casas ms principales, y aun de ellas habia algunas en provincia. Suplan su falta en invierno las esteras; pero las de Valencia, casi nicas en Madrid, en Cdiz eran tenidas en corta estima, usando los

RECUERDOS OB UN ANCIANO.

ricos de unas hechas en Chiclana, de buena labor para ser esteras, y cuyo precio no era bajo, aunque no fuese alto. La madera de caoba, escasa en lo interior de la Pennsula, abundaba en Cdiz. As los muebles de la gente de la clase media hacian notable ventaja los usados por personas de Ja misma calidad y de iguales mayores bienes de fortuna avecindadas en la corte. Una particularidad de la cultura gaditana en el ramo de adorno interior era el cuidado con que se amueblaban las habitaciones interiores, cuando en Madrid, el escaso lujo solia ceirse las salas y gabinetes de recibo. Los comedores gaditanos ostentaban, por lo comn, mesas de caoba, all entonces siempre maciza, t e nindose en monos el trabajo del enchapado. El servicio de cristal era curioso, y el agua servida la mesa en b o tella blanca, en vez de echarla el criado en los vasos desde un jarro de loza basta, siendo la de los platos y fuentes toda inglesa de la llamada de pedernal, nombreque en nuestros dias casi ha perdido. As es que, t r a s ladados Madrid, los gaditanos hacamos ascos, y no sin alguna razn, varias cosas de la capital, lo cual hubo de durar an hasta despus de la guerra de la I n d e pendencia. En el vestir era tambin esmerada la gente de Cdiz, pero haba diferencia notable entre la del uno y la del otro sexo. Porque el traje de los hombres era, en la clase alta y media, el de los extranjeros, y particularmente el de los ingleses, y la clase baja, aunque usaba chaqueta, no vesta la andaluza, y al revs, las mujeres, aun cuando no fuesen de majas (lo cual era diferente del vestir ordinario y no estaba en uso comn), solo salan la calle,'necesitando para ello mudarse de ropa, con basquina (cuyo nombre era el de saya), mantilla y jubn (conocido este ltimo con la palabra corpino), todo lo cual haca de las gaditanas criaturas (como diriamos ahora) especiales, las cuales daba realce el pi pequeo, calzado con zapato corto y bajo, y,.

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CAL1ANO.

al andar por las llanas y bien empedradas calles y plazas, 1 airoso talle y el gracioso contoneo (1). Eran los gaditanos finos en sus modales, no al par con la gente cortesana, sino de una finura cual es la de las personas del alio comercio en pueblos donde el trato con los extranjeros de las naciones ms adelantadas en civilizacin y cultura es frecuente. Algo y aun no poco tenan, con todo, de gente de provincia. Lo notable en Cdiz era que las clases bajas en su tono y modos apenas se diferenciaban de las altas, siendo corteses, y sobre todo cariosas, y no manifestando en el trato con sus superiores ni humildad ni soberbia, como si un espritu y prctica de igualdad social no dejase lugar ni la sumisin ni la e n vidia, al odio por ella engendrado contra los favorecidos por la fortuna, quienes tampoco consenta el uso que fuesen desdeosos. En cambio de tan ventajoso estado de cultura material, el cultivo del entendimiento estaba en Cdiz descuidado. Verdad es que se enseaban all las lenguas francesa inglesa, abundando quienes las aprendiesen hasta llegar hablarlas con la fluidez y correccin necesarias para la conversacin y el despacho de los negocios mercantiles. Dos establecimientos con el titulo de academias, los que hoy diriamos colegios, so haban distinguido all desde Ips ltimos aos del siglo prximo pasado. Para seoritas haba una academia dirigida por una francesa llamada madama Bicnven, a l a cual sigui otra no inferior en r e p u t a (1) Del andar y meneo de los gaditanos dice lord liyron en s u pooma Don Juan, canto s e g u n d o : I cannot desorille it; so much it strike, Nor liken i t ; I never s a w the like. Que mal traducido, dice: 'J 'aDto admira, que mal puede pintarse. IS i compararle acierto; que en rni vida Cosa no vi que pueda compararse.

RSCCEIiDOS D EN A N C I A N O .

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cion, puesta cargo de una espaola llamada doa Rita N. Aunque en estas, as como en las dos antes citadas, destinadas nios, de ellos ya muchos crecidos, habia clase de francs, no salian las discpulas muy aventajadas, porque la genial pereza era impedimento al estudio, las costumbres do la juventud, nada favorables l, borraban en breve de la cabeza, como cosa no de uso, el corto y superficial saber adquirido de no buena gana. Aunque no haban por entonces llegado los das del periodismo, palabra todava desconocida, aunque ya existiese la de peridicos, hacia 1804 apareci uno en Cdiz. P r i vaba en aquellos dias entre los lectores andaluces El Correo de Sevilla, de que era editor D. J. Matute, mdico y literato, y donde salian luz versos de Blanco, Lista, Reinoso, Arjona, Roldan y Mrmol, con algunos de Gonzlez. Carvajal, y tambin artculos en prosa sobre crtica, en los cuales El Diario Sevillano haba medido sus fuerzas con un peridico madrileo en que figuraba Quintana, y salido de la contienda triunfante en alguna ocasin y siempre airoso. Mal poda Cdiz, falto de jvenes aficionados las letras y de hombres de edad madura dados su cultivo, producir sostener una obra semejante. El novel peridico gaditano dado luz con el titulo de Correo de las Damas era de lo ms pobre en mrito que en ocasin alguna ha salido de las prensas. Le escriba, hablando con propiedad, le publicaba un buen seor, oficial francs e m i grado, entrado en aos, corto en saber, y no sobrado en luces, honrado caballero, cuyos ttulos algo pomposos d e barn de Bruere y vizconde de Bci cuadraban mal con su pobreza. Retazos comunmente mal zurcidos de varios e s critos componan los nmeros de aquel peridico ( n o m o acuerdo si semanal, pero no diario), siendo la mayor parte de lo en l publicado traducciones del francs, todas ellas harto mal hechas, si bien es justo decir que en punto pureza de diccin castellana, con tener poqusima, todava

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GALIANO.

podran competir con las que hoy leemos en das de muy superior ilustracin, y en compaa con buenos escritos, y quedar victoriosas en la competencia. n tanto, unos pocos jvenes de Cdiz tuvimos el atrevimiento de pretender fundar no menos que un cuerpo literario, al cual dimos por dictado el de Academia do Bellas Letras, remedando la de Buenas Letras que por algunos aos haba existido en Sevilla, y que la sazn, si no haba muerto, estaba moribunda. Eran nuestras fuerzas desigualsimas tanta empresa, no habiendo en nosotros para llevarla ejecucin apenas otra calidad que la del buen deseo. Nuestras tareas se reducan tener juntas literarias semanales, en las cuales se leian dos disertaciones escritas por uno de los acadmicos al cual tocaba por turno, debiendo versar una sobre elementos de retrica, y otra sobre los de potica, y sirviendo de texto para comentarle un captulo de la obra del abale Batteux, traducida por Arricia, aunque tambin se tena la vista las lecciones de Hugo Blair puestas en castellano por Munartiz, obra de ms valor que la del crtico francs, y cuya versin, siendo mala, lo era menos. Seguase esto leerse algunas composiciones ligeras, las ms de ellas en verso y de escassimo mrito, bien qu3 en algunas no faltase algo digno de alabanza conforme al gusto pseudo-clsico de aquellos dias. Tenamos dos concursos anuales premios, y para el acto de adjudicarlos sesiones pblicas de tal cual solemnidad, en las cuales, despus de leerse las obrillas premiadas, era comn aadir su lectura la de otra composicin, si no potica, metrificada lo menos. Pero diferencia de las academias antiguas y autorizadas ramos en la nuestra los acadmicos competidores y no jueces, pues habra sido arrogancia indigna de perdn la idea de juzgar obras ajenas, y, al revs, mereca disculpa competir por un premio, ejercitando en ello el ingenio, para someter nuestro trabajo al fallo de tribunal compe-

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t e n t e . As es que de los acadmicos, no todos, sino una parte por acto voluntario, despus de discurrir dos programas, uno de verso y otro de prosa, escribamos nuestras composiciones, y, nombrados de antemano tres j u e ces, que eran escogidos de entre los hombres de ms concepto por su entendimiento y ciencia as de Cdiz como de Sevilla, stos las remitamos sin nombre de autor y con un lema, acompaando un pliego cerrado con el mismo lema en el sobrescrito y la firma del escritor adentro, abrindose slo el que declaraba cuya era la obrilla por la mayora unanimidad de los jueces preferida. La apertura del pliego era en la sesin pblica para dar al triunfo del vencedor mayor realce. Todo ello, valiendo poco, no dejaba de ser ocupacin un tanto provechosa, si bien, libertndonos de ms graves culpas, nos haca tal vez incurrir en la de presumidos y pedantes. La Academia, despus de algunas ridiculas tentativas anteriores, comenz formalmente con el ao de 180S y se prolong hasta entrar -1808. La protegi bastante el capitn general de Andaluca y gobernador militar y poltico de Cdiz D. Francisco Solano, marqus del Socorro, y antes de la Solana, persona de buenas prendas, cuyo nombre ha perpetuado ms que otra cosa su trgica muerte. Poco ms adelante y en esto mismo artculo habr de hablar de este digno general, quien yo particularmente deb consideraciones excesivas para una persona que, como yo, contaba entonces pocos aos. Pero si logramos tan estimables aprobaciones, ramos en compensacin objeto de burla para la mayor parte de los gaditanos, por quienes estbamos considerados como ridiculos copleros. De los que compusimos aquella Academia pocos vivimos, y casi todos han dejado de s corta memoria. No porque en ella faltasen jvenes que algo y aun bastante prometan; pero casi ninguno de los acadmicos habia seguido la carrera dicha literaria, y, dedicados despus sus res-

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AinrOIJTO AT.CJtlJt GAITAW.

pectivas profesiones, olvidaron los entretenimientos de su mocedad, slo volvieron ellos rara vez el pensamiento. Vive, sin embargo, en edad muy dilatada allende los trminos ordinarios de la vida humana, y vivo con la cabeza firme y el ingenio despierto, laborioso, habiendo alcanzado merecido renombre en las letras, y conservndole an por sus presentes trabajos en su ancianidad, D. Jos Joaquiri de Mora, con la singularidad de ser compaero en este peridico del autor del presente artculo, como lo era en trabajos acadmicos h ya cincuenta y nueve aos. Ocioso sera y de poco inters para los lectores mentar otros nombres, no por ser de personas de corto valer, porque declararlos tales sera injusticia y casi accin villana, sino porque la suerte no les ha dado renombre, aunque tal vez en compensacin les haya dado en su tranquila y meritoria vida felicidad superior la de los que han cobrado fama; precio muy subido. Debe, con todo, aqu hacerse mencin del sujeto en cuya casa celebraba la pobre Academia sus sesiones, sin tener que pagar por ello suma alguna, lo cual no nos habra sido fcil: de D. Jos de Rojas, despus conde de Casa-Rojas, que en aquellos dias aun no haba heredado su ttulo. Si la literatura daba poca ocupacin los nimos de los gaditanos, tampoco les embeba mucho la atencin la poltica; pero en este lLimo punto no era Cdiz una de las poblaciones de Espaa en que nada se pensaba sobre los negocios del Estado. Siendo puerto de mar y plaza de c o mercio la sazn de primer orden, por fuerza habia de r e sentirse de la guerra, la cual estaba continuamente poniendo la vista la escuadra inglesa, que la vela y aun veces anclada se descubra desde sus torres. Si se leia la Gacela de Madrid, que dos veces por semana llegaba al sexto dia de publicada, tambin eran ledos, aunque por pocas personas, los peridicos extranjeros, inclusos los ingleses, no obstante estar prohibida su lectura. Como en

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toda Espaa, abundaban componan la parte ms crecida los parciales de la Francia y admiradores de Napolen, pero no faltaban los mamelucos, cuyo gremio constaba de gentes de opiniones muy diferentes: de los odiadores de la revolucin desde su principio hasta su fin, y de los que veian en el Emperador francs un destructor de la libertad, siendo muy de notar que, andando el tiempo, los ms considerables entre los mamelucos fueron ardorosos libepales. En punto la poltica interior, daba poco que pensar, salvo en su relacin con las cuestiones de la paz de la guerra. Slo habia conformidad en odiar y despreciar al Gobierno, convinindose en punto tal por muy diferentes motivos. Carlos IV era comn suponerle bueno, pero dbil y necio; la Reina considerarla como mala mujer, y al Prncipe de la Paz como un monstruo. Pero Madrid estaba lejos, y de mudar la forma existente do gobierno nadie tenia la menor esperanza, punto do no consentir la desesperacin el deseo. Lo importante para los gaditanos era el carcter y hechos de su Gobernador, cargo que desempeaba un teniente general que menudo era asimismo capitn general de Andaluca. Los ancianos hablaban del gobierno del conde de O'Reilly, quien tantas mejoras materiales habia debido Cdiz, y que era citado con extremos de alabanza, no obstante achacrselo, con razn sin ella, poca limpieza, pero suponiendo que empleaba en comn provecho buena parte, si no el total, de lo que sacaba por medios ilcitos los particulares. Despus de l habia habido varios gobernadores, de quienes no se haca particular recordacin: Foudeviela, el conde de Cumbrehermosa, Hurrigaray, quiz algn otro. Pero en 1800 fue conferido el gobierno de Cdiz un sujeto notable por su carcter personal, que se granje parciales acalorados y no mnes ardientes enemi-; gos: el general de artillera D, Toms de Mora.
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Este general, de familia poco conocida de Jerez, pues la antigua y aristocrtica casa de los Lpez de Mora de aquella ciudad no le reconoca por pariente, no obstante tratarle como amigo, aunque sin duda de alguna oscura nobleza, pues haba entrado en un Real cuerpo para ser cadete, del cual era necesario probar que se era noble; de claro y agudo entendimiento; de instruccin en su ramo, segn acreditan sus obras tenidas en estima; con pretensiones hasta de escritor poco justificadas, si bien no del todo absurdas; do condicin violenta y desptica, pero adulador en la corto, as como tirano en el mando, grosero con afectacin de serlo, bufn veces en sus providencias (1), recto en medio de esto y desinteresado como pocos, con mala reputacin de soldado, pues la voz comn le supona falto de la calidad primera del guerrero, y sin embargo, arrostrando toda oposicin con valenta, era temido, y juntamente querido del vulgo, y divida en opuestos pareceres respecto su conducta las gentes de las clases superiores (2). Habiendo llegado Cdiz en los
(1) Mora g u s t a b a mucho do r e m e d a r Federico II de Prusia, objeto de la atencin y admiracin universal en los dias en que el general espaol comenz su carrera. Esta imitacin se notaba en singularidades de sus decretos. Por ejemplo, se quaj u n vecino de que u n a academia de baile le era molesta, y Mora puso por decreto en el memorial del querellante. Siga la danza. Baile el danzante Y t e n g a paciencia el suplicantes De su caprichosa y desptica justicia citaba con admiracin el v u l g o el siguiente rasgo: Por cierto favor hecho n n a persona de condicin humilde, regal el favorecido al Gobernador, s u favorecedor, media docena de gallinas. Este, para castigar u n acto de g r a t i t u d que pareca cohecho, mand meter en la crcel al que haba hecho el presento, y tenerle all seis dias, sirvindole en cada a n o de ellos u n a de las gallinas que le habia regalado. (2) No se baria, ni a u n sa a p u n t a r a cargo t a n g r a v e y feo como

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Has de lo llamado la epidemia grande, sea la invasin de la fiebre amarilla en 1800, una de las cosas en que se seal durante su gobierno, fu en providencias dursimas para atajar todo contagio, circunstancia digna de recordacin, porque trasladado el mismo general Granada en '804, y apareciendo all la misma cruel enfermedad, por 'o que hizo fin de atajarla vino ser objeto de odio para los granadinos, lloviendo sobre l stiras d e versos casi todos malos, pero no sin chiste, y respondiendo l en prosa con algn folleto impreso en el cual presuma de mdico, as como de literato (1).

es el de falta de valor en u n militar, si no hubiese sido hecho S Mora delante del r e y Carlos IV y hablando S. M. mismo por el duque de San Carlos, padre del general conde de la Union, muerto gloriosamente en la campara en 1194, mientras Mora se retiraba si no vergonzosamente, poco menos. (1) E r a empeo de los granadinos, como suele serlo de todo pueblo cuando en l aparece u n a enfermedad pegadiza t r a s m i sible de enfermos sanos (para h u i r de las sutilezas que da l u gar decir contagiosa) n e g a r que existia el mal, y calificar de enfermedades comunes los casos de l que ocurran. Mora tena razn en sustentar que habia enfermos de la fiebre amarilla en Granada, pero s u s t e n t a b a su causa con malos medios. De los infinitos versos con que los poetas copleros granadinos le asaeteaban, a l g u nos quedan en la memoria del anciano cuyos son estos recuerdos. Ya uno deca: La fiebre amarilla Que reina en G r a n a d a Se pasea en coche, Anda por las plazas.

Aparta, que viene, Mrale la cara, Qu gesto t a n feo! Qu zancas t a n largas! Huid, granadinos, No os lleve la zanja.

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Aunque privaba mucho Mora con el Prncipe de la P a z , no conserv por entonces largos aos el gobierno de Cdiz. Le sucedi en l, siendo asimismo capilan general de Andaluca, Solano. No se pareca su antecesor el Gobernador nuevo. Era Ya otro glosando la anterior, deca: Estimado amigo: E n esta letrilla Voy retratarte, La fiebre amarilla! No la "verdadera. De esa no hablo nada, S slo de aquella Que reina en Granada. E s ms horrorosa Que u n a mala noche, Y todos los dias Se pasea en coche. Y" as segua la glosa, peor a n que lo glosado. Otra composicin era u n a coleccin de epitafios para el cementerio, algunos de ellos graciosos y todos satricos En uno de ellos, aludiendo u n mdico favorecido de Mora, y, por supuesto, de los; que daban por cierta la existencia de la fiebre amarilla, se deca: Aqu, pecador cristiano. Reposan cuarenta y dos Pidiendo justicia Dios Contra el mdico Solano. Y terminaba: Del contagio imaginado . Q u e tanto nos da que hablar, N i n g u n o en este l u g a r Todava se h a e n t e r r a d o .
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el aqu mismo poco h citado D. Francisco-

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Martnez de la Rosa, la sazn m u y joven, fu de los que (seguir. Cuentan) hicieron versos contra Mora.

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hombre de gallarda presencia, de modales cortesanos, dado a la literatura amena, aunque no escritor, activo aun ms que lo necesario, y de valor extremado, acreditado despus en su fortaleza al morir asesinado entre tormentos. Haba servido, si bien por breve tiempo, en un ejrcito francs y habia tomado de los guerreros de aquella nacin el porie y aire marcial, si bien no los malos hbitos de crueldad y rapia, en aquellos, aunque con excepciones, tan comunes; propia falta de conquistadores. I Solano entr gobernar en tiempo de paz; pero poco de haberse hecho cargo del gobierno rompi la guerra con la Gran Bretaa en 1804. Habia por aquellos dias venido Cdiz el famoso general francs Moreau de camino para el destierro que le habia condenado el cnsul Bonapartc, ascendido cabalmente en aquellos momentos al trono imperial, y Solano, aunque tena bastante de cortesano, y aunque sabia la sumisin de nuestro Cobierno al francs, acordndose de que habia conocido en una campaa en Alemawia al ilustre proscripto, enLnces glorioso general republicano, se esmer en agasajarle. Recien r o tas las hostilidades. Solano, con su husped francs al lado, cuidaba ele que se armasen bateras, recorra las ya hechas, se afanaba y daba aparato teatral todos sus m o vimientos, mientras el francs, cuya apariencia era modesta, y cuyo aspecto y modos frios y harto diferentes de los generales sus compatricios, pareca como que miraba con sonrisa benvola, pero sarcstica, tales alardes, cotejndolos con las reidas y sangrientas lides en que l habia adquirido inmortal fama. No fu slo en hacerle ver preparativos militares en lo que entretuvo el general espaol al francs durante la e s cancia de ste en Cdiz, la cual hubo de prolongarse algunos meses, no sin disgusto de Napolen, que miraba Bloroau con odio, aunque afectase despreciarle. Duraba an la paz entre Espaa Inglaterra, cuando lleg el famoso

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desterrado Cdiz, rica entonces y dada al placer y ai lujo, y su Gobernador, aficionado fiestas, gustaba do que se diesen bailes pblicos en el teatro, cosa no usada en Madrid, y que un Gobierno y una corte recelosa y oscura habria mirado como criminal por ver en ello un peligro. Obsequi, pues, Solano Moreau con un baile, que asisti numerosa concurrencia. La mujer del general francs, riqusima americana de las Antillas francesas, no bella, pero agraciada, se present con un lindo traje blanco muy ajustado al cuerpo, como era uso entonces llevarlos, y de arriba abajo rodeado como cadena en roscas con hilos de brillanLes ensartados, que al dar las vueltas del vvals, baile que empezaba estar en moda en Espaa, brillaban y como que chispeaban reflejando las luces del bien alumbrado saln de baile en que estaba convertido el teatro. As, mientras los hombres contemplaban aquel personajeque tanto ruido habia hecho en el mundo, y veian en l una figura cuya traza nada declaraba ni prometa, las m u jeres admiraban y tal vez envidiaban la riqueza de aquella seora, riqueza al lado de la cual era poca cosa el lujo, gaditano. No era slo para obsequiar un husped ilustre para l e que dispona Solano fiestas, pues sin motivo alguno especial las multiplicaba. El modo de cubrir su costo d e m u e s tra cules eran las costumbres de aquellos dias. Mand el general descontar de las pagas de los oficiales de la guarnicin un tanto razonable, bien podra decirse contratoda razn, y destin el producto d3 esta exaccin l o s bailes, mientras los comerciantes ricos de Cdiz, con insinuacin que era precepto, sac mucha mayor cantidad, no siendo corta la necesaria para tales fiestas. Llegada ,1a Cuaresma, en vez de quitarse el tablado que haca del teatro un saln para los bailes de Carnaval, como entoncesno se consintiesen representaciones teatrales desde el cuereles de Ceniza hasta el domingo de Pascua, fu d e s -

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tinado aquel lugar funciones calificadas de tertulias y conciertos, cuyo gasto se cubria del mismo modo que el de los bailes. Una aventura chistosa interrumpi esta prctica. Se acercaba el dia de ao nuevo, no me acuerdo si de -1807 1808, dia que celebraba como el de su santo el omnipotente I). Manuel Godoy. No era Solano un adulador rastrero, pero no negaba el culto al dolo por todos adorado aunque entre maldiciones ahogadas. As es que convoc los generales y oficiales superiores de la guarnicin de Cdiz para que se celebrase el dia del privado con el lucimiento propio de obsequio hecho tan encumbrado personaje. Concurri entre los generales uno celebre en los fastos de Cdiz por ser una de las figuras ms raras que paseaban las calles de aquella ciudad, correspondiendo en rareza su carcter su figura. Su nombre era D. N. Ugalde, pero nadie le conoca (y no habia chico ni grande que no le conociese) sino como el general Chafarote. Pareca una momia de puro pegado que tena el pellejo los huesos, tena una nariz enorme y encorvadsima, la barba puntiaguda, y por consiguiente la boca hundida por extremo entre las dos facciones salientes. Jams visti frac, ni pantalones, ni abandon en el peinado los rizos y la coleta. Sombrero de picos puesto de frente; casaca redonda, casi siempre de seda de color; chupa igual a l a casaca, blanca con bordado; calzn corto, medias de seda, zapato con hebilla y el espadn recto, , como decan entonces, atravesado por los rones, componan su vestidura, sin que de general llevase ms que la faja sobre la chupa. Con traje tan inslito aadido su figura, sostenida en piernas que parecan caas delgadas, era objeto de admiracin quienes le veian por la voz primera, y como de diversin para todos, aunque de burlas mal podia ser, porque el tal general nada tena de sufrido, y no era lcito entonces ofender personas de su clase. Pero los chiquillos, y aun los grandes,

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solan con pluma lpiz dibujar un perfil de su persona, siendo ella tal, que era imposible no dar al ms torpe bosquejo mucha semejanza. Era tan extrao personaje maldiciente por dems, y siendo rico y anciano, nada temia; por lo cual siempre que se desataba en vituperios del Gobierno, deca que 61 por sus aos estaba fuera de cuenta, no sindole posible recibir ya grave dao. Asisti, pues, Chafarote en clase de general la junta en que propuso Solano costear el obsequio al Prncipe do la Paz; y como todos al oir la propuesta callasen, aceptando con el silencio la carga que pocos debia de ser grata, llegada la vez al estrafalario anciano, dijo, con gran sorpresa do todos, que l no tena trato ni relaciones de amistad con el caballero quien se trataba de hacer el obsequio, y que si tales relaciones tuviese, medios tena y voluntad do hacerle un obsequio su costa particular y no en compaa; pero siendo como era, no vea para qu contribuir l con suma alguna. Turbronse los circunstantes, y aun el mismo Solano, al oir frases tan atrevidas en que se hablaba como de un caballero cualquiera del prncipe generalsimo, y se disolvi la junta sin tomarse resolucin alguna, de que result no darse el baile. No dej do atender Solano objetos de ms utilidad que la de tales diversiones. Si desde los dias del gobierno de O'Reilly habia sido Cdiz una ciudad notable por su aseo, gobernando Solano lleg la limpieza, puede decirse la pulcritud de las calles, al punto ms subido. El pueblo de Chiclana, lugar de recreo entonces preferido de los gaditanos, le debi mucho, hacindose para l un camino de carruajes bueno y cmodo, y establecindose en el cao de Zurraquo, que le atravesaba, una excelente barca. Vivimos en dias en que en este ramo se ha adelantado infinito, y bien puedo mover risa ver celebradas hoy las pobres mejoras de pasados y no muy antiguos tiempos; pero todo es comparativo, y Solano era, para sus dias, un gobernador

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celoso y entendido. As es que gozaba de favor con el pueblo de todas clases, y si haba quien censurase en l ligerezas, actos teatrales y afn superior la importancia de lo que se dedicaba, todos perdonaban estas faltas, tanto por las buenas providencias que las compensaban, cuanto porque agradaba un pueblo ansioso de diversiones y deleite un gobernador que se complaca entre otras cosas en divertirle. As, en medio da la decadencia de aquella ciudad, la cual privaba la guerra de su comercio, fuente nica de su prosperidad, seguia siendo Cdiz una residencia agradable. Sin duda en los recuerdos de una juventud ya muy lejana hay mucho de ilusin, y al representarse en la mente las cosas de la primavera de la vida, aparecen frescas y brillantes como lo son los cuadros de una estacin deliciosa. Pero no es ilusin el recuerde de que los paseos estaban concurridos diariamente, y lleno el teatro; de que vivir bien y comer bien era alli cosa comn, y que en la Pascua de Pentecosts en Chiclana, y en las ferias del Puerto se presentaba gran gento que alegremente gastaba sumas, si no crecidas, no despreciables. Y ntese que aun en los das de ms prosperidad de Cdiz, si haba buenos caudales, no so hablaba de cosa igual la suma que para ser rico se cree necesaria en la hora presente. Un milln de pesos fuertes (all no se sola contar por reales) era lo que se atribua tres cuatro de las personas ms acaudaladas. Tener cien mil pesos se reputaba estar muy bien. Y esto que, salvo el lujo de coches, apenas necesario en aquel pueblo llano y pequeo, no se escasebanlos regalos de la vida. Vino al cabo la guerra de la Independencia, y con ella la prdida de nuestra Amrica Continental, y entonces recibi Cdiz la herida mortal de que hoy est convalecida, pero sin poder volver su ser antiguo. El lustre y animacin que tuvo en los das de la guerra de la Independe-

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cia, fueron hijos de la circunstancia de estar all el Gobierno supremo de la nacin, y las principales personas de esta, vinindose formar una Espaa reducida corto recinto. De ello va dada razn en La Amrica en recuerdos anteriores estos en la fecha de la publicacin, sibieo posteriores en punto la poca de que tratan. El autor del presente artculo se acuerda ahora de que vio Cdiz en 4844, en dias para l no felices, y que admir con extremo de dolor la decadencia de una ciudad antes tan floreciente, decadencia mayor an que la de su propia persona y fortuna, aunque entre stas y aquellas hubiese consonancia. Pero Cdiz va recobrndose, porque para los pueblos no hay muerte, mientras que quien esto escribe camina para el sepulcro, que no puede estar lejano, y en su cansada vejez vuelve mentalmente la vista los lugares que tanto am, y desea cuantas prosperidades sean compatibles con el curso de las cosas humanas a l a poblacin que fu su cuna, y donde pas algunos de los dulces aos en que, pesar de los inconvenientes que toda edad y toda situacin trac consigo, es una felicidad la vida.

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CDIZ EN LOS DAS DEL COMBATE DE T R A F A L G A R .

En el ao 4805, Espaa haba vuelto entrar en guerra con la Gran Bretaa, gracias al atentado en plena paz cometido contra cuatro fragatas espaolas. Aun los poco adictos la alianza francesa, que eran, y aun puedo decir, ramos la sazn muy pocos, aprobamos una guerra venida ser inevitable, si bien censurbamos la desacertada conducta que habia dado, si ya no razn, motivo al insulto hecho nuestra bandera. Cdiz fu uno de los puntos en que ms se senlia la guerra, limitada los mares y costas, aunque sus efectos aun en lo interior se sintiesen, pero siendo casi nada c o nocidos. En el mar vecino, vista de los gaditanos, sola ondear orgullosa*la bandera enemiga, la cual rara vez las aliadas marinas francesa y espaola se resolvan hacer frente, reconociendo en ella superior poder, debido circunstancias favorables una nacin, por necesidad y

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por aficin nacida de la necesidad, en alto grado marinera. No se contentaban los ingleses con insultar en cierto modo Cdiz con su presencia, sino que trataban de dar un duro golpe las escuadras surtas en su puerto. Las que en Setiembre y Octubre llenaban la entonces espaciosa baha, eran un tanto numerosas, pero estaban nada bien pertrechadas y mal tripuladas. Sin embargo, reinaba confianza en que si los ingleses intentaban caer sobre ellas forzando la entrada del puerto, saldran de su empresa desairados y mal parados. Si en los dias lejanos del reinado de F e lipe II el conde de Essex habia ganado Cdiz y saquedola, en tiempo de harto menos poder para la monarqua espaola los esfuerzos de las armas britnicas contra tan importante punto haban salido vanos. En la decada Espaa de principios del siglo XV11I, las fuerzas inglesas de mar y tierra, despus de ocupar las poblaciones abiertas de Piola y el puerto de Santa Mara, se habian estrellado contra el fuertecillo de Matagorda, y embarcdose, no sin mengua, los que saltaron en tierra, retirndose en seguida sus navios. En -1797, un bombardeo, cuyo objeto ms era, al parecer, contra la escuadra que contra la plaza, habia tenido poco efecto, reducindose combales en que salieron con honra y ventaja nuestras lanchas caoneras, siendo de notar que mandaba en esta ocasin las fuerzas agresoras Nelson, cuya fama estaba en sus comienzos, pero cuyo arrojo, ya probado en el combate del Cabo de San Vicente, era fianza y seguro vaticinio de su futura gloria. En 4805 el mismo Nelson, ya con la dignidad de Lord y con el crdito que le daban su gran victoria de Aboukir el Kilo, y su menos claro triunfo en Copenhague, del cual, sin e m b a r g o , sac partido no inferior al que si hubiese sido vencedor podia haber alcanzado; aguijado por una ambicin noble, pero excesiva, por un patriotismo mezclado con odio rencoroso Francia, y por un orgullo nunca enfrenado por la prudencia de que care-

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cia, y despechado de no haber acertado con las escuadras do sus contrarios, los cuales habia perseguido con actividad pasmosa, pero no con feliz fortuna, vena ponerse sobre Cdiz con el proyecto declarado de buscar dentro del puerto sus enemigos, y all combatirlos todo trance. Por nuestra parle, nos preparbamos la resistencia con igual ardor, ayudando la defensa de los navios las bateras de la costa y ciudad de Cdiz, y numerosas caoneras. . Gobernaba la sazn Cdiz y Andaluca (1) el general D. Francisco Solano, marqus de la Solana por su mujer y que despus hered de su padre el ttulo de marqus del Socorro, que llevaba en el dia de su trgica m u e r t e , en que se hizo notable por su extraordinaria fortaleza. Era Solana un general por otro estilo que los que entonces contaba Espaa, de alta y aventajada estatura, lleno de carnes, de expresiva figura, do presencia marcial, s e diento de gloria, no corto en instruccin y aun con algo de literato; finsimo en modales, donde aparecan sus pensamientos de caballero vestidos con la cultura moder-

(l) La capitana general, impropiamente llamada de los c u a t r o reinos de Andaluca, pues haba otra en Granada, si bien con el t t u l o de la costa, no solia estar unida con el gobierno militar y poltico de Cdiz, el cual, por si solo, era u n puesto de l u s t r e y alta importancia, condado un teniente g e n e r a l . La residencia del capitn general de Andaluca fu, por algunos aos, en el puerto de Santa liara, desempendola un general con el ttulo de principe italiano (creo que de Monforte), nacido en la Italia inferior, oriundo de ella. Pero siendo los capitanes generales presidentesde las Audiencias, cosa que tan mal les convenia, se determin que fuesen establecerse en Sevilla presidir la de aquella capit a l . Sin embargo, j u n t o s en u n a persona aquel alto cargo con el gobierno de Cdiz, y viva la sazn la g u e r r a con los ingleses, con sumo acierto se dispuso que el general revestido de ambas dignidades residiese en la plaza fuerte, expuesta los ataques del onemigo.

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na; bastante teatral en sus actos, asi militares como civiles; ms de militar francs que de espaol; activo menudo con exceso, lo cual le mova obrar en todo ms de lo necesario frecuentemente con alguna precipitacin, y no siempre con lino; hombre, en suma, digno de aprecio, y dueo de l y de buen afecto, sobre todo entre las personas ilustradas y de alta y mediana esfera. Haba militado por breve plazo en los ejrcitos republicanos franceses, y si no me es infiel mi memoria, al lado del clebre general Moreau. As es que cuando este afamado guerrero vino Cdiz, de p3so para los Estados-Unidos, donde le enviaba desterrado el recien coronado Napolen, Solano, pesar de no ser contrario del novel emperador francs, se esmer en obsequiar al ilustre proscrito, traspasando tal vez en sus atenciones los lmites d l a prudencia. Solano habia sucedido al no menos nombrado D. Toms de Mora (-1) sujeto muy de otra clase, y en sus singularidades muy distanto de estar falto de talento. Pero aunque Mora era militar instruido, y oficial facultativo de la mejor nota, era su sucesor ms soldado, siendo adems el mrito de este ltimo el entusiasmo de que el otro careca. Dse, pues, Solano multiplicar y ensayar medios de defensa, as de la plaza de Cdiz y la vecina costa, como de las es-

(1) Quiz en articulillos posteriores se entretendr el escritor del presente en traer al conocimiento y v i s t a de s u s contemporneos personajes tipos de la generacin pasada. Faltan y hacen falta en n u e s t r a Espaa noticias de esta clase, de lo cual tienen m u y erradrs juicios. A u n hablando do hombres no de alta estat u r a intelectual poltica, se da conocer lo que eran ciertos tiempos que fueron; por ejemplo, D. Toms de Mora fu hombre singular, m u y notado en su poca, y que hoy est olvidado, salvo en el cuerpo de Artillera, donde es venerada su memoria, y con razn, mirndolo como ilustrado artillero, aunque por otro aspecto, si es digno de conmemoracin en a l g u n a parte honrosa, tambin lo es de no blanda censura.

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cuadras de que las fortalezas de tierra eran amparo, en adicin al que les daban sus caones. Volvase todo revistas, simulacros (voz hasta entonces no oida en Espaa, sino es tratndose de templos y aras de falsos dioses), y probar o a o n e 3 para cerciorarse del alcance de los fuegos. A todo acuda solcito el general, fastuoso en sus alardes, sin descuidar por esto el gobierno civil, pues, al revs, era amigo de fiestas y de mejoras materiales. Entretanto, las escuadras seguan en su fondeadero, si amenazadas, con harta probabilidad de rechazar un agresor temerario. Ms de treinta navios de lnea, ondeando en unos la bandera tricolor, en otros la amarilla y encarnada, poblaban la baha gaditana, dilatndose su lnea desde la boca del puerto, en el lugar llamado el Berreadero, hasta las inmediaciones del arsenal de la Carraca. All apareci por ltima vez una numerosa escuadra de nuestra entonces ya decada marina, pocos aos antes tan floreciente, lo menos primera vista y por el indudable mrito de muchos de nuestros oficiales, si bien cuerpo de ms viso que robustez por faltarle el elemento de una buena y n u m e rosa marinera, y estar fuera de proporcin con la marina mercante. Mandaba, como es sabido, la escuadra combinada'el almirante francs Villeneuve; valiente en la pelea, tmido irresoluto en el consejo, no sin razn persuadido de la ventaja que los sujos y los nuestros llevaban los ingleses, y desaprobador de los planes de su Emperador, por lo cual tena como general el grave inconveniente de ser ejecutor de lo que desaprobaba. Menudeaban los consejos de generales bordo. La escuadra inglesa estaba la vista como desafiando sus contrarios. Aun no haba llegado tomar de nuevo el mando de ella Nelson, quien no mucho antes habia pasado Inglaterra por pocos dias; pero su llegada era dada por varios como hecho ya ocurrido, y por los dems como eer-

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cano. Se pabia se supona que Napolen ansiaba porque sus marinos probasen sus fuerzas con la de los odiados isleos en un combale. A un consejo de guerra celebrado para decidir si habra no de salirse a l a mar en busca del enemigo, fueron convocados dos brigadieres, uno de los cuales era mi padre D. Dionisio, la sazn prximo recibir la faja de jefe de escuadra por haber sido novsimamente, nombrado comandante general de pilotos, as como por sus antiguos, sealados y mal premiados servicios; hombre, en fin, quien me es lcito calificar de varn ilustre, pues tal le juzgaban sus contemporneos. En el consejo de guerra qued resuello que las escuadras no saliesen, y tal resolucin contribuy como quien ms mi padre, cuya opinin era, y en aquel caso fu, que empendose un combate general era probabilsimo fuese de los enemigos la victoria, siendo grande la probabilidad contraria si se arrojaba Nelson embestir con los nuestros en el puerLo. Estando as las cosas, en el 18 de Octubre hube yo de salir para Chiclana con mi familia, siendo el objeto de nuestro viaje mirar por la salud de mi madre, quien aconsejaban los mdicos pasar una temporada en el campo por estar convaleciente de una grave enfermedad, sobre sus achaques y padecimientos grandes y continuos. Hicimos el viaje por agua, llevndonos mi padre en su bote, y llegados, se despidi asegurando que volvera dentro de tres cuatro das, pues era seguro que no saldra la escuadra. Despedida fu, que apenas lo era, por ser separacin por breve plazo y corla distancia, pero que vino serlo de aquellas que solo en mejor vida terminan, si es que las almas igualmente felices pueden renovar los lazos que las unieron en el mundo. Ajeno yo de toda zozobra, iba pasendome por el lindo campo de Chiclana hacia el medioda del 20 de Octubre,

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cuando un hombre del pueblo, encontrndome, y s a l u d a n - : ' dome con la cortesa entonces usada fuera de pobladofy / "i queriendo entrar conmigo en conversacin, cosa no r j a ^ .1-, J ~>$ en la franqueza espaola, me pregunt si no iba al altill^> 7- s Y ^ ^ o * de Santa Ana ver salir la escuadra. Sorprendime la n o - ~* ticia, y puse en duda su certeza, pero se ratific en su dicho quien me la habia dado, afirmando que decia lo que haba visto. Corr entonces desalado a l a altura, y vi el espectculo bello para considerado en otras circunstancias, pero en aquellas dolorosisimo para m y aun para personas menos interesadas en la suerte de aquellos marinos: el mar poblado de numerosos buques de gran porte, navegando toda vela, ciendo el viento, largas las banderas y en ademan de ir provocar al enemigo. Volv apresurado mi casa, di la fatal noticia, y no e s tando mi madre para moverse, determin que con una hermana suya, soltera, y que siempre vivi su lado, y d e s pus al mi hasta morir en edad muy avanzada, pasase yo Cdiz averiguar noticias y cuidar de nuestra casa, dejada, por la sbita inesperada partida de mi padre, en completo abandono. Emprend, pues, mi viaje, que fu por tierra, en un calesn uso de aquel tiempo. Al atravesar el arrecife que va de la isla de Len (hoy San Fernando) Cdiz, era uso de los carruajes, cuando estaba baja la marea, dejar el piso duro de la carretera por el blando de la playa, por el cual iban pegados al lmite del agua, atravesando con frecuencia las olas por debajo de las ruedas. Desde all se descubre largo espacio de mar, y cabalmente el lugar donde entonces mismo estaba dndose la accin de recordacin tan funesta, aunque la par gloriosa. Divisbamos lo lejos, bien que algo envueltos en nieblas, buques de la armada. La tarde estaba serena, pero no despejado el horizonte; la mar sin gran movimiento, y el sol, ya declinando, pero todava distante del ocaso, ni 3
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brillaba con toda su luz, ni estaba oculto por nubes. Nos pareci que haba humo cerca de los buques; pero tanta distancia era imposible distinguir qu era humo y qu era niebla. Llegamos por fin Cdiz; era por la tarde. Pas casa de un amigo, y no bien haba entrado, cuando viniendo otro que lo era de ambos, sin reparar en mi presencia, grit: Subamos la torre, porque la de viga ha hecho seal de combale la vista. Intil era el disimulo, porque yo habia oido el terrible anuncio; y as, corrimos todos la torre, siendo la de la casa en que estbamos una de las ms altas y espaciosas entre las muchas que tienen las casas particulares de aquella ciudad, la cual sirven de especial adorno vista desde lejos. Las numerosas torres de Cdiz, y hasta las azoteas, desde las cuales algo del mar puede descubrirse, estaban atestadas de gente, de sta gran parte armada de anteojos de larga vista, instrumento muy comn en los gaditanos, para quienes es registrar el mar y las naves que le surcan igradable y constante recreo. Segua sereno el tiempo, si liien con algunas, pero no claras, seales de cercana borrasca. De la escuadra se veia poco, porque la envolva, hasta ocultarla, una espesa nube de humo. Pero en las claras hubo de aparecer algn navio desarbolado, dando claro indicio de haber sido recio el oombate, pues el viento, hasta entonces manso, y la mar poco nada picada, no uodian haber causado tales averas. De sbito una vivsima llamarada ilumin el mar prximo al horizonte; vise entre la luz como la figura de un navio, y desapareciendo al momento la espantosa claridad, un tremendo estampido vino muy en breve anunciar que un navio se habia v o lado. Aun en los indiferentes, si alguno lo era del todo, hizo grande efecto tal espectculo, mayor que en los dems en m, como era natural; y con ello, y con ir oscureciendo, bajamos inquietos afligidos de la torre.

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Cerr la noche, que lo fu de horrorosa incertidumbre, y no solo para los inmediatamente interesados en la suerte de los que iban en la escuadra, sino aun para lo general -de las gentes, quienes movia toda clase de buenos y nobles afectos, entrando en estos el del patriotismo. Amaneci el dia 22 con horroroso aspecto, cubierto el cielo de nubes negras y apiadas, en cuanto permita ver lo cerrado del horizonte, cayendo con violencia copiosa lluvia, bramando desatado el viento del S. 0., all denominado vendaval, levantndose olas como montes que, segn suele suceder en Cdiz en las grandes borrascas, rompan en la muralla con espantoso ruido, rociaban con su espuma los lugares vecinos, y hasta amenazaban con no leve peligro la tierra y edificios contiguos la orilla. Consonaba el horror y tristeza que causaba tal espectculo con 1 efecto que produca en los nimos la consideracin de desventuras recin ocurridas. Porque, al asomar las gentes ver la furia de la tempestad, descubra la vista cinco navios de linea espaoles, fondeados en lugar muy inseguro por no haberles permitido el temporal tomar bien el puerto, desmantelados en gran parte; en suma, mostrando seales de la dura pelea que en el dia inmediatamente anterior habian sustentado. Tambin apareca uno otro navio francs. A ms distancia, cuando rompa trechos y por cortos instantes la espesura de las nubes el furioso viento, se divisaban aqu y all ms navios, de ellos algunos desarbolados, sin vrseles la bandera, luchando con las olas, y no pudiendo saberse ni quines eran, ni cul *era su suerte. No obstante ser peligrosa y aun difcil la comunicacin por medio de embarcaciones pequeas en m recia marejada, pudo al fin irse los navios anclados, tinfrices empezaron divulgarse los pasados sucesos. El ombate habia sido terrible. Al principio no se supona haber sido de xito enteramente contrario las naciones aliadas. Dbase por obra del temporal, sobrevenido de

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pronto, la vuelta al puerto de los navios presentes en sis boca. En ellos (en el Prncipe de Asturias) vena el g e n e ral Gravina herido gravemente; pero, segn afirmaban, no de peligro sumo, lo menos no de peligro inmediato. En el navio Neptwio (otro de los all presentes) yaca sin conocimiento su comandante el brigadier D. Cayetano Valds, heroico no menos que lo habia sido en el combatede 14 de Febrero, ocho aos antes, y ahora, sobre h e r i d o , atolondrado por haberle caido una pieza gruesa del aparejo sobre la cabeza. De otro navio, tambin de los venidos del combate, se supo haber muerto su comandanteAlcedo. En cuanto lo dems de la escuadra, no la vista, se ignoraba la suerte de cada navio, y la de las personas que llevaban. Hay que aadir que esta incerlidumbre dur dias, pues hasta el 31 de Octubre no supe yo la muerte d e mi glorioso, aunque desdichado padre. Numerossimo gento poblaba el muelle. Ni la inclemencia del tiempo impedia que personas aun de las clases superiores y acomodadas y de ambos sexos acudiesen ofrecerse los heridos, solicitando competencia llevrselos sus casas para su cura y regalo. Fu aquella la primera ocasin en Espaa durante dilatados aos en que se not6 lo llamado espritu pblico, digamos tomar parte y aun empeo los individuos privados en un suceso pblico, inters por personas con quienes no tenian relaciones d& clase alguna. Ni se descuidaba el gobierno. Activo como siempre Solano, habia acumulado en el muelle todos cuantos medios de trasportar heridos enfermos tena Cdiz, en este punto no muy rico: sillas de manos, que eran entonces all ms que los cochos, calesines incmodos, parihuelas. Manifestbanse les gaditanos, si no arrepentidos de anteriores injusticias, deseosos de repararlas, porque el mal xito del combate del cabo de San Vicente (el del 14 de Febrero de 1797), los habia movido juicios de desatinada severidad contra nuestros marinos, vctimas e n

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aquel caso de la impericia y rivalidad necia de dos genera1 s, cuando en la ocasin de que voy ahora aqui hablando,, venidos mejores pensamientos, honraban el valor y sa-j orificios de aquellos mismos quienes habia sido adversa la fortuna. Veanse espectculos horribles, sabanse rasgos de va-' lor y sufrimiento en el padecer, y tambin heroicas impa-, ciencias en los que, vctimas del recien terminado combate, venan, perder al cabo la vida de resultas de sus heridas, recobrar la salud despus de una cura penosa.: Lleg entre otros el guardia marino D. N. Briones, de quien se contaba que, habindole llevado el pi una bala, pero dejndosele unido lo restante de la pierna por un tendoncillo nervio, como le hubiese dicho un marinero que le llevase curarse, y no se viese obedecido pronto, con la mano acab de desprenderse del pi dando un tirn, y arroj el miembro perdido la cara al marinero mal obediente, quedando vivo despus de tal acto, pero no por largo tiempo, pues muri recien llegado Cdiz. Mejor suerte cupo al capitn de fragata Somoza, segundo comandante del navio Montas, y cuya herida era de lo ms singular posible; pues una bala, pasndole de refiln por el vientre, le habia llevado toda la parte carnosa con la piel exterior, y dejdole sana una pelcula de las que cubren los intestinos, casi trasparente, lo cual no estorb que conservase la vida hasta convalecer del todo, siendo curado en el hospital, donde quiso ir, desechando numerosas ofertas de seoras y caballeros que pretendan llevrsele sus casas. Gravina padeci largo tiempo, y aun acaso, si se hubiese amputado el brazo herido, no habria muerto; pero, por culpa suya ajena, no fu llevada efecto la operacin de muchos aconsejada. Salv Valds el arrojo de un oficial subalterno guardia marina, pues habiendo quedado abandonado sin conocimiento en el navio de su mando, prximo perderse en la costa, como de

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hecho se perdi, y no habiendo quien se atreviese ir 4 bordo del buque puesto en peligro, alrededor del cual herva la mar embravecida, logr el animoso joven persuadir unos pocos valientes marineros que le siguiesen, y , favorecido por la suerte, lleg al navio y sac de l al digno comandante, quien llegado con felicidad Cdiz, y trasladado casa de unas seoras sus amigas, cuando volvi en s, se encontr libre de peligro, y vivi despus largos aos para contraer nuevos mritos y pasar nuevos trabajos, siendo notable ejemplo de los vaivenes de la fortuna. Dolores hubo y desdichas menos conocidos, aunque no de menos lstima, pero quedaron ocultos entre las t i nieblas en que suelen hechos notables ser desde luego e n vueltos y seguir siempre ignorados. En cuanto m, pues forzoso me es hablar de m en e s tos recuerdos, el dia 22, recien aparecidos delante de Cdiz los navios que bien merecen ser dichos despojos del combate, trat de restituirme Chiclana dar mi m a d r e algn consuelo en sus congojas y dudas, que todava n o eran, como dejo dicho, dolor por una prdida temida solo,, pero no conocida. Difcil nos era el viaje, porque por agua no consenta el tiempo hacerle, y por tierra faltaban medios de ponerse en camino, estando embargado todo carruaje. Venc este inconveniente yendo yo ver Solano,, el cual me distingua notablemente, y que adems hubo d e tomar en consideracin las circunstancias en que me h a llaba. Concediseme un calesn, y pas Chiclana por tierra; pero siendo la sazn el camino que lleva aquel lindo pueblecito, desde el de la Isla de Len, largo y malSimo, hicimos harto incmoda jornada, calndonos el agua,, azotndonos el viento en el desabrigado vehculo, t r a q u e tendonos horriblemente el movimiento, amenazados milveces de volcar, y agregndose estas incomodidades l a agitacin mental, bien que para distraer en parle el nimo de la pena del cuidado.

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No teniendo noticias en Chielana, resolvimos venir Cdiz buscarlas. Seguia, como no suele suceder, an sin intermisin, con algunas breves en duracin y no grandes en fuerzas, la borrasca. Hicimos el viaje en un coche bastante cmodo; pero salidos de la isla de Len, y pasada Torregorda, al acercarnos Cdiz; presenciamos un espectculo espantoso. Estando la marea baja, echamos por la playa. Pero aquel c a n i n o siempre cmodo dejaba de serlo, porque le cubran cada paso despojos de naves, pedazos de jarcias, de arboladura, aun de cascos de buques,, y con particularidad de botes, no faltando entre ellos de trecho en trecho algn cadver, todo lo cual arrojaban la tierra las olas encrespadas, que sin amansar su furia seguan apareciendo en el mar modo de montes y estrellndose con mpetu y tremendo ruido en la arena. Cerraba los ojos mi afligida madre como temerosa de encontrar entre los muertos el cuerpo de la persona querida, cuya prdida, si no era para nosotros cierta, estaba muy dentro de los lmites de lo probable. Una vez en Cdiz, la incertidumbre seguia. Pero no es de la de mi familia y persona de la que me toca ahora aqu hablar, lo menos no de la que debo tratar, sino como de una parte accesoria de la situacin de las cosas. En efecto, no mejorando el tiempo, casi todos los buques escapados del combate fueron d a r en la costa. Uno francs se fu pique la boca del puerto, pereciendo todos cuantos le tripulaban. A otro, que estaba anclado fuera, tvola osada de acercarse un navio ingls hasta dispararle una andanada, que l respondi con otra, pero con poco efecto por ambas partes, retirndose el agresor por respeto la artillera de la plaza que comenz disparar, protegiendo nuestro aliado en su apuro. De los diez y siete navios que haban arriado bandera al terminar el combate, la mayor parte, corriendo varias fortunas en pocos dias, pocas horas, ya volvan ser de su nacin,

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sublevada la tripulacin contra los. pocos ingleses que marinaban el buque, ya recaian en poder de los que le habian ganado y ocupado, ya iban perderse en la costa. Fu do los ms afortunados el navio Santo, Ana, de tres puente?, que ya rendido, combatindole el mar y viento, hubo do .entrarse en Cdiz, cayendo prisioneros los ingleses ya dueos de l y rescatndose el teniente general D. Ignacio de lava, que en l estaba y vena herido. As poco poco iban llegando noticias de casos particulares. Hubo tambin algn parlamento, siendo recibidos en Cdiz los oficiales parlamentarios con cortesa, y hospedndose en casa de Mr. James Duff (Hmulo en Cdiz D. Diego Duff), cnsul que habia sido de su nacin en la misma plaza, muy querido y respetado all, y que segua haciendo parte del oficio de cnsul, y llevaba el nombre de serlo en boca de lo comn de las gentes, no obstante el estado de guerra. De un parlamento fu objeto el reclamar los ingleses como su prisionero lava, porque lo habia sido por dos tres dias; pero su pretensin fu desatendida, como deba serlo, pues el favor de la suerte le habia trado la libertad. A l a casa de Duff era comn acudir averiguar el paradero de una otra persona de las de la escuadra, cuyo fin existencia aun eran ignorados; pero poco nada so averiguaba, no cuidndose los ingleses de otras vidas que las de los suyos, y en quienes el dolor por la prdida de la de Nelson no dejaba lugar otros dolores. I El 3 1 , segn ms arriba dejo dicho, cesaron mis dudas y las do mi familia, ponindoles trmino el dolor ms vivo y acerbo, dolor no para contado indiferentes, y del que basta hacer esta leve mencin, quizs, aun as, inoportuna. Como todo pasa en el mundo, pas la imagen de los sucesos que aqu acabo de recordar, yendo borrndose poco poco do la memoria. Por lo pronto, dio motivo los poetas para sentidos cantos, de ellos algunos de gran valor,

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pues que an bastante conservan. La, sombra, de Nelson, o b r a d o Moratin, hasta ha desaparecido de las ms de las colecciones de sus obras, no tanto por el vicio de oscuridad que la afea, pero el cual est rescatado por grandsimas perfecciones, cuanto por las adulaciones en l prodigadas, no slo Napolen,'sino al Prncipe de la Paz, quienes prometen triunfos navales que no vinieron ni era de esperar que vinieren.La oda de Quintana vive con gloria; y si no con tanta, no ha muerto una de Arriaza. . Tambin el pulpito, en oraciones fnebres, ensalzlas glorias de aquel dia.' Se distingui entre los sermones con esta ocasin predicados, uno que corri impreso y aplaudido, pronunciado en el Ferrol por el Sr. Vrela, clebre despus, siendo comisario de Cruzada, como aficionado y protector de las letras y de las artes. La guerra Napolen en defensa y sustento de nuestra independencia y gloria, como llena de grandsimos acontecimientos, oscureci la do un perodo ms antiguo. Adems, la moribunda marina fu no menos funesta la paz y alianza con Inglaterra, que lo habia sido la imprudente y poco feliz guerra sustentada contra aquel gobierno. Porque, siendo forzoso atender lo presente y no ms, convertida la atencin los ejrcitos, y pareciendo como intil la marina de guerra, perecieron carcomidos los navios, y no se pens en sustituirlos con otros. Hoy ha cesado esta situacin, y va resucitando, aun puede decirse ha resucitado, nuestra marina de guerra (1).
(1) Aqu mereGO particular mencin y m u y honorfica el Titirito que, con el ttulo da Trafalgar, escribi en 1850 D. Manuel Marliani. Verdad es que s u objeto fu vindicar nuestra marina do los agravios, veces calumniosos, de M. Thiers; pero cumpliendo e l autor su propsito del modo ms satisfactorio posible, hizo u n servicio selalo su patria, as como l a Armada espaola. Al marqus de Molins, cuyo celo del honor del cuerpo c u y o f r e n ' e estaba era y es vivsimo, se deba haber patrocinado la obra de'

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An las reliquias vivas de Trafalgar no han sido olvidadas, y al cabo de 56 aos sus servicios han tenido una remuneracin, si no grande, sin duda decente, y lo que vale ms, honrosa. Y si los sucesivos gobiernos atienden este ramo del servicio pblico, la opinion general en este punto los ayuda y estimula.
S r . Marliani, suministrndole Cttos, y por todos los dems m e dios posibles, y hacindose as acreedor no corta parte del elogio que es debido y se t r i b u t a aqu con singular placer al a u t o r y la obra, y al ministro que les dio su patrocinio.

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MADRID EN LOS DAS DEL REINADO DE CARLOS I V .

Notan algunos, y entre ellos quien esto escribe, quemas de una vez lo ha repetido, cuan poco sabe la generacin presente de _o que eran sus padres inmediatos abuelos, mientras la diligencia de los eruditos ha llegado enterarse bien y poner con algn acierto la vista del pblico lo que fueron sus antepasados absoluta relativamente remotos. ltimamente algo se ha dicho de la poca de Carlos III, pero de la de Carlos IV se habla poco nada. Bien est, pues, en las tristes y escasas reliquias que aun quedamos de los ltimos dias de reinado tan deplorable, que alguna memoria dejemos y trasmitamos las generaciones futuras de la imagen poltica, literaria y social de un perodo casi envuelto en niebla, por lo mismo que no tuvo ni pudo despedir luz que le diese brillo, y con l nuestra entonces malaventurada patria. No se suponga en los borrones que siguen, y que estn unidos con otros iguales parecidos destinados ointar

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usos y costumbres, y sucesos de leve monta de poca de superior inters, la loca pretensin de suplir una falta de llenar un hueco que han menester esfuerzos mayores y ms detenimiento para ser suplidos cubiertos de un modo satisfactorio. Cuento (pues justo es usar de la primera persona en trabajo de tan corto valor) lo que vi, y lo que otros han callado : lo cuento como viejo; pero, si no me engaa (como es posible que me engae) una pasin natural, sin necio apego lo pasado, si bien no con la amarga censura, no siempre justa, de unas escenas lastimosas. Escribo tirando ser imparcial, y sin esperanza de conseguirlo del todo; pues, si aun las mejores cabezas y las ms nobles almas no estn exentas de las miserias de la flaqueza humana, cual podra estarlo quien no presume de hombre sabio de varn justo. Me cio trser la vista de mis lectores slo escenas de la capital de la monarqua, y de uno otro ao, porque no pretendo hacer un cuadro acabado de la Espaa de mi niez y de los primeros aos de mis mocedades. De meros rasgos puede sacarse algo y bastante para hacer pinturas, haciendo el ingenio y buen discurso lo que han hecho grandes anatomistas al construir con huesos de animales muertos esqueletos, y aun cuerpos, con fundada pretensin de sor reproducciones fieles de las que fueron criaturas vivas. En los primeros aos del presente siglo, era Madrid un pueblo fesimo, con pocos monumentos de arquitectura, con horrible casero, y, aunque ya un tanto limpio desde q u e , con harto trabajo y suma repugnancia de una parte crecida del vecindario, le hizo despojar de la inmundicia que afeaba sus calles Carlos III, todava distantsimo de verdadero aseo, como el de que entonces con razn blasonaba Cdiz. Los hierros del balconaje estaban tales cuales habian salido de la herrera; las vidrieras.compuestas d e vidrios pequeos, azulados, por los cuales penetraba

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trabajosamente la l u z , y no pasaba menos dificultosamente la vista de dentro afuera; las fachadas de los edificios sucias, con las puertas y ventanas mal pintadas, y renovada en ellas la pintura tan de tarde en tarde, que tal vez habra presentado mejor aspecto la madera dejajada en su color primitivo. Era psimo el empedrado. Verdad es que habia aceras, de lo cual entonces careca Pars y sigui careciendo por largos aos; pero las aceras m a drileas, de las que hoy duran algunas, servan con imperfeccin al fin que estn destinadas. En los zaguanes portales de casi todas las casas estaba el basurero, y al traer l los sucios materiales que le llenaban, buena parte de ellos se quedaba esparcida por las escaleras. Eran estas, en general, oscuras y hechas de mala manera,, atendindose poco nada mantenerlas en buen estado. Bien es cierto que, adelantando el presente siglo, otras capitales de Europa han venido ser muy otras de lo que eran. Londres ha visto desaparecer millares sus horribles casas y angostas calles y callejuelas, sustituyndolascon casas, si no hermosas, limpias y con pretensiones d e adorno, y con calles bellsimas por su anchura y traza, sin contar con que en aquella capital se han construido palacios y edificios pblicos de que antes careca. Paris. que, no obstante contar un buen nmero de bellos e d i ficios, era, en su mayor parte, una poblacin de mal a s pecto, empez, imperando Napolen, y sigui, reinando las dos ramas de los Borbones, una carrera de notabilsimas mejoras innovaciones, hasta que en el reinado de Napolen 111, con verdadero exceso, atendiendo doctrinas econmicas, ha venido convertirse en nueva ciudad de sealada hermosura. Dista infinito de haberse hecho tanto en Madrid, y, sin embargo, es mayor la diferencia que hay en nuestra capital, tal cual es y tal cual era, que entre otras ciudades mucho ms enriquecidas con m o n u mentos soberbios, pero no tan cambiadas.

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Si de lo exterior pasamos lo interior de las casas, la mudanza mejora es ms notable. Quien v las habitaciones modernas, no puede enterarse de lo que eran las antiguas. No porque, segn piensan algunos, llevando las cosas extremos y equivocando pocas, hubiese en 1806, por ejemplo, en las salas decentes de Madrid sillas de Vitoria. En la fecha que me refiero, en la cual vine yo esta capital, de donde habia salido muchos aos antes en mi niez todava, h aqu lo que era la casa de un consejero de Hacienda, cuya mujer pasaba por elegante. Habia por delante de las paredes, en la sala principal, una banqueta de pino pintado imitando caobo, con florones de metal dorado en las esquinas, muy alta de pies, con asiento dursimo, y cubierta de seda en lo poco que no era de madera. Entre las ventanas habia una mesa de las hoy llamadas consolas, y en la pared, delante de sta, un espejo, entonces dicho tremor del francs trumeau (1), cuya pequesima luna se compona de dos pedazos, siendo el marco grandsimo proporcin, aunque no grande n absoluto, y de pino pintado, con dos columnilas delgadas, cuyos chapiteles eran de metal dorado, mientras sobre la luna lunas, en el espacioso friso cornisa, habia un ramo de flores mal pintadas. Al adorno de la pieza principal corresponda el de las dems. Pero se distingua por lo pobre el comedor, incluyendo el servicio de mesa. Las botellas blancas, de uso general en Cdiz, no se veian en Madrid sino en alguna muy rara mesa, sirviendo el vino en su fea botella de vidrio negro oscuro, y el agua en un jarro que tena el criado para llenar los vasos. Los platos y fuentes solan ser de loza de la fbrica de la Moncloa; loza blanca, no de mala apariencia. La de Valencia servia para casas ms humildes. Al mismo tiempo habia
(1) Ya los frane ses usan poco nada de la voz trumeau, y llam a n los espejos de sala glaces.

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ms vajillas de plata que hay hoy; y las empleaba en el servicio diario la gente de ms alta esfera y superior riqueza; pero esta ltima era escasa la sazn, si se excepta los grandes seores, porque la capital careca de los hoy llamados capitalistas; y algunos comerciantes ricos, vivan, si no pobremente, sin lujo alguno. Las alfombras eran para pocos, siendo la sazn su valor muy subido. En cambio, en punto alumbrado se hacia buen gasto de cera. Los llamados quinqus por el nombre de su inventor, eran entonces todos de los que se ponen en la pared. Las lmparas para aceite no eran conocidas: los antiguos velones estaban ya desterrados de las habitaciones de mediana decencia. Una cosa muy de notar para los que hoy vivimos, es lo distante que estaba el lujo que entonces habia de la mediana, siendo en ciertos ramos de cultura, digamos en le perteneciente las comodidades y cortos regalos d l a vida, manera de un precipicio tajo lo que hoy merece llamarse declive suave con varios puntos intermedios. Y aun en las casas de los principales seores y superiores empleados, como eran los ministros, la sazn dotados con pinges sueldos, el lujo mismo careca de ciertos ribetes perfiles, hoy parte principal de quienes viven con tal cual desahogo. Habia, adems, riqusimos seores, aun de la grandeza, cuyos gastos eran enormes, llegando punto de ser derroche de cuantiossimas rentas, y que, sin embargo, en punto ai servicio de mesa, vivan como hoy viven personas de muy reducidos haberes. En el lujo de fuera de casa hay ahora, sin duda, notable aumento, pero no tanto cuanto algunos se figuran. Es idea corriente que ha crecido de un modo pasmoso el nmero de carruajes, y esto es muy cierto; pero no en el punto que no pocos dicen y creen. Nace esta equivocacin de que comparan muchos el Madrid actual con el Madrid de 1815, 1824, 1836, recien terminadas las guerras de

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la Independencia la revolucin de 1820 1823, pendiente la guerra civil; pocas todas de grandes calamidades, juntas con glorias mayores menores, tanto cuanto con lstimas no gloriosas. En Madrid, aun en 1795 y 1796, solia llegar la doble fda de coches en el Prado, por una parte, a l a s inmediaciones del convento de Atocha, y por el otro extremo, las del de Recoletos. Esto nacia de ser entonces indecoroso en ciertos empleados no tener coche. No podia un Consejero ir pi al Consejo sin rebajarse. Tenan coche los ms entre los oficiales de secretara, personajes de ms cuenta que lo son los actuales, sino por su cuna su talento instruccin, por su poder por la esfera en que los ponan las preocupaciones de la sociedad existente. Tenan, pues, cocho gentes que vivan con estrechez en lo dems. Los coches eran pobres y feos, con rarsima excepcin, tirados por nulas. Algunos llevaban el cochero montado; pero haba muchos que cocheaban desde el pescante (1). Los coches colgados de muelles

ti) E n 1795 y 96 tenamos u n coche a medias entre mis padres y mi tio, la sazn oficial de la secretaria de Hacienda, con u n a herm a n a de este y de mi padre. Mi tio, homo ra instruidsimo y de talento, y no mal escritor ID. Vicente Alcal Galiano), era person a de poqusimo mundo, y slo conoca Madrid y sus cercanas, donde haba venido siendo nio y seguido viviendo. Como empezaban ya entonces usarse los pescantes y los coches colgados d e muelles, mi madre y tia queran estar al uso nue,vo. Nias, nias, (decia mi tio, mozo an, pero viejo en sus modos), esas cosas son p a r a esas capitales extranjeras (que l conoca por los libros slo); pero no sirven en Madrid con su mal empedrado y sus cuestas.> Resta decir que en punto al pescante g a n r o n l a s seoras, y que desde uno altsimo, como eran los de entonces, fueron gobernadas las muas sin que sucediese mal alguno. En lo de los muelles nada consiguieron, conservndose las sopandas. De caballos no se habl, pues casi nadie los gastaba entonces. De los espaoles se decia que no servian para el tiro, y los extranjeros no venan Espaa. Adems, pasaban por no poder resistir el clima. En 1807 ya habia algunos coches tirados por caballos, pero pocos.

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se habian multiplicado en 1806: no as en 1796, en que casi lodos estaban sobre sopandas. Algunos grandes loman lindsimos trenes que lucan, sobre todo en las procesiones de administracin del Vitico los enfermos por Pascua, y de Minerva despus del Corpus, en que solan verse varios carruajes de una sola casa. En punto coches de alquiler, denominados simones, los que habia eran pocos y psimos. Los de nmero de plaza, es sabido que no han empezado hasta 1847. El paseo sola estar concurrido, como Hoy lo est, y nada menos, si se toma en cuenta que la poblacin era harto menos numerosa que la de nuestros das. Dos eran los teatros abiertos, estando cerrado fines de 1806 el de los Caos del Peral, que, destinado peras italianas, mientras se reedilicaba el teatro del Principe, que se habia quemado, servia la compaa cmica de que era ornamento el justamente clebre Maiquez, Pero, mediando 1806, fu abierto el nuevo teatro del Prncipe, pasando l los actores que representaban en el d l o s Caos. El recien abierto teatro, si menos indecente que el antiguo, era poco digno de un pueblo culto, siendo p e queo, como es hoy todava, incmodoy sucio. Faltaba en l, es verdad, casi del todo el pato, donde estaban los espectadores de pi. El teatro de la Cruz conservaba su fealdad vetusta , de que apenas pudo recobrarse hasta su final cada en das novsimos, despus de haberse afanado en balde para mejorarle y sustentarle. Brillaba en l h a s ta 1807, en que hubo de retirarse, la afamadsima Hita Luna, y la par con ella el clebre gracioso Querol, de quienes hablar despus al tratar de lo que eran el arte dramtico y los actores. Cindoine por ahora la parle
E n t o n c e s brillaba sobre todos el de la marquesa de Tavares, reden venida de P a r i s ; carruaje de los llamados bombes, y cuya figura era una esferoide como un inmenso lluevo de avestruz. TOMO I.

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material del edificio, repetir que era horrible, y que el espacioso patio, cuando estaba lleno, causaba la vista y al oido un efecto por dems desagradable, vindose en l lo llamado con propiedad oleadas, porque imitaba la gente empujndose el movimiento del mar, y aun podia mirarse como remedo de sus bramidos la gritera, que era consecuencia del atrepellarse y estrujarse de los concurrentes, en un lugar, as como de diversin, de tormento. Los pocos asientos que habia entre el patio y las tablas, as como los ms numerosos del teatro del Prncipe, asientos entonces conocidos con el nombre de lunetas, novsimamente trocado por el americano de butacas, eran estrechos, duros, con forro de mala badana, casi siempre con desgarrones, y nunca limpia. Alumbraba los teatros una araa, que ya en 4806 era de quinqus, y en los dias de iluminacin adems velas puestas en candeleras, que, formando lo llamado brazos, salian de los palcos. La concurrencia los teatros era regular. Publicaba entonces el Diario, juntamente con el anuncio de la funcin del dia, la suma de lo recibido en la prxima pasada. Las entradas de lleno eran de 6.000 rs. (-1) poco ms, pero rara vez llegaban tanto. Bien es cierto que los precios eran bajos. No se cobraba entrada ms que para el patio, y l o s palcos de amigos iban de balde los convidados los que se convidaban s propios. Poco ms tengo que aadir en cuanto la parte material de la capital de nuestra pobre Espaa en aquellos dias de decadencia y abatimiento. Bien vendra, con todo, hablar algo an de los vestidos entonces de uso, hoy tan ignorados, que su ignorancia ha desfigurado con el vicio de anacrnica una muy buena pintura, destinada

(1) Tomo que me sea iafiel la memoria, y.que las entradas de lleno fuesen de 8,000 ra.

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= recordar un hecho memorable de nuestra historia (1). Los hombres solan vestir entonces frac, y tambin levitas. Ni unos ni otros eran muy desemejantes de los del da presente, si bien tampoco se les parecan del todo. El cuello cuadrado que llevan en el citado cuadro los diputad o s de las Cortes en 1810, haba ya desaparecido en 1806 y mucho antes. Llevbanse pantalones ajustados con media bota encima, y stas con una borla delante, calzado que dio nombre el general ruso Souvarow. Tambin los elegantes usaban calzn corto con cinta en vez de hebillas en la parte superior de la pierna, donde se unia con las botas de campana, que con l eran indispensables. Rarsima vez se veia en Madrid un sombrero redondo de copaalta, y al ver un hombre que le llevaba, se supona que era procedente de un puerto de mar, y particularmente de Cdiz. En los sombreros de picos (que as eran llamados) llevaban escarapela negra los que no tenan fuero militar: los militares la roja, aun vistiendo traje do paisano. El uso de los uniformes para visita, aun para paseo, era tambin muy -comn. Las seoras slo gastaban sombrero para ir al teatro, y esto slo las de elevada clase. Alternaban las mantillas blancas con las negras. Las basquinas negras, si an vivian, tenan que compartir su existencia con las de color, y en invierno con lo llamado allelas. El traje del pueblo era diferente del de las personas de alta y mediana clase. Con el sombrero de picos cubran su cabeza los hombres, prenda que disonaba de la chaqueta; pero desde el famoso motin de los dias de Carlos III estaba prohibido el uso del sombrero gacho, cuya supresin fu origen de aquel exceso, y vino ser obligatorio el de picos. As, los seores que por capricho imitaban en su traje y modos la plebe, entre los cuales se distinguan el
(1) La reunin de las Cortes de Cdiz en 1810, cuadro que existe en el Congreso de los Diputados.

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marqus de Perales y el de Torrecuellar, llevaban con v e s lidos casi de majos, un sombrero propio para el traje m a s de ceremonia. En cuanto las mujeres, las llamadas manlas vestan ms menos segn estn pintadas en los lin dos versos, tan populares un dia, y dignos de su fama, con; que en poca muy posterior las ha inmortalizado Bretn d e los Herreros. Excusado parece, pero con todo no ser fuera de propsito decir que las capas, las cuales en Espaa nunca m u e ren, pues, si por ms menos largo plazo un tanto s e eclipsan, vuelven aparecer, estaban en uso corriente en los dias de que voy aqu ahora hablando. Pero las de grana, que privaban en mi niez, haban desaparecido enteramente, destronadas y hasta extirpadas por las blancas. Compartan, sin embargo, el favor con ellas unos sobretodos llamados r o b s carricks con muchos cuellos, poco diferentes de los que hoy llevan los cocheros. Entre el aspecto puramente externo, y el estado intelectual del pueblo, puede decirse que media el trato ordinario, porque los modales tienen de ambas cosas. Era por aquellos dias la poca sociedad de Madrid culta ms que lo es hoy, aunque mucho menos instruida. La obscenidad en el lenguaje no faltaba, siendo esto vicio de los pueblos de! Medioda, pero no habia llegado al repugnante extremo en que hoy la omos; cosa singular, porque en otros pueblos, con la cultura, si ya no con la religin, decrece esta fea prctica que entre nosotros ha tenido aumento. En cambio, el juego de puro azar, que en dias novsimos ha sido desterrado de las casas ms decentes, entonces era la ocupacin de las poqusimas tertulias de la gente d e superior esfera. La razn de ser tan pocas las tertulias consista en que era peligroso recibir mucha gente en una casa. El Gobierno, recogido en los sitios Reales, desde ellos miraba Madrid con ceo y miedo, y pareca como que se declaraba

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enemigo pblico, pagando y recibiendo odio por odio. Es verdad que el mal que se tema no pasaba de ser el destierro de Madrid, pero el destierro no es pena leve en muchos casos, por ms que los espaoles ni pena parezca, pues le vemos en uso bajo gobiernos llamados constitucionales. Pero el peligro de ser desterrado, s no grave, era grande, por ser fcil incurrir en culpa que le motivase, porque lo era el estar en los sitios Reales sin objeto conocido, el dar un baile en Madrid cosa parecida (I). No dejaba de ir gente los cafs. Estos no eran lujosos, y los habia de suma pobreza; pero en uno otro no faltaba adorno ni aun asomos de elegancia, mereciendo tal calificacin la Fontana de Oro, que tena una sala espaciossima; el del ngel, que ha vivido hasta I84-S, si bien mej o r a n d o , y hoy pasado ser del Iris, y el de la Cruz de Malta en la calle del Caballero de Gracia. Aunque inferior estos, no era indecente el de San Luis, que novsimamente ha sido cerrado, merced la dureza del casero, y que habia tenido pocas, aunque algunas mejoras. A este ltimo concurran bastantes guardias de Corps, de la Real persona; cuerpo que representaba muy notable papel en Madrid, y ms en el pueblo en sus varias clases que en lo llamado alta sociedad, de la cual, si embargo, eran, y que concurran algunos de ellos, bien que no m u c h o s . Aunque ya servan helados en varios cafs, subsistan las botilleras, destinadas slo bebidas frescas. La de Canosa, situada en la Carrera de San Jernimo, era, si no la d e -

;(1) E n el Carnaval de 1808, varios jvenes de esta capital, de los ms elegantes de ella, resolvimos dar un baile por suscrieion. No estaba entonces esto en uso en Madrid, y la cosa pareci, a n ms que novedad, atrevimiento. E n efecto, la seora que se present :a recibir sali desterrada. Varios temimos i g u a l suerte. Por fort u n a , pocos dias (en Marzo de 1898), sucesos de la mayor g r a v e dad dieron al olvido pecados tan leves, pues dieron en t i e r r a coa l a monarqua a n t i g u a .

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cana, la que habia gozado de no disputada primaca entretodas; pero en 1806 estaba en decadencia, cuando en mi niez (hacia 179S y 96) era la preferida por las personas principales de la corte, bien que en ella entraban pocos, y ningunas seoras, llevndose la bebida los coches. Muchos que hoy viven han visto tan miserable covacha, reliquia de tiempos antiguos, conservada hasta 1846 47, si no en toda su fealdad y miseria, poco menos, y sin duda teniendo parroquianos fieles, sin los cuales no podra haber dilatado su existencia. Era miserable el aspecto de las tiendas; notndose en ellas todava ms la falta del adorno que la escasez del s u r tido, aunque en el ltimo punto habia no poco que desear, porque ios objetos de lujo eran poco numerosos, y menos se encontraban de regalo, sealadamente en punto provisiones. La fonda de Genieys, situada entonces en el Postigo de San Martin, era mediana en lo tocante cocina, y nada brillante en lo concerniente al servicio, aunque n o mala del todo, comparndola con lo que eran la sazn las casas particulares; pero estaba pobremente amueblada. No reluca ms, mirada por el mismo aspecto, y aun quiz era inferior, la pastelera de Ceferino, situada en la calle del Len, la cual concurran gentes de alta y mediana clase, particularmente comer pescado, del cual habia entonces poco fresco en esta poblacin, donde apenas se c o nocan otras clases que el besugo y la merluza. Si de cosas tan humildes, las cuales, aun sindolo, pintan, sin embargo, el estado de un pueblo, subimos ver objetos de superior esfera, ponindonos en la del mundo poltico, intelectual y moral, harto hay que decir en estospobres recuerdos. No voy aqu juzgar el antiguo gobierno de Espaa, siendo mi propsito nicamente decir, en vez de lo que debia no ser, lo que era, y no describiendo su mecanism o , ni contando sus hechos, sino recordando cmo estaba

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entonces considerado, y sus relaciones con la sociedad y el pueblo de la capital d l a monarqua. Vease el Gobierno en general aborrecido y despreciado. Lo mereci sin duda; pero tal vez exceda, en punto tal, lo sentido lo merecido. No alcanzaba el odio al Rey, pero s el desprecio, hacindolo favor la voz popular en cuanto a las intenciones que le supona, pero teniendo en poco su carcter. El aborrecimiento la Reina llegaba un extremo increble, slo igualado por el en que se miraba al Prncipe de la Paz, su privado y valido, reputado con bastante, pero no con completa razn, el verdadero monarca. Al revs el prncipe de Asturias, despus Fernando VII, era no un slo mytho, sino varios, figurndose gentes do diversas y contrarias opiniones en su persona imaginada tocias las prendas que en un monarca futuro deseaban. No faltaban en Espaa quienes soasen en una monarqua de las llamadas constitucionales. Republicanos haba ya pocos, aunque habia habido bastantes entre la gente ilustrada hacia 1795, y aun hasta 180 i. Pero la conversin en imperio de la repblica francesa habia dividido los que, dndole culto, aspiraban tomarla por modelo. Muchos so adheran Napolen, como representante de la r e volucin, en su dictadura, ya consular, ya imperial: otros, mirndole como destructor de la libertad, le abominaban. Estos ltimos eran cortsimos en nmero, y podra decir, ramos, porque yo, nio y joven, me contaba entre ellos, pasando por lo que en Cdiz, y aun aqu en Madrid, era conocido con el nombre de mameluco, el cual, no s por qu, servia de apodo los enemigos la sazn de n u e s tro poderoso y glorioso aliado. Lo general de las gentes admiraba y aplauda al nclito emperador francs, conquistador y legislador, as como supuesto protector de Espaa. No est dems aadir que entre el clero, y aun e n t r e los frailes, gozaba Napolen de alto y favorable concepto.

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La corte no resida en Madrid ms que muy de paso (1); y en los ltimos aos del reinado de Carlos IV, puede d e cirse que ni an as. En los sitios Reales estaban todos los ministros. All se acuda los besamanos, con algn particular motivo. Entre los concurrentes, hacan el primer papel los llamados pretendientes, lo cual vena ser modo de un oficio profesin con csts nombre. En los ltimos dias de la antigua monarqua, aun estos solia expulsarse de la residencia de los reyes. As, la corte no existia para la capital sino como para una ciudad de provincia. Pero el monarca verdadero, el considerado como tal, aunque una otra vez no lo fuese, porque lo era en casi todo; el prepotente Prncipe de la Taz pasaba la vida, alternando ya en Madrid, ya en los sitios. Aqu tenia lo llamado su corte un dia la semana; y no sin propiedad era llamada su corte, pues se asemejaba mucho ms la de un rey que la de un ministro, aunque no se pareciese lo que era entonces el modo de recibir sus subditos, apellidados vasallos, los soberanos de Espaa. En el hoy ministerio do Marina, edificio que desde la caida del hombre singular que le ocup y desde l casi rein, ha servido varios usos, y donde vivia, como todos saben, hasta que en los ltimos dias de su poder pas residir en una casa casi humilde, mientras le habilitaban

(1) La corto slo p a s i b a en Madrid pocos dias fines de Junio y principios de Julio al trasladarle de Aranjuez la Granja, y otros pocos eu Diciembre al pasar del Escorial Aranjuez. Pero fines de 1806 no quiso ni a u n e n t r a r en Madrid para la corta estancia de invierno, y viniendo del Escorial procedi del puente de Segovia al de Toledo, formando del uno al otro la tropa. Al terminar 1807, cuando la causa famosa del Escorial habia llevado el odio al Gobierno al ltimo extremo, n i a u n se acerc el Rey Madrid y se fu del Escorial Aranjuez, cortando desde las ventas de Alcorcon al camino de Andaluca.

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el palacio de Buena-Vista, que acababa de serle ofrecido en ddiva, tena su corte el valido de Carlos IV. Un cuerpo nuevamente creado para ser su guardia, haca la de su casa; cuerpo considerado como ramo del de Carabineros reales, pero diferencindose de l en el uniforme, que era el de los hsares de aquellos dias; y cuerpo lucido por la buena presencia de los soldados, todos ellos escogidos, y de los oficiales, que daban realce el vestido y las prendas todas de su equipo. Una escalera hecha grandsimo costo, y ms sealada por la riqueza que por el gusto de su adorno, daba paso varios salones. En uno de ellos, largo y comparativamente angosto, estaba lo principal de la concurrencia, la cual, sin embargo, se extenda hasta llenar otros dos tres cuartos de menores dimensiones. Contribuan formar aquel coocurso personas de muy diferentes clases y categoras, las ms de ellas tradas all por el nteres de alguna pretensin; algunas, bien que pocas, slo para asistir un espectculo divertido; bastantes sin otro objeto que no fallar, porque no pareciese hija del desafecto, siendo notada,'su ausencia. Ambos sexos, en proporcin casi igual, formaban lo que algunos dias pareca hasta bullicio. Como no se exigia requisito alguno para tener entrada, veanse, aunque pocas, mujeres de reputacin equvoca, aun quiz ms, pues no faltaba una otra prostituta, aunque de lo ms alto, dgase de lo ms rico de su mala ralea. Y triste es decirlo, pero aunque el mal se ha ponderado, le hubo y grande! de las seoras que por su cuna y situacin merecan respeto, bastantes iban all lucir sus dotes personales para captarse la buena voluntad de aquel hombre todo poderoso, vendiendo su virtud trueque de mercedes, siendo, si ya no comn, caso no infrecuente llevar al inmundo mercado madres sus hijas solteras, y- hasta maridos sus esposas. Lo repito, la voz popular, expresando un odio ciego, ha abultado y abultaba excesos de suyo tan enormes, pero abultaba y no ms; y el

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mismo valido, en los largos aos de su abatimiento y desventura, disculpndose, ya con ms, ya con menos razn, de los graves cargos hechos su persona, se confesaba altamente culpado en materia do amoros, si nombre do amor pudiese merecev la satisfaccin de apetitos torpes, en que las circunstancias de ambas parles hacian el trato de compra y venta. El mtodo seguido en aquella corte era el que suelen usar los soberanos, y el q u e , remedndolos, usan veces los capitanes generales do nuestras provincias, y falta de estos, las autoridades superiores civiles, las cuales toca exclusivamente, aunque as no suceda enlre nosotros, desempear el primer papel en lodo cuanto no es de la milicia. Asomaba, saliendo de los aposentos interiores, el Prncipe de la Paz, y cesaba el murmullo que hay siempre en toda reunin numerosa, ponindose en orden los concurrentes, no sin afn de lodos casi todos por situarse en la delantera, para no quedar sin ser vistos oidos cuando pasaba, no pudiendo detenerse hablar con cada uno, el objeto, si no de la adoracin, del culto interesado de todos cuantos algo pretendan del Gobierno. rio estar acaso dems que haga aqu una pintura, 6 digamos bosquejo tosco, de tan afamado personaje. De su exterior slo voy hablar, pues de sus hechos, como es pblico, se ha dicho bastante, si bien con extremos injustos en el vituperio, que en los ltimos aos de la dilatada vida del que lleg pobre y oscura vejez, hubo de ceder un tanto, habiendo sido la singular suerte de hombre un dia tan poderoso la de sobrevivir hasta al odio, cuya existencia es ms tenaz que la de oros mejores afectos. D. Manuel Godoy, cuya elevacin en sus comienzos fu debida puramente sus prendas personales, era d e alta estatura, lleno de carnes, aunque no gordo, muy cargado de espaldas, punto de llevar la cabeza algo baja, de pelo rubio, y color muy blanco; rara circunstancia en

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un hijo de Extremadura, cuyos naturales, con raras excepciones, llevan en el rostro manera de un reflejo del terreno de las tostadas dehesas donde tienen su cuna y pasan sus nieces. Sobre la blancura de sus mejillas reluca Un vivsimo carmn, que achacaba la leroz malicia de sus enemigos lo vulgarmente llamado mano de galo-, pero aun personas nada amigas suyas sustentaban ser clon de la naturaleza, el cual en verdad casi rayaba en falta por lo muy subido. Vesta el uniforme de capitn general, pero con faja azul, en lo cual se diferenciaba como generalsimo de los capitanes generales. Llevaba en la mano su sombrero de picos con pluma blanca y su bastn. Era de fisonoma dulce, poco expresiva; en el hablar ni muy difcil ni muy fcil, no dando muestras de ingenioso, y aspirando veces chistoso (1), si no con acierto, haciendo efecto, porque una sonrisa ms menos forzada reciba con aparente aprobacin sus chistes. Era noLable en recordarse los rostros y el negocio que cada cual traa verle, en medio de tal confusin de personas y cosas; calidad

(1) En la ltima penltima corte que tuvo el Prncipe de la Paz, cuando estaba y aun se veia cercana su caida, estando yo all con mi madre, tenamos al lado dos frailes, sin duda personajes de cuenta en su orden, los cuales se acerc el valido, y dijolas palabras sig-nientes, cuyo sentido no entendimos h a s t a que noticias despus sabidas nos lo explicaron: Conque el EspriluSanlose ha vuelto perdiz? Y como no recibiese respuesta esta necedad, que era alusin haber tomado posesin de Roma y su g o bierno, en nombre de su emperador, el general francs Miollis, destronando al Papa, prosigui el gran personaje: S, perdis con suspatrias coloradas. A lo cual anadi: <Yo estoy en el caso d e desear vestirme, no u n hbito como ese (y sealaba el de los religiosos), sino u n saco, ir encerrarme u n desierto.> A tales: frases, si no impas, cuando menos indecorosas, respondan los buenos de los frailes con sonrisitas, y esto cuando quien las decia estaba ya en vsperas de caer de s u poder y grandeza; pero tales eran los tiempos, que mientras segua en pi el dolo, era costumbre seguir dndole culto.

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esta de memoria comn en los prncipes, donde se prueba cunto se perfecciona cualquiera de las facultades del hombre con ser continua y casi exclusivamente cultivada y empleada. Concluida la corle, salian los concurrentes: <le ellos la mayor parte maldecir aquel ante quien poco antes haban aparecido solcitos y sumisos. En cuanto al pueblo, que no iba tales ceremonias, maldeca nicamente al privado, pudiendo en l ms la preocupacin que el juicio, y ms violento en aborrecer por lo mismo que ignoraba en gran parte por qu aborreca. Era por cierto muy notable en aquellas-horas la situacin de nuestro Gobierno, y de sus relaciones con los gobernados, digamos del concepto en que era tenido, y de los deseos esperanzas en cuanto lo venidero. De limitaciones al poder real pocos conocan algo, y as eran cortos en nmero quienes verlas establecidas aspirasen. Esto no obstante, reinaba entre el mismo vulgo una idea confusa de que podia, y aun de que debia haberlas, y cierta persuasin de que las habia habido, y de que era conveniente, as como posible, traerlas de nuevo uso. Era muy general buscar este correctivo al poder arbitrario en el Consejo Real, vulgarmente llamado de Castilla. Pero la dignidad de la Corona seguia, no slo respetada, sino apreciada altamente. Lo que era odiado era los favoritos privados, que (segn decan) engaaban al Rey siempre bueno, como si fuese imposible impedir que hubiese validos prepotentes cuando el monarca lo es todo y quiere depositar su confianza en una persona querida. Pero habia un sntoma fatal para la autoridad, y era haber caido no slo en odio sino en desprecio algunos de los que la ejercan, inclusa la Reina, la cual no alcanzaba la inmunidad de que en la opinin vulgar gozaba el trono. Una sociedad poltica admirablemente constituida ha causado en Inglaterra que no padeciese menoscabo la monarqua, ni aun reinando aborrecido, despreciado y

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escarnecido el vicioso Jorge IV. Al revs, en Francia recibi una herida, que con el tiempo vino ser mortal, la autoridad real en el reinado del corrompido Luis XV. Lo que en el vecino reino hacia 4770, podan ver en nuestra patria en 4807 vistas no de lince; pero en materias polticas pocos eran los que veian medianamente claro, porque faltaba generalmente aqu la luz de la ciencia. No porque, al decir esto, afirme yo que estbamos los espaoles poco antes do la invasin francesa envueltos en espessimas nieblas, pues alguna si bien escasa luz nos alumbraba. El estado puramente intelectual del pueblo ser asunto de otra parte de este imperfectisimo trabajo, digno de ser leido por quienes le leyeren, para recibirle como chocheces; pero algo se saca de la garrulidad d l o s viejos, sobre todo cuando, callando habiendo callado muchos, quienes rompen el silencio cuentan cosas y aun pequeneces mal poco veces nada conocidas. Aun los chiquillos, ansiosos de diversin, suelen agolparse alrededor de la abuela, or lo que cuenta de cuando era nia y moza, y por lo comn lo que cuenta vale poco, y no es raro que contenga, entro cosas nuevas, otras muy sabidas. Otro tanto puede prometerse que le suceda quien, segn el modo de hablar del vulgo, es un pobre abuelto.

IV.

MADRID DE 1806 A 1S07.

La literatura madrilea estaba en 1806 casi dividida e a dos bandos, si bien habia literatos que no eran completamente del uno ni del otro, siendo modo de imparcialcs, ya en su comn amistad, ya en su enemistad ambos, y no faltando quienes desertasen de una hueste la opuesta. En la formacin de estos bandos inuian variedad contraposicin en las doctrinas, as literarias como de otra clase, no dejando de influir estas ltimas en aquellas, y viceversa, razones privadas, ya de piques y resentimientos, ya de celos y ambicin de ocupar puestos absoluta relativamente superiores. La una hueste era patrocinada por el Gobierno, digamos por el Principe de la Paz, al cual eran los hombres principales cabos personalmente adictos. Era el principal de estos D. Leandro Fernandez Moratin, poeta cmico aventajado, si bien falto de imaginacin creadora, y de pasin viva intensa; rico en ingenio y doctrina; clsico e a

su gusto, esto es, la latina la francesa; nada amante

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de la libertad poltica, y muy bien avenido con la autoridad, aun la de entonces, cuya sombra medraba, y tambin dominaba; en punto deas religiosas, laxo por demas, si hemos de tomar por testimonio sus obras, donde se complace en satirizar, no solo la supersticin, sino la devocin, como dejando traslucir lo que calla; de condicin desabrida imperiosa, aunque burln; de vanidad no encubierta, y con todo esto, no careciendo de algunas buenas dotes privadas que le granjeaban amigos, aunque buenos, en nmero escaso. Seguale en poder y renombre su amigo el presbtero 1). Pedro Escala, escritor proliico, y hasta compilador veces; buen helenista, cuyas traducciones del Edipo rey de Sfocles, y del Piulo de Aristophanes, merecen fama superior la que le dieron; literato quien el gusto de su siglo, como sucedi poco antes en Francia al abale Barthelemy, llev no conocer del todo el clasicismo griego, pesar de su grande conocimiento de la lengua y buenas obras de aquel pueblo sin igual, porque interpretaba lo que saba con arreglo preocupaciones dominantes en la poca en que leia y escriba; hombre quien atribuan buenas prendas sus amigos, y en quien sus contrarios solo hallaban dureza reputada de desptica. En pos de estos, la par con ellos, vena el abate Melon, inferior sus dos amigos en renombre, si no en mrito, pero al cual daba su empleo de juez de imprenta un poder que ejerca con rigor injusto veces contra sus rivales los contrarios su pandilla (1). De triunvirato era calificada esta union de los tres, no sin aadirse un sus(1) Por ejemplo, de la traduccin de Blair se habia hecho u n compendio, y neg el juez la licencia para darle luz, fundando la negativa en u n a crtica l a r g a de la obra. No era esta m u y b u e n a (c orno se ha visto despus), porque al cabo, caido el gobierno de Carlos IV sali luz, pero tampoco era mala, y al juez no tocaba decidir, para si podia no imprimirse, cul era su valor literario, sino si contena algo contra la fe y b u e n a s c o s t u m b r e s .

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tantivo nada favorable, adjelivos que lo eran menos. Los secuaces de los tres eran poco numerosos, no contndose entre ellos nombre alguno de los que sonaban con aplauso en nuestra literatura contempornea. En el bando opuesto militaban hombres clebres ya en tonces, pero cuya reputacin creci en dias posteriores, en los cuales vinieron estar dominantes la par sus doc trinas y sus personas. Sus ideas eran las de los filsofos franceses del siglo XVIII, y las de la revolucin del pueblo nuestro vecino, as como en la parte religiosa, en la pol tica, si bien no yendo todos igualmente lejos. En literatura su clasicismo era menos puro que el de sus adversarios, yndose con los semiherticos de los dias de Voltaire, cuando los otros se quedaban con los ortodoxos Boileau y Racine. D. M anuel Jos Quintana, quien concedi la suerte dilatada vida y al cabo prspera fortuna, era el prin cipal, si no en crdito, en influencia, de los de su parcia lidad literaria. De los que esta componan, muchos tenan empleos; pero en su bandera estaba el lema de oposicin, no escrito en letras claras, lo cual entonces no podia ha berse tolerado, pero s en cierta cosa manera de cifra jeroglfico, cuya clave sentido nadie se ocultaba ni po dia ocultarse. No podia Quintana gozar de la alta reputa cin que despus goz merecindola, porque poco de l era conocido, y cabalmente en esto poco consiste su prin cipal merecimiento, porque es el cantor sin par de doctri nas polticas y filosficas, no sanas siempre, imposibles de ser proclamadas en los dias de nuestra monarqua anti gua. Tachaban en l sus contrarios alguna dificultad en la expresin, cuando no era magnifica, pobreza en la rima, .inexactitud en los eptetos y galicismos frecuentes; tachas no infundadas, pero completamente oscurecidas por el resplandor de los hermosos pasajes en que aparece gran poeta, no solo escribiendo en verso, sino tambin en pro sa. A su lado era puesto Cienfuegos, y aun por algunos en

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lugar superior como poeta, no obstante sus extravagancias innegables, figurndose no pocos arrebatos de fogosL dad lo que eran contorsiones para despertaren s el fuego sacro; en una otra ocasin, acertando ser bello, pero de belleza singular en sus rarezas; varn justo y dignsimo, segn acredit en los ltimos das de su vida, y con su desgraciada muerte traida por una persecucin infame. Era Cienfuegos de las mismas doctrinas que su amigo Quintana, quiz extremndolas, quiz no llegando tan all, pero pareciendo lo primero, porque la violencia en las formas supona otra igual en la sustancia. Tras de estos vena un numeroso squito de escritores, quienes acontecimientos que sobrevinieron dieron ya mayor, ya menor fama. El prosista Capmany, aunque viviendo en trato amistoso con Quintana y los suyos, sin que pudiesen verse seales de la enemistad furibunda y todas luces vituperable quo despus manifest al primero, no cabia dentro ni de la una ni de la otra de las opuestas parcialidades aqu recien mencionadas; su antifrancesismo manitico y estrafalario no habia llegado al punto que lleg en 1808, pero era purista, si bien con exlraezas en su purismo, apareciendo el lemosin cuando pretenda el escritor ser acrisolado castellano. Un poeta de grande y merecida fama, pero de mayor concepto entre el'vulgo de lectores que entre los literatos rgidos; ingenioso en grado altsimo, fcil en la diccin, diestro en el manejo de la rima, dote no comn en su poca; con imaginacin viva, pero no fuerte; con pasin supeificial, siendo su amor mero galanteo, y su patriotismo, aurqae verdadero, ms chispeante que ardiente; terrible en la stira; ajeno hasta entonces la poltica, pero cantor atiduo de alabanzas del Prncipe de la Paz, de cuya sot.'edad privada era familiar: D. Juan Bautista Arriaza, constitua, una entidad aparte de loda pandilla. Su oficia

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principal, que ahora tal vez llamaramos, llamarn machos su misin, era escribir stiras, sobre todo de compo siciones dramticas, en lo cual era siempre admirable, aunque fuese con frecuencia injusto, y aun los amigos da las vctimas por l asaetadas no podian menos de aplaudir la pasmosa habilidad del flechero. Los dos bandos literarios tenan cada uno i manera da iin catecismo de su fe, dicho con ms propiedad, un libro en que la par promulgaban sus doctrinas, y en las aplicaciones de stas daban satisfaccin sus afectos. El libro de los Moratinistas era los principios de literatura d e Batteux; el de los Quintanistas las lecciones de retrica y potica del escocs Hugo Blair. Batteux no pasa de ser un comentador de Aristteles en la parte de potica, y e x playando y aplicando las doctrinas del insigne filsofo de Stagyra las desfigura un tanto al diluirlas y extenderlas. Blair, hoy tenido en poco entre sus compatricios, pero algn dia muy estimado, es harto ms filosfico que Batteux (1). Ambas obras estaban psimamente traducidas;
(1) L a traduccin de Batteux fu tratada con rigor grande, pero no injusto del todo, en el Memorial literario. Baste decir que el bueno del traductor, entre otras lindezas, vert'. en castellano l a voz ramaje (esto es, trino, gorjeo canto de los pjaros), el ruido que hacen los pjaros en las ramas de los rboles. Otra cosa se le taclla en la misma crtica como galicismo h a s t a ridculo, que hoy ha llegado ser locucin corriente: tanto h a crecido la c o r r u p cin de n u e s t r a lengua! El galicismo de que hablo, y que afeaba un crtico principios de este siglo, era traducir les grecs furen baelus, por los griegos fueron balidos, en vez de decir vencidos deshechos. E n cuanto a l a traduccin de Blair, eran otros sus pecados. De astos, fu uno de los m s chistosos t r a d u c i r la voz leuse, que s i g nifica tiempo en gramtica, sea tiempo de.verbo, por tenso, y para autorizar el barbarismo voz nueva, afirmar con gravedad de doctor que leus en ingls solo significaba ciertos tiempos i n t e r medios, como el pluscuan-perfecto, y otros este tenor. En los apndices de una y otra obra, como se distinguiesen loe

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estando peor todava la del Trances que la del ingls. Per*el campo de batalla de las opuestas huestes estaba en Iosapndices puestos por los traductores por amigos de Iostraductores los originales; apndices destinados juzgar, aunque por encima, las obras de nuestra literatura antigua y moderna. Para los Moratinistas la primera era en grado sumo preferible; para los Quintanistas la segunda. Aquellos se mostraban, si bien con reserva con timidez, antifranceses; estos otros, sin dejar de ser buenos patricios,, anteponan los autores extraos los de su propia patria. Nuestro teatro era para los unos objeto de admiracin, aunque segn las preocupaciones del tiempo, confesaban que habia pecado en no conformarse las doctrinas credas aristotlicas: para los de opiniones contrarias, si habia en nuestra poesa dramtica algo bueno, lo malo predominaba, siendo el conjunto monstruoso. Al revs, poco menos, salvo al tratar d l a s comedias de Moralin, aconteca tratndose de los contemporneos, pues en los apndices las lecciones de Blair llega afirmarse que es el primero de nuestros poetas trgicos de todas pocas Cienfuegos. Que en juicios tales influan afectos de odio y de amor visibles, est claro, aunque tal vez hubo de encubrirse en parte quienes los promulgaban, que menudo se creian desapasionados y rectos jueces, cuando procedan como acalorados parciales. Faltaban buenos lugares donde seguir con espacio s e -

del Blair por s u atrevimiento veces desvariado pero en otras ocasiones acertado, excit eso g r a n d e indignacin en los contrar i o s a n d a d o r e s de Batteux. Por ejemplo, dijo el que adicionaba e' Blair que Bartolom Leonardo de Argensola no habia sabido escribir en prosa ni en verso. Esto pareca basta locura, y sonab h a r t o ms que lo que i n t e n t a b a decir quien lo escribi. Con ta. motivo, los amigos de Moratin y Estala, que eran quienes escri. Dieron los apndices Batteux, rompieron en exclamaciones vio. leatas, h a s t a llegar apostrofar al maltratado Argensola.

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anejantes lides. Hubo, es verdad, algunos peridicos de -crtica, no enteramente faltos de mrito; pero vivieron poco. Fu el mejor de ellos el titulado Variedades de ciencias, literatura y arles, en el cual escriban Quintana y sus amigos. Mayor vida tuvo otro, cuyo ttulo era, si mal no me acuerdo, el Memorial literario, el cual pas de unas a otras manos, dirigindole, ya D. P. Olive, ya los hermanos Carnereros, y sin declararse ni por los Moratinistas ni por los Quintanistas. Uno y otro peridico haban ya muerto en 4806; y D. P. Olive escriba uno nuevo con el ttulo de La Minerva, inferior los antes aqu citados. El pobre Diario, cuyo sucesor es el hoy llamado d a Avisos, en su pequenez suma y psima impresin, solia contener breves artculos de lo ahora llamado polmica, no siempre despreciables, y algunas veces dignos de aprecio. En l haban escrito Capmany y Cienfuegos, sobre si es no es castiza, dicindolo como se debe, si debia 6 no ser admitida con ttulo de legitimidad en nuestra lengua la palabra detall, detalle. Pero en el mismo Diario, hacia fines de 4807 principios de 1808, haba salido luz ms de una carta, donde se disputaban la primaca en su arte, la disputaban sus respectivos parciales, los barberos de Madrid y los de Andaluca. Un peridico semanal de poltica, hablando propiamente, de noticias, pues sobre materias de gobierno, aun en lo relativo las relaciones con los extranjeros, no era lcito entonces entrar en disputas, ni aun en examen, era el Mercurio, -la sazn dirigido, y en parte escrito, por dD. Nicasio Alvarez de Cienfuegos, en su calidad de oficial de la primera secretara de Estado, pues de ella salia la .1 al obra, siendo como de oficio y manera de un aditamento la Gacela, que era publicada dos veces la s e mana. En el Mercurio solian publicarse artculos sobre literatura, entre los cuales dio mucho que hablar uno de la jiluma de Cienfuegos, destinado juzgar un drama, enta-

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ees muy aplaudido, cuyo ttulo e s : Sancho Orth de la$Roelas, refundicin hecha por D. Cndido Trigueros, de l a Estrella de Sevilla, de Lope. De obras largas sobre materias graves ninguna llamaba ]a atencin en aquel tiempo. Pero la llamaba el teatro, si no en el grado que en la hora presente, en uno superior al efecto que produca cualquier otro producto del i n genio. Pocas eran las obras originales que se representaban.. Xas comedias de Moratin estaban en el punto ms alto de su reputacin; pero no las representaba la compaa d e Maiquez, y la del teatro de la Cruz no estaba en favor entre las gentes de la clase ms alta de la sociedad, si bien en algunas ocasiones aun sta concurra al teatro desfavorecido. Maiquez gustaba de representar piececitas francesas, que entonces, como ahora, privaban. En punto tragedias, las de Alfieri y Ducis, varias de ellas bien traducidas, aunque otras muy mal; algunas de Arnault y Legouv, y la Zaire, de Voltaire, en la traduccin de Huerta, donde la herona tiene por nombre Jaira, disfrutaban de gran favor, porque eran muy bien representadas. Es de notar q u e de Corneille slo salia nuestras tablas una traduccin del Cid, recibida con poco aplauso, y aun con mediana a t e n cin, y de Racine ninguna absolutamente. De tragedias espaolas la francesa, sea del gneroaun hoy mismo llamado clsico, apareca de vez en cuando una nueva, pero casi siempre con infeliz, xito, contribuyendo acabar con ella alguna stira cruel* del desapiadado Arriaza, el cual, si no era ms blando con los traductores, no solia alcanzar sobre ellos completa victoria. El duque de Viseo, de Quintana, era tolerado, y aunque no con frecuencia, oido. El Pelayo, del mismo, fu recibido en 1806 con favor, pero no tal ni tan duradero, que se r e pitiese su representacin, pasados los primeros das de su aparicin y fama. Un Coliorino de Snchez Barbero muri.

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rec-ien nacido. Aldalasis y Egilona, de Vargas Ponce, tuvo igual fortuna, no siendo casi ni comprendido, porque era poco comprensible su singular lenguaje. Las tragedias de Cienfuegos hubieron de quedar reducidas estriles aprobaciones de los amigos del poeta (1). Alguna ms tragedia nueva pas de la pluma al teatro; pero de ellas no me acuerdo para citarlas, y no ser temeridad decir que mi olvido es sentencia de condenacin, porque supone el uicio contrario del pblico; fallo que, aun no siendo justo, es prueba del estado de la opinin en aquellos dias. En medio de esto, nuestras comedias antiguas solian aparecer en la escena, ya refundidas, ya ajustadas las unidades, ya en su original irregularidad, mejor llamada libertad, siendo recibidas veces con aceptacin hasta extremada. De ello hubo un notable ejemplo hacia fines de 1806, en que El perro del hortelano, de Lope de Vega, tal cual sali luz de su autor, obtuvo grandes aplausos en el teatro de la Cruz, donde, con rara excepcin, nicamente seguan representndose nuestras comedias antiguas. Verdad es que fueron los actores que la representaron Rita Luna, Querol y Carretero, De Rita Luna apenas quedan memorias, no obstante el prodigioso favor de que gozaba entre la parte ms numerosa del pblico, y aun en el concepto de personas inteligentes, siendo como rival de Maiquez, cuyo merecido al-

(1) <La posteridad (dicen las adiciones al Blair) dar su l u g a r i las tragedias de D . Nicasio Alvarez de Cienfuegos, el primero qua entre Bosotros h a dado este gnero su estilo, su colorido y sn t o n o Ya h a llegado la posteridad y h a dado un fallo diametralmente contraro al que el apasionado de Cienfuegos se prometa. Imposible parece que haya quien so atreva hoy sacar tales obras 6. las t a b l a s . En el olvido yacen, y bien estn all! Con dolor dice esto quien respeta la memoria de Cienfuegos como hombre dignsimo, aunque como poeta, en general, slo mediano, a l g u n a v e i bueno, y con ms frecuencia malo, sobre todo en sus tragedias.

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tsimo crdito fu do poca posterior, y que hasta sus ltimos dias no lleg privar con el vulgo, ni aun con unos pocos literatos (1). A Rila Luna habia dotado ricamente la naturaleza; pero habia hecho poco el arte para perfeccionar sus dotes naturales. Tena muchas de las faltas d e nuestros comediantes antiguos, y entre otras una intolerable, y hoy desconocida, que era la de estar de continuo volvindose, como si de lo que decia, la miLad fuese para el actor con quien hablaba, y la otra mitad dirigida los espectadores. Se empapaba poco en la ndole de los caracteres que representaba, porque era corta en conocimientos literarios; pero veces los comprenda por intuicin, y entonces eran sus atisbos aciertos, porque pareca imposible expresar con ms fuego ternura, gracia, i r o na, lo que llegaba ella comprender sentir (2). No

(1) Moratin, en cuyas obras h a y u n mediano soneto en alabanza de Maiquez, y a difunto, slo hizo justicia al grande actor en sus ltimos aos, porque antes era parcial de la compaa de la Cruz, y habia llevado m u y m a l que Maiquez representase en loa Caos del Peral La lugarea orgullosa, del oficial de caballera D, N. Mendoza, que trataba el mismo argumento que el Barn d e Moratin, cuyos amigos calificaban la antes citada comedia depl&gio descarado, no habiendo el Barn pasado a n de ser u n m a n u s cristo. Gust La lugarea, pero su b u e n xito indign los Moratinistas, y entonces Moratin hizo representar el Barn, del cual dfcia Querol que no bien saliese al pblico se moriran de v e r genza los que haban aplaudido La Lugarea. Pero el Barn, s i agrad, no fu mucho, porque, en verdad, vale poco, y otro tanto sucede La lugarea, hoy olvidada. Arriaza era mortal enemigo de [Maiquez. E n la linda y justa s tira de la tragedia Blanca y Momcasin critica la par con la pieza al actor, si bien suaviza la crtica, aadiendo: Que en mala situacin n o h a y actor b u e n o . F u cruel la venganza de Maiquez. el cual, en la comedia tt lada El gusto del dia, sali remedando Arriaza en traje y modos con fidelidad tal, que dio en rostro todos. (2) D. Antonio Savion, qu era buen juez en materia de deca-

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siendo hermosa, ni aun verdaderamente bella ni bonita, tena ojos admirables, vivos, parleros, as excitando unas como otras pasiones, y una voz de exquisito metal, y, tanto cuanto sonora, flexible. Expresando el dolor, parta el corazn sus oyentes: representando la malicia, enamoraba. En el mal drama de Kotzebue, titulado Misantropa, y arrepentimiento, hoy olvidado, pero algn tiempo locamente aplaudido, al descubrir quin era, su culpa produca un electo en nada inferior al de los mejores actores de cualquier pueblo tiempo, y sus sollozos, y sus gemidos, y su voz llorosa sacaban lgrimas aun al oyente ms fri. En El perro del hortelano, de Lope de Vega, la condesa Diana con sus caprichos de mala especie se llevaba tras s los corazones los sentidos. El desden con el desden, de Moreto, nunca ha tenido mejor intrprete. Era, en suma, Rita, grande actriz, y tal vez hoy la calificaramos de grande artista, pero de aquellos en que estn compensadas considerables imperfecciones con singularsimos primores, superando stos aquellos en cuanto son hijos de cosas que el arte con todo su gran poder nunca a l canza. (1). ... . '--
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macion, y m u y parcial de Maiquez, m e deca hablando de R i t a L u n a : <En muchas ocasiones, oyndola, me h a ocurrido decir e u voz baja en mis adentros, vindola equivocar la ndole del p e r sonaje situacin que representaba: No es eso, no es eso, pere deca esto llorando. Tal juicio lo es m u y atinado de las faltas de Rite L u n a y del sing u l a r poder que ejercia sobre su auditorio. (1) Arriaza en su linda stira de la tragedia La muerte de Abel. donde asimismo censura otras obras dramticas la sazn recibidas con aplauso, llama Rita L u n a la dama inmemorial Sel desdtn con el desden. T a en s u s poesas ge leen los siguientes vsrsoe hechos si traste d e la famosa comediante:

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Ayudaban esta famosa mujer dos galanes, Carretero y Ponce. No cuadraba mal ni al uno ni al otro el nombre de galn, propio de su papel en el lenguaje del teatro, porque lo eran ambos de persona. Ponce estuvo algn tiempo al lado de Maiquez, antes de pasar la compaa rival de la de ste, y tom algo de la escuela de su maestro, pero Ja dej pronto para volver al estilo antiguo espaol en punto representar, si bien nunca viniendo al mtodo e x travagante de que era modelo el un dia celebrado Manuel Garca Parra. Carretero, dotado de una voz bellsima y de bastante sensibilidad, fu mejorando, y en dias muy posteriores adquiri merecida fama en una escuela que tena bastante de la nueva, pero conservando un tanto de la antigua. Por lo que toca Querol, era inimitable en su gn e r o . Quien le vio representar el D. Claudio del Hechizado for fuerza, el Polilla de El desden con el desden, aun el Muoz de Elviejo y la nia, mal poda encontrarle rival; y eso que hemos contado en dias ms cercanos un Guzman, superior en lo general Querol mismo, pero no en los papeles de que acabo de hablar, porque los buenos a c tores, como que crean los caracteres en cuya representacin brillan, dejan quienes los siguen la situacin desventajosa de imitadores. Si de la compaa cmica del teatro de la Cruz pasamos la del Prncipe, que por algunos aos habia sido la de los Caos del Peral, variamos de escena, pasando la p r e ferida por la gente de superior esfera, si ya no por los primeros literatos. Era el repertorio del teatro favorecido casi todo de piececillas francesas traducidas, y de trageSi a l g n mortal t a n insensible v i v e que de esa t u expresin siendo testigo, doler igual al tuyo no recibe, no le pidas al cielo otro castigo sino el m i s m o . . . que le prohibe el dulce bien de suspirar contigo.

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i a s asimismo vertidas del francs del italiano. En todas ellas brillaba Isidoro Maiquez, tan aventajado en el genere cmico cuanto en el trgico, de no comunes dotes naturales y adquiridas, siendo ms las primeras, aunque no aparentes, porque entre ellas se contaba la capacidad de aprovechar asombrosamente cortos estudios. Maiquez habia empezado su carrera por ser poco grato al pblico, por el cual estuvo punto de ser silbado, tachndole principalmente de fri, acaso porque era natural; pero, habiendo ido Paris y hecho all una corta estancia, durante la cual oy, admir y trat al clebre Taima, volvi su patria no imitador ajustado de los actores franceses, sino creador de un arte nuevo adaptable y bien adaptado la lengua espaola. No tenia, con todo, conocimientos literarios,, quedndose en este punto inferior nuestros actores del dia presente, aun los de segundo orden, y hasta no saba, medir el verso, pues en los que deca, sola, equivocndose, alterar la cantidad, pasndolos con quitarles aadirles slabas la calidad de prosa. Pero tena la superioridad mental, que dan los franceses, y su imitacin los ingleses, y damos hoy los espaoles cuando no queremos ser puristas, el ttulo de genio, y esto lo era como actor en grado eminente y no disputable. Su alta estatura, su r o s tro expresivo, sus ojos llenos de fuego, su voz algo sorda,, pero propia para conmover, la suma naturalidad en su tono y en su accin, su vehemencia, su emocin, y aun lo intenso, falta de lo fogoso, de la pasin en los lances ya terribles, ya de ternura profunda, constituan un todo d i g no de ponerse la par con los primeros de su clase de t o das las naciones. Era juntamente maestro, aunque los d i s cpulos no supieron conservar todo cuantn de l aprendieron; pero bajo su direccin le ayudaban del modo ms satisfactorio posible Prieto y Caprara, muy decados luego que le perdieron de vista; conservaban con todo buena parte de su escuela, hacindose oir con gusto aun el s e -

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-..gu'ndo, no obstante su desagradable acento extranjero, siendo napolitano, esto es, pronunciando con algo del ms desagradable tono del peor dialecto de Italia. No fu tan feliz con su mujer Antonia Prado, de la cual sac un poco, pero sin poder curarla del achaque de afectacin como de mujer presumida. En el telo de Ducis, mala imitacin de Shakspeare, en los Venecianos de Arnaxt, obra de poqusimo valor, y como la primera, malsimamenle traducida por una misma persona; en el Polivice y el Orestes de Alfieri, puestos en hermosos versos y lenguaje por Savion el uno con el ttulo de los Hijos de Edipo, y por D. Dionisio Sols el segundo, y en la muerte de Ahel de Legonv, pieza de corto valor, pero la cual una bellsima versin del ya citado Savion dio realce, daba representados la compaa de Maiquez, y sobre todo por el que era su cabeza, los ms perfectos modelos que en su clase se han visto en los teatros de Espaa. I n t i l e s citar caracteres cmicos, en los cuales no parecia Maiquez que representaba un papel, sino que era el personaje representado; tal era la naturalidad de su expresin y modos. Aunque poco aficionado nuestro teatro antiguo, quiso una vez representar el Pastelero de Madrigal, y admir al pblico en la personificacin del impostor, ya humilde, ya altivo. Hasta arrebat aplausos representando la mala comedia de Cornelia, cuyo ttulo es Mara Teresa de Austria el Buen Hijo; pero esto lo hizo, si punto de lograr que se repitiese varias noches tan pobre pieza, sacrificando su mrito artstitico en su deseo de captarse el favor del vulgo con bufonadas. Maiquez era de condicin violenta, soberbio por e s tar ufano de su mrito, nada sufrido con los grandes y poderosos, altivo y dominador con los pequeos inferiores. As lo bueno y malo de su carcter le atrajo frecuentes desventuras. En el ao de 1807 hubo de salir de Madrid, no me acuerdo si desterrado, como lo fu despus, y como lo estaba cuando en 1820 le sobrevino la muerte.

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Si en cuanto al arte dramtico liabia en Madrid buenos actores, que solan representar malas medianas piezas, y no aparecan producciones originales sino en cortsimo nmero, y, salvo en uno otro caso, de escassimo valor, en la parte del drama lrico, dgase cantado, era grandela decadencia. Madrid, que en los reinados de Felipe V y" Fernando VI habia tenido una pera italiana de las m e j o res de Europa, donde habia brillado Farinelli; Madrid, que, aun reinando Carlos III y Carlos IV, si bien ya c e r r a do el regio teatro del palacio del Buen-Rcliro, habia visto y oido en los Caos del Peral la Todi y la Banti, se c o n tentaba con or en el teatro peras cmicas francesas m e dianamente traducidas, en las cuales alterna la r e p r e s e n tacin con el canto. El teatro del Principe era el lugar d e s tinado tales funciones, alternando en l una compaa decantantes con la de Maiquez. Distinguase entre aquellos Manuel Garca, despus subido eminente altura; pero e n tonces aun no consumado maestro, pesar de que su h e r mosa voz estaba en su mejor perodo. Cantaban con l su mujer Manuela Morales, cuyo mrito apenas llegaba la mediana, aun entonces. Ayudbanlos un Cristiani, mejor actor que cantor, cuyo gnero era el jocoso, y la N. Briones, madre de la famosa Malibran y de madame Viardot, ambas nacidas en Pars, adonde en 1807 pas su padre con su querida. ~ Ya en 1806 faltaba en Madrid buena compaa de baile. Pocos aos antes las habia habido lindsimas, y tres bailarinas clebres, La Hutin, la Costou y la Duchemin, habian tenido acalorados parciales que disputaban unos con otroscual podra hoy suceder tratndose de una cuestin p o l t i ca de superior empeo. En punto los bailarines, no daban ocasin tales contiendas; pero no dejaban de llamar la atencin y de recibir aplausos como ahora no los recibiran, habiendo caido la aficin al baile, y slo concedindose aprobacin las mujeres que en l lucen, pero poco-

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nada los varones. Verdad es que lo que agradaba a tablado tena igual aceptacin, en la proporcin debida, e a los bailes particulares. Quien ve ahora pasearse como de mala gana en una sala algunas parejas, figurndose qu bailan, no puede hacerse cargo del ardor, de los bros, as como de la habilidad con que se entregaban la pasin de la danza los seoritos de los dias de mis mocedades, siendo para m, que viva entre ellos, causa de dolor que por ser torpe desmaado me vea completamente privado de figurar en su compaa. La gabota estaba en s a u g e . En los rigodones, al bailar los solos el galn, se e x tremaba en piruetas y trenzados, haciendo sextas. Era esto punto de vanidad, y as blasonaban los jvenes de su aficin al baile, casi como blasonan los df \ dia presente de mirarle como una tarea penosa. En camb o, el vvals, recin introducido en Espaa, pues slo lo fu hacia 1800, era pausado en comparacin con el actual y con nuestras polkas, etc. . No consentan los tiempos reuniones Mterarias, y po? otra parte, escaseaban elementos de qu componerlas. En una otra tienda de libros haba tertulia de la clase de la que pinta D. Tmasele Marte en su comedil'a titulada La Librera; pero los tiempos haban llegado sor tales, que eran muchos los peligros que ocasionaba el estar juntas personas instruidas, que por fuerza habian de tratar de materias graves, con las cuales veces se rozaba la poltica, de asuntos literarios, en que podia decirse alguna cosa desabrida la pandilla predominante. En medio de esto subsista por entonces en Espaa la inquisicin, pero tan mansa, que apenas era temida. El inquisidor general Arce era hombre instruido, de condicin suave y, ms que otra cosa, cortesano (1). As es que la
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(1) En 1808, viniendo yo de Cdiz Madrid, traia unos libroa Sntreellos eatabala Hisioria da cariti Y, por Robertson e n t i .

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malicia popular, mirndole como privado del gran p r i v a d o , ' hasta le achacaba estar casado; claro desatino, pero indicio de que no veian en l las gentes un sucesor de Torquemada de Valds, de quienes vino ser representante d nombrado inquisidor por la Junta Central, el afamado obispo de Orense. Se entretena la Inquisicin en perseguir y castigar falsas bealas, inventoras de milagros, lo cual haca con tanto mejor xito, cuanto que no poda pasar por hija de la impiedad la incredulidad la pena dada. Sin embargo, la tertulia de Quintana existia, y vivi en los aos crticos de 1807 y 1808, hasta que la caida del trono antiguo en Aranjuez le dio, no slo seguridad, sino importancia. En ella tuve yo entrada en Noviembre de 1806, no obstante mi corta edad, que era de 17 aos, porque ya cultivbalas letras con buen deseo, si no con acierto, ajeno de lo que se llama estudios, pero supliendo con la aficin, aunque muy imperfectamente, lo que me faltaba. Hoy soy el nico que vive de quienes componan aquella sociedad medianamente numerosa. Iban all D. Juan Nicasio Gallego,
original ingls. Llegado mi corto equipaje la Aduana, se p u s i e ron examinar los libros dos inquisidores, blando de condicin el u n o , severo el otro. Al tropezar con Robertson, no entendiendo ing l s , m e p r e g u n t a r o n q u o b r a e r a . Yo escamado del gesto del unodije el a r g u m e n t o de la obra, pero call el autor, protestando quo iba estudiar el ingls, pero que no le saba. Oido esto, u n inquisidor me dijo que me le llevase, pero el otro, casi furioso, exclam: q u e siendo Robertson era obra prohibida. E n la duda ofrec yo e n t r e g a r el libro, y as hice. En seguida cont lo ocurrido mi tio d o n Vicente Alcal Galiano, m u y estrecho amigo del Sr. Arce, inquisidor general y patriarca. A poco me fu devuelta la historia d R o bertson, aunque yo era u n joven de IT aos y no tena Ucencia p a r a loer libros prohibidos. Fui dar las gracias en persona al seor Arce, el cual tutendome y con rostro y modos cariosos:Hoto, muchacha, me dijo, iconque lees esos libros? Pues cuidado! Toco importaba 1 aviso, porque el hecho le quitaba el carcter de ameaaza.

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cuya fama empezaba entonces; Blanco White, ya conocido en Sevilla; Arjona, tambin del gremio literario sevillano; Tapia, unido con Quintana por amistad estrecha; Capmany, quien malas pasiones llevaron despus hasta pintar co:i negros colores aquella concurrencia donde era bien admitido; Alea, traductor del Pablo y Virginia, de Saint Pierre; D. Gernimo de la Escosura, muerto acadmico do la lengua; D. N. Viado, y algunos ms de cuyos nombre.-; no me acuerdo. Se apareca de cuando en cuando, y no muy de tarde en larde, Arriaza, el cual como que disonaba entre gentes casi todas opuestas al prncipe de la Paz, cuya casa l frecuentaba, como antes he dicho. La conversacin era sobre materias de literatura; pero tambin se hablaba de noticias, como, por ejemplo, de la campaa do Napolen en Prusia y Polonia, llegando el atrevimiento slo punto ser lcito manifestar, ya afecto, ya desafecto alcouquistador glorioso. Solia leer Quintana las vidas de hombres clebres, que por entonces dio por primera vez la estampa. Nunca vi all Cienfuegos, y en cuanto Melendez Valds, creo que estaba ausente de Madrid en aquellos dias. Era aquella sociedad culta y decorosa, cuadrando bien al dueo de la casa, hombre grave y severo. A ella no asista su mujer, reputada una de las principales beldades de Madrid, pero sin duda poco aficionada la literatura la sociedad de gentes nada propias para d i v e r t i r seoras en la flor de la juventud y en la madurez de su hermosura. As iban acercndose la muerte el Madrid y la Espaa de nuestros abuelos. Quien vio el Madrid y la Espaa de 48-15, con sus pretcnsiones ser fiel renovacin de lo antiguo, se forma de le pasado una idea, cuando no mucho, bastante equivocada. Los que aspiran resucitar muertos no estando dotado por Dios del don de hacer milagros,' desvara, y si trabaja para el logro de su descabellado intento, y de su trabajo algo llegan prometerse, y se igu-

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ran haber conseguido lo que se prometan, equivocan un cadver galvanizado con un cuerpo venido vida nueva. Fu muy duro el golpe, lleg penetrar muy en lo hondo el movimiento que recibieron nuestra monarqua y nuestra sociedad en 1808, y desde entonces hasta 1814, para que pudiesen tener efecto cumplido los deseos y conatos de quienes queran pasar por encima de seis aos, y no aos ordinarios, como si tal hueco no hubiese existido. De la sociedad de 1814 < 820 hay quienes conservan recuerdos que podran, si quisiesen, trasladar de la mente la pluma, pero cuidando de no equivocarlos con una poca muy diferente.

U.VDFJD DESDE FINES DE MAYO HASTA FINES DE AGOSTO DE 1 8 0 S .

Algo hay escrito de la guerra do la Independencia, si bien quiz no tanto cuanto debera esperarse, cuanto en otro pueblo ms fecundo en autores y lectores habran dado de s acontecimientos tan graves y tan ricos en e s cenas del ms vivo empeo posible. Y cuando me arrojo decir que slo es algo lo escrito lo publicado sobre las cosas de aquellos dias, hablo de la cantidad y no de la calidad, porque hay entre lo poco obras de mrito, entre las cuales descuella la historia del conde de Toreno, donde, si hay faltas, abundan las perfecciones. Pero hay dos puntos que son los principales para quien desea enterarse de lo que. fu aquella contienda, y de lo que eran aquellos dias de que poco se ha tratado. Es el primero la consideracin crtica y filosfica del espritu de aquella contienda, donde concurrieron con igual celo un fin comn gentes de opiniones encontradas, presentando el total muy diversos aspectos, segn el lado por el cual era mirado, pudiendo slo juzgarlo del todo quien atentamente examinare las

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varias ideas, y la general, venida ser conjunto de todaslas diferencias que habran de manifestarse, logrado prximo lograrse el objeto del comn deseo. El mismo conde de Toreno, no obstante ser hombre de grandsimo entendimiento y vasta instruccin, concibi su historia atendiendo un modelo clsico antiguo; y siendo por aficin y hbitos poco amigo de generalizar, slo mezcl breves reflexiones polticas en su narracin animada y elocuente. Pero el otro punto, poco nada conocido, es la parte anecdtica de aquellos dias, sobre la cual calala historia por juzgarlo indigno de su atencin, y faltan testimonios de observadores contemp.orneos, no habiendo en Espaa lo que es comn intitular memorias, ni de la clase de que son las inglesas, ni de la de que son las francesas, las cuales, siendo unas de otras muy diferentes, contribuyen por lados diversos poner la vista de generaciones sucesivas lo que fueron sus abuelos eran sus padres. De suplir esta falta pueden servir los borrones que siguen, y si pareciere arrogancia este aserto, se suplica al lector considere que la empresa es llana, pues slo requiere m e moria y buen deseo, porque contar lo que vio alcanza la vieja ms ignorante,.y no es ms alta la pretensin de que son expresin estos recuerdos. Pocos quedamos ya de los que vivian en aquella poca, muy diferente de la actual, aunque con ella enlazada, no slo como lo estn todos los sucesos en los anales del linaje humano, sino con ms estrecho nudo, porque si entonces vivia la Espaa antigua,, entonces tambin muri la Espaa nueva, que era nia balbuciente en 4810, y hoy frisa con la vejez, por haber vivido muy de prisa, y en uno y otro caso tiene las ventajas y desventajas propias de los aos primeros y otros de los ya avanzados. Basta y sobra ya de prembulos, y entremos en materia. Despus del terrible suceso del Dos de Mayo, habia quedado Madrid aterrado, pero la par con el terror rei-

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'maba la ira. Los sucesos de Bayona, donde fu obligado el rey Fernando, locamente amado por lo mismo que era un enigma interpretado de modos d i v e r s o s , todos favorables ideas tambin diversas, fu competido hacer r e nuncia de la corona en su padre, para que ste la traspasase Napolen, estaban previstos, y nadie admiraron. Pero lo verdaderamente singular es, que en la opinin general, aun contando la de gente muy entendida ilustrada, habia poco temor de que uno otro Napolen reinase. Entretanto, menudeaban decidlos y proclamas de Bayona : el trono habia quedado como vacante (aunque de oficio nunca lo estaba, pues fu cedido por Carlos IV Napolen, y ste su hermano Jos); Espaa estaba tranquila; de ejrcito espaol slo habia cortas divisiones en lugares muy distantes unos de otros, de suerte que ninguna esperanza fundada existia de libertar a Espaa del yugo francs; pero supla completamente la falta de la e s peranza lo vivo del deseo, dicindolo con toda propiedad, era este tal y tanto, que, pasando ms all de esperanza, llegaba ser persuasin. Todos tenian puesta la vista en las provincias, como decamos en el lenguaje comn de aquellos dias, y de all aguardamos el remedio creyendo infalible su llegada y aun su eficacia. Habr quien achaque esta locura patritica una causa de muchos creda innegable verdad, y es que en nuestra patria la gente superior en talento y ciencia, con raras excepciones, creia que debamos aceptar de Francia con nuevo rey leyes nuevas y un gobierno ilustrado; y que slo el vulgo ignorante los hombres de rancias doctrinas deseaban esperaban el restablecimiento del trono de los Borbones, de lo cual, como es natural, se sigue que, conformndose la fe con el deseo, y sto y aqulla con la ceguera intelectual, ofuscasen el nimo visiones que p r e sentaban como fcil y seguro lo casi imposible. Tan errada persuasin, originada en escritos y dichos de los fran-

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ceses y sus parciales, acogida y fomentada por algunos ingleses, y la cual dio valimiento la conducta del rey en 4814, est en contradiccin con los hechos. La tertulia de D. Manuel Jos Quintana, por ejemplo, era el punto principal en que concurran los hombres ms sealado? en Espaa por su talento y saber, y tambin por sus ideas favorables la libertad poltica y religiosa en grado hast a excesivo. Poco despus del Dos de Mayo, D. NieasioAlvarez de Cienfuegos, quien nadie exceda en amor las doctrinas despus llamadas liberales, habia sido, p o r un artculo favorable Fernando VII, inserto en la Gaceta de Madrid, llevado ante la autoridad francesa, y amenazado de una condenacin muerte. Vivia en lo general de los espaoles de aquellos das honda y vehementemente sentido el amor de patria juntamente con el de libertad, confundindose en uno ambos afectos. De los pocos que disentan de la opinin popular, los unos eran odiosos, al pueblo, y otros cedan compromisos contraidos, no sin dolor y vergenza, que apenas, si acaso algo, disimulaban. A pesar de contarse tantas personas de entendimiento instruccin entre los que padecan del achaque de una credulidad infundada en prometerse triunfos de la nacin espaola en la indudable resistencia que suponan hara al poder francs, tal confianza pareca d e satino; pero ms difcil que probar que lo era, vena s e r negar que existia. Disposicin tal en los nimos explica cmo fu acometida, casi unnime y simultneamente, empresa tan atrevida cuanto lo era la de desafiar al poder francs una nacin falta de recursos, y cuyas plazas fuertes fronterizas y gran parto de su territorio, inclusa la capital, estaba en poder de los invasores. Como estaban convencidos de que habia de haber insurreccin, bast que algunos pocos hombres osados en varias capitales, todos ellos de corto valer, alzasen la voz, para que fuesen seguidos, siendo la voz de tales hombres modo de campana

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de reloj que da la hora en que esl convenido que ha de hacerse alguna cosa, sea no de importancia. Los que vivamos en Madrid, supusimos el levantamiento antes que sucediese; sucedido, le cremos superior en fuerza la que tena; apenas cremos sus ridiculeces, perdonamos sus excesos, nos figuramos triunfos y negamos reveses. No impedia el terror que sigui al Dos de Mayo, que se mostrase la opinin con poco rebozo. La tertulia de Quintana segua no muy concurrida, pero no falta de gente, y toda ella era entonces antifrancesa, pesar de que, andando el tiempo, hubieron de hacerse afrancesados unos pocos de los que la formaban. En lugares mucho ms humildes haba el mismo espritu. En los pobres cafs de aquel tiempo, en que era costumbre leerse la Gaceta, al lado de un brasero de sartn en invierno, y cerca de la ventana en verano, se hablaba con el mismo desahogo, tal, que pareca no se recelaba peligro por parte de los dominadores. Al revs, en lo que haba miedo, era en punto negar las victorias de los levantados sobre los franceses, y los incrdulos, que no lo eran por falta de patriotismo sino por sobra de juicio, callaban medrosos cuando oian contarlos hechos menos crebles. As, un pobre levantamiento de Segovia, pronto vencido y sofocado, fu pintado como un gran suceso, en el cual los franceses, de quienes se ignoraba olvidaba que haban atravesado los Alpes, se haban quedado sin atreverse subir por los puertos de la cordillera de Guadarrama. La gente ms curiosa acuda los cuarteles averiguar cuntos soldados y oficiales haban desertado cada noche, esto es, dose las provincias engrosar las filas de los ejrcitos espaoles, ya en hostilidades con los franceses. Eran satisfactorias las noticias que se adquiran, los cuarteles iban quedando vacos, y lo que daba ms gusto, algunos de los honrados desertores se llevaban consigo las banderas..

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Al paso que seguian llegando las noticias, crecan, si no las esperanzas, desde luego grandes, punto do no admitir aumento, los extremos del gozo. Entre todas las noticias , las de Zaragoza excitaban particular entusiasmo. Palafox habia llegado ser un semi-Dios; admiradas las gentes que le haban conocido en sus mocedades, apenas concluidas, de que hubiese llegado ser un general tan insigne. Me acuerdo de una llamada batalla de las eras, dada en Junio do 1808, en que los franceses habian sido completamente derrotados, y de una proclama que contena, poco ms menos, las frases siguientes: Si la batalla de las eras hubiese sido ganada por esos vocingleres (los franceses), se habria puesto la par de las de Marengo, Austerlitz y Jena; pero vosotros (los aragoneses) slo la miris como un ensayo de los que estis dispuestos ganar bajo el mando de vuestra Generalsima y Patrona. Esta produccin fu leda y admirada en el caf de la Corredera Baja de San Pablo en medio del dia, tocndome, como solia tocarme, el papel de lector entre los concurrentes. Si algo se hablaba de la Constitucin que estaba hacindose en Bayona, era por va de burla, no sin maldecir los que se prestaban hacerla aprobarla; de ellos los ms esforzados, como acreditaron muchos con la conducta que despus siguieron, viva ya la guerra. Murat se habia ido de Madrid reinar en aples. El odio pblico habia seguido al verdugo de las vctimas del Dos de Mayo, y, como poco antes de partirse hubiese sido acometido de clicos violentos, aun hubo la atrocidad de culpar al facultativo que le asisti, porque le hubiese salvado la vida. Qued mandando Savary, casi igualmente aborrecido por su conducta en Madrid, y Vitoria en Abril prximo anterior, y por cierto ms digno de aborrecimiento que el mismo Murat, siendo uno de los peores satlites do su amo. No tengo presente dnde moraba Sa-

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vary, pero s que no era en Palacio, el cual estaba abandonado, no sin dolor ni escndalo de los espaoles, para quienes era modo de religin la monarqua. Me acuerdo de haberle visto con frecuencia para ver mi sabor las bellas pinturas que entonces contenia y ahora estn en el Museo. En las salas se paseaban algunos franceses, y en un dormitorio (el de la reina Mara Luisa creo) dos tres de ellos con otras tantas mujerzuelas de mala vida estaban ensayndose en el bolero con acompaamiento de guitarra y castauelas. Veanse por all, en un rincn, el famoso sombrerito de tres picos con un par de botas un lado, que eran, se suponia ser, del mismo Napolen, y que enviados esta capital, cuando aun estaba en ella el rey, habian servido de prueba de que el emperador francs no slo venia Espaa como husped, sino que estaba de.camino. Y, como ha habido quien niegue la venida de tales prendas, no est dems decir que las vi yo ms de una vez por mis propios ojos. Sin ser yo entonces muy monrquico, si bien no era lo contrario, sino mezcla de una y otra cosa, miraba con dolor ira aquellas escenas, que me parecan un insulto hecho, no slo la majestad del trono, sino al decoro del pueblo espaol, del cual era el trono representante. Por fortuna, bien est repetirlo, creamos cercana la venganza de tanta afrenta. Habia llegado Julio, y pocos triunfos habian conseguido nuestros odiados dominadores. Resista Zoragoza: era verdad que el mariscal Moncey se habia retirado de Valencia, rechazado de los flacos muros de aquella ciudad, solo propios para resistir armas no de fuego: de Andaluca era seguro que Dupont se habia venido atrs, desocupada Crdoba. Andbase averiguando noticias, siendo difcil tenerlas ciertas, pues solan carecer de ellas los mismos franceses. Tal era la sandez, hija del entusiasmo, que aun en gente no vulgar era frecuente salir la calle saber qu habia, y volver casa cor

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grande satisfaccin, porque, habiendo mirado la cara a algunos franceses, haban notado en ellos seales de mal humor; de lo cual se deduca que estaban furiosos trises por el mal estado de sus negocios, como si no pudiese ser y no fuese con frecuencia aprensin del observador la figura mala cara de los observados, como si razones privadas y no polticas no causasen en un francs enfado tristeza. En medio de esto, spose que habia entrado Jos Napocon como rey por las provincias del Norte. Estaba desmentido el grosero y sucio estribillo de seguidilla, que aun en Madrid cantaban media voz dominando los franceses, el cual era, ni ms ni menos, el siguiente: Anda salero, No c en Espaa Jos primero. Ya sucedi lo que so supona que no, exclam con pesar una persona al or el estampido (que entonces no se llamaban detonaciones) de los caones que en esta corte anunciaban y celebraban la entrada del nuevo monarca en su reino. Pero as y todo, no habia por qu desmayar; malas digestiones le esperaban en el mal adquirido trono y en la tierra que llamaba su reino, y como habia entrado as saldra. Tiempo hubo en que pareca errado el pronstico, pero al cabo vino resultar cierto; que tanto puede un pueblo resuelto no llevar el yugo de los extraos y tenaz en su esperanza y fe aun en los reveses de la ms adversa fortuna. Por entonces, y estando Jos cerca de Burgos, lleg la nueva de haberse dado una gran batalla en los confines del antiguo reino de Leon y de Castilla la Vieja. Como es de suponer, para los madrileos habia terminado la batalla en una victoria completa dlos nuestros, aunque habia sido cabalmente todo lo contrario. Algo contradijo la persuasion, poco menos que universal, de haber sido de los e s -

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paoles la victoria saber que el titulado rey vena acercndose Madrid y que iba entrar en la villa que llamaba su corte y en el usurpado palacio. Entonces ya, si no se convino en que habia habido d e r rota por parte de nuestros compatricios, se cali tocante la batalla, atentos los nimos slo al modo de recibir al rey calificado de intruso. De l se afirmaba que era tuerto; y con mayor seguridad, que gustaba de beber con exceso, punto de merecer la grosera calificacin de borracho. En suma, si de oficio y para sus poco numerosos parciales era D. .los Napolen 1, rey de las Espaas y de las Indias (que tales ttulos lom), para las noventa y nueve centsimas partes de los espaoles vino ser conocido con el apodo familiar, pero no amigo, de Pepe Botellas. No puedo hablar del recibimiento hecho al pretendienteai trono en Madrid, porque, si bien resida yo en esta capital, no sal de casa en aquel dia. En que fu malo nocabe duda, si bien tal vez se ponder la soledad de las c a lles, porque falta de adictos, hubo de haber curiosos. Era comn en aquellas horas repetir la narracin y descripcin de la entrada del archiduque Carlos en Madrid, titulndose el rey Carlos III, que esl en los Comentarios def marqus de San Felipe, trasmitindola los que haban ledo esta obra los que no la haban leido, y aun los que no sabian leer; y fu universal deseo renovar la escena de casi un siglo antes. Quiz ponder algo el marqus; perolo cierto es que el archiduque se volvi descontento sus reales, desde la mitad del camino, sin llegar habitar el regio alczar, cuando Jos, ms fcil de contentar, sigui liasla aposentarse en el Palacio. A la amargura y rabia que caus verle sentado en el trono material de los reyes de Espaa, sirvi de calmanle aunque leve, saber los desaires que se veia expuesto. Muchos se negaban prestarle juramento de fidelidad,.

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quines, las claras, resueltamente, quines, buscand o evasivas, honrados y fieles, pero no animosos; quiz algunos, puestos ver venir, atentos lo que habia de suceder en las provincias. Celebrse como grande hazaa que el alfrez mayor de los Reinos, marqus de Astorga y conde de Alamira, hubiese huido de Madrid por no llevar y levantar el pendn en la jura mandada hacer al nuevo soberano. En tanto, haban pasado algunos dias despus del 19 de Julio; dia inmortal en que de veinte mil franceses rindieron unos y entregaron otros las armas poco ms de treinta . mil espaoles bisnos, en los campos de Bailen. Tard en llegar Madrid la noticia autntica de tal suceso. Pero ya bien mal sabida, y traslucindose, comenzaron ser fundadas las hasta entonces numerosas y mal fundadas conjeturas. Pocos dias antes habia vuelto las inmediaciones de Madrid con sus tropas el mariscal Moncey, rechazado de Valencia; y si no derrotado, obligado desistir de su empresa trmino de abandonar dos provincias. Aunque no habia hecho mucho efecto su llegada, servia, como hecho constante, de dar crdito voces que corran de otros de magnitud muy superior. Ya los observadores de los rostros de los franceses no andaban tan fuera de razn, porque todos ellos y sus parciales los veian cabizbajos,afanados, como quien se prepara un viaje, y este no de recreo. Al cabo los preparativos de retirada se hicieron visibles, y aun comenz esta efectuarse en el 29 de Julio, siguiendo el 30 y 31 en que sali el intruso rey con la corte, yndose con l algunos de sus parciales, y quedndose otros dispuestos pasarse a la bandera nacional. - Amaneci el dia 1." de Agosto de 1808, dia por cierto memorable, y de aquellos de que rara vez gozan los p u e blos, dia cuya memoria no puede borrarse en la mente de los que hoy vivimos, y la cual es bastante viva y tierna

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para reanimar y conmover personas rendidas al peso de los aos y heladas por el fri de la vejez, como por fuerza hemos de ser y somos los pocos testigos que hoy quedamos de aquellas graneles escenas. Apenas habia amanecido, cuando las calles, y principalmente el Saln del Prado, rebosaban en un gento n u m e roso, alegre sobre toda ponderacin, ufano, y si no ajena de malos deseos, dispuesto enfrenarlos en medio del puro gozo de la victoria. En esto apareci entre aquel bullicio un corto piquete de franceses rezagados que corran juntarse con los suyos: soldados de poca edad, mal v e s tidos, con ciertos como saquillos de color claro y no muy limpios que solan llevar aquellas tropas de infantera, parte de ellas nada lucidas, aunque temibles en la campaa. Era de temer que la plebe alborotada les embistiese; pero se content con insultarlos, y si uno de ellos recibi u n o s cuantos golpes que le derribaron, no pas la cosa ms, y recogiendo el pobre muchacho el fusil cado, se fu con sus compaeros, perseguido slo con silbidos y risotadas. La turba so dirigi al Retiro, que babia sido convertido enciudadela por los franceses. Veanse all caones clavados; comienzos de fortificaciones no concluidas deshechas; municiones de guerra en abundancia; acopio de provisiones arrojadas al suelo y desparramadas, por los mismos invasores al retirarse, por los primeros del pueblo quellegaron, y quienes impeli ya la locura, ya la ira, ya el lcito deseo de aprovechar parte de aquellos despojos. Abundaba el vino, como era de suponer, y convidaba hacer de l uso. Pero un clamor casi general, levantado d e repente, hizo correr la sospecha de que aquellos vveres y bebidas estuviesen llenos de veneno, por juzgarse propia accin de los prfidos invasores haber dejado tan funesta ddiva al pueblo del Dos de Mayo en la hora de abandonarle. Pronto lleg creerse realidad la sospecha, porque un infeliz del pueblo habia caido vctima de la ponzoa. Yo

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mismo le vi trado entre cuatro, siguindole centenares de hombres enfurecidos, clamando venganza contra los amib o s de los franceses que en Madrid hubiesen quedado. Pero aun los ms apasionados hubieron de conocer en breva -que el supuesto envenenado no lo estaba de otra ponzoa que de una, que si algunos mata la larga, los ms deja sanos, sin otro remedio ms que el del sueo. Al ver puramente borracho al que habia pasado por agonizante, se troc el furor en risa, y volvieron predominar los buenos afectos sobre los malos. No podia, sin embargo, dejar de causar temor las personas prudentes el estado de una poblacin crecida falta absolutamente de gobierno, donde la seguridad pblica y la de los individuos en sus vidas y haciendas habia quedado encomendada la virtud y buen juicio de la muchedumbre, virtud que existe, pero que se desmiente con frecuencia. No existia en Madrid autoridad ni fuerza alguna moral material: los que estaban gobernando el da 31 de Julio "bajo el intruso rey, eran, cuando menos, sospechosos, y ms que de mandar trataban de esconderse. Del poder militar, que en Espaa era la verdadera polica, apenas quedaban en la capital ms que unos pocos invlidos de los entonces conocidos con el nombre indecente de culones, pues los soldados y oficiales de la anterior guarnicin estaban ya todos en las provincias. Habia otra dificultad, y era que quien se atreviese tomar el mando no acertara - resolverse en nombre de qu superior habra de ejercerle, si del rey Fernando del pretendiente Jos, porque los franceses estaban cerca y podan volver sin que hubiere quien se lo estorbase, y las tropas espaolas lejos, y el pueblo, aunque tranquilo, nada dispuesto sufrir que se le hablase de los Napoleones sino en trminos del vituperio ms extremado. Entonces, por disposicin no se sabe de quin, se discurri que numerosas cuadrillas de los llamad o s vecinos honrados paseasen las calles haciendo el oficio

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de patrullas. Aunque slo contaba yo diez y nueve aos de edad, fui de la de mi barrio cuartel, que se juntaba en el espacioso portal de la casa que habia sido y aun creo era del Banco Nacional de San Carlos, situada en la calle de la Luna, entre las de Tudescos y Silva. De all salamos, y recorramos calles y calles entre gritos del pueblo reducidos vivas, pues durante dos tres dias ni una sola desgracia, ni un slo desorden vino turbar el sosiego pblico, dgase el bien intencionado regocijo. A cualquier circunstancia se atenda, esperando ver hecha mencin solemne como de rey del cautivo Fernndo. Hubo quien me contase que por deseo de or tan deseada mencin, habia ido or misa cantada, y que tuvo el gusto de que en la colecta el sacerdote, anticipndose rdenes de oficio, dijese despus de nombrar al Papa y al obispo Regen mslrum Ferdinandum. Frivolidades parecen estas cosas la generacin presente; pero no lo eran entonces, por ser el pronunciado nombre algo ms que el de un Monarca, la expresin del voto unnime de un pueblo, expresada entre grandes peligros y heroicos hechos y levantados pensamientos, tipo mltiple que contenia infinidad de proyectos y esperanzas y seal en aquella hora, y tambin consecuencia de una increble y gloriossima victoria. Por fin, al tercero cuarto dia de tan peligrosa situacin, ocurri un suceso funesto. Se habia quedado en Madrid D. Luis Viguri, intendente que habia sido en la isla do Cuba, muy amigo de D. Diego Godoy, el hermano de don Manuel, y quien haban acusado de haber en una conversacin con un coronel (dignsimo sujeto) llamado D. N. Juregui, insinuado, all en 1807, que deseando el rey Carlos IV descargarse del peso del gobierno, y no queriendo dejrsele al prncipe su hijo, bien podra el Prncipe de la Paz ser declarado Regente. Fuese por esta razn por otra, es lo cierto que, habiendo Viguri maltratado a un ne-

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gro su esclavo y quejdose ste calumniando su amo, se junt gente los gritos, y la fama no buena en el concepto popular del desdichado amo produjo un alboroto en que cay muerto Vi gur, atndose en seguida una soga a" su cadver, con la cual alado fu arrastrado por las calles entre gritos de aplauso de gente frentica, si no malvada. Llegnos, estando en el zagun de la casa de la calle de la Luna, la triste noticia, que vino por grados: primero, que iban matar Viguri; poco despus, que ya habia muerto; y en seguida, la atrocidad de que su cuerpo era objeto. Nada podamos hacer ms que dolemos del tal caso, y temer otros iguales parecidos, y otro tanto hubo de pasar los pobres vecinos honrados de los dems barrios. Haba llegado el dia 4, y ni aun en las esquinas apareca documento que dijese los madrileos bajo qu autoridad vivian. Rompi al fin el silencio el Consejo Real, vulgarmente llamado de Castilla, con una alocucin no mal escrita, aunque verbosa, impresa y puesta en carteles. El Consejo gozaba de cierto favor popular en Madrid; el vulgo le supona un poder legal que no tenia, pero al cual aspiraba, como si en algo fuese un sustituto de las Corles, sobre todo de las antiguas. El Consejo no habia jurado la Constitucin de Bayona, si bien no se habia resistido do frente hacerlo; pero su timidez poco sabida era de algunos que la saban perdonada, cuando su resistencia era un hecho constante. Vio el Consejo llegada la hora de ser realidad su ms arrogante pretensin, y ejerci su adquirido poder con satisfaccin de la poblacin de la capital; no as de las provincias, , dicho con ms propiedad, de las Juntas, que tenan pretensiones ms subidas y con otro fundamento, y las cuales movia la codicia del poder inherente la naturaleza humana. La alocucin del Consejo tena algo de confuso, pero no en cuanto declararse contra los aborrecidos franceses..

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Mi buena memoria (de la cual espero que no se lleve mal que haga mencin, por ser dote inferior al de un buen entendimiento) es causa de que pueda', al cabo de tantos aos, poner aqui de tal documento un periodo ntegro, el cual me dio golpe por su consonancia con los a f e c t c ^ ^ ^ s i ^ que todos participbamos: Adoremos, decia, l a ^ j ^ h - ^ ^ l s Providencia, que si ha sabido humillar los sobergis , ;o g * consentir queden impunes los taladores, incendiariosi y f fig asesinos.- Requiebros tales era entonces muy d ^ ^ p ^ v - ' ' echar los franceses, ^ - ' B * El atentado cometido e Viguri no se repiti en algunos dias.El Consejo se convirti en Gobierno, y dict providencias tan buenas cuanto consentan las circunstancias. Con la crueldad irreflexiva propia de dias de loco entusiasmo, fu pronto olvidada la victima de la furia popular, y si qued de ella memoria, fu para crear un verbo atroz, porque haca materia de risa lo que debia de serlo J e anatema, pues se llam Vigurar la accin de asesinar y en seguida arrastrar el cuerpo exnime del asesinado. A otras materias se convirti la atencin de la gente ilustrada, cual era la de qu gobierno habra de establecerse. Entretanto, casi qued establecida, bien que por plazo breve, la libertad de imprenta. Bien es cierto que el Consejo, nada amigo de ella, trat de ponerle impedimento; pero en algn tiempo no lo consigui, aunque lo mandase. Haba censores, pero no ejercan la censura, no se haca caso de ella, ni se necesitaba. Una censura haba, y era terribe, que era la seguridad de ser hecho p e dazos si algo se decia se insinuaba siquiera contra el punto principal de todos los pensamientos: la causa de la nacin contra el enemigo. En los dems, era la discordancia de opiniones tan grande cuanto cabe serlo, y pocos r e paraban en ello, no vindose ni aun disputas entre las doctrinas de libertad poltica llevada casi al extremo, y la poco menos que irreligin del Semanario pafri^ico, y otras pro7
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dueciones rebosando fanatismo y toda especie de ideas rancias en punto gobierno, y la mezcla singular de mximas favorables al patriotismo espaol y contrarias 'la civilizacin europea y general, contenidas en la extravagante Centinela, contra franceses, de Capmany; obra que comparta con los escritos de Quintana el favor popular en. primer grado. Pero bien est repetirlo: en tales diferencias, no obstante su magnitud, llegada ser contradiccin, nadie reparaba, pues bastaba la semejanza igualdad en adhesin viva la causa santa del pueblo. No faltaban composiciones poticas. Primero vieron la luz las dos odas de Quintana Espaa libre. Eran lo que debia esperarse de autor ya tan afamado, y reproducan con ventaja los pensamientos y afectos de las conocidas composiciones del mismo poeta la heroica desdicha de Traialgar, y la hazaa de Guzman el Bueno. Otra composicin sali luz que disput las de Quintana la palma, y aun se la arrebat, en sentir de muchos jueces, debiendo, en razn, slo compartirla, por ser inferior en fuerza de fantasa, y slo igual, por otro lado, en el sentimiento, aunque superior en la correccin y en la admirable construccin del periodo potico la del ya un tanto antiguo y clebre poeta. Todos entendern que hablo aqu de la elega, lo quesea, sobre el suceso del Dos de Mayo, cuyo autor, D. Juan Nicasio Gallego, la sazn capelln de los pajes de S. M., se habia dado conocer slo por una buena oda la reconquista de Buenos-Aires. Gallego era muy amigo de Quintana, cuya tertulia era concurrente asiduo, y los dos poetas, en aquella ocasin rivales, se complacan en darse mutuas y sinceras alabanzas. Otra oda apareci con el ttulo de Profeca Sel Pirineo, abundante en perfecciones, manchada por algunos, pero leves, lunares, y que excit aprobacin y aun admiracin, asi como curiosidad, porque desde luego su autor no la public dando su nombre. Spose en breve que era de

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Arriaza, buen poeta en su clase, pero de otra estofa quo. Gallego y Quintana. Pareci la nueva composicin, si no YA mejor de su autor, de las mejores, y particularmente, de otro estilo que el general suyo. Sin embargo, era fcil notar, en composicin tan justamente aplaudida, que sobresala el ingenio ms que la imaginacin el sentimiento, y la principal, si bien no la nica prenda de Arriaza, era ser ingenioso. Hubo, adems, una inundacin de versos patriticos medianos malos. Qu ms? Hasta yo, empeado entonces, invita dea, en poetizar metrificar, di luz una oda al uso de lo que se fabricaba, ni siquiera sealada por lo mala sino de aquella mediana que, segn Horacio, ni los postes aguantan, de suerte que ni mereca ni llam la atencin aun para desaprobarla. La Constitucin hecha en Bayona mereci ser puesta en coplillas que la ridiculizaban, y ciertamente censurndola en lo poco que tena favorable la libertad y en lo no poco en que tiraba formar un gobierno ilustrado. Por ejemplo, prometindose en aquella obra la libertad de imprenta, decia el crtico: La libertad do la imprenta Disfrutar la nacin: Pobre del Papa y del clero! Pobre de la religin! Y esto no obstante, si la voz comn no mentia, esta crtica fu obra de un literato, despus muy parcial de las doctrinas llamadas liberales y de la misma libertad de imprenta: de D. Eugenio Tapia. Tambin se tent hacer versos para cantarlos; pero, aunque siguiendo la guerra, las canciones patriticas adquirieron valimiento, por lo pronto no eran oidas sino las ms toscas y vulgares. Arriaza escribi el himno llamado d e las provincias, que tiene muy bellas estrofas; y el

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famoso guitarrista Zor le puso msica, pero con corta f o r tuna en punto hacerle correr entre las gentes. No porque se dejase de cantar por las calles, pues, al revs, atronaba los oidos la continua cantura. Pero las canciones que r e sonaban, era una que decia: Virgen de Atocha, Dame la mano, Que tienes puesta La bandolera Del rey Fernando. Virgen de Atocha, Dame tu poder, Para que al rey Fernando Le traigas con bien. con otra, y no mejor msica, la no mejor letra que deca:-Ya vienen las provincias Arrempujando, Y ia Virgen de Atocha Trae Fernando, i Vivan los espaoles! Viva la religin! Yo me c...o en el gorro De Napolen. 6 una de igual valor, como es: Ya se van los francesesLarena, Matairlos piejosJuana y Manuela, Matan los piejosPrenda, Y el general los diceLarena, Que son conejosJuana y Manuela, Que son conejos.Prenda.

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Y en el pueblo en que esto se cantaba era el Semanario patritico, escrito por Quintana y sus amigos, el peridico ms apreciado y respetado, y el que ms influjo ejerca. Pasaban das, y no parecan los ejrcitos vencedores, aguardados con ansioso deseo, el cual vino ser impaciencia y bien motivada. Sabase que el de Andaluca no se haba movido por haber necias rivalidades entre las Juntas d e Granada y Sevilla, y las tropas de la una y la otra que le haban compuesto. Entretanto, Madrid continuaba sin una fuerza fsica necesaria para impedir se turbase el sosiego pblico, para restablecerle en caso de que ocurriese un acto de desorden y violencia. Sobre cul habia de ser e l -gobierno de Espaa durante la cautividad del Rey, no habia menos ansia, pero de sta slo participaba la gente e n tendida. Habase armado una violenta disputa entre e l Consejo y las Juntas de provincia, haciendo aqul las veces de esta en la capital, y no admitindole las ltimas por c o lega, pues hasta le afeaban sin razn haber existido junto bajo el intruso Jos Napolen, aunque por pocos dias. Los madrileos se declararon por el Consejo, quiz por mirarle como cosa de casa, y hasta el Semanario Patritico dedic un artculo defenderle de las acusaciones de las Juntas, hecho singular, si se paraba la atencin en que el antiguo tribunal con pujos de gobierno deba ser mirado como acrrimo enemigo de las doctrinas polticas del peridico liberal, cuando las Juntas, por su origen y aun por uno otro de sus actos, pesar de sus muohos desatinos inconsecuencias, representaban el poder popular con ms menos acierto y conocimiento de su esencia. Lleg, por fin, el tan suspirado da de ver las madrileas tropas espaolas de las que habian vencido los franc e s e s . Mal representante de nuestros ejrcitos con el d e Valencia, que entr en esta capital el 13 14 de Agosto. Los soldados, mal vestidos, con los zaragelles provinciales y mantas y fajas, con los sombreros redondos, cubier-

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tos de malas estampas de santos, desgreados, sucios, e rostro feroz, de modos violentos, en que se veia carecerde toda disciplina, presentaban un aspecto repugnante. A }a preocupacin que daba temer de tan malas trazas nada mejores hechos, se agregaba saberse los horrorosos a s e sinatos cometidos en Valencia en las personas de frances e s no militares indefensos, y se supona, quiz en algn caso con verdad, que habia entro aquellos soldados varios asesinos, y de cierto, si no los habia, abundaban los muy capaces de serlo. El buen general Llamas que los mandaba, tena apariencias de oficial antiguo y buen caballero, pero no de guerrero la moderna. Ello es que en Madrid se llen de terror la gente de educacin y clas& mediana al ver campeando por las calles aquella gente con guitarrillas, cantando, y la par amenazando, entrndose en los conventos pedir las monjas alguna estampa masque poner en sus sombreros cargados de ellas, y dejando asomar puales que contrastaban con las imgenes devol a s . Al revs, la plebe, y de esta especialmente la parte acostumbrada aficionada crmenes, si no tanto, excesos y, alborotos, miraba los recin llegados como amigos, y en caso de necesidad, como apoyos con que p o dan contar de seguro. No salieron fallidas las malas e s p e ranzas, ni vanos los justos temores. A los dos tres dias de la entrada de los valenciano?, hubo un alboroto en las cercanas de la plaza de la Cebada, en que cay muerto un sujeto cuyo nombre y calidad no pudo averiguarse, como tampoco la causa de su trgico fin, y el cadver fu a r r a s trado con las mismas circunstancias que el de Viguri. S pose que el general Llamas habia acudido impedir e asesinato de que sus soldados eran participantes, y q u e sobre ser desobedecido, habia sido amenazado de muerte. Cundi el terror por Madrid, por lo mismo que se ignoraba quin era la vctima, de modo' que nadie podia creerse en. plena seguridad.
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As, la estancia de los valencianos en Madrid estaba considerada corno una desdicha. Por lo mismo se deseaba la llegada del ejrcito andaluz, del cual se saba que era compuesto de tropas disciplinadas. El 24 de Agosto, si no me es infiel mi memoria, fu cuando los vencedores de Bailen pisaron las calles de la. capital, por su esfuerzo y fortuna libertada de odioso yugo. Era de esperar un entusiasmo loco en el recibimiento hecho tales tropas, y con todo, si bien hubo grandes aplausos, se notaba menos ardor en los que aplaudan. Lo que ms lo que primero llam la atencin del pblico, fu el corto cuerpo de lanceros de Jerez que venan delante. Desde largos aos no veian los espaoles en su ejrcito lanzas ni corazas, y en las tropas francesas habian visto estas armas, que crean desechadas y olvidadas, vueltas uso. Ahora, pues, pensando en las garrochas con que pican nuestros campesinos picadores en plaza los toros, se crey se habia dado con un medio de contrarestar los lanceros polacos, no dudando la vanidad nacional de que se haria con ventaja. Y se contaba que as habia sucedido en Andaluca, donde habian sido ensartados los franceses en las garrochi-lanzas jerezanas. Venan los lanceros vestidos, no con uniformes al uso comn, sino como los hombres del campo de Jerez, con sombrero de copa baja, muy parecidos los hoy llamados calaeses, y con traje semejante al que llevaran si fuesen picar reses en el campo. Daba realce esta apariencia ser andaluces los lanceros, y como tales alegres y decidores, y sus gracias gustaban, aunque no fuesen de las mejores, por lo mismo que se los supona graciosos, de modo que era un enviar y recibir dichetes lo que se oa alrededor de aquella gente. Las dems tropas tenan mediano aspecto, no como las valencianas, no como las mejores francesas; llevando an la infantera el sombrero de picos, hoy dicho apuntado, el cijal era entonces pequeo. Al recordar las gentes el porte

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marcial de los soldados de la guardia imperial francesa que llevaba consigo el vencido Dupont, pasmaba considerar que se haban rendido hombros de muy inferior a s pecto como militares. Despus de la entrada del ejrcito victorioso en l o s campos de Andaluca, ningn otro espectculo podia llamar la atencin excitar los afectos en igual grado. No dej, con todo, de mover las pasiones la proclamacin de Fernando, como rey, hecha el 25, llevando esta vez el pendn el conde de Altamira entre vtores que pareca s e levantaban la lnea de los hroes. Pero iba hacindose hora de que la embriaguez del triunfo sucediese el cuidado de lo presente y no lisonjeras previsiones de lo futuro. Aunque se habia retirado Jos Napolen hasta ponerse del otro lado del Ebro, veanse graves peligros, y se temian no inferiores males para la patria. El entusiasmo es cosa que dura poco, sobre todo, si se ha gastado muy de priesa. Pero su decadencia no acompa decaimiento de nimo bastante aconsejar la sumisin si era adversa la fortuna. As fu, que no hubo otra jornada de Bailen, sino al revs, muchas en que llevaron nuestras armas lo peor, sin el consuelo de quedar gloriosas, aun saliendo vencidas. Pero hubo tenaz propsito, aun cuando pareca locura persistir en la resistencia, y esta pertinacia heroica nunca falt en la parte con mucho ms numerosa de los hombres de aquellos das de prueba. As, la bandera de la patria, caida veces, se levantaba otra vez al momento, y en la isla Gaditana una Espaa abreviada, contando por suya toda la tierra no pisada por los franceses, vivi mereciendo ver premiados sus esfuerzos con haberse logrado afirmar la independencia de la nacin espaola amenazada por el mayor poder que ha conocido el mundo.

VI.

MADRID V ALGUNA PROVINCIA A FINES DE ISOfi Y EN 0 9 .

Despus de la entrada de los vencedores de Bailen en. la capital de Espaa, qued sta en una situacin de ms sosiego, pero comenz cundir entre la gente ilustrada la mayor inquietud posible sobre ms de un punto. Como la gran victoria alcanzada, vistas bien las cosas, pareca u n milagro, nacieron justsimos temores de que milagros tales n o se repitiesen. Los elementos de desorden por lo t o cante alborotos en las calles y alentados contra la seguridad de las personas parecan neutralizados porque estaban suspendidos, ya los contuviese la tal cual fuerza existente de la que se esperaba sustentase el imperio dla ley, ya el haberse apagado el ardor patritico, que as impela locos y criminales excesos, como estimulaba hechos hijos de nobles pasiones. Dos cosas daban cuidado: la notoria mala calidad de los ejrcitos, pobres en nmero y faltos de buen orden; y la carencia de un gobierno

general de la nacin, necesario hasta para el aumento y

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buena direccin de la fuerza militar. Al fin, esto ltimo hubo de conseguirse, no sin trabajo. Diputados de las Juntas, congregados en Aranjuez, compusieron una Junta magna, que tom el ttulo de Central. Establecido este gobierne en una poblacin pequea, estaba libre de la opresin que en tiempos revueltos ejerce sobre una autoridad, por necesidad dbil, la plebe de las ciudades populosas; pero careca por lo mismo del favor popular que en horas de apuro alienta un objeto querido, cuya presencia inspira entusiasmo, y el cual la vez recibe como de rechazo buena parte del que excita. El pueblo de Madrid se content con que hubiese al fin nacido la Junta Contra], pero no salud con pasin el da de su nacimiento y no lleg cobrarle amor, como en las capitales de provincia le tena lo general de la poblacin sus respectivas JunLas. En cuanto las personas capaces de juzgar en materias .polticas, miraron como un bien altsimo que al cabo hubiese un gobierno; pero no acertaban calificar para la aprobacin desaprobacin al que acababa de salir luz con harto trabajo y grandes actos de condescendencia por diversos lados, resultando una amalgama en que no quedaban bien unidas y mezcladas hasta formar un buen todo las varias materias que le componan.. Por un lado, Quintana haba sido nombrado oficial mayor de la secretara de la Junta, ejerciendo grandsimo influjo en el secretario > D. Martin de Garay: por otro, una de las primeras disposiciones de la Central haba sido nombrar Inquisidor General, confiriendo tal puesto al obispo de Orense, muy propio al objeto de tal nombramiento. La libertad de la imprenta, reinante de hecho y no de derecho, fu de nuevo negada con rigor, por.fortuna por desgracia, no efectivo. Porque seguia la confusin diversidad de pareceres, como cuando ms, en lo relativo al modo de gobernar la nacin por lo presente, y de proveer cmo habra de ser gober-

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nada en lo futuro. El Semanario Patritico continuaba siendo un peridico igual en ideas los franceses de 1789 1790 en punto doctrinas; D. Juan Prez Villanal acababa de publicar un escrito muy aplaudido, en el cual, a p o s trofando al rey cautivo, le deca que, verificado su a n h e lado rescate, y vuelto al trono, si quera conservarle, mandase poco, mandase menos, porque eran demasas las p o r muchos juzgadas prerogativas de la Corona, y que el p u e blo, de salir recibirle ya libre, le presentara con una mano una Constitucin que habra de atenerse; y e l mismo Quintana habia dado l u z sus poemas patriticos, por largos aos escondidos en su papelera, y donde ya s e ensalzaba al comunero Padilla, aprobando sus hechos, ya se denostaba Felipe 11 llenando de horror y pasmo Iosmonjes del Escorial (1), ya, con motivo de celebrar la invencin de la imprenta, se calificaba al poder papal de no meaos que monstruoso, indigno y feo, cuyo abominable solio, sentado en las ruinas del capitolio romano, estaba prximo caer, dejando tristes seales en sus ruinas. De tal y tanta confusin era la recien formada Junta fidelsimo espejo. Porque bueno es que lo sepan nuestros contemporneos; nunca ha habido en Espaa, ni aun en otra nacin edad alguna, democracia ms perfecta que lo era nuestra patria en los dias primeros del alzamiento contra el poder francs. Gobernaba entonces el pueblo, el puebla tal cual era, ejerciendo en ciertas ocasiones su prepotencia en plebe, como ms numerosa y resuelta, y yendo el Estado dejando menudo auloridad.absoluta quienes t e nan el mando, siendo inconsecuente el poder como nave mal gobernada casi sin gobierno, la cual arroja el m -

(1) De esto fui yo testigo en u n a -visita que hice al Escorial e n Noviembre de 1S08, de que digo algo aqu m s adelante, y que h e hablado por extenso en u n folletn del peridico Como Nacional en 20 de Agosto de 1840.

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petu de las olas venidas veces de distintos rumbos muy diversas direcciones. Y todo esto no era producido ni dirigido por medios juiciosos ni con orden previo, como s u c e d e cuando y donde las leyes arreglan el ejercicio del poder popular, sino de una manera confusa, haciendo las veces de la razn el instinto. Los amantes de la soberana popular, por fuerza habrn de convenir, si ya no deliran, en que en los pueblos soberanos, como en los soberanos d e cuerpo y alma, los hay buenos y malos, porque los hay ilustrados ignorantes, y la ignorancia y pasiones de la multitud traen tan fatales consecuencias la procomn cuanto podra traer la calidad de una persona revestida de autoridad ilimitada. En el gobierno creado por el pueblo -espaol en 1808 estaba, pues, expresado en compendio el mismo pueblo, con todas las calidades que la sazn tena. Fu llamado presidir la Junta el conde de Floridablanca, no con gran satisfaccin de los hombres adictos doctrinas de las hoy llamadas liberales, pero en obediencia la voz popular que, por entonces, llena de indignacin, por lo extremada injusta, contra todo lo perteneciente al gobierno de Carlos IV, recordaba con aplauso, no menos injusto, por ser excesivo, los dias de Carlos III, y al ministro que en aquel gobierno habia representado el principal papel. De Floridablanca hablaban con variedad i o s hombres que viviendo entonces ya de edad madura, le ' haban conocido en el mando, y por cierto no todo era -elogios en el juicio de tales crticos, pues habia muy otra cosa. Yo, que ahora cuento y no juzgo, debo decir que, fuese lo que hubiese sido el Floridablanca de. 1780, el de 1808 habia llegado ser incompetente para ocupar bien el alto lugar que habia sido elevado. Al frente tena en la Central otro nombre por dems ilustre, y de persona no su amiga: el de D. Gaspar Melchor de Jovellanos. En este ltimo ponian sus esperanzas quienes deseaban encaminar

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las cosas del Estado por una senda cuyo paradero fueseel establecimiento de una monarqua limitada. En tanto, el Consejo Real se habia resistido reconocer la Junta Central, dando para ello razones buenas y malas, conocindose que la principal era el recelo de que, tomando cuerpo y fuerza ciertas doctrinas, no viniesen los tribunales p e r der no lograr el influjo en el gobierno que habian t e nido pretendido tener y que de continuo aspiraban. No estaba dispuesto acceder tales pretensiones Floridablanca, pues, si bien adverso toda idea de limitacin del poder real por el popular, tampoco qucria verle censurado intervenido por los togados, y hasta en la forma con que el Consejo, sin negarse obedecer la Junta, p o na dificultades para hacerlo,, veia el antes ministro absoluto con enojo lo que llama acertadsimamente Jovellanos escrpulos de la obediencia. El mismo Jovellanos se inclinaba algo al Consejo Real por dos razones: por preocupaciones de togado, y porque efectivamente llevaba razn el Consejo en insinuar que para el ejercicio de la potestad ejecutiva convenia ms una regencia de pocos que un cuerpo numeroso. En la gente que veamos las cosas desde afuera andaban muy discordes los pareceres. No llevbamos mal que hubiese una Junta Central, pues habia habido y segua habiendo Juntas de provincia. Pero u n o s estimaban buenas las razones del Consejo, y otros al contrario; y por diversos motivos estay aquella cosa. La Junta, por su origen y por lo que este habria de influir en su ndole, era popular, y el Consejo representaba la monarqua antigua. De aquella eran de temer actos de despotismo, disposiciones imprudentes, poco orden, principios nada fijos; de estotro un firme sostener de rancios abusos y un orden de mala naturaleza, sobre todo, en punto lo que pedian los tiempos. Fuese como fuese, hubo poco espacio para pensar en tales materias mientras residi la Junta er>Aranjuez; perodo que no pas de dos meses.

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Una proclama a'oeucion de la Junta agrad mucho, porque era de la pluma de Quintana. En verdad era una oda ms del poeta patriota, pero en la disposicin de los nimos gustaba el lirismo. Prometa el nuevo gobierno poner en pi un ejrcito de quinientos mil infantes y cin cuenta mil caballos, y no pareca desatino promesa tal, con estar muy fuera de la esfera de lo posible. Tambin prometa Ja Central leyes entrenadoras del despotismo, y ni los que despus se opusieron leyes de esta clase son mal la promesa. Lo cierto es que se veia venir en cima una gran desdicha con la reunin de las fuerzas de Napolen, prximas pasarla frontera, y la falta de poder, no solo por la inferior calidad, sino tambin por el corto nmero de nuestras tropas para disputar el triunfo. Empe zaba orse la voz de la queja y del temor, primero en tono sumiso, porque no pareciese traicin la desconfianza; luego ms perceptible, por no poderse negar el peligro. El poeta M elendez Yalds, en los das primeros del levanta miento, dcil instrumento de los franceses, como volvi serlo, venido entonces mejor acuerdo, y cediendo su inclinacin y la ds sus amigos, y no su flaqueza de es pritu, habia publicado un romance de mediano mrito con el ttulo de Alarma, lleno de las ideas reinantes; pero hubo de publicar segunda Alarma, mejor que la primera, y en la cual no solo anadia un cntico ms los muchos destina dos celebrar triunfos, sino que en sentidas y patriticas palabras anunciaba la prxima venida de Napolen .gran poder, diciendo: Vendr y traer sus legiones Que oprimen la Scilia helada, Ofreciendo s u codicia, Por cebo, montes de plata. Vendr y llorareis de nuevo Las ciudades asoladas, e t c .

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Estaban tan trocadas, si bien solo hasta cierto punto, las cosas, que temores tales, que un mes antes aun hubieran sido calificados de traicin, parecan cosa natural y sonaban como voces de un patriotismo ilustrado y verdadero. En tanto, se acercaba el dia del cumpleaos del cautivo rey, que lo era de gala, y se preparaban los madrileos festejarle, pero con tibio ardor, no nacido de flaqueza en el propsito do resistir al poder francs, pero s de desmayo causado por el triste aspecto de la causa pblica. El dia de San Fernando, santo patrono del monarca, habia sido celebrado en una otra capital de provincia con el fervor del levantamiento recien ocurrido; en otras habia sido la seal y poca del alzamiento mismo, pero en Madrid dia de duelo bajo el yugo de los odiados opresores.Quiso la desgracia que no fuese ms feliz la celebracin de una fiesta que tanto debia serlo. A cosa de medio dia comenz correr por las calles la noticia de que iban arrastrando por algunas de ellas dos cadveres de personas brbaramente asesinadas, sin que se llegase averiguar quines eran las vctimas de la ira popular locamente excitada contra dos entes sin duda oscuros mientras vivieron. Pronto comenz asegurarse que eran los muertos arrastrados dos mamelucos. Los dla guardia imperial venidos en corto nmero Espaa con Murat, haban llamado mucho la atencin por su vistoso traje y armas, y despus se haban hecho blanco principal del aborrecimiento d l a plebe, que vea en ellos, sobre la calidad de franceses, la de infieles. Los turbantes y calzones rojos, lo corvo de los alfanges que casi formaban una media luna, el pual, la carabina fusil y las grandes pistolas, los hacan formidables la vista. En los sucesos del Dos de Mayo se les achacaba la parle principal en punto crueldad, y el destrozo hecho en una casa de la Puerta del Sol, cuyos moradores fueron todos pasados cuchillo, pasaba por acto exclusivo de los mamelucos, no s si con fundamento. Que

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se hubiesen quedado en Madrid mamelucos de la guardia imperial de Napolen, distaba mucho de ser probable, y lo que s lo vena ser era haber sido calificados de tales los dos pobres hombres asesinados, vctimas probablem e n t e de una ria y calumniados por sus mismos matadores. Pero ello es que la calumnia creida dio la plebe de Madrid en aquel dia infausto un carcter de ferocidad ' superior al manifestado contra Viguri y contra el desconocido igualmente arrastrado en Agosto, recin entradas en Ja capital las tropas valencianas. La preocupacin popular aeja supona en los judos un miembro apndice que solo tienen los animales, y para el ignorante vulgo era j u do todo hombre no cristiano no catlico. As es que gritaban por las calles que los dos cadveres tenian rabos, con lo cual quedaba comprobado quines eran. Acercndome yo mi casa, situada en la calle del Barco, lugar lejano de los que solian ser teatro de escenas de desorden, una vieja de aspecto feroz me par como reconvinindome, y dijo:Qu, no va usted ver arrastrar los mamelucos? Yo los he visto, y por mis propios ojos los he visto el rabo. Cuentan algunos que, en efecto, estropeados aquellos cadveres sangrientos por el roce con las piedras, estaban despellejados, y que del espinazo la rabadilla les salan tiras de pellejo que trasform en rabo la crdula y rabiosa muchedumbre; pero tal vez ni aun este motivo l u b o para formar y propagar la indicada ilusin. No trat yo de desengaar la buena, , dicindolo con propiedad, a la mala vieja, y antes me disculp, con no me acuerdo qu razones, de no acudir presenciar el espectculo que me convidaba. Fu aquel dia uno de terror y congoja, porque ni siquiera suavizaba la alegra nacida de gratos recuerdos y lisonjeras esperanzas lo repugnante de aquellos actos y pensamientos de barbarie, manchas feas de las que empaan el lustre de los ms gloriosos s u c e s o s , cuando la multitud predomina, heroica veces, v en Es-

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paa entonces, cual en cualquiera otra situacin de las que recuerda la historia del mundo, pero ignorante y apasionada, quedando por la primera calidad un tanto, aunque no del todo, disculpados sus excesos. Iba empezar Noviembre y las cosas empezaban ojos vistas. Con la inquietud crecan desvariadas sospechas y locas indignas acusaciones. Ni el vencedor de Bailen escap de ser sospechado, no siendo el general Castaos de aquellos que se captaban los afectos de la plebe, por lo mismo que se granjeaba por sus modales cultos la buena voluntad de los de elevada esfera. Entr por fin aquel fatal Noviembre, y con l un golpe de enormes desventuras. Spose que en Lerin habia caido prisionero el batalln de tiradores de Cdiz, cuerpo compuesto en gran parte de presidiarios y otra mala gente, pero consol el saber que haban hecho una defensa gloriossima, acto no comn en los de su clase, cuya valenta, feroz en pendencias y acciones criminales, flaquea con frecuencia hasta desaparecer en las graves funciones de la guerra. No hubo glora, y s una fatal derrota en la batalla que sustentaron en Gamonal, cerca de Burgos, las tropas procedentes de Extremadura, bisoas, no bien arregladas, y cuyo mando tena un joven de alta clase, buen caballero y patricio, pero capitn inexperto. En breve hubo noticia de mayor desdicha, cual fu la rota en Ruinosa y Espinosa del ejrcito llamado de la izquierda, que contenia muy buenas tropas. Fuerzas francesas veteranas acababan de entrar en Espaa, procedentes de Alemania; con ellas v e na el gran Napolen acompaado de sus mejores generales, y tal poder no podia resistir el de la pobre Espaa, escasa en soldados y en quienes gobernasen con acierto los pocos, y de ellos muchos no buenos, con que contaba. En esto corri una noticia consoladora, porque se aseguraba haber tenido los nuestros una ventaja notable en Caparroso, lugar de Navarra que tiene un puente, el cual se

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supona ganado gloriosamente por los espaoles. Vino, con todo, la Gaceta de oficio aguar el gozo, publicando un parte de tal singularidad, que le conservo casi ntegro en la memoria, particularmente el ltimo perodo, que era cual le pongo en seguida al pi de la letra: Participo usted que hemos tomado Caparroso las once de esta maana, habindole evacuado los enemigos a l a s ocho. Voy corriendo activar todo aquello, y que sigan adelante las conquistas. Firmaba este escrito D. Francisco Palafx, hermano del clebre D. Jos, defensor de Zaragoza, y hombre muy apreciable, pero corlo en luces y saber, y, si bien digno de estima, impropio para el mando. A'go anim saberse que parte del ejrcito ingls vencedor de Junot en Portugal, vena adelantndose por una y otra Castilla. La divisin que habia entrado por la JS ueva se acercaba Madrid, donde se crey que entrase. No lo hizo, y solo se acerc pasando por el Real Sitio de San Lorenzo, dgase el Escorial, al cual lleg ya ms de mediado Noviembre. Acud all yo verla, pero tuve pocos compaeros. No olvidar los pensamientos que en m despert ver aquellos extranjeros en aquel lugar. Los herejes ingleses aparecan armados en el monumento de Felipe II, y aparecan all, no como enemigos, sino como aliados, y aun como acudiendo defender la fe que no profesaban, siendo en el lema divisa de la causa de la nacin aliada con la protestante Inglaterra la defensa de la religin la par con la del rey y la patria. De estos contrastes y de iguales parecidas inconsecuencias vernos mucho en la historia, y no poco en las cosas todas del mundo, pero quiz el suceso que aqu conmemoro da de ello una de las pruebas ms sealadas (1).
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(1) Permtaseme citarme para no repetirme. De esto hubo m u cho en mi antes aqu mencionado escrito.inserto en El Correo nacional en Agosto de 1840.

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To pas arriba de dos dias en el Escorial; pero mi vuelta Madrid fu triste, porque en el no largo camino del Real Sitio esta corte tropezaba cada paso con dispersos fugitivos, casi todos ellos procedentes de la derrota de Gamonal y llenos del mayor desaliento. Vease ya llegar la hora de caer Madrid en poder del victorioso y terrible enemigo. No bien llegu mi casa, cuando mi madre, seora d e clarsimo entendimiento, de nimo varonil, instruida, algo dada pensar en la poltica, acrrima enemiga del emperador francs aun mucho antes de su prfida invasin de Espaa, y cuando era general en los espaoles adorarle, previendo el mal que sobrevendra, dispuso que nos trasladsemos Cdiz, pues quedarnos en Madrid si le ocupaban los franceses vena ser por razones privadas una cosa imposible, porque nos faltara para vivir todo r e c u r s o . Siendo menor de edad, hube de seguirla. Salimos de Madrid el 27 de Noviembre, y as no fui testigo presencial de las escenas de la corta resistencia y ocupacin de la capital, de las cuales supe, sin embargo, y conservo en la memoria curiosas ancdotas; pero me abstengo de referirlas, porque me cio hablar de lo que vi yo mismo. Se caminaba entonces lentamente. No porque, como hoy dicen se figuran algunos, fuesen aquellos tiempos los en que hacian las gentes su testamento antes de emprender el viaje de Madrid Andaluca. Al revs, el camino era bueno, y, si no falto de peligro en punto ladrones, tampoco tal que fuese caso comn ser robado. No habia diligencias, pero habia postas medianamente servidas, para los viajeros, escasos en nmero, que de ellas usaban, y, lo que hoy falta, en cada casa do posta habia dos sillas (viejas en verdad, y malas por todos conceptos), de suerte que podia viajarse con alguna rapidez en carruaje sin llevarle propio. Pero esto solo serva para dos, cuando ms tres, personas. A una familia decente era necesario un c o -

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che de colleras, medio de viajar por cierto no barato. Andbamos nueve leguas al dia, alguna vez diez con una enorme zaga, y siempre con alguna escolta, saliendo domadrugada y haciendo larga parada en la mitad del dia. As fu, que el dia en que salimos de Madrid hicimos noche en Aranjuez. All, al amanecer del dia siguiente, nos encontramos en momentos de terror y confusin. La Junta Central, en la noche habia resuelto trasladarse Andaluca Extremadura, por venir ya encima y estar cercano el enemigo victorioso, bien que no estuviese an en su p o der el paso de Somosierra, el cual se crea defendible pesar de estar muy mal guardado. Grande era el apuro de los numerosos dependientes del Gobierno, hallndose sin recurso alguno de coches, carros caballeras para acompaarle en su fuga. Se acudi al medio de embargar los carruajes que habia en Aranjuez, suerte que hubo de tocarnos. En tanto ahogo apelamos al favor, y conseguimos el desembargo de nuestro coche. Continuamos, pues, nuestro viaje, ya muy entrado el dia, siendo Tembleque el punto en que habamos de hacer noche. Pero yendo de camino, nos pas una silla de posta, que tuvo la desgracia de volcar, y bajndonos dar socorro quienes en ella venan, supimos que el Gobierno habia suspendido su viaje,, resuelto quedarse en Aranjuez por no estimar muy inminente el peligro. Con estas mezclas de temor y confianza en que la imprevisin de la cabeza del Estado resultaba d e la mala situacin del cuerpo todo que le dominaba, allanado dos dias despus Somosierra, y puesto Napolen s o - , b r e Madrid, hubo la Junta de ponerse en camino precipitadamente, siendo como un prodigio que llegase sana y salva Badajoz, de donde por juiciosa determinacin pas Sevilla. No eran cortos los peligros que en al confusin corran los viajeros. La voz traicin era aplicada la conducta de los que huian, y el calificativo de traidor hallaba en todo

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lugar jueces y verdugos, siendo el juicio tan sumario, que menudo la acusacin era la sentencia (1). Como prueba del estado de las cosas y de los nimos en aquellos dias, puede y debe servir la anecdotilla siguiente: Habia yo llegado amanzanares al quinto dia de mi salida de Madrid, segn el modo lento de caminar de aquella poca. Detenindome, segn uso, largas horas en la mala posada, poco de estar en ella y en nuestro cuarto, se nos present un mozo sirviente de la casa, alto, robusto y no de la mejor traza, lo menos en lo tocante la seguridad d e nuestras personas, pues su rostro y modos eran insolentes y aun amenazadores. Desde luego empez hablarnos de las cosas polticas que todos ocupaban con empeo.Aqu tienen ustedes, dijo, al hombre que ms franceses tiene muertos en la Mancha. Y entrando en particularidades, comenz contar hechos atroces, que, segn es probable, lo eran an ms referidos que lo haban sido real y verdaderamente, porque su idea y la de muchos era tener la ms brbara crueldad por virtud, si de ella resultaban ser vctimas los enemigos, y la jactancia y ponderacin del delito pasaban por blasn de acciones heroi(1) E n los dias de que voy ahora hablando, fueron asesinados no pocos viajeros. E n t r e ellos cayeron D. Miguel Cayetano Soler, ministro de Hacienda que habia sido bajo Carlos IV, y que l e j o s de servir al rey intruso se venia de Madrid l u g a r e s no ocupados por el enemigo, y el g e n e r a l D. Benito San Juan, que habia defendido el paso de Somosierra con gran valor, si con infeliz fort u n a , abandonado por soldados cobardes que despus figuraron entre s u s asesinos. Pero bastantes personas oscuras cost la vida el venir huyendo de Madrid en aquellas horas. De a l g u n a s supe que si no murieron escaparon con trabajo de manos de la plebe, empeada en reputar los traidores porque no coadyuvaban la resistencia heroica que se suponia estaban haciendo los franceses los madrileos, resistencia que, bien est decirlo, era imposible, por ser muy otras las condiciones relativas de la capital y del poder que vino sobre ella que las de los sitiadores y sitiados de Zaragoza.

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cas. As es, que contaba el alucinado mozo,, que e n t r a n d o en un hospital de soldados franceses, habia quitado la vida los enfermos en sus camas, y que como uno de ellos l e dijese (y le remedaba al contarlo), espaol, agua de tism,y> l le habia respondido: Toma tisana, magullndole los sesos. Mi madre y yo hubimos de encubrir el horror que tal relato nos causaba, y aun de murmurar algo como aprobacin del hecho, porque en el rostro y modos del narrador veamos que ms quera decir hacer que e n t e rarnos de sus hazaas. As fu, que al cabo de una b r e v e pausa, con gesto amenazador, dijo: Y aqu tienen ustedes al que ha de matar todos los traidores. Aunque sospechando, , mejor dicho, viendo qu se encaminaban tales palabras:Bien hecho, exclam yo, porque los traidores son peores que los franceses. A esta frase mia sucedi nuevo silencio, como si el moceton titubease; pero al fin, descubriendo la intencin que llevaba en lo que decia: Dicen, aadi, que todos los que se vienen de Madrid son traidores. Ya la acusacin estaba hecha, sin rodeos. Si yo hubiese querido argir, estaba perdido, lo cual, pesarde mis pocos aos, conoca, habiendo visto sabiendocmo pasaban entonces las cosas. Quiso mi suerte que tuviese yo una ocurrencia acertada.Por qu han de ser traidores? le pregunt. A lo que l respondi:Porque sevienen huyendo en vez de pelear con los franceses.Qufranceses? repuse: pues qu, no saben ustedes aqu las noticias? No han sabido ustedes que Castaos les ha dadouna gran batalla en que ha acabado con todos los que quedaban en Espaa? La buena nueva, dada hasta en lenguaje* que era entonces el del pueblo, llen de alegra aquel feroz manchego, de suerte que slo pudo decirme:Qu me cuenta usted?La verdad, fueron mis palabras, segn se supo en Madrid el dia de mi salida. No cabiendo en sfc de gozo el hombre , mudando ya de parecer en punto juzgarnos traidores, sali presuroso divulgar las felices-

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noticias que yo traa. No corria yo el menor peligro porque fuese descubierto el engao, porque, en primer lugar, no podia serlo en breve plazo; en segundo, quien me desmintiese no habria sido credo, y acaso lo habra pasado mal, y, por ltimo, aun sabido ser incierta la gran victoria por m contada, no se llevara mal haberla yo anunciado, suponindose que la habia credo, porque el patriotismo consista en decir lo ms grato al soberano popular, siquiera fuese mintiendo. Llegado ya los trminos de Andaluca, solo encontramos un tropiezo que podra haber sido ocasionado. Llevbamos moneda francesa, que corra entonces en Castilla y donde quiera haban estado los ejrcitos franceses. El rey Carlos IV habia hecho legal el uso de tal moneda, y novsimamente la Junta Central habia renovado el Real mandamiento. Pero en las provincias no ocupadas, faltando la ocasin, faltaba el caso de poner en ejecucin tol providencia. As fu que, llegados Santa Elena, hubo dificultad en recibirnos las piezas francesas, y la dificultad iba tomando carcter poltico, pareciendo la empresa de defender la efigie de Napolen u tanto atrevida y arriesgada. Por fortuna, tuve yo en el mayoral de mi coche alquilado un auxiliar poderoso, porque en los de su clase no era uso buscar los traidores. Y como l (segn es de creer) tracra moneda francesa, la defensa que hizo de la legitimidad de este instrumento de cambio fu animosa por lo mismo de no ser desinteresada."Quin es ahora el rey de Espaa? (dijo); no lo es el conde de Floridablanca? Pues ese manda que corra esta moneda. Concedida su premisa, hubo de serlo la consecuencia, y ya desde entonces no tuvimos ,ms disputas sobre punto de tanta importancia para viajeros. i Llegamos por fin Crdoba, donde por tener all familia habamos pensado hacer estancia, que al cabo vino ser de cerca de dos meses.

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Crdoba estaba sosegada. El primer hervor de la insurreccin habia pasado all. El saqueo de la ciudad por Dupont habia dejado ira, pero tambin miedo. En Crdoba se habia encarnado el levantamiento en su origen en una persona, la cual habia por entonces desaparecido del teatro, habindole sido adversa la fortuna: en D. Pedro Agustn de Echevari (1), singular personaje, no sin ribetes de locura en sus rarezas. Por sus extravagancias habia en aquella ciudad la causa nacional sido sustentada con menos ardor que en otros pueblos por la parte entendida y juiciosa de la poblacin, y a l a plebe que le segua hubo de parecer amargo que la hubiese llevado padecer una derrota en el puente de Alcolea, de lo cual fu consecuencia el saqueo antes aqu citado. As es que aun se cantaba alguna coplilla, cuya ndole satrica no habria sido sufrida en otras partes, como es la signiente: Pensaban los espaoles Cargar con toda la Francia, Y se vinieron huyendo Por la cuesta de a Lancha. Conseguido el triunfo de Bailen, rein tranquilidad en las provincias andaluzas lejanas del teatro de la guerra y las cuales solo llegaban not'cias favorables, pues nadie osaba darlas de otra especie. Por esto mi llegada Crdoba lo general del pueblo, esto es, la clase inferior de l, la sazn predominante, no sospechaba que estuviese en peligro de caer en poder del enemigo la capital de la m o narqua. De sbito se divulg que estaba sobre Madrid el ejrcito francs. Inquietos los nimos, pero sin llegar la inquietud ser alboroto, se manifest el justo y natural deseo de tener noticias ciertas de lo que en los lugares donde estaba lo vivo de la guerra ocurra. Habia en Cr-

(1) Para la plebe cordobesa se llamaba Chavarra, y no g u s t a b a oirlellamar de otro modo.

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doba una Junta, pero de corta importancia, porque la o s cureca la de Sevilla, la que en cierto modo habia o b e decido. La Junta cordobesa comision un D. N. Tenz, prebendado de aquella catedral, y que antes habia sido guardia de Corps, averiguar lo que pasaba. Tenz, hombre de no muchas luces naturales adquiridas, pero tampoco un necio, buen patricio por otra parte, y aun acalorado parcial de la causa de la nacin, se puso en camino, pero no fu ms adelante que los primeros pueblos de la Mancha, donde tuvo la fatal noticia de haberse entregado Madrid (1). Siendo hombre veraz y leal, se volvi Crdoba, cumplida fielmente su comisin, y con dolor cont lo que habia sabido. Pero encontr casi en todos, no slo enojo, sino incredulidad completa, y aun estuvo pique de recibir algo ms que desaprobacin y reconvenciones, porque al cabo no habia llegado Madrid, y contaba lo que le habian dicho lenguas acaso de traidores. Se amedrent el buen Tenz, tergivers, casi se desdijo, y, lo que es ms, lleg dudar si habra sido engaado. Vino ser opinin comn que Madrid segua resistiendo al enemigo, y esta opinin, si bien vacilante, rein todo Diciembre y aun buena parte de Enero. Al propio tiempo corran otras n o ticias contrarias tal opinin, y corran con valimiento, sin que en lo contradictorio se reparase. Napolen haba

(1) Lleg dudar de que hubiese sido tomado Madrid por [los franceses todo u n Jovellanos. y eso que siendo de la Central saba las cosas de oficio. As fu que, hablando con D. Jos Pizarra (despus clebre ministro), y dicindole ste que habia casi visto e n t r a r los enemigos cuando l salia huyendo: 'Bien (dijo aquel v a r n insigne, pero crdulo): pero no puede haber sucedido que al ent r a r los enemigos, u n hombre singular, como algunos de aquellos de que habla la historia, haya conmovido al pueblo excitndole levantarse, y contenido al vencedor en el momento de su entrada?Ah! eso si puede ser, respondi el menos crdulo Pizarro encogindose de hombros. El miomo Pizarro me cont este lance.

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sido rechazado del puerto de Guadarrama, en parte por las nieves, en parte por un ejrcito imaginado, no se saba si ingls espaol. Napolen andaba errante: aun son que se habia refugiado la Cartuja del Paular, y no falt quien afirmase que all habia caido prisionero. Burlones malignos, 'ya por ser parciales de los franceses, ya por divertirse, se complacan en aadir ridiculas circunstancias las relaciones corrientes, de modo que hubo quien afirm haber sido preso Napolen disfrazado de monje en el coro de la misma Cartuja. No lleg la credulidad punto de recibir como verdades tales desatinos. En tanto, la Junta Central se habia establecido en Sevilla, encargndose del gobierno supremo de Espaa. Nadie s e le disput las claras; pero algunas provincias apenas le reconocieron por potestad soberana, quedando varias de ellas en obediencia imperfecta. En cuanto al grande asunto de la cada de Madrid, call la Junta, no publicando en la Gaceta lo que saba de oficio sobre tal acontecimiento hasta cerca de dos meses despus de ocurrido. As no presentaba Crdoba, hasta que sal yo de ella al ir terminando Enero, cosa alguna que pudiese l l a m a r l a atencin, dando materia observaciones. Otra cosa debia suceder en Cdiz, adonde llegu cuando iba entrar Febrero. Pero lo que ms me admir fu que, al llegar las puertas de la ciudad, como al presentar nuestros pasaportes se viese que procedamos de Madrid, aunque salidos de aquella poblacin en Noviembre, se nos preguntase, como si fuese todava casi dudoso, como si nosotros, al cabo de dos meses de residencia en una provincia, pudisemos saberlo como testigos presenciales, si eran no real y verdaderamente los franceses dueos de la capital de la monarqua. No estaban, con todo, tan ignorantes de lo que pasaba los habitantes de una ciudad que, si contaba la sazn pocos literatos, no dejaba de tener por m o -

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radores muchos hombres de algunos conocimientos y de buen juicio. Y, sin embargo, tan culta ciudad iba ser en breve teatro de un alboroto vergonzoso, mal descrito por todos cuantos de l han hablado, entre otros por el conde de Toreno, quien hubieron de engaar falsos informes: el alboroto de Febrero de 1809, acompaado de un asesinato, y sealado por circunstancias de ridiculez tal, que en tal ciudad, segn habia aparecido antes y apareci despus, parece increble.

Vil.

N TUMULTO EN U N A CIUDAD DE PROVINCIA EN 1 8 0 9 .

nf Cdiz en 1809 era entre las ciudades de Espaa una de las de ms cultura. Hoy, si no ha decado, apenas ha adelantado, siguiendo casi estadiza, cuando otras han ido progresando, y ella hasta en ciertos puntos perdiendo algo en vez de ganar, si bien hay otros en que ha mejorado, vindose all, como en todo, la compensacin inseparable do las cosas humanas. En esto ltimo, digamos en la parte de ganancias, debe contarse el cultivo del entendimiento, sealadamente en materias literarias, ramo por aquellos das all muy descuidado, llegando parecer hasta ridculos unos pocos, poqusimos jvenes, que tenamos pujos de literatos y remedbamos los escritores.de la vecina Sevilla. En la parte de lo perdido merece contarse el excesivo aseo, el cual, si hoy se conserva, no est en el punto que habia llegado entonces, y el general aspecto y m o dos de los gaditanos, cuyo traje y usos ms tenan de extranjero que de andaluz, aun de espaol, salvo en las mujeres que, al revs, conservaban el vestido nacional eir

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eu pureza. Lo que era muy de notar entonces en aquella ciudad, con razn calificada de emporio, era la falta de vulgo, esto es, de vulgo insolente y soez, y de ello aun hoy bastante queda. Y no obstante esto, habia sido en C diz feroz, como en otras poblaciones de Espaa, el alzamiento popular, hacindose ms notable la ferocidad por l o ilustre de la victima en que dio prueba de s: el general D. Francisco Solano, marqus del Socorro y de la Solana, brbaramente asesinado, despus de haber llevado y sufrido con heroica fortaleza horrorosos tormentos. Nada pareca ms ajeno de la ndole y costumbres de los gaditanos que los movimientos populares, y, con todo, el de ltimos de Mayo de 1808 (segn relaciones fidedignas, porque yo no le presenci) ninguno de otro pueblo habia quedado inferior en violencia. Habia habido en l asimismo una circunstancia singular. Aunque los gaditanos, como todos los espaoles, eran buenos cristianos, tena su piedad religiosa otro carcter que el de los pueblos de tierra adentro, no dejndose sentir, lo menos en lo aparente, e n Cdiz el influjo del clero, particularmente el de los m o nacales. Pero cuando pereci Solano, y qued seoreada de la ciudad la enfurecida plebe, con armas arrancadas del parque en las manos de gente de la cual era muy de temer que hiciese de ellas mal uso, hubo de apelarse un singular remedio para recoger aquellos instrumentos de dao, y fu que se encargasen de hacerlo los capuchinos. Me contaban (mas yo, como aqu dejo dicho, no lo vi, por estar la sazn en Madrid) que era curioso espectculo el d e aquellos religiosos (cuyo hbito distaba ms del vestido comn que el de los frailes de otras rdenes, y por lo mismo les daba un carcter extrao), con grandes canastas cestos llenos de fusiles, pistolas y sables que les entrega-; ban, soltndolo todo de buena gana, los que de ello se haban hecho dueos. Result de esto conseguirlos capuchinos, si bien por breve plazo, una prepotencia en Cdiz

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que nadie les disputaba, ni aun otros miembros del cuerpo del clero secular regular, y ciertamente no los militares ni los empleados civiles. No son ajenas estas particularidades al suceso del tumulto de Febrero de 1809, principal asunto del presente artculo, destinado poner recuerdos de lo pasado la vista de la generacin presente. > * Pero el influjo de los capuchinos estaba, si as puede hablarse, latente y para aparecer slo cuando la necesidad de algn caso haca necesario oportuno su uso. Otra cosa daba ms en rostro en Cdiz, y era ver la poblacin armada formando una milicia muy semejante la que despus con el nombre de nacional, y siendo remedo de la francesa, ha existido en las poblaciones de Espaa, til por dems veces, y en alto grado; en otras ocasiones en no menor proporcin perniciosa; digna de alabanza y de censura; lo primero, por sus hechos patriticos; lo segundo, ms por su yerro que por su culpa de intencin; instrumento, no para afianzar la libertad, sino para sustentar un partido; casi necesario en una guerra en lo interior de un Estado cuando es forzoso no tener ocupado el ejrcito en guarnicin de plazas no amenazadas de cercano peligro. En Cdiz, desde muy largo tiempo habia existido la llamada milicia urbana, pero existido ms en el nombre que de hecho, y con oficiales ms que con soldados, y v e nida ser hasta objeto de risa, pues era conocida con el nombre de regimiento de la Pava! (1). El gran movimiento

(1) De la a n t i g u a milicia urbana fu aprovechada u n a p a r t e , que fu la de los artilleros, servicio que lo era exclusivo de los g a llegos, los cuales abundan en Cdiz, siendo de esta provincia todos los mozos de cordel esquina, y g r a n parte de los criados. Los artilleros gallegos hicieron buen servicio durante el sitio do Cdiz, y destinados un l u g a r de alg-un peligro, como era el del castillo de Puontales, no pocos de ellos perdieron all la vida, Bien est pagarles este leve tributo en recompensa de sus ignorados mritos y sacrificios.

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de 1808 pedia cosa ms viva que poner en pi aquel cas cadver. Cdiz, que envi un nmero muy crecido de v o luntarios los ejrcitos, quiso adems que acudiese la campaa la un tanto numerosa fuerza que la presidiaba, y como plaza tan fuerte no podia quedar desamparada, aun estando lejano el enemigo y cercanos los amigos ingleses dominando los mares, discurrise hacer un cuerpo militar del vecindario. A formarle concurrieron todos a l e gremente y con celo. Nacieron al momento seis batallones numerosos, cuatro de ellos remedo de la infantera de lnea; dos de la ligera. Voluntarios de Cdiz era su nombre: poco, y cabalmente por el suceso que voy aqui narrar, se le confiri por el Gobierno supremo el de voluntarios distinguidos; pero el uso comn era nombrarlos por un apodo mote: el de guacamayos y cananeos. Cuadraba los primeros la calificacin del vistoso pjaro de la zona trrida por la naturaleza de su uniforme, que era imitacin de los del ejrcito ingls; casaca encarnada, cuello, vueltas y solapa verde con un ligero bordado en el primero, pantaln blanco y sombrero de picos, que as se decia el antes por su figura dicho de tres picos, y hoy, por atroz galicismo, hijo de crasa ignorancia, dicho por algunos espaoles tricornio (1), y con ms propiedad, si bien
(1) Siendo demasiado vistoso, y tambin costoso y estorboso el uniforme referido de casaca larga y sombrero de picos para el servicio diario en las guardias y patrullas, los voluntarios de lnea tuvieron otro, compuesto de las prendas siguientes: casaca corta, de color pardo con cuello, solapa pegada, y vuelta anteados, pantaln i g u a l la casaca en invierno, y de malion en verano, y sombrero redondo Gon chapa de latn blanco y u n plumero pequeo, lo cual no disonaba, porque entonces con sombrero i g u a l cubran la cabeza los soldados de marina ingleses. Parecera u n a ridiculez recordar estas cosas del vestido, si no visemos que de olvidarlas r e s u l t a n inconvenientes. Hoy en u n cuadro (de g r a n mrito p o r otra parte) destinado representar la a p e r t u r a de la Cortes deC^iz eo i? veo los espaoles de aquellos d i a s pintados no

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con frsse nueva, sealado como sombrero apuntado (1). A los que llevaban por nombre el de la gente infiel de Canaan no valia tal calificacin el ser reputados descredos, sino el uso de la cartuchera delante del vientre, conocida con la voz de canana, que vena bien con el uniforme de las tropas ligeras espaolas de aquel tiempo, chaqueta con alamares ceida, pantaln igual en color la chaqueta, y en la cabeza lo llamado entonces morrin, y despus chac, que iba anchando segn subia. No me ciega pasin alguna al afirmar que aquellos cuerpos se hicieron merecedores de bastante elogio, y puede decirse de ninguna censura, salvo en el caso que es argumento del presente trabajo, y en el cual lo que empez por yerro, y hasta por culpa, fu en breve remediado y compensado por un buen servicio, aunque, si ha de decirse la verdad ensalzado y premiado con exceso. En los voluntarios de Cdiz se haban alistado solteros, casados y viudos; padres hijos de familia; en suma, hombres quiene., en caso de haber quintas, tocaba entrar

con el traje que usaban, sino con el de los franceses de quince aos antes, digamos de la Convencin, y tal vez del Directorio del Consejo de los Quinientos. (1) Permtaseme a n aqui dar satisfaccin mi mana contra los corruptores de nuestra lengua. He dicho y escrito (no sin encontrar aprohadores) que muchos de los galicismos hoy corrientes nacen, no de haber ledo mucho obras francesas, sino de conocer poco el idioma de nuestros vecinos. Esto sucede los que t r a ducen tricorne por tricornio. Llamaban los franceses chapean a trois comes lo que nosotros sombrero de tres picos. Come en francs es, pues, pico en castellano, tratndose de sombreros. Tricorne es abreviacin de trois comes, y si nosotros fusemos hacer tina i g u a l parecida deberamos decir tripico, pero no podramos porque seria voz ridicula que sonaria como cosa de tripas. De todos modos, como comi en castellano no es pico de sombrero, es tricornio u n barbarismo inadmisible. Dicho sea esto sin esperanza de correccin en los tricornistas

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en sorteo, y otros que no. estaban en igual caso. Como aqu poco h dejo apuntado, Cdiz babia enviado muchos mozos las filas de los defensores de la patria en el campo; pero no todos sus mozos, y de lo primero estaba muy ufana la poblacin. Sin embargo, iba llegando el caso de una quinta. El entusiasmo que habia llevado empuar las armas habia cesado, , dgase, los entusiasmados ya las haban tomado, y los que en estado de usarlas no lo haban hecho, habran de hacerlo compelidos por la ley, si ya no se dejaba sin refuerzos el ejrcito, muy necesitado de tenerlos en abundancia. Corri de sbito la voz que la quinta e s taba resuelta. Entonces hubo en algunos la singular ocurrencia de que ella no debia estar sujeta la poblacin de Cdiz, fundndose la pretensin de tal excepcin en dos razones; de las cuales la primera era haber dado los gaditanos ms que su cupo, lo que debia tomrseles en cuenta como contribucin de sangre adelantada; y la segunda, que los voluntarios estaban haciendo servicio militar, aunque no de campaa ni con el enemigo al frente. No eran razones tales muy poderosas, ni se dieron en trmidos e x presos, pero corran con no poco valimiento, hacindolas correr y esforzndolas los que teman y no queran entrar en cntaro, y acogindolas con favor muchos, ya por temor de ver forzados ser soldados sus parientes y amigos, ya por prestarse creer lo que oyen afirmar. En esto, gentes sin duda arteras inventaron y propagaron otra voz, causa de disgusto. Los cuerpos de voluntarios (decan) iban salir campaa por orden del Gobierno residente en Sevilla. Era enorme desatino la suposicin; pues nadie podia pensar en poner los paisanos de Cdiz armados, los vecinos de la regalada Cdiz, frente frente con los aguerridos enemigos la sazn victoriosos. Pero es comn creer los desatinos, y los que teman entrar en quinta y no queran salir campaa daban crdito aparen-

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"te al desagradable rumor, por lo mismo que no se le daban verdadero, embaucando los sencillos. Por el mismo tiempo habia llegado Cdiz, procedente de Sevilla, y con no s qu comisin del supremo Gobierno, d que era parte, el vocal de la Junta Central, marqus del Villel, seor cataln de ilustre alcurnia y alguna riqueza. El conde de Toreno en su historia es harto desfavorable al del Villel, del cual dice que era, en la Junta Central, de los ms opuestos las reformas y apegado todos los rancios abusos. Lo cierto es que el tal personaje era corto en saber, y al parecer, no largo en luces, de condicin desabrida y de insufrible entono, aunque honrado y buen patricio y caballero. Su entono de gran, seor fu lo que ms disgust los gaditanos, entre quienes figuraban en primer lugar los comerciantes, no de los que pasan en otros lugares con este nombre, sino de clase all diferente de la de los tenderos, y de ellos no pocos hidalgos por su cuna y enlazados con gente de la nobleza inferior. El trato en Cdiz era fino, culto, y aun podra decirse democrtico, tomando esta voz en su mejor acepcin; y, como reinaba la igualdad, era chocante la pretensin de superioridad de la gente de ms alta esfera. El marqus del Villel disgust, pues, por su modo de hacer las cosas, ms todava que por las cosas que. hizo, si bien tiene razn Toreno en culparle de haberse entrometido en negocios privados, averiguando el modo de vivir de las personas, y queriendo arreglar familias entre s mal avenidas, y corregir vicios que no alcanza, porque se los ocultan fuertes consideraciones, el rigor de las leyes. Pero es lo cierto que estas pequeneces, si c Dntribuyeron no poco los excesos de que el del Villel estuvo punto de ;ser vctima, no fueron la causa principal que los trajo. En la quinta que amenazaba est la causa, si no nica, verdadera del desorden y atentados que voy referir inmediatamente.

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Del ejercito francs solian desertarse bastantes soldadosde los numerosos extranjeros que en ellos servan. Losconvidbamos los espaoles la desercin, hacindoles presente que ellos tambin estaban padeciendo bajo el yugo que contribuan poner y agravar sobre la cerviz, de un pueblo que en nada se les habia mostrado contrario. De desertores tales pocos eran polacos, porque los hijos de nacin tan agraviada casi todos se haban dado con celo al servicio del emperador francs, de quien esperaban fuece su redentor, y, siendo celosos de la independencia propia, se mostraban crueles enemigos de la ajena. Sin e m bargo, los polacos eran mirados entre los que componan los ejrcitos de Napolen, si no con favor, poro menos, y , cuando no los ms gratos, eran los ms nombrados entre Ja gente no francesa que militaba en los ejrcitos de l o s invasores. De los desertores de que acabo aqu de hablar se habian formado algunos batallones regimientos, y uno de ellos se dio la orden de pasar Cdiz, mediando F e brero de 4809. Coincidi esto con el temor de la quinta, con las patraas que el mismo temor dio origen, con el disgusto que daba el marqus del Villel, y tambin con el mal aspecto de la causa pblica, siendo sealadas y repetidas las ventajas que la sazn alcanzaban las tropas francesas sobre las espaolas. Donde quiera abundaban combustibles hacinados, y en Cdiz causaron un incendio. La chispa la mecha que prendi fuego tantas materias preparadas para recibirle y extenderle, fu la p r xima llegada del batalln de deserlores. Do repente se oye una voz terrible: Cdiz estaba vendido: los voluntarios iban salir, y en su lugar iban entrar los polacos ( los cuales el vulgo gaditano, acostumbrado hablar de b a r cos, y habiendo de estos una clase con el nombre de polaeras, llamaba polacros). La Central era bien mal obededecida, pero lo era slo en los puntos capitales; mereca

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veces aprobacin y la consegua, pero no inspiraba plena confianza, porque no estaba en posesin del afecto popular, que en cada provincia quedaba reservado sus respectivas juntas. No era de extraar que en tal cuerpo hubiese traidores. De todos modos, lo necesario, lo urgente era impedir la entrada los polacros, de lo cual era consecuencia necesaria, aunque de ello no se hablase, que los voluntarios no saliesen. La voz propagada fu s e al de un tumulto. Los fanticos honrados de la clase inferior, y los amantes de desorden, quienes sucesos poco lejanos habian dado ser y valor, acudieron una seal, que lo era en su sentir de la hora de volver, su modo, por la causa de la patria, siempre puesta en peligro por los traidores. El tumulto estall y creci. Los alborotados salieron en tropel voceando y amenazando por la Puerta de Tierra, por donde venian, estando ya cercanos, los mal encubiertos enemigos quienes era necesario hacer frente. En el camino que va de Cdiz unir la ciudad con lo dems de Espaa, se alza hoy, y entonces comenzaba alzarse, una obra de fortificacin, llamada la Cortadura, porque lo era en el arrecife calzada, formndola un simple lienzo cortina flanqueada por dos baluartes, y baada por el mar por uno y otro extremo. Habia comenzado esta obra D. Toms de Mora, destinndola impedir que los franceses, si penetraban en la isla gaditana (1), pudiesen bombardear Cdiz. Digo que la obra estaba slo comenzada, pues quedaba del todo abierta, y nopodia hacer todava ni una mediana defensa, no obstante lo cual, habia en ella ya caones. Al llegar los amotinados aquel
(1) Es de a d v e r t i r que la voz isla gaditana, a u n q u e muy p r o pia, slo empez ser usada entonces. Antes la ciudad de Cdiz no daba nombre la isla, y la poblacin, boy ciudad de San Fernando, era llamndn isla de Len, con el aditamento de Real. La isla geogrfica dividida de la tierra firme por u n brazo de mar, .sobre el cual corre el puente de Suazo, no tena nombra.

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punto, le encontraron mal defendido, como deban ya saher; pero lo que les prob ser su triste estado obra de 1* traicin y no de falla de tiempo, fu que, segn afirmaban^ hallaron los caones llenos de arena. Que as fuese era, no slo posible, sino probable, porque la mar azota con furia aquellas playas y todo lugar ella vecino, y sus olas, cuando se encrespan, traen consigo gruesas cantidades de arena, que sacuden, despiden y dejan en el terreno que han llegado se han acercado cuando se retiran. Tal v e s no haba ni aun tal arena; pero si la hubiese, fcil era vaciar de ella las piezas antes de hacer fuego. No se paraban hacer estos juicios crticos los sediciosos. La arena hallada, que creyeron hallar, fu un comprobante de la traicin. En esto apareci el batalln que vena de m a r cha, cansado, pacfico, ajeno de recelo. Embisti de r e pente con los extranjeros la turba popular, nada temible, pues hasta poco numerosa era. No hicieron defensa aquellos pobres soldados, aunque bien podan, porque hubieron de quedar pasmados al recibir tal hospedaje. As es que n o hubo ni heridos, pues los extranjeros, atnitos, se dejaron hasta apalear, pero no mucho, pues retrocedieron, y con mostrarse sumisos apaciguaron la furia de los a g r e sores. Mientras esto pasaba fuera de puertas, dentro iba agavillndose la gente alborotada delante de la casa del marqus de Villel. Los vencedores de los polacos, vueltos triunfantes Cdiz, aumentaron la furia de la muchedumbre, si muchedumbre mereca llamarse aquel nmero de personas, aunque no crecido, lo bastante para dominar sin resistencia. El marqus fu declarado traidor, lo que s e sigui el intento de matarle, como era uso hacer con los traidores. Iba ser allanada la casa y muerto el personaje,, blanco de la ira de los sediciosos. Entonces acudieron los voluntarios defender la persona as amenazada. Hasta aquel momento haban sido espectadores del tumulto, no-

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aprobndole, aunque no faltase entre ellos quienes le viesen con aprobacin apenas encubierta, pero no haciendo cosa encaminada contenerle. No podia, con todo, aquel cuerpo consentir en que se cometiese su vista, estando ^ armado, un asesinato. As, protegi al marqus de Ville|\> salvndole la vida, y le llev entre sus filas amparando su' persona, mas no sosteniendo su autoridad, hasta d e p o s j I tarle en lugar seguro. No habia entonces ms que uno lo fuese completamente en Cdiz, aun contando las i g l e - ^ sias: no habia ms que el convento de los la sazn archipopulares capuchinos. All qued el vocal del Supremo Gobierno de Espaa reconocido por la misma Cdiz, y qued, si no en calidad de preso, poco menos. En salvo ya la vida del marqus, nadie pens por lo pronto en restablecer el imperio de las leyes. Pero era necesario que hubiese quien gobernase aquella ciudad y plaza fuerte, siquiera como titular, porque el gobierno quedaba en la plebe alborotada. El empleo puesto de gobernador en Cdiz no estaba vacante, pues le tena un D. Flix Jones, mariscal de campo, militar antiguo, cuyos servicios habian sido en la brigada irlandesa de nuestro ejrcito, siendo, como declaraba su apellido, su familia oriunda de Irlanda de Gales; buen seor, y no mal oficial soldado, pero desigual sin duda la situacin en que se vea, y en que estaba asimismo todo cuanto le rodeaba. Salv al general Jones de completa sospecha su apellido britnico, y de que le temiesen los alborotados su flaqueza; pero, si hubo de quedar libre de peligro, en su autoridad qued anulado. Pas Cdiz un dia en poder de la plebe, pero la de Cdiz, por fortuna, con alguna rara excepcin, est exenta de ferocidad. No peligraron las casas, ni en general las personas. Se gritaba, pero nada se proceda. En tal situacin cerr la noche y vino con ella el sosiego. En la maana del nuevo dia aparecieron las cosas sin

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notable mudanza. Pero era imposible que, faltando todo freno las malas pasiones, faltase quien, impelido por ellas, se arrojase cometer un crimen. Desempeaba la sazn el cargo de comandante del resguardo D. N. Heredia, quien relaciones de su familia con el prncipe de ia Paz hacan poco grato la opinin popular, y quien su ingrato empleo forzosamente habia de haber puesto en mal predicamento con la clase algo numerosa, y nada buena, de los contrabandistas. No habia el pobre Hercdia tenido ni la menor parte en la venida de los terribles polacros, ni en los actos despticos del marqus de Villel, ni en cosa alguna de todas cuantas daban motivo al tumulto, pero no careca de enemigos, y la hora era propicia para que el que se quejaba con razn sin ella de un dao recibido se vengase. No acierto decir, porque no llegu averiguarlo, cmo supo el desdichado que su vida estaba en peligro, pero ello es que, en vez de esconderse, huy, no sin ser visto y seguido en la fuga. Al ir embarcarse, ya embarcado, y corto trecho de tierra, en una barquilla, fu alcanzado por sus perseguidores, que le quitaron la vida. Tan inesperado asesinato caus horror, y se vio que no podia seguir Cdiz sin gobierno. Jones nada hacia y nada podia, y se ignoraba, no viendo que fuese algo de hecho, si era no todava gobernador de derecho. Resolvi esta cuestin el nombramiento de un nuevo gobernador militar y poltico, y la eleccin, hecha no puede saberse por quin, recay en el guardin de capuchinos, llegando con esto. su apogeo el favor extraordinario de que aquella orden monstica gozaba; y no sin razn digo su apogeo, pues desde entonces empez declinar, hasta llegar cuatro aos despus un estado de abatimiento cual nunca le haba tenido en Espaa. Habia algo de instinto popular en nombramiento tan ridculo, porque, recelndose traiciones por lodos lados, hubo de parecer la persona de ms conlianza la ms interesada eu que no dominasen los franceses,

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y (al pareci un fraile, pues aunque Napolen al arrogarse el trono de Espaa y traspasarle su hermano, sin darle absoluta independencia, lejos de abolir desde luego las rdenes monacales, las habia reconocido hasta sealarles lugar representadas por sus generales en las Cortes dispuestas por la Constitucin de Bayona, bien veian los del clero secular, y ms an los del regular, cercano el fin de su existencia stos, y de su influjo aquellos con el establecimiento de un poder no favorable la libertad poltica y civil, pero s desfavorable todo pensamiento religioso. Otro tanto vea el pueblo confusamente, como suele l ver las cosas, y por esto nombr para gobernarle al capuchino, si hombre poco -propsito para ejercer la autoridad en lo militar, y aun en lo civil, de toda confianza en cuanto no entregar la plaza de Cdiz los enemigos. No puedo acordarme cunto tiempo, clur el gobierno del buen guardin (1), pero s que acab como por con(1) E s t en su l u g a r contar u n a aneedotilla relativa estos s u cesos. Venia en las horas que la narracin de arriba se refiere, navegando para Cdiz, a u n no bien restablecido de u n a grave h e Tida recibida en la batalla de Espinosa, el ilustre general de marina D . C a y e t a n o Valds, tan clebre en Espaa antes y despus. y en Cdiz m u y p a r t i c u l a r m e n t e . Al ir entrar en el puerto, como pasasen cerca algunas barcas, el general, deseoso de saber quin ejercia la autoridad militar con que l habia de entenderse, preg u n t quin era el gobernador de Cdiz -El guardin de Capuchinos, le respondieron desde lejos. Pareci bufonada de mal g u s t o al general la respuesta. Pero al hacer igual p r e g u n t a otra embarcacin que pas, oy tambin que era gobernador de Cdiz 1 guardin de Capuchinos. Conociendo Valds que es uso en las cercanas de Cdiz poner en boga por temporadas u n dichete ms menos nada chistoso, pens que r a l a gracia de uso entonces decir que gobernaba el guardin de Capuchinos. Pero llegndose -al buque donde vena y detenindose un costado u n bote (no s si el de sanidad el del prctico), y reiterada la pregunta, y recibida la misma respuesta, incomodndose el general de que le viniesen con bufonadas, y manifestando su enojo, supo con admirac i n ser el hecho que l deseaba saber lo que le habia parecido

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suncion en breve plazo, no deponindole la Junta central, pero s nombrando un nuevo gobernador militar y poltico, cargos desempeados entonces por una misma persona, y sta de la clase de los oficiales generales. No acierto decir s fu bien comprendido en Sevilla el alboroto de Cdiz, pero lo cierto es que hubo aplausos y premios slo hasta cierto punto merecidos, y poca severidad imparcialidad en el castigo, ya dictase tal conducta el error, ya el disimulo. A los voluntarios de Cdiz fueron dadas recompensas honorficas, el dictado de distinguidos y el uso de los cordones de cadete, todo ello por haber amparado la vida del marqus, olvidando, no sabiendo, callando que para enfrenar el alboroto, particularmente en sus principios, cuando era cosa fcil, haban hecho poco nada. El marqus del Villel fu llamado Sevilla y la Junta, desagraviado con palabras de aprobacin y sin repugnancia suya salir de una ciudad en la cual habia hallado ms sinsabores que satisfacciones. Fueron presos, creo que sin otros compaeros, dos jvenes de Cdiz, ambos instruidos, y que despus hicieron mediana fortuna, D. Manuel Mara de Arrieta y D. Pablo Massa, cuyo delito, dgase cuyo supuesto delito, pues fueron al cabo absueltos despus de larga, pero no dura prisin, y de una causa enojosa, era haber hecho el papel de representantes del pueblo alborotado para expresar sus pretensiones. De la quinta no volvi ' hablarse, quedando exenta de ella los gaditanos, bien que en ninguna poblacin de Espaa creo que fu llevado efecto con la debida regularidad y exactitud este modo de reclutar el ejrcito, poco propio para dias en que el entusiasmo haca mucho y el poder de la autoridad era corto, por lo cual acudan las filas los que queran, y los renitentes reacios nadie poda sacar de su retiro.
t u r i s t a necia. De boca del mismo general he oulo, y ms de una. vez este lance.

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Del alboroto de Febrero no qued en Cdiz s e a l . P3S all tranquilo el ao 1809, causando alegra las po cas y cortas ventajas en el mismo perodo conseguidaspor nuestras armas, y dolor los grandes y multiplicados reveses de las mismas en aquellos dias aciagos; pero r e i nando la tranquilidad ms completa, de suerte que en momentos de tantas penas tuvo Cdiz la felicidad de no tener historia, mientras tan llena de sucesos estaba la de otras provincias. Los voluntarios siguieron prestando buenos servicios, y manteniendo la ciudad en paz y s o siego, de suerte que hasta el trmino final de la guerra no volvi aquella poblacin ver un alboroto de consideracin en sus calles, ni cay vctima de la furia p o pular persona alguna. Recien entrado el ao de 18-10 fueron otras las circunstancias, en las cuales Cdiz, si no le consistieron las suyas sealarse por actos de herosmo, se acredit de fiel la causa de la patria, haciendo por sustentarla sacrificios no leves. Adems, la ciudad que s e entreg al gobierno de un religioso, poco despus hizo > la causa de las reformas celoso acogimiento, sucediendo all las doctrinas innovadoras y liberales lo que planta llevada terreno bien preparado para recibirla y criarla lozana, y, en cuanto no lo impiden desdichas inevitables, fuerte y robusta. Pero los sucesos desde 18-10 hasta 4 8 1 * no entran en el propsito del presente artculo, y como sonharto conocidos (1), las memorias que de ellos conservo no(1) Acaba de salir l u z u n a obra de mucho mrito en su clase., y cuyo objeto es referir particularidades de sucesos ocurridos e a Cdiz, y de los mritos contraidos por aquella poblacin durante 1 1 g u e r r a de la Independencia. El autor de este librito, que es don Adolfo de Castro, est ya muy conocido por muchas producciones de su pluma como hombre de nada comn erudicin y laboriosidad, a l o cual a g r e g a prendas de diccin y estilo. Su obrilla contill i mil cosas, m u c h a s de las cuales conservaba en la memoria q riea esto escribe, pensando pasarlas al papel. Hoy no sabe si 1 har, pues lo que contara como hasta ahora ignorado, en gran

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aeran quiz trasmitidas la pluma como parte de los r e cuerdos que con desalio procuro dejar constantes para divertimiento, si ya no para enseanza, de la generacin presente y de las futuras.
p a r t e ha pasado ya ser sabido. Pero si el Sr. de Castro h a hecho cuanto es dado hacer la erudicin y diligencia ms prolija, como .no vio los tiempos de que habla, sabe y cuenta bien lo que en ellos pas, pero no como pas y con la fisonoma de los hombres y cosas de entonces, lo cual no puede poner la vista de sus lectores. Hay, por otra parte, ocurrencias de que son narradores infieles los documentos existentes, porque callan menudencias conocidas de los que vivan cuando ellos nacieron, las cuales explican los .acontecimientos, veces punto de convertirlos en cosa ms .flinos diferente d e l e que referidos de oficio aparecen.

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C M O S E PASABA 13EN EL T I E M P O EN UNA CIUDAD S I T I A D A .

No vayan creer mis lectores que al escribir las siguientes paginas me propongo contar heclios heroicos,, ni crean que recomiendo la estancia en una plaza fuerte, verdaderamente asediada y combatida, como una situacin halagea. Intento, al refrescar en la mente antiguas memorias y pasarlas la pluma, y de ella la estampa, poner la vista de la generacin presente algunas escenas del singular drama que se representaba en Cdiz cuandoestaba al frente, en la opuesta costa, el ejrcito enemigo, dueo ya, aunque no bien asentado en su posesin, sino muy al contrario, de las tres cuartas partes del territorio espaol, y representante del poder del imperio francs bajo el varn ms sin igual que vieron todas las edades. Fueron los actos de herosmo nada escasos en la guerraque sostuvo Espaa en desagravio de su honor ofendido y en defensa de su independencia, pero de estos no hubu de caber parte los vecinos de Cdiz, si bien muchos de ellos se sealaron en la campaa, porque su ciudad, o r o -

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tegda por La naturaleza, les facilitaba resistir sin estragos ni graves peligros. Asi, mal puede llamarse sitio aun bloqueo lo que hacan los franceses respecto la desde entonces llamada isla Gaditana. La relacin de unos con otros beligerantes en aquellos lugares desde Febrero de i 810 hasta Agosto de 1812, cre un estado anmalo, compendiand o abreviando Espaa hasta tenerla encerrada en reducidsimos lmites, pero sin quitar el carcter de la potencia Espaa aquella cortsima porcin de su territorio. Por esto, cuando los sitios afamados de Zaragoza y Gerona, y aun los menos clebres, pero dignos de recordacin y alabanza, de Astorga, Ciudad-Rodrigo, Tortosa, Tarragona y algunos ms, trajeron los sitiados horrorosos males, donde fu probado su herosmo, los moradores en Cdiz y la vecina isla de Len (hoy ciudad de San Fernando) cupo en suerte un buen pasar corla distancia de los fuegos de -un contrario poderoso. Ni con esto pienso rebajar el mrito contrado por una ciudad de que soy hijo, la cual conservo amor entraable. No puede afirmarse qu habran hecho los gaditanos puestos en grande apuro, y sujetos los ms duros rigores d l a guerra; pero lo que les toc hacer lo hicieron bien, portndose como buenos espaoles. Ya en otro lugar de estos recuerdos he contado que dieron los ejrcitos una buena suma de voluntarios, y tambin he referido que el batalln de tiradores de Cdiz, compuesto si no todo de gaditanos, de moradores de aquella ciudad y sus cercanas, hizo en Lerin, en Octubre de 1808, una gloriosa defensa, cabalmente en los dias en que, amortecida la llama que tanto brill en los primeros sucesos -del alzamiento, y tanto estrago caus en el enemigo, empezaba la poca de los reveses, no sin mengua del crdito de nuestros soldados. Tambin he dicho que todo habia sido paz y sosiego en Cdiz desde Febrero de 1809 hasta ir terminar el Enero del ao siguiente. Pero entonces.;

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invadida la Andaluca con resistencia cortsima de nuestras escasas y desalentadas tropas, venian con gran poder sobre Cdiz los franceses. Suya era casi toda Espaa: fuera de la Pennsula ibrica no contaba el emperador francs con un slo enemigo en el Continente. Por un momento pareca como que (laqueaba en los espaoles el propsito de resistir todo trance al invasor, dado que la resistencia slo podia parar en ser vencidos y al cabo sujetos. Sin embargo, nadie pens en Cdiz en abrir las puertas los la sazn vencedores. Resistir era tenido por cosa precisa y como natural. Uno de los graves inconvenientes con que se haca n e cesario luchar era con la lalta de Gobierno. Verdad es que el de la Junta Central, por un ao establecida en Sevilla, habia d c 3 r e t a d o trasladarse la isla de Len; pero la Junta Central habia cado en sumo desconcepto, por cierto no merecido, lo menos hasta el punto que h a bia llegado en aquella hora. Sabase confusamente que en Sevilla un medio motin, con pretensiones de revolucin, habia sustituido al malaventurado y desconceptuado Gobierno que lo habia sido de Espaa el de la antigua Junta de provincia, reforzada con algunos personajes mal contentos inquietos; pero el recien formado resucitado cuerpo era modo de fantasma visin, que soplo mucho menor que el del furioso viento que todo lo iba barriendo y desbaratando, debia desaparecer resuelto en humo niebla. Cdiz no hizo caso del recien nacido poder, ni del antiguo, que reputaba difunto, y apel al recurso de aquel tiempo, en que era fcil y comn nombrar gobierno creando una Junta. De ella hizo cabeza el que era gobernador militar y poltico de la ciudad, el general don Francisco Javier Venegas; militar antiguo, general que habia mandado con varia fortuna, literato, caballero cumplido con mucho de cortesano, aunque poco habia vivido en la corte; hombre, en fin, de los que aciertan ganarse las

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voluntades. Los dems de la Junta fueron nombrados por un mtodo regular y por eleccin indirecta, que era lo que privaba entonces, , digamos, el nico sistema electoral conocido. Sentado ya que habia de resistirse y nombrada Junta, la; cual, por supuesto, ninguna autoridad superior obedeca, a lo mnes en algn tiempo, quedaba y era urgente llevar el propsito efecto. Si algo podia disminuir el valor de la animosa resolucin de defenderse, era la firmo fe de que Cdiz y aun la isla eran inexpugnables. Ya habia pasado por tal Despeaperros, y acababa de desmentirse su alto concepto; pero un caso no probaba contra otro; sucediendo, como en otros lances de la vida pblica privada, ser vana en su significado la palabra escarmiento, no sio en cabeza ajena, sino menudo hasta en la propia. En cuanto la ocasin de que voy hablando, se vea el puente de Suazo echado sobre un brazo de mar con agua harto profunda; bateras rasantes los lados del extremo que va al Continente; a l rededor, por la parte de afuera, salinas pantanosas, donde solo puede andarse por angostsimos pasos conocidos slo de los salineros, y fuera de los cuales perece hundindose quien temerariamente se arroja pisar el terreno engaoso; y se colegia de lodo ello, no si razn, pues acredit despus la experiencia ser muy fundada la confianza, que obstculos tales no podan ser vencidos por los agresores. Pero se olvidaba que la ciencia y el valor en la guerra s u peran los ms formidables, y que para la defensa de puntos, aun siendo fortisimos, se ha menester gente numerosa que los presidie. Esto faltaba eu Cdiz, y porque i n e s peradamente fu suplida esta falta, pudo la isla Gaditana tener al frente al poderossimo enemigo durante treinta meses y dias, sin peligro casi, con pocos inconvenientes, y de modo tal, que la vida all vino ser, no meramente tranquila y cmoda, sino agradable y divertida.

KECC'EI'.DOS D U N A N C I A N O .

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Fuese como fuese, aun con la escasa fuerza que habia en Cdiz y la isla de Len comenz prepararse la d e fensa. De la del puente de Suazo no trat inmediatamente el vecindario de Cdiz, dejndola cuidado de la autoridad militar entonces obedecida. Pero las inmediaciones de la ciudad podan ser puestas en estado de buena defensa, construyendo y asimismo derribando lo necesario dificultar su empresa los sitiadores que se veian en perspectiva. Tena Cdiz, y tiene otra vez boy, fuera de la punta de tierra, por donde slo puede ser atacada, buen nmero de casitas y jardines, pobres chicas, aunque aseadas y bonitas las primeras, ridos los segundos, los cuales envia de continuo el mar grandes cantidades de arena, cuya humedad salitrosa en breve desaparece, volvindose seca y enemiga de la vegetacin, aunque no punto de destruir la que existe, pero s de dejarle poca belleza frescura. Estos edificios era forzoso echar por tierra, dejando llano y liso el terreno donde, llegando ocasin de ello, pudiese jugar bien la artillera de la plaza. Aun antes de venir caso tal, convenia detener al enemigo agresor, y particularmente en lugar tan distante que desde l no pudiese mortificar al vecindario y destruir el casero, arrojando la ciudad bombas. Para ello habia sido trazada y empezaba levantarse la Cortadura que ya he descrito en otro artculo de estos mis recuerdos. Poco se habia adelantado en ella desde que, once meses antes, habia sido teatro donde fu representada la escena de la supuesta traicin descubierta y del fcil vencimiento de los polacros. El lienzo de cantera oslaba hecho, as en la parte de la cortina como en la de los baluartes, pero por otras nada habia, faltando an el terrapln piso de la muralla. A remediar tales males peligros acudi solicito todo el vecindario de Cdiz, quiero decir, todos los vecinos varones y no impedidos. Era de ver el gento que poblaba las 10

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afueras de aquella linda ciudad, todo l compuesto de trabajadores aficionados. Como sucede en ocasiones semejantes, reinaba entre el bullicio la alegra, sin que se pensase en que la causa de tal concurrencia ms era para dolerse que para alegrarse. Frailes robustos, de aquellos de que sacan copias los enemigos de 'as rdenes monsticas para ridiculizar sin ra?on todos, asidos de gruesas sogas tiraban de parle de las casitas destinadas ser derribadas, y en breve las igualaban con el suelo, entre risas y pullas de las que solan usarse con los de su hbito, los cuales a u n tiempo, con nolable contradiccin, se tributaba respeto y se hacia objeto de stira veces grosera, mientras ellos, acostumbrados recibir tiros de saetas sin punta y arrojadas sin intencin de daarlos menoscabando su poder influencia, correspondan de buen humor con dichetes iguales los de que eran objeto. Hombres de todas las edades, cuyos vestidos declaraban ser su condicin y situacin en la vida social cuando menos acomodada, formando cadena, pasaban de mano en mano espuertas lenas de tierra, revueltos con gente de inferior clase para la cual era ms fcil, aunque en ellas no fuese costumbre, tal trabajo. Suplan el celo y el nmero la falta de fuerzas de habilidad, y animaba los trabajadores ver cunto adelantaban, porque en poco tiempo qued levantado el alto terrapln, que apisonaban otros costa de salir con los brazos, si no lastimados, doloridos (i). Dur cosa de

(1) Me acuerdo del buen h u m o r con que acudamos trabajar, formando una como cuadrilla los que solamos concurrir la tertulia de la marquesa de Casa-Pontejos, madre d l a excelentsima seora marquesa de Miraflores. Eran estos, entre otros, el duque de Hjar (Agustia), poeta, si no de g r a n mrito, no del todo malo, y regular literato; el actual duque (entonces conde de Salvatierra); el conde do Casa-Tilli (despus marqus de Iturbieta); al que llevaba por su mujer el ttulo de Casa-Pontejos; D. Fernando Silva (no el afamado corregidor de Madrid, D. J. Vizcano), y a l g u n o s

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na semana este trabajar de todos sin orden ni regla, p e r o . al cabo del breve plazo que acabo de decir, entr un arreglo dispuesto por la autoridad, que fu dividir la ciudad en barrios para el trabajo, y hacer que cada dia fuesen los de aquel al cual locase hacer la necesaria faena. Ni aun por esto, pesar de que ya privaba algo al trabajo de su calidad de voluntario, ces el celo durante algunos dias; pero empez la hora en que con el cansancio vena la tibieza, perdiendo adems la obra el atractivo de la novedad, si bien por fortuna entonces lo ms urgente estaba hecho, y por otra parte quedaba muy disminuida la importancia de la Cortadura, porque otro era ya el punto destinado tener raya el poder francs, salvando la independencia de Espaa, y aun bien puede afirmarse sin jactancia, por consecuencia de la de Espaa la de Europa, rescatando gobiernos y pueblos la que tenan perdida. Mientras se trabajaba en la Cortadura, y era esto el principal entretenimiento de los gaditanos, la inesperada aparicin del duque de Alburquerque con su divisin,, con dar guarnicin suficiente las lneas del brazo de mar que va desde la Carraca Sancti Pelri, asegur la posesin de la empezada llamar isla Gaditana los sustentadores d e la independencia. No es asunto d l a s presentes pginas contar de nuevo la historia de aquellos dias, referida ya por mejor cortamas hoy borrados de mi memoria, y todos, menos el duque de Hijar y yo, salidos y a al teatro del mundo. Con qu alegra y ardor pasbamos de mano mano las espuertas de tierra, y las contbamos para gloriarnos de lo activo de nuestro trabajo! No as con el pisn, pues yo le hube de t o m a r creyndole obra poco penosa, y tuve que soltarle en breve, lleno de dolores en los brazos. U n a enorme caldera llena de arroz con buenos.tasajos servia para r e ponernos de la atiga, y metamos en ella n u e s t r a s cucharas, do palo, paro limpias y cada dia nuevas.

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das plumas, y hasta por la misma, tosca y pobre como e s , de que salen estos renglones. En ellos me propongo slodecir lo que la historia no compete, por ser demasiada humilde; lo que han callado quienes lo vieron; aquello de que hoy existen pocos que hayan sido testigos presenciales; pocos, y que parecemos ruinas en pi, pero en quienes no est mal, cuando podamos, que hablemos, pues nos o m o s piedras, y que presentemos la generacin presente algunos cuadros de costumbres donde conozcan las de sus abuelos. No obstante estar preparadas todo, la aparicin d l o s franceses al frente de Cdiz no dej de producir un efecto desagradable, , cuando menos, solemnemente triste. Era el tlia 8 de Febrero. Brillaba, como suele all casi de continuo, el sol, siendo no infrecuentes, pero s de corta duracin, los nublados; y la atmsfera, pura y despejada, rival, si no superior la de Madrid en sus bellos dias, permita v e r los objetos distantes con claridad asombrosa. . En la espectatva del poco grato espectculo cuya a p a ricin era segura y se veia prxima, estaban los moradotres de Cdiz, armados muchos de ellos con anteojos, p o blando torres y azoteas, y la muralla que mira al Norte* clavada la vista en la contrapuesta costa, y de ella en el punto llamado de Buena-Vista, por donde es el camino de Jerez al Puerto de Santa Mara, principal medio de comunicacin de lo ulterior de Espaa con las poblaciones que rodean Cdiz. De repeste se divisa polvo: poco aparecen tropas de caballera, reflejando un tanto la luz del sol las capas blancas y cascos de acero de los dragones franceses, que venan delante de las dems tropas de su nacin* en ordenanza como de quien no espera tropezar con oposicin alguna inmediata. Singular cosa era ver aquella gente, la par odiosa y temible al pueblo espaol, y verla sin recelo, aunque no'para recibirla como amiga; efecto ello de la disposicin de aquellos lugares. As e s , que s i

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nadie los vio con gusto, no hubo quien los viese con miedo, y hubo de suceder, aun los tmidos, lo que al cordero de la fbula, que en el bien guardado redil hasta llegaba echar fieros y retos al lobo (-1). No tardaron los franceses en acercarse al puente de. Suazo. Entonces empez correr la noticia de que, adelantndose reconocer las bateras, algunos pocos d r a g o nes hubieron de aventurarse pisar el terreno de las salinas, en el que se hundieron caballos y hombres hasta quedar sepultados, lo cual se celebraba con risadas, ponderndose el apuro que debieron tener al ir hundindose en el fango con la ferocidad con que celebra la pasin la -desventura de un contrario aborrecido. No s si fu cierto este suceso; pero bien pudo, y, fuese no verdad, sirvi para confirmar en la opinin de que era aquel terreno intransitable, dando los que estaban detras de l seguro amparo.

(1) No est dems repetir aqu la noble y sencilla respuesta dada por Cdiz la intimacin hecha por los franceses para que se s u jetasen Jos Bonaparte: >La ciudad de Cdiz, fiel los principios que h a jurado, no reconoce otro soberano que al S r . D. Fernando VII." Y tampoco parece excusado renovar aqui la memoria do los agravios y calumnias de la historia de El Consulado y el Imperio, de M. Thiers, que en lo referente otros pueblos que al francs, no pasa de obra de invencin. Dice el calumniador de Espaa que los habitantes de Cdiz, muy confiados en la fuerza natural de su ciudad y en el apoyo de las tropas inglesas, dieron suelta s u s pasiones, opusieron insultantes bravatas las intimaciones de los franceses, y anduvieron alborotados, divididos, matndose unos & \otros, y todo ello impunemente. A esto hay quien llame historia, .historia exacta impareial. Bien que y a v a despertando el mundo en cuanto la obra de Thiers. Los ingleses, que la llevaron con paciencia, comienzan probar s u s falsedades. Hasta h a y y a franceses que la censuran con rigor. Y es de creer que se arrepientan de haberla alabado como imparciai y verdica espaoles quienes alucin su indudable g r a n mrito; mrito, sin embargo, oscurecido _por gravsimas faltas.

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A pocos dias ya no fu el puente de Suazo el lmite entre el reino que dominaba el intruso Jos y el que r e c o noca por rey al cautivo Fernando. El duque de Alburquerque sali de la isla de Len, y ocup un puesto que dista de ella sobre un cuarto de legua, donde habia un portazgo, y que estaba vecino al cao de Zurraque. No s por qu no le disputaron la posesin de tal punto los franceses. Ello es que, teniendo condiciones para la defensa iguales la del puente mismo, y adems la ventaja de s e r punto ms avanzado, se plant all una batera llamada del portazgo, la cual no fu ni siquiera formalmente atacada por el enemigo durante los treinta meses que sigui al frente de aquella Espaa en compendio, y el poder que ' se dilataba hasta las riberas del Bltico hubo de respetar aquellas obras de pobre aspecto, pero de verdadera fortaleza. Qued, pues, la isla de Len segura la par que la ciudad de Cdiz. As es que en ella muri legalmente la Central hizo su testamento, instituyendo por heredero al Consejo de Regencia. All se estableci ste y tom el carcter de Gobierno Supremo de Espaa, sin que se le negase Cdiz, aunque por lo pronto no se le reconociese del todo, siendo objeto de su amor exclusivo, cuando el amor no era corla parte del poder de la autoridad, su llueva Junta. La isla de Len vino ser para los gaditanos lo que paraMadrid un Sitio Real cuando en l resida la corte, lugar donde era comn, y con frecuencia necesario, ir para nerocios, y asimismo veces para diversin y recreo. El camino estaba en buen estado, y era completamente seguro, pues ni aun cuando pudiesen alcanzar all los fuegos de los franceses, malgastaran ellos su plvora municiones en disparar blanco incierto, donde, aun acertando un tiro, sacaran de esto muy escasa ventaja. Febrero, Marzo y parle de Abril fueron para las dos po~

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Mariones asediadas una poca de tranquilidad. Algo molest al principio la caresta, pero ces pronto, recibindose toda clase de auxilios de lugares vecinos y lejanos y de tierras extraas. Estando aliados los espaoles con los ingleses, participaban de la dominacin de stos en el mar para traficar en toda clase de gneros. Galicia, libre de franceses desde Junio de 1808, y nunca vuelta ocupar por ellos, aun cuando se enseorearon de poco menos que toda Espaa, enviaba sus hermanos de la isla Gaditana los abundantes productos de sus r b o l e s , pastos y corrales; los otros pueblos de la costa de Espaa, especialmente los de Andaluca, no bien salan de ello los soldados franceses, que mal podan estar en todas partes de continuo cuando se ponan en comunicacin con la Espaa de que eran parte, la cual existia all donde estaba el Gobierno nacional, , digamos, donde se reconoca estar la cabeza del cuerpo moral llamado patria, cuerpo cuyos miembros bien podan estar en sujecin al titulado rey Jos, pero que siempre se miraban y en efecto eran partes de un todo que no podia dominar la fuerza material, porque estaba por su ndole fuera de su jurisdiccin de sus alcances. As es que, como dos meses despus* de formalizado el bloqueo, que slo lo era por la parte de tierra, llegaron los alimentos un precio razonable, mantenindose el importante artculo de la carne de vaca seis reales la libra de 39 onzas, y las dems carnes y pan en prooorcion esto, y abundando las verduras, frutas y otros regalos. Los aljibes provistos de agua llovediza, que es delgada y sin sabor, bastaron impedir que hubiese sed, sirvindoles de suplemento algunos pozos, cuyo contenido, si menos grato, por ser el agua algo menos delgada, nada tena de salobre. Hostilidades apenas habia. Las escuadras inglesa y espaola surtas en la baha, y ms an las numerosas lanchas caoneras de ambas naciones, disparaban veces los

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enemigos situados en la costa opuesta. Asimismo, en las lneas alguna vez se haca fuego; pero tan intil uso de plvora y el no ms provechoso sacrificio de algunas vidas, nada podan influir en el xito de la contienda pendiente. Un suceso desagradable interrumpi, si no del todo en todos, el sosiego material, el del espritu en aquel perodo. Pocos dias despus de haberse presentado delante de Cdiz los franceses, y en los primeros dias de Marzo, en que acert ser el Carnaval (del 4 al 6), rompi un furioso temporal del S. al SO., tal, que record los gaditanos el que sigui inmediatamente al combate de Trafalgar, al cual super en violencia, aunque no en duracin, no habiendo este ltimo excedido del trmino de tres dias. Hasta los acostumbrados escena tan aterradora como lo es la que presenta la casi aislada Cdiz cuando, movidas las olas por un viento parecido, aunque no igual, al huracan, amenazan tragarse aquella tierra baja, expuesta los efectos de su furia, horrorizaban el ruido del mar y del viento, la atmsfera cargada de nubes, la espuma marina cayendo la par con la lluvia, los edificios estremecindose los. recios embates que oponan resistencia, al parecer, si bien no en realidad, por dems flaca y precaria. A los venidos de tierra adentro hubo de ser objeto de pasmo y terror espectculo tan horrible y grandioso. En medio de l, dos de las reliquias de nuestra antigua marina, y de stos uno el navio de tres puentes de ms porte entre los de nuestra Armada (1), fondeados e n paraje poco seguro , porque en lo interior del puerto habran sido molestados y aun destruidos por los fuegos de los franceses, garrndoles las anclas rompindoseles los cables, se fueron con mediana rapidez, pero con inatacable curso, hacia la costa donde estaba el enemigo. Fu
(1) La Fursima Concepcin

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imposible socorrerlos, y llegando casi dar en tierra, fueron desamparados incendiados. Aumentaba la pena ver lo irreparable de la prdida, porque no ora tiempo de pensar en construir buques nuevos. Algo pudo mitigar el dolor considerar que lo que entonces hizo el furor de los elementos lo habra venido hacer en no largo plazo la misma naturaleza por otro medio, causando en los viejos cascos la podredumbre que trae consigo la muerte. Mediando Abril, una maana empoz ensordecernos y hasta a conmover la tierra un espantoso ruido. Las caoneras, los navios, nuestras bateras, las enemigas habian rolo un fuego vivsimo y continuado. Deeian los viejos acostumbrados la guerra, que nunca desde el dia en que combatieron con feliz xito Gibraltar las bateras notantes, habian oido los hombres tronar un tiempo tantos caones de tan gruesos calibres. Pasmoso era el efecto que produca; pero, si causaba dolor considerar que una grande efusin de sangre acompaaba aquel estruendo (punto en el cual hubo de ser exagerada la suposicin, pues, como sucede en casos tales, no correspondi el estrago al ruido), no hubo asomo de temor en cuanto la seguridad de Cdiz de la isla; tan firme era la persuasin de ser inexpugnables las lineas, y estar, por consecuencia, en completa seguridad la plaza, digamos la ciudad de Cdiz. Un inconveniente de mediana gravedad result de aquel tremendo caoneo. Se perdi en l Matagorda, castillejo que mal podia conservarse, quedando los franceses dueos de ambos lados de la boca del despus afamado canal cao llamado el Trocadero, cuando antes lo eran de uno solo. De resultas qued insegura por domas para nuestros buques la parte interior y abrigada de la baha (1), y aun
(1) Quiz con alguna inexactitud doy el nombre de baha al puerco de Cdiz. Pero hablo como suelen mis paisanos, que as le llaman, diciendo los de la clase nfima la bada. El puerto all es el

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casi cortada la comunicacin por mar entre Cdiz y la isla de Leon, antes, si no tan segura, tan frecuente como la de tierra. Otro mal result de la prdida de Matagorda, que entonces no se prevea, y fu que desde el cercano lugar llamado punta de la Cabezuela, pudieron los enemigos arr o j a r granadas la ciudad de Cadiz, reputada hasta all, y con razn, fuera de tiro, segn lo que alcanzaba la ciencia terica y habia acreditado la experiencia. Pasado el susto desabrimiento que trajo consigo la prdida de Matagorda, volvieron las cosas su estado ordinario. No era este todava de tanto entretenimiento y recreo como lleg ser en 1812, cuando fu compensada, como despus dir, la incomodidad de las bombas con la multiplicacin de las diversiones. An no estaba abierto el teatro, que lo fu mediando 1811. Encerraba Cdiz muchas personas de alta categora, por su cuna, por su dignidad, adquirida en el servicio pblico en una larga carrera. De estos muchos dueos de pinges y aun cuantiossimas rentas, pero cuyo caudal consista en tierras, como estas estuviesen la sazn en pas ocupado por el enemigo, cobraban poco y mal, cuando cobraban algo. Quienes vivan de sueldo tambin reciban mermados con irregularidad los suyos. Pero habia conformidad, porque el mal de muchos no es, como suele decirse, consuelo slo de los tontos, sino que lo es asimismo de los entendidos. Las costumbres hubieron de resentirse de la situacin, y Espaa, donde el poder era desde tiempo antiguo democrtico,, pero la sociedad no., encogida en el recinto de Cdiz, seamold los usos de aquella ciudad, donde reinaba la igualdad, pero donde tambin brillaba entonces hasta ungrado considerable la buena crianza. Era la poltica e l principal alimento de la conversacin; pero la poltica para
de Santa Mara, digamos, la ciudad de este Hombre. Sin e m b a r go, se dice la boca del puerto la entrada del de Cdiz.

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Iss ms de las gentes se reduca pensar y hablar de l o s sucesos de la guerra, pues antes de juntarse l a s Cortes l a s cuestiones polticas sobre materias constitucionales, q u e poco despus embebieron tanto la atencin, de escaso n mero de gentes eran conocidas. La calle Ancha, por las maanas,la inmediata plaza de San Antonio, cuando era posible pasear en ella al sol, , s e gn la frase espaola, que tanto golpe da los extranjeros, tomar el sol, y la alameda, pobre y fea entonces, pero con deliciosas vistas, estaban atestadas de gente. La hora do comer para la de la clase superior acomodada vino p o r aquellos dias ser la de las tres de la tarde, ya dadas. Asi, el gento de ociosos de buen porte, que la hora antes i n dicada charlaba y fumaba en la misma plaza de San Antonio en sus inmediaciones, al sonar tres campanadas del reloj de la parroquia que lleva el nombre del mismo santo, se dispersaba, yndose todos en busca de lo que lo g e n e ral de espaoles llama la puchera, y que clan los andaluces por nombre la olla; pero sin aadirle el epteto dej>odrida, que slo ciertas ollas cuadra. Trasladado en Mayo el Consejo de regencia de la isla d e Laon Cdiz, tuvo -algunas, pero pocas, creces el vecindario; pero la isla de Len, convertida en mero puesto militar, no dej de seguir animada, por ser numeroso el ejrcito que all tena su cuartel general, del cual eran parte las tropas aliadas inglesas, y un regimiento portugus, y adems parque resida todava en aquella poblacin alguna oficialidad de marina, lo cual se agregaba haber ido establecerse en el mismo lugar unas pocas familias quienes pareca mansin estrecha la de Cdiz. La vida as pasada era uniforme, y, si libre de sustos,, no ajena de fastidio. Pero lleg el da de abrirse las Cortes, con lo cual qued abierto campo la actividad individual, , dicho con ms propiedad, la del pensamiento; y con avivarse las facultades vinieron pedir ms alimento,

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y, de resultas de ello, el cuerpo de la sociedad, sintindose ms fuerte, busc y encontr con qu ejercitar su fuerza y satisfacer sus lcitos apetitos. En muchas cosas hace ventaja la generacin presente la de los das pasados, porque sabe ms y piensa ms, y aumenta el caudal de su entendimiento y discurso, allegndole los tesoros de la experiencia. Pero tal vez siente menos que sentamos, , lo menos, no siente con igual viveza. Si no carece de fe, no puede blasonar de tener mucha, y esto hasta un bien es, en cuanto evita abrazar una fe errada, y sustentarla y propagarla; pero es un mal, y no leve, porque encoge y apoca el pensamiento y embtalos afectos, si no del todo, quitndoles la viveza. No comprenden los hombres de ahora el entusiasmo con que en 1810 acogimos unos pocos, que pronto en la isla Gaditana fuimos muchos, la reunin de las Cortes. Los que eran gratos ensueos, halageas visiones, hijas de nuestra lectura, y enseoreadas de nuestra fantasa, pero sin pasar de la clase de deseo, habian llegado ser realidad, harto bien duras penas conseguido. En el estado de las cosas bien merecia ser calificado aquello de locura, pero locura sublime. Me acuerdo de que en uno de los primeros dias de las sesiones de las Cortes generales y extraordinarias (hubo de ser el 28 de Setiembre, pero de la exactitud de la fecha no estoy cierto), estaba yo en la isla, cerca del pobre teatro donde los representantes de la nacin celebraban sus sesiones. Estbamos en la calle, porque el Congreso celebraba sesin secreta. En medio de un corrillo, de que era yo parte, apareca la figura severa, pero satisfecha por dems en aquella hora, de D. Manuel Jos Quintana. Sabamos que se estaba tratando en la sesin, entre otras cosas, del negocio del duque de Orleans, mucho despus rey de los franceses. Este alto personaje habia venido Espaa solicitndole! mando do un ejrcito; llamado por

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el regente Saavedra; mal apoyado por el mismo cuando ya le tuvo en Cdiz; quien haban hecho viva oposicin el gobierno ingls y el ministro de Estado espaol, Bardaj; del cual se decia que los diputados por Amrica queran hacer algo correspondiente su clase de personaje de la regia estirpe de Borbon, y sobre quien, despus de un debate en secreto, habian dispuesto las Cortes, en aquel mismo dia en el anterior, que saliese inmediatamente de Espaa. Nadie sospechaba conoca las buenas calidades de aquel prncipe, acreditadas desde 1814 hasta 1830 en Francia, y despus en diez y siete aos y medio de reinado, en que conserv los franceses en libertad y prosperidad, llevando tal pago cual slo mereca el tirano ms aborrecible. Sabase confusamente que habia militado con gloria en los ejrcitos republicanos, lo cual, por cierto, no le recomendaba la gente del pueblo espaol, adicta con entusiasmo la monarqua; constaba que estaba r e conciliadocon su familia, y casado con una princesa de la familia real de aples, lo cual le haca mal visto por quienes, odiando Napolen, eran, con todo, parciales acalorados de las ideas de la revolucin por l terminada en provecho de la autoridad desptica, y por ltimo, era francs, y esto slo bastaba para que el vulgo le recibiese con sospecha y aun con mala voluntad; consideracin .esta bastante alejarle de todo poder influjo, habiendo de redundar el que pudiese drsele por corto plazo en dao ajeno y hasta en el suyo propio. As era aplaudida la resolucin de las Cortes contraria su persona. Con este m o tivo, Quintana dijo que los tiranuelos de aples, Portugal y Cerdea estaban dando pasos encaminados adquirir el mando influencia superior en Espaa, y que era vano su intento, atendido el espritu de las recien congregadas Cortes; y en todos cuantos all estbamos escuchando cavis, no slo aprobacin, sino placer oir tratar de tiranuelos los pocos reyes nuestros aliados, y ver que ha-

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bia llegado en Espaa la hora en que el poder popular trataba al trono como de igual igual, y en algn caso como inferior. Estbamos en aquellos momentos comunes en la historia en que los poderosos estn caidos y exaltados los antes humildes, de lo cual se sigue por lo pronto, no la igualdad, sino un trocar de papeles en que los nuevamente encumbrados cobran la soberbia el entono que en los recien venidos menos afeaban. Mientras esto pasaba, y segua la sesin secreta, y los corrillos no amenazadores ni inquietos, sino satisfechos y -curiosos, continuaban en sus conversaciones, afanndose por averiguar lo que estaba pasando en el Congreso, son ruido de caballos que se acercaban, y poco asom en la angosta calle, teatro de la escena que voy describiendo, el duque de Orleans vestido de general espaol, que claramente vena entrar en el Congreso. Se ape, en efecto, la puerta del teatro, pero no la principal, sino la del vestuario, estrecha y mezquina, como lo era todo en aquel pobre edificio. Por ella entr el principe y all le perdimos de vista, pero no del todo, pues hubieron de reducirle tomar asienio en un pasillo cuarto oscursimo, de modo que por entre las puertas entreabiertas asomaban sus piernas, ms visibles, porque llevaba calzn corto de grana y media de seda, impropias prendas para quien vena caballo, pero sin duda preferidas por el que las llevaba, porque se presentaba con el carcter de capitn general del ejrcito espaol. Con notoria y ridicula injusticia mirbamos todos el acto del prncipe en venir a las Cortes como un insulto, y con malignidad nos recrebamos en notar que no se le daba entrada, y que estaba haciendo como de portero. El color encendido del calzn segua dando seal vistosa de su presencia en aquel sitio, y nos atrepellbamos para clavar la vista en aquel objeto, siendo nuestro afn cerciorarnos de si entraba no, y nuestro deseo que no entrase. Quedamos plenamente sa-

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tisfechos, porque, pasado algun-tiempo, vimos movimiento en las piernas tan observadas, pasando el muslo de la horizontal la vertical, esto es, ponindose en pi e prncipe, cuyo cuerpo entero asom inmediatamente la puerta en ademan de quien iba salir despedido, como hizo al momento. Mont de nuevo el duque de Orleans caballo, salud con cortesa, pero con mal gesto, los circunstantes, que le vieron ir desairado, si no con insulto, pues no lleg tanto la locura, con satisfaccin no disimulada. Al dia siguiente se embarc el prncipe francs, y dio la vela de vuelta Sicilia no volvindose pensar en l durante largos aos en Espaa, ni durante tres cuatro ms en lugar alguno del mundo. Al nuevamente abierto Congreso atendan todos. Por ia primera vez se oa en Espaa hablar en pblico otros que los predicadores abogados. Encantaba y arrebataba tal novedad, de suerte que nacieron y crecieron reputaciones que hubieron de conservarse hasta nuestros dias, merecindolas quienes las alcanzaron por sus virtudes y servicios eminentes la causa pblica, si no por su talento oratorio, sentencia desfavorable de que es razn excluir al ilustre Arguelles, aunque este mismo no pareci una generacin posterior lo que al auditorio de las Cortes de Cdiz. Era adems comun entonces leer discursos, de los cuales muchos eran celebradsimos leidos, pero oidos causaban el mal reprimido fastidio con que infaliblemente es oido lo que se lee cuando es largo, salvo en algunas piezas de verso. Pero hasta Febrero de 1811 no vinieron las Cortes Cdiz, y los gaditanos no pudimos estar de continuo en la isla, donde no abundaban los alojamientos y los buenos escaseaban. Hzose, pues, necesario saber lo que pasaba en el Congreso, y saberlo sin demora, y para el intento servan los peridicos, que desde luego crecieron en poder, aunque ya alguno tenia desde que empez dominar

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en las cosas del Gobierno el influjo popular, lo cual coincidi con el alzamiento de 1808. Por desgracia, no contaba Cdiz con peridico alguno como el Semanario patritico, muerto en Madrid con la entrada de los franceses, y resucitado en Sevilla para morir en breve por su propia voluntad, bija de enojo nacido de pretender el Gobierno escatimarle la libertad de sus juicios opiniones, aun como la Gaceta de Valencia, clebre por las bufonadas con que comentaba los folletines del ejrcito francs, como la de la Mancha, ya entonces difunta, saliendo de tarde en tarde en diferentes lugares. Pero no mucho antes de abrirse las Cortes habia empezado publicarse en Cdiz un peridico titulado El Conciso, cuyo reducido tamao, no dando cabida gran nmero de palabras, justificaba su nombre. Era el fundador y principal escritor en l un D. G. Ogirando, traductor conocido como tal haca algunos aos, cuya versin de la pera Une folie, con el nombre de Una travesura, le habia dado celebridad, ms que por su mrito indudable de bien hecha y de castizo lenguaje, por la que lleg tener aquella, hoy olvidada, y entonces y poco antes aplaudidsima msica de Mehul, sobre todo, cantada por nuestro Manuel Garca. Habia asimismo puesto en excelente castellano el mismo Ogirando la comedia francesa Les Marionnetes, que l llam Los Tteres, obra de Picare!, hoy completamente decado del alto concepto de que goz, aunque, en mi pobre sentir, hay ms injusticia en el extremo de su actual descrdito que la habia en el de su antigua celebridad. No s de qu otros conocimientos poda blasonar Ogirando fuera del de las lenguas francesa y castellana siendo en la ltima verdadero purista: lo cierto es que ns dio grandes muestras de s, pero que tuvo fortuna, puea su periodiquillo vivi hasta 1814, siempre recibido con algn favor, habindose desde luego alistado en el partido que tom el apellido de iberal de all a poco. Pobre cosa

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era El Concho, pero tal cual era, si no ayudaba, serva. Recien abiertas las Cortes, public uno modo de nmero supletorio, al cual nombr El Concisin, que vena dar a su pap noticias de lo que en la isla iba pasando en el Congreso; obra de escaso chiste, pero de algn efecto. Dicho dejo que con atender las cosas de las Cortes empez un entretenimiento nuevo, que llam otros. En efecto, venido el Congreso Cdiz en Febrero de 4811, puede decirse que fu su venida principio de la segunda parte del drama representado en aquella poblacin sitiada bloqueada. Hasta para variar, vinieron las bombas granadas como dar aviso de que estbamos en guerra y con el enemigo cercano, pero con las bombas vino multiplicarse las diversiones, abrindose el teatro y celebrndose fiestas de diversas clases al aire libre; estar llenos de gente los paseos, animadas con la muchedumbre y buen humor de los concurrentes las calles y plazas, y en medio de todo esto, ventilndose con ardor lodo linaje de cuestiones, no ciertamente con los conocimientos venidos hoy ser comunes, pero con ms sinceridad y calor al sustentar y esforzar errores que hay hoy para defender verdades, siendo aquello las mocedades de un pueblo, llenas de inexperiencia y superficialidad, pero ricas en ilusiones, cuyo valor, en la flaqueza de la condicin humana, veces iguala, y en alguna ocasin supera al de la realidad misma. Pintar esto ms circunstanciada, aunque toscamente, ser asunto otra parte de este artculo. Si en l me sucede ver las cosas de mis mejores dias como suelen verlas los ancianos, aun esto servir para pintar cmo pensaban y sentan los hombres de entonces, y una voz que sale de los bordes del sepulcro tendr algo en consonancia con la ndole de lo que conmemora. Hermosa imagen han presentado la vista y contemplacin de los lectores de todos tiempos los q u e , narrando v

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describiendo los sucesos y escenas de la guerra por nosotros llamada de la Independencia, han pintado un pueblo dndose nuevas leyes mientras llovan sobre l las bombas del enemigo sitiador, dueo adems de casi toda la superficie del pas que la novel legislacin estaba destinada. Sin duda hay ponderacin, y no corta, al decir que caan las bombas como lluvia, y ms si so tiene presente que en la misma guerra hubo poblaciones reducidas e s combros, poco menos, sin desmayar por esto sus defensores basta la hora fatal en que lleg ser imposible continuar la heroica resistencia. Pero, segn la expresin vulgar, as se peca por carta de ms como por carta de menos, y las bombas arrojadas Cdiz desde Diciembre de 1K10 basta el 24 de Agosto de 1812, si escasas en nmero, particularmente en los primeros tiempos del bombardeo, y menos destructoras que' son por lo comn tales instrumentos de ruina, no dejaron, andando el tiempo, de caer con alguna frecuencia, cansando molestia y acabando con varias vidas, lo cual implica que para los habitantes do Cdiz habia entonces cierto grado,si bien corto, do peligro. Ya he dicho que, aun tomado por Jos franceses el fuer, tecillo de Matagorda, lo cual sigui establecerse los sitiadores en la Punta de la Cabezuela, puesto el ms cercano la ciudad de Cdiz entro todos los de la costa fronteriza, no se recelaba que pudiesen alcanzar sus fuegos la linda poblacin, hecha por breve plazo capital de la ocupada, pero no sujeta, Espaa. De repente en un da de Diciembre, pasados ya diez meses do tener delante e ejrcito francs, como estuvisemos los ociosos, no cortos en nmero, en nuestro acostumbrado lugar de reunin en la calle Ancha, llenndola toda de acera acera en corrillos de parleros, se difundi la voz de que habia caido una granada bomba cerca del Hospital de mujeres, esto e s , en un lugar muy del centro de la poblacin. Al oir tal noticia, la primera idea fu tratarla de patraa. Be dnde

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Labia de venir tal bomba? Sabido era que de la costa opuesta no poda ser, pues todos sus puntos estaban fuera de tiro de la plaza, aun para, los morteros conocidos de mayor alcance. Por mar, si, era fcil meter bombas y granadas en el recinto de Cdiz, pero los franceses no se atrevan asomarse con sus caoneras fuera de las bocas del Guadalquivir y Guadalele, y si bien algn botecillo 1 anchi lia podia haberse escurrido por entre las fuerzas navales que protegan la ciudad y baha, no as una bombardera, que es embarcacin pesada y poco manejable, y ha menester otras que le den compaa y amparo. Y suponer que lo juzgado bomba fuese un aerolito enorme, no era menor desatino, y adems, de aerolitos poco se saba entonces, siendo voz que ni en el Diccionario de la Academia estaba. Con todo esto, la curiosidad hubo de llevarnos muchos al lugar que nos daban por teatro de tan singular Guccso. Llegados all ya, nadie qued duda: habia caido una granada de mediano tamao. Al caer, en lugar de reventar con estrago, se habia abierto como si la hubiese quebrado rajado la violencia del golpe. Esto consista en que en vez de venir toda rellena de plvora y con una larga espoleta, al acabar de consumirse la cual revientan los proyectiles huecos causando grave dao sus cascos, que suben y se extienden de resultas de la explosion, vena casi atestada de plomo, y con tan corta cantidad del material destructor, que no era bastante lanzar con violencia hecho pedazos el hierro. Vease, pues, ser aquel un nuevo invento del arte, en que el aumento do poso se habia hecho necesario para dar ms alcance al proyectil que se arrojaba. No fu agradable esta ocurrencia, la cual podia traer en pos de si consecuencias muy superiores las que tuvo, pero caus ms admiracin que terror; y como la primera granada no siguiesen otras en no corlo tiempo, hasta lleg creerse abandonada una idea que si habia parado en algo, era en muy poco.

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Olvidadas estaban las granadas cuando vinieron lasCr> tes de la isla: sus debates llamaban en gran manera la atencin. En las cosas de la guerra no dejaba de pensarse, pero tal vez menos de lo debido. Sin embargo, yendo terminar Febrero de 4811, empez prepararse una expedicin, de la cual nada menos se prometan las gentes, y aun el Gobierno, que la derrota del enemigo y el levantamiento del sitio de Cdiz; porque fuerzas respetables inglesas y espaolas, con un regimiento portugus, salidas de la isla gaditana y desembarcadas en Algeciras, vcnian embestir los sitiadores por la espalda, mientras una salida de los sitiados, hostilizndolos por el frente, los reduca estar cogidos entre dos fuegos. A la historia toca d e finir cmo fu el malogramiento de esperanzas en gran parte fundadas, pesar de haber conseguido los ingleses en el cerro del Puerco una victoria indudable, si bien los historiadores franceses tienen el descaro de afirmar lo contrario, dando motivo al aserto mentiroso que desavenencias entre los aliados hicieron intil la ventaja alcanzada, y que un revs anterior llevado por nuestras armas haba puesto las cosas en tal estado, que no era posible ya sacar de la expedicin ventajas considerables. Pero lo que por ser pequeo no merece mencin en la historia, y s en una pintura de aquel tiempo, fu el papel que en estos sucesos representaron, dicindolo con propiedad, representamos los voluntarios de Cdiz. Risa dar los hombres de ahora la importancia que dimos una cosa pequesima; pero as ramos, y cuales ramos debemos ser considerados. Hasta entonces aquella milicia, casi en todo semejante a l a nacional de nuestros dias, no haba pasado de cubrir los puestos del casco de la plaza con los anejos castillos d e San Sebastian y Santa Catalina, con su uniforme pardo, de lucir el encarnado, remedo del ingls, en la procesin del Corpus y otras fiestas, haciendo triste figura con sus galas, porque los sombreros de picos apuntados con

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-que cubramos la cabeza, eran diferentsimos en hechura, produciendo esto en la tropa formada un efecto desagradable la vista. Pero necesitndose emplear n la expedicin destinada pelear fuera de la isla gaditana y en las lneas de sta la numerosa fuerza que las guarneca, hubo de resolverse que, saliendo del recinto y murallas de Cdiz, fusemos los voluntarios cubrir los puestos avanzados de la Cortadura y bateras ella inmediatas, no larga distancia de la boca del Trocadero con los fuertes de Matagorda y Ortluis ocupados por los franceses. Levsimo, aun puede decirse, ningn peligro haba que correr en aquellos lugares; porque el castillo de Puntales, prximo ellos, y donde solan llegar las bombas y balas enemigas, y perderse vidas, no estaba incluido en los puntos en que habamos de hacer servicio. Pero as y todo nos pareci la faena que nos vimos destinados una verdadera salida campaa. Por su orden, los cuatro batallones que figuraban ser de lnea (vulgo guacamayos), y los dos de ligeros (alias cananeos), en seis dias consecutivos marchamos ufanos nuestra grande empresa, siguiendo desde entonces en dar guarnicin aquellos puntos. La msica de un batalln, pues slo uno la tena, fu sucesivamente acompaando todos en la primera salida de cada uno. Tuvimos cuidado de hacer nuestras mochilas lo ms p e sado posible, para dar prueba los espectadores, y aun drnoslas nosotros mismos, de nuestra fortaleza, elegimos para romper la marcha el punto ms distante de aquel donde bamos parar, fin de hacer con lo trabajosa ms meritoria la jornada, y, acompaando con el canto la msica instrumental, entonando las canciones patriticas de aquellos dias, en los cuales, como desde 4820 hasta 4823, era uso dar muestras del patriotismo en el canto, caminamos entre aplausos, y anduvimos una buena media legua con nuestra carga sin sentir fatiga; tan ligero haca el peso el nada fundado, pero s sincero entusiasmo! Aos

d6t> ANTONIO ALCAL CALI A N O . despus, la milicia nacional de Madrid hizo muy s u p e r o r servicio con igual celo, justificando con mayor motivo el entusiasmo que en ella inunda, y en dias ms cercanos del nuestro, cuerpos de milicias nacionales movilizadas han acreditado su buena voluntad y sufrimiento, en servicio de campaa, si no en combales; pera en los dias de quevoy hablando, obrbamos y sentamos dominados por e hechizo de la novedad, y si bastante haba ridculo en nuestro orgullo, merecamos indulgencia por la candidez de nuestra soberbia un tanto latua. Ni una sola desgracia, aun de las ms leves, ocurri los que hasta 1812 siguieron ocupando aquellos puntos, aunque de ellos la batera llamada la Furia, y adems la que tena por nombro la Venganza, soban llegar balas y aun granadas; pero, buscando tiempo, como era fcil, el abrigo de los salchichones de tierra y retama de que estaban hechas, vena ser ninguno el peligro. Aunque lleg ser modesto enfadoso pasar tantotiempo sobre las armas, pues cada seis dias habia que entrar de guardia, y en hacerla en los puntos fuera de puertas se consuma buena parle de dos; con todo, lo divertido, pues lo era hasta cierto punto, de la ocupacin, haca la molestia llevadera. Las inmediaciones de la puerta de tierra haban sido, y por muchos aos han seguido siendo para los gaditanos, lugar de recreo y fiesta, y por cierto, rara vez de recreo provechoso. Pasaban, pues, los dias de guardia como do gresca y broma, sindolo de comilonas en los vecinos ventorrillos. De esto padecan algo las costumbres, siendo ello uno de los males que trae consigo el dar los paisanos hbitos de soldadosjsin el frenode la disciplina. - -w Mayor y mejor entretenimiento iba dando el interior de la ciudad. A muchos del sexo masculino (porque las personas del femenino estaba vedado) ocupaba la asistencia las Cortes. Celebraban estas sus sesiones en la igle

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sia de la casa de los padres Filpenses, que aun hoy subsiste; iglesia en forma de valo de no mala planta, pero no de adorno de buen gusto, y la cual habia adaptado medianamente al nuevo fin que estaba destinada, don N. Prats, oficial de ingenieros de marina. Unas tribunas formando modo de andamiaje, que dentro del templo lo daban trazas de costado de un teatro, componan las tribunas reservadas. Dos galeras altas con reja de balcn hasta el pecho, que corran por todo el recinto de la iglcsiay la abrazaban por entero, siendo parte antigua del edificio mismo, eran las tribunas del pblico, concurriendo all donde antes iba el auditorio oir la palabra sagrada, numerosos oyentes oir discursos de muy otra clase. De estos oyentes muchos no lo eran asiduos y constantes, pero habia bastantes que tomaron la asistencia casi como oficio. Si bien la maldad de varios anticonstitucionales abult extremadamente algunos excesos cometidos por concurrentes diarios las galeras, y si bien en una poca de atroz injusticia inicua venganza, hubo quien inventase un nombre para hombres tales, y con inventarle aadiese, no slo un vocablo la lengua, sino un delito en la lista de los hasta all conocidos, apellidndolos galeras, mal puede negarse que con frecuencia olvidaban el papel que estaban representando, el cual era el de verdaderos testigos mudos, destinados trasmitir afuera, juzgndolo y entregndolo al juicio ajeno, lo que all veian y oan. De estos excesos ha habido no pocos en pocas posteriores, y hasta muy cercanas, y algunos de ellos de suma gravedad; pe o aunque todava la concurrencia las sesiones do nuestros Cuerpos deliberantes dista un tanto de guardar el silencio absoluto que est obligada, hay en este punto harto mnos que censurar, pues en Cdiz, de 1811 1813, el mezclarse el auditorio en las deliberaciones del Congreso, dando muestras ruidosas de aprobacin y desaprobacin que una vez pasaron ser hechos, era cosa continua, la-

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bia entre los bulliciosos espectadores de que voy ahora aqu hablando, todos ellos movidos porun celo sincero aunque descaminado, personas de todas clases, gaditanos y forasteros, para quienes vino ser sustento ordinario del entendimiento la poltica militante. La hora de concluir las sesiones era sobre las dos de la tarde, y las noticias de lo ocurrido en las Cortes pasaban la calle Ancha, poco distante del lugar donde celebraba sus sesiones el Congreso, y los juicios de los procedentes de las galeras eran revisados por otra ms numerosa clase de ociosos, de hombres cuyas ocupaciones haban terminado. Escaso campo quedaba para entretenimiento puramente literario en Cdiz, tal cual era entonces. No estaba enteramente olvidada del trabajo del espritu, pero trabajaba influyendo en l las circunstancias, y conforme lo que reciba era lo que daba, do suerte que el matiz poltico, siempre subido, con frecuencia cubrindolo todo, daba su color todas las producciones del ingenio. Resida en Cdiz Quintana, ya con la dignidad de patriarca de la iglesia poltico-filosfica, de que habia sido largos aos, aunque como en secreto, por no consentir otra cosa los tiempos, uno de los principales doctores y maestros. Estaba ya en l reconocida su calidad de gran poeta, si bien no faltaba quien se la negase. Gallego, quien la famosa composicin al Dos de Mayo habia desde luego remontado uno do los primeros puestos en lo todava llamado nuestro Parnaso, siendo la sazn diputado Cortes, y nunca muy amigo del trabajo, tenia contenida su vena potica, no fecunda, aunque de exquisitos productos. Bea, militar instruido, no descuidaba, en medio de otras ocupaciones, la de lo entonces dicho pulsar la lira. Arriaza, ya en Londres, ya en Cdiz, escriba mediana prosa, no manejando mal la pluma en reidas disputas con

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Blanco White, que desde Inglaterra hacia guerra cruda todo cuanto era de Espaa, en un peridico cuyo ttulo ora El Espaol, pero mostrndose por lo comn inferior su diestrsimo y ms instruido adversario, y entre tanto segua cultivando la poesa, fecundo siempre y por dems ingenioso, siendo esto ltimo la principal calidad de su talento. Capmany, en quien la vejez, aunque no muy avanzada, habia extremado rarezas que siempre tuvo, docto y vivo, haca alarde de su purismo lleno de singularidades, y mientras en las Cortes seguia las hostilidades contra los galicismos de diccin, alistado en la bandera de los reformadores, pero con actos de insubordinacin frecuente, y tan allegado la Inglaterra, que pareca en l falta lo que no era sino hbito de extremarse en todo, daba rienda resentimientos personales, publicando vituperios de Quintana, Gallardo, con un lindo y chistossimo folllo habia cobrado crdito de los ms altos, que sostuvo entre lo general de los jueces, pero no entre los mejores, con su Diccionario crtico burlesco. Algunas composicioncillas, aunque no malas, del joven D. ngel de Saavcdra, no daban, con todo, idea de lo que habia de llegar ser el ilustre duque de Rivas. D. Mariano Carnerero, casi abandonando por la poltica y sus maraas la literatura, en que habia comenzado sealarse, parece como que anunciaba que no haban de igualar sus graneles facultades intelectuales ni la importancia de sus escritos y actos, ni la altura extensin de su fama en lo venidero. Al reves Martnez de la Rosa, recien vuelto de Inglaterra, donde habia pasado unos pocos meses, empezaba levantar la fbrica de lo que fu despus, con titulo justo, su elevada fortuna. Savion, cuya principal celebridad habia sido la do habilsimo traductor, la confirmaba con nuevas versiones. Jrica y Costa, poeta versista de corto valor, pero fecundo, empleaba su mediano ingenio en frivolas censuras de cosas apenas dignas de atencin. Un D. Santiago Jonama, de

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AMONIO

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agudo entendimiento y bastante instruccin, pero de ncpoca rareza, as como otros escribiendo gozaban de concepto superior al que merecan, era tenido en precio harto inferior al suyo real y verdadero. Algunos ms podra nombrar, pero me sirve mal la memoria, y con los nombrados basta para dar una idea general y somera del estado del cultivo en que estaban las letras en Cdiz sitiada. Pero, segn antes ho dicho, los mismos literatos solo usaban la pluma para tratar cuestiones polticas, porque en otros asuntos apenas habran encontrado lectores. De esto fu excepcin, sin embargo, el folleto de Capmany contra Quintana, reducido censurar su estilo, y ms todava, su diccin, justo en su crtica en uno y otro caso, injusto con suma frecuencia; por lo acre de su tono vituperable todas luces, y no tan bien escrito como debia exigirse juez tan severo, pues si no pecaba de galicisa tampoco podia blasonar de natural y fluido; vicio ste de todos los escritos de un hombre cuyo idioma verdadero era el cataln, y en cuyas obras apareca el castellano puro como trado con violencia. A pesar.de que ya el censurado Quintana h.-.bia subido la silla del patriarcado, como en ella era novel, fallaba en lo general del pblico la reverencia que da una larga posesin del personaje respetado, y as Capmany hubo de encontrar aprobadores numerosos. Pero los amigos de Quintana, en quienes al principio caus desmayo la sbita inesperada acometida, volvieron en s, hicieron frente al adversario. Entonces, como en otro lugar de este libro he contado, sali nuevo y ms brillante teatro el que hasta entonces solo habia hecho papel en el literario de Granada, D. Francisco Martnez de la R.osa. Quintana se defendi con nobleza en un breve escrito. Con la publicacion.de este ltimo perdi los estribos Capmany, nunca sufrido ni.prudente, y en s e gundo folleto, indigno de su pluma, y aun de la de todo hombre de juicio, lanz sobre Quintana, no ya censuras

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literarias, sino acusaciones y vituperios de toda clase, calumniosos algunos, injustos todos, sin perdonar los amigos de su enemigo, y haciendo de los concurrentes h tertulia de Quintana en Madrid, de los cuales era 61 un> casi perenne, los ms feos retratos, donde si se acerca! > en algn rasgo de la pintura la malicia, hasta producir a", guna semejanza, con ms frecuencia turbaba la mente y descompona la mano del pintor el odio, llevndole i\ cargar leves faltas, suponer las que no habia. Apocaban Capmany en esta contienda, ms menos disimuladamente, Arriaza, y sin rebozo, Gallardo, los cuales se adheran todos los adversos las reformas por odio Quintana el poltico y su secta, ms que por dea alguna literaria. Pero tal contienda fu pronto olvidada, y ni aun en los peridicos se bizo de ella larga memoria. Los peridicos eran pocos y pequeos. El Conciso no traspasaba sus estrechsimos lmites. Pero el Redactor general ios tuvo ms extensos, llegando los que hoy tienen algunos peridicos semanales, y constando ya cada carilla de dos columnas. Su principal redactor era un D. Pedro Daza, de buena familia, de mediano pasar, bien criado, y caballero en sus modales; pero escaso en conocimientos literarios polticos, por lo cual escriba poco en su diario. Este, sin embargo, alcanz la primaca, escribiendo de cuando en cuando en l hombres de alguna nota, y otros de mediana, entre los cuales hube yo de ser conlado una dos veces. Los anticonstitucionales tenan peridicos de los cuales era el principal el titulado Procurador de la Nacin y del Rey. Por desgracia de los hombres de esta opinin, que en el Congreso podan blasonar de tener personas de no corto mrito, aunque reconocrsele se negase la intolerancia liberal, aun mayor entonces que io es ahora, en los peridicos eslaban mal representados. A su frente tena el marqus de Vibafrans, caballero jerezano de singular extravagancia, aun en el vestir, pues con ei

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frac, aunque mal cortado, al cabo frac, y no casaca r e donda, llevaba cinturon con un medio sable en vez de espadn, y el cual se jactaba de dormir en una dura tarima, creyendo esto conducente la salud intelectual ms todava que la corporal, pues contaba que sus hijos, como les hallase dificultad en la comprensin al seguir sus estudios, habia remediado el mal de l reputado gravsimo, con rellenarles sus a'mohadas en vez de plumas lana con piedras. Era el principal ayudante del raro marqus un sujeto cuyo nombre se me ha ido de la memoria, esta vez traidora (-1), y que en los dias de -1814 lleg gran privanza con el rey, la cual sigui un revs de fortuna; clerizonte, segn creo, ordenado de menores, alto, desgarbado, con un sombrero de picos mal puesto en la cabeza, cuyo titul literario principal habia sido, segn l referia, haber hecho oposicin una plaza de organista sin haberla logrado; hombre en quien un descaro no comn daba realce sus modos y figura estrafalaria. Como ambos personajes se presentaban tantos lugares donde podan herirlos las saetas de la burla, se veian acribillados, ms con estas armas que con las de argumentos serios. Otro mrito tenian las cartas del filsofo rancio, pero estas no salan luz en perodos fijos. La sociedad, en tanto, era la que solia ser en Cdiz con fuerte mezcla de lo que era la de Madrid, de lo cual resultaba un buen conjunto. En aquellos dias, nadie en castellano hablaba de abrir los salones, pero en cambio se iba la tertulia. Ya he hecho mencin d l a de la marquesa
(1) Si mal no me acuerdo, su apellido era Mole. En los dias del gobierno absoluto lleg cierto grado de privanza m u y superior su valer, pero le sucedi lo que entonces los de s u estofa, que fu cambiarse s u valimiento en desgracia y destierro. Hubo de pasar algn tiempo en semiconflnamiento en Cabra, donde no se gan muebo crdito por ttulo alguno, aunque tuvo embaucada a l g u n a persona devota.

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de casa de Pontejos, en la cual se congregaba la gente de a ms alia y mejor sociedad; pero, por desgracia, segn fea costumbre de aquellos dias, conservada hasta h muy poco, ocupando a la concurrencia, ms que otra cosa, el juego del monte. Tambin una seora, mujer del abogado D. N. Ayesa, reciba en su casa las personas de ms j e rarqua, pero sin que faltase la mesa de juego, centro alrededor del cual giraban los tertulianos como palomitas en torno de la luz, y para ms perfeccin del smil, quemndose con frecuencia en ella. De muy diversa clase era la reunin, corta en nmero, modesta en la apariencia, pero un tanto rica por el valor de varios de quienes la componan, que formaba todas las noches la sociedad de la s e ora doa Margarita Lpez de Morl de Virnes, mujer do singular entendimiento instruccin vasta, educada en Inglaterra, aficionada estudios serios, de agradabilsimo trato, y hasta ajena de pedantera, en la cual unos ojos hermosos y una conversacin viva en que asomaba la andaluza entre la docta, suplan la absoluta falta de belleza; cargo grave para hecho persona de su sexo, pero rescatado por perfecciones que hasLa enamoraban y que hoy puede temerse sin lastimar afecto alguno ni aun el filial, al enumerar los mritos de tan ilustre difunta (1). A su

(1) Trgica s u e r t e hubo de caber la seora de quien habla el texto de este artculo. A fuerza de discurrir, hubo de perder el juicio. E n sus ltimos aos, apenas pisando los confines de la v e jez que no lleg, abraz las doctrinas de Fourier con tal calor, que ya daba indicios de locura. Esta vino, por desgracia, declar a r s e . Medio san, con todo, y hacia 1819 vino Madrid, donde s u s antiguos amigos la visitbamos, y de ellos con ms frecuencia. Gallego y yo, agregndosenos u n a persona cuya amistad con t a n digna mujer era harto ms nueva, pero habia llegado ser estrecha: e l S r . D. Joaquin Francisco Pacheco. Pero poco volvi descomponerse aquella cabeza punto tal, que fu necesario llevarla la casa de Toledo, en la cual muri no muchos dias despus de haber entrado en ella, dndole cuanta asistencia podia su.

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casa llevaba D. Juan Kicasio Gallego el buen humor y chiste porque tanto se sealaba en el trato social, Quintana su tono severo y dogmtico, Toreno sus calidades superiores de hombre, as como de talento instruccin, de mundo. Iba all de cuando en cuando Arguelles, pero no ordinariamente como los tres que acabo de nombrar. Iba all el mucho despus afamado Gorozarri, que en las Cortes de 1837 lleg alquirir fama de necio y extravagante, y no sin razn, pero que habia leido mucho, y que en 1810 y 1811. oscuro todava, ya era notable por sus rarezas. Halda en la reunin, como era do suponer, el hermano de la seora de la casa y que viva con ella, D. Diego Lpez de Morl, despus conde de Villacrcces, do familia de lo ms ilustre de Jerez, aunque no hubiese titulado todava; hombre ingenioso, instruido, decidor, raro entre los raros y que hacia gala de serlo y do extremarse en todo, dado entonces al estudio de la medicina que despus practic, menos aficionado la poltica que solan serlo todos cuantos habitaban en Cdiz, y particularmente los concurrentes su casa y aun su misma hermana; muy desviado de la democracia, porque tena en alta estima su noble cuna, poro allegado doctrinas nuevas, porque sus principios filosficos distaban la sazn infinito de los que eran fundamento del gobierno de la Espaa antigua. Era yo su ntimo, amigo desde los ltimos dias de nuestras nieces, y habia continuado con l en nuestra juventud en frecuente amistoso trato, por lo cual tuve entrada en la tertulia de su hermana. A ella hube yo de llevar otra persona de cuenta que empez representar en aquella reducida sociedad uno de los principales papeles, allegado yo l, y formando como una oposicin al partido predominante en
unante hijo, obligado m u y su pesar ponerla er. recogimiento, y su amigo Pacheco que en este triste caso obr como si fuese de s u familia.

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\ Congreso, del cual era el conde de Toreno en aquella sala particular el primer representante, as como en la de sesiones uno de los capitanes de la gloriosa hueste de los reformadores. Era la persona de quien acabo de hablar f>. Jos Garca de Len y Pizarro (conocido solo por la parte segunda de su apellido), entneos secretario del Consejo de Estado, empleo puramente titular, pues este cuerpo, aunque existente de derecho, de hecho estaba, si no muerto, en letargo parecido la muerte; hombre de instruccin varia y amena, de clarsimo entendimiento, de gran chiste; algo singular, llano por dems y alegre, en el trato tan agradable cuanto serlo cabe, algo y aun bastante dado censurar, tildado de tener cierto matiz de afraneesamiento, en doctrinas no poco libera!, pero disintiendo menudo de los corifeos de la parcialidad dominante, y, sobre todo, disgustado de lo que en ellos juzgaba entono y orgullo, y de la en su sentir casi servil sumisin con que eran mirados por sus secuaces; personaje que, despus ministro ms de una vez, no hubo de corresponder las esperanzas que de l se lenian, pero ms que por otra cosa, inferior su concepto por lo duro de las circunstancias, y con quien ha sido injusta la opinin, negndole el mrito que sin duda tena, y el cual en algn tiempo era en l conocido y con fosado. Con cxlraeza de las gentes por la diferencia que haba entre nuestras edades, por tres aos fuimos Pizarro y yo inseparables, como pueden serlo dos amigos de los ms ntimos guales cercanos en aos, paseando juntos, leyendo juntos, comentando lo que leamos, abarcando muy diversas malcras en nuestra lectura y conversaciones, conformes poco menos en nuestras ideas polticas (I), y sobre todo en el orgullo con que re-

t) En un punto capital eran enteramente desconformes n u e s t r o s pareceres, porque Pizarro opinaba que habra convenido Espaa sujetarse de buena voluntad Napolen, y yo todo lo con-

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sistiamos oti-o orgullo, siendo en la fe constitucional cismticos, aunque no herejes. En aquel palenque hubo de ser la victoria, aunque no completa, de mi amigo Pizarro, de que me cupo una pequea parte. En esto apareci una tertulia de igual naturaleza, pero en que predominaban opiniones diametralmente opuestas: la de la seora doa Francisca Larrea, mujer del ilustrado alemn D. N. Bohl de Fauer, literato, buen escritor en nuestra lengua y aprobabilsimo, visto todas luces. Su mujer, quien acababan de dar licencia los franceses para pasar Cdiz desde Chiclana, donde resida durante los meses primeros del sitio, era literata y patriota acrrima, pero de las que consideraban el levantamiento de Espaa

trario. En el breve primer reinado de Jos Bonaparte en Madrid, terminado por el suceso de Bailen y la retirada de los franceses (pocos dias de Julio de 1808), babia prestado Pizarro j u r a m e n t o de fidelidad al monarca intruso, como lo habia hecho todo el Consejo de Estado, de que l era secretario. Sin embargo, no vacil en cuanto seguir al legitimo gobierno en Diciembre del mismo 1808, cuando entr el Emperador francs victorioso en la capital de E s paa, y huy pi pasando mil trabajos dursimos y peligros. As sus adversarios le echaban en cara el j u r a m e n t o sin mucha razn, pues hablan jurado la Constitucin napolenica en Bayona varios hombres que despus se sealaron sirviendo al gobierno legtimo; el Sr. Romanillos, el general D. Miguel de lava, mi tio el t e s o rero general D. Vicente Alcal Galiano, con otros de igual inferior n o t a . Mostrando yo Pizarro mi extraeza al v e r que su conducta patritica desmenta s u s opiniones de casi afrancesado, m e respondi con la imagen siguiente: <Si cuando en Diciembre iba yo saliendo de Madrid pi con el uniforme puesto y calzado con alpargatas, m e hubiesen dicho: Dnde v a usted? No ve usted que resistir los franceses es una locura? habra respondido: S, lo creo u n a locura, pero no me detenga usted, porque la nacin quiere, y h a y obligacin de acceder su voluntad. En cuanto m, pobre muchacho, y a me habia negado las cariosas ofertas de emplearme ventajossimamente en el servicio del usurpador, que me habia hecho D. Miguel de Asanza, ntima amigo que habia sido de mi padre y de toda mi familia.

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contra el pader francs como empresa destinada manten e r la nacin espaola en su antigua situacin (1) y leyes, as en lo poltico como en lo religioso, y aun volviendo algo atrs de los das de Carlos III, nicos principios y sistema, segn su sentir, justos y saludables. Fui yo presentado en casa de la seora de Bohl; pero por mil razones no hube de agradarle, ni ella por su parte, pesar de su mrito, se capt mi pobre voluntad. Lo cierto es que la vi una vez y despus fu mi suerte (ya en 1818) entrar con ella y su estimable marido en agrias contiendas literarias en que hubieron de ingerirse con poco disimulo cuestiones polticas, no sin grande peligro mi en aquellas horas; acrimonia de que hoy me pesa al hacer aquellos dos ilustrados consortes la debida justicia. Pero tales reuniones eran para pocos, y lo general do las gentes habia menester .alguna distraccin para las noches, pues de dia no daban poco los paseos, exlraordina(1) Me acuerdo de que la seora de Bohl repeta cou entusiasmo, mirndola como emblema de n u e s t r o alzamiento, la siguiente dcima, por cierto no falta de bro en la expresin en ol pensamiento, aunque incorrecta: Nuestra espaola arrogancia Siempre ha tenido por punto Acordarse de S a g u n t o Y no olvidar N u m a n c i a . Franceses, idos Francia, T dejadnos nuestra ley. Que, en tocando Dios y al rey Y nuestros patrios hogares. Todos somos militares, Y formamos u n a grey. Aqui est compendiado el modo general de ver el levantamiento del pueblo espaol por u n aspecto de los varios que presentaba, considerndole el nico. De estas doctrinas de sus padres, y ms particularmente de s u madre, saca las suyas que con tanto celo s u s t e n t a la afamada n o velista, hoy viva, cuyo nombre en la repblica literaria es Fernn Caballero.

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riamente concurridos. El invierno de 1810 1811 haba corrido oslando en gran parte de l en la isla de Len la Regencia y las Cortes, y en el otoo anterior la fiebre amarilla, que tanto estrago habia hecho en Cdiz y en toda Andaluca en 1800 y 1804, habia aparecido por tercera vez, no con el antiguo rigor, pero acabando con no pocas vidas y causando el temor consiguiente. Por esto, as como por otras razones, no se pens en abrir el teatro de Cdiz. No era tiempo oportuno para hacerlo el del siguiente v e rano. Pero corri este sin que diese la menor muestra de s, como se tema, la epidemia. Entonces comenz pensarse en la conveniencia de aumentar distracciones una poblacin que, al cabo, si lo pasaba bien, viva encerrada en breve recinto, y expuesta al peligro del bombardeo. Habia tenido Cdiz sucesivamente varios gobernadores en el corto trmino de diez y s e i s diez y siete meses, hasta, que en Junio de 1811 fu nombrado para desempear su gobierno militar y poltico, hasta all siempre unidos, el teniente general de marina D. Juan Mara de Villavicencio, personaje notable, instruido, activo, de singular chiste que contrastaba con lo severo y adusto de su rostro, dotadc de gran tino para el manejo de los hombres; hombre, 4 quien confio que me ser lcito elogiar, sin que el cercano parentesco que con l me unia (pues era hermano y muy querido de mi madre, y adems mi padrino) me incline demasiado su favor, ni la desconformidad que lleg haber en nuestras opiniones polticas, crecida en sus ltimos das punto de romper entre nosotros todo trato, me pueda mover rebajar en un pice el buen concepto de que entre las gentes, inclusos no pocos de sus contraros, disfrutaba. Aunque era Villavicencio religioso, lo era sin supersticin, sindole familiares las obras de los filsofos franceses, y as, aunque tropez con preocupaciones que representaban ser impropio en una ciudad amenazada de peligros darse diversiones profanas que bien podran

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provocar sobre los moradores de Cdiz la ira de L^os, no hizo caso de ellas y atendi distraer los nimos de los males de la guerra, proporcionndoles el esparcimiento posible en uno que, al cabo, aunque cmodo, no dejaba de ser encierro. Se abri, pues, el teatro, y pronto se vio lleno, no obstante la escasez de recursos de los habitantes. En aquellos dias el teatro de Cdiz, hoy pobre, mezquino y feo, puesto en cotejo con otros muchos despus edificaIdos, era tenido por de los mejores de Espaa, aun incluyendo el del Prncipe, recin construido en Madrid, pequeo y de escaso adorno, aun el de los Caos del Peral, slo notable por ser algo mayores sus dimensiones. En el de Cdiz, los palcos principales, que en la nomenclatura madrilea de ahora se llaman bajos, eran todos propiedad particular, la mayor parte vinculada. Los apellidados de platea, puestos al nivel del patio y lunetas, eran incmodos, y a s a los segundos concurri la flor de la sociedad de la corte; familias de grandes de Espaa, y de altos empleados. Eran medianos los actores, pero entre ellos habia algunos de los ya afamados de la capital. Faltaba Maiquez, que bien podra haber estado all, atendiendo su celo patritico que por poco le cuesta la vida en el Dos de Mayo; pero el insigne actor se habia dejado ablandar por los halagos de Jos Bonaparte y de las autoridades afrancesadas, y lucia su habilidad prodigiosa en las tablas de Madrid, si bien no sin conservar ardiente amor su patria, que le atrajo dura persecucin en 1814 y hasta odio personal del rey Fernando, restablecido en su trono. Faltaban los buenos discpulos de Maiquez, Prieto y Caprara, ya ionocidos de los gaditanos. Pero estaba Carretero, el galn compaero de Rita Luna, de quien ya he hablado en otra parte de estos recuordos; estaba Diez, aventajado alumno de la escuela de Maiquez, cuyo lado habia ya representado papeles, y estaba Querol, gracioso d l a ms

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alta fama en la corte, excelente actor, y en las comedias llamadas de figurn, inimitable. Una actriz, d l a cual ya he hablado al referir ancdotas de las mocedades de Martinez de la Rosa, Agustina Torres, hasta all slo conocida en teatros de inferior clase, y de cuyas buenas dotes y cortas facultades he hablado, debiendo ahora aadir que con su natural talento y sensibilidad, recibiendo lecciones 6 consejos de personas entendidas, perfeccion lo que en ella era perfectible, y brill supliendo hasta cierto punto la falta de aquello de que por la naturalaza de su voz careca. Otro actor, despus subido la ms alta y merecida reputacin, apareci en aquel mismo teatro, venido de alguno muy oscuro; pero ste (hablo de Guzman) slo apareci despus de haber levantado el bloqueo y retirdose los franceses, si bien cuando todava era Cdiz residencia del gobierno de Espaa. Las piezas que se representaban eran de muy varia elaee: de la antigua poesa dramtica castellana, y de las n u e vas, representndose de cuando en cuando alguna composicin patritica recien escrita. Tambin de aquellas do las cuales era natural sacar alusiones al dia presente, s o lia echarse mano. As, una cometfia de poco valor titulada las Vsperas sicilianas, era oida con aplauso, punto de venirse el teatro abajo, cuando al sonido de la campana s e arrojaban los sicilianos acaudillados por Juan de Preida sobre los franceses y hacian en ellos horrible destrozo. Estaba el teatro bien dentro del alcance de las bombas enemigas, pero desde Diciembre de 1810 y en todo 1811, y aun en los dias primeros de 1812, rara vez nos enviaron los sitiadores tan molesto presente. Rara vez, digo, pero no nunca; pues, como para quitar crdito una voz que empez correr despus de una larga interrupcin, suponiendo abandonado por los sitiadores un proyecto que tan corto efecto produca, con intervalos desiguales, que fueron siendo menores, siguieron cayendo en Cdiz granadas.

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T e r o en mucho tiempo todas cuantas penetraron en la poblacin se quedaron ms cortas que la primera, y adems viniendo como esta llenas de plomo, y no reventando, dieron motivo la famosa ccplilla de Con las bombas que tiran los fanfarrones se hacen las gaditanas tirabuzones (1). Sin embargo, ya entrado 1812, y muy los principios, -empezaron venir con ms frecuencia visitarnos los instrumentos de muerte y ruina; y como ocurriese una otra desgracia, ya comenzaron buscar los habitadores en Cdiz medios de libertarse del peligro. Cabalmente de ello naci hacerse aun ms alegre la vida. Como se ver en la continuacin de esta narracin (cuyas dimensiones van excediendo las que pens darle al comenzarla), los
(1) Alusin los rizos en forma de saca-corchos usados e n t o n ces, y que se formaban ciendo con pedacitos de plomo delgadas m e c h a s de pelo, que cubre y adorna la frente y sienes. D. Adolfo de Castro, en la obrilla excelente de su gnero, donde trae mil particularidades de lo ocurrido en Cdiz durante la g u e r r a de la Independencia, cita esta coplilla, y con ella u n a v a r i a n t e <que es como sigue: Con las bombas que t i r a el farsante Sult se hacen las gaditanas toquillas de t u l . Pero como por fuerza ha de ver el lector, esto no tenia sentido, como lo de los tirabuzones. El Sr. de Castro (que no vivia entonces) ignora que esta variante tonta fu u n a copla improvisada y cantada en el teatro por u n actor llamado Navarro que la echaba de gracioso, y veces lo era, pero no menudo. Al oira fu aplaudida, como suele serlo cualquiera necedad, pero no era uso cantarla, pues bien se veia que no habia materiales para medio paDuelo (vulgo toquilla en Andaluca) en las granadas que t i r a b a n i o s franceses.

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ltimos meses del sitio, y los del bombardeo, nunca i e r 'ible, pero s ya incmodo, fueron los en que de tal modo vino ser la vida armada y rica en entretenimiento, que los pocos, poqusimos que hoy vivimos, y fuimos testigos de aquella situacin, nos acordamos de ella como de una serie de dias, iguales los que se pasan en una feria, en otra serie semejante de diversiones. Lo que particularmente distingua los espaoles de los dias gloriosos en que sustent nuestro pueblo, con raras excepciones y sin distincin de clases, la independencia y gloria de la patria, heroico en su perseverancia, aun cuando en varias ocasiones no lo fuesen en la campaa sus soldados bisnos, era la fe en la justicia de su causa, de donde nacia la confianza en el triunfo final, fuesen cuan grandes y numerosos podan ser los reveses con que hubo de afligirlos la adversa fortuna. Era en verdad Espaa, en aquellas horas, personificacin del varn justo y tenaz en su propsito, que en un pasaje, con frecuencia citado,, pinta Horacio; cuyo espritu firmo, ni por las ventajas alcanzadas por el enemigo, ni por discordias intestinas y funestas desmayaba, y quien no aterraba ver irse desmoronando sobre su cabeza el edificio d l a nacin los embates del vencedor poderoso, estando, como estaba, resuelto perecer impertrrito sepultado bajo las ruinas. De esto daba pruebas, como en ningn otro perodo de la guerra comenzada en 1808, Espaa en los ltimos meses de 4844 y primeros del siguiente; dias cabalmente en los cuales hubo ms sombras que lustre en el honor de nuestras armas, siendo frecuentes y graves los reveses, y escasas y de corta importancia las victorias. En aquella misma hora en que, consultada la razn, slo podia dar por respuesta que el triunfo del invasor era, si ya no seguro, poco menos, venia ser cuando estaba hacindose una Constitucin, y cuando fu nombrado nuevo gobierno,, atendiendo 4 ello ms que los sucesos do la guerra loa.

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moradores de la isla gaditana, mientras los de las tierras enseoreadas por el enemigo, aun cuando poco se cuidasen de legislacin poltica, miraban como la real y verdadera la que salia de la asediada Cdiz. Mediado 1811, empez en las Cortes discutirse la Constitucin. De sus mritos no me toca hablar aqu ahora: bsteme decir que su todo y sus artculos empeaban vivamente la atencin y toda clase de afectos, considerndola como destinada regir durante plazo ms menos breve Espaa toda. Los discursos de los diputados sobre puntos constitucionales eran oidos, no meramente con atencin, sino con ansia viva, comentndose luego (1), y aun con frecuencia en la hora de ser pronunciados; clase esta ltima de comentario, si no ilegal en s, legalmente ejercida, pues se expresaba con aplauso los oradores gratos al pblico, y con vituperios los de opinin contraria. Arguelles, Meja, Muoz Torrero, Calatrava, Oliveros, Gallego, Golfn, con algunos ms, eran oidos como orculos; .Inguanzo, Gutirrez de la Huerta, Borruell, Valiente, con otros pocos adictos las mismas doctrinas, con extremos de injusticia. El famoso Ostolaza era blanco principal del odio y burlas del auditorio, lo cual mereca en parte por una frescura digna de ser calificada de descaro, y por ser conocidas sus malas costumbres y sus arterias para ele(1) Perdneseme como u n pobre viejo, quien dio a l g n c u i dado su reputacin, citar aqu algo de mis mocedades en que pruebe que no fui el loco t r i b u n o que se mo supone. En 1811 escrib u n largo a r t c u l o en el Redactor general, defendiendo la doctrina quo hace necesaria la sancin Real para que las resoluciones de cuerpo cuerpos legisladores pasen ser leyes, cuando el conde de Toreno en las Cortes habia hablado contra dar al Trono tal prerogativa. Verdad es que me ce acopiar los a r g u m e n t o s de Miraieau. Pero al cabo algo era seguir al Mirabeau g r a n repblico, en vez de seguir, como solan los ms en aquel tiempo, en Mirabeau al tribuno, al revolucionario demoledor trazador de locosplanes.

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varse (4), todo lo cual ponia en relieve su figura llena, su cara excesivamente redonda y rojiza, y sus ademanes y continente en grado sumo provocativos. Habia asimismo diputados, cuyos discursos unas veces eran recibidos con aplauso, y otras con extremada desaprobacin, porque en ellos estaban representados juntamente, pero alternando, los dos diversos y & veces opuestos principios del levantamiento popular de 1808: la predominancia del pueblo de la plebe y el fanatismo. De ello venia ser ejemplo D. N. Torreros, conocido por el Cura, de Alaeciras, afluente, de corta y mala instruccin, sencillo veces, malicioso en otras, ridiculo en sus modos, y mucho en su acento ceceoso punto de dar golpe aun en Andaluca (2). En los primeros dias de las Corles se habia hecho notable el buen cura por sustentar la causa de los guerrilleros contra la de los oficiales del ejrcito con frases que le valieron altos aplausos. Cuando empez discutirse la Constitucin, ya no privaba Torreros con el pueblo de las galeras, porque habia sollado expresiones favorables la intolerancia religiosa llevada al mayor extremo. Pero al hablarse del artculo de aquella Constitucin que declara que la soberana reside esencialmente en la nacin, la cual asiste el

(1) Justifcalo aqu dicho de Ostolaza el proceso que se le form por haber seducido jvenes de u n colegio de que era director, cuando despus de haber privado altamente con el rey Fernando fu enviado residir en u n a provincia. Tambin los medios por donde se habia hecho notorio en 1810, haban sido ridculos y asimismo vituperables. Pero nada alcanza disculpar la maldad atroz d3 que fu vctima hacia 1838 1839, cuando, con no s qu p r e textos, muri asesinado con burlescas formas de juicio en V a lencia. (2) Bien viene aqu, fuer de buen andaluz, decir que no todos los andaluces cecean, aunque n i n g u n o pronuncia bien el c a s t e llano. En Cdiz, por ejemplo, donde el convertir la l en r es vicio comn, raros son los que hacen sonar la z, cuyo sonido s u s t i t u yen con u n a $, cual no la hay en otra lengua parte alguna.

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derecho de variar sus leyes fundamentales, ningn demagogo pudo exceder al cura de Algeciras sustentando una doctrina tan peligrosa, por la cual parece que est la asociacin poltica que constituye un Estado como de continuo puesta en vilo. Sus elogios del pueblo, los temores recelos del poder del trono, que manifestaba, ya con nfasis, ya con singulares reticencias que implicaban cargos y encerraban amenazas, y todo esto dicho coa los modos y tono estrafalarios, en l tan comunes, recrearon los oyentes, que reciban su discurso con una aprobacin mezclada con risa. Tambin por aquellos dias ocuparon las Cortes otros asuntos, que dieron margen que mostrase el auditorio, que de veras se creia amante de la libertad, su feroz tirana, no sin participacin de la mayora del Congreso que en unas ocasiones le excitaba y daba ejemplo, y en otras aprobaba sus excesos, pues aprobacin vena ser su tolerancia. Los procedimientos contra un folleto del exvegente Lardizabal, contra otro del consejero D. Jos Colon, y contra una consulta quedada en mero proyecto del consejo llamado de Castilla, eran actos de despotismo en que las Cortes, figurndose parle, hacan no poca del oficio de juez, todo lo cual era celebrado, y lo que es peor, aplaudindose el rigor injusto, la par que recibindose con violenta desaprobacin la defensa que hacan de los acusados sus parciales. En uno de estos acalorados debates vituper la conducta del desmandado auditorio el diputado D. Juan Pablo Valiente, consejero de Indias, y trajo en apoyo de su censura una cita de Filangier; pero aunque este escritor, hoy olvidado, era para los hombres de las sectas reformadoras del siglo XVIII autoridad de gran peso, los concurrentes las galeras del cuerpo deliberante, entre los cuales no abundaban los doctos, llevaron tan mal la cita, en odio del citador, que rompieron en un torrente de dicterios contra el orador, expresndolos

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en gritos y acompandolos con amenazas, y hasta coaseales de querer pasar sin dilacin de las palabras las obras. Empez, pues, un alboroto, interrumpise la s e sin, retirse una pieza interior Valiente, y no par por esto el tumulto, siguiendo en voces y ademanes no leves muestras de propasarse actos de violencia contra su persona. No tena, con todo, aquel bullicio carcter verdadero popular, pues lo general de la poblacin se mantena en paz profunda, cindose la turba medio amotinada al corto recinto de las dos tres calles inmediatas al lugar donde se celebraban las sesiones, y en punto n m e ro al de los que tenan la asistencia las galeras por ocupacin ordinaria. Hubo con todo de acudir llamado el g o bernador, mi tio, que aun gozaba de favor con todo el pueblo, ineluso con los constitucionales, y que, tomando del brazo Valiente, le saco por entre los alborotadores, y le llev al seguro asilo de un buque surto en la baha. No se oy en las Cortes la merecida seversima reprobacin de tal atentado, ni volvi tomar asiento en ellas Valiente. Mientras esto pasaba, iban cayendo en poder del enemigo varias plazas de Catalua y Valencia; una gran derrota de la flor de nuestro ejrcito, mandada por el regente Blake, amenazaba an con mayores males; y el ejrcito ingls, aunque victorioso, ceido defender Portugal, si alguna vez consegua ventajas dentro de Espaa, pronto desemparaba nuestro territorio, si bien desde los confines del territorio vecino era para la causa de la restauracin auxiliar poderoso. Todo esto llegaba noticia de los vecinos de Cdiz, y si no les era grato, tampoco los afliga er> extremo, llamando ms su atencin la lucha entre las opuestas banderas que acababan de ser bautizadas con los nombres de servil y liberal, que las operaciones miliares. Tambin se prestaba atencin las producciones, ira-

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presas, pero corta, salvo en una otra ocasin en que lo impreso era casi como lo hablado, porque trataba de lascuestiones polticas pendientes. Los anti-reformistas iban levantando la cabeza, no sin indignacin de sus contrarios, que los culpaban de usar de la libertad para hablar contra la libertad, como si al obrar as no usasen de un derecho que se les habia dado, as como todos. No tenan grandes escritores, pero el padre Alvarado que publicaba unas cartas con el nombre del Filsofo rancio, no era digno de desprecio. Una obra publicaron los de la misma parcialidad que valia poco, pero que hizo ruido, y vino ser m e morable por haber dado origen otra produccin de ms valor, si bien no del que lleg drsele, y de considerable escndalo. La que acabo do citar aqu en lugar prime. " 0 , tena por ttulo Diccionario razonado manual, y era una stira de los reformadores, siempre acre amarga, por lo comn necia injusta; pero en algunas ocasiones no falta de ingenio chiste, y hasla en uno otro caso no ajena de justicia. Ello es, que pic sus ads ersarios, decidindose desde luego entre stos que era indispensable dar las tornas tal agresor, y hacerlo con armas iguales las por l empleadas. Lo ms singular es que fuese sealado, como por eleccin, aunque no hecha por vas notorias, evidente, el campen de los liberales quien tocaba entrar en batalla, y, segn se supona sin consentirse en ello dudas, derribar y aniquilar al osado paladn de los serviles. El nombrado fu D. Bartolom Gallardo, dueo entonces de altsima reputacin, aunque fundada en ttulos q u e , si por su calidad eran hasta cierto punto valederos, por sunmero y dimensiones apenas alcanzaban constituir un valor literario muy subido. Gallardo, no muy conocido en Madrid, habia sido elegido en Cevilla para escribir en el Semanario patritico, puesto la sazn cargo de D. Isidoro Antillon, D. Jos Mara Blanco (el despus conocida por Blanco YVhite) y D. Alberlo Lista, los cuales habia.
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encomendado Quintana, por entonces muy embebido en las ocupaciones de su empleo, continuar el peridico por l fundado en Madrid en Agosto de 4808, al cual habia logrado dar extremada vala influencia, y en que habia empleado su ya acreditada pluma. Gallardo hubo de escribir un artculo que no gust, punto de haber salido desechado por quienes habian de ser sus colaboradores. No eran prendas del as maltratado escritor, ni la modestia, ni el sufrimiento, como hubo de probarlo en su larga carrera prolongada hasta dias poco remotos del presente; carrera que fu una perpetua guerra en que l, agresor menudo, se vio al fin obligado defenderse y recibi ms heridas que llev, haciendo poco dao con sus armas, aunque procur afilarles todo cuanto cabe en lo posible las puntas, y aun untrselas con veneno. Gallardo jur odio acerbo la pandilla de Quintana y al que era de ella cabeza, lo cual, no obstante, se alleg la bandera reformadora, pero como queriendo formar en ella un tercio escuadrn aparte sealado por extremarse en la osada. Haba publicado un follelito de pocas pginas, titulado Apologa de los palos dados D. lorenzo Calvo de Rozas, y en tan breve trabajo y sobre tan pobre asunto habia mostrado calidades de grande escritor; diccin castiza con slo algn ligero ribete de afectacin, buen estilo, chiste abundante y de la mejor ley. Con tales mritos fu, sin embargo, desmedido el concepto que dio su autor tan ligera obrilla, juguete primoroso, pero que de serlo no pasaba. Lo cierto es que Gallardo, como dejo dicho, fu sealado para contraponer un diccionario al razonado manual, y que cumpli con su encargo al cabo de no muy breve tiempo, anuncindose prximo unas veces el esperado parto de su ingenio, y otras remitindose hora algo posterior el logro de las que eran altas esperanzas, y al cabo apareciendo el Diccionario crtico burlesco con grande aplauso del vulgo de lectores, y moderada aprobacin de

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los entendidos; con bastantes malos chistes entre algunos pocos buenos; con no mucha originalidad; conteniendo trozos bien escritos y otros en que la afectacin llega ser insufrible. Lo que ms valor dio la obra fu la ira que excit, harto merecida en parte, por la ostentacin de impiedad que en ella resalta. Gallardo hubo de s e r condenado por su obrilla y aun reducido prisin, pero la muy suave en que estuvo fu para l lugar de recreo y triunfo, siendo all visitado y adulado por gran nmero de personas, para quienes eran mritos las culpas del autoratrevido. Tales eran (y si algunas de otra clase pocas) las plantas que florecian y fructificaban all y entonces en el campo de la literatura. Por aquellos dias public Capmany reimpreso en Londres, el libro que impropiamente habia dado el t tulo de Filosofa, de la elocuencia, mero tratado de retrica al uso antiguo, en que nada filosfico podia encontrarse aun con el mejor deseo de hallarlo, y el cual, sin embargo, habia corrido con aceptacin por muchos aos; pero s u autor, en su galofobia le habia variado, dndose por arrepentido de haber citado en l, como modelos, trozos do autores franceses, y substituyendo stos otros de escritores castellanos, que agreg en su estilo renovado salpicar la composicin con frases propias de los malos conceptistas del siglo XVII y hasta dignas del imaginado fray Gerundio. Pero su obra no dio margen por lo pronto, ni alabanza, ni vituperio (1).
(1) E n dias m u y posteriores, y (si bien me acuerdo) en la Gaceta de Bayona, publicada hacia 1830 y escrita en castellano, fu censurada con extremos de aspereza, aunque no sin mucho de justicia, la aqu citada obra de Capmany, llegando los censores punto de citar, para usarla en sentido contrario, la famosa frase de Quintiliano, cuando dice tocante Cicern: Ule se profetisa sial' cui Cicero valde placebit, afirmando que da pruebas de buf t gusto quien condena Capmany, Aqu se mezclaban con tUos l i -

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En tanto empezaban darse luz traducciones de obras que antes no habran podido publicarse en Espaa. Una de Mubly, de escaso valor, pero que le tuvo no corto cuando su autor, hoy enteramente olvidado, pasaba por grande autoridad en poltica, tuvo por traductor, , como debe decirse, por traductora, la excelentsima seora marquesa de Aslorga, condesa de Altamira. Un D. N. de la Dehesa, que en 1834 35 fu ministro de Gracia y Justicia, dio la estampa en nuestra lengua, la antes estimada obra del suizo Delolme, sobre la Constitucin inglesa, llamando al autor original, ciudadano de Genova, por decir de Ginebra, lo cual ms que traducir equivocadamente la voz francesa Geneve se extenda (1). Ms traducciones aparecieron, pero cules y cuyas fueron se me ha borrado de la memoria. Algo de esto era leido, de donde iban propagndose doctrinas hasta all conocidas de pocos espaoles. Pensse en escribir para el teatro. Comenz Martnez de la Rosa su tragedia La viuda de Padilla, y poco despus

terarios los polticos, porque los crticos, antes servidores de Josa Napolen, y pasados protegidos de Fernando VII, no perdonab a n ocasin en que pudiesen cebar su odio los que se mantuvieron firmes en defender la causa de su patria. Sin duda, las rarezas de que llen Capmany la nueva edicin de su obra, nunca ms que mediana, justificaban no poco la severidad de la censura, No son dignas de Gracian a u n del supuesto G e rundio frases como las que siguen, corriendo se vendan a n t i g u a m e n t e las rosas porque galas t a n caducas no permitan asiento; esta otra: -los antiguos nos daban dentro de u n a m e dalla todo u n Csar, porque los grandes hombres se h a n de medir de pescuezo arriba? ( 1 ) Debia el bueno del traductor, sobre h a b e r sabido que Genova en francs es Genes, as como Geneve es Ginebra, sabor que los genoveses, aun cuando era repblica el Estado de que eran parte, no usaban el t t u l o calificacin de ciudadanos. Al revs en Ginebra, donde ciudadano era u n a calificacin u n titulo l e g a l , no comn todos los habitantes, sino u n a categora de s tos, por lo cual vena ser u n distintiva.

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su comedia Lo que puede un empleo, de las cuales ya he hablado en otro lugar de este libro. Infatigable Savion en traducir, lo cual haca con extraordinario acierto, s e dedic poner en verso castellano el Bruto primo Alfieri, mudndole el ttulo en el de Roma libre, y extremndose alguna vez ms que el autor en varias doctrinas republicanas (1). En tanto, un ingenio muy de otros principios; el duque de Hijar, hermano del actual, escribi hizo representar una composicin dramtica, en parte alegrica, en que no faltaban buenos trozos; pero como abundaba en pensamientos monrquicos, aunque no contrarios las reformas que iban hacindose, fu oida con corto favor, si bien no con desaprobacin, siendo adems su autor persona en quien algunas singularidades impedan que se hiciese la debida justicia al valor natural y aun al buen cultivo de su entendimiento (2).
(1) Al terminar el primer acto del original, recien expelido dal trono Tarquino, grita el pueblo romano: II primo die che viviam noi ia questo. Savion le tradujo bien diciendo: Este es el primer dia en que vivimos. Pero como Alfleri usaba del verso suelto, y su t r a d u c t o r del Romance endecaslabo, y como cabalmente el verso aqu citado deba ser seguido en castellano por otro terminado en e o con que acabase el acto, hace Savion que la exclamacin del pueblo r o mano, Bruto, que en la tragedia italiana calla entonces, p r o r r u m pa en el siguiente verso: Cpielo el mundo y vivirn los pueblos. (2) Como hubiese dicho el b u e n duque, candoroso por dems q u e para componer los versos se tendia boca abajo, dio esto motivo dichetes de mal gusto'. Arriaza dijo sobre ello u n o s versilloa obscenos ingeniosos, y Gallardo, en s u Diccionario crtico burlesco, tambin hace mencin de u n g r a n seor, el cual diz que componalos versos segn aqu va referido. Mejor tratado mereca ser el duque de Hijar, cuya acion las letras era notable y loable, y cuyos versos, si ya no de alto aplauso, eran merecedores de a l g n aprecio, siendo correctos cuando menos.

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Entre tales ocupaciones y entretenimientos dentro de la isla gaditana, se multiplicaban fuera de ella las desdichas. Cay al terminar el ao de -1811 en los primeros dias de 1812 en poder de los franceses la ciudad de Valencia, y con ella el entonces principal ejrcito espaol,, quedando prisionero el general D. Joaqun Blake, uno de los del Consejo de regencia del reino, y aun su presidente. Era el revs de tal magnitud, que hubo de causar ms que la ordinaria pena producida por otras desventuras en los descuidados habitantes de la isla gaditana. Al mismo tiempo sonaron, aunque medio articuladas, voces de traicin de las que habia tiempo que no se oian. Para Blake nunca habia soplado favorable el aura popular, lo menos la que procede de las regiones inferiores y medias de la sociedad, mientras de los que ms presuman, y con razn, de entendidos, una buena parte, en la cual se contaban Arguelles y sus amigos, tena al g e neral desventurado en no corta estima, reputndole hombre de saber, tanto cuanto buen patricio. Lo cierto es que Blake gustaba de dar batallas, y que solia perderlas; que su sequedad desagraciaba generalmente, cuando otros daba idea alta de su buen entendimiento instruccin su silencio casi perpetuo, y que su amor su patria y su fidelidad no desmentida la causa de la nacin, como estaban juntas con una tibieza que rayaba en frialdad, eran poco propsito para dias de pasiones violentas, de aquellas que se manifiestan, ms que en actos tiles, en palabras y vanas demostraciones. As corric por Cdiz la noticia de que Blake, si no habia abrazado el partido del rey intruso, estaba cerca de abrazarle, y qu los franceses, al recibirle la espada, le haban hecho los honores de infante de Espaa; enorme desatino, pues esto, si hubiese sucedido, casi equivaldra reconocer, en cierto grado, los soldados de Napolen, y el gobierno de Jos, lalegitimidad del gobierno por ellos calificado de rebelde.

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Hubieron de terminar tales desvarios (por otra parte no tan peligrosos como habran sido tres cuatro aos antes) con llegar un parte de Blake, donde se expresaba tan bien y con tan nobles pensamientos y afectos al referir su desdicha la par con la del Estado, que le capt no pocas voluntades, hasta colocarle en la opinin en punto superior al que mereca real y verdaderamente; porque si era honrado y un tanto instruido, no tena las altas dotes que en l suponan sus parciales. Importaba, despus de faltar Blake, nombrar nueva r e gencia. Sus compaeros Agar y Ciscar, que despus vinieron recobrar el favor de los constitucionales, por entonces le tenan perdido, no dudndose de su recta intencin, pero s de su suficiencia. La eleccin podia parecer ridicula, pues apenas haba Espaa qu gobernar. Pero fu llevada efecto con grande empeo de las Cortes y del pblico. Formronse los diputados en un remedo de cnclave, encerrndose rigorosamente por unas veinticuatro horas poco ms menos. Esperbamos delante de las puertas cerradas con notable impaciencia los que nos creamos interesados en cuestin de tanta importancia. Circulaban nombres de candidatos, los ms de ellos no muy del gusto de la turba expectante, ms extremada an que la mayora de las Cortes. Entre los cinco elegidos disgust, ms que otro nombre, el del duque del Infantado, sabindose adems que no habia sido del gusto do Arguelles y los suyos, en este caso vencidos, aunque g e neralmente vencedores en aquel Congreso. El de mi tio D. Juan Mara Villavicencio tampoco fu grato, aunque se supo que le haban votado los caudillos de los liberales, y debo confesar, con arrepentimiento y vergenza, que pudo ms en m el fanatismo poltico que los lazos que me unian al hermano querido de mi amadsima y amantsima madre, y que ful de los desaprobadores de la eleccin

siendo as que el electo, por sus muchas buenas prendas


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an gozaba de favor sumo entre lo general de las gentes; pero yo conoca sus principios monrquicos que, descubiertos, al cabo hubieron de engendrar mutua enemistad entre l y los constitucionales. De los otros tres nombrados, slo el nombre del conde de La Bisbal, D. Enrique O'Donnell pareci bien, lo cual prueba no estar dotados de grande penetracin los que juzgaban los recien elegidos. Los dos restantes quedaron sin aplauso censura, aunque uno de ellos (D. Joaqun Mosquera) fu despus objeto, ms todava que de acre vituperio, de burla amarga. Era cosa de ver las enhorabuenas que reciban los nuevos regentes y las esperanzas y los temores que reinaban sobre su modo de gobernar, cuando faltaba un .Estado en que pudiesen acreditar sus dotes de gobierno, y era lo ms probable que no llegase haberle. Ocupaba en medio de esto los nimos el prximo juramento y promulgacin solemne de la recien elaborada Constitucin, ya llevada remate. La fiesta que para ello se preparaba no podia ser ostentosa, pero lo raro de las circunstancias le daba un alto grado de lustre. Sealse para la ceremonia el 19 de Marzo, aniversario de la subida al trono de Fernando, y por singular coincidencia, dia de gala forzada para los espaoles residentes en la opuesta costa, por serlo del santo del que se titulaba rey de las Espaas y dlas Indias. En el dia 18, preparado ya todo para la festividad, se veia que no se prestara favorecerla el cielo, pues lo que tal nombre lleva apareca cubierto trechos de negras nubes, casi segura seal de recios aguaceros, y aun de viento furioso. Con todo, el nuevo gobernador de Cdiz, el dignsimo general de marina, don Cayetano Valds, juzgando ms por su deseo que por lo probable, asegur que segn su experiencia y habilidad en predecir por el cariz el tiempo, podia augurar que no sera malo el del dia prximo venidero, y reinando en quienes supieron tal vaticinio igual deseo que el del vati-

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clnador, cuyo acierto en tales casos era conocido y ponderado, se entregaron todos lisonjeras esperanzas, no obstante ver cargadsimo el horizonte por la boca del Guadalquivir, y por el mar alrededor del castillo de San Sebastian, circunstancias que, estando unidas, son indicio infalible de un viento vendaval acompaado de lluvia. Acert ms que el general marino quien con menos pasin juzgaba tomando en cuenta el aspecto del cielo. Fu el da de aquellos de que hay pocos en lo malo, y sin embargo, pudo ms el alborozo que la inclemencia del tiempo, saliendo magnfica su modo la fiesta. Habia ya arreciado un tanto el bombardeo, y la catedral estaba en uno de los lugares ms expuestos la caida de los proyectiles; por lo cual fu elegida para que en l se cantase el Te-Dewm, necesario apndice de tal clase de funciones, la iglesia del convento de Carmelitas Descalzos, situado en la Alameda. Desde ella se descubre el mar con la entrada del puerto de Cdiz y la costa desde Rota, asentada cerca de la embocadura del Guadalquivir, hasta muy la derecha de la ciudad del Puerto de Santa Mara, lugares ocupados por los franceses. Tronaba la artillera en ambas contrapuestas riberas, aunque estuvieron en aquel dia suspensas las hostilidades, siendo los caonazos meras salvas, pero por tan contrarias causas, que aquel saludo por una y otra parte era un reto declaracin de porfiada guerra. Bien lo notaba el numeroso concurso que lienaba aquel paseo de Cdiz, y con notarlo creca en su entusiasmo. Era el caso de que voy ahora hablando (segn en otro pobre escrito mo he dado notar), uno de aquellos en que un pueblo entero, sin dar lugar la reflexin, obedece un impulso nico que le domina y arrastra, porque, aun los ms opuestos la ley que se estaba promulgando y ensalzando, y aun los ms persuadidos de que la causa de la Independencia estaba perdida, aquel acto, para los primeros odioso y para los segundos ridculo, si meditada y framente le con-

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sideraban, embargaba, suspenda inspiraba un jbilcr irresistible. Apareci en esto la comitiva que del edificio donde celebraban sus reuniones las Cortes vena la iglesia. Componanla los diputados formados de dos en dos: con ellos los regentes. Estaba formada haciendo calle por la carrera la tropa, , segn se decia entonces, tendida. El viento se habia desatado y soplaba como un huracn,, bramando y combatiendo, y casi derribando las personas expuestas a sus mpetus: las nubes iban rompindose en torrentes de agua despedida con violencia, azotando los rostros, la par que calando los vestidos, y los circunstantes no por eso sentan incomodidad grave, pues con ademanes de arrebatado entusiasmo, y ojos y semblante encendidos, gritaban vivas salidos de lo ms hondo del pecho y oian con desprecio los caonazos que en honor del intruso rey de Espaa disparaban los enemigos. Entrados en la iglesia los diputados y dems personajes quienes de oficio tocaba asistir al acto solemne, y adems los espectadores que cupieron, no desampar la concurrencia as inmediaciones del templo, pesar de lo desabrigado del sitio y del rigor del viento y lluvia. En una rfaga tronch el como huracn un lamo de mediana robustez que estaba corta distancia d l a iglesia, y hubo entre quienes lo presencibamos alguien que, por via de burla, calificase tal incidente de funesto agero en cuanto la suerte del cdigo objeto de aquella festividad; cosa dicha sin intencin, pero que as podia haber hecho suya muy de veras la persona ms supersticiosa como la ms sagaz y previsora, porque la obra de los legisladores de Cdiz estaba destinada morir en breve, ya triunfasen los franceses, ya Fernando rescatado volviese al trono, no pudiendo un rey reducirse de grado aceptar una ley que tanto r e s tringia su poder, sin que esto sea disculpa de la negra ingratitud y brbara y feroz injusticia con que al fin aquel monarca, vuelto su libertad y poder por esfuerzos de-

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l o s constitucionales, si no solos, la par con los de opinin contraria, pag con persecucin indigna beneficios con que podia ir mezclada la equivocacin, mas no otra idea contraria su autoridad; mal aconsejado en parte, pero tambin llevado por no buenas inclinaciones propias. Mas esto que hoy vemos no lo veamos entonces, ni venia cuento en aquella hora pensar en lo futuro. Atendamos slo la grandeza y singularidad de la escena de que ramos espectadores, y asimismo parte en mayor mencr grado. No amain el temporal, y al retirarse las Cortes y el concurso, continuaron el cielo con sus rigores y la turba de concurrentes con su entusiasmo y vivas. Hubo horas de descanso, retirndose las gentes hacer su comida diaria la acostumbrada hora de las tres de la larde, y poco ms de las cuatro de la misma, nueva ceremonia llam al pueblo las calles, pesar de la continuada inclemencia del tiempo. Habia preparados en los principales sitios de la ciudad cuatro cinco tablados donde habia de publicarse la Constitucin con solemnidad. Presidi este acto el gobernador D. Cayetano Valds, vestido de grande uniforme que estren para el intento; circunstancia, aunque leve, notable, porque solia tan digno personaje recordarla, pues, calado de agua al desempear su encargo, hubo de perder aquel vestido algo costoso; prdida de tal cual consideracin en sus entonces cortos haberes, y sacrificio que haca la causa de la patria una misma con la de la Constitucin en tan memorable dia. Termin ste tempestuoso y lluvioso, pero sin que hasta cerrar la noche dejasen do estar atestadas de gente calles y plazas. Habia preparada una iluminacin general, pero no fu posible llevarla efecto. Ya dejo dicho que empezaban caer las granadas con m s frecuencia que antes, aunque sin periodo fijo. Pero el 16 de Mayo, primer aniversario de la batalla de la Albuer a , vino el mariscal Soult de Sevilla las lneas fronterizas

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la isla Gaditana, y como en desquite del revs padecidoen igual dia del ao anterior, dispuso y llev ejecucin al cerrar la noche un bombardeo ms serio por su d u r a cin que todos los anteriores. Esto, si no aterr, incomod, y, como desde entonces, de all pocos dias, siguiese el arrojar de granadas con regularidad, se cre con ello un modo de vivir en los moradores adecuado lascircunstancias. El mtodo que adoptaron los franceses fu disparar d e cuatro en cuatro horas sus trece quince obuses-morter o s . Tal regularidad, por ms de dos meses no desmentida, trajo consigo un mtodo de vida en los habitantes d e la ciudad, el cual corresponda con el peligro la molestia,Contribuyendo hacerlos menores. Las granadas alcanzaban como dos tercios ms de laciudad (1), y el otro hasta el fin del sitio qued indemne y seguro. A l acudan pasar la noche la mayor parte dlos que vivan en los barrios expuestos. Rebosaban e n gente las casas del barrio que lo era de refugio, y era d& temer, y se temi, que con el .rigor del verano, el hacinamiento de personas en espacios breves y cerrados produjese enfermedades, y tal vez que asomase y se propagase Ja fiebre amarilla (2). De este ltimo azote que en en 1810(1) Es m u y de n o t a r que el alcance de la primer granada que e n t r en Cdiz (en Diciembre de 1810) fu rarsima vez escedido y no muchas igualado por las que cayeron en s u recinto hasta el 24de Agosto de 1812, ltimo dia del bombardeo, siendo lo comn, quedarse m u y cortas h a s t a caer muchas en la baha. Prximos y a retirarse los enemigos cay una en la iglesia de San Antouto excediendo todas las anteriores y posteriores, pero, como esto s u cediese sabida ya la victoria de Salamanca, y previndose la r e t i r a d a del enemigo, no hizo el efecto que habra hecho en o t r o caso. (2) Tambin en el paseo de l a Alameda, del cual u n a buena, parte estaba fuera de tiro, y la otra no era de lo m s expuesto, dorman muchos cielo raso y aun solan llevar all c o l c h o n e s -

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habia caido sobre la poblacin, aunque no recio como en 1800 y 1804, y que volvi aparecer con algn ms rigor que en 1810 en 1813, cuando por fortuna ya estaba Cdiz libre del asedio, nos libert aquel ao como en 1811 la bondad de la Divina Providencia. Pero el fundado temor dict precauciones. Los hombres, con rara excepcin, nos quedamos dormir en nuestras casas. Otro tanto suceda en general aun con las mujeres de clase menos acomodada, siendo esta una de las muchas desdichas inseparables de la pobreza. Las personas apiadas en casas por lo comn pequeas, por ser cabalmente el barrio seguro de la ciudad uno en que abundan ms las habitaciones reducidas que las espaciosas, tendan sus colchones en el suelo, y, no siendo las camas cmodas, ni la estacin impropia para pasar el tiempo al raso, no bien se levantaban y limpiaban y se aviaban un tanto en peinado y traje, cuando, sacando sillas fuera de las puertas, se sentaban conversar unas con otras. Concurrase all como una tertulia constante. Durante los intervalos regulares entre los disparos solan los refugiados, digamos las refugiadas, ir dar una vuelta sus casas. A veces se descuidaban, siendo sorprendidas por las granadas antes de volverse su asilo veces cuando l venian encaminndose (1). Al llegar el trmino fatal, todos se ponan en escucha, atentos al s o Como esto era en los meses de Junio (hacia los fines), Julio y Agosto no result de ello dao, no siendo, por otra parte en Cdiz, rodeado de mar, perjudicial a l a salud el roco de la noche. (1) De esto ocurri un lance en mi familia, que cuento porque puede servir de dar entender lo que'pasaba. En el intervalo entre los disparos habia venido mi casa, situada en lugar, ni de los ms expuestos ni de los seguros, con otra criada, el ama de leche que lo era de mi desgraciado hijo Dionisio., Se descuid h a s t a dejar pasar las cuatro horas de suspensin del bombardeo. Entonces se vino apresurada con el nio en sus brazos hacia el l u g a r que era asilo de mi mujer y parientes. Pero recien salida son la campana y sigui el zumbido de u n a g r a n a d a que vino caer en la calle m u y corto trecho, cubrindola de polvo as como la criatura. E r a

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nido de la campana del convento de San Francisco. Porque, per juiciosa providencia, estaba prohibido el toque de campanas en todo caso, para que no sonase otra que la de aviso, salida del aqu citado campanario, donde un fraile, hecho atalaya, puesta la vista en las bateras francesas, al ver salir de ellas un fogonazo, daba una campanada, siendo estas tantas cuantos eran los tiros. Al sonido de la campana seguia inmediato el estampido (que entonces no era detonacin mas que en francs) del temible obs mortero; venia luego el zumbido de la granada por el aire, y cuando no caia el proyectil en la mar, como sola suceder, daba aviso de su caida un recio golpe. Entraba el averiguar dnde habia caido y si habia hecho dao personas edificios. Lo primero ocurra rara vez; lo segundo no pasaba del agujero abierto por la casi inofensiva mquina de guerra. Haba risa aun cuando hubiese miedo. En los lugares seguros, donde faltaba el temor de desgracia en la propia persona, habia cuidado por las ms menos queridas que estaban en sitio expuesto, y aun por las casas y muebles que podan haber padecido detrimento. Libres ya de este cuidado, aunque ciertos de haber de sentirle igual cuatro horas despus, se entregaban las gentes al buen humor, por lo comn compaero de incomodidades no graves. Pareca como que se estaba en competencia para hacer gala de superior mrito contrado sobre quin viva con ms estrechez en punto espacio, con menos regalo en punto cama y muebles. Pero criaturas que viven incmodas se hace necesario procurar distracciones. En ello se ocup la autoridad. En el lugar ms lejano del alcance de los fuegos enemigos, se puso al modo de una feria. Habia adems all un tablado
de ver, segn me contaron, cmo entr despavorida y llevando e s s u persona y ropas seales del recien ocurrido lance.

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para msica instrumental y vocal, que servia con frecuencia al fin que estaba destinado. Tambin se form una como plaza donde se corri por la sortija. 1 embajador de Inglaterra, que lo era entonces sir Enrique Wellesley, hermano del general que llevaba el titulo de lord Wellington, solia dar bailes, si no con la suntuosidad que hoy se ve en algunos, y con lo que da de s la ostentosa grandeza de los seores ingleses, unos donde concurra la buena sociedad gaditana y la grandeza de Espaa y dems forasteros de alta categora residentes en Cdiz, pero hubo de cesar en la costumbre por estar su casa muy expuesta las granadas, porque sabiendo donde estaba, se recreaban los franceses en asestar all sus tiros, y tambin por estar inmediata al campanario de San Francisco, otro punto que ponian la puntera los sitiadores. Pero si el agente diplomtico de la nacin, nuestra principal aliada, interrumpi sus funciones destinadas al recreo de las clases altas, convirti su atencin al entretenimiento del pueblo todo, costeando fuegos artificiales, conciertos al aire libre, y otras diversiones de clase parecida. El teatro asimismo era lugar peligroso, y ya he contado en otro lugar que nos pas por encima y cay muy cerca una g r a n a d a , al estar representndose con loco aplauso la comedia de Martnez de la Rosa titulada: Lo que puede un empleo. Pensse, pues, en hacer otro en el lugar la sazn destinado espectculos, donde concurriese el pblico, y comenz la obra, trabajndose en ella con actividad , y llegndose construir un edificio mezquinsimo y de mal gusto, slo propio para aquellos dias, pero que hoy est en pi y sirve su destino, no sin descrdito de la culta Cdiz. Tambin s e dio principio una plaza de toros all muy al lado. Todo esto indicaba que esperbamos pasar largo tiemp o en la situacin en que nos veamos, y de hacerla llevadera. En medio de todo ello no eran desatendidos los

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pobres. Oomo de stos habia y hay muchos en el barrio llamado de Santa Mara, de los menos distantes de la lnea enemiga, se form delante de la casa Hospicio, y corto trecho del lugar de las diversiones, un campamento en cuyas tiendas de lona tenan albergue muchas familias, y si bien no parecan tales habitaciones propias para pasar en ellas el invierno aun en el templado clima de Cdiz, se dejaba la consideracin de buscar aquella gente otra morada la estacin del o t o o , y entre tanto se remediaba e a algo el mal presente. No puede decirse qu habra sucedido si semejante estado de cosas hubiese durado mucho, dilatndose hasta la entrada de una estacin en que no es agradable, ni fcil, ni siquiera posible,'pasar gran parte de la vida en la calle, si logrando los enemigos dar mayor alcance sus piezas, no hubiese quedado en la ciudad de Cdiz lugar completamente seguro. Por fortuna, nos vimos libres de las calamidades que eran de temer antes de sentir puesto ms prueba nuestro sufrimiento. No me acuerdo si fu el 30 31 de Julio cuando lleg al Gobierno a noticia de la victoria alcanzada por el ejrcito ingls en la jornada dicha por los vencidos de los Arapes y por los vencedores do Salamanca. Era medio dia; la noticia corri veloz por la poblacin; sonaron exclamaciones altas y unnimes; celebrse con salva el triunfo; respondieron al saludo con sus granadas los enemigos, y cada tiro de estos, corresponda por nuestra parte un grito de alegra y desprecio. Hasta contaban que el fraile quien tocaba dar las campanadas para anunciar la venida del proyectil, cada llamarada que veia en la batera francesa, no bien tocaba la campana, saludaba los enemigos de un modo que con poca razn, si con universal consentimiento, pasa por obsceno, pesar d e q u e su nombre suena ser, ms que de otra cosa, de sas.-* trera,.

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De all pocos das, como se esperaba con fundament o , se supo haber entrado en Madrid el ejrcito aliado v e n cedor. Estas segundas buenas nuevas, llegadas al anochecer, renovaron el entusiasmo, particularmente en los madrileos y dems gentes de las provincias del interior refugiadas en la isla Gaditana. Apareci de sbito y por movimiento espontneo iluminada la ciudad toda, y cantos y gritos poblaban el aire, y se abrazaban en las calles los ms particularmente interesados en el recien sabido feliz suceso. Pero, as y todo, el bombardeo seguia. Al mismo paso iban los festejos. El tablado de la msica no estaba ya vaco ni silencioso ni una sola noche. La fecunda vena patritica de Arraza habia dado de s una cancin nueva, cuyoscoro era: Viva el grande, viva el fuerte Que en la ms gloriosa accin El furor francs convierte En vergenza y confusin. Siendo la primera copla: Ved cul entre polvo y hura Por los campos de Castilla Va la brbara gavilla Que era un tiempo su opresin. Quin los bate y los humilla Con el rayo de victoria? La trompeta de la gloria Dice al mundo, Velinton (1).
(1) Adrede v a escrito el nombre del ilustre lord y general, no como debe escribirse, sino como se pronuncia en castellano y es-necesario para la r i m a .

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Como se ve, no era la composicin de lo mejor de un poeta que ha dejado muchas buenas, ni tampoco acert quien lo puso en msica; pero se oia con ms gusto y entusiasmo que en tiempo alguno pueden haberse oido los mejores versos los sonidos ms melodiosos. Como dentro de una semana, poco ms menos (en la noche del 24 al 23 de Agosto de 1812), habiendo ya cesado los disparos en la tarde, el ruido de repetidas explosiones anunciaba que se estaban poniendo en retirada los sitiadores; suceso ya esperado. Amaneci el 25, y su luz vironse evacuadas las lneas enemigas, y lo lejos, por el mismo camino de Buena-Vista por el cual en el 5 de Febrero de 1810 haban aparecido los franceses, ir marchando las columnas de caballera infantera de los enemigos que para nunca volver desocupaban la tierra de que por tanto tiempo haban estado enseoreados, dando poco menos que seguro vaticinio de que en no largo plazo habran de abandonar la de Espaa; castigada as la perfidia y dura conducta del invasor, y recibiendo el pueblo espaol la recompensa merecida por su primer arrojo y su no desmentida constancia. La tarde del 23 fu destinada por un gento numeroso visitar las bateras abandonadas del Trocadero y la vecina punta de la Cabezuela, de la cual salian las granadas arrojadas Cdiz. A los que en el 1. de Agosto de 1808 habamos visitado el Retiro, nos pareca una repeticin de la anterior escena la que presentaba el campamento francs en aquel momento. Los obuses-morteros eran principal objeto de la atencin: se los miraba, se los palpaba, se les decian injurias, se los cargaba de desprecio, como si pudiesen ellos sentir el vituperio la burla. El viaje aquel punto se hacia por mar, pues por tierra habia que dar para llegar l un largo rodeo; los barcos, pesar de haber muc h o s , escaseaban iban atestados de gente, y todos ellos, al volver, traan en el tope de sus palos un gran ramo de

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hierba, como en seal de que ya podian pisarse los campos, saliendo d l o s ridos arenales que por largos dias habamos estado reducidos. Es cierto que ramaje como el que vena en muestra trado del terreno del Trocadero, nada mejor que el de la isla Gaditana, podia haberse hallado en esta ltima; pero no era del caso ser crticos tan prolijos, y bien vena saludar con gusto la seal que lo era de una feliz vuelta de la fortuna. Rara condicin la del hombre! El vernos libres del sitio no trajo consigo toda la alegra propia de tan fausto acontecimiento. A quienes se ha acostumbrado la agitacin parecen la paz y tranquilidad una situacin fastidiosa. As es que, los pocos dias de levantado el sitio, vueltas las gentes sus comodidades acostumbradas, era frecuente decir: Gracias Dios que nos vemos libres de franceses y de bombas, pero hay que confesar que la vida ahora es algo pesada, y que en los ltimos apuros del sitio era muy divertida. Casi hace falta el oir sonar una campana que sirva de anunciar la venida de una bomba. As errnoslas personas de 1812: as seran las de ahora puestas en iguales circunstancias.

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CAE TJN MAL

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No intenta quien esto escribe, al cabo de largos aos de vida, rica en desengaos y no pobre en arrepentimientos, pero en la cual no faltan casos, siquiera se engae, en que se ratifica en sus antiguos juicios, y en que la fria prudencia de la vejez confirma los dados entre las pasiones de una juventud ardorosa, ensalzar aqu una forma de gobierno costa de otros, aun cuando crea hoy mismo que hay en unos de ellos superiores calidades. Pero con toda forma de gobierno puede gobernarse bien, , si no tanto, medianamente, y con la mejor en cuanto cabe serlo, si no en absoluto relativamente otras, es no solo dable sino frecuente cometerse desaciertos enormes contra el provecho comn, as como contra el derecho nteres de los particulares. Ahora, pues, el Gobierno establecido en Espaa en Mayo de 1814, sobre las ruinas del constitucional, era malo por varios ttulos, ms todava que por ser absoluto y tener la pretensin imposible de lograr de renovar u n a poca pasada, y, si no remota, separada de la que la

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seguia por el campo de una revolucin llena de graves sucesos y de consecuencias no menos importantes de los mismos, por ser ejercido sin justicia y tambin sin tino, guindole un espritu de persecucin odiosa, que era, no como otras, venganza de agravios, sino injusta paga de buenos servicios, faltando concierto en las cosas y dignidad en las personas, inclusa la ms alta, y sobre todo esto siendo dbil la par que violento, y encerrando en s las causas de una caida, la larga, infalible. Que tal cada lleg, cosa es que consta, y aun quienes la lloraron y la reputaron no merecida por sus excesos, habrn de confesar que lo fu por su torpeza. Los padecimientos de los constitucionales en 1814 y 1815, en quienes eran de las mismas ideas causaron un apetito de venganza vituperable, pero natural, y como era de presumir, ansioso de saciarse, fuesen cuales fuesen los medios. Uno se presentaba de los peores, pero asimismo de los ms eficaces, sealadamente en aquellos tiempos en que tena el atractivo de la novedad, y el valor de ser no muy usado ni muy conocido, cuando hoy, si no falto enteramente de fuerza, est muy enflaquecido por el uso y por la mayor facilidad que hay para descubrir sus manejos y contrarestarle. Ya se entender que se va aqu ahora hablando de una sociedad secreta. De stas habia una de antigua mala fama, condenada por la Iglesia, mirada con horror por la gente piadosa, y aun por la que no lo era mucho con sospecha, la que era comn atribuir en las grandes mudanzas del mundo moderno una parte que nunca tuvo, aun cuando alguna haya tenido; en Espaa, harto novel entonces, y grata los ojos de los innovador e s , porque era uno de los blancos de la ira de los llamados serviles, y hoy subsistente en varios pueblos donde su existencia esta declarada, pero convertida en inocente y un tanto simple juego de vanas ceremonias, y aun v e -

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ees en loable medio de ejercitarla virtud de la beneficencia. Habia sido costumbre en los adversarios de la Constitucin suponer tal sociedad una fuerza que no tuvo en los dias de la guerra de la Independencia, pues si bien es cierto que cont entonces con algunos proslitos, fu con pocos, y stos no los de superior influencia en los sucesos de aquellos dias. Los invasores franceses la habian establecido en Espaa, y en ella se habian afiliado muchos de sus secuaces, como por hacer corte sus seores, y tambin como para dar al mundo, y darse s propios, una prueba de que, despreciando preocupaciones aejas, al servir al dominador extranjero trabajaban por la regeneracin de la patria. Esto mismo daba la sociedad mal color, .aun los ojos de los ms entendidos y ms adictos las reformas entre los sustentadores oe la causa de la Independencia, de los cuales algunos, como por ejemplo Arguelles y sus amigos, no miraban ni podan mirar con favor cosa de que eran parciales y propagadores los servidores de Jos Bonaparte y del poder francs, nuestro odiado enemigo. Pero vuelto al trono Fernando, restablecida la Inquisicin, perseguidos insignes patriotas y amenazados otros, el fanatismo y la sed de venganza unieron con estrecho lazo los adictos la Constitucin proscrita que an g o zaban de libertad. Los conatos de restablecer la ley caida, en muchos no pasaban del decir las obras. Pero si una conjuracin duradera era, cuando no imposible, dificultosa, porque estara de continuo expuesta ser descubierta y deshecha con grave dao de los conjurados,una sociedad con sus ritos y ceremonias, con su orden y arreglo, en que hay mucho simblico capaz de interpretaciones, que as puede ser nada como mucho, la cual, cuando es conjuracin, se disfraza un tanto para que haya quienes sean hermanos sin el temor escrpulo de ser conspiradores, era cosa muy hacedera, La hubo, pues, en Espaa, y co-

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menz tener consistencia hacia 4816. Por una rara casualidad, siendo muy extendidas sus ramas, y alcanzando t o das las ciudades principales del reino, el tronco no vino estar en la capital de la monarqua, sino en una ciudad de provincia, y sta no de entre las de primer orden, aunque por muchos ttulos ilustre: en Granada. Gobernaba la sazn aquella provincia como capitn general de ella el conde del Montijo (i). Este personaje habia figurado mucho en las cosas de nuestra patria, acreditndose de ambicioso inquieto, pues pasaba por cosa averiguada que en Marzo de 1808, en Aranjuez, disfrazado de hombre de la plebe, y llamndose el lio Pedro, habia capitaneado la sedicin que derrib al prncipe de la P,iz, y por consecuencia, aunque en verdad no de intento, movi Carlos IV hacer renuncia de la corona. En la guerra de la Independencia el mismo conde habia representado algn papel, aunque no de los de ms nota lustre, siendo veces soldado valiente en el campo y nunca general, y soliendo en las ciudades trazar dirigir alborotos, cuyo objeto era apoderarse l del mando drsele algunos de sus amigos. Restablecido Fernando en el trono y presos y encausados los de superior renombre entre los diputados Cortes, apareci con general admiracin declarando contra ellos para contribuir su condenacin el conde del Montijo, accin tanto ms extraa, cuanto que l, por su vida anterior y opiniones conocidas, ms pareca de las opiniones de los constitucionales que de las contrarias, y por otra parte, cuanto que, ausente casi siempre del lugar en que celebraban sus sesiones las Cortes, poco podia saber de ellas sino por rumores vagos. Pero como no era en l costumbre ni perseverar en un sistema ni dejar que no ha(1) No el ltimo conde del Montijo, padre de la emperatriz de ios franceses, caballero de altas prendas y m u y pacfico, sino s u hermano mayor, muerto sin hijos en 1834.

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triase de ella voz pblica, ello es que, llegando a Granada, -estableci all la sociedad secreta, que se difundi po^ toda la monarqua siendo l general cabeza del cuerpo conspirador, y teniendo igual carcter la parte de la socie-dad de que era inmediato presidente. Que aspirase tal sociedad desde luego al restablecimiento de la Constitucin, dudoso es, y aun puede decirse falso; pero al cabo era una asociacin prohibida por las leyes humanas, y aun por las divinas, y en Espaa, en 18-16, por fuerza habia de ser una mquina de guerra, cuyo juego, si ya no cuyo objeto, seria conmover derribar el trono, pues que combata los cimientos en que el de 1814 estaba asentado. Se multiplicaron las sociedades; hubo una en Madrid, poco notable por la calidad de las personas que la formaban; gente ardorosa, pero de poco nombre corto influjo. No podia faltar una en Cdiz, pueblo sealado por su adhesin la Constitucin caida y la consiguiente aversin al gobierno del rey Fernando. La hubo, pues, y me toc (pues fuerza e s hablar de mi) hacer un mediano papel en ella. Habia yo vuelto de Suecia, donde era secretario en la legacin de Espaa, en el otoo de 1814 con licencia para restablecer mi salud, tan quebrantada por algn tiempo, que por rara fortuna habia escapado, como suele decirse, de las puertas de la muerte. En Gothemburgo habia sabido los sucesos de Mayo, la disolucin de las Cortes, la prisin de los diputados de ms importancia y de otros costitucionales. Llenme tal noticia de indignacin, la cual subi de punto cuando mi regreso Espaa, verificado muy en breve, pasando por Inglaterra, me vi en Londres con algunos de los que se habian salvado de la proscripcin con la luga, y entre ellos con Gallardo, quien miraba yo con estimacin superior la de que era digno, si bien alguna mereca, no habiendo sido justos por lo excesivos, ni su anterior altsimo concepto ni el descrdito absoluto en que cay en sus ltimos aos. Cules eran nuestros pensamien-

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tos y afectos de odio al Gobierno establecido en Madrid,, bien puede presumirse, y ellos correspondan nuestros propsitos de venganza. Promet yo los desterrados contribuir su logro, en cuanto pudiese; promesa hija de loca presuncin, pero cuyo cumplimiento hubo de tener efecto por un concurso de singulares circunstancias. Pero llegado Cdiz en Octubre de 1814, no encontr ni el menor m e dio que pudiese dar esperanza de hacer cosa alguna contra el Gobierno, la sazn pujante. Gobernaba entonces Cdiz y tambin Andaluca el conde de La Bisbal, y estaba extremndose en dar pruebas de adhesin al Gobierno restaurado, ms ofensivas los cados y los parciales de stos, que conducentes al fin de dar la autoridad verdadera fuerza. En una maana apareci en la plaza de San Antonio, un can como amenazando a u n a rebelin en que nadie soaba, invadida y convertida en cuerpo de guardia una casa-caf all situada, cuyo dueo, al intimarle que entregase los soldados aquel lugar destinado al recreo pblico y al provecho de su propietario, se le hizo entender que era aquello castigo, modo de purgar la atmsfera de una pieza, donde en los das del reinado de la Constitucin habian los concurrentes hablado del Rey en trminos descomedidos. A esto se seguia querer reconciliar el mismo general muchos matrimonios desavenidos, y castigar personas por irreverencias ligeras en los templos; cosa llevada ms mal porque al mismo tiempo viva, si no divorciado, separado de su mujer, y entregado escandalosos amoros, punto de haber llegado las manos en la escalera de su casa, por disputarse el papel primero entre sus queridas, dos seoras, si dignas de esta calificacin por su clase, no cierto por su conducta. Todo ello haca odioso al Gobierno, pero an no era tiempo de que el odio pudiese hacer ms que maldecir en voz baja. Enormes desgracias domsticas que cayeron sobre m por aquellos dias no me permitieron pensar en otra cosa que

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en mis aflicciones. La tentativa de Mina, cuya ndole no lleg ser conocida, aunque l haya impreso muchos aos despus que tena por objeto restablecer la Constitucin, y la de Porlier, claramente encaminada al fin que supuso despus Mina haber sido el s u y o , malogradas ambas, pasaron pronto sin dejar otra huella que dos ejemplos. Ni una ni otra fueron trazadas en las sociedades s e cretas. Empezaba la de Cdiz trabajar con alguna frecuencia en 1817. Pero rus trabajos se quedaban en vanas ceremonias, aunque muchos no nos dedicbamos tales juegos sino con propsito y esperanza de que fuesen comienzos y medios de cosas muy graves, en tanto que otros con el juego se contentaban por lo que tena de misterioso, y por parecerles un triunfo sobre las preocupaciones, sin que faltasen quienes, conociendo cuan natural era pasar veras de aquellas como burlas, quisiesen diferir todo lo posible el trnsito, temerosos de agravar su peligro, como si el que corran ya fuese corto. De estas disposiciones se vio un ejemplo en 1817. Hizo el infeliz general Lacy una tentativa de proclamar la caida Constitucin en Catalua, llegando dar principio su empresa; pero vio muy en breve deshecha la escasa fuerza que le segua, y, cayendo l prisionero para pasar en breve del encierro al suplicio, huyeron varios de sus secuaces hasta lograr ponerse en salvo. De estos fugitivos, el general Milans, con algunos pocos, lleg Gibraltar, donde se detuvo pocos dias. No era la gran sociedad secreta, ya entonces vigorosa por lo extendida, la que habia tramado la conjuracin de que fu fruto inmediato la fatal empresa de Lacy. Pero participaban los asociados de las ideas de los complicados en el alzamiento, y as fu que, no bien fu sabida la llegada de Milans y los suyos Giibraltar en Algeciras, cuando de la sociedad residente en esta ltima poblacin pasaron la fortaleza inglesa comi-

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sionados verlos y consolarlos, y en cuanto era posible favorecerlos, siendo una de las muestras de afecto que esdieron iniciarlos y afiliarlos. De esto enviaron pronta n o ticia a Cdiz muy ufanos de su hecho los de Algeciras, s o licitando aprobacin con algo de aplauso, porque err la jerarqua de la sociedad era autoridad superior de la Algcirea la Gaditana. Presidia esta ltima la sazn don Joaqun de Trias, oficial de la real Armada, que en dias posteriores ms de una vez lleg ser ministro de Marina; hombre de mediano talento y un tanto de instruccin s u perficial, solemne en sus modos, campanudo en su lenguaje, que habia sido encausado como constitucional en 1814 y condenado una pena leve, y que despus, como escamado, andaba cauto por dems en punto contraer compromisos, aunque con inconsecuencia no extraordinaria en los hombres, no dejaba de persistir en algunos que bien podan serle fatales. Ello es que Fras desaprob la conducta de los que por celo excesivo se haban propasado patrocinar los cmplices de una rebelin, si bien, ahuecando la voz, con frases peinadas, y como fingiendo llanto, lament la suerte de Lacy, quien compar con el asesinado maestro de obras de Salomn, personaje imaginario, cuya catstrofe sac todava ms ayes y lgrimas aparentes de su elogiador que la verdadera y recien ocurrida del general su contemporneo, que acababa de caer vctima de su arrojo imprudente. Pero varios de los presididos son psimamente lo dicho por el ocupante de la silla p r e sidencial, y al revs, pareci la conducta de los hermanos de Algeciras loable en alto grado, y como propia de los fines para el logro de los cuales existia la sociedad secreta en Espaa y en aquel tiempo. Nada formal hubo con todo de resolverse, ni haba necesidad de resolucin, porque los escapados de la catstrofe de Catalua, salidos ya de Gibraltar, iban navegando para Buenos-Aires, y el pensamiento de hacer lo que ellos habian hecho con. in-

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fausta fortuna nadie ocurra p.or entonces. As es que el hecho que acabo aqu de referir sirvi slo de mostrar la ndole y situacin de las sociedades secretas en aquella h o r a , dispuestos un levantamiento los ms de quienes la componan, pero no todos, y unos y otros resueltos resignados remitir la satisfaccin de su deseo poca ms menos distante, en la cual pudiere contarse con medios de que entonces se vcian todava completamente faltos. Poco despus un suceso, que pudo ser fecundo en tragedias, pero que tuvo cortas consecuencias, vino causar fundados temores en todas las sociedades que eran ramas del tronco an subsistente en Granada. La de Madrid fu descubierta, procedindose disponer la prisin do quienes la componan; pero casi todos huyeron, y slo cay en poder de los tribunales D. Juan Van-llalen, coronel entonces, teniente coronel, si no me es infiel la memoria. Era conocido Van-llalen por su extremada travesura, acreditada en 4814 en una accin que estuvo pique de costarle la vida, y que le mereci altos elogios de las Cortes y del Gobierno constitucional an no caidos, sin que el Rey restaurado declarase con su aprobacin desaprobacin manifestadas en consideraciones despego al individuo celebrado y agraciado haber tomado en gran cuenta sus servicios. Ello es que Van-llalen, sin duda afiliado en las sociedades secretas, si no patrocinadas, toleradas por el Gobierno de Jos Bonaparte, al cual l servia, bulla onda Sociedad nueva alterada que de la antigua tomaba rito y formas. Preso ya este personaje, y puesto en la crcel de la Inquisicin, la cual locaba juzgarle, no fu tratado, segn parece, con rigor excesivo. De all poco se susurr que Van-Talen habia sido llevado ante el Rey mismo, ruegos del mismo preso, por mandado del Monarca. Aadase que subdito y Rey habian tenido una larga conferencia, cuyos particulares eran referidos de

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muy diversos modos, corriendo versiones, sin duda injustas, en que se acusaba Van-Halen de haber hecho revelaciones, cuando menos, impropias; y sosteniendo otros que habia tratado de persuadir Fernando que capitanease la Sociedad que le inspiraba odio y miedo, hasta convertirla, de enemiga que le era, en su firme apoyo. Las verdad que de tan singular conferencia (si es que la hubo) no result cosa alguna notable, ni creci se extendi la persecucin, ni en el trato dado al encarcelado hubo agravacin en la dureza, clase mayor menor de alivio. Lo que aadi singularidad estos sucesos, fu que muy en breve se escap de su encierro el cautivo, y de all poco, de Espaa, ejecutando su intento con facilidad tal que bien aclaraba cuan distante estaba la Inquisicin de 1817 de sor la de los dias de los reyes austracos. Asi es que no falt quien supiese haber sido la fuga de VanHalen protegida por poder muy superior; pero falta fundamento para tal sospecha, siendo cierto que, al salir el preso fu favorecido por personas, aunque amigas suyas, enemigas del Gobierno y de la corte existentes. No dej de tener consecuencias el descubrimiento de l i rama do la Sociedad que resida y trabajaba en Madrid. En largo tiempo no lleg juntarse, fugitivos unos de los principales socios, y otros siempre recelando, y por lo mismo no dando nuevos motivos que los sujetasen p e r secucin. As es que en 1818 estaba como rota la red que un ao antes envolva la mayor parte de Espaa. En la misma Granada habia desaparecido la autoridad superior de un cuerpo tan temible. El conde del Montijo ya no mandaba all, y, cansado del oficio de conspirador, no obstante tenerle suma aficin, temeroso, vivia sin ser m o lestado; pero habia cesado de ser objeto do consideracin, as como para el temor, para la esperanza. Mas cuando iba empezar 1819, las materias que encerraba la atmsfera poltica, como neutralizadas por algn
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tiempo, fueron agregndose hacia Cdiz para formar all, apiadas y en buena situacin de hacer efecto, negrsima nube preada de recia tormenta. Se haba reunido en la Andaluca baja, y estaba destinado pasar Amrica intentar la reconquista de aquellas perdidas posesiones de la corona de Espaa, un ejrcito que por la cortedad de su fuerza apenas mereca el nombre de tal, pero que, atendido cul era el estado de nuestra nacin entonces, no dejaba de ser considerable. Al frente de l haba sido puesto el conde de La Bisbal, cuya condicin mudable y ambicin inquieta, si no eran ya cosa conocida, daban motivo fundado recelos en quien depositase en l su confianza para empresas importantes. A los soldados, y aun los oficiales poco instruidos, repugnaba atravesar el mar para ir aportar tierra ingrata y enemiga, donde repetidos ejemplos acreditaban que habia que recoger escasa gloria y aun ms corto provecho, y que temer todo linaje de calamidades. Ya, al salir de Cdiz, en 1845, la expedicin mandada por el general Morillo, habia habido temores de un levantamiento de los soldados; pero entonces la idea de un movimiento favorable lo llamado libertad reinaba en pocos, y adems, el general era dueo ele la confianza do! Gobierno, y la mereca. Otras eran las circunstancias al espirar 1818, as en punto al espritu de las tropas como locante la calidad de la persona que las mandaba. Al saberse en Cdiz que vena ser gobernador milita!' y poltico de la ciudad, as como capitn general de Andalucia, juntamente con ser jefe del ejrcito destinado Amrica, el conde de La Bisbal, fueron grandes el descontento y el miedo. Se recordaban las gentes los caones puestos en la plaza ele San Antonio; varias tropelas cometidas contra las personas; en suma, actos de tirana desconcertada, y por lo mismo temible en mayor grado, pues no es fcil precaverse de sus rigores. Pero el conde, no bien .lleg la ciudad donde habia dejado nada buena fama,

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cuando se mostr tan trocado de lo que haba all sido, queen cortesa y benignidad, si no exceda, igualaba los ms queridos entre sus predecesores. Corria la voz de que tanta mudanza en los modos encerraba otra igual en las ideas sobre cosas de superior cuanta. En una palabra, el conde de La Bisbal pasaba por convertido la doctrina constitucional, y tanto que, manera de otro Sanio, era ya un Pablo resuelto propagar la fe nueva que haba abrazado por los medios ms eficaces que los de la predicacin que en su mano tena. Mucho encerraban de cierto estos rumores, segn vinieron probar los sucesos, si bien probaron asimismo que tan poco podran contar con su nuevo campen los constitucionales, como el Gobierno que acababa de poner en l su confianza. En aquellos dias yo acababa de ser nombrado secretario de la legacin de Espaa en Rio-Janeiro, donde resida el rey que lo era as del Brasil como de Portugal. En 1818 me habia trasladado de Cdiz Madrid y sido relevado del cargo do secretario de la legacin do S. M. en Suecia, cargo que habia conservado como t i t u l a r , y gozando de licencia por cerca de cuatro aos despus de haber salido de aquella corte remola. Mi tenaz propsito por tan largo plazo habia sido no servir al Gobierno, que odiaba; mis conatos encaminados derribarlo. Pero pasaba el tiempo, y no veia seal que me diese la menor esperanza de alcanzar lo mirado por m como un bien y ardientemente apetecido. En Madrid no encontr Sociedad formada. As es que hube de resignarme salir de Espaa continuando el servicio en mi carrera. Fui, pues, nombrado para el cargo en el Brasil que poco antes he dicho, y en Enero de 1810 me puse en camino para Cdiz, resuelto embarcarme all para el lejano pas que me llevaba la suerte. Pero cuando llegu Andalaca en los dias ltimos

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de Enero hall tan mudadas las cosas, que lo nles desesperacin y desmayo, pas ser fundada cuanto lisonjeraesperanza, que trajo consigo renovados bros para trabajar en lo que en mis circunstancias era criminal empresa. No s lo que son las sociedades secretas desde -! 823hasta el da presente. Que de ellas ha habido muchas, es constante; que an hay algunas, es probable; pero que no son ni han sido desde mucho ac lo que eran desde 1816 hasta 1820, me parece fuera de duda. Son ya muy conocidas; estn muy gastadas por el uso; reinan sobre ellas muchas menos ilusiones. Puede ser que como todo viejo e s time yo las cosas de mis mocedades en grado superior al de su merecimiento, y tase las de ahora en valor inferior al suyo real y verdadero; pero hay una razn que me persuade de que no me engao. Las Sociedades de aquel tiempo tenan en la vida poltica el ardor y lozana de la juventud, y la pureza de la virginidad; las de hoy adolecen de la frialdad y astucia de la vejez, y fuerza de dar fruto estn, si no corrompidas, estropeadas. Los hermanos de 1819 tenamos bastante de fraternal en nuestro modo de considerarnos y tratarnos. El comn p e ligro, as como el comn empeo en una tarea que veamos trabajosa y divisamos en nuestra ilusin como gloriossima una vez llevada feliz remate, nos unia con estrechos lazos, que, por otro dado, eran sobremanera agradables, porque contribuan en mucho al buen pasar de la vida. As es, que al poner el pi en Sevilla, donde yo habia parado poco tiempo, me encontr rodeado de numerosos amigos ntimos, los ms de los cuales slo habia hablado una dos veces en poca anterior, cuando otros vea entonces por la vez primera. Al momento fui informado de que en Cdiz estaba todo preparado para un levantamiento en que el general puesto al frente de sus tropas, habia de pedir al Rey, en trminos que haran de lo llamado splica precepto, s i n o el restablecimiento de la Constitucin de 1812,.

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poco menos; esto es, la sustitucin del sistema de gobierno de las monarquas moderadas al entonces vigente, caliido por su propio consentimiento de absoluto. De todo esto, gran parte era verdad; pero habia bastante ponderacin, porque el conde de La Bisbal saba la conjuracin, la toleraba y hasta la fomentaba; pero se detenia, daba largas, y retroceda; incierto siempre, pues que, hasta al dar el golpe contra los conjurados, le dio de tal manera, que los dej con fuerzas bastantes para convertir en triunfo lo que habia sido derrota. Los pocos dias que me detuve en Sevilla (y pas all tres cuatro sin motivo para tal detencin), fueron para m muy lisonjeros. Se hablaba de nuestra empresa con poco, si bien con algn recalo. Que as hiciesen entre s los hermanos, todos ellos conspiradores, natural era, pero muchos de los profanos encubran mal poco el proyecto que los tena ocupados. Sola estar en tralo frecuente con nosotros un sujeto no de la Sociedad, y por consiguiente no d l a conjuracin; hombre singularsimo en persona y modos; de estatura muy elevada, si no gordo, rehecho, con la cabeza pobladsima de pelo un tanto mal peinado, lo menos no peinado al uso, con el vestido mal cortado, dado familiarizarse con gente quien conoca poco, hablador, y que pareca, como lo era, bien intencionado, franco, servicial, y en el trato agradable en grado no cort o . Este hombre, con quien fu mi suerte trabajar unido muchos aos, que tuvo en el alzamiento de Enero de 1820 una de las partes principales, que despus ha hecho gran papel en la historia de nuestra patria, y del cual por no breve tiempo he sido amigo poltico, y por ms largo perodo contrario, viniendo en sus ltimos dias renovar nuestra amistad privada, y siendo de los que ms han Horado su muerte, era D. Juan Alrarez y Mendizabal. Siendo de pocos conocido entonces, era socio y principal agente de la casa de comercio de Bertrn de Lis, y tena su

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carga las provisiones del ejrcito llamado expedicionario. La familia do Bertrn de Lis acababa de perder uno de los hijos, del que era su cabeza, muerto arcabuceado por orden de Elfo, quien sin razn echbamos en cara como un asesinato lo que slo fu un acto de rigor cruel, ejecutado con la ferocidad propia del carcter de aquel general, de mala condicin y dursimas entraas. Un hermano de la vctima era de los ms ardientes de la sociedad secreta y de la conjuracin; pero Mcndizabal no so habia dado entrada en la primera, ni parte en la segunda, no sospechndose en l las calidades que despus descubri, y las cuales llegaron dar tanta importancia i su persona. Estando l en continuo roce con los conjurados, poco reservados en aquellos dias, algo sabia de sus proyectos y ms trataba de averiguar, deseoso de bullir y sealarse en los sucesos que se preparaban. Como yo le viese entre mis amigos hermanos, estos me avisaron que no le contbamos en nuestro gremio, si bien nada recelaban de l, mirndole como seguro, pero de poca cuenta. Mas, con sorpresa mia, esta misma persona, que conmigo tena tan poco trato, me llam parte y me dijo, que pues tratbamos de hacer una revolucin debamos proponernos llamar otra vez al trono al anciano Carlos IV. Tal desvaro habia ya ocurrido mejores cabezas, y aun habian dado pasos para ello algunos constitucionales de los la sazn desterrados, pero con tan mala fortuna cuanto escaso acierto. Esto aparte, fuese no descabellada la idea, hacerme tal proposicin, m, empleado del Gobierno y recien llegado la corte, un hombre que apenas me c o n o ca, da entender la par el estado de los nimos en aquellos momentos y la singularidad del carcter de Mendizabal. Como debia suponerse, respond yo ste haciendo de su propuesta objeto medio de burlas, medio de veras, no ofendindole ni dndome por ofendido, no haciendo protestas hipcritas de adhesin al Gobierno, pero

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tratando de vanos proyectos ilusiones los pensamientos d e contribuir una revolucin que se figuraba l que yo abrigaba. No pas de aqu por entneos tan curioso inci-dente: en menos de un ao, Mendizabal y yo, de acuerdo, fuimos los dos los principales entre muchos que lograron el restablecimiento de la Constitucin de -1812, dando asi principio a la serie de revoluciones y contrarevoluciones que han venido hacer una Espaa nueva tan desemejante la antigua. Llegado yo Cdiz al comenzar Febrero, me encontr en una escena animada. La conjuracin estaba adelantada, patrocinndola el conde de La Bisbal; pero por medios rodeados, como era indispensable en su situacin, si bien usando de ms artificio que io quo esta exigia. Al pueblo de Cdiz trataba de hacerse grato hasta en frioleras. Como de resultas de la muerte de la reina Mara Isabel de Braganza, segunda esposa del rey Fernando^ estuviesen cerrados los teatros, dispuso que en los cafs se jugase la lotera precios bajos, proporcionando as los ociosos un entretenimiento no perjudicial, aunque no loable. Consinti las mscaras en Carnaval, no en pblico ni de da en las calles, pero s en casas particulares con ms franqueza <[ue antes era uso. A esto agreg cosas do mayor importancia y trascendencia. De los conjurados que fueron sorprendidos en Valencia trazando un levantamiento, y que, -cayendo en poder de Elio, fueron todos al suplicio sin demora, uno habia logrado escaparse y vendose Cdiz, donde resida, sabindolo el general gobernador, que le daba amparo pesar de que reciba repetidas rdenes de buscarle y prenderle. En tanto, las juntas de la sociedad secreta menudeaban, no tan de oculto que su existencia no fuese sabida de muchos que de ellas no eran parte. De tal -estado de cosas fuerza era que tuviese noticia el gobierno de Madrid, que nada haca, ya temiese al general vindole ^cabeza y dueo de un ejrcito al cual no poda oponer otro

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Espaa, ya fiase en promesas de contener la rebelin en la hora en que llegase serlo; prueba todo ello de flaqueza junta con perfidia. Cinco meses hubo de durar tal situacin, plazo ciertamente largo para negocio de naturaleza tan peligrosa y apremiante. Como era natural, los conjurados se impacientaban. .Qu aguardaba el general? Era la voz comn ya con algo de queja. A esta, que tena un tanto de acusacin, hija de la sospecha, responda el conde que aun no oslaba el ejrcito bastante trabajado; frase esta del dia, que significaba no estar todava todo lo extendido que era necesario entre la oficialidad la filiacin la sociedad secreta. Se tropezaba en estas comunicaciones con un inconveniente irremediable, el cual consista en que el conde no podia tratar con los conjurados sino por el conducto de una dos personas, y las destinadas al intento eran, si no de las menos celosas, de las menos impacientes, llenas do confianza superior la debida en la sinceridad del hombre de quien dependa en aquel momento la suerte de la conjuracin y la de la patria. Y aqu viene bien explicar en pocas frases cul era la planta y arreglo de la sociedad conspiradora en el momento de que voy aqu hablando. La sociedad, cuyo nombre callo slo por razones de de cencia, pues harto sabido es, no era, como ya he dicho, en Espaa en 1819 lo que ahora es, lo que en tiempo alguno haba sido en otros pueblos. As, conservando su rito, habia buscado la fuerza en un orden propio para dar la conjuracin efecto. Habia una sociedad de la clase comn inferior en Cdiz, componindola militares y paisanos. Formse adems una sociedad en cada regimiento. Pero sobre estas existia una autoridad ejercida por una junta con el nombre de Capitulo, que celebraba sus sesiones sin aparato ni frmula en la casa de 1). Francisco Javier de Isturiz. All asistan personas acaudaladas de Cdiz, d e las que son manera de la aristocracia de aquella ciu-

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dad, las ms de ellas de edad madura, graves, sesudas, s fanticas en alto grado, de un fanatismo por lo comn no acompaado de arrojo, un tanto despreciadoras de la gente inferior, que era toda cuanta no entraba en su gremio. De esta reunin salan y eran parte quienes se entendan con el conde. Pero se crey necesario introducir entre el puro simbolismo que estaban reducidas las sociedades inferiores, el cual no impedia ver claro el fin que se caminaba, y las maquinaciones polticas de la alta junta, poco trabajadora por su ndole, un cuerpo donde estuviesen juntos los ms arrojados y diligentes de los conspiradores; cuerpo al cual tocaba, sin descartar de l algo de la parte simblica, formar los planes del levantamiento proyectado y hasta extender proclamas, t o m o si estuviese cercano el momento en que estas haban de ser de uso. De reunin tal me toc ser parte, siendo ella ms adaptada mi condicin, m i s aos y mis hbitos de vida alegre, que la grave autoridad que se congregaba en casa de Isturiz, con quien tena yo algn trato, pero todava no amistad estrecha y tierno como la que despus por dilatados aos nos ha ligado, y hoy en una vejez avanzada nos liga. No me acuerdo de quines y cuntos ramos los de la junta intermedia, y bsteme decir que D. Evaristo San Miguel y yo ramos los que en ella ms trabajbamos, sin decir por esto que en su interior hicisemos el primer papel tuvisemos superior influencia. Esta junta espoleaba la superior sin necesidad de ser aguijada por las inferiores; porque en ella e s t b a l o ms ardoroso de los conjurados. Asimismo los que la componamos no dejbamos de asistir nuestras respectivas sociedades de ltima clase, donde bullamos y dirigamos, ya incitando, ya refrenando, muy atendidos y aun respetados por suponrsenos dueos de secretos que al oido de otros llegaban algo confusos. Era principios de Junio, iba hacindose imposible

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demorar mucho el golpe tan de antemano resuelto y preparado. Sonaba que el ejrcito iba embarcarse. En esto fu nombrado para mandar la caballera de la expedicin el general D. Pedro Saarsield, de gran crdito en nuestro ejrcito por sus campaas en Catalua, durante la guerra de la Independencia, y persona con quien era forzoso co^e tar para tratarla, como eficacsimo cooperador c^nid, terrible contrario. Unian al general O'Donnell, congejdff La Bisbal, con Saarsield, antiguas relaciones; el caxflua origen irlands, haber militado juntos, mucha semejsf^j^, de hbitos, si no identidad completa. De las opiniones ifo-~ lticas de Saarsield nada se sabia, siendo probable que hubiese pensado poeo hasta entonces en tales materias, cindose vivir y pensar como mero soldado, y as es que en las mudanzas de gobierno ocurridas intentadas en Espaa, no habia sido pronunciado su nombre. Sabase que habia sido muy amigo de Lacy, y se supona que lamentaba su suerte y veneraba su memoria; mera suposicin no apoyada en hecho alguno evidente. Era hombre seco por dems, casi hipocondriaco, entregado, segn d e can, la bebida y aun al uso del opio. Todo ello le daba para el caso de la conjuracin existente el carcter de un enigma que era indispensable adivinar, valindose para ello del mtodo indagatorio directo indirecto, no siendo conveniente esperar que los sucesos le descifrasen. El conde de La Bisbal dijo los conjurados que con l se entendan que era indispensable ganar Saarsield porque le valia lo que una divisin para-la propuesta empresa. Deba ocurrir los que recibieron tal encargo, que nadie era ms propsito que el conde mismo para ganar al general, su segundo, y asimismo su compaero y amigo en tiempos pasados. Pero alegaba O'Donnell que no podia l hacer tal averiguacin sin exponer su persona, y con ella el grande hecho proyectado, si Saarsield se mostraba adverso a la idea de una rebelin contra el Gobierno. Satis15

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fizo casi todos esta razn, aunque no buena, porque, fuese quien fuese el destinado a tantear Saarsfleld, por fuerza habia de darle entender, cuando no de descubrirle, que el general del ejrcito tena parte muy principal en la trama. No era, sin embargo, posible desatender un encargo hecho por el conde de La Bisbal, dueo la par de la fuerza militar y del secreto de la conjuracin, por lo cual podia fcilmente valerse de la primera para acabar con la segunda. Hubo, por tanto, la autoridad superior que se congregaba en casa de Isturiz de nombrar una comisin que se entendiese con Saarsfleld. De aqu tuvo origen el malogramiento de una empresa que tanto prometa, pero malogramiento tan incompleto, que, acometida despus con inferiorsima fuerza, sali favorable quienes la llevaron adelante, hasta darle feliz trmino contra toda racional esperanza, y gracias la sin igual torpeza de un Gobierno que, titulndose absoluto, no saba ejercer la autoridad de uno otro modo entre los muchos que se presentan quienes son cabezas del cuerpo de un Estado.

II. Resuelto-ya entrar en tratos con el general Saarsfleld, ^ n o m b r a d a para ello una comisin, pas esta la ciudad de Jerez de la Frontera, donde resida el general de la caballera, por tener all lo principal de la fuerza de su arma. Componan la comisin tres personas; dos de ellas escogidas con acierto, pero no as la tercera. Eran las primeras las de dos oficiales de artillera, uno de ellos, amigo que habia sido del general, D. Jos Grases, quien ha visto gran parte de quienes hoy viven gobernador de Madrid, militar arrojado y no falto de instruccin, de natural talento y singular viveza, un tanto ligero, calidad que vin-

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cise en l demasiado, le haca veces parecer inferior su natural valor, de muy nobles pensamientos y finsimos modales que le acreditaban de caballero cumplido, y el otro D. Bartolom Gutirrez de Acua, de buenas dotes naturales, de corto saber y caballero en sus modos como lo era por su cuna, pero persona " quien hubo de tasarse por algn tiempo en valor mucho ms alto que el de sus merecimientos, dndole la autoridad de un sabio en los varios sentidos de esta palabra, exageracin que al cabo hubo de rebajarle en algo, cuando fu forzoso moderar la alta tasacin primera, la cual daba al as celebrado, con una idea grandsima de s mismo, un tanto de entono, pesar de lo cual era imposible negarle buenas calidades. No s por qu razn fu agregado estos dos oficiales en la peliaguda comisin para que con ellos fuese un paisano representar la parte civil de los conjurados, quitando as al proyecto el carcter de pura sedicin militar, una de las criaturas ms estrafalarias que han representado un papel notable en los sucesos de nuestras revoluciones, D. Jos Moreno de Guerra. Era este un caballero de un lugar no d e los principales de la provincia de Crdoba, y aunque de ideas muy revolucionarias, blasonaba no poco de su alcurnia, siendo en esto lo peor que lo hacia con no mucha razn, si bien no con falta absoluta de ella, pues decan que su nobleza era, aunque verdadera en el sentido legal, de pocos quilates y fecha no muy antigua. Tena algn ingenio, desordenado, y en cuyos irregulares desahogos asomaba el mrito de la novedad en sus aciertos y en sus desaciertos: habia leido algo (!), sin mlodo, por lo cual
(1) Moreno Guerra haba leido Machiavello, y, como el famoso Florentin goza de mala fama entre la gente piadosa, as como ent r e m u c h a que no lo es, miraba como g r a n mrito el conocer las obras del a u t o r del tratado El Prncipe, y le ensalzaba y citaba t a n t o , que por ello era ridiculizado por quienes de cerca le t r a t a h a n . En verdad, aprendi algo de las arteras recomendadas por

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descubra no poca confusin en sus ideas; era atrevidsimo y careca absolutamente de valor, por donde no sustentaba bien los excesos de su lengua; se consuma en deseos do hacerse notable, y todo esto como que daba realce para llamar l ms la atencin su alta estatura acompaada si ya no de gordura de poco menos, su vestido mal hecho y desaliado, sus modales por lo comn toscos, su acentoandaluz con la pronunciacin de la gente del pueblo de su tierra, y la incoherencia de sus discursos en que mezclaba toda especie de cosas, de las cuales muchas no venan cuento para las materias sobre que hablaba (1). Estos tres comisionados se presentaron al general, segn es de creer tomando por pretexto que iban visitarle. Llegados su presencia, le declararon el objeto de su visita, la existencia de la conjuracin, el propsito de la misma y los medios con que contaba, oyndolo Saarsfleld, atento, impasible, como provocando con su silencio que se le explicase todo muy por menor y puntualmente. Pero, no bien se hubo enterado de todo cuanto de l se esperaba, cuando, levantndose con tono y gesto amenazadores, dijo los conjurados que le mirasen como un enemigo resuelto oponerse su proyecto con todas sus fuerzas hasta desbaratarle y aniquilarlos ellos, aunque puso por correctivo sus amenazas que, como hombre de honor, no descubrira lo que findose en su honor acababa de serle confiado. Quedronse atnitos y suspensos, pero no aterrados, Gutirrez Acua y Grases, y temblando de pies cabeza el

t a n insigne autor, pues en su carrera se mostr poco escrupuloso en cuanto al uso de medios para llegar fine; que, si a l g u n a v e z eran buenos, solan ser m u y otra cosa. (1) En u n folleto m u y gracioso y celebrado, cuyo ttulo era Semblanzas de los diputados Curtes de 1820 y 21, est bien r e t r a tado, como todos, y aun mejor que varios ms, Moreno Guerra, y se hace alusin lo incoherente de sus discursos, dicindose de l que en las Cortes habia contado que vio la fgala Perla, e t c .

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casi agigantado Moreno Guerra. Pero Saarsfield, vindola turbacin de aquellos hombres, y pensndolo mejor ( bien podra decirse peor), si no es la honradez palabra vana, detuvo los que iban retirarse, y les dijo que la respuesta recien salida de sus labios no expresaba su modo de pensar ni su intencin, pues la habia dado solo para poner prueba el temple de los conjurados, con quienes si aceptaba lo por ellos propuesto, como iba aceptarlo, habia de asociarse. No satisfizo ni podia satisfacer el nuevo aserto, pero el mal estaba hecho, el remedio era difcil, y, como durante algunos dias se manifestase Saarsfield en palabras hasta celoso en la prosecucin de la empresa, lleg contarse con l, siguindose la propensin del liombrc acomodar su fe su deseo. En la Junta principal caus sumo disgusto lo ocurrido en Jerez, y aun hubo (pero fu uno solo, reprobndolo todos) quien propusiese un medio atrozmente criminal para libertarse del peligro con que Saarsfield amenazaba (1).
(1) La persona cuya mala accin 6 cuyo delito intentado, de t a l modo y clase que es ya altamente criminal solo el intento, p u e s hasta tuvo preparado el veneno que queria se diese Saarsfield, por fortuna no era la da u n espaol, sin que por esto pretenda yo tiznar la b u e n a fama de sus compatricios al referir s u malvado proyecto. Era, en verdad, mal sujeto, aunque hombre de b a s t a n t e talento y de a l g u n a instruccin, bien que la s u y a fuese superficial y de no la mejor clase. Tambin, como Moreno Guerra, habia leido Machiavello, y le tena en mucho, porque era cosa singular que el famoso Florentin gozase de alta reputacin entre los liberales conjurados de 1819, no solo como portentoso ingenio, lo cual es justo, sino como maestro de sanos doctrinas. V e r d a d e s que hay liberales italianos de la misma opinin, pero a esto mueve y domina el patriotismo, olvidando al maestro de la tirana y torcida poltica en su admiracin al escritor ingenioso, agudo y p r o t u n d o , y en su conducta no mal patricio, cuando en los no italianos es de admirar que consideren doctor y apstol de la iglesia lib e r a l al admirador y ensalzador de Csar Borja y de Caslniccio 'Caslracani. Volviendo al objeto de esta nota, dir de l que, nacido .de dignsimo padre espaol, abraz la causa do los americanos que

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Pero como el dao no apareca, continuaba la conjuracin^ la cual sd.haca ya necesario que de proyecto pasase s e r hecho dentro de corto plazo. Al intento, la Junta intermedia convoc diputados de todas las inferiores, dgase de las de los regimientos, una reunin solemne. Celebrse esta de noche, y con un tanto de misterio y reserva, pues si no amenazaba grave peligro, no consenta el decoro ni quera el general quese dejase de proceder con cierto recato, si bien ms aparente que verdadero. En una pieza de no grandes dimensiones, medianamente alumbrada, con un calor propio del mes de Junio en climas muy ardientes, nos congregamos en nmero bastante crecido. En el ritual y planta de la sociedad hay un individuo, cuyo cargo tiene el ttulo d e Orador, aunque no lo es, pues su oficio se reduce leer breves escritos. Desempeaba yo este oficio como por va de preludio de ser orador ms de una vez y en varios lu-

alzaron bandera contra Espaa, pas servirlos, y (lo que es en l de vituperar) sustent su causa, s e g n voz comn, con espritu de feroz odio todo cuanto era espaol, acreditado en hechos de crueldad y perfidia. Esto no obst que despus viniese Espaa, donde resida y a en 1816, hasta siendo oficial en nuestro ejrcito, si bien no en servicio activo. Tuvo p a r t e en los trabajos de la s o ciedad secreta y en la conjuracin de 1819, pero no pas la ciudad de San Fernando cuando all tremolaba el pendn constitucional en Enero, Febrero y Marzo de 1820. Proclamada en toda Espaa y aceptada por el r e y la Constitucin, logr este mismo individuo, t e n e r asiento en las Cortes ele 1820y 1821 como representante (creo que suplente) por u n a provincia de Amrica. No hizo papel lucido en aquel Congreso, donde vot con la oposicin, siendo del partido que entonces llevaba el t t u l o de exaltado. E n s u s conversaciones solia hablar de aquellas Cortes en trminos de vituperio y a u n d e desprecio absoluto. Concluida la legislatura ordinaria de aquel Congreso en Julio de 1821, se fu Cdiz, donde se entreg tales maquinaciones, que hubo de huir de Espaa por no ser preso, al terminar aquel ao. Despus poco se lia hablado de l. No quieredecir su nombre, hoy de casi todos ignorado,

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gares, con crdito, y tambin con descrdito de mi pobre persona, y ciertamente, mirando mi inters, ms en mi dao que en mi provecho, vinindose aadir mi nombre, como profesin, la oratoria, que en los dems es solo un apndice de otras ocupaciones y obligaciones. Era entonces, como confieso, ardiente mi fanatismo; mi edad, aunque ya no la de la verdadera juventud, una en que todava ejercen grandsimo poder en el hombre las pasiones; mi natural ms que lo comn apasionado, y el lugar, la calidad de la reunin, el corto peligro presente, el no leve futuro, todo contribua exaltarme y dar casi frentica viveza mis palabras y mi acento y modos. Rasgu, pues, el velo harto trasparente de smbolos intiles, convid al levantamiento, ponder la tirana bajo que gemamos, present la imagen de la libertad coronada con la aureola de glorias cuyo lustre habia de rodear sus restauradores, y al fin, cogiendo una espada desnuda, que en nuestro rito debia estar y estaba siempre sobre la mesa: Jurad, dije con voz fuerte y trmula de emocin, jurad llevar cabo esta empresa, y juradlo sobre esta e s pada, smbolo del honor, que no en balde en este lugar se os pone la vista. Un grito unnime, que casi era un alarido, respondi mis palabras y mi accin y gesto, arrojndose casi todos los concurrentes la espada, y profiriendo el juramento con tono, rostro y ademanes de loco entusiasmo, no inferior al mo. Escena tremenda, preada de males futuros, recordada aqu, y ahora, no para recomendarla al aplauso, y todava menos la imitacin, sino como retrato de los tiempos, y con la mira que sirva, entre otras, de leccin gobiernos y pueblos; los primeros para evitar, en cuanto sea posible, con una conducta juiciosa, acertada y firme, que se repitan; los segundos, para que, difundida en ellos la ilustracin, no dejen que las pasiones ahoguen y usurpen la voz y autoridad del juicio!

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De esta escena hubo de tener noticia el conde de La Bisbal, y hubo de conocer que ya le era forzoso acabar con la conjuracin, si ya no es que, llevando ejecucin el proyecto de los conjurados, quera darle favorable remate. Empez, pues, obrar y contra los conjurados. Su primer disposicin fu mudar la guarnicin de Cdiz; disposicin importante, porque en la ciudad debia darse el grito de rebelin al amparo de sus murallas, y entre su poblacin, toda ella con rarsimas excepciones, constitucional ardorosa, y en la guarnicin que iba salir estaba la mayor parle de la oficialidad ganada la causa del alzamiento propuesto, y, al revs, en los cuerpos que venan relevarla habia monos que en otros del mismo ejrcito oficiales comprometidos en la empresa cuyo xito estaba pendiente. Si esto disgust de cierto, otro suceso caus mayor recelo, aunque para algunos iu motivo de esperanza. De sbito vino Saarsfield de Jerez Cdiz, y encerrndose con el Conde, tuvieron ambos una largusima conferencia sin testigos. En que trataban de combinar sus operaciones, no cabia duda: si era para llevar efecto la revolucin para impedirla, vena ser tambin dudoso; pero, bien mirado, con arreglo fuertes indicios, lo segundo era lo probable. Vuelto Saarsfield Jerez, entr en comunicaciones amistosas y muy frecuentes con Gutirrez Acua, que all resida. Se mostraba ya tan dado la causa de la revolucin, que vituperaba la tibieza irresolucin de su amigo el conde de La Bisbal, aunque sin poner en duda lo sincero de su fe, porque deca: A Enrique le falta corazn. Como .esto era dicho para engaar, mal puede afirmarse que hubiese veracidad al hacer semejante cargo. As estaban las cosas al anochecer del 6 de Julio de 1819. Ya oscurecido, se haban cerradoras puertas de la
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ciudad de Cdiz, entonces, aunque en tiempo de paz, cerradas de noche con rigor, que para pocos casos tena relajacin, sobre todo en la Puerta de Tierra, solo abierta cuando lo era para dar paso al correo. De repente corre la voz de que la guarnicin toda, menos la parte do ella que cubra las guardias, se habia puesto en movimiento y aun salido por la Puerta de Tierra con el general su frente, encaminndose al Puerto de Santa Mara, donde estaba acantonada la divisin del ejrcito que pocos das antes estaba guarneciendo la plaza. Con haber llegado la hora de la retreta, y no aparecer los tambores msicas, como hacan siempre, en la plaza de San Antonio, desapareci toda duda sobre si era falso lo que corra respecto o s l a r e n camino las trojas, sin duda para objeto importante, aunque ignorado. Empieza entonces decirse que, antes de salir, el Conde habia llamado. una de las personas con quienes se entenda, y cuchlo que preparase todo para proclamar restablecida la Constitucin de 1812 en la ciudad de Cdiz, mientras l lo haca en el ejrcito, para lo cual iba juntarlo lodo. Con esto motivo comenzaron las enhorabuenas, y aun los vivas dados en voz baja como grato secreto que se confian las gentes unas otras. Sin embargo, la autenticidad de la comunicacin verbal hecha por el Conde no constaba, y lo evidente era su salida misteriosa, y haberla dispuesto c i a n d o , cerrada ya Cdiz, no podia ir de ella al Puerto la noticia de que marchaba all el general con demasiado acompaamiento. En m como en otros despert circunstancia tal fuertes sospechas. Pero nadie pensaba en dar aviso nuestros amigos del Puerto, y menos que oros la Junta do casa de sturiz, la cual corresponda hacerlo, pero que ni congregada estaba. Lo que nadie hacia hube yo de hacerlo, obrando por m, sin participacin y aun sin consejo ajeno. Debia dar la vela en la prxima madrugada con destino a la Habana un buque-correo, cuyo mando tena D, Antonio

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Valera, primo mi muy querido y de nuestra grey conspiradora. Para l y la tripulacin de sus botes se abria la puerta do la mar todas las horas de la noche. \ c u d , pues, l, le ped un bote para que fuese al Puerto con un aviso, y busqu tambin persona que le llevase, y cuya salida era fcil, no examinndose quines salan para ir en los botes. Me puso Valera por reparo la falta de tiempo, pues que de all pocas horas tena que levar anclas y hacerse la mar; pero yo le hice presente cuan fcil era un bote con buenos remos ir en una hora al Puerto y en menos tiempo volverse bordo del buque que perteneca. Accedi mi ruego Valera, march el comisionado, lleg su destino sin obstculo ni demora, se avist con los conjurados, y los inform de que vena sobre ellos el Conde con tropas, sin poderse decir si como amigo contrario. De nada sirvi el aviso, pues, por causas que nunca han sido bien explicadas, y que no es ahora del caso averiguar, determinaron esperar pacficos, cuando si hubiesen tenido intento de resistir, era muy probable que parase la resistencia en darles el triunfo, pues contaban en los que seguan al general con muchos parciales. Bien es cierto que al mismo tiempo iba caer sobre ellos por la espalda Saarsfield al frente de la caballera, pero esto lo ignoraban. Ahora sar bien dar cuenla de lo que el mismo Saarsfield habia hecho en Jerez. All seguia engaando Gutirrez Acua y Grases, quizs an ms de lo necesario para su propsito. Cuando ya so preparaba marchar contra los conjurados, en la noche, en sus primeras horas, y poco antes de la destinada emprender su movimiento, yendo de paseo con los dos que llamaba amigos, tropez con un rosario donde iban cantando el Ave-Mara, y dijo en tono de burla: Cantad, cantad, que pronto no cantareis, como considerando triunfo sobre prcticas religiosas el hecho poltico que supona cercano. A esto agreg decir a Gutier-

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raz Acua, que estaba levemente indispuesto: Recjase usted y descanse para prepararse los brillantes trabajos que le esperan." Dicho esto, se despidi, y yndose su casa, no bien lleg ella, cuando firm una orden para prender aquellos dos crdulos conjurados, orden que fu fiel inmediatamente cumplida. Puesto al fin en camino, ya cerca del alba, lleg al Puerto de Santa Mara con sus caballos, casi la misma hora en que llegaba al mismo punto el Conde con su gente por el lado opuesto. En esto, amanecido ya, las tropas acantonadas en el Puerto haban salido formarse, como tenan por costumbre, en un sitio apellidado el Palmar (1), llevndolos all sus jefes, no sabedores del intento con que se les venan acercando fuerzas un tanto crecidas; pero recelosos de que era en su dao, si bien resueltos no resistir, no innovar cosa alguna en su conducta diaria, y aparecer ignorantes de que la guarnicin de Cdiz hubiese hecho algn movimiento. As los encontraron formados al acercarse por la parte do Cdiz el Conde y por la de Jerez Saarsfield. Puesto el g e neral al frente de la formacin, hizo salir y presentarse ante l todos los comandantes (2) primeros y segundos,
(1) Palmar llaman en Andaluca ciertos t e r r e n o s incultos que all abundan, y deben su nombre estar llenos de palmas e n a n a s que no s cmo deben llamarse, pues a u n q u e soy en extremo aficionado rboles, plantas y flores, ni s de ello lo que sabe no ya. u n botnico, sino acaso el jardinero hortelano ms tosco y rudo. E s t e Palmar del Puerto, teatro de la hazaa de O'Donnell y S a a r s field, tiene cierta fama. Cuando en los pueblos de la Andaluca baja, vecinos la costa, se habla de una persona de mucha edad, y quiere ponderarse s u vejez, es comn decir de ella que tiene ms aos que el Palmar del Puerto. (2) En el orden y planta dados a q u e l ejrcito expedicionario, constaban los regimientos de u n solo batalln cada uno, como s u ceda, y a u n creo sucede en Inglaterra, y hoy en P o r t u g a l . No h a bia, pues, coroneles, aunque lo fuesen personalmente algunos de los que mandaban los regimientos de u n solo batalln. El de Canarias, por ejemplo, estaba mandado por D. Demetrio O'Daly, b r i -

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los cuales inLim que se diesen presos, no expresando sino medias por qu causa. Este acto pas sin la menor alteracin de la tranquilidad, vindole con admiracin los oficiales y tropa, unos, y los ms, por no adivinar del todo la causa de tan raro y general rigor; otros, y no pocos, por ver convertido en contrario y perseguidor al que miraban como caudillo futuro en la empresa en que tenian parle. Cuentan que recien acabado este acto, encontrndose Saarsfield y el Conde, el primero solt la risa; fea accin, si ya no fu calumnioso aserto el suponerlo, y agravacin de otra de no menos fealdad. Si los posteriores, as como los anteriores sealados servicios de Saarsfield pueden, aunque no disculpar, compensar lo vituperable de su conducta en los sucesos de que soy ahora narrador, y si su desdichada muerte, causada por un vil asesinato., en medio de una sedicin infame, debe hacer cara y aun respetable su memoria, la historia debe sor veraz, y para serlo, inflexible, mxima seguida aun tratndose de los primeros personajes histricos, pues hasta los mayores encomiadores en Augusto no han dejado de vituperar, ni aun pasado en silencio, las horribles proscripciones del triumviro Octavio. No apareca risueo ni contento el conde de La Bisbal, sino al revs, como pesaroso y avergonzado de su accin, e n el momento mismo de cometerla. Al prender los comandantes primeros y segundos de los cuerpos que estaban en el Puerlo, habia envuelto en su rigor culpados inocentes, y de entre los ltimos algunos que ni siquiera comprendan la causa por que so veian presos, pues de la conjuracin lenian escasa noticia, y juzgaban la corla que tenian por rumor vano. A los no militares, y aun algunos militares cuya culpa saba, no quiso molestar siquiera. Se
gadier, que fu uno de los presos por el Conde. Pero otros tenan - su frente meros comandantes, aunque de primera clase.

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dej decir ms de una vez que nadie temiese, porque -l era caballero, y nadie vendera, y cumpli tal palabra, que estaba en contradiccin con su modo de portarse t o cante la conjuracin y los conjurados ya presos. De resultas vino quedar en situacin harto amarga, porque, si bien recibi del Gobierno la gran cruz de Carlos III, distincin que entonces tena ms valor que en el dia p r e sente, fu la par separado del mando del ejrcito y llamado Madrid, donde hubo de encaminarse lleno de r e celo, pues al cabo, si haba deshecho la conjuracin por lo pronto, antes la habia fomentado punto de poner como al vuelco de un dado su xito, y de ser dueo de la suerte de Espaa pasaba una situacin en la cual as poda r e cibir castigo como recompensa. Volviendo atrs, y al suceso del 8 de Julio, bien ser decir que, al saberse en Cdiz lo ocurrido en el Puerto, fu grande la consternacin entre los conjurados. De ellos huyeron algunos de los ms comprometidos, como por ejemplo Isturiz, y no dej de hacer otro tanto Moreno de Guerra, que se figuraba ver tras s Saarsfield. Pero otros no se movieron, creyndose en mucho menos peligro. Con razn creia yo que el mo no era muy grave, porque solo habia representado hasta entonces en aquellos sucesos s e gundos papeles, entre otros muchos; pero me constaba que el Conde no ignoraba mi parte en la trama, aunque la par me alent haber sabido desde luego que nadie pensaba perseguir, excepto los ya presos. Ello es que, pesar de aconsejarme no pocos la fuga, yo ni pens en ella. Tal era la ceguedad del Gobierno, que nada saba de mi conducta, ni aun de mi paradero: tal la mia, que, olvidado de toda regla de moral, conservando el ttulo y derechos de mi empleo, pens en trabajar con ms ardor que antes en la obra que en el Palmar del Puerto pareca que habia quedado reducida ruinas. Y as fu que, cuando una conjuracin formidable habia

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venido parar en nada, otra compuesta de sus reliquias, como pobre rama de planta poderosa, que trasplantada apenas con esperanza de verla prender, prende, con todo, y crece, y fortifica, una conjuracin de puro arrojada hasta ridicula, vino derribar el trono de Fernando, sentado pocos aos antes en lo que pareca robustsimo cimiento, y aun lo era ciertamente. Pocos dias haban pasado desde el en que fueron presos varios de los conjurados, y ya los escapados del peligro le queramos correr mayor con acciones que eran delito atroz, y no inferior desatino. Siete ocho personas de escaso poder, y sin recursos, nos juntamos y formamos el proyecto de hacer una tentativa contra la persona del conde de La Bisbal, en uno de los cortos viajes que solia hacer de uno otro punto de aquellos en que tenia acantonadas sus tropas, tentativa que bien podia ser asesinato; pero el fanatismo estos excesos, y aun mayores si cabe, lleva, y particularmente si se le agrega el deseo de tomar venganza. Por fortuna, locuras tales algo tenian, si no de baladronadas, de visiones, y nuestra mala idea ni ser proyecto lleg, quedndose en desahogo de vana rabia. Todo apareca, pues, por entonces concluido. As es qu hube de pensar en hacer mi viaje al Brasil servir all mi empleo, mudando una traicin en otra, porque traicin era seguir sirviendo al Gobierno al cual habia tratado de d e r ribar. Habia, con todo, en mi propsito de irme al Brasil, algo de segunda intencin, porque lo natural era, saliendo de Cdiz, pasar Lisboa, donde casi de seguro, encontrara barcos con destino aquel pas, parte entonces de la monarqua portuguesa, y aun residencia de su gobierno, y prefer trasladarme Gibraltar, donde fallaban medios de hacer el viaje, aunque yo supona que debia de haberlos. La verdad es que Gibraltar me llevaba otro motivo. All

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8aba que habia ido Isturiz, con otros fugitivos, cortos en nmero, y casi todos ellos de poco influjo, y all se decia que estaban Gutierrez Acua y Grases, escapados con poca dificultad de su prisin en Jerez, donde tenian la casa por crcel. Todo esto era a m a n e r a de un ncleo de conjuracin renovada. A lo menos, as se lo figuraba el deseo, el cual, no obstante ser vivsimo en m, no me llevaba, sin embargo, como suele suceder, ser crdulo en demasa, pero tena poder bastante para no dejar morir mis esperanzas. El 22 de Julio, dia en que cumpla los treinta aos de mi edad, y catorce dias despus de la catstrofe del Palmar, sal de Cdiz. Nadie me habia molestado, y ningn peligro corra; otros en igual caso que yo vivan tranquilos, y as fu que tom el pasaporte correspondiente como secretario de la legacin en el Brasil, que iba servir su empleo. Llegu Gibraltar al cuarto dia de mi partida; con tanta detencin se caminaba, y aun todava por all con poca ms prontitud se camina; siendo entonces forzoso ir caballo desde la isla de Leon San Fernando, cuando hoy hasta Medina-Sidonia se va en ruedas por carrelera bien construida. En Gibraltar, mi arribo, encontr lo que pareca desengao. Isturiz, en quien era comn poner graneles esperanzas, como si l tuviese medios iguales su deseo, los cuales era comn suponerle en un grado excesivo, habia marchado de Gibraltar Lisboa, porque la autoridad superior de la fortaleza inglesa veia con poco gusto su estancia all, recelosa de que tramase algo contra el gobierno espaol, aliado del de la Gran Bretaa. Pero estaban en la plaza Gutierrez Acua y Grases, ambos y sealadamente el segundo muy amigos mios, y con ellos habia algunos ms quienes el miedo * el figurarse con una importancia superior la que tenan, habia llevado buscar en la fuga una seguridad que igualmente habran tenido estndose quietos, y eslaba Moreno Guerra, que as

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nos servia de embarazo veces, como de distraccin menudo, con sus singularidades. Todo ello nada prometa, y segua yo resuelto embarcarme. Al llegar Gibraltar me vi, como era de suponer, con e cnsul de Espaa en aquella plaza. El que la sazn servia aquel destino era un excelente caballero, que sin duda se portaba bien en el desempeo de su obligacin, salvo en un punto en que podia ms su bondad que su celo su perspicacia, el cual era el vigilar bien la conducta de los conjurados fugitivos all congregados. A m me trataba con cordialidad como un diplomtico que va de viaje. Si mi conducta en Gibraltar hubiese sido cauta, habra l merecido disculpa, pero me portaba yo con una imprudencia que excede los lmites de lo creble. Vivia con mis compaeros de conjuracin como si lo fuese suyo de proscripcin; con ellos paseaba; con ellos hablaba de los negocios pendientes sin el menor recato. Hasta hube de escribir all un soneto atroz (1) contra el conde de La Bisbal, composicin hija de un frentico espritu de venganza, y mis amigos imprimieron el soneto en un papelillo, el cual circul por la ciudad y fu trasmitido Espaa, sin que

(1) No quiero copiar este soneto, harto conocido. De l t u v o n o ticia el conde de La Bisbal, y despus de restablecida la Constitucin, procur y logr entrar en trato, aunque no frecuente, amistoso conmigo, quejndoseme en u n a ocasin de que yo le h a bia tratado mal por no conocer los motivos de s u conducta. S a bido es que otra vez (en 1S23) falt el Conde la confianza que en l pusieron los constitucionales ms ardorosos. Aunque yo e n t o n ces en Sevilla, en las Cortes, habl con violencia s u m a contra l, hoy, sin disculparle, debo decir de su carcter lo que siento. Si el conde de La Bisbal cometi varios y gravsimos actos do falta la fe j u r a d a y la obligacin contrada, no tena el carcter propio de u n traidor, no obrando con premeditacin ni doblez continuada. E r a ligero como pocos hombres. Una hora despus de haber pensado u n a cosa pensaba la contraria. As obraba con sinceridad en sus mudanzas violentas.

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locura tanta llamase particularmente la atencin mi persona. Entretanto, recibamos de la vecina Cdiz noticias que nos daban creer que la desbaratada trama cuyos hilos haban sido solo en un punto cortados, estaba anudada de nuevo. Sin duda en ello habia ponderacin, pues mal podan hacer unos pocos individuos, de ellos ninguno de superior poder influjo, lo que se habia malogrado contando con un ejrcito, con un general, y con buena parte de lo ms granado de la ciudad de Cdiz. Pero pensbamos y sentamos como piensan y sienten, dominando el sentir al pensar, todos cuantos estn empeados en una obra de grande importancia y adems de peligro, que se agrega estar en destierro, circunstancia muy para tomada en cuenta, porque no hay ilusiones iguales las d l o s desterrados. No lo era yo, en verdad, pero en cierto modo habia llegado serlo por mi voluntad, si bien, gracias la incuria del Gobierno, podia todava haberme trasladado en paz y sosiego una situacin decorosa y provechosa. Pero apenas pensaba ya en ello, renovado en Gibraltar el espritu que poco antes me animaba en Cdiz. Lo que ms nos ocupaba el nimo era saber punto fijo el estado de las cosas, ms an que en Cdiz, en el ejrcito acantonado en varios puntos de las provincias que hoy son de Cdiz y Sevilla. Al intento convenia enviar all emisarios; pero estos nos hacan falta, y no era menor la que nos haca el dinero, alma de toda empresa. Aun contaba yo con algunos recursos, bien que ya escasos, reliquias de un buen pasar heredado de mi padre, pero era poca cosa lo que podia destinar gastos de la naturaleza de los que se presentaban como indispensables. No estaban ms sobrados que yo los otros fugitivos, y Moreno Guerra, que presuma de acaudalado, y que real y verdaderamente tena un mediano pasar, gustaba ms de gastar palabras que dinero, no obstante ser su celo furibundo y haber en l sinceridad, aunque por las contradicciones propias del hombre

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su misma pasin se contenia si llegaba el caso de hacer sacrificios. Hicimos, pues, un cortsimo fondo, y slo qued el discurrir cmo emplearle, esto es, qu emisarios habran de salir de la plaza para el interior de Espaa ponernos en comunicacin con la que juzgbamos conjuracin ya en trabajos. No vino ser muy dificultoso hallar algunos, pero s lo era hallarlos buenos. Ya dejo dicho que al saberse la ocurrencia del Palmar, huyeron algunas personas de poca cuenta creyndose comprometidos. De estas eran casi todas las de oficiales subalternos, de las sociedades fundadas en los regimientos, hombres de limitadas luces y ningn saber, y cuya fuga intempestiva los acreditaba de cautos ms que de arrojados. Estos hombres no se hallaban bien en Gibrallar, pues se vean absolutamente faltos de recursos. Propsoseles que se arrojasen entrar en Espaa: pusieron primero dificultades, en que unos tres cuatro persistieron empeados en irse Amrica las tierras fuera del poder de nuestro Gobierno y enemigas, y otros al cabo se allanaron hacer lo que de ellos se exigia, y socorridos con escasas sumas, penetraron con poca dificultad en Espaa. Pero nosotros mismos conocamos cuan poco podia esperarse de aquellos pobres individuos, los cuales, dicho sea de paso, y anticipdosc hablar de lo que despus pas, nada absolutamente hicieron ms que vivir escondidos hasta la hora en que cinco meses despus fu levantada la bandera de la rebelin constitucional para ser por tres aos muy largos la dominante cu nuestro suelo. Visto, pues, que se necesitaba gente ms activa y entendida para, soplar el medio avivado fuego que ardia en el ejrcito, poner en comunicacin con los conjurados de Espaa los de Gibraltar como si estos algo pudiesen ayudar los primeros, me brind yo loca y criminalmente desempear comisin tan aventurada, lo cual por un lado me era fcil, pues no estando proscripto ni encausado, era dueo de ir y venir

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segn mi antojo, hasta con el carcter de empleado, aunque fuerza es confesar que para ir mi puesto daba extrai o s y multiplicados rodeos sin adelantar camino. Aceptado por m el encargo, me prepar volver Cdiz, y para ello vi al cnsul pidindole me refrendase mi pasaporte fin de que en otro punto me embarcase con destino RioJaneiro, pues de Gibraltar no salia, ni se esperaba saliese, barco para aquella regin lejana. El buen cnsul, siempre corts y carioso, as como descuidado, ni siquiera me habl de mi singular proceder durante mi estancia en la plaza inglesa, ni extra que me volviese al lugar de que habia venido, ni hubo de hablar de m en sus despachos. As pude yo seguir con algn grado de seguridad mis maquinaciones, cuando con un mero aviso que habra producido mi prisin, sin duda alguna no habria cado el trono al empuje de la rebelin, lo menos no habria caido dentro de breve plazo. El primer punto donde me dirig al salir de Gibraltar, fu Algeciras. All nada pude hacer ni sabor, por dos r a zones. Era la primera que los de la sociedad algecirea, tan animados dos aos antes, tal punto se haban amedrentado y dado al desmayo de resultas de lo ocurrido en el Palmar, que, lejos de auxiliarme, ni aun trato privado queran con mi persona, desmintindose ya en esta ocasin el afecto fraternal con que los conjurados se miraban. Bien es cierto que yo, petulante entonces, y engredo as como intolerante, no bien not en ellos seales de tibieza, cuando los trat con muestras hasta de desprecio, de modo que al encontrarme con ellos ni siquiera los saludaba, perdonndome ellos de buena gana una grosera que les venia cuento por libertarlos de amigo tan peligroso. Pero otra circunstancia me tena en apartamiento ignorancia de todo cuanto pasaba; circunstancia que pudo haber frustrado nuestra empresa, pero que, si no la favoreci en ierlo modo, no le sirvi de grande obstculo, dando

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los pasos de los conjurados una direccin por la cual vinimos alcanzar el triunfo. Al espirar Julio habian aparecido en la ciudad de San Fernando varios casos de fiebre; amarilla, azote que por aquellos aos solia caer sobre Cdiz y otros puntos de Andaluca, si bien no habia vuelto , descargar desde 4813. En breve se difundi el mal, primero en un barrio de aquel pueblo, y poco en todo l,, haciendo numerosas vctimas. Acudise al medio de incomunicar el pueblo infestado, y se multiplicaron las p r e cauciones, disponindose cordones sanitarios para mirar por la salud del ejrcito, tanto cuanto por la de las poblaciones cercanas. Al entrar Setiembre no habia prendido del todo el mal en la ciudad de Cdiz, por donde siempre habia empezado en los aos anteriores, pero algunos casos eran poco menos que seguro anuncio de que all se propagara. Entre tanto, los cordones impedan el paso de unos otros puntos, y como no era el correo el conducto por donde podan comunicarse con seguridad los conjurados, Algeciras vena ser un punto donde apenas se s a b a l o que cerca pasaba. Resolv, pues, pasar Cdiz, y lo hice algo entrado Setiembre, yendo en un miserable barquicnuelo cargado de carbn, con harta incomodidad, pero, en cambio, con alguna ms seguridad, porque no llamaban la atencin pasajeros de los que suelen ir en semejantes barcos. Fu corta y feliz la navegacin, y antes de veinticuatro horas de hacerme la mar en Algeciras, estaba ya en Cdiz. A mi llegada me encontr en situacin de no poco apuro. Cdiz estaba ya infestada, habia salido de all la guarnicin, dejando en la plaza solo un batalln, el de Soria; con el ejrcito se habia ido la verdadera fuerza de la conjuracin, si bien de ella quedaba algo en la ciudad, la cual se habia puesto en incomunicacin absoluta con el continente vecino, imponindose pena de la vida quien atravesase los cordones; exceso de rigor que en casos tales nunca pasa de amenaza. Me vi, pues, encer-

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Tado y como caido en un pozo, en cuanto la dificultad de salir, p-.ro no en punto ahogarme, si bien mi estancia en la ciudad era ya, cuando no un delito, un fuerte motivo de sospechar de mi conducta. Era adems claro que el encierro habia de durar hasta entrado Diciembre, pues la experiencia tena acredilado que la malfica enfermedad no paraba en sus estragos hasta los fines del otoo. Estaban, sin embargo, compensados tantos graves inconvenientes con noticias para mi situacin y proyectos un lano lisonjeras. La deshecha trama eslaba anudada, y, si le faltaba infinito de su fuerza antigua, en cambio habia adquirido ventajas nuevas, porque si entraban en la nueva composicin materiales al parecer muy inferiores, servan bien su juego todos los que en ella entraban, y si no tenamos al frente un caudillo poderoso, tampoconos veamos en el caso de depender de la voluntad mudable de un personaje poco seguro. De los elementos antiguos quedaban muchos en la obra nueva, aunque todos ellos de los inferiores, cuando ms de los de segundo orden tres meses antes. Por ltimo, habia entrado en nuestras filas algn refuerzo, y tal y tan bueno, que contribuy en gran manera la terminacin feliz del renovado plan, en la ocasin primera malogrado. Dos personas, entre varias de escaso valer, constituan tan importante refuerzo. De ellas la una al cabo de nada vino servir, pero sirvi durante mediano tiempo por la clase de concepto de que gozaba. La otra se dio conocer por la vez primera, mostrando calidades tan singulares, que en obra como la que tenamos nuestro cargo son de subidsimo precio. Los dos sujetos que acabo de referirme eran D. Domingo Antonio de la Vega, abogado, ya algo entrado en aos, y D. Juan Alvarez y Mendizbal, harto conocido de la generacin presente. El primero estaba en Cdiz; el segundo habia salido con el ejrcito, y andaba de uno en otro acantonamiento fuera de los cordones.

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dndole su encargo de contratista de provisiones, medios; abundantes y eficaces para trabajar en el logro de nuestro propsito con ms facilidad y sin hacerse notable. Cmo alcanzamos el triunfo que tan difcil pareca, debo causar admiracin y -pasmo en quien lo ignore, siendo todo ello cargo gravsimo contra el Gobierno que se dej derribar por tan flacas fuerzas, y sorprender por una c o n juracin llevada efecto con tan poco recato.

111.
Don Domingo Antonio de la Vega, cuya entrada en el gremio de los conjurados he citado ms arriba y h poco, declarndola suceso importante, era un hombre singular, aunque antes y despus de los dias en que contribuy ms con su nombre que con sus hechos al levantamiento constitucional no fuese conocido sino en reducido recinto; pero all donde llegaba la fama de su nombre, era sta tal punto diversa, que los ojos de uno apareci si no radiante poco menos, y los de otros cubierta de negra sombra. Al querer decidir hoy cul de los dos conceptos en que era tenido mereca, sin temeridad puede afirmarse que ni elimo ni el otro. Estaba pobre, lo cual era, si n o completa, lo menos fuerte prueba de que no habia carecido de limpieza en su conducta en punto dineros, porque de talento para ganarle no careca, y de gastador no habia pecado. Hubo, pues, de consistir su dcsconceptoen que tena mala condicin, siendo por dems dscolo,, maldiciente y descontentsdizo, y dado. satisfacer su aficin ofender las gentes por varias clases de medios. V en cuanto quienes tenian formado alto concepto de su merecimiento, se fundaban en su antiguo y cenocido apego la causa apellidada de la libertad, y ms digna de-

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ser llamada de la revolucin, y adems en su prctica aeja de las conjuraciones, por sospechrsele, y no sin ralon, que en muchas de ellas habia padecido persecuciones y levado penas, aunque no graves. Verdad era que ninguna conjuracin de las varias en que habia entrado labia pasado de mero proyecto, ni aun llegado principios de ejecucin; pero con todo, falta del acierto habia oonseguido ser celebrado por la perseverancia. De la s o ciedad secreta antigua de que era bija rama la conjuracin existente, era uno de los asociados ms antiguos en Espaa, y lo habia sido en poca en que la hermandad privaba ms que entre los liberales de Cdiz entre los afrancesados. Desde -18-16 no habia tenido entrada en la sociedad de forma nueva. Siendo l un tanto inquieto, habia tratado, como suele decirse, de levantar altar contra aliar, y hacia 18-18 habia formado en Cdiz una sociedad del rito antiguo sin enlace con las modernas. Por un descuido increble, la casa donde este cuerpo dbil y pobre se congregaba fu registrada por los agentes del Gobierno, pero hora en que no habia en ella reunin, hallndose solo en su interior el aparato que sirve para sus smbolos y rito. No tuvo consecuencia el descubrimiento, siendo el suceso en breve olvidado; y A ega continu, si no del todo ignorante de la conjuracin, extrao ella en la poca de sus altas esperanzas y de su terminacin funesta por lo pronto, aunque no absoluta. Pero como no careciese de amigos entre los hermanos, comenz en el vulgo de stos correr son valimiento la idea de que habia sido gravsimo error excluirle de toda participacin en tal negocio, pues era posible y aun probable que su experiencia, constancia y resolucin hubiesen dado las cosas mayor impulso, m e jor sesgo y ms feliz remate que lo que habian venido producir los ltimos tristes sucesos. Este modo de pensar cundi entre muchos de la oficialidad; la sazn, los principales conjurados, dicho de otro modo, los nicos, con
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rara excepcin, que no habian desistido de trabajar en la, aunque malograda, al parecer no enteramente perdida empresa. Los principales enemigos de Vega, decan, eran los personajes de Cdiz que con tanta flojedad y torpeza se habian portado: bueno era, pues, sustituir gente, si no tmida, tibia, personas cuyo mrito consista en la audacia. Estaba, pues Vega, afiliado en la sociedad conspiradora, de la cual era ya parte cuando llegu de vuelta de Gibraltar Cdiz. Habia yo tratado al objeto de esta parte de mi narracin en Madrid en '1808, y despus en Cdiz; nunca en relaciones ntimas frecuentes, pero tenindola en alguna estima, y si no participaba do la desmedida opinin de su valor como elemento de conjuracin que muchos le atribuan, le supona alguno superior al suyo real y verdadero, sin contar con dos circunstancias, ambas poderosas para influir en mi conducta respecto l, de las cuales era la una participar yo en algo del enojo general contra los anteriores directores de una obra sin duda fatalmente terminada, y en mi sentir seguida con falta de valor de tino, y la segunda que un nombre cualquiera, si era para nosotros aumento de fuerza, debia ser aprovechado conservndole aumentndole la que traa. Sirva todo esto de disculpa de haber hablado aqu tanto de hombre que antes y despus figur tan poco, lo cual le fu comn con algunos ms de quienes mayor parte tuvieron en el restablecimiento de la Constitucin, mal pagados despus por sus servicios hasta en punto fama. De Mendizbal es intil hablar en punto su carcter, harto conocido de los ms de la generacin presente. No s cmo tuvo entrada en la sociedad y conjuracin, durante mi estancia en Gibraltar, pero supe mi vuelta a Cdiz que no bien entr cuando empez figurar en ella en primer trmino, por su prodigiosa audacia y actividad y lo vivo y travieso de su imaginacin inventiva; hombre sin par en horas de desorden para traer las cosas

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feliz paradero por singulares caminos, aunque por d e s gracia propio para desordenar lo ya ordenado, cediendo un deseo de bullir y de ocuparse y ponerlo todo en m o vimiento. Se dieron al trabajo suspendido las sociedades de los regimientos. De la junta superior nada quedaba, pero hubo de suplirse su falta de un modo que ignoro. No era ya hora de entretenerse en meros trabajos simblicos, aunque tampoco quedaron stos descuidados, sirviendo de medios de traer individuos la conjuracin, pero l pens desde luego en llevar efecto el alzamiento. Mucho faltaba para ello, y una de las principales faltas era la de un general que le capitanease llevndose consigo la oficialidad no participante de la conjuracin, y con ella la tropa. Se contaba como con el auxilio ms poderoso con la repugnancia embarcarse, general en el ejrcito, en fuerza de la cual era probable y casi seguro que seguira dcil y aun con celo quien le asegurase no hara viaje tan desagradable. Pero no habia un general mano, ni' aun mediana distancia, con intencin con osada de las necesarias para acometer tal y tanta empresa, pues si es cierto que en Sevilla resida la sazn el general D. Juan O'Donoj, sabedor de lo que se tramaba, hombre de talento instruccin, de algn crdito, en los pasados tiempos ministro de la Guerra, con no corta fama entre los constitucionales por haber estado preso como sospechado de conspirador, y quien recomendaba para los do sus ideas la circunstancia de pasar por cosa cierta, aunque no lo fuese, que habia padecido tormento, este personaje, cauto, por su natural, consecuencia de lo que habia padecido, conoca el proyecto, le fomentaba, pero con precaucin bastante libertarse de grave peligro, do modo que lejos de querer ser cabeza de una rebelin, ni parte ostensible quera tener en ella, aun cuando no slo desease sino que por ocultos manejos contribuyese su triunfo. En apuro tal, tuvo Mendizbal una idea como suya, de

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la cual despus me habl repetidas veces. Pues tanta n e cesidad hay de un general (dijo), por qu no ha de hacerse uno gusto? Circule entre la tropa que viene uno, sin decir su nombre dndosele supuesto; hblese mucho do ello ponderando su importancia y la del negocio que se l e confia, y yo de pronto me presentar en los cuarteles con cualquier uniforme y faja, con lo que, gritando quienes estn en la trama viva el general seguirn otros, dar yo rdenes, se conmover Cdiz, y en un instante queda efectuado el levantamiento. Acaso tal acto de osada habra salido bien, siendo la disposicin de la tropa, como acreditaron los sucesos, seguir quien la vena libertar del viajo Amrica, por lo cual no habra entrado en averiguaciones sobre la persona que vena mandarla. Pero hubo de parecer loco el proyecto, aun en dias de locuras, y se sigui buscando general, si no entre quienes lo eran, entre los inmediatos serlo. Mandaba en la isla de Len Un cuerpo cuyo nombre era el depsito, un D. N. Omlin, no me acuerdo si coronel brigadier, de origen nacimiento extranjero, con crdito de buen oficia!, de opiniones polticas hasta entonces no conocidas y que, no habia tenido parte en la recien sofocada conjuracin, slo habia tenido una muy corta, y ste se brind no menos que con el cargo de general del ejrcito si era llevado cabo bajo su mando el levantamiento, lo que l se prest en la apariencia gustoso. Pero entretanto crecan los estragos de la epidemia reinante en San Fernando, y ya iban extendindose Cdiz, de lo cual result, como antes va dicho, salir y desparramarse un tanto el ejrcito por la Andaluca baja, quedar cerrada Cdiz, y suspenderse toda operacin, soltndose si no rompindoselos hilos de la ya reparada trama. Por los mismos dias, acometido Omlin de la fiebre, muri al cuarto quinto de haber caido en cama. Todo esto pas en dias poco anteriores al de mi llegada

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Cdiz. En ste, como he dicho, nada vi posible sino h a cer en aquella ciudad una estancia como de tres meses. Por no s qu aprensin juzgu conveniente estar oculto, como si mi presencia all hubiese de causar sospecha, y aun para mi persona peligro. Uno de los conjurados mis hermanos me ofreci como asilo su casa, y yo la acept pasando ser su incmodo y peligroso, y aun algo gravoso husped. Era el sujeto que me hosped un joven llamado D. Jos Mara Montero, de un mediano pasar, propietario de una botica, aunque no la servia, teniendo el ttulo muy general en Cdiz de comerciante, de buenas luces, de corta instruccin, de apreciabilsimas calidades en punto honradez y celo, entrado en la conjuracin por la sociedad, aunque ella poco llevaba, y que su ardor en favor del proyecto que tenamos entre manos agregaba una amistad ardiente mi persona, no obstante haber corto tiempo que estbamos en claso alguna de trato. Cupo este joven tener una gran parle en el restablecimiento de la Constitucin, que tambin contribuy con alguna suma no muy corta, atendiendo no ser cuantioso su caudal, y le cupo asimismo la suerte que suele tocar ciertos participantes en grandes empresas, que fu vivir muy ignorado despus del triunfo, y habiendo venido muy m e nos, tener que contentarse con un mediano empleo, que tambin perdi sin dar para ello motivo, siendo triste ejemplo que deba retraer, pero no retrae siempre, de mezclarse en negocios polticos personas faltas de las altas dotes de las malas calidades necesarias para guiar con acierto la nave de la propia fortuna por el mar borrascoso de las revoluciones. Establecido yo en casa de Montero, nada tena que hacer all por algn tiempo sino estar en espectativa. No me presentaba en pblico, y slo salia de noche, y esto para pasar casa de una persona de toda mi confianza, con la cual me unian relaciones ms estrechas que lcitas. Sin

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embargo, el secreto de mi residencia en Cdiz lo era slo para algunas personas, de suerte que acaso habra valido ms darme al pblico como detenido en mi viaje RioJaneiro. En mi encierro tuve el disgusto de que hubiese en la casa no menos que cuatro vctimas de la epidemia reinante, pero de sus estragos eslaba yo seguro, por haborla pasado ya en un ao de los anteriores. Apenas hallaba con qu entretener mi ocio, y as, cediendo una imprudencia apenas creble, hube de escribir versillos sobre negocios de Cdiz no polticos, pero que con la poltica se rozaban, y en los cuales aprovechaba yo la ocasin de decir algo, y aun mucho, contra el Gobierno, sucediendo, como era natural, que tan pobres y ligeras obrllas eran recogidas y copiadas, y circulaban con aprobacin muy superior su valor escassimo, no sin declararse el nombre del autor y el lugar donde escriba (-1). Iba corriendo el tiempo; haba entrado Noviembre; la epidemia eslaba extinguida en San Fernando, y apenas exislia ya en Cdiz, y se hacia urgente adelantar los trabajos desigualsimos nuestra empresa, y sin embargo tales que en breve dieron las resultas apetecidas. Risa dara cualquiera considerar los elementos de que se compona la poco numerosa sociedad que dentro del rccinlo d e f d i z e r a lo restante de la conjuracin todava pertinaz en su propsito. Se reduca dos abogados con pocos pleitos, y con menor nombre que aun el ya citado Vega, y D. Sebastian Fernandez Valiosa, de quien habr de hablar despus con alguna extensin, el joven Montero en cuya casa he dicho que yo vivia, el teniente de navio que
(1) Por aquel tiempo -vino Cdiz comisionado por el Gobierno -para estudiar la epidemia un mdico llamado Cavanellas, que dijo lzo mil extravagancias. Llovieron pullas sobre su persona y yo tom parte en ellas, pero vituperando ms que al doctor al Gobierno que le enviaba, y pasando vituperarle por algo ms y de mayor gravedad que la comisin dada al Cavanellas.

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era de la real armada D. Olegario de los Cuetos, quien lian visto los que hoy viven por pocos dias ministro de Estado, y, por ltimo, mi pobre persona. Tenamos del ejercito noticias cortas y confusas, y lo mismo suceda los que con l estaban, pero unos y otros sabamos que trabajaban nuestros amigos cmplices en los puntos donde residan. Los del ejrcito contaban mucho con los de Cdiz, figurndose que all estaban congregadas las mismas personas que antes componan la autoridad superior de la sociedad de la conjuracin, gentes quienes reputaban de grande influjo, y particularmente de considerable riqueza, de la cual estaban prontos sacrificar gran parte para el infeliz remate de la grande obra. Hacase, pues, necesario ponernos en comunicacin y no por cartas, y no menos indispensable nos era los de Cdiz engaar los de afuera, suponindonos con un poder de que carecamos para darles aliento con la seguridad de que tenan un auxiliar poderoso. Mal medio, puede decirse, y para no buen fin, pero estas son confesiones y no apologa. Me tocaba ser el conducto de comunicaciones tales, pues no para otra cosa me habia venido de Gibraltar, y mi fanatismo complaca, punto de ensoberbecerme, el peligro que iba correr, el cual no fu grande, pero poda haberlo sido, si no estuviesen dormidos el Gobierno de Espaa y todos sus agentes. Sal de Cdiz, pas San Fernando, y atrvese el cordon, no obstante la pena capital impuesta quien as hiciese, y no fu necesario para ello ms que unos pocos reales dados al sargento de la guardia, que vio en m un traginante. Verdad es que un mes antes habra habido para ello bastante dificultad; pero la epidemia estaba concluida en San Fernando y concluyendo en la algo ms lejana Cdiz, y con la falta de peligro de que se propagase, yendo entrar el invierno, el cordn era mirado como una cosa impertinente.

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El primer lugar que me encamin fu la villa de Alcal d e los Gazules. All estaban algunos, bien que pocos de los comandantes y oficiales presos en el Palmar, siendo de ellos el ms notable D. Antonio Quiroga, que tena l grado de coronel. Este oficial en la noche anterior al suceso del 8 de Julio, al recibir en el Puerto mi aviso, habia opinado por hacer resistencia al Conde. En el batalln titulado de Catalua que mandaba era muy querido, y tal le tena en punto disposiciones relativas al alzamiento, que receloso de l el Gobierno, hubo de hacerle embarcar hacia fines de Julio y de enviarle la isla de Cuba. Estas circunstancias habian dado al preso coronel cierto grado de concepto, y si se le supona ambicioso, cabalmente eran ambiciosos los que nos hacan falta. Pas, pues, verme con Quiroga, lo cual en otro tiempo y lugar habra sido peligroso y tambin difcil, porque estaba preso, y por no menos causa que una tentativa de rebelin, lo cual traa consigo un encierro con incomunicacin rigurosa. Pero tales estaban las cosas, que los presos por aquella causa, incomunicados de derecho, lo pasaban de hecho, no slo en comunicacin, sino en libertad. Quiroga se paseaba por las calles de Alcal de los Gazules la luz del dia, concurra un juego de billar, jugaba, y con frecuencia solia asomarse la puerta de la casa de juego, y con el taco en la mano veia pasar la guardia destinada tener segura su persona y saludaba al oficial que llevaba orden de no consentir que saliese ni hablase criatura alguna. Me contaron que un oficial (1), no de la sociedad ni de la conjuracin, un dia habia reclamado contra tal escndalo, y blasonado de que el dia en que l locase la guardia de
(l) A este oficial dejaron atrs en Alcal sus compaeros al ponerse en movimiento ya levantados, creyndole su contrario. Pero l, cuando se vio solo, se vino tras de su batalln, se present en San Fernando, se mostr quejoso de que no hubiesen contado con l, y sigui m u y celoso en la causa constitucional.

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]0s presos, cumplira con su obligacin, haciendo los dems sujetarse al imperio de la ley; pero pareci tan mal el anuncio de esta determinacin, que cayendo sobre l todos sus compaeros, aunque no de hecho de palabra, le obligaron retractarse de su propsito, de suerte que hubo de faltar su deber lo mismo que los otros. Yo, en Alcal, tuve por habitacin la prisin de mis cmplices, y dorm en el cuarto mismo de Quiroga, llevando all adelante la conjuracin ajeno de temor porque estaba en seguridad completa. En la misma villa recib un oficial en el gremio de la sociedad, con pocas formalidades, pero con algunas, siendo la sala de recepcin una cueva pequea en el cerro en que est edificada aquella poblacin, y mi asiento un canto medio pulir de mediano tamao. Al mismo tiempo me present confiado, soberbio y aun misterioso para dar entender que algo importante callaba, porque no convenia divulgarlo; ment afirmando que trabaja con nosotros en Cdiz gente de la mayor importancia en aquella poblacin: conociendo cuan necesaria era tal mentira; notando el alto concepto en que era tenido Vega, por suponerle dueo de grandes dotes y secretos para llevar feliz trmino las conjuraciones, abund en el mismo sentido, y en suma, hallando en aquella gente, dgase en la oficialidad all residente, materia dispuesta para el logro de mis fines, foment su disposicin hasta darles con una buena dosis de esperanza otra no menor de aliento. Pero saqu una ventaja ms de mi corta estancia de dos dias en aquel pueblo, que fu la de tener un general para la empresa, aunque nos hubiese de costar m y mis socios el trabajo de darle tal dignidad, que aun no tena. Desde las primeras palabras que habl con Quiroga, descubr en l deseo de ponerse al frente del levantamiento para llevarle cabo, y deseo tal no era comn, sino todo lo contrario, pues los ms resueltos y firmes se mostraban prontos seguir y no acaudillar, influyendo

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en ellos una aprensin que no era miedo ciertamente, pero la cual los inutilizaba para llenar un lugar que era imposible dejar vaco. En suma, ningn general quera serlo del levantamiento, y ningn oficial, por muy determinado que estuviese aventurar la vida y honra en la empresa, quera comenzar por el acto de usurpar un cargo alto de la milicia; y pues Quiroga quera, lo cual no era digno de vituperio, concediendo mirar nuestro proyecto como bueno y aun como noble, Quiroga convenia y hasta era preciso dar el mando. Esto decid en mi interior, y al salir de Alcal me propuse dar pasos para ello, casi con s e guridad de lograr mi intento, como le logr sin mucho trabajo. Lo que tena que hacer en Alcal estaba 'concluido. All slo habia visto un batalln regimiento, y por consiguiente slo una sociedad, siendo lo que lo daba importancia estar en aquel pueblo algunos de los en el nombre presos, pero lo principal de mi encargo era ponerme en comunicacin con todas las sociedades del ejrcito, y. estas unas con otras, ms que lo estaban, hasta ligarlas con fuerte lazo, dar al Lodo un recio impulso y tenerle preparado recibir otro mayor y definitivo en la ya no lejana hora del alzamiento. Salido de Alcal, pens, pero no sin vacilar, en trasladarme Arcos de la Frontera, donde estaba el cuartel general; lugar el ms propio para trabajar con fruto, pero asimismo de no corto peligro, pues aun yendo, como iba, disfrazado, era fcil que de alguien fuese conocido, de lo cual podia seguirse mi prisin, y con ella nuevo y ms completo malogramiento de nuestra empresa. Mientras, revolviendo yo en la mente estas varias consideraciones, caminaba al paso de mi mal oaballo de alquiler, acompaado de un oficial, mi amigo y cmplice, y cuando, habiendo bajado de una serrezuela, atravesbamos un llano, por el cual corre el rio Majaceite, a! que dio fama no h mucho un suceso de la guerra ci-

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vil, y al tiempo en que ponamos la vista en Arcos, que asentada en un cerro vecino se presenta all al viajero, divisamos una persona caballo, vindose ser la de un oficial seguido de su asistente, y como fusemos acercndonos, descubrimos, l en m y yo en l, las personas de dos amigos, agregndose ello que l vena, sino en mi busca, poco menos. Era el con quien tropec D. N. Bustillos, oficial de artillera, sujeto digno de api'ecio por mil ttulos, aunque culpado del muy coman delito de participante en la proyectada rebelin, y uno de los ms activos entre los conjurados, sobre las cuales circunstancias tena la de haber contrado conmigo amistad estrecha, aunque no antigua. El objeto de Bustillos era impedir que yo fuese Arcos, acto que, segn l saba, lo sera de imprudencia temeraria. Convencido de lo que me decia Bustillos, pues ya me lo recelaba, determin pasar Bornos, y para ello hice noche n el camino en la casa de una via, en despoblado, no causando exlraeza, porque con motivo de estar acantonado el ejrcito por aquella vecindad, transitaba por all alguna gente. No me acuerdo por qu motivo mud otra vez de propsito, resolviendo ir ms all, un pueblo cuyo nombre es Villamartin, de corta nota aunque de alguna celebridad en los contornos por sus ferias. All haba un batalln con su sociedad correspondiente, y esta de las ms numerosas y celosas; all, por supuesto, encont r amigo; all me detuve, y desde aquel punto envi mi convocatoria las sociedades vecinas, convocatoria que encabec poniendo por ttulo las ms altas dignidades de la sociedad, de que estaba revestido. La convocatoria slo mandaba enviar diputados al lugar de mi residencia, y fu obedecida, acudiendo bastantes. El punto principal fu el nombramiento del general que habia de ser, y yo por bajo de cuerda hice presentar como candidato Quiroga, p r o posicin que admir todos y pareci mal no pocos, pero que, recomendada por mi cuando era consultado, en

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breve empez correr con favor, porque al cabo no se presentaba quien mi candidato hiciese competencia. Convenidos en varios otros particulares de importancia, se retiraron sus respectivos lugares do residencia los diputados, y yo me puse en camino de vuelta Cdiz. Entrar en los pueblos me pareca que encerraba peligro sin tener ya objeto, y as busqu hospedaje en los campos. Al atravesar en mi viaje de vuelta la llanura regada por Majaceit e , ir subir por la vecina serrezuela, comenzaba cerrar la noche, que era la del 29 de Noviembre, y no obstante nada tena de oscura ni de fria. Pero aun as, necesario era encontrar cama y sustento, y al efecto se me presentaba delante un convento titulado del Valle, en tiempos no muy distantes algo celebrado por su hospedera. Aunque no era un convento lugar propio de residencia para un viajero de mis circunstancias, all me dirig, seguro de no correr peligro al hacerlo, y tambin de encontrar mediana comodidad, si ya no regalo. Pero al llamar sus puertas y pedir asilo, logr entrar, no sin mostrar poca voluntad de acogerme, y me encontr con la mansin ms desabrida que puede figurarse el hombre monos descontentadizo. De ello hago mencin por ser esto retrato de los tiempos, prueba de la mudanza ocurrida en Espaa durante la guerra de la Independencia, y de lo imperfecto de la restauracin que la sigui, pesar de la intencin de Fernando Vil de reponer las cosas en el pi en que estaban en los dias de su subida al trono. Aquel convento donde habia habido algo de regalo, aunque tal vez grosero, estaba reducido un grado de miseria apenas creble. Le habitaban tres cuatro frailes, cuya estupidez ni por la de los rsticos del campo vecino podia ser excedida; tan ignorantes de todo cuanto cerca de ellos pasaba, que no podia yo ser sospechado, porque carecan de toda idea en qu fundar sospecha. Pasada all una noche, que en lo incmoda no habia tenido igual, ni la he tenido despus en el largo discurso

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de mi trabajada vida, al dia siguiente, y aun temprano, llegu Alcal de los Gazules. All me recibi con gusto Quiroga; me detuve comer, di conocer mi husped que era probable fuese elegido general, con lo cual le dej satisfecho, y prosegu mi viaje Medina-Sidonia, donde contaba pasar la noche. Era aquella ciudad la cuna de mi madre, y tena yo en ella por parientes ms monos lejanos todas las personas principales que encierra: el alcalde, adems, hombre instruido y aficionado la literatura, era de nuestra sociedad y conjuracin, y esto se agregaba estar residiendo all mi hijo nico en compaa de una lia ma ya anciana, que habia sido y sigui siendo largo tiempo para m y para l segunda madre; pero esto no obstante, y pesar tambin de que toda la gente granada do aquella ciudad era constitucional en sus ideas y deseos, la prudencia me dictaba no verlos ni aun darles noticia de que tan prximo ellos estaba. Como mi llegada fu ya bien entrada una de las largas noches de aquella estacin, hall fuera de la poblacin esperndome, por aviso que de ir yo all tenan, varios oficiales del regimiento de la Corona. A ninguno de ellos conoca, y por lo mismo hube de ser tenido en ms como personaje quien daba alto valor su comisin misteriosa. Pas all la noche ms dado trabajos concernientes nuestra empresa que al sueo, y despus de uno breve mont caballo antes de amanecer y me encamin San Fernando. Pero al llegar me esperaba una dificultad de m no prevista, pues creia yo que el cordn sanitario por m atravesado tan fcilmente cuando podia llevar conmigo un germen de enfermedad pases sanos no me opondra el menor tropiezo al querer penetrar de uno sano en otro en que slo mi persona podia correr peligro. Me engaaba, con todo, y as me lo dio entender el hombre, mi compaero, que me habia alquilado el caballo que montaba, ducho en aquellas cosas por ser su ocupacin constante ir al cordn desde los lugares veci-

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nos.Mayor riguridad, me dijo, hay para dejar entrar quepara dejar salir, y hoy como nunca, porque m n d a l a guardia un sargento muy malo que tiene dicho los soldados que cuidado como dejan pasar naide, que para eso les da el rey su paga. Poco menos que acorde con mi acompaante qued yo en punto a calificar de malo al sargento que tan bien cumpla con su obligacin, porque me ponia en situacin harto penosa. Por fortuna, me ocurri una idea, fruto de mi lectura, lo cual, dicho sea de paso, prueba que el lser para mucho sirve, aunque abunden quienes lo crean cosa de poca utilidad verdadera en los casos comunes de la vida. Tena, pues, yo noticia de que habiendo sido preso un fraile, en el reinado de Felipe V, por fundada sospecha de ser autor de unos papelillos satricos que de cuando en cuando aparecan en palacio con el ttulo de El Duende (obrilla de fama en su tiempo, aun^ que de cortsimo mrito), como estuviese su prisin harto mal guardada, se acerc un dia la puerta con intento de escaparse, y, no encontrando para ello ms obstculo que el de la centinela, que estaba pasendose, acech el momento en que sta le volvia la espalda, sali, casi se cosi ella, yndole detrs, y cuando el soldado dio la vuelta y tom la contraria en su paseo, l sin correr ni dar sospecha sigui en direccin opuesta como un fraile cualquiera que andaba por la calle. Habia yo tenido por cuento esta relacin; pero en mi apuro recurr hacer una cosa, s no del todo igual, muy parecida, la cual me sali medida de mi deseo. Estaba el puesto del cordn en la batera llamada del Portazgo, clebre lmite que desde 18-10 hasta 1812 habia separado del gigante imperio francs la entonces reducida Espaa independiente. Tiene aquella batera, como todas, un glasis y lo llamado camino cubierto. Desped yo desde afuera al caballo con el hombre cuyo era, y con mi maletilla, encargndole la entregase en Medina-Sidonia, y me qued sin seal alguna de caminante

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Esper un momento en que el soldado que estaba de centinela se quedase solo, lo cual sucedi, si bien era de temer que no, pues convidaba estar al sol la maana, 6 dgase el medio da de uno de los bellos de principios de Diciembre. Segu medio agachado, y cuando vi la centinela volverme la espalda, me dej caer del glasis al camino cubierto; pero, en vez de retirarme, volv la cara al lugar de donde vena, y cruzados los brazos me ech de bruces sobre el borde del glasis mirando adelante. Al volver el soldado me vio, y creyendo que habia venido de adentro, y que en contravencin las rdenes me ponia en lugar donde era prohibido estar, me dio el grito comn entre los militares de atrs, paisano. Como su atrs para m quera decir adelante, obedec gustoso, y me encamin la vecina ciudad de San Fernando, sin que en m reparase el terrible sargento. Una vez dentro de la poblacin tena en ella amigos, y de los que ms podan valerm e , porque la conjuracin, previsora, se habia asegurado de muchos empleados en el ramo de Correos, y el administrador de esta dependencia del Estado en San Fernando, digamos la isla de Len, era todo nuestro y muy celoso. De este modo, esperando la noche, llegada que fu sta, vino la correspondencia de Madrid, que deba pasar Cdiz, y en el carrillo que la llevaba, abrindose para darle paso la Puerta de Tierra, entr en la ciudad de Cdiz bajo el amparo del gobierno el que estaba trabajando en derribarle. Volv Cdiz y mi antiguo hospedaje, descansar algunos dias mientras creca fuera el incendio, no obra mia, pero por m poderosamente avivado y soplado. Di cuenta de lo ocurrido mis poco numerosos cmplices, que nada podian hacer por lo pronto ms que esperar y buscar dinero para los primeros gastos del alzamiento, gnero entre nosotros escaso, y que tenamos pocos medios de sacar quienes podian disponer de sumas de mediana cuanta.

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ANTONIO A L C A L

GALIANO,

En todo cuanto acaba aqu de referirse apenas va hechamencin de Mendizba), de quien algo atrs se ha asegurado habr sido de los principales entre los agentes y fautor e s del levantamiento. La razn de omisin tan notable e s que sus trabajos, si iban la par con los nuestros y l o s mios, eran llevados adelante en otros lugares.. En v e r d a d el estado presente de lo conjuracin en el ejrcito era poco menos que obra suya,.pues de un cuerpo casi muertohabia hecho uno vivo, robusto ya, y muy alentado; confirmando en su propsito los fuertes, acalorando los tibios, restituyendo los bros los desmayados, activando los trabajos de las sociedades, y estrechando las relaciones que unas con otras unian; cosas para las cules l e hacan propio sus calidades naturales, y la situacin en que se hallaba. En mi viaje al ejrcito no pude yo verme con l, oponindose ello ms de un obstculo; pero si de nuestras visitas habran resultado ventajas la comn empresa, no habran dejado de nacer de ellas algunos y n o leves inconvenientes. Mendizbal era dado bullir ms de lo necesario; con sus singularidades conducentes al logro de sus fines mezclaba rarezas intiles, y era por dems indcil y aun dominante, y yo, entre otras faltas, tena la que aun en cierto grado conservo de mal sufrido. Es por lo mismo probable que nos hubisemos desavenido en cuanto al uso de muchos medios de los encaminados alcanzar los fines en que estbamos acordes. Por otra parte,, habra disminuido la importancia con que yo me presentaba, y la cual contribua eficazmente llevar adelante con ms aliento el proyecto que tenamos entre manos, hallarme aliado con hombre quien no podia engaar respecto los recursos de que era yo dueo, recursos no slo pecuniarios, sino de otras varias clases. Bien estuvo, p u e s , que no nos visemos entonces, como lo vino estar que nos visemos luego.
r

La cuestin de dinero era,_como p o c o h aqu he dicho*

RECUERDOS DE UN ANCIANO.

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una de las que ms nos daba que pensar, iba hacindose apremiante. Yo slo cortsimos picos podia dar; Montero, cuyo capital era escaso, dio veinte mil reales y un poco ms, y Cuetos, simple oficial de marina en grado subalterno, pero que tena alguno bien que reducido crdito personal, us de todo el suyo para tomar prestado hasta mil pesos fuertes. A personas pudientes de Cdiz no habia que pensar en dirigirnos. En tanto, supimos que habia vuelto la ciudad Isturiz, persuadido con razones que parecan convincentes de que nada tena que temer de la causa pendiente hecha los militares, y slo stos, despus de la ocurrencia del 8 de Julio. Sabedores de su llegada, pensamos en acudir l conociendo su generosidad y suponindole riquezas que no posea, as como no ignorantes de que el malogrado proyecto anterior le habia sido harto costoso. Aunque, como antes aqu he dicho, no era todava nuestra amistad estrecha, tenamos algn trato, y para l valia ms que las de los otros asociados mi persona. Fui por esto yo diputado verle y pedirle. La visita tena que ser de dia, y aunque yo slo de noche pisaba la calle, m e arroj ella en la maana del 25 de Diciembre. Vivia Isturiz en el lugar de ms concurrencia que hay en Cdiz (en la plaza de San Antonio), y el dia festivo era de los en que ms estn fuera de su casa las gentes, lo cual haca en la apariencia peligrosa para m mi salida, aunque en verdad en el general descuido era el peligro que yo corra, si acaso alguno, muy corto. Me emboc en mi capa, me cal un gorro, me puse unos anteojos, y as mal encubierto llegu la casa que iba; pregunt por el amo, di mi nombre para ser recibido, y lo fui al instante con muestras de consideracin y afecto. Pero al buen juicio de Isturiz, al cual se agregaba el escarmiento, pareci nuestro plan descabellado, porque no sin razn tena en poco los que en l entrbamos, menos m (segn me dijo y prob en cierto modo), y no crea posible hicisemos sin fuerza de clase

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A M O N I O ALCAL GALIANO.

alguna lo que no se habia podido teniendo mucha, ni que seatreviesen a un acto de loco arrojo los que no haban sabido hacer una resistencia con visos de terminar en una victoria. Not yo que en l influa el desabrimiento hijo del desengao, y as se lo manifest, lo que dio por respuesta que yo estaba llevado por una imaginacin acalorada con exceso, en razn de los mismos sacrificios que habia hecho y estaba haciendo una causa desesperadaTrmino nuestra disputa en decirme que por consideracin personal m, me entregara al momento mil duros, aunque los consideraba perdidos. Acept la oferta, pero habia una dificultad. No tena lsturiz en casa oro, y no era dia de buscarle, ni tampoco nuestro negocio consenta espera, no siendo por otra parte conveniente que me presentase yo en pblico, sobre Lodo en momentos que iban siendo muy crticos, pues no podia tardar arriba de muy pocos dias el rompimiento. En caso tal, temerariamente cargu yo con el peso de ms de dos arrobas y media que tiene una talega, y metindome sta debajo de mi capa sal de vuelta mi asilo. A los pocos pasos conoc el desatino que haba h e cho. Siempre he sido de poqusimas fuerzas, y aun las muy grandes apenas bastan para llevar pulso tanto peso, y as es que sent rseme escurriendo el que llevaba, y faltarme poder para contenerle, vindome adems obligado atender al embozo. En un momento me asaltaron consideraciones tristsimas y harto fundadas. Ver rodar por el suelo una suma crecida de dinero, saliendo de debajo de la capa de un hombre embozado, en un dia de los ms festivos, y en que no se hacen pagos, por fuerza habria de inducir quienes tal cosa viesen tortsimas sospechas de ser, un ladrn el sujeto al cual pasaba tan raro lance. Habran acudido mirones, y entre ellos gente dispuesta recoger una otra moneda de las caidas y. desparramadas, y de resultas de ello era inevitable mi prisin hasta averiguar' quin era yo, y por qu andaba con aquel dinero oculto.

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Pero si, hecha la averiguacin, quedaba (slo por ser conocido mi carcter y no haber quien se quejase de haber sido robado) indemne yo de la nota y sospecha de ladrn, entraba otra cuestin no menos grave. Qu haca yo en Cdiz? Por qu estaba escondido? A. qu llevaba tan crecida suma en dia de Navidad y con tal recato, en vez de fiarla un mozo de cordel? Y, agregando esto las voces que corran sobre haber conjuracin, y si no pruebas legales, casi general convencimiento de haber yo tenido parte en la formada primero y luego desbaratada medias por el conde de La Bisbal, no se seguira de mi prisin gravsimo peligro, ms todava al proyecto de levantamiento que mi persona? Todo esto en menos tiempo que el en que lo escribo se me vino de tropel la mente, aumentando con la congoja moral la corporal que me produca el peso que m e iba rindiendo. Pero un grande apuro da fuerzas, y de ello tuve yo y di entonces una prueba, pues entrndome por una calle corta y poco transitada, me arrim una pared, sosLuve mi embozo con los dientes, aprovech un punto algo saliente en el modo de zcalo de una casa para en l apoyarme, respir con fuerza, cobr con esto bros, y capaz ya de andar por breve espacio sin soltar mi carga, aprel el paso aprovechando la feliz circunstancia de estar poco distante de la de Isluriz la casa que era mi residencia. Llegu por fin ella, atraves la puerta de la calle, en Cdiz por lo comn abierta, llegu al segundo portn cerrado, as el cordn de la campanilla, la toqu con violencia, y hecho ya el ltimo esfuerzo, vino la postracin y hube de caer, si bien no enteramente de golpe, boca abajo, quedando cubierta con mi cuerpo la talega. Al recio campanillazo acudieron los de la casa, no sin susto, pues sabian estaba yo fuera, y las circunstancias eran para estar con recelo y temor por m y por nosotros todos. Abierta la puerta, grit yo desde abajo con voz lastimera y como enfermiza, y corriendo mis amigos darme fave

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ANTONIO ALCAL GALIANO.

aunque ignorando cul era mi pena, al principio se quedaron admirados, y luego soltaron la risa, distinguindose entre ellos el viejo Vega, que se desternillaba. Cuenta de Napolen el obispo de Pradt, que le dijo repetidas veces, en una conversacin en Varsovia, que lo sublime y lo ridculo distan un paso no ms, copiando, con alguna mudanza, el Emperador lo que- haba dicho Voltaire de el amor y la devocin (t), y prueba es de ello el lance que acabo de referir. No porque califique yo de sublime ni mi accin ni la empresa en que estaba empeado, pues sera hasta profanacin de la voz sublime aplicarla tales objetos, pe o al cabo grande era y grandsima vino ser por sus resultas la importancia de un suceso tan de burlas, por lo cual no quiero omitir su relato donde aparece un testimonio ms de cuan comn es depender cosas graves de sucesos por domas pequeos. Mientras esto pasaba, nuestras relaciones con el ejrcito iban siendo ms frecuentes. Pero se habia hecho necesario no dejar enfriar el calor producido por mi visita. No pareci conveniente que yo la repitiese, y fu en mi lugar Fernandez Vallesa. Este sujeto, digno de aprecio por ms de un ttulo, pero poco nada conocido, apareci con importancia superior la que tena, y desempe su encargo con sumo acierto, mezclando el valor con la prudencia. Era, en verdad, Valiosa persona de muy buenas prendas, aunque sin calidad alguna superior, no muy instruido, pero tampoco ignorante, lo cual acompaaba un juicio claro, una gran serenidad de nimo, y no comn honradez; sujeto muy deslucido en persona y modos, deCar lel'mour a la devotioh iln'y a qu'un fas. ... De la cual dice nuestro Arriaza en su linda stira .ie la tragedia. Los Venecianos, Sin duda se diria por tal caso Que amor y devocin distan u n paso. (1)

RECUERDOS D UN ANCIANO.

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fecto que primera vista oscureca sus dotes, las cuales se descubran despus de algn trato, y hombre quien toc hacer mucho en la conjuracin y figurar poco despus del triunfo, pero que, al cabo de su carrera, querido y tambin eslimado, vino ocupar un puesto alio y no de los superiores, colocndose as en el lugar correspodiente su mrito, lugar que era de los elevados entre los de segunda clase (-1). Vallesa, una vez en el ejrcito, lo cual logr hacer con poca dificultad, porque de dia en dia iba allanndose ms el paso por los cordones, anunci estar hecha la eleccin de general en el coronel Quiroga, el cual, sin embargo, seguia preso, si lal calificacin poda darse la situacin en que estaba. Poco al parecer tena que hacer este nuestro nuevo comisionado, pero con todo hizo mucho, porque la conjuracin como todas comunmente comparadas al fuego, necesitaba como el fuego continuos soplos para mantenerse viva. Habia en medio de esto llegado el 26 de Diciembre. No estaba sealado el dia en que habia de tener efecto el rompimiento, pero no podia ya perderse tiempo, y era necesario poner en obra lo propuesto y dentro de plazo muy breve. Estando as las cosas, se me present un sujeto de m desconocido, que me traa, de parle de Mendizbal, un encargo, dicindome que sin demora pasase verle en Jerez, para lo cual me traia el mensajero medio fcil y seguro de atravesar el cordn. Cauto yo, como convenia las circunstancias, con arte procur averiguar si el mensajero era nuestro aliado cmplice, y pronto hube de conocer que no lo era, sino que, al contrario, ignoraba qu clase de negocio tenia yo en trato con nuestro comn amigo, y crcia que era sobre cosa de compra y venta, todo ello relativo al ramo de provisiones. Acomod al saber esto
(1) Muri siendo magistrado del Tribunal Supremo de Guerra y Marina.

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ANTONIO ALCALA GALIANO.

mi lenguaje lo que de m deba pensar el que iba ser en mi nuevo corto viaje mi compaero. En medio del dia tuve que salir por medio de Cdiz, donde era tan conocido, embozado y tapndome, pero de manera que no diese tam. poco sospechas por mi empeo en encubrirme la persona que iba conmigo. No pude conseguir esto ltimo, pues como l me dijo despus, recel que yo tena alguna causa por la cual me recataba con exceso. El hombre, sin embargo, no era de temer, porque la poltica atenda poco, y si algo, era all constitucional su modo, como buen gaditano. As es, que nos embarcamos sin tropiezo para el Puerto, de la cual poblacin salimos sin perder tiempo para Jerez, donde nos encontramos Mcndizbal y yo, siendo de notar que no le habia yo visto desde que habia entrado en nuestra sociedad y nuestro proyecto. Ya en aquella hora, una conjuracin sin verdadera cabeza, sin recursos, poco menos, tena una fuerza formidable. Con todo eso, an podra el Gobierno haberla atajado, como pudo fcilmente despus del levantamiento haberla sujetado; pero dio con su conducta sobrado motivo para que los ms amantes de las doctrinas que profesaba y de las cuales era defensor, se viesen forzados darle, aunque de mala gana, y por otras causas, la calificacin de malo que le daban sus enemigos y se le da en esta narracin prolija. Sirva de disculpa do esta prolijidad que ella misma, en sus menudencias, manifiesta con lo flaco de los medios empleados para derribar aquel p o d e r , hasta qu punto habia en l venido monos la fuerza que tena en 1 8 1 i .

RECUERDOS DE UN ANCIANO.

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IV.
Al llegar Jerez y verme con Mendizbal, encontr ste Heno de su importancia, y no sin razn, ufano del xito de sus trabajos, tan feliz, segn nuestro deseo, que era ya fcil y llano, punto de contarlo como seguro, lo que tres m e ses antes habra parecido un delirio. Por desgracia, dicindolo con propiedad, para mortificacin de nuestra impaciencia, tenamos al principio un testigo de nuestra conversacin en mi acompaante, quien, al vernos hablar de negocios de compra y venta, con ingenuidad manifest que habia recelado otra cosa de m, porque la salida de Cdiz tena para l trazas de persona muy sospechosa, y tal vez implicada en un suceso poltico de aquellos das al cual aludi ( 1 ) , pero sin darnos susto, porque no era el de harta ms gravedad que tenamos entre manos. Un n e gocio slo un deseo de distraccin llev este que nos era importuno, y dejndonos solas uno con otro los dos agentes de conjuracin, supe de Mendizbal que me llamaba para que juntos passemos las Cabezas de San
(1) Por aquellos das fu comunicada u n a Real orden supuesta, mandando poner en pi y e n t r a r en servicio activo las milicias provinciales. De dnde sali, y cul fin llevaba tal fraude, no creo que se haya sabido, pues de los conjurados no fu ni podia ser. porque en las milicias ms contrarios tenamos que amigos. Lo cierto es que el Gobierno se indign, y en la Gaceta expres s u indignacin en nuevas y verdaderas Reales rdenes, mandando aver i g u a r el origen de u n hecho en que vea u n peligro. De esto se habl mucho; no entre nosotros, atentos mayor cuidado. M acora p.aante, ms enterado de ello que de n u e s t r o negocio, me dijo pues, que al figurarse que yo me tapaba mucho, recel si sera de los implicados en la causa mandada formar sobre el asunto de las milicias provinciales.

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AKTONIO ALCAL GALIAN.

Juan, donde haban de darse sus disposiciones finales para el levantamiento casi inmediato, porque all estaba uno de los que en l haban de hacerlo principal, nombrndome la tal persona, hasta all de m no conocida. Era esta la del primer comandante del batalln de Asturias, D. Rafael del Riego, de all poco de tan alto renombre, por algunos aos despus do controvertida fama, al cabo de suerte por extremo lastimosa. Del carcter del tal personaje deben dar el mejor testimonio sus hechos, pero estos son conocidos imperfectamente, habindolos abultado, sacado de quicio, y desfigurado en contrarios sentidos pasiones furiosas locas, unas de amor y otras de odio. Un motivo poderoso me sirve de impedimento para hacer su retrato, y es que lo trgico de su fin y el extremo de barbarie conque fu tratado por sus enemigos vencedores, deben hacer en alto grado respetable su memoria, mientras por el lado opuesto la verdad histrica, que no admite falsedades, ni aun abona el silencio cuando es justa y necesaria la censura, exigira, al hacer mencin de sus buenas prendas, sealar igualmente las faltas enormes que las compensaban y deslustraban, y que tan fatales fueron la patria, causa, y persona del que sobre lodo era desigual por dems al puesto que por breve plazo le encumbr la fortuna. Riego tena parte en la conjuracin medio sofocada en el Palmar, siendo de la sociedad secreta, pero tena en ella tan pobre papel, que slo era conocido de sus amigos. Tuvo la mala suerte de haber ido en el squito militar del conde de La Bisbal en la noche del 7 al 8 de Julio, desde Cdiz al Puerto, ejecutar la prisin de los comandantes, pero, lleno del celo de la causa comn, y conociendo la intencin del general desde el momento en que se puso en marcha, habia tratado en el camino de dar aviso sus cmplices y de excitar a l a resistencia. O por no ser sabido tal proceder, por otra causa ignorada, lejos de participar de la desgracia de los que cayeron cresos en aquel .lance, habia

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sucedido dos de ellos (los hermanos San Miguel) en el mando del batalln de Asturias; pero lo ignorado desatendido por unos, era recordado y aprobado por otros, de lo cual habia nacido contarse mucho con Riego entre los continuadores de la poco antes malograda empresa. Yo ni de vista le conoca; pero Mendizbal me hizo de l grandes elogios, porque en la trama renovada y reforzada en el ejrcito habia tenido y tena muy principal parte. Esto supe en Jerez, y esto o de nuevo en el camino que emprendimos Mendizbal y yo, sin compaeros, en la noche del 26 al 27 de Diciembre. Habiendo llegado al amanecer las Cabezas, villa pequea, villa cuya existencia y nombre saban pocos, excepto en los lugares comarcanos,- pero de extendida fama despus, y que ser recordada siempre, ya para bien, ya para mal, en la historia de Espaa, entramos en el pueblo, fuimos al alojamiento de Riego, y yo fui presentado l, quien desde luego me recibi como amigo, uso de aquellos dias de sinceridad en nuestro entusiasmo, y se empez al momento trabajar en los pormenores del plan del levantamiento. Tres haban de ser los movimientos principales. El batalln de Asturias, saliendo de las Cabezas en la noche del 31 de Diciembre (despus se pospuso la del 11 de Enero de 1820), habia de irse sobre A r c o s , donde estaba el cuarlel g e n e r a l , y juntndose en las inmediaciones de aquella poblacin con el batalln de Sevilla, que habia de acudir al mismo puni desde su acantonamiento en Villamarlin, y con algn otro, juntos caer sobre la residencia del general del ejrcito, prenderle con todos cuantos l siguiesen adictos, y proclamar lo que llambamos la libertad, y por general Quiroga. Al mismo tiempo ste, sacado de su prisin en Alcal por el batalln de Espaa, all acuartelado, y puesto su frente, habia de ir sobre Medina-Sidonia, donde le esperaba y se le reunira el batalln de la Corona, y ambos juntos, marchando en la larga noche de invierno, deban con la

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ANTONIO ALCAL GLIANO. "

primera alborada estar sobre la batera del Portazgo y puente de Suazo, donde, aprovechando el general completo descuido, lo c u a l , como acredit la experiencia, no era prometerse mucho, entrar sin resistencia y por sorpresa en la isla gaditana, y dueos ya de ella los levantados, crean seguro serlo de Cdiz, guarnecida por el batalln de Soria, muy nuestro, aunque no lo era su primer ' comandante, y cuyo vecindario, liberal ardoroso, recibira con aplauso los que debia considerar como libertadores de la patria, sujeta al yugo del despotismo. Por ltimo, tercer movimiento hecho un poco ms en lo interior, y e m pezado por la artillera, cuyo comandante, el coronel don Miguel Lpez de Baos, era contado entre los ms firmes y ardientes de nuestra sociedad y empresa, agregndose e batalln de Canarias y algunos ms, habia de marchar la costa, donde el ejrcito antes expedicionario, y ya destinado muy otro fin, habia de presentarse junto. De este plan slo una parte tuvo efecto, y muchas tropas de las que con harta razn suponamos amigas , en fuerza d e las circunstancias, vinieron sernos contrarias, no o b s tante lo cual, en el trmino de poco ms de dos meses fu nuestra y completa la victoria. Estando ocupados en estos trabajos, se present en las Cabezas, llamado por Riego, el comandante de un batalln acantonado, no me acuerdo si en Tribujena en Constantina, de la sociedad tambin, y de la conjuracin por consiguiente, pero hombre tibio irresoluto. Entresele de lo que le tocaba hacer en la obra comn, lo cual era ponerse en marcha sobre Cdiz, juntndose, si le era posible, con Riego. Allanse ello sin poner objecin alguna, y como si hubiese an algo en qu convenir, despus de estar conformes en lo principal, fu preguntado por Riego si n e c e sitaba todava alguna cosa, lo que l respondi con gran flema y no menor asombro de nuestra parte, que slo pedia una orden del general (no del nombrado por nosotros, sino-

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del que lo era por el Roy), para ponerse en movimiento. Ridiculiz Riego, como era de suponer, la idea de pedir una orden del general para rebelarse contra el Gobierno y contra su misma persona, pero el bueno del comandante repuso:Pero y yo, si no sale bien el movimiento, con qu me cubro?Y con qu me cubro yo atacando el cuartel general? exclam arrebatado y replicndole Riego. No hizo mella tal consideracin en el nimo de su compaero, del cual visto estaba que poco nada era de esperar, pues trataba de cubrirse, y as fu que se march con apariencias de ir disgustado, y que no tom parte en el m o vimiento verificado de all cinco dias. Pero hizo otra cosa ms singular, y es que Riego, habindole parecido tan ridicula pretensin la de su compaero, apelase despus al arbitrio de que se burl indign ( t ) ; accin por largo tiempo ignorada aun de m, y descubierta por el mismo que la hizo en una de sus frecuentes indiscreciones. Passe en claro la noche del 27 al 28, como habia yo pasado la anterior caminando, pero no sentamos la falla
(1) Cuando rega l a Constitucin, y estaba Riego en el punto m s alto de s u fama influjo poder, como estuvisemos u n dia, estando l presente, hablando del pormenor de los sucesos de nuest r a conjuracin, cit y o , como idea singular por lo ridicula, la del 'buen comandante que necesitaba u n a orden supuesta del g e n e r a l p a r a sublevarse, y la alentada y oportuna respuesta del q u e e r a llamado Hroe de las Cabezas, cuando con sorpresa mia, ste
dijo: 'Pues yo hice escribir una orden como 9ni, y estaba tan bien imitada la letra de la general (el conde de Caldern), que puestas daderas y la supuesta, no se distinguia la una la de que se trata, oficina y la firma al lado las rdenes de las otras. Como para del verha-

b i a entre nosotros personas, si no enemigas, tales que podan h a b l a r de este acto, hicimos ruido y procuramos que apenas se e n tendiese lo que algo m e n g u a b a la clara fama de Riego. Lo m 3 raro de todo ello, es que habiendo l publicado la Constitucin d a 1812, separndose del plan del alzamiento, no se atina cmo pudo pretender cubrirse coa u n a r i e u para ponerse en marcha.
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ANTONIO ALCAL OALIANO.

de sueo. Arregladas las cosas'en las Cabezas, sal para Jerez de vuelta Cdiz, y me separ de Mendizbal. En las pocas horas que pas en Jerez, escrib para Quiroga la proclama que habia de dar en la hora del levantamiento, y que slo fu publicada en San Fernando al tercero cuarto dia de estar all, siendo ya inoportuna. March Alcal llevarla D. Vicente Bertrn de Lis y Rives, amigo muy querido mi, cuya muerte temprana, aunque no ocurrida en la primera juventud, es una de las que lamento entre las muchas que est desfinado llorar aquel quien concede el cielo el dudoso favor de una .vida larga. Tenia prisa de llegar Cdiz, y lo hice sin tropiezo gran dificultad, aunque estaba el cordn subsistente como para prueba de que habia una ley disposicin del Gobierno, de que nadie baca caso. A favor de mis relaciones con el correo, desde el Puerto fui en el carro que llevaba las valijas, juntamente con el conductor, que slo vio en m un recomendado, y as penetr en la ciudad la acostumbrada hora de la noche. Encontr la gente un tanto inquieta con una novedad, y era que en la noche anterior habia sido preso Isturiz y llevado al castillo de San Sebastian, donde estaba encerrado incomunicado. Segua, pues, la causa de los complicados en la conjuracin, y con algn aumento de actividad, pues ya eran presos paisanos como cmplices de los militares; pero seguia con tan poco tino, que dejaba libres los que la sazn amenazaban al Gobierno con peligro tan inmediato como grave. Aun mi prisin acaso, que mes y medio antes habra desbaratado de nuevo la trama, ya no habra alcanzado impedir el alzamiento, pero lo menos habria sido ponerse en el rastro v e r d a d e r o , cuando con prender entonces Isturiz se seguia uno que no llevaba objeto la sazn importante. Asi es, que la prisin de Isturiz nos dio pena, pero susto no, y aun la primera fu poca, por creernos seguros

R E C U E R D O S D UN A N C I A N O .

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d e libertarle dentro de tres cuatro dias. No eran ms los que faltaban para el gran suceso esperado. Los pasamos en ansiosa espectativa, si llenos de esperanza, no ajenos de temor, y ste, puede afirmarse sin jactancia, no por nuestras personas, sino por la causa que con empeo tal nos habamos dado. Lleg, por fin, el 1. de Enero y pas, y ninguna noticia tuvimos; pas el dia siguiente y continu la misma incertidumbre, hasta llegar la noche y cerrarse las puertas. Aunque estas habian de abrirse para el correo, ya apenas contaba yo con recibir por l noticias, y tan subidas cuanto habian sido mis e s peranzas, tanto era mi desaliento, debo decir mi desesperacin, figurndome, si no una desgracia como la del Palmar, pues de ella, si la hubiese habido, habra tenido noticia el gobernador de Cdiz y sera pblico, un amilanamiento al tiempo de obrar, otra cosa parecida, que causando nuevas dilaciones iba malograrlo todo, pues la dilacin encerraba entonces segura ruina. Entre furioso y triste, siguiendo mi costumbre de salir de noche, me fui al lugar donde sola estarme hasta la hora de recogerme. Pero no habra estado all una hora, cuando llamaron con recio campanillazo la puerta, y acudiendo ver quin era, pregunt por m un sujeto desconocido. Bien podia infundir temor la pregunta, y el hecho de buscarme all donde poqusimos saban que podra hallrseme; pero era hora de aventurarlo t o d o , y as me present resuelto al que deseaba verme. No le conoc, pues en mi vida le habia visto, pero me hizo las seales por donde nos dbamos conocer unos otros, lo que sigui decirme lo siguiente:Acabo de entrar en Cdiz en el carro del correo. Vallesa ha llegado la isla esta tarde de vuelta del ejrcito: el gran golpe est dado (1): el cuartel general ha sido
(1) No deben extraar los lectores que no e n t r e aqu referir el famoso hecho de Siego, porque hablo de cosas en que t u v e parte.

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ANTONIO ALCAL

GALIAKO.

sorprendido ayer antes de amanecer

con

feliz

fortuna

y ninguna resistencia: el general del ejrcito est presocon otros muchos: Quiroga libre, y dueo del mando,, viene marchando sobre el Puente de Suazo, donde llegar al amanecer, siendo fcil, punto de darse por seguro, que en el descuido que hay entrar en San Fernando, sorprendiendo antes la guardia avanzada del Portazgo, sin que se note siquiera. Grandes noticias eran estas, y tales que que estaban enlazadas i n m e d i a t a m e n t e con mis actos personales, Eiego proclam la Constitucin de 1812 en las Cabezas, el 1. de Enero de 1820 por la maana, y al cerrar la noche fu sobre el cuartel general de Arcos, le sorprendi con extraordinario arrojo, y con ello gan eterno y en no corto grado merecido renombre. Pero con su valor mezcl no poco de imprudencia, mostrando y a lo q u e constantemente mostr en su breve carrera poltica, y es que obrab a medida de su capricho. Eiego no tena encargo de proclamar la Constitucin de 1812, ni hacer tal cosa, era parte principal de nuestros planes. Debia haber ido sobre Arcos, s e g n estaba convenido, ocultando qu iba h a s t a dar el golpe. E n verdad u n solo soldado inflel en u n caso en que la infidelidad habra sido a l t a m e n t e premiada, u n solo vecino del pueblo de las Cabezas que s e hubiese escapado en las horas que mediaron entre la proclamacin del Cdigo de Cdiz y la salida del batalln de Asturias del pueblo, habria malogrado el plan general, y hecho la sorpresa imposible. Y no vale decir que Eiego acordon el pueblo, pues sabido e s c u a n fcilmente atraviesa u n cordn u n hombre solo. El batalln de Sevilla, acantonado en Villamartin, cumpliendo fielmente lo dispuesto, y guiado por s u segundo comandante don N. Osorio, quien sigui el primer comandante, fu asimismo sobre Arcos, adonde lleg antes de amanecer. Pero no dio con E i e g o y los de ste. E n t a l situacin esper la luz del dia, siendo u n prodigio que al verse solos y creerse perdidos, la tropa no se creyese vendida y se dispersase. E n t a n t o Eiego, vindose sin esta ayuda que esperaba, dio el golpe solo. Pero si de ste fu el atrevimiento, del otro fu el mrito de la obediencia al plan formado y de la firmeza. Sin embargo, nadie habl con alabanza de la conducta del batalln de Sevilla y de sus jefes. Una accin de valor temerario seguida del triunfo, se lleva tras s la atencin general, distrayndola de ocuparse en actos, si no de inferior mrito, de m n o s bulto.

RECUERDOS DE UH ANCIANO.

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equivalan al triunfo completo de nuestra causa; de suerte, que hasta en m, siempre ms inclinado creer y mirar posible lo adverso que lo favorable, produjeron el efecto de infundirme, juntamente con loca alegra por lo presente, las ms lisonjeras esperanzas para lo futuro. El gran golpe estaba dado, y si aun quedaba por hacer una cosa, al parecer nada fcil, que era la entrada en la isla Gaditana, atendido el estado de las cosas, lo miraba yo como cosa hecha. En esto ltimo acerl, pues, como rereferir de aqu poco, fu enlrado y ganado por nosotros lo que habia sido diez aos antes baluarte de la Espaa independiente y lmite del gigante imperio de Napolen, sin resistencia y hasta sin conocimiento do los que dentro estaban, a pesar de lo cual, y de algn otro suceso feliz, montes de dificultades se nos pusieron delante, punto de poner muy pique de ser trgicos fines los que habian sido tan afortunados principios. Volviendo mi persona, cuando recib las para m tan faustas nuevas, corr verme con mis amigos y cmplices, fin de prepararlo todo para abrir las puertas de Cdiz los levantados. Pareca la cosa fcil una vez en San Fernando los nuestros. Guarneca Cdiz con muy escasa fuerza el batalln de Soria, en el cual tenamos cmplices numerosos, si bien no lo era el primer comandante; pero ste ms trazas tena de sernos amigo que contrario, como lo prob al fin, aunque tarde; y de los gaditanos esperbamos con plena seguridad, si no otro auxilio, el de su a r r e batado aplauso, que no deja de servir, y aun bastante, en sealadas ocasiones. Pero luchbamos con un inconveniente, el cual era lo corto del poder influjo de las cinco seis personas nicas que en Cdiz estbamos en el secreto de lo que pasaba, y aqu se nos present un obstculo en D. Domingo Antonio de la Vega, quien, sin contar con que se nos mostr tmido, como de l no se e s p e r a b a , obr guiado

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ANT0.N10 ALCAL

GALIAKO.

por consideraciones de inters privado, harto disculpables en sus circunstancias, pero funestas para nuestra empresa, pues habiendo l tomado tanta parte en los trabajos y peligros, no quera que fuese de otros el provecho ni la gloria, y saba que, levantaba la poblacin de Cdiz, daria el mando por eleccin los que nada habian hecho en la empresa nueva, cuando, entrando el ejrcito, tocara un alto puesto al que en la nueva conjuracin le ocupaba muy principal, y en el concepto de los vencedores era tenido en mucho. Que no calumnio Vega al decir de l que tales motivos le guiaban en el 3 de Enero de 1820, me consta de sus propias declaraciones, pues ms de una vez en el aqu recin citado dia, me expres lo que yo de l no supongo, sino refiero, procurando hacer uno con su inters el mi. Pero me olvido de que pensando en lo posterior, aunque inmediato, he pasado por alto varias circunstancias de la maana del mismo 3 de Enero. Bien era de suponer que dormira yo poco en la noche anterior. As es que el alba me encontr despierto, suponiendo que en aquella hora ramos dueos de la importante posicin de la isla de Len San Fernando, habamos tenido un revs inesperado que reducira nada la victoria en el cuartel general recien conseguida. Pasaron horas, y ninguna noticia me llegaba. Inquieto nuevamente por dems, envi una persona la Puerta de Tierra que viese si vena gente de la Isla, como viene todos los: dias Cdiz en no corto nmero, y de los que viniesen averiguase lo que all habia pasado pasaba. Fu mi comisionado y volvi con noticias, que por ser tan ordinarias y triviales, si no me causaron dolor, aumentaron mis angustiosas eludas. Habian llegado de la isla de Len calesines salidos ele aquel pueblo ya entrado el dia, y como fuesen preguntados los caleseros qu habia de nuevo en el punto de que venian, respondieron que naca. Terrible era la respuesta, por ser al parecer prueba evidente de

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que se le habia Quiroga malogrado el golpe. No perd tiempo en despachar una persona de mi confianza la isla de Len, y me puse esperar las tres cuatro horas que debia tardar la respuesta. No hube de estar por tan largo tiempo en mi casi congojosa espera, pues poco ms de una hora de su salida, mi comisionado me escribi desde poco ms de la mitad del camino que Quiroga y los suyos eran ya dueos de la Isla, y que habia hablado con una corta partida avanzada de sus tropas, que, vencida ya ms de la cuarta parte del camino que separa aquella poblacin de la de Cdiz, estaba en el lugar que da nombre un torren antiguo llamado Torregorda. Nueva alegra fu esta tras de nuevas congojas, y esta vez pareca todo concluido, aunque vino distar mucho de estarlo. Haqu lo que habia pasado con particularidades que calla ignora la historia; menudencias quizs, pero tales que e x plican nuestro increble triunfo. Por mucha prisa que so hubiese dado Quiroga en su marcha, no habia podido hacerla con la prontitud necesaria para el fin propuesto. En primer lugar, no se habia movido en el dia 1. al mismo tiempo que Riego, lo cual se le achacaba grave culpa, pero no lo fu, porque si se hubiese movido, habra habido de detenerse en el camino, atajndole el paso dos ros que, estando como estaba lloviendo con violencia, y siendo como torrentes, hasta dos tres horas despus de escampar, no podian ser vadeados. En segundo lugar, puesto ya en marcha, encontr muy malo de resultas de las lluvias el camino. Tambin al llegar Medina-Sidonia, si all se le reuni el batalln de la Corona, lo hizo, aunque sin asomo de resistencia, con alguna tardanza. Esta, aunque no grande, trajo prdida de tiempo, y lo mojado y cenagoso del terreno hicieron trabajoso el paso de las cuatro leguas que hay de Medina-Sidonia al puente de Suazo. Ello es que, en vez de llegar avistar este punto antes de amanecer, con luz

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dudosa, se vio cercano la batera del Portazgo entre l a s nueve y diez de la maana de un claro dia; mala hora para sorpresas. Hubieron de titubear todos cuantos all venian sobre acometer una empresa que todo el poder de Napolen no habia bastado, pero hubieron tambin de reflexionar que ningn lugar es fuerte si no est defendido. Hzose, p u e s , la prueba de si lo estaba. Dos compaas del regimiento de la Corona se adelantaron hasta la batera del Portazgo. Haba en esta una corla guardia mandada por un oficial subalterno, ignorante de lo que pasaba, pues an lo estaban las autoridades de Cdiz de haber sido sorprendido el cuartel general treinta horas antes cinco seis leguas de distancia. Viendo el oficial del puesto llegar tropa, la juzg amiga, no suponiendo que pudiese haberla contraria en Espaa, entonces en paz, y saludando al que mandaba los recin llegados como compaero, le pidi que le entregase el pasaporte carta de sanidad otro documento que debia traer consigo. En tanto, formados como venian los de la Corona, hicieron alto delante del cuerpo de guardia, mientras los que este lugar ocupaban, ajenos de r e celo, no tomaron las armas, dejndolas asimismo afuera en el lugar acostumbrado. Al fingir ir dar el pasaporte el que mandaba los en aquel caso agresores, hizo los suyos una sea, la cual, obedientes ellos, se arrojaron de golpe al soldado que estaba de centinela, le desarmaron, no consintindole resistir el asombro; cogieron como manojo las armas y las tiraron tierra, y apuntando al oficial y los suyos que, sin armas, salian echar mano las suyas, curiosos ms todava que irritados de tan imprevisto suceso, les intimaron que se entregasen prisioneros, lo cual hicieron ellos sin resistir y sin saber por qu eran as tratados. Todo esto pas en completo silencio. Quedaba an el Puente de Suazo, de ms fama que fuerza entonces, pues da su nombre a los lugares vecinos, y si es

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formidable y dificilsimo de expugnar, aun en la guerra de ia Independencia habia quedado de segunda lnea, y en 4820 ni guarnecido estaba. Sali encargado de tomarle de ocuparle, slo de pasar por l, un capitn de granaderos de la Corona, llamado D. Miguel de Bdenas, joven de singular humor festivo, atronado, muy conocido en la buena sociedad de Madrid, donde eran citadas sus rarezas. No conoca Bdenas el lugar que iba, pues nunca habia estado en l, por lo cual fu yerro darle el encargo que llevaba, si bien fu yerro que no tuvo malas c o n s e cuencias. Atraves Bdenas con los suyos todo correr el espacio como de un cuarto de legua algo ms, que separa el Portazgo del Puente; lleg este llimo sin saber dnde estaba; vio bateras sus costados y un puente levadizo al frente, sin gente las primeras, y el s e gundo con el paso expedito; sigui adelante, mirndole desde las bateras uno otro soldado sin conmoverse mostrar extraeza; se puso al otro extremo del largo puente, y ya frente de las primeras casas de la poblacin de San Fernando, y enterado all, con asombro suyo, de que dejaba ya atrs el fuerte puesto, cuyo nombre habia sonado en sus oidos, loco de alegra, y apelando sus singularidades, se ech en tierra, se revolc por ella, pidi papel, y con lpiz puso en el que le trajeron Soy dueo del Puente de Suazo, y firm tan raro parte con la palabra Netez, voz derivada del adjetivo neto que l usaba con frecuencia, soliendo designarse por ella s propio. As fu entrada por pocos hombres la isla Gaditana. En el pueblo de San Fernando nadie saba lo que estaba sucediendo, menos los conjurados, y aun estos apenas, porque habiendo salido al amanecer recibir sus amigos, con no verlos venir, cansados de esperar, recelosos y desesperados, se habian vuelto sus casas. Un incidente ms seal tan singular suceso, como para poner en r e lieve la inercia incuria de las autoridades que all habia.

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Estaba en aquella poblacin, que es el primer departamento de marina, no menor personaje que el ministro., dgase el secretario de Estado y del despacho del ramo, que era entonces el teniente general D. Baltasar Hidalgo de Cisneros, buen oficial, pero no poltico avisado. Resida all, por breve tiempo, aunque conservando su alto puesto importante cargo por orden del Roy, fin de que activase la salida de la expedicin dedicada reconquistar una parte de nuestras perdidos provincias ultramarinas. Estaba el buen ministro trabajando descansando en su morada, en plena paz, y en su entender seguridad completa, cuando ya la bandera de la insurreccin, que pronto fu la constitucional de -1812, pasaba triunfante las desiertas calles. Sabedores los constitucionales de la presencia all de tal personaje, no tardaron en dar orden de asegurarse de su persona. De hacerlo fu encargado un oficial con pocos soldados. Tena el ministro en su casa una guardia de infantera de marina, la cual, viendo formarse enfrento tropa de tierra, no hizo alto en ello, y antes dio franca entrada al oficial de ejrcito que manifest deseos de ver al general ministro. Esto ltimo, asimismo se mostr pronto recibir la visita que se le ammciuba; pero como, con sorpresa suya, el recien entrado su presencia le intimase que se diese prisin, el honrado y candoroso anciano, aunque no ignorante por experiencia propia de lo que son las revoluciones, pues diez aos antes habia sido en la de Buenos-Aires, donde era virey, depuesto y preso, ajeno de toda sospecha de ver en la Espaa europea cosa igual parecida, juzg que proceda del Rey el duro injusto proceder que con l se usaba, y exclam: que bien veia que S. M. habia. sido sorprendido, pues l habia hecho de su parte todo lo posible para que la expedicin saliese. Pero como, continuando la conversacin, pasase l averiguar por qu conducto vena la orden de prenderle, y le fuese respondido que la disposicin era del general del ejrcito

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nacional; asombrado al oir tal adjetivo, comprendi su significado, y se vio llevar decoroso encierro, no volviendo en s de su asombro de que se hubiese apoderado de la isla de Len fuerza armada sin sentirlo ni el vecindario ni las autoridades militares de lugar de tanta importancia. No sin razn va aqu citada esta ocurrencia, porque esclarece la situacin en que tuvo efecto, y explica, como lo que ms, el xito de una conjuracin, slo por culpa del Gobierno favorecida por la fortuna. Mientras esto suceda en la isla de Len, en Cdiz, r e cibido ya el aviso de estar cercana parte de nuestras tropas, sin que supisemos en cunta fuerza, nos preparbamos recibirla. Al intento juntamos gente, de ella la mayor parte de la peor clase posible, y le dimos por punto de reunin la Puerta de Tierra. Pero aqu empezaron las dificultades. Guiado Vega por los motivos que antes aqu dejo dichos, y adems, faltndole arrojo por haberle quitado los aos el que tena; como haba sabido que hora y media antes estaban algunos de los de Quiroga en Torregorda* los supona, no sin razn, en la Cortadura, y por estar este puesto avanzado indefenso, dueos de ella, que es decir casi las puertas de la plaza. Por esto prefera en su entender lo cierto y seguro lo dudoso y arriesgado, y tambin se vea ya puesto por los vencedores sus cmplices la cabeza de una junta. En tanto, furioso yo con su vacilacin y dilaciones, quera arrojarme la calle, pero me lo estorbaba dicndome que con mi salida intempestiva poda echar perder lo que haba salido iba tan medida de nuestro deseo. Es de contar que ya recibamos avisos de que las autoridades de Cdiz, sabedoras, aunque tarde, de lo que pasaba, estaban en movimiento y apercibindose la defensa, pero nos daba esto poco miedo. Faltaba Cdiz gobernador; el que haca sus veces, el teniente de rey D. N. Gonzlez Valdcs, haba sido castigado en 181 por constitucional, pecado no comn en el ejrcito, y d a

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l juzgbamos que si no se nos declaraba amigo no se nos mostrara acrrimo contrario. Verdad es que estaba en Cdiz el general Campana, pero en l ni pensbamos, siendo hombre que, con razn sin ella, gozaba de escaso concepto en la milicia. En el batalln que guarneca la plaza veamos un apndice de la parte del ejrcito levantado. Slo quedaba en Cdiz el regimiento de la Pava, sea milicia urbana del tiempo antiguo, tal que ni sirvi en la guerra de la Independencia, sustituyndole los voluntarios. Pero rareza de las que suelen suceder en el mundo! Contra toda probabilidad habamos logrado levantar el ejrcito, y traer parte de l hasta dentro de la isla Gaditana, y con todas las probabilidades en favor nuestro, no fuimos dueos de la, aunque fuerte, indefensa ciudad de Cdiz, cuyo vecindario nos era afecto, y con no lograr su posesin, nuestra empresa, bien comenzada, estuvo cerca de terminar trgicamente y en nuestra ruina. Volviendo mi situacin y la do mis allegados, continuaba yo mi altercado con Vega, insistiendo en hacer algo, cuando l, con el Lono enftico siempre suyo y el medio bramido que preceda en su boca sus frases: Calle usted, Antonio, me dijo, y no dude de que no hay que temer; que si hubiese gobierno en Espaa, meses h que estara usted siete estados debajo de tierra. Triunf al fin Vega, ayudado de otros, aunque slo por lo pronto, creyendo todos de cuarto en cuarto de hora saber que los de Quiroga estaban en la Puerta de Tierra, cuando menos en la Cortadura. En esto, el dia brevsimo, como ele los primeros de Enero, iba terminar, y yo, esperando Vega que se habia ido su casa para volver aguardando noticias, y entre ellas la de la llegada de los de Quiroga, me consuma de rabia, hasta que me ech la calle. Pero no encontraba conocidos quienes preguntar, y slo veia la gente inquieta y notaba movimiento. Vega, creyendo errado el

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golpe, se habia escondido. La gente nuestra que estaba apostada en la Puerta de Tierra, no viendo venir tropa de afuera, y sin moverse la de adentro, se habia ido dispersando. Acud al cuartel del regimiento de Soria, y el segundo comandante, mi amigo y cmplice, me declar que no era posible por entonces que su tropa se declarase por nuestra causa. No sabiendo qu hacer, lleno de dolor y de rabia, corr la casa donde sola pasar las primeras horas de la noche, y all me estuve sin pensar en volver la de mi asilo, de donde se habia retirado su propio dueo no creyendo aquella estancia segura. Seguia la ciudad en silencio, cuando altas horas d e la noche, que yo no habia tratado de dar al sueo, sonaron dos tres caonazos. De nuevo volv salir, pero no tena dnde ir ni quin preguntar. Al cabo llegu saber de un desconocido, en la calle, que el fuego que habia sonado habia sido en la Cortadura. Pero reinaba donde quiera silencio, dorma el pueblo, velaba recogido cada cual en su casa, y todo declaraba que, si habia habido choque, los que venan de fuera habian sido rechazados. Era mortal mi angustia, porque la incerlidumbre se agregaba un tanto de reconvencin que me haca m propio por haber cedido en el dia anterior ajena voluntad en vez de hacer la mia, y adems consideraba culpados todos cuantos desde Cdiz habamos trada all los levantados, p r o m e tindoles fcil entrada en aquella plaza, sin cuya posesin corran grave peligro. Estos pensamientos me hicieron pasar segunda noche desvelada, pero harto peor que la anterior, en que la inquietud estaba acompaada de alegra. Con el nuevo dia vine saber lo ocurrido en la noche, lo cual fu, segn testimonios venidos despus confirmar rectificar las primeras noticias, lo siguiente. Quiroga habia perdido muchas horas en la Isla, atento varios cuidados y no ligeros. Pero debia haber desaten-

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dido cualquiera otra consideracin, ponindola suya principalmente en ocupar desde luego Cdiz, cuando menos la Cortadura, pues esta dista slo como una legua de Torregorda, donde ya haban llegado algunos de sus soldados al medio dia, y con haber adelantado en la larde una corta fuerza hasta aquella obra avanzada, la sazn sin defensa alguna, nuestra habra sido la plaza de Cdiz, en la misma noche, al dia siguiente. Difiri, con todo, hasta cerca del oscurecer la marcha de la fuerza destinada tan importante objeto, la cual hubo de andar su camino entre las tinieblas de la noche. A yerro tal agreg oro para los suyos no menos funesto. Aunque tena su lado el comandante que habia sido del batalln de Aragn, don Lorenzo Garca, llamado el fraile por haberlo sido lego antes de ser militar, y el cual era persona de no comn arrojo, y con la circunstancia de ser hombre de los dichos de vida airada, que en Cdiz, donde l habia residido, pasan la vida en comilonas, en los ventorrillos que hay en el camino San Fernando, y aunque el mismo Garca solicit del nuevo general, muy su amigo, la direccin de una expedicin que llevaba el la ventaja de conocer aquel terreno palmos, fu encomendada la empresa al primer comandante de la Corona D. N. Rodrguez Vera, buen oficial, pero para quien los lugares donde iba obrar eran absolutamente desconocidos. Asi es que en su marcha nocturna, ya casi cerca de media noche, se encontr Vera al frente, como gigante que le atajaba el paso, la alta muralla de la Cortadura corriendo de mar mar, y al acercrsele, oy dentro gran rumor de armas, llamar la pelea en voces terribles, y en medio de esto salieron de las troneras dos disparos de caones de grueso calibre, la bala de uno de los cuales acert caer en la poco numerosa columna de su mando, matando dos hiriendo algunos ms de los que la componan. Fu, por cierto, rara casualidad que de dos tiros solos, salidos de batera no rasante,

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sino al revs, muy elevada, una bala de can fuese tan certera. Mayor casualidad fu que en una tropa declarada en rebelin al Gobierno, y persuadida de que vena consultar amigos, tal recibimiento, acompaado de tal estrago, no hubiese infundido sospechas de traicin y producido un contra-levantamiento, pero la tropa se mantuvo fiel, y el que la mandaba, desesperando de poder tomar tanta fortaleza con el corto poder de que dispona, hubo de volverse a San Fernando. Desde entonces la Cortadura, en poder de las tropas fieles al rey, fu valladar insuperable para las fuerzas de Quiroga y Riego, y asegur al Gobierno la posesin de Cdiz por ms de dos meses; de suerte que, solo despus de haber jurado Fernando VII la Constitucin, lograron los restauradores de esta poner el pi en lo que debia haber sido una de sus primeras conquistas. H aqui lo que habia sido la inesperada y feliz resistencia de la Cortadura. Al saberse confusamente lo ocurrido en Arcos, donde habia caido prisionero el general del ejrcito expedicionario, y con alguna ms claridad que haban entrado en la isla de Len tropas de los levantados, las autoridades de la plaza de Cdiz trataron de defenderla. El teniente de rey acudi al general Campana, el cual tom el mando con cualquier ttulo. No tenan mucha fuerza, y de la poca que tenan desconfiaban; pero nadie se mova ni alzaba la voz, y era fcil obrar cuando nadie se presentaba oponerse, reinando en la ciudad quietud y rilencio. En esto, un joven animoso tom su cargo la defensa de la Cortadura. Era el de quien aqu ahora hablo el capitn de infantera D. Luis Fernandez de Crdoba, tan famoso despus en los anales de Espaa, entonces de pocos aos y ningn renombre, no obstante lo ilustre de su familia. Tena yo relaciones de parentesco con Crdoba y alguna amistad, y bien podria, si hubiese yo andado libre por Cdiz, haber tratado de atraerle nuestro partido, y es probable que lo hubiese hecho, y aun que o hubiese conse-

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guido, porque no tena l opiniones polticas formadas, y de su carcter poda presumirse que le sedujesen el atractivo de lo llamado libertad, y una empresa que abra su actividad un camino ancho, y, segn la opinin de muchos en aquellos dias, glorioso. Pero Crdoba slo supo que habia una rebelin sedicin militar, y que faltaban fuerzas para hacerle resistencia, si bien no tanto que algo no pudiese hacerse, y esto poco cubrira de gloria quien con bro lo acometiese, mayormente si, favorecindole la fortuna, salia airoso de su empeo. March, pues, ala Cortas dura con poqusima gente de la milicia urbana y algunoartilleros; lleg all, por su buena suerte y nuestra desdicha y la tardanza de Quiroga, como una hora antes que los que venan ocupar aquel puesto se presentasen; al sentirlos venir dio voces, arm alboroto, toc tambores aparentando tener consigo gran fuerza, mand hacer disparos con tanta felicidad, que de dos caonazos, uno hizo extrago en sus enemigos, y con su osada y habilidad, cuando ya pocos, si acaso algn ms disparo podia hacer, vio retirarse los que venan apoderarse del punto de cuya defensa se habia encargado, labrando con este hecho la fbrica de su fortuna, que despus tuvo su mayor aumento en una causa, si no idntica, anloga la de que l habia sido ardoroso contrario, y todo ello no con una desercin vergonzosa, sino al revs, sin mengua de su decoro. Pero fuerza es confesar que le favoreci la suerte, pues si Rodrguez Vera hubiese conocido el lugar donde estaba, l e jos de retroceder, habra seguido por la playa, al abrigo ya de los fuegos de la fortaleza, y rodeando sta la habra entrado por la gola casi indefensa, pudiendo Crdoba y los suyos solo morir con gloria, pero no rechazar los a g r e sores. Con esto qued por lo pronto seguro Cdiz por la causa del rey. Una tentativa hecha de all dos dias, en la noche del 5, que asist yo en persona y que tena mil probabjli-

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dades de salimos favorable, por haberse entrometido en ella ms de una persona y dado disposiciones que se contradecan, vino parar solo en proporcionarla fuga de varios de los presos en el castillo de San Sebastian, que pasaron al ejrcito ya constitucional, y fueron all de tanto servicio y provecho, que sin ellos no habria triunfado; pero no sirvi de darnos la posesin de Cdiz, que sin duda habria sido nuestra s i s e hubiese seguido el plan primero en vez de alterarle con inoportunas adiciones, como hicieron algunos en la hora de ejecutarle. Aunque en lo singular no es este lance menos digno de atencin que otros aqu r e feridos, pues al revs, abunda en escenas que juntamente provocan risa y pena, me abstengo de contarle por m e nor ahora, por haber dejado correr la pluma harto ms de lo debido en estas narraciones prolijas. Baste decir que de resultas sali orden de prenderme, y que, despus de e s tar siete dias oculto, sal de Cdiz no sin peligro, favorecindome para atravesar la Puerta de Mar la casualidad apenas vista en aquellos alrededores de estar nevando, y que pasado un buque francs disfrazado de marinero, entre otros de la misma nacin, me fui al Trocadero, y de all pude escapar Puerto-Real, donde encontr Riego con algunas tropas de las suyas. Ya en el ejrcito de San Fernando, referir lo que all pasaba y pas sale fuera de los lmites de esta parte de mis recuerdos. Rstame solo hacer leve mencin de lo que todos s a b e n . Nuestra empresa, gracias la torpeza del Gobierno llevada ejecucin con felices comienzos, por nuestros y e r r o s , y asimismo por causas que no pudimos remediar, lleg tener tan mal aspecto al cabo de dos meses de floja guerra civil, que nuestra perdicin pareca segura; pero el mismo torpe proceder que dej pasar ser rebelin una conjuracin mezquina, dio al cabo la victoria una r e b e lin de flaqusima fuerza cuando estaba, si no vencida, poco monos. Tres aos y medio hubo de durar el edificio que

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levantamos con tan malos materiales; pero la falta de solidez apareci al cabo: tal cual fu levantado, cay derribado no muy recio embate. De l algo qued, sin embargo, malo y bueno, y de lo uno y de lo otro est sintiendo los efectos la generacin presente.

EL 10 DE MARZO DE CDIZ.

Ya ms de una vez ha dado notar quien esto escribe cuan olvidada est la generacin presente de lo que hicieron y pensaron sus padres. Parece como que la parte ms moderna de nuestra historia, digamos la que est ms atrs del perodo en que, muerto Fernando VII, comenz la guerra por la sucesin la^corona de Espaa, es una de las ms desconocidas. Verdad es que la breve poca desde 1820 hasta 1823 tiene poco que la recomiende, habiendo sido su terminacin no solo funesta, sino ignominiosa para los que entonces predominaron, y no, cierto, porque todos ellos fuesen dignos de desprecio, sino porque, trados por los sucesos una situacin de que era imposible no salir mal, si no merecieron el descrdito en que cay la revolucin de que fueron defensores, y con ella hasta cierto punto sus personas, tampoco pudieron, ni pueden con razn, e x traar la veces injusta y acre censura que ha sido comn hacer de sus hechos y sus nombres. Pero no es lo malo que se tache, si veces con justicia,

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veces sin ella, y en Lodo caso con rigor, por lo excesivo,, no merecido, los constitucionales de 1823, pues peor e s , si cabe, y atendiendo que duele ms los humanos s e r despreciados que ser maltratados; que de las cosas de aquellos dias solo queden memorias escasas y confusas. De seguro no faltarn quienes al leer el encabezamiento del artculo presente pregunten: Y qu ocurri en Cdiz el -10 de Marzo que merezca ser conmemorado? y de qu ao fu el 10 de Marzo, cuya recordacin da margen no menos que un artculo de peridico del da presente? Sin embargo, este 10 de Marzo hoy conservado en pocas memorias, como que casi ha desaparecido la generacin cuyos nimos tanto ocup, era citado con frecuencia desde 4820 1823, siendo uno de los asuntos que daban motivo encarnizadas disputas y vehementes declamaciones y apasionados juicios, en los cuales, tomando la fundada acusacin carcter de odio y venganza, y apareciendo e s pritu de bandera, perdia mucho de su fuerza, mientras por el lado opuesto, defensas hijas de parcialidad poltica, tiraban convertir en acto loable, cuando menos disculpable, un delito que debia ser calificado de tal, juzgndole por sus mritos y fuese cual fuese la causa en cuyo favor se declarase, y diese su fallo definitivo !a fortuna. Y as fu que, vuelto en 1823 al mando y predominio el partido de la monarqua, fu celebrado y recompensado como buen servicio hecho al trono un atentado que toda autoridad debera haber desaprobado, aun cuando por motivos dignos do consideracin no castigase los perpetradores y directores. Empezaba correr Marzo de 1820, y se veia Espaa e n una situacin de que da la historia pocos ejemplos. Sobre cuatro mil hombres no cabales dueos de la ciudad de San Fernando tenan all levantada la bandera de la Constitucin de 1812, y el Rey, seor de todas las fuerzas de la monarqua, en el trmino de ms de dos meses no hacia

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podido vencer una rebelin de tan flacas fuerzas. Una c o lumna procedente de aquel punto, y que apenas ascendi en la hora de su salida dos mil hombres, habia recorrido buena parte de la Andaluca Baja, proclamando en varias de sus poblaciones la Constitucin, y perseguida por las tropas reales, alcanzada y vencida, pero no desbaratada, en Marbella, hacindose despus de este revs seora de la ciudad de Mlaga, rechazando all los contrarios que vinieron embestirle, y obligada emprender la fuga despus de su triunfo, habia padecido segunda y mayor derrota en Morn, lo cual no impidi que sus fugitivas reliquias ocupasen por algunas horas Crdoba. En tanto, los que habian quedado en San Eernando se veian cercados por fuerzas muy superiores las suyas en puesto harto mal defendido, pues dueos de Cdiz sus contrarios, as como lo eran de la tierra de allende el Puente de Suazo y la batera del Portazgo, fcilmente podian por el lado nombrado en primer lugar haber superado los pobres obstculos que les ofreca la espaciosa playa. Que tan flaco poder como era el de los rebeldes existiese an, y hasta con apariencias de fuerte, era ciertamente un prodigio, pero prodigio que podia y debia ser explicado por la situacin de Espaa por aquellos dias. Los constitucionales, aunque en nmero muy escaso, tenan la ventaja de estar en perfecto concierto, unidos con el lazo de la sociedad secreta, si no todos ellos, los que gozaban de algn influjo, y hasta el ser pocos les daba vigor, porque es privilegio de una minora reducida tener una fuerza que es grande por estar reconcentrada. Adems tenan parciales en el ejrcito que con habilidad y osada habian adquirido e x traordinaria influencia sobro sus compaeros inferiores. Si la mayor parte de los espaoles era realista, lo era tmida y confusamente, sin pasin todava, porque no tena que chocar y luchar con pasiones contrarias, poco satisfecha del Gobierno, del cual juzgaba por los efectos que era

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malo, y de resultas, si no deseosa de verle caido, tampoco dispuesta sostenerle contra una fuerza contraria. As, los constitucionales levantados, donde quiera que ponian el pi y levantaban el grito, si no encontraban amigos y valedores, tampoco tnian que habrselas con enemigos, y, hasta vindose rodeados de espectadores cuya indiferencia pareca buena voluntad, cobraban bros suponindose figurndose tener un tanto numerosos parciales. Si tal era la disposicin de los nimos en lo general de la nacin, y si por ello, y particularmente por el estado de la opinin en una parte crecida de la oficialidad del ejrcito, la causa de los levantados dueos de la ciudad de San Fernando no podia darse por perdida, resta considerar cmo pensaban y sentan en aquellas horas quienes componan las dos fuerzas beligerantes, dando este nombre solo los que en Andaluca sustentaban las opuestas part e s de la revolucin y de la monarqua. En el ejrcito destinado Ultramar reinaba entre la tropa, corriendo -1819, grande repugnancia embarcarse. Esta repugnancia de los soldados fu aprovechada por los conspiradores, los cuales, fomentndola y avivndola, p r e dispusieron los nimos de gente ruda en quienes no podia haber opiniones polticas en favor del levantamiento. En punto la oficialidad, ha sido calumnia corriente atribuir . toda ella que obraba movida por tan feo motivo, pero en punto que influa en una parte de ella, quiz la menor, apenas cabe duda. A unos pocos oficiales instruidos habiaa. llevado la empresa docLrinas de las llamadas liberales,, bien estudiadas; muchos, deseos de medrar; otros un espritu inquieto. La sociedad secreta habia comprometido no pocos, quebabian pasado ser constitucionales porque haban empezado por ser sectarios. As, en general, y aun puede decirse con rarsima excepcin, si acaso alguna, todava en Marzo las tropas acantonadas en San F e r nando bajo la bandera constitucional se mantenan firmes-

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y hasta ardorosas en su adhesin la causa que habian abrazado. No habia sucedido lo mismo en la columna volante, de la cual habian desertado algunos oficiales y muchos soldados la bandera Real. Pero esto era sabido de pocos en San Fernando, los cuales lo ocultaban punto de conseguir que estuviese casi generalmente ignorado, no fuese que el ejemplo incitase a la imitacin, cosa en aquellas circunstancias harto probable. Pero lo que apenas sabian ni los constitucionales ni los mismos oficiales superiores que militaban en las filas de los Reales, era que. particularmente en las tropas que formaban la guarnicin de Cdiz, habia llegado crearse un espritu, si no anticonstitucional, hostil los constitucionales que iba llegando ser entusiasmo. Por cierto, si esto hubiese sido conocido, habra causado en la parte opuesta desmayo, y en la propia bros, con lo cual la expugnacin de San Fernando y la ruina completa del levantamiento constitucional habra sido cosa fcil. Varias causas habian contribuido convertir en celosos y acalorados parciales de la causa monrquica los mismos que poco antes por la aversin embarcarse abrazaron favorecan la de los levantados. Fu una desgracia que, al ser sorprendido por Riego en Arcos el cuartel g e neral del ejrcito, sin haber verdadera refriega, hubiesen caido muertos dos tres soldados del batalln de Guias del general, y aunque luego este mismo cuerpo se puso bajo la bandera constitucional, desde luego dio muestras de obrar como forzado y resentido, pudiendo estas cosas al parecer de inferior importancia ms que otras de muy superior clase en los nimos do la soldadesca. As, los guias se fueron desertando casi todos, y vinindose Cdiz se form de ellos un cuerpo con su nombre antiguo. De otros desertores de la bandera constitucional, y no del batalln de Guias, fu compuesto en la misma plaza de

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Cdiz otro batalln con el nombre de Leales de Fernando VII, y con llamarse as, y con la idea constante en s a mente de la desercin, se sentan posedos de afectos de ardorosa lealtad al Monarca. Hasta la circunstancia de ser el vecindario de Cdiz, con rarsimas excepciones, apasionado amigo de la Constitucin en aquel pueblo nacida, contribuy excitar en el soldado pensamientos y afectos contrarios, porque el no encubierto desvo d l o s paisanos los que miraban como opresores aument la mala voluntad desprecio con que suelen mirarlos y tratarlos los militares. Todo esto, bien ser repetirlo, no estaba patente. Asi, en la oficialidad de la fuerza opuesta la constitucional abundaban parciales do estos, irresolutos tanto cuanto ignorantes del modo de pensar y sentir de la clase llamada de tropa. Tal era la situacin de las cosas, y bien podia ser considerado el ejrcito de San Fernando como perdido, cuando comenzaron circular por Cdiz rumores.que daban por noticia haber sido proclamada la Constitucin en puntos de Espaa bastante lejanos. De Galicia lleg casi saberse con certeza. De otros lugares se decia con menos verdad, pero se presuma con sobrado fundamento que as fuese. En tanto, falt el correo de Madrid, porque el conde de La Bisbal, puesto al frente de una corta fuerza, habia proclamado la Constitucin en la Mancha cortando la comunicacin entre la capital y Andaluca, lo cual hizo creer desde luego como cierto lo que en breve lleg serlo, y era haber triunfado la causa del levantamiento constitucional en el mismo centro del Gobierno, compeliendo al Rey doblar la cerviz y sujetarse al yugo. Mandaba el ejrcito opuesto los levantados constitucionales el general Freir, y la escuadra surta en la baha de Cdiz el capitn general de marina D. Juan Mara Villavicencio; el primero bien acreditado en la guerra de la In-

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dependencia por distinguidos servicios, y en 4814 sospechado de cierta inclinacin la Constitucin entonces derribada; el segundo, persona muy notable por haber sido hasta uno de los regentes del reino desde 1842 1813, asi como por su larga carrera, y tambin por su talento y saber, nada afecto la causa constitucional, de lo cual habia dado pruebas, pero tolerante con sus adversarios. Como puede presumirse, apareca el primero ms celoso de la causa que sustentaba, por lo mismo que poda ser sospechado de tibio, mientras el segundo, sealado por sus no lejanos grandes servicios al poder monrquico, cuyos excesos habia condenado como prudente sin faltarle por esto la lealtad debida, pareca que prevea ser necesario buscar un medio de avenencia entre parcialidades poderosas. Sabidas las noticias de la sublevacin de Galicia con certeza, y de la de la Mancha confusamente, y siendo muy de temer que hubiese habido una gran mudanza en Madrid, ambos generales vinieron Cdiz, el uno del Puerto de Santa Mara, y el otro de su navio. Su llegada conmovi al pueblo de Cdiz; supusironles intenciones que no traian; acudi numeroso gento la plaza de San Antonio, que habia sido llamada de la Constitucin desde 1812 4 814; el hecho mismo de haber all tal concurso era ya grave, trocado el temor en confianza, siendo as que poco antes los gaditanos, irritados y medrosos, apenas salian la calle, y no osaban congregarse en crecido nmero; y, como acaece siempre cuando hay muchas personas juntas, la concurrencia, aun sin ser bulliciosa, tena apariencias y aun carcter de serlo, sonando como clamor sordo las conversaciones particulares, y alterados los rostros de los concurrentes como de quienes estaban en ansiosa expectativa punto de no poder ya distinguirse que aquella reunin fuese pacfica, sin poder por esto ser calificada con razn de sediciosa. No podia durar mucho tal incortidumbre. Los generales se asomaron al balcn de una casa

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que daba la misma plaza, y en breve, sin que ninguno de los dos lo hubiese dispuesto ni consentido, pero sin que mostrase resolucin de estorbarlo, un grito de viva la Constitucin salido de mil bocas pobl el aire, y atron aquel recinto. No son una voz que tal exclamacin se opusiese; no se dio providencia para reprimir un movimiento que era ya una rebelin revolucin declarada. Era entonces, y fu por algn tiempo, costumbre dar la inscripcin que anunciaba tener una plaza el nombre de la Constitucin modo de un carcter sagrado y una importancia poltica la ms alta. As es que do pronto se busc una tabla, y escribiendo en ella el la sazn terrible letrero, fu ste colocado en el lugar donde habia estado otro igual escrito con letras de bronce dorado en lpida de mrmol, saludando apasionadas aclamaciones aquel smbolo de una poca renovada, que para los gaditanos era de glorioso y caro r e c u e r d o . Siguise iluminarse el pueblo todo al cerrar la noche, y discurrir las gentes por las calles con ruidosa alegra, tanto que en las escenas de la revolucin de -1808 4814 no hubo una que esta excediese en punto manifestaciones de entusiasmo popular, y pocas que la igualasen. En tanto, el general de marina Viavicencio, impulsos de su natural conciliador, mand consinti que pasasen San Fernando tres oficiales de la armada dar al ejrcito llamado Nacional noticia de lo ocurrido. Fueron los que llevaron tal comisin el conde de Mirasol, muerto h pocos das, D. Jacobo Oreiro, y D. N. Snchez Cerquero. Poco esperbamos en San Fernando recibir tan faustas nuevas. Yo, que era uno de los contados cuya noticia habia llegado haber sido vencida y deshecha la columna volante del mando de Riego, habia salido en la misma tarde de aquel dia (9 de Marzo), y cuando en Cdiz ocurra tan inesperada mudanza, dar un corto paseo, y me sen-

R E C U E R D O S D vIN A N C I A N O .

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3 posedo de negra melancola, viendo cercano el momento en que, habia de caer en manos de nuestros contrarios y pagar con la vida mi delito, de escapar con trabajo vivir la vida del proscripto, empresa nada fcil. Vena retirndome de mi paseo, y habia entrado en las calles, cuando not sbito alboroto de general alegra. Anuncibase haberse jurado en Cdiz la Constitucin, y la llegada de los portadores de la noticia tanto cuanto feliz difcil de creer. Ya antes ms de una vez haban corrido voces semejantes credas de algunos, dudadas de muchos, y venidas desvanecerse como ilusin hija del deseo. En esta ocasin fui yo de los incrdulos, hasla que varias personas me afirmaron ser verdad averiguada lo que yo estimaba lo contrario. Me encamin, pues, casa del general Quiroga, donde hall los oficiales de marina, p r o cedentes de Cdiz, rodeados de gente alborozada, agasajados, festejados y acosados preguntas por quienes apenas podian creer el felicsimo suceso de que eran nuncios. Entr entonces el discurrir qu habra de hacerse, por nuestra parte. Lo primero que se resolvi, fu enviar Cdiz comisionados que tratasen de ponernos en paz y unin con las autoridades y tropas de aquella ciudad, si bien pareci oportuno dar el carcter de parlamentarios los encargados de tan importante comisin, por no considerarse an la paz asentada. Tres fuimos los nombrados para la comisin parlamento; el coronel D. Felipe ArcoAgero, jefe de estado mayor do nuestro ejrcito; el de igual graduacin D. Miguel Lpez do Baos, que tena el mando de nuestra artillera, y tercera persona no militar, que fu la mia, recomendndome para tal comisin el ser diplomtico, y ms todava el cercano parentesco que me unia con el general Villavicencio, hermano de m madre, adems mi padrino de bautismo, y activo lado habia y o pasado buena parte de mi niez. Comenzamos desde las primeras horas de la noche prepararnos para nuestro

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viaje, si bien los preparativos no podian ser muchos, ni lo eran. De ello nos distrajo por breve rato la agradable ocupacin d e salir de la poblacin al sitio llamado Manchn de Torre alta, donde est situado el observatorio astronmico, y desde el cual registra la vista no corto espacio, descubrindose lo lejos, allende las aguas de la baha y las tierras llanas inmediatas, la ciudad de Cdiz, blanca como la nieve, en el horizonte; pero en aquel momento, si la tinieblas de la noche no permitan ver sus casas y torres, sealaba el lugar donde estaban un resplandor vivsimo nacido de las luminarias, cuya luz se dilataba largo trecho. Numerosos espectadores acudan recrearse con la. contemplacin de aquella luz, ms grata todava que la de la aurora lo es para el navegante, tras de una noche de borrasca, peligro y ansias. Poqusimo dorm yo en la noche de que voy ahora aqu hablando, porque haca en m el gozo lo que podra haber hecho la pona ms aguda. Amaneci el deseado dia, y en sus primeras-horas pas juntarme con mis compaeros, y emprendimos nuestro breve viaje. Llevbamos los parlamentarios algn acompaamiento: un ayudante de ArcoA g e r o , llamado D. N. Silva, cuatro soldados de artillera de caballo, con largas barbas, por lo cual eran apellidados barbones, y un trompeta de la misma arma. Todos iban caballo menos yo; circunstancia no digna de mencin, si no hubiese influido en m suerte en los sucesos que siguieron, y debida que, siendo yo psimo jinete, no quera ir haciendo ridicula figura nuestra entrada en Cdiz, por lo cual escog un calesn pesar de lo incmodo y feo de tan mala y antigua mquina de viaje. Poco ms de media legua habramos andado desde San Fernando, y estbamos cercanos al lugar donde, cerca del torren apellidado de Torregorda, tuerce casi formando un ngulo r e c t o , y va en derechura A Cdiz la carretera nombrada all arrecife, cuando empezamos encontrar

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gente de Cdiz, que pi habia andado sobre legua y m e dia ansiosa de ver y saludar los constitucionales de ellos tan amados. Segn bamos adelantando, iba creciendo ei nmero de los viajeros, que lleg ser muy considerable ya ms de media legua de Cdiz. Habamos los del ejrcito constitucional, cuyo ttulo era el de nacional, tomado por divisa aadir la escarapela encarnada un ribete ancho de cinta verde, divisa considerada despus por m u chos como propia de la sociedad secreta directora del levantamiento, y de la cual ramos gran parte de los del ejrcito, si bien no todos, pero divisa que no lo era de s o ciedad alguna, siendo solo emblema de nuestra esperanza al acometer y empezar poner por obra nuestra empresa, esperanza nunca del todo perdida. Como saban esto los gaditanos todos, los paisanos se haban puesto escarapela como militares, y, no habiendo tenido tiempo para coser las que traian el ribete verde, se haban contentado con poner un lazo de este color sobre el centro de la escarapela encarnada. Las manifestaciones de alegra de aquellas gentes tenan trazas de delirio, y ai vernos rompan en altos vivas, declarando, la par que adhesin la causa que con ellos nos era comn, afecto vivo y aun admiracin nuestras personas, en las cuales vean representadas las de nuestros compaeros. En medio de tanto aplaus o , llegamos la obra avanzada llamada la Cortadura, guarnecida por tropas que poco antes eran para nosotros enemigas, habindolo sido por espacio de dos meses, plazo durante el cual haban nacido en ella contra nuestra causa, y ms an contra nuestras personas, pasiones de odio no poco vivo, siendo muy otra nuestra firme, pero errada creencia, pues los reputbamos amigos violentados sernos hostiles. Sin embargo, al acercarnos al fuerte, ms por pedantera que por recelo, quisimos usar las frmulas comunes de la guerra, y mandamos al trompeta que con nosotros vena, tocar llamada. Salieron respon-

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dernos; pero no como prestndose al parlamento, sino calificndole de intil, porque ya no estbamos en guerra. Pareca afectuosa la respuesta, asi como fundada en buena razn, y, con todo, no hubo de agradarnos, porque fu dada con desabrimiento. Otras dos causas, con harto ms motivo, mezclaron un tanto de disgusto y desconfianza nuestra alegra. Poco antes de llegar la Cortadura, del numeroso gento que vena de Cdiz se separ una persona que vino hablarnos, entendindose particularmente con Arco-Agero, con quien habia tenido algunas relaciones de trato casi amistoso. Era el personaje de quien ahora hago aqu mencin un D. N. Elola, oidor, como decimos ahora, magistrado de la Audiencia de Sevilla, vivo, travieso, no de la mejor reputacin, pues era tachado da ligero y cruel, no s si con justicia, entremetido y dado bullir, sin crdito de constitucional ni de lo contrario, y el cual, no s, ni llegamos saber, por qu razn venia de Cdiz, y si lo haca por voluntad propia encargo de otros. Lo cierto es que Elola se empe en persuadir Arco-Agero que nos volvisemos sin llegar Cdiz; pero como las razones que alegaba nada claro ni explcito contenan, no juzgamos decoroso ni justo dejar de cumplir con lo que nos estaba encomendado. Separse, pues, de nosotros Elola, sin haber logrado convencernos, y no s si regres Cdiz si sigui San Fernando. Igual, si no mayor, causa de temor de sospecha nos dio otra circunstancia que por lo pronto no fu de todos nosotros notada ni aun sabida. Cabalmente, cuando estbamos llamando parlamento, y recibiendo por respuesta que tal acto era impropio entre gentes ya no enemigas, habia crecido sobre manera y agolpdose en aquel lugar la turba procedente de Cdiz, cuyos vivas y aplausos eran tales y tantos que nos ensordecan, y en medio de la gritera reparamos que tambin gritaban desde el fuerte asomados sus murallas los soldados, y aunque viniendo

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sus gritos de lejos solo podan oirse estos, confundindose otros ms cercanos y numerosos, no falt quien oyese que eran, en vez de bendiciones y aplausos, maldiciones y denuestos. Pero esto, repito, apenas lleg nuestra noticia, y aun cuando hubiese llegado nos habra desviado de pensar en ello el espectculo que present nuestra vista Cdiz. A pesar de que las turbas (pues llegaron serlo) que nos esperaban fuera de las puertas pareca como que deban haber dejado poca gente en el casco de la ciudad, fuese porque de la poblacin nadie habia querido quedarse en casa, que los que no habian salido la calle, sin e x cepcin de clase ocupacin, poblaban los balcones y ventanas, era inmenso el gento que se presentaba la vista. Las casas estaban adornadas con colgaduras. Entre tanto llovan sobre nosotros, los parlamentarios, flores arrojadas por los que estaban en alto, mientras los que paseaban las calles se apiaban nuestro alrededor con animacin casi frentica, gritando y procurando asirnos la mano bien la pierna, aun slo el vestido. Mis compaeros, poco mucho conocidos en Cdiz, eran objeto de admiracin, y m, nacido en aquella ciudad y que en ella habia pasado buena parte de mi juventud, se me daban generalmente testimonios de ardiente afecto. Los caballos de mis compaeros apenas podan romper por el tropel, y se encabritaban espantados, y mi pobre calesn apenas consentan que rodase, no faltando quien se subiese en las ruedas para apretarme la mano darme una enhorabuena afectuosa. ;Dias eran aquellos que no volvern en largo tiempo, no siendo tan arrebatado loco entusiasmo posible ya una generacin llena de desengaos y escarmientos, y que por ser ms cuerda ha perdido muchos de los placeres que las ilusiones hijas de la inexperiencia traen consigo! Como ya va aqu dicho, atravesamos casi toda la ciudad

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de Cdiz por estar muy distante de la Puerta de Tierra la casa del general Freir, que nos encaminbamos. Al ir llegar ella, pasamos las esquinas de la calle de Linares, que desde la plaza de San Antonio, que iba ser de la Constitucin, va al paseo de la Alameda, y que era y debe de ser an hoy una do las vas de comunicacin en aquella ciudad ms transitadas. Al atravesar descubrimos parte de la plaza atestada do g e n t e , porque all iba jurarse la Constitucin ante la lpida que de ella era recordacin y smbolo. Reservndonos nosotros asistir aquel espectculo para la hora muy cercana en que, presentes las autoridades, habia de celebrarse la ceremonia del juramento, nos apeamos la puerta de la casa del general y pasamos & su presencia. Hallamos Freir cortado, inquieto, ni desabrido ni afable, y slo con muestras de estar muy poco satisfecho de la situacin en que se veia. La sala en que le vimos estaba muy concurrida, llenndola personas de diversas opiniones, cules alegres y soberbias, cules, si ya no mostrando tristeza enojo, dando seales de abatimiento de r e celo. Vinieron abrazarnos amigos nuestros, que presos por haber sido cmplices en nuestra empresa, habian sido puestos en libertad pocas horas antes y en las de la noche. Otros, poco antes nuestros contrarios ardorosos, con frases conciliatorias procuraban captarse nuestro afecto, explicando su conducta anterior como quien se disculpa de una falta. Bien mirado y considerado lodo, no nos sentamos satisfechos de la escena de que eran teatro aquel lugar y los cercanos, y de que ramos testigos. Freir como que procuraba despedirnos para que nos volvisemos al lugar de que habamos venido, aunque no lo dijese claramente, y habiendo sollado una expresin de temor de que puestas en roce las tropas de su mando con las del ejrcito nacional, ste introdujese en aquellas un espritu de indisciplina; y respondiendo esto Arco-Agero, como algo

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picado, que el ejrcito constitucional era por dems disciplinado, aadi el general de las tropas Reales que las suyas (segn esperaba) ningunas cedan en este punto; pero lo dijo con tan anublado rostro y vacilante acento, que bien pareca que hablaba segn su deseo y no segn su esperanza. En esto son un tremendo ruido, oyronse tir o s , voces confusas, carreras: se asom al balcn Freir y desde la calle le gritaron que estaban asesinando al pueblo. l dio muestras de no creer tal cosa, pero poco pudo decir, porque ya el hecho estaba patente. La parte trgica y en sus consecuencias no poco funesta de la historia de la segunda poca constitucional habia comenzado, anticipando los odios que por fuerza haban de nacer de la mudanza de una otra opinin sustentada con vehemencia, y del choque de intereses que cambios tales tienen por consecuencia forzosa.

II.
La sbita acometida de parte de la guarnicin de Cdiz los pacficos paisanos que habian acudido alegres una fiesta que los habia convidado la autoridad, era un suceso que deban haber previsto el general Freir y los que sus rdenes mandaban las tropas de aquella plaza. Pero de estos ltimos, algunos, sin duda, fueron cmplices, aunque solo cmplices hasta cierto grado, del hecho atroz de la desmandada soldadesca; y en cuanto al general, justo ser decir que, combatido de terribles dudas, casi arrepentido de haberse prestado que se proclamase la Constitucin en el da anterior, sin llegar su arrepentimiento punto de atreverse revocar su resolucin cuando menos aventurada, sintindose casi rebelde sin serio, y por lo mismo falto de la osada de la fe que

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hace de la rebelin la defensa de un principio, bien creido, tomado por pretexto, no acertaba contener la tropa, sofocando el espritu que la animaba, y dejaba andar las cosas, lisonjendose de que no llegaran un e x tremo. As, mientras con loco alborozo celebraba en la noche del 9 al 10 de Marzo el restablecimiento de la Constitucin el vecindario de Cdiz, bramaban de coraje los soldados en los cuarteles, siendo para ellos cada viva que oan un insulto insufrible, un reto que pedia respuesta. En tal disposicin de nimo no faltaron malos consejeros que les persuadiesen pasar de las palabras de queja y resentimiento las obras. Quines fueron los consejeros del atentado que cometieron, no est averiguado, ni aun hoy, al cabo de largos aos y de una causa que dur ms de tres, sin dar de s ms que llevar al suplicio un pobre guarda de las puertas, no ms culpado que otros, pero s totalmente desvalido. Que los consejeros del movimiento que vino ser sublevacin, no dictasen el modo brutal con que fu llevado efecto, probabilsimo es; pues, r e suelto el hecho, hubo de quedar el modo de la ejecucin encargado gente baja y grosera. Porque haberse opuesto en la tarde del 9 obedecer quien les mandaba, fuese quien fuese, proclamar la Constitucin, consentir que la proclamase el pueblo, habra sido acto loable en cierto , grado, y aun haber manifestado los soldados y oficiales en la maana del 10, quietos en sus cuarteles, su desaprobacin de todo cuanto estaba pasando iba hacerse, declarndose resueltos ser fieles al Rey y su Gobierno, habra merecido aprobacin ms todava que disculpa. Y con tal declaracin bastaba para que el acto de jurar la Constitucin hubiese sido por lo menos suspendido, evitando por tal medio un choque al cual no podia arrojarse el indefenso y tmido vecindario. Pero no fu as; y saliendo la calle primero el batalln

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de Guas j despus el de Leales, casi en tropel, sin son do cajas, asomaron los de aquel la plaza de San Antonio por varias de las calles que en ella desembocan, y saludaron al numeroso gento all congregado con una descarga. Pretenden los defensores de la inicua agresin quemuchos de los tiros disparados lo fueron al aire, y solo para amedrentar, de lo cual citan como prueba haber habido pocas vctimas entre tanta gente all apiada; pero si tan prudentes misericordiosos estuvieron algunos, no fueron todos, pues quedaron una dos personas muertas y varias heridas en aquel sitio, sin contar con que solo el terror producido por tal barbarie era un acto de ferocidad punible. Huyeron en confuso tropel los que llenaban la espaciosa plaza, entre los cuales habia mujeres, nios y ancianos, dndoles alcance los soldados con muestras, si no con intencin, de hacer en ellos estrago. Difundise por la ciudad el alboroto, hubo gritera, gemidos; cerrar de puertas que pareca nuevos disparos y alternaba con los que ciertamente lo eran. Enfurecindose los agresores, como siempre acaece, con sus primeros actos de violencia, discurran por las calles voceando, amenazando y veces hiriendo, pues en lugares distantes del teatro del acto primero de aquella tragedia cayeron muertos algunos paisanos. Resistencia no hubo, por no ser el pueblo gaditano propio para la guerra de calles. As, al alboroto y bullicio sigui la soledad d las calles, y la angustia y terror en el interior de las casas, pero el silencio no en algn tiempo; pues los vencedores sin batalla con tiros continuos y gritos descompasados de viva, el rey seguan dando satisfaccin sus pasiones. Ya dejo dicho que la primer noticia del alboroto se asom el general Freir al balcn para sosegar al pueblo que acuda quejarse y pedir favor, y que asegur que nada habia qu temer, quiz no creyendo lo ya ocurrido. -En tanto los del parlamento, desempeada ya nuestra co-

SOS

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misin, bamos volvernos nuestro ejrcito ser porta dores de nuevas poco satisfactorias, y muy otras que las que los nuestros con harta razn esperaban. Fu gran fortuna que hubisemos diferido unos cuantos minutos p o nernos en camino, pues, no siendo as, habria roto la s e dicin antes de haber nosotros llegado la Puerta de Tierra; y no habiendo por ella salida, porque nos la habria impedido la tropa acuartelada en la inmediacin, sin duda alguna habramos sido sacrificados. Pero como el tumulto comenz cabalmente en el momento de ir montar mis compaeros en los caballos que haban dejado la puerta de la casa del general, suspendieron el salir, y, al revs, se volvieron adentro, donde no creyndose seguros, subieron las azoteas que tienen todas las casas de Cdiz, y saltando de una en otra de las de la manzana, al fin pararon en una ya algo distante, donde bajando por la escalera encontraron en uno de los pisos cuartos de la casa quien les diese abrigo. Otra y harto ms crtica fu ms suerte. Ya dije que habia dejado mi calesin alguna, bien que corta, distancia del alojamiento de Freir, y en esta distancia estaba la calle de Linares en medio. La habia yo atravesado, iba subir en el calesin, cuando vi que este huia buen correr de su caballo, y, por otro lado, un golpe crecido de gente huyendo en tropel y barriendo la angosta calle como un torrente me atajaba el camino para la vuelta. En la esquina habia (y creo hay an) una confitera que comunica con una botillera del mismo dueo, la cual solia yo concurrir algunos meses antes, y habia concurrido bastantes aos, siendo en ella conocido de los mozos de servicio. Respaldarme una de las puertas de la confitera, ya cerradas, fu mi primer acto; el segundo 6 casi inmediato volver mi sombrero de suerte que la escarapela con su lista verde no se viese. As pareca yo un m i litar, siendo entonces muy comn en los oficiales llevar e l

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sombrero de picos apuntado con divisas juntamente con el traje de paisano. Por esto no llam la atencin de unos uantos soldados de Guas que entraron furiosos por la calle persiguiendo los fugitivos. Delante de mi, y en la acera opuesta, cay uno de estos enredado en su capa, y echndose sobre l un soldado repetidas veces, le hiri al parecer con su bayoneta; pero creyndole muerto moribundo, pas adelante en busca de nueva vctima, cuando, con sorpresa mia, el que creia yo cadver se levant sano y salvo, y se puso en huida, pues ni l tena otra lesin ni dao que el causado por el miedo, ni su agresor, ciego de furia, habia acertado atravesar con su arma otra cosa que la capa capotillo del cado. En medio de esto o yo que me llamaban por mi nombre por las rendijas de la puerta. Respond, y volvi hablarme un mozo del caf, que, preguntndome en voz baja si habia algn soldado enfrente, y diciendo yo que todos estaban ya distantes siguiendo el alcance, abri de la puerta lo bastante para que por all cupiese mi persona, y tirndome de los faldones me hizo entrar de espaldas, siendo tal la prisa que tenamos, yo por verme en seguridad y l por llevarme lugar en su sentir algo menos expuesto, que, sin detenerse abrir la entrada que alzando una tabla del mostrador da paso de este la parte exterior de la tienda, me hizo saltar por encima y casi caer al lado opuesto. Una vez dentro de la casa, pas la sala que servia de botillera y no tena puerta la calle, sino slo un patio, y encontr aquella pieza llena de gente, en su mayor nmero de mujeres, acongojadas y aterradas. No les fu grata mi llegada, pues pronto se enteraron de quin era yo y del triste caso en que me veia, y les entr el fundado temor de que podran penetrar all los soldados y el menos racional de que, si entraban, pagaran todas las personas en aquel lugar refugiadas la pena de hallarse en mi compaa. As

fu que un rumor sordo empez declarar deseos de que

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saliese de entre gentes a las cuales estaba comprometiendo; pero pudo ms al cabo la compasin que el miedo, y no hubo quien se atreviese pro.poner accin tan fea como habria sido la de arrojarme la calle donde me amenazaba grandsimo peligro. Lo que s hicieron fu apoderarse do mi sombrero, y con tijeras descoserme de la escarapela la cinta verde que le servia de ribete, y la cual, por lo mismo de no estar sobrepuesta, me delataba como p r o c e dente del ejrcito de San Fernando. Entre tanto poblaban el aire varios ruidos de voces y tiros, y desde adentro juzgaban muchos refriega combate lo que era alboroto y excesos de los vencedores, que lo habian sido sin hallar resistencia. Mal podia suponerse que hubiera poder que la hiciese, pero no faltaban quienes se figurasen que en aquel pueblo indefenso y nada belicoso poclia haber personas capaces de apelar las armas para, hacer frente una agresin, tomar de ella venganza, mientras otros se lisonjeaban de que una parte de la guarnicin estaba en batalla con la otra en cuya sublevacin no habia tenido parte. Ces por fin el ruido, solo sonaba el de los vivas al Rey dados con voces as como destempladas, roncas: claro indicio tanto de la furia mostrada en la repeticin del gritar de los voceantes, cuanto de la bebida con que habian excitado su entusiasmo al arrojarse su atroz hazaa, y le habian mantenido y seguian manteniendo al solemnizar su triunfo. Pero, como no se oyesen ya disparos, comenzaron los abrigados en la botillera pensar en irse sus respectivas casas, lo cual fueron llevando efecto poco poco, asomndose primero algunos algunas con precaucin, y aventurndose luego salir los menos tmidos , y sirviendo el ejemplo los d e m s , pues ya veian que habian pasado para lo general de las gentes los momentos de mayor peligro. No as parajn, cuya situaeian era diferente, y que la sazn no tena casa en Cdiz. Por esto hube de detenerme, pensando en qu hara. Solo

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ya, poco menos, en mi asilo, habia llegado la hora de las tres de la tarde, que era la de comer en Cdiz, y el dueo de aquel-establecimiento, no obstante no ser fonda, ni servirse en l otra cosa que bebidas frescas, me propuso darme de comer, lo cual acept yo sin escrpulo, suponiendo que pagara lo que gastase. Com, pues, y no mal en medio de mi inquietud, y hube de hacerlo de pescado, por ser aquel dia viernes de Cuaresma, pensando en que un francs ingls parecera natural, siguiendo ideas supersticiosas sobrado comunes, que fuere tan trgico aquel dia de la semana, porque entre los extranjeros tiene la reputacin de aciago que los espaoles atribuyen al martes. Pero, cuando conclu mi comida, y para pagarla ped la cuenta, se me present el mismo amo de la casa diciendo que nada me cobrara por ttulo alguno; acto de cortesa y generosidad por desgracia compensado con la condicin que me puso, y fu que le hiciese el favor de irme la calle lo ms pronto posible. o tuve otro remedio que obedecer, y me arroj correr mi suerte por medio de la ciudad atribulada y desierta, slo poblada fuera de las casas por soldados, que haban roto el freno de la disciplina. Triste era por cierto y espantoso el aspecto de aquella poblacin, entonces todava por lo comn alegre y de gran concurrencia en sus calles y paseos. Veanse cerradas todas las puertas, as las que caan la calle como las que daban paso los balcones y rejas, y se notaba que aun las de madera detrs de las vidieras lo estaban asimismo; reinaba profundo silencio, 'cuando no le interrumpan los gritos de los soldados. Vagaban estos por el pueblo con gesto airado y ademanes descompuestos, como buscando enemigos en quienes desahogar su furia, y rabiosos porque no los encontraban. Por entre ellos pasaba yo sin ser notado, gracias las divisas de militar que llevaba en mi sombrero. Incierto en cuanto escoger el punto que

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STONJO A L C A l A GAITAN.

primero me dirigira, resolv ir casa de mi tio, porque precisamente por haber l enviado nuestro ejrcito en la tarde anterior los oficiales de marina portadores de las para nosotros alegres nuevas, y tambin, segn nos pareca, de seguridades de paz y unin, le considerbamos, no con toda justicia, obligado hacer que se nos respetase. Llegu, pues, su casa, penetr donde l estaba, le encontr comiendo con alguna gente, y levantndose al verme, con rostro donde se pintaban sorpresa y enojo, me mand ir otra pieza, donde sin perder un momento vino hablarme sin testigos. Su primer palabra fu preguntarme qu traia, y mi respuesta, seca y hasta insultante, nacida de ver su gesto no afable, fu que no vena b u s car al pariente, al hermano ms querido de mi difunta adorada madre, sino al general de marina que nos habia convidado venir Cdiz como amigos; siendo mi principal empeo que me reuniese con mis compaeros para que juntos tuvisemos igual fortuna. La respuesta de mi tio fu que nada saba de ellos, ni tena que ver con lo que pasaba, por lo cual me remita al general Campana, con quien me locaba entenderme, pues este era el gobernador de Cdiz. Salme yo, pues, sin despedirme ni ser despedido, y resuelto seguir el consejo de mi tio, fui en busca del personaje quien me remita; viaje nuevo ms peligroso que el que acababa de hacer con tan poco feliz s u c e so. Estaba por entonces el general Campana en uno de los pabellones de los cuarteles prximos la Puerta de Tierra, siendo forzoso para llegar all desde el punto de la ciudad de que yo vena atravesarla toda cuan larga e s , pasando por sitios por los cuales estaba en mayor nmero desparramada la sublevada tropa. Fu mi suerte oir entre sus gritos expresados deseos de haber las manos los que pocas horas antes habian entrado en Cdiz procedentes de San Fernando y sido recibidos en triunfo, prometindoles, si los descubran, saciar ea ellos su saa. Bien

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temia yo, y no sin algn motivo, ser conocido de alguno de aquellos hombres feroces, porque de su nmero no pocos haban estado en el ejrcito de San Fernando, en el cual era yo muy conocido, aun de los individuos de la clase de tropa, que me daban por ttulo nombre el de El Gacetero. Pero tuve la dicha de no tropezar con quien me conociese, y llegu al alojamiento del general Campana. La sala en aquella hora estaba llena de oficiales, todos celosos de la causa Real, todos, lo menos en la apariencia, ufanos de lo ocurrido. Asombrse el general de verme all, y no obstante no tener conmigo amistad, sino mero conocimiento, se esforz en persuadirme que luego, luego, me retirase y fuese esconderme, porque (segn me deca) estaba la gente muy exaltada, y,era muy posible que fuese yo vctima de alguna violencia. Pero yo insist en reclamar mi privilegio de parlamentario, y ms todava en que se me llevase donde estaban mis compaeros, siendo esto ltimo mi principal deseo, porque me habra creido deshonrado si no participaba de su suerte, y tambin porque ellos no saban si yo haba huido dejndolos en peligro, y no queria yo tener sobre m tan fea y no merecida nota, ni justificar la prevencin desfavorable con que aun el ms despreocupado militar juzga al paisano. Mi primera pretensin fu tratada como ridicula; y en cuanto la segunda, se me asegur lo que era verdad, y yo no queria creer; saber: que nadie de los que estaban en autoridad entonces saba ni sospechaba dnde habian ido ocultarse los oficiales parlamentarios, pues los soldados estaban presos. Desist al fin de mi temeridad, , dicindolo con ms propiedad, de mi necia pertinacia; segu el consejo del general Campana, que me le daba con empeo insistencia afectuosa, y me encamin buscar abrigo en los puntos en que juzgu me sera menos difcil hallarle. Pero encontr resistencia acogerme aun en amigos y pasientes; tal era el terror de que estaban posedos los ga-

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ANTONIO

ALCAL

GALIANO.

ditanos. Cerr en tanto la noche, que fu nublada y lluviosa, y, no habindose encendido los faroles del alumbrado de la ciudad, que, si no tan bueno como suele serlo ahora el de toda poblacin considerable, era lo mejor que ii la sazn habia en Espaa, qued Cdiz as como en soledad y silencio, en tinieblas, de manera que los poqusimos precisados transitar por las calles bamos tientas y tropezando. En tanta incomodidad y angustia ocurri que en la calle cuyo nombre es del Sacramento, o cerca de m un viva el Rey! dado por voz bronca y vinosa, y, antes que viese la persona do quien salia el grito, me sent detenido y asido por un soldado que, en estado de embriaguez casi completa, andaba vagando con el sable d e s nudo, pronto as hacer mal como a contentarse con dar voces. Quin vive? me dijo, .y dnde va usted? lo cual respond yo ser oficial de la Real marina (y recalqu el adjetivo Real) que iba con una comisin de mi general. No estaba el que me detenia para entrar en averiguaciones prolijas, y como su enojo era con los paisanos y yo no le parec tal por mi sombrero que veia en la oscuridad cuando estbamos juntos, me llam compaero, trocado en familiaridad el respeto, y, convidndome gritar vin<i si Sey, lo cual hice yo de buena mala gana, me dej ir adelante. Pero podia repetirse este lance con peores resultas. As fu que crecieron mis ansias, hasta que, por fortuna, en casa de la viuda del hermano mayor de mi madre (que tambin habia sido general de marina) y con cuyas hijas gemelas me haba criado ms como hermano que como primo, sindola misma nuestra edad, encontr'donde pasar con descanso y seguridad la noche. Pero aun esta misma familia limit una noche su hospitalidad, lo cual no extra, pues al cabo ms hacian por m que otros. Pas, pues, en aquella casa la noche, y dorm profundamente, con admiracin de quienes me hospedaban, que atribuyeron serenidad lo que era cansancio. Lleg la ma-

RECUERDOS

DE UN

ANCIANO.

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Sana y hube de desocupar mi lugar de provisional abrigo, y de volver mis vanas pesquisas del dia anterior. No habia mejorado con el nuevo dia el aspecto de Cdiz, y a p e nas uno otro habitante habia salido de su casa, mientras los soldados, cansados de la agitacin pasada, casi todos se habian recogido las fdas de sus respectivos cuerpos, quedando pocos, si bien todava algunos, sueltos por las calles. En tanto, acud yo en busca de noticias de asilo, entre otras personas, dos que eran de nuestra sociedad secreta, que habian sido partcipes en sus trabajos juntos conmigo pocos meses antes, y que, hasta por su obligacin as como por reglas de decoro, deban darme amparo. Pero ambos me recibieron con sequedad casi g r o sera, y me trataron con tan claro desvo, que, si no me echaron fuera de sus casas viva fuerza, me intimaron que saliese de ellas en trminos que no daban lugar resistencia alguna y ni siquiera demora. Volv otra vez mi paseo sin objeto, cuando una casualidad rarsima le puso trmino, dndole el ms favorable en mis circunstancias, , lo menos, el ms conforme mis deseos con empeo manifestados. Caminando yo por una de las desiertas calles del centro de Cdiz, y prximo al teatro Principal, sent pasos detrs de m, y. corta distancia, dados tan comps con los mios, que bien declaraba ser de persona que me segua. En caso tal, fuese amigo contrario quien vena sobre m m, la resistencia era intil. En efecto, mi seguidor, pues no era perseguidor, en voz muy baja me llam por mi apellido. Respond yo, preguntando qu me quera.A dnde va usted? repuso l; y un no lo s fu mi segunda respuesta.Y por qu no va usted juntarse con sus compaeros (dijo hablando otra vez el desconocido, que para m lo era, aunque l me conociese bien).Por que no s dnde estn (respond yo), y desde el alboroto de ayer los ando buscando.Pues yo soy quien los tengo ocultos (dijo aquel hombre), y precisamente he salido 4

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ANTONIO ALCAL GALIANO.

comprar algo con que almuercen. Quiere usted venirse conmigo?No he de querer? fu mi nueva respuesta. Pues djeme usted pasar delante, dijo mi interlocutor (cuya conversacin conmigo habia pasado siguiendo andando el uno detras del otro) sgame usted, y al llegar la casa nmero tantos de la calle de Linares entrar yo, y, si no hay soldados en la calle, dejar la puerta entornada, y por ella entrar usted en mi seguimiento. lucrnoslo as, hallamos la calle del todo desierta, se entr mi gua en la casa indicada, pas yo detrs y cerr tras de m la puerta, y siendo la casa de las llamadas de pisos, esto e s , como son generalmente las de Madrid que tienen ms de un vecino, subiendo la escalera hasta llegar al cuarto tercero, llamamos l, y abierto que nos fu, sin anunciar mi llegada pas yo la sala donde encontr Arco-Agero, Lpez de Baos y el ayudante Silva. Un grito de agradable sorpresa me salud al ponerme delante de mis compaeros, que, juzgando al haberme perdido de vista que yo me habia acogido lugar seguro, oyeron con sorpresa que mis aventuras, trabajos y peligros haban sido muy otros que los suyos, pues desde la casa del general su asilo slo haban tenido que saltar azoteas, y, no habiendo sido descubiertos no habian sido molestados. Juntos ya los tres del parlamento, determinamos qu habamos de hacer, lo cual fu, en vez de seguir escondidos, reclamar el derecho de parlamentarios segn prctica ley de la guerra, alegando que al llegar las obras avanzadas de la plaza habamos tocado llamada. Quiso Arco-Agero que yo extendiese la reclamacin como ejercitado en el manejo de la pluma. Pero, hecho el escrito y firmado, ocurri una dificultad no leve, que lo era asimismo para que permanecisemos por ms tiempo abrigados amparados en aquella casa. El que en ella vivia comenz sentir remordimiento miedo de tenernos all, y, sobre todo, rehua llevar un mensaje nuestro por donde quedase convicto de habernos prote-

RECUERDOS DE UN ANCIANO.

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gido por un perodo de cerca de veinticuatro horas. Nos sac, y l tambin, de este apuro una idea de ArcoAgero, la cual fu aconsejar aquel buen hombre que dijese al gobernador, al llevarle nuestra reclamacin, que en el dia antes, en el momento de empezar el alboroto haban llamado la puerta de su habitacin en el cuarto ter cero, y que, yendo l abrir fu sorprendido por tres oficiales armados venidos de la azotea, segn pareci, los cuales, habindole sujetado le haban encerrado en un cuarto interior y tendole desde entonces en aquel encierro, no dndole libertad sino para encargarle del papel de que era portador. Agrad al mensajero el ingenioso embuste, y, prestndose l, march cumplir su comisin, aliviado de sus ansias. En tanto, nos preparamos matar el hambre, dando priesa la criada para que nos trajese el almuerzo; almuerzo ay! que no hubimos de comer, ni tampoco otro igualmente mandado traer con no mejor fortuna en el discurso de aquella malaventurada maana. Hubo de andar ligero nuestro enviado, porque no m u cho despus de su salida oimos ruido en la calle, y asomndonos con precaucin por detras de la vidriera, vimos hasta veinte hombres de tropa formados enfrente del lugar de nuestro refugio. Siguise oir abrir la puerta que daba la calle, sonar pasos pesados de ms de una persona en la escalera, llamar con recios-golpes al cuarto en que estbamos, darse entrada los que venan, y aparecerse en la sala un oficial de la peor traza posible, siguindole tres cuatro soldados con las armas preparadas. Era el tal oficial, repito (sin que la desfavorable p r e ocupacin con que le mirbamos nos llevase ser injustos), de fea catadura, alto, por dems moreno, de tosca presencia y grosersimos modales; hablador, con mucha de jaque, y de la clase de los llamados pinos entonces e n

nuestro ejrcito, o que significaba haber ascendido ofl-

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GAIIANO.

cial, de la clase de sargento y no de.la de cadetes, de la cual salia nuestra oficialidad con no muchas excepciones. De que habia sido valiente afortunado era testimonio un buen nmero de cruces que llevaba, trayndolas dispuestas formando un crculo en el costado de su uniforme. Al atravesar los umbrales de la sala en que estbamos esperndole, este oficial nos present la punta de su espada desnuda, plantndose como un matador en la plaza de toros al ponerse en suerte, y mandando sus soldados asimismo preparar las armas, aunque no apuntar, nos grit con voz ronca y amenazadora: Dense ustedes presos! Admirmonos todos, y Lpez de Baos, hombre de valor sereno y acreditado, rindose, dijo nuestro aprehensor que no le miraba con miedo, pues era un oficial antiguo de superior graduacin; que extraaba su proceder violento y hasta ridculo, y que mal vena suponernos dispuestos resistir y querer atrepellarnos, cuando vena all por nuestro llamamiento. Quedse cortado aquel soldado rudo, cuya estupidez exccdia lo comn de las gentes faltas de talento, instruccin y crianza, y tal fu su confusin, que hasta se olvid de pedir las espadas aquellos quienes iba llevar y llev consigo en calidad en que disonaba ir con la espada ceida. Salimos la calle con la escolta que nos esperaba, y marchando diez soldados delante de nosotros y otros tantos detrs, nos pusimos en camino, ignorando nosotros cul iba ser nuestra suerte. Al atravesar la vecina plaza de San Antonio, vimos que vena por ella formado un cuerpo de tropas situarse donde habia estado el dia antes el letrero de plaza de la Constitucin y poner otro en su lugar, que hubo de ser el del Bey, y no el antiguo del Santo, haciendo esta sustitucin con ceremonia solemne y expiatoria del pecado all recien cometido. Algo de susto pasamos al ver aquella fuerza, pero no fuimos de ella notados, pues no recibimos ni aun el ms leve insulto. Prosiguiendo nuestro camino, llegamos la puerta

RECUERDOS D U N A N C I A N O .

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Mamada de la Caleta, donde hicimos alto, entrando en el cuerpo de guardia de aquel punto, con lo cual estaba visto que por entonces iba ser nuestra prisin el vecino castillo de San Sebastian. Pero como esta fortaleza est alguna, bien que corta distancia de la plaza, y asentada en peas aspersimas, aunque bajas, siendo el camino hasta llegar su recinto por dems desigual y tambin de r o cas, y cubrindole la mar cuando est la marea llena, hasta dejar el castillo en una isla que se va por un psimo puente de tablas; y como la hora de nuestra llegada la Caleta fuese la de la pleamar, y el puente estuviese cortado en todo su largo, fu necesario aguardar la vacian t e para tener franco el paso al lugar de nuestro destino. En el cuerpo de guardia habia un oficial de milicias pro vinciales de Sevilla con tropa del mismo cuerpo; hombre atento, servicial, corts, en suma, caballero, que, sindolo por su cuna (1), declaraba serlo por su crianza. Este consinti en que un ordenanza fuese una tienda de comestibles poco distante traernos de all algo que comer durante nuestro descanso, que debia ser de dos tres horas, atendiendo al estado de la marea. Supo esto con enojo nuestro aprehensor, que deseaba sujetarnos hasta padecer hambre. Pero como declarase ste su intento, y mezclase con la declaracin nuevos insultos y amenazas, ya colrico Lpez de Baos le hizo presente que, preso y todo, antes de ser condenado era un coronel quien d e bia respeto un subalterno, y que, esto aparte, nunca un hombre de honor, como debe serlo quien viste uniforme, maltrata ni aun de palabra persona alguna, y menos siendo personas algo distinguidas, de cuya custodia est encargado. Parse un si es no es turbado con: esta reconvencin aquel hombre rudo y violento; pero, recapacitando un poco para buscar disculpa explicacin de sus
{!) Era hijo hermano del marqus de San Gil.

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ANTONIO ALCAL GALIANO.

malos modos y rigor brutal, nada de esto es por ustedes (dijo), compaeros; esto va principalmente para el perilln, del paisano. O yo con paciencia el cumplimiento hecho mi pobre persona, pero no le extra, por ser entonces tal modo de pensar comn en la parte baja de la milicia; ideas que ya van desvanecindose, aunque no hayan d e s aparecido del todo en cabezas poco ilustradas. Lo cierto fu que por mortificar al perilln del paisano no quiso el bueno del oficial dejar de hacer lo mismo con aquellos quienes llamaba compaeros. Porque, ansiando privarnos del corto regalo de un mal almuerzo, de r e pente dio orden de ponernos en marcha para el castillo,- pesar de que no habia bajado la marea lo bastante para ir l pi enjuto, como habria sucedido con slo haber esperado todava sobre una media hora. Perdimos, p u e s , como antes apunt, el segundo almuerzo, y le perdimos habindole pagado como el primero, y nos dirigimos sin demora nuestra prisin por entonces definitiva, llegndonos el agua hasta el tobillo cuando menos, y en algunos lugares bastante ms arriba, y lastimndonos los pies coa tropezar en las puntas agudas de las numerosas rocas que, cubiertas por el mar, aun no podamos ver para evitar pisarlas. No era esta una gran desdicha ni un peligro, pero era incomodidad bastante para que los soldados de nuestra escolta, no obstante ser del batalln de Leales y n u e s tros enemigos, hacindose cargo del mal ajeno porque en aquel caso lo era tambin propio, gruesen y en voz perceptible y alta dijesen que no era regular ni habiapara qu hacer pasar aquel mal rato aquellos caballeros oficiales. Pero la incomodidad dur poco, y una vez en el castillo, nuestro aprehensor hizo entrega de nuestras personas al gobernador del fuerte, y dejndonos seguros se volvi Cdiz, no sin esperar que bajase ms la marea para hacer menos incmodo su regreso.

Era el gobernador del castillo a s buea sujeto, ostst

HECOEUDOS DE UN ANCIANO.

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antiguo, bien criado, y segn apareca, y apareci, no muy extremado ni firme en ideas polticas, de las cuales alcanzaba poco; fiel sin exceso de celo, por lo cual no nos trat ni con rigor ni con blandura, no fallndonos la cortesa, pero rehuyendo ocasiones en qu ejercerla. Dispuso ponamos incomunicados, para lo cual haba recibido rdenes; pero protestando tener pocos encierros, nos puso de dos en dos, Lpez de Baos con el ayudante Silva, y Arco-Agero conmigo. A esto agreg concedernos quepara comer lo hicisemos juntos los cuatro, estando p r e sente para observarnos el oficial de la guardia. El que lo era la sazn se llamaba D. N. Riego Pica, s e gn l nos dijo, aadiendo, como quien desea estar exento de un borrn, que no tena parentesco con el Riego no Pica, sealado por el hecho de las Cabezas. Solia el Riego realista venir visitarnos, pero no entraba muy adentro en nuestro cuarto, diciendo que tena horror las pulgas, do las que, en su opinin, haba all muchas, de cuyo rigor nos dejaba participar, y paseando de la puerta del cuarto hasta la pared de enfrente, ensartada la llave de nuestra prisin por su ojo en un dedo de su mano, y hacindole dar vueltas continuas, se entretena en darnos noticias propias para desconsolarnos. En verdad, no se quedaba inferior nuestro aprehensor en cuanto tenernos y mostrarnos mala voluntad, pero nos daba pruebas de su desafecto con modos, aunque secos y frios, corteses. As pasamos la tarde del dia 11, en la maana del cual ocurri nuestra prisin y llegada al castillo, y lo mismo fueron lodo el dia 12 y aun la maana del 13. Entretanto, deliberaban los que mandaban en Cdiz sobre qu deba hacerse con nosotros. Que hubo quien aconsejase pasarnos por las armas como rebeldes, si bien ha habido quien lo haya dicho, no parece cierto. Lo primero que se apel fu enviar San Fernando un parlamento

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AMONIO ALCAL GALIANO.

proponiendo canjearnos por los generales la sazn encerrados en la Carraca, y hechos prisioneros cuando fu sorprendido por Riego el cuartel general en Arcos, as como por el ministro de Marina Cisneros, que en la misma ciudad de San Fernando habia caido en poder de los levantados constitucionales. Al llegar al ejrcito dicho nacional esta propuesta, encontr los nimos de los que all mandaban llenos la par de soberbia y de ira. Sabase ya estar ondeando triunfante en ms de un punto de Espaa el pendn constitucional, presumindose con razn que seria alzado en breve aun en Madrid mismo. Si esto daba aliento, por otra parte, el atentado cometido en Cdiz habia sido sabido con indignacin furiosa. Do los gaditanos que en la maana del infausto dia 10 habian salido de la ciudad y adelantado largo trecho, pocos se volvieron atrs y los ms huyeron San Fernando. Congregados all, y enfurecidos con la noticia del hecho atroz y prfido do la guarnicin de Cdiz, rompieron en altos clamores, y comunicaron sus pensamientos y afectos al vecindario de la poblacin donde por dos m e ses y dias habia residido el ejrcito nacional, vecindario hasta entonces tranquilo, y el cual, si en general, ms que contrario nos era amigo, no habia, con todo, hecho demostracin alguna favorable nuestra causa. Alborotada aquella gente, pedia armas para lomar venganza en los asesinos del pueblo gaditano; y si tal jactancia ele poblacin poco belicosa habra valido poco delante de los soldados, tena fuerza moral y no corta or proclamados nuestros principios ya por algunos ms que los militares del ejrcito sublevado, los pocos que estbamos militando con nuestra presencia con nuestra pluma bajo la misma bandera. En aquellas mismas horas llegaron de Gibrallar algunos personajes de cuenta, entre ellos D. Facundo Infante y D. Bartolom Gutirrez Acua, trayendo buenas noticias, como era el pormenor de la revolucin de Galicia, y todava ms

R E C U E R D O S D E UN A N C I A N O .

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^ l e g r e s y muy fundadas esperanzas. Tal era la situacin de las cosas cuando lleg all la propuesta del canje, la cual fu desechada con indignacin, dando por motivo de desecharla que los generales prisioneros lo haban sido por una sorpresa, cuando nosotros los parlamentarios por el carcter que llevbamos ramos personas sagradas aun en medio de la guerra ms reida y seguida con ms furor y encono. Pero, como podia recelarse que los de Cdiz intentasen algo en nuestro dao, se los amenaz con que si en algo nos maltrataban igual suerte cabria los generales prisioneros, atenindose al principio de las represalias; cruel y no muy justo para puesto en ejecucin, pero saludable como amenaza cuando el temor que infunde impide actos de brbara violencia. Siguise esto que envalentonados los constitucionales as como irritados rotas ya las hostilidades con los de Cdiz, adelantasen por la carretera arrecife, y plantasen una batera corta distancia de la Corladura, arrojando desde ella bombas granadas, y haciendo esto como por via de reto y fin de lomar el papel de agresores. Mientras esto pasaba, medio ignorndolo nosotros, en la larde del 13 entr Pliego Pica, segn era su costumbre, en nuestro encierro, y dando su acostumbrado paseo sin perder la maa de guardarse de las temidas pulgas ni dejar de hacer girar la llave en su dedo, nos dijo que corra la voz de haberse prestado el rey jurar la Constitucin, pero que, siendo tal acto las claras forzado, no haca caso de l la guarnicin de Cdiz- No s si esperaba respuesta, pero ninguna dimos, aparentando recibir con frialdad tan graves noticias. Pas la noche, y en la maana del 14 fu relevada nuestra guardia, sustituyendo los del batalln de Leales que la formaba, tropa de las milicias provinciales de Sevilla. Aunque estos cuerpos de provinciales desde 1820 1823 se dieron conocer en general por desafectos la Consti-

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ANTONIO ALCAL

GALIArO.

lucion, en las horas de que voy ahora aqui hablando, g a namos mucho con pasar bajo su custodia. El oficial que mandaba la nueva guardia, si no era amigo de nuestra causa, tampoco era enemigo, y considerndonos como individuos, se nos mostraba atento y afable, de suerte que nos fu muy satisfactorio el cambio que nos privaba del Riego tan diferente del constitucional del mismo apellido. Pero lo principal era no ser dudoso que en Madrid habia triunfado la causa constitucional, aun cuando no fuese completo su triunfo. Tranquila y aun agradable fu la noche del 14 al 1 8 , pero ms agradable an la maana que sigui. En ella fueron recibidas en Cdiz las Gacetas de oficio de Madrid con el decreto del 7 en que prometa Fernando VII jurar la Constitucin, y con la noticia de haber hecho el juramento el 9 con toda formalidad, habindose adems creado una junta modo de vigilante de los hechos futuros del m o narca. Viendo tan trocadas las cosas el gobernador del castillo, envi decirnos que estbamos en libertad, pero que nos tena an en aquella fortaleza por precaucin, trocada la prisin en amparo amistoso, porque estaba r e vuelta y amenazando la guarnicin en Cdiz, dominada por los autores del atentado cometido cinco dias antes. Y como en el mensaje so nos exhortase que nos alegrsemos, comisemos y bebisemos, hubo quien respondiese por via de burlas que en punto comer, sobre todo Galiaiio, no habia esperado el consejo, siendo cierto que yo, la sazn joven y glotn, habia distrado mis penas comiendo copiosamente. Pasamos visitar al gobernador en respuesta su cortesa, y fuimos muy agasajados por l y por su mujer y dos hermanas de sta que tena consigo. Asi corri el dia 15, hasta que, llegadas las horas avanzadas de la noche, nos entregamos al descanso y sosegado sueo. Habamos despertado temprano, y Arco-Agero.

RECUERDOS D UN ANCIANO.

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'Suyo humor era alegre, me habia rogado que escribiese una proclama de mi invencin dictada por l, cuando, llamando la puerta de nuestro cuarto, ya no encierro, al abrir me encontr al entonces oficial subalterno de la armada Real, y hoy teniente general de la misma y consejero de Estado, D. Juan Jos Martnez y Tacn, conocido mi -antiguo, el cual me dijo que vena con un bote de orden de su general recogernos para llevarnos San Fernando, haciendo el viaje por agua, por donde no es coslumbro hacerlo, rodeando Cdiz, porque el estado de la plaza 6 ciudad, donde segua la guarnicin, si no sublevada poco menos, y mostrndose resuelta no hacer paz con los constitucionales, no consenta que atravessemos por dentrodo su recinto, de lo que se seguira peligro no slo nuestras personas sino la paz pblica. Yestimonos al instante, despedmonos apresurados del ya amigo gobernador y de su familia, subimos al bote por la playa, no habiendo all muelle, y, estando clara y templada la maana, casi callado el viento y la mar serena, como si estuviese la naturaloza en consonancia con el estado de nuestros nimos, rodeamos la todava inquieta y acongojada Cdiz hasta llegar las aguas de su baha. Ail atracamos al navio general, y se nos dijo que subisemos l. lucrnoslo as, y pasando la cmara, encontramos en ella al general, mi t o , acompaado de sus hijas. Un seco saludo de nuestra parte correspondi al que l nos hizo, y, puestos un lado de la cmara como en formacin nosotros, y al otro el general con su familia, rein por algunos instantes completo silencio, dominando en nuestros nimos la pasin poltica un punto de hacerme an m olvidar las relaciones de estrecho parentesco. Mi tio, siempre corts, aunque nunca afable en su rostro, ni cuando lo era en su intencin y su trato, nos inst que participsemos de su almuerzo, p e r o , proponindonos la alternativa, en caso de no aceptar e l convite, de irnos inmediatamente nuestro ejrcito ne

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ANTONIO ALCAL, GALIANO.

una fala que al intento estaba preparada. Escogimos \& ltimo con despego que rayaba en descortesa, y nos salimos de la cmara haciendo un fro y si'encioso saludo. Bajamos la embarcacin, emprendimos nuestro corto viaje, y al enfilar, despus de la lnea de la Cortadura, la en que estaba nuestra recin plantada batera, sabedores los que la guarnecan de ir nosotros en la fala que vean lo lejos navegando para San Fernando, rompieron el fuego con un ruidoso saludo. Otro tanto hicieron las bateras de las inmediaciones de San Fernando, habiendo la particularidad de que pasasen muy altas silbando dos tres balas de can por encima de nuestras cabezas, lo cual alborot nuestro acompaante el oficial de marina, poco antes aqu citado, no por causarle linaje alguno de temor, pues ningn peligro corramos, ni aun, habindole corrido, podia ello haber hecho mella en el nimo de un militar pundonoroso y bizarro, sino porque recel que, enfurecidos y enconados los constitucionales contra los de Cdiz,, quisiesen mostrrseles enemigos. As me lo manifest, pero yo le desvanec su sospecha, adivinando la causa de la ocurrencia que la motivaba, la cual fu que en la prisa del alborozo, sin reparar que algunos caones estaban cargados con bala, los dispararon por via de salva en celebridad de nuestro regreso. As fu que continuronlos disparos ya con slo plvora, produciendo cada estampido en nuestros nimos ms grato efecto que el que habria causado la ms dulce meloda. Llegamos por fin al muello denominado do la Punta de la Cantera, hallrnosle cuajado, de gente, rompi en altos vivas el concurso, y al poner el) pi en tierra fuimos abrazados y aun llevados en brazos ' en andas formadas por brazos, no slo por los de nuestro ejrcito, sino por el paisanaje de aquella vecina poblacin, si antes indiferente, cuando ms tibia, entonces ya constitucional ardorosa. Volvise la escuadra la fala, y nosotros pasamos al pueblo que por ms de dos meses h a -

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tria sido el de nuestra residencia, en dias muchos de ellos de tribulacin, y al cual volvamos en horas de triunfo inefable alegra. Tard algunos dias en abrirse del todo la comunicacin con Cdiz, cuyos habitantes seguan amedrentados punto de ni sentir gozo por las que deban ser para ellos felicsimas nuevas. Tard asimismo la guarnicin en resignarse las consecuencias de la mudanza de gobierno, aun sabido ya que ella se habia doblado el Rey, y continu por breve plazo de dias ni sumisa ni rebelde. Pero de all poco hubieron de salir de la plaza, teatro de su exceso, aquellas tropas mal contentas, entrando ocupar su lugar los de nuestro ejrcito, cuya causa habia triunfado. Entonces comenz tratarse de formar causa los fautores del suceso del 10 de Marzo, y as lo dispuso el Gobierno, haciendo lo que debia en rigorosa justicia, pero quiz no lo ms conveniente. El clamor de los constitucionales de Cdiz y de nuestro ejrcito pidiendo que fuesen tratados aquellos d e lincuentes con todo el rigor de la ley, quit (bien es repetir lo dicho en el principio del artculo presente) la j u s ticia, si no su verdadero carcter, las apariencias de serlo y casi toda su fuerza moral, porque nuestros clamores ms que otra casa sonaban como de quien pedia venganza (1).
(1) Estando, como estoy, pronto siempre condenarme mi mismo, cuando creo que he errado yerre, debo recordar un h e cho. En el 10 de Marzo do 1S22, esto es, habiendo pasado sin p a r ticular mencin en el de 1821, si mal no recuerdo por consejo mi. nos presentamos en el Congreso, vestidos de luto, los diputados por la provincia de Cdiz pedir se activase la causa de los que haban trazado capitaneado la sedicin militar ocurrida en aquel dia dos aos antes. Si bien es cierto que escandalizaba la dilacin en el proceso, la cual fu t a n t a que slo u n a vctima oscura pag por otras personas harto ms culpadas, que vivieron p a r a recibir alabanzas y premios por su atentado, no es menos verdad que influir con n u e s t r a accin en el curso de lajusticia era, cuando ajenos, impropio. esto se agreg que. habiendo hablado contra

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ANTONIO ALCAL CALIANO.

Justo habra sido calificar la accin de los realistas del de Marzo como delito, y no como fidelidad la causa del Monarca; pero bien habra sido tambin cubrir aquellos excesos y quienes los cometieron con el manto del olvido de la clemencia. No fu as, y con todo no se logr su condenacin y castigo; pero les preparamos dias de altas alabanzas y recompensas dentro del plazo de p o e s ms de tres aos, plazo al espirar el cual dio vuelta c o m pleta en nuestro dao la rueda de la fortuna.
nosotros u n diputado eclesistico, constitucional moderado, le r= pliqu yo con tal violencia, que hubo de rayar en desmn, pues39 alz u n clamor contra m, aun en aquellas Cortes tan v i o l e n t a s e s sus principios y conducta.

XI.

LAS SOCEDADES PATRITICAS DE 1850 1 8 3 3 .

Tanto hay dicho, y con tantas equivocaciones v e c e s , sobre las llamadas sociedades patriticas de la poca c o r rida desdo -1820 1823, que bien ser dar de ellas a l g u n a razn, exacta noticia, aun cuando obliguen las c i r c u n s tancias hacer b'reve y superficial la que dar me a r r o j o . Hasta puede decirse que, en cierta manera, aquel c u y o n o m b r e suele ir unido con la de una de ellas, y esta la ms clebre, toca describir el teatro en que hizo algn p a p e l , y recordar las escenas all representadas, l o cual t a l v e z n o har con la imparcialidad debida en los j u i c i o s , p e r o s c o n fidelidad al referir de los hechos. Establecido en Espaa un gobierno de los apellidados l i b r e s , dignos del nombre que llevan e n cuanto les es a p r o p i a d o porque e n ellos hay libertad para expresar los p e n samientos, ya por la va de la imprenta, y a p o r d i s c u r s o s e n l o s Cuerpos deliberantes, cuyas sesionas s o n pblicas, n a d i e pens p o r lo pronto en hacer uso d e la p a l a b r a a n t e
un numeroso concurso para tratar cuestiones polticas, no

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hacindolo'en virtud de ejercer un cargo pblico, sino slo para ejercitar un derecho de individuo particular y libre. La Constitucin de 1812, prolija en general, estaba manca en algunos puntos, y sobre lo llamado derecho de reunin nada decia. El recuerdo de los famosos clubs de Francia vivia entre los franceses y asimismo entre los extranjeros, inspirando un horror de lo pasado, infunda terror cuanto lo futuro. En Inglaterra es cierto que con frecuencia s e congregaban crecidas turbas tratar de la cosa pblica, ya en general, ya en lo relativo cuestiones pendientes; pero tal prctica, emanada no ya de una ley, sino de falta de ley que la prohibiese, habia sido, como lo ha sido despus en ms de una ocasin, coartada, y por otro lado e s taba enlazada con las costumbres do un pueblo rara vez tomado por modelo, aun cuando sea muy comn, as como muy justo, alabarle. Adems, la Constitucin habia nacido en una plaza sitiada, donde era difcil que se consintiese deliberar en reuniones numerosas, que fcilmente podan convertirse en motin, con gravsimo peligro, cuando n o dao, de la seguridad pblica. En medio de todo ello, result que mientras de la libertad de imprenta se habl mucho en la primera poca constitucional, en la de reunin apenas hubo quien pensase. Sin embargo, en Cdiz, entrado el ao de 1814, hubo da formarse una como tertulia pblica en la sala de un caf, donde se hacian discursos, y aun, segn tengo entendido, proposiciones para que fuesen aprobadas. Pero aquella ciudad, si bien la ms sealada entre todas las de Espaa por su adhesin la causa constitucional, no era ya residencia del Gobierno, y todo cuanto en ella pasaba no tena importancia superior la que tiene una capital de provincia. Muri recien nacida la tertulia sociedad de que acabo de hacer m e n c i n , y slo dej de s memoria por haber sido duramente castigados quienes ella concurrieron, y por haber alcanzado el castigo al sitio en que

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celebr sus sesiones, pues, como en otro lugar de estos mis recuerdos dejo contado, restablecido el Gobierno absoluto, el conde de La Bisbal mand convertir aquella pieza de un caf en cuerpo de guardia para purificar su atmsfera; castigo que, declarando serlo de una sala inocente impasible, lo era del dueo del establecimiento, quien caus grave perjuicio. Corrieron, en tanto, los aos, y en 4820 fu restablecida Sa Constitucin por un levantamiento militar que vino sor popular, y por haberse allanado el Rey jurarla y ponerla en ejecucin. Entonces hubo de pensarse en celebrar r e uniones que imitasen los meetings ingleses los clubs franceses. N'o s de quin naci esta idea, y lo cierto es que, poco despus de jurada por Fernando VII la Constitucin, se abri en Madrid en el caf llamado de Lorencini, situado en la Puerta del Sol, una sociedad que pronto adquiri grande inilujo y fama no de la mejor ciase. A e la, con todo, hubieron de concurrir personajes de tanta nota cuanto eran el ex-ministro D. Jos Garca de Len y Pizarro y el conde de La Bisbal, sincerarse de cargos que all les hacan en discursos apasionados delante do un auditorio numeroso. Como debia suponerse de tal reunin y de aquellas circunstancias, predominaban all las opiniones ms extremadas, sustentadas con vehemencia; y no siendo los oradores ni los asistentes gente flemtica ni acostumbrada al uso del examen y discusin libres, pronto asom intencin de que lo que en la reunin se resolviese no se quedase en vanas palabras. : Mientras esto ocurra en la capital de Espaa, otro tanto pasaba iba pasar en varias poblaciones de las ms considerables. Era natural que en la ciudad de San Fernando ( segn era comn todava llamarla por su nombre antiguo de la isla de Len) no nos quedsemos atrs en punto formar reuniones de igual clase, que desde luego toma:

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ron el nombre de sociedades patriticas, con el cual llegaron adquirir nada buena fama y censura merecida; pero es error suponer que en los dos meses y medio que habia estado all proclamada la Constitucin por el ejrcito encerrado en su recinto, se hubiese pensado siquiera en hablar en pblico sobre materias polticas, lo cual no podria haber sido sin algn peligro para nuestra causa. Al revs hubo de preceder la sociedad apellidada Lorencini en Madrid la que se abri en San Fernando, muy entrado el mes de Abril de 1820. Dispsose abrirla en un caf, en el cual se levant una tribuna, remedo fiel en la forma de los pulpitos de nuestras iglesias, desde el cual sitio locaba perorar ante un inmenso auditorio al que se titulaba orador, falta de Ululo que mejor le cuadrase. Me toc ser el primero para inaugurar las tareas de la sociedad, pues no inferior ttulo que el de inauguracin dbamos aquel acto. Era la vez primera que iba yo hablar un nmero crecido de personas congregadas sin exigir circunstancia alguna para darles entrada, esto es, puerta abierta. Y aqu perdonarn mis lectores que me detenga un tanto hablar de cosa de tan corto valer como es mi persona, , digamos, mis pensamientos, dichos y hechos, porque licito es aprovechar una ocasin de manifestarse tal cual es y ha sido un anciano con frecuencia maltratado, y porque tal manifestacin, aun teniendo mucho de defensa, contribuye poner en su verdadera luz sucesos mal conocidos de una parte de nuestra historia. Haciendo mi examen de conciencia, y buscando en mis adentros qu motivo pudo inducirme, con algunos aos ya de carrera diplomtica, con parientes c e r c a n o s , todos ellos parciales del Gobierno del Rey, tal cual era su forma en 1819, aunque desaprobasen sus excesos por un lado y por el otro su torpeza, y teniendo medios de medrar como habia tenido algunos, y desprecindolos, jugar

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con gravsimo peligro mi vida, y mi situacin y esperanzas, podria caer en la tentacin, que sera sobre criminal, ridicula, de reputarme manera de un Santo en lo poltico, como lo son algunos en lo religioso, , dicho de otro modo, un varn justo olvidado de su propio nteres y hasta de su vanidad, y dedicado completamente al triunjftM8. de un principio al que estaba pronto sacrificarlo ^do ^/*; para conseguirle cualquiera costa. Ahora bien: si Jp^ta-i'*' les hombres en la esfera poltica, lo cual ni afirmo n i ^ e g o , no tengo yo ni tena la arrogante pretensin de ser*tle,su nmero. He de confesar, pues, que mi deseo de h a b l a b a , pblico, lo que puede llamarse una fuerte vocacin, me impela sobreponer mi nteres inmediato el ms remoto de obtener aumentos la par con gloria, y proporcionrmelos con el instrumento de la palabra.
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A dar fomento esta mi ambicin me llevaban asimismo mis doctrinas. Lo poco que en Espaa se entenda de poltica, ha sido causa de no haberse comprendido bien las mias, y los hombres ms entendidos de la generacin presente, dndose poco estudiar lo pasado, han formado con ligereza sus juicios sobre mi conducta y opiniones. Hasta ha habido hoy mismo un escritor, y no mi enemigo, q u e , honrndome con elogios excesivos y superiores mis merecimientos, comete la atroz injusticia de compararme con Danton (1); con el feroz demagogo incitador de sediciones y matanzas, cuya memoria est unida la de los asesinatos de Setiembre. Cierto es que yo he dado ocasin alguna vez tales cargos, y que, puesto en circunstancias revolucionarias, he
(1) Aldese aqu la obra recien publicada por D. Juan Rico y Amat sobre los oradores espaoles. Hay en ella errores, no pocos ni leves, nacidos de que al hablar de aquella poca, faltando noticias, se fundan los juicios en suposiciones. As, da por supuesto el a u t o r que hubo muchas reuniones en San Fernando, en las cuales me mostr yo furibundo demagogo.

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obrado y aun hablado como procedan y hablaban los prohombres de la revolucin francesa, si bien no como los feroces jacobinos; pero estos casos raros no constituyen, no constituyeron en m, segn es comn suponer, un desmandado demagogo. Mi yerro principal vena de mi admiracin de las libertades inglesas, y de mi persuasin de que podian y deban ser aplicadas mi patria. Saba yo el ingls casi desde la niez; habia leido mucho los buenos autores de aquella nacin, miraba sus prcticas y leyes con veneracin y envidia, y deseaba traerlas mi patria. Republicano, ni soaba en serlo. Una mudanza de soberano, llegase no serlo de dinasta, habra sido muy de mi gusto, por razones claras de comprender; p e r o , no vindola posible, no ponia mi pensamiento en cosa que ella encaminase. Tal era el interior, tales las doctrinas del hombre que comenz adquirir renombre en ias tribunas de las sociedad e s populares. Cuando sub la abierta en San Fernando, varias circunstancias ridiculas por ser pequeas contribuan turbarme, y, sin embargo, aun no estando preparado, romp hablar, y siendo locamente aplaudido por mi verbosidad, cobr con los aplausos bros, y conclu mi primera arenga en pblico, la cual habra de ser seguida de muchas, no siempre en provecho de mi persona, , dicindolo con propiedad, de mi concepto. Pero tales discursos, ms que encaminados promover desorden pregonar y propag a r doctrinas demaggicas, se reducan trivialidades: mucho repetir la voz libertad; mucho encarecer los bienes que ella trae consigo; mucho ensalzar la Constitucin, como fuente de la cual habia de correr como en torrentes todo linaje de felicidad pblica y aun privada; alguna vez explicar la ndole del recien establecido Gobierno, en su todo en sus parles. Debo aadir que, con rara excepcin, las sociedades patriticas de provincias no pasaron

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d e ser necias insulsas, quedando reservado las de la capital el ser en alto grado perjudiciales. Ya lo era entonces en Madrid la llamada de Lorencini. O sea la condicin impaciente de los pueblos meridionales, gente la cual, con alguna contradiccin, es larga en palabras, y no se contenta con ellas, sin querer pasar desde luego las obras, sea porque todo pueblo no acostumbrado la discusin templada y pacfica slo quiere usarla como preliminar de actos dirigidos ejercer el poder, los radares del caf de Lorencini pretendieron ser no una reunin de individuos sueltos, sino un cuerpo deliberante. As es que enviaron diputaciones al Gobierno, pidiendo no menos que excluir del Ministerio uno de los que le componan, al ministro de la Guerra, marqus de las Amarillas. Admir al Gobierno tal y tanto desacato; neg los suplicantes su arrogante pretensin; alterse con este motivo, aunque no gravemente, la paz pblica; fueron de resultas presos algunos de los de la sociedad sealados por haberse desmandado, y !a sociedad de Lorencini, si no fu disuelta, hubo de ser reducida silencio, lo menos por breve plazo. Pero el viento soplaba la sazn favorable las reuniones llamadas sociedades patriticas, que iban naciendo en en toda poblacin un tanto considerable de nuestra Espaa, con aprobacin de los constitucionales todos. Hasta les habia dado su aprobacin Martnez de la Piosa, quien, recin salido del lugar de su confinamiento, habia estado en la de Granada su paso por aquella ciudad; aprobacin expresada con una frase ingeniosa, pues las calific de batidores de la ley. As en Madrid, sintindose los malos efectos de las discusiones del caf de Lorencini, pero convinindose, en general, en que, si aquella sociedad habia sido mala, era lo conveniente crear una buena que le hiciese frente, se procedi la formacin de una asociacin nueva, titulndosela de los amigos del orden, y escogiendo para lu-

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g a r donde se estableciese el espacioso saln del caf apellidado de la Fontana de Oro. Era el tal saln largusimo y de alguna anchura, y por su construccin permita hacer una divisin entre la parte de la sala que haban de ocupar los socios, y otra de grande capacidad destinada contener un crecido nmero de oyentes. No falt su pulpito con el nombre de tribuna, remedos la cosa y el nombre de la vecina Francia, bien que ya hubiese habido un mueble igual, llamado lo mismo en nuestras Cortes de 1810 1814, donde uno otro orador subia para pronunciar desde all leer sus arengas. Habia yo llegado Madrid ocupar y servir mi plaza de oficial ltimo de la secretara de Estado (ascenso por cierto no muy notable con que habia sido premiada la parte que habia tenido en la recien hecha revolucin), cuando fu abierta la sociedad de los amigos del orden, cuyo destino fu en breve ser conocida slo por el del lugar en que celebraba sus sesiones, perdiendo poco poco, pero no desde luego, del todo su derecho la honrosa denominacin que habia tomado. Yo, que habia hablado dos tres veces en la de San Fernando, y una vez sola en la que se abri en Cdiz en el caf del Correo, granjendome en esta ltima ms desaprobacin que aplauso, porque choqu con una pasin nacida de lo que crean los gaditanos ser su inters, me prepar para estrenarme en la capital como orador estrenando la sociedad nueva, sin que pueda ahora acordarme de cmo me fu concedido tal honor, aunque s confiese que le deseaba y que le habia solicitado. Mi primer discurso ya tuvo algo de oposicin; accin impropia de un empleado, pero muy natural en aquellas circunstancias, porque ya empezaba, haber disensin entre los que comenzaban calificarse unos de hombres de 1812 y otros de 1820; los primeros, ufanos de la fama antigua y de sus gloriosos oadecimientos, y los segundos

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de ser restauradores de la caida Constitucin; aquellos, tratando estotros con entono y desden, y correspondiendo los desairados con resentimiento, pues llevaban menos que lo debido cuando tal vez eran superiores sus merecimientos, sus esperanzas sus pretensiones. No estaban an, sin embargo, vivas las pasiones que pronto empezaron dar muestra de s, excepto en lo relativo al marqus de las Amarillas, quien miraban con disgusto los constitucionales ms ardorosos, y particularmente los restauradores de la Constitucin, digamos los revolucionarios, porque el marqus, constitucional, pero tibio, no de los perseguidos en 1814, aristocrtico en sus modos y aficiones, y celoso de la disciplina militar y aun del orden civil, no era admirador de la sublevacin militar de las Cabezas ni de las que siguieron, y si bien ao trataba mal los participantes en aquella empresa, ocultaba poco que al considerarlos como buenos obraba casi forzado. Y si bien no era esto de culpar en el marqus, tampoco es de extraar que no le mirasen bien aquellos que le creian su enemigo, ni que extremndose como gente violenta, y abultndose su enemistad, le profesasen poco menos que odio. Si yo no llegaba tanto, esto prueba que hacer guerra al marqus de las Amarillas era cosa natural en un hombre de 1820, revolucionario, y aunque no militar, parte del ejrcito de Quiroga, que con el dictado de ejrcito libertador subsista unido. Adems, aunque desaprobase la sociedad nueva los excesos de la antigua, y hubiese sido creada para formar respecto de ella un contraste, la miraba, sin poderlo remediar, como hermana; hermana de mala conducta, pero con quien la ligaba algn vnculo, y cuyos yerros, si bien indudables y vituperables, ms consistan en su modo de proceder que en sus doctrinas, porque habia caminado por malas sendas buenos fines. Lo cierto es que yo en mi primer discurso en la Fontana impugn la idea de que por la va de la imprenta en los

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discursos de las sociedades se debia hablar de las cosas en general y no de las personas, sosteniendo que en los actos de la vida pblica, si bien respetando los de la privada, era en los que deban ocuparse quienes servan de intrpretes de despertadores de la opinin pblica. Y siguiendo esta idea, puse un caso hipottico de un personaje elevado quien debamos aparecer hostiles, y design al marqus ministro de la Guerra sin nombrarle, casi copiando un discurso que contra el ministro ingls sir Roberto Walpole hizo hacia 1730 sir Guillermo Windham en el Parlamento britnico; discurso de poqusimos, si acaso de algunos espaoles, conocido entonces, por lo cual hubo de parecer idea original mia lo que era plagio, y logr altos y repetidos aplausos por el contenido de.mi discurso y por mi modo desenfadado de pronunciarle. As empez la sociedad de la Fontana, y as poco ms menos sigui en 1820, hasta que en 1821, ausente yo de ella, vino ser un teatro donde se representaban escenas escandalosas. Cuatro cinco discursos de medianas dimensiones hice yo en la Fontana, en todos los cuales me mostr parcial loco del levantamiento de 1820, pero no deseoso de desorden ni provocando l; errado con frecuencia en mis principios, pero slo por extremarlos, y nunca trocndolos por otros ajenos la Constitucin vigente; en suma, digno de severa censura por mi poco seso, pero no de mayor pena como incitador desmanes. Hablaban all don Ramn Adn, D. Manuel Eduardo Gorostiza, clebre autor de comedias, en aquellos dias muy aplaudidas, D. Manuel Nuez, muerto pocos dias h, intendente jubilado, y otros ms de cuyos nombres en este instante no me acuerdo. Todos ellos, si no hacian oposicin al Gobierno, abogaban la causa entonces llamada ya de los exaltados. Apareci un dia en aquella tribuna un eclesistico llamado D. N. Falc, que habia sido (creo) diputado en las Cortes ordinarias

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de 1813 y 1814, y pronunci una oracin elegantsima, -uya nica falta era exceso en el alio del estilo y en el esmero de la pronunciacin; y agrad sobremanera al auditorio y hasta le cautiv lo que dijo, y el modo de decirlo. Con todo, su argumento no pas de ser alabanzas de la Constitucin y de sus consecuencias en trminos generales; propio proceder de hombre que de all dos aos habia de sealarse como diputado Cortes entre los moderados primero, y la postre entre los apenas constitucionales, si bien no enteramente absolutistas. Otro clrigo de distinta especie, grosero y osado, y antes de una orden monstica, tambin apareci en ms de una ocasin en aquella tribuna, sacando partido de que solia acompaar una seora francesa viuda del general D. Lus Lacy, y de que presentaba al pblico un nio del cual deca, no sin ser contradicho, que era hijo de aquella ilustre y desgraciada vctima de nuestras discordias civiles. Con todo esto, corra el tiempo, y los amigos del orden, si bien contrarios al Gobierno, como no podan menos de serlo, pues una reunin de la clase de aquella sociedad, si no es de oposicin, muere, matndola cuando no otra cosa el fastidio que causa, todava no haban hecho cosa alguna en quebrantamiento del orden ni que ello se aproximase. Sin embargo, habia dado la sociedad uno otro paso en que nadie repar por el pronto, y cuyas consecuencias podan ser peligrosas y aun fatales, porque se arrogaba facultades de un cuerpo poltico que, como tal, proceda fuera del lugar donde se congregaban los socios para hacer discursos. As fu que en Junio de 1820, estando prximo venir Madrid el general Quiroga, diputado Cortes electo, la sociedad de la Fontana nombr una comisin que fuese obsequiarle en nombre de la misma en su entrada en la capital de la monarqua. Pero en ello nadie hizo alto para censurarlo, y la sociedad, como tal, re-

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rrpresent su papel en las demostraciones hechas para honrar al general del ejrcito que habia proclamado la. Constitucin en San Fernando. Entretanto, ninguno de los socios primeros de la F o n tana se habia separado de la sociedad, aunque desaprobasen el espritu que le animaba, y sola concurrir ella an D. Sebastian Miano con otros de sus opiniones, censurando los oradores, casi siempre con razn, pero no condenando al cuerpo entero. Iban as las cosas, cuando la llegada de Riego Madrid, juntamente con los sucesos que la acompaaron y siguieron, y los que haban antecedido y produjeron su viaje, vinieron convertir en rompimiento escandaloso lo que era discordancia de opiniones, y ms todava de intereses, entre los dos bandos que ya aparecan formados en el gremio de los constitucionales. No es mi propsito ahora referir aqu lo que ya en alguna otra obrilla mia dejo dicho, y lo que con ms extensin est explicado en algn escrito mi que acaso ver la luz despus del momento, poco lejano, en que cierre yo los ojos ella, tocante la conducta de Riego, de los ministros y del partido que con el famoso general obraba, y del cual se desentendi y apart l en su conducta en los sucesos que sealaron los dias primeros de Setiembre de 1820. Me cio hablar del papel que en tan graves circunstancias present la sociedad de que era yo parte principalsima entonces. La cuestin pendiente entre el Gobierno y los hombres de 1820, casi todos, era si habia no de ser disuelto el ejrcito que se habia levantado en Enero proclamando la Constitucin, y que despus habia tenido aumento de fuerza, y estaba al mando de Riego desde que habia venido Quiroga tomar como diputado su asiento en las Cortes. No habia una buena razn que pudiese alegarse contra la providencia del ministerio que habia dispuesto la disolucin, Dero con ello pareca sin razn que caia una.

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mancha sobre la revolucin, representada por aquel ejrcito; no siendo de extraar que fusemos tan propensos recelar los que sentamos en nuestro fuero interno que nuestro hecho nos haca acreedores extremos de alabanza de censura, participando mucho de esta ltima todo cuanto no era la primera. Era lo cierto entonces que la revolucin estaba concluida legalmente, pero en la realidad no, porque estaba fuerte, y trabajando con actividad la vencida causa su contraria, teniendo por su cabeza al monarca reinante, y por cmplices todos I 0 3 gobiernos de Europa y una parte muy crecida del pueblo en Espaa. De tal situacin nada bueno podia salir, y en ella nada podia hacerse con acierto completo; y no siendo las cosas lo que sonaban y aparentaban ser, lo que tena visos de racional por lo comn no lo era, y de todo ello nacan juicios errados y actos conformes tales juicios, siendo la verdad que del triunfo de la Constitucin rgidamente observada, y dando al trono todo cuanto ella le conceda, con ser tan poco, la restauracin del antiguo gobierno absoluto era, si no infalible, harto probable. No pretendo con esto abonar mi conducta y la de quienes conmigo obraban. Trato slo de explicar el origen y la ndole de nuestras culpas. En la Fontana solia hablarse contra la disolucin del ejrcito, pero no con mucho ca^or ni con insistencia, porque en otras partes, y no del todo ostensiblemente, halia comenzado y estaba siguindose con ardor la guerra comenzada. A la llegada de Riego se haban repetido los obsequios hechos Quiroga, pero con muy inferior efecto, pesar de que en renombre y concepto exceda mucho el primero al segundo. Las circunstancias habian variado: los constitucionales estaban divididos, y los nimos estaban ms dispuestos luchar que mostrar satisfaccin concurrir festejos.

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Todo ello vino parar en recibir Puego una orden d e ir de cuartel Asturias, lo cual equivala un destierro, y en recibir rdenes iguales parecidas el general de artillera D. N. Velasco, el coronel D. Evaristo San Miguel,, el de igual clase D. N. Manzanares y algn otro. Pe m c o menz susurrarse que sera enviado como secretario deembajada Londres, plaza que entonces desempeaba, sin perder por ello su puesto, un oficial de la secretara de Estado. Pero no fu as, y las cosas tomaron para m o'.ro aspecto. Fui llagado por el oficial mayor de la s e c r e tara D. Joaqun Anduaga, el cual me hizo presente que as l como otros dos compaeros suyos que lo eran mos, D. Mauricio Ons y . Manuel de Aguilar, iban separarse de la sociedad de la Fontana, de la cual eran todava socios, y que esperaban que yo hiciese otro tanto, no slo por razones de lo llamado compaerismo, sino tambin por otras de mucha mayor fuerza. Mi respuesta fu negarme rotundamente lo que se me pedia, y, como se me hiciese presente cuan impropio era seguir yo sirviendo mi plaza en una secretara del despacho, y continuar siendo miembro de un cuerpo declarado ya hostil al Gobierno,, convine yo en que tal proceder sera malo y hasta escandaloso, y que por lo mismo estaba yo dispuesto hacer renuncia, pero de mi empleo, y no d e l oficio de orador en la tribuna de la Fontana. Cumpl en breve mi propsito,, extend mi renuncia en trminos un tanto impropios, y aunque respetuosos en la forma, todo lo contrario en el fondo, y al cabo de ocho aos largos de carrera, y tras d e mis servicios una causa que entonces de oficio estaba declarada justa, qued reducido la clase de mero particular, sin derecho percibir sueldo, porque an no existia la clase de cesantes. Consumado hecho tal, en que mi fatua vanidad tena nocorta parte, aunque tambin tuviesen alguna y no leve los principios que quera yo arreglar mi conducta, esper-

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coger amplio premio de mi sacrificio en vivas y palmadas. Sub, pues, en la noche del 6 de Setiembre la tribuna de la sociedad, seguro de ser aplaudido, y ciertamente al principio excedi la realidad mis esperanzas, con ser estas muy subidas. Una salva de aplausos tanto cuanto ruidosa, prolongada, me salud al presentarme al pblico, y yo, embargado el nimo, enternecido, cediendo un tiempo buenos y malos afectos, iba empezar mi discurso, del cual hube de pronunciar algunas frases, justificando ensalzando mi proceder, cuando fui interrumpido de un modo inesperado, y tanto, que habria sido en balde todo intento de proseguir mi arenga, si ya no me contentaba con hacer el papel, sobre intil todo fin desairado, de quien, segn la frase vulgar, predica en d e sierto. El suceso que interrumpi mi oracin fu haber coincidido con ella un alboroto motin de aquellos que entonces comenz aplicarse la voz de asonada, palabra rejuvenecida de nuestro vocabulario, donde como anticuada figuraba, estando en desuso. A los gritos de vvala Constitucin y viva el pueblo soberano, que eran las aclamaciones principales usadas en semejantes alborotos, hubieron de estremecerse de placer mis numerosos oyentes, los cuales, si eran gratas mis declamaciones, era harto ms agradable el tumulto, pues sobre ser ms animado que el discurso ms vehemente, prometa tener efectos ms inmediatos y de superior importancia. En vano yo, nfluyendo en m por un lado la vanidad, pero tambin (same lcito decirlo) por otro mi convencimiento de que convena ms la oposicin por medio de palabras que por el de alborotos, trat de persuadir mi auditorio de que con oirme servira mejor nuestra causa comn, que con lanzarse excesos, si no de los mayores, desde luego propensos producir algunos de los ms gravesCansado yo, y habiendo dejado vaca la tribuna, no

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hubo quien viniese ocuparla, entretenida la gente ociosa y bulliciosa con el alboroto de las calles; de suerte, que con mi malhadada y apenas comenzada arenga se cerr el primer perodo de aquella sociedad de la que tanto se ha hablado. Al dia siguiente la noche de que acabo de hablar, hubo una acolorada sesin en las Corles sobre los excesos de la noche anterior y los de que ellos eran resultas. Habl Arguelles con alguna elocuencia, con la razn de su parte, y no del Lodo con prudencia tino, y los de la oposicin con escasa habilidad para defender su mala causa. Mientras el Ministerio sustentaba la lid en las Cortes, hizo un alarde ostentoso de fuerza en las calles, poblndolas de tropas, y en la Puerta del Sol de caones, cuyo lado eslaban los artilleros con las mechas encendidas. En el Congreso fu completa la victoria del Gobierno, y en las calles mal pudo conseguirla, pues no hubo asomo de resistencia. Hablar en la Fontana en circunstancias tales era imposible, por lo mismo que no podamos hacerlo con templanza, ni sin ella. Lo que hicimos los principales socios, esto es, los ms activos, fu meternos en una pieza de la casa en cuyo piso bajo celebrbamos las sesiones, y acordar suspender estas por plazo indeterminado, pero no sin hacer manera de una protesta en trminos violentos en la esencia, ua cuando no lo fuesen en la forma. Se me encarg este trabajo, le hice yo de prisa, y le le mis consocios, pero no acert darles gusto, recayendo sobre mi obra muy general desaprobacin por muy diversas razones aparentes, y en verdad, por una comn no pocos que la disimulaban, la cual era el miedo, porque la fiera amenaza del Gobierno recelaban que seguiran duros golpes. Me acuerdo particularmente que, como yo en el desaprobado escrito dijese cosas graves por lo fuertes, protestando que no las decia, hubo un socio de pocas letras que expres su extraeza al noiar la contradiccin entre lo que yo afirmaba

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estando haciendo lo contrario, lo cual respondi en mi defensa otro socio que el escribir es un arte, y que la contradiccin aparente en m tachada era una figura retrica (la pretericin), lo cual con todo no satisfizo. Vino, pues, quedar cerrada la Fontana por dos meses lo menos, sin que los socios compensasen con excesos de la pluma en un manifiesto el sacrificio forzado que hacan r e nunciando al uso dla palabra. Pero cuando permanecamos callados, estuvo pique de llevarnos romper el silencio un incidente, el cual prueba que no tenamos inclinacin obrar por medio de motines. Haban las Cortes votado una ley suprimiendo gran parte de las rdenes monsticas, y el Rey, quien repugnaba dar su sancin tal proyecto, se manifest primero dispuesto negarla, pero despus consinti en darla trueco de ciertas condiciones, y luego volvi manifestarse r e suelto la negativa. Entendida entonces la Constitucin al pi de la letra, se creia que con negar conceder el monarca su sancin un proyecto de ley, nada poco tena que ver el Ministerio, siendo asunto propio de la regia prerogativa; pero aun as importaba los ministros que el proyecto de ley sobre monacales, aun no habiendo sido propuesto por ellos, pasase ser ley con la sancin real. En medio de esto, de algn ministro ms ligero imprudente que violento prfido, de empleados allegados los ministros que crean complacer . s u s superiores servirlos bien, aun contra su deseo en punto los medios, nacila idea de que convenia amedrentar al monarca, sacando de l por el miedo una vez ms lo que ya con frecuencia en los puntos de mayor gravedad se habia sacado. Para tan vituperable fin no dudaron quienes l aspiraban escoger medios nada buenos, pero oportunos; y como la Fontana habia conseguido inspirar la corle terror la par que odio, la Fontana apelaron quienes deseaban violantar la conciencia del Rey compelindole confirmar

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con su sancin la ley sobre monacales. Difundise de s bito por Madrid medio dia la voz de que la noche habia sesin en la Fontana, escitse por varios conductos los socios que cesase la suspensin voluntaria de hablar en su tribuna, hubo muchos que acogiesen por buena tal idea y se prestasen llevarla efecto, y el vulgo liberal, lleno de gozo, se prepar acudir un espectculo para l siempre entretenido, y que lo sera ms s en l hubiese de h a blarse contra la persona misma del Rey en trminos poco embozados. Pero unos cuantos socios no acomodaba d e manera alguna servir de instrumento poltica tan torcida, lo cual sera por otra parto convenir en que nuestra sociedad mereca la acusacin que le hacian sus enemigos, s u ponindola promovedora de sediciones. As fu que, congregados en la pieza en que habamos acordado suspender nuestras sesiones cerca de dos meses antes, ahora deliberamos si era conveniente abrirlas, y, si bien no faltaron quienes opinasen por la afirmativa, prevalecimos los de contrario parecer, y qued la sociedad en su silencio. Por desgracia, sirvi de poco esta determinacin nuestra, pues lleg Palacio la falsa noticia de que en la Fontana estaba ya hablndose contra la corte con gran calor, y ante un numeroso gento igualmente acalorado, con lo cual amilanado el Rey se allan dar la sancin que de l se exiga. Cul fu el resentimiento del Monarca y los palaciegos, y qu efectos estuvo pique de tener, no es asunto de la relacin presente: baste en ella decir que la sociedad de la Fontana, lejos de prestarse promover un alboroto, se resisti hasta abrir sus sesiones cuando hacerlo era provocada, y no fu, por cierto, culpa de los que en ella figurbamos que, contra nuestra voluntad, sirvisemos de instrumento con que amenazado el Palacio cedi al terror que le causaba nuestro nombre, vindose en esto que era peor nuestro concepto que nuestros merecimientos;, preocupacin de entonces que hoy todava dura
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Pero si permaneci muda la Fontana en el suceso que acabo de referir, no as cuando, retirado Fernando VII al Escorial, traz all planes de derribar la Constitucin, y con escasa maa declar su intento sin dar el golpe que meditaba nombrando por s, y sin anuencia de sus dems ministros, para desempear el ministerio de la Guerra una persona todas luces sospechosa. Estall con esta en Madrid un motin que dur tres das, consintiendo el alboroto los ministros, si bien por lo mismo que nadie se opuso los bulliciosos, no pas el desorden de ser una continuada gritera en que abundaban voces injuriosas la real p e r sona (I). Se abri con este motivo la Fontana, y desde su tribuna peroraron varios de los que solian lucir all su e l o cuencia, y algunos ms que en aquella ocasin se estrenaron. Habl yo tambin, y parec fri y poco digno de mi fama, porque eran horas aquellas de desacato en el hablar,, y yo no saba llegar en la forma la descompostura generalmente usada entonces. Esto aparte, la Fontana en a q u e lla ocasin obr en consonancia con lo que pasaba fuera de su recinto, pues ni excit ni foment en gran manera el desorden, contentndose con hacer en l un papel y no el primero. Quien ms se desmand fu u n D . Santiago Jonama, hombre de gran talento y regular instruccin, nada liberal desde 1814 hasta 1820, y h a s t a entonces poco grato los constitucionales, si bien figur despus entre los ms
(1) Los que no vivieron en aquellos dias no tienen idea de loque era entonces una asonada. Lejos de causar terror, como los alborotos de nuestros dias, eran u n a verdadera esta. En vez de cerrarse las puertas de las casas las tiendas, todo estaba abierto y poblados de gente los balcones. El motin se reduca gritos acompaados de canto, porque la revolucin de 1S20 u en alto grado filarmnica. El grito principal era viva el pueblo soberano; las canciones varias. La famosa del trgala se usaba solo delante ele las casas de determinadas personas, y, por lo comn, de noche como por via de cencerrada.

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extremados de su bando, acarrendole sus violencias prisin y temprana muerte causada por enfermedad contrada en su encierro. Este tal aludi que era posible que llegasen las cosas al caso de deponer al Rey, por lo cual, p a sado ya el tumulto, fu llamado por el jefe poltico y medio reprendido en trminos suaves. De los dems en ninguno hubo que notar, porque el yerro delito era de tantas personas y en tantos lugares, que se haca imposible no solo el castigo sino aun la censura. Despus de estos sucesos (por Noviembre y Diciembre d e 1820 y al principiar 1821) tuvo la Fontana un eclipse. Estaba, bien puede decirse, abierta de derecho; pero de hecho nadie hablaba en su tribuna. Hasta no s por qu causa la tribuna hubo de desaparecer por breve plazo, siendo de notar que nadie la ecliase de menos. Si no habia recibido aquella sociedad un golpe, habia sido acometida de un mal funestsimo un cuerpo de su clase, como lo es los peridicos de oposicin violenta, y era que el partido en ella dominante habia venido ser el del gobierno ministerio, por lo cual no era posible hablar desde aquella tribuna dando gusto la muchedumbre. Entretanto, por lo mismo que los llamados hombres de 1820 se haban avenido y unido con los ministros, otras personas de diferente opinin, cuyo inters era casi contrario, se iban deslizando una recia oposicin, cuya fuerza principal era que contaba con el favor palaciego y con el del Rey mismo. Quiso este partido novel, que ni aun podia pretender ser un bando de alguna influencia, us'jr tambin del arma de los discursos en sociedad patritica, sin conocer que arma tal no sirve para todas las manos. As es que form una sociedad en el caf de la Cruz de Malta; pero segn deba suceder, con poca feliz fortuna la postre.

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II.
Para lograr que comprendan los que poco saben de la Historia de Espaa en 1820 por que la sociedad patritica fundada y abierta en el caf de la Cruz de Malta tuvo breve la vida y escasa la fortuna, aunque en ella se habl con tanta violencia cuanto en donde ms, indispensable es decir qu circunstancias debi su origen aquella malhadada reunin y de qu clase de personas estuvo compuesta. Ofendido y no sin causa el Rey de haber sido engaado y compelido por un terror sin motivo dar su sancin la ley de supresin de monacales, se propuso vengarse de un agravio que le punzaba ms porque le lastimaba en su vanidad de sagaz y ladino. Busc la codiciada venganza por varias sendas; primero por una en que caminasen unidos los llamados exaltados hombres de 1820 con los amigos personales del Monarca, digamos sus privarlos, contra los ministros, y despus, no siendo fcil llevar cabotal unin, por otro medio l ms grato, cual era el de una conjuracin que, si sala favorecida por la suerte, acabara la par con la Constitucin y los ministros. Malogrse este ltimo plan, y descubierta la trama, salv al Roy su inviolabilidad, pero la legal de que disfrutaba no alcanz ser moral, por lo cual su persona qued e x puesta, no solo acre censura, sino groseros insultos. Vuelto del Escorial, donde habia ido para llevar adelante su empresa hasta darle cima, y regresando de all, no por su voluntad, sino llamado constreido por fuerza la cual nada tena que oponer, fu su entrada en la capital saludado con maldiciones y denuestos, y estos ltimos de la clase ms soez, de lo que recibi dolor y enojo supe-

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riores todo cuanto podran haberle causado tentativas contra su vida. De ello acusaba sus ministros, y no sin razn, bien que estos servia de disculpa haberles sido imposible refrenar la ira de los constitucionales sin dar los enemigos de la Constitucin un grado no leve de fuerza; cuando estos ya la haban cobrado no corla de resultas de haber sido maltratados los prohombres de la revolucin en los sucesos de Setiembre. Haberse avenido los minist r o s con aquellos quienes dos meses antes haban mirado como contrarios y castigado como inquietos, era otro acto que la corte calificaba de culpa, aunque lo mismo haban querido hacer aparentdolo los palaciegos con plena aprobacin del Rey mal disimulada. Habia adems un crecido nmero de personas no palaciegas, que en las ocurrencias que causaron el destierro de Riego y sus amigos haban abrazado la causa del ministerio con calor, cebndose en los cados, proclamndose constitucionales, y calificando de facciosos sus adversarios; en suma, ofendiendo gravemente unas personas y un partido cuyo nuevo encumbramiento veian con dolor ira, vindose ellos casi pasados una oposicin de la cual no p o dan prometerse ventajas, ni aun siquiera sentirse halagados por el aura popular que respiran por lo comn con recreo las oposiciones. Si entre tales individuos habia algunos amantes sinceros de la Constitucin de un gobierno libre, eran estos en nmero corto, no sealados por su adhesin la causa constitucional en los tiempos pasados, y por lo mismo, ya sospechosos los liberales extremados, en situacin en la cual era fcil hacer caer sobre ellos sospechas de la peor clase posible. Contbase entre esta gente lo general de los afrancesados, llenos cte odio los constitucionales de -1812, y no sin alguna razn, si bien no la bastante, justificar los medios que empleaban para satisfacer su pasin rencorosa. Porque es cierto que en 1820, con alguna injusticia y con ninguna cordura,

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l o s restauradores de la Constitucin, con raras excepciones, no haban escaseado insultos los malaventurados secuaces de Jos Bonaparte, cuyo crimen habia sido grave, pero en algunos acompaado de circunstancias atenuantes, y los cuales aconsejaba una sana poltica tratar como lo han sido en nuestros dias los servidores del Pretendiente. Provocados los maltratados, que lo eran de palabra ms que de obra, pero resentidos de la injuria ms todava que del dao, y estrechando los lazos que los una su misma situacin de excomulgados polticos, iban formando un partido que buscaba en los anticonstitucionales aliados, yndose poco poco desviando aun de la profesin de doctrinas un tanto liberales en que solian ellos buscar y ereian hallar la justificacin de su pasada culpa. Esle amalgama de peisonas vituperaba entonces la conducta del ministerio por lo que llamaba vergonzosa capitulacin con los que le haban hecho guerra en Setiembre, y los cuales habia vencido y sujetado merecida, aunque blanda pena. Pero escogieron para comenzar su campaa los de la novel oposicin el medio de formar una s o ciedad patritica, idea desatinada, de la cual, si lo pensaban bien, no podan sacar provecho. No era la hora en que principiaron poner por obra su plan la ms propsito para sociedades patriticas, si ya no las hacan como lo que eran las de provincia, donde se reducan ias sesiones explicar artculos de la Constitucin, por lo comn disparatando, cosa que no bastaba para los auditorios madrileos, y por esto era preciso que en una Lribuna popular de la capital se hiciesen elogios de los ministros, lo que en reuniones tales no es sufrible, se hiciesen censuras oyndolas con desaprobacin cabalmente la gente en lo general ms inclinada aceptarlas y aplaudirlas, porque no eran del gusto de estas no merecan su confianza los censores.

Sin embargo, los primeros discursos pronunciados en

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la Cruz de Malla acudieron numerosos oyentes, y como los oradores en punto doctrinas y invectivas contra el Gobierno nada dejasen que desear, ni aun comparndolos con los de la sazn muda Fontana, fueron odos con satisfaccin y terminaron sus arengas entre vivas y palmadas. Pero bajo la corriente la cual cedian los aprobantes, de, jndose llevar por ella como incautos, haba otra que impela mirar con reprobacin a oposicin nueva. Los liberales antiguos, y aun la mayor parte de los nuevos, descontando los del mero vulgo, comenzaron murmurar de la sociedad novel, sospechando la intencin que la movia, convirtiendo pronto en certidumbre la sospecha, y llevando mal, como era y es propio de la parcialidad que se dice 6 aun se cree amante de la libertad, que otros hiciesen corte al dolo de su culto y pretendiesen ser por l favorecidos. De todo ello result caer la reunin de la Cruz de Malta en pronto y completo descrdito entre los partidos todos, condenndola unos por lo que sonaba ser, y otros por no ser lo que sonaba. Despertse la idea muy natural de que convenia que se hablase en la Fontana levantando altar contra altar, , digamos, contraponiendo el de la deidad verdadera al de la falsa, con lo cual caeria al instante la ltima resuelta en polvo. Prestme yo llevar efecto tal proyecto, y lo hice de muy mala gana, porque acababa de ser incluido entre los vueltos sus destinos con ventaja, y adems aprobaba hasta cierto punto la conducta del Gobierno, quiz porque desaprobaba la de sus contrarios, y, por el lado opuesto, senlia aficin toda sociedad patritica y llevaba mal que les coartase la facultad de hablar el Gobierno, del cual, si estaba yo satisfecho en buena parte, no lo estaba del todo. Batallaban tambin en mi nimo dos principios encontrados, llevndome sustentarlos pasiones diversas e'.los conformes: no querer poner* me en guerra con un Gobierno del cual habia novsimamente recibido una oieieod, y, lo que era ms, recibido

RECUERDOS DE UN ANCIANO 3>3 ot"fls iguales mis amigos polticos, siendo esta serial d alianza contra un enemigo comn, y sentir repugnancia, por otra parte, aparecer apstata, aun cuando no lo era, pues hablara al cabo contra una sociedad de la clase de las que yo admiraba, si bien compuesta de personas muy otras que las de mi bando, , dgase, de una sociedad en la cual apenas podia yo culpar los hechos, pero en que juzgaba muy mal de las intenciones de los oradores. Con todo, acud la Fontana, y como no estuviese all an repuesta en su lugar la tribuna, peror subido en una mesa, segn se haca en el cale de Lorencini. Mi discurso no fu ni ministerial ni de oposicin, porque inculp malamente los ministros, y afe el espritu inquieto de los de la Cruz de Malta, sustentando el derecho de hablar en pblico y condenando al Gobierno porque le coartaba se le declaraba contrario, pero insistiendo en que la oposicin hecha de palabra no debia provocar sediciones ni alborotos. Poco efecto hubo de hacer mi arenga, sucediendo otro tanto la que enseguida hizo mi amigo D. Manuel Eduardo de Gorostiza. No recib seal de desaprobacin de los ministros, aunque alguna mereca, ni de los de mi partido, no obstante ser ellos la sazn ministeriales. Los peridicos dijeron que se habia hablado en la Fontana, donde los oradores (sealndonos por nuestros nombres) habamos sostenido principios de orden, lo cual fu hacernos favor, sin dejar de hacernos justicia. Nuestros pobres rivales de la Cruz de Malta hubieron de callar, porque para seguirla guerra por ellos declarada habian menester fuerzas muy superiores a l a s suyas. Qued, pues, triunfante la Fontana, y con ella el ministerio, el cual la miraba, si como amiga, como una que lo era poco segura y no ms grata. Fu r e s tablecida la tribuna, pero desde ella se hablaba poco y con escassimo efecto. Concurra yo, pero solo como oyente, distrado otras atenciones que la que llamaban los discursos, dignos en verdad de poca, porque, no siendo

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la reunin de oposicin, en sus efectos era nada. En medio de ello (empezando Enero de 1821) sal yo de Madrid y me traslad Crdoba, servir la intendencia de aquella provincia, con la que habia sido agraciado al espirar el anterior Noviembre. >>-"- -- En Crdoba se form una sociedad, y, como debe suponerse, habl yo en ella, cosa que no cuadraba con la dignidad de mi cargo; pero en aquellos das se reparaba poco en tal cosa. Mis discursos all no fueron demaggicos ni podian serlo, porque no eran de lucha entre doctrinas intereses opuestos y se reducan alabanzas de la Constitucin, explicaciones de artculos de la misma, justificar reformas de las que entonces estaban haciendo las Cortes. Corriendo el ao de 1821, separ el Rey de sus puestos s u s ministros, y puso en su lugar otros, si bien muchos de ellos constitucionales que haban dado pruebas de serlo, harto inferiores en renombre aquellos cuyos puestos ocupaban. El espritu de inquietud comenz dar muestras de s, y, andando el tiempo y mediado el ao, la sociedad de la Fontana comenz ser por dems borrascosa, segn entend entonces y ha sido fama luego. De sus excesos me hacen responsable no pocos escritores de hoy, completamente ignorantes de lo pasado en los dias de que voy hablando; pero mi justificacin es fcil,.pues no poda, e s tando en Crdoba, estar en una sociedad madrilea. Lo cierto es que el jefe poltico de Madrid, Martnez de San Martin, mand cerrar la tal sociedad, excedindose, en mi sentir, aun pensndolo hoy, de las facultades que le conceda la ley vigente, pero procediendo con acierto, si cabe acierto en no atenerse la ley, porque la interpret estirndola, y la interpretacin, aunque errnea, hubo al fin de ser aprobada por las Cortes. Separado Riego del mando militar de Aragn, siendo su separacin bien merecida, coincidi, poco menos, con

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-el cerrar de la Fontana, haber varios individuos, de ellos muchos socios y oradores en aquellas reuniones turbulent a s , que discurrieron pasear por las calles de Madrid como imagen de santo en procesin el retrato del general objeto de la severidad del Gobierno y del culto de los patriotas extremados, hacindole honores parecidos los que las santas imgenes hace la Iglesia. Disgust al Ministerio -el proyecto, y sali una orden prohibiendo ponerle en ejecucin; pero tal orden no fu sabida, no se tuvo por ajustada la ley ni por acreedora obediencia, y, comenzada la procesin, tropez esta en la calle de las Plateras con un batalln de la Milicia nacional mandado por D. Pedro Surra y Rull, la sazn del comercio de Madrid, el cual, habiendo intimado los que traan con pompa solemne el retrato que se retirasen y disolviesen, y hallando resistencia pasiva, mand embestir con ellos bayoneta calada; pero de tal modo, que la embestida no pasase de amago, porque no prevea que hubiese quien los suyos hiciese frente. Y fu as, que los de la procesin, viendo venir sobre ellos los milicianos, se dieron la fuga, dejando en el suelo la imagen objeto de su veneracin y obsequios, la cual fu recogida, y por lo pronto d e positada (segn creo) en las casas consistoriales. Tanto los del partido vencedor cuanto los del vencido en lid tan poco reida, convinieron en dar aquel lance, ms cmico que trgico, por nombre apodo el de batalla de las Plateras; pero no pocos escritores tildaron como horrible e x ceso la conducta en caso tal observada por el Gobierno y sus agentes. Alcanz el golpe la sociedad de la Fontana, cuyas puertas quedaron entonces para siempre cerradas para otro fin que el servicio ordinario de un c u f , p u e s aunque todava hubo en Madrid una sociedad patritica, y por cierto no poco alborotada, fu otro el lugar donde se congreg, y otros que los socios antiguos de la Fontana quienes en ella se distinguieron.

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la tanto, continuaba en vui-kis ciudades de provincias H.I uociedades patriticas; pero el hecho mismo de que continuasen acreditaba no ser miradas como peligrosas por las autoridades. Sin embargo, podra decirse que la tolerancia de la autoridad probaba poco en varias poblaciones, donde estaba supeditada, era ejercida contra el Gobierno. Esto pasaba en Cdiz y Sevilla en los ltimos meses del ao de 1821 en que estaban ambas capitales con las dos provincias de ellas dependientes separadas de la obediencia al Ministerio y las leyes. Pero, aun all y entonces, las sociedades patriticas pblicas no dirigan el movimiento que nacia de las sociedades secretas dominantes en ambas ciudades y si l coadyuvaban ora en corto grado y c o a escaso efecto. As fu que en Diciembre del aqu recin citado ao, siendo yo diputado electo por la provincia de Cdiz, y habiendo pasado ella con objeto de traerla con poltica artificiosa la obediencia al Gobierno y las leyes, cuando me propona valerme para mis fines de la sociedad patritica de aquella ciudad, supe que tal sociedad era tenida en muy poco basta por los hombres de opiniones ms extremadas y los ms empeados en que no cediese la loca resistencia rebelin que tantos males estaba produciendo. Era cabeza de la sociedad D. Domingo Antonio de la Vega, de quien he hablado bastante en otro lugar de estos mis recuerdos, y participaba la reunin del disfavor con que estaba mirado en Cdiz su presidente, digamos, de la mala fortuna que ste persegua, punto de no haber recado en l premio alguno por los notabilsimos servicios que haba hecho la causa constitucional en los trabajos que, con grave peligro de quienes en ellos tuvieron parte, la sacaron triunfante al cabo. Fui yo, con todo, una

vez la sociedad, invitado ello, y no pudiendp excusarm e , habl, y fui muy aplaudido al oirme; pero en breva

BECUEHDOS D UN ANCIANO. fn

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muy censurado mi discurso por haber sido completam e n t e evasivo, pues ni una sola palabra dije sobre la gran -cuestin pendiente, la cual ocupaba todos los nimos, y me ce hablar de las obligaciones que habia contrado al ser nombrado diputado y de mis propsitos en punto al modo de desempearlas. Era, con todo, tan corto el valor que se daba todo cuanto se decia haca en la sociedad, -que aun mi proceder algo cauteloso, , cuando menos, poco franco, si fu con razn desaprobado, no me atrajo clase alguna de sinsabores, y eso que no escasearon para m en aquellos dias, en la misma ciudad, y por la causa que todos tenia en ansioso empeo. igual era, quiz inferior en importancia la sociedad de Cdiz, la de Sevilla. No porque en la una y en la otra se oyesen sanas doctrinas, pues suceda menudo lo contrario; pera se perdan en los aires, sin dejarse sentir su influencia fuera del recinto en que se celebraban las sesio. nes, todas las perjudiciales ideas que desde sus tribunas se predicaban. No habl yo en la sociedad de Sevilla en dos tres dias que pas en el mes de Enero do vuelta de Cdiz en aquella ciudad, reducida ya con trabajo la obediencia, as como lo habia sido su compaera en los anteriores exces o s . Tambin mi paso por Ecija asist la sociedad que en ella habia, pesar de no ser capital de provincia, pero s poblacin importante por su vecindario y su riqueza. Era comn entonces en Espaa decirse que unos pueblos eran constitucionales y otros no, y el de Ecija estaba con- ' tado por de los apasionados de la Constitucin, y en alto grado. Pero su sociedad era paclica, y en ella se explicaban los artculos del Cdigo sagrado (que tal nombre se le daba entonces), con poco acierte en general, como se d e ba esperar del corto saber de casi todos cuantos en ella peroraban; pero con mucha paz y satisfaccin del auditorio, al cual servan aquellas plticas doctrinales profa-

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as de diversin, que en una ciudad donde hay pocas, v e na bien por cierto. Aunque solo me detuve all hacer noche, como fui la sociedad no pude excusarme de hablar en ella, y dije algunas trivialidades que me valieron buena cosecha de aplausos. Abrironse en breve las Cortes de 1822 y 1823, y considerando quines eran los diputados electos, habia razn sobrada para presumir que en ellas predominara el partido dicho la sazn exaltado. No correspondieron del todo las esperanzas los temores .'as resultas, pues en la primera legislatura del nuevo Congreso, variando la mayora, ya se declaraba por uno, ya por otro de los dos bandos que estaban hacindose cruda guerra. En la cuestin de las s o ciedades patriticas ganaron los moderados una victoria, desechndose una proposicin en la cual iba implicado que se abriese la de Madrid, porque se interpretaba la l e y vigente hasta aprobar la conducta del jefe poltico que la habia cerrado y mantena cerrada. Con vergenza confieso que fui y o d e parecer contraro al de la mayora, durando an en m la aficin tan perniciosas reuniones. Pero sobrevinieron los sucesos que sealaron el da 30 de Junio y los seis siguientes, concluyendo el 7 de Julio en una agresin violentsima del partido monrquico absolutista, y una victoria completa de los constitucionales. Del triunfo, al cual habian contribuido los moderados, sacaron los exaltados todo el provecho, cayendo en sus manos el poder despecho del Rey, constreido escoger de entre ellos sus ministros. Abiertas Cortes extraordinarias en Octubre de 1822, una comisin del Congreso, entre varias proposiciones que hizo encaminadas defender y sustentar la Constitucin contra los enemigos que dentrode Espaa la combatan y desde afuera la amenazaban,, propuso que fuesen abiertas las sociedades patriticas. Me toc hacer una nueva ley sobre ellas, y la hice sencillsim a , y muy arreglada las buenas doctrinas, siendo s a

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tnico derecto que, con ponerla en prctica en las circunstancias en que se veia el pueblo espaol, se fomentaba lodo linaje de desorden y se imposibilitaba el remedio cuando ocurriese. No tard mucho en abrirse en Madrid una sociedad para que sirviese de prueba de lo que era en su aplicacin y uso la nueva ley. No sirvi ya la Fontana, sin que sepa yo la causa, para teatro de nuevos alborotos, como si fuese menester otro edificio cuya fama oscureciese la del antiguo, por excederle en lo malo. Trabajaba ya entonces una divisin ms al no muy fuerte partido constitucional, pues los exaltados, guiados por dos sociedades secretas una de otra enemigas, estaban en pugna no menos recia que la que ambos juntos haban tenido y aun no cesaban de sustentar contra los moderados. El Ministerio tuvo, pues, su frente los de la sociedad otra que la de que haba salido, y sus contrarios, como era natural, extremando las doctrinas favorables al poder popular, le tachaban no solo de torpe, sino de tibio, aplicndole el epteto, comn en aquellas horas, de pastelero. La sociedad, junta en un saln del convento de Santo Toms, hubo de llamarse Landaburiana, tomando este nombre en obsequio la memoria del oficial de la Guardia Real D. Mamerto Landburo, asesinado en la tarde del 30 de Junio del ao -1822 por los anticonstitucionales de la misma Guardia. Acud yo ella como campo de batalla donde lejos de esquivar la lid la buscaba, seguro de la victoria alcanzada entre aplausos. En efecto, en el primer dia en que habl en su tribuna, como fuese el argumento de mi discurso declamar contra las potencias extranjeras que las claras estaban preparndose romper en hostilidades contra la Espaa constitucional, sal de mi empresa airoso, vitoreado como cuando ms en ocasiones anteriores. Poco me dur mi triunfo. Yo era amigo del Ministerio, impropio ttulo para ganarme aprobaciones en una reunin de la clase de ia Landahwttiir

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na, en la cual la sociedad de los comuneros, enemiga de la d que yo segua siendo en ella parle de las principales, contaba por representantes de sus doctrinas inters la mayor parte de los oradores. Habl en ella el anciano Romero Alpuente, vertiendo con su dbil voz de viejo achacoso mximas subversivas incitadoras toda clase de excesos, que si bien proferidas con frialdad excesiva, y saliendo de hombre cuya cabeza estaba cubierta de canas, producan efectos perniciossimos. Empez distinguirse en el mismo teatro D. Juan Floran, muerto poco h titulndose marqus de Taburniga; joven entonces, de claro talento y de instruccin corta, declamador hueco y teatral en sus modos, pero propio para arengar la muchedumbre ignorante. A estas famas recien nacidas y crecientes intent yo oponer la mia algo antigua; pero con poco fruto, y en breve hube de conocer que no solo quedaba y quedara vencido en la lid, si olla me arrojaba, sino que me costara suma dificultad hasta el intentarlo, impidindomelo muestras de desaprobacin prximas ser insultos. Abandon, pues, el campo, y hube de retirarme aun del lugar destinado los socios, y si alguna vez concurra la sociedad fu al sitio destinado los meros oyentes, desde el cual oia llover denuestos sobre mis amigos polticos y sobre mi persona (1). No faltaban en aquella reunin los mueras y alguno de estos se agregaba mi nombre. Entre tanto iba hacindose la sociedad turbulenta, punto de que amenazaba excitar un motin, y, aunque ora probable que no pasasen de amenazas sus provocaciones, el Gobierno y sus parciales no eran sufridos, no sindolo partido alguno
(1) Desde el l u g a r destinado al pblico solan mis amigos polticos desmentir los oradores. Una noclie, el Sr. D. Facundo I n fante, entonces diputado, como oyese que decan de m u n a cosa falsa, grit *es mentira;' conmovise el auditorio, pero no paso de m u r m u l l o desaprobador su enojo. El orador desmentido no hizo ms que ratificarse, pero solo en parte, en lo que habia afirmado.

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R Espaa y menos entonces, y las circunstancias habian venido ser crticas sobremanera, despedazando el Estado una guerra interior y vindose venir una invasin de los extraos. Pero la inexorable mal pensada ley, hija de n i locura ms que de la de otros, tena atadas las manos la autoridad, pues si pocha mandar currar la scciedad en la llora en que se desmandase, tenia obligacin de consentir q u e d e nuevo se abriese, corrido brevsimo plazo. En apuro tal, apel el Gobierno un recurso en que llegaba los ltimos trminos de lo ridiculo su mal encubierta flaqueaa. Mand reconocer la sala en que celebraba sus sesiones aquella reunin turbulenta, y cuid de que se declarase el edificio en mal estado, punto de amenazar ruina, por lo cual, celoso al parecer del bien de los socios y del pblico, cuya concurrencia le hacia participante del peligro, prohibi congregarse en lugar tan poco seguro. Bien era fcil haber hallado otra sala, aunque menos espaciosa, donde seguir perorando y alborotando; pero estaban cansados de la sociedad hasta los mismos socios. Muri, pues, tan singularmente la sociedad Landabiiriam dejando de s monos nombre que su antecesora, aunque en la historia de nuestros desvarios mereca ocupar un lugar prominente. Su fin fu el de las sociedades patriticas de la capital, porque, coincidiendo con l gravsimos acontecimientos, como fueron la presentacin de las notas de las potencias aliadas y la inminencia de la invasin francesa, que pronto vino ser un hecho, ocupaban los nimos mayores cuidados que el de prestar atencin vanas declamaciones. Sin embargo, en las provincias no quedaron desocupadas las tribunas populares. En el ltimo tercio del ao 1822, favorecindolas hasta no corto grado el.Gobierno, si bien hallando en ellas ms contrarios que amigos, daban entretenimiento las poblaciones. De las de algunas s, pero confusamente, que fueron promovedoras no solo da desorden, sino de excesos, una hubo en Cartagena cuya

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nombre descubre su mala ndole, porque se titulaba d los virtuosos descamisados, remedo este sustantivo del de sans culottes, si bien, al copiar nuestros vecinos, parecid conveniente mudar la pieza de ropa, cuya carencia constitua un mrito un derecho ser tenidos los asociados por modelos de patriotismo. Por supuesto, cuadraba mal semejante cuerpo el nombre que llevaba y el epteto con que se distingua, por no ser en sus miembros la virtud calidad muy comn, ni dejar de llevar camisa los que pretendan ser de suma pobreza, porque los verdaderamente necesitados no son los que asisten tales reuniones ni los que en ellas predominan. Otras sociedades se distinguan por su inocencia. En la de Crdoba, ejemplo de otras, sintindose escasez de oradores y hambre de discursos, se apel al arbitrio de convidar al clero y las comunidades religiosas que viniesen la tribuna hacer panegricos de la Constitucin, y como no aceptar el convite pareciese peligroso, acudieron clrigos y frailes hacer el para ellos ingrato oficio de predicadores profanos (1). Cosa era que movia & risa oir aquellos infelices, casi todos ellos enemigos de la causa
(1) En u n a excursin de u n o s dias que hice Andaluca fines de Febrero de 1823, como hiciese noche en Andjar la diligencia en que yo iba y se supiese ser yo uno de los pasajeros, me envi u n a diputacin la sociedad de aquella ciudad, la cual, sin ser capital, la tena, as como Ecija, por ser poblacin crecida y rica. Pero fue grande mi estraeza al ver al frente de los que me convidaban al vicario, quien yo por casualidad conoca por haber viajado con l en silla de posta hasta Madrid en 181% y porque en el viaje, h a blando de u n obispo de Jan que habia sido liberal en 1813, se e x pres el b u e n eclesistico en trminos que le declaraban t a n l e jano de ser constitucional, cuanto cabe. Pero el pobre seor cedia las circunstancias, como otros de s u clase y opiniones. Por s u puesto, fui yo la sociedad y habl como en Ecija. No era por cierto peligrosa al orden pblico aquella reunin, pues era solo inocente, dando esta palabra las varias acepciones que es comn darle.

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BOv que se veian obligados abogar, decir trivialidades que por lo comn eran desatinos e n o r m e s , agregndose la mala voluntad visible en los oradores su ignorancia completa en punto las materias que trataban. Pero solia suceder con alguno de estos eclesisticos, & quien, en sentido inverso de un personaje de comedia muy conocido, no cuadrara mal el nombre de fray Obediente Forzado, se deslizase un tanto mostrar desaprobacin, si bien no de la Constitucin, de su espritu y de varias doctrinas la sazn predominantes, as como de leyes de ellas emanadas, y entonces era grande la indignacin del auditorio, sin considerar que el malhadado orador, apremiado hablar, habia de hacerlo, contra su propia opinin en gravsimas materias, en parte contra los principios reputados santos en el lugar donde predicaba. Por fortuna, fueron raros casos tales, y cuando ocurrieron, n o tuvieron efectos funestos los oradores. En general los discursos constitucionales de los desafectos la Constitucin. solo se sealaban por lo vacos de ideas y por la insulsez ello consiguiente. Pero tales cuales eran bastaban para hacer pasar el tiempo los oyentes, que lo eran solo m e dias, pues ms debian ser llamados concurrentes distrados. Estas sociedades pacficas vinieron ser modo de tertulias pblicas, en que el orador haca veces el papel de algn pobre msico que toca canta delante de un auditorio que le presta poca atencin ninguna. Yo haca el papel de asistente la de Crdoba durante el raes de Marzo de 1823 que pas en aquella ciudad, y aun habl en ella una vez para oponerme al desmandado comunero Moreno Guerra, quien, hablando de la prxima entrada del ejrcito francs invasor en nuestro suelo, le pronostic pronta y fcil victoria, movindole tal aserto que vino ser verdad, el mismo exceso de su furor de partido, pues slo intentaba cebarse en los de la sociedad secreta su enemiga, la cual achacaba haber traido la guerra.

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Durante la estancia cte Rey y Jas Cortes en Sevilla en -a atal primavera de 1823, aun no s si seguia all abierta una sociedad patritica, pero el hecho mismo de no saberlo prueba que si exista era tenida en muy poco. No la hubo, y mal podia consentirse en el siguiente verano en Cdiz, estando sitiada y combatida la plaza por el ejrcito francs mandado por el duque de Angulema. Ni estaban la sazn los espritus para echar de menos declamaciones vagas de tribuna, siendo general el decaimiento llegado ser postracin, y si posedos algunos de furia intensa, precisados no manifestarla, en parte por temor la autoridad, y en parte tambin por estar ciertos de que pocos lograran comunicar sus pasiones furibundas, y porque sentan que un furioso, cuando no causa terror, provoca risa. Que las sociedades patriticas causaron algn mal, aunq u e no al punto que suele suponerse, y ningn bien, es cosa que hoy apenas hay quien duda. As es que, recin proclamada la Constitucin de 1812 en 1836, de resultas de varias conmociones populares, y triunfante el partido ms extremado de esta poca, los ministros de l salidos, y que eran sus caudillos y representantes, se negaron conceder licencia para el establecimiento de una sociedad patritica al uso antiguo en Madrid, y si el haber habido quien esto solicitase prueba que aquellas reuniones ur. contaban con uno otro aprobante, el hecho de que no hubo un clamor pidiendo su resurreccin, cuando todo queria reponerse segn estaba en 1823, acredit que aquellos cuerpos un tiempo tan famosos vivan en el recuerdo ms para ser reprobados que aplaudidos. En estos aos novsimos ha habido, sin embargo, reunion e s en que se ha hablado ante un pblico numeroso sin que de ello haya resultado el menor inconveniente. Pero las reuniones de ahora son para un punto concreto, y versan sobre cuestiones en que la pasin toma poca parte, no teniendo por tanto semejanza con las sociedades patriticas

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que tanto dieron que hacer y decir en los tres aos y poco ms en que estuvo la Constitucin de 1812 establecida, pero no firmemente asentada en nuestro suelo. Que hoy produjesen el efecto que en los pasados tiempos, es muy dudoso, siendo lo cierto que si existiesen tendran forma diversa d l a que tuvieron, y serian en algo, aunque no en mucho, diferentes las doctrinas que en ellas resonasen. Pero estas son conjeturas ajenas del artculo presente, en el cual solo ha querido darse un compendio de la histeria de aquellos cuerpos, compendio escrito ad narrandum y no ad probandnm, aunque de la narracin bien pueden y aun deben sacar datos en que fundar juicios los lectores.

SOCIEDADES SECRETAS DE ESPAA DESDE 1S20 A 1S*V

En anteriores trabajos he hablado, con ocasin de r e ferir explicar cmo cay un mal gobierno en nuestra patria, de la parte principal que tuvo en derribarle una sociedad secreta. Posteriormente he escrito en compendio la historia de las reuniones pblicas apellidadas sociedades patriticas, que representaron importantsimo papel en el drama de trgico fin de que fu Espaa teatro, desde que fu en ella restablecida la Constitucin de 1812 por un acto de violencia, hasta que la invasin de un ejrcito extranjero, favorecida por la parte ms numerosa, aunque, cierto, no la ms respetable ilustrada, del pueblo espaol, la ech al suelo. Pero quiz no est dems dar alguna noticia de lo que la misma sociedad restableccdora de la Constitucin hizo mientras la ley poltica restablecida por sus esfuerzos se mantuvo en pi, como tambin del nacimiento y creces de otra sociedad salida de sus entraas, la cual, su rival y aun su enemiga desde luego, c o brando pujanza, vino entrar en viva y enconada guerra

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con su madre; lid la par ridicula y funesta, que, si n o trajo consigo el acabamiento de la Constitucin, debido superiores causas, contribuy l en grado no corto. En verdad, sin saber qu hacian las sociedades secretas en 1820, 21 y 22, la historia de las cosas de aquellos dias incurre en errores graves, induce con ello equivocados juicios, siendo comn achacar los efectos causas otras que las verdaderas. Mucho han dicho los pocos escritores que han tratado de un perodo de nuestros anales en verdad nada glorioso, contra la fatal y desvariada idea de que una sociedad, mquina usada para combatir y derribar un gobierno, continuase en juego con la pretensin de dirigir en concilibulos secretos la conducta del que habia puesto en pi. Autoridad de tanto respeto como es la de D. Manuel Jos Quintana asienta en sus cartas lord Bolland que es a b surda por dems la idea de gobernar como se conspira. Pero los consores, si bien lo son con justicia, olvidan que hay malas consecuencias casi forzosas de hechos de mala especie, y que el medio abrazado para acabar con el despotismo del gobierno do 1819 hubo de ser vituperable aun los ojos de la gente juiciosa que aplauda el para ellas buen fin que se habia llegado por nada buen camino. Pretender que, jurada por el Rey la Constitucin, y establecido como gobierno legal el constitucional, se hubiese disuelto por voluntad propia una sociedad ufana de su triunfo y llena del conocimiento de su poder, es pretender una cosa justa, pero apenas asequible. Sin duda erramos pecamos gravemente quienes, en vez de disolver la sociedad que me voy ahora aqu refiriendo, atendimos no solo conservarla viva y en accin sino extenderla y robustecerla, y no fui yo de los que menos parte tuvieron en tanta culpa. Pero hoy mismo, cuando lo confieso y de ello me arrepiento, no puedo olvidar las razones no enteramente desatinadas que influ-

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yeron en mi conducta y en la de otros mis compaeros en aquellos dias. Que Fernando VII habia jurado la Constitucin forzado hacerlo, era evidente, punto de no haber quien lo negase; que los enemigos del recien entronizado sistema poltico eran muchos y poderosos, no era menos notorio; que as no podia considerarse la revolucin como concluida, era opinin de muchos, si bien no de todos, y aun los que lo contrario decan tenian trazas de hablar, quiz de juzgar, en su interior, ms que guiados por la luz de la razn, movidos por la fuerza de su buen deseo. Ahora bien: suponiendo la revolucin detenida en su carrera, pero no terminada, porque tena su frente amenazndola a la contrarevolucion su enemiga, sin poderse evitar que de nuevo entrasen en pugna, convenia que los constitucionales, no sobrados en nmero, tuviesen un orden y arreglo interno por el cual estuviesen unidos con fuerte lazo. Suceda, como antes de romper la revolucin, y en los actos que la prepararon, que la curiosidad haca sectarios muchos que sin serio no habran sido liberales ardorosos. Adems el inters, no de la clase del individual, sino el de partido, menos feo que el primero, aunque tambin digno de reprobacin, movia los autores de la revolucin desear ser fuertes, para afianzar la seguridad y lograr el aumento, cuando menos la conservacin, d l o que haban ganado. Todo ello valia poco mirado como argumento encaminado justificar un acto reprensible, pero quien no le d valor ignora qu cosa es lo llamado capitulaciones de conciencia. Al cabo, fuese no disculpable, acaeci que la sociedad secreta determin seguir unida y activa, siendo gobierno oculto del Estado, resuelta al principio ser auxiliar del gobierno legal, pero llevada en breve por impulso inevitable pretender dominarlo, y veces serle contraria. Poco vari la sociedad su planta antigua. Fu adoptado en ella el sistema de representacin electivo. Madrid.

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como era natural, vino ser la residencia del cuerpo Supremo director cabeza de la sociedad entera. Componanle representantes de los cuerpos llamados captulos, constituidos en las capitales de provincia, y compuestos de representantes de los cuerpos inferiores repartidos en diferentes poblaciones, en los regimientos del ejrcito que los tenan privativos suyos, siendo de ellos la par con los oficiales uno otro sargento, bien que en raro caso; perniciosa idea esta ltima, que hizo suya, pero dndole extensin, andando el tiempo, la otra sociedad rival, con notable dao de la disciplina. Estaba formado el gobierno Supremo oculto (si oculto puede llamarse uno cuya existencia es sabida y nadie trata de encubrir) de personajes de tal cual nota y cuenta, de estos algunos de los de la primera, otros no tanto. Del primer ministerio constitucional que dio nombro Argelies ni uno solo era d l a sociedad, ni en el cuerpo director ni en otro, hasta despus de cumplirse el segundo tercio de 1820. Pero tena en el mismo cuerpo asiento el conde de Toreno, ilustre ya por ms de un ttulo, si bien la sazn mero diputado Cortes, por no haber aceptado una legacin que le fu confiada. Estaba asimismo en l D. Bartolom Gallardo, cuyo renombre habia llegado ser altsimo al terminar la primera poca constitucional en 1814 y cuya fama an no podia haber tenido el menoscabo que de all poco fu teniendo, hasta llegar la decadencia suma en que ha muerto oscuramente en vejez bastante avanzada; concepto despus sobradamente rebajado en lo tocante su valor literario, si bien con ms injusta y aun loca exageracin avaluado en dias anteriores. Predominaba, con todo, en el gobierno de la sociedad, como en ella entera, el inters ms que las doctrinas de los hombres de 1820, los cuales comenzaban llamarse as por lo mismo que su inters iba siendo otro que el de los hombres de 1812.

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Hasta Julio de 1820 (poca en que se abrieron las Cortes primeras del nuevo perodo constitucional), nada hacala sociedad ms que extenderse, sin disentir del gobierno legal en punto alguno importante. Pero habiendo el ministerio dispuesto la disolucin del ejrcito llamado libertador, resolvi la sociedad, por medio del cuerpo su director autoridad suprema, oponerse una disposicin a r r e glada la justicia. Para lograr su intento apel medios harto dignos de reprobacin, pues no eran menos que los de una resistencia, la cual, si bien habia de comenzar por medios, aunque ilegales, pacficos, no poda parar sino en psimo fin, ya se encendiese guerra civil, ya encendida fuese la victoria del uno del otro partido, ya, por ltimo, hecha pblica la resistencia, viniese el gobierno quedar vencido, quedando con esto conculcadas las leyes. El plan era que el general del ejrcito (cargo ejercido la sazn por Riego, sucesor de Quiroga, al cual exceda macho en fama) representase contra la dispersin de la fuerza de su mando, en vez de obedecer la orden que para llevarla efecto habia recibido. Para dorar este acto de insubordinacin, quitndole su carcter puramente militar, haban de representar en igual sentido varios cuerpos civiles, y entre estos la diputacin provincial de Cdiz, la cual ni la razn ni aun las leyes de entonces daban derecho para entrometerse en tal negocio. Pero estas peticiones unidas, procedentes de un ejrcito cuyo alzamiento acababa de ser coronado por la victoria, y al cual debia su existencia la nueva Constitucin, y de una provincia y ciudad constitucionales como por antonomasia, eran retos ms que splicas, y quienes las usbamos como instrumento, las mirbamos como armas que habran de darnos de seguro el triunfo. Salv la patria de este peligro, pero no sin causarle graves males, la sbita determinacin de Riego, que, siguiendo el consejo de un cannigo su hermano, clebre despus por sus rarezas, y entonces envia-

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do traerle la razn, por el conde de Toreno e n t r e v a rlos y ms que por otro alguno, se vino del ejrcito, dando su, viaje el carcter de fuga, pues no tuvieron noticia d e su partida sus cmplices hasta despus de estar l en c a mino. La llegada de Riego Madrid desbarat nuestro plan criminal, y desde entonces, por algn tiempo, la sociedad secreta nada hizo sino dejarse llevar por las circunstancias. De los pasos desatentados que dio Riego durante su breve estancia en Madrid, lejos de ser consejera, como fu entonces y aun es hoy comn suponer, fu desaprobadora, pero tmida y callada. Llevo, sin embargo, el cuerpo en algunos de sus miembros el golpe merecido por su anterior y mal conocido exceso, pero no merecido por los que se le achacaron, los cuales fueron pretexto motivo de la leve pena impuesta los culpados, y de la ms grave del desconcepto en que se trat de ponerlos, y en parte se consigui, llegando pasar por verdades averiguadas falssimos cargos (1). La pena impuesta unos caus en otros disgusto y hasta indignacin: naci de ello aumentarse la desunin entre los que componan el gobierno oeulLo: se exacerbaron las pasiones, y vino parar la discordia en una proscripcin, que, por fortuna, no pudo pasar do ser expulsin de la sociedad de los que en ella eran minora. Alcanz tal rigor no menor personaje que el conde de Toreno, no aprovechndole su renombre anti-

(1) Entre otras calumnias, corri con valimiento la de que tenia l a sociedad formado u n ministerio, que por u n acto de violencia liabia de ser sustituido al que existia. En el supuesto proyecto me tocaba ser ministro de Estado. Aunque contaba yo treinta y u n aos de edad y ocho de carrera diplomtica, y habia sido de los principales entre los restablecedores de la Constitucin, esta cal u m n i a me ofendi, ms porque pareca u n a burla, que por lo infundada. Tanto se distaba entonces de hacer las rpidas carrera q u e despus liemos visto!

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gu, ni su recien terminado destierro huyendo de la pena capital que, si bien slo en rebelda, le habia sido impuesta. Igual suerte cupo al intendente de ejrcito D. Domingo de Torres, pesar de su extremado celo del bien y lustre de la sociedad, celo que se extenda la observancia de los ritos estimados por otros en poco. Algunos ms fueron los expulsados. Seguia en tanto la sociedad fria y desmayada. Era contraria al ministerio; pero, como ste se compona de hombres de altsimo concepto entre los constitucionales antiguos, la oposicin que se le haca era de parte de algunos hecha casi con repugnancia, y de parte de otros, si con acrimonia y encono, con corta esperanza del triunfo. Pero con la divisin de los constitucionales iban cobrando aliento el Rey y los parciales de Fernando que lo eran del gobierno absoluto. De aqu naca irse arrimando al gobierno los ms entre los antes sus contrarios, en tanto que. unos pocos, entre los cuales me contaba yo, nos resistamos la reconciliacin mientras no avasallsemos los que nos haban vencido y desconceptuado, guindonos, ya ciego deseo de venganza, ya razones polticas de ms menos peso. As, cuando el Rey trat de negar la sancin al decreto de las Cortes sobre supresin de los monacales, y cuando fu forzado darla por la amenaza de una sedicin que en la sociedad de la Fontana habia de comenzar, pero que no comenz, por no prestarse los socios abrir las sesiones por ellos voluntariamente suspendidas, el gobierno de la sociedad secreta nada resolvi y nada hizo. Verdad es que Regalo y yo, ambos parte del actual gobierno, nos afanamos, y no sin xito, porque la Fontana siguiese cerrada y muda; pero nuestra conducta no fu ni censurada ni aprobada por nuestros compaeros. Sin embargo, de all poco, cuando, irritado Fernando VII de haber sido engaado y burlado al compelerle

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dar la sancin al decreto que desaprobaba, hubo de decir en privada conversacin alguno de sus fieles servidores que se prestara avenirse con los llamados exaltados para hacer guerra sus ministros, y aun para sustituirlos con-ctros entre los cuales hubiese constitucionales de los ms ardorosos, llevada al gobierno oculto la cuestin sobre si convendra no entrar en trato con la corte, fu r e suelta por afirmativa, pero nos cost gran trabajo ganar la votacin los que en ella triunfamos, no sin haber de e s forzarnos en gran manera para alcanzar el triunfo, y aun vimos tal tibieza, recelo, y como pena en los aprobantes, que reputamos desde luego muy difcil aprovechar nuestra victoria. As fu que los tratos seguidos con mutua desconfianza por parte de los palaciegos y por la nuestra, oyndose con poca satisfaccin todo cuanto de ello se iba dando parte mientras estaban pendientes, pronto concluyeron en un rompimiento, siendo por otra parte verdad que la perfidia de la corte justific los que de ella nada favorable nuestros intentos se prometan. En los alborotos que ocurrieron durante la residencia del Rey en el Escorial, en Noviembre de 1820, y con m o tivo de haber S. M. nombrado un ministro de la Guerra sin consultar los dems del Ministerio, agregndose ello ser el sujeto nombrado notoriamente desaecto la Constitucin, y haberse descubierto al mismo tiempo un i conjuracin cuyo objeto era el restablecimiento del gobierno absoluto, poco tuvo que hacer el gobierno de la sociedad secreta para fomentar el desorden que desde luego se manifest en la capital y rein en ella durante tres cuatro dias. Su resolucin formal por votacin unnime fu dejar correr las cosas. Corran, en efecto, como torrente impetuoso, contra la persona del Monarca. No e r a n , como he dicho en otros de estos mis recuerdos, los de la sociedad ni los apellidados exaltados los ms furiosos en aquellos dias, pues los que pasaban por moderados y mi-

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nisteriales se mostraban, si no en mayor grado, igualmente violentos en la sociedad de la Fontana, y por las calles y plazas, hechas teatro de un alboroto que, no hallando resistencia, no caus daos materiales inmediatos. Quiz no es fuera de propsito decir que en los groseros insultos hechos al Rey su entrada en Madrid de vuelta del Real Sitio, slo tom parte la gente soez uno otro loco, pero cediendo propio impulso y no direccin alguna. Mas si el gobierno de la sociedad secreta no fu excitador ni aun siquiera causador de los desmanes de aquellos momentos, no se descuid en punto aprovecharlos, pues lo hizo celebrando con el Ministerio una concordia como entre potencia y potencia. Verdad es que el Ministerio habia mudado en aquellos dias en parte en su conducta, en otra parte en su composicin. Al ministro de Ultramar, D. N. Porcel, habia sucedido D. Ramn Gil de la Cuadra, la sazn ni enteramente moderado, ni exaltado, pero con algo del uno y del otro carcter, y adems de la sociedad secreta, aunque no del cuerpo supremo de la misma, sino de otro de los inferiores, en el cual estaba compensado lo inferior de su categora con lo distinguido de las personas do que estaba compuesto. Como estuviese asimismo vacante el ministerio de la Guerra, fu nombrado para desempearle el ilustre general de marina D. Cayetano Valds, el cual no era exaltado, pero habia hecho actos de tal; honradsimo caballero, as como militar valiente, y en quien concurra la circunstancia de ser pariente lejano de Riego. Ambas cesas facilitaron la avenencia poco menos que generalmente deseada. Pasaron los militares desterrados ocupar cargos importantes, y m me cupo una suerte parecida. Fu muy censurada esta capitulacin, pero los censores afeaban ms la conducta de los ministros que la nuestra, su-

ponindola para ellos humillacin y para aosotros victoria.

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Para hacer constar mejor la paz restablecida entre los de la oposicin que eran de la sociedad y los ministros y amigos de ellos, volvieron al cuerpo director gobierno oculto los que de 61 haban sido excluidos, pero con una otra excepcin, y entre stas la notabilsima hecha de Toreno, quien no alcanz nuestra amnista. Sin duda contribuy tal rigor el valor poltico de tan digno personaje, y haber l tratado con desprecio la como pena que le haba sido impuesta sin previo juicio. As, cuando Arguelles y Valds entraron en la hermandad, qued separado de olla para siempre el digno amigo de ambos, que era hermano antiguo. Lo cierto es que la sociedad secreta se declar amiga y auxiliar del Ministerio, y sigui sindolo hasta la caida. de ste en Marzo de 1821. Se prestaron Arguelles y Valds entrar en la sociedad, y as lo hicieron, pero sin ser del cuerpo su director supremo, sino del inferior de que segua siendo parte su colega Gil de la Cuadra. Debe aadirse que ni uno ni otro fueron hermanos muy celosos, aunque no fuesen infieles, y que antepusieron siempre, como deban, su oficio de altos empleados y de ciudadanos al de socios. No toda la sociedad fu grata la reconciliacin con los ministros. En el cuerpo su director so mostraba muy descontento, el despus celebrrimo Regalo, ya hubiese empezado ser traidor la causa constitucional, ya estuviese vacilante y jugando juego doble, slo alimentase su odio sin objeto fijo todava, habindole posteriormente empujado las circunstancias y su falla de honradez la infame conducta que sigui, la cual le ha dado tan merecida mala fama. Ni era nico en su modo de pensar, porque en los socios hermanos de inferiores categoras, no escaseaban, aunque no abundasen, quienes en su opinin coincidian. En Febrero de 1821 (ausente yo de Madrid por estar

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sirviendo la Intendencia de la provincia de Crdoba), se sublevaron los guardias de la Real persona (vulgarmente te dichos de Corps), tal vez forzados hacerlo por habrseles hecho groseros insultos. Acudi reprimir la sublevacin el Gobierno, y lo llev efecto; pero fu acusado con poca razn de tibieza y aun de contemplaciones con los sublevados. Es lo cierto que en la indisciplina civil y aun militar de aquella poca, no pocos de los que se precipitaron oponerse la sublevacin obraron como de motu propio, ms que como obedientes orden superior de legtima procedencia, y que la ejecucin de lo dispuesto por el Gobierno hubo de resentirse de tal circunstancia. Los que por exceso de celo, haciendo ms de lo que les era mandado, merecieron ser tachados de cierto linaje de desobediencia, quedaron por domas descontentos cuando vieron, si no desaprobada, tibiamente aprobada su conducta. Regato y algn otro abrazaron la causa de estos quejosos, siendo probable que al hacerlo slo vieron con gusto llegada la hora de un rompimiento, de ellos mucho antes ardientemente deseado. Desprendindose del tronco de la sociedad antigua, fueron stos fundar otra nueva, si al principio pobre y con pocas apariencias de medro, no muy tarde robusta y poderosa, tal que, si la catstrofe que acab con la Constitucin y con todo linaje de liberalismo, y aun de libertad, no hubiese sobrevenido, compitiendo con la sociedad madre, habra llegado oscurecerla y tal vez destruirla. Dio nombre y correspondiente forma, frmulas, la novel sociedad secreta (si es que de secreta mereca con exactitud el nombre) una idea de D. Bartolom Gallardo. Este escritor afectadsimo, poltico violento ms que atinado agudo, se distingua por su aficin ardorosa las cosas de su patria y lengua. La sociedad en que l tena un puesto de los superiores en categora, aunque en ella JIO ejerciese grande influencia, habia lomado de una anti-

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gua y extranjera nombre y ritos. Bien es cierto que de la del mismo nombre en otros pueblos se diferenciaba notablemente, por ser una asociacin puramente poltica y concretarse los negocios del pas donde estaba establecida, y que al ritual y planta y arreglo de las de su clase en tierras extraas habia aadido algo peculiar de Espaa y del oficio que'en su patria ejerca. Pero todo ello aun pareca poco Gallardo, resuelto espaolizar ms los nombres y smbolos de la que era propiamente una asociacin de espaoles constitucionales liberales. Para su intento habia vuelto la atencin la poca de la guerra d e las comunidades de Castilla, trada la memoria de los e s paoles con ideas de amor y veneracin quienes en ella figuraron sustentando la parte del popular por la oda d e Quintana Juan de Padilla, y por la tragedia de Martnez d e la Rosa, cuya herona, que le da ttulo, es la viuda del mismo famoso personaje. Do aqu naci un plan de crear en la sociedad secreta grados y dictados que variasen los en uso se les sustituyesen, tomndolo todo de lo que habian sido los comuneros. Tal idea de Gallardo, comunicada por l en conversaciones particulares, hubo de dar golpe y de agradar quienes proyectaban una asociacin entre secreta y pblica, cuya ndole y apariencia fuesen propias para captarse voluntades y encontrar secuaces, particularmente en el vulgo. Dironse, pues, los nuevos sectarios el nombre de comuneros, siendo en el uso comn ms corriente a p e llidarse hijos de Padilla; y llamaron sus sociedades particulares Torres. A esto aadieron varios dictados de los cargos de la secta, insignias, ritos; todo ello en parte r e medo, pero asimismo variacin, de los usos y formas del cuerpo de que se separaban. Uno otro nombre-de personaje distinguido contribuy desde luego al lustre importancia de los comuneros. Ocupaba entre ellos uno de los primeros puestos Regato, de no corto poder influjo t o -

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dava en los negocios, y de gran crdito entre los liberales ms extremados, no obstante ser escasos sus merecimientos, aunque fuese de ingenio vivo y sutil y de extraordinaria audacia y travesura. De mucho ms valor era el joven, la sazn brigadier, D. Jos Mara Torrijos, de quien tanto va dicho en otra parte de estos recuerdos. Movi Torrijos entrar en los comuneros, adems de su natural fogoso, estar descontento del Gobierno legal y tambin del secreto de la sociedad antigua, porque en la represin del levantamiento de los guardias de Corps habia hecho ms que otro alguno, y por ello habia sido, si n o reprendido, poco menos. Tambin fu comunero y lleg al puesto ms alto en la sociedad el brigadier Palarea, en la guerra de la Independencia acreditado, pero en su clase culto, guerrillero, y en las Cortes, la sazn juntas, orador de la oposicin, si bien hablaba con ms ardor y celo que elocuencia tino. Andando el tiempo, y no pasando mucho, contaron en su gremio los hijos de Padilla al general Ballesteros, hombre que, pesar de su corto entendimiento, habia alcanzado grande fama en la guerra de la Independencia, y que desde 1815, poca en que fu ministro de la Guerra bajo el rey absoluto, en dias de sauda p e r secucin de los constitucionales, habia seguido una conducta vacilante y dudosa, y, pesar de ello, privaba sobremanera con los liberales ms ardientes; ejemplo ste, n o raro, de sujetos que, aun sin el talento de ser arteros, consiguen medrar y tener concepto en diversos y.aun opuestos bandos. Adquiri, desde su entrada en el gremio de los de la misma comunin poltica cierto puesto como de maestro y personaje venerado, el anciano Romero Alpuente, cuyo renombre de magistrado desinteresado mal podia encubrir sus malsimas calidades; framente violento y predicador de la anarqua, que se valia de medios torcidos para recoger aplausos de la gente ms balad. Tambin, como se debia suponer, pas militar en las filas

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comuneras Moreno Guerra, el cual (segn le he pintado en otros de mis recuerdos anteriormente publicados) (1) pareca como naturalmente llamado a tal milicia por la clase d e su instruccin, por los hbitos de su vida poltica y hasla por su misma persona fsica y lo general de su porte y modos. Tambin figur y mucho en la comunera, sin mayor mrito que el de una osada inquietud que pocos podan llegar, el diputado Cortes D. Francisco Daz Morales, oficial de artillera comprometido en una conjuracin en los dias de la monarqua absoluta, y por ello condenado muerte, aunque, suspendida por largo plazo la ejecucin de la sentencia, logr, la par con la libertad, el concepto de vctima ilustre cuando vino a-triunfar su causa; de ilustre familia cordobesa, pero inclinado mezclarse con la plebe, no obstante su educacin en el real colegio de Segovia; padrino de todo alboroto y de todo alborotador (2), y hasta con un matiz como de locura que haca menos crimnales sus malos hechos; persona que muri ha poco tiempo en indigencia absoluta, habindose apelado la caridad pblica para que una suscricion le diese el sustento y abrigo necesarios, y siendo su desgracia tal, que le sobrevino la muerle al llegarle el tal cual alivio de su miseria. Este ltimo personaje, muy dado al cosmopolitismo, trasplant Espaa vslagos de otra sociedad extranjera que procur enlazar con la de los comuneros; pero el vs(1) En los artculos cuyo t t u l o es: Cmo cae un mal Gobierna. A l escribirlo que va arriba, difcil es no t r o p e z a r e n uno d e d o s escollos: el de repetir lo cliebo en otro l u g a r , el de citarme m propio apareciendo presumido. (2) E n t r e otros, haba apadrinado principios de 1821 al despus famoso Bessieres, que haba sido condenado m u e r t e en Barcelona por tener parte en u n a conjuracin republicana. No fu, como es notorio, ejecutada la sentencia, empendose los ms ardorosos y extremados liberales por salvar al que e s t i m a b a n s u caro hermano, el cual vino ser campen del absolutismo.

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tago, si prendi, no ech races ni medr punto de figurar notablemente en un terreno ocupado ya por producciones del suelo propio. Fu as, que recien nacida la s o ciedad de los comuneros, ocurri caer de sbito la Constitucin espaola en aples y el Piamonte, que, proclamada en el reino aqu nombrado en primer lugar, habia vivido all algunos meses, y sindolo igualmente en la Italia Septentrional slo existi en ella algunos dias, de lo cuai result haber de huir del suelo patrio los liberales ms comprometidos, y acudir Espaa, donde encontraron, comodebian esperar, carioso y aun fraternal acogimiento. No se mostraron, por cierto, ingratos los as favorecidos, pues, lejos de serlo, declaraban que en nuestro suelo haban hallado segunda patria; pero la misma circunstancia de vivir con los espaoles como hermanos los llevaba, sin mala intencin, mezclarse muchos de ellos ms de lo justo en los negocios de su nueva familia. La revolucin de Italia habia sido obra de una sociedad secreta, desde 1817 12 establecida en su suelo, y conocida con el dictado de la de los carbonarios ( carboneros), la cual se habia dilatado por Francia, donde la sociedad masnica era instrumento muy conocido y gastado, y por lo mismo, para fines polticos intil enteramente. Hubo, pues, tambin en Espaa venas de carbonarios, pero en corto nmero y con flaco poder, siendo Diaz Morales uno de los que trataron de fomentarlas. Andando el tiempo, y ya al empezar 1823, aspiraron los carbonarios salir de su oscuridad insignificancia, como pegndose los comuneros ms violentos y obrando la par con stos; pero nunca llegaron merecer mucha atencin, y aun una otra fechora que discurrieron no alcanz darles siquiera un grado mediano de mala fama. Grande fu la indignacin en la sociedad primitiva al ver desgajar de su tronco aquella rama y plantarla como destinada ser rbol rival del antiguo destinado hacerle

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sombra, y desde luego desacreditarle, porque su descrdito justificaba el nuevo planto, suponindole necesario para dar los liberales mejor sombra y nutrirlos con ms saludable fruto. Lo en parte singular fu ver entre los ms furiosos anti-comuneros Gallardo, quien por sus antecedentes y conducta habria parecido natural ver alistado en el gremio de la gente ms extremada y violenta, y del cual debia presumirse que se dejase llevar por los nombres castellanos algo autorizados de la novel asociacin; pero se indign sobremanera de ver como que se apropiaban su invencin, y, pudiendo en l ms lo literato que lo poltico, mir slo los nuevos asociados como plagiarios, les achac que al robarle sus ideas se las haban desfigurado por no comprenderlas bien, y dio suelta contra ellos su natural de hombre vano y acre en demasa. No correspondi la novel asociacin con odio manifiesto al de que era objeto, porque se sentia dbil an y conoca que debia ser modesta y reservada, aspirando slo cobrar fuerzas y destinando las que cobrase una guerra contra su rival, poro difirindola para tiempo oportuno. La caida del Ministerio en que figuraba en primer trmino Arguelles, fu dolorossima para la sociedad anLigua, que durante cuatro meses habia estado con l en unin estrecha, contentndose con ser su auxiliar, y no aspirando dominarle, como hizo ao y medio despus con un ministerio nacido de su seno. Los comuneros que acababan de nacer no eran muy adictos los ministros caidos, pero aparentaron serlo, y se excedieron en sus demostraciones de enojo por el acto que los derrib, mirando en l una ocasin de mostrar su celo para descubrir conjuraciones y conjurados. Corria en tanto el ao de 4821, no exento de. turbulencias ni do sublevaciones realistas, pero amenazando con males superiores los que ocurran, los cuales eran pronto remediados, sobresanados.

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Pero en otoo del mismo ao tomaron los negocios un aspecto y sesgo psimos, no tanto por hechos de los enemigos de la Constitucin, cuanto por disensiones entre sus amigos. Habiendo cometido Riego actos de enorme imprudencia como capitn general que era de Aragn, iu separado de aquel mando por el Gobierno; disposicin justa, pero que tena la desgracia de ser grata al Rey, lo cual, sobre otras razones, era una poderossima para que pareciese injusta, y aun atroz, los liberales conocidos por el distintivo de exaltados. Hubo en Madrid conatos de s e dicin que fueron reprimidos. Entretanto, circulaba por las provincias la idea de que el Gobierno supremo, dcil por dems con la real persona y con toda la corte, iba consentir en elreslablecimiento del poder absoluto, en algo poco menos. En todos los conventculos de la sociedad antigua, la sazn en el apogeo de su poder, era tal el pensamiento dominante. En ninguna parte de Espaa eran los constitucionales ms numerosos, ni contaba la antigua sociedad secreta con ms poder, as por el nmero como por la calidad de quienes la componan, que en la ciudad de Cdiz. Los comuneros, escasos en nmero, y apenas contando con persona alguna de tal cual valia, eran casi nada en un lugar teatro donde la otra sociedad poderosa habia llevado cabo el restablecimiento de la Constitucin, siendo de todos sabido que era obra suya. Y lo fu tambin, y casi exclusivamente, el proyecto concebido en los dias de que voy ahora aqu hablando, y llevado ejecucin hasta cierto punto, de levantar bandera contra el Gobierno constitucional en nombre de la Constitucin misma. No fu consultado para el intento el gobierno superior establecido en Madrid. Al revs, procedieron los de Cdiz ocultndole su proyecto, y hasta fu tildado de delacin algn paso dado para que, conocido en la capital el dao que amenazaba, se atajase previniese por las vis de

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consejo cariosas y fraternales, por las cuales nicamente podia proceder un cuerpo falto de fuerza material, y que, aun si la hubiese tenido, no habra querido em. plearla. Al cabo la semi-rebelion estall y se comunic Sevilla, siendo tambin all de la misma sociedad la direccin, as como lo fu el origen del levantamiento. Entonces el gobierno de Cdiz estuvo en la sociedad apenas disimulado. Los que no atan de ella saban su existencia, se mostraban prontos prestarle obediencia, averiguaban ansiosos lo que en ella se trataba, y esperaban para cumplirlo saber lo que se resolva. En medio de esto, el cuerpo llamado Captulo de Cdiz, al cual obedeca, las sociedades inferiores de la provincia, inclusas las de la misma ciudad, numerosas y acaloradas, se veian en situacin de notable apuro. Muchos de aquel cuerpo habian atizado el fuego que veian con pena y terror crecido hasta ser incendio que amenaaba gravsimo dao. La autoridad suprema de Madrid habia disculpado ms que aprobado los hechos de las de Cdiz y Sevilla, y, si nada afecta al Ministerio, ni aun la mayora de las Cortes, que slo era semi-ministerial y solia variar, tampoco veia sin horror que fuese encenderse una guerra civil entre los constitucionales. Los enemigos de stos se mostraban al doble satisfechos, porque el desorden les daba motivo censurar un estado de cosas que tan malos efectos produca y en que eran desatendidas impunemente las leyes, y porque esta misma confusion les daba juntamente materia la censura, y fundadas esperanzas de triunfo. Pero en el mismo Captulo habia hombres obcecados resueltos llevar las cosas adelante hasta una situacin de rebelin completa, mientras otros procuraban traer una avenencia que no dejaba de ser dificultosa. En las juntas inferiores era lo comn estar por los pareceres ms violentos, influyendo en esto varias razones: fanatis-

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mo nacido de escasa ilustracin en algunos, temor en otros por creerse comprometidos por los pasos primeros dados en la carrera de la rebelin, y ambicin inters en un gran nmero, que esperaban de la guerra civil ascensos y otras ventajas, porque comenzaba asomar la idea, llevada despus extremos resultas de verla realizada, de que sembrando fomentando las revueltas se coge buena cosecha de grados y honores. Y si bien las Cortes, en dos resoluciones que se contradecan, haban la par dado apoyo al Ministerio y declardosele enemigas, aprobando con esto ltimo el quebrantamiento de las leyes que como por frmula en su primera resolucin sustentaban, ni aun esto alcanz traer la sumisin la parte ms crecida de los rebelados en Cdiz y Sevilla, muy numerosos en la primera ciudad, y escasos en nmero en la segunda, pero dominantes en ambas. Tal era la situacin de las cosas en Cdiz al terminar 1821, gobernando all la sociedad secreta, la cual obedeca, sin ser de ella, el gobernador militar y poltico; hombre honradsimo, hasta virtuoso, de mansa condicin, deseoso del bien, y pesaroso del papel que estaba representando por sentir que con su conducta evitaba mayores males. Me toc en aquellos dias, en que acababa de ser elegido diputado Cortes por la provincia de Cdiz, pasar aquella ciudad desde la de Crdoba en que estaba residiendo, porque habia estado sirviendo en ella mi empleo de intendente. Habia yo sido de los desaprobadores del pensamiento de resistir al Gobierno legal; pero empezada, contra mi deseo no encubierto, la guerra entre los exaltados y los moderados, por clculo poltico no desacertado, aunque de mala especie, me habia puesto d e p a r t e de los primeros, y bulla en su favor, porque prevea que, si triunfando el Ministerio triunfaba con l la ley, infaliblemente los anti-

constitucionales, unidos la sazn con los ministeriales,


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pronlo se sobrepondran sus compaeros, y deshacindose de ellos y de la Constitucin, recogeran todo el fruto de la victoria. Sal, pues, para Cdiz lleno de pena, descontento aun de m mismo, incierto sobre cul sera el modo de pensar de mis amigos polticos, de los cuales haba disentido al desaprobar yo el proyecto del rompimiento, y deseoso de encontrar trminos de avenencia, si bien con poca esperanza de ver mi deseo logrado. Pero, llegado que hube al pueblo de mi nacimiento y tambin de mi amor, cabeza de la provincia que me habia elegido diputado Cortes, encontr que mis amigos, con rara excepcin, deseaban ya la paz, viendo cuan funesta sera la guerra. Haba con todo dificultades enormes que vencer para reducir la obediencia los que habian sacudido el yugo y queran sustentar con la fuerza su desobediencia. En dos semanas que pas en Cdiz apenas sal del Captulo, casi constituido en sesin permanente. Debo decir q u e p o eos dias de mi larga vida han sido ms amargos, aunque en ella hayan abundado horas de amargura. Los singulares medios por donde llegamos por lo pronto, pero no de buena manera, al fin apetecido, merecen una relacin circunstanciada en la cual se d conocer qu eran aquellos dias.

II.

Si era el Captulo de Cdiz la nica autoridad real y erdadera de aquella provincia, era una autoridad supeditada por los que de ella dependan. As es que no osaba tomar resolucin alguna, disimulaba, y cuando se aventuraba dar un paso adelante en la carrera por donde los que en l eran el mayor nmero queran llevar las cosas, al punto se vea precisado detenerse y aun retro-

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ceder, si no en la realidad, en la apariencia. Hasta con la minora del mismo Cuerpo se veia la mayora forzada guardar contemplaciones, que eran actos de condescendencia. Verdad es que los frivolos pretextos con que se cohonest el primer acto de resistencia estaban desvanecidos; que haban intervenido en el negocio las Cortes, y en dos votaciones, en np corto grado, si ya no enteramente contradictorias, se haban declarado contra los ministros, aunque condenando los semi-rebelados, y mandndoles sujetarse las leyes y al Gobierno, y (lo que es ms) que, pendientes estos sucesos, habia habido una eleccin general, y en las Cortes electas iba predominar el partido exaltado, con lo cual estaba logrado el objeto que habia dado ocasin la resistencia de los gaditanos y sevillanos. Pero esto ltimo vena ser una desgracia, porque daba un argumento errneo, pero de gran fuerza para el vulgo, los que insistan en seguir desobedientes hasLa llegar ser rebeldes, sustentando su causa con las armas. Algunos hombres, y de los ms notables, causantes fautores de los primeros movimientos, haban sido elegidos diputados, y, si bien con esto habia adquirido fuerza la causa por ellos abrazada y sustentada, era comn decir que, llegados ellos encumbrarse, daban con el pi lo que les habia servido de escalera, lo cual no pareca bien, y aun dolia quienes nada habian ganado en toda la serie, aunque no larga, tampoco corta, de aquellos disturbios. Esto decan algunos, y acusacin tal muy repetida hallaba favorable acogimiento en numerosos jueces, en litigio en que eran muy crecidos en nmero los que juzgaban. En la ciudad de Cdiz la sociedad tena influjo sobre las clases todas del pueblo, inclusas las nfimas, all la sazn constitucionales, y sabido es que entre la gente ruda ignorante, las opiniones extremadas prevalecen. Ni se contentaban los de los cuerpos inferiores con mostrarse indciles en sus reuniones y en su manejo para

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allegarse parciales fuera de ellas, lo que haca, y ms t o dava lo que, no sin causa, sospechaban que intentaba hacer el Captulo, sino que le enviaban una otra diputacin, que, contra toda regla, era admitida, y la cual se daba voz, si bien no voto, y que al usar de la voz lo haca en tono de no encubierta amenaza, y como quien manda en vez de ser como quien representa. Mal poda r e primir la ira el presidente del Captulo, nombre nada sufrido entonces, y, sin embargo, tascaba el freno, aunque sin poder ocultar que se violentaba. Al revs los de la corta minora; vindose apoyados por gente de afuera, aparecan no slo renuentes, sino indignados y soberbios. Pasaba uno y otro da sin salir de situacin tan a n g u s tiosa, cuando urgia una decisin final, y apremiaban darla los sucesos, empujando ella por opuestos lados. Se present en el Captulo un comisionado del de Sevilla, y nos ech en cara nuestra timidez, declarando que los s e villanos (esto es, no los hijos y vecinos de aquella ciudad, sino los que en ella pretendan llevar la voz del pueblo) estaban resueltos seguir resistiendo hasta que la victoria en verdadera lid decidiese entre la causa del Gobierno de Madrid y la de las provincias desobedientes. Singular era tal aserto, siendo sabido que en Sevilla la poblacin, aunque con excepciones, no era, como en Cdiz, constitucional, sino lo contrario, por lo cual, si llegaban las hostilidades, difcil haba de ser que no fuese el triunfo de los parciales del Gobierno, los cuales se haban agregado los de la monarqua absoluta. Pero cuando los de Cdiz, tachados'de tibios, quiz de algo ms, se pona por ejemplo de ardor y fortaleza la conducta de los de Sevilla, estos, segn supimos muy en breve, se citaba por modelo para avergonzarlos, y aun para intimidarlos, los de Cdiz. Entretanto, el Gobierno supremo oculto de Madrid, lleno de congoja y de temores, aosiaba por ver reducidas

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obediencia

las provincias ya casi rebeladas. Apel,

pues, de nuevo al consejo, porque otras armas no tena, y slo por la va de la persuasin podia lograr el fin q u e anhelaba. No creyendo los escritos suficientes para ver satisfecho s u buen deseo, cuerdamente dispuso enviar Cdiz u n hermano comisionado, y al intento, eligi uno de d e los ms comprometidos en el alzamiento de 1820, lo cual equivale decir de aquellos para quienes la causa d e la Constitucin era una misma con la de su inters personal, pues cayendo aquella, veria en grave riesgo hasta s u vida. Fu el elegido el oficial de marina D. Olegario d e los Cuetos, quien ha visto la generacin presente figurar, a l cabo, en primer trmino en el partido apellidado progresista. Sabida que fu en lo general de la poblacin de Cdiz la venida de tan digna persona, y, sospechndose y aun casi sabindose qu vena, los ms extremados y alborotados levantaron la voz de que un emisario del Ministerio habia llegado con la mira de reducir al pueblo la servidumbre y acabar con los patriotas, y de resultas con la libertad misma. Hubo hasta inquietud peligrosa por la propagacin d e tal rumor, acogiendo la credulidad las calumnias de l a maldad, y estuvo pique de ser maltratado, y aun tal vez e n el grado ltimo, uno de los restablecedores de la Constitucin. La llegada de Cuetos ponia al Captulo gaditano en u n a situacin por un lado ventajossima, y por otro algo apurada, porque si la autoridad del Gobierno oculto, si no do todos obedecida, por todos declarado con derecho exigir obediencia, nos mandaba someternos, de temer era, atendido el estado de los nimos, que aun su mismo Gobierno secreto la sociedad de Cdiz se declarase medio rebelde, llevando delante, hasta sustentarla con las armas y hacer la rebelin completa, acompaada de guerra civil fiDtre constitucionales, la separacin de la obediencia las

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GALIANO.

leyes y la autoridad que en nombre de las leyes obraba. De todos modos, iba acabar la hora de las dilaciones y tergiversaciones. Pero, si bien el Captulo podia proceder por s en tan grave negocio, no quiso, en lo cual, si un tanto se expuso, obr con cordura la par que con atrevimiento, trayendo el negocio la deliberacin y resolucin de toda la sociedad secreta, , dgase, de todos cuantos quisieronconcurrir con su voto, con su voz, con su asistencia la determinacin final sobre la cuestin pendiente. Fu, pues, convocada, al intento de promover en ella un debate y resolucin definitiva, una junta magna para las primeras horas de la noche. Era esta de las de.Enero (1822), que aun en las latitudes apartadas de las polares son bastante largas, y clan tiempo para detenerse en prolongadas discusiones. Acudieron los de la sociedad, si todos no, en nmero muy crecido: corri por la ciudad la noticia de la convocacin y del negocio que iba en ella tratarse y decidirse; estaban todos suspensos y como.colgados de lo que iba dictar una asociacin ilcita, y hasta el mismo gobernador y jefe poltico, no obstante ser honrado patricio, buen caballero y cristiano piadoso, como si hubiese renunciado su autoridad por no poder ejercerla, se someta al fallo de un tribunal cuerpo cuyos miembros estaban anatematizados por la Iglesia, sobre sus otras nulidades. Aunque el Captulo habia resuelto someter la cuestin a la resolucin de la irregular Junta magna, no debia ni quera, ni en razn podia, presentarse en ella sin el intento formado de influir poderosamente en lo que resolviese la numerosa reunin convocada. Para el intento, era indispensable que hasta desapareciese la minora del mismo Captulo, corta, pero tenaz, y tal que podra frustrar el proyecto de sumisin, si no apareca unanimidad en vez de mayora en lo resuelto por el cuerpo cuya autoridad

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iba ser como renunciada al ponerla en juicio ante quienes de ella dependan. Consiguise nuestro intento, no sin trabajo, sosegando el honrado fanatismo de una dos personas, y aun logrando que guardase silencio otra, cuya violencia, segn juicio que pudo ser errneo, pero que tena harto fundamento, pareca hija de malas pasiones y de ambicin poco escrupulosa. As nos encaminamos al sitio donde se habia de celebrar la junta con un tanto de confianza, pero, ciertamente, no ajenos de recelo. Abierta la sesin, siendo en ella presidente el del Captulo, y, proponindose ante todo que entrase y fuese oido el comisionado del gobierno supremo de nuestra sociedad, se levant oponerse que siquiera se le diese entrada el entonces famoso escritor que llevaba por apellido Clararosa. El tal sujeto, ejemplo lastimoso del influjo que lienen y poder que cobran en tiempos revueltos personas cuyo ningn valor moral no est compensado por dotes intelectuales ni por saber, acredit con sus palabras mal zurcidas, en las cuales ni observ las frmulas de la sociedad, cuan malas eran sus intenciones, y cuan escasos sus recursos para sustentar sus opiniones. Entre sus errores, fu uno apellidar Cuetos emisario, dictado q u e , sin ser ofensivo, vena serlo, porque con nombrar as Cuetos se le habia hecho odioso ante el vulgo. Esto proporcion al presidente una ocasin de ensalzar Cuetos, y de poner en claro, si no cual era su comisin, la alta procedencia de ste, y por consiguiente, su importancia. No bastaron, con todo, ni la dignidad de la silla presidencial, ni las convincentes razones dadas por quien la ocupaba para que no siguiese la discusin sobre si habia no de entrar Cuetos. Tales trazas llevaba el negocio, predominando en la junta los de opiniones extremadas, si no por ser all los ms numerosos, por ser los ms audaces y llevarse consigo los tmidos vacilantes, que pareca casi cierto que el comisionado del gobierno de la sociedad no sera ni admitido

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ANTONIO ALCAL GALTAKO.

en la jimia, cuando el presidente, sin esperar la votacin, dando un golpe en la mesa, con voz clara, fuerte y como de quien manda, dijo que en nombre de nuestras leyes, entrase al momento nuestro digno hermano." Sorprendi todos el atrevimiento, y sigui al mandato la obediencia, de suerte q u e , cuando empezaban los malcontentos quejarse de lo que calificaban de acto ilegal y desptico, estaba Cuetos en la sala, y llenos de aliento los deseosos de la sumisin, y de desmayo, en medio de su furia, los de la opinin contraria. Oido Cuetos, el cual, no por si, sino en nombre de quienes le enviaban, aconsej el desistimiento de la resistencia, todava iba a renovarse sobre ello el debate, cuando alzando la voz el comandante del batalln de la Princesa, hombre de gran entereza y de aquellos para quienes valan ms sus obligaciones de militar y de ciudadano que los de miembro de un cuerpo no legal, declar que l con la tropa de su mando estaba resuelto obedecer la autoridad legtima y constitucional, , dgase, las leyes civiles y militares. Era tal modo de expresarse una condenacin explcita hasta de la existencia de la sociedad, , si no tanto, de la parte que la misma tomaba en la direccin de los negocios pblicos, as como lo era de todo lo hecho en Cdiz y Sevilla desde los primeros pasos dados en la carrera de la resistencia al Ministerio. Pero lo atrevido de la declaracin cuadraba bien con el deseo de quienes deseaban sofocar el incendio que ellos mismos haban causado y atizado. El escndalo caus un alboroto principio de desorden en la junta, impidiendo seguir la discusin, produjo una cosa manera de votacin, pero no votacin perfecta, la cual, levantada la sesin entre quejas y reconvenciones de los vencidos, vino dar de s que Cdiz entrase en el orden de que se habia separado. La gente que, en las inmediaciones en otros lugares, estaba aguardando ansiosa saberlo resuelto por la sociedad, arbitra entonces de la suerte de aquellas provn-

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cas, entendi desde luego que la resistencia haba concluido. Al dia siguiente hubo un amago de motin dirigido contra los de la sociedad quienes con sobrada razn s e atribua el xito del grave negocio que tanto ocupaba los nimos del vecindario gaditano. Pero los sediciosos, fallndoles apoyo, no pasaron de amenazar, y tras dias de inquietud vinieron otros de sosiego, ya muy deseados por la gente de algn valer, y aun por la parte de sta que haba visto con placer y aprobado los primeros desmanes. Allanndose Cdiz entrar en la senda legal, inmediatamente le sigui Sevilla, dndose el parabin quienes dirigan los negocios en esia ltima ciudad de verse fuera de una situacin de angustia y peligro. All no haba que t e mer alboroto de la plebe, siendo la de Sevilla, con raras excepciones, indiferente en punto los promovedores de la resistencia, cuando no contraria. En dos provincias ms de Espaa (en Galicia y Murcia) habia habido movimientos para ayudar los desobedientes de Cdiz y Sevilla; pero dur poco el triunfo de los que los causaron, restablecindose el orden imperio de la ley sin dificultad considerable. En todo ello obraban ciertos cuerpos de la socidad secreta, no en obediencia al gobierno de la misma, sino por s, de lo cual resultaba falta de unin y concierto en el gremio numeroso de los asociados en Espaa. Mientras esto pasaba, apenas daban seal de vida los comuneros como cuerpo, si bien algunos de ellos se asociaban los desobedientes, como convenia personas de las ideas ms extremadas. Con todo, ocurri recien pasados los primeros dias de haber levantado la bandera de la resistencia Cdiz y Sevilla un incidente notable y extrao. El Gobierno legal, no bien supo las inquietudes de Andaluca, cuando cuid de impedir que a l a s poblaciones semirebeladas acudiesen personas cuyas opiniones y conducta conocidas diesen fundado motivo de temer que fuesen

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ANTONIO ALCAL GALIANO.

fomentar la idea de la resistencia. Pero cuando esta disposicin, no muy legal, pero en uso constante en nuestra Espaa, donde los movimientos y residencia de las personas estn como sujetos la intervencin de los que mandan, estaba llevndose efecto, se apareci en Andaluca, con licencia de la superioridad, Regato, persona muy principal entre los comuneros, pero hombre de cuyos antecedentes conocidos debia esperarse que prestase eficaz auxilio los desobedientes. No hubo de hacerlo, ni tampoco lo contrario, lo menos claramente, y la como oscuridad con que vivi entre los semi-rebelados encerraba sin duda un misterio, si bien en ello apenas se hizo alto. Tambin pareci extrao que el Ministerio nombrase entonces para desempear el gobierno poltico de Sevilla un sujeto de mrito, pero comunero y amigo no menos que del anciano Romero Alpuente, es decir, de la persona quien ms se allegaba la gente ms sediciosa. As e s que en Sevilla, restablecido el orden, los pocos hijos de Padilla que encerraba aquella ciudad, aparecan adictos quien habia venido poner, y puesto, trmino la resistencia. No sucedi lo mismo en Cdiz. All creci de sbito la sociedad comunera, y creci prodigiosamente, pasndose ella todos los de la antigua, descontentos y aun furiosos por la terminacin de los recien pasados disturbios. Y como en Cdiz las clases inferiores eran constitucionales, fu fcil la comunera aumentar all sus filas hasta formar una crecida hueste. De esta era principio fundamental el. odio la sociedad antigua. Entretanto, en Madrid, abiertas las nuevas Cortes, trabajaban las dos sociedades influyendo en la conducta d e los diputados que respectivamente eran de ellas, los cuales cuando menos componan ms de una mitad del nuevo Congreso. Pero, coincidiendo con la reunin de este nuevo cuerpo

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legislador y en la esencia soberano, por un lado ser elegido Riego para la presidencia durante el primer mes de la legisladura, y por el otro haberse formado un Ministeriode moderados, todos ellos hombres de mrito y alto concepto, entre los cuales descollaba Martnez de la Rosa, tomaron las cosas singular aspecto y sesgo en cuanto al proceder de los gobiernos ocultos. El de la antigua no era amigo del Ministerio, pero tampoco su enemigo, y los meros socios estaban divididos, contndose entre ellos as los hombres ms vehementes de la oposicin, como no pocos ministeriales declarados y celosos. Vino esto i n fluir en la mayora del Congreso punto tal que no la habia fija, sino al revs muy variable, y esto sobre cuestiones importantes, siendo as que, recien hechas las e l e c ciones, era general esperar, unos con temor y pena, y otros con gozo y soberbia, que predominaran constantemente los exaltados. En tanto, el gobierno de los hijos d e Padilla y todos cuantos de l dependan, hacan al Ministerio cruda guerra en unin estrecha con no pocos diputados que ramos de la otra sociedad rival. Yo, que estaba entre estos ltimos, obrando hablando con desatentada violencia, como si quisiese probar que no mereca ser acusado de moderado, como lo habia sido poco antes en Cdiz, y que vea mi conducta aprobada y ensalzada p o r los escritos de los comuneros, y tibiamente aplaudida, veces slo disculpada por los de mi hermandad, sent lo que era la par pueril enojo y justo clculo poltico, y en un momento de mal humor, para el cual no me faltaba motivo, solt la expresin de que mi puesto natural entonces era estar entre los comuneros. Oyeron algunos de estos amigos mos, mis palabras, y equivocando por resolucin deliberada un arranque de ira, participaron su gobierno que iban contarme en su gremio; y tal era la necesidad que tena su sociedad de recibir aumentos, que pas nada menos que una circular todas las torres, hacindoles sa-

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A M O N I O ALCAL GALIAN.

ber la adquisicin de mi pobre persona como una conquista digna de mencin especial. Pronto, sin embargo, vino el desengao, porque pasado el mpetu en que yo me habia mostrado inclinado dar tal paso, determin por varias razones mantenerme firme en la asociacin que me ligaban fortisimos lazos. Grandsima fu la indignacin de los comuneros contra mi, y si disimulada por algn tiempo, conservada hasta dar claras y vivas muestras de si en periodo no muy distante. Iban as las cosas trabajosamente, y estaban prximas terminar las Cortes ordinarias de 4822, encendida la guerra civil en Catalua, no sin tentativas de emprenderla en otros puntos; no encubriendo el gobierno francs la mala voluntad que nos profesaba, ni aun su intencin de hostilizarnos la larga; el Piey dispuesto recobrar su poder antiguo, y ya apenas contento con el Ministerio m o derado por l mismo escogido, y lleno de condescendencia sus deseos, y las Curtes con escaso concepto, sin fe en s propias, no atrevindose ni dar apoyo al Ministerio ni hacerle guerra. En la sociedad de que yo era parte habia la misma incertidumbre que en las Cortes. Ocurrieron en esto los sucesos que sealaron los dias corridos desde el 30 de Junio al 7 de Julio: la sublevacin de la Guardia Real, y su vencimiento en las calles de la capital que invadieron. En los dias que permanecieron las tropas sublevadas y el Gobierno constitucional frente frente, nada hicieron las sociedades secretas que no les fuese comn con los dems liberales. La nuestra apenas celebr juntas. Pero la victoria de la causa constitucional mud la faz de las cosas. El Rey, vencido y sujeto, se veia forzado darse por satisfecho con seguir reinando en la apariencia, dicho con ms propiedad, con que continuase la ficcin legal que le supona reinante, ficcin como todas las d e igual clase de nadie creda.

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El Ministerio, bajo cuya direccin haban venido las cosas pblicas tan fatal paradero, no poda seguir gobernando, ni l queria. Formar el que habia de sustituirle vino ser puesto cargo del gobierno oculto de nuestra sociedad, el cual, puesta mano la obra, la complet como pudo, aceptando la lista de ministros que le fu presentada el Rey, tan sujeto todo que en prestarse cuanto ms le dolia encontraba nuevas pruebas de su e s tado de cautiverio. No slo tuvo nuestra sociedad la imprudencia de hacer nombrar un Ministerio compuesto exclusivamente de personas de ella misma, sino que se mostr satisfecha y aun ufana de ello, como si hubiese alcanzado una victoria y conseguido una gran ventaja. Lo que habia logrado era cargar con una responsabilidad enorme, introducir en el Estado un gobierno secreto al Cual obedeca el gobierno pblico legal, y crear nuevos elementos de discordia, cuando tantos habia que pugnaban unos contra otros, en nuestro dao y el de nuestra causa. Grande fu el furor de la mayor parte de los comuneros al verse excluidos de participacin en el Ministerio, cuando ste vena manos de una oposicin,.en la cual muchos de ellos haban peleado y sealdose. Pero los ms de ellos disimularon por lo pronto, tirando contener los impacientes mal sufridos de su sociedad, lo cual dentro de breve plazo lleg ser nada fcil empresa. Otro inconveniente asimismo de bulto tena el recien formado Ministerio. No podan por la Constitucin vigente ser ministros los diputados, y era forzoso llamar para entregarles las riendas del gobierno otros hombres en vez de los caudillos de la parcialidad predominante en el Congreso, donde tenan asiento los de ms nombradla entre los exaltados. Ahora bien; aun cuando habra sido dificultoso hallar en nuestras filas hombres capaces de ser buenos ministros, y tampoco era fcil sealar algunos siquiera

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medianos para circunstancias en que acertar era casi imposible, crecia de punto la dificultad si se iba buscar suj e t o s idneos para estar al (rente de la nacin en la minora de las Cortes nuestras antecesoras, fuera de ellas en lo general de los espaoles d algn renombre. En el Congreso inmediatamente anterior haban figurado los constitucionales de antigua fama, y el mayor nmero de estos pasaban por ser del partido moderado, cuando la oposicin exaltada del mismo cuerpo, si bien compuesta de personas muy dignas, era reputada, y no sin razn, inferior en valor intelectual al gremio de aquellos con quienes haban estado en guerra, y por los cuales habia sido vencida r e petidas veces. Sin agravio de la respetable memoria de los que en Agosto ltimos de Julio de 1822 se encargaron del gobierno de la nacin, bien puede decirse que no eran sus fuerzas bastantes llevar el grave peso que se ech sobre sus hombros. D. Evaristo San Miguel, que no habia sido diputado, mereca ser tenido por un buen militar y no mal literato, recomendndole adems ser amigo y compaero de Riego; pero por ninguna de sus calidades, pesar de tenerlas buenas, pareca propsito para ministro de Estado. Tal vez el ministerio de la Guerra, que fu confiado al general Lpez do Baos, no caia mal en l, aunque fuese bizarrsimo soldado, y hombre entero ms que instruido agudo. Recomendaban D. Jos Manuel de Vadi11o, diputado que acababa de ser en las Cortes de 1820 y 21, su instruccin algo extensa y su entonces no mal juicio, as como el haber sido ya jefe poltico de una provincia en 1814, pesar de lo cual para la actividad necesaria en un ministro le faltaba mucho. Aunque nadie podia neg a r algn talento y buena intencin D. F. Fernandez Gaseo y D. Felipe Benicio Navarro, por confesin casi general, y por no ser sus nombres de suficiente fama, hacan desairada figura en su encumbramiento. La Hacienda fu dada J). M. Egea, pero slo en interinidad, pues no

R E C U E R D O S DE UN ANCIANO. 399 obstante ser de nuestra sociedad secreta, y buen empleado, todava no tena nombre bastante para ser elevado ministro propietario. Por ltimo, fu llamado desempear el alto cargo de ministro de Marina el entonces capitn de navio D. Dionisio Capaz, que habia sido diputado Cortes en las de 1813 y 14, pero de quien, para no decir ms en su censura, bien puede asegurarse que su elevacin admiro al cuerpo de la armada, y no pudo causar grande satisfaccin los pocos que le conocan. Formado el Ministerio, slo agrad al cuerpo del cual proceda. A no pocos caus disgusto; lo general de las gentes sorpresa. No justificaron los hechos los temores de quienes recelaban ver salir de los nuevos ministros disposiciones de violencia revolucionaria, ni correspondieron ellos las lisonjeras esperanzas y los temores que de su advenimiento al poder habian concebido por un lado sus amigos y por el opuesto sus contrarios. Sin embargo, hubo al principiar los recien nombrados desempear sus cargos un momento en que cesaron los odios antiguos y todava no aparecieron los nuevos, perodo en el cual los parciales de la monarqua absoluta, no bien recobrados de su derrota en Madrid, guardaban silencio, en que los moderados, igualmente vencidos en las ltimas lides, aunque no hubiese sido sobre ellos directamente alcanzada a victoria, se resignaban su destino, y en que los exaltados, aun los descontentos, no crean conveniente ellos mismos dar todava seal del espritu que los animaba. Mina, nombrando general del ejrcito destinado sujetar los rebeldes catalanes, caminaba su destino con algunas tropas, y ningn liberal extremado por entonces dejaba de tener en mucho 'Mina, y si ola cosa senta, lo disimulaba. Iban juntarse Cortes extraordinarias como con harta menos necesidad de tenerlas juntas se habia hecho el ao anterior, cuando era de los moderados el pre-

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dominio, y las Cortes eran ms que son hoy lo que todo los sucesos daba color impulso, aun cuando las Cortes mismas, como el Ministerio, haban venido ser poco ms que ejecutores de lo que disponan las sociedades secret a s , digamos de lo que dictaba las ms antigua de estas, sirvindole hasta entonces la novel de auxiliar, si bien no de buena voluntad, y teniendo que contentarse con censurar algunos de los miembros de aquel cuerpo, pero r e s petando al cuerpo entero, lo menos en pblico, mientras en hablillas en sus concilibulos le zahera y tiraba desconceptuarle. Abiertas las Cortes extraordinarias, el primer paso do estas, de alguna, bien que no grande importancia, fu elegir el que habia de ser presidente durante el primer mes de la recien comenzada legislatura. Aqu result la votacin hecha con arreglo al espritu de los partidos polticos antiguos y no con el que comenzaba animar las dos sociedades hasta convertir su rivalidad en guerra; pues los de una y otra sociedad secreta conocidos por ser exaltados se declararon por el candidato que triunf, el cual era comunero, mientras otros de la sociedad antigua antes y aun entonces moderados, votaron con la minora casi constituida en oposicin al novel Ministerio. Entretanto, los gobiernos supremos ocultos se iban preparando hostilizarse, pero con timidez y hasta con vacilacin, no sin disimulo, pero ms engandose s p r o pios, lo monos en los primeros tiempos, que procediendo con doblez encubriendo con apariencias de amistad de indiferencia afectos de odio y propsito de empear una lid en viendo para ello ocasin oportuna. En los debates y aun en los votos de las Cortes extraordinarias continu por algunos dias, , digamos, como dos meses; se vio lo que se habia visto al elegir el presidente del primer mes. El Ministerio veia entre los que le hacaa oposicin, si no violenta, declarada, no pocos de la misma.

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sociedad de que l habia nacido y de que seguia siendo representacin pblica legal, y por la cual era dirigido en muchos de sus actos, en tanto que encontraba apoyo en lo general de los comuneros. Daba tal irregularidad materia debates alguna vez acalorados en el cuerpo director supremo de la sociedad anr tigua, donde podiendo ms la amistad poltica reinante que la enemistad incipiente de secta, varios nos inclinbamos los comuneros, sin llegar con Lodo pretender aunar con los nuestros el inters principios de quienes, como sectarios, eran nuestros rivales; pero en los cuerpos inferiores de la sociedad, en Madrid y ms en los de las provincias, la enemistad los comuneros comenz dar muestra de s, aunque casi siempre justificada disculpada por claras provocaciones. Pero un peridico, la sazn famoso, vino hacer imposible la continuacin de la paz entre los hijos de Padilla, y l o s a quienes stos calificaban de hermanos pasteleros. Ya se entender que hablo del Zurriago, cuyo valor entonces era grandsimo, no estando tasado ni siendo posible tasarle por su mrito intrnseco, sino por el quo le daban las circunstancias, el cual era escandalosamente exorbitante. Creado el Ministerio de una sociedad sola, el Zurriago SQ le declar enemigo, por razones obvias, y entre estas la principal, por su necesidad de ser enemigo del poder dominante, so pena, si ello faltaba, de no sor ledo; de suerte que no hubo de ser de la oposicin por ser comunero, sino que al revs, se veia como precisado llevar la voz de la comunera para cumplir con su obligacin de hacer guerra al Gobierno todo trance. Sin embargo, el Zurriago se declaraba intrprete de los deseos y opiniones de los comuneros, stos no le desmentan, y los ministros y la sociedad antigua eran, no slo censurados, sino insultados gravemente por aquel perodo procaz. 26

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As, los ms pacficos no pudimos continuar sindolo, por ms que nos doliese empezar la campaa. Para ver cmo esta comenz y fu seguida, no estar dems, aun cuando para ello se vuelva atrs un tanto, pintar lo que era entonces el cuerpo director y gobernador de la sociedad antigua y sus relaciones con los que le prestaban obediencia.

III.

El cuerpo director, sea gobierno supremo de la antigua sociedad secreta, en Octubre, de 1822, al tiempo decongregarse las Cortes extraordinarias, estaba, como ant i s , compuesto de representantes de los Captulos, digamos, de las autoridades superiores de provincia. Los m;; de los que componamos cuerpo tal ramos diputados Cortes, y de los que ms papel hacan en el Congreso, aunque no pocos comuneros tambin figuraban en las primeras filas del mismo Congreso nuestro lado. Nuestro presidente era por entonces Riego, y no sindola menor irregularidad de nuestra situacin en aquellas horas estar presididos por una persona cuyas inclinaciones eran todas hacia la sociedad comunera nuestra contraria; inclinaciones apenas disimuladas y cuya manifestacin nos causaba grandes apuros y aun disgustos. En efecto, Riego, no bien fu nombrado el ministerio de la sociedad con su anuencia, teniendo en l entrada, y aun lugar principal San Miguel su amigo, cuando comenz querer ejercer sobre este ltimo personaje un influjo extraordinario, tanto ms insufrible cuanto pretenda ejercerle, no en punto graves cuestiones, sino en pequeneces, y para satisfaccin de paciones personales, ya favorables, ya adversas .sujetos

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determinados. No siempre quisieron pudieron los ministros prestarse conceder pretensiones caprichosas, que veces eran en dao de hombres apreciables, y Riego, que veia en San Miguel un amigo, pero tambin un subalterno suyo, mir ia menor resistencia hecha sus deseos por el novel ministro como un acto de ingratitud, s e a de rebelda. Lleg tanto el enojo del famoso general, que hubo do partirse de Madrid para Andaluca en el mes de Setiembre, y de pasear varias poblaciones, donde, haciendo imprudentes discursos mal pergeados, recibi altos y vivos aplausos de los necios, y fu oido con desaprobacin por los entendidos. Era el hroe de las Cabezas hombre desinteresado en punto provechos, y aun en punto a honores, pero no asi en lo tocante oirse vitorear, para lo cual no excusaba servirse de artes de toda especie, y, por lo mismo que se creia ntegro, y tena razn de creerlo, miraba como enemigo de mala naturaleza al que le negaba, siquiera le escaseaba, el culto. No dejaba con lodo Riego, aunque su inclinacin los comuneros naca de verse de ellos aplaudido, de tener quienes con l coincidiesen, manifestndose, cuando no favorables, poco menos la sociedad comunera. Bien ser confesar que, recin abiertas las Cortos extraordinarias, y empezados en elias debates de no corlo empeo, como resultase que el Ministerio encontraba fuerte oposicin en algunos de nuestra sociedad, los ms de ellos personas de vala, y al revs reciba apoyo de casi todos los diputados comuneros, algunos de nosotros, uno de los cuales era yo, y con sumo calor veces, nos mostrbamos amigos ms que contrarios de la sociedad rival, cuya conducta poltica, fuera del inters pasin de secta, era conforme la nuestra en todo punto. Nacan de esto disputas que en nada venan parar, pues no terminaban en una resolucin, quiz por estar todos seguros clu que si alguna se tomase, de nadie sera obedecida.

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Pero el inters y pasin de secta iban mostrndose e s negocios de menor cuanta en s, pero de no inferior importancia si se tomaba en cuenta el efecto que producan en los nimos, y por consecuencia on el proceder de los individuos. Al abrirse las sesiones de nuestro cuerpo, harto frecuentes, se empezaba por lo que se llama despacho ordinario en los Cuerpos legisladores otros de ndole igual parecida. Ya una sociedad particular, ya un Captulo de provincia, se quejaba de los comuneros, especificando los agravios que de ellos reciban los nuestros, y aun solia mezclar con a queja otra del Gobierno legal, nuestro hijo y representante, al cual atribuan que favoreca nuestros enemigos los hijos de Padilla harto ms do lo debido. Es un escndalo (nos haca presento una sociedad) que el empleo tal (y citaba uno, veces no muy alto ni de grande influjo en los negocios) haya sido dado un comunero,, cuando hay aqu hermanos dignsimos que podran servirle, y le han pretendido con xito desfavorable su pretensin. Ya no es posible (venan dicindonos por otro lado) sufrir ms tiempo los insultos de los comuneros, quienes la autoridad en vez de refrenar parece como que apadrina. En las quejas de estos ltimos habia ms razn, porque on las provincias la desunin entre las dos sociedades habia llegado ser enemistad, lo cual se dejaba sentir aun en Madrid, salvo donde abundaban los diputados propensos no mirar mal quienes con ellos votaban. Pero la hostilidad de los peridicos comuneros iba asomando, aun cuando slo en el Zurriago apareciese desembozada, descarada y violenta. En tauLo so abri nuevo teatro, donde los de la sociedad de fecha moderna, declarando, con fundamento sin l, que obraban no slo como particulares, sino en nombre del cuerpo de que eran miembros, comenzaron desatarse, as como contra.e Ministerio, contra el Gobierno oculto del cual eran repre-

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sentacin los ministros. Fu el nuevo teatro que acabo ahora de referirme, la sociedad patritica llamada Landaburiana, abierta hacia principios de Noviembre de 1822. De ella y de sus excesos he hablado hace poco, y por tocante al argumento del presente articulo, debo aadir que casi todos cuantos all hablaban se proclamaban hijos de Padilla y enemigos de aquellos quienes, con grosera expresin, comn entonces, daban el mote ele hermanos pasteleros. Asista la sociedad Landaburiana Romero Alpuente, y reciba all obsequiosas aprobaciones tributadas en su persona uno de los personajes ms venerandos y venerados de la novel comunidad. Asista asimismo Riego, pero su asistencia slo servia de provocar, la par con aplausos su persona, vituperios la sociedad por l presidida, habiendo la sazn comenzado oirse la frase, despus muy repetida, de viva Riego sin mandil; grito que oia con frecuencia el as aplaudido, sin dar la menor muestra de desaprobarle. Agregbase todas estas causas de disensin entre las dos sociedades una quiz de superior gravedad. Estaba ala sazn hacindose proceso criminal los principales fautores y caudillos de la rebelin de la Guardia Real, ocurrida en los das primeros de Julio. La causa era seguida ante la justicia militar con beneplcito y aun con aprobacin de los liberales ms extremados, los cuales, por una singularidad, hoy no enteramente desterrada, aun cuando slo aparezca en raros casos, buscaban apoyo en la Milicia contra la autoridad civil cuando les convenia para el logro de sus deseos, encontrando en el ejrcito, tal cual estaba entonces, instrumentos propios para el triunfo defensa de la causa revolucionaria. Fu nombrado para fiscal en el' proceso un oficial llamado D. N. Paredes, comunero muy sumado entre los suyos. Al encargarse ste de la causa, peticin propia, por disposicin ajena se hizo ramo separado relativo un D. N. Goiffeu, francs de nacimien-

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10, realista extremado en sus opiniones, oficial de l a s Guardias Reales y del regimiento antes llamado de "Walonas, y culpado en la sublevacin del cuerpo de que era parte, y en la muerte dada Landburu su compaero por los soldados. A pesar de ser notoria y grave la culpa del tal infeliz, como tena cmplices, si no en el todo, en una parte no leve, de su delito, choc y no sin razn ver q u e l slo fuese juzgado como lo fu, y condenado muerte,, siendo en breve ejecutada la sentencia. Pero los fautores de la'sedicin y caudillos de la soldadesca rebelada se sujet una causa larga y enmaraada, con trazas de no terminar sino en muy dilatado plazo, yendo el fiscal buscando delincuentes por todos lados, en lo cual vean sus amigos pruebas de su celo, y sospechaban sus contrarios intentos de salvar con las dilaciones y complicaciones . aquellos en cuya salvacin lenian no encubierto empeo el Rey y sus parciales. Lleg la osada de Paredes pedir y lograr por breves dias la prisin de los que babian sido ministros en los dias en que se rebel y continu en rebelin la Guardia. Tanto desafuero caus la indignacin, que no podia monos de excitar: alzse un clamor contra que un mero fiscal y un consejo de guerra se arrogasen facultades slo propias de las Cortes, declarando haber lugar exigir la responsabilidad los ministros por sus actos: llevse el negocio al Congreso, y en l fu desaprobada la conducta de Paredes; pero no con la dureza debida, y tampoco sin alguna oposicin, siendo yo (con dolor y vergenza as como con arrepentimiento lo confieso) de lo? pocos que desaprobaron hasta la blanda y tmida desaprobacin de los actos ilegales y altamente vituperables del fiscal sospechoso (1). Abrazaron los comuneros la causa
(1) Cuando repaso los sucesos de mi vida y t r a t o de juzgarlos, no con imparcialidad, lo cual no es posible, pero segn me dicta hoy mi conciencia, y con la frialdad que trae consigo el tiempo, no hay parte de mi carrera en que crea haber andado ms errado, y

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del de su sociedad, diciendo do los de la rival y ya contraria estar visto que el minisLerio y los amigos de ste queran guardar indignas contemplaciones con los moderados, y, por condescendencia con ellos y aun con los realistas, salvar los culpados principales sujetos ajuicio, de donde provenia ponerse obstculos a! honrado, celoso y valiente (iscal en el desempeo de su cargo. A acusaciones tales respondan con conira-acusaciones los inculpados, segn los cuales Paredes se haba puesto de inteligencia con la corte, siendo mera apariencia el exceso de su celo, y la realidad que, mientras buscaba criminales donde mal podia encontrarlos, y donde no le era lcito e n trometerse, aquellos sobre quienes debia recaer la pena escapaban cuando menos por lo pronto sin castigo, siendo su defensa lo enredado de la causa, cuya complicacin les daba amparo. En suma, para los d l a sociedad ministerial vino ser casi verdad averiguada estar Paredes ganado por el Rey; cargo tal vez injusto, pesar de que su proceder vino al cabo dar aquellos quienes acusaba, no slo la impunidad, sino, con la mudanza que ocurri sin concluirse la causa, el triunfo ms completo.

de que ms me arrepiento y aun me avergiience, que de los pasos dados por mi en el negocio de Paredes, y en todo lo relativo mis relaciones con el Ministerio y con los comuneros en Octubre y Noviembre de lfi.2, durante los primeros meses de aquellas Cortes extraordinarias. Al meditar en ello ahora, encuentro en mi propio ejemplo, cuan comn es en el hompre la adulacin, pues quien l a n i e g a las cortes de los reyes la tributa los pueblos, .dicindolo como so debe, los que tomando el nombre del pueblo no pasan de ser partidos. Yo entonces sostena al Ministerio y conoca su nulidad; me arrimaba los comuneros, estando persuadido de s u mala ndole, defenda en pblico mucho de lo que en mi interior desaprobaba, y mal satisfecho de mi mismo, no me corregiade u u a conducta que estimaba en algo replensible. Verdad es que no todo era en m lisonja, pues habia en mi proceder loca pasin, lo cual es igualmente vituperable, paro no tau feo.

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Entretanto en la tribuna de la sociedad Landaburiana y enffl Zurriago era el asunto principal tratado en aquellos dias el de Paredes y los encausados. Los hermanos pasteleros decian (para usar de las groseras palabras empleadas entonces) se haban quitado la mscara, apadrinando los conspiradores para libertarlos del rigor de la ley, a l o cual se seguira hacer con ellos causa comn, y hasta echar por tierra la Constitucin, sustituyndola una con dos Cmaras, las cuales se apellidaba odiosas. Ya he dicho que aun yo, tachado (no sin algn motivo) de inclinarme los comuneros, no pude sufrir ms ver mis amigos hechos blanco de acusaciones tanto cuanto injustas inicuas. Romp, pues, aun por mi cuenta propia la guerra contra la comunera, aunque no disparando mis tiros contra ella como sociedad, sino slo increpando quienes en su nombre nos hostilizaban, la par que ensalzando los merecimientos de nuestra hermandad en trminos poco prudentes. Mi folleto (pues un folleto fu mi acto de hostilidad) valia poqusimo, pero encendi una ira violenta en aquellos contra quienes estaba dirigido, los cuales me atribuyeron una imprudencia muy superior la que en justicia deba echrseme en cara. La sociedad comunera no por esto se habia puesto en guerra con la nuestra, si bien no desmenta los que blasonaban de llevar su voz al acusamos y denostarnos. Pareci entonces como forzoso poner en claro la siLuacion respectiva de las dos potencias semi-ocullas que existan dentro del Estado legal. A una declaracin formal de guerra suelen preceder negociaciones, y el modo de hacer stas ms solemnes es el nombramiento de un embajador. Fu nombrado uno por el gobierno de nuestra sociedad para que pasase entenderse con el de la potencia antes slo rival, hasta veces aparente amiga, ya en aquella hora enemiga, pero^enemiga dudosa. Para desempear tan importante embajada fu escogida mi pobre persona.

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Ya nombrado, cuid de aumentar con ridculo nfasis la importancia de mi misin la autoridad delante de la cual habia de desempearla, solicitando pblica audiencia con la solemnidad correspondiente. Fume concedida, como era de esperar, y difcil es decir, al recordar el desempeo de mi embajada, quin se llev en aquella farsa la pal*ma en punto ridiculez, habindonos ambas partes extremado. Aunque nuestra sociedad antigua se distingua por su ceremonial, en el cuerpo gobernador de ella la habamos omitido enteramente, pero en el de los comuneros, lo menos para acto tal como era el de recibir una embajada de potencia extraa, habia algo, bien que poco, en adorno del lugar, insignias condecoraciones en ias personas. Lleno yo de entono, me present haciendo el papel de legado romano que intimaba al Senado cartagins que se decidiese sin demora por la paz la guerra, el de Argante haciendo la misma intimacin los Cruzados presididos por Godofredo; y no se tenga por pedante esta cita, porque llevaba yo en la mente los lances que me refiero para acomodarlos disparatadamente la ocasin en que me vea. Si entonado y hueco aparec yo, no lo estuvo menos el gran maestre de la orden que me recibi en pleno captulo. A mis quejas de la conducta de El Zurriago, y mi peticin, reducida que declarase la sociedad no ser aquel peridico representante de sus opiniones intentos segn l aseguraba, recib una respuesta casi evasiva s o bre el primer punto, y sobre el segundo una negativa r o tunda. En suma, por ambas partes hubo pompa en los m o dos, y sequedad en el tono hasta rayar en desabrimiento. Me retir, pues, sin sacar fruto de mi embajada; mal ensayo de un diplomtico que ya lo habia sido de veras, pero en puestos inferiores. Fui muy censurado de los comuneros, y creo que mereca serlo, pero incurrieron en la ridiculez de afirmar que yo me habia turbado y cortado ante

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el espectculo solemne que present mi vista su sociedad reunida. Como era de suponer, la negociacin malograda produjo exacerbarse la guerra. Pero como ya entonces amenazase una ms seria de parte de Francia, y como, pesar de ventajas alcanzadas sobre los realistas levantados en Catalua y las Provincias Vascongadas por Mina y Torrijos* donde quiera asomasen partidas de anti-constitucionales, dando conocer por estas chispas, y sobre ellas por otros sntomas, la existencia de intenso fuego oculto pronto romper en voraz incendio, se veia claro la necesidad de avenirse entra s los constitucionales, , cuando menos, de stos los conocidos por exaltados. Hubo, pues, tratos para venir conciliacin las sociedades ya enemigas, no por medio de pomposas embajadas, sino por medio de negociadores en conferencia amistosa. Nombr para el intento la sociedad comunera al general Ballesteros, Romero Alpuente y Regato; la nuestra Izturiz, otro, cuyo nombre no r e c u e r d o , y m, pesar del mal xito del desempeo de mi anterior cargo. Abierta la conferencia, habl primero en ella Romero Alpuente, cuyo talento no era grande y quien entre otras calidades, aunque le sobrase la malicia, faltaba el tino. Dijonos que los comuneros tenan muchas quejas de nosotros, y una de las principales era que al formarse el Ministerio nos le hubisemos tomado por entero, sin darles en l siquiera una corta parte, y que podia remediarse el yerro con ciarles wia dedadila de miel, lo cual por el pronto bastara, siendo por otra parte fcil, pues en el ministerio habia un Capaz que era muy incapaz. (-1) Iba continuar cuando le interrumpi su colega Regato, con muestras visibles de
(1) Esto eluda que El Zwriago, u n a de cuyas maas era poner nombres de burla personas conocidas, l l e n a b a al miniatrode Marina Capaz el incapaz.

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ira contenida duras penas, el cual neg que los c o m u n e ros reclamasen una parte en el gobierno, pues su deseo era que se gobernase bien, fuese por ellos por otros, de lo cual so estaba muy distante. Tocnos hablar en medio de esto; pero dijimos poco, y sin claridad ni precisin, no siendo fcil avenirnos con quienes parecan nial avenidos entre s, y aun sintiendo la maligna complacencia que es comn sentir cuando se ve divisin entre los enemigos. Furonse enzarzando en su dispula Romero Alpuente y Regato; segumos nosotros ms entretenidos con su ria y deseosos de fomentarla que atentos buscar una concordia en aquellos momentos inasequible, y, sin resolver ni aun proponer cosa alguna, habia el cansancio de los disputantes trado un momento de silencio, cuando rompindole Ballesteros, hasta entonces callado y medio dormido, expres con cunto placer vea que al cabo estbamos todos acordes, no pucliendo monos de sor as entre personas amantes de la libertad y de la Constitucin en igual grado. Aunque de las luces del buen general no era de admirar tal ocurrencia, todava hubo do dejarnos parados, y, reprimiendo la risa, no obstante la tentacin tortsima que de ella nos asalt, aprovechamos en cierto modo la ocasin de terminarla conferencia, no persuadidos como Ballesteros de que estaba trocado en amistad el odio, pero tampoco negndolo, y satisfechos de haber concluido con un negocio al cual no era posible hallar buena salida (1).
(1) Poi- aquel tiempo comenzaron salir luz unas cartas que se decan ser del compadre de lil Zurriago, en las cuales se haca cruda g u e r r a este peridico y toda la sociedad comunera. Est a b a n escritas en buen estilo, y abundaban en chistes, muchos de de ellos de buena ley. Su autor (por unos pocos dias ignorado) era u n D. Gabriel Garca,que habia sido del ayuntamiento de Madrid, y sealndose por u n a defensa do Goiffleu, que le mereci injustas censuras, y el mismo que en IS'S, despus del suceso de la Granja, fu subsecretario de Estado. Mucho incomodaron los comuneros las tales cartas, de que hoy apenas habr quien se acuerde..

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As es que la guerra continu embravecida, y aun hubo <le sealarse por un incidente de pocos sabido. Por aquellos dias desapareci uno de los dos que escriban El Zurriago. Corri al momento la voz de que los hermanos, en aquel lance no pasteleros, sino muy al r e v s , le haban hecho vctima, y tal vez quitado la vida, que lo menos le tenan encerrado en alguna oscura mazmorra. Nosotros ya nos quejbamos, ya nos indignbamos, ya nos burlbamos de lo que reputbamos una calumnia, opinin que hasta ahora habia tenido, y sobre la cual me ha h e cho vacilar un aserto de fecha moderna y digno de alguna fe (1). Mientras seguia e s c o n d i d o , por disposicin propia, como maquinacin contra sus enemigos, por otra causa hasta hoy de m ignorada, el zurriaguista, algunos amigqp

(1) Este escritor de El Zurriago (D. N. Mega), cuyo compaero muri pasado por las armas en 1821 cerca de Almera, en u n a loca t e n t a t i v a de restablecer la Constitucin, vivi hasta h poco, pero vuelto su patria desde los Estados-Unidos de la Amrica Septentrional donde habia huido en 1823, vino t a n trocado que no intent hacer papel, como bien podia; se mostraba arrepentido de su conducta anterior, prefera la oscuridad y la indigencia darse conocer, y es fama que recibi socorros, de que tena s u m a necesidad, hasta de Martnez de la liosa, quien tanto habia ultraj a d o , pero cuyo perdn solicit humilde y alcanz, pagando con g r a t i t u d el beneficio. Sin embargo de su arrepentimiento acompaado de u n a confesin de s u s yerros, sigui afirmando que real y verdaderamente habia sido asaltado de noche, y encerrado despus de aprehendido, h a s t a que al cabo de algunos dias fu puesto en libertad, tambin de noche, dejndole en u n a plaza. Tal aserto es digno de crdito. Pero por el lado opuesto me consta que la sociedad la cual fu achacado aquel acto criminal, ni le dispuso ni le crey cierto. Quiz algunos de ella m s celosos que cuerdos justos, cometieron tal, s i n dar parte de l al cuerpo director, que no le habra aprobado. Quiz algunos de sus aparentes a m i g o s fueron culpados de aquella maldad, para atribuirla sus contrarios. De todos modos, el a s u n t o queda oscuro, y llevar l la luz se ha hecho imposible.

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de ste, que para ciertos fines pasaban por serlo, trazaron su rescate venganza. Ya dejo dicho en una parte anterior de este trabajo que, como la sombra de la sociedad comunera, existia cierta cosa modo de ramal de la de los carbonarios italianos, Estos, como si estuviesen cansados de que de ellos no se hablase, ni aun para vituperarlos, hubieron de pensar en sealarse por un acto de vigor, y, con motivo de la desaparicin del escritor de El Zurriago, discurrieron echar mano una persona de la sociedad la sazn ministerial, y tenerle en estrecho y duro encierro en rehenes del perdido periodista. Fueron los que tomaron tal determinacin pocos en nmero, y hubo la singularidad de que entre ellos figurase el que era la sazn bufo caricato de la pera italiana, mediano cantante, y no mal actor, que solia dar que reir al pblico y recoger aplausos, por gestos raros, y palabras en espaol chapurrado interpoladas en el texto italiano de lo que cantaba. No obstante el secreto que era natural guardar en resolucin tan aventurada, no falt un delator ni aun en el escaso nmero de los congregados, asi que como las once de la noche, hallndome yo como tena por costumbre en casa de mi amigo y colega Istriz, lleg ste el aviso de m peligro, y l, sin enterarme del negocio, me rog que me quedase dormir en su casa aquella noche, dndome por motivo que la maana siguiente muy temprano habamos de tratar de un asunto importante. Acced yo, como debia suponerse, al deseo de mi amigo, y llegado el dia siguiente, supe la causa que me habia hecho pernoctar en casa ajena aunque tan amiga. Con estar descubierta la fechora trazada, qued imposibilitada su ejecucin. De all muy poco, en altas h o ras de la noche, apareci en una plaza de Madrid, medio desnudo, el escritor secuestrado, con lo cual termin tan ridculo incidente, ruidossimo entonces, casi de todos ignorado hoy, siendo la comn opinin tener el suceso por

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farsa dispuesta por la aparente vctima y por sus a m i gos (-1). Mucho mayores sucesos estaban preparndose en aquellas horas. No tardaron en llegar nuestro Gobierno las famosas notas en que Rusia, Austria, Prusa y Francia condenaban nuestra Constitucin, y ms todava la revolucin que habia trado su restablecimiento, declarndose resueltas obligar Espaa de uno otro modo devolver al Rey el uso de su autoridad para que la ejerciese segn creyese justo y oportuno. El Ministerio, recibidas estas comunicaciones, prepar la respuesta, y la comunic la sociedad antes de traerla las Corles. El supremo gobierno oculto aprob plenamente la conduela de los ministros, y en cierto grado prepar, aunque no dispuso del todo, ni podia disponer, la escena del 9 de Enero de 1823. Mi intento ahora es referir y no disputar, por lo cual no pretendo ni desaprobar ni justificar la conducta de nuestro Gobierno al resolver cuestin de tanta magnitud cuanta fu la que encerraba la paz la guerra; la sumisin de la nacin su resistencia; la posibilidad no posibilidad de entrar en tratos; conducta casi generalmente reprobada, entre otras razones, por haberle sido notoriamente adversa la forluua. Dir slo que de muchos actos de mi vida poltica estoy arrepentido, y lo confieso y aun lo pregono; que de otros sigo satisfecho, aun hoy mismo, en mi interior y no lo encubro; que conozco puedo equivocarme
(I) En prueba de que- este malvado proyecto existi, contar lo s i g u i e n t e : <Uu ntimo amigo nuestro comunero, concurrente casa de Istriz, como oyese hablar de la reunin en que se habia resuelto el atentado contra mi persona, clam que era u n a calumnia u n chismo de los que suelen correr y creerse e n t r e enemigos Pero al dia siguiente volvi confuso, y con candor confes que h a bia averiguado ser cierto habar habido'jtal j u n t a y tal resolucin si bien afirmo, cun veracidad, que uo babia sido acto de los comuaero3.

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ahora como juzgo que me equivoque nles, y, finalmente, que hay pasos dados en mi carrera sobre los cuales hoy mismo opino que no fueron dados ni con acierto completo ni con desatino, incluyendo en estos ltimos la parte considerable que tuve en lo relativo la respuesta dada las famosas notas. Creo en este momento mismo que nada habria salvado la Constitucin, ni Constitucin alguna que no fuese la que da al Monarca una autoridad semi-absoluta, acompaada de una condenacin solemne de la revolucin de 1820; del trgico fin que cupo la espaola de 1812 en 1823: creo asimismo que procedimos con poca maa y sobrada ligereza, errando los medios aun cuando acertsemos enelfin que nos proponamos. Aun clculosde poltica en que predominaba el inters de bandera sobre el del Estado hubieron de influir en nuestro nimo, no conociendo, pero tampoco ignorando enteramente, su influjo en nuestros pensamientos y resoluciones. Nos oamos acusar de vergonzosas contemplaciones con los enemigos de la Constitucin y de la libertad, y hasta de prestarnos la sustitucin de una Constitucin reformada la vigente, y quisimos desmentir la acusacin, no sin el loable propsito, mezclado con nuestra mira interesada, de impedir una revolucin que amenazaba, si nos manifestbamos dispuestos acceder los deseos de los monarcas extranjeros, los del Rey y sus parciales. Sea como fuere, el entusiasmo, en gran parte facticio, y ciertamente de pocos, pero aparente, vivo y comn en los que sentan empeo en la causa pblica, con que fueron recibidas las resoluciones del Congreso en las sesiones de 9 y 11 de Enero, call por algn tiempo los comuneros, y aun los constri mezclar sus voces en el coro de alabanzas tributadas los ministros prohombres de la sociedad de ellos aborrecida. Pero quiso la comn desdicha que al ruidoso himno laudatorio sucediese muy en breve un grito de pena y terror, y tambin de afectos

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de ira y vergenza, causado por la derrota de una divisin de nuestro ejrcito por una partida de facciosos, gruesa s, pero al parecer poco respetable; derrota padecida corta distancia de la capital, y que caus en ella un temor sumo, aunque no fundado. Al creerse que los vencedores podan presentarse delante de los muros, , hablando con propiedad, de las tapias de Madrid, en cuyo interior contaban numerosos amigos, pens el Gobierno, forzado ello, conferir el mando militar de la capital al general Ballesteros, lo cual en aquellas circunstancias era una importantsima concesin hecha la sociedad comunera. El n e gocio vino las Cortes en sesin pblica, donde un diputado comunero calilic al general agraciado de personaje que habia figurado en primer trmino en el cuadro del T de Julio, siendo recibida la expresin con palmadas de los concurrentes la tribuna, en la cual escaseaban, como siempre escasean, los ministeriales. Sobre la importancia general de aquellos sucesos gravsimos, apareci en ellos rota la unin hasta entonces constante de los diputados Cortes de la una y la otra sociedad. Pas en no largo plazo el peligro inmediato de Madrid, y del gobierno constitucional, pero habia descubierto, y hasta hecho patente el peligro algo menos cercano pero no muy distante en que estaba la causa pblica, amenazada por fuerte poder, flaqusima en fuerzas para la defensa. El conocimiento del comn peligro trajo la divisin al seno de la sociedad comunera. De ella muchos personajes de nota, y entro stos casi todos los que eran diputados Cortes, menos tres cuatro, ms notables por su violencia que por su brillo, se adhirieron los de la sociedad rival dando apoyo al Ministerio. Pero los capitanes, aunque de los principales de su hueste, fueron seguidos de pocos soldados, y, segn sucede en casos tales, los ms vehementes y extremados se llevaron consigo mantuvieron bajo su influjo mando las turbas.

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Estas, casi todas comuneras, entre los liberales de las provincias haban llegado un estado de frentica furia contra los de la sociedad su rival. En Cdiz las cosas haban llegado excesos increbles. Las cintas y divisas verdes, en las que (como en otra ocasin he dicho) vean los poco entendidos un smbolo de la sociedad antigua, no habindolo sido sino de la esperanza en el triunfo que los restaMecedores de la Constitucin haban tenido al acometer y sustentar su empresa, eran objeto de insulto para la plebe liberal. Persona hubo del sexo femenino, y no de la clase baja, que se pase con zapatos en que lo bajo de la suela era verde para indicar que destinaba aquel color ser pisado. A puerilidades semejantes acompaaron serios desrdenes, y stos actos de despotismo por parte de la autoridad, la cual, no obstante estar en manos de constitucionales y aun de exaltados, proceda con la tirana que en tiempos de revolucin, y sobre todo en Espaa, es la regla de conducta de los partidos polticos militantes. En suma, en toda la nacin los comuneros numerosos y violentos, con sumo poder en las poblaciones donde abundando los liberales lo era la plebe, y con menos fuerza donde los constitucionales escaseaban, apenas contaban entre los suyos gentes de las clases ignorantes, seguan los caudillos hasta entonces inferiores en nota que no se haban unido al Ministerio. Todo ello venia parecer cosa leve, cuando llamaba la atencin la invasin inminente pronto pasada ser invasin realizada. Ante ella fueron casi nada en la apariencia ias rencillas de las sociedades rivales, pero en la apariencia y no ms, pues la sorda obraban, y no tuvieron poco influjo en las deserciones de los antes defensores de la Constitucin; deserciones en que los de una y otra sociedad tuvieron igual vergonzosa parte, pero las cuales dieron con sus argumentos pretexto los comuneros ms que los de otra parcialidad, por lo mismo que, saliendo de 27

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ellos, parecan ms poderosas las razones contra la continuacin de la resistencia. En efecto, la condenacin de las respuestas dadas las notas comenz oirse salida de los labios que poco antes clamaban contra toda idea de avenencia con los extranjeros con los realistas. De aqu sigui desaprobarse la idea de la traslacin del Rey, Gobierno y Cortes Andaluca, la cual era consecuencia forzosa de la resistencia la invasin francesa, encaminada restituir al Rey el lleno de su poder perdido. Cay, por proponer este viaje necesario, el ministerio de los hermanos, pero un motin escandaloso oblig al Monarca reponer los ministros caidos. Vituperaron entonces agriamente los comuneros (si no todos los ms do olios, y entre stos los que entre los antes caudillos de la sociedad se haban resistido unirse con los ministeriales) el atentado cometido contra la real persona y las leyes; desacato y aun exceso atroz que no admita disculpa, poro tal era la desgracia de los tiempos que, al vituperarle con sobrada razn, tcnian que declararse aprobadores de una conduela cuyo trmino forzoso era el triunfo de la invasin francesa y la cada de la Constitucin, lo cual disonaba en boca de constitucionales de celo extremado. Una vez llegados el Monarca y el Congreso Sevilla, nuevo Ministerio, pero ya no do la sociedad secreta, aunque de ella fuesen varios do los ministros nombrados, tampoco mereci la aprobacin de los comuneros, si bien tuvo en su favor los votos de los que de la sociedad se haban separado. En verdad ya entonces ambas sociedades haban perdido su fuerza, y las luchas, si alguna habia, eran como la de cuerpos debilitados por achaques de temprana vejez en las cuales se muestra el rencor inveterado, pero falta poder on los combatientes para hacerse daos graves. Adems, en su interior las mismas sociedades estaban, si no disuenas, combatidas por un elemento de disolucin iucipieate, modo de lo que e s ea lo material uo

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cuerpo apolillado del cual se va desprendiendo resuelta en polvo mucha parte, mientras lo que sigue en pi solo existe entero en la apariencia. Algunos de los prohombres de los hijos de Padilla ms exaltados (no de los que se haban unido al cabo con la sociedad rival) entraron en trato secreto y amistoso con el Real Palacio, pero estos tratos conocidos poco dieron de s, no ser por lo que influyeron en la opinin de gente de ms poder, sealadamente en los ejrcitos, y, siendo sabidos, no podan ser castigados, ni aun con entregarlos la vergenza y censura, porque haba llegado la hora en que la opinin pblica, dividida, trabajada, desmayada incierta, no acertaba juzgar ni aun para condenar las acciones ms feas, y en que, desapareciendo el inters pblico, atendan los ms cada cual al suyo privado. En situacin tal fu la causa de la Constitucin y aun la de la dignidad de la nacin abandonada por personas de todas las sociedades, de ninguna de las secretas; personas altas y bajas; de las antes apasionadas y de las tibias; de las entendidas y de las ignorantes. Ejemplos hubo en medio de esto de honrada fidelidad, compartiendo tambin la gloria (si en ello gloria haba, aunque haya quien contra toda regla de justicia y moral lo niegue), algunos comuneros distinguidos, y otros que se contaban en la sociedad antigua, y el general Mina de esta ltima, y el general Torrijos ele aquella, pudieron presentarse en tierra extraa, proscriptos, pero con la frente erguida como de quienes han cumplido con su obligacin todo trance, en medio de numerosos ejemplos de lo contrario. Ni fueron los generales citados los nicos dignos de ser mencionados con alabanza, porque militares y no militares de varias categoras los acompaaron en su honrosa desventura. Como en otros de estos mis recuerdos he dicho, por consecuencia de la flaqueza humana, la cual apenas consiente que en el hombre no vaya mezclado lo malo con lo bueno, los que llevaron al destierro su honor in-

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tacto llevaron con l un tanto de sus antiguas rivalidades Pero, como los aos de la emigracin engendraron nuevas pasiones de amistad y aun de odio, al aparecer restablecido en Espaa el gobierno parlamentario, ya no revivieron las antiguas sociedades secretas. Hubo, es verdad, otras de que slo tengo noticias vagas, y aun hubo cierta cosa modo de resurreccin de la antigua, pero el cuerpo que hubo de creerse resucitado estaba meramente galvanizado, y, en vez de repetir, remedaba las funciones de su pasada vida. No s si me engao, pero, tmido como soy en aventurar opiniones, todava me arrojo decir que el tiempo del predominio absoluto de las sociedades secretas en los negocios pblicos, si no es ya imposible, es improbable en altsimo grado.

XIII.

DEFOSICION DEL REY POR US CORTES EN SEVILLA EL 11 DE JUNIO DE 1823.

Las Cortes, de resultas de la invasin del territorio espaol por el ejrcito francs, se haban retirado Andaluca y abierto sus sesiones en Sevilla, habindose trado consigo al Rey, su enemigo, pero embozado, y tradosele, no sin haberse l resistido hacer el viaje, si bien valindose de pretextos no polticos, pero tan claramente pretextos, y no ms, que nadie ignoraba, ni S. M. mismo pretenda ocultar del todo, que eran un modo decoroso de declarar su resolucin de esperar los invasores, los cuajles de hecho eran sus mejores amigos, aunque de derecho ( de oficio aparecan siendo sus contrarios. ! Las Cortes en Sevilla discutan, deliberaban, resolvan, pero con evidente desmayo, que era forzosa consecuencia de las tristsimas circunstancias en que se hallaban. Vease jclaro que del pueblo, si no la parte mejor, la mucho ms numerosa, haca causa comn con los invasores. Flacos de espritu, si no traidores, los generales se rendan al peso de desdichas superiores las que pueden resistir humanas

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fuerzas. Divisbase la nube desde mucho antes formada, y se la notaba crecer en negrura y oscuridad, hacer ya extragos en los lugares que alcanzaba, y amenazar con otros, tal vez mayores, aquellos donde no habia llegado, pero que se vena encaminando con mediana rapidez, si bien con curso que no podia ser atajado. En el mismo Congreso, lo que habia sido unanimidad e n l o s d i a s 9 y d i de Enero, en Mayo era ya slo mayora, si numerosa an, poco alentada, y la cual se opona una minora valiente, cuya osada y firmeza declaraban que contaba con auxilio poderoso. Fuera del recinto en que se celebraban las sesiones, los diputados estaban, como era fuerza sucediese, inquietos, tristes y dudosos en punto la conducta que debia seguirse, cuando se estaba viniendo tierra la fbrica de que eran custodios. Era comn quejarse de que nada se haca; pero provocados quienes as se quejaban indicar qu podia hacerse, nadie acertaba proponer cosa alguna, porque, en verdad, nada habia que hacer, sino seguir la guerra, y llevar los reveses que eran de ella consecuencia, con resignacin, tanto ms difcil de tener, cuanto que el trgico fin de la Constitucin se descubra claro y poca distancia. El Ministerio, incompleto y hecho retazos, no gozaba de la confianza del Rey, el cual, sin embargo, le miraba con cierto afecto parecido gratitud, porque le habia libertado de otro de l tan odiado como el de San Miguel y consortes, pero que le habra preferido al de los comuneros y de Flores Estrada; gente, en verdad, ms extremada en sus doctrinas contrarias toda autoridad, inclusa la del trono, pero unida entonces con la corte y las reales personas por comn aborrecimiento la sociedad secreta, su enemiga, en aquellas horas predominante. Las dos sociedades seguan en guerra ms rencorosa que viva. De la comunera se haban separado muchos de

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los de superior valer, y de ellos no pocos diputados pasados hacer causa comn con el ministerio de San Miguel y con el que le habia sucedido. Por eso los fieles a l a bandera comunera, sin profesar ideas muy monrquicas, se haban, con todo, arrimado la persona de Fernando VII y la corte, reprobando la guerra empezada, y pintando posible un ajuste con los franceses. La otra sociedad, debilitada por su mismo triunfo, y porque, habiendo gobernado por algn tiempo en malas circunstancias, habia cometido graves yerros, se senta incapaz de hacer frente desdichas de que se la haca, y no con grande injusticia, responsable. En las reuniones del cuerpo principal director no se formaban ya los planes del Gobierno, como suceda en los ltimos meses de 1822 y principios de 1823, cuando el Ministerio era poco ms que ejecutor de las resoluciones de la sociedad; cosa que no se habra sujetado Calatrava, y algn otro de sus compaeros. En medio de esto, dictando, segn con frecuencia sucede, la flaqueza actos de violencia, y tambin llevando el hecho mismo de no tener que hacer proponer pensar en desatinos, ocurri un dia en la Junta, que era autoridad suprema de la sociedad, encontrarse en la bolsa llamada Saco deproposicinos, donde, conforme a r i t o , se presentaban todas cuantas se hacan ignorndose sus autores, una reducida que se discurriese medio de acabar con Fernando, y aun con su real familia (1). Indign sobremanera tal idea varios de los concurrentes, y entre ellos Istriz y al que esto
(1) Este incidente tuvo resultas. Huno de revelarle al rey u n t r a i d o r , quien hizo tal el miedo. Compr el revelador su perdn con esta bajeza; pero, siendo hombre cobarde por extremo, el pensamiento de que podra tener consecuencias para l funestas s u accin, le trajo u n a enfermedad que le acab con la vida. Qued de l a delacin testimonio en u n a clusula de la amnista dada por el Rey absoluto en Al ayo de 1824, donde se exceptuaba del perdn los que en- sociedades secretas hubiesen propueslo la inuefe del Rey de otras personas reales. >

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escribe, y nos sopramos de la sociedad, punto de declarar que no asistiramos en adelante sus juntas; lo cual cumplimos, viendo en el acto de aquella propuesta, no slo un crimen, sino, como tenamos razn para presumir, un lazo que se nos armaba. Do este modo las dos sociedades, poco antes gigantes, y disputndose con calor y furia la dominacin, haban perdido en gran parte su fuerza, como en aquella hora lo habia perdido todo en el gremio de los constitucionales, el cual iban reduciendo continuas deserciones. El estado de la poblacin donde celebraba sus sesiones el Congreso, y donde residan el Rey y su Gobierno, distaba mucho de ser satisfactorio. Eran numerossimos en Sevilla los parciales del Rey absoluto y enemigos de la Constitucin, y slo por lo cobardes no se hacian en alto grado temibles. La milicia nacional sevillana, poco numerosa, no inspiraba ni temor ni confianza. La de Madrid, trasladada Andaluca con el Gobierno, era ardorosamente constitucional, poro de su mismo ardor habia que recelar, porque una parte de ella, corta, pero atrevida, tomaba, como siempre acontece, el predominio en el cuerpo entero, cuya voz intentaba llevar, y en cuya conducta veces influa. En verdad, los dos batallones de milicianos que, acompaando al Rey y al Congreso, habian hecho la larga marcha do Madrid Sevilla, nada menos que admiracin merecan por su ejemplar conducta, en que la disciplina, por ser voluntaria, no dejaba de ser severa; por su porte marcial, y por su sufrimiento en el viaje, en que hombres acomodados y criados con cierto grado de regalo, habian llevado las mismas penalidades que los soldados verdaderos, y llcvdolas con alegra serena. Pero un tercer batalln que sali de la capital de Espaa bastante despus que los otros dos, se distingua de stos por el espritu que le animaba, siendo alborotado y propenso la sedicin y a todo linaje de excesos. Recien llegado

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Sevilla este batalln, al recibirse la noticia de desmanes ocurridos en Madrid al entrar en la capital los realistas y los franceses, abultando la voz pblica lo que en s ya no era poco, trataron los nuevamente venidos de tomar lo que llamaban represalias en los absolutistas sevillanos de los crmenes de los absolutistas madrileos, y, para el intento, ya en s injusto, como lo es castigar ajenas culpas aun en el cmplice en la intencin pero no en el acto, se valieron del peor medio posible: armaron un alboroto en que cay asesinado en la calle un sujeto desconocido, y fu saqueada una casa donde resida un diputado Cortes, virtuoso eclesistico y juicioso constitucional, que perdi su escaso haber sin perder por esto la serenidad plcida de su condicin, por que se distingua. El Ministerio, del cual era, si no presidente, por no haber entonces entre nosotros tal dignidad, el principal en consideracin influjo, D. Jos Mara Calatrava, obr con todo el vigor posible, separando de su deslino al jefe poltico de Sevilla, flojo por dems en aquel sucoso. Pero lo posible en vigor era harto poco en horas de tanto apuro y peligro, y as los elementos de desorden subsistan fuertes, mal contenidos y amenazando extragos para el momento seguro y vecino en que sucesos graves viniesen acabar con la fuerza que los contenia. Tal era el estado de las cosas, cuando se supo que venia adelantando el ejrcito francs, el cual eslaba ya prximo invadir las Andalucas por los caminos que las separan de la Mancha, sin que existiese fuerza armada capaz ni siquiera de dificultarles un tanto el paso. El ejrcito, , dicindolo con ms propiedad, la corta divisin que habia llevado el nombre de ejrcito, y cuyo mando habia tenido el conde de La Bisbal, puesto las rdenes del general Lpez de Baos, habia emprendido por Extremadura su retirada, delante de los invasores; pero de l llegaban al Gobierno pocas y confusas noticias, porque los pueblos

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nada dispuestos favorecer los constitucionales ponan obstculos las comunicaciones. Por esto, el Ministerio, que contaba con las tropas de Lpez de Baos para cubrir Sevilla, y con la ciudad al Rey y las Cortes, hubo de pensar en enviar al general una persona de confianza para saber de l, entenderse con l y concertar las disposiciones por las cuales habia e Gobierno de salvarse de caer en poder del enemigo. Quiso la desgracia que el comisionado, por motivo que no es del caso referir, pequesimo en s, pero por sus consecuencias grave en extremo, cumpliese tan mal su encargo, que ni sali de Sevilla, donde estuvo escondido para no poner patente su culpa, y de ello se sigui, con ignorarse su paradero y el de las tropas que habia sido enviado, hacerse las ms fatales suposiciones. Entretanto, el que debia sor ejrcito, y no lo era, y cuyo ncleo estaba en la parto ms meridional de Andaluca, mandndole el general Villacampa, do nada podia servir, y adems su general, honrado, pero no de grandes luces, cediendo un uso de pronto introducido, pas al Gobierno un escrito, cuyo objeto mal podia conocerse, y el mismo escritor no podra haber explicado, en el cual expona y ponderaba las dificultades de resistir los enemigos, punto de convertirlas en imposibilidad absoluta. Tan congojosa situacin para los constitucionales era la en que se veian en el dia 10 de Junio de 1823, vspera de otro funestsimo, en que todo cuanto podia hacerse era escoger entre gravsimos males uno que, por ser menor que otros, no dejaba de ser un mal en grado no p e queo. Yo (pues fuerza es hablar de m en lances en que m i pequenez toc aparecer en primer trmino) me encontraba aquel dia en cama, con alguna calentura. Era la sazn mi compaero inseparable el duque de Veragua, miliciano de caballera de Madrid, el cual, separndose d e

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asi cabecera, vino pronto avisarme que el Congreso e s taba en sesin secreta porque le habian llegado importantes y malsimas noticias. Me vest apriesa, sal, me encamin al lugar donde se celebraban las sesiones, y antes de llegar l, tropec con varios diputados amigos que se volvan, acabada ya la sesin, que fu muy breve. Lo que ella haba dado motivo, era un oficio parte recibido de un Don N. Mateos, jefe poltico de una de las provincias andaluzas, donde se referia haber pasado los franceses el famoso desfiladero de Despeaperros, sin tropiezo alguno, retirndose fugitivas y dispersas las poqusimas tropas constitucionales apostadas en aquel paso y sus inmediaciones. Conclua el parte de Mateos con repetir, trocada alguna palabra y el sentido, la frase el dicho atribuido Francisco I, pues deca: -Tocio se ha perdido, hasta el honor. Tan consoladora asercin era digna de las circunstancias. Por supuesto, oda la comunicacin, nada se habia hecho dicho, y callando el Ministerio, y no hablando los diputados, la campanilla del presidente habia dado la seal para que cada cual se fuese su casa, sus quehaceres, y llorar males al parecer irremediables, buscarles remedio. No lo era por cierto para mi dolencia lo que acababa de saber, y as, vuelto mi casa y recogerme, hube de pasar una tarde y noche nada agradables. Sin embargo, no tena mi indisposicin tanta gravedad que me embargase el pensamiento me ofuscase la razn. Me entretuve en discurrir, pero sin acertar con cosa que, aun medianamente, me satisficiese. Amaneci el nuevo dia, sin que posteriores noticias, de Crdoba, en cuyos trminos era de suponer estuviesen los franceses entrados por Sierra-Morena, do Extremadura, donde ni habia lugar suponer cul era la situacin de los enemigos de nuestras cortas fuerzas, llegasen aumentar disminuir el temor la pena, el aliento la

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desconfianza. Pero era hora de la sesin ordinaria y pblica del Congreso, la cual se haca imposible no celebrar, sin que la impaciencia y ansias generales diesen de s fatalsimas consecuencias. No obstante el mal estado de mi salud, me encamin mi puesto en las Cortes. Cuando para all iba, me detuve hablar con un amigo, en cuya compaa iba un mdico, y, quejndome yo de mi indisposicin, examinndome este ltimo, me encarg me volviese mi casa recogerme y que tomase un vomitivo. Por ms de una razn no hice caso de su dictamen, pues la ocasin no era para otra cosa que para morir en pi, si se me agravaba la enfermedad, sin contar con que, locamente parcial yo entonces del sistema mdico de Bronssais, casi nuevo en Espaa, acuda por remedio de mis males al agua de limn con goma, cuando no habia tiempo necesidad de aplicarme sanguijuelas. Fume, pues, al Congreso y encontr mi llegada un espectculo doloroso. La sala de sesiones estaba vaca, porque no se acertaba abrir la del dia sin haber de antemano pensado, y hasta cierto punto dispuesto, lo que en ella habra de hacerse. Las tribunas rebosaban en gente, siendo las destinadas al pblico capaces de contener un auditorio algo numeroso. En el all congregado reinaban el dolor y el miedo, la par con una ira feroz, do aquella que, mezclada con el terror del cual en gran parte procede, es ms temible que otra alguna hija de pasin menos fea. No tenamos los diputados otro lugar en que estar juntos fuera del saln que una pieza no muy grande, los pies de ste, la cual separaba de l solo una pared con puertas que, aun cerradas, daban paso al ruido. As es que oamos el murmullo salido de las tribunas; murmullo triste y amenazador que nos estaba convidando, si merece la calificacin de convite lo que era precepto, abrir la sosion, y dar en ella

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alguna disposicin de la ms alta importancia. En cambio, llegaba las tribunas el zumbido que formbamos muchos hablando un tiempo en voz ms menos baja, pero que cierta distancia deba de parecer disputa voces. No lo era por cierto, pero s un desordenado dar de pareceres, en que todos tomaban parte sin que uno slo fuese atendido. Se perda el tiempo, lo cual era un mal grande en tanto ahogo, pero lo era mayor porque la parte violenta del pblico parecia dispuesta tener poca espera y obrar si nuestra inaccin continuaba. Los ministros estaban entre nosotros abrumados por el peso de la desdicha, sin hallar salida del laberinto en que todos estbamos enredados. Haban aconsejado al Rey que se trasladase Cdiz, nica salida posible; pero el Monarca parecia r e suelto no seguir el consejo. De cuando en cuando, formando no poco ruido las muchas conversaciones particulares, habia quien dijese en voz algo ms alta silencio! y, repetida la insinuacin como para recomendarla, al repetirla sonaba tanto, saliendo de muchas bocas, que vena ser casi una gritera. En esto yo, acostumbrado la accin por aquellos dias, y persuadido de que, en horas crticas, no hacer cosa alguna es hacer lo peor posible; conociendo adems que, en momentos de incertidumbre, en medio de una turba, an poco numerosa, ejerce el mando superior influjo quien osa tomrsele, esforzando la voz y dando mis palabras el tono de mandato, grit: silencio! y tuve la fortuna de lograr lo que pretenda. Callaron todos por un momento, y acudiendo Riego, con quien no estaba yo entonces en amistoso trato, pero que hubo de desear oirme, y diciendo ) oigamos Galiana, me vi dueo del campo entre tantos mis iguales y algunos mis superiores. Mi plan estaba formado de pronto, y, si no era bueno, a l cabo no era peor que otros, y lodos llevaba la ventaja

de ser un plan, y de haber en m resuelta voluntad de p o -

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nerle en ejecucin inmediatamente, en hora en que la m e nor dilacin era cierta ruina. El plan consista en hacer que constase de oficio la r e sistencia del Rey salir de Sevilla, lo cual quera decir su resolucin de esperar all los franceses, para que, junto con estos sus enemigos de derechos y sus amigos de hecho, fuese la Constitucin abolida y duramenLe tratados los constitucionales. Y, si bien ni aun m convenia que esto constase, mientras poda disimularse, habia llegado el caso en que era preciso poner patente el mal para proveer & la cura. La cura era tratar de vencer al Rey, hasta hacerle co'il-' sentir en pasar Cdiz, y el mtodo que habia de seguirse tena que ser anlogo al arries usado para traerle de Madrid Andaluca. Pero, si era necesario algo ms duro, forzoso se hacia proceder hasta suspenderle en el ejercicio de su autoridad, y, no siendo posible llevarle como Rey, llevarle como cautivo, con lodo el decoro que habia en tal atentado. Porque, adems, se haca necesario tener prsenle que en la frentica indignacin de los constitucionales, y al desaparecer toda barrera legal, los ms atrevidos serian, si bien por brevsimo plazo, dueos del campo, y en el inevitable confuso desorden, habra estragos y vctimas, no siendo poco probable que entre las ltimas fuese incluido el imprudente Monarca (t). Todo ello lo pens y arregl do pronto, y trat de proceder la ejecucin. Desde luego las tres proposiciones que hice, y que en la relacin de la sesin aparecen, esla(1) El general lava (D. Miguel) aunque eonslituoional, honrado y leal por cu. deber, monrquico por sus afectos, vot en Sevilla la suspensin del Rey, y de ello estaba ufano, diciendo que creia que vetndola habia salvado S. M. la vida. Quienes estaban en Sevilla en Junio de 1823 no ustvaarn que haya personas que. as', hayan opinado y opinen.

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ban formadas en mi mente, si bien no del todo, pudiendo y debiendo variarse segn fuesen dictndolo las circunstancias. Se present desde luego una dificultad. Calalrava decia que, siendo l ministro, slo como tal podia hablar en el Congreso, y como tal representaba al Rey; por lo cual juzgaba indecente, y hasta criminal, en vez de declarar su voluntad, acusarle. Era honroso al buen juicio y la rectitud de Calatrava tal escrpulo, y yo, estimulndole en lo debido, me dediqu buscar medio do libertarle del compromiso en que se hallaba. Le rogu, pues, que se fuese Palacio, hiciese nuevo y mayor esfuerzo para vencer al Rey, y, si nada consegua, me avisase, , en caso de no poder ciarme aviso, fijase un plazo, vencido el cual, debia yo del silencio colegir que el deseado consentimiento no se habia obtenido. Conformse Calatrava, pero me puso otras dificultades, que yo no trat de tomar en poco, pues, si entrbamos en contestacin, sobre perder tiempo, le confirmara yo en su opinin, en vez de convencerle. As, prometindole acceder en todo su deseo, l se march, y los diputados nos quedamos aguardando noticias, sin abrir la sesin, aunque oamos que su apertura era pedida casi con bramidos. Aguardamos, sin embargo, que llegase la hora, pasada la cual, acabada la esperanza, y aun vencido ya el plazo, y sirviendo, segn estaba convenido, por respuesta desfavorable el silencio, hubo prroga en la espera, hasta que, al fin, dndose por mala noticia la falta de ellas, iba yo empezar la fatal campaa, cuando vino confirmarme en mi propsito aviso recibido de Palacio, en que se me decia mostrarse el Rey obstinadamente resuelto no moverse. Con esto entramos en el saln, rein silencio, y levantndome yo, hice la primera proposicin (-1),
(1) En punto al orden y tenor de estas proposiciones, vase el tomo, que contiene algunos Diwlos de Corles (l)ien quo muchos de

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que consta en el acta de aquel dia. No hubo sobre ella debate, porque oir explicaciones del Gobierno todos parecia justo y conveniente. Cuando, por medio de preguntas, saqu los ministros respuestas por donde, sin acusar ellos al Rey, constaba que S. M. no atenda sus consejos, hice la segunda proposicin, que ya dio margen algunas observaciones. No pudo, con todo esto, haber fuerte oposicin que se solicitase del Rey que pasase Cdiz, pues ya por iguales medios se le habia trado Sevilla. Al salir del saln la comisin nombrada para llovar S. M. el mensaje en el que el Congreso, sin irreverencia en la forma, le haca una splica apremiante, que l miraba corno nuevo exceso contra su persona, y mientras diputado? y espectadores, con rostros en que se pintaban, ya clera, ya pena, ya inquietud, seguamos con la vista nuestros compaeros, y sobre todo, al presidente de la comisin, el general D. Cayetano Valds, cuya figura, severa y desabrida, era como una imagen de las circunstancias, pas yo de mi asiento al de enfrente, inmediato al que ocupaba Arguelles, con el cual entr en conversacin sobre el gran negocio que nos estaba ocupando. Vivia yo entonces en trato amistoso con el clebre orador y repblico asturiano, particularmente desde que juntos habamos sustentado acaloradas lides en defensa de las respuestas dadas las olas de los soberanos aliados y la reellos compendiados) relativos las sesiones del Congreso de 1822y 1823. cuando desde Abril Setiembre de este ltimo ao celebraba sus sesiones, en Sevilla primero, y despus en Cdiz. E s t a obrita es curiosa, porque da conocer sucesos, 6 ignorados, muy imperfectamente sabidos (a).ola del autor. (a) El tomo que se refiere os el compilado por el oficial mayo del Congreso D. Francisco Arguelles, que por acuerdo de la Co misin de gobierno interior da dicho Cuerpo, fu publicado e a 1858.

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sistencia poner la Constitucin y la suerte de nuestra patria merced de los extranjeros, del Rey mismo. Tanto Arguelles cuanto yo (crase no esto ltimo) sentamos dolor vivo y aun repugnancia tomar un partido violento; pero l igualmente que yo, preferamos un golpe violento dejar perecer la ley fundamental del Estado, y lo que es uso llamar la libertad, la cual amenazaba en aquella hora muerte segura y prxima, y muerte que vendra indudablemente acompaada de horrorosas convulsiones, digamos, variando la imagen para expresar mejor la idea, que al desplomarse el edificio poltico, todava en pi, ms de una vctima, y esLas de distinta especie, habra de hacer polvo y confundir en sus ruinas. Menos dispuesto Arguelles que yo pensar lo peor, conservaba esperanza de que cediese el Rey, como habia cedido en Madrid, y as me lo expres, lo cual repliqu con dolor que yo esperaba una respuesta arrogantemente desfavorable. Pues entonces, quka de hacerse? me dijo. Qu? r e s pond; nombrar una regencia.Ylia pensado usted en las consecuencias tristsimas de tal acto? volvi preguntarme. S, le dije, y no me excede usted en sentimiento al vernos obligados tal cosa; pero hay otro medio? Si le hay, dgamele usted, y yo estoy por l. Meditndolo un poco: .No veo otro, repuso, y yo apoyar lo que usted proponga. Pero, aadi, no ser bueno, si hemos de pasar nombrar regencia, suspendiendo al Rey en el uso de su poder, que slo lo hagamos interinamente, y para el acto de trasladarse el Gobierno con las Cortes Cdiz? Fu nueva para m la dea, y me dio golpe, y as, aun no contando con que necesitaba el apoyo de Arguelles y los que le seguan para dar el paso atrevidsimo que iba arrojarme, aprob y adopt el pensamiento de mi poderoso colega, por lo mismo que era menos violento el acto; porque, lo repito, no tena deseo de atentar la persona dignidad Real, contra la cual, si proceda, lo haca obrando en defensa de las

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para m sagradas leyes. Convenidos, pues, mi antes antagonista y ahora amigo poltico y yo, contaba con que sus palabras sostendran mi propuesta. En esto aparece la diputacin de vuelta de Palacio, tristes y cabizbajos todos cuantos la componan, y sobre todos ellos el Presidente, muy venerador de sus reyes, aunque constitucional celoso. Lo que dijo consta en el acta y es pblico, de modo que no es posible negar que el Rey nos arrojaba el guante, sindonos forzoso, recogerle y entrar en fatal lid, abandonar el campo y entregamos la fuga. La cara y el acento de Valds eran tanto cuanto melanclicos, solemnes; en los dems diputados y en el auditorio era igualmente lgubre en cierto grado el aspecto, y en no poca parte de gravedad en el silencio, parecido la calma precursora de las ms recias tormentas. Entonces me levant conmovido, tanto ms, cuanto que la agitacin senta en m crecida la calentura, y, apoyadas las manos en el respaldo del banco que delante de mi tena, comenc en un breve discurso explanar y sostener mi proposicin, clavando todos en m los ojos, atentos los oidos, llenos de ansia los semblantes, y como colgados de mis labios los oyentes, no, cierto, para oir de mi uu discurso entretenido, sino por lo que contenan mis palabras. Ces de hablar, y, por algunos segundos, nadie sigui, ni hubo murmullo en las tribunas. Pero, poco, pidiendo la palabra en contra de mi proposicin dos tres diputados, y en pro tambin uno otro, y entro stos el que importaba ms que todos, el mismo Arguelles. Impugn mi proposicin, con un calor que pareca delirio, el diputado Vega Infanzn, oficial de marina, cuyo hermano, muerto en Cdiz en 1813 de la fiebre amarilla, habia representado uno de los principales papeles en las Cortes de 1810, al lado del conde Toreno, con quien asimismo dos aos antes habia pasado Inglaterra, como representantes ambos de la junta de Asturias en el levantamiento de Espaa contra Napolen.

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IN'o tena el diputado de 1823 las calidades de su hermano; pero era honrado, de mediano saber, y de condicin suave, por lo cual se extra ms su acaloramiento en este debate. Como el tiempo apremiaba, y todos cuantos hablbamos lo hacamos en pocas frases, y Vega, al revs, divagaba, repela muchas veces no slo sus ideas, sino aun sus expresiones, y gritaba, ya con voz de ira, ya con acento de dolor, entr en muchos la sospecha de que intentaba alargar la discusin con algn fin torcido; acusacin en mi sentir injusta, pero la cual daba motivo saberse que se estaba conjurando contra el gobierno constitucional, y que en la dilacin ponian gran parte de sus esperanzas los conjurados. Lo cierlo es que empezaron murmullos en las tribunas, y aun en los bancos, intentando hacer callar al difuso orador; yerro gravsimo que procur yo con otros pocos impedir, yndome de banco banco recomendar la prudencia, y reclamando que guardasen orden los concurrentes las tribunas. No dej de costarnos trabajo conseguir nuestro intento, porque aun en el saln, un diputado eclesistico llamado Saenze Burnaga, hombre de ms celo que talento s a b e r , y en quien el amor, que l creia serlo de la libertad, era furibunda intolerancia, con voces y ademanes quera imponer silencio al Vega, no sin dar muestras de tratar de pasar de las palabras las obras; ejemplo que haba sido seguido; y por otra parte el diputado, general lava, se quej de que desde una tribuna amenazaba al Congreso un espectador con un sable desnudo. Pudo, no obstante, impedirse tocio desmn, y, si solo la amenaza puso miedo en algunos diputados punto de influir en sus votos, peligro poco ms lejano y harto ms seguro retraa de votar mi proposicin. Esto hizo notar con sentidas frases y nobleza en su breve discurso Arguelles, respondiendo Vega, su paisano y amigo, que blasonaba de su firmeza en defender al Rey en aquella hora. Por fin tuvo trmino el discurso de Vega, y

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ANTONIO ALCAL

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reducidos los que siguieron dos tres sentencias, declarado el punto suficientemente discutido, hubo de precederse la votacin. Ocurri algunos el desatino de pedir que fuese nominal, lo cual, entre mayores inconvenientes, tena el de la prdida de tiempo, cuando cada minuto pareca precioso. Logr yo disuadir de la pretensin quienes la tenan, y tuvo efecto la votacin segn el mtodo ordinario, levantndose los que aprobaban, y quedndose sentados los de parecer contrario. Muy pocos fueron los que no se pusieron de pi, pues vimos hasta con sorpresa levantados aprobando la atrevida propuesta aquellos pocos diputados cuya moderacin rayaba en desafecto las nuevas leyes y en adhesin la antigua monarqua. Algunos, bien que no muchos, se ausentaron del todo; otros, asimismo en reducido nmero, amedrentados y vergonzantes andaban entre los bancos y la pared, no atrevindose votar en pro en contra, y ni siquiera salirse porque no se les achacase falta haberse ausentado. As y todo, bulto, contamos sobre 90 (-1) poco menos levantados; mayora crecida en aquel Congreso en que
( 1 ) En la sentencia pena capital dada por la Audiencia de Sevilla contra los que votaron la suspensin del Key, resulta ser el n m e r o do los que aprobaron mi proposicin muy interior al que este articulo afirma. Pero la sentencia no esta fundada en la v e r dad, aunque lo est en que como tal aparece en el proceso. Muchos de los que votaron aprobando, arrepentidos despus medrosos, a s e g u r a r o n no haber votado hcholo en contra. La Audiencia y aun el Gobierno tenan poco deseo de cebar s u saa en diputados que no habian figurado en primer trmino, y as se prestaban admitir justificaciones bien mal fundadas. Asimismo, por razones de poltica, vena bien que apareciese haber sido u n a minora del Congreso l o q u e apareci mayora en aquel acto. Si no fuese algo fea accin bajar personalidades, podia aqu citarse ms de un nombre de diputados quo votaron el s y habiendo despus probado con falsedad lo contrario no fueron incluidos en la proscripcin que cay sobre todos sus compaeros, a u n q u e de ellos slo en el pobre Riego fu ejecutada la sentencia.

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vez eran ms de 120 los votantes. Hubo, despus, quien hiciese constar su voto contrario y se le consinti, pesar de que ninguno haba dado; pero esto fu ya en Cdiz, llevndose exceso la condescendencia, p o m o pa sar la mayora por tirana. El gran voto estaba dado, y restaba convertirle en h e cho. Nombrada la regencia en pocos minutos, su presiden te D. Cayetano Valds hizo un discurso brevsimo, pero muy notable. He sido vencido mis de una 'vez (dijo), pero he cumplido siempre con mi obligacin, y esto prometo ahora. Daba realce estas sencillas palabras el aspecto de quien las pronunciaba, de rostro desfigurado por efecto de las viruelas, de andar desgraciado, de desalio sumo, si bien no de desaseo, en el vestido y en el modo de ex presarse; con apariencias de vejez, aunque apenas entrado en ella; modelo de patriotismo, cubierto de heridas (1) gloriosamente ganadas en mar y tierra, leal servidor de .sus reyes y observante de la ley militar y civil, y en quien se notaba entonces el dolor del trance en que se veia, la par con su firme resolucin de proceder ejecutar lo quo l mismo, si bien con amargura, habia votado. Iba ya entrando la noche. En esto anunciaron haber sido sorprendidos en una reunin concilibulo unos cuantos que estaban tratando de dar un golpe decisivo que aca base con los constitucionales. Fueron presos en el acto los conjurados, quienes presidia el general Downie, escocs venido al servicio de Espaa en la guerra de la Indepen dencia, alcaide la sazn del alczar de Sevilla, hombre
(1) Fu g r a v e m e n t e herido en el combato naval de Trafalgar y e n la batalla de Espinosa en Noviembre do 18)8. Ya en el combate d e l 14 de Febrero de 97 (el del cabo de San Vicente) fatalsimo p a r a nuestra marina, se haba distinguido por u n excesivo arrojo acompaado de tino, salvando, dgase rescatando del poder del enemigo, al navio general La Trinidad que habia arriado la bande r a y volvi izarla.

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ANTONIO ALCAL

GALIANO.

estrafalario por dems, y que, puesto en libertad al r e s t a blecerse el poder absoluto, fu recompensado medianamente, y hubo de dar que pensar y que sentir sus favorecedores por sus rarezas, las cuales, yendo en aumento, vinieron a ser demasas insufribles, con ribetes de actos de locura. Quedaron las Cortes en sesin permanente, que dur hasta entrar la noche del dia 12. Pero, no habiendo qu hacer qu decir, era la nica seal de continuar el Congreso en sesin, que ocupaban la silla el presidente y su lugar en la mesa los secretarios. No muy alumbrado el saln, con poca, aunque alguna, gente en las tribunas, y e n los asientos solo algunos diputados que se remudaban; interrumpido de cuando en cuando el silencio por unas pocas breves razones que los incidentes que ocurran daban margen, presentaban la sala de sesiones y quienes e n ella figuraban u n aspecto de tristsima solemnidad. De afuera menudeaban los oficiosos que acudan coi)' avisos consejos, de ellos, los ms, poco tiles, impertinentes. En aquella suspensin de las leyes, no pocos hubieron de figurarse que, siendo yo el autor de la proposicin aprobada, habia venido ser un ente modo de cabeza interina del Congreso y del gobierno, y as no puede decirse qu punto me vea molestado cada momento con comunicarme noticias de poca importancia con insinuarme lo que debia hacerse, como si hacerlo estuviese en mi mano. No limpio an de calentura, aunque no agravado, me sentia rendido, y as me ech y aun me entregu por cortos ratos al sueo, tendido en un hueco que quedaba entre la espalda del dosel y la pared, y teniendo por cabecera un cogin, en que ponan la rodilla los diputados al jurar, mientras que, fiel yo al mtodo Broussaista, bebia copiosos tragos de agua de limn con goma, abstenindome de probar otra cualquiera sustancia aun lquida. Ello e s que as me puse bueno enteramente s\ llegar la maana.

RECUERDOS

DE

UN

ANCIANO.

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Todo el da 12 fu dia de vivas ansias. El Rey se habia sujetado sin resistencia la decisin del Congreso; la conjuracin en su favor estaba descubierta en su parte principal, y presos los principales conjurados; y, con todo esto, estbamos en no leve peligro, siendo el mayor que tan atrevido golpe como el que acabbamos de dar llevaba trazas de ser golpe en vago. La regencia no encontraba desobediencia, pero tampoco obediencia, haciendo la inercia lo que podria haber hecho la resistencia ms viva. Poco se adelantaba en la disposicin del viaje. Se escondan aquellos quienes tocaba recibir ejecutar rdenes. Tard tiempo en encontrarse un general (1) que mandase ias tropas que habian de ir escollando y guardando al Rey, la par que Monarca, preso. Hasta la guardia del Congreso desampar casi toda su puesto, yndose sus casas, disponerse acompaarnos Cdiz los milicianos nacionales de Sevilla que la formaban, hasta el punto de quedar casi solas las pocas centinelas. Si no hubieren sido cobardsimos los realistas sevillanos, con suma facilidad nos habran disuelto, y preso muerto, pero esperaron al dia siguiente para dar prueba de su nmero, de su previo concierto y de su furia; prueba que se desahog en robar, en saquear equipajes, y en dar de palos constitucionales de poca monta, entre ellos los dependientes del Congreso. Adelantada la tarde del 12, lleg creerse que el Rey no se pondriaen camino. Hubo entonces proyectos e x t r e mados de hacerle salir violentamente. Por fortuna, al ponerse el sol, cuando varios desesperaban de ver terminado aquel conflicto en paz y en orden, se supo que Fernando estaba fuera de las puertas de Sevilla, con su familia y squito de viaje.
(1) Un general se disculp de admitir el desabrido encargo alegando que no tena faja, porque habia enviado fuera su equipaje.

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Entonces se levant la sesin framente.Por la noche hubo orden de iluminar la ciudad, y, lo que bien podia temerse que no sucediese, la orden fu puntual y aun escrupulosamente obedecida. Ardan hachas en t o dos los balcones y ventanas, y una claridad como la del dia acompaaba una suma soledad en las calles; cabizbajos, afanados inquietos los pocos que por ellas transitaban; extrasimo contraste el de las luminarias, siempre sea! de bullicio y alegra, con una situacin de terror y pena de que daba muestra el melanclico silencio. En la misma noche nos embarcamos los diputados en el barco de vapor que por entonces solo iba Sanlcar de Barrameda. Lo que despus ocurri esta ya fuera del argumento del presente artculo. Bien ser con todo aadir una circunstancia. Recelbase que al llegar Fernando VII la isla gaditana, dueo ya otra vez del poder, se resistiese encargase de l, protestando as contra la violencia de que habia sido vctima. Habia, por lo mismo eludas sobre qu habra de hacerse para proveer al gobierno del Estado. Pero aquel Rey, menudo singular en sus actos y modos, al decirle el p r e sidente de la regencia interina que, nombrada esta solo para el acto de la traslacin del gobierno Cdiz, habia cesado en su cargo, y entregaba el gobierno sus reales manos, solo dijo prestndose reinar y gobernar como antes: Pues qu, no estoy yo, foco?Nada respondi, ni podia responder el presidente, quien se content con hacer una demostracin de respeto, y pas S. M. ejercer sus facultades y prerogaliva, segun a Constitucin, en Cdiz del modo y para los fines que mostraron sucesos posteriores. Tales incidentes trajeron y acompaaron el clebre acto de las Cortes en Sevilla, en que fu suspenso un rey, como podia haberlo sido el ltimo empleado. La historia ie ha juzgado, y casi con unanimidad, desfavorablemente.

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El pobre individuo que esto escribe tiene, con todo, el atrevimiento de creer tal fallo injusto. Dispuesto y aun acostumbrado arrepentirse de muchas acciones de su vida poltica, y siendo apstata confeso, como es, si bien no en el grado que suponen quienes le han pintado como sedicioso tribuno, de lo que hizo en Sevilla en el dia 11 de Junio no est arrepentido. Esto no es decir que aquel acto -de las Cortes fu bueno. Ninguno podia serlo en aquellas circunstancias. Fu acaso del mal el menos; pero el monos era ya mucho, cuando la eleccin habia de ser de uno entre varios gravsimos males. Pensar que habra muerto pacficamente la Constitucin en Sevilla, como vino morir poco despus en Cdiz, es un desatino en que solo pueden creer quienes no vieron no se representan bien la situacin de las cosas y de los nimos, en la hora en que el Rey provoc las Cortes y todos los constitucionales, intimndolos rendirse discrecin dentro de un brevsimo plazo. De seguro la contrarevolucion en Sevilla habra sido desordenada y sangrienta. Pero esta es disputa larga, y que, solo de paso, ha sido casi forzoso aludir en este breve escrito. Lo que en l se ha pretendido es pintar el suceso de Sevilla, en la parte en que los documentos de oficio ni le pintan ni puede

pintarle.

XIV.

DOS

VIAJES

QUE

NO

SE

PARECEN

EL UNO

AL

OTVO

Los lectores que tengan paciencia para leer lo que sale luz procedente de mi pobre cabeza, tal vez van ser puestos dura prueba leyendo en los renglones que siguen cosas que solo tocan mi persona. Pero, al cabo, la persona de un viejo tiene la particularidad de ser imagen de tiempos pasados: en un hombre que en su larga vida fsica y poltica ha hecho un papel superior su valor, y ms sealado por reveses que por triunfos, y por censuras que por alabanzas, despierta la curiosidad la relacin de lo ocurrido en sus primeros aos; y los sucesos de una vida se enlazan con las costumbres de los tiempos en que pasaron. Si he de decir verdad, aunque parezca blasfemia y tal vez lo sea, la fama de la elocuencia de Nstor est fundada en gran parte en que hablaba como viejo, y sacaba plaza las cosas de sus mocedades. No soy yo un Nstor, por cierto; pero me parezco l en la edad, y en referirme antiguallas, y por esto reclamo, no en todo, pero s en parte, la indulgencia que con l han tenido lectores de todas las edades.

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En ao de 1802 se cas por la vez primera el entonces prncipe de Asturias, que despus rein con tan varia fortuna llamndose Fernando Vil, con una princesa de aples. Fu destinada traer Espaa la real novia desde la capital del reino de las Dos Sicilias una divisin, que hoy sera escuadra, compuesta de tres navios, el Prncipe de Asturias, de 120 caones; el Bahama, de 74, y el Guerrero, del mismo porte; de dos fragatas la Sabina y la Atocha de 36 y 40, y de un buque menor. Mandaba mi padre el Bahama, cuyas tablas de hermoso cedro, que fueron admiracin de los napolitanos, le toc tres aos despus manchar con su sangre, cuando en Trafalgar perdi gloriosamente la vida. Quiso entonces el ilustre marino de quien me gloro de ser hijo, llevarme consigo, no para acostumbrarme la vida de marino, pues al revs, no quera que siguiese yo su carrerra, no obstante saber de m que tena aficin loca al cuerpo de la Armada y las cosas de la mar, sino para contribuir lo que se llama formarse viendo el mundo. Contaba yo la sazn trece aos de edad, vesta el uniforme de cadete de Reales Guardias Espaolas desde los siete aos, y haba empezado ser cadete efectivo los doce, pero viva en mi casa con real licencia haca un ao. Fuimos en aquella expedicin dos individuos pertenecientes al ejrcito, pero de diferentes grados, que el uno era mariscal de campo y yo cadete, siendo el primero I). Francisco Solano, de quien ms de una vez he hecho mencin en los recuerdos de mi juventud, y al cual loc representar distinguido papel en el teatro de nuestros sucesos polticos, papel trgico al fin para l, pero propio para realzar su memoria, por la no comn fortaleza con que llev la muerte violenta de que fu vctima. Zarpamos de Cdiz en los dias primeros de Junio de 1802, yendo con nosotros el navio Reina Luisa, de 120 caones, destinado ir Liorna para traer Espaa la entonces reina de Escocia, hija querida de la reina Mara

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Luisa, cuyo destino fu tan desgraciado, que hasta de compasin vino ser indigna; blanco del odio de los espaoles, y habiendo pasado, destronada y desterrada, figurar como principal acusada en un proceso criminal por estafa ante los tribunales franceses. En el Estrecho, un abordaje del Baliama con el Prncipe estuvo pique de acabar con ambos navios, siendo casi milagroso que escapasen slo rozndose por los costados, y hacindose una ligera avera. Despus pasamos ponernos la vista de Argel, con el objeto de ajustar diferencias pendientes con el Dey. De all fu comisionado nuestro navio con slo la fragata Sabina pasar Tnez, con igual objeto. Tres das pasamos en el ltimo puerto fondeados, pero sin ir tierra, para evitar cuarentenas nuestra vuelta, que habia de ser al puerto de Cartagena de Levante (1). Same lcito decir que era yo instruido para mi edad, y que la vista de la Goleta y los lugares inmediatos, teatro de antiguas glorias, seguidas de reveses, hizo grande efecto en mi nimo casi de nio. Llegados Cartagena, y habiendo pasado all ms de un mes, salimos para aples, entrado Agosto. La navegacin fu larga, porque sopl con frecuencia el Levante. Lleg al cabo el ansiado dia de avistar la famosa aples, y entramos en su puerto con ostentacin y ufana, porque la Espaa de entonces, aunque decada hasta lo sumo, todava era considerada como potencia poderosa por los napolitanos. Navegaba nuestra escuadra con viento favorable y bonancible; en el centro el navio general, los dos costados de este, de modo que los baupreses hiciesen lnea con las aletas de babor y estribor al buque del centro ("2), el Ba~
(1) As se deca entonces para distinguir la otra Cartagena que ara espaola, y la cual se daba el nombre de Cartagena de Indias. (2) E s t a situacin de los buques me recuerda u n a que puede

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ANTONIO A L C A L

ALLANO.

hama y el Guerrero: algo mas atrs las fragatas. Embargaba los nimos el hermoso espectculo; el Vesubio, aunque sin lanzar fuego entonces, con sus tostadas cumbres y sus bellsimas verdes faldas; al otro lado la ciudad en lindo anfiteatro, dominndola el castillo de San Telmo; en los contornos amenos campos, y nuestra espalda las islas que ciernen una parte del que ms que puerto es golfo; despejado el cielo, templado el aire, azules las ondas, como son las del Mediterrneo; y en medio de todo, surcando pausada y majestuosamente las apenas agitadas aguas, los buques de guerra en son de fiesta, ondeando al viento las banderas y gallardetes. Entretanto, tronaban la par los caones de tierra y de mar, destinados igualmente ser instrumentos de destruccin y muerte, pregoneros de alegra. Fuimos, como era de presumir, sumamente obsequiados en la corte napolitana los espaoles. Todo era convites, bailes, festejos. Entre la lava que rodea Prtici, sin quitarle ser mansin deleitossima, y en la residencia que all tena el Rey, nos dio la corle una linda fiesta. Acert tronar aquella noche, y repetido el retumbar de los truenos por el eco hasta en las cavernas del vecino Vesubio, daba al baile singular carcter. Era aquella, por cierto, fiesta napolitana, porque se bailaba sobre un volcan verllamarse rareza de mi digno padre, pero rareza loable atendiendo s u origen. Habia dado orden el general de navegar en el orden que dice el texto. Era vanidad de mi padre, justificada por sus navegaciones atrevidas y felices, ser marinero la par que astrnomo, desvaneciendo la preocupacin que supona ser los oficiales apellidados cientficos no d l o s ms hbiles n a v e g a n t e s . Puso pues, grande empeo en llevar su navio durante la travesa como clavado en el punto que le estaba sealado, y lo consigui, aunque era difcil, y el lograrlo caus mucha molestia los oficiales de guardia. No pudo hacer lo mismo el Guerrero por el otro costado del general. Bien es verdad que en lo velero le aventajaba mucho el Bahama.

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dadero en las inmediaciones de la verdadera aples. No pudimos detenernos mucho en aquellos lugares. Nos aguardaba impaciente la corte de Espaa en Barcelona, donde se habia trasladado. En el navio general iba la infanta de aples destinada ser princesa de Asturias. Pero no habia en l cabida para toda su comitiva, y se dispuso que una parte de ella fuese en el Bahama. Mi padre, generoso por dems, y la sazn medianamente rico, en vez de sentir que le hubiese tocado esta suerte de que escap el navio Guerrero, y que slo le traia gastos crecidos, aprovech la ocasin de acreditarse de hombre garboso y de gusto. Hasta convid hacer el viaje en su navio varias personas, mas todas ellas de distincin, las cuales aceptaron el convite. No se conocan an, entonces, bordo de un buque los regalos y comodidades que hoy se han hecho comunes, gracias los progresos de las ciencias acomodados la civilizacin moderna. Pero asi y lodo, puede afirmarse que aun para el dia presente habra sido sealado aquel viaje por los placeres de que pudo gozarse en la navegacin: para entonces fu extraordinario. Un buen cocinero francs nos tena una exquisita mesa, para la cual hubo esmero y lujo en escoger las primeras materias, y un buen acopio de nieve consinti que se sirviesen con frecuencia en alta mar, no slo al in de la comida, sino en las horas del calor, quesitos helados, obra de un excelente repostero napolitano que tom mi padre su servicio. No era menos nolable la coleccin de vinos, entre los cuales luca el Jerez amontillado, hoy comn,'entonces con el m rito de ser sobre exquisito, de invencin moderna. La sociedad era excelente; reinaban en el Bahama, el buen humor, y aun la alegra. Entre los pasajeros habia una seora siciliana, muy buena cantora, que recreaba la sociedad acompandose con la guitarra (pues piano aun no era uso llevara bordo). Entre otras piezas sobresala una

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A N T O N I O A L C A L G ALIAN O .

la sazn famosa (segn creo de Paesiello), cuya letra e s : Nel cor pia non mi sent Brillar la gis ven t y cuyo final es: Piet, piet, piet L'amore un eerto che Che delirar mi fa, dulcsima meloda que hoy han condenado al olvido las armonas noveles y aun otras melodas ms vivas. No faltaba en la concurrencia el atractivo de la belleza, porque vena con nosotros una de las ms celebradas beldades de Espaa, la Matilde Galvez, nacida en nuestro suelo, pero precisada residir en Italia por haberse casado con el coronel napolitano Minuolo, de distinguida familia. Me acuerdo de que, como toda mujer hermosa, gustaba de ganarse adoraciones, y que con sus bellsimos ojos, bien manejados, daba placer y tormento varios de sus compaeros de navegacin. En m, con mis once aos, nada podia producir, pero senta gusto en verla, y en que, como sola, me hiciese fiestas como un chiquillo. E l tiempo pareca como que se haba convenido en que aquella travesa todo fuese placer puro, porque el viento nos fu constantemente favorable, y siempre flojo, por lo cual navegbamos, s i n o con grande velocidad, con mediana, y con l m a r serena. Un dia apareci por entre nuestra escuadra un buque de guerra ingls de poco porte. Larg su bandera y nosotros las nuestras, y en el tope del palo mayor del navio general apareci el estandarte real, por entonces rara vez visto bordo, que fu al momento saludado, correspondiendo con sus saludos el buque extranjero. Al stimo dia de nuestra salida de aples, llegamos Barcelona, cuyo brillo entonces nos la hizo parecer poco inferior la capital de las Dos Sicilias. Desplegaba all en aquella ocasin nuestra corte su lujo, tal cual era entonces, suspendida la tsigteza que.por lo comn en ella rei

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naba. Esmerbanse en obsequiarla los catalanes con procesiones de mscaras y dems clases de fiestas por que se distinguen. Juntse all con nuestra corte la de Etruria venida tomar parte en los festejos. Entretanto, la mesa del Bohema se distingua aun entre las de la corte, y nunca volva mi padre de tierra comer sin traer consigo algunos convidados (1).
(1) Quiero contar u n incidente de poca monta y ridculo, ocurrido en Barcelona, pero que estimo digno de mencin, como pint u r a de usos y costumbres de aquel tiempo. Dispuso mi padre presentarme S. M. que besase la real m a n o . Como en otro articulo de los que he publicado anteriormente he dicho, entonces los uniformes servan para paseo y visitas, pero el uniforme de ordenanza y el de moda eran m u y desemejantes. Carlos IV miraba con horror que se llevase el pelo cortado en redondo, y en su corte eran indispensables la coleta en los militares y la bolsa en los paisanos. Asi, pues, hube yo de prepararme parecer en la real presencia vistindome muy de otro modo que de ordinario. Al uniforme con solapa suelta, sustitu otro coa solapa pegada y r e donda sobre el pecho: al chaleco la chupa; al pantaln el calzn corto con hebilla de charretera debajo de la rodilla:' la bota el zapato con hebilla tambin: el sable arrastrando; la espada de media taza ceida: al sombrero con plumero llevado de lado, uno con g a ln y sin plumero dispuesto para llevarle de frente. Una coleta postiza, sujeta con u n a cinta, me caia por la espalda. En tal atavo, luciendo dos piernas en que ni asomo de pautorrillas se veia, entr en el palacio del capitn general, que era la residencia del Monarca. En una de las antecmaras estaba mi coronel el duque de Osuna, abuelo del que hoy lleva este ttulo, con otros varios. Era diligencia precisa presentarme mi coronel antes que al Rey. El duque me recibi afable, me examin bien, me hizo dar vuelta en redondo, y se cercior, por lo pronto, de que iba yo en regla. Pero de sbito, me mir la frente, y su aprobacin ces. Llevaba yo el pelo cayendo sobre la frente, y debia llevarle cortado casi raz y formando punta saliente en el medio. Intent bondadoso el Duque remediar el dao, y con su propia mano, pasndomela por la cabeza, procur alzar hacia atrs los pelos pecadores, pero rebeldes ellos caian hacia adelante no bien faltaba la fuerza que les daba direccin contraria la que tenian. Entonces, vuelto el g e neral coronel mi padre: <Galiano (le dijo), no le aconsejo usted qv.c le prsenle al Ruy asi, no sea que haya un disgusto J Tuve

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ANTONIO

ALCAL

GALIAK.

Hubimos en breve de regresar aples, porque habamos de llevar all nuestra infanta doa Isabel celebrar su matrimonio con el prncipe heredero de la corona napolitana; enlace del cual fu uno de los frutos la seora doa Mara Cristina de Borbon, tan clebre en nuestra historia contempornea, objeto de tan altos y tan merecidos aplausos, y hoy... En este lugar, sobre tal punto, es lo mejor el silencio; pero sea permitido quien se glora de su adhesin tan ilustre seora, derramar sobre esta pgina una lgrima que se agregue las que en este momento est ella derramando por la muerte de la cuarta vctima que entre sus hijos lia hecho la muerte, arrebatndole todos en lo ms florido de sus aos. Nuestro viaje de vuelta aples igual al primero, en l o breve, en lo cmodo, en lo regalado, pero no en lo alegre. Faltaban algunos de los del viaje Barcelona, y adems, las segundas partes, que con rarsima excepcin no son buenas en los libros, suelen no serlo en la vida. Es calidad del placer la de durar poco. Largos aos habian pasado desde el viaje que acabo de conmemorar hasta otro de que voy hablar ahora. Y bien pensado, no habian sido tantos, pues no habian pasado de veintiuno, pero cuan llenos de sucesos! Mediaban entre ambas pocas la guerra de la Independencia y la revolucin de 1820. El cadete de guardias de 180-2 no habia seguido la carrera militar. Habia sido diplomtico, pero ms que otra cosa, poltico revolucionario. Era en 1823, yendo terminar aquel ao funesto. Acababa de ser diputado
pues, que salir de palacio, sin lograr el fin para que habia entrado, con g r a n dolor mi y no menor de mi padre, el cual, no o b s t a n t e su g r a n talento y saber, daba importancia tales menudencias. Cuatro aos despus, de Real orden cayeron las coletas, y el Rey mismo sacrific la suya. Citbase como prueba d l a extremada privanza del prncipe de la Paz que hubiese logrado de su Soberano t a l sacrificio.

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Cortes. Diputado Cortes! Quin podia haber dicho en Barcelona en 1802 que haba de haber diputados Corles en Espaa de all ocho aos, y de volver haberlos de all diez y ocho? Quin, que el muchacho que admiraba la corte de Carlos IV, haba de tener la desdicha de versa obligado proponer la suspensin del ejercicio de la autoridad Real en su hijo? Y, sin embargo, en 1823, la monarqua de Carlos IV haba resucitado de derecho, pero de hecho no. Habia en su lugar otra, quiz ms absoluta, pero no la misma. Un gobierno no es todo en una nacin, y el de ms ilimitado poder tiene en buena parte que ser lo que los pueblos l sujetos. Pero, fuese como fuese, el Gobierno de Fernando VII en 1823 tena que vengarse de agravios grandes, aunque provocados, y era natural que estuviese yo sealado como uno de los principales objetos de su resentimiento y odio. Fui, pues, proscripto, y me libert de la muerte la fuga. La plaza de Gibraltar vino ser mi primer puerto de salvamento. Pero all no era posible permanecer, pues ni tena yo recursos para vivir, ni el gobierno ingls consenta la estancia de los enemigos del gobierno espaol en un lugar que, si bien con mengua nuestra de dueo extranjero, es por su situacin parte de Espaa. Nos vimos forzados desocupar Gibraltar y trasladarnos Inglaterra. Pero era dificultad y no leve, que poqusimos entre nosotros tenamos con que costear el viaje. A m, que en mis primeros aos pasaba hasta por rico, y era en verdad hombre acomodado, reveses pecuniarios considerables, y tambin mi imprudencia en gaslar alegremente en mi juventud, nada haba quedado de io heredado de mi padre, ms que un crdito crecido, cantidad muy difcil de cobrar, y que vino ser incobrable. Es elogio que. no niegan nuestros enemigos los hombres de -aquella poca, que salieron de les ms altos destinos con

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ANTONIO ALCAL GALIANO.

las manos puras. As es, que en Octubre y Noviembre de 4823 estaba llena la plaza de Gibraltar de personajes de alta categora como empicados, que eran verdaderos indigentes, y como all no haba medios de ganar la vida, y menos de contar con la suma necesaria para pagar un pasaje pas algo distante, slo de la caridad podamos esperar alivio. La caridad no nos falt. Declamen enhorabuena contra los ingleses muchos de nuestros compatricios; los ms de ellos, sin conocerlo, ecos de las pasiones francesas: lo cierto es que en caridad ningn pueblo aventaja ni aun iguala al britnico, y de ello buenas pruebas hemos t e nido no pocos espaoles. Pero la caridad tiene sus lmites, y su oficio es socorrer la necesidad, y no suministrar al lujo y ni aun siquiera al regalo. Adems, los ingleses son en tal punto caritativos, pero severos. En Gibraltar no era posible hacer distincin de personas entre los necesitados. Otra cosa fu en Inglaterra, y de esto so dio buena prueba conmigo, que recib favores de los cuales conservo agradecido recuerdo. No extrao que en Gibraltar fuese yo medido por el rasero comn, por el cual pasaron personas distinguidas, la par con otras que en la esfera social eran muy poco. Una suscricion dio medios para fletar un buque. Era ste un bergantn de poco porte, cuyo nombre era El Orle, y que no llegaba medir doscientas toneladas inglesas. En l nos fu destinado para nuestra habitacin el entrepuente. Pusironse en l camas, cada una para tres personas. Destnesenos para alimento carne salada y galleta, con un barril de rom. As nos amontonamos hasta creo unas cuarenta cincuenta personas, en muy reducido espacio. Era en Diciembre, y el tiempo fu como de la e s tacin, y aun peor quiz que lo ordinario. Al tercer dia era la mar muy recia, y rompa en el barco. No estaba el entrepuente preparado para pasajeros, y recibiendo nes-

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'ira habitacin la luz por arriba, no habia, como hay en las cmaras, cubierta con vidrios que poner, fin de evitar que los golpes de mar entren con gran peligro del barco, que podria llenarse de agua. As, nos pusieron una cubierta de madera que clavaron, y nos dejaron oscuras en estrecho encierro. Como salir era imposible para socorrer necesidades indispensables, sobre todo de las menores, pusieron en medio del entrepuente dos enormes cubos tinas. A poco, los recios balances hacan salir el asqueroso contenido de las cubas ya llenas, y le sigui una hediondez insufrible. A ello habia que agregar los no menos sucios productos del mareo. Se inficion el aire. En suma, tal vino ser nuestra situacin, que dando recios golpes, comenzamos pedir socorro. Se apiadaron de nosotros el capitn y dos ingleses pasajeros de cmara que con l iban, y derribando dos tablas pusieron en comunicacin nuestro entrepuente con la cmara y con la escalera que suba a l a cubierta, con lo cual nuestra situacin, sin dejar de ser demasiado crtica, se hizo tolerable, pues podamos salir del encierro y subir al aire libre, y aun r e cibamos alguna ventilacin de lado por la puerta recien abierta. Por mi conocimiento del idioma ingls, el capitn quiso darme entrada en su cmara, y aun asiento en su mesa, pero slo una vez acept por no parecer grosero. En tanto, succdndose el mal tiempo y arreciando la borrasca, apenas permita salir del lugar que, si ya no encierro, era horrorosa vivienda. Una noche derrib un golpe de mar lo que se llama obra muerta, que es como el pretil del buque, y se llev consigo para anegarlos un pobre perro y algunas gallinas que traa el capitn para s y los pasajeros de cmara. Hzose por esto difcil los pasajero s caminar por tablas cubiertas de agua, sujetas violentos vaivenes, y con uno como precipicio al lado. La mala comida fu empeorando con el tiempo, y estmagos no acostumbrados ella se hizo casi insufrible. Fortuna fu

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que los vientos furiosos soplasen favorables, de suerte que los quince diao de nuestra salida de Gibraltar avistamos las costas de Inglaterra. En prueba de que no hay ponderacin en este relato de nuestras miserias, no est dems decir que nuestro barco corri con el apodo del barco negrero, por juzgrsele parecido aquellos en que van encerrados los infelices africanos destinados servir como esclavos en los puntos de Amrica donde subsiste la e s clavitud, para afrenta de la civilizacin, digan cuanto quieran sus defensores. Bien es de suponer que en este viaje ltimamente d e s crito hube yo de acordarme del otro pasado en das ms felices. Algunas navegaciones habia yo hecho entre las dos, y no era la vez primera que atravesaba los mares que separan Inglaterra de Espaa; pero mis pasajes no se habian sealado ni por el extremo de lo bueno, ni por el de lo malo. Las incomodidades horrorosas trajeron la memoria el placer antiguo. Cuarenta aos y meses van pasados despus, y el contenido de los dos viajes est fijo en mi mente. Adems, los miro como ejemplos do las grandes vueltas de mi fortuna. Esta importa poco mis lectores, pero quiz pueda servir de aviso los que se aventuran en la carrera de las revoluciones, lo menos para que sepan que si en ella se encuentran bienes, se encuentran comprados precio subido. Pero me arrepiento de esta sentencia al momento do haberla dicho, porque las revoluciones son hembras caprichosas, y hay quien logra sus favores sin hacer mucho gasto de ingenio de padecimientos para adquirirlos.

XV.

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La voz emigracin, aplicada los que, desterrados huyendo del peligro de padecer graves daos por fallos de tribunales, por la tirana de los soberanos gobiernos, de las turbas, se refugian tierra extraa, ;'es nueva, y comenz estar en uso para sealar con un dictado al conjunto de hombres que, de resultas de reformas, aun cuando tiles algunas, para ellos odiosas, de excesos atroces, y de una persecucin feroz, huyeron de su patria, Francia, en el perodo corrido desde 1789 1794, y fueron poner en salvo sus vidas y juntamente formar manera de un Estado hostil al que figuraba como tal en el patrio suelo. Bien es verdad que, como antes de los ltimos aos del siglo prximo pasado habia habido en Europa, y aun fuera de Europa, guerras intestinas y mudanzas de gobierno, las cuales llevaban consigo padecimientos amenaza de gravsimos males para los vencidos, no haban faltado ocasiones en que agregaciones numerosas de gentes fugitivas de un pas haban venido formarse en otro vecino distante, unindolas afectos vivos de odio al contrario y

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de amor entre s, nacido de comn inters iguales pasiones. Las guerras de religin en el siglo XVI creronlo que hoy diramos una emigracin de protestantes que, desde el lugar donde habian hallado asilo, hacan cruda guerra al gobierno catlico de su nacin y todos los de la misma fe. La revocacin del edicto de Nantes por Luis XIV de Francia, dio ser y vida una como colonia francesa que se extenda por Inglaterra y Holanda, y que lleg ser funestsima al gran monarca francs en los aos postreros de su largo reinado, antes tan lleno de poder y gloria. No habia sido menos considerable la reunin de los fieles servidores y parciales de la monarqua inglesa que, despus de degollado en pblico cadalso Carlos I y proclamada en el suelo ingls la repblica, pronto pasada ser regida por Cromvvel con poder absoluto, se habia establecido en Holanda y Flandes, aunque parte de ella hiciese residencia en Francia. De los yerros y culpas comunes las emigraciones cupo alguna, y no muy leve parto, las anteriores al siglo XVIII, pero en nada comparable con lo que pas la emigracin de los franceses desde 1789 hasta 1793, las de otros pueblos en dias del presente harto ms cercanos. En la vida del desterrado alternan y se mezclan las penas con las ilusiones, el inters que todos liga con las pasiones que los desunen hasta llegar producir entre ellos odios acerbos, y las preocupaciones respecto lo pasado con las que engendra lo presente, y se preparan para lo futuro. La historia de su patria en los aos en que hubieron de abandonarla aparece sus ojos desfigurada, naciendo de ello variadas acusaciones, la par con cargos justos, y en la halagea visin, sin cesar presente s u sentido interno, de su futura victoria y dominacin, la ambicin ms violenta mueve disputarse con furia los imaginados puestos de mayor provecho y honra. No es ms

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r e i d a y e x t r e m a d a la g u e r r a entre un ministerio real y v e r d a d e r o , y los h o m b r e s de una oposicin que con a r d o r tira d e r r i b a r l e , que la que siguen unos con otros pobres desterrados en medio de su d e s v a l i m i e n t o , contendiendo p o r los despojos de una batalla que suponen ganada, aun cuando estn enteramente faltos de f u e r z a , siquiera para salir al campo. De estas fallas adoleca la porcin considerable de espaoles l o s cuales arroj la caida del Gobierno c o n s t i t u cional en -1823 al lejano suelo de la Gran Bretaa. P o r q u e si en F r a n c i a y en otros pases encontraron ms menos s e g u r o asilo los fugitivos de nuestra patria en aquellos dias, siendo en corto n m e r o y estando apenas tolerados, y vigilados, no llegaron formar cuerpo poltico social, mientras en el suelo britnico, al amparo de las l e y e s , fav o r e c i d o s por la opinin, si no patrocinados socorridos por el g o b i e r n o , libres en cuanto cabe estarlo entre u n pueblo libre, se miraban y e r a n , hasta cierto g r a d o , una potencia, sin contar con que los refugiados otras tierras, adictos la Espaa constitucional, que en su patria haba desaparecido estaba eclipsada, la saludaban all donde l a crean existente y de donde esperaban v e r l a salir d e n u e v o como astro que oculta el m o v i m i e n t o de los mundos. JusLo es decir que, si nuestra emigracin t u v o las flaquezas inherentes la naturaleza humana, fu bastante s u p e r i o r las de otros pueblos en esto punto, y lo fu la d e los italianos y polacos, que v i n i e r o n ser, f u e r o n desde l u e g o , sus compaeras. H u b o , es v e r d a d , en la espaola espritu de bandera, piques do que nacieron odios, mutuas acusaciones, casi tocias injustas, cuando menos e x a g e r a d a s , ya relativas lo pasado, ya lo presente, y envidias de quienes padecan ms otros c u y o s p a d e c i mientos por ser m e n o r e s los ojos ajenos parecan cortos - ningunos; en suma, todas las pasiones que ms nacen y

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crecen, yapnrecen on horas do desventura, pero o l a s impulaciones de traicin, y menos an los actos de violencia que entre otros emigrados llegaron causar hasta asesinatos. Y una cosa ennobleci nuestros hombres ele -1820 23; hombres cuyos errores cuyas culpas no trato de disimular, errados por lo comn en las doctrinas, desacertados, y aun desatinados muchos de ellos en su conducta, y algunos de los cuales manchaba el recuerdo de actos do feroz crueldad cometidos en su patria impelindolos ellos el fanatismo, pero cuyo blasn indudable meque se presentaron, con rarsima, si acaso alguna excepcin, pucos del ruin delito de la corrupcin, vindose en situacin de honrosa indigencia los que en el gobierno constitucional haban ocupado los ms altos puestos. Bien s que este mrito es slo negativo, que puede el hombro ser culpado de delitos atroces, y hasta feos, conservando honradez en punto ceder al influjo del dinero, y que o b servar un precepto del Declogo no autoriza mostrarse ufano quien quebranta los otros. Pero al cabo tiene quien (segn la expresin vulgar) se ensucia las manos una circunstancia contra s que le agrava la culpa, y es que otros actos criminales suele acompaar cierta justificacin los ojos del propio pecador en su fuero interno, siendo en estos puntos las capitulaciones de conciencia muy comunes, pero el que se vende conoce bien su propia maldad y bajeza, de donde nace en l mismo la degradacin, y en el pblico la idea que califica su culpa como superior todas las dems de que es capaz el linaje humano, i Cuando al terminar 1823 y en los dias primeros de 1824 apareci el gran golpe de los emigrados refugiados e s paoles en Inglaterra, fueron todos ellos recibidos por lo 'general del pblico con favor extremado. Bien es verdad que los Torios, por entonces dominantes, pues de su bando eran los ministros, y la parte ms crecida de la nacin

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que en las cosas polticas influye toma empeo, titucin de 1812 y sus restablecedores

haban

mirado con aversin veces excesiva la causa de la Cons y defensores, y el triunfo del aun visto con cierto grado de satisfaccin

duque de Angulema y del poder francs; venciendo en s u s nimos el odio la democracia y la revolucin, y el afec to parcial los Borbones de Francia, el disgusto que solia causar el engrandecimiento de una potencia rival antigua espaoles que y moderna de la Gran Bretaa; pero aun los Tories tenian menos aborrecimiento los demcratas los de otros pueblos, viviendo en su mente recuerdos de los dias de la guerra de nuestra independencia, en que los constitucionales eran sus amigos en su porfiada contra el tremendo y temido poder de Napolen te (1). Los Whigs no admiraban contienda Buonapar cada

mucho nuestra

(t) De intento va escrito con antes de la o el apellido de N a polen, porque se va hablando de sus acrrimos enemigos que asi 16llamaban, sin que haya datos para resolver por qu razn era m i rada esta intercalacin de la como u n a ofensa por los que tenian intencin de hacerla, y por los que la reciban con enojo. Los realistas ms violentos do Francia Buonaparte le decan, y con slo leer el apellido as escrito estaba declarado ser el escritor contraria por extremo del emperador caido. Otro tanto hacan los Tories ingleses, y el peridico Gitarlvrly Revieu, sealado por s u odio acerbo al grande emperador, as le llama an hoy mismo, cuando olvidadas antiguas pasiones, es de Napolen parcial ms que otra cosa. Waltcr Seott, aunque tory, en su Vida de Na polen, que pesar de su corto valor tuvo alguna celebridad m s de t r e i n t a aos ha, blasona de su imparcialidad por preferir lla marle sin la odiosa sospechosa u, Bonaparte. Y con todo, en s u s primeros aos, cuando no era conocido su nombre de pila, y si slo su apellido, Buonaparte le llamaban hasta en impresos algunos de s u s admiradores. Un dichete italiano que corri en boca de m u chos era i lutt i francesl son ladri. Son todos los franceses ladro nes? lo cual era la respuesta: <non tull nia Buonaparte.> Todos no, pero s u n a buena p a r t e . Verdad es que esto sala de injusto enemigo, pero no habra jugado as con el vocablo quien no llama se Buonaparte al vencedor de Italia.

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Constitucin, pero haban sustentado nuestra causa en el Parlamento y por la via de la imprenta, y tenian ms motivos para protegernos y agasajarnos vencidos porque la parte de nuestras doctrinas para ellos censurable, si no odiosa, ya mal poda propagarse. En cuanto los radicales, nos reciban con los brazos abiertos como hermanos y mrtires por una causa que los era comn, sin pensar que no todos los espaoles que all acudan profesaban su fe, por otra parte mal conocida ele la turba de desterrados, cuyas doctrinas eran confusas y limitadas. Pero haba y hay en Inglaterra, como en todos los pueblos, no obstante ser all ms comn que en otras tener noticia de las cosas polticas, y tomar en ellas alguna parte lo general de las gentes, muchas personas que no eran propiamente ni Tories, ni YVhigs, ni radicales, y estas nos hicieron desde luego el mejor acogimiento posible. El capricho popular, ms fuerte en el pueblo ingfs que en los dems del mundo, se mostr en nuestro favor, debiendo aadirse que en diez aos tal favor apenas tuvo menoscabo. flabia, sin embargo, preocupaciones en punto los ltimos sucesos de Espaa, imperfectamente conocidos, como suelen serlo en Inglaterra los de lodos los pueblos extraos. Habian visto los ingleses caer las Cortes y el Gobierno constitucional con poca gloria, malogrndose locas infundadas esperanzas de una porfiada resistencia la invasin francesa; desertar al enemigo nuestros generales La Bisbal, Morillo y Ballesteros con otros de inferior nota; seguir en su desercin sus caudillos los oficiales y soldados, en vez de abandonarlos como traidores. En medio de estas deserciones, apareca la figura de un general fiel sus juramentos hasta la ltima hora, y pertinaz en la defensa de la Constitucin hasta la caida del Gobierno constitucional, y adems este general era una persona cuyo nombro haba sonado en los oidos ingleses, siendo recibido con aplauso, en los dias de la guerra contra Napolen, y aun en las he-

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ras en que la causa de la independencia espaola era ms tibiamente sustentada. Esta figura era la del general Espoz y Mina, la cual singulares circunstancias anteriores daban proporciones, belleza y lustre muy superiores lo q u e d e justicia le corresponda, si bien sera injusticia y locura negarle buen grado y cantidad de merecimientos. As, al llegar Mina Inglaterra fu recibido y considerado como el principal representante de la Espaa constitucional, vencida y prfuga, pero viva an en tierra extraa. Ni por lo pronto se negaron los desterrados reconocer en el general ex-guerrillero esta como supremaca, que despus le fu tan contestada. Verdad es que aun no estaba en el territorio ingls el general D. Jos Mara Torrijos, despus cabeza de un partido opuesto al de Mina, y el cual podia blasonar de constancia no inferior la de su rival, y de lealtad acrisolada en la defensa de la causa constitucional en sus ltimas horas. Aparte de estos dos personajes, habia uno quien daban la sazn gran valor circunstancias no personales suyas, pero muy poderosas. Era ste el cannigo Riego, hermano del infeliz general brbaramente sacrificado, aun siendo admitidas doctrinas que justificasen su castigo. Era el cannigo hombre por dems estrafalario, y tena consigo su sobrina, viuda (1) del general, de todo lo cual procuraba l sacar partido en su particular provecho; ocultndose sin duda sus propios ojos este su inters personal, porque se equivocaba y confunda hasta en su propio concepto el amor de su familia y nombre, con el deseo de figurar, que era en l, si no el nico, el mayor de sus defectos. Como dejo dicho aqu poco h, llegbamos casi todos los espaoles Inglaterra en un estado de miseria completa, de suerte que slo la caridad pblica podia darnos el indispensable abrigo y sustento. Si algunos tenan bienes,.
(1) Esta pobre seora muri poco de su llegada Londres.

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no podan recibir auxilios, los reciban mal, en fuerza de las circunstancias; de decretos que les confiscaban secuestraban su hacienda privada, de persecuciones populares que no respetaban su propiedad, de temor en algunos de sus apoderados, de mala fe en otros. Pero la mayor parte de ellos se compona de personas que vivan de su profesin, militares, eclesisticos, abogados, empleados civiles, mdicos, escritores; en s u m a , lo que constituye el ncleo del partido llamado liberal en lodos los pueblos, , digamos, de lo que en l forma la porcin ms activa y predominante. Ocurrir cubrirlas necesidades de tantos desdichados, fu una do las primeras atenciones de los ingleses, y antes que su gobierno lo hiciese, como vino pronto hacerlo con no comn generosidad, hubo de anticiparse el pblico por medio de cuantiosas suscriciones. Pero se haca necesario calificar los mritos de los refugiados para que no viniese disfrutar de los beneficios de tales gente perdida (como en parte suele suceder, y aun en cierto, aunque en corto grado, sucedi entre nosotros), y para que en los auxiiios dados hubiese una regla de proporcin , recibiendo ms quien ms haba perdido en su patria, no siendo posible igualar un ex-ministro con un ex-miliciano nacional, al cual algunos actos particulares, su propia voluntad, hija de excesivo temor, de idea de su superior importancia, haba lanzado con sus superiores al destierro. Esta calificacin mal podan hacerla los ingleses. Discurrise, pues, crear una comisin de espaoles que sirviese para el intento. Mi conocimiento del idioma ingls, adquirido en mis primeros aos, y aumentado con el estudio y con una corta residencia anterior en Inglaterra cuando servia en la carrera diplomtica, llev mis compaeros incluirme en comisin tan desabrida, de la que hube de escapar en breve, pero para volver entrar en otra de la misma clase. A pesar do mi

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buena memoria, no me acuerdo de por quines cmo fu hecha ia eleccin, aunque no hubo de serlo con mucha regularidad, pero, tal cual fu, satisfizo. Como era natural, sali elegido por cabeza presidente de la comisin el general Mina, bajo cuya bandera pareca que estaban los fugitivos alistados. Fuimos los dems elegidos ver al que haba de presidirnos, manifestando con este paso la superioridad que en l era uso por entonces reconocer, aunque muchos ya desabrida por varias y muy diferentes razon e s . No era yo de los contrarios Mina, quien ni siquiera conoca de vista; pero, cediendo un fatuo orgullo que conozco ser uno de mis capitales defectos, por lo mismo que le vea tan ensalzado y adulado, no quera tributarle obsequios, y ni me haba presentado l hasta entonces, ni al ir verle con mis compaeros me puse delante para ser n o t a d o , sino que al r e v s , medio ocultndome detrs de los otros, logr que en m en aquel momento nadie reparase. La figura de Mina de ningn modo correspondi la idea que de l me tena yo formada, lo cual menudo sucede tratndose de personas conocidas por su mucha buena mala fama. Tena el famoso ex-guerrillero una presencia en nada notable, no siendo ni muy bien ni muy mal parecido, con nada de guerrero ni de feroz en su fisonoma, pues antes pareca un buen hombre de la clase inferior entre la media. El trato con gente principal no habia afinado mucho sus modales () ni corregido su lenguaje, que segua siendo el de un campesino navarro, y ms tosco que de lo que de su presencia deba esperarse. Pero lo que en l desde luego asomaba era la cautela, hija do la clase de vida que se habia visto obligado seguir en sus campaas de guerrillero, y que l acert aplicar sus hechos y di-

(1) Algo los afin, sin embargo, la compaa de su seora, con quien acababa entonces de casarse, y cuya educacin era esmerada, asi como modales en alto grado linos.

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chos como poltico, de suerte que el diplomtico ms avisado no podia excederle en cuanto hacer, como cuentan deca Talleyrand, uso de la palabra para ocultar sus pensamientos. De esto dio desde luego una prueba en la corta conferencia de que voy ahora aqu hablando. Llev la v o z , en nombre de la comisin que iba reconocerle por presidente, el famoso eclesistico y escritor, ex-diputado de las Cortes extraordinarias de 1812 y de las ordinarias de 1820, D. Joaqun Lorenzo Vllanueva. Este varn erudito, contra la general esperanza, entrando en las Cortes primeras de la isla de Len con apariencias de anti-reformista, se haba pronto sealado como de los primeros campeones del bando apellidado liberal, y granjedose el odio acerbo del bando opuesto, por lo cual, en la persecucin padecida por los liberales en 1814, habia salido de los peor librados. Si bien sustentaba Vllanueva con tesn y aun con ardor las doctrinas con poco motivo aunque generalmente calificadas de jansenistas en la parte de resistencia los principios conocidos por ultramontanos, favorables la mayor extensin de la potestad pontificia, en sus modos excesivamente suaves representaba lo que la preocupacin vulgar tiene por propio de un jesuta consumado. Solia clavar los ojos en el cielo cuando hablaba, inclinando tambin un tanto la cabeza pareca como que trataba de reducir menos su alta estatura. Siendo escritor notable por la pureza de su diccin castellana y por lo correcto de su e s tilo, si bien difuso y pesado y de corto juicio, en sus discursos dejaba ver bastante de la calidad de sus escritos (1). Nunca tanto cuanto en la ocasin que la narracin
(1) No lia mucho ha salido luz u n a obra postuma de este a u tor, titulada Viaje las Curies, por D. Joaqun Lorenzo Vllanueva, trabajo cuya publicacin es de aquellas imprudencias que suele cometer u n amor vivo y respetuoso, pero cieg'o, la memoria de u n difunto. E n verdad la tal obria no slo rebaja, y no poco, el mrito del autor, y en este el del hombre, por m s de un ttulo^

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p r e s n t e s e refiere, pudo "manifestar estas singularidades de sus modos el buen Padre V i l l a n u e v a , que empez h a blar al general dndole altas alabanzas en aliadas frases y r o t u n d o s perodos, que si habran sentado bien en u n discurso pronunciado en las Cortes, y mejor todava en uno acadmico, aun en tales lugares podran haber sido tachados de un tanto de afectacin ciceroniana. Mina, quien no acomodaba ser de la c o m i s i n , porque el serlo le habra acarreado, sobre molestia, algunos compromisos que l deseaba e x c u s a r s e , respondi su elogiador, que trataba a l a par de ensalzarle y de persuadirle, e x p r e s a n d o su r e sistencia aceptar el c a r g o que se le confera, pero p r o c u rando dar su resistencia el m e j o r color posible. Y o . . . decia, s, por mis compaeros quiero h a c e r m u c h o , p e r o . . . eso de comisin, y o . . . no conviene, y . . . pues no h a y c u i diao... y o s i e m p r e . . . pero de ese modo n o . . . porque y o ac m e lo entiendo y . . . y siempre har por todos... no as, pues porque no me parece lo m e j o r , y por este estilo s e gua con palabras sueltas, c u y o sentido apenas podia c o m p r e n d e r s e , ni deseaba, por otra parte, quien las decia f u e sen m u y c o m p r e n d i d a s , salvo en cuanto que no quera ser de la c o m i s i n , ni en clase de presidente, n i c o m o mera parte de ella. Insisti V i l l a n u e v a en c o n v e n c e r persuadir al g e n e r a l , y se entabl una c o m o discusin entre los que se expresaban en tan diferente estilo, la cual v i n o parar en nada, si nada era no contar con Mina. Asist y o "silencioso espectador tal escena, en que e n c o n tr algo de d i v e r s i n , y de que saqu algn conocimiento de Mina, b i e n que escaso. Esto aparte, no qued resentido de la conducta del g e n e r a l , como quedaron o t r o s , siendo
sino que bien meditada apoca y aun humilla el concepto de las Cortes de 1810, pintando con fidelidad prolija muchos de sus y e r ros y flaquezas. Muchas citas podran hacerse en abono do la cens u r a severa, pero j u s t a y acaso oportuna, que acaba aqui de hacerse de t a n pobre y mal pensado libro.

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la ocasin que acabo ahora aqu de referir motivo, y mas que motivo pretexto, de los primeros descontentos que excit contra s Mina; descontentos hijos de pasiones y del inters, as como del desvanecimiento de locas ilusiones, no sin tener l grave culpa de las enemistades que se granje, pues, poco franco de suyo, alimentaba en otros esperanzas que l no tena; esperanzas cuya falta de cumplimiento causaba la par con dolor enojo, y recaa sobre quien las haba fomentado. A la llegada de la primera inundacin de emigrados, que coincidi con los ltimos dias del ao para Espaa infausto de 1823, slo pensaron por lo pronto los fugitivos en su desvalida situacin, y en acomodarse vivir con lo que la caridad britnica les daba, no corta cantidad para socorro cuando haban de ser muchos los socorridos, y tampoco grande para personas que solan vivir con tal cual desahogo. Pero si los partidos que en su patria los dividan no aparecieron vivos en el lugar del destierro, no estaban muertos, y tenia cada cual su bandera recogida, mas no abandonada. Bien es cierto que, andando el tiempo, asomaron, y se manifestaron y crecieron, no sin furor y encono, las anteriores discordias, y hubo continuas deserciones de uno otro bando, en las cuales iba do continuo perdiendo el que tena por cabeza Mina. Sabido es que la mutua enemistad de dos sociedades secretas haba sido causa de grandes inquietudes en los ltimos meses de 1822 y primeros de 1823, as en Madrid como en las provincias. De ellas, la de los comunetis, la ms extremada en doctrinas, no habia llegado apoderarse del Gobierno, que sin cesar codici, y con toda clase de medios busc, teniendo que contentarse con hacer el mando desabrido, peligroso y casi imposible su rival, cuyo acierto, por otra parte, no habia sido mucho. Cuando ya amenazaba ruina el edificio de la Constitucin, , digamos, do la revolucin, los comuneros so haban dividido, vinin-

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osc de ellos las personas de ms nota, y especialmente casi todos los diputados de su gremio, unir con los prohombres de la sociedad enemiga, quedndose algunos de menos valer por su talento, ciencia reputacin, pero de los ms osados extremados, en su campo antiguo, y siguiendo estos ltimos casi toda la hueste. El general Ballesteros, cabeza de la sociedad de hecho, aunque no por su ttulo, apareca dudoso, pero ms allegado los de superior moderacin. El general Torrijos, quiz segundo en importancia entre ellos, atento su obligacin de soldado en la campaa, se habia alejado de las lides polticas, salvo en punto defender la Constitucin contra la invasin extranjera. Comenzada la guerra, Ballesteros en una capitulacin haba entregado su ejrcito, y con l la causa constitucional y de su patria, los invasores. Torrijos se habia mantenido fiel hasta la ltima hora, y, libre y restablecido ya el Rey en su trono, habia celebrado una verdadera capitulacin militar con los franceses, y puesto en salvo su persona sin menoscabo de su obligacin de su honor; hecho lo cual se vino Inglaterra, donde lleg ya bien entrado el ao de 1824. Su nombre, poco nada conocido hasta entonces de los ingleses, apenas son en la hora do su llegada, pero entre los espaoles trajo los comuneros uno de sus ms notables caudillos. La desunin que existe siempre entre los desterrados, y que ms que de otros pueblos es culpa constante del espaol, y habia sido muy sealada durante la dominacin de los constitucionales, tom en breve forma y cuerpo en Inglaterra. Las dos sociedades rivales no resucitaron, pero s los dos bandos de moderados y exaltados, bien que no compuestos completamente de quienes de ellos eran parte en Espaa. Dos hombres simbolizaron estas parcialidades, y en cuanto caba en su situacin, fueron cabezas de dos cuerpos inertes, pero vivos, y con esperanzas de despertar de su letargo y dar muestras de s en nuevos sucesos, restituidos ya al

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seno de su patria, llevando ella la bandera la sazn caida. Fu casualidad que la cabeza de cada bando fuese, al parecer, ms propia para serlo del cuerpo otro que el suyo. Torrijos, de ilustre familia, nacido, bien puede decirse, en la corte, educado en la casa de pajes del Rey, y por lo mismo, entrado en la carrera militar ya en la clase de capitn, hombre de fina crianza y modales amables, no muy instruido, pero s con los conocimientos comunes de la gente de su clase, era sin duda propsito para acaudillar y representar al partido ms aristocrtico de la emigracin, si algo en la emigracin mereca el nombre de aristocracia. Al revs, oriundo Mina de la clase del pueblo, habiendo recibido en sus primeros aos slo los rudimentos de la educacin ms comn, habindose formado en la dura y spera vida de guerrillero, y debiendo su elevacin al poder popular, cuando haba divisiones polticas, tena su puesto naLural entre la genle ms extremada y menos culta. Ambos eran ambiciosos; pero el primero, franco en su ambicin hasta pecar en no leve grado de imprudente, se prestaba seguir para mandar a l a gente que en su sentir era ms activa, de la cual se prometa ms pronta la victoria, cuando el segundo, cauto y astuto, veia en el saber y juicio de las personas ms entendidas ms abonada fianza de su seguro si no cercano triunfo. Esto aparte, no todos los emigrados eran del uno del otro de estos partidos; pero suceda en el pueblo emigrado lo que en otros pueblos, y era que los pacficos no entraban en cuenta, cuando la emigracin apareca en movimiento, aunque este movimiento no llegase ms que hacer ruido. Adems, en todo caso, en cualquiera eventualidad prevista, los pacficos se allegaban uno otro bando, salvo unos p o i o s que tenan pretensin de levantar bandera propia, de lo que en 1830 dieron muestras fatales para la causa comn, y en alguna ocasin pars ellos mismos.

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To faltaban entre estos pacficos, personajes de nota, pues, al revs, abundaban; pero tales personajes son los menos. Por ejemplo, Quiroga, cuya importancia como primer caudillo del levantamiento constitucional debia haber sido grande, figuraba poco y no tena quien le siguiese. Bullia infinito el cannigo Pliego; pero por su profesin no podia ser caudillo, y por su vanidad contaba con su apellido, y la memoria de su hermano, para ser figura principal en el drama de la revolucin espaola, viva amortecida, no consiguiendo lo cual, se contentaba con hacer papel entre radicales ingleses, y desterrados franceses italianos, habiendo logrado con que apareciese mencin de su nombre en la vida del ilustre Ugo Foselo, uno de los objetos de su ambicin algo pueril. Arguelles, ilustre entre los ingleses, y relacionado con gran parte de lo ms distinguido de aquel pueblo, viva con sus amigos el respetabilsimo general de marina D. Cayetano Valds y su excolega en el Ministerio de 1820 D. Ramn Gil de la Cuadra, apartado do un movimiento cuya esterilidad conoca, y respetado en su apartamiento, pero se inclinaba Mina para el caso, poco probable durante algunos aos, de que pudiese hacerse algo para variar la suerte de nuestra patria, lsturiz y yo, unidos en estrechsima amistad, solamos estar en frecuente ntimo trato con la casa de Arguelles y sus compaeros, y como ellos pensbamos y obrbamos, si bien lsturiz so desviaba en su interior de Mina un poco ms que yo, que, vindole muy rara vez y habindole primero mirado con muy poca aficin, al fin tena pensamientos de ponerme su lado, si llegase la h o r a d e obrar, no obstante unirme con Torrijos relaciones de amistad antigua, contrada en nuestras mocedades. Ni debo omitir hacer desde luego aqu mencin de un hombre quien dio importancia su trgica muerte, hija de su naural indmito y de su presuncin ciega. El coronel de Pablo, conocido por su mote de Oh&palangarra, habia d e -

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fendido Alicante hasta la ltima hora del reinado de la Constitucin, como Torrijos Cartagena, cometiendo, s e gun es fama, actos de tirana, como era de esperar de su condicin feroz y escaso discurso, pero sin impureza, aunque dijo lo contrario la voz de la calumnia, y habia parado en entregar la plaza por una capitulacin asimismo honrosa, en la hora en que llegaba ser intil y habra sido hasta perjudicial prolongar la resistencia. Venido Inglaterra, se habia acercado Mina, bajo quien habia servido pero y dstingudose en la guerra de la Independencia; que inmediatamente se lanzase restablecer la cin en Espaa, y como no consintiese

como hombre ignorante y apasionado le habia casi exigido Constitutal desvario el

buen juicio de Mina, el antes su amigo y secuaz se convirti en su enemigo mas crudo y violento, creyndole traidor y acusndole sin rebozo de serlo (1). Pero Chapalan

(1) Un caso singular ocurri en 1826 que explica la condicin de nhapalangarra, y a l g u n a de las causas del odio que ste cobr Mina. Sali luz en u n peridico ingls un artculo en q u e era acusado Chapalangarra, respecto al tiempo en que gobernaba Alicante con poder absoluto, do actos, no slo de cruel y feroz t i rana, sino de rapia. Presentse el asi infamado a n t e u n t r i b u n a l demandar al escritor s u enemigo de injuria y calumnia. Temi ste, y con razn, ser condenado, y ofreci al querellante u n a s u m a razonable para que. se retirase de la demanda. so era vergonzoso aceptar t a l propuesta, acompaada de desmentirse el libelista as propio, como prometa hacer hizo, porque en dinero habra pagado su exceso, si hubiese sido condenado, y en dinero dado en calidad de daos y perjuicios la persona por l infamada. Pero ChapalangaiTa, no bien recibi el dinero cuando fu entregarle Mina para que le emplease en el restablecimiento de l a libertad en Espaa. Mina era hombre puro por domas, y no e s taba necesitado, pero recibi la cantidad, por no descorazonar 6 enojar al que la daba, siendo su poltica no dar un golpe ni a u n leve esperanzas con que estaban enlazados su crdito personal de patriota y s u influjo. Pero Cbapalangarra, que quera lanzarse' Espaa, todas horas, y que juzgaba la suma que habia dado, a u n q u e pobrisima para u n a tentativa poltica, b a s t a n t e u n a e m -

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garra, si se apart de su bandera antigua, no se pas la de otro, y lleg ser caudillo sin secuaces, viviendo por lo comn solitario, desabrido, parco por dems en la comida y bebida hasta hacerse notar por ello, casi indispuesto con todos; en suma, llegando con su carcter bilioso, y su corto saber, rayar en los lmites de la locura, pero locura de una sola clase, dgase, monomana de belicoso patriotismo. En medio de todo esto, la esperanza de volver pronto Espaa, y entrar en ella victoriosos, no faltaba en la clase ignorante y numerosa de los emigrados. En balde era que una parte, aunque corta, del ejrcito francs siguiese en territorio espaol, y que estuviesen prontas seguirle numerosas tropas, si de ello hubiese necesidad; en balde que la parte ms crecida de nuestro pueblo manifestase la derribada Constitucin enemistad violenta, y que la contrarevolucion, la cual viene ser la revolucin continuada, presentando una de sus fases, pusiese la vista armada la plebe con el nombre de voluntarios realistas; fuerza democrtica al servicio de un poder absoluto representante, y ya antiguo representante, de una considerabilsima parte d l o que lleva y merece el nombre de pueblo. Ilabia otro pueblo imaginario en la cabeza de los emigrados, el pueblo de que ellos haban sido parte, y tipo, y representantes en Espaa. Slo la traicin, cuando no tanto, la incapacidad d l o s gobiernos podia haber dado la victoria los franceses y los realistas; pero volviendo la nacin en si, como era fuerza que sucediese, y con unos ms honrados ms hbiles caudillos que los anteriores, pronto restablecera la libertad en su suelo, plantndola harto ms firme que

presa de las que l deseaba y estimaba oportunas, entr en u n furor ciego contra Mina, y si bien no acusndole de haberse apropiado aquella cantidad, sino de haberla recibido para seguir e n g a ando con esperanzas que no pensaba en hacer realidades.

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antes estaba. Tales opiniones son las de toda emigracin, y de ellas no poda estar exenta la espaola de 1824. As es que, cuando una desvariada empresa dio una corta cuadrilla de constitucionales por el trmino de tres cuatro dias posesin de la plaza de Tarifa, desmantelada y descuidada, punto de no tener fuerza que la presidiese, hubo un movimiento de alegra entre la parte ms numerosa de los emigrados, cuya noticia lleg la de la inesperada ocupacin de aquella fortaleza, de corta importancia, pero fortaleza al cabo, antes que llegase, horas despus, la de su pronta infalible caida en poder de los franceses que guarnecan Cdiz. Hombres hubo, si no de los de superior agudeza y claridad de entendimiento ni de la ms vasta instruccin, pero no rudos ni ignorantes (i), quienes, anublando el juicio la pasin, pareci aurora de la regeneracin espaola lo que era una mala clara entre negras nubes y que traa en pos de s nuevas desdichas. Pero la tentativa hecha sobre Tarifa, y la par en Almera, con no menos infeliz fortuna, y prdidas de vidas, dignas, lo monos, de lstima, pas en breve, y cay la emigracin en su estado ordinario, nunca enteramente abandonada por la esperanza, aunque no hubiese en qu fundarla, pero resignada aplazar el cumplimiento de sta, si no tanto, los esfuerzos inmediatos para traerle poca algo ms lejana. Hasta la inesperada aparicin de la carta constitucional dada Portugal por su nuevo rey don Pedro, vivi la emigracin tranquila. No por esto, en verdad, desaparecan los partidos, p e r o existan oscuros, sin extender su influjo ms que un
(1) E n t r e estos puedo citar D. Olegario de los Cuetos, q u e h a s t a lleg' ser ministro de Estado, bien que por breve plazo (en 1813 bajo la regencia del duque de la Victoria), el cual lleg Londres, trayendo la noticia de la toma de Tarifa por los constitucionales, y prometindose de ello resultas que al cabo traeran ni restablecimiento de la Constitucin en Espaa.

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corto nmero de personas, y dejando las otras adherir-so al que fuese de su aprobacin, cuando hacerlo as fuese oportuno. En suma, los partidos polticos de aquellos dias tenan las apariencias, y en cierto grado la ndole de las rivalidades de un lugar de provincia, y para que en ello hubiese semejanza, solian ceirse al recinto de Somers Town, barrio pequeo en los extremos de Londres, que es modo de un lugarillo entre los varios cuya aglomeracin forman aquella capital inmensa, falta de lmites legales conocidos. All vivia una Espaa que no ha dejado .de tener influencia en los sucesos de la Espaa verdadera.

fl.
De muchos de nuestros compatriotas que nunca han pisado el suelo de la Gran Bretaa es conocido el nombro de Somers Town como el de una abreviada Espaa constitucional, que hizo la!, con su residencia all, una gran parle de los desterrados espaoles, de los cuales pocos viven hoy para conservar de ella memoria, pero de que se conserva no poca por transmisin de padres hijos, y de ancianos amigos, cuyos descendientes existen y forman buena porcin de la generacin presente. Es Somers Town un barrio pequeo, al cual divide del casco de la aglomeracin de casas que hoy y h mucho constituye el como centro de lo llamado Londres un camino calle, pues de ambas cosas tiene, y camino nuevo (ero rocul) se llama, y de tal le dan aspecto las casas, que todas tienen delante reducidos jardines en vez de formar la calle sus paredes, pero que, por la extensin que va teniendo, y aun por la que tienen h ya largo tiempo la metrpoli del imperio britnico, calle viene ser, ambos lados de la cual hay

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barrios crecidos y populosos. Apenas cuenta Somers Town casas para gente de ms que decorosa pobreza, constando las ms de ellas de un solo piso sobre el bajo entresuelo; algunas de dos, casi ninguna de tres: nmero que es el comn de los pisos de las habitaciones de la gente acomodada en los buenos barrios del centro de aquella capital inmensa. Esta circunstancia, haciendo las casas un tanto baratas, sealaba aquel barrio como propia residencia de gentes de escasos haberes, aunque no de indigencia absoluta. Ya en poca muy anterior, cuando aquel mismo barrio, recien formado o poco menos, y todava muy reducido, distaba bastante del casco de la gran ciudad, faitaudo en el lado contrario del camino nuevo las numerosas y bellas calles y plazas que hoy llenan y adornan aquel espacio, habia servido de morada muchos de los emigrados, franceses del tiempo de la primera revolucin de su patria, circunstancia que, conmemorada por residentes en Londres, hubo de llevar tal lugar los primeros espaoles que l acudieron y fueron ncleo del cuerpo que all vino formarse. Con todo, si bien Somers Town era el lugar considerado, y con razn, como la poblacin cabeza de la nacin emigrada, hablando, como suele hacerse, con frase militar y la moderna, el cuartel general de la emigracin, no residan en l los emigrados todos. Varios de ellos, entre los cuales era yo uno, y otro Isturiz, y otro Argelies con sus compaeros de casa, el general Vsilds y don, Ramn Gil de la Cuadra, con unos cuantos ms de menos* nombradla, no vivamos en el barrio que lleg a ser espaol, pero s poca distancia de l, yndonos acercando unos otros hasta habitar los ms en las cailes prximas ai camino nuevo, por el lado opuesto al en que est Somers Town. As eran las comunicaciones frecuentes, pesar de lo cual la lnea divisoria no dejaba de producir efectos y no cortos. Porque la poltica militante que se maitna

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siempre viva en la otra banda del New roacl, y lo llamado chismografa, que siempre existe donde hay agregacin de gentes, y ms cuando no pasa la agregacin de ser corta, no llegaban al lugar en que residamos, llegaban ya debilitados habiendo perdido mucho en la corta travesa. Hay quien pondera las ventajas que sacan los hombres de una residencia en tierra extraa, y no faltan por otro lado desaprobadores de los pensamientos y hbitos que engendra la ausencia voluntaria forzada del suelo patrio. Ello es que en verdad los viajes son tiles, y quien de ellos vuelve fatuo es porque llevaba en s el germen que el viaje ha desenvuelto. Pero el establecimiento de una manera de colonia unida por estrechos lazos y pasiones inters comn en medio de una poblacin de extraos, carece de la mayor parte dlas ventajas que el viajar lleva consigo. Hasta la necesidad de aprender la lengua de los naturales de la tierra donde se vive, grande para quien tiene que estar en perpetuo trato y roce con ellos, se hace mucho menor para gentes que, salvo en unos pocos negocios de la vida, encuentran con quienes comunicar sus pensamientos y afectos en la lengua propia. As es, que de los emigrados espaoles pocos aprendieron de la lengua inglesa ms que algunas voces de ellos no bien pronunciadas; y de estos pocos, los ms se cieron aprenderla para la conversacin la lectura de los peridicos; pero de la Inglaterra poltica, de la Inglaterra literaria, de la Inglaterra social, ni se cuidaron siquiera, y las escasas ideas que sobre tan graves puntos adquirieron, fueron sobre manera cortas y confusas. Verdad es que de esto hubo tal cual excepcin, pero tal cual y no ms; y en su escasez se vio prueba nueva de lo verdadero de la mxima antigua en cuanto que la excepcin confirma la regla. Y era hasta blasn de algunos emigrados que haban creado una imagen de su patria en su barrio, habiendo aprendido en l algo de la lengua castellana criadas de servicio y

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tenderos, y hasta habiendo llegado pregonar la hora en las altas de la noche en idioma de Castilla uno de los guardas nocturnos de la clase do los que llamamos serenos, los cuales convendra mal tal nombre en la nebulosa Londres; guardas que hoy ya no existen, habindoseles sustituido los empleados de polica. A un rbol que crecia solitario cerca de una esquina en la banda del camino nuevo, y donde, uso espaol, solan juntarse muchos engaar, cielo raso, as horas ociosas en conversacin entretenida, bautizaron con el nombre de rbol de Guertiica, sin que hubiese entre l y el de Vizcaya la semejanza ms remota, y slo por agregar un rbol la calificacin que ha hecho famoso uno de los de nuestra tierra. Un poco ajenos la vida interior y poltica ordinaria de Somers Town vivamos otros espaoles. La casa en que resida Arguelles era el punto en que por la noche solamos juntarnos, y tambin en esto seguamos un mal uso de nuestra patria, porque aun en las noches de invierno, bastante ms largas que aqu, donde no son cortas, era nuestra asistencia hora bien avanzada, digamos, al dar las once poco ms menos. All sola la conversacin ser amena, y en algn caso instructiva. Arguelles, dulce en su trato, aunque de condicin violenta, que sabia reprimir; muy amigo de sus amigos, y no menos enemigo de sus enemigos; lleno de honradas preocupaciones casi todas ellas patriticas; estudioso, pero nada aficionado ideas nuevas, y tratando hasta de ignorarlas para no reprobarlas, bajaba la sala, tarde, de la parte alta de la casa donde tena su dormitorio, que era asimismo cuarto de estudio, trayendo por lo comn en la mano una gran jaula que contenia un ruiseor, porque era hbil en avezar la vida de encierro estos pjaros ariscos, de suerte que lograba darnos un rato de agradable msica de la que poco se disfruta en Espaa. Cuando bajaba con nosotros ya estaba all sustentando la tertulia el respetable general don

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Cayetano Valds, para m aun ms que para otros objeto de respetuoso cario, porque haba sido compaero y muy amigo de mi padre; cuyos modales de caballero, habiendo vivido en roce con las primeras clases de la sociedad, y siendo l mismo de familia distinguida por su antigua nobleza, aparecan en medio de la llaneza de su modo de producirse; de instruccin corta, salvo en su profesin de marino, y aun en esta ms de los hbiles marineros que de los sabios astrnomos, no muy escasos en nmero entre los oficiales de nuestra antigua real armada; de buen juicio, manifestado veces con singularidades, ms que de agudo ingenio; cuya bien merecida fama de valiente estaba hermanada con otra no menor de honrado, y que llevaba con plcida resignacin y dignidad las amarguras del destierro, sujetndose las que eran duras necesidades para hombre acostumbrado vivir como persona de alta e s fera (1). El tercero que vino serlo de aquella familia que lo vena ser por la amistad si no por el parentesco, era Gil de la Cuadra, que por algn tiempo vivi en el campo, y ya en la casa, tomaba menos parte que sus dos compa(1) Este respetabilsimo personaje, poco antes de verse obligado salir de Espaiia, se haba casado con una seora viuda, de m u y ilustre cuna y a l g u n a riqueza. De ella reciba en la e m i g r a cin los medios de vivir, lo cual le dola sobremanera. Por lo m i s mo excusaba gastos, sujetndose lo que para l hubieron de ser duras privaciones, aunque las llevase con nimo sereno. Era fumador, y siempre lo haba sido de buenos puras habanos, y en la. emigracin se redujo a f u m a r u n psimo tabaco picado llamado veturns, m u y barato, en pipas ordinarias de barro blanco, s e g n uso de la nfima plebe inglesa. "Menudencias son estas, pero do aquellas que debe tener en cuenta quien desee conocer bien los sucesos y los caracteres de los hombres. Causaba pena y admiracin ver al sobrino querido del poderoso ministro de Marina de Carlos III y Carlos IV, el bailo D . Antonio Valds, y al general que haba ocupado tan altos puestos, y disfrutado constantemente d l o s regalos de la vida, envuelto en una nube de tabaco pestfero, entre la cual asomaba su rostro risueo.

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eros en nuestro trato, soliendo estar l encerrado en uns segunda sala contigua la en que nos juntbamos, escribiendo siempre, y (segn corra la voz) formando el plan de una conjuracin de cuya ejecucin haba de ser cabeza Mina; pero como conjuracin tal no lleg ponerse por obra, ni del futuro plan de gobierno para nuestra patria que acompaaba el proyecto apareci cosa alguna en 1834, bien es de suponer que sobre otra materia serian los constantes escritos del autor, hasta ahora sepultados en el olvido, como al cabo de largusima vida ha venido estarlo su persona en la tumba. Ocioso sera enumerar quines componamos de continuo aquella reunin diaria, , hablando quiz con propiedad, nocturna; pero sera injusticia no nombrar entre ellos D. Felipe Bauza, muerto en Inglaterra en vsperas del dia en que nos toc, y habra tocado a l, volver al suelo patrio, cosmgrafo distinguidsimo y director del depsito hidrogrfico en Madrid, quien haber sido diputado en las Cortes de 1822 y 23 atrajo su desgracia, por causas polticas, tratar las cuales no era l aficionado. Rara noche dejbamos de asistir Isluriz y yo, que juntos llegbamos sobre las once, y nos retirbamos dadas las doce cuando ms temprano. Hablbase all de varias materias, pero ms con mucho que de otra alguna de las polticas. Sobre estas, si no reinaba unanimidad de opiniones, eran cortas en nmero y no importantes las discordias, olvidado de todo punto lo que en 1820 y hasta ltimos de 1822 nos habia dividido, y muy presente en la memoria y el juicio lo que en el curso de 1823 hasta la caida del Gobierno constitucional nos habia unido con estrecho lazo. Desatinbamos no poco, segn yo ahora veo las cosas, y aun segn todos deben suponer, si conocen cuan errados son generalmente los juicios en situacin tal cual era entonces la nuestra, pero habia en nosotros tanta fe, que bien nos haca merecedores de absolucin por .nuestros yerros. Eran aquellas sin duda horas de

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gura, y bien echbamos de menos la patria ausente, y harto llorbamos la suerte de la causa que habamos credo para nosotros justa y puede decirse santa, lo cual no obstante, haba en nuestra situacin algo y no poco que la suavizase; la amistad, que se hace ms tierna en la desdicha, algo de lcito orgullo de lo que estimbamos nuestro honrado proceder, y esperanzas, aunque lejanas y dbiles, nunca del todo perdidas que nos presentaban un futuro incierto, distante, pero hermoso, como es en s todo porvenir halageo, a l o cual nunca pueden llegarlas realidades. En mejores das me ha sucedido, y no m solo, volver la vista con la mente aquellas horas de destierro y pobreza, y considerarlas casi como suele considerarse un bien perdido. Verdad es que nuestros aos eran entonces menos, y esto era una gran ventaja cuya prdida es al hombre por dems dolorosa: verdad es que la edad de la mayor fuerza intelectual y fsica lleva consigo bienes que dan resistencia y con ella buen nimo en las mismas desventuras: verdad que nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fu mejor. Del imaginado Robinson, en cuya inventada historia encuentran los crticos el mayor mrito el de la habilidad con que el autor da su narracin la apariencia de serlo de sucesos real y verdaderamente pasados, se supone que, al salir de su isla desierta, donde tanto haba padecido, sinti vivo dolor, aunque salia de un lugar horrible para trasladarse uno culto, que era adems su patria. No de otra manera, al recordamos las noches de Londres sentimos tentacin de exclamar: Aquellas eran horas felices! Y una buena razn tenemos para decirlo cuando pensamos en desengaos posteriores, en ilusiones desvanecidas, en yerros propios y ajenos, pues del hombre es errar, y tanto cuanto se dilata la vida se multiplican los errores la par

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con los que no lo son, en tantas amistades acabadas, convertidas veces en enemistades, pasadas ser desvio cuando menos. Perdonen mis lectores esta efusin del nimo contristado al meditar sobre consecuencias forzosas de una vida prolongada, y particularmente de una vida po ltica en que tantas y tales son las mudanzas tradas por modos diferentes de ver las cosas, en que el inters la pasin suelen cegarnos, pero en que motivos poderosos nos compelen volver por lo que estimamos el provecho comn, impelindonos actos en que, discordando los pareceres, chocan unas con otras las voluntades, siendo el choque, por necesidad, violento. Volviendo de estas reflexiones, acompaadas de a r r e bato acaso intempestivo, al tono de narrador, y narrador en estilo llano, cual conviene quien lo es de nada graves sucesos, dir que, por lo general de la emigracin, la tertulia de la casa de Arguelles y Valds era mirada con cierta clase de respeto. Sin duda, los parciales de Torrijos y otros que, sin serlo de ste, miraban ya Mina con bastante mala voluntad, recelaban, y no sin causa, que, si no con todos los de nuestra tertulia, con los habitantes de la casa en que esta so reuna, privaba en grado no corto el g e n e ral ex-guerrillero; pero tal privanza no daba muestras de s, porque pareca aquella pobre reunin como puesta en superior esfera, donde no llegaban los como airecillos 6 vaporciilos de pasiones que influan en los habitantes de Somers Town, en quienes, viviendo con estos en continuo trato, como ellos pensaban y sentan. Algunos pocos imprudentes, como os sabido, se lanzaron Espaa, donde ai momento cayeron en poder del Gobierno, siendo sin misericordia sacrificados. Tal suerte cupo los hermanos Bazan, un tiempo parciales de Mina, y despus sus contrarios, que no contentos con vituperar al juicioso general por lo que haca, y lo cual si hubiese hecho habria sido, no solo en su propio dao, sino contra

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el harto ms importante inters de nuestra causa y nuestra patria, se arrojaron dar ejemplo de una conducta diametralmente opuesta, siendo su trgico fin leccin, aunque de pocos aprovechada, porque si en su locura no tuvieron muchos imitadores, no ces la desatinada opinin de mucha parte de los desterrados de seguir culpando en Mina una inaccin que las circunstancias no solo justifica han sino hacan forzosa. En tanto, el general, objeto de tan injustas censuras, no resida en Somers Town, ni aun por lo comn en Londres. Su salud y su conveniencia le dictaban vivir apartado del aire de una ciudad populosa y de los chismes de una emigracin desocupada y malcontenta. Sus parciales iban decreciendo en nmero, sus enemigos antiguos y nuevos creciendo en bros. Torrijos habia atrado s no poca gente, mucha de ella de la sociedad rival de la Comunera, mientras la Constitucin estaba vigente en Espaa. Don Evaristo San Miguel, quien daba fama haber sido compaero de Riego, y escritor en 1820 en el ejrcito levantado en San Fernando, as como despus la circunstancia de ser ministro de Estado, y como ta! haber respondido las famosas notas de Verona, sustentando despus su r e s puesta, calificada de temeraria, en el campo de batalla, donde cay prisionero muy gravemente herido, sin ser de Torrijos, no encubra su aversin Mina. Acompabale en ello su entonces estrechsimo amigo D. Olegario de los Cuetos, el cual, si no era personaje de cuenta, no dejaba de hacer papel, y siendo chistoso y de felices ocurrencias, amontonaba contra Mina acres y veces ingeniosas frases de vituperio (1).
(1) No m u y bien aconsejado Mina, dio luz en I n g l a t e r r a u n a compendiada historia de los hechos de su vida toda, librillo mal es rito y no mejor pensado, que hubo de causar pena los que entonces ramos sus amigos. Por lo mismo fu materia de censura b u r lona para sus contrarios. Como ponderase en su obra el ex-cau-

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As estaban las cosas cuando de sbito, mediado 4826, lleg Inglaterra la noticia de que, muerto D. Juan VI, rey de Portugal, su hijo y heredero D. Pedro, residente en el Brasil y rebelado contra su padre, con el ya ttulo de Emperador de aquel remoto estado americano, renunciando su cetro europeo, le habia puesto en manos de su hija, menor de edad, acompaando la ddiva con la de una Constitucin su pueblo. No ora este suceso de poca monta, porque una ley de las llamadas como por antonomasia Constitucin, y que de hecho croaba un poder popular, mal podia existir en una parte de la Pennsula brica sin que la otra algo de ella se comunicase. Habia ms, y era haber sido el ministro plenipotenciario de Inglaterra en Portugal el portador de la recien otorgada Constitucin, de lo cual era general deducir que de su influjo vena tan inesperado suceso, no pudiendo l haberse atrevido usar de su influencia en tan grave materia sin estar para ello autorizado por su gobierno, consecuencia que sacaron, no slo los pobres desterrados espaoles, crdulos de suyo, y ms'dc lo que tanto los lisonjeaba, sino liberales y monrquicos de todos los pueblos, los primeros para prometerse mucho del gobierno britnico y ensalzarle, los segundos para recelarse de l y maldecirle. Se equivocaban, con todo, unos y otros, pero no era fcil desengaarlos, lo cual no es maravilla; pues la equivocacin todava hoy en algunos dura. Todo ello consista en atribuir al famoso ministro
dille- de guerrillas hasta u n punto increble la cantidad y calidad de sus victorias en la g u e r r a de la Independencia, anubl con oil<? la indudable alta gloria que habia adquirido, si bien solo los ojo? de u n odio ciego pudo borrarse. Me acuerdo que el ya aqu citado D. Olegario de los Cuetos puso por mote tal escrito El romana de Francisco Espoz, aludiendo los conocidos romances de Fran^ cisco Esteban, chiste que fu aplaudido do muchos, siendo entonces mana de algunos suponer que el general no tena el apellido de Mina y que le tom por ser el de Mina de uno en 1803 guerrillero afamado.

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Canning intenciones que nunca tuvo del todo, y que si lleg tener en parte, y sta muy corta, fu en fuerza de habrsela atribuido, y aprovecharse l de lo que se le supona. Porque Canning tory era, aunque de los de doctrinas msliberales entre los de su partido, y tory muri y haciendo profesin de serio, aun cuando llegado ser primer ministro en 1827 vio contra s la mayor parte de los antes sus amigos polticos, sin contar con que en 1826 no era m a s q u e uno del ministerio, aunque superior en mrito y renombre sus compaeros, inferior en categora lord Liverpool, acrrimo tory, teniendo que avenirse con l y otros de sus colegas de las mismas ideas, nada favorables por cierto la extensin del poder popular en el continente, si los ojos de otros constitucional, los de ellos revolucionario. Pero, dejando esto aparte, que bien merece ser calificado de digresin, y aun tal vez do digresin impertinente, el efecto producido en los espaoles constitucionales por la Constitucin dada Portugal, fu tal y tanto, que quienes menos esperanzas tenamos de mejora en nuestra suerte y la de nuestra patria, entre los cuales me contaba yo, llen de alegra infundi confianza en lo futuro. Con todo esto,el nmero de los desterrados que de Inglaterra acudi Portugal fu corto, y las noticias que de alli venan, si no desconsoladoras, propias para rebajar en no corlo grado nuestro gozo. Volvi, sin embargo, subir este de punto cuando, amenazando Portugal el Gobierno espaol, el britnico resolvi enviar tropas socorrer al porLugus, su aliado, y llev su resolucin efeclo sin d e mora. Entneos pronunci Canning con este motivo un discurso clebre, calificado de revolucionario por los ms de ios que eran todo lo contrario en el continente, y aplaudido por muchos liberales, segn mi corto entender, con poco motivo, pero que varios de entre nosotros, y entre estos Arguelles, ms que placer caus disgusto y enojo.

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Las resultas confirmaron lo que en nosotros pareca n i mio recelo. Sin embargo, an los desconfiados no dejaron de concebir esperanzas. El amigo y compaero de casa de Argelies D. Ramn Gil de la Cuadra, que entre sus ntimos g o zaba del ms alto concepto por nada justificado, me encarg que escribiese una carta para que fuese publicada en el peridico The Times, donde procurase desvanecer la idea de que el pueblo espaol no deseaba una Constitucin liberal, y, sosteniendo lo contrario, ponderando el crdito de que Mina gozaba en Espaa en calidad de tipo de la causa de que babia sido defensor, dndome entender, pero no claramente, que deseaba el gobierno ingls ver propagada tal idea como para preparar la opinin que aprobase cualquier acto encaminado restablecer la libertad en Espaa. Escrib yo la carta, que sali luz y dio motivo artculos en otros peridicos; pero todo se qued en dar margen reflexiones sobre la materia que contenia, las cuales duraron poco. Entretanto, los contrarios Mina manifestaron gran descontento, suponiendo el paso dado por mi, no en favor de la causa comn lomando por instrumento Mina, sino en favor de Mina en el caso para ellos cercano de ondear de nuevo la bandera constitucional en nuestro patria. Nunca he podido averiguar despus si de hecho hubo entonces algo de trato, aunque poco indirecto, entre el desterrado general espaol y algn agenle subalterno, pero autorizado, del gobierno britnico; mas me inclino creer que nada absolutamente hubo, si bien no acuso de fingirlo Mina, y monos todava Gil de la Cuadra, y slo juzgo que uno y otro tomaron por realidad las ilusiones de su deseo, fundndose en algunas conversaciones que dieron importancia muy superior la debida. Pronto pas lo que pareca aurora de nuestra felicidad rayando en Portugal, y se converta en dia tormentoso, y

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8n encapotrsenos ms que antes estaba el horizonte. A'olvimos, pues, nuestra vida pacfica y triste. En medio de -esto, la como colonia de Somers Town se iba desmembrando, y buena parte de ella empezaba escoger por morada una isla dependiente de las britnicas, poco distante de ellas, y sujeta al gobierno ingls, que brindaba con grandes ventajas quienes vivan en situacin cercana la pobreza. Era esta la isla de Jersey, un tiempo, pero en dias ya remotos, francesa, , dicindolo con propiedad, normanda, donde el idioma es francs, aunque no puro, y de los llamados patois entre nuestros vecinos, las leyes peculiares suyas, las costumbres sencillas, la vida un tanto -barata, el clima no fri, pero si sujeto violentas y frecuentes borrascas, vientos impetuosos y continuas lluvias, y cercada de un mar rara vez tranquilo, que brama y se estrella furibundo contra multiplicados escollos. Es, con todo, bellsima aquella isla, en cuyo terreno reducido, pues apenas mide legua y media de Norte Sur, y casi otro tanto del Este al Oeste, abundan lindas vistas campestres; cubierto el suelo de abundante arbolado, principalmente de manzanos, do cuyo fruto se saca la sidra, bebida ordinaria de aquellos isleos; en cuyo terreno quebrado cerros de poca altura, cortados por valles, remedan altas y fragosas sierras, y representan, en pequeo, los pases de los Alpes y Pirineos; donde abunda i-.i ganado vacuno, siendo el de all sealado por la abundancia y calidad de la leche de las vacas, de que se saca e x quisita manteca, an superior la de la vecina Bretaa. Es all franco el puerto, aunque no para lodos los objetos, pero tal cual es, trae consigo en algunas cosas necesarias la vida copioso surtido y precios bajos. Todo ello hacia aquel asilo propio para pasar en l la vida los desterrados; y comunicada la noticia de lo bien que all se pasaba por los primeros llegados, fueron siguindolos otros, y en breve excedi la de Somers Town la poblacin espaola

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de Jersey. Los ms do los desterrados se establecieron en la poblacin de Saint-Ilellier, que, con la de Saint-Aubin son las dos de la isla que merecen el nombre de pueblos; pero hay doce divisiones llamadas parroquias, y que lo son del culto protestante, y todo el territorio est sembrado de casas de campo con anejos de tierras de corta extensin. Varias de estas casas fueron lomadas en arrendamiento precios cmodos por espaoles que se dieron al cultivo al cuidado de las reses vacunas, de que lenian dos tres cabezas no ms; pero, ayudndose con lo que reciban del gobierno, lo cual constitua una renta que suele tallar al labrador, sacaban los ms de sus afanes alguno aunque escaso provecho. En aquella vida campestre no fu olvidada la poltica, pero compartan con ella la atencin diaria otros cuidados, otras ocupaciones, cuando no, conversaciones que ciaban materia cuidados ajenos, pareciendo como que aquel aire, si no mitigaba la pena causada por el destierro, le daba cierto carcter tranquilo y, en cuanto cabe, dulce. All terminaron su carrera mortal algunos de nuestros compaeros de destierro; y quienes en los tiempos venideros visiten el cementerio de Saint-Hellier encontrarn en l testimonios del dolor de los que sobrevivan los amigos parientes perdidos, y en uno como apartado rincn de un mar distante, recuerdos de los disturbios de la revuelta y malaventurada Espaa.
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Tambin estaba ms pacfica que antes la mermada poblacion espaola de Londres. Mina seguia casi siempre en el campo. Torrijos se habia vuelto escritor. Los dems seguan su vida acostumbrada. En medio de esta situacin pacfica, recibimos algunos,, y entre ellos Isturiz y yo, una carta del general Mina, r e sidente la sazn alguna pero corta distancia de Londres, en que nos acompaaba una serie de cuestiones que solicitaba respuesta; todas ellas relativas la suerte,

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de Espaa, en la suposicin de una empresa encaminada sustituir al gobierno del Rey uno de los llamados constitucionales. Qu gobierno qu sistema convendra establecer en la rescatada patria, por lo pronto, era el principal asunto de todas aquellas cuestiones que bajaban ms de un pormenor, no reinando en ellas el mejor orden, y ialtando algo, y tambin sobrando, de lo que, al parecer, requera tal materia, pero al cabo, dndose entender que ocurra se tena entre manos un negocio que haca necesaria una determinacin sobre tan importantes puntos. Como la sazn reinaba completa tranquilidad en Europa, y no sabamos, ni aun pareca probable, que corriese peligro la do Espaa, nos sorprendi la carta de Mina, y aunque solicitaba respuesta sus preguntas solamente por escrito, Isturiz y yo determinamos pasar a drsela en persona, tanto para explanar bien nuestras ideas, cuanto, y esto era lo principal, para averiguar el motivo de pedirnos opinin sobre tales puntos en aquella hora. Fuimos, pues, vernos con Mina, y nada sacamos en limpio, as porque el general nada tena de franco, y siendo, como suele decirse, de malas explicaderas, no trataba de mejorar las suyas, sino al revs, de valerse de su defecto para no comprometerse cosa alguna, como porque el secreto ms fcil de guardar es el que nada contiene, y ste era entonces el de Mina. Volvmosnos, pues, de mal humor, porque nos habamos llevado chasco, y sentamos nuestra vanidad un tanto ofendida de haber como caido en un lazo, cuando presumamos de avisados, siendo el lazo haber contribuido, aunque en poco, favorecer un manejo del astuto general, quien, sintindose acosado con pretcnsiones de amigos poco sagaces juiciosos para que algo hiciese por la causa comn, y molestado con injustsimas y violentas acusaciones porque nada haca, queria entretener la impaciencia y acallar la malicia, para lo cual empleaba medios poco propsito al cabo para el logro de

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su intento, pues si l con su buen juicio conoca cuan imposible era restablecer en Espaa la Constitucin caida, otra ella semejante, por otro lado se engaaba al creer que con arteras harto visibles podia satisfacer los bien dispuestos, desarmar contrarios enconados, cuando los primeros disgustaba y los segundos daba ocasin de renovar con aumento de furia y con mejor pretexto sus acusaciones. La guerra declarada por la Rusia la Puerta Otomana en 1828 fu para nosotros causa de prometernos algo, bien que inciertos en nuestra esperanza nuestro deseo, porque es una de las tristes condiciones del destierro mirar con disgusto la pblica felicidad en los extraos y celebrar las discordias y guerras, considerando, veces sin motivo, que de la inquietud han de salir gananciosos. Al reves, el ministerio de Martignac en Francia fu visto por nosotros con poca satisfaccin, pues si bien algunos esperaban de l que, influyendo en las cosas de Espaa, hiciese al Gobierno de Madrid, cuando no otra cosa, ms indulgente, no era un perdn lo que en general podia contentar nuestra soberbia, aun dejando aparte la consideracin de que un perdn dado por Fernando Vil en ei pleno de su autoridad mal podia alcanzamos todos. Pero la mudanza del ministerio francs en 1829 y'el descontento que en Francia caus, despcrt_ esperanzas dormidas, y esta vez no sin algn fundamento, como vinieron acreditar los sucesos en el trmino de menos de un ao. De la resistencia hecha al nuevo ministerio por el pueblo de Francia recibamos noticias ciertas. Vease inminente una revolucin en el Estado nuestro vecino, cuyos prncipes y gobierno haban impuesto nuestra patria el que nosotros considerbamos pesado yugo. Asi, los impacientes entre los desterrados comenzaron bullir, y si Mina no se mova, otros creyeron llegada la hora de una tentativa en favor de nuestra causa de que ellos resultara

R E C U E R D O S D E U N ' ANC1AHO. 489 gloria y provecho legtimos, y la par descrdito un rival casi odiado. Verdad era que si la situacin de Francia no consenta que pudiese ayudar al Gobierno espaol, y aun prometa dentro de poco tal vez convertir en auxiliador el poder que nos haba sido, y deba ser el ms temible contrario, el estado de Inglaterra no era tal que de ella pudiese esperarse que favoreciese siquiera consintiese empresas revolucionarias. Era la sazn cabeza del ministerio britnico el duque de Wellington, muy favorable los espaoles en punto socorrer sus necesidades y mostrarles cierto grado de consideracin y afecto compasivo, pero por sus doctrinas polticas y antecedentes por extremo opuesto todo cuanto revolucin en pro del poder popular se pareca. Esto no retrajo do la idea de acometer la empresa de restaurar viva fuerza la libertad espaola no slo Torrijos y sus allegados antiguos, sino oros que haban venido serlo, y en aquella hora algunos dignos sujetos de buen seso y prudentes de los que hasta entonces habian tenido con el general ex-comunero poco trato, viendo en l, si no un contrario poltico, menos todava un amigo, y s una persona enlazada con los que habian sido de ellos enemigos verdaderos. Naci de estas circunstancias un proyecto, que empez ser llevado ejecucin, tan descabellado que asombra ver participando en l ciertos personajes; proyecto que sin la revolucin casi inmediatamente ocurrida en Francia se habra quedado en ser una locura inocente, pero que con el suceso, si no del todo inesperado, nada seguro, que derrib del trono Carlos X, perdi en la apariencia lo que habia tenido de desatino, y al revs, andando el tiempo, vino parar en una sangrienta tragedia.

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III. La expedicin destinada dar libertad Espaa, que hacia fines de Junio de 4830 se prepar en Londres, y cuya primera terminacin (porque bien puede decirse que la tuvo segunda, y funestsima) no pas de la corriente del Tmesis, es una prueba dolorosa, entre otras muchas, del extremo que precipitan hombres de entendimiento y aun de prudencia desvariadas ilusiones nacidas del entusiasmo, y la impaciencia de la desdicha. En efecto; en aquella expedicin iban hermanadas la falta de secreto con la cortedad de medios, de suerte que faltaban las condiciones para que pudiese tener un xito siquiera medianamente satisfactorio. Un golpe dado do pronto inesperado suele salir bien, si no tanto, llega tener algn efecto, punto de dejar por mayor menor plazo dudosas sus resultas. Napolen mismo, con ser todo un Napolen, no habra entrado en Pars y tomado de nuevo posesin del trono imperial los veinte dias do haber desembarcado en Cannes al frente de monos de mil hombros, si hubiese habido noticias de que estaba preparndose en la isla de Elba invadir Francia. Y para descender de lo muy grande lo muy pequeo, en 4824 habia sido ocupada Tarifa por una corta porcin de hombres arrojados, cabalmente porque nadie podia sospechar tal exceso de atrevimiento, cual era el de lanzarse con tan flaco poder restablecer en Espaa la Constitucin entonces recien caida. Por otro lado, la expedicin del prncipe de Orange, despus Guillermo III do Inglaterra, para arrebatar el cetro de manos de su suegro Jacobo II, fu llevada adelante con harta publicidad; pero era de tal poder, que, aun vindola venir, no alcanzaban malograrla los preparativos hechos para

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resistirle. Y aun lo mismo hubo de acontecer, andando e! tiempo, y despus del en que ocurri o que estos renglones refieren, a la fuerza que prepar el ex-emperador de! Brasil para sentar en el trono de Portugal su hija; empresa favorecida a! cabo por la fortuna. Muy distantes estaban de contar con medios de algn valor los que en Londres se aprestaban dar por tierra con el gobierno de Fernando VII. Un barco mercante de poco porte, acaso un centenar de hombres, y armamento para algunos ms, pero no en cantidad considerable, constituan toda su fuerza. En otro punto de igual superior importancia, que era el de recursos pecuniarios, tampoco iba la expedicin muy sobrada; pero llevaba ms que lo suficiente su escaso poder en gente y armas, habindole facilitado una suma de algunos miles de pesos fuertes un buen ingls de la clase media, llamado Boyd, el cual, hallndose con una suma de dinero para Inglaterra no muy crecida, y segn creo procedente de una herencia, ardiendo en celo arrebatado de la causa de la libertad, y particularmente de la de Espaa, busc empleo su reducido capital en una empresa que la postre podra darle provecho y desde luego le daria gloria y encumbramiento; desdichado clculo en lo que de tal tena, pues hubo de costar al infeliz la vida poco ms de un ao despus, cayendo desapiadadamente sacrificado. La expedicin llevaba tambin la Espaa rescatada un gobierno ya formado, nacido, no ciertamente de la eleccin, ni aun de una hecha por la nacin emigrada, que, si poco habra valido, al cabo podia blasonar de ser produelo de una votacin de lo que quedaba siendo el pueblo de la Espaa constitucional, sino, cuando no por s mismo nombrado, hijo de los votos de pocos;. pero esto era inconveniente inevitable do tal empresa. No se puede llamar del todo singular la composicin del gobierno que ahora aqu rae refiero, sino en cuanto la persona de uno de los tres que le formaban, D. Manuel

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Flores Caldern, nunca en Espaa de la asociacin comunera, de severo juicio, y al parecer de pasiones poco violentas, pero en quien debia de haber un ardor encubierto que le movi entrar y tener parte principal en un proyecto de hombres ms celosos que prudentes, y entrar en ella asocindose con personas las cuales hasta entonces no habia estado arrimado. No era menos extrao ver haciendo uno de los principales papeles en aquel drama D. Jos Mara Calatrava; pero en ste la vehemencia de las pasiones lo explicaba todo. De la pluma del mismo Calatrava sali un manifiesto alocucin la nacin, que fu, para no perder tiempo, impreso en Inglaterra, como si no quisiesen los que iban entrar en guerra con Fernando hacerla sin declararla, imitando actos de iniquidad de otros gobiernos, siendo la produccin do que voy hablando una obra bien escrita, sin inoportunas galas en el e s tilo, y con elegancia y decoro, y, si no bien pensada, lo bastante para lo que eran nuestras doctrinas y deseos en aquel tiempo. Pero en la obra habia un defecto que la hacia, si no ridicula, poco menos, y era la solemnidad y pompa con que tan flaco poder se presentaba como podra una potencia fuerte; propio proceder del autor, el cual, entre algunas buenas dotes, y otras no tan buenas calidades, tena un orgullo excesivo. As es que, en general, aun aquellos no de la expedicin quienes agrad el papel, dison haberse escrito y dado luz para tan pobre empresa, como si fuese voz sonora y bien templada, as como fuerte, que sonaba amenazando, pero salida de cuerpo tan pequeo, que mal podra dar efecto la amenaza. Sin embargo, casi todos admiraba y no pocos infunda desatinadas esperanzas ver que semejante escrito, reproducido en muchos ejemplares, circulando por Londres, y acompaado de actos que seguan sin interrupcin, como era haber un barco fletado en que entraban municiones de guerra y estaba pronta embarcarse gente

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armada y prevenida guerrear, no diese margen providencia alguna del gobierno ingls, cuando al lado de l habia un ministro plenipotenciario del rey de Espaa, que no podia menos de hacer sobre tan grave negocio vivas reclamaciones, no siendo creble que el duque de Wellington, tanto por sus inclinaciones conocidas, cuanto por su situacin y deber, dejase de atender ellas del modo m s . satisfactorio posible para el reclamante. Dur ms de lo regular un estado motivo de admiracin para algunos y para otros de dudas, as como para unos pocos de desvariadas figuraciones. Zarp entretanto de su fondeadero el buque, que le tena en el rio Tmesis, cerca del puente de Londres, y comenz su navegacin, que por fuerza en sus principios habia de ser lenta hasta desembocaren el mar, y, segn es all uso, no se embarcaron los pasajeros, pensando hacerlo en Gravesend algo ms abajo. Pero entonces, el Gobierno, que sin duda no quiso dar el golpe hasta darle seguro, sin dilatarle punto de verse precisado prender y sujetar al rigor de las leyes los principales de la expedicin, mand detener el buque, como debia y podia, siendo ya fcil probar cul era su destino. Termin as la expedicin, muy superior en importancia todas cuantas tentativas de parecida naturaleza haban hecho los emigrados, pero superior nicamente por el valor de las personas que en ella entraron y por la solemnidad con que se prepar, si bien tan desigual al fin que se propona cuanto lo haban sido en pocas poco anteriores aun las ms descabelladas. Materia grandes disensiones habra dado la mala fortuna de la expedicin, por lo mismo que nada habia tenido de trgica, pues hubo de ocasionar burlas malignas de los que la desaprobaban; burlas que habran causado resentimiento, si en parte no justo, en otra parte fundado; pero nos salv de disgustos, de que locara algo aun los al parecer ms indiferentes, el gran suceso de la revo-

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lucion de Francia en -1830 que inmediatamente sobrevino. No es de extraar que hasta los ms descorazonados llenase de alcgrsmas esperanzas y renovados bros ver derribada del trono la rama superior de la estirpe de los Borboncs, y sustituida la bandera tricolor, emblema de la revolucin, y emblema del cual no se supona que se quedase en ser para nosotros y para casi todos los revolucionarios de fuera de Francia intil, la bandera blanca que nos habia sido tan funesta, y que, mientras ondeaba triunfante, era un signo propio para recordar nuestra desventura y prometernos que sera sta duradera. Si cuando faltaban de todo punto, aunque no para algunos pocos, esperanzas de volver al suelo patrio y de entrar pisarle no perdonados, sino vencedores, pasando por consiguiente o c u p a r e n l los puestos eminentes, eran entre nosotros tales y tantas las discordias y ambiciones de mando, qu no hubieron de ser cuando la vista aun de los menos propensos formarse halageas ilusiones so presentaba una Espaa constitucional renacida y abierta de nuevo los desterrados, estndoles tan llano el camino, , cuando menos, habiendo en l tropiezos tan escasos en nmero y tan fciles de vencer? As es que no bien const estar ya triunfante en Francia el partido apellidado liberal, cuando fu nuestra idea, con raras excepciones, trasladarnos al territorio donde prevalecan nuestras doctrinas y cuyo inters juzgbamos uno mismo que el de los constitucionales espaoles. Fui yo uno dlos primeros que de Inglaterra pasaron Francia, encargado por los que nos juntbamos en casa de Valds y Arguelles de ir tantear el estado intenciones de aquel recien nacido gobierno en lo tocante Espaa, encargo que admit suponiendo, por haber salido de aquella reducida, pero importante reunin, digamos tertulia de ia paz hija do la falta de esperanza en que viva, que se obraba de acuerdo con Mina, sirviendo de conducto para.

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entenderse con l Gil de ta Cuadra, quien fu asimismo el que con ms ahinco me aconsej ponerme en camino, dando as mi comisin, si tal nombre mereca, a l g n valor, y sobre todo mis ojos, el bastante para que me encargase de ella sin temor de aparecer neciamente crdulo y vano. Same lcito aadir que contaba yo asimismo con el tal cual renombre de que entonces an gozaba, muy superior, sin duda, mis merecimientos, pero debido mi conducta poltica en el alzamiento de-1820, y en las Cortes de '1822 y 23, y la circunstancia de figurar yo entre los primeros en ms de una lista de proscriptos condenados muerte por ms de una causa. Pero se presentaba una dificultad para hacer mi viaje con la prontitud que, ai parecer, requeran las circunstancias, y cuya importancia abultaba mi deseo. La embajada francesa en Londres estaba compuesta casi toda de gente muy adicta al derribado gobierno de Carlos X, que haba recibido con no corto dolor y enojo la noticia de la gran mudanza ocurrida en su patria, y, como es natural, no la creia definitiva segn lleg serio, y teniendo adems rdenes muy estrechas de no dar ni visar pasaportes para Francia constitucionales espaoles, cumpla con su obligacin sin tomar en cuenta que, trocadas las cosas, era natural que fuese diferente y aun contraria'su conducta, y discutindose de esto, y atenindose rdenes no revocadas, con lo cual procedan aquellos empleados conforme sus inclinaciones y deseos, sin poder por ello ser reprendidos ni aun desaprobados en justicia por la autoridad nueva de su patria. Pareca, pues, difcil llevar efecto mi proyectado viaje, lo menos hasta que corriese algn tiempo; pero me sac del apuro y me facilit la entrada en Francia, yendo en mi compaa una persona que solia aparecer y hacer gran papel en horas de desorden y revueltas, siendo como nacida para discurrir arbitrios raros y salir bien de empresas dificultosas, aunque era monos feliz su suerte y muy inferior su aciern

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to en circunstancias ordinarias; persona parecida en lo moral lo que son en lo fsico seres que andan admirablemente por tierra aspersima y quebrada, y en la llana y fcil de pisar, tropiezan son torpes. La persona quien me refiero en este instante era la de Mendizbal. Este, por muchos ttulos acreedor ser llamado dignopersonaje, pesar de sus defectos y yerros, habia vivido hasta un grado muy notable oscurecido en la poca corrida desde Marzo de 4820 hasta Junio de 1823, esto es, mientras estuvo vigente la Constitucin, en cuyo restablecimiento habia tenido tanta y tan principal parte. Figuraba como intendente honorario, y aun no s si este destino estos honores eran adquiridos antes de 1820 por servicios buenos, aunque nada conocidos, que habia prestado sirviendo en el ramo de provisiones del ejrcito durante la guerra de la Independencia. Llevaba, sin quejarse, tal suerte, que habia sido comn hombres de mritos, si algo inferiores los suyos, muy considerables, contraidos en la empresa que mud, y durante tres aos tuvo mudada, la suerte de Espaa. Pero encerrado el gobierno constitucional en Cdiz en Junio de 1823, se present Mendizbal ofrecindose la nada fcil tarea de mantener al ejrcito sitiado en la isla gaditana con los escassimos recursos que podan ponerse su alcance. No bien lom tal encargo, cuando empez al desempeo con actividad prodigiosa, atrayndose por ello la atencin y aun la admiracin de muchos que hasta entonces poco nada le conocan (1). Pero no poda Mendizbal crear dinero, y como le necesitaba en cantidad, si no muy crecida, tampoco corta, el gobierno, reducido la mayor estrechez, y las Cortes, las cuales ste apel, recurrieron un medio altamente

(1) E n t r e stos citar al general lava, el cual me dijo en Julia de 1823, que mereca Mendizbal una estatua de oro lgrima. Sing u l a r coincidencia es esta con la de la malhadada estatua de 183R.

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vituperable, pero, por desgracia, usado por anteriores gobiernos de Espaa, basta de los constitucionales, siendo vicio nuestro muy comun respetar poco todo derecho individual, sin que el de la propiedad est exceptuado. Por aquellos dias, pocos meses antes, el cnsul general de Espaa en Pars, D. Justo Machado, encargado del fondo producto de las indemnizaciones que en virtud de tratados haba pagado Francia particulares espaoles para reparacin de perjuicios causados en Espaa desde 1808 hasta 4814 por los ejrcitos franceses, viendo- prxima la invasin de nuestro territorio por la fuerza que ello se aprestaba con el fin de acabar con el gobierno constitucional, y receloso de que el gobierno francs, no reconociendo ya por tal al espaol, se echase sobre aquel fondo, le puso en salvo, de lo cual dio aviso, mereciendo por esta su accin aprobacin muy sealada. De esta suma, pues, determin disponer el gobierno de Cdiz, por lo pronto, para sus necesidades grandsimas y urgentsimas, no haciendo alto en que no era suyo, y quedando satisfecho con prometer competente indemnizacin en mejor tiempo aquellos quienes despojaba de sus bienes. Dironse, pues, Mendizbal letras contra Machado, la sazn residente en Londres, y en cuyo poder estaban, debian suponerse que estuviesen, tales sumas. Pero Machado protest las'letras, alegando para su accin ms de un pretexto, siendo uno de ellos, que el fondo de que se trataba no era del gobierno, lo cual era verdad, pero lo cual no tocaba Machado resolver, pues por el gobierno estaba encargado de aquel dinero, y no por los interesados. Corrieron, en tanto, con tal rapidez los sucesos, y cay tan pronto el gobierno constitucional, que no pudo este dar paso alguno en tal negocio. Restablecido Fernando Vil en su poder absoluto, su gobierno escribi Machado aprobando y aun ensalzando su proceder, no slo como justo, sino como un sealado servicio hecho su soberano. Pero Machado, con 32

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extraa modestia, apenas acept tal elogio, soltndola e x presin de que habia salvado caudales de particulares, esto es, dando entender que no tena los que estaban en su poder disposicin del nuevo gobierno de Madrid, como no los haba puesto la del caido encerrado en Cdiz. Siguise de aqu una correspondencia bastante singular y aun chistosa, pero intil en cuanto sacar Machado el dinero que de l se reclamaba. Entretanto, Mendizbal, tenedor de las letras protestadas, estaba en Inglaterra refugiado, mientras Machado resida, ya en la misma Londres, ya en Pars, evitando pasar Espaa, ni separado de la obediencia al gobierno del rey, ni lo contrario, y viviendo bien, corno persona muy entendida en tal materia. No tena tan buena suerte Mendizbal, quien, sobre las calamidades comunes los desterrados, habia caido encima otra nueva, pues, andando siempre en negocios, hubo de contraer una deuda que no pudo pagar, y cuyo importe era, creo, de unas 2.000 libras esterlinas (sobre 190.000 reales), habindole su acreedor, uso ingls, hecho encerrar en la crcel destinada particularmente los presos por deudas. Al 1 viva, pues, disfrutando en su desgracia del alivio que dan las leyes inglesas los que estn en tal situacin, pues habitaba fuera de las paredes de la crcel, en sus inmediaciones, dentro de ciertos lmites donde es lcita la residencia los deudores presos, y adems tena el derecho de salir en ciertas no largas pocas del ao, con la obligacin de recogerse temprano su habitacin forzada, y de no entrar en ciertos lugares como aquellos donde se come y bebe por dinero, y otros de igual. parecida naturaleza. En medio de esto, Mendizbal, aconsejado, obrando por su propio discurso, como hombre de ingenio fecundo en formar raros planes, tuvo la idea de prender Machado como su acreedor por no menor suma quela de 100.000 libras esterlinas (dgase sobre 9.S00.O0O reales), cantidad casi igual al valor de las letras de cam-

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bio que contra l tena. Inadmisible pareca su pretensin, porque las letras estaban giradas por el muerto gobierno constitucional de Espaa, y al que le habia sucedido tocaba demandar Machado con mas menos fundamento, as como Mendizbal repetir contra el gobierno su deudor. Pero las circunstancias eran raras, tanto que de otras iguales no habia ejemplo: el gobierno de Madrid no se reconoca heredero del de Cdiz, como lo es todo gobierno de su antecesor, y Mendizbal, haba de quedarse sin lo suyo, de lograr cobrarlo all donde estaba. Lo cierto es que encontr abogados que le persuadiesen, no slo de lo justo de su pretensin, sino de que era probable que saliese de ella triunfante. Las leyes inglesas, que dan excesivo valor al juramento, sujetan aquel de quien se reclama bajo el una deuda ser desde luego detenido y encarcelado, dejndole el recurso de pedir y lograr crecidas sumas, como daos y perjuicios del qu le hizo prender, si resulta haber sido sin bastante fundamento. Mendizbal, pues, logr fcilmente el mandamiento de prisin por l solicitado, y aprovechando uno de los dias en que l tena Ja facultad de salir, acompaado de un su amigo, portador del documento terrible, se fu esperar Machado la puerta del teatro de la pera italiana, donde saba que habia de ir el destinado ser su vctima, como lugar de concurso casi forzoso quienes como l vivan. Por rara casualidad tard algo aquella noche en acudir al teatro Machado, y corra el tiempo, y estaba cercana y casi inmediata la hora en que Mendizbal debia estar recogido, pues de no hacerlo sera agravada su prisin, sobre tener que pagar una buena cantidad, perdiendo la fianza de que de su imperfecta incompleta libertad no abusara. Tuvo al fin trmino tan fundada congoja, con aparecer, aunque tarde, antes de la hora fatal, Machado, y un preso por deuda de 2.000 libras, hizo prender otro por 100.000; caso que rara vez, si acaso alguna ms, habr ocurrido.

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ANTONIO ALCAL OALIAXO.

No es del todo una digresin de mi objeto la narracin que acabo aqui de hacer, pues la prisin de Machado y los procedimientos legales q u e dio motivo, pusieron Mendizbal en el caso de hacer servicios nuestra causa, que lo era suya. En primer lugar, tuvo licencia para p a s a r Francia, cosa que era comn negar constitucionales menos comprometidos que l, consintindolo su acreedor primitivo, sin duda con seguridad, pero no tal que estuviese el deudor enteramente libre. Lleg noticia de Mendzbal, que entonces* me veia poco (no por haber tibieza en nuestra amistad, sino por desviarnos diversos cuidados en la inmensa y afanada Londres), que necesitaba yo un pase para Francia, y al punto me ofreci llevarme como su criado, porque su pasaporte le conceda llevar uno. Emprendimos, pues, nuestro viaje en el 1-1 de Agosto de -1830, da, cabalmente, en que se sentaba Luis Felipe en el trono que le habia levantado la revolucin, y de que otra revolucin vino derribarle. Momento de inefable placer fu aquel para m, que, al cabo de cerca de siete aos de destierro, me pona en camino, segn creia, para mi patria, yendo entrar en ella triunfante con el triunfo do la causa que habia servido con celo. Por casualidad el da antes me habia sentido con algo de calentura, la cual, con todo, consultado un facultativo, por ser ligeramente nerviosa, no era obstculo para viajar, y aunque estando bordo sent sntomas febriles, pronto not que haban desaparecido. Era el da hermoso como dlos buenos de Agosto; soplaba favorable el viento, no recio, pero no calmoso; rizaban la superficie del mar en el por lo comn alborotado estrecho de Cales algunas bien que no altas olas; daba el sol calor grato, y yo, puesto en la cubierta cerca de la proa del buque, le veia cortar el mar, y me hallaba cada instante baado por el roco del agua marina, con lo cual senta volverme del todo la salud, y nacer en m masque comn aliento, agregndose

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!o cual, cuando nos acercamos la costa francesa, ver en Cales tremolando millares las banderas tricolores, signo de victoria la sazn para la causa de la libertad comn muchos pueblos; con el influjo de lo moral en lo fsico, me vi al instante en un estado de salud la ms r o busta. Tres horas dur la agradable travesa: saltamos en tierra la tarde, nos pusimos en camino prima noche en la silla correo, y poco despus de amanecer el dia 13 me encontr en la capital de Francia. Si en breve fui seguido de espaoles de los residentes en Londres, por lo pronto hall en Paris varios compaeros de destierro, de los cuales algunos nunca haban venido Inglaterra, y otros haban salido de all algn tiempo antes. Era de los primeros una persona que por algunos dias bull mucho entre nosotros, y haciendo papei logr cierto influjo, aunque corto, habiendo sido despus su suerte alcanzar alguna fortuna en Espaa, si bien no empleos del Gobierno, distinguirse como escritor, figurar en el Congreso de Diputados, aunque no con lustre como orador, gozar de varia reputacin, y al fin caer en la desdicha, si merecida por sus faltas, ms dura que la que ha cabido en suerte hombres con menores prendas y no inferiores culpas. Era ste el tan nombrado D. Andrs Borrego, quien no siempre he mirado como amigo, y veces hasta como contrario, con quien haba contrado en 18S8, como alguna vez antes, relaciones, aunque no estrechas, de trato amistoso, y cuya triste fortuna, sin abonar su conducta, hoy lamento sin querer encubrirlo. Haba yo visto Borrego algunas veces en Gibraltar en Octubre de 1823, cuando recin salido yo de Cdiz empezaba la vida de desterrado. Ilabia reparado poco en l, pero mi llegada Paris se me present como conocido y aun como amigo, y tambin como hombre dispuesto trabajar en ia causa que Francia me haba trado, y due&o ya de cierto grado de influjo entre los periodistas y aun

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en el nimo del general Lai'ayeLte, todava omnipotente Spoco menos en aquella hora, propenso dejarse cautivar por la lisonja, y en verdad (segn supe de su misma boca),, prendado de Borrego, al cual supona de harto ms valer entre nosotros que el que entonces tena. De cules eran las pretensiones de Borrego, que las abrigaba grandes, hablar posteriormente, cuando refiera la lucha que e m pez al competir por acaudillar la empresa de lo que l l a mbamos dar libertad Espaa. Encontr tambin en Pars mi queridsimo amigo y compaero D. ngel Saavedra, todava no, como es hoy, duque de Rvas. Con l renov los lazos de estrecha amistad que nos haban unido, nunca rotos y slo aflojados por habernos separado largas distancias y no corto plazo; pero Saavedra, si firme constitucional, no tena ambicin de figurar en primera lnea, y as en mis proyectos cont con l slo como un compaero en la fortuna que habra de caber nuestra causa. Tambin encontr D. Jos Manuel de Vadillo, otro amigo antiguo, y de los que haban compuesto el Ministerio que dio nombre D. Evaristo San Miguel; pero en l. tampoco pude ver ms que un liberal extremado, en quien lo atrevido y aun exagerado de los principios haca mal maridaje con su natural flemtico indolente; hombre no fallo de valor, pero s muy opuesto hacer esfuerzos; en suma, bastante revolucionario en las doctrinas y nada propio para serlo en las obras. Otro sujeto acudi desde luego verme, y tratar conmigo con empeo y pertinacia de negocios polticos, no encubriendo su pretensin de ocupar en cualquiera empresa el puesto do uno de los principales, si ya no el principal caudillo, que era el general D. Pedro Mndez de Yigo. Con l no habia yo tenido amistad, y slo alguno, pero poco, trato en Londres. No obstante haber sido acusado de la muerte dada ciertos presos en el mar cerca

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de la Corua en 1823, hecho que fu, como deba serlo, muy vituperado, habia logrado Mndez Vigo licencia para pasar de Inglaterra Francia, cosa que pocos de nosotros se conceda, y lo cual en nuestras preocupaciones era, si no una culpa, cosa ella parecida, como si la emigracin en Inglaterra hiciese del suelo britnico una patria, y del territorio francs, mientras dominaba en l un gobierno causador de nuestra ruina, un lugar de mala nota. Extra, por lo mismo, ver Mndez Vigo tan ansioso de lanzarse restaurar la libertad y con ideas revolucionarias extremadas; pero sin serle adicto ni enemigo, como le encontr pretensiones tan subidas, esquiv ligarme con l, porque no buscaba yo gobierno para Espaa ni generales para el mando de fuerzas destinadas libertarla, todo lo cual me sobraba, siendo mi objeto solicitar ayuda del gobierno francs, y con ella medios para juntar y preparar del todo fuerzas, las cuales no fallaran de cierto quienes, bien mal, las dirigiesen y gobernasen. Estaban tambin la sazn en Paris dos personajes de tanta importancia como eran D. Francisco Martnez de la Rosa y el conde de Toreno. Con el primero me habia unido en mi primera juventud estrecha amistad; pero en las lides polticas desde 1820 1823, alistados en diferentes y opuestas banderas, nos habamos llegado mirar con algo parecido odio, que por fortuna desapareci del todo con el tiempo, y que ya entonces no existia, pues entramos desde luego en trato corts, si no amistoso. Pero Martnez de la Rosa, muy dura injustamente tratado por el bando llamado exaltado en 1822, estaba desviado do la poltica; aunque viva fuera de Espaa, vivia como mero desterrado y no como proscripto; hasta habia paseado por las calles de Madrid cuando los invasores y absolutistas espaoles cantaban su triunfo sobre la Constitucin, y huan geman ocultos padecan todos los constitucionales; y por esto, y por el horror que habia concebido os desmanes popu-

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lares, si no deseaba que continuase en su patria el g o bierno que la rega, no se prestaba actos de violencia que le derribasen. As nadie contaba con l en Agosto de 1830. No as el conde de Toreno, quien, si por razones de algn peso para l, no quiso aparecer figurando en aquellos momentos, cooperaba los planes de los constitucionales ms activos hasta con celo, empleando en ello su influjo en buena parte do la sociedad de Pars de la clase llamada de capitalistas; ardoroso como el que ms, si bien no traspasando los lmites del partido en cuyas filas milit, y olvidado todo resentimiento, no obstante haber tenido motivo de queja por enormes agravios veces iguales los de que habia sido blanco Martnez de la llosa, y otras veces de distinta clase, pero no menos atroces. Desde luego empec dar pasos, ponindome en comunicacin con personajes franceses, de los de ms nota y cuenta en aquellos momentos. El primero de ellos fu el general Lafayctte, que me recibi con el agasajo en l natural, cautivndome desde luego, pero no en el grado que otros, sus modales de caballero, y aun de cortesano cumplido, cierta bondad no exenta de ambicin, y una llaneza donde se descubra que, al querer igualarse con sus inferiores, era un seor muy principal que descenda, como sin esfuerzo, naturalmente y por aficin, pero que descenda al cabo. A todo proyecto favorable extender la revolucin fuera de su patria se prestaba Lafayello gustoso, y hasta con celo; pero, aunque su poder era mucho, nunca llegaba tanto que pudiese lanzar al Gobierno aun al pueblo (ranees empresas aventuradas, cuyo objeto fuese puramente el provecho ajeno, aunque sea comn en los franceses blasonar del desinters con que sirven los extraos. Aunque vi ms de una vez Lafayette, no lleg ser intimidad nuestro trato, porque aun para los asuntos de Espaa, divididos de all poco los e s paoles, acertaron captarse la voluntad del general otros

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de mis compatricios que aquellos con quienes yo estaba en unin formando un partido aun antes de tener campo en que ios partidos pudiesen dar de s consecuencias. Debo, con todo, aadir que, aun cerca de cuatro aos despus, prximo ya morir aquel ilustre anciano, pues ilustre era, no obstante sus graves yerros, y cercano yo tambin volver mi patria, cuyas puertas ya me daban paso franco, tuve la satisfaccin de recibir muestras de su amistoso afecto, dadas en el mismo lecho de que pocos dias pas ser trasladado al sepulcro. Ko fu para m de tanto agrado, ni aun de alguno, la visita que por el mismo tiempo hice al afamado Benjamn Constant. Habia sido yo admirador apasionado de sus escritos, y seguia sindolo, y aun hoy lo soy en bastante grado, pues veo con placer que van recobrando sus doctrinas la por algn tiempo casi perdida fama, mientras de su carcter y conducta sabia, aunque algo, poco, recomendndole mis ojos la enemistad que le profesaban mis enemigos, y no habiendo sabido, como hsr por posteriores escritos dignos de crdito, que si en l todava como escritor hay mucho que aprobar y alabar, en los hechos de su vida hay harto ms motivo que para el elogio para el vituperio. Pero, aun con toda mi admiracin de entonces, sal de mi corla conversacin con el famoso publicista, por dems descontento. Porque habiendo yo manifestado aquel clebre personaje que tratbamos de dar cuanto antes nuestra patria la libertad de que el anterior gobierno francs la habia despojado, el, asomando ya entonces entre los suyos la idea poltica del partido que vino triunfar en Francia sin que l hasta entonces le fuese contrario, me dijo: Alil il ne faatpas, que puede traducirse no hay quehacer eso. Incomodado yo, con gesto y tono que hubieron de ser desabridos, qui iefau' pas? le pregunt, haciendo de la pregunta rplica, lo cual l, conociendo el mal efecto en m producido por sus palabras, se explay

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en vagas, pero fras protestas ele su conocido amor ia libertad, recordando cunto haba condenado la guerra o e x pedicin en que el gobierno francs restableci en Espaa el poder absoluto. Pocas y cortadas frases siguieron e s tas, y me desped, siendo probable haberle yo disgustado tanto cuanto l m, si no ms todava. No volv verle, ni hubo para qu, en lo que dur su vida, de all pocos meses terminada. Pero no era yo slo quien bulla entre los constituciona les espaoles. Obraba corno un comisionado; pero sin saberse de quin ni saberlo bien yo mismo, mientras otros, cuyo nmero creci mucho en breve, bullan y obraban, por su cuenta propia, por la ajena. Desde luego me e s torbaba y juntamente me ayudaba Mendizbal, porque, siendo de mi partido, pero de natural propenso hacerlo todo por s, estimaba en nada mis acciones, y pretenda dictarme las que l juzgaba convenientes. De una cosa estaba ufano, y con razn, y era de que, hacindonos falta dinero, l habia dado con un medio de encontrarle en cantidad suficiente para nuestras necesidades. Ahora, pues, para toda empresa es indispensable el dinero, y para una como la nuestra lo era en alto grado, y la dificultad de ha-, cerse con l era grandsima, y Mendizbal la habia vencido hasta cierto punto, lo cual habra envanecido cualquiera, y ddole, sobre entono, superioridad sobre sus compaeros; pero Mendizbal daba una vanidad como quien ms, porque en proporcionar recursos pecuniarios tena l el punto de su gloria, mirando lo dems como de muy inferior importancia, y, si estimando el talento aplicado otras materias como instrumento, juzgndole, aunque bueno, propio slo para servir de ayuda planes de Hacienda. Yo cabalmente pecaba entonces, y gravemente, por el lado opuesto, no dando las atenciones pecuniarias la importancia que merecen. Agregndose esto ser Mendizbal dominante y yo nada sufrido, en sus conatos psr.a dictarme
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lo que deba hacer, siendo l todava persona cuyo nombre distaba de ponerse en parangn con el mi, hubo entre los dos disputas, veces acaloradas, si no agrias, y una de ellas lleg agriarse, aunque por corto tiempo, naciendo de ella para m un revs que hubo de influir en mi suerte. Se iban trasladando Francia lodos los emigrados de Inglaterra que se sentan crean capaces, de entrar en accin con las armas en la mano, de dirigir los negocios polticos como conviene una empresa tal cual era la del restablecimiento del Gobierno constitucional, lo que llevaba consigo una revolucin, no pudiendo esperarse que fuese llevada feliz remate sin resistencia. Entre stos no tard en presentarse Islriz, cuyas relaciones conmigo eran de amistad fraternal. Tardaba, en tanto, Mina, y quienes culpaban su flojedad cuando nada habia que hacer, ms .la culpaban en horas en que obrar con vigor era en nosotros casi una obligacin sagrada; pero sin razn entonces como antes, pues el precavido general, si, como acredit de all poco, no se habia olvidado de su antiguo valor, calculaba las dificultades que tena que vencer y les daba el valor debido. Al cabo pas Pars, y de Pars se fu muy pronto la frontera. Entre este acudir de espaoles Francia, no apareci Torrijos ni sus compaeros en el Gobierno formado para la expedicin acabada en flor, aun podra decirse en capullo, como un mes antes, pero no porque el aclivo'general y su no menos animoso colega Flores Caldern huyesen del peligro, pues fueron buscar para teatro de sus h e chos la parte meridional de Espaa, trasladndose Gibraltar, tanto porque all encontraran menos competidores por el mando, cuanto por ser conveniente acometer al Gobierno espaol por puntos uno de otro muy distantes, fin de distraer su atencin para la defensa. As puede decirse que habia terminado la emigracin en Inglaterra, si bien quedaban all no pocos de los proscrip-

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IV.

Buho entre los espaoles emigrados en Inglaterra algunos caracteres raros, y en mi corto entender, no dignos de recordacin, dignos de ella lo menos en cuanto la de las personas est enlazada con la de las cosas de aquel perodo, en el cual eran para nosotros motivo de conversacin, ya para la extraeza, ya para la risa, las singularidades que ahora aqu me refiero. Por lo mismo, la omisin que de tales menudencias he hecho, segn me parece, es de condenar, y merece reparo, porque con ella falta

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algo en la tosca, si bien fiel, pintura que he hecho de nuestra estancia en Inglaterra. Pero tengo que echarme en cara otra omisin de ms bulto, y es la de no haberme d e tenido ms en especificar los favores que ai pueblo ingls debimos, los cuales fueron tales y tantos, que la ligera mencin de ellos antes hecha en otros artculos no es paga suficiente de nuestra deuda de gratitud, cuando en mi sentir era ocasin de satisfacerla en lo posible la narracin de lo ocurrido en los dias en que se contrajo obligacin tan crecida. Inviniendo el orden con que acabo de hablar de estas mis omisiones, empezar repararlas por la que he puesto en segundo lugar, por parecerme de superior importancia. Y aqu me veo obligado acogerme de nuevo la indulgencia de mis lectores, tantas veces solicitada; porque he de decir cosas relativas tan pobre sujeto como soy y me conozco, y confieso ser, para ocupar la atencin pblica; pero de mis negocios, la par que de otros de ms valor escribo, y, tratndose de beneficios recibidos, mal podra callar los hechos su persona quien los recibi muy sealados. Y hay una razn ms que me mueve, , hablando con propiedad, me impele, y como que me precisa dar tal testimonio. Por ser lo que llaman las gentes anglomano paso, y no puedo negar que en algn grado lo soy, y desde los aos primeros de mi edad adulta comenc serlo, y en lo que eran vagas inclinaciones nacidas de circunstancias particulares me han confirmado despus mis estudios. Adems, las bondades de que n slo yo, sino muchos de mis compatricios y hermanos en fe poltica, h e mos sido objetos han aadido un ttulo ms, y este poderoso, para que mostremos gratitud y admiracin un pueblo que, con colmarnos de beneficios, dio pruebas de una de sus muchas buenas cualidades; lo cual no obstante, ha querido mi suerte que divida mi patria en bandos, y habiendo yo mudado el de m seguido por otro, al parecer,

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si no del todo, opuesto, haya en la ltima y buena parte de mi vida allegd'ome al que la Francia de 1834 1848 miraba como amigo y la Gran Bretaa como contrario, sujetndome ser tachado de ingrato, aunque en verdad sin causa. Ya dejo apuntado en las primeras pginas de estos artculos cuan bien recibidos fuimos por el pueblo del Imperio britnico los constitucionales espaoles. Tambin he dicho con cunta largueza contribuyeron socorrer nuestras necesidades personas de todas las opiniones, aun aquellas que con ms desaprobacin, y hasta con ceo, miraban las doctrinas por sustentar las cuales estbamos padeciendo. Pero no estar dems entrar en el pormenor d e algunos de los beneficios que debimos vivir, si no con regalo, con comodidades propias de un estado que, si era pobreza en sentido relativo, no lo era en absoluto. El gobierno ingls, los pocos meses de haber la como inundacin de refugiados espaoles invadido la tierra britnica, trat de sustituirse los actos de caridad, aunque colectiva y pblica, en su carcter, de meros particulares, asegurando de un modo permanente la suerte de las desdichadas vcLimas de la revolucin vencida en Espaa. De notar es que el Ministerio ingls de aquel tiempo era tory, y que pesar de todo cuanto han dicho los franceses, y credo los no franceses, habia visto con poco disgusto, y aun algunos de quienes le componan con satisfaccin, el triunfo del duque de Angulema, porque, no obstante serlo del poder francs, lo era asimismo de la bandera blanca, tan grata los antirevolucionarios de todos los pueblos, y esto no obst que los socorros dados los espaoles tuviesen cierta solemnidad, como acto patente en que la -compasin iba hermanada con algo de respeto y cario. Tom su cargo el duque de Wellington la direccin superior de tal negocio, y bajo de l entendi en ello ms particularmente su amigo, y antes su secretario de cam-

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paa, el lord Fitzroy Somerset, que en dias muy posteriores, con el titulo de lord Ragln, ha hallado en Crimea un campo de victoria y una tumba, dilatando por el mundo su nombre. Por los espaoles fu escogido para entenderse con los ingleses, en los casos frecuentes en que stos necesitaban auxilio para el justo reparto de las sumas con que socorran los objetos de su beneficencia, el exdiputado Cortes D. Domingo Ruiz de la Vega, hoy uno de los pocos que sobrevivimos de aquella poca; ruinas tristes del viejo edificio resuelto ya en polvo y casi olvidado, Poco menos que a todos los refugiados comprendi la beneficencia del Gobierno, y los que de ella no participaron fu porque, tenian medios de subsistir, y no les consenta su delicadeza recibir auxilios no necesarios, se hallaban en circunstancias particulares en que mal podan tomar lo que. vena por mano de aquel Gobierno. Debe aadirse, que quien una vez fu incluido en la lista sigui siendo socorrido con tal que no saliese de las Islas Britnicas sus dependencias inmediatas las' de Jersey y Guernesey, extendindose el beneficio tal punto, que ha habido y quizs hay algunos, triunfante ya nuestra causa en el suelo patrio desde l veintinueve aos muy cumplidos, que todava viven de lo que cobran de una suma destinada ser socorro para el forzoso destierro. Pero aunque el Gobierno acogi todos, hubo de cerrar su lista, si bien despus ms de una vez la abri de nuevo para incluir refugiados que llegaban. Sin embargo, por lo pronto, estos nuevos desterrados, que iban creciendo en nmero, no podian ser abandonados por un pueblo en general caritativo, y en particular, por entonces, amante de los espaoles. As es que revivi al momento la junta llamada Commit, que antes de dar socorros el Gobierno los daba, hallndolos en numerosas suscriciones. Pasado al" gun tiempo, el ex-diputado D. Joaqun Lorenzo Villanueva y yo hicimos al lado de esta junta de socorros el oficio

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que con el Gobierno baca Ruz ele la Vega. Adems, m e alcanzaron los auxilios de esta junta en graves necesidades que hube de padecer con mi reducida familia, compuesta de un hijo do catorce aos (en 1825) cuando lleg conmigo, y de una anciana de cerca de setenta, tia carnal materna ma, y para m y mi hijo Dionisio segunda madre, y la cual no dejaba de ser uno de los objetos curiosos de la emigracin, trasladada tanta edad clima y pueblo para ella tan extraos. En los que asi iban acudiendo habia personas dignas; de ellas muchas expuestas ser perseguidas en su patria por motivos que no los deshonraban, pero tampoco faltaban quienes viniesen buscando un modo de vivir que les faltaba en Espaa, quienes hubiesen merecido castigos por culpas en que la poltica tena poca ninguna parte. Aun entre estos, pocos hacan cosa que pudiese desacreditarlos y, desconceptundolos, comunicar algo de su desconcepto sus compaeros. Eran s, por lo comn, descontentadizos y maldicientes, siendo blanco de sus censuras los principales de la emigracin. Aun los ingleses de la junta que los socorran acusaban malamente, y sobre todo al secretario de la misma, mister Freshfield, buen hombre, do poca cuenta, que, sin duda la par que por loables motivos, trabajaba para que sonase su nombre hasta all oscuro, pretensin harto' disimulable, pero al cual comenzaron calumniar, suponindole que se enriqueca con los fondos de las suscriciones, y los escatimaba los desterrados; acusacin que sobre ser calumniosa, era desvariada, pero general, punto de llevarse mal que se defendiese al acusado. Tambin Villanueva y yo llevbamos nuestra parte de malquerencia porque no se concediese todo cuanto solicitaban todos los que pedan. Pero estas eran pequeneces recibidas comunmente con risa por ser ridiculas, y si alguna vez con un tanto de indignacin, con una que duraba poco.

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Hacia fines de 1828, cuando el Gobierno ms de una vez habia dado entrada en la iista de los socorridos nmero no corto de personas, y cuando las suscriciones no haban parado del todo, si bien eran menos, fu hecha una nueva apelacin la caridad pblica en nuestro favor, con solemnidad bastante darle fuerza. Hubo una reunin de las llamadas meetings, en la ciudad vieja (City); la presidi el lord corregidor, hablaron en olla personas notables y se distingui por un discurso el elocuente abogado Mr. Deuman, la sazn afamado diputado en la Cmara de los Comunes, que, despus con la dignidad de lord, aadida, no nombre de tierras, sino su apellido, lleg ser primer juez en Inglaterra (lord chief justice), y muri desempeando tan alto cargo. Correspondi bien el pblico al llamamiento, no cansndose la generosidad con hacerse de ella tanto uso, y una suscricion nueva y bastante cuantiosa alivi miserias que constantemente se iban r e n o vando. Pero no era slo en actos que al cabo tienen la ndole de limosnas en lo que mostraban los ingleses el afecto que nos profesaban. Se extendan las pruebas de su carioso empeo en mirar por nosotros hasta el punto de dar cierta proteccin criminales, contribuyendo que no fuese probada su culpa puestos en juicio, y que saliesen por consiguiente absueltos. De esto hubo dos ejemplos notables. Fu el primero el de un joven, cuyo padre, oficial que habia sido en nuestro ejrcito, era emigrado, y que habia logrado colocacin en una casa de comercio inglesa y con igual irreflexin que maldad, falsificado la firma de sus principales. Llevaba en aquel tiempo tal delito en Inglaterra por pena la capital, y segn costumbre, hija de preocupaciones de aquel pueblo mercantil, mientras el derecho del Rey de perdonar conmutar las penas era ejercido con frecuencia para mitigar el rigor de unas leyes penales entonces todavia con exceso duras rarisima vez, si
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acaso alguna, habia sido dejada de ejecutarse una sentencia de muerte en un falsario. Pero en el caso de que voy ahora hablando, no hubo perdn que solicitar, porque el acusado sali absuelto, no obstante ser clara su culpa, pues la acusacin fu seguida de tal modo, que evidentemente tiraba hacer pocas nulas las pruebas del delito: los testigos, as los contrarios al reo como los llamados en su defensa, se pusieron en lo posible como de acuerdo, el juez fu blando en el resumen, y el jurado sin vacilacin dio su fallo, como all tiene que serlo por unanimidad, favorable. Triste es aadir que cost la vida al padre ia culpa del hijo, no obstante haber ste quedado impune (1). Fu el otro caso el de un zapatero riojano, habilsimo en su oficio, tanto que encontraba trabajo en abundancia y bien remunerado, pero haragn incorregible, as como vicioso. Este tal se dej crecer la barba, cosa la sazn rara, y ms en Inglaterra, y haraposo y necesitado por gastar ms del corto socorro que reciba, despus de vagar y dormir al raso alguna noche, entr en una tienda de licores de las que concurre la plebe, donde su singular aspecto, su color cetrino y las miradas de sus ojos negros y lucientes infundieron terror aigunos que le miraban como un bandido de teaLro, y risa otros menos asustadizos, de lo ltimo de lo cual enojado nuestro compatriota, apel al recurso eomun de la gente no buena de su clase y hbitos en nuestra fierra, y sacando una navaja, hiri uno de los burlones y puso en fuga despavoridos los circunstantes. Tambin tenia entonces pena de la vida su delito, aun cuando las heridas hechas no causasen la muerte. Fu, pues, preso el criminal, y llevado juicio, y no habiendo otro modo de salvarle la vida que el de declararle loco, hubo de probarse que lo estaba, siendo la sentencia la de encierro en una de las casas destinadas l o s
(\j El iul'elia padre se suicid.

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dementes, lo cual debe aadirse que en breve de la casa de su prisin se le proporcion la fuga y la pronta salida del territorio britnico. Otras faltas menores hubieron de ser disimuladas, pues si bien en general fu digna de alabanza la conducta de los emigrados espaoles, imposible era que entre tantos hombres no hubiese quienes pecasen, ya leve, ya gravemente, sobre todo, si consideramos que entre ellos, si no abundaban, no faltaban gentes no de las ms respetables cuando vivan en su patrio suelo. Especificar las muestras de consideracin que en el trato privado solian recibir nuestros compaeros, sera tarea enojosa y difcil de desempear, pues muchas no fueron conocidas. Reinaban sobre este punto generosas ilusiones. Una vez, preguntado yo sobre las calidades y circunstancias de un compaero de destierro que no me mereca muy alto concepto, hube de responder que no le conoca, lo cual el preguntante me aadi, que sin duda era un caballero, pues tai le declaraba su traza, porte y modales, cuando el objeto de semejante elogio, si no era un mal sujeto, pecaba por tosco y sin crianza, como hombre que no habia recibido buena educacin, ni tenido trato con gente fina. Debe aadirse que unos pocos, y la justicia, aunque sea en nuestra honra, dicta decir poqusimos, que para ciarse valor apelaron imposturas, titulndose lo que no eran y tomando distinciones muy altas, lograron casi todos salir con su intento medida de su deseo; pero tales personas se iban residir fuera de Londres de Jersey, y lejos de la observacin de sus compaeros de destierro. A los ms conocidos de nuestro gremio fu comn hacer sealadas distinciones; pero todos ellos esquivaban recibiras, aunque las agradeciesen. Hubo de aceptar algunas muestras de superior consideracin, pero poqusimas, entre las muchas con que porfa se le brindaba,

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Arguelles, si no contento, y esto dejaba de estarlo por l o tocante la suerte de su patria y causa, resignado en su modesto retiro, viviendo de aquello que sus amigos y parientes le socorran, bastante cubrir sus escassimas necesidades de hombre pareo, sobrio, ajeno de lujo y regalo y de todo lo que se llama vicio, aun de la clase apenas digna de tal nombre. Como el viva el venerable Valds, como l Istriz, como l Bauza, y otros cuya enumeracin sera enojosa. En cuanto mi pobre persona, como tena perdido ya, prximo perderse, el por algn tiempo no corto haber heredado de mi padre, habia recurrido al arbitrio de dar lecciones de lengua espaola los ingleses, por lo cual hube de rozarme con muchos de ellos, y entre estos con bastantes de las clases superiores de la sociedad, as como con muchos do la media, siendo mi fortuna, no por mi escaso merecer, sino en atencin mi desgracia, ser tratado, no como un maestro que ensea por dinero (gente quien trataba entonces, si no con desden, con poco menos la gente inglesa de clase), sino como un amigo quien se convidaba la mesa y tertulias concurridas. Sir Jorge Grey, ahora ministro en su patria, y sobrino del afamado conde de Grey, primer ministro desde 1830 34; sir Dionisio Lemarchant; Mr. Eduardo Ellice, que hoy acaba de fallecer, y era entonces cuado del mismo conde Grey; el Alderman Woor, miembro del Parlamento, y que hizo gran papel algn tiempo en Inglaterra,, me favorecieron con tratarme ms segn mi clase en Espaa, que segn la que me veia reducido en Inglaterra. Pero entre todas las personas quienes me complazco en tributar este homenaje de tierna gratitud que no llegar . su noticia, hay una familia que me hizo enteramente suyo, y en la cual encontr consideracin superior la merecida,., y con ella vivo y casi fraternal afecto, sin olvidar hasta favores en intereses que, por ser dados con delicadeza,

pude recibir sin menoscabo de mi decoro. Era esta familia

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l a de an comerciante retirado ingls llamado Mr. Griffin, cuyas hijas, pues hijos no tena, por su crianza, talento instruccin se distinguan aun en Inglaterra, y una de las cuales casada durante nuestra amistad con el afamado navegante ingls sir Juan Franklin, con el nombre de lady Franklin se ha hecho notable en sus esfuerzos por averiguar la por mucho tiempo ignorada suerte de su marido, muerto en una expedicin en las regiones polares, mientras otra, casada con sir Juan Simpkinson, me proporcion la estrecha amistad con su marido, abogado en cnancillera, hombre de vasta instruccin, entendidsimo en los clsicos griegos y latinos, y tambin en la literatura francesa italiana, de ingenio agudo, de humor sarcstico, y por mil ttulos de agradabilsima compaa. As su mujer, como las dos hermanas, solteras cuando las conoc, y ya no en la primera juventud, pero pasadas al estado de matrimonio despus, instruidas por la lectura y por multiplicados viajes, de modales como los de la parte superior de la clase media, dgase de la de caballeros, en su patria, cultos al par de los de la sociedad ms alta, me dieron conocer juntamente con el trato de otras personas, pero en grado muy superior, lo ntimo de la sociedad inglesa, ninguna inferior en lo agradable, y la posibilidad de una amistad estrechsima entro personas de diferente sexo, y no enlazadas por parentesco deudo, sin el ms leve matiz de lo que en otros pueblos hace tales amistades sospechosas veces, y hasta en no corto grado merecedoras de sospecha. Otra vez y mil pido perdn quienes lean estos renglones por hacer mencin de cosas que me son tan personales; pero sobro serme necesario dar aqu salida afectos vivos y tiernos de gratitud, bien puede servir mi caso de ejemplo de lo que debieron los espaoles constitucionales los ingleses. Los enemigos del p u e blo britnico, fri en la apariencia, pero caloroso en sus

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actos, y si con trazas y actos que nuestros ojos son d e grosera, llevando en su trato la cortesa y respetos sociales un grado no comn de refinamiento, bien liaran en enterarse de la historia de la emigracin espaola, y aprenderan de los pocos que de ella quedan, que bienhechores y amigos como lo fueron para nosotros los del gran pueblo que nos dio acogimiento por largo plazo, mal pueden h a llarse en otra tierra alguna. Entre los objetos de tan vivo y por largos dias constante afecto, habia algunos, bien que pocos, no muy dignos de l, pero casi ningn ingrato. El estado de ociosidad en que los emigrados vivan no era favorable su buena moral, y, sin embargo, apenas produjo efectos perniciosos, salvo en chismes entre ellos de los que abundan en las poblaciones reducidas. Pero como en toda reunin de hombres los hay de condicin singular que se dan notar por algo entre sus compaeros, no faltaban entre nosotros, y porque servan de causarnos diversin estraeza, esta ltima mezclada en alguna ocasin con aprecio, no estar domas en este trabajo dedicar unos renglones hacer de ellos memoria. Alguna se conserva de! ex-torero Jos Gonzlez, conocido por el mote de Muselina, quien dio ms fama que su corta habilidad en su oficio de banderillero, que le granje ms silbidos que aplausos en las plazas de toros, el papel que represent en la emigracin, y aun la circunstancia de estar en ella por razones polticas muy ajenas de su antiguo modo de vida y de su crianza. Pero el pobre hombre habia sido de los que capitanearon la plebe de Mlaga, cuando all fu proclamada con alboroto la Constitucin en Marzo de 1820, por lo cual temi, no sin razn, ser castigado por el gobierno absoluto, el cual as solia cebarse en los pequeos como en los grandes. El haber sido colocado en la lista de los socorridos, dividida pri

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mero en seis y despus en cinco clases (1), en la cuarta de estas, que comprenda los escritores y otros y tena por encabezamiento literatos, se dio motivo un lance chistoso que, contado despus, ha sido causa de la idea errada de que la comisin inglesa, no contando con la clase en que era justo colocar un torero, haba juzgado su p r o fesin, si no literaria (2), cosa ello parecida en las eos(1) Seis fueron en el principio las clases en que fueron distribuidos los refugiados, y las cuotas las siguientes: 1. clase 5 libras esterlinas, sobre 2. 4 3.' 3 li3 4. 3 5. 2 Ip2 t." 2
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En breve fu suprimida la sexta clase, porque se consider q u e 190 reales al mes era poco a u n para pobres, y los que la componan pasaron a la quinta. P a r a cada mujer propia parienta ms cercana y dependiente del socorrido, recibia ste dos libras esterlinas 190 reales, y por cada hijo u n a libra 95 reales, pero con t a l que el total del socorro no pasase de once libras al mes (1.U5 reales), que fu el mximum. Por los hijos nacidos en I n g l a t e r r a de matrimonios refugiados nada se daba, porque eran ingleses, y como tales tenan derecho ser socorridos por la ley de pobres. Estos eran los auxilios que daba el Gobierno. Los de los comits variaban. (2) El lance que dio notar la rareza de hablarse de estar M u selina entre los literatos, fu el siguiente: Era amigo ntimo del famoso S r . Manuel Garca, padre de la m u y afamada Malibran, y por empeos de ste, que la sazn tena cierto influjo en Londres como hbil maestro de msica, fu colocado entre los socorridos, como debia serlo, no atendiendo su categora, difcil de sealar, sino la cantidad que se deseaba que recibiese, la cual era de t r e s libras esterlinas, sea, sobre 285 reales mensuales. En un dia de cobranza fu Muselina con los dems que reciban auxilios al l u g a r donde stos se distribuan. Como al margen de la lista debia cada cual poner recib, y aadir su firma, l, que no saba escribir n i a u n leer, dijo uno que estaba cerca:^Quiee osl pone ah nvi nombre una crujEn qu clase est usted? le preg'unt aquel quien pidi el favor, pronto complacerle. Yo no z qu claze (dijo Muselina); pero entr loz que cobran tres Ubraj estoy yo. F u el otro

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lumbres espaolas. Muselina era entrometido, chistoso como el ms salado andaluz, aunque grosero, bastante avisado para no dar muestras de su grosera entre gentes decentes, activo y servicial. A l solan deber muchos e s paoles concurrir en alguna ocasin al aristocrtico teatro de la Opera italiana, porque estando en trato de estrecha amistad con varios de la compaa, estos le daban billetes de favor, que l vendia reducido precio. Muselina (como era de presumir) no volvi Espaa, aun despus del triunfo de nuestra causa, porque sigui all socorrido, cuando en su patria nada tena con qu contar, y en tierra ajena, para l amiga, muri, y descansan sus despojos. De muy diferente carcter, pero de humilde, aunque de harto ms decorosa profesin que la suya, era un zapatero de Granada llamado N. Crespo, y conocido por el mote de Patillas, con el cual se apellidaba l si propio y q u e n a que los dems le apellidasen. Era habilsimo en su oficio, hasta para calzar seoras; pero,.aunque bien avenido con los ingleses, miraba con aversin sus modas en el calzado, y se atena las de Espaa, si bien las del tiempo en que l tena fama y parroquianos numerosos. Su mana era no tener muebles ni alfombrado el suelo, como suele estarlo en Inglaterra hasta el de las casas pobres, y lo estaba el de las en que vivian los emigrados, pero con el socorro del Gobierno, y lo poco que le daba su trabajo, tena mesa abierta, y como es de suponer, concurrida, gastando as gran parto de su escaso haber en dar sustento compaeros de desdicha que no lo necesitaban absolutamente. Este infeliz, que asi como otros con razn supona que en su patria no podia prome mirar, y viendo que los de la cuota indicada formaban la clase cuarta, y q u e el ttulo de esta empezaba con Hiralos:'Buena est, dijo rindose: cea que esl usled como Hiralo y no sabe escribir) Corri de boca en boca el suceso, y se coment, aument y desfigur un poco.

RECUERDOS DE UN AMCIAKO.

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terse otra suerte que la de caer en completa miseria, se qued asimismo en Londres recibiendo socorros del Gobierno hasta 4847; pero entonces, como hubiese caido enfermo del pecho un hijo que tena consigo, al cual amaba tiernamente, y como por consejo de los mdicos para tal dolencia fuese conveniente un clima menos fri y los aires patrios, hubo de venirse Madrid, donde su desdicha e x cedi con mucho lo que podan ser sus temores. Siendo honradsimo y pundonoroso, tuvo con todo que recurrir la caridad, por impedirle trabajar su vejez y achaques, y el nmero grande de los de su oficio en una capital populosa. Aqu, lamentndose de que en suelo extrao viva, aunque modesta, algo holgadamente, cuando en el propio se veia mendigo, lleg hasla serlo en las calles, donde haraposo, sucio, con la barba larga y cana, presentaba una imagen lastimosa, sobre todo, la vista de quienes le habamos conocido en Inglaterra, hasta que, rendido por las enfermedades y los aos, fu parar un hospital, donde tuvo triste fin su vida. No toc tan mal destino al un dia afamado Cojo de Mlaga, que tambin quera ser llamado asi, y no por su nombre de Pablo Lpez. Este, que por la indigna injustsima sentencia que en 1814 produjo su condena muerte, por fortuna no llevada ejecucin, ms que por ser conocido como grande alborotador en las tribunas de las Cortes, habia adquirido cierta fama, desde 1820 hasta 1823 habia vivido sin hacer el papel que l creia que le tocaba, pero resignado, si bien escamado del peligro que habia corrido, se mostraba ms cauto que locamente coloso, y viendo los constitucionales desunidos y en guerra, no acertaba ponerse, ni de parte de los exaltados, lo cual pareca que deban inclinarle sus hbitos, pero lo cual s e opona su antiguo culto Arguelles, ni de la de los moderados por no chocar con los liberales ms ardorosas, y entre stos con los del ejrcito un dia llamado liberta-

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dor, por quienes en Enero de 1820 habia sido sacado de presidio de la Carraca y venido pasar dos meses con nosotros en el cercado ejrcito de Quroga. Era ei Cejo cortsimo de luces y sobrado en presuncin, pero no mal hombre, y daba mucho que rer con sus necedades, si bien stas eran ponderadas, achacndosele muchas que no decia, pero no mal discurridas y muy del gnero de las que con frecuencia salian de sus labios. No s si muri en Jersey en los ltimos dias de la emigracin, si logr pisar de nuevo la tierra de Espaa en 183-1; pero corriendo este ao, estaba ya terminada su vida y olvidado su nombre. Por otras rarezas, y de mucha peor especie, era notado el anciano Romero Alpuente, siempre singular en nuestra Espaa. Con todo, varios de entre los que habian sido comuneros seguan honrndole mucho, y tambin una amiga que tena consigo, hembra de no buena ralea, de la cual hubo algo fundadas sospechas de que se entenda con el Gobierno de Fernando VII, si bien pudo esto no pasar de sospecha causada por ei mal concepto de aquella en quien recaia. Romero Alpuente, de quien es el famoso dicho la guerra, civil es un don del cielo, achacado algn otro en dias muy posteriores, pero no cuando fu pronunciado, sin que el mismo de quien sali negase ser suyo, logr volver su patria, donde muri en Julio Agosto de 1834, nombrado, creo, procurador Cortes; pero ya puesto en causa por acusacin de querer traer su figurado don del cielo nuestra patria, la cual le habra tenido doblado, pues ya disfrutaba de l con el levantamiento carlista, la sazn un tanto pujante. De diferentsima especie era otro sujeto digno del ms alto aprecio, y de lstima mucho ms que de censura, por sus no comunes rarezas, que le redujeron triste vida y le trajeron miserable muerte. Hablo aqu ahora de un sujeto de m muy querido, y quien nadie poda querer

RECUERDOS DE UN ANCIANO.

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mal conociendo las dotes de su buen entendimiento, aunque pervertido por un tanto de locura, su vasta instruccin, su escrupulosa honradez, aun su modestia con visos de afectada, pero real y verdadera, en medio de cosas que al parecer la contradecan, del malhadado D. Esteban Desprat, diputado que habia sido en las Cortes de -1820 y 2 1 , y poco sealado en ellas porque careca del don de la palabra, y hermanaba con desvariada osada en sus doctrinas, singular encogimiento en sus modos. Fu el acto de huir de Espaa hasta cierto grado voluntario en Desprat, pues si bien quedndose habra sido perseguido, no tena que temer extremos en el rigor de la persecucin, pues haba figurado poco, y no era de las segundas Cortes, blanco principal, por sus actos, de la saa del Gobierno del Rey vuelto su trono. Pero Desprat, no por mero temor, como despus acredit no volviendo s u patria cuando en ella no corra el menor peligro y s poda volver hasta ser diputado Cortes, sino por un arrebatado celo de la causa liberal, huy Inglaterra. All se conden una vida de duras privaciones, dndose juntamente al estudio. Lleg tener en varios ramos conocimientos extensos y algo profundos; pero en vez do hacer alarde de su saber, lo encubra, siendo costumbre suya hacer sobre una otra materias preguntas como de ignorante, deseoso de saber de ella un poco; cuando no del todo satisfecha su curiosidad con la respuesta sus primeras preguntas, sola en la conversacin ir manifestndose ms entendido veces que la persona por l preguntada. Poco poco sus ideas fueron siendo las de un radical de los ms extremados, y par, andando el tiempo, en socialista. En medio de esto, dio en frecuentar gente de sus ideas; y como entonces stas en Inglaterra contaban pocos proslitos, y stos no respetables, se habitu asociarse con personas, de corto valer, cuando menos, en la esfera social, de puesto aiuy humilde. Comenz tambin tasarse la comida y b e -

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ALCAL GALIANO.

bida, siendo lo coman hacer la primera de pan y queso que llevaba en la faltriquera, y la segunda de agua, que bebia sacndola de las bombas que hay en Londres en las calles, donde asimismo solia lavarse. Renunci cama mullida, y como tenia bastantes libros, dorma sobre un cajn lleno de ellos. Pero por algn tiempo pag dos casas, pequeas ambas, mezquinas y sin muebles, situadas en distintos y uno de otro apartados barrios, para poder ir con ms comodidad diversos y entre s no cercanos lugares que le llamaban sus ocupaciones estudiosas. Andando el tiempo, lleg el en que volvimos nuestra patria los desterrados; pero Desprat no pens en acompaarnos, y no porque, como otros, prefiriese vivir del socorro que daban los ingleses, pues tena un pasar ms que mediano en Espaa, sino porque el Gobierno aqu establecido distaba infinito de ser conforme sus ideas, ya ultra-republicanas, si tal expresin puede con propiedad usarse. Aun la revolucin de -1836 que trajo consigo el restablecimiento de la Constitucin de 1812 por la fuerza popular, y aun lo llamado en jerga novel pronunciamiento de 1840, no llegaron satisfacerle ni con mucho. En tanto, una hermana suya, sabedora de sus necesidades, sobre rogarle por si y por conducto de varios amigos que volviese con su familia, le remiti sumas no cortas para que viviese con comodidad en Inglaterra si se obstinaba en permanecer all; pero l no quiso tomar ni aun la ms leve parte de aquel dinero, alegando que habia causado la que se le remita graves perjuicios, sujetndola persecuciones en los dias del restaurado absolutismo, contra lo cual la digna seora protest, asegurando que los daos por ella recibidos estaban ms que subsanados. Queria vivir de su trabajo, y para ello se afanaba, pero le pona lasa, y una muy baja, y si le daban algo ms que la tasacin no lo admita. Tan mala vida hubo de hacer mella en su salud; pero no por esto se prestaba l linaje alguno de regalo, parecido ms

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santo penitente que otra cosa, y siendo ejemplo de ascetismo revolucionario. Su estatura pequea, lo raro de su vestido, que, segn creo, l mismo cortaba y cosia, y un tono humilde, no afectado, sino producto natural de su rareza, chocaban desde luego en su persona al verle y oirle. Hube de tratarle mucho en una estancia de seis meses que hice en Londres en 1843, proscripto yo entonces de nuevo, pero por causa diferentsima de la que l sustentaba, y le encontr muy amigo, pesar de lo opuesto de nuestras opiniones, porque me profesaba muy buen afecto. Pero le encontr enfermo y llegado los mayores extremos en sus manas; acostumbrado andar pi largusimas distancias con su racin de pan y queso en el bolsillo, resistindose tomar otro alimento, aunque alguna vez accediendo al cabo, y cosa singular! diciendo que l, por lo comn, trataba con pillos, porque en ellos encontraba gentes de sus opiniones, siendo, en la suya, gran lstima que los hombres en otras cosas honrados y decentes, en poltica abrigasen y sustentasen doctrinas falsas y perniciosas. Al cabo hubo de terminar su vida, en perodo poco distante del dia de hoy, en un destierro y en su absoluta pobreza, constante en no apelar al uso del dinero suyo propio para hacer ms suave el trnsito de la vida la muerte, que lleg por dolencias molestsimas y prolongadas. No me ocurren por ahora la memoria otros ejemplos de hombres singulares en nuestra emigracin, aunque hubo algunos ms; pero bien ha sido cerrar su catlogo con la mencin de uno en alto grado estimable. De los escritos publicados durante la emigracin, pocos son dignos de ser recordados. D. Jos Joaqun de Mora public algunas obrillas cortas en prosa y verso, pero pronto sali da Inglaterra para la Amrica antes espaola.

Dos peridicos, aa diarios ni aun semanales, sino pu-

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ANTONIO ALCAL

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cucados largos plazos, existieron, siendo la vida del URO breve, y la del otro casi igual en lo larga nuestro d e s tierro. El citado en primer lugar tena por redactor principal un hombre de cortos alcances y escaso saber, que en Cdiz en la isla de Len en 1811 habia publicado uno con el ttulo del Robespierre espaol, y que en Inglaterra hacia 1816 y 17 habia publicado otro que por su destemplanza habia precisado sus compaeros de destierro negarle de un modo solemne que fuese expresin de sus doctrinas pensamientos. A l se agreg y en l escribi no poco un don N. Acevedo, asturiano, que en Madrid en 1821 y 22 habia escrito en El Espectador titulndose el Momo, nombre que inspiraba pretensiones ser chistoso, por cierto nada fundadas, porque si bien bastante instruido, era de erudicin indigesta y muy escaso juicio, escritor pesado, acre, grosero en sus denuestos, y que hasta en 1824 tom el nombre de Mysse Basileos (si no me engao) sin reparar en que en un constitucional espaol no estaba bien declararse odiador de los reyes. Fu el segundo peridico el titulado Ocios de espaoles e m i g r a d o s , donde escribieron principalmente D. Jos Canga Arguelles y D. Joaqun Lorenzo Villanueva. En ninguno de los dos escrib yo, lo cual digo, porque ha sido frecuente creer lo contrario. Una contienda literaria entre el mismo Villanueva y 1). N. Puighlanc mostr superioridad de saber en el ltimo, pero empleada en sustentar extravagancias la par con verdades, hacindole mucha ventaja como escritor el primero. En una contestacin sobre poltica entre el insigne economista, pero hombre singular, D. Alvaro Flrez Estrada y D. Jos Calatrava, cada uno llev en mi sentir la palma, pero fu del segundo en materia de estilo. D. Vicente Salva, dueo de un almacn do librera y ex-diputado, trabaj mucho en el ramo de bibliografa. Lo que otros tal vez hicieron, no

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sali luz, no llam la atencin punto de habrseme quedado grabado en la memoria. Tiempo es ya de seguir la emigracin Francia y decir algo de sus esfuerzos para restablecer en Espaa, s i n o la Constitucin ntegra de 1812, una que de ella fuese y proclamase ser legtima heredera.

LA

EMIGRACIN

CONSTITUCIONAL Y EN CA55PAA.

EN

LA

FRONTER1

Tiempo es de volver al punto de estos recuerdos en que me separ del orden de la narracin para reparar omisiones cometidas al referir los sucesos, si es que merecen tal nombre, que sealaron la estancia de los espaoles constitucionales en la Gran Bretaa, mientras all estuvieron formando cuerpo con presunciones de una nacin abreviada. Este mismo carcter hubieron de conservar por breve plazo, y con pretensiones, si no ms subidas, mas fundadas, los que pasando Francia en Agosto y Setiembre de 1830 vinieron formar una potencia enemiga de la Espaa regida por el poder absoluto de Fernando VII, y resueltos romper las hostilidades con un acto de agresin, accin justificable en quienes crean que iban dar libertad un pueblo oprimido, deshacer lo hecho por la invasin francesa de 1823, y encontrar en su patria numerosos parciales, cuya cooperacin, sobre contribuir un triunfo sin ella difcil, y, dicindolo con propiedad, imposible, M

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A N T O N I O ALCAL

GALIANO.

convertira en nacional y legtimo el hecho de entrar en son de guerra en tierra propia procediendo de una extraa. Ya en una parte anterior de este trabajo he contado la llegada de muchos de mis compaeros de destierro Pars, nuestros primeros actos en la capital de Francia, los pasos que dimos para lograr del gobierno francs que favoreciese nuestros intentos, y la divisin que entre nosotros habia, existente ya desde mucho antes, mayor entonces, como era natural que fuese cuando pintaba una ilusin, no del todo descabellada, cercano el dia en que ambiciones, ya nobles y prudentes, ya locas y criminales, iban encontrar un terreno donde podran contender por la victoria desde luego, y por el predominio muy en breve. Dos eran, en medio de esto, las principales necesidades de los refugiados, en su situacin nueva de potencia beligerante. La una era encontrar en el gobierno francs, no solo favorable acogimiento, sino disposicin ayudarlos embozada dcsembozadarr.ente en la empresa que iban arrojarse. La otra era tener una cabeza comn, de todos reconocida por tal y obedecida. Aun esto segundo en no corto grado se enlazaba con lo primero, porque era indispensable tal cabeza para los tratos necesarios que exiga el hecho de ponerse de acuerdo los futuros auxiliadores con los auxiliados. Por su desgracia, estos ltimos no tenan una autoridad gobierno, sino varias varios: el de Torrijos, ya formado en Inglaterra y trasladado Gibraltar; pero no sin dejar en Francia jefes militares dependientes de l y hasta negociadores semi-agentes diplomticos: otro que iba formarse, el cual tendra en Mina un general sus rdenes y un seor verdadero, y sobre esto tres cuatro personas de alguna, si bien no mucha cuenta, sin la presuncin de tomar el ttulo de gobierno, pero igualmente resueltos no obedecer ni Mina ni Torrijos, esto e s , no ser gobernados.

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En el gobierno francs habia muy diferentes opiniones, que poco poco vinieron ser opuestas la una la otra, sobre si era no conveniente al nuevo poder francs contribuir al restablecimiento de la Constitucin caida en Espaa, y, aun concediendo que conviniese contribuir tal fin, por qu medios, y hasta qu grado habia do hacerse. Ya he referido cuan empeado estaba en favorecernos Lafayette, cuyo influjo en ios actos del gobierno hasta Diciembre de 1830, y por consiguiente, en Agosto , Setiembre y Octubre, perodo en que hicieron los expatriados espaoles su tentativa de restauracin constitucional, era grandsimo, pero no tanto que venciese tocia oposicin, pues saban resistirle, al cabo con feliz fortuna, adversarios ms prudentes ms diestros. De estos ltimos, no pocos que podan bastante en el nimo del rey Luis Felipe y en el de sus ministros, y casi todos los ministros mismos, preferan ver el nuevo rey el recien levantado trono reconocido por todas las potencias, y en paz, si no en amistad con ellas, lanzarse en una carrera donde, si podan alcanzar gloriosos triunfos, de seguro habra de correrse grave peligro, y donde la victoria habra de ser comprada con la guerra, lo cual juzgaban que era pagarla precio excesivo. Entre estas opiniones fluctuaba, tena apariencias de fluctuar, el Rey mismo, por su ndole inclinado la paz, y juzgndola asimismo conducente al comn provecho y al suyo particular, bien que cediendo veces, no mpetus hijos de su valor antiguo que aun conservaba en los peligros, sino deseos de conservar el buen afecto aun del partido popular extremado, y de no llevar las cosas por exceso de condescendencia situacin no menos peligrosa que la de que hia. De todo ello result apelar trminos medios; favorecernos, pero con timidez y parsimonia, y estar preparado trocar el escaso favor en oposicin declarada, aunque nunca en hostilidad las personas.

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Entretanto, como no era posible, no estando en guerra Francia con Espaa, tratar el gobierno de aquella abiertamente con los espaoles proscritos, nos veamos obligados, segn la frase vulgar, llamar varias puertas, por donde tenamos un tanto franca menos trabajosa la entrada. L3 de Lafayette nos estaba abierta con la mejor voluntad posible; pero si todos penetrbamos por ella, no todos ramos recibidos con igual favor; y como bamos con pretensiones muy diversas en punto las personas que habran de dirigir nuestra empresa, seguase de ello que la preferencia dada unos era, si bien no en la intencin, en los efectos, disfavor hecho otros, causando la causa comn no leve perjuicio. Desde algunos aos antes estaban Lafayette y Torrijos en correspondencia epistolar muy amistosa. Agregbase esto ser Torrijos de la sociedad de los comuneros, reputada por los franceses y por todos los extranjeros la ms anloga en ideas al partido poltico de que el afamado y anciano general era cabeza aparente. Tambin Torrijos,. aunque ausente, contaba con un gobierno formado, el cual, si le faltaba tierra en que ejercer su autoridad, tena nombrados sus generales, y hasta sus negociadores. Con algunos de estos estrech sus relaciones el ilustre francs, y l dio los no muy cuantiosos socorros destinados empresa tal como era la de hacer guerra un Rey que contaba para defenderse con todos los recursos de una, si no poderosa, tampoco pequea monarqua. Pero como en la. desunin y los odios que nos estaban destrozando y enflaqueciendo se haca necesario los de un bando desconceptuar los de otro opuesto diverso, los que ms privaban con Lafayette lograron persuadir este personaje, a. veces por dems crdulo, de que Mina cedia mucho losconsejos influjo del duque de Wellington, y bast la mencin de un nombre la sazn en Francia aborrecido para hacer sospechosos, si no odiosos, los meramente aeusa-

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d o s de estar en relaciones amistosas con el vencedor de Waterlo, que era asimismo un tory acrrimo, y enemigo de la Francia revolucionaria (1). Entretanto Mina, se preparaba venir Francia y la frontera de Espaa, desmintiendo los infundados cargos que era comn hacerle. Pero l haba menester tambin un gobierno que le auxiliase, y fondos con que proveer los primeros gastos de la campaa que iba emprender. De esto ltimo se encarg Mendizbal, y lo consigui sacndolo de fondos de los emprstitos hechos por el gobierno constitucional desde 1820 hasta 1822 y no reconocidos por el Rey de Espaa vuelto su poder absoluto. Pero un dueo del dinero en casos tales quiere, y con razn, saber quin ha de drsele, y esto debe aadirse que Mendizbal, por su natural, propenda querer gobernarlo todo. As es que activ el nombramiento de una junta, y pretendi influir en l, y lo consigui completamente. Entonces., acordndose del disgusto que habia tenido conmigo, y del cual segua resentido, intent y logr que no fuese yo de ella, como pareca natural, por haber sido yo el primero que aparec en Pars, y haber entablado tratos en nombre de la emigracin con algunos, bien que pocos, personajes de cuenta. Tuvo Mendizbal el arte de sustituir mi nom(I) Ocurri sobre esto u n lance chistoso como represalias de loa ile Mina. E n t r e los agentes de Torrijos lo era entonces en Paris, muy activo, el la sazn coronel brigadier Miniussir, hermano poltico del desdichado general. A u n parcial de Mina, que h a b l a n do con varios franceses los hall preocupados con la idea de que el ex-guerrillero navarro obedeca al influjo ingls, se le, ocurri citar el hecho de que Minuissir habia estado en la batalla de W a t e r l o o , dondese port con bizarra. >No habra'.sido con Wellington, dijei o n los franceses.S, con W e l l i n g t o n estuvo, dijo, y dijo verdad el parcial de Mina. Bast esto para alejar de trato con Minuis- sir los franceses, que miraron como culpa lo que no lo era. Por fortuna de Torrijos, tena este otro negociador en D. Ignacio L o ,pez Pinto, m u y querido de Lafayette.

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ANTONIO ALCAI.A C.AI.IAN0.

bre el de Isturiz, recien llegado Pars, y mal poda y o oponerme que recayese tal distincin en uno que, sobre ser distinguido patricio, era mi amigo ms estrecho y querido, carcter qu todava conserva. Haba tambin en Mendizbal para preferir Isturiz una razn que poclia mucho en su nimo entonces, como pudo despus, y cabalmente en una ocasin sealada respecto al mismo personaje. Isturiz habia tratado muy poco Mendizbal, y, si no le miraba con malos ojos, tampoco le tena en mucho, y Mendizbal tena singular empeo en ganarse y hacer suyos los que de hecho eran, o l reputaba, sus contra, ros. Fuese como fuese, qued yo descartado y arrinconado, lo cual confieso que fu uno de los golpes ms duros que he llevado, que ms he sentido entre los muchos r e veses y sinsabores por que h pasado en mi larga y no muy feliz carrera. No me acuerdo bien de quienes fueron los otros cuatro que compusieron la junta, aunque s que fu uno de ellos el general ( la sazn brigadier) D. Vicent e Sancho, no procedente de Inglaterra, pues habia pasado la emigracin en el Medioda de Francia, y muy relacionado con Mina. Habia ya dos poderes constituidos (hablando la moderna) en la emigracin que amenazaba invadir Espaa, y pretenda gobernarla; pero as como al lado do potencias poderosas viven, y vivan antes ms que hoy, Estados pequeos, ya con el ttulo de repblicas ciudades hbres,*ya con el do principados ducados, y aun con el de reinos independientes, pesar de su corta extensin y mezquina fuerza, as algunos caudillos se mantenan firmes en su propsito de libertar Espaa, no por cuenta ajena, sino por la suya propia. No poclia aspirar tanto Borrego, poro no menos pretenda que conseguirlo, dando ol mando un su amigo, del cual creia que poda disponer su antojo. Era su c a n -

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didato un cataln llamado D. Antonio Baiges (i) ex-guardia de Cor-ps, y no s si ya en grado superior al de subalterno en la milicia, rudo, sin letras, notable por su gallarda presencia no acompaada de finos modales, ambiciossimo, inquieto, sospechado antes y despus de infidelidad la causa liberal, quiz sin motivo, y cuya suerte fu venir morir, despus de estar por largo tiempo olvidado, herido de una bala granada, cuando en -1S43 estaba ejerciendo un mando ntrelos entonces rebeldes dueos de la ciudad de Barcelona. Por descabellada que pareciese la idea de Borrego en sustituir tal candidato a Torrijos Mina, no dej su empeo de causar molestia y crear obstculos, porque, si era de poco valer el favorecido, su favorecedor tena en Paris algunas y buenas relaciones, que l saba aprovechar, siendo activo y osado, aun sin contar con que para hacer mal bastan fuerzas muy inferiores las necesarias para hacer bien, y desunirnos era hacernos mal, y tambin cosa fcil, pues lo difcil era unirnos para formar un cuerpo que forzosamente tuviese una cabeza. Serlo pretenda el general D. Pedro Mndez de Vigo, y . al efecto se afanaba sobremanera. Si no alcanz el objeto de su deseo por lo pronto, al cabo, andando el tiempo, se granje una clientela, pero no toda de espaoles, pues se lig con refugiados italianos y polacos, con los cuales entr en locas empresas; pero en dias posteriores los sucesos que voy ahora aqu narrando. En ellos no apareci Vigo como independiente, sino slo con pretensiones de
(1) Este Baitges fu acusado de haber estado en el campo carlista. Como quera figurar entre los progresistas m s extremados, pendiente an la g u e r r a civil, vino una vez lladrid, y se present en el Caf Nuevo, donde concurrala gente ms ardorosa, e n t r e la cual quiso entrar y ser contado. Pero le avino m a l , pues m u chos le cayeron encima, de modo que corri peligro. Desapareci entonces, y vino aparecer sirviendo la J u n t a central de B a r celona en la poca en que en aquella ciudad perdi la vida.

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serlo, y pasado la frontera, no s quin se agreg con sus no numerosos secuaces. No estaba muy claro si el general Milans reconoca alguno por su superior, porque sus parciales slo de l se decan dependientes; pero no era hombre desvariadamente ambicioso ni de mala ndole, y por su cuna y primera crianza tena prendas de caballero. As es que nadie fu obstculo. Tampoco lo fu el infeliz de Pablo Chapalangarra, aunque hizo alarde de su independencia en vez de ocultarla; pero si se declar resuelto no reconocer superiores, no pretendi buscar en la emigracin secuaces. De todos desconfiaba, por lo cual nadie se prestaba seguir; siendo ms que vano, receloso, y persuadido por otra parte de que en Espaa misma era donde convenia buscar auxiliares paradla empresa de levantar en ella la bandera constitucional, lo cual no era desacierto, siendo slo el error de sus ideas, y la causa de su trgico fin el creer que all donde era conveniente buscarlos era fcil encontrarlos. Hechos ya estos arreglos harto imperfectos, aquellos quienes tocaba pasar de los proyectos las obras se trasladaron Bayona. All pas Mina sin haberse detenido en Paris, donde hubo de estar de incgnito por brevsimo plazo, tal vez slo de horas. Desde aquel momento en adelante no fui testigo presencial de los sucesos de la frontera, pero de ellos puedo decir algo, refirindome noticias dadas por varias persO' as de cuya veracidad no tengo ni debo tener duda. Porque, volvindome Inglaterra, levant mi casa, recog HE familia, y hube de volverme Pars, adonde llegu en los das' ltimos de Setiembre pasar en Francia una vida oscura harto ms desagradable que laque pasaba en Londres, hasta que trasladado Tours en 1832, durante mi estancia de dos aos en aquella linda ciudad, vivi en ella, si con grande estrechez, agradablemente, compensando el trato

RECUERDOS DE UN ANCIANO.

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de amigos all adquiridos los inconvenientes de mi cortedad de recursos. Coincidi, pues, con mi llegada la capital de Francia el comenzar de los preparativos para la invasin de Espaa, siendo teatro de las operaciones preliminares las poblaciones francesas linderas del Pirineo. El centro de e s tas era Bayona, y all fu establecerse la junta que, para evitar confusin, llamar aqu del partido de Mina. Los que obedecan la del partido de Torrijos establecida ya en Gibraltar, en nmero igual tal vez superior los otros, si bien acudieron la misma ciudad, y en ella hicieron estancia, no tenan all su cabeza. Los independientes vagaban por las inmediaciones. Entonces comenz verse un espectculo en algo parecido al que, segn noticias, presentaba la vista y consideracin la reunin de los emigrados franceses en Coblewza en 1792. Se creia seguro el triunfo, y empezaba reputarse delito poco menos la tardanza, echando en cara los primeros en llegar quienes venan despus que no era razn participasen de la honra y provecho de la victoria los omisos menos diligentes en presentarse en el campo. Y el campo (como me escriba un amigo dndome noticias de lo que all pasaba) era las la sazn mal empedradas calles de Bayona. Mina no habia llegado do los primeros, ni tena para qu apresurarse. Pero sus contrarios aun entonces se desataron incriminar su pereza, tachndole cuando menos de irresoluto. A su lado, bajo sus rdenes, se haban puesto, sin embargo, los ms entre los principales de !a emigracin, aunque no faltasen entre los parciales de Torrijos personas de mrito y de bien adquirido renombre en el gran partido constitucional, cuya bandera haban seguido. El ex-ministro y militar D. Evaristo San Miguel recibi un mando de la junta que obraba de acuerdo con Mina, no obstante ser de los mayores enemigos del caudillo navar-

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ro, y sali desempea lie la frontera de Catalua, donde se encontr con los parciales do Torrijos, que obedecan al digno ex-diputado D. Jos Grases; pero, pudiendo en ambos la antigua amistad ms que las nuevas discordias, y el amor la causa comn ms que alectos de bandera, se pusieron de acuerdo punto do no conocerse quin tena el mando. Pocas ocasiones tuvieron de competir por l, pues apenas se alejaron de la raya,entrado que hubieron en la tierra de Espaa para ellos entonces enemiga, y so vieron obligados recogerse pronto Francia casi sin pelear, pero sin mengua, no estando en su mano acometer imposibles. Por el confn de Francia con Navarra y Guipzcoa era donde se preparaba lo recio de la guerra, porque si bien amenazaron los constitucionales entrar por Aragn, all nada hicieron, sin que esto sea, ni por asomo, culpar los encargados de guerrear por aquellos lugares, que faltos de fuerza, y no unidos, encontraron su frente preparados resistirles las tropas del general Rodil, que no era todava en aquella hora constitucional celoso. Cortas, por cierlo, eran las fuerzas que se arrojaban tanta empresa como era derribar al Gobierno establecido en Espaa, y bien habra sido esperar que entendindose con los constitucionales de dentro de la Pennsula los de fuera punto de concentrar sus operaciones, encontrasen los invasores una ayuda, no slo tii, sino absolutamente necesaria. Tal vez esta idea detenia Mina, si detenerse puede decirse no haberse arrojado al territorio espaol, pocas horas de haber llegado los puntos con l confinantes. Pero tan juicioso proceder se oponan poderosas consideraciones. Los de Torrijos, capitaneados por don Francisco Valds, coronel en Espaa, y que tena de la junta formada en Londres meses antes, y ya residente en Gibraltar, un despacho de mariscal de campo, del cual,sin embargo, no us las.divisas, estaban llenos de impacien-

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cia, vituperaban la flojedad de Mina, y por otro lado, teman que obrando el-caudillo navarro cogiese para s la mayor parte de la honra y provecho de la, sus ojos alucinados, casi segura victoria. Los mismos amigos de Mina le apremiaban que obrase, porque, no quedasen solos los que iban hacerlo, y saliendo desliedlos con estrago, se atribuyese al acto de haberlos abandonado su desdicha, que lo sera de la causa comn. Por otra parte, el gobierno francs, tmido y no muy seguro auxiliador de los constitucionales armados en su territorio, no estaba en guerra con el de Espaa, ni deseaba estarlo si lo podia evitar, por lo cual no quera, ni era razn quisiese, conservar en su territorio aquella fuerza armada, amenazando un'a potencia extraa, siendo por esto su anhelo que de una vez se saliese de situacin tan embarazosa, pues, o triunfante la bandera liberal en Espaa, pasara tener en su vecina una amiga fiel en vez de una enemiga encubierta, , vencidos los agresores, dictaran la prudencia y aun la justicia disolver las reuniones de gente armada que comprometiese la paz sin dar en compensacin el menor provecho. Parecer extrao, al tratar do estos sucesos y referir los intentos y actos de Mina, en punto de tal gravedad como era el de empezar la guerra, que nada diga de la junta, que al parecer para algo hubo de haber sido nombrada, y no siendo gobierno, mal podia acertarse con lo que era. Pero la pobre junta se veia mirada como rival por la de Torrijos, como nada por los que nadie obedecan, y no como mucho por Mina, el cual, si bien no le faltaba la consideracin, rara vez acuda ella, y en verdad no tena para qu. Lo ms singular era que el mismo padre de la junta, Mendizbal, dado siempre llevar las cosas por medios irregulares y hacer poqusimo caso de superiores, iguales inferiores para dirigir por ajeno precepto consejo su conducta, en vez de oir para s e -

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guirla la voz de su propio capricho, solia entenderse con Mina para todo, incluso aquello en- que debera haberse dirigido ala junta, si es que esta era algo. Tal proceder disgust sobremanera al nada sufrido Isturiz, y aun hubo de enojar en cuanto cabia sus flemticos compaeros. De estos el brigadier Sancho, sin incomodarse al parecer ni con Mina ni con Mendizbal, con quienes le unia estrecha amistad, pero sin avenirse representar un papel un tanto desairado, acordndose de que era militar, desampar la junta por salir campaa, y fu ponerse como soldado las rdenes de Mina. > Singular principio haban tenido en aquella hora las hostilidades, si tal nombre merece el suceso que voy referir, trgico y horroroso en extremo. Mientras se apresuraba Valds penetrar en Espaa seguido de unos 1.000 hombres y poco ms, como para dar ejemplo Mina, poniendo patente lo que en l culpaba de indecisin, y mientras Mina se preparaba seguirle, no de buena gana, porque veia cuan locamente precipitada r a l a agresin, p e r o r e suelto no dejar de exponer su vida, un hombre impelido por el fanatismo ms ciego posible, se arroj casi solo representar el papel de restaurador de l llamado libertad en su patria. Con haber dicho antes cules eran los pensamientos, afectos, y situacin extraa de Chapalangarra ( digamos de De Pablo), fcil es adivinar que era el sujeto de quien voy hablando en el momento presente. Fiado en su gloria y renombre, y en el influjo que se figuraba tener entre sus paisanos, lleno de los recuerdos de la guerra de la Independencia, y olvidado de lo ocurrido desde -1820 23, pens que su presencia y voz conocidas bastaran para inducir millares de navarros seguirle (1). No habia andado largo trecho por el suelo patrio, cuando dio con una
(1) Ho entendido que alguien acompaaba Chapalangarra. Pero l solo se lanz la m u e r t e .

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cuadrilla 6 partida de gente armada, que era, segn es probable, parte de un cuerpo de voluntarios realistas. En vez de huir el desalumbrado constitucional, se fu en d e r e chura los que juzgaba que podia hacerse amigos, y comenz predicarles, trayndoles la memoria sucesos de la guerra contra Napolen; cmo seguan entonces Mina, y aun al mismo De Pablo los navarros; ser una misma la causa que l venia sustentar, y que tena esperanzas de ser odo con tanto favor que encontrase en ellos auxiliadores para la obra de dar libertad la patria. Hubieron de quedarse atnitos y suspensos los oyentes al oir las extraas frases que el predicador les diriga, frases para muchos incomprensibles, si bien para otros abominables, y ms hubo de causarles pasmo ver que un hombre, no seguido de fuerza, osase con tanta serenidad ponrseles delante, cuando los principios que proclamaba declaraban ser su enemigo. Pero no dur mucho la admiracin, sucediendo esta pasiones de muy otra clase, y, disparando uno un tiro al predicador como en respuesta al sermn, el ejemplo fu seguido, y cay el infeliz Chapalangarra cubierto de heridas. Ni se contentaron sus matadores con verle muerto, sino que arrojndose sobre su cadver, le destrozaron, llevndose algunos de sus miembros por trofeo; hecho atroz repetido en otra ocasin por gente igualmente brbara, pero proclamando otras doctrinas, y propio proceder de la plebe feroz por su ignorancia, y cruel, sea cual fuere la voz que apellida la bandera que sigue. Debi el triste fin de Chapalangarra haber dado que pensar los constitucionales, no porque la temeridad de aquel infeliz, vctima de su fanatismo y arrojo, pudiese tener buen trmino, sino porque indicaba, por las circunstancias anejas la desgracia, cul era el espritu de las poblaciones donde esperaba la inminente agresin encontrar amigos. Pero nunca emigrados comprenden la situacin del pueblo que se han visto obligados abandonar y de

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que han estado ausentes por no breve plazo. Asi es que coincidi con la muerte de Chapalangarra la entrada de los de Vakls, los cuales siguieron muy pronto los de Mina, no sin que antes, segn me han referido personas dignas de todo crdito, hubiesen estado punto de venir las manos unos con otros. No se qued Mina en Francia; pero por causas que ignoro, hubo de entrar separado del grueso de su gente, pues slo acompaado de dos tres fieles secuaces, corri gravsimos peligros, de que escap como por milagro. No tengo datos para contar por menor con exactitud las ocurrencias de la guerra de dos tres dias, de que hubieron de volver los constitucionales vencidos, sin mengua de su honra, y habiendo tenido prdidas lastimosas. Al segundo tercero dia de estar en Espaa vinieron sobre ellos fuerzas respetables de las que mandaba el general Llauder, entre las cuales se contaban tropas de la Guardia Real, la sazn muy lucida. Resistir tal poder era imposible, y fu fortuna que todos cuantos haban penetrado en el territorio espaol no hubiesen quedado en l para baar el suelo patrio con su sangre; pues el Gobierno del rey Fernando u ningn enemigo poltico perdonaba la vida. Porque las tropas reales, en voz de embestir desde luego sus contrarios, se encaminaron como cortarles la retirada Francia, lo cual notado por los constitucionales, retrocedieron estos buscar el abrigo del Estado vecino; pero aun as no habran hallado franco el paso no habrsele abierto con una carga dada por unos pocos de caballo de su mando el antes capitn de carabineros reales D. N. Ca, rucien venido la emigracin. Cedi con tal flojedad la infantera de la Guardia Real a tan pobre fuerza, que merece algn crdito lo que despus aseguraron varios realistas pasados sor sostenedores del trono legtimo y constitucional de Isabel II, y es que adrede d e j a r o n pasar los que se retiraban, sabiendo que de no ha-

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cerlo as, sera horrorosamente ensangrentada la victoria. Pero si hubo tal humanidad en aquella hora, no la hubo en la inmediatamente posterior, que fu la del alcance. No habiendo seales visibles que'demarquen en los despoblados de la frontera teatro de aquellos sucesos el territorio d e l uno y otro Estados vecinos, dentro de Francia fueron muertos, cayeron prisioneros para perecer con cortsima demora bastantes de entre los constitucionales. Entretanto, quedaba en Espaa Mina, no ignorndolo sus enemigos, esto es, los servidores del Gobierno espaol. Hacerse con su persona para quitarle con alguna solemnidad, aunque escasa y sin dilacin, la vida, vino ser empeo vivo en unos, tibio en otros, pero igual en sus efectos, de todos los vencedores. Registraron los lugares ms fragosos del Pirineo, ayudndose con perros de caza. Apenas qued monte, valle cueva en que no se hiciese escrupuloso registro. Pero el caudillo navarro estaba en su elemento cuando trataba de escapar indemne de una persecucin aun la ms tenaz, y ocuUo, ya en cuevas, ya en medio de la intrincada maleza, ms de una vez sinti vio pasar su lado y casi tocndole, los que le buscaban ansiosos de su prisin y suplicio. Dos tres dias hubo de durar este peligro, corridos los cuales, pis Blina de nuevo el territorio francs volviendo su situacin de emigrado, de la cual no habia de salir sino en virtud de una amnista trada por posteriores y entonces inesperados sucesos. No tuvieron tan trgico fin las tentativas hechas por los confines de Aragn y Catalua, las cuales vinieron a parar en nada, recogindose los invasores Francia sin pelear, viendo que no tenan fuerzas para empear una lid contra sus poderosos enemigos. De all muy poco, el gobierno francs, habiendo logrado del de Espaa que, si bien con visible mala voluntad, reconociese a Luis Felipe por rey de los franceses, mand, como era de esperar, dispersarse los espaoles

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reunidos en la frontera. Grande indignacin nos caus este hecho, que, bien mirado, era un acto de rigurosa justicia. Bien es verdad que porque los franceses nos habian quitado la libertad en 1823 los juzgbamos obligados devolvrnosla en 1830, tan trocadas ya las cosas, que en Francia dominaban los que ms habian vituperado la invasin del ejrcito del duque de Angulema. Pero no pueden las naciones regirse por leyes que obliguen a l a restitucin de lo que no es un objeto material fsico, ni cabe una reparacin tal que subsane todos los daos y perjuicios hechos en poca no inmediata. Desparramronse los emigrados por Francia, no viniendo ser Pars su centro, como poco antes lo era Londres. En las tentativas hechas en el Medioda, que produjeron la muerte de Torrijos, no pudieron tomar parte ms que llorando las vctimas y maldiciendo los saerifieadores. Unindose con emigrados de otras naciones uno otro de los nuestros, bien que en cortsimo nmero, fueron participantes en empresas encaminadas derribar otros gobiernos que el de Espaa. Hasta se distinguieron por ms pacficos que otros emigrados, y particularmente que los polacos, en. no mezclarse en los negocios del pueblo francs,, la sazn por dems inquieto (1). Con harto mayores motivos para tener alegres esperanzas que los que debamos tener en Inglaterra, acaso tenamos menos, sobre todo al empezar 1832, viendo cmo triunfaba el Gobierno espaol cuando era combatido.
(1) Es de notar que al solemne entierro del general Lamarque,, donde se presentaron con banderas los emigrados de todas las naciones, concurrieron poqusimos espaoles de-los que vivan en Paris. Por supuesto, no fu all Mina, Al difunto general, ms a n sioso de los triunfos y gloria de las armas francesas que del establecimiento de la libertad en pueblos extraos, solo debian mirar los espaoles como u n devastador de su patria, que lo haba sido en la guerra de nuestra independencia.

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Sin embargo, los sucesos de Portugal, cuando el exemperador del Brasil D. Pedro de Braganza tremol el pendn constitucional en Oporto, fueron como una aurora nuneia del cercano dia de nuestra redencin y victoria. Pero el dia vino sin trarnosla, y fu nublado, y con presagios de acabar fatalmente. Por.otro lado, sin embargo, se nos abri el camino nuestra patria. A ella volvimos casi todos mal corregidos de nuestros yerros, pero firmes en nuestros principios y con honra. Perdidos en el seno de la nacin, nuestra historia ces en 1834, y algunos slo h e mos figurado con ms rnenos lustre, y diferentemente juzgados por diversas y opuestas doctrinas inters, en los anales de la Espaa nueva.

FIN.

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I N D I C E .

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P^GS.

1. 1!. IV V. VI. Vil. VIH. IX. X. XI. XII. XIII. >jv. XV. XVI.

Cdiz en los primeros aos del siglo presente ....... f diz l dias del combate de Trafalgar.. Madrid en los dias del reinado de Cirios IV.. Madrid He 4806 -1807 Madrid desde fines de Mayo hasta fines de Agosto de 1808 Madrid y alguna provincia fines de 1808 y en 1809 Un tumulto en una ciudad de provincia en 1809 Cmo se pasaba bien el tiempo en una ciudad sitiada Cmo cae un mal gobierno El 10 de Marzo en Cdiz ... Las sociedades patriticas de 1820 1 8 2 3 . . . Sociedades secretas de Espaa desde 1820 1823 Deposicin del rey por las Cortes en Sevilla el 11 de Junio de 1 8 2 3 . . . . Dos viajes que no se parecen el uno al oiro. Recuerdos de una emigracin La emigracin constitucional en la frontera y en campaa .
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