El Dorado

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Biblioteca Nacional de Colombia

Por 1'1 Profesor Dr .

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El Dorado

Biblioteca Nacional de Colombia

EL DORADO
Estampas de viaje y cultura de la Colombia suramericana
Por el

Profesor Dr. Ernst Rothlisberger

PRIMERA VERSION CASTELLANA DE

ANTONIO DE ZUBIAURRE
CON PREFACIO DE

.. WAL TER ROTHLlSBERGER

PUBLICACI ONES DEL BANCO DE LA REPUBLlCA


ARCHIVO DE LA ECONOMIA NACIONAL

BOGOTA - 1963

TALLERES GRAFICOS DEL BANCO DE LA REPUBLlCA

OBSE~UIO DE~ BANCO DE LA REPUBLlCA BL/BLlOTECA .. LUIS ANGEL ARANG~

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ARCHIVO DE LA ECONOMIA NACIONAL

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Primera edicin alemana con prlogo del autor. Berna. Editorial Schmid & Francke 1897.

Segunda edicin alemana - Revisada y anotada por Manuel, Walter y Blanca Rothlisberger - Stuttgart - Editorial Strecker und Schroder. 1929.

Primera edicin castellana por Antonio de Zubiaurre. Con prefacio de Walter Rolthlisberger. Banco de la Repblica. Bogot Colombia.

1963.

Los nuevos artculos, escritos por Manuel, Walter y Blanca Rothlisberger, hijos del autor de esta obra, se refieren a la poca anterior a 1928.

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A mi querida madre

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PREFACIO Con gran beneplcito acogieron los descendientes del Profesor doctor h.c. Ernesto Rothlisberger la iniciativa del Banco de la Repblica de hacer traducir del alemn al espaol su libro El Dorado, aparecido por primera vez en el ao de 1898 en Berna y editado por segunda vez, con profusos fotograbados de Colombia, en el ao de 1929 en Stuttgart. La primera edicin espaola, -traduccin que se debe al doctor Antonio de Zubiaurre-, ser incorporada a la serie denominada "Archivo de la Economa Nacional" con cuyas ediciones se hizo el Banco de la Repblica hondamente acreedor del lector colombiano. Ser esta la ocasin para que nosotros, sus hijos, podamos subrayar el amor que durante toda su vida conserv nuestro padre a su segunda patria que fue Colombia, en donde pas aos muy felices, pero donde tambin tuvo que darse cuenta del devastador influjo que la poltica desenfrenada puede ocasionar a un pas que por sus dotes naturales y culturales debera ser muy prspero y feliz. Poco tiempo despus de haber regresado a Suiza se cas nuestro padre en el ao de 1888, con doa Ins Anczar, nica hija del ilustre escritor y preclaro patriota, don Manuel Anczar, quien haba muerto en Bogot, en el mes de mayo del ao 1882 y cuya familia haba emigrado a Europa a consecuencia de los cambios polticos de la era de regeneracin. Por este matrimonio, sobre todo, qued nuestra familia ligada ntimamente a Colombia y no haba colombiano que llegara a Suiza, que no pasara
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por nuestra casa, siendo conservador o liberal, a refrescar memorias del pasado o esbozar horizontes futuros. Desgraciadamente las ocupaciones de nuestro padre, quien ascendi a muy importante posicin internacional, no le permitieron hacer un segundo viaje a Colombia, en donde tantos amigos en vano lo esperaban. Como Director de la Oficina Internacional para la Proteccin de la Propiedad Intelectual y de las Patentes Industriales anhelaba de todo corazn que Colombia adhiriese a la convencin internacional de Berna; pero este deseo no pudo verlo cumplirse y Colombia, como varios otros pases suramericanos, tiene hoy da su propio derecho de proteccin de autores y patentes. Para volver al libro El Dorado, lo reconoce todo el mundo como una obra clsica de la era colombiana de los 1880, y, a pesar de su absoluta imparcialidad, lucen por todo el tomo un amor y una fe en el destino de Colombia que ni un genuino colombiano hubiese podido superar. La evolucin de Colombia, durante los primeros decenios del presente siglo, haba sido ms bien lenta, de manera que el libro conserv durante aos toda su actualidad y la segunda edicin alemana se agot muy pronto. Hoy da las cosas han cambiado. Por todas partes del pas se construyen carreteras y vuelan por los cielos aviones colombianos. El intercambio de los Departamentos con la Capital se ha vuelto intenso. Los grandes bancos colombianos abren sucursales por donde quiera y ayudan a un resurgimiento industrial poderoso. Sobre todo la posicin internacional de Colombia se ha reforzado enormemente. El libro de nuestro padre puede haber perdido parte de su actualidad; pero le queda su valor histrico y su radiante simpata para Colombia. Van nuevamente nuestros sinceros agradecimientos al Banco de la Repblica por haberlo incorporado en espaol a la serie de los Archivos de la Economa Nacional. Walter Rothlisberger Anczar Bogot, abril de 1963.
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PROLOGO A LA PRIMERA EDICION En el verano de 1881, don Carlos Holgun, Ministro Plenipotenciario acreditado ante las cortes espaola e inglesa, y luego V"icepresidente de la Repblica suramericana de Colombia habl en Berna ante el Bundesrat (Consejo Federal) de Suiza y en tal ocasin solicit a dicho Consejo, en nombre del Gobierno de su pas designara a un joven suizo, que debera hacerse cargo de la ctedra de Filosofa e Historia de la Universidad Nacional, en Bogot, capital del Estado. En el Bundesrat estuvieron divididas las OpInIOneS sobre la aceptacin de ese cometido. Algunos de sus miembros no queran tomar sobre s la responsabilidad de una misin semejante y del riesgo a que se expona a quien hubiera de desempearla; otros, en cambio, crean se debera corresponder con amabilidad y en un sentido positivo a la confianza demostrada a nuestro pas por un Estado extranjero, confianza que encerraba en s una honrosa preferencia con respecto a Suiza. Los l1efensores de este ltimo criterio fueron concretamente los seores Consejeros doctor E. Welti y Bavier. Por recomendacin del doctor Hibder, Profesor de Historia en la Universidad de Berna y del entonces Rector de la misma, profesor Dr. Nippold, fui propuesto a las autoridades federales
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como persona indicada para aquella mlSlOn, y as, inesperadamente, comenc a ver en vas de realizacin mi cordial anhelo de conocer mundo. Tras largas negociaciones, y "bajo los auspicios del alto Bundesrat suizo", lleg a redactarse un contrato, con la salvaguardia de todos los justos intereses, proyectado de su puo y letra por el seor Consejero Federal Welti, quien a todo provey con su asesora y su ayuda. El contrato fue firmado por el Ministro y por m en Pars, en octubre del ao mencionado. A principios del curso acadmico de 1882 debera tomar posesin de mi cargo en aquella lejana parte del mundo. Quiero expresar pblicamente aqu mi ms profunda gratitud a cuantos favorecieron el logro de aquella misin, tan decisiva para todo mi futuro. Las andanzas, experiencias y observaciones de mi actividad de varios aos en Colombia aparecen expuestas en el presente libro. Hace mucho, en lo esencial se hallaba terminado. De su publicacin me haba abstenido hasta ahora por la acumulacin de trabajo a mi regreso a la patria, as como por el temor de ofrecer a los lectores una visin no depurada todava y demasiado influida, en parte, por amargas pruebas. Sin embargo, no puede decirse que este libro resulte ya anticuado en el momento de su publicacin. El relato de los viajes, por ejemplo, lo he puesto en manos de ms recientes viajeros a Bogot, y me han participado que aqul conserva hoy la validez ms plena. Adems, un pas como Colombia es menos rico en acontecimientos que un Estado de Europa. Por otra parte, el desarrollo de los hechos se ha estabilizado por algn tiempo desde la memorable transformacin de 1885, cuyo escenario fue Colombia. Finalmente, las continuas relaciones mantenidas con mis parientes de all,

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con estudiantes y amigos, as como el trato con colombianos en viaje por Europa, me han permitido mantenerme al da y trazar un cuadro que, para el presente y el futuro inmediato, pueda corresponder suficientemente a la realidad, tanto ms cuanto que lo he considerado con calma y lo he proyectado sin apasionamiento.
El Dorado, reza el ttulo principal del libro. Aquel fabuloso pas del oro, que los conquistadores espaoles, deseosos de botn, esperaban alcanzar en temerarias campaas, fue buscado primeramente en la altiplanicie de Bogot. La leyenda recibi su primer aliento en la desarrollada civilizacin de los primitivos habitantes de la Sabana. El cacique cubierto de polvo de oro, "dorado" en cierta manera, "El Dorado", se ha baado en uno de los pequeos lagos de montaa de los Andes colombianos en homenaje a la divinidad. Solo ms tarde, en la fantasa febril de los aventureros, se ira desplazando paulatinamente hacia el Este del continente suramericano el lugar del nunca alcanzado pas.

Colombia fue para m, aunque no un El Dorado, s un pas al que, con sus bellezas naturales, su notable evolucin histrica, sus contrastes, sus gentes, he cobrado mucho cario y al que, con toda el alma, deseo un porvenir mejor. All se me descubri una rica fuente de observaciones y experiencias, que invito a compartir conmigo a los propicios lectores. Exposiciones ms vivas alternan aqu con descripciones reposadas. Los hechos y destinos del tiempo pasado solo son presentados en estampas culturales cuando, mediante el conocimiento de la vida del pueblo en la actualidad, llega a despertarse el inters por el flur histrico de los fenmenos. Al muchacho gustoso de correras, al joven vido de gloria, al hombre maduro, al maestro, al investigador, lo mismo que a aquellas que injustamente son llamadas "la mitad curiosona del

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gnero humano", confo en poder ofrecer aqu un pequeo obsequio; que no es, ciertamente, un tratado erudito, sino un libro surgido de la vida misma. Berna, en la noche de San Silvestre de 1896.

El Autor

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PROLOGO A LA SEGUNDA EDICION, REFUNDIDA y AMPLIADA Desde la primera aparicin de El Dorado en la editorial Schmid & Francke, Berna, han transcurrido ms de treinta aos. Nuestro padre pensaba haber publicado l mismo una segunda edicin ampliada del libro, ya agotado, y escribir un eplogo para esta obra. Pero entre el propsito y la realizacin, sobrevino su rpida muerte el 29 de enero de 1926. Al concebir nosotros la idea de una nueva edicin, nos hallbamos ciertamente convencidos de no poder llevar a trmino esa tarea con la misma autenticidad y tono con que nuestro padre lo hubiera hecho. Estamos obligados, pues, a dar algunas explicaciones de por qu, no obstante, nos hemos atrevido a tal empresa. Ante todo, deseamos honrar la memoria de nuestro padre. El am a Colombia, y anhel siempre para cuando llegara el ocaso de su edad, visitar de nuevo el pas en cuya Universidad alcanzara sus primeros xitos de profesor, siendo todava muy joven. Pero no solo nos gua el propsito de perpetuar el recuerdo de la actividad acadmica de nuestro padre, pues el Profesor Dr. Ernst Rothlisberger conquist ms tarde un prestigio duradero por su trabajo profesional y sus obras en el campo cientfico del derecho de autor y como Director de la Oficina Internacional de la Propiedad Intelectual. Por el contrario, estamos conven- XVII -

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cidos de que los pases florecientes como Colombia, aunque se hallen en perodo de pujante crecimiento econmico, solo pueden ser realmente entendidos por medio de una profunda penetracin en el carcter y cultura del pueblo. En esa comprensi6n de lo esencial, en la magistral exposicin de la Historia de Colombia, de la vida espiritual de la clase superior y culta, como de la ingenua sencillez de los estratos populares, reside en verdad el valor permanente de El Dorado. Este libro no puede envejecer, porque va al fondo mismo de las cosas. Su tema ha sido agotado con una intencin tan cordial y, al mismo tiempo, tan imperturbablemente justa, que ninguna de las obras desde entonces escritas sobre Colombia puede medirse con ella en ese aspecto. En este nuestro tiempo del progreso tcnico y econmico, la ndole y mentalidad de los hombres se ha desarrollado en Suramrica de modo apenas diferente que en el Viejo Mundo. Pero all la penetracin de los ltimos logros se produce de una manera ms discontinua y brusca que en Europa, y por eso lo viejo y lo nuevo permanecen frecuentemente uno al lado de lo otro y sin mezclarse, y por eso tambin se presentan ms marcadamente los contrastes entre civilizacin externa y cultura interna, aumentado esto por otros contrastes: los que existen entre las diversas clases sociales y entre las diferentes razas. La pintura de estas variadas relaciones pudimos enriquecerla nosotros, sobre el propio conocimiento del pas, completando el desarrollo hasta nuestros das y colocando estas referencias, en cada caso, junto a lo que conserva vigencia desde el tiempo de nuestro padre y que constituye el valor imperecedero del libro. La mencionada ampliacin se efecta agregando a los captulos apndices especiales que enlazan con la exposicin primitiva y describen la situacin en la actualidad. Estos textos complemen_ tarios se distinguen de la versin original por medio de una clara separacin.
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Viene en abono nuestro el que Walter Rothlisberger haya fijado su residencia en Bogot, desde 1920 como comerciante y en el desempeo del cargo de Cnsul de su nacin y que, gracias a los largos viajes realizados, conozca a fondo tierras y gentes de Colombia. As, El Dorado, de modo espontneo, y con particular encanto para algunos lectores, refleja los distintos aspectos del pas tal como padre e hij os, cada cual en su poca, los contemplaron. En la valoracin de las observaciones complementarias, y en especial en el apndice acerca de los nuevos problemas econmicos, debera tenerse presente el acusado personalismo de las jvenes repblicas de Suramrica, que frecuentemente rechazan como abusiva intromisin los reparos crticos formulados por extranj eros. El colombiano de nuestros das, en efecto, es sumamente sensible a toda critica que se haga a su pas. Pero no toda crtica encierra una censura. Hay cosas en Colombia que, si se les aplicara de continuo un serio examen, podran mejorarse con poco esfuerzo. Pero el inmigrante prefiere reservarse su opinin antes que ser catalogado como extranjero descontentadizo. Expresamos nuestra mxima gratitud a cuantos han contribudo a hacer realidad esta nueva edicin, y especialmente a la Editorial Strecker und Schroder, cuyo nombre es ya una garanta de que la segunda versin de El Dorado habr de responder a muy altas exigencias. Cordial agradecimiento debemos adems a los seores Dr. Hermann Eugster, Paul Forrer, Dr. Ernst Ritter y Erns Muhs, que han enriquecido nuestra coleccin de fotografas con otras muchas, en parte originales. Por ltimo, con la inclusin de un mapa lo bastante fiel, para el cual nos facilit gentilmente sus materias la Casa Kmmerly & Frey, de Berna, creemos corresponder a un deseo, repetidamente expresado, cuanto ms que la Editorial, lo mismo en este caso que en 10 tocante a los grabados, se esmer en conseguir una presentacin ejemplar.

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El Dorado es algo ms que un libro de VIaJes, puramente recreativo, o una gua econmica. Con toda la viveza y detalle de la descripcin, la obra se dirige, en efecto, a las personas cultas que desean formarse un juicio a fondo sobre Colombia. Apoyndose en el maduro saber del padre, y completado por las propias experiencias de los hijos, * este libro apunta, por encima de nuestro tiempo, hacia el futuro de un pas rico y progresivo. Berna, 1Q de agosto de 1929. Manuel, Walter y Blanca Rothlisberger

*El texto de los editores, en cada caso, aparece separado del texto orig inal por una lnea al centro. (N. del T.): En los ndices de los captulos el nuevo texto figura ba jo la palabra Apndice.

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A COLOMBIA

... El mar, cuando permanece tranquilo y bello, se hace pronto montono. Pese a que el tiempo no se nos haca largo, todos experimentamos una ntima alegra al descubrir tierra aquel domingo de diciembre a las 8 de la maana. Era la isla La Dsirade, de costas amarillas, faltas de vegetacin, precipitndose abruptas hacia el batiente mar. A la izquierda se extiende la faja alargada, envuelta en azul, de la isla Marie Galante, del grupo de la Guadeloupe. En primer trmino, la isla Les Saintes, sobre la que se alza el Fort Napoleon, llamado por su reciedumbre "el Gibraltar de las Antillas". Navegando por delante del extremo de esta isla, que denominan "Pointe des chateaux", y ante los tres islotes fortificados que cierran la entrada, penetramos en el puerto. El fondeadero de Pointe-a-Pitre en Guadaloupe es uno de los ms hermosos y pintorescos del mundo. En el centro del semicrculo, pegada a la orilla, est la ciudad, cercada por una vegetacin de extrema exuberancia. Las palmas se delnean en el quieto horizonte. Nuestro buque es rodeado inmediatamente por pequeos botes. Llega un grupo de negros hasta la cubierta, y con una insistencia a la que a veces no cabe oponer ms que gestos violentos, como alzar el bastn, declaran, en un gritero ensordecedor y en un francs horrible, que desean llevarnos a tierra. Hicimos dos visitas a la ciudad, porque esperbamos encontrar all ms frescor que en el buque, cosa en la que, ciertamente nos equivocamos por entero.

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Pointe-a-Pitre, edificada sobre un volcn y expuesta siempre a sacudidas ssmicas ms o menos fuertes, fue destruda en 1843 por un terremoto, y en 1871 por un incendio; luego volvieron a construrla. Sus feas casas estn separadas por delgados muros de piedra, sostenidos a su vez por barras de hierro. Tambin la iglesia de Sto Julien se apoya en recios pilares de hierro, de un estilo semigtico, y tiene escaleras de caracol que llevan a una galera de aspecto romnico, cuya pintura imita madera. El empedrado de las calles brilla por su ausencia en casi todas partes, y all donde existe sera mejor que no lo hubiera. Especialmente animada aparece la plaza del mercado, donde se ven negros y negras, lo mismo que mulatos en todas las gamas, y mujeres indias de cabellos lisos, ataviadas con los trajes ms diversos, no faltando los de color rojo vivsimo. Las negras, engalanadas con pesados adornos de poco precio, llevan en su mayora un vestido de tela indiana, sujeto con un cinturn por debajo del pecho. Otras se ufanan de su indumentaria europea. Se nos ofrece frecuentemente caa de azcar cortada en pequeas varas huecas, que estn consideradas como bocado exquisito para el postre, lo que exigira tener los dientes de los negros. El viajero hara bien visitando siempre en primer lugar la plaza de mercado de toda ciudad, y luego las libreras, al objeto de conocer por aqulla la vida material y por stas la espiritual. La espiritual no debe ser gran cosa en Pointe-a-Pitre, pues, aparte de una infinidad de novelas espeluznantes, solo estaban all representados autores como Alejandro Dumas, Julio Verne, Musset y Lamartine. De libros extranjeros ni de obras histricas, que yo ped, no exista nada. Despus de veinticuatro horas que dur la escala, al medioda del 12 de diciembre suena un caonazo como aviso de la partida para los pasajeros que se encuentran en tierra. Nuestro buque pone proa a la mar abierta, que brilla plateada en la lejana rizndose suavemente, y que, separada por una lnea de
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nuestra lisa baha, se asemeja casi a una cadena montaosa que se empinara bruscamente. El barco se desliza ahora junto a las frtiles orillas cubiertas de amarillas plantaciones de caa de azcar, sobre las que se alza espesa selva virgen a lo largo de las elevadas crestas (la cumbre ms alta alcanza 1.570 metros). Pasamos junto al "ro salado" que parte en dos la isla, y rodeando un picudo acantilado, nos acercamos a la ciudad de los funcionarios de Guadaloupe, Basse-Terre, a la que arribamos hacia las cinco de la tarde. Los mejores edificios estn bastante arriba, ocultos entre palmeras. A la orilla no se han construdo muelles; las casas descienden directamente hasta el mar con sus sombros muros. El resto de la ciudad es exguo y feo. A media hora de camino, por encima del poblado y a 800 metros de altura, est el campamento de la guarnicin. La vida fluye reposada en esta ciudad de funcionarios, pues, como nos dice el Mayor de las tropas, raramente hay desrdenes de carcter poltico; los negros son buenos y respetuosos. Despus de media hora, levamos anclas. Pronto se echa encima la oscuridad. Caen aguaceros, sin que eso llegue a enfriar la atmsfera. Pasamos ante la isla Dominique, que se levanta all como una masa negra. Hacia las dos y media de la madrugada atracamos en el golfo de la ciudad comercial de Sto Pi erre en la isla Martinique. Resulta encantador el espectculo del desembarco de los pasajeros bajo el brillo titilan te de las estrellas y la luz soadora de la luna en menguante, en medio de la incesante gritera de los negros y el deslizarse de las barcas por el agua tranquila, en la que se reflejan algunas luces de la ciudad, construida en anfiteatro. (Desgraciadamente, en 1902 Sto Pierre qued completamente destruda a causa de la erupcin del MontPel, muriendo 25.000 de sus habitantes). Navegamos hacia la parte oriental de la isla, y despus de hora y media llegamos a la ciudad, residencia del Gobernador de Martinique, Fort-de-France. La poblacin est emplazada sobre
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una enorme baha, distribuda en varios puertos menores y flanqueaoa a la derecha por varios fuertes, rodeados stos por una rica vegetacin, como si la enconada guerra quisiera coquetear con la paz en medio de esta suave naturaleza, escondiendo su crudo aspecto bajo una tnica virginal. Todava ms a la derecha est nuestro puerto, una baha que parece cerrarse por entero, circundada de palmas, semejantes a los lagos italianos, y de tal profundidad que los barcos llegan hasta la misma orilla, a la que se puede pasar por medio de un puente. Este hecho nos libera de la impertinencia de los negros, que en otras partes quieren hacernos desembarcar por la fuerza. En cambio, se nos muestran en un nuevo aspecto; apenas nuestros ojos se han adaptado un poco a la contemplacin del espectculo natural, una docena de negros, muchachotes de unos catorce a diecis~ete aos, fornidos, musculosos y de excelente contextura, se lanzan al agua, nadan en torno al buque y pordiosean algunos cntimos entre un repugnante croar, "angv, angv", que trata de significar "envoi". Si se arrojan unas monedas desde la borda, aquella caterva se sumerge como posesa, con sorprendente flexibilidad y rapidez, y all cabeza abajo, forman con sus piernas un revoltijo curiossimo, dejando ver las blancas plantas de los pies. El siempre seguro buceador toma la moneda en la boca y la ensea entre muecas al salir a la superficie. Nos complaci mucho una visita que hicimos a la ciudad. Llegamos primero a un lugar de la baha que est a la derecha del fuerte, y all, enmarcando el libre espacio cubierto de yerbas, haba unos viejos rboles, ejemplares verdaderamente magnficos. En medio, la estatua en mrmol de la Emperatriz Josefina, esposa de Napolen Bonaparte, aqu nacida y aqu sacrificada a la ambicin, miraba melanclica al mar rodeada por seis esbeltas palmeras. Junto a este lugar pasa la va ms bella de la ciudad, con las casas del Gobernador y del Procurador, circundadas de lindos jardines. En todas sus partes la ciudad est bien

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construda, es amplia, limpia y posee una aceptable pavimentacin. Pero al fondo del valle se ven las miserables barracas de madera de los negros. En el borde de la meseta que domina la ciudad estn los cuarteles de la Artillera de Marina. Y, realmente, la proteccin militar es necesaria aqu para los europeos. Los negros, por sumisos que, ante mis ojos, se entreguen presos al servidor de la justicia, armado de un simple bastn de caa y siendo suficiente para ello un mnimo contacto, constituyen, sin embargo, enorme mayora frente a los blancos y los indios. En el fondo son de natural maliciosos y alimentan un odio mortal contra el blanco, que como a mercanca los trat y maltrat hasta el ao 1848. Desde 1870 los negros envan principalmente mulatos como representantes a la Cmara francesa, pues los blancos ya no se atreven a acudir a las urnas. Del desamparo de los negros se nos ofreci un convincente cuadro. Nuestro buque tena que tomar un nuevo cargamento de carbn, que en grandes montones se hallaba ya acumulado en la orilla. Se organizaron dos o tres cuadrillas de negros, en su mayor parte mujeres, y cada uno de ambos grupos constitua una columna, una que bajaba y otra que suba, una que se apresuraba hacia el barco y otra que corra por la carga, llevando sta desde diversos lados. j Qu visin de infierno! Se precipitan aquellas figuras negras, jadeando por el peso que sobre la cabeza traen. Un sudor fangoso cubre sus feas facciones. Las negras de ms baja condicin se envuelven en una mezquina camisa, que les llega a la rodilla, y en algunas prendas harapientas para cubrirse el busto. La prisa por volcar el mayor nmero posible de cestos en la negra panza del buque es de una ansiedad febril; y para que sta no se paralice, un negro viejo va golpeando incesantemente con sus dedos largos y extendidos un tambor del aspecto de un tronco de rbol, sobre el cual se halla montado a horcajadas. En una especie de xtasis, producido acaso por ebriedad o alucinacin, el negro acompaa su satnico redoble con un
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aullido inarticulado, con muecas del rostro y contorsiones del cuerpo. Su grito, en el que se distingue de cuando en cuando el canto, o, por mejor decir, el balido, de las slabas "be, be", es repetido por las negras que van y vienen, y las ms exaltadas de ellas lo acompaan con estremecimientos y lascivo danzar. As trabajan febrilmente durante unas tres horas; entonces, toda aquella turba se desploma unnimemente, como segada por la embriaguez. A las tres horas se reanuda de igual manera el trabajo. El control se practica con sumo sentido prctico, recibiendo cada cargadora una ficha por carga llevada, adems de lo cual debe pasar por una mquina contadora, o una bscula, que marca el nmero de los viajes. Especialmente siniestra resultaba la alucinante escena al contemplarla durante la noche. Seis lmparas iluminaban vivamente el barco y la orilla, mientras lo encantadoramente mgico de la Naturaleza se aplastaba bajo lo diablico y fantasmal de los hombres. Como las ventanillas de los camarotes haban sido cerradas para evitar la entrada del polvo del carbn, a causa del insoportable calor no nos qued otro remedio que pasar la noche sobre cubierta; pero el ruido que movan aquellos monstruos de carbn haca imposible todo reposo. Al da siguiente, a las doce, ::alimos de Fort-de-France. Despus de veinte horas de travesa, aparece la costa del continente suramericano, una lnea azul que se parece a la de las montaas del Jura. Al navegar ms cerca vemos que estas estribaciones de la Cordillera Oriental de los Andes descienden en abruptos promontorios cubiertos de bosque para dar directamente en el mar, sin transicin, dejando de trecho en trecho algn espacio para angostas fajas de terreno y cortndose solo por estrechas y secas torrenteras. No hay, pues, all verdaderos valles longitudinales, y tambin falta la vivienda. Despus de una arribada a Carpano, en la costa de Venezuela, donde perdemos toda una tarde, salimos de nuevo a alta mar con el fin de evitar la multi- 6 -

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tud de islas y escollos prximos a aquella costa. Los delfines saltan desde hace algunos das en torno a nuestro barco, tan pronto elevndose hasta varios pies sobre el agua como sumergindose con pareja rapidez y nadando bajo la superficie cual si quisieran competir en celeridad con el buque. Al otro da, las plantaciones de caa de azcar junto a la costa, fbricas de muros encalados con altos hornos, y luego los bellos balnearios de Macuto, magnficas villas y, por fin, un camposanto pintorescamente engarzado entre los cultivos de caa que le rodean, todo esto nos anuncia la cercana de una poblacin de mayor importancia. Hacia el atardecer anclamos ante la ciudad portuaria de la Guaira, en Venezuela. La Guaira, encajonada en un valle muy estrecho y apretada contra escarpadas peas revestidas de verdor, debe su importancia a la proximidad de la capital venezolana, Caracas, que se oculta arriba en la planicie (912 metros de altura) en situacin sana y protegida. El puerto de la Guaira es muy clebre por sus vientos poco favorables; la mar est all casi siempre movida y azota con vehemencia contra los muelles, contra el dique de proteccin y contra los propios muros de la ciudad. Lo que hace an ms perentorias estas circunstancias es la gran cantidad de tiburones, que con las dificultades del desembarco encuentran propicia ocasin de botn. Por lo dems, no puede decirse que sea feo el aspecto de la poblacin, con su iglesia -caracterizada por una torre visible bien de lej os, pero tambin por la informe fbrica del edificio- y con sus casas de tejados rojos y de muros enjalbegados de blanco o amarillo. En la altura hay un puesto de defensa, cuyos caones dirigen hacia abajo sus bocas amenazadoras. El insufrible calor ( alrededor de 36 C a la sombra!), as como las fiebres, hacen de aquella escala una de las ms tristes y duras. Afortunadamente, ahora funciona un ferrocarril que sube a Caracas, de modo que la capital resulta accesible en unas pocas horas, enorme ventaja de la cual no goza Colombia.

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Ahora navegamos a lo largo de la costa de Venezuela, y el 17 de diciembre, da en que deberamos haber desembarcado ya en Colombia, llegamos a otro puerto venezolano, Puerto Cabello, as llamado porque el mar se considera aqu tan manso que los barcos pueden amarrarse con un pelo. Tambin aqu, como en Fort-de-France, penetramos hasta el final de la baha y pasamos a tierra por un puente de desembarco. Puerto Cabello es una poblacin bastante agradable, bien situada y punto de partida del camino que conduce a la metrpoli mercantil, Valencia, en el interior del pas. Un pequeo jardn botnico situado en la costa da ocasin para un paseo placentero y, por lo menos, testimonia hasta cierto punto el sentido artstico de las autoridades. A la izquierda de la boca del puerto, y solo separada de la costa por un pequeo brazo de mar, hay una isla -que dista de nosotros un tiro de arco- sobre la que se alza una antiqusima y baja fortaleza medio en ruinas. Tiene unos muros amarillentos que miran sobre el mar a la altura de un primer piso y que, guarnecidos de bocas de fuego, suscitan ms bien la impresin de desamparo que la de podero. Esta fortaleza es un venerable monumento de la Guerra de la Independencia. Objeto de muchas luchas, primero sirvi de continuo a los espaoles para sus operaciones navales y en el interior. Aqu ha vertido su sangre, o gemido bajo las oscuras bvedas, ms de algn republicano y patriota. Con la entrega de esta fortificacin, desaloj aron los espaoles, el 1Q de diciembre de 1823, el territorio del ya libre Estado de Colombia. El martes, 20 de diciembre, nuestro vapor "Saint Simon", aunque con tres das de demora, naveg ya a lo largo de la costa colombiana. Hacia las diez nos detuvimos en alta mar. Para sorpresa nuestra, se nos comunic que aquel era el final de la travesa martima, que aquel era nuestro punto de destino. La mirada se tendi vagamente en busca de alguna referencia que pudiera servir de fundamento a tal enigma. Nada. En torno a
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nosotros se vean riberas cubiertas de boscaje. De viviendas humanas, ni rastro; salvo que se tuviera en cuenta un faro que se alza all a la derecha. En lontananza, por el lado izquierdo, se extiende una llanura negra y pelada, que se nos seala como el delta del ro Magdalena, que aqu desemboca. Este era, pues, el pas en el que por algunos aos deba yo ensear ciencia. .. y que comenzaba con semej ante desierto. Cmo poda imaginarme all una cultura, una vida intelectual altamente desarrollada, tal como me la haban pintado? Por fin, saliendo de la oscuridad, fue avanzando hacia nosotros un pequeo vapor remolcador; de l salieron algunos funcionarios que comprobaron los papeles y volvieron a partir hacia tierra, seran las horas del medioda, con los cuatro pasajeros que all queran desembarcar. Esos funcionarios eran, los ms, gente muy esbelta, bien parecida, de oj os brillantes y rasgos enrgicos, que tenan en s algo simptico, de modo que me fu tranquilizando poco a poco. Pero entre ellos haba tambin algunos individuos cuyas heridas, recibidas en las guerras civiles, no despertaban una especial confianza; as el cobrador del vaporcito, que se haba sujetado con un pauelo su mandbula artificial. Bajo la opresin de una temperatura ciertamente aniquiladora, llegamos al puerto de Sabanilla. i Nueva sorpresa! Solo que aqu se vean ya unos rieles que se prolongaban hacia el puente de desembarco; pero era en vano buscar una ciudad portuaria. Sobre el calvo suelo arenoso de la baha haba algunas cabaas de bamb con techo de paj a; miserables barracas de pescadores. y la estacin de la va frrea que aqu tena su origen poda llamarse mej or un tinglado para mercancas, una especie de corral. Pero DOS sentamos felices de librarnos algo de los rayos del sol, si bien es verdad que nos ahogbamos de sed. La gentileza con que nos ofreci unos vasos de agua el Comandante del puerto -el luego, en una de las ltimas revolu-

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ciones, famoso General Fr. Palacios- la dignidad y firme espritu con que se expres, fueron cosas que me impresionaron no poco. Al fin lleg el tren. Tiraba de l una locomotora del ms extrao tipo, de tnder panzudo y grandes ruedas. Los vagones tenan solo dos filas de asientos continuos y gozaban de la mxima ventilacin. Montamos y, en medio de un formidable traqueteo a causa del mal fundamento de la va, al cabo de hora y media llegamos a Barranquilla. La regin del trayecto era llana, y la relativa pobreza de la vegetacin, los desmedrados rboles, los muchos arbustos y matojos espinosos no dejaban por eso de acrecentar la admiracin ante aquella flora tropical. Al fin, sobre las dos de la tarde se nos hizo bajar en la estacin de Barranquilla. Seguidamente nos mandaron a la Aduana, donde hube de abrir todas mis maletas, pese a la carta de recomendacin del seor Ministro Plenipotenciario Holgun, o tal vez a causa de la carta de recomendacin, pues entre el severo seor funcionario administrativo y el seor Ministro no deban estar las cosas del todo bien in politicis. Despus de una hora de bao de sudor, consecuencia del abrir y cerrar mis demasiado llenas maletas, sin ms molestia fu despachado. Los aduaneros no podan contener la risa de cuando en cuando ante los objetos que lleva consigo un viajero poco conocedor de aquellos pases. Hacia el atardecer nos hallbamos en el Hotel Colombia, excelentemente atendidos; despus de veintisiete das pude volver a dormir tranquilamente en una cama sobre tierra firme. En la actualidad el desembarco se realiza, ciertamente, en forma mucho ms cmoda. La lnea frrea se prolong un trozo ms hacia el Noroeste desde la ahora ya un tanto abandonada Sabanilla, en la baha del mismo nombre, y tiene su terminal en Puerto Colombia, donde hasta los vapores ms grandes pueden atracar junto a un enorme puente de desembarco, siendo ya innecesarios los remolcadores. Por ello tambin, los viajeros
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pondrn pie en tierra con menos sorpresas que antao. Barranquilla, fundada en 1669, es cabeza de un distrito; hoy da, del Departamento del Atlntico. Se halla situada a la orilla izquierda del ro Magdalena, en un brazo del mismo, que se asemeja a un lago, el llamado Cao. El auge experimentado por esta ciudad en los ltimos aos es un fenmeno tpicamente americano, habindose debido concretamente al establecimiento de la navegacin a vapor por el Magdalena y al traslado de la estacin aduanera de Sabanilla. Pero la prosperidad de este emporio de Colombia ser todava mayor cuando las llamadas "Bocas de Ceniza", las desembocaduras del Magdalena obstaculizadas por arenas y lodo, puedan ser abiertas, mediante mtodos artificiales, hasta a los barcos de mximo calado, cosa proyectada hace mucho, y cuando se mej oren las instalaciones ferroviarias. En efecto, son necesarias todava grandes mejoras en las comunicaciones, si es que Barranquilla no quiere perder la supremaca, toda vez que su rival, Santa Marta, al Este, tiene un puerto mucho ms sosegado y est construyendo tambin un ferrocarril que debe llegar hasta el Magdalena. Igualmente Cartagena, al Occidente, trata de aumentar su prosperidad. Pero hoy da la mayor parte del trfico pasa por Barranquilla, y de sus aduanas proceden anualmente los principales ingresos del pas. Bajo el influjo del comercio, la ciudad ha crecido considerablemente. En el ao 1866 no se haba establecido aqu ni una sola panadera, pues todo el mundo coca patriarcalmente el pan en su propia casa. Un viajero de entonces, Hulls, no encontr en la oficina de correos pluma, tinta ni papel. Todas las casas tenan cubierta de paja; pero ahora, contemplada la ciudad desde la torre de la iglesia de San Nicols, ofrece una excelente impresin. En los barrios principales, donde vive la aristocracia del comercio, estn las grandes casas de mampostera de la ms importante gente de negocios, edificios de dos plantas, por lo comn, de recia arquitectura y al viejo estilo espaol: abajo,
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dando a la calle, el gran almacn lleno de mercancas, abierto a todo el mundo, aireado, sin ventanas; arriba, las habitaciones. Los techos de estas casas de gente notable son llanos y constituyen verdaderas terrazas de piedra, por las que, de maanita, puede uno pasearse. A travs de un gran portn se penetra en la casa; primero hay un vestbulo y luego viene el patio, donde arbustos y flores dan gozo a los ojos. En torno al patio corre una galera, y arriba una balconada de madera, en la cual se toma el fresco y donde tambin se come. En los cuartos hay mecedoras y esteras de paja; la instalacin es, en algunos casos, elegante y cmoda. Las afueras, por el contrario, no resultan muy seductoras; en su mayor parte, no hay all sino casas de una sola planta, cuyas puertas se hallan siempre abiertas, de modo que se puede alcanzar a ver la primera pieza, una pequea sala generalmente. Muchas de estas viviendas situadas fuera del casco de la poblacin tienen cubierta de paja y sus materiales de construccin se reducen, por 10 dems, a adobes y ladrillos, con su revoque blanco. El suelo es de tierra apisonada. Enteramente en la periferia se encuentran las cabaas de las clases ms bajas, cuyo mobiliario lo forman, poco ms o menos, una mesa, algunas sillas de madera con tapizado de piel, y esteras en lugar de colchones. Nios desnudos o semidesnudos son all elemento propio del ambiente. Pero por todas partes encuentran los ojos benfico sosiego, y compensacin de mirar las calles de arena, con el verdor de los jardines, las muchas palmas y arbustos que abren en toda su extensin la llanura sobre que se asienta la ciudad. Por la tarde el cuadro es encantador: en la lejana, desde la torre de la iglesia, se ve el mar; a la derecha, el ancho ro plateado; hacia el Sur, la llanura inmensa, y hacia el Oriente, las gigantescas cumbres de la Sierra N evada de Santa Marta, de 5.800 a 6.000 metros de altitud, que dora el crepsculo y que arden en luz como si fueran nuestros Alpes.
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La vida en Barranquilla es montona para aquel que busque diversiones exquisitas; pero la acogida que se encuentra en las mejores familias es por dems amable. Durante el da se trabaja muchsimo en los negocios. Por las anchas calles, a menudo cubiertas todava de ardiente arena, pasan a gran velocidad los ligeros coches de caballos, que le ahorran a uno el caminar por aquellos arenales. Pero as que se da por concluda la jornada a las seis, y llega la noche con su agradable frescor, se empieza a hacer una vida muy diferente. Todo el mundo se sienta a la puerta de casa. Las mujeres, ya compuestas, se mecen en sus sillas con autntica nonchalance tropical. Por todas partes resuena alguna msica, bien sea el taido de los instrumentos nacionales -la guitarra o, los ms pequeos, vihuela y tiple-, bien el canto de las alegres melodas y sentimentales canciones amorosas (en modo menor) que se escuchan de continuo en la sonora lengua espaola. Tienen lugar bailes y veladas, y el barranquillero castizo trata de divertirse, bromear y amar cuanto le es posible. En Barranquilla me encontr tambin con algunos suizos (comerciantes y relojeros) en cuya compaa vi con detalle las cosas notables de la ciudad. Estas eran, en primer lugar, el Hospital, situado en las afueras de la poblacin y regentado ejemplarmente por piadosas hermanas francesas, donde se atiende con carcter gratuito a enfermos de todos los pases; vi tambin el cementerio y luego la instalacin de distribucin de aguas, mal llamada "acueducto". Antes, el agua para beber deba ser sacada del sucio Cao, para filtrarla seguidamente; las enfermedades eran por ello endmicas. Pero ahora el agua ya sometida a depuracin se sube por medio de bomba a un depsito situado sobre una pequea altura que domina la ciudad, y desde all se la conduce a las diversas fuentes; un progreso de incalculable trascendencia. N o obstante, el agua sigue siendo no del todo clara, y por esa razn es necesario filtrarla en las casas

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por medio de gruesas piedras porosas. Cierto que con ello ha desaparecido de Barranquilla una figura bastante potica, la del aguador, o, mejor dicho, el arriero (y jinete) de los borriquillos que, en nmero de cinco mil, cargados con dos barrilitos de agua, hacan el servicio con notable presteza e inteligencia. Estos asnillos se ven hoy todava transportando grandes cargas de yerba o caa de azcar destinadas para pienso del ganado, y es curioso y enternecedor a un tiempo contemplar la agilidad y viveza con que se mueven por las calles bajo el sol tropical. Por la noche se les deja en libertad y vagan de un lado para otro; dada su sobriedad, se contentan con hallar un poco de alimento. Las visitas a nuestros compatriotas acabaron por ponernos en situacin de conocer ms en detalles sus respectivos negocios. En Barranquilla, lo mismo que en la mayor parte de las ciudades de Colombia, todo negociante debe tener, o debera tener, en sus almacenes la mxima diversidad de artculos. Solo en los ltimos aos se ha impuesto algo ms la divisin del trabajo, estructurndose de forma ms unitaria el depsito de mercancas. Pero en aquel tiempo se aparecan unas al lado de las otras todas las cosas que se encontraran en una de nuestras ciudades si juntaran las tiendas de una calle entera. Por supuesto, el comercio ha sufrido tambin mucho baj o las revoluciones, no haciendo todos los progresos que hubieran sido de desear porque todo partido, al producirse un levantamiento, quiere apoderarse de Barranquilla y, por tanto, de los ingresos de sus aduanas, y porque el gobierno ha impuesto contribuciones muy considerables. Pero, pese a todo, la ciudad tiene un gran futuro, y ello se lo debe no en ltimo lugar al influjo de los acreditados comerciantes extranjeros. Barranquilla es la plaza donde los inmigrantes se han adaptado ms rpidamente, contribuyendo mucho a su embellecimiento y mej oras. El clima no es precisamente insalubre, siempre que se haga una vida de- 14 -

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bidamente moderada; sin embargo, el fuerte calor produce efectos agotadores. El recin llegado debe ser muy precavido en comer frutas, pues, de lo contrario, enferma con facilidad. El tiempo de lluvias es, sin duda, peligroso para personas enfermas; y concretamente los meses de septiembre y octubre, la poca de los vientos fuertes, son en extremo desagradables.

La travesa martima por las Antillas francesas tal como nuestro padre la describe tiene, en especial, una significacin histrica para el viajero que hoy llega directamente a Colombia, ya que las grandes compaas de vapores prefieren ahora hacer el viaje por Trinidad, La Guaira y Curazao. El desembarco en la costa colombiana ha perdido mucho de su ambiente romntico; en la actualidad todo se hace de manera ms rpida y adecuada. Pero la apertura de las bocas del Magdalena a la navegacin de gran tonelaje, as como la ampliacin de las instalaciones martimas de Barranquilla para hacer de ellas un puerto moderno, son cosas que hoy da estn an por realizar, pese a los muchos planes y proyectos existentes, si bien desde hace algn tiempo trabaja en ello una firma constructora norteamericana con ayuda estatal. Para el comercio y el trfico hacia el interior del pas, la comunicacin directa de Barranquilla con el mar sera, naturalmente, un verdadero beneficio. Hasta tanto. se sigue desembarcando en Puerto Colombia, pero se estn multiplicando ya las quejas de que tambin este sitio se halla a punto de obstrurse con la arena. All se realiza pues, el primero de los muchos trasbordos del barco al tren, y viceversa, que tanto dificultan y encarecen el transporte de mercancas a causa de la falta de un enlace continuo por carretera o por carril. Segn el censo de 1928, Barranquilla tiene unos 140.000 habitantes, y es una de las ciudades de Colombia que se han

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desarrollado con mayo?' rapidez; basta considerar que su poblacin se calculaba el ao 1880 solo en 20.000 o 30.000 almas. El incremento de la construccin, otra cosa no era de esperar, no pudo mantenerse a la par del crecimiento de poblacin, y todas las pequeas cabaas que como hongos surgen del suelo en las afueras, ofrecen un triste cuadro cuando se llega a la ciudad. Dentro del mismo casco urbano, la impresin no es precisamente favorable, pues las calles siguen faltas de un pavimento duradero. Durante los meses secos se asfixia uno con el polvo, y en la estacin lluviosa las calles tienen .una espesa capa de barro. Actualmente se trabala en el alcantarillado, imprescindible para la melora de las condiciones de salubridad. Cuando esta obra est lista, las calles debe'rn ser cementadas, pues el simple asfalto no soporta el sol tropical. Pero, pese a tales desventajas, Barranquilla tiene el encanto de una ciudad en la que se trabaja de firme. Los extranje?'os que llevan ya algn tiempo establecidos all, se han adaptado muy bien. Habitan en el barrio residencial, El Prado, establecido pOt' norteamericanos, hace unos aos, en el alto de una colina y con arreglo a modernos principios. A causa de su elevado emplazamiento, El Prado recibe muy bien la brisa marina y tiene una temperatura de unos 2 C ms bala que Barranquilla, donde el termmetro marca de 30 a 36 e hacia la hora del medioaa. Dado que en Barranquilla tiene lugar el movimiento aduanero principal, pasando seguidamente las mercancas a los vapores fluviales, florece precisamente aqu un activo comercio de intermediarios. Esto se hace expresivo tambin en el hecho de que todos los grandes bancos colombianos 1nantienen sucursales en Barranquilla. Son dignos de mencin, como instituciones bancarias nacionales, el Banco de la Repblica y el de Colombia, y como bancos extranjeros, actualmente, el Banco Alemn Antioqueo, con su central en Bremen, as como el South American Bank Ltd. y el Banco de Londres y Suramrica, residen- 16 -

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tes ambos en Londres. Como industrias propias posee Barranquilla fbricas de jabn, hilaturas de algodn y cerveceras. Como empresa de comunicaciones, que hoy ocupa el centro del general inters, merece ya citarse aqu, y muy destacadamente, la Sociedad Colombo-Alemana de Transportes A'reos (en abreviatura "Scadta") , pues en Barranquilla se encuentran su ae1'opuerto y su base principal. La poblacin de Barranquilla, como la de las dems ciudades portuarias de Suramrica, se halla muy mezclada. En las mejores clases sociales, la ajetreada vida de aqu, dirigida ms a la ganancia que a la instruccin, ha dejado morir algunas viejas costumbres espaolas que se conservan todava en el interior. Esto se ap?'ecia tambin en el idioma; el espaol clsico, como ocurre, por ejemplo, al tragarse la "s" de las terminaciones de plural, queda mutilado PO?' negligencia, habiendo perdido mucho de su armona. En la gente baja llama desagradablemente la atencin el gran mestizaje, pues los muchos cruces entre negros e indios han producido, por desgracia, una raza fesi1na y adems bastante dscola. La importancia de Barranquilla como punto de acceso en la costa atlntica de Colombia, crecer todava enormemente cuando lleguen a realizarse el enlace con la mar abierta y la ampliacin del puerto. Entonces sera posible que la ciudad, hoy todava joven, tomara un potente auge, asegurndose definitivamente la primaca sobre la mucho ms antigua urbe de Cartagena. Cartagena, COnst7U:ida. como fortaleza espaola en una de las islas extendidas ante el litoral, hace grandes esfuerzos para ?'econquista?' su anterior posicin preminente. Cartagena mantiene su enlace con el Magdalena por medio de la va frrea a Calamar y por un canal, el llamado Dique. Pe?'o, adems, en Ca?tagena tiene su inicio otra va que, con el nombre de Fer7'ocarril Central, deber alcanzar las anchas llanu1'as del Departa- 17 -

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mento de Bolvar, especialmente adecuadas para la ganadera, y llegar ms tarde hasta el Departamento de Antioquia con sus importantes minas de oro y mineral de hierro. Posiblemente, esta lnea, hoy en construccin, dar tambin nuevo impulso a las industrias elaboradas de carnes, rama que un packing-house intent introducir en Coveas, cerca de Cartagena. Con razn se hace notar que las distancias desde la costa Nordeste de Colombia a Europa, como tambin a los Estados Unidos, son notablemente ms co'rtas q~le desde la Argentina y el Uruguay. Santa Marta, la tercera ciudad del litoral atlntico colombiano, parece dar poco valor, por ahora, a una comunicacin directa con el interio't del pas, pese a poseer un buen puerto natural. La construccin de una va frrea hasta el Magdalena, comenzada en tiempos, no fue llevada a cabo. Pero esta lnea, con su trozo de unos 50 kilmetros, ha servido para acceder a terrenos que se mostraron extraordinariamente apropiados par ra el cultivo del banano, y Santa Marta se ha convertido ahora en el centro de una impo't tante zona de plantaciones. La United Fruits Co., que ocupa una posicin de monopoliQ en la exportar cin del banano de Amrica Central, y cuyas plantaciones en Colombia, Guatemala, Honduras y Jarnaica proveen al Viejo y Nuevo Mundo, se ha apoderado del puerto y el ferrocarril de Santa Ma'rta. Desde all se efecta la exportacin a Europa de este apreciado fruto tropical por medio de barcos refrigerados, de propia construccin, de la lnea Elders & Fyffes Ltd. Al desembarcar en Colombia, el recin llegado no recibe ya la impresin de monotona o de aislamiento del mundo. Las modernas comunicaciones han infludo aqu con una velocidad casi norteamericana, inundando de vida internacional las regiones costeras. Pero los antiguos contrastes respecto de las tierras altas del interior, con las cuales sigue siendo dificultoso el enlace, antes se han aumentado que disminudo en virtud de este proceso desdibujador de la raza y la lengua.

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2. - POR EL MAGDALENA. - ASCENSO A LOS ANDES Entretanto, haba llegado el da de partir para el interior. La pequea sociedad viajera para Bogot deba embarcarse en el Magdalena el da 24 de diciembre, vspera de Navidad, de 1881. A causa del retraso de nuestro "Saint Simon", habamos perdido el vapor correo del 20 de diciembre y aprovechbamos ahora la mejor ocasin que se presentaba de emprender el viaje ro arriba, y ello despus de escuchar muchas palabras de disuasin y muchos consejos, como luego se vera, bastante acertados. Yo, que a gusto hubiera querido celebrar con los suizos la noche del 24 con una fiesta del rbol de Navidad (de la palma ms bien que del abeto), hube de plegarme a la voluntad de los otros compaeros de viaje, ya que, todava ignorante de la lengua espaola, deseaba agregarme a alguien para la travesa. Eramos solo cuatro viajeros: un comerciante de Bogot, Ed. Pars, algo impedido a consecuencia de un tiro que recibiera en la pierna durante una revolucin, persona muy amable y de lo ms servicial; el seor Miguel Can, primer Ministro argentino que desde Caracas viajaba en misin diplomtica a Bogot, de unos treinta y cinco aos de edad, hombre de mundo, chistoso, deferente, educado segn todas las reglas de los ms refinados salones de Pars y conocedor en particular de la literatura francesa, cuyo sprit se haba asimilado; el tercer compaero de viaje era el joven secretario del anterior, Garca Mrou,
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como l tambin de Buenos Aires, un muchacho esbelto y bien parecido, de nariz aguilea, negra barba recortada y ojos fogosos de mirar profundo, un camarada despreocupado y gozador de la vida en todos sus rdenes, adems de un autntico temperamento potico. Era autor de bellas poesas, si bien algo inmaturas, y un tanto superficialmente instrudo, cosa que l a menudo deploraba, apenas ledo en lo que no fuese literatura francesa (Balzac y Musset, sobre todo). El 24 de diciembre por la tarde subimos a bordo del vapor "Antioquia" en el puerto de la ciudad. Este barco, ya afortunadamente destruido, era uno de los peores, si no el peor, de te dos los vapores fluviales, que sumaban entonces unos veinticinco y estaban repartidos en cinco sociedades de navegacin. Esas embarcaciones estn contrudas segn un modelo muy peculiar, que jams he visto en Europa. Su casco forma como un bote ancho, parecido a una balsa del estilo ferry-boat, y cuyo calado alcanza a lo sumo 5 pies (en los mejores barcos, solo 2 o 3). Sobre esta parte de la obra se levanta, sostenida por columnas, una cubierta en cuya mitad o en cuya porcin de popa han sido dispuestos algunos camarotes para pasajeros. Otro piso ms pequeo, en el que estn los camarotes del capitn y los pilotos, se levanta sobre esta primera cubierta, techada solo por delante y abierta a los costados. Finalmente, constituyendo el piso ms alto, hay una caseta para el piloto de servicio, desde donde este domina el ro, gobierna el barco e imparte rdenes a las mquinas. Estas se encuentran en la parte inferior del barco; en torno suyo estn almacenadas grandes cantidades de lea para alimentar las calderas. Y al lado se ven los bultos de mercancas tirados en desorden y en parte apilados. Por delante y por detrs ascienden chimeneas atravesando los pisos del barco, y aumentando as el calor, ya de suyo suficientemente fuerte. La mayora de los vapores tienen una sola rueda, de notables proporciones, dispuesta en la popa y protegida contra
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la posible introduccin de troncos de rbol. Pero nuestro pobre "Antioquia" llevaba, segn el viejo sistema, dos ruedas laterales, y era adems de mucho calado, de suerte que avanzaba muy torpemente y usando de las mximas precauciones. El espacio disponible para moverse los pasajeros era muy limitado, pues si bien estaba permitido subir al segundo piso, los pasos que all arriba se dieran tenan nmero muy contado, habida cuenta de que esa parte estaba descubierta y el suelo se hallaba revestido de lata. A las cuatro el "Antioquia" hizo resonar su sordo pitido, que anunciaba la marcha a todo Barranquilla, y empez a moverse, primero por el brazo de ro, hasta penetrar en el cauce principal. Era el anochecer. Barranquilla nos miraba seductora desde sus palmares, en tanto que nosotros navegbamos Magdalena arriba; y cuando lleg la noche, y el resplandor de las luces de la ciudad daba sobre nosotros, cre reconocer claramente la casa donde luca el rbol de Navidad de los suizos. Pero a cambio de ello goc de un espectculo por entero diferente, aunque me hizo pensar en un sbado de aquelarre. Baj a las mquinas y me dediqu a mirar cmo los fogoneros iban echando madera sin cesar, salpicando chispas en torno. La cruda luz iluminaba fantasmagricamente a la tripulacin del barco que haba venido a tenderse por el suelo. Se vean all todos los matices de piel: blancos, negros, indios y las muchas mezclas de estas tres razas, mestizos y zambos; todas las estaturas y todas las edades y todas las formas del cuerpo humano. Cuando aquella gente se pona a comer, sentados todos en torno a un gran cubo que contena un sucio caldo, introduciendo all las escudillas o metiendo los dedos, era fcil de reconocer su estado de semibarbarie, pero haba que estimar tambin su laboriosidad y su natural sobrio y sufrido. Tambin nuestras comidas eran notables. En primer lugar, se servan sobre la cubierta superior, exactamente encima del

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abrasador local de las mquinas, de modo que uno coma su pan materialmente baado en el sudor de su frente. Con ceremoniosa cortesa se sentaba a la mesa el Capitn, una faz espantable de barba negra y en punta, que l, sin cesar, se acariciaba mefistoflicamente. Luego, los sudorosos y mugrientos servidores traan a un tiempo todas las viandas, ya medio fras, y cada cual se serva de lo que le vena ms en gana, ponindolo todo junto en un plato. Solo el roastbeef, tan duro como una suela, -o, segn expresin del seor Can, como piel de hipoptamo -era cortado por el propio Capitn y repartido por l a los comensales. Salsas de colores indefinidos flotaban en los platos, y todo estaba aderezado con aj, la pimienta espaola, as que nos arda la garganta. Puede decirse, en verdad, que si nos acercbamos a la mesa era siempre por hambre -cuando sta, pese al terrible calor, se dejaba sentir- y con el propsito de ir sobreviviendo. Solo a una determinada seal del Capitn estaba permitido levantarse de la mesa, y a menudo el tiempo de espera resultaba harto largo. Pero con todo se iba uno conformando, incluso con el agua sucia que para el lavatorio matutino se distribua, directamente extrada del ro. Pero haba un arte que solo con esfuerzo llegaba a aprenderse: el arte de dormir. A eso de las nueve comenzbamos a prepararnos el lecho. Como no era posible permanecer en el camarote de tanto calor como en l haca, dormamos fuera, sobre cubierta. Para tal fin se montaba un armazn, semejante a una cama de campaa, provisto de una lona grosera; era el lecho que el barco facilitaba. Por encima se extenda la estera, un tejido hecho de fibras apropiado para contrarrestar el calor, y luego las sbanas, que, al igual que la estera, traa consigo el pasajero. Se escoga un apoyo cualquiera que se tuviera a mano para hacer las veces de almohada, y luego se pasaba a lo ms esencial, la colocacin del mosquitero, un gran velo cuadrangular de ordinaria muselina. Con la mxima precaucin se desli- 22 -

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zaba uno, medio vestido, bajo aquella tienda de campaa y se trataba de cerrarla hacia afuera lo mejor posible. i Pobre de aquel que al introducirse en la cama dejara alguna pequea abertura por la que pudiera penetrar un mosquito! Apenas haba cerrado los ojos, oa un zumbido montono y senta tambin muy pronto el aguijn del despiadado husped. Imposible cazarlo. Despus de infructuosas luchas, el atormentado viaj ero sola caer muerto de cansancio para despertarse a la maana siguiente con las manos y pies hinchados y con la cabeza febril; tan venenoso es el pinchazo de estos torturadores. Pero a las seis de de la maana, inapelablemente, haba que levantarse, pues era la hora de limpiar la cubierta. Al dormiln se le arroj aba, sin ms, de su pseudo-cama. Sin embargo, una compensacin de todas estas molestias sera para nosotros en los primeros das la novedad del estilo de vida y la belleza del ambiente. En verdad, el viaje por el Magdalena es delicioso. Este ro, tan modesto como resulta en el mapa en proporcin con las tremendas extensiones del continente, es una formidable arteria de comunicacin de Sur a Norte. Constituye por su magnitud la cuarta corriente fluvial de Suramrica. Su longitud es de 1.800 kilmetros, o de 1.700 si se descuentan las ondulaciones de su curso. En el ltimo tramo alcanza a menudo los 1.500 metros de anchura, y a veces se dilata formando un pequeo lago. Las orillas no son tan montonas como se ha dicho, sino, por el contrario, llenas de variedad, y solo raramente presentan un aspecto desrtico. Primero se suceden interminables trechos de marisma, de carcter tropical y muy fecunda; aqu se cran los numerosos ganados de los Departamentos de Bolvar y Magdalena, que luego son llevados a Jamaica. A veces se ve a las vacas entre un pasto tan alto que las oculta hasta el cuello. En el ro aparecen grandes islas. Otras se estn formando ahora. Y hay algunas que, por el choque de las aguas que van abrindose al paso del barco, se remueven

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y se derrumban parcialmente. Pero muchas de estas islas parecen verdaderas avenidas, pues a lo largo de sus riberas corren hileras de rboles -cauchos y ceibas- y entre ellas se ven verdes cintas de yerba. Por otra parte, los pastos, frecuentemente inundados, se interrumpen por pedazos de impenetrable espesura, siempre bajo formas diferentes, y solo de vez en cuando surge una solitaria cabaa de paja en medio de una pequea plantacin de tabaco o de un grupo de palmas bananeras. Los indgenas navegan en canoas, desnudos o semidesnudos, a lo largo de las mrgenes. A veces tambin encontramos bongos, o sea grandes botes cubiertos de hojas de palma secas, que los negros impulsan ro arriba por medio de prtigas, para lo cual clavan estas en el fondo del ro, las apoyan contra el pecho y en tal posicin corren luego, con agilidad felina, sobre la borda de la embarcacin. Estos bongos eran, antes de la navegacin a vapor, el nico medio de transporte para remontar el ro, necesitando a veces, por supuesto, varios meses de viaje. As es que estos barqueros del ro, los llamados bogas, llevan una existencia de las ms duras, pero caracterizada tambin por una cruda sensualidad, por bestiales costumbres, pues cuanto allegan con faena tan ruda lo despilfarran luego en bquicos excesos. Se ven pasar tambin barcos en cuyos flancos, como en los tiempos homricos, van sujetos cueros inflados, que ayudan a transportar ms fcilmente la carga. Y a veces se ve deslizarse ro abajo alguna balsa de bamb, abandonada y sin timn, de las que se utilizan para transportar frutos. De vez en cuando aparece una misrrima aldea de simples chozas agrupadas en torno a una pequea iglesia, que es ms bien un cobertizo algo mayor que las viviendas y en el que cuelgan algunas campanitas bajo un techo de empajado. Pero tambin otros poblados ms grandes ofrecen la deseada ocasin de mirar cosas y de descansar; as, por ejemplo, Calamar, que
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presenta por lo menos dos casas de piedra construdas por entero al estilo moruno, junto al resto del casero, consistente en meras cabaas. Aqu desemboca el llamado Dique, o canal, que une al ro con la ciudad de Cartagena. Esta, un tiempo "reina de las Antillas", solo a duras penas se salva de la ruina, desbordada ya por Barranquilla. Cierto que recientemente la ha aliviado algo el ferrocarril que, a lo largo del canal, llega a Calamar. Pero la mayor parte de los viajeros de Europa prefieren, naturalmente, desembarcar en Puerto Colombia. Sigue el viaje ro arriba. Las umcas interrupciones a que nos vemos obligados son las paradas, bastante frecuentes, para cargar madera, pues el vapor devora una enorme cantidad de combustible. La madera est puesta a secar, apilada, en las orillas, y la tripulacin se encarga de traerla a cuestas hasta el barco. Varias veces vi salir reptando de los montones de madera serpientes venenosas que, o bien eran muertas inmediatamente por los negros, o bien stos las arrojaban al agua con sus propias manos; otras veces los reptiles se deslizaban rpidamente hacia la espesura. Las paradas del vapor nos daban siempre ocasin de admirar la magnfica vegetacin de aquellas riberas y de visitar las cabaas de los leadores. Estas cabaas estn hechas de simples caas de bamb, y ante la puerta cuelga una red, bastante agujereada, para defenderse de los mosquitos. En el interior de la cabaa suele haber un camastro cubierto de paja, algunos tiles de pesca (chinchorro o atarraya), la lanza, y a veces hasta el lujo de un viejo fusil ya medio intil. Son curiosas unas flechas de caa de casi dos metros y medio de longitud y provistas de dos puntas muy afiladas, las cuales se lanzan contra los peces por medio de un arco que llega casi a la altura del pecho, duro como el hierro y casi imposible de desplazar de su posicin. Fuera de esto corresponden al sencillo ajuar la piedra para rallar el maz, o bien una tremenda maza para triturarlo, y la olla (vasija de barro en la que se prepara la sobria comida,

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colocndola al fuego sobre algunas piedras). Maz, que aqu multiplica doscientas veces la cantidad sembrada, bananos, tal vez algo de yuca (tubrculo que llaman "el pan del pobre"), pescado y arroz constituyen la alimentacin de estos granjeros del Magdalena. Cuando necesitan sal, plomos para sus redes, y carabinas o cuchillos, llenan sus piraguas de bananos o de pescado seco y navegan ro abajo hasta alguna aldea; all venden sus productos, compran lo necesario y se vuelven a hundir en su nada. En la indolencia, sin religin, sin educacin social, en total ignorancia, van viviendo estas gentes, no sujetas a autoridad y, sin embargo felices a su manera. No sufren contratiempos, salvo que, por acaso, el jaguar se acerque hasta la casita y se les lleve su riqueza (un cerdo), o que el caimn ande al acecho para hacer su botn, o que una serpiente se les meta en la cabaa. En medio de tales peligros, en un estado primitivo, verdaderamente rousseauniano, pasan su existencia estos hombres, sin formacin, instruccin ni ilustracin, cosas de las que nosotros tanto nos envanecemos, y no trabajan ms de lo necesario ... Ms arriba de Calamar, el ro recibe una corriente tributaria que duplica casi su caudal; es el Cauca, el cual corre separado del Magdalena por la Cordillera Central y que, partiendo del valle de su nombre, atraviesa Antioquia y, despus de recorridos 1.350 kilmetros, afluye al Magdalena en dos brazos principales. La misma desembocadura parece un lago enorme. Por su parte el Magdalena se cambia aqu de la forma ms caprichosa, de tal modo que la navegacin necesita buscarse de continuo nuevos canales. AS, por ejemplo, la ciudad de Momps -famosa por su herosmo durante la guerra de Independecia- se halla completamente aislada del trfico a vapor porque el brazo de ro en que ella se encuentra se ha llenado de arena y no permite ya el paso. Despus de admirar varias noches magnficas y de gozar la vista de las cimas de la Sierra N evada, que refulgan a nues- 26 -

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tra izquierda con el sol del crepsculo, disfrutamos el espectculo de otro ocaso tropical, el ms bello y singular que pueda darse. Fue en Magangu, ciudad provinciana con algunos buenos almacenes y donde anualmente se celebra una gran feria a la que concurren especialmente Barranquilla y todo Bolvar. El ro tiene all 800 metros de anchura, y mirado hacia el Sur parece no tener lmite, lo que aumenta la magnificencia del fenmeno que presenciamos. Nubes rosadas, rojas y prpuras se destacan sobre el fondo anaranjado del poniente. Este se va haciendo cada vez ms amarillo, cada vez ms dorado, mientras el zenit resplandece todava con el ms profundo azul. El agua, en otras ocasiones tan amarillenta, turbia y cenagosa, va pasando del color rosado al rojo vivo y de este al pardo, como jams pintor alguno pudiera imitarlo con su pincel. Y al propio tiempo est todo tan ntidamente claro y tan en profundo reposo, que hasta las alas de los pjaros que revuelan sobre el ro se destacan limpias y exactas. Poco a poco van palideciendo los colores: el rojizo se torna lila; el rosa, violeta, y las nubes purpreas se hacen de un gris azulado con orlas de oro. Otras nubes son de un blanco deslumbrador, virginalmente, nupcialmente puras y luminosas. Al cabo de algunos minutos, todo ha quedado ya envuelto en oscuridad, despus que la solar bola de fuego pareca querer incendiar la tierra y abrasarla. Pero por el otro lado del horizonte se levanta ahora un nuevo resplandor. Es el disco de la luna, casi del mismo tamao que el sol, pero tenue y blanca. Se dibuja en la superficie del agua, primero angulosa, en lneas bruscas y trmulas, hasta que, alta ya en el cielo, queda enteramente reflejada en el ro como deseosa de tomar en l un bao confortador. Las capas superiores del aire son todava ms claras; los verdes bosques del primer trmino se vuelven azulados; las densas sombras del horizonte, ms oscuras y espantables. Nubecillas de plata, ligeras como la espuma, se deslizan cielo arriba y juegan con las estrellas, cuyo brillo

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en el aire difano es cuatro veces ms intenso que en nuestro pas. Por un breve tiempo todo permanece en calma, como si la Naturaleza se dispusiera a entregarse al sueo; pero entonces comienzan una vida y un movimiento, una lucha y un amor que despiertan en el nimo mil sentimientos distintos. El gritero de los pjaros y el ruido que mueven otros muchos animales llega sin cesar a nuestros odos. El grillo hace resonar su estridente msica; en la lejana lanza el jaguar su spero rugido, y grandes tropeles de monos aulladores llenan los bosques con sus quejas, cuya intensidad es comparable al rodar de los truenos en la tempestad. j Ah, las inolvidables noches del Trpico! j Qu diferentes de las nuestras! Aqu, quietud silenciosa, tiniebla y fro. All, el inagotable tejer, crear y agitarse de todas las criaturas. Soplan aires tibios y nos traen balsmicos aromas. Un inefable bienestar corre por nuestros cansados miembros, y soadoramente se hunde el espritu en la esencia primigenia de la Naturaleza. Adelante, adelante sin cesar. All donde los retorcidos brazos del Magdalena vuelven a juntarse, para muy pronto separarse otra vez y formar las numerosas islas de la confluencia con el ro Csar, un poblado se alza sobre una colina, pequea pero muy perceptible en medio de la total lisura de la regin. El lugar se denomina El Banco. Se trata de una posicin militar de primer orden, pues quien domina esta altura, domina tambin toda la navegacin del bajo Magdalena. Por tal motivo, en toda revolucin se pelea tenazmente, por ambas partes, por la posesin de este punto. j Y la naturaleza es, sin embargo, tan pacfica! Muy de lejos, refulge ya El Banco, con su iglesia, sobre la superficie del ro. Los habitantes, que acuden a la llegada del barco para ofrecernos toda clase de esteras y tejidos semejantes, parecen ser de un natural inofensivo y tranquilo. De cuando en cuando se tiende en seal de paz un arco iris que llega desde el horizonte
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hasta casi la quilla del vapor. este magnfico pas!

Qu contrastes tan grandes en

Por un rato, las orillas no presentan ningn encanto especial, a menos que consideremos como tal a los caimanes que a partir de nuestro tercer da de viaje contemplan el barco, con sus ojos saltones, desde las playas o los bancos de arena. A veces estn formando un grupo de ms de una docena. Perezosos, permanecen quietos all con las fauces abiertas. De cuando en cuando, la alimaa junta los dientes con un sonoro crujido. Pero las ms de las veces se adormece en prolongado sueo. Desde el barco le envan muchas balas, pero estas rebotan en sus duras escamas; solo bajo los omoplatos es vulnerable. Cuando se siente molestado, va arrastrndose indolente y tardo hasta el agua. Incluso cuando est mortalmente herido (por ejemplo, cuando se le ha alcanzado en un ojo) ejecuta todava el mismo movimiento, de modo mecnico, para fenecer dentro del agua. AqU y all, se ve flotar uno de estos cadveres, panza arriba, descendiendo por el ro. Hay caimanes que miden hasta 20 pies. Sobre la voracidad de este animal se cuentan las ms curiosas historias; por ejemplo, la ancdota de que un caimn se trag una vez una olla que atascndosele en el estmago, recoga todo el alimento hasta acabar por hambre con la bestia. La autopsia haba puesto en claro los hechos, aunque nadie dice, por supuesto, quin se encarg de la diligencia. Una cosa es cierta: que el que cae al agua y va ro abajo, es atrapado irremediablemente por estos monstruos. Los casos de salvacin se dan solo raramente. A este respecto se dice del caimn que prefiere la carne del blanco a la del negro. Peligroso es sobre todo el animal que ha comido ya carne humana (el "cebado", como los colombianos dicen); ese est siempre en la playa al acecho de nios o mujeres. Por fortuna, la hembra se come la mitad, aproximadamente, de sus mismas cras recin salidas del huevo; una vez que ha derramado por ellas las consabidas lgrimas, es para los super vi- 29
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vientes la ms tierna de las madres. A pesar de los estragos que hacen entre ellos los viajeros, por ser el nico deporte que muchos conocen para que resulte ms corta la travesa por el Magdalena, los caimanes siguen siendo los amos y seores de estas aguas. Pasamos por Bodega Central y Puerto Nacional, de donde sale el camino para Ocaa, en Santander. Luego damos vista a Puerto Wilches; partiendo de aqu se construy un trayecto de va frrea que deba llegar hasta el interior de Santander. Segn los clculos de los polticos, que despilfarraron millones de francos o los emplearon en beneficio propio, ese ferrocarril debera estar terminado hace ya mucho tiempo. Ahora, los pocos kilmetros de va construdos estn en el ms completo y lamentable abandono. i Triste cuadro el de un ferrocarril poltico! La Naturaleza vuelve a desplegar toda su magnificencia. Los montes, sin que uno se de cuenta, van acercndose progresivamente por ambos lados. El bosque virgen se hace cada vez ms alto; grandes plantas trepadoras, de las formas ms extraas y con las flores ms curiosas, cuelgan sobre el agua hasta sumergirse en ella, impidiendo mirar por entre la impenetrable espesura. Troncos de rbol van acumulndose en el ro, que se convierte en un laberinto de innumerables ramificaciones y meandros. Las islas, verdaderas islas de Calipso, se multiplican. La navegacin se hace ms difcil. Entre tanto, ha llegado el da de San Silvestre. Por la tarde, a las seis y tres cuartos, el termmetro marca en el camarote 35 C; fuera, a la sombra, 37 Nos detenemos junto a un pueblecillo escondido entre la selva virgen, pues luego de los primeros das, el viaje no puede proseguirse durante la noche. Inmediatamente de sonar la pitada del vapor, salen del bosque los ms variados tipos de gente, y corren a 10 largo de la ribera, que ahora se ha hecho ms alta, o se acercan en ligeras canoas.
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Llegan las negras, las mulatas e indias con un andar rpido, no exento de gracia y delicadeza, y echados hacia atrs la cabeza y el cuerpo. Las madres llevan a sus pequeos a horcajadas sobre las caderas. E stas gentes ofrecen a los del barco diferentes cosas de comer, y, acurrucados en el suelo, cambian con ellos algunas palabras, sin impertinencia ni descortesa alguna. Pero cuando algn forastero se les dirige en mala forma, saben replicar COn doble crudeza ; luego desaparecen detrs de uno de aquellos magnficos rboles, y tengo la sensacin de que se ret iraran a un mundo desconocido. Se encienden teas, y a su luz temblorosa se va acarreando lea al barco. Con Garca Mrou hago un recorrido por la ribera llevando por gua a un negro. Vamos armados de largas varas por si se nos cruza alguna serpiente en el camino; partindoles de un golpe el espinazo, ya no hay peligro. Nos metemos por una oscura senda entre pltanos, rboles que alcanzan una altura de ms de seis metros y cuyas hojas son tan grandes que en una de ellas puede envolverse una persona. Llegamos al fin a un claro donde hombres, mujeres y nios se hallan reunidos en torno a una hoguera. Pronto, y ya que, despus de algunas palabras, se despreocupan de nosotros, comienza el currulao, danza negra, expresiva de toda la brutal energa del boga y del zambo. El baile se ejecuta al son de la gaita, que repite melanclicamente las mismas notas, y con el acompaamiento del tamboril. Alrededor del fuego se mueven las parejas como fantasmas de delirio, en tanto los espectadores se alzan all inmviles, iguales a los troncos de una arboleda que devorasen las llamas. Pero el bosque en torno se aparece como una negra caverna. No entrar en la descripcin de la danza, con sus salvajes movimientos, tan pronto sensuales como lnguidos o apasionados. Aqu no se baila con entusiasmo o con el corazn, sino con el instinto puramente mecnico que habita la carne. Existe una profunda diferencia entre nuestro trabajo social, apoyado en esfuerzos mentales, en

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comunes sacrificios, padecimientos y gozos, y este oscuro vegetar, este predominio de todas las fuerzas fsicas en el hombre, que debe luchar contra la Naturaleza y contra un siglo de viejo despotismo. Es un estado de barbarie, con el que solo en un futuro lejano podr acabarse. Consternados por aquella escena retornamos al barco. Por mucho tiempo, no consegu tranquilJ.zarme. La imagen de mi patria, de mi ciudad, surga ante m en aquella noche de San Silvestre, otras veces tan feliz. Escuchaba las campanas anunciando solemnes el Ao Nuevo, las voces del vibrante coro, felicitaciones por doquier ... Un blando sueo cerr al fin mis ojos fatigados. El da de Ao Nuevo de 1882 transcurre lentamente. El ro est escaso de caudal y avanzamos poco; el barco tiene que ir tanteando el rumbo. Navega a poqusima velocidad por el canal practicable, y un marinero desde la popa va introduciendo continuamente una prtiga en el agua para medir la profundidad. j "Siete pies! -grita-, j cinco!, j cuatro!, j cinco!" .. . Hasta que, de pronto, se escucha: "j tres!" (j tres pies solamente!). El barco se detiene, y debe empezar a retroceder para buscar una nueva va. A las cinco de la tarde tenemos ya que interrumpir la travesa y amarrar nuestro barco a una isla cubierta de alta yerba, en medio del ro. En torno, ni rastro de vida humana. N o podemos saltar a tierra, pues las serpientes son muy peligrosas. En las primeras horas del 2 de enero tratamos de proseguir el viaje. Tras muchos esfuerzos intiles, que nosotros observamos temerosamente, el Capitn declara que es imposible el paso y comienza a buscar algn punto de la ribera junto al que podamos anclar. Estamos en el Magdalena, dentro de nuestra calurosa crcel, abandonados en medio de la ms absoluta desolacin. No hay ms remedio. Aqu aparece en mi diario un gran parntesis. Cuatro das eternamente largos dur aquel martirio, a una temperatura sugeridora de ideas suicidas, j entre los 38 y 39 a la sombra! Ya no s
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(:xactamente cmo pas todo aquello; mis compaeros de viaje, en particular el seor Ministro Can, estaban del ms negro humor. Solo confusamente, recuerdo que dorm mucho, a pesar del consiguiente y fuerte dolor de cabeza, y que en las horas restantes me dedicaba a leer a Shakespeare, que afortunadamente haba llevado conmigo. Por fin, el da 6 de enero, damos vista a un barco. Es el ligero "Francisco Montoya", de escassimo calado y de una sola rueda, que avanza con los pasajeros que partieron de Barranquilla el 31 de diciembre, o sea seis das ms tarde que nosotros. Izamos la bandera de socorro y se detiene a nuestro lado. Despus de algunas negociaciones, se nos hace pasar de nuestro viejo cajn, el "Antioquia", al rpido vapor en que vamos a seguir la travesa. Jams un barco me ha parecido tan magnfico como me pareci entonces el "Montoya", ni nunca me result ms grato y apetecible el trato humano, tras de aquellos das de sofoco y modorra mental en la soledad, en medio de la grandiosidad del trpico. Pero el barco iba atestado de gente. Bajo una escalera hube de montar mi campamento como me fue posible, y el aseo matutino era cada da mayor problema, ya que solo se dispona, para todos, de un gran balde y de dos toallas sucias. Pero, a pesar de tan mezquina toilette, me encontraba satisfecho. Los tres siguientes das de viaje pasaron muy rpidamente. Se hacan descargas contra los caimanes y los monos -estos ltimos saltaban de un rbol a otro entre muecas y graciosos movimientos- y sobre las blancas garzas que orgullosamente se paseaban por la arena. Tenamos charlas de lo ms agradable, y yo haca todo lo posible por ir chapurreando el espaol. Llegamos a Puerto Berro, de donde parte un ferrocarril hacia el interior de Antioquia. All tuvo que desembarcar un norteamericano al que por el ro haba acometido la fiebre. Dificul- 33 -

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tosamente, sostenido por dos hombres, pudo llegar hasta la casa en que qued. Nos doli en el alma. El ro se hace ahora ms estrecho: la ribera, ms alta; la vegetacin, menos exuberante; la corriente, ms rpida. Hacia el atardecer estamos en Nare, donde existe un tinglado (bodega le llaman) para la descarga de mercancas con destino a Antioquia. Aqu descienden algunos de nuestros nuevos compaeros de viaje. Con espanto los veo desaparecer en la oscura noche; a dnde se dirigirn ahora? La bodega no tiene sitio donde pernoctar, y el insalubre pueblo de Nare est a media hora de distancia. Ya empiezo a notar los encantos de viajar por estas regiones ... El domingo, 8 de enero, fue el da en que, al fin, habramos de superar las ltimas dificultades: los tres saltos (chorros) formados por el estrechamiento del ro hasta 150 y aun hasta 125 metros, y por los arrecifes. El agua corre aqu a unos 2'4 metros por segundo. Los dos primeros saltos, uno de ellos el peligroso Guarin, fueron superados con relativa facilidad. En cambio el tercero, el Mesuno, cost indecible esfuerzo. El barco toma impulso por varias veces. No avanza lo ms mnimo. Se inyecta ms vapor. En vano. El Capitn, de pie en la ms alta cubierta, la que hace de puente, grita de continuo a los maquinistas que aumenten el vapor. Las vlvulas de seguridad se abren y silban inquietantemente. El barco todo tiembla y oscila y amenaza desvencijarse. Los pasajeros van inquietos de un lado para otro. Muchos de ellos se han quedado muy plidos, y con motivo, pues a no mucha distancia de nosotros emerge del ro la destrozada caldera de vapor de un barco que vol en una maniobra semejante. Y ese barco tuvo luego varios imitadores de su salto mortal. Ahora ha fracasado la ltima arrancada. El Capitn hace arrimar el barco a la orilla y enva gente a tierra con la misin de amarrar un recio cabo que va desde nuestra embarcacin hasta unos rboles situados ms arriba del lugar peligroso.
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De nuevo se pone la mquina a todo vapor y al propio tiempo se va arrollando con una mquina la cuerda, que tres hombres mojan de continuo con baldes de agua. El chorro no resiste ya a tanta fuerza reunida. Despus de cinco minutos, largos y difciles, nos encontramos felizmente arriba. Resuena un potente hurra. Todava una hora escasa de viaje, durante la cual pasamos ante los ms hermosos palmares y bosques y ante los ms lozanos pastos (potreros), y hemos arribado a Bodega de Bogot, (en la ribera derecha del Magdalena, frente a Caracoli), que constituye el puerto de la capital. Nuestro viaje fluvial ha llegado a su trmino, despus de diecieseis das completos; j dieciseis das para cubrir 209 leguas de recorrido! As que comenz a refrescar algo la atmsfera, pasamos el ro y empezamos a andar por un arenoso camino que conduce a la ciudad de Honda, situada a unos tres kilmetros aguas arriba, a la margen izquierda del Magdalena. All tuvimos cordial acogida por parte de algunos cnsules. Honda era punto de escala de los conquistadores espaoles; modernamente sirve para el transbordo de numerosos productos del Tolima y de Caldas, y es lugar de partida para el viaje por tierra a Bogot y de embarque para la travesa ro abajo. Edificada en un valle de gran hermosura, Honda mira hacia el mundo romnticamente, pero con altanera, en medio de sus palmas y cocoteros, con su aire de vieja ciudad espaola, yo dira casi oriental, casi rabe. La rodean altas cumbres cubiertas de verdor (no precisamente de bosque). Por un puente de hierro sobre el Guali, un espumeante tributario del Magdalena, penetramos en la pequea ciudad, situada a 210 metros sobre el nivel del mar y con una temperatura media de 290 C. Honda, restablecida ya en parte de los estragos de los terremotos y de las guerras, es tan fea por dentro como potica se nos apareca al contemplarla desde fuera. Muchos edificios con aspecto de fortaleza nos hacen recordar que Honda fue base de operaciones para las correras contra los indios de la comarca.
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Otras casas se hallan medio en ruinas, muchos muros estn ennegrecidos por ' el humo. Viejos conventos e irregulares plazas, torcidas calles y angostos callejones, sucios lugares de la parte del ro engendradores de la fiebre. . . todo esto impide consolidar la buena impresin que hacen algunas casas espaolas, grandes y ventiladas, y en especial la animada Calle del Comercio. En Honda aparece de nuevo el aguador, sentado con las 'Piernas cruzadas sobre su burro cargado con dos barrilitos. Las hondeas, en particular las de las clases populares, son altas y esbeltas y se distinguen por su elegante porte y gracioso andar. Los establecimientos comerciales, en los que hay bastante actividad, son aqu tambin verdaderos bazares turcos. Honda, en su pujante naturaleza, en su industrioso ajetreo, es una estampa de vida; en sus ruinas y en su casi entera soledad es una estampa de muerte; en toda ocasin es un contraste vivo. Cuidando de observar las reglas de la moderacin y el aseo, tampoco aqu ha de temerse demasiado el contraer unas fiebres intermitentes. Como plaza comercial Honda tiene un buen porvenir. Casi frente a la ciudad, el Magdalena forma el llamado Salto, un impetuoso descenso en el que, al angostar se el ro hasta los 150 metros, experimenta una cada de 9 metros y medio en un trayecto de 260. La corriente se precipita entre peascos, y en retumbante estruendo desciende en cascada, torciendo all totalmente su curso hacia el Norte. Si se suma a esta cada la que se produce un trecho ms adelante, se alcanza un total de descenso de 14 metros y medio en una longitud de 1.400 metros. Este salto de Honda separa las dos regiones, por entero diferentes, del Alto y el Bajo Magdalena. Los 1.000 kilmetros, aproximadamente, que comprende el lento Bajo Magdalena, por el que nosotros hicimos el viaj e, son de una gran riqueza tropical, si bien constituyen regiones inhspitas. En cambio hacia el Sur, se abren las maravillosas regiones del Alto Magdalena: llanuras, colinas,
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bosques, montaas, en la ms abundante variedad de formas, colores y climas, con una poblacin relativamente grande de gentes activas, bastante civilizadas, dedicadas al comercio, la agricultura y la ganadera, y con un vivaz desarrollo y una alegre vida social, semej antes en su mpetu a los 182 ros y 1.590 arroyos que en el Alto Magdalena desembocan. El Salto fue superado por un alemn, el seor Weckbecker, hombre enrgico que ya con la cabeza cana, remont all la corriente, con riesgo de su vida, en un pequeo vapor, el "Moltke", en el ao de 1875. Ya a muy avanzada hora del domingo, regresamos al barco, en el que bamos a pasar la noche decimasptima, pues los hoteles de Honda son malos y el recin llegado se expone a coger en ellos unas fiebres. Puesto que nuestro vapor se hallaba atracado a la orilla opuesta, hubimos de hacernos transportar en una canoa; pero solo con esfuerzos pudimos hallar un barquero que estuviera dispuesto a hacer aquel recorrido en la oscuridad de la noche a travs de la rpida corriente del ro. Acurrucados en la concavidad de la canoa, sin hablar ni hacer ruido alguno, nos deslizamos por las aguas sobre las que danzaba el reflejo de millares de estrellas, y arribamos felizmente a la otra orilla prometindonos no cruzar jams el ro a tan altas horas. Al llegar a bordo, aquello era como un hospital de campaa, extendidas por la cubierta tantas camas, con sus mosquiteros, pareca un campamento volante o un fantasmal camposanto. El da 9 de enero, de maana, comenz el viaje por tierra para ascender hasta Bogot. La lnea directa entre Honda y la capital tiene 95 kilmetros de longitud, pero el camino a recorrer es de 135 kilmetros. Cabalgando necesitaramos, pues, tres das. Mi compaero bogotano de viaje, el seor Pars, haba pedido gentilmente para m, mulas, sillas y aparejos. Despus de envolver todas nuestras maletas en fuerte y grosero hule, a fin de protegerlas de los repentinos aguaceros del trpico, se puso el
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equipaje sobre las bestias de carga. Ordinariamente se cuelga a cada flanco del animal una maleta, cuyo peso no debera rebasar los 70 kilos. Tambin en Bodega de Bogot se haba construdo un pequeo trecho de va frrea, que un da debera alargarse hasta la capital. Entonces estaban trabajando precisamente all donde las primeras alturas de la cordillera oriental se desploman abruptamente hacia el ro. El estrecho camino transcurra entre cascote y rocas, entre piedra arenisca y tierras arcillosas. Era asombroso mirar la prudencia y agilidad con que nuestras cabalgaduras iban salvando los obstculos, como cabras monteses, y facilitando as su quehacer al poco acostumbrado jinete, que, con admiracin y algo de angustia, contemplaba esta modalidad de subir y bajar vericuetos. Hacia el medioda almorzamos en uno de los albergues, o ventas, que tropezbamos con frecuencia por el camino. Son pequeas cabaas, construdas de barro y revocadas de blanco, con cubierta de paja y amuebladas del modo ms primitivo. El almuerzo consta por lo comn, en "tierra caliente", de una sopa, casi siempre de arroz, con algo de carne sal~da (del tasajo, o sea carne que ponen a secar al sol en largas tiras, para cocerla despus) y de un huevo; en el mejor caso, un bistec. Como postre hay una taza de chocolate con un pedazo de queso blanco que los colombianos, para sorpresa ma, van desmigando y echndolo a la taza para saborearlo todo junto, como extrao bocado agridulce. El mantel serva y sirve como servilleta para todo'. La ruta se separa ahora del Magdalena hacia el interior. Por un llano camino arenoso, sombreado a menudo por rboles magnficos, nos vamos acercando cada vez ms a la primera cadena de la cordillera Oriental. Pasamos el ro Seco, arroyuelo inofensivo en la poca de sequa, y formidable corriente con el tiempo de las lluvias, que a menudo hace detenerse uno y ms
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das a los viajeros porque aqu no existe puente alguno que lo cruce. Ahora el camino comienza a ascender en cerrado zig-zag. Piedras redondas dificultan el andar de las mulas, la silla se desliza hacia atrs con la violenta subida. Frecuentemente el angosto camino queda cerrado por reatas de mulas que llevau" pesadas cargas, de por lo menos 250 libras, atizadas por el fuerte y ronco gritero de los arrieros, indios casi siempre, descalzos y cubiertos de polvo. Las bestias se tambalean bajo los pesados cajones o barriles; fatigadas, se tienden aqu y all, y solo los despiadados golpes las hacen levantarse. El lomo de estos animales es a menudo una gran herida abierta, pero ellos cumplen con su obligacin, pese a la suma escasez del alimento. Con harta frecuencia se halla el cadver de uno de estos mrtires de los malos caminos de Colombia, all en medio de la carretera, pudrindose, sin que nadie se haya tomado el trabajo de apartar a un lado la carroa, lo que sera tanto ms prudente cuanto que las cabalgaduras se echan a galopar con sobresalto y al pasar luego por aquel sitio, si es que no les da por hacer una espantada y negarse a caminar. Los gallinazos son los que se encargan del oficio de enterradores. No solo los animales, tambin los seres humanos llevan aqu terribles pesos; indios e indias marchan apoyndose en largos palos, curvadas las espaldas bajo su carga, sostenida sobre la frente por medio de una recia faja de tela. Pero el ms extrao espectculo para el extranjero es el encuentro con una cuadrilla, doce a dieciseis peones que transportan sobre sus hombros un pesado objeto no desmontable, como una gran mquina o un piano. Ciertamente, el transporte dura dos semanas enteras, pues los cargueros tienen que descansar cada pocos minutos, de modo que el transporte de un piano hasta Bogot viene a costar unos 2.000 fuertes (otros tantos dlares). Despus de varias horas de viaje, alcanzamos la altura de la primera cresta de la cordillera, el Alto del Sargento (1.400
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metros), a lo largo del cual cabalgamos durante un rato. Uno de los ms maravillosos panoramas que jams he visto, y que se me qued grabado imborrablemente, se extiende ante mis ojos atnitos y fascinados. Delante de nosotros, la llanura del Magdalena, que, de cierto, no se cruza en menos de quince horas, boscosa y aparentemente inhspita, atravesada por el ro, que desenrolla como una cinta de plata. Enfrente, abrupta, surgiendo sin transicin desde la llanura, est la Cordillera Central, y en medio el imponente macizo del Tolima, cuya cnica cima, cubierta de nieves perpetuas, se eleva en el aire azul hasta 5.616 metros. Junto a este macizo se ven las otras cspides nevadas, del Ruiz (5.300 metros), de Santa Isabel (5.100) y del Herveo (5.590), en larga y variada sucesin. Hacia el Norte, las azulencas y bajas montaas de Honda con sus cumbres en cono. Al Sur, siguiendo aguas arriba, el valle del Magdalena, una lejana azul, plateada, fulgente, en la que el ojo, como ocurre en las pampas, se pierde buscando en vano un punto de reposo. .. Ese punto no corresponde a la hermosura armnica, finamente estructurada, mesurada y justa de nuestros paisajes alpinos, a los que supera con su majestad abrumadora, con sus fabulosas proporciones, con su pujanza gigantesca. Por el otro lado (al Oriente) miramos hacia un ameno valle, vestido de verdor, en el que se halla la ciudad de Guaduas, que debe su nombre a los muchos bambs que crecen a lo largo de sus ros y dems corrientes. A eso de las seis de la tarde, fuimos a parar al Hotel del Va1le, situado a la entrada de la pequea ciudad. Antes de esto, mis bromistas compaeros de viaje arrearon mi mula hasta ponerla al galope, y as pasamos a toda carrera ante una magnfica plantacin de caf llamada "Tusculum". El Hotel del Valle constituye para todo viajero un verdadero alivio, pues la comida es sabrosa, la mesa est limpia y adornada con flores, y las camas, si bien muy primitivas, se hallan, al menos, libres de bichos.
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Guaduas posee industria propia, como, por ejemplo, fabricacin de sombreros de paj a; tiene tambin casas muy limpias y una bien construda iglesia. Es, en fin, lugar simptico, con una temperatura muy agradable (24 0 C. de media), prxima a las de la zona templada. Todo elogio es poco para la delicia de baarse en las claras y cristalinas aguas del pequeo ro que por all discurre o en la piscina de alguna casa. Un gozo insuperable despus del viaje por el Magdalena. El segundo da, ms penoso que el primero para el poco ejercitado jinete, un pedregoso, clido y mal camino nos llev hasta la segunda cadena de la Cordillera, al Alto del Raizal (1.478 metros) desde el cual, ms all del valle de Guaduas, en cuyo centro se asienta tan plcidamente la pequea poblacin, miramos de nuevo la Cordillera Central. Luego, por un curiossimo valle transversal, o mejor una depresin alargada, vamos hacia el Alto del Trigo (1.872 metros). Algunos aos ms tarde, en este mismo lugar, vi agitarse vorazmente unos grandes enjambres de langostas, que all haban llegado pese a la altura de la montaa, considerada como un obstculo insalvable para esos insectos. Frente a nosotros surge de nuevo un cuadro encantador: entre amarillas plantaciones de caa, en medio de las cuales unas chimeneas lanzan su humo a la altura, y entre algunos ros festoneados de boscaje, est la pequea ciudad de Villeta. El llegar a ella, sin embargo, solo se logra despus de largo y trabaj oso descenso. En las muchas ventas que se encuentran en el camino a Villeta probamos algunas bebidas del pas, como el anisado, un aguardiente de almbar destilado y perfumado con ans; se le llama tambin, de modo general, aguardiente. Degustamos adems el guarapo, que se prepara de almbar y azcar de caa haciendo fermentar el lquido resultante. El guarapo ha de beberse en su punto. A pesar del sabor refrescante y ligeramente agrio, resulta un tanto soso y no llega a gustarme. Adems, el guarapo sienta mal, frecuentemente, al
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estmago del viajero. Si est casi sin fermentar se le llama dulce; si. se encuentra en el grado justo, regular, y si la fermentacin es muy avanzada, bravo, guarapo que embriaga fcilmente. Por pocos centavos le dan a uno una totuma llena (la totuma es como una calabaza), que va pasando de mano en mano entre los bebedores. A las dos de la tarde estbamos en Villeta (839 metros de altitud). Fundada ya en 1558, esta ciudad era antes famosa como balneario, pues posee excelentes fuentes termales de aguas sulforos3s. Pero hoy da ofrece un aspecto de bastante abandono y tristeza, con sus plidos habitantes, a los que solo intrigas y procesos son capaces de sacudir. La nica cosa notable es la gran ceiba de la plaza mayor. Despus de cruzar un puente sobre el Ro Negro, se avanza un rato valle adentro, pasando junto a hermosas ventas. Los indios e indias que encontramos se distinguen por su tez morena menos oscura y por sus magnficos ojos negros, y las mujeres, en particular, por su pelo abundante y de un negror azulado, y por sus rostros verdaderamente bellos. Ms tarde, el Domingo de Ramos de 1885, tuve ocasin de ver a estas mujeres cuando se dirigan a la iglesia, y pude apreciar toda su gracia y su atuendo relativamente rico. Ahora se inicia ya la ltima subida por un camino, en algunas porciones bien trazado, bien pavimentado y cuidado, que se parece a una de las carreteras de nuestros pasos alpinos (por ejemplo, el Gemmi). Pero en la mayor parte de su recorrido este supuesto camino resulta harto deficiente, y en tiempo de lluvias es a menudo, bastante peligroso a causa de la gran pendiente, y se encuentra lleno de piedras y barro y con muchas hendiduras. Naturalmente, en tales situaciones indaga uno si realmente sera necesario subir por los flancos de dos cordilleras a una tercera cade~a montaosa para ir del Magdalena a
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Bogot. Entonces se sabe que desde la primera cadena encima de Honda se podra abrir un camino que, pasando por crestas transversales que unen a estos montes, alcanzara casi hasta el mismo tercer tramo de la Cordillera Oriental. y entonces se entera uno tambin, con sorpresa y hasta con cierta indignacin, de que hace ya treinta aos un ingeniero francs, un tal Poncet, traz una carretera desde el Magdalena (bastante ms abajo de Honda y de los saltos) hasta Villeta, va que tampoco hubiera tenido grandes subidas, de manera que la pendiente habra comprendido solo el trayecto de Villeta a Bogot. Pero, de qu sirven los mejores planes cuando han de enfrentarse con la rutina, con las costumbres viej as y con la falta de dinero y tiempo a causa de tantas revoluciones? Cundo el Camino Poncet, en el cual trabaja de nuevo actualmente una empresa particular, podr ser abierto realmente al trfico ? No obstante, en 1886 fue "inaugurado" el camino. Pero como entretanto se las haban arreglado con el nuevo ferrocarril de la Dorada, cerca de Honda, se continu haciendo el recorrido por carretera desde Honda a Bogot. El camino Poncet est prcticamente abandonado y parece, por ahora, no tener porvenir alguno. Por fin, despus de muy costoso ascenso, alcanzamos una importante estribacin de la ltima cadena de la Cordillera Oriental. Detrs est Chimbe, en cuya sucia venta, plagada de bichos, se nos dio sencillsima cena y muy poco agradable cama. En este lugar hace ya fresco. Atraen la atencin grandes plantaciones de caf, con magnficas casas de campo (pertenecientes a bogotanos ricos) y ganados de raza hermosa y fuerte. Poco a poco va transformndose tambin la vegetacin. Las .:mas ms altas se hallan envueltas en niebla. Llegamos a Agua Larga, donde han establecido una fbrica de zapatos. Numero~as carretas, grandes, pesadas, chirriantes, tiradas por bueyes encorvados baj o el yugo, se congregan aqu aguardando la mercanca que han de transportar a Bogot por la carretera (pa- 43 -

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rece ancha y bien trazada) que lleva a la capital. En la gran posada que hace las veces de hotel tomamos un copioso desayuno. Luego empezamos a encaramarnos hacia la ltima altura de las cordilleras. Es una maana magnfica, fresca. Empiezan a verse desnudas rocas sobre las que aparecen robledos y pinares. Agua fra y clara discurre saltarina y en gran abundancia. Detrs de nosotros se ve el interminable laberinto de las cordilleras; delante, un angosto desfiladero entre rocas. Es el nico paisaje que presenta un considerable parecido con nuestros paisajes de montaa suizos. Casi sin darme cuenta, de mi pecho, finalmente libertado del calor agobiante del trpico, se escap un entusistico grito de jbilo que reson en aquellos peascos y produjo no poco asombro en mis compaeros de viaje. La subida ha sido coronada. N os hallamos en el Alto del Roble (2.745 metros -segn otros, 2.767- sobre el nivel del mar). Un espectculo inusitado aguarda al viajero. Ante l se extiende una llanura gris y verde, cuya anchura equivale casi a nueve horas de camino. Su lmite oriental se halla bordeado por una cadena montaosa, de escasa altura en apariencia. Es la muy aorada Sabana, la altiplanicie de Bogot, formada de un antiguo lago andino, cubierta hoy de pastos y de campos de ;ereales y otros frutos. Solo el que ha contemplado esta llanura, all arriba, tan alta, escondida entre los montes andinos, enciende la grandiosa impresin que hace cuando el cielo claro re sobre ella, cuando el sol la ilumina y hace aparecer las cosas tan ntidas, tan puramente delimitadas; solo ese comprende la sensacin de nueva vitalidad, de frescura mental y de ligereza, que se experimenta otra vez en nuestro pensamiento, casi adormecido por los calores. Al galope, llegamos pronto a los Manzanos, donde nos espera un coche de caballos. Este nos conduce a la pequea ciudad de Facatativ, situada a solo media hora de distancia y que
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constituye la verdadera entrada a la Sabana. Es da de mercado, la plaza, ante la iglesia y el hotel, se halla atestada de grupos de gente blanca y de indios; los vestidos que todos llevan en esta regin son ya ms pesados, calientes y oscuros. En una esquina de la plaza est la iglesia, bastante pobre y sin campanario propiamente dicho, pues en su lugar figura un muro de fachada, y las campanas cuelgan en los huecos de sus ventanas. Hoy se construye al lado de este un nuevo templo de mampostera, pero que se parece ms a un edificio escolar que a una iglesia catlica. Detrs el hotel de la plaza estaba ya entonces la estacin de la lnea frrea de la Sabana, inaugurada muchos aos ms tarde. El tendido de va, sin embargo, solo se haba realizado entonces en una extensin de uno o dos kilmetros. Se ha calculado que los gastos de transporte de estos pocos rales desde Europa hasta las alturas de Facatativ, en parte por tan malos caminos, encarecieron de tal manera los costos de la va, que por el mismo precio se podra haber hecho fundir en oro. Una jocosa, pero significativa exageracin, aunque, en todo caso, se incluiran tambin las sumas disipadas entre funcionarios y empresa. Afortunadamente, esta vez no tenemos que alquilar los pocos habitables y fros dormitorios del hotel de Facatativ, ya que nuestro coche sigue rodando hacia la capital del pas, de donde todava nos separan cinco horas de viaje. Por suerte tambin, la ancha y poco lisa carretera se halla seca, si bien un tanto polvorienta, como corresponde a esta poca del ao. Despus de dos horas de camino, brillan ya en la lejana, con el sol de la tarde, las torres y edificios de Bogot, como si dentro de muy poco rato hubiramos de estar all. La situacin de la ciudad, recostada en la Cordillera Central, ofrece un encantador aspecto. Es ya noche cerrada cuando nuestro coche, el 11 de enero de 1882, hace su entrada en Bogot. Mi compaero de viaje, el

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seor Pars, me lleva por mal pavimentadas calles hasta un hotel, me entrega all, como se entrega un objeto, a la patrona, de habla espaola, se me conduce a un pequeo y fro cuarto, y me encuentro solo al cabo de un viaje que ha durado cincuenta y un das. Qu digo? Solo? Los recuerdos de la familia y los amigos se agitaban en torno mo. Todo lo bueno que mi patria, Suiza, ha operado en mi espritu y mi cuerpo, por la educacin, la cultura, sus libertades y su belleza, se me revel entonces, por vez primera con conciencia plena y clarsima. y mi patria se me apareci en una luz de transfiguracin, como un cuadro de Rafael o del Tiziano, con su armona, la pureza de sus rasgos y sus magistrales y equilibradas proporciones.

Raramente la coexistencia de lo viejo y lo nuevo se hace en ocasin alguna tan patente como en el viaje desde la costa al interior de Colombia y hasta la altiplanicie de Bogot. En tanto que, arriba, el av'in cruza rpido sobre los caliginosos bosques, cubriendo en pocas horas el recorrido, abajo, el vapor sigue dibujando, pausado y jadeante, las innumerables vueltas y revueltas del ro. Y hoy da, al igual que hace cuarenta aos, puede suceder que un traicionero banco de arena interrumpa el viaje por varios das. Segn los medios del viajero, son, pues, diferentes la especie y duracin del desplazamiento al interior del pas. Por ello se justifica presentar por separado las diversas posibilidades de viaje, porque, en efecto, apenas hay persona que llegue a Bogot en igual tiempo o de la misma forma que otro cualquier viajero.
El viaje por el ro--La navegacin por el Magdalena sigue efectundose todava por una considerable flota de vapores de
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escaso calado, provistos de una gran rueda de palas y que solo en las proporciones difieren del tipo tradicional. Vapores mayores, con una capacidad de hasta 400 toneladas, navegan por el bajo Magdalena desde BarranquiUa a la Dorada (783 kilmetros), lugar de embarque ms abajo de los Chorros. Los barcos ms peque1os, que, aparte ciertos detalles, se parecen todava al viejo tlAntioquia", suben por el alto Magdalena desde Arrancaplumas, ms arriba de Honda, o desde Beltrn, hasta Girardot (unos 100 kilmetros), y pueden transportar hasta 120 toneladas de carga. Los vapores para el trfico de pasajeros pertenecen a varias sociedades privadas, entre las que citaremos la Colombia Railways & Navigation Co. Ltd., as como la Compaa Antioquea de Transportes y la Naviera. El Gobierno tiene por el bajo Magdalena lneas de vapores correo especiales, y tambin algunas lanchas caoneras para el mantenimiento del orden pblico. Los vapores correo, que se hallan liberados del transporte de mercancas y que, por lo tanto, pueden efectuar la travesa en el tiempo ms breve, estn considerados en la actualidad como el mejor medio de comunicacin para el viaje fluvial, por razn de su rapidez y limpieza y pese al superior precio del pasaje. Todava, en su mayor parte, utilizan los vapores la combustin por lea, que, recogida por los habitantes ribereos, se apila en determinados puntos de embarque. Pero despus de que la Tropical Oil Co. ha instalado tanques a lo largo del ro, todos los vapores modernos estn acondicionados para la combustin por petrleo, lo que para el viajero se refleja en una ?nayor comodidad y en un nuevo ahorro de tiempo. Hoy da existe an la diferencia entre el buque que se detiene en todos los habituales puntos de parada, y el buque rpido, que hace menos escalas y se mueve sin servirse de las d08 lanchas remolcadoras laterales, as que es ventajoso esperar en Barranquilla la partida del expreso" en vez de confiarse al primer "ordinario" que salga. La instalacin de los vapores, nati

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turalmente, ha hecho ciertos progresos: luz elctrica, baos, disposit'ivos de ventilacin, camarotes con ventanas protegidas contra los mosquitos por medio de tela metlica. En cambio, persiste el uso de que el viajero aporte su propia ropa de cama; y en lo tocante a la limpieza del servicio y a la calidad de los alimentos, las opiniones, con 'razn, se hallan divididas. El que desee contemplar de cerca la vida y movimiento del Magdalena, debera preferir el pintoresco viaje fluvial. El observador se dar cuenta, con asombro, de lo poco que han variado en general las circunstancias. Ciertamente, los puntos de embarque de Calamar, M omps y El Banco deben de presentar ahora un trfico ms intenso, pero mayor inters reclama Gamarra (Puerto Nacional), desde donde partir un funicular areo, ahora en construccin, hasta Ocaa, en la Cordillera Oriental. El funicular servir para el transporte de pasajeros y carga. Y hay el proyecto de prolongar pronto la instalacin sobre la cordillera hasta Ccuta, con el fin de que el Departamento de Santander del Norte, que ahora debe enviar sus productos a travs de territorio venezolano por el Golfo de Maracaibo, pueda establecer contacto con la red colombiana de comunicaciones. El Gobierno impulsa esta empresa, tambin por razones de ndole militar, para garantizar el enlace entre las diferentes regiones del pas. Lo mismo que el Departamento de Santander del Norte, Santander del Sur, con su capital, Bucaramanga (1.020 metros) , reclama imperiosamente una mejor comunicacin con el Magdalena. Por eso se reanudaron en 1922 los trabajos, comenzados hace cuarenta aos y paralizados luego en la selva virgen, del ferrocarril de Puerto Wilches hacia el interior. Pero este plan parece hallarse en desgracia, pues, pese a la inversin de ms de 10 millones de pesos oro, la lnea solo ha progresado unos 60 kilmetros por el valle del Magdalena, bastante llano,
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hasta el 11.0 Lebrija por Puerto Santos, habindose comenzado solo ahora la subida hacia el macizo montaoso de Bucaramanga. El dinero gastado no est, de ningn modo, en relacin con el trabajo realizado hasta la fecha. Al tercero o cuarto da, el viajero queda prendado de la factora norteamericana de BarmncarBermeja, donde formidar bles instalaciones de depsito reciben el petrleo obtenido ms hacia el inte1"or. En Barranca-Bermeja se han explotado por primera vez en gran escala las riquezas petrolferas de Colombia, al parecer muy importantes, y de aqu parte tambin un conducto (pipe-line) de ms de 600 kilmetros hasta el puerto de Cartagena, lo que permite proveer directamente de petrleo crudo a los vapores de altura. Barranca-Bermeja, sin embargo, proporciona tambin la conviccin de que no son solo beneficios lo que la posesin de petrleo acarrea a un pas. Apenas si en Colombia existe otra regin en que las luchas econmicas revistan caracteres tan agudos y amenazadores como all, donde, por lo dems, hace sus p1"meros ensayos de poder el partido socialistacomunista, que acaba de surgir en el pas. Por otra parte hay que admitir que en BarrancarBermeja, de modo parecido a la Zona del Canal de Panam, los 1w1'teamericanos han establecido colonias ejemplares por su construccin y su limpieza. Los funcionarios habitan en lindos bungalows, y tambin los obreros auxiliares indgenas disfrutan de satisfactorias condiciones en cuanto a viviendas y hospitales. A un da de viaje aguas a'rriba se halla Puerto Ber1-o, donde conecta con el 1-o Magdalena todo el trfico procedente de la activa provincia de Antioquia. De Puerto Ber1-o parte el Ferrocar1-il de Antioquia, que, pasando por Cisne1'os y la Quiebra, lleva a M edelln, en importancia la segunda ciudad de Colombia. La Quiebra es una alta y abrupta cresta montaosa, que, levantndose en rpida subida, inter?'Umpe la va a mitad de su recm'rido y determina que mercancas y viajeros hayan de ser
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transportados por la carretera de montaa a ese efecto construda y que se caracteriza por sus muy numerosas curvas. El transporte se hace con mulas, caballos o automviles. Una compaa constructora canadiense trabaja ahora en la excavacin de un tnel a travs de la Quiebra, empresa cuyas dificultades tcnicas fueron presentadas durante aos -con determinada intencin, por supuesto- como extraordinariamente grandes. Cuando toda una comarca vive del trfico por un paso de montaa, no puede esperarse all un gran entusiasmo por la construccin del tnel. Puerto B erro fue arrasado totalmente por un incendio el ao 1927, y al reconstrurlo se ha convertido en una poblacin limpia y sana; nadie reconocera hoy el clebre foco de fiebres que constit~ty antao. Un buen hotel edificado .sobre una pequea altura da aqu testimonio del conocido espritu emprendedor de los antioqueos. Despus de Puerto Berro siguen hmas y das, de navegarcin sin que apenas una plantacin o un poblado interrumpa la zona de selva virgen que bordea el ro. All donde finalmente las montaas se van aproximando, y donde las peas comprimen el curso de las aguas, termina ante los saltos de Honda la travesa por el bajo Magdalena. Una lnea frrea ha esquivado los anteriores riesgos de los bancos de rocas, pues el tren lleva ahora desde la Dorada, a lo la'rgo de los saltos y por delante de Honda, hasta Beltrn, donde comienza la navegacin por el alto Magdalena. El viaje de varias horas en tren, en medio del calor abrasador del valle de Honda, es temido por todos, pero no lo es menos la travesa en vapor, peUgrosa aunque romntica, que constituyen los 100 kilmetros de Beltrn a Girardot. Nadie comprende tampoco po'r qu el terrocarril de Bogot al Magdalena, al fin ya construdo, no tuvo como terminal aHonda o algn otro lugar ms al Norte. Por supuesto, Gi'rardot es un importante mercado y punto central de una de las grandes zonas carteteras, ms, para enlace entre la costa y Bogot, se encuentra
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demasiado al Sur. Las razones de habrsele elegido como punto de transbordo para el trfico hacia la Sabana apenas s podran explicarse del todo. El alto Magdalena, con su impetuosa corriente y su variable nivel, se encuentra tan lleno de dificultades que la navegaci6n se paraliza, a menudo, durante semanas enteras, con lo que se originan enormes prdidas al comercio, y se acaba por maldecir la eleccin de esa va de t1'fico. Verdadero remedio sera solamente una car1'etera o un ferroca1'1'il que hiciera innecesaria la navegacin por el alto Magdalena. Estas esperanzas no las colma todava, desgraciadamente, una carretera que se ha construdo desde Facatativ, en el limite de la Sabana hasta Cambao, en el alto Magdalena, toda vez que esa va se acaba de pronto al llegar al ro, y sin puente alguno. Pero pronto se la piensa prolongar hasta Honda a lo largo de la orilla derecha. De un tiempo a esta parte se ha ido creando la costumbre de evitar el viaie en vapor pO't el alto Magdalena, y as se toma un coche de alquiler que le lleva a uno desde Beltrn hasta la pequea ciudad de bagu (1.250 m.), en la falda de la Cordillera Central. Si se llega en tren a Beltrn hacia el medioda, a la noche se debe?'a de esta1' ya en Ibagu. Desde aqu se va a Girardot en el fer'rocarril del Tolima; el viaje dura medio da 'lJ se tiene ocasi6n de contemplar muy bellos paisaies. El viejo camino que sube de Honda a la Sabana pasando por Guaduas y Villeta, adquiere excepcionalmente una ?'edoblada importancia cuando se trata de llevar 'rpidamente a Bogot, sin reparar en costos, artculos valiosos e imprescindibles, y al no pode?' realizarse el t'ransporte PO?' Girardot a causa de la acumulacin de mercancas, dificultad que all es crnica, o por motivo del inconveniente nivel de las aguas en el alto Magdalena.

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El viaje en aVlOn. Lo que hoy nos parece algo casi obvio, era cosa que hace todava pocos aos resultaba una temeridad : la utilizacin del aeroplano para superar todas las dificultades y molestias en un viaje fluvial desde la costa al interior. La magnitud de esas dificultades, que se estaba acostumbrando a aceptar como cosa inmodificable, puede explicar, sin duda, por qu el trfico areo tropez al principio con serios reparos. Y, sin emba1'go, hubo de reconocerse que el avin era superior a los dems medios de comunicacin precisamente all donde faltan carreteras y ferrocarriles, siendo necesario adems salvar largas distancias . Tanto ms es, pues, de valorar como un alto hecho cultural el que algunas destacadas personalidades de la colonia alemana en Colombia, y en primer lugar el explorador y gegrafo austriaco doctor' P. von Bauer, hicieran suya en Bogot, y en fecha muy temprana, la idea de poner el avin, con carcter regular, al servicio del desarrollo econmico de Colombia. As fue fundada en 1920 la "Sociedad Colombo-Alemana de Transp01tes Areos" (en abreviatura, segn las iniciales, "Scadta") que quiso realizar como sociedad privada lo que ahora los colombianos reivindican como un logro nacional.

La audacia de tal empresa es tanto ms notable cuanto que entonces no se contaba con experiencia sobre las condiciones atmosfricas en las regiones tropicales, teniendo que adaptarse los aviones poco a poco a las especiales circunstancias de Colombia. Desde un principio, los fundadores entendieron que ante todo haban de crear confianza en el nuevo medio de transporte y ganar de este modo al pblico. Por ello establecieron como directiva mxima la seguridad y garanta en el servicio de vuelos. Estos principios, sin duda, eran decisivos desde el momento mismo de elegir el tipo de los aparatos, pues en una zona fluvial apenas habitada, y cubierta en su mayor parte por selva virgen, solo los hid1'oplanos podran descender con seguridad en todos los casos sobre el Magdalena. Sin embargo, la "Scadta" hubo

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de r'enunciar' a la comunicacwn area directa entre la costa y Bogot, debido a que en la Sabana faltan las adecuadas exte~ siones de agua. Pero los pasajeros, en cambio, se libran as de las imprevisibles corrientes de aire que se soportan al subir de la depresin tropical a la fra altiplanicie. Por razones de seguridad, la compaa ha elegido, pues, el Magdalena como eje de su red de trfico, estableciendo en principio una lnea que sigue el curso del ro desde Barranquilla a Girardot, y ms al Sur hasta N eiva. Partiendo de esta lnea central, se enlaza en la costa con lneas secundarias de hidroaviones a Cartagena. y Santa Marta. Ms arriba, una sociedad aparte, "Cosada", establece la comunicacin entre Puerto Wilches y la regin montaosa de Bucaramanga, mientras que Medelln y Bogot se alcanzan desde Puerto Berro y desde Girardot, respectivamente, con el ordinario y breve viaje en ferrocarril. Esta red de trfico de la "Scadta" se mantuvo invariable durante los primeros aos, pero pronto empez a producirse un inesperado desarrollo en cuanto a la frecuencia del servicio. En seis aos se ha centuplicado el nmer'o de los kilmetros de vuelo (en 1920, 4.325 kilmetros, y en 1926, 486.887) y desde entonces ha seguido aumentando. En lugar' de los vuelos semanales, lo usual al principio, hoy apenas se da abasto con un vuelo diar'io. Pero todava ms asombroso es el desarrollo del servicio postal areo. Por medio de la "Scadta" el correo es llevado en brevsimo tiempo desde la costa al interior, de modo que el tiempo de recorrido de las cartas de Europa con destino a Bogot se ha reducido ya a tres semanas. Las ventajas de este ahorro de tiempo son tan evide~ tes, que el mundo de los negocios se sirve de continuo de las comunicaciones aeropostales. Al lado de esto hay que anotar que existe un departamento cientfico de la "Scadta" para la medicin topogrfica, proporcionando tomas fotogramtricas para trabajos cartogrficos sobre zonas fronterizas inaccesibles, concesiones petroleras, etc.
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Ultimamente, la "Sociedad Colombo-Alemana de Transportes Areos" ha ampliado mucho su campo de accin, y an as no se han agotado las posibilidades de su tarea de avanzada. Tras audaces vuelos de pruebas sobre la Cordillera Central, se estudi un posible enlace del Atlntico y el Pacfico, y en 1927 se inaugur, con el nombre de "Servicio interocenico", la lnea 'regular entre Barranquilla y el puerto de Buenaventura. Con ello, en este ltimo punto obtuvo conexin con el trfico areo el frtil y pujante Valle del Cauca (con su capital comercial, Cali). Despus de breve pausa, se produjo otro avance hacia el Sur: la ampliacin de la lnea citada, a travs de Tumaco y algunas etapas intermedias, hasta Guayaquil, puerto de acceso al Ecuador; como consecuencia natural, ahora se ha convertido ya en un hecho la comunicacin at'ea con el Per. Hace poco, los norteamericanos han concedido pe?-miso para el aterrizaje de aviones en la Zona del Canal, concretamente en Cristbal-Coln, de modo que en la actualidad la "Scadta" sirve ya a las cuatro repblicas, Colombia, Ecuador, Panam y Per. Esta ampliacin del radio de actividades hizo parecer oportuno, por lo tocante al exterior, una modificacin del nombre de la compaa. En homenaje al comn hroe nacional de estas repblicas, el Libertador Simn Bolvwr, el nuevo servicio fue bautizado como "Servicio Bolivariano de Transportes Areos" e inaugurado solemnemente a principios del ao 1929. La compaa, declarada PO?' el Gobie'rno emp'tesa pum el fomento del bienesta't' pblico, ha dotado al pas, realmente, del medio de comunicacin que inicialmente ayudara a superar las grandes distancias y a olvida?' PO?' algn tiempo la escasez de carreteras y ferrocarriles. El avin, con sus amplias posibilidades de desarrollo, sabr conservar, sin duda, la ventaja que ya lleva por delante, aunque en Colombia, con la progresiva mejora del pas, se lleguen a difundir ms tarde los medios tradicionales de transpone.
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Cuando, viajando de la costa al interior, queda al fin cubierto el largo recor?'ido fluvial o se acaba la travesa area y hemos llegado ya a Girardot, cabe acariciar la grata esperanza de arribar a Bogot por ferrocarril en viaje directo. La lnea de Girardot a la capital pasando por Facatativ, construida en principio PO?' una compaa inglesa, fue comprada luego por Colombia y ahora funciona como servicio del Estado. El tren, en recorrido pintoresco PO?' dilatados valles, nos conduce primero hasta la estacin climtica de Juntas de Apulo, donde el Gobierno mantiene un buen hotel. La lnea sigue luego el curso del ro Apulo, monte arriba, para alcanzar despus de unas horas, a 1.800 metros de altitud, La Esperanza, lugar de cu?'a de aires. En la temperatura de tierra templada buscan preferentemente su descanso los bogotanos, ya sea en el buen hotel de La Esperanza o en sus lindas y agradables casas de campo. Se recomienda intercalar en el viaje un da de reposo en La Esperanza para adaptar paulatinamente la actividad del corazn a la distinta presin atmosfrica Y tomar nuevos alientos con la limpieza y excelentes atenciones de aquel sitio. Aqu tambin convendra sustitur los vestidos tropicales por la ropa de lana, para al da siguiente no llegar desprevenido a Bogot, que es lugar fresco, y, a menudo, fro. El tren, despus de un tmyecto articulado en numerosas curvas, corona ya la altura de los montes que bordean la Sabana, a ms de 2.700 metros; luego se precipita hacia Facatativ y recorre los ltimos 40 kilmetros que median hasta la capital, atravesando en lnea recta la altiplanicie. La impresin que, con su marcada unidad, produce hoy todava esta verde llanura en el viajero que asciende de la profundidad tropical, no ha perdido nada de su original grandeza, y se comprende bien al bogotano que no sabe encontrar en el mundo entero nada comparable a la visin de su Sabana.
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3. -COLOMBIA y SU CAPITAL El extranjero que, despus de un largo y costoso viaje, llega a la Sabana de Bogot experimenta, antes que todo, una justificada sorpresa. Se ha dicho con acierto que la impresin que recibe una persona en tales circunstancias debe de parecerse a lo que se sentira al pasar rapidsimamente de una selva del centro de Africa a una llanura de la N ormanda. Cmo es posible que tan penosos caminos conduzcan a una de las ms importantes ciudades de Suramrica, donde habitan tantas personas ricas y cultas y donde se acumulan tantos capitales y tantos tesoros del espritu ? Ya en esto se muestra que Colombia es un pas de violentos contrastes. Estos contrastes se hacen visibles en su misma configuracin fsica, en las variedades climticas, en las diferencias raciales, en su desarrollo etnogrfico y poltico. Antes de entrar en la descripcin de la capital, incluiremos aqu algunas referencias geogrficas de carcter general que parecen convenientes para la comprensin de lo que ha de seguir. No se entienda por ello que este libro tiene el propsito de reunir toda clase de datos sacados de las obras cientficas sobre el pas para ofrecrselos al lector. Este, ms bien, habr de ampliar sus conocimientos acerca de Colombia sin ms que seguir nuestras correras, observar con nosotros y compartir - 56 -

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nuestras propias experiencias. Valgan las indicaciones que siguen como mera preparacin de estas excursiones. La Repblica de Colombia se halla muy favorablemente situada, entre el Atlntico y el Pacfico, en el extremo Noroeste de Suramrica. Por el Este, Sudeste y Sur limita con Venezuela, Brasil, Per y Ecuador. Colombia comprende un territorio de 1.283.400 kilmetros cuadrados (Justus Perthes, 1926), con un permetro de 9.915 kilmetros. Este territorio es, pues, unas dos veces y media mayor que Francia, veintitrs mayor que Suiza y cuarenta mayor que Blgica. La longitud del litoral atlntico, incIudo el Golfo del Darin, es de 2.252 kilmetros, y la del litoral pacfico alcanza los 2.595 kilmetros. Al pas corresponden adems una serie de islas con una superficie total de 6.525 kilmetros cuadrados. Toda la configuracin de Colombia est condicionada por la peculiar estructura de sus montaas, especialmente por las cordilleras, o Andes, si prescindimos del macizo, completamente aislado, de la Sierra Nevada de Santa Marta, junto a la costa del Atlntico. Partiendo del Sur, desde Ecuador, estos Andes avanzan hacia Colombia en dos cadenas, que en la meseta de Pasto se aproximan mucho entre s, pero sin llegar a unirse, por 10 que resulta inexacto haber hablado de Pasto como de un nico nudo montaoso, el San Gotardo andino. Y como adems la cordillera Oriental de las dos citadas vuelve a bifurcarse algo ms al N arte, en el Pramo de las Papas (4.400 metros de altitud, donde las papas crecen espontneamente), para Colombia se da una triparticin de los Andes en forma de abanico. La ms occidental de estas tres cordilleras, separada del Pacfico por los valles de los ros San Juan y Atrato, va a morir en el Norte, al borde del golfo del Darin. Las montaas que rodean este golfo, al igual que las alturas del istmo de Panam, no pertenecen ya a esa cadena, sino que se trata de sistemas
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aislados. La cordillera Central es la ms enorme y la ms rica en metales; ella presenta las ms altas cumbres, como son los volcanes de Purac (4.900 metros) y Huila (5.700 metros) y la cima que ya admiramos cuando nuestra subida por Honda. Esta cordillera atraviesa el Estado de Antioquia y se pierde en el Estado litoral de Bolvar. Por ltimo, la cordillera Oriental es la nica que presenta el sistema de las altiplanicies (entre ellas, la de Bogot), por partirse en el nudo de Sumapaz (4.560 metros) y ramificarse luego, en especial en el Estado de Santander. Ms al Norte, una parte de esa cordillera separa al Magdalena del valle del Zulia y la zona de la Baha de Maracaibo, y se pierde en la pennsula de la Goajira; otra parte avanza en direccin a Venezuela, en la que se introduce profundamente. La cordillera Oriental es la ms salubre y tambin la ms poblada. En ella se levantan montes verdaderamente gigantescos. As, segn algunos, la Sierra Nevada del Cocuy o Chita sera la montaa ms elevada de Colombia. Los Andes, casi por todas partes, atesoran metales diversos (hierro, cobre, plomo, etc.) ; especialmente grandes son las minas de oro y plata, en particular en el Estado de Antioquia. Pero falta mucho an hasta que esas minas sean explotadas por medio de la maquinaria ms perfeccionada, que aplica la moderna tcnica. Dignas de mencin son todava las minas de esmeraldas de Muzo (Departamento de Boyac), las ms impor tantes del mundo. Las aguas cuyo curso determinan esas formaciones montaosas vierten en parte en el ocano Pacfico -son unos pocos ros, como el San Juan y el Pata- y en parte en el Atlntico. Cierto que algunos de los ros que corren en direccin Norte no van a desaguar en el mismo Atlntico, sino al Golfo de Mxico o al Mar de las Antillas. Ejemplo de esto, aparte del caudaloso Atrato es el Magdalena, con su gran afluente, el Cauca -enca- 58 -

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jado este ltimo entre la cordillera Occidental y la Central, profundamente incrustado el primero entre la Central y la Oriental-o Esta cordillera Oriental separa tambin el territorio andino de las inmensas extensiones de los Llanos o pampas, por donde se reparten la cuenca del Orinoco con sus afluentes principales, el Apure, el Arauca, el Meta y el Guaviare, y la del Amaznas con sus tributarios, Ro Negro, Caquet o Yupura y Napo. Esta red fluvial es extraordinariamente rica; las cuencas del Orinoco y el Amazonas llegan a unirse, incluso, en la frontera de Colombia, por medio del Casiquiare. Condicionada por esta articulacin orogrfica e hidrogrfica, la distribucin del pas se ha calculado como sigue: 805.640 kilmetros cuadrados, o sea casi dos tercios de la superficie total, corresponden a los Llanos; 408.875, o sea casi un tercio, constituyen terreno montaoso, con clima variable; 32.700 son las altiplanicies propiamente dichas; 24.600, las montaas fra s e inhspitas, o pramos; 52.685, lagos, lagunas y pantanos. La situacin ecuatorial del pas, unida a la presencia de tan enormes cadenas montaosas cubiertas de nieves perpetuas, determina las ms diversas gamas de posibilidades climticas. Segn las altitudes, predomina el paisaje tropical o el de montaa. Si bien las circunstancias locales de cada sitio dificultan realmente la divisin, se han distinguido tres grandes regiones: la regin alta y fra (Tierra fra); la regin media y de moderada temperatura (Tierra templada), y la regin baja y clida (Tierra caliente). Esta regin tropical, que comprende las tierras de hasta 1.000 metros de altitud y cuya temperatura oscila entre los 23 y 300 C., pero que a veces, especialmente en los Llanos, se eleva por encima de ese lmite, la conocimos ya al realizar el viaje por el Magdalena, Aqu crecen las enormes palmeras, los grandes bananos, los mangos, la caa, el tabaco; aqu se cultiva el

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mejor maz y el mejor arroz, el ndigo, el algodn, el caucho, el marfil vegetal, la vainilla, las especies nobles y tiles de ceiba, higuern, caracol, guayacn, cumul, los cedros ... ; todos estos rboles se presentan rodeados por monstruosas lianas, formando un conjunto abigarrado y revuelto. Aqu se encuentran tambin gran cantidad de plantas medicinales: la zarzaparrilla, el blsamo de copaiba, el blsamo de Tol, la ipecacuana ... Esta zona es el pas de las selvas vrgenes, de las grandes plantaciones y pastos, de los bellos naranjos y limoneros. A la segunda regin, la central, corresponden todas las comarcas que estn, poco ms o menos, a una altura entre 1.000 y 2.300 metros, o sea que se encuentran principalmente en las vertientes de las cordilleras. La temperatura media es de 17 a 23 C. En esta tierra templada, parecida a Italia, el clima es suave y uniforme, sano y tonificante. Se asemeja algo al que reina entre nosotros hacia fines da mayo, cuando el ao es clido y hace bueno. En dicha zona media el cielo es radiante y el aire est saturado de los aromas de los frutales. Una rica flora, que incluye las orqudeas, nos llena de embeleso. Aqu encontramos los grandes helechos, la quinquina o rbol de la quina. En lugar de la papa o patata, se come la arracacha (algo entre nabo y zanahoria), y en vez de los cereales, la yuca. Esta zona es la patria del caf, de la caa de azcar, de la batata, del maz blanco, de la especie de banana llamada pltano guineo. Caractersticos de aqu son los grandes bambes (guaduas). Si avanzamos an ms hacia la altura, llegamos a la tercera zona, a tierra fra, que abarca en Colombia las partes del pas comprendidas entre los 2.300 y los 4.300 metros. La temperatura media va aqu de los 5 a los 15 C. La Sabana de Bogot es un ejemplo tpico de la llamada tierra fra. Aqu reina una eterna primavera; los das se parecen a los nuestros, tan magnficos, del tiempo fresco a principios de abril o de octubre. Aunque el cielo no resplandezca, est en todo caso, transparente y claro.

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Pero a veces ascienden de los valles vientos fros y hmedos y las nieblas se deslizan a lo largo de las crestas montaosas. Esta zona es particularmente rica en plantas herbceas y leguminosas, tradas aqu por los conquistadores espaoles. Es el pas clsico de la papa o patata, que en 1563 fue llevada a Europa por el ingls Hawkins. Aqu crecen el trigo, la cebada, la avena, ID, alfalfa, el trbol... Aqu florecen las rosas, los lirios, los claveles, las violetas, los geranios . . , Aqu se hallan tambin en su ambiente los sauces (salix Humboldtii), los nogales, los cerezos, los manzanos y los melocotoneros. Pero ya a una altura de 3.000 metros resultan raras las plantas que hemos citado. En las comarcas despobladas de hombres, en las que solo habitan las tempestades, surgen tan solo pequeos helechos, lquenes, achicorias enanas, y esa planta de extraa forma, de la que se extrae trementina y que llaman frailejn. A los 4.300 metros de altitud se acaba toda clase de vegetacin. Pero hasta los 4.700 o 4.800 metros, o sea por encima de nuestros altivos Alpes, no comienza el lmite de las nieves, el cual dominan algunos majestuosos gigantes de las cordilleras Central y Oriental. Sobre el blanco sudario de estos paisajes tropicales de montaa, solo el cndor flota audaz en los aires. Por lo que toca a las excelencias o desventajas del clima de las diferentes regiones, y tambin en cuanto a las distintas enfermedades endmicas, queremos guardarnos de generalizar en demasa, y as traeremos solo nuestras observaciones con referencia a las descripciones de los puntos y comarcas que visitamos. De un modo amplio puede decirse, sin embargo, que el pas es sano all donde el hombre lo ha hecho sano mediante su trabajo y civilizacin. Regiones propiamente insalubres, peligrosas en tal sentido, solo las hay en Colombia en el Choc, en la porcin septentrional del valle del Magdalena, en el Estado de Bolvar y en los Llanos.

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Como es natural, la mayor o menor proteccin del hombre contra las enfermedades depende tambin, en gran parte, de las estaciones del ao. En los textos escolares se suele simplificar mucho este captulo de la Geografa cuando se escribe que en Colombia alternan, y ello dos veces al ao, dos estaciones: el tiempo seco y el de lluvias. El verano reinara en los meses de diciembre, enero y febrero, y luego otra vez en junio, julio y agosto; el invierno o estacin lluviosa sera durante marzo, abril y mayo, y despus en septiembre, octubre y noviembre. Ni siquiera ese relevo de verano e invierno es, en modo alguno, cosa de tanta regularidad. Segn veremos, existen regiones, como los Llanos, donde llueve mucho ms de seis meses al ao; y por el contrario, hay comarcas que son relativamente secas durante el tiempo considerado como lluvioso. Hasta en un mismo y determinado lugar se producen grandes oscilaciones y desplazamientos de las estaciones del ao. La poblacin de este enorme territorio llega solo a unos ocho millones. Pero hay que considerar que, de toda la extensin del pas, solo un tercio, aproximadamente, se halla ms o menos habitado y cultivado; casi un milln de kilmetros cuadrados son tierra deshabitada y balda. As acontece que algunos lugares tienen tanta densidad de poblacin como Francia, que la mayor parte de los habitantes se reparten entre los 800 y los 2.800 metros de altitud, en tanto que grandes superficies, en especial las depresiones, estn cubiertas de selva. La poblacin se compone de tres razas y sus diferentes mezclas. Las razas son: La americana o india, cuyo origen se busca en el propio continente o tambin en la raza chino-monglica. Estos aborgenes constituyen del 30 al 35 por ciento de la poblacin total y se encuentran principalmente en las altiplanicies y en las faldas de las cordilleras. La mayor parte de ellos estn civilizados;
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solo 200.000 indios viven en estado de primitividad y son los salvajes de los llanos, de las llanuras pantanosas del Choc, al Norte, en los valles del Atrato y en torno al Golfo del Darin, y, por ltimo, en la pennsula de la Goajira. El segundo lugar corresponde a la raza negra. Los negros, trados de Africa como esclavos a principios del siglo XVI para realizar en minas y plantaciones los trabajos que resultaban insanos para los indios, representan aproximadamente una dcima parte de la poblacin del pas y se hallan en las depresiones y en las regiones ms clidas, en la costa y en las riberas de los ros. La tercera raza, finalmente, son los blancos, o sea los europeos inmigrados desde la Conquista, especialmente espaoles y sus descendientes. Como falta toda estadstica sobre la cifra de los inmigrantes (y ms an de las mujeres europeas llegadas al continente, si bien el nmero ser relativamente bajo), y como tambin muchos espaoles regresaron a su patria despus de enriquecerse, no es posible determinar con certidumbre la proporcin numrica de la raza blanca. En todo caso, existe mucha menos poblacin blanca pura de lo que el orgullo de los colombianos quiere admitir. Algunos suponen tan solo un 5 por ciento, aproximadamente, del total de los habitantes. De seguro que el clculo es bastante alto cuando se estima en una dcima parte de la poblacin el nmero de los criollos, o sea la gente de pura ascendencia europea, pero nacida en Amrica. Tampoco hay que pasar por alto a este respecto que los inmigrantes eran asimismo muy diversos en cuanto a su origen y carcter. Los mismos espaoles no son en absoluto una raza unitaria. Sangre rabe y juda se mezcl a la base tnica, especialmente en el centro y sur de Espaa, y, por lo dems, andaluces, castellanos, aragoneses, catalanes, vascos, navarros, gallegos... son tipos fundamentalmente distintos.
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El resto de los habitantes, del 45 al 50 por ciento, est integrado por la poblacin de mestizaje: mulatos, mezcla de raza blanca y negra; mestizos, de raza blanca e india, y zambos, de raza negra e india. Los ms numerosos, naturalmente, son los mestizos. Ya disponemos, pues, del marco de generalidades en el que puede aparecer con claridad la imagen de la situacin, del aspecto exterior y de la vida de la capital, Bogot. Fundada en 1538 por uno de los conquistadores espaoles, Quesada -sobre esta admirable fundacin volveremos ms adelante-, la ciudad, ya en 1540, recibi de Carlos V su fuero urbano con el ttulo de "Muy noble, muy leal y ms antigua", as como el nombre de Santa Fe de Bogot, este ltimo en recuerdo del lugar de recreo de los Zipas, jefes de los chibchas, o sea los aborgenes, y que se llam Bacat ("Lmite extremo de los campos"?) Despus de ciento treinta y cinco aos, Bogot tena 3.000 habitantes, y solo en 1797 alcanzara la cifra de 17.000. Pero en 1881, una gua directorio calculaba la poblacin en 84.000, repartida en 39.000 hombres y 45.000 mujeres. Segn el ltimo censo, 1929, los habitantes eran ya 224.000. Bogot se halla a 4 36' 6" de latitud Norte y a 67 34' 8" de longitud Este del meridiano de Pars. La diferencia entre Bogot y Pars es de cinco horas, seis minutos y diecisiete segundos. Bogot es la capital de la Repblica y, al propio tiempo, del Estado de Cundinamarca. Este ltimo nombre, de origen indio, parece significar "regin alta donde impera el cndor o el guila". De este modo quisieron los habitantes primitivos designar a los conquistadores la Sabana de Bogot y el imperio de los chibchas. Bogot es adems sede archiepiscopal. La ciudad SE: halla a una altura de 2.611 a 2.700 metros sobre el nivel del mar, o sea unos 300 metros ms alta que el Niesen, en los Alpes Berneses. La temperatura media de 13C. La mxima, 22;

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la mlmma, 6. Solo excepcionalmente desciende el termmetro a cero grados y el agua se condensa un poquito. Las chimeneas, por ello, no son necesarias en Bogot. Hacia el Oeste se extiende la ancha Sabana. Bogot, pegada a la cordillera Oriental de los Andes, que la separa de los Llanos, de la cuenca del Meta y Orinoco, se extiende principalmente hacia el Norte y el Sur. Sobre Bogot la cordillera parece hacerse ms compacta y ms elevada; all se forman cortos valles transversales y depresiones, de los que salen cuatro torrentes que atraviesan o bordean la ciudad: los ros de Fucha, San Agustn, San Francisco y del Arzobispo. Sobre estos ros o torrentes, que, segn la estacin del ao, llevan un potente caudal o estn casi secos, existen algunos puentes que unen los diferentes barrios de la ciudad. La principal de estas depresiones, la formada por el ro San Francisco, deja abierta una brecha o boquern. La elevacin rocosa situada al Norte de l, que se levanta en pendiente muy empinada, se llama Monserrate. Est a 521 metros sobre la ciudad, o sea a 3.165 metros sobre el nivel del mar, en tanto que el monte del Sur se denomina Guadalupe, y tiene una altitud de 3.255 metros (610 metros sobre la ciudad). En lo alto de cada una de ambas montaas, que descienden al valle con vegetacin y formas semejantes a las de los Pirineos, existe una capilla, visible a mucha distancia. Pero de ambas, solo la de Monserrate que tiene un Cristo milagroso, convoca el domingo a los fieles y penitentes, o una vez al ao a los que all se reunen en romera; las campanas se escuchan desde el valle. Inmediato a la salida del Boquern se halla el barrio del Norte, llamado Las Nieves. La ciudad propiamente dicha se ha extendido ms hacia el Sur, recostada en el Guadalupe, cuya pendiente desciende de modo mucho menos abrupto, formando adems diversas colinas intermedias antes de entregarse definitivamente a su destino. la llanura, que todo lo iguala y nivela. Sobre esas colinas se alzan tambin algunas capillitas de blancos muros, que contem-

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pIadas desde abajo hacen la impresin de pequeos castillos o palacetes y constituyen en el paisaj e un aliciente muy potico y gracioso. De acuerdo con esta topografa, la divisin y demarcacin de la urbe se configura de un modo sencillo y casi montono en su regularidad. Las vas que se dirigen de Sur a Norte, y por las cuales se desenvuelve principalmente el trnsito, se llaman carreras; las que cortan a stas en ngulo recto y que van del Oeste al Este, ascendiendo hacia el monte en cuestas bastante acentuadas, reciben el nombre de calles. Todas las vas son estrechas, para nuestros mdulos habituales; tienen solo cinco a ocho metros de anchura y sus aceras son angostsimas. Por el centro de casi todas las calles que bajan del monte corra entonces el llamado cao, una zanja de desage, descubierta, pequea y de escasa profundidad. Estos caos, especialmente durante las sequas prolongadas, exhalan horribles olores y se desbordan frecuentemente con los formidables aguaceros, convirtindose en verdaderos torrentes y dificultando tambin el trnsito. Por la mitad de los aos ochenta se comenz poco a poco con la canalizacin de la ciudad, obra, por supuesto, muy costosa, al tiempo que se construa un sistema de cloacas. Hoy da han desaparecido en su mayor parte aquellos caos, si bien se escuchan continuamente quejas sobre lo reducido de la red de tuberas. Las casas, vistas por fuera, son en su mayor parte feas e insignificantes. Sus ventanas estn provistas de rejas combadas hacia afuera en su parte inferior. Algunas pocas tienen miradores. Casi exclusivamente en las dos vas principales, la Calle Real y la Calle Florin, hay que destacar una serie de bonitos edificios, aunque, por lo angosto de esas calles, no lucen como debieran. La mayoria de las casas constan de una planta nica, hay tambin bastantes de dos pisos, pero pocas de tres. Las
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casas de mayor altura son excepclOn en Bogot, por miedo a los terremotos y temblores. Durante mi permanencia all, se produjeron dos temblores de tierra de cierta intensidad y duracin, y not con bastante claridad esa sacudida del cerebelo que Bain considera y diferencia como una especial sensacin fisiolgica. En los barrios extremos las casas no son sino cabaas, de modo que el que hace su entrada a Bogot por cualquiera de sus cuatro costados no puede substraerse a la penosa impresin que provoc la exclamacin del seor Can: "Mais c'est un faubourg indien!" De puerta de esas cabaas hace una pared, realmente muy espaola ( : ), de lienzo tensado en un marco, que permite tener una idea del triste interior. De ventanas encristaladas, no hay que hablar; los agujeros de ventilacin se cierran con batientes de madera. La gente pobre construye sus viviendas con bloques de tierra desecada (adobes); la mayr parte de las casas son de ladrillo, ya que la piedra, debido a los malos medios de transporte, ofrece grandes dificultades para ser trada a lomo de mula. Por esta misma razn, solo las calles principales disfrutan el privilegio de un empedrado slido. Las cubiertas son de tejas curvas superpuestas en dos hiladas. En el centro de la ciudad se halla la Plaza de Bolvar, o de la Constitucin, un cuadrado de 80 metros de lado. En medio se alza la muy lograda estatua en bronce del gran Simn Bolvar, el Libertador (t 1830). Tenerani model en Europa esta escultura (*). En torno al monumento se han dispuesto unos
( * ) El autol' se p ermite a qu un p equ eo chiste jugando con la expresin " spanische Wand" (pared espaola), que designa en alemn al biombo. (N. del T.) ( * ) Cuando mi permanencia en Bogot, cierto habitante de los Llanos se perdi un da por la ciudad, pero pudo orientarse al llegar a la plaza, tal cual l se expres, "donde est el negro aquel". Se refera a la estatua del Libertador.

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bellos jardines, donde crecen flores durante todo el ao. La plaza ofrece un excelente aspecto. Por el Este la limita la Catedral, de amplia fachada y con dos torres, coronada por una cpula. El interior, para mi gusto, no puede llamarse magnfico ni bello. Las tres naves se hallan separadas por poco graciosas columnas de 13 metros de altura con capiteles dorados, lo que parece un escenario sobre la ornamentacin corintia, lo nico que por su belleza de formas produce algn efecto. Lateralmente se han dispuesto adems seis diferentes capillas y muchos altares y cuadros. Separada solo por una casa cural, se alza la Capilla del Sagrario, cuya cpula se hundi a causa del terremoto de 1827, destruyendo desgraciadamente el altar mayor con sus columnas adornadas por conchas de tortuga y mrmoles. Por supuesto, ha sido bastante restaurado. En la capilla cuelgan cuadros del pintor colombiano Vsquez (t 1711). Ante la Catedral y a lo largo de todo el frente oriental de la Plaza de Bolvar, corre una especie de terraza a la que se asciende por escalones. Es el Altozano, lugar de encuentro y mentidero de todos los polticos y charlatanes de la ciudad. La parte Norte est limitada por casas particulares. Frente a la Catedral, o sea al lado occidental de la plaza, estaban los Portales, un vasto edificio de no mucha altura (tres plantas), bastante imponente al contemplarlo a distancia, pero, de cerca, muy tosco y mal hecho; en 1900 fue destrudo por un incendio. Al lado Sur est el edificio del Gobierno, el Capitolio, comenzado ya en 1849, pero no terminado todava. Y tampoco es muy fcil que se lleve pronto a feliz trmino, pues la obra amenaza ya ruinas por algunas partes. La arquitectura es del ms extrao gusto. Las dos alas del edificio estaran muy bien para alguna de nuestras construcciones escolares, pero el tejado (no sabemos si se trata de algo provisional) es plano y lleva un alto friso sobre cuyo extremo Sur, solitaria y tediosa, se ve una es- 68 -

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tatua que anhela soadoramente la llegada de sus vecinas. Unida por medio del friso con las prosaicas alas laterales, se alza en el centro una serie de columnas, en forma de prtico y tras ellas se ven otras hileras ms. Se pens en construr este vestbulo de modo que penetrara en la plaza, pero la fealdad e imperfeccin de todo el edificio no hubiera desaparecido con ello. En el patio, al que se llega a travs de las hileras de columnas, hay una buena estatua en bronce del General Mosquera, quien despus de tres aos de sangrienta guerra civil dio la victoria el partido liberal el ao 1863. En las alas laterales se hallan instaladas diversas oficinas del Gobierno. Se trata de salas de elevado techo, frecuentemente ornamentadas con muy bellos estucos y magnficas pinturas. En la planta baja, detrs del patio, estuvo durante bastante tiempo el saln de sesiones del Senado, y en el primer piso el Saln de la Cmara de Diputados, que esta hubo de abandonar en vista de sus malas condiciones acsticas. No se han regateado en esta construccin grandes sumas ni buena voluntad, pero solo un mediano resultado logr alcanzarse. Esta es la plaza principal de la ciudad. De las restantes plazas, enumeramos las que siguen: la de San Victorino, que se distingue por una gran fuente; la de los Mrtires, rodeada de casas muy humildes, pero que tiene un bello jardn. En el centro se alza un obelisco con las estatuas de la justicia, de la paz, de la libertad y de la fama y rodeado de urnas. En el obelisco figuran lpidas de mrmol en recuerdo de los mrtires de la guerra de Independencia. Al que model estas estatuas, ms vale que no le pida cuentas la Diosa de las Artes. Sin embargo, aquella plaza me hizo siempre una impresin solemne. Se halla santificada por la sangre de los luchadores de la libertad. Despus de que la ciudad, el 20 de julio de 1810, se alzara en abierta rebelin, expulsando al Virrey y estableciendo un gobierno provisional, en 1816 fue conquistada de nuevo por los espaoles, que pasaron aqu por las armas a ciento treinta
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y cinco ilustres ciudadanos, entre ellos tambin algunas mujeres. El 20 de julio es hasta hoy la principal fiesta nacional colombiana. Un agradable contraste con lo anterior es el que presenta la Plaza de Santander, un pequeo, pero muy bien cuidado parque con bellas verjas, en el centro del cual se halla el monumento del General Santander, bizarro y enrgico organizador de la nueva Repblica, y presidente de la misma hasta 1837. Es asombroso ver con la rapidez que crecen los rboles de estos parques. Hay que anotar que en Bogot y sus cercanas se planta en especial el eucalipto, por razn de su frondosidad y porque en pocos aos alcanza gran altura. Este rbol, con el que deberan repoblarse tambin las peladas alturas que dominan la ciudad, tiene el nico inconveniente de echar races demasiado fuertes y extensas, las cuales minan materialmente los cimientos de las casas. Muy linda tambin es la Plaza del Centenario, o de San Diego, sita en el sector Norte de la ciudad, y que forma un bello jardn en cuyo centro se erigi un pequeo templete de la Victoria, destinado a cobijar una estatua del Libertador. Bogot no tiene, pues, edificios especialmente notables, a no t)er que se cuenten entre ellos, desde el punto de vista confesional, las iglesias, que son treinta y dos, adems de doce capillas y oratorios, as como una pequea capilla presbiteriana. Exteriormente son, en su mayor parte, construcciones feas, que no presentan, en absoluto, ningn estilo arquitectnico. Solo San Carlos (hoy San Ignacio) se distingue por su magnfica nave, y la iglesia La Tercera, por sus tallas, que un brbaro cabildo hizo cubrir de revoque. Merecen citarse, por lo dems, los grandes edificios conventuales. En el ao 1861 habia en Bogot ocho conventos de frailes y seis de monjas; todos ellos fueron suprimidos. El General Mosquera los destin a alojar
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organismos y dependencias oficiales. De este modo se instalaron: la Biblioteca Nacional, en cuya planta baj a se encuentran el Aula Mxima de la Universidad y el Museo; la Universidad misma, repartida entre el antiguo convento de Jesutas (San Bartolom) y Santa Ins; la Escuela de Maestras, en Santa Clara; el Correo y el Banco Nacional, en Santo Domingo. San Agustn y San Francisco se convirtieron en cuarteles. Estos dos ltimos edificios fueron utilizados tambin por la Gobernacin del Estado de Cundinamarca. Todos los conventos citados tienen igual carcter en cuanto a la construccin. Rodean uno o varios patios cuadrados, en torno a los cuales corren galeras semejantes a claustros. Algunos de estos patios, como por ejemplo el de Correos, estn adornados por bellos jardines. Mencionaremos finalmente el Observatorio, una torre con aspecto de fortificacin, situado segn unos a 2.615 metros de altitud, segn otros a 2.632, y fundado en 1802 por Mutis. Toda vez que su situacin es extraordinariamente favorable para la observacin del firmamento, tanto al Norte como al Sur, este observatorio debi haber dado mucha fama a Bogot; pero es solo una estacin meteorolgica. Faltan los instrumentos necesarios, y la publicacin "Papel peridico" deca acertadamente en 1884: "Encontramos inadecuado y deshonroso vanagloriarnos de un observatorio donde falta casi todo lo que se precisa. Pudiera ocurrir que de pronto subiera una comisin astronmica a Bogot y se encontrara con nuestra abandonada torre". Tan modesto como el Observatorio es el Palacio del Presidente, mansin que este deba habitar entonces con carcter oficial. Se halla en una calle lateral, y exteriormente no hace ningn especial honor a su denominacin, pues se trata de una sencilla casa blanqueada de ventanas pequeas e irregulares y una entrada de ciertas proporciones. En la planta baja hay un cuerpo de guardia. En la inmediacin de este edificio se encuentra el teatro, en aquel entonces insignificante y hoy convertido
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en un lujoso coliseo, en el que se hicieron exageradas inversiones (*). Debemos hacer mencin todava de una diminuta casa situada en la esquina de la Plaza de las Nieves, con un balcn muy caracterstico de la poca de Felipe lI. Fue en tiempos el "Palacio" de los Virreyes (* *) . Cerramos esta descripcin con el Panptico, o presidio, a un cuarto de hora de la ciudad, y que presenta la traza de una construccin circular con rotonda y alas confluentes en forma de estrella, segn el modelo de la prisin celular de Filadelfia. Quien contempla la ciudad desde un camino que discurre a unos cien metros de la misma, no puede sustraerse a una sensacin de melancola ante la vista de aquella confusin de tejados, de aquel apiamiento de calles, de plazas relativamente pequeas. En verdad, la distancia entre esto y nuestras abiertas y claras ciudades europeas produce un efecto de opresin. Pero la situacin de Bogot tiene tambin sus bellezas. En particular la luz que da sobre la cadena montaosa que se desploma hacia el valle, es muy cambiante a cualquier hora del da y constituye un verdadero deleite para la mirada del suizo. A veces se ofrece el mismo espectculo de luces que es propio del verano en nuestro pas, cuando los montes parecen retirarse y se presentan menos fuertemente modelados. Otras veces, hacia la cada del sol, las alturas se envuelven en un particular ambiente otoal, y las formas de los peascos destacan ntidas como los Alpes en los das septembrinos. Y otras veces, tambin, las montaas respiran frescura primaveral y apacible resplandor de mayo. Esta variedad de las luces, que en Bogot puede gozarse en el espacio de un solo da, mientras que en nuestras tierras se halla repartida en las diferentes estaciones del ao, desagravia en cierto
(*) Tambin el Palacio se ha l'econstrudo desde entonces. (**) Hoy, por desgracia, derribado.

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modo a los montes por la prdida del adorno de sus rboles, total y brbaramente talados, y tambin por lo mezquino de la vegetacin que los viste apenas de una delgada capa verde. Despus de este recorrido, volvamos a las calles de Bogot en busca de ambientes y tipos.
i Qu gran diversidad, sobre todo en los carruajes! Grandes bueyes, la cerviz uncida bajo recio yugo, tiran emparejados de las carretas usuales en la Sabana, esos pesados vehculos provistos de dos ruedas grandes y macizas. En especial la calle que conduce al mercado, se encuentra atestada de estos vehculos. Los dems medios de transporte son poco numerosos. De cuando en cuando se ve un enorme mnibus que lleva al campo una familia o un grupo de amigos; son monstruos con capacidad hasta para doce personas y en los que existe el peligro de marearse. Hay tambin unos viejos cajones con aspecto de coches, en los cuales se hacinan cuatro personas. Coches modernos o calesas, eran muy escasos en Bogot por aquella poca. El Presidente de la Repblica sala en una vehculo de apariencia bastante noble, semejante a los coches de bodas. Recuerdo todava muy bien el revuelo que provoc la aparicin de un coche de verdadera calidad ante la casa del Cnsul alemn, seor Koppel, el ao 1882, y la gran admiracin que despert. Qu hay en eso de extrao si se considera que en Bogot se ve todava hoy un artefacto, la litera o silla de manos, que fue honra singular de tiempos remotos? Estos cajones, sin ms claridad interior que la mezquina luz que otorga una ventanita -encortinada, para colmo-, los transportan dos hombres fornidos y sirven para llevar a personas enfermas o delicadas, a damas y ancianos. En la revolucin de 1885 -as me lo refirieron- los cabecillas del partido radical que dirigan el movimiento revolucionario contra el gobierno, y los cuales no se pudo capturar pese a todas las pesquisas, hacan visitas a sus partidarios sirvin-

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dose de estas literas. El secreto, como es natural, estaba en poder de solo unos pocos; de lo contrario, hubiera sido detenida el arca de los conjurados y apresados sus ocupantes. Como revancha de la curiosidad con que es observado, examinado y criticado todo forastero y recin venido, debern ahora desfilar ante nosotros los diferentes personajes callejeros de la ciudad. La vida en las calles es muy animada, ya por el hecho de que los comercios se hallan abiertos a la va pblica por una o dos puertas muy anchas. Las tiendas y almacenes de pequea o mediana categora carecen de escaparates, de manera que una parte de su actividad se desarrolla en la calle misma. Es notable, ante todo, que en Bogot raramente se ven negros. A ello hay que agregar -yo he observado efectivamente este fenmeno y podra citar nombres- que cuando un negro permanece largo tiempo en la sabana, el color de bano de su piel se substituye por un tono achocolatado o por un oscuro gris ceniciento. Semejante influjo empalidecedor de la tez lo ejerce, por lo dems, en todos los otros casos la considerable altitud de Bogot. Como ya vimos, la raza blanca no se halla representada aqu en nmero muy grande. A menudo hube de sonreirme cuando alguna familia bogotana me detallaba su blanco rbol genealgico y entraba de repente un miembro de la familia que presentaba un color de la piel o un matiz del pelo acreditativos de raza india, deshaciendo as toda la teora. En efecto, la gran mayora de los habitantes de Bogot que se ven por sus principales calles son mestizos de indio y blanco; mas el grado de mezcla no destaca demasiado marcadamente, pues la mitad de las personas tienen la faz bastante blanca o blanca del todo y no se diferencian por ese detalle de nuestros rostros europeos, que tambin presentan muchos y variados tintes. Estas gentes, cuya sangre espaola se halla mezclada con ms o menos gotas de sangre india, tampoco en la indumentaria
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se distinguen en modo alguno de los europeos, y, por el contrario, tratan de superar a stos en el refinamiento de su aspecto exterior. En efecto, al extranjero le llama inmediatamente la atencin el gran nmero de seores ataviados con elegancia y finamente compuestos. All se ve a los comerciantes, reunidos en grupos en la calle, ante los edificios del gobierno o a la entrada de los bancos. y luego la caterva de los polticos, gentes desocupadas y sin profesin, la plaga de este hermoso y buen pas, que acaso antes, bajo aquella o la otra administracin, han ostentado un cargo oficial y que ahora estn a la espera y urden intrigas hasta que un nuevo perodo, de los que ordinariamente cambian la provisin de todos los cargos, les vuelva a colocar en algn empleillo. Se ve tambin a los estudiantes universitarios y alumnos de los diferentes centros de enseanza media; todos ellos gustan de vestir bien y no les desagrada la vida callejera. Hay que agregar la gran legin de los poetas, los muchos maestros y catedrticos, los periodistas, abogados, mdicos, agentes, etc., sin olvidar a aquellos privilegiados que no hacen nada absolutamente y cuya atildada y compuesta apariencia es el mayor misterio del mundo. Menos montono resulta el atuendo de los que se envuelven en la capa espaola y saben llevarla bien, cosa no muy fcil. Entre los criollos abundan las figuras nobles y hermosas; hombres de complexin fuerte, pero fina, de tez transparente, ligeramente tostada, bella nariz, abundoso cabello negro y oscura barba; de cuando en cuando se ven tambin rubios (monos) de aspecto normando. Su paso es elegante, su voz agradable, su habla vivaz, teida de cierta indolencia. En todo su aspecto hay algo sereno, abierto, cordial, simptico. De vez en cuando pasan jinetes, con su pintoresco traje de montar o con indumentaria de viaje, cabalgando sobre corceles, las ms de las veces, de buena raza, pequeos, esbeltos y de soberbios cuellos.

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El traje de montar europeo empieza a introducirse poco a poco y solo se lleva para cabalgadas por las cercanas de la ciudad. Otras personas montan sin ningn atavo especial, como hacen los mdicos, que se sirven del caballo, incluso por las mismas calles de Bogot, para realizar ms prontamente su visita. y tambin alguna vez se ven amazonas, elegantes y diestras en el dominio de sus cabalgaduras. Las jvenes bogotanas de raza blanca, que encontramos cuando van de compras o a la iglesia, pueden calificarse, en su mayora, de muy hermosas. Son pequeas, pero de elegante figura, la que, sin embargo, no se manifiesta suficientemente, debido a que la bogotana viste por la calle de modo muy sencillo; y de negro. Sus atavos ms lujosos los reservan para el saln o el teatro. Del torso a la cabeza, a veces envolviendo a esta enteramente, cumple su cometido la inevitable mantilla, frecuentemente ornada de preciosos encajes, y cuyos delicados pliegues insinan lo inaccesible, accesible al propio tiempo, de su condicin. A travs de esta negra veladura, mira el expresivo rostro. El cutis de las autnticas bogotanas, cuyas familias residen desde mucho tiempo en la capital, es plido, transparente y mate. Las muchachitas cuyos padres se desplazaron del campo a la ciudad desde hace una o dos generaciones, se distinguen por sus mejillas rojas y de suma delicadeza, que florecen como rosas sobre la tez blanca. Los oj os, siempre fascinadoramente bellos, amables y un algo burlones, son castaos o negros y muy brillantes. Las trigueas y las rubias abundan menos. Las seoras mayores y las matronas, a las que desatentamente no he nombrado hasta aqu, van tambin de negro, color que, por supuesto, les sienta muy bien, y no tienen nada que envidiar a las europeas ni en dignidad ni en nobleza de talante. Mucha menos atencin dedica el forastero a los pobres indios de raza pura, atrado principalmente por la contemplacin
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de la gente blanca o mestiza. El forastero siente instintivamente que se encuentra, ms que frente a seres individuales, frente a una masa que gusta de deslizarse lo ms silenciosa y humildemente. El indio, "civilizado" y "convertido" al cristianismo, lleva toscos calzones de un tejido de fabricacin casera. Su camisa est casi siempre sucia. Sobre ella viste la ruana, prenda cuadrada, fuerte y de color oscuro, con una abertura en medio, por donde se introduce la cabeza (el poncho mejicano). El indio va descalzo o lleva una especie de sandalias (alpargates). Predominan los hombres de constitucin fuerte, de tez de tono cobrizo o aceitunado, cabello lacio y corto, escasa o ninguna barba y ojos vivos que expresan su carcter astuto, algo indolente y muy desconfiado. Las indias jvenes raramente rebasan la estatura mediana, pero tienen bastante buena figura, si bien son algo toscas y torpes. Los rasgos y expresin del rostro presentan caracteres de gran regularidad y hasta de hermosura, y el pelo, aunque no muy cuidado, es bello y negrsimo. Su indumento es de lo ms sencillo; el torso se cubre con una simple camisa, o a ve. ces con una tosca mantilla negra. En la ciudad las indias trabajan como sirvientas y lavanderas, y entonces van mejor vestidas y ms limpias. Pero las viejas presentan un aspecto de lamentable abandono y de suma fealdad. A los indios se les ve en los barrios extremos, agrupados a docenas en algunas de las muchas tabernas o tiendas, de pie junto al mostrador tomando la bebida popular, la chicha, un lquido amarillo y espeso, parecido al vino nuevo y hecho de maz fermentado; es de fuertes efectos embriagantes. A veces los vemos conduciendo por la ciudad sus mulas, estas bajo el peso de grandes cargas. Otros llevan a cuestas jaulones con gallinas o cargamentos de lea, carbn u otras mercancas. El correspondiente fardo lo sujetan con una correa que se apoya sobre ' 8. frente. Curvados, con un paso ligero y corto como un trotecillo,

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caminan hacia la plaza del mercado, donde constituyen el elemento humano ms numeroso y donde se muestran en su ambiente y algo ms desenvueltos. El ruido que reina all se parece al zumbido de una colmena. La plaza del mercado nos da ocasin de pasar a la pintura de la vida material en Bogot. Esta se halla en dependencia, naturalmente, de las especiales condiciones climatolgicas. Ya sealamos brevemente que en Colombia se suceden, en general, dos nicas estaciones: la seca y la lluviosa. En la altiplanicie bogotana, la primera poca de lluvias comienza a mediados o finales de febrero. Pero sera errneo suponer que durante ese tiempo est cayendo agua continuamente. Lo que suele producirse son violentas precipitaciones en forma de aguaceros entre truenos y relmpagos. Durante una hora el cielo suelta todas sus esclusas; luego, por lo comn, aclara completamente. Solo una vez, en toda mi permanencia, llovi ininterrumpidamente en Bogot durante unas treinta y seis horas. A veces cae tambin granizo de gran tamao, as que algunos de los cerros que dominan la ciudad quedan revestidos de blancor, bajando mucho la temperatura. Un da vi en los patios de varias casas una capa de granizo de un pie de espesor. Es curioso anotar que la gente pobre recoge el producto de la granizada, y entonces hay helado en Bogot, pero no procedente de ninguna de las fbricas de hielo. Este tiempo de las tempestades de lluvia se prolonga hasta entrado el mes de mayo. En junio, julio y agosto, por lo comn, hace buen tiempo; pero en esa poca caen sobre Bogot, especialmente en junio y julio, los llamados pramos, lloviznas extremadamente fras. Las densas masas de humedad que se elevan de los llanos son empuj adas sobre las cordilleras por los vientos del Este. All, con el fro reinante sobre las cumbres, esas masas adquieren la suficiente condensacin y peso y se convierten en finas precipitaciones en forma de chubascos. En septiembre
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debera iniciarse de nuevo el verdadero tiempo de lluvias; pero a menudo la poca seca se contina hasta el mismo mes de octubre, de modo que la sabana aparece agostada y los ganados se debilitan y enflaquecen terriblemente a causa de la falta de agua. Mas en circunstancias normales el invierno, o estacin lluviosa, llega en septiembre y dura los meses de octubre y noviembre hasta principios de diciembre. Este ltimo, as como enero y febrero, son los meses ms bellos y claros de todos, pero sus maanas son tambin las ms fras del ao. En diciembre la temperatura media es de 14 e; en febrero, de 16. En estos meses el cielo brilla con un azul soberbio y de suma diafanidad. En el resto del ao, la atmsfera experimenta las ms variadas transformaciones, pues como Bogot recibe adems, trados por el viento, los vapores que se levantan sobre las clidas zonas del Magdalena, tan pronto densas nubes oscurecen una parte de la sabana como vuelve a aclararse el cielo, radiante y limpio. De acuerdo con las dos estaciones del ao, en la sabana se dan tambin dos cosechas. Se siembra a fines de febrero para recoger en julio; se vuelve a sembrar en septiembre y se cosecha nuevamente en enero. Si a esta riqueza natural de la sabana se agrega la circunstancia de que a la capital pueden ser trados los productos, no solo de la zona templada, sino tambin de la trrida de las vertientes de la cordillera que descienden hacia el Magdalena, lo mismo que de los clidos valles de los afluentes del Orinoco, y ello en tiempo relativamente breve mediante el transporte a lomo de mulas, se comprender que el mercado de Bogot es uno de los ms ricos que puede poseer ciudad alguna del mundo. Encontramos all fresas silvestres y gruesos fresones, moras de zarza, una especie de cerezas salvajes, melocotones y ciruelas, manzanas, pias, mangos, cocos, melones, sandas, pepinos, granadas, granadillas (fruto sabrossimo, que es lstima no tengamos en Europa), chirimoyas (con su rico perfume) . . . toda una
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larga serie de frutos de nombres enteramente exticos * ; y adems, higos, naranjas abundantsimas, limones, dtiles, el rico aguacate (o "manteca vegetal", que recibe su nombre del francs Avocat), tomates, tamarindos, calabazas, y toda suerte de flores y plantas medicinales. y hay cebollas, ajo, col, coliflor, esprragos, nabos, zanahorias, remolachas, rbanos, chicorias, pimientos, lechuga, alcachofas, etc. Junto al trigo se vende maz, estupendas papas y batatas, arracachas, yuca y man o cacahu, adems de arroz, guisantes, alubias o frjoles, lentejas, avena, caa de azcar, cacao, caf, tabaco, ans, linaza, lo mismo que mantequilla, queso blanco y salado, huevos, grasa, cera, jabn. Est all tambin a la venta la excelente carne de Zipaquir, una enorme cantidad de aves, pescado seco del Magdalena y el pescado fresco llamado capitn, del ro Funza, y que bien preparado resulta bastante sabroso. Se venden liebres y conej os; azcar, panela, sal; y paos de fabricacin campesina, y cintas de las clases ms diversas, y pauelos, sombreros de paja, velas de sebo en grandes cantidades, espejitos, juguetes para los nios indios. .. Y, en abigarrado desorden, vajilla, cordones, sacos, sandalias, correas. " El trato y el regateo se desenvuelven con gran viveza. El lenguaje de las vendedoras es aqu, como en otras partes, un tanto subido de tono. Mucha importancia tiene tambin el aguardiente que se bebe en las tabernitas vecinas. El mercado se halla establecido bajo grandes cobertizos y est en bastante buen estado de limpieza, pero se echa en falta a los gallinazos, que se encargaran de acabar con todas las sobras y desperdicios. Esos dignos representantes de la polica sanitaria en Suramrica, han sido casi eliminados en Bogot por las pedradas de los traviesos muchachos, y la ciudad sufre
* Curubas, tunas, nsperos, mameyes, zapotes, anones, uchuvas, papayas, guanbanas, mortios, guamas, guayabas, caimitos, madroos, hicacos, etc.

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de su ausencia. En general, faltan all los pjaros; solo el pequeo y pardo gorrin, tan confiado, puede verse por la ciudad. Con este abundante mercado resulta fcil preparar una mesa verdaderamente buena; en efecto, en las casas de las familias acomodadas se come excelentemente. Deliciosos son en especial los postres, por la variedad de los frutos conservados, (dulces) y de los frutos frescos. Los muchos platos azucarados o golosinas que al principio resultan extraos al europeo, terminan sabiendo muy bien, particularmente si se toma a continuacin un vaso de agua fra, que a su vez halaga como exquisto complemento al paladar. El desayuno lo toman los autnticos bogotanos entre las diez y las once. Consiste en la sopa habitual, bananos, arroz y un bistec, u otra clase de carne, acompaado de algn guiso de huevos. Para terminar, una taza de chocolate. La comida se sirve entre las cuatro y las cinco. A las ocho de la noche toman como refresco una taza de chocolate o tambin t, con pastas, bollos, etc., o con fruta. Ha desaparecido la vieja costumbre espaola de tomar todas las comidas temprano y echar la siesta despus de la comida principal. Como bebida hay que considerar en primer trmino el agua, que, afortunadamente, brota de una clara fuente del Monserrate y que los extranjeros, despus de un breve perodo de aclimatacin, pueden saborear con deleite. Sigue luego en importancia la cerveza, que elaboran varias cerveceras pertenecientes a sociedades alemanas. El vino, en comparacin, es carsimo. El vino espaol, el llamado cataln, es ms barato, pero por su mucha agregacin alcohlica resulta demasiado fuerte. Por lo dems, en Bogot se toman muchos licores finos como aperitivos. Con motivo de cualquier solemnidad, se saca el champaa, antonomasia de las bebidas nobles, y cada cual lo ingiere, aunque sea de mala calidad. El hombre sensato debera practicar en Bogot la virtud - 81 -

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de la ms estricta templanza, pues se bebe ms de lo que la sed reclama, y el alcohol constituye un amigo seductor y peligroso en medio de aquella eterna primavera, con la consiguiente debilitacin que en sus fuerzas experimenta aqu el europeo. La general caresta de la vida tiene por principal causa el mismo carcter de la ciudad. Bogot no es propiamente un centro comercial, por muchos comerciantes que en ella haya. Hasta finar los aos ochenta la mayor parte de las mercancas se suban a la Sabana para enviarlas luego a los Estados del Norte y del Sur; hoy da, con muy buen acuerdo, las vas de transporte se han desplazado ms hacia el valle del Magdalena, de donde reciben directamente sus productos los distintos Estados. Bogot, pues, es en realidad una ciudad consumidora, que solo gasta y nada produce. Como es natural, las clases pobres y las pauprrimas son las que sufren en mayor medida los elevados precios de los productos alimenticos y estimulantes, as como los del vestuario. Por tal razn el estado sanitario de Bogot no es precisamente ptimo. Hay que anotar que los indios viven muy sobriamente y que la naturaleza suministra pltanos baratos, as como papas, yuca, arroz y maz. Con las muchas privaciones por que esta gente pasa, con sus vestidos malos e insuficientes, pues falta la adecuada ropa de abrigo, y con la escasez de buenos alojamientos a semejante altitud, la alimentacin resulta casi siempre incompleta -carencia casi absoluta de verduras, poqusima y mala carne, y en cambio mucho licor de maz-, siendo adems excesivo el desgaste fsico por el trabajo. Por ltimo, como el aseo corporal es deficente, las enfermedades pueden fcilmente hacer de las suyas en estas masas humanas hacinadas en cabaas miserables. Muchas personas, precisamente de esa clase, padecen de tisis. Durante largo tiempo se puso en duda la existencia de la tu- 82 -

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berculosis en la Sabana, y supuestas luminarias de la ciencia mdica negaron abiertamente que se diera all dicha enfermedad. Mediando ya los aos ochenta, se produjo por pirmera vez un cambio radical en las opiniones al respecto. Por entonces lleg a Bogot, llamado por el Gobierno, el veterinario francs Vricel, quien pudo descubrir en el mercado de la ciudad una gran cantidad de carne atacada por el "mal perlado". Se trataba de entraas y pulmones, partes que consumen los pobres, de reses en su mayora tradas de tierra caliente y que no haban conseguido adaptarse a las nuevas condiciones de vida en la fra y rigurosa Sabana. (El ganado, por otra parte, suele ser ordeado en exceso, se encuentra da y noche al aire libre en casi todos los casos y adems se le obliga a trabajan mucho). Despus de lo dicho se hicieron detenidos exmenes microscpicos y el joven doctor Alberto Restrepo public sus exactas observaciones en el mismo sentido. Segn estos investigadores, la traidora dolencia est incluso muy extendida, pero solo entre las clases ms pobres; al parecer la mitad de las personas muertas en el hospital y pertenecientes a esas clases presentan lesiones y alteraciones tuberculosas ms o menos graves. En cambio, gracias al clima de la altura, el curso de la enfermedad es ms lento y latente, presentando sntomas poco acusados, y el doctor Restrepo cree poder asegurar que son pocas las personas cuya muerte tiene por causa directa la tisis. En general ser bueno que el extranjero no insista mucho en persuadirse de que vive en un clima de primavera eterna. Efectivamente, al principio es necesario hacer un gran esfuerzo para pasar de la mullida cama al aire sensiblemente fro, tan distinto del que se ha respirado en las regiones trridas del pas. El sol nos quema, es cierto, pero ya no nos acalora y abrasa. La opresin respiratoria que se suele notar durante los ocho primeros das, es cosa pasajera. Como el aire es de mayor ligereza que el que estamos acostumbrados a respirar, la presin atmos-

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frica es menor, consecuentemente, y hay que realizar ms inspiraciones para proveerse de la necesaria cantidad de oxgeno. Pero la calidad del aire, tan pronto muy seco como extremamente hmedo, los fuertes vientos y los aguaceros, y muy especialmente la diferencia entre la temperatura a la sombra y al sol, diferencia que puede llegar a veces hasta los 15 e, todo ello aconseja prevenirse de enfriamientos. Los resfriados y catarros son frecuentes por las causas dichas, y las pulmonas se han llevado a la tumba a ms de un vigoroso extranjero. El sobretodo es en Bogot imprescindible. Una estricta higiene es cosa siempre conveniente, pues el cuerpo, de modo especial en los que realizan trabajos intelectuales, se ve fcilmente atacado de una ligera anemia, perdiendo parte de sus resistencias normales. Pero hay un mal que nunca sobreviene en Bogot: las fiebres; ni la fiebre amarilla ni la intermitente. Cuando se da algn caso, es que el germen se ha contrado en alguna regin ms clida. Por lo comn, uno se adapta pronto a las condiciones de vida de Bogot, como, por ejemplo, a la uniforme duracin del da y de la noche, duracin sujeta tan solo a imperceptibles variaciones. A las seis de la maana amanece, a las seis de la tarde cae la oscuridad. En ambos crepsculos la penumbra no pasa de un cuarto de hora, gran beneficio para el miope, que solo por la distribucin de luz y sombra puede distinguir una serie de objetos y que en nuestros largos crepsculos de las zonas templadas cree caminar entre borrosos espectros homricos.

La figura externa de Colombia no ha dejado tampoco de modificarse en lo que va del siglo XX, pero los cambios fueron, no obstante, de escasa significacin; si se los compara con las - 84 -

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transformaciones acontecidas en Europa como consecuencia de la guerra mundial. Mas la prdida del Departamento de Panarm, includa la Zona del Canal con las ciudades de Panam y Cristbal Coln, constituye para el pas uno de sus ms duros reveses. Todo el desarrollo de estaJ separacin, determinada por los norteamericanos (y expuesta aqu en un captulo posterior), infligi al sentimiento nacional colombiano una herida que seguramente no ha de cicatrizar jams. Ms tarde, sin embargo, fueron dadas satisfacciones al Estado cuando el Presidente Wilson en 1917, poco antes de la proclamacin del derecho de autodeterminacin de los pueblos, hubo de reconocer sin rodeos, en sesin pblica del Congreso, la injusticia cometida por Roosevelt contra Colombia. Pero incluso el pago de 25 millones de dlares, efectuado en expiacin de aquella injusticia, dio lugar a falsas interPretaciones, pues vena a apoyar la suposicin de que en los Estados de Suramrica podan repararse con oro las ofensas inferidas al honor nacional. Hoy da, en lugar del dolor por la prdida del istmo de Panam, ha surgido lai serena y objetiva consideracin de los hechos. En 1927 se restablecieron las relaciones diplomticas con la vecina nueva repblica, creada bajo el influjo norteamericano. Si los colombianos contemplan la enorme obra de la construccin del Canal, cuya realizacin hubiera estado por encima de sus propias fuerzas, y si miran cul fue la conducta de los norteam'ricanos al imponerse desconsidaradamente en la Zona del Canal y sin reparar para nada en los derechos de lOSi otros, podrn experimentar incluso una sensacin de alivio al haberse substrado a la accin directa de los nuevos conquistadores. Otras modificaciones se produjeron tambin en la frontera oriental y meridional de Colombia. Controversias con Venezuela, de varios aos de duracin, con motivo de las fronteras entre ambos pases en la regin de los Llanos y en la del Golfo de Maracaibo, haban sido solucionadas transitoriamente el ao 1891
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en virtud de un laudo de arbit'ramento del Rey de Espaa. Cuando ms tarde Colombia y Venezuela fueron posedas pO?' la fiebre del petrleo, pareciendo que precisamente los territorios fronterizos encerraban riquezas petrolferas, los conflictos amenazaron surgir de nuevo y en forma ms exacerbada. En tal sazn los gobiernos de los dos pases dieron prueba de gmn madurez poltica, volviendo oportunamente a la idea del a1'bitmje y sometiendo al fallo de Suiza los problemas todava en litigio, Despus de intercambiar los escritos jurdicos donde cada una de las partes, apoyndose en antiguos ttulos y otorgamientos, fundaba sus respectivas aspiraciones, una Comisin suiza se person en los lugares objeto del conflicto y fij con carcter irrevocable las fronteras ent1'e ambas naciones. Estos trabajos obtuvieron fuerza legal por fallo del Consejo Federal de Suiza del 24 de marzo de 1922, allanando as unas diferencias que con el tiempo hubieran podido enturbiar seriamente las relaciones entre Colombia y Venezuela, Parecidas delimitaciones de fronteras tuvieron lugar despus al Sur, con el Ecuador; ambos Estados pudieron llegar a un acuerdo sin que fuera necesaria la mediacin de tercero o la substanciacin de un procedimiento. Los buenos resultados de la experiencia en estas delimitaciones fronterizas hicieron prospera?' en Colombia el deseo de regular tambin mediante un tratado las cuestiones todava pendientes con el Per. Estas se referan a la frontera del Putumayo, una regin de selva virgen perteneciente a las tierras del Amazonas, 11 que en el tiempo de la expoliacin de los caucheros se hizo tristemente clebre por las crueldades all registradas. Colombia, sin duda, posea la ms antigua opcin a aquella zona, solo que la ocupacin se habL iniciado desde el Sur, de sue1'te que el Per poda invocar con cierto derecho su trabajo de colonizacin. Recientemente pudo verse lo difcil que resulta reivindicar derechos de soberana all donde se han pasado por alto las circunstancias reales. Cuando, en consecuencia, Colombia renunci
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a una parte del Putumayo, dio, pues, una nueva prueba de prudencia poltica. Per, por su parte, le cedi un acceso suficientemente amplio al Amazonas, con lo que, sin duda, quedaron aseguradas posibilidades de desarrollo para un ulterior trfico comercial de Colombia hacia el Brasil. El tratado internacional concludo con el Per no fue dado a conocer, despus de; largas negociaciones secretas, hasta el ao 1928, pues los dos pases procuraban no herir la susceptibilidad nacionan de sus ciudada,nos. Gracias a una ciudadosa preparacin de la opinin pblica, no se produjeron incidentes en Colombia al revelarse la entrega de aquellos territorios del Putumayo. Esa rectificacin de fronteras suscit, en cambio, la oposicin de la Repblica del Ecuador, que se sinti coartada y amenazada por el avance econmico del Per. Cuando se conocieron las negociaciones antes mencionadas, Ecuador rompi sus relaciones con Colombia, y todava no ha consentido en reanudarlas, pese a la buena disposicin de la otra parte. En la actualidad, Colombia tiene delimitadas todas sus fronteras (excepto con el Brasil) por medio de tratados o en virtud de laudo arbitral. Esas fronteras son: al Norte, en lugar de Costa Rica, la Repblica de Panam con la zona norteamericana del Canal, al Este Venezuela, al Sureste Brasil, y al Sur Per y Ecuador. Con todos estos vecinos desea Colombia vivir como hasta aqu, en duradera paz y amistad. En cuanto a la estructura del pas, con sus montaas, ros
y llanuras, as como con sus riquezas naturales, o en cuanto al

clima, con las diversas regiones y la vegetacin por ellas condicionada, las nuevas observaciones no han revelado nada que difiera sealadamente de las circunstancias antes descritas. Unicamente la cuestin del petrleo mantiene a los colombianos en creciente tensin, si bien hasta ahora, como vimos en el via.je por el valle del Magdalena, solo en Barrancabermeja se ha encon- 87 -

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trado petrleo en grandes cantidades. Ahora bien, se da por geolgicamente demostrado que en territorio colombiano aguardan todavL la explotacin cuantiosas riquezas petrolferas. En la consideracin general sobre la poblacin de Colombia, El Dorado sostuvo, con muy conveniente franqueza, el criterio de que el nmero de los habitantes de pura raza blanca era mucho menor de lo que la estadstica oficial y el prurito de los colombianos queran reconocer. Este sincero juicio es confirmado de continuo por los observadores imparciales. Tal aseveracin, y esto hay que destacarlo especialmente, se halla muy lejos de todo menosprecio, pues la laboriosidad y la buena voluntad de la raza india no es lO! bastante apreciada -incluso por los pro'pios colombianos-o El indio, si bien se halla embotado por una opresin de siglos, sera merecedor, sin duda, de que el Estado le otorgara una muy otra asistencia y atencin y le ofreciera, al menos, una buena formacin escolar. Entonces, de esta masa ignorante, oscura y aptica podran hacerse con el tiempo ciudadanos tiles y conscientes de sus deberes. y de esta clase de hombres nunca tiene bastante una joven repblica, un pas en vas de pleno desarrollo. La capital, Bogot, no solo es la sede del Gobierno de Colombia y de las misiones extranjeras, sino que aspira a convertirse en un verdadero punto central de todo el pas. N os produce continuo asombro considerar la tenaz fuerza de voluntad de los conquistadores que sobre la lejana altiplanicie, a la que todavL hoy no conduce una buena carretera, hicieron surgir una poblacin merecedora verdaderamente del nombre de capital. Es cierto que muchas ciudades europeas de segundo orden superan a Bogot, en el fondo bastante montona, por lo que se refiere a la generosidad y amplitud de su trazado y en cuanto a las const'l""ucciones. Y, sin embargo, all se nota algo del carcter de una verdadera capital. N o es en los monumentos y otras cosas dignas
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de verse, ni tampoco en los progresos de los medios de comunicacin, donde realmente se irradia ese espritu de gran ciudad. Lo maravilloso es, en conjunto, la presencia de Bogot soberbiamente asentada en estas alturas, cerca del cielo, en la claridad de las montaas, por encimaj de los clidos vapores del trpico. No en vano los fundadores la llamaron Santa Fe de Bogot. En la "santa fe" de esta ciudad, tan rica en iglesias y tan fiel a la Iglesia, reside sin duda la explicacin ms entraada del noble ensalzamiento de su ser. Sin embargo, puede ser que sonra ante estas palabras el que, solo por corto tiempo, va a Bogot para hacer algunas visitas o resolver algunos negocios, abandonando la ciudad con la misma prisa con que lleg a ella. Acaso en el aire polvoriento y neblinoso no se reconozca ya nada que est en afinidad con el viejo espritu de la disciplina eclesistica. Pero all templos y conventos se alzan en no disminuda multitud, y hoy da prepondera aun la Iglesia Catlica con firme poder. Precisamente a causa de este rasgo esencial de Bogot, que se substrae a una clara interpretacin, resulta cosa secundaria la informacin sobre el nmero exacto de habitantes (224 .000 en 1929), sobre la longitud de la red ferroviaria, la cifra de los automviles, la de los grandes hoteles o la de los comercios. Los datos a este respecto se alteran de un da para otro; bastar saber que Bogot se desarrolla incesantemente como ciudad moderna, si bien en el terreno de la asistencia queda todava mucho por hacer. Las iglesias antiguas, plazas y parques que antes se han descrito siguen constituyendo los puntos ms notables y dignos de admiracin; lo nuevo carece de carcter propio y puede pasarse por alto. En comparacin con el pasado, ha experimentado particular alteracin el centro de la capital. Las casas de una o dos plantas se han ido reduciendo a los barrios extremos o han desaparecido, y en su lugar se alzan hoy muchos soberbios edificios comerciales y bancos. Los adelantos tcnicos del cemento
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armado ayudaron en este aspecto a superar el miedo a los temblores de tierra; hace poco se ha terminado el primer edificio de siete pisos. Por desgracia, los inconvenientes de las calles estrechas se hacen ahora todava ms notorios, y as ningn edificio luce como fuera de desear. El trfico ha aumentado enormemente. Las bellas estampas de los iinetes, como tambin el acarreo a lomo, se han desplazado del casco de la ciudad. Ya nO! se ve jams una silla de manos. El automvil se ha adueado sin miramientos de las angostas vas de la ciudad y constituye la amenaza del peatn. De que los pueblos jvenes siguen siendo amigos de la bulla, da fe el incesante resonar de las bocinas. EL cochero que antes reclamaba paso de continuo con su campanilla de dos tonos, va cediendo paulatinamente ante los medios de transporte ms rpidos. Una mina de ganancias son los tranvas urbanos, que marchan atestados desde primera hora hasta muy tarde, pues el colombiano no es amigo de ir a pie. Los ltimos vehculos tirados por mulas, hace ya cinco aos que caducaron en su servicio ante la traccin elctrica. Las cuatro estaciones de la ciudad, no muy grandes pero bastante bonitas, dan a Bogot un aire de superior importancia en comparacin con las capitales de los Departamentos. Quien llega por primera vez a Bogot se interesa, como es natural, por las posibilidades de alojamiento. Si bien los hospedajes son caros, lo mismo que en toda Suramrica y en Norteamrica. puede afirmarse en justicia que tanto la alimentacin como el servicio son muy buenos en los mejores hoteles de Bogot, muchos de los cuales estn dirigidos por extranjeros. Las comidas suelen ser excelentes y nutritivas. Solo el abastecimiento de agua 'de la ciudad deja bastante que desear, por lo cual son pocas las habitaciones que disponen de bao.
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Tambin en inters de los viajeros, es necesario hablar aqu de la asistencia sanitaria en general. Toda vez que la poblacin india no tiene nocin de la limpieza y aseo, ciertas enfermedades son en Bogot, por desgracia, epidmicas. Pero las autoridades hacen todo lo posible por lograr su desaparicin, y rarsimamente el extranjero se ve atacado de viruela, escarlatina o difteria. Otra cosa, lamentablemente, acontece con el tifus, que se extiende con tanta facilidad. Mientras los colombianos tienen una cierta inmunidad, siendo raros los casos de muerte por esa dolencia, los de fuera la sufren ms frecuentemente y ao por ao se producen vctimas de la misma, pues, luego de superados los primeros peligros, el corazn no suele disponer de la resistencia necesaria. A menos que a todo extranjero establecido en Bogot se le recomendara encarecidamente hacerse vacunar contra el tifus. Bogot hara, seguramente, otra impresin si se pudiera remediar la inaudita escasez de agua de que, desde aos, sufre la ciudad. Durante los secos meses de verano, la vida resulta aqu muy dura, pues cada golpe de viento levanta por las calles grandes nubes de polvo. Ahora se ha abierto camino, por fin, la conviccin de. que a toda costa debe de proveerse de agua a la ciudad, y se estn ensayando varios proyectos de gran envergadura. Pero, su realizacin habr de durar todava aos y supondr la inversin de fuertes sumas. Por esta razn vuelve a surgir continuamente el plan de convertir a Bogot en un distrito nacional segn el modelo de Washington. De ese modo la ciudad dispondra en adelante de superiores medios econmicos para su embellecimiento y me.ioras sanitarias. Por desgracia, los representantes parlamentarios del resto del pas muestran poca comprensin para ese proyecto, el cual, pese a sus ventajas, ya probadas en otras repblicas americanas, habr de ver pasar an mucho
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tiempo hasta su verificacin. Pero entretanto, y a pesar de todo, en Bogot se puede vivir agradablemente. Muchos extranjeros se identifican pronto con la ciudad, su vida y sus avances, y terminan por entregarle su afecto ms cordial.

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VIDA y TRAJINES EN BOGOTA

La vida social est determinada en Bogot por las castas dominantes, que se fundan en parte en diferencias raciales, y en parte tambin en el disfrute de poderos y patrimonios. Los blancos y los que quisieran serlo, as como los mestizos, ocupan las altas posiciones sociales y todos los altos cargos. Solo excepcionalmente han conseguido llegar algunos indios hasta las superiores dignidades de la poltica, y ello por medio de una extremada astucia, gobernando as el territorio que se les confiara. Ejemplo de ello fue el antiguo Presidente de Cundinamarca, conocido de todos por "el indio Aldana", y un Vicepresidente de la Repblica, el General Payn, a quien, tambin con menguado respeto, se llamaba "el indio Payn". Por otra parte, el patrimonio sirve para dar prestigio a cualquiera. Aunque la respectiva fortuna no haya sido allegada de manera enteramente honesta, el feliz potentado no es evitado por la sociedad, sino que adquiere la fama de hombre hbil de hombre vivo. La clase superior se compone de la aristocracia del dinero y de los latifundistas, que viven en la ciudad de sus rentas, dirigiendo el cultivo de sus campos por medio de administradores (mayordomos). Solo actualmente se ha remediado en parte esta deficiencia. A la mencionada clase pertenecen tambin los altos funcionarios, los muchos advenedizos de la poltica, y tambin algunos funcionarios de menor categora que prefieren comer
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mal a perder algo de su posicin. Viene luego la nobleza constituda por quienes viven de las llamadas profesiones liberales, como mdicos, abogados, profesores, etc. Y por ltimo, los muchos que llegaron a adquirir un capital de importancia en los distintos Estados de la Repblica y han ido a establecerse a la capital por dar a sus hijos una mejor educacin o con el fin de pasar all el resto de sus das tranquila y felizmente. Bogot es realmente para la mayor parte de los colombianos, a quienes faltan puntos de comparacin, el verdadero El Dorado, la ms atractiva de todas las ciudades de la tierra. El tono predominante en la repetida clase es el lujo. Por insignificantes que muchas casas parezcan exteriormente, su interior se distingue por la comodidad y hasta por la pompa de la instalacin. Construdas segn el modelo de las villas romanas, las estancias principales de la mansin se agrupan en torno a un gran patio. En ste se ha dispuesto, casi sin excepcin, un magnfico jardn donde brotan flores durante todo el ao y en el que se alzan estatuas y cantan por doquier plcidas y seductoras fontanas. A la derecha del amplio corredor por el que se llega al patio, est, por lo comn, la sala de recibir, o el saln, que da a la calle. A dicha pieza siguen las dems habitaciones; stas tienen de ordinario puertas, en lugar de ventanas, hacia el patio, pero no dan directamente al mismo, sino que desembocan primero en una especie de vestbulo para pasearse. Al fondo del patio cuadrangular est el comedor, lindamente decorado. Como detrs hay todava un segundo patio, el comedor suele recibir luz por ambos lados. En torno de este otro patio se agrupan, las cocinas y construcciones anejas. En casas de profundidad aun mayor, existe un tercer patio con establos, corrales, o huerta, o bien un pedazo de terreno con yerba como lugar de juego para los nios. En el saln se ven los ya conocidos y pesados muebles tapizados de damasco, y lo adornan altos espejos, no faltando nunca
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el piano. Quien calcule los gastos de traslado de esos enormes espejos subidos a cuestas desde Honda, considerando adems la fragilidad de la carga, se asombrar necesariamente ante tal despliegue de suntuosidad. Preciosos cortinajes atenan la luz de la estancia, y ricas alfombras amortiguan los pasos, una grandsima lmpara de vidrios pende del techo. No nos equivocamos, sin duda, al afirmar que la mayora de estos salones bogotanos superan en riqueza a los nuestros. Solo una cosa atestigua aqu el estado de retraso en relacin con nuestra cultura: es raro ver en las paredes de estos salones cuadros o grabados realmente buenos, los que dan casi siempre la medida de la altura espiritual del dueo de casa. Con frecuencia las paredes aparecen desnudas, o adornadas con esas cromolitografas de tan escaso valor artstico. Mayor es tambin la abundancia de figurillas sin valor que la de verdaderos objetos de arte. En ocasiones festivas o solemnes se ostenta un lujo y magnificencia que en nada tiene que envidiar a las casas principales de Pars. Me acuerdo a este propsito del un baile de bodas en la mansin de la familia Santa Mara de Mier, donde hicieron acto de presencia, con toda la aristocracia de la ciudad, las encantadoras bogotanas, ataviadas con los ms selectos y modernos trajes de baile, y los caballeros, todos de frac. El arreglo de la casa, embellecida por un sin fin de las ms aromticas flores, era verdaderamente magnfico, pese a las proporciones relativamente reducidas de las salas, si se tiene en cuenta que asistan ms de doscientas personas; entre ellas se encontraba el Presidente de la Repblica. El valor de los regalos de boda que se hallaban expuestos en tal ocasin era muy grande, pues ascenda, segn clculos de los expertos a unos 12.000 dlares (en espedal brillantes y otras joyas). Por lo comn, tambin son muy suntuosas las reuniones en el Palacio Presidencial. En contraste con la parte exterior de este edificio, de traza poco monumental, los interiores pueden calificarse de preciosos, con su Saln Azul
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y su Saln Amarillo, as como la galera de retratos de los hroes de la Independencia, si bien el conjunto aparece espaolamente recargado. Tales fiestas son, en todo caso, pequeos acontecimientos y se comentan vivazmente en la prensa. El bogotano, tan amigo de fiestas y diversiones, nO es de los que gustan de la ocultacin, y prefiere para sus cosas todo el posible boato. En los Crculos sociales de Bogot hay dos tipos que atraen nuestra atencin: el cachaco y el pepito. El primero de ellos, ya casi extinguido, representaba el elemento juvenil y soltero, libre, alegre y despreocupado, y lleno de gracia chispeante, pues el bogotano se caracteriza por sus buenas salidas y su pronto humor de verdadero esprit francs, emparejado a la sal andaluza. El cachaco encarnaba el risueo y espontneo gozo de vivir, la constante disposicin a la broma y a la chanza, pero todo ello unido a una fina discrecin y lleno de dignidad. En cambio, el pepito es el pisaverde de capital, aburrido de todas las cosas, sentimental e infatuado, que solo en la moda y en el lujo refinado es capaz de hallar alguna diversin, y que huele de continuo a perfumes. El pobre, triste "joven viejo". A causa de la falta de recreos pblicos, la vida social se desarolla tanto ms en los salones particulares, y as tienen lugar muchas veladas y tertulias. Estas fiestas, en las que surgen de continuo nuevas estrellas sobre el potico cielo de la hermosura juvenil, sealan toda la extensa gama hasta la sencilla diversin a base de baile, donde enamoradizos estudiantes y amables muchachas se hacen la corte y donde, en lugar de rico vino, se beben innumerables copas de brand y o coac a la salud y felicidad de todas las personas y por todos los acontecimientos imaginables. No hay que olvidar las amenas reuniones que se celebran en honor de los diputados -o sea, para granjearse a los diputados-, y en las que la comida y el vino desempean ya un papel de
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importancia, o las primeras recepciones que ofrece una familia de procedencia campesina, deseosa de lanzarse a la vida social. Por desgracia, en estas fiestas suelen bailarse casi exclusivamente danzas forneas, relegndose cada vez ms el tan gentil pasillo. Si las parej as supieran lo graciosamente que se mecen al comps de esa danza nacional ... Otras reuniones sociales son escasas, y constituy un acontecimiento cuando yo di mis conferencias pblicas, sobre temas histricos y filosficos, en el Aula de la Universidad, un enorme saln con tribunas, cuya decoracin se distingua por su buen gusto. A las conferencias asistan tambin damas, que de ese modo distraan algo su montona existencia y que, tambin. al tiempo de retornar a casa y liberadas ya de la impresin de mis exposiciones cientficas, podan permitirse algunos minutos de conversacin con sus admiradores. Esto dur hasta que un eclesistico del templo de San Carlos se sinti inclinado a prevenir desde el plpito, de la asistencia a tales disertaciones. Son tambin raros los conciertos pblicos, excepcin hecha de los que dan las dos bandas militares, pues se ha carecido de una buena orquesta. Cierto que no faltaban algunas pianistas notables, pero era cosa fuera de regla escuchar msica clsica verdaderamente buena en alguna casa particular, y yo agradec sinceramente cada vez que se me ofreci un placer de tal gnero por parte de ciertas familias. Mucho ms frecuente era, en cambio, el martirio de escuchar el desconsiderado aporreo de piezas de ejecucin realmente difcil. Hasta las interpretaciones que salan del abominable organillo de un italiano que vino a dar en las alturas de Bogot, merecan all arriba el honor de ser presentadas como msica, y cuando un da apareci por Bogot uno de esos tipos clebres que tocan a la vez diversos instrumentos, se vea siempre rodeado de un apretado auditorio, no solo constitudo por la propicia juventud, sino por toda clase de gentes,

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con lo que haca pinge negocio. Precisamente por esta causa, el pobre tuvo un funesto fin, pues su acompaante lo asesin y se dio a la fuga con todo el dinero reunido. Por aquel entonces, no obstante, Bogot contaba ya con un teatro. Por cierto, que el interior del mismo pareca horriblemente peligroso en caso de un incendio, por lo difcil de sus salidas. Hay que anotar que a aquellas alturas andinas contadas veces llegaban buenos conj untos, y lo ms frecuentes era encontrarse con voces de pera ya cascadas y con desechos de naufragio. Por tal motivo, y dadas las exigencias, verdaderamente elevadas, del pblico, la afluencia de ste era siempre escasa, ms aun cuando, en poca de lluvia, los rebosantes arroyos de las calles hacan difcil e incmodo el retorno a casa por la noche. Pero cuando el teatro estaba bastante lleno, uno poda sentirse transportado a una gran ciudad. Los caballeros, de negro, vigilan desde el patio de butacas los palcos y galeras donde resplancede la hermosura de las damas, con sus mejores atavos, realzados por la gracia que les es natural. En el aspecto teatral se ha mejorado ahora gracias al nuevo coliseo recientemente construdo. Cada ao por el mes dediciembl'e, se recreaba todo el mundQ con la contemplaci6n de un original espectculo. En alguna gran sala de la ciudad se expona el llamado pesebre. Este representa propiamente el lugar del nacimiento de Cristo como podra mostrarse en un teatrillo de feria. En primer trmino aparecan en la escena toda clase defiguras automticas, o bien se ofreca al fondo una pequea embocadura de teatro de tteres. Los comediantes que all intervenan eran en su mayor parte gentes del pueblo. Todo cuanto de chiste y humor palpita en las extensas capas populares de Bogot se hacia patente en las representaciones. Todos los acaecimientos cotidianos salan all a relucir en forma cmico-satrica, lo mismo el congreso que las altas
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personalidades, y tambin tipos extranjeros; el ingls, como es natural. Era como un gran espejo que ponan ante el rostro del pueblo sus propios y sencillos Aristfanes. Otro entretenimiento se ofreca al pblico durante la revolucin de 1885: la lidia de toros bravos en la plaza de San Victorino, convenientemente cerradas sus bocacalles. De treinta a cuarenta colombianos a caballo caracoleaban y corran por aquella arena. Objeto de la corrida era un torete que los jinetes acosaban de un lado para otro. De lidia no poda hablarse. Cuando el animal estaba fatigado, se le sacaba de all. Pero era divertido verle saltar, y a veces algn lidiador demasiado "valiente" reciba unas cuantas acometidas. En tal ocasin se vean, por cierto, caballos muy hermosos. La equitacin es un deporte de las clases elevadas. Con motivo de una cabalgata que se hizo en el ao 1883, tuve ocasin de admirar unos cientos de ejemplares magnficos, bien montados y bien presentados. En general el extranjero goza en Bogot de una excelente acogida, y se le trata del modo ms servicial si es que l sabe estimar la confianza otorgada y corresponder amablemente a las versonas. Ello hay que atriburlo en parte a la circunstancia de (l Ue los extranjeros no son numerosos en Bogot. Por la mitad de IOfl aos ochenta, su cifra no pasaba, sin duda, de los doscientos. Alemania estaba representada por comerciantes e investigadorE'S; Francia, por una muy unida y densa colonia de gente dedicada al comercio por mayor o menor, peluqueros, confiteros, hoteleros. .. y tambin algunos aventureros autnticos; Italia, por arquitectos, modelistas, comerciantes, estaadores y zapateros remendones; Suiza tena solo dos o tres sbditos en el pas. A su llegada, el extranjero recibe la visita de las personas que desean tener trato con l. La mayor o menor rapidez con que devuelve la visita, da la medida de la confianza concedida a la relacin que se acaba de establecer. El forastero comienza por
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hacer sus visitas, y ello solo los domingos por la tarde, entre la una y las tres. Esto constituye un tormento para la persona necesitada de descanso, y yo me substraje lo antes posible a tal compromiso, aun a riesgo de que se me atribuyeran tendencias de misntropo. Estas visitas, por otro lado, no aprovechan en nada al espritu y son demasiado formulistas y rgidas de habla del tiempo y siempre hay que responder a las mismas preguntas: " Se encuentra a gusto en Bogot?" " Tiene usted noticias de su familia?", etc. Si se ha establecido algo ms de conifanza, se inquiere: " Cuntos son ustedes en la familia?" Cuando se tiene In impresin de que las visitas no resultan desagradables en una casa, se las repite con mayor frecuencia, y entonces, como testi. monio de confianza, se recibe la invitacin para tomar por la tarde el refresco, al que sigue una horita de charla. La conversacin no tiene desde el primer instante nada del carcter que corresponde a una gran ciudad, y se evidencia en seguida el descuido en la instruccin de la mujer cuando la hija de la casa se decide a intervenir en vez de dejar que lo haga su omnisciente mam. Bogot, por ello, resulta pronto aburrida a ms de un extranjero, en particular si es que no quiere someterse a la tirana de las ceremonias sociales o si no le divierte introducirse ms de lleno en la vida de las clases elevadas. El captulo ms importante de las conversaciones lo constituyen, como en tantos otros sitios del mundo, las peticiones de mano y las bodas, y a menudo tambin los escndalos, intrigas y chismes, en lo que no se suele rendir excesivo tributo a la verdad. Por descontado, la aficin a los escndalos tiene mucho donde cebarse en medio de una gran ciudad en la que, como en Bogot, lo ms culminante de la sociedad tiene frecuentemente algo de cnico. Tanto ms supe yo apreciar la fortuna de ser introducido en algunas familias principales donde todo se hallaba rodeado de una noble atmsfera espiritual, familias que hon-

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raran altamente a cualquier pueblo y a cualquier nacin y que a m personalmente me place tomar como dechado. Aparte de esto, me result ameno y aleccionador el trato de los diferentes representantes diplomticos, pues casi todos los grandes Estados europeos, al igual que las repblicas hispanoamericanas, tienen sus l'espectivas misiones en Bogot. Si bien esos seores, al igual que los profesores universitarios, se critican "amistosamente" unos a otros o se dedican improperios, con ellos puede hablarse con libertad del pas y de la gente, y completar y elaborar las impresiones propias. Estos intercambios de opiniones tienen un valor tanto ms benfico por cuanto el colombiano, con razn, no tolera que el extrao se inmiscuya en sus asuntos internos, de modo especial en los polticos, y en ese particular precisamente encuentra uno un peligroso escollo. Toda reunin de hombres se mueve siempre, en ms de sus tres cuartas partes, en el terreno de la poltica actual. El extranjero que da a da escucha el comentario continuo de este tema, se siente fcilmente atrado por la "conversacin" y empujado a participar apasionadamente en ella. Todas las precauciones son pocas a este respecto, y uno debera abstenerse de meter baza en el enjuiciamiento de los negocios del pas. El hecho de que una parte principal de la vida pblica se va aqu en poltica y polmica est ya atestiguado por la gran cantidad de carteles que tapizan todas las esquinas. Su lectura no era muy agradable, que digamos, para el extranjero, pues, con la absoluta libertad de prensa por entonces reinante, se insertaban en aquellos afiches hartas calumnias annimas, y hasta se presentaban en gruesos caracteres cosas tocantes a determinados dictmenes mdicos y cuyo secreto hubiera correspondido a la ms elemental discrecin. Un ciudadano propicio al enfado o un extranjero de malas pulgas tena motivo suficiente

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para llenarse de indignacin a la vista de semejantes carteles. Alguien que simplemente se haba limitado a cumplir con su deber, era felicitado all en medio de los ms excesivos vocablos. Igualmente se presentaban telegramas exagerados de, por ejemplo, una empresa de ferrocarriles. "Antes de acabar el presente ao, estar listo el ferrocarril de la Sabana", se escriba el 1Q de octubre de 1882, promesa que solo un decenio ms tarde llegara a cumplirse. Los curiosos no faltaban nunca, por cierto, ante dichos carteles en los tiempos de agitacin. Despus de cierta prctica, una sola ojeada nos bastaba para enterarnos de la trascendencia del caso. El sexo fuerte, atento siempre a la poltica y a todo lo nuevo, se congrega a la tarde, entre las cinco y las seis, despus de la comida. El lugar de cita es alguna tienda o comercio, o bien el Altozano, la gran terraza que se extiende delante de la catedral. y se comentan todas las novedades del da de la manera ms exaltada, pero tambin ms despierta e ingeniosa. Cuando hay revolucin, all es donde se ponen a circular los ms peregrinos rumores y bulos, y donde cualquier hecho de importancia mnima se configura como una verdadera accin de Estado. El poltico y el intrigante se encuentran all en su elemento; en democrtica libertad, pero sin respeto alguno para las ms prestigiosas personalidades, se le endosa algo a cada cual. Aquello es una autntica gora. Por tal razn, el hombre de Bogot no rinde precisamente mucho como ciudadano en medio de tan demoledora crtica, y las fuerzas dominantes, las fuerzas impulsoras proceden harto frecuentemente de las provincias. En tales negocios no consiguen alterar cosa alguna su susceptibilidad en cuestiones de honor, ni su acusado individualismo ni siquiera su vanidad. Sera mejor, acaso, que tomara algo ms en serio, de cuando en cuando, sus propias incumbencias y deberes. Aqu es textualmente cierto que la poltica corrompe el carcter. Ella es quien implanta aquella vacuidad y aquel vicio de la fraseologa que sientan

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tan desagradablemente al que llega de fuera. As, por ejemplo, me deca una vez un partidario de la incineracinl de los cadveres que sta era "su sueo dorado". Pero, en general, el bogotano de la buena sociedad es leal y altrusta y, sobre todo, buen amigo. Una clase merecedora de toda simpata constituyen en Bogot los artesanos. Liberales en su mayora y accesibles a las ideas nuevas, deseosos de ilustracin y buscndola en todas partes, hasta en las cosas que les son muy lejanas, y creyentes como en un evangelio en principios aceptados resueltamente y de una vez, los artesanos se dan cuenta de su fuerza. Son inteligentes y diestros y estn posedos de un gran espritu de emulacin. Por desgracia, se ha empezado a querer levantar varias industrias mediante exagerados aranceles proteccionistas, pero de ese modo solo se ha conseguido entorpecerlas, arrebatndoles su conciencia de clase, muy elevada en virtud de la competencia. Adems, los artesanos fueron tambin muy mimados y estropeados, y ello con intencin precisa, por los desalmados polticos de los aos ltimos, de modo que se aplicaron mucho ms a la poltica que al estricto y concienzudo trabajo. En el punto ms bajo de la escala social se halla la gente del pueblo, utilizada la palabra pueblo por los bogotanos en el sentido de plebe, o sea los indios "civilizados". Ellos son los que con el trabajo de sus manos cultivan la tierra; ellos son los mediadores del trfico econmico, pero tambin las bestias de carga de las clases superiores; ellos son quienes han de apechar con los desempeos ms bajos. Las mujeres tienen igual parte en sus esfuerzos, y hasta en algunos lugares trabajan ms duramente que los hombres. E stos, en cambio, sirven de carne de can en las guerras civiles. Es una masa obtusa y amodorrada, no falta de dotes naturales, pero que, mantenida por los espaoles bajo total opresin, ha dormitado durante siglos enteros, y que, a

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causa de los modernos exploradores, de los latifundistas y los polticos, no ha llegado todava, en modo alguno, al disfrute de un destino mejor. Pese al carcter relativamente bondadoso de estas gentes, que no conocen funcionario alguno del estado civil, las peleas son en Bogot, si no frecuentes, por lo menos no raras, en particular si la chicha, ingerida en demasa, ha llegado a embrutecer las cabezas. A esta clase le dedicaremos todava un estudio ms detenido, despus de describir nuestras correras por el pas y luego de haber analizado su historia. Especialmente simptico es entre los tipos de la clase baja el gamn o chino de Bogot, que se alimenta y se hace grande lo mismo que los lirios del campo. El gamn bogotano trabaja primero de limpiabotas; luego, de vendedor de peridicos, de mandadero, y finalmente es soldado. Sumamente vivo y desenvuelto, de gran astucia e inteligencia, constituira un magnfico material pedaggico si se cuidaran de educarlo, pues l conoce bien el valor de la instruccin. Es raro el muchacho de esos que no sepa leer y al que no se vea hacerlo cuando le queda un rato libre. Si as no fuera, los otros se reiran de l, y tiene que aprender por s solo ese arte. Ordinariamente es "liberal", sin comprender, como es lgico, lo que esa denominacin de partido encierra en s, pero sintiendo que tal grupo ideolgico cuide con mejor voluntad de su suerte y su educacin. En las revoluciones el gamn pasa casi siempre a formar parte de la tropa. Yo vi una vez un batalln entero de estos pobres chicos y chicuelos, entre los once y los diecisiete aos, desfilando bajo la carga de su pesado armamento. En el ataque despliegan la ms extraordinaria bravura, y con un batalln semejante no es raro que se tomen al asalto importantes posiciones, en las que ms de uno es alcanzado por el plomo en su aguerrido avance despreciador de la muerte. Como ejemplo de la prontitud y gracia del ingenio de los gamines, van aqu algunas pequeas muestras:
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Un seor de enorme estatura, con no menos enormes pies, se hace limpiar los zapatos y, despus de servido, va a entregar el acostumbrado bolo de un medio, o sea 25 rappen. El gamn contempla largamente la moneda, y el seor pregunta impaciente: -"No est bien?, no cuesta un cuartillo (12 y1f2 rappen) por pie?" El gamn responde: -"S, por pie, pero el suyo hace un metro". Los voceadores de los diarios llenan las calles, al salir una edicin, con fu erte gritero: j "La Reforma! j Acaba de salir este peridico noticioso! j No vale sino cinco centavos el ejemplar! j Contiene! ... " y sigue la enumeracin de los artculos y noticias principales. Como mis conferencias pblicas aparecan reseadas en algunas de esas hojas, su ttulo era gritado tambin por los pequeos vendedores. Pero mi nombre les creaba dificultades, que ellos, con rpida resolucin, saban salvar. Imitando con una mano el girar de una reueda, pregonaban: "j Conferencias del Profesor Rrrr ... !" Durante una revolucin, se dio en Bogot la orden, que los militares hacan cumplir estrictamente, de disolver en la calle todo grupo de tres o ms personas. Al aparecer de pronto el extraordinariamente obeso don Salomn X, gritaban los gamines: - " j Disulvase el grupo!" A pesar de lo revuelto de la situacin social, la polica estaba muy exiguamente representada en Bogot; la guarnicin era la que cubra el servicio de seguridad y vigilancia. En 1884, con motivo de unas elecciones, se form un gran cuerpo de polica que se presentaba, de la manera ms curiosa, con unos uniformes de dril en blanco y negro, cuerpo que dej de existir muy pronto. Hoy da existe en Bogot una gendarmera convenientemente organizada. Para el servicio de investigacin se utilizaba, no obstante, a la polica. Los agentes de seguridad, en traje de
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paisano, iban armados de fusiles de avancarga, especie de trabucos, que ellos llevaban con el can hacia abajo. En las detenciones de importancia intervenan, con toda pompa, los miembros del ejrcito, que colocaban en medio a la persona arrestada. Los penados o presidiarios, vestidos de gris, se empleaban en trabajos en las calles, arrancando malas yerbas en las plazas o como obreros de la construccin. Su custodia estaba encomendada a los soldados, pobres indios, que de buena gana confraternizaban con ellos. Y cmo iba a ser de otra forma?; todos los presos, casi sin excepcin, pertenecan a la ms baja plebe, en tanto que la "mejor" sociedad apenas si llegaba alguna vez al contacto inmediato con la justicia penal. Solo en las pocas ms revueltas se han utilizado presos polticos para barrer las calles. De cuando en cuando, los presos ofrecan a los transentes pequeos objetos, como tallas en madera, trabajados por ellos mismos. A veces se les permita entrar en una taberna y tomar a toda prisa un trago de chicha. Despus de oscurecido, se les llevaba entre dos filas de soldados con bayoneta calada, y as pasaban lentamente, en desfile ruidossimo y regocijado, camino del Panptico a travs de la ciudad. j Qu modo de charlar, de fumar, qu de gritos y denuestos! Si no fuera por la presencia de los soldados, apenas si habra podido saberse que se trataba de un grupo de presos. Posteriormente se controlaron ya ms aquellos excesos. Pero entonces se hallaba todava en sus comienzos la reforma penitenciaria. La prisin era ms bien un lugar donde los indios pasaban la vida sin trabajar demasiado. Muchas gentes compasivas, fuera de esto, mejoraban la suerte de aquellos pobres diablos, que de ordinario reciban duros castigos mientras algn pcaro redomado se escapaba sin escarmiento. Ni enmendados, ni tampoco empeorados, eran puestos en libertad. Las evasiones se producan de cuando en cuando. Los delincuentes peligrosos eran vigilados severamente.

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Cul era, en lneas generales, el estado de la delincuencia? El homicidio es cosa bastante frecuente entre las clases inferiores, pues la vida no tiene el mismo valor que entre nosotros; solo que, es necesario anotarlo, el homicidio se comete sobre todo en situaciones de exaltacin afectiva o en estado de ebriedad. Los delitos con propsito de lucro, los asesinatos por robo, eran raros por los aos ochenta, tan raros que el caso de una seora joven residente en las afueras de la ciudad en Los Alisos, y que fue muerta por su sobrino el ao 1879, result algo verdaderamente sensacional y seguido por todos como un hecho de excepcional maldad, constituyendo por mucho tiempo objeto obligado de las conversaciones. La penalidad mxima que entonces poda imponer un tribunal de justicia eran diez aos de presidio. La pena de muerte se hallaba abolida. De este extremo vino a darse en el contrario despus de la revolucin de 1885, al aumentar el nmero de delitos como consecuencia del estado de desmoralizacin. Entonces, como concesin al partido clerical, volvi a introducirse la pena mxima; el verdugo volvi a ejercer su cometido en Colombia. Pronto vino a demostrarse nuevamente en este pas, y ae modo muy marcado, la falta de sentido de la teora del escarmiento. Pese a la horca y al fusilamiento, la cifra de los delitos graves creci en notable proporcin, lo que prueba que en la criminalidad deciden otras circunstancias, ante todo la pobreza y la miseria. Mucho ms adecuada que la implantacin de la pena capital sera una reforma radical de la justicia, pues la situacin deja mucho que desear a este respecto. Los procedimientos son lentsimos y costosos, y la imparcialidad, sobre todo en las instancias inferiores, presenta notables deficiencias.

La descripcin de la vida social en Bogot hemos de cerrarla, como no?, con una referencia a los cementerios, donde todo lo terrenal halla su fin. Bogot posee tres necrpolis: una protestante, en la cual los muertos reciben sepultura en tierra, y dos catlicas. El cementerio principal est constitudo por un edificio
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circular, de 340 metros de periferia y un dimetro de 113 metros, en cuya parte sur se alza una capilla. A sta va a parar una ancha calle bordeada de rboles, flores y magnficos monumentos funerarios. En el muro del edificio citado hay mil trescientos cincuenta nichos para adultos y cuatrocientos para nios, distribuidos por lo general en hileras de cuatro o cinco nichos uno sobre el otro. Estos tienen una forma parecida a la boca de un horno, pero son tan estrechos que corresponden solo al tamao del atad. A unos cincuenta pasos de ese edificio principal se eleva una curiossima construccin de ladrillo, a la que lleva una ancha y alta escalinata, y donde hay trescientos cincuenta nichos ms, destinados a los pobres. Los bogotanos de las clases educadas practican un culto, verdaderamente noble, a los muertos. Los nichos aparecen casi siempre adornados con flores y coronas. El Da de Todos los Santos, Bogot entero acude a los cementerios a rogar por los difuntos y a or las misas que se dicen en sus tumbas. Ocurra tambin a veces ver por la calle a un grupo de gente pobre que llevaba en hombros a su difunto, atado simplemente a una tabla, as que cualquier transeunte poda ver el cadver, envuelto en un vestido lo posiblemente bueno o a veces en una sencilla mortaja blanca. Los indios forman un cortejo que desfila generalmente con mucha rapidez y sin tristeza visible, pues consideran la muerte como una redencin que abre las puertas del Paraso. Sobre todo cuando, el muerto es un nio ya bautizado, ms bien reina la alegra que el duelo, pues el dulce angelito goza ya de felicidad en la gloria sin haber gustado las penalidades de la tierra. Los entierros de los ricos son muy pomposos. Despus de la misa de difuntos en la iglesia, el magnfico fretro es transportarlo en el rico coche mortuorio, encristalado y tirado por un tronco de caballos. El costo de tales entierros se eleva hasta varios miles de francos, y el lamentable lujo que rodea la ceremonia es cosa aqu tan obligada, que las familias de pocos
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recursos pero que aspiran a conservar el llamado rango de clase, han de mirar con espanto los gastos del sepelio. En verdad, j qu fea deformacin del verdadero dolor! Las solemnidades fnebres de carcter pblico devoran sumas aun ms grandes. As, por ejemplo, las honras fnebres de mi antecesor en el cargo, el librepensador Rojas Garrido, gran tribuno del pueblo, muerto un ao despus de mi nombramiento para la Universidad, costaron al Estado la cantidad de 6.600 pesos, o sea 33.000 francos. Los restos mortales de esos hombres pblicos inhumables por cuenta del erario se exponen primero en el saln de la cmara de representantes o en el paraninfo de la Universidad, donde se les vela y rinde honores durante uno o dos das. El pblico afluye en masa como para ver el cadver de un soberano. En el entierro de hombres clebres, el cortejo hace alto ante la entrada del camposanto, y all, desde una elevada tribuna, los amigos y oradores van declamando uno tras otro sus discursos en honra del finado. En tal sentido se ha creado aqu un tipo propio de elocuencia en el que los europeos quedamos muy a la zaga. Pero como algunos ha blan all no con otro fin que el de presumir a costa del muerto o para arrastrar a los fascinados oyentes a la personal admiracirt por el orador, resulta que no siempre pueden evitarse los testimonios entusisticos en forma de ruidoso aplauso cuando as lo piden las retricas finezas de la oracin fnebre. Las notas necrolgicas que en todo peridico local aparecen para celebrar hasta a los ms insignificantes difuntos, estn tambin llenas de frases de mal gusto y de imgenes impropias y sin contenido, de suerte que producen una impresin enteramente opuesta a la deseada. Ante la excelsa majestad de la muerte conviene modestia y recogimiento, y no pompa y charlatanera. Sumamente desagradable era para m el ltimo acto del entierro. Se levanta la tapa del atad, y un sucio y embadurnado pen de albail, ni siquiera vestido de negro, se acerca con una

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pequea caja de cal, que vuelca sobre la faz del muerto. Gentes piadosas, empero, la han cubierto antes con un pao. Entonces vuelve a clavarse el fretro, y finalmente, en medio de toda clase de gritos, nada edificantes, de los seudo-enterradores, se le empuja hacia lo profundo del nicho. Este es tapiado seguidamente, mientras los deudos del finado aguardan a ver concludo el pequeo muro. Por lo comn, en el hueco semicircular que forma la embocadura del nicho suele colocarse ms tarde una lpida de mrmol. En las defunciones no faltan nunca las damas plaideras, que revuelven toda la casa, ni tampoco amigos verdaderamente condolidos, los que se encargan de dar consuelo al que sufre directamente la prdida y se quedan a acompaarle si as lo desea, pues el bogotano es grandemente sensible y compasivo ante las desgracias del prjimo. Los entierros civiles eran relativamente escasos en el tiempo de mi permanencia all. Pero cuando el notable y por todos venerado, doctor Manuel Anczar, varias veces Ministro del Exterior y de Gobierno, Profesor de Filosofa y Rector de la Universidad del Rosario, recibi en mayo de 1882 sepultura no eclesistica (por disposicin propia), y ello sin que el clero pudiera atriburIe nada malo, por la gran honestidad y virtudes que le distinguieron en vida, su ejemplo empez ya a ser imitado de cuando en cuando por sencillos artesanos y gentes del pueblo. Por lo dems, el acto del enterramiento, y hoy en particular, se halla bajo el entero dominio de la Iglesia. Es oportuno dediquemos a la vida eclesistica un aparte especial. La Iglesia Catlica, dotada del ms amplio podero por los espaoles, es para las clases bajas la nica representante de la sancin moral y de un idealismo, si bien tosco, del anhelo humano hacia algo ms alto e inaprehensible. La Iglesia es al propio tiempo la ms importante guardadora del arte, y casi la nica guardadora, por habrsela dejado sola en sus esfuerzos
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en tal sentido. Con su solemne ritual infunde veneracin y santo temor; con su msica de rgano eleva el espritu, y con sus cnticos es casi la nica que cultiva la forma coral y la armnica unin del canto individual y el colectivo. Por ltimo, en torno a la Iglesia se concentran los principales acontecimientos de la vida del hombre, como tambin los usos cotidianos. En ella se dan cita no solo los espritus anhelosos de religin, sino tambin los de todas las comadres, de los aburridos y los de los enamorados. Ante el templo se planta la "esperanza de la Patria", la juventud masculina, con el fin de ver desfilar una a una a las hermosas bogotanas, observndolas de arriba abajo. Exteriormente, la Iglesia Catlica goza de gran poder. Junto con el Ejrcito, ella es la nica fuerza de Colombia organizada con verdadero rigor, y por eso su importancia en el orden poltico es tambin decisiva. Bajo su Arzobispo y el Nuncio Apostlico, ha configurado totalmente el edificio jerrquico y se mueve con asombrosa seguridad sobre terreno tan propicio. Ya en los detalles externos, se aprecia el enorme influjo de la Iglesia. Cuando por la maana, algo despus de las nueve, la Catedral anuncia con tres campanadas sordas y solemnes el santo acto de la transubstanciacin, todos los hombres se descubren, permanecen en pie y hacen una pausa en sus conversaciones; el jinete, por lo comn, detiene su caballo. En los primeros aos de mi estancia en Bogot, haba todava una gran cantidad de gente joven y de personas de edad que no ponan atencin a aquella solemne seal. Pero, por la constante disminucin del nmero de esas abstenciones, pude colegir que se preparaba una gran transformacin en el sentido del dominio clerical, transformacin que ha terminado por imponerse. Por fin, ya no haba quien a las nueve de la maana fuera capaz de permanecer en plena calle con el sombrero puesto, a pesar del peligro de coger un buen resfriado. Lgicamente, tambin durante la misa de
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cualquiera de las otras treinta iglesias de la ciudad habra que descubrirse. Igual comportamiento se observaba con motivo de la extremauncin. Bajo su palio avanzaba solemnemente el sacerdote, seguido de ordinario por un nmero no pequeo de gentes con velas encendidas. Este acompaamiento era notablemente ms numeroso cuando algn moribundo de rango principal haba de recibir el vitico. Todos deban descubrirse tan pronto como, a cientos de metros de distancia, se vea avanzar el palio. La mayor parte de las personas de las clases inferiores caan de hinojos, y en los ltimos tiempos hacan lo propio, en medio de la calle, hasta los caballeros distinguidos, no sin antes extender precavidamente su pauelo. Solo cuando el sacerdote desapareca por la prxima bocacalle podan ponerse en pie. Hasta la guardia militar estaba obligada a rendir armas, arrodillndose, juntamente con su oficial, a la correspondiente voz de mando; al propio tiempo se interpretaba sin cesar la marcha de banderas. Cuando los sacerdotes vieron que su poder creca, preferan cruzar por la Plaza de Bolvar, donde estaba la guardia del Capitolio y donde haba siempre mucha gente, al objeto de recibir el pblico homenaje; aos antes hubieran elegido ms bien calles recoletas y tranquilas. Las personas que no queran sujetarse al uso general, tenan el recurso de meterse en alguna tienda. Hubo estudiantes que al negarse a quitarse el sombrero fueron apedreados por el populacho. Por lo dems, no era raro que mujeres y hombres de la raza india se prosternaran en el polvo de la calle al paso del Arzobispo solo por recibir un signo de bendicin de su mano. Verdaderamente solemne era siempre la gran procesin del Corpus Christi, as como las que salen en Semana Santa y por Navidad. En la primeramente citada eran notables los arcos triunfales y los monumentos, o sea altares de flores y plantas profusamente iluminados, que se erigan en las esquinas donde haba de hacer alto la procesin. En los balcones colgaban los
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ms hermosos tapices blancos. Ante los altos dignatarios eclesisticos se extendan inmensas cantidades de rosas; stas eran arrojadas, incluso, desde las ventanas, cayendo sobre ellos como una verdadera lluvia. Toda la poblacin, vestida de fiesta, se arrodillaba en las calles o en los balcones cuando pasaba el Sacramento. Iban luego los sacerdotes, con los ms suntuosos ornamentos; detrs, entonando una salmodia, los seminaristas; a continuacin, formados en largas filas, de a dos, los ms distinguidos seores de Bogot, que desfilaban con perfecto orden portando banderas y estandartes; seguidamente, todos los colegios confesionales y finalmente, marchando a paso de parada, un batalln de escolta. As desfilaba la procesin. Las dos bandas militares tocaban solemnes msicas, taan las campanas, suban cohetes por el aire, estallaban petardos como en nuestras fiestas de tiradores. Era una estampa colorista que no poda dejar de impresionar hasta a las personas no identificadas con aquel acto. Algo ms peculiar era, sin duda, la procesin de Semana Santa, en la que las estatuas ordinariamente expuestas en las iglesias eran llevadas en andas por encapuchados. Se vean con frecuencia imgenes de Mara ornadas con vestiduras que costaran varios miles de francos, aparte de las joyas de perlas y piedras preciosas pertenecientes al tesoro de las iglesias y que adornaban en tales ocasiones a los santos. Especialmente el Jueves Santo, las iglesias se hallan maravillosamente decoradas con flores; mereca la pena recorrerlas, y tanto ms porque all se reuna todo Bogot lo mismo que en el teatro. Era en efecto, un espectculo que uno casi se atrevera a calificar de profano, o tal vez de ingenuo, pero que se gozaba tambin ingenuamente. En la Catedral la mxima fiesta era la del Corazn de Jess, en cuya ocasin el altar mayor desapareca prcticamente bajo un artstico mar de flores. La ms selecta msica sonaba en tales solemnidades; los coros, lo mismo que en las grandes ceremonias fnebres, eran realmente soberbios y majestuosos.
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Este cuadro de la magnificencia religiosa tena tambin sus aspectos sombros que enturbian el recuerdo de aquellas solemnidades. Tngase en cuenta que las campanas no se voltean sino que se repican, y que estn sonando da y noche, a cada minuto, desde el Viernes Santo hasta Pascuas; tngase en cuenta que en las pausas se celebran las llamadas cuarenta horas, o ejercicios de oracin y penitencia, durante las cuales a cada momento se organizan con las campanas verdaderos conciertos de fragua ... As cabe formarse una idea de la conmocin del tmpano y del aturdimiento que se experimentaba con tan despiadado ruido, el cual bien poco tiene que ver con la prctica de un culto religioso. Con la aglomeracin se produjeron en la Catedral algunos desrdenes, que tuvieron por consecuencia el que hombres y mujeres hubieran de estar separados en distintas naves del templo. Con la Iglesia enlazan los diversos centros de beneficencia. Citamos en primer lugar la Sociedad de San Vicente de Pal, que aunque en un sentido estrictamente confesional, hace mucho bien y organiza bazares o tmbolas en favor de los pobres. Luego, las Hermanas de la Caridad, que dirigen el hospital principal, as como un hospicio u orfelinato y otras varias instituciones, colegios para nias, escuelas primarias, etc. Por desgracia, estas Hermanas de la Caridad son tan inclinadas al dinero --del que, por lo dems, envan grandes sumas a Europa-, que sus propiedades aumentan a una velocidad sorprendente y siempre estn comprando, al contado, nuevas casas. A pesar de sus lamentaciones -yo casi dira limosneo s- hay mucha gente, entre ellas personas caritativas, que ya no les dan nada. Como instituto independiente, auxiliado por particulares y en especial por personas sin confesin religiosa y por los masones, ahora prohibidos, exista entonces el Asilo de los nios desamparados. Este representaba una verdadera necesidad para Bogot, pues all se educaba, por lo menos, a los enteramente descuidados golfillos calle- 114 -

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jeros, instruyndoseles para ganarse el pan como miembros tiles de la sociedad por medio de un oficio manual o cualquier otro gnero de trabajo. A la direccin, (religiosa pero, al mismo tiempo, prctica) de ese instituto era justo otorgarle la ms calificada aprobacin. Triste resultaba analizar la fisonoma de muchos de aquellos nios abandonados. Lo que no estaba bien, desde el punto de vista educativo, eran las muchas exhibiciones y desfiles pblicos de aquellos muchachos, en formacin y uniforme militar, si bien les vena bien como ejrcito fsico. No deben dejar de citarse aqu los mendigos, que aparecen tendidos a las puertas de las iglesias y por las aceras. de la ciudad y que muestran inexorables al transeunte sus feas y purulentas heridas en brazos y piernas, suplicndole con lastimero quejido: "Mi amito, una limosnita por Dios". Es una vergenza que a estos seres indolentes y enfermos, vctimas a menudo de la misma falta de limpieza, no se les ponga a trabajar en un oficio, o se les de cobijo en algn lugar donde puedan dedicarse a una tarea o recibir la debida asistencia los ms necesitados. La beneficencia tendra bastante en que ocuparse con solo vendar tantas heridas. Grande es la miseria en las clases bajas, pero especialmente entre las que tienen demasiadas aspiraciones sociales, y los pobres vergonzantes son legin. A ello se suma el inconveniente de que en Bogot hay varios miles ms de muj eres que de hombres. Las consecuencias son fciles de imaginar. No era cosa desusada presenciar en las calles de Bogot desagradables escenas protagonizadas por enfermos mentales y que, desgraciadamente, no haba polica que impidiera. En los ltimos aos, ciertamente, se han allegado con gran paciencia los medios necesarios para crear un asilo, insuficiente an, pero seguro, para esa clase de enfermos (mujeres y hombres), y funciona en Las Nieves.
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En general, el fanatismo de las clases inferiores se manifiesta an en gran medida contra los que sustentan otras creencias, pero solo cuando se le incita de algn modo. Por otra parte, el poder de un sacerdote fantico era entonces de tal magnitud que poda prohibir a las muchachas, y ser obedecido en ello, que asistieran los jueves y domingos a los conciertos de la banda militar en el Parque de Santander, donde se reuna toda la buena sociedad. Ms tarde hubieron de ser suspendidos aquellos bonitos conciertos. Muy digno de estima era el hecho de que el Arzobispo hiciese todo aquello para elevar la moralidad de los clrigos. Que entre ellos hubiera algunas ovej as negras, que hasta llegaban a entablar conocimiento con los rganos de justicia, es cosa que no admirar a nadie. De boca en boca iban algunos pequeos escndalos. Todo Bogot tuvo que rer con la historia de un cura codicioso al que dos italianos dieron un perfecto timo vendindole, con toda clase de religiosos pretextos, dos barras de cobre que l crea de oro. Ms adelante fue el Nuncio quien se esforz mucho por elevar la vida espiritual del clero, pues el pobre cura de aldea, que tiene que trabajar para ganarse el pan de cada da, se abandona y estropea con harta facilidad. El carcter bonachn de este clero rural se evidencia en la siguiente ancdota que catlicos serios me relataran innumerables veces. El prraco del pueblecito de Subachoque refera con vivos colores la Pasin de Cristo. y como los indios que le estaban escuchando comenzaran a sollozar ante todos los escarnios y dolores sufridos por el Salvador, hubo de exclamar el buen cura: "Pero no lloris; si de Bogot a Subachoque se miente tanto, qu ser desde Jerusaln a Bogot ?". Esto, por cierto, no quita para que a los tontos se les embaucara con el cuento de la prisin del Papa y que hasta se les vendiera paja de su celda a precios considerables.
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Pese a la prepotencia de la Iglesia, muchos bogotanos se hallaban apartados de ella -la mayora ntimamente, solo unos pocos de manera pblica-o Esto tocaba en especial a la juventud universitaria, a algunos cientos de artesanos y a unos pocos hombres de ciencia. El nmero de los valerosos adversarios era muy exiguo. La mayor parte siguen con sus prcticas religiosas, aunque ya no crean en la eficacia de las mismas. Van a misa, confiesan y reciben los sacramentos en el lecho de muerte, sin que les inmute ese formalismo hipcrita. La Iglesia no pide ms. Cuando se trataba de pecadores recalcitrantes, pero importantes por su cargo o posicin, acudase al experto y fino Nuncio, quien ingeniaba alguna frmula, y con ella se satisfaca al enfermo. Este, abjurando de sus errores, volva al seno de la Iglesia. La tolerancia que realmente existe se debe menos a la reflexin que a una bonachona indolencia. Pero, al menos, y pese a la reaccin del clero catlico el ao 1885 y a la presin ejercida sobre todas las conciencias, se logr tanto, que la nueva Constitucin de 1886 -la cual declara como religin de la Nacin la catlica, apostlica, romana- garantiza la libre prctica de los otros cultos y confirma solemnemente, por lo menos en el papel, el principio de la libertad de credo y de conciencia. De Bogot se ha dicho con alguna razn, que es un convento en armas, pues, junto a la Iglesia, mandan las fuerzas armadas, o ms bien sus jefes. Colombia cuenta con un ejrcito reguIar de algunos miles de hombres, con efectivo variable, hallndose en la capital las mejores fuerzas. Estos soldados, la Guardia Nacional, en su mayor parte indios y mestizos, reclutados en cualquier parte y raramente en virtud de ley, constituyen un ncleo militar en torno al cual pueden agruparse en las revoluciones las tropas urgentemente alistadas. Naturalmente, al igual que en Espaa, los oficiales, en especial los de alta graduacin, estn en proporcin enorme respecto de la tropa. De generales hay tambin multitud, pese a que en cada revolucin,
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y a cada cambio de gobierno, muchos de ellos quedan "amortizados", como deca una vez un paisano nuestro. El conocimiento personal de varios militares me hizo sentir estima, en diversas ocasiones, por el espritu de la oficialidad colombiana. Tales fuerzas son el apoyo formal del gobierno, sobre el que ste puede laborar con confianza; a menos que algn soborno o la perspectiva de una mejora de vida y sueldo ms alto lleve a los pcaros mestizos a echarse en brazos de otro que ofrezca ms. La instruccin es larga y penosa, y de cuando en cuando, en la Plaza de Bolvar, las tropas exhiben su arte en grandes paradas y desfiles. Solo el arma de Artillera se hallaba entonces estancada en la minora de edad, pero sera muy conveniente disponer all de algo por el estilo de nuestra Artillera de montaa. Todas las maanas, una numerosa unidad se dirige en uniforme de gala a hacer el relevo de la guardia en el Palacio Presidencial, desfilando con bandera y al comps de sus msicas. El efectivo de la tropa constituye el barmetro para determinar la situacin poltica. Si se produce un incremento de varios miles de hombres, hay peligro a la vista: el Presidente no se siente seguro, o cree estar procediendo mal. Como Pars para Francia, Bogot es para Colombia el centro de la actividad poltica. Aqu coinciden todos los hilos de la organizacin de los partidos, y, en particular durante pocas agitadas, es febril el ajetreo de los comits. Los das de elecciones son, para las tropas y para la poblacin, fechas duras y difciles, en las que siempre se piensa con alguna preocupacin. Mis observaciones se refieren especialmente a aquella fase poltica en que se trataba de mantener a toda costa en su supremaca al llamado partido liberal. Los partidos, por lo dems, no pueden echarse nada en cara; lo que ahora se dice del partido adversario que acaba
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de llegar al poder es cosa que raya en lo increble, y en la actualidad los liberales han tenido que anunciar varias veces la abstencin electoral. Por los aos ochenta, el cuadro que se ofreca era el siguiente: En diferentes puntos de la ciudad, y por entero al aire libre, se instalan pequeas mesas y tras ellas toma asiento el respectivo jurado electoral. En torno, los soldados con bayoneta calada. El jurado tiene ante s una lista impresa de las personas capacitadas para votar. Estas van desfilando una tras otra, sin hallarse provistas de papel de identificacin alguno, y depositan su voto en la urna. Automticamente se tacha en la lista el nombre del votante. Ahora bien, est al entero arbitrio del pblico y del jurado si un determinado individuo puede votar o no; pues muchos, estudiantes sobre todo, se atreven a dar su voto en diferentes urnas, Y en cada sitio se llaman con distinto nombre. Si luego se presenta el verdadero votante, se encuentra tachado en la lista y, a pesar de todas las protestas, tiene que retirarse humillado Y escarnecido. Estas escenas provocan siempre gran alboroto. Si se acerca a la mesa uno que se llama, por ejemplo, Surez, y se sabe que ese Surez es un anciano conservador, en tanto que aquel que vota con su nombre es un joven liberal, entonces estalla un espantoso gritero: "j No, no, no, no es l!", exclaman unos. "S, si, s, l es !", chillan los otros. Se reparten golpes, salen a relucir revlveres, hay empujones y apreturas, se pita y se vocifera hasta dejarle a uno aturdido. Segn la composicin del jurado correspondiente, puede votar o no el pseudo-Surez. Si se trata de elegir un candidato liberal y el pseudo-Surez va a votar por l, se le permite llegar hasta la urna; de lo contrario, se ve obligado a retirarse. Es raro que en das de elecciones no se juegue con el revlver. Por fortuna, estos artefactos, la mayora de las veces, no dan en el blanco, - 119 -

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y las desgracias son de menor cuanta. Pero la inquietud de los nimos es tanto mayor cuanto que las tropas estn dispuestas a acudir a la primera seal de alarma y a hacer fuego sin consideracin sobre la inobediente multitud, como ha acontecido en diversas ocasiones. Si hay que elegir un candidato liberal y se encuentran ms votos conservadores que liberales, entonces se vuelca la urna y se disuelve el jurado, o este proclama despus del recuento: "Quien escruta, elige!". Las elecciones son, pues, desgraciadamente, en Bogot como en toda Colombia, un juego dirigido por la gente ms gritadora, por aquellos que esperan alcanzar del nuevo presidente favores o cargos, por los ms insidiosos elementos y los ms astutos fabricantes de catilinarias. Este juego electoral es convenido previamente por los polticos profesionales de los clubes. Tal es la opinin arraigada de ms antiguo entre los colombianos, y como sus votos carecen, pues, de valor, muchos hombres honorables, los mejores ciudadanos precisamente, no acuden ya a las urnas. Fue tambin significativo que nuestro Rector retuviera en esos das a los internos, acuartelados como tropas en el edificio de la Universidad. Cuando las elecciones no se desarrollan libre y honestamente, no hay democracia posible, yeso lo mismo en Colombia que en cualquiera otra parte. As acontece que los derrotados en los comicios recurren, con aparente derecho, a la revolucin como medio para derrotar al presidente en tal forma elegido. De forma sombra se advierte siempre la perspectiva de la cercana explosin de una guerra civil; al caer la tarde los soldados marchan en formacin por las calles de la ciudad y detienen a todo pobre diablo que cae incautamente en sus manos, respetando al que lleva sombrero de copa o va bien trajeado. La persona as capturada es puesta entre dos filas de bayonetas; la marcha contina hasta haber reunido veinte, a menudo cuarenta o cincuenta, de estos infelices. De ese modo, amarrados a veces como reses destinadas al matadero, se les conduce al cuar- 120 -

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tel, donde quedan presos y donde se les obliga a enrolarse para la guerra. Muy raramente logra librarse el individuo tan violentamente reclutado, y muchas personas influyentes no consiguen eximir del servicio militar a sus criados, a sus obreros, a sus cocheros. .. Ocurre con harta frecuencia que los soldados se introducen en las casitas de los pobres habitantes de las afueras y sacan al hombre de la cama, dejando a la mujer y a los hijos en total desamparo. El ciudadano de ideas nobles queda deprimido ante escenas semej antes y sufre en el alma con ellas. Pero el indio que se ve ya con su gorra militar, con su fusil al brazo, y acaso con su guerrera de colorines, termina por ceder ante el destino que le ha tocado; hasta se siente orgulloso como defensor de la Patria, y no es raro que ese recluta se quede definitivamente en el cuartel aunque se le ofrezca la libertad. Contrasentidos de la vida humana ... A las seis cae la noche sobre Bogot. Se cierran los comercios y concluye la jornada. Las calles principales brillan ahora con la luz elctrica, que, despus de varios intentos fallidos, alumbra ya debidamente. Una gran central elctrica, construda por la fbrica de maquinaria "Oerlikon", provee de energa y luz a la poblacin e industrias de Bogot. La energa se obtiene del torrencial ro Bogot, algo ms arriba del Salto de Tequendama. La mayor parte de las calles se iluminaban antes con luz de gas; pero de vez en cuando se hizo necesario acudir a otros medios de alumbrado, pues fallaba el servicio de gas o resultaba deficiente. As que se regresa a casa despus del habitual paseo vespertino, hacia las siete de la tarde, las calles estn ya bastante vacas. A las ocho los tambores de la guardia redoblan el toque de retreta, desfilando desde el Palacio Presidencial a su cuartel, acompaados del agudo son de las trompetas. Despus de este musical deleite se sumerge todo en el silencio de una pequea ciudad. Ese silencio se rompe los jueves y domingos por la
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noche, en que las dos bandas de regimiento, ms de treinta msicos cada una, tocan la retreta bajo grandes faroles, especiales para este viejo uso. La retreta, en este caso, es un concierto de selecto programa. Los msicos son expertos y con larga prctica en su arte, y existe entre ellos gran espritu de emulacin. A menudo se escuchan obras de los grandes maestros en excelentes interpretaciones, especialmente oberturas, tocadas con conocimiento y fidelidad. Como pieza final, cada banda ofrece una composicin nacional, un vals, un bambuco o un pasillo. Esa msica nacional me atrae muchsimo. Siempre me ha emocionado profundamente con su espritu unas veces suave, otras ferozmente impetuoso, otras melanclico y triste. Me seduca escuchar las serenatas que los msicos del pas ofrecan a una hermosa en alguna calle de la ciudad. La bandola, a la que, si la tocan manos diestras, pueden arrancarse sonidos de la pureza de campanillas y violines, el tiple, tan melodioso como acompaamiento, y la seria y grave guitarra, formaban un conjunto realmente artstico. En los ltimos aos, recuerdo, algunos de aquellos msicos haban llegado a perfeccionarse de tal modo, que eran capaces de interpretar de memoria y con autntica expresin clsica las ms difciles oberturas. Inolvidable ser para m la ltima noche pasada en Bogot y en la que, pese a las crticas circunstancias, los mejores de aquellos modestos msicos de la capital quisieron darme una prueba de pleno reconocimiento a la simpata que yo siempre les haba dedicado. Unos diez de ellos se reunieron en un conjunto integrado por dos bandolas, algunos tiples, dos guitarras, un violn y un violoncelo. A eso de las once llegaron ante mi hotel y me dieron una serenata que resonaba maravillosamente en el silencio nocturno. La eleccin de las piezas responda a la vez a un gusto sentimental y clsico. Entre los msicos haba uno ciego, que tocaba la guitarra y cantaba, acompaado con voz de contralto por un muchachito hijo suyo; un do en verdad emocionante,
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enternecedor. Cantaban cosas de amor, de fidelidad, de pasin, de doncellas graciosas radiantes como joyas, puras como la azucena; cantaban la ausencia, y el encuentro, y todas las tempestades de la vida ... La calma de la noche es interrumpida a cada cuarto de hora por la aguda pitada de los serenos, que, envueltos en un largo gabn, armados de sable y organizados militarmente, aparecen en todas las esquinas en cumplimiento de su servicio de vigilancia y se controlan unos a otros mediante seales de silbato. Los serenos desempean tambin oficio de bomberos, pero en esa calidad apenas s tienen quehacer alguno, pues en Bogot son muy raros los incendios. Esto se deber tal vez a que el fuego no se propaga rpidamente a tales alturas, o acaso al hecho de no existir compaas de seguros. Por tal razn las bombas de incendios de la capital se hallan en estado tan lamentable. En un pequeo incendio, largamente comentado por la prensa, no fue posible, durante casi una hora, encontrar una boca de riego. Otra vez se estuvo buscando en vano la bomba de extincin, y result que el entonces ministro de guerra se la haba llevado a su finca para regar. La polica est encargada de la custodia, especialmente la de los comercios. Pero se puede afirmar que los hechos de violencia no son ms frecuentes en Bogot que en cualquier otro sitio. Una sola vez, que fue la noche de una tempestuosa jornada electoral, hube de salir armado a la calle. Por lo dems, aunque durante algn tiempo viv fuera de la ciudad (a una media hora de camino, que era de lo ms distante entonces), teniendo que atravesar la calle caliente, o sea la calle de las pendencias y la gente de cuidado, no fu jams objeto de la menor hostilidad. A pesar de que las noches son bastante fras, me encontraba con frecuencia pobres gentes acurrucadas o enroscadas como erizos, que dorman profundamente a las puertas de las
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casas o sobre la misma acera. Desde las diez, como dice un escritor colombiano, Morfeo reina en casi todos los hogares. Apenas s se conoce la vida de restaurantes o casas de comidas, usual entre nosotros. Tan solo un caf, "La Rosa Blanca", atraa entonces a la gente joven para jugar al billar, para la charla o para el alegre comer y beber. Ahora se han establecido ya varios restaurantes. Fuera de ello, haba abiertas no ms que unas cuantas tabernas, donde se bebe de pie, y tambin algunos lugares de juego, de los cuales, a falta de diversiones ms apropiadas, hay muchsimos, por desgracia, en Bogot, particularmente despus de una guerra, sazn en la que tantos aventureros aspiran a mejorar su suerte. En dichos locales se juega lotera o un juego nacional, el tresillo. Cuando por la maana, algo despus de las cinco, me diriga a dar mi primera leccin del da, la de las seis, a veces vea todava luz en las casas de juego de la Plaza de Bolvar, y reflexionaba sobre todas las pasiones y los dramas que en los corazones de los jugadores y de sus familias estaran sucedindose. Maravillosas son las noches de Bogot. Las estrellas segn clculo de Humboldt, lucen con intensidad cuatro veces mayor que en nuestros pases. A mediados de octubre de 1882 pas durante varias noches sobre el cerro de Guadalupe un cometa enorme y de magnfico brillo. Un ocano de luces surge en la noche. De un lado, se dibuja en excelsa simplicidad la Cruz del Sur; del otro, fulge casi junto al horizonte la Estrella Polar. La Va Lctea se desenrolla como una ancha cinta encendida, y destaca minuciosa sobre el cielo, un cielo, pese a la oscuridad, todava esplndidamente azul. Un especial encanto tiene el blanco y delicado resplandor de la luna llena; tan clara y ntidamente ilumina la ciudad, que, sin otra luz, resulta posible leer cmodamente y reconocer todos los objetos. De vez en cuando rompe la quietud de la no-

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che un cohete que sube silbando hacia el firmamento y que, con la escasa resistencia del aire, se remonta a mucha mayor altura que en nuestros pases. Bogot es un lugar a propsito para grandes quemas de fuegos artificiales. Pero qu es aqu cualquier arte humana frente a la majestad de la misma naturaleza? Con profunda nostalgia pienso hoy en el excelso espectculo de aquellas noches de luna, en aquel magnfico cielo estrellado.

Satisfechos, y despus de una animada sucesin de sugerencias y datos, acabamos la lectura del precedente captulo sobre la vida de Bogot por los aos ochenta del pasado siglo. Ahora nos preguntamos cmo sern las cosas hoy da en esta capital, una de las ms peculiares y ms apartadas del resto del mundo. Por descontado, algn aspecto se allan y adapt ya a la gris homogeneidad de las ciudades populosas. El ferrocarril, desde el Magdalena, ha alcanzado ya las alturas bogotanas, y l trae a la altiplanicie andina las muchas mercancas de uso diverso que se precisan en el cotidiano vivir. La nueva generacin ha podido instalarse con mayor comodidad y contar con ms modernos acondicionamientos de vivienda. En las casas de las viejas familias tradicionalistas encontramos todava los penumbrosos salones de recibimiento con espejos franceses y venecianos, el lujo de las antiguas vajillas de plata espaolas y la generosidad de las posibilidades domsticas que permite a la seora de casa improvisar una comida para media docena, para una docena incluso, de huspedes inesperados, y ello con las ms finas atenciones. Pero si el recin llegado consigue superar la primera impresin de que Bogot hubiera perdido el carcter propio y el ornato de los pasados tiempos sin poseer todava las ventaias de la nueva poca, podr ser que, al penetrar con ecunime ob- ] 25 -

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se'rvacton en el ambiente actual, advierta sO?-prendido que muchcLs cosas permanecen inalte'rables en s'/.(, antiguo estado. Hoy da sigue llamando en p1'ime1' lugar la atencin del extranjero la hegemona de los "blancos y los que quisieran serlo" sobre la gron masa de la poblacin, y toda una serie de hechos confi'rma que {(el patrimonio sirve para dar prestigio a cualquiera". El orden social se ha mantenido idntico. En ocasiones festivas, en las reuniones siguen sonando exclusivamente los antiguos nombres de las buenas familias. En comparacin con tiempos anteriores se nota, afortunadamente, una mayor elasticidad y cordialidad en las relaciones ent1'e familias conservadoras y libe1"ales. Los 'ricos van dejando, en creciente p1"oporcin, las casas de dos plantas, estructuradas pO?" lo comn en torno a varios patios interiO?"es, para t1"aslada1"Se a edificios de varios pisos y dotados de instalacin moderna. En compensacin, se hacen construr en las cercanas de Bogot pequeas casas de campo, donde grandes y chicos pueden disf1'Utar los domingos la delicia del sano y fresco aire de la sabana. Los actos pblicos son ahora ms numerosos. En el teatro del gobierno se suceden continuamente las compaas visitantes y empieza a elevarse poco a poco el valor de las representaciones. La musa ligera, pese a la inicial oposicin de la Iglesia, ha hecho su entrada en las tablas. Pero toda pieza debe ser sometida a una censura bastante rigurosa. Con extraordinario esfuerzo, el Director del Conservatorio ha impuesto la celebracin de conciertos sinfnicos, llenando as un muy sensible vaco en la vida cultural. Pero, a pesar de todo, el bogotano autntico no ha perdido la aficin por las audiciones en familia, 11 con motivo de las festividades religiosas o en otras ocasiones tienen lugar algunas celebraciones y veladas ntimas, vedadas a los ms de los forasteros . En cuanto a la descripcin de los personajes tpicos de la vida urbana, notaremos que el simptico cachaco, representante de la libre y desenfadada soltera, ha pasado a formar marcada
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minora frente al pepito, el haragn de oficio. Por desgracia la cifra de los que llenan todo el santo da de conversaciones i;'geniosas o vanas, matando realmente el tiempo, es todava muy grande en Bogot. Por tal razn, el extranjero que fue testigo de la miseria 'reinante tras la guerra mundial, y que se lanz por el mundo a ganarse duramente la vida y a cooperar en la forja de una nueva edad, podr ser que se sienta separado POt' un profundo abismo de los muchos charlatanes que en Bogot se encargan de esfumar la impresin de una seria voluntad de trabajo. Esos caballeros se encuentran a toda hora por las esquinas de la ciudad cumplimentando a los transeuntes, y en especial a las damas, con sus continuas atenciones. Sus afortu.nadas ocu'rrencias vuelan a menudo con la 'rapidez del viento pues el bogotano tiene verdadera vena satrica, sin llegar po; ello a la ofensa. Junto a la dorada superabundancia de tales chistosos de esquina, el gran nmero de hombres serios a quienes se encuentra, en bancos, casas comerciales y fbricas, dedicados a fatigosa tarea, producen una impresin tanto ms marcada y de tanta mayor sorpresa. A pesar de ello, parece que, frecuentemente, el extranjero se abre camina con ms rapidez que el natural, gracias a una actividad consciente e incansable. Entre los emigrantes de todos los pases hay propietarios de florecientes empresas, que harto fcilmente despiertan luego envidias y rivalidades. Si bien estos sentimientos no se hallan en la buena sociedad, el extranjero no deber hacerse sin ms a la idea de que le van a recibir con los brazos abiertos. Las nobles tradiciones de la vieja hospitalidad espaola, que tienen continua y entusiasta cita en El Dorado, han sufrido ya en las ciudades alguna que otra merma. Hay que admitir, no obstante, y del modo ms abierto, que de ello se debe culpar a ms de un vagabundo indeseable que ha perjudicado ya mucho el buen nombre de los extranjeros afincados en el pas. En el campo, por el contrario, sigue bastando una pequea recomendacin para que cualquier recin venido sea objeto de conmovedoras atenciones entre las - 127 -

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viejas familias hacendadas. El pueblo inculto de la ciudad y del campo, que por instinto se coloca frente a los ricos y que ve en todo extrao, sin ms juicio crtico, un seor de buena posicin, cree a menudo estar cumpliendo una misin patritica al tomar en estos casos una posicin adversa al forastero. Pero el trato personal con la gente de la calle, con limpiabotas, vendedores de peridicos, policas y todos los que se dedican a servir, da lugar a cambios en la mayora de las ocasiones. En efecto, el extranjero libre de prejuicios y criado en contacto diario con gentes de todos los estratos sociales, suele estar en mejor situacin que los aristocrticos colombianos para comprender la suerte de los pobres indios y de la multitud de los nios sin padre. En una obra sobre Colombia, la referencia a la vida religiosa merece, sin duda, amplio espacio. Lo que observ el autor de El Dorado corresponde todava hoy a la realidad, y de modo invariable. Es exacta en particular la afirmacin de que al final de las ltimas revoluciones -que terminaron todas, sin excepcin, con la derrota de los liberales- pudo comprobarse siempre un robustecimiento del influjo eclesistico. Por eso los mismos colombianos designan a su pas como el bastin de la Iglesia Catlica en Suramrica, y parece que no yerran a este respecto. Pero las relaciones entre la Iglesia y el Estado constituyen un asunto interno y requieren, a lo sumo, una exposicin en el sentido de la acogida que puede esperar el extranjero de otra confesin. En este aspecto, el forastero puede estar seguro de una gran tolerancia por parte de la poblacin culta y tambin de la Iglesia y sus ministros. La gran masa del pas se muestra indiferente frente a los que no participan de su fe, por lo mismo que casi nunca llega a tener conciencia de que en el pas pueda . haber tambin alguien no cat6ltco. Pero si de forma ostensible se practican ritos propios de otras confesiones, ello podra tener consecuencias poco gratas, sobre todo en regiones muy aparta-

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das de los ncleos urbanos. En todo caso, los ejemplos de intolerancia son sumamente raros, y el gobierno los condena seve1'amente. En un determinado aspecto, sin embargo, deberan guardarse muy bien, en inters propio, las personas adscritas a otros credos. Las bodas se realizan en Colombia exclusivamente por la Iglesia Catlica. El matrimonio civil, en verdad, es tericamente posible, pero una excepcin tal representara, por tradicin, que determinadas clases sociales no consideraran vlido el enlace. El que quiera prescindir, pues, del matrimonio catlico, har mejor en trasladarse provisionalmente para la boda a Panam, a Curazao o a Europa. Por supuesto, el matrimonio celebrado en el extranjero por contrayentes de otra religin es reconocido en Colombia como vlido, pues la legislacin en este punto es tan avanzada como la de cualquier otro pas. Deber tambin meditarse el casamiento con una persona de nacionalidad colombiana. A veces, entre gentes aventureras, juvenilmente audaces, existe la errada creencia de que el matrimonio catlico con una colombiana excluye los efectos legales del matrimonio civil por faltar la confirmacin de la autoridad respectiva. Pero no ocurre as. Como el matrimonio cannico tiene en Colombia plena validez, es reconocido tambin como tal en el Estado de origen. En cambio, dicho Estado podr tambin considerar como anulable ese matrimonio, conforme a su derecho, si bien el matrimonio religioso excluye en Colombia el divorcio. Nunca se condenar suficientemente la desaprensiva actitud de ciertos extranjeros al entende1' que la promesa otorgada ante otra Iglesia no reclama 1'espeto y seriedad. La inmigracin a Colombia es factible para cualquier persona honorable y sana. Se 1'echaza tan solo a los perturbadores del orden, a los enfermos, y a veces tambin a los de raza amarilla o negra. Un ms severo control de polica, hace poco im- 129 -

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plantado, exige del ext'ranjero su inmediata presentacin ante la autoridad. Esta disposicin, que al principio se aplicaba con dU1eza algo excesiva, se hace cumplir ahora de modo enteramente razonable y . p'roporciona al que a ella se somete las 1Jentajas de la ms plena libertad de residencia. En principio, a todo extranjero se le considera bien venido a Colombia y, en tanto que respete las leyes y no se inmiscuya en los asuntos internos del pas, es objeto de excelente acogida y de toda clase de consideraciones.

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5. -LA VIDA CULTURAL Solitario y como aislado del mundo se siente uno al principio sobre la Sabana de Bogot. El lector de estas pginas, a quien el cartero trae varias veces al da noticias, peridicos, revistas, libros, apenas si considerar el acontecimiento que supone en aquella capital la llegada del correo. Dos o tres veces por mes llegan a Bogot los envos postales europeos, estableciendo el enlace con la patria. Dichos envos no se reparten a domicilio, sino que cada uno va a recogerlos a la nica oficina de correos existente. El que desea ms rpido servicio, alquila un apartado. La llegada del correo se anuncia mediante banderas de colores que se izan en el gran mstil de la esquina del edificio donde est la oficina, siendo distintos los colores segn la direccin de los correos arribados. Cuando, despus de inquieta espera, se mira subir la bandera roja, blanca y roja con nueve estrellas negras, signo del correo de ultramar, los presunto ~ destinatarios se apresuran a retirar sus mensajeras, y dejo a la imaginacin de cada cual la expectativa, el afn con que, por lo comn en el mismo patio de correos, se devoran las primeras nuevas y luego, ya en casa, vuelven a degustarse. Este sistema tena tambin sus grandes ventajas. Uno se preparaba para la recepcin y el despacho de la correspondencia y poda sealarse horas y das para la lectura. En tal sentido, los aos que all pasamos no fueron aos perdidos; por el con-

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trario, la materia de lectura se disfrutaba con ms activa atencin que en nuestro pas, donde estamos saturados de ella. Los nuevos libros y revistas se reciban all con nimo muy diferente; eran los mejores amigos, y, toda vez que en Bogot, no solo los extranjeros, sino tambin muchos colombianos, siguen exactamente las novedades literarias, resultaba siempre, si se saba dar con las personas apropiadas, un vivo intercambio de ideas sobre lo ledo. Esta vida cultural es tanto ms notable por cuanto que hasta 1738 no se estableci en Bogot la primera imprenta, llevada all por los Jesutas, y hasta 1789 no apareci el primer peridico colombiano. La actual cultura puede explicarse solo por la coincidencia de varias circunstancias felices, como buena disposicin, lengua, prensa y educacin. Es cosa no discutida que los criollos poseen una gran inteligencia natural y aficin a los estudios y a las artes. No obstante, se ejercitan preferentemente en las ciencias especulativas, donde hallan la posibilidad de desenvolver teoras y disentir sobre toda clase de temas filosficos y religiosos. Los terrenos que reclaman gran esfuerzo, paciencia y benedictina asiduidad, como las matemticas, las ciencias experimentales o la historia trabajada en sus fuentes, se ven demasiado preteridos. Lo que realmente place al bogotano, siempre deseoso de novedades, es el aprendizaje de idiomas y la lectura de novelas, poesa y peridicos, como tambin componer epigramas y muy lindamente torneadas estrofas; en fin, dedicarse como aficionado a los asuntos ms diversos. As ocurre que la lectura y traduccin de los productos espirituales de pensadores europeos son harto ms frecuentes que -aparte las bellas letras- la creacin de cosas originales. En esta recepcin de la produccin europea, los bogotanos tienen el buen auxilio de eXl.!elentes libreras, como la Librera Colombiana, que tiene existencias, con gran cantidad de
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ttulos, de las principales obras del mundo, y cuenta, sin duda, con todas las novedades bibliogrficas. Las libreras constituyen el punto de cita de la gente culta; por vanidad o por aficin, se compran muchos libros, y la mayora de ellos, a no dudarlo, se leen. Por mucha superficialidad que aun exista, por mucho que se de la formacin a medias, aunque solo unos pocos hombres selectos posean un riguroso sentido cientfico, y aunque no se halle todava introducida la llamada "exactitud germnica", es, sin embargo, muy cierto que entre una minora, relativamente pequea pero muy inquieta y vivaz, se advierte la capacidad de conocimiento y el inters por todas las novedades y creaciones del espritu; del espritu francs en primer trmino, luego del espaol y del ingls. Y ello, como apenas en lugar alguno de Suramrica. Hay que agregar que en este apartamiento, en la naturaleza montaosa y primaveral, el pensamiento saca a veces consecuencias de ms inexorable lgica que en Europa, donde la inteligencia es mantenida a raya por tan fuertes ligaduras de toda ndole. El trabajo intelectual es ayudado por la vigorosa, colol'ista, armnica lengua espaola, el mejor legado de los conquistadores. Cierto que el trato con otras culturas, especialmente la francesa, ha introducido poco a poco en el lenguaje toda clase de vocablos y giros extraos, como ocurre en Argentina. A esta adulteracin del idioma opone el bogotano un dique al tener a gala hablar el espaol con pureza y lo ms acadmicamente posible, escribindolo, si cabe, aun con mayor fineza y correccin. Como guardin de esta limpieza literaria acta la Academia Colombiana, fundada ellO de mayo de 1871, y correspondiente de la Real Academia de Madrid. Constituye una sociedad de doce literatos, la mayora de los cuales gozan de fama, pero no todos de talento. En efecto, varios: de los mejores escritores liberales se hallan excludos de este rancio gremio.

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En la literatura se manifiestan dos distintas tendencias. La una es rigurosamente clsica y vive, no solo en la lengua sino tambin en las ideas y criterios, casi como en los tiempos de un Felipe n. El estilo enftico y rebuscado, el prurito de alambicar imgenes lo ms "ingeniosas" posibles, el modo de expresar en forma abstracta y retorcida hasta las cosas ms comunes, y el comenzar toda disertacin, todo estudio o artculo por lo menos, los griegos y los romanos, si es que no les toca pagar el pato a los babilonios y a los egipcios, ... todo ello ha ganado a tal especie de escritos el sarcstico nombre de literatura fsil. La otra tendencia se debe a literatos jvenes, fogosos y de talento, que aspiran sobre todo a dar expresin al pensamiento de su poca, y que, por tanto, se fijan ms en la agudeza del contenido intelectual que en las exterioridades verbales. Quien se cuenta entre los adscritos a esa ltima corriente es hostilizado, claro est, por los acadmicos, o, al menos, mal mirado por ellos, gente que cree tener en arriendo toda la gloria literaria. La prensa diaria es un medio formativo de primer orden en todo pas nuevo. Por entonces aparecan en Bogot nada menos que de veinte a treinta publicaciones peridicas, tanto polticas como de contenido cientfico, pero solo una sala diariamente. Muchos de los peridicos polticos tenan una brevsima existencia, desapareciendo ya al segundo o tercer nmero. Como los peridicos nQ podan vivir del mismo modo que los nuestros, o sea a base de noticias del da y telegramas, concentraban su energa en los artculos de fondo, en estudios literarios, traducciones, desahogos lricos y crnicas locales. Especial mencin merece el "Papel Peridico Ilustrado" (tres aos de publicacin), editado con gran constancia y sacrificios por el pintor Alberto Urdaneta, ya fallecido; pese a la cierta tosquedad de la parte grfica, el peridico estaba lleno de valiosas aportaciones a la historia de la cultura y era entonces la nica revista quincenal de Colombia. La prensa poltica experiment una total trans- 1 31 -

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formacin despus de la revolucin de 1885. Antes, haba gozado de la ms absoluta libertad, y de ella hizo uso en forma tan descomedida, que sus excesos resultaban desvergenzas hasta para cualquier europeo amplio y comprensivo. Ms tarde, en lugar de hacer legalmente responsables de sus contravenciones a los redactores, el cambio ocurrido en dicho ao determin que las cosas fueran a dar en el extremo opuesto, obstaculizando la libertad de las actividades periodsticas. La prensa pas a depender enteramente del arbitrio del gobierno, que suspenda peridicos y meta a los periodistas en la crcel o los deportaba, de manera que hasta los conservadores moderados solicitaron la promulgacin de una ley menos rgida. En un pas que se halla todava en su menor edad, la libertad de prensa es de lo ms necesario, e imprescindible como vlvula de seguridad del mecanismo estatal. El cumplimiento de la misin de la prensa depende del grado de cultura de los ciudadanos, y a su vez esa cultura es la que restituye a sus proporciones justas las exageraciones y las inexactitudes de la prensa. Pero en Colombia, donde muchos admiten todava como verdad definitiva todo lo que va en letra de molde, falta mucho por hacer en materia de educacin, en !o que atae a la gran masa del pueblo. Solo los presidentes liberales, en particular los que gobernaron durante los aos 1870 a 1875, dedicaron a la escuela primaria toda su atencin, alcanzando notables resultados. Desde que el partido independiente empez a regir los destinos del pas, disminuy la preocupacin por ese problema y vino a decaer, de manera extraordinaria, la enseanza toda. Squense conclusiones de los siguientes datos: el ao 1873, en el apogeo de la administracin liberal, haba, solo en el Estado de Cundinamarca, 218 escuelas, con 10.789 alumnos. El ao 1883 haba 163 escuelas, con 10.624 alumnos, y es necesario anotar que ese nmero de escolares se refera nicamente a los inscritos y no a los que realmente asistan a

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las clases. En dicho Estado de Cundinamarca se adeudaba a los maestros en 1884 casi ao y medio de sueldo, de manera que la mayor parte de ellos, aunque por sentido del deber siguieron trabajando en sus escuelas, se vean obligados a buscarse otras ocupaciones. Las letras de cambio con que se les pagaron algunos meses, solo podan hacerse efectivas acudiendo a los usureros. N o puede sorprender, pues, que resultara difcil sostener los centros de formacin de maestros y maestras, cuanto ms que la mala administracin del Estado haca imposible cubrir con regularidad todas las obligaciones al respecto. Pero, precisamente en cuanto a esos centros de formacin, hubiera sido muy de lamentar la suspensin de actividades. En particular la escuela de maestras se distingua por los magnficos logros alcanzados, y a ella ingresaban muchachas de~ pueblo y de la clase media, que as podan dar satisfaccin a su anhelo de saber, pasando adems a ocupar una mejor posicin social. Los exmenes que presenci demostraban en casi todas las alumnas un grado verdaderamente admirable de seguridad, de claridad mental y dominio de la materia; sin embargo, su aplicacin serva para la obtencin de un diploma poco menos que, en la prctica, falto de todo valor. Esto me prob una vez ms que, concretamente la juventud femenina de Colombia, posee esplndidas dotes y que sera un verdadero pecado regatear le el sustento espiritual que reclama. Las escuelas especiales para seoritas no rebasan el nivel medio de nuestra instruccin primaria ni facilitan un verdadero y slido saber. En virtud de la libre competencia y de la posibilidad de abrir, sin ms, un centro docente todo aquel que contara con la confianza de los padres, era tambin muy considerable el nmero de los colegios privados -diramos mejor "pensiones privadas"-, donde los alumnos viven en rgimen de internado y la materia de enseanza viene a corresponder a la de nuestras "escuelas medias". El ao 1883 existan en Bogot, aparte de los

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establecimientos pblicos y el seminario sacerdotal, doce colegios para muchachos y nueve para muchachas. Algunos de esos centros, como el antiguo Colegio de don Santiago Prez, quien desde su ctedra fue ensalzado al silln de Presidente de la Repblica, eran como pequeas academias. Segn las ideas del respectivo propietario, estas escuelas se hallaban tajantemente diferenciadas en el aspecto poltico. Las ms aristocrticas y "pas" estaban dirigidas, en su mayora, por eclesisticos. La formacin universitaria propiamente dicha se adquira en el Colegio de Nuestra Seora del Rosario, en la Universidad Nacional y en la Universidad Catlica. La concesin de diplomas era enteramente libre; alguna escuela privada: poda expedir, por ejemplo, el ttulo de doctor en jurisprudencia. Pero los tres centros universitarios citados, por razn de su efectiva competencia y por su posicin, tenan facultad para otorgar los grados generalmente reconocidos. La Universidad Catlica era reciente creacin del Nuncio Papal Agnozzi, expulsado de Suiza en tiempos del Kulturkampf. Esta mantena la rivalidad frente a las otras dos universidades, cosa de la que los profesores nos alegrbamos, pues de ah surga la emulacin. El Colegio del Rosario, fundado en 1651 por el monje y arzobispo Cristbal de Torres, se compona de una especie de liceo o gimnasio y de una Academia de Derecho, donde se estudiaba ms rpidamente que en la Universidad. El Rosario tena entonces una direccin sumamente progresista. La Universidad Nacional era, indiscutiblemente, la primera de Colombia. Nuestra Universidad haba corrido ya suerte muy diversa. En 1610 fund el Arzobispo Bartolom Lobo Guerrero una academia a la que llam Colegio de San Bartolom y que encomend a los jesutas. Estos comenzaron la enseanza con diez becarios. Su actividad abarcaba principalmente el estudio del latn, la filosofa (en lengua latina), el derecho civil

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romano, el canomco, la moral y la teologa dogmtica. Estos eran los estudios clsicos de entonces. La enseanza del derecho pblico y poltico haba sido prohibida por el gobierno. Solo tras las borrascas de las luchas de independencia se lleg a producir un nuevo incremento de los estudios. La academia pas al Estado de Cundinamarca, que en 1867 la entreg a la Nacin con el propsito de fundar una universidad nacional de los Estados Unidos de Colombia. Esta se estableci, en efecto, y a fines de 1884 se fusionaron con ella la Escuela de Agronoma, la Escuela Militar, en la cual se formaban unos doscientos cadetes y que haca a la vez de Escuela de Ingenieros, y finalmente la Escuela de BeBas Artes, donde, bajo experta direccin, se enseaba dibujo, pintura y grabado. La Universidad adquiri consistencia por la LeY de 23 de marzo de 1880, que cre ya un ministerio nacional de instruccin. En el ao 1882, cuando yo comenc all mis actividades docentes, la Universidad constaba de cuatro facultades: la Escuela de Literatura Y Filosofa, la Escuela de Derecho o de Jurisprudencia, la Escuela de Ciencias Naturales Y la Escuela de Medicina. (No exista facultad teolgica, pues los sacerdotes se formaban en Seminarios). Rector era el Ministro de Instruccin. Bajo su autoridad haba dos rectores propiamente dichos, de los cuales uno diriga las facultades filosfica y jurdica (instalada en el viejo edificio del Colegio de San Bartolom) y otro las facultades de Ciencias Naturales y Medicina. El control de toda la administracin Y funcionamiento interno corresponda al Consejo Acadmico, que se elega por el Presidente de la Repblica entre ciudadanos de mrito Y constaba de nueve miembros. De la Escuela de Derecho dir solo que los poco numerosos estudiantes trabajaban con notable aprovechamiento Y que luego, como abogados Y polticos, hacan honra a su profesin. La Escuela de Ciencias Naturales era utilizada, principalmente por mdicos, para estudios preparatorios, pero faltaban en ella buenos labo- 138 -

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ratorios y colecciones. La facultad de Medicina propiamente dicha, o sea la Escuela de Medicina, era sin duda la mejor instalada y al frente de ella trabajaban excelentes profesores; casi todos ellos haban hecho en Europa su examen de estado, en Pars principalmente. Los estudiantes se destacaban por la aplicacin, la buena conducta y el aprovechamiento en su trabajo. Desde 1882 contaban con una sala de diseccin, que se construy en esa fecha en el patio del Hospital Municipal, y all tenan material de sobra para sus estudios. Por ltimo, la Escuela de Literatura y Filosofa, obligatoria para todos los estudiantes, se compona, como su nombre da a entender, de una facultad filosfica y de la parte literaria, equivalente sta a un gimnasio, liceo o, tal vez, pro-gimnasio. Esto explica la gran cifra total de alumnos matriculados en algunos cursos de la Universidad, nada menos que seiscientos quince el ao 1884. Para toda la Universidad exista la disposicin de que el estudiante no pudiera seguir ms de cuatro materias anuales; cada una de stas comprenda seis horas a la semana. A los ms jvenes el Rector solo les permita matricularse, comnmente, en dos o tres materias anuales. Despus de haber acabado con xito los cursos correspondientes, podan tomar otras tres o cuatro asignaturas (dieciocho o veinticuatro horas semanales), cuyo orden sucesivo se hallaba fijado exactamente. As, de manera metdica, se iba avanzando a materias cada vez ms difciles. En estos cursos (espaol, francs, ingls --cada lengua dividida en tres aos-, aritmtica, lgebra, geometra, geografa general y de Colombia, cosmografa, fsica, retrica, historia patria) se trabajaban a fondo los respectivos objetos del estudio. En el mejor de los casos, esto es, si el alumno aprobaba cuatro materias por curso, los estudios duraban seis aos; pero lo usual era que se extendieran por mucho ms tiempo, dado que se sola empezar con menos de cuatro asignaturas anuales, y debido tambin a que no siempre se llegaba a hacer

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el grado y a que se tomaban con carcter complementario diversas materias facultativas (latn, griego, alemn, taquigrafa, clculo mercantil, religin), a las cuales haba que asistir y eran asimismo tomadas en cuenta a efectos del tiempo obligatorio. Hay que agregar que esos cursos de carcter voluntario tenan escasa asistencia de alumnado, lo que era de lamentar, sobre todo en el caso del latn, pues esta lengua facilita mucho, naturalmente, la penetracin en el espaol, siendo adems imprescindible para el estudio del derecho romano. El curso de religin no lleg a darse nunca, pues no hubo eclesistico que quisiera venir a nuestra Universidad. Como culminacin de la escala de materias, haba un curso de biologa, o sea principios generales de la historia natural, un curso de sociologa, un curso de filosofa y dos cursos de historia universal. N o exista, como se ha visto, una facultad de filosofa enteramente separada de la escuela de literatura, si bien esa facultad se hallaba representada por tres profesores (el de biologa, el de sociologa y yo). Todos los futuros juristas y mdicos deban pasar por nuestras clases. Habida cuenta que la mayor parte de los alumnos ingresaban a la escuela de literatura a la edad de diez aos, aproximadamente, mis escolares estaban entre los dieciseis y los veinte aos, y los haba de veintiseis, o sea ms viejos que yo. A veces asistan a las lecciones seores ya de alguna edad. Tambin en cuanto al color de la tez haba gran variedad dentro del alumnado. Los ms diferentes matices se ofrecan a mi vista, desde el blanco rosado de los tiernos jovencitos de Bogot, hasta el negro ms intenso; los negros mostraban, dicho sea de paso, un ardiente afn de aprender. Los ojos ms distintos me miraban, y las dentaduras eran tambin de gran diversidad. Cuando un profesor franqueaba la puerta de la Universidad o penetraba en los claustros del antiguo edificio conventual, el
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bedel haca sonar los timbres. Los estudiantes deban colocarse ordenadamente junto a la puerta del aula para entrar en ella tras el profesor. Se trataba, en su mayora, de grandes salas con ventanas de escasa altura. Yo daba mis clases en el sitio que ocup antao la gran capilla del convento. Como imperaba el principio, conveniente para Bogot, de no dejar en demasiada libertad a los estudiantes, stos se hallaban sometidos a una tutela bastante estricta. Regla general para todos era que el alumno no fuese admitido a examen ni pudiese pasar a las materias superiores, cuando pesara sobre su conciencia uno de estos hechos: tener cien faltas de asistencia injustificadas o el mismo nmero de ceros por insuficiencia en los estudios; o bien veinte malas notas de conducta; o bien cien faltas de asistencia por motivo de enfermedad. Todo ello deba tener constancia en el registro que llevaba el catedrtico. De los correctivos que podan imponerse cuando, como significativamente se deca en los estatutos, "no bastare el estmulo del honor", citaremos dos tan solo: primero, el arresto en el calabozo, donde los jvenes holgazanes y tunantes podan dedicarse a reflexionar sobre sus insolencias entre las cuatro paredes del desnudo y tenebroso encierro, castigo que haca siempre una fuerte impresin sobre todos; la otra pena era la expulsin. Esta ltima estaba reservada a los alumnos que hubieran hecho uso de armas para herir o amenazar a sus compaeros, o que intervinieran en alguna perturbacin del orden pblico. Para los alumnos menores de diecisis aos, exista en el Colegio de San Bartolom un internado bajo la inspecci6n de un Vicerrector. Entonces vivan all unos ochenta alumnos, sobre todo muchachos de lugares distantes, cuyos padres no se decidan a dejarlos en entera libertad por las muchas tentaciones a que habran de hallarse expuestos. La disciplina era all verdaderamente militar y en extremo rgida. De nueve a diez de la maana

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y de dos a tres de la tarde estaba cerrada la Universidad, pues a esas horas se servan las dos comidas principales. A partir de las seis de la tarde ya nadie poda salir; los domingos, siempre que se hubiera observado buena conducta. Se jugaba, se haca gimnasia y se tomaban baos frecuentemente y con gran fruicin, de manera que todos aquellos jvenes tenan un aspecto vigoroso y saludable. Los muchachos de talento que hubieran cursado por lo menos tres aos en una escuela primaria pblica y que se hubieran distinguido por las calificaciones logradas, reciban tambin ayuda por medio de becas, para lo cual, segn el reglamento, nunca aplicado a ese propsito, se comprometan a trabajar ms tarde durante tres aos al servicio del gobierno. Pero como la vida, vestidos, etc., eran en Bogot muy caros, muchos estudiantes menesterosos reciban adems auxilios de sus respectivos Estados o Departamentos, que prometan bastar para la educacin gratuita, si bien no siempre lo lograban. Precisamente estos estudiantes pobres, eran nuestros mejores alumnos y nos daban gran satisfaccin. Mas, a menudo, tenan que limitarse a estudiar lo imprescindible para terminar rpidamente y arribar pronto al buen puerto de una profesin segura. Tambin los profesores de la Universidad, que se contaban entonces en nmero de cuarenta y tres, se hallaban sujetos a severas normas, toda vez que los rectores disponan su nombramiento y podan recomendar su destitucin; en caso de ausencia injustificada, se les deba retirar el sueldo del da correspondiente. Pero en la realidad, las cosas eran menos, minuciosas y formalistas. El Rector proceda solamente contra los profesores que haban incurrido en manifiesta desidia o abandono de sus obligaciones, de lo cual se daban algunos casos; por lo dems, la autoridad rectoral actuaba benignamente, pues la retribucin de los profesores era tal que, en la mayora de los casos, haba que darse por satisfecho con que acudiera a explicar sus lecciones. En efecto, solo tres profesores, en toda la Universidad, esta-

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ban consagrados exclusivamente a la docencia. Los dems tenan que ganarse la vida mediante la acumulacin de varios cargos y desempeaban las ms variadas ocupaciones; eran funcionarios jueces, diputados, polticos, ingenieros, periodistas, escritores: mdicos atareadsimos, y dedicaban al profesorado no otra cosa que sus ocios. Pero el poder dar clases en la Universidad era una distincin muy solicitada.
y ahora hablemos de las clases mismas. Si bien, segn las razas, eran diferentes las capacidades intelectuales, los estudiantes tenan por trmino medio, una gran inteligencia y daban muestras de extraordinario y rpido poder de captacin, si la exposicin del docente era clara y, a ser posible, infundida de un cierto aliento potico. Era un verdadero placer darles clase. Las contradicciones, verdaderas o aparentes, eran descubiertas en seguida en las clases y utilizadas por ellos como consulta en las horas dedicadas a repaso o discusin. Casi todos tenan adems una memoria fuera de lo comn, ejercitada desde muy pronto y continuamente, una memoria que lo retena todo, pues, al contrario que en Europa, no haba recargo de tareas, ni, por consiguiente, fatiga. Exceso de materias o de trabajo, cosa que de cierta parte se reprochaba a la Universidad, no se notaba, en todo caso, entre los estudiantes. A muchos les faltaban los necesarios conocimientos bsicos para la formacin cientfica: otros se debatan esforzadamente contra una cantidad de prejuicios religiosos y polticos que consigo traan; otros, en fin, aprendan demasiadas cosas de memoria y pensaban poco, falta esta favorecida por el hecho de que la mayor parte de los profesores tomaban como base de sus lecciones algn texto, explicndolo durante una media hora y dando a aprender un determinado trozo. Esta materia de enseanza era luego, por muchos, repetida de carrerilla en los exmenes, aunque, de cierto, no por todos comprendida.

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Especialmente aplicados eran nuestros estudiantes de los ltimos cursos, en tanto que, segn referencia de los maestros de la Escuela de Literatura, los alumnos de las primeras clases -muchachos todava en edad de travesuras- dejaban muchsimo que desear. Cuanto mayor iba hacindose el estudiante, tanto ms creca su alto pundonor, y bastaba con apelar a l para manejar adecuadamente a aquella juventud acadmica. Por ello no me resultaba tampoco necesario registrar como un dmine las faltas de asistencia de mis alumnos, ni mucho menos tena que consignar malas notas de atencin o cunducta, pues de desobediencias, groseras, desrdenes no tuve jams ocasin de quejarme. Alguna intervencin abusiva, harto posible dada la condicin estudiantil, astuta y gustosa de bienquitarse, poda ser rechazada con facilidad por medio de una respuesta mordazmente satrica. Cuando, a partir del segundo ao, pude ya dar mis clases en espaol, el intercambio de ideas se hizo mucho ms vivo, lo mismo que el ascendiente e influjo sobre mis oyentes. Si el profesor se tomaba trabajo en sus lecciones y no se mostraba como un charlatn o un ignorante, esto es, si enseaba lo que realmente saba, poda estar seguro del cario y el respeto de los alumnos. Pero, j ay de aquel que fuera pillado en un fallo o una incongruencia! Nuestro estudiante, crtico hasta el exceso, exigente, amigo de tener siempre la razn, aficionado a disputas y orgulloso, saba descubrir el punto flaco y explotarlo con sumo rigor. Aparte de esto, casi todos los profesores tenan algn apodo; yo no poda estar quejoso al respecto, pues me llamaban simplemente "el suizo". Nuestros defectos salan a relucir especialmente en los llamados "epitafios", coplas burlescas en forma de inscripcin sepulcral para cada uno. En el trato con los compaeros, los estudiantes eran demasiado engredos como para que entre ellos pudiera crearse una autntica y grata camaradera. Entre esos jvenes no existen las asociaciones estudiantiles, que de modo tan duradero influ- 144 -

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yen sobre el carcter de sus miembros y donde se crean amistades indestructibles. Tampoco se distinguen por una indumentaria propia; nicamente en ocasiones solemnes, adems del traje negro y el sombrero de copa, lucan sobre el pecho un pequeo escudo de colores con el emblema de la Universidad. Los estudiantes, en general, y ya como habitantes del Trpico, beban menos que nosotros; pero en cambio el dios del Amor les martirizaba ms con sus traviesos dardos, y, dada la potica disposicin de aquellos jvenes, se cometan infinidad de atentados en forma de canciones lricas. Exista tambin el espritu de cuerpo, provocado precisamente por las diferencias de opinin poltica. A nuestra Universidad asistan, casi sin excepcin, jvenes liberales y de tendencia radical, y por ello era muy aborrecida por la gente retrgrada. Librepensadores en su mayora en cuanto a las cuestiones religiosas, de extrema izquierda en lo poltico, nuestros estudiantes se daban abnegadamente a su partido al estallar las guerras civiles. Constituan siempre uno de los elementos ms activos, fogosos y sacrificados durante las revoluciones, y ms de uno hubo que sell con temprana muerte sus convicciones, pasando a ser exaltado como hroe. Respeto y admiracin se tributaba a los que el ao 1876 haban resultado heridos por las balas de los conservadores. El ao escolar duraba desde febrero hasta prinCIpIOs de diciembre, con una interrupcin de algunos das en Semana Santa , luego catorce das a continuacin de la fecha de la Independencia (20 de julio), y algunas festividades religiosas, adems de la onomstica de los respetables rectores. En noviembre tenan lugar los exmenes, que durante tres semanas proporcionaban a los profesores un agotador trabajo de varias horas al da. Todo estudiante era examinado de cada materia separadamente' la prueba, oral, duraba por lo menos veinte minutos y estab; a cargo de un jurado de tres examinadores. Yo examinaba ordi- 145 -

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nariamente de francs (los tres cursos), as como de latn y alemn, en la Escuela de Literatura; y de filosofa e historia en la Escuela de Filosofa. Puedo decir que se exiga mucho y que las continuas irregularidades del curso se vengaban luego en los mismos estudiantes. A lo largo del curso tenan lugar de vez en vez "exmenes de grado", pruebas orales que presida personalmente el Ministro de Instruccin, con un jurado de profesores mayor que de ordinario y una duracin de dos horas. Con especial solemnidad se entregaba el diploma al que haba salido bien de la prueba, y con ello se le confera el ttulo de doctor en Derecho, en Medicina, en Ciencias Naturales. Obtiene el doctorado, pues, todo el que aprueba un examen de esa ndole, y como ello ocurra con casi todos los catedrticos, a todos, de ordinario, se les daba el tratamiento de "doctor". Los exmenes de fin de curso culminaban en una seSlOn solemne de la Universidad en el Aula Mxima. Hablaban en tal ocasin el Presidente de la Repblica, el Ministro de Instruccin y algn profesor, y sus discursos, adems del buen contenido, eran de la ms fina perfeccin retrica. Se hallaba presente el Cuerpo Diplomtico y lo ms selecto de la sociedad bogotana, tambin seoras, pues mereca la pena or a oradores tan distinguidos. A los mejores estudiantes se les entregaban recompensas consistentes en obras de gran valor. Digna de mencin es tambin la Biblioteca, vinculada a la Escuela de Literatura y Filosofa. Esta Biblioteca fue formada en algunos aos por el rector (ms tarde con mi modesta ayuda), a base de los crditos del gobierno -algunos miles de francos al ao- y de los ingresos habituales de la Universidad. Era una biblioteca curiosa por su concentracin y selecto contenido. En unos mil quinientos volmenes, reunan las mejores obras modernas en literatura, historia, filosofa, economa poltica, juris-

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prudencia, y ello en las lenguas principales, adems de los diccionarios y enciclopedias de imprescindible utilizacin. Completaban el contingente una docena de revistas europeas, principalmente francesas e inglesas. Esta biblioteca donde yo pasaba las tardes, serva excelentemente para nuestro trabajo. As funcionaba la Universidad. Vctimas, ms tarde, de la reaccin que sigui a la revolucin de 1885, fue "reorganizada" dentro de un espritu muy diferente.

* *
Muy valiosa para el investigador de historia era la Biblioteca Nacional, con unos cincuenta a sesenta mil volmenes; en ella se encuentran las fuentes de la historia colombiana. Pero los manuscritos se hallaban muy desordenados en el Archivo Nacional, y sin duda harn falta todava fatigoso esmero y trabajo hasta organizar ese fondo y publicar lo ms importante de l, pasando luego a la formacin de una Historia de Colombia rigurosamente cientfica. Por lo que atae a los archivos y a todas las colecciones, se adverta en Colombia un abandono verdaderamente notable. Muchos documentos fueron hurtados, o simplemente algn aficionado se los llev a su casa, malempleando as muy importantes y valiosos materiales. De igual modo, el Museo Nacional, que antes contaba con una serie bastante rica de piezas antiguas, fue objeto de expolios durante varias guerras civiles. En Bogot existan distintas sociedades cientficas, como la de Medicina y la de Ciencias Naturales, pero hubieron de sufrir la inseguridad de la poca. Para muchos hombres de saber -como Rafael Nieto Pars, sobresaliente matemtico, mecnico y astrnomo- faltaba entonces el estmulo. Por eso no se lleg a constitur una sociedad arqueolgica, pese a la importancia
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que su fundacin hubiera tenido para el estudio de las antiguas culturas. Y, no obstante, haba entre mis colegas personas de notabilsimas dotes y de amplia ilustracin. As, por ejemplo, los dos rectores -el doctor Vargas Vega, conocido fisilogo y pedagogo, y el doctor Liborio Zerda, qumico e investigador de la antigedad-; el doctor Camacho Roldn, socilogo; el estadista doctor Santiago Prez y el doctor Roberto Anczar, economistas; los doctores Alvarez, Manuel Anczar, Rojas Garrido y J. I. Escobar, maestros de filosofa y filsofos; don Alberto Urdaneta, maestro de arte, pintor, dibujante y promotor de la vida artstica en Bogot. Este sera realmente el momento de hacer honor a toda la literatura colombiana (cientfica y de creacin) con unas anotaciones crticas. Pero, si bien debo declarar que he ledo con apasionado inters la mayora de las obras principales, el comentario correspondiente habra de ocupar demasiado espacio o, por su brevedad, no dejara satisfecho al lector. De todos modos, al objeto de no dejar un vaco en estas notas, me limitar a citar algunos nombres. Como eruditos en el campo de las ciencias naturales destacan el botnico y gelogo Mutis (nacido el ao 1732 en Cdiz, muerto en 1808 en Bogot) y su discpulo Caldas (nacido en 1770, fusilado en Bogot por los espaoles el ao 1816), un autodidacta instrudo en sus viajes y que dej asombrado a Alexander von Humboldt por los conocimientos y observaciones a que haba llegado en materia de botnica, qumica, astronoma y etnologa, as como por la invencin de algunos instrumentos, como el hipsmetro. Entre los lingstas y gramticos, Cuervo ha alcanzado gran celebridad con la publicacin de un diccionario etimolgico de la lengua espaola. Como historiadores hay que citar al Obispo Piedrahita, con su Historia de 1 a Conquista (1688), a Jos Manuel Restrepo, autor de la mejor historia de
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la Guerra de la Independencia, a Gutirrez (memorias), Vergara y Vergara (historia de la literatura), Groot (historia de la Iglesia), y Quijano Otero. La ciencia geogrfica se halla representada por los nombres que siguen: Zea, al que se ha llamado "el Franklin de Suramrica", los coroneles Joaqun Acosta y Codazzi, cuyos manuscritos puso en limpio Felipe Prez, Anczar ("Peregrinacin de Alpha") y Mosquera. En las bellas letras encontramos, ante todo, al impulsivo Jos Mara Samper, que puso su infatigable pluma y elocuencia al servicio de casi todos los gneros y tambin de sus diferentes evoluciones polticas y religiosas. Citaremos tambin a su muy culta esposa, doa Soledad Acosta de Samper, escritora de temas populares y femeninos, de marcada tendencia religiosa. La potica novela "Mara" de Jorge Isaacs (de ascendencia israelita) tiene justa fama y se ha traducido a otras lenguas. Una novela costumbrista, "BIas Gil", llena de fuerza y que por su intencin recuerda al "Martin Salander", es obra del satrico Marroqun. Muy numerosos son los autores de pequeos relatos y descripciones, los llamados "artculos de costumbres", que, al estilo de las narraciones breves de Jeremas Gotthelf o J oachim, presentan tierras y gentes con notable ingenio y humor. Anotamos tan solo los nombres de Emiro Kastos (Juan de Dios Restrepo), David Guarn, Ricardo Silva y Ricardo Carrasquilla. La literatura dramtica es bastante extensa, pero Colombia no ha dado todava ningn gran autor teatral. Los poetas hacen legin, como prueba ya la coleccin "Parnaso colombiano". El pueblo de Colombia se distingue por sus dotes poticas. Can expres muy bien, como razn de este fenmeno, que Colombia est "cerca del cielo". Si bien es cierto que se escriben muchas cosas medianas y banales, no puede ignorarse que en Colombia han nacido magnficos poetas. Nombraremos

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en primer lugar a Arrieta, del que copiamos las siguientes apasionadas estrofas:

Dices que para olvidarme te ha bastado un solo instante, que mi recuerdo de amante te es indiferente ya. Pues olvdame, si puedes, porque el dardo del pasado en el corazn clavado para siempre llevars (1).
La dicha del amor ha sido tratada de tal modo por Arrieta en otro poema, que parece escucharse una pursima msica:

Sentados sobre la yerba a las orillas del ro con amante desvaro me acariciabas ayer. De tus labios el murmullo al besar sobre mi frente se confundi dulcemente con el del agua al correr. Tu mano estaba en las mas, y mi cabeza en tu seno, el cielo estaba sereno cual la dicha de los dos.
(1) Estos versos, lo mismo que todos los que siguen, figuran en la obra traducidos al alemn, a veces en forma muy pintoresca y curiosa. (N. del T.).

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T e inclinabas en mi odo con amorosa dulzura y palabras de ternura me murmuraba tu voz.


Citaremos adems al fogoso Arboleda, a J. E. Caro, Gregorio Gutirrez (comparable a Albrecht Haller), Rafael Pombo, Obeso (que, l mismo de raza negra, da a sus obras sobre ese motivo una pattica expresin). Pero especialmente hay que mencionar a Rafael Nez, cuya notable trayectoria poltica, como veremos, solo resulta comprensible por haber vivido y escrito entre un pueblo de soadores e idelogos. El manantial lrico no se agota en Colombia en la letra de molde, sino que brota sin cesar en las canciones populares, inditas en su mayora. Son estas canciones estrofas de versos cortos con los que el pueblo expresa, en palabras ingenuas y directamente encaminadas al corazn, sus pensamientos y su sentir ms ntimos, lo que nos permite mirar a travs de ellas el fondo del alma popular. Con la reproduccin de algunos de estos cantares, obra de desconocidos poetas, creo proporcionar satisfaccin a ms de uno de mis lectores. En primer lugar, algunas reflexiones de carcter tragicmico: Ojos verdes son la mar, ojos azules el cielo, ojos garzos purgatorio y ojos negros el infierno.

Por un tropezn que d todo el mundo murmur; todos tropiezan y caen, cmo no murmuro yo? - 151 -

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Cuando alguno quiere a alguna y esa alguna no lo quiere, es lo mismo que encontrarse un calvo en la calle un peine. Dicen que el guila real pasa volando los mares. i Ay, quin pudiera volar como las guilas reales! Si yo fuera pajarito, a tus hombros diera el vuelo picara de tu boquita . .. La lstima es que no puedo.
Lo que ms se canta en Colombia es el amor, el siempre loado y siempre injuriado. La expresin de los ojos es su directa revelacin:

Tus ojos son dos luceros, tus labios son de coral, tus dientes son perlas finas sacadas del hondo mar. Como hay abismos profundos en el fondo de los mares, los hay tambin en tus ojos con calmas y tempestades. Son tus ojos noche y da, luz y sombra a un tiempo son, negros como las tinieblas y brillantes como el sol.
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A nteanoche me so que dos negros me mataban, y eran tus hermosos ojos que enojados me miraban.
Los desengaos y las infidelidades han inspirado a la poesa popular las estrofas siguientes, ora juguetonamente satricas, ora trgicas, ora resignadas o transidas de dolor:

Esta calle est mojada como que hubiera llovido; son lgrimas de un amante que anda por aqu perdido.
i Qu

alta que va la luna

y un lucero la acompaa!

i Qu triste se pone un hombre i er lo engaa! cuando una mU.

M e quisiste, me olvidaste y me volviste a querer, y me hallaste tan constante como la primera vez. El rbol de mis amores era coposo y lozano; la indiferencia lo hel, los celos lo deshojaron. Ayer pas pO? tu puerta y me tiraste un limn, el agrio me dio en los ojos y el golpe en el corazn.

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Pero hay tambin enamorados que se consuelan pronto y no cesan en las aventuras; almas donjuanescas:

El amor que te tenia era poco y se acab, lo puse en una lomita y el aire se lo llev. Por esta calle vive la huerfanita. quien viviera con ella, la probecita!
Un esposo ejemplar reacciona de este modo:

Mi mujer y mi mulita se me murieron a un tiempo. Qu mujer ni qu demonios!, mi mulita es lo que siento.


Todo la psicologa del amor se descubre en estas coplas:

Con todas me divierto, me rio y hablo. Tan solo a la que quiero la miro y callo. Ya mis ojos te han dicho que yo te quiero. Si ellos son atrevidos yo no me atrevo. Dame, nia bonita, lo que te pido: un abrazo y un beso, con un suspiro. - 154 -

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Tu coraz6n partido yo no lo quiero " yo cuando doy el mo, lo doy entero. Si quieres que yo te quiera, ha de ser con condicin que lo tuyo ser mo y lo mo tuyo no.
Un amante regocijado canta:

Tiene la que yo quiero un diente menos, por ese portillito nos entendemos.
Profunda y noble pasin respiran las dos ltimas coplas que aqu anotamos:

Si la piedra, con ser piedra, al toque del eslab6n brota lgrimas de fuego, qu ser mi corazn? Desde que te v, te am, y todo fue de improviso; no se lo que fue primero, si amarte o haberte visto.
Un pueblo que as canta y que sabe expresar su sentir y sus pensamientos en imgenes de tal naturalidad y espontneo vigor, es sin duda un pueblo capaz de cultura.

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Si nuestro padre comienza la descripcin de la vida cultural de Colombia con la llegada del correo del extranjero, desea presentar as, en una acertada estampa, los fuertes vnculos espirituales que unen a Colombia con Europa. Queremos suponer que los perfeccionados medios de comunicacin de nuestro tiempo -que hacen que un telegrama llegue a Bogot al da siguiente, y una carta por avin en menos de tres semanas- han debido de estrechar en gran medida las relaciones espirituales con el Nuevo Mundo. Esta lgica consecuencia no es necesariamente exacta, por cuanto la enorme influencia econmica de los Estados Unidos se hace tambin perceptible en el orden cultural. Cierto que Colombia est muy lejos de permitir el desplazamiento de su clsico espaol ni aun siquiera dejar que se impregne de expresiones inglesas; pero no puede negarse que la prensa obtiene sus noticias por mediacin norteamericana y que ello, en cierto sentido, determina una influencia sobre la opinin pblica. De este modo, por ejemplo, la situacin europea se describe en Colombia tal como la acostumbra a ver el ciudadano comn en los Estados Unidos, de lo que a veces resultan lamentables prejuicios. Prescindiendo de este carcter unilateral en la informacin extranjera, la prensa colombiana posee un nivel muy apreciable. Es, en verdad, asombroso que hasta en peridicos de poca importancia se advierta una impecable direccin. Como es natural, junto a las breves noticias del servicio informativo norteamericano, las referencias y comentarios de la actualidad poltica colombiana ocupan un espacio muy superior. Pero las ms de las veces estn escritos con ingenio y en forma atractiva y acompaados por caricaturas, tan certeras como chistosas, de los personajes conocidos. Sera demasiado larga la enumeraci6n de todos los peri6dicos de los distintos lugares del pas, aunque nos limitsemos a los ms importantes. De los que salen en Bogot, citaremos, del lado conservador, el "Nuevo Tiempo", y
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del lado liberal "El Tiempo" y "El Espectador". Tampoco de revistas se escasea en Colombia. Las publicaciones de esta clase, que antes eran sealadamente artstico-literarias, han seguido la tendencia, tambin entre nosotros aceptada, del magazine; y, como "Cromos" o "El Grfico", conceden gran valor a los grabados. Pero existe adems una serie de buenas revistas cientficas, entre las que citaremos, en el dominio bancario y de las finanzas, la "Revista del Banco de la Repblica", como publicacin de economa la "Revista de Indust1"as" (publicada por el Ministerio de Comercio), y como la mejor revista tcnica agrcola la "Revista Nacional de Agricultura", de la Sociedad de Agricultores de Colombia. La cuestin de la enseanza es en Colombia, sin duda, ob.feto de gran atencin y esfuerzos por parte de todos los crculos dedicados al porvenir nacional, si bien los xitos no corresponden todava a als enseanzas. En verdad, mientras no se observe estrictamente la enseanza obligatoria, el nmero de los analfabetos no podr ser reducido a un lmite tolerable. La enseanza primaria necesita de grandes mejoras. Las actividades en este sentido han hallado en el cine un nuevo e inesperado colaborador. El pueblo, que hasta hace poco no tena, en general, la menor idea del resto del mundo y que, por lo tanto, no poda C0111r parar su propia situacin con la de los otros pueblos, se ha entregado ahora al cinematgrafo con entusiasmo casi conmovedor. Trtase de imaginar el efecto que har en el alma de un indio el mirar por primera vez en la pantalla la inmensidad del mar. Gigantescos buques le llevan a tierras lejanas, su anhelo se despierta ante la vista de trenes y aviones; se siente transportado sbitamente a las grandes ciudades, con su trfico vertiginoso, su lujo y su confort. Automticamente compara su ranchito con aquellos palacios, ve cmo la mujer blanca guisa con gas y electricidad, en tanto ellos apenas s pueden contar a diario con un fuego de lea al aire libre. En fin, toda la civili-

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zacin se le aparece de pronto en medio de un esplendor fabuloso. Ser, pues, de admirar que estas gentes sencillas no piensen en otra cosa que en el cine, placer barato, accesible a casi todos, y que cada detalle sea tomado como pura verdad aunque se trate de las peores pelculas norteamericanas de sensacin? Es verdad que el cine puede dar lugar a aberraciones y excesos, pero en un pas donde el pueblo se halla sediento de cultura las ventajas son mucho mayores. El cine contribuye tambin a la disminucin del analfabetismo, pues es necesario saber leer par ra disfrutarlo completamente. Esto es cosa que han comprendido antes qu,e nadie los muchachitos abandonados, los gamines; aprenden a leer por s mismos y sacan partido a sus conocimientos hacindose pagar el cine por personas mayores a cambio de leerles los rtulos de la pelcula. Es seguro que ya ningn poder sera capaz hoy da de desterrar de Colombia el cine. Casi al mismo tiempo que l, el gramfono ha hecho su entrada triunfal en el pas. El influjo de su msica en la educacin del pueblo es, ciertamente, menos poderoso, pero la estimacin de que goza raya tambin en lo increble. Hasta en los pueblecillos ms apartados se encuentra hoy algn gramfono con unos pocos discos, lo que trae algo de amenidad a la vida cotidiana de la gente. Sin embargo, existe un inconveniente y es que el fon6grafo ha llegado casi a desplazar los instrumentos vernculos, como el tiple, la bandola y la guitarra, que apenas ya s se escuchan. La radio es todava poco conocida en Colombia, por no existir emisoras en el pas y no haberse logrado hasta ahora la buena recepcin de las estaciones extranjeras. Las clases ms acomodadas siguen obligadas a educar a sus hijos en casa o llevarlos a los colegios particulares. Incluso los centros de enseanza secundaria son exclusivamente, en Bogot y en las dems ciudades grandes, escuelas de carcter privado, que, como por ejemplo el "Gimnasio Moderno", se sostienen con la aportacin de familias ricas. Existen adems gim-

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nasios dirigidos por institutos religiosos, como son, especialmente en Bogot, los grandes centros de enseanza de los J esutas y de los "Hermanos Cristianos", comunidad francesa muy activa en Colombia. En estos colegios pueden obtener el grado de bachilleres los ivenes de las clases pudientes. Las Universidades, por el contrario, son establecimientos pblicos de valor 1'econocido, en los que a veces ensean tambin profesores extranieros llamados al pas para ese fin. Como se comprender, tambin numerosos estudiantes colombianos desean matricularse en las ms famosas universidades europeas para, no en ltimo trmino, trabajar en los grandes laboratorios e institutos de investigacin. El Ministro de Instruccin colombiano ha dictado recientemente tmas disposiciones, de renovada severidad, en relacin con los certificados de estudios secundarios que se expiden en Colombia, y se ha hecho cargo de los exmenes, al objeto de que los estudiantes colombianos puedan de ese modo, y con base en los acuerdos de reciprocidad, matricularse sin dificultad en nuestras universidades. La autorizacin del ejercicio profesional en Colombia para los graduados de universidades extranjeras se halla sujeta, sin embargo, a determinados requisitos segn normas especiales. As, por ejemplo, los extranieros que deseen eiercer en Colombia la profesin mdica han de someterse a una estricta prueba a cargo de especialistas, y necesariamente en lengua espaola. En cuanto a los gastos dedicados a museos y bibliotecas y en cuanto a la instalacin de estos centros, no se ha hecho ningn progreso de gran importancia. Los esfuerzos del pas siguen dirigindose en primer lugar a la creacin de nuevas vas de trnsito y a la implantacin de mejoras tcnicas. Para la conservacin, ampliacin y empleo de las colecciones de valor cientfico faltan medios de todava mayor monta que los que son de necesidad vital para las obras ferroviarias y las de carreteras. Las colecciones ms importantes pertenecen a institucio15~

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nes privadas, por ejemplo a los "Hermanos Cristianos", que, entre otras cosas, han realizado y dirigido diversas excavaciones en la Sabana de Bogot. A las generaciones venideras les quedar an mucho por hacer en el dominio de las antiguas culturas, y en ello han de encontrarse con un campo de actividad todava poco explotado en Colombia.

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6. - CORRERlAS
Es orgullo del colombiano saltar sobre un ligero corcel de ondulante cola -hombre y cabalgadura finamente equipadosy salir galopando, o, bien pegado a la silla, dejarse mecer cmoda y gentilmente por el paso del bello animal. Los bogotanos no son excepcin en este punto, y eligen por lo comn el domingo para sus cabalgaduras. El sombrero de ancha ala y copa puntiaguda (el jipijapa, que entre nosotros llaman equivocadamente "de Panam") est impecablemente blanco; los zamarros, de piel de tigre o de oso, o bien de goma gris, son nuevos; limpia se halla la ruana. Como defensa de los posibles aguaceros, llvase un buen impermeable oscuro; para atravesar los fros pasos de montaa, un sobretodo de lana (bayetn). Tampoco deber faltar un pauelo de seda al cuello. Completan el equipo espuelas con ruedecillas del tamao de una moneda de cinco francos, y estri1>os de cobre, a veces dorados, de forma parecida a la de unas 1>abuchas y afilados en la punta. Como mis compaeros de la colonia extranjera no solan tener caballo a causa de lo caro que resultaba mantenerlo, nuestros esparcimientos dominicales eran de otra ndole. Durante los dos primeros meses dispusimos de un fusil "Vetterli" y nos dedicbamos a tirar al blanco; el ltimo ao de mi permanencia en el pas, mis camaradas salan a menudo de caza, y traan, por lo regular, buen botn de becadas y patos salvajes, que a la

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noche siguiente eran servidos en sencillo banquete de confraternidad. En esas ocasiones reinaba siempre el mejor humor, y de labios de algn jocoso comensal se escuchaban de vez en cuando regocijadas historias de cazadores o bandidos. Haba un abate francs que se hallaba de paso a la sazn, y que, pese a residir lejos de nuestro hotel, llegaba siempre a tiempo, conducido por un finsimo olfato, siempre que se haba cobrado pieza. Su magnfico humor haca nuestras delicias. El domingo lo dedicaba, siempre que me era posible, a realizar excursiones por los alrededores. Para baarme en agua corriente haba que ir hasta muy lejos, y el bao era adems incmodo y fro. En cambio los montes que coronan la ciudad, y el Boquern, que se abre paso entre ellos con su fresca naturaleza alpina y su tumultuoso torrente, constituan la meta de mis paseos favoritos. A cualquier hora del da estaba dispuesto a escalar aquellas alturas. Mi cima preferida era el Guadalupe (3.255 metros), a donde llegaba, por lo general, despus de hora y media de camino. La recompensa era siempre una magnfica vista de la Sabana. N o me hartaba de mirar el panorama de Bogot entre las cinco y las seis de la tarde cuando el sol, desde Occidente, derramaba su luz sobre la llanura y la ciudad inundando todos los objetos y detalles. Como hormiguitas se vea a los bogotanos en su ir y venir por calles y callejas. Las lagunas reverberaban a lo lejos y las montaas se diluan en un azulado vaho invernal. A estas horas no eran ya visibles las siguientes cumbres nevadas de la Cordillera Central, que entre las seis y las siete de la maana se alzaban majestuosas por encima de la planicie. En esos domingos me encontraba a veces con una familia bogotana comiendo al aire libre. En el cerro de La Pea, con motivo de la fecha del santo de aquella ermita, se montaban tiendas de campaa y resultaba una especie de fiesta de los

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tabernculos. Toda la cortesa y amabilidad de los bogotanos hacase patente en aquella ocasin; el extranjero era siempre invitado a participar del refrigerio, y pronto comenzaba a brotar aquel humor chispeante, como solo lo he visto entre los buenos parisinos en los domingos del Bosque de Bolonia. El pueblo, especialmente, se mostraba en toda su naturalidad, se entregaba gozoso al festejo, bailaba y, a menudo, se embriagaba tambin, desgraciadamente, producindose disputas y escenas de celos. Yo asista con frecuencia a fiestas semejantes, apropiadas en particular para observaciones psicolgicas, y me deleitaba con le bambuco y las dems tonadas populares. Tampoco dejaba de subir a Monserrate el da de su fiesta, pues todo aquel movimiento resultaba de un gran pintoresquismo. Ya en la subida se encontraban casetas y toldos, verdaderos campamentos de gitanos, en los que se preparaban guisos con qu restaurar las fuerzas de los romeros, pues el ascenso era para aquella gente ms duro que para nosotros, acostumbrados ya a la subida y liberados del violento sacudir del corazn ante el rudo esfuerzo. Las campanas de Monserrate resonaban sin cesar, los cohetes surcaban la altura y por la noche haba gran iluminacin, que desde la ciudad ofreca un aspecto magnfico. Me agradaba especialmente en estas fiestas el comportamiento, afectuoso-sin insistencia, de los obreros, a cuyos brindis haba que corresponder. (*) . En uno de esos das de festejo, un amigo mo y yo tuvimos la fortuna de presenciar un fenmeno natural que no olvidaremos nunca. Eran las siete y cuarto de la maana. N os encontrbamos un poco al costado de la cima del Monserrate. Bajo nuestra vista ondulaba un mar de - neblina que ocultaba toda la ciudad; se hallara de quince a veinte grados sobre el hori-

* Actualmente se est construyendo, en este monte, por una casa suiza, el primer funicular de Colombia.

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zonte. De improviso, un majestuoso arco iris tendi su curva en la niebla abarcando todo el Boquern. A unos diez pasos dElante de nosotros veamos la comba de un segundo arco iris de unos diez metros de dimetro. Tambin sobre el mar de neblina y dentro del arco menor, estaban nuestras dos sombras, poco ms o menos de tamao natural, y tan ntidamente silueteadas, que poda percibirse cualquier movimiento. El fenmeno, al que los fsicos llaman "anthelio", dur unos cinco minutos. Luego se dispers la niebla, fue elevndose lentamente y descubri a Bogot a nuestros pies en todo el esplendor de la maana. Durante mis aos de Bogot me corr y recorr la Sabana en todas las direcciones. La cosa, sin embargo, no es fcil, pues puede llegar a resultar montona. Faltan los arroyos murmuradores, falta propiamente el adorno del arbolado, faltan, sobre todo, los pjaros, de los que solo el gorrin se ve saltar de un lado para otro. El polvo y el crudo viento hostigan al viajero en sus andanzas, y las cabalgaduras se fatigan pronto por aquella planicie. Tambin el hombre, a lomos del cansino caballo o mula, acaba por sentir agotamiento; deja de observar o se pone melanclico. En cambio, no hay nada ms sano que recorrer los largos caminos de la Sabana, bien de maanita y a lomos de un caballo impaciente y vigoroso. El encuentro ms frecuente es el callado indio caminando bajo su carga o aguijoneando con largas prtigas guarnecidas de hierro a los bueyes que, curvados bajo el yugo, arrastran las altas carretas de dos ruedas. Se pasa por muchos pastizales y cercados y junto a portones que dan entrada hacia las casas de campo situadas fuera de la carretera. A unas dos horas de Bogot, caminando en direccin a Honda, se encuentra Fontibn, la huerta que abastece a la capital. Luego, sobre un gran puente de piedra, se pasa el ro Funza, o Bogot, que atraviesa toda la Sabana y que aqu tiene unos 3 metros de profundiad y 60 de anchura. Se llega a Tres Esquinas
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y a Cuatro Esquinas, que son, como su nombre indica, encrucijadas, y en ellas hay grandes ventas donde los naturales beben su chicha, su mistela o su aguardiente. Gallardos mayordomos, finqueros o pequeos terratenientes de la Sabana, gente curtida por el sol y el viento y como fundidos en una pieza con sus rpidos y fuertes caballos, se acercan y preguntan algo, tal vez de las nuevas que hay por la ciudad, mientras el viajero aguarda que le sirvan su desayuno, siempre frugal, casi siempre malo. Cerca de Tres Esquinas est Funza, un pueblecillo de famosa historia, que fue capital del Zipa, y modernamente, por algn tiempo, lugar principal del Estado de Cundinamarca. En dos horas de caballo se llega a Subachoque, situado al Noroeste, y tres cuartos de hora ms all, en medio de un verde y frtil valle, se encuentra la fundicin llamada "La Pradera". Esta fundicin, que yo visitaba con frecuencia, utiliza las inagotables riquezas de hierro y hulla existentes en aquella depresin. El hierro se extrae de la tierra mediante excavacin y sin gran esfuerzo; la primera fundicin da ya un 65 por ciento, o ms, de hierro puro. Pero yo he visto en la misma mina trozos de mineral casi sin mezcla alguna, lo que indica que la naturaleza debi de anticipar aqu el proceso de obtencin. Algunos trozos de hierro tenan la forma de una granada de artillera y en su interior hallbase agua. Los primeros explotadores de esta empresa, la familia Arango, que fueron de una extraordinaria laboriosidad, tuvieron que invertir un capital relativamente grande, pues su "sueo dorado" era fabricar, aqu en lo alto de los Andes, rieles para va frrea. Imagnese lo que cost el transporte de las grandes calderas de vapor, cilindros y dems material desde Norteamrica a la altiplanicie, hasta dejar listas las instalaciones precisas para el laminado de los carriles. Estos, en efecto, se llegaron a fabricar, y el da en que ello aconteci fue de gran fiesta para los propietarios, los obreros, el ingeniero jefe (un norteamericano) y los representantes en el Congreso, que por

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primera vez vean en marcha una empresa de primer orden impulsada por la constancia y el esfuerzo de unos grandes capitalistas. Las alabanzas entusiastas no escasearon; pero los compradores. .. En 1885 estall la revolucin. Los empresarios haban hecho cuanto les fue posible; su fundicin solo en tiempos venideros llegara a dar frutos. El trabajo del hombre ha de enfrentarse siempre con tremendas dificultades, aunque las riQuezas naturales sean gigantescas y aunque el esfuerzo realizado ;e distinga por su energa, su atrevimiento y hasta su audacia. Algo al Norte de Bogot se encuentra el lugar de Chapinero, un pueblecito formado principalmente por pequeas quintas o villas, que los bogotanos ricos alquilan para pasar en ellas temporadas de campo. Chapinero florece con rapidez, y hoy se halla ya unido a Bogot. Quien lo puso de moda fue el difunto Arzobispo Arbelez, que posea all una hermosa casa de campo y que concibi el plan, realizndolo tambin en parte, de construr un gran templo en honor de la Virgen de Lourdes, por lo que a Chapinero se le llamaba por algunos "Chapilurdes". Hubo embaucadores que hablaron de apariciones de la Virgen Mara y quisieron presentar a una mujer con seales de estigmatizacin, que no tomaba alimento alguno; pero, cosa que honr mucho al entonces Arzobispo, parece que ste exigi un estricto examen de los hechos y desbarat el engao. Desde Chapinero se rodaba entonces en horribles jaulas cerradas -llamadas coches- por la mala carretera que iba hacia el Norte, muy fangosa en tiempo de lluvias. Esta va llevaba a Zipaquir, a unas siete horas, y a mitad de camino aproximadamente, se cruzaba el ro Funza por el gran Puente del Comn, obra de los colonizadores espaoles digna de especial mencin. El puente data de 1792 y se debe al Virrey Ezpeleta. Es una gran obra de piedra de 31 metros de longitud, con cinco arcos. En regin tan virgen y tan escasa en construcciones de mampostera, produce enorme impresin hallarse de pronto con algo de
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semejante envergadura. Es interesante tambin contemplar, desde una pequea eminencia cercana al ro, el movido trnsito que se desarrolla sobre el puente; resulta casi estremecedor ver a aquellos indios, nios tambin entre ellos, llevando a cuestas haces de lea de no menos de dos metros de dimetro. Esta lea, varas de unos 20 pies, cubre casi por entero al que la transporta. Como la carga es negra y hmeda, el aspecto de los indios es an ms mugriento y sucio que de ordinario. Recuerdo que una vez un bogotano hizo pesar el haz de lea que transportaba una indiecita de catorce aos. Eran 175 libras. Tales pesos soportan sobre sus espaldas durante horas enteras, sin dar seal de cansancio. Zipaquir, adonde ahora se llega desde Bogot en dos horas de automvil, merece particular mencin por sus grandes salinas, situadas en las verdes colinas que destacan sobre la ciudad. En ellas se han abierto grandes galeras. La sal que all se obtiene es en algunos puntos de una claridad y transparencia como jams he visto. La importancia de las salinas de Zipaquir es notoria si se considera que la sal ha de ser transportada, como producto indispensable, a otros departamentos lejanos, por tratarse del nico gran depsito de esta substancia que existe en Colombia. Por ello sera muy fcil para el gobierno monopolizar la venta de la sal. Zipaquir, en otro orden distinto, constituye tambin una nueva y notable excepcin, pues posee un hospital limpsimo y oculto entre hermoso arbolado. El cementerio, emplazado sobre la ciudad, es muy pintoresco. Toda la regin circundante, cuando luce el sol, resulta muy grata y apacible; los pastos presentan una yerba alta y jugosa, y con ellos contrastan los sembrados amarillos. Desde aqu pueden realizarse correras a tierra caliente, a Pacho sobre todo, que se halla en un profundo valle, ya de cara al Magdalena, y que es famoso por sus confortadores baos y por una fundicin de hierro.

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Desgraciadamente, no tuve ocaSlOn de viajar ms hacia el Norte, a Boyac, al lugar de peregrinaciones de Nuestra Seora de Chiquinquir y al Estado de Santander, cuyo pueblo, sanas gentes de montaa, enrgicas y de espritu progresista, realiza un activo comercio y ha logrado abrirse caminos hacia el Magdalena, el Golfo de Maracaibo y Venezuela. En cambio, nos queda an por describir la excursin clsica a la Sabana de Bogot, o sea la visita al Salto de Tequendama, la cascada que debe considerarse como la mayor maravilla natural de Colombia. La Sabana de Bogot fue en edades remotsimas un lago de 150 kilmetros cuadrados de extensin y una profundidad de unos 60 metros, como atestiguan todava numerosas huellas. En Soacha, a tres horas de Bogot, se han hallado huesos de mamut. La vara mgica de Bochica, hroe benefactor de los chibchas, rompi, segn la leyenda, las rocas que contenan al lago en direccin suroeste respecto de Bogot. Las aguas se precipitaron entonces en formidable cascada, se vaci el lago, y su frtil suelo dio lugar a aquella civilizacin que habra de asombrar a los conquistadores espaoles. Lento y fangoso discurre de Norte a Sur el ro Funza o Bogot a travs de la Sabana. Despus de describir un arco a la altura de Canoas y luego de regar los predios de ricas haciendas, al llegar a la casa de campo llamada Tequendama, a unas cinco horas de Bogot, vira de sbito hacia Occidente. Las montaas se acercan entre s. Al curso del ro opnense ahora bloques de roca como arrancados a los montes por un terremoto. Pero las aguas parecen no reparar en nada y avanzan presurosas; bullen en espumas, se agitan en espirales, se retuercen formando miles de pequeas cascadas, cauces y torbellinos. A una hora escasa de la catarata, el ro llega a ensancharse en un pequeo lago de montaa, dentro del espacio redondo que el batiente furor
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de la corriente fue formando con los aos C' ). Ya reunido, el caudal discurre ahora con nuevo mpetu, estrechado hasta 16 metros y cruzando cada vez ms veloz entre los peascos. Un sonoro tronar anuncia ya de lejos el desplome. Despus de correr otros 4 kilmetros, hallndose ya a 400 metros por debajo de la altura de Bogot, alcanza repentinamente el borde de las rocas, pierde pie y, con toda su lquida masa, se arroja en un ancho de ms de 20 metros, primero a un pequeo escaln de 9 metros, luego, en un arco de inmensa grandiosidad, hasta la pavorosa hondura, una hondura que se esconde alojo humano. Abajo, en efecto, las aguas, que ya llegaban en espumosas gotas, se pulverizan por entero y hacen alzarse de continuo blanquecinos velos de niebla. Esta singular cascada tiene unos 146 metros, o sea casi tres veces ms que la mayor de las cataratas del Nigara. Cierto que estas son superiores por la cantidad de agua. Pero el paisaje que' rodea al Salto de Tequendama es mucho ms grandioso y peculiar. Esta cascada cae sobre una piscina de rocas cuyas ntidas lneas no parecen sino trazadas por mano de hombre; tal es la exactitud de los dos magnficos semicrculos tallados en las verticales raqueras murallas, resplandecientes de tonos multicolores. En esas murallas crece a intervalos el verdor o brotan rboles extraamente enraizados. A una media hora del Salto, llegan casi a cerrarse en una sola las dos lneas curvas, y, por un angosto paso, el ro todava encrespado y vehemente penetra al paisaje del valle desde la cautividad de la cordillera. Y por el valle seguir an rugiendo y agitndose durante largo trayecto. Me parece imposible que esta hondonada en forma de anfiteatro se excavara de una vez al abrirse paso el salto; imagino,
( *) Se hallan seales del nivel del agua hasta 126 metros pOF encima del actual lecho, de modo que esa debi ser la altura de la cada.

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ms bien, que las aguas retenidas por el ltimo reborde de la cordillera, se acumularon aqu por mucho tiempo y, formando profundos remolinos, cavaron poco a poco la hondonada, como vemos en la accin de los glaciares. Finalmente se desprendi el ltimo y dbil dique y salieron las aguas, quedando como lugar del salto aquel banco de rocas por sobre el cual se precipita la corriente al fondo del crter. No hemos agotado todava las bellezas del Tequendama. Arriba, en el arranque de la cascada, la vegetacin responde a las circunstancias climticas, es sobria y casi adusta. A la izquierda, un magnfico robledal se extiende por una ladera que sube hasta unos cien metros. Pero all en el fondo, bajo la accin continua del vapor y de las gotas pulverizadas, ha surgido una esplndida vegetacin tropical, que se ve lucir con fascinantes matices. Enormes lianas rojas y bambes mcense all bajo un perpetuo roco; pjaros de colores baan en la niebla su brillante plumaje. Un vaho clido sube bienhechor hasta nuestra tierra fra. Como si el cielo quisiera acrecentar la belleza del paisaje, en las primeras horas de la maana -las mejores para contemplar el Salto- se refracta de continuo en la cascada y en los velos de finsimo polvo lquido, y miles de lucientes arco iris embelesan la mirada. Al Salto puede llegarse por ambas orillas. Desde la margen derecha, la que da frente a Bogot y que se alcanza en cuatro horas y media de camino, la catarata se mira de costado. Tendindose en el suelo en un determinado punto de la muralla de roca, y alargando la cabeza, contmplase el espectculo en toda su grandiosidad. Pero los sentidos se trastornan, se siente la atraccin del rugiente caudal, y, en un estremecimiento de pavor, querrase acompaar a la corriente en su cada. Es como si un espritu nos gritara: j Abajo! ... Desde la orilla izquierda se ve mejor la cascada. El mes de febrero de 1884, un amigo y yo
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fuimos de los primeros, o los primeros, que entre las personas no militares pisaron el camino abierto sobre el banco roquero a la altura del Salto. Esta empresa fue obra de un batalln de Bogot bajo la direccin del coronel Atuesta, competente ingeniero. En parte se trataba de un sendero apenas todava transitable; pero las dificultades nos importaban poco, por el placer, esperado aunque no bien imaginado, que nos aguardaba al fin de nuestra marcha. Partimos del extremo de la lnea curva del lado izquierdo, desde donde disfrutamos un hermoso panorama de las tierras tropicales. De pronto llegamos a una saliente, y la cascada se nos ofreci de frente en toda su majestad. Qu inagotable desenfreno, qu incesante bramar y desparramarse de las aguas, qu juegos de irisados colores! Blancos copos, alargadas vetas, se soltaban y desprendan en vapores y brillos de tonos diversos. Ora la niebla ocultaba el Salto, ora un mgico poder pareca ir a disipar todos los velos. Estos, por fin, se desgarraban; apareca de nuevo la tempestuosa corriente. All abajo, veasela hur clara y purificada. Nunca podr olvidar aquella maana del 3 de febrero de 1884, tanto ms por cuanto durante la noche anterior nos haban ya conmovido otras vivas impresiones. El batalln a que hemos hecho referencia haba establecido un campamento arriba del Salto, y a l se retir despus de los trabajos del da. Mi amigo y yo, tras siete horas y media de caminata, habamos llegado, fatigados y silenciosos, hasta el campamento militar. Eran como las nueve de la noche, y los centinelas nos echaron el alto. Reconocidos inmediatamente como gente de paz, recibironnos muy cariosamente los oficiales, a los que hizo no poca gracia nuestra original idea de peregrinar hasta aquellos lugares. Hacia las diez, y despus de haber tomado alguna colacin de la cocina del campamento, se nos condujo a una de las tiendas y nos fueron adjudicados dos camastros. Un fro aterrador reinaba en aquellos montes. Ms abajo retumbaba el Tequendama. Apenas habamos
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entornado los prpados, tratando de dormir algo en medio de aquel fro y propicios ya al apacible descanso, despertonos un ronquido descomunal. En nuestra tienda se haba introducido un soldado y, envuelto en su capote de campaa, dorma tranquilamente sobre unos cajones. Como gente forastera en el campamento, no bamos a arrojarle de all. El soldado sigui en sus formidables ronquidos, y no nos qued ms remedio que contar las horas y minutos que restaban. Fuera haca guardia un cordn de seis centinelas, quienes, para mantenerse vigilantes, se iban gritando cada dos o tres minutos, y segn la ordenanza, sus nmeros respectivos: jUno!, j dos!, j tres!, cuatro!, j cinco!, j seis!; y lo hacan en todos los tonos posibles, el primero desganado, el segundo alegre, el tercero melanclico, el cuarto casi sooliento, el quinto tratando de darse nimo, el sexto con un grito prolongado y sordo. N os alegramos mucho cuando a las cinco la trompeta dio la seal para saltar del lecho y, entumecidos todava, tuvimos ocasin de sorber una taza de caf. Regocijadamente se nos aclar la historia del roncador del batalln. El terrible instrumento sonoro perteneca a un joven recluta que a causa de aquella su mala costumbre no era ya soportado en ninguna tienda de campaa, por lo que, amparado en la noche, habase deslizado en el sitio de la impedimenta, donde a nosotros se nos aposentara. Remos, naturalmente, con los dems, y nos gozamos mucho de poder ya calentarnos el cuerpo con un paseo matinal por el recin abierto camino y de elevar tambin algo la temperatura del espritu ante la vista del Salto. El Tequendama resulta siempre una impresionante maravilla. Algunos temerarios han intentado ya descender por las peascosas paredes hasta el pie mismo de la cascada. Pero uno de los que osaron tamaa empresa, llegando bastante cerca del Salto, me asegur que por nada del mundo se atrevera jams a repetir el descenso.
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Solamente Bolvar, el Libertador, se mantuvo grande y majestuoso frente a la grandeza y majestad del Salto. y de modo, en verdad, inexplicable. Muy cerca de la cada, existe en medio del ro un peasco como de 2 metros cuadrados de superficie y que, cuando el nivel es bajo, emerge del agua, quedando, en otro caso, completamente cubierto. El Libertador lleg al Salto en compaa de un numeroso grupo de personas. Uno le pregunt: -"Hacia dnde se dirigira, mi general, si llegaran los espaoles?" -"Hacia all" -exclam Bolvar saltando con botas y espuelas a la piedra que surga en medio del agua. Difcil me parece llegar de nuevo a la orilla sin tomar carrera, y no temblar ante aquella fragorosa corriente. j Qu gran fortaleza de nimo hace falta para semejante accin! Nuestra generacin, de nervios tan flojos, no sera capaz de ello. La ancdota es de tal magnitud que se siente la tentacin de confinarla a los dominios de la fbula. Pero testigos presenciales la sostienen, y la consignan respetables historiadores. El Salto de Tequendama ha sido cantado por cada uno de los innumerables poetas colombianos, y tambin por extranjeros. El lrico xtasis que su vista produce ha engendrado una inmensa cantidad de imgenes y comparaciones, de retricos giros y frases estupefacientes. Feliz aquel que no visita el Salto con la idea de hacer un poema y con el propsito de entusiasmarse a toda costa, sino que sencilla y llanamente, pero conmovido en lo hondo, mira este portento de la Naturaleza y lo guarda dentro de s como inolvidable estampa de la grandeza de la Creacin. El Tequendama salta, como dicen los colombianos, de la tierra fra a la tierra caliente. j La tierra caliente!: he aqu la meta de todos los que, cansados de la eterna primavera de la altiplanicie bogotana, aoran, por la ley de los contrastes, otra nueva vegetacin, otro nuevo clima. Tierra caliente es el lugar adecuado para cuantos desean fortalecer con un verano artificial

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sus energas decadas por la anemia; o recobrar por medio de baos y caminatas, por el descanso o el adecuado movimiento, el vigor de sus nervios fatigados; o, en fin, hacer una vida puramente vegetativa y reponerse de anteriores esfuerzos. Llegadas las vacaciones nos sentamos atrados por aquellas tierras, deseosos de olvidar las penalidades de las diarias tareas y trajines. Eran en especial reconfortantes y hermosas aquellas noches de tierra caliente, en las que uno, a la puerta de casa, se balanceaba en su mecedora mirando el cielo estrellado. En mis primeras vacaciones, que fueron en diciembre de 1882, baj hacia el Sur con algunos amigos colombianos, dirigindonos desde Bogot al valle del Magdalena. Qu de preparativos hasta reunir el equipo de montar y tener listas todas las guarniciones y detalles, hasta alquilar una buena cabalgadura, hasta hallarse adecuadamente empaquetado y repartido el poco equipaj e para la expedicin! Ciertamente, si una sola persona invierte das enteros en los preparativos de un viaje, qu tal les ir a los padres de familia que en diciembre salen de Bogot con todos los suyos para establecerse en una casa alquilada al efecto a unas cuantas horas de la capital? N o en vano se ha descrito tantas veces el martirio de ese Santo Job de la vida familiar hasta que chicos y grandes, hijos, hijas y mam, y luego todas las sirvientas, se hallan sentados en sus respectivas mulas o caballos, hasta que los vveres y los necesarios enseres domsticos han sido embalados y cargados sobre las bestias y hasta que al fin la caravana se pone en marcha despaciosamente, yendo a la cabeza de ella el solcito patriarca. As cruzan las calles de Bogot, seguidos por mil curiosas miradas de gentes dispuestas a sacar faltas a este o el otro detalle del equipo o de los animales, y nada parcas en las crticas y murmuraciones. Pero qu delicia cuando ya todo ha pasado y Bogot es no ms que una cinta de brillos en el horizonte de la Sabana! ...

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El camino hacia el Magdalena, o sea la carretera general hacia los Estados del Tolima y Cauca, abandona la altiplanicie en el lugar denominado "Boca de Monte", a unos 25 kilmetros al Suroeste de Bogot. Solo muy de maanita aparece despejada la vista de las tierras bajas; las ms de las veces avanzan nieblas grises y fras que ascienden desde el desfiladero. Hay que cabalgar en zig zag entre la densidad de la niebla; cada jinete, envuelto en su ruana va pegado inmediatamente al anterior, y a cada curva parece haber desaparecido el de adelante. Todo el ambiente es de un gran romanticismo. Pero algunos cientos de metros ms abajo nos envuelve ya un aire ms tibio, los odos ensordecen un tanto por la mayor afluencia de sangre; el pecho, de momento, se siente algo oprimido, para ir ensanchndose luego poco a poco. Vuelve a lucir el sol y con l hcese visible un panorama que ensancha tambin el espritu. Abajo, ante el albergue de Tambo, se mira el valle del ro Bogot, el que se ha precipitado en el Salto de Tequendama y que ahora discurre entre frtiles tierras. A nuestro frente, ya dividido el Bogot, se extiende la Mesa de Juan Daz, planicie verde y de marcadas aristas, que se eleva unos 500 metros sobre el fondo del valle. En la lejana, la ingente masa cnica del Tolima levntase ms all del curso del Magdalena. Una gran cantidad de azuladas cadenas montaosas, un sinnmero de bosques. Despus de pasar por Tena, sitio de clima agradable y que fue lugar de esparcimiento del Zipa, acumulndose all antao muchos tesoros, se asciende a la Mesa. De camino, se encuentran numerosos ganados que van a los pastos de tierra caliente o son llevados a la capital. Pronto se llega a la pequea ciudad llamada as mismo La Mesa, a una altitud de 1.281 metros y con una temperatura media de 23 grados. En ella se siente algo de ese calor hmedo propio de muchos lugares del Trpico. La Mesa comercia muy activamente en miel (la melaza o jugo condensado de la caa de azcar), que se obtiene en las haciendas de la regin circunvecina. Todos los martes hay

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aqu un gran mercado, que se celebra en medio de gran animacin en las rectas calles de la localidad, las cuales llaman la atencin por el bello arbolado, naranjos sobre todo, que las adorna. El nmero de mulas de carga que anualmente entran y salen de La Mesa se calcula en muchos millares. Ello, unido a la circunstancia de existir aqu un Banco, da idea de la importancia de esta pequea poblacin, a la que solo una falta puede sealarse: el no tener baos. Esto obliga a descender de La Mesa hasta uno de los dos ros que por ambos lados discurren; y en la cabalgada, que no es corta, se sufre el consiguiente calor. En este punto suele pasarse la primera noche cuando se viene de Bogot. Varias veces volv a pasar a caballo por La Mesa con motivo de una estancia de varios das en una hacienda cercana, perteneciente a la familia Arango, en la finca denominada Junca. Esta propiedad se extenda desde la divisoria de aguas de la cordillera hasta el ro Bogot, y daba excelente ocasin, que con gratitud aprovech, de conocer los diferentes productos de aquelJa regin y las circunstancias sociales de la misma. El valle es ya notablemente clido; la caa de azcar presenta magnficos ejemplares y se cultiva de forma metdica. En Junca vi una fbrica de azcar, verdaderamente modelo. El trapLche, o molino de caa, no era trabajosamente movido por el procedimiento tradicional de lentos bueyes, de continuo aguijados y girando en crculo sin cesar, ni tampoco era un molino de madera. Se haban suprimido igualmente las ruedas dentadas, que desperdician harta fuerza, y se utilizaba la impulsin por vapor. El material empleado era el hierro, y los largos y pulimentados rodillos funcionaban as: uno arriba y dos abajo, girando a un tiempo todos ellos. La caa era introducida por indgenas en la maquinaria, se la reciba, ya trabajada, por el lado opuesto y se la volva a hacer pasar a la inversa por el molino, de modo que el prensado era muy perfecto. Los residuos se aprovechaban como combus-

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tibIe. Es claro que los indios han de tener cuidado de no acercar demasiado la mano o el brazo a los traidores rodillos; mientras se hace detener la mquina, ya esta ha magullado un brazo. Sin ms, con un machete que se halla preparado al efecto, le cortan al infeliz el miembro malherido. Durante el trabajo se cantan coplas muy bellas y graciosas. Es una especie de canto alternado entre las mujeres que trabajan en los rodillos, las molineras, y los que cortan la caa, as como los que alimentan las calderas, y dems operarios. Las molineras comienzan as:

Mol, trapiche, mol, ?nol, pues si sos tan guapo, que la hornilla tiene lea y el fondo quiere guarapo.
A esto responden los obreros, sobre tema por entero diferente, como sabiendo que el vehemente acucio al molino encierra, en el fondo, otros pensamientos:
i El tiempo que yo perd

cuando me puse a quere1'! Hubiera sembrado caa, ya estara para moler.


Pero las mujeres no reparan en el nuevo motivo, sino que continan animando a la mquina:

Mol, trapiche, mol, mol la caa morada, molla a la media noche, molla a la madrugada.
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Los hombres se avienen ahora a cantar algo del infatigable molino, pero no se desprenden de su melanclico tema, antes bien le dan un trgico carcter :

La caa con ser que es caa, tambin siente su dolor. Si la meten al trapiche le muelen el corazn.
El jugo de la caa es conducido, a unos veinte pasos del molino, a grandes calderas de cobre calentadas por debajo con fuego, de modo que el agua va evaporndose. De la primera caldera, el caldo es conducido a otra situada a menor altura, y as sucesivamente hasta llegar a la quinta y ltima caldera, bajo la que arde el fuego ms fuerte y donde se obtiene la deseada condensacin; es ya la miel. Esta melaza se va vertiendo luego en moldes de forma rectangular, cuyo contenido corresponde a una libra de peso. Convertido en una masa slida, el azcar recibe el nombre de panela y se toma como alimento, sin ms que masticarla; calma la sed y tiene buen sabor. Utilzase tambin para la elaboracin de guarapo o chicha. Muy interesante fue para m presenciar, la noche de un sbado, el pago de los jornales. Los obreros se haban congregado en grupos ante el gran depsito de melaza. Ardan all bujas de sebo, que con mezquina y temblorosa luz alumbraban los ms diversos colores, figuras, cuerpos y vestidos. Uno tras otro iban surgiendo de la oscuridad los trabajadores, reciban su dinero del jefe, al que daban gracias, y acercbanse luego a los grifos del citado depsito, del cual se les ponan uno o dos cazos del espeso jarabe en una vasija que cada cual a ese efecto llevaba. Seguidamente desaparecan silenciosos en la noche. De esta melaza hacen luego sus bebidas embriagantes o sus dulces. El jornal se 10 gastan casi siempre en borracheras. Las estancias
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de esta gente, es decir las casitas donde viven y que pertenecen a la hacienda, son los mismos miserables ranchos que se encuentran por todas partes. No puedo decir que se tratara mal a los jornaleros; al menos los propietarios de Junca, se comportaban de modo muy justo. Pero toda esta poblacin est integrada por servidores. Los campos pertenecen a terratenientes o a seores feudales. El ao 1850, una ley suprimi, con mal entendido liberalismo, el antiguo sistema espaol de los resguardos de indgenas, segn el cual los indios haban conservado una parte del pas como propiedad inalienable. En pocos aos, del pequeo propietario se hizo un arrendatario, y pastos las tierras de labor. A ello se agrega la accin del clero, que, aunque con gran dificultad, extrae a cada cual el diezmo correspondiente. Por tal razn estas gentes trabajan tan solo para obtener lo ms necesario; son laboriosas por condicin, pero muy disipadas. Sus enemigos son la viruela y las serpientes; todos los aos sucumbe alguien a la mortal picadura de las vboras. Ciertos de estos reptiles son tan venenosos que producen la muerte en pocos minutos. Caracterstica me pareci la conducta de mis amigos de la hacienda en relacin con las serpientes. El propietario, un hombre que rebasaba la cincuentena, encanecido en el trabajo, confesaba sentir un miedo horrible a esos animales. Una vez, delante de su casa, escuch que un pjaro piaba temerosamente. Lo sac de entre la yerba y se dio cuenta horrorizado que el ave llevaba enganchada una serpiente que en ella haba hecho presa. Todo lo contrario le pasaba al hijo de uno de mis estudiantes. Yendo en mula por una plantacin de azcar, la primera vez que fui a la hacienda, espantamos una serpiente de ms de un metro de larga. Era un animal de magnficos colores y, segn supe, de especie muy venenosa. Yo puse espuelas a mi mula; mi joven amigo, on cambio, salt del caballo como atrado por un imn

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y se lanz tras la serpiente metindose entre la maleza. Pero el ofidio haba escapado vivo. El muchacho se senta siempre impelido -as me lo declar el insensato de l- a abalanzarse sobre toda serpiente que vea; y no experimentaba miedo alguno. "Tena" que ir hacia el reptil. Al medio da bamos, por lo comn, a tomar el reconfortante
y plcido bao en uno de los pozos en que espumoso se precipi-

taba (una cada de algunos metros) un arroyo de montaa; otras veces bamos al ro, en cuyas orillas, sobre extenso pradero, se practicaba la cra de caballos y mulas. Cabalgando una hora y media en sentido opuesto, es decir, desde el ro hacia los montes, llegbase a una de las mejores plantaciones de caf, "Antioquia" era su nombre, en clima relativamente fresco. La calidad del producto es all exquisita. En ese sitio vi tambin las diferentes mquinas para el tratamiento del fruto (secado, descerezado, mondado), mquinas que, si bien eran de gnero muy primitivo, me sirvieron para comprender el gran cuidado que requiere la obtencin de un grano limpio y bueno. Desde La Mesa, continuamos ahora hacia el ro Magdalena. Por un camino bastante pedregoso que corre casi todo el tiempo a lo largo de la cresta de una montaa, en dos horas de recorrido a lomo llgase al lugar de Anapoima. En el trayecto nos sorprendi una tempestad acompaada de fuerte aguacero, con lo que tuvimos ocasin de probar la utilidad de los impermeables y zamarros. Pero haba algo no especialmente tranquilizador: los rayos caan cerca, muchas veces debajo de nosotros, pues ya se ha dicho que bamos por la altura. Tan fresca y como recin hecha que se despierta la Naturaleza despus de una tempestad semejante, siempre anunciando la paz con su arco iris, j y qu desagradables son las consecuen- 180 -

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cias para el viajero! Los caminos vulvense muy difciles; con el fango, es casi inevitable que las bestias resbalen, cosa bastante peligrosa. Anapoima (678 metros) tiene ya una temperatura media de 27 grados. Por sus manantiales sulfurosos, acuden a ella muchos procedentes de Bogot. No hay duda de que pudiera existir un camino llano desde las cordilleras; bastara para ello seguir uno de los ros que rodean a La Mesa. Pero quien busque caminos llanos en este pas, se equivoca de medio a medio. Ya los espaoles comenzaron a preferir las alturas, al objeto de tener buenas vistas y poder tomar las medidas oportunas como defensa contra los asaltos de los aborgenes. Los colombianos se han limitado a conservar los senderos utilizados por los espaoles. Son vas que, en lugar de hacer rodeos para dirigirse a su trmino con la menor pendiente posible, llevan al caminante por lo alto de todas las cumbres, cosa que no dej a de tener sus ventajas para el amante de la Naturaleza. Pero las bestias se cansan y el viaje resulta muy lento. Pasado Anapoima, descindese a un profundo valle, Supat, y desde aqu, sudando a mares y bajo un sol abrasador, se vuelve a subir a una nueva cresta, para bajar nuevamente hacia Las Juntas. Aqu vi por primera vez, cruzando en largas filas el camino, aquella clase de hormigas que transportan grandes cargas. Cada insecto lleva entre las mandbulas una hoja fresca Pero esta es varias veces mayor que el cuerpo del animalejo: y como la carga va en posicin vertical, parece un ala verde. La Juntas es el lugar donde se unen los ros Apulo y Bogot. El primero de ellos trae unas aguas muy oscuras. Arboles gigantescos dan sombra a la orilla y enmarcan la humildsima venta, en la que, acostados sobre una gran mesa, pasamos la noche, con la consiguiente protesta de nuestros maltratados huesos. Un bao en el Bogot nos refresc un tanto. No lejos del sitio en que nos
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babamos, una negra estaba lavando algunos vestidos. Tras ella arda en la orilla una pequea hoguera, y sobre esta penda una olla donde se cocan unas sopas. Con el motivo que fuera, la negra fue a remover una vasija de barro medio rota que haba all cerca al pie de un rbol, y debajo apareci enrollada una pequea sierpe venenosa, a manchas negras y amarillas. La mujer se dirigi velozmente al fuego, tom un leo ardiente y con l, entre chasquidos y humo, deshizo con fiero gesto la cabeza del reptil. Del modo ms plstico y violento se representaron all las palabras de la Biblia: "Pondr enemistad entre ti y la mujer y entre tu semilla y su semilla; una mujer aplastar tu cabeza" ... , etc. La negra, fuerte y hermosa, torn a su ocupacin. El camino va abora, hasta el pie de las peladas estribaciones de la cordillera. Por primera vez vi all la tarabita, que sirve para cruzar el ro. Como en ese trayecto no hay puente alguno sobre el Bogot, y existen a su margen izquierda grandes potreros, o praderas, se ha hecho necesario el paso, el cual se practica por medio de un cable tendido entre ambas orillas. De este cable cuelga, por medio de una polea, un cesto redondo enlazado a su vez con ambas mrgenes por una cuerda. El pasajero se instala en el cesto y, mediante un impulso, suele llegar hasta la mitad del ro; desde la otra orilla tiran luego del vehculo colgante, y as cumple su cometido tan primitiva instalacin. Hay que advertir que durante las luchas de la independencia cruzaron ros en tales tarabitas unidades enteras del ejrcito. Solo un soldado espaol negse en tiempos a entrar en el cesto, pues, segn declar, baba prometido servir a su seor en mar y tierra, pero no en el aire. Al tercer da por la maana, despus de pasar por el animado lugar donde estn la barca de trasbordo y la venta de Portillo, - 182 -

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llegamos a Tocaima (508 metros). Esta pequea ciudad, fundada ya en 1544 a orillas del Bogot, ms tarde, y debido a una inundacin (1673), hubo de ser reconstruda sobre un pedregoso cerro que all se eleva dominando el ro, as que ahora se halla en clima muy clido, con una temperatura media de 27 grados y medio. El agua potable se trae del ro, por lo que siempre est caliente y turbia. Luego se la conserva en jarras o botellones, enormes vasijas de barro cocido donde se mantiene relativamente fresca, y de all se la extrae con cazos. Tocaima era entonces un lugar de descanso y de bao muy preferido por las familias bogotanas. Adems hay fuentes curativas con mucho contenido sulfuroso, las que, al parecer, obran maravillas en las enfermedades de la piel. Por lo dems, la vida en este lugar, no muy simptico y donde dicen que hay reyertas resulta un tanto montona. Para desgracia de Tocaima, el ao 1884 se declar all una fuerte epidemia de fiebres, a causa, segn se dice, del imperfecto enterramiento de algunos cadveres, pues el cementerio est asentado sobre roca. Murieron entonces muchas personas conocidas, entre ellas, vctima de la asistencia a los enfermos, el bondadoso cura de Tocaima, doctor Rojas, que me inspiraba un gran respeto por su celo verdaderamente cristiano y por su caridad. Cuando por las tardes bamos a la iglesia, porque esta visita serva para ahuyentar el aburrimiento y no dejaba de despertar inters, veamos all atrs, bajo el arco sombro, al rollizo prroco que rezaba el rosario con sus fieles. Estaba de espaldas a nosotros, de pie ante un gran atril. Dos pilluelos de Tocaima, descalzos y sin otra prenda de vestir que unos pequeos calzones, le alumbraban con velas. Otros dos muchachitos agitaban incensarios; pero de cuando en cuando se sentaban en el suelo y soplaban sobre el incienso hinchando mucho los mofletes. Los de

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las velas no atendan a la ceremonia y se volvan a mirar a los otros dos. y en su distraccin, caaseles el brazo y bajaban de altura las velas. El cura, que segua leyendo, extenda entonces las manos, palpando en la oscuridad, hasta atrapar a los mozalbetes y atraerlos de nuevo hacia el atril ... Este iluminado grupo, de tan lindo aspecto en medio de la iglesia sombra y llena de fieles en atropellado rezo, aquella mezcla de cmica inocencia y de gravedad, componan una estampa cuya gracia no olvidar nunca. Tales momentos de grato abandono nos venan muy bien, por lo dems, para poder apurar luego el fuerte trago que nos esperaba. Mi amigo y colega era administrador, por nombramiento del Estado, del Lazareto de Agua de Dios, o sea el hospital de los leprosos, que se hallaba a unas dos horas de Tocaima en direccin al Magdalena. El iba en visita oficial y yo me agregu como acompaante. A los leprosos los tenan antes, en gran nmero, en Tocaima; pero un da la poblacin, en airado tumulto, los oblig a abandonar la pequea ciudad sin hacer excepcin con ninguno de ellos. Hallaron refugio en Agua de Dios, donde el gobierno haba mandado construr, en calidad de "hospital", algunas barracas de paja. Con el mdico del lazareto recorrimos, pues, la estacin sanitaria, en la que permanecimos dos das. Los alimentos los llevamos con nosotros y comamos por el camino para no tener que hacerlo a la mesa de los enfermos. Pasamos primero el ro Bogot por un puente colgante no muy bueno, y luego seguimos hacia el pueblo por terreno principalmente de pastos y sin rboles, donde el sol caa de modo abrasador. Una parte de los leprosos vivan en casitas en medio de la poblacin; otros estaban alojados en largas barracas, en las que reciban la asistencia, bastante mezquina, que les dispensaba el gobierno. Sensible era, sobre todo, la falta de agua y de baos suficientes. Hgaseme gracia de la descripcin de los leprosos y de los dife- 184 -

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rentes estados de la enfermedad. Mientras mi amigo resolva asuntos tcnicos y dirima discordias de las que suelen producirse entre tales pacientes, yo me dedicaba a leer poemas de Lamartine a un joven y culto bogotano -joven, s, y, en tiempos, de belleza muy notable, pero ahora envejecido y afeado por la enfermedad y su progresiva destruccin. La lectura duraba horas enteras, y aquellas poesas, en su sublime religiosidad, parecan infundir gran consuelo al pobre leproso. Ya de regreso, aconteci que en el camino, en una venta muy abandonada, nos encontramos con un joven estudiante de la Universidad, que se hallaba en el ms lastimoso estado. Bajo aquel sol de fuego haba sufrido una fuerte insolacin y yaca all con el rostro horriblemente enrojecido. Nuestra sola presencia y una friccin de la cabeza con aguardiente le tranquilizaron mucho, y al da siguiente pudo ya continuar el viaje, atribuyendo a nosotros su salvacin, cuando lo nico que hicimos fue darle nimos y disponer lo ms necesario. Igualmente agradecidos se mostraron los leprosos a quienes, aparte del mdico y el sacerdote doctor Rojas, nadie diera prueba de afecto y cario. A los ojos de otros aprensivos colombianos pareceramos poco menos que hroes por haber osado llegar a aquel espantoso recinto de la enfermedad, y los peridicos comentaron nuestra "hazaa" en forma que nos desagrad por lo excesiva. Diez das ms tarde llegaban a Tocaima, por el mismo camino y en sendas cabalgaduras, cuatro viajeros. Eran los que siguen: en primer lugar, el doctor Salvador Camacho Roldn, colega mo en la Universidad y librero, uno de los ms cultos colombianos, un verdadero Catn de la Repblica, exigente consigo mismo, pero tolerante con los dems, carcter ntegro y rectilneo, y persona que haba ostentado con mrito sobresaliente las ms altas dignidades, como Ministro de Hacienda y

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de Agricultura, y a la sazn la de Senador de la Repblica. * Era el otro viajero el doctor Manuel Pombo, conocido como representante del tradicional genio bogotano y de la alegre sabidura de la vida. Los otros dos que a Tocaima llegaban ramos el hijo del doctor Pombo y yo. Queramos hacer una visita en Ibagu a otro representante, modesto, pero no menos original, de la literatura colombiana, el seor Juan de Dios Restrepo. Partiendo de Tocaima, y por camino llano, pero con un calor de fuego, en ocho horas se alcanza el Magdalena en Girardot. Atravesamos la hacienda del doctor Camacho, llamada Utica. La casa de campo est a un cuarto de hora del camino, arrimada a las ltimas estribaciones de la cordillera. Su dueo pas aqu muchos aos dedicado a la agricultura, pero ocupndose tambin en serios estudios, hasta adquirir aquella ilustracin y aquella elaborada asimilacin de lo ledo que a menudo me llenaban de asombro. i Y cunto trabajo y esfuerzo gast tambin en vano aquel amigo, aquel hombre infatigable en la labor!; en torno a su casa de campo se ven las diferentes cubas y tinas de cemento que, con grandes desembolsos, haban sido instaladas para la obtencin de la anilina. Grandes extensiones de terreno fueron plantadas de ail, el vegetal origen de esa substancia y que tan especial esmero exige. Un da se invent el azul de Prusia; los colores artificiales de anilina desplazaron a los naturales, y los

* Emiro Kastos. en otras ocasiones muy parco en el elogio, escribe de l: "Inteligencia elevada, carcter lleno de entereza, corazn apasionado y entusiasta, en el cual el uso del mundo no ha marchitado las creencias generosas de la juventud, trato sencillo pero lleno de distincin, todas estas cualidades y otras muchas hacen de Salvador Camacho Roldn uno de los hombres ms notables, queridos y respetables del pas".
(N. del T.): La cita corresponde a la primera carta que Emiro Kastos dirigi al doctor Manuel Pombo y que apareci publicada en "El Tiempo", nmero 196, de 28 de septiembre de 1858. Figura en Artculos escogidos. nueva ed., Londres, 1885, publicados por Juan M. Fonnegra, (Escritos colombianos) .

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productos colombianos, encarecidos a causa de los costos de transporte por el Magdalena, no pudieron ya competir. Las prdidas fueron de millones. En Girardot, que era en tiempos una pobre aldea a orillas del Magdalena, un gran puente tindese ahora sobre el ro; nosotros tuvimos que cruzarlo todava en canoas. El caudal presenta all unos 200 metros de anchura, pero la corriente no es impetuosa. A un tiro de carabina ms arriba del punto de la opuesta orilla que debe ser alcanzado, se desensillan ya las mulas. Las monturas se cargan en unas canoas estrechas y de unos 30 pies de largo, construdas de un tronco hueco. Los pasajeros embarcan y se acurrucan entre las monturas o sobre ellas; cada uno, desde la embarcacin, sostiene del ramal a dos o tres bestias. Ahora la canoa se separa de la orilla, y las mulas son arreadas hacia el agua con fuertes gritos, de modo que tienen que ponerse a nadar. Tranquila deslzase la canoa sobre la turbia superficie. Las bestias resoplan y jadean, luchando aguerridmente contra la corriente, A veces se adelanta una de ellas, se enredan las cuerdas entre s y es necesario desenmaraarlas rpidamente desde la misma canoa para impedir que alguna mula haga hundirse a otra. Al llegar a la orilla, los animales suelen comenzar a revolcarse en la arena, y en tales con.diciones es necesario ensillarlos de nuevo. En los clculos del viaje, esta travesa a nado les es contada a las mulas como media jornada de marcha. Toda la operacin del cruce del ro pareciome la primera vez extraordinariamente potica. Pero cuando ms tarde me toc tener yo mismo del ronzal a los animales y pasar miedo por ellos, desapareci la aureola literaria, y la travesa pas a resultarme enojosa. Al otro lado del ro, en Flandes, tena un gran almacn el amigo a quien venamos a visitar, el seor Restrepo. En algo ms de un da cubrimos la etapa hasta Ibagu despus de cruzar las anchas llanuras del valle del Magdalena, sabanas estri-

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les en las que solo mezquina yerba creca y donde de vez en cuando surga un ranchito con una plantacin de tabaco. Magnficas ceibas y cauchos daban sombra a las haciendas solitarias, en las que a la noche no podamos, como en otras comarcas de Colombia, ufanarnos de una hospitalaria acogida, pues solo de mala gana se nos daba un sitio donde dormir y, esto an ms difcilmente, alguna sopa como refrigerio. El dinero no resuelve nada con estas gentes. En descargo suyo hay que decir que las muchas revoluciones les han hecho desconfiados a todo hospedaje, voluntario o por necesidad. Junto a los rboles vense aqu y all curiosas construcciones que dan la impresin de troncos huecos, quemados y agujereados en algunas partes, de los que solo quedara la corteza. Al aproximarse se advierte que son grandes hormigueros, ahora vacos, construdos sobre una base de tierra. Tales ruinas dan testimonio de la asombrosa laboriosidad de esos animales y de su ingenioso instinto. El panorama nos compensa del horrible calor. Al Este, en lontananza, ondulan las lneas azules de la cordillera; hacia el Sur la llanura parece no acabarse; al lado de Occidente se alza, sin transicin alguna, el macizo de la Cordillera Central, dominada por el ingente Tolima. En el primer trmino el ro Coello ha excavado profundamente su cauce en la desrtica llanura, y por el valle asoman gallardas palmas, cocoteros y pastos ubrrimos. El paisaje de rocas que acompaa el curso del ro podra corresponder ms bien al Sur de Francia que a Colombia. E s una estampa de Provenza, ancha, abierta, soleada. Ahora ha salido la luna y proyecta su delicado resplandor sobre los glaciares y cumbres nevadas del Tolima, que brillan con una luz mgica. Rendidos al final de la jornada, dormimos magnficamente sobre el suelo de barro apisonado, o sobre una mesa; de colchn hacen nuestros zamarros, de almohada la silla de montar.

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Al medioda siguiente hacemos la entrada en Ibagu, cuya torre miramos ya desde hace tres horas. La pequea ciudad capital del Departamento, tiene pocas casas notables, pero s: en cambio, algunas buenas escuelas; entre ellas dos para maestros, pertenecientes al Estado del Tolima. Ibagu se halla encajada en un entrante de la cordillera, determinado por la depresin de los ros Combeima y Chipalo. El verdor de los campos y praderas penetra hasta las mismas calles de la ciudad. El clima es excelente y benigno (20 grados). Cordial acogida, vida en familia, excursiones a los alrededores -que son tierras frtiles y ricas en minerales-, paisajes de plcido halago para los sentidos, baos en el cristalino Combeima, que trae agua helada de las alturas del Tolima, gratas conversaciones aliadas con el humor y el ingenio de los tres literatos amigos, los cuales, tiempo atrs haban convivido ya en Bogot durante algunos aos ... , todo esto llen los das felices de la permanencia en Ibagu. En el jardn de nuestro amigo, detrs de la casa, haba muchos rboles: naranjos, mangos, tamarindos, nsperos, donde anidaba gran cantidad de pjaros, mirlos sobre todo. Una noche nos dieron una serenata. Eran msicos que dominaban la guitarra, el tiple y la bandola como verdaderos virtuosos y tocaban acertadamente incluso algunas obras clsicas. Al escuchar los primeros compases, nos levantamos de la cama, y, envueltos en las largas mantas y con el sombrero puesto, hicimos pasar a los msicos para ofrecerles el consabido trago de brandy. Los brindis improvisados que se dijeron en aquella nocturna y extraa reunin fueron tan graciosos como atrevidos. No pudimos asistir a un baile que en honor nuestro haban organizado en la Sala de la Casa Municipal los estudiantes que se hallaban de vacaciones en !bagu. Causa de esta imposibilidad fue que el doctor Camacho Roldn deba salir a toda prisa

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para Bogot, pues haba fallecido el Presidente de la Repblica, doctor Zalda, (22 de diciembre de 1882), y en la capital se teman desrdenes. De mala gana nos despedimos de nuestro hospitalario amigo y de la querida y linda ciudad. Pese a que el viaje de regreso lo realizamos por igual camino que a la ida, de ninguna manera nos result aburrido o montono; la gran riqueza de detalles y de posibilidades nuevas es tan grande en Colombia, que nunca habr de lamentarse all el hacer dos veces el mismo itinerario. Un triste episodio cerr nuestro viaje. Al pasar de regreso por Tocaima, me encontr con un suizo y un belga, y me dej convencer para pasar con ellos algunos das en aquel horno incandescente. Nuestra resistencia a las enfermedades contagiosas fue sometida a dura prueba. Al lado de nuestra habitacin del hotel yaca un hijo del propietario del mismo, atacado de fiebre amarilla. La cosa nos fue ocultada, pero la presumimos. El enfermo, un hombre de treinta aos, sucumbi al mal, entre grandes sufrimientos, unos das ms tarde. An hubimos de ayudar a llevarlo al cementerio. Pero al da siguiente nos pusimos ya en camino. All se siente uno ms indiferente a los peligros, se es mucho ms fatalista que en nuestra tierra ... En mi programa quedaba todava una excursin, la visita de una de las cosas ms notables de Colombia. Lo realic, en compaa de un estudiante, el ao 1883, pues quera evadirme de las solemnidades oficiales que haban de celebrarse en Bogot con motivo del primer centenario del nacimiento de Bolvar, el Libertador. A una jornada de Bogot, hacia el Sur, se encuentra la pequea ciudad de Fusagasug, en un ameno valle que invita al veraneo, un remanso de delicia en medio de las cordilleras. Descendiendo a un barranco por el cual se vaci en tiempos un lago situado en lo alto de los Andes, se llega a dar frente a la ciudad.
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Aquella vez nos sorprendi la noche en el camino. Mitad medrosos, mitad embelesados, cabalgbamos en la oscuridad del bosque. Seguamos desconocidos senderos, mientras danzaban en torno las lucirnagas y retumbaba en nuestros odos toda la Sonora vida animal. Al siguiente da, despus de un bao en las frescas aguas del ro euja, por las alturas que dominan el valle de Fusagasug nos encaminamos al Pandi, situado a seis horas ms al Sur. All encontramos alojamiento en una casita, lo cual fue posible porque no hicimos uso de especiales miramientos. Yo ped un tiple y me puse a entonar algunas canciones, a pesar de que el hambre nos devoraba, yeso despert tal confianza que, por fin, al cabo de dos horas, humeaba ya sobre la mesa una pequea y modestsima colacin. y ya que con paciencia haba sido ganada, la aceptamos tambin con suma paciencia. A la maana siguiente visitamos en primer lugar una de las maravillas de esa regin, la Piedra de Pandi, un gran bloque de forma prismtica cuadrangular, (20 metros de lado y 15 de alto). En la parte superior de esta piedra los aborgenes del pas inscribieron en color rojo una serie de jeroglficos, los cuales han resistido por varios siglos el influjo de la intemperie. Estos signos -por desgracia, todava no descifrados- representan las ms extraas figuras, entre ellas el sol y las interpretaciones primitivas del escorpin, del lagarto y de la rana. Esta ltima era para los indgenas una deidad de suma importancia, pues anunciaba las fecundantes lluvias y tambin las inundaciones. Toda vez que la lluvia se presentaba en determinadas pocas del ao, la rana significaba tambin las fases lunares, en tanto que el guila, como mensajera del buen tiempo, era el smbolo del verano, de la estacin en que brilla el sol. A unos veinticinco minutos del pueblo, el camino tuerce bordeando una pea, e, inesperadamente, llgase a un puente como otro cualquiera, con el cual parece habremos de haber lIe-

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gado a algn zanjn seco. i Nada de eso! Desde las barandillas y entre el exuberante verdor que las flanquea se contempla un rocoso barranco de 84 metros de hondura y de 10 o 15 metros de ancho. Por el espantable fondo de esta grieta empuja su espumoso y blanco oleaje el ro Sumapaz, que tiene aqu una profundidad de 18 metros. El ro, como se nota en las paredes de pizarra y piedra del barranco, se incrust6 aqu mediante violentsima erosin al desplomarse las aguas del gran lago de Sumapaz. Descendiendo junto a la pared de pizarra que queda a la derecha del puente, contmplase un curioso espectculo. A unos 13 metros por debajo del puente se descubren los restos de la primitiva continuidad geolgica: dos enormes bloques de pizarra que, avanzando el uno frente al otro, llegan a unirse slidamente por medio de un tercero, el cual encaja como la clave de un arco. Es el puente natural de Icononzo. Sobre ste, y penetrando en los flancos de la grieta, se alza de lado y lado un bloque de roca de 2.60 metros de espesor, el cual forma como un arco g6tico, de 1.40. as que entre su ojiva y' la ba se de pizarra queda una abertura. Este ltimo bloque, cuyo volumen fue calculado en 200 metros cbicos por el investigador Andr, se halla todo recubierto de verdor, destacando bella y extraamente sobre el negro hueco del barranco. La pea que constituye arco tan peculiar es la famosa Cabeza del Diablo, la cual rod6 desde arriba. librndola de la destrucci6n el puente de pizarra que ahora constituye su sostn. Solo a seis metros del bloque pasa el puente artificial de mader~. All abajo revolotean bandadas de pjaros, guapacos, que con sus agudos picos se encargan de atacar a quienes, como hizo nuestro paisano Notzli el ao 1875, osan descender a la profundidad sostenidos por cuerdas. Tirando piedras al fondo, se consigue espantar a los guapacos. La garganta viene a tener la longitud de una hora de camino. Desde el puente se prolonga an como un cuarto de hora.

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, Alegremente nos despedimos de aquel formidable espectaculo de la naturaleza para dirigirnos de nuevo hacia el sol cabalgando por la altura que enfrente se alza. A una hora de ascenso, se ve bajar un torrente que da la impresin de ser el ltimo resto de un antiguo glaciar, y que ha arrastrado la tierra, dejando al descubierto las lisas rocas; sobre stas, a su vez, ha practicado huecos de profundidad equivalente a la altura de un hombre, que constituyen autnticas baeras naturales. Se hallan dispuestas unas sobre otras, de modo que el agua se vierte sucesivamente en graciosos y bullidores saltos. En estos originales baos, con un agua que baja a temperatura de hielo y se caldea bastante en las rocas, nos solazamos a nuestras anchas en la esplndida libertad de la Naturaleza. El da haba de traernos todava nuevas sorpresas. Cabalgando por un pedregoso y angosto sendero, llegamos finalmente a la cima de la montaa, desde donde presenciamos un gran panorama de lo que fuera dominio de los belicosos y aguerridos indios panches. Estas gentes dieron mucho que hacer a los aborgenes de la altiplanicie bogotana y tambin a los espaoles. La cresta en que nos hallbamos y la situada frente a ella rodean el valle de Fusagasug, para, ms abajo, unirse estrechamente entre s. De ese encierro tuvo que escaparse el ro, ya antes bastante incrementado, y lo hizo por la barranca o boquern del Desaguadero, que bordea los flancos del llamado Cerro del Muerto. Nuestro viaje no sigue esa ruta, sino que, al estilo espaol, tenemos que ir por lo alto de la montaa, cosa de la que no nos arrepentimos, pues al descender por la opuesta ladera llegamos a la ms esplndida selva virgen, toda de gigantescas encinas y llena de profundsima sombra. El sendero avanza sobre altas plataformas de piedra que parecen haber sido dispuestas artificialmente en forma de escalera. Las ms raras mariposas, pero en especial unas de color azul y del tamao de la palma de la mano, r evuelan en torno nuestro, aleteando, nos acarician tan

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confiadamente cercanas, con una inocencia tan ajena a la humana maldad, que nos sera imposible robar a una sola de estas criaturas su divino gozo de vivir. Para hacer an ms completa la estampa, tras nosotros venan dos indias, la una mejor arreglada, a lomos de una mula, y la otra, sin duda su criada, arremangada y a pie. Eran dos figuras ingenuas y de hermosas formas, de rostro expresivo y ojos radiantes. La que pareca ser sirvienta taa con infantil gracia un caramillo construdo rsticamente de cuatro o cinco caas ensambladas. Los sonidos estaban faltos de toda meloda, eran cualquier cosa menos msica, y , sin .embargo, me llegaron al corazn. Quin fuera insensible a aquella poesa, a aquel primitivo encanto? Fascinados, nos detuvimos. Ellas saludaron sonrientes, siguieron cuesta abajo y desaparecieron en la selva. El bosque iba hacindose poco a poco menos espeso. Al borde del camino creca caf, cacao, maz, de modo, al parecer, espontneo y sin cultivo alguno. Por qu no se ven muchas ms plantaciones en estas frtiles laderas de las cordilleras colombianas? Esto se nos explic, dejando aparte la pereza de la gente, por la omnipotencia de los latifundistas, que se enriquecen a costa de los pobres indios y que, sobre todo mediante anticipos, saben aprovecharse de sus cosechas de maz y de arroz. Feudalismo, pues, y miseria, junto a la formidable fuerza creadora de la naturaleza. Por ltimo, llegamos a la llanura arenosa por donde el ro Fusagasug corre a juntarse al Magdalena. A la orilla hay un pueblo, especialmente pobre, llamado Melgar, donde por nica colacin disenos una tacita de chocolate; y as, bastante hambrientos, hubimos de tendernos en la dura cama. Al da siguiente atravesamos el ro, el cual riega mejor la orilla derecha y ha formado all uno de los ms hermosos palmares que vi en toda mi vida. Luego subimos por la llanura de Los Limones, cuyo recorrido lleva varias horas y donde, sobre pastos un tanto pobres, se apacientan centenares de cabe-

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zas de ganado. Avanzando ora por el valle de algn ro, ora por fro y aromoso bosque, despus de muchas revueltas del camino fuimos a parar otra vez a Agua de Dios, el pueblo de los leprosos. All, mi compaero de viaje se declar dispuesto a dejarme y seguir l solo la ruta si yo persista en el propsito de hacer una pequea visita a aquellas pobres criaturas. Nos dirigimos nuevamente a Tocaima. . El ltimo da de nuestro viaje de regreso (25 de agosto de 1883), viaje que aceleramos a causa de los rumores de una prxima rev0!ucin, al llegar a la Sabana de Bogot viniendo de La Mesa se nos pregunt dnde haba tenido lugar la batalla. Nosotros no sabamos de batalla alguna, y no menos asombro nos produjo el saber que en Bogot se haba escuchado durante el da un retumbar como de fuego artillero, y que, dada la reinante inquietud poltica, creyse hubiera habido ya luchas en la regin de La Mesa. Pero nuestra extraeza fue an mayor cuando un mes ms tarde se nos dio la posible explicacin de aquel incomprensible fenmeno. El da citado se haba producido en Java, o sea en nuestros antpodas, la terrible erupcin de los volcanes, que costara la vida a tantos miles de personas. Algunos colombianos pretendan haber incluso calculado que el tiempo que el sonido debi necesitar para transmitirse a travs de la masa de la tierra, corresponda exactamente a la diferencia entre la hora de la catstrofe y la de la supuesta batalla. Todas estas excursiones las realic en compaa de colombianos, con lo cual, como suele ocurrir en tal clase de correras, los llegu a conocer a fondo, y tambin, las ms de las veces, a estimarlos mucho. Dicho sea tambin, en su alabanza, que tuvieron suma paciencia conmigo hasta que en cierta medida llegu a alcanzarles en el arte de viajar rpida, segura y agradablemente.

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7. -CONQUISTA DEL PAIS. POBLACION ABORIGEN. RAZAS La historia de Colombia es rica en acaecimientos interesantes y asombrosos. La conquista del pas, en primer lugar, nos muestra gigantescas expediciones llenas de extraordinarios y heroicos hechos. Cuando el Papa Alejandro VI, otorg en 1493 a los Reyes Catlicos, Fernando e Isabel, el dominio sobre las tierras recin descubiertas, los espaoles no aguardaron a escucharlo dos veces, y, en efecto se quedaron con todas las posesiones de Amrica. Pero mientras que el imperio de los aztecas, Mjico, qued conquistado en 1521 por Hernn Corts y el de los incas, Per, en 1524, por Pizarro -en tiempo, pues, relativamente breve- hubieron de transcurrir casi cuarenta aos, repletos de empresas extraordinariamente difciles, de batallas y escaramuzas sin cuento, hasta que Colombia cayera enteramente en manos de aquellos conquistadores y aventureros, gentes ambiciosas de dominio y botn, a cuyo tesn y bravura no podemos regatear nuestra admiracin. Alonso de Ojeda, procedente de Venezuela, y acompaado de Amrico Vespucio, lleg el ao 1499 al cabo de la Vela, en la gran pennsula de la Goajira. Bastidas penetr hasta la des-

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embocadura del ro Magdalena, que fue descubierto el ao 1501 en la festividad de la Santa que le dio nombre. Cristbal Col~ explor luego en su cuarto viaje la mayor parte de la costa occidental hasta Costa Rica, pero busc en vano el istmo desde el cual, segn su creencia, habra de tocar en el mar de las Indias orientales. El mirar por primera vez el Ocano Pacfico estaba reservado al audaz Vasco N ez, que el 25 de noviembre de 1513, cerca de Panam, dejando atrs a los que le acompaaban, subi a una altura para saludar jubilosamente la quieta superficie. Despus que sus compaeros hubieron competido en rpida carrera hasta la costa, el descubridor penetr en las aguas armado de espada y lanza y tom posesin del nuevo ocano en nombre de la Reina, retando a personal desafo, segn el uso espaol, a todo aquel que lo pusiera en tela de juicio. Solo en 1522 lleg a hacerse una expedicin a lo largo del litoral pacfico, abrindose camino a los conquistadores del Per, Pizarro y Almagro. La conquista del istmo y las costas de ambos mares que baan a Colombia dur en total veintitrs aos. El interior fue explorado primero por el alemn Alfnger, gobernador de Maracaibo, que pasando por Ocaa lleg a lo alto de los Andes, pero muri cuando estaba de regreso. Heredia fund en 1522 la ciudad de Cartagena, emprendiendo desde all grandes expediciones al valle del Cauca. Este valle fue recorrido luego en todas direcciones y conquistado por Csar, por Vadi110 y por el luego Mariscal Robledo, que lleg de Quito por el Sur. Entretanto, se preparaba uno de los ms curiosos e interesantes acaecimientos que presenta la historia. Como los pormenores de la fundacin de Bogot son poco conocidos, vamos a referirla con mayor detenimiento. La expedicin principal hacia el interior la emprendi desde Santa Marta, en el mes de agosto de 1536, el licenciado y justicia mayor don Gonzalo Jimnez de Quesada, con 820 hombres de a pie y 85 caballos, en tanto que sus oficiales, con 5 na-

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ves y 200 hombres, deberan seguir aguas arriba el Magdalena. Esta expedicin por el ro result casi completamente aniquilada. Quesada, en tanto, avanz, en medio de continuas luchas con los indios, a travs de la impenetrable selva tropical, llena de plantas espinosas y apretados troncos, llena de araas venenosas, de gusanos, escorpiones y serpientes, de murcilagos y de mosquitos. Los soldados, con los cuerpos heridos y los vestidos desgarrados, se alimentaban de frutos y races; parece que la expedicin hubo de comer hasta el cuero de sus equipos. Unos se haban quedado ciegos, otros caminaban cojos, otros eran arrebatados, hasta de las hamacas donde dorman, por los tigres, que menudeaban cada vez ms en su ataque a los expedicionarios. Con frecuencia amenazaban amotinarse las tropas; pero el tesn inconmovible del jefe empuj aba sin descanso el avance por las altas cumbres que hoy da se tienen por inaccesibles para personas a pie, cuanto ms para jinetes, y que, por tanto, quedan lejos y abandonadas de toda comunicacin. Un da los expedicionarios divisaron desde una alta montaa campos extensos, grandes sembrados de maz y papa, rboles frutales y huertos de flores. Y en aquella grata regin, fresca y abundante en agua, se vean tambin alegres pueblos. Los indios, aterrorizados por el estampido de las armas y fuera de s ante la vista de los caballos, que crean formar un solo ser con el jinete, tenindolos por criaturas superiores, se sometieron casi sin ofrecer resistencia y se humillaron como ante dioses al poder de los conquistadores. Les trajeron de comer y beber, les trajeron caza, palomas y liebres y toda clase de races, les presentaron incluso algunos viejos y nios para que los mataran, pues tuvieron a los espaoles por antropfagos. Extendan paos a su paso, quemaban incienso y derramaban por el suelo a manos llenas oro y esmeraldas. En el reparto recibi mil pesos cada uno de los soldados. Los conquistadores haban llegado al pas de los chibchas o muiscas, a las altiplanicies de Tunja y

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Bogot, un imperio que, como veremos despus, posea una cultura relativamente desarrollada. Luego que los pacficos habitantes de la Sabana quedaron sometidos, no sin que dejaran de cometerse algunas innecesarias crueldades y asesinatos en la persona de sus jefes, dispuso Quesada construr una ciudad en algn punto favorable y adecuado. Eligi para ello el lugar de esparcimiento del Zipa (Teusaquilla probablemente). A este sitio llamolo Quesada Santa Fe por su semejanza con la villa del mismo nombre que en la~ cercanas de Granada fundaron Sus Catlicas Majestades Isabel y Fernando en las guerras contra los moros. Quesada mand levantar en Santa Fe doce cabaas de paja en torno a una iglesia, con techo tambin de paja. El da 6 de agosto de 1538, dos aos despus de ponerse en marcha desde la costa, se dirigi Jimnez de Quesada al sitio de la fundacin. Todos descendieron de los caballos y l, arrancando algunas yerbas, tom posesin de aquellos lugares en nombre del Emperador Carlos V. Un notario levant acta de la posesin, donde se estableca tambin que todas las tierras descubiertas llamaranse en adelante Nuevo Reino de Granada, por su parecido con el reino espaol de igual nombre. En la pobre iglesuela que era templo de la ciudad y donde se alza hoy la Catedral Primada, dijo la primera misa el Padre Las Casas, primo del famoso defensor de los negros (1). Ya contaba Quesada con retornar a Espaa y anunciar all solemnemente sus descubrimientos y conquistas, cuando algunos indios trajeron la curiosa noticia de que por el Sur se acercaba una gran tropa, magnficamente armada, de gente blanca con mucho squito de indios y numerosos caballos. La noticia se confirm. Era Sebastin de Belalczar, un teniente de Pizarra, que haba tomado parte en la conquista del Per y que desde
(1) Sic. (N. del T.)

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all vena avanzando hacia el Norte en busca de un pas de fabulosa riqueza. En Quito, la actual capital de El Ecuador, habasele presentado un indio, quien le dijo que su amo y seor el Rey de Cundinamarca, o Cundirumarca (altura donde habita el cndor), (1) posea las ms grandes riquezas, tales que recubra su cuerpo con polvo de oro y luego se baaba en un lago sagrado para ofrecer as a los dioses un sacrificio grato a sus ojos. Esta noticia, basada en hechos reales, se considera como el origen de la leyenda de El Dorado, corriente entre los hombres de la Conquista, de donde formamos el proverbial Eldorado y que tantas desgracias trajo a los pobres aborgenes de Colombia por la bsqueda que de aquellos tesoros escondidos efectuaron los espaoles con insaciable codicia. BelaIczar tom para su expedicin doscientos soldados espaoles, pero llevaba adems grandsimo nmero de cargueros y servidores indios. Tras terribles penalidades lleg con ellos hasta el valle del Magdalena, despus de haber cruzado la Cordillera Central, y a la Sabana de Bogot se encaminaba cuando lo detuvieron los mensajeros de su ms afortunado predecesor en aquellas tierras. Pero, casi al mismo tiempo, lleg a Santa Fe otra nueva, todava ms extraa: tambin por el Sureste, de los Llanos, y procedente de Venezuela, hallbase en marcha una expedicin de espaoles al mando de un capitn no espaol, Nicols de Federmann. Este, alemn de nacimiento, haba salido del Cabo de la Vela, en la costa atlntica, para hacer diversas correras por los Llanos (1536), y, abandonando con una expedicin auxiliar, a su jefe Espira o Spira, se desvi de la ruta y se dedic por cuenta propia a empresas conquistadoras. Poco falt al aventurero para sucumbir, pues no solo tuvo que luchar con los animales salvajes y con las fiebres propias de aquel clima, sino
(l)Condur: cndor; na: altura; marca: estal' encima; ca: aquella,

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tambin con los aguaceros y con los ros torrenciales henchidos por la lluvia. Su tropa qued diezmada. Cansado ya de tener que avanzar siempre a lo largo de la cordillera, resolvise Federmann a ascender hacia el pas de los chibchas, del que tena referencia, as que hubo de subir por los caminos ms escarpados. Del clima abrasador de los Llanos lleg hasta la altura de tierra fra, estando a punto de helarse con toda su gente al cruzar los pramos, o pasos de montaa. Jimnez de Quesada buen diplomtico, se los tuvo a bien con la maltrecha expedici~ de Federmann, a quien pag 10.000 pesos en oro. Cuando ya no exista riesgo de que las otras dos expediciones se unieran contra l y le disputaran el territorio conquistado, con lo cual hubiera habido gran derramamiento de sangre entre los espaoles, o hubiesen muerto acaso todos ellos a mano de los indios Jimnez de Quesada invit a ambas tropas para que vinieran ~ reunirse a Santa Fe. El encuentro tuvo lugar. La nueva ciudad vio, pues, en febrero de 1539 el ms raro espectculo que historiador alguno pudiera soar. Los soldados de Jimnez de Quesada, que ya se haban repuesto algo de sus fatigas, se hallaban ataviados con mantas (vestidos de camo y algodn, tambin a veces de lino) y tocados con gorra, todo ello recibido de los chibchas. Las gentes de Federmann ofrecan el ms deplorable aspecto; pareCan haberse escapado de la isla de Robinson. (1) Durante tres aos haban caminado por la selva; semidesnudos y debilitados por el hambre, fustigados de las fiebres, se cubran mezquinamente de pieles de leopardo, de jaguar, de oso o de venado. La tropa de Belalczar, bien alimentada y bien vestida, avanzaba, con boato de magnates del Per, luciendo tnicas de prpura y seda orladas de oro y con ligeros sombreros puntiagudos en
(1) Sic. (N. del T.)

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los que, a los rayos del sol, brillaban penachos de los ms variados colores. Iban cargados de oro y joyas y seguales rica impedimenta, con tiendas, vituallas y vasijas de oro y plata. Sus armas tenan incrustadas las ms raras piedras preciosas, y en todo mostraban un aire altivo y de victoria. Segn una crnica, las tres expediciones que, llegadas de puntos tan distantes, celebraban aquel maravilloso encuentro, constaban cada una de ciento sesenta hombres, ms un monje y un clrigo. Haba multitud de caballos, que eran vendidos por Belalczar a precios fabulosos. Pero otras cosas importantes venan tambin con las tropas recin llegadas; las de Belalczar traan cerdos, que desde entonces quedaron en la Sabana; y el capelln de Federmann, Juan Verdejo, haba conseguido salvar del hambre y mucha necesidad de sus compaeros algunas gallinas que mostraba all triunfalmente. Sobre la curiosa parada destacaban los tres caudillos. Belalczar, radiante de adornos y riqueza como un strapa asitico, solo que mucho ms bravo y audaz. Con solo un puado de hombres, se haba batido hasta aqu entre indios antropfagos que le atacaban encarnizadamente y en nmero muchsimo mayor. y l era solo el hijo de un pobre leador de Andaluca, y un obrerito cuando abandon su casa. Era Belalczar hermoso y de fuerte complexin, de talante guerrero, alegre y lleno de andaluza sal, fino en sus maneras y hombre de gran tacto poltico y agudeza de observacin, el de ms talento de aquellos tres conquistadores. Federmann, cuyo lugar de nacimiento no es conocido, era tambin de aventajada estatura y rostro blanco y bello, orlado de rojiza barba, muy diestro en toda clase de ejercicios, tan corts y suave que jams se le oyera decir mala palabra, tan piadoso y compasivo que nunca fue acusado por sus enemigos de codicia, crueldad o cualquier accin sangrienta. Era adems locuaz y comunicativo, y sus soldados lo adoraban.
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Jimnez de Quesada, por ltimo, era un hombre de cuarenta y tantos aos, de pequea estatura, y un apstol de la ciencia, que afortunadamente nos hizo legado de sus crnicas. Aunque no fue guerrero de profesin, acredit talento militar y se comport como antiguo veterano, y era as mismo de gran coraje personal, pero tenaz y paciente, venerado y popular entre sus soldados, pues mostraba siempre la mejor intencin, usando, de otra parte, el rigor mximo. Siempre prudente y avisado, parece que alguna vez se mostr injusto y cruel, pero, sin duda, ms bien obligado por la dureza de las circunstancias que a causa de natural ferocidad. Tan pronto como por orden de Jimnez de Quesada estuvieron construdas en el Magdalena las naves que se haban menester, los tres rivales partieron ro abajo hacia Espaa. Alguno de los tres imaginaba su trgico destino? Jimnez de Quesada, ya de regreso en Colombia, muri pobre y enfermo de lepra, despus de vanos intentos de dar con El Dorado. Sus restos yacen en la Catedral de Bogot. Belalczar fue acusado y preso ms tarde, falleciendo en Cartagena, humillado, triste y agobiado por los sufrimientos, cuando se hallaba en camino hacia Espaa. Federmann se ahog en alta mar. Estos hechos de guerra han de despertar en nosotros, en gran medida, el inters por los adversarios, por los verdaderos hijos del pas. Por desgracia, es imposible reconstrur exactamente la historia de la cultura de los aborgenes suramericanos y en particular la de Colombia. Los espaoles, en lugar de reunir para la ciencia los diferentes legados, recuerdos, etc., coleccionando los documentos respectivos y conservando los monumentos, destruyeron con ciego fanatismo todas las reliquias de aquella primitiva edad "como restos idlatras, anticristianos, inspirados por el demonio", y trajeron al pas por nica dote la horca y el arcabuz. Unos cincuenta millones de indgenas, segn clcu- 203 -

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los de algunos investigadores, sucumbieron, en las Antillas y en el continente, a los perros amaestrados trados de fuera (los cuales se lanzaban sobre los pobres indios), a las armas de fuego de los espaoles y a manos de los encomenderos, funcionarios y seores feudales. La poblacin de Colombia era, antes de la llegada de los espaoles, de ocho a diez millones de habitantes. Las guerras y los malos tratos, as como las enfermedades tradas de Europa, disminuyeron pronto esta cifra hasta un milln. Aquel que quede confuso y sorprendido ante semejante descenso, sin llegar a comprender que as fuera, bastar ponerle de presente que en la isla de Santo Domingo vivan por las fechas del descubrimiento un milln de habitantes, los cuales en diecisis aos quedaron reducidos a 60.000. Estos fueron repartidos; al cabo de otros seis aos, restaban solo 14.000 habitantes. Se cuenta tambin que, en Colombia, familias enteras de los indios tunebos se suicidaron despendose, y que otras muchas gentes de las tribus de los agateos y cocornes se ahorcaron en masa para escapar a la opresin de los espaoles. Tampoco, pues, debe admirarnos que el nmero de las tribus indias habitantes en territorio colombiano se fije en unas mil; pero estas, al tener lugar el descubrimiento, posean los ms diversos grados de civilizacin. Los ms civilizados eran los chibchas, sometidos por Jimnez de Quesada, cuya cultura no era muy inferior a la de los aztecas y los incas y que bien merece ms detallada referencia. (1) Su reino abarcaba una extensin que Acosta seala aproximadamente en seiscientas leguas cuadradas; tena cuarenta y cinco leguas de longitud y de doce a quince (2) de anchura.
(1) Vanse ms datos en el bsico trabajo del doctor Liborio Zerda El Dorado. Estudio histrico, etnogrfico y arqueolgico de los Chibchas. (Bogot, Silvestre, 1883), al que aqu nos atenemos. (2) La legua equivale aqu a 4,83 Kms.

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A cada legua cuadrada correspondan unos 2.000 habitantes as que la poblacin total, bastante densa sera de 1.200.000 al~as. El nombre de chibchas no se ha explicado con seguridad, y por ello me eximo de dar aqu las distintas opiniones. Pero se los llama tambin muiscas, o sea gente, personas, de donde los espaoles, por corrupcin de esa palabra, dijeron moscas, pues como tales se aparecieron, en apretado enjambre, a la llegada del intruso europeo. Los chibchas vivan en limpias cabaas con cubierta de paja (tygttua) de forma circular, configuracin que haban elegido por su adoracin a la luna llena. Las diferentes piezas eran amplias, ventiladas y bien repartidas en habitaciones y cmaras para almacenar frutas. Tenan puertas de caizo, con una especie de cerrojo de madera. En las casas eran usuales las esteras, y en cuanto a muebles, bancos tallados y el camastro llamado barbacoa. En torno a la cabaa iba una cerca de madera o de tierra. La vista de conjunto de los poblados, de los que se destacaban por su altura las casas de los caciques, era algo tan suave y grato, que Jimnez de Quesada dio a esta regin el nombre de Valle de los Alczares. Servanse los chibchas de primitivos utensilios de piedra y madera, con la consiguiente fatiga, pues, segn prueban muchos hallazgos de objetos, estos aborgenes no haban salido todava de la edad de piedra, hallndose los ms en el neoltico. Es cierto que ya explotaban las minas de oro y plata, que fundan los metales y utilizaban el cobre, pero no conocan la aleacin del bronce, por no existir estao en Colombia. Tampoco el hierro les era conocido; pero hacan cermicas de tierra cocida, modeladas con buen gusto y adornadas con motivos a base de lneas rectas y curvas, e incluso con figuras en relieve. Especialmente hbiles eran en combinar el oro con la plata y el cobre, en soldarlos y trabajarlos -moldendolos entre finas piedras-,
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en forma de placas de oro y en delgados hilos. Sus engarces de caracoles y conchas, sus brazaletes y collares, sus diademas y vasos eran clebres, al igual que sus repl:esentaciones del sol, de la luna y del hombre (actitud e interpretacin artstica parecidas a las de Egipto) y lo mismo que las figuras de animales y de toda clase de objetos. Cosa, por lo menos, insegura es si las lminas de oro, que han sido halladas en pequeo nmero, fueron realmente una de las monedas de los chibchas, lo que les situara por encima del estadio cultural de los aztecas e incas. Como medidas conocieron, por de pronto, el paso y el palmo. Los chibchas practicaban predominantemente la agricultura. Plantaban mucho maz, papa y batata; la parte azucarada de los alimentos la tomaban del maz y la miel. Toda esta raza era, por necesidad, extraordinariamente sobria y laboriosa, pues no posean ganado que les pudiera auxiliar en las labores o servirles de alimento, y tambin porque sus sembrados dependan mucho de los cambios climticos y podan fcilmente malograrse, por lo cual construan graneros pblicos. Prueba de la diligencia y sobriedad dichas era que no solo tenan abundancia de productos, sino que adems acudan con ellos a los mercados de tribus vecinas, donde les daban a cambio oro, pescados y frutos. El comercio, por tal causa, era entre ellos muy floreciente y por entero libre, de modo que poda realizarse un intercambio natural de todos los productos de la zona alta y de la baja. A pesar de ello, los chibchas no cayeron en la molicie, sino que se mantuvieron valerosos y arrojados, a lo que contribuyeron mucho las continuas guerras con sus vecinos, los temidos muzos, colimas y panches. Cuando iban de camino mascaban la hoy de nuevo reivindicada hoja de coca (llamada haya), que calmaba su sed y su hambre y que les permita superar todos los esfuerzos. Los cronistas espaoles, empero, les reprochan su ebriedad; pero - 206 -

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las orgas y bacanales de los chibchas eran en ellos una expresin de alborozo y solo tenan lugar en ocasiones especialmente solemnes, sobre todo en las fiestas religiosas. El vestido de los chibchas eran unas camisas de algodn que les llegaban a la rodilla; las mujeres se rodeaban el cuello con un pauelo (liquira), que no llegaba a ocultar el pecho, y de las caderas a la rodilla cubranse con un pao (chircate), tambin de algodn. Los chibchas, como todos los pueblos primitivos, rendan culto a objetos inanimados, pero sus concepciones de los dioses depuradas ya de un extremoso fetichismo, tenan un sello d~ poesa y noble elevacin, como 10 prueba el que escogieran para lugares del culto las grutas, cascadas, lagos y montaas, y en especial las lagunas escondidas entre las alturas andinas. Tenan ritos pblicos, una medicin constante del tiempo y una casta sacerdotal hereditaria y netamente definida. Los futuros sacerdotes eran encerrados desde la juventud en casas al efecto y sometidos a riguroso ayuno y silencio, de modo que el padre de los historiadores de Colombia, el Arzobispo Piedrahita (+ 1688 en Panam) dice de ellos lo que sigue: "Viven tan castos y clibes, que a nosotros, indignos servidores de Dios, pudieran avergonzarnos". Los sumos sacerdotes o jeques habitaban en el apartado valle de Iraca, (cerca del actual Sogamoso), la Roma de los Chibchas, donde se hallaba el ms rico de todos los templos, construdo de madera y recubierto de refulgentes lminas de oro, y donde los conquistadores creyeron haber descubierto el Dorado. Por desgracia, este templo parece fue incendiado por los soldados espaoles; segn otra tradicin, los mismos sacerdotes chibchas habran arrojado antorchas encendidas al penetrar los espaoles en el templo. Sus ideas sobre la formacin del mundo y del hombre eran muy notables. Creador del Universo fue Chiminigagua, en cuyo regazo reposaba la luz; le seguan en jerarqua divina el sol y

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la luna, con la legin de las estrellas. El mundo fue poblado por una primera pareja humana. Ella era una mujer de extraordinaria belleza, surgida de una laguna que est al Norte de Tunja, y su nombre fue Bachue o Banche. Esta llevaba de la mano un nio de tres aos, el que luego sera su esposo, y engendrador de cinco hijos, los antepasados de los chibchas. El bienhechor de estos, el dios que intervino directamente en su vida, fue Bochica, un hombre blanco de luengas barbas y de cabellos anudados, el cual subi de los Llanos a la Cordillera para ensear a los desnudos habitantes la civilizacin, cultivos, vestimenta y las distintas artes, pero que luego se retir en soledad a hacer penitencia durante dos mil aos, al cabo de los cuales desapareci sin dejar huella. Con Bochica enlazan tambin varias leyendas locales de diluvios, as como la separacin de las rocas para abrir paso al Salto de Tequendama. Segn otra fbula, una deidad menor, Chibchacum, dios de los agricultores y mercaderes, inund por maldad o descuido la altiplanicie de Bogot, de manera que los habitantes hubieron de hur a los montes y contemplar tristemente all el gran estrago. Acudieron entonces a Bochica, y este apareciose una tarde a la cada del sol, en un arco iris y llevando en la mano una vara de oro; con ella, nuevo Moiss, golpe las rocas, de modo que estas se abrieron, precipitronse las aguas del valle formando el Salto de Tequendama, y la Sabana qued seca. Airado Bochica por el comportamiento de Chibchacum, le conden a llevar a cuestas la Tierra; pero de tiempo en tiempo este Atlas de los chibchas se cambia la carga de un hombro a otro, resultando as los terremotos y temblores, explicacin verdaderamente ingenua y potica. De acuerdo con otra leyenda, fue la primera mujer quien causara la inundacin, y una tercera versin se la atribuye a la bella pero malvada esposa de Bochica, llamada Huitaca. Bochica entonces la arroj lejos de s, y ella pas a ser la luna, que ahora alumbra a la Tierra.
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Algunos obispos espaoles quisieron ver en este Bochica una imagen del Apstol San Bartolom, otros la de Santo Toms que all habra predicado el Evangelio, y esto es cosa que acep~ tan hasta algunas personas "instrudas". Los chibchas crean en la inmortalidad de la carne. Por tal motivo enterraban a los muertos junto con sus objetos preciosos y con los que prefirieron en vida, y a los personajes principales los sepultaban incluso con sus mujeres favoritas y les provean de abundantes bebidas y viandas para el camino. Las almas de los difuntos iban en primer lugar, por un tenebroso barranco, a un lugar de prueba situado en las entraas de la tierra, cruzaban luego un ro sobre balsas de tela de araa -por lo cual la araa era animal sagrado- y arribaban por fin a un pas de campos sembrados, donde volvan a encontrarse con sus deudos. Se han hallado muchas tumbas (guacas) con toda clase de objetos artsticos, y las momias, algunas en buen estado de conservacin, en posicin acurrucada, con vestiduras de colores y ricos adornos. Son notables tambin los lugares de devocin donde se exponan las vasijas sagradas, en las cuales, despus de varios das de riguroso ayuno, depositaban los fieles sus presentes en oro y esmeraldas. No ms que al sol, y muy raramente, ofrecanse sacrificios humanos. La sangre de las vctimas tea las piedras del altar a los primeros reflejos del astro del da. Como en la religin, tambin en la forma de gobierno se haca notoria la transicin a ideas ms elevadas. Sin embargo, el gobierno, de modo semejante al del Japn en la antigedad, era desptico. El jefe supremo, el Zipa de Bacat (Funza) tena poder sobre vidas y haciendas. Hay que advertir solo que junto al Zipa ejercan magistraturas los caciques, el ms poderoso de los cuales, el Zaque de Tunja, sostena con l frecuentes guerras. El Zipa dictaba leyes y ejerca la suma funcin de justicia. Nadie

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poda mirarle al rostro. Adems de la esposa que solemnemente le era entregada, tena otras muchas mujeres, ofrecidas por las familias principales. Por lo dems, lo imperante casi de modo general entre los chibchas era la monogamia, y el amor paterno y el filial constituan para ellos virtud santificada. El gobierno era hereditario, pasando el poder al sobrino, y, a falta de este, al hermano del Zipa. El respectivo heredero era encerrado por diez aos en uno de los templos dedicados al sol, donde viva en absoluta continencia, no pudiendo salir de all ms que bajo la luz de la luna. Muerto el Zipa, al sucesor se le haca jurar, sentado en un trono de oro y con una mitra sobre la cabeza, que gobernara bien a su pueblo. Segn relato del ameno cronista Fresle (1636), el Jefe de Bacat, un vasallo, deba cumplir como condicin, despus del ordinario ayuno, viajar en un da de fiesta hasta la magnfica Laguna de Guatavita (situada a 3.199 metros de altitud y con una periferia de 5 kilmetros y una profundidad de 40 metros). Esta laguna trataron en vano de desecarla muchos espaoles, gastando en ello todo su patrimonio. (Segn otros investigadores, el sitio de esta ceremonia era la solitaria Laguna de Siecha, que tambin, y con idntico fracaso, se intent desecar). El mencionado jefe iba rodeado de los sacerdotes; todos se hallaban desnudos y con el cuerpo espolvoreado de oro. En medio del religioso silencio del pueblo que rodeaba la laguna, avanzaba hasta el centro de ella la balsa de los dignatarios, en la que se haban colocado vasijas con humeantes inciensos. Ofrendbanse entonces a la divinidad los ricos presentes que se traan, y comenzaban las abluciones. A una seal determinada, se levantaba un formidable clamor; sonaban flautas, caramillos, tamboriles; se suceda un general regocijo y entonbanse canciones en alabanza de dioses y hroes, de batallas y pueblos. En medio de aquella alegra, dos ancianos con redes de pescar en las manos y situados a la

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entrada del recinto donde tena lugar el gran festejo, ofrecan a los chibchas el smbolo admonitorio de la muerte. Estas tradiciones sobre la ablucin de los hombres cubiertos de oro dieron firme asidero a la creencia del Dorado. Pero, en nuestro tiempo, exista ya la tendencia a desplazar todo ello, de acuerdo con Humboldt, a los plenos dominios de la fbula y del mito, cuando fue hallada en Siecha una lmina de oro de 9 centmetros y medio de dimetro en la cual aparece representada una balsa con diez figuras humanas, destacando como principal la de un cacique. El hallazgo reproduce fielmente la solemnidad aqu descrita y confirma la tradicin de "El Dorado". A especial desarrollo y perfeccin haba llegado la legislacin de los chibchas. Propiedad y sucesin eran conceptos sometidos a ley. Se castigaba con la muerte a los asesinos, corruptores y adlteros. A estos ltimos se les aplic adems la pena de ser enterrados vivos, junto con reptiles venenosos, colocando luego en aquel lugar una gran piedra para que aplastara la memoria del culpable. El ladronzuelo era azotado, al ladrn de mayor cuanta o al reincidente se le daba el castigo de la ceguera. El deudor moroso tena que poner a su puerta un hombre con un tigrillo o un gato monts, y era obligacin suya sustentarlos hasta haber pagado la deuda. El cobarde deba vestir por algn tiempo ropas de mujer y dedicarse a ocupaciones domsticas. Los bienes de los que moran sin dejar sucesin iban a parar al fisco. Una ley especial sobre el lujo determinaba quin poda ostentar adornos. Posean los chibchas un ej rcito rigurosamente organizado, as como fortificaciones. Hay relatos de batallas en las que intervinieron de setenta a cien mil hombres. Su armamento lo constituan mazas, dardos, hondas y arcos para flechas; por eso fueron pronto vencidos por los espaoles.

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La lengua de los chibchas, que los conquistadores no trataron de conservar, se distingua por su claridad y riqueza. (Una gramtica de la misma fue publicada en Madrid en 1619 por P. Bernardo de Lugo). Tambin algunos jeroglficos han quedado, como el de la piedra de Pandi. La mayor parte, empero, de los muchos testimonios de aquella civilizacin resultaron destrudos. Luego, y durante largo tiempo, muchas riquezas consistentes en trabajos en oro y figuras de dolos fueron vendidas al extranjero por colombianos ignorantes y acabaron brbaramente fundidas. Solo hoy da existe el cuidado de salvar los ltimos restos de aquel tesoro; preocupa tambin el esclarecimiento del problema de la procedencia de los aborgenes, y va ganando en verosimilitud la sospecha de que fue la raza amarilla la que tuvo un nexo de relacin con la cultura de los chibchas. Pero hay un antao y un hogao. Es natural que el estudio de la civilizacin primitiva incite a parangones con la actualidad, y pronto se advierte que sera inexacto querer ver en todos los indios de hoy descendientes invariables de los chibchas, pues en la colonizacin ocurri con frecuencia que grupos ms avanzados desaparecieran tambin ms rpidamente por razn de su mayor debilidad. Como nuestras correras ofrecieron buena y grata ocasin para observar los diversos tipos raciales, agreguemos aqu algunas referencias sobre tales cuestiones, con especial atencin a los indios propiamente dichos, pues del habitante de los Llanos, del antioqueo y del negro nos ocuparemos ms adelante con diferentes motivos. En este captulo nos auxiliamos de las estimables anotaciones aportadas por Jos Mara Samper. Los habitantes primitivos de Colombia no constituyeron un todo etnogrficamente unitario. Su carcter, sus costumbres y su grado de cultura varan segn el origen e historia respectivos, y tambin segn el lugar de afincamiento. Entre los tipos raciales los haba rojizos, bronceados, cobrizos, casi negros (estos en

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las tierras bajas), as como amarillos en las altitudes medias, y otros de tez considerablemente blanca (blanquecinos). Solo en virtud de la conquista se entremezclaron y confundieron algo estos grupos tnicos. Por lo comn, los menos civilizados, tribus a veces muy salvajes, viven en los valles de poca altitud, y los ms avanzados, en las montaas y mesetas. El clima ms suave de estos ltimos lugares, su cielo ms alegre, calman las pasiones y dejan tiempo libre a la cultura, pues el cuidado del cuerpo no acucia a toda hora ni la vida se reparte solo entre el comer y el dormir. Muy valientes eran los indios de la zona templada, cuya pretensin era siempre apoderarse de las regiones ms altas y agradables; tenan poca industria y su agricultura era rudimentaria, viviendo principalmente de la caza y del botn de guerra. Comencemos por describir el indio actual de la fra altiplanicie, al que llaman hoy muisca y es, en mayor o menor medida, el descendiente de los chibchas. Es de pequea o mediana estatura, grueso, ancho de hombros y achaparrado; su trax es, por lo regular, de gran amplitud, y fuerte musculatura; su fuerza reside en la nuca, en los hombros y las piernas, por lo cual no suele ser buen jinete ni buen corredor. En c.ambio, resiste caminatas de muchos das y puede transportar las ms pesadas cargas. Su piel es cobriza oscura, como requemada del sol, y apergaminada, de modo que las reacciones emotivas no resultan perceptibles. El crneo es mesocfalo, la cara redonda, ms ancha que larga, la frente estrecha, baja y plana. Los pmulos son salientes, la nariz ms bien pequea y ancha, los ojos, tambin pequeos, miran tmidos y astutos, los labios son gruesos y plidos, hermosa la dentadura, el cabello negro, liso y apretado, con la particularidad de no encanecer jams. Al viejo se le distingue del joven por otros detalles, como las arrugas. El indio autntico es imberbe. En conjunto, no es propiamente una raza hermosa.

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El muisca es un caso tpico de insensibilidad y apata a causa de una opresin de siglos. De su situacin no se da clara cuenta, y es paciente y laborioso; tiene amor al dinero y lo ahorra, pero no hace buen uso de l. Apenas ha logrado una modesta holgura, la primera guerra se encarga de aniquilarle la cosecha; le quitan las vacas y las mulas y ya no las vuelve a ver. Lo mismo acontece con las gallinas. y otra vez torna el muisca a su anterior miseria. De ello viene su fatalismo sin lmites; a ello se debe tambin, por otro lado, su no menos grande desconfianza. En el fondo no es todava cristiano, sino un idlatra y un adorador de santos, y se halla dominado por la ms enorme supersticin; acepta todo lo maravilloso con suma credulidad, y venera al cura como a un semidis. Trata siempre de eludir toda pregunta directa, y la respuesta que da al hombre blanco, no se concreta en un "s" o un "no", sino que utiliza el significativo y pcaro "quin sabe?" El humilde tratamiento que dedica a los superiores es el de "mi amo", lo cual califica la diferencia social mejor que muchas largas explicaciones. El muisca gusta de una vida tranquila y apartada y es fiel a su hogar y a su mujer. Esta es ms amable y agradecida que el hombre, ms accesible a ruegos, ms benigna, menos hipcrita y algo menos fra que l; es, sobre todo, buena madre. El muisca no se lanza a ninguna accin audaz, entusiasta o apasionada en la que l haya de dar el primer impulso. No ofrece tampoco una resistencia directa, sino que se entrega a su destino y obedece ... como un muerto. Reclutado a la fuerza, djase llevar al combate, atacando de mala gana; pero una vez que se le ha adjudicado un puesto, no cede en forma alguna en su defensa y permanece all como clavado. La sociedad no es precisamente su bienhechora, y por eso no la entiende como tal. El muisca no quiere vincularse a nada ni comprometerse a obligaciones de ninguna clase. El alcalde le parece innecesario; el maestro le resulta un enigma; el recaudador de contribuciones,

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un enviado del infierno; el encargado de la censura, un corruptor; el mdico que le vacuna a la fuerza, un monstruo. Los servidores pertenecientes a esta raza sustraen fcilmente objetos sin valor y dinero suelto, pero, en cambio, se les pueden confiar sumas grandes, o dejarlas a su alcance tranquilamente sin temor a que vayan a cometer un hurto. Ni pendenciero ni vengativo, ni comunicativo ni servicial, ni cobarde ni emprendedor, ni depravado ni vicioso (a lo sumo, un tanto propicio a entregarse al quitapesares de la embrutecedora chicha), el muisca es todava un incompleto elemento de civilizacin, una roca a la que queda an por arrancar el agua mediante la varita mgica de la inteligencia. El indio de las altitudes medias en las vertientes de las cordilleras andinas -por ejemplo, el del grupo racial de los panches- tiene ya piel ms clara, si bien algo broncnea. Comparado con el muisca, es de cabello menos negro, tiene mirada vivaz, frente alta y abombada, nariz ya un poco aguda, figura de cierta elevacin y esbeltez; las formas estn mejor acusadas, la voz es ms resuelta. Los vestidos usuales son de indiana o de algodn, preferentemente de tejidos ligeros y colores claros. El panche, algo ms orgulloso que el muisca, se porta mejor en el ejrcito, aunque al principio no es muy valeroso y suele rehur el peligro en las revoluciones. Es amigo del jolgorio del baile y de las fiestas; su bebida favorita, el guarapo. Mucho ms inteligente y con ms aprecio de la libertad, a su superior no le dice "amo", sino "patrn", toma parte en las elecciones y vota, si puede, por los liberales. Le gusta mo~erse por el pas haciendo oficio de arriero o vendedor. No le dIsgusta la artesana, y as se dedica a fabricar sombreros de paja, cigarros, esteras ... ; elabora azcar, planta frutales y flores. Su sentimiento religioso, abierto e ingenuo, raramente degenera en fanatismo; tampoco teme demasiado al cura, y a veces hasta se atreve a hacer burla de l. Conocen esas gentes una gran cantidad de cuentos, muy

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tiernos y sentimentales, que solo despus de repetidos requerimientos llegan a relatar, cosa que hacen tmidamente y con una ingenuidad encantadora. Este indio es un tipo pacfico y afectuoso, simptico, hospitalario, fuerte y viril. Las mujeres son lindas, suaves y atractivas. El indio de tierra caliente no puede ser diferenciado exactamente en cuanto al color, pues tan pronto es bronceado como de un magnfico tinte moreno, de un tono amarillo de cera o de otros matices distintos como consecuencia de los cruces. Por lo comn, los cabellos son ya algo crespos, los ojos reflejan pasin, el andar es rpido y garboso, un tanto sensual en las mujeres. Ms que la religin se hacen presentes aqu la libertad, la independencia y la poltica. Las pasiones se levantan en altas llamaradas y se repliegan luego sobre s mismas. Las peleas son frecuentes, sobre todo en cuestiones amorosas. Estas gentes son ms moderadas y ms limpias que en la altiplanicie, pero ms libres en sus hbitos. Pasan la vida en medio de una desembarazada alegra y contentos, tambin con un cierto lujo. El trabajar se justifica casi nicamente por lograr los medios para gozar y divertirse. Se pesca, se caza, se monta a caballo, se nada, se baila, se fuma, se toca la guitarra y la bandola, se canta, se juega a los naipes ... La bebida habitual es aqu el aguardiante o el ron de caa, o sea el licor que se extrae de la caa de azcar, ms una parte de ans. En suma, les gusta lo que en forma rpida anima y satisface. Al extranj ero se le acoge bien y con cordial sinceridad. Hablemos algo ahora de las razas mixtas. Del mestizo, o sea la mezcla de indio y blanco, y al que ya hemos encontrado repetidamente, podemos prescindir aqu, aun cuando sintamos la tentacin de presentar, en especial, al mestizo del Alto Magdalena, al habitante de N eiva y su comarca. Son gentes vigorosas y de esbelta figura, que se dedican con gusto y aficin a las

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faenas agrcolas o a la ganadera, y a menudo emprenden viajes de negocios. Se distinguen por su modestia, sencillez y amabilidad, estn abiertos a todo lo nuevo y bueno. Son adems tranquilos, casi rayando en la falta de vivacidad, y bastante sentimentales. Un tipo interesante es el mulato colombiano, en lo exterior ms prximo al negro, pero que por otras cualidades delata mayormente la ascendencia blanca. Del negro ha heredado la resistencia y la fuerza para soportar trabajos duros; de los espaoles, un natural hasta cierto punto herico, pero tambin arrogante y parlanchn, el espritu de la galantera -que hace aparecer menos brutal la sensualidad del negro-, y adems el sentido potico, y la terrible soberbia del "caballero", que no permite menoscabo a la dignidad o al honor. El mulato es tan bondadoso y dcil, cuando se le trata adecuadamente, como descarado, colrico e ingobernable cuando se cree despreciado u ofendido. El excitable y revoltoso mulato, tan inquieto, inconstante, y tan libre adems en cosas de religin, en Colombia ha aprendido a amar la movilidad. Por tal motivo, se halla presente en todas las revoluciones y constituye en ellas un factor humano difcil de dominar, distinguindose por su bravura. A los superiores les dice "seor", lo que indica que se halla ya en un escaln ms elevado, o al menos, que lo cree as. El afn de progreso, la emulacin, el deseo de refinarse, de llegar a ser persona conocida y figurar socialmente, han llevado ya a puestos directivos de la vida pblica a muchos hombres de esta inteligente raza. Educacin e intereses materiales habrn de facilitar al mulato los necesarios medios para dirigir su avance; tiene tan buenas dotes para ilustrarse y medrar, que no puede dudarse del futuro que le aguarda. Menos satisfactorias son las posibilidades del zambo, que llama "blanco" a su jefe o dueo y con ello expresa ya instin-

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tivamente la gran diferencia que existe entre, de un lado, las razas inferiores de los negros y los indios ~e las que l procede- y, de otro lado, los blancos. El zambo se siente todava en estado de semibarbarie, y as es en efecto. Casi todos los de esta raza habitan en el valle del Bajo Magdalena, donde ya los encontramos como bogas (o barqueros), en medio de la miseria y en un clima donde, segn expresin de un poeta, el sol y la tierra se abrazan con inmensa lascivia. Decidido y valiente frente a los peligros de la naturaleza, el zambo tiembla ante la vista de un fusil o un revlver; capaz de soportar todas las fatigas, ms que cosa alguna le importan la bebida y las mujeres; canta en medio de los peligros y muere en medio de loco frenes. Su lengua es un revoltijo difcilmente comprensible y lleno de groseras e improperios. Solo el avance de la civilizacin lo sacar poco a poco del aislamiento, y con ello de su atrofia y su indiferencia, haciendo el debido uso de la gran energa corporal que lo distingue. Ninguna raza puede en Colombia prescindir enteramente de las otras. Las mezclas y cruces son necesarios en un pas de tan enormes diferencias. En realidad, las razas fundamentales encuentran grandes dificultades para dominar con carcter exclusivo. Al blanco le falta capacidad de resistencia al clima; el indio est aquejado de indolencia, fruto de su larga explotacin; al negro le perjudican sus malos instintos todava no domeados. Poco a poco, por la fuerza de las circunstancias, ha de irse formando un tipo comn de colombiano. Si el blanco contribuye de forma predominante con su inteligencia, su enrgica voluntad, sus muchas buenas prendas congnitas y la multitud de valores de la tradicin, si el negro aade algunas gotas, no muchas, de su capacidad de adaptacin a la naturaleza tropical, junto con su fecundidad y su sentido potico, y si a ello se
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suma la resistencia y la tenacidad de los aborgenes, entonces llegara a cristalizar una raza bastante homognea, la cual, identificada con el pas, habra de dar a este honra y provecho. Tal fusin podra consumarse, tal vez, para dentro de un siglo. Mayor capacidad vital, ms iniciativa, un ms enrgico espritu de independencia y de empresa, un menor grado de fanatismo y supersticin, un sentido ms maduro de la democracia, seran el resultado natural de esa mutua penetracin de razas. Y con ello se crearan las bases imprescindibles de un desarrollo poltico ms tranquilo y sosegado.

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EN LOS LLANOS

A las cinco de la madrugada del da 7 de diciembre de 1883, cuatro jinetes sobre rpidos corceles galopaban por las calles de Bogot, envueltas todava en la oscuridad nocturna. Del irregular empedrado saltaban chispas bajo los cascos de las cabalgaduras. Misterioso y oscuro como la noche, esperaba el futuro ante nosotros. La idea de ir a recorrer una regin desconocida, cuyos riesgos se duplicaban en la imaginacin, llenaba nuestro pecho de un espanto casi placentero, de un miedo que atraa, pues nos sentamos tan valientes y animosos como amenazados y en apuro. Se levantaban en la fantasa las viejas historias ledas en la niez con afn devorador, aventuras de caza, con leones y tigres, con indios salvajes, con manadas de reses y rebaos de bfalos. .. El fantasma de la fiebre amarilla nos haca muecas horribles y nos llenaba de mortales presentimientos. Era como si viramos a Bogot por ltima vez, como si diramos el ltimo adis a la civilizacin... Silenciosos, casi sombros, seguamos cabalgando, arrepintindonos por algn momento de la expedicin que bamos a emprender. Pero nadie miraba atrs. Cuando a eso de las seis rompi sbitamente el da, estbamos ya sobre el camino que desde Bogot sube, en direccin Sur, por las laderas de la Cordillera Oriental. Los espritus comenzaron a tranquilizarse y despert el puro gozo de vivir. Bromeando y cantando, dejamos la ciudad.
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Era, en verdad, un buen grupo, gente joven y de excelente humor, constitudo por dos estudiantes de medicina, ya de los ltimos cursos, por un estudiante de bachillerato, de diecisiete aos, y por m. Uno de los futuros mdicos, Alberto, y el muchacho ms joven, Simn, eran hijos del mayor propietario de tierras y ganados en la parte de los Llanos que nos proponamos recorrer. Una familia que se haba distinguido por su laboriosidad. Cabeza de ella era el doctor Emiliano Restrepo, quien por su incansable celo, gran saber y hbil desempeo en sus funciones de abogado, haba llegado a ocupar una sobresaliente posicin, especialmente entre los juristas y en la poltica liberal. El otro estudiante era natural del Estado de Cauca y le llamaban "el negro Abada". Este mulato, aplicado y listo en los estudios, y tan servicial como oportuno y chistoso, resultaba un excelente compaero de viaje. Se reuna all lo que es tan difcil de hallar junto en estas ocasiones: conocimientos previos sobre la comarca que se va a visitar, don de observacin, personalidad agradable, afectuosa y sana, as como la conveniente seriedad, para no dar la razn al proverbio ''Mentitur qui muItum vidit". Despus de tres horas y media de dura cabalgada, alcanzamos la altura del paso de la Cordillera Oriental, esto es, el descenso del terreno que como una rampa se endereza hacia la Sabana de Bogot. Nos encontrbamos en el Boquer6n de Chipaque (3.223 metros sobre el nivel del mar). Soplaba un viento helador. Tiritando nos arropamos con nuestras ruanas y tratamos de avanzar lo ms rpidamente posible, pasando ante la pobre cruz de madera que a nuestra izquierda se alzaba en aquella altura. Por pedregosas caadas se descenda hasta el vane, oculto bajo densa niebla. Pronto nos separamos del camino y avanzamos a la izquierda hacia una casa de campo que distaba como un cuarto de hora y perteneca a una hacienda, todava en clima bastante fro, administrada por el hijo mayor de la familia Restrepo, Flix.

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Los peones, tanto indios como indias, se haban agrupado igual que gitanos, en torno a grandes calderos, para tomar el desayuno. Este consista en una sopa de papas, arroz, maz y yuca. Cada cual se iba sirviendo con su cuchara. Los indios de esta regin son parecidos a los de la Sabana de Bogot. En tiempos fueron sbditos del Zipa de Bacat, hallndose, pues, bajo iguales leyes polticas y religiosas que los chibchas. Y, como estos, siguen siendo hoy da pacficos y dciles. Curiosos son los apellidos que llevan, pues los espaoles no tenan a mano patronmicos para todos; muchos se llaman segn lugares (Bogot, Chipaque, Boyac) o tambin con apellidos como Piernagorda, Chizo, Ladino. Despus de tomar un sencillo desayuno, seguimos bajando hasta llegar al pueblo de Chipaque. Su cuadrada plaza se encuentra en un declive y la rodean una capillita, una iglesia ms grande y un edificio oficial. El pueblo se halla en medio de muy verdes y crecidos pastos y de campos de cereales. En torno a las casas, se ve gran nmero de gallinas y cerdos, a los que se alimenta con el mucho maz que all se cosecha. De algunos aos a esta parte, Chipaque ha progresado mucho en la agricultura: hoyes un ejemplo de fertilidad y de trabajo. Seguimos bajando, y luego de una hora, aproximadamente, cambiamos nuestros caballos por mulas, pues el camino empieza all a ser ms difcil. En rpida pendiente llegamos hasta el valle del Cqueza, que corre ya por regin clida, entre tierras que exhalan los ms gratos aromas. Pero el pueblecillo de Cqueza, cosa curiosa, no fue construdo a la orilla misma del ro. sino a unos 300 metros sobre l, as que estn en cuesta todas las calles y hasta la plaza, en la que se levanta una enorme higuera. Desde aqu se disfruta una hermosa vista de los macizos peascos que llaman los Organos.

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Nos damos cuenta de que el ro se va incrustando cada vez ms profundamente pero slo arrastra tierra de la margen que no se halla cultivaba. A la izquierda, donde las orillas caen abruptamente, y que solo ms arriba forman escalones, asoma de vez en cuando, baado por el sol entre las plantaciones, el alegre ranchito de algn indio. A la orilla derecha amarillean hermosos campos de caa y grandes maizales. Ahora no seguimos el ro para, a lo largo de l, salir del valle (si bien el sentido prctico del seor Restrepo ha visto ya la posibilidad de ese camino natural y hasta lo ha trazado), sino que, al estilo de los itinerarios espaoles, cabalgamos con gran derroche de fuerzas por los collados que van paralelos al Cqueza, especialmente por el Alto de Guatoque. Van descubrindose innumerables pliegues y arrugas de la cordillera, y todo ello parece querer inclinarse hacia el Oriente. Es un verdadero laberinto de cimas, una delicia o un susto para el gegrafo de profesin. Ante nosotros vemos abrirse un gran valle, del que sale el ro Negro; junto a la erizada montaa de Santa Ana se encuentra con el Cqueza, y ya unidos discurren por entre amarillentas, empinadas y calvas laderas, en las que ni siquiera pudieron sembrarse pastos, sin duda a causa de los brbaros desmontes practicados en esos tiempos. Cantando y disparando sobre las becadas que saltan de entre las matas y arbustos del camino, va transcurriendo el tiempo, y as salvamos por fin la ltima loma que encajona el valle. Hacia las cinco de la tarde bajamos por un inclinado camino a cuyos lados crecen bellos cactus. Cuando el sol desaparece tras los montes, llegamos a una posada, donde, despus de algunos tratos con la pa.trona, se nos sirve una modesta, colacin y se nos adjudica un lugar para pernoctar, todava ms modesto. Dos de nosotros duermen fuera, en hamacas, en la parte

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cubierta del patio; y los otros dos han de acostarse en el suelo en un cuartucho maloliente y sin ventilacin y tramar la correspondiente amistad con las sabandijas. Nos tenemos que ir acostumbrando a dormir en hamacas, cosa que fatiga mucho hasta haber aprendido a adoptar la posicin conveniente. Se trata de no tenderse a lo largo sino oblicuamente, de modo que la hamaca est lo ms tensa posible en la parte central y la cabeza no quede demasiado alta. Nos remos del alojamiento procurando convencernos, como Don Quijote, de estar aposentados en un "fermoso castillo". Tambin nuestras cabalgaduras estuvieron mal en punto a comida, y al da siguiente trotaban con la cabeza baj a. A las siete y media de la maana nos ponemos en marcha nuevamente y pasamos por una primera prueba. No lejos de la posada haba antes un puente de hierro sobre el ro, estrechado all entre dos bloques peascosos. Al lugar le llamaban sencillamente "el Puente de Hierro". La obra se haba encargado, a muy alto costo, en los Estados Unidos, pero, lean y asmbrense ustedes, la longitud del puente se calcul demasiado por 10 bajo, de modo que los extremos del mismo se apoyaban sobre los machones de una extensin de solo algunos centmetros. En lugar de cuidar esmeradamente la obra, se la dej arruinar, y los vecinos del pueblecito de enfrente, Quetame, llegaron en su tontera y maldad a desear la destruccin definitiva de aquel paso. Y ello aconteci al fin. Un da el puente se dobl por la mitad y se precipit en el cauce. Ahora hay un cable que va de un pilar a otro, y del cable pende una canastilla para el transporte. Pero nosotros hubimos de pasar el ro con los caballos. Afortunadamente, el caudal no era muy grande y nos evitamos esperar dos o tres das enteros, cosa que les toca a quienes se encuentran con una crecida. Recibimos algunas instrucciones y nos echamos al ro. El agua les llegaba a los animales hasta la mitad de la montura, de modo que nosotros, en lugar de cabalgar, bamos
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tendidos sobre el lomo del caballo. El jinete debe imponerse el no mirar al agua sino a su cabalgadura. En caso contrario, puede marearse y entonces est perdido. Todos los aos hay algn inexperto que resulta arrastrado por la corriente. Parece que el agua no se mueve, sino que constituye una superficie quieta; el jinete, en cambio, por esa ilusin de los sentidos, cree ser el que desplaza con la misma velocidad de la corriente. Con una sensacin extraa, alcanzamos la otra ribera. Por lo menos, se nos iba algo la cabeza. Solo despus de adquirida una cierta prctica, podamos cruzar ros en tales condiciones sin experimentar trastorno alguno. El resto del camino, excepcionalmente, ha sido trazado bien, por los ingenieros del gobierno, a lo largo de la ladera de la margen del ro, y la ruta discurre sin grandes subidas y bajadas, pero la anchura es solo de un metro; por lo dems, el camino se va ciendo a los entrantes determinados por los pequeos arroyos que all pasan. N o existe pretil, as que cuando a alguno de los animales le da de pronto por cocear, tenemos que desmontarnos como precaucin para no ir a parar a las negras aguas que corren all abajo a varios cientos de metros de nuestro camino. Hoyes 8 de diciembre, da de la Inmaculada Concepcin, cuya devocin se ha introducido en Colombia con notable rapidez. En todas las casas, hasta en las ms mseras, se ven paos que como banderas penden de palos o mstiles. Son en su mayora colgaduras de muselina blanca adornadas con cintas azules. y los pobres, los que no pueden adquirir esas cosas, se sirven de pauelos blancos o de colores, de colchas de cama o de cortinas; sobre estas prendas se sujetan en todo caso una o dos letras de papel dorado. Y las gentes de pobreza an ms extrema cuelgan solo manojos de frutillas de colores encendidos o ramilletes de flores', el ornamento de la naturaleza.

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Hacia Monte Redondo, en cuya ladera ha puesto lndalecio Livano un trapiche con maquinaria de hierro, el camino se hace muy interesante. En el ro Negro desemboca ahora el ro Blanco, que baja del pramo de Sumapaz. A lo largo de las pedregosas mrgenes de este ro debi subir en 1538 el alemn Federmann, con sus ciento cinco hombres y algunos caballos, desde los Llanos a la Sabana de Bogot. Penetramos por el amplio valle transversal de Chirajara, por cuyo fondo resuena un impetuoso torrente que ha arrastrado hasta bloques de roca. El camino discurre ahora por las pendientes del valle describiendo un arco como de media legua. Algunas partes en las que se produjeron desprendimientos de tierras, han quedado reducidas a la anchura de una veredita, de modo que uno no puede tropezarse con alguien que venga en sentido opuesto, pues no habra manera de cederle el paso, y por eso la mirada se dirige al abismo no sin cierta preocupacin. Desde el otro lado del semicrculo vemos animales cuyas grandes cargas pasan rozando la ladera, y ellos siguen adelante, sin el menor susto, y superan aquellos peligrosos lugares, demostrando una vez ms la incomparable seguridad de una buena mula. El siguiente trayecto del camino fue construdo en la roca, sobre abismos y en una anchura de dos a tres metros. El autor de la obra es un ingeniero del gobierno, Dussn. N o puede negarse el mrito de esta realizacin -poco imitada, desgraciadamente, en Colombia-, sobre todo si se tiene en cuenta que durante los trabajos los obreros tenan que descolgarse con cuerdas desde la selva virgen que cubre aquellas alturas, al objeto de hacer en la roca las perforaciones precisas para las voladuras con plvora. La pared rocosa retrocede, la ladera del valle se hace ms accesible, algunas de las aguas que bajan de la montaa tienen tan maravilloso marco de matorral y selva, que constituyen
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verdaderas joyas del paisaje. Junto a la hermosura, el peligro. Anotemos que los puentes de madera que cruzan las torrenteras -y que constan de una, o a 10 ms dos vigas, y encima tablas y tierra, sin proteccin de pretil alguno-- no se hallan siquiera en buen estado, y a menudo han de soportar la carga de los desprendimientos de tierras. Un puente en tales circunstancias, por el cual pasamos, se hundi a los dos das al cruzar sobre l un ganado. Al atardecer llegamos a Susumuco, una hacienda del seor Restrepo. Abajo, en el valle, hay una casita con un trapiche. y despus de un cuarto de hora de subida, en medio de una regin de pastos que parece un paisaje suizo, se encuentra la casa de campo de esa familia, que en clima tan tonificante suele pasar de cuando en cuando algunos meses. El valle es angosto; enfrente hay bosque muy denso, un amplio paraje de caza en el que campa el jaguar. En las cercanas de Susumuco, donde vi los primeros rboles de la quina, hay una magnfica cascada que se desprende por una hendedura de las rocas. El domingo, 9 de diciembre, encontramos muchos rebaos de ganado vacuno que en grupos de veinte o treinta reses eran llevados a Bogot. Avanzaban lentamente, entre el constante gritero de los mayorales, deteniendo a menudo la marcha de nuestras cabalgaduras. El traslado de los pobres animales dura por 10 menos siete das, y son grandes las privaciones que pasan por la falta de piensos y abrevaderos, pese a que de propsito se han cultivado algunos pastos junto al camino. Es tan dura la fatiga, tan fuertes las lesiones de las pezuas, que a veces, hasta los animales ms rollizos llegan flacos y dbiles a la Sabana, ocurriendo que, con los cambios de temperatura, contraen enfermedades pulmonares, y no es raro que sucumban a la tuberculosis.
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Los pjaros nos dan particular gozo, sobre todo los mochileros, de amarillo y brillante plumaje, que van y vienen a sus nidos, parecidos a bolsas colgadas en lo alto de las palmeras, y los diminutos colibres, que volando, dejan tras s como una estela de colores. Hoy da, terminado ya el camino, bastante ancho, que de Susumuco a los Llanos trazara el seor Restrepo, debe de disfrutarse a placer la hermosura de aquellos parajes. La nueva va sortea los lechos de los torrentes, a los que antes haba que bajar casi verticalmente en una profundidad de hasta cien pies. El camino actual, excelentemente proyectado y cuyas ventajas pudimos apreciar por haber experimentado todava una parte del casi impracticable camino viejo, lleva hasta la ltima eminencia de la Cordillera, el Alto de Buena Vista. La pendiente mxima es del doce por ciento, pero en general no suele pasar del cinco por ciento. En la altura dicha se haban colocado en el camino, y cayendo oblicuamente sobre ste algunos troncos de enorme tamao, de manera que el jinete tena que echar pie a tierra, desensillar la cabalgadura y pasar agachndose por debajo de aquella barrera. Al otro lado, junto a sus caballos, haba unos cuantos bizarros personajes, propietarios llaneros, que haban salido a nuestro encuentro para darnos la bienvenida. Despus de cambiar cordiales saludos, nos volvimos a contemplar el paisaje.
Cmo describir nuestro asombro y nuestra delicia al ver extendida sbitamente ante nosotros la inmensidad de los Llanos? Es difcil imaginarse la grandiosidad y magnificencia de este panorama, que queda indeleblemente grabado en el recuerdo de quien lo contempla. Nos hallamos en las ltimas estribaciones de la cordillera, solo 700 metros sobre el nivel del mar y en una regin de formidable selva virgen. A la derecha vense ros que por abruptos barrancos irrumpen en la llanura. Y a la izquierda,

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la cordillera, que se va perdiendo hacia el Norte y que todava lanza algunos ramales sobre los Llanos, como bastiones avanzados por la azulada lejana. Son las montaas de Medina, separadas de la cadena principal por un desfiladero. y ante nosotros, en un perfecto semicrculo cuyo radio mide treinta leguas, i los Llanos! No se podra imaginar contraste ms impresionante y fuerte que el que forman las macizas, inextricables cordilleras, que ascienden hasta la regin de las nieves perpetuas, y esta uniforme llanura tropical. Grande y mayesttico es el Ocano en su soledad y en su totalidad armnica. Ms grande y conmovedor es el espectculo de los Llanos. Rgidas y muertas son las olas, como una imagen del horror y de la fuerza ciega. Los Llanos tienen movimientos de color y diversidad sin fin; son una imagen de la vida, que no predica al hombre su total impotencia, sino que, al menos, despierta en l esperanzas como las que se alzaron entre los compaeros de Coln al escuchar el mgico " Tierra!, i Tierra !". A los Llanos se los considera uniformes. Vistos desde aqu, no lo son. En efecto, innumerables ros cruzan lentamente la llanura como cintas de plata que parecen enrollarse sobre s mismas en la lontananza. Todos esos ros estn orlados de espesa selva, de suerte que luchan entre s tres diferentes colores: primero, el gris espejeante de los ros; luego, el jugoso verdegrs de los pastos, ms intenso en la fecunda poca lluviosa; por ltimo, las sombras oscuras de los bosques, manchas que rompen la continuidad del verdor. y por sobre todo ello est la conmovedora virginidad de la Naturaleza, que sublimemente nos pone ante la mirada algo unitario y como creado de una sola pieza, algo que en su misteriosa inmensidad e inagotabilidad parece recordarnos la propia insignificancia y simbolizar el sumo poder. Despus de un descenso de hora y media llegamos a Villavicencio, lugar principal del territorio de San Martn. Este pueblo, recostado en la cordillera y no fundado hasta 1842, consta de

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una calle bastante larga, que est trazada en direccin a los montes y recibe los vientos que desde ellos soplan, de una gran plaza cuadrangular cubierta de yerba, y de algunas callejas afluentes. Unos cuantQs centeIl;ares de personas hablitan las poco notables casas del lugar, con cubierta de paja (ranchos), con suelo de simple tierra apisonada y muy primitivas en todos los dems detalles. Sumamente sencilla es tambin la iglesia, asimismo con techo de paja y piso de tierra; parece un granero grande, al fondo del cual se hubiera levantado un modesto altar rodeado de algunos malos cuadros. El correo y la sede del gobernador y del juzgado se alojan en ranchos parecidos. Pero est muy lejos de nosotros dar una intencin de burla a esta descripcin, pues para ello tenemos sobrado cario y estima por los vecinos de Villavicencio. Aquellas buenas y fieles gentes nos acogieron y atendieron, en medio de su sencillez, con una obsequiosidad y gentileza nada comunes. El mismo trato recibir all todo viajero que les sea simptico. Recuerdo que la excelente ama de casa que nos prodig sus cuidados como huspedes de don Ricardo Rojas, a la sazn socio principal del seor Restrepo, y la cual hizo gala de sus variadas artes de cocina, nos dijo adis con lgrimas en los ojos, dando una prueba de la afectuosa fidelidad de aquellas personas, que siempre tuvimos ocasin de comprobar. Villavicencio est a algo ms de veintiuna leguas de Bogot, distancia que cubrimos en dos das y medio. Pero los hijos del seor Restrepo y otros llaneros han llegado a hacer este recorrido, en algunos casos, en solo unas diecisiete horas y sin detenerse, pero cambiando varias veces los caballos. La poblacin est a 455 metros sobre el nivel del mar y tiene una temperatura media de 28 grados centgrados. Parece ser que Federmann mand hacer en estos lugares una fragua, al objeto de herrar sus caballos para la subida de la cordillera. Los alrededores han sido antes selva virgen, que se extenda en una ancha franja a lo largo de la
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cordillera. Las talas han hecho ms ameno el actual paisaj e. Es frecuente la sensitiva (Mimosa pdica), que cierra sus ptalos al ms ligero roce. Antes de recorrer los alrededores, vamos a dar alguna noticia general sobre los Llanos. En territorio colombiano se dividen en tres partes: las inmensas llanuras del Caquet, los Llanos de San Martn (donde nos encontramos) y los de Casanare, al Norte. Por estas llanuras, que comprenden casi dos tercios del territorio total de Colombia y son veinte veces mayores que Suiza, extienden sus afluentes el Orinoco, al Norte, y el Amazonas, al Sur. Aqu viven an en estado salvaje unos cien mil indios, y la cifra quiz se quede corta. El territorio de San Martn, el del centro, perteneci antes al Estado de Cundinamarca; en 1867 se separ de ste, pasando al gobierno de la Unin, y desde 1868 es administrado por un gobernador, nombrado directamente por el Presidente de la Repblica. En 1886 volvi al Departamento de Cundinamarca. Su extensin es, segn unos, de 117.000 kilmertos cuadrados, y segn otros de 105.000. El Orinoco, a cincuenta leguas, marca al Este la frontera con Venezuela. Su afluente principal es el Meta, con doscientas veinte leguas de longitud. Una maravillosa red de ros grandes y pequeos riega la frtil regin; es raro caminar ms de cuatro horas sin encontrarse con alguna corriente de agua. Los jesutas fueron los primeros en fundar colonias en estas regiones, y los beneficios fueron muy considerables. Al ser expulsada de Colombia la Compaa de Jess en 1773, se perdieron los resultados de la colonizacin. Hasta hace veinte aos no se dio nueva vida a este territorio, gracias, especialmente, a las gestiones y trabajo del Dr. Restrepo, que en todo momento ha representado con entusiasmo los intereses del pas, hacindolo tambin en el Congreso en su calidad de Comisario. .. Los habitantes civilizados se han establecido a lo largo de la cordillera y solo lentamente van penetrando en los Llanos propiamente dichos, por el Oeste desde

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Colombia, y por el Este desde Venezuela. Tambin junto al Meta han afincado ya gentes blancas, de modo que este ro constituye una va natural de comunicacin con otras tierras y pases. Las correras realizables podan dirigirse, bien hasta las ltimas avanzadillas de los habitantes civilizados, o sea metindose en los Llanos a unas veinte o treinta leguas de Villavicencio, o bien a lo largo de la cordillera, por donde se extiende, como hemos dicho, una franja de la exhuberante selva tropical con predominio de muchas clases de palmas, del rbol de la quina y del caucho. Pero en aos anteriores se ha esquilmado, entre los rboles de la quina, la buena especie de la China lancifolia. Para obtener la corteza del mismo se abata, sin ms, el rbol, abriendo as la gallina para arrebatar el huevo de oro que todos los das estaba poniendo. Tambin los rboles del caucho eran cortados, en lugar de hacerles las incisiones y recoger en vasijas la leche que fluye para luego concentrarla mediante la evaporacin del agua y la eliminacin de las impurezas. Despus de abandonar Villavicencio y de dejar atrs el arroyo Parado, cuyas transparentes aguas invitan a baarse en l, y luego de atravesar la primera gran hacienda "El Triunfo", de los seores Restrepo y Rojas, se llega, algo al Norte del pueblo, al ro Guatiqua, que, descendiendo de los montes, corre a unirse al Meta. Por aqu tendr de 60 a 80 metros de anchura, su agua es muy clara y la corriente bastante torrencial, y hay gran abundancia de pesca. La ribera derecha es escarpada. El Dr. Restrepo haba hecho tender sobre el ro un cable por el que, mediante una polea, se deslizaba un cesto colgante, y as se efectuaba el transbordo de pasajeros. La mquina estaba entonces en reparacin, as que hubimos de vadear el ro, a unos cinco minutos ms abajo de donde est el cable, por el llamado "Paso"; la profundidad no es all mucha, pero la corriente sigue siendo bastante impetuosa. Al llegar a la otra orilla se penetra por una grandiosa selva.
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Troncos de ochenta a cien pies de altura y de varios metros de dimetro elvanse all majestuosos, envueltos en una maraa de plantas trepadoras, fantstica orna~entacin que contemplan admirados los ojos. Se ve el bblico cedro, el bano, el sndalo, la caoba, el dividivi, el indestructible guayacn, el diomate, el aromoso loe y distintas variedades de palmas. Atrae enseguida la atencin el corneto, cuyo esbelto y pulido mstil se levanta hasta una altura de 28 metros. Las races suben unos doce metros por el tronco y lo rodean abajo formando como un embudo, como una pirmide de fusiles. El fruto de este rbol tiene el aspecto de un gran racimo de uva de la altura de un hombre y pesa, segn Andr, de 50 a 80 kilos. Se alzan tambin all la palma corozo, de cuyas fibras se tejen vestidos, y la denominada cumare, de la que se hacen cuerdas muy resistentes. Pero la palma ms til es la Mauritio flexuosa, llamada comunmente moriche, que alcanza de 15 a 20 metros de altura y es de hojas abundantes en forma de abanico, cuyo conjunto se extiende como una sombrilla. Estas hojas son las que se utilizan preferentemente para techos. La medula del rbol da una especie de pan; tambin los frutos son comestibles. Del tronco se extrae el vino de palma, y de las hojas se hacen cordeles, redes, hamacas. La madera es de fcil corte y se emplea en la construccin; de ella se fabrican tambin arcos para lanzar flechas. El indio del Orinoco tiene, pues, en esta palma un recurso de universal utilidad. La selva se va aclarando poco a poco. En torno yacen gran cantidad de troncos medio carbonizados; otros se alzan todava como altas columnas, testigos de una desaparecida magnificencia. Para conservar las plantaciones ha habido que quemar la selva, operacin que se llama desmonte. Ahora llegamos a una pradera bien cuidada y con agua abundante, cuya yerba, denominada par, crece sobre un suelo hmedo y rico en humus y llega hasta la altura de los hombros.

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Ms all de los potreros o pastos est la casa de la familia Restrepo. Esta morada, muy amplia, cmoda y bonita, domina la hacienda llamada "La Vanguardia". En torno a la construccin va un corredor desde cuya parte oriental se disfruta de una magnfica vista de los Llanos, especialmente de la misma finca, que es muy hermosa. En 1871 cre el seor Restrepo esta hacienda en medio de denssima selva virgen. Su espritu emprendedor, su constancia y su indomable energa son merecedores de alta estima y admiracin. Gracias a las gentilezas de mi hospitalario husped y de sus hijos, y gracias a las frecuentes cabalgadas por las haciendas, me fue posible tener una idea bastante exacta de la vida en los Llanos. Por las noches tenamos entretenidas y tiles conversaciones con referencia especial a ese tema. La temperatura a tales horas era sumamente grata, el cielo apareca lleno de estrellas. Los cocuyos brillaban por la oscuridad, y miles de gusanitos de luz mantenan encendidas sus pequeas linternas. El lejano horizonte se alumbraba de relmpagos. De vez en cuando se vea en lontananza el desencadenarse de una tempestad en medio de las densas nubes. y los rayos hacan incesantes guios de luz. Lo que ms admiracin me produca era que las centellas no cayeran en vertical u oblcuo zigzag sobre la tierra, sino que se movieran horizontalmente, de suerte que todo el semicrculo de la lejana era como una lnea de fuego. Hasta se dio el caso de que los rayos se escindieran en extraos trazos curvos y que algunos de ellos describieran magnficas serpentinas lanzadas en inclinado giro hacia la altura. N os bamos a dormir bastante pronto, y lo hacamos en hamacas y con las ventanas abiertas. Nos arrullaba el aleteo de las palmas de abanico, y con ellas se armonizaba tambin el susurro de algunos cocoteros trados del Estado del Tolima, A eso de las seis me despertaba y sala en seguida al aire libre. Rojo como fuego, se alzaba el disco del sol sobre la lejana lnea del
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horizonte, en la que se apreciaba con toda claridad la curvatura de la tierra. El sol era de un tamao inusitado y su brillo no hera los ojos. El giro del astro se iniciaba velocsimo. Hacia las siete de la maana tena ya a nuestra vista su tamao normal y haba alcanzado su clida radiacin. Tambin a primera hora salamos a caballo. Los hacendados tenan que ocuparse del ganado, echar un vistazo a los pastos y plantaciones, haba que sembrar y recolectar. Al principio, para proporcionarse uno de los principales productos alimenticios, y pensando tambin en la cra del ganado de cerda, se sembraron extenssimos maizales. El cultivo es de suma facilidad: la estacin seca, el verano, comienza en los Llanos con el mes de diciembre y dura hasta mediados de marzo, o sea no ms de tres meses y medio. Los ros han reducido su caudal; el aire es claro y transparente; las noches, estrelladas y magnficas. Este buen tiempo 's e aprovecha para la tala de bosques o para iniciar el cultivo de tierras. El grano de maz es introducido sencillamente en el suelo fertilizado por la misma ceniza. A partir de mediados de marzo empiezan a caer constantes aguaceros, los cuales imposibilitan todo trabajo al aire libre. Esta otra estacin, el invierno, se interrumpe por solo unas dos semanas en el mes de agosto, en las cuales se recolecta el maz sin que haya sido necesario estirpar la cizaa. La cosecha multiplica por ciento cincuenta hasta trescientos la cantidad sembrada! Sobre este suelo se da luego una buena clase de yerba, o puede hacerse una nueva siembra de maz, cuyo resultado es tan excelente como el de la primera. De agosto a fines de noviembre vuelve a llover, de modo que en los llanos -salvo los pocos das secos del mes de agosto- el tiempo lluvioso reina, por lo menos, durante ocho meses al ao; pero se pueden obtener dos cosechas. El arroz se cultiva de forma todava ms simple. Si no se le quiere introducir de modo directo en ]a tierra, se procede de]

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siguiente modo: crcase un trozo de terreno y, en vez de ararlo, se meten en el cercado unas cincuenta o sesenta reses vacunas al objeto de que remuevan lo ms posible la tierra. Cuando esta da la sensacin de hallarse convenientemente suelta en una profundidad de dos a tres pulgadas, el arroz se siembra a voleo al caer la primera lluvia. Entonces vuelve a meterse el ganado, y algunos hombres a caballo 10 histigan y lo hacen correr de un lado para otro dentro de la cerca, de modo que las pezuas vayan comprimiendo la simiente entre la tierra. Al cabo de cuatro meses se cosecha un arroz de excelente calidad y en proporcin de ochenta a ciento cincuenta por uno respecto de la siembra. El mayor asombro ante la inaudita fertilidad de esta comarca al pie de la cordillera fue el que me produjo la visita a la hacienda denominada "El Tigre", a la que desde "La Vanguardia" se llega en media hora de caballo. El camino va entre selva de poca altura, donde revuelan las ms bellas mariposas azules, del tamao de la palma de la mano. Cuando, a travs del espeso follaje que bordea el sendero, cae sbitamente sobre sus alas un rayo de sol, el efecto es de verdad fascinante. Al llegar al prximo claro de selva penetramos a un caaduzal; las caas, del grosor de un brazo, alcanzan alturas de 2 a 4 metros. Y se plantaron j hace solo diez meses! El trapiche all construdo, con buena y alta chimenea y rodillos de hierro, compensa sus esfuerzos al seor Restrepo con pinges beneficios, pues hasta hace poco la panel a tena que bajar a este Eldorado desde el mercado de Bogot. Menos afortunada me pareci una plantacin de cacao que all vi, si bien esta planta se cra en los Llanos en forma silvestre en pequeas mazorcas de hasta treinta granos. Pero no acaba aqu la relacin de las riquezas de estas comarcas. La cordillera encierra otros nuevos tesoros. En "La Vanguardia" se encuentra mucho mineral de hierro. Bloques de esta substancia que en nuestros pases tendran gran valor se utilizan all para construr tapias. Hay adems enormes yaci- 236 -

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mientos de hulla que se encuentran todava sin explotar. En la cordillera hay tambin petrleo y oro, como el que aparece en las arenas de los ros. Mas como si la Naturaleza hubiera no querido omitir obsequios, ha dado al hombre hasta un banco de sal. Por un difcil camino de bosque nos dirigimos a esa salina, situada al Norte de Villavicencio y a cuatro horas de l. La Salina de Upn, que en cualquier otro lugar tendra un valor incalculable, se encuentra en una angosta garganta, entre bosque y a la izquierda de un arroyo de montaa. El banco de sal, cuya altura es de 9 metros, se halla cubierto por una capa de tierra, la cual ha ido cayendo de los empinados flancos de esta depresin. Con el agua que a su vez escurre desde arriba, se ha formado una verdadera cloaca, de tal modo que la sal, realmente de transparencia cristalina, se aparece aqu muy negra. Al empezar en diciembre el verano, es necesario ante todo, quitar la capa de barro, 10 cual se practica con pico y pala por obreros que, a causa de este insano trabajo, caen a menudo enfermos de fiebres. Arrojando el lodo al ro, puede empezarse ya la extraccin de la sal. Los sucios fragmentos de esta substancia van a parar a un msero tinglado, al que llaman almacn, donde se la acumula. El precio de la sal resulta, de todos modos, bajo, y as conviene que sea, pues los llaneros necesitan abundante sal para sus ganados. Una comprobacin de la gran insuficiencia prctica de esta industria es que el ingreso anual de la Salina de Upn y el de la cercana Salina de Cumaral es solamente de algo ms de 10.000 pesos, pero advirtiendo que los gastos se elevan a 4.000 pesos. Ello hace posible que desde Venezuela sea importada sal, que traen por el ro Meta aguas arriba. Si los Llanos, que sera lo natural, cubrieran sus propias necesidades con la suficiente sal que poseen, los precios resultaran ms bajos, se favorecera el desarrollo ganadero y hasta se podra exportar parte de ese producto.

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No hemos terminado de apreciar el contenido del cuerno de la abundancia, que la Naturaleza ha volcado en forma de tantos dones sobre esta regin. Es natural que aqu crezca muy bien el pltano o banano, el fruto ms til de toda la comarca. Constituye el alimento principal del pobre y determina que ningn hombre pueda morir de hambre en Amrica. Extraordinariamente rica es aqu la cosecha, y variadsimas las especies, desde el gran pltano hartn, hasta el dulce manzano, llamado as por su sabor y que es de un suave color carne. El pltano puede prepararse de maneras muy diferentes: frito, cocido, tostado, asado. Al igual que la yuca y la tavena, plantas aqu muy frecuentes, el pltano es un alimento saludable. Frutas hay all relativamente pocas, pues en los Llanos se ha descuidado un tanto la plantacin de frutales. Pero no faltan la naranja, el limn, el aguacate, ni tampoco el mango, el caimito y el caimarn. La aromtica, aunque muy pegajosa, crema de esta ltima apenas si la podra imitar un buen confitero. En otra clase de plantas, citamos la vainilla, que se podra cultivar en gran escala, la zarzaparrilla, la ipecacuana, la tagua (o marfil vegetal), la copaiba, de la que se extrae un valioso aceite, el cumare, el palo brasil y diferentes blsamos y resinas. No puede omitirse el tabaco, que se da bastante bien. Producto principalsimo es, empero, el caf, de excelente sabor. Se produce y exporta en grandes cantidades. Visit dos cafetales, el de Ocoa y el que llaman "El Buque", plantado y cultivado por el inteligente y culto mdico doctor Converso El nmero de plantas de cafeto asciende a unas ochenta mil. Generalmente, por el centro del cafetal atraviesa una avenida flanqueada de rboles frutales. Paralelas a esta van las filas de los cafetos, los cuales se hallan distribudos en intervalos regulares de dos metros y medio; las plantas ms pequeas estn a la sombra de palmas bananeras. Se cuenta con mquinas para el

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descerezado y con una maquinaria desecadora muy prctica. As, pues, tiene hoy justa recompensa la diligencia y cuidado del propietario, que durante aos hubo de luchar aqu contra los rigores del clima y poner en peligro su salud en aquel terreno esquilmado. El seor Convers manda actualmente caf a Bogot y lo exporta a Europa, envindolo por el ro Meta. Pero, j cuntas cosas podran lograrse an en esta prIVIlegiada tierra! En los bosques hay todava ocultas, o muy poco conocidas, multitud de plantas medicinales, como el cordoncillo, que es un gran cicatrizante. Existen tambin muchas plantas que podran dar un superior rendimiento. Un da me pregunt un llanero sobre la clase y modalidad de cultivo que requiere el rbol de la canela, a lo cual, por desgracia, no pude responderle. La muestra que me trajo era deliciosa, pero todava susceptible de mejora y seleccin. i A la obra, generaciones venideras! El mundo no es todava estrecho, y la Naturaleza est muy lejos de ser para vosotros una madrastra. A mediados de diciembre hubimos de hacer una correra para adentrarnos en los Llanos. Se trataba de pasar unos das en el hato denominado "Los Pavitos". El camino, en principio, viene a representar unas dos horas de caballo a travs de selva y en direccin Este. Pero invertimos bastante ms tiempo en el recorrido. Como acababa de cesar la poca lluviosa, la canal natural que constitua el malsimo camino se hallaba llena de agua y barro y este, que se desplazaba por la hendidura, traa cantidad de miasmas y vapores mefticos, producto de las muchas substancias vegetales en descomposicin. Ms que cabalgar, lo que hacamos era ir tendidos sobre las mulas para no meternos en el agua, que llegaba hasta la mitad de la montura. Pero el suelo, adems de ser resbaladizo, estaba repleto de races, de suerte que las bestias andaban tropezando de continuo y enredndose a veces entre la retorcida maraa. Tenamos que hacer
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uso de toda la habilidad posible para mantenernos sobre las mulas y ayudar a estas a no caer. Cuando el camino era sumamente malo y lleno de almohadas (elevaciones llamadas as por su forma y que, atravesadas en el camino, solo dejaban sitio para profundos charcos intermedios), haba que desviarse y meterse por la maleza, la cual nos azotaba rostro y manos, al tiempo que nos calaba la humedad. El nico alivio de amenidad en esta lucha contra el camino fue el encuentro con una gran tropa de monos aulladores, que saltaban alegres de rama en rama. Estos simios van generalmente en grupos de veinte o treinta, grandes y chicos, y es famosa su inteligencia y el amor maternal de las hembras. Dos de mis compaeros de viaje abrieron fuego sobre los monos. Una cra cay a tierra, y a ello sigui un estremecedor aullido de la madre, que segua en el rbol, encima de nosotros, mientras todos los dems animales huan despavoridos. Alcanzada por ms disparos, la mona se mantuvo por unos segundos asida al rbol y luego cay pesadamente junto a nosotros. Era un animal de color gris negruzco, como de tres pies de largo y dos de alzada. Lo dejamos all, pues la carne no es comestible por tener, segn dicen, un cierto sabor desagradable. Ya entonces me repugn semejante intil matanza y me doli la muerte de aquellos seres. Apenas habamos salido de la selva y llegado a la que llaman Boca del Monte, cuando hicimos un alto en el camino. Despus de calentarme bien los pies friccionndolos con aguardiente, cambi mi calzado y mis medias por otros que para tales casos traa, lo que constituye un medio preventivo contra las fiebres. Seguimos cabalgando y llegamos a las grandes llanadas de Apiay, que se dilatan entre el Rionegro y el Guatiqua en una extensin de unas dieciocho leguas a lo largo y unas diez a lo ancho, y donde, segn Restrepo, pueden pastar cuarenta mil reses vacu- 240 -

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nas y cuatro mil caballos. Pero estas llanuras no constituyen una superficie enteramente homognea, pues tan pronto atravesbamos una extensin de pastos (sabanas) cuyo recorrido llevaba su buena media hora y cuya vegetacin, en tierra bastante seca, era una yerba griscea de unos dos a cinco pies de altura, como llegbamos a un trozo de bosque, crecido solo all donde corra agua, por lo comn a lo largo de un arroyo. Las distintas sabanas, divididas entre s por estos pedazos de bosque, eran, pues, porciones de pradera ms o menos grandes, pero tan semejantes las unas a las otras, que una persona inexperta no poda distinguirlas, estando en gran riesgo de extraviarse si no se contaba con un gua. En todo el camino, que dur cinco horas, no encontramos ms que un msero y solitario hato. Al caer de la tarde, cuando el sol doraba con sus rayos las sabanas, llegamos a nuestro lugar de destino. "Los Pavitos" era un rancho con cubierta de hoja de palma y tena dos compartimientos: la "sala", en la que haba una mesa y algunas sillas con asientos y respaldos de cuero crudo, y un cuartito contiguo con dos catres de madera. Detrs del amplio patio, donde triscaban y bullan diversos animales de corral, haba otra cabaa, que albergaba la cocina. y ms all, junto a un arroyo como de diez pies de ancho, claro y de lenta corriente, se alzaba un bosque, o, mejor, un soto. A la derecha del rancho, varias cercas (talanqueras) de madera de palma o de bambes limitaban espacios de diferente extensin destinados a encerrar el ganado. Al da siguiente me llam especialmente la atencin la piel de una boa constrictor de veinte pies de larga y de uno y medio o dos de ancho. La haban matado por all cerca cuando pusieron el hato. Gran asombro me causaron algunos detalles cuando el grupO viajero fue a baarse en el vecino arroyo. El jefe de la expedicin, mi compadre Fernndez -as llamaba yo a aquel

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excelente amigo, hombre como de cuarenta aos- se desnud y empez a echar piedras en el arroyo. A la pregunta de por qu haca aquello respondi sonriente que era para ahuyentar a las serpientes que de ordinario haba por all. Acto seguido tendise a la larga en el cauce del arroyo, que no pasara de un pie de profundidad. Confieso que al principio me atemoriz aquel bao, sobre todo porque el arroyo se hallaba cubierto de vegetacin, y las muchas races de los rboles se antojaban otros tantos reptiles a la exacerbada fantasa. Pero acab por meterme tambin en la fresca corriente. Nunca con tanta claridad como entonces comprend que el hombre es un esclavo de la costumbre. A la tercera vez me haba habituado ya de tal modo a baarme en aquel lugar y al requisito de tirar las piedras, que ni siquiera pensaba en las serpientes. Ms an, el ltimo da antes de emprender la partida de all, nos baamos tranquilamente a las tres de la madrugada, en plena oscuridad, antes de poner pie al estribo. Entonces lo encontr enteramente natural; hoy da, al recordarlo, experimento una cierta sensacin de extraeza. Por lo dems, en los Llanos suele perderse el miedo a los peligros, pongo por caso el de las araas venenosas, del tamao de un puo, y de las mismas serpientes. Estas ltimas solo en rarsimos casos atacan al hombre; por ejemplo, si se llega a pisarlas. Por lo comn huyen de l. No son excepcin en esto la serpiente de cascabel ni la venenosa equis, en cuya piel parece estar grabada esa letra. Para curar las picaduras de estos animales, los supersticiosos llaneros tienen oraciones ex profeso. El doctor Convers, persona digna de todo crdito; refera el mucho quehacer que en sus cafetales le daban las serpientes. A veces le haba apetecido irritarlas y ponerlas furiosas, lo que la gente de all dice torearlas. La serpiente silba y se retuerce, y con ojos iracundos, parece irse a lanzar sobre el hombre, que le muestra un pauelo o un trapo cualquiera y que, al arrojrselo luego
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violentamente al reptil, es mordido con rabia por este; sus dientes quedan tan fuertemente clavados que, incapaz ya de soltarse, perece all mismo a manos del llanero. Por lo comn, un golpe con una varita bien flexible es 10 mejor para hacer inofensiva a la serpiente. En los Llanos encontr, en verdad, muchas huellas de estos animales, pero pocas veces los vi a ellos mismos. Uno de los prximos das iba a tener lugar el acontecimiento principal de nuestra permanencia en los Llanos, o sea la herranza, marcado de hierro del ganado vacuno. Ya a las tres de la madrugada marchbamos a lomos de rpidos y resistentes caballos, y nos dispersamos en amplio crculo, a algunas horas de distancia, con el fin de reunir los rebaos. Al amanecer descubrimos ya las reses, que en grupos de doce a veinte pastaban separadas en las diferentes sabanas. Dos o tres jinetes rodeaban a galope tendido a cada pequea manada y espantndola la obligaban a sumarse a las reses ya reunidas. A veces se escapaba un animal, y uno de los llaneros haba de galopar tras l media hora, y a veces ms, hasta darle alcance. Poco a poco iba creciendo el nmero de las reses, de suerte que hacia las diez de la maana habamos juntado ya un rebao de ms de mil cabezas. y ahora el gran tropel muga sonora e incesantemente. A seguido, la larga y tumultuosa columna comenz a correr hacia el hato para su encierro en los cercados correspondientes. A la cabeza marchaban dos jinetes, cuatro a los flancos y otros dos a retaguardia. Despus de acabado el encierro nos pusimos a desayunar, y se entender fcilmente con qu magnfico apetito lo hicimos luego de aquella fatigosa y veloz cabalgada de varias horas. A continuacin se pas a clasificar las reses. Las de ms aos quedaron en el primer corral, que era el mayor. Despus seguan los animales ms jvenes y de menor tamao, y finalmente, en la ltima corraliza, se encerr a los terneros nacidos
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durante el ao y que estaban an por marcar. En medio de cada cercado haba un gran pedazo de sal, y fuera de esto no se daba a las reses alimento alguno, el mugir era incesante por ello, sumndose adems las quejas de los ternerillos separados por primera vez de las madres. Haba que proceder a marcar con el hierro a estas reses jvenes, pasando luego a adjudicarlas a sus dueos, contarlas y calcular as el aumento del hato. A tal efecto, mozos semidesnudos se lanzaban en pos de los terneros y los agarraban por el rabo. De un tirn, realizado con rara habilidad, el animal era arrojado al suelo, quedando precisamente de costado, momento en que con toda rapidez le ataban las patas. Luego venan a l con el gran hierro candente cuya forma dibujaba, por ejemplo, una R, y se le aplicaba al flanco. El atemorizado animal poda ya salir corriendo. La pericia que haca falta para atrapar a las reses y derribarlas la comprendimos bien cuando algunos de nosotros pretendi hacer lo mismo. Los terneros, todava tan pequeos, tenan una fuerza tan grande, que el torpe domador se vea arrastrado con toda facilidad por el apisonado suelo del corral, de suerte que ms de uno de mis compaeros de viaje ofreca un lamentable aspecto. Como los seores Restrepo y Fernndez tenan el hato en comn, los animales se iban adjudicando alternativamente a cada uno de los dueos, sealndolos con letras distintas. A pesar del constante trabajo de la gente, de cuyas frentes corra a chorros el sudor, la faena no pudo darse aquel da por terminada. El ganado qued, pues, encerrado durante toda la noche, en un inacabable mugido de hambre, de sed y de anhelos de libertad. A la maana siguiente qued listo el trabajo, y hacia las once abriose por fin la entrada de la talanquera principal. Yo me haba subido a un poste de veinte pies de altura junto a la abertura, de tres metros de ancho, de la cerca, con
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el fin de contemplar la salida del rebao. Todava al recordar aquel espectculo experimento una sensacin de mareo. Apenas retirados los palos de la entrada los animales se apiaron para escapar. Un bosque de cornamentas se apareci a mis pies y el suelo empez a retemblar como en un terremoto. Con toda fuerza hube de agarrarme al movedizo poste para no ser vctima del vrtigo y caer al suelo, lo que hubiera tenido la muerte por consecuencia. Poco a poco fue aplacndose el estruendo de la presurosa manada. Con extraa rapidez volvieron a reunirse los grupos sueltos que haban sido juntados el da anterior, y, guiados por su jefe natural, saltaban hacia los pastos respectivos despus de haber calmado la ardorosa sed en una gran laguna prxima. Al cabo de media hora no se vea una res en torno al rancho. Igual acontecimiento repitiose al siguiente da, pero las reses que hubimos de reunir fueron solo unas setecientas, cosa que hicimos en otra parte del hato y a eso de las nueve de la maana. Todo el hato sumaba algo ms de dos mil cabezas. Al medioda matamos un magnfico y gordo ternero. Segn las reglas, se le prepar convenientemente, se le espet entero en un enorme asador y se le colg sobre un crepitante fuego. Al cabo de algunas horas estaba el asado a punto y la grasa escurra ya de la rica carne. No creo haber probado nunca cosa ms sabrosa que aquellos trozos de carne separados sencillamente a tiras con un cuchillo y llevados con los dedos a la boca mientras el jugo corra por la barbilla... Un espectculo de primitiva l1aturalidad, una estampa autntica de la vida del llanero. Al otro da volvi a dejarse en libertad a la segunda parte de la vacada. Pero quedaron encerrados algunos becerrillos, pues varios de ellos tenan heridas, en las que insectos dainos haban puesto sus huevos y otros se hallaban atormentados por las garrapatas. Se limpi, pues, a los animales, ya que las oraciones y conjuros no haban dado resultado. Era enternecedor ver cmo
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las madres de los ternerillos rondaban celosas por las cercanas mugiendo lastimeramente. Por las noches venan a amamantar a sus cras. Pocas vacas son estabuladas con el fin de ordearlas y utilizar su leche para beberla o fabricar queso; la mayor parte de ellas estn en completa libertad y dan de mamar a sus hijos. La vacada se reproduce con gran rapidez. En cuatro aos, as calcula el llanero, se duplica una cantidad de ganado vacuno por el estilo de 10 que hemos visto, descontando anualmente una dcima parte constituda, poco ms o menos, por los animales viejos sacrificados, los que mueren, los que se venden por separado o los que devora el jaguar. El trabajo del llanero consiste, precisamente, en acostumbrar al ganado a vivir en el hato y en amansarlo en forma adecuada. Para ello, no solo hay que dar sal a los animales, vendarle las heridas que se hacen luchando unos contra otros, sino que adems es necesario observarlos cuidadosamente durante cuatro meses y recogerlos todas las noches hasta que se hayan habituado a quedarse en las sabanas vecinas y a recibir cualquier clase de auxilio en el hato, o bien buscar all algn miembro extraviado del rebao. Por razn de los muchos peligros a que se halla expuesta, la raza se ha hecho inteligente. Al ocurrir inundaciones de la parte baja de los Llanos durante el "invierno", el ganado huye a zonas ms altas. Para protegerse del jaguar se colocan a veces en apretados grupos y dispuestos en crculo con las cabezas hacia afuera, de modo que los cuernos forman una valla. A los animales jvenes se les pone en el interior del crculo y no es frecuente que el jaguar se atreva a sacarlos de un salto de aquella astada fortaleza. Es tambin interesante la confianza del ganado en el pequeo halcn que llaman garrapatero y que posndose sobre las reses les extrae las garrapatas para comrselas.
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En general, la raza vacuna introducida por los espaoles es grande y fuerte. La cabeza es pequea, los ojos miran con cierta vivacidad, el cuello es extraordinariamente esbelto, la piel limpia y brillante. Los cuernos son ms bien cortos y de bella curvatura. Por naturaleza este ganado es adems bastante manso. Ser que el clima, lo mismo que al hombre, ha llegado a infundirle una cierta indiferencia? Nunca o que un toro furioso acometiera a nadie. Por supuesto, con un caballo ligero sera posible escapar a la embestida. Ultimamente, mediante la importacin de sementales de Hereford, se ha tratado de mejorar la raza. Gracias a la rpida multiplicacin de los rebaos, la riqueza principal de los Llanos est en la ganadera. Tambin merecera la pena explotar la cra caballar y mular, pues las razas all existentes son bonitas, giles y de una resistencia poco comn. Si se considera que durante quince aos de guerra de independencia (1810 a 1825), tanto los espaoles como los republicanos se llevaron casi todos los animales de la regin llanera, habr que reconocer que esas comarcas son excepcionalmente adecuadas para dicha rama de la ganadera. Tambin la oveja y la cabra daran buen rendimiento. Casi todas las tardes, entre las cuatro y las cinco, salamos de caza. Hacia la puesta del sol salen del monte los muchos corzos y ciervos que all se cran, para apacentar se en grupos en los crecidos pastizales. Se avanzaba a caballo hacia alguno de esos montes, o sea pedazos de bosque, se haca alto a unos cientos de metros, y luego haba que deslizarse a pie en direccin a la pieza. El ojo de azor de mi compadre Fernndez descubra los animales a mucha distancia. Para la vista normal del hombre de ciudad, era imposible distinguir su color entre la yerba. El cazador experto se iba derecho hacia el venado; y no tardaba en alcanzarlo el disparo mortal, lo cual nos deparaba un magnfico banquete. Cuando uno fallaba la puntera, los ani- 247 -

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males se dirigan hacia el monte en frenticos, formidables saltos. A m, falto de verdadera rabies venatoria, aquello me pareca lo ms hermoso y juzgaba que los brincadores fugitivos haban merecido sobradamente su libertad. Tambin becadas, patos y pavos encontrbamos a menudo por las grandes lagunas de agua fangosa y rodeadas de rboles. Por all resonaban nuestras ambiciosas descargas. Un tiro de mi revlver suizo me ocasion una vez sincera pena. En uno de aquellos estanques nadaba una garza blanca, una "gentil garza". Uno sugiri la idea de matar al ave y como la cosa era difcil, el juego nos resultaba divertido. Ya la garza estaba herida, cuando una bala de mi revlver la alcanz en el cuello. El animal se alz convulsivamente, extendi las alas, abati el cuello y muri. Se me alab el disparo, pero me qued triste. Habamos cobrado caza bastante y dejamos all la garza, la gentil garza. Despus de ocho das de vida nmada y venatoria, bamos a regresar a Villavicencio para pasar all la fiesta de Navidad. A las tres de la madrugada pusmonos en marcha despus de habernos baado. Las cabalgaduras, que conocan bien el sendero, avanzaban vigorosamente con el aire fresco de la noche. Cada jinete segua en silencio al de delante sin ver al que encabezaba la hilera. En la lejana el cielo apareca rojizo en algunos puntos como iluminado por resplandor de incendios. En efecto, eran algunas sabanas a las que se haba prendido fuego para que al arder su seca y alta yerba dejara espacio al pasto fresco y reciente que el ganado buscaba con ansiedad. Un cmodo y nada dispendioso cultivo ... Entre las cuatro y las cinco fueron apagndose las estrellas y el cielo comenz a clarear ya por Oriente. Pero a las cinco, curioso fenmeno que muchas veces he observado, durante unos diez minutos parece que la noche combatiera una vez ms con el da y que ahora pretendiese juntar todas sus fuerzas para la

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lucha. De nuevo vuelve a reinar la oscuridad. Pero sbitamente cesa la resistencia. La ancha franja de claridad que luce por el Oriente va hacindose mayor, las nubes se perfilan ms ntidamente, primero en blanco, luego en gris bronce, despus en rojo claro y rojo carmes. A las seis, precedido de haces de fuego, surge el sol. Los pjaros, loros y pericos, y los grandes y relucientes guacamayos, gritan y parlotean frenticamente. Los pequeos colibres, las tominejas, pasan y repasan veloces con su plumaje de colorines. Todo ha cobrado nueva vida, y el jinete, sobre su cabalgadura que relincha alegre, se siente invadido de un indecible bienestar. j Oh gozo de la maana, oh dorada libertad! Han llegado las navidades y con ellas la maXlma fiesta del ao para los colombianos y para los llaneros. La Nochebuena es la meta de todos los deseos, el tiempo en que van al pueblo principal a presenciar el, en su opinin, incomparable culto y a efectuar sus compras para todo el ao. Durante varias noches se haban celebrado procesiones en la plaza de Villavicencio, delante de la iglesia; la gente las haba acompaado llena de devocin y se haba llevado en andas las viejas y sagradas imgenes. Se lanzaban cohetes, viejos fusiles y mosqueteros repletos de carga eran disparados junto a nuestras orejas. Haba en todas las cosas un gozosa vibracin. En esta ocasin conoc, en calidad de pastor de su grey, al Padre Vela, al que como persona privada haba estimado ya mucho. "El Pater", como familiarmente se le llamaba, era un fraile dominico, alto, fornido y que andara por los cuarenta aos. Tena un rostro expresivo y carioso, de rojas mejillas, llevaba, con permiso de la superioridad, una hermosa barba cerrada. El Padre Vela, en su hbito blanco y negro, era una esplndida y varonil figura. Pero casi nunca, por razn de los rigurosos calores dE' aquella regin, llevaba el hbito de la Orden; con indumentaria

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civil pareca ms bien un recio molinero. Gustaba mucho de montar a caballo y compartir la vida de los llaneros; l era un llanero en el mejor sentido de la palabra. Tena tambin un modesto hato, criaba ganado y lo venda. Tena que hacerlo ya por el motivo de que el gobierno no pagaba puntualmente la ayuda correspondiente a su mezquino sueldo y porque los habit antes de los Llanos no eran de especial largueza para con su clrigo. La cura de almas era all cosa de cada cual, pues hecho ya el pueblo a pasar la mayor parte del ao sin el consuelo de la iglesia y acostumbrado hasta a efectuar los entierros sin auxilios del clero cuando el Padre se encontraba ausente, su sumisin y respeto ante lo eclesistico no era cosa muy sealada. Por esta causa, cualquier clase de fantico y cualquier cura de los que siempre llevan la religin en la boca, pronto hubiera quedado fuera de lugar en los Llanos. El Padre Vela, en cambio, con su natural rectitud, se haba conquistado la plena confianza de la gente. Tambin en sus viajes por el ro Meta supo inspirar respeto y veneracin a los indios salvajes de aquellas riberas, de modo que siempre haba algunos que se hacan bautizar por l. Servicial y tolerante en toda ocasin, el Pater poda ser considerado como un consejero y educador de Villavicencio y sus contornos. Como el templo, junto con la espiritual edificacin y piedad, ofrece en aquellas regiones la nica oportunidad de distraccin, era siempre muy visitado y ms en Nochebuena. Las mujeres se hallaban acurrucadas sobre el suelo de tierra. Un armonio, en el que no era inconveniente interpretar hasta msica bailable, elevaba con sus sones el ambiente de la fiesta. Hasta algunos tocadores de guitarra y tiple, muy buenos en su arte, hacan sonar en la iglesia tonadas populares para exaltacin y gloria de la Noche Santa. Era en su conjunto una bella fiesta popular, llena de naturalidad y de cordial alegra, en la que todos participaban.
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A las navidades sigui una mayor calma. Para pasar el tiempo se organizaban, de cuando en cuando y en plena calle, brbaras rias de gallos, espectculo que nos infunde horror, que nos inspira repugnancia. Los gallos de los Llanos son de buena raza y valientes, de afiladas espuelas y de gran fiereza y saa. Solo cuando se halla ya muy maltrecho cede el ms dbil el campo de batalla. Esta extraa conducta, mitad en son de regoCIJO, mitad con tintes de barbarie, nos da pie para presentar de una manera ms conexa y ordenada el tipo del llanero. El habitante de los Llanos, si bien tostado por el sol tropical, es generalmente de tez blanca; hay que anotar, sin embargo, que su raza constituye un mestizaje de blanco y de indio. Por lo regular, es muy musculoso y de buena complexin. No es raro encontrar hombres de mejillas encarnadas, mientras que las mujeres, en aquel clima, tienden a empalidecer. El hijo de los Llanos es en grado sumo un amante de la libertad. En la guerra de la independencia esta regin dio los mejores soldados, gentes de heroico valor en el combate. Pocas veces los espaoles resistieron el mpetu de los tropeles de caballera de los llaneros, sucumbiendo en gran nmero frente a sus lanzas y sus sables. El llanero es tan feroz en la lucha que se le ha llamado "artista de la muerte". Despus de la victoria, sin esperar recompensa ni paga, desea volver en seguida a sus tierras, pues ama los Llanos con verdadera pasin y encuentra el mayor gozo en la existencia nmada, pese a los muchos peligros que esta ofrece y que l bravamente supera. Nada con excepcional destreza, le place sobremanera dedicarse a todas las habilidades y faenas de la doma de caballos. Es abierto y franco y ello se expresa en la nobleza de su mirada. Su honradez y probidad son proverbiales. Con los buenos es humilde y altanero con los orgullosos. Es sensible y no olvida fcil-

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mente las ofensas, sin llegar a ser vengativo. Es amigo de bromas y de dar chascos; de la especie de estos da idea el suceso siguiente: El ao de 1876 lleg a los Llanos de San Martn el viajero francs Andr. Injustamente, sin duda y tal vez a causa de la diferencia de idioma, los llaneros lo tomaron por hombre arrogante, descontento con todas las cosas y siempre propicio a opinar desfavorablemente. y pensaron: "Aguarda, y ya vers cmo te quitamos esa aspereza para con nosotros". Dicho y hecho: En las cercanas de Villavicencio, 10 llevaron hasta un lugar donde haba gran cantidad de avispas salvajes, que pican horriblemente. Acto seguido huyeron con sus cabalgaduras, escondindose tras de la vegetacin. El viajero, en tanto, lleg enteramente desprevenido, junto con su compaero, hasta el sitio peligroso, donde fue atacado por los enfurecidos insectos. "j Hormiguill, hormiguill !", dicen que gritaba. Los llaneros se moran de risa. Andr, en su crnica de viajes Tour du Monde, escribe que en los Llanos hay una especie de avispas que atacan al hombre sin necesidad de sentirse hostilizadas. En realidad, no es as. Lo que he contado es la verdad de los hechos referidos por los mismos que en ellos participaron. Todos los movimientos y ademanes del llanero son vivos y se hallan llenos de una cierta gracia natural. Es hombre corts y apasionado, a su manera peculiar, generoso con su querida o su mujer, pero siempre Don Juan y aficionado a conquistas. Al juego y a las diversiones se entrega con predileccin en las raras ocasiones que para ello se le brindan. En el hato "Los Pavitos" conoc a un muchacho de unos diecisis aos, chico despierto, que trabaj all por medio ao y se haba ganado as algunos dlares. Este mozo, casi un nio todava, lleg a Villavicencio para aquellas navidades y en una taberna que haba frente a nuestra casa se puso a beber anisado y a entonar can-

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cioncillas acompandose con una pequea guitarra. Toc toda la noche, sin cesar; cant y bebi de lo lindo; de maana, entre las seis y las ocho, segua cantando. " A las tres de la tarde nos lo encontramos por all cerca, cabalgando tan tranquilo y ya de vuelta para el hato. De todo el dinero de los jornales trabajosamente ahorrado, solo le haba quedado para comprarse un sombrero pardo de fieltro que nos mostr sonriente. De arrepentimiento por el dinero malgastado y por la noche pasada en claro, no daba la muestra ms leve; al contrario, iba tan ufano como contento. Especial talento tiene el llanero para hablar y para comprender con rapidez. Gusta mucho del humor sarcstico y de la mofa. Tiene predileccin por el canto, la poesa y la msica, pero exagera sus pensamientos y solo muestra sencillez en las comparaciones con la Naturaleza; en otros casos, se le va la mano en la expresin. Sus hericas estrofas (galerones) tratan bombsticamente del toro, del caballo, de la lanza, la mujer, el desafo. Tan pronto se habla de coger caimanes bonitamente con la mano, como de matar tigres de un sopapo o enviar a un toro, con solo un puntapi, a unas cuantas millas de distancia. Todas estas imgenes, en las ms originales coplas de dos o cuatro versos, las improvisa el llanero con asombrosa facilidad y acierto. Su canto lo acompaa con matracas (tubos con piedras o semillas dentro, con los que se lleva el comps), con el tiple o la bandola. Su voz es fuerte, para que se escuche de bien lejos y habla en un tono cadencioso y alargado. En el llanero se hace manifiesto el estado de transicin entre nuestra cultura y la barbarie del indio sin civilizar, entre ley y libertad absoluta, entre sociedad y soledad, entre la total independencia y todas nuestras restricciones, en parte condicionadas por la misma civilizacin, como moda, disposiciones de polica, etc. Sobre la actitud del llanero en punto a cultura da

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graciosa referencia la ancdota que sigue y que fue publicada por el peridico "La N acin" de Bogot, de probado catolicismo: Un da llegan a un pueblo del interior dos llaneros muy ignorantes y ven por primera vez un templo. El primero que se atreve a entrar, contempla admirado las preciosidades que encierra la iglesia y en ella se encuentra con el cura. Este le pregunta de dnde viene y hace otras indagaciones por el estilo, deseando saber tambin cmo anda el hombre en materia de religin. " Crees -interroga el sacerdote- que Nuestro Seor Jesucristo fue escarnecido y crucificado y que al tercer da resucit?" El llanero responde con evasivas y busca la primera ocasin de ausentarse de all. Fuera se encuentra con su compaero y le dice: "T, anda con cuidado si es que vas a entrar a la iglesia. j No digas nada!, porque parece que andan haciendo pesquisas por un asesinato que hubo" ... As es el llanero, un tipo humano en ntima vinculacin con la Naturaleza, una mezcla de civilizacin y primitivismo. Sus ojos, tan pronto chispean de fieras pasiones como reflejan la mxima mansedumbre e ingenuidad. Si se le trata cariosamente, es el ms tranquilo, desinteresado y fiel de los hombres y el mejor de los amigos. Si se le agravia, se convierte en un tigre. En l, casi todo es instintivo; no conoce la larga reflexin, la conducta ponderada y armonizante del hombre de superior cultura. Pero todava nos quedaba por conocer a los llaneros de verdad. .. Al da siguiente del de Ao Nuevo de 1884, fecha que haba transcurrido muy en calma y que tampoco es festejada en demasa por tratarse de un tiempo que cae en verano, nos pusimos de nuevo en marcha hacia "Los Pavitos". La cabalgada fue de diecisis horas, casi sin hacer alto y en direccin al Meta. De comer, apenas conseguimos nada. Pero saban exquisitamente los trozos de panela que habamos conservado en los

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bolsillos de los zamarros y que, al parecer, son manjar que calma la sed y el hambre. Pasamos por delante de La Loma, una altura de unos 20 metros, situada en la mitad de la llanada y casi enteramente cubierta de selva. Por ser la nica colina de esta clase, se la ve a muchas leguas de distancia. De vez en cuando, a lo largo de las corrientes de agua, veamos hileras de palmas que formaban como columnatas de templos, como altas naves de alguna catedral. Y en torno a las lagunas surgan verdaderos anfiteatros y rotondas de la palma moriche. A la segunda jornada, a eso de las diez de la maana, penetramos en una zona de espesa yerba que llegaba al pecho del jinete. El avanzar resultaba sumamente trabajoso a las bestias. Por un rato cremos habernos extraviado de la senda y nos acometi una cierta inquietud al no ver ms que cielo y yerba en torno nuestro. Al final, por unas palmas que asomaban en la lejana, pudimos orientarnos. Mientras nos esforzbamos por seguir adelante entre la alta yerba, vimos muy cerca de nosotros un tapir o danta que escap en seguida. En la situacin en que estbamos no se nos ocurri perseguirlo. Su carne, adems, segn dijeron, no es particularmente sabrosa. Por aquel tiempo los vientos alisios comenzaban a soplar del Este, o sea desde el lado del litoral y nos proporcionaban un aire relativamente fresco. Estos vientos de verano, que se mantienen durante seis horas diarias, son gratsimos en medio del calor del trpico. Despus de atravesar hacia el medio da una regin desrtica, bastante seca y arenosa, adems llena de serpientes, nos acercamos a uno de los brazos del ro Negro, que ahora en la llanura discurre lento y perezoso. Como hace all una vuelta larga pero muy cerrada y como la pennsula que resulta se halla totalmente cubierta de selva, resultaba una delicia cabalgar en la fresca sombra y con el ro a ambos lados, el cual, de vez en vez, lanzaba vivos destellos a travs del follaje.

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Alrededor de las dos de la tarde llegamos al vrtice del meandro. El ro tendra all una anchura de treinta metros. Gritamos muy fuerte hacia la opuesta orilla para anunciar nuestra llegada, pero nadie apareci. Despus de media hora de espera nuestro amigo Abada, el caucano, decidiose a buscar un vado por donde cruzar con nuestros animales o bien tratar de proporcionarse alguna barca que pudiera haber en la otra ribera, lo cual pareca bastante probable. Se arroj, pues, al agua, cruz a nado el ro y encontr una canoa que era hecha de un tronco hueco, en la cual pusimos las monturas; as pasamos al otro lado, obligando a nadar a las bestias. Ascendimos por la pequea altura que se lanza en aquella margen y despus de cabalgar por espacio de veinte minutos llegamos al hato llamado "Yacuana", situado en medio de los Llanos y que consta de un rancho con su correspondiente techo de paja de palma, de una cocina y de muchos cercados. Esto formaba el centro de una gran propiedad, en la que, calculando aproximadamente, pastaran unas diez mil cabezas de ganado. Antonio Rojas, prototipo del autntico llanero, nos recibi y nos dio la bienvenida. Con sorpresa grande supimos que acabbamos de correr un grave riesgo: A unos veinte metros arriba del lugar donde Abada solt la canoa haba un vado muy fcil y por desgracia desconocido. Entre este y el lugar de la canoa habitaba un enorme caimn que el da anterior haba atrapado un perro del hato y se lo haba comido tranquilamente. A pesar de haberle puesto muchas trampas con carne envenenada, no obstante de muchos ardides y persecuciones, no se haba podido acabar con el malvado husped. Abada, por tanto, al pasar a nado el ro haba corrido no solo el peligro de que le alcanzara la descarga de un pez elctrico, de los que hay muchos all, y de que al quedar paralizado le arrastrara la corriente, sino que adems pudo ser pasto del acechante caimn. Nos congratulamos mucho de que
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no hubiera ocurrido a nuestro amigo tamao percance y tomamos nota de aquella seria admonicin. Cuando esa misma noche nos hallbamos alrededor del rancho charlando y tendidos unos en el suelo y otros en chinchorros (hamacas tejidas de red), exclam sbitamente Antonio Rojas: - j Ya estn all, al otro lado del ro ! Nos esforzamos en vano aguzando el odo para percibir algo hacia aquella parte. Antonio segua escuchando, luego afirm con aplomo: -"Es el negro Brizuela, que viene para marcar el ganado". Nos tendimos pegados a la tierra y espiamos con la mxima atencin cualquier movimiento o ruido. Nada se oa. Antonio dio una gran voz, luego afirm que los tardos visitantes traan consigo algunos perros y que al cabo de un buen rato llegaran a nuestro rancho. Solo cuando los dos hombres se hallaban ya muy prximos nos dimos cuenta de su presencia. Si yo no hubiera presenciado y comprobado personalmente tan asombrosa demostracin de agudeza de odo, hubiese tenido por cosa inverosmil que Antonio pudiera distinguir unas voces a media legua de distancia, as fuera de noche y en medio del mayor silencio. Mis amigos y yo no tuvimos, pues, otro remedio que admirar sin reservas la excelencia del rgano auditivo de los llaneros. N uestro rancho era sencillsimo, pero extraamente amoblado. Yo dorma en un camastro que tena una doble capa de pieles. Las haba de jaguar, de puma (el len americano), de oso negro y tambin de oso hormiguero, cuyos pelos son largos y erizados como de paja. Nos dormimos con la fantasa llena de soadoras imgenes y gozamos de un magnfico descanso nocturno. Este, empero, se vera turbado violentamente durante la segunda noche. De repente son un grito de alarma, "j fuego !" Nos despertamos en medio de una espantosa humareda. Cog mis anteojos, que tena all al lado y en el mismo instante sent en la mano una penetrante punzada. Nos plantamos fuera de

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un salto, medio adormilados todava y sin darnos cuenta de nada. Entre tanto, el fuego estaba ya apagado. La vela que tenamos para alumbrarnos y que estaba puesta en el cuello de una garrafa de mimbre se haba quedado encendida en el improvisado candelabro cuando nos retiramos a dormir. El contenido de la vasija, que era melaza de caa, comenz a arder y a causa del humo que desprenda salieron espantadas de su refugio unas grandes avispas que anidaban en el techo, bajo la cubierta de paja y se arrojaron contra sus supuestos agresores. Otra vez, un "hormiguill". .. Abada fue el primero que sinti la picadura y el primero, por tanto, en despertarse. Y l dio la voz de alarma, afortunadamente a tiempo de librarnos de males mayores, pues el ranchito hubiera ardido como una casa de naipes. Las picaduras se inflamaban de forma asustante y eran muy dolorosas. A Abada las avispas le haban picado en la cara y sin pretenderlo haca unas muecas que provocaban gran hilaridad. Entre cinco y seis de la maana se present Antonio Rojas ante nuestro lecho con una totuma de caf que bebimos con fruicin. Es el mejor caf que he tomado y todos los que se hallen en el mismo caso habrn de confirmar este juicio, personal, no obstante, e infludo por el tiempo, las circunstancias y el carcter de la vida en aquellas tierras. Hacia las seis nos levantbamos y tombamos un vasito de aguardiante de una botella dentro de la cual haban puesto unas hierbas que decan eran buenas contra el ataque de las fiebres. Luego montbamos un buen rato. Solo ms tarde se tomaba el desayuno. Durante este, los asientos no eran de lo mejor: unos se acomodaban en el suelo, otros en caparazones de tortuga terrestre, animal que se captura y se ceba para comerlo luego como selecto manjar. Por ltimo, la concha sirve de taburete. Vi tortugas de 60 centmetros de largo y 45 de ancho, cuyas capara-

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zones eran magnficos como recipientes para usos diversos, aunque su presentacin no tena nada de bello y eran de un color gris terroso. La principal excursin que bamos a realizar desde "Yacuana" tena por objetivo el ro Meta, el mayor de los afluentes del Orinoco, al cual se llegaba a caballo en unas dos horas y media de recorrido en direccin Norte. Ya en camino, desayunamos bajo un pequeo cobertizo (cuatro palos y un techo de paja), donde haba varias calaveras de tigre, y yo, no sin gran esfuerzo logr arrancar de ellas algunos dientes auxilindome de uno~ guijarros. Con tal motivo, contronse historias diversas de la caza del tigre, las cuales ahorro al lector, pues en Europa se las recibira con sonrisas de incredulidad o sarcstica suficiencia, aunque ostentan el sello de la verdad para quien las escuch de labios de los llaneros en relatos de suma naturalidad y sencillez. Charlando alegremente, .t eso de las dos de la tarde tocamos en el ro Meta por el lugar llamado "La Bandera". Estbamos a unas cuarenta y cinco leguas de Bogot y a ochocientas sesenta y dos de la desembocadura del Orinoco en el ocano. Saliendo del bosque que acompaa al ro y que se hunde siguiendo la depresin de la orilla, llegamos a un banco de arena que se levanta como unos ocho pies sobre el agua. El Meta tiene aqu unos doscientos metros de anchura y es romntico y salvaje como el Bajo Magdalena. Al igual que este, trae aguas turbias y cenagosas. Aqu campa tambin el caimn y tuvimos ocasin de ver a un talludo representante de estos feos malhechores del ro que nadaba tranquilo all abajo. Atamos a unos rboles nuestros caballos y mulas, nos despojamos de los zamarros y sentndonos sobre ellos contemplamos el gran espectculo natural que se ofreca, charlamos plcidamente acerca del futuro del ro.

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El Meta es hasta aqu generalmente navegable, si bien los muchos meandros y bancos de arena solo permiten el paso de pequeos vapores. Grande es la importancia de esta va de comunicacin. Ahora para llegar aguas abajo hasta Ciudad Bolvar o Angostura, en el Orinoco -punto que alcanzan an desde el mar los vapores grandes- se gasta un mes entero a bordo de incmodas lanchas a remo o a vela y sufriendo el fuerte calor y la tortura de los mosquitos. Al navegar aguas arriba y con viento desfavorable, el viaje resulta todava ms largo. En vapor se abreviara muchsimo. Desde el embarcadero donde ahora nos hallamos, un buen jinete podra llegar a Bogot en tres o cuatro jornadas. El transporte de cargas llevara ocho das. El interior de Colombia tendra, pues, dos grandes vas de acceso: la del Magdalena y la del Orinoco-Meta. Por ello un comerciante francs, el seor Bonnet, introdujo por el Meta gran cantidad de mercancas, atrado por la prometida exencin de aduanas que deba de compensar en cierto modo el gran riesgo de las operaciones. Con esta perspectiva de ventajas comerciales era ya solo cuestin de unos meses la llegada de un vapor que el seor Bonnet haba pedido. Pero el Gobierno suspendi la libertad aduanera de aquel "puerto", afectando del modo ms sensible a todo espritu de empresa o iniciativa en tal sentido. Hablamos adems de toda suerte de cazas y caceras, entre ellas de la del jabal o cafuche, animal que, con su tpico andar y el hocico bajo atraviesa aquellos bosques en grandes manadas. Detenidos por un tiro o por cualquier otro ataque, levantan la vista y, j ay de aquel que no acierte en seguida con uno de los paquidermos que guan la enorme piara! Se lanzan todos contra l, rodean el rbol a que haya logrado encaramarse, deshacen con los colmillos el tronco, caen sobre el infeliz y lo despedazan. Pero el que en la cercana de los cafuches se sube a un rbol, as no sea a mayor altura de un metro y permanece all sin - 260 -

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hacer movimiento alguno, pasa inadvertido a la manada y la ve seguir su camino. Luego de esta charla nos pusimos a disparar sobre unas zanquilargas cigeas que estaban en la otra margen del ro y a enviar algunas balas al caimn visto al principio. Entre tanto se empez a escuchar un ruido semejante al golpeteo de la~ pezuas de un rebao que fuera acercndose. A un tiempo, los dos llaneros se pusieron en pie como movidos por un resorte y con rostro inquieto gritaron: " Los cafuches, los cafuches!" Acto seguido: " Los caballos, los caballos!" Los cuatro bogotanos nos precipitamos sobre las seis cabalgaduras mientras ambos llaneros tomaban los fusiles y corran hacia el boscaje. A toda prisa y con harto apuro logramos embutirnos en los zamarros, soltar los animales, saltar sobre ellos y lanzarnos a todo galope ladera arriba, por entre los rboles, hacia campo abierto. Como yo llevaba mi revlver, torn a poco para unirme a los dos llaneros y librar junto con ellos la lucha. Llegu en el preciso instante en que los animaluchos daban media vuelta y salan huyendo en desaforada carrera. Los disparos de nuestras armas lograron herir todava a algunos; nos encontrbamos en una zanja de unos dos metros de ancho y solo uno de profundidad. Los dos llaneros estaban al lado por el cual vena la manada y uno de los paquidermos haba cruzado ya el obstculo. Mi compadre Fernndez, en el nerviosismo, se olvid de un detalle mecnico de su fusil, que consista en tocar un determinado muelle antes de apretar el gatillo. Un cafuche lleg a clavar sus dientes en la pierna de Antonio Rojas, que sangraba con bastante abundancia, pero con unos cuantos buenos tiros se logr hacer retroceder a la temible tropa. La retirada nos result enigmtica, pues estos animales no desandan su ruta. Solo podamos explicarnos aquella suerte por el hecho de que uno de los m ' pequeos, el que iba a la cabeza, sera el jefe de la banda, pese a que no tena una mancha blanca en la frente, como al parecer es lo ms comn.

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Si muere el gua escapan todos, cosa que entonces debi de ocurrir. Los fugitivos se hallaran, en nmero de trescientos a cuatrocientos y sus saltos eran tales que hacan retemblar la tierra. Tambin nosotros temblbamos; matamos un ejemplar de buen tamao y el pequeo "cabecilla" de la manada, dejando malherido a otro. En nuestras filas se registraron como bajas la herida de Antonio, la muerte de un perro y las lesiones graves de otro can menor, un precioso animalito negro que estaba lleno de desgarraduras. El resto de la jaura, esto es unos treinta perros pequeos y feos, pero muy fieles y bien enseados a cazar, salieron ilesos de la aventura. Con algn esfuerzo arrastramos hasta la orilla los cadveres de los dos jabales. El mayor pesara, sin duda, varios quintales. Era ms pequeo que los que he visto en Europa, pero tan feo como ellos y con los mismos afilados colmillos. Llamamos a los compaeros que se haban quedado con los caballos. Se descuartizaron los cafuches, separamos los dos jamones de cada uno de ellos y convenientemente atados los colocamos sobre las cabalgaduras, detrs de la silla. El resto de la carne se qued all y emprendimos el regreso. Yo tom sobre la montura al perrito herido, que se quejaba lastimero. Al da siguiente muri. En el hato probamos la carne de los cafuches, que, contra 19. opinin general, nos pareci buena y jugosa. Pero no comimos mucho, pues nadie tena demasiado apetito al pensar en el pasado accidente que tan mal pudo haber terminado. Si llegamos a trepar a los rboles nuestras cabalgaduras, asustadas, hubieran comenzado a cocear contra el tropel de ]os cafuches. Estos hubieran mirado entonces hacia arriba, lo que representaba cercarnos inmediatamente. Al ro no podamos lanzarnos por temor al caimn, adems, una simple broma jocosa de uno de los nuestros estuvo a punto de traernos graves males. El joven estudiante

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Simn Restrepo haba venido preparando a todos durante el viaje diferentes chascos y jugarretas propias de su edad. Una de sus vctimas concibi el propsito, cuando estbamos a la orilla del Meta, de tomar represalia hacindole por su cuenta otra broma parecida. Y as, le solt la cincha de su caballo; cuando a toda prisa salimos luego galopando por la espesura, la montura del joven Restrepo se desliz junto con el jinete. Ni este, por suerte, sufri dao alguno, ni el caballo sali huyendo. Pero el travieso muchacho tuvo que arreglrselas para ensillar rpidamente en medio del peligro y proseguir la galopada. En los dos das siguientes hicimos todava algunas excursiones con distinto rumbo. Una de ellas tuvo por objeto visitar la laguna Dumasita, que tiene como cinco leguas de longitud y es un verdadero lago. j Y qu lago tan singular! Los palmares lo enmarcan graciosamente; en sus pantanosas orillas habitan grandes serpientes boas. Disparamos sobre muchos patos salvajes que por all revolaban y no dieron la menor seal de querer hur. Yo vi que uno de ellos estaba como a treinta pasos de distancia, sobre terreno aparentemente seco. Por fortuna me previnieron de acercarme a cogerlo, pues de repente se alz un bulto desde el pantano y el pato desapareci en el acto. Deseamos a la boa una buena digestin. Por ltimo, al tercer da fuimos a Cao Pachaquiaro, en el camino que conduce a la finca de la Compaa de Colombia -la mayor propietaria de esa parte de los Llanos- y al pueblecito de San Martn. A eso del medioda nos encontrbamos ya ante el citado cao, o sea un riachuelo que con buen tiempo fluye con la misma claridad cristalina que uno de nuestros arroyos de montaa. Si no nos hubiramos hallado en extremo acalorados habramos tomado un bao en aquellas aguas tan tentadoras. Afortunadamente no lo hicimos. Media hora poco ms o menos llevbamos sentados en la clida ribera del cao, ya ha-

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bamos comenzado a preparar la comida cuando vimos algo que se mova entre la corriente; hicimos fuego y pronto distinguimos un cuerpo que flotaba hacia la orilla. Era un pequeo caimn de la especie que llaman cachirro, la cual pasa los saltos de agua y puede remontar los ros hasta su curso superior. Hicimos todava varios disparos sobre el animalucho herido. Cuando estaba ya cerca de la orilla yo me adelant y le dirig verticalmente un balazo al crneo, que pareci quedar atravesado. Sacamos a tierra el supuesto cadver. Era un animal de cuerpo estrecho, como de un metro de largo, pero de terribles y amenazadoras fauces. Imagnese nuestro susto cuando el caimn empez a sacudir la cola contra la arena. Uno le at una cuerda a esa parte del cuerpo y removi de un lado para otro al animal, el cual se debati todava unos diez minutos y con tanta fuerza que una vez derrib a uno de los nuestros. Por fin muri. Esto sirvi para darnos una idea de la vitalidad de los grandes caimanes. En estas excursiones nos acompa tambin un muchacho, al que quiero dedicar algunas palabras. Se llamaba Maestre. De dnde vendra este nombre? Maestre perteneca a una tribu de indios salvajes, de la cual nos hallbamos a no ms de una jornada de camino. Aquellos indios se acercaban de continuo al hato a robar ganado. A causa de la soledad en que se encontraba Antonio Rojas, quien contaba solo con un pequeo nmero de gentes, trataba de estar a bien con los salvajes, dejando para ms tarde la aplicacin del castigo, pues otra cosa hubiera conducido nicamente a que un da le quemaran la casa. Yo podra referir muchas cosas de esas tribus sin civilizar, los guahivos, salivas, cabres, achaguas, chucurnas ... , segn relatos fidedignos que escuch. No lo hago porque es mi propsito relatar solo lo visto personalmente y no imitar a ciertos viajeros de los que se con toda seguridad que no estuvieron entre aquellos salvajes y no obstante, llenan pginas enteras acerca de ellos, presentando incluso documentos grficos. El nico indio salvaje visto
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por m fue Maestre. Antonio Rojas iba una vez a caballo por el campo y hallndose en las cercanas del poblado indgena vio salir de entre la fronda a un muchachito que llorando le pidi proteccin. El padre haba sido muerto por alguna venganza y el nio quedaba en situacin de expsito. Antonio lo tom consigo y le ense algo de espaol. El muchacho ayudaba a trabajar en el hato y lo haca lentamente pero con mucha voluntad. Un ao antes, el Padre Vela lo haba instrudo rpidamente en la doctrina de Cristo y lo haba bautizado. Ahora era ya un mocito de buen ver y contextura vigorosa, como de diecisis aos, muy moreno, de cabeza grande y casi cuadrada, cabellos negros y lacios, anchos hombros y magnfica musculatura, un hijo de la Naturaleza en el verdadero sentido de la palabra. Pero Maestre era muy silencioso, como que casi no hablaba y 'en su rostro flotaba de continuo una sombra de melancola, que ni una sola sonrisa disipaba. A muchas preguntas, siempre amables, responda con brevedad y en tono de evasiva. Segua a Antonio como un perrillo. Cuando el amo iba a VilIavicencio, distante dieciocho horas a caballo, y le ordenaba que le esperase al pie de una palma del camino, estaba seguro de que a la vuelta se encontrara a Maestre tendido junto al rbol que le seal, as tuviera que aguardarle durante horas. Tena la extrema paciencia que caracteriza a todos los de su raza. Ms tarde nos contaron que un da, lleno de nostalgia de su tribu, hubo de declarar a Antonio que deseaba regresar a ella para casarse. Muy pronto se nos ech encima el da de la marcha, pues nos habamos acostumbrado ya perfectamente a aquel gnero de vida y nos encontrbamos como el pez en el agua. Emprendimos el regreso pasando por "Los Pavitos" y all pasamos el da de Reyes. Cuando nos hallbamos en el patio desayunando y en el momento de acabar con una gallina asada, del ms apetitoso color dorado, se present un mensajero con la noticia de que el tigre, o sea el jaguar, haba destrozado en la ltima noche un

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ternero del hato vecino. Dar un salto, tomar las armas, ensillar las cabalgaduras, juntar los perros, todo esto fue obra de unos pocos minutos. En compaa del mensajero salimos para el hato mencionado que se hallaba a una hora de camino. El sol abrasaba. Hacia la una de la tarde estbamos en el lugar del asalto. La manada pastaba tranquilamente. Los perros con fuertes aullidos, nos condujeron hasta un lugar donde la yerba apareca pisoteada y con manchas de sangre. Se vea que en aquel sitio se haba lanzado el tigre sobre la presa y luchando contra su resistencia desesperada, haba conseguido llevarla hacia el bosque. Seguimos el rastro sobre la yerba hasta encontrar a unos ochenta pasos el cadver del ternero. Tena el pecho abierto, porque el tigre desgarra siempre en primer lugar esta parte de la res, ya que para l es la ms apetecible. Colgaban fuera las entraas y los gallinazos se congregaban para devorar el suculento manjar. Cuatro hombres se vieron en apuros para levantar algunas pulgadas del suelo el cuerpo del animal; as era de pesado. Tambin el tigre se haba fatigado en la faena de arrastrar la carga hasta la espesura y a unos sesenta metros de esta tuvo que abandonar el botn. Puede ser tambin que se saciara en el banquete o que alguna cosa le hubiera ahuyentado, contando seguramente con regresar la noche prxima. N os adentramos en el bosque. "Pero, dnde est el perro tigre?", gritaron a un tiempo de todos lados. Por un descuido imperdonable, habamos dejado en "Los Pavitos" al ms necesario de los treinta o cuarenta perros, el que tena que rastrear las huellas del jaguar. Hubo que mandar por l al hato. Hasta las tres no lleg. Husme por largo rato y aullaba desesperadamente. Luego se lanz hacia el bosque, toda la jaura tras l y a continuacin los cazadores. Dos horas enteras anduvimos de un lado para otro, los unos con el gatillo del fusil presto, yo con el revlver montado. Por el bosque no haba camino alguno; el que no segua a toda prisa a los de adelante, los perda en seguida

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de vista y se quedaba desamparado en la espesura sin ms medio de orientacin que los ladridos de los perros. Cualquier roce de unos matojos podan hacer disparar el arma. Cierto que no haba que temer que el jaguar, harto como estara, fuera a atacarnos', eso 10 hace tan solo cuando se halla hambriento. Tampoco haba que contar con que saltara sobre nosotros desde las ramas de algn rbol. Estara agazapado, sin duda, en algn escondrijo. Pese a todo, fueron dos horas de bastante inquietud. La bsqueda, por desgracia, result infructuosa. El perro tigre cogi el rastro a hora demasiado avanzada de la tarde. El sol, en toda su fuerza, haba disipado el olor de las huellas y hubimos de emprender el regreso sin xito alguno. Pero a los pocos das, despus de haber matado otro becerro, cay por fin el jaguar y nos regalaron la piel. La caza del jaguar no es tan peligrosa como de ordinario se cree. Los perros rastrean el camino de la fiera y la acorralan contra alguna pea o rbol, donde ella se hace fuerte. Entonces la sitian en semicrculo y empiezan a ladrar furiosamente para que no escape. Ocurre a veces que algn perro se aventura demasiado, alza el jaguar sus zarpas, atrapa al atrevido can y lo destroza. En toda cacera de esta clase sucumben algunos perros. Los cazadores, siempre en cierto nmero, se acercan hasta la jaura y disparan por encima de ella hasta acabar con el felino, que raramente se decide a saltar. Solo es necesario conservar la sangre fra. Otra cosa es cuando el jaguar ataca en campo descubierto. Aquel a quien esto acaece debe, con presencia de nimo, mantenerse en la conviccin de que justo, cuando el tigre ejecuta el largo y bien medido salto sobre la presa bay que lanzar un grito bien fuerte, con lo cual el animal se sobrecoge, pierde la seguridad del ataque y va a caer junto a la persona atacada. Este es el instante de hacer un rpido movimiento y clavar a la fiera en el costado el machete o la lanza. Esto se cuenta de una mujer de los Llanos que en el decisivo ins- 267 -

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tante arrebat a su marido la lanza de la mano y mat as al jaguar. El compadre Fernndez, digno de todo crdito, refera que una vez, yendo con otros dos, se encontraron en los llanos de Apiay con un tigre a una distancia como de cien metros y que, acercndose a l, lograron echarle el lazo, muy recio y reforzado con cuero de res, de manera que el animal qued prendido por el cuello. Seguidamente Fernndez puso espuelas a su mula para que el tigre no pudiera alcanzarlo. Entre tanto, uno de sus compaeros consigui atrapar de una pierna al animal, tambin por medio de lazo y se puso a tirar en sentido opuesto. Entonces, el tercero del grupo se fabric rpidamente una lanza clavando en un palo su cuchillo y con ella atraves el corazn del animal, cuyo cuerpo se hallaba distendido entre los dos lazos. Repletos de todas estas aventuras y relatos llegamos a Villavicencio, donde la familia Rojas se qued muy admirada al verme regresar tan sano y contento, pues al partir haba tenido un ataque de fiebre; ahora comprobaban que haba superado todas las correra=:. Como prevencin, todos tomamos quinina y puede ser que no fuera en vano porque, con gran pesar, hubimos de saber que unos das ms tarde, en la misma finca "Yacuana", cerca del Meta, haban sido acometidos por unas fuertes fiebres algunos de los peones que contrataron para marcar las reses. La enfermedad les atac, tal vez, por haberse mojado mucho o por el esfuerzo excesivo. Y en el mismo ranchito donde nosotros vivimos tan sano~ y felices, haban muerto unos das despus dos hombres y un muchacho. Otro de los peones, al cabo de ao y medio segua aauejado de fiebres. Las vctimas eran habitantes de la regin, no recin llegados como nosotros. Estas desgracias pusieron una amarga sombra sobre todo lo acontecido y vivido. Mis impresiones de los Llanos puedo resumirlas del modo siguiente: - 268 -

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Es cierto que a los Llanos no puede calificrselos precisamente de insalubres. Son ms sanos de lo que se dice, al menos durante los meses secos. Basta con abstenerse de toda clase de excesos, observar la mayor mesura, sobre todo en cuanto a bebidas espirituosas y evitar estar demasiado al sol, como tambin las mojaduras, especialmente las de los pies. Es suficiente, segn el mtodo usado all, tomar a tiempo vomitivos para la limpieza del estmago y administrarse luego quinina, friccionarse con aguardiente, llevar solo ropa de lana, acostarse pronto, madrugar y baarse de la manera ms adecuada posible. Y as puede salirse bastante bien de la experiencia de los Llanos. Mas para aquel que deba vivir siempre en aquella regin, no cabe decir que las condiciones de vida sean de entera salubridad. Ello se comprueba especialmente en las mujeres, todas de semblante plido y anmicas, que envejecen rpidamente. Es exacto que los Llanos tienen una temperatura bastante uniforme y que el calor que all se soporta no es demasiado agobiante -como ocurre en otros lugares del valle del Magdalena, por ejemplo en Honda-, pues las lluvias, los vientos que soplan por los ros, as como los alisios, contribuyen a refrescar la atmsfera. La temperatura media es de 27 grados e junto a la cordillera. Los mosquitos molestan poco, las garrapatas, en cambio, que trepan por los pantalones y se incrustan en la carne, son huspedes muy ingratos. Es cierto tambin que, en puridad, son pocas las partes de los Llanos que se inundan por entero, si bien el agua se mantiene por mucho tiempo en los charcos, particularmente en los llamados "caminos" a travs de la selva. Tampoco se puede negar que las tierras son en extremo baratas y que all basta trabajar unas pocas horas al da para poder vivir, no solo con un pasar suficiente sino con gran holgura. Es verdad, por ltimo, que todava incontable nmero de hectreas son terreno baldo, o sea campo sin cultivo ni dueo y que los inmigrantes que gocen de salud pueden enriquecerse mediante la agricultura.

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Mas todo esto no impide que destaquemos los aspectos desventajosos de los Llanos. La tierra es frtil, pero solamente a lo largo de la cordillera, donde est la gruesa capa de humus. En las verdaderas llanuras las plantas herbceas son todava de valor bastante escaso y, de todos modos, tienen que irse mejorando adecuadamente con el tiempo, adems de remover la tierra mediante las oportunas operaciones de arado. Para ello falta an mano de obra; la gente no quiere trasladarse all porque a la larga no conseguira soportar el clima y porque poco a poco se produce un debilitamiento del organismo a causa de las fiebres. Faltan adems las vas de comunicacin necesarias y por ello los productos no tienen la buena salida que en otro caso podran alcanzar. Se planta solamente lo imprescindible y el campo sigue siendo pobre. Adase que la propiedad no est siempre bien delimitada, lo cual da lugar a procesos que, dentro del primitivismo de la justicia en estas regiones, se convierten en verdadero tormento de quien los sufre. La propiedad del suelo, por otra parte, debera estar mucho ms repartida, pues los latifundios no satisfacen nunca las condiciones de un cultivo adecuado. Es excesivamente esperanzado creer que hoy da podran vivir en el territorio de San Martn seiscientas mil reses -cunto menos los tres millones que seala Andr-, pues para su cuidado sera necesario tambin un determinado nmero de hombres. Para el alimento de ese ganado haran falta adems distintas plantaciones de las que hoy existen. "Solo el trabajo transformar los Llanos", dice la consigna del admirador de esa regin. Es cierto. Pero en la Naturaleza, todo lo que el hombre alcanza es a costa de duros sacrificios. Habr que contar tambin con holocaustos de vidas humanas hasta que los Llanos vayan hacindose lentamente accesibles a la civilizacin, hasta que se hallen ocupados y colonizados por las gentes ms capaces, ya se trate de colombianos llegados de la cordillera, o ya ele venezolanos o brasileos que desde la costa
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avancen hacia los Andes subiendo por las cuencas de los ros. Solo donde el hombre haya perdido ya a muchos de sus semejantes, tan solo all, por raro que esto pueda sonar, resultar un clima sano y habitable, en virtud de las necesarias experiencias. Los poqusimos habitantes que hoy da pueblan los Llanos son merecedores, pues, a toda gratitud como pioneros de la Humanidad. En efecto, tenemos por seguro que en los siglos venideros los Llanos sern asiento de centros de civilizacin que, auxiliados por una peculiar red de comunicaciones fluviales, podrn proporcionar sustento y felicidad a millones de seres. La tarde del domingo 23 de enero de 1884 echamos una ltima mirada a las innumerables cumbres de la cordillera que con sin par grandiosidad se alzaban en torno nuestro y contemplamos de nuevo all abajo la Sabana de Bogot. j Qu seria y austera nos pareca ahora aquella regin, la altiplanicie sin rboles, de color verdeoscuro, con sus tranquilos ros y lagunas! Y, sin embargo, aquel paisaje nos llenaba de delicia el corazn, pues al cabo de mes y medio de correras iba a acogernos un ncleo de cultura, bamos a penetrar en una ciudad. Cuando avistamos Bogot con sus torres y el extenso mar de su casero nos recorri una sensacin de deleite como ante la contemplacin de un espejismo. Con fro, pero conservando una cierta actitud de audacia, entramos a galope y en bandolera nuestras carabinas de caza, a travs de las calles repletas de paseantes domingueros. Con una indecible sonrisa miramos al primer seor de sombrero de copa que surgi en nuestro camino. Alegremente bamos saludando a los amigos y camaradas. Pero nuestros ojos se negaban a adaptarse a las proporciones de la ciudad. La Plaza de Bolvar, o sea la Plaza Mayor, nos pareci pequea; las calles, angostos callejones. En efecto, durante tanto tiempo no habamos medido con los ojos ms que largas rutas y anchas planicies. j Qu pequeo, limitado y
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comprimido nos resultaba todo cuanto veamos! Con razn. Nuestra mirada se haba ensanchado con la contemplacin de tanto prodigio de la Naturaleza, de tanta experiencia y aventura y volvamos a la vida civilizada con un campo visual ms amplio, con el corazn ms libre y abierto, con un sentido ms viril y una ms prctica concepcin de la vida.

En el ao 1922, los dos hijos varones del autor quisieron seguir las huellaR de su padre y (pese a los repetidos consejos en contra que escucharon), ver por s mismos cmo andaban las cosas por los Llanos al cabo de tan largo tiempo. Qu pocas transformaciones se haban operado! En Bogot, el mismo desconocimiento del pas, y la misma indiferencia o temor de conocerlo. El viaje a travs de gargantas y montes hasta llegar a la gran llanura corresponda de tal modo a la descripcin de El Dorado -salvo las mejoras en los pasos de los ros, salvo tambin pequeos detalles-, que el relato de la cabalgada a Villavicencio equivaldra a una simple repeticin. Solo con la llegada a dicha ciudad y con la eleccin de una nueva ruta hacia el Meta, puede aspirar a alguna atencin y estima la siguiente crnica de este otro viaje a los Llanos. "La pequea ciudad de Villavicencio, capital de los Llanos de San Martn y de la Intendencia del Meta, tiene una vida muy animada, pues a ella acuden a hacer sus compras y a ver gente todos los colonos de la regin. Nuestra llegada, como la de antao, produce curiosidad, pues es raro que los extranieros de la capital baien a los Llanos. Es, por tanto, cosa natural que nos presentemos a las principales autoridades y que informemos sobre nuestro viaje, aunque solo sea por satisfacer el inters del gobernador. Este gobernador, el general Jernimo Mutis, se ocupa inmediatamente, de la manera ms gentil, en
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ayudarnos en los preparativos para la continuacin de nuestro viaje. Ahora nos enteramos de que en Villavicencio apenas si se pueden conseguir caballos, pues sucumben muy pronto al insano clima. Mucho ms resistentes son, en cambio, las mulas, que por tal motivo son usadas all abajo no solo como acmilas sino tambin, en general, como cabalgaduras. Despus de proporcionarnos las bestias y un pen conocedor de aquellos caminos, nos retiramos a nuestro alojamiento para preparar donde dormir, pues el cuarto que se nos ha adjudicado en esta primera posada de Villavicencio tiene por nico mobiliario dos sillas; en la pared hay unos cuantos ganchos pa'ra sujetar las hamacas. Dormir en la hamaca no es cosa fcil, y nos alegramos cuando a las dos de la madrugada golpea la puerta nuestro pen trayendo ya los animales ensillados. Atravesamos silenciosamente en la noche por las calles de la quieta ciudad. A poco de abandonar la poblacin nos recibe ya la selva, en la que los rebaos han ido abriendo unos pocos caminos. En los lugares pantanosos nuestras bestias se hunden a menudo hasta la panza, y cuando consiguen librarse del atolladero, el gua ha desaparecido en la oscuridad. Pero, con seguro instinto, cada animal va siguiendo al otro y sabe dar con los mejores puntos del camino. De cuando en cuando llega a nuestros odos un rugido sordo, y no podemos imaginarnos sino al jaguar, que anda en busca de presa. Y las plantas parsitas que se enroscan y cuelgan de los rboles siguen remedando a gruesas serpientes que fueran a lanzarse sobre el confiado jinete. Al pasar el ro Ocoa encontramos a algunos llane'fos que se encaminan a Villavicencia. Las horas se hacen interminables en la nocturna selva. A eso de las seis de la maana salimos a la abierta llanura, y en el mismo instante se pasa sbitamente de la noche profunda al claro da. Un resonar parecido a un trueno prolongado se extiende en torno nuestro; es el sinnmero de los monos aulladores, que saludan el nuevo da. Ya la encendida bola se alza

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en la inmensa lejana del horizonte y sube rpida mientras avanzamos hacia ella entre la alta y seca yerba de la llanada. Esta, pO't donde nos va meciendo el acompasado trote de las mulas, queda orlada a ambos flancos por la selva virgen que acompaa los cursos de los ros; solo hacia Oriente se abre y deja ver de trecho en trecho las copas de pequeas islas de arbolado, que al acercarnos van elevndose poco a poco sobre la lnea del horizonte. As, de cuando en cuando, seguimos fijamente en la lontananza una o dos altas copas, y, una vez alcanzado el diminuto oasis, buscamos nuevos puntos de referencia. En esos islotes de arbolado reina una gozosa vida, pjaJros multicolores y toda una variadsima fauna. Soberbias garzas se remontan al aire cuando nos aproximamos. En las pequeas lagunas se ve al ganado en libertad, metido en el agua hasta los corvejones, entre garzas, patos y otras aves acuticas. Un ruido que llega de lo alto de unas palmas nos hace levantar la vista, y nos encontramos con dos pequeos monos a los que hemos turbado en su tarea de arrebata't cocos y que nos miran con fijeza y perplejidad. Luego, en movimientos rapidsimos, se enlazan con el rabo a los esbeltos t'toncos y se dejan resbalar por ellos hasta que, a la altura de los bajos arbustos, se alejan veloces entre carcajadas burlescas. As van tmnsc'll't1~iendo las homs en continua variedad de sucedidos, pero poco a poco experimentamos las molestias de la cabalgada bajo los perpendiculares rayos del sol tropical. Al cabo de ms de siete horas de camino nos encontramos con el primer poblado humano, el hato "Hindostn", una finca cuidada solo pO?' peones indios y propiedad de los hermanos V squez, nuestros futuros anfitriones. El capataz nos invita a detene?'nos, y agradecidos disfrutamos de la fresca sombra, donde nos obsequian pO't primera vez con guarapo, una bebida agridulce, buena para cal?nar la sed, que se obtiene por fermentacin de la melaza de la caa. Un bao en las ondas del cristalino
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ro Humea conf01"ta el cuerpo fatigado y nos hace encontrar especialmente deliciosa la siesta que echamos a continuacin. A las tres de la tarde, todava bajo los rigores del ardiente sol, montamos de nuevo y continuamos la marcha hacia el Este. El camino sigue ahora pegado al ro, de modo que muy a menudo hacemos largos trechos entre la espesura, del alto de un hom~ bre, sufriendo as menos las inclemencias del calor. Pero luego vienen otra vez grandes extensiones de yerba reseca, que parece no eSpe1"ar otra cosa que el que le prendan fuego . Por fin, hacia el crepsculo, aparecen las construcciones, las cuales ms semejan tinglados que casas, de la finca denominada "Barrancas", en la confluencia de los ros Ocoa y Humea. En la hacienda encontramos a Misael y Rubn Vsquez, dos aguerridos y fuertes llaneros, que nos saludan como viejos amigos y nos acogen amablemente pO?' huspedes suyos. La mayor parte del ao la pasan estos hombres all abaio en los Llanos y solo raramente suben a la capital para disfrutar las ventajas de la civilizacin, pero a ningn precio desea1"an cambiar la libre existencia llanera p01' el lujo y conf01't de la ciudad. Con tan cordiales gentes se hace amistad en seguida, U en su finca nos movemos como en nuest1"a propia casa. Lo p1"mero que nos seduce es, otra vez, el ro, al que saltamos gozosamente desde la alta orilla. Pero nos cohibe un cierto temo'/' de atravesa1' nadando la corriente, pues no est desca1"tada la pos'ibilidud de un encuentro con el caimn. Los peonelS !J criados de la hacienda se hallan todos dedic~ dos a la p1'eparacin del pescado, p'ues los hermanos V squez acababan de llega?' de una afortunada correra en la que han obtenido como botn cientos de grandes peces de aspecto parecido al del salmn, que ahora son puestos a seca'r al sol, despus de abri1'los y limpiarlos. La comparacin de este pescado --cachama es su nombre- con el salmn no es cosa a'rbitraria, pues se trata tambin de una especie que hacia fines del verano llega

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de lejos para remontar el Meta hasta su curso superior y el de sus afluentes y desovar, antes del comienzo del invierno, en las claras corrientes que bajan de la montaa. Despus de habrsenos agasajado con increbles cantidades de pescado, arroz y pltanos cocidos, el banquete se cierra con el habitual caf, y poco despus todos se entregan al descanso. La profunda oscuridad de la noche se interrumpe en torno con un raro brillo de la lejana. Son los fuegos que se propagan por las partes secas de la llanura. La visin del furioso incendio es de una espantable grandiosidad. Extensiones de leguas quedan totalmente arrasadas y en ellas muere todo ser vivo que no logr hur a tiempo. Nadie duerme bajo techado, a consecuencia del gran calor, sino que se cuelgan las hamacas bajo el cobertizo abierto que rodea la casa. Cada hamaca se envuelve p'reviamente en el mosquitero, de manera que uno se desliza bajo la red defensiva y, una vez dentro, se acondiciona convenientemente la colgante cama. Como cualquier movimiento que se haga repercute automticamente en la viga donde se han afianzado las hamacas, transmitindose en seguida a las que ocupan los Ot'fOS compaeros, la noche transcurre en medio de un conside'rable vaivn. Ya a la una de la madrugada estn en pie los dueos de la hacienda, pues proyectan una excursin de tres das, por va fluvial para encrecentamiento de su botn de pesca. Hasta estar listos todos los preparativos, se hace de da, y nosotros, en calidad de espectadores, somos testigos de la romntica pa1"tida de los expedicionarios. Dos canoas largas y estrechas son cargadas de provisiones para el viaje; luego se instalan en ellas los pasajeros y lo hacen con sumo cuidado para evitar el vuelco de las embarcaciones. Especial emocin reviste el acto de llevar a bordo a la cocinera, mujer de increble peso, cuya lengua, adems, no se
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da un momento de tregua, a pesar del inmenso susto que est pasando. Por fin, zarpan las canoas, y, entre jubilosos saludos, la expedicin desaparece por la prxima revuelta del ro. Ahora ha sonado tambin para nosot1'oS la hora de la partida, y nos ponemos en camino hacia Puerto Barrign. Se nos han agregado dos nuevos compaeros de viaje que desean, lo mismo que nosotros, agregarse al correo que va hasta el bajo M eta. A ellos les queda todava como un mes de viaje hasta llegar a su punto de destino, una finca del territorio de Arauca. Despus de abandonM' "Barrancas", llegamos de nuevo a la abierta llanura sin caminos, cuyos confines se pierden a nuestra vista con la sola interrupcin de unos grupos de rboles aislados y alguna manchas de selva virgen. A pesar de que las mulas llevan un trote vivo y animoso, el repetido comps del movimiento termina por producir soe1'a, sobre todo porque el sol est quemando despiadadamente sobre nuestras cabezas desde primera hora de la maana. Parece tambin que todo el mundo animal se ha refugiado del calor en alguna parte, pues, fuera de algunos patos y otras aves que vemos en una laguna, no descubrimos fauna de ninguna clase. A eso del medioda nos volvemos a aproximar a la selva virgen que acompaa el curso del ro Humea, y avanzamos ya por tupida jungla rodeados de toda la maravillosa vegetacin de las regiones pantanosas del trpico. Al cabo de una hora, poco ms o menos, alcanzamos el talud de la orilla y volvemos a ver el ro. Pero Puerto Barrign, a orillas del Humea, nos decepciona un tanto, pues este lugar consta de un simple tinglado o cobertizo, sin paredes, y de un trapiche bastante abandonado. La gente que anda por all no despierta, por su aspecto, demasiada confianza. Abajo en el ro est amarrada una lancha de forma plana, un bongo, que es la que lleva el correo por va fluvial, bajando
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el ro Humea y el Meta, hasta el territorio de Arauca. Solo tres veces por mes hace el 'recorrido uno de estos bongos, de manera que nos sentimos muy satisfechos de llegar a tiempo y poder tomar parte en la travesa. La tripulacin est constituda por tres indios "sin falsificar" al mando del capitn y timonel, don Melitn Estrada, que, a pesar del nombre espaol, es tambin un indio autntico. Adems del nombre, don Melitn ha recibido, como sumo patrimonio de civilizacin, la grandeza de un ve?'dadero hidalgo, y sus actitudes estn llenas de dignidad. Don M elitn aguarda horas y horas la llegada del convoy de mulas que trae el correo, y entretanto apenas s cambia una palabra con los semisalvajes mestizos que nos rodean. Tambin de nosotros hace caso omiso hasta cerciorarse de que vamos a reconocer su autoridad de mando como comandante de una lancha oficial. Luego de ser admitidas por conformes las autorizaciones que nos extendieran las autoridades de Villavicencio, y no habiendo impedimento para continuar viaje a bordo del bongo, ordenamos a nuest'ro pen que con las mulas se adelante por tierra, camino ms corto, hasta Puerto Cabuyaro. Nosotros hemos de reco'rre'r unos 100 kilmet?'os ro abaio para llegar a dicho punto, trmino de nuest'r'a travesa. P01' fin, ent1'e el continuo g'rite1'o de los u:n'ie'f'os, sale del bosque la columna que transporta el correo hasta el bongo, y comienza la prolija entrega de los sacos y paquetes a don Melitn. As empieza a anochecer y se hace p1'eciso retrasar la salida hasta el da siguiente, De este modo tenemos el placer de pasa?' una noche bajo el h medo calor tropical de Puerto Barrign y en medio de muy dive?'sas gentes, colgando nuestras hamacas, entre las de los tipos ms siniestros, de las vigas que sostienen el techo del tinglado. Todava de noche, nos t1'asladamos al bongo con toda nuestra impedimenta, Poco despus, don Melitn hace sonar un caracol 1'arsimo por su forma, y avisa con ello la partida de la
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embarcacin. Silenciosamente nos deslizamos en la noche. Los tres indios de a bordo hacen avanzar por medio de las prtigas y corriendo a un lado y otro por la parte de proa. Don M elitn va erguido ante la rueda del timn, y a sus pies estamos acurrucados mi hermano y yo, adems de los otros pasajeros que ayer se nos incorporaron para el viaje fluvial. Al alborear nos hallamos sobre el ya espacioso curso del ro, en medio del ms soberbio paisaje de selva. Alta e impenetrable espesura nos acompaa por ambas orillas. A menudo vemos gigantescos rboles descuajados que han ido a derribarse sobre el ro y parecen querer cerrarnos el paso. Pero don M elitn, con experta mano, sabe guiar' el bongo a travs de todos los obstculos y riesgos. A trechos, sin embargo, es tal la cantidad de troncos incrustados en el cauce, que la muy cargada embarcacin no puede escapar a su funesta suerte, y encalla sin remedio entre broncos crujidos. Tripulacin y pasajeros tienen que aligerar'se de ropa, saltar al agua y, uniendo todas sus fuerzas, sacar a la lancha del atolladero. Se olvidan entonces todas las ter'ribles historias de caimanes y de peces carnvoros o cargados de electr"icidad, .. De cabeza nos arrojamos a las frescas aguas, despertando con ello la infantil admiracin de los indios, Que parecen no haber' visto cosa tal entre gente blanca. Ro abajo prosigue alegr'emente la travesa, de cara al prximo obstculo, el cual ser' sor'teado hbilmente o, si nos atascamos de nuevo, dar' ocasin a otr'o refrescante bao. Hacia el medioda llegamos a la desembocadura del Humea en el Meta, el mayor y todava poco conocido afluente del Orinoca. Lo alcanzamos todava en un punto muy alto de su curso, donde la anchura viene a ser como de 200 metros. Ahora, a fines del verano, no lleva mucha agua, pero el profundo corte de las orillas permite deducir claramente que en tiempo de lluvias se convierte en un ro formidable. Pr'onto don Melitn efecta una maniobra hacia tierra, y amarramos para preparar nuestra co-

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mida en un lugar cercano a un pequeo grupo de ranchos. Vemos acercarse a algunos indios, que, embarcndose en sus estrechas canoas, se dedican a pescar armados de arco y flecha. A poco, un muchacho consigue ensartar, mediante hbil y certero flechazo, un pez negro de forma triangular. Con triunfal gesto nos muestra su botn, cobrado por tan prehistrico sistema. Tras la breve escala, el bongo se pone de nuevo en movimiento sobre la clara corriente del magnfico ro. Nadie sabe lo que hayal otro lado de la selva que nos rodea; nuestros acompaantes aseguraron que el Meta constituye la frontera de la civilizacin y que a nuestra derecha comienza ya la regin habitada por los indios salvaes. De cuando en cuando vemos algn ser humano que de pie en la orilla mira acercarse nuestra embarcacin y que al hallarnos ms prximos desaparece con hosca actitud en la selva. Estos son, pues, los indios salvajes, que, en rigor, solo se distinguen de nuestros acompaantes por no haberse convertido todava a la fe cristiana. Desfilan nuevas estampas llenas de una sosegada y encantadora belleza en medio del paisaie de la selva virgen. Apenas el aleteo de un ave huidiza turba la profunda quietud de estos lugares. Una vez pasamos pegados a una llanura en llamas, ms tarde nuestros compaeros descubren la "reina de los ros", una clase de pez de la cual pasan a nuestro lado, ro arriba, dos grandes eiemplares. A nosotros nos parecen delfines, iguales a los que saltan en torno a los barcos en la cercana de las Antillas, y nos asombra mucho encontrar a estos raros animales en el agua dulce del Meta, a mil kilmetros del mar. No nos faltan, pues, distracciones, y las horas pasan con gran rapidez. Pero, cuando ya contamos con llegar a Puerto Cabuyaro antes de oscurecido, don M elitn ha considerado conveniente que hagamos noche en medio de la selva. De pronto, seala con la mano a un extenso banco de arena y declara que
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a~l vamos a montar nuest1'O campamento. Asombrados, pero

sm hacer oposicin alguna, vemos cmo el bongo se arrima a la orilla y saltamos alegremente a tierra a tiempo que, sbitamente, se echa encima la oscuridad. Todos los objetos del campamento, lo mismo que algunas races y ramas clavadas en la arena, se esfuman en imprecisos contornos, y ya es plena noche. Grande es el encanto de esta nocturna calma tropical en la remotsima y olvidada ribera del Meta, mirando sobre nosotros la Cruz del Sur en medio de un mar de luceros, y junto a nosotros la tripulacin plcidamente recostada en la arena an caliente y en torno a la chisporroteante fogata. Felices hijos de la naturaleza para quienes esta noche es igual a otras mil noches y que no necesitan cuidarse de cosa alguna, rnientras nosob'os, pobres blancos, todava hemos de colgar trabajosamente en algunas ramas el mosquitero para buscar el descanso bajo su clida envoltura! A n falta mucho para la salida del sol, cuando ya los tripulantes se dedican a preparar la partida, y abordamos todos nuevamente el bongo. Antes de zarpar, don Melitn pregunta en el silencio, corno ob edeciendo la ley de un viejo uso: Con quin varnos ?", Y los tres indios responden desde el extremo de la embarcacin: "Con Dios". Estas sencillas palabras, de boca de los humildes indios, dan a la travesa una religiosa solemnidad en medio de la selva todava sumida en el sopor nocturno.
(t

Al cabo de unas pocas horas, en las que con la llegada del da nos posee de nuevo el antiguo gozo, vemos asomar ya en el terrapln de la orilla las bajas casas de Puerto Cabuyaro. Saltamos a tierra, sacamos las mont'lras y el resto del equipo de viaje y buscamos a nuestro pen, al que por fin encontramos, todo sooliento, detrs de una cabaa. Entretanto, don Melitn

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se ha p?'esentado en la plaza del luga?', pe1'O apenas s'i lo reconocemos, pues aparece con un flamante traje blanco y enteramente posedo de su dignidad de capitn del bongo, Puerto Cabuyaro es un apartado poblado tropical, que, aparte de la iglesia, cuenta solo con un pequeo nmero de cabaas o barracas, y a pesar de ello, suean aqu con un futuro de ncleo comercial como ltima escala de la navegacin por el Meta, En efecto, hasta este punto (300 metros sobre el nivel del mar) el ro es navegable para vapores fluviales, que podran llegar desde las plazas portuarias del ocano Atlntico siguiendo el curso del Orinoco. Hasta hace poco, prestaba servicio regular a Puerto Cabuyaro un vapor que traa mercancas con destino a Bogot, las cuales se transportaban hasta la sabana, a lomo de mula, por un costo relativamente pequeo. Pero cuando el gobierno estableci adems un puesto de aduanas en el reciente puerto de importacin, el movimiento a travs de este lugar tuvo un fin prematuro, y el pueblo qued otra vez abandonado y falto de actividad. Despus de despedirnos cordialmente de nuestros compaeros de viaje y tras corta escala en Puerto Cabuyaro, subimos a lomo de las mulas, ya entretanto repuestas de su fatiga, y nos disponemos a cubrir en solo dos jornadas, si ello es posible, el largo camino de ms de 100 kilmetros que nos separa de Villavicencio. Esto constituye, sin embargo un esfuerzo formidable, toda vez que una cabalgada de doce o ms horas no es cosa fcil en medio del calor tropical. Nada, pues, tiene de extrao que de las visiones de la montona llanura, lentamente desarrolladas, queden en nosotros no ms que unas pocas impresiones. Pero al segundo da hemos llegado de nuevo a la proximidad de los montes, pues las cordilleras se introducen aqu profundamente por las tierras llanas. El ltimo trecho del itinerario atraviesa ahora por selva montaosa, donde la oscuridad nos sorprende de modo repentino. Es ya noche cerrada cuando con nuestros ago-

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tados animales llegamos, p01' fiu, a lc~ tumultuosa corriente del Guatiqua, que hemos de cruza'r' para llegar hasta Villavicencio. Constituye una arriesgada audacia lanzarse al caudaloso ro donde ni vado ni fondo pueden ya descubrirse y teniendo qU~ fia1'se ciegamente el jinete al instinto de su fatigada cabalgadura. Pe1'O pasamos el ro y, aliviados, entramos en Villavicencio, remansado en su nocturna calma , . , Ultimamente se advierten esfuerzos para hacer accesibles los Llanos por medio de ferrocarril y carretera. En tanto que la va frrea, "Tranva de Oriente", busca solo la penetracin en la montaa siguiendo el lmite de la altiplanicie, la carretera para automviles pasa ya de Chipaque y llega hasta Cqueza. Pero las verdaderas y grandes dificultades de ambas vas de comunicacin empezarn a surgir en los estrechos pasos y abismos de ms abajo de Cqueza. Parece que habrn de transcurrir todava muchos aos hasta que la romntica cabalgada de los Llanos pertenezca definitivamente a la Historia, Los Llanos siguen siendo una regin del futuro. Para la colonizacin y el cultivo organizado no ha llegado an el momento, pues a los colonos les faltara la posibilidad de vender sus productos agrcolas con la conveniente ventaja. El camino hacia los grandes mercados lo abrir un da la navegacin por el Orinoco y sus afluentes, entonces habr de producirse tambin, por s misma y sin forzamiento, un~ colonizacin ms densa de los Llanos, donde, gracias a la gran cantidad de agua, existen insospechadas posibilidades de cultivo. No es, por ello, mera casualidad que Colombia, poco despus de su entrada en la Sociedad de las Naciones, haya defendido en primer lugar la libre navegacin en las grandes vas internacionales (en este caso el Orinoco con sus afluentes Arauca y Meta). En la garanta de la libre salida al mar desde todas las regiones del interior del continente est la clave del futuro desarrollo de esos territorios de Colombia.

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9. - LA LIBERACION y EL LIBERTADOR Despus de pasar la Conquista como un huracn sobre la civilizacin aborigen, las colonias fueron consideradas durante tres siglos por la metrpoli espaola como tierra conquistada; la poblacin, con su suelo, se reparti entre los conquistadores y se la aniquil, en todo el sentido de la palabra, por medio de un cruel sistema de explotacin. Con los indgenas americanos se manifest el mismo desdn por las otras razas y el mismo intolerante fanatismo contra las gentes de otra creencia demostrados por los espaoles con la expulsin de treinta y ocho mil familias judas y con la eliminacin de tal vez una cuarta parte de la poblacin espaola, constituda por los colonos moriscos. Las colonias hispanoamericanas, por ello, albergaban en su seno bastantes ms grmenes de descontento, odio, descomposicin e injusticia que las colonias inglesas de Norteamrica, donde tenan vigor las mismas leyes que en la metrpoli y que se consideraba en todo lo posible, con poltica prudencia, la necesidad de una libre regulacin de las circunstancias. Por ese motivo el choque fue en el Sur ms intenso que en el Norte y ms duraderas las consecuencias. Era inevitable una ruptura violenta de los lazos. Esto es lo que se desprende de una ojeada general a las circunstancias de la poca. En orden a lo poltico, en las colonias dominaban casi exclusivamente los espaoles europeos. Los cargos pblicos no eran
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accesibles a los indgenas ni a los criollos. La cerrada centralizacin en presidencias y virreinatos (1), que abarcaban comarcas inmensas y apenas o escasamente relacionadas entre s, as como la total dependencia, en cuanto a legislacin y jurisdiccin, de la Corte Espaola y del Consejo de Indias -que no conoca las necesidades de cada regin y que solo con lentitud resolva los negocios-, ahogaban toda capacidad poltica de resolucin. Hay que aadir que las autoridades civiles entre s, y estas con respecto a las eclesisticas, se hallaban en disensin constante. La libertad personal y los fueros, tan desarrollados f:n Espaa, lo mismo que la opinin pblica, no eran all tolerados. El acceso a las posesiones de Amrica se haCa casi imposible a los otros europeos no espaoles; las colonias se hallaban rigurosamente separadas del resto del mundo, de modo que tenan de este un concepto enteramente errneo. Una gran irreflexin y egosmo por parte de los funcionarios ponan su sello a la administracin. La imposicin de muy altas cargas tributarias, en especial los impuestos sobre las ventas, oro y siempre 01'0, era la consigna de los espaoles. Por eso no exista amor patrio, ni fidelidad en las funciones pblicas, ni afecto de los gobernados hacia los gobernantes; en una palabra, entre la autocracia de una parte y la sumisin de la otra, no haba progreso. En el aspecto cultural y social las cosas no estaban mejor. La enseanza pblica se encontraba enteramente desatendida y se daba en forma fragmentaria e incompleta, obstaculizada adems por la Inquisicin, establecida en 1571 y por la prohibicin de introducir y leer los escritos calificados de herticos. Los bienes de las personas sospechosas eran embargados y sus fami(1) La Nueva Granada se segreg en 1563, como Presidencia, del Virreinato del Per y en 1719 se la elev a Virreinato independiente, reducindola otra vez a Presidencia el ao 1724. Hasta 1740 no fue el Virreinato su definitiva forma de gobierno.

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las expuestas al general desprecio. Con las abjuraciones a la fuerza se fomentaba la hipocresa. Eran grandes el fanatismo y la supersticin de las masas, solo aparentemente convertidas al cristianismo, que en el fondo continuaban siendo idlatras y que de la religin no conocan mucho ms que al cura o monje que las explotaba. Agreguemos que la poblacin estaba corrompida por el mal ejemplo de tanto aventurero inmigrante, de tanto noble arruinado y falto de escrpulos, de tanto soldado brutal; corrompida estaba la gente por la mendicidad, por la usura y el juego, por las loteras, por la dilapidacin de las fortunas rpidamente logradas, por los torcidos procesos y la justicia venal y turbia, por un sistema de espionaje y delacin, por la aplicacin de torturas, por las lidias de toros y las luchas de gallos y no en ltimo lugar por el desprecio de la honra y virtud de las mujeres del pas. Con la palabra y la pluma el Padre Aguilar seal durante mi permanencia en Bogot esos ejemplos de corrupcin de los tiempos pasados. Los esclavos, tanto los trados de Africa como los indios, hacan la mayor parte del trabajo. Las mejores tierras se hallaban reunidas en poder de unos pocos o se convertan en bienes de la mano muerta. Al comenzar la revolucin el clero tena casi la mitad de las propiedades races. La servidumbre de los aborgenes dificultaba tambin la necesaria y deseable mezcla de razas. No haba libros tiles que divulgaran la instruccin, pues, por ejemplo, la lectura de la Historia de Amrica de Robertson estuvo castigada con pena de muerte. Algunos libros entraban de contrabando. El alimento espiritual estaba constitudo por la teologa, el derecho cannico y todo el confuso cmulo del derecho civil en el que ya no se orientaban ni los mismos legisladores. En el terreno econmico y poltico dominaba el monopolio bajo todas las formas imaginables; hasta la extraccin del platino y la obtencin de la corteza de quina se hallaban monopolizadas. La plantacin de olivos y vides estaba prohibida bajo
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pena de muerte. Diferentes fbricas de paos, vajillas y sombreros fueron destrudas por mandato real. Los productos del comercio no podan ser intercambiados libremente y segn las leyes de la demanda, pues solo caba su importacin desde la metrpoli o su exportacin a la misma. Sevilla era a estos fines el nico puerto de embarque y desembarque de mercancas. Todos los aos zarpaban para Portobelo dos flotas mercantes escoltadas por navos de guerra. Los artculos importados deban recorrer las regiones en una direccin estrictamente sealada; en cada lugar se dejaba una determinada cantidad, hiciera falta o no all. As se crearon ncleos de trfico enteramente artificiales. Como nico principio econmico se tena la explotacin de las minas de oro y plata. Por malos caminos, que siguieron siendo malos, se llevaban a lomo de mula los sacos de oro -riqueza de unas pocas familias- para ya no volverlos a ver. Se objetar tal vez que el cuadro aqu pintado tiene tonos demasiado sombros. Muy a gusto, precisamente en calidad de europeo, desearla poner colores ms alegres y sealar, por ejemplo, el hecho de que Alexander von Humboldt, al emprender en 1801 sus famosos viajes a las regiones equinocciales, encontrara en Bogot un crculo de eruditos en el que figuraban el botnico Mutis y el astrnomo Caldas. Pero estos rayos de luz aislados no bastan a suavizar la impresin de conjunto de que las colonias espaolas vivieron tres siglos en la miseria y la ignorancia, de que eran bastiones clericales cuyos macizos muros no podran allanarse mediante reformas, sino que habran de ser volados por las revoluciones. En la propia metrpoli, por lo dems, tampoco haba imperado siempre la paz durante el tiempo de la dominacin espaola, pues la revolucin la llevaban y llevan los espaoles en la propia sangre. Con esta exposicin de lo que fue un sistema feudal teocrtico-absolutista culpamos menos a un determinado pueblo civilizador que a la totalidad de una poca.

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Diversos levantamientos de mayor o menor magnitud, como el de los Comuneros del ao 1781 en Colombia, demostraron a los dominadores espaoles que haban pasado los tiempos de la callada obediencia. En la escena universal reinaba la agitacin. N o es que la guerra norteamericana de liberacin hiciera una impresin grande sobre los emotivos suramericanos. De un lado, las noticias sobre esos acontecimientos se reservaban bastante y eran poco conocidas, de otro lado, se trataba de una revolucin un tanto prosaica. Cosa muy distinta ocurri con el gran drama de la cosmopolita Revolucin Francesa, proclamadora de la igualdad y la libertad de todos los hombres. El ao 1799 N ario hizo imprimir y repartir secretamente en Bogot la proclamacin de los derechos del hombre, tal como haba salido de la Asamblea Constituyente Francesa. El espritu que emanaba de aquel texto entusiasm los nimos y los dispuso a la accin. El impulso para la revolucin suramericana lo dio el conflicto de Espaa con Napolen. Bonaparte exigi del rey Carlos IV -o ms bien de su favorito Godoy, el Prncipe de la Paz, aborrecido por el pueblo-- el libre paso de las tropas francesas hacia Portugal. Los ejrcitos franceses al mando de Junot atravesaron la frontera. Para salvar a su favorito de la irritacin de las fieles masas populares, Carlos abdic el 19 de marzo de 1808 en favor de su hijo Fernando VII. Napolen invit a padre e hijo a Bayona para tratar de remediar sus desavenencias; all logr el francs el xito de su intriga en el sentido de inclinar a Carlos IV a retirar su abdicacin, pero llevndole luego a una nueva renuncia al trono de Espaa, esta vez en favor de los napolenidas. El dbil Fernando reconoci este diplomtico golpe de fuerza y fue internado en Francia. Pero Napolen no haba contado con el heroismo del pueblo espaol. Varias juntas organizaron la guerra popular y de gue- 288 -

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rrillas contra la invasin. La Junta de Sevilla envi tambin mensajeros a las colonias para pedir a estas ayuda y, en particular, el envo de dinero. Al mismo tiempo se les conceda que cada seccin del imperio colonial mandara a Espaa un representante en Cortes; unos dieciocho millones de americanos tendran en total nueve diputados, ni siquiera libremente elegidos. No obstante, de manera magnnima, los americanos entregaron a los espaoles veintiocho millones de dlares; al propio tiempo pidieron en casi todas partes el establecimiento de parecidas juntas en Amrica y la equiparacin del nmero d~ representantes. Mas como en Espaa se neg la igualdad d~ derechos de las colonias respecto de la metrpoli, ello por temor de que los americanos aspirasen a la preponderancia poltica, en hispanoamrica fue hacindose cada vez mayor el afn de llegar a un orden propio. Los criollos ms ricos y prestigiosos, as como muchos nobles -no, por cierto, pobres aventureros ambiciosos de botn- y adems muchos elementos del bajo clero, destacados intelectuales y artesanos, son elegidos ahora por las masas populares para formar parte de las juntas. Estas se hacen cargo del gobierno, si bien en nombre del legtimo y "muy amado" monarca Fernando VII, cautivo a la sazn. Esta frmula se adopta para no asustar a las masas con la palabra de la franca sublevacin contra Espaa. En realidad, entre las gentes de ms decisivo influjo impera ya el propsito de lograr la independencia. Casi sin excepcin, los magistrados espaoles pierden la cabeza, ceden aparentemente al principio, pero de manera inhbil tratan de derrotar con sus tropas el movimiento. Casi en todas partes la accin de resistencia acaba, ya en los primeros das o meses, con la expulsin de las autoridades espaolas. El movimiento se consuma primero en Buenos Aires el ao 1809, luego en Quito, ms tarde en la Nueva Granada, o sea Colombia (yen particular el 20 de

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julio de 1810 en Bogot) (1), en Venezuela, en el Alto Per y Chile, en el Per y por ltimo en Mjico y Amrica Central. A pesar de las enormes distancias y en la imposibilidad de conclur acuerdos, la revolucin se produce como por propio impulso, tiene en casi todos los sitios igual carcter y acontece, con diferencias escasas, al mismo tiempo, el ao 1810, cuando la monarqua espaola se hallaba acfala y la mayor parte de la metrpoli ocupada a causa de la directa intervencin napolenica. Pero, inmediatamente, la anterior falta de vida poltica se hace sentir en el hecho de que entre los patriotas -como se llamaban los partidarios de la revolucin- empiezan a surgir rivalidades y odios y no consigue constiturse un poder central fuerte, capaz de salvar al pas en aquella agitada situacin. Cartagena, la fortaleza del Atlntico, no quiere someterse a Bogot y levanta la bandera del federalismo, de la casi total independencia de los estados y provincias del pas. Consecuencia de ello es la anarqua. La irreflexiva abolicin de los tributos deja al gobierno falto de medios para la resistencia y le obliga a la funesta solucin de emitir papel moneda. En el interior de Colombia el estado de Cundinamarca es el primero en darse una constitucin (primavera de 1811), donde se reconoce todava como rey a Fernando VII, pero bajo la sofstica condicin de que ejerza el gobierno desde Bogot. Este ejemplo es imitado en casi todas las provincias. El 27 de noviembre de 1811 se suscribe el primer tratado federal, segn el modelo de la constitucin de los Estados Unidos y lo firman cinco provincias, las "Provincias Unidas de la Nueva Granada", entre las que Cundina marca no figura. Hacia el final de 1811 se proclama en Cartagen a (11 de noviembre) y en Quito la total independencia de Espaa.
(1) El virrey Amar es nombrado al principio presidente de la Junta de Gobierno que se nombra en Bogot la noche del 20 al 21 de julio, pero ya el da 25 es apresado por el pueblo y expulsado del pas el 15 de agosto.

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La regencia espaola haba ordenado entre tanto (31 de agosto de 1810) el bloqueo de la costa de Venezuela y dado ya la seal de ataque. La propia naturaleza pareci querer oponerse a la insensata agitacin de los patriotas. El da jueves Santo de 1812 un espantoso terremoto destruy muchas ciudades y pueblos de Suramrica. Cientos de personas que se encontraban en los templos quedaron enterradas entre las ruinas. Fcil result a los espaoles interpretar este golpe del destino, para la masa fantica e ignorante, como una voz del cielo ante el ataque inferido al trono y a la metrpoli. Venezuela y poco despus Ecuador, volvieron a perderse. En tanto que los jefes de las tropas espaolas no juzgaban necesario cumplir la palabra dada a todos los patriotas que se entregaban, deportando y fusilando sin tregua para, como deca el general Monteverde, no tener que vigilar a los rebeldes ni cuidarse de su sustento, desatose en Colombia una feroz guerra civil entre centralistas y federalistas, guerra que vino a desviar an ms de la causa de la libertad al quebrantado pueblo. Pero entre tanto llegaron de Venezuela a Colombia algunos patriotas exilados, entre los que se encontraba Simn Bolvar, que cambiaron algo la fortuna de las armas. A fines de 1812 Bolvar tom las ciudades y pueblos del bajo Magdalena, venci al enemigo cerca de Ccuta con solo cuatrocientos hombres y despus de haberse elevado hasta mil los efectivos de su divisin, pidi permiso el 15 de mayo de 1815 ante el congreso de Cartagena para emprender una campaa de liberacin del pas venezolano. Empez, pues, aquella homrica expedicin de la que ha dicho con justicia el historiador Csar Cant: "Con quinientos reclutas mal armados y peor vestidos extendi Bolvar por Amrica la revolucin, mientras que Bonaparte, al propio tiempo, apoyado en quinientas mil bayonetas dej sucumbir la revolucin en Europa".

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Ha llegado el momento de iluminar ms de cerca la figura de Bolvar y de relatar los azares de su existencia. Simn Bolvar naci en Caracas, capital de la actual Venezuela, el 24 de julio de 1783. Vena de una noble familia y sus antepasados haban sido concejales de la ciudad. Siendo l de dos aos de edad, muri su padre. Su madre le hizo recibir una instruccin relativamente buena consistente en lengua espaola, latn, matemticas e historia, pero sin que el muchacho demostrara aplicacin. A la muerte de la madre, su tutor, en 1799, lo envi a Espaa con el fin de que completara su educacin. Conoci all bastante de cerca las intrigas de la corte y empez a estudiar con vivo inters, haciendo grandes progresos en la formacin de su espritu. En 1801 Bolvar march a Francia, donde se satur de ideas republicanas y muy en especial, de admiracin por Napolen Bonaparte, gran caudillo de una fuerte repblica. Despus de algunos meses regres de nuevo a Madrid, donde cas con Teresa Toro y Alaira; acompaado de su excelente esposa se embarc para la patria, lleno de felicidad y pletrico tambin de la esperanza de disfrutar de una idlica paz hogarea. En 1803 unas fiebres malignas le arrebataron a su esposa; con el fin de hallar distraccin viaj nuevamente a Madrid y luego a Pars, donde fue testigo de la exaltacin de Napolen al trono imperial, cosa que le llen de tristeza y de aversin al hombre por quien tan idlatra admiracin haba sentido. De continuo, durante aquellos viajes por Europa, pensaba en la liberacin de su patria. En el Monte Aventino, en Roma, jura ante Simn Rodrguez, su acompaante y maestro, "libertar la patria o morir por ella". Despus de haber visitado las principales ciudades de los Estados Unidos regres, en 1806, a Caracas y se ocup en la administracin y mejor cuidado de sus numerosas y buenas fincas. En abril de 1810 fue uno de los decisivos paladines de la revolucin y el gobierno provisional lo envi a Europa en misin

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diplomtica, en especial con el fin de inclinar a Inglaterra en favor de la liberacin de las colonias espaolas. All recibi, sin duda, buen consejo y palabras de adhesin, pero ninguna clase de apoyo efectivo. Vuelto a Venezuela con el barco lleno de armas, Bolvar obtuvo los primeros laureles militares, como coronel de los patriotas, en la represin del alzamiento de la ciudad de Valencia. Por entonces tuvo lugar el funesto terremoto que hemos mencionado. Daz, historiador leal a la corona, relata que pocos minutos despus de la catstrofe pas por la iglesia de la Trinidad, de Caracas y vio por all a un hombre que en mangas de camisa y con sangre en el rostro sala de entre las ruinas. Daz le grit: " Mira, rebelde, cmo hasta la Naturaleza se pone en contra de vuestros malos propsitos!" A lo que Bolvar, pues l era el que se haba salvado entre los escombros, repuso de esta manera: "Si la Naturaleza misma se nos opone, pelearemos contra la Naturaleza; si los hombres se nos enfrentan, pelearemos contra los hombres y si ... " La horrible blasfemia que sigui -aade Daz- no quiero repetirla aqu. A consecuencia del terremoto perdi Venezuela el noble caudillo de los patriotas, Miranda. La historia acusa a Bolvar de, por rivalidad, no haber hecho todo lo posible para la salvacin de la patria y hasta de haber tomado parte personalmente en el apresamiento de Miranda por oficiales republicanos, con lo que el patriota fue a caer en poder de los espaoles, muriendo en Cdiz despus de cuatro aos de prisin. Bolvar, gracias a la recomendacin de un amigo espaol, pudo escapar de Venezuela y llegar hasta Cartagena, donde emprendi su campaa del bajo Magdalena y hacia tierras venezolanas contra seis mil veteranos espaoles. Ya no era posible volverse atrs, pese a que la Constitucin Espaola de 1812 conceda a la poblacin blanca de las colonias iguales derechos que a la peninsular. En fogosas palabras se dirige Bolvar a los venezolanos ansiosos de libertad:

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"Soy uno de vosotros; arrancado prodigiosamente por el Dios de las misericordias de manos de los tiranos que nos agobian, vengo a redimiros del duro cautiverio en que yaceis. .. Prostemaos delante de Dios omnipotente y elevad vuestros cnticos de alabanza hasta su trono, porque os ha restitudo el augusto carcter de hombres".

El 15 de junio de 1815 dio en Trujillo aquel terrible decreto E:n que declara guerra a muerte a los espaoles. Irritado por sus actos crueles y sus infidelidades, les manifiesta que no habr perdn para espaol ninguno y que todos los que caigan en sus manos sern degollados sin piedad. "Americanos -dice al final de su proclama-, contad con la vida, aun cuando seais culpables. Espaoles y canarios, contad con la muerte, aun cuando seais inocentes" .

y estas amenazas se cumplieron. No se hicieron cautivos. En la batalla de Mosquitera fueron matados en revancha los dos mil quinientos espaoles que all haban peleado, sin exclur a los heridos. En tres meses el pequeo ejrcito de Bolvar haba recorrido doscientas cincuenta leguas y librado quince batallas. El 6 de agosto de 1813 Bolvar hizo su entrada a Caracas sobre un carro tirado por doce doncellas. El tigre de las batallas se acredit de magnnimo vencedor. El 14 de octubre fue nombrado capitn general y se le otorg el ttulo perpetuo de Libertador con inherentes poderes dictatoriales.
Pero entonces se torn el destino. Fernando VII haba l'egresado a su pas. Napolen se hallaba derrocado, Espaa era ya libre. El falso y suspicaz monarca que, lleno de ideas despticas anul por un golpe de estado la liberal constitucin de 1812, exiga la incondicional sumisin de las colonias bajo su real autoridad. Le apoyaron los gobiernos reaccionarios de Europa, que prohibieron los envos de armas a Suramrica. Los espaoles llamaron en su auxilio a los aguerridos llaneros de Venezuela y Colombia, prometindoles la entrega de los bienes
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pertenecientes a los patriotas. Se desencaden una lucha feroz


y llena de alternativas. Corrieron raudales de sangre. Al ocupar

los espaoles en San Mateo el edificio donde se hallaban los depsitos de plvora del ejrcito republicano, el heroico Ricaurte hizo volar la casa, quedando all enterrado junto con sus enemigos. Bolvar triunf en Carabobo, pero fue vencido en Puerta y Aragua de Barcelona por el general espaol Boves y all se inmolaron tres mil setecientas personas de ambos sexos y de todas las edades, adems de setecientos treinta patriotas que se hallaban heridos. A estos golpes se sum la rivalidad de los jefes militares, que inutiliz victorias como la de Maturn, donde los patriotas se impusieron contra fuerzas seis veces superiores. Venezuela perdiose nuevamente. El Libertador se embarc decepcionado para Cartagena. All le esperaba una triste noticia. Bogot no haba querido reconocer la nueva constitucin; se haca inevitable una guerra civil. Bolvar debi someter la ciudad. Con dos mil hombres se dirigi otra vez a la costa para atacar nuevamente a los espaoles. Pero sus fusiles no pasaban de quinientos, mientras que Cartagena contaba con abundantes pertrechos. Por rivalidad frente al gobierno federal y frente a Bolvar, que tena en aquella ciudad enemigos mortales, Cartagena neg al Libertador los necesarios auxilios. Indignado por tal proceder Bolvar acometi imprudentemente la ciudad con la fuerza de las armas y la siti durante un mes con sus tropas, desmoralizadas por la fiebre, el hambre y la falta de equipo y vestuario. Esta guerra civil cost ms vctimas que lo que valan los auxilios solicitados por Bolvar. Tal aturdimiento y obcecacin tomara venganza con el tiempo. El general espaol Morillo haba llegado a Amrica con 56 navos, trayendo 10.800 hombres, buena tropa de refresco, adems de 4.200 soldados de infantera de marina, y comenz a cercar a Cartagena despus de que Bolvar, a quien no se quiso
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dejar ir contra los espaoles, haba entregado sus tropas al gobierno republicano y se haba embarcado para Jamaica. Durante ciento ocho das resisti Cartagena. Todos los objetos de cuero, todo el calzado haban sido comidos por la sitiada guarnicin; la ciudad era un montn de ruinas; de 18.000 habitantes, 6.000 haban muerto. El 6 de diciembre de 1815 hubo de rendirse la Ciudad Herica. Algunos cientos de patriotas fueron atrados a la ciudad con la promesa de una amnista, y una vez all los mataron. En el interior de la repblica miraron cruzados de brazos esa destruccin de la ciudad de Cartagena. Hundiose el nimo de los patriotas, las ideas de la reaccin fueron ganando terreno y se dej a la opcin del presidente entrar en negociaciones con los espaoles. Sin particulares dificultades, Morillo el Pacificador, someti al pas. Si Morillo hubiera mantenido su promesa de perdonar a los patriotas, entonces las colonias, cansadas de anarqua y de los malos resultados prcticos de la independencia, se habran mantenido unidas a la metrpoli. Pero Morillo quera ser el duque de Alba de Suramrica. Suya era esta declaracin: "Para subyugar a las provincias rebeldes solo existe un medio: hay que arrasarlas, lo mismo que en la Conquista". As empez una serie de crueldades sin igual en la historia. En Colombia fueron muertos entonces, por lo menos, unos siete mil patriotas. Despus de caer Bogot en manos de los espaoles (16 de mayo de 1816), fueron fusiladas all ciento treinta y cinco personas, la mayor parte gentes de alta estima por su ilustracin, contndose tambin entre ellas algunas mujeres. Al sacrificio de estos mrtires hay que agregar un gran nmero de exilados y deportados, entre ellos noventa y cinco sacerdotes; muchos fueron enviados a la selva o tuvieron que trabajar en la construccin de caminos, sucumbiendo a las privaciones. Confiscronse los bienes de los

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republicanos y a las mujeres de estos se las hizo objeto de toda clase de ignominias. Fue cierta la frase de Zea: "El ocano que separa ambos mundos no es tan grande como el odio que dividi a los dos pueblos". Al colmarse aquella dura prueba de infortunio se comenz a elevar de nuevo el sentido patritico. Bolvar no haba permanecido inactivo en Jamaica. Entre otras cosas, pudo escapar al pual de un asesino pagado. El 30 de marzo de 1816 emprendi desde all, con siete barcos, una nueva expedicin sobre la costa venezolana. La formaban solo doscientos cincuenta hombres, los ms de ellos oficiales colombianos. Al principio le fue adverso el dios de la guerra, pues faltaba armona entre los jefes, de modo que en 1817 tuvo que hacer ejecutar a uno de ellos, Piar, para evitar que cundiera la indisciplina. Mientras la fortuna en la lucha se presentaba todava indecisa, Bolvar, lleno de inquebrantable fe en el triunfo de su causa, comunic a los granadinos el 15 de agosto de 1818 que pronto correra a liberarlos. El 20 de noviembre declar la independencia de la Repblica de Venezuela, organiz el gobierno civil y convoc a los patriotas a elecciones para un congreso que haba de deliberar en Angostura. Este congreso se reuni a principio del ao 1819. All depuso Bolvar sus poderes, mas, a ruego especial de los diputados, se le invisti de nuevas e ilimitadas facultades. Ya llegaban los primeros mil doscientos hombres de las tropas reclutadas en Inglaterra, especialmente en Irlanda y que formaban la llamada "Legin Britnica", la "Legin Irlandesa" y el "Batalln Albin", que luego, con un efectivo total de cinco mil hombres habran de combatir valientemente en favor de la independencia. Unnimemente fue aceptado el plan de El Libertador de atacar al enemigo en la propia Colombia. Dos mil colombianos a las rdenes de Santander (entre ellos mil llaneros) y mil venezolanos fueron reunidos con los contingentes britnicos. Trat-

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base, nada menos, que de avanzar a travs de los Llanos completamente inundados y ascender, pasando por las cordilleras coronadas de nieve, a las altiplanicies, de casi 9.000 pies de altura, de Tunja y Bogot, donde aguardaba a los atacantes un bien pertrechado y disciplinado ejrcito espaol compuesto por tres mil infantes y cuatrocientos jinetes. No hay pluma capaz de describir las penalidades sufridas por los patriotas en esta marcha a travs de los regiones tropicales cruzadas por corrientes de agua, donde ya los caballos resultaban inservibles, para subir luego por los heladores pasos andinos. La hazaa de Anbal en los Alpes sera aventajada por esta. No ha surgido todava un Tito Livio capaz de ensalzar dignamente la expedicin. Nunca apareciose el Libertador ms activo y grande que cuando se trataba de reunir a los rezagados y de allegar nuevos auxilios. Una vez en la altiplanicie, El Libertador, mediante audaces y geniales movimientos militares y una marcha de flanco llena de peligros, supo introducirse entre el ejrcito espaol y la ciudad de Bogot, para, el 7 de agosto de 1819, ofrecer batalla en el puente de Boyac, terreno desfavorable al general Barreiro al mando de los realistas. Terrible fue el encuentro de los tres mil quinientos veteranos espaoles y los dos mil patriotas. Mas a las pocas horas hubieron de rendirse los mil seiscientos espaoles que quedaban. Un oficial llev a Bogot la noticia de la derrota, y las autoridades espaolas entregaron a toda prisa la ciudad, dejando incluso una suma de 700.000 dlares en la Casa de la Moneda. Ya ellO de agosto de 1819 entr Bolvar en Bogot, a la cabeza de sesenta llaneros, bajo una verdadera lluvia de flores. Haba terminado la "Campaa de los setenta y cinco das". Despus de asegurar Bolvar la continuidad de su victoria, dirigiose a Caracas con el fin de aplacar all las contiendas entre los republicanos, cosa que esta vez le fue posible. Ante el Congre-

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so de Angostura relat personalmente su campaa y, como nica recompensa, solicit el permiso de retirarse a la vida privada hasta el da en que la patria volviera a necesitarlo de nuevo. Pidi al propio tiempo la creacin de una gran repblica consistente en la Nueva Granada y Venezuela. El 17 de diciembre de 1819 se promulg la ley fundamental para esta repblica, denominada la Gran Colombia, eligindose a Bolvar como su primer presidente. Pero faltaba todava mucho para la liberacin del pas. Haba que traer armas del extranjero, satisfacer a los numerosos acreedores de la recin creada repblica y obtener nuevos recursos monetarios. Solo unos siete mil quinientos republicanos se oponan a las tropas escogidas de los espaoles, compuestas por unos decinueve mil hombres. Pese a las protestas de los ciudadanos libres, Bolvar hizo alistar cinco mil esclavos en las filas del ejrcito. Siendo iguales ante la ley y el derecho, deban serlo tambin ante el peligro y dar su sangre como compensacin por el recin logrado honor de la ciudadana. Sumamente favorable a las colonias fue la circunstancia de que el da de Ao Nuevo de 1820 se alzaron en Cdiz, con Riego y Quiroga, las tropas destinadas a embarcar para Amrica, exigiendo la vigencia de la Constitucin de 1812. Tras nuevas luchas, el 26 de noviembre de 1820 se inici una tregua de seis meses entre Bolvar y Morillo, as como un tratado para que la guerra se hiciera dentro de una mayor humanidad. Morillo manifest el deseo de conocer personalmente a su valeroso adversario, y, en efecto, tuvo lugar una entrevista entre el "Libertador" y el "Pacificador", en la que ambos se abrazaron segn el caballeresco uso espaol. Un ao despus de la proclamacin de la Repblica de Colombia, Morillo abandon desalentado el continente americano, donde tanto duelo y desolacin extendiera.

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Bolvar no dej expirar el plazo de la tregua y anunci al general espaol la reanudacin de las hostilidades. El 24 de junio de 1821 dio con seis mil hombres la segunda batalla de Carabobo, cuya victoria se alcanz principalmente por los ataques de la caballera efectuados por el invencible general Pez. En tanto que este ltimo someta enteramente a Venezuela, de manera que el 15 de noviembre de 1823 dejaban los ltimos espaoles el suelo entonces colombiano, Bolvar pona por obra su grandioso plan para la liberacin del Per. El hroe de la lucha argentina de independencia, el "Protector" San Martn, atac a los espaoles en el Sur del Per, de manera que estos no pudieron hacer frente al propio tiempo a las tropas de Bolvar que se acercaban por el Norte. Avanzando por el valle del Cauca, libr Bolvar el 7 de abril de 1822 la victoriosa, pero extraordinariamente sangrienta batalla de Bombon, en la que el nmero de muertos y heridos super al de los vencedores. El mariscal Sucre triunf, por su parte, en la falda del volcn Pichincha, de modo que en virtud de estas dos batallas qued liberado todo el Sur de Colombia. El actual Ecuador se incorpor como tercer miembro a la Repblica de Colombia; esta fue reconocida oficialmente poco despus por los Estados Unidos. El primero de septiembre de 1823 entr Bolvar en Lima, capital del Per y all le fueron conferidos los mximos poderes, cosa tanto ms necesaria por cuanto dos presidentes republicanos se estaban hostilizando violentamente sin reparar en los veintids mil hombres de las tropas espaolas que se les enfrentaban. La irritacin ante la traicin flagrante de aquellos hombres, que negociaban secretamente con los espaoles, la necesidad de acabar con ellos, aparte de algunas malas noticias postraron en el lecho a Bolvar. Pero, en medio de su gravedad, hubo de contestar a uno de sus amigos, que le pregunt qu pensaba hacer en tal situacin: " Triunfar! Dentro de tres meses estar en Potos". En Potos, o sea muy lejos, junto a la

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frontera meridional del Per. Como ya antes le ocurriera, el Libertador fue tenido por loco en vista de tales aspiraciones. Pero l era el hombre capaz de llevar a trmino el plan concebido. Con su ejrcito emprendi una marcha de doscientas leguas hasta el llamado Alto Per, sobre los Andes, con el propsito de enfrentarse all al enemigo. El 6 de agosto de 1824 tuvo lugar la batalla de Junn, en la que novecientos jinetes republicanos se batieron contra mil doscientos jinetes realistas. No se dispar un tiro. Solo se escuchaba el golpe de las lanzas y el blandir y chocar de los sables. Esta victoria fue sellada por la que en Ayacucho obtuviera el noble Su ere, mano derecha de Bolvar. En ella fue donde el joven general Crdoba dio la famosa voz de mando: "j Adelante la Divisin, armas a discrecin y paso de vencedores!" Todos los mariscales y generales realistas, dos mil hombres y mucho botn cayeron en manos de los vencedores; mil ochocientos espaoles quedaron en el campo de batalla. Ya en abril de 1825 se cumpli la visin del Libertador de que un da habra de clavar la bandera de la libertad en, la cima nevada del Potos. A principios de agosto de 1825, las antiguas tierras del Alto Per declararon su independencia y el 11 de agosto tomaron el nombre de Bolivia en seal de agradecimiento al Libertador. A este Estado, creacin suya, dio Bolvar una constitucin, el llamado "Codex Bolivianus", que contiene su credo poltico. Segn l, el pas debera ser gobernado por un presidente elegido con carcter vitalicio y que gozara de inmunidad, debiendo l mismo designar a su substituto y sucesor. Tres cmaras, elegidas por solo una dcima parte de los ciudadanos, constituiran el poder legislativo. A causa de esta obra se distanciaron de Bolvar muchos republicanos que se preguntaban si para llegar a tal resultado merecan haberse hecho tan grandes sacrificios. En vano acari-

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ci Bolvar planes encumbrados y en vano convoc a Panam el 22 de junio de 1825 un congreso diplomtico para crear una unin de todos los estados americanos del Centro y el Sur, o sea los Estados Unidos de Suramrica. El fracaso de estos proyectos, as como las sospechas que suscitaron, fueron haciendo palidecer poco a poco el alto prestigio del Libertador. No hay duda tampoco de que fue funesta para l la permanencia en Lima, donde se le nombr Protector vitalicio del Per, as como las muchas lisonjas y testimonios de aplauso, y el ilimitado poder que ejerci durante cinco aos. Solo tras largos titubeos logr evadirse de aquella seduccin. Parti entonces a Bogot, donde se hicieron magnficos preparativos para tributarle un digno recibimiento. Cuando uno de los altos magistrados que a caballo salieron a su encuentro le hablaba de Constitucin y de Ley en el discurso de salutacin, Bolvar puso espuelas a su caballo y se alej de all. Esto, segn me contaron, dej una muy mala impresin. En el interior de Colombia los partidos se hacan guerra del modo ms violento. Unos deseaban un fuerte poder central y militarista ejercido por Bolvar, as como el mantenimiento de la unidad de toda Colombia frente a las ya incipientes veleidades de escisin; otros vean como nica solucin una federacin de estados con relativa independencia de los distintos miembros; otros, en fin, deseaban instaurar una monarqua. La cuestin religiosa, adems, constitua una manzana de discordia, pues, mientras los unos queran declarar oficial la religin catlica, los otros aspiraban a proclamar la libertad de confesin. El ejrcito se hallaba corrompido, agotado el tesoro, perdido el crdito. Bolvar se haba hecho atribur poderes extraordinarios, que le fueron retirados por el Congreso Federal en su sesin del 8 de abril de 1826. Bolvar fue abiertamente acusado de abrigar planes ambiciosos. Estas encontradas posiciones vinieron a estallar

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en la Convencin de Ocaa (9 de abril de 1827), donde los federalistas tenan mayora. Cuando, despus de acordada la revisin de la ley fundamental, fue adoptado el sistema federativo , la minora, que estaba integrada por partidarios de Bolvar, abandon el congreso y determin as la incapacidad de este para resolver. Por todas partes actuaban los agentes de Bolvar y exigan se anularan las resoluciones de la convencin y la entrega del poder dictatorial al Libertador. Manifestaciones pblicas en tal sentido celebrronse en Bogot y en ms de la mitad de los lugares y pueblos de la Repblica. Infelizmente, Bolvar cedi a estos estmulos y public en agosto de 1828 una proclama en la que se institua la dictadura del "Libertador Presidente", al que secundaran seis ministros. Aconteci esto en un momento en que los bolivianos rechazaban ya el "Codex" del Libertador, le retiraban el ttulo de presidente vitalicio y se sustraan a su influjo. Despert en Bogot aquel espritu que vea en Bolvar un Csar. Y empez a tramarse una conspiracin en la que figuraban especialmente elementos extranjeros, revolucionarios franceses y probablemente tambin algunos espaoles. Por miedo a ser descubiertos, los conjurados se decidieron ya el 25 de septiembre de 1828 a llevar a efecto su siniestro plan, el asesinato de Bolvar. Un grupo de artilleros, doce civiles y los conjurados asaltaron el palacio a las once de la noche, mataron a los guardias y se precipitaron al dormitorio de Bolvar. Pero este se desliz por la ventana a la calle y fue a esconderse bajo el arco del pequeo Puente del Carmen. (A menudo, no sin una cierta emocin, he pasado de noche sobre ese puente, evocando aquel hecho, no ciertamente heroico, del Libertador). Los conj urados salieron corriendo y gritando por todas las callejas: " El tirano ha muerto!" Pero los regimientos leales se haban adueado ya de la ciudad, apresando a los amotinados. Bolvar sali de debajo del puente y fue aclamado con entusiasmo por el pueblo. Su
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venganza fue sangrienta. Trece conjurados, entre ellos varios altos oficiales, fueron pasados por las armas; a los otros acusados se les encarcel o deport. Hasta el general Santander, vicepresidente de Colombia durante largos aos, que haba administrado muy bien el pas durante la ausencia de Bolvar y le haba enviado ayudas al Per, fue condenado a muerte y luego desterrado, pese a que en la opinin de casi todos los colombianos era por completo inocente. Bolvar, a consecuencia de la conjuraclOn de septiembre, se hallaba moralmente aniquilado; el abismo entre sus partidarios y sus enemigos pareca ya insalvable; el poder militar se reforzaba a costa del civil; la desconfianza en su poltica era cada vez mayor. Los peruanos declararon la guerra a los colombianos, atacando a su Libertador; si bien fueron rechazados y recibieron en Tarqui (27 de febrero de 1829) el adecuado castigo. Cansado ya de tanta decepcin, Bolvar pens en la necesidad de buscar el apoyo de alguna potencia extranjera. Pero sus ministros fueron todava algo ms lejos y concibieron el plan de instaurar en Colombia una monarqua, pensando en primer lugar en un prncipe de la Casa de Borbn (!). Consultaron confidencialmente a los representantes diplomticos de las distintas naciones y la respuesta fue aprobatoria. El propio Bolvar se declar abiertamente en contra del plan. Quin iba a ser el monarca, dado que los ingleses no se hallaban dispuestos a transigir con un Borbn? Aristocracia, no la haba; los toscos generales, que en su mayor parte procedan de las clases de tropa, hubieran resultado ridculos en el papel de cortesanos. La opinin del pueblo estaba dividida; la mayora entenda que la independencia no se haba conquistado para cambiar una dinasta por otra, mientras los dems vean en la monarqua la nica forma de gobierno con garantas de solidez. Bolvar escribi a sus ministros: HA los representantes del pueblo les compete regir los

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destinos de Colombia y determinar los medios y caminos para lograr su grandeza. A m me compete someterme a su voluntad, cualquiera que ella fuere. Esta es mi invariable resolucin". La respuesta no es clara ni suficientemente concreta. Puede entendrsela como una ambigedad o como una franca repulsa. Estaba Bolvar mezclado en aquel plan o lo haba inspirado l mismo? .. , Solo despus hablar en tono ms enrgico a sus ministros, que queran dimitir a causa del fracaso de sus planes: "Si algn da un trono se levantase en Colombia o en cualquiera parte de Amrica, la primera espada que saltara de la vaina para combatirlo, sera la de Simn Bolvar". Acerca de estas transformaciones de Bolvar sigue imperando todava una cierta oscuridad, que yo no consegu esclarecer despus de realizar en Bogot diferentes pesquisas. Segn una fuente propicia a Bolvar, el sueo de este hubiera sido un rgimen centralista, unitario y fuerte, pues tanto la monarqua como la libre federacin de Estados le parecan soluciones imposibles. Llegamos ya al ltimo acto de la dramtica, trgica trayectoria del Libertador. La gran Repblica de Colombia se haba convertido en un insostenible ente estatal. No ofreca suficiente margen de accin al ambicioso afn de tantos generales. Ya haca mucho tiempo que Pez haba mostrado en Venezuela antojos de separacin. Ahora blasonaba con el anuncio de que iba a liberar a Colombia de sus opresores Y hasta amenazaba con la guerra. De Venezuela llegaban numerosos requerimientos en el sentido de separarse de Colombia ese Estado, no reconociendo ya la autoridad de Bolvar. Como ste no sala adelante con el propsito de llegar todava en vida suya, a una disolucin de Colombia dentro de un espritu conciliatorio, decidi retirarse de la actividad pblica. Mas para demostrar que eran falsas las intenciones monrquicas que se le haban imputado, le importaba mucho ser reelegido - 305 -

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presidente bajo la nueva Constitucin, que haba sido concluda el 3 de mayo de 1830, pues solo de mala gana estaba dispuesto a abandonar aquella magistratura. Para gran dolor suyo, empero, se eligi otro presidente y al Libertador se le hizo saber que hara mejor en salir de Colombia. Por unanimidad acord el congreso asignarle una pensin anual de 30.000 dlares, de la que Bolvar, por desgracia, haba menester, porque l, millonario antes de la guerra, no dispona ahora de dinero ni siquiera para dirigirse al exilio. El 8 de mayo parti el Libertador para la costa. Desesperado de la salvacin de la patria, se lamenta de este modo: "Yo creo todo perdido y la patria y los amigos suma'gidos en un pilago de calamidades. .. Los tiranos de mi pas me lo han quitado y yo estoy proscrito". En la costa fue mudo y triste testigo de la descomposiein de su obra. El 22 de septiembre de 1830 Venezuela se declar repblica independiente. Poco despus sigui el Ecuador, pero este, por lo menos, ofreci asilo al Libertador y le honr pblicamente. En contra de su promesa, Bolvar no abandon el territorio colombiano, lo que dio a sus difamadores ocasin para nuevas sospechas. Pero por mucho que todo pareciera desafiarle a un ltimo combate, por mucho que le hostigara su misma patria, Venezuela, declarndole fuera de la ley y pidiendo su expulsin de Colombia, por mucho, tambin, que se le instaba desde Bogot para que regresase, Bolvar supo resistir a la tentacin. Enferm y su enfermedad tom caracteres alarmantes. De Santa Marta se retir a la Quinta de San Pedro Alejandrino, donde le brind albergue el hospitalario caballero don Joaqun de Mier. En la lucha de los partidos se produjo sbitamente una religiosa calma al circular por todo el pas, con rapidez increble, la noticia de la muerte del Libertador. El 17 de diciembre de 1830, el mismo da en que once aos antes haba visto coronado su sueo con la fundacin de Colombia, el mismo da en que haca diez aos dejara el pas Morillo, su ms feroz adversario,

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exhalaba Bolvar su ltimo suspiro en la clida costa colombiana. Las postreras palabras de su testamento rezan as: "Mis ltimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unin , ,vo bajar tranquilo al sepulcro". El deseo del Libertador 110 se ha cumplido. Su muerte no desarm las pasiones. Solo en un sentimiento se hallan hoy unidos los suramericanos, el sentimiento de la gratitud hacia su gran hroe, Bolvar. Ya en 1832 sus cenizas fueron llevadas con gran pompa a Caracas y en muchas ciudades de Suramrica y hasta en el Parque Central de Nueva York, se levanta su estatua. Su nombre figura en Pars en el Arco del Triunfo. La exaltacin, ms, la divinizacin del hroe de la Guerra de Independencia se manifest especialmente hace poco con ocasin de celebrarse el centenario de su nacimiento el 24 de julio de 1883. La hondura de los sentimientos expresados, particularmente en Colombia y Venezuela, sorprenda a cualquier observador. Esa divinizacin tiene tambin, por descontado, su aspecto negativo. La figura histrica de Bolvar va cediendo sitio a un personaje romntico; la realidad no puede ya luchar contra la leyenda. Si bien los documentos relacionados con Bolvar se han reunido en veintids volmenes y en dos volmenes una parte de su correspondencia, si bien han aparecido ya diferentes biografas del Libertador, todava queda mucho que aclarar acerca de su vida y la historia no ha llegado a emitir un juicio definitivo sobre l. Bolvar era de mediana estatura, seco y nervudo, las campaas le haban tostado la tez y disipado el color de las mejillas. Su rostro era ovalado; sus ojos, extraordinariamente vivos y penetrantes, destellaban fuego; una recia nariz aguilea, una ancha frente, una boca ligeramente contrada, daban atractivo e inters a su semblante; en el trato comn era alegre y franco; amigo de fiestas y regocijos, no perda, sin embargo, la mesura.
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Posea Bolvar una fogosa fantasa y al escribir 10 haca con magnficas imgenes, que todava hoy nos fascinan. Mayor an que su imaginacin era su voluntad; l fue la voluntad personificada de la Guerra de Independencia. Solo a su frreo tesn resultaba posible vencer a ms de cuarenta mil soldados espaoles, tropa excelente y con buenos mandos, cosa que realiz por todos los medios, unas veces humanamente, otras con ferocidad. Sus acciones blicas nos sobrecogen frecuentemente y en aquella proclama en que declara a los espaoles la guerra a cuchillo vemos, desgraciadamente, un extravo de la humana razn, que solo las circunstancias hacen disculpable. Bolvar, al igual que todos sus conciudadanos, era orgulloso de suma altivez. Especialmente en su juventud aquel orgullo, junto con la envidia, le llev a cometer errores que afearon algo su vida, intachable y limpia en todo lo dems. Tambin saba dominarse, su rivalidad y celos frente a los compaeros de lucha se equilibraban por una gran fidelidad de amigo, por su generosidad y abnegacin.
y

Como ciudadano es Bolvar incomparable. "Prefiero el ttulo de Ciudadano al de Libertador, porque este emana de la guerra, y aquel emana de las leyes. Cambiadme, Seor, todos mis ttulos por el de buen ciudadano". Sus virtudes de ciudadana resplandecen en el hecho de que en la administracin de dineros pblicos, no solo fuese econmico y parco sino que adems procediese con gran rigor y que al cabo de catorce aos de mando en Colombia y Per hubiera de morir pobre, despus de haber ofrendado a la patria en momentos crticos todo cuanto posea, riqueza y gloria. En su pensamiento religioso era Bolvar muy libre y renda un cierto culto a la divinidad; respetaba la religin catlica y como fiel catlico muri.

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Bolvar est considerado como uno de los hombres ms dotados para la organizacin. Como soldado acredit una asombrosa tenacidad y constancia y como jefe le distingua una rara paciencia, hallndose al propio tiempo devorado de aquel sagrado fuego que todo lo arrebata. Era singular su prudencia para elegir a los subordinados y colocarlos en el cargo conveniente. Sus soldados lo idolatraban. Ms discutido que en ningn otro aspecto lo es Bolvar en su calidad de estadista. Odia los pequeos negocios administrativos, aborrece el escritorio y no llega a comprender los mezquinos celos, intrigas y enredos de los polticos de profesin. Particularmente en la primera poca de su carrera poltica, Bolvar habla el severo lenguaje de la democracia: "Tan solo el pueblo conoce su bien y es dueo de su suerte, pero no un poderoso ni un partido ni una fraccin. Nadie sino la mayora es soberana. Es un tirano el que se pone en lugar del pueblo y su potestad usurpa". Dos grandes prototipos trataba Bolvar de juntar en s: el de Washington y el de Napolen. Admirando a ambos, al segundo de estos lo imit ms que al primero. En toda su concepcin poltica se ve demasiado al militar. Aspira sobre todo a un gobierno fuerte, por lo cual descuida el elemento civil y se halla ms que dispuesto a poner mano al sable. De vencido pas a vencedor, y vencedor quiso quedar en la poltica. El, que tan a menudo disfrut de poderes extraordinarios, desea, sin embargo, servir a su patria; pero al propio tiempo desea mandarla siempre, dominarla siempre, sin dejar sitio a otros. Las decepciones que como hombre de Estado hubo de sufrir provenan del desprecio de una ley: que el dominio de una sola persona, por bien inspirada que esta se halle, acta al fin de forma opresiva y se siente como una carga. Las decepciones mencionadas no tienen, pues, su origen en acontecimientos externos, ni tampoco en el difcil carcter de sus compatriotas, sino, sobre todo, en sus propias faltas. El mismo, al reaccionar contra

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la libertad, fue quien ms perjudic su obra. Bolvar, personificacin de una ambicin noble y magnnima, pero insaciable, puso demasiadas veces a prueba su popularidad. Fatig a la suerte y hubo de hundirse en la pesadumbre. Mas Bolvar, que con su genio rompi el letargo de tres siglos, se alza dignamente junto a los grandes caudillos de la antigedad y de los tiempos modernos, pues l devolvi el derecho de la libre determinacin a pases que, con una extensin de cinco millones y medio de kilmetros cuadrados, albergan hoy a ms de diez millones de seres. Vendrn nuevos siglos y se convertirn en una apoteosis del gran Libertador de pueblos.

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COLOMBIA. AOS DE APRENDIZAJE

El Libertador baj tempranamente al sepulcro. La Gran Colombia se haba deshecho, se haban separado Venezuela y Ecuador. En qu ha empleado Colombia el siglo que lleva de independencia nacional? Fundamental, interesante pregunta. Despus de larga y lamentable confusin y despus de derrocar el dominio militar de los llamados intrusos, el 21 de noviembre de 1831 se discuti y elabor una constitucin para el maltrecho pas y el 29 de febrero de 1832 fue expedida la Carta Fundamental de la Nueva Granada. El poder ejecutivo corresponda a un presidente, elegido por cuatro aos y no reelegible, as como de un Consejo de Estado que integraban siete miembros designados por el Congreso. La Nueva Granada invit a Venezuela y Ecuador a fundar juntamente con ella una liga de las tres repblicas hermanas, sobre la siguiente base: solucin pacfica de todas las diferencias por medio de un tribunal de arbitraje (esta idea, pues, haba llegado ya hasta all) ; estricta prohibicin del comercio de esclavos; prohibicin de negociar separadamente con Espaa o efectuar modificaciones territoriales sin el conocimiento de las otras repblicas coaligadas; por ltimo, garanta de los respectivos gobiernos en el sentido de asegurar una forma republicana, popular, colectiva, responsable y alternativa. Esta propuesta, por

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desgracia, no fue escuchada ; Venezuela la rechaz orgullosamente. Solo se lleg a un acuerdo en cuanto a la distribucin entre las tres repblicas de la deuda producida por la Guerra de la Independencia (ms de cien millones de dlares). Para el nuevo perodo de 1833 a 1837 fue elegido presidente el jefe de los patriotas constitucionalistas y opuestos al dominio militar, el que envuelto en la conspiracin contra Bolvar, fuera desterrado luego del pas; hablamos del general Santander. Este, cuya enorme estatua de bronce se alza hoy en una de las ms bellas plazas de la ciudad, ha dejado a la posteridad muchas obras, aunque acaso procedi algo rgidamente contra los partidarios de Bolvar y contra el clero y a pesar de tener sobre s la culpa de imperdonables actos de fuerza, como el asesinato del general Sard. Santander es el fundador de la escuela primaria en la repblica, logrando la creacin de escuelas para veinte mil nios, sin dejar de tener presente la educacin de las muchachas. Puso en manos de los profesores universitarios de su tiempo el texto de Bentham sobre legislacin y el de filosofa de Tracy, de la antigua escuela sensualista de Condillac; con estos dos libros de combate fue robustecido el movimiento liberal. La opinin conservadora, sin embargo, obtuvo en 1837 una decisiva victoria con la eleccin del conservador liberal Mrquez como presidente. En vano acudieron los liberales al recurso de la revolucin (1840). Aunque los partidos se hallaban casi a la par, triunf finalmente, despus de sangrienta lucha, el bando del gobierno, que, robustecido, hizo elegir de nuevo para el siguiente perodo presidencial a uno de los suyos, el general Pedro Herrn, amigo que fue de Bolvar (1841-1845). Bajo la pacfica administracin de Rerrn, que foment la industria y la educacin, se llev a cabo el 20 de abril de 1843 una revisin de la ley fundamental, la que, al objeto de aumentar el poder central, admita tambin al Congreso a los funcionarios y les daba dere-

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cho a ser elegidos. El presidente electo para el nuevo mandato , el general Toms C. de Mosquera, primeramente conservador, pero inspirado por la ideologa liberal, jefe despus de los liberales y hombre de los ms diversos destinos, supo conseguir uno de los mejores perodos que en la administracin ha conocido el pas (1845-1849). Implant en serio la navegacin de vapores por el Magdalena, hizo acondicionar las tierras del istmo de Panam para la construccin de la lnea frrea, redujo el ejrcito al efectivo mnimo y lo dedic a abrir caminos, mejor los servicios de correos, introdujo el sistema mtrico decimal en las medidas y la moneda, hizo formar en el Colegio Militar los primeros ingenieros bajo la direccin de personal extranjero de gran competencia, y dispuso una amnista general que permiti a los desterrados el regreso a la patria. El partido liberal, que se haba recuperado entre tanto, alcanz mayora en la eleccin para presidente (1849-1853) celebrada por el Congreso y que recay en el general Lpez. Este debilit en favor de los Departamentos el influjo del poder central, robustecido antes por los conservadores, descentraliz la administracin e implant la plena libertad de prensa, de modo que llegaron a difundirse entonces como cincuenta publicaciones polticas. Se aboli la pena de muerte para los delitos polticos, se suprimi la aduana de Panam y se comenz all la construccin del ferrocarril, se declararon libres el comercio de tabaco y la exportacin de oro, dando un gran auge a estas ramas de la economa. Los jesutas, que, arrojados de Espaa por Carlos III en 1767, haban regresado al pas en 1844, fueron ahora expulsados de Colombia; se declararon suspendidas las rentas eclesisticas, lo mismo que el derecho de asilo y el fuero sacerdotal, y a los cabildos se les dio facultad para nombrar a los curas prrocos. A Lpez corresponde la gloria de haber efectuado la total liberacin de los esclavos, hasta entonces no lograda en todos los sitios (el nmero de los esclavos oscilaba

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entre diez mil y veinte mil); y de ese modo, no solo quit a los espritus las cadenas de la censura, sino que libr a los cuerpos de los pobres negros de las ligaduras de sus amos. Con ello qued consumada la obra a la que con energa y elocuencia se consagr el venerable sabio Flix Restrepo (1760-1832) desde el principio de la Guerra de Independencia. Lpez introdujo adems el sistema de jurados en los tribunales de justicia y redujo en un quinto las tarifas aduaneras. Colombia fue el primer Estado que, bajo la administracin de dicho presidente, permiti el trfico de buques de naciones extranjeras, por sus ros y dems aguas, hasta el interior del pas. Insisti en la confiscacin de los bienes eclesisticos y en la soberana estatal. Si se hubiera continuado la poltica introducida por el antecesor, Mosquera, el comercio libre hubiera proporcionado ferrocarriles y carreteras, mientras que ahora, para la construccin de las vas frreas, es necesario hacer llegar capitales del extranjero si es que realmente se desea que las lneas queden terminadas. A pesar de que Lpez super una conspiraclOn conservadora promovida por Ospina, imponindose adems a la hostilidad del clero, y aunque inaugur la poca ms importante en el desarrollo poltico de la Repblica, as como las reformas ms audaces y de mayor trascendencia, no fue capaz de impedir la escisin dentro del propio campo. Todava bajo el dominio conservador, se pretendi convertir por la fuerza a las ideas de ese partido a los estudiantes de la Universidad, muy avasallados a la sazn y cuyo rector, adems, era un eclesistico estrecho de miras. Los estudiantes fundaron entonces una asociacin democrtica empapada especialmente en el ideario de la revolucin de julio. Uno de sus principales dirigentes, primero agitador furioso y luego ultramontano, presentaba como un hecho la coincidencia de los principios democrticos con el ms puro cristia-

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nismo, y en su entusiasmo predicaba que ya Cristo haba padecido en el Glgota por esas ideas, a causa de lo cual se bautiz al partido con el nombre de "los Glgotas". El General Lpez asista a las sesiones de estos ardorosos estudiantes y as los fue ganando para sus fines. En tanto que los viejos liberales se oponan a reformas enteramente razonables, tenan miedo de la inmediata liberacin de los esclavos, medida que a su entender deba implantarse paulatinamente. Los de este grupo queran conservar un ejrcito muy numeroso, para la correspondiente represin de los conservadores; eran partidarios de la pena de muerte, y en esto llegaban tan lejos que pensaban extenderla a toda una gran serie de infracciones. La joven escuela, en cambio, peda las mximas libertades, que, con su ayuda, fueron en efecto implantadas por el general Lpez. Despus del mencionado e infeliz alzamiento de los conservadores acaudillados por Ospina, los viejos liberales o progresistas -que ahora se haban vuelto reaccionarios- opinaban que a los revoltosos y agitadores se les deba tratar con todo rigor mediante destierro, confiscacin de bienes, etc., con el fin de exterminarlos por entero, para lo cual sera necesario un ejrcito permanente de, por lo menos dos mil quinientos hombres. Solicitaban adems el mantenimiento de la pena de muerte y hasta la prisin por deudas. Los jvenes "glgota s", empero, pedan libertad para todos y que se aprovecharan con tolerancia y mesura las ventajas de la victoria; se resistan obstinadamente contra los medios preconizados por los viejos liberales, ahora llamados "los draconianos", no sentan temor alguno ante la separacin de la Iglesia y el Estado ni ante ninguna de las reformas grandes y de amplias miras. Gracias a su proceder, resultado de una gran firmeza de convicciones -y pese a la desconfianza con que los miraba el nuevo presidente, Obando, quien aspiraba a gobernar con el apoyo de los draconianos y

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del ejrcito-llevaron a trmino la ley fundamental de ms profundo sentido liberal que conocen las repblicas hispanoamericanas, la Constitucin del 21 de mayo de 1853. En virtud de esta la Iglesia qued enteramente separada del Estado; se despoj de frmulas y requisitos eclesisticos a todo acto civil; se sancion el sufragio universal, directo y secreto; se suprimi la prisin por deudas; se separaron del ejecutivo los poderes legislativo y judicial y se dispuso la total descentralizacin (concretamente, se retir a las autoridades federales la facultad de nombrar los gobernadores de las provincias). El matrimonio civil qued autorizado por la ley de 20 de junio de 1853, se traspas a los municipios la propiedad de los cementerios, se redujo el ejrcito en activo y se disminuyeron las tarifas aduaneras. En balde se opuso a estas reformas el presidente, general Obando (1853-55), llevado al poder por los antiguos progresistas. Las reformas fueron acogidas, y an ms por cuanto los escasos representantes conservadores no adoptaron frente a ellas una actitud verdaderamente hostil, pues los glgotas dispusieron al propio tiempo la elaboracin de una ley de amnista, segn la cual los obispos desterrados podran regresar de nuevo a la patria. Esto constitua para los conservadores motivo suficiente para confiar en que el retorno de aquellos prelados, junto con la mayor libertad de movimiento creada por la separacin de la Iglesia y el Estado, traera consigo el comienzo de una restauracin del antiguo predominio conservador. Al estallar luego una revolucin militar acaudillada por Melo, y habindose declarado abolida la Constitucin el 17 de abril de 1854, se culp a Obando de haber favorecido el golpe, formole causa el Senado y se acab por destiturIo, despus de una guerra civil de seis meses, en que la ciudad de Bogot fue tomada por los liberales en lucha contra el bando militarista. (N o me atrevo a decidir si la acusacin hecha a Obando era o no justificada, pues las opiniones sobre el particular siguen

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estando muy divididas). Los dos restantes aos del perodo presidencial fueron completados por Manuel Mara Mallarino, vicepresidente conservador, muy moderado, que form un gabinete mixto (1855-1857), redujo a 300 hombres el ejrcito activo y mantuvo una gran austeridad econmica. En 1855 el Congreso aprob por unanimidad un proyecto segn el cual Panam pasara a constitur un Estado autnomo, tan solo en ciertos aspectos dependiente de la Nueva Granada. Este hecho, que se consum de manera pacfica y tranquila, sirvi de precedente a otras decisiones. El 11 de junio de 1856 se creo el Estado de Santander, y en 1857 se discuti en el Congreso una nueva Constitucin, adoptada al ao siguiente, segn la cual, junto a los dos Estados dichos, se delimitaba el territorio de otros seis, existentes luego como departamentos y que eran los de Antioquia, Bolvar, Boyac, Cauca, Cundinamarca y Magdalena. Al propio tiempo la Repblica, en lugar del nombre de Nueva Granada, pasaba a ostentar el de Confederacin Granadina (28 de mayo de 1858). La divisin del partido liberal llev a la presidencia, en momentos tan decisivos para la organizacin nacional, al conservador doctor Mariano Ospina, de formacin sofstica y escolstica y antiguo conjurado contra el gobierno Lpez. Si bien en la nueva Constitucin, imitada de la norteamericana, se reconocan a los Estados todos los derechos no expresamente adjudicados al poder nacional, y pese a que la decisin sobre cuestiones de competencia entre el poder de la Confederacin y el de los Estados se reserv exclusivamente al supremo rgano jurdico de la nacin, Ospina promulg contra todo derecho, una ley (8 de abril de 1859) inspirada por su unitarismo y en inters del gobierno central conservador. Esta ley transfera a los poderes nacionales, retirndosela a los Estados, la intervencin en los escrutinios de las elecciones para miembros del Congreso y para la Presidencia de la Repblica. Contra esta y parecidas medidas elev violenta protesta el partido liberal, amenazado en su propia

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existencia. Y cuando Ospina auxili dos revoluciones, si bien sofocadas luego, contra los gobiernos de los Estados de Santander y Cauca, cuando se reuni el congreso ultraconservador formado bajo el influjo de la nueva ley electoral y cuando esta cmara dio una ley de orden pblico que confera al poder central facultades para imponerse a los gobiernos de los presidentes de los Estados y hasta para suspenderlos en sus funciones, entonces result ya inevitable la borrasca. Los Estados liberales de Santander, Bolvar, Magdalena y Cauca dieron en suponer que solo el poder de las armas poda salvarlas del peligro intencionadamente provocado. As se desencaden la ms prolongada e intil de las revoluciones que ha visto Colombia, la de los aos 1860 a 1863. El 3 de septiembre de 1859 Ospina declar el estado de guerra en toda la nacin. El 8 de mayo de 1860, el general Toms C. de Mosquera, gobernador del Estado del Cauea, expidi, a raz de un ultimtun dirigido a la Presidencia el 18 de abril, el famoso decreto en que declaraba haber recibido de la autoridad legislativa de su propio Estado facultades para separarlo temporalmente del gobierno de Bogot hasta que este volviera a la normalidad constitucional. Se haba producido el caso de guerra y con ello, un peligroso ejemplo para el futuro. Ospina atac personalmente al Estado de Santander y sali vencedor en la sangrienta batalla del Oratorio. Despus de numerosas contienObando, los predecesores de Ospina en la Presidencia. A una batalla segua otra batalla. Los liberales triunfaron, al mando del general Gutirrez, en una lucha de siete das librada en Boyac; el ejrcito vencedor, despus de la dura batalla de Subachoque, ganada por Mosquera, uniose a este y el 18 de julio das, Mosquera pas la Cordillera Central y se uni con Lpez y de 1861 fue tomada por los federalistas la ciudad de Bogot. En aquella ocasin Mosquera hizo fusilar a tres altos magistrados, sin juicio alguno.

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Mosquera, que durante la guerra fue reconocido como caudillo de la misma, constituy un gobierno provisional, en el que se dio el ttulo de "Presidente provisorio de los Estados Unidos de Nueva Granada, supremo director de la guerra". Los hechos ms importantes de ese gobierno, cuyas consecuencias todava hoy se hacen sentir, son los que siguen: la constitucin de Bogot en territorio federal; la separacin de Cundinamarca de un nuevo Estado, el del Tolima; la expulsin de los j esutas; la expropiacin y subasta, o la venta a cualquier precio, de todos los bienes de manos muertas; la supresin de las casas conventuales y, por ltimo, la designacin del pas con el nombre de Colombia. Tras continuada guerra, el 4 de febrero de 1863 se reuni por fin la Convencin Nacional de Rionegro, estrictamente liberal y convocada por Mosquera, que promulg el 8 de mayo de 1863 la trascendental Constitucin de los Estados Unidos de Colombia. Primer presidente de estos fue el general Mosquera y el segundo, el doctor Manuel Murillo, uno de los mejores diplomticos y estadistas del grupo radical (1864-1866). Hubo numerosas revoluciones en los diferentes Estados, en las que unas veces los liberales y otras los consevadores trataban de derrocar, o derrocaban, a los respectivos gobernantes; el presidente iba reconociendo como hijos de la voluntad popular a todos los gobiernos surgidos de esas conmociones (hasta el nuevo gobierno conservador de Antioquia), todo ello por la teora de los hechos consumados. A pesar de 10 dicho, la enseanza fue mejorada notablemente bajo el mandato de Murillo y los bienes de manos muertas todava no subastados se adjudicaron a los cabildos municipales. En el ao de 1866 ocup la presidencia por cuarta vez el general Mosquera. Movido de su carcter desptico y de sus antojos autoritarios, pronto mostr el poco respeto que senta por las leyes. Durante su ausencia de dos aos haba contratado en Europa emprstitos y adquirido barcos de guerra por sumas fabulosas, sin contar para ello con el consentimiento de la nacin.

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(El producto de la posterior venta de dichos barcos ascendi apenas a la dcima parte del dinero que se ma1emp1e en ellos). Mosquera quera proseguir an con la subasta de los bienes de manos muertas, a objeto de hacer de nuevo candente la "cuestin religiosa". Como el grupo liberal-radical le haca abierta y dura oposicin, como la opinin pblica estaba en contra suya y el Congreso tampoco coincida con l en los decretos -particularmente en el criterio acerca del papel del poder central al producirse revoluciones en los Estados-, Mosquera declar suspendidas sus relaciones con la Cmara y se proclam dictador el 29 de abril de 1867. Pero ya a los veintisis das de este hecho, un grupo de ciudadanos eminentes lo tomaron preso durante la noche en su palacio (conjuracin del 23 de mayo de 1867) y lo encerraron en el Observatorio Astronmico. Acusado luego ante el Congreso, se le enjuici y destituy, por ltimo, fue condenado al destierro. Antes de conclur el perodo presidencial de Mosquera fue abolida por el vicepresidente general Acosta la ley sobre inspeccin de cultos y todo desacato por parte de los eclesisticos quedaba bajo la competencia de los tribunales ordinarios para su oportuno castigo. En ese tiempo se cre la Universidad Nacional. Los gobiernos siguientes fueron presididos por ilustres ciudadanos del grupo radical. Bajo su mandato, yeso se lo debe conceder la misma envidia de los enemigos, tom la enseanza un auge no visto hasta entonces. El general Santos Gutirrez, triunfador de Boyac en la revolucin de 1860, el general Eustorgio Salgar, personaje muy simptico, el doctor Murillo en su segundo mandato presidencial (1872-1874) y el doctor Santiago Prez (1874-1876) fomentaron la escuela primaria, ]os bancos, las exposiciones nacionales, ]a redaccin de los principales cdigos ... , y trataron de poner orden en la desastrosa situacin de las finanzas, particularmente en la normalizacin de la deuda exterior. Esta se elevaba a la ingente suma de 33
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millones de dlares, la cual (bajo Murillo) se redujo, empero, a 10 millones mediante acuerdos con los acreedores respectivos. Durante el perodo presidencial de Santiago Prez la Universidad sigui en continuo desarrollo y en 2.000 escuelas pblicas reciban instruccin 48.000 nios y 21.000 nias. Por medio de una economa arreglada y ahorrativa se hubiera logrado establecer el equilibrio entre los ingresos y los gastos, obtenindose incluso algunos remanentes regulares, a no ser por la divisin de los liberales y por las nuevas revoluciones que pusieron al pas casi al borde de la ruina. En el mandato de Santiago Prez produjronse tambin insurrecciones contra el gobierno central, que se prolongaron durante cuatro meses, en Panam, Magdalena y Bolvar. Pero la revolucin ms sangrienta que ha conmovido al pas fue, sin duda, la que se desarroll bajo el siguiente mandatario presidencial, Aquileo Parra (1876-1877). Este fue elegido por el Congreso, no sin alguna violencia, por no haber obtenido mayora ninguno de los candidatos liberales. El Estado de Antioquia, cuyo gobierno conservador se haba armado desde tiempo atrs mediante la constante adquisicin de material blico, y el Estado del Tolima, declararon la guerra al gobierno naciolIal, tomando como pretexto la ley por la cual el ejrcito activo se haba aumentado hasta 3.000 hombres y se eliminaban de la enseanza las lecciones de religin. La revolucin (agosto de 1876) produjo un nuevo estancamiento en los esfuerzos del comercio colombiano, en el pago puntual de los crditos de la deuda exterior y en la reduccin del tipo de inters de los bancos. La escuela primaria sufri tambin en esta revolucin profundas heridas, todava no curadas por entero. Frente a las guerrillas conservadoras surgidas en casi todos los Estados, el gobierno de la unin junt un ejrcito de 25.000 hombres. Las huestes conservadoras de Antioquia fueron vencidas en la terrible batalla de Garrapata al pretender penetrar en el liberal territorio

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del Cauca, por la regin de Los Chancos y cuando se disponan a pasar la Cordillera Central para marchar sobre Bogot con una tropa de 14.000 hombres. En el lugar de la lucha se hallan enterrados valerosos estudiantes liberales de la Universidad. Los revolucionarios sufrieron finalmente otra derrota en el centro de la Repblica, en la Donjuana. La revolucin de 1876 fue breve, pero funesta. Cost al pas, por lo menos 10 millones de dlares. Los dos partidos se enfrentaron en la forma ms violenta, el clerical luch apoyado por la religin y bajo la direccin de eclesisticos, contra las escuelas ateas del gobierno. La derrota de los revolucionarios pareci definir la situacin para largo tiempo. Pero nueve aos ms tarde (1885) vuelve a cambiar la escena poltica: estalla otra guerra civil, los vencidos de 1876 pasan a ser ahora los vencedores y recogen implacablemente los frutos de la situacin modificada en provecho suyo.
Cmo pudo consumarse semejante transformacin? El proceso es tan tpico y caracterstico que merece ser considerado con algn detalle.

Los pueblos, como los hOll).bres, pasan por pocas de crecimiento y de decadencia, de viril energa y desarrollo y de enfermiza descomposicin e impotencia. Grato debi de ser el cuadro que ofreciera Colombia por el comienzo de los aos setenta y que le gan en la Amrica Hispana la honrosa conceptuacin de ser una escuela, un pas en que la instruccin en general se hallaba por encima de la de todos esos pueblos. A Bogot lleg a drsele el nombre de "la Atenas de Suramrica". Entonces, como ya vimos, se elevaron considerablemente el crdito financiero y el moral de la Repblica; la exportacin superaba en millones a la importacin; el pas era rico y floreciente. Los presidentes eran sencillos servidores del Estado y la administracin se rega del modo ms honorable. Pronto, empero, se hizo

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notar la misma CrlSIS economlCa que en Europa. Se acab casi enteramente la exportacin del ail, del tabaco y de la quina, en tanto que no era ya posible acallar las nacientes necesidades, ni el incremento del lujo. Ahora se pona de presente toda la deficiencia de las instituciones polticas, mucho menos visible en los tiempos de prosperidad. Ya desde 1863 se hallaba en candelero el partido liberal, aunque bien le hubiera venido algn cambio de aires, sobre todo hallndose en clima tropical donde tan fcil es encenagarse y corromperse. Aquel ao, triunfantes los liberales despus de la guerra de tres aos librada a las rdenes de Mosquera, hicieron una constitucin ideal, abolieron la pena de muerte y dieron a cada uno de los nueve Estados la casi absoluta autonoma, con derecho a importar armas por su cuenta, a sostener un ejrcito y a administrarse independientemente, aunque en el interior estallaran revoluciones y fueran derrocados gobiernos. Al poder central le corresponda tan solo la acuacin de la moneda, las disposiciones sobre pesas y medidas, la direccin de los asuntos exteriores y el cobro de los derechos de aduana. Si los Estados hubieran tenido tiempo de progresar en su independencia, de reunir y administrar bien sus ingresos y de sacar adelante a hombres polticamente bien preparados, la ley fundamental de la Confederacin habra resultado provechosa todava por algn tiempo. En contra de lo dicho, los Estados dilapidaron sus recursos Y se dedicaban a reclamar todas las posibles aportaciones de la administracin central para cualquier obra de importancia. Despertronse de este modo las codiciosas ambiciones de una mala especie de polticos que comenzaron a entregarse a la holgazanera y deseosos solo de vivir bien, no tomaban muy en serio los preceptos de la moral. Los Estados se separaban adems unos de otros a causa del cobro de peajes y pontazgos, en lugar de dejar entera libertad al trnsito por todo el pas. Cada Estado se haca sede de exclusivismo y la distri-

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bucin del presupuesto responda a criterios partidistas; all nacan las frecuentes revoluciones, instauradoras de gobiernos ilegales y apoyados en la fuerza. En una palabra, la agitada vida poltica que imperaba en la nacin estaba llena de intrigas, manejos y tendencias anrquicas. Cuando en el ao 1875 se dividi en dos el partido liberal a causa de las elecciones para la Presidencia, surgi el hombre que haba de dirigir durante dos decenios, con sin igual y funesto poder, los destinos de Colombia: Rafael Nez. Los medios influyentes de la poltica del pas le haban hecho venir de Liverpool, donde en su cargo de cnsul viva contento, feliz y disfrutando de un alto sueldo, para presentarlo como candidato a la Presidencia de la Repblica. Por sus excelentes crnicas publicadas en peridicos de Colombia y de otros pases de Suramrica, Nez se haba hecho un gran prestigio como hombre de Estado, poltico y socilogo. Pero al llegar este a Bogot, result que la camarilla del gobierno decidi elevar a la presidencia al entonces ministro de hacienda, Parra, y dej plantado al candidato viajero. Nez, sin embargo, no se asust y desde ese momento empez a efectuar negociaciones secretas con el partido ultramontano. Una gran parte de los liberales se puso del lado de Nez; eran los que se hallaban descontentos con el gobierno, al que llamaban "el Olimpo radical" y deseaban un dominio ms moderado de todo el partido. La eleccin popular entre Parra y Nez, al que apoyaban los conservadores, qued indecisa y el Congreso vot la mayora para el primero de ellos. Los conservadores consideraron que la ocasin era propicia para un cambio de sistema y se lanzaron al movimiento antes citado, la para ellos infortunada revolucin de 1876. Nez dej colgados a los conservadores y ayud en la regin de la costa a los liberales con la socarrona observacin de que no se iba a embarcar en una nave destinada con seguridad al hundimiento.

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Acabada la revolucin, fue ensalzado a la presidencia en 1878 el vencedor de Los Chancos, general TrujilIo, hombre dbil al que Nez gobernaba enteramente. La divisin de los liberales se hizo ms marcada que nunca y se form contra los radicales un partido de "independientes", que pedan ante todo tolerancia frente a los vencidos conservadores, amnista, eliminacin del exclusivismo y elecciones ms limpias. A los independientes se afiliaron en principio los liberales ms desinteresados y valiosos. Pronto, sin embargo, vino a mostrarse que el grupO de los independientes aspiraba tambin al mando exclusivo y que lo pretenda lograr por todos los medios, ms malos que buenos, a causa de lo cual volvieron a separarse los liberales de mayor pureza y rectitud. Haba motivo para tal separacin, pues Trujillo, durante los aos de 1878 y 1879, hizo mayores estragos que nadie anteriormente en los dineros del Estado, gast nueve millones de pesos ms de los que ingresaron, dej de pagar, por primera vez al cabo de muchos aos, los intereses de la deuda exterior y consinti que el populacho apedreara en Bogot el congreso radical y que los gobiernos radicales de dos Estados fueran derrocados y sustitudos sin ms por elementos del partido. Rafael Nez, que entre tanto haba sido presidente del Estado de Bolvar, haba allanado, pues, el terreno para llegar a la Presidencia de la Repblica. Siete de los nueve gobiernos estaban en manos de los independientes. Los radicales opusieron una candidatura nada afortunada y resultaron vencidos en las elecciones. El primero de abril de 1880 ocup Nez el silln presidencial. Digno de alabanza es que durante los dos aos de su primer mandato reinara la tranquilidad en el pas, si bien con el apoyo de cinco mil bayonetas -una cifra hasta entonces no alcanzada por el ejrcito en tiempo de paz-, que hizo entrar a Colombia en la Unin Postal Universal, que estableci relaciones diplomticas con Espaa y que (si bien en inters poltico

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de su partido) procur elevar la universidad. Hay que advertir que la paz lograda lo fue a costa de enviar al extranjero como "diplomticos" a muchos personajes de la poltica o encadenndolas a su poder por medio de ddivas; el balance de dos aos arroj el espantoso contraste de 11.700.000 pesos de ingresos frente a 30.300.000 de gastos. Guardamos silencio sobre el modo y manera en que fue allegado y empleado durante ese perodo un emprstito de 3 millones de pesos, sobre cmo fueron importadas monedas de nquel sin realizar el ajuste correspondiente y cmo se especul con valores del Ferrocarril de Buenaventura. Pese a todo ello, el Congreso, integrado por partidarios de N ez, acord presentar a ste un voto de gracias por su excelente gestin al frente del gobierno (febrero de 1882); a esto, no obstante, se lleg solo tras una semana de dursima polmica oratoria. Como sucesor de Nez fue elegido unnimemente por el pueblo el jurista doctor Zalda, hombre de 71 aos a la sazn, probo e irreprochable aunque algo falto de flexibilidad . El ya achacoso anciano fue objeto de dura resistencia por parte del Congreso. En el tesoro no quedaba un solo centavo, aunque deba haber todava dinero para seis meses. Contra su promesa, Nez se haba hecho elegir como vicepresidente y como seguro sucesor en la presidencia. Pero Zalda no quera ceder ni morirse. Se rode de buenos consejeros, como el eminente estadista Miguel Samper, a quien nombr ministro de Hacienda y que se gan la especial confianza del sector comercial a causa de la libre suscripcin de un emprstito. En mayo de 1882, Nez, escarnecido e injuriado por la prensa y en multitud de coplas satricas, hubo de salir de Bogot de noche y con sigilo como un fugitivo cualquiera. Nez pareca estar juzgado definitivamente y descartado ya como poltico. Yo lo vi en su dignidad suprema como presi-

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dente, pero tambin en los momentos de su humillacin. y tuve la seguridad de que le estaban reservadas todava "grandes cosas"; tan profunda impresin me haba hecho. Rafael Nez tena entonces 57 aos, era pequeo y ya algo inclinado hacia adelante, pero bastante gil an. Cuando me presentaron a l en Palacio me quede asustado de su delgadez y de lo plido de su semblante y tuve la conviccin de hallarme ante un tsico de gravedad. No saba que, segn expresin de uno de sus bigrafos, algunos de los aos de Nez deban contarse dobles. Su cabeza era grande y huesuda; una barba cerrada, ya muy gris, le ensombreca el rostro. La nariz aguilea se adelantaba hacia una boca de feas lneas. Los azules ojos miraban profundos, penetrantes e inquisitivos. Era una figura inquietante, y esa sensacin se acrecentaba con la presin de su fra y hmeda mano, a cuyo contacto se estremecan, segn propio relato, los ms de sus visitantes. Rafael Nez era bastante reconcentrado y sombro, pero sus preguntas eran tales que descubran inmediatamente la potencia intelectual de aquel hombre extraordinario. Nez deca de cuando en cuando frases cargadas de sentido y de una gran fuerza de conviccin. En los dems casos, su voz era dbil y lento y sin especial brillantez su estilo oratorio. Todo delataba en l al hombre de anhelos insaciados, al hombre convencido de su propio valer, ambicioso y dominador. A los radicales, que haban jugado con l y que eran sus ms encarnizados enemigos, los aboneca con toda el alma.
Qu cosa haba conferido a este hombre tanto poder e influjo sobre la nacin? Su esplndido talento de escritor y de poeta y su conocimiento del hombre y de la vida. Nez haba escrito profundos ensayos de poltica, jugando en ellos de tal modo con las palabras, que no poda negrsele la admiracin. El dctil poltico haba sabido acuar autnticas consignas y

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frases de efecto para dejar boquiabierto al gran pblico irreflexivo. Para cada nueva situacin poltica hallaba la palabra justa, y por ello escriba mucho y siempre en el momento decisivo. Con sus poemas, obras que atestiguan un alto vuelo espiritual, lograba arrebatar a las masas. Algunas de sus composiciones tienen una filosfica hondura y ejercen peculiar encanto, pues el poeta se ofrece en ellas en toda su imperfeccin. Unas veces, como en "Que sais-je", uno de los poemas ms clebres, lamenta su escepticismo y su duda. La ciencia es solo una vacilante escala en que pasamos de un error a otro. Todo es niebla y caos, nadie puede encender el sol de la verdad, nadie consigue fijar los lmites entre el bien y el mal, entre lo cierto y 10 incierto. En otra ocasin canta en conmovedoras estrofas su amor a la madre. Aora los tiempos de la niez, querra ser todava un muchacho, y entona un himno a la "dulce ignorancia" con que, estremecido de piedad, entraba en una catedral, sin presentir las feroces dudas del supuesto saber de ms tarde. En este poema va a parar a la afirmacin materialista de que "el cerebro segrega el pensamiento, como la caa miel ... " Canciones erticas llenas de ardorosa pasin alternan en este agitado espritu con estrofas a la virtud y a la inocencia, que arrancan lgrimas a nuestros ojos. Cuando ese torturado corazn de poeta declara sus secretos en una inmensa riqueza de imgenes, se siente uno conmovido y se hunde en profunda meditacin o en estremecido ensueo. Lo que nos seduce del poeta es acaso lo incompleto de su personalidad, su alusin al arrepentimiento, a su existencia desordenada, a su alma semejante al Mar Muerto, ya ni capaz de 10 bueno o lo malo, capaz solo de morir; ante esas quejas olvidamos sus circunstancias familiares, en parte tan ingratas; ante sus profundas ideas olvidamos tambin la aplicacin a la poltica de aquel escepticismo suyo que todo lo invade, la prdida de la fe en la justa recompensa o castigo y la falta de toda clase de escrpulos.

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Nez fue una personalidad muy peculiar, plena de ascmbrasa frescura de espritu en medio de un gigantesco desgaste nervioso. Personalmente tmido, mas con el vigor suficiente para dominar a toda una nacin, era de un natural mefistoflico al que se renda fatalmente quien tuviera que tratarlo a menudo', saba persuadir a sus partidarios de que proceda con entero altrusmo y desinters, solo por el bien comn y por puro patriotismo y amor a la paz. A estos partidarios no les inspiraba, en el fondo, ni cario ni veneracin, pero s, indudablemente, un respeto sin lmites por su sabidura y por su manifiesta fuerza de voluntad. Los enemigos le reprocharon su doblez, su traicin a la causa liberal y sus deserciones, adems de su egosmo, pero teman la agilidad de serpiente que le era propia, su claridad mental y sus xitos. Quien de tal modo puede atraer sobre s el odio y la admiracin de los partidos, es, sin duda, un hombre extraordinario. Apenas haban transcurrido algunos meses desde aquella partida nocturna, cuando el anciano presidente Zalda enferm y agotado en su continua lucha con el mal aconsejado Congreso, inclin definitivamente la cabeza el 22 de diciembre de 1882. Como el primer vicepresidente, Nez, se hallaba en la costa, hubo de hacerse cargo del gobierno el segundo vicepresidente, Otlora, dbil instrumento de los polticos profesionales; su gestin de quince meses fue tal que acab por tener enfrente a toda la opinin pblica. Muri de pesadumbre al ser presentada en el Congreso, en abril de 1884, una mocin en el sentido de formarle causa por mala administracin y malversacin de fondos. Entre tanto, el primer domingo de septiembre de 1883 haban tenido lugar las nuevas elecciones a la Presidencia. En Bogot fueron especialmente tumultuosas. Nez, que contaba con la mayor parte de los Estados, triunf fcilmente sobre el candidato ocasional de los radicales, Wilches. Hasta el 7 de agosto

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de 1884 no tom Nez poseSlOn de su cargo. Todo el mundo pona en l grandes esperanzas; recibisele nuevamente con los brazos abiertos. Es cierto que no pudo obtener emprstito alguno, cosa que intent con Lesseps, y lleg, pues, con las mallOS vacas. Pero llegaba tambin como amo de la situacin, mimado o temido por todos los grupos. Para el observador sagaz era cosa indudable que Nez pensaba en afirmar totalmente su dominio sobre aquel flaco y arruinado cuerpo estatal y que trataba, sobre todo, de modificar la constitucin federal de 1863 en el sentido de una mayor centralizacin, de una organizacin ms rigurosa y de la prolongacin del perodo presidencial. Nez tuvo que preparar la revisin con una tnica de limitacin de las libertades, pues se hallaba necesitado del apoyo de todo el partido conservador. Por todas partes se haca patente un movimiento -solo invisible para quien se empeara en estar ciego a la realidad de las cosas- en pro de una restauracin de signo clerical. Los eclesisticos haban robustecido notablemente su poder durante los aos ltimos, sabiendo aprovechar adecuadamente la libertad de movimientos que les proporcionaba la total separacin de la Iglesia y el Estado. Los templos se vean siempre llenos, muchos liberales volvan a encomendar de nuevo a los religiosos la enseanza de sus hijos; la Universidad Catlica, fundada por el Nuncio Agnozzi, hall buena acogida; los publicistas de la escuela ultramontana utilizaban un lenguaje mucho ms insolente y hostilizaban con mayor violencia a nuestra Universidad Nacional. En el Estado del Cauca hasta se haban suprimido algunas clases de fsica y qumica, por hallarlas en contradiccin con la doctrina de la Iglesia. Al fin se permiti a algunos jesutas el regreso al pas, y en seguida comenzaron con su trabajo de zapa.
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La crisis econmica, la presin que se operaba sobre el comercio y el trfico, el turbio panorama del tiempo venidero, las continuas disensiones dentro del partido liberal, las desavenencias entre los polticos, la degradacin de los independientes, la humillacin de los radicales por la desafortunada candidatura presidencial de Wilches ... , todo esto haba de dar lugar a una conmocin por el estilo de la que en Blgica, en circunstancias bastante parecidas, se haba producido ya. Nez tena sobradas condiciones de estadista como para no darse cuenta de ello, acomodndose a ese movimiento retrgrado. Pero, cmo iniciar y llevar a cabo la revisin constitucional, con la que, en el fondo, todo el mundo se hallaba de acuerdo? La mencionada Constitucin de 1863 haba establecido la norma de que para efectuar una modificacin de la misma era necesaria en el Senado la conformidad de todas las delegaciones de los nueve Estados, integrada cada una por tres miembros; haba que ganarse, pues, a, por lo menos, dos senadores de cada Estado, cosa imposible dada la actitud federalista, hostil a toda reforma, que observaban algunos radicales. En vez de publicar un programa sobre la revisin, obligando a Nez a definirse, los radicales se comportaron ms bien como impugnadores del propsito, lo que COntrari todava ms a la opinin pblica. Poda pensarse solo en dos salidas: o haba que confiarse a la eficacia del dinero, y dinero no lo haba, o era necesario llegar a una solucin de fuerza (derrocar gobiernos radicales en los Estados o apresar senadores de ese mismo grupo). Resultaba curioso que fuera tan exiguo el nmero de personas que vean acercarse el oleaje de la revolucin; ms curioso todava -en medio de aquella conmocin, de suma ejemplaridad histrica-, que no fuera Nez quien comenzara el conflicto blico, acaso deseado en silencio por l, sino que los radicales, en el colmo de la obcecacin, se adelantaran a tomar las armas. En caso de que estos hubieran sido los atacados, no
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habran salido, en verdad, vencedores, pues el partido liberal se hallaba harto dividido, dbil e impotente, y el vuelco era adems inevitable, pero al menos habran perdido honrosamente. Mas, de este modo, los radicales violaron la ley antes de esperar a que la violara Nez y se lanzara abiertamente al golpe de Estado. Tronaban contra el "traidor" Nez, que haba hecho dejacin de las ideas liberales, en tanto que l no haba demostrado todava con ningn acto ser el reaccionario que decan; le dejaron, pues, el bonito papel de representante de la legalidad, del orden agredido y del derecho vulnerado. Cuando Daniel Hernndez, jefe de los radicales del Estado ele Santander y persona de toda honorabilidad, declar la revolucin contra el "dictador" -lo cual hizo desoyendo toda clase de consejos y bajo el disgusto producido por la intromisin de Nez en los negocios de aquel Estado autnomo-, este ltimo pudo lanzar el da 26 de diciembre de 1884 esta significativa proclama a la nacin:
" ... solo una intransigente fraccin, para hacer, sin quererlo ms apremiante la anhelada obra, ha alzado bandera sediciosa contra un gobierno culpable nicamente de haber buscado, con excesivo candor, el concurso de todos para la pacificacin de los espritus, dando repetidos ejemplos de moderacin y benevolencia. .. El Gobierno no se limita a defender el depsito que en sus manos se ha puesto; porque este conflicto que comienza, lgico en su fondo, es el fruto inmediato de la insensatez de unos colocada al servicio de la perversidad de otros... En este penoso trabajo de pacificacin, las bendiciones de Dios estarn con nosotros ... "

El estallido de una nueva ?'evolucin, con el que somb1'amente se cier1'a este captulo, suminist?'a la ?nejor prueba de que los "aos de aprendizaje" de Colombia estaban an lejos de acabarse. Al lado de la pum y simple solidaridad humana, la 1'epugnancia del auto?" ante el intil derramamiento de san- 332 -

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g1'e se explica por sus propias experiencias, que refie're en el siguiente captulo y que ocasionaron, en ltimo trmino, el cese prematuro de su actividad docente y de su permanencia en Colombia. La continuacin del 'resumen hist1'ico hasta los das actuales se halla igualmente bajo la impresin de cosas vividas y que a nuestro padre, lo mismo que a todo hombre que mira ms all de unos estrechos confines, le ocasionaban profundo sufrimiento, Era el horror de la guerra mundial, Quin se atreve a tener el derecho de juzgar la casi inofensiva gue1"1'a de Colombia cuando, pocos aos despus, los pueblos de Europa desencadenaron ent're s otra guerra civil? Y, a la vista de tales acontecimientos, no pueden los colombianos sealar con cierto orgullo el hecho de que en su pas reine ya la paz desde hace ms de un cuarto de siglo? As, pues, la historia de las ltimas revoluciones y de los inciertos tiempos que vinieron tras ellas pueden escribirse sin que el prestigio de Colombia sufra mengua en compamci6n con los grandes pueblos civilizados, Por el contrario, podemos advertir con claridad un desarrollo ascendente, y ab1-igar la esperanza de que no sufrir interrupcin, La paz inte'rna de Colombia se halla asegurada en tanto que los pm'tidos avancen lo suficiente en su propia superacin y depuracin como para llevar a plena validez y justa aplicacin el derecho de sufragio universal, Esta es hoy la ms noble misin de la todava joven repblica democrtica, Cuando el pa'rtido gubernamental hubo sofocado con la victoria de La Humareda la guerra civil desencadenada por los liberales, Rafael Nez convoc, el primero de septiembre de 1885, una convencin nacional encargada de preparar la revisin de la ley fundamental, Los trabajos p'revios fueron confiados a Miguel Antonio Caro, quien con anteri01idad haba recibido de los vencedores instrucciones conC1'etas a ese propsito.
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Nez se hizo elegi?' nuevamente para la Presidencia el 6 de diciembre de 1885, p?'olongando adems su mandato hasta seis aos de duracin. La nueva Constitucin no entr en vigo?' hasta el 5 de agosto de 1886. Toda ella em obm de aquel demonaco estadista. Los poderes del P?'esidente tenan carcter extraordinario y resultaban dignos de una monarqua aristocrtica. Se implantaba de nuevo la pena de mue?'te. La d'eccin y organizacin de la formacin escolar quedaba totalmente en manos del clero. Se suprima la libertad de prensa. La fe catlica se defina en la Constitucin, y lo mismo sigue ocurriendo en la actualidad, como religin del Estado: "La religin catlica, apostlica, romana es la de Colombia" . Ms tarde se concluy un concordato con la Santa Sede, en el que el empobrecido pas se obligaba a enviar anualmente a Roma una fuerte suma de dinero en calidad de indemnizacin PO?' las expropiaciones de bienes eclesisticos que llevamn a cabo los gobiernos ante?'iores. Detalles ms concretos sobre el particular se encuentran en la Ley nmero 35 del ao 1888, que confi'rmaba los acuerdos firmados con el Papa Len XIII. Digna de especial atencin em adems la Ley nmero 158 del ao 1887, pues en ella se reconoca al de?'echo de la Iglesia plena libertad y equiparacin junto a la legislacin civil. Esto se ha 'robustecido de tal modo en el tmnscurso del tiempo, que los efectos legales del bautizo, el matrimonio 'lj la muerte son producidos pm' la Iglesia. Dada la inexactitud de muchos de los ?'egistros eclesisticos, se han o?'iginado ya pm' ello las mayores dific1lltades de orden jurdico. En las siguientes elecciones de 1892 Nez fue confirmado de nuevo como P?'esidente. Pero su salud se hallaba ya muy minada, y como su cm"religionario M. A . Caro haba sido designado Vicep?'esidente, confi a ste la d'eccin de los negocios del Estado. A la, mue?te de Rafael Nez, ocu?Tida de manera re- 334 -

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pentina el 18 de septiembre de 1894, Caro se hizo cargo del gobierno, con carcter definitivo y tambin bajo la forma autoc?'tica. Si bien se haban producido escisiones en el seno del partido conservador, no logr xito una revolucin promovida, sin orden ni plan alguno, por los liberales. El ao 1898 se volvi a elegir Presidente a un conservador, el nonagenario doctor Manuel Sanclemente. Este caduco anciano firmaba solo mediante un sello, que, encomendado a la custodia de sus subordinados se utiliz para cometer los ms increbles abusos. Semejant~ administracin se hubiera acabado por s misma y en breve plazo. Pero otra vez les falt paciencia a los liberales, y a fines de 1899 estall al Norte del pas una revolucin que se cuenta entre las ms sangrientas de Colombia. Pese a algunos xitos iniciales, los liberales hubieron de sucumbir a causa de la falta de unidad en el mando. Los conservadores "histricos" se aprovecharon de la confusin existente en el pas para derribar al conservador "nacionalista" Sanclemente, y el 31 de julio de 1900 elevaron a la suprema magistratura del Estado al Vicepresidente Jos Manuel Marroqun. Contaron para ello con el apoyo clerical. Para toda persona de recto juicio la administracin de M ar'roqun constituye una de las pocas ms negras de Colombia. Este hecho es, a su vez, la nica justificacin del partido liberal, que, desesperado de la situacin, lanz al pas a la guerra civil ms terrible de cuantas ha vivido. La matanza dur tres aos hasta que, por fin, el 21 de noviembre de 1902, lleg a firmars~ la paz. Este acto tuvo lugar a bordo del barco de gue'rr'a norteamericano "Wisconsin", entre el representante conservador del Gobierno, y los liberales, quienes, teniendo a todo Panam en su poder', se decidieron a dar' ese paso por razones patriticas y tambin po'r miedo de una intervencin de los Estados Unidos. El pas haba quedado arrasado y pobre. Una psima poltica de papel moneda hizo imposible el comercio exterior con Co- 335 -

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lombia. En esta poca de mxima postracin hubo de empeza1' Colombia las negociaciones con los Estados Unidos sobre el proyecto de abrir un canal a travs del Istmo de Panam. Por entonces, empero, no se haban extinguido an los derechos de la sociedad francesa del canal, en la cual muchas familias colombianas perdie7'on tambin, por am01' a la pat7'ia, enormes sumas de dinero. Mas las negociaciones con los americanos se frustra1"on ent'retanto, pues las 1'espectivas posiciones resultaron inconciliables. Con tal motivo se produjo un cierto disgusto entre la; poblacin del Departamento de Panam, y los Estados Unidos supieron explotar hbilmente en favor de sus planes aquel estado de nimo. Se desencaden un 71wvimiento que, apoyado "bondadosamente" por Norteamrica, tena por meta la separacin de aquella parte de Colombia, y cuando el Gobierno se dispona a enviar t1'opas a Coln y Panam para que restablecieran el orden, el transporte militar fue impedido por la p1'esencia de barcos de guen'a norteamericanos y el bloqueo del fe7'roca1'ril Coln-Panam. Esto posibilit que Panam se declarara independiente el 3 de noviembre de 1903 y que Teodoro Roosevelt, quien se apresur a reconocer al nuevo Estado, excll1mara imprudentemente: "1 took Panam"! Poco despus se efectuaron en Colombia los comwws p1"esidenciales, y el magistrado electo, General Rafael Reyes, tom posesin el 7 de agosto de 1904. El que haca ahora su entrada en Bogot era un hombre de recia voluntad y de gran sabidura prctica. Despus de la desviacin jurdica del Presidente Nez en 1884, haban transcurrido veinte aos, durante los cuales Colombia fue descendiendo paulatinamente. Las escuelas, anta1'io florecientes, se hallaban ahora vacas, y la poblacin se haba salvafizado en sus cost'/,~mbres y sentimientos. Las riquezas C1'el1das con la constancia y el ahorro se hallaban destrudas, los campos antes cultivados estaban ahora en pleno abandono, y, en, lo exterior, Colombia haba perdido por entero su acatada
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y respetada posicin de tiempos anteriores. Sobre este montn de ruinas deba edificar ahora Reyes ,y su capacidad de accin logr realizar en breve lapso cosas verdaderamente notables. n.ur~nte aos se le ech en cara, como una vergenza, que se s'/,rv'/,era de medios dictatoriales, pues el colombiano, pese a los amargos aos vividos, es en el fondo un fiel partidario de la forma republicana de gobierno. Pero hoy se reconoce con 1nS justicia que las circunstancias de aquel momento de profunda desO?'ganizaci6n requeran ser mejoradas por obra de una mano fuerte, El mrito principal de Reyes es haber devuelto la paz al pas y el habe1'la sabido conservar. Hay que ag1'adecerle ade1MS: la const1'uccin de la carretera del No'rte, desde Bogot a Beln, unos 250 kil6metros de recO?'rido; la ampliaci6n de las lneas telegrficas de todo el pas; la estabilizaci6n de la moneda; la fundaci6n de un banco emisor central, que entonces, no obstante, f?'acas; el mejoramiento de la navegacin por el Magdalena; la fundacin de la escuela de cadetes y la reorganizacin del ejrcito; la creacin de los Departamentos del Atlntico, Caldas y el Valle, que permita una mejor articulacin geopoltica del pas; la colonizacin de los Llanos y, en especial, de la 1'egin del Putumayo; en conjunto, toda una serie de obras de impoTtancia, que hoy todava cuentan en beneficio del pas. Pero cuando Reyes, de modo quizs excesivamente desp1'endido, pretendi6 acabar con la cuesti6n de Panam sin tO?nar muy en cuenta toda la fuerza de las razones jurdicas que pesaban a favor de Colombia, y cuando a la mayora parlamentm'a que le e1'a sumisa quiso obligm'la a acepta?' un t1'atado que N o?'team1'ca, naturalmente, vea con buenos ojos, entonces result6 que los sentimientos del pueblo se consideraron he1'dos en lo ms p1'ofundo, de modo que desapareci cualquier posible miedo al dictadO?'. Una comisin de estudiantes de todas la.s tendencias polticas reproch valientemente a Reyes su proceder anticonstitucional, y el hombre fuerte, en un momento de pusilanimidad,
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huy del pas a los pocos das de aquel hecho, Los sucesos del
13 de marzo de 1909 resultan muy instructivos pam el enjui-

ciamiento de la mentalidad de los suramericanos, La masa popular, polticamente inmatura en general, ante una injusticia cometida con clara conciencia puede alzarse en alas de tal entusiasmo que ni el miedo a la muerte es capaz de desviarla de su propsito de impone?' a toda costa los amados ideales, Pero si ese sentimiento es correspondido en forrna justa, el pueblo vuelve a olvidar pronto su ciega i?'acundia, y en su luga1' aparece la piedad y la humana ternu'fa, As fue que, al cabo de unos diez aos de destierro, el Gene1'al Reyes pudo ret01'na1' a la patria, ya achacoso y enfermo, Y morir all sin que memorias odiosas enturbiaran la paz de sus cansados das , Quien vio en el destierro a hombre tan inteligente y voluntarioso, solo pudo, en calidad de persona neutral, lamentar que aquel caudillo no hubiera ofrecido al pas en el te1'1'eno constitucional toda su capacidad de accin, y que terminara p01' ser vcti?na de una desdichada y sedienta ambicin de pode1'. El General Reyes era una personalidad nada comn, llena de un ardoroso amor pat1'io, y precisamnte la compasin hacia aquel pas abatido y sin gua fue lo que le llev a equivoca1'se en cuanto a los medios elegidos para salvarlo, Una asamblea nacional convocada para celebmr sesiones extraordinarias, volvi, tras la cada de Reyes, a las circunstancias de la normalidad constitucional, en pa'rticula1' a la duracin imp'rorrogable de cuatro aos para el mandato del P1'esidente, Como nuevo mandata1'o (perodo de 1910 a 1914) el Congreso eligi a Carlos E , Restrepo, estadista antioqueo de clara mente y de sereno y pondemdo juicio, Dos aos de consecuente trabajo basta7'on a este Presidente civil para pone?' orden en las finanzas, lo que se alcanz principalmente por justas pero inexorables medidas en cuanto a la recaudacin de impuestos, Restrepo prob que tambin en Colombia es posible obtener
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r"esultados positivos P01" medio de una sabia y tolerante accin de gobierno. La pena de muerte volvi a ser abolida bajo el mandato de este Pr"esidente; Para la ejecucin de 'obras de utilidad pblica, se dio acogida en la legislacin a la expropiacin de bienes p1"ivados, accin jurdica hasta entonces' desconocida. La eleccin p1"esidencial debera efectuarse ahora por sufr'agio de todo el pueblo .. La ley electoral fue objeto de enmiendas, si bien todava dista mucho de la perfeccin y se halla a falta de amplias innovaciones. Por fin, durante el perodo presidencial de Restrepo se concluy con los Estados Unidos el tratado Thompson-Urrutia, el cual constituy la base para el lterior arreglo del conflicto de Panam 1/ en cuyo primer artculo expresaba voluntariamente a Colombia su pesa?" ("since'Y'e regrets") p01' lo sucedido el ao 1903, Respetado y estimado de todos, Restrepo hizo ent'rega de su Ca1"go, en 1914 al conservad01" Jos Vicente Concha, que, p01' primera vez en Colombia, trabaj con ~m consejo de ministr"os integ1"ado p01' miembros de los diferentes grupos polticos. Sobre el mandato de este ser"eno 1/ digno Presidente no se puede anota1" nada de especial importancia, pues coincidi con los tiempos de la Gran Guerra y, a causa del aislamiento de Colombia, las cuestiones candentes fueron solo de ndole econmica,. En todo caso, debe mencionarse que Colombia fue uno de los pocos pases del mundo que contemplaron desde la neutralidad la catstrofe europea, pues una alta capa social e intelectual con afinidad latina hizo contrapeso a la ger-manofilia del ejrcito. P01" [01"tuna, no hubo all bar"cos intentados que, como en otros sitios, pudieran haber suscitado la codicia del pas. Pam el ])e1"odo pr"esidencial de 1918 a 1922 fue elegido Marco Fidel Surez. De origen muy modesto, aquel h011tbre de incansable laboriosidad se haba ido elevando lentamente hasta alcanza1" la supr"ema dignidad en la jemr"quia de s~ pas. Pese

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a las grandes dotes polticas que posea, su prepamcin en materia econmica era insuficiente para el adecuado gobierno de la nacin en ese aspecto. En la ltima poca de su administracin, l y dos de los ministros de su gabinete fueron encausados por malversacin de fondos pblicos. A pesar de 'resulta'r absuelto por las cmaras que, lo juzgaron como sup'remo tribunal, el Presidente se separ de su cargo a causa de la pblica desap1'obacin, y muri pobre algunos aos ms tm'de. En 1922, tras lm'ga t1'egua pacfica, tuvo luga1' nueva y encarnizada lucha elect01'al, esta vez ent1'e el General Beniamn Herrera, candidato liberal, y el Gene1'al Pedro N el Ospina, candidato conse1'vad01'. Perdieron los liberales por una pequea diferencia de votos, diferencia que, segn ellos, era atribuble a la iniusticia de los procedimientos aplicados. A pa1ti?' de entonces se abstuvieron de acudir a las urnas. Result, pues, elegido el Geneml Ospina, y S1 administracin (1922 a 1926) se seal por muchas obras de valG?' positivo, por lo que cuenta entre las mejores de Colombia durante los ltimos decenios. En cuanto a los asuntos econmicos, empero, Ospina no tuvo motivos de especial preocupacin, pues los ingresos del Estado haban ascendido pO't aquellos aos en f01'ma considerable y continuada. A p'rincipios de esta ad1ninistracin, el Senado n01'teamericano aprob por fin el tratado Thompson-Urrutia sob're 1'egulacin de la cuestin del Istmo. Los Estados Unidos, despus de expresar en dicho tratado, como ya vimos, su "sincere regrets", paga1'on como indemnizacin la suma de 25 millones de dlares (en cinco plazos anuales), inicindose as un nuevo auge econmico de Colombia. Sobre este extremo hablaremos en un capt'lo posterior, pues los xitos econmicos de Ospina merecen ponderacin especial. El ao 1926, y sin que mediara lucha electoral, el General Ospina fue relevado al f1'ente del pode?' ejecutivo por su C01're- 340 -

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ligionario conservado?' el doctor Miguel Abada Mndez, cuyo mandato sigue ejercindose en la fecha, y PO?' ello no puede se?' enjuiciado. Con el pacfico desan'ollo inte?'ior de Colombia avanza pa?'ejamente su prestigio en el exte?'or. Recordemos tan solo que Colombia entr desde un principio y con plena conviccin en la Sociedad de las Naciones y que en Ginebm, junto con ot'ros paises suramericanos, pesa sealadamente su palab?'a. Adems, como se expuso al tratar de las fronteras del pas en el Apndice al captulo segundo, Colombia ha propugnado decididamente la solucin de los conflictos internacionales por la va del arbitraje, dando al mundo un gran ejemplo de se'rena t'ransigencia 11 de espritu de conciliacin.

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11. - REVOLUCION Haba llegado el mes de dkiembre del ao 1884. Y con l, los viajes de vacaciones. Aquel ao quera yo partir para los Estados del Cauca y Antioquia con el fin de pasar all algunas semanas. En particular al valle del Cauca me lo haban ponderado como extraordinariamente frtil y rico y como algo digno de verse. j Ojal no hubiera emprendido aquel viaje! Pero en Bogot todo el mundo crea que la crisis poltica suscitada durante el otoo en el Estado de Santander era ya cosa resuelta y que los radicales, poco preparados y mal armados, no iban a cometer la insensatez de lanzarse contra el fuerte poder central y contra un presidente como Rafael Nez. Mas en los movimientos cuyo destino es estallar de pronto con una fuerza elemental, todo clculo humano resulta falto de sentido; en tales casos no son ya los hombres los que definen los acontecimientos. A mediados de diciembre me encontraba en La Mesa en casa de mis compaeros de viaje. El grupo expedicionario lo componan: el joven estudiante de medicina Abada, que ya me haba acompaado por los Llanos; otro estudiante de igual facultad, Toms Uribe; un caucano, Inocencia Cucaln, que era poeta y poltico, y, por ltimo, mi amigo Eugene Hambursin, un muchacho belga que enseaba en la Escuela de Agronoma de Bogot. Eugene era, en el fondo, persona de carcter noble
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y muy bondadoso, pero, buen radical en su pas, reaccionaba como furioso "comecuras" y, a menudo, desconsiderado crtico de los asuntos internos de Colombia. Nuestro camino discurri en primer lugar valle abajo, a la derecha de La Mesa, atravesando los ms hermosos prados y palmares. Formbamos un grupo muy divertido. Los estudiantes y Cucaln co'n vinieron en jugar a la guerra, y como todos iban armados, se dirigan a los indios que caminaban por la poco transitada comarca dicindoles que avanzaban con el plan de insurreccionar el Estado del Cauca. Ponan unas caras feroces, ocupaban de cuando en cuando alguna cabaa, se llamaban entre s -con pomposos ttulos de general y coronel y metan miedo a la pobre gente, divirtindose de modo maravilloso. Aquel mismo da pasamos al Alto del Cop, una eminencia rocosa en la ltima estribacin de la cordillera, desde donde se nos ofreci un admirable panorama de la Cordillera Central, que en frente se extenda, sobre el valle del Magdalena, cuyo paisaje recordaba el de los Llanos. Ya al oscurecer descendimos hasta el pueblecillo de Casas Viejas, donde hubimos de repartirnos en diferentes alojamientos para pernoctar. j Cul no sera nuestro asombro al saber que se nos haba ya denunciado como revolucionarios y que trataban de reducirnos y tomarnos presos durante la noche! Por fortuna, pronto se vio que todo aquello proceda de una broma, broma de la que yo, por cierto, me haba abstenido decididamente cuando vi las trazas que tomaba de convertirse en cosa seria. Ms tarde nos enteramos de que ya se haba telegrafiado al Cauca avisando que llegaban de Bogot seis oficiales con el propsito de levantar en armas a aquel Estado. A esto haba conducido el imprudente juego de mis compai'eros de viaje. Al da siguiente continuamos bajando, a travs de una comarca bastante triste, por el ancho y pedregoso lecho del ro
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Seco hasta llegar a la aldea de Guataqu, a orillas del Magdalena, donde siglos atrs se haban embarcado los caudillos de Espaa, Quesada, Belalczar y Federmann. La aldea, azotada por las fiebres y de clima sumamente clido, ofrece una amarga estampa de desolacin. La nica ocupacin de sus habitantes consiste en transportar al otro lado del ro a los escasos viajeros que por all pasan. Allende el Magdalena, junto a los ranchos de Guataquicito, descansamos un poco a la sombra de unos sombros rboles y entre tanto dejamos tomar algn aliento a nuestras caballeras. Eug?me, que presuma de buen conocedor de ganado, haca mofa de mi mula, "la Mirla", un animal pequeo y debilucho. A causa del esfuerzo del paso del ro, tena un aspecto en verdad lamentable, pareca flaqusima y poco menos que inservible como cabalgadura, cosa en la que el crtico, sin embargo, se equivocaba de medio a medio. Despus de atravesar a la tarde, en direccin de Ibagu, la llanura que forma el abierto valle, siendo las cuatro llegamos al pueblecillo de Piedras, cuyas viviendas parecan ms limpias y cuidadas que las de otros lugares y cuyos habitantes nos gustaron tambin. Como el nombre del pueblo indica, este se halla rodeado de piedras, que son cascote lanzado, sin duda, hasta all por alguna erupcin del volcn Tolima, ahora ya apagado. El ao de 1595, otro volcn, el Herveo, cubri de una masa de fango toda la llanura que va a lo largo de la cordillera. En dicha masa han excavado fcilmente los ros los profundos cauces que hoy presentan. La noche la pasamos en un msero rancho en medio de los pastos y acostados sobre mesas o en el suelo. A la maana siguiente seguimos por la llanura, bajo un calor terrible, sin encontrar ms que algunas pocas ventas y los ranchos de Cuatro Esquinas. Los animales, que durante la noche haban carecido de buen pienso, se sostenan ahora malamente. En cuanto a los viajeros, anotemos que nos vimos precisados a ayunar durante dieciocho horas. Hambursin y otro compaero tuvieron que des-

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montarse y marchar a pie por aquel abrasador terreno arenoso y tan mortificados por la sed, que tumbados boca abajo, llegaron a beber agua de un charco cenagoso. Entre tanto yo cabalgaba tranquilamente a lomos de mi despreciada "Mirla" y adelantndome entr a Ibagu en las primeras horas de la tarde. Envi dos caballos al encuentro de mis compaeros de correra, que llegaron por fin a eso del anochecer. Los estudiantes que se encontraban all pasando las vacaciones, habiendo tenido noticia del viaje, salieron a caballo a nuestro encuentro, en nmero de unos veinte, hasta una venta situada como a dos leguas de la pequea ciudad. En la venta haban dado buena cuenta de todas las provisiones all existentes, de modo que no encontramos ni un solo huevo para el desayuno. Esta vez tuvo lugar el baile en nuestro honor, organizado por los estudiantes y que se celebr en una de las casas principales de la localidad. All tuvimos ocasin de admirar a las bellezas de Ibagu, muchachas de fina esbeltez y ataviadas con el mejor gusto. La ciudad no desminti tampoco esta vez su gran atractivo. j Se vive tan gratamente all !. .. La vida transcurre en medio de una paz idlica. Las gentes son tolerantes y amables, casi incapaces de malas pasiones. A pesar de los consejos que nos dieron y a pesar tambin de la situacin poltica -que se haba vuelto amenazadora-, a los tres das nos despedimos de Ibagu para proseguir nuestro viaje. La estacin estaba lluviosa e intempestiva y se nos anunci que los caminos se encontraban en horrible estado por el paso del Quindo, el que por la Cordillera Central conduce hacia el Cauca. Semejantes profecas haban de cumplirse con creces, pues gastamos cinco das y medio en cubrir una distancia de aproximadamente veinte leguas en lnea recta. Pero ya habamos hecho nuestros preparativos: el equipaje se hallaba dispuesto en petacas, especie de cofres de piel y de forma cuadrada, cuyas dos mitades encajan entre s; y habamos alquilado un

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buey que, conducido por su correspondiente pen, SerVIrla para el transporte de los vveres, consistentes estos en arroz, patatas, tasajo, o sea carne seca y cortada en largas tiras -que se cuece, o bien se tritura entre dos piedras para comerla sin otra preparacin-, adems, huevos, grasa y cacao. El 23 de diciembre se puso en marcha la caravana, acompaada de numerosos estudiantes de Ibagu, los cuales nos dieron escolta una hora de camino. Solo despus de muchas despedidas y abrazos y luego de brindar con las talladas cscaras de coco llenas del inevitable brandy, nos separamos a la vista de la ciudad iluminada por el sol del crepsculo y ya muy profunda all abajo entre el verdor del valle. Todava est viva en m la escena de cuando alegremente ascendimos por el monte y desde una eminencia contemplamos una vez ms el valle del Magdalena y la azul Cordillera Oriental, que ya por mucho tiempo no volveramos a ver ... Hacia las seis hicimos alto en El Moral, colonia de una familia antioquea que hospitalariamente nos prepar una sopa y nos hizo en su casita sitio donde dormir, aunque solo en el suelo fue posible ofrecrnoslo. Haca ya fresco, pues nos encontrbamos a 2.052 metros sobre el nivel del mar.
y esta es la ocasin de describir con algn . detalle las granjas de los antioqueos. El Estado de Antioquia posee la raza ms vigorosa, resistente y bella de Colombia, la cual, segn leyes sociolgicas, es tambin la que por ser la ms fuerte de todas, corporal, intelectual y moralmente, podra ejercer una especie de predominio sobre los dems grupos tnicos del pas. Los antioqueos son casi enteramente blancos o blancos por completo, en particular las mujeres, solo el trabajo al aire libre les ha bronceado la piel. A este Estado vinieron muchos espaoles a causa de la gran riqueza de minas de oro. Parece que inmigraron adems doscientas familias judas que, pese a haberse convertido al catolicismo, fueron expulsadas de Espaa, lo
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cual, sin embargo, no ha podido ser probado histricamente. Espaoles y criollos se mezclaron, pues, con los indios, que en esta regin se haban distinguido por su gran valenta y dieron lugar a un tipo diferenciado, en el cual se acusan con ms o menos fuerza cada uno de los elementos integrantes. El antioqueo es musculoso, esbelto y de talla aventajada; sus facciones son regulares y en general hermosas, particularmente los ojos y la recta nariz. Le caracteriza su aversin a la pobreza y su marcada aficin al lucro y la adquisicin de bienes. Por tal razn no es belicoso y se inclina a la neutralidad en los conflictos polticos. Mas no es cobarde, como le atribuyen, por el contrario, sabe batirse bien. Toda vez que entiende lo til que el saber resulta para progresar y tener xito, acude de buena gana a la escuela. Y, como es inteligente, es tambin, por lo comn, ms instrudo que la mayor parte de los habitantes de los otros Estados. En la Universidad Nacional, los mejores talentos eran en su mayora gentes de esa raza. El antioqueo es muy trabajador y nada exigente ni pretencioso. Aunque catlico ferviente, tiene -dice Emiro Kastos, antioqueo l mismola energa y el amor al trabajo propio de los pueblos protestantes. Sus profesiones principales son la minera y las faenas del campo. En cuanto a este ltimo trabajo, el antioqueo es el perfecto granjero que no omite esfuerzo alguno en la tala de selva virgen y que gusta, incluso, de esa tarea, pues ella le brinda la posibilidad de una nueva plantacin. Y sigue incesantemente en busca de nuevas tierras. Es el "yankee" de este pas. Casi siempre se desplaza de un lado a otro; se ven familias enteras que, a pie, tratan de dar con un lugar propicio donde establecerse. Al antioqueo se le encuentra en todos los Estados de la repblica y tambin muy a menudo en el extranjero. Canta y toca la guitarra, tiene en alta estima a sus poetas, cuyas ms bellas canciones suele saber de memoria. Como minero y en general, como hombre codicioso de ganancias, siente pasin por
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el juego. Tambin, con OcaSlOll de algn festejo o solemnidad, rinde culto al licor y en estado de obcecacin cae en el delito. No son raras las contiendas a golpes ni las rias con afiladas navajas barberas, en las que se trata de marcar la cara al adversario. El antioqueo es un verdadero positivista; "Ubi bene, ibi patria" es su divisa. Pero siempre sigue siendo antioqueo y en lo posible conserva el estilo patriarcal. Su vida familiar es ejemplo de perfeccin y las mujeres son muy virtuosas; viven retiradas como monjas y trabajan incesantemente. En el campo las muchachas van descalzas, por lo cual sus pies son algo grandes; por lo dems, todo su cuerpo presenta, en general, una bella armona de proporciones. La familia antioquea tiene muchos hijos, casi siempre unos doce, pero hay casos en que la prole asciende a treinta y an ms, de tal manera que a veces es difcil distinguir entre s la madre y la hija mayor. En las sierras del Paso del Quindo viven ms de seis mil antioqueos. Despus de haber talado el bosque y luego de plantar maz o sembrar trbol, levantan pequeas casetas de bamb, que cubren con placas de madera de cedro o nogal. Cran vacas y de manera especial cerdos; hacen queso y melaza y llevan sus productos a los mercados de los lugares vecinos pertenecientes a otros Estados, que no podran pasar sin ellos. En las casitas a que nos hemos referido, todo se halla mu y limpio, pero su caracterstica es tambin la suma sencillez. Nuestra segunda jornada amaneci lluviosa y turbia. No habamos avanzado todava mucho cuando en una depresin del terreno nos hallamos con tan mal camino que el cabalgar resultaba cosa verdaderamente arriesgada. Profundos surcos (barreak-s) cruzaban el camino unos junto a otros con desesperante regularidad; las elevaciones intermedias formaban una especie de almohadas paralelas. El animal lograba salir de una zanja, suba
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un escaln y se chapuzaba en un charco. Yo me ape y prefer llevar a mi mula "Mirla" por delante. Hice bien, porque poco rato despus la mula que montaba mi colega EugEme se hundi en un pozo de barro de tal profundidad que solo asomaba la cabeza de la pobre bestia. El jinete pudo saltar sobre dos ribazos laterales. Nos cost mucho tiempo, en aquel terreno tan empinado, sacar del atasco al animal y al terminar la operacin parecamos autnticos poceros. As se ape, pues, mi colega y luego un tercero; seguimos caminando, pero j qu desfile ... ! Los pantalones nos los arremangamos por encima de la rodilla y nos calzamos una especie de sandalias con las que el pie desnudo pisaba ms ligeramente. Como la lluvia caa de modo torrencial, nos pusimos nuestros grandes abrigos de viaje, cuyos bordes 1Iegaban casi al suelo. Ahora podamos considerar si tuvo razn Emiro Kastos al escribir: "El Quindo como camino, como carretera nacional, es algo que no tiene nombre". Por lo dems, nos consolamos con el famoso ejemplo de A. von Humboldt, que en el ao 1801 anduvo a pie por estas tierras hacindose llevar a espaldas de indios en algunos trechos de la ruta. En el ao 1827, Boussingault pas tambin por aqu. Las observaciones de estos dos sabios son todava fundamentales. Alegres y risueos, pese a todos los infortunios, avanzbamos chapoteando en el fango, fumando y charlando. Uno cont la historia de aquel viajero que pasando a caballo junto a un charco, vio flotar en este un sombrero. Orden a su criado que lo recogiese y cuando el servidor fue a tomarlo del agua, detrs del sombrero sali adems una cabeza. Este perteneca a otro viajero que all se hallaba hundido. Luego de expresar su reconocimiento por la amable atencin que le haban dispensado, dijo: -"Aydenme, por favor, a sacar tambin a mi mula, que Est aqu abajo". Y, en efecto, sacaron tambin a la mula.
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j Qu fcil sera, sobre suelo tan firme, hacer aqu un buen camino! Bastara con cortar, desde una distancia de algunos pasos de la actual va de trnsito, la frondosidad que impide el paso del sol y la ruta resultara practicable. Esto es lo que, con xito han hecho a unas leguas de Ibagu, pero la tropa que all se emple fue pronto retirada. Se le haba encontrado una aplicacin "ms til". La vegetacin penetra tanto en el camino, que solo el buey, con su andar poderoso y constante, puede avanzar por debajo, acreditndose de nuevo como magnfica bestia de carga. Pero i ay del que ose acercarse demasiado a la linde del camino! Eugene, al tercer da de viaje, fue atrapado por una liana que se le enrosc al cuello y de tal modo que no poda seguir adelante. Por fortuna, consigui detener a su mula, hasta que el pen, sirvindose del machete, le libr de la ahogadora planta.

Por Mediacin y por las quebradas de Buenavista y Aguacaliente, atravesamos un abrupto y hueco desfiladero de rocas hasta llegar a Machn y al valle del ro San Juan, uno de los afluentes del Coello. No vimos nada de las fuentes sulfurosas y termales, que tienen su origen en el macizo del Tolima y poco o nada de las palmas productoras de cera (Ceroxilon), substancia que se aprovecha en la fabricacin de cerillas. La lluvia nos impeda contemplar la Naturaleza. Solo un interesante encuentro tuvimos: el del correo. Algunas mulas, con pesadas cargas sobre sus lomos, avanzaban en direccin contraria a la nuestra y solo como una media hora ms tarde apareci la escolta de los arrieros, algunos de los cuales traan trabucos y carabinas de las que se disparan con yesca; tan grande es la seguridad por estos caminos. Podran transportarse miles de dlares sin que se produjera asalto ni robo alguno. A mi pregunta de si aquellas armas iran cargadas, me contestaron los hombres del correo: -"N o, y para qu?" Ms de un pas europeo podra envidiar aquel paso en punto a seguridad y confianza. - 350 -

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En Machn pensbamos pasar la Nochebuena. Ante nuestra insistencia, el patrn se decidi a organizar all un "baile". Hizo avisar, pues, a algunos de los msicos de los contornos para que vinieran con una guitarra, un tiple y una especie de pandero, comunicando tambin a los granjeros vecinos, que vivan muy diseminados por la comarca, la buena noticia de la fiesta. Despus de tomar una modesta cena, a eso de las nueve, iniciose la danza en un angosto cuartito. Cuatro muchachas se hallaban acurrucadas en el suelo. Los msicos estaban arrogantemente sentados sobre unos cajones. A la luz de algunas bujas de sebo se empez a bailar un bambuco. Solo danzaba una pareja, pero lo haca con toda el alma. No bailaban agarrados, sino girando en forma parecida a la de una contradanza, acercndose, retirndose, unas veces con pasin, otras con graciosos dengues. La mujer tiene una mano apoyada en la cintura y sus pasos describen la figura de un ocho sin dar la espalda al hombre en ningn momento. Su elegante cuerpo se delnea marcadamente dentro del sencillo vestido. Alternativamente se cantaban canciocillas populares y al propio tiempo se hacan frecuentes honores al anisado. Yo hube de bailar una vez con la mujer del patrn, segn las reglas de la hospitalidad. Hacia las diez de la noche me retir de la fiesta y dorm magnficamente. Mis compaeros, que se haban retirado antes, no pudieron dormir y ya despus de la medianoche, decidieron seguir bailando. Al amanecer, segn costumbre, la fiesta acab con una buena paliza que algunos de los asistentes se propinaron en el patio. Hasta que el fro de la maana fue devolviendo a los borrachos el buen sentido. El da de Navidad fue, si cabe, ms lluvioso que el anterior. Cruzamos el ro San Juan, que iba bastante crecido y pasamos por Toche (2.010 metros de altitud) y por Las Cruces, y luego, siempre por terreno pedregoso y difcil, subimos hasta Gallegos (2.659 metros) , a donde llegamos a las tres de la tarde. Haba-

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mos caminado casi nueve horas a pie y solo habamos cubierto una distancia de unas cuatro leguas. En Gallegos tuvimos que prepararnos la comida nosotros mismos y secarnos de la mojadura. La consabida sopa de arroz con algo de patata, el trozo de carne seca y luego cocida y unos huevos fritos, constituyeron el ya invariable men. Lo mejor era siempre la taza de chocolate, que, por medio del llamado molinillo, una varilla de madera tallada que se gira entre ambas manos, forma sobre el lquido una capa de espuma griscea. Pero esta bebida sola estar tan azucarada y diluda con panela, que muchas veces desentamos si se trataba de agua de azcar o de cacao. Exquisito saba a continuacin un trago de agua fresca de algn manantial. Como extraordinario, nos permitamos tomar alguna vez un sabroso bocadillo, o sea compota dura de frutas cortada en trocitos cuadrangulares. El da siguiente avanzamos entre magnficos, aunque ya no muy tupidos palmares, pasamos por Las Cejas y llegamos a lo ms alto del paso del Quindo, el llamado Boquern, a 3.485 metros sobre el nivel del mar, a cuyo flanco izquierdo se levanta la misma cumbre nevada del Quindo (5.150 metros). Soberbia, casi tanto como el panorama de los Llanos, se abre aqu la perspectiva del valle del Cauca. Aparece como una extensin inmensa cubierta de negros y sombros bosques, donde solo algunos pocos ros han excavado sus lechos. En la lejana, formando la rampa del valle, lzase la Cordillera Occidental, uniforme y de un color negro azulenco. Este agreste cuadro podra calificarse ciertamente de adusto y grave, a no tenderse sobre l aquel cielo nico, que parece superar en mucho al de Italia por su rutilante azul y su limpia claridad. En rpida subida, por un resbaladizo suelo de arcilla roja, llegamos a la pequea ciudad de Salento. La superior categora de la poblacin se haca ya notar por la existencia de telgrafo

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y de farmacia. Bajamos luego hacia el ro Boquia, en cuya proximidad encontramos buen asilo nocturno en casa de un antioqueo. De' este encantador y verde valle debimos salir a la maana siguiente por el Alto del Roble (2.080 metros). Durante varias horas haban luchado hasta all con el terrible camino nuestras pobres cabalgaduras, sucias ya hasta los ollares. Era un terreno de bosque, arcilloso e inundado. Por el medio da llegamos a Finlandia, una aldea recin fundada y en la que solo 2ntioqueos se haban establecido. Era da de mercado y de misa. La plaza se vea enteramente llena de gente de la nueva colonia, que charlaban sin tregua, interrumpindose tan solo para arrodillarse en el momento de alzar. La msica eclesistica era horrible. Un quejumbroso clarinete y una trompeta suspiraban de continuo los mismos compases. Sopa de maz, pan de maz (arepas) y hasta un trozo de pan, amn de los frjoles y la carne de cerdo, platos habituales de la gente de Antioquia, nos compensaron debidamente de las pasadas fatigas. y a la tarde seguimos el viaje, ahora ya sobre terreno seco, a travs de unos bosques magnficos de enormes bambes y ante los limpios y graciosos ranchitos de los antioqueos. En todas partes obtenamos, por poco precio, leche o pan de maz. El Quindo propiamente dicho quedaba a nuestra espalda. El Paso es tan sano, tan puro el aire, que raramente acontece que enferme algn viajero; muchos llegan a afirmar haberse curado all de dolencias y malestares, lo que en todo caso es atribuble al mayor ejercicio. El 28 de diciembre llegamos por fin, despus de tres horas de cabalgada, al ro La Vieja, que tiene all 100 metros de anchura. Lo alcanzamos en el lugar llamado "Piedra de Moler" (994 metros de altitud). En la orilla opuesta se vea una casita para el barquero. Del valle del Cauea propiamente dicho nos separaba

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todava una cadena montaosa de bastante elevacin. Justamente de aquellas alturas vimos bajar un grupo de unos veinte jinetes y amazonas que ya de lejos nos hacan seales de saludo. Eran los amigos y parientes de Abada que salan a nuestro encuentro con el propsito de ofrecernos digno recibimiento y acogida. A nosotros, sucios y mal vestidos expedicionarios, con las claras seales de casi seis das de azarosa marcha, la comitiva que se acercaba nos pareci un cortejo de hadas y de prncipes salidos de las "Mil y una noches". Cuando llegamos a la otra ribera nos impresion hal1arnos en tan esplndido ambiente, rodeados de tanta civilizacin y casi no tuvimos palabras para corresponder a la cordial salutacin que se nos dispensaba. Sentados sobre la yerba tomamos el desayuno trado por nuestros amigos, que tuvo su buen acompaamiento de vino y hasta algo de champaa. Luego se nos invit a montar aquellos fogosos y rpidos corceles del Cauca, tan elegantes en el paso de andadura; en seguida, casi sin saber cmo, nos encontramos en la altura de Santa Brbara, clebre por una victoriosa batalla librada all por el general liberal Santos Gutirrez contra los conservadores el ao de 1861. Desde aquella cresta se tiene una bellsima vista de la pequea ciudad de Cartago (989 metros de altitud), situada en medio de prados verdes como la esmeralda entre pltanos y palmeras y reclinada junto al ondulante ro La Vieja, que aqu se ha liberado totalmente de la cordillera y corre a reunirse al Cauca, del que todava le separa una legua. Cartago, fundada en 1540 a orillas de otro ro, hasta fines del siglo XIX no se estableci en el lugar que hoy ocupa. Esta pequea ciudad no tiene nada extraordinario. Sus cal1es estn trazadas a cordel y empedradas de guijarro puntiagudo, impresin esta ltima que conservo vivamente en el recuerdo, pues a consecuencia de las niguas tena los pies muy sensibles. La plaza mayor es amplia y cuadrada; sus dos iglesias, insignificantes. En un viejo convento, San Francisco, se hallaba establecido un - 354 -

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colegio para muchachos. El clima es ya bastante clido -con una temperatura media de 24 grados-, pero el lenitivo lo ofrece el bao en el ro La Vieja. De este caudal se saca tambin el agua para la ciudad y ello no se hace con tinas o cubos, sino con largas caas de bamb a las que se han cortado dos o tres segmentos. En Cartago la familia Abada nos acogi con hospitalidad verdaderamente rabe, o sea en la forma que es proverbial en el Cauca. Particular gusto encontrbamos en los cigarros puros que con finos dedos liaban especialmente para nosotros las hijas de la casa. Era un excelente tabaco, que se cra all cerca. Durante la operacin que he dicho charlbamos con las muchachas. Ellas nos entregaban con una graciosa sonrisa el cigarro recin fabricado. Ingrato haba de ser el despertar de aquellas horas idlicas. El da de Ao Viejo por la tarde desfil por las calles algo que llamaban "msica" y un hombre lea con sonora voz un pregn en el que declaraba el estado de guerra en el municipio del Quinda, cuya cabeza era Cartago. Parece que del Norte de la repblica y de Bogot haban llegado noticias inquietantes y que el presidente Nez haba implantado en todo el pas el estado de excepcin. No podamos creer en una verdadera revolucin y decidimos proseguir nuestro viaje valle arriba hasta Cali y luego, si era posible, a Popayn, para bajar luego hasta el Ocano Pacfico, a Buenaventura. Solicitamos pasaportes y el joven Abada, Eugime y yo partimos alegremente el 3 de enero de 1885 por una regin de colinas frondosas y tupidos bosques de bamb. El valle del Cauca est enmarcado por las cordilleras Occidental y Central. El Cauca, principal afluente del Magdalena, con un curso de doscientas setenta leguas de longitud, algo ms arriba no pasa de ser un torrente de montaa; pero de Cali a Cartago, en un trecho de unas veinte leguas, el valle se abre

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hasta alcanzar una anchura de ocho leguas aproximadamente. En este trayecto el ro es navegable para pequeos vapores, que se transportan desarmados desde el Ocano Pacfico. Pero luego las cordilleras van comprimiendo ms y ms el ro y este, al llegar al Estado de Antioquia, se ve obligado a descender desde un nivel de unos 1.000 metros hasta las bajas sabanas de la regin litoral, de modo que su corriente se vuelve impetuossima, forma saltos y hace con ello imposible la navegacin. El valle del Cauca no es por igual frtil en todas sus partes. Algunas regiones, a causa de la deforestacin y tambin por su estructura geolgica, son secas y arenosas; otras se inundan y forman lagunas de hasta dos metros de profundidad, lo que las hace enteramente insalubres por razn de las fiebres. Pero otras regiones, en particular las que distan de media a una legua del ro, ya algo hacia la altura y que tienen una gruesa capa de humus, proporcionan al hombre todo cuanto puede crecer en la Zona Trrida, ello en gran abundancia. All se encuentran la mayor parte de las colonias, en tanto que las tierras de las salientes ffi(,ntaas estn casi sin cultivar. Existe, pues, un gran parecido entre el valle del Cauca y los Llanos. Aqu, como all, se queman las resecas sabanas, se cra mucho ganado y se practica con provecho la pesquera. Se halla igual clase de ranchos y granjas o hatos, rodeados de frutales y de grandes guaduas que mecen sus largas hojas en el viento. Se ven tambin las mismas casas de campo en medio de lamos y de yerba que alcanza la altura de nuestros cereales europeos y es tan espesa y uniforme que parece la hubieran recortado por arriba. Un cielo hermossimo se tiende sobre este valle de bendicin. A la llegada de los conquistadores, viva aqu un milln de aborgenes; la actual poblacin apenas llega a la mitad, pues la viruela y el sarampin y de otro lado las incesantes guerras civiles, han costado muchas vidas. La poblacin se halla mezcladsima, pues aqu habitan las tres razas; pero hay regiones donde los negros son mayora,
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mientras que los indios propiamente dichos se han retirado ya hace mucho tiempo de las partes muy densamente pobladas del valle principal, de manera que son mucho ms frecuentes las distintas matizaciones de procedencia blanca y negra. En general, el caucano es inteligente y no le faltan dotes creadoras. En circunstancias normales es pacfico y tolerante, adems de comedido y bondadoso, pero cae con facilidad en un apasionamiento que no se iguala en ninguna otra regin de la repblica. En cuanto a su religin y sus convicciones polticas es del ms ardiente fervor y lo sacrifica todo, familia, vida, hacienda, para lograr la victoria. Por ello, en toda accin de resistencia interviene el caucano de forma cruel y destructiva, sin detenerse ante nada. Aqu est el foco de las revoluciones; aqu, de ordinario, su ltimo reducto. El Cauca da el principal contingente de luchadores en todos los choques sangrientos y los ms de los combates se libran con tenacidad y herosmo dignos de mejor causa. Casi todas las gentes son aqu del temple de su paisano J. H. Lpez, quien, tomado preso por los espaoles y llevado al cadalso, lio un cigarrillo con toda tranquilidad ante su sentencia de muerte. (En el ltimo momento se salv y lleg a ser con el tiempo un famoso presidente liberal). Si a las luchas polticas se agrega an la lucha de razas en la que los negros, liberados solo desde hace cuatro dcadas, desahogan su odio contra el blanco, resulta que el Cauca es el escenario de la ms fiera crueldad; y lo ser de la desolacin. Cabe, pues, resumir as el juicio sobre esta regin: El Cauca es una tierra donde fluyen la leche y la miel; mayor todava sera su bendicin si los negros trabajaran ms, si las gentes todas se entregaran menos al dolce far ni ente y cultivaran 8US campos con ms esmero, si la Naturaleza no fuera tan generosa con el hombre facilitndole casi por s misma todo lo necesario, si hubiera, en fin, vas de comunicacin por medio de las cuales

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se pudieran intercambiar ms rpidamente los productos y llevarlos a otros pases. El Cauca sera entonces un paraso y acaso no dejaran de tener razn los socilogos que han calculado en veinte millones (Andr dice cincuenta millones) la futura poblacin de este valle. Pero en la guerra, en la revolucin este paraso se convierte en infierno, en palestra de todas las pasiones y asiento de toda barbarie. Las gentes amables y bondadosas se vuelven tigres. Su furia es tan grande, que llega al ridculo. En una alocucin a los liberales tronaba un orador de este modo: era necesario dar tan duro a los conservadores, que de sus dientes se pudiera hacer una columna conmemorativa. Casi por todas partes se encuentran huellas de ruda devastacin y las heridas de las guerras civiles no han cicatrizado todava. De esto nos damos cuenta ya la noche de nuestra primera escala, alojados por el seor Rentera, un conservador cuya magnfica hacienda fue incendiada el ao 1877. Le mataron el ganado, sin utilizar para nada la carne y le arrasaron de tal modo los pastos, que al cabo de ocho aos no haba conseguido alcanzar el nivel anterior de sus bienes y desarrollo. N o se malogra de esa manera todo espritu emprendedor? N o es por libre conviccin por lo que la mayora militan en este o en el otro partido, sino porque en uno de ellos tienen que vengar algn hecho de atrocidad. A ste le han matado el padre, al de ms all se le llevaron un hermano, a un tercero le ultrajaron madre y hermanas; en la prxima revolucin han de vengar las afrentas. As ocurre que entre los conservadores encontramos gente librepensadora y entre los liberales, catlicos fanticos. Cada cual se rige por la ley de la venganza de sangre. La primera prueba de que haba estallado una revolucin se nos ofreci en el pueblecillo de Victoria, cuya poblacin masculina se agrupa ntegramente en las guerras en una temida tropa conservadora de caballera. Pasando por una deliciosa sabana, vimos cabalgar hacia nosotros un grupo de aquellos lanceros.

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Como yo iba en cabeza de nuestra expedicin, me hall, no se cmo, en medio de los revolucionarios. Un seor de entre ellos se dirigi a m afablemente. Al reunrsenos los de mi grupo, reconocieron en l a un exsenador y general de Antioquia. Este se haba propuesto pasarse a pie desde el Cauca a territorio antioqueo para hacerse cargo de un alto mando en su Estado. Aquellos jinetes lo haban atrapado en la cordillera y ahora lo conducan a Cartago en condicin de prisionero. Ya la circunstancia de que este radical nos hubiese saludado nos hizo sospechosos de Cartago en adelante. La suerte de tales prisioneros no era, en modo alguno, envidiable. Segn como se iban produciendo los movimientos de tropas, a la primera alarma se los llevaba de uno a otro lugar, a veces humanamente tratados, a veces con pocas consideraciones. Cuando ms tarde, en Cartago, llevamos a ese general cigarros puros y algunos alimentos, tuvimos oportunidad de ver por dentro su prisin. En un angosto cuarto se hacinaban como quince hombres; no hubieran podido estar tendidos todos a un tiempo en el suelo de aquel calabozo. Esto, en tierra caliente, con un tiempo abrasador. Ola all horriblemente. No es de extraar que tales presos polticos se dedicaran a madurar planes siniestros. No obstante, el trato que se les daba era incomparablemente mejor que el de antes, pues del jefe ultramontano Julio Arboleda se oye contar a menudo que haba mandado fusilar prisioneros para no verse en la necesidad de darles "el pienso" diario. Por hombres de entera veracidad se me relat tambin con frecuencia que a ciertos prisioneros ricos a los que se trata de forzar al pago de multas en metlico se les da de comer en la prisin, pero se les niega la bebida, con lo cual al cabo de dos o tres das no tienen ms remedio que ceder. En la revolucin de 1860, segn referencia del abate francs Saffrey en Tour du Monde -Saffrey acompa personalmente a Arboleda-, se dej

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morir de inanicin a algunos prisioneros y luego se tena a los cadveres durante algunos das, encadenados junto a los presos que <iuedaban vivos. No atrevindonos a cruzar con las caballeras el movedizo puente de bamb sobre el ro La Paila -paso previsto, por 10 dems, solo para peatones- cruzamos por un vado y seguimos luego a travs del bosque de Morillo, que en tiempos se consideraba lleno de ladrones. Hoy da existe completa seguridad en todo el Cauca. La familia Uribe, a la que perteneca uno de los estudiantes de medicina, nuestro camarada de viaje, posee en un bosque una granja a la que de maana y a la noche acuda el ganado. All disfrutamos durante un da aquel estilo de vida campestre. Las casitas eran tambin extremadamente pulcras y en su bello arreglo se adverta delicadeza de manos femeninas. El viejo seor Uribe, a pesar de sus setenta aos, era un denodado e incansable trabajador. Despus de este intervalo y con un calor pavoroso, proseguimos valle arriba, atravesando ora regiones secas, ora tierras de gran fertilidad. Dejbamos atrs miserables, tristes y sucias cabaas; y as, por Bugalagrande, San Vicente y Tulu, avanzbamos hacia Buga. Entre los dos ltimos lugares y sobre verdes y pintorescas colinas, se ve a la izquierda del camino el campo de batalla de Los Chancos, donde el general Trujillo venci en el ao de 1876 al ejrcito de antioqueos -fuerza cansada, pero que numricamente doblaba a la suya propia- que haba irrumpido en el Estado del Cauca. Nos llam la atencin lo abandonados que se hallaban todos los caminos y las pocas mulas que encontrbamos. Por lo dems, el camino principal debe de ser muy malo en poca de lluvias; puentes no se ve por aqu ni uno. Una plaga est asolando el Cauca desde hace algunos aos: la plaga de la langosta. Esta devora enteramente campos

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y setos y se amontona en enjambres por los caminos. Aunque uno se lance a caballo sobre estas saltadoras masas no se llega a aplastar ms que unos pocos insectos.

Buga (1.001 metros de altitud, 24 grados de temperatura media) se fund en 1575. Fue y es un lugar con muchos conventos e iglesias, autntica ciudad espaola bronca y antiptica. El hotel era malsimo ... , pero caro; las camas, cuyas ropas haban servido a otros muchos antes que a nosotros, estaban llenas de bichos. No lejos de la pequea localidad nos alcanz un jinete a galope y quiso examinar nuestros pasaportes, que ya habamos hecho visar convenientemente. Nos mir con suma desconfianza. No pudimos siquiera preguntar quin era aquel que se arrogaba E:l derecho de hacernos detener en el camino, pues ello hubiera sido todava ms sospechoso. Tocamos en el lugar de Sonso y por su vasta llanura cabalgamos hasta la bella aldea de Cerrito. Por el camino disfrutamos de la delicia de los bosques, su poesa, sus aromas. Corran por ellos cristalinos arroyos, como el Zabaleta, sombreado por rboles gigantescos, arbustos y maleza. Ya tenamos ante nosotros aquellos soberbios paisajes caucanos que tan admirablemente describe Jorge Isaacs en su conmovedora novela Mara; nos encontrbamos en el verdadero escenario de su narracin, cuyas idealizadas figuras parecan tomar aqu forma tangible. Desde Cerrito el camino tuerce a la derecha hacia el ro Cauca, a cuyo encuentro galopamos durante ms de una hora para llegar antes de la puesta del sol a la barca que cruza el ro por La Torre, cosa que, en efecto, logramos. Una gran balsa, en la que se poda entrar cmodamente a caballo, atraviesa aqu la ancha corriente, de un amarillento sucio, encajada entre tupidos bosques. En la otra ribera dormimos aquella noche en un ranchito, sobre un suelo hecho de caa de bamb triturada.

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El da 9 de enero, despus de ocho horas de caballo, llegamos a Cali, capital del Cauca y su mxima plaza comercial. De lejos Cali ofrece el aspecto de una ciudad mora o juda. Un combo puente de piedra lleva, sobre el ro del mismo nombre, h~,sta las enjalbegadas casas de la ciudad, sobre las que se yerguen las cpulas de dos iglesias. Alzase a la derecha, de modo bastante abrupto, la Cordillera Occidental, que forma una serie de desnudas sierras parecidas a las pirenaicas; pero en el propio valle, las palmas circundan el casero. Todo esto, bajo un cielo maravilloso, crea la pintoresca hermosura de la estampa de Cali. La ciudad fue fundada en 1536. Su temperatura media es de 22 grados y se halla expuesta a los vientos de la cordillera. Cali posee diversos centros de enseanza secundaria, testimonio de la actividad cultural de la poblacin que ha dado ya al pas varias personalidades ilustres. La principal importancia de Cali como gran centro comercial est en su facilidad de acceso desde el cercano litoral pacfico. En Cali visit a diferentes personas para las que llevaba recomendaciones, gentes unas conservadoras y otras liberales. Como ciudad se hallaba en manos de los independientes, algunos liberales estaban ya escondidos. Nuestra visita a los seores Gaviria, los comerciantes ms fuertes del Valle y radicales acrrimos, despert el recelo de la gente, de lo cual no tuve entonces la menor idea. Aparte frases consabidas y lugares comunes, no despegbamos los la bios para hablar de poltica, ni siquiera haba ocasin de hacerlo, pues yo evitaba sistemticamente ese objeto de conversacin. Tanto el Comandante de la plaza (un mdico), como los seores Gaviria, me trataban con la mxima gentileza y atencin, pero con la desconfianza que es habitual en el pas. En las calles gritaban a mi espalda: " Ah va el enviado de Bogot!" Los conservadores no me devolvieron la visita, de modo que empec a barruntar algo malo e insist a

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mis despreocupados compaeros de viaje para abreviar la estancia en Cali y renunciar al resto de la planeada expedicin valle arriba o hasta el Pacfico. Al tercer da, antes de las seis de la maana y bajo los naranjos del patio del hotel, montamos en nuestras caballeras y nos encaminamos al ro Cauca, que corre por la llanura como a media legua de all. Mis compaeros parecan querer poner a prueba mi paciencia y ya en un ltimo extremo; tan lenta y cansinamente cabalgaban tras de m. Respir por fin cuando una balsa nos transport al otro lado del Cauca yeso que en la opuesta orilla haba soldados. Me sent salvado de un desconocido riesgo. . . y en verdad que el riesgo haba existido. Tres horas despus de nuestra marcha, a las nueve de la maana, fueron detenidos los seores Gaviria y encerrados por varios das como radicales sospechas, en una estrecha celda de la prisin. Ms tarde supe que, telegrficamente, se haba dado tambin una orden de detencin contra m; la orden vena de Popayn, capital del Estado del Cauca, se fundaba en la creencia de que yo haba llevado de Bogot a los radicales de Cali importantes despachos del comit de su partido. Nada habra aprovechado encarecer por todos los medios mi inocencia y Dios sabe por cunto tiempo las autoridales locales me habran encarcelado. Antese, sin embargo, en disculpa de aquella gente, que nuestro viaje valle arriba era una imprudencia, dada la situacin reinante, pues resultaba fcil suponer cualquier fin oculto y no creer se tratara de un simple viaje de vacaciones. Precisamente en el Cauca hubo extranjeros que tomaron parte en las guerras civiles. Hay que tener presente adems que la Universidad Nacional era muy odiada entre los clericales y que las doctrinas extendidas por ese centro haban sido objeto de muy rudos ataques durante los ltimos meses.

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Sin ser molestados seguimos nuestro viaje. La gente tena quehaceres ms importantes que andar en mi persecucin; deban, sobre todo, pertrecharse para el temporal que se avecinaba. Cuando al medio da llegamos a la pequea ciudad de Palmira, antes clebre por su "tabaco oloroso", dos batallones de soldados, casi todos negros de feroces ojos, se dirigan hacia Buga con banderas desplegadas. Algunos gritaban: " Viva el gobierno legtimo !", mas, en general, el entusiasmo de la tropa no pareca ser muy grande. Iban mal armados, pero marchaban con orgullo. Por lo comn estos batallones de negros, con su soldadesca sensual, desconfiada, indolente, pero al propio tiempo fantica y tenaz, son el horror de las gentes de bien. Mas no debo ocultar que precisamente en la revolucin hice conocimiento con algunos oficiales negros que me inspiraron verdadera estimacin por su comportamiento sereno y su actitud de viril y digno orgullo. Pasamos la noche en una grande y solitaria hacienda, propiedad de un conservador, al que bamos recomendados; recuerdo una discusin en la cual nuestro patrn defendi el criterio de que el deber de la hospitalidad deba cumplirse como cosa sagrada, an tratndose de un asesino. Al da siguiente por la tarde entramos a Buga, al tiempo que lo haca tambin un escuadrn de lanceros. Estos lanceros eran hacendados de la comarca y su nico distintivo consista en una cinta verde rodeando el sombrero de paja. Llevaban carabinas en bandolera; algunos traan sable. Todos, sujeta al estribo derecho, portaban adems la lanza, que los guerreros de all saben manejar con terrible destreza. Eran tipos de un aspecto osado y feroz que no haca esperar nada bueno. Apenas habamos llegado a Buga cuando -segn noticia que nos lleg el 12 de enero- los radicales se haban insurreccionado en la vecina localidad de Tulu, a tres leguas de camino; haban asaltado de noche los cuarteles de los conservadores, ma- 364 -

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tando a ms de cincuenta personas y cometiendo en las mujeres indecibles infamias. Con ello se nos retras la continuacin del viaje y tuvimos que pasar dos das en el malhadado hotel de Buga. A la maana siguiente, era un domingo, casi toda la guarnicin de la plaza parti a luchar con los rebeldes. El da transcurri en medio de medrosa espera. A la tarde lleg por fin la noticia de que Tulu haba sido tomada al medioda, dispersndose a los insurrectos. Dijeron que dos jvenes de Buga haban sido muertos cuando, arrogantes y quiz un poco bebidos, se precipitaron a galope en la plaza de Tulu sin esperar al resto del "ejrcito". Libre de nuevo el camino, me encargu de hacer a la maana siguiente, en nombre de mis compaeros, la diligencia precisa para el visado de nuestros pases, formalidad que haba que cumplir en cada localidad donde nos detenamos. Casi una hora me hicieron esperar sin motivo alguno, hasta que el gobernador, un poltico veterano, puso su firma, titubeando, en el documento. Hacia el medio da continuamos la marcha. Mis dos compaeros de viaje cometieron la imprudencia de salir a galope. Se nos detuvo en una de las primeras esquinas y se nos cerr el paso. En un instante nos vimos rodeados de fuerza. Yo present los pasaportes y nos dejaron marchar. Nos regocijbamos, ya fuel.'a de la ciudad, de haber podido escapar a aquella gente, cuando un jinete nos alcanz al galope con la orden de que le siguiramos para presentarnos al alcalde. Fue intil toda resistencia, aunque el alcalde no tena nada que ver con nuestros pasaportes. En extraa disposicin de nimo volvimos grupas hacia la ciudad. En una de sus calles nos rode una muchedumbre hostil. Nunca olvidar aquellos rostros patibularios de negros y seminegros que nos hacan corro y nos insultaban a media voz. Uno de los ms resolutos, en cuya frente estaba grabada la falsa delacin como un estigma de Can, grit entonces: "Conozco bien a estos tres seores; estaban ayer en Tulu, j y han pe-

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leado con los radicales contra nosotros!" Abada respondi al hombre aquel y se desesper tratando de demostrar nuestra inocencia. El patrn en cuya casa habamos estado el da anterior no se atrevi a declarar que no habamos puesto el pie fuera de Buga; tan intimidado se hallaba. Yo me hart, al fin, de todo aquello y sal a caballo preguntando por el gobernador. En una calle me encontr con l. La chusma me segua. " Este es el respeto que inspira su firma -dije al anciano-, que se nos oetiene aqu y se nos prohibe seguir libremente nuestro camino? Qu tiene que ver el alcalde con nuestro pasaporte?" Yo me refer a varios seores ' de Buga que nos conocan bien y saban que 'ramos extranjeros, profesores contratados por el gobierno y ajenos a la poltica. Los mismos seores a los que yo haba ofrecido y prestado servicio llevando a Bogot para sus hijos pesadas remesas de dinero en plata, se desentendieron ahora tmidamente; ninguno quera responder como testigo. j Maldita gentuza! Tras de largas dudas y mucho palabreo declar finalmente el gobernador que podamos seguir viajando, pero con la obligacin de volvernos a presentar en Tulu para que nos firmaran de nuevo los pasaportes. Con toda seguridad, abrigaba el plan de hacernos apresar all, para no sentar el precedente de anular su propia firma. Preocupados nos pusimos en marcha. Como a una legua de Buga nos encontramos a los "victoriosos" guerreros que haban puesto en fuga a los rebeldes de Tulu y que se reintegraban ya a su guarnicin. Venan en cabeza los lanceros, gente insolente que lo primero que hicieron fue. . . pedirnos dinero. Les dimos todo lo que llevbamos suelto y nos indign mucho aquella clase de soldados capaces de dirigirse con tamaa desvergenza a los viajeros y que, naturalmente, no recibiran lo necesario. A los lanceros seguan unos cien hombres de a pie, armados con viejos y malos fusiles (tambin entre ellos, de los antiguos de chispa). Caminaban descalzos; uniformes, por supuesto, no tenan ninguno. Solo los oficiales

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llevaban kepis y traan espadines abrochados sobre sus ropas de paisano. Los soldados iban en columna de a uno, sombros y extenuados; es probable tuvieran hambre. La mayor parte de ellos, sin duda, haban sido reclutados a la fuerza. El grupo ms triste vena a continuacin. Lo componan unos doscientos hombres sin fusiles de ninguna clase, a falta de ello llevaban garrotes o machetes muy pesados. Eran los ms terribles. Examinados nuestros pasaportes, se los encontr conformes seguimos adelante. A una media hora de Tulu vimos algo que hizo estremecer de alegra nuestros corazones. Estaban cortados los hilos del telfono y ello quera decir que no haba llegado orden alguna de detencin contra nosotros. El gobernador no me puso obstculos y me reun nuevamente a mis compaeros, que me estaban esperando fuera de la ciudad con el propsito de, si yo no volva hacer todo lo necesario para librarme.
y

A pesar del cansancio, ahora ya total agotamiento, de cabalgaduras y jinetes, tratamos de alcanzar aquella misma noche la hospitalaria y segura granja del seor Uribe, que se ampara en la paz del oscuro bosque Morillo. A no haber contado con un caballo de memoria verdaderamente notable, de cierto nos hubiramos extraviado en medio de aquella noche tenebrosa. Pero el animal, a pesar de que nuestro viaje de ida fue la primera ocasin en que hizo aquel camino, se desvi oportunamente del sendero sin que nosotros llegramos a percatarnos y nos condujo derecho hasta la granja. All supimos por un conservador, cuya casa estaba junto al cuartel atacado, que durante la rebelin no haban sido muertos por los radicales los cincuenta hombres que se dijo, ni tampoco se haban cometido crueldades con las mujeres; por el contrario, los hechos haban transcurrido de modo relativamente incruento. Nos cont que los radicales haban tratado muy cortes mente a su esposa al hacer el registro

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domiciliario. Si el deseo de conocer ms de cerca aquellos acontecimientos no me hubiera llevado a hacer averiguaciones, habra permanecido en la creencia de que realmente fueron un hecho aquellas monstruosidades atribudas en un principio por los buganos a los insurrectos de Tulu. La historia se escribe las ms de las veces segn las exageraciones de los hombres. Despus de un da de descanso nos dirigimos nuevamente hacia Cartago. Cuando llevbamos caminadas como dos leguas por el valle, nos sali al encuentro el padre de Abada. Iba fugitivo, pues Cartago sera ocupada probablemente aquel mismo da por los liberales. Espoleamos nuestras cabalgaduras. Encontramos a otros fugitivos; iban gritando que el enemigo se hallaba ya cerca de la ciudad y que pronto entrara a saco en ella. Tan velozmente galopamos durante casi una hora, que nuestros animales llegaron medio muertos. En Cartago nos hallamos con las puertas de las casas cerradas a piedra y lodo. Las mujeres alzaban y crispaban las manos, lloraban y rezaban. Todo el mundo se dedicaba a cargar y embalar enseres. Era un cuadro de suma confusin. De modo maquinal imagin las escenas del sitio de la antigua Cartago. La poblacin masculina sali rpidamente de la ciudad para hacer frente al enemigo. Luego viose que todo era una falsa alarma, pues tan solo una guerrilla se haba adelantado hasta el ro y hecho desde all unos disparos en direccin a la ciudad con el propsito de sembrar en ella la inquietud; luego se retiraron a toda prisa. Durante varios das se produjeron en diversas ocasiones alarmas de la misma especie. Se viva en continua zozobra. En tanto, el partido del gobierno juntaba afanosamente tropas, pobres reclutas movilizados de cualquier modo, a los que se entregaban viejsimos fusiles. Lo nico que constitua una variacin eran las noticias llegadas del escenario de la lucha. i Qu de bulla y disparos, qu de msicas, redobles y vocero

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cuando se reciban nuevas de alguna victoria! Una de esas nuevas fue mortal para los radicales. El 19 de enero un batalln de la Guardia Colombiana, la ms escogida tropa del Gobierno, lleg a Cali, procedente de Panam, con objeto de auxiliar al partido gubernamental. Mas en la noche del 19 al 20 su jefe, el coronel Mrquez, se pas a los radicales, quienes, segn se afirmaba, lo haban sobornado. Cali cay de este modo en manos de los radicales que ahora, por su parte, movilizaban todos los recursos con el fin de ocupar el valle del Cauca. Con ochocientos hombres --segn otros, con mil cien- bajaron contra Buga para atacar a las tropas del Gobierno, o sea a las mismas con las que nosotros nos habamos cruzado en el camino de Tulu. Estas ltimas, al mando de Juan E. Ulloa se hicieron fuertes en unas colinas sobre la llanura de Sonso; su nmero, segn el propio jefe, fue de solo quinientos hombres, de los cuales doscientos iban armados de trabucos. Durante cuatro horas se combati all desde las ocho de la maana del da 23 de enero. Las tropas regulares no pudieron lograr nada en su ataque a las cotas ocupadas por los rebeldes; se dice que los cartuchos de las balas se encasquillaban en los fusiles. El resto de las fuerzas de los radicales terminaron por emprender la huda, dejando en el campo de la accin ochenta muertos, ciento cincuenta heridos y prisioneros y treinta y cinco caballos. La victoria de Sonso tuvo, sobre todo, una importancia moral, pues los caucanos se gloriaron inmensamente de haber derrotado al traidor batalln de la Guardia Colombiana, considerado como invencible. Adems, en poder de las tropas del Gobierno cay gran cantidad de armas y municin, lo que les permiti equiparse. Pronto llegaron de Buga a Cartago como doscientos o trescientos hombres. Entraron a las tres y media de la madrugada. An resuena en mis odos la lenta marcha militar que una pequea banda de unos cinco msicos (trompetas y clarinetes) iba tocando al frente de aquella tropa. En la simplcsima meloda haba algo de lastimero y pavoroso, cuya impresin me lleg a la misma medula de los huesos.

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Ahora, la mal armada "Divisin" cuyo efectivo sera como de setecientos hombres, j uzgbase ya lo bastante fuerte como para lanzar una ofensiva contra los radicales del Estado de Antioquia. Con gran sigilo cruzaron el ro La Vieja el da 25 de enero. Mi colega Eugene Hambursin, desoyendo todos los consejos en contra, quera regresar a Bogot. Por ms que le quisimos hacer ver que la Escuela de Agronoma no poda estar abierta en tiempo de revolucin, nada fue capaz de disuadirle. Yo, por no dejarle marchar solo termin por agregarme, a regaadientes, llevando tambin a mi "Mirla", ya descansada y lustrosa. El 26 de enero llegamos al pueblo de Pereira que dista de Cartago como cuatro horas a caballo y que en 1863 fuera fundado por colonos antioqueos en medio de extensos bosques de bamb. All se encontraba en avanzadilla la Divisin de Caucanos y no pudimos seguir el camino, pues esperaban al enemigo de un momento a otro. Durante la noche result robado del prado donde pastaba, o bien requisado por las tropas, el bonito caballo caucano comprado por Eugene para el viaje de regreso. Todas las pesquisas que hicimos a la maana siguiente fueron totalmente intiles. Entonces acordamos que yo regresara en mi mula a Cartago para notificar de la prdida al vendedor del caballo y encargarle de su bsqueda. A las dos y media de la tarde, hallndome ya a lomos de la "Mirla" y cuando iba a pedir mi salvoconducto, las cornetas comenzaron de pronto a tocar generala. Por los cerros del Alto del Oso, que rodean a Pereira, se vean bajar apretadas masas de infantera y a la entrada del pueblo zumbaban ya de recio los disparos. Presenci los preparativos para la lucha y cuando las balas empezaban ya a caer en la plaza puse espuelas a mi mula y me dirig a Cartago. No saba nada de cmo habra terminado el combate de Pereira. Hacia las ocho de la noche estaba yo relatando al padre de Abada los sucesos de que fui testigo, cuando de pronto lo llamaron aparte. Volvi muy conturbado y me dijo: "Doctor,

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tEngo que hur. Le entrego mi casa para que cuide de ella. No podra prestarme su mula para salir de aqu? De 10 contrario vaya caer en manos del enemigo". El seor Abada, si bien hombre todava vigoroso, deba estar ya bastante por encima de los sesenta aos. Me haba hecho objeto de la mxima hospitalidad y por lo tanto no vacil. Fui a buscar mi mula del pasto y el fugitivo desapareci poco despus en la oscuridad de la noche. Lo mismo que Eugene, me qued, pues, convertido en peatn. Toda la noche dur la alarma. Se escuchaba la huda de las tropas del Gobierno, que a paso ligero cruzaban la ciudad sin tratar siquiera de defenderla, a pesar de que hubiera sido posible mantener la posicin en la lnea del ro. No pegamos un ojo. Despus de las diez de la maana la ciudad pareca muerta. No quedaba ya ni un solo combatiente. Se recogieron nicamente algunos heridos, a los que el joven Abada prest los primeros auxilios ayudado por m. Un coronel de caballera que neg con la tibia deshecha, demostr especial firmeza y estoicismo y no dej de divertirnos su excelente humor. Un da angustioso, en el curso del cual se esperaban saqueos. y una larga noche, durante la cual no nos desvestimos. Al tercer da, siendo las nueve de la maana, entraron por fin en la ciudad las tropas invasoras. Eran algunos batallones de soldados bien uniformados y en buen orden, a los que haba equipado el gobierno radical de Antioquia, abundantemente provisto de los medios necesarios. Esa fuerza haba sido enviada contra el Cauca, leal al Gobierno Nacional, con el objeto de dar tiempo de agruparse a los radicales dispersos de aquella regin, si bien estos no supieron hacer mejor cosa que proclamar tres distintos presidentes provisionales. En virtud de las circunstancias yo haba pasado a ser el custodia de la casa de don Flix Abada, ilustre personalidad - 371 -

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entre los "independientes" de Cartago y adicto al partido del Gobierno. En aquella casa, que era rica y principal, se refugiaron adems varias seoras, de modo que, contando con el servicio, negras en su mayor parte, se haban juntado bajo mi proteccin unas veinte mujeres. Hacia las diez lleg la noticia de que debamos desalojar inmediatamente la casa, pues las tropas la necesitaban para instalarse en ella. N os quedamos de piedra. En seguida me dirig al recin nombrado alcalde, lo mejor del cual consista en apellidarse Bueno, pues, por desgracia, con cada sbita conmocin de esta especie, son los elementos ms violentos los que van a ocupar puestos elevados. Le dije que no p1da ')er que su decisin definitiva consistiera en arrojar de casa a tantas mujeres y ello en el espacio de una hora; l dispona, sin duda, de suficientes locales pblicos para alojar a los militares. Me puso de vuelta y media y comenz a lanzar denuestos contra el viejo Abada, su adversario poltico. No sirvieron de nada mis ruegos a la mejor gente del partido liberal, pues se hallaban muy ocupados o tenan miedo del alcalde, que ejerca sus funciones como un poseso, no les fueran a acusar de excesiva benevolencia con los "godos". En fin, pareca no descubrirse salida alguna, cuando de repente se nos ocurri ofrecer al energmeno otra casa del mismo propietario, 10 que finalmente acept. De este modo qued felizmente conjurado el peligro de ser arrojados de la residencia. Pero como corrieron rumores de que el seor Abada tena tesoros escondidos, se nos hizo un registro, el cual, por lo dems, se produjo muy ordenadamente, pues yo acompa todo el tiempo al funcionario que lo practic. Solo S~ llev algunas sillas de montar. Los das siguientes los pas como un verdadero esclavo. En cuanto se me ocurra poner el pie fuera de la casa, corra hacia m todo un tropel de mujeres y con lgrimas me conminaban a que no las abandonase. Qu iba a hacer? Ante tales lgrimas queda uno desarmado. As, pues, renunci a salir. Lea,

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fumaba y dorma casi todo el tiempo en la hamaca. Al cabo de ocho das, por fin regres Eugime de Pereira y entre ambos nos repartimos la custodia. Las tropas antioqueas, que sumaran como dos mil hombres y que durante un mes permanecieron inactivas en Cartago, observaban muy buena disciplina. Los soldados no dejaban de pagar nada y se comportaban con cortesa, pero hay que advertir que cuaquier falta se castigaba rigurosamente, por lo comn a palos, que se suministraban al infractor en presencia de toda la compaa. Entre esas tropas me encontr con algunos conocidos, antiguos diputados o senadores, que haban estado en Bogot y tambin algunos de mis estudiantes. No me cost trabajo, por lo tanto, obtener de aquellos atentos oficiales algunas especiales salvaguardias para la casa que se me haba confiado, cosa que les agradec mucho. As que la familia Abada pareci quedar asegurada contra la maldad de los adversarios polticos, se apoder de nosotros la impaciencia; toda vez que el camino hacia Antioquia se hallaba libre y confiando nosotros en que desde all podramos llegar a la capital, el 8 de febrero nos pusimos en marcha, pese a todos los ruegos y splicas. Pasado Pereira, cruzamos el interesante puente sobre el ro Otn, tocamos en los pueblos de Santa Rosa y San Francisco, muy limpios y situados en las altas pendientes de la Cordillera Central y llegamos al Chinchin, ro fronterizo entre Antioquia y el Cauca. Su cauce se halla tan profundamente excavado que parece querer acentuar de modo especial la separacin y diferencia entre ambas razas. Un buen camino, si bien muy empinado, lleva de aqu a Manizales, la pujante ciudad, segunda de Antioquia . Manizales (2.140 metros de altitud, temperatura media, solo 17 C) domina, como un bastin la comarca. La meseta en que se alza la poblacin queda protegida por los cortes que forman los ros Chinchin, Cauca y Guacaica. El paisaje es sublime.

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al cabo de dos horas de bsqueda la encontramos entre la espesura comiendo las hojas y ramitas heladas. A eso de las ocho me desped del batalln y me puse en camino al lento andar de mi extenuada cabalgadura. El paso de montaa del Pramo del Ruiz va a 3.675 metros de altitud, entre las gigantescas moles nevadas y viejos volcanes del Ruiz (5.300 metros) y del Herveo (5.590 metros). Los glaciares cubrieron probablemente en tiempos todo aquel paso, pues se ve mucha masa arenosa Y morrenas, as como gruesos bloques de roca desprendidos. De cuando en cuando, las nieblas ceden por un instante a la fuerza del sol y se hacen visibles las ms altas cumbres, sobre todo a la derecha la gruesa capa helada del Ruiz. Hacia las diez me encontr con algunas compaas de infantera enviadas desde Manizales para la proteccin del paso. Eran gentes, por lo menos, bien armadas y con disciplina. Mataron en pleno campo una vaca, que seguidamente fue asada sobre un fuego. Pese a mi hambre canina y a que estuve mirando durante una hora, no pude limosnear algo de carne, pues si bien el coronel me haba invitado amablemente a participar en el banquete, el hecho no acompa a sus palabras. En la miserable cabaa en que se cobijaban los soldados, ni dinero ni buenas palabras sirvieron de nada al hambriento. Si yo hubiera sabido sacar muelas, los dueos de la cabaa me habran trado, sin duda, algo de comer, pues no dejaran de tener alimentos escondidos. Pero no pude hacer nada ante los inflamados carrillos de la hija de la casa, a pesar de que as me lo solicitaron creyndome mdico. Hacia el medio da llegu a la altura de las centinelas avanzadas en el lugar de Yolumbal. La posicin era del todo inexpugnable, pues el camino, tallado en zig-zag, desciende hasta tierra caliente por desfiladeros rocosos y en un trecho de, por
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lo menos, 1.500 metros de longitud. Apenas alcanzadas las ltimas alambradas all tendidas y donde se haba acumulado gran cantidad de municin, comenc ya mis preparativos para el descenso. Iba hacia el enemigo, sin saber realmente dnde se encontraba, teniendo que contar, pues, con la posibilidad de que cualquier centinela de una avanzadilla hiciera fuego sobre m al ver que vena del lado de los radicales. Primero abr y romp todas las cartas de personas particulares y en las que se contena alguna noticia de carcter poltico. Luego, a fin de que se me viera desde lejos, me envolv en el pao de lino blanco que llevaba siempre en la silla para cuando haba ocasin de baarse. Lentamente, pero con resolucin, cabalgu durante algunas horas y en completa soledad en medio de aquella mortal quietud. Sorprendido de no encontrar obstculo alguno, llegu hasta el pueblecito de Soledad, que haca todo honor a su nombre, pues pareca abandonado. Durante casi un da, los habitantes de Soledad, conservadores, haban detenido en su retirada a las tropas radicales, mediante combates aislados. Se vean los efectos del violento asalto a las casas perpetrado por las hambrientas y derrotadas tropas liberales para conseguir vveres y mantas con qu abrigarse en la marcha por el fro paso de montaa. Era una desoladora estampa de guerra. Naturalmente, los nimos estaban all muy excitados y me miraron de forma poco grata. Como una docena de individuos mal encarados, combatientes conservadores, me rodearon preguntndome de dnde vena y a dnde iba. Yo respond concretamente pero sin revelar nada acerca de las posiciones del adversario. Preguntronme tambin cmo me haba "atrevido" a pasar por all. Yo contest: "Porque as me gusta" (1). Cuando not que se enojaban con mi descaro, les tranquilic con la declaracin de que haba de llevar auxilios a un
(1) El autor escribe as, en espaol, su respuesta. (N. del T.)

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amigo herido y que, sabedor de que los colombianos eran personas humanitarias y que, en todo caso, no causaban mal alguno a un hombre desarmado, me haba confiado tranquilamente a cruzar aquellos lugares. Eso s dio resultado y me dejaron libre bajo la condicin, pues me tuvieron por mdico, de atender a los heridos que haba en el pueblo. Acept y trat de ayudar en ello lo mejor que pude. Toda la noche tuve que pasrmela en vela, y por medio de una cuerda larga, at la mula a mi brazo para que no me la robaran del patio en que estaba. Cuando, al amanecer, me dedicaba a echar de cuando en cuando un sueecilla, el animal, ya fresco y despabilado, daba de pronto un tirn y me haca despertar sobresaltadamente. Al siguiente da no pude partir antes de las ocho, pues me llamaron para que atendiera a dos soldados radicales heridos que una caritativa mujer haba asilado por amor de Dios en su cabaa. Uno de ellos tena la pierna toda gangrenada y terriblemente deshecha. No haba salvacin. La herida del otro era en el muslo y no interesaba el hueso. Dos caminos bajan desde Soledad al Magdalena: el uno pasa por Santana, donde hay ricas minas de plata, y va hasta Ambalema, ciudad en tiempos famosa por sus cultivos de tabaco, pero cuyas factoras se encuentran hoy casi devastadas a causa de una enfermedad de la planta, como tambin por los estragos de las fiebres entre los hombres. El segundo camino va por el pueblecillo de Fresno hasta Honda. Por este ltimo hube de decidirme. Durante toda la maana me encontr con individuos armados que se dirigan separadamente al punto de concentracin de las guerrillas conservadoras. Apenas haba atravesado el hondo valle de Aguacatal, cuya anchura es de unos 400 metros y su profundidad de unos 1.000, cuando tropec con las primeras tropas regulares y organizadas del partido de Gobierno. Eran fuerzas de la Guardia Colombiana de Bogot. Los soldados avanzaban por el camino en columna de a uno; los oficiales iban a

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caballo. Muchos de los soldados llevaban el kepis encajado sobre la copa del sombrero de paja. Tras la columna segua una caterva de mujeres, pobres indias que seguan a su marido, verdadero o supuesto, a donde el destino lo condujera. Llevan consigo la pequea caldera de cobre, la oUa, que pueden usar al aire libre y en cualquier parte sobre unas cuantas piedras; en ella preparan la diaria comida; pltanos, papas, algo de carne seca. La abnegacin de estas mujeres, a menudo mal tratadas, se ha exaltado con sobrada razn; sin eIlas no podra vivir la tropa, pues no existen unidades de aprovisionamiento de vveres. Hasta las tres de la tarde hube de cruzarme de continuo con todas las fuerzas de los conservadores e independientes que se dirigan a atacar a los liberales. En la totalidad de los casos, me examinaban con sumo inters, pero no se metan conmigo; solo algunos jvenes que cabalgaban en compaa de dos frailes gordos, me gritaron algunos cumplidos referentes a mi enseanza en la Universidad. Por fin, hacia las cuatro de la tarde, encontr en Fresno a mi estudiante Arango, recogido en la casita de unos antioqueos. Se hallaba tendido en un largo y ancho banco. Haban transcurrido ya cinco das desde que fuera herido y todava continuaba sin hacerse nada por su curacin. La pierna derecha, donde tena la herida, estaba terriblemente inflamada y de un color azul grisceo. Yendo en cabeza de su compaa en el ataque a una altura situada sobre el pueblo y ocupada por una guerrilla conservadora, le entr una bala por la parte superior del muslo y dio con l en tierra. Al siguiente da llegaron mdicos de las tropas del Gobierno; uno de ellos le hizo un reconocimiento y declar que se trataba de una fractura sin gravedad, pero no le extrajo el proyectil, sino que se limit a abrir un canal para la limpieza de la herida.
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Cuarenta y un das permanec en aquel pueblecito cuidando al muchacho. Eran tiempos difciles y me acuerdo con gratitud de las cariosas gentes de Fresno, que, aunque pobres y azotadas por la guerra, hicieron mucho bien al herido. Los adversarios polticos del muchacho, varios de los cuales le visitaban, comportbanse con extraordinario tacto, nos apoyaban en todo lo que podan, con dinero y dems auxilios, por lo que me inspiraban una gran estima. Cuando se vio que los dolores del herido eran cada vez ms torturante s se le quit el vendaje, al cabo de treinta y un das de espera y entonces pudo apreciarse que no haba traza de curacin. Siguieron das de angustia, en los que la muerte pareca estar segura de su presa. El muchacho era sereno y resignado, pero se apenaba por su madre. Por fin, cuando las cosas estuvieron ms seguras, lleg de Bogot un buen mdico enviado por la familia y despus de ponerle un vendaje de urgencia, dispuso el traslado del herido a la capital. La triste caravana se puso, pues, en marcha. Nueve hombres deban hacer la dificultosa ruta llevando la camilla del doliente viajero. Cabalgbamos lentamente al lado de l o a continuacin. As llegamos a la ciudad de Mariquita. (547 metros sobre el nivel del mar; temperatura media 27 C.) Fundada en 1550, Mariquita fue pronto famosa por sus grandes edificios, sus bellos conventos y hospitales y por su casa de la moneda. Pero desde 1761, fecha en que se dejaron de explotar las minas de oro que haba en las cercanas, la ciudad decay rpidamente. La casa en que el ao 1597 muri leproso Jimnez de Quesada es una triste ruina, al igual que tantas otras mansiones que fueron magnficas. Todo daba la impresin de la destruccin y el abandono. Por los llamados "Llanos" o estepas, de Mariquita, seguimos a lo largo del ro Gual hacia Honda. Por miedo a la fiebre amarilla cruzamos la ciudad a toda prisa, con nuestro herido, entre las nueve y las diez de la maana; pasamos el Magdalena en un gran champn o lancha y nos encontramos - 380 -

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ya en el camino de Bodegas a Bogot, seguido por m cuando llegu a Colombia. La marcha desde Fresno a Bogot nos llev nueve das enteros, mucho si se tiene en cuenta . que uno de los hermanos Arango haba hecho el mismo recorrido en dos das y dos noches, si bien utilizando una mula excepcionalmente ligera. Por fin, el primero de abril de 1885, despus de una ausencia de casi cuatro meses, pis ya de noche las calles de Bogot para anunciar en la casa de Arango la llegada, al da siguiente, de la triste comitiva. La guardia que haba a la entrada de la ciudad me dej pasar sin obstculos. Todo pareca desolado y muerto. Nada ms que patrullas y "tmido paso de esclavo". Despus de cincuenta das dorm por primera vez en una cama. Mi amigo fue operado varias veces y se salv por fin al cabo de muchsimo tiempo. Los acontecimientos se sucedieron con bastante rapidez, pero, para nuestra mentalidad, con una lentitud desesperante. Durante nueve meses enteros estuvimos privados de toda comunicacin con el mundo exterior y no nos llegaba carta alguna de Europa. Calclese lo que esto representa. En modo alguno se nos molest en Bogot a los extranjeros durante la revolucin. De noche nos paraban de cuando en cuando, pero siempre se nos dejaba en libertad, en tanto que los bogotanos a quienes las patrullas encontraban en la calle despus de las ocho de la noche sin que pudieran aducir ningn motivo suficientemente fundado, eran encarcelados sin ms diligencia. Alguna noche se vea subir por el cielo algn cohete que parta de cualquier escondida casita d las afueras. Esta seal tena por fin avisar a los correligionarios del bando antigubernamental la llegada de alguna noticia favorable a ellos, noticia que luego se divulgaba verbalmente o en escritos a mano

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y a veces, incluso por medio de su imprenta clandestina. Mas cuando el Gobierno se apuntaba algn triunfo se lanzaban cientos de cohetes; si los acontecimientos eran de importancia mayor, se llegaban a poner caones en la plaza, hasta en las altas horas de la noche y sus estampidos gritaban el vae victis al adversario. Vibraban las charangas, resonaban las bandas de msica, estallaban petardos, se vociferaban mueras y vivas, la plaza se llenaba de gentes curiosas, regocijadas o tristes. Era una bulla infernal y un bullir del mismo infierno, pues la sangrienta victoria que se celebraba tan ferozmente y de modo tan ajeno al corazn de las madres, era una victoria sobre hermanos. Una detenida descripcin de las operaciones militares de aquella guerra civil sera muy instructiva para la persona familiarizada con la situacin y circunstancias locales; nosotros hemos de ser breves. En general, hzose ms en largos avances que en audaces hechos de armas, pues, del aturdimiento y confusin de los jefes liberales se dieron en realidad muy pocas batallas de grandes proporciones. Era tan malo el armamento, se desperdiciaba tanto la municin, la seguridad de tiro resultaba tan escasa, tan deficiente la artillera, que, afortunadamente, las bajas no estuvieron en relacin con el valor personal y la frialdad de temple desmostrados tambin en esta ocasin. Los vencidos fueron tratados relativamente bien por los vencedores. Las proclamas eran en extremo rimbombantes y se lleg a exageraciones enormes: "La Providencia est indignada con los perturbadores de la paz", decan los radicales. "El partido liberal, noblemente apoyado por el conservador y llevado a la desesperacin por el desorden y la corrupcin moral, se hace cargo de la defensa de la legalidad contra la perversin del radicalismo ... " As se exclamaba por boca del partido gubernamental, que identificaba a los radicales con la intolerancia, el egosmo, el engao y la explotacin de la repblica.
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El curso de los acontecimientos fue como sigue: Las tropas del Gobierno se apoderaron, casi sin lucha, del Estado de Antioquia, al cual se impuso una contribucin de un milln de dlares, cobrada con rigor sin precedentes. Entre tanto, fue tambin atacado el ejrcito invasor de los antioqueos, (formado por tres mil ochocientos hombres). El ataque lo efectu el 23 de febrero el general Payn, presidente del Cauca, al mando de dos mil doscientos soldados, agotados y hambrientos, en el lugar de Santa Brbara, ms arriba de Cartago. Despus de un combate de ocho horas, los antioqueos fueron puestos en terrible fuga. Ms de seiscientos muertos quedaron en el campo de la refriega; hubo trescientos heridos y doscientos noventa prisioneros. El 24 de febrero se firm la capitulacin de Manizales. A los soldados del bando radical se les incorpor a las filas del ejrcito del Gobierno o se les dej en libertad; los oficiales que pudieron conservar sus sables fueron enviados a Bogot. Cuando esta noticia lleg al Norte, donde hasta entonces se haba evitado la batalla, los rebeldes de all embarcaron sus tropas en el Magdalena para tratar de decidir la situacin en la costa. El general Gaitn, radical, haba estado sitiando intilmente durante setenta das, por tierra y mar, a la ciudad de Cartagena; pero el 8 de mayo fue rechazado en un asalto nocturno, con la prdida de ms de trescientos muertos y heridos. Mil quinientos hombres del ejrcito sitiador pudieron salvarse en cinco barcos, que los condujeron a Barranquilla. Las tropas del Gobierno marcharon entonces hacia la costa desde diversos puntos. Un cuerpo de ejrcito se hizo a la mar en Buenaventura, en malos barcos y lleg hasta Panam, pero, desgraciadamente, no pudo impedir la quema de Coln, incendiado por los revolucionarios, negros en su mayora. A fines de mayo fueron llevadas esas tropas a la ya liberada plaza de Cartagena.
Aparte de esto, a finales de marzo partieron de Antioquia tres mil hombres que, a travs de las selvas y sabanas de Ayapel - 383 -

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y Chin y despus de un mes de heroica lucha con los animales salvajes y el mal clima, penetraron en las llanuras del valle del Magdalena; all, parte de ellos se unieron a las tropas de Cartagena y parte entraron en posicin en la lnea del ro citado. Los radicales se retiraron a los vapores. Casi un m es estuvieron inactivos los adversarios en Calamar, unos frente a otros, sucumbiendo muchos a las fiebres. Otros dos mil hombres, en seis vapores, pretendieron abrirse paso hacia Santander, punto de partida de la revolucin. El embarque lo lograron por la fuerza en Tamalameque (17 de junio), pero perdieron all a seis de sus mejores jefes, as como la parte principal de la municin y las armas, a causa de la explosin de un barco. Barranquilla fue tomada nuevamente el 23 de julio por las tropas del Gobierno. Al surgir la discordia entre los caudillos de la revolucin y despus de darse diarias escaramuzas con las tropas del Gobierno que se hicieron fuertes en Calamar y luego tambin de querer concertar la paz con ellas, el movimiento todo comenz a desmoronarse. La terminacin no se seal por ningn hecho de armas. El 7 de agosto entreg su espada el general Camargo, que antes haba emprendido una admirable expedicin, en la cual, acompaado de su ayudante, sigui aguas abajo en una canoa el curso del Meta y luego el del Orinoco hasta llegar al mar, para despus de unos tres meses de azares y penalidades, unirse a los revolucionarios de Barranquilla. El general Gaitn llev sus tropas por tierra a lo largo del ro, trat de refugiarse en Venezuela y fue apresado y condenado en Bogot por un tribunal de guerra a diez aos de reclusin en una fortaleza de Cartagena. En Panam, a donde luego se le llev, muri a consecuencia de unas fiebres. El resto de los revolucionarios se entreg en El Salado el da 26 de agosto. El primero de septiembre haba quedado definitivamente libre el curso del Magdalena. A mediados del mismo mes las fuerzas unidas del Gobierno entraron a Bogot, donde se les hizo

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un esplndido recibimiento. La alianza independiente-conserva_ dora haba triunfado. Nez era dueo de la situacin y desde el balcn de palacio grit. al pueblo all congregado estas palabras memorables: "j la Constitucin de 1863 ha dejado de existir !".

y ahora, el resultado ltimo de la revolucin: absoluta destruccin del partido liberal, que tan insensatamente se lanz a la guerra, echando sobre s tamaa responsabilidad; ruina por todas partes, las prisiones llenas de liberales, deportaciones a islas del Pacfico (Gorgona), los destierros a la orden del da. Miles de personas sucumbieron, cientos arrastraron durante meSS su maltrecha humanidad y quedaron convertidas en verdaderos espectros. Casi todos los bancos se hallaban cerrados, el crdito estaba en baja, el dinero se prestaba hasta al 3 por ciento de inters mensual. Para cubrir las necesidades de mayor apremio, el Gobierno se vio obligado a acuar una mala moneda de plata de 500/ 1.000, que perturb el mercado monetario; el trfico sufri ms todava por haberse puesto en circulacin papel moneda, muy devaluado y utilizado adems abusivamente para fines de especulacin. En el transcurso de los aos y con el consentimiento de las autoridades, se pusieron en circulacin, por 10 menos, 31 millones de dlares en esa clase de billetes; ello se efectu mediante las llamadas "emisiones clandestinas" y por la difusin de grandes sumas de falso papel moneda. Hubieron de crearse nuevos ingresos y al comercio le toc sufrirlos. Las tarifas aduaneras se volvieron draconianas, de modo que, segn nos consta, la poblacin pobre apenas si poda adquirir las ms necesarias prendas de vestir, acaso una camisa por ao, pues los salarios no crecan proporcionalmente a la desvalorizacin del dinero. Despus de afirmar que el nuevo sistema de gobierno iba a determinar un gran abaratamiento de la vida, la decepcin fue muy dura.
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La revolucin tuvo todava otras consecuencias, pues hizo vacilar los sentimientos de fidelidad y fe. Se cometan crmenes antes no conocidos, como el asesinato por mviles de lucro, la falsificacin de moneda, el hurto en gran cuanta, aparte el ilegal y escandaloso enriquecimiento de los polticos de profesin, a los que la justicia no puede hacer responsables. Como los fondos existentes hubo que aplicarlos a los gastos del ejrcito, result que el presupuesto para la enseanza pblica se redujo el ao de 1886 a solo algo ms de 5.000 dlares. Se hizo regresar a los jesutas y se les entreg el Colegio de San Bartolom; la vieja Universidad cay en ruinas, para, solo ms tarde, resurgir sobre base distinta y con diferente espritu. Otros colegios fueron tambin renovados con un sentido clerical. Diversos conventos fueron edificados o vinieron a habitar comunidades los que estaban destinados a otros fines; llegaron igualmente al pas comunidades nuevas; el patrimonio de la Iglesia creci mediante "voluntarias donaciones". La libertad de prensa, ms que sujeta a l'estricciones, fue abolida y las publicaciones quedaron a merced del superior arbitrio. El solemne Tedeum que en la catedral de Bogot se cant a fines de 1885 en honor de la victoria (1) del bando gubernamental, y en el cual Rafael Nez se hinc de rodillas, tuvo una peculiar significacin en virtud de todas las circunstancias dichas. El presidente convoc en noviembre de 1885 una especie de asamblea de delegados, que integraban dieciocho adictos suyos -dos por cada Estado- para deliberar previamente sobre la nueva Constitucin. Era la sptima carta fundamental desde la declaracin de la independencia. El carro del Estado experiment un viraje. Se fue a caer en el extremo opuesto. En vez de restringir beneficiosamente las facultades del Estado que exista y en lugar de introducir una direccin central fuerte, pero
(1) Sic. (N. del T.)

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no omnipotente, se promulg una Constitucin por entero unitaria (el ideal de los ultramontanos), se degrad a los Estados a la categora de Departamentos y se los entreg a la administracin de gobernadores nombrados en forma directa por el presidente. El Senado y la Cmara de Diputados continuaron existiendo; el Senado, constitudo en virtud de elecciones en segundo grado, lo forman veintisiete miembros -tres por cada uno de los nueve departamentos-; la Cmara consta de sesenta y ocho representantes designados por cuatro aos mediante sufragio directo (uno por cada 50.000 habitantes). El Congreso, reglamentariamente, solo puede reunirse cada dos aos. Los ministros son libremente nombrados y sustitudos por el presidente; ste nombra tambin los jueces de la Corte Suprema de Justicia y de los juzgados distritales. La duracin del mandato presidencial se prolong a seis aos y como la nueva Constitucin entr en vigor el 5 de agosto de 1886, el 7 de agosto del mismo ao fue reelegido presidente Rafael Nez. Al cabo de los seis aos (1892), fue renovado su perodo presidencial y comenz, pues, su cuarta presidencia; pero muri el 17 de septiembre de 1894 en la ciudad de Cartagena, a donde se haba retirado como "presidente titular" con una elevada pensin; los negocios de gobierno se los haba encargado a dos representantes del partido clerical, los vicepresidentes Holgun y Caro, pero hasta la muerte retuvo en su experta y hbil mano la rectora espiritual del pas.
Cunto tiempo durar la obra de Nez? Desde entonces, dos desafortunadas e imprudentes revoluciones, las de los aos 1893 y 1895, fueron promovidas de parte radical y ambas resultaron sofocadas rpidamente y sin gloria para los rebeldes. El cuerpo nacional, a causa de esas repetidas sangras, ha venido a quedar tan anmico, que la servidumbre se acepta entre las masas con ablica indiferencia (aguantando). Se soporta, se calla de continuo, para de repente volver a vociferar. Ms caracterstica es la resistencia que los principios de gobierno de Nez

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han encontrado entre los conservadores, buenos catlicos y partidarios tambin de una justa medida de libertad y, en especial, de una administracin honesta. Deformadas por el favor o el odio de los partidos, las figuras de los gobernantes resultan imposibles de delinear con exactitud. Miguel Samper, varias veces ministro, hombre prestigioso y extraordinariamente mesurado y sereno, no puede por menos de juzgar as la situacin de su obra Libertad y orden: "En el aspecto poltico, la forma de gobierno es republicana, pero en el fondo consiste en la reunin del poder en las manos de un estadista, que se convierte en una especie de sumo sacerdote".

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EL OCCIDENTE DE COLOMBIA

En el captulo Revolucin, relata nuest'ro padre cmo atraves la Cordillera Centml por el viejo y pintoresco camino de Salento y Toche. El ao 1927 hice yo en gran soledad este camino, que hoy apenas se utiliza, y me complac en su original her'11wsura. El primer encuent1'O con la gente de Antioquia hizo all, evidentemente, sobre mi pad1'e una duradera impresin, movindole a emitir un juicio cuya p1'ofundidad y exactitud volvi a sorprenderme en este nuevo v'taje. Entonces la guerra civil le impidi visita'/" ms detenidamente el Estado de Antioquia y describirlo de igual forma en El Dorado, Este involuntario vaco debe llenarse ahora con una breve exposicin del enorme desarrollo alcanzado p01' los depa1'tamentos occ'identales de Colombia. La capital ele Ant'ioquia, lYledelln, no solo se halla en una magnfica regin, de benigno y agradable clima, sino que adems est lo suficientemente alejcdo de Bogot para asegurar a toda la provincia una fisonom'a espiritual p1'opia, El amor al trabajo y un sano esp1'itu indust?"oso y emp'/"endedor distinguen al antioqueo y explican el rpido a'uge de esta raza, una raza fuerte, tanto en el aspecto fsico C07?'W en el intelectual y moml, Se explica igualmente la pos'icin directiva que Antioquia ocupa entre los ot'/"os trece departamentos. Si al antioq~leo, tambin en contraste con el bogotano, le faltan quizs la rpida facultad

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de comprenswn, el humor y la facilidad expresiva, con tanta mayor paciencia y tesn se esfuerza por entender y penetrar los problemas centrales de la economa de su tierra. Se halla posedo de una conciencia del deber en favor del comn provecho, virtud poco desarrollada entre los dems colombianos. Es cierto, sin embargo, que piensa sobre todo en su patria chica. Su sentido cvico le inclina, por otra parte, a la aceptacin de puestos pblicos honrosos y a prestar servicios a la colectividad. De ello resulta tambin que M edelln se halla administrada mejor que cualquiera otra ciudad de Colombia. El abastecimiento de aguas, el alumbrado pblico, la extensa red de calles, los amplios terrenos para la feria sema,nal de ganado, la red telefnica; todas estas instalaciones son ejemplares en Medelln. La beneficencia privada ha hecho surgir un gran hospital. La Universidad hace visibles progresos, y la Escuela de Minas tiene gran nmero de alumnos. Muchos de estos centros e instituciones fueron c1"eados en los ltimos aos y subrayan de nuevo el sentido utilitario de los antioqueos. El departamento de Antioquia debe su auge no solo a un activo estrato superior de su sociedad, sino principalmente a la energa que alienta en las clases populares. El pueblo se presenta all mucho ms independiente y ms digno que en cualquier otra parte de Colombia. El cuidado de la propia personalidad, ligado a un algo de presuncin, se manifiesta especialmente en el antioqueo en la refinada atencin que dedica a la casa y la hacienda. As, en las afueras de M edelln no se ven las feas cabaas, llenas de mugre, que son tan frecuentes en los departamentos o1-ientales. Tambin las pequeas poblaciones rurales y las villas y pueblos tienen en Antioquia la ventaja de la limpieza, y el extranjero que va de viaje se enC1entra all bien instalado y atendido. Esto puede deberse a que el propio antioqueo gusta de viajar y, por lo tanto, sabe establecer comparaciones. Cada vez regresa a su tierra con nuevo orgullo y

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con una cierta displicencia para con las otras regiones del pas. De este modo se aclaran tambin sus ideas polticas federalistas cuando no les acomoda algn decreto del gobierno nacional. A pesar de su indiscutible sentimiento patritico, el antioqueo es poco querido en el resto del pas. Las dems provincias viven con una cierta preocupacin de ser inundadas por esta prolfica y laboriosa raza. El extranjero no tiene por qu compa?"tir semejantes temores y descubre espontneamente en Antioquia la estampa futura de una Colombia rica y en rpido y sano desarrollo, pero en la que, como es de desear, no surja un nacionalismo exagerado, que habra de acarrear desagradables consecuencias. Antioquia, ciertamente, es rica en minerales de todas clases y posee una. floreciente industria minera. La fecundidad del suelo, con excepcin de los valles que van hacia el Cauca, es, sin embargo, menor que en el 1"esto de Colombia. Para la poblacin campesina de Colombia resulta tambin vlida la observacin que es, sin duda, aplicable en general a Europa, y segn la. cual, cuanto ms dU1"a es la lucha con la gleba, con tanto mayor cario se vincula a ella el labrador. La energa, optimismo y vitalidad de estos excelentes ag1"culto1"eS salta a la vista en lo prolfico de la. familia antioquea. Es, pues, de lo ms natural que la voluntad de se?" y figurar de estas clases de doce, quince y dieciocho hijos se haga efectiva tambin en f01"ma de colonizacin y que haya emprendido su expansin por las tierras meridionales prximas. As se ha hecho cultivable y se ha poblado, en los ltimos ochenta aos, el departamento de Caldas, con su capital Manizales. Una experiencia casi incomprensible constituye para el europeo el conocer todava personalmente a los primeros colonizadores de las tie't ras donde han surgido pujantes poblaciones como Manizales, Armenia y Pereira, que hoy da cuentan con miles de habitantes.

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El depa1'tamento de Caldas, cuyo suelo es de una ma't avillosa fertilidad, se acerca de continuo a constitur el cent'ro de las regiones cafeteras de Colombia. El caldense conoce bien, sin duda, su procedencia antioquea, pero, con un entusiasmo casi infantil, se jacta de ser una nueva raza, y procu'ra, en toda clase de asuntos, eclipsar a sus hermanos mayores. En su gran mayora, los de Caldas son labradores y cultivadores de plantaciones y siguen siendo ms desp?'eocupados en sus modales y ms ah07Tativos del tiempo que se dedica a satisface?' las propias necesidades o a cumplir obl1'gaciones de orden soc1:al. Antioqueos y caldenses se distinguen por su sentido de la vida familia?' y la alta estima en que la tienen. La laxitud de vnculos tan extendida, por desgmcia, en Colombia, apenas se ve en estos dos departamentos. Disciplina y orden reinan en las casas de estas gentes hospitalarias. Mas para nuestra mentalidad resulta difcil poner de acuerdo su marcada dependencic~ de la Iglesia y del clero con su trabajo de pione'ros como libres colonos y cultivadores. Por desg'tacia, el cmsia de este p~leblo por instrurse y progresar rpidamente abre con demasiada facilidad sus puertas a los dudosos beneficios de la civilizacin segn modelo norteamericano. Pero los avances en materia de enseanza, en la construccin de caminos y ferrocarriles, en la ganade?'a 1/ en el cultivo del caf, as como en la creacin de una peque(~ propiedad raz, fcilment e accesible a las ms modestas disponibilidades, aseguran a estas 1'egiones unn c1'eciente importancia, Encontramos aqu, por lo tanto, un bienestar ms unif01'me y una mayor capacidad adquisitiva que entre la poblacin de los departamentos de la Cm'dillera Oriental. las laderas de la Cordillera Central hasta el valle del Cauca, que en Ca'rtago se abu de pronto ante nosotros en su mxima amplitud, nos encont1'amos con una zonCL de cultivo ele caractersticas muy distintas, pero igualmente p1'spem. All se ven todava, fincas gigantescas ele 500,
])01'

Si descendemos ahora

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1.000 o ms hect'reas reunidas en una sola mano, y el latifundio imprime a la regin su fisonoma p'ropia. A lo largo de la va frrea del Pacfico, la cual va desde el puerto de Buenaventura hasta Cali pasando por la Cordillera Occidental, y que desde dicha capital sigue el curso del Cauca hacia el Norte en una longitud de unos 200 kilmetros, se ha ido fm'mando una serie de ciudades que, en punto a actividad y bienestar, superan a todas las dems comarcas. Los habitantes del campo ayudan en el cultivo de las g1'andes estancias como traba/adores ocasionales; en las ciudades de Palmira, B~ga, Tulu, Santander, Bugalag1'ande y Ot1'as se han formado pequeas empresas industriales que dan vida y ganancias a la 1 "egin. El clido clima educa a los habitantes en el aseo, y el agua clara de los ros que se precipitan de las cordilleras hacia el Cauca favorece su sano gnero de vida. Si, desde la costa del Pacfico, no hubieran lle.qado en gmn nmero hasta estos bellos campos los negros trados antao PO?' los espaoles, y si, a causa de la poco feliz mezcla ?'esultante, no se hubiera producido un proletariado reacio a la civilizacin, tambin el departamento del Valle se mantendra a la altu1'a del desarrollo de Antioquia y Caldas. Pero, dadas las c'cunstancias actuales, con el tiempo apenas si ser posible evitar un conflicto de orden social con los latifundistas, pues ya hoy da se hace sentir la falta de una obediente y bien dispuesta mano de ob1'a.

Ms al Sur del pas, desciende rpidamente el bienesta1' de la poblacin. Cierto que en Popayn, capital del departamento del Cauca, hallamos de p1'onto un ilustre centro cultural, cultiva4,or de las t1'adiciones y costumbres espaolas. Esta mela ciudad, sede universitaria, solo hace dos aos se despert a nueva vida, cuando el Ferroca'rril del Pacfico penetr hasta su aislamiento. En mayo'r medida que en el Cauca, en las tie'tras altas de Popayn se han opuesto los latifundistas a la creacin y desa1'1'olllo de ciudades, pueblos y pequeas haciendas, de modo

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que all el comercio ca-rece totalmente todava de un hinterland con capacidad de absorcin. Cuanto ms se avanza hacia el Sur, tanto ms, segn parece, llama la atencin la pobreza de los habitantes. El departamento extremo, Nario, con capital en Pasto, todava, desgraciadamente no lo conozco. Como esta regin del pas no posee una buena salida al mar, y como para llegar a ella hay que inve1,tir desde Popayn cinco fatigosos das de viaje, hoy se ha apoyado econmicamente, de un modo espontneo, en la Repblica del Ecuador. Este fenmeno fue adems especialmente favorecido por el vecino me1'dional en virtud de un bien estudiado convenio de aduanas. Viejos usos y costumb1'es, que se han conse1'vado lo mismo entre los indios pobres que entre las clases superiores de ascendencia espaola, confie1'en a la apartada regin de Nario el encanto de lo original e incontaminado. Pero la exploracin de estas tierras no es nada agradable, pues ent1'e los poblados, muy lejanos unos de otros, faltan alojamientos aseados, y adems son inevitables los molestos viajes en mula, que dU1'an das enteros. En el N01'oeste de Colombia hay que cita1' todava la Intendencia del Choc, una gran zona de bosques que, en vi1,tud de su escasa poblacin, no ha sido elevada an a la categora de departamento y que hasta hace poco careca casi por completo de importancia en la vida econmica del pas. Pero al encontrarse platino en la arena del aluvin de los ros de la Cordillem Occidental, esos ten'to1'oS adquirieron sbitamente un valor y resonancia internacionales. Es interesante a este respecto que las acumulaciones de escombros de las antiguas minas de oro han justificado la sospecha de que los conquistadores espaoles encontraron ya platino, sin que, al parecer, concedie1'an atencin a aquel feo metal en bruto. En los ros Atrato y San Juan, sociedades mineras norteamericanas e inglesas inspeccionan ahora, con ayuda de las mquinas excavado?'as ms modernas, el limo

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de aquellas pe?'ezosas con'ientes, obtenindose platino en considerable cantidad. Pe'ro tambin los indgenas se dedican a este fructfero 1mbafo, si bien lo hacen de modo muy pr'mitivo. Los fornidos neg?'os, nicos capaces de soporta?' a la larga el clima clido y hmedo de aquellas regiones, se han convertido en buceadores de so'rp'rendente r'esistencia. Todo su equipo se ?'educe a unos g?'andes platos de made1'a de forma aplanada, que, para bucear ms rpidamente, suelen lastra?; con piedms. De cabeza se lanzan CL las profundas aguas, llenan los platos con ba?'ro del fondo y reaparecen al cabo de un cierto espacio de tiempo, que CL los que espemn en la orilla parece infinitamente lar'go. Sonriendo, salen, pues, con su botn a la supe?'ficie. A continuacin criban cuidadosamente el barro en busca de platino. Pese a que estos negros son a veces repugnantes, no se puede regatear la admiracin a su gmn habilidad. Semefante tar'ea, con su poco de deporte, agrada ms al negro que el tmba.io continuado de la agricultura. Es sabido que Colombia ha venido a ocu1Jar' con el platino, tambin con las esmeraldas, el lugar' de Rusia, hoy todava excluda del me'rcado mundial. El ao 1927 se expo'rtar'on casi tres millones y medio de dlares de platino del Choc. La regin, sin embargo, obtiene escaso p?'ovecho de esa riqueza mineral, Los extranferos que se dedican a la extmccin de platino se han asegurado ya hace aos ventajosas concesiones, y solo pequeos impuestos van a parar al Estado por concepto de esa exportacin; igualmente escasa es la importancia de los sala?'os de trabajo que quedan en el pas. Si bien los ext'ranjer'os se han defendido hasta cierto punto contra los r'esgos del clima mediante habitacin sana, comida abundante y vida prudente y arr'eglada, no puede decirse lo mismo, po?' desgracia, en cuanto a la poblacin indgena del Choc, Esta r'egin est considerada, con motivo, como sumamente insana, y hasta el paludismo se presenta
C011'/,O

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all bajo la forma ms maligna. Por tal motivo, los blancos se establecen muy a disgusto en esas tie'tras, y solo lo hacen a cambio de altas remuneraciones. Nuestra consideracin ace?'ca del Choc no debe darse po'/"' concluda sin antes mencionar la esperanza que tienen los colombianos de construr algn da a travs de aquella regin un canal que establezca la comunicacin entre el Ocano Atlntico ?J el Pacfico. Tanto el ro Atrato como el San Juan, resultaran navegables para vapores de altura, de tonelaje menor y mediano, solo con practicar d?'agados de escasa importancia, Ent?'e el curso supe?'ior de ambos ros existe nicamente un pequeo trecho por tierra, de unos 20 kilmetros y con pequeas elevaciones, en el cual debera abrirse el cauce del canal, o bien procede?' a supem?'lo PO?' medio de esclusas, A pesar de la ventaja de que los trabajos de construccin no seran de demasiada envergadura, hay que anota?' la gran longitud (unos 600 kilmetros) de la travesa ent?'e los dos ocanos, por lo cual se discute todava el sentido econmico de la proyectada comunicacin. En caso contrario, y dada la reconocida buena disposicin de Colombia, ya los ingleses habran dado pasos en serio con miras a crear una va de enlace p?'opia hacia Australia y establecer un contrapeso al Canal de Panam. Pese a todo, el Choc es una ?'egin del futuro, que, una vez mejoradas las condiciones de salubridad, ha de P?'op01'cionar todava a la humanidad ms de una sorpresa. En lneas generales, el Occidente de Colombia se ha desa1"1'ollado con mayor rapidez que la parte cent1'al y el Oriente del pas, La cercana del mar, con el ya hoy imp01'tante puerto de Buenaventura, as como el acceso ? 'elativamente fcil al valle del Cauca, favo?'ecen una intensa colonizacin, Esas tierras, adems, si no libres ente?'amente de fiebres, son en general sanas --dent?'o de lo posible en los t?'picos-; excepcin a este respecto es el Choc y la costa del Pacfico, por lo dems casi deshabitada.

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Las posibilidades de desarrollo del Occidente colombiano son grandes, en virtud de las buenas condiciones que ofrece la naturaleza; las otras 'regiones del pas, ms difciles de alcanzar P01" el trfico internacional, habrn de esfo1"zarse mucho pa1"a ponerse a la altura del avance aqu logrado.

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13.-REGRESO A LA PATRIA

La guerra civil, de la que fui testigo presencial, ejerci por largo tiempo sobre m una impresin desalentadora, casi paralizante. No es que hubiera tomado a pecho las considerables prdidas materiales ocasionadas por la voluntaria rescisin de mi contrato de empleo; ms importante era para m la disensin surgida con el nuevo ministerio de instruccin, provisto con criterio ultramontano y bajo el cual yo no poda ni quera seguir ejerciendo la docencia. La separacin fue pacfica, de modo que las relaciones continuaron siendo de lo ms corts y se me despidi con brillantes certificados de mi actividad. La perspectiva del regreso a la patria me result luego muy agradable, pues senta ya nostalgia y desde antes me hallaba decidido a permanecer en Colombia solo dos aos ms, hasta terminar diversos trabajos que para la Universidad estaba escribiendo. Haba tomado esa decisin a pesar de que el ministro liberal de instruccin, Borrero, me anticip en 1885 la oferta de renovar mi contrato por otros cuatro aos. Pero lo que s me afect fue el cambio profundo en la actitud toda de la Universidad, el destino de los estudiantes, la repentina prdida de un crculo de actividades lleno de responsabilidad y expuesto a muchos y duros ataques -si bien no de puro carcter personal-, y tanto ms honroso por ello.

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No obstante, a fines de diciembre de 1885 dej sin amargura o resquemor el pas al que con entusiasmo haba dedicado mis energas. No llevaba Suiza casi seiscientos aos de autonoma nacional, en tanto que Colombia, solo sesenta aos despus de su separacin de Espaa, se dispona a una vida nacional propia en medio de muchas ms difciles circunstancias etnogrficas y culturales? Pese a todos los signos contrarios, pese a las guerras civiles, pronunciamientos, dictaduras y situaciones de anarqua, la obra del Libertador me pareca algo de carcter duradero; a su quejoso interrogante de si no habra estado arando en el mar, respondo yo en forma negativa. Las repblicas suramericanas, cuya primera historia es tan triste y cuya existencia se encuentra tan llena de angustiosos afanes, entrarn en un ms tranquilo estado de desarrollo. El incremento de la poblacin, la ms adecuada mezcla de las tres razas, la construccin de caminos y vas frreas, la educacin de las masas populares, la razonable divisin del trabajo, la creacin de un espritu de empresa que no 10 aguarde todo "de la Providencia y del Gobierno", determinarn poco a poco estados de vida ms soportables, tanto ms si se considera que el amor a la libertad ha echado ya potentes races y que no son raros los ejemplos de virtud Cvica. Notablemente adaptable a las circunstancias aparece el comercio, que en general se caracteriza por su sana contextura; apenas ha terminado una guerra civil, y cuando los extranjeros nos hallamos todava conmocionados por ella, se ponen enseguida en nueva actividad el comercio y el trfico y, a no ser por la dichosa poltica, alcanzaran muy pronto un estado de florecimiento. Tambin las fuerzas propiamente productivas del pas despliegan una redoblada vivacidad. As -un punto de luz en el cuadro de conjunto- la creacin de nuevas plantaciones de caf y cacao, como la explotacin de las tninas de oro y plata, han hecho innegables progresos despus de la ltima gran revolucin. Contratiempos son solo de temer

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en el caso de que se quiera proceder con demasiada rapidez o con excesivas pretensiones. En ningn lugar como en Suramrica, lo mejor es enemigo de lo bueno. En los estados en que no se pueden hacer valer privilegios de sangre, donde la naturaleza los excluye, solo una forma de gobierno es posible a la larga, la forma democrtica; pero esta es ms difcil de manej ar que ninguna otra. En Colombia, las instituciones democrticas siguen estando solo en el papel. Las ms perfectas constituciones quedan sin efecto a causa de las malas leyes; la opinin pblica no es todava un poder. Pero las dictaduras empiezan a ser ya menos frecuentes. Tambin la mejora de la situacin de las clases inferiores es ms fcil de llevar a cabo que en otros lugares. Pese a que el desarrollo se produce con intermitencias, pasando, el parecer, repentinamente de lo oscuro a lo claro, yo no he perdido la fe en el futuro de estos pases. Es ms, en el cclico caminar de la historia, podran venir otra vez tiempos en los que la hermandad espiritual de estas repblicas, a menudo desestimadas, pero nobles y capaces de sacrificio, est llamada a prestar valiosos servicios a Suiza. Colombia es todava joven, sin experiencia. Colombia se encuentra en camino, pero el pueblo en conjunto, el que luch por su independencia y la conquist, es un pueblo caballeroso, noble y hospitalario. En lugar de la divisa "Libertad y Orden" que figura en el escudo nacional, y que hoy por hoy no es todava norma vigente de su vida, Colombia debera poner estas palabras: "Caminos y escuelas". Yeso asegurara su porvenir. El viaje de regreso lo hice por Honda, Barranquilla, Coln y Nueva York. En Honda tom el pequeo tren que lleva hasta el puerto de Caracol, situado ms abajo de los saltos, desde donde zarpaba un vaporcito, el "Stephenson Clarke", apodado "Quiquiriqu" por su estridente pitada. Uno de mis estudiantes me haba acompaado hasta all. En cuatro das hicimos el re-

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corrido por el Magdalena abajo. Las dos primeras noches el vapor hizo alto a causa de los bancos de arena y de los troncos que bajan arrastrados por la corriente, y despus el viaje continu sin interrupcin, da y noche; el dormir sobre cubierta, con la brisa reinante y sin mosquitos, era muy reconfortante. El grupo de pasajeros era, si cabe, ms abigarrado y heterogneo que en mi primer viaje por el ro. A medida que avanzbamos, nos iban mostrando los distintos lugares donde los revolucionarios se haban aprestado a su ltima desesperada lucha, as como las tumbas de los cados. Esta travesa, por 10 dems, fue para m muy grata, en contraste con el viaje aguas arriba, pues ahora pude contemplar de nuevo las excelsas bellezas de la naturaleza virgen del Magdalena. En Barranquilla fui acogido cordialsimamente ]a noche de ao viejo en casa de mi compatriota Meyerhans, y all pas, hasta la partida del vapor para Coln, algunos das dedicados especialmente al plcido y confiado reposo, doblemente estimable despus de tantas borrascas. En el mismo tren en que fui desde Barranquilla hasta la costa viajaban varios revolucionarios, escoltados por oficiales de] ejrcito, que iban a salir del pas para dirigirse al exilio. Despus de una travesa martima de veintitrs horas a bordo de un magnfico vapor de la "Royal Mail", llegamos a Coln el 12 de enero de 1886, y el vapor atrac en uno de los enormes muelles en la misma ciudad. Coln, fundada el ao 1851, e insistentemente llamada por los norteamericanos Aspinwall, del nombre de un ri co accionista del ferrocarril del istmo, se encuentra en la baha de Limn, en el ngulo N Oloeste de la isla de Manzanillo, formada por un banco de corales. La primera impresin que tuve al desembarcar en este est upendo puerto, entonces muy movido de trfico, fue realmente buena, y esta se confirm con el estricto control que de los cargadores se haca. Otro era el aspecto que

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ofreca la vecina parte colombiana de la ciudad, que nueve meses antes, el 31 de marzo de 1885, haba sido incendiada durante la guerra civil. Las tropas del gobierno, bajo el mando de Ulloa y Brun, atacaron en esa fecha la pequea ciudad defendida por los revolucionarios, negros en su mayora, comandados por Prestan. Este puso frente a las balas de los atacantes al cnsul norteamericano y a los oficiales de igual nacionalidad de los barcos, a quienes haba hecho apresar por negarse a descargar el armamento enviado desde Nueva York. Las tropas del gobierno cercaron por ello la ciudad. Esta fue incendiada entonces por los revolucionarios, originndose un saqueo general en el que intervino toda la chusma internacional que se encontraba en Coln, cosa que atestiguaban bien claramente las muchas cajas de caudales forzadas que por all se vean. Solo cuando la ciudad estaba ya ardiendo, desembarcaron tropas los buques de guerra norteamericanos, ingleses y franceses. Esas tropas fusilaban sin ms a los delincuentes que sorprendan dedicados al robo. Seguidamente, ocuparon los norteamericanos toda la lnea frrea a Panam y no se retiraron hasta la llegada de las tropas auxiliares del gobierno llegadas del Cauca a Panam el primero de mayo. Antes, los norteamericanos rindieron homenaje a la ensea de Colombia. Durante ese primer mes despus del incendio, se enseore de Coln la ms espantosa miseria, de tal modo que las gentes que se quedaron sin techo hubieron de ser acogidas en los barcos, donde se abasteci de vveres incluso a las tropas colombianas. Mas en la reconstruccin de la ciudad se procedi con rapidez norteamericana; un comerciante que conoc haba telegrafiado a los Estados Unidos, todava durante el incendio, y antes de que quedara reducida a ceniza la oficina de telgrafos, para encargar el inmediato envo de madera; otro, aun ms astuto, pidi telegrficamente grandes cantidades de clavos de hierro. Ambos hicieron un negocio que recompens esplndida-

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mente su ocurrencia. La parte quemada de la ciudad se reconstruy, pues, a toda prisa y de modo provisional, con sus almacenes y hoteles, para lo cual en los primitivos emplazamientos de las casas -hasta el punto en que estos se podan reconoceralzaron los propietarios ms pudientes barracas de madera sostenidas sobre postes, formando calles discontinuas. Coln es mezcla de civilizacin y barbarie, de limpieza y suciedad, de laboriosidad y holgazanera, y las pasion,es alcanzan suma exaltacin; hay enorme cantidad de garitos de juegos de azar y para la venta de bebidas espirituosas. Por la noche hay una bulla feroz; resuenan detestables y chillones msicas de baile; en los numerosos charcos croan las ranas, y se escucha sin cesar el canto de los grillos. Una vez en Coln, quise conocer ms de cerca toda la anchura del istmo, atravesarlo y visitar tanto el ferrocarril como los trabajos del canal. As que un da me dije: j A Panam!
j Qu fcilmente se desliza hoy el trfico en comparacin con otros tiempos! Antao era necesario meterse hasta Cruces por el ro Chagres, lo que se haca en angostas canoas, y luego, por horribles caminos a travs de tristes comarcas pantanosas, se continuaba en mula hasta Panam. El ao 1848 fueron descubiertas por nuestro compatriota Suter las minas de oro de California, y toda la caterva de gentes deseosas de aventuras y sedientas de oro comenz a aflur a aquel pas; entre veinticinco y cuarenta mil hombres cruzaban ao por ao el istmo. La inseguridad aument de tal manera que el nmero de personas asesinadas por criminales asaltantes se elev entre 1848 y 1852 a dos o tres mil. Adems de esto, la fiebre amarilla, el clera y la disentera hicieron terribles estragos. Tales circunstancias sugirieron a algunos norteamericanos emprendedores la idea de construr una lnea frrea que cruzara el istmo, y este se inaugur ya el ao 1855. La obra cost un nmero descomu-

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nal de vctimas, y no hubiera llegado a coronarse nunca a no ser por haber trado obreros chinos para la ej ecucin de los trabajos. Hoy da se dice que debajo de cada traviesa del ferrocarril est enterrado un chino. Con otro compatriota, Baur, que me recibi muy bien, tomamos en Coln el tren de viaj eros, cosa que hicimos en plena calle, pues no haba estacin alguna, y nos acomodamos en uno de los bien ventilados vagones. El tren atraves el istmo en tres o cuatro horas. No despachaban billetes de ninguna clase. El empleado iba, con su cartera de cuero colgada, cobrando a los viajeros de uno en uno; el precio 10 fijaba a su arbitrio en cada caso. Como nosotros nos apeamos en el trayecto, se nos consider como habitantes del istmo, y por ello pagamos una tarifa relativamente baja. Del dinero recaudado, una parte desaparece en la cartera de cuero, otra parte en el bolsillo del pantaln del cobrador. Al expresar yo mi asombro sobre semejante sistema de pago se me explic que la empresa, despus de larga consideracin, lo haba estimado como el mej or mtodo; saba bien que los empleados se enriquecan de ese modo, pero si fuera 11 poner una taquilla en cada estacin, tendra que pagar tambin ms empleados, y se robara an ms dinero. Esos cobradores son tipos sin escrpulos. Por aquellos das ocurri que uno de ellos se enfrent a un pobre hombre que no quera pagar la cantidad exigida y, tras breve discusin, le peg sencillamente un tiro y ech el cadver debajo de un banco. Tal cosa, incluso en el istmo, result un tanto fuerte y se detuvo al asesino; pero el da de la vista de la causa encontraron vaco el calabozo. A la salida de Coln y al marchar sobre el continente propiamente dicho, vimos de lejos la desembocadura, unos 100 metros de ancho, del canal. Enormes excavadoras, lanzando grandes nubes de humo, trabajaban en aquel fcil primer trecho, ya bastante adentrado en la tierra. Grandes barcos, cargados con el

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material extrado, salan para vaciarlo en el mar. Pasamos por el Cerro del Mono, "Monkey Hill, el cementerio de esta regin, donde se hallan sepultados miles de obreros del canal. Cruzamos por Mindi, con sus colinas de notable inters geolgico, y luego, en Gatn, encontramos al espritu malfico del istmo, el ro Chagres, que, alimentado por veintin afluentes y describiendo los ms enrevesados meandros, lleva al mar las enormes cantidades de agua de esta parte del istmo. En la estacin lluviosa, pero en especial con los frecuentes aguaceros crece hasta formar uno de los caudales de mayor mpetu. Entonces haba el gigantesco proyecto de cerrar mediante un dique la salida del Chagres de la regin montuosa, y luego, por medio de desages y canales laterales, dar suelta poco a poco hacia el mar al agua all estancada. Veamos por todas partes mquinas, locomotoras, carretones, rieles, traviesas, herramientas apiladas, numerosos locomviles y extractoras en funcionamiento. Se haban tendido lneas frreas -ramales y trechos auxiliares- en una extensin de red de 350 kilmetros de va ancha y 200 kilmetros de va estrecha. Hasta unos cien metros a ambos lados del ferrocarril se haba talado la selva. A lo largo de toda la lnea se vean muchas cabaas y plantaciones. Las tropas de administracin del ejrcito de obreros estaban constitudas en su mayor parte por chinos. Los pueblos de trabajadores, campamentos, se haban construdo preferentemente en los sitios ms altos y sanos. As llegamos a las tres alturas de San Pablo, a Mamei, a lugares con extraos nombres como GOl"gona, Matachn ("Muerte del chino") * hasta la regin del ro Obispo, y despus a Emperador y al macizo rocoso junto a Culebra, que la va atraviesa en un boquete de 80 metros y donde se hallaba previsto otro corte de 87 metros para el canal. Probablemente se haba desmontado ya
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Sic. (N. del T. ) .

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mucho en aquella altura. Desde all, pasando por Paraso y Pedro Miguel, se descenda a un hermoso valle, para llegar por fin a Panam. Panam (temperatura media, 27 grados C) contaba entonces unas 25.000 almas y se hallaba en etapa de crecimiento. Fue la primera ciudad del continente y la fund en 1519 Pedro Arias Dvila. Como en ella se suponan almacenados los tesoros trados del Per por los espaoles, fue frecuentemente atacada por piratas. El clebre Margan la redujo a cenizas el ao 1671; trasladado su emplazamiento al sitio que hoy ocupa, se la convirti en una plaza fuerte de singular potencia defensiva. La navegacin por el estrecho de Magallanes perturb su prosperidad y sufri profunda decadencia hasta el descubrimiento de California. Repetidas veces fue asolada nuevamente por incendios. La vieja ciudad, con sus numerosas iglesias y conventos y con sus angostas calles da, en efecto, una sensacin de ruina. Los restos de mayor importancia corresponden al nunca concludo colegio de los J esutas. Digna de mencin es la Plaza Mayor con la Catedral de estilo jesutico; sus dos torres son las ms altas de Centro y Suramrica. Hay que citar tambin el excelente hospital establecido por los franceses; tiene quinientas camas, y en l cuarenta hermanas prestan su abnegado auxilio a los muchos enfermos de fiebres. Anotemos tambin las "Bvedas", o casamatas, que se hallan bajo la enorme muralla continua de varios metros de espesor, y por las que se puede hacer un bello paseo matinal. Aqu cabe observar en forma ptima el juego del flujo y reflujo. Durante este ltimo, el mar se retira a tres millas de distancia, con lo que se producen emanaciones peligrosas; luego vuelven a subir las aguas en una altura de 6 metros, y las olas salpican contra los muros. Por ello los vapores de altura no pueden llegar a la ciudad, y el verdadero puerto, Perico, se halla a cuarenta minutos de Panam. El principal

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lugar de excursiones de los panameos es la preciosa isla Taboga, a 16 kilmetros, donde entonces haba tambin un sanatorio. Estando en Panam, me sorprendi una maana, a hora tempransima, la visita del ingeniero suizo Beyeler, que acababa de salir de unas fiebres y haba sido dado de alta en el hospital. Por medio de l tuve ocasin de conocer el verdadero estado de la obra francesa del canal; Beyeler ha sido tambin el primero en presentar en publicaciones tcnicas exactos informes sobre dicha empresa, contribuyendo a aclarar entre nosotros esa cuestin. Ya en Coln, y lleno yo de las ms ilusionadas esperanzas sobre el logro de aquella gigantesca obra, experiment la primera decepcin cuando diferentes empleados del canal respondieron con indulgentes sonrisas o con miradas irnicas a mis preguntas acerca de la fecha en que se podra terminar la construccin. j Qu ingenuidad hablar de la prxima conclusin del canal! El seor Beyeler, que regresaba a su puesto como ingeniero de una divisin, diome a conocer la verdadera realidad de los hechos, proporcionndome con ello un gran chasco. En Europa la gente se dej aba halagar por las ms doradas ilusiones; el que daba una justa referencia del verdico estado de aquella desatinada empresa, tena que aguantarse incluso las groseras de los ofuscados accionistas o de aquellos que se haban limitado a leer los informes de la propia sociedad. Entre nosotros se saba todo mucho mejor que entre los mismos testigos directos, hasta que a la historia del corte del istmo vino a agregarse finalmente una nueva pgina negra. Ya Carlos V haba propuesto esta obra. Leibnitz, Goethe, Pitt, Humboldt y Bolvar haban alentado el mismo proyecto. Pero solo cuando Lucien-Napolen-Bonaparte Wyse explor el istmo en los aos 1876 a 1878 al frente de una expedicin cien- 407 -

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tfica, y luego de haber obtenido este, por ley de 18 de marzo de 1878, un derecho preferencial de parte de Colombia para emprender la obra en cuestin, se lleg a dar el paso de crear la "Socit civil du Canal interocanique". Un congreso decidi en Pars el 15 de mayo de 1879 que, entre diferentes proyectos, el mejor sera el de la construccin de un canal a nivel; fue entonces cuando la citada sociedad, mediante pago de una suma de 10 millones de francos, entreg el 31 de marzo de 1881 a una sociedad del canal legalmente constituda la concesin recibida de Colombia. Sus gastos de fundacin ascendieron solo a 25 millones de francos, a los que se agregaban dos millones para el edificio de la administracin en Pars. La sociedad mand entretanto a Amrica de 1.200 a 1.500 funcionarios, a los que se prometieron altas retribuciones, y grandes indemnizaciones en favor de los familiares, para caso de muerte. La sociedad adquiri 68.500 de las 70.000 acciones del ferrocarril del istmo. Mientras que esas acciones valan poco antes no ms que 80 dlares, se compraron ahora a 250, lo que supuso una ganancia de 60 millones de francos para los especuladores. Seguidamente se adquirieron y almacenaron enormes cantidades de herramientas y mquinas. Para proporcionar comodidades al personal directivo se hicieron grandes despilfarros. El constante cambio en la direccin y administracin superiores contribuy tambin no poco al incremento de los costos y a la lentitud de todas las actividades. Si ya las instalaciones haban devorado ingentes sumas, ms an consuman los trabajos propiamente dichos, en los cuales surgan a menudo dificultades con los diversos contratistas; el descuido de la administracin era tan grande que, en un pas asolado por los temblores de tierra, ni siquiera se haba practicado una medicin exacta ni una correcta fijacin del trazado. La amarga verdad fue que el ao 1886, de 150 millones de metros cbicos quedaban por extraer todava 130 millones, en

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tanto que la sociedad se vea obligada a conseguir dinero en condiciones cada vez ms gravosas. No sirvi de nada la visita de Ferd. v. Lesseps, realizada con gran ostentacin el 17 de febrero de 1886, si bien el viejo seor hubo de galopar por el istmo y prender fuego a una carga explosiva, espectculo en el que se dieron la mano el bluff y la astucia, el inconsciente proceder y el clculo, de parte de los directivos realmente responsables. Ya en noviembre de 1887, el proyecto se reduca a la parcial ejecucin del canal y al trazado de esclusas, cosa que estara a cargo de Eifel, constructor de la torre de su nombre. Finalmente se produjo la mxima desgracia econmica hasta ahora conocida que haya afectado, en particular, a las clases pobres de Francia. La prdida fue de mil quinientos millones. El 9 de marzo de 1888, en virtud de sentencia judicial, la sociedad fue declarada insolvente, originndose un eplogo jurdico que se alarg an durante aos. A fines de enero me embarqu en Coln en un vapor norteamericano para llegar al cabo de ocho das a Nueva York. Pasamos por delante de Jamaica, hicimos el bello recorrido entre Cuba y Hait, y luego por el complicado grupo de las Bahamas hacia la Watling's Island, o la Isla de San Salvador, de tanto inters histrico por ser en ella donde Coln mir por primera vez la anheiada tierra. La temperatura fue al principio muy clida; luego agradable, y solo en la penltima noche empez a hacer fro. En el maravilloso puerto de Nueva York apenas s pudimos salir a cubierta; tan formidable fro nos recibi all. Con gozO volv a contemplar en la tarde del desembarco los copos de nieve que descendan arremolinndose desde el cielo. Durante la poca del equinoccio, y despus de una permanencia en los Estados Unidos, regres a Europa en un vapor de la "Transatlantique". Nos acompaaron fuertes tempestades. El 3 de abril de 1886, penetrando ya en Suiza por la her-

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mossima e incomparable entrada del valle del Travers, volv a ver por vez primera la mayesttica guirnalda de cumbres nevadas de los Alpes y la azul superficie del lago de N euchatel. Un vaporcito se deslizaba por l; llevaba izada la bandera suiza, que ondulaba alegre y orgullosa en el viento de la maana. La cruz blanca en campo rojo! Una indecible sensacin se apoder de m; con un movimiento espontneo, descubr mi cabeza y salud a la Patria con silencioso respeto.

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LA SITUACION ECONOMICA DE COLOMBIA

Como se expone en los captulos histricos de este libro, las colonias de Suramrica no tuvieron baio la dominacin espaola libertad poltica ni econmica. Y despus de alcanzada la independencia, todas las fuerzas se concentraron durante decenios, tambin en Colombia, en la formacin y perfeccionamiento del poder pblico, en tanto que los problemas econmicos quedaron las ms de las veces a merced del azar o de la eficacia de empresas extranjeras. La falta de comprensin existente en Colombia para las tareas y fines econmicos del pas se hizo manifiesta no en ltimo trmino en cuanto a su posicin frente al exterior. Puede muy bien afirmarse que hasta principios de nuestro siglo, e incluso hasta la guerra mundial, Colombia vivi encerrada en s misma -en medida ms o menos notoria- y no fue afectada por los acaecimientos internacionales. De hecho, ninguno de los productos de este pas era tan imprescindible que el mundo necesitara proveerse de ellos a toda costa. Las altas finanzas, por su parte, tuvieron suficientes zonas donde invertir su dinero, y ello con riesgos problablemente menores y con las mismas perspectivas de beneficio. Todo esto, favorecido Uihor~ por diversM circunstancias, se ha cambiado enormemente en los ltimos aos. De un lado, no dej de producir impresin el hecho de que Colombia no hubiera sufrido revolucin alguna desde 1903 y que desde esa fecha se hubiera ido amortizando con la ms pulcra exactitud la deuda
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pblica. La general convicc'/,On de la necesidad de la paz para alcanzar el bienestar propio, cre en el pas mismo la mejor base para el florecimiento econmico. Ms tarde, adems, el afn de los Estados Unidos de desplegar una actividad capitalista en Summrica coincidi con la necesidad colombiana de ampliar sus carreteras y ferrocarriles, y con el descubrimiento de su 1'"queza pet1olfera. Colombia, que adems supo conservar las antiguas relaciones con Europa, se destac sbitamente y de modo notable con los esfuerzos de las grandes potencias dirigidos a Suram't'"ca. La siguiente ojeada a las cuestiones econmicas de ndole interio?' y exterior que han de se?' afrontadas por Colombia p1'etende, no en ltimo lugar, llevar a la conviccin de la persona que se halla al ma1'gen de estos problemas lo difcil que para un pas, valga la expTesin, sorprendido por el desarrollo econmico, 1 "esulta dirigir debidamente la explotacin de los teso1'OS de s'/,~ suelo y no Se1" vctima de la propia riqueza. La exposicin de la enmamada historia econmica de Colombia entre los aos 1884 y 1903 puede ser defada aqu de lado, sin may01" pe1'fuicio, pues las incesantes luchas polticas paralizaron toda especie de 1J1"ogreso y obstaculizaron en particular, la conversin en suelo cultivable de g1"andes extensiones de te1"1"enO adecuadas 1Jam la colonizacin, El acontecimiento de mxima importancia econmica sobreviene el ao 1903, en que el Geneml Reyes, te1'minada la lti1na revolucin, puso fin a la economa del pa,pel moneda introducida como consecuencia de todo aquel desorden. P01' cada 100 millones de pesos papel que se retim1"on de la circldacin, invirti Reyes tan solo un milln de pesos. oro. Esta medida era de una dureza inexorable; hoy da no nos parece ya cosa fue1'a de lo comn, porque el apoyo a los val01'es monetm"os en EU'l'"opa despus de la guerra de 1914 a 1918 1'eclam sacrificios de muy superi01" cuanta. Pero entonces se tena la imp1'esin de que Colombia, enteramente

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empobrecida y casi sin rentas pblicas, no podra restablecerse tan pronto de aquella forzada reforma monetaria. En realidad, casi ningn estado come1"cial de Europa tomaba entonces en se1-iO la exp01'tacin a pas tan poco conocido, cuya escasa capacidad adquisitiva apenas permita hacer compras y que solo lentamente se iba 1"eponiendo de las heridas de las interminables guerras civiles. Pero dent1'o de la misma Colombia se estaba gestando entretanto una profunda transformacin cuya importancia y consecuencias econmicas, al principio, no eran ni siquiera calculables. Listos y emprendedores propietarios haban hecho intentos de plantar caf en los repliegues de la cordillera, alcanzando en aquella tierra vi'rgen rotundos xitos. Colombia empez entonces con el cultivo de caf en gran escala y puso as las bases para un definitivo crecimiento econmico. Quin hubiera sospechado entonces que Colombia iba a ocupar hoy despus del Brasil el primer puesto en la exportacin cafetera y que llegara a Se1" el mayor productor del llamado caf suave? El esplndido clima propio de las faldas de las cordilleras, entre los 1.000 y 1.800 metros de altitud y con la rotacin de las dos estaciones lluviosa y seca, pe1-mite la obtencin de dos cosechas al ao. Bajo los frondosos rboles que no pierden su follaje iams, madura lentamente un fruto de mxima finura, pues no tiene la aspereza del caf brasileo, que se cra en inmensos campos de supe1"!icie ligeramente ondulada y sin a1'bolado ninguno. Por ltimo, la baratu1"a de la mano de obra permite aplicar al fruto, tambin durante la cosecha, un cuidadoso tratamiento. De este modo el caf colombiano ha logrado un buen nomb1'e en el mercado mundial y est iustamente reconocido como uno de los mejores productos de este ubrrimo pas. Ms de dos millones y medio de sacos, de 62 kilogramos y medio, fueron exportados por Colombia el ao 1928, y como las plantas ya viejas no disminuyen en su 1'endimiento al tiempo que surgen de continuo nuevas plantaciones, apenas es controlable toda esta riqueza. Si el caf puede mantener sus precios

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como en los ltimos aos, las perspectivas siguen siendo favorables. Pero si, de modo semejante a lo acontecido con el azcar, empezara sbitamente a perder de valor, ello acarreara mucha miseria " a Colombia. Por ello la preferencia de un producto de exportacin constituye siempre gran peligro para el desarrollo de todo un pas. La " situacin econmica de Colombia se haba ido rne.iorando paulatinamente en el curso de los aos, pe1"O al estallar la guerra mundial, este pas qued tambin, de 'Un golpe, aislado de toda comunicacin con las nac'iones de allende los mares. Las potencias beligerantes necesitaban todos los buques disponibles para las travesas de mayor importancia, de mane?"a que Colombia, que no tiene flota me?"cante propia, apenas reciba del exterior las me?"cancas ms imprescindibles, y ya no poda exportar su caf. Las cosechas fueron almacenndose en el pas, hasta que este riesgo fue a convertirse finalmente en una ventaja, pues, acabada la guerra, todo el caf alcanz una demanda vertiginosa; el ao 1919 seal ventas gigantescas a precios nunca vistos. La libre exportacin dio por resultado una balanza de pagos extraordinariamente favorable, y el dlar U.S.A., cuya cotizacin era de 102%. pO't ciento en relacin con el peso oro, descendi en enero de 1919 hasta el 84, Pero pronto habra de cambiar la situacin. Los viajantes de comercio llegados po'r entonces del exterior encontraron el pas desprovisto de toda clase de mercancas, y, a pesar de los elevados precios de la postguerra, no daban abasto con los pedidos, Se evidenci que la industria colombiana se hallaba todava en sus comienzos, faltando all las bases que pe'r mitieron a Argentina, Brasil y Chile logra?' su independencia econmica durante una guerra que para Europa ?"esultaba suicida. Los artculos comprados Po?" Colombia con afn verdaderamente insaciable, empezaron a aflur al pas y a ser rpidamente distribudos por los diversos mercados, donde se vendan con altos beneficios. Pero aquella

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enorme abundancia de mercancas encontr tan desprevenidas a las comunicaciones, que la poca de sequa de principios del ao 1920 y el consecuente descenso de nivel en el Magdalena produjeron en los puertos del litoral congestiones de trfico imposibles de imaginar por un comerciante europeo. Atestados muy p1onto todos los almacenes y depsitos, hasta las ms valiosas mercancas hubieron de quedar a la intemperie sin proteccin alguna, perdindose sumas de millones. Al no recibir sus pedidos los respectivos compradores, empezaron a incumplirse los 7)agos. Las cotizaciones de cambio ascendan sin cesar y el dlar lleg a estar a 127 en octubre de 1920; haba subido, pues, cua?'enta y tres puntos en dieciocho meses. En esos momentos estall la crisis econmica en todo el mundo, arrastrando tambin a Colombia. Los precios del caf bajaban de forma continua. El comercio y el trfico se hallaban enteramente paralizados y cunda por todas pa?tes profunda desesperacin. Mas el comercio colombiano supo mantener en alto su honor y, en medio de los mayores sacrificios, sald los compromisos con el extranjero. En aquellos aos difciles, las naciones exportadoras de Europa tuvieron, de cierto, con Colombia prdidas relativamente muy escasas. Esa noble actitud dio, de otro lado, sus frutos, sirviendo de base al actual crdito del pas. Cuando en julio de 1929 hubo de suspende?' pagos uno de los bancos ms conocidos de Bogot, el enrgico Presidente Ospina dispuso una moratoria general de cuatro das, con lo que gan el tiempo necesario para que la comisin de expertos norteamericanos en finanzas, poco antes llamada por l, pudiera fundar el banco nacional colombiano, Banco de la Repblica. Esta nueva institucin, a la que se otorg el derecho exclusivo a la emisin de billetes y cuya primera reserva de oro fue trada en avin a Bogot, intervino sin demora en la situacin. Ya a los seis meses el peso se hallaba nuevamente a la par con el clla'r; el pas estaba salvado.

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Al propio tiempo comenzaron a subir en el mercado mundial los precios de los productos del suelo, y a la cabeza de todos ellos el caf. Esta posicin de preferencia se explica principalmente por el hecho de que los Estados Unidos, a causa de la "prohibicin", pedan mucho ms caf que antes. Por ello Colombia se rehizo con rapidez sorprendente de su conmocin econmica. La trascendente y grave consecuencia de ello fue, sin embargo, que la suerte del pas est hoy indisolublemente ligada a los precios del mercado mundial y que ya no sea posible a Colombia dirigir por separado su vida econmica. Esta cuestin debera ser mejor considerada por los polticos y economistas colombianos. Pero, hasta ahora, los crculos influyentes de Colombia prestaron su atencin sobre todo a los aspectos gratos de estas relaciones internacionales y trataron de obtener de ello la posible utilidad. En este sentido, y despus de haber disminudo considerablemente las antiguas deudas anteri01'es a la guerra, el Estado ha comparecido recientemente como prestatario en el mercado de dinero. y -en el fondo, con ntima S01'presa de su parte- ha recibido, solcitamente y no muy ca1'OS prstamos de Nueva York. En los ltimos tiempos se acudi de continuo a este sencillo medio de los emprstitos del exterior al objeto de encarrilar debidamente un desarrollo econmico que, tomando al pas con desenfrenado bro, sacuda de su largo sueo a todas las fuerzas inactivas y exiga abundantes cantidades de dinero. Si esta transfusin de sangre efectuada desde el exterior servir para 1'obustecer suficientemente a la economa de Colombia dndole fuerza para vivir por s misma, es cosa que se ver en aos venideros. Dmonos hoy por conformes con describir este sbito proceso, al tiempo que indicamos sus consecuencias. Hace unos cinco aos son en Colombia esta consigna: "Cread para el pas medios de comunicacin y se abrirn posibilidades ilimitadas". Esta llamada sac de su letargo a las fue1'- 416 -

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zas latentes, pues hasta el indio analfabeto poda entender la trascendencia del propsito. Lo que para un pas como Colombia haba de significar semejante conviccin, cuyo entusiasmo lleg al pueblo todo, solo pueden juzgarlo exactamente los que han conocido la situacin en los aos de la anteguerra. Todava en 1920 las cosas se encontraban en condiciones bastante parecidas a las descritas por el autor de El Dorado. En cuanto a vas f't'reas, solo se haban construdo unos 700 kilmetros, repartidos en distintos trechos no relacionados entre s, y esto en un pas t?'einta veces mayor que Suiza. Un tercio de estas vas se hallaban en manos inglesas, y sus ganancias limpias no constituan otm cosa que una contribucin pagada al extranjero. No haba, por as dec'lo, ninguna carretera practicable para autos o camiones. De las ciudades a?'rancaban en dife't'entes direcciones no ms que principios de caminos de, acaso, 5 o 10 kilmetros de longitud; eso era todo. La nica excepcin era la carretera del Norte, const'ruda por el eficaz y previsor General Reyes; esta va arrancaba de Bogot en direcin norte y llevaba a Beln de Cerinza, pasando por Tunja; su recorrido comprenda unos 250 kilmetros. La navegacin por el Magdalena constitua la n'ica arteria de comunicacin relativamente organizada. Con un buen vapor y siendo alto el nivel del ro, era posible llegar en diez das desde la costa atlntica hasta Girardot. Pero tambin OCU1'?'a a veces que, siendo malas las c1'cunstancias, durase el viaje treinta y an ms das. Acerca del actual estado de la navegacin fluvial proporciona ms 't'eferencias el captulo "Por el Magdalena". Hasta hace diez aos, el viajar era, pues, en Colombia, cosa extremadamente molesta y pesada. Sendero y mula lo eran todo en la mayor parte de los itinerarios. En tal situacin vino a Ocupar el silln presidencial, el 7 de agosto de 1922, Pedro Nel Ospina, hombre que dedicara toda su capacidad de trabajo al p1'ogreso econmico del pas y a la ampliacin de las comunica-

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ciones. Haba conocido los Estados Unidos en calidad de joven ingeniero, y era el primer Presidente de Colombia que despus de la separacin de Panam experimentaba una cierta simpata hacia aquella nacin. Hijo del Presidente anterior, Mariano Ospina, sigui siendo un fiel secuaz del partido conservador, pero sus ideas eran .menos rgidas que las defendidas por su pad1'e. En breve tiempo se gan Pedro N el la confianza del pas y la oposicin liberal le dej actuar sin ofrecerle especial resistencia. Los cuatro aos de su presidencia pueden ya calificarse como los ms afortunados que ha vivido Colombia desde fines del pasado siglo. Con razn, Ospina quiso en primer lugar poner orden en el presupuesto del Estado antes de entrar a resolver los problemas de las comunicaciones. Y as hizo venir a Colombia U1'La comisin financiera norteame1"cana bajo la direccin del Profesor Kemmeret'. Estos tcnicos pudieron trabajar, de un lado, sobre la f'me base de los 25 millones de dlares que a la sazn hacan efectivos los Estados Unidos en concepto de indemnizacin PO?' la anterior ocupacin de la zona del Canal de Panam. De otro lado, las cmaras, bajo la impresin de haberse superado la crisis, se inclinaron a aprobar las innovaciones proyectadas por la citada comisin y por Ospina. Se contaba, pues, con las condiciones previas para realizar un trabajo provechoso, y la comisin se anot un gran xito. Otras varias comisiones extranjeras llamadas ms ta1'de p01' Ospina en relacin con asuntos de instruccin, aduanas, ejTcito, telfonos, polica y rgimen penitenciario fueron, desgraciadamente, menos afortunadas en su cometido, pues los proyectos aportados no eran de la misma urgencia. Las ms trascendentes reformas de la Misin Kemmerer consisten, aparte de Ot1'OS proyectos, en la fundacin del banco nacional emisor (Banco de la Repblica) y en la creacin de un centro del tesoro con carcte1' independiente. (Contralora de la Nacin). A estas dos instituciones hay que agradecer en gran parte el ingente desarrollo de los ltimos aos.
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Sera prolijo detallar aqu la ley sobre creacin y fines del banco nacional. Citemos nicamente que el banco se halla organizado como sociedad privada y que sus acciones son de tres clases: A). Acciones del Estado; E). Acciones suscritas por otros bancos, a causa de lo cual hubieron de participar tambin las Sucursales de bancos extranjeros en Colombia, pues de lo contrario su esfera de negocios habra resultado legalmente reducida; C). Acciones adquiridas por personas privadas. De este modo se cre una gran reserva de oro, garantizndose en forma legal el cobro de los billetes de banco. La estabilidad de la moneda colombiana, estabilidad conseguida por ese medio, manifest en plazo brevsimo sus benficos resultados, segn indicamos anteriormente. Adems la Direccin del Banco de la Repblica ha realizado desde entonces en forma tan feliz el control del cambio extranjero, que en los ltimos aos el peso oro se ha mantenido a la par con el dlar, salvo insignificantes oscilaciones. En estrecho contacto con el Banco de la Repblica trabaja la Contralora, por cuanto esta se ocupa de conservar el equilibrio entre los ingresos y los gastos. Sobre la base de los anteriores estados de cuentas, se formula en cada caso el presupuesto, contndose a lo sumo con ellO por ciento de ingresos suplementarios y no pudiendo superar el total de los gastos al de los ingresos. Cuando el presupuesto es aprobado PO?' las cmaras, la Contralora tiene el deber de vigilar su cumplimiento y, en especial, denegar todos los gastos que pasen de las sumas previstas. En los ltimos cinco aos, gracias al favorable desarrollo econmico, los ingresos fueron regularmente mayores de lo presupuestado, de manera que las cuentas pblicas cerraron siempre con supervit. Las provechosas consecuencias de estas reformas son, sin duda, claras para quien conoce las peculiares circunstancias de Suramrica. Los diferentes ministerios y otros

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organismos oficiales son objeto de limitacin en su libre disponibilidad, con lo que el ciudadano contribuyente puede otorgar su confianza a la administracin pblica. Junto a estas medidas para el saneamiento del presupuesto nacional, se intervino tambin en la economa privada mediante la promulgacin de una ley bancaria extremamente severa, que podra servir de ejemplo a algunos estados de Europa. La propia Contralora est facultada y obligada a efectuar 'regularmente un control de la gestin de todos los bancos establecidos en el pas. Los bancos, por su parte, deben presentar semestralmente para su examen los correspondientes balances de negocios y publicarlos seguidamente en los diarios. As, la parte inculta de la poblacin comienza lentamente a tener confianza en los bancos y, por fin, usar de la posibilidad que se le ofrece de hacer imposiciones de ahorro con los correspondientes intereses a su favor. Hoy da la estructura econmica del pas es ya sana, y ello se debe no en ltimo trmino a los proyectos de Kemmerer, cuyas reformas, despus de algunas mnimas modificaciones, han dado esplndidos resultados. De los 25 millones de dlares que recibi Colombia de los Estados Unidos como reparacin por la prdida de Panam, el gobierno ingres 5 millones en el Banco de la Repblica, obteniendo, como indicamos antes, un gran resultOJdo. La mayor parte de la indemnizacin, de acuerdo con las directivas del Presidente, fue adjudicada al Ministerio de Obras Pblicas. Pero, segn criterio general, los rganos legislativos cometieron en este punto un lamentable error, pues en el ministerio tan generosamente favorecido faltaba un plan de envergadura para la debida inve>rsin de los fondos. En vez de aplicar sistemticamente aquellos millones en obras de pblica utilidad, sin tener en cuenta intereses personales o de partido ni tampoco aspiraciones demasiado locales, se desparram toda la riqueza; en vez
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de emprender uno tras otro los diversos proyectos, se empez a trabajar simultneamente en los lugares ms distintos. Con casi pueril impaciencia, cada departamento se apresuraba a reclamar su propio ferrocarril, hasta que las autoridades, mareadas por tantas peticiones, terminaban por decir que s a todos. As se dilapidaron dineros y energas, y al cabo de algunos aos de enormes dispendios, los resultados positivos son ms bien escasos. Adems, eso poco que se hizo sirve por hoy tan solo a necesidades localmente limitadas, y las diferentes partes del pas se ven, como antes, abandonadas a sus propios medios. Bogot sigue sin poder prolongar su ramal frreo hasta el caudaloso tramo inferior del Magdalena. Cartagena est construyendo el Ferrocarril Central a travs de las frtiles llanuras del departamento de Bolvar, pero todava no ha podido establecer el enlace con el departamento de Antioquia. Medelln quera extender su va frrea en d'eccin Oeste hasta el ro Cauca, para empalmar all con el Ferroca1'ril del Pacfico; mas para eso habrn de transcurrir an muchos aos de esforzados trabajos. Solo Manizales concluy tenazmente su va frrea, y en Cartago estableci el enlace con el citado Ferrocarril del Pacfico, de modo que en determinados das puede viajarse desde M anizales hasta Buenaventura, o sea hasta el mar. Las dificultades que se oponen en Colombia a la realizacin de los p1'oyectos de vas de comunicacin, son de magnitud extraordinaria. Contribuye a esto que el arrollador progreso experimentado por el trfico moderno en todo el mundo, ha encontrado a Colombia en un estado que corresponde al de Europa a mediados del siglo XIX. El observador imparcial reconoce que el clima y las condiciones del suelo 'dificultan, sin duda, en Colombia al desa1'rollo del trfico, pe'rO que no pO't' eso constituyen obstculos insuperables. Al colombiano, en cambio, le cuesta liberarse de las realidades actuales, aunque tambin l se halla convencido de la formidable capacidad de desarrollo y del

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gran futuro de su pas. As ocurre, desgraciadamente, que los ingenieros, al establecer el trazado de una lnea frrea, no siempre escojan el recorrido que tcnica y econmicamente sea el mejor, debiendo atenerse a toda clase de circunstancias polticas y llevar la va de poblacin en poblacin, cosa que a menudo resulta sumamente inadecuada. Muchas ciudades pequeas y pueblos situados en el campo pod'ran muy bien progresar y crecer sin necesidad de hallarse precisamente enlazados a las principales vas de comunicacin. En cambio, una va de recorrido ms correcto podra hacer accesibles en poco tiempo regiones favorablemente situadas aunque todava poco pobladas. Y entonces sera posible ofrecer buenas tie1"1"as a la tan deseada inmigracin de granjeros y colonos de sanas caractersticas. Sin cuidarse de ello, los colombianos siguen construyendo preferentemente hoy da pequeas vas de acceso que irradian en forma oblicua desde el Magdalena a las ciudades; al hacerlo no piensan que los espaoles, en su tiempo, establecieron los poblados con puntos de vista de muy distinta ndole. Necesaria es, ante todo, una "lnea del Norte" en la Cordillera Oriental, que enlace la sabana de Bogot con las frtiles altiplanicies de Boyac y baje luego a las ricas depresiones de los departamentos de Santander del Sur y del Norte, para alcanzar el Ocano Atlntico en un buen puerto, como Santa Marta o ms al Este. No se sabe todava si este deseo de un enlace directo de Bogot con el mar lo realizar la "Lnea del Nordeste", empresa acometida actualmente por Blgica con admirable eficacia y empuje. Bogot tiene que comunicar tambin lo ms rpidamente posible, con el Ocano Pacfico, mximo por cuanto ese enlace transversal debe superar la Cordillera Central entre bagu y Armenia. No existe la menor duda de que esas dos lneas principales se podran sostener por s mismas o, al menos, pagar los intereses del capital invertido.

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En lugar de relegar a segundo trmino ante estas imprescindibles vas de comunicacin las dems exigencias de ferrocarriles, por todas partes se empezaron obras de semejante gnero. El dinero recibido del exterior en forma de emprstitos se ha gastado ya, sin que las mnimas obras realizadas den para abonar los rditos correspondientes. A esto se suma que todas las lneas hasta ahora construdas son de va estrecha y que ni en las curvas y subidas, como tampoco en los puentes y tneles, se ha pensado en una ulterior transicin a la va ancha (o normal). Si este cambio se hace necesario un da, los actuales trazados tendran que ser modificados en su mayor parte. Ello tiene tambin capital importancia en cuanto a los muy deficientes accesos a las ciudades. En Europa, la misma va de ancho normal -la de mayor rendimiento- apenas est en situacin de competir con el transporte por medio de camiones. Cmo podr lograrlo ms tarde en Colombia la simple va estrecha, cuyos costos de construccin, por otra parte, son all incomparablemente ms elevados a los de la va ancha en los pases europeos? Parece, por desgracia, una exageracin, pero no por ello es menos cierto, que en Colombia existen lneas frreas en las que el kilmet'ro de va estrecha ha valido bastante ms de un milln de francos suizos y que los gastos del trazado y tendido han representado medio milln aproximadamente. N o obstante, los gastos de explotacin de estas lneas quedan pronto cubiertos, y ello a pesar de que las tarifas para viaje1'os y mercancas no son especialmente altas en comparacin con lo usual en Europa. Pero en cuanto a rapidez y comodidad, los trenes de all son todava bastante inferiores a los nuestros. En muchos recorridos funcionan diariamente solo uno o dos trenes de viajeros en cada direccin; tampoco el trfico de mercancas es muy grande. Las empresas ferroviarias, por tal motivo, pueden mantener en lmites reducidos sus gastos de personal y para material rodante; mas, por
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otro lado, deberan dedica?' mayor atencin a la amortizacin de las instalaciones . Existe adems una ley segn la cual los departamentos y las sociedades privadas reciben del gobierno nacional una aportacin de 20.000 pesos (100.000 francos suizos) por cada kilmetro de va que se entrega listo para el trfico. Esta ley, realmente, ha fomentado mucho la construccin de vas frreas y ha permitido tambin a los departamentos pobres llevar a cabo grandes planes de trfico de su propio inters. En el t?'fico de pasajeTos, la tercera clase va siempre llena en todo el pas. Cuando en los das de mercado se lanza sobre los trenes un revuelto enjambre de indios e indias de las clases ms pobres para trasladarse a las ciudades, especialmente a Bogot, uno se pregunta a menudo con preocupacin qu negocios de tanta urgencia tendrn que resolver all esas gentes. Horas y horas permanecen sentados, hacinndose en angostos bancos, o se apian sobre estribos y plataformas, en verdaderos racimos humanos. La incomodidad no les afecta; mudos, van mirando a la lejana y viajan como nios, llenndose de gozo ante el ms mnimo acontecimiento. Con extraordinaria ?'apidez, el auto ha sabido imponerse tambin en Colombia al lado del ferrocarril. El avance triunfal logrado aqu PO?' este vehculo es algo q'ue raya en lo increble. Hace veinte aos lleg el primer auto, arrastrado por cargadores, hasta la altiplanicie de Bogot. Hace solo diez aos haba en la capital muy pocos automviles pa'rticulares, y hace tres aos estos carruaies tenan que ser transportados an hasta Bogot por medio del ferrocarril, pues no haba carretera hasta el Magdalena. Hoy da se mueven, solo en Bogot, ms de mil autos (ent're los de tU1'smo y camiones). En todo el resto del pas, la importacin aument igualmente, de tal modo que la construccin de carreteras, descuidada durante decenios, ha tenido

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que. ser acometida ahora con la mxima energa. Todo P1'opietarw de auto, lo mismo si dispona de un coche de lufo que de un Ford barato, exiga poder- viafar en l a donde fuese. El gobierno del pas y los de los departamentos hubieron de ceder a la general demanda y construr car1'eteras por todas partes. Pe1'0, por desgracia, se cometen las mismas faltas que con los ferrocarriles, o sea el proceder sin planes fifos y sin concentracin del esfuerzo. Si lo que falta es dinero o paciencia, parece difcil de precisar. Pero una cosa es segura: en todas estas car1'eteras falta la conveniente estructura del piso, y, para llegar ms rpidamente al trmino del 1'ecorrido, las curvas son demasiado cerradas y las cuestas demasiado pendientes. La nueva carretera se ab1'e inmediatamente al trfico, hasta que, por lo comn, la prxima estacin de lluvias se encarga de inter1'Umpir la circulacin; solo al cabo de aos se obtiene la conveniente solidez del fundamento. As acontece que los camiones de cinco toneladas, solo en los trayectos llanos estn libres del riesgo de hundirse en el suelo. A pesar de ello, se ve por todas pa1'tes un movidsimo trfico de camiones, lo cual prueba que muchas regiones del pas se hallaban tan aisladas solo a causa de la falta de buenas carrete1'as. Es un hecho, sin embargo, que la comunicacin con comarcas lefanas que, gracias al nuevo enlace, pueden llevar a la capital sus productos, no ha meforado en nada los precios de la cara vida de Bogot, Por una parte, la mayo?' facilidad de trfico crea tambin entre el pblico mayores necesidades, y por otra parte, el incremento de produccin es absorbido por la poblacin 'll1'bana en 1"pido crecimiento. Hasta hace unos pocos aos, los buenos caballos y mulas emn imprescindibles para el viafe1'o; en inte1's de este compiten hoy da en muchos lugares el fe1'roca'rril y el automvil. En este joven pas se halla en plena actividad la pugna ent1'e el carril y la car1'etem. La gente se lanza aqu a las innovaciones con un entusiasmo libre de todo p1'ejuicio, y no frenado tampo- 425 -

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co por la preocupacin de que pudieran desvalorizarse antiguas inversiones de dinero. La jubilosa acogida que a todo lo nuevo, dispensa este pueblo, apenas contenido por el peso de las tradiciones, es tambin, acaso, un fenmeno propio del clima tropical, pues parece como si su monotona despertara en el hombre el afn de cambios, poniendo en su vida y quehaceres una cierta inquietud e inconstancia. Como conductor de automviles, el colombiano se caracteriza en general por su rapidez de reaccin y su gran audacia. Pero suele exigir excesivo rendimiento del motor y de todo el vehculo, pues no posee el necesario conocimiento de sus ltimos detalles tcnicos. En una ojeada general a la situacin econmica de Colombia, es tan obligado referirse a la "Sociedad Colombo-Alemana de Transportes Areos" como cuando se describe el viaje al irlr terior; en efecto, no existe duda alguna de que esa sociedad colombo-alemana de aviacin ha superado ampliamente con su actividad el marco de una institucin dedicada nicamente a facilitar el trfico, pudiendo decirse que presta g1'andes servicios a todo el pas en el aspecto poltico y econmico. El enlace areo es el que realmente ha acercado entre s a las distintas partes de la nacin. El gobierno est ahora en condiciones, desde su sede de Bogot, de establecer contacto con las autoridades de los lugares ms alejados, hallndose al tanto de todos los acontecimientos mediante directa informacin. A la inversa, la capital del pas, situada antes en desconocida lejana, se ha aproximado al mundo y ambiente del resto de la nacin. De este modo, no solo se ha robustecido la conciencia de unidad y hermandad dentro del estado, sino que se ha desarrollado tambin un sentido de los beneficios y necesidad de la paz en el pas. Tampoco en el dominio econmico las ventaias obtenidas por Colombia en la aviacin se reducen a la rpida y puntual distri-

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bucin del correo. Un ejemplo en este sentido lo constituyen los envos de oro y valores de todas clases, que los bancos, hasta ahora, acostumbraban a realizar con la menor f?'ecuencia posible, y que hoy da, con la ayuda de los aviones, pueden practicar ms sencilla y econmicamente. Con ello consiguieron los bancos de la ciudad mayor libertad de movimiento; en especial los nacionales (entre los que hay que c'tar a este respecto el Banco de la Repblica, el Banco de Bogot y el Banco de Colombia) aC1'editaron lo dicho con la fundacin de numerosas sucursales en las ciudades comerciales de los departamentos del Norte y del Oeste del pas. Si bien tales fenmenos deben atriburse en primer trmino al favorable desarrollo general, no puede tampoco discutirse que los principales crculos bancarios se han visto animados a ampliar sus actividades en virtud de la seguridad de poder contar con la correcta entrega y recibo de valores gr'acias a las comunicaciones areas. Esta confianza en la seguridad y garantas del servicio areo se manifiesta de modo parecido en la actitud de las compaas de seguros; estas han reducido notablemente las primas para C01'reo areo en comparacin con las tasas para envos normales. Hay que anotar finalmente que hoy vienen a Bogot, para tomar parte en negociaciones sobre grandes emprstitos, importantes hombres de finanzas del exterior, los cuales, antes de introducidos los vuelos, no hubieran tenido tiempo para el fatigoso viaje hasta el interior del pas. A causa de lo dicho, Colombia ha podido repetidas veces, obtener sus emprstitos en mejores condiciones. Tambin para los pequeos comerciantes resulta de la utilizacin del servicio areo la no desdeable ventaja de que los pagos a ultramar se les abonan en cuenta por el destinatario una semana antes, con lo que se disminuyen los recargos, Todas estas favorables repercusiones de las actividades de la "Sociedad Colombo-Alemana de Transportes Areos" sobre la situacin econmica de Colombia no pueden expresarse, cier- 427 -

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tamente, en valores rnonetarios concretos; pero se hacen sensibles de una mane'ra tan viva, que la Sociedad en cuestin ha sido declarada ya por" el gobierno empresa de utilidad pblica, gozando una general e ilimitada confianza. De todo lo dicho se desprende que solo en los ltimos aos se ha iniciado en su pleno vigor" el desarrollo econmico de Colombia. El ao 1920 encontr all la situacin casi a idntico nivel que el descr"ito por" nuestro padre en El Dorado. Si bien el pas se halla algo ms cultivado y su poblacin es ms densa, las encantadoras estampas que se contemplan en los viajes y correras son iguales a las de entonces. Tambin el carcter" de los habitantes, sobre todo en las comarcas apartadas, sigue siendo a grandes rasgos el mismo. Pero en las ciudades se va abriendo b'recha de continuo en las viejas costumbres y tradiciones, y esto se refiere especialmente a la costa, donde las peculiaridades regionales ceden ms fcilmente al influjo exter"or. Tambin en el aspecto espiritual y cultural se puede observar la misma adaptacin. Antes, un viaje a Europa sola ser para el colombiano la consumacin del sueo de su vida y significaba para l un renacer a la cultura. Los Estados Unidos no entraban entonces en cuenta como meta de viaje, pues antes que nada se quer"a dar testimonio de descendencia de la Europa 'romnica, E spaa en pr"ime1 lugar. Hoy, sin em,bargo, es ot'ra clase de colombianos la que viaja, y a estos les es indiferente dirigirse al Viejo Mundo o a los Estados Unidos. Los que buscan la relacin con la metrpoli de antao, o sencillamente con el viejo patrimonio cultural, se encuentran hoy en franca minora. L os dems viajan tras de supe'rficiales diversiones o bien tratan de alcanzar, por medio de nuevos contactos, las inherentes ventajas en los negocios. Pem esta frecuencia en los viajes tiene tambin grandes desventajas desde el punto de vista de la Economa Poltica . Una extraor"dinaria cantidad de colombianos abandonan de con- 428 -

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tinuo su pat1'ia para gastar ms a gusto el dinero en el exterio'r. En Colombia, 1ealmente, se ha elevado mucho el costo de vida, pues en tal sentido operan el proteccionismo aduanero, la fuerte unidad monetaria, el rpido crecimiento de la poblacin y el xodo rU1'al a las capitales. Precisamente la permanencia en el ext1anjero de las clases dotadas de alto poder adquisitivo representa a la larga un peligro para el capital nacional; ese peligro es tanto mayor por cuanto faltan datos numricos y, por tal causa, no se puede prevenir pblicamente sobre las consecuencias. Estos dineros, disipados improductivamente y sin provecho apreciable, le hacen harta falta a Colombia para su progreso, y en tal sentido no puede callarse frente a los colombianos ricos el rep1oche de estar p1'efiriendo su p1opio bienestar a la pros1Jeridad de la patria. Parecido desdn por la conservacin del patrimonio del Estado puede adve1,tirse tambin en la administracin pblica, si bien hay que conceder que en Colombia la formacin de capital nuevo se pToduce de modo ms fcil que en el Viejo Mundo. Sin p1ofunda reflexin, los crculos responsables han contado, du1'ante los ltimos aos, con un constante aumento de los ing1'esos del Estado y con una permanente facilidad en Nueva York. Una disminucin 1'elativamente pequea en los ingresos de aduanas o un anquilosamiento en el mercado monetario tiene que trastorna? el equilibrio de la economa estatal. En este aspecto llama especialmente la atencin del europeo la forma en que el colombiano C1'ee en la altrusta amistad del socio capitalista norteame1'icano; nosotros, en cambio, aprendimos en la poca de postgue1Ta que la amistad, incluso la de la nacin ms rica, se acaba tan pronto como hay que hablar de prrrogas o condonaciones. Tampoco Colombia se librar de esta amarga enseanza, y ya se hacen sensibles los presagios de una nueva y dura crisis. Ent1'e los extranjeros residentes en Colombia se halla muy extendida la opinin ele que la vinculacin demasiado estrecha

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a los Estados Unidos podra significar un riesgo para la independencia econmica del pas. Cuando hace algunos aos se hall petrleo en Colombia, fue muy llamativo cmo comenz a aflojarse la mano en Wall Street. En todos los pases donde se encuentra petrleo, la historia de la explotacin se desarrolla de manera parecida. Por ello, y tambin para el caso de Colombia, basta la comprobacin de que la gran riqueza no solo suele atraer amigos desinteresados. Los nicos yacimientos petrolferos explotados hasta ahora en gran escala se hallan en Barranca-Bermeja, junto al Magdalena, a unos 800 kilmetros de la costa atlntica. Los campos petrolferos pertenecen a los norteamericanos, que han construdo un oleoducto a travs de la selva y las llanuras, incluso cruzando por debajo del Magdalena, hasta el puerto de Cartagena, con el fin de poder cargar directamente el petrleo en los buques cisternas. A pesar de estas costosas instalaciones, Colombia ocupa todava un puesto muy secundario en la produccin mundial de petrleo. Parece, sin embargo, que hay muchos yacimientos esperando la explotacin y que el capital internacional est pendiente tan solo de que el parlamento colombiano de sob're el particular una legislacin que le acomode. Los aspectos jurdicos de los pozos de petrleo requieren ms exacta reglamentacin. Cuando el petrleo aparece en terrenos baldos de los pertenecientes al Estado, este declara de su propiedad los yacimientos 1'espectivos. Ello es aplicable, por ejemplo, a las extensas zonas del golfo de Urab entre Cartagena y Coln. Pero, aparte de lo dicho, los departamentos, al igual que los propietarios particulares, pueden, segn la legislacin vigente, extender a tercera persona concesiones de petrleos sobre las respectivas propiedades y en las condiciones que deseen. A este respecto, no obstante, el gObierno nacional, apoyado por toda la opinin pblica, desea asegurar al Estado dete1'minadas facultades de control, junto con el derecho al cobro de contribuciones. Pero todava

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est por ver si los patriticos deseos de los colombianos sern ms fuertes que las intenciones de quienes defienden una ilimitada libertad de accin, privada e internacional. Viva luz arroi sobre esta lucha de los ms diversos intereses el incidente de la llamada "Concesin Barco" (septiembre de 1928), que como hecho significativo reclama una breve referencia. En el siglo pasado se haban adjudicado al General Barco, colombiano, grandes extensiones de terreno del departamento de Santander del Norte en calidad de concesin por servicios prestados. Con el tiempo, los derechos de esa concesin fueron a parar a manos norteamericanas, pero sin que se hubiera efectuado la explotacin legalmente establecida. La Corte Suprema de Bogot declar vencida la concesin y en consecuencia, autoriz al Estado para disponer a su arbitrio de las riquezas petrolferas de aquellas tierras. Pero como los concesionarios norteamericanos tenan estrecha relacin con el Secretario de Estado Mellon, la sentencia dio lugar a una "consulta inoficial" de parte del Ministro norteamericano en Bogot, la cual fue unnimemente considerada como inadmisible intromisin en los derechos de soberana de Colombia. El pas no ha llegado todava a una opinin fija sobre si es mejor atraer el capital extranjero mediante una amplia legislacin sobre petrleos, produciendo as el bienestar exterior, o si resultara preferible proceder prudentemente acentuando de forma marcada el punto de vista nacional y asegurando al Estado una participacin adecuada en la explotacin. Para aclarar la situacin, el gobierno colombiano ha hecho venir de Inglaterra un especialista en cuestiones petroleras, el cual deber estudiar sobre el terreno todas las circunstancias Y elaborar las oportunas propuestas para la ulterior legislacin sobre el particular. La :'Standard Gil Co." ve en esta medida no ms que un ataque de la Royal Dutch Shell que quiere afianzarse en Colombia y, de paso, pescar en ro revuelto. Los hombres de estado de Bogot se encuentran hoy en situacin

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poco envidiable, pues para hacer una poltica de petrleos ve1'daderamente nacional les f altan los medios econmicos independientes, con lo cual desaparece tambin la confianza en las P1'O pas fuerzas . En medio de la lucha por el p1'edominio en las cuestiones del petrleo en Colombia, hombres de finanzas que parecen tener 'relacin prxima con el Depa'rtamento norteamericano de Comercio han recomendado pblicamente guardarse de facilitaT a Colombia nuevas sumas de dinero. Por desgracia, es preciso dar la razn a los autores del escrito en el sentido de que Colombia ha forzado excesivamente su crdito . No obstante, el momento del aviso se conside1' inoportuno, y el aviso mismo fue interpretado como un intento de intimidacin. Si las leyes sobre petrleos, ahora en embrin, se orientan segn puntos de vista muy nacionales, parece que la favorable disposicin de los Estados Unidos en cuanto a emprstitos se tornar sbitamente en la actitud contraria. La desilusin que se ha manifestado en la 01Jinin pblica de Colombia contO consecuencia de esa conviccin tiene, a su vez, aspectos favorables . En efecto, se ha comp1'endido que la continua utilizacin de fondos ajenos lleva en s graves riesgos para la autonoma econmica, hasta en el caso de 'un pas de tantas riquezas natu'rales como Colombia. Realizando un examen del gobienw nacional de Colombia, 1'esulta que el actual gobierno y su labo?' administrativa son ?ne?'ecedores de una incondicional confianza. Los gastos de las misiones en el extranjero, as como el presupuesto del ejrcito se mantienen en una justa proporcin 1'especto de los gastos de instruccin, agricultura y, en especial, ob'ras pblicas. En cambio, se ha demostrado que todas las emp?'esas e indust1'ias propias le salen al Estado demasiado caras. Pa1'ece haber tenido xito una gran campaa de prensa cont1'a todas las empresas estatales de esa especie. Los trabaios de construccin considera- 432 -

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dos como urgentes, en especial las lneas frreas de mayor imp01tancia, se confiaron desde ahora a empresas del pas y extranjeras, rese1'vndose el Estado tan solo ciertos derechos de controlo inspeccin. Con la incorporacin de la industria privada para la ejecucin de obras pblicas, se espera tambin ver ms rpidamente convertidos en valores productivos los medios econmicos empleados. Debiera ser ya tiempo de que Europa llegara a decidir si va a tomar parte activa en el desarrollo econmico de Colombia. A ese respecto hemos de anotar aqu que el gobierno se comp01'ta muy leal y correctamente en la adjudicacin de trabajos a extranjeros. Es cierto que en los contratos y licitaciones pblicas se ponen a menudo condiciones que podran desanimar a los interesados. Pero si se considera con cunta frecuencia empresas desaprensivas han abusado de la confianza del pas du?"ante los ltimos cuarenta aos, no es para sorp?"enderse ante eventuales medidas de proteccin que resulten algo mezquinas. Mas una vez suscrito el respectivo contrato, este es cumplido en todo lo posible por el gobierno. As, repetidamente, ha aceptado la solucin en favor de los empresarios en casos de fuerza mayO?', siempre y cuando ha llegado a la conviccin de que aquellos se esforzaron en servir honradamente al pas. Por tal motivo, lJuede recomendarse, tanto al mundo de las finanzas como a las empresas industriales, tomar parte en las licitaciones o concursos del gobierno colombiano. De esta manera lo europeo podra voZ.ver a tene?" en Colombia ms validez e influencia. El colombiano sabe agradecer siempre un traba,io bien realizado, y al llega.'r la hora de hacer nuevos enca1'gos o pedidos se acuerda de los proveedores y empresarios acreditados ya Po?" su ante1'or servicio. En este 1'eSU1nen econmico deben figu?"a,t tambin algunas obse?"vaciones generales sob1"e la inmigracin a Colorn,bia. Es cosa bien comprensible que la joven repblica, con solo siete mi- 433 -

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llones de habitantes sob're un inmenso te?"?'itorio, mire con simpata el movimiento de inmigraci6n. Pero, por desgracia, no basta de por s la buena voluntad de las autoridades para regular met6dicamente la afluencia extranjera y ahorrar a los inmigrantes las decepciones naturales ante una deficiente previsin. Precisamente el loable afn de atraer al pas buena inmigracin, lleva a los colombianos a hacer, de modo frecuente y espontneo, descripciones muy optimistas de la situacin y perspectivas de los nuevos residentes. Ante todo, es cosa cierta que Colombia no ejerce nunca sobre el excedente de poblacin europea el mismo atractivo de, por ejemplo, la Argentina o el Canad, pues el clima tropical pone 1Ja determinados lmites a la raza blanca. Los emigrantes a Colombia, en especial granjeros y agricultores, deben hacerse reconocer en primer lugar por facultativos para que estos determinen su capacidad de resistencia para la vida en los tr6picos. Si luego se informan sobre las leyes de inmigrar ci6n y dems posibilidades, lo cual puede hacer en las oficinas de propaganda establecidas por Colombia en Londres, Pars, Hamburgo, Barcelona y Nueva York, y si a base de los datos recibidos se deciden a emprender el viaje, deberan prepararse an prudentemente para sorpresas como las que siguen: Las localidades portuarias no estn realmente acondicionadas para la recepcin de emigrantes. Tampoco hay nadie all que se encuentre encargado de atender especialmente, y ayudarles para continua?" viaje hacia el interior, a los recin llegar dos que no conocen el espaol y que se ven desorientados con toda su hacienda a cuestas. La inevitable permanencia en la costa colombiana, en el ms caluroso clima tropical -que solo resulta soportable mediante el mximo confort y con una forma de vida adaptada a normas de salubridad- es algo muy costoso, y consume tal vez los ltimos aho1"ros del inmigrante. Pero el trozo de tierra a cuya asignaci6n tiene derecho segn ley, se encuentra en un lugar cualquiera, a das o semanas de camino
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desde la costa, all en el interior del pas. Esa tierra debe ser ialonada y 1'oturada por el nuevo finquero antes de que legalmente pase a ser de su propiedad; y tales traba/os, como es sabido, resultan muy duros para el europeo no acostumbrado a ellos. Cuando, por fin, y tras grandes sacrificios de tiempo y dinero, han sido superadas tambin dichas dificultades, suele resultar que la gran distancia desde la colonia hasta la prxima aldea y, sobre todo, la falta de carreteras practicables, excluyen la posibilidad de vender ventaiosamente los productos agrcolas. Pese a que el suelo, muy frtil en casi todas partes, suele dar abundante cosecha, y pese a que el finquero, por esa razn, gana pronto lo necesario para mantenerse l y su familia, encuentra dificultades para vender el sobrante de lo producido y mejorar as econmicamente. Estas 1'eferencias llevan por s mismas a la conclusin de que la inmigracin a Colombia solo tiene sentido hoy da para aquellos colonizadores que en su patria han vivido hasta ahora en las ms desfavorables condiciones. Puede ser que a ellos les baste la perspectiva de poseer tierra y casa en un Estado libre, en un pas del futuro, a cambio de aceptar voluntariamente el aislamiento del mundo y otras duras privaciones. Mas para agricultores suizos, alemanes y de pases nrdicos, gente con buena instruccin escolar, las gene1'osas disposiciones de las leyes de inmigracin no llegan a compensar las desventaias enumeradas. Para los labrad01'es que, adems de los conocimientos profesionales, traen consigo algn capital, existen, sin duda, buenas perspectivas comprando tierra en la cercana de las poblaciones y a propietarios particulares, e implantando una explotacin intp.nsiva. En tal caso, lo mismo que a los comerciantes, a1'tesanos y ob1'eros especializados, puede sonrerles el xito si disponen de suficientes medios y energa para salir adelante en los aos, siemp1'e dificiles, de su primera actividad en el pas.
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En la p?'esente ojeada a la situacin economwa de Colombia se ha evitado delibe'radamente la presentacin de simples cifras, que pronto quedaran supe'radas, perdiendo as su valo'r. El discreto lector podr ?esumir su impresin anotando que Colombia es un pas de riqusimo subsuelo y grandes ene'rgas hidrulicas y que ofrece muchas posibilidades. Favorecido por una larga poca de paz, ha penetrado ahora en la etapa decisiva de su desarrollo; pero no dispone todava de medios propios en suficiente cantidad para llevar a cabo rpida y eficazmente todos sus empeos. As OCU?'re que, a causa del arrollador avance en marcha, y tambin PO?' culpa de medidas imprudentes, resulta casi inevitable la repetida aparicin de crisis econmicas. Pero la superacin de tales contmtiempos se?' siempre posible gracias a la laboriosidad de la mayo?' pa?'te de la poblacin y la p7'ogresiva explotacin de las riquezas nat~lrales, de modo que el extranjero establecido en Colombia puede, tranq~tilamente, confiar su destino a este pas.

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15. - EXCURSIONES DEPORTIVAS

Para muchos lectores significar, seguramente, un agradable cambio de tema el que, en esta poca nuestm tan entusiasmada por toda clase de deportes, hablemos un poco sobre algunas excu'rsiones hechas PO?' m a regiones colombianas bastante desconocidas. Con esos viajes, no solo deseaba ampliar mis conocimientos generales sobre el pas, cosa que pretendi nuestm correra pO?" los Llanos y al ro Meta, descrita por mi hermano Manuel *; PO?" el contrario, ahora trataba delibemdamente de hacer los viajes como experiencia deportiva. Con una explomcin del macizo montaoso del Huila, quise obtener, a grandes rasgos, una visin de la regin donde nace el Magdalena. Esta parte me?-idional de Colombia, a pesar de su considerable distancia de Bogot, fue colonizada ya POt los espaoles. Como ltima avanzada de la cultum europea puede considerarse, a tres jornadas de camino al Su'/" de Neiva, la vieja ciudad episcopal de Garzn. Tanto Garzn como Neiva, tienen todava templos y Ot1'OS edificios que dan testimonio del mpetu y energa de los conquistadores, Estos tropeza?'on en aquel tiempo con un g1'UpO tribal de los indios chibchas o quechuas, que
" El autor de este captulo se refiere al apndice del captulo 89, "En los Llanos", (N, del T.),

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habitaba esa regin desde tiempo inmemorial. De estas curiosas gentes quedan todava figuras de dolos talladas en piedra, en tanto que en la altiplanicie no se encuentran tales monumentos de cultura. La penetracin en aquella inmensa comarca se facilita a causa de que ms arriba de Girardot se extienden an, cientos de kilmetros, las inmensas llanuras del departamento del Tolima atravesadas por el Magdalena. Solo despus de un da de viaje hacia el SU't de N eiva, esas llanuras van pasando de modo imperceptible a un paisaje de colinas; el carcter tropical de la naturaleza va cambindose poco a poco. Desde hace algunos aos ha hecho notables progresos el ferrocarril Huila-Caquet, lo cual determinar, probablemente, que en 1980 Neiva quede enlazada con Girardot por la lnea frrea. Entonces pasar a la historia el romntico pero fatigoso viaje a caballo a travs de las esteparias llanuras del alto Magdalena. En cuanto a su constitucin geogrfica, estas tierras encajan bien en el conjunto del paisaje colombiano. Pero econmicamente no desempean papel de importancia, lo cual, sin embargo, no justifica la indiferencia de los colombianos para esa regin del pas, que en su mayor parte desconocen. Esas comarcas vivieron un corto tiempo de auge cuando el caucho crudo lleg a alcanza?' tan altos precios que su explotacin resultaba til hasta en las lejanas regiones de los afluentes del Amazonas, por lo que tambin desde el Magdalena se emprenda el camino hacia all. Entonces se explor el Putumayo -los colombianos por el Norte, y los peruanos por el Sur-, y casi se llega a producir una guerra a causa de los litigios de fronteras surgidos. Hoy da, la escasa poblacin de aquellas tierras tiene en la ganadera su principal fuente de recursos. A esas ? 'egiones me dirig a fines de diciembre de 1927 con mis amigos doctor Clemens Hayoz y Ernst Muhs. Un viaje rico en experiencias nos llev al cabo de algunos das hasta el lugar
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de La Plata, situado al SU?' de N eiva. All dejamos al ' pen con nuestras caballeras y nos encaminamos a pie siguiendo el ro de La Plata, el que, segn nuestras noticias, deba de tener sus fuentes en el macizo montaoso del Huila. Pero, tanto los mapas como las referencias verbales, demostraron muy pronto su inexactitud. El pueblo del Huila, elegido por nosotros como punto de partida para ulteriores expediciones, constaba solo de algunas cabaas, la iglesia y la casa parroquial. En las dos nicas habitaciones de esta casa, que el cura puso amablemente a nuestra disposicin, dormamos sobre un duro suelo de tablas. En una salida que hicimos en direccin al Huila nos encontramos con indios de pura raza. Estaban construyendo un camino que debe de ir al lugar de Santander, en el valle del Cauca, a travs de uno de los pasos que cruzan la Cordillera Central. La disposicin y orden de aquellos trabajos nos persuadieron una vez ms de la forma carente de todo plan en que el Ministerio de Obras Pblicas de Bogot puede llegar a dar sus disposiciones, con desconocimiento de las circunstancias reales. Aislado totalmente del correo y el telgrafo, accesible, por ambos lados, tan solo despus de das a caballo y por imposibles senderos entre terreno pantanoso, se halla aqu en vas de construccin un trozo de camino como de 15 kilmetros, el cual, por falta de dinero, no puede ser continuado. De seguro que mucho antes de llegar nuevos fondos, el camino estar invadido por la maleza, resultando ya intransitable. Nos fascin ante todo el hallazgo con aquellos indios, sacados de sus poblados mediante el atractivo de unos buenos jornales. Eran descendientes de aquella tribu guerrera que en tiempos atac a Belalczar y le mat muchos de sus hombres cuando desde el Ecuador avanzaba hacia la Sabana de Bogot. Con sus ojos oscursimos, contemplaban atentamente los indgenas, y no con especial simpata, a los recin llegados forasteros. Su lengua, consistente sobre todo en palabras monoslabas, es pobre
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en posibilidades exp'resivas, as que han aprendido adems a chapurrear el espaol. En una barraca destinada a los obreros pasamos con ellos la noche. Como durante casi todo el da haban estado mascando coca, tomaron en realidad poca comida, que era una papilla de maz y arroz. Esa costumbre est todava bastante extendida p07' lCb regin, y el arbusto de la coca se encuentra all con frecuencia. Sus hojas, 1Jreviamente desecadas, las llevan los indios en bolsas de lana de oveja tejidas a mano y adornadas con bellos motivos geomtricos. Los colo'res de esos dibujos, azul, rojo y marrn, son tintes extrados de diversas plantas y resistentes al lavado y a los efectos de la luz. En la misma bolsa de la coca, los indios llevan un fruto leoso hueco, en el que guardan algo de cal viva. Las hojas de coca, finamente desmenuzadas, se ponen en la boca junto con una pulgarada de aicha cal, y por fermentacin se origina un lquido amarillo que pa1'ece provoca una ma1'cada sensacin de hartura. En tanto que los indios, durante horas enteras, apenas cruzaron entre s una palabra, dndonos una grata impresin por su tranquilidad y limpieza, al otro ext1'emo de la barraca haba un grupo de mestizos que, congregados en torno a un crepitante fuego, se jugaban, entre bulla y agitado movimiento de naipes, el jornal que tan duramente haban ganado. Y el juego dur hasta muy pasada la medianoche. N o nos qued ot?'o 1'emedio que portarnos amablemente con los indios y avergonzarnos ele la civilizacin, rep'resentada por los mestizos. El mal estado atmosfrico, as como la falta de eline?'o y de tiempo, cosas estas ltnas que debamos a las inexactas informaciones recibidas acerca ele precios y distancias, nos obligaron a dar por te'rminaclo el viaje antes ele hab er 1Jodiclo efectuar un vercladero intento de a.scenso al Huila. Solo a muy larga distancia llegamos a percibi?' el brillo de sus glaciares en una clara noche de luna. En el viaje de reg?'eso, llegamos al pueblo de Huila en momento oportuno para presencia?' la celeb'racin del

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Da de Reyes, y pudimos observar lo poco profundo que ha calado en la conciencia de aquella poblacin india el cristianismo que con tanto esfuerzo se le inculcara. La sensacin que se expe~ 1-imentaba en la iglesia no era especialmente agradable, a causa de la montona msica con que flautas y tambores desgarraban nuestros tmpanos, as? como por el desahogado comportamiento de las madres indias con sus hijitos. Luego de haber acabado por servir nosotros tres como parangn de los tres Magos del Oriente, trance en que nos puso el pob1"e CU1"a, que ms bien pa1"eca misione1"0 que prroco, y luego de ver cmo los indios, pese a las reprimendas del sacerdote confundan de continuo los Diez Mandamientos y las doctrinas fundamentales de la Iglesia Catlica, dejamos la casa de Dios con aire cariacontecido y so pretexto de ir a espantar de nuevo algunas gallinas que se haban metido en ella. Despus de los oficios r eligiosos tuvo lugar una procesin, que ms semejaba un desfile de nios que una ceremonia seria. Finalmente se regocifaron los indios con el antiguo juego de la "vaca brava", * en el cual un muchacho cubierto con una piel de vaca es acosado por los que lo 1odean; en esa diversin nos evidenciaron de nuevo aquellas gentes su espritu inocente e infantil. Despus de numerosas privaciones llegamos ot1"a vez a N eiva y de all seguimos por el alto Magdalena a Gimrdot. Fue un maravilloso viaje de t1es das sobre una balsa cubierta y con mi bote plegable, cuya graciosa traza contemplaron pOt" primera vez aquellas aguas y a cuya vista huyeron incluso algunos nios. Los pocos saltos que forma por all el 1"O los supemmos sin dificultades, debido al bajo nivel de las aguas en aquella poca. Las poco pobladas riberas nos ayudaron a goza1" en su sublime gmndeza el encanto p1-imigenio del paisaje fluvial de los trpicos.

* El autor se refiere a la "Tolle Kuh", la vaca loca, brava o furiosa, juego europeo que identifica con el visto en el pueblo de Huila.
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Radiante amanecer, calor abrasador del medioda, y noches de profunda oscuridad sobre el suave chapoteo de las aguas, que nos hacan preguntar a las estrellas la causa de la eterna inquietud del hombre. Pero tambin a nosotros nos deben la respuesta. Una viva discusi1!- con los poco serviciales hombres de la balsa y una difcil arribada nocturna al puerto de Giradot, que se halla en un punto donde la corriente es muy impetuosa, nos tornaron con demasiada prontitud al suelo de la realidad y de la diaria lucha por la existencia. Dos intentos de ascender el Tolima, con sus cumbres acorazadas de duros hielos, fracasaron a causa de las tempestades de nieve y por otros percances. El primer intento lo hicimos ya el ao 1922. Salimos de bagu por el valle del Combeima, y al cabo de dos das y sin especiales dificultades, llegamos al Pramo del Tolima, donde se acaba la vegetacin y comienza la zona de los glacia1'es. Harto audaces y arrojados, quisimos acometer la cima por el flanco oriental, que es sumamente empinado. Fracasamos. Una tempestad, que nos hizo recordar los temporales de otoo en los Alpes, frustr tambin una segunda intentona por el lado occidental. Se acercaba el tiempo de lluvias, y, viendo lo intil de hacer nuevos esfuerzos, hubimos de regresar a [bagu. En febrero de 1927 volv a preparar con mi amigo Ernst Muhs la subida a aquella montaa. Por desgracia, el camino de aproximacin que utilizamos en 1922 se hallaba ahora por entero intransitable, y perdimos cuatro preciosos das abriendo paso con los machetes al buey que transportaba nuestra impedimenta para, a travs de la hmeda zona de selva virgen, llegar hasta el pramo. Cuando, despus de incontables fatigas y aventuras, pudimos por fin comenzar la escalada de la cumbre, llegamos en efecto hasta el ventisquero; pe1'0, ante una impenetrable cortina de niebla que se nos opuso, hubimos de iniciar la
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retirada. Abatidos y sin nimo alguno, renunciamos al desesperado intento de ascensin, y de nuevo volvimos las espaldas al Tolima. Tras de tales experiencias, fue madurando otra vez la necesaria energa y surgi en m el afn de coronar el desconocido macizo del Cocuy. Pido al lector hacerse debidamente cargo de las dificultades de una expedicin de montaa en pas tan pobre en medios de comunicacin como Colombia; solo de ese modo se apreciar en justicia el valor de nuestro ascenso, el primero que se hizo a aquel monte. Todava hasta hace cinco aos, casi todos los caminos que unan entre s a los lugares del interior eran en Colombia caminos de herradum. Y si bien hoy da se construyen carretems y el automvil va imponindose en el pas, un viaje a una regin muy apartada sigue siendo imposible de realizar si no se prepara antes cuidadosamente todo el equipaje para su transporte por mulas, separando debidamente las cargas. Hay que limitarse a lo ms imprenscindible, y todas las comodidades se eliminan automticamente. Como el viajar resulta tan difcil y tan ca'ro, esto puede servir de explicacin de que los colombianos, por lo general, no conozcan su pas o que, por lo menos, carezcan de todo sentido para los viajes de exploracin. Se limitan a los utilitarios viajes de negocios o a los que se justifican por acontecimientos familiares. Y si el colombiano culto demuestra tan escaso inters por descubrir las bellezas naturales de su tierra, cmo habr de esperarse que el sencillo hombre del pueblo sacrifique a ello tiempo y energas? Cosa indiscutible es, sin embargo, la culpabilidad de la escuela en este Q1'den, pues no sabe despertar en el nio el amor PO?' la naturaleza; dificultades y peligros son un atractivo para la juventud si se acierta a presentarle debidamente el premio que corresponde al esfuerzo propio.
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As, pues, ocu1'ri que no haba en Bogot persona que nos pudiera da'r alguna concreta informacin sobre la regin del Cocuy. El mapa oficial del departamento de Boyac, ms bien nos perjudic que favoreci en nuestro intento, pues la ruta de aproximacin al objetivo pareca all corta y cmoda, pero, en lugar de da y medio que habamos p?'evisto, nos cost nada menos que tres das bien colmados, a pa'rtir de la carretera para trfico de au tomvil. Yo me haba tmdo de Suiza picos y trepadores, gafas para nieve y botas de montaa, y ello en nme?'o suficiente pam poder equipa?' en la misma forma al imprescindible camarada de aquella larga excursin de montaa, Hans Weber, de Ginebm, a quien invit. Este, que se hallaba a la sazn en Bogot era hijo del conocido alpinista Albert Weber. Los objetos que he mencionado no pueden obtenerse en Colombia. Yo dispona tambin de un termmetro y altmetro, y el jefe del cent1'0 topogTfico, con quien tena amistad, me p?'est ot?o altmet?"o, muy exacto, pam control. Esos instrumentos, ambos de fab1'icacin europea, me dieron, sin embargo, la impresin de no marcar ya con mucha precisin en el aire extraordinariamente fino de la regin ecuatorial, y por eso debo coloca?' un gran signo de interrogacin junto a la altitud medida (4.960 met?os). Debo con fesar que mi deseo hubie'ra sido registTar 'un 5.000 y que tengo la ntima conviccin de que el Cocuy rebasa el codiciado lmite, si bien, en hono?' a la ve?'dad, consigno que el apa?'ato n o lleg a marcarlo. QuieTO supone?", en cambio, que son excesivas las altitudes sealadas en la ca?"ta oficial, que asigna a los volcanes net ados estas cif?'as: Tolima, 5.600 metros; Huila, 5.700, y Cocuy, 5.583. Si bien debera ser fcil efectua?' una nueva dete'rminacin trigonomtrica, vet'ificando as los datos de los sabios Caldas y Humboldt y de otros investigadores, es evidente que hace falta desperta?" todava el inters po?" cosas de tanta impoTtancia. Pero si yo calculo alrededo1' de los 5.200 metros la altura de esas montaas, 1ne induce a ello
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el hecho de que el lmite de Zas nieves, especialmente en el Cocuy, lo hallamos nosotros mucho ms abaio de lo que en general se admite. En puntos 1J1"otegidos, la nieve -o ms bien el hielo pues el sol t1'opical cOnVie1"te p1'onto toda nevada en hielo ; agua- apaTeca ya en altitudes de 4.350 metros, y a 4.600 poda decirse que la zona de hielo e1'a ya continua. En los lib'ros, por el contm1'"o, se suele hablar de los 4.800 a los 5.000 metros como lmite de Zas nieves. Adems, algunos alemanes que exploraron el Tolilna con niebla, registra1'on solo los 5.090 metros de altitud. As pues, o su medicin y la nuestm son falsas, y el Huila, Tolima y Cocuy estn realmente a unos 5.600 metros, o bien esas montaas son ms ba.ias de lo que hasta ahora se supona. Yo haba mandado a mi c?"iado pam que se adelantam con una pa1te del equipa.ie hasta el punto donde, a 950 kilmetros de Bogot, se acaba la carrete?'a practicable para autos. Su misin consista en limpiar el cuarto del hotel donde habamos de 1JaSa1' la noche, y busca?' buenas caballe'ras de montura y carga. Aunque el chico, un mestizo de diecinueve aos, haba hecho siempre impecablemente sus oficios, no tuvo suerte aquella vez con las bestias y su art'"ero. Nosotros salimos de Bogot el 19 de julio de 1928 en las primeras horas de la maana, para evitar la fiesta nacional del 20 de julio. N os servimos de los autocares de la Compa1a de Transportes Terrest'res, que desde hace unos tres a1os ha oTganizado un se1'vicio por la gran ca1Tetera del NO?"te. PO?" buen camino, y pasando PO?' Tunja -capital del departamento de Boyac, a 2.850 met1'os de altitud-, llegamos hasta Beln, donde la ca1Tete?"a, muy bien trazada en aquel tmyecto, sube hasta un paso de montaa de 8.400 metros de altu1"a. Despus de c1"uza?"Zo, un descenso de igual pendiente, en medio de magnfico paisaje y con inmenso panomma sobre las cadenas monta1iosas de Santande?", nos llev a eso de las siete de la tarde

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al lugar de Soat, que se halla a solo 2.045 metros, ya en clima templado. Sin cambiar de chofer, habamos cubierto una etapa de unos 350 kilmetros, por carretera, en parte, muy difcil. La jornada de doce homs, incluso en profesiones de tan fatigoso esfuerzo, no es cosa 1"ara en Colombia. Marco, el criado, nos esperaba con la desagradable noticia de que nuestro equipaje se haba quedado no se dnde, lo que quera decir que no podramos emprender la cabalgada al da siguiente muy de maana, como estaba previsto. Irritacin, denuestos, llamadas telegrficas son inevitables acompaantes del viajero en tales ocasiones. Nuestras maletas no llegaron hasta las tres de la tarde del da siguiente, y nos fueron entregadas entre som'sas como si nada hubiera ocurrido. Nuestro gua, un mocetn alto y recio, se hallaba ya con el nimo propio de la fiesta nacional y decla?' que no haba que hablar de ponerse en camino a tales horas, pues el pueblo ms p?'ximo distaba seis leguas de donde nos hallbamos. El tiempo me era demasiado valioso para perder as un da entero, y di a entender al mozo con toda cla'ridad que yo era all el patrn y que, o bien obedeca inmediatamente, o se iba al diablo. Como era el nico que alquilaba all bestias, adopt una actitud impertinente. Ni corto ni perezoso, me fui a ' la plaza del mercado, donde despus de prolijas negociaciones logr apalabrar un animal de carga, propiedad de unos indios que iban a regresar hacia el lugar de Cocuy. y ya a las cuatro de la tarde nos pusimos en marcha, con nuestra bien embastada carga, ante la extraada curiosidad del pueblo, el cual no sala de su asombro al ver la energa del "miste?'" que haba sabido arreglrselos por su cuenta. Todava no he conseu.uido en Colombia realizar una salida exactamente a la hora acordada. Los gritos no sirven para poner en movimiento a los peones. No conocen ni el sentido de 'responsabilidad ni el valor del tiempo. He ?'eferido con tanto detalle esa pe-

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quea experiencia nuestra p>rque resulta, desgraciadamente un eiemplo t'ipico de la falta de formalidad de la gente trabaiad~ra. El viaiar es aqu un arte, pero todava no es un placer. En una marcha de cino horas bajamos primero 550 metros hasta meternos por un profundo valle, pasamos luego el ro Chicamocha, a 1.400 metros de altitud, y luego, por malas sendas, subimos nuevamente para llegar al pueblo de Boavita a 2.200 metros. Ya entrada la noche, oscura como boca de lobo camos rendidos sobre un duro lecho. ' Pero tambin la siguiente iornada haba de ser sumamente trabajosa, pues estuvimos en camino desde las seis de la maana hasta las cinco de la tarde, solo con dos pequeos descansos. Las paradas no tenan tampoco mucha razn de ser, pues solo en un poblado llegamos a conseguir dos huevos crudos, yeso con grandes esfuerzos. Lo fatigoso de Colombia son los caminos de herradura con sus continuas subidas y bajadas. Los espaoles iban siempre por lo alto de los montes para descubrir ms fcilmente cualquier asalto de los indios,. y los colombianos han seguido sirvindose, sin ms 1'eflexin, de esas espantosas vas. As pues, de la marcha de aquel da, en el cual subimos de 2.200 a 4.050 metros para bajar luego a 2.750, no vamos a cita?' aqu los innumerables ascensos y descensos intermedios que hubimos de realizar. Yo consideraba aquello como un buen entretenimiento para lo que luego vendra, pero Weber, cansado y rendido, acab PO?' subirse a lomos de una acmila. Llegados a Cocuy, despus de tanta fatiga, hubimos de alo.iarnos en un cuchitril terriblemente sucio. El p?'opietario de nuestra bestia de carga se haba revelado como un indio bondadoso y servicial, y afirma conocer el camino conveniente para emprender el ascenso al Cocuy. Por ello le propuse que repartiramos la impedimenta en dos animales al objeto de avanzar ms de prisa, alquilarle otras dos

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bestias ms y tomarlo a l a jornal. Despus de encajarme tambin los servicios de un hermano mayor y luego de asegurarse un nunca visto ingreso familiar (2 pesos oro por hombre y caballera, en nuestro caso, pues, 60 f1'ancos por da, ms la alimentacin), logr convencerle, con indecible esfuerzo, para que el domingo por la tarde nos sacara del "hotel" y nos llevara a su rancho, el cual se hallaba como a hora y media de camino en empinada cuesta arriba. Como me haba imaginado, el indio era propietario de un buen ranchito, limpio y con un lindo pedazo de campo. Sobre el suelo de tierra apisonada montamos nuestra tienda de dormir, y all pasamos la noche bastante mejor que en la mugrienta posada de Cocuy. El lunes 23 de julio partimos muy de maana, y subiendo por unas bien cultivadas laderas nos encaminamos por el Este hacia nuestro obietivo. A las amenas faldas del monte sucedi p?'onto un pelado valle de altura, que debe se?' dO?1de penetr en la edad glaciar la lengua del gran nevero del Cocuy. Hacia el atardecer, el valle se abri all arriba tras una especie de ga1'ganta, y a derecha e izquierda vimos claramente las enormes huellas de dos morrenas laterales de gigantesca amplitud, las cuales llevan hasta el macizo que todava se esconde a nuestra vista. De todas partes bajaban corrientes de agua, y hacia nosotros se precipitaban sonoramente un impetuoso y ya profundo arroyo, que, de cruzarlo con las caballeras, no hubiera dejado de ofrecernos algn riesgo. Decidimos, por tanto, acampar all, a 3.835 met1'os de altitud, si bien mi deseo hubie1'a sido establecernos an ms arriba. PTonto estuvo montada nuestra tienda y mientras se p?'eparaba la colacin, tuvimos ocasin de contemplar el paisaie a los reflejos del sol poniente. Estbamos en el lmite de la vegetacin. Todo lo que rebasaba nuestra altura se alzaba rgido, gris y sin vida hacia el firmamento. La naturaleza es aqu de lo

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ms distinto a como se presenta en nuestras montaas en el punto de arranque de los glaciares. En los Alpes, en tiempo de verano, reina en su mxima actividad la vida de los insectos. Las grajillas alpinas * cruzan el aire claro, y las flores que brotan en los altos valles de montaa y hasta entre las morrenas, no tienen nada que se les compare en la intensidad de sus tonos y en la gracia de sus formas. Aqu, en cambio, no vive pjaro alguno. El cndor, tan a menudo nombrado por los poetas, no lo he visto jams en mis expediciones. Los insectos, parece que no encuentran morada grata en un aire tan fino. Hasta la mosca falta. Mezquinos carrizos y espartos crecen entre las piedras. De nuestras bellas flores alpinas no aparece ni rastro. Solo el frailejn, planta de largo tallo y hojas enteramente cubiertas de una vellosidad lanosa, se presentaba en enormes ejemplares de hasta tres metros de altura. Es un vegetal muy tpico del paisaje de la cordillera. En aquel melanclico ambiente, los frailejones parecan turbas de penitentes peregrinos escalando lentamente la montaa. En Suiza, desde cualquier casita de las est1'baciones de los Alpes, miramos a nuestros pies amenos pastos de altura y laderas verdes; aqu, el panorama de los valles es inmenso, peTO frio y sin COlO1"es. La pared rocosa que nos 1Jrotega me haca rec01'da1", por su altura y su escarpado descenso, las pendientes del Valle Lauterbrunnen. Todo tomaba proporciones colosales; la quietud que reinaba en torno nos oprima. Anocheci. Empezaron a surgir estrellas de tremenda claridad, veladas a cada instante por los jirones de nubes que se movan azotados hacia Occidente, para volver a fascina1"nos luego con su b1"llo. Revisamos las estacas de nuestra tienda, agitada terriblemente por el vendaval que se desencadenaba. Por fin nos acostamos. A causa del viento, la noche fue fra. Pero el termmetro no baj de los tres grados sobre el punto de congelacin.
',' E l grajc de mon tai'a o P ilTO CfJ rax . (N, del T.).

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El naciente da haba de servirnos para la exploracin del terreno, exploracin que, si el tiempo lo permita, esperbamos llevar lo ms lejos posible, pues aqu no se cuenta de continuo con das buenos, y el montaero debe estar siempre listo para actuar inmediatamente. A los caballos los habamos llevado unos 500 metros valle abajo, abandonndolos a su destino en unos pobres pastos que all haba. La tienda y los vveres los dejamos como estaban, pues hasta all arriba no iba a llegar persona alguna. Seguidamente ascendimos los cinco hasta la morrena principal del helero. Unas tres horas invertimos todava hasta llegar a la primera mancha de nieve, que estaba a 4.350 metros. Marco controlaba a cada momento la altitud, y fue delicioso contemplar su fascinacin al tener el primer encuentro con la nieve. Por la noche haba cado una nueva nevada y el tiempo no era bueno. Por horas creca el mpetu del temporal. Nuestros indios retrocedieron medio helados de fro, y el bueno de Marco casi tena lgrimas en los ojos al darme la mano. Por una grieta glaciar queramos llegar por el Sur al ventisquero principal. A cada paso nos hundamos hasta la rodilla en la movediza capa de nieve. Un viento huracanado nos lanzaba al rostro hirientes fragmentos de hielo. De cuando en cuando tenamos que volvernos de espalda para tomar aliento. Envueltos en espesa niebla, al cabo de una hora nos dimos cuenta de lo intil de nuestro propsito y, con gran dolor de nuestro corazn, huoimos de renunciar. En el abrigado campamento nos secamos rpidamente, y pronto pudimos recuperarnos con la ayuda de leche condensada "N estle" y "Ovomaltina". Al da siguiente nos lanzamos de nuevo a la empresa. Weber luchaba en vano con el mal de altura. Al cabo de dos horas hubo de darse por vencido, tambin con gran pesar de mi parte. Sub, pues, yo solo para reconocer el ascenso por el flanco Norte. Pronto llegu a un campo de morrenas como iams lo haba visto, tanto por su extensin como por el tamao de los bloques.
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Segu escalando ms y ms y llegue a los 4.600 metros, al punto donde el hielo empezaba a presentarse en masas compactas y a donde permita la subida un saliente de dura roca con bellas quebraduras (andesita?). Todava una pequea escalada, y me hall en una especie de horquilla formada por la roca, mirando asombrado all abafo un abismo no visto todava por ofos humanos y cuya profundidad me ocultaban las nieblas que desde los llanos se precipitaban hacia los montes. Cedi la tensin de mis nervios. De sbito me acometi una sensacin de angustia. Era ya la una del da. Tuve que regresar' a toda prisa y poner un grandsimo cuidado para no errar la direccin y recordar exactamente el camino a fines de un nuevo ascenso. Nada tan fcil para quebrarse una pierna como andar saltando entre la confusin de las morrenas, de bloque en bloque, tan pronto sobre lisas superficies como sobre afiladas aristas. Si resbalaba y me dislocaba un pie, morira de inanicin all arriba, pues ninguno de mis compaeros tena idea del sitio hacia donde yo haba subido. Ya avanzada lo tarde, me encontraba de nuevo en el campamento. Weber haba reg1 esado haca algn tiempo y se encontraba mefor. Le expliqu la ideal subida que haba hallado, y luego comenc a hacer todos los preparativos para el tercero y ltimo intento. El 26 de fulio nos levantamos a las tres de la maana, y a eso de las cuatro cruzamos felizmente, al mezquino resplandor de un farol de mano y con algn violento palpitar de nuestros C01"aZOnes, el impetuoso arroyo ya mencionado. El tiempo haba meforado. El viento p e1'sis ta, pero la noche era clara y estrellada. En el campamento el termmetro no habf.a descendido por bafo de cero. Como ya conocamos bien la morrena, ascendimos muy rpidamente ayudados por el fresco de la maana. Yo me encontraba muy satisfecho, pues notaba ya que el corazn, al cabo de aquellos tres das, se haba adaptado bien a la altura. Hacia las cinco y media empez~ a colorearse lentamente
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el cielo y gozamos de nuevo el siempre conmovedor espectculo de las cumbres nevadas enrojeciendo al brillo del sol. A las siete nos encontrbamos ya en el punto de arranque para el ascenso, a 4.600 metros de altitud. Desgraciadamente habamos dejado abajo el termmetro. Nuest?"as manos se hallaban entumecidas por el fro y calculamos los 4 grados bajo cero. Al ver que la escarcha sop01"taba nuestro peso y que tenamos suficiente tiempo, hicimos un alto paTa tomar fuerzas. Alegres y animosos, nos atamos las cuerdas de escalada, y a eso de las ocho comenzamos a trepar. El primer corte escarpado lo tomamos en zigzag. Luego result ms fcil. Pero la delgadez del aire haca jadear para tomar aliento, y por eso hacamos paTadas de cuando en cuando. Seguamos la divisoria de la cumbre pa'ra asegurarnos de los posibles y peligrosos rebordes de nieve. Todo sali perfectamente. Algo despus de las diez y luego de habel' supeTado el ltimo trozo empinado -ms fcilmente. por cierto, de lo que pudiramos esperar- estbamos sobre la cima del Cocuy. Nos dimos las manos con victoriosa alegra. Emmos los primeros! Aqu arriba no haba estado antes de ahora persona alguna ni gozado de aquel grandioso panOTama. Nadie haba palpado con los oios aquellas inmensas lejanas, nadie haba experirnentado sobre esta montaa la fuerza omnipotente de la naturaleza. Pasada la p1"i1nem sensacin de triunfo, 7Jersista, sin embargo, en nosotros, el asomb1"0 ante la imponente y no espe'rada perspectiva. Mientms subamos, nuestro monte haba ocultado la vista de seis o ms cumb?"es, todas las cuales alcanzaran, sin duda, los 5.000 metros, en caso de que estuvi'ramos realmente sobre ~na montaa de esa ?nisma altuTa. El Nevado del Cocuy se extiende en una longitud que puede calcularse en, por lo menos, 15 kilmet't"os, de SU?" a Norte, en el extremo flanco Este de la Cordillera Oriental. Esta montaa, no obstante, es del todo desconocida pa't a la mayor pa7"te de los colombianos. La situa- 452 -

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cin y belleza que la distinguen resultan tan impresionantes debido a que la pared oriental del monte se precipita en escarpado declive sobre tierra caliente y en una altura de, sin duda, ms de mil metros. Fue imposible un clculo ms exacto, a causa de los jirones de niebla que, como un fantstico y enfurecido ej'rcito, trepaban de continuo por las laderas. Aqu y all, en tanto, veamos surgir en el fondo del abismo trozos de negra selva virgen. Por el Sudeste, la cresta del monte descenda ante nosotros para, bastante lejos, elevarse a un monte casi ms alto todava, que en agudo tringulo introduce en los llanos su poderoso bastin. Nuestro anhelo mximo era acometer la prxima vez el ascenso a aquella ltima avanzada. A esta sigue por el Sur una formidable pared que recue1"da al Breithorn, cerca de Ze'rmatt" A continuacin se levanta otra mole gigantesca y, 'retrocediendo algo, el bellsimo Plpito, con su regia "Pila bautismal" de granito como colocada sobre el hielo. Al Norte se abre el abismo ms espantoso. Tendiendo la vista por encima de l, nos encontramos frente a otra ingente montaa, que, sin embargo, resulta ms fcil de escalar. No puede decirse lo mismo de una escarpada pirmide de hielo -a la que, para diferenciarla, denominemos "el Matterh01"n de los Andes"- , pues este monte parece desde lejos muy dificultoso por todo lado. Ms all siguen formas de menor relieve que van perdindose lentamente hasta fundirse hacia el Norte con la niebla. Hacia Occidente, la ms fabulosa lejana que me ha ofrecido .iams la naturaleza. Nada se interpone a la mirada. All abajo, en lo p1"ofundo, yacan a nuestros pies las morrenas y pulimentos glaciares de la en01"me ent?'ada rocosa. Ms atrs se iban articulando lentamente sien'as y laderas, formando valles, abriendo barrancas. Y a'rriba la quietud de un inmenso ma'r de nubes sobre el que, a cientos de kilmetros, se destacaban delicadas, espumosas, con irreal belleza, las ondulantes cimas ele la C01'dillera Central. Al Suroeste y al Sur, en cambio, se

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perda toda posible medida o referencia en un continuo ocano de nubes. No permanecimos all mucho tiempo. La prudencia exiga el rpido retorno. Pupila, bebe lo que las pestaas retienen. Alma, preprate a la despedida. Memoria, graba en t imborrablemente toda esta magnificencia. Espritu, da gracias al Crear dor que te concedi vivir esta dicha. El regreso transcurri bien. En Colombia hay que tomar con tranquilidad las inevitables sorpresas de los viajes, hasta cuando haya de perderse un da entero. Con esta descripcin he pretendido mostrar la forma tan distinta en que tiene lugar un ascenso a las lejanas montaas tropicales. El entrenamiento previo es all casi ms importante que en nuestro pas, pues la pobreza de oxgeno de aquel aire impone extraordinarios esfuerzos al corazn y a los pulmones. Adems es muy necesario conocer el pas y la gente para poder organizar convenientemente la marcha de aproximacin hacia el objetivo del ascenso. Es preciso tambin disponer de mucho tiempo y elegir un buen da entre la cadena de las inestables circunstancias atmosfricas. No contndose con albergue ninguno como base de la expedicin, hay que llevar consigo, en cantidad, vveres, vestidos y mantas, pues, una vez mojadas, las ropas secan difcilmente, y en aquellas alturas no hay que pensar en hallar lea por ninguna parte. Caballeras e impedimenta le 1oban a uno la movilidad y no es posible acercarse tanto como en nuestra tierra a la montaa que se trata de coronar. En cambio, me parece que all es mucho menor el fro en las zonas heladas, de modo que el vivac resulta menos dificultoso. Los recorridos, eso s, son ms largos. Las bellezas son de mar yor grandiosidad, pero la naturaleza se presenta ms cerrada y grave. Lo nico que permanece igual es el amor, el amor conmovedoramente intenso que despiertan en nosotros las montaas.

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1. Por las Antillas Francesas a Colombia ............... . Las pequeas Antillas: Point-a-Pitre y Basse-Terre, en Guadaloupe; Sto Pi erre y Fort-de-France, en Martinique. Costa de Venezuela: La Guaira, Puerto Cabello. El desembarco en Colombia y sus sorpresas. Barranquilla como plaza comercial. Apndice: La costa atlntica de Colombia en nuestros das. Importancia de las ciudades de Barranquilla, Cartagena y Santa Marta. 2. Por el Magdalena. Ascenso a los Andes ............... . El vapor fluvial. Partida en Nochebuena. Los compaeros de viaje. El Magdalena, sus bellezas y sus gentes ribereas. La Sierra Nevada. Puesta de sol en el Trpico. Caimanes. Selva virgen y estado de primitivismo. Ultimo da del ao. Presos en el ro. El paso de los Caos. Honda. El Alto y el Bajo Magdalena. Viaje por tierra. La Cordillera Central. Las pequeas ciudades de Guaduas y Villeta. Ultima subida. Paisaje de montaa. La Sabana de Bogot. Viaje en coche por la Sabana. Llegada tras un viaje de cincuenta y un das. Apndice: El viaje al interior, en la actualidad. Viaje por el Bajo Magdalena. Los principales, puntos porlua-

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rios y su hinterland. El Alto Magdalena. El aVlOn como medio de transporte. La Sociedad Colombo-Alemana de Transportes Areos; sus orgenes y desarrollo. El ferrocarril de Girardot a Bogot. 3. Colombia y su capital ............................... . Resumen de Colombia; lmites, montaas, ros, clima, pueblo y razas. Bogot, su situacin, su aspecto. Paseo por la ciudad; casas y lugares, edificios pblicos e iglesias. La vida callejera; tipos populares. Las bogotanas. La plaza de mercado y la vida material. Estaciones y cosechas, frutos y productos, artculos alimenticios y estimulantes. Condiciones de salubridad. Apndice: Las actuales fronteras del pas. Prdida de Panam. Rectificaciones de fronteras con Venezuela, Ecuador y Per. Hallazgo de petrleo. Bogot hoy: trfico, alojamiento, abastecimiento de aguas. 4. Vida y trajines en Bogot ........................... . Los diversos medios sociales. Lujo e instalacin de las casas. Fiestas, reuniones, exposiciones y recreos. Colonia extranjera y acogida que se da a los forasteros. Conversacin y poltica. Los obreros, los indios, los gamines. Orden pblico. Cementerios y entierros. La vida religiosa; beneficencia y mendicidad; fanatismo y tolerancia. El ejrcito. Luchas electorales. Reclutamiento por la fuerza. Bogot de noche; msica y serenatas. SegUlidad. Paisaje nocturno. Apndice: Lo viejo y 10 nuevo. El orden social. Actos pblicos. Tipos de la vida callejera. Los extranjeros en Bogot. Vida religiosa. Inmigracin. 5. La vida culturaL .................................... . La llegada del correo. Disposicin natural del colombiano para la cultura; la lengua, tendencias literarias y prensa.

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Escuelas. La formacin de la mujer. Academias. La Universidad Nacional; su historia y organizacin. Rectorado, plan de estudios y disciplina. Profesores y estudiantes. Vida estudiantil. Bibliotecas y sociedades cienticas. Ojeada a la literatura colombiana. La cancin popular. Apndice: Influencia extranjera en la vida cultural. La prensa. Innovaciones tcnicas: el cine y el gramfono. La enseanza. Museos y bibliotecas. 6. Correras ............................................ . Equipo de viaje. Las montaas y Bogot; fiestas tpicas, romera en Monserrate. La altiplanicie o Sabana. Chapinero. Zipaquir y sus salinas. El ingente Salto de Tequendama. En tierra caliente! La Mesa; la vida en una plantacin de caa y en un cafetal. Viaje a Tocaima y visita a los leprosos de Agua de Dios. Viaje a Ibagu al pie del Tolima (Cordillera Central); el paso del Alto Magdalena; descanso en una pequea ciudad. Excursin a la piedra de los jeroglficos de Pandi y al puente natural de Icononzo. La poesa de la selva. 7. Conquista del pas. Poblacin aborigen. Razas ......... . La Conquista. Hroes y aventureros. Expedicin al interior del pas. Fundacin de Santa F de Bogot. El admirable encuentro de las expediciones de Jimnez de Quesada, Belalczar y Federmann. Destino de estos tres. Exterminio de los indgenas. El reino de los chibchas en la altiplanicie. Aspectos del pas; su cultura, forma de vida, creencias religiosas y leyendas. La formacin del mito del Dorado. Gobierno y Legislacin de los chibchas. Ejrcito. Lengua. Los indios de la altiplanicie, de las altitudes medias y de tierra caliente; su aspecto, sus usos y costumbres, su situacin social. Las razas mixtas: mestizos, mulatos y zambos. La raza colombiana del futuro. 8. En los Llanos .................. ...... . .. .... .

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Compaeros de VIaJe. Por los Andes orientales, a travs del laberinto montaoso de Rionegro. El alto de Buena Vista y el panorama de los Llanos. Villavicencio y sus habitantes. Generalidades sobre los Llanos: Colonizacin, selva virgen, pastos. Los hatos del seor Restrepo. Noche y maana en una hacienda. Cultivos. Riquezas minerales. Las salinas de Upn. Frutos y plantas. Al interior de los Llanos: Caminos de bosque; sabanas. La hacienda "Los Pavitos". Vida nmada: Reunin, marca y cuidado de las reses. Ganadera. Navidades en la capital. El llanero; rasgos y ancdotas de su vida. Hacia el ro Meta. Un vado peligroso. La hacienda "Yacuana". El Meta y su importancia. Asalto de un rebao de jabales. La laguna Dumasita. Indios salvajes: Maestre. Una cacera. Impresin general de los Llanos. Apndice: Un viaje por los Llanos en 1922. Selva y llanura. La finca "Barrancas". Puerto Barrign. La lancha correo y su tripulacin. Travesa fluvial. Puerto Cabuyaro, al final del viaje por el ro; posibilidades de desarrollo. El futuro de los Llanos. 9. La liberacin y el Libertador ........................ . Anomalas polticas, culturales, sociales y econmicas en los pases hispanoamericanos. Intervencin de Napolen en los destinos de Espaa, y separacin de las Colonias. Indole y errores de la revolucin suramericana. Simn Bolvar, su vida y sus primeras hazaas. La contrapartida; xitos espaoles. Reanudacin de la lucha, heroica marcha por los llanos hasta la altiplanicie. Batalla de Boyac. Avance victorioso hacia Ecuador, Per y Alto Per (Bolivia). Desconcierto interno en la Gran Colombia. Dictadura de Bolvar y conspiracin contra l. Planes de restauracin monrquica. Proscripcin y muerte del Libertador. Semblanza de Bolvar. 10. Colombia. Aos de aprendizaje ........ . .. ....... .....

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Divisin de Colombia por la separaClOn de Venezuela y Ecuador. La Repblica de la Nueva Granada. Presidencias de Santander, Mrquez, Herrn y Mosquera. El gobierno liberal de Lpez; la Confederacin Granadina. La guerra de los tres aos de los federalistas. La constitucin de los Estados Unidos de Colombia. Breve dictadura de Mosquera. Los presidentes radicales desde 1863. Auge y crisis. La sangrienta revolucin conservadora de 1876 y las consecuencias de su represin. La subida de Rafael Nez al poder. Nez como hombre, poeta y estadista; su segunda presidencia en 1884. Se aproxima la revolucin de 1885. Apndice: El posterior desarrollo histrico y poltico de Colombia hasta nuestros das. La Constitucin de 1886. Los Presidentes Nez, Sanclemente y Marroqun. La ltima revolucin (1899-1902). Rafael Reyes, el Dictador, sus xitos y su cada. Los presidentes Restrepo, Concha, Marco Fidel Surez. Luchas electorales. El presidente Pedro Nel Ospina. Posicin internacional de Colombia. 11. Revolucin ........................................... . Unas vacaciones agitadas. Camaradas traviesos. Primer recorrido, hasta Ibagu. Seis das por el Paso del Quindo. La colonizacin de los antioqueos. Carcter e importancia de este pueblo. Cartago y la hospitalidad caucana. El valle del Cauca, paraso e infierno. Valle arriba. Estalla la revolucin. Los prisioneros de guerra y su destino. Encantos de la regin; la sombra Buga. Cali, centro comercial del Cauca. Regreso a Cartago. Lucha en Tulu. Permanencia obligada en Buga. Encuentros con tropas. Falsa alarma en Cartago. Batalla de Pereira. Ocupacin de Cartago por los rebeldes. Continuacin del viaje hacia el Estado de Antioquia. La ciudad de Manizales. Por el Paso del Ruiz hacia Fresno, entre las 'tropas enemigas. Mes y medio de cuidados samaritanos a un estudiante herido. Retorno a la capital. Tres trimestres sin comunicacin con Europa. Bogot durante la revolucin. Transcurso de la revolucin y consecuencias de esta.

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12. El Occidente de Colombia. POi' Walter Rothlisberger .... El Departamento de Antioquia. Caracterizacin de sus habitantes. Industria y agricultura. El Departamento de Caldas y sus habitantes. El Valle del Cauca: Departamentos del Valle y Cauca. La obtencin del platino en el Choc. Planes de una nueva comunicacIOn interocenica por el ro Ah'ato y el ro San J uan. 13. Regreso a la )atria .............................. . ... . Cese en el profesorado, y despedida. Juicio de conjunto sobre Colombia y su porvenir. Por el Magdalena abajo. El Istmo de Panam. Coln, incendiada y reconstruda. El ferrocarril a travs del Istmo. Viaje por las obras del canal. La ciudad de Panam. La Sociedad Francesa del Canal y su quiebra. Viaje a Nueva York. Regreso a la patria. 14. La situacin econmica de Colombia. Por Walter Rothlisberger . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El aislamiento econmico de Colombia en el siglo XIX. La paz interior corno base del florecimiento. Reforma monetaria . El caf y su importancia para el comercio. Consecuencias de la guerra mundial: dificultades de exportacin e importacin. La crisis econmica internacional de 1920. Los ferrocarriles y la navegacin. Solucin de las cuestiones de hfico por el presidente Pedro N el Ospina. El Banco de la Repblica y la Contralol'a de la Nacin. La ley bancaria. La indemnizacin norteamericana por la separacin de Panam; empleo de la suma correspondiente. El trfico de yiajeros. El automvil y las carreteras. La "Scadta"; correo y trfico areos. Los colombianos van de viaje. Petrleo: riquezas y explotacin. La concesin Barco. Relaciones econmicas entre Europa y Colombia. Inmigracin.

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15. Excursiones deportivas. Por Walter Rothlisberger ..... En la regin donde nace el Magdalena. Viaje de exploracin al macizo montaoso del Huila. Indios puros. Fiesta de Reyes en una aldea india. Regreso en balsa y canoa plegable. Intentos de ascensin al Tolima. Nuevo objetivo: primera escalada del Cocuy! Viaje hacia el Norte y preparativos para el ascenso. En el desierto pedregoso de las morrenas glaciares. Niebla y tempestad. Nuevo intento y coronacin de la cumbre. Sobre un monte de cinco mil metros. Panorama sin lmites. Dificultades del deporte de montaa en los Andes.

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