Neo Conserva

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REVISTA CIDOB DAFERS INTERNACIONALS 69. Miscelnea

Realistas vs. neoconservadores?

Revista CIDOB dAfers Internacionals, nm. 69, p. 7-20

Realistas vs. neoconservadores?


La poltica exterior de los Estados Unidos en el segundo mandato de George W. Bush
Luis Francisco Martnez Montes*

RESUMEN Inaugurada el pasado mes de enero la segunda presidencia de George W. Bush, la pregunta ahora pertinente consiste en dilucidar qu sectores de la Administracin tendrn el mayor protagonismo en la formulacin de la poltica exterior de los Estados Unidos durante el nuevo mandato. A menudo, el dilema se plantea en trminos excluyentes y, si se permite, un tanto simplificadores: prevalecern los neoconservadores o los realistas? El presente artculo, sin pretender obviar las diferencias existentes entre ambas corrientes, menores en el fondo de lo que pudiera advertirse a primera vista, adopta una perspectiva distinta. Realistas y neoconservadores son presentados como dos variantes no contradictorias, sino necesariamente complementarias de un programa de poltica exterior orientado, en un mundo amenazador y cambiante, a garantizar una hegemona intemporal de los Estados Unidos.

Palabras clave: Estados Unidos, poltica exterior, geopoltica, amenazas

*Consejero en la Representacin de Espaa ante la Organizacin de Seguridad y Cooperacin en Europa (OSCE), Viena. [email protected] Las opiniones vertidas en este artculo reflejan la posicin personal del autor

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EL TRIUNFO DE LOS NEOCONSERVADORES?


La victoria de George W. Bush el pasado mes de noviembre de 2004 constituy uno de esos frecuentes acontecimientos que casi todo el mundo parece ser capaz de explicar retrospectivamente. Como se sabe, nada tan sencillo, a veces, como prever el pasado. Cabe esperar que dentro de cuatro aos muchos muestren similar grado de certidumbre cuando se trate de analizar y evaluar las acciones y resultados de la que para entonces ya ser, en sentido literal, una presidencia histrica. Pero, por qu no correr ciertos riesgos e intentar desde ahora imaginar cul ser el rostro del futuro? Si nos limitamos al mbito de la poltica exterior, hacer un pronstico de lo que se nos avecina desde Washington no debiera ser tan complicado. En realidad, bien pudiera resumirse en una sola palabra: continuidad1. Parece comprensible que la reeleccin de George W. Bush haya podido ser interpretada por el propio presidente, los miembros ms significados y combativos de su primer equipo y por sus seguidores como una vindicacin de las ms controvertidas doctrinas y decisiones adoptadas durante el anterior mandato. Principios axiales propuestos durante el mismo como los de guerra preventiva, las coaliciones ad hoc y los cambios de rgimen por la fuerza, as como sus corolarios prcticos las invasiones de Afganistn e Irak habran sido, siguiendo este razonamiento, legitimados por las urnas. As pues, si el pueblo estadounidense, con todas las cualificaciones que se deseen derivadas del peculiar sistema electoral en aquel pas, ha decidido renovar el alquiler de la Casa Blanca a un inquilino cuyo comportamiento e intenciones conoce de sobra, por qu habran de modificarse los trminos del contrato? Sobre todo si su principal clusula ha sido salvaguardada hasta la fecha. Como ha escrito el historiador John Lewis Gaddis2, tras el 11 de septiembre el objetivo esencial declarado de la Administracin Bush de cara a su propio pblico, al cual han estado subordinadas todas sus acciones, ha sido evitar un nuevo ataque devastador en suelo americano. Al trmino de la campaa electoral, ese objetivo, aun con extraordinarios costes tanto humanos como materiales y, cabe aadir, en un reconocido retroceso de las libertades en el frente domstico, haba sido cumplido. Por ello, al haberse evitado la concrecin de la amenaza, y pese a no haberse eliminado sta completamente, cabe colegir, con Gaddis, que el curso del segundo mandato en poltica exterior venga determinado, de mutuo acuerdo entre electores y electo, por el mismo imperativo de seguridad a cuyo servicio seguirn puestos los instrumentos de poder que al parecer han ofrecido tan positivos resultados. Si a estas consideraciones elementales de poltica interior se suma el desarrollo satisfactorio, dadas las circunstancias y las expectativas, de cruciales acontecimientos en dos de los frentes exteriores ms visibles de la denominada guerra contra el terrorismo la celebracin de elecciones en Afganistn y en Irak los motivos para mantener el rumbo fijado en el primer mandato parecen presentarse incluso ms atrayentes. Y si el rumbo

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determinado por los armadores del barco y por el capitn es el mismo, cabe ya preguntarse, por qu no guardar similar tripulacin, al menos en lo que se refiere al cuadro de mando? De nuevo, aqu las primeras seales parecen tambin inequvocas. El mantenimiento de Richard Cheney en la vicepresidencia y de Donald Rumsfeld en la Secretara de Defensa; el nombramiento de Condoleezza Rice, anterior consejera de Seguridad Nacional, como secretaria de Estado y una serie de confirmaciones y nuevas designaciones en puestos inferiores, pero relevantes de la Administracin (Paul Wolfowitz como subsecretario de Defensa; Robert Zoellick como subsecretario de Estado y Stephan Hadley como consejero de Seguridad Nacional, as como el adjunto de ste, Elliot Abrams) apuntan hacia la misma perspectiva de continuidad en los equipos al servicio de una estrategia con vocacin de permanencia. Es ms, la desaparicin poltica de Colin Powell y de su segundo en el Departamento de Estado, Richard Armitage, parece conferir, si cabe, un mayor grado de coherencia al crculo que rodea al presidente, al salir de la escena los nicos personajes de peso considerados disonantes con la forma, no tanto con el contenido, en que fue expresada la poltica exterior en la previa Administracin. Las anteriores consideraciones legitimidad renovada en el interior, xitos en el exterior y familiaridad en los nombres parecen confirmar, por tanto, y con las importantes salvedades que ms adelante sern expuestas, una permanencia durante los prximos cuatro aos de los parmetros esenciales identificados con el denominado proyecto neoconservador. Un correcto anlisis de los presupuestos e implicaciones de ese proyecto, as como un adecuado conocimiento, alejado de fciles y a menudo inconfesados prejuicios, del carcter y motivaciones de los actores que lo encarnan, se presenta, por tanto, como un ejercicio intelectual de indudables consecuencias prcticas al que deberan dedicar parte de sus mejores esfuerzos, si no lo estn haciendo ya, el mundo acadmico y diplomtico. Baste aqu, para no repetir argumentos ya expuestos con mejor competencia, sealar tres aspectos esenciales pero a menudo soslayados en las apreciaciones, sobre todo a este lado del Atlntico, acerca de esta corriente y sus representantes: su solidez intelectual; su continuo ascenso hasta una preeminencia, quiz temporal, dentro del ms amplio y heterogneo movimiento conservador sobre el que se han asentado las recientes mayoras republicanas; y su coherente visin del vasto mundo exterior y del lugar de los Estados Unidos en el mismo. Puesto que es muy probable que tengamos que seguir conviviendo en el futuro prximo con las repercusiones prcticas del programa neoconservador, merece la pena examinar con algn detalle cada una de estas caractersticas. En primer lugar, el movimiento neoconservador est compuesto en su cspide por un grupo de individuos cuyas credenciales no se sustentan tan slo, aunque en muchos casos tambin, en su pertenencia a una red de intereses polticos y econmicos, algo que, en todo caso, no debiera sorprender en una sociedad como la esta-

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dounidense donde los lmites prcticos entre lo pblico y lo privado en la evolucin del cursus honorum es, cuanto menos, borrosa. Muchos de sus miembros comparten, con matices, unas firmes premisas intelectuales, capaces de resistir y superar el poderoso consenso prevaleciente desde los aos sesenta en las universidades y en los medios de comunicacin, dominado por los crculos demcratas. Cules son esas premisas? Como es sabido, en su formulacin ms acadmica, el neoconservadurismo se asienta en la filosofa poltica de Leo Strauss (1899-1973)3, un profesor de origen germano-judo quien, antes de emigrar a Londres y posteriormente a los Estados Unidos en los aos treinta para escapar del Holocausto, haba intentado resucitar el vnculo entre teologa, filosofa y poltica, escindidas desde la poca de la Ilustracin, mediante una interpretacin selectiva de los clsicos griegos y la recuperacin de algunos autores pertenecientes a las distintas religiones monotestas. Su relectura de Scrates y de filsofos musulmanes y judos como Alfarab o Maimnides le llev a percibir una muy unamuniana distincin, tal y como fuera encarnada por el profesor salmantino en el personaje de San Manual Bueno, mrtir, entre el aspecto exotrico de sus enseanzas la necesidad de conciliar razn y tradicin o revelacin como fundamentos, o ms bien recursos, de la autoridad y, por tanto, como garantes de la paz social y otro esotrico, reservado tan slo a una minora rectora, en el que el libre ejercicio de la reflexin filosfica puede conducir a poner en duda las mismas costumbres y dogmas de fe sobre los que se asienta el orden social del que depende, more hobbesiano, la felicidad individual. Partiendo as de una pertinente y muy actual crtica de la modernidad, sobre todo de su fallido intento por desterrar la religin del gora pblica, el pensamiento de Strauss conduce, en una de sus posibles interpretaciones, a la paradoja del Viejo de la montaa4: la existencia de una comunidad unida por una fe dogmtica o, en nuestros das, por unos fuertes valores secularizados en los que sus dirigentes han podido dejar de creer, quiz ya sumidos en el nihilismo, pero que siguen en apariencia defendiendo, y manipulando, como nico medio para garantizar su propia supervivencia y prevenir el descenso de la sociedad en la anarqua. Mera hipocresa o consumado maquiavelismo, lo cierto es que fue precisamente esta interpretacin del pensamiento de Strauss la que termin prevaleciendo en ciertos ambientes universitarios estadounidenses de los aos sesenta. Comenz entonces a conformarse una comunidad straussiana, al principio minoritaria, cuyos miembros, entre los que pronto destacaron Irving Kristol y Allan Bloom autor este ltimo del influyente ensayo The Closing of the American Mind5 y mentor intelectual del hoy poderoso Paul Wolfowitz, se dieron a la tarea de recuperar unos autnticos e idealizados valores estadounidenses derivados de las tradiciones clsica y judeocristiana, que por entonces consideraban amenazados, en plena crisis de Vietnam, por el relativismo contracultural, parte a su vez de una generalizada y spengleriana decadencia de Occidente. Tal labor de renovacin axiolgica tena, en consecuencia, como

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finalidad inmediata detener ese real o percibido declive y restaurar la primaca estadounidense frente al riesgo de disgregacin interior y a la amenaza sovitica, por entonces en su efmero apogeo, en el exterior. Los seguidores del filsofo alemn supieron as percibir una conexin entre la abstracta elucubracin straussiana y sus potenciales implicaciones prcticas. A partir de este punto, la conversin de una minora intelectual en una parte esencial del movimiento conservador es uno de los fenmenos ms interesantes de la historia poltica reciente y, sin duda, un tributo al poder de las ideas6. Claro que nada de ello hubiera sido posible sin la confluencia de otros dos fenmenos, uno tambin puramente intelectual, el otro, ms bien crematstico. El primero fue la coincidencia en el tiempo de las enseanzas de Strauss con la aparicin de un grupo de pensadores liberales, algunos cercanos al marxismo, desafectos con la causa y crticos con lo que perciban como creciente radicalizacin del Partido Demcrata. Autores como el mencionado Irving Kristol, Daniel Bell o Seymour Martin Lipset comenzaron a desafiar, tambin en los aos sesenta, el intervencionismo social propio del proyecto demcrata de la Great Society (con su nfasis en la discriminacin positiva y los derechos de las minoras) con argumentos similares a los utilizados contra el keynesianismo, en poltica econmica, por la Escuela de Chicago de Milton Friedman. El elitismo continental de la escuela straussiana pudo as revestirse de una cierta legitimidad y resultar ms aceptable al converger en su crtica contra ciertos excesos de la izquierda con el lenguaje pragmtico de nuevas corrientes en las ciencias sociales y econmicas llamadas a dominar la dcada de los ochenta los aos de Reagan, Thatcher y la cada del comunismo con el triunfo del neoliberalismo. El segundo elemento que hizo posible el ascenso de los neoconservadores en un ambiente todava dominado por sus adversarios fue, sencillamente, su arraigado sentido de estar en posesin de la verdad y su agresiva militancia, que llamaron la atencin del dinero republicano o, ms bien, de aquella parte inclinada a financiar esas instituciones tan tpicamente americanas, mezcla de laboratorio de ideas y maquinaria de distribucin para su consumo, que son los think tanks. Fue as como en los aos setenta aparecieron o se vieron considerablemente reforzadas fundaciones orgnicas al servicio de distintas causas relacionadas con el Partido Republicano, entre las que hoy todava destacan el American Enterprise Institute (al que pertenecen o lo han hecho Richard Cheney, David Frum y Richard Perle); la Heritage Foundation; el Cato Institute (libertarios); la John M. Olin Foundation y la Hoover Institution (de la que han sido miembros Condoleezza Rice y Donald Rumsfeld). El triunfo de la derecha intelectual y, dentro de ella, de la corriente neoconservadora, hasta convertirse en el nuevo establishment de las ideas en los Estados Unidos, ha tenido su correlato en el ascenso en ese pas de la derecha sociolgica y la transformacin de sta en una poderosa fuerza poltica. El segundo de los factores escasa-

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mente considerados al que ms arriba se haca alusin consiste, contrariamente a lo que imaginan sus detractores, en que lejos de constituir una manipuladora cbala alejada del grueso de la sociedad estadounidense y al servicio de las grandes empresas o de intereses forneos (es decir, del Gobierno de Sharon), los neoconservadores forman parte, si bien no constituyen el todo, de una ms amplia mayora social definida, en su doble sentido moral y poltico, como The Right Nation por John Micklethwait y Adrian Wooldridge. En su documentado y fascinante libro homnimo7, publicado antes de las elecciones del pasado noviembre, los dos periodistas de The Economist narran y explican la emergencia de la derecha sociolgica desde sus arrinconados feudos en los aos sesenta hasta su conversin en una formidable maquinaria electoral asentada en los estados cada vez ms dinmicos del Sur y del Oeste, con vocacin y capacidad, como se ha demostrado, para hacer del Republicano el partido natural del Gobierno. Ahora bien, advierten los mismos autores que esa misma derecha, todopoderosa como pueda parecer ahora, dista de ser homognea. En su seno se encuentran defensores de proyectos contradictorios o, cuanto menos, difcilmente compatibles, unidos por el cemento que proporciona el poder: libertarios (partidarios de la eliminacin del Gobierno y, en muchos casos, de la legalizacin de las drogas o de la eutanasia); neoliberales (defensores de la reduccin del Gobierno, aunque no de su abolicin); conservadores compasivos (a favor de ms gasto social, aunque canalizado a travs de organizaciones cvicas o religiosas); grupos de presin centrados en un asunto particular (antiaborto, tenencia privada de armas, rebaja de impuestos, etc.) y, sobre todo, la derecha religiosa, quiz el fenmeno menos comprendido y ms controvertido de todo el entramado que sustenta al Partido Republicano. A la vista de lo anterior, se puede colegir que la diversidad de la coalicin conservadora conducir a una ms que previsible fragmentacin cuando los republicanos pierdan el poder. Al mismo tiempo, tambin cabe considerarse que esa heterogeneidad constituye una constante fuente de dinamismo y de regeneracin. Pero, en todo caso, se puede afirmar con cierta confianza que el ascenso del movimiento conservador y, dentro de l, del neoconservadurismo no es flor de un da: ha precedido a las ltimas victorias republicanas y, muy probablemente, sobrevivir, como en el pasado, al perodo de exilio poltico que los electores volvern a imponer ms tarde o ms temprano al partido ahora en el poder. Es ms, dadas las tendencias de largo alcance demogrficas, polticas, intelectuales y sociolgicas en los Estados Unidos, bien puede augurarse que, como viene ocurriendo al menos desde principios de los ochenta, el centro de gravedad de aquel pas, ya sea con una administracin republicana o demcrata, continuar durante un tiempo considerable situndose a la derecha de las sociedades y gobiernos europeos, un hecho que, para evitar importantes errores de apreciacin, convendr tengan en cuenta nuestras capitales a la hora de planificar y desarrollar sus polticas hacia Washington.

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LA REVOLUCIN EXTERIOR NEOCONSERVADORA: REALIDAD Y MITO


Las dos premisas de la corriente neoconservadora que han sido examinadas en el anterior epgrafe, relacionadas con su slido anclaje en profundas tendencias intelectuales y de poltica interior estadounidenses, constituyen la base desde la que ha de ser analizada correctamente su proyeccin en la poltica exterior. El programa neoconservador en este ltimo mbito ha sido objeto de numerosos anlisis escorados, por lo general, hacia los extremos. Ora se denuncia su carcter mesinico y su excesivo recurso a la fuerza empleada preventiva y unilateralmente, ora se ensalza su contribucin decisiva a la propagacin de la libertad y la democracia hasta los rincones ms oscuros del planeta, como demostrara la concatenacin de cambios durante el ltimo ao y medio desde Georgia y Ucrania hasta el Oriente Medio, con el nuevo liderazgo en la Autoridad Nacional Palestina y la cada del Gobierno libans prosirio a modo de ms reciente muestra. Por el contrario, donde s parecen coincidir esas visiones extremas es en afirmar la naturaleza revolucionaria de la poltica exterior neocon en contraste con los dos principales paradigmas que se supone han guiado la accin de los Estados Unidos en el inmediato pasado: el liberalismo wilsoniano con su nfasis en la promocin de los valores democrticos a travs de las instituciones multilaterales y el realismo poltico dominante, en sus diferentes variaciones, durante gran parte de la Guerra Fra, con su confianza en el mantenimiento de un equilibrio de poder entre las grandes potencias y en la contencin de cualquiera de ellas, como la extinta Unin Sovitica, que amenazara con quebrar el statu quo8. Desde un punto de vista acadmico, es interesante la discusin acerca de si ambos paradigmas, el liberal y el realista, eran a su vez contradictorios entre s, tanto en los fines como en los medios, o si se trataba de dos vas complementarias, utilizables segn el contexto internacional, para alcanzar el mismo objetivo: la primaca estadounidense9. En todo caso, internacionalistas liberales y realistas, al contrario que hoy los neoconservadores, coincidan en aceptar una aproximacin ms o menos gradual y consensual a la gestin de los problemas mundiales mientras no surgiera una amenaza directa e inminente que requiriera una respuesta militar por parte de Washington, legitimada y canalizada entonces, por lo general, a travs de alianzas estables. Muestra de los vlidos resultados de esa doble tradicin fue que, tras el fin de la Guerra Fra, las presidencias de Bush padre y de Clinton utilizaron, en distinto grado y con variable xito, una combinacin de medidas liberales y realistas ante las crisis heredadas o novedosas a las que tuvieron que enfrentarse, desde la invasin iraqu de Kuwait hasta las intervenciones en los Balcanes o en el cuerno de frica, adems de las complejas respuestas a la simultnea desintegracin del espacio sovitico y la emergencia de China. En relativo contraste con esta continuidad, pudo advertirse un cambio ya durante los primeros meses del anterior mandato de George W. Bush, quien accedi a la presidencia con una dosis de retrica nacionalista y el recurso al unilateralismo selectivo para distanciarse del

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precedente clintoniano. Pueden recordarse a este respecto sus diatribas y las de sus colaboradores durante la campaa electoral que condujo a su victoria sobre Al Gore contra el exceso de intervencionismo exterior y la implicacin de tropas estadounidenses en proyectos de construccin nacional. Ya en el poder, fueron utilizadas, en el mismo sentido, consideraciones de inters econmico o de seguridad para rechazar los compromisos heredados en materia de proliferacin nuclear, medio ambiente Kyoto o de derechos humanos la Corte Penal Internacional. Pero, ms all de esas controvertidas decisiones, adoptadas en muchos casos con vistas al pblico domstico, la visin del mundo que pareca iba a primar en la Casa Blanca era la formulada en un clebre artculo publicado en 2000 en Foreign Affairs10 por la que llegara a ser consejera de Seguridad Nacional y hoy secretaria de Estado, Condoleezza Rice. Experta sovietloga y discpula del moderado Brent Scowcroft, a su vez ex consejero de Seguridad Nacional de Bush padre, Rice lleg al cargo con una bien acreditada fama de realista pura, muy cerca de la mejor escuela kissingeriana. All donde muchos comenzaban a ver, en el umbral del nuevo milenio, un sistema internacional en el que los estados estaban perdiendo su centralidad ante las fuerzas globalizadoras del capital y de la informacin sin fronteras, y en el que asuntos transnacionales como los derechos humanos, la lucha contra el hambre o el Sida terminaran dominando la agenda de las cancilleras y los organismos internacionales, Rice segua percibiendo el mundo en trminos de descarnada lucha por el poder entre grandes potencias establecidas o emergentes, guiadas por sus intereses nacionales y tan slo capaces de encontrar acomodo en un equilibrio global asentado sobre la hegemona estadounidense. As, en el mencionado artculo, la futura consejera presidencial aseveraba, en abierta confrontacin con el oportunista liberalismo del Gobierno Clinton, que los Estados Unidos deberan prestar menos atencin a las instituciones multilaterales o a intervenciones humanitarias cuando no estuvieran implicados intereses vitales y enfocar su energa a desarrollar una relacin comprehensiva con las grandes potencias, particularmente Rusia y China. Mientras la primera continuaba siendo relevante por su pasada gloria y actual debilidad, la segunda combinaba creciente poder y ambiciones irredentas, una mezcla explosiva para el equilibrio en Asia oriental. Tras un examen crtico de las polticas llevadas a cabo por Clinton hacia Mosc y Pekn, Rice pasaba a continuacin, en un segundo orden de prioridades, a detenerse en las amenazas planteadas por los denominados estados fallidos, entre los que, de forma premonitoria, mencionaba a Irak, Corea del Norte e Irn. Respecto a los dos primeros, llamaba la atencin no tanto sobre la naturaleza tirnica de los regmenes, sino sobre sus supuestos programas de armas de destruccin masiva. En cuanto a Irn, su inclusin en la lista se deba, adems, a su promocin del fundamentalismo islmico como ideologa alternativa a los valores occidentales. Todo lo anterior puede sonar a una visin muy conservadora de la realidad internacional, propia de los ms acrisolados halcones, pero en modo alguno responda a los principios identificados con la revolucin neoconserva-

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dora que estaba por llegar. Por ejemplo, llama poderosamente la atencin que en su ensayo Rice apenas dedicara menciones de pasada a la amenaza terrorista o al conflicto en Oriente Medio (aparte de las obligadas garantas de seguridad a Israel), y en modo alguno se refiriera a la propagacin planetaria de la democracia y el capitalismo, temas neoconservadores por excelencia con los que se asociara plenamente un ao ms tarde, tras los atentados de Nueva York y Washington, la presidencia en la que continuara sirviendo. Oportunista o leal, probablemente ambas cosas, Rice supo tras el 11 de septiembre pasar a un discreto segundo plano, algo que le ha sido desde entonces recriminado por sus crticos, y seguir la estela marcada por el equipo y las ideas que finalmente guiaran el resto de la primera Administracin de Bush II. La relativa prdida de protagonismo de Rice y, de forma ms acusada, pese a su temporal estrellato en los medios cuando as lo requeran las circunstancias, como en las comparecencias ante el Consejo de Seguridad antes de la invasin de Iraq, de Colin Powell, etiquetado a veces como un internacionalista liberal clsico o, todo lo ms, como un realista moderado, marcaron para muchos analistas el punto visible de inflexin en el alegado abandono de la doble tradicin de poltica exterior y su sustitucin por una agenda revolucionaria dictada por una minora de visionarios. Este golpe de mano estratgico, como lo calificara Z. Brzezinski11, ex consejero de Seguridad Nacional con Carter, habra permitido a ese mismo grupo que supo alcanzar, aunque sin copar, como hemos visto, el pinculo del movimiento conservador en la poltica interna el dominar plenamente la poltica exterior de los Estados Unidos y apartarla de su curso natural. Y ello siguiendo un modo de actuar similar, si se quiere straussiano, al que habra conducido su original ascenso en el mundo intelectual. Desde posiciones durante dcadas cercanas al poder, pero perifricas, los neocons habran ido avanzando sus propuestas radicales, al principio con escaso eco, hasta que una extraordinaria coincidencia de circunstancias los atentados y un presidente voluntarista pero sin ideas propias les habra catapultado al centro del escenario, con acceso directo a los odos del prncipe12. Semejante interpretacin conspiradora, todava prevaleciente en muchos ambientes de ambos lados del Atlntico, implicara que la revolucin neoconservadora, ahora por lo que parece en su segunda y renovada edicin, tan slo pervivir en la medida en que sus agentes cuenten con la confianza plena del presidente, es decir, mientras siga produciendo resultados o no provoque mayores desgracias que las ya conocidas. Pero ello supone ignorar, de nuevo, los factores profundos o, si se quiere, la cuenta larga de la poltica exterior estadounidense. Si se observa detenidamente el contenido de esa supuesta revolucin terminan sorprendiendo ms sus coincidencias con las previas tradiciones de poltica exterior que las divergencias, por llamativas que stas parezcan. Las similitudes del mensaje neocon con el liberalismo wilsoniano llevado al extremo, como a menudo hizo su propio creador, son evidentes en relacin con las exaltadas llamadas a la extensin de la democracia y la libertad all donde persiste la tirana. Es pertinente incluso, retrocediendo en la historia, hacer un parale-

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lismo con la definicin de los Estados Unidos como un imperio de la libertad por el presidente Jefferson. Asimismo, de forma si cabe ms clara, el cambio por la fuerza de gobiernos y regmenes ha sido una prctica bien asentada en la historia de la Repblica, cualquiera que fuere el color de la Administracin, como bien conocen sus vecinos ms cercanos o, incluso, pases ms lejanos que durante la Guerra Fra quedaron bajo la esfera de influencia estadounidense pero se mostraron vulnerables a la penetracin comunista. Por ltimo, en cuanto al uso unilateral de la guerra preventiva, tiene precedentes bien conocidos que se remontan, nada menos, a la invasin de la Florida espaola por el general Jackson en 1818, con el pretexto de que una coalicin de indios seminolas, esclavos cimarrones y soldados britnicos fugitivos podran lanzar ataques contra los estados de la Unin aprovechando la debilidad del control espaol13. En cuanto a las similitudes de la visin del mundo neoconservadora con la tradicin realista, las mismas pueden parecer contraintuitivas. Mientras la primera es dinmica y busca la transformacin del statu quo siempre y cuando, como sera el caso entre los regmenes islmicos de Oriente Medio, en su seno se alberguen amenazas inminentes o potenciales para los Estados Unidos, la segunda ha predicado una gestin esttica, cuanto ms cautelosa, del equilibrio internacional. El realismo es, adems, indiferente en principio a la naturaleza de los regmenes polticos, siempre y cuando la orientacin de su accin exterior no busque la alteracin del equilibrio de poder considerado ideal. Es as como Kissinger, el mago por excelencia de la realpolitik, pudo buscar la constitucin de triarquas o pentarquas durante la poca de la dtente, incluyendo potencias tericamente revolucionarias como la URSS o la Repblica Popular China, acomodables, a su entender, si se satisfacan sus aspiraciones de grandes potencias, en una especie de concierto o directorio mundial reminiscente de la Europa decimonnica14. Ahora bien, ms all de estas diferencias, ya se trate de alterar o preservar el orden internacional segn convenga, neocons y realistas coinciden en algo fundamental: garantizar que ese orden se asiente en una hegemona estadounidense incontestada y, a ser posible, indefinida. La forma de conseguirlo? Evitar por diferentes medios, pero sin excluir ninguno, que aparezca cualquier competidor en el horizonte, ya sea en forma de una gran potencia revanchista o irredenta en la versin realista de Rice o como movimiento o ideologa de contornos difusos pero efectos letales, al modo de la Yihad Islmica en la de sus supuestos adversarios neoconservadores15. Pese a superficiales contradicciones y enfrentamientos entre una y otra corriente, siempre fciles de exagerar en los titulares, esta coincidencia en lo esencial entre realistas y neoconservadores, con independencia de que unos y otros se alternen en su direccin, formar el ncleo de la poltica exterior estadounidense durante un perodo que se extender ms all de la actual presidencia. El patrn que veremos emerger ser, en este sentido, el de una clsica divisin de labores de acuerdo con el principio de especializacin. Algo de ello ya se est anunciando en el primer acto de este segundo mandato.

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UNA NUEVA OPORTUNIDAD PARA LOS REALISTAS


La reeleccin de George W. Bush fue saludada con muestras de comprensible pesadumbre por quienes se opusieron con mayor intensidad a sus polticas durante los previos cuatro aos. Entre los ms crticos no faltaban quienes a finales del pasado ao, ante las dificultades de la ocupacin en Irak o el estancamiento del proyecto del Gran Oriente Medio las dos grandes manzanas de la discordia entre partidarios y detractores de la agenda radical republicana esperaban algn tipo de acto de contricin y propsito de enmienda por parte de un ms humilde Bush. En vano. Como se adelant ms arriba, una rpida sucesin de cambios o nuevas formaciones de gobierno, comenzando por Kabul y Kiev, pasando por la Autoridad Nacional Palestina e Irak y culminando, de momento, en el Lbano, han devuelto la iniciativa temporalmente a Washington. Ante esta concatenacin de lo que los afines16 no han dudado en calificar como muestras de una ola democratizadora desencadenada tras la conquista de Bagdag y destinada a derribar el muro de la autocracia islmica, era difcil esperar un cambio de orientacin. As, las manifestaciones pblicas de la segunda Administracin Bush durante sus primeras semanas parecieron reafirmar sin fisuras el mensaje neoconservador dominante en los ltimos tres aos. En su discurso de inauguracin del 20 de enero de 2005, y en otras intervenciones posteriores, Bush reiter e incluso amplific sus ms conocidos acordes. En esas ocasiones, vino a sealar que la seguridad de los Estados Unidos y la pervivencia de su modelo y sistema de valores slo sern posibles en la medida en que la llama de la libertad se extienda por el mundo y caigan los regmenes tirnicos. A las palabras siguieron los actos. En los primeros dos meses del nuevo ao asistimos a una ofensiva contra tres de esos regmenes directa o indirectamente acusados ya sea de promover activa o pasivamente la Yihad (Siria), de buscar la posesin del arma nuclear (Corea del Norte), o de albergar ambos oscuros designios (Irn). Implcita en el mensaje y explcita en los actos, por supuesto, estaba la advertencia de que los tres estados mencionados, entre otros17, podran terminar del mismo modo que el Afganistn de los talibanes o el Irak de Sadam Hussein. De hecho, las iniciativas exteriores ms llamativas adoptadas hasta el presente por Washington han consistido en serias andanadas, por el momento diplomticas, a los tres miembros del renovado eje del mal. Dejando aparte el particular caso de Pyongyang, donde el delicado equilibrio en la pennsula coreana y la ambigua relacin entre los Estados Unidos y China desempean un papel fundamental al explicar una siempre aconsejable cautela, incluso en el tono de las recriminaciones, en lo relativo a Damasco y Tehern la presin estadounidense fue creciendo de intensidad hasta el punto de haber forzado, a finales de febrero, una declaracin de mutuo apoyo entre el rgimen secular sirio y el teocrtico iran. Alianza de circunstancias cuyo real alcance est por determinar, pero buena muestra de hasta qu extremo los

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dos regmenes se sienten asediados por los cambios inducidos en Oriente Medio. Tambin seal de que, en lo relativo a esa regin, mientras se mantenga o incremente el impulso de las reformas, los neoconservadores seguirn marcando el paso. Implica ello una derrota, siempre a la bsqueda del fcil titular, de los realistas? Habremos de retornar, tras haberla descartado, a la vieja dicotoma? No lo parece. En sus recientes visitas a Europa, tanto Rice como Bush han mostrado, al menos en el tono, una actitud conciliadora en la que algunos se han apresurado, en sentido contrario, a entrever una desautorizacin del pasado radicalismo. Al anunciar en el Instituto de Estudios Polticos de Pars un nuevo captulo para la diplomacia, saludar la creciente unidad de Europa y solicitar un fortalecimiento de la Alianza Atlntica, la secretaria de Estado pareca incluso alejarse de sus orgenes realistas y acercarse a la tradicin internacionalista liberal, todava si cabe ms abandonada18. Ahora bien, en el mismo discurso no faltaron referencias a la revolucin de la libertad, a la necesidad de acelerar las reformas en el mundo rabe y, horror de los horrores, a las virtudes de las coaliciones de voluntarios. Idntica calculada ambigedad puede encontrarse en el discurso de Bush en Bruselas de 21 de febrero19, un encaje de bolillos realizado con puntadas neoconservadoras hay que poner fin al statu quo de tirana y desesperanza en Oriente Medio y realistas; guios a potencias tradicionales como el Reino Unido, Francia, Alemania y Rusia, as como detalles ornamentales multilaterales, como las referencias al Consenso de Monterrey sobre el desarrollo o la lucha contra el Sida. La misma agenda de la visita, con una parada en Bruselas ante las instituciones comunitarias y visibles citas bilaterales con Chirac en Bruselas, Schreder en Alemania y Putin en Bratislava, estaba perfectamente diseada para enviar el mensaje de que el nuevo Bush est dispuesto a jugar sus cartas con una sofisticacin que en l se supona desconocida: dispuesto a hablar con una Europa unida, pero acercndose a las capitales dscolas que siempre se han arrogado una voz propia o en concierto limitado a los elegidos. Si, conforme a lo anterior, hemos visto que una realista dura como Rice ha sabido adaptarse a los tiempos y adoptar parcialmente al inicio de su Secretara el lenguaje, y se supone que tambin la visin, de los neoconservadores, lo mismo se puede decir de stos. En un movimiento acompasado, aunque menos percibido por los medios, uno de sus ms conocidos representantes, Douglas J. Feith, estratega poltico del Departamento de Defensa, iniciaba una aproximacin hacia el otro campo. En una intervencin el 17 de febrero ante el Council of Foreign Relations, Feith desvelaba ante un selecto auditorio las prioridades de la nueva Revisin Cuadrienal de Defensa en lnea, afirm, con la Estrategia de Seguridad Nacional de 2002. Al enumerar los fenmenos internacionales que estaban siendo tenidos en cuenta en el nuevo ciclo de planificacin, Feith mencion las armas de destruccin masiva, el extremismo terrorista, los riesgos planteados por los estados fallidos y las elecciones estratgicas a las que han de hacer frente los mayores poderes mundiales, especialmente

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pases como China, con su rpido crecimiento. Apenas hizo hincapi, si acaso para rebajar su importancia, en los cambios de rgimen y su democratizacin por la fuerza. Es ms, en un lenguaje prestado del captulo VIII de la mencionada Estrategia de Seguridad Nacional de 2002, atribuido al perodo realista de la propia Rice, Feith afirmaba que mantenemos nuestro inters en las relaciones entre los mayores poderes mundiales, mencionando expresamente a Rusia, India y China. En ltima instancia, conclua, la seguridad nacional de los Estados Unidos es fortalecida cuando promueve un mundo bien ordenado de estados soberanos20. Sorprendente afirmacin en boca de un supuesto revolucionario que bien hubiera podido suscribir un prncipe de la reaccin como Metternich y, sin duda, habr reconfortado a su mejor alumno, Kissinger. En suma, Afganistn, Irak, incluso el designio de Gran Oriente Medio, por importantes que sean y por mucha y merecida atencin que conciten no son los nicos campos de batalla donde se juega el futuro de la hegemona estadounidense. Quiz dentro de unos aos o dcadas ni siquiera sean percibidos como los ms importantes. Es ms, y esta es una perspectiva ms probable de lo que muchos vaticinan, aunque se afirme la presencia estadounidense en el nuevo Oriente Medio y progrese con dificultades el formidable proyecto de ingeniera poltica destinado a cambiar los regmenes araboislmicos ms proclives a albergar o animar pasiva o activamente la Yihad, se ir haciendo cada vez ms claro en el horizonte que el destino del orden mundial no depender de las iniciativas unilaterales estadounidenses, sino que volver a plantearse en las ms tradicionales ecuaciones de poltica de poder entre un nmero limitado de grandes potencias. Realistas y neoconservadores se estn ya preparando para ese familiar futuro.

Notas 1. Vase, por ejemplo, KERN, Soren. Por qu EEUU mantendr su enrgica poltica exterior (20.12.2004). Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratgicos. (En lnea). Http://www.realinstitutoelcano.org. 2. GADDIS, J.L. Grand Strategy in the Second Term. Foreign Affairs ( January/ February 2005). P. 2-15. 3. Sobre la obra filosfica de Strauss puede consultarse con provecho el ensayo de TANGUAY, Daniel. Leo Strauss: Une biographie intellectuelle. Pars: Grasset, 2003. Tambin el artculo de LILLA, Mark. Leo Strauss: The European. The New York Review of Books (21 October 2004). P.58-60. 4. Como fuera novelada por el escritor esloveno Vladimir Bartol en su obra Alamut, inspirada en la vida del fundador de la secta de los asesinos, conocido como el Viejo de la montaa.

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5. BLOOM, Allan The Closing of the American Mind. New York: Simon and Schuster, 1988. 6. El proceso ha sido relatado por uno de sus protagonistas, KRISTOL, Irving., Neo-Conservatism. The Autobiography of an Idea. New York: Free Press, 1995. 7. MICKLETHWAIT, John y WOOLDRIDGE, Adrian. The Right Nation. Conservative Power in America. New York: The Penguin Press, 2004. 8. Sobre la alegada naturaleza revolucionaria de la poltica exterior estadounidense bajo la primera Administracin de George W. Bush se puede consultar el artculo de SCHLESINGER Jr., Arthur. Eyeless in Iraq. The New York Review of Books (23 Octubre,2003). P. 24-27. Tambin el libro de DAALDER, Ivo H. Y LINDSAY, James M. America Unbound: The Bush Revolution in Foreign Policy. Washington D.C: Brookings Institution Press, 2003. 9. Vid sobre la convergencia de liberales y realistas, desde Wilson hasta Bush padre, en un comn objetivo de garantizar para los EEUU una hegemona global poltica y econmica, la obra de JUDIS, John B. The folly of Empire. What George W. Bush Could Learn from Theodore Roosevelt and Woodrow Wilson. New York: Scribner, 2004. 10. RICE, Condoleezza, Promoting the National Interest. Foreign Affairs (January/ February 2000). 11. Vid BRZEZINSKI, Z. The Choice. Global Dominance or Global Leadership. New York: Basic Books, 2004. 12. La mejor narracin sobre el ascenso del equipo neoconservador en poltica exterior desde los aos sesenta hasta su privilegiada situacin en las dos presidencias de George W. Bush sigue siendo la ofrecida por MANN, James. Rise of the Vulcans. The History of Bushs War Cabinet. New York: Viking Penguin, 2004. 13. Vid. CHACE, James. Empire, Anyone? The New York Review of Books (7 October, 2004). P. 15-18. 14. Vid HANHIMKI, Jussi. The Flawed Architect. Henry Kissinger and American Foreign Policy. New York: Oxford University Press, 2004. 15. Sobre la pertenencia ltima del realismo clsico estadounidense y del neoconservadurismo a una misma tradicin geopoltica angloamericana, Vid. MARTINEZ MONTES, Luis Francisco. La poltica exterior de los EEUU: continuidad y cambio. Tiempo de Paz. No. 73 (verano 2004). 16. Vid KRAUTHAMMER, Charles. The Road to Damascus. Washington Post (4 marzo 2005). Incluso el circunspecto The Economist se ha sumado al coro, vid. The Economist, Something stirs ( 5-11 marzo 2005). P. 25-26. 17. En su confirmacin ante el Senado, Condoleezza Rice incluy entre las tiranas en el punto de mira de Washington, adems de las mencionadas por Bush, a Cuba, Myanmar, Bielarus y Zimbabwe. 18. El discurso de C. Rice es accesible en Internet: Http//www.state.gov/secretary/rm/2005/41973.htm 19. El discurso de Bush en Bruselas puede leerse en Internet: Http//www.cfr.org/transition2005/pub7854/george_w_bush/ 20. Vid FEITH, Douglas J. National Defence in the Second Term. Discurso de 17 de febrero de 2005 ante el Council of Foreign Relations. Edicin electrnica en http//www.cfr.org/publication.

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