La Conducta Suicida y Su Prevención
La Conducta Suicida y Su Prevención
La Conducta Suicida y Su Prevención
Se ha estimado que en el mundo casi 1 millón de personas muere por suicidio. Y en España según el Instituto
Nacional de Estadística se producen alrededor de 7 suicidios/cien mil habitantes/año aproximadamente y se
producen más muertes por suicidio que por accidente de tráfico, y la cifra de suicidas sigue un ritmo
ascendente.
Por tanto, suicidio es un problema trágico y prevenible de salud pública. Los esfuerzos para prevenir el suicidio
deben estar basados en las investigaciones que muestran qué factores de riesgo y de protección pueden ser
modificados, como también qué grupos de personas son los más apropiados para la intervención preventiva.
La prevención del acto suicida no es un problema exclusivo de las instituciones de salud mental, sino de toda la
comunidad en su conjunto. La multicausalidad del fenómeno del acto suicida sugiere que las estrategias de
prevención deben ser también múltiples. El abordaje preventivo, por tanto, tiene que partir de un enfoque
multidisciplinario, y a la vez desde un plano individual y de salud pública.
La prevención del suicidio a nivel individual enfatiza el diagnóstico, el tratamiento y seguimiento del trastorno
mental (depresión, esquizofrenia, drogodependencia y estrés).
El enfoque de salud pública cuenta con estrategias para la prevención del suicidio como las campañas de salud
mental, despistaje en los colegios, diagnóstico precoz del abuso de drogas, de la depresión y del estrés, el
control del acceso a los medios para cometer suicidio y el apoyo a los medios de comunicación para que la
información se adecue a la prevención.
El acto suicida que la OMS identificó en 1970 como un problema mayor de Salud Pública, ha estado siempre
ligado a la humanidad y sus costumbres.
El suicidio (del latín, etimología sui: sí mismo y caedere: matar) es un hecho humano transcultural y universal,
que ha estado presente en todas las épocas desde el origen de la humanidad. Ha sido castigado y perseguido en
unas épocas y en otras ha sido tolerado, manteniendo las distintas sociedades actitudes enormemente variables
en función de sus principios filosóficos, religiosos e intelectuales (Bobes García, González Seijo y Saiz
Martínez, 1997).
Ya en la Biblia se mencionan escenas de actos suicidas como el de Abimelec, que herido de muerte le pide a su
escudero que le mate.
El rey Saúl se quitó la vida; y su escudero que lo vio, se atravesó con su espada y murió con su rey.
Zimri llegó a ser rey mediante una conspiración, pero al ver que el pueblo no le apoyaba, entró en el palacio y
le prendió con él dentro.
Los mayas veneraban a Ixtab, la diosa del suicidio y esposa del dios de la muerte, también era la divinidad de la
horca; en la tradición maya, el suicidio era considerado una manera extremadamente honorable de morir.
Los Galos consideraron razonable el suicidio por vejez, por muerte de los esposos, por muerte del jefe o por
enfermedad grave o dolorosa. De igual forma, para Celtas Hispanos, Vikingos y Nórdicos, la vejez y la
enfermedad eran causas razonables. En los pueblos germánicos (visigodos) era loable el suicidio para evitar la
muerte vergonzosa.
En Grecia y Roma existen referencias a los suicidios tanto por conducta heroica y patriótica, como por vínculos
societarios y solidarios, por fanatismo o por locura y el suicidio asistido por el senado.
Durante la antigüedad clásica, el suicidio de personas con enfermedades incurables era visto como una
necesidad, prevalecía la idea de que quién no era capaz de cuidar de sí mismo, tampoco cuidaría de los demás,
en Roma sólo se penaba el suicidio irracional, el suicidio sin causa aparente. Se consideraba que el enfermo
terminal que se suicidaba tenía motivos suficientes. Se aceptaba pues el suicidio provocado por la impaciencia
del dolor o la enfermedad, ya que decían que se debía al cansancio de la vida, la locura o el miedo al deshonor.
La idea de bien morir (eu thanatos) era un summun bonum, porque era mejor morir de una vez que tener que
padecer desdichas un día tras el otro.
En la Grecia antigua al cadáver se le amputaba la mano con la que se había cometido el acto suicida y se
enterraba en un sitio alejado, sin ceremonias fúnebres.
Durante el Imperio romano, el suicidio se consentía e incluso era considerado un acto honroso. Los antiguos
romanos, bajo la influencia del estoicismo, admitían muchas razones legítimas para su práctica. El filósofo
romano Séneca lo ensalzaba como el acto último de una persona libre. Éste filósofo estoico señalaba que la
vida debe ser considerada en cuanto a calidad de vida y no en cantidad, morir mas tarde o más temprano no
tiene trascendencia.
Los japoneses se hacían el seppuku o harakiri, se trataba de un suicidio ritual por desentrañamiento para lavar
la deshonra.
En la india, en Benarés, se realiza la muerte por sutee (sati), que es una costumbre india donde las mujeres al
quedar viudas se inmolaban en la pira funeraria de su difunto esposo.
La condenación de la conducta suicida en la doctrina cristiana aparece desde el II Concilio de Orleáns en 533,
siguiendo las enseñanzas de San Agustín. Para éste, el suicidio era un pecado. Varios de los primeros concilios
de la Iglesia cristiana decretaron que a aquellos que cometieran suicidio no se les podrían aplicar los rituales
ordinarios de la Iglesia tras su muerte, y en la edad media la Iglesia católica romana condenó expresamente esta
práctica. En las legislaciones medievales se ordenaba la confiscación de todas las propiedades del suicida y el
cadáver sufría todo tipo de humillaciones, la cabeza era arrastrada por las calles y se exponía en la plaza
pública como medida de escarmiento para desalentar ese tipo de comportamiento. Al comienzo de la edad
media en Italia y Francia los cadáveres de los suicidas eran arrastrados desnudos por la ciudad y luego eran
colgados desnudos para público escarnio (Teraiza y Meza, 2009).
El Concilio Vaticano II calificó el suicidio como una cosa vergonzosa que atenta contra lo cívico del ser
humano y que constituye el más grave insulto al Creador. La Iglesia católica sólo ha canonizado a una suicida,
Santa Pelaya, que se lanzó a un abismo para que no abusasen de ella unos asaltantes.
Fue a partir del siglo XIX cuando se perdió ese sentido de socialización, inserto en la ritualidad. La sociedad
emergente rechazó aquel paradigma medieval. La muerte fue liberada y pasó al dominio privado, el cadáver era
velado en la casa, sepultado en familia, y en ese sentido la muerte pasó a depender cada vez más de la voluntad
del individuo. De este modo, la sociedad occidental se había desvinculado de la muerte y del suicidio en
particular.
Para Jasper y los filósofos existencialistas, el suicidio es la expresión máxima de la dignidad humana y es la
forma de expresar el hombre su libertad.
El suicidio es un tema tabú en nuestra cultura porque no hemos sido educados en la idea de la muerte, incluso
cuando se trata de un fallecimiento por causas naturales, y porque las creencias religiosas predominantes en el
sur de Europa siempre lo han considerado una conducta reprochable.
La OMS define el acto suicida como toda acción por la que un individuo se causa a sí mismo un daño, con
independencia del grado de intención y de que conozcamos o no los verdaderos motivos, y el suicidio como la
muerte que resulta de un acto suicida (Pascual Pascual y otros, 2005). Es decir, el suicidio es la acción de
quitarse la vida de forma voluntaria y premeditada. El intento de suicidio, junto al suicidio, son las dos formas
más representativas de la conducta suicida. Aunque el espectro completo del comportamiento suicida está
conformado por la ideación suicida: amenazas, gesto, tentativa y hecho consumado.
Conductas suicidas: Son las encaminadas a conseguir consciente o inconscientemente el acto suicida.
Riesgo de suicidio: Es la posibilidad de que una persona atente deliberadamente contra su vida.
Suicidio frustrado: Acto suicida que no ha conseguido el objetivo por alguna circunstancia imprevista.
Simulación suicida: Es el acto suicida que no cumple su objetivo, porque ha y fingimiento o presentación de
algo como real, cuando no existía una auténtica intención de consumar el acto.
Ideación suicida: Son los pensamientos y planes para llevar a cabo un acto suicida.
Gesto suicida: Es dar a entender con actos, que suelen tener algún simbolismo sobre una acción suicida que se
realizará.
Amenaza suicida: Es dar a entender con palabras a sobre una acción suicida que se realizará.
Suicidio colectivo: La conducta suicida que llevan a cabo varias personas a la vez. En este tipo de suicidios lo
normal es que una persona del grupo sea la inductora y el resto los dependientes. Los suicidios en grupo, tanto
si implican un gran número de personas como si sólo son dos (como un par de enamorados o cónyuges),
representan una forma extrema de identificación con la otra persona. Los suicidios de grandes grupos de gente
tienden a ocurrir en sectas y en situaciones con una gran carga emocional.
Suicidio racional: Una persona que inmerso en una enfermedad crónica, incapacitante, deterioro progresivo,
toma la decisión de que suicidarse es la solución a su sufrimiento.
Intento de suicidio: Se engloban aquellos actos autolesivos deliberados con diferente grado de intención de
morir y de lesiones que no tienen un final letal.
El parasuicidio o lesión deliberada sería el conjunto de conductas donde el sujeto de forma voluntaria e
intencional se produce daño físico, cuya consecuencia es el dolor, desfiguración o daño de alguna función y/o
parte de su cuerpo, sin la intención aparente de matarse. Forman parte del parasuicidio las autolaceraciones
(como cortes en las muñecas), los autoenvenenamientos (ingestión medicamentosa) y las autoquemaduras.
Aunque en Estados Unidos se utiliza el término intento de suicidio mientras en Europa se denomina
parasuicidio o daño autofligido deliberado.
El los últimos años se ha empezado a distinguir entre conducta suicida mortal y conducta suicida no mortal,
diferenciación que parece más adecuada.
El comportamiento suicida es un continuo que va desde la ideación en sus diferentes expresiones, pasando por
las amenazas, los gestos e intentos, hasta el suicidio propiamente dicho. La presencia de cualquiera de estos
indicadores (ideas, amenazas, gestos e intentos) debe considerarse como un signo de riesgo (Pérez Barrero y
Mosquera, 2002).
Aunque las causas del acto suicida son múltiples, se ha intentado explicar desde diferentes postulados teóricos,
lo que ha establecido distintos modelos etiológicos que han tratado de explicar el suicidio (Maris, Berman y
Silverman, 2000):
Etiología Biológica
Desde el punto de vista biológico, se pone de manifiesto que las personas que parecen tener cierta
vulnerabilidad hacia el suicidio presentan un descenso en los niveles de serotonina en el cerebro. En concreto
se han detectado niveles bajos de un metabolito de serotonina, el 5HIAA (ácido 5 hidroxindoleacético) en el
líquido cefalorraquideo en individuos con potencial riesgo de suicidio (Teraiza y Meza, 2009).
Las conductas suicidas han sido relacionadas con otros hallazgos bioquímicos como: la excesiva actividad del
sistema noradrenérgico, (Van Heeringen, 2003), la hiperactividad del eje hipotálamo-hipofiso-suprarrenal
(Gmitrowicz y Kolodziej-maciejewska, 2001), la hipo colesterolhemia con altos niveles de cortisol sérico
(controversias y datos contradictorios al respecto) (Vevera, 2006). Datos recientes muestran como los
porcentajes reducidos de ácido docosahexaenoico y bajas proporciones de Omega -3 en el perfil lipídico son
predictores de riesgo suicida entre pacientes deprimidos (Sublette y otros, 2006).
Etiología genética
Existen dudas sobre que el riesgo de suicidio se debe a factores genéticos o si está más relacionado con el
ambiente familiar y social.
Se ha afirmado que la tendencia suicida se decide en una zona del cromosoma 2 (Willour y otros, 2007).
Aunque hay evidencia de factores genéticos que contribuyen al riesgo de conducta suicida, esto no significa
que la conducta suicida es inevitable para los individuos con historial familiar; simplemente significa que tales
personas pueden ser más proclives.
Etiología psicológica
Los tres trastornos psicológicos más importantes que se han asociado con los intentos suicidas son: fracaso en
la resolución de problemas interpersonales, altos niveles de desesperanza con respecto al futuro y una mala
regulación del afecto (Sidley, 2001). En la mayoría de las ocasiones la persona que realiza un acto suicida pone
en juego su vida para que su vida cambie, ya que lo que puede ir buscando es que su vida sea otra porque la
vive está llena de un sufrimiento inaguantable.
También se han estudiado algunos rasgos caracteriales que pueden presentar tendencias suicidas como: la
tendencia al aislamiento social, la presencia de una baja autoestima, baja autoeficacia, pobre autoconcepto,
sentimientos de abandono y desesperanza, visión negativa de sí mismo y su entorno, niveles elevados de
impulsividad. Los rasgos de personalidad más frecuentes en los adolescentes suicidas son hostilidad,
impulsividad, rabia y baja tolerancia a la frustración. (Vallejo Ruiloba, 2005).
El suicidio es un homicidio contra uno mismo, en el que la agresividad que se siente hacia el entorno se dirige
hacía uno mismo.
Dentro de los aspectos más destacados de la psicodinamia de los suicidas se encuentran: venganza, poder,
castigo, reparación sacrificio, restitución, evasión, rescate, renacimiento, reunión con los muertos, vida nueva.
La probabilidad de que el acto se realice se incrementa cuando se sufre una pérdida de un objeto querido,
cuando se experimentan afectos abrumadores de furia o culpa (Teraiza y Meza, 2009).
Desde el punto de vista psicoanalítico es suicidio se considera un acto "logrado". Es decir un encuentro
siempre fallido con el Otro. En este sentido se constituye en un intento de lograr separar en el plano real lo que
no se logra o se logra fallidamente en lo simbólico. En este sentido el suicidio es siempre un acto singular.
Socialmente se suele buscar las causas que llevan a un suicidio, pero la causa de un suicidio estructuralmente
es una causa vacía, que responde a una trama subjetiva singular. Es así que el rastreo con el fin de encontrar
situaciones de malestar nunca lleva a buen puerto, porque un problema dado no basta para provocar suicidio.
Etiología sociológica
Desde el punto de vista sociológico pretende recoger los factores de riesgo que pueden incrementar el riesgo de
cometer un acto suicida.
1. La frecuencia del suicidio entre varones es mayor que entre las mujeres, proporción que se mantiene estable
en todos los grupos de edad. Sin embargo, los intentos de suicidio son mucho más frecuentes entre las mujeres
(principalmente mediante intoxicaciones medicamentosas) que entre los hombres (OMS, 2000).
Los varones apelan a procedimientos violentos como horca, armas de fuego y precipitación y las mujeres a
sobredosis o la inmersión.
2. Las tasas de suicidio aumentan con la edad, destacando la crisis de la mediana edad. Entre los varones, la
máxima incidencia de suicidios se observa a partir de los 45 años; entre las mujeres los números más altos de
suicidios consumados se registran después de los 55 años. En las personas de la tercera edad los intentos son
menos frecuentes, pero el éxito es mayor (Huergo Lora y Ocio León, 2009).
3. La frecuencia de suicidios es más alta en varones de raza blanca, siendo las tasas menores en varones de raza
negra y en blancos de origen hispano (Huergo Lora y Ocio León, 2009).
4. Las tasas de suicidio entre las poblaciones católicas han sido inferiores a la de los protestantes y a la de los
judíos pero es importante señalar el grado de ortodoxia y de integración en esta categoría más que la simple
afiliación religiosa institucional (Huergo Lora y Ocio León, 2009).
5. El suicidio es mayor entre los solteros, divorciados y viudos que en los casados, la ruptura de relaciones
significativas ejerce un peso importante en la conducta suicida, la separación marital y el hecho de vivir solo
aumenta el riesgo (Teraiza y Meza, 2009).
6. A mayor nivel social de una persona, mayor es el riesgo suicida pero una caída en la escala social también
aumenta el riesgo. Tienen más riesgo las personas desempleadas, lo que probablemente esté mediado por la
pobreza, las privaciones sociales, las dificultades domésticas y la desesperanza (Huergo Lora y Ocio León,
2009).
7. En cuanto a la profesión ciertos grupos ocupacionales como los psiquiatras, oftalmólogos y anestesistas
tienen un riesgo mayor de suicidio. También los músicos, dentistas, agentes de policía y de seguros y por
último abogados (Huergo Lora y Ocio León, 2009).
8. La migración con sus problemas añadidos: Vivienda deficiente, falta de apoyo social y expectativas
insatisfechas, aumenta el riesgo de suicidio (Teraiza y Meza, 2009).
Emile Durkheim fue el primero en explorar la influencia del contexto social y cultural sobre el riesgo de
suicidio, menciona que los factores que pueden influir en la conducta suicida son: falta de lazos familiares o
relaciones sociales relevantes, cuando por adversidad económica o social se rompe el vínculo entre el individuo
o la sociedad a la cual pertenece. Postuló que el acto suicida era un fenómeno sociológico, como resultado de
una falta de integración del individuo en la sociedad, más que un puro acto individualista, y lo definió como
todo caso de muerte que resulte directa o indirectamente de un acto positivo o negativo realizado por la víctima
misma sabiendo ella que debía producir este resultado.
A cada sociedad le corresponde un número de suicidios. Los hay de tipo egoísta (se da en sociedades donde el
individuo carece de integración), anómico (se da en sociedades cambiantes en la que se pierde el control
social), fatalista (se da en sociedades con un alto grado de regulación social) o altruista (el suicida se limita a
representar lo que es la voluntad de su sociedad, pues su acto intenta afirmar y prolongar sus significaciones:
Se da en sociedades en las que el individuo se suicida por su sensación de pertenencia a la sociedad –
kamikazes-.) (Durkheim, 1995).
3. EPIDEMIOLOGÍA
La calidad de los datos sobre actos suicidas, incluso en los países desarrollados es variables está influenciado
de un modo u otro por variables como los prejuicios familiares y religiosos, por cuestiones políticas o hábitos
culturales…
La manera en que se registran las defunciones de todo tipo varía enormemente según el país, lo cual hace
sumamente difícil comparar las tasas de suicidio de diferentes países. Aun en aquellos países que han
elaborado criterios uniformes, la forma en la cual se aplican estos criterios puede variar considerablemente.
También dentro de un mismo país, las tasas de suicidio informadas pueden variar según la fuente de los datos:
Organización Mundial de la Salud, Ministerios de Sanidad u otras Instituciones.
Como las estadísticas de suicidio se basan principalmente en los certificados de defunción y en las
investigaciones judiciales, pueden no reflejar la verdadera prevalencia del suicidio en una población, ya que los
datos son el producto final de una cadena de informantes, que incluye a quienes encuentran el cuerpo (a
menudo miembros de la familia), médicos, la policía, médicos forenses y estadísticos. Cualquiera de estas
personas puede rechazar definir la muerte como un suicidio, lo que suele ser más frecuente en los lugares
donde las actitudes religiosas y culturales condenan el suicidio. Se puede ocultar un suicidio para evitar la
estigmatización del suicida o de su familia, por conveniencia social, por razones políticas, para beneficiarse de
pólizas de seguro, o porque la persona que comete el suicidio deliberadamente lo hace parecer un accidente. El
suicidio también puede clasificarse equivocadamente como defunción por una causa indeterminada de muerte o
por causas naturales (cuando una persona mayor deja de tomar la medicación y muere por ello).
El suicidio puede no ser reconocido oficialmente cuando quienes están recibiendo medicamentos toman una
sobredosis, cuando las personas deliberadamente se dejan morir de hambre (suicidio por inanición)o cuando las
personas mueren algún tiempo después del intento de suicidio. En estos casos, así como en los de eutanasia o
suicidio asistido, la causa clínica de muerte es por lo general la que se informa oficialmente. El subregistro está
también relacionado con la edad y el fenómeno suele ser más frecuente entre las personas mayores. A pesar de
todas estas advertencias, se ha alegado que la clasificación relativa de las tasas nacionales de suicidio es
razonablemente exacta.
En contra de la creencia general, se presentan más muertes por suicidio que por homicidio, alrededor de un
millón de personas mueren por suicidio cada año, lo que hace una tasa de mortalidad de 16 por cien mil
habitantes o una muerte cada 40 segundos.
Se ha estimado que en el mundo casi 1 millón de personas muere por suicidio (OMS, 2004).
La OMS calcula que el suicidio representa el 1,5% de los fallecimientos en todo el mundo, con especial
prevalencia en los países menos desarrollados (Hawton y Van Heering, 2009).
Las cifras crecientes de los casos de suicidio consumado representan un grave problema de salud pública,
estimándose que en lo que llevamos de siglo ya se han producido más de cinco millones de muertes por
suicidio en el mundo. Según cálculos de la OMS (2005) los suicidios representaban el 1,8% de las muertes en
el año 1998 y estimaban que para el año 2020 se incrementaría hasta el 2,4% (OMS, 2005). Por otro lado el
17% de las causas de muerte de origen traumático, sobrepasando el millón de casos al año en todo el mundo,
cifra que se elevará a 1,53 millones de personas en el 2020 (Bertolote y Fleischmann, 2002).
La OMS clasifica las tasas de suicidio de una comunidad en función del número de suicidios/cien mil
habitantes/año. De modo que cifras inferiores a 5 suicidios/cien mil habitantes/año se consideran bajas, entre 5
y 15 medias y de 15 a 30 altas y por encima de 30 muy altas (Platt, 1984).
En algunos países el suicidio se encuentra entre las tres principales causas de muerte en personas entre los 15 y
los 44 años en algunos países, y la segunda causa de muerte en el grupo de edad entre los 10 y los 24 años. En
estas cifras no se incluyen los intentos de suicidio que son hasta 20 veces más frecuente que el suicidio
consumado.
Existe una distribución bimodal en cuanto a la edad del suicidio (15-34 años) y (> 65 años) (Qin, 2005)
(FEAFES, 2006).
Las tasas de suicidio no tienen una distribución igual en la población general. Un marcador demográfico
importante del riesgo de suicidio es la edad. A nivel mundial, las tasas de suicidio tienden a aumentar con la
edad.
Si bien las tasas de suicidio son en general más elevadas en las personas mayores, el número absoluto de casos
registrados entre quienes tienen menos de 45 años de edad es en realidad más alto que en las personas de más
de 45 años, dadas las distribuciones demográficas.
Aunque tradicionalmente las tasas de suicidio han sido más alta entre los varones de edad avanzada, las tasas
de los jóvenes se han ido en aumento hasta tal punto que ahora son el grupo de mayor riesgo en un tercio de los
países, tanto en países desarrollados como en los países en desarrollo.
Las tasas de suicidio de los hombres son superiores a las observadas en las mujeres. La frecuencia de suicidio
entre varones es cuatro veces superior a las de las mujeres (Huergo y Ocio, 2009). En general, la diferencia
entre los sexos en cuanto a las tasas de suicidio en los países asiáticoses más reducida que en otros lugares del
mundo.
Los intentos de suicidio son más frecuentes antes de llegar a la mediana edad. Los intentos de suicidio son
particularmente frecuentes entre las adolescentes solteras y entre los solteros alrededor de los 30 años. Aunque
las mujeres intentan suicidarse con una frecuencia tres veces mayor que los hombres, éstos consuman el
suicidio en una proporción cuatro veces mayor que ellas.
A nivel mundial, las cifras de autolesiones se estiman entre 3-5% de la población mayor de 16 años, incluidos
los suicidios consumados. La cifra anual en la Unión Europea es de 800 a 1.000 casos por cada cien mil/año.
Del 15-30 % de los pacientes que se autolesionan repiten la conducta antes del año, y entre el 1-2% se
suicidarán entre los 5 y 10 años siguientes a la tentativa.
Diariamente se producen en el mundo de 8 mil a 10 mil intentos de suicidio, de los que 1.000 lo consiguen.
Según la OMS, el suicidio sería la décima causa de muerte en los países civilizados.
Entre los 15 y 30 años el suicidio es la segunda causa de muerte, tras los accidentes de tráfico. También son los
usuarios de páginas de Internet sobre estos temas.
El suicidio es la causa del 30% de las muertes entre los estudiantes universitarios y del 10% de las muertes en
personas entre 25 y 34 años. Es la segunda causa de muerte entre los adolescentes. Sin embargo, más del 70%
de las personas que se suicidan son mayores de 40 años y la frecuencia aumenta en los mayores de 60 años,
sobre todo en los varones.
Las tasas de suicidio son mayores en las áreas urbanas que en las rurales.
Con respecto a la etnia, la prevalencia del suicidio entre los blancos es aproximadamente el doble de la
observada en otras razas, aunque recientemente en los Estados Unidos se ha informado una tasa más alta en los
negros.Se ha observado que los individuos blancos se suicidan con mayor frecuencia, casi el doble, que los
individuos de otras razas y que el pertenecer al mismo grupo étnico se asocia con tasas similares de suicidio.
En cambio los grupos étnicos diferentes que viven en el mismo lugar pueden presentar tasas de actos suicidas
diferentes (Qin, 2005).
Las personas casadas tienen menos probabilidades de intentar o de consumar el suicidio que las personas
separadas, divorciadas o viudas que viven solas. Los suicidios son más frecuentes entre los familiares de
quienes han realizado un intento o se han suicidado (Smith, Mercy y Conn, 1988).
Se ha señalado que el 90% de quienes se quitan la vida tienen algún tipo de trastorno mental, y que el 50% de
los suicidas cumplía los criterios de depresión, aunque esta asociación es algo más débil en los países asiáticos.
En la misma línea, se señala que el 10%-15% de los individuos con un trastorno bipolar muere por esta causa;
mientras que en el caso de la esquizofrenia, el suicidio está presente en el 4%-5% de los fallecimientos.
Patologías como el cáncer, el sida, la esclerosis múltiple o la epilepsia también aumentan el riesgo, según se ha
observado en algunos trabajos (Hawton y Van Heering, 2009).
Respecto al sexo, la tasa es doble en hombres que en las mujeres, aunque estas diferencias no son tan
acentuadas en los países del Tercer Mundo (y en China, por ejemplo, se suicidan más mujeres que varones).
También difiere la tasa de suicidio según el estado civil, con un mayor riesgo en personas viudas, divorciadas y
que viven solas, que las casadas.
Parece que las estaciones del año tienen cierta influencia, ya que se ha observado que se da un aumento del
suicidio en primavera y en otoño (Lee y otros, 2006).
Se ha señalado que los ateos tienen una tasa más alta de suicidios que los creyentes, y entre estos, la tasa más
alta es la de los budistas, seguidos de los cristianos, hindues y por último los musulmanes (Bertolote y
Fleischmann, 2002).
Muchos suicidios ocurren en las cárceles entre los varones jóvenes que no han cometido crímenes violentos.
Estas personas generalmente se ahorcan, a menudo durante la primera semana de cárcel.
La Organización Mundial de la Salud señala que las tasas más altas de suicidio se observan en Europa del Este
(Bielorusia, Estonia, Rusia Hungría, Finlandia y Lituania), es el llamado cinturón suicida (Bertolote y
Fleischmann, 2002).
También la Oficina Regional de la OMS las tasas de suicidio también son altas en países isla (Japón, Cuba, San
Mauricio, Sri Lanka) (Huergo y Ocio, 2009). En Japón, se da un promedio de treinta mil suicidios al año.
Las tasas bajas de suicidio se encuentran en los países islámicos del Mediterráneo, en América Latina
(Colombia y Paraguay) y en algunos países de Asia (Filipinas y Tailandia).
En otros países de Europa, en Canadá y Estados Unidos, y en partes de Asia y el Pacífico las tasas tienden a
ubicarse entre estos extremos (Alemania, Polonia, Suecia, Noruega, Canadá, Estados Unidos y una tasa algo
superior Francia, Suiza, Austria, Dinamarca y Ucrania) (Guibert Reyes, 2002).
Lamentablemente, se cuenta con poca información sobre el suicidio en los países de África.
Según la OMS, en Europa cada año mueren cincuenta y ocho mil personas por suicidio, siete mil más que por
accidentes de automóvil.
El suicidio en Europa es la segunda causa más común de muerte entre los 15 a 44 años. Para las mujeres de la
misma edad, el suicidio es la cuarta causa más común de muerte (Jacobsson y Renberg, 1999).
En España en 2007 según el Instituto Nacional de Estadística fue de 7 suicidios/cien mil habitantes/año
aproximadamente.
La tasa de mortalidad por suicidio en España ha aumentado en los últimos 30 años, variación que algunos
epidemiólogos consideran que es debido al subregistro que se ejerció durante el periodo franquista.
En España muere más gente por suicidio que en accidentes de tráfico. Las defunciones por accidente de tráfico
se redujeron un 20,7 por ciento en 2008, por lo que dejaron de ser la primera causa externa de muerte entre la
población española, posición que ocupaban hasta la fecha y que ahora corresponde a los suicidios, según el
Instituto Nacional de Estadística (2010).
Los varones consuman el suicidio con una frecuencia entre 2 y 4 veces mayor que las mujeres, mientras que
éstas realizan intentos de suicidio con una frecuencia 2-3 veces superior a la de ellos (XIII Congreso Nacional
de Psiquiatría. Madrid, 2009).
Las tasas de suicidio en España son de 12,6 para los varones y 3,9 para las mujeres, lo que implica que es más
del triple en las mujeres que en los hombres.
En España los factores sociales especialmente ligados a los papeles de sexo y los cambios en estos papeles, son
las explicaciones más probables de esta mayor vulnerabilidad de los varones, según señalan los autores del
Informe SESPAS 2006.
El riesgo de suicidio aumenta en parados, jubilados o trabajadores con situación inestable. La pérdida de
empleo o el desempleo por grandes períodos se atribuyen más a fracasos individuales que a problemas sociales
y derivan en problemas de identidad, pérdida de control, desamparo y depresión. El varón puede reaccionar con
inexpresividad emocional, agresividad, consumo de sustancias y suicidio.
La depresión es cada vez más frecuente y hay una clara asociación entre sufrir una depresión y presentar una
conducta suicida: Los trastornos depresivos están presentes aproximadamente entre el 65-90% de los suicidios.
No obstante, aunque la depresión es más común en mujeres (3:1), el suicidio es más frecuente en varones. No
hay una respuesta satisfactoria a esta aparente contradicción, pero los expertos barajan los siguientes factores:
la frecuencia de alcoholismo (segundo factor de riesgo del suicidio) es mayor entre los varones; los varones son
más reacios a consultar por problemas de depresión; además, el varón utiliza métodos más efectivos para que el
acto suicida se consume y, por último, hay que tener en cuenta que existe cierta evidencia del papel protector
que ejerce el embarazo, la lactancia y la compañía, y el cuidado de los hijos frente al suicidio.
Otra posible explicación del aumento de la mortalidad por suicidio entre los varones jóvenes puede ser la
epidemia de sida y de adicción a las drogas por vía parenteral que se observó en España en las décadas de los
años ochenta y noventa.
A veces cuando se conoce el suicidio de un personaje conocido de produce una aumento de la conducta suicida,
lo que se conoce como contagio o efecto imitación o “efecto Werther” nombre del protagonista de la novela
“Las desventuras del joven Werther” de Johann Wolfgang von Goethe, entendido como la exposición al
suicidio o a conductas suicidas entre los miembros de la familia y el grupo de amigos; también puede darse el
contagio mediático, a través de las noticias o reportajes de suicidios en los medios de comunicación cuando dan
una cobertura repetitiva y continua del suicidio, lo que tiende a inducir a pensamientos suicidas,
particularmente en los adolescentes (OMS, 2000), como sucedió cuando Marylin Monroe se quitó la vida, las
muertes por suicidio en jóvenes se incrementaron o el caso de la estrella japonesa Yukiko.
Los mecanismos que eligen los suicidas para suicidarse son variados y depende más de la accesibilidad que de
la consideración de si el método es letal o no.
Entre los métodos utilizados, entre otros, están: la precipitación, el ahorcamiento, la asfixia con bolsa de
plástico en la cabeza, la intoxicación medicamentosa, la intoxicación por gases, el envenenamiento con plantas,
hongos, metales, productos de limpieza y plaguicidas, la inanición o ayuno prolongado, el suspender la
medicación prescrita, el accidente de tráfico provocado, el arrojarse al paso de vehículos (coche, tren,
camión…), el disparo con arma de fuego, la bomba con explosivo adosado al cuerpo, el prenderse fuego a lo
bonzo, tragar objetos punzantes o cortantes y el apuñalamiento o eventración (Maris, Berman y Silverman,
2000; Asociación de Investigación, prevención e Intervención del Suicidio, 2009).
Parece que le elección del método para el acto suicida tiene relación con la influencia sociocultural e incluso
geográfica (mar, vía férrea, zona agrícola- pesticidas.) ya que la zona geográfica está relacionada con el acceso
a herramientas que faciliten el acto suicida (Morales y Jiménez, 1996).
El suicidio con plaguicidas y el suicidio por arma de fuego tienden a reemplazar a los métodos tradicionales en
muchos países. El envenenamiento con plaguicidas era frecuente en muchos países asiáticos y en América
Latina, mientras que la intoxicación medicamentosa era frecuente en los países nórdicos y en el Reino Unido.
El ahorcamiento era el método de suicidio preferido en Europa oriental, al igual que las armas de fuego en los
Estados Unidos y el salto al vacío en ciudades y sociedades urbanas como la Región Administrativa Especial
de Hong Kong, China.
Se ha diferenciado entre métodos violentos y no violentos, lo que guardaría relación con la impulsividad del
acto suicida, y que son predominantes los actos suicidas violentos en primavera y otoño (Miró García y otros,
2006).
Lester (1971) ha clasificado los suicidios en activos como ahorcadura, precipitación, armas de fuego, armas
blancas; y pasivos como gases, drogas, venenos.
En esta misma línea Isometsa y otros (1994) consideran los suicidios por ahorcadura, disparo, instrumentos
cortantes, precipitación y atropello ferroviario como violentos y los suicidios por sumersión, uso de gases,
tóxicos, drogas o venenos como no violentos.
Maes y cols. (1994) añaden como violentos los suicidios por explosivos e instrumentos punzantes, y clasifican
la inmersión como violento, mientras que Altamira y otros (1999) consideran el accidente de coche dentro del
suicidio violento y la ingestión de sustancias sólidas o líquidas como métodos no violentos.
Los varones suelen elegir métodos activos (dispararse o colgarse), mientras que las mujeres optan por métodos
pasivos (envenenamiento).
El establecimiento de la diferenciación entre métodos suicidas violentos y no violentos, guardaría relación con
la impulsividad del acto suicida. Algunas veces el intento de suicidio ocurre de forma impulsiva por la crisis
generada por algún acontecimiento vital estresante.
La disponibilidad de información sobre los métodos de suicidio más frecuentes es importante para idear
estrategias y programas de prevención del mismo.
5. INDICADORES DE RIESGO
Las personas con riesgo suicida realizan manifestaciones prodrómicas del suicidio.
Los indicadores de riesgo pueden ser conscientes o inconscientes y, en muchas ocasiones, es una señal de una
persona que no es capaz de expresar lo mal que se siente o una petición de ayuda.
Aunque no indican necesariamente el suicidio, es conveniente tener en cuenta los indicadores de riesgo ((Maris,
Berman y Silverman, 2000; Asociación de investigación, prevención e intervención del suicidio, 2009). siguientes:
Verbalizar frases que indican un acto suicida como: "prefiero estar muerto” "cuando me muera me echaréis de
menos".
Escribir notas sobre el suicidio o la muerte (que se pueden clasificar como 1. notas de disculpa, 2. basadas en
enfermedades incurables, 3. acusatorias, 4. con instrucciones y 5. una mezcla de todas ellas (Jacob, 1967, citado
por Matusevich y Pérez Barrero, 2009).
Hacer testamento o donar o tirar pertenencias importantes.
Pasar bruscamente de un estado de ánimo a otro diferente
Realizar conductas erráticas, sin objetivo alguno.
Visitar a amigos y familiares en plan de despedidas.
Acumular fármacos.
Hablar sobre el suicidio, incluso bromeando.
Sufrir una depresión mayor.
Cambiar de hábitos alimenticios y del sueño.
Perder el interés en las actividades habituales.
Abandonar a los amigos y a la familia.
Aumentar el consumo de alcohol y de drogas.
Provocar situaciones de riesgo innecesarias.
Sufrir un aumento de molestias físicas frecuentemente asociadas a conflictos emocionales.
Tener un comportamiento temerario.
Poner orden en los asuntos y regalar posesiones de valor.
Tener un cambio radical en el comportamiento, en la actitud o en la apariencia del aspecto físico.
Sufrir una pérdida importante o cambio de vida.
Haber sufrido abuso sexual o maltrato físico.
Tener una historia familiar de suicidio o violencia.
Haber fallecido un amigo íntimo o un miembro de la familia.
Haberse divorciado o separado recientemente.
Tener fracaso escolar.
Haber perdido el trabajo o problemas laborales.
Tener procesos legales inminentes.
Haber estado encarcelado recientemente o haber sido excarcelado recientemente.
Provocar conflictos y peleas.
Infringir la ley.
Autolesionarse.
Haber tenido una conducta previa de suicidio.
Tener problemas en la esfera sexual.
Tener escaso o nulo apoyo de la familia y amigos.
Sentirse marginado.
Tener sentimientos de culpabilidad.
Ser rígido, con pensamiento obsesivo, con poca capacidad de resolución de problemas y un autoconcepto negativo
(Rodríguez Pulido y otros, 1990).
Tener sentimientos de inutilidad y de pérdida de autoestima.
Expresar sentimientos de desesperanza.
Además toda persona ante de realizar un acto suicida evidencia una serie de síntomas que constituyen el síndrome
presuicidal (Ringel 1949, citado por De Leo, 1998), que consiste en un retraimiento de los sentimientos y el
intelecto, inhibición de la agresividad, la cual ya no es dirigida hacia otras personas sino hacía sí y la existencia de
fantasías suicidas (FEAFES, 2006).
Para la evaluación del riesgo de suicidio se puede utilizar la Escala SAD PERSONS (Anexo).
6. FACTORES DE RIESGO
Los factores de riesgo hacen referencia a las características individuales o ambientales que aumentan la
probabilidad de que una persona pueda cometer un acto suicida. Unos factores pueden tener más peso que otros, y
sobre todo la combinación de varios factores de riesgo.
Aunque los datos tienen algunas diferencias (OMS, 2001; García de Jalón, 2002; Pascual Pascual y otros, 2005;
Maris, Berman y Silverman, 2000); OMS (2009), en general se podría establecer que son factores de riesgo:
No tener ideales religiosos. Se han encontrada tasas menores de suicidio en creyentes y practicantes frente a no
creyentes.
Vivir en zonas con aislamiento social (sobre todo en las zonas deprimidas de las grandes ciudades, pero también
en áreas rurales despobladas).
Padecer trastorno mental: En más del 90 % de los casos existe enfermedad psiquiátrica concomitante (Moscicki,
2001).
Por orden de frecuencia tenemos:
Trastornos del humor (afectivos): El riesgo de suicidio es de un 15% a un 20%, siendo mayor en la depresión
mayor y en el trastorno bipolar. El suicidio es más probable en el trastorno bipolar que en el trastorno unipolar y
mucho menor en las formas crónicas Es menos frecuente en la primera etapa de quejas afectivas. El riesgo
aumenta en las formas graves (depresión mayor) y con la edad (depresión en el anciano). También se observa un
aumento del riesgo de suicidio al comenzar el tratamiento antidepresivo, ya que mejora la inhibición psicomotora
antes que el ánimo depresivo.
Las depresiones estacionales también pueden influir en la relación entre depresión y suicidio y explique el leve
aumento del suicidio en primavera y otoño (Lee, 2006).
Por un lado, los padres demasiado jóvenes pueden tener hijos con problemas con la educación del niño debido a la
inmadurez psícoafectiva. Por otro, los padres demasiado mayores pueden tener dificultades en el cuidado de sus
hijos por la disminución de la energía vital que impida satisfacer las demandas del niño, lo que provoca actitudes
que pueden ir desde la sobreprotección más extrema hasta la permisividad absoluta.
También tiene un factor de riesgo el niño con características psicológicas de disforia, agresividad, hostilidad,
manifestaciones de trastorno del control de los impulsos, con escasa tolerancia a la frustración, incapaces de
demorar la satisfacción de sus deseos, demandantes de atención y afecto, con intentos suicidas previos,
manipuladores, que asumen el rol de víctima; celosos de los hermanos, susceptibles y rencorosos, que expresan
ideas de morir o suicidas, tímidos, con pobre autoestima y pasivos son más susceptibles de realizar un acto suicida.
El clima emocional en el cual convive el menor es otro factor de riesgo, ya que un entorno familiar desorganizado,
un hogar roto, con discusiones y peleas frecuentes entre los padres o donde haya maltrato psicológico en forma de
rechazo manifiesto, humillaciones y vejaciones, o un hogar sin normas de conductas de cada miembro de la
familia pueden generar un caldo de cultivo para la realización de un acto suicida.
También hay que valorar la presencia de familiares, principalmente padres, hermanos y abuelos, con antecedentes
de comportamiento suicida, por la posibilidad del aprendizaje por imitación. La existencia de amigos o
compañeros de escuela con dicha conducta, también pueden predisponer a la realización de este acto.
Relaciones afectivas deterioradas (divorcio de los padres, separación, muerte de un ser querido).
Problemas en la escuela con los compañeros o con los profesores.
Querer reclamar afecto y atención.
Desear castigar a otros.
Reunirse con un ser querido fallecido.
La existencia de un motivo no desencadena habitualmente un acto suicida de inmediato, por impulso, sino que el
niño comienza a dar una serie de señales en su conducta que de manera general se manifiestan en cambios de
comportamiento en la casa o en la escuela, en los hábitos alimenticios, en los hábitos de sueño, en el estado de
ánimo, en los juegos y el ocio.
En el aspecto social, los medios de comunicación pueden influir en presentar como un modelo a seguir u
admirable la conducta si se inviste de una cualidad positiva. También pueden aumentarlo la falta de apoyo social,
la posibilidad de adquirir drogas, armas de fuego, etc.
Otro factor de riesgo en la adolescencia es el debut del trastorno mental como el trastorno depresivo, el trastorno
bipolar, el trastorno esquizofrénico o el abuso de drogas.
La adolescencia es la edad o periodo en que con más frecuencia debuta el trastorno esquizofrénico o la
drogodependencia.
De manera que algunos de los factores de riesgo que pueden presentarse en la adolescencia son:
La conducta suicida(idea suicida, gestos, amenazas y plan de suicidio, método que va a emplear, circunstancias en
que lo realizaría, etc.).
Clima familiar (relaciones disarmónicas con padres, violencia familiar, padres con enfermedad mental, familiares
con conducta suicida).
Cuadro clínico (enfermedad mental, especialmente depresión, esquizofrenia y conducta suicida previa del
adolescente).
Estado psicológico (desesperanza, sentimientos de soledad, angustia, sentimientos de culpa, consumo de drogas,
depresión, ira, agresividad…).
Acontecimientos vitales estresantes (muerte de algún familiar, fracaso amoroso con pérdida de la relación afectiva,
conflictos con amigos, en la escuela, problemas familiares, etc.).
Se ha afirmado que la desesperanza es más importante que la depresión para explicar ideaciones suicidas, aunque
ambas son variables relevantes ante el acto suicida (Beck y otros, 1993).
Se debe considerar el acto suicida en la adolescencia como un punto en el continuum de los problemas
conductuales en cuestión y la necesidad de establecer diferencias entre los estresores crónicos de sus vidas y los
estresores agudos que pueden precipitar la conducta suicida.
Es posible que los adolescentes no busquen ayuda para los pensamientos suicidas porque creen que nada ayudará o
son renuentes a comentarle a alguien que tienen problemas o piensan que buscar ayuda es un signo de debilidad o
desconocen dónde pueden acudir para pedir ayuda (Pérez Barrero, 2002).
Por otro lado, se ha demostrado que la exposición directa o indirecta al suicidio o las conductas suicidas precede al
aumento en las conductas suicidas (contagio) en personas en riesgo de suicidio especialmente en adolescentes y
jóvenes.
En relación con la esquizofrenia en el adulto, se considera que existen dos grupos de suicidas:
Las personas con mejoría y sin síntomas positivos (alucinaciones, delirios), pero con sentimientos de frustración y
desesperanza.
Las personas en los que su sintomatología es la angustia, la agitación, las alucinaciones y las ideas delirantes.
También tienen riesgo suicida los adultos que en su profesión o en su negocio ha tenido algún escándalo que ellos
han ocasionado.
En algunas personas, mayormente mujeres, una relación matrimonial que no satisface las expectativas puede
convertirse en un factor de riesgo de suicidio. La mujer soltera tiene menos riesgo de realizar un acto suicida que
el hombre soltero, mientras que el hombre casado posee menos peligro suicida que la mujer casada.
Es conocido que esta conducta en el anciano tiene los siguientes rasgos distintivos:
El envejecimiento trae consigo el abandono de la profesión o de otros objetivos, reducción del vigor físico, cambio
en los placeres sensuales y una conciencia de la muerte desconocida en etapas previas. También problemas físicos
que la persona de la tercera edad debe afrontar, como: la patología artrítica, que afecta la locomoción; las
enfermedades cardiovasculares, que limitan el ejercicio físico; la enfermedad neurológica, que compromete la
función intelectual, y el cáncer, que ocasiona dolor, dependencia y muerte (Matusevich y Pérez Barrero, 2009).
Los problemas emocionales incluyen cierta depresión y una alteración de la autoestima, a lo cual se añaden las
propias presiones sociales derivadas de la jubilación, la dependencia, la muerte de familiares y amigos, la pérdida
de la seguridad económica, entre otras.
Como se evidencia, existen suficientes condiciones inherentes a la vejez que son un caldo de cultivo adecuado para
que se manifieste esta conducta.
Los factores de protección (Maris, Berman y Silverman, 2000) hacen referencia a aquellas características que
inhiben, reducen o atenúan la probabilidad de que la persona cometa un acto suicida.
En general se ha señalado que los factores protección frente al suicidio son una familia estable, cohesionada y con
canales de comunicación abiertos, amistades profundas, valores sólidos y bien fundamentados, las tradiciones que
fomentan los vínculos con la red social y un sentido trascendente de la vida.
Principalmente hay que promover los modos de vida saludables entre ellos, como la práctica sistemática del
deporte, una sexualidad responsable, no hábitos tóxicos, desarrollar múltiples intereses que les permitan un uso
adecuado de su tiempo libre, entre otros.
La protección específica se haría sobre aquellos en desventaja biopsicosocial, como los que hayan sido niños con
riesgo suicida o los que en la propia adolescencia hayan acumulado diversos factores de riesgo hasta ese momento
ausentes. Entre estos se encuentran los que hayan realizado una tentativa de suicidio o un suicidio frustrado; los
que presenten alteraciones en su comportamiento sexual en forma de precocidad, promiscuidad, abortos,
embarazos no deseados u ocultos, masturbación compulsiva, que hayan sido víctimas de abuso sexual, violación u
otro delito de esta índole. También hay que tener en cuenta las variaciones en el comportamiento escolar, como las
dificultades en el rendimiento habitual, las fugas o deserción escolar, el desajuste vocacional, las dificultades en
las relaciones con maestros y profesores, la presencia de amistades con conducta suicida previa, la inadaptación a
determinados regímenes escolares o militares (Pérez Barrero, 2002).
Con los adolescentes es conveniente que se disponga de un ambiente familiar, de amistad y escolar de
comprensión y apoyo. Y que tanto la familia como la escuela orienten en las competencias, potencien la
integración y la interrelación, facilitando la adquisición de habilidades, fomentado la autoestima y el autocontrol,
capacitándoles para llegar a ser consecuentes con sus principios, integrados en su grupo y responsables con los
compañeros, combinando diferentes técnicas tanto grupales como individuales (discusiones en grupo, estudios de
casos, modelado, juego de roles, ejercicios de habilidades prácticas, trabajos individuales…).
Por tanto, se trata de un aprendizaje personalizado, de participación activa tanto en el ambiente familiar como
escolar.
La práctica de actividades, sean físicas, intelectuales o socioculturales, tiene una influencia benéfica: frena el
envejecimiento y permite vivir el período de la vejez en las mejores condiciones posibles.
La realización de un plan de actividades:
La multicausalidad del fenómeno del acto suicida sugiere que las estrategias de prevención deben ser también
múltiples y deben aplicarse en conjunto para lograr efectividad. No hay una solución unívoca en la prevención
del suicidio y el mejor abordaje es un enfoque multidisciplinario, y a la vez desde un plano individual y de
salud pública.
El enfoque de la prevención del suicidio a nivel individual enfatiza el diagnóstico, el tratamiento y seguimiento
del trastorno mental (depresión, esquizofrenia, drogodependencia y estrés).
El enfoque de salud pública cuenta con estrategias para la prevención del suicidio:
• Realizar campañas de salud mental, despistaje en los colegios, diagnóstico precoz del abuso de
drogas, de la depresión y del estrés.
• Controlar el acceso a los medios para cometer suicidio. Existe evidencia que el control de la
posesión de armas disminuye la tasa de suicidio, así como el control del uso de medicamentos y
pesticidas. Otras medidas pueden incluir el cercado de puentes de gran altura y de ventanas en edificios
altos.
Aunque se han identificado factores de riesgo de la persona con alto riesgo de suicidio, no hay una medida
definitiva para prevenir el suicidio y muy pocas personas con estos factores cometerán suicidio.
Los esfuerzos para prevenir el suicidio deben estar basados en las investigaciones, que muestran qué factores
de riesgo y protección pueden ser modificados y qué grupos de personas son los más apropiados para la
intervención (Public Health Service, 2001).
Para prevenir el intento y el suicidio consumado, es primordial conocer los factores de riesgo, que son aquellos
que los predisponen.
Una difusión apropiada de información y una campaña de sensibilización social del problema son elementos
esenciales para el éxito de los programas de prevención, pero la prevención del suicidio se puede subdividir en
tres tipos:
2. Prevención indirecta conformada por el conjunto de medidas encaminadas a tratar los trastornos
mentales y del comportamiento, las enfermedades físicas que conllevan suicidio, las situaciones de
crisis, la reducción del acceso a los métodos mediante los cuales las personas se pueden autolesionar,
etc.
Los Centros de Ayuda pueden ofrecer un apoyo confidencial a quienquiera que se encuentre afligido o
desesperado y que pueda estar experimentando sentimientos suicidas.
3. Prevención directa constituida por aquellas medidas que ayudan a resolver las ideas y
pensamientos suicidas mediante soluciones alternativas. Las Guías Prácticas pueden ayudar a los
sanitarios de Atención Primaria a la detección y al manejo de las personas con conducta suicida y a
derivarlas para que sean valoradas de forma precoz por profesionales de la salud mental.
Y los Grupos de Autoayuda permiten el encuentro con otras personas para compartir sentimientos y
experiencias, lo que puede aportarle consuelo..
La prevención del acto suicida no es un problema exclusivo de las instituciones de salud mental, sino de toda la
comunidad, sus organizaciones, instituciones e individuos.
La intervención precoz en la persona con riesgo de suicidio es necesaria y las amenazas e intentos de suicidio
siempre tienen que tomarse en serio, porque casi un tercio de las personas que intentan suicidarse vuelven a
intentarlo en un período de un año y cerca del 10% de los que amenazan o intentan suicidarse terminan
consumando el acto (Pérez Barrero y Mosquera, 2002).
Es necesario como medida de prevención disponer de recursos humanos donde se realice una labor de escucha
y comprensión para evitar que la persona realice el acto suicida (servicios de línea telefónica directa), ya que
nunca se debe ignorar una amenaza o intento de suicidio.
Generalmente una persona con conducta de riesgo suicida es una persona muy infeliz que piensa en suicidarse
por no tener otras formas de adaptarse a acontecimientos vitales estresantes.
El abordaje y evaluación de la persona con conducta suicida desde salud mental es necesaria y tiene que
realizarse forma inmediata.
Se considera útil conocer las diez características comunes en toda persona con conducta suicida para realizar lo
adecuado en cada momento Shneidman (2001):
1. El dolor psicológico es insoportable, por lo que hay que reducirlo utilizando la comprensión y escucha,
favoreciendo cualquier tipo de expresión emocional que sirva de válvula de escape de ese dolor.
2. Es conveniente tener en cuenta la frustración de las necesidades psicológicas y aceptar como reales dichas
necesidades y ser imparcial.
3. Se debe dar oportunidad al sujeto a que manifieste su situación y entender que para él la solución del acto
suicida es seria, por lo que se puede preguntar si ha considerado otras soluciones que no sea el suicidio e
invitarle a pensar en otras alternativas e informarle que usted le ayudará a ello.
6. Ante la ambivalencia que pueda manifestar la persona, es necesario buscar alternativas más positivas y
reforzarlas.
7. La constricción debe ser reconocida precozmente y explorar otras opciones que permitan una visión más
amplia de posibilidades de solución a los problemas.
8. Se debe estar alerta sobre los mensajes de la intención suicida, porque pueden ser el preludio de la conducta
suicida. Por ello, es imprescindible interrogar sobre la presencia de idea o un plan suicida.
9. Ante la posibilidad de acto suicida se debe escuchar y actuar con rapidez, pues en esta condición el individuo
está en el límite de sus posibilidades para realizar el acto suicida, y es necesario restringir los métodos
mediante los cuales el sujeto pueda dañarse.
10. Es necesario prestar atención a los rasgos de personalidad de la persona, ya que se pueden poner de
manifiesto en el comportamiento durante la entrevista, así como sus anteriores formas de reaccionar en
situaciones críticas.
La primera ayuda psicológica es una intervención inmediata de apoyo que tiene de a restablecer una cierta
estabilidad emocional, y que puede realizarla tanto un médico de atención primaria, psiquiatra, un psicólogo
como un vecino, un amigo, un familiar o un compañero de estudios o de trabajo. Esta primera ayuda
Matusevich y Pérez Barrero, 2009) puede consistir en:
• Escuchar de forma empática, sin crítica (no se juzga, ni se interroga, ni se aconseja, ni se opina).
• Generar alternativas y estrategias ante los problemas que plantee sin dar consejos.
• No expresar confidencialidad.
• Tomar las decisiones prácticas y necesarias para proteger a la persona con riesgos suicida, siendo
directivo e implicando a familiares y medios sanitarios.
Si la persona ya ha realizado una tentativa de suicidio, la primera medida es salvar su vida, por lo que hay que
apoyarse en un médico que evalúe los posibles daños e imponga el tratamiento oportuno que impida futuras
secuelas. Pero si el sujeto está en condiciones de cooperar, se debe facilitar la comunicación con la intención de
conocer cuál ha sido el móvil que explica dicha conducta (Maris, Berman y Silverman, 2000).
6. Agredir a otros.
• No dejarle solo No hay que dejar sola a la persona ni siquiera si ya se ha hecho contacto telefónico
con un profesional apropiado Es necesario que se sientan acompañados.
• No desestimar sus sentimientos, señalándole que. que los pensamientos y deseos de suicidio
siempre son temporales.
• Evitar el acceso a instrumentos que puedan servir para realizar el acto suicida.
• Apoyarle para que sea atendido un profesional de la salud mental o un centro sanitario.
No existe un abordaje terapéutico único del acto suicida, pero se han confirmado los efectos beneficiosos de la
terapia farmacológica y de la terapia cognitivo-conductual o la combinación de las dos.
El suicidio causa sufrimiento en la víctima pero también en las personas cercanas (Jacobsson y Renberg, 1999).
El suicidio supone la devastación emocional, social y, a veces, económica de familiares y amigos. Tanto un
intento de suicidio como un suicidio consumado tiene consecuencias emocionales en cualquier persona
implicada. La familia de la persona, sus amistades y su médico pueden sentirse culpables, avergonzados y con
remordimientos por no haber podido evitar el suicidio.
Los familiares y amigos de la persona que realiza un acto suicida pueden experimentar una amplia gama de
emociones contradictorias acerca de la persona fallecida, sintiendo todo el dolor emocional intenso y tristeza
por la pérdida, y la ira contra el fallecido porque la persona abandonada por el suicidio de un ser querido,
tiende a experimentar un duelo complicado en reacción a esa pérdida con síntomas como emociones intensas,
pensamientos intrusos sobre la pérdida y sensación de aislamiento y vacío (Sáiz Martínez, 2005).
Después del suicidio de un ser querido, puede ser frecuente que familiares y/o amigos tengan un sentimiento de
vergüenza, que lleva a no querer hablar de las circunstancias de la muerte. También puede darse un sentimiento
de culpabilidad. La sensación de culpa es normal después de una muerte de estas características. Uno se
reprocha el no haberse dado cuenta de lo mal que estaba... y suele quedar una fuerte sensación de no haber
sabido cuidarle. También puede sentirse rabia y enfado hacia la persona que se suicidó y hacia todos los que
han podido contribuir directa o indirectamente en la realización de esta acción.
De manera que cuando se pierde a alguna persona por suicidio pueden aparecer una gran variedad de
sentimientos, entre ellos culpa, resentimiento, confusión, remordimientos y preocupación por problemas no
resueltos.
Muchos se sentirán culpables pensando que han fracasado a la hora de apoyarle o se reprocharán no haberse
dado cuenta.
El familiar o el amigo tiene que poder expresar su dolor y sus sentimientos, ya que alivia el sufrimiento y
ayuda a seguir adelante.
Es posible que no se vuelva a ser el mismo de antes, porque hay cosas que nunca se superan por completo y se
tiene que aprender a vivir con eso.
Hay que poder realizar el duelo para superar la pérdida de un ser querido; y para que no se transforme en un
duelo complicado, es necesario atravesar un proceso emocional que permite aceptar la muerte del ser querido,
asumir el desgaste y las emociones que esa muerte genera, adaptarse a la ausencia de ser querido, aprender a
vivir sin él e interiorizar la muerte como algo más que forma parte de la vida (Rocamora Bonilla, 2000).
A los niños es conveniente decirle la verdad. No saber lo que ha pasado no les hará ningún bien y si lo llegan a
saber a través de otra persona podrían perder la confianza en ti.
Cuando alguien que quieren se suicida los niños pueden sentir lo siguiente (Maris, Berman y Silverman, 2000):
1. Pueden pensar que la persona que se suicidó no les quería y se sienten abandonados.
2. Pueden pensar que son culpables del suicidio, sobre todo si en algún momento de enfado desearon la muerte
de esa persona.
A los niños es conveniente explicarles que las personas mueren de formas diferentes: unos por enfermedad,
otros por accidente de coche y otros se matan a sí mismos. Hay que decirles que a pesar del acto suicida su
padre o madre le quería mucho, pero que su enfermedad le impedía hacerlo.
Por otro lado, es aconsejable que los medios de comunicación (OMS, 2000) observen algunas condiciones para
que favorezcan la prevención:
Hay ciertas orientaciones (Pérez Barrero, 2005) sobre la conducta suicida que es necesario analizar y conocer para
poder realizar actividades de apoyo y prevención:
1. No es ciertoque las personas que hablan de suicidarse no lo hagan. La mayoría de la gente que comete suicidio o
lo intenta ha avisado directa o indirectamente. La persona da muchas señales verbales y extraverbales de sus
propósitos. Aproximadamente el 75 % de los que se suicidan lo habían intentado con anterioridad, y de cada 10
personas que lo hicieron, 9 dieron aviso de lo que ocurriría o habían hablado de ello.
2. No es cierto que todos los que intentan suicidarse sufran una enfermedad mental. El dolor emocional extremo no
es necesariamente un signo de enfermedad mental.
No es cierto que si una persona está decidida a suicidarse nada ni nadie se lo impedirá. La mayoría de los suicidas
no quieren morir; sólo quieren librarse del dolor emocional y pueden tener sentimientos mezclados de vida y
muerte hasta el último momento.
4. No es cierto que la mejoría después de una crisis suicida significa que ya no existe riesgo de suicidio. Los
pensamientos suicidas pueden persistir durante un tiempo o volver a aparecer en determinados momentos. Casi el
50% de los que atravesaron dicha crisis, llevaron a vías de hecho el suicidio dentro de los primeros tres meses
siguientes, cuando todo parecía pensar que el mayor peligro había transcurrido.
5. No es cierto que todas las personas que realizan el acto suicida sufren una depresión. Aunque todo deprimido
puede realizar el acto suicida, no todo el que realiza el acto suicida es un deprimido, pues puede ser una persona
con un trastorno de personalidad, esquizofrénico, drogodependiente…
6. No es cierto que la conducta suicida sea hereditaria. Lo que puede suceder es que se herede la predisposición a
padecer determinadas enfermedades en las que la conducta suicida pueda ocurrir (esquizofrenia, trastornos del
estado de ánimo) o que se imite dicho comportamiento anormal.
. No es cierto que si se habla con una persona con riesgo suicida sobre el acto suicida, se le puede incitar a
realizarlo. Se ha comprobado que esto reduce el riesgo, y es la primera posibilidad, quizás irrepetible, de iniciar su
prevención.
8. No es cierto que el suicidio no puede ser prevenido, ya que ocurre por impulso. Toda persona antes de cometer
un suicidio evidencia una serie de conductas y síntomas que han sido definidos por Ringel (citado por De Leo,
1998) como síndrome presuicidal, conformado por constricción de sentimientos e intelecto, inhibición de la
agresividad hacía los demás y fantasías suicidas.
9. No es cierto que sólo los profesionales de la salud mental (psiquiatras o psicólogos) pueden prevenir el suicidio.
Cualquier persona puede ayudar a la prevención del mismo.
10. No es cierto que abordar a una persona en crisis suicida sin preparación para ello, sólo mediante el sentido
común, sea una pérdida de tiempo. Aunque es preciso tener en cuenta que hay que:
Escuchar con atención a la persona en crisis, facilitando su expresividad.
Durante el discurso de la persona en riesgo de suicidio se deben utilizar, en su momento, frases cortas que le hagan
sentir que le comprendemos y le tomamos en serio.
Preguntar siempre sobre la conducta suicida.
Ayudarle a que encuentre otras alternativas que no sea la realización del acto suicida, aunque no confíe en
aquellas que no pueda realizar inmediatamente.
No dejar sola a la persona en crisis y hacer todos los esfuerzos por atraerla a los profesionales de la salud (médico
de atención primaria, enfermeras, psicólogos, psiquiatras, etcétera), o a los centros de salud en cualquiera de sus
modalidades (ambulatorios, hospitales).
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