El Varon Castrado
El Varon Castrado
El Varon Castrado
Don Juan
II- El Varn Castrado
Matrimonio: Un ritual que desinfla el deseo
Ariel C. Arango
Arango, Ariel Don Juan II : el varn castrado. - 1a ed. - Santa Fe : el autor, 2010. 160 p. ; 14x21 cm. ISBN 978-987-05-8568-8 1. Psicoanlisis. I. Ttulo CDD 150.195
2010 - ACA Ediciones Primera edicin Queda hecho el depsito que establece la ley 11.723 Prohibida su reproduccin total o parcial Diseo Editorial: Diseo Armentano Imagen de portada: Rubens (1577 - 1640) El triunfo del vencedor, h. 1614 leo sobre tabla, cm. 174 x 263 Staatliche Kunstsammlungen, Kassel
Los resultados de la amenaza de castracin son diversos e incalculables: afectan todas las relaciones de un nio con su padre y con su madre y posteriormente con los hombres y mujeres en general. Por lo comn la masculinidad del nio no es capaz de resistir este primer choque. Para preservar su rgano sexual renuncia ms o menos por completo a la posesin de su madre; con frecuencia su vida sexual resulta permanentemente trastornada por la prohibicin.
No sospechan, ciertamente, cuntos renunciamientos trae consigo, a veces para ambas partes, el matrimonio, ni a lo que queda reducida la felicidad de la vida conyugal, tan apasionadamente deseada.
Que me muera, oh Prapo, si no me da vergenza decir palabras torpes y obscenas. Pero como t, siendo dios, muestras tus huevos al aire dejando de lado el pudor, debo yo llamar a la concha, concha y a la pija, pija.
Prlogo
n da el Viejo Celoso llam del exilio a los hijos desterrados de la horda primitiva para concederles el dudoso beneficio del matrimonio. Y sta fue su arenga:
Ahora, siempre y cuando te sometas al ritual de circuncisin, te permitir tener mujer. Aunque slo una. As te redimirs del castigo de hacerte la paja o hacerte romper el culo, al cual, por no tener hembra, estabas condenado. Pero no te ilusiones. No te dejar coger ni a tu madre ni a tu hermana. Y como te conozco s que, por tu cobarda, no te permitirs que ninguna otra te brinde un placer parecido. Cogers, s!, pero no a la mujer deseada. Nunca tendrs a la hembra de tus sueos: slo tendrs una esposa!
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Captulo I
El Varn Castrado
El nio, comnmente, tiene angustia de que su padre le robe su miembro viril; la angustia de castracin es una de las ms poderosas influencias en el desarrollo de su carcter y decisiva para sus posteriores tendencias sexuales. Freud, El anlisis profano, IV (1926).
I ir James Frazer (1854-1941), el ilustre humanista ingls, deca que a pesar de todo cuanto se haga y diga, nuestras semejanzas con el salvaje son todava ms numerosas que nuestras diferencias. Y el matrimonio confirma su aserto: el ritual del matrimonio no es sino, apenas enmascarado, un ritual primitivo de iniciacin.
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Todas estas ceremonias salvajes son, sin duda, impresionantes. Adems son extraas y, tambin, misteriosas. Y, sobre todo, infunden terror. Y en todas ellas hay motivos que se repiten como una obsesin: la mutilacin, la muerte, la resurreccin y la amnesia! II Entre el ritual de iniciacin y el ritual del matrimonio fluyen armoniosas concordancias (lo que no debiera extraarnos ya que los dos son intentos de domesticar a los jvenes). Ambos tienen lugar cuando el varn est a punto de empezar a coger y es, en todo caso, el nico modo de hacerlo legtimamente, o lo que es lo mismo, con permiso. Y, por lo dems, las condiciones para obtener la autorizacin son tambin las mismas. Los salvajes no pueden coger a la madre ni a sus hermanas. Acaso podemos hacerlo nosotros? Absolutamente no! Ni siquiera a nuestras primas! (La Iglesia Catlica estableci que el parentesco entre los esposos deba ser ms lejano que el cuarto grado, esto es, que no deban tener un antepasado comn en cuatro generaciones)1. Sin embargo, al salvaje lo circuncidan y a nosotros no; eso es cierto. Pero preguntmosles a judos y musulmanes! Y, de cualquier modo, no se nos impone a nosotros tambin la amnesia? Por supuesto que s! No dice la Biblia (Gnesis, II, 21-24) que el varn para unirse a su mujer debe primero dejar a su padre y a su madre, lo que supone olvidar la infancia con los deseos y placeres que le son propios? El salvaje, el eterno salvaje!, habita todava en nosotros. Y con los mismos anhelos y los mismos miedos. Compartimos el deseo y la prohibicin incestuosa, la mutilacin de la pija y la obligacin de olvidar. Ms
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all del lenguaje, las vestimentas y las modas, o la cscara de los conocimientos intelectuales, el instinto, a travs del tiempo y el espacio, permanece inmutable: la pija siempre quiere lo mismo! Der primitiv Mensch uberleben in jeder Individuum, el hombre primitivo sobrevive en cada individuo. Son palabras de Freud. III La mutilacin es, en el ritual, el momento de angustia suprema. La amenaza de castracin es un medio de inspirar terror. Y en ella se inspira todo ritual de iniciacin para garantizar la prohibicin del incesto ya que recurre a la circuncisin que es su forma mitigada. El mensaje a los novicios es claro: est prohibido coger slo por el placer de hacerlo. nicamente se coger con quien los Padres permitan! Y en el tiempo y modo que ellos establezcan. As resuena la Paterna Voz:
sta es la regla: no cogern como machos indmitos sino como hijos obedientes. ste es el trato. Y para que no lo olviden, ahora le circuncidamos la pija!
Y esto sucede en toda poca y en todo lugar ya que los pueblos que no circuncidan tambin imponen a sus hijos una seal de sumisin: al varn recin casado no le cortan el prepucio pero lo obligan a llevar un anillo en el dedo! Una es una marca y el otro slo un ornamento pero ambos son el sello de la esclavitud.
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IV El poeta elegaco griego, Semnides de Amorgos (circa 630 a C), en su Catlogo de mujeres, sentencioso y pesimista, aluda as a la hembra:
Porque ste es el mayor mal que Zeus cre y nos lo ech en torno como una argolla irrompible.2
Definir a la mujer como una argolla irrompible es lo mismo que imaginarla como un anillo funesto! En el arte, la imagen de un macho sometido a una hembra es, en realidad, un tema muy difundido y que se repite en el tiempo. La famosa obra Aristteles y Filis (1513), una pintura muy sensual con un sentido muy vivo de lo grotesco, del alemn Hans Baldung Grien (1480-1545), que sigue un modelo establecido por el arte medieval tardo, es tpica: la desnuda Filis monta sobre un hombre que camina en cuatro patas, al cual azota y conduce por las riendas como si fuese una bestia de carga3. Este grabado podra ilustrar, esplndidamente, la escena, por lo dems nada rara (y no slo alegricamente), de un marido subyugado por su esposa. Es, sin duda, una imagen pattica pero es, sin embargo, la consecuencia inevitable de la circuncisin impuesta por el temido Padre durante el ritual del matrimonio, al cual el varn, dcilmente, se someti El matrimonio es un permiso para coger que el Padre otorga al hijo a condicin de llevar, en la pija o en el dedo, la marca de la esclavitud. El matrimonio es el varn castrado.
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Captulo II
El Viejo Celoso
Nos gustara mucho saber si el celoso Viejo de la horda, en la primitiva familia darwiniana, se conformaba siempre con echar a los jvenes machos o hubo una poca anterior en que realmente los castraba. Freud, Carta a Sandor Ferenczi, marzo 18 de 1912.
I harles Darwin (1809-1882), el gran naturalista ingls, pensaba que observando al hombre, tal cual es en nuestros das, se podra deducir que en tiempos remotos viva en pequeos grupos acompaado de una o varias mujeres. Y crea tambin que esto suceda porque, al igual que los gorilas, el ms fuerte
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Don Juan - El varn Castrado by killing and driving out the others
matando o echando a los otros, se transformaba en jefe y se coga a todas las hembras!1 Freud hizo suya esta idea. Pero insisti, especialmente, en sealar que el celoso Viejo no era slo el amo sino, igualmente, el Padre de la horda entera. Y que su poder, que era absoluto, tambin era brutal. Todas las mujeres eran suyas, tanto las madres como las hijas. El placer incestuoso era su privilegio. Era Dios Padre, en carne y hueso sobre la tierra, ejercitando su poder como cacique de la primitiva horda humana2, desde donde luego se traslad a los cielos, aunque este desplazamiento geogrfico, sin embargo, no mud su carcter. El Dios judo, con raro candor, as lo dice: Pues yo, Jehov, soy un Dios celoso (xodo, 20-5). II Freud agrega luego que a los hijos expulsados de la horda no le quedar ms que las opciones que, vigorosamente, enumera el lenguaje obsceno: o hacerse la paja o hacerse putos! La masturbacin y la homosexualidad es el destino de los machos incapaces de conquistar hembras. Y esto sucede entre los animales tambin. En las manadas de caballos salvajes se puede observar in situ: los potros que viven apartados del grupo, y que se masturban a discrecin, tienen un jefe que los dirige, controla y molesta como si fueran hembras3. Sin embargo, cuando los aos ablandaron su carcter, el Viejo Celoso ofreci a sus hijos otra alternativa: ahora podran coger, pero bajo condiciones! El ritual del matrimonio haba nacido Pero ya sabemos lo que eso significa.
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III Lex dura est, sed scripta, la ley es dura pero est escrita, dice Ulpiano (170-228), el jurista romano de claro y elegante estilo. Es ste, sin duda, un pensamiento implacable, pero es, tambin, una genuina afirmacin viril. Es muy propio del hombre (y no as de la mujer) exaltar el valor de la Ley. Y es comprensible. Es el terrible Viejo Celoso quien la impuso! La Ley primordial, aquella que se forj en la noche de los tiempos, era muy breve y concisa. La conocemos muy bien ya que pervive en los Diez Mandamientos. Honrars a tu padre y a tu madre, lo que traducido en el lenguaje de la horda primitiva significa: No cogers a tu madre y no matars a tu padre!. Los mismos mandamientos que impone el ritual de iniciacin de los pueblos primitivos4 El varn castrado no slo se somete a la Ley sino que, a menudo hasta llega a amarla! (los maridos contumaces o los empedernidos reincidentes). Muchos, incluso, gozan humillndose ante ella. Dante Allighieri, por ejemplo, experimentaba una deliciosa sensacin de sosiego y beatitud cuando se hincaba de rodillas ante el divino Padre (Paradiso, III, 85):
la sua voluntate nostra pace su voluntad es nuestra paz
IV Por qu arraigan tanto en el macho los mandatos y las prohibiciones? O lo que es lo mismo, por qu ste, reverente, acepta la Ley? La respuesta no es difcil sino,
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ms bien, fcil, tanto que es casi obvia: por miedo! Por un miedo que est enraizado en su naturaleza y que se renueva entre padres e hijos. Un miedo del que se alimentan todos los temores y que constituye su fuente. Un miedo a una agresin tan espeluznante que ms que temor suscita espanto la amputacin de la pija y de los huevos! El acatamiento de la Ley es consecuencia de este terror: el varn se somete para liberarse de una angustia insoportable. La amenaza de castracin quiere evitar la violacin de un Mandamiento. Cul? Por el castigo conocemos el crimen. De qu otra cosa puede ser convicta la pija que por entrar en la concha? Porque no todas pueden ser habitadas por este rijoso husped. Algunas no La castracin es el escarmiento por coger con quien no se debe. Tal es el espanto que la castracin produce que, en el arte, prcticamente no existe una representacin franca del acto mismo de la mutilacin (como tampoco sucede en los sueos). La ilustracin medieval que muestra el momento en que el rey Guillermo III de Sicilia est siendo cegado y castrado, y que se halla en un volumen profusamente iluminado que contiene el De casibus virorum illustrium de Boccaccio, en la Bibliothque de lArsenal de Pars es, en este sentido, una rareza. La prohibicin de coger a la madre o a la hermana no constituye nicamente el tab ms primitivo sino tambin el modelo de cualquier otro. Y del mismo modo que la botnica nos ensea que todas las estructuras de una planta no son sino variaciones y etapas de la hoja, o que la anatoma nos muestra que la estructura del crneo no es ms que una continuacin de las vrtebras de la columna vertebral que encierran al cerebro del mismo modo como lo hacen con la mdula,
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tambin el derecho nos invita a ver en los abigarrados cdigos que hoy abruman nuestra conciencia no otra cosa que una continuacin, o bien variaciones, de aquella prohibicin arquetpica. La amenaza de castracin es una amedrentacin tan poderosa que todos sucumben a ella. Y que, adems, deja una huella indeleble. Tan honda que el macho quedar, desde entonces, domesticado y listo para recibir nuevas rdenes. Ella es la que ha creado en el varn el hbito de la obediencia. El miedo es la razn final de la Ley y la castracin su nombre ms antiguo. Sneca (465), el filsofo romano, que lo saba, lo expuso con severa concisin: Qui potest mori, non potest cogi; quien puede morir, no puede pensar. V Los huevos se cortaban con frecuencia en tiempos antiguos y el trance asuma, a veces, la forma de una premeditacin diablica. La venganza de Hermotino, primero entre los eunucos de Jerjes, fue estremecedora. Tambin lo haba sido su vida. Haba nacido ms all de Halicarnaso, en Asia Menor; era pedaseo. En su juventud fue cautivado por enemigos de su pueblo y vendido como esclavo. Lo compr Panjonio, natural de Quos, isla de Grecia. Era ste un hombre infame: compraba hermosos muchachos, los castraba y los venda a Sardes y Efeso como eunucos! Hermotino fue uno de ellos y como lujurioso regalo lleg a ser propiedad del Gran Rey. Pero sucedi que mientras Jerjes preparaba su ejrcito contra Atenas, Hermotino encontr a Panjonio. El eunuco, entonces, sin dejar traslucir sus recnditos propsitos, slo le dijo a su verdugo palabras de amis27
tad, le agradeci los bienes que por l posea y le ofreci establecerse con su familia en la regin de Misia que habitaban los de Quo. Panjonio acept. Y as sell su destino. El griego Herdoto (484-425 a C), el Padre de la Historia, tal cual lo bautizara Cicern (De legibus, I, 1) cuenta, con su colorido estilo potico, pleno de sosiego y fluidez, que cuando Hermotino tuvo toda su familia entre sus manos exclam:
Oh, traficante que, de cuantos hasta aqu han vivido, te has ganado la vida con ms infames prcticas! Qu mal te hice yo o alguno de mis antepasados para que, de hombre que era, me aniquilases? Pensabas que los dioses no se iban a enterar de lo que entonces maquinaste? Con justa ley te han trado a mis manos, a ti, que cometiste infamias para que no te puedas quejar del castigo que recibirs de m.5
VI Un padre que castra a sus hijos! Hijos que castran al padre! Son, sin duda, experiencias sobrecogedoras. Panjonio lo logr bajo amenazas, es cierto, pero padres e hijos se han mutilado, a menudo, por propia inspiracin. Y vestigios de estos feroces rasgos primitivos sobreviven todava, como en un museo, en los mitos
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religiosos. Porque la castracin, lejos de ser un hecho ajeno a los dioses, constituye un episodio frecuente en la vida de las sagradas familias. As Cronos, el Dios griego, inicia su reinado mutilando a su padre, Urano. Su propia madre, instigadora y cmplice, fabric el instrumento funesto: una gran hoz de diamante. Cuando el Dios, durante la noche, deseoso de amor, se extendi sobre ella buscando su vientre fecundo, su hijo, al acecho, tomando con su mano izquierda los huevos repletos de su padre y empuando con su derecha el arma de dientes afilados, los amput de un golpe. Luego lo arroj al mar donde la leche derramada form una blanqusima espuma sobre las aguas7. VII Estas costumbres divinas son hoy piezas arqueolgicas. Pero quedan abundantes vestigios. Los padres ahora, a diferencia del Viejo Celoso, no capan a sus hijos pero, a menudo amenazan hacerlo! Tan difcil le es al hombre abandonar sus hbitos ms crueles y en nada es tan conservador como en el arte de punir. Sus maneras no han cambiado demasiado con el tiempo y muy poco su espritu. La enorme importancia de la angustia de castracin en la vida del varn constituye uno de los descubrimientos ms impresionantes de Freud8. l fue el primer sorprendido, pero se era el dictamen que, obstinados, le ofrecan los sueos, las fantasas y los sntomas de sus pacientes. Todo nio revive en su infancia los miedos del hombre primitivo! Raros son los padres que lo redimen de volver a sufrir esa espantosa ansiedad y muchos, por el contrario, la promueven con la fidelidad de un ritual. Es una funesta obsesin.
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En ocasiones el ultimtum se disfraza con el ropaje del chiste. As fue como Garganta, el jocundo hroe del francs Rabelais (1483-1553), debi soportarlo. Las mujeres que lo cuidaban se retorcan de risa cuando el pequeo, entre los tres y cinco aos, levantaba las orejas:
Una la llamaba mi espita, otra mi tallito de coral, otra mi morcilla, otra mi tapn, otra mi taladro, mi agitador, mi flauta, mi colgante, mi tormento, mi colita Es ma deca una. No, que es ma deca otra. Y para m, no hay nada? deca otra Pues se la cortar. Ah! Cortar! Haras muy mal deca otra Cortar la cosa a un nio para que luego sea un seor sin cola!9
Otras veces no es el padre sino la propia madre la que asume el cruel menester. Ella fue quien amenaz a Juanito, el famoso paciente de Freud. El nio tena entonces tres aos y medio y su inters por la cosita de hacer pip no era meramente terico ya que tambin se haca con ella, rudimentariamente, la paja. La madre, al sorprenderlo un da en su gozoso manipuleo, le advirti siniestramente, cual rediviva y cruel diosa Cibeles:
Madre: Si haces eso llamar al doctor A. para que te corte la cosita y entonces, con qu vas a hacer pip Juanito: Con el culo10
De un modo u otro, seria o risueamente, la amenaza de castracin siempre est en el aire. En realidad es casi tan natural al alma del varn que ni siquiera necesita
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ser formulada. Aunque no lo amenacen el nio la temer igual. VIII La angustia de castracin es el leit motiv, la ansiedad dominante en la vida del macho. Sin embargo, no es, por lo comn, manifiesta. La angustia suele aparecer encubierta y, adems, desplazada. Pero siempre es obsesiva. A veces, en medio de un malestar difuso y evanescente se presenta como miedo al destino; otras, alimentando obscuros presagios, se exhibe como inquietante supersticin; y a menudo, tras la desoladora amenaza de enfermedades incurables, se descubre como hipocondra Es una angustia flotante, ubicua e impiadosa que acosa, incansable, al varn. Los disfraces son diversos pero todos, inconscientemente, ocultan lo mismo: el miedo a perder el hinchado y morado miembro o sus simtricos colgantes! Que es igual a morir: el temor de no poder coger ya nunca ms es lo que despierta la insoportable angustia de muerte. Y, de hecho, el espanto a la muerte enmascara el terror a esa siniestra mutilacin. De otro modo, por qu habramos de asustarnos si nunca hemos estado muertos? Pero sucede que la muerte importa la aniquilacin definitiva del placer y la castracin tambin! Por eso en lo inconsciente son una sola cosa. No es casual que Atropos, la ms vieja y agobiada de las Parcas, las tres hermanas y obreras del Destino, y la que anuncia la hora de la niebla, lleve, a menudo, una tijera entre sus manos
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IX El Viejo Celoso de la horda primitiva, los desalmados adultos que aterrorizan a los jvenes en los rituales primitivos de iniciacin y el ceremonioso sacerdote que oficia el sacramento del matrimonio anuncian, pues, a una sola voz, que existen conchas prohibidas, como as tambin que la mutilacin es el castigo para quien las goza. Y es ste, por supuesto, un riesgo que aterroriza al hombre. Mientras slo se inhibe es simplemente un cobarde; teme a la Ley pero no la acepta. nicamente cuando hace suya la prohibicin e, incluso, todava la defiende!, es cuando sta se incrusta en su espritu:
Victoria nulla est Quam quae confessos animo quoque subyugat hostes.11 No hay victoria sino cuando el enemigo vencido la reconoce
El varn no necesita ya, desde entonces, intimidacin alguna. Sera superflua: l solo es quien, voluntariamente se somete a s mismo! Se rinde a la voluntad del Padre, acepta el ritual de circuncisin y renuncia a su libertad. Aunque, sin embargo, como toda sumisin es difcil admitir, inconscientemente la niega! El hombre casado no dice: Me cas porque tena miedo de coger sin permiso, sino, en cambio, dice: Me cas para formar una familia. Es una propensin muy humana hacer, de necesidad, virtud.
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X El Triunfo del Vencedor (1614), la obra de Rubens (1577-1640), el pintor flamenco, del Staatliche Kunstsammlungen de Kassel, una pintura de vigoroso dramatismo y glorioso color, nos ilustra, en forma insuperable, sobre el aterrorizador poder del Viejo Celoso. El Vencedor (el Padre de la horda primitiva) es un guerrero vestido con armadura romana, sentado en el centro de la composicin, con un cadver bajo sus pies y un prisionero encadenado arrodillndose para besar su rodilla (la degradante posicin del hijo vencido que besa la pija del padre en gesto de sumisin). La Victoria, una mujer opulenta con alas, desnuda hasta la cintura, coloca una corona en la cabeza del vencedor (la madre que se entrega a la cabeza del Padre triunfante), mientras su daga (su pija) reposa en el regazo de ella en direccin a su concha que los pliegues del ropaje sugieren ms all de toda duda. El Triunfo del Vencedor es la imagen del Padre que impone su voluntad y hace suya a la madre frente al hijo vencido que, humillado, se somete: el varn castrado! La pintura de un tema eterno XI El macho asustado y sometido al Viejo Celoso de la horda primitiva, el novicio atribulado por el ritual de iniciacin, y el hombre casado, desconcertado y confuso, con el ignominioso anillo funesto en el dedo, no son sino variaciones de un mismo tema: la eterna sumisin del hijo. Nada cambia, todo es igual. Idem sed aliter, lo mismo pero de otro modo. En el inconsciente no
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existe el tiempo. Desde siempre, el varn castrado, postrado y salmodiando, eleva al Padre la misma letana:
la tua voluntate nostra pace
XII Qu diferencia con Don Juan! El hidalgo espaol nunca se someti a la amenaza de la castracin y, por eso, jams renunci a la libertad de amar. Y lo dijo en todos los idiomas:
Jaime la libert en amour12 Yo amo la libertad en el amor
Don Juan, fiel a s mismo, siempre encontraba su bienestar realizando su propia voluntad y no la ajena, y jams ofreci su culo para apaciguar a un enemigo:
I doubt if any now could it worse Oer his worst enemy when at his kness14 Y llego a dudar si alguien puede cometer peor disparate con su peor enemigo que postrarse ante l
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ndice
Prlogo Captulo I. El Varn Castrado Captulo II. El Viejo Celoso Captulo III. El derecho del Seor Captulo IV. El placer del Rey Captulo V. La felicidad Captulo VI. Primer amor Captulo VII. La Madre Voluptuosa Captulo VIII. La fiesta Captulo IX. La forza del destino Eplogo. Final andaluz Notas Gua Bibliogrfica 17 19 23 37 51 65 79 95 113 127 137 139 147
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