Andrés Sánchez Robayna

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Andrs Snchez Robayna

Deseo de verano

El verano alumbr las laderas de nuevo, con otro sol ms puro ceg las hondonadas, incendi la morera. Sobre el torso del da dej sus secos signos, el fuego material.

Ave, sobre la tierra desnuda del verano, muestra tu sombra breve. En el aire callado, o en el solo susurro de incesantes abejas, ensanos tu vuelo contra la eteridad.

De "Sobre una piedra extrema" 1995

El durmiente que oy la ms difusa msica

Las delicadas espaldas del sueo remontan rojas el ocano,

nubes de densidad calurosa al extremo del da abovedado,

el mar en esta brisa de verano. La ms difusa msica, en el sueo,

la visin ms intensa, las olas prolongadas y el sol y los pinos

giran con esas olas y ese aire que l suea. Las nubes son su espalda.

Ni el sol ni la maana sern ya que para l un sol o una maana o un azul ilusorios.

De "Clima" 1978

El libro tras la duna I

Ahora, en la maana oscura del desceido octubre, en que, umbroso y en calma, yace el mar entregado a la pura aquiescencia del cielo, al deslizarse de las nubes blancas que un gris ya casi mineral golpea, marmreo, dilatado, ahora, mientras el tiempo gira a punto de ser siempre alumbramiento, sin dar a luz ms que el instante cierto y siempre tembloroso, y damos vueltas en su vientre ciego, y entrega solamente un puado de arena que vemos escurrirse entre las manos, mientras un nio juega, despus de echar los dados, ahora, slo ahora, el comienzo comienza.

*****

El libro tras la duna II

Todo comienzo es ilusorio. Todo comienzo es slo un enlazarse del principio y del fin en la cadena del tiempo, es el instante en que cremos ver el nacimiento y el nacimiento es slo un acto de lo incesantemente renacido es decir, estas lneas semejan un comienzo pero el comienzo surge a cada instante, como la lluvia que esta tarde vi caer sobre el mar y esta tarde es tan solo una tarde del tiempo que renace en un eterno recomienzo y la lluvia y la tarde se han hundido en el tiempo en el que ruedan siempre las nubes agolpadas sobre los mrmoles celestes

y la lnea inicial es un comienzo y la lnea final ser un comienzo.

*****

El libro tras la duna III

All, en aquella parte del libro que se abre de la memoria ma, oigo un rumor de arboledas, un barranco interpuesto entre laderas altas en las que recorra las piedras, las veredas, la tarde en la que, solo, me alej de la casa y grab en una piedra, bajo los cielos cmplices, la inicial de mi nombre para dejar seal del nombre y su secreto.

Y los cielos copiaban el color de la tierra.

*****

El libro tras la duna IV

Me segua un perrillo hambriento y fiel. Yo era

fiel tambin a sus pasos, y no sabra decir, ahora, quin segua a quin. Y exploraba con mi hermana, o con algn amigo, y muchas veces solo, los pasajes del fuego sediento, el verano en las bellas laderas, o los felices charcos del otoo insular. En lo ms alto de los rboles hice un mirador sobre la casa y sobre los caminos que hasta ella llevaban, la camisa manchada por el nspero de julio y con tierra en las manos, descalzo sobre la tierra hmeda y rojiza.

Podr decir, as, que el cielo como manto all arriba protega con su extendida claridad mis pasos? Amada tierra de esplendor, cav desde entonces en ti, y en ti me acogers.

*****

El libro tras la duna V

Cada da, una pgina del desplegado libro de la luz se entregaba a mis ojos. Fulgurante blancura pisada por los pasos del nio que corra sobre los mdanos solares! Luego, sobre la hierba, restaaban las heridas manantes.

Oh renacida claridad, aprend pronto a amar, cerca de los naranjos, la pedrera de la luz, el sol cortado por las hojas en la hierba, multiplicados soles diminutos en el agua sencilla, en el estanque y en las claras acequias. Aprenda.

*****

El libro tras la duna VI

Los pies desnudos en la tierra, sobre las uvas para el vino de noviembre, sobre las piedras del barranco seco, sobre la luz y su deshacimiento.

El pie dejaba su huella por los mundos, se manchaba con el limo solar. En las acequias se lavaba tan solo para poder ser uno con el sol.

Pisaba el pie la luz.

El sol tena la anchura del pie humano.

*****

El libro tras la duna VII

El rumor de los rboles y su texto infinito se escriban con negros caracteres en el ojo del sol. Y desde all, en remolino prieto, resbalaban cayendo en la mirada como una fundicin de oro y hojas exactas sobre el punto del iris.

Oh desasida claridad, echado sobre el csped contemplaba la avalancha solar, el aluvin suave de nuestra luz abrazando los mundos. Yo habitaba en las torres del sol.

*****

El libro tras la duna VIII

Era Sirio o Capella, Vega o Plux?

Cuntas veces la vi temblar, arriba, tras las montaas que tomaba la espesura nocturna, entre las hojas vibrtiles de abril, o echado yo, las manos en la nuca, por la arena de agosto, sobre la lenta duna que an guardaba el calor, y cuntas veces quise penetrar por su nombre en el secreto silabario del cielo, y saber la palabra que escriban las luminarias renacientes, claro secreto escrito en el fulgor supremo,

en la curva estelar del cielo tembloroso.

*****

El libro tras la duna IX

Rosa carnal del risco, oscuro nudo de ptalos que abrazan los soles y las lunas y los aires que soplan desde el mar atezado, animal que reposa: mira pasar a un nio.

T que fuiste mirada y que gobiernas las horas y los das y las noches en lo invisible que renace, mira a un nio abandonar tu paraje aterido.

Mralo despoblar tu reino absorto, dejar tu compaa para siempre, el grcil contubernio. Un nio deja el exento pas entre el gorrin y el gngaro.

*****

El libro tras la duna X

Comenzaba a saber (pero slo del modo en que ignorarlo es una forma de conocimiento) que, al igual que el silencio ha de ser una parte del decir, que al igual que la visin del cielo forma parte del cielo, una nube interior, muy parecida a la que fluye quieta en la maana hecha de transparencia entrecruzada, se alza hasta la visin de la nada que somos, y que es todo. Y la visin del hombre se llega a transformar en la experiencia de esta nada que est en ninguna parte. Es una nube. Slo aos despus sabra que su nombre, entre otros nombres justos que la llaman y el nombre conseguido de los nombres, es la nube clarsima del no saber, la nube interna del amor y la contemplacin. Es una nube oscura y clara a un tiempo, hecha de cegadora oscuridad.

Por este tiempo comenc a sentir la sombra de esa nube ante m, precediendo a menudo mis pasos, y seguirla fue a veces un acto de inocencia. Era slo una sombra, y ya senta su potestad, con todo. Aquella nube, aquella sombra del no saber era un saber.

El vaso de agua

A Ramn Xirau

El vaso no es una medida. El vaso en pleno medioda. el vaso es de un cristal ligero, muy delgado, delicadeza medida, estancia bajo el sol. El vaso de agua es un ensayo de quietud.

El sol bebe con un sorbo invisible. El sol sin uas, quieto y rasgado.

El vaso est en reposo bajo el sol. y bajo la mirada, erguido y soleado. El vaso es la mirada. El vaso quieto bajo el sol rasgado.

Todo sucede en una ausencia. El vaso de agua estaba. Pero puedo dejar de pensar en lo que miro o escucho. Puedo dejar de decir lo que me miro o escucho. Slo existe la verja de hierro recorrida por flores perezosas, al aire quieto, la terraza a esta hora crecida y plena.

El sol confluye aqu y all, y presencia y ausencia son formas giratorias. En la terraza del sol quieto y vaco una hoja dibuja su sombra y sta le devuelve su presencia, y la luz entre y sale del vaso de agua abatido por sombras dispersas, y el sol busca pulsar cada cosa, y todo le devuelve su ser -y cuando se detiene sobre el vaso, luz recta y presencia obediente, el vaso no echa sombra alguna sobre la mesa de la terraza de quietud.

De "La Roca" 1984

El vaso de agua 2

el vaso no es una medida sino su estancia solamente

una terraza pide al sol: slo la luz en que se basa

ms alto el vaso no es ms alto ni menos hondo si se alza

terraza alta en su maana o luz altiva ya le bastan

lo que reposa en l reposa sin ser ms cosa que mirada

De "La Roca" 1984

Fluye, fluye sin fin...

Fluye, fluye sin fin, oh tejido invasor, oh red que ciernes. Fluye secamente de toda ausencia oscura. Fluid, rayos extensos, sobre los arenales. Salid densamente de la ausencia, sed, ah, llamas en el trono del ojo. Oigo como un murmullo en las dunas del fondo y an no hay hojas ni pasos ni pensamientos en los pasajes del espacio sediento. Que

venga rumor de fibras y de lacas en la hora altiva sobre los mdanos. Ah estn los maderos, los corchos y las planchas de cobre bajo el cielo segmentado y rodante, y las olas, y el polvo; tambin ellos te aguardan. Da, luz, tu paso entero. Llgate hasta la lengua que jadea. S el agua de esta nada.

De "Tinta" 1981

La abubilla

En la hierba del cielo, o de los mundos, el animal levanta el vuelo breve, la cabeza incendiada, el cuerpo astuto, la cresta reflejada por los charcos del tiempo.

Lo vi en das de luz que no regresa, pero un nio regresa. Un nio, ahora, cuida su pata herida junto a una casa blanca, en el tiempo sin tiempo y en el no de la luz.

De "Fuego blanco" 1992

La estrella

Non dorma e cuydava Pedr'Eanes Solaz

Cruz, fugaz, la estrella, y en la hierba dej un rastro de luz. La casa blanca en medio de la noche supo slo el latido, el fulgor entre los rboles.

T dormas. La grava silenciosa se llenaba de noche, la beba en las negras aristas, en sus poros de oscuridad de piedra absorta, amada.

Grava fulmnea, ahora en silencio yerto

junto a la casa a oscuras. Los aleros daban sombra de luna, fra, fresca sombra en las losas grises que miraba

desde el saln al mar, que se extenda como otra losa gris, iluminada. Sal a esa sombra, hasta las jardineras tocadas por el soplo de la noche,

el aliento invisible, aire desnudo de s, de m, sobre el geranio a punto de arder. -No vi el geranio en llamas fijo en la oscuridad, vi la inminencia

de una cerrada combustin, la acacia y su ceniza ms all del tiempo, el ramaje y el cuerpo, tu sonrisa entre la luz de enero y el reposo

del mar abajo, tambin l desnudo. La luna sobre el muro blanco teje sombras de ramas, y el helecho umbro se ofrece grcil, habla con la sombra.

Fui por la hierba hasta las agitadas acacias, hasta el muro, y una calma

llenaba el aire aun en la agitacin y en la inquietud de los ramajes, clara

calma en la hierba, y contra el muro puse la mano en su quietud. Tocaba el mundo. Tocaba un orden, una calma, el aire entre el mar y la acacia, y recordaba

tal vez la luz y su destino oscuro. Entr. Volv a mirar la hierba, el cielo, la casa silenciosa. All tu cuerpo brill en la oscuridad. y vi la estrella.

De "Palmas sobre la losa fra" 1989

La luz

La luz (un paso maduro)

sobre la arena y su himno odo

cae

en las lneas del mar la puntuacin de pjaros entre pirmides de arena los ojos leen los mrgenes heridos ya no hay pjaros pgina pirmides que el sol levanta hacia la nada

sobre la luz leda

De "Tinta" 1981

Las nubes

Pasan las nubes blancas. En la tierra indescifrable, el matorral oscuro, la fijeza del tojo. Arriba, el cuerpo errante del cmulo en el nudo de la luz.

Pasar, como las nubes, los cielos arrasados del verano tardo, atravesar la claridad, herido, en los ojos dolor, un cardo entre las manos.

De "Sobre una piedra extrema" 1995

Las primeras lluvias

La tierra de que hablo, hacia noviembre, conoce el viento. Llega, desde el este, hasta los arenales como un ave sedienta, soplas las aguas negras. Esta noche removi los postigos mal calzados y agit la palmera. En los cristales chillaba como un pjaro perdido.

Dibujar en la grava algn signo remoto, y ver casi al alba las huellas del fragor

sobre los restos del volcn, el naufragio nocturno. Ser un signo de nuestra vida, un eco, ya inerte, de la tromba del cielo, que ignoramos, querr leer en l, y ser como unir, nuevamente, las hojas resecas para un fuego.

Qu nos aguarda, puro, en el estruendo, en el pico del ave enhebrando los mundos de cuanto conocemos e ignoramos? Seguimos recogiendo las hojas, y veremos en la rama quebrada una imagen posible del estertor del cielo, anoche, entre las nubes an grises a esta hora temblorosa.

Nada, ni tan siquiera el viento que rompa, de madrugada, contra los postigos, contra la grava, oscuro contra oscuro remoto, podr decir el signo, en la ignorancia. Saber de un no saber, ni siquiera el sentido de la ignorancia, ahora que las gotas resbalan sobre el cristal, sobre la transparencia.

De "Fuego blanco" 1992

Ms all de los rboles

I Aquellas hojas, enormes, qu decan? Un lenguaje parecan formar con su rumor, una lengua que deba aprender, hecha de grumos.

Eran las espesuras removidas por el viento, all lejos.

Yo acuda al ramaje, a las hojas que hablaban.

II Cuntas veces las vi agitarse, solo, en escapadas, para estar con ellas, para or, otra vez, los golpes silenciosos, el viento de la tarde en los nudos, las yemas de los rboles.

Pero quin escapaba o crea escapar, si los rboles eran solamente otro espacio de lo inasible, de cuanto queda como suspendido por sobre la materia del mundo, lo no visible y, sin embargo, acaso ms real que la piedra que existe. All, bajo el ramaje, me sentaba, entre piedras dispersas, por la hierba, sobre la tierra, cifra de los mundos.

III Aquella era la lengua de las hojas, la lengua del irrequieto fondo de la luz. Lengua, lenguaje, digo? Una palabra ms all del lenguaje, eso buscaba?

Solamente ms tarde iba a saberlo, cuando el lenguaje habl, y tan slo lleg el lenguaje a ser la destruccin de cuanto conoca. Y era, al mismo tiempo, la construccin de todo. Yo volva otra vez a los rboles, an no saba del lenguaje sino slo su enigma.

IV

El ramaje extendido, la hierba, como un afloramiento del interior del mundo, las races de lo visible, los arbustos, el aire, eran una llamada del lenguaje. Y eran una llamada de ms all de l, como si aquella luz hablara de otro mundo, siendo el mundo mismo. Cruzaba el aire, remova la espesura, la sombra, vibracin, all, de cuanto existe, en los instantes que dicen lo visible y lo invisible.

V En las hojas sagradas cae la luz del tiempo, las recorren los cauces diminutos del agua, el aire las envuelve con manos que atesoran, es el fin y el origen, es el fuego del tiempo.

VI La tierra, s, se entrega, parece levantarse hacia las hojas que hasta ella regresan, desde el aire, y con ella se funden, como el hlito se funde con la tierra y los ramajes.

VII

Vamos hasta los rboles, te dije.

S que te gusta extraviarte, y a veces me lo pides tirando de la mano, apresada, como apresada por la luz toda mano requiere ir hasta su deseo, llegar a conocer, aun si el conocimiento no es sino el umbral de otra ignorancia, acaso, vaca de s misma.

VIII Acrcate a los rboles, vers y podrs escuchar que no existe un silencio ms poblado de voces, que parecen alzarse desde el suelo hasta otro espacio. All, el aire claro dice el mundo y cuanto se extiende sobre l y, sin embargo, es l mismo, la lengua de la tierra, la promesa de que bajo el ramaje podrs or el rumor, tomar la mano pura de lo visible, cuando los mundos te parezca que se disipan, cuando la propia luz se acerque hasta los bordes del tormento de la luz, y sea slo oscuridad.

IX

Acrcate a las hojas, llgate hasta el rumor.

Nio, ese cuerpo inasible que contemplas late sobre esta hierba, en estas piedras, fin y origen. Que el aire que traspasa las hojas vuelva hasta aqu de nuevo, y que esa lengua sea la del cuerpo del mundo.

Escucha de esa boca cuanto hay ms all de los rboles.

De "Sobre una piedra extrema" 1995

Mesas y naranjas

las lneas de la mesa interrumpidas por naranjas

dispuestas en un plano

sobre la luz del cuarto blanco

abajo el mar se tiende bajo la mano de los elipses

la luz inunda el cuarto y las naranjas se acumulan

sobre la luz que entra y que se tiende en la blancura

de este cuarto y el plano de las naranjas y la mesa

De "La roca" 1984

Parntesis

los pasos que se oan en la grava avanzaban a ras del medioda

hacia los setos invisibles iba la sombra entre las manchas de los ptalos

rojos sobre la grava negra rojo oscuro de los ptalos echados

sobre la grava negra y aquel rbol y aquella luz queran decir algo

De "La roca" 1984

Una hoguera, y el centro de la muerte

Un rito de febrero llega ahora hasta el fondo del aire: queman ramos de eucalipto, camino de la casa. El aire sabe de ese olor, y sopla las brasas leves, laten en el cielo los reflejos del gris en nubes bajas copiando la ceniza que ya cae, abatida, completa, se dira cumplida por los crculos terrestres.

Arden las hojas secas, otro soplo del viento vuelve a remover las ramas expectantes. Volvan a la tierra como ceniza temblorosa, junto a la trevina, por los matorrales, bajo el estrago de febrero.

Tierra, en el enigma de las hojas, en el enigma de la luz, que es la misteriosa sombra del ramaje en nuestro rostro, qu mirada puede contemplarte un momento sin que vea arder, sobre los ramos de eucalipto, al fondo de los ojos, esos mismos ojos, el cuerpo todo? Ardamos.

El cielo atormentado, la hierba como en un postrer destello, en la masa solar, la luz quemada, parecan cruzarse, cifrarse por los rostros. y en torno, el olor de la tierra, indescifrable, en un viento de astillas, y que soplaba, roto, otra vez, sin piedad, por la tierra desnuda.

II Y la zarza, en la aurora, presenta el incendio del cielo? Nubes rojas, y el hosco crepitar de ramas vivas, la combustin del aire que llegaba hasta el muro, la luz que ennegreca el rbol estuoso, y el temblor de una tierra entregada a la ceniza, a la llama, estertores de la hoja que brill sola en junio y ahora yace arqueada, en los grises del cielo, y la cal de la muerte que nos mira desde aquel muro, haban presentido la brasa, el borde negro de los fuegos? Tierra, que una luz abandona, tu soledad eleva una copa sagrada, un vaso de humo negro hasta el temblor

de la zarza en la aurora, y de la rama que cruje en el estrago, en la tormenta.

III El pjaro, en las cercas del invierno, por el alambre, por los muros grises, o por la piedra, o por la rama, arriba, su grito oscuro, alzado entre la hierba, en dos silencios, entre brumas.

Dos pausas de silencio y, luego, el grito oscuro, s, se alzaba y se entregaba, se abra paso hasta la tierra, un canto hasta las hojas silenciosas, hasta el ltimo ardor, un canto oscuro, incomprensible, dije, hasta el silencio, el ltimo silencio que el pjaro iba a or.

Incomprensible? Nada, entre lo audible y lo inaudible entre lo odo y el odo entre el silencio y lo que omos un canto oscuro, nada ms escuch por la hierba, un canto oscuro.

IV

Tierra, nos prometiste, alguna vez, acaso, algo distinto de ti misma?

El fuego prende ahora en la hojarasca, y se ennegrece el cielo, y por los muros la lobelia se yergue, casi azul, almenada en su brote deslumbrado. El matorral, y la trevina pobre, se alzan en la luz ltima, y decimos que todo nacimiento y toda muerte latan en el fuego. Fue tu sola promesa arder junto a la flor, como nosotros, tierra de inminencia, sin comprender, camino de la casa, nada distinto de ti misma, oscura tierra de enigma, tierra de sacrificio.

La misteriosa sombra del ramaje en nuestro rostro. Vimos la sombra y la ceniza, una forma, tal vez, del destino en la hierba entregado en la forma de la brasa, en el borde del fuego, y en los nudos negros de la ceniza el otro resplandor, el del brillo en las hojas, nuestra muerte, el oro de la hoja en otro tiempo,

ahora entregado y ya cumplido, solo, sobre los crculos terrestres.

De "Fuego blanco" 1992

Una piedra, memoria

Adnde, dices ahora, aquellos pasos por lo desconocido, en la primera soledad.

Latitud de las parras, all lejos.

El sol final abra su costado remoto sobre las piedras, en las hojas, en un ltimo sueo, el final del verano. Atardeca, era otra tierra, acaso ms oscura, la tierra roja, s, como si algn rescoldo del origen

an respirase en ella, ms all, al fin de toda impermanencia, como a lo lejos.

Arcana luz, suspensin de los soles sobre los platanares.

Era cuanto de cierto arda en lo invisible. Era slo la luz, como vaca, y como si alcanzase a ver su arder oscuro en los helechos, en el cielo, sobre la tierra. Luego, volver de all, sobre los mismos pasos, pero ya, lo saba, irrepetibles. La casa fue siempre cosa de la luz. Desde aquel da supo de la sombra, o su signo. All qued, sobre una piedra, inscrita en lo remoto, bajo la luz herida, una seal para el verano, el fin, junto a las parras, el fin que era un origen, A., septiembre, los soles, sobre una piedra extrema.

De "Fuego blanco" 1992

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