MACKINTYRE Alasdair Tras La Vritud
MACKINTYRE Alasdair Tras La Vritud
MACKINTYRE Alasdair Tras La Vritud
TRAS LA VIRTUD
Traduccin castellana de
AMELIA VALCAACEL
EDITORIAL CRITICA
Grupo editorial Grijalbo
BARCELONA
PREFACIO
Est.: li/Jro surge de una rr:flexi11 amplia sobre las deficiencias
Je mis primeros trabajo1 sohre filosofa moral y de la insatisfac-
,-in Cl'ecie!tte acerca de !a concepcin de la filosofa moral)> como
:m rea independiente y aislab!e de investigacin. Un tema central
de /
1
tiC!!a fh<rtc de esas primeras .,bras (A Short Hisrory of Ethics.
7966; Secularsation and Change, 1967; Against the Self-
Images of [he Age, 1971) era que la historia y la antropologa deban
seruimos para aprender la variedad de las prcticas morales, creencias
y esquemas conceptuales. La nocin de que el filsofo moral puede
estudiar los conceptos de !a moral simpleme11te reflexionando, estilo
silln de Oxford, sobre lo que l o ella y los que tiene alrededor
dicen o hacen. es estril. No encontrado nin.grma buena razn
para abandonar este ::mnnrcimicnto, y a los Estados Unidos
'.'!e .':a enselado 'fUe .:unque el silln est en Cambridge, Massachu-
set!s. o en Princcto11. ?-Jueu,z _Terse), 110 funciona meior. Pero en el
IHismo momento en qrte estaba afirmando la uariedad y
lleidad de las creencias, las prcticas y los conceptos morales, quedaba
r.!aro que 1.11e estaba comprometiendo con valoraciones de ot!'as
peculiares cretncias, prcticas y conceptos. Di, o intent dar, por
eiemplo, cuenta clel surgimiento o declive de distilttas concepciones
de ht moral: )' era claro para los dems, como deba haber!o sido
para m. que mis consideraciones histric,s y socol!!,icas estaban,
v 110 poJfmz por menos de estar, informadas por un punto de vista
taloratho determinado. Ms en pal'ticular, pareca que estaba afir
mando que !a naturaleza de ltl percepcin comtn de la moralidad y
del inicio moral en !as distintas sociedades modemas era tal, que ya
110 resultaba posible apelar a criterios morales de la misma forma
<fUe lo bab,1 sido en otros tiempos y lugares -y esto era una cala-
10 TRAS LA VIRTUD
midad moral! Pero, si mi propio anlisis era correcto, a qu podra
acudir?
Por la misma poca, incluso desde que tuve e! privileg,io de ser
colaborador de la extraordinaria revista The New Reusoner, haba
estado preocupado por la cuestin del funclmnento para el rechazo
moral del estalinismo. Muchos de los que rechaza/Jan el estalinismo
lo invocando de nuevo los principios de aquel liberalismo en
cuya crtica tuvo su origen el marxismo. Puesto que yo continuaba,
y contimo, aceptando mbstancialmente tal crtica. esa respuesta no
me era de utilidad. Uno no puede -escribl r:!spondiendo a le!
posima mtonces tomada por Leszek Ko!al:nwsl- el co;.
tenido moral del marxismo tomando simplemente una estali-
llista del desarrollo histrico y aadindole la moral liberal (New
Reasoncr, 7. fl. 100). Adems. llegu a ente!dcr qne el propio mar-
xismo ba padecido un serio y perjudicial empobrecimic11to moral ct
cawa de !o que en l baha de herencia del .'/l(iivitlualismo liberal
tanto como de su desviacin del liberalismo.
La conclusin a que llegu y que incorporo en este libro -si bien
el marxismo propiamente dicho es slo una preocupacin marginal
dentro del mismo- es que los defectos y fallos de la moral marxista
mrgen del grado en que ste, lo mismo que el individualismo liberal,
encarna el ethos caracterstico del mundo modemo y modernizante,
y que nada menos que el rechazo de una .'!,an parte de dicho ethos
nos proveer de un punto de vista racional y moralmente de.fendible
desde el que juzgar y actuar, y en cuyos trminos cz:alttar los diversos
y bctt!mgneos esquemas morales rivales qtte se disputan nuestra leal-
tad. Esta drstica conclusin, apenas necesito aiiadir!o. no debe recaer
sobre aquellos cuyas generosas y justas crticas bacia mi obra tem-
prana me capacitaron para entender en buena parte, rmnqtte quiz no
por completo, lo que en e[[, estaba equivocado: Eric Jolm, J. M. Ca-
meron y Atan Ryan. Tampoco responsabilizara ele esta conclusin
a aquellos amigos y colegas cuya influencia ha sido constante durante
un gran ntmero de aos y con quienes estoy sobremanera en deuda:
Henz Lubasz y Marx \Vartofsky.
Dos de mis en la Universidad de Boston le')'cron impor-
tantes fragmentos de mi manuscrito y me hicieron lllttcbas ztiles e
iluminadoras sugerencias. Tengo una gran deuda de gratitud con
Thomas lvicCarthy y Elizabeth Rapaport. Otros colegas con quienes
tambin estoy en deuda en muchos aspectos por parecidas sugerencias
PREFACIO
11
son Mar;orie Grene y Richard Rorty. Por escribir y reescribir a
mquina este libro estoy profundamwtc agradecido 11 Julie Keith
Conley y por varias cl<1ses ele wyucla e.'t !a produccin del manuscrito
,lebo dar las gracias c1 Rosalie Carl.w1t y Z.mz Cbapin. 'f,zmbin estoy
!'!liY en deuda con !ils organizaciones del Bostott Athe:?aeum y la
London
Partes de este libro Jan sido leidas a :arios gmpos y sus amplias
reacciones crticas han sido del mximo talor para m. En partiwlar
,febo citar al grupo dedicado durante tres mos al estudio continuo
de !os Fundamentos de la tica e el H.:1stings Center, con la
aruc/,1 de una subuenci1t del Natimu! E:tdowment for :he Huma-
1tilics; breves de las ponencr pr;?sentadas a este .'l.rupo en
los volmenes III y IV de {a serie so!,e The Foundarions of Ethics
:me! its Relutionship ro rhc Scienccs r .\' 1.
0
80!, .ri' :.:ub!ican en
!os ,.zptulos 9 y 14 j este libro y ,;,grcu'e:::co ,[ fl<lstings I.'lstitute
uf Societ:,, Ethics tll!d de Life Scio;c.s 1:: f1t'l'l!!iso para rcimprimir-
ic!S. Debo citar con profw:da grotit:d ;; otroJ los .;rupos: a los
:11ienzbros de la facultad y i.!Stttdiantes gr!!duados del Departamento
,li.! Filosofa de la Universidad de Notre Dame, cuyas invitaciones a
participa,- en ms Perspective Lectures Series me permitieron algunas
,le ms importantes oportunidades de de:wrrollar las ideas de
este libm, y a los miembros de mi N. E. H. Seminar en [a Univer-
_,.;J,:J de Bastan, r:n e'! !'CI'<ii!O de 1978. C:l\\1 cr.itica de
.'.'.'i obra sobre las .:irt:td:!s iug una parte fmpnrt,:zte e:t m instruc-
,.';:. Por el mismo :.owtho, debo dm /,;; gracias !lit.:/ :e::: ms al
,.- ... r;':.'o National Emlou.:mcnt for tbe J-!;:Janities.
La dedicatoria de ,:ste libro expresa w:.'l deuda de orden ms /ttn-
,/dJi:ental; solamente si yo hubiera reconocido antes stl carcter funda-
"!enhl!, mi progreso hacia !as conclttsiones de este libro podra haber
s.',!o :m poco menos :ortuoJo. Pero qui:::.i iiO habra podido recono-
culo ni siquiera como .zyuda para cS<Is mnciusiones, de 110 haber
sido por lo que debo a mi esposa. Lymt Sumida _Toy, tfllc! en r:sto
nmcho ms es sine qua non.
A. M.
\X-\al!rtown, Mass.
l. UNA INQUIETANTE
Imaginemos que ias ciencias naturales fueran a sufrir los efectos
de una catstrofe. LJ masa Jel pblico culpa a los cientficos Je una
serie de desastres :unbienraks. Por todas partes se producen motines,
los laboratorios son incendiados, los fsicos son linchados, los libros
e instrumentos, destruidos. Por ltimo, el movimiento poltico Nin-
gn-Saber toma el poder y victoriosamente procede a la abolicin
de la ciencia que se ensea en colegios y universidades apresando y
ejecutando a los cientficos que restan. Ms tarde se produce una reac-
cin contra este movimienro destructivo y la gente ilustrada intenta
resucitar la ciencia, :mnque han olvidado en gran parte lo que fue.
A pesar de ello poseen f:a::mentos: cierto conoc:miento de los expe-
rimentos desgajado de cualquier conocimiento del contexto terico
que les daba significado; partes de teoras sin relacin tampoco con
otro fragmento o d.;: :,:ora que poseen, ni con la experimenta-
cin; instrumentos cuyo uso ha sido olvidado; semicaptulos de
libros, pginas sueltas de artculos, no siempre del todo legibles por-
que estn rotos y chamuscados. Pese a ello todos esos fragmentos
son reincorporados en un conjunto de prcticas que se llevan a cabo
bajo los ttulos renacidos de fsica, qumica y biologa. Los adultos
disputan entre ellos sobre los mritos respectivos de la teora de la
relatividad, la teora de la evolucin y la teora del flogisto, aunque
poseen solamente un conocimiento muy parcial de cada una. Los
nios aprenden de memoria las partes sobrevivientes de la tabla peri-
dica y recitan como ensalmos algunos de los teoremas de Euclides.
Nadie, o casi nadie, comprende que lo que estn haciendo no es cien-
cia natural en ningn sentido correcto. Todo lo que hacen y dicen
se somete a ciertos cnones de consistencia y coherencia y los contex
14
.
TRAS LA VIRTUD
tos que seran necesarios para dar sentido a toda esta actividad se
han perdido, quizs irremediablemente.
En tal cultura, los hombres usaran expresiones ccmo neutrino,
masa, <<gravedad especfica>>, peso atmico, de modo sistemtico
y a menudo con ilacin m:s o menos similar a los modos en que
tales expresiones eran usadas en los tiempos anteriores a la prdida
de la mayor parte del patrimonio cientfico. Pero muchas de las
creencias implcitas en el uso Je esas expresiones se habran perdido
y se revebrh1 un demento de arbitrariedad y tambin de eleccin
fortuita en su aplicacin que sin duda nos parecera sorprendente.
Abundaran !as premisus ap:1rentemente contrarias y excluyentes entre
s, no soportadns por ningn argumento. Apareceran teor:Is subjeti-
vistas de la ciencia y seran criticadas por aquellos que sostuvieran
que la nocin de verdad, incorporada en lo que decan ser ciencia, era
incompatible con el subjetivismo.
Este mundo posible imaginario se aproxima mucho a alguno de
los que han construido los escritores de ciencia ficcin. Podemos des-
cribirlo como un mundo en el que el lenguaje de las ciencias natura-
les, o por lo menos partes de l, contina siendo usado, pero en un
grave estado de desorden. Notemos que la filosofa analtica, si llega-
se a florecer en ese mundo imaginario, no sera capaz de revelar la
realidad de este desorden. Porque las tcnicas de la filosofa analtica
son esencialmente clescripriv:Js. y ms concretamente descriptivas del
lenguaje del presente en tanto que tal. El filsofo analtico sera capaz
de elucidar las estructuras conceptuales de lo que pasara por pen-
samiento cientfico y discurso en ese mundo imaginario, precisamente
en In forma en que l mismo elucida las estructuras concepruales de
la ciencia tal como es.
Tampoco la fenomenologa o el existencialismo seran capaces de
discernir nada incorrecto. Todas las estructuras de la intencionalidad
seran lo que ahora son. La tarea de suministrar una bnse epistemo-
lgica para esos falsos simulacros de ciencia natural, (!n trminos
fenomenolgicos no diferira de esa misma tarea tal como se afronta
en el presente. Un Husserl o un Merleau-Ponty quedaran tan enga-
ados como un Strnwson o un Quine.
A qu viene construir este mundo imaginario babitado por
pseudocientficos ficticios y una filosofa real y verdadera? La hipte-
sis que quiero adelantar es que, en el mundo actual que habitamos,
el lenguaje de h moral est en el mismo grave estado de desorden
UNA SUGERENCIA INQUIETANTE
15
que el lenguaje de las ciencias naturales e el mundo imaginario que
he descrito. Lo que poseernos, si este parecer es verdadero, son
fragmentos de un esquema conceptual, partes a las que ahora faltan
los contextos de los que derivaba su signii1cado. Poseemos, en efecto,
simulacros de moraL continuamos usando muchas de l:Js expresiones-!
clave. Pero hemos perdido --en gran parte, si no enteramente-
nuestra comprensin, tanto terica como prctica, de la moral.
Cmo es posible que sea as? El impulso de rechazar completa-
mente esta sugerencia sed seguramente muy fuerte. Nuestra capaci-
dad para usar el lenguaje moraL para ser guiados por el razonamiento
moral, para ddinir nuestras transacciones con otros en trminos mo-
rales, es tan fundamental para la visin de nosotros mismos, que
plantearse la posibilidad de que seamos radicalmente incapaces a tal
respecto es preguntarse por un cambio en nuestra visin de lo que
somos y hacernos difcil de realizar. Pero acerca Jc dicha hiptesis
sabemos ya dos cosas que importa considerar i.niciaimente s vamos
a efectuar tal cambio en nuestro punto de vista. La primera es que el
anlisis filosfico no nos ayudar. En el mundo real, las filosofas
dominantes del presente, la analtica y la fenomenolgica, sern impo-
tentes para detectar los desrdenes en el pensamiento y la prctica
moral, como lo eran tambin antes los desrdenes de la ciencia en
nuestro mundo imaginario. No obstante, la impotencia de esta clase
de filosofa no nos deja completamente desprovistas de recursos. Un
prerrequisiro pura entender d estado de desorden en ei mundo ima-
ginario sera el de entender su historia, una historia que debera escri-
birse en tres etapas diferentes. La primera etapa fue : ~ q u d l a en que
iloreci la ciencia natural: la segunda, aquella en que suiri Ir. cats-
ttofe, y la tercera aquella en que fue restaurada, aunque bajo una
forma daada y desordenada. Observemos que esta hisroria, sindolo
de declive y cada, est informada por normas. No puede ser una
crnica valorativamente neurra. La forma del rebro, la divisin en
etapas, presuponen criterios de realizacin o fracaso, de orden y
desorden. A eso lo llam Hegel filosofa de la historia, y Colling-
wood consider que as debe ser toda escritura histrica acertada.
De manera que, si busdramos recursos para investigar la hiptesis
que he sugerido acerca de la moral, por extraa e improbable que
ahora pueda parecer, deberamos preguntarnos si podemos encontrar
en el tipo de filosofa e historia propuesto por autores como Hegel
y Collingwood -por supuesto tan diferentes entre s como los auto-
16 TRAS VIRTUD
res mismos- recursos que no podemos encontrar en la filosofa ana-
ltica y fenomenolgica.
Pero esta sugerencia lleva inmediatamente a considerar una difi-
cultad crucial para mi hiptesis. Una objecin a la visin del mundo
imaginario que he construido, dejando fuera mi visin del mundo
real, es que los habitantes del mundo imaginario llegaron a un punto
en que dejaron de comprender la naturaleza de la catstrofe que
haban padecido. Pero no es cierto que un suceso de tan
narias dimensiones histricas no habra podido olvidarse a tal punto,
que hubiera desaparecido de la memoria y no pudiera recuperarse a
travs de los registros histricos? Y no es cierto que lo postulado
para ese mundo ficticio vale an con ms fuerza para nuestro propio
mundo real? Si una catstrofe capaz de llevar el lenguaje y la prctica
de la moral a tal grave desorden hubiera ocurrido, de seguro que lo
.sabramos todo sobre ella. Sera uno de los hechos centrales de nues-
tra hisroria. Sin embargo, se puede objetar que la historia est delante
de nuestros ojos y no registra ninguna catstrofe similar y que, por
tanto, mi hiptesis debe ser, simplemente, abandonada. A esto debo
!COnceder que an est pendiente de ser desarrollada y que, por des-
gracia, al principio ese desarrollo parecer todava menos verosmil.
Porque la catstrofe realmente ocurrida debe haber sido de tal natu-
raleza que nadie --con excepcin de unos pocos- la reconoci ni
la ha reconocido luego como una catstrofe. Habrn de considerarse,
no unos cuantos acontecimientos llamativos y extraordinarios cuyo
,carcter sea incomestablemente claro, sino un proceso mucho ms
Jmplio y complejo, menos fcil de identificar, y cuya verdadera naru-
.::aleza probablemente estar abierta a interpretaciones rivales. Con
wdo, la implausibilidad inicial de esta parte de la hiptesis puede,
sin embargo, paliarse por medio de otra sugerencia.
Hoy por hoy y en nuestra cultura, historia quiere decir historia
acadmica, y la historia acadmica tiene menos de dos siglos. Supon-
-gamos que se diera el caso de que la catstrofe de que habla mi hip-
cesis hubiera ocurrido antes, mucho antes, de que se fundara la
historia acadmica, de modo que los presupuestos morales y otras
proposiciones evaluativas de la historia acadmica seran um conse-
cuencia de las formas de desorden que se produjeron. En este supues-
to, el punto de vista de la historia acadmica, dada su postura de
neutralidad valorativa, hara que el desorden moral permaneciera en
gran parte invisible. Todo lo que el historiador -y lo que vale para
UNA SUGERENCIA INQUIETANTE
17
el historiador vale para el cientfico social- sera capaz de percibir
con arreglo a los cnones y categoras de su disciplina es que una
moral sucede a otra: el puritanismo del siglo xvn, el hedonismo del
siglo XVIII, la tica victoriana del trabajo, y as sucesivamente; pero
el lenguaje mismo de orden y desorden no estara su ;_Jcance. Si esto
fuera as, al menos servira para explicar por qu Jo que yo tengo
por mundo real y su destino no ha sido reconocido por la ortodoxia
Ya que las propias formas de la ortodoxia acadmica
seran parte de los sntomas del desastre cuya existencia la ortodoxia
obliga a desconocer. Buena parte de la historia y la socioluga acadm-
c:ts -la historia de un Namier o un Hofstadter, y la sociologa de
un Merton o un Lipset- est tan lejos, despus de roda, de las
posiciones histricas Je Hegel y de Collingwood, como buena parte
de la filosofa acadmica lo est de sus perspecti\as 1-ijosficas.
A muchos lectores puede parecerles que, s<.:gn he elaborado mi
hiptesis inicial, he ido paso :.1 paso privndome :.1 m mismo casi de
cualquier aliado en la discusin. Pero, no es exactamente esto lo
que la propia hiptesis exige? Porque, si la hiptesis es verdadera,
tiene que parecer necesariamente implausible, ya que una de las
maneras en que se ha enunciado la hiptesis consiste precisamente
en afirmar que estamos en una condicin que casi nadie reconoce y
que quiz nadie pueda reconocerla completamente. Si mi hiptesis
hubiera parecido plausible en un principio. segur:unence sera falsa.
Y, por ltimo, si mantener esta hiptesis me coloca en una postura
este antagonismo es muy diferente del planteado por el
tadicalismo moderno, por ejemplo. Porque el radical moderno tiene
rama confianza en la expresin moral de sus posturas y, por consi-
guiente, en los usos asertivos de la retrica moral, como la que tenga
cualquier conservador. Sea lo que sea lo que denuncie en nuestra
cultura, est seguro de hallarse todava en posesin de los recursos
morales que necesita para denunciarlo. Es posible que todo lo dems
est, en su opinin, del revs. Pero el lenguaje de la moral, tal como
es, le parecer justo. Que pueda estar siendo traicionado por el mis-
mo lenguaje que utiliza, es un pensamiento que no se le alcanza.
Es intencin de este libro poner tal pensamiento alcance de radi-
cales, liberales y conservadores a la par. Sin embargo, no aspiro a
convertirlo en un pensamiento agradable, porque si lo que digo es
verdad, nos hallamos en un estado tan desastroso que no podemos
confiar en un remedio general.
18 TRAS LA VI-RTUD .
Pero no vayamos a suponer que la conclusin que saldr de todo
esto resulte desesperada. La a1tgustia es una emocin que se pone
de moda peridicamente y la lectura errnea de algunos textos exis-
tencialistas ha convertido In desesperacin misma en una especie de
lugar comn psicolgico. Ahora bien, si nos bailamos en ral mal
estado como me lo parece, el pesimismo resultar tambin otro lujo
cultural del cual habr que prescindir para sobrevivir en estos duros
tiempos.
Naturalmente no puedo negar, mi tesis lo comporta, que el len-
guaje y ]as apariencias de Ja moral persisten aun cuando Ja substan-
cia ntegra de la moral haya sido fragmentada en gran medida y
luego parcialmente destruid:.t. Por ello no hay inconsistencia cuando
hablo, como har a continuacin, de las actitudes y de los argumen-
tos contempodneos en materia de moral. Por ahora me limito a
hacerle al presente la cortesa de hablar de l utilizando su propio
vocabulario.
! LA NATURALEZA DEL DESACuERDO
0t10RAL i\CTUz\L Y LAS PRETENSIONES
DEL EMOTIVISMO
El rr1sgo ms chocante:! del lenguaje moral ronremporneo es que
gr:m parte de l se usa p a r : ~ e::presar desacue.--dos; y el rasgo ms
sorprendente de los debates en que esos desr1c-.rerdos se expresan es
su c::mcrer interminable. Con esto no me refiero a que dichos debates
siguen y siguen y siguen -aunque tambin ocurre-, sino a que por
lo visto no pueden encontrar un trmino. Parece que no hay un modo
racional de afianzar un acuerdo moral en nuestta cultura. Considere-
mos tres ejemplos de debate moral contemporneo, organizados en
rrminos de argumentaciones morales rivales tpicas y bien conocidas.
l. a) La guerra justa es aquella en la que el bien a conseguir
pesa ms que los males que llevarla adelante wnlleva, y en la que
se puede distinguir con claridad entre los comb:nientcs --cuyas vidas
estn en peiigro- y los no combatientes inocentes. Pero en la guerra
moderna nunca se puede contiar en un clculo de su escalada futura
y en la prctica no es aplicable la distincin emre combatientes y no
combacnres. Por lo wmo, ninguna guerra moderna puede ser justa
y todos tenemos ahora el deber de ser pacifistas.
b) Si quieres la paz, prepara la guerra. Ln nica manera de
alcanzar la paz es disuadir a los agresores potenciales. Por mnro, se
debe incrementar el propio armamento y dejar claro que los planes
propios no excluyen ninguna escala de coni1cto en particular. Algo
ineludible para que esto quede claro es estar preparado para luchar
en guerras limitadas y no slo eso, sino para lkgar ms all, sobre-
pasando el lmite nuclear en ciertas situaciones. De otro modo, no se
podd evitar la guerra y se resultar vencido.
20 TRAS LA VIRTUD
e) Las guerras entre las grandes potencias son puramente des-
tructivas; pero las guerras que se llevan a cabo para liberar a los
grupos oprimidos, especialmente en el Tercer Mundo, son necesarias
y por tamo medios justos para destruir el dominio explotador que
se alza cmrc la humanidad y su felicidad.
2. a) C.1Ja cual, hombre o mujer, tiene ciertos derechos sobre
su propia persona, que induyen al propio cuerpo. De la naturaleza
de estos derechos se sigue que, en el estadio en que el embrin es
parte esencial Jd cuerpo de la madre, sta tiene derecho a tomar
su propia decisin de abortar o no, sin coacciones. Por lo tanto el
aborto es moralmente permisible y debe ser permitido por la ley.
b) No puedo desear que mi madre hubiera abortado cuando
estaba embarazada de m, salvo quizs ante la seguridad de que
el embrin estuviera muerto o gravemente daado. Pero si no puedo
desear esro en mi propio caso, cmo puedo consecuentemente negar
a otros el derecho a la vida que reclamo para m mismo? Rompera
la llamada Regla de Oro de la moral, y por tanto debo negar que la
madre tenga en general derecho al aborto. Por supuesto, esta conse-
cuencia no me obliga a propugnar que el aborto deba ser legalmente
prohibido.
e) Asesinar es malo. Asesinar es acabar con una vida inocente.
Un embrin es un ser humano individual identificable, que slo se
diferencia de un recin nacido por estar en una etapa ms temprana
de la larga ruta hacia la plenitud adulta y, si. cualquier vida es ino-
cente, la dd embrin lo es tambin. Si d infttncicidio es un asesinato,
y lo es, entonces el aborto es un asesinato. Por tanto, el aborto no
es slo moraimente malo, sino que debe ser legalmente prohibido.
3. a) La justicia exige que cada ciudadano disfrute, tanto
como sea posible, iguales oportunidades para desarrollar sus talentos
y sus otras potencialidades. Pero las condiciones previas para instau-
rar tal igualdad de oportunidades incluyen un acceso igualitario a las
atenciones saniwrias y a la educacin. Por tanto, la justicia exige que
las autoridades provean de servicios de salud y educacin, financiados
por medio de impuestos, y tambin exige que ningn ciudadano pue-
da adquirir una proporcin inicua de tales servicios. Esto a su vez
exige la abolicin de la enseanza privada y de la prctica mdica
privada.
EL DESACUERDO MORAL ACTUAL Y EL EMOTIVISl\10
21
b) Todo el m un do tiene derecho a con traer las obligaciones
eme y slo esas, a ser libre para realizar el tipo de contrato que
quiera v a determinarse segn su propia libre eleccin. Por tanto,
los deben ejercer su prctica en las condiciones que deseen
: los pacientes ser libres de elegir emre los mdicos. Los profesores
deben ser libres de enseii.ar en las condiciones que escojan y los
alumnos y padres de ir a donde deseen en lo que a educacin res-
pecta. As, la libertad exige no slo la existencia de la prctica mdi-
ca privada y de la enseanza privada, sino adems la abolicin de
cualquier traba a la pr:ctica privada, como las que se imponen me-
diante licencias y reglamentos emitidos por organismos como la uni-
vcrsiJd, la f:.!cultarl de medicina, la AMA
1
y el Estado.
B:1sra con el simpje enunciado de estas argumentacione:; para
recon('Cer la gran influencia de las mismas en nuestra sociedad. Por
supucsw, cuentan con porravoces expertos en articularlas: Herman
K.dm :: el papa, Che Guevara y rviilton Friedm:m se cuentan entre los
varios autores que han expuesto distintas versiones de ellas. Sin em
burgo, es su aparicin en los editoriales de los peridicos y los deba-
tes de segunda enseanza, en los programas de radio y los discursos
de los diputados, en bares, cuarteles y salones, lo que las hace tpicas
y por lo mismo ejemplos importantes aqu. Qu caractersticas sobre-
salientes comparten estos debates y desacuerdos?
Las hay de tres clases. La primera es la que llamar, adaptando
una expresin de de la ciencia, la inconmensurabilidad con-
ceptual de las argumentaciones rivales en cada uno de los tres deba-
tes. Cada uno de los argumentos es lgicamente vlido o puede
desarrollarse con facilidad para que lo sea; las conclusiones se siguen
efectivamente de las premisas. Pero las premisas rivales son tales,
que no tenemos ninguna manera racional de sopesar las pretensiones
de la una con las de la otra. Puesto que cada premisa emplea algn
concepto normativo o evaluativo completamente diferente de los
dems, las pretensiones fundadas en aqullas son de especies total-
mente diferentes. En la primera argumentacin, por ejemplo, las pre-
misas que invocan la justicia y la inocencia se contraponen a otras
prem::ts que invocan el xito y la supervivencia; en la segunda, las
l. Asociacin Mdica Americana, que .:quivule a nuestros Colegios Mdi-
cos. (N. de la t.)
22
TRAS LA VIRTUD
premisas que invocan derechos se oponen a las que invocan una posi-
bilidad de generalizacin; en la tercera, la pretensin de equidad
compite con b de libertad. Precisamente porque no hay establecida
en nuestra sociedad ninguna manera de decidir entre estas pretensio-
nes, las disputas morales se presentan como necesariamente intermi-
nables. A partir de conclusiones rivales podemos retrotraernos hasta
nuestras premisas rivales, pero cuando llegamos a las premisas la dis-
cusion cesa, e invocar una premisa contra otra sera un asunto de
pura alirmacin y contra-afirmacin. De ah, tal vez, el tono ligera-
mente estridente de tanta discusin moral.
Sin embargo, esa estridencia puede tener t::mbin otro origen.
No slo en discusiones con otros nos vemos rpidamente reducidos
a afirmar o contra-afirmar; tambin ocurre en las discusiones que con
nosotros mismos tenemos. Siempre que un agente interviene en el
foro de un debate pblico, es de suponer que ya tI:ne, implcita o
explcitamente, situado en su propio fuero interno d asunto de qut:
se trate. Pero si no poseemos criterios irrebatibles, ni un conjunto
de razones concluyentes por cuyo medio podamos convencer a nues-
tros oponentes, se deduce que en el proceso de reajustar nuestras
propias opiniones no habremos podido apelar a tales criterios o tales
razones. Si me falta cualquier buena razn que invocar contra ti, da
la impresin de que no tengo ninguna buena razn. Parecer, pues,
que adopto mi postura como consecuencia de alguna decisin no
racional. En correspondencia con el carcter inacabable de la discu-
sin pblica aparece un trasfondo inquietante de arbitrariedad pri-
vada. No es para extraarse que nos pongamos , la defensiva y por
consiguiente levantemos la voz.
Un segundo rasgo no menos importante, aunque contraste con
el anterior en estas discusiones, es que no pueden por menos de pre-
sentarse como si fueran argumentaciones racionales e impersonales.
Normalmente se presentan de modo adecuadamente impersonal. Qu
modo es se? Consideremos dos maneras diferentes en que puedo
predisponer a alguien para que realice una determinada accin. En
un primer caso tipo digo: haz tal y La persona a que me
dirijo responde: por qu voy a hacer yo tal y tal?. Yo replico:
porque yo lo No he dado en este caso a la persona a quien
me dirijo ninguna razn para hacer lo que le he ordenado o pedido,
a no ser que, aparte de ello, l o ella posea alguna razn peculiar
para tener mis deseos en cuenta. Si soy un oficial superior, digamos,
EL DESACUERDO MOJtAL ACTUAL Y EL EMOTIVISMO 23
en la polica o en el ejrcito, o tengo poder o autoridad sobre uste-
des, o si me aman o me temen. o necesitan algo de m, entonces
diciendo porque yo lo quiero, s les doy una razn para que se
hag:.1 lo que ordeno, aunque no sea quizs una razn suficiente.
Observemos que. en este caso. el que mi sentencia les d o no una
razn depende de la concurrencia Je ciertas caractersticas en el
momento en que ustedes oyen o se d:.1n por enterados de mi interpe-
lacin. La fuerza motivante de la orden depende en este c:1so del con-
texto personal en que la misnu se produce.
Contrastmosio con el caso en el que la respuesta a la pregunta
por qu hara yo tal y tal?)) (despus de que hubiera dicho
haz tal y tab) no fuera porque yo lo quiero, sino una expresin
como porque complacer gran nmero de personas, o <<porque
es tu deber. En este caso, la razcin que se da para la accin no es
o deja de ser buena razn segn ;e lleve a cabo o no la accin en
cuestin, :>ino que lo es con independencia de quien Ia expresa o
incluso del hecho de ser expres:.1da . \dems se apela a un tipo de con-
sideracin que es independiente de la relacin entre hablante y
oyente. Este uso presupone la existencia de criterios impersonales
(que no dependen de Ias preferencias o actitudes del hablante ni del
oyente), de reglas de justicia, generosidad o deber. El vnculo par-
ticular entre contexto de enunciacin y fuerza de la razn aducida,
que siempre se mantiene en el c:tso de las expresiones de preferencia
o deseos personales, se rompe en el caso de las expresiones morales
y valorativns.
Esta segunda caracterstica de lns sentencias y discusiones mora-
les contemporneas, cuando se combina con la primera, confiere un
aspecto paradjico al desacuerdo moral contemporneo. Pues, si aten-
demos nicamente a la primera caracterstica, es decir a la manera
en que lo que a primera vista parece una argumentacin rpidamente
decae hacia un desacuerdo no argumentado, podramos sacar la con-
clusin de que no existen tales desacuerdos contemporneos, sino
choques entre voluntades antagnicas, cada una de ellas determinada
por un conjunto de elecciones arbitrarias en s mismas. Pero Ja segun-
da caracterstica, el uso de expresiones cuya funcin distintiva en
nuestro lenguaje es dar cuerpo a lo que pretende ser la apelacin a
una regla objetiva, sugiere algo diferente. Puesto gue, incluso
apariencia superficial de argumentacin es una mascarada,
que preguntarnos: Por qu esta mascarada? En qu e
24 TRAS LA VIRTUD
imJportancia de la discusin racional, para imponerse como disfraz
un:versal a quienes se enzarzan en un conflicto moral? No sugiere
estro que la prctica de la discusin moral, en nuestra cultura, expresa
en .el fondo la aspiracin a ser o llegar a ser racional en este aspecto
de nuestras vidas?
La tercera caracterstica sobresaliente del debate moral contem-
pomineo est ntimamente relacionada con las dos anteriores. Es fcil
ver: que las diversas premisas conceptualmente inconmensurables de
las argumentaciones rivales que en esos debates se despliegan tienen
unn amplia variedad de orgenes histricos. El concepto de justicia
que aparece en la primera argumentacin tiene su raz en la enume-
rac.n de las virtudes aristotlicas. La genealoga de la segunda argu-
me:ntacin lleva, a travs de Bismarck y Clausewitz, a lvlaquiaveio.
El concepto de liberacin que aparece en la tercera argumentacin
ticme rafees superficiales en i\'larx y ms profundas en Fiebre. En el
se,T.undo debate, el concepto ele derechos, que tiene sus antecedentes
en !Locke, se enfrenta con un imperativo generalizable reconocible-
kantiano y con una llamada a la ley moral tomista. En el tercer
debate, una argumentacin que se debe a T. H. Green y a Rousseau
co!!Ilpite con otra que tiene por abuelo a Adam Smith. Este catlogo
de grandes nombres es sugerente; sin embargo, puede resultar enga-
osm por dos motivos. La cita de nombres individuales puede con-
duCirnos a subestimar la complejidad de la historia y la antigedad
de 'tales argumentaciones. Y puede llevarnos a buscar esta historia
esta antigedad slo en los escritos de los filsofos y los y
.,n los intrincados cuerpos d.:: teora y prctica que son las cultqras
lmrmanas, cuyas creencias slo de manera parcial y selectiva son expre-
saclias por lsofos y tericos. Empero, ese catlogo de nombres nos
indi:ica cun amplia y heterognea variedad de fuentes morales hemos
hetc:edado. En este contexto la retrica superficial de nuestra cultura
tal vez hable indulgentemente de pluralismo moral, pero esa nocin
de ;pluralismo es demasiado imprecisa, ya que igualmente podra apli-
car:-se a un dilogo ordenado entre puntos de vista interrelacionados
qme a una mezcla malsonante de fragmentos de toda laya. La sospecha
---c\JOl' el momento slo puede ser una sospecha- con la que ms
tar:i:!e habremos de trawr, se aviva cuando nos damos cuenta de que
esms diferentes conceptos que informan nuestro discurso moral origi-
naciiamente estaban integrados en totalidades de teora y prctica ms
a1Il1plias, donde tenan un papel y una funcin suministrados por con-
EL DESACUERDO MORAL ACTUAL Y EL EMOTIVJ..SMO 25
textos de los que ahora han sido privado;. Adems, los conceptos
que empleamos han cambiado de carcter. al menos en algunos casos,
durante los ltimos trescientos aos. En la transicin desde la diver-
sidad de contextos en que tenan su elemento originario hacia nuestra
cultura contempornea. <<virtud y piedad v obligacin e incluso
deber se convirtieron en algo distinto de lo que vez fueran.
Cmo deberamos escribir la historia de tales cambios?
Al tratar de responder a esta pregunta se clarifica mi hiptesis
inicial en conexin con los rasgos del debate moral contemporneo.
Pues si estoy en lo cierto al suponer que el lenguaje pas de
un estado de orden a un estado de desorden, esa transicin se refle-1
jar, y en parte consistir de hecho, en tales cambios de significado.
Por otra parte, si las caractersticas que he identificado en nuestras
propias argumentaciones morales -la ms notable, el hecho de que
simultnea e inconsisrentemente tratemos b discusin moral as como
ejercicio de nuesrra capacidad de raciocinio que como simple expre-
sin asertiva- son sntomas de desorden moral, debemos roder cons-
truir una narracin histrica verdadera en cuyo estadio ms temprano
el razonamiento moral era de clase muy diferente. Podemos?
Un obstculo para hacerlo ha sido el tratamiento uniformemente
ahistrico de la filosofa moral por parte de los filsofos contempo-
r(\neos que han escrito o enseado sobre este particular. Demasiado
a menudo todos nosotros consideramos n los filsofos morales del
pasado como si hubie:-::m contribuido a un debate nico cuyo asunto
fuera relativamente :!1v.-uiable: trat:unos a Platn, Hume y Mili
como si fuesen comc:-::por:lneos nuestros :: entre ellos. Esto nos lleva
a abstraer a estos amores del medio cultural y social de cada uno, en
el que vivieron y pensaron; al hacerlo as, la historia de su pensa-
miento adquiere una falsa independencia del resto de la cultura. Kant
deja de ser parte de la historia de Prusia, Hume ya no es un escocs.
Tales caractersticas se han vuelto irrelevantes para el punto de vista
desde el que nosotros concebimos la filosofa moral. La historia emp-
rica es una cosa, la filosofa otra completamente distinta. Pero, hace-
mos bien en entender la divisin acadmica de las disciplinas tal
como convencionalmente lo hacemos? Una vez ms parece que hay
una posible relacin entre el discurso moral y la historia de la orto-
doxia acadmica.
Con razn, en este punto se me podra replicar: No pasa usted
de hablar de posibilidades, sospechas, hiptesis. Conceda que lo que
TRAS LA VIRTUD
sugiere es desde un principio implausible. Por lo menos en esto est
en lo cierto. Recurrir a conjeturas a propsito de la historia no es
necesario. Su pbnteamiento del problema es equvoco. La discusin
moral contempornea es racionalmente inacabable porque toda moral,
es decir. toda discusin valomtiva es, y siempre debe ser, racional-
mente inacabable. Determinado gnero de desacuerdos morales con-
temporneos no pueden resolverse, porque ningtn desacuerdo moral
de esa espr:ce puede resolverse nunca en ninguna pasada, pre-
sente o futura. Lo que usted presenta como un rasgo contingente de
nuestra culrura, y necesitado de alguna e:-.:plicacin especial, quizs
histrica, es un rasgo necesario de toda cultura que posea discurso
v.dorati\o. sta es una objecin que no puede ser evitada en esta
inicial de la discusin. Puede ser refutada?
L1 teora filosfica que especficamente nos exige que afrontemos
es te es el emoti'.ismo. El emotivismo es la doctrina segn
la cual los juicios Je \'Ulor, y ms especficamente los juicios morales,
no son :;ada ms que expresiones de preferencias, expresiones de acti-
tudes o sentimientos, en la medida en que stos posean un carcter
moral o valorativo. Por supuesto, algunos juicios particulares pueden
asociar los elementos morales y los fcticos. El incendio destructor
de la propiedad, es malo une el juicio fctico en cuanto a que el
incendio destruye la propiedad, con el juicio moral de que incendiar
es malo. Pero en tal juicio el elemento moral siempre se distingue
clarnmente del fctico. Los juicios fcticos son verdaderos o falsos; y
en el dominio de los hechos bay criterios racionales por cuyo medio
podemos asegurar el acuerdo sobre lo que es verdadero y !o que es
falso. Sin embargo, al ser los juicios morales expresiones de senti-
mientos o actitudes, no son verdaderos ni falsos. Y el acuerdo en un
juicio moral no se asegura por ningn mtodo racional, porque no lo
ha y. Se lsegura, si acaso, porque produce ciertos efectos :10 racio
nales en las emociones o actitudes de aquellos que estn en desacuer-
do con uno. Usamos los juicios morales, no slo para expresar nues-
tros propios sentimientos o actitudes, sino precisamente para producir
tales efectos en otros.
As, el emotivismo es una teora que pretende dar cuenta de
todos los juicios de valor cualesquiera que sean. Claramente-, si es
cierta, todo desacuerdo moral es interminable. Y claramente, si esto
es verdad, entonces ciertos rasgos del debate moral contemporneo
<1 los que dedicaba mi atencin al principio no tienen nada que ver
EL DESACUERDO MORAL ACTUAL Y EL EMOTIVISMO 27
con lo que es especficamente contempor(tneo. Preguntmonos, no
obstante: es verdad?
Hasta la fecha, el emotivismo ha sido presentado por los ms
sofisticados de entre sus representantes como una teora sobre el
'iignificado de bs proposiciones que se para enunciar juicios
mornles. C. L. Stevenson, el expositor individual ms importante de
dicha teora, afirm que la proposicin esto es bueno significa
lo mismo que yo apruebo esto. hazlo t tambin,
intentando subsumir en esm equivalenc<l ranto la funcin del juicio
moral como expresin de actitudes del que habla, como la de tratar
de inHuir sobre las Jctitudes del que escucha (Stevenson, 1945,
cap. 2). Otros cmorvistas sugirieron que decir <<..:sto es bueno era
enunciar una proposicin con d si:;n!fi.-:do de ' bien
por esto!'. Pero como teora del signific:1do Jc cierto tipo de propo-
siciones, el cmotivismo fracasa C\'dememc:m: por tres tipos muy
diferentes de razones, por lo menos.
La primera es que si la teora quiere ducidar el significado de
ciertas clases de proposiciones por referencia a su funcin, cuando
se enuncian, de expresar sentimientos o actitudes, una parte esencial
de la teora debe consistir en identificar y caracterizar los sentimien-
tos y actitudes en cuestin. Sobre este asunto guardan generalmente
silencio, y quiz sabiamente, quienes proponen la teora emotivista.
Todo intento de idemific::u los tipos relevan!es de sentimientos o
actitudes se ha visto impotente para escap.1r de un crculo vicioso.
Los juicios morales expresan sentimientos n JCtirudes>) se dice.
Qu clase ele o actiruc.les?>>, Sentimien-
tos o actitudes Je aprobacin es la respucst,l, Qu clase de apro-
bacin?>) preguntamos aprovechando, quiz para subrayar que puede
haber muchas clases de aprobacin. Ante esta pregunta, todas las ver-
siones del emotivismo, o guardan silencio o, s; optan por identificar
el tipo relevmne de aprobacin como aprobacin moral -esto es con
el tipo de aprobacin expresada especficamente por un juicio mo-
ral-, caen en el crculo vicioso.
Es fcil entender por qu la teora es vulner:1ble a este primer
tipo de crtica, si consideramos otras dos mzones para rechazarla.
Una es que el emotivismo, en tanto que teora del significado de un
cierto tipo ele proposicin, emprende una tarea imposible en princi-
pio, que se dedica a caracterizar como equiv:Jlentes en
a su significado dos clases de expresiones que, como ya vimos, der-
28 TJ{AS LA VIRTUD
van su funcin distintiva en nuestro lenguaje, en un aspecto clave,
del contraste y diferencia que hay entre ellas. Ya he sugerido que
hay buenas razones para distinguir entre lo que he llamado expre-
siones de preferencia personal y valorativas (incluyendo
las morales), citnndo el modo en que las proposiciones de la primera
clase dependen de quin las dice :1 quin por b fuerza que posean,
mientras que las proposiciones de In segunda clase no muestran
tal dependencia ni obtienen su fuerza del contexto de uso. Esto
parece suficiente para demostrar que existen grandes diferencias de
significado entre los miembros de las dos clases; pero la teora emo-
tivista pretende considerar equivalentes ambos significados. Esto no
es solamente un error, es un error que pide explicacin. Lo que seala
dnde debera buscarse la explicacin se funda en un tercer defecto
de la teora emotivista como teora del significado.
La teora emotivista pretende ser, como hemos visto, una teora
sobre el signific:1do de las proposiciones. Sin embargo, el expresar
sentimientos o actitudes es un::1 funcin c::m1cterstica, no del signi-
ficado de las proposiciones, sino de su uso en ocasiones particulares.
El maestro, para usar un ejemplo de Ryle, puede descargar sus senti-
mientos de enfado gritndole al nio que ha cometido un error arit-
mtico: Siete por siete igual a cuarenta y nueve! Pero el que
dicha frase haya sido usada para expresar sentimientos o actitudes
no tiene nada que ver con su signficndo. Esto sugiere que no hemos
de limitarnos a estas objeciones para rechazar la teora emotivsta,
sino que nos interesa considemr si debera sido propuesta ms
bien como una teora sobre el uso -entendido como propsito o
funcin- de miembros de una cierra clase de expresiones, antes que
sobre el significado, entendiendo que ste incluye lo que Frege inter-
pretaba como sentidm> y referencia.
De la argumentacin se sigue con claridad que cuando alguien
usa un juicio moral como esro es correcto o esto es bueno, ste
no significa lo mismo que yo apruebo esto, hazlo t tambin o
bien por esto! o cualquier otra supuesta equivalencia gue sugie-
ran los tericos emotivistas. Pero incluso aunque el significado de
tales proposiciones fuera completamente distinto del que suponen
los tericos emotivistas, podra pretenderse plausiblemente, si se <!por-
tasen pruebas adecuadas, que al usar tales para decir
algo, independientemente de lo que signifiquen, en el que
habla no hace ms que expresnr sus sentimientos o actitudes tratando
EL DESACUERDO !\tORAL ACTUAL Y EL EMOTIVISMO 29
de influir en los sentimientos y actitudes de otros. Si la teora emoti-
vista, as interpretada, fuera correcta, podramos deducir que el signi-
ficado de las expresiones morales v su uso son, o por lo menos han
llegado a ser, radicalmeme discrepanres enrre s. Significado y uso
estaran de ml suerte reilidos que d signillcado tendera a ocultar el
uso. Or lo que dijese alguien no serb suficiente para inferir lo que
hizo, si al hablar emiti un juicio mor.ll. Adems, el propio agente
podra estar entre aquellos pam quienes d significado ocultara el uso.
Podra estar perfectamente seguro, precisamente por ser consciente
del significado de las paiabras usadas, de estar apelando a criterios
independientes e impersonales, cuando en re:tlidad no estara sino
participando sus sentimientos a otros en una manera manipuladora.
Cmo podria llegar a orurrir un fenmeno tal?
A la luz de estas considerncioncs permt:.Jsenos descartar la pre-
tensin de alcance universal del emorivismo. En su lugar, considere-
mos el emotivismo como una teor promovida en determinadas con-
diciones histricas. En el sigio XVIII, Hume incorpor elementos
emotivistas a la grande y compleja fbrica de su teora moral total;
pero no ha sido hasta el siglo actual cuando ha florecido como teora
independiente. Y lo hizo respondiendo a un conjunto de teoras que
surgieron entre 1903 y 1939, sobre todo en Inglaterra. Por lo tanto,
hemos de preguntarnos si el emotivismo como teora puede haber
consistido en dos cosas: una respuesta y ante todo una explicacin.
no frente al lenguaje moral en tanto que tal, como sus protagonistas
creyeron, sino freme al lenguaje moral en Inglaterra durante los aos
posteriores a 1903 y <l cmo se imerpretaba este lenguaje de acuerdo
con ese cuerpo terico cuya refutacin se propuso principalmente el
emotivismo. La teora en cuestin haba tomado prestado de los pri-
meros aos del siglo xrx el nombre de intuicionismo, y su inmediato
progenitor fue G. E. Moore.
Llegu a Cambridge en septiembre de 1902 y los Principia
Ethica de Moore salieron al final de mi primer ao ... fue estimu-
lante, vivificante, el comienzo de un renacimiento, la apertura de un
nuevo cielo y una nueva tierra. As escribi John Maynard Keynes
(apud Rosenbaum, 1975, p. 52), y dgo parecido, cada uno segn su
particular hicieron Lytton Strachey y Desmond McCarthy,
ms tarde Virginia Woolf, que luch p:igina a pgina con los Principia
Ethica en 1908, y todo el grupo de amigos y conocidos de Londres
y Cambridge. Lo que inauguraba ese nuevo cielo fue la serena aunque
.30 TRAS LA VIRTUD
.
apocalptica proclamacin por parte de Moore de que en 1903, tras
muchos siglos, quedaba al fin resuelto por l el problema de la tica,
al ser el primer filsofo que haba prestado atencin suficiente a la
naturaleza precisa de aquellas preguntas a las que quiere responder
la tica. Tres cosas fueron las que Moore crey haber descubierto
atendiendo a la naturaleza precisa de estas preguntas.
Primero, que lo bueno es el nombre de una propiedad simple
e indefinible, distinta de lo que llamamos lo placenterO>> o (do con-
ducente a la supervivencia evolutiva o de cualquier otra propiedad
natural. Por consiguiente, Moore habla de lo bueno como de una
propiedad no natural. Las proposiciones que dicen que o aquello
es bueno son lo que Moore llam intuiciones; no se pueden pro-
bar o refutar y no existe prueba ni razonamiento que se pueda aducir
en pro o en contra. Aunque Moore se opone a que Iu p:dabra intui-
cin sea entendida como una facultad intuitiva comparable a nues-
tro poder de visin, no por eso deja de comparar lo bueno, en tanto
que propiedad, con lo amarillo en tanto que propiechld, con el n
de hacer que el dictaminar sobre si un estado de hechos dado es o
no bueno sea comparable con los juicios ms simples de la percepcin
visual normal.
Segundo, Moore afirm que decir que una accin es justa equivale
simplemente a decir que, de entre las alternativas que se ofrecen, es
la que de hecho produce o produjo el mayor bien. Por tamo Moore
es un militarista; LOa accin se vaiorar exclusivamente con arreglo
a sus consecuencias. comparadas con lns consecuencias de otros cur-
sos de accin alternarivos y posibles. Y como tambin sucede en otras
versiones se sigue de ello que ninguna accin es justa
o injusta en s. Cualquier cosa puede estar permitida bajo cierras
circunstancias.
Tercero, resulrn ser el caso, en el captulo sexto y final de los
Principia Etbica, Je que los afectos personales y los goces estticos
incluyen todos los grandes, y con mucho los mayores bienes que
podamos imaginar. sta es la ltima y fundamental verdad de la
filosofa moral. La perfeccin en la amistad y la contemplacin de
lo bello en la naturaleza o en el arte se convierten casi en el nico
fin, o quizs en d nico justificable de toda accin humana.
Debemos prestar atencin inmediatamente a dos hechos cruciales
que se dan en la teora moral de Moore. El primero es que sus tres
posturas centrales son lgicamente independientes entre s. No se
EL DESACUERDO MORAL ACTUAL Y EL EMOTIVISMO 3l
cometera ninguna falta de ilacin si se afirmara una de las tres
negando al mismo tiempo las dems. Se puede ser intuicionista sin
ser utilitarista; muchos intuicionistas ingleses llegaron a mantener
que lo justo era, como lo bueno, una propiedad no natural y
afirmaron que percibir que cierto tipo de accin era justa era ver
gue uno tena al menos prima facie In obligacin de realizar este ripo
de accin con independencia de sus consecuencias. Del mismo modo,
un utilitarista no se compromete necesariamente con el inruicionismo.
Y ni ni intuicionistas estn obligados a asumir las valo-
raciones que Moore realiza en el captulo sexto. El segundo hecho
crucial es fcil de ver retrospectivamente. La primera de lo que
1\Ioore dice es palmariamente falso y las partes segunda y tercera son
por lo menos muy discutibles. Los razonamientos de Moore son a
veces, ahora deben parecerlo, obviamente defectuosos -imenta de-
mostrar que lo bueno es indefinible, por ejemplo, basndose en
una detnicin de definicin deficiente, de diccionario bara ro- y
por lo general abundan ms los asertos que las demostraciones. Sin
embargo, eso que nos parece llanamente falso y una postura mal
debatida, fue lo que Keynes calific de principio de un renacimien-
to, lo que Lytton Strachey afirm que haba pulverizado a todos
los tratadistas de tica, desde Aristteles y Cristo hasta Herbert
Spencer y Bradley y lo que Leonard Woolf describi como la sus-
titucin de las pesadillas religiosas y filosficas, los engaos. hs aluci-
naciones en que nos envolvieron Jehov, Cristo y San Pablo, Pbtn,
Kant y Hegel, por el aire fresco y la pura luz del sentido com(m
(czpud Gndd, 1974).
Es una gran insensatez, por supuesto, pero es la gran insensatez
de gente muy inteligente y perspicaz. Por ello vale la pena pregun-
tarse si es posible discernir por qu motivo aceptaron la ingenua y
autosarisfecha escatologa de Moore. Hay uno que se propone por s
mismo: porque quienes llegaron a formar el grupo de Bloomsbury
haban aceptado ya las valoraciones expresadas por Moore en su cap-
tulo sexto, pero no pod:n aceptarlas como meras expresiones de sus
preferencias personales. Necesitaban encontrar una justificacin obje-
tiva e impersonal para rechazar cualquier imperativo excepto el de
las relaciones personales y el de la belleza. Qu rechazaban estricta-
mente? No, en realidad, las doctrinas de Platn o de San Pablo, ni
las de cualquier otro gran nombre de los catalogados por Woolf o
Strachey, diciendo haberse librado de ellos, sino de los nombres mis-
.32
TRAS LA VIRTUD
mos n tanto que smbolos de la cultura de finales del siglo xrx.
Sidgwick y Leslic Stephen son descartados junto con Spencer y Brad-
lcy, y el conjunto del pasado visto como una carga de la que Moore
les babia ayudado a desprenderse. Qu haba en la cultura moral
del siglo XIX tardo, para hacer de ella una carga digna de ser arroja-
da? Debemos aplazar la respuesta a esta pregunta, precisamente por-
yue nos va <l aparecer ms de una vez en el curso de esta argumen-
tacin, y ms adelante estaremos mejor preparados para responder
a ella. Pero tomemos nota de lo dominante que llega a ser este
rechazo en las vidas y escritos de \'V'oolf, Lytton Strachey y Roger
Fry. Keynes subray su rechazo, no slo al utilitarismo segn la
versin de .Bentham y al cristianismo, sino a toda pretensin de que
la accin social fuera pensada como fin vlido en s mismo. Qu
quedaba, entonces?
La respuesta es: un entendimiento muy pobre de los posibles
usos de la nocin de lo bueno. Keynes da ejemplos de los princi-
pales asuntos de discusin entre los seguidores de Moore: Si A esru-
viera enamorado de B y creyese que B le corresponda, aunque de
hecho no lo hiciera por estar a su vez enamorado de e, la situacin
de hecho no sera tan buena como hubiera podido serlo si A hubiera
estado en lo cierto, pero, sera mejor o peor que si A llegase a
descubrir su error?. O de nuevo: Si A estuviera enamorado de B
aunque equivocndose en cuanto a las cualidades de B, sera mejor
o peor que si no esmviera enamorado en absoluto?. Cmo respon-
der a tales preguntas? Siguiendo las recetas de Moore al pe de la
!erra. Se advierte o no la presencia o <ltlsencia de la propiedad no
natural de lo bueno>> en grado mayor o menor? Y qu sucede si
dos observadores no estn de acuerdo? Entonces, segn el parecer
de Keynes. la respuesta caa por su peso: o uno y otro se planteaban
cuestiones diferentes, sin darse cuenta de ello, o el uno tena percep-
ciones superiores a las del otro. Pero naturalmente, como nos cuenta
Keynes, lo que suceda en realidad era algo completamente distinto.
En la prctica, la victoria era para quien saba hablar con ms apa-
riencia de claridad, conviccin inquebramable y mejor uso de Jos
acentos de la infalibilidad y Keynes pas;l <l describir lo efectivos que
resultaban los boqueas de incredulidad y los meneos de cabeza de
Moore, los torvos silencios de Strachey y los encogimientos de hom-
bros de Lowe Dickinson.
Aqu se hace evidente la brecha entre el significado y el prop-
EL DESACUERDO MORAL ACTUAL Y EL EMOTIVISMO 33
sito de lo que se dice y el uso al que lo dicho se presta, a la que
aludamos en nuestra reinterpretacin del emotivismo. Un observador
agudo de la poca, o el propio Keynes retrospectivamente, muy bien
habra podido presentar d asunto as: esta gente cree de s misma
que est identificando la presencia de una propiedad no natural, a
l.t yu<:: llama <do bueno; pero no hay tal propiedad y no hacen otra
c:osa que expresar sus sentimientos y disfrazando la expre-
sin de su preferencia y capricho mediante una interpretacin de su
propio lenguaje y conducta que la revista de una objetividad que
de hecho no posee .
.i\.Ie parece que f!O por casualidad los ms agudos de entre los
mmk:rnus fundadores dd emorivismo, filsofos como f. P. Ramsey
ien d Epilogo a T be Formdation of Jiathcmatics, 19 31 ), Austin
Duncan-Jones y C. L. Srevenson, fueron discpulos de Moore. No es
implausibl.:: suponer que confundieron el lenguaje moral en Cam-
bridge tras 1903 1 y en otros lugares de herencia similar) con el len-
guaje moral como tal, y por lo tanto presentaron lo que en esencia
era Li descripcin correcta del primero como si fuera una de!:icripcin
Jd ltimo. Los seguidores de Moore se haban comportado como si
sus desacuerdos sobre lo que fuese bueno se resolvieran apelando a
criterios impersonales y objetivos; pero de hecho el ms fuerte y
psicolgicamente ms hbil prevalecera. Nada tiene de sorprendente
que los emotivistas distinguieran agudamente entre desacuerdo fcti-
co, incluido d pec::ptual, y lo que Stevenson !!am desacuerdo en
actitud;>. Sin embargo, si las pretensiones del emotivismo, entendi-
das como pretensiones acerca del uso del lengu:tje moral en Cam-
bridge despu<:!s de 1903 y en Londres y cualquier orra parte en que
hubiera herederos y sucesores, m<S que como pretensiones acerca del
significado de las sentencias morales en todo tiempo y lugar, parecen
convincentes, ello es as por razones que a primera vista tienden a
invalidar la pretensin de universalidad del cmotivismo y lo condu-
cen hacia mi tesis primitiva.
Lo que hace que el emotivismo sea convincente como tesis acerca
de cierta clase de lenguaje moral en Cambridge despus de 1903,
son ciertos rasgos especficos de este episodio histrico. Aquellos
cuyas expresiones valorativas incorporaron la interpretacin de Moore
acerca de dicho lenguaje, podran no haber estado haciendo lo que
crean hacer, teniendo en cuenta la falsedad de la tesis de Moore.
Pero nada se sigue de esto para el lenguaje moral en general. En esta
341 TRAS LA VIRTUD
esrimacin, el emotivismo resulta ser una tesis emprica, o mejor un
bClSquejo preliminar de una tesis emprica, que presumiblemente se
llenara ms tarde con observaciones psicolgicas e histricas acerca
de quienes continan usando expresiones morales y otras valorntivas
covmo si estuvieran gobernadas por criterios impersonales y objetivos,
a.rumdo todos entienden que cualquier criterio de esa clase se ha
perdido. Por lo tanto, esperaramos que surgieran tipos de teora
enmotivista en una circunstancia local determinada en respuesta a
tipos de teora y prctica que participaran de ciertos rasgos clave del
inmuicionismo de Moore. As entendido, el emotivismo resulta mts
bien una teora convincente del uso que una falsa teora del signill-
cmdo, conectada con un estudio concreto del desarrollo o de la Jeca-
demcia moral, estadio en que entr nuestra propia cultura a comien-
ZO!S del presente siglo.
Antes habl del emotivismo no slo como descripcin del len-
gmaje moral en Cambridge despus de 1903, sino tambin en otros
lugares de similar herencia. En este punto se podra objetar n mi
tC$IS que el emotvismo ha sido propuesto, al fin y al cabo, en diver-
sidad de fechas, lugares y circunstancias, y de ah sera errneo mi
rnifasis en la parte que Moore haya podido tener en su creacin.
A <esto replicara, primero, que slo me interesa el emotivismo por
cu:amto ha sido una tesis plausible y defendible. Por ejemplo, la ver-
,siciin del emotivismo de Carnap (cuya caracterizacin de los juicios
mt!lJrales como expresiones dt: sentimiento o actitud es un desesperado
iniento de encontrarles algn estatus despus de haberlos expulsado.
com su teora del significado y su teora de la ciencia, del dominio
de lo fctico y descriptivo) se basaba en una atencin muy escas:t : ~
Slll carcter especfico. Y, segundo, reargira que hay un intuicionis-
mo de Prichard en Oxford cuyo sentido histrico es paralelo al de
M:ioore en Cambridge, y que en cualquier parte donde el emorivismo
ha..ya florecido ha sido generalmente el sucesor de puntos de vista
arulogos a los de Moore o Prichard.
Como suger al principio, el esquema de la decadencia moral que
presuponen estas observaciones requerira distinguir tres etapas dis-
timtas: una primera en que la valoracin y ms concretamente la
teti!lra y la prctica de la moral incorporan normas impersonales y
aU!itnticamente objetivas, que proveen de justillcacin racional a
lmeas de conducta, acciones y juicios concretos, y que son n su vez
smsceptibles de justificacin racional; una segunda etapa en la que
EL DESACUERDO ACTUAL Y EL EMOTIVISMO 35
se producen intentos fracasados de mantener b objetividad e imper-
sonalidad de los juicios morales, pero durante la cual el proyecto de
suministrar justificacin racional por y para las normas fracasa con-
tinuamente; y una tercera etapa en la que teoras de tipo ernotivista
consiguen amplia aceptacin porque existe un reconocimiento gene-
ral, implcito en la prctica aunque no en una teora explcita, de
que las pretensiones de objetividad e impersonalidad no pueden darse
por buenas.
Basta la descripcin ele este esquema para sugerir que las preten-
siones generales del ernoti\'ismo reinterprerado corno una teora del
uso no pueden dejarse ele bdo con facilidad. Ya que es snpuesto
previo del esquema de desarrollo que acabo de esbozar el que debe
ser posible justificar racionalmente, de una forma u otra, ms normas
morales impersonales y \'erci:Jderarnente objetivas, aun cuando en
algunas culturas y en determinadas etapas de las mismas, la posibi-
lidad de tal justificacin racional ya no sea accesible. Y esto es lo
que el emotivisrno niega. Lo que, en lneas generales, considero
aplicable a nuestra cultura -que en la discusin moral la aparente
asercin de principios funciona corno una mscara que encubre expre-
siones de preferencia personal-, el emotivisrno lo toma como caso
universal. Adems, lo hace en trminos que no reclaman ninguna
investigacin histrica o sociolgica de las culturas humanas. Pues
una de bs tesis centrales del emotivismo es que no hay ni puede
haber justificacin racional vlida para postular la existencia
de normas morales impersonales y objetivas, y que en efecto no hay
tales normas. Viene a ser <ligo as corno pretender que es verdad
para cualquier cultura que no hay brujas. Brujas aparentes pueden
existir, pero brujas reales no pueden haber existido porque no hay
ninguna. Del mismo modo, el emotivismo mantiene que pueden exis-
tir justificaciones racionales aparentes, pero que justificaciones real-
mente racionales no pueden existir, porque no hay ninguna.
As, el emotivismo se mantiene en que cada intento, pasado o
presente, de proveer de justificacin racional a una moral objetiva ha
fracasado de hecho. Es un veredicto que afecta a toda la historia de
la filosofa moral y como tal deja a un lado la distincin entre presen-
te y pasado que mi hiptesis inicial incorporaba. Sin embargo, el
emotivismo no supo prever la diferencia que se establecera en la mo-
ral si el emotivismo fuera no solamente cierto, sino adems amplia-
mente credo cierto. Stevenson, por ejemplo, entendi claramente que
36 TRAS LA VIRTUD
decir desapruebo esto; desaprubalo t tambin no tiene la misma
fuerza que decir esto es malo!. Se dio cuenta de que lo ltimo
est impregnado de un prestigio que no impregna a lo primero. Pero
no se dio cuenta -precisamente porque contemplaba el emotivismo
como una teora del significado- de que ese prestigio deriva de que
el uso de esto es malo! implica apelar a una norma impersonal
y objetiva, mientras que yo desapruebo esto; desaprubalo t tam-
bin no lo hace. Esto es, cuanto ms verdadero sea el emorivismo
ms seriamente daado queda el lenguaje moral; y cuantos ms moti-
vos justificados haya para admitir el emotivismo, ms habremos de
suponer que debe abandonarse el uso del lenguaje moral heredado y
tradicional. A esta conclusin no lleg ningn emotivista; y queda
claro que, como Stevenson, no llegaron porque erraron al construir
su propia teora como una teora del significado.
ste es tambin el porqu de que el emotivismo no prevaleciera
en la filosofa moral analtica. Los filsofos analticos han definido la
tarea central de la filosofa como la de descifrar el significado de las
expresiones clave tanto del lenguaje cientfico como del lenguaje
ordinario; y puesto que el emotivsmo falla en tanto que teora del
significado de las expresiones morales, los filsofos analticos recha-
zaron el emotvismo en lneas generales. Pero el emotivismo no
muri y es importante caer en la cuenta de cun a menudo, en con-
textos Jilosficos modernos muy diferentes, algo muy similar al emo-
tivismo intenta reducir la moral a preferencias personales, como
suele observarse en escritos de muchos que no se tienen a s mismos
por emotivistas. El poder filosfico no reconocido del emotivismo es
indicio de su poder cultural. Dentro de la filosofa moral analtica, la
resistencia al emotivismo ha brotado de la percepcin de que el
razonamiento moral existe, de que puede haber entre diversos juicios
morales vinculaciones lgicas de una clase que el emotivismo no pudo
por s mismo admitir (por lo tanto y si ... entonces no se usan
como es obvio para expresar sentimientos). Sin embargo, la descrip-
cin ms influyente del razonamiento moral que surgi en respuesta
a la crtica emotivista estaba de acuerdo con ella en un punto: que
un agente puede slo justificar un juicio particular por referencia a
alguna regla universal de la que puede ser lgicamente derivado, y
puede slo justificar esta regla derivndola a su vez de alguna regla
o principio ms general; pero puesto que cada cadena de razona-
miento debe ser finita, un proceso de razonamiento justificatorio
EL DESACUERDO MORAL ACTUAL Y EL HfOTIVISMO 37
siempre debe acabar en la afirmacin de una regla o principio de la
que no puede darse ms razn.
As. la justificacin completa de una decisin cons1stma en
una rel:tcin completa de sus efectos junto con una relacin com-
pler:l de los principios obsenados por ella y Jc! efecto de observar
esos principios ... Si el que pregunta todava insiste en inquirir
pero. ,;por qu debera yo vivir as?l>, no hay ms respuesta que
darle. porque ya hemos dicho ex b1'potbesi. todo lo que podra
incluirse en la respuesta ulterior. (l-Iare, 1952, f' 69. l
As, el punto terminal de la justificacin siempre cs. desde esta
perspectiva, una eleccin que ya no puede justific::me. ur.a eleccin
no guiada por criterios. Cnda individuo, implcitn o
tiene que sus primeros principios sobre b b,1se de una tul
eleccin. El r;:cur;;o a un principio uni,ersal es. a b postre, expresin
de las preferencias de una voluntad individual y para esa voluntad
sus principios tienen y slo pueden tener la autoridad que ella misma
decide conferirles al adoptarlos. Con lo que no hemos aventajado en
gran cosa a los emotivistas, a fin de cuentas.
Se podra replicar a esto que vo slo puedo llegar a esta conclu-
sin omitiendo deliberadamente In gran variedad de posturas positi-
vas de h moral analtica que son incompatibles con el emo-
tivismo. r.-ruchas obras se han preocupado de demostrar ruc In misma
nocin de racionnlidad proporciona una base u la moral v qne tal
base es snficicnre :-1:!1':! rechnar las e:;plicJciones subjetivisr,1s y emo-
tivistns. Consideremos, se dir, la \'nried:.!d de ?repuestas avanzadas
no slo por Hare, sino tambin por Ruwls, Donegan, Gert y Gewirth,
por citar slo :1 unos pocos. Quiero puntualizar dos co,ns respecro a
los rnnnamientos que se aducen en apovn de tales ;roposiC:ones. La
rrimera, que de hecho ninguna de ellas ha tenido xito. Ms adebn-
te (en el captulo 6) utilizar la argumentacin de Gewrth como
caso ejemplar; l es por ahora el ms reciente de rales autores. cons-
ciente y escrunulosamenre enterado de las del resto
de los filsofos an,1lticos al debute, y cuyos razonamientos nos pro-
veen por lo tanto de un caso ideal para el contraste. S stos no
tienen xito, ello es un fuerte indicio de que el proyecto de que for-
man parte no tendr Luego demostrar cmo no tienen xito.
,Segund<t, es importante subrayar que estos :1urores no estn de
J.8 TRAS LA VIRTUD
mr::uerdo entre s sobre cul sea d carcter de la racionalidad moral, ni
ateerca de la substancia de la moral que se fundamente en ral racio-
nalidad. La diversidad del debate moral contemporneo y su inacaba-
hii1idad se reflejan en las controversias de los filsofos morales anal-
ti<eos. Si los que pretenden poder formular principios con los que
C1Walquier agente racional estara de acuerdo no pueden asegurar este
mcuerdo para la formulacin de aquellos principios por parte de unos
clegas que comparten su propsito filosfico bsico y su mtodo, hay
t::ridencia una vez ms, prima facie, de que el proyecto ha fracasado,
incluso antes de pasar al examen de sus postulados y conclusiones
particulares. En :ms crticas, cada uno de ellos atestigua el fracaso
j:;: las construcciones de sus colegas.
Por consiguiente, yo mantengo que no tenemos ningum razn
p;ara creer que la filosofa analtica pueda proveernos de esc:1patoria
L<'nvincente alguna ante el emotivismo, la substancia del cual a me-
mudo concede de hecho, una vez que el emotivismo es entendido
rns como teora del uso que del significado. Pero esto no slo es
vterdadero para la filosofa analtica. Tambin se cumple para algunas
IT.llosofas morales de Alemania y Francia, a primera vista muy dife-
rentes. Nietzsche y Sartre despliegan vocabularios filosficos que son
n:nuy ajenos al mundo filosfico angloparlante; y difieren entre s en
estilo y retrica, como tambin en vocabulario, tanto como difieren
die la filosofa analtica. No obstante, cuando Nietzsche quiso denun-
ci,ar la fabricacin de los sedicentes juicios morales objetivos como
l:.u mscara que utiliza la voluntad de poder de los dbiles y esclavos
p':ua afirmarse a s mismos frente a la grandeza aristocrtica y arcaica,
y .cuando Sartre intent poner en evidencia a la moral racionalista
bmrguesa de la Tercera Repblica como un ejercicio de mala fe por
p:arte de quienes no podan tolerar que se reconocieran sus propias
prreferencias como nica fuente del juicio moral, concedieron
S01bsrancialmente lo mismo que el emotivismo afirmaba. Ambos con-
haber condenado con sus anlisis la moral convencional, lo
1mismo que creyeron hacer muchos emotivistas ingleses y norteame-
l-i:\canos. Los dos concibieron su tarea como parte de la fundamenta-
cEn de una nueva moral, pero en los escritos de ambos su retrica
-muy diferente la una de la otra- se vuelve opaca, nebulosa, y las
aifirmaciones metafricas reemplazan a los razonamientos. El Sttper-
fT,ombre y el Marxista-Existencialista sartriano de sus pginas pene-
mecen ms al bestiario filosfico que a un:l discusin seria. Por el
EL DESACUERDO MORAL ACTUAL Y EL EMOTIVISMO 39
contrario, ambos autores dan lo mejor de ; mismos como filsofos
rotentes y agudos en la parte negativa de sus crticas.
La aparicin del emotivismo en tnl variedad de disfraces filos-
ficos sugiere que mi tesis debe definirse en efecto en trminos de
enfrentamiento con el emorivismo. Porque una manera de encuadrar
mi afirmacin de que la moral no es ya lo que fue, es la que consiste
en decir que hoy la gente piensa, habla y acra en gran medida como
s el emorivismo fuera verdadero, independientemente de cul pueda
ser su punto de vista teortico pblicameme confesado. El emoti-
vismo est incorporado a nuestra cultura. Pero como es natural, al
decir esto no afirmo meramente que la moral no es lo que fue, sino
:lgo ms importante: que lo que la moral fue ha desaparecido en
grado, y que esto marca una degeneracin y una grave prdi-
,la cultural. Por lo tanto, acometo dos tareas distimas, si bien rela-
La rrimera es la de idenriilcar y describir la moral perdida del
pasaJo \' evaluar sus pretensiones de objetividad y autoridad; sta
es una rarea en parte histrica y en parte filosfica. La segunda es
hacer buena mi afirmacin acerca del carcter especfico de la era
moderna. He sugerido que vivimos en una cultura especficamente
emorivista y, si esto es as, presumibiemente descubriremos que una
amplia variedad de nuestros conceptos y modos de conducta -y no
nuesuos deb:nes )' juicios morales explcitos- presuponen la
verdad del emotivismo, si no a nivel terico autoconsciente, en el
fondo de b prctica cotidiana. Pero, es as? Volver inmediatamente
sobre el tema.
3. EMOTIVISMO: CONTENIDO SOCIAL
Y CONTEXTO SOCIAL
Una filosofa moral -y el emotivismo no es una excepcin-
presupone caracterstic:llnente una scciologL1. Cada i-ilosofa moral
ofrece implcita o explcitamente por lo menos un an<1lisis conceptual
parcial de la relacin de un agente con sus razones, motivos, inten-
ciones y acciones, y ,1 hacerlo, presupone generalmente que esos
conceptos estn incorporados o pueden estado al mundo social real.
Incluso Kant, que a veces parece restringir la actuacin moral al
dominio ntimo de lo noumnico, se expresa de otro modo en sus
escritos sobre derecho, historia y poltica. As, sera por lo general
una refutacin bastante de una filosofa moral el demostrar que la
acci6n moral, ;11 dar cuenta de unn ':ucstin. no ncx!ra ser nunca
socialmente encarnada; y se sigue tambin que no habremos enten-
dido por completo las pretensiones de una filosofa moral hasta que
podamos detallar cu:l se::fa su encarnacin social. .\ll!unos filsofos
morales del pasado, quiz la mayora, entendieron esta explicitacin
como parte de la tarea de la filosofa moral. As lo hicieron, aunque
no haga falta decirlo, Platn y Aristteles, como tambin Hume y
Adam Smith. Pero al menos desde que b estrecha concepcin de
Moore se hizo dominame en filosofa mor:ll, los filsofos morales
pudieron permitirse el l!norar tal tarea: es bien notorio que as lo
hicieron los defensores Jd emotivismo. Por lo tanto, debemos llevar-
la a cabo por ellos.
Cu:l es la cbve riel contenido social del emotivismo? De hecho
el emotivismo entraa dejar de lado cualquier distincin mitntica
entre relaciones sociales manipuladoras y no manipuladoras. Conside.
remos el contraste en este punto entre la tica de Kant y el emoti-
vismo. Para Kant -y se puede establecer un paralelismo con muchos
EMOTIVISMO: CONTENIDO SOCIAL Y CONTEXTO SOCIAL 41
otros filsofos morales anteriores- la diferencia entre una .relacin
humana que no est informada por la moral y otra que s lo est, es
precisamente la diferencia entre una rdacin la cual cada persona
trata a la otra como un medio para sus propios fines primnr:,;mente,
y otra en la que cada uno trata al 0tro como li.11 en s mismo. Tratar
a cualquiera como fin en s mismo es ofrecerle lo que yo estimo
buenas razones para acruar de una forma m:s que ele otra, pero
dejndole evaluar esas razones. Es no querer influir en otro excepto
por razones que el otro juzgue buenas. Es apelar a criterios imperso-
n:lles de validez que cada agente racional debe someter a su propio
juicio. Por contra, tratar a alguien como un medio es intentar hacer
de l o de ella un instrumento para mis prop0sitos aduciendo cual-
quier influencia o consideracin que resulte de hecho eficaz en esta
o aquella ocasin. Las generalizaciones la sociologa y la psicologa
de la persuasin son lo que necesitar para conducirme, no las
reglas de la racionalidad normativa.
S el emotvismo es verdadero. esta disti:1cin es ilu:.oria. Los
juicios de valor en el fondo no pueden s::- tomados sino como
expresiones de mis propios sentimientos y Jctitudes, tendentes a
transformar los sentimientos y actitudes de mros. No puedo apelar
en verdad a criterios impersonales, porque no existen criterios imper-
sonales. Yo puedo creer que lo hago y quizs orros crean que lo hago,
pero tales pensamientos siempre estarn La nic:1 reali-
dad que distingue al discurso moral es la temativa de una Yolunrad
de poner de su lado las actitudes, sentirnientcs, preferencias y dec
dones de otro. Los otros son >iempre medios. nunca fines.
Qu aspecto presentara el mundo social ..:uando se mirara :on
ojos emotivistas? Y cmo sera el mundo social si la \'e::dad del
emotivismo llegara a ser ampliamente aceptada? El aspecto general
de la respuesta a estas preguntas est claro, pero el detalle SClcial
depende en parte de la naturaleza de los contextos sociales particula-
res; habr que diferenciar en qu medio. y al se::vicio de qu intereses
particulares y especficos, ha sido dejada de lado la distincin entre
relaciones sociales manipuladoras y no manipubdoras. \'V'l1iam
ha sugerido que el examinar las consecuencins del abandono de esta
distincin por parre de una clase especial de ricos europeos fue el
tema principal de Henry James en Ri!fr:Jto de u11a dama (Gass, 1971,
pp. 181-190 ); en palabras de Gass, la novela se convierte en una
investigacin acerca de lo que significa ser un consumidor de perso-
42 TRAS LA VIRTUIT
..
nas y lo que significa ser una persona consumida. La metfora del
consumo se revela apropiada en razn del medio; James se ocupa de
ricos estetas cuyo inters es mantener a raya la clase de aburrimiento
qnc es tan caracterstica del ocio moderno inventando conductas en
otros que sern respuesta a sus deseos, que alimentarn sus saciados
:1petiros. Estos deseos pueden ser o no benevolentes, pero la diferen-
cia entre los caracteres que se conducen por el deseo del bien de los
dems y los que persiguen la satisfaccin de sus cleseos sin impor-
tarles ningn otro bien que el propio -la diferencia, en la novela,
entre Ralph Touchett y Gilbert Osmond- no es tan importante para
James como el distinguir entre un medio completo en que ha triun-
fado el modo manipulador del instrumentalismo moral y orro. como
el de la Nueva Inglaterra en Los europeos, en que esto no era cierto.
James estaba, p:Jr supuesto, y al menos en Retrato de una dama,
interesado en un medio social restringido y cuidadosamente identi-
ficado, en una clase particular de personas ricas y en un tiempo y
lugar concretos. Sin embargo, esto en absoluto disminuye la impor-
ranci:.t de lo conseguido en esta investigacin. Parece que de hecho
Retrato de una dama ocupa un lugar clave dentro de una larga tradi-
cin de comentario moral, entre cuyos antecedentes se cuentan El
sohrino de Rameau de Diderot y Enten-Eller de Kierkegaard. La
preocupacin que unifica a esta tradicin es la condicin de aquellos
que se representan el mundo social slo como un foro para las volun-
raJcs imiiviJuales, cada una dorada de su propio conjunto de actitu-
rlcs v prcferenci<1s, y que entienden que este mundo es, en ltimo
trmino. el campo de batalla en donde lograr su propia satisfaccin,
que interpretan la realidad como una serie de oportunidades para su
gozo y cuyo postrer enemigo es el aburrimiento. El joven Rameau,
e! A ele Kierkeggard y Ralph Touchett ponen a funcionar su actitud
esttica en medios muy diferentes, pero la acritud se percibe la mis-
ma ;:, en ocasiones, los medios tienen algo en comn. Hay medios
en los que el problema del gozo surge del contexto del ocio, en que
grandes can ti dad es de dinero han creado cierta distancia social con
respecto a la necesidad de trabajar. Ralph Touchett es rico, A vive
cmodamente. Rameau es un parsito de ricos mecenas y clientes.
Esto no quiere decir que el dominio que Kierkegaard llam de lo
esttico est restringido a los ricos y a sus aledaos; a menudo, los
dems compartimos las actitudes del rico con la fantasa y el anhelo.
T:unpoco se puede decir que todos los ricos sean unos Touchett o
EMOTIVISMO: CONTENIDO SOCIAL Y CONTEXTO SOCIAL 43
unos Osmond o unos A. Sin embargo, es sugerir que para com-
prender enteramente el contexto social en que se deja de lado la
distincin entre relaciones sociales manipuladoras y no manipulado-
r:ls que el emotivismo comporta, debemos considerar tambin algunos
niTOs contextos sociales.
Uno que es obviamente importante lo hnllamus en la vida de las
de estas estructuras burocrticus c.rue, ya sea en forma
de empresas privadas o de organismos de la administracin, definen
hs ocupaciones de muchos de nuestros contemporneos. Su agudo
contraste con las vidas de los ricos estetas exige inmediata :ttencin.
El rico estera sobrado de medos busca sin descanso lii1es en que
1ocle! emplearlos: en cambio, Ia organizacin, caractersticamente,
ocupnda en una lucha competitiva por unos recursos siempre
cue poner al servicio de fines predeterminados. Por lo tanto,
es responsubilidad central de los gerentes el dirigir y redirigir los
disponibles de sus organizaciones, humanos y no humanos,
hacia esos fines con toda la eficacia que sea posible. Toda organiza-
cin burocrtica conlleva una definicin explcita o implcita de costos
y beneficios, de la que derivan los criterios de eficacia. La racionali-
dad burocrtica es la racionalidad de armonizar medios con fines
econmica y eficazmente.
Esta idea familiar -quizs incluso estemos tentados !l pensar
que ya demasiado familiar- se la debemos por supuesto a Max
Y resulta de pronto significativo que el pcmamien:o de W!e-
hcr incorpore las mismas dicotomas que el emotivismo y deje de
hldo lns mismas distinciones para las que ha sido ciego el t>motivis-
mo. Las p!:cgumas sobre los fines son preguntas sobre los valores, y
L'n este punto la razn calla; el conflicto entre valores rivales no
puede ser r:1cionalmente saldado. Ante lo cual no h::ty ms remedio
(:ue dq!r: entre partidos, clases, naciones, Glusas, idcnlcs. Entscheid-
::.:;g tie:1e en el pe:1samiento de \Veber el mismo pnpel que la deccn
.Je principios tiene en e! de Hare o Sartre. <<Los valores -dice Ray-
mond :\ron en su exposicin de las ideas de \Y! eber- son creados por
decisiones humanas ... ,y de nuevo atribuye a \Veber la iden. de que
cada conciencia humana es irrefutable y que los valores descansan
':n "un:1 eleccin cuya justificacin es puramente subjetiv::n> (Aran,
1967. pp. 206-21 O y p. 192). No es sorprendente que la forma en
Cllle Weber entiende los valores se debiera sobre todo a Nietzsche
Donald G. Macrae (1974), en su libro sobre Weber, le haya
44 TRAS LA VIRTUD
.
-.
llamado existencialista; puesto que mientras mantiene que un agente
puede ser ms o menos racional segn acte de manera coherente con
sus valores, la eleccin de una postura valorativa o de un compromiso
determinado no puede ser ms racional que otra. Todas las fes y
todas las valoraciones son igualmente no racionales: tocbs son direc-
ciones subjetivas dadas al y la emocin.- En consecuencia,
Weber es, en el ms amplio sentido en que entiendo el trmino, un
emotvista, y su retrato de la autoridad burocrtica es un retrato emo-
tivista. La consecuencia del emotivismo de Weber es que el contraste
entre poder y autoridad, aunque se mantenga de palabra, en su
pensamiento de hecho se borra como caso especial de desaparicin
del contraste entre relaciones sociales manipuladoras y no manipu-
ladoras. Weber por supuesto crey distinguir el poder de la auto-
ridad precisamente porque la autoridad sirve a unos fines, sirve a
unas creencias. Pero, como ha subrayado agudamente Philip Rieff,
los fines de Weber, las cawas que hay que servir. son medios de
accin: no pueden librarse de servir al poden> (Rieff, 1975, p. 22).
En opinin de Weber, ningn tipo de autoridad puede apelar a crite-
rios racionales para legitimarse a s misma, excepto el tipo de auto-
ridad burocrtica que apela precisamente a su propia eficacia. Y lo
que revela esta apelacin es que la autoridad burocrtica no es otra
cosa que el poder triunfante.
La descripcin general de las organizaciones burocr:tcas segn
Weber ha sufrido crticas funcbcbs por parte de los socilogos que
han analizado el carcter concreto de las burocracias Jctuales. Por lo
mismo interesa destacar que ha'.' .111 aspecto en que su :m:ilisis ha sido
confirmado por la experiencia, y donde las opiniones de muchos
socilogos que creen haber repudiado el anlisis de \Veber lo repro-
ducen en realidad. Me refiero precisamente a su descripcin de cmo
la mttoridad gerencial se jwtifica '!1 bs burocrac:s. Aqudlos socilo-
gos modernos que han puesto al frente de sus descripciones del com-
portamiento gerencial
1
:1spcctos ignorados o poco enfatizados por
-como por ejemplo Likerr, cuando subraya que el gerente
necesita inHuir en los mviles ele sus subordinados, y March y Simon,
l. La expresin managerial behavior tiene ya varias traducciones al caste
!!ano, ms usual tctica organizacionah>, pero prefiero gerencial. puesto que
organizacin no se corresponde exacmmcntc con y a
,,ez se evita un barbarismo. (N. de la !. )
EMOTIVISMO: CONTENIDO SOCIAL Y CONTEXTO SOCIAL 45
que su necesidad de <tsegurarse de que estos subordinados
desde premisas que produzcan acuerdo con sus propias con-
clusiones previas- pese a ello consideran la funcin del gerente,
como controlador de comportamientos y supresor de conflictos, de
un moJo que refuerza ms que mina la interpretacin de Weber.
;\s, gran cvidencitl de que los gerentes actuales incorporan en su
c:onJuct:l estl parre clave del concepto weberiano de autoridad buro-
crtica, un concepto que supone la verdad del emotivismo.
El personaje del rico comprometido en la bsqueda esttica de
"u propio gozo, tal como fue plasmado por Henry James, poda
encontmrse realmente en Londres y Pars durante el pasado siglo; el
original del tipo de gerente reuntado por Max \Veber tuvo su lugar
en la Alemania guillermina; pero ambos se han aclimatado ya en
todo pas avanzado y ms especialmente en los Estados Unidos. Los
dos tipos pueden en ocasiones ser encontrados en una misma perso-
na, que reparte su vida entre el uno y el otro. No son figuras margi-
Iules en el drama de lu era presente. Uso esta metfora dramtica
con cierra seriedad. Hay un tipo de tradicin dramtica --de la que
son ejemplos el teatro No japons y el teatro moral medieval ingls-
que se caracteriza por un conjunto de personajes inmediatamente
reconocibles por la audiencia. Tales personajes definen parcialmente
las posibilidades de la trama y la accin. Entenderlos equivale a
poseer los medios para interpretar la conducta de los actores que los
representan, porque un enttndimienro similar informa las intenciones
de los actores mismos, y los dems actores deben definir sus papeles
por referencia especial :.1 estos personajes centrales. Lo mismo sucede
con cierta cluse de papeles sociaies especificas en ciertas culturas
paniculares. Proporcionan personajes reconocibles, y el saber reco-
nocerlos es socialmente crucial, puesto que el conocimiento del per-
sonaje suministra una interpretacin de las acciones de los individuos
que han asumido ese personaje, y precisamente porque tales indivi-
duos han utilizado el mismo conocimiemo para guiar y estructurar
su conducta. Los personajes as definidos no deben confundirse con
papeles sociales en general. Son un tipo muy especial de papel social,
4ue impone cierta clase de constriccin moral sobre la personalidad
de los que los habitan, en un grado no presente en muchos otros
papeles sociales. Elijo la palabra personaje para ellos precisamente
por la manera en que se vincula con asociaciones dramticas y mo..
rales. Muchos papeles ocupacionales modernos (como el de
4:6 TRAS LA VIRTUD
01 d de basurero, por ejemplo) no son personajes en la forma en que
loJ es un burcrata; muchos papeles de situacin modernos (como el
de un pensionista de la clase media baja, por ejemplo) no son perso-
mDjes del modo que un rico ocioso moderno lo es. En el caso de un
ptersonaje, papel y personalidad se funden en grado superior al habi-
t;_al; en el caso de un personaje, las posibilidades de accin estn
d<i:!finidas de forma ms limitada. Una de las diferencias clave entre
cl:!llturas es el grado en que los papeles son personajes; pero lo espe-
c:ff:ico de cada cultura es en gran medida lo que es especfico de su
gauera de personajes. As, la cultura de la Inglaterra victoriana estaba
ddinida parcialmente por los personajes del Director de Colegio, el
.E::xplorador y el Ingeniero; y la Alemania guillermna estaba definida
de:: modo similar por personajes como el Oficial Prusiano, el P r o f e ~ o r
y d Socialdemcrata.
Los personajes tienen otra dimensin notable. Son, por :ts decir,
reyresentantes morales de su cultura, y lo son por la forma en que
la:-s ideas y teoras metafsicas y morales asumen a travs de ellos
existencia corprea en el mundo social. Tales teoras, tales filosofas,
emtran naturalmente en la vida social de mltiples maneras: la ms
obvia quizs es como ideas explcitas en libros, sermones o conver-
sruciones, o como temas simblicos en la pintura, el teatro o los ensue-
<IDs. Pero el modo distintivo en que dan forma a bs vidas de los
pe'!rsonajes se ilumina si consideramos cmo combinan lo que normal-
!Im!nte se piensa que pertenece al hombre o mujer individual y lo
qtue normalmente se piensa que pertenece a los papeles 3ociales. Tanto
lo!S papeles y los individuos, como los personajes pueden d,ir \'ida a
creencias morales, doctrinas y teoras, y lo hacen, pero cada cual a
su: manera; y la manera propia de los personajes slo puede ser
dellineada por contraste con aqullos.
Por medio de sus intenciones, los individuos expresan en sus
acciones cuerpos de creencia moral, ya que toda intencin presupone,
com mayor o menor complejidad, con mayor o menor coherencia,
cmerpos ms o menos explcitos de creencias, y algunas veces de
cr.eencias morales. Acciones a pequea escala, como echar una carta
al ,correo o entregar un folleto a un viandante, pueden responder a
inmenciones cuya importancia deriva de un proyecto a gran escab del
indlividuo, proyecto slo inteligible sobre el trasfondo de un esque-
m:n de creencias igualmente o incluso ms amplio. Al echar una carta
al (correo, alguien puede estar embarcndose en un tipo de carrera
EMOTIVI,$MO: CONTENIDO SOCIAL Y CONTEXTO SOCIAL 47
empresarial cuya definicin exija la creenci"a en b viabilidad y la
legitimidad de las corporaciones multinacionales; al repartir folletos,
otro quizs exprese su creencia en la filosofa de la historia de Lenin.
Pero la cadena de razonamientos prcticos que estas acciones expre-
san, echar cartas o distribuir pani1etos, es en este tipo de caso, por
:iupuesto, solamente individual: y el locus Je la cadena Je razona-
mientos, el contexto que hace a cada eslabn parte de una ~ e c u e n c i a
inteligible es la historia de la accin, creencia, experiencia e interac-
cin de ese individuo en particular.
Contrastemos el modo completamente diferente en que cierto tipo
de papel social puede personificar creencias, de maner::J que !as ideas,
las doctrinas y bs teoras expresadas y presupuestas por el papel
pueden, al menos en algunas ocasiones, ser completamente distintas
de las ideas, doctrin,ls y teoras en que cree el individuo que lo repre-
senta. Un sacerdote catlico, en virtud de su papel, dice misa, realiza
otros ritos y ceremonias y toma parte en mltiples actividades que
implcita o explcitamente incorporan o presuponen las creencias del
catolicismo. Sin mbargo, un individuo ordenado y que haga todas
esas cosas puede haber perdido su fe y sus creencias pueden ser com-
pletamente distintas de las que se expresan en las acciones que su
papel representa. El mismo tipo de distincin entre papel e individuo
puede delinearse en muchos otros casos. Un sindicalista, en virtud
de su papel, negocia con los representantes empresariales y hace cam-
paa entre los miembros del sindic::Jto del modo que general v tpica-
mente presupone que los fines del sindicato (mejores salarios, mejo-
!"as en las condiciones de trabajo y mantenimiento del empleo dentro
del presente sistema econmico) son los fines legtimos de la da se
trabajadora, y que los sindicatos son los instrumentos apropiados
para alcanzar tales fines. Sin embargo, tal sindicalista concreto puede
creer que los sindicatos son simples instrumentos para domesticar y
corromper a ]a clase trabajadora desvindola de su inters revolucio-
nario. Lo que cree en su cabeza y corazn. es una cosa; las creencias
que su papel expresa y presupone son otra completamente distinta.
Hay muchos casos en que existe una cierta distancia entre papel
e individuo; en consecuencia, varias gradaciones de duda, compro-
miso, interpretacin o cinismo pueden mediar en la relacin del indi-
viduo con el papel. Con lo que he llamado personajes las cosas suce-
den de modo completamente diverso; y la diferencia surge del hecho
Je que los requisitos de un personaje se imponen desde fuera, desde
TRAS LA VIRTUD
[a forma en que los dems contemplan y usan esos personajes para
entenderse y valorarse a s mismos. Con otros tipos de papel social,
el papel se define adecuadamente atendiendo a las instituciones de
:uya estructura forma parte, y a la relacin de esas instituciones con
[os individuos que desempean los papeles. En el caso de un perso-
'taje, esto no sera suficiente. Un personaje es objeto ele consideracin
para los miembros de la cultura en general o para una fraccin con-
siderable de la misma. Les proporciona un ideal cultural y moral.
En este caso es imperativo que papel y personalidad estn fundidos;
es obligatorio que coincidan el tipo social y el tipo psicolgico. El
personaje moral legitima un modo de existencia social.
Espero que haya quedado claro el motivo de mi eieccin de ejem-
plos para aludir a la Inglaterra victoriana y a la Alemania guillermi-
na. El Director de Colegio, en Inglaterra, y el Profesor en Alemania,
por tomar solamente dos ejemplos, no eran slo papeles sociales, sino
que proporcionaban foco moral a un conglomerado de actitudes y
actividades. Servan para esa funcin precisamente porque daban
cuerpo a teoras y pretensiones morales y metafsicas. Adems, estas
teoras y pretensiones tenan un cierto grado de complejidad, y exis-
ta dentro de la comunidad de Directores de Colegio y dentro de la
comunidad de Profesores un debate pblico acerca de la significa-
cin de sus papeles y funciones: Thomas Amold de Rugby no era
igual que Edward Thring de Uppingham; Mommsen y Schmoller
representaban posturas acadc!micas muy diferentes de la de Max We-
ber. Sin embargo, la articulacin del desacuerdo se daba siempre
dentro de un contexto de acuerdo moral profundo, que constitua el
personaje que cada individuo personificaba a su manera.
En nuestro propio tiempo el emotivismo es una teora incorpo-
rada en personajes, todos los cuales participan de la distincin emo-
tivism entre discurso racional y c.liscurso no racional, pero personifi-
can esa distincin en contextos sociales muy diferentes. Ya hemos
citado dos: el Esteta. Rico y el Gerente. Debemos aadirles ahora un
tercero: el Terapeuta. En su personaje, el gerente viene a borrar la
distincin entre relaciones sociales manipuladoras y no manipulado-
ras; el terapeuta representa idntica supresin en la esfera de la vida
personal. El gerente trata los fines como algo dado, como si estuvie-
ran fuera de su perspectiva; su compromiso es tcnico, tiene que ver
con la eficacia en transformar las materias primas en productos acaba-
dos, el trabajo inexperto en trabajo experto, las inversiones en bene-
EMOTIVISMO: CONTENIDO SOCIAL Y GONTEXTO SOCIAL 49
'
ficios. El terapeuta tambin trata los fines como algo dado, como
si estuvieran fuera de su perspectiva; su compromiso tambin es
tcnico, de dicacia en transformar los neurticos en energa
dirigida, los individuos mal integrados en otros bien integrados. Ni el
gerente ni el terapeuta, en sus papeles de gerente y terapeuta, entran
ni pueden entrar en debate moral. Se ven a s mismos, y son vistos
por !os que los miran con los mismos ojos, como figuras incontesta-
bles, que por s mismas se restringen a los dominios en donde el
acuerdo racional es posible, naturalmente desde su punto de vista
sobre el reino de los hechos, el reino de los medios, el reino de la
e11cacia mensurable.
Es importante, por supuesto, que en nuestra cultum el concepto
de terapia se haya generalizado saliendo de b esfera de la medici-
na psicolgica, donde tena obviamente su legtimo lugar. En The
Triumpb of the Therapeutic (1966) y tambit:n c:n To My Fellow
'feacbers ( 1975), Philip Rieff ha documentado con devastadora pers-
picacia d mmero de caminos por los que la verdad ha sido despla-
zada como valor y reemplazada por la eficacia psicolgica. Los mo-
dismos de la terapia han invadido con xito y por completo esferas
como la de la educacin y la de la religin. Los tipos de teora que
intervienen o se invocan para justificar estas modas teraputicas son
naturalmente muy diversos, pero la moda propiamente dicha tiene
mayor significacin social que las teoras de que se abastecen sus
promgomsras.
1
He dicho en general de los personaies que son aquellos papeles
sociales que proveen de definiciones morales a una cultura; es crucial
hacer hincapi en que no quiero decir que las creencias morales
expresaJ,s e incorporadas en los personaes de una cultura en par-
ticular aseguren el consenso universal dentro de esa cultura. Al con-
trario, y en parte porque proveen de puntos focales de desacuerdo,
son capaces de llevar a cabo su tarea definitoria. De ah que el carc-
ter moralmente definitorio del papel gerencial en nuestra cultura se
evidencia lo mismo por las numerosas censuras contemporneas con-
tra los mtodos manipuladores de los gerentes t!n la teora y en la
prctica, que por los homenajes que por igual motivo reciben. Quie-
nes se empean en criticar la burocracia no consiguen otra cosa sino
reforzar eficazmente la nocin de que el yo tiene que definirse a s
mismo en trminos de su relacin con dicha burocracia. Los tericos
de las organizaciones neoweberianos y los herederos de la Escuela de
50 TRAS LA VIRTUD
Frankfurt colaboran sin querer, a modo de coro, en el teatro del
presente.
No quiero sugerir, por descontado, que este tipo de fenmeno
sea algo peculiar del presente. A menudo, o quiz siempre, el yo ha
de recibir su definicin social por medio del conflicto, pero esto no
significa, como han supuesto algunos tericos, que el yo no es o que
llega a no ser otra cosa sino los papeles sociales que hereda. El yo,
como distinto de sus papeles, tiene una historia yuna historia social;
el yo contemporneo emotivista, por tanto, no ser inteligible sino
como producto final de una evolucin larga y compleja.
Acerca del yo, tal como el emotivismo lo presenta, debemos inme-
diatamente observar: que no puede ser simple o incondicionalmente
idcntii1cado con ninguna actitud o punto de vista moral en particular
(ni siquiera con los personajes que encarna socialmente el emotivis-
mo) precisamente debido al hecho de que sus juicios carecen de
criterio a fin de cuentas. El yo especficamente moderno, el yo que he
llamado emotivista, no encuentra lmites apropiados sobre los que
poder establecer juicio, puesto que tales lmites slo podran deri-
varse de criterios racionales de valoracin y, como hemos visto, el yo
emotivista carece de tales criterios. Desde cualquier punto de vista
que el yo haya adoptado, cualquier cosa puede ser criticada, incluida
la eleccin del punto de mira que el yo adopte. Esta capacidad del
yo pura evadirse de cualquier identificacin necesaria con un estado
de hechos contingente en particular, ha sido equiparada por algunos
filsofos modernos, de entre los analticos y los existencialistas, con
la esencia de la actuacin moral. Desde esa perspectiva, ser un agente
moral es precisamente ser capaz de salirse de todas las situacio-
nes en que el yo est comprometido, de todas y cada una de las
caractersticas que uno posea, y hacer juicios desde un punto de vista
puramente universal y absrracto, desgajado de cualquier particula-
ridad social. As, todos y nadie pueden ser agentes morales, puesto
que es en el yo y no en los papeles o prcticas sociales donde debe
localizarse la actividad moral. El contraste entre esta democratizacin
de la actividad moral y el monopolio elitista de la pericia gerencial y
teraputica no puede ser ms agudo. Cualquier agente mnimamente
racional se considera un agente moral; sin embargo, gerentes y tera-
peutas disfrutan de su privilegio en virtud de su adscripcin a jerar-
quas a quienes la destreza y el conocimiento se les suponen. En el
terreno de los hechos huy procedimientos para eliminar el desacuer-
EMOTIVISMO: CONTENIDO SOCIAL Y CONTEXTO SOCIAL .:_51
do; en el de la moral, la inevitabilidad del desacuerdo se dignifica
mediante el ttulo de pluralismo.
Este yo democratizado, que no tiene contenido social necesario ni
identidad social necesaria, puede ser cualquier cosa, asumir cualquier
papd o tomar cualquier punto de vista, porque en s y por s mismo
no es nada. Esta relacin del yo moderno con sus actos y sus papeles
ha sido conceptualizada por sus ms agudos y perspicaces tericos de
Jos maneras que a primera vista parecen diferentes e incompatibles.
Sartre (y me refiero exclusi\'amente al Sartre de los aos treinta y cua-
rcntn) ha descrito el yo como enteramente distimo de cualquier papel
social concreta que por tal o cual razn asuma; Erving Goffman por
d contrario ha excluido d yo de su interpretacin de papeles, argu-
yendo que d yo no es ms que Un clavo del que cuelgan los vesti-
dos del papel (Goffman, 1959, p. 253). Para Sartre, el error central
es idemi1car el yo con sus ?apeles, error que arrastra el peso de In
mala fe moral as como de la confusin intelectual; para Goffman,
el error cenrral es suponer que /;ay un yo substancial m:s all: y por
encima de l:ts complejas representaciones, error que cometen los que
desean guardar al menos una parte del mundo humano a salvo de
la sociologa. Sin embargo, dos visiones aparentemente tan contrarias
coinciden mucho ms de lo que permitira sospechar una primera
exposicin. En las descripciones anecdticas del mundo social de
Goffman todava es discernible este fantasmal Yo, el clavo psicol-
gico al que Gotfman niega ,<yoidad substancial, revoloteando, im-
palpable, de una situacin slidamente estructurada en un papel a
orra. Para Sartre, el autodescubrimiemo del yo se caracteriza como
d descubrimiento de que el yo es "nada)), no es una substancia, sino
un conjunto de posibilidacies perpetuamente abiertas. As, a nivel
profundo, cierto acuerdo vincula los desacuerdos aparentes de Sarrre
y Je Gotfman; en nada esrn de acuerdo sino en esto: que ambos
contemplan d yo como situado contra el mundo social. Para Gotfman
el mundo social lo es todo y el yo no es .oadn en absoluto, no ocupa
ningn espacio social. Para Sartre, si ocupa algn espacio social lo
hace a ttulo precario, es decir que wmpoco le atribuye al yo ninguna
Qu modos morales se abren a un yo as concebido? Para res-
ponder a esta pregunta, primero debemos recordar la segunda carac-
terstica clave del propio emotivismo, su carencia de cualesquiera
criterios ltimos. Cuando lo caracterizo as me refiero a lo que ya
52
TRAS LA VIRTUD
hemos observado, que cualesquiera criterios o principios o fidelida-
des valorativas que pueda profesar el yo emotivista se construyen
como expresiones de actitudes, preferencias y elecciones que en s
mismas no estn gobernadas por criterio, principio o valor, puesto
que subyacen y son anteriores a toda fidelidad a criterio, principio o
valor. Se sigue de aqu que el yo emotivista no puede hacer la his-
toria racional de sus transiciones de un estado de compromiso moral
a otro. Los conflictos ntimos son para l, att fond, la confrontacin
de una arbitrariedad contingente con otra. Es un yo a quien nada
da continuid:td, salvo el cuerpo que lo porta y la memoria que en la
medida de sus posibilidades lo liga a su pasado. Ni sta ni aqul, por
separado ni juntos, permiten definir adecuadamente esa identidad y
esa continuidad de que estn bien seguros los yoes reales, segn nos
consta por la discusin del problema de la identidad individual en
Locke, Berkeley, Butler y Hume.
El yo :ts concebido, por un lado separado de sus entornos socia-
les, y por otro carente de una hi:;toria racional de s mismo, asume al
parecer cierto aspecto abstracto y fantasmal. Sin embargo, vale la
pena recalcar que la explicacin conductista es tan plausible o poco
plausible para el yo concebido de este modo como para el concebido
de cualquier otro modo. Esa apariencia abstracta y fantasmal no
brota de ningn dualismo cartesiano remanente, sino del grado de
contraste, del grado de prdida mejor dicho, que se patentiza si com-
paramos el yo emotivisra con sus predecesores histricos. Una manera
de reencarar el yo emotivista es considerar que ha sufrido una priva-
cin, que se ha desnudado de cualidades que se crey una vez que
le pertenecan. Ahora el yo se concibe carente de identidad social
necesaria, porque la clase de identidad social que disfrut alguna vez
ya no puede mantenerse. El yo se concibe como falto de una identi-
dad social necesaria porque la clase de telos en cuyos trminos juzg
y obr en el pasado ya no se considera creble. Qu clase de identi-
dad y qu clase de telos eran?
En muchas sociedades tradicionales premodernas, se considera
que el individuo se identifica a s mismo y es identificado por los
dems a travs de su pertenencia a una multiplicidad de grupos socia-
les. Soy hermano, primo, nieto, miembro de tal familia, pueblo, tribu.
No son caractersticas que pertenezcan a los seres humanos acciden-
talmente, ni de las que deban despojarse para descubrir el yo real.
Son parte de mi substancia, definen parcial y en ocasiones completa-
EMOTIVISMO: CONTENIDO SOCIAL Y CONTEXTO SOCIAL 5.3
mente mis obligaciones y deberes. Los individuos heredan un lugar
concreto dentro de un conjunto interconectado de relaciones sociales;
n falta de este lugar no son nadie, o como mucho un forastero o un
sin casta. Conocerse como persona social no es, sin embargo, ocupar
una posicin fija y esttica. Es encontrarse situado en cierto punto de
un viaje con estaciones prefijadas; moverse en la vida es avanzar --o
no conseguir avanzar- hacia un fin dado. As, una vida terminada y
plena es un logro y la muerte el punto en que cada uno puede ser
juzgado feliz o infeliz. De aqu el viejo proverbio griego Nadie pue-
de !>er llamado feliz hasta que haya muerto.
Esta concepcin de la vida humana completa como sujeta prima-
rio de una valoracin impersonal y objetiva, de un tipo de valora-
cin que aporta el contenido que permite juzgar las acciones y
proyectos particulares de un individuo dado, deJa de ser general-
mente practicable en algn punto del progreso -si podemos llamar-
lo as- hacia y en la modernidad. Ello ha pasado hasta cierto punto
desapercibido porque histricamente se considera por la mavora no
como una prdida, sino como una ganancia de la que congratularse
viendo en ella, por una parte, la emergencia del individuo libre de
las ligaduras sociales, de esas jerarquas constrictivas que el mundo
moderno rechaz a la hora de nacer, y por otra parte liberado de lo
que la modernidad ha tenido por supersticiones de la teleologa. Al
decir esto, por supuesto. me adelunto un poco '' mi xesente argu-
mentacin; pero vale la pena observar que el yo peculiarmente mo-
derno, el yo cmotivista, cuando alcanz la soberana en su propio
dominio perdi los lmites tradicionales que una idcntiLhld social
y un proyecto de vida humana ordenado a un fin dado le haban
proporcionado.
No obstante, y como ya he sugerido, el yo emothista tiene su
propia cluse de definicin social. Se sita en un tipo determinado
de orden social, del cual es parte integrante y que se vive en la
actunlidad en los llamados pases avanzados. Su definicin es la otra
parte de la definicin de esos personajes que incorporan y exhiben
los papeles sociales dominantes. La bifurcacin del mundo social
contemporneo en un dominio organizativo en que los fines se con-
sider:m como algo dado y no susceptible de escrutinio racional, y un
dominio de lo personal cuyos factores centrales son el juicio y el
debate sobre los valores, pero donde no existe resolucin racional
social de los problemas, encuentra su internalizacin, su representa-
54 TRAS tA VIRTUD
cton ms profunda en la relacin del yo individual con los papeles
y personajes de la vida social.
Esta bifurcacin es en s misma una clave importante de las
caractersticas centrales de las sociedades modernas y !a que puede
fncilitarnos el cvit:u ser confundidos por sus debntes polticos inter-
nos. Tales debates a menudo se representan en trminos de nna
supuesta oposicin entre individualismo y colectivismo, apareciendo
cada uno en una pluralidad de formas doctrinales. Por un lado, se
presentan los sedicentes protagonistas de la libertad por
otro, los sedicentes protagonistas de la planificacin y la reglamen-
tncin, de CU?OS beneficios disfrutamos a travs de h organizncin
burocrtica. Lo crucial, en realidad, es el punto 211 que las dos partes
contendientes estn de acuerdo, :1 saber, que tenemos abiertos slo
dos modos nlterna rivos de vida social. uno en que sobernnns las
opciones libres y arbitrarias de los individuos, y otro en que la
burocracia es sobemnn pnra limitnr precisamente las opciones libres
y arbitrnrias de los indi\iduos. Dado este profundo ,cuerdo cnltutal,
no es sorprendente que In poltica de las sociedades modcrnns oscile
entre una libertad que no es sino el abandono de la reglamentacin
de la conducta individual y unas formas de control colectivo ideadas
slo para limitar la anarqua del inters egosta. Las consecuencias
de la victoria de unn instancia sobre la otra tienen a menudo muy
grande importancia inmediata; sin embargo. v como bien ha enten-
dido So1zhenitzyn, Jmbos modos de vida son a la postre intolerables.
L1 sociedad en que vivimos es tal, que en ella burocracin e indivi-
clualismo son tantn como antagonistns. Y en este clima
de individualismo burocrtico el yo emotivista tiene su espacio na-
tural.
El paralelismo entre mi tratnmiento de lo que he Ilamnc!o el yo
emotivista y mi tratamiento de las teoras emotivistas del juicio
mornl -sen stevensoniano, nietzschenno o sartriano-, espero que
haya quedado ya dnro. En ambos cnsos he argumentado que nos
enfrentamos a algo que slo es inteligible como producto final de
un proceso de cambio histrico; en ambos cnsos he comparndo
pmtmas tericas cuyos protagonistas sostienen que lo que yo consi-
dero carnctersticas histricamente producidas de lo especficamente
moderno, no son tnles, sino caractersticns necesarias e intemporales
de todo juicio morr.l y de todo yo personal. Si mi argumentacin es
correcta, no somos, aunque muchos de nosotros hayamos llegado a
EMOTIVISMO: CONTENIDO SOCIAL Y CONTEXTO SOCIAL 55
serlo en parte, lo que dicen Sartre y Goffman, precisamente porque
:;amos los ltimos herederos, por el momento, de un proceso de
Ll'<lnsformacin histrica.
Esta transformacin del yo y su relacin con sus papeles, desde
]<Js modos trndicionales de existencia basra las f armas contemporneas
Lid emotivsmo, no pudo haber ocurrido, por descontado, si no
hubieran transformado al mismo tiempo las formas del discurso
moral, el lenguaje de la moraL Por es errneo separar la
historia del yo y sus papeles de la historia del lenguaje en que el yo
se Jeline y a travs del cual se expresan los papeles. Lo que descu-
es una sola historia, no dos histori<lS paralelas. Al principio,
;tJum dos factores centrales de la expresin moral contempornea.
Uno era la multiplicidad y la aparente inconmensurabilidad de los
wnceptos invocados. El otro era el uso nserrivo de principios ltimos
para intentar cerrar el debate moral. Descubrir de dnde proceden
<.!SOs rasgos de nuestro discurso, y cmo )' por qu estn de moda, es
por lo tanto una estrategia obvia para mi investigacin. A eso va-
mos ahora.
4. LA CULTURA PRECEDENTE Y EL PROYECTO
ILUSTRADO DE nJSTIFICACiN
DE LA i\t'IORAL -
Lo que voy a sugerir es que los episodios claves de la hisroria
socinl que transformaron, fragmentaron y, si mi opinin ms exrrema
es correcta. desplazaron fa moralidad en gran medida -creando as
la posibilidad del yo con su forma caracterstica de rela-
cin y modos de expresin- fueron episodios de la historia de la
filosofa, que solamente a la luz de esta historia podemos compren-
der cmo llegaron a producirse las idiosincrasias del discurso moral
cotidiano contemporneo y, por esta va, cmo el yo emotivista fue
capaz de encontrar medios de expresin. Sin embargo, cmo pudo
ocurrir as? En cultura, la filosofa es una actividad
muy marginal y especL1lizaJa. A veces, los profesores de filosofa
quieren vestir las galas de la oportunidad y algunas personas con
educacin universit:u:a :,e preocupan con \agas e\'Ocaciones de sus
antguas aulas, pero tanto los unos como los otros se sorprenderan,
y el pblico ms amplio rodava ms, si alguien sugiriera, como me
dispongo a hacer ahora, c}ue las races de algunos de los problemas
que centran la atencin e:specializada de los filsofos acadmicos y las
races de algunos de los problemas centrales sociales y prcticos de
nuestras vidas cotidianas son lo mismo. A la sorpresa le se;;uira la
incredulidad si, adems, se dijera que no podemos entender, 11i menos
resolver, un tipo de problemas sin entender el otro.
Esto sera, sin embargo, menos implausible si la tesis se moldea-
ra en forma histricn. Porque se pretende qtH! nuestra cultura en
general y nuestra filosofb acadmica son en gmn medida resultado
de una cultura en que la filosofa constituy una forma central de
actividad social, en la que su papel y funcin eran muy distintos
LA CULTURA PRECEDENTE .Y EL PROYECTO ILUSTRADO 57
de los que tiene entre nosotros. Fue, como argumentar, el fracaso de
esa cultura en resolver sus problemas a la vez prcticos y filosficos,
el factor clave y quizs el principal que determin la forma tanto
de los problemas de nuestra filosofa acadmica como de nuestros
problcmns socbles prcticos. Qu era esa cultura? Lo bnstante
a nosotros como para que no siempre nos resulte fcil enten-
der su distintividad, sus diferencias con respecto a la nuestra, como
rampoco es fcil entender su unidad y coherencia. Para ello tambin
hay otras razones ms accidentales.
Una de tales rnzones por las que a veces se nos escapa b unidad
coherencia de !u culturn dieciochesca de la Ilustracin, es que u
menudo la entendemos primordialmente como un episodio de la his-
toria cultural francesa, cuando en realidad Francia es, desde el punto
,le mira de esa misma cultura. la ms atrasada de las naciones ilus-
lr<ldas. Los propios a menudo envidiaron los modelos ingle-
'l's, pero la misma Inglarerrn se vio superada por los logros de la
llustracin escocesa. Sus personalidades mximas fueron los alema-
nes, ciertamente, como K<mt y Mozart. Pero por variedad como por
r::llla inrelectual, ni siquiera los alemanes pueden eclipsar a David
Hume, Adam Smith, Adam Ferguson, John Millar, lord Kames y
lord Monboddo.
Lo que faltaba a los franceses eran tres cosas: una experiencia
;)rotestante secularizada, una dase instruida y relacionada con la Ad-
ministracin pblica, con el clero y los pensadores laicos formando
un pbllco lector unificado, y un tipo de universidad revitalizada
como el que representaban Konigsberg en d este y Edimburgo y
Glasgow en el oeste. Los intelectuales franceses del siglo XVIII cons-
tituan una intelligentsia, un grupo a la vez instruido y alienado;
por el contrario, los intelectuales dieciochescos escoceses, ingleses,
alemanes, daneses y prusianos estaban perfectamente colocados en
el mundo social, aunque fuesen a veces muy crticos con l. La intelli-
francesa dieciochesca tuvo que esperar u la rusa del siglo XIX
para encontrar paralelo en algn lugar.
Estamos hablando, pues, de una cultura que es principalmente
nordeuropea. Los espaiioles, los italhmos y los pueblos galico o
eslavo parlantes no pertenecen a elb. Vico no juega ningn papel en
ese desarrollo intelectual. Tiene, por supuesto, avanzadillas fuera de
la Europa del Norte, las ms importantes en Nueva Inglaterra y en
Suiza. Inl1uye en el Sur de Alemania, en Austria, en Hungra y en el
58 TRAS LA VIRTUD
reino de Npoles. Y gran parte de la intelligentsia francesa tiene
d deseo de pertenecer a ella, pese a las diferencias de situacin.
En el fondo, la primera fase de la Revolucin francesa puede ser
emendicla como un intento de entrar por medios polticos en esa
cultura norcleuropea, y abolir as la brecha l!xistcntc entre las ideas
fr-.,]ncesas y la vida poltica y social franceS<l. Ciertamente, Kant reco-
noci la Revolucin francesa como expresin poltica de un pen-
samiento parecido al suyo.
Fue una cultura musical y quizs existe entre este hecho y los
pmblemas filosficos centrales de la cultura una relacin ms estrecha
de lo que com{mmente se admite. Porque b re!.1cin entre nuestras
creencias y unas frases que exclusiva o primor,/ ialmente cantamos,
por no hablar ele la msica que acompaa a esas frases, no es exacta-
mente la misma que la relacin entre nuestras creencias y las frases
primordialmente habladas y dichas en modo asertivo. Cuando la misa
catlica se convierte en un gnero que los proteswmes pueden musi-
cu, cuando escuchamos la Escritura ms por lo que escribi Bach
que por lo que escribi San Mateo, los textos sagrados se conservan
pero se han roto los lazos tradicionales con las creencias, en cierta
medida incluso para aquellos que se consideran creyentes. Por des-
contado, no es que no exista ningn vnculo con las creencias; sera
simplista el querer desligar de la religin crisriana la msica de Bach
o incluso la de Haenclel. Pero se ha nublado una distincin tradicio-
nal entre lo religioso y lo esttico. Y esto es verdad tanto si las
son nuevas como si son tradicionales. L1 francmasonera ele
Mozart, que es quiz !u religin ele la Ilustracin /Jill" r:xcellence, man-
tiene con La flauta mgica una relacin tan <1mbgua como d Mesas,
de Haendel con el cristianismo protestante.
En esta cultura no slo ha ocurrido un cambio en las creencias
como el representado por la secularizacin Jel protestantismo, sino
tambin, incluso para los que creen, un cambio en los modos de
creer. Como era de esperar, las preguntas fundamentales versan
sobre la justificacin de la creencia, y en su mayor parte sobre la jus-
ti.Gcacin de la creencia moral. Estamos tan acostumbrados a clasi-
fic.ar juicios, discusiones y acciones en trminos morales, que olvida-
mos lo relativamente nueva que fue esta nocin en la cultura de la
ILustracin. Consideremos un hecho muy chocante: en la cultura de
la Ilustracin, el latn dej de ser el lenguaje principal del discurso
culto, aunque siguiera siendo la segunda lengua que se aprenda.
LA CULTURA PRECEDENTE Y EL PROYECTO ILUSTRADO 59
En latn, como en griego antiguo, no hay palabra que poda-
mos traducir correctamente por nuestra palabra moral; o mejor,
no hay ninguna palabra que pueda traducir nuestra palabra moral.
Ciertamente, moral desciende etimolgicamente de moralis. Pero
como su predecesora griega ethiks -Cicern inven-
t moralis para traducir esrn palabra griega en De Pato-, sgnGca
perteneciente al carcten> y el carcter de un hombre no es otra
cosa que el conjunto de bs disposiciones que sistemticamente le
llevan a actu;1r Je un modo antes que de otro, a llevar una determi-
nada clase de vida.
Los usos ms temrranos de moral en ingls traducan el latn
y llevaban a su uso como sustantivo; la moral de cualquier pasaje
literario es la leccin prctica que ensea. En sus primeros usos,
<<rnoml no contrasta con expresiones tales como prudencial o
<<propio inters, ni con expresiones como <<legal o religioso. La
pabbra cuyo signilicado ms puede asemejrsele quiz sea, simple-
mente, "Pr:ctico,.. En su historia subsiguiente formaba parte habi-
tual de b expresin virtud moral y llega a ser un predicado por
derecho propio, con tendencia persistente a estrechar su significado.
En lo:; siglos J.."VI y xvn toma ya reconocidamente significado mo-
clerno y se vuelve utilizable en los contextos que acabo de apuntar.
En el siglo xvn se usa por vez primera en el sentido ms restringido
de todos. el que tiene que ver primordialmente con la conducta
sexual. Cmo pudo ocmrir que ser inmoral se igualara, incluso
como un modismo especial, con ser sexualmente laxo?
Dejemos para luego la respuesta a esta pregunta. No sera ade-
cuado el considerar la historia de la palabra moral sin recordar !os
numerosos intentos de proveer a la moral de una justificacin racio-
nal en ese perodo histrico -digamos de 1630 a 1850- en que
aclquiri un sentido a la vez general y especfico. En ese perodo,
<<moralidad>> se convirti en el nombre de esa peculiar esfera en
donde unas reglas de conducta que no son teolgicas, ni legales ni
estticas, alcanzan un espacio cultural de su propiedad. Slo a finales
Jcl siglo xvrr y en el siglo XVIII, cuando distinguir lo moral de lo
teolgico, lo legal y lo esttico se convirti en doctrina admitida,
el proyecto de justificacin racional independiente para la moral lleg
a ser no meramente inters de pensadores individuales, sino una
cuestin central para la cultura de la Europa del Norte.
Una tesis central de este libro es que la ruptura de este proyecto
60 TRAS LA VIRTUD
proporcion el trasfondo histrico sobre el cual llegan a ser inteli-
gibles las dificultades de nuestra cultura. Para justificar esta tesis, es
necesario volver a contar con cierto detalle la historia de este pro-
yecto y la de su ruptura; y la forma ms esclarecedora de volver
contar esta historia es hacerlo en sentido retrgrado, comenzando por
el punto en que por vez primera la postura especficamente moderna
aparece completamente caracterizada, si tal puede decirse. Lo que
antes escog como distintivo de la postura moderna era, por supues-
to, que la misma se plantea el debate moral como confrontacin entre
las premisas morales incompatibles e inconmensurables y los man-
datos morales como expresin de una preferencia sin criterios entre
esas premisas, de un tipo de preferencia para la que no se puede dar
justificacin racional. Este elemento de arbitrariedad en nuestra cul-
tura moral fue presentado como un descubrimiento filosfico ( descu-
brimiento desconcertante, incluso escandaloso) mucho <lntes de que
se convirtiera en un lugar comn del discurso cotidiano. En efecto,
ese descubrimiento fue presentdo por primera vez precisamente con
la intencin de escandalizar a los participantes en el discurso moral
cotidiano, en un libro que es a la vez el resultado y el epitafio de la
Ilustracin en su intento sistemtico de descubrir una justificacin
racional de la moral. El libro es Enten-Eller de Kierkegaard, y si
normalmente no lo leemos en los trminos de tal perspectiva hist-
rica es porque nuestra excesiva familiaridad con su tesis ha embotado
nuestra percepcin de su asombrosa novedad en el tiempo y en el
lugar en que se escribi: la cultura nordeuropea de Copenhaguc
en 1842.
Enten-Eller tiene tres rasgos centrales dignos de nuestra aten-
cin. El primero es la conexin entre su modo de presentacin y su
tesis central. En este libro, Kierkegaard reviste las ms variadas ms-
caras, que por lo numerosas inventan un nuevo gnero literario.
Kierkegaard no es el primer autor que fracciona el yo, que lo divide
entre una serie de mscaras, cada una de las cuales acta en la masca-
rada como un yo independiente; as se crea un nuevo gnero literario
en que el autor se presenta a s mismo ms directa e ntimamente
que en cualquier forma de drama tradicional y, sin embargo, median-
te la particin de su yo niega su propia presencia. Diderot en El
sobrino de Ramecw fue el primer maestro de este nuevo y particular
g<!nero moderno. Pero podemos encontrar a un antepasado de ambos,
Diderot y Kierkegaard, en la discusin entre el yo escptico y el yo
LA CULTURA Y EL PROYECTO ILUSTRADO 61
cristiano que Pascal haba intentado llevar a cabo en sus Pwses, una
discusin de la que slo poseemos fragmentos.
La intencin de Kierkegaard al idear la pscudonimia de Eitten-
Eller era dotar al lector de la ltima eleccin, incapaz l mismo de
determinarse por una alternativa ms que por arra puesro que nunca
apareca como l mismo. A propugna el modo de vid:1 esrrico;
B propugna el modo de vida tico; Vctor Eremita edira y :mora
los papeles de ambos. La opcin enrre lo tico y lo esttico no es
elegir enrre el bien y el mal, es la opcin sobre si escoger o no en
trminos de bien y mal. En el corazn del modo de vida esttico, tal
como Kierkegaard lo caracteriza, est el intemo de ahogar el yo en
b inmediatez de la experiencia presente. El p:1rndigma de la expre-
sin esttica es el enamorado romntico que se sumerge en su pro-
pia pasin. Por conrraste. el pnradigma de lo tico es el matrimonio,
un estado de compromiso y obligaciones de ripo duradero, en que el
presente se vincula con el pasado y el fururo. Cada uno de los dos
modos de vida se articula con conceptos diferentes, actitudes incom-
patibles, premisas rivales.
Supongamos que alguien se plantea la eleccin entre ellos sin
haber, sin embargo, abrazado ninguno de ellos. No puede ofrecer
ninguna razn para preferir uno al otro. Puesto que, si una razn
determinada ofrece apoyo para el modo de vida tico (vivir en el
cual servir a bs exigencias del deber, o vivir de modo que se acep-
tar la perfeccin moral como una meta, lo que por tanto dar cierto
significado a las acciones de alguien), la persona que, sin embar-
go, no ha abmzado ni el tico ni el esttico tiene an que escoger
entre considerar o no s esta razn est dorada de alguna fuerza. Si ya
tiene fuerza para l, ya ha escogido el tico; lo que ex bypothesi no
ha hecho. Y lo mismo sucede con las razones que apoyan el esttico.
El hombre que no ha escogido wdava, debe elegir las razones a las
que quiera prestar fuerza. Tiene an que escoger sus primeros prin-
cipios y, precisamente porque son primeros principios, previos a
cualesquiera otros en la cadena del razonamiento, no pueden aducirsc
ms razones ltimas para apoyarlos.
De este modo, Kierkegaard se presenta como imparcial frente a
cualquier posicin. l no es ni A ni B)>, Y si suponemos que
representa la postura de que no existen fundamentos para escoger
entre ambas posiciones y de que la eleccin misma es la razn ltima,
niega tambin esto porque l, que no era ni A)> ni B, tampoco es
62
TRAS LA VIRTUD
Vctor Eremita. Sin embargo, al mismo tiempo es cada uno de ellos,
y quiz detectamos su presencia sobre todo en la creencia puesta
en boca de B de que quienquiera que se plantee la eleccin entre
lo esttico y lo tico de hecho quiere escoger lo tico; la energa, la
pasin del querer seriamente lo mejor, por as decir, arrastra a la per-
sona que opta por lo tico. (Creo que aqu Kierkegaard afirma -si es
Kierkegaard quien lo afirma- algo que es falso: lo esttico puede
ser escogido seriamente, si bien la carga de elegirlo puede ser una
pasin tan dominante como la de quienes optan por lo tico. Pienso
en especial en los jvenes de la generacin de mi padre que contem-
plaron como sus principios ticos primitivos moran segn moran
sus amigos en las trincheras durante los asesinatos masivos de Ypres
y el Somme; y los que regresaron decidieron que nada iba a impor-
tarles nunca ms, e inventaron la tdvialidad esttica de los aos
veinte.)
Mi descripcin Je la relacin de Kierkegaard con Enten-Eller es
por descontado diferente de la interpretacin que ms tarde diera
el propio Kierkegaard, cuando lleg a interpretar sus propios escritos
retrospectivamente como una vocacin nica e inalterada; y los me-
jores discpulos de Kierkegaard en nuestro tiempo, como Louis Mac-
key y Gregor Malantschuk, respetan en este punto el autorretrato
avalado por Kierkegaard. Sin embargo, si tomamos todas las pruebas
que tenemos de las actitudes de Kierkegaard hacia finales de 1842
-y quizs el texto y los pseudnimos de Enten-Eller sean la mejor
de todas esas pmcb:ts- me parece que sus posiciones son difciles de
mantener. Un poco despus, en Philosophiske Smt1ler ( 1845), Kier-
kegaard invoca esta nueva idea fundamental de eleccin radical y
ltima para explicar cmo alguien se convierte en cristiano, y por ese
tiempo su caracterizacin de la tica ha cambiado radicalmente tam-
bin. Eso haba quedado bastante claro ya en Frygt og Baeven (1843).
Pero en 1842 mantena una relacin muy ambigua con esta nueva
idea, pues aunque fuese su autor al mismo tiempo renunciaba a la
autora. No es slo que esa idea est reida con la filosofa de Hegel,
que ya en Enten-Eller era uno de los blancos principales de Kierke-
gaard, sino que destruye toda la tradicin de la cultura moral racio-
nal, a menos que ella misma pueda ser racionalmente derrotada.
El segundo rasgo de Enten-Eller al que dedicaremos ahora nues-
tra atencin tiene que ver con la profunda inconsistencia interna
-parcialmente encubierta por la forma del libro- entre su concepto
LA CULTURA PRECEDENTE Y EL PROYECTO IL{JSTRADO 63
de eleccin radical y su concepto de lo tico. Lo tico es presentado
como un dominio en que los principios tienen autoridad sobre noso-
tros con independencia de nuestras actitudes, preferencias y senti-
mientos. Lo lJ.Ue yo siento en cualquier momento dado es irrelevante
para la pregunt:l de cmo debo vivir. Por esto el matrimonio es el
paradigma de lo Bertrand Russell un da de 1902 mientras
montaba en bicicleta se dio de repente cuenta de que ya no estaba
enamorado de su primera mujer, y de tal comprensin se sigui con
el tiempo la ruptura de ese matrimonio. Kierkegaard habra dicho,
sin duda con acierto, que cualquier actitud cuya ausencia pueda ser
descubierta mediante una impresin instantnea mientras uno monta
en bicicleta es solamente una reaccin .::strica, y que ral experiencia
debe ser irrelevame para el compromiso que implica el matrimonio
:mtntico, Jada b autoridad de los preceptos morales que definen el
matrimonio. Pero, c:de dnde deriva lo tico esta clase de autoridad?
Para responder a esta pregunta consideremos qu clase Je auto-
ridad tiene cuakuier principio si es: abierto a que eli,iamos conce-
derle o no autoridad. Puedo, por ejemplo, elegir observar un rgimen
de ascetismo y ayuno y puedo hacerlo, digamos, por razones de salud
o religiosas. L.1 autoridad que tales principios poseen deriva de las
razones de mi eleccin. Si son buenas razones, los principios tendrn
la correspondiente :lutoridad; si no lo son, los principios en la misma
lnea estarn privados de autoridad. Se seguira que un principio para
cuya eleccin no se pudieran dar razones seria un principio despro-
visto de autoridad. Podra yo adoptarlo como tal principio por
capricho o :dgn promsiro arbitrario. Sucede que me gusta 1cmar de
esta manen1, pero .;i escojo abandonar el principio cuando no me
venga bien, soy pertectamente libre ele hacerlo. Tal principio (quiz
sea forzar el lenguaje llamarlo principio) parecera pertenecer clara-
mente al dominio de lo esttico de Kierkegaard.
La doctrina de Enten-El/er es lisa y llanamenre el resulrado de
que los principios que pintan el modo de vida tico son adoptados
sin razn alguna, sino por obra de una eleccin que permanece ms
all: de razones, precisamente porque es la eleccin lo que se cons-
tituye pura nosotros en una razn. Sin embargo, lo tico es lo que
tiene autoridad sobre nosotros. Pero, cmo lo que adoptamos por
una razn puede tener autoridad sobre nosotros? La contradiccin
en la doctrina de Kierkegaard es patente. Alguien podra replicar a
esto que apelamos a la autoridad de modo caracterstico, cuando no
TRAS LA VIRTUD
tememos razones; podemos apelar :1 la autoridad Je los custodios de
1m Revelacin Cristiana, por ejemplo, tan pronto como fracasen
razones. Por tanto, la nocin de autoridad y la nocin de
ra:zn no estn ntimamente conectadas, como m argumentacin
smgiere. sino que son de hecho mutuamente excluyentes. Sin embar-
go'. este concepto de autoridad que excluye a la razn, como ya he
apmmaJo, es l mismo rpica, si no exclusivamente, un concepto
mmderno, de moda en una cultura en donde es ajena y repugnante
la. nocin de autoridad, por lo que parece irracional apelar a la auto-
ridad. Pero la auroridad tradicional de lo tico, en la cultura que
IGierkegaard hered, no era ele este tipo arbitmrio. Y es este con-
cepto tradicional de autoridad d que debe encarnarse en lo tico tal
COl.lno K.ierkegaard lo describe. (No sorprende que Kerkegaard fuera
el ;primero en descubrir el concepto de eleccin radical, puesto que
tal!nbin en los escritos de Kierlcegaard se rompen los lazos entre
raz:n y autoridad.)
He argumentado que hay una profunda incoherencia en Enten-
El!l.er; si lo tico tiene alguna base, sta no puede venirle de la nocin
de eleccin radical. Antes de ir a la pregunta de cmo llega Kierke-
gaau-d a esta postura incoherente, permtaseme apuntar un tercer
rasgo de Enten-Elier. Es el conservador y tradicional que
tiene de lo tico. En nuestra propia cultura, la influencia
de 'la nocin de eleccin radical aparece en nuestros dilemas sobre
'}ti<>.: principios escoger. Somos casi intolerablemente conscien-
tes de las alternativas morales rivales. Pero Kierkegaard combina la
nocin de eleccin radical con una concepcin ncuestionada de lo
tic<>. Cumplir las promesas, decir la verdad y ser benevolente, todo
clk; incorporado en principios morales universalizables, entendidos
de :un modo muy simple; el hombre tico no tiene graves proble-
ma:s de interpretacin una vez ha reaiizado su eleccin inicial. Obser-
var: esto es observar que Kierkegaard se ha provisto de nuevos upun-
talmmientos prcticos y filosficos para una forma de vida antigua y
hcncdada. Quiz:s es esta combinacin de novedad y tradicin, pro-
fumdamente incoherente, lo que explica la incoherencia de la postura
de Kierkcgaard. Ciertamente, y as lo defender, dicha incoherencia
es u:!l desenlace lgico del proyecto ilustrado de proveer a la moral
de ttundamento racional y justificacin.
Para entender por qu, retrocedamos de K.ierkegaard a Kant.
Cormo Kierkegaard polemiza incesantemente con Hegel, es muy fcil
LA CULTURA PRECEDENTE Y EL PROYECTO ILUSTRADO 65
no caer en la cuenta de los dbitos positivos de Kierkegaard para con
Kant. Pero de hecho es Kant quien en casi todos los aspectos pone
a punto la escena filosfica para Kierkega:1rd. E! rratamiento kantiano
Je las pruebas de la existencia de Dios y su definicin de la religin
racional prestan una parte esencial del fondo de la idea de cristianis-
mo segn Kierkegaard; e igualmente es la iilosofa moral de Kant
el fondo esencial del tratamiento Je lo etico por Kierkegaard. En lo
que Kierkegaard llama modo de vida esttico se distingue con faci-
Iidd la versin literariamente genial de lo que Kant tena por incli-
nacin. Cualquier cosa que se piense de Kant. y es difcil exagerar
sus mritos, no incluye considerarlo un genio ii rerario, como tampo-
co a cualquier otro filsofo de la historia. Sin embargo, es en el poco
pretencioso y honrado alemn de Kant donde encuentra su paternidad
el elegante, aunque no siempre transparente. J.ms de Kierlccgaard.
En ]a f11osofa moral de Kant hay dos tesis cenrrales engaosa-
mente sencillas: s las reglas de la moral son racionales, deben ser
las mismas para cualquier ser racional, tnl como lo son las reglas
de la aritmtica; y si las reglas de la moral obligan a todo ser racio-
nal, no importa la capacidad de tal ser para llevarlas a cabo, sino la
voluntad de hacerlo. El proyecto de descubrir una justificacin racio-
nal de la moral es simplemente el de descubrir una prueba racional
que discrimine, entre diversas cules son expresin autn-
tica de la ley moral, al determinar a qu obedecen aquellas
mximas que no sean tal expresin. Kant, por supuesto, no tiene la
menor duda sobre qu mximas son cfectivam.::mc: expresin de b
ley moral; los hombres y mujeres sencilbmtm :irtuosos no tienen
que esperar a que la filosofa les diga en qu consiste la recta volun-
tad, y Kant no dud por un instante que eran las mximas que haba
aprendido de sus virtuosos padres las que habran de ser avaladas por
In prueba racional. As, el contenido de la moral .!e Kant era tan con-
servador como el contenido de la de Kicrkeg:wrd, y esto apenas debe
sorprendernos. Aunque la infancia luterana de Kant en Kinigsberg
se produjo cien aos antes que la infancia lurer:mn de Kierlcegaard
en Copenhague, la misma moral heredada marc a los dos hombres.
Por una parte, Kant posee un surtido de mximas, y por otra,
una concepcin de lo que debe ser la prueba racional de una mxi-
ma. Qu concepcin es sta y de dnde deriva? Nos ser ms fcil
delantar una respuesta a estas preguntas si considemmos por qu
rechaza Kant dos concepciones de tal prueba, antes muy consideradas
c66
.
TRAS LA VIRTUD
en las tradiciones europeas. Por una parte, Kant rechaza la opinin
cde que la prueba de una mxima propuesta sea que obedecerla con-
<duzca como fin a la felicidad de un ser racional. Kant no duda de
<que todos los desean la felicidad; y no duda de que el m::s
:.alto bien concebible es la perfeccin mor:1! individual coronada por
Jla felicidad que merece. Pero cree tambin que nuestra concepcin
cde la felicidad es demasiado vaga y cambiante para que nos provea
.de una gua moral segura. Adems, cualquier precepto ide:1do para
:.asegurar nuestra felicidad debera ser expresin de una regb mante-
mida slo condicionalmente; dara instrucciones para hacer esto y
:.aquello siempre y cuando el hacerlo condujera realmente a la felici-
dad como resultado. Por unto, Kant mantiene que toda expresin
:.autntica de la ley moral es ele carcter imperativo categrico. No nos
<obliga hipotticamente; simplemente nos obliga.
As pues, la moral no puede encontrar fundamento en nuestros
ileseos; pero tampoco puede encontrarlo en nuestras creenc1:1s reli-
:giosas. L1 segunda opinin tradicional que Kant repudia es aquella
segn la cual la prueba de una mxima o precepto dado es que sea
ordenado por Dios. En opinin de Kant, nunca puede seguirse del
lhecho de que Dios nos ordene hacer esto y aquello el que debamos
!hacer esto y aquello. Para que pudiramos sacar justificadamente tal
<conclusin deberamos tambin conocer que siempre debemos hacer
!Jo que Dios ordena. Pero no podamos conocer esto antes de que
por nosotros mismos poseyramos un modelo de juicio mornl inde-
jpendiente de las rdenes de Dios, por cuyo medio pudiramos juzgar
Jlas acciones y palabras ele Dios y encontrar as a ste moralmente
digno de obediencia. Pero, si poseemos tal modelo, claramente las
<ordenes de Dios sern redundantes.
Podemos ya apuntar ciertos rasgos obvios y salientes del pensa-
rrniemo de Kant que lo declaran antepasado inmediato del de Kierke-
gaard. La esfera en la que la felicidad debe ser perseguida se distin-
gue marcadamente de la esfera de la moral, y ambas a su vez, y no
rrnenos marcadamente, de los mandamientos y la moral de inspiracin
divina. Adems, los preceptos de la moral no slo son los mismos
<que constituan lo tico para Kierkegaard; inspiran tambin el mis-
mo gnero de respeto. Sin embargo, mientras Kierkegaard ha visto el
:fundamento de lo tico en la eleccin, Kant lo ve en la razn.
La razn prctica, de acuerdo con Kant, no emplea ningn crte-
Jrio externo a s misma. No apela a ningn contenido derivado de la
LA CULTURA PRECEDENTE Y EL PROYECTO ILUSTRADO 67
experiencia; las argumentaciones independientes de Kant contra el
uso de la felicidad o la invocacin de la revelacin divina meramente
reforzar:in una postura implcita ya en la opinin de de
la funcin y poderes de la razn. Perrenece a la t.:;,encia de la rnn
el postular principios que son universales, categricos e internamci!te
consistentes. Por tamo, la mor:.:! racional postular principios que
puedan y deban ser mantenidos por todo hombre, independientes de
circunstancias y condiciones, que pudieran ser obedecidos invariable-
mente por cualquier agente racional en cualquier ocasin. La prueba
para cualquier mxima que se proponga puede fcilmente definirse
asi: podemos o no podemos consistentemente querer que todos
siempre de con ella?
Cmo podemos decidir si esre intt.:nto de formular una prueba
decisiva para las mximas de la moral tiene xito o no? Knnt mismo
intenta mostrar esto con mximas como di siempre la verdad,
cumple las promesas, s bene\'olente con los necesitados>) y no
corneras suicidio, que pasan su prueba, mientr:ts que mximas como
cumple las promesas nicamente si te conviene, no pasan. Sin
embargo, de hecho, al aproximarse a ejemplos para mostrar esto, tie-
ne que usar argumentaciones claramente deficientes, culminando en
su afirmacin de que cualquier hombre que admitiera la mxima me
matar cuando las expecta.tivas de dolor sobrepasen a las de felici-
dad sera inconsistente porque tal '.roluntad Contradice un impulso
de vida implantado en todos nosotros. Esto es como si alguien afir-
mara que cualquier hombre que admitiera la mxima <<siempre llevar
el pelo corto>) es inconsistente porque tal voluntad contradice un
impulso de crecimiento del cabello implanrado en todos nosotros.
Pero no es slo que las argumentaciones de Kant impliquen gr:mdcs
errores. Es muy fcil ver que muchas mximas inmorales o trivial-
mente amorales se contrastaran por la prueba kantiana de manera
convincente ... a veces, ms convincente que la prueba de las mxi-
mas morales que Kant aspira a sostener. As, cumple todas tus pro-
mesas a lo largo de tu vida entera excepto una, persigue a aque-
llos que mantienen falsas creencias religiosas y come siempre
mejillones los lunes ele marzO>) pasan todas la pmeba de Kant, ya
que rodas pueden ser universalizadas sin prdida de coherencia.
A esto puede replicarse que aunque resulte de lo que Kant dijo,
no puede ser lo que Kant quiso decir. Cierta y obviamente, no era
lo que Kant prevea, puesto que l mismo crea que su pmeba de
68
TRAS LA VIRTUD '
universalizacin coherente definira un contenido moral capaz de ex-
cluir tales mximas universales y triviales. Kant crea esto porque
consideraba que sus formulaciones del imperativo C::!tcgrico en tr-
minos de universalizabilidad eran equivalentes a esta otra definicin
completamente distinta: Acta siempre de modo que la humanidad
sea para ti, en tu propia persona y en la de los dem<s, un fin en s
mismo y no un medio.
Esta formulacin tiene claramente un contenido moral, aunque
no muy definido, si no se complementa con una buena rlosis de
explicaciones. Lo que Kant quiere decir con eso de tratar a alguien
como un fin ms que como un medio, parece ser lo que sigue, como
he apuntado antes al citar la filosofa moral de Kanr como el contras-
te ms luminoso con el emotivismo: Yo puedo proponer un curso
de accin a alguien de dos modos, que son ofrecerle razones para
actuar, o tratar de influirle por vas no racionales. Si hago lo prime-
ro, lo trato como a una voluntad racional, digna del mismo respeto
que a m mismo me debo, porque al ofrecerle razones le ofrezco una
consideracin impersonal para que la evale. Lo que hace de una ra-
zn una buena razn no tiene que ver con quin la usa en una
ocasin determinada; y hasta que un agente ha decidido por s mismo
si una razn es buena o no, no tiene razn para actuar. Por el contra-
rio, la tentativa de persuasin no racional envuelve la tentativa de
convertir al agente en un mero instrumento de mi volunr,Jd, sin
ninguna consideracin para con stt racionalidad. As pues, lo que
Kant prescribe es lo que una larga lnea de filsoios morales han
prescriro siguiendo el Gorgias platnico. Pero Kant no nos da ninguna
buena razn para mantener esta postura. Puedo sin inconsistencia
alguna burlarlo: Que cada uno excepto yo sea tratado como un me-
dio tal vez sea inmoral, pero no es inconsistente y no hay adems
ninguna inconsistencia en desear un universo de egostas que vivan
todos segn esta mxima. Podra ser inconveniente para cada uno
que todos vivieran segn esta mxima, pero no sera imposible, e
invocar consideraciones de conveniencia introducira en cualquier caso
justamente la referencia prudencial a la felicidad que Kant aspira a
eliminar de toda consideracin : : ~ c e r c a de la moral.
El intento de encontrar lo que Kant cree m."Ximas morales en lo
que Kant cree ser la razn fracasa tan cierto como fallaba el intento
de Kierkegaard de hallar la fundamentacin en un acto de eleccin.;
ambos fracasos estn bastante relacionados. Kierkegaard y Kant estn
LA CULTURA PRECEDENTE Y EL PROYECTO ILUSTRADO 69
de acuerdo en su concepcin de la moral, pero.Kierkegaard hereda esta
concepcin junto con la comprensin de que el proyecto de dar aval
racional a la moral ha fallado. El fracaso de Kant proporciona su
pumo de partida a Kierkegaard: se acudi al acto de eleccin para
,ue hiciera el trabajo que la razn no haba podido hacer. Y, sin
embargo, si entendemos la eleccin kierkegaardiana como sustituta
de b razn kantiana, podemos entender a la vez que Kant tambin
responda a un episodio filosfico anterior, porque la apelacin de
Kant a la razn era heredera histrica y sucesora de las apelaciones
de Diderot y Hume al deseo y las pasiones. El proyecto de Kant fue
una respuesta histrica a esos fracasos como el de Kierkegaard lo
!:u e al suyo. En dnde tuvo su origen el primer fracaso?
Ante todo, necesitamos apuntar que Diderot y Hume comparten
en gran medida la opinin de Kierkegaard y Kant acerca del conte-
nido de la moral. Lo que es ms sorprendente, y al contrario que
K,mt y Kierkegaard, gustaban de imaginarse a s mismos como radi-
cales en materia de filosofa. Pero, pese a su retrica radical
Hume y Dideror, en asuntos morales eran profunda y extensamente
conservadores. Hume est dispuesto a abrogar la prohibicin tradi-
cional cristiana del suicidio, pero sus opiniones acerca de las prome-
sas y de la propiedad son tan poco comprometidas como las de
Kant; Diderot dice creer que la naturaleza humana bsica queda
revelada y bien servida por lo que nos describe como sexualidad
'romiscua de los polinesios, pero tiene muy claro que Pars no es
Polinesia y en E! sohrino de Rameau el moi, el phi!osophe con quien
Diclerot anciano se identifica, es un bourgeois convencional y mora-
lista con opiniones sobre el matrimonio, las promesas, la veracidad
y la conciencia tan serias como las de cualquier paladn del deber
segn Kant o ele lo tico segn Klerkegaard. Y esto no era en Diderot
meramente teora; en la educacin de su hija, su prctica fue preci-
samente la del bon bourgeois de su dilogo. A travs ele la persona
del phiosopbe, presenta la opinin de que si en la Francia moderna
roelos perseguimos nuestros deseos con miras ilustradas, veremos que
:1 brgo plazo se confirman las reglas de la moral conservadora, por
cuanto rienen su fundamento en los deseos y en las pasiones. A esto
d joven Rame:m opone tres rplicas.
La primera, qu nos obliga a hacer consideraciones a largo pla-
zo, si la expectativa inmediata es suficientemente halagadorn? Segun-
eh, tal opinin del philosopbe no conlleva que incluso a largo plazo
70 TRAS LA VIRTUD
debemos obedecer las normas morales siempre y cuando u nues-
tros deseos, y slo entonces? Y tercera, no es acaso el modo normal
en que el mundo funciona, que ;aJa individuo, cada clase, consulte
sus deseos y se rapien mutuameme para satisfacerlos? Donde el
phi!osopbc ve principios, familia. un mundo natural y social bien
orden:.tdo, Rameau ve un sofisticado disfraz para el egosmo, b seduc-
cin y los afanes predadores.
El desafo que Rameau presema al pbilosopbe no puede ser
interpretado como opinin dd propio Diderot. Lo que los separa
es precisamente la cuestin de si nuestros deseos deben ser recono-
cidos como guas legtimos de accin y si, por otra parte, ;onviene
inl1ibir!os, frustrarlos y re-educarlos; y duramente esrn pregunta no
puede ser contestada intentando usar nuestros mismos deseos como
una suerte de baremo. Precisamente porque todos tenemos, actual
o pctencialmente, numerosos desc:os. muchos de ellos
y en conflicto mutuo, nos vemos obligados u decidir entre las pro-
puestas rivales de los deseos rivales. Tenemos que dec;dir en
direccin educar nuestros deseos, y cmo ordenar la variedad de im-
pulsos, necesidades sentidas, emociones y propsitos. De ah que las
normas que nos permiten decidir y ordenar las propuest:1s de nues-
tros deseos (incluidas las normas de la morai) no pueden ellas mis-
mas ser derivadas o justificadas por referencia a los deseos sobre los
que deben ejercer arbitraje.
Diderot mismo, en el Supp!.'Jte.<tt mt VOJ'C!ge de Dut!'!,!!nuille,
intent distinguir entre aquellos deseos que son naturalc5 d hombre
(los obedecidos por los polinesios !1na.crinarios de su :1mr:!cin) y
aquellos deseos corrompidos y artificialmente formados cuc [,1 civili-
zacin engendra en nosotros. Pero esta distincin mina al instante
su tentativa de encontrar una base oara la moral en la naturaleza
psicolgic:1 humana. Puesto que l mismo se ve forzado :1 encontrar
algn fundamento para discriminar entre deseos, en el Supplment
logra las implicaciones de su propia tesis, pero en El sobri11o
de Rameau se ve forzado a reconocerse a s mismo que hay deseos
e incompatibles y rdenes de deseos rivales e incompatibles.
Sin embargo, el fracaso de DiJerot no es, claro est,
:;uyo. Las mismas dificultades que impiden a Diderot la
moral no pueden ser evitadas por una interpretacin
ms refinada como la de Hume; y Hume pone toda la fuerza conce-
bible en su postura. Como Diderot, entiende todo juicio moral par-
LA CULTURA PRECEDENTE Y EL PROYECTO ILUSTRADO 71
ticular como expresin de sentimientos, de psiones, porque para l
son las pasiones y no la razn lo que nos mueve a la accin. Pero
rambin como Diderot, observa que cuando se juzga moralmente se
invocan reglas generales y se aspira a explicarlas mosrrando su utilidad
para ayudarnos a conseguir :1quellos fines que las pasiones oos fijan.
En J, base de esta opinin hay otra implcita e inadvertida sobre el
e ~ c a J o de las pasiones en el hombre normal y, pudiera decirse inclu-
so contra l;l opinin de Hume :1cerca de la razn, razonable. Tanto
en su l-Iistory como en Enquir), las pasiones de los entusi:Estas y
lll<s en particular las de los leuellers
1
del siglo XVII por cont:J2Ste con
d ascetismo catlico, son tratadas como absurdas, desviadas y, en el
:aso de los Igualitaristas, criminales. Las pasiones normales son las
de un heredero complaciente de la revolucin de 1688. Por ello,
Hume est usando ya encubiertamente un modelo normativo, de
hecho un modelo normativo muy conservador, para discrimin:rr entre
deseos y senrimicr:.ros, y por lo mismo descubre su lanco n! mismo
;tt:.lque que Diderct, en la persona del joven Rameau, se hizo a s
mismo bajo bs apariencias de philosophe. Pero esto no ;t;; todo.
En el Treatisc, Hume se pregunta por qu, si reglas romo las
de la justicia o el cumplimiento de las promesas deben ser guardadas
porque sirven a nuestros intereses a largo plazo y nada ms, no esta-
ramos justificados al quebrantarlas cuando no sirvieran a nuestros
inrereses siempre que tal quebrantamiento no amenazase consecuen-
cias peores. t\1 riempo que se formula esra pregunta niega explcita-
mente que alguna fuente innata de altruismo o compasin por los
dems pt!diera suplir la ::usencia de un:1 :!rgumentacin de !t!ters o
urilidad. Pero en el Enquiry se siente compelido a invocar justamente
tal fuente. A qu viene este cambio? Est claro que la inrocacin
Je Hume a la compasin es un invento que intenta tender un puente
sobre h brecha entre cualquier conjunto de razones que pudieran
apoyar b adhesin incondicional a normas generales e incondicionadas
~ un conjunto de razones para la accin o el juicio que pudienn deri-
varse de nuestros paniculares, fluctuantes y acomodaticios deseos,
emociones e intereses. M<s tarde, en Adam Smith, la compasin ser
invocada precisamente para el mismo propsito. Pero la brecha es
lgicamente insalvable, y compasin>>, tal como es usada por Hume
y por Smitb, e ~ el nombre de una ficcin filosfica.
l. Movimiento poltico ingls, surgido en 1645. de cadcter radicl.
72
TRAS LA VIRTUD
Hasta aqu todava no he dado el debido peso a la fuerza de las
argumentaciones negativas de Hume. Lo que lleva a Hume a la con-
clusin de que la moral debe ser entendida, explicada y justificada
por referencia al lugar de las pasiones y deseos en la vida humana,
es su postulado inicial de que cualquier moral, o es obra de b razn,
o es obra de las pasiones, y su argumen tncin aparen te mente conclu-
yente es que no puede ser obra de la razn. Por ello se \'e compelido
a la conclusin de que la moral es obra de las pasiones. con comple-
ta independencia y antes de aducir cualquier argumentacin positiva
para tal aserto. La influencia de las argumentaciones negativas es
igualmente clara en K:mt y Kierkegaard. As como Hume intenta
fundamentar la moral en las pasiones porque sus argumentaciones
han excluido la posibilidad de fundamentarla en la razn. Kant la
fundamenta en la razn porque SttS argumentaciones han excluido la
posibilidad de fundamentarla en las pasiones, y Kierkcgaard en una
eleccin fundamental ajena a todo criterio porque a ello le !mpele la
naturaleza de sus consideraciones, excluyentes tnnto a mzn como a
pasin.
De este modo, la validacin de cada postura se hace descansar
en el fracaso de las otras dos y la suma total de la crtica que cada
postura hace de las dems da como resultado el fracaso de todas.
El proyecto de proveer a la moral de una validacin racional fracasa
definitivamente y de :1quf en adelante la moral de nuestra cultura
predecesora -y por consiguiente la de la nuestra- se queda sin
razn para ser compartida o pblicamente justificada. En nn mnndo
de racionalidad secular. la religin no pudo proveer ya ese
compartido ni fundamento para el discurso moral y la acciln; y el
fracaso de la filosofa en proveer de lo que la religin ya no poda
abastecer fue causa importante de que la filosofa perdiera su papel
cultural central y !"C conviniera en asunto marginal, estrechamente
acadmico.
Por qu la significacin 2e este fracaso no fue valorada en el
perodo en que ocurri? sta es una pregunta a la que habremos ele
atender con mayor amplitud en el desarrollo ulterior de la argumen-
tacin. De momento me basra poner de relieve que la opinin ]erra-
da en general fue vctima de su historia cultural. que la cegaba con
respecto a su y que los filsofos morrdes aca-
bnron por continunr sus debates mucho m:s aislados del pblico que
;ntes. Incluso en h1 actualidad, el debate entre Kierkegaard, Kant y
LA CULTU!b\ PRECEDENTE Y EL PROYECTO ILUSTRADO 73
.
Hume no carece de continuadores acadmicos ingeniosos; el rasgo
ms significativo de dicho debate es el continuo pulso entre las argu-
mentaciones negativas de cada tradicin contra las de las dems.
Pero :.111tes de que podamos entender la significacin del fracaso en
proveer de una pblica y comp:mida justificacin racional de la mo-
ral. as como explic1r por qu la significacin Je esto no se valor
c.:n su tiempo, tenemos que llegar a un entendimiento mucho menos
superficial acerca de por qu fracas d proyecto y cul fue el carcter
,!e ese fracaso.
5. POR QU TENA QUE FR/1.CASi1R
EL PROYECTO ILUSTRADO
DE JUSTIFICACION DE LA MORAL
Hasta ahora, he presentado el fracaso Jel proyecto de justifica-
cin de la moral slo como el fracaso de una sucesin Je rgumen-
taciones particulares; y si eso fuera roda, dura la impresin de que
la dificultad meramente estribaba en que Kierkegaarcl. Kant, Diderot,
Smith y dems contemporneos no fueron lo bastante h:ibiles cons-
truyendo razonamientos. En tal caso, la estrategia adecuada sera
esperar hasta que una mente ms potente se aplicara a los problemas.
Y tal ha sido la estrategia del mundo de la filosofa acadmica, incluso
aunque bastantes filsofos profesionales encuentren algo embarazoso
el admitirlo. Pero supongamos lo ms plausible, y es que d fraGlSO
del proyecto del siglo XVIII-XIX fue de otra :..:ompletamenre
diferente, Supongamos que las argumentaciones de Kant,
Dideror, Hume, Smith y similares fracasaron porque comp<man cier-
ras caractersticas que derivaban de un determinado trasfondo comn
histrico. Supongamos que no podemos entenderlos ..:amo si contri-
buyeran a un debate sobre la moral fuera del tiempo, sino slo como
herederos de un esquema de creencias morales muy peculiar y con-
creto, un esquema cuya incoherencia interna garanriz:.1ba desde el
principio el fmcaso del comn proyecto filosfico.
Consideremos ciertas creencias compartidas por rodos lus que con-
tribuyeron al proyecto. Todos ellos, lo he apumado anteriormente, se
caracteriz:lban por un grado sorprendente de acuerdo en cuanto al
contenido y al carcter de los preceptos que constituyen la moral
autntica, El matrimonio y la familia eran au fond tan incuestio-
nables el pbilosophe racionalista de Dideror como para el juez
Wilhelm de Kierkegaard. El cumplimiento de bs promesas y la jus-
POR QU TENA QUE I'RACASAR EL PJ!OYECTO ILUSTRADO 75
t1c1a eran tan inviolables para Hume como para Km t. De dnde
sacaban estas creencias compartidas? Obviamente, de su pasado cris-1
ti:mo compartido, comparado con el cual las divergencias entre Kant
,. Kicrkegaard, de trasfondo luterano, Hume presbiteriano y Diderot
c:Hiico influido por el jansenismo, son relati'.'amcnte insignificantes.
Y al mismo tiempo que estaban bastante Je acuerdo en el cadc-
rcr ck la moral, tambin lo estaban en que deba haber una justifica-
cin racional de la moral. Sus premisas clave camcterizaran un rasgo
o rasgos de la naturaleza humana; y las reglas de la moral seran
e11tonces explicadas }' justificadas como las que es esperable que acep-
re cualquier ser que posea tal naturaleza humana. Para Diderot y
los rasgos relevantes de la naturaleza :mm:ma son los distin-
tivos de bs pasiones; para Knnt, el rasgo rele\'ante de la naturaleza
humana es el carcter universal y categrico ele ciertas reglas de la
r:m.n. (Kant por supuesto niega que b est '<bns:!da en
la natur:Ilcza humana, pero lo que llama humana es
ntc::1mcnre In parte fisiolgic:1 no la racion:d Jd hombre.) Kierke-
gaard yn no pretende en absoluto justificar la moral: pero su intento
tiene precisamente la misma estructura que comparten los intentos
de Kant, Hume y Diderot, excepto que donde stos recurren a lo
distintivo de las pasiones o de la razn, l invoca lo que le parece dis-
tintho de la toma de decisin fundamental.
As. es comn a todos estos autores la intencin de construir
vlidas, que irn desde bs premisns relativas a la
naruralt'?a humana tal como dios la enrienden, hnsra bs conclusiones
acerca de b :mtoridad de las reglas y preceptos morales. pos-
tuiar .u\.! cualquier proyecto de esta especie estaba predestinado al
r:tcnso, ..i.::bido a una discrepancia irreconciliable entre b concepcin
de lns re:1las y preceptos morales que compartan. por un lado, y por
orro. lo que compartan -a pesar de graneles diferenc:ls- en m
ccncepcit)n de la naturaleza humana. Ambas concepciones tienen una
historia y su relacin slo puede seL entendida a la luz de esa his-
toria.
en primer lugar, la form:t global del esq;.:e:na mo-
rd gnc el antepasado histrico de ambas concepciones, d esque-
ma mor:1l yue en una variedad de formas distintas y venciendo a
numerosos rivales lleg a dominar durante perodos b Emo-
pa Medieval desde el siglo XII aproximadamente, un esquema que
incluy r:HHO dementas clsicos como testa,. Su estructura bsica
76-
TRAS LA VIRTUD
es lla que Aristteles analiz en la tica a Nicmaca. Dentro de ese
esq.uema teleolgico es fundamental el contraste entre cl-hombre-tal-
col1!ilo-es y el-hombre-tal-como-podra-ser-si-realizara-su-naturaleza-
esencial. La tica es la ciencia que hace a los hombres capaces de
cnt;endcr cmo realizar la transicin del primer estado al segundo.
La tica, sin embargo, presupone desde este punto de vista alguna
interpretacin de posibilidad y acto, de la esencia del hombre como
anrnal racional y, sobre todo, alguna interpretacin del telas humano.
Los; preceptos que ordenan las diversas virtudes y prohben sus vicios
contrarios nos instruyen acerca de cmo pasar de la potencia al acto,
de <Cmo realizar nuestra verdadera naturaleza y alcanzar nuestro ver-
dadicro in. Oponerse a ellos ser estar frustrados e incompleros, fra-
casmr en conseguir el bien de la felicidad racional, que como especie
nos: es intrnseco perseguir. Los deseos y emociones que poseemos
dehen ser ordenados y educados por el uso de tales preceptos y por
el cultivo de los hbitos de accin que el estudio de la tica prescri-
be; la razn nos instruye en ambas cosas: cul es nuestro verdadero
fin 'Y cmo alcanzarlo. As, tenemos un esquema triple en donde la
nat:llJ!raleza-humana-tal-como-es (naturaleza humana en su estado ine-
ducado) es inicialmente discrepante y discordante con respecto a los
prerceptos de la tica, y necesita ser transformada por la instruccin
de La razn prctica y la experiencia en la-naturaleza-humana-tal-como-
podra-ser-si-realizara-su-telos. Cada uno de los tres elementos del
l!squcma -lu concepcin de una naturaleza humana ineducada, la
concepcin de Jos preceptos de una tica racional y la concepcin de
una. naturaleza-humana-como-podra-ser-si-realizara-su-telas- requie-
re La referencia a los otros dos para que su situacin y su funcin
seaEl inteligibles.
JEste esquema fue ampliado y enriquecido, aunque no alterado
eser.ncialmente, al colocarlo dentro de un marco de creencias testas
los <cristianos como Aquino, los judos como Maimnides o los mu-
sulmanes como Averroes. Los preceptos de la tica tienen que ser
entendidos entonces no slo como mandatos teleolgicos, o;ino tam-
bim como expresiones de una ley divinamente ordenada. La tabla de
virrn.1des y vicios tiene que ser enmendada y ampliada y el concepto
de pecado aiiadido al concepto aristotlico de error. La ley de Dios
exige una nueva clase de respeto y temor. El verdadero fin del hom-
bre-:no puede conseguirse completamente en este mundo, sino slo
en OJrro. Sin embargo, la estructura triple de la naturaleza humana-tal-
POR QU TENA QUE FRAC.\SAR EL PROYECTO ILUSTRADO 77
como-es, la naturaleza-humana-tal-como-podra-ser-si-se-realizara-su-
te/os y los preceptos de la tica racional como medios para la t r a n ~ i
cin de una a otra, permanece central en la concepcin testa del
pensamiento y el juicio vaiorativo.
De este modo, durante el predominio de la versin testa de la
moral clsica la expresin moral tiene un doble punto de vista y
propsiro y un doble criterio. Decir lo que alguien debe hacer es
tambin y al mismo tiempo decir qu curso de accin, en las circuns-
rancias dadas, guiar eficazmente hacia el verdadero fin del hombre
y decir lo que exige la ley, ordenada por Dios y comprendida por la
razn. L1s sentencias morales se usan entonces dentro de este marco
para sustentar pretensiones verdaderas o falsas. Muchos de los man-
tenedores medievales de este esquema creyeron por descontado que
el mismo era parte de la revelacin divina, pero tambin descubr-
miemo de la razn y racionalmente defendible. Este ;!cuerdo ,nplio
no sobrevive cuando salen a escena el protestantismo y el catolicis-
mo jansenista. o aun antes sus precursores medievales inmediatos.
Incorporan una nueva concepcin de la razn. (Mi posicin en ste
y otros puntos similares queda en deuda con la de Anscombe, 1958,
aunque diferencindose bastante de ella.)
La razn no puede dar, afirman las nuevas teologas, ninguna
autntica comprensin del verdadero fin del hombre: ese poder de
b razn fue destruido por la cada dei hombre. Si Adam integer
stetissct, piensa Calvino, la razn jugara el papel que Aristteles le
asign. Pero ahora la razn es incapaz de corregir nuestras pasiones
(no por casualidad las opiniones de Hume son las de alguien educado
como calvinista). Sin embargo, se mantiene la oposicin entre el-hom-
bretal-como-es y el hombre-tal-como-podra-ser-si-realizara-su-telas,
y la ley moral divina es an el maestro de escuela que nos pasa del
primer estadio al ltimo, aunque slo la gracia nos hace capaces de
responder y obedecer a sus preceptos. El jansenista Pascal mantiene
una postura peculiar muy importante en el desarrollo de esta histo-
ria. Es Pascal quien se da cuenta de que la concepcin de la razn
protestante-jansenista coincide en muchos aspectos con la concepcin
de la razn instalada en la ciencia y la filosofa ms innovadoras del
siglo xvu. La razn no comprende esencias o pasos de la potencia al
acto; estos conceptos pertenecen al esquema conceptual sobrepasado
de la escolstica. Desde la ciencia antiaristotlica se le ponen estric-
tos mrgenes a los poderes de la razn. La razn es clculo; puede
78
.
TRAS LA VIRTUD
asentar verdades de hecho y relaciones matemticas pero nada ms.
En el dominio ele la prctica puede hablar solamente de medios. Debe
c:1llar acerca de los fines. La razn tampoco puede, como crey Des-
refutar el escepticismo; por eso uno de los logros centrales
de la razn segn Pascal consiste en darse cuenta de que nuestras
creencias se fundan en ltimo trmino en la naturaleza, la costum-
bre y el hbito.
Las llamativas anticipaciones de Hume por pMte de Pascal (como
s:1bemos cu:n familiares eran para Hume los escritos de Pascal,
podemos creer que hay aqu una influencia directa) sealan el modo
en que retena su fuerza este concepto de razn. Incluso Kant tiene
presentes sus camctersticas negativas; para l, la razn, tanto como
para Hume, no distingue naturalezas esenciales ni rasgos releolgi-
cos en el universo objetivo capaz de ser estudiado por la fsica. Los
desacuerdos de ambos acerca de la naruraleza humana coexisten con
llamativos e importantes acuerdos y lo que vale para este cnso vale
para Diderot, Smith o Kierkegaard. Todos rechazan cual-
quier visin teleolgica de la naturaleza humana, cualquier visin del
hombre como poseedor de una esencia que defina su verdadero fin.
Pero entender esto es entender por qu fracasaron aqullos en su
proyecto de encontrar una base para la moral.
El esquema moral que forma el trasfondo histrico de sus pen-
samientos tena, como hemos visto, una estructura que requera tres
elementos: naturaleza humana ineducada, hombre-como-podra-scr-si-
realizara-su-tdos y los preceptos morales que le hacan capaz de pasar
de un estadio a otro. Pero la conjuncin del rechazo laico Je las
teologas protestante y catlica y el rechazo cientfico y filosfico del
aristotelismo iba a eliminar cualquier nocin del hombre-como-podra-
ser-si-realizara-su-te/os. Dado que toda la tica, terica y prctica, con-
siste en capacitar al hombre para pasarlo del estadio presente a su
verdadero fin, el eliminar cualquier nocin de naturaleza humana
esencial y con ello el abandono de cualquier nocin de telas deja
como residuo un esquema moral compuesto por dos elementos rema-
nentes cuya relacin se vuelve completamente oscura. Est, por una
parte, un cierto contenido de la moral: un conjunto de mandatos
privados de su contexto teleolgico. Por otra, cierta visin de una
naturaleza humana ineducada tal-como-es. Mientras los mandatos mo-
rales se situaban en un esquema cuyo propsito era corregir, hacer
mejor y educar esa naturaleza humana, claramente no podran ser
POR QU TENA QUE FRACASAR EL PROYECTO ILUSTRADO 79
deducidos de juicios verdaderos acerca de la naturaleza humana o
justificados de cualquier otra forma apelando a sus caractersticas.
As entendidos, los mandatos de la moral son tales, que la naturaleza
humana as entendida tiene fuerte tendencia a desobedecer. De aqu
que los filsofos mor:tles del siglo XVIII se enzarzaran en io que era
un proyecto destinado inevitablemente al fracaso; por dio intenta
ron encontrar una base racional para sus creencias morales en un
modo peculiar de entender la naturaleza humana, dado que, de una
rarte, eran herederos de un conjunto de mandatos m01ales, y de otra,
heredaban un concepto de naturaleza humana, lo uno y lo orro
expresamente diseados para que discrepasen entre s. Sus creencias
revisadas acerca de la naturaleza humana no alteraron esra discre-
pancia. Heredaron fragmentos incoherentes de lo que una vez fue
un esquema coherente de pensamiento y accin y, como no -;e daban
cuenta de su peculiar situacin histrica y cultural, no pudieron reco-
nocer el carcter imposible y quijotesco de la tarea a la qne se obli-
gaban.
Sin embargo, no pudieron reconocer es quiz demasiado fuer-
re; podemos ordenar a los filsofos morales del siglo XVIII atendien-
do a la medida en que se aproximaron a tal reconocimiento. Si lo
hacemos, descubriremos que los escoceses Hume y Smith son los que
menos se autocuestionan, posiblemente porque les resultaba cmodo
y les complnca el esquema epistemolgico del empirismo brit:nico.
En efecto, Hume sufri algo parecido a un ataque de nervios antes
de reconciliarse con ese esquema; en sus escritos sobre moral no
queda ni rastro de ello, sin embargo. Tampoco aparecen de
incomodidad en los escritos que Diderot public mientras viva: por
el contrario, en El sobrino de Rameau, uno de los manuscritos que
a su muerte cayeron en manos de Catalina la Grande y que tuvo que
ser sacado de Rusia de tapadillo para public::trlo en 1803, encontra-
mos una crtica de todo el proyecto de la filosofa moral dieciochesc2
ms honda e interna que cualquier crtica externa de la Ilustracin.
Si Diderot est m:s cerca de reconocer la ruptura de este proyecte
que Hume, Kant lo est todava ms que ambos. Busca el fundamen-
to de la moral en las normas universalizables de esa razn que se
manifiesta tanto en aritmtica como en moral; y a pesar de sus reti-
cencias en cuanto a fundamentar la moral en la naturaleza su
anlisis de la naturaleza de la razn humana es la base para
visin racional de la mor:tl. Sin embargo,, en el segundo libro de
80
TRAS LA VIR!l'UD
segunda Crtica reconoce que sin un segmento teleolgico el proyecto
toml de la moral se vuelve ininteligible. Este segmento teleolgico
se presenta como un supuesto previo de la razn prcrica pura. Su
en la losofa moral de Kant pareci a sus lectores del
siglo xrx, como Reine y ms tarde los neobmianos, una concesin
arbitraria e injustificable a posiciones que ya haba rechnzado. Sin
embargo, si mi tesis es correcta, Kant estaba en lo cierro; la moral
que se hizo en el siglo xvrrr, como hecho histrico, presupone algo
muy parecido al esquema teleolgico de Dios, libertad y felicidad a
modo de corona final de la virtud que Kant propone. Sepamd la moral
de este trasfondo y no tendris ya mor:1l; o. como mnimo, habris
cambiado radicalmente su carcter.
Este cambio de carcter, resultado de la desaparicin de cualquier
conexin entre los preceptos de la moral y b facticidad de la natu-
raleza humana, aparece ya en los escritos de los propios filsofos
morales del siglo xvrrr. Aunque cada uno de los autores considerados
intent en sus argumentaciones positivas la morai en la natu
raleza humana, en sus argumentaciones negativas se acercaban cada
vez ms a una versin no restringida del argumento de que no existe
razonamiento vlido que partiendo de premisas enteramente fcticas
permita llegar a conclusiones valorativas o morales. Es decir, que se
aproximan a un principio que, una vez aceptado, se constituye en el
epitafio de todo su proyecto. Hume todava expresa este argumento
ms en forma de duda que de aserto positivo. Recalca que <ICn cual-
quier sistema moral que haya encontrado, los uutores hacen una
transicin de sentencias sobre Dios y la humana hacia jui-
cios morales: en lugar de ia cpula habitual de las frases, es y no
es, no encuentro ninguna sentencia que no est conectada por debe
y 110 debe (Treatise, III, 1.1 ). Y entonces se preguntar 1<qu razn
podra darse para lo que de todo punto inconcebible, cmo
esta relacin nueva puede ser una deduccin de otras que son com
pletamente diferentes de ella. El mismo principio general, no expre-
sado ya como una pregunta, sino como afirmacin, aparece en la
insistencia de Kant en cuanto a que los mand,ltos de la ley moral no
pueden ser derivados de ningn conjumo de proposiciones acerca de
la felicidad humana o la voluntad de Dios, y tambin en la postura
de Kierkegaard sobre lo tico. Cul es el significado de esta preten
sin general?
Algunos filsofos morales posteriores han llegado a formular la
POR QU TENA QUE FRACASAR EL PROYECTO ILUSTRADO 81
tesis de que ninguna conclusin moral se sigue vlidamente de un
de premisas factuales como verdad lgica>>, entendiendo
por ello que sea derivable de principios ms generales, de acuerdo
con la exigencia de la lgica escolstica medieval, que quiere que en
un razonamiento vlido no aparezca en la conclusin nada que no
esmvier:t Y<l contenido en las premisas. Y, como tales t-ilsofos han
sugerido, en una argumentacin que suponga cualquier intento de
derivar de premisas factuales una conclusin moral o V;llorativa, algo
LJUe no est en las premisas (esto es, el elemento moral o valorativo)
aparecer en la conclusin. De al que cualquier argumentacin de tal
estilo deba fracasar. Sin embargo, de hecho, postular sin restricciones
un principio lgico general del que se hace depender todo, es espreo
y la eriquera escolstica slo garantiza el silogismo aristotlico. Hay
varios tipos de razonamiento vlido en cuya conclusin ruede apare-
cer algn elemento que no est presente en las El ejemplo
que cita A. N. Prior a propsito del principio invocado ilustra ade-
Clladamenre su derrumbamiento; de la premisa (<l es un capitn de
barco>>, la conclusin puede inferir vlidamente l Jebe hacer todo
aquello que un capitn de barco debe hacer. Este ejemplo no slo
ensea que no existe ningn principio general del tipo que se invoca;
adems, demuestra lo que como mnimo es una verdad gramatical:
una premisa es puede en ocasiones llevar a una conclusin debe.
Quienes se adhieren a ningn debe de un es podran, sin em-
bargo, e:itar fcilmente parre de la dilicultad susciraJ por d ejemplo
de Prior, redefiniendo su propia postura. Lo que intentaron denun-
ciar y presumiblemente podran decir es que ninguna conclusin
dotada de contenido substancial valorativo y moral -y la conclusin
del ejemplo de Prior carece por supuesto de tal contenido- puede
resultar de premisas factuales. Sin embargo, el problema ahora sera
por qu nadie quiere aceptar su refutacin. Han concedido que no
puede derivarse de ningn principio lgico general no restringido.
Sin emb<Jrgo, ral refutacin puede tener todava substancia, pero una
substancia que deriva de una concepcin peculiar, y en el siglo XVIII
nueva, de las normas y juicios morales. Esto es, se puede afirmar un
principio cuya validez deriva, no de un principio lgico general, sino
del significado de los trminos clave empleados. Supongamos que
durante los siglos XVII y xvm el significado e implicaciones de los
trminos clave usados en ellen.,ouaje moral hubiera cambiado su carc-
ter; podra darse el caso de que lo que en un momento dado fueron
82 TRAS LA VIRTUD
-.
inferencias vlidas de alguna premisa o conclusin moral \'a no lo
fueran para lo que pareca ser la misma premisa factual o c;nclusin
moral. Las que en cierto modo eran las mismas expresiones, las mis-
mas sentencias, sustentaran ahora un significado diferente. Pero te-
nemos alguna prueba de tal cambio de significado? Nos ayudar a
responder el considerar otro tipo de ejemplo a contrario de In tesis
ninguna conclusin d.:be de premisas es. De premisas factuales tales
como este reloj es enormemente impreciso e irregular marcando el
tiempo y este reloj es demasiado pesado para llevarlo encima con
comodidad, 1:1 conclusin valorativa vlida que se sigue es ste es
un mal reloj. De premisas factuales como l consigue una cosecha
mejor por acre que cualquier otro granjero del distrito, tiene el
programa ms eficaz de mejora del suelo que se conoce y <<gana
todos los primeros premios en las ferias de agricultura, la conclu-
sin valorativa vlida es l un buen granjero.
Ambas argumentaciones son vlidas a causa del carcter e5pecial
de los conceptos de reloj y Je granjero. Tales conceptos son concep-
tos funcionales; o lo que es lo mismo, definimos ambos, reloj y
granjero, en trminos del propsito y funcin que caracterstica-
mente se espera que cumplan un reloj o un granjero. Se sigue que el
concepto de reloj no puede ser definido con independencia del con-
cepto de un buen reloj, ni el de granjero con independencia del de
buen granjero; y el criterio por el que algo es un reloj no es inde-
pt:!ndiente del criterio iJOr ..:! que algo es un buen reloj, como tambin
ocurre con granjero y todos los dems conceptOs funcionales.
Ambos conjuntos de criterios, como evidencian los ejemplos dados
en el prrafo anterior, son Por ello, cualquier razonamiento
basado en premisas que afirman que se satisfacen los criterios ade-
cuados a una conclusin que afirma que esto es un buen tal y tal,
donde tal y tal recae sobre un su jera definido mediante un concepto
funcional, ser una argumentacin vlida que lleva de premisas fac-
tuales a una conclusin valor:uiva. As, podemos muy a salvo afirmar
que para que se mantenga tllguna versin corregida del principio nin-
guna conclusin debe de premisas es, debe excluir de su alcance las
argumentaciones que envuelvan conceptos funcionales. Pero esto
sugiere con nfasis que los que han insistido en que toda Jrgumen-
tacin moral cae dentro del alcance de tal principio quiz daban por
sentado que ninguna argumentacin moral utiliza o se refiere a con-
ceptos funcionales. Sin embargo, las argumentaciones morales de la
POR QU TENA QUE FRACASAR EL PROYECTO ILUSTRADO 83
tradicin clsica aristotlica -en cualquiera ele sus versiones griegas
o medievales- comprenden como mnimo un concepto funcional cen-
tral, el concepto de hombre entendido como poseedor de una naru-
raleza esencial y de un propsito o funcin esenciales; por cuanto
la tradicin clsica en su integridad ha sido substancialmente recha-
zada. las argumentaciones morales van a cambiar de carcter hasta
caer bajo el alcance de :.llguna versin del principio ninguna conclu-
sin debe de premisas es. Es decir, hombre se mantiene con buen
hombre, como reloj con buen reloj, o granjero con buen
granjero denrro de la tradicin clsica. Aristteles tom como punto
de partida para la investigacin tica que la relacin de hombre
con vida buena es anloga a la de arpista con tocar bien el
arpa ltica a Nicmaco, l095a, 16). Pero el uso de hombre como
concepto funcional es ms antiguo que Aristteles y no deriva inicial-
mente de la biologa metafsica de Aristteles. Radica en las formas
de vida social a que presmn expresin los tericos de la tradicin
cl:.sca. Con arreglo a esta tradicin, ser un hombre es desempear
una serie de papeles, cada uno de los cuales tiene entidad y propsi-
tos propios: miembro de una familia, ciudadano, soldado, filsofo,
servidor de Dios. Slo cuando el hombre se piensa como individuo
previo y separado de todo papel, hombre deja de ser un concepto
funcional.
P ~ 1 r a que esto ocurriese, otros trminos morales clave debieron
cambiar wmbin su significado. L1s rdaciones de encadenamiento en-
tre ciertos tipos de proposiciones deben haber cambiado. Por lo tanto,
no es que las conclusiones morales no puedan ser justificadas del
modo en que una vez lo fueron, sino que la prdida de posibilidad
Je tal justificacin seala un cambio paralelo en el significado de los
modismos morales. De ah que el principio ninguna conclusin debe
de premisas es se convierta en una verdad sin fisuras para filsofos
cuya cultura slo posee el vocabulario moral empobrecido que resul-
ta de los episodios que he narrado. Lo que un tiempo fue tomado
por verdad lgica, era signo de una deficiencia profunda de concien-
cia histrica que entonces informaba y aun ahora afecta en demasa
~ ~ hl filosofa moral. Por ello su proclamacin inicial fue en ~ mism:.1
un acontecimiento histrico crucial. Seala la ruptura final con la
tradicin clsica y el fracaso decisivo del proyecto dieciochesco de
justificar la moral dentro del contexto formado por fragmentos here-
dados, pero ya incoherentes, sacados fuera de su tradicin.
84 TRAS LA VIRTUD
Pero no slo ocurre que los conceptos y razonamientos morales
cambien radicalmente de carcter en este momento de la historia, de
forma que se convierten en antepasados inmediatos Je !as inciertas
e interminables discusiones de nuestra propia cul tu m. Sucede que
tambin los jt!cios morales cambian su importancia y significado.
Dentro de la tradicin aristotlica, llamar a x bueno (y x puede,
entre otras cosas, ser una persona o un animal, una poltica, un esta-
do de cosas) es decir que es la clase de x que escoger cualquiera
que necesitara un x par:1 el propsito que se busca caractersticamente
en los x. Llamar bueno a un reloj es decir que es In clase de reloj
que escogera cualquier:1 que quisiera un reloj que midiera el tiempo
con exactitud (y no para echrselo :1l g::uo, como si dijramos). La
presuposicin que conlleva este uso de bueno es que cada tipo de
sujeto que se pueda c:1lificar apropiadamente de bueno o malo, inclui-
das las personas y las acciones, tiene de hecho <llgn propsito o
funcin especficos Jados. Llamnr bueno a :1go es por lo t:Hllo rambin
formular un juicio factuaL Llamar a una accin concreta justa o
correcta es decir lo que un hombre bueno hara en tal situacin; tal
proposicin tambin es factual. Dentro de esta tradicin, las propo-
siciones morales y valorativas pueden ser designadas verdaderas o fal-
sas exactamente de la misma manera que todas las dem:s proposi-
ciones factuales lo son. Pero, una vez que desaparece de b moral la
nocin de propsitos o funciones esencialmente h u m a n a ~ . comienza
a parecer implusible crawr l los juicios morales como sentencias
factuales.
Ms an, b secularizacin de la moral por parte ck la Ilustra-
cin haba puesto en cuestin d esratus de los juicios morales como
seales manifiestas de la ley divina. Incluso Kant, que tod:wia entien-
de los juicios morales como expresin de una ley universal, aunque
sea una ley que cad:1 agente racional conforma por s misr:1o. no trata
los juicios morales como seales Je lo que la ley requiere o manda,
sino como imperativos por derecho propio. Y los impermivos no son
susceptibles de verd:.1d o blsedad.
Hasta el presente, en el lenguaje coloquial, persiste el hbito de
hablar de los juicios morales como verdaderos o falsos; pero la pre-
gunta de en virtud Je qu un juicio moral concreto es \'erdudero o
falso ha llegado a carecer de cualquier respuesta clara. Que esto sea
as es perfectamente inteligible si la hiptesis histrica que he apun-
tado es verdadera: que los juicios morales son supervivientes lin-
POR Q TENA QUE FRACASAR EL PROYECTO !LUSTRADO 85
gsticos de las prcticas del tesmo clsico, que han perdido el con
texto de que estas prcticas los provean. En ese contexto, los juicios
morales eran a b vez hipotticos y categricos. Eran hipotticos,
puesto que expresaban un juicio sobre la c:onducra teleolgicameme
apropiada de un ser hum:mo: deb::s hacer esto y esto daclo que tu
tc!os es tal :: tal o quiz debes h:tcer esto y esto si no quieres que
tus deseos esenciales se frustren>>. Eran categricos, puesto que sea
!aban los comenidos de la ley universal ordenada por Dios: debes
hacer esto y esro; esto es lo que ordena [a ley de Dios. Pero extrai-
gamos de ellos :lqucllo en virtud de lo que eran hipotticos y aquello
en virtud de lo que eran catescricos y qu nos queda? Los juicios
morales pierden toJo esrarus claro y paralelamente las sentencias que
los expresan pierden todo significado indiscutible. Tales sentencias
se convierte:1 en formas de expresin tiles para un yo emotivist:l,
que al perder b guia del contexto en que estuvieron insertadas origi
nariamente, ha perdido su send:t wnro lingstica como prctica en
el mundo.
Sin embargo. plantear las cosas :1s es anncrparse en un camino
pendiente de jusriiicacin. En apariencia doy por supuesto que estos
cambios se pueden caracterizar mediante conceptos como superviven-
cia, prdida de contexto y consiguiente prdida de claridad; mientras
que, como he subrayado ames, muchos de los que vivieron dicho
cnmbio en la cultura que !1os ha ?rccedido lo \'ieron como una libe
racin. tanto de la carga del tesmo como de las confusiones ele los
modos teleolgicos de pensar. Lo que he descri ro en trminos de pr-
dida de estructura y contenido tradicional fue percibido por bs cabe
zas filosficas ms elocuentes como la consecucin de su propia auto
noma por parte del yo. El yo se liberaba de las formas de organizacin
social desfasadas que lo hab:tn aprisionado, simultneamente por
medio de la creencia en un mundo ordenado testa y teleolgico y
por medio de aquellas estructuras jerrquicas que pretendan legiti
marse a s mismas como parte de ese mundo ordenado.
Con independencia de que consideremos este momento decisivo
de cambio como una prdida o una liberacin, como una tnnsicin
hacia la autonoma o hacia la anomia, conviene destacar dos de sus
E!-.primero son las consecuencias polticas y sociales del cam
bio. Los cambios abstrctos en los conceptos morales toman cuerpo
en hechos reales y concretos. Hay una historia an no en la
que se interpretar a los Mdici, Enrique VIII y Thomas Cromwe!l,
TRAS LA VIRTUD
Federico el Grande y Napolen, Walpole y Wilberforce, Jefferson y
Rcibespierre como expresando a travs de sus acciones, :mnque a
menudo parcialmente y de maneras muy diversas, los mismsimos
carmbios conceptuales que al nivel de la teora filosfica son expre-
sarnos por Maquiavelo y Hobbes, Diderot y Condorcet. Hume, Adam
Smiith y Kant. No deben existir dos historias, una de la accin moral
y poltica y otra de la teora moral y poltica, porque no hubo dos
pas>ados, el uno slo poblado por acciones y el otro slo por teoras.
Cada accin es portadora y expresin de creencias y conceptos de
ma;.vor o menor carga terica; cada fragmento de reora y cada expre-
sim de creencia es una accin moral y poltica.
As, la transicin a la modernidad fue una transicin doble, en la
teorda y en la prctica, y nica como tal transicin. A causa de los
hbjitos de pensamiento engendrados por d expediente acadmico
moderno, que separa la historia del cambio poltico y social (estudia-
do cierto conjunto de rbricas en los deparwmentos ele historia
por un cierto conjunto de estudiosos) de la histeria de la filosofa
( esc:udiada bajo otro conjunto completamente diferente de rbricas
en .departamentos de filosofa por otro conjunto completamente
divcerso de estudiosos), por una parte las ideas adquieren vida falsa-
memte independiente y, por otra, la accin poltica y social se presen-
ta cromo un sinsentido pec-uliar. Por supuesto, el propio dualismo
acadmico es expresin de una idea casi omnipresente en el mundo
moderno: a tal punto que el marxismo, el ms inl-htyenre adversario
tedco de la cultura moderna, no es otra cosa sino una versin ms
de este mismo dualismo, con la distincin entre base superestruc-
rurm ideolgica.
:Sin embargo, necesitamos recordar tambin que si el yo separa
decisivamente de los modos heredados de teora y prctica en el curso
de LUna histeria nica y singular, lo hace en una variedad de maneras
y con una complejidad que sera empobrecedor ignorar. Cuando se
invent el yo distintivamente moderno, su invencin requiri no slo
una simacin social bastante novedosa, sino tambin :iU definicin a
travcs de conceptos y creencias diversos y no siempre coherentes. Lo
que enronces se invent fue el individuo y debemos volver ahora
sobr:e la pregunta de lo que aadi esta invenCton y cmo ayud a
dar iforma a nuestra propia cultura emotivista.
6. ALGUNAS DEL FRACASO
DEL PROYECTO ILUSTRADO
Lo:; problemas de la teora moral mod..::rna emergen da ramente
como producto del fracaso dei proyecto ilustrado. Por una parte, d
:!gente moral individual. liberado de la jerarqua y la teleologa, se
Juwconcibe y es concebido por los filsofos morales como soberano
su <llltoridad moral. Por otra parte, lo heredado, las reglas mora-
les, aunque parcialmente transformadas, tienen que encontrar algn
estatus, una vez privadas de su antiguo carcter teleolgico y su
todava ms antiguo carcter categrico en tanto que expresiones, en
ltimo trmino, de una ley divina. Si tales reglas no pueden encon-
trar un nuevo estatus que justifique racionalmente el recurso a ellas,
ral rec.mo parecer un mero instrumento del deseo y de la voluntad
Por ello exisre una urgencia de vindicadas mdiendo
:guna re!cologa nueva o e:1contr:ndoles un nuevo estams categorial.
El de esros proyectos confiere su importancia al utilitaris-
mo; d segundo, a todos los intentos de seguir a Kant tratando de
fundamentar en la naturaleza de la razn prctica la autoridad de la
invocacin de normas morales. Voy a postular que ambos intentos
fracasaron, como no podan por menos que fracasar, pero que en el
curso de los mismos se realizaron con xito diversas transformacio-
nes sociales as como intelectuales.
Las formulaciones originales de Bentham traslucen una aguda
percepcin de la naturaleza y la escala de los problemas a que se
enfrentaba. Su innovadora psicologa da una visin de la naturaleza
humana :.1 cuya luz puede situarse con claridad el problema de dotar
de un nuevo estatus a las reglas morales; y Bentham no retrocedi
anre la nocin de que estaba asignando un esratus nuevo a las reglas
morales y dando un nuevo significado a los conceptos morales clave.
88 TRAS LA VIRTUD
La moral tradicional estaba, a su entender, llena de supersticin;
hasta que no entendimos que !os nicos motivos de la accin huma-
na son la atraccin hacia el placer y la aversin al dolor no pudimos
expresar los principios de una moral ilustrada, a la que proveen de
te!os b bsqueda de un mximo de placer y de la ausencia de dolor.
((P!:.:cer era para Bentham el nombre de un tipo de sensacin, del
mismo modo que lo es dolor; y las sensaciones de ambos tipos
varan slo en nmero, intensidad y duracin. Es importante obser-
var esta falsa definicin de placer, aunque slo sea porque los inme-
diatos sucesores utilitnristas de Bentham la consideraron la fuente
m:1yor de dilicultadcs que se plantean contra el utilitarismo. Por con-
siguiente, no siempre atendieron de un modo adecuado a la forma en
que realiza la transicin, desde su tesis psicolgica de que 1a huma-
nidad posee dos y slo dos motivaciones, a su tesis moral segn la
cual fuera de las acciones o estrategias alternativas entre las que
tenemos que escoger en cualquier momento dado, debemos siempre
re::liizar aquella accin o impulsar aquella estrategia que tendr como
consecuencia la mayor felicidad; esto es, la mayor cantidad posible
de placer con la menor cantidad posible de dolor para el mayor
nmero. Por supuesto, segn Bentham una mente educada e ilus-
trada reconocer por s sola que la bsqueda de mi felicidad, dictada
por una psicologa deseosa de placer y de evitar el dolor, y la bsque-
da de la mayor felicidad para d mayor nmero, de hecho coinciden.
Pero el fin del reformador social es reconstruir el orden social para
que incluso la bsqueda no ilustrada de felicidad produzca la mayor
felicidad para el mayor nmero posible; de tal fin brotan las nume-
rosas reformas legales y penales que Bentham propone. Fijmonos en
que el reformador social podra no encontrar una motivacin para
dedicarse a estas tareas especiales antes que a otras, si no fuera por-
que una consideracin ilustrada de la propia felicidad aqu v ahora,
incluso bajo un orden social y legal no reformado como el de la
Inglaterra de finales del siglo xvur y principios del xrx, debe dirigir
inexorablemente la bsqueda de la mayor felicidad. Es una preten-
sin emprica, pero es verdadera?
A J ohn Sruart Mill, u la vez el primer benthamta y con seguri-
dad la mente y el personaje ms distinguido de los que abrazaron el
benthamismo, le cost un ataque de nervios el dejar claro, incluso
para M.ll mismo, que no lo era. M.ll concluy que lo que necesitaba
reforma era el concepto de felicidad de Bentham; en realidad, logr
CONSECUENCIAS DEL FRACASO DEL PROYECTO ILUSTRADO 8.?
poner en cuestin que la moral derivara de hi psicologa. Pero era
sa la derivacin que provea de completo fundamento racional al
proyecto de una teleologa naturalista nueva segn Bentham. No debe
sorprender que cuando este tedio se reconoci dentro Jcl benthamis-
mo, su contenido teleolgico .;e hicic:::t c:.1d:.1 vez ms esc:1so.
John Sruarr Mjil acerr:Ji':l cuando asegur que la com:epci0n
b..:nthamiana d.; la felicidad ser ampli,lda: en El utilita-
rismo intent hacer una dis:incin clave entre pbceres elevados
v placeres inferiores; en Sobrc lt: !ibcrtad y otras obras rdaciona
d crecimiento de la felicidad human:.1 con la extensin de h capa-
cidad creadora hum:ma. Pero d efccw de estas correcciones es sugerir
i lo que nngln benthamiano por que estu\iese concederla)
que la nocin de felicidad humar:a .'lO es una nocin unitaria simple.
yue no pueJe proveernos de criterio para nuestras dec::iones c!:we.
S d_::uien nos sugiere. en el de Bentham o \'lill. que debe-
mos guiar nucstr::ts elecciones :on arreglo a Lls perspectivas de
nu.::st;o futuro placer o {elic:dnd. b respuest::t apto'iach es pregun-
tar: (qu placer, qu felicidad Jebe guiarme? Porque hay dcmasiaclas
clases diferentes de actividad placentera, demasiados modos diferen-
tes de obtener la felicidad. Y placer o felicidad no son estados men-
t:.1les para cuya obtencin esas actividades y modos sean slo medios
<11 terna ti vos. El placer-de-tomar-Gunnes no es el-pbcer-de-nadar-en-
1,1-pba-de-Cmne, y nadar y ber qo son dos medos diferentes de
:JC::tnzar un mismo esrado tinai. La [eiicdad propia c1d modo de vida
J-:: un cbustro no es la misma caracterstica de la vida mli-
t::l::. Los diferentes pbceres bo dil:::rentes felicidades son inconmen-
surables en sumo grado: no i1ay t.:scabs de canridad :: calidad con que
medirlos. Por consiguiente, apebr : criterio del rlacer no me dir
qu hacer, si beber o nadar. y apelar al de felicidad no podr: deci-
dirme e!ltre la vida de un monje o L1 de un soldado.
Haber entendido el carcter polimorfo del placer y la felicidad
equivale naruralmente a inutilizar estos conceptos de cara a los pro-
p1isiros militaristas; si la pers!Jt:c:iva del propio placer o felicidad
futuras no puede, por las r::tzones que he apuntado, proveer de crite-
rios par:I resolver los problemas de la accin de cualquier individuo,
resulta que la nocin de la mayor felicidad o la del mayor nmero
es una nocin sin ningn contenido claro en absoluto. Es un pseudo-
concepto til para mltiples usos ideolgicos, pero nada ms que eso.
De ah que cuando lo encontramos en la vida prctica siempre es
90
.
TRAS LA VIRTUD
necesario preguntar qu proyecto o proposlto real se oculta con su
uso. Decir esto no es, por descontado, negar que muchos de sus usos
han estado al servicio de ideas socialmente beneficiosas. Las reformas
radicales de Cbadwick para provisin de medidas de salud pblica, la
militancia de Mili a favor de la extensin del voto y el fin de la opre-
sin de la mujer y otras causas e ideales del siglo XIX invocaron todos
la norm.1 de utilidad para sus buenos fines. Pero el uso de una ficcin
conceptual para una buena causa no la hace menos ficticia. Notare-
mos la presencia de algunas otras ficciones en el discurso moral mo-
derno ms adelante; pero antes hemos de considerar un rasgo ms
del utilitarismo del siglo xrx.
Muestra de la seriedad y la energa moral de los grandes utlita-
ristas del siglo xrx fue que sintieron la obligacin permanente de
someter una y otra vez a verificacin sus propias posruras tratando
de no engaarse a s mismos. El logro culminante de tal escrutinio
fue la filosofa moral de Sidgwick. Y con Sidgwick se acepta por fin
la imposibilidad de restaurar una estructura teleolgica para la tica.
Se dio cuenta de que los mandatos morales del utilitarismo no podan
deducirse de ningn fundamento psicolgico y de que los preceptos
que nos ordenan perseguir la felicidad general no pueden derivarse,
y son lgicamente independientes, de cualquier precepto que nos
ordene la bsqueda de nuestra propia felicidad. Nuestras creencias
morales bsicas tienen dos caractersticas, como se vio forzado a
reconocer Sidgwick sin que dlo le hiciera feliz; no forman unidad
de ninguna especie, son irreductiblemente heterogneas; y su admi-
sin es y debe ser inargumentada. En los cimientos del pensamiento
moral subyacen creencias de cuya verdad no puede darse razn que
vaya ms nll1 de ellas mismas. A tales proposiciones, Sidgwick,
tomando la palabra en prstamo de Whewell, les da el nombre de
intuicioues. Es evidente la decepcin de Sidgwick con el resultado
de su investigacin, cuando dice que despus de buscar el cosmos
haba encontrado tan slo el caos.
Fueron por supuesto las posiciones finales de Sidgwick las que
Moore tom en prstamo sin confesarlo, presentando lo ajeno junto
con un simulacro propio de mula argumentacin, en los Principia
Etbica. Las diferencias entre los ltimos escritos de Sidgwick y los
Principia Ethica son ms de tono que de substancia. Lo que Sidgwick
presenta como un fracaso, Moore lo expone como un descubrimiento
luminoso y liberador. Y los lectores de Mome, para quienes, como
CONSECUENCIAS DEL FRACASO DEL PROYECTO ILUSTRADO 91
.ya he subrayado, la luminosidad y la liberacin ran importantsimas,
se vieron a s mismos tan salvados de Sidgwick y de cualquier otro
utilitarismo como del cristianismo. Lo que naturalmente no vieron
;ra que se privaban de cualquier base para pretender b objerividad
v que con sus vidas y juicios venan a suministrar la c\idcncia a la
yue pronto apelara agudamente el emotivismo.
La historia del utilitarismo vincula as histricamente e! proyecto
dieciochesco de justificacin de la moral con d declive hacia el emo-
tivismo del siglo xx. Pero el fracaso filosfico del utilitarismo y sus
consecuencias para el pensamiento y la teora por supuesto no son
ms que una parte de la historia relevante. El utilitarismo :mareci
en multitud de formas sociales y dej su huella en multruJ e:;- pape-
les sociales e instituciones. Y stas permanecieron como herencia
mucho despus de que el utilitarismo hubiera perdido la !mportan-
cia nlosfica que le haba conferido la interpreraci6n de John Stuart
Pero :mnque esta herencia social est lejos de oer desdeable
para mi tesis centraL demorar el subrayarla hasta que consi-
derado el fracaso de un segundo intento filosfico de dar cuenta de
cmo la autonoma del agente moral podra coherentemente combi-
narse con la opinin de que las normas morales tienen una autoridad
independiente y objetiva.
El utilitarismo avanz sus propuestas de mayor xito el si-
glo XIX. Despus de eso. el intuicionismo seguido por el emotivismo
mantuvo el predominio en ia lilosofa britnica. mientras qut: en los
Estados Unidos el pragmatismo abasteci Je la mism:1 cL1se de
praeparatio para d emotivismo que en Gran Brcr;11ia pro-
vea el intuicionismo. Pero por las razones que ya hemos .1pumado,
el emotivisrno pareci siempre implausible a los filsoios analticos
ocupados en preguntar sobre el significado, porque es evidente que
el razonamiento moral exisre, que a menudo se derivan vrilidameme
conclusiones morales a partir de ciertos conjuntos de premisns. Tales
'
filsofos analticos resucitaron el proyecto kantiano de demostrar que
la autoridad y la objetividad de las normas morales son la autoridad
y la objetividad que corresponde.n al ejercicio de la razn. De ah que
su proyecto fue, v es, mostrar que cualquier agente racional est
lgicamente obligado por las normas de la moral en virtud de su
raciona !ida d.
Ya he sugerido que la variedad de intentos de llevar a rrmino
este proyecto y su mutua incompdtibilidad arroja dudas sobre el xito
92 TRAS VIRTUD
de los mismos. Pero parece clarumente necesario entender no slo
que el proyecto fracasa, sino tambin por qu fracasa, para hacerlo
es necesario examin:.1r con bastante detalle uno de tales intentos. El
que he escogido como ejemplo es el de /dan G::wirrh en Reason and
Morality ( 1978 ). Escog el libro de Gewirth porque es uno de los
intentos ms recientes, pero tambin porque des:::rrolla cuidadosa y
escrupulosamente las objeciones y criticas plante:.Jdas por autores
anteriores. Adems Gewirrh mantiene una definicin a la ;ez clara
y estricta de lo que es la razn: para ser admitiJo como orincipio
de la razn prctica un principio debe ser analtico: :: ?ata que una
conclusin se siga de premisas de la :-azn pnctio debe estar demos-
trablemente envuelta en esas premisas. Evita as la t1ojedad y la
vaguedad acerca de lo qne constituye una buena razn, que ha
debilitado los primeros intentos de prescnrar a la moral
como racional.
La frase clave del libro de Gewirth es: Puesto que el agente
contempla como bienes necesarios la libert:1d y d bienestar que cons-
tituyen las caractersticas genricas del :;iro de :m accin, lgicamente
debe mantener que tiene derecho u estos rasgos genricos y sienta im-
plcitamente la correspondiente pretensin de derecho>) (p. 63 ). La
argumentacin de Gewirth puede desrnontarse corno sigue: Cada
agente racional tiene que reconocer cierta medida de libertad y bienes-
rar como prerrequisitos para su ejercicio de b actividad racional.
Por consiguiente, caJa agente racional debe desear poseer esa medi-
da de estos bienes, si es que elige desear ;dgo. E!;ro es !o que Gewirrh
quiere decir cuando escribe bienes nece,;arios en la frase citada.
claro que por ahora no hay motivo para poner en tela de juicio
Ll <lrgumentacin de Gewinh en ese punto. Es el peldao siguiente el
que es crucial y cuestionable.
Gewirth argumenta que cualquiera que mantenga que los prerre
quisitos para el ejercicio de su actividJd racional son bienes necesa
ros, est lgicamente obligado a mantener tambin que tiene dere
cho a estos bienes. Pero evidentemente !u introduccin del concepto
de derecho reclama justificacin por dos motivos, porque es un con
ccpto completamente nuevo en la argumenradn de Gewirth en este
punto, y por el carcter especial Jel concepto de derecho.
Ame todo, est claro que la pretensin de que yo tenga derecho
a hacer o tener algo es una pretensin de un tipo completamente
diferente de la pretensin de que necesiro, quiero o deseo beneficiar
1
CONSECUENCIAS DEL FRACASO DEL PROYECTO ILUSTRADO 93
me de algo. De la primera, si es la nica consideracin relevante, se
deduce que los dems no deben interferir con mis intentos de hacer
o tener lo que sea, sea para mi propio bien o no. De la segunda no se
deduce, no importa de qu clase de bien o beneticio se trate.
Otra manera de comprender qu es lo que no ha funcionado en
la argumentacin de Gewirth es entender por gu este paso es tan
esencial para su argumentacin. Por descontado es cierto que si yo
pretendo un derecho en virtud de mi posesin de ciertas caracters-
ticas, estoy lgicamente comprometido a mantener que cualquiera
que posea las mismas caractersticas posee tambin este derecho. Pero
jusrnmente esta propiedad de universalizabilidad necesaria no corres-
ponde ;1 las pretensiones de posesin, sea de una necesidad, o del
deseo de un bien, incluso aunque se trate de un bien universalmente
necesano.
Una razn de por qu las pretensiones acerca Je los bienes nece-
sarios para la actividad racional son tan diferentes Je las pretensio-
nes acerca Je la posesin de derechos es que las segundas, a dife-
rencia de las primeras, presuponen la existencia de un conjunto de
reglas socialmente establecidas. Tales conjuntos de reglas slo llegan
a existir en perodos histricos concretos bajo circunstancias sociales
concretas. No son en absoluto rasgos universales de la
humana. Gewirth no tiene inconveniente en admitir que expresiones
t::!les como un derecho y otras relacionaJ;s ;parecen en ingls y
otras lenguas en un momento relativamente tardo de ia historia del
lenguaje, hacia el final de la Edad Media. Pero argumema que la exis-
rencia de tales expresiones no es una condicin necesaria para que
el concepto de derecho se incorpore en forma de conducta humana;
y en esto, desde luego, est en lo cierto. Pero la objecin que Gewirth
Jebe enfrentar es precisamente que aquellas formas de conducta
humana que presuponen nociones de cierto fundamento de autoridad,
tales como b nocin de derecho, siempre tienen un car:cter muy
especfico y socialmente local, y que la existencia de tipos :oncretos
de instituciones o prcticas sociales es una condicin necesaria para
que la nocin de la pretensin de poseer un derecho constituya un
tipo inteligible de actuacin humana. (En la realidad histrica, tales
tipos de instituciones o prcticas sociales no han existido en las socie-
dades humanas con carcter universal.) Fuera de cualquiera de tales
formas sociales, plantear la pretensin de un derecho sera como pre-
al cobro un cheque en un orden social que ignorara la insti-
94 TRAS LA VIRTUD
'
tucin de la moneda. Gewirth ha introducido de contrabando en su
argumentacin una concepcin que en modo alguno corresponde,
como debera ser para el buen xito de aqulla, a la caracterizacin
mnima de un agente racional.
Considero que ambos, el utilitarismo de la mitad y final del si-
glo XIX y la filosofa moral analtica de la mitad y final del siglo xx,
son intentos fallidos de salvar al agente moral autnomo dei aprieto
en que lo haba dejado el fracaso del proyecto ilustrado de proveerle
de una justificacin racional y secular para sus lealtades morales. He
caracterizado este aprieto como aquel en que el precio pagado por la
liberacin frente a lo que pareca ser la auroridttd externa de [a moral
tradicional fue la prdida de cualquier contenido de auroridad para
los posibles pronunciamientos morales del nuevo agente autnomo.
Cada agente moral habi desde entonces sin ser consrreliido por la
exterioridad de la ley divina, la teleologa natural o la :1utoridad
jerrquica; pero, por qu habra de hacerle caso nadie? Tamo el
urlitarismo como b filosofa moral analtica deben entenderse como
intentos de dar respuestas concluyentes a esta pregunta; y si mi
argumentacin es correcta, es precisamente esta pregunta la que am-
bos fracasan en responder de manera concluyente. Sin embargo, casi
todos,'filsofos y no filsofos, continan hablando y escribiendo como
s alguno de estos proyectos hubiera tenido xito. Y de ah deriva
uno de los rasgos discurso moral contemporneo que he resaltado
al principio, la brecha entre el significado de hts expresiones morales
y las formas en que se !ts,m. Porque el significado es y se manrene
como habra quedado ;:::r:mtizado si al menos uno de los proyectos
filosficos hubiera teniJo pero el uso, el uso emorivista, es el
que caba esperar ante el fracaso de todos los proyectos filosficos.
La experiencia moral contempornea tiene, por tanto, un carc-
ter paradjico. Cada uno de nosotros est acostumbrado <1 verse a
s mismo como un agente moral autnomo; pero cada uno de noso-
tros se somete a modos prcticos, estticos o burocrticos, que nos
envuelven en relaciones manipuladoras con los dems. Intentando
proteger la autonoma, cuyo precio tenemos bien presente, aspiramos
a no ser manipulaJos por los dems; buscando encarnar nuesrros
principios y posturas en el mundo prctico, no hallamos manera de
hacerlo excepto dirigiendo a los dems con los modos de relacin
fuertemente manipubdores a que cada uno de nosotros aspira a resis-
tirse en el propio caso. La incoherencia de nuestras actitudes y de
CONSECUENCIAS DEL FRACASO DEL PROYECTO ILUSTRADO 95
ll).lestra experiencia brota del incoherente esquema conceptual que
hemos heredado.
Una vez entendido esto, nos es posible entender tambin el
lugar clave que tienen otros tres conceptos en el esquema moral
propiamente moderno, el de derechos, el de protesta y el de desen-
l/l.1SCaratniento. Por derechos>> no me refiero a los derechos confe-
ridos por la ley positiva o la costumbre a determinadas clases de
personas; quiero decir aquellos derechos que se dicen pertenecientes
ser humano como tal y que se mencionan como razn para postubr
que la gente no debe interferir con ellos en su bsqueda de la vida.
la libertad y la felicidad. Son los derechos que en el siglo XVIII fue-
ron proclamados derechos naturales o derechos del hombre. En ese
,;glo fueron definidos caractersticamente de modo negativo. precisa-
me!lre como derechos con los que no se debe interferir. Pero, a
'.eccs, en ese mismo siglo y mucho ms a menudo en el nuestro.
Llerechos positivos (ejemplos son los derechos a la promocin, la
eJucacin o el t:mpleo) se han aadido a la lista. La expresin dere-
chos humanos es ahora ms corriente que cualquier otra expresin
Jieciochesca. Sin embargo, y de cualquier modo, positivo o negativo,
que se invoquen, se sobreentiende que ataen por igual a cualquier
individuo, cualquiera que sea su sexo, raza, religin y poco o mucho
talento, y que proveen de fundamento a multitud de opciones morales
concretas.
Por supuesto, resultara un tanto extrao que tales derechos ata-
iicr:m a los seres humanos simplemente qua seres humanos a la luz
Jd hecho al que he aludido al discutir la argumentacin de Gewirth,
saber, que no existe ninguna expresin en ninguna lengua antigua
o medieval que pueda traducir correctamente nuestra expresin de-
rechos hasta cerca del final de la Edad Media: el concepto no en-
expresin en el hebreo, el griego, el latn o el rabe, clsicos
o medievales, antes del 1400 aproximadamente, como tampoco en
ingls antiguo, ni en el japons hasta mediados del siglo XIX por lo
menos. Naturalmente de esto rio se sigue que no haya derechos
humanos o naturales; slo que hubo una poca en que nadie saba
que los hubiera. Y como poco, ello plantea algunas preguntas. Pero
no necesitamos entretenernos en responder a ellas, porque la verdad
es sencilla: no existen tales derechos y creer en ellos es como creer en
brujas y unicornios.
La mejor razn para afirmar de un modo tan tajante que no
96 TRAS LA VIRTUD
e},.-ii-sten tales derechos, es precisamente del mismo tipo que la mejor
qme tenemos para afirmar que no hay brujas, o b mejor razn que
poseemos para afirmar que no hay unicornios: el fracaso de todos
los, intentos de dar buenas razones para creer que tales derechos exis-
taa. Los defensores filosficos dieciochescos de los derechos naturales
a v:<.eces sugieren que las afirmaciones que pbntean que el hombre los
poll>ee son verdades axiomticas; pero sabemos que las verdades
axom:ricas no existen. Los filsofos morales del siglo x:x han apelado
en ocasiones a sus intuiciones o las nuestras; pero una de las cosas
qure deberamos haber aprendido de la filosofa moral es que la intro-
drnccin de la palabra intuicin por parte de un filsofo moral es
sie..rnpre seal de que algo funciona bastante mal en una argumenta
cim. En la declaracin de las Naciones Unidas sobre los derechos
hwmanos de 1949, b. prctica de no dar ninguna buena razn para
ns<l::veracin aiguna, que se ha convertido en normal para las Naco
nes Und<1S, se sigue con gran rigor. Y el ltimo defensor de tales
de1rechos, Ronald Dworkn (Tctking Rights Saiomiy, 1976), concede
qme la existencia de tales derechos no puede ser demostrada, pero en
esu:e punto subraya simplemente que el hecho de que una declaracin
n09 pueda ser demostrada no implica necesariamente el que no sea
verdadera (p. 81 ). Lo que es cierto, pero podra servir igualmente
pa':!ra defender presunciones sobre los unicornios y las brujas
Los derechos humanos o naturales son ficciones, como lo es la
utiilidad, pero unas ilcciones con propiedades muy ..:oncreras. PJ.ra
identiGcnrlas es valloso d::1r cuenta una vez ms de !::J. otra ficcin
que emerge del intento del siglo xvur de reconstruir la moral,
el ,conceptO de utilidad. Cuando Bentham convin,) utilidad en un
r6:mino cuas-rcnco, lo hizo, como ya he puesta Je relieve, definin
do.llo de modo que englobase la nocin de las expectativas indivi -
durales de placer y dolor. Pero, dado que Sruart Mili y otros util
tan:istas extendieron su nocin de la multiplicidad de objetos que los
se:r.es humanos persiguen y valoran, la nocin de que fuera posible
smmar la totalidad de esas experiencias y activiJadcs que resultan
sa:n:sfactoras se hizo cada vez ms por las razones que
com anterioridad he sugerido. Los objetos del deseo humano, natural
o :educado, son irreductiblemente heterogneos, y la nocin de su
siJillla tanto para el caso de los individuos como para el de alguna
pciblacn no tiene sentido definido. Pero si la utilidad no es un
camcepto claro, usarlo como s lo fuera, emplearlo como s pudie
CO.NSECUENCIAS DEL FRACASO DEL PROYECTO ILUSTRADO 97
rJ .proveernos de un criterio racionJl, realn1ente recurrir a una
ticcin.
Ahora se hace reconocible una caracterstica central de las ficcio-
nes mm-.1ks, que salta a la vista cuando yuxtaponemos d concepto
de utilidad al de derechos: se proponen proveernos de un criterio
objetivo e pero no lo hacen. Y por esta sola razn debera
haber una brecha emre sus significados pretendidos y los mos en que
dectivamente se sitan. Ms an, ahora podemos entender un poco
mejor cmo surge el fenmeno de la inconmensurabilidad de las pre-
misas en d debute moral moderno. El concepto de derechos fue gene-
para servir :1 un conjunto de propsitos, como parte de la inven-
cin social ,it:! agente moral ;lutnomo; el concepto de utilidad se
diseri par:t un conjunto de propsitos completamente diferente. Y am-
bos se elaboraron en una situacin en que se requeran artefactos
''UStitutivo:i de los conceptOs dt! una moml ms antigua y tradicional,
sustitutivos que aparentaran un carcter radicalmente innovador e
incluso iban a dar la upariencia de poner en acto sus nuevas funcio-
nes sociales. De ah que cuando la pretensin de invocar derechos
combate comra pretensiones que apelan a la utilidad o cuando alguna
de ellas o ambas combaten contra pretensiones basadas en algn con-
cepto tradicional, no es sorprendente que no haya modo racional de
decidir a qu tipo de pretensin hay que dar prioridad o cmo sope-
;ar las unas frente a las otras. La inconmensurabilidad moral es ella
misma producto una pewliur conjuncin histrica.
Esto nos proporciona un dato importante para entender la poltica
de las sociedades modernas. Porque lo que describ como cul-
wra del in di\ idualismo burocrtico resulta ser un d.::ba te poltico
c:.mtcrersticam.::nte abierto entre un individualismo que sit:nta sus
pretensiones en trminos de derechos y formas de organizacin buro-
crtica que postulan las suyas en trminos de utilidad. Pero si los
conceptos de derechos y de milidad son opuestos inconmensurables
aunque ficticios, suceder que el discurso moral utilizado podr sumi-
nistrar algn simulacro de racionalidad, como mucho, al proceso pol-
tico moderno, pero no a su realidad. La fingida racionalidad del deba-
e oculta la arbitrariedad de la voluntad y el poder que se ocupan en
resolucin.
Tambin es fcil comprender por qu la protesta se convierte en
un rasgo moral distintivo de la poca moderna y por qu la indigna-
cin es una <!mocin moderna predominante. Protestan> y sus ante-
98 TRAS LA VIRTUD
cesores latinos as como sus parientes franceses tena en su origen
un :significado ms bien positivo, o ms positivo que negativo; pro-
testar era a la vez dar testimonio a favor de algo, y slo como conse-
cuemcia de esa fidelidad dar testimonio contra alguna otra cosa.
Sin emb:ugo, ahora la protesta es casi enteramente un fenmeno
negativo, que ocurre caractersticamente como reaccin ante la supues-
ta iinvasin de los derechos de alguien en nombre de la de
otro alguien. El gritero autoafirmativo de la protesta surge de que
el lbecho de la inconmensurabilidad asegura que los que protestan
nunca pueden vencer en una discusin; la indignada proclamacin
de ll:a protesta surge del hecho de que la inconmensurabilidad asegura
igu::lllmente que quienes protestan nunca pueden tampoco perder en
una. discusin. De ah que el lengzaje de la protesta se dirija de modo
tprlCo a aquellos que ya compartm las premisas de los que protestan.
Los; efzctos de la inconmensurabilidud aseguran que los que protestan
po:::.Js veces pueden dirigirse a nadie que no sea ellos mismos. Esto
no es decir que la protesta no sea eficaz; es decir que no puede ser
raci.onalmente eficaz y que sus modos dominantes de expresin evi-
derm:ian cierto conocimiento quizs inconsciente de ello.
JLa afirmacin de que los protagonistas principales de las causas
distintivamente modernas del mundo moderno -no me refie-
ro m quienes tratan de apoyar tradiciones ms antiguas, que de un
modo u otro sobrevivieron en cierto grado de coexistencia con la
moClernidad- ofrecen una retrica que sirve para ocultar tras ms-
carms de moralidad lo que son de hecho preferencias arbitrarias de la
volumtad y el deseo, no es por supuesto una afirmacin original. Cada
uno, de los protagonistas contendientes de la modernidad, mientras
por .razones obvias no quiere conceder que la afirm:1cin sea verda-
der::n en su propio caso, est preparado para dirigirla contra aquellos
a qmienes combate. De este modo los Evanglicos o la secta Clapham
veam en la moral de la Ilustracin un disfraz racional y racionali-
zant:e del egosmo y el pecado; en cambio, los descendientes emanci-
padins de los Evanglicos y sus sucesores victorianos no vean en la
piedlad evanglica otra cosa sino mera hipocresa; ms tarde el gn1po
de 1Bloomsbury, una vez liberado por Moore, vio el conjunto de la
pam:fernalia cultural sernioficial de la poca victoriana como un gali-
matias pomposo que ocultaba no slo la voluntad arrogante de los
pac:br.es de familia y los clrigos, sino tambin la de Arnold, Ruskin
y Spencer; por este mismo camino, D. H. Lawrence desenmascar
CONSECUENCIAS DEL FRACAJ>O DEL PROYECTO ILUSTRADa 99
al grupo de Bloomsbury. Cuando el cmotivismo fue proclamado final-
mente como tesis completamente general acerca de la naturaleza del
lenguaje moral, no se hizo sino generalzar lo que cada faccin de
b revuelta cultural del mundo moderno ya habb Jicbo de sus respec-
tivos predecesores morales. Descml!asc,mzr los motivos desconocidos
Je la voluntad y el deseo arbitrarios que sostienen las tm1scaras mo-
rales de la modernidad, es en s mismo una de las m<is caractersticas
actividades modernas.
Corresponde a Freud el mrito Je descubrir que desenmascarar la
arbitrariedad de l o ~ dems siempre puede ser una defensa contra des-
cubrirla en nosotros. Al principio del siglo xx, autobiografas como
b de Samuel Butler provocaron sin dud:t ,dguna una reaccin intensa
por parte de aquellos que sentan el pe,o opresor de la afirmacin de
la voluntad paterna tras las formas c:1lturales en que haban sido
educados. Y este peso opresor seguramente se debi .. a la medida en
que los hombres y mujeres educados haban interiorizado lo que
aspir:1ban a rechazar. De uh la importancia de bs stiras de Lytton
Strachey contra los victorianos como parte de la liberacin de Blooms-
bury, y de ah tambin la reaccin retrica exagerada de Strachey
ante la tica de Moore. Pero an ms importante fue la descripcin
freudiana de la conciencia heredada como superego, como una parte
irracional de nosotros mismos de cuyas rdenes necesitamos, en con-
sideracin a nuestra salud psquica, liberarnos. Por descontado, Freud
crey hacer un descubrimiento sobre ia moral en ramo que tal, no
sobre lo que haba llegado a ser la moral ~ n bs postrimeras del
~ ! g l o XIX y los principios del XX en Europa. Pero esta equivocacin
no disminuye el mrito de lo que hizo.
En este punto debo retomar el hilo de mi argumentacin cen-
tral. Empezaba por las formas inacabables del debate moral contem-
porneo, y trataba de explicar esta intermimbilidad como consecuen-
cia de ser cierta una versin modificada de la teora emotivista sobre
el juicio moral, propuesta originariamente avanzada por C. L. Ste-
venson y otros. Pero trat esta teora no slo como un amllisis filo-
sfico, sino tambin como una hiptesis sociolgica. (No me satisbce
este modo de presentar el asunto; no tengo claro, por las razones
que d en el captulo 3, si en este dominio wa!quier anlisis filosfico
adecuado puede librarse de ser tambin una hiptesis sociolgica y
viceversa. Parece existir un error profundo en la nocin postulada
por el mundo acadmico convencional de que hay dos temas o dis-
1!00 TRAS LA VIRTUD
ci:plinas distintos: la filosofa moral, conjunto de investigaciones
ceptuales, por un lado, y por otro la sociologa de la moral, conjunto
de hiptesis e investigaciones empricas. El golpe de gracia de Quine
u .cualquier versin sustantiva de la distincin analtico-sinttica arro-
ja dudas en cualquier caso sobre este tipo de contraste entre lo con-
ceptual y lo emprico.)
Mi argumentacin pretenda demostrar que el infor-
ma un amplio dominio del lenguaje moral contemporneo y de la
pdctica, y m<1s especialmente que los personajes centrales de la
s01ciedad moderna -en el sentido peculiar que asign a la palabra
personaje- incorporan en su conducta los modos cmotivistas.
Estos personajes, por si hiciera falta repetirlo, son d estera, el tera-
peuta y el gerente, el experto en burocraa. La discusin histrica
de la evolucin que hizo posible las victorias del emotivismo nos ha
re::elado algo 1r..is sobre estos personajes especficamente modernos,
a :saber, el grado en que intentan escapar de tratar con ficciones mora-
les y no pueden. Pero, en qu grado la categora de ficcin moral va
m::ls all de las que ya hemos visto, que son los derechos y la utili-
chd? Y quin se deja engaar por ellas?
El esteta es el personaje menos adecuado para ser su vctima.
Aquellos pcaros insolentes de la imaginacin filosfica, el Rameau de
Diiderot y el A de Kierkegaard, que se repantig::m con tanta inso-
lencia a la entrada del mundo moderno, se especializan en desenmas-
caJr.ar las pretensiones ilusorias y ficticias. Si son engaados, lo sern
s1o por su propio cinismo. Cuando el engao esttico se produce
en el mundo moderno. es ms bien por la renuencia del estera a admi-
tir que es lo que l cs. L.t carga del propio gozo puede llegar a ser
tan grande, la carga del vaco y el aburrimiento del placer puede
ps:i!ecer una amenaza tan clara, que a veces el esteta ha de recurrir
a vicios ms complicados que aquellos de que disponan el joven
Ra\meau o A. Incluso puede convertirse en un lector adicto de
KL-erkegaard y convertir la desesperacin, que segn Kierkegaard era
el sino que amenazaba al estera, en nueva forma de autocomplncencia.
Y :si el ::mtocomplacerse en la desesperacin perjudica a su capacidad
de: gozo, puede acudir al terapeuta, como si se hubiera excedido con
el dcohol, y hacer de la terapia una experiencia esttica ms.
En cambio, el terapeuta es, de los tres personajes tpicos de la
modernidad, no slo el ms proclive a ser engaado, sino el ms
pnoclive a que se le note que se deja engaar, y no slo por las ficcio-
CONSECUENCIAS DEL FRACASO DEL PROYECTO ILUSTJb\DO 101
.
nes morales. Son fcilmente accesibles las crticas hostiles y demole-
doras contra las teoras ter:1puticas vigentes en nuestra cultura; en
efecto, cada escuela de terapeutas pone un celo desmedido en dejar
claros los defectos tericos de las escuelas rivales. Por eso el proble-
ma no es por qu son infundadas las pretensiones de la terapia psico-
analtica o de la concluctista, sino ms bien por qu, si han sido
refutadas con tal encarnizamiento, esas terapias siguen practicndose,
en su mayor parte, como si nada hubiera sucedido. Y este problema,
como el del esteta, no es slo un problema de ficciones morales.
Por supuestO, ambos, el estera y el terapeuta, son sin dudarlo tan
proclives como cualquier otro a acarrear tales ficciones. Pero no
hay ficciones que les sean peculiares, que pertenezcan a !a misma
definicin de su papel. Con d gerente, la figura dominante de la esce-
na contemporne:1, ocurre algo completamente diferente. Al bdo de
los Jerechos y de b urilid, entre las ficciones morales centrales
de la poca tenemos que colocar la ficcin especialmente
que se manifiesta en la pretensin de eficacia sistemtica en d control
de ciertos aspectos Je ia re:llidad social. Y si esta tesis puede parecer
sorprendente a primera vista es por dos clases de razones complew-
menre diferentes: no estamos acostumbrados a dudar de la eficacia
de los gerentes en lo que se proponen, y tampoco estamos acostum-
brados a pensar en la eficacia como concepto moral, clasificable junto
:1 conceptos tales como los derechos o la utilidad. Los propios geren-
"cs y muchos de los ;:;scriben sobre :;e conciben con:v
personajes moralmente r:.emrales. cuya formacin los capacita para
trazar los medios ms de obtener cualquier fin que se pro-
pongan. Si un gerente ci,kio es eficaz o no. parJ la opinin
es una cuestin complet,;:ncnte diferente de la moralidad de los fines
a que su eficacia sirve o fracasa en servir. Sin embargo, hay funda-
mentos poderosos para rechazar la pretensin de que In eficacia sea
un valor moralmente neur:-al. Porque el concepro ntegro de eficacia,
como subray con anterioridad, es inseparable de un modo de exis-
tencia humana en que la m:Jquinacin de los medios es princi;dmeme
v sobre todo In manipulacin de los seres humanos para que encajen
patrones Je conducta obediente, y es apelando a su eficacia :U
respectO como el gerente reclama su aurorid:1d dentro de nn estilo
manipulador.
La eficacia es un elemento definidor y definitivo de un modo de
vida que se disputa nuestra fidelidad con otros modos de vida alter-
102 TRAS LA VIRTUD
nativos contemporneos; y si estamos evaluando las pretensiones del
modelo burocrtico gerencial en cuanto a tener autoridad en nuestras
vidas, sed una tarea esencial calibrar las pretensiones de eficacia
burocr:ltico-gerencial. El concepto de eficacia est incorporado en los
lenguajes y pncticas de los papeles y personajes gerenciales y es por
supuesto un concepto sumamente general, ligado a nociones igual-
mente generales de control social ejercido hacia abajo en las corpo-
raciones, los departamentos del gobierno, los sindicatos y multitud
de otros cuerpos. Egon Bittner identific hace aos una
brecha cmcial entre la generalidad de este concepto y cualquier cri-
terio real lo bastante preciso como para servir en situaciones con-
cretas.
Mientras deja completamente claro que la nica justificacin
de la burocracia es su eficacia, Weber no nos proporciona ninguna
gua clara de cmo podra aplicarse esta norma de juicio. En efec-
to. el inventario de los rasgos de la burocracia no contiene ninguna
categora cuya relacin con la supuesta eficacia no sea discutible.
Los fines de largo alcance no sirven, en definitiva, para calcularla,
dada la intervencin de mltiples factores contingentes en el tiem-
po, que hace cada vez ms difcil asignar un valor determinado a
la eficacia de un perodo de accin controlado permanentemente.
Por otra parte, el uso de fines a corto plazo para juzgar la eficacia
puede emr:1r :::n con el ide:1l mismo de la economa. No
slo los fines a .:orto plazo cambian con el tiempo y compiten con
otros de maneras an no bien determinadas, sino que los resultados
a corto plazo tienen como es notorio poco valor porque pueden
manipularse fcilmente para que muestren cualquier cosa que uno
quiera. (Bittner, 1965, p. 247.)
La brecha que se abre entre la nocwn generalizaJa de eficacia y
la conducta real de los gerentes sugiere que los usos sociales de esta
nocin son diferentes de los que pretenden ser. Que la nocin se
usa para sostener y extender la autoridad y poder de los gerentes,
naturalmente no se pone en cuestin; su uso en conexin con aque-
llas tareas que derivan de la creencia en la autoridad y poder geren-
cial se justifica por cuanto los gerentes poseen la facultad de poner
aptitudes y conocimientos al servicio de determinados fines. Pero,
si la eficacia fuera parte de una mascarada al servicio del control
social, ms que nn:1 realidad? Si la eficacia fuera Llna cualidad gra-
CONSECUENCI.-I.S DEL FRACASO DEL PROYECTO ILUSTRADO 103
tuitamente imputada a los gerentes y burcratas por ellos mismos y
por los dems, pero de hecho una cualidad que raramente existe fue-
ra de esa imputacin?
La palabra que tomar en prstamo para denominar la supuesta
cualidad de eficacia es pericia. No estov poniendo en cuestin la
existencia de genuinos en muchas reas: bioqumica de la
insulina, historia de la educacin, o muebles andguos. Es la pericia
especial y solamente gerencial y burocrtica la que pondr en cues-
tin. Y la conclusin a que llegar es que tal pericia resulta ser una
ficcin moral ms, porque la clase de conocimiento que se requerira
para justificarla no existe. Pero qu sucedera si el control social de
hecho fuer<l una mascarada? Consideremos b siguiente posibilidad:
que lo que nos oprime no es el poder, sino b impotencia; que una
de las razones clave por las que los presidentes de las grandes corpo-
raciones no controlan a los Estados Unidos. como creen algunos crti-
cos radicales, es que ni siquiera consiguen controlar sus propias cor-
poraciones; que demasiado a menudo. cuando la supuesta habilidud
y poder organizarivos se despliegan y se consiguen los efectos desea-
dos, lo que pasa es que hemos sido testigos del mismo tipo de secuen-
cia que observamos cuando un sacerdote tiene la suerte de iniciar las
rogativas justo .mtes de la llegada imprevista de las lluvias; que las
palancas de poder -una de las metforas claves de la pericia geren-
cial- producen sus efectos de manera Jsisrcmtica, y muy a menudo
sin orra relacin con os efectOs de que sus alardean, sino la
mera coincidencia. Si todo esto fuera cierto. resultara del mximo
inters social y polcico disfrazar el hecho y el concepto de
eficacia gercnc<ll, exacramente tal como lo h;!<.:e:l mnto los gerentes
como los escritores sobre gerencia. Por fonun:t, no necesito estable-
cer todo eso como parte de !a presente argumentncin para demostrar
que el concepto de eficacia gerencial funciona como una ficcin moral;
basta demostrar que su uso supone presunciones de conocimiento que
no pueden probarse y, adems, que la diferencia entre los usos
que recibe y el significado de las afirmaciones que incorpora es exac-
tamente similar a .la que identifica la teora del emotivismo en el caso
de los dems conceptos morales modernos.
La mencin del emotivismo viene muy al caso; mi tesis acerca
de la creencia en la eficacia gerencial es en cierto grado paralela a la
que ciertos filsofos morales emotivistas (Carnap y Ayer) postularon
acerc:1 de la creencia en Dios. Ambos, C1rnap y A\er, extendieron
104 .: TRAS LA VIRTUD
la teora emotrvrsta rns all del dominio de los juicios morales y
argumentaron que los asertos metafsicos en general y los religiosos
en particular, aunque se propongan informar acerca de una realidad
trascendente, no hacen ms sino que expresar los sentimientos y
actitudes de aquellos que los enuncian. Disfrazan ciertas realidades
psicolgicas con el lenguaje religioso. Carnap y Ayer abren la posibi-
lidad de dar explicacin sociolgica al predominio de estas ilusiones,
aunque no sea sa la aspiracin de dichos autores.
Mi proposicin es que eficacia gerenciaL> funciona como supu-
sieron Carnap y Ayer que funciona (<Dios. Es el nombre de una rea-
lidad ficticia, pero aceptada, y con cuya invocacin se disfrazan algu-
nas otras realidades; su uso efectivo es el expresivo. Y del mismo
modo que Carnap y Ayer sacaron sus conclusiones principalmente
considerando lo que tuvieron por carencia de justific:.cin racional
adecuada para creer en Dios, el ncleo de mi asevera
que las interpretaciones de 1a eficacia gerencial de
justificacin racional adecuada.
Si estoy en lo cierto, la caracterizacin de la escena moral con-
tempornea habr de prolongarse un poco ms lejos de lo conside-
rado en mis argumentaciones previas. No slo estaremos justificados
al concluir que la explicacin emotivista es \'erdadera y est incorpo-
rada en gran parte de nuestra prctica y nuestro lenguaje moral, )'
que mucho de ral lenguaje y prctica est envuelto en ficciones mora-
les (como las de de,.echos y utilidad). sino <1ue 1:ambin ren(i;cmos gue
concluir que otra ficcin moral, y quiz la ms poderosn n, 1 tnralmen-
te de todas elbs, est incorrorada en la pretensin de cic:1cia, y que
proviene de ella la autoridau de perwnaje central en d drama de la
sociedad moderna que se confiere al gerente burocrtico. Nuestra
moral se revelar, inquietantemente, como un teatro de ilusiones.
La apelacin que el gerente hace a la eficacia desc:1nsn. por :mpues-
to, en su pretensin de que posee un conjunto de conocimientos !_:'Or
medio de los cuales pueden modelarse las organt.aciones y estruc-
turas sociales. Tal conocimiento puede incluir un conjunto de gene-
ralizaciones factuales :1 modo de leyes, que permiten al gerente pre-
decir que si tal suceso o estado de cosas de cierto tipo ocurriera o se
produjera, resultara tal otro acontecimiento o estado de hechos con-
creto. Slo esas cunsi-leyes y generalizaciones podran producir expli
caciones causales concretas y predicciones por medio de las que el
gerente podra modelar, influir y controlar el entorno social,
CONSECUENCIAS DEL FRACASO DEL PROYECTO ILUSTRADO 105
As, hay dos partes de las pretensiones "del gerente cuya autori-
dad est pendiente de justificacin. La primera concierne a la existen-
cia de un campo de ht::chos moralmente neutral, en el que el gerente
es experto. La otra concierne a las cuasi-leyes y generalizaciones y
sus aplicaciones a casos concretos. de::iv.1das del estudio de -:ste cmn-
po. Ambas pretensiones son el reHejo de pretensiones realizad;ts por
las ciencias naturales; y no es sorprendente que lleguen a acuarsc
expresiones tales como ciencia gerencial. La pretensin de neutra-
lidad moral del gerente, que es en si misma una parte importante del
modo en que el gerente se autopresenta y funciona en el mundo
social y moral, es paralela a las pretensiones de neutralidad moral
que muchos cientficos fsicos plantean. Lo que esto supone puede
entenderse mejor comenzando por consideror cmo lleg a ser social-
mente aprovechabie la nocin relevante de hecho y cmo fue
puesta a contribucin, en los siglos XVII y XVIII, por los antepasados
intelectuales del gerente burocrtico. Resultad que esta hi5toria se
relaciona de manera muy importante con la nistoria que ya he conta-
do acerca de la manera en que el concepto de sujeto moral autnomo
surgi en :.1 filosofa moral. Esa aparicin implic un rechazo de
todas las opiniones aristotlicas y cuasi-aristotlicas de aquel mundo
al que provea de contexto la perspectiva teleoigica, y en donde las
apelaciones valorativas funcionaban como una clase concreta de pre
censiones factuales. Y con tal rechazo, ambos, el concepto de valor
v el de hecho, adquirieron un nuevo car:crer.
No es una verdad eterna que conclusiones vaiorativas morales o
de otro tipo no puedan deducirse de premisas factuales; pero es
verdad que d significado asignado a las expresiones valorativas mo-
rales y a otra clase de e.xpresiones vaiorativas clave cambi durante
los siglos XVII y XVIII, de forma que las consideradas comnmente
como premisas factuales no implicaran lo que comnmenre se tome)
por conclusiones morales o valorativas. La promulgacin histrica ele
esta divisin aparente entre hecho y valor no fue, sin embargo, un
asunto que se redujese a cmo reconstruir moral y valor; fue tam-
bin reforzada por un cambio del concepto de hecho, cambio cuyo
examen debe preceder n toda evaluacin de b pretensin del gerente
moderno como supuesto poseedor de conocimientos que justifiquen
su autoridad.
7. HECHO>, EXPLICACiN Y PERICIA
Hecho es en la cultura moderna un concepto popular de ascen-
dencia aristocrtica. Cuando el lord canciller Bacon, como parte de
la propaganda d.:: su asombrosa e idiosincrtica amalgnma de plato-
nismo pasado y empirismo futuro, orden a sus seguidor.::s que abju-
raran de la especcJ!acin y recogieran hechos, fue entendido inmedia-
tamente por quienes, como John Aubrey, se reunan para identificar
hechos, movidos por un afn coleccionista con el mismo entusiasmo
que en tiempos diferentes ha informado el coleccionar porcelanas o
placas de matrcula de locomotoras. Los dems miembros tempranos
de la Royal Socety vean claramente que lo que Aubrey estaba
hnciendo no era ciencia natural en el sentido en que ellos lo enten-
dan, pero no :ic dieron cuenta de que en conjunto l era m:is fiel
que ellos a In del inductivismo de Bacon. Por descontado, el error
de Aubrey fue, 110 creer que el naturalista puede ser como una
especie de urrau, tambin suponer que el observador puede
enfrentarse cor. un hecho sin venir dotado de una interpretacin
terica.
Que esto fue un error, bien que pertinaz y duradero, es d! domi-
nio corriente entre los filsofos de la ciencia. El obsenador del si-
glo XX mira al cielo nocturno y ve estrellas y planetas; algunos
observadores anteriores. en lugar de esto vieron grietas en una esfera,
r. trav:; de las cuales poda observarse la luz del m:s alh. Lo que
cada observador cree percibir se identifica y tiene que ser identificado
por conceptos cargados de teora. Los perceptores sin conceptos,
como vino a decir Kant, estn ciegos. Los filsofos empiristas han
afirmado que lo comn al observador medieval y moderno es que
cada uno de elles ,.e o vio, previamente a cualquier teora o inter-
<<IIECHO, EXPLICACIN Y PERICIA 107
pretac10n, nicamente muchas manchas pequenas de luz contra una
superficie oscura; y por lo menos est claro que lo que ambos vieron
puede describirse as. Pero si toda nuesrra experiencia tuviera que
caracterizarse en trminos de este de3nudo tipo de descripcin senso-
rial, aunque sea un tipo de descripcin que conviene resraur2r de vez
en cuando por muchas razones paniculares, nos enfrentaramos no
slo a un mundo sin interpretar, sino ininterprerable, a un mundo no
simplemente no abarcado an por la teora, sino a un mundo que
nunca podra ser abarcado por la teora. Un mundo de texturas, for-
mas, olores, sensaciones, sonidos y nada ms, no propicia preguntas
y no proporciona ningn fundamento para respuestas.
El concepro empirista de experiencia fue un inverno cultural Je
los siglos XVII y XVIII. A primera vista es paradjico que baya surgi-
do en la misma cultura en que surgieron las ciencias naturales. Fue
i nven tndo como panacea para la crisis epistemolgica del siglo XVII;
se pens como arrificio con que cerrar la brecha entre parece y ser,
entre apariencia y realidad. Se trataba de cerrar este hueco h;Jciendo
de cada sujeto experimentador un dominio cerrado; no existe para
m ms all de mi experiencia nada con lo que yo pueda compararla,
por lo tanto el contraste entre lo que me parece y lo que de becho es
no puede formularse nunca. Esto implica un carcter privado de la
experiencia, superior incluso al de los autnticos objetos
como las im<genes persistentes en la retina. stas son difciles de
describir y los sujetos que intervienen en experimentos psicolgicos
acerca de ellas deben aprender primero a dar cuenta de el1:1s adecua-
damente. La distincin entre parecer y ser se aplica a objeros privados
reales como Jos mencionados, pero no a los objetos privados inven-
rados del empirismo aunque algunos empiristas incluso intem:m
explicar en trminos de objetos privados reales (persistencia de im-
genes en la retina, alucinaciones, sueos) su nocin inventada. No es
r:uo ni sorprendente que los empiristas tuvieran que forzar viejas
palabras a nuevos usos: idea, impresin e incluso expel'iencia.
Originariamente experiencia significa acto de poner algo a prueba
o ensayo, un significado que ms tarde qued reservado a
memo y m:s tarde an vinculado con algn tipo de acrividad, como
cuando decimos <<cinco aos de experiencia como carpintero. El
concepro empirista de experiencia fue desconocido durante 1a mayor
pnrte de la historia Es comprensible entonces que la bisro-
ria lingi.istica del empirismo sea la de una continua innovacin e
108 TRAS LA VIRTUD
invencwn, que culmina en el brbaro neologismo sense-Jatum (dato
primario de la percepcin).
Por el contrario, los conceptos cientficos naturales de observacin
y e:::perimentacin tratab:.m de ampliar la distancia entre parecer y
ser. :Se da prioridad a las lentes del telescopio y del microscopio sobre
las del ojo; en la medida de la temperatura, el efecto del calor
el alcohol o el mercurio tiene prioridad sobre el efecto del
caloT en la piel quemada por el sol o bs gargantas resecas. La ciencia
natoral nos ensea a prestar ms atencin a unas experiencias que
a arras, y slo a aquellas que han sido moldeadas de forma convenien-
te para la atencin cientfica. Traza de otra manera las lneas entre
pare-.cer y ser; crea nuevas formas de disrincin entre apariencia y
realidad e ilusin y realidad. El significado de experimento y el
sign.ficado de <<experiencia divergen ms de lo que lo hicieron en
el siglo XVII.
l!?or supuesto, existen ms divergencias cruciales. El concepto em-
piris-ta pretendi discriminar los elementos bsicos con que se cons-
truye nuestro conocimiento y sobre los que se funda; creencias y
teorias se validan o no, dependiendo del veredicto de los elementos
bsiq:.os de la experiencia. Pero las observaciones del cientfico natu-
ralisn:a no son nunca bsicas en este sentido. En efecto, sometemos
las ruiptesis a la prueba de la observacin. pero nuestras observacio-
nes !Pueden cuestionarse siempre. La creencia de que Jpiter tiene
lunas se prueba mirando a travs e un telescopio, rero esta
misma observacin tiene que legitimarse por medio de las teoras de
la ptica geomtrica. Es tan precisa un:! que apoye la observa-
cin como la observacin lo es para la reoria.
lPor lo tanto, la coexistencia del empirismo y la ciencia natural
en b misma cultura tiene algo de puesto que el uno
y la :otra representan modos radicalmente diferentes e incompatibles
de al mundo. Sin embargo, en d siglo XVIII ambas pudie-
ron iincorporarse y expresarse dentro de la misma visin del mundo.
Se sgue de ello que esa visin del munJo c:s en el mejor de los casos
radic.1lmente incoherente; el perspicaz y fro observador Laurence
Sterne sac la conclusin de que, aunque invnlumari:lmente, la filo-
sof:n haba :Il fin representado el mundo en broma. y con esas bromas
escribi el Tristram Shandy. Lo que ocultab:1 !a incoherencia de su
propiia visin del mundo a aquellos de quienes Sterne se burlaba era
e.n p;-arte el acuerdo acerca de lo que deba neg:ll'Se y excluirse de su
HECHO, EXPLICACIN Y PERICIA
109
visin del mundo. Lo que haban convenido negar y excluir eran en
su mayora todos los aspectos aristotlicos de la visin clsica del
mundo. Desde d siglo XVII en ade!.mte, fue un lugar comn que
mientras que los escolsticos se haban permitido engaarse acerca
dd carcter de los hechos del mundo natural y social, interponiendo
la imerpretacin entre eJos mismos y la realidad experi-
mentada, nosotros los modernos -esto es, nosotros modernos del
siglo XVII y del XVIII- nos habamos despojado de interpretacin y
teora y habamos confrontado de la manera justa el hecho y la expe-
riencia. Precisamente en virtud de esro, tales modernos se proclama-
ron y llamaron la Ilustracin, las Luces, y por contraposicin inter-
pretaron el pasado medieval como los Siglos Oscuros. Lo que ocult
Aristteles, ellos lo ven. Naturalmente esta presuncin, como pasa
siempre con tales presunciones, era signo ele una transicin no cono-
cida ni reconocida de una postura terica a otra. En consecuencia, la
llustracin es el perodo par cxcellence en que la mayor parte de los
!ntdectuales se ignoran a s mismos. Cules fueron los componentes
ms importantes de la transicin de los siglos XVII y XVIII, durante
la cual los ciegos se felicitaron de su propia visin?
En la Edad Media, los mecanismos eran causas eficientes, en un
mundo que en el fondo slo poda comprenderse a travs de las cau-
sas finales. Cada especie tiene un fin natural, y explicar los movimien-
tos y cambios Je :In individuo es explicar cmo se mueve ese indivi-
duo hacia el En propio de los miembros de esa especie concreta. Los
fines hacia los que se mueven los hombres, en tanto que miembros
de una de tales especies, son concebidos por ellos como bienes y sus
movimientos hacia distintos bienes o en contra de ellos se explicarn
por referencia a las virtudes y vicios que han aprendido o fracasado
en aprender, as como a las formas de razonamiento prctico que
emplean. La tica y la Polttica de Aristteles (junto por supuesto
con el De Anima) son tratados que se reileren en su mayor parte a
cmo ha de ser explicada y entendida la accin humana, y tambin
a qu actos han de realizarse. Dentro de la estructura aristotlica, la
primera de estas tareas no puede deponerse sin deponer tambin
la segunda. El contraste moderno entre la esfera de la moral, por un
lado, y la esfera de las ciencias humanas, por otro, es completamente
ajeno al aristotelismo porque, como ya vimos, la distincin moderna
entre hecho y valor tambin lo es. ,:
Cuando en los siglos XVII y XVIII fue repudiado el conocimiento
lll\0 TRAS LA VIRTUD
aristotlico de la naturaleza, al mismo tiempo que la teologa pro-
testante y jansenista rechazaba la influencia de Aristteles, la visin
aristotlica de la accin qued descartada tambin. Hombre dej
de ser lo que con anterioridad llam un concepto funcionaL excepto
dentro de la teologa, y ah no siempre. Se mantiene cada vez mJs
qU!.e la explicacin de la accin consiste en h:tcer patentes !os meca-
nismos fisiolgicos y fsicos que la sustentan; y cuando Kant reconoce
que existe una incompatibilidad profunda entre cualquier visin de
la :accin que reconozca el papel de los imperativos morales en el
gobierno de las acciones y cualquier tipo de tales explicaciones meca-
nistas, se ve obligado a concluir que las acciones que obedecen a
imperativos morales y los incorporan deben ser inexplicables e inin-
telllgibles para el punto de vista de la ciencia. Despus de Kant, la
ctrestin de la relacin entre nociones tales como intencin, propsi-
to, razn para la accin y dems, por una parte, y por otra los con-
ceptos que especilican la nocin de explicacin mecnica, se convierte
en parte del repertorio permanente de la filosofa. Las primerns se
tratan, sin embargo, desvinculadas de las nociones de bienes o virtud;
esros conceptos han pasado a una subdisciplina, la tica. As las rup-
twras y divorcios del siglo XVIII perpetan y refuerzan en las divi-
siones del organigrama acadmico actual.
Pero, en qu consiste el entender la accin humana en trminos
mecnicos, en trminos de condiciones ;.mtecedentes entendidas como
cmmsas eficientes? En el modo de entender el asumo durante los
siglos XVII y XVIII (y en muchas de las versiones ulteriores), en el
n.cleo de la nocin de e."<plic:Kin mecnica hay una concepcin de:
inwarianza que se especilica en forma de generalizaciones a modo
de leyes. Otar una causa es citar una condicin necesaria, o suficien-
t e ~ o necesaria y suficiente, como antecedente de cualquier conducta
a explicar. De este modo, toda secuencia mecnica causal ejemplifica
alguna generalizacin universal y esa generalizacin tiene un alcance
concreto y e.'Cacto. Las leyes del movimiento de Newton, en cuanto
pretenden alcance universal, nos proveen de un caso paradigmtico
de tal conjunto de generalizaciones. En tanto que universales van
ms all de lo que ha sido observado realmente en el presente o en
el pasado, de lo que ha escapado a la observacin y de lo que no ha
sidlo observado todava. Si sabemos que tal generalizacin es verda-
dexa, no slo sabemos, por ejemplo, que cualquier planeta observado
delbe obedecer a la segunda ley de Kepler, sino que caso de haber
HECHOi EXPLICACIN Y PERICIA
111
, algn planeta adems de los observados hasta ra fecha, tambin obe-
decera esa ley. Si conocemos la verdad de una sentencia que expresa
una autntica ley, eso significa que conocemos tambin la verdad
de un conjunto de proposiciones bien definidas por antinomia.
Este ideal de explicacin mecnica se transfiri de la fsica a la
comprensin de la conducta humana y lo hicicmn en los siglos xvrr
y XVIII un grupo de pensadores franceses e ingleses que diferan
bastante entre s, en cuanto a los detalles de su empresa. Slo ms
tarde fue posible definir los requisitos precisos que habra de reunir
tal empresa. Uno de esos requisitos, y muy imporrrmte, no se iden-
tific hasta poca bien contempornea por obra de \Y/. V. Quine
( 1960, cap. 6 ).
Quine argument que si hubiera una ciencia de la conducta huma-
na cuyas expresiones clave caracterizaran dicha conducta en trminos
lo bastante precisos como para proporcionarnos JUtnricas leyes, estas
expresiones deberan formularse en un vocabulario que omitiera cual-
quier referencia :1 intenciones, propsitos y razones para la accin.
Como sucede con la fsica, que para convertirse en una ciencia mec-
nica autntica tuvo que purificar su vocabulario descriptivo, as ha
de ser con las ciencias humanas. Qu tienen las intenciones, los
propsi ros y las razones para que los consideremos inmencionables?:
El hecho de que todas esas expresiones refieren o presuponen la
referencia a las creencias de los agentes en cuestin. El discurso que
usamos para hablar de las creencias tiene dos grandes desventajas
desde el punto de vista de lo que Quine toma por ciencia. Primera,
sentencias de la forma X cree que ['l> (o si se quiere, X celebra que
sea cierto p o X teme que p) tienen una complejidad interna que
no es funcional con respecto a la verdad, lo que quiere decir que no
se pueden situar en el clculo de predicados; y en esto difieren en
un aspecto crucial de las sentencias que se utilizan para expresar las
leyes de la fsica. Segunda, el concepto de estado de creencia o gozo
o temor envuelve demasiados casos discutibles y dudosos para que
proporcione la clase de evidencia que se necesita para confirmar o
descartar las pretensiones de haber descubierto una ley.
La conclusin de Quine es que, adems, ninguna ciencia autntica
de la conducta humana puede eliminar tales expresiones intenciona-
les; pero quiz sea necesario hacer con Quine lo que Marx hizo con
Hegel: volverle su argumeqto del revs. Porque de la postura de
Quine se sigue que si probase que es imposible eliminar las referen-
112
TRAS LA VIRTUD
cias a categoras tales como las creencias, los gozos y los temores en
nuestra comprensin de la conducta humana, tal comprensin no po-
dra tomar la forma que Quine considem inherente a una ciencia
humana, a saber, incorporar leyes a modo de generalizaciones. La
interpretacin aristotlica de lo que comporta entender la conducta
humana conlleva una referencia inevitable a tules categoras; y de
ah que no sorprenda que cualquier intento de entender la conducta
humana mediante explicaciones mecnicas deba entrar en wn-licto
con el aristotelismo.
La nocin de <<hecho en lo que a los seres humanos respecta, se
transforma durante la transicin del aristotelismo al mecanicismo.
En el primero, In accin humana, precisamente porque se explica
rcleolgicamente, no slo puede, sino que debe, ser car;cterizaJa por
referencia a la jerarqua de bienes que abastecen de fines a la ~ 1 c c i n
humana. En el segundo, la accin humana no slo puede. sino que
debe, ser caracterizada sin referencia alguna a tales bienes. Para el
primero, los hechos acerca de la accin humana incluyen los hechos
acerca de lo que es valioso para los seres humanos (y no slo los
hechos acerca de lo que consideran valioso); para el ltimo, no hay
hechos acerca de lo que es valioso. Hecho se convierte en ajeno
al valor, es se convierte en desconocido para debe y tanto la
explicacin como la valoracin cambian su carcter como resultado
de este divorcio entre es y debe.
Otra implicacin de esta transicin fue apuntada algo 'mtes por
Marx en la tercera de las Tesis sobre Feuerbach. Est claro que la
visin mec::micisra de la accin humana incluye una tesis sobre la pre-
decibilidad de la conducta humana y otra tesis sobre los modos ade-
cuados para manipular la conducta humana. En tanto que observa-
dor, si conozco las leyes pertinentes que gobiernan la conducta de los
dems, puedo, siempre que observe que las condiciones pertinentes
han sido cumplidas, predecir el resultado. En tanto que agente, si
conozco estas leyes puedo, siempre que pueda buscar el medio para
que se cumplan las mismas condiciones, producir el resultado. Lo que
Marx entendi fue que un agente tal se ve forzado a contemplar
sus propias acciones de un modo completamente diferente de como
considerara la conducta de aquellos a quienes est manipulando. La
conducta de los manipulados est siendo forzada de acuerdo con las
intenciones, razones y propsitos del agente, intenciones, razones y
propsitos que considera, al menos mientras se ocupa en t:1l manipu-
EXPLICACIN Y PERICIA:
113
!acin, como dispensados de obedecer a las leyes que gobiernan la
conJucm Jc los manipulados. Se comporra hacia ellos de momento
como el qumico lo hace con las muestres de cloruro potsico v nitra-
to Je sodio con las que experimema; pero en los cambios qumicos
producidos por el qumico o el tecnlogo de la conducta humana,
dicho qumico o tecnlogo deben ver ejemplificadas. no slo lns le\es
que gobic:rn:::n tales cambios, sino tambin la huella Je su propia
voluntad sobre !u naturaleza o la sociedad. Y esta huella la tratar,
como vio Mar::-:, como expresin de su propia auto:1omu racional y
no como mero resultado de las condiciones antecedentes. Por supues-
to, queda la cuestin de si en el caso del agente que pretende
aplicar !u ..:icncia de la conducta hum::ma observamos !.1 aplicacin
de una verdadera tcnica o ms bien un simulacro histrinico de tal
tcnica. Depender de si creemos que el programa mecJnicista de
ciencia socia! de hecho ha tenido o no xito. Al menos dur:mte d
siglo XVIII, la nocin de una del hombre fue tamo
programa como proteca. Sin embargo, en este dominio bs profecas
no pueden ::rnducirse en un logro real, sino en una acru:cin social
que se disfraza de tal. Y esto, que desarrollar en el prximo captulo
y espero demostrar, es lo que sucedi en efecto.
La historia de cmo la profeca intelectual se convirti en actua-
cin social es muy compleja, por supuesto. Comienza independiente-
meme del desarrollo del concepto de pericia manipubdora. con la
hiswria Je cmo d Estado moderno c1ciquiri su funcionariado, una
historia que no es idntica en Prusia :' en Francia, que en Inglaterra
se upana Je las dos anteriores y que en Estados Unidos difiere de
estas tres. Pero las funciones cie los estados moc.le::nos llegan
a ser m<is y ms parecidas, a sus funcionariados les sucede lo mismo
tambin; y mientras van y vienen los diversos amos polticos, los
funcionarios manrencn la continuidad administrativa de! gobierno,
y esto coni:ierc al gobierno buena parte Je su carcter.
En el siglo XIX, el funcionario tiene contrapartida y oponente en
el reformador social; santsimonianos, comtianos, u tilitaristas, mejo-
rado res ingleses como Charles Booth, los primeros socialistas fabia-
nos. Su queja caracerstica es: Por qu no aprender el gobierno a
ser ciemt!co! Y la respuesta a largo plazo del gobierno es pretender
que en efecto se ha vuelto cientfico, en el sentido exacto que los
reformadores reclaman. El gobierno insiste cada vez ms en que sus
funcionarios poseen el tipo de formacin que los cualifica como exper-
114 TRAS LA VIRTUD
tos. Y recluta ms y ms a quienes pretenden ser expertos en el
servicio civil. De modo caracterstico tambin recluta a los herederos
de los reformadores del siglo XL"'<. El gobierno mismo se convierte en
una jerarqua de gerentes burocrticos, y la justificacin ms impor-
tanre que se da pura la intervencin del gobierno en la sociedad es el
de que el gobierno posee recursos de competencia que la
mayora de los ciudadanos no tiene.
Las empresas privadas justifican sus actividades por referencia a
la posesin de recursos de competencia similares. La pericia se con-
vierte en una mercadera por la que compiten departamentos rivales
del Estado y corporaciones privadas riYales. Los funcionarios pblicos
y los geremcs se justilican del mismo modo y justifican sus pretensio-
nes de poder, nutoridad y dinero invocando su propia competencia
como rectores del cambio sociaL Emerge as una ideologa que encuen-
tra su forma clsica de expresin en una teora sociolgica preexis-
tente, la teora de la burocracia de Weber. La explicacin de la buro-
cracia Je \V'cber tiene por supuesto muchos defectos. Pero con su
insistencia en que la racionalidad consistente en ajustar medios y
fines de la manera ms econmica y eficaz es la tarea central del
burcrata, y adems en que el modo adecuado de justificar su activi-
dad, por parte del burcrata, es apelar a su habilidad para el desplie-
gue de un cuerpo de conocimientos, sobre todo de conocimiento
cientfico social, organizado y entendido en trminos de comprensin
de un conjunto de generalizaciones a modo de leyes, \X'eber propor-
ciona la clave de buena parte de la poca moderna.
En el captulo 3 argument que las teoras modernas de la buro-
cracia o de la administracin, que en muchos otros puntos difieren
bastante de \X'eber, tienden a coincidir con en este punto de la
justificacin gerenci:J.l, y que este consenso sugiere con fuerza que
lo que describen los libros escritos por los modernos tericos de la
organizacin es autnticamente parte de la prctica gerencial moder-
na. De manera que ahora podemos ver en desnudo esbozo esquem-
tico la evolucin, primero, del ideal ilustrado de una ciencia social a
las aspiraciones de los reformadores sociales; luego, de las aspiracio-
nes de los reformadores sociales a los idenles de prctica y justifica-
cin de los gerentes y los servidores civiles; ms tarde, de las prc-
ticas gerenciales a la codificacin teortica de estas prcticas y de las
normas que las gobiernan por socilogos y tericos de la organizacin,
y finalmente, del empleo en escuelas de gerencia y en las escuelas
HECHO, EXPLICACIN Y PERICIA
115
empresariales de los libros escritos por estos ;ericos :1 !u prctica ge-
rencial, tericamente informada, del experto recncrnta contempor-
neo. Si esta historia tuviera que escribirse todos sus dcrall..:s concre-
tos, no sera por descontado la misma en c::da uno de los pases desa-
rrollados. Las secuencias no scr::n c:xae<::nncme iguales, "1 de las
Grandes Escudas francesas no el mismo que b Lonc!on
School of Economics o la Schcol, y l usccndcncia
institucional e intelectual dd funcionariado ,lemn es ,:JUy diferente
de la que tienen nlgunos ele sus homlogos t:uropeos. en cada
caso, b emergencia de la pericia gerencial tendrb que d mismo
tema cenrral, y tal pericia, como ya hemos visro, tiene dos car:.1s: la
aspr:Kin a la neutralidad vr.lorariva y la invocacin al podl:r m:mi)U-
bdor. Podemos darnos cuenta de que ..;mGas derivan de la historia
de cmo los filsofos de los siglos XVII :: XVIII sepa;,u-on el domi-
nio del hecho y el dominio del valor. Ll vida social del siglo xx
resulw ser, en su parte clave, la rcinsrauracin concreccl y dramtica
de la illosofa del xvm. Y la legitimacin de b iorm:ts insti-
tucionale:; caractersticas de la vida social del siglo x:x clepene de la
creencia en que algunos postulados centrales de esta anterior filosofa
han sido vindicados. Pero, es eso verdad? Poseemos ahora este
conjunto de generalizaciones a modo de leyes que gobiernan b con-
Juct<1 social, con cuya posesin soaron Diderot y Condorcet? Esrn
nuestros legisladores burocrticos, e:1 relacin con ello,
o no:' 1\o ha sido puesro de reiieve que nuestra res-
puesta a b cuestin de la legitimacin ::1or:!l y poltic.1 de h; instim-
ciones dominantes caractersticas de b rr:cde;nidad vic!1e :1 ser la
re:;puesta a un rema de la filosofa. de las ciencias sociales.
8. EL CARCTER DE LAS GENERALIZACIONES
DE LA CIENCIA SOCIAL Y SU CARENCIA
DE PODER PREDICTIVO
Lo que piJe para vindicarse b penc1:1 gerencial es un concepto
jusriGc.1do de ciencia social, que pro\ea de un cmulo de cuasi-
leyes y generalizaciones de fuerte poder predictivo. A primera vista
podra parecer, sin embargo, que las pretensiones de la pericia geren-
cial pueden mantenerse fcilmente. Tal concepto de ciencia social
ha dominado la filosofa de la ciencia social durante doscientos aos.
De acuerdo con esa interpretacin convencional -desde la Ilustra-
cin pasando por Comte y Mill hasta llegar a Hempel-, el objeto
de la ciencia social es explicar los fenmenos sociales con el concur-
so Je leyes y generalizaciones que en su forma lgica no difieren de
las que se aplican en geneml a los fenmenos naturales; a esa especie
de cuasi-leyes y generalizaciones, precisamente, tendr::! que el
experto gerencial. Esta interpretacin, sin embargo, parece que entra-
a (!o que no es cierto en absoluto) que las ciencias sociales estn
casi o quiz completamente faltas de realizaciones. El hecho sobre-
saliente en lo que toca a estas ciencias es la :msencia de descubri-
miento de cualquier tipo de cuasi-ley o generalizacin.
Por descontado, es verdad que de vez en cuando se pretende que
por lo menos se ha descubierto alguna ley verdadera que la
conducta humana; el nico problema es que las leyes que se alegan
-por ejemplo la curva de Phillips en economa o el postulado de
G. C. Homan: S las interacciones entre los miembros de un grupo
son frecuentes en el sistema externo, crecern entre ellos sentimien-
tos de agrado y estos sentimientos a su vez guiarn las
interacciones sobre y por encima de las interacciones del sistema ex-
LAS GENERALIZACIONES DE LA CIENCIA SOCIAL 117
terno- todas resultan falsas y, como Stanislav Andreski ha sea-
lado perentoriamente en el caso de la formulacin de Homan, tan
incuestionablemente falsas que nadie, excepto un cientfico social
profesional dominado por la filosofa convencional de la ciencia,
habra hecho jams ningn caso ele ellas. Dado que la filosofa comen-
cional de la ciencia social ha afirmado que la tarea del cientfico social
es producir leyes y generalizaciones, y en vista de que la ciencia
social no produce generalizaciones de esta clase, uno podra esperar
una actitud hostil y despectiva hacia. la filosofa convencional de la
ciencia social por parte de muchos cientficos sociales. Sin embarco
esto no ocurre y he identificado una buena razn para que no sor-
prenda demasiado.
Naturalmente, si la ciencia social no presenta sus hallazgos en
forma ele cuasi-leyes o generalizari.ones, los fundamentos para emplear
a cientficos sociales como consejeros expertos del gobierno o de las
empresas privadas se hacen oscuros y la nocin misma de pericia
gerencial se pone en peligro. La funcin central del cientfico social
en tanto que consejero experto o gerente es predecir los resultados
de polticas alternativas, y si sus predicciones no derivan del cono-
cimiento de leyes y generalizaciones, se pone en peligro la conside-
racin del cientfico social como predictor. Lo cual era de esperar, en
efecto, porque los antecedentes de los cientficos sociales como pre-
dictores son, en efecto, basrante malos, incluso aunque pudier:!n ~ n
mendarsc. Ningn economisra predijo la estanflacin antes de que
ocurriera; los escritos de los tericos monetarios fallan sealadamen-
te en predecir correctamenre los porcentajes de inflacin ( Levy, 197 5)
y D. ]. C. Smyth y ]. C. K. Ash han demostrado que los pronsticos
producidos para la OCDE sobre la base de la ms sofisticada teora
econmica desde 1967 han dado predicciones menos acertadas que
si se hubieran hecho usando el mero sentido comn, o como gus::an
decir, mtodos sencillos de prediccin de porcentajes de crecimiento
tomando el promedio del ndice de crecimiento de los ltimos diez
aos como gua, o el ndice de inflacin suponiendo que los prximos
seis meses van a ser parecidos a los seis meses anteriores (Smyth y
Ash, 1975). Se podran ir multiplicando los ejemplos de la inepcia
preclictiva Je los economistas, y con la demografa la situacin es
incluso peor, pero sera un tanto injusto; los economistas y los dem-
grafos continan por lo menos registrando sus predicciones de modo
sistemtico. Sin embargo, la mayor parte de los cientficos sociales y
TRAS LA VIRTUD .:
polltcos no guardan registro sistemtico de sus predicciones. y estos
fur:urr.Siogos que derraman predicciones prdigamente, pocas veces,
s .'.::s que lo hacen alguna, advierten sus fallos predictivos despus.
en el conocido artculo de Karl Deutsch. Jchn Platt y Dierer
Se:-:gbors (Sence, marzo de 1971), en que se buce una lisra ele los
y Jos logros principales de la cienc!:1 es impr;:sinnanrc
r:' en un solo caso el poder predictvo Je hts aducidas se
evale mcdir,ntc procedimientos estadsticos, sabia precaucin dado
el t_:Junto de <:ista de los autores.
Que lns ciencias sociales son predictvnmente endebles que no
lc:es generales, quiz sean dos sntom:ts claros del m!smo
cul eG ese estado? Debemos concluir
qu::: b falibilidad predictiva refuerza la conclusin im9licada por la
de la filosofa convencional de la cicnci:1 social con bs rea-
lk!.::de:, de lo que consiguen o r!O consiguen los :ntucos sociales, a
5d:.,er. que las ciencias sociales han fracasado en :u taren? debe
!110'5 en lugar de ello por la filosofa convencionnl de
la ,:ic!1cia social y por las pretensiones de pericia de los cientficos
soc:i::1les que buscan alquilarse al gobierno y las corporaciones? Lo
sugiero es que los autnticos logros de los cientficos sociales
se nos OC"!Jlt:ln, y se ocultan a muchos cientficos sociales, mediante
un:::: interpretacin sistemticamente desviada. Consideremos, por
eje:cnplo, cuaro generalizaciones muy interesantes qne han pro-
puestas pnr Lienrficos sociales contemporneos.
La mera la famosn tesis de C. Davics ( 1 W2 ). que generaliza
las T''-'''h!ciones como conjunto la observ:!ci6n de Tccqueville
de :;ue b R:;;olucin francesa ocurri cuando a un perodo de ascen-
so l!:On cierro ';lr::do de satisfaccin de expectativas le sigui un pero-
do a::le retroceso, en que las expectativas continuaban aumentando y
fue:c-on ccntr:Jriadas abruptamente. La segunda es la generaliz:1cin de
Osear N::,:;nan de que la tasa de: criminalidad crece en los edificios
altc1s con b :lltura del edificio hasta una altura de trece pisos, pero
:n;[,;; de los trece pisos baja (Newman, 1973. p. 25'. La tercera
es descubrimiento de Egon Bittner sobre las diferencias de com-
prensin J.:: l;J importancia de la ley que se detectan en el trabajo
poliicial y en la prctica ele los juzgados y abogados (Bittner. 1970).
La <cuart;l es la aseveracin formulada por Rosalind e Ivo Feierabend
( 191:66) de que las sociedades ms y menos modernizadas son las ms
est:llbles y menos violentas, mientras que las que estn a medio cami-
LAS GENERALIZACIONES DE LA CIENCIA SOCIAL 119
no hacia la modernidad son ms propensas a la inestabilidad y a la
violencia poltica.
Estas cuatro generalizaciones se basan en prestigiosas investiga-
ciones; todas esdn reforzadas por un conjumo impresionante de
ejemplos que !as confirman. Pero comparten tres caracrcrsticas nota-
bles. La primera de todas, que todas eHas coexist<.:n en sus discipli-
nas con ejemplos que prueban notoriamente lo v que el
reconocimiento de estas contraejemplos -si no por los aurores de
bs generalizaciones mismas, por lo menos por colegas de las mismas
disciplinas- no parece afectar al mantenimiento ele la generalizacin
de manera parecida a como afectara al mantenimiento de una gene-
r:llizacin la fsica o en la qumica. Algunos cricos .:::aernos a las
disciplinas cientfico-sociales, como el historiador W,llter Laqueur
( 1972) por ejemplo, han tratado estos contraejemplos como razones
para desechar tanro las generalizaciones como esas ,_iisciplinas tan
bxas que permiten la coexistencia de semejantes generalizaciones y
contraejemplos. As, Luqueur ha citado la Revolucin rus:1 de 1917 y
la china de 1949 como ejemplos que refutan la generaiizacin de
Davies y los modelos de violencia poltica en Latinoamrica para refu-
tar la afirmacin de Feierabend. Por ahora, lo que quiero resaltar
es que los propios cientficos sociales en su mayor parte adoptan de
hecho una actitud tolerante hacia los contraejemplos, actitud muy
diferente de la de otros cientficos natur:1les o filsofos popperianos
de la ciencia. Queda abierta la cuestin de si, despns de todo, su
actitud no podra justificarse.
Una se!J,unda caracterstica, muy vinculada :1 la de las
cuatro generalizaciones es que carecen no slo de cuantificadores uni-
versales, sino tambin de modificadores de alcance. Esto es, no
slo no tienen la forma autntica para todo x y para todo y si x
tiene la propiedad (I>, entonces y tiene la propiedad :;ino que
tampoco podemos decir de manera concreta bajo qu condiciones son
vlidas. De las leyes de los gases que relacionan presin, temperatura
y volumen sabemos, no slo que son vlidas pam todos los gases,
sino tambin que la formul:.!cin original que bs hizo vlidas bajo
cualquier condicin se ha corregido para modificar su alcance. Sabe-
mos ahora que son vlidas para todos los gases y bajo ntalquier
condicin excepto para muy bajas temperaturc/S y muy altas presiones
(y se puede determinar con exactitud lo que queremos decir por
muy alto y muy bajo>)). Ninguna de nuestras cuatro generaliza-
120 TRAS LA VIRTUD
ciones cientfico-sociales se presenta sometida a tales condiciones.
En tercer lugar, estas generalizaciones no conllevan un conjunto
bien definido de condiciones de verificacin como lo hacen las leves
generales de la fsica y la qumica. No sabemos cmo
sistemticamente, ms alL de los lmites de la observacin, a ejem-
plos no observados o hipotticos. Por lo tanto, no son leyes, sean lo
que sean. Pero, cul es su rgimen? Responder a esta pregunta no
ser:: fcil, puesro que no poseemos ningn punto de vista filosfico
sobre ellas que no las considere como intentos fallidos de formulacin
de leyes. Es verdad que algunos cientficos sociales no han visto aqu
ningn problema. Confrontados con el tipo de consideraciones que
he aducido, han pensado que era :.1propi:.1do replicar: Lo que bs cien-
cias sociales describen son generalizaciones probabilsticas; si una
generalizacin es slo probabilstica habr por supuesto excepciones,
lo que no ocurre cuando la ge:1erdizacin es no probabilstica y
universal. Pero esta rplica Do hace al caso. El tipo de generaliza-
cin que he citado, si es una debe ser :1lgo ms que
una mera lista de ejemplos. Las generalizaciones probabiisticas de
las ciencias naturales, digamos las de la mecnica estadstica, son
ms que eso precisamente porque son cuasi-leyes como cualquier
genernlizacin no probabilstica. Poseen cuantificadores universales
(aplicados sobre conjuntos, no sobre individuos), presentan conjuntos
bien definidos de condiciones de \'erificncin y se refutan por contra-
ejemplos del mismo modo y en el :nismo grado en que lo hacen las
dems leyes generales. De: aqu qGe no arroje mucha luz sobre el
rgimen de las generalizaciones c:1r::c:cristicas de las ciencias sociales
el que las llamemos probabilsticas: son ran diferentes de las gene-
r::dizaciones de la mecnica estadstic:< como de las generalizaciones
ele la mecnica de Newton o de h1s leyes ele los gases.
Por consiguiente, tenemos que comenzar de nuevo y ,\l hacerlo
considerar si las ciencias sociales no pueden haber cado en mal rerre-
no a causa de su ascendencia filosfica tanto como por su estructura
lgica. Dado que los ciemficos sociales modernos se han visto a s
mismos como sucesores de Comte :: Mili y Buckle, de Helvetius y
Dideror y Condorcet, han presentado obras como tentativas de
dar respuesta a las preguntas Jc sus maestros de los siglos XVIII y xrx.
Supongamos, una vez mlS, que siglos XVIII y XIX, tan brillantes
y creativos, fueron de hecho siglos, no tomo nosotros y ellos mismos
creyeron de Iluminacin, sino de un tipo peculiar de ofuscacin en
LAS GENERALIZACIONES DE LA CIENCIA SOCIAL 121
que los hombres se deslumbraron tanto que no pudieron ver. Pre-
guntmonos si las ciencias sociales no podran tener otra ascendencia
alternativa.
El nombre que voy a invocar es el de Maquiavdo, ya que Ma-
qui:!velo tiene un punto Je vista muy diferente sobre la relacin
CX!Jlicacin y prediccin del que adopt la Ilustracin. Los
pensadores de la Ilustracin fueron criaturas hempelianas. Explicar,
a su modo de ver, es invocar una ley general retrospectivamente;
predecir invoc:1r una similar de modo prospectivo.
P:1ra esr1 disminuir el fracaso predicdvo es la marca del
progreso en lns ciencias, y los cientficos sociales que abrazan esta
-.:ausa deben encarar el hecho de que. si la misma es correcta, una
guerra o revolucin no predicha ser un baldn para el cientfico
polrico, y un cnmbio no predicho en la rasa de inflacin, un oprobio
el cconomisra, del mismo modo en que lo sera para el astrno-
:no un eciipsc no previsto. Pero como no ocurre tal cosa, hay que
buscar una dentro de esta tradicin y las explicaciones
no han faltado: las ciencias humanas son todava ciencias jvenes, se
dice; pero esto o::s evidentemente falso. Son tan antiguas como las
ciencias nturnlcs. Algunos afirman que las ciencias naturales atraen
a los individuos m.s capaces de la cultura contempornea, y las cien-
cas s<lo a los que no son capaces de dedicarse a aqullas.
Esr. fue la .tii.rmacin de H. T. Buckle en el sido XIX y hay pruebas
de que :1! :nenos en parte es verdadem. Un estudio de 1960 sobre
d cccic::.te de intc!igenci::t de los que realizaban su doctorado en varias
:110str que los cientficos :1aturales son significativamente
ms inteligentes que los cient.G.cos sociales (si bien los qumicos
estaban por debajo del promedio de las ciencias naturales y los eco-
nomistas por encima del de las ciencias sociales). Pero las mismas
razones que me disuaden de juzgar a los nios de minoras margi-
nadas por su cociente de inteligencia, me hacen igualmente renuente
a juzgar a mis colegas o a m mismo por l. Sin embargo, quiz las
explicaciones no sean necesarias, porque tal vez el fracaso que la tra-
dicin dominante trata de explicar es como el pez muerto del rey
Carlos II. Carlos II invir una vez a los miembros de la Royal Society
a que le e:plicaran por qu.! un pez muerto pesa ms que el mismo
pez vivo; 'e le ofrecieron numerosas y sutiles explicaciones. Entonces
l seal que eso no ocurra.
En qu difiere Maquiavelo de la tradicin ilustrada? Sobre todo
122 TRAS LA VIRTUD
en su concepto de Fortuna. Ciertamente, Maquiavelo crea tan apa
sionadamente como cualquier pensador de Ia Ilustracin que nuestras
investig:1ciones tendran como resultado generalizaciones que rodran
proveernos de mximas para iluminar la prctica. Pero rambin crea
que no import<lba si se amasaba un buen montn de gener:1lizaciones
o tampoco si se las formulaba bien, en rcdo caso d factor Fortuna
era ineliminable de b vida humana. Maquiavelo crea tambin que
podramos ser capaces de inventar una medida cuantit:Hiva ele la
influencia de la Fortu11a en los asuntos humanos; pero esa creencia
la dejar de lado por ahora. Lo que quiero poner de relic\'e es la
creencia de Maqui::IVclo de cue, supuesto el mejor conjunto posible
de generalizaciones, podemos ser derrotados a las primeras de cam-
bio por un contraejemplo no predicho e impredecible, sin que por
ello se vea una manera de mejorar nuestras generalizaciones, y sin
que ello sea motivo para abandonarlas ni siquiera reddinirlas. Pode-
mos, avanzando en nuestro conocimiento, limitar b ele la
Fortu11a, diosa-ramera de lo impredecible; pero no podemos destro-
nada. Si Maquiave!o estaba en lo cierto, el estado lgico de las cuatro
generalizaciones que hemos examinado seria el que caba esperar de
las generalizaciones ms afortunadas de las ciencias sociales; no seran
en modo alguno ejemplos de fracaso. Pero, estaba Maquiavelo en
lo cierto?
Quiero argumentar que h:.tv cuatro fuentes de
sistemtica de los asuntos l:umanos. La primera deriva de la namra-
leza de la innovacin concc)tual radical. Sir Karl Popper sugiri el
ejemplo siguiente. En cien a uc:1sin, en la Edad de Picdr,1. usted
y yo estamos discutiendo sobre el futuro y yo predigo que dentro
de los prximos diez aos alguien inventar la rueda. Rueda?,
pregunta usted. Qu es eso? Entonces yo' !e describo la rueda,
encontrando palabras, sin duda con dificultad, puesto que es la pri-
mersima vez que se dice lo que sern un aro, los rayos. un cubo y
quizs un eje. Entonces hago una pausa, pasmado: Nadie inventar
la rueda, porque acabo de inventarla yo. En otras palabras, b inven-
cin de la rueJa no puede ser predicha. Una parte necesaria para
predecir esa invencn .:!S Jecir lo que es una ,l.'ueda; y decir lo que
es una rueda es inventarla. Es fcil ver cmo puerle gene-
ralizarse este ejemplo. Ninguna invencin, ningn descubrimiento
que consista en la elaboracin de un concepto radicalmente nuevo
puede predecirse, porque una parte necesaria de la prediccin es
LAS G(NERALIZACIONES DE LA CIENCIA SOCIAL 123
presentar la elaboracin del mismo concepto cuyo descubrimiento o
invencin tendr lugar slo en el futuro. La nocin de prediccin de
una innovacin conceptu:Jl radical es concepmalmente incoherente
en s misma.
Por qu digo .<radicalmente nue\'O en lugar de slo muevo?
C:Lwsicleremos la objecin siguiente :1 esta tesis. l';luchas invenciones
y descubrimientos han sido de hecho predichos, y estas predicciones
han conllevado nuevos conceptos. Julio Verne predijo mquinas vola-
doras m<s ligeras que el y aun antes que l lo hizo el autor
annimo del mito de caro. Quienquiera que h:1ya sido el primero
en predecir el vuelo humano, podemos pensar que l o ella consti-
mven un contr:Jejemplo a mi tesis. A csm debo replicar haciendo dos
pun rualizaciones.
L1 primera .::s que nara cualquiera que est familiarizado con !os
conceptos de pjaro o induso ptcrodic:ilo y el de mquina, el con-
cepto de una mquina voladora no conlleva una innovacin radical;
,,s una construccin sumativa dd de conceptos
existemes; nuevo, si se quiere, pero no radicalmente nuevo. Al decir
esro, espero definir con claridad lo que llamo radicalmente nuevo o
radicalmente innovador y tambin dejar claro que lo que se alegaba
como contraejemplo no lo es de hecho. La segunda puntualizacin
es que aunque puede afirmarse que Julio Verne predijo la invencin
de los :;croplanos o los submarinos. esas palabras tienen el mismo
semido que si dijr::;mos que la madre Shipton pr:::dijo la invencin
ele los :.1eroplanos a comienzo;, del siglo ;:vr. El argumento en que me
OCl:;)o tiene que ver no con los pronsticos, sino con predicciones
raciondmente y he de considerar las limitaciones
temticas de tales predicciones.
Lo importante de c:.1ra a la impredecibilidad sistemtica de la
innovucin conceptual radical es, naturalmente. la consiguiente impo-
sibilidad de predecir el fmuro de la ciencia. Los fsicos pueden contar-
nos bastantes cosas sobre el futuro de la naturaleza en materias tales
como la termodinmica; pero no pueden contarnos nada sobre el
futuro de la fsica, puesto que este futuro implica el 'concepto de
innovacin conceptual radical. Sin embargo, necesitamos conocer el
futuro de la fsica si tenemos que conocer el futuro de nuestra propia
sociedad, que en buena parte descansa sobre el trabajo de los fsicos.
La conclusin' de que no podemos predecir el futuro de la' fsica
se apoya en otro argumento, con independencia del de POpper.
1
:D.24
TRAS LA VIRTUD
Supongamos que alguien mejorase los equipos fsicos y los progra-
mas informticos a tal punto que fuera posible escribir un programa
mediante el cual un ordenador fuese de predecir, sobre la
base de la informacin acerca del estado presente de las matemticas,
b historia pasada de las matemticas v las v talentos de los
matemticos ele hoy da, qu frmul;s en. una dada
de las matemticas -topologa algebraica, digamos, o teora de los
nmeros- para las que no hay actualmente prueba o negacin reci-
biran tal prueba dentro de diez aos. (No pedimos que d ordenador
identifique todas las frmulas bien planteadas, sino slo parte de
elllas.) T:1l programa tendra que incorporar un procedimiento de deci-
si:n por el que un subconjunto de frmulas bien planteadas, proba-
bJes pero no probadas, se discriminaran del conjunto de todas las
frmulas bien planteadas. Church nos ha provisto de las razones ms
poderosas para creer que cu:1lquier clculo lo basranrc rico como para
expresar la aritmtica, y no digamos la topologa algebr:1ica y la
teora de los nmeros, no contiene tal procedimiento. Por ello, es
t.ma verdad lgica que tal programa de ordenador nunca se escribir,
T ms en general es una verdad lgica que el futuro de la matemti-
e:t es impredecible. Pero si el futuro de la matemtica es impredeci-
blle, entonces hay mucho ms.
Consideremos slo un ejemplo. De la argumentacin precedente
se sigue que, lmtes de que Turng demostrara. en los :1os treinta, el
teorema que fundamenta buena parte de la moderna ciencia ::lel clcu-
lo su prueba no podra haber sido predicha r:Kion:mente
( -:onsideremos a Babbage como precursor de Turing, ello no
a.fectara al punto conceptual). De ah se sigue que los progresos
cientficos y tcnicos subsiguientes en materia de ordenadores, pues-
to que dependen de la posesin de tal prueba. tampoco pudieron
h::lberse predicho; sin embargo, esos progresos han ejercido una gran
ir111luencia en nuestras vidas.
Es imercsante subrayar que el argumento de Popper rige para
cualquier disciplina en que tenga lugar la innovacin conceptual radi-
y no slo para las ciencias naturales. Los descubrimientos de la
mecnica cu:ntica o de la relatividad espacial son impredecibles antes
che que ocurran; tambin, y por las mismas razones, era imprede-
ble b invencin del gnero trgico en Atenas hacia d VI antes
(he Crisro, o la primera predicacin de la doctrina luterana de la
jt:nsrificacin ficle sola o la primera elaboracin de la recra del cono-
LAS GENERALIZACIONES DE L( CIENCIA SOCIAL 125
cimiento de Kant. Son claras bs notables implicaciones que esto tiene
para la vida social.
T<lmbin est claro que nada en est:;s argumentaciones lleva a
concluir que sean inexplicables el descui;rimicnro o la innovacin
radical. Los descubrimientos o innovacionc::; concrecas pueden
:1;e explicarse despus del aunque no sie:npre est
daro qu tipo de explicacin va a ser, si es que e::isre e:.::plica-
cin. Las explicaciones de la incidencia del descubrimiento y la in-
nov:!cin en perodos concretos no slo son posibles, sino que para
cierto tipo de descubrimientos estn bien establecitbs sobre la base
de trabajos que se remontan a Francis Galton ( v.;J. Solla P:-ice. 1963 ).
Y e:;ta coexistencia de impredecibilidad y expiicabiliJad se mamie-
nc no slo para el primer tipo de impredecibilidad sistemtica, sino
tambin para los tres restantes.
El <cgundo tipo de impredc:cibilidad ic:1 ,;obre d que aho-
ra n1e!vo es el que deriva Jel modo en qt:c la impredecibilidad de
,;us acciones futuras por parte de c:.Jcb agente individual
,.:enera otro elemento de impredecibilidad en d mundo social. A pri-
mera vista, es una verdad trivial que cuando todava no he decidido
cul de dos o ms lneas de accin alternativas y mutuamente ex-
cluyent=s tomar, no puedo predecir la que tomar. Las decisiones
sopesadas pero no tomadas todava entrnm por mi parte mprede-
cibilicbd <obre m mismo en cues[iones De$dc mi punto
de vtSll m1 propio fmuro 'i<.ilo puede represent::rse como un conjun-
to de que se r::tmific:m y donde c:1da nudo en el siste-
ma r:m,inc:1do representa un punto en que :od::\'a no se ha tomado
una Pero bajo el punto de vista de un ubservador adecuada-
mente intormado que esr provisto de los datos relevantes sobre m
y de un surtido adecuado de generalizaciones acerca de h1s personas
de mi :ipo, mi fumro quiz pueda represe.r1rar3e como un conjunro
de etapas perfectamente determinable. Sin embargo, surge de nuevo
una dificultad. Este observador que puede predecir lo que yo no
puedo. por supuesto no puede predecir su propio futuro, de la mis-
ma manera en que yo no puedo predecir el mo; y uno de los ras-
gos que no ser capaz de predecir, puesto que c:n parte substancial
depende de decisiones que todava no han sido tomadas por l, es
hasta dnde sus acciones impactarn y cambiadn las decisiones toma-
das por otros, qu alternativas escogern y qu conjuntos de alter-
nativas les ofrecern para que escojan. Uno de esos otros soy yo.
126
TRAS LA VIRTUD
Se sigue que s el observador no puede predecir el impacto de sus
acciones futuras en mis futuras decisiones, no puede predecir tam-
poco mis futuras acciones mejor que las suyas propias. Y esto es
vlido para todo agente y para todo observador. La mpredecibilidad
de mi futuro por m mismo genera un grado importante de imprede-
cibilidad en tanto que tal.
Por descontado, alguien podra impugnar una de las premisas de
mi argumentacin, la que describ como verdad aparentemente tri-
vi:.!], referente a que cuando mis futuras acciones dependen del resul-
tado de decisiones todava no tomadas por m no puedo predecir esas
acciones. Consideremos un contraejemplo posible. Soy un jugador de
ajedrez y tambin lo es mi hermano gemelo. S por experiencia que
al final del juego, y a igualdad de la posicin en el tablero, siempre
hacemos los mismos movimientos. Estoy ponderando si mover mi
caballo o mi alfil hacia una posicin de final, cuando alguien me
dice ayer su hermano estaba en la misma situacim>. Abora estoy
en condiciones de predecir que har el mismo movimiento que hizo
mi hermano. ste es seguramente un caso en que soy capaz de pre-
decir una accin ma futura que depende de una decisin no tomada
todav:l. Pero lo cn1cial es que nicamente puedo predecir mi ac-
cin bajo la descripcin el mismo movimiento que m hermano
hizo ayer, pero no puedo asegurar si muevo el caballo o mue-
vo el alfil. Este contraejemplo nos obliga a reformular la premisa:
no puedo predecir mis propias acciones futuras en tanto que depen-
dan de decisiones todava no tomadas por m, bajo las descripciones
que caracterizan las alternativas que definen la decisin. Y la pre-
misa as redenida rinde la correspondiente conclusin sobre la im-
predecibilidad en tanto que tal.
Otra manera de puntualizar lo mismo sera subrayar que la
omnisciencia excluye la toma de decisiones. Si Dios conoce rodas las
cosas que ocurrirn, nunca se enfrenta a una decisin no tomada.
Tiene una nica voluntad (Summa Contra Gentiles, cap. LXXIX,
Quod Deus Vult Etiam Ea Quae Nondum Swzt). Precisamente por-
que somos tan diferentes de Dios, la impredecibilidad invade nues-
tras vidas. Esta manera de abordar el asumo tiene un mrito con-
creto: s u g e ~ e con precisin lo que proyectan quienes buscan elimi-
nar la mpredecibilidad del mundo social o negarla.
La tercera fuente de impredecibilidad sistemtica brota del ca-
rcter de teora de los juegos de la vida social. A algunos tericos
LAS GENERALIZACIONES DE LA CIENCIA SOCIAL 1,27
de la ciencia poltica las e:;tructuras formales de la teora de los
juegos les han servido para proveerse de un fundamento posible
para una teora explicativa y predictiva que incorpore leyes gene-
rales. Tmese la estructura iormal de un juego de 11 personas, iden-
tiquense los intereses prioritarios de los jugadores en cierta situa-
cin emprica y al fin seremos capaces de predecir en qu alianzas y
coaliciones entrar un ju<lacior completamente racional y, lo que tal
vez sea ms utpico, u qu presiones estar sometido y cmo se com-
portar el jugador no plenamente racionaL Esta frmula y su crtica
han inspirado algn trab:::jo notable (especialmente el de William H.
Rker ). Pero la gran esperanza incorporada en su forma optimista ori-
ginal parece ser ilusoria. Considere:nos tres tipos de obstculos que
impiden tr::.nsferir las estructuras formales de la teora de los jue-
gos a la interpretacin de situaciones polticas y sociales reales.
El primero concierne u la ret1exividad indefinida de las situa-
ciones de la teora de los juegos. Y o intento predecir qu movimien-
to har usted; para predecir ..::sto, debo predecir que usted predecir
que yo predecir lo que usted predecir ... y as sucesivamente. En
cada jugada, cada uno de nosotros intentar hacerse impredecible
para el otro; y cada uno de nosotros contar tambin con la certeza
Je que el otro intentar hacerse impredecible mientras medita sus
propias predicciones. Por lo tanto, las estructuras formales de la si-
tuacin no pueden ser una gua adecuada. Puede ser necesario cono-
cerlas, pero incluso su respaldado por d conocimiento
del inters de cada jugador no puede decirnos cul es el resultado
del intento simultneo de conn:rrir a los dems en predecibles y
convenirse uno mismo ea imp;:cdccible.
El primer tipo de obsi:culo Juede no ser insuperable por s mis-
mo. Las posibilidades de que lo sea, sin embargo, aumentan por
la existencia de un segundo tipo de obstculo. Las situaciones de la
teora de los juegos son tpicamente situaciones de conocimiento
imperfectO, y esto no es accidental. El mayor inters de cada actor
es ma.\:imizar la imperfeccin de la informacin de algunos otros ac-
tOres a la vez que mejora la suya. Adems, una de las condiciones
dd xito en equivocar a los dems actores es probablemente tener
xiw en producir impresiones alsas tambin a los observadores ex-
ternos. Esto conduce a una inversin interesante de la singular tesis
de Collingwood, segn la cual nicamente podernos esperar enten-
der las acciones del vicrorioso y ganador, mientras que las del per-
128 TRAS LA VIRTUD
Jedor deben quedar opacas. Porque si mi postura es correcta, las con-
diciones de xito incluyen la habilidad para engaar, y por lo tanto
es al perdedor al que seremos probablemente ms capaces de com-
prender; los que sern engaados son aquellos cuya conducta proba-
blemente estemos ms cerca de predecir.
Una vez ms, este segundo tipo de obstculo no es necesaria-
mente insuperable, incluso ~ n conjuncin con el primero. Pero hay
an un tercer ripo de obstculo para predecir situaciones de la teo-
ra de los juegos. Consideremos el tipo siguiente de situacin, que
nos es familiar. Los directivos de una industria importante estn
negociando el prximo convenio con los lderes sindicales. Estn pre-
sentes representantes del gobierno, no slo en virtud de su funcin
arbitral y mediadora, sino porque el gobierno tiene un inters es-
pecial en esta industria, digamos porque su produccin es crucial
para la defensa o es una industria cuyo poder afecta al resto de la
economa. A primera vista debe ser fcil hacer un mapa de esta
siruacin en trminos de la teora de los juegos: tres jugadores co-
lectivos, cada uno con su inters particular. Pero introduzcamos aho-
ra algunos de esos rasgos que tan a menudo hacen la realidad social
tan desordenada y opaca, en contraste con los limpios ejemplos de
los libros de texto.
Algunos de los lderes sindicales estn a punto de retirarse de
sus puestos en el sindicato. Si no consiguen obtener trabajos relativa-
mente bien pagados Je lus patronos o del gobierno, podran tener
que volver a los talleres. Los empresarios no slo estn interesados
en el gobierno y en su actual calliicacin de inters pblico; desean
obtener a largo plazo un tipo diferente de contrato :5ubernumental.
Uno de los delegados del gobierno piensa presentarse a las eleccio-
nes en un distrito donde el voto obrero es decisivo. Es decir, que en
cualquier situacin social dada es frecuente que muchas transacciones
diferentes tengan lugar al mismo tiempo entre miembros del mismo
grupo. No se est jugando un juego, sino varios, y si la metfora
del juego debe apurarse ms, el problema en la vida real es que
mover el caballo a 3AD puede siempre tener como respuesta que nos
cuelen un gol.
Incluso cuando podemos identificar con cierta certeza a qu jue-
go se est jugando, hay otro problema. En las situaciones reales de
la vida, a diferencia de los juegos y los ejemplos de los libros de la
teora de los juegos, a menudo no se empieza con un conjunto de-
LAS GENERALIZACIONES DE LA CIENCIA SOCIAL 129
.terminado de jugadores y piezas, ni en un rea determinada donde
te11ga lugar la partida. Hay, o sola haber, en el mercado una ver-
sin en tablero de plstico de la batalla de Gcttysbnrg, que repro-
duce con gran exactitud el terreno, la cronologa y ias unidades que
participaron en aquella bar:llla. Tena esta peculiaridad, que un juga-
dor moderadamente bueno poda vencer con bs piezas del bando
Confederado. Es evidente que ningn aiicionaJo a juegos de guerra
puede ser tan buen general como lo fue el general Lee, pero Lee
perdi. Por qu? La respuesta, por supuesto, es que el jugador
sabe lo que Lee no saba: el tiempo que consumiran los prelimina-
res de la batalla, las unidades que realmente llegar:m a intervenir,
los lmites del terreno donde la batalla tuvo lugar. Y roclo ,,llo lleva
a que el juego 110 reproduce la situacin de Lee. Porque Lee no
saba ni pudo saber que era la batalla de Gett)sbm.g, episodio cuya
forma determinada le fue conferida slo rerrospccriv.lmente por su
resultado. El fracaso en comprenderlo as afecta al poder predictivo
de muchas simulaciones por ordenador que busc::m transferir los an-
lisis de situaciones pasadas determinadas a la prediccin de otras
futuras indeterminadas. Considere un ejemplo de la guerra de
Vietnam.
Usando un anlisis de Lewis F. Richardson ( 1960) sobre la ca-
rrera de armamentos navales entre ingleses y alemanes antes de
1914, Jeffrey S. Milstein y William Charles ;\1itchell (1.96R) cons-
truyeron una simulacin de la guerra de Viemam que incorporaba
algunas generalizaciones de Richardson. Sus predicciones failaron de
dos maneras. En primer lugar, hicieron demasiado cnso , ~ ; ; bs cifras
oficiales sobre asuntos tales como asesinatos Je civilt:s a manos del
Vietcong o nmero de desertores del Vietcong. Quizs .:n 1968 no
podan saber lo que hoy sabemos sobre la sistemtica falsificacin
de las estadsticas por parte del ejrcito norteamericano en Vietnam.
En todo caso, si hubieran sido cuidadosos con la necesidad de los
jugadores de ma.'imizar la imperfeccin de su informacin, tal como
hemos visto, no se habran fiado tanto de las instancins con1rmado-
ras de sus predicciones. Sin embargo, lo ms asombroso es su reac-
cin ante la segunda fuente de errores, que ellos mismos resaltan:
sus predicciones fueron mdicalmente trastornndas por la ofensiva
del Tet. Milstein y Mitchell se dedican a especular sobre cmo de-
beran ampliarse los estudios fumros de modo que pudieran incluirse
los factores que condujeron a la ofensiva del Ter. Lo que ignoran
13@
TRAS LA VIRTUD
es d carcter necesariamente abierto de toda situacwn que sea tan
compleja como la guerra de Vietnam. En principio, no existe un
corrijunto determinado y enumerable de factores cuya totalidad abar-
que la situacin. Creer oua cosa es confundir un enfoque retrospec-
rinCJ con uno prospectivo. Afirmar esro no equivale <1 decir (!tle nin-
simulacin por ordenador sirva pnr:.: nada; sino que b simula-
cim no puede librar:;e de las fuentes sistemticas de impredecibi-
lidmd.
Vuelvo ahora a la cuarta de estas fuentes: la pura contingencia.
]. B. Bury sigui a Pascal en una ocasin al sugerir que la causa de
b !fundacin del Imperio romano fue la longitud de b nariz de
Clc:apatra: si sus rasgos no hubieran sido perfectam<::nte proporcio-
nadlos, Marco Antonio no habra quedado embelesado; si no hubiera
quedado embelesado, no se habra aliado con Egipto contra Octavio;
si mo hubiera ocurrido esta alianza, la bacalla de Aedo no habra
teniido lugar, y as sucesivamente. No es necesario admitir el argu-
mento de Budy para ver que contingencias triviales pm:den int1uir
podlerosamente en el resultado de los ms grandes acontecimientos:
la ttopera que mat a Guillermo III, o el catarro de Napolen en
Wa.:terloo, que le hizo delegar el mando en Ney, a quien a su vez
le r.nataron ese da cuatro caballos que montaba, lo que le condujo
a errrores de apreciacin, el ms importante de los cuales fue el de
a la garde impriale con dos horas de retraso. No hay forma
de :que contingencias de este tipo, toperas o bacterias, puedan ser
en los planes de batalla.
'Por lo tanto, tenemos cuatro fuentes independientes y con fre-
cue.:!lcia relacionadas de impredecibilidad sistemtica en la vida hu-
mama. Es importante subrayar que no slo la impredecibilidad no
conmeva inexplicabilidad. sino que su presencia es compatible con
un::;; versin fuerte del determinismo. Supongamos que somos capaces
en :algn tiempo futuro (y no veo razn para que es ro no suceda) de
comstruir y programar ordenadores que puedan simular en amplia
medida la conducta humana. Son mviles, adquieren, intercambian
y rdlexionan sobre la informacin. Tienen objetivos competitivos
y r:umbin cooperativos; toman decisiones entre lneas alternativas
de accin. Es interesante darse cuenta de que tales ordenadores se-
ran sistemas mecnicos y electrnicos de un tipo totalmente definido
y, :-sin embargo, no dejaran de estar sujetos a los cuatro tipos de
impredecibilidad. Todos ellos seran incapaces de predecir una in-
LAS GENERALIZACIONES DE LA CIENCIA SOCIAL 131
novacin conceptual radical o las demostracicne5 futuras de la mate-
mtic:l, por las mismas razones que nosotros. Ninguno sabra prede-
cir los resultados de decisiones no tomadas todava. Cada uno de
ellos, en sus relaciones con otros ordenadores, tendra que consi-
derar los mismos problemas de la reorfa de los qc1c nos atra-
pan a nosotros. Y todos ellos seran vulnerables u las contingencias
externas, a los hilos de corriente, por ejemplo. Sin ernbargo, cada
paso concreto de cada ordenador o dentro de l :;era completamente
explicable en trminos mecnicos o electrnicos.
La descripcin de sus conductas u nivel de actividad en trmi-
nos de decisiones, relaciones, fines y dems, serl muy diference de
la descripcin de su conducta, en sus estructur:ls conceptuales y l-
gicas, a nivel de impulsos elctricos. Sera difcil dar un sentido
claro a la nocin de reducir un nivel de descripcin :1l otro; y si
esto es vlido para estos imaginarios, aunque posibcs ordenadores,
parece que es vlido tambin para nosotros. (En eiecto, parece que
nosotros somos esos ordenadores.)
En este punto puede que alguien pregume .:mo ha quedado la
argumentacin completa. Puede sugerirse que en m argumentacin
hay una incoherencia interna. Por un lado, he afirmado que no po-
demos predecir la innovacin conceptual radical. mientras que por otro
he afirmado que hay elementos sistemtica y perm:mentememe imprc-
dc.:cibles .::n la vida humana. Seguramente la est:!S aJirmacio-
nes <:mraa que no puedo saber si muian:.1 o d :iii ':J.UC viene algn
genio producir una teora innovadora .:ue nos haga c:::paccs de
predecir lo que hasta el momento ha rcsulta2o ser impre::lccible,
pc:ro no impredecible per se. En mis propios terminas. cabe Jrgir,
puede que algo impredecible para m sea en d iun.:ro, pese a todo,
perfectamente predecible. O de otra forma, puede preguntarse: ha
demostrado que ciertos asuntos son necesari,uner:.tc y por principio
impredecibles, o slo que son impredecibles de hecho y por razones
contingentes?
Ciertamente no he pretendido que la prediccin del futuro hu-
mano sea lgicamente imposible en tres de las cuatro reas que he
seleccionado. Y en el caso de la argumentacin que usa como pre-
misa un corolario del teorema de Church he seleccionado una pre-
misa de un rea en que existe cierta controversia lgica, incluso aun-
que creo que est completa y vlidamente fundada. Soy vulnerable
a la acusacin de que lo que hoy es impredecible puede ser predeci-
132
TRAS LA VIRTUD
ble maana? No lo creo. En filosofa hay muy pocas o quiz nin-
guna imposibilidad lgica vlida o pruebas por reductio ad absurdum.
La razn es que para producir tal prueba necesitamos ser capaces
de inscribir las partes relevantes de nuestro discurso en un clculo
formal de modo que podamos ir de una frmula q dada :1 una
consecuencia de la forma p ,... P>) y de ah a la ms remota con-
secuencia ,... q>>. Pero la clase de claridad que se precisa para for-
malizar nuestro discurso de esta manera es precisamente la que nos
falta en las reas donde surgen los problemas filosficos. Por ello,
lo que se trata como pruebas por reductio ad absurdum a menudo
son argumentaciones de una clase completamente distinta.
Wittgenstein, por ejemplo, es interpretado en ocasiones como s
hubiese intentado ofrecer una prueba de la imposibilidad lgica de
un lenguaje privado, reuniendo un anlisis de la nocin de lenguaje
como esencialmente enseable y pblico y una descripcin d(; Ia no-
cin de estados internos como esencialmente privados para mostrar
la contradiccin que supondra el hablar de un lenguaje privado.
Pero tal interpretacin entiende mal a Wittgenstein, quien, a mi
entender, estaba diciendo algo as: segn la mejor descripcin del
lenguaje que puedo dar, y segn la mejor descripcin de los estados
mentales internos que puedo dar, no consigo fabricar la nocin de
lenguaje privado, no puedo hacerla inteligible adecuadamente.
sta es mi propia respuesta a la sugerencia de que quizs algn
genio podr hacer que lo que es ahora mpredecibie sea predecible.
No he ofrecido prueba alguna que lo impida; ni siquiera opino que
la introduccin de la tesis de Church en la argumentacin contribuya
a tal prueba. Slo que, dado el tipo de consideraciones que he con-
seguido aducir, no puedo hacer tal proposicin. No puedo hacerla
adecuadamente inteligible como para asentir o disenr de ella.
Por lo tanto, dado que existen estos elementos impredecibles
en la vida social, es decisivo tener en cuenta su ntima relacin con
los elementos predecibles. Cules son los elementos predecibles?
Por lo menos los hay de cuatro clases. El primero surge de la necesi-
dad de programar y coordinar nuestras acciones sociales. En cada
cultura, la mayora de la gente estructura sus acciones la mayor par-
te del tiempo en trminos de alguna nocin de da normal. Se ievan-
tan aproximadamente a la misma hora cada da, se visten y lavan
o dejan de lavarse, hacen sus comidas a la misma hora, van a tra-
bajar y welven de trabajar a las mismas horas, y todo lo dems.
LAS GENERALIZACIONES DE LA CIENCIA SOCIAL 133
Los que preparan la comida han de esperar que los que la toman
aparezcan en sirios y a horas concretos; la secretaria que telefonea en
una oficina tiene que poder esperar que la secretaria de otra oficina
le responda; el autobs y el tren deben encontrar a los viajeros en
puntos prefijados. Todos nosotros tenemos un gran volumen de
conocimiento tcito e inexpresado de expectativas predecibles acerca
de los dems, as como tambin un cmulo amplio de informacin
explcita. Thomas Schelling, en un experimento famoso, dijo a un
grupo de cien sujetos que tenan como tarea encontrar en .Manhattan
a una persona desconocida en una fecha dada. Lo nico que saban
sobre la persona desconocida era que ella saba todo lo que ellos sa-
bJn. Lo nico que ellos tenan que suministrar era la hora y el
lugar del encuentro. Ms de ochenta seleccionaron el anuncio que
est del gran reloj de la sala de espera de la Estacin Central,
, las doce del medioda; y precisamente porque el ochenta por
ciento dio esta respuesta, sta es la respuesta correcta. Lo que el
cxnerimento de Schelling sugiere es que todos nosotros sabemos
sobre las expectativas de los dems que sobre nuestras expecta-
tivas (y viceversa) de lo que normalmente reconocemos.
Una segunda fuente de predecibilidad sistemtica de la conduc-
ta humana brota de las regularidades estadsticas. Sabemos que ten-
demos a coger ms catarros en invierno, que la tasa de suicidios se
incrementa bacia las Navidades, que si multiplicamos el nmero de
cientficos cualficados que trabajan en un problema bien definido
aumenta la probabilidad de que se resuelva ms pronto, que los ir-
landeses son ms propensos que los daneses a padecer enfermedades
mentales, que el mejor indicador de lo que votar un hombre en la
Gran Bretaa es lo que vota su mejor amigo, que su esposa o marido
le asesinar ms probablemente que un criminal desconocido, y que
todo es ms grande en Texas, incluido el ndice de homicidios. Lo
interesante de este conocimiento es su relativa independencia del co-
nocimiento causal.
Nadie sabe las causas de algunos de estos fenmenos y muchos
de nosotros tenemos creencias causales falsas sobre otros. As como
b impredecibi!iclad no cntr:.1a inexplicabilidad, tampoco la prede-
cibilidad no implica explicabildad. El conocimiento de regularidades
estadsticas juega un papel importante en nuestra elaboracin y reali-
zacin de planes y proyectos, as como tambin el conocimiento de
las expectativas programadas y coordinadas. Sin l, no seramos capa-
134 TRAS LA VIRTUD
ces de hacer elecciones racionales entre planes alternativos en tr-
minos de sus posibilidades de xito o fracaso. Esto es verdad tnm-
bin para las otras dos fuentes de predccibilidad de la vida social.
La primera de ellas es el conocimiento de las regularidades causales
de la naturaleza: bs tormentas de nieve. los rerremotos, las plagas
de bacilos, la estatura, la malnutricin y bs propiedades de las pro-
tenas, constrien I.:s posibilidades humanas en todo lugar. La se-
gunda es el conocimiento de regularidades causales en la vida social.
Aunque el rgimen de las generalizaciones que expresan tal conoci-
miento es de hecho el objeto de mi investigacin, que tales genera-
lizaciones existen y que tienen cierto poder prcdictiYo es despus de
todo completamente claro. Un ejemplo que aadir a los cuatro que
d anteriormeme sera la generalizacin de que en sociedades como
la brit::nic:1 v la alemana, en los siglos xr:x y xx, d lugar de alguien
en la esrructma de clases determina sus oportunidndes educativas.
Aqu hablo de :lutntico conocimiento causal y no ele mero conoci-
miento de una regularidad estadstica.
Por fin estamos en situacin de plantearnos la pregunta acerca
de la relacin entre la predecibilidad y la impredecibilidad en la vida
social., desde una visin que arroje cierta luz positiva sobre el rgi-
men de las generalizaciones en las ciencias sociales. Parece claro por
fin que muel-os de los rasgos centrales de b \ida humana derivan
ele los modo" concretos y peculiares en que se ;re!Y<.:m Jredecibili-
clad e impredecibilidad. El grado de que poseen nues-
tras estructuras sociales nos capacita para plan.::nr y comprometernos
en proyectos a !argo plazo; y la capacidad de :<.m:::clr y comprome-
terse en proyectos a largo pl:12o es condicin para encon-
trar sentido a la vida. Una vida vivida momento a momento, episo-.
Jio a epi:;odio, no con.ect:Jdos por lneas de inr::::xilme:; a mayor es-
cala, no dara base a la mayora de las instituciones humanas carac-
tersticas: el m:cu:imonio, la guerra, el recuedo de !os difuntos, la
preservacin de bs familias, las ciudades y los servicios a travs
de generaciones. y todo lo dems. Sin emb:lrgo. ;J cmniprcsente im-
prcdecibilichl d! !a vida humana tambin h:1cc qne roelas nuestros
planes y proyectos sean permanentemente y frgiles.
Vulnerabilidad y fragilidad tienen naturalmente tambin otras
fuentes, entre ellas el carcter del medio materid y nuestra ignoran-
ca. Pero los pens::dorcs de la Ilustracin sus herederos de los
siglos xrx y xx vieron en ellas las o en todo caso las fuentes
LAS GENERALIZACIONES DE LA CIENCIA SOCIAL 135
.
principales de vulnerabilidad y fragilidad. Los marxistas aadieron
la competencia econmica y la ceguera ideolgica. Todos ellos escri-
bieron como si fragilidad y vulnerabilidad pudieran ser vencidas en
un Cuturo de progreso. Y ahora es posible identificar el vnculo de
est:l cre::r.cia con sus filo:.ofas Je la ciencia. Lo segundo, con su exa-
men Je la explicacin y la prediccin, juega un papel central en sos-
tener lo primero. Pero para nosotros la debe ir en
direccin contraria.
uno de nosotros, individualmente y en tanto que miembros
gru!JOS sociales concretos, busca encarnar en el mundo social y na-
tural sus propios planes y proyectos. Una condicin para lograrlo es
en posiblemente predecible gran parte de nuestro mundo
social y natural; la importancia que tienen en nuestms vidas las cien-
ci:Js soci:lles y naturales deriva por lo menos en parte, aunque slo
en ?arte. de su contribucin ;l este proyecto. Al mismo tiempo, cada
uno de nosotros, individualmente y en tanto que miembros de gru-
lXlS socdes en particular, aspira a presenar de invasiones ajenas su
independencia, su su creatividad y la ntima reflexin que
tan gran papel juega en la libertad y la creatividad. Queremos reve-
lar de nosotros slo lo que consideramos suficiente, y nadie desea re-
vebrlo todo, excepto quiz bajo la influencia de alguna ilusin psi-
coanaltica. Hasta cierto grado necesitamos permanecer opacos e im-
predecibles, en panicular si nos vemos amenazados por las prcticas
prcdictivas de los dems. L.1 satisfaccin de esta necesidad, por lo
menos hasta cierto punto. proporciona otra condicin necesaria para
que b vidn humana tenga sentido o pueda tenerlo. Si la vida ha de
tener sentido, es ne!=esnrio que podamos comprometernos en pro-
yectos a largo plazo, y esto requiere predecibilidad; si la vida ha de
tener sentido, es necesario que nos .poseamos a nosotros mismos y
no que seamos meras criaturas .de los intenciones y de-
seos de los dems, y esto requiere impredecibilidad. Nos encontra-
mos en un mundo en que simultneamente inreritamos hacer prede-
cible al resto de la socieda(i e impredecibles a nosotros mismos. dise-
iar generalizaciones que t;:apturen la conductn c1e los demo; y mol-
dear nuestra conducta en formas que eluden h1s generalizaciones que
los dems forjen. Si stos son los rasgos generales de la vida social,
;cules sern bs caractersticas del mejor conjunto de R:cneralizacio-
:.1cerca de la vida social de que sea posible disponer?
P;lrecc probable que teng'an tres importantes t::lractcrstic:Is. Esta-
1.36 TRAS LA VIRTUD
rn basadas en una gran cantidad de trabajo investigador, pero su
carcter inductivo se mostrar en su fracaso en proporcionar leyes
generales. No importa lo bien planteadas que estn, incluso las me-
jores tendrn que admitir contraejemplos, ya que la constante crea-
cin de contraejemplos es un rasgo de la vida humana. Y nunca po-
dremos decir de la mejor de ellas cul es con exactitud su alcance.
Naturalmente de todo ello se sigue que nunca conllevarn conjuntos
bien definidos de condiciones de verificacin. No estarn precedidas
de cuantificadores universales, sino de frases como Tpicamente y
en la mayora ... .
Pero como apunt al principio, stas resultan ser las caractersti-
cas de las generalizaciones que los cientficos sociales empricos con-
temporneos pretenden con razn haber descubierto. En otras pala-
bras, la forma lgica de estas generalizaciones, o la carencia de e1la,
tiene sus races en la forma (o la c:!rcncia de ella) de la vida hu-
mana. No nos sorprendera o decepcionara que las generalizaciones
y mximas de la mejor ciencia social compartieran cierras caracters-
ticas con sus predecesores, los proverbios populares, las generaliza-
ciones de los juristas, las mximas de Maquiavelo. Y ahora podemos
volver sobre Maquiavelo.
Lo que muestra la argumentacin es que la Fortuna es inelimina-
ble. Pero no quiere decir que no podamos decir sobre ella algo ms,
por lo menos en dos aspectos. El rrimem riene que ver con la posi-
bilidad de medida de la Fortuna. Uno de los problemas creados por
la filosofa convencional de la ciencia es que sugiere a !os cientficos
en general y a los cientficos sociales en p:uticular que traten sus
errores predictivos meramente como fracasos, excepto si surge alguna
cuestin crucial de falsificacin. Si en lugar de esto llevramos un
registro puntual de los errores, si hiciramos del error mismo un
tema de investigacin, mi suposicin es que descubriramos que el
error predictivo no se distribuye ~ ~ 1 azar. Saber si esto es as o no,
sera un primer escaln para continuar haciendo io que he hecho en
este captulo; esto es, hablar sobre el papel concreto jugado por la
Fortuna en las diferentes reas de la vida humana en vez de mera-
mente sobre el papel general de la Fortune en roda vida humana.
El segundo aspecto de la Fortuna que requiere comentario se
refiere a su permanencia. Antes he rechaz:.1do que mis :.lrgumentacio-
ncs tuvieran categora de pruebas; cmo puedo tener fundamento
para creer en la permanencia de la fortuna? Mis razones son en IJarte
LAS GENERALIZACIONES DE LA CIENCIA SOCIAL 137
..
empricas. Supongamos que alguien aceptara mis argumentaciones por
completo y estuviera de acuerdo con las cuatro fuentes de impredeci-
bi!idad sistemtica que identifico, pero que entonces propusiera que
intentramos eliminarlas o al menos limitar lo ms posible el papel
que esas cuatro fuentes de impredecibilidad en ra vida so-
cial, evitar en lo posible la 11cidcncia de situaciones en que la inno-
vacin conceptual, las imprevistas de decisiones no
tomadas, el car:cter de juego terico de la vida humana o la pura
contingencia puedan romper hts predicciones ya realizadas, las re-
gularidades ya identificadas. Podra hacerse de un mundo social
ahora impredecible otro completa o ampliamente predecible?
Por descontado, su primer l'aso tendra que ser la creacin de
una organizacin que le proveyera de un instmmento para su pro-
yecto y, por supuesto, su primera t:1rca tendra que ser hacer prede-
cible completa o ampliamente la Jcrividad de su propia organizacin.
Pues si no consiguiera eso. difcilmente alcanzara su objetivo ms
amplio. Pero rambin tendra que lograr que su organizacin fuera
eficiente y eticaz. c:1paz de cargar con su enorme tarea primordial y de
sobrevivir en el mismo medio que se encargara de cambiar. Desgra-
ciadamente, estas dos caractersticas, por un lado total predecibilidad
y por otro eficacia organizativa, que resultan ser el fundamento de
los mejores estudios empricos que tenemos, son incompatibles. El
definir las condiciones de eficacia en un medio requiere adaptacin
innovadora. Tom Burns ha regisuado caractersticas tales como
,, rcddinicin continua de la tarea individual, -<comunicacin que
consiste en informaciones y consejos ms que en instrucones y de-
cisiones, conocimiento accesibie desde cualquier punto de la red
v as sucesivamente (Burns, 1963, y Burns y Stalker, 1968). Se pue-
de generalizar, a salvo de lo que Burns y Stalker dicen sobre la ne-
cesidad de permitir ia iniciativa individual, la respuesta flexible a los
c:1mbios del conocimiento, la multpiicacin de centros de resolucin
de problemas y tomas de decisin. aadiendo la tesis de que una
eficaz tiene que poder tolerar un alto grado de impre-
decibilidad dentro de s misma. Otros estudios lo confirman. Vigi-
br Io que cacb subordinado hace en cada momento tiende a ser con-
rr:Jproducente; los intentos de b:Jcer predecible la actividad de otros,
rutinizan necesarinment, suprimen la flexibilidad y la inteligencia,
vuelven las energas de los subordinados contra los proyectos o por
lo menos contra algunos de sus superiores (Knufman, 1973, y vase
138 TRAS LA VIRTUD
tambin Burns y Stalker acerca de los efectos de intentar subvertir
y burlar a la jerarqua orgnica).
Puesto que el xito organizativo y la predecibilidad organizativa
se excluyen, el proyecto de crear una organizacin toral o ampliamen-
te predecible, encargada de crear una sociedad total o ampliamente
predecible, est condenado, y no por m sino por los hechos del
mundo social. Un totalitarismo, como el imaginado por Aldous Hux-
ley o George Orwell, es imposible. Lo que siempre producir el pro-
yecto totalitario ser la especie de rigidez e ineficacia que a largo
plazo puede contribuir a su derrota. Sin embargo, es preciso tener
en cuenta las voces de Auschwitz y del Archipilago Gulng, que nos
dicen lo largo que puede llegar a ser ese largo plazo.
Por lo tanto, no hay nada de paradjico en que se ofrezca una
prediccin, vulnerable como todas las predicciones sociales, acerca
de la permanente impredecibilidad de la vida humana. Por debajo
de esa prediccin est la vindicacin de la prctica, de 1os h:.rllazgos
de la ciencia social empirica, y la impugnacin de la ideologa do-
minante en gran parte de la ciencia social, as como tambin en la
filosofa convencional de la ciencia social.
Pero esta impugnacin conlleva tambin un amplio rechazo de
las pretensiones de lo que he llamado pericia gerencial burocrtica.
Y con este rechazo se ha completado al menos una parte de mi ar-
gumentacin. La pretensin del experto en cuanto a la consideracin
y gajes que merezca queda minada fatalmente cuando entendemos
hasta dnde llega el poder predictivo de que dispone. El concepto de
eficacia gerencial es, :1l fin y al cabo, una ficcin moral contempor-
nea ms, y quiz Iu ms importante de todas. La preponderancia de
la manipulacin en nuestra cultura no est ni puede eswr <!Compaa-
da por un excesivo xito real en tal manipulacin. No quiero decir
que las actividades de los supuestos expertos no tengan efectos, que
no padezcamos tales efectos y que no los padezcamos gravemenre.
Sin embargo, la nocin de control social encarnada en la nocin de
pericia es, en realidad, una ficcin. Nuestro orden social est, en el
sentido ms literal, fuera de nuestro control y del de cualquiera. Na-
die est ni puede estar encargado de l.
Por lo tanto. la creencia en la pericia gerencid es, tal como yo b
veo, muy parecida :1 la creencia en Dios tal como b pensaron Carnap
y Ayer. Es una ilusin ms, tpicamente moderna, la ilusin de un
poder externo :1 nosotros mismos y que se ejerce en nombre del
LAS GENERALIZACIONES DE LA CIENCIA SOCAL 139
inters bien entendido. De ah que el gerente como persouaje sea
distinto de lo que a primera vista parece: el mundo social cotidiano,
con su realismo obstinadamente prctico, pragmtico y serio, que
c:s el medio del manejo gerencial, depende para su existencia ele b
sistemtica de errores y de la creencia en ficciones. Al
fetichismo de la mercanca ha venido a ,;uperponrselc orro no me-
nos importante, el de la habilidad burocrtica. Se sigue de toda m
argumentacin que el dominio de la pericia gerencial es tal, que los
que pretenden propsitos objetivamente fundamentados, de hecho
funcionan como b e::presin arbitraria, pero disfrazad:t, de la volun-
tad y la preferencia. La descripcin de Kcynes de cmo los discpu-
los de Moore presemaban sus preferencias privadas bajo capa de
identificar la ausencia o presencia de una propiedad de bondad no
natural, qt!e ele hecho era una ficcin, tiene :;u ;ecuela
contempornea en la forma igualmente elc;;ante y sig!1ificariva en que,
en el mundo soci;1l, L1s corporaciones y gobiernos fomentan sus pre-
ferencias baia capa de identificar b :1usencia o presencia de
conclusiones de c::perros. Y del mismo modo que la descripcin key-
nesiuna indicaba por qu el emotivismo es una resis tan convincente,
esto sera su moderna secuela. Los efectos de la profeca dieciochesca
no han sido capaces de producir un control social cientficamente
dirigido, sino slo nna cficacsima imitacin teatral de ral control.
El xito histrinico ,,;. el que da poder y en m:esira culrm-::1.
El burcrata ms es e! mejor ::ctor.
Muchos gcren tes :: burcratas replic:r.:n: :Haca usted un esp:m-
tap:jaros que usted ::-.ismo construye. gr:mclcs preten-
siones, ni ni de orra clase. Somos tan conscientes de las
limitaciones de las ,;eneralizaciones cientfico-sociales como usted.
Llevamos a cabo una funcin modesta con humilde y modesta efi-
cacia. Pero tenemos un conocimiento especializado y en nucsrro cam-
po limitado se nos puede llamar expertos con toda propiedad.
Mi argumentacin no impugna en absoluto estas modestas pre-
tensiones; sin embargo, no son esta clase de pretensiones las que
consiguen poder y dentro o para las corporaciones buro-
oticas. sean :>blicus o pr\adas. Porque pretensiones tan modestas
no podran nunca legitimar la posesin o usos del poder en o por
las corporaciones burocrticas en la forma ni a la escala en que se
ejerce. Por lo tanto, las pretensiones humildes y modestas que en-
carna esta respuesta :1 mi argumentacin pueden ser muy engaosas,
140
TRAS LA VIRTUD
tanto para los mismos que las profieren como para otros. Parecen
funcionar, no como una refutacin de mi argumentacin de que una
creencia metafsica en ]a pericia gerencial se ha institucionalizado en
nuestras corporaciones, sino como una excusa para seguir participan-
do en l:J.s comedias equvocas que a consecuencia de ello se represen-
tan. Los talemos histrinicos del actor con poco papel son tnn nece-
sarios al drama burocrtico como la contribucin de los grandes
actores gerenciales.
9. NIETZSCHE O ARISTTELES?
L;1 viswn conrempor:ne;1 del mundo, como h<:: indicado, es pre-
dominantemenre weberiuna, aunque no <11 dcr.1lk. :\qu puede haber
protesrus. Muchos liberales argirn no c::;isce cosa como la
visin contempornea del mundo; hay multiwd cie visiones que de-
rivan Je esa irreductible plur:1lidud de valon::s. defensor ms
agudo y a la vez ms sistemtico es sir Isaiuh Derlin. Muchos socia-
listas argirn que la visin dominante en d mundo contemporneo
es marxista, que Weber es veux fez, minadas fatalmente sus preten-
siones por las crticas de la izquierda. A lo primero responder que
la pluralidad irreductible de valores es en s misma un tema insistente
y central de "'IXTeber. Y a lo segundo dir que d:.1do que los marxistas
se mueven y se organizan para el poder, siempre !legan a ser weberia-
nos en substancia, aunque sigan siendo marxistas; en
nuestra cultura no conocemos ningn mo\:i-:r:lo organizado Je
cara al poder que no sea gerencial o burocr:rico en sus maneras, ni
justificaciones de la autoridad que no tengan forma weberiana. Y si
esto es cierto del marxismo cuando camina el poder, lo es mu-
cho ms en c:1so de que haya llegado a d. ToJo poder tiende <1
cooptar, y el poder absoluto coopta absolutamente.
Sin embargo, si mi argumentacin es correct<l, csra visin webe-
riana del mundo no es racionalmente defendible; disfraza y oculta
ms que ilumina, y para alcanzar su xito depende del disfraz y el
ocultumicnto. Y en este punto se oir un segundo conjunto de pro-
restas: por qu mi consideracin no deja lugar para la palabra ideo-
loga? Por qu he hablado tanto de mscar:1 y ocultacin y tan
poco, o casi nada, de lo que se enmascara y oculta? La respuesta
breve a la segunda pregunta es que no tengo nmguna respuesta ge-
1142 LA VIRTUD
mera! que dar; aunque no estoy alegando simple ignorancia. Cuando
Marx cambi el significado de la palabra ideologa lanzndola a
su carrera moderna, lo hizo por referencia a ciertos ejemplos f:.cil-
mtente comprensibles. Los revolucionarios franceses de 1789, por
ejemplo, en opinin de Marx, se autoconceban poseedores de
mismas mnneras de existencia moral y poltica que tuvieron los an-
tiiguos republicanos; por ello disfrazaban a s mismos sus papeles
SlOciales, en tanto que portavoces de la burguesa. Los revolucio-
rnarios ingleses de 1649, de modo similar, se vean a la manera de
l'!os servidores de Dios en el Antiguo Testamento; y al hacerlo dis-
frazaban igualmente su papel social. Pero cuando se generalizaron los
e;jemplos concretos de Marx en una teora, ya fuera debida :.1
a> a otros, se suscitaron consecuencias de tipo muy diferente. Porque
La generalidad de la teora derivaba precisamente de su pretendida
imcorporacin corno teora en un conjunto de leyes generales que
"iinculaban las condiciones materiales y }as estructuras de clase de
lllls sociedades a modo de causa, y las creencias ideolgicas a modo
d!e efectos. ste es el sentido de las primeras formulaciones de Marx
en La ideologa alemana y de las ms tardas de Engels en el Alzti-
Dhring. De modo que la teora de la ideologa se convirti en un
ejemplo ms del tipo de supuesta ciencia social que, como ya he
m:rgurnentado, desfigura la forma de los descubrimientos reales de
l.ios cientficos sociales y unciona en s misma como una expresin de
p7referencia arbitraria disfrazada. De hecho, la teora de la ideologa
r--esulta ser un ejemplo ms del mismo fenmeno que los paladines
de la misma aspir:m a entender. De ah que mientras que todava
tenemos que aprender mucho sobre la historia en el Dieciocho Bru-
mJario, la teora de la ideologa general marxista y muchos de sus
e-,pgonos no pasan de ser un conjunto ms de sntomas disfrazados
d!e diagnstico.
Naturalmente, parte del concepto de ideologa del que Marx es
progenitor, y puesto a contribucin para una serie de luminosas apli-
caciones por pensadores tan variados corno Karl Mannheim y Lucien
Goldmann, subyace asimismo en mi tesis central acerca de la moral.
Si el lenguaje moral se pone o.l servicio de la voluntad arbitraria, se
t:rata de la voluntad arbitraria de alguien; y la pregunta de a quin
pertenece esa voluntad tiene obvia importancia moral y poltica. Pero
l!."'.esponder a esta pregunta no es mi tarea aqu. Para cumplir mi ta-
r.rea presente necesito demostrar tan slo cmo la moral ha llegado
NIETZSCHE O ARISTTELES?
143
a estar disponible para cierto tipo de uso, que es al que efectivamen-
te est sirviendo.
Necesitamos completar, por consiguiente, la descripcin del dis-
curso y la prctica moral especficamente modernos con una serie de
consideraciones histrias que mostradn que b moral puede ahora
favorecer demasiadas causas y que la forma moral provee de posibie
mscara a casi cualquier cara. Porque la moral se ha convertido en
algo disponible en de una manera completamente nueva.
Realmente fue Nietzsche quien percibi esta !1abilidad vulgarizada
del moderno lenguaje moral, que en parte era el motivo de su dis-
gusto hacia l. Esta percepcin es uno lle los rasgos de la filosofa
moral de Nietzsche que hacen de dla una de ]as dos alternativas te-
ricas autnticas a que se enfrenta cualquiera que pretenda analizar la
situacin moral de nuestra cultura, si es que mi argumentJCn es
hasta ahora substancialmente correcra. Por qu es as? Responder
adecuadamente a esta pregunta me exige primero decir algo ms so-
bre mi propia tesis y en segundo lugar comenrar un poco la perspi-
cacia de Nietzsche.
Ha sido parte clave de mi tesis la afirmacin de que el lenguaje
y la prctica moral contemporneos slo pueden entenderse como una
serie de fragmentos sobrevivientes de un pasado ms antiguo y que
los problemas insolubles que ello ha creado a los tericos morales
contemporneos seguirn siendo insolubles hasm que esto se en-
tienda bien. Si el carcter deontolgico de los juicios morales es el
fantasma de los conceptos de ley divina, completamente Lljenos a la
metafsica de la modernidad, y si el c::m.ictcr teleolgico es , su vez
el fantasma de unos conceptos de actvd,Jd y naturaleza humanas que
tampoco tienen cabida en el mundo moderno, es de esperar que se
susciten continuos problemas de entendimiento o de asignacin de
un rgimen inteligible a los juicios morales, refractarios a las solu-
ciones filosficas. Lo que aqu necesitamos no es slo ugudeza filos-
fica, sino tambin el tipo de visin que los antroplogos, ::lesde su
excelente puesto de observacin de otras culturas, tienen y que les
capacita para identificar supervivencias e ininteligibilidades que pa-
san desapercibidas para los que viven en mismas culturas. Una
forma de educar nuestra propia visin podra ser preguntarnos si los
apuros de nuestro estado moral y cultural son quiz similares a los
de otros rdenes sociales que hemos concebido siempre como muy
diferentes del nuestro. El ejemplo que tengo en la cabeza
144
TRAS LA VIRTUD
es el de los rc:inos de algunas islas del Pacfico a del siglo xvm
y :.t principios del siglo xrx.
En el diario de su tercer viaje, el capidn Cook recoge d primer
descubrimienro por angloparlantes de la palabra polinesia tahr (en
diferentes formus ). Los marineros ingleses se haban asombrado de
lo que tomaron por costumbres sexuales relajadas de los polinesios,
pero quedaron an ms atnitos al descubrir el agudo contraste en-
tre stas y la prohibicin rigurosa que pesaba sobre otrus conduc-
tas, como que un hombre y una mujer comieran juntos. Cuando pre
guntaron por qu hombres y mujeres tenan prohibido comer juntos
se les dijo que esa prctica era tabzt. Pero cuando preguntaron enton-
ces qu quera decir tab, apenas consiguieron muy poca informacin
ms. Claramente, tab no significaba simplemente prohibido; Jecir
que algo, una persona, una prctica, una teora, es :,:h. es dar una
razn de un determinado tipo para prohibirla. Pero No slo
los marineros de Cook han tenido Has con esa pregunta; los :.tntro-
plogos, desde Frazer y Tylor hasta Franz Steiner y Mary Douglas,
tambin han tenido que luchar con ella. De esta lucha emergen dos
claves del problema. La primera, lo que significa el hecho de que
los marineros de Cook fueran incapaces de obtener una respuesta
inteligible a sus preguntas por parte de los informantes nativos.
Esto sugiere (cualquier hiptesis es en cierto grado especulativa) que
los informantes nativos mismos no entendan la palabra que estab:m
usando, y abona esta sugerencia la facilidad con que Kamehameha Il
aboli los tabes en Hawai cincuenta mos ms tarde, .:n 1819, as
como la falta de consecuencias sociales que ello tuvo lo hizo.
Pero, es verosmil que los polinesios usaran una palabra que
ellos mismos no entendan? .Ah es donde Sreiner y Douglas resul-
tan luminosos. Lo que ambos indic:m es que las reglas del tab
a menudo y quiz tpicamente tienen una hisroria dividida en dos
etapas. En la primera etapa estn embebidas en un contexto que
les confiere inteligibilidad. As, Mary Douglas ha argumentado que
las reglas del tab del Deuteronomio presuponen una cosmologa y
una taxonoma de cierta clase. Prvese a las reglas del tab de su
contexto original y parecern un conjunto de prohibiciones arbi-
trarias, como tpicamente aparecen en realidad cuando han 'perdido
su contexto inicial, cuando el fondo de creencias a cuya luz fueron
inteligibles en origen las reglas del tab, no slo sido abando-
nado sino olvidado.
NIETZSCHE O ARISTTELES?
145
En una situacin as, las reglas se ven privadas de todo rgimen
que pueda asegurar su autoridad y, si no adquieren uno nuevo rpida-
mente, su interpretacin y su justificacin se tornan controvertidas.
Cuando los recursos de una cultura son demasiado escasos para afron-
tar la rarea de reimerpretarlas, la tarea de justificarlas se vuelve im-
posible. De ah quiz la relativa facilidad, pese al asombro de algunos
observ::tdores contemporneos, de la victoria de Kamehameha II so-
bre los tabes (y la consiguiente creacin de un vaco moral que las
banalidades de los misioneros protestantes de Nueva Inglaterra lle-
naron con toda rapidezj. Si la cultura polinesia hubiera gozado de
las bendiciones de b filosofa analtica, est muy claro que la cues-
tin dd significado Je tab podra haber sido resuelta de varias ma-
neras. J',b, habra Jicho uno de los bandos, es claramente d nom-
bre de una propiedad no natural; y las mismas razones que llevaron
a Moore a contemplar bueno como nombre de una tal propiedad
y a Prichard y Ross a contemplar <<Obligatorio y justo>> como nom-
bres de propiedades, habran servido para mostrar que tab es el
nombre de una propiedad. Otro bando dudara y argumentara que
esto es tab quiere decir lo mismo que yo desapruebo esto y t
tambin lo desaprobars; y precisamente el mismo razonamiento
que llev a Stevenson y Ayer a ver en bueno un uso primordial-
mente emotivo habra estado disponible para sostener la teora emo-
tivista del tab. Un tercer bando, si a tantos hubiramos llega-
Jo, sin duda argumentara que la forma gramatical esto es tab
implica un imperavo universalizable.
La futilidad de este debate imaginario brota de la presuposicin
compartida por los bandos contendientes, a saber, que el conjunto
de reglas cuyo rgimen y cuya justificacin estn investigando propor-
ciona un tema diferenciado de investigacin, proporciona material
para un campo de estudio autnomo. Desde nuestro punto de vista
en d mundo real, sabemos que no es se el caso, que no hay manera
de entender el carcter de las reglas del tab excepto como supervi-
vencias de un fondo cultural previo ms complejo. Sabemos tambin,
en consecuencia, que cualquier teora sobre las reglas del tab a
les del siglo XVIII er! Polinesia que pretenda hacerlas tal
como son, sin referencia a su historia, es una teora
falsa; la nica teora,. verdadera puede ser la que muestre su ininte-
ligibilidad tal como se mantienen en este momento del tiempo. Ade-
ms. la nica versin::idecuada v verdadera ser la que a la vez.nos
146 TRAS LA VIRTUD
haga capaces de distinguir entre lo que supone un conjunto de re-
glas y prcticas de tab ordenado, y lo que supone el misma con-
junto de reglas y prcticas pero fragmentado y desordenado, y que
nos capacite para entender las transiciones histricas en que el pos-
trer estado brot del primero. nicamente los trabajos de cierto
tipo de historia nos proporcionarn lo que necesitamos.
Y ahora surge la pregunta inexorable, que acude en refuerzo Je
mi primera argumentacin: Por qu pensar de los filsofos mora-
les analticos reales como Moore, Ross, Prchard, Srevenson, Hare y
dems de modo diferente que si pensramos sobre sus imaginarios
homlogos polinesios? Por qu pensar sobre nuestros usos modernos
de bueno, justo y obligatorio de modo diferente a como pensamos
sobre los usos polinesios de tab a finales del siglo XVIII? Y por
qu no pensar en Nietzsche como el Kamehameha II de la
Europea?
El mrito histrico de Nietzsche fue entender con ms claridad
que cualquier orro filsofo, y desde luego con ms claridad que sus
homlogos anglosajones emotivistas y los existencialistas continen-
tales, no slo que lo que se crea apelaciones a la objetividad en
realidad eran expresiones de la voluntad subjetiva, sino tambin la
naturaleza de los problemas que ello planteaba a la filosofa moral.
Es cierto que Nietzsche, como ms adelante justificar, generaliz
ilegtimamente el estado del juicio moral en su tiempo, aplicndolo
a la naturaleza moral como tal; y ya he juzgado con duras pahbras la
construccin de Nietzsche en b fantasa a b wz absurda y peligrosa
del Of:.ermensch. Sin embargo, incluso el nuio valor de esa consrruc-
cin provena de una autntica agudeza.
En un pasaje famoso de La gaya ciencia ( sec. 335), Nietzsche
se burla de la opinin que fundamenta la moral, por un lado, en
los sentimientos ntimos, en la conciencia, y por otro, en el m!Jera-
tivo categrico kantiano, en la universaliuad. En cinco aforismos
rpidos, ocurrentes y agudos destruye lo que he llamado el proyecto
ilustrado de descubrir fundamentos racionales para una moral obje-
tiva, y la confianza del agente moral cotidiano de la cultura postilus-
trada en cuanto a que su lenguaje y prctic:1s morales estn en huen
orden. Pero luego Nietzsche va al encuentro del problema que su
acto de destruccin ha creado. La estructura de su argu-
mentacin es como sigue: si la moral no es ms que expresin de la
voluntad, mi moral slo puede ser la que mi voluntad haya creado.
NIETZSCHE O ARISTTELES?
147
1'-Jo hay sitio para ficc.icnes del estilo de los derechos naturales, la
utilidad, la mayor felicidad para el mayor mimero. Yo mismo debo
hacer existir nuevas tablas de lo que es <<Sin embargo,
queremos llegar a Jer lo que somos, seres humanos nuevos, nicos,
incomparables. que se dan a s mismos leyes, que se crean a s
mismos (p. 266 l. El sujeto moral autnomo, racional y racional-
mente justificado, del siglo XVIII es una ficcin, una ilusin; enton-
ces, resuelve Nietzsche, reemplacemos la razn y convirtmonos a
nosotros mismos en sujetos morales autnomos por medio de algn
acto de voluntad gigamesco y heroico, un acto de voluntad cuya
calidad pueda recordarnos la arrogancia aristocrtica arcaica que pre-
cedi al supuesto desasrre de la moral de esclavos, y por cuya efica-
cia pueda ser prottico precursor de una nueva era. El problema
estriba en cmo .-:onstruir con absoluta originalidad, cmo inventar
una nueva tabla de lo que es bueno y norma. Problema que se plan-
tea a todo individuo, y que constituira el corazn de una filosofa
moral nietzscheana. En su bsqueda implacablemente seria del pro-
blema, no en sus trvolzs soluciones, es donde yace la gr:mdeza de
Nietzsche, la grandeza que hace de l el filsofo moral si las nicas
alternativas a la filosofa moral de Nietzsche resultaran ser las for-
muladas por los filsofs de la Ilustracin y sus sucesores.
Nietzsche es tambin por otra causa el filsofo moral de la era
presente. Ya he ai1rmado que la era presente, en su presentacin de
y para s misma, es principalmente weberiana; y tambin he subra-
yado que la tesis centrai de Nietzsche estri presupuesta en las cate-
goras centrales del pensamiento de Weber. De ah que el irraciona-
lsmo proftico de Nietzsche -irracionalsmo porque los problemas
de Nietzsche estn sin resolver y sus soluciones desafan a la razn-
permanece inmanente en ras formas gerenciales weberianas de nuestra
cultura. Siempre que los que estn inmersos en la cultura burocr-
tic:l de la era intemen calar hasta los fundamentos morales de lo que
son y lo que hacen, descubrirn premisas nietzscheanas tcitas. Y por
consiguiente, se puede predecir con seguridad que en contextos apa-
rentemente remotos de las sociedades modernas gerencialmente orga-
nizad.ts, surgirn peridicamente movimientos sociales informados
por el tipo de irracionalismo del que es antecesor el pensamiento de
Nietzsche. Y en la medida en que el marxismo contemporneo es
tambin weberiano, podemos esperar irracionalismos profticos tanto
de la izquierda como de la derecha. As pas con el radicalismo estu
148
TRAS LA VIRTIJD
diantil de los aos sesenta. (Para versiones tericas de ese nietzschea-
nismo de izquierdas, vid. Kathryn Pyne Parsons y Tracy Strong, en
Solomon, 1973, y Millcr, 1979.)
Weber y Nietzsche juntos nos proporcionan la clave terica de las
articulaciones del orden social contemporneo; sin embargo, !o que
trazan con claridad son los rasgos dominantes y a gran escala del pai-
saje social moderno. Precisamente porque son muy eficaces en este
sentido, quiz resulten de poca utilidad para quienes intentan delinear
los rasgos a pequea escala de las transacciones del mundo cotidiano.
Afortunadamente, lo subray con anterioridad, tenemos ya una socio-
loga de la vida cotidiana que se corresponde con el pensamiento de
Weber y Nietzsche, la sociologa de b interaccin elaborada por
Erving GoHman.
El contraste central encarnado en la sociologa de Goffman es
precisamente el mismo que encarnu el emotivismo. Es el -::entraste
entre el supuesto significado de nuestros juicios y el uso que re:U-
mente se les da, entre el aspecto superficial de la conduct:l y las
estrategias usadas para llevar a buen trmino esas presentaciones. La
unidad de anlisis de las descripciones de Goffman es siempre el actor
individual, esforzndose en ejercer su voluntad dentro de una situa-
cin estructurada en papeles. El fin del actor goffmanesco es la
eficacia, y el ..'ito no es sino lo que pasa por xito en el universo
social de Goffman. No hay nada ms. El mundo de Goffman est
vaco de normas objetivas de realizacin; tan definido que no i1ay
espacio cultural ni social desde el que pudiera apelarse a tales reglas.
Las reglas se establecen a travs y en la interaccin misma: y las
reglas morales parece que tienen nicamente la funcin de mumener
tipos de interaccin que siempre puedan ser amenazados por indivi-
duos sobree..'pansivos.
Durante cualquier conversac10n, las reglas establecen hlSt:l
dnde puede permitirse el individuo el dejarse lle\ar por sus
palabras, cun minuciosamente puede permitirse un arrebato. Esta-
r obligado a prevenirse de que la pltora de sentimientos y la
destreza para actuar traspasen los lmites que le afectan y que ha
establecido en la interaccin ... cuando el individuo se sobreimpii-
ca en el tema de conversacin y da a los dems la impresin de
que no tiene la medida necesaria de autocontrol sobre sus senti-
mientos y acciones . . . entonces los dems es probable que pasen
de la implicacin en la conversacin a la implicacin con el con-
.NIETZSCHE O ARISTTELES?
149
versador. La vehemencia de un hombre se convierte en la aliena-
cin de otro ... la aptitud para sobreimplicarse es una forma de
tirana practic:Jda por los nios, las prima donnas y los mandones
de todas clases, que ponen momentneamente sus propios senti-
mientos por encima de las reglas morales que deben hacer de !:1
sociedad un lugar oeguro ara la interaccin. ( Interacto11 ritual.
1972, pp. 122-123.)
Puesto que xito es lo que pasa por xito, es en la opinin ajena
donde yo prospero o fracaso en prosperar; de ah la importancia de
la presentacin como rema, quizs el rema, central. El mundo social
de Goffm:m es r:t!, que una tesis que Aristteles considera en la
tic,r a Nicmaco slo para rechazarla, aqu es verdadera: el bien
dei hombre consiste e:1 b posesin de honor, el honor es precisa-
menre Io que incorpora : expresa la opinin .le los demcis. Viene al
caso b razn que Ariscrdes da para rechazar esta tesis. Honramos a
los cbn:-s. dice, en virtud de algo que son o han hecho para merecer
honor: sin embargo, e.! honor no puede ser como mucho ms que un
bien sec<.mdario. En virtud de qu se asigne el honor debe importar
ms. Pero en el mundo social de Goffman las imputaciones de mri-
to son parte ellas mismas de la realidad socialmente tramada cuya
funcin es avudar o contener alguna voluntad aue acta luchando.
La de es una sociologf:; aue a las preten-
siones d.e la apariencia de ser ms que apariencia. Es una socio-
loga que estara uno rentado a llamar cnica. en el sentido moderno,
no en el :mtiguo, pero si d rcu:Ho de Goffman de la vida humana
es verdaderamente fiel no existe el c!nico hacer caso omiso del mri-
to objetivo, ya que no queda mrito objetivo alguno del que hacer
caso omiso cnicamente.
Es importante recalcar que el concepto de honor en la sociedad
de que Aristteles era portavoz -y en muchas orras sociedades tan
diferentes como la de las sagas islandesas o la de los beduinos del
desierto occidental-, precisamente porque honor y valor estaban
conectados de la forma que subraya Aristteles, era, a pesar del pare-
cido, un concepto muy diferente de cuanto encontramos en las pgi-
nas de Goffman y de casi todo lo que encontramos en las sociedades
modernas. En muchas sociedades premodernas, el honor de un hom-
bre es lo que se le debe a l, a sus parientes, a su casa en razn de
que tienen su debido lugar en el orden social. Deshonrar a alguien
150 TRAS LA VIRTUD
es no reconocerle lo que le es debido. De ah que el concepto de
insulto llegue a ser crucial socialmente y que en muchas de estas
sociedades cierta clase de insulto merezca la muerte. Petcr Berger y
sus coautores ( 197.3) han sealado lo que significa el hecho de que
en las sociedades modernas estemos sin recursos legales o Ct!nsi-leg:!les
si se nos insulta. Los insultos han sido desplazados <l los m:irgenes de
la vida cultural en que son expresin de emociones privadas ms
que conflictos pblicos. No sorprende que ste sea el nico lugar que
se les da en los escritos de Goffman.
La comparacin de los libros de Goffman, en particular pienso
en The presentation of the self in everyday life, Encnunters, Inter-
action ritud y Strategc interaction, con la tica , Nicmaco viene
muy al caso. Bastante al principio de mi argumentacin hice hincapi
en la relacin prxima entre filosofa moral y sociologa; y del mis-
mo modo que la tica y la Poltica de Aristteles son como mucho
contribuciones de la segunda a la primera, los libros de Goffman
presuponen una filosofa moral. En parte es as, porque son una inter-
pretacin perspicaz de formas de conducta dentro de una sociedad
determinada, que encarna en s misma una teora moral en sus modos
tpicos de actuacin y prctica; y en parte, a causa de los compro-
misos filosficos que presuponen las actitudes tericas de Goffman.
Desde el momento que la sociologa de Goffman pretende
no slo lo que la naturaleza humana puede llegar a ser bajo cierras
condiciones muy especficas, sino lo que debe ser la naturaleza huma-
na y adem:s lo que siempre ha sido, implcitamente pretcnd::: que la
filosofa moral de Aristteles es falsa. No es un asunto que Goffman
se plantee o necesite plantearse. Pero se lo plante y trat con bri-
llantez el gran predecesor y anticipador de Goffman, Nietzsche, en
La genealoga de la moral y en otras obras. Nietzsche raramenre se
refiere a Aristteles de modo explcito, a no ser en cuestiones de est-
tica. Toma prestada la denominacin y nocin de hombre magnni-
mo de la tica, aunque en el contexto de su teora esa nocin se
convierte en algo completamente diferente de lo que era en Arist-
teles. Pero su interpretacin de la historia de la moral revela con total
claridad que las nociones aristotlicas de tica y poltica figuraran
para Nietzsche entre los disfraces degenerados de la voluntad de
poder que se siguen del giro nefasto emprendido por Scrates.
Sin embargo, no porque sea falsa la filosofa moral de Nietzsche
ser verdadera la de Aristteles o viceversa. La filosofa moral de
NIETZSCHE O 151
Nietzsche, en el sentido ms fuerte, lucha con la de Aristteles en
virtud del papel histrico que juega cada una de ellas. Como ya he
argumentado, el proyecto ilustrado de descubrir nuevos fundamentos
racionales y seculares para la moral tuvo que acometerse a causa
de que la tradicin moral de la que el pensamiento de Aristteles era
corazn intelectual fue repudiada durante la transicin del siglo xv
al xvr. Y porque fracas este proyecto y porque las opiniones avanza-
das por sus protagonistas intelectualmente ms potentes, y ms
especialmente por Kant, no pudieron sostenerse frente a la crtica
racionalista, fue por lo que Nietzsche y sus sucesores existencialistas
y emotvistas pudieron montar su crtica aparentemente triunfante
comra toda la moral anterior. De ah que la posible defensa de la
posicin Je Nietzsche, en ltimo trmino, va dar a la respuesta a
la siguiente pregunta: En primer lugar, fue correcto rechazar a Aris-
t6reles? Si la postura de Aristteles en tica y poltica, o alguna
parecida, pudiera sostenerse, quedara inutilizado todo el empeo de
La postura fuerte de Nietzsche depende de la verdad
de una tesis central: que toda vindicacin racional de la moral fraca-
sa manifiestamente y que, sin embargo, la creencia en los principios
de la moral necesita ser explicada por un conjunto de racionaliza-
ciones que esconden d fenmeno de la voluntad, que es fundamen-
talmente no racional. Mi argumentacin me obliga a estar de acuerdo
con Nit.:tzsche en que los argumentos de los filsofos de la Ilustracin
nunca rueron suficientes para dudar de la tesis central de aqul; sus
epigramas son atn ms mortferos que sus argumentaciones desarro-
lladGs. -;i es correcta mi primera argumentacin, ese mismo fra-
caso no fue ms que la secuela histrica del rechazo de la tradicin
aristotlica. Y la pregunta clave se convierte en: despus de todo,
puede vindicarse la tica de Aristteles o alguna muy parecida?
Decir que sta es una preguma amplia y compleja es subesti-
marla. Los remas que dividen a Aristteles y Nietzsche son numerosos
y de muy diferentes clases. A nivel de su teora filosfica hay cues-
tiones de poltica, de psicologa filosfica y tambin de teora moral;
y lo que los enfrenta no son, en cualquier caso, meramente dos
teoras, sino la especificacin terica de dos modos diferentes de
vida. El papel del aristotelismo en mi argumentacin no se debe
enteramente a su importancia histrica. En el mundo antiguo y me-
dieval siempre estuvo en conflicto con otros puntos de vista, y los
muchos modos de vida de los que fue el mejor intrprete terico
15Z TRAS LA VIRTIJD
tuvii.eron tambin otros sofisticados protagonistas tericos. Es verdad
que: ninguna otra doctrina se legitim en la gran multiplicidad de
cont<extos en que lo hizo el aristotelismo: griego, islmico, judo y
y que cuando la modernidad asalt el viejo mundo, sus
ms: perspicaces exponentes entendieron que era el aristotelismo lo
que tena que ser echado por tierra. Pero todas estas verdades hist-
rica:s. aun siendo cruciales, no tienen importancia comparadas con el
hedi!:Jo de que el aristotelismo es filosficamente el ms potente de
los rrnodos premodernos de pensamiento moral. Si contra la moder-
nidmd hay que vindicar una visin premoderna de 1a tica y la poltica,
habd de hacerse en trminos cercanos al aristotelismo o no se har.
JPor lo tanto, lo que revela la conjuncin de la argumentacin
fiiostfica e histrica es que o bien continuamos a travs de bs aspi-
raciC!lncs y colapso de las diversas versiones del proyecto ilustrado
hast:a recalar en el diagnstico de Nietzsche y la problemtica de Nietz-
sche, o bien mantenemos que el proyecto ilustrado no slo era
errmeo, sino que :.1nte todo nunca debera haber sido :.1cometido.
No !hay una tercera alternativa, y ms en particular no hay ninguna
alten:nativa provista por los pensadores que forman el ncleo de la
antrn1oga convencional contempornea de la filosofa moral: Hume,
Karnrt y Mili. Y no ha de asombrarnos que la enseanza de la tica
teng;u a menudo efectos destructivos y escpticos sobre las mentes
de lios que 1a reciben.
Pero, (ftl debemos elegir? Y cmo debemos elegir? Aunque
mro de los mritos de Nietzsche es que enlaza su crtica a las morn-
les cile la Ilustracin con una apreciacin del fallo de stas en instru-
men:u:arsc adecuadamente, dejando de lado d responder a la pregunta:
qm clase de persona voy a ser? De alguna manera es una pregun-
ta i.meludible, a la que cada vida humana se da una respuesta e11 la
prcc:tica. Pero para las morales tpicnmente modernas es una pregunt:1
que slo admite una aproximacin indirecta. La cuestin primordial
desde su punto de vista concierne a las reglas: qu reglas debemos
segu::ir? v qu debemos obedecerlas? Y no es sorprendente que
sido sta la pregunta primordial, si rememoramos las conse-
cuerncias ele la expulsin de la teleologa aristotlica del mundo mo-
ral. Ronald Dworkin ha argumentado recientemente que la doctrina
centtral del liberalismo moderno es la tesis de que las preguntas acerca
de E.a vida buena para el hombre o los fines de la vida humana se
conttemplan desde el punto de vista pblico como sistemticamente
NIETZSCHE O ARISTTELES?
153
no plunteables. Los individuos son libres de estar o no de acuerdo al
respecto. De ah que las reglas de la moral y el derecho no se derivan
o jusrifican en trminos de alguna concepcin moral ms fundamental
de lo que es bueno para el hombre. Al argumentar as creo que
Dworkin hn identificado una acritud tpica no slo del Iibernlsmo,
sino de la modernidad. Las regbs llegan a ser el concepto primordial
de la vida moral. Las cualidades de carcter se aprecian slo porque
nos Ilevndn a seguir el conjunto de regl:ls correcto. Las virtudes
son sentimientos, esto es, familias relacionadas de disposiciones y
propensiones reguladas por un deseo de orden ms alto, en este caso
un deseo de actuar de conformidad con los correspondientes princi-
rios morales, afirma John Rawls, uno de los ltimos filsofos mo-
rales de la modernidad (1971, p. !.92), y en otra parte define las
virtudes morales fundamentales:> como <<fuertes y normalmente efi-
deseos de actuar conforme a los bsicos de In justi-
cia (p. 436).
De <1h que en la opinin moderna b justificacin de las virtu-
des depende de la previa justificacin de las reglas y principios; y
si esm ltimo llega a ser radicalmente problemtico, como lo es,
tanto ms lo primero. Sin embargo, supongamos que al articular los
problemas de la moral, los portavoces de la modernidad y ms en
particular los del liberalismo hayan trastornado la ordenacin de
los conceptos valorativos; supongamos que en primer lugar debamos
pres[ar atencin a !as vil'tttdes para emcnder la funcin y autoridad
de las reglas; entonces tendremos cpmenzar la imesri!C;acin de
modo completamente diferente a cnmn h comenzaron Hume. Dide-
r, LuH o Mill. Es interesante que Nicr;:sche y Aristteles esrn de
acuerdo a ese respecto.
Adems est claro que si construimos un nuevo punto de partida
para la investigacin, a fin de someter ' .. !na vez ms el aristotelismo a
la cuestin, ser necesario considerar la propia filosofa moral de
Aristteles no meramente como se expresa en sus textos clave en sus
propios escritos, sino como el intento de recibir y recapitular gran
c:mtidad de lo que se haba producido y a la vez como una fuente
de estmulos para el pensamiento posterior. Esto es, ser necesario
escribir una breve historia de las concepciones de las virtudes, a la
que Aristteles proporcionar un punto focal, pero que revelar las
riquezas de una tradicin completa de pensamiento, actuacin y dis-
curso donde el de Aristteles es slo una parte, una tradicin de la
154
-.
TRAS LA VIRTUD
que antes habl como tradicin clsica y a cuya visin del hombre
llam la visin clsica del hombre. A la tarea me dirijo y su punto
de partida proporciona (demasiada fortuna para ser coincidencia) un
primer caso de prueba para decidir la cuestin entre Nietzsche y
Aristteles. Porque Nietzsche se vio a s mismo como el ltimo here-
dero del mensaje de aquellos aristcratas homricos cuyas hazaas y
virtudes abastecieron a los poetas por los que ineludiblemente hay
que empezar a abordar la cuestin. Es, sin embargo, una justicia
potica con Nietzsche en sentido estricto que iniciemos nuestra con-
sideracin de la tradicin clsica, en la que Aristteles emerger como
figura central, por una consideracin de la naturaleza de las virtudes
en el tipo de sociedad heroica que se retrara en la Ilacla.
1 O. LAS VIRTUDES Ei\! LAS SOCIEDADES
HEROICAS
En todas esas culturas, griega, medieval o renacentista, donde el
pensamiento y la accin morai se estructur::m de acuerdo a alguna
\'crsin del esquema que he 1lam:1do clsico, el medio principal de la
educacin moral es contar historias. All donde han prevalecido el cris-
tianismo, el judasmo o el isiam, las historias bblicas son tan impor-
tantes como cualesquiera otras, y cada cultura tiene por supuesto
historias propias que le son peculiares; pero todas estas culturas,
griegas o cristianas, poseen tambin un cmulo de historias que deri-
van y hablan de su propia edad heroica desaparecida. En el siglo vr
ateniense la recitacin formal de los poemas homricos se estableci
como ceremonia pblica: los mismos poemas en lo substancial no
fueron compuestos ms all del siglo VII, pero hablaban de un tiempo
muy anterior a se. En el siglo XIII, cristianos islandeses escribieron
sagas acerca de acontecimientos sucedidos cien aos despus del ') 3 O,
el perodo inmediatamente anterior y posterior a la primera llegada
del cristianismo, cuando an floreca la antigua religin de los escan-
dinavos. En el siglo XII, monjes irlandeses del monasterio de Clon-
macnoise escribieron en el Lebor na hUidre historias qe hroes irlan-
deses, parte de cuyo lenguaje permite a los estudiosos datadas ds-
pus del siglo VIII, pero cuyos t ~ m a s se sita? siglos antes, en una
era en que Irlanda todava era pagana. Exactamente e! mismo tipo
de controversia erudita ha florecido en todos los casos acerca de la
cuestin de hasta dnde, si :.tcaso, los poemas homricos, las sagas,
o los relatos del ciclo irlands, como el de T an B Cuail11ge, nos
proveen de evidencia histrica fiable sobre las sociedades que retra-
tan. Felizmente no necesito entrar en los detalles de estas discusiones.
Lo que importa para mi argumentacin es un hecho histrico rela-
156 TRAS LA VIRT$
tivamente indiscutible, a saber, que estas narraciones abastecen, ade-
cuada o inadecuadamente, la memoria histrica de las sociedades
donde por fin fueron fijadas por escrito. Ms que csw, proporcionan
el trasfondo moral al debate contemporneo en las sociedades clsi-
cas. la visin de un orden moral trascendido o en pnrte trascendido,
cuyas creencias y conceptos eran an p<:rci:.J!mente influyentes y
proporcionaban tambin un iluminador contraste con el presente.
Entender la sociedad heroica, cualquiera que hubiese sido su realidad,
es parte necesaria del entender la sociedad clsic::t y sus sucesoras.
Cules son sus r::tsgos cl::tve?
M. I. Finley ha escrito de la sociedad homrica: Los valores
bsicos de la sociedad eran dados, por el puesto del
hombre en la sociedad y los privilegios y deberes que se siguieran
de su rango (Fnley, 1954, p. 134). Lo que finley dice de la socie-
dad homrica es verdadero tambin de otras de sociedad
heroica en Islandia o Irlanda. Cada individuo tiene un papel dado
y un rango dentro de un sistema bien definido y muy determinado
de papeles y rangos. Las estructuras clave son las del clan y las de la
estirpe. En tal sociedad, un hombre sabe quin es sabiendo su papel
en estas estructuras; y sabiendo esto sabe tambin lo que debe y lo
que se le debe por parte de quien ocupe cualquier otro papel y rango.
En griego (dein) y en anglosajn (ahte) no existe distincin clara al
principio entre debe (moral) y debe (general); en Islandia la
palabra sk}.fdr enlaza debe y ser pariente.
Pero no slo para c.1da rango hay un conjunto prescrito de debe-
res y p!i,ilegios. Tambin hay una clara comprensin de qu acciones
se requieren para ponerlos en prctica y cules no llegan a lo que se
requiere. Porque lo que se requiere son acciones. En la sociedad
heroica, el hombre es lo que hace. Hermano Friinkel escribi del
hombre homrico que el hombre y sus acciones llegan a ser idnti-
cos, y l se forma a s mismo completa y adecuadamente incluido en
ellas; no tiene profundidades ocultas ... En [ln pica] el relato factual
de lo que los hombres hacen y dicen, todo lo que son, es expreso,
porque no son ms que lo que hacen, dicen y padecen (Frnkel,
1975, p. 79 ). Por lo tanto, juzgar a un hombre es juzgar sus accio-
nes. Al realizar acciones de una clase concreta en una simacin
concreta, un hombre da fundamento para juzgar :.JCeFca de sus virtu-
des y vicios; porque las virtudes son las cualidades que mantienen
a un hombre libre en su papel y que se manifiestan en las acciones
LAS VIRTUDES EN LAS SOCIEDADES HEROICAS 157
que su papel requiere. Y lo que Frankel apunta y dice sobre el hom-
bre homrico rige tambin para el hombre de las dems representa-
ciones heroicas.
La palabra aret, que lleg ms tarde a ser traducida por vir-
rud, se usa en los poemas homricos para la excelencia de cualquier
clase; un corredor veloz cxi1ibe la are t de sus pies ( Ilfada 20, 411)
y un hijo aventaja a su padre en cualquier tipo de aret, como atleta,
soldado y en cacumen (Ilada 15, 642). Este concepto de virtud o
excelencia nos es ms ajeno de lo que a primera vista logramos
advertir. No nos es difcil darnos cuenta del lugar central que la
fuerza tendr en una tal concepcin de la excelencia humana, o del
modo en que el valor ser una de las virtudes centrales, quiz la
virtud central. Lo que es ajeno a nuestra concepcin de la virtud es
la ntima conexin en la sociedad heroica entre el concepto de valor
y sus virtudes aliadas, por un lado, y por otro los conceptos de amis-
tad, destino y muerte.
El valor es importante, no simplemente como cualidad de los
individuos, sino como cualidad necesaria para mantener una estirpe
y una comunidad. Kudos, la gloria, pertenece al individuo sobresa-
liente en la batalla o en el cenamen, como marca de reconocimiento
de su estirpe y su comunidad. Otras cualidades vinculadas al valor
tambin merecen reconocimiento pblico, por la parte que juegan
en el mantenimiento del orden pblico. En los poemas homricos, la
astucia es una cualidad, porque la astucia puede tener xito donde
falta o falla el valor. En las sagas islandesas el irnico sentido del
humor est muy vinculado con el valor. En la saga que narra la bata-
lla dt: Clomarf, en 1014, donde Brian Boru venci al ejrcito vikin-
go, uno de los escandinavos, Thorstein, no escap cuando el resto de
su ejrcito se dispers y huy, sino que se qued donde estaba atn-
dose los zapatos. Un jefe irlands, Kerthialfad, le pregunt que por
qu no hua. No podra llegar a casa esta noche -dijo Thorstein-,
vivo en Islandia.>> Por esta broma, Kerthialfad le perdon la vida.
Ser valiente es ser alguien en qten se puede tener confianza. Por
ello el valor es un ingrediente importante de la amistad. Los lazos
Je la amistad en las sociedades heroicas se modelan sobre los del
clan. A veces, la amistad se jura formalmente, de manera que por
ese voto se contraen deberes de hermanos. Quines son mis amigos y
quines mis enemigos est tan claramente definido como quines son
mis parientes. El otro ingrediente de la amistad es la fidelidad. El
158 TRAS LA VIRTUD
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valor de mi amigo me asegura de que su fuerza me ayudar a m y a
mi estirpe; la fidelidad de mi amigo me asegura su voluntad. La fide-
lidad de mi estirpe es la garanta bsica de su unidad. Por ello la
fidelidad es la virtud clave Je las mujeres implicadas en relaciones de
parentesco. Andrmaca y Penlope y Ulises son tan amigos
(pbilos) como lo son Aquiles y Patroclo.
Espero que esta descripcin deje claro que cualquier interpreta-