Hegel: Escritos Pedagógicos
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Los textos aquí presentados pertenecen al periodo de Nuremberg, con excepción del
informe de 1822, referente a la enseñanza de la filosofía en el Gimnasio, que corresponde
al periodo de Berlín. Aparecen en primer lugar los discursos que Hegel pronuncia en su
condición de rector del Gimnasio en 1809, 1810, 1811, 1813 y 1815. A continuación
figuran cuatro informes. Dos se refieren a la enseñanza de la filosofía en el Gimnasio, a
saber, el informe para Niethammer de 1812 y el de 1822 para las autoridades académicas
prusianas. Un tercer informe, destinado al profesor y consejero del gobierno prusiano Fr.
von Raumer, versa sobre el problema de la enseñanza de la filosofía en las universidades
y, finalmente, un informe acerca de la relación del Instituto Real con los demás institutos
de enseñanza.
Como apéndices aparecen, en primer lugar, la carta de Hegel a Niethammer del 23
de octubre de 1812, en la que matiza ulteriormente el sentido de su informe sobre la
enseñanza de la filosofía en el Gimnasio, En segundo lugar, se ofrece un fragmento de un
curso para la clase inferior (Unterkiasse) sobre doctrina del derecho, de los deberes y de
la religión. Puede servir de muestra de la propedéutica hegeliana. En él, Hegel aborda de
una manera clara y sencilla el problema de la formación (Bildung).
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Discursos de Nuremberg
Informes pedagógicos
Apéndices
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DISCURSOS DE NURENBERG
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Se trata del Instituto real (Real-Institut). (N. del T.)
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ha perdido su carácter exclusivo y puede haber eliminado el odio contra sus anteriores
pretensiones. Puesto así a un lado tiene tanto más el derecho de exigir que se le conceda
libertad de movimientos en su existencia separada y de permanecer además sin ser
molestado por intromisiones extrañas, perturbadoras.
Mediante esta separación y limitación ha conseguido su verdadera posición y la
posibilidad de poder configurarse de una forma tanto más libre y completa. La verdadera
característica de la libertad y del vigor de una organización consiste en que los diferentes
momentos, contenidos en ella, profundicen en sí mismos y se constituyan como sistemas
completos, en que realicen conjuntamente su tarea y vean desarrollarla sin envidia ni
temor, y en que todos de nuevo no sean más que partes de un gran conjunto. Sólo lo que
llega a desarrollarse separadamente en su principio, se convertirá en un todo coherente, es
decir, se convertirá en algo; adquiere la profundidad y la posibilidad poderosa de la
multiplicidad. La preocupación y la angustia en torno a la unilateralidad suele ser
demasiado a menudo expresión de debilidad, que sólo es capaz de una multiplicidad
superficial, de carácter incoherente.
Pero si el estudio de las lenguas antiguas sigue siendo, como antes, el fundamento de la
formación culta, es preciso observar que también bajo este horizonte limitado ha sido
objeto de muchas discusiones. Parece una exigencia justa el que la cultura, el arte y la
ciencia de un pueblo reposen sobre sus propios pies. ¿No hemos de pensar respecto a
nuestra Ilustración y a los progresos de todas las artes y las ciencias que han venido a
sustituir las formas infantiles de los griegos y los romanos, que se han liberado de sus
andadores pudiendo reposar sobre un fundamento y un suelo propios? Las obras de los
Antiguos podrían conservar en todo momento el valor que se les atribuye, mayor o
menor, pero deberían quedar convertidos en una serie de recuerdos, de curiosidades
eruditas de carácter ocioso, dentro del ámbito de lo meramente histórico, que cabría
aceptar o no, pero que no podrían constituir sin más el fundamento y el comienzo de
nuestra formación espiritual superior.
Pero si aceptamos como válido que en general se ha de partir de lo excelente,
entonces la literatura griega de un modo especial, y, después también la latina, han de
constituir, y permanecer como tales, los fundamentos de los estudios superiores. La
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conocido impulso universal. Lo extraño, lo lejano lleva consigo este atractivo interés que
nos incita a la ocupación y al esfuerzo, y lo apetecible se encuentra en relación inversa a
la proximidad en que se halla, y a lo común que nos resulta. La juventud concibe como
una dicha el alejarse de su ámbito familiar y habitar como Robinson una isla lejana.
Constituye un engaño necesario tener que buscar primeramente lo profundo bajo la forma
de la distancia, pero la profundidad y la fuerza que alcanzamos solo puede ser medida
mediante la amplitud en que nos hemos distanciado del centro en que nos encontrábamos
inmersos en un principio y hacia el que tendemos de nuevo.
Ahora bien, sobre este impulso centrígufo del alma se funda ciertamente la
necesidad de ofrecerle a ella misma la escisión que busca respecto a su esencia y a su
estado naturales y de tener que introducir un mundo lejano, extraño en el espíritu del
joven. Pero el muro divisorio mediante el que es llevada a cabo esta separación en lo
referente a la formación, de que se habla aquí, es el mundo y la lengua de los Antiguos;
pero ese muro divisorio que nos separa de nosotros mismos, contiene a la vez todos los
puntos de partida y todos los hilos conductores del retorno a sí mismo, de la
reconciliación con él y del reencuentro consigo mismo, pero de sí según la verdadera
esencia general del espíritu.
Si aplicamos esta necesidad universal, que abarca tanto el mundo de la
representación cuanto la lengua como tal, al aprendizaje de ésta última, entonces se echa
de ver de por sí que su aspecto mecánico es algo más que un mero mal necesario. Pues lo
mecánico es lo extraño al espíritu, que tiene interés en digerir lo no digerido que se
encuentra en él, en comprender lo que en él todavía carece de vida y en convertirlo en su
propiedad.
Con esta dimensión mecánica del aprendizaje de la lengua va unido desde luego,
de una forma inmediata, el estudio de la gramática, cuyo valor no puede ser fijado lo
suficientemente alto, pues constituye el comienzo de la formación lógica, un aspecto al
que me refiero, todavía, para finalizar, porque parece haber caído casi en el olvido. En
efecto, la gramática tiene como contenido suyo las categorías, los productos y las
determinaciones propias del entendimiento; en ella comienza por tanto el aprendizaje del
entendimiento. Estas esencialidades, las más espirituales, con las que ella es la primera en
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la forma de la actividad racional. El estudio gramatical riguroso se muestra así, por tanto,
como uno de los medios formativos más universales y más nobles.
Todo esto junto, el estudio de los Antiguos en su lengua propia y el estudio de la
gramática, constituye las características fundamentales del principio, que caracteriza a
nuestro Centro. Este importante bien, por muy rico que sea ya en si mismo, no por ello
abarca, todavía, toda la gama de conocimientos a los que inicia nuestro Centro
preparatorio. Aparte del hecho de que ya la lectura de los clásicos antiguos ha sido
escogida de forma que ofrezca un contenido instructivo, el Centro imparte, además, la
enseñanza de otros conocimientos, que poseen un valor en y para sí, que son de una
utilidad especial o bien constituyen un ornato. Sólo necesito mencionar aquí estos
objetos; su amplitud, su forma de tratarlos, la progresión ordenada dentro de los mismos
y en sus relaciones con los otros, los ejercicios que llevan aparejados con ellos, es algo
que puede verse de una forma más detallada en el Informe impreso que ha de ser
distribuido. Estos objetos son, por tanto, en general: enseñanza de la religión, lengua
alemana junto con la familiarización con los clásicos nacionales, aritmética, más tarde
álgebra, geometría, geografía, historia, fisiografía que abarca en sí la cosmografía, la
historia natural y la física, ciencias filosóficas preparatorias; además, lengua francesa, y
también la hebrea para los futuros teólogos, dibujo y caligrafía. Cuan poco hayan sido
descuidados estos conocimientos se deduce del simple cálculo según el que, si no
tomamos en consideración los cuatro últimos objetos de enseñanza, el tiempo dedicado a
la enseñanza en todas las clases está repartido exactamente según partes iguales entre
aquellas asignaturas mencionadas en primer lugar y las lenguas antiguas; pero si
incluimos los objetos a que hicimos alusión, al estudio de las lenguas antiguas no les
corresponde la mitad sino tan solo las dos quintas partes de toda la enseñanza.
En este primer año académico, que acaba de transcurrir, se han fijado los aspectos
fundamentales y se los ha puesto en marcha; el segundo año podrá en sí dedicar una
atención más precisa a determinar y configurar ulteriormente las ramas particulares
como, por ejemplo, las nociones elementales de las ciencias físicas, y la altísima merced
de Su Majestad Real nos pondrá en condiciones de llevar esto acabo, tal como esperamos
con plena confianza. También en lo referente a las deficiencias que existen todavía
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del resultado de este juicio está constituido pro el puesto valorativo que alcanza cada uno
de acuerdo con sus progresos globales entre sus compañeros de clase, según la
deliberación de los profesores y la confirmación del rectorado. El orden de estos puestos
es un testimonio de lo que cada uno de ustedes ha llevado ya a cabo; dicho orden se dará
a conocer aquí públicamente y después mediante forma impresa.
Más solemne es la distinción de aquellos que se han destacado de una forma
particular entre sus condiscípulos y que esperan ahora la recompensa y el premio de la
mano de Su Excelencia el señor Comisario general. Recíbanlo como una muestra de la
satisfacción por lo que han realizado hasta la fecha y más todavía como un estímulo para
su conducta futura, como un honor que les ha tocado en suerte, pero todavía más como un
derecho superior que han obtenido sobre ustedes sus padres, sus profesores, la patria y el
Gobierno supremo.
Con motivo de esta segunda solemnidad de distribución de premios tengo que exponer de
nuevo en un discurso público la historia del Gimnasio en el pasado año. Para una cosa,
una vez bien organizada, constituye la mayor felicidad no poseer historia alguna; así
también las naciones consideran como sus periodos más felices aquellos que no son
históricos. El segundo año de un nuevo Instituto ya no ofrece, en y para sí, a la curiosidad
el interés que ofrece el comienzo inmediato; sin embargo pertenece también al periodo
fundacional. El acondicionamiento del Centro se concluye antes de que se llegue a formar
su tono y su espíritu; pero para su acabamiento resulta igualmente esencial que lo que en
un comienzo era seguimiento de mandatos se convierta en costumbre y que se forme y
consolide una actitud interna homogénea. Anteriores representaciones que corresponden
a circunstancias de un tiempo pretérito, tanto del público como de los profesores y de los
alumnos, retoman, después de haber desaparecido en la primera manifestación de lo
nuevo, en el detalle de las realizaciones concretas y manifiestan su poder como antiguas
costumbres. La naturaleza de un centro se aplica en un comienzo de una forma paulatina
a todas sus realizaciones y ramificaciones; a la primera organización sigue la penetración
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lengua griega y en la francesa, en el cálculo, etc. En este año, por el contrario, la clase
posterior ha recibido los alumnos preparados por la clase inmediatamente anterior y sólo
ha tenido que recoger y prolongar ulteriormente el hilo conductor formado según un plan
homogéneo; por consiguiente, cada clase se encuentra al termino de este curso académico
en un nivel más elevado que al concluir el anterior, y en el siguiente todavía deberán
acentuarse de una forma más firme estos efectos.
Se podrá adquirir una visión más precisa del detalle de las materias de enseñanza a través
de la relación de los alumnos que estudian en cada clase, que ha, de aparecer de forma
impresa. Respecto a dicho tema, sólo se ha de hacer mención de este cambio, a saber, que
en aquellas clases en las que hasta este momento no se impartía ninguna enseñanza
religiosa, queda introducida a partir de ahora por mandatos muy graciosos. Pues en las
clases del Progimnasio, en las que se encuentran aquellos alumnos que están en la edad
de frecuentar la enseñanza de los clérigos con vistas a la admisión en la comunidad
eclesial, se había tenido en consideración tal enseñanza, así como la circunstancia de que
en las clases del Gimnasio los alumnos habían conducido esta enseñanza y tomaban parte
como miembros de la comunidad en el culto general y en la instrucción allí contenida.
Pero a partir de ahora, esta enseñanza también será impartida en dichas clases, en
conexión con la restante formación espiritual que los alumnos reciben en un Instituto de
enseñanza, y con la incipiente apertura hacia puntos de vista más profundos de lo que
permitían su edad anterior y la naturaleza de una enseñanza elemental general. Además,
aquellos alumnos que todavía no han ingresado en la comunidad eclesial, tienen que
frecuentar las catequesis impartidas por la Iglesia, en parte para recibir la educación
religiosa de una confesión particular, pero en parte también —pues aquellas catequesis no
han de ser consideradas tan sólo como enseñanza— para ser iniciados en la participación
en el culto público y para imprimir en los jóvenes ánimos las huellas del recogimiento y
de la edificación, que lleva consigo la solemnidad del culto divino. Es ciertamente una
tradición y una antigua costumbre, aun cuando no se base inmediatamente sobre la
naturaleza de la cosa, el que desde los centros escolares se suela cuidar de la
frecuentación del culto divino. Aun cuando aquella forma peculiar de ocupación con la
religión, que no corresponde a la enseñanza escolar sino que constituye el culto,
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un mero aprender, tal como basta en el caso de una lengua viva o tal como sólo se
aprenden los conocimientos referentes a la historia natural, a la tecnología y otros
similares, al menos tal como le resultan accesibles a la juventud.
A causa de esta índole de nuestro aprendizaje, se ha de conceder un valor
particular al trabajo personal y a la ocupación de los alumnos en casa en relación con la
enseñanza que se imparte en la escuela. Para lograr dicha ocupación necesitamos, de una
forma esencial, la colaboración de los padres, en la medida en que el sentimiento de
estima de los alumnos en relación con sus condiscípulos, la tendencia a conseguir para sí
el contento de los profesores y a darse a sí mismos la satisfacción de haber cumplido con
su deber, no han alcanzado la fuerza suficiente, —sobre todo en los primeros años de
frecuentar la escuela, en los que el trabajo personal todavía no ha podido convertirse en
costumbre, pero también en los años posteriores cuando la tendencia a la disipación, la
vida social externa comienza a hacer mella en el ánimo de los jóvenes.
En conexión con esto se da otro objeto importante, con respecto al que la escuela se
relaciona todavía de una forma mas necesaria con el ámbito doméstico y tiene exigencias
que plantearle, a saber, la disciplina (Disziplin). Yo distingo aquí la disciplina (Zucht) de
las costumbres y la formación de las mismas. La disciplina propiamente dicha no puede
ser la meta de un Instituto de enseñanza, sino tan sólo la formación de las costumbres, e
incluso ésta no es abordada según toda la amplitud de los medios. Un Instituto de
enseñanza no ha de producir primeramente esta disciplina, sino que tiene que
presuponerla. Hemos de exigir que los niños vengan ya educados a nuestra escuela.
Según el espíritu de las costumbres de nuestro tiempo, la disciplina, tomada en su
inmediatez, no es, desde luego, tal como ocurría con los espartanos, un asunto público,
una tarea del Estado, sino cometido y deber de los padres, —a excepción de los
orfelinatos o seminarios, en general de aquellos establecimientos que abarcan toda la
existencia de un joven—. Los Centros docentes son, en parte, instituciones de enseñanza,
no inmediatamente de educación, en parte, no comienzan a partir de los primeros
elementos de la formación, bien se trate del conocimiento, bien de las costumbres. Para la
frecuentación de nuestras escuelas se requiere un comportamiento pacífico, estar
habituado a una atención continuada, un sentimiento de respeto y de obediencia para con
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los profesores, una conducta cortés, correcta tanto respecto a éstos como a los
condiscípulos. En el caso de los niños, en los que la educación familiar no haya podido
implantar estas condiciones, habrá de corresponderle a nuestro Centro generar
primeramente esta disciplina, someter la rudeza, señalar límites a la tendencia a la
dispersión y llenar a los niños con el sentimiento de respeto y de obediencia, que sus
padres no habrían podido darles tanto en relación consigo mismos como también en
relación con los profesores. Ciertamente, encontramos en la gran mayoría de los casos
aquellas propiedades, fruto de una cuidadosa educación familiar, o más bien, únicamente
de un buen ejemplo familiar y en los pocos casos en que ocurría lo contrario también
hemos experimentado el efecto satisfactorio de la disciplina escolar. Pero, a la vez,
resulta esencial recordar que, en la medida en que un Instituto de enseñanza implica un
fin más alto y comienza en un nivel más elevado que la escuela elemental general, la
recepción de aquella primera disciplina, donde haya sido omitida, solo puede ser
considerada como un intento, y si en los sujetos que no cumplen aquellas condiciones, no
se produce pronto la mejoría y si la rudeza, la rebeldía, el desorden no remiten
oportunamente, deberán ser devueltos a sus padres para que primeramente cumplan con
sus deberes para con los mismos, y para alejarlos de un Centro cuya enseñanza no puede
prosperar en un suelo sin roturar.
Pero si un Instituto de enseñanza presupone la disciplina de las costumbres, la formación
de las mismas es, por el contrario, en conexión inmediata con su cometido fundamental,
la enseñanza, en parte un efecto indirecto, pero en parte también un resultado directo.
Nosotros todavía estamos acostumbrados, ciertamente, desde una época pasada de la
representación, a separar la cabeza y el corazón y a considerar el pensamiento y el
sentimiento, o bien como se denomine esta diferencia, casi como dos realidades
independientes e indiferentes entre sí; de esta forma el influjo de la enseñanza sobre el
carácter aparece lejano o casual. Pero el espíritu humano, que constituye una unidad, no
alberga en sí de hecho naturalezas tan diferentes; toda la unilateralidad que en él es
posible y que se refiere tan sólo a fuerzas particulares subordinadas que se hallan más
alejadas de la raíz en su esencia, no puede permitir que aquellas diferencias más
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directivos, son a menudo los últimos que suelen enterarse de ellos, si es que en general se
enteran de algo. Los padres se encuentran más cerca del círculo de la conducta privada de
sus hijos; estos cuentan ante ellos más fácilmente lo que ocurre en la escuela o en torno a
la misma; los padres pueden escuchar muchas cosas que los hijos sustraen y ocultan
cuidadosamente a la atención de los profesores. En este sentido tengo que pedir
encarecidamente a los padres que cuando lleguen a tener conocimiento de hechos
improcedentes se pongan en comunicación con los profesores y con la Dirección; éstos se
sentirán por ello altamente agradecidos en la medida en que a menudo sólo de esta forma
podrán estar en condiciones, por un lado, de evitar inconvenientes para ellos e influjos
perjudiciales para los niños a su cuidado, pero también, por otro lado, para colaborar en
ello con los padres; sólo mediante la actuación común y convergente de los padres y
profesores se puede conseguir algo efectivo en el caso de faltas importantes, sobre todo
de carácter moral. De la misma manera que los padres pueden esperar de los profesores
toda la ayuda en este punto, así también estos deben poder hacer otro tanto respecto a los
padres bien intencionados, en los casos en los que pueda resultar necesario dirigirse a
ellos y solicitar su colaboración.
Después de haber tocado estos aspectos fundamentales de la situación interna,
paso a las realizaciones y medios externos. Si el aspecto interno ofrece este año pocas
novedades a la historia, las necesidades materiales, por el contrario, todavía tienen ante sí,
en su mayor parte, su historia, o más bien ella comienza ya, y la intención determinada y
seria del Gobierno supremo empieza ya a hacerse realidad.
La necesidad externa más llamativa es el mejoramiento de los locales, que nos han sido
entregados, según es sabido, en un estado de total deterioro, que llegaba hasta lo
indecoroso. Actualmente se trabaja ya en el cambio tan necesario y el local del Gimnasio
es acondicionado con vistas a sus fines y al decoro. Respecto a tales proyectos se ha de
recordar que el Instituto de enseñanza de un Reino se encuentra en un amplio marco
administrativo y que no cabe hacer ni esperar aquí disposiciones de forma particularizada,
—sobre todo en el embrollo que provoca la sustitución de un estado de cosas más antiguo
que por otro nuevo—. A pesar de ello acontecen ahora más cosas en el corto espacio de
algunos años que antes en un periodo de cincuenta años y quizá en uno más largo.
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Por lo que se refiere a otros medios externos se ha de indicar que los fondos que
quedan del gabinete de monedas Peyer le han sido traspasados al Gimnasio, de acuerdo
con órdenes superiores, por la administración real de la fundación de Beneficencia. El
consultor Isaac Peyer de Flach y Haslach, muerto el 11 de noviembre de 1761, había
donado, entre otros legados, al Gimnasio de entonces un excelente gabinete de monedas,
de un valor en metálico de alrededor de diez mil florines. Desgraciadamente el Gimnasio
nunca llegó a tomar posesión del mismo; debido a ello ocurrió que unas dos terceras
partes de las monedas, y entre ellas las piezas más valiosas, han sido vendidas y no se
pueden recuperar. El resto, que ha llegado hasta el Gimnasio, consiste, todavía, en un
vaso de plata dorada, de casi un pie de alto y de cerca de cuatro marcos de peso,
incrustada con monedas romanas del periodo consular; consta además de 215 monedas de
oro y de 653 de plata, todo ello por un valor de 3.013 florines y 40 3/4 kreutsers. De esta
forma, al menos este resto, mediante la justicia y la diligencia del Gobierno graciosísimo,
ha llegado después de 48 años a su destino, de acuerdo con el benevolente propósito del
donante, al que también aquí hemos de mencionar con espíritu agradecido, de que fuera
entregado al Gimnasio con el fin de que sirviera para el uso, de utilidad general, en la
enseñanza, especialmente de la historia
El Comisariado general real ya ha hecho muy graciosamente la honrosa mención
pública de otra dotación de que ha sido objeto el Gimnasio, en lo referente a sus medios
de enseñanza, A saber, la señora Bauerreis, que se encuentra aquí, le ha regalado una
colección de minerales que constituye un gabinete ordenado sistemáticamente, al que ha
añadido además una colección de sustancias petrificadas procedentes de Altdorf, con
muchas piezas de las famosas y delicadas petrificaciones de Solnhof, junto con muchos
otros bonitos ejemplares sueltos. El agradecimiento que expresamos aquí a la generosa
donante le compete tanto más cuanto que no solo es ella la primera bienhechora del
Gimnasio desde su transformación, sino también en cuanto que, debido a que el plan de
nuestro Centro no abarca en sí directamente esta rama de la ciencia, una tal colección no
podría, por consiguiente, haber sido incluida entre las partidas presupuestarias. Pero
ahora mediante la bondadosa donación, de carácter espontáneo, de esta colección, y
debido también, especialmente, a que constituye un todo, se ha hecho posible introducir a
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nuestros jóvenes estudiantes, en horas extra, a esta parte de la ciencia física, que
considera el tranquilo alumbramiento de la naturaleza en las piedras, esta formación
misteriosa que deposita, sin pretensiones, en el interior de la tierra sus delicadas figuras
como un lenguaje del silencio, que recrea la vista, incita hacia la actividad conceptual al
sentido inteligente y ofrece al ánimo una imagen de una belleza tranquila, regular,
encerrada en sí.
Otro tipo de medios externos está constituido por el apoyo a aquellos estudiantes
de nuestro Centro, que carecen de los medios externos para estudiar. Las colectas
escolares anteriores, que fueron organizadas haciendo que se recorrieran las calles
cantando ante las casas, tenían fundamentalmente aquel fin. Mediante estos donativos,
semanales o trimestrales, además a través de los regalos con motivo de los cantos
navideños, y por último mediante donativos especiales en el periodo pascual, a los que
suelen exhortar, desde el púlpito, los señores predicadores en cuanto inspectores, en otro
tiempo, de las escuelas, la benevolencia de los habitantes de esta ciudad ha puesto de
manifiesto su interés por los centros docentes y de forma particular por el propósito de
posibilitar a los jóvenes dotados de capacidad y aplicación, carentes de medios, satisfacer
la predisposición de su naturaleza para el estudio. ¡A cuantos nacidos de padres sin
medios se les ha ofrecido así la posibilidad de elevarse por encima de su estado o de
mantenerse en el mismo y de desarrollar unos talentos que la pobreza hubiera dejado
anquilosarse o incluso tomar una mala dirección! Cuántos hombres dignos y famosos
deben a esta actitud generosa la felicidad de su vida, su utilidad superior para el Estado y
sus conciudadanos y bendicen todavía esta actitud benevolente.
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florines y 6 1/4 kreutzers. Sin embargo, en esta suma se han contabilizado algunos
ingresos procedentes de fundaciones escolares, que hasta el momento han sido abonados
por la Fundación real de la administración de la Beneficencia.
Según la ulterior orden graciosísima del Comisariado general real ya se han
distribuido este verano, a propuesta del rectorado, 208 florines y 13 kreutzers (y todavía
se han de repartir entre ellos 36 florines y 44 kreutzers según las cuotas aprobadas) entre
aquellos alumnos que, según los testimonios y el conocimiento de los profesores acerca
de su situación, merecían ser apoyados. Este apoyo consistió en dinero en metálico, en
libros escolares de uso necesario que les fueron prestados o incluso regalados, y en
materiales de escritura. En el caso de la promoción que acaba de tener lugar ahora, que
trae consigo la necesidad de nuevos libros de texto, esta usanza alcanza su ulterior
aplicación, según la intención graciosísima del Comisario general real y de acuerdo con
el destino original de estas donaciones.
También después de esta distribución, ya llevada a cabo, la suma utilizable
ulteriormente para este fin sigue siendo considerable todavía; solo que ella constituye
también a la vez lo último disponible, y el sistema de recursos imperantes hasta ahora ha
concluido. Según los cómputos presentes, el público de esta ciudad ha hecho llegar a las
escuelas, mediante aquellos donativos voluntarios, más de 5.000 florines anuales, de los
que la colecta con motivo de los cantos nocturnos durante la Navidad supuso, ella sola,
entre 2.300 y 2.500 florines y la parte más considerable de ello redundó en beneficio de
los alumnos; según los cálculos realizados últimamente, cuando ya el número de alumnos
que consiguieron tales beneficios había disminuido respecto a la situación anterior, esta
parte ha de ser estimada en 3.597 florines. Si una parte de las aportaciones anteriores es
destinada a las necesidades del personal necesario para el culto y para el de las
escolanías, y de ello difícilmente podría afluir algo a las escuelas, tendríamos una escasa
confianza en la conducta benevolente de los habitantes de esta ciudad, si llegáramos a
temer que ellos, que anteriormente tanto han contribuido a la ayuda de los estudiantes
necesitados, iban a cesar totalmente ahora, de repente, de hacer algo por este fin, después
del perfeccionamiento de los Institutos de enseñanza que ha tenido lugar. Tanto menos
debemos alimentar este temor, cuanto que los hijos de tantos padres disfrutan del
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mejoramiento de estas instituciones y en ello gozan a la vez de una enseñanza hasta ahora
—y, tal como queremos esperar, también en el futuro— gratuita. Un motivo ulterior será
la Disposición graciosa según la que no todo alumno, tal como ocurría anteriomiente, sin
distinción de su estado de ingencia y sus méritos, consigue una ayuda, sino que sólo se
distribuirá una ayuda a los realmente necesitados. Ojalá esta exposición, que llama aquí la
atención sobre este tema, no permanezca sin efecto y nobles filántropos asuman de nuevo
su anterior actividad altruista para el mayor bien de los estudiantes necesitados. La
onerosa disposición de recoger fondos para este fin con motivo de las rondas de canto,
perjudiciales tanto desde un punto de vista físico como moral, ha sido suprimida; los
donativos adquieren un carácter tanto más libre cuanto que ellos, tal como era habitual
por Pascua enviarlos, con destino a las escuelas, a los señores predicadores de las
distintas Iglesias, a partir de ahora pueden ser enviados al rectorado del Centro docente,
que los aceptará, con agradecimiento emocionado, en favor de los estudiantes, organizará
su distribución bajo la graciosa inspección del Comisariado general real de acuerdo con
los informes y el conocimiento de los profesores acerca de las necesidades existentes, y
cada año dará cuenta públicamente de los ingresos y de su utilización.
El estamento profesoral ha sido objeto, también este año, de otra nueva gracia de parte de
su Majestad real. En efecto, el Rey se ha dignado incluir a los profesores de los Liceos,
Gimnasios y de los Institutos reales en la clase de los funcionarios del Estado y hacer
extensivas a ellos las ventajas de la Pragmática del servicio, cuyo altísimo favor hemos de
apreciar con el agradecimiento más devoto y encontrar en él un nuevo motivo para el celo
en el cumplimiento de nuestros deberes.
Por lo que se refiere a los cambios en el personal docente sólo ha tenido lugar
éste, a saber, que tenemos que lamentar por nuestra parte el nombramiento de nuestro
digno colega, el señor profesor Büchner, para un puesto en otro centro docente, en el que
sus concepciones teóricas y prácticas sobre la problemática pedagógica disponen de un
campo de acción más amplio. Sus tareas docentes han sido encomendadas desde el
comienzo del año escolar al señor Müller, un profesor de matemáticas, prestigioso tanto
por sus publicaciones como por su enseñanza oral.
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Quedan aun muchos puntos sobre los que podría ser oportuno hacer aquí, todavía,
alguna consideración, como la organización de las clasificaciones, de las promociones, de
las distribuciones de premios, hablando de sus principios, pero también de las
contingencias que intervienen en ello. Pero ya he absorbido demasiado tiempo la atención
de esta ilustre asamblea y paso al objeto fundamental de este acto solemne, a saber, dar a
conocer los puestos indicadores de los progresos que los estudiantes han alcanzado este
año en sus clases; para ello se han tornado como base las calificaciones anuales y
después, especialmente, sus actuaciones en el examen público. Que la clasificación y esta
proclamación pública de la misma constituyan una recompensa para aquellos que también
este año se han seguido destacando o han mejorado sus rendimientos, así como una
amonestación a los que se han quedado rezagados para que se muestren más aplicados y
diligentes el próximo curso.
Aquellos que se han destacado de una forma especial y se han granjeado la
particular satisfacción de sus superiores, han de recibir ahora una distinción más precisa.
¡De la misma manera que ustedes se han hecho dignos de esta distinción mediante los
progresos, la aplicación y la conducta habidos hasta la fecha, así permanezcan también en
el futuro, en primer lugar respecto a sus condiscípulos y después respecto a los círculos
más amplios de los deberes, como ejemplo de celo por la ciencia, de conducta honesta, de
respeto a sus padres, profesores y superiores y, sobre todo, de obediencia a las leyes, de
firme lealtad al Gobierno y de fiel adhesión a nuestro Rey!
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Cuando se inauguró el curso académico, que ahora concluye, pareció dudoso durante un
tiempo que llegáramos a celebrar, todavía, esta solemnidad de distribución de premios
para todo el Centro, que celebramos hoy por tercera vez. No puede considerarse como
inmodesto mencionar aquellas preocupaciones acerca de la inminente supresión del
Gimnasio —pudieran haber tenido lugar, o no— , dado que ellas han mostrado, al menos
este efecto manifiesto de que el público considera como una necesidad de esta ciudad un
Centro de esta naturaleza dedicado a la formación superior, basado en el estudio de las
lenguas clásicas, y de que, además, el patriotismo y el interés por los asuntos comunes se
manifiesta en toda su efectividad cuando encuentra una oportunidad y posee una
esperanza de realizar algo bueno. Lo que las recientes conmociones de la época han
provocado tan a menudo: indiferencia, desesperanza y la pérdida de la fe, en otro tiempo
tan poderosa, de que el ciudadano puede contribuir eficazmente al bien general, también
desde el puesto que ocupa, —cuya contemplación de la pérdida del interés por lo
comunitario y del hundimiento de la vida pública puede suscitar sentimientos más
dolorosos que aquella contemplación de los cadáveres de las ciudades y de las ruinas de
murallas y mansiones famosas en otro tiempo, cuya representación el amigo de Cicerón
le evocaba a este como consuelo—, este espectáculo queda felizmente interrumpido por
el surgimiento de una participación activa, cuando una institución pública, considerada
como útil, parece encontrarse en peligro. De la misma manera que esta ciudad no había
dejado de sentir agradecimiento respecto a los conciudadanos cuyo celo y actividad han
colaborado en este asunto, así tampoco dejará de sentirlo para con las instancias públicas
que han apoyado estos esfuerzos y mucho menos aun para con la justicia y la gracia del
Gobierno supremo, cuando se haya llevado a cabo plenamente la fundación y el
mantenimiento de nuestro Centro.
Esta nueva celebración de la solemnidad de distribución de premios, en cuanto me
impone el deber de contribuir mediante un discurso público a que el público comprenda
mejor la naturaleza y la marcha de nuestro Centro y su relación con el mismo, me ofrece
la posibilidad de tocar otro aspecto importante que ha de ser tenido en consideración en
un centro público de enseñanza, a saber, la relación de la escuela y de la enseñanza
escolar con la formación ética del hombre en general; de la naturaleza de esta relación
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relaciones vitales desaparece; el hombre pertenece ahora a dos círculos separados, de los
que cada uno sólo toma en consideración un aspecto de su existencia. Aparte de lo que la
escuela exige de él, posee un ámbito libre de la institución escolar que, en parte, se ha
dejado todavía a la discreción de las relaciones familiares, pero, en parte, también a su
propio arbitrio y determinación, —del mismo modo que él adquiere con ello, a la vez,
una dimensión que ya no es determinada por la mera vida familiar y una forma de
existencia propia y deberes particulares—.
Una de las consecuencias, que se deducen de la naturaleza de esta relación, que hemos
considerado, se refiere al tono y al modo externo de tratamiento, así como también al
alcance de la disciplina, que puede ser ejercida en un Centro como el nuestro. Los
conceptos acerca de lo que haya de entenderse por disciplina y, en particular, por
disciplina escolar han cambiado mucho en el transcurso histórico de la formación. Puesto
que la educación ha sido considerada, cada vez más, desde el punto de vista correcto,
según el que debe constituir esencialmente más un apoyo que una opresión del
sentimiento de sí que está despertando, una formación para la autonomía, se ha ido
perdiendo cada vez más en las familias, lo mismo que en los Centros docentes, el hábito
de infundir a la juventud en todo, sea lo que fuere, el sentimiento de sumisión y de falta
de libertad, de hacer que obedezca, incluso en lo que es indiferente, a alguien distinto de
su propio arbitrio, —de exigir una obediencia vacía por la obediencia misma y de
alcanzar, mediante procedimientos de dureza, aquello para lo que meramente se requiere
el sentimiento del amor, del respeto y de la seriedad de la cosa—. Así también se ha de
exigir, por tanto, a los alumnos que estudian en nuestro Centro tranquilidad y atención
durante las clases, buena conducta con los profesores y condiscípulos, entrega de los
trabajos señalados y, en general, la obediencia que es necesaria para la consecución de la
finalidad del estudio. Pero a la vez, va unido con ello el que se deje en libertad la forma
de proceder acerca de cosas indiferentes, que no se requieren para el orden. En la
sociabilidad de la vida estudiantil, en el marco de unas relaciones cuya cohesión e interés
lo constituyen la ciencia y la actividad del espíritu, lo que menos encaja es un tono no
libre; una sociedad de gentes dedicadas al estudio no puede ser considerada como una
asamblea de criados, ni deben tener tampoco la fisonomía y el modo de proceder de éstos.
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intereses materiales; el mundo es el espectáculo de la lucha de estas dos partes entre sí.
En la escuela callan los intereses privados y las pasiones egoístas; ella constituye un
círculo de ocupaciones que giran principalmente en torno a las representaciones y a los
pensamientos. Pero si la vida en la escuela es más desapasionada, también se halla
privada a la vez del interés superior y de la seriedad de la vida pública; la escuela consiste
tan sólo en una preparación y en un entrenamiento silenciosos, interiores, para la misma.
Lo que la escuela lleva a cabo, la formación de los individuos, es la capacidad de los
mismos de pertenecer a la vida pública. La ciencia, las habilidades que se adquieren, sólo
alcanzan su fin esencial en su aplicación fuera de la escuela. Además, ellas son tomadas
en consideración en la escuela sólo en la medida en que son adquiridas por estos niños;
con ello la ciencia no se desarrolla ulteriormente, sino que se aprende tan sólo lo ya
existente y por cierto sólo según su contenido elemental; y los conocimientos escolares
son algo que otros ya poseen hace tiempo. Los trabajos de la escuela no tienen su fin
completo en sí mismos, sino que sólo ponen el fundamento de la posibilidad de otra obra,
de la esencial.
Pero si el contenido de lo que es aprendido en la escuela constituye algo hace
tiempo elaborado, los individuos, por el contrario, que se han de formar primeramente
con vistas a dicho contenido, no constituyen algo acabado; este trabajo preparatorio, la
formación, no puede darse por concluido, sólo puede alcanzarse un determinado nivel.
Ahora bien, así como lo que acontece en el ámbito de una familia, sólo posee su interés y
su valor especialmente en el seno de la misma, en cuanto refleja tan sólo el valor y el
interés de estos individuos, así también los trabajos de la escuela, así como sus juicios,
sus distinciones y sanciones poseen una importancia relativa y su principal validez tiene
lugar en el seno de esta esfera. La juventud se encuentra en la escuela en un proceso de
aspiraciones; quien en ella se queda rezagado, siempre tiene, todavía, ante si la
posibilidad general de mejorar; la posibilidad de que no haya encontrado aun su objetivo,
su interés propio, o también de que no haya alcanzado todavía el momento en que hace su
aparición en él. A veces, en un sentido opuesto, un joven destaca al comienzo y realiza
rápidos progresos en las nociones elementales, pero al aparecer la exigencia de penetrar
más a fondo, se queda rezagado y se asemeja a la roca sobre la que la semilla germinó
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más edad alcanzan puestos, aunque no sean más que intermedios, la preeminencia que
poseen es naturalmente, con mucho, mayor.
Se ha de recordar, en todo caso, que en las clases superiores el puesto referente al
progreso pierde cada vez más su significado; en el recorrido a través de las distintas
clases el contingente de alumnos se va seleccionando poco a poco mediante el paso a la
actividad profesional o a otros centros. Dado que se ha de procurar con seriedad que cada
uno haga lo que se exige en su clase y que se evite una presencia pasiva y un avanzar
carente de motivación, los que se han quedado rezagados, por detrás de las exigencias de
su clase, se sienten incómodos y no acordes con el destino del Centro y buscan otros
destinos, de forma que este efecto de la escuela hace, la mayoría de las veces, de por sí
superfluas una intervención y una expulsión oficiales. Quien por tanto ha sido aceptado
en las clases superiores, en conjunto ha superado el examen y ha probado su aptitud para
poder proseguir ulteriormente por los caminos preparatorios para el estudio.
Respecto a esto tengo que llamar la atención sobre otra supuesta desigualdad. A
saber, puede darse el caso, tal como ocurre también realmente, que se encuentren
alumnos en una clase superior, que se hallen más atrasados que otros en una clase
inferior. En efecto, si tales alumnos, que ya están avanzados en edad, y poseen una
capacidad, si no particular, si al memos suficiente, para la clase superior, se les hace pasar
allí al ser admitidos o también se les asciende cuando el restante sistema organizativo lo
permite, tal como ocurre en el segundo curso de una clase de dos años; por el contrario no
se tiene prisa con aquellos que han realizado los mismos progresos, pero están retrasados
en edad, porque disponen del tiempo debido para la consecución de una capacitación no
sólo suficiente, sino completa, y también porque les falta la restante madurez de reflexión
y de conducta, respecto a la que la edad es algo que se delata incluso tratándose de las
mentes más privilegiadas. Acerca de esto vale como principio fundamental no darse prisa
en acceder a las clases superiores; pues la seguridad y la solidez en las nociones
elementales es una condición fundamental para hacerse capaz de lo más elevado, pero
que no se aprende ya en una edad más tardía o en escuelas en las que no se puede detener
más en dicho cometido.
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El final de un año académico ya incita en y por sí mismo, y las órdenes altísimas lo han
estipulado, a arrojar una mirada retrospectiva, al llegar ese término, a lo realizado y a lo
ocurrido a lo largo del año y a examinar los resultados del esfuerzo anual. El curso de los
años es para el Centro mera duración, para los profesores un ciclo de su actividad que se
repite; pero para los alumnos es sobre todo una marcha progresiva, que cada año se eleva
a un nuevo nivel. Dado que el informe anual, que se ha de publicar, contiene lo que puede
considerarse pertinente respecto a la historia de nuestro Centro durante el pasado año, es
suficiente aquí con unas pocas palabras.
Para un Centro la mayor felicidad la constituye, desde luego, el no tener historia alguna,
el tener mera duración. El que lo mejor es enemigo de lo bueno es un proverbio lleno de
sentido; indica que la tendencia hacia lo mejor, cuando se convierte en obsesión, no
permite que se realice el bien, que llegue a su madurez. Si las leyes y las instituciones,
que deben constituir el fundamento y el sostén para lo mudable, se han vuelto ellas
mismas mudables, ¿en qué deberá apoyarse lo mudable en y para sí? También las
instituciones generales están sumidas en un progreso, pero este progreso es lento; un año,
tomado aisladamente, resulta aquí insignificante; los cambios de los mismos están
caracterizados por épocas grandes y raras. Si un gobierno puede reclamar el
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agradecimiento de sus súbditos a causa de las mejoras, estos también deben mostrarle su
reconocimiento por la conservación de organismos adecuados, que ya se encuentran en
funcionamiento. Así tampoco nuestro Centro ha tenido historia alguna en el pasado año;
la conocida organización del mismo, si prescindimos de determinaciones más precisas en
algún aspecto formal, ha permanecido la misma.
En la historia del personal docente se ha de registrar la dolorosa pérdida que hemos
experimentado con la muerte del profesor colaborador Link, un profesor muy meritorio,
que desempeñó su cargo con celo y dedicación, a quien sus alumnos estaban unidos
afectuosamente; hace tan sólo unos pocos días, le rindieron, ante su tumba, el homenaje
de las lágrimas de su cariño. No obstante, la juventud avanza hacia adelante, en ella el
sentimiento del crecimiento de la vida predomina sobre el sentimiento de la pérdida,
mientras que los parientes y los amigos de más edad sienten especialmente lo que hay de
irreparable en la pérdida de un ser querido.
Puesto que la juventud es sobre todo la época del avanzar hacia adelante, el transcurso de
un año escolar constituye fundamentalmente para ella una importante nueva etapa. Los
que se han capacitado para ello, pasan a una nueva clase, a un tipo de actividad más
elevada, y entran en contacto con nuevos profesores. Esta es una recompensa general, que
ellos deben merecer mediante su atención y su aplicación, y me detengo unos instantes en
este punto. En efecto, en el ascenso a las clases superiores no ocurre que los alumnos
después del transcurso de cierto tiempo accedan, de una forma indefectible, a una sección
más elevada, sea cual fuere el modo como se hubieran comportado, y hubieran realizado
progresos o no. Los profesores si pensaran meramente en sí mismos se verían con agrado
liberados de aquellos alumnos, con cuya falta de atención, de aplicación y con cualquier
otra conducta inadecuada ya han tenido que luchar a lo largo de un año. Pero
consideraciones más elevadas les imponen aquí el deber de que, contra lo que les hubiera
sido más agradable, contra las expectativas de los alumnos y quizá también de los padres,
no se promocione a nadie, a no ser en función del merecimiento. Aquéllos que desean
estudiar, se dedican preferentemente al servicio del Estado. Los Institutos públicos de
enseñanza son ante todo semilleros para los servidores del Estado; ellos tienen la
responsabilidad ante el Gobierno de no proporcionárselos ineptos, así como tienen la
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obligación ante los padres de no ofrecerles esperanzas infundadas, que, por lo demás, se
desvanecerían en el decurso posterior y sólo habrían ocasionado gastos inútiles y la
omisión de una formación más adecuada. Por parte de los padres constituiría, además, la
mayor de las contradicciones el que ellos por un lado quisieran —y lo quieren
ciertamente— tener a dignos eclesiásticos como pastores de almas y predicadores, que se
les administre la justicia por personas perspicaces y de talante justo, encontrar médicos
hábiles para la consulta de sus estados corporales, que su bienestar público, en general, se
halle en manos de hombres inteligentes y equitativos, y exigieran, por otro, que sus hijos
ineptos fueran conducidos hacia tales cargos y ocupaciones y más tarde fueran admitidos
con vistas a los mismos.
Esta meta más elevada ya no ha de ser perdida de vista en los Institutos estatales,
que constituyen una de las etapas preparatorias para aquel destino; frente a este destino
superior ha de quedar al margen la arbitrariedad de las autoridades escolares, así como de
los padres.
Pero también de una forma inmediata, el ascenso incondicional a una clase más
elevada, sin la adecuada capacitación para la misma, resultaría más bien perjudicial para
los alumnos mismos. No resulta difícil ver que cuando debido a su calificación son
retenidos en una clase, más largamente de lo que podría ocurrir, ello ocurre totalmente
por su propio bien. Pues no siendo receptivos respecto a la enseñanza superior,
ingresando en ella sin la base adecuada, ésta sería para ellos, en gran parte, algo perdido;
ellos más bien retrocederían cada vez más en vez de avanzar, mientras que, por el
contrario, podrían participar realmente en la enseñanza del nivel inferior y mediante esta
participación realizar progresos. Es a la vez más respetuoso y estimulante para ellos
brindarles la oportunidad de elevarse a puestos más destacados entre nuevos
condiscípulos, que dejarlos entre los anteriores, que les aventajan definitivamente y entre
los que les debería resultar más deprimente permanecer siempre retrasados. Que esta
retención en la misma clase sea para ellos una especie de aguijón para empeñarse más a
fondo en sus estudios y corresponder mejor a las esperanzas de sus padres y a los
esfuerzos de que son objeto por parte de sus profesores.
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Pero en varias clases es ciertamente legal permanecer dos años; es una distinción
especial ser promocionado después de un año y no constituye, por otra parte, ninguna
postergación el tener que permanecer allí un año más.
El nivel más importante lo han alcanzado aquellos para quienes el pasado año académico
fue el último de su estancia en el Gimnasio y parten ahora para su próximo destino en la
Universidad. En la nueva esfera en la que entran ustedes, señores míos, harán la
experiencia de qué frutos comporta una enseñanza gimnasial bien aprovechada. Respecto
a ustedes puedo testimoniar públicamente que, en general, han empleado diligentemente
su tiempo y que también han abordado y abrazado las materias de estudio por impulso
propio, que, por consiguiente, sus profesores no ejercieron la tarea docente solamente por
imperativos de su cargo, sino gustosamente a causa de su aplicación. Las habilidades y
conocimientos que han adquirido ustedes en el Gimnasio, el círculo de los objetos con los
que se ocuparon, son medios para su futura ciencia profesional; pero yo quisiera creer que
también se ha consolidado en ustedes un interés por estos objetos, tal como lo merecen en
y por sí mismos.
Yo quiero aludir, todavía, brevemente a esta relación entre los estudios
gimnasiales y la ciencia profesional. En el estudio de los Antiguos, el objeto primordial
de los estudios gimnasiales, se hallan los comienzos y las representaciones fundamentales
de las ciencias o de lo digno de ser sabido en general y por ello son tan apropiados con
vistas a la preparación para las ciencias profesionales; y en lo referente a las bellas artes,
ellos constituyen su consumación. En general poseen la peculiaridad de que en ellos las
reflexiones abstractas se muestran todavía en la proximidad de lo concrete, de que el
concepto se forma a partir del ejemplo; las (representaciones de las) cosas humanas según
su realidad constituyen el fundamento que se expone junto con el resultado general. El
pensamiento abstracto posee, por consiguiente, un frescor vivo; nosotros lo percibimos en
su ingenuidad, unida con el sentimiento personal y con la individualidad de las
circunstancias de las que surge; él posee, por consiguiente, la claridad y la inteligibilidad
peculiares.
Así como la forma posee esta plenitud de lo concreto, así también la posee el contenido, y
ciertamente él concierne a la vida humana en general y sobre todo a la vida pública. Lo
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que según la índole de los tiempos recientes se ha sustraído a nuestra intuición y a nuestra
participación, las pasiones, los hechos y los esfuerzos de los pueblos, las grandes
relaciones que constituyen la cohesión del orden civil y moral sobre la que reposa la vida
de los Estados, la condición social (el interés) y la actividad de los individuos, se nos
presenta ante los ojos de una forma viva. El periodo clásico se muestra bellamente a
medio camino entre la ruda solidez de una nación en su infancia inconsciente y el
entendimiento refinado de la cultura, que ha analizado todo y lo mantiene todo separado.
En este ultimo estado la vida íntima del todo se ha salido como un espíritu abstracto del
ánimo de los individuos; a cada existencia individual no le ha sido concedida en esa vida
más que una participación fragmentada y lejana, una esfera limitada, por encima de la
que se encuentra el alma que combina y conduce a la unidad a todas estas ruedas y
movimientos particulares; los individuos no poseen el sentimiento y la representación
activa del todo.
Pero en la medida en que nos dedicamos en general a una profesión determinada, nos
situamos en un lugar separado de la posibilidad de representarse el todo, nos entregamos
a una parte limitada. Los ideales de la juventud son algo ilimitado; se le llama a la
realidad algo triste porque no corresponde a esa infinitud. Pero la vida activa, la
eficiencia, el carácter llevan consigo esta condición esencial: la de fijarse en un punto
determinado; quien quiere algo grande, dice el poeta, debe poder limitarse. No obstante,
el estado al que nos dedicamos en nuestro tiempo, posee un carácter más exclusivo de lo
que ocurría en los antiguos; nos vemos privados de la vida en el todo en un sentido más
amplio, de lo que ocurría en ellos en una profesión determinada. Tanto más importante es
para nosotros, puesto que somos hombres, puesto que somos seres racionales
conformados sobre la base de lo infinito y de lo ideal, el crear y mantener en nosotros la
representación y el concepto de una vida plena. A esta representación nos conducen sobre
todo los Studia humaniora; ellos nos ofrecen la representación familiar de la totalidad
humana; la índole de la libertad de los Estados antiguos, la íntima conexión de la vida
pública y privada, del sentido de lo universal y de las convicciones privadas, llevan
consigo que los grandes intereses de la humanidad individual, los pilares más importantes
de la actividad pública y privada, los poderes que derrumban y elevan a los pueblos, se
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sus profesores y sus superiores, que ustedes tienen la dicha de recibir a través de la
graciosa mano del señor Comisario general real, comienza ya la recompensa de sus bien
empleados preciosos años juveniles, así como también la recompensa de sus padres por el
esfuerzo y la solicitud de que éstos les han hecho objeto, una primera recompensa, que en
el curso de su vida pueda producir y producirá frutos cada vez más grandes y más ricos.
Nos reunimos hoy de nuevo para clausurar de un modo solemne el año escolar que acaba
de concluir, sobre todo mediante el hecho de que van a recibir una distinción pública
aquellos alumnos del Gimnasio que se han hecho acreedores de la misma mediante la
aplicación, los progresos y la conducta moral. Si este acto, por lo que se refiere al Centro,
es todos los años una repetición igual a si misma, por el contrario, en lo referente a los
jóvenes cuya formación constituye la meta del Instituto, y para los padres cuyas
esperanzas más queridas, pero también las preocupaciones, se unen en aquellos, se
muestra como renovación y rejuvenecimiento, como progreso y conclusión.
Acerca de lo que en el pasado año escolar se ha abordado y realizado en las clases de los
distintos niveles, acerca de este cuadro que posee, en conjunto, un carácter homogéneo
con los años precedentes, da cuenta, según lo prescrito, el informe anual impreso. Si
consideramos esta homogeneidad de funcionamiento de instituciones existentes en otro
tiempo como algo puramente habitual, que no provoca observación alguna, no nos está
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de las escuelas elementales generales. No sólo esta preparación abarca en sí mucho más
que aquellos elementos de latín sino que es de interés general para toda la juventud que
no está destinada al estudio científico.
Aprovecho esta ocasión pública para hacer mención del hecho de que desde este punto de
vista aun queda mucho que desear y que hacer y de que los defectos que todavía tienen
las escuelas elementales de esta ciudad son insubsanables sin una transformación
esencial. Una graduación ordenada y la distribución de los alumnos de desigual nivel en
clases separadas, bajo profesores propios así como, por otra parte, la independencia de la
enseñanza de los profesores frente a la arbitrariedad y las inclinaciones de los padres son
exigencias que resultan absolutamente necesarias para el buen funcionamiento de los
centros docentes públicos. Los defectos opuestos, la agrupación de niños de distintos
niveles de conocimientos en una misma clase y bajo un mismo profesor, unido a la
arbitrariedad de los padres respecto a la frecuentación escolar en general y a la
regularidad de la misma, no se corregirán por sí mismos mientras las escuelas sean
instituciones privadas. Ciertamente la historia de la mayoría de las organizaciones
estatales comienza por el hecho de que a una necesidad sentida de un modo general se le
hace frente primeramente recurriendo a personas y a iniciativas privadas así como a
donaciones eventuales,, tal como ocurrió con la atención a los pobres, la ayuda médica, e
incluso, en varios aspectos, en lo referente al culto divino y a la administración de la
justicia, y todavía ocurre en parte de cuando en cuando. Pero si la vida en común de los
hombres se hace en general más multiforme y el grado de complejidad de la civilización
se vuelve mayor, se echa de ver cada vez más el carácter incoherente e insatisfactorio de
tales iniciativas aisladas, de la misma forma también que, en la medida en que lo bueno
se ha convertido en una costumbre y en un uso generales, la arbitrariedad privada no se
ha reservado más que el abuso o el descuido, de forma que sólo éstos han de ser
arrebatados, todavía, a la libre discrecionalidad. Así como, por un lado, debe permanecer
como sagrado un límite dentro del que el Gobierno del Estado no pueda entrometerse en
la vida privada de los ciudadanos, así es preciso que ese Gobierno se haga cargo de los
objetos más estrechamente vinculados a la finalidad del Estado y los someta a un
ordenamiento planificado. Llega un momento en que tales objetos, debido al esfuerzo
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privado y al concurso de las demás circunstancias, han madurado en tal medida que ellos,
por una parte, se han vuelto tan complicados en sí mismos que el individuo que participa
en ello ya no está en condiciones de investigar qué prestaciones se le ofrecen y cómo se le
ofrecen, ni tampoco tiene ya en las manos los medios para organizarse, por sí sólo, según
su criterio, con vistas a ello, sino que en este punto se ha vuelto dependiente del uso y del
arbitrio privado. Disposiciones que se basen en la visión global del todo y de las que
deban surgir la separación y la fijación de los distintos niveles, las hemos de esperar de la
previsión del Gobierno.
Lo relativo a la educación de la juventud en los tiempos recientes y que ha sido
efectuado y ordenado por la previsión de nuestro Gobierno graciosísimo, no constituye
ciertamente más que un aspecto particular del conjunto de la vida del Estado que en
nuestro tiempo se ha configurado de nuevo en todos los sentidos, y si no queremos
infravalorar lo relativo a la vida moral de los hombres, tendremos este aspecto por muy
importante; al mismo tiempo también reconoceremos, agradecidos, que la atención sobre
este punto y los cambios introducidos en él constituyen uno de los buenos frutos de esta
época; pues este tiempo también ha producido buenos frutos. La imagen general que
tenemos ante nosotros acerca del último periodo, de más de veinte años de duración, se
nos puede antojar ante todo como una imagen de destrucción de lo antiguo, de
vulneración y demolición de lo digno de respeto, bien en sí, bien debido a su edad, de
modo que el cambio se presenta tan a menudo como equivalente a pérdida. Cuando los
hombres sometidos a la dilación y a la tensión durante demasiado tiempo, se encontraron
tan a menudo defraudados de nuevo en el futuro, al que fueron remitidos con vistas a los
frutos de sus sacrificios, resulta comprensible que vinculen, todavía, los objetos de su
añoranza al pasado o a lo poco que, quizá sólo provisionalmente, se ha sustraído a la
transformación. A este estado de ánimo debemos objetar que el pasado resulta inútil
echarlo de menos y desear su retorno, que lo antiguo por el hecho de ser antiguo, no es
excelente y que del hecho de que fuese apropiado y comprensible bajo otras
circunstancias, de ahí no se sigue nada menos que esto, a saber, que su mantenimiento
bajo otras circunstancias sea todavía deseable, sino más bien lo contrario; pero, más
todavía (hemos de objetar) que una consideración más profunda, que precede de la fe
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absoluta en el Gobierno divino del mundo, también permite, con inteligencia, reconocer
en nuestro tiempo el día de un mejoramiento esencial, un día que en parte ha despuntado
y en parte se encuentra en su aurora; el espíritu, firme en aquella fe, se desprenderá con
violencia de su melancolía, en parte justificada, y pronto podrá percibir muchos frutos y
fenómenos halagüeños que le anuncian algo mejor todavía en trance de devenir.
Pero respecto a ello sigue siendo cierto asimismo que tal tiempo, dominado por el
destino, también emite unas exhalaciones desagradables y amenaza con insuflar en el
ánimo indefenso sus influjos perniciosos. Es importante que el interior de la juventud sea
preservado de este mal para que pueda participar de los mejores frutos del espíritu de la
época. Cuando vemos que el firme orden antiguo se ha quebrantado en múltiples
direcciones y que con mano ligera se han edificado nuevos órdenes efímeros, la
disposición anímica y el respeto interior hacia el carácter inmutable del derecho y del
orden legal sufren con ello, aun cuando se mantenga todavía de una forma precaria la
obediencia externa; la representación, incitada por los grandes intereses y
acontecimientos del día, se deja conducir desde el círculo de una actividad silenciosa al
espíritu de disolución o también de indiferencia y atonía. Ese estudio de las ciencias en el
tranquilo círculo de la escuela constituye el medio más idóneo para proporcionar a la
juventud un interés y una ocupación que la aísle y la preserve del ruido y del influjo
seductor de las circunstancias de la época en ebullición. Debe constituir, pues, una doble
preocupación de los padres y los tutores observar y vigilar a los niños bajo su cuidado.
Resulta difícil encontrar un camino medio entre la libertad excesiva, permitida a los
niños, y la limitación demasiado grande de la misma. Si bien ambas actitudes constituyen
un defecto, el segundo es ciertamente el mayor. Si el talante bonachón de los padres
concede gustosamente a los hijos una libertad inocente, se ha de prestar atención, por
cierto, a si ella es y permanece realmente inocente. En cuanto que es más fácil amar a los
hijos que educarlos, han de examinar los padres si no se deberá en parte a la comodidad
cuando confían sus hijos a sí mismos, sin tenerlos bajo su mirada y acompañarlos con su
atención. Mucho daño ha ocasionado, ciertamente, en la moderna educación el principio
de que los niños habrían de entrar tempranamente en el comercio con el mundo y de que,
a tal efecto, habría que introducirlos en el trato social, es decir, en los placeres y
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distracciones de los adultos o que éstos se le habrían de facilitar al modo de los adultos.
La experiencia refuta tales pensamientos, pues ella muestra más bien que los hombres
que elaboraron una buena base interior y que, por lo demás, fueron educados en las
buenas costumbres, también lograron hacerse pronto con el hábito de los modales
externos y de la forma de comportarse en el mundo, que excelentes hombres de mundo
han salido incluso de la más limitada vida monacal y que, por el contrario, los hombres
que fueron educados en esta exterioridad de la vida, tampoco llegan a la elaboración de
ningún núcleo interior. No se requiere reflexionar mucho para llegar a comprender esto;
para poder aparecer como alguien capacitado y en situación ventajosa es preciso cuidar y
desarrollar intensamente el fundamento interior; la juventud que sólo ve el brillo de la
vida externa y la importancia con que es revestida la conducta de hombres que, por lo
demás, poseen prestigio y relevancia para ella, considera esto bien como algo
completamente serio, bien como lo únicamente serio, por no conocer al mismo tiempo lo
que de sustancial y de realmente serio llevan también a cabo tales personas al margen de
aquel esparcimiento, y de esta manera se forma un falso concepto del valor de las cosas y
se complace a la vez en esta dispersión, carente de esfuerzo y vinculada al placer;
¡aprende a menospreciar lo que en la escuela es respetado y convertido en deber, y a
asustarse ante el esfuerzo que la misma le impone!
Pero hay otro aspecto peligroso para la juventud, que puede parecer estar ligado más
íntimamente con el estudio mismo. El sentimiento del verdadero valor, que el hombre se
concede a través de ello, la importancia y la grandeza de los objetos con los que se ocupa,
pueden inducir a la juventud a imaginarse madura y a pretender adoptar la conducta
autónoma de los adultos y la igualdad en sus placeres y en las formas externas de vida.
Por muy contentos que puedan estar los padres con lo que hacen sus hijos y por mucha
confianza que puedan tener en ellos, tan importante es, no obstante, no dejarles las
riendas en las manos, y no considerar como superfluas una supervisión y una disciplina
constantes y necesarias. Esta libertad, que se les concede por confianza, lleva consigo
especialmente el peligro de derivar en necedades, malas costumbres e incluso en el
desorden y en el delito. Apoyémonos mutuamente, padres y profesores, con vistas a la
formación moral de los alumnos; mediante esta visión podemos esperar ver coronado con
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el éxito nuestro trabajo de educarlos para que lleguen a ser hombres hábiles, capaces y
con sensibilidad moral. Le está reservado particularmente a la generación que está
despegando, recoger un día de una forma plena los frutos de lo que haya surgido de
bueno a partir de la confusión e indigencia de tantos años de duración, y de lo que todavía
se haya de desarrollar a partir de las mismas. Que haya ella, y nosotros con ella, dejado
atrás las convulsiones de la época; de esta forma, no perturbada por el recuerdo de la
pérdida sufrida y por la habituación a otro tipo de relaciones, ella puede asumir, con
frescor juvenil, las nuevas formas de vida que hemos visto surgir y hacia cuya mayor
maduración nos dirigimos. El mundo ha alumbrado una gran época, ojalá vosotros,
jóvenes, os forméis de un modo digno de ella, adquiráis la preparación superior que dicha
época exige y de esta forma también la felicidad que debe resultar de ella.
Y ahora pasemos a la distribución de los premios anuales a los que se han ganado
esta distinción mediante su aplicación, sus progresos y su conducta moral.
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INFORMES PEDAGÓGICOS
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Por lo que se refiere I. a las materias de enseñanza junto con su distribución en las
tres clases, la Normativa establece lo siguiente sobre ello:
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que se exige, con lo verdadero, lo espiritual, lo real. Siempre he encontrado en esta clase
un mayor interés por estas determinaciones prácticas que por los pocos elementos
teóricos que había tenido que explicar previamente, y todavía he sentido más la diferencia
de este interés cuando la primera vez, de acuerdo con la indicación de la parte aclaratoria
de la Normativa, comencé por los conceptos fundamentales de la lógica; desde entonces
no he repetido esta experiencia.
2. El nivel más elevado en el aprendizaje es lo teórico-espiritual, lo lógico,
metafísico, psicológico. Comparando primeramente entre sí lo 1ógico y lo psicológico, lo
lógico ha de ser tenido. en conjunto, por lo más fácil porque tiene como contenido suyo
determinaciones más simples, abstractas; lo psicológico, por el contrario, tiene algo
concreto e incluso, ciertamente, el espíritu. Pero demasiado fácil es la psicología sí ha de
ser tomada en un sentido tan trivial, a modo de psicología totalmente empírica, tal como
ocurre, por ejemplo, con la Psicología para niños de Campe. Lo que conozco del estilo de
Carus es tan aburrido, inedificante, carente de vida y de espíritu, que no se le puede
soportar en modo alguno.
Divide la exposición de la psicología en dos partes: a) la del espíritu que se
manifiesta. b) la del espíritu que es en y para sí; en aquélla trato de la conciencia según
mi Fenomenología del espíritu, pero sólo en las tres primeras etapas allí señaladas, 1.
Conciencia, 2. Autoconciencia, 3. Razón; en ésta la gradación de sentimiento, intuición,
representación, imaginación, etc. Distingo ambas partes de forma que el espíritu en
cuanto conciencia actúa sobre las determinaciones como si fueran objetos y su acción
determinativa se convierte para él en una relación con un objeto, pero de modo que él en
cuanto espíritu sólo actúa sobre sus determinaciones y que los cambios que se producen
en él son determinados como sus actividades y así son considerados.
En la medida en que la lógica constituye la otra ciencia de la clase media, parece que con
ello la metafísica se queda vacía. Se trata, desde luego, de una ciencia, respecto a la que
hoy en día se suele estar perplejo. En la Normativa se hace referencia a la exposición
kantiana de la cosmología antinómica y asimismo a la teología natural dialéctica. De
hecho, de esa manera no se ha prescrito tanto la metafísica misma cuanto su dialéctica,
con lo que esta parte retoma de nuevo a la lógica, a saber, en cuanto dialéctica.
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juventud, Ella no puede contener otra cosa que el contenido universal de la filosofía, a
saber, los conceptos fundamentales y los principios de sus ciencias particulares, de las
que enumero tres fundamentales: 1. la Lógica, 2. la filosofía de la Naturaleza, 3. la
filosofía del Espíritu. Todas las otras ciencias que son consideradas como no filosóficas,
de hecho quedan englobadas en éstas, por lo que se refiere a sus principios elementales, y
sólo según estos principios elementales deben ser consideradas en la Enciclopedia, dado
que es de carácter filosófico. Ahora bien, por muy adecuado que resulte ofrecer en el
Gimnasio una tal visión de conjunto de los elementos, también, considerándola más de
cerca, se la puede concebir, a su vez, como superflua, debido a que las ciencias que han
de ser consideradas brevemente en la Enciclopedia, de hecho, en la mayoría de los casos,
ya han sido abordadas, incluso de una forma más detallada. A saber, la primera ciencia de
la Enciclopedia, la lógica, de la que ya se ha hablado más atrás; la tercera ciencia, la
teoría del espíritu, 1. en la psicología, 2. en la teoría del derecho, de los deberes y de la
religión (—incluso ya la psicología, en cuanto tal, que se descompone en las dos partes,
la del espíritu teórico y la del espíritu práctico, o la de la inteligencia y la de la voluntad,
puede en gran medida prescindir de la exposición de su segunda parte porque ésta ya se
ha mostrado en su verdad en cuanto teoría del derecho, de los deberes y de la religión—.
Pues los aspectos meramente psicológicos de los últimos, a saber, los sentimientos, los
deseos, los impulsos, las inclinaciones, constituyen algo meramente formal, que según su
verdadero contenido —por ejemplo, el impulso de adquirir, de saber o el afecto de los
padres hacia los hijos, etc.— ya ha sido tratado en la teoría del derecho o de los deberes
como relación necesaria, como deber de adquisición de acuerdo con la limitación de los
principios del derecho, como deber de formarse, como deberes de los padres y los hijos,
etc.). En cuanto que a la tercera ciencia de la Enciclopedia pertenece todavía la teoría de
la religión, también se le dedica a ésta una enseñanza particular. Por consiguiente, sólo
queda, de modo especial, para la Enciclopedia la segunda ciencia, la filosofía de la
Naturaleza. Pero 1. la consideración de la naturaleza posee todavía poco atractivo para la
juventud; el interés por la naturaleza ella lo siente más —y no sin razón— como un
pasatiempo teórico en comparación con el obrar humano y espiritual y sus
conformaciones; 2. la consideración de la naturaleza es de lo más dificultoso; pues el
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parte puede encontrarse su lugar en otro sitio, por ejemplo, en la ciencia de la religión, al
abordar la doctrina de la Providencia. La división general de todo el ámbito de la
filosofía, según la que se daría una triple temática, el pensamiento puro, la naturaleza y el
espíritu, debe ciertamente ser mencionada repetidas veces, a la hora de determinar las
ciencias particulares.
II. Método
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joven. La representación original peculiar, que se forma la juventud acerca de los objetos
esenciales, en parte es, todavía, totalmente escueta y vacía; en parte, en su gran mayoría,
es opinión, ilusión, incompleción, distorsión, carencia de determinabilidad. Mediante el
aprendizaje, la verdad pasa a ocupar el lugar de estos planteamientos ilusos. Sólo se tiene
la posibilidad de hacer avanzar la ciencia misma y de alcanzar en ella una verdadera
peculiaridad una vez que la cabeza está llena de pensamientos; pero éste no es el
cometido de los centros públicos de enseñanza, y en modo alguno de los Gimnasios, sino
que el estudio de la filosofía se ha de dirigir esencialmente a este punto de vista, a saber,
que gracias a él se aprenda algo, se elimine la ignorancia, que se llene con pensamientos
y contenidos la mente vacía y que se desprenda de aquella peculiaridad natural del
pensamiento, es decir, de la contingencia, de la arbitrariedad y de la particularidad de la
opinión.
B. El contenido filosófico reviste en su método y en su alma tres formas: 1. es
abstracto, 2. dialéctico, 3. especulativo. Abstracto, en cuanto que él se encuentra en el
elemento del pensamiento en general; pero en cuanto meramente abstracto, en oposición
a lo dialéctico y a lo especulativo, él viene a constituir el llamado pensamiento
intelectual, que mantiene firmes y llega a conocer las determinaciones en sus diferencias
fijas. Lo dialéctico es el movimiento y la confusión de aquellas determinabilidades fijas,
la razón negativa. Lo especulativo es lo racional en su sentido positivo, lo espiritual, sólo
él es propiamente filosófico.
Por lo que se refiere a la exposición de la filosofía en los Gimnasios se ha de
señalar en primer lugar que la forma abstracta constituye, en un principio, lo
fundamental. A la juventud es preciso que se le sustraiga primeramente la vista y el oído,
es preciso que se le desvíe del representar concreto, que se retire a la noche interior del
alma, que aprenda a ver sobre esta base, a mantener firmes y a diferenciar las
determinaciones.
Además, se aprende a pensar abstractamente mediante el pensamiento abstracto. En
efecto, se puede querer, o bien comenzar por lo sensible, lo concreto y, mediante análisis,
elaborar y elevar a éste hacia lo abstracto, tomar de este modo —según parece— el
camino acorde con la naturaleza, así como también ascender desde lo más fácil hasta lo
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más difícil. O bien, se puede comenzar inmediatamente por lo abstracto mismo y tomarlo,
enseñarlo y hacerlo comprensible en y por sí mismo. Primeramente, por lo que se refiere
a la comparación de las dos vías, la primera es ciertamente la más acorde con la
naturaleza, pero por ello mismo, es la vía no científica. Aunque sea más acorde con la
naturaleza que un disco, de una forma aproximadamente redonda, procedente del tronco
de un árbol, sea redondeado poco a poco mediante la eliminación de las partículas que
sobresalen de una forma desigual, el geómetra, sin embargo, no procede de esta manera,
sino que con el compás o simplemente con su mano traza inmediatamente un círculo
abstracto, exacto. Es acorde con la cosa puesto que lo puro, lo más elevado, lo verdadero
es natura prius, comenzar también con él en la ciencia; pues ésta es la inversión de la
representación meramente natural, es decir, carente de espíritu; verdaderamente aquél es
lo primero y la ciencia debe proceder conforme a lo que es verdadero. En segundo lugar
constituye un error total considerar como más fácil aquella vía acorde con la naturaleza,
que comienza por lo sensible concreto y avanza hacia el pensamiento. Es, por el
contrario, la más difícil, de la misma forma que es más fácil pronunciar y leer los
elementos de la lengua hablada, las letras tomadas individualmente, que palabras
completas. Puesto que lo abstracto es lo más simple, es más fácil de comprender. Los
aditamentos sensibles concretos han de ser eliminados, desde luego; resulta, por
consiguiente, superfluo referirse a ellos previamente, dado que es preciso eliminarlos de
nuevo y esto sólo produce dispersión. Lo abstracto es, en cuanto tal, suficientemente
inteligible, tanto como es necesario; por lo demás, el recto entendimiento sólo podrá
producirse mediante la filosofía. Se ha de procurar recibir en la mente los pensamientos
acerca del Universo; pero los pensamientos son, en general, lo abstracto. El razonamiento
formal, carente de contenido, es por cierto también suficientemente abstracto. Pero se
presupone que se posee una temática, un contenido adecuado; pero el formalismo vacío,
la abstracción carente de forma, aun cuando se trate de lo Absoluto, se eliminan de la
mejor manera posible mediante lo señalado más arriba, a saber, mediante la exposición de
un contenido determinado.
Ahora bien, si nos atenemos meramente a la forma abstracta del contenido
filosófico, se tiene una (así llamada) filosofía intelectual; y en cuanto que en el Gimnasio
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por cierto en una formalidad— siempre había dejado, no obstante, aún, a las
Universidades la posibilidad y la autorización de excluir a personas totalmente carentes
de formación y madurez. Si una disposición que podría ser extraída de los estatutos de
esta Universidad (Sección VIII, S 6, artículo I, pág. 43) parecía hacer frente a la
pretensión planteada y a la práctica, su efecto queda, no obstante, anulado por la
disposición, más precisa que se halla en el edicto del 12 de octubre de 1812 referente al
examen de los alumnos que han de acceder a la Universidad, y conforme a la que se rige
la práctica. En cuanto miembro de la comisión científica examinadora, en la que el
Ministerio real se ha dignado integrarme, he tenido ocasión de ver que la ignorancia de
quienes se procuran un certificado para ingresar en la Universidad pasa por todos los
niveles y que una preparación que habría de ser organizada para un número más o menos
considerable de tales sujetos tendría que comenzar, a veces, por la ortografía de la lengua
materna. Dado que soy, a la vez, profesor de esta Universidad, no puedo menos —ante
esta visión de cómo carecen de todo conocimiento y formación quienes estudian en la
Universidad—, de horrorizarme, por lo que a mí y a mis colegas se refiere, cuando pienso
que hemos de estar destinados a impartir la enseñanza a estas personas y que hemos de
asumir un grado de responsabilidad si no se alcanza a menudo el fin que el Gobierno
Supremo mediante su destino de fondos, se propone respecto a la Universidad, el fin
consistente en que quienes abandonen la Universidad no sólo estén preparados para ganar
su sustento sino también en que su espíritu esté formado. El que la reputación y la estima
de los estudios universitarios no ganen tampoco mediante la admisión de jóvenes
totalmente inmaduros es algo que no necesita ser expuesto ulteriormente.
Me permito aquí hacer mención respetuosamente al Ministerio real de la experiencia que
he hecho en la Comisión científica examinadora, a saber —en la medida en que en dichos
exámenes se intenta que aquéllos a quienes no se les considera todavía debidamente
preparados para la Universidad, sean instruidos acerca del alcance de sus conocimientos
mediante la certificación que les es extendida sobre ello y de ofrecerles de este modo al
alcance de la mano el consejo de que no frecuenten todavía la Universidad, sino que
completen previamente la preparación que les falta— esta meta no parece ser alcanzada a
menudo ya por el hecho de que a tales examinados, a quienes se ha certificado su
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ignorancia, no se les dice con ello nada nuevo sino que ellos, con la plena conciencia de
no tener noción alguna del latín, el griego, las matemáticas o la historia, han tomado la
decisión de frecuentar la Universidad y una vez tomada esta decisión no buscan otra cosa
ante la Comisión que conseguir mediante la certificación la posibilidad de ser
matriculados; ellos conciben tanto menos que dicha certificación sea algo que les
desaconseja frecuentar la Universidad cuanto que con ello, sea cual fuere el contenido, se
les pone en la mano la condición para ser admitidos en la Universidad.
Para pasar ahora al objeto más preciso, señalado por el Ministerio real, a saber, la
preparación en los Gimnasios para el pensamiento especulativo y el estudio de la
filosofía, me veo obligado a partir, en este punto, de la distinción entre una preparación
más material y otra más formal; y aunque aquélla sea, desde luego, indirecta y más
alejada, creo que puedo considerarla como el verdadero fundamento del pensamiento
especulativo y que, por consiguiente, no cabe pasarla aquí por alto. Pero en cuanto son
los mismos estudios gimnasiales los que he de considerar como la parte material de
aquella preparación, sólo necesito nombrar estos objetos y mencionar la relación con el
fin de que se trata aquí.
Uno de los objetos que desearía incluir aquí sería el estudio de los Antiguos, en
cuanto que a través de él el ánimo y la representación de la juventud son introducidos en
las grandes concepciones históricas y artísticas de los individuos y los pueblos, de sus
hechos y sus destinos así como de sus virtudes, de sus principios éticos y de su
religiosidad. Pero para el espíritu y su actividad más profunda, el estudio de la literatura
clásica sólo puede resultar verdaderamente fructífero en la medida que en las clases
superiores de un Gimnasio el conocimiento formal de la lengua sea considerado más bien
como medio, convirtiendo, por el contrario, aquella materia en lo fundamental y
reservando el aspecto más erudito de la filología para la Universidad y para aquellos que
se quieren dedicar exclusivamente a la filología.
Pero la otra materia no sólo contiene para sí el contenido de la verdad, el cual constituye
también el interés de la filosofía según la forma peculiar del conocimiento, sino que
posee en ella al mismo tiempo la conexión inmediata con el aspecto formal del
pensamiento especulativo. Bajo este punto de vista tendría que hacer mención aquí del
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contenido dogmático de nuestra religión, en cuanto que éste no sólo contiene la verdad en
y para sí sino también en cuanto que la eleva de tal manera hacia el pensamiento
especulativo que él mismo lleva consigo, de forma inmediata, la contradicción respecto al
entendimiento y la refutación del razonamiento (Räsonnement). Pero que este contenido
llegue a poseer esta relación propedéutica respecto al pensamiento especulativo,
dependerá de si en la enseñanza de la religión se expone la doctrina dogmática de la
Iglesia acaso tan sólo como un asunto histórico, sin infundir la veneración verdadera,
profunda por la misma, sino poniendo lo fundamental en generalidades deístas, en
doctrinas morales o incluso tan sólo en sentimientos subjetivos. En esta forma de
exposición se educa más bien la disposición anímica opuesta al pensamiento
especulativo, se coloca en primer término la presunción del entendimiento y de la
arbitrariedad, la cual conduce entonces, de una forma inmediata, o bien a la simple
indiferencia hacia la filosofía o bien recae en sofistería.
Estas dos materias, las concepciones clásicas y la verdad religiosa, a saber, en la
medida en que ella represente todavía la antigua doctrina dogmática de la Iglesia, yo las
consideraría hasta tal punto como la parte sustancial de la preparación para el estudio de
la filosofía que si la mente y el espíritu del joven no se hubieran llenado con ellas, al
estudio universitario le estaría reservada la tarea, apenas ya realizable, de sensibilizar por
vez primera al espíritu respecto a un contenido sustancial y de superar la vanidad y la
orientación, ya existentes, hacia los intereses ordinarios que, por lo demás, consiguen
ahora tan fácilmente ser satisfechos.
La esencia peculiar de la filosofía debería consistir en que aquel contenido sólido
alcanzara forma especulativa. Pero el mostrar que la exposición de la filosofía haya de ser
excluida, no obstante, de la enseñanza del Gimnasio y ser reservada para la Universidad
es una tarea de la que estoy dispensado por el alto Rescripto del Ministerio real, que ya
presupone, él mismo, esta exclusión.
De esta forma, a la enseñanza en el Gimnasio le queda asignada, para sí misma, la
condición de miembro intermedio, que ha de ser considerado como el tránsito desde la
representación y la fe, que versan sobre la materia sólida, al pensamiento filosófico.
Dicha enseñanza habría de consistir en ocuparse con las representaciones universales y,
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más en concreto, con las formas de pensamiento, tal como le son comunes al pensamiento
meramente razonante y al filosófico. Una tal ocupación tendría con el pensamiento
especulativo la relación más precisa según la que éste, por una parte, presupone una
ejercitación en el moverse en los pensamientos abstractos, de por sí, dejando a un lado la
materia sensible que todavía está presente en el contenido de las matemáticas y, por otra
parte, las formas de pensamiento, cuyo conocimiento fue facilitado por la enseñanza, no
sólo han de ser utilizadas más tarde por la filosofía sino que constituyen también una
parte fundamental del material, que ella elabora. Precisamente esta familiarización y
habituación consistente en relacionarse con pensamientos formales, constituiría aquello
que cabría considerar como la preparación más directa para el estudio universitario de la
filosofía.
En lo referente al ámbito más determinado de los conocimientos, al que se
limitaría, a este respecto, la enseñanza gimnasial, quisiera excluir ante todo, de una forma
expresa, la historia de la filosofía, por más que ella se presente a menudo, a primera vista,
como apropiada para tal finalidad. Pero sin la presuposición de la Idea especulativa, ella
no se convierte ciertamente en otra cosa que en una narración de opiniones contingentes,
ociosas, y conduce fácilmente a producir —y a veces se podría considerar un tal efecto
como un fin de la misma y de su recomendación— una opinión desfavorable, despectiva,
de la filosofía y, de una forma particular, también la representación de que en lo referente
a esta ciencia todo se ha reducido a un esfuerzo inútil y que para los jóvenes estudiantes
todavía sería un esfuerzo más inútil ocuparse con ella.
Por el contrario, entre los conocimientos que han de ser incluidos en la
preparación en cuestión, yo mencionaría:
1. La llamada psicología empírica. Las representaciones acerca de las sensaciones de los
sentidos externos, acerca de la imaginación, de la memoria y de las otras capacidades
anímicas son ya ciertamente, de por sí, algo tan familiar que una exposición que se
limitara a esto fácilmente resultaría trivial y pedante. Pero, por una parte, esa exposición
quedaría excluida de la Universidad con tanta mayor razón si se ha llevado a cabo ya en
el Gimnasio; por otra parte, se podría reducir a una introducción a la lógica, si bien, en
todo caso, se tendría que hacer mención previa de las otras actividades espirituales
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distintas del pensamiento en cuanto tal. Acerca de los sentidos externos, las imágenes y
representaciones, después acerca de la conexión, de la así llamada asociación de las
mismas, después, además, acerca de la naturaleza de las lenguas, especialmente acerca de
la diferencia entre las representaciones, los pensamientos y los conceptos, siempre sería
posible traer a colación muchas cosas interesantes y también útiles en la medida en que el
último objeto, si se pusiera también de manifiesto la parte que compete al pensamiento en
la intuición, etc., proporcionaría una introducción más directa al ámbito de la lógica.
2. Pero como objeto fundamental cabría considerar a los elementos de la lógica.
Eliminando el significado y el tratamiento especulativo, la enseñanza podría extenderse a
la teoría del concepto, del juicio y del silogismo y de sus figuras, después a la teoría de la
definición, la división, la demostración y el método científico, completamente a la
antigua usanza. En la teoría del concepto ya se da cabida normalmente a determinaciones
que pertenecen, de una forma más precisa, al campo de la ontología tradicional; también
se acostumbra a presentar una parte de la misma bajo la forma de leyes del pensamiento.
Sería provechoso añadir aquí una familiarización con las categorías kantianas, en cuanto
los así llamados conceptos originarios del entendimiento y, dejando a un lado el resto de
la metafísica kantiana, se podría aún alumbrar, no obstante, mediante la mención de las
antinomias, al menos una visión panorámica negativa y formal de la razón y las ideas.
A favor de la vinculación de esta enseñanza con la formación gimnasial habla la
circunstancia de que ningún objeto es menos susceptible de ser valorado por la juventud
de acuerdo con su importancia o utilidad. El hecho de que este punto de vista se haya
venido abajo, también de una forma más general, constituye ciertamente el motivo
fundamental por el cual dicha enseñanza, impartida en otro tiempo, haya sido
desapareciendo poco a poco. Además, tal objeto es demasiado poco atractivo para incitar
a la juventud, de una forma general, al estudio de la lógica durante su periodo
universitario, en el que está a su arbitrio de qué conocimientos decida ocuparse aparte del
estudio con vistas a su profesión; también podría darse el caso de que profesores de
ciencias positivas desaconsejen a los estudiantes el estudio de la filosofía, bajo la que
ellos también podrían comprender por cierto el estudio de la lógica. Pero si se introduce
esta enseñanza en los Gimnasios, los alumnos que hayan tomado parte en ella habrán
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más precisa acerca de la naturaleza del espíritu, de sus actividades y estados, y entonces
podría ser más provechoso comenzar por la enseñanza de la lógica, simple y abstracta, y,
por ello, fácil de comprender. Ello tendría lugar así en un periodo más temprano en el que
la juventud se muestra todavía dócil respecto a la autoridad y se deja instruir por ella, y
está menos contagiada por la pretensión de que, para ganar su atención, la cosa tendría
que ajustarse a su representación y al interés de sus sentimientos.
La eventual dificultad consistente en aumentar las horas de la enseñanza
gimnasial con otras dos nuevas, podría ser eliminada quizá, con el menor trastorno
posible, mediante la supresión de una o dos horas en la llamada enseñanza de alemán y de
la literatura alemana o, todavía de una forma más adecuada, mediante la supresión de las
lecciones sobre la Enciclopedia jurídica, cuando dicha enseñanza se imparte a nivel del
Gimnasio, sustituyendo las mismas por lecciones sobre lógica, con tanta más razón para
que la formación general del espíritu no se desvirtúe ya en los Gimnasios, que han de ser
considerados como dedicados exclusivamente a ella, y no parezca que ya se ha de
introducir en ellos el adiestramiento con vistas a emplearse y a estudiar para ganarse la
vida.
Por lo que se refiere, todavía, por último, a los libros de texto que cabría
recomendar a los profesores con vistas a tal enseñanza preparatoria, no sabría indicar
ninguno, entre los que conozco, como superior a los demás; pero la materia se encuentra,
ciertamente, de una forma aproximada en cada uno de ellos y, desde luego, en los más
antiguos, de un modo más rico, más determinado, menos mezclado con ingredientes
heterogéneos, y una alta Instrucción del Ministerio real podría dar a conocer qué materias
habría que destacar.
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Por la presente me permito, muy distinguido señor, incitado por nuestra conversación
oral, a exponerle ulteriormente mis pensamientos acerca de la exposición de la filosofía
en las Universidades. Debo rogarle muy encarecidamente que tenga a bien mostrarse
indulgente también en lo referente a la forma y que no exija mayor grado de desarrollo y
de cohesión del que se puede ofrecer en una carta apresurada, que os debe alcanzar
todavía próximo a nosotros.
Comienzo inmediatamente con la observación acerca de cómo, en general, este objeto
pueda convertirse en tema de discusión, dado que, sin duda, puede parecer una cosa muy
simple que respecto a la exposición de la filosofía sólo ha de valer lo mismo que vale
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acerca de las otras ciencias; a este respecto no quiero detenerme con la observación de
que también se ha de exigir de ella que concilie la claridad con la profundidad y un grado
de desarrollo adecuado, con la observación de que ella también comparte este destino con
la enseñanza de las otras ciencias en una Universidad, según el que debe organizarse en
función del tiempo asignado —normalmente un semestre— y de que de acuerdo con esto
sea preciso conceder más extensión o dar un tratamiento más breve a la ciencia en
cuestión, etc. El tipo de perplejidad que se puede percibir actualmente respecto a la
exposición de la filosofía, ha de ser atribuido ciertamente al giro que ha tomado esta
ciencia y de donde ha surgido la situación presente según la que el antiguo enfoque
científico de la misma y las ciencias particulares en que era dividida la temática filosófica
han quedado más o menos anticuados en cuanto a la forma y al contenido, pero de modo
que, por otra parte, la idea de filosofía que la ha reemplazado carece todavía de
elaboración científica y el material de las ciencias particulares ha alcanzado de una forma
imperfecta, o bien no ha alcanzado todavía, su reformulación y su asunción en la nueva
idea. Vemos, por consiguiente, por un lado cientificidad y ciencias sin interés, por el otro,
interés, sin cientificidad.
Por ello, también, lo que vemos exponer por regla general en las Universidades y
en los documentos escritos son, todavía, algunas de las antiguas ciencias, la lógica, la
psicología empírica, el derecho natural, quizá todavía la moral; pero también a aquéllos
que, por lo demás, se atienen aún a lo más antiguo, la metafísica se les ha ido a pique, de
la misma forma en que se le ha ido el Derecho público alemán a la Facultad de derecho;
si en esta situación las restantes ciencias, que constituían por lo demás la metafísica, no
son tan echadas de menos, tal debe ser el caso al menos en lo referente a la teología
natural, cuyo objeto era el conocimiento racional de Dios. Respecto a aquellas ciencias,
que todavía se han conservado, especialmente la lógica, parece casi que en la mayoría de
los casos son sólo la tradición y la consideración de la utilidad formal de la formación del
entendimiento, quienes las mantienen todavía en pie; pues su contenido, así como
también su forma y la de las restantes ciencias, se encuentran demasiado en contraste con
la idea de filosofía, a la que se ha trasladado el interés y con el estilo de filosofía asumido
por ella, como para que ellos puedan proporcionar todavía una satisfacción suficiente.
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Aún cuando la juventud comience a partir de ahora el estudio de las ciencias, ella, no
obstante, ya se encuentra influenciada, aún cuando no fuera más que por un rumor
indeterminado de otras ideas y de otros estilos, de forma que emprende el estudio de esas
ciencias sin el debido prejuicio acerca de su autoridad e importancia y ocurre fácilmente
que no encuentra algo cuya espera ya había sido suscitada en ella; desearía señalar que
también la enseñanza de tales ciencias, a causa de la oposición imponente que haya
suscitado alguna vez, no puede ser impartida ya con la despreocupación y la plena
confianza con que tenía lugar en otro tiempo; un estado de inseguridad y de irritación que
surge de todo ello no contribuye, por tanto, a procurarle aceptación y crédito.
Por otro lado, la nueva idea todavía no ha cumplido con la exigencia de articular el
amplio campo de objetos, que pertenecen a la filosofía, en un todo ordenado, formado a
través de sus partes. La exigencia de conocimientos determinados y la verdad, por lo
demás reconocida, según la que el todo sólo puede ser aprehendido verdaderamente
mediante la elaboración de las partes, no sólo han sido pasadas por alto sino que también
han sido rechazadas con la afirmación de que la determinabilidad y la pluralidad de
conocimientos resultan superfluos para la Idea, de que incluso le son contrarias y de que
se encuentran por debajo de ella. De acuerdo con tal punto de vista, la filosofía resulta
algo tan compendioso como la medicina o al menos como la terapia en tiempos del
sistema de Brown, de acuerdo con el cual podía ser despachada en una media hora. No
obstante, quizá ha conocido usted personalmente, en Munich, a un filósofo que pertenece
a este estilo intensivo; Franz Baader pública de vez en cuando un par de pliegos que
habrían de contener toda la esencia de toda la filosofía o de una ciencia particular de la
misma. Quien sólo publica de esta manera, posee, todavía la ventaja de la creencia del
público de que también él dominará la exposición de tales pensamientos universales.
Pero, todavía en Jena, he presenciado la entrada en escena de Friedrich Schiegel con sus
lecciones sobre filosofía trascendental; a las seis semanas había concluido su curso no
precisamente para satisfacción de sus oyentes que habían esperado y pagado uno
semestral. Hemos visto conceder un mayor desarrollo a las ideas universales con la ayuda
de la fantasía, que llevó a cabo una mezcolanza de lo alto y lo bajo, de lo próximo y lo
lejano, de una forma brillante y oscura, a menudo en un sentido más profundo y, con la
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misma frecuencia, con una total superficialidad y, con vistas a ello, echó mano
especialmente de aquellas regiones de la naturaleza y del espíritu que son para sí mismas
oscuras y arbitrarias. Un camino opuesto hacia un mayor desarrollo es el crítico y el
escéptico, que en el material existente posee un contenido en el que progresa y que, por lo
demás, no consigue otra cosa que la insatisfacción y el aburrimiento de los resultados
negativos. Aun cuando este camino sirve, tal vez, para ejercitar la agudeza, mientras que
el recurso a la fantasía podría producir el efecto de provocar una fermentación transitoria
del espíritu, quizá también lo que se denomina edificación, y de insuflar en unos pocos la
idea universal misma, ninguno de estos enfoques aportar, sin embargo, lo que se ha de
aportar y que es el estudio de la ciencia.
En los comienzos de la nueva filosofía, a la juventud le complacía inicialmente
poder despachar el estudio de la filosofía, e incluso de las ciencias en general, con
algunas fórmulas generales que deberían contenerlo todo. Las consecuencias que se
derivaron de esta opinión: falta de conocimientos, ignorancia tanto en lo referente a los
conceptos filosóficos, como también a las ciencias profesionales especiales
experimentaron, no obstante, por parte de las exigencias del Estado así como por parte de
la restante cultura científica una contradicción y un rechazo práctico demasiado serios
como para que esa presunción no quedara desacreditada. Así como la necesidad interna
de la filosofía exige ser desarrollada científicamente y en sus partes, así también me
parece éste el punto de vista acorde con la época; no se puede retomar a sus antiguas
ciencias; pero la masa de conceptos y de contenido que ellas implicaban tampoco puede
ser ignorada sin más; también la nueva forma de la Idea exige su derecho, y el antiguo
material necesita, por consiguiente, una reformulación que se adecue al punto de vista
actual de la filosofía. Ciertamente, este punto de vista acerca de lo que es acorde con la
época sólo puedo proponerlo como una apreciación subjetiva, así como también he de
considerar ante todo como un enfoque subjetivo, el que he tomado en mi elaboración de
la filosofía, cuando me he propuesto tempranamente esa meta; acabo de terminar la
publicación de mis trabajos sobre lógica y debo esperar cómo acoge el público este modo
de proceder.
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Pero al menos creo poder aceptar esto como correcto: que la enseñanza de la
filosofía en las Universidades no puede conseguir lo que tiene que conseguir —una
adquisición de conocimientos determinados—, a no ser que revista un desarrollo
determinado, metódico que abarque y ordene el detalle. Esta ciencia, como cualquier otra,
sólo es susceptible de ser aprendida de esta forma. Aun cuando el profesor pueda evitar
esta palabra, debe ser consciente de que se trata de esto ante todo y de una forma esencial.
Se ha convertido en un prejuicio no sólo del estudio de la Filosofía, sino también de la
Pedagogía —y aquí todavía en mayor medida— que el pensar por sí mismo ha de ser
desarrollado y ejercitado en el sentido de que, en primer lugar, en ese estudio el material
no importa y, en segundo lugar, el plantear el problema como si el aprender fuera opuesto
al pensar por sí mismo, puesto que de hecho el pensar sólo se puede ejercitar en un
material que no sea un producto o una elaboración de la fantasía o alguna intuición,
llámese sensible o intelectual, sino que es un pensamiento y, además, un pensamiento
sólo puede ser aprendido mediante el hecho de que él mismo es pensado. De acuerdo con
un error común, parece que a un pensamiento sólo se le puede imprimir el sello de lo
pensado por sí mismo cuando discrepa del pensamiento de otros hombres, en cuyo marco
suele, pues, encontrar su aplicación la conocida expresión según la que lo nuevo no es
verdadero y lo verdadero no es nuevo; por lo demás de ahí ha surgido la obsesión de
acuerdo con la que cada uno quiere tener su propio sistema y de acuerdo con la que una
ocurrencia es tanto más original y excelente cuanto más banal y disparatada es, porque
precisamente por ello demuestra, de la mejor manera, su carácter peculiar y su
diferenciación de lo que piensan otros.
De una forma más precisa, la filosofía alcanza mediante su determinabilidad la
aptitud para ser aprendida, en la medida en que sólo de esa forma se hace clara,
comunicable y capaz, de convertirse en un bien común. Así como ella, por un lado,
pretende ser objeto de un estudio particular, sin constituir de suyo un bien común por el
hecho de que cada hombre esté dotado, en general, de razón, así también, su
comunicabilidad universal le priva de la apariencia que revistió, entre otros, también en
tiempos recientes y de acuerdo con la cual vendría a constituir una idiosincrasia de
algunas cabezas trascendentales y, de una forma acorde con su verdadera posición, se
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agregará como segunda ciencia a la filología en cuanto primera ciencia propedéutica para
una profesión. En esto queda siempre abierto que algunos se detengan en esta segunda
etapa, pero al menos ello no ocurre por el motivo que se daba en muchos que se hicieron
filósofos por no haber aprendido en general nada de interés. Por lo demás, aquel peligro
ya no parece, en líneas generales, tan grande, como he declarado anteriormente y, en todo
caso, parece menor que el de quedarse estancado, de forma inmediata, en la filología, el
primer nivel. Una filosofía desarrollada científicamente ya hace justicia, dentro de sí
misma, al pensamiento determinado y al conocimiento profundo, y su contenido, lo que
hay de universal en el ámbito natural y espiritual, conduce de por sí, inmediatamente, a
las ciencias positivas, que muestran este contenido bajo una forma concreta,
ulteriormente desarrollado y aplicado de tal manera que, a la inversa, el estudio de estas
ciencias se muestra como necesario para una comprensión profunda de la filosofía;
mientras que, por el contrario, el estudio de la filología, una vez que se sume en el detalle
el cual, de una forma esencial, sólo ha de permanecer como medio, posee algo tan
extraño y apartado de las restantes ciencias, que sólo se dan en ella un vínculo precario y
unos pocos puntos de transición hacia una ciencia y hacia una profesión de lo real.
En cuanto ciencia propedéutica, la filosofía tiene como cometido, de una forma
especial, la formación y la ejercitación formal del entendimiento; pero esto sólo puede
conseguirlo distanciándose por completo de lo fantástico, mediante la determinabilidad
de los conceptos y un modo de proceder coherente y metódico; ella debe poder procurar
aquella ejercitación en mayor medida que las matemáticas dado que no posee, como
éstas, un contenido sensible.
He mencionado anteriormente la edificación, la cual es a menudo algo que se
espera de la filosofía; en mi opinión, ésta no debe ser nunca edificante, ni siquiera cuando
se la expone a la juventud. Pero ella tiene que satisfacer una necesidad emparentada con
esto, que yo quisiera, todavía, abordar brevemente. En efecto, cuanto más la época
reciente ha impulsado de nuevo la orientación hacia una materia sólida, hacia unas ideas
más elevadas y hacia la religión, tanto menos, y en menor medida que nunca, resulta
suficiente para ello la forma del sentimiento, de la fantasía, de los conceptos confusos. El
cometido de la filosofía debe consistir en justificar ante la inteligencia la realidad
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una forma muy fundamental tres cuestiones, acerca de los resultados obtenidos hasta
ahora, aun cuando se trate todavía de experiencias incompletas, en lo referente al Instituto
real, así, como acerca de los deseos del público que se hayan observado»2.
El que suscribe, de acuerdo con este altísimo mandato, ha mantenido el 18 de
agosto una reunión sobre este tema con los profesores del Gimnasio y con ambos
vicerrectores, pero debido a la celebración de exámenes y a las tareas de distribución de
premios, sólo más tarde ha podido redactar el muy humilde informe sobre dicha reunión.
Los deseos del público y sobre todo las experiencias acerca del objeto
mencionado deben, según la naturaleza de la cosa, ser planteados más bien al rectorado
del Instituto real que al rectorado que suscribe; a éste le faltan los datos más precisos que
son necesarios para el enjuiciamiento y, por tanto, a este respecto sólo puede extenderse a
los aspectos que caen dentro su horizonte.
Cabría comenzar con la observación previa de que los deseos del público en
general no serán tomados aquí en consideración en modo alguno, dado que hay padres
que sólo desean ver que se produzca el éxito de sus hijos en el mundo con el menor
esfuerzo posible por parte de éstos y los menores costes por parte suya, que consideran
como un mero medio y como una agria condición a la lamentablemente imprescindible
formación espiritual y científica, de la que con gusto verían dispensados a sus hijos, o que
al menos cumplieran con este trámite tan rápida y cómodamente como fuera posible. De
una forma especial en lo referente a la lengua griega y a la latina, tales padres sólo se
acuerdan del duro esfuerzo que en su juventud se vieron precisados a dedicarle en el
marco de unas malas instituciones y según unos malos métodos; pero en parte son
desagradecidos con esta enseñanza y creen no ver ninguna utilidad en ella, si no hacen
ningún uso directo de estas lenguas, —porque ellos no llegaron a comprender y a tomar
conciencia del influjo espiritual que aquella formación ha tenido sobre ellos y, sin que lo
sepan, la sigue teniendo todavía—. Por encima de los puntos de vista de esta parte del
público que desea para sus hijos la cosecha, sin que hubieran tenido la necesidad de
2
Hegel va a aprovechar, sin embargo, esta circunstancia para hacer una decidida defensa de la bondad de
la enseñanza humanística impartida en el Gimnasio {N.delT.)
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cultivar la tierra y de sembrar, se encuentra situada la mejor parte del público mismo,
pero, en mayor medida todavía, el Gobierno supremo echa abajo tales deseos mediante
las exigencias que dicha instancia altísima fija, tanto en lo relativo a la aptitud para el
servicio del Estado en sus ramas particulares como también en lo referente a la formación
general de un servidor del Estado, que posee un influjo tan grande, incluso el más grande,
sobre aquella aptitud particular.
Mediante estas exigencias y mediante las necesidades del Estado se establece, de
una forma especial, qué tipo de necesidades debe tener el público, de un modo más
preciso, en lo referente a los Institutos docentes, en cuanto que en ellos se forma la
juventud con vistas a su aptitud para el Estado y conforme con ello se establecen los
destinos que le serán ofrecidos a la juventud, y los deseos del público de encontrar
oportunidades de hacerlos idóneos para ello.
De acuerdo con lo que se ha concluido unánimemente en la reunión de profesores
que ha tenido lugar, pareció por cierto como si no se hubiera reparado en un deseo
particular del público, de haber tenido oportunidad pública de que los jóvenes, después de
haber frecuentado dos años la Escuela real realizaran un curso de cuatro años en un
Instituto real para prepararse allí, en cuanto se trata de un centro de nivel medio, para la
Universidad. A este respecto, no obstante, podrá aportar indicaciones precisas el
rectorado del Instituto real, respecto a cuántos alumnos y de qué condición se encuentran
en el mismo que no quieren, tal vez, realizar tan sólo un curso de un año o de dos, sino un
curso completo de cuatro años. y, por cierto, para frecuentar después la Universidad. No
obstante, acerca de la cuestión de en qué medida el público pueda abrigar este deseo o lo
pueda abrigar todavía más en el futuro, según las necesidades experimentadas, el
rectorado, que suscribe, de acuerdo con la amplitud del mandato altísimo, cree tener que
mencionar en este dictamen muy humildemente las siguientes circunstancias.
Considerados de una forma más precisa los destinos individuales, para los que es
necesario un centro preparatorio superior, se ha de señalar que respecto a los alumnos
destinados a la teología o a la jurisprudencia, el estudio gimnasial resulta imprescindible,
según convicción unánime. Ante la cuestión de sí respecto a la medicina (considerados
esta ciencia y su arte de un modo absoluto o al menos según el estado tal como están
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configurados, todavía, en el momento actual) ocurre otro tanto, hay que señalar que esta
dilucidación no se encuentra bajo la competencia del rectorado, que suscribe; aquí sólo se
debe hacer mención del hecho de que aún cuando para ello no fueran absolutamente
necesarios los estudios gimnasiales, esta concepción, no obstante, todavía es claramente
predominante en el público y de que difícilmente habrá un padre que no quiera que un
hijo suyo, destinado a la medicina, realice aquellos estudios. Todavía más se ha de hacer
mención de la disposición positiva según la que, de acuerdo con mandatos altísimos (Reg.
Bl., 1808, págs. 2.894 y ss.), los exámenes escritos y orales de los estudiantes de
medicina ante el comité médico han de ser realizados en latín.
Se reconoce, además, esta necesidad para aquellos que deseen dedicarse a la
docencia en las escuelas o en los Institutos de enseñanza.
Respecto a otros destinos, por el contrario, parece que se puede prescindir en
mayor medida de los estudios gimnasiales. Sin duda su realización es sumamente
deseable por parte de aquellos que «en la especialidad de economía pública y de
cameralística aspiran a un puesto más elevado que el de un mero oficial en una oficina»
(Reg. Bl. 1809, pág. 1332); además para los candidatos a correos (Reg. Bl. 1808, pág.
937), para los alumnos de la escuela de topografía (Reg. Bl. pág. 1657). Pero en la
medida en que desde los Institutos reales se pueden extender certificados finales de
madurez para la Universidad, esto también tendrá que ampliarse a los últimos destinos
mencionados. Hasta qué punto en lo referente a los aspirantes a los puestos superiores de
la economía pública o cameralísticos quepa prescindir del conocimiento de los idiomas
antiguos y de la literatura clásica y resulte indiferente para ellos realizar los estudios
propios del Gimnasio o del Instituto real, es algo que se encuentra más allá del horizonte
del rectorado que suscribe; él sólo tiene conocimiento de que el estudio de la ciencia
cameralística acostumbra a menudo a estar unido con la jurisprudencia, así como también
sucede que, según altísimas ordenanzas, los candidatos pueden examinarse ante ambas
altas instancias competentes. El que suscribe debe, no obstante, dejar al criterio de
consideraciones superiores hasta qué punto se pueda prescindir del estudio de la
jurisprudencia respecto a los puestos financieros más elevados, y pasar por alto hasta qué
punto, con ello, puedan ser examinados también de la formación superior que es peculiar
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del centro gimnasial. Al menos se ha de conceder esto, a saber, que aquéllos a los que
esté expedito el camino a través del Instituto real, también pueden escoger el camino a
través del Gimnasio, y lo máximo que se ha de decir podría ser acaso que ellos en el
último aprenden quizás algo que no les es útil, de una forma directa, para el uso empírico,
pero que, por el contrario, por esta vía consiguen a la vez la preparación adecuada para
cualquier especialidad que se estudie en la Universidad.
De acuerdo con la experiencia realizada hasta ahora desde el Gimnasio, o bien se
ha aconsejado por el rectorado a aquellos alumnos —en los que resultaba patente que no
realizaban ningún progreso en los estudios gimnasiales, entendiendo por ello no sólo las
lenguas antiguas sino incluyendo las restantes materias docentes— que solicitaran ser
admitidos en el Instituto real, o bien esos alumnos tomaron esa decisión por propia
iniciativa. En general el rectorado, que suscribe, no puede atribuir la incapacidad para las
lenguas antiguas a la carencia de un talento específico para las mismas sino a la
incapacidad para una formación que pretenda ser superior, en general. Los que no
aciertan a estudiar las lenguas antiguas tienen que aprender, por el contrario, otras más
recientes, y la falta de talento para aquéllas abarcaría en sí también a éstas, sí se tratara
meramente de lenguas. Pero con el aprendizaje de las lenguas antiguas va unido en
primer lugar el estudio superior de los conceptos gramaticales y después el de la literatura
clásica. Y en ello se ha de situar especialmente lo peculiar de la enseñanza gimnasial;
pero en la medida que aquellos sujetos, o bien no poseyeran ninguna aptitud a este
respecto, o bien su formación hubiera sido descuidada en la primera juventud, no cabría
esperar de ellos que realizaran grandes progresos en una formación científica superior,
aún cuando ella revistiera otra forma distinta de la de los estudios clásicos.
Por el contrario, de la condición y de la determinación de aquéllos que entraron,
desde fuera, en el Instituto real y se proponen acceder a la Universidad, será el rectorado
de dicho Centro quien podrá informar acerca de ello. Esto es lo que cree el rectorado que
suscribe que debe sospechar, a saber, que habrá muchos entre ellos que han sido
educados de una forma demasiado cómoda, demasiado circunspecta y melindrosa como
para que sus padres pretendan de ellos, y más tarde ellos mismos, abordar seriamente el
aprendizaje y asumir el esfuerzo que exige el estudio de las lenguas antiguas.
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los Institutos reales son Institutos cerrados para aquellos auténticos alumnos, de forma
que esos tales deben asistir a todas las lecciones del mismo, prescritas en el plan de
estudios, se encontrará aún un gran número de ellos, como los mencionados en último
lugar, y también los artistas, que sólo desearían participar en lecciones concretas. En
general en una gran ciudad constituye una necesidad el tener oportunidad de poder
realizar cursos de física, química, etc. Un tal centro será utilizado por tantos más, si
funciona, respecto a esta finalidad, teniendo en cuenta las necesidades laborales generales
en lo relativo a las horas del día, especialmente si está en coordinación con una escuela de
arte o toma en consideración a los artistas.
Después de la consideración de estos puntos de vista generales, el rectorado que
suscribe pasa a contestar muy humildemente los puntos especiales cuyo examen muy
graciosamente se ha planteado:
1. «Si en algún aspecto se podrían unir las materias docentes del Instituto real y del
Gimnasio, para ahorrar algún puesto docente».
Este ahorro podría considerarse como posible, de las tres formas siguientes:
a) mediante el hecho de que los profesores del Gimnasio impartieran también lecciones
en el Instituto real o viceversa.
Dado que el centro gimnasial ya dispone de su organización completa y de una
extensión planificada, los profesores no sólo tienen el número de horas de docencia
señalado muy graciosamente, sino que los docentes sobrepasan actualmente aquel
número legalmente establecido. En lo que se refiere en particular a los profesores de
matemáticas y de ciencias filosóficas preparatorias, ellos no tienen, de acuerdo con la
altísima Normativa, tantas horas de docencia como aquellos; pero sería de esperar de la
gracia del Gobierno supremo que de aquellas que están encomendadas al rectorado se
suprima, todavía, un número de horas, dado que las tareas no unidas con este cargo se han
acumulado tanto, y no se puede atender a las obligaciones del mismo, sobre todo si se
trata de un centro grande, entre otras cosas a la visita de la clases, en la medida en que lo
exigen la importancia de la cosa y el mejor funcionamiento del centro. Por lo que se
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refiere a los profesores del Instituto real ocurriría otro tanto, si estuviera fijado el número
completo de clases.
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este acicate, este apoyo sólo es posible tratándose de un pequeño número de alumnos; si
ellos sobrepasan un cierto número, o bien debe venirse abajo en la mayor parte de los
casos y muchos tendrían que quedarse completamente rezagados, puesto que quien en
esta ciencia se queda estancado en un punto, no sigue progresando más, o bien se produce
una excesiva demora y se impacienta y se hastía a los que progresan. Esto sin mencionar
el impedimento externo que supone una gran muchedumbre para segregarla en torno al
tablero, sobre el que se escribe, etc.
La lengua francesa se ha de estudiar asimismo con mayor profundidad en un
Instituto real, y en lo referente a esta enseñanza también es válido lo mismo que -se acaba
de decir acerca de las matemáticas, a saber, que un número grande resulta aquí muy
perjudicial para progresar en la asignatura; y además, que los que prosiguen ahí el estudio
de las lenguas antiguas tienen de antemano muchas ventajas, en todos los sentidos.
En el caso de las ciencias filosóficas preparatorias se ha de acusar con particular
intensidad que pueden ser abordadas de una forma completamente distinta, tratándose de
alumnos que reciben una formación superior, cuya capacidad comprensiva ha sido
fortalecida mediante la familiarización con la literatura clásica y ha sido iniciada en una
multitud de conceptos acerca de las relaciones espirituales. Este influjo se extiende, no
obstante, en general a todas las materias docentes; con ello ya se establece en y para sí
una diferenciación, pero todavía más mediante el hecho de que, como se ha indicado más
atrás, habitualmente, por una parte, sólo hombres de escaso talento y capacidad de
percepción, por otra parte, otros por desidia y por temor ante el esfuerzo espiritual se
apartan ellos mismos de los estudios gimnasiales o son remitidos por el rectorado al
Instituto real. Esto está tan en conexión con la naturaleza de la cosa, de la diferente
temática que constituye el elemento de cada uno de los Institutos, que el público ya ha
comprendido esto y los padres que ven que sus hijos realizan pocos progresos en los
estudios gimnasiales, concluyen de ello que poseen pocas disposiciones para el estudio
superior y, por consiguiente, después de los intentos fallidos en lo relativo a los estudios
gimnasiales, buscan para ellos la salida del Instituto real. Tales alumnos que se habrían
cambiado hacia allí, no podrían progresar —o, tratándose de la enseñanza común de
ambos Centros, no progresarían— con los restantes alumnos del Gimnasio en las materias
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docentes de carácter espiritual, mientras que ellos, por el contrario, podrían tener buenas
disposiciones, y mostrarse en ello muy útiles, en lo referente a las matemáticas, física,
química, historia natural —ciencias que no exigen ningún pensamiento propiamente tal,
ni, lo que todavía es más esencial, ninguna profundidad particular del ánimo, tal como
ocurre con los estudios clásicos— y después también en lo referente a los conocimientos
y habilidades técnicos, en lo referente a lo real en general. En el caso, por tanto, de una
enseñanza en común con los alumnos del Gimnasio, ellos serían tomados poco en
consideración y estarían presentes más bien como figuras decorativas, o bien debería
descuidarse a estos, con lo que, por consiguiente, ni unos ni otros aprenderían nada.
En la medida en que un Centro gimnasial ha de ser considerado como una escuela
especial de preparación para la formación científica y espiritual superior, adquiere una
tonalidad peculiar que afecta a todas las materias docentes; esta unidad de tonalidad que
resulta esencial a un conjunto, que sólo puede configurarse en un Centro autónomo que
actúe de acuerdo con un fin, no podría menos de verse perturbada y reprimida si se
mezclan sus alumnos con otros que no reciben la restante formación global, y máxime en
cuanto ellos no son capaces de dicha formación. Una escuela especial, que posee aquella
importante misión, bien merece tener sus propios profesores así como sus propios
alumnos, de modo que aquéllos se puedan dedicar de una forma exclusiva a la meta de
sus pupilos y éstos sean de un estilo, formación y destino y que no hayan de ser
desatendidos a causa de otros alumnos de fines heterogéneos y de menos capacidades. Si
una tal unión es posible en lo referente a los conocimientos elementales, tal como ocurre
también realmente en las escuelas primarias, en las que la enseñanza abarca en si a la vez
el período de prueba del talento, en un centro superior, por el contrario, debe ponerse
como fundamento aquella separación, que para una mente capaz de una ocupación
espiritual exige otro estilo de enseñanza que para aquélla que no está destinada por la
naturaleza para lo intelectual sino sólo para las ciencias que poseen un elemento sensible
como las matemáticas, la física, la historia natural, y para las habilidades técnicas. Se les
podría impartir una misma enseñanza en tan escasa medida (o bien la misma enseñanza
será para ellos tan desigual), como un campesino y un hombre que haya estudiado,
apenas pueden ser instruidos juntos, militarmente. Un centro superior que debiera dar
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c) Pero el ahorro de puestos docentes se produce de por sí, si se satisfacen los deseos y las
necesidades del público con un número de clases del Instituto real menor de lo que estaba
previsto originalmente; a saber, en la medida en que debería parecer, según lo expuesto
muy humildemente más atrás, que en la mayoría de los que desean realizar estudios reales
(Realstudien), su destino llevaría consigo permanecer tan sólo, pongamos por caso, hasta
los 16 años en una enseñanza general, y necesitan, o bien junto con la preparación
científica que se imparte en el seno de esta edad o bien inmediatamente después de la
misma, pasar a la adquisición de los conocimientos especializados particulares y al
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Librodot Escritos pedagógicos G.W.F. Hegel 102
ejercicio de las habilidades técnicas. Según esta reducción, quizás podría bastar muy bien
con tres profesores: uno de matemáticas y de física, otro de química y de historia natural
y otro de historia, geografía, lógica y moral, además de los profesores especiales de las
lenguas modernas, de dibujo y de caligrafía. Quedaría aquí como cuestión abierta el
agrupar aquellas ciencias de otra manera, de acuerdo con las características individuales
de los profesores, encomendando al profesor de química también la física, al profesor de
historia natural la lógica y la moral, etc. Dos clases exigirán, respecto a la enseñanza que
tienen que impartir los profesores, entre 40 y 45 horas semanales, que podrían ser
impartidas tanto más fácilmente, si la enseñanza de los idiomas modernos se ampliara
más; entonces todavía les quedaría tiempo para dictar algunas lecciones útiles para un
público más general y para aquellos que ya están en posesión de un destino especial.
2. «Si cabe asignar al Instituto real otra relación con la escuela de estudios
(Studienschule) que la determinada mediante la Normativa general».
Esta pregunta más concreta parece ciertamente que sólo cabe contestarla a partir
de lo que indican la intuición y la experiencia acerca de las relaciones preparatorias de la
Escuela real con el Instituto, una experiencia de la que carece naturalmente el rectorado
que suscribe. En la medida en que la Escuela real es, por una parte, una escuela
preparatoria para el Instituto, pero, por otra, es una cualificada escuela ciudadana para
aquellos oficios que exigen más formación que los artesanos, propiamente tales, de los
que hay muchos aquí, resulta así inevitable que no sea aquí muy frecuentada, —si bien
ella, como se ha echado de ver por los catálogos de alumnos recibidos, no parece haber
encontrado en otras partes la aceptación esperada—, especialmente porque aquí las
escuelas elementales generales se encuentran todavía en su conformación antigua e
insuficiente. Pero con ello puede producirse el peligro de que los alumnos a causa de la
masificación y de la escasa preparación que traen de las escuelas elementales, de las que
proceden muchos inmediatamente sin haber pasado por las escuelas primarias, no puedan
adquirir la preparación adecuada para el Instituto; no pueden adquirir aquella formación
que llevarían consigo los alumnos del Progimnasio, si pasaran al Instituto. Si, por
consiguiente, se estableciera esta condición, a saber, que para el ingreso en el Instituto
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debieran haber precedido la visita del Progimnasio, entonces, por una parte, la aquí tan
beneficiosa Escuela real cesaría de existir por completo, pero, por otra parte, sufriría
menoscabo el importante destino del Progimnasio consistente en preparar para el
Gimnasio y esta situación los alumnos de dicho centro la acusarían tanto más
sensiblemente cuanto que se habrán mezclado con el mismo fines heterogéneos y más
amplios. Pero no se debe ciertamente tanto a carencia de preparación, si a los que deseen
ingresar en el Instituto real les falta la aptitud adecuada, sino, tal como se ha señalado
más atrás, o la falta de talentos, que la preparación, sea cual fuere, no puede subsanar
hasta el punto de poder desarrollar con ellos fines científicos más elevados que los que
implican los mencionados destinos. Pero en la medida en que en el Instituto real las
materias docentes deben ser concebidas y expuestas según criterios científicos superiores,
de este modo reviste, entonces, el carácter de un Liceo o de una Universidad y la
preparación que se habría de adquirir bien en la Escuela real, bien en el Progimnasio no
sería nunca suficiente; la laguna que llena el Gimnasio en la formación gradual,
permanecería todavía —la laguna de la auténtica formación de la razón y del gusto
mediante la literatura clásica, en la cual a la vez la mitad del tiempo de la enseñanza está
dedicado a la historia, la geografía, las matemáticas, las ciencias filosóficas preparatorias,
cuyo estudio de cuatro años, tomado conjuntamente, constituye la única preparación
fundamental para un Liceo o para la Universidad—.
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su conjunto y en los números quebrados, en las proporciones y en las tareas que van
vinculadas a todo ello; en el curso bianual de la Escuela real la aritmética puede, por
tanto, ser estudiada más ampliamente junto con los elementos del cálculo algebraico y, en
lo referente a la geometría, el dibujo mecánico de las figuras y también la planimetría.
Los alumnos pueden además, adquirir ulteriores conocimientos de geografía, con bastante
amplitud, y también, en algún grado, de historia universal; asimismo de historia natural y
cosmografía en lo referente a aquellos numerosos conocimientos, que se pueden trasmitir
sin un tratamiento científico. También deben ser capaces de escribir correctamente desde
un punto de vista ortográfico, y, sin duda, no han de ser capaces de redactar una
disertación, pero sí de reiterar por escrito y oralmente, narraciones más fáciles, etc.
Equipados con estos conocimientos, con las nociones elementales del francés, estarán
plenamente capacitados para que se comience ahora con ellos la exigida fundamentación
científica del saber práctico; a saber, el aprendizaje del álgebra, de la geometría, de la
trigonometría, de la historia natural sistemática según las divisiones científicas, física,
posteriormente química y matemáticas aplicadas, juntamente con la lógica y la moral,
añadiendo a ello la historia y también la geografía, cuyo estudio ha de ser proseguido
ulteriormente. Dos cursos, en cuatro semestres, parecen poder proporcionales de este
modo, aquella fundamentación, que es necesaria para su destino práctico, para estar en
condiciones de pasar desde allí a las escuelas especiales.
En la medida en que de este modo el rectorado que suscribe pudo contestar las
cuestiones planteadas a altísimo nivel —sólo en la medida en que entran en su
horizonte— permanece él mismo en el más profundo respeto.
De un Comisariado general real con toda la sumisión debida al rectorado de los estudios gimnasiales.
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APÉNDICES
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Usted me ha encargado poner por escrito mis puntos de vista acerca de la exposición de
la filosofía en los Gimnasios y presentárselos. Hace ya algún tiempo que he redactado el
primer esbozo, pero no he podido disponer del tiempo necesario para elaborarlo de una
forma adecuada. Para no diferir durante demasiado tiempo enviarle, de acuerdo con sus
deseos, algo acerca de esta cuestión, lo transcribo en la forma en que se encontraba, si
bien con algunos retoques, y se lo mando sin más dilaciones. Dado que el escrito no
posee más que un fin privado, podrá cumplir dicho fin, incluso tal como está redactado.
La expresión abrupta de los pensamientos, pero, todavía más, lo que aquí o allí puede
haber de actitud polémica, atribúyalo usted, amablemente, a la imperfección de la forma,
que para cualquier otro fin que no fuera exponerle mi opinión, hubiera exigido
ciertamente un estilo más pulido. La actitud polémica puede resultar más a menudo
inadecuada, en la medida en que el escrito va dirigido a usted y, por tanto, no habría
nadie sino usted contra quien cabría polemizar. Pero usted, por propio impulso,
considerará dicho modo de proceder única y exclusivamente como un apasionamiento
ocasional que se ha apoderado de mí, indebidamente, al hacer mención de éstos o
aquellos modos de proceder o puntos de vista.
Por lo demás, falta aún, una observación final, que yo, sin embargo no he añadido, dado
que acerca de ese punto todavía estoy en conflicto conmigo mismo, —a saber, que quizá
toda la enseñanza de la filosofía en los Gimnasios podría parecer superflua, que el estudio
de los Antiguos es el más adecuado para la juventud gimnasial y que según su sustancia
constituye la verdadera introducción a la filosofía—. Sólo que ¿cómo podría yo, profesor
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puede convertir en objeto de su interés aquello en lo que se puede aportar algo con su
actividad. Además cuando el hombre en los avalares del destino se muestra impaciente,
convierte un interés particular en un trasunto sumamente importante, como algo a lo que
tendrían que haberse ajustado los hombres y las circunstancias.
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encuentra ante sus pies. Se trata tan sólo de un ver y un concebir subjetivos. Él no ve la
cosa. Sólo sabe de una forma aproximada cómo está constituida ésta, y no llega a saberlo
adecuadamente, porque sólo el conocimiento de los puntos de vista universales conduce a
lo que se ha de considerar de una forma esencial, o puesto que él ya es lo fundamental de
la cosa misma, ya contiene los enfoques más destacados de la misma en los que, por
tanto, sólo se necesita, por así decirlo, introducir el ser-ahí externo y por tanto es capaz de
concebirla de un modo mucho más fácil y correcto.
Lo contrario de no saber juzgar consiste en juzgar precipitadamente acerca de
todo, sin comprenderlo. Un tal juicio precipitado se funda en que se ha concebido
ciertamente un punto de vista, pero es unilateral y de este modo pasa por alto, por tanto,
el verdadero concepto de la cosa, los restantes puntos de vista. Un hombre formado sabe
a la vez los límites de su capacidad de juzgar.
Además, pertenece a la formación el sentido para lo objetivo en su libertad. Ello
implica que yo no busque mi sujeto particular en el objeto, sino que se consideren y
manejen los objetos, tal como ellos son en y para sí, en su libre peculiaridad, que me
interese por ello sin un provecho particular. Un tal interés altruista se da en el estudio de
las ciencias, a saber, cuando son cultivadas por si mismas. La tendencia desordenada de
sacar provecho de los objetos de la naturaleza va unida con su destrucción. También el
interés por las bellas artes es altruista. Presenta las cosas en su autonomía viva y elimina
de ellas las insuficiencias y las deformaciones que sufren por influjo de las circunstancias
externas. La acción objetiva consiste 1) en que ella, también según sus aspectos
indiferentes, posea la forma de lo universal y en que carente de arbitrariedad, de antojo y
capricho, se haya liberado de lo peregrino y de cosas por el estilo; 2) según su dimensión
interna, esencial, lo objetivo está desprovisto de un interés egoísta, cuando se fija como
su fin la verdadera cosa misma.
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seriedad sin encontrarse a la vez fuera del mismo. La circunspección consiste aquí en
tener ante la vista todas las circunstancias y aspectos del trabajo.
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