Evidencias Fósiles Del Origen Del Lenguaje
Evidencias Fósiles Del Origen Del Lenguaje
Evidencias Fósiles Del Origen Del Lenguaje
1. Introducción
Las dificultades metodológicas a las que se enfrenta la investigación sobre el origen del
lenguaje están directamente condicionadas, por un lado, por las disquisiciones teóricas acerca de
la naturaleza de la capacidad lingüística humana, las cuales, para R. P. BOTHA (2000), se hayan
distorsionadas por su opacidad ontológica, desde el momento en que no existe un consenso
evidente sobre cuál es realmente la naturaleza biológica del lenguaje. Por otro lado, cualquier
trabajo sobre la evolución del lenguaje implica pronunciarse sobre el proceso de cambio de
entidades prelingüísticas y lingüísticas sobre las que no existen evidencias históricas, por lo que
cualquier conclusión sobre este fenómeno es resultado, en la práctica, de inferencias construidas
a partir de datos arqueológicos o restos fósiles no lingüísticos, cuya validez puede resultar en
ocasiones muy cuestionable (R. P. BOTHA, 2000).
Un primer punto de controversia en la discusión sobre el origen del lenguaje lo constituye
el patrón evolutivo que ha caracterizado su aparición. En este sentido, se han propuestos dos
modelos generales diferentes. Las tesis discontinuistas, al distinguir diferentes constituyentes
del lenguaje cuyo desarrollo se caracteriza por distintos grados de continuidad (mecanismos
auditivos, de gran continuidad; mecanismos cerebrales, de menor continuidad; mecanismos
articulatorios, de máxima discontinuidad), apuestan por una evolución en mosaico (J. AITCHISON,
1998: 19-20). Por el contrario, los partidarios de las tesis continuistas optan por un desarrollo
continuo del lenguaje, lo que presupone que deriva de la cognición animal y no de la
comunicación animal (I. ULBAEK, 1998: 33).
Una segunda cuestión de gran relevancia lo constituye el problema del tempo evolutivo
que ha marcado la aparición del lenguaje humano. Una parte de los investigadores, como F. J.
NEWMEYER (1998), opta por un patrón de evolución gradual, resultado de una serie de cambios
menores pero acumulativos, consecuencia de un mecanismo selectivo que actúa sobre cada uno
de los componentes del lenguaje. Sin embargo, para otros estudiosos, como R. C. BERWICK
(1998: 324-337), la propia naturaleza de la gramática universal, al menos tal como ha sido
descrita por N. A. CHOMSKY (1965, 1972), impide la existencia de estadios intermedios entre una
sintaxis no combinatoria y el lenguaje humano, por lo que el paso clave en la aparición del
mismo sería único. En esta línea D. BICKERTON (1998: 353) ha propuesto la aparición de la
sintaxis como consecuencia de un mecanismo de análisis θ, que asigna los papeles temáticos de
agente, tema y objeto a los participantes de un hecho cualesquiera, de manera que de la
conjunción del análisis θ y los elementos del protolenguaje no sólo se originó una estructura
sintáctica, sino que se desencadenó toda una cascada de señales que determinó en último
término la conformación del lenguaje tal como lo conocemos actualmente.
Una tercera cuestión extraordinariamente importante, relacionada con la anterior, lo
constituye la naturaleza del mecanismo evolutivo que ha dado lugar al lenguaje humano.
Las tesis no gradualistas sostienen que el lenguaje es el resultado de una exaptación, (S. J.
GOULD y R. C. LEWONTIN, 1979), es decir, se trataría de un subproducto de un proceso evolutivo
diferente, empleado posteriormente con objeto de satisfacer una función distinta y optimizado
secundariamente mediante una remodelación de tipo adaptativo (N. A. CHOMSKY, 1982, 1988; S.
J. GOULD, 1991; M. PIATELLI-PALMARINI, 1989; L. JENKINS, 2000). Cabría cuestionarse, desde
luego, cuál es realmente la entidad de la que el lenguaje humano es un subproducto, así como el
número y la naturaleza de las características de esa hipotética entidad que se preservaron y que
se eliminaron para conformar el lenguaje moderno (R. P. BOTHA, 2001: 235). S. J. GOULD
rechaza el carácter adaptativo del lenguaje humano y su posible evolución por selección a partir
de sistemas gestuales y de comunicación de otras especies. Para este autor (S. J. GOULD, 1991:
57-61) el lenguaje sería uno de los muchos subproductos de algo tan complejo y repleto de
capacidades latentes como el cerebro humano.
Sobre la base teórica de la exaptación como mecanismo evolutivo de origen del lenguaje
se han construido algunas de las hipótesis más sugerentes planteadas hasta la fecha acerca de la
aparición de las capacidades lingüísticas en el hombre. Así, por ejemplo, P. LIEBERMAN (1984:
67) ha sugerido que los mecanismos cerebrales involucrados en la organización de una sintaxis
rudimentaria de tipo secuencial habrían surgido del cambio de función de redes neuronales
involucradas en el control de los movimientos orofaciales, necesarios para la articulación de los
sonidos, los cuales, a su vez, se habrían originado como consecuencia de un cambio de función
previo de centros cerebrales motores responsables de la manipulación de objetos (P. LIEBERMAN,
1991: 109). Por su parte, W. K. WILKINS y J. WAKEFIELD (1995: 162) han propuesto que el
lenguaje habría aparecido como consecuencia de un cambio de función del área de Broca y del
área de Wernicke, que se ocupaban hasta entonces de la regulación motora de la manipulación
de objetos. En un momento que identifican con la aparición del Homo habilis, hace
aproximadamente dos millones de años, estas dos áreas corticales habrían pasado a ocuparse del
procesamiento de estímulos sensoriales y de su transformación en estructuras conceptuales
amodales y jerárquicamente ordenadas (W. K. WILKINS y J. WAKEFIELD, 1995: 175), un
prerrequisito para el lenguaje, que evolucionaría luego por efecto de la selección natural. Por
último, para W. H. CALVIN y D. BICKERTON (2000) el lenguaje humano habría comenzado siendo
realmente un protolenguaje desestructurado, a la manera de un protosabir, constituido por gestos
y palabras aislados; de forma imprevista, se habría producido una reapropiación de las
categorías del cálculo social (agente, tema y objeto), utilizadas ya en el seno de especies
sociales, como las de los homínidos primitivos (anteriores seguramente al Homo ergaster), para
recordar la naturaleza y la frecuencia de los intercambios e interaccciones sociales, como base
para una sintaxis primitiva.
Diferentes autores, como R. N. BRANDON y N. HORNSTEIN (1986), J. R. HURFORD (1992), S.
PINKER y P. BLOOM (1990), F. J. NEWMEYER (1998) o M. DONALD (1999), consideran, en cmabio,
que la adaptación es el mecanismo evolutivo que mejor explica la aparición del lenguaje. Según
las tesis de estos investigadores, las diversas peculiaridades que caracterizan la capacidad
lingüística humana (y a sus componentes) se habrían seleccionado hasta definir un código
comunicativo estandarizado común a la estructura cerebral de una masa crítica de hablantes (S.
PINKER y P. BLOOM, 1990: 718). Como consecuencia de su evolución adaptativa el lenguaje
exhibe un diseño complejo, es decir, se revela como una estructura heterogénea que se comporta
como una unidad funcional (S. PINKER y P. BLOOM, 1990: 767), fruto de la selección natural..
Pero, además, para ser considerado un carácter adaptativo, el lenguaje ha de tener una función
significativa desde el punto de vista evolutivo, que para S. PINKER y P. BLOOM (1990: 712) sería
la de comunicar estructuras proposicionales a través de un canal seriado, haciendo corresponder
significados a sonidos pronunciables y recuperables, lo que permite al ser humano adquirir e
intercambiar información, acerca del medio externo y de su propio estado interno, y responder a
los cambios del medio, sin necesidad de desarrollar nuevas caracteres adaptativos mediante
mutación y selección, un proceso evolutivo mucho más lento.
Una cuarta y última cuestión concerniente al origen del lenguaje es la manera de
conseguir relacionar las etapas de desarrollo de la capacidad lingüística humana y las diferentes
fases de evolución de los homínidos, tal y como se pueden deducir del análisis del registro fósil.
En la base de este tipo de discusiones se plantea realmente el problema fundamental de si
conciencia y lenguaje son entidades separadas. Para ciertos investigadores, siguiendo a J. FODOR,
es concebible una conciencia sin lenguaje; de manera las funciones mentales podrían dividirse
en perceptivas, destinadas a procurar información del medio externo a través de un sistema de
módulos independientes e innatos entre los que estaría el lenguaje, y cognitivas, cuya función
sería la de organizar la información y generar respuestas antes los estímulos externos. Resultaría
lícito, por tanto, determinar el patrón evolutivo de ambas entidades por separado y rastrear el
registro fósil en busca de evidencias que atestigüen el paso de una etapa evolutiva a otra.
Tradicionalmente se ha defendido la existencia de un módulo lingüístico (independiente),
que se ha venido localizando en la región perisilviana, concretamente en su parte anterior, que
incluye el área de Broca, donde se localizan las neuronas encargadas del procesamiento
gramatical, y en su parte posterior, que abarca el área de Wernicke y la zona de unión de los
lóbulos temporal, parietal y occipital, donde se localizan los centros cerebrales responsables del
procesamiento de los sonidos y de algunos significados de las palabras. No obstante,
actualmente se cree que deben existir otras regiones corticales involucradas en el lenguaje, de
manera que, al igual que ocurre con el pensamiento abstracto o la conciencia, los centros
cerebrales encargados de tareas lingüísticas se encontrarían dispersos por toda la superficie del
córtx cerebral e interconectados entre sí de forma sutil y compleja, con objeto de lograr una
adecuada interrelación, tan característica del lenguaje, entre el sonido, la sintaxis y la lógica de
las palabras, y el aspecto de los objetos representados por ellas (G. A. OJEMANN, 1991; S. PINKER,
2001: 342-346)
En cambio, para otros investigadores, como W. NOBLE e I. DAVIDSON (1991), no existiría
conciencia sin lenguaje, por lo que ambas entidades tendrían que haber surgido
simultáneamente. Este tipo de tesis supone una aceptación explícita de la exaptación como
modelo evolutivo. Puesto el lenguaje se entiende como “un uso simbólico de signos” (W.
NOBLE e I. DAVIDSON, 1991: 237), la búsqueda de su origen supone un escrutinio del
registro fósil en busca de símbolos, de signos convencionales y arbitrarios, que, al parecer,
surgieron por primera vez hace unos 30.000 años (W. NOBLE e I. DAVIDSON, 1991: 246)
En la mayoría de los casos, optar por una u otra de las opciones que se han propuesto para
explicar el origen y la evolución del lenguaje humano depende, en la práctica, del marco
lingüístico teórico de partida empleado en la discusión y no tanto del análisis de las evidencias
externas de tipo paleontológico o anatómico, cuya interpretación casi nunca resulta unánime.
Por otra parte, resulta imprescindible adoptar en este tipo de análisis una metodología lo más
rigurosa posible, con objeto de evitar conclusiones apresuradas que, por muy atractivas que
resulten, pueden ser seriamente cuestionadas con posterioridad a la luz de los presupuestos
teóricos de la teoría evolutiva.
Así, por ejemplo, en el caso de las hipótesis que proponen un origen exaptativo del
lenguaje, no resultaría lícito, desde el punto de vista de la teoría evolutiva, emplear como base
de la argumentación datos procedentes del análisis de las funciones actuales de los elementos
neuroanatómicos implicados en el lenguaje. Dado que el lenguaje ha estado sometido a un
proceso de adaptación secundaria tras su aparición, seguramente se habrán distorsionado desde
entonces las evidencias de su origen exaptativo, al menos tal y como podemos analizarlas
actualmente. En este caso, las inferencias acerca del origen de la capacidad lingüística humana
deberían realizarse mediante el análisis anatómico comparativo entre especies relacionadas de
las estructuras implicadas en el lenguaje, o bien, del análisis histórico de su origen a partir de
evidencias fósiles (S. J. GOULD, 1997). En el caso del lenguaje, la primera aproximación se
revela inviable, puesto que el Homo sapiens es la única especie que dispone actualmente de
capacidad lingüística tal como la hemos definido anteriormente, habiéndose extinguido los otros
homínidos emparentadas con el ser humano que presumiblemente también podrían poseerla. Y
es que la utilidad de este método está limitada a la comparación de estructuras relacionadas
filogenéticamente, a partir de las cuales es posible establecer un análisis cladístico, con objeto
de evitar la comparación de características análogas, y no de las homólogas, que presentan un
antecesor común (RIDLEY, 1993: 631-636). Por tanto, si se quiere disponer de un soporte teórico
adecuado para intentar demostrar el origen exaptativo del lenguaje humano, resulta
imprescindible recurrir al análisis comparativo riguroso del registro fósil (R. P. BOTHA, 2002a).
Por lo que se refiere a las hipótesis que defienden el carácter adaptativo del lenguaje,
desde el punto de vista metodológico su verificación exige la constatación de la existencia de un
incremento de complejidad de sus componentes estructurales desde un estado ancestral más
simple (R. LEWONTIN, 1990: 740). A falta de datos procedentes de especies próximas vivas, por
la razón antes aducida, el examen del registro fósil se revela igualmente como imprescindible.
2.1. Evidencias paleoneurológicas
Tanto si se considera que conciencia y lenguaje son entidades inseparables (W. NOBLE e I.
DAVIDSON, 1991.), como si se concibe la posibilidad de un pensamiento abstracto sin lenguaje, lo
cierto es que las evidencias fósiles concernientes a la existencia de lo que se ha denominado
vagamente como “funciones intelectivas superiores” o “comportamiento humano superior” (J.
L. ARSUAGA et al., 2000) son siempre indirectas, puesto que las pautas de este comportamiento
tampoco fosilizan. Entre estos indicativos indirectos destacan, por ejemplo, la existencia de una
industria lítica desarrollada (fundamentalmente la aparición del modo técnico II o achelense y
las tecnologías que hicieron posibles los bifaces), la utilización del fuego, la presencia de
enterramientos, la planificación económica a largo plazo (incluyendo la previsión y el
seguimiento de los fenómenos naturales estacionales o la preparación de viajes a larga distancia,
como el que permitió, por ejemplo, la colonización de Australia hace unos 40.000 años) o,
finalmente, las manifestaciones artísticas de toda índole, que supondrían la utilización por vez
primera de estructuras simbólicas para aludir a realidades físicas o espirituales no inmediatas (J.
L. ARSUAGA et al., 2000). El registro del código lingüístico empleado en la comunicación es
extraordinariamente reciente: la escritura sólo apareció hace unos 6000 años y los posibles
rudimentos de una suerte de notación hace sólo unos 13.000 años (HOLDEN, 1998: 1455).
Se considera, en general, que las bases neuroanatómicas necesarias para la existencia del
lenguaje humano estaban ya presentes, hace al menos 150.000 años, en los representantes del
género Homo antecesores del H. neanderthalensis y del H. sapiens (seguramente el H.
ergaster). Sin embargo, lo cierto es que aquellas manifestaciones que presuponen un
comportamiento cognitivo simbólico y la utilización como vehículo de comunicación de un
lenguaje, entendido como un conjunto de símbolos arbitrarios que designa objetos y acciones
(W. NOBLE e I. DAVIDSON, 1991), no aparecieron hasta hace unos 40.000 años, con el
desarrollo del modo técnico IV o auriñaciense, exclusivo ya del H. sapiens, en lo que se ha
denominado la revolución del Paleolítico Superior (R. A. FOLEY, 1991). No obstante, a partir
exclusivamente del análisis de las industrias líticas del Paleolítico Medio y Superior, algunos
autores habían cuestionado ya la interpretación de que dicha transición paleolítica estuviese
determinada por la aparición del lenguaje tal como lo conocemos hoy (M. CHAZAN, 1995). Poco
a poco están apareciendo otras evidencias que sugieren que el tipo de actividades que asociamos
al lenguaje humano podría haberse iniciado con anterioridad, al menos en África (S. MCBREARTY
y A. S. BROOKS, 2000); por otra parte, resultaría poco plausible desde el punto de vista evolutivo
el mantenimiento durante un período de tiempo tan prolongado de una estructura
energéticamente tan costosa como el cerebro humano y de una laringe, diseñada para la
fonación, pero que plantea una peligrosa posibilidad de atragantamiento durante la masticación,
sin que la propiedad para la que parecen diseñados, el lenguaje, se manifestara realmente.
(HOLDEN, 1998: 1454)
2.4. Pertinencia y utilidad de las evidencias fósiles en el análisis del origen del lenguaje
Los resultados obtenidos a partir del estudio de evidencias fósiles como las discutidas
hasta el momento no parecen ser suficientes para aventurar ninguna conclusión definitiva sobre
el proceso evolutivo que condujo a la aparición del lenguaje en el hombre moderno. Así, por
ejemplo, no resulta posible explicar de momento las razones por las que un fenómeno
adaptativo que determinó un incremento progresivo de las habilidades cognitivas de los
antepasados del H. sapiens no tuvo efectos apreciables sobre su comportamiento o su tecnología
durante el dilatado intervalo temporal en que se produjo (unos 2 millones de años), como parece
sugerir la ausencia de evidencias fósiles de un comportamiento moderno durante este
prolongado período. Se hace preciso, por tanto, el análisis de algún otro factor que permita
determinar las causas del origen del lenguaje y describir su patrón evolutivo.
2.4. ADN fósil: una nueva variable que es preciso tener en cuenta
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