Iota Unum - Romano Amerio
Iota Unum - Romano Amerio
Iota Unum - Romano Amerio
Romano Amerio
ii
Índice general
I 1
1. La crisis 3
1.1. Aclaraciones sobre léxico y método . . . . . . . . . . . . . . . 3
1.2. Negación de la crisis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4
1.3. Error del cristianismo secundario . . . . . . . . . . . . . . . . 5
1.4. La crisis como inadaptación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
1.5. Adaptaciones de la oposición de la Iglesia al mundo . . . . . . 6
1.6. Más sobre la negación de la crisis . . . . . . . . . . . . . . . . 7
1.7. El Papa reconoce el desastre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8
1.8. Pseudo-positividad de la crisis. Falsa teodicea . . . . . . . . . 9
1.9. Nuevas confesiones de la crisis . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
1.10. Interpretaciones positivas de la crisis. Falsa teodicea . . . . . . 12
1.11. Más sobre la falsa teodicea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
iii
iv ÍNDICE GENERAL
5. El post Concilio 89
5.1. La superación del Concilio. El espı́ritu del Concilio . . . . . . 89
5.2. La superación del Concilio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90
5.3. Hermenéutica del Concilio en los innovadores . . . . . . . . . . 92
5.4. Más sobre la hermenéutica innovadora del Concilio . . . . . . 93
5.5. Caracteres del post Concilio. La universalidad del cambio . . . 96
5.6. Más sobre el post Concilio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
5.7. Imposibilidad de variación radical en la Iglesia . . . . . . . . . 102
5.8. Más sobre la imposibilidad de una renovación radical . . . . . 104
ÍNDICE GENERAL v
II 113
6. La Iglesia postconciliar. Pablo VI 115
6.1. Santidad de la Iglesia. El principio de la apologética . . . . . . 115
6.2. La catolicidad de la Iglesia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117
6.3. La unidad de la Iglesia postconciliar . . . . . . . . . . . . . . . 119
6.4. La Iglesia desunida de la jerarquı́a . . . . . . . . . . . . . . . . 120
6.5. Desunión de la Iglesia en torno a Humanae Vitae . . . . . . . 123
6.6. Más sobre la desunión de la Iglesia en torno a la Encı́clica de
Pablo VI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 126
6.7. El cisma holandés . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 128
6.8. La desistencia de la autoridad. Una confidencia de Pablo VI . 131
6.9. Paralelismo histórico entre Pablo VI y Pı́o IX . . . . . . . . . 134
6.10. Gobierno y autoridad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 136
6.11. Más sobre la desistencia de la autoridad . . . . . . . . . . . . 137
6.12. El carácter de Pablo VI. Autorretrato. card. Gut . . . . . . . . 140
6.13. Sic et Non en la Iglesia postconciliar . . . . . . . . . . . . . . 142
6.14. Más sobre la desistencia de la autoridad. La reforma del Santo
Oficio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
6.15. Crı́tica de la reforma del Santo Oficio . . . . . . . . . . . . . . 146
6.16. Variación de la Curia Romana. Falta de rigor . . . . . . . . . 148
6.17. Más sobre la transformación de la Curia Romana. Fallos cul-
turales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 150
6.18. La desistencia de la Iglesia en la relaciones con los Estados . . 153
6.19. Más sobre la revisión del Concordato . . . . . . . . . . . . . . 155
6.20. La Iglesia de Pablo VI. Los discursos de septiembre de 1974 . 157
6.21. Intermitente irrealismo de Pablo VI . . . . . . . . . . . . . . . 159
III 225
11.Movimientos religiosos y sociales 227
11.1. Abandono de la acción polı́tica y social . . . . . . . . . . . . . 227
11.2. Desaparición o transformación de los partidos católicos . . . . 229
11.3. La desistencia de la Iglesia en la campaña italiana . . . . . . . 232
11.4. La Iglesia y el comunismo en Italia. Las condenas de 1949 y
1959 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 234
11.5. La Iglesia y el comunismo en Francia . . . . . . . . . . . . . . 236
ÍNDICE GENERAL vii
IV 347
19.La virtud de la esperanza 349
19.1. Hibridación de fe y esperanza . . . . . . . . . . . . . . . . . . 349
ÍNDICE GENERAL ix
V 401
27.La guerra 403
27.1. El cristianismo y la guerra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 403
27.2. Pacifismo y paz. Card. Poma. Pablo VI. Juan Pablo II . . . . 405
27.3. La doctrina del Vaticano II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 406
27.4. Las aporı́as de la guerra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 408
27.5. Aporı́a de la guerra moderada . . . . . . . . . . . . . . . . . . 410
27.6. Remoción de la aporı́a de la guerra en la sociedad etnárquica . 412
VI 481
VII 597
40.Teodicea 599
40.1. Nueva teodicea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 599
40.2. Nueva concepción de la causalidad divina. Los obispos de Francia600
40.3. Variación en la doctrina de la oración . . . . . . . . . . . . . . 602
40.4. Providencia y calamidades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 603
40.5. Origen moral del dolor humano . . . . . . . . . . . . . . . . . 605
40.6. El mal de la muerte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 607
40.7. Preparación a la muerte y olvido de la muerte . . . . . . . . . 608
40.8. La muerte imprevista. Pı́o XI . . . . . . . . . . . . . . . . . . 609
40.9. La muerte como juicio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 610
40.10.Justicia y misericordia en la muerte cristiana . . . . . . . . . . 612
40.11.Olvido de la idea del Juicio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 614
xiv ÍNDICE GENERAL
41.Escatologı́a 621
41.1. Consumación de la axiologı́a. El infierno . . . . . . . . . . . . 621
41.2. Apologı́a del infierno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 623
41.3. La eternidad de las penas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 625
41.4. El infierno como pura justicia . . . . . . . . . . . . . . . . . . 627
42.Epı́logo 631
42.1. La variación como ((elección)). Verdad concebida y verdad sentida631
42.2. La invariabilidad del dogma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 632
42.3. La sustancia transcrita por los innovadores como modalidad . 634
42.4. La pérdida de la unidad en la Iglesia . . . . . . . . . . . . . . 636
42.5. Oposición al dogma e indiferentismo . . . . . . . . . . . . . . 637
42.6. Pérdida de la unidad de culto . . . . . . . . . . . . . . . . . . 641
42.7. Pérdida de la unidad de régimen. Desromanización del Sacro
Colegio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 644
42.8. Sinopsis de la Iglesia en el mundo contemporáneo. Card. Siri.
Card. Wyszynski. Episcopado de Francia . . . . . . . . . . . . 647
42.9. Crisis de la Iglesia y crisis del mundo moderno . . . . . . . . . 651
42.10.Decadencia del influjo social de la Iglesia en el mundo . . . . . 654
42.11.Decadencia del influjo vital de la Iglesia en el mundo interna-
cional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 656
42.12.La Iglesia, desbordada por el cristianismo secundario . . . . . 658
42.13.Oscurecimiento de la escatologı́a. La ecumene humanitaria . . 660
42.14.Leyes del espı́ritu del siglo. Lo agradable. El olvido . . . . . . 664
42.15.Los olvidos de la Iglesia contemporánea . . . . . . . . . . . . . 667
42.16.Deducción metafı́sica de la crisis . . . . . . . . . . . . . . . . . 669
42.17.Diagnóstico y pronóstico. Dos conjeturas finales . . . . . . . . 672
42.18.El Oráculo contra Duma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 676
Estudio sobre las
transformaciones en la Iglesia
en el siglo XX
Porque en verdad os digo: antes pasarán el cielo y la tierra que pase una
sola iota (iota unum) o una tilde de la ley, sin que todo se verifique (Mateo
5,18)
Advertencia al lector
No existe una diversidad de claves (como se dice hoy) con las que pueda
leerse este libro. El sentido que se le debe atribuir es el sentido que posee
tomado unı́vocamente en su inmediato significado literal y filológico.
El autor no tiene ninguna nostalgia del pasado, porque tal nostalgia impli-
carı́a un repliegue del devenir humano sobre sı́ mismo, y por consiguiente su
perfección. Tal perfección terrenal es incompatible con la perspectiva sobre-
natural que domina la obra. Tampoco las res antiquae a las que se refiere la
frase de Ennio que abre el volumen son cosas anteriores (antiquus viene de
ante) a nuestra época, sino anteriores a cualquier época: pertenecen a una
esfera axiológica considerada indefectible. Si hay una referencia en este libro,
es solamente a dicha esfera. No pretenda el lector buscar otra.
xv
xvi 0. Estudio sobre las transformaciones en la Iglesia en el siglo XX
DC Documentation Catholique
OR L’Osservatore Romano
RI Relazioni Internazionali
xvii
1
Capı́tulo 1
La crisis
3
4 1. La crisis
1
Ver la gran encuesta de la revista Esprit, agosto-septiembre 1946.
1.3. Error del cristianismo secundario 5
Ahora bien, posiblemente esta opinión cae en ese error que llamamos Cris-
tianismo secundario: se juzga a la religión por sus efectos secundarios y subor-
dinados en orden a la civilizacióón, haciéndolos prevalecer y sobreponiéndolos
a los sobrenaturales que la caracterizan. Subyacen aquı́ los conceptos mismos
de civilización y progreso, tratados más adelante (§§30.3-30.4 y §§32.1-32.3).
A tal extremo llegó dicha ocupación, que contra ella se levanta la acusación
de haber usurpado lo temporal, y se exige su separación y su purgación. En
realidad la acomodación de la Iglesia al mundo es una ley de la religión (que
2
(N. del T.) El autor juega con el significado de los verbos riuscire (tener éxito) y uscire
(salir, en este caso con el sentido metafı́sico de pasar de la potencia al acto)
6 1. La crisis
Por tanto puede decirse en general que el antagonismo del catolicismo con
el mundo es invariable, variando solamente sus modalidades, y haciéndose
expresa la oposición en aquellos artı́culos y en aquellos momentos en los cua-
les el estado del mundo exige que el antagonismo sea declarado y profesado.
De hecho la Iglesia proclama la pobreza cuando el mundo (y ella misma)
se prosterna ante la riqueza, la mortificación cuando el mundo sigue los en-
gañosos halagos de las tres concupiscencias, la razón cuando el mundo se
dirige al ilogicismo y al sentimentalismo, la fe cuando el mundo se extası́a
ante la ciencia.
Aquı́ parece confundirse aquello que Dios puede mediante potencia absolu-
ta, como dicen los teólogos, con lo que puede mediante potencia ordenada, o
4
Los discursos papales serán citados siempre con la fecha con la que aparecieron en el
OR.
8 1. La crisis
sea, dentro del orden de naturaleza y de salvación instituido por Él mediante
libre decisión y único realmente existente 5 .
un análisis histórico.
Pero, ¿puede nacer una Iglesia nueva? Tras una envoltura de metáforas
poéticas y un batiburrillo de conceptos, se oculta aquı́ la idea de algo que
según el sistema católico no puede suceder: que el devenir histórico de la Igle-
sia pueda ser un devenir de fondo, una mutación sustancial, una conversión
de una cosa en su contraria. Al contrario, según el sistema católico el devenir
de la Iglesia tiene lugar a través de unas vicisitudes en las cuales cambian
las formas accidentales y las coyunturas históricas, pero se conserva idéntica
y sin innovación la sustancia de la religión.
Solamente por el hábito mental del circiterismo propio de nuestro siglo pue-
de estimarse positiva la crisis considerando las cosas buenas que se seguirán
de ella. Las cuales, por cierto, como expresa avisadamente Santo Tomás, no
son efectos del mal (al cual sólo pertenecen defectos) sino puramente suce-
sos. Éstos son efectos de otras causas, y no del mal. Las causas de eventuales
consecuencias buenas de la crisis no pertenecen a la lı́nea causal de la crisis,
sino a otra lı́nea de causalidad.
Esta visión del orden providencial permite ver cómo el mundo de arriba al
bajo torna (Par. IX, 108): es decir, cómo también la desviación de la criatura
respecto al orden (e incluso la condenación) es insertada por la Providencia
en el orden final, que constituye el fin último del universo: la gloria de Dios
y de los elegidos
Por eso, según la teologı́a católica, los santos gozan del orden de justicia
en el cual la Providencia ha colocado a los pecadores, pero no de sus pecados
en sı́ mismos, que siguen siendo males. La dependencia de ciertos bienes
con respecto a ciertos males es una relación sobre la cual se fundan algunas
virtudes, precisamente condicionadas a la existencia de defectos.
13
Porque es tan grande la bondad omnipotente, que de los mismos males puede sacar
un bien conveniente, ya perdonando, ya sanando al pecador; ora adaptando y trocando el
pecado en beneficio del justo, sancionándolo con justicia. Todo esto es bueno.
Capı́tulo 2
Ya veremos más adelante si este discurso tiene sentido, pero ahora con-
vendrá hacer referencia a las anteriores crisis de la Iglesia reconocidas por los
historiadores. En primer lugar creemos que debe mencionarse el Concilio de
Jerusalén del año 50. Se trata de la primordial y fundamental crisis (es decir,
separación) en la religión, que tuvo lugar entre la Sinagoga y el Cristianis-
mo; y puesto que toda separación excluye el sincretismo opuesto, el famoso
decreto llevado por Judas y Silas a la comunidad antioquena de cristianos
provenientes del Paganismo cortó de raı́z el sincretismo que, en la confusión
del Evangelio con la Torah, habrı́a sustraı́do originalidad y trascendencia a
la Buena Nueva.
Pero también bajo otra consideración puede decirse que el Concilio de Je-
rusalén fue eminentemente crı́tico, y es porque separó para siempre el juicio
teórico del juicio práctico, el formulado sobre los principios y el formulado
sobre sus aplicaciones: adaptando a las flexibles situaciones no los principios,
sino la relación de éstos con aquéllas (adaptación llevada a cabo en la religión
bajo la inspiración de la caridad). De hecho, el célebre enfrentamiento entre
15
16 2. Resumen histórico. Las crisis de la Iglesia
No podı́a ser aquello más, allá de lo cual nunca se habı́an adentrado los
sistemas filosóficos: debı́a ser algo totalmente distinto pero no extraño, que
ninguna filosofı́a habı́a imaginado o que, concibiéndolo con la imaginación,
habı́a considerado una locura. En suma, Dios deja de ser grado más inacce-
sible de una perfección común al hombre y al dios, para ser una esencia que
sobrepasa todo lo humano.
de Fiore sobre la Tercera Edad (la del Espı́ritu Santo, que reemplazarı́a a
la del Verbo, que a su vez lo habrı́a hecho con la del Padre), todas estas
desviaciones dogmáticas encontraban a la Iglesia jerárquica pronta y firme
en el ejercicio de su oficio didáctico y correctivo; y a menudo era apoyada
en éste, a causa de la solidaridad entre las estructuras sociales, por el poder
temporal. Hubo ataques, pero no ruptura, de las verdades de fe, y no faltó la
formación magisterial.
No rechaza Lutero este o aquel artı́culo del conjunto dogmático del catoli-
cismo (aunque, naturalmente, también lo hace), sino justamente el principio
4
Sobre este punto, ver la carta de MANZONI al pastor ginebrino Cheneviére en Cartas,
edición de Cesare Arieti, Milán 1970, 1, p. 563, y cuanto digo sobre ello en mi edición de
la Moral católica, Milán 1966, vol. III, pp. 57-58
2.6. Negación del principio católico en la doctrina luterana 23
En realidad, como ya hemos dicho, el principio del libre examen está implı́ci-
to en toda herejı́a, y la Iglesia (incluso cuando no lo condena explı́citamente)
lo condena implı́citamente cada vez que se pronuncia contra alguna doctri-
na teológica contraria a la fe. Sin embargo, en este caso, el principio del
libre examen está formulado expresamente al menos en un artı́culo de los
condenados.
Hay sin embargo un artı́culo (el 29) en el cual la herejı́a (espı́ritu indivi-
dual de elección de las creencias) es abiertamente profesada por Lutero. Este
artı́culo, que enuncia el verdadero principio de todo el movimiento, resulta
ser la única tesis verdaderamente memorable: Via nobis facta est enervandi
auctoritatem Concilı́orum et libere contradicendi eorum gestis et confidenter
confitendi quidquid verum videt uno 6 .
Aquı́ se manifiesta la raı́z más profunda y el criterio más allá del cual no
se puede llegar: el espı́ritu individual dando valor a todo aquello que nos
parece. De los dos aspectos presentes en el acto de la mente cuando capta el
ser objetivo mediante su acto subjetivo, ya no es el ser objetivo aprehendido
lo que prevalece, sino la misma aprehensión. Para expresarlo con los términos
de la Escuela, el id quo intelligitur predomina sobre el id quod intelligitur.
El principio resultó herido por la revolución luterana, que para las cosas
de religión sustituyó la regla de la autoridad por el espı́ritu individual.
Pero la independencia polı́tica del hombre que fue enseñada por la Revo-
lución Francesa estaba contenida en la independencia religiosa enseñada por
Lutero y retomada por los Jansenistas. La Constitución de Pı́o VI Auctorem
fidei (1794), que la condena, tiene por este motivo una importancia que la
asemeja a la encı́clica Pascendi de San Pı́o X (1907).
aunque el mal avance en todos los órdenes fisiológicos del cuerpo, entonces
será legı́timo dudar de que esta sacudida del catolicismo haya sido una crisis
de la Iglesia.
De los 80 artı́culos del documento pocos son relevantes para quien busque
los universales, pero estos pocos son precisamente los decisivos.
de la Iglesia con sus principios (como hemos visto desde el comienzo, tal
es la definición misma de la crisis), sino una contradicción del mundo con
el catolicismo. Este significado del Syllabus fue intuı́do utrinque, tanto por
parte del mundo como por parte de la Iglesia. La condenación sintética del
pensamiento moderno continúa desde el Syllabus hasta el Vaticano I. En el
esquema preparatorio de doctrina catholica se observa que el carácter propio
de la época no consiste en atacar puntos singulares dejando intacto el pri-
mer principio de la religión, sino en que homines generatim a veritatibus et
bonis supernaturalibus aversi fere in humana solum ratione et in naturali or-
dine rerum conquiescere atque in his totam suam perfectionem et felicitatem
consequi se posse existimant 13 .
La condena del espı́ritu del siglo, caracterizado por los errores aquı́ con-
denados, es innegable y no susceptible de preterición o de moderación. El
Syllabus no puede quedar apagado por el enorme silencio con que dentro de
la Iglesia se intenta hundir al documento papal de 1864, y gracias al cual se
ha tolerado que el nombre del Syllabus no sea citado ni siquiera una vez en el
Vaticano II, convirtiéndose más bien en sı́mbolo de algo risible o abominable.
Sigue siendo válido sin embargo el punto que Manzoni ilumina en dichas
páginas, según el cual el espı́ritu del siglo no deberá ser juzgado histórica-
mente, sino sólo con un criterio ucrónico: por la religión, y no por la historia.
Ciertamente este criterio no será admitido por quien sostiene una axiologı́a
sin valores verdaderos y nouménicos, pero es el criterio católico con el cual
pretendemos aquı́ reconocer dónde está la crisis. Por consiguiente, tal criterio
no sólo es legı́timo, sino el único legı́timo.
No creo que esa pluralidad de personas sea denunciada por San Pı́o X como
una actitud moral de duplicidad o hipocresı́a (pluralidad de máscaras), si bien
algún rasgo de astucia ajitofélica (cfr. 11 Sam. 15-17) puede quizá apreciarse
en algunos defensores de esas doctrinas; ¿pero acaso no también, a veces, en
sus oponentes? Creo más bien que esta multiplicidad de personas o caras es
precisamente la prueba de que el documento no condena partes separadas,
sino un espı́ritu, que en última instancia es el espı́ritu de independencia.
en una civilización asentada sobre principios falsos, pero entonces está in-
vestida de un falso espı́ritu y es necesario, con una especie de acción reivin-
dicadora, desnudarla de él y revestirla de la verdad que se encuentra en el
sistema católico, poniéndola bajo el principio verdadero.
Investigando las crisis de la Iglesia hemos encontrado que éstas sólo tienen
lugar cuando no en el mundo, sino en la misma Iglesia, surge una contradic-
ción con el principio que la constituye y la rige. Tal contradicción respecto
al elemento principal es la constante (como dicen los matemáticos) de todas
las crisis. Y ası́ como la crisis preformada en el mundo fue denunciada por
el primer Syllabus y después por San Pı́o X a principios de siglo cuando
comenzó a comunicarse y a internarse en la Iglesia, también lo fue por Pı́o
XII en el tercer Syllabus cuando a mitad de siglo se adentró con más difusión
en ella.
45
46 3. La preparación del Concilio
1
influencia, que un Concilio general .
Las respuestas de los obispos revelan ya algunas de las tendencias que pre-
valecerı́an en el Concilio, y con frecuencia traslucen incapacidad para estar
a la altura de las circunstancias y divagan hacia materias impertinentes o
fútiles. Tampoco en el Vaticano I faltaron propuestas extravagantes. Habı́a
algunas sugerencias en favor de Rosmini o de Santo Tomás, y ahı́ la mate-
ria es ciertamente de gran importancia; pero junto a éstas, otras descendı́an
al problema de las asistentas católicas en familias no católicas, de la bendi-
ción de cementerios, o de otras cuestiones de disciplina menor, sin duda no
proporcionadas a la magnitud de un Concilio ecuménico.
1
MANSI vol. 49, p. 28.
2
MANSI, vol. 49, p. 34. Es la opinión del card. Roberti.
3
El mismo Papa afirmó que la idea de convocar el Concilio fue una inspiración divina, y
Juan Pablo II lo confirmó en el discurso del 26 de noviembre de 1981, en la conmemoración
del centenario del nacimiento del Papa, Roncalli.
3.2. Paradójica resolución del Concilio 47
Verbi gratia, se pretendı́a hacer pasar como doctrina del Concilio una po-
sición discutible sobre el limbo de los niños e incluso de los adultos. Esta
8
De los trabajos de la Comisión preparatoria central puedo hablar con cierto conoci-
miento particular, ya que habiéndome asociado mons. Angelo Jelmini, obispo de Lugano
y miembro de esa Comisión, al estudio de los esquemas y a la redacción de sus opiniones,
tuve conocimiento de todos los documentos.
3.2. Paradójica resolución del Concilio 49
te. Nonne mores nostri per divortium, per abortum, per euthanastam, per
sodomiam, per Mammona gentilizant? 10 . Y concluye afirmando que este
diagnóstico procede humano more y en lı́nea de consideración histórica, sin
perjuicio de lo que la Providencia de Dios sobre la Iglesia pueda operar más
allá de la medida de los juicios humanos y fuera de la potencia ordenada.
El Papa Juan, que habı́a ideado el Concilio como un gran acto de renova-
ción y de adecuación funcional de la Iglesia, creı́a también haberlo preparado
como tal, y aspiraba a poderlo concluir en pocos meses 11 : quizá como el
10
No apruebo la descripción del estado actual de la Iglesia, realizada aquı́ con tanta
exaltación, e inspirada en mi opinión más en la esperanza que en la verdad. ¿Por qué ha-
blar de aumento del fervor religioso? ¿Con respecto a qué época se refiere? ¿No se deben
tal vez tener en cuenta las estadı́sticas según las cuales la fe católica, el culto divino y las
costumbres públicas decaen y se van arruinando? ¿No está acaso el estado general de las
mentes alejado de la religión católica, estando separado el Estado de la Iglesia, la filosofı́a
de la fe, la investigación cientı́fica de la reverencia hacia el Creador, y el desarrollo técnico
del obsequio debido a la ley moral? ¿No padece quizá la Iglesia por la escasez de clero? ¿No
están muchas partes de la Santa Iglesia cruelmente perseguidas por los Gigantes y Mino-
tauros que se enorgullecen en el mundo o, como en China, conducidas al cisma? Nuestras
misiones, plantadas y regadas con tanto celo y caridad, ¿no han sido acaso devastadas
por el enemigo? ¿Acaso no es exaltado el ateı́smo no ya sólo por los individuos, sino es-
tablecido (cosa absolutamente inaudita) por las leyes de naciones enteras? ¿No decrece
proporcionalmente cada dı́a el número de católicos mientras se expanden desmesurada-
mente Mahometanos y Gentiles? De hecho, nosotros, que hace poco éramos una cuarta
parte del género humano, hemos quedado reducidos a un quinto. ¿Y no es acaso verdad
que nuestras costumbres se paganizan a través del divorcio, el aborto, la eutanasia, la
sodomı́a y el culto al dinero?
11
Ası́ se desprende de la positio de la instrucción preliminar de su proceso de beatifica-
ción, conocida merced a una indiscreción del periodista F. D’ANDREA. Ver Il Giornale
Nuovo, del 3 de enero de 1979. Pero también se desprende de las palabras del Papa en la
audiencia del 13 de octubre de 1962, que hacı́an creer que el Concilio pudiera concluirse
en Navidad.
52 3. La preparación del Concilio
según la cual hay una continuidad entre el mundo de pensamiento del cual
vivió la sabidurı́a antigua (precisamente veterum sapientia) y el mundo de
pensamiento elaborado después de la revelación del Verbo encarnado.
No quisiera aquı́ disimular que esa relación entre mundo antiguo y cristia-
nismo como dos cosas compatibles entre sı́ oculta delicadas aporı́as y exige
que se mantenga firme la distinción entre lo racional y lo suprarracional.
No es posible defender la demasiado divulgada fórmula de Tertuliano anima
naturaliter christiana, ya que querrı́a decir naturalmente sobrenatural.
Es necesario en esto andar con pies de plomo para que la religión cristiana,
esencialmente suprahistórica y sobrenatural, no corra el peligro de caer en el
historicismo y el naturalismo. Pese a todo, la idea de su continuidad a través
de la extensión temporal y de las vicisitudes de las culturas es un concepto
católico: difı́cil, pero verdadero y necesario. Aquı́ me bastará ponerme bajo
el patrocinio de San Agustı́n, quien afirmó tal continuidad de modo absoluto
y universal saltando por encima de siglos y de cultos: Nam res ipsa, quae
nunc christiana religio nuncupatur, erat apud antiquos nec defuit ab initio
generis humani 14 (Retract., I, cap. 13) 20.
15
La derrota del latı́n en la Iglesia postconciliar es, sin embargo, manifiesta. Ni siquiera
en el Congreso internacional tomista de 1974 figuraba el latı́n entre las lenguas admitidas;
pero lo fue inmediatamente, tras mi protesta en carta de 1 de octubre de 1973 al Maestro
general de los Dominicos, padre Aniceto Fernández. Éste hizo que se me respondiese el 18
de octubre aceptando la propuesta y la solicitud: ((También nosotros habı́amos pensado
en ello, sobre todo porque es la lengua de Santo Tomás)). No hace falta añadir que las
intervenciones en lengua latina fueron escası́simas. La deslatinización de los Congresos
tomistas fue ya total en el de 1980, en el cual de veintinueve ponencias no habı́a ninguna
en latı́n. No podrı́a aportarse prueba más palmaria del paso a una Iglesia plurilingüe, pero
completamente alejada del latı́n.
3.5. Los fines del Concilio Vaticano I 57
El tercer fin retoma la causa unionis. El Papa dice que la causa se refiere
a los otros cristianos (n. 31) y que sólo la Iglesia católica puede ofrecerles la
perfecta unidad de la Iglesia. Parece ası́ que se mantiene dentro de la doctrina
tradicional: la unión ya tiene definido su centro, en el cual deben concentrar-
se las partes disidentes y separadas. Añade que los recientes movimientos
que aún ahora están en pleno desarrollo en el seno de las comunidades cris-
tianas separadas de nosotros nos demuestran con evidencia que esta unión
no se puede alcanzar sino en la identidad de la fe, en la participación de
unos mismos sacramentos y en la armonı́a orgánica de una única dirección
eclesiástica (n. 31).
En una época en la cual las cosas son lo que son en la medida en que
son representadas, y tanto valen cuanto se consiga persuadir de que valen,
el Concilio debı́a necesariamente convertirse en un fenómeno de opinión, y
por eso mismo la grandiosidad de la opinión comunicaba grandeza al Conci-
lio. De esta contaminación de grandeza no se preservaron ni los Padres del
Concilio ni el Pontı́fice mismo. Pablo VI llegó incluso a declarar (bien que
polémicamente, en confrontación con Mons. Lefebvre) en carta del 29 de ju-
nio de 1975, que el Vaticano II es un Concilio que no tiene menor autoridad,
e incluso, bajo ciertos aspectos, es aún más importante, que el de Nicea 19 .
Ahora bien, no existe ninguna perı́copa de los textos conciliares cuya dog-
maticidad esté asegurada, quedando por tanto sobreentendido que donde se
reafirma la doctrina ya definida en el pasado la calificación teológica no puede
ser dudosa. De todos modos, en la citada comparación de tipos, debe mante-
nerse firmemente la prioridad del dogmático, porque desciende de una verdad
filosófica anterior a toda proposición teológica, y por otro lado expuesta en
la Escritura. Debido a la procesión metafı́sica del ente, el conocimiento es
anterior a la voluntad y la teorı́a a la práctica: In principio erat Verbum (En
el principio era el Verbo) (Juan 1, 1). El acto dispositivo y preceptivo de
la disciplina eclesiástica no tiene fundamento si no emana del conocimiento.
Pero con esto entrarı́amos también en la tendencia pragmática que tentó al
Concilio en muchos de sus momentos.
Pero la declaración de 1962 es importante si, yendo más allá de los pronósti-
cos de reflorecimiento tan familiares al Montini Papa, se la mira conjunta-
mente con aquélla, ciertamente paradójica, pronunciada el 18 de febrero de
1976: No debemos temer, un dı́a, constituir quizás una minorı́a, si somos
fieles; no nos avergonzaremos de la impopularidad, si somos coherentes; no
haremos caso de ser unos vencidos, si somos testigos de la verdad y de la
libertad de los hijos de Dios.
22
el proyecto, que yace destruido, de todo su Pontificado .
25
Cit. en J. GUITTON, Scrivere come si ricorda, Alba 1975, p. 31).
Capı́tulo 4
En primer lugar, el discurso se abre con una enérgica afirmación del aut aut
ordenado a los hombres por la Iglesia Católica, que rechaza la neutralidad y
utralidad entre el mundo y la vida celeste y ordena todas las cosas temporales
a un destino eterno.
Aparte del texto profético de Luc. 2, 34, según el cual Cristo será signo de
contradicción y se convertirá en resurrección o ruina para muchos, el Papa
cita el más decisivo de Luc. 11, 23: Qui non est mecum, contra me est (Quien
no está conmigo, está contra Mı́). Estos textos jamás fueron citados después
en los documentos conciliares, dado que la asamblea buscó más los aspectos
compartidos por la Iglesia y el mundo y hacia los que ambos convergen, que
aquéllos en los cuales se oponen y combaten.
67
68 4. El desarrollo del Concilio
Más bien parece lo primero que lo segundo; pero es necesario señalar que la
Iglesia luchó continuamente en la teorı́a y en la práctica contra la servidumbre
de la Iglesia ante la potestad civil, especialmente en la elección de obispos y en
la instauración de beneficios eclesiásticos. Bastarı́a recordar hasta qué punto
la deploraba Rosmini.
Por otra parte, la llamativa ausencia de episcopados enteros a los que sus
gobiernos impidieron acudir al Concilio no pudo escapar al lamento del Pa-
4.1. El discurso inaugural. 69
impuesta por el Pontı́fice. Pero su efecto fue poderoso (aunque silente) so-
bre el desenvolvimiento del Concilio, durante el cual, y en cumplimiento de
la preterición pactada, se rechazó una propuesta de renovar la condena del
comunismo.
2
Carta de mons. Roche en Itinéraires n. 285, p. 153.
3
Ver las citadas Concordantiae, donde la voz communismus no aparece nunca.
4.2. El discurso inaugural. Poliglotismo y polisemia textuales 71
Ahora bien, entre el texto latino y la versión italiana del discurso inaugu-
ral hay tales discrepancias que el sentido resulta trasmutado. Ha sucedido
además que el desarrollo de la literatura teológica se ha guiado por la tra-
ducción más que por el original latino. La discrepancia es tan grande que
parece tenerse a la vista una paráfrasis, y no una traducción. Ası́, el original
dice: Oportet ut haec doctrina certa et immutabilis cui fidele obsequium est
praestandum, ea ratione pervestigetur et exponatur quam tempora postulant
4
.
El Papa divide por la mitad dicha ayuda al restringir todo el oficio ejerci-
tado por la Iglesia hacia el que yerra a la simple presentación de la verdad:
ésta bastarı́a por sı́ misma, sin enfrentarse al error, para desbaratarlo. La
operación lógica de la refutación se omitirı́a para dar lugar a una mera di-
dascalia de la verdad, confiando en su eficacia para producir el asentimiento
del hombre y destruir el error. Esta doctrina del Pontı́fice constituye una
variación relevante en la Iglesia católica y se apoya en una singular visión
de la situación intelectual de nuestros contemporáneos. Estos estarı́an tan
profundamente penetrados por opiniones falaces y funestas, máxime in re
morali, que como dice paradójicamente el Papa los hombres, por sı́ solos (es
decir, sin refutación ni condena), hoy dı́a parece que están por condenarlas, y
en especial aquellas costumbres que desprecian a Dios y a su Ley. Es sin duda
admisible que el error puramente teórico pueda curarse a sı́ mismo cuando
nace de causas exclusivamente lógicas; pero que se cure a sı́ mismo el error
práctico en torno a las acciones de la vida, dependiente de un juicio en el
que interviene la parte libre del pensamiento, es una proposición difı́cil de
comprender. Y aparte de ser difı́cil desde un punto de vista doctrinal, esa
interpretación optimista del error, que ahora se reconocerı́a y corregirı́a por
sı́ mismo, está crudamente desmentida por los hechos. En el momento en que
hablaba el Papa estos hechos estaban madurando, pero en la década siguiente
salieron totalmente a la luz. Los hombres no se retractaron de esos errores,
7
Durante la preparación del Sı́nodo Romano, que mantenı́a la antigua pedagogı́a de
la Iglesia, el Papa se habı́a ya adherido a la sugerencia de dulcificar algunas normas y
habı́a dicho a mons. Felici (que lo cuenta en OR, 25 de abril 1981): Hoy ya no agrada la
imposición. No dijo no es útil, sino no agrada.
4.4. Rechazo del Concilio preparado. La ruptura de la legalidad conciliar 75
sino que más bien se confirmaron en ellos y les dieron vigor de ley: la pública
y universal adopción de estos errores morales se puso en evidencia con la
aceptación del divorcio y del aborto; las costumbres de los pueblos cristianos
fueron enteramente cambiadas y sus legislaciones civiles (hasta hacı́a poco
modeladas sobre el derecho canónico) se tornaron en legislaciones puramente
profanas, sin sombra de lo sagrado. Éste es un punto en el cual la clarividencia
papal queda irrefutablemente comprometida 8 .
Ahora bien, tal desviación de la concepción original no tuvo lugar por una
resolución interna del mismo Concilio en el desenvolvimiento de su regulari-
dad legal, sino por una ruptura de la legalidad conciliar poco citada en las
narraciones de los hechos, pero conocida hoy en su rasgos más evidentes.
10
No se puede disimular que sopit comicum el informe oficial del OR dice que todos
los Padres reconocen que el esquema, fruto del trabajo de teólogos y obispos de las más
diversas naciones, ha sido estudiado con sumo cuidado. ¿Cómo entonces se concluye que
es impresentable?
11
De la muy objetiva narración que de este episodio hace PH. DELHAYE en Ami du
Clergé, 1964, pp. 534-535, también se desprende que en la noche del 22 el Papa recibió al
card. Léger y al episcopado canadiense, y que tuvieron lugar coloquios entre el card.
Ottaviani y el card. Bea, exponentes de las dos opiniones que se habı́an enfrentado.
4.5. Más sobre la ruptura de la legalidad conciliar 77
La única objeción que podı́a aducirse era que, tratándose del tercer dı́a des-
de la apertura del Sı́nodo y no conociéndose entre sı́ los miembros de la plural
y heterogénea asamblea, la elección podı́a resultar viciada por precipitación
y no estar lo bastante meditada. El procedimiento les pareció sin embargo a
una conspicua parte de los Padres una tentativa de coacción, y suscitó un vi-
vo resentimiento. En la apertura de la congregación, el Card. Liénart, uno de
los nueve presidentes de la Asamblea, se convirtió en su intérprete. Habiendo
pedido el uso de la palabra al presidente Card. Tisserant y habiéndole sido
denegada (conforme al Reglamento, ya que la congregación habı́a sido convo-
cada para votar, y no para decidir si votar o no), el prelado francés, rompiendo
la legalidad aunque entre aplausos unánimes, agarró el micrófono y leyó una
declaración: era imposible llegar a la votación sin previa información sobre
las cualidades de los candidatos, sin previo concierto entre los electores y sin
previa consulta a las conferencias nacionales. La votación no tuvo lugar, la
congregación fue disuelta y las comisiones fueron después formadas con una
amplia inclusión de elementos extraños a los trabajos preconciliares.
78 4. El desarrollo del Concilio
El gesto del Card. Liénart fue contemplado por la prensa como un golpe de
fuerza con el cual el obispo de Lille desviaba la marcha del Concilio y entraba
en la historia 12 .
El mensaje (dice el P. Chenu) suponı́a una crı́tica severa del contenido y del
espı́ritu del trabajo de la Comisión central preparatoria. El texto propuesto al
Concilio fue aprobado por Juan XXIII y por los cardenales Liénart, Garrone,
Frings, Dópfner, Alfrink, Montini y Léger. Desarrollaba los temas siguientes:
el mundo moderno aspira al Evangelio; todas las civilizaciones contienen una
virtualidad que las impulsa hacia Cristo; el género humano es una unidad
fraterna más allá de las fronteras, los regı́menes y las religiones; y la Iglesia
lucha por la paz, el desarrollo y la dignidad de los hombres. El texto fue
12
Figaro, 9 de diciembre de 1976. La narración de los hechos la hemos tomado de las
memorias del mismo LIPNART, publicadas póstumamente en 1976 bajo el tı́tulo Vatican
II, en edición de la Facultad teológica de Lille. Concuerda con la del libro de RALPH M.
WILTGEN, S.V.D. The Rhine flows into the Tiber, Hawthorn Books Inc., Nueva York
1967, que sin embargo no menciona el ilegal gesto del cardenal francés.
4.6. Consecuencias de la ruptura de la legalidad 79
Rechazando estas dos teorı́as, la Nota praevia afirma que la potestad su-
prema reside en el colegio de los obispos unido a su Cabeza: pero pudiendo
ejercitarlo ésta independientemente del Colegio, mientras que el Colegio no
puede hacerlo independientemente de la Cabeza. No se sabe si la inclinación
del Vaticano II a desligarse de una estrecha continuidad con la tradición y
a crear formas, modalidades y procedimientos atı́picos, debe atribuirse al
espı́ritu modernizante que lo caracterizó y dirigió, o bien a la mente y a la
ı́ndole de Pablo VI. Probablemente la inclinación debe distribuirse pro rata
entre el Concilio y el Papa. El resultado fue una renovación, o mejor dicho,
una innovación del ser de la Iglesia, que afectó a las estructuras, los ritos,
el lenguaje, la disciplina, las conductas, las aspiraciones: en definitiva, al
rostro de la Iglesia, destinado a presentarse ante el mundo como algo nue-
vo. Por otra parte, no vamos a preterir aquı́ la singularidad, incluso formal,
de la Nota praevia. En primer lugar, no hay ejemplo en la historia de los
Concilios de una glosa de tal cariz añadida a una Constitución dogmática
como es la Lumen Gentium, y ligada orgánicamente a ella. En segundo lu-
4.8. Más sobre la actuación papal en el Vaticano II 83
Ésta, como por otra parte el Islam, reserva a la Virgen una observancia
de pura veneración, pero rechaza el culto verdadero y propio prestado por
la Iglesia en grado especialı́simo a la Madre de Jesús. De entre los muchos
tratamientos con que la piedad católica ha adornado a la Virgen, algunos
(más bien la mayorı́a) proceden de la fantası́a poética y del vı́vido sentimien-
to afectivo de los pueblos cristianos; otros, al contrario, suponen o producen
una tesis teológica. Por ejemplo, la Coronación de la Virgen ha formado parte
de magnı́ficas creaciones artı́sticas, pero permaneciendo fuera de la teologı́a,
mientras que la Asunción pertenece tanto a ésta como a las figuraciones del
arte, siendo finalmente proclamada dogma por Pı́o XII en 1950: las razo-
nes del dogma de la Asunción se encuentran en las profundas conexiones
ontológicas entre la persona de la Madre y el individuo teándrico. De entre
tantos tı́tulos, querı́a Pablo VI que el de Madre de la Iglesia fuese consagra-
do en el esquema sobre la Santı́sima Virgen, o por los menos en el capı́tulo
del esquema de Ecclesia a que aquél fue reducido. Pero la asamblea no lo
deseaba. Dicha dignidad se funda sobre razones teológicas y antropológicas:
siendo Marı́a verdadera madre de Cristo, y siendo Cristo cabeza de la Iglesia
e Iglesia comprimida (como la Iglesia, si nos es lı́cito adoptar el lenguaje de
84 4. El desarrollo del Concilio
Puesto que el tı́tulo habı́a sido expulsado del esquema por la Comisión
teológica (pese a una imponente recogida de sufragios en su favor), y el obispo
de Cuernavaca la habı́a impugnado en el aula, el acto del Papa suscitó vivos
rechazos. En ese hecho se traslucen las disensiones internas del Concilio y
el espı́ritu antipapal de la fracción modernizante. Y no se puede, contra la
evidencia de los hechos, aceptar la posterior declaración del Card. Bea. Él
tenı́a razón al afirmar que habiendo faltado un voto explı́cito de la asamblea
sobre la atribución o no de ese tratamiento a la Virgen, no era legı́timo
contraponer la voluntad no manifestada del Concilio a la voluntad del Papa
expresada por modo de autoridad.
Hacen por consiguiente los dos Papas un idéntico diagnóstico del estado
del mundo, pero divergen en el juicio de valor. Ası́ como San Pı́o X, citando
a San Pablo (II Tes. 2, 4), veı́a al hombre moderno hacerse dios y pretender
ser adorado, ası́ Pablo VI dice expresamente que la religión del Dios que se
ha hecho hombre, se ha encontrado con la religión (porque tal es) del hombre
que se hace Dios (n. 8). Y sin embargo, obviando el carácter fundamental
del enfrentamiento, piensa que gracias al Concilio el enfrentamiento no ha
producido un choque, ni una lucha, ni un anatema, sino una simpatı́a inmen-
sa: una atención nueva de la Iglesia a las necesidades del hombre. Y contra
la objeción de que plegándose al mundo y casi corriendo hacia él, la Iglesia
abdicarı́a de su propio camino teotrópico y entrarı́a en la vı́a antropológica,
el Papa opone que actuando ası́ la Iglesia no se desvı́a en el mundo, sino
que se vuelve hacia él. Aquı́ viene al caso preguntarse: ¿se vuelve para unirse
a él o para atraerlo hacia sı́? Ciertamente, el oficio de veracidad propio de
la Iglesia desciende de su oficio de caridad hacia el género humano. Incluso
la crudeza de la corrección doctrinal tal como fue ejercitada en tiempos re-
4.9. Sı́ntesis del Concilio en el discurso de clausura de la cuarta sesión 87
El post Concilio
También queda demostrado por las no pocas voces que, considerando in-
suficientes las novedades conciliares, piden un Vaticano III para impulsar a
la Iglesia a dar el paso adelánte al cual se resistió o vaciló dar en el primer
encuentro.
89
90 5. El post Concilio
La Biblia habla del espı́ritu de Moisés y narra que Dios tomó el espı́ritu de
Moisés y lo llevó a los setenta ancianos (Núm. 11, 25). El espı́ritu de Elı́as
entró en su discı́pulo Eliseo (IV Rey. 2, 15). Cien veces más menciona el
espı́ritu del Señor. En todos estos pasajes, el espı́ritu es lo que en un hombre
precede a todo acto y preside todos sus actos como primum movens.
Los setenta ancianos que empiezan a profetizar cuando Dios les lleva el
espı́ritu de Moisés tienen por ideal y por motor supremo el mismo que Moisés.
El espı́ritu de Elı́as en Eliseo es el pensamiento de Elı́as, que se hace propio
de Eliseo. El espı́ritu del Señor es el Señor mismo, convertido en razón y
motivo de operación en todos los que tienen el espı́ritu del Señor. Del mismo
modo, el espı́ritu del Concilio es el principio ideal que motiva y da vida a sus
operaciones, y, por decirlo a la manera estoica, ((lo hegemónico)) en él.
Pero dicho esto, queda claro que si bien el espı́ritu del Concilio (lo que
subyace en el fondo de sus decretos y viene a ser su a priori) no se identifica
ciertamente con su letra, tampoco es independiente de ella. ¿En qué cosas se
expresa un cuerpo deliberante, sino en sus disposiciones y en sus deliberacio-
nes? La apelación al espı́ritu del Concilio, y sobre todo por parte de quienes
pretenden superarlo, es un argumento equı́voco y casi un pretexto para poder
introducir en él su propio espı́ritu de innovación.
Tal método olvida que el texto tiene su sentido primitivo, inherente, obvio y
literal; éste debe ser comprendido antes de cualquier interpretación, y tal vez
no admite el código con el que será leı́do y descifrado en la segunda lectura.
Los textos del Concilio tienen, como cualquier otro texto, e independiente-
mente de la exégesis que se haga de ellos, una legibilidad obvia y unı́voca,
un sentido literal que es el fundamento de todos los demás. La perfección
de la hermenéutica consiste en reducir la segunda lectura a la primera, que
proporciona el sentido verdadero del texto. La Iglesia no ha procedido jamás
de otra manera.
Ahora bien, ¿qué queda de un principio si está por debajo, y no por encima
de su realización? ¿Y cómo no ver que existen estilos de realización que en
vez de ser expresión del fundamento, lo destruyen? Según esto, se podrı́a
decir que no se pone en discusión el fundamento del gótico, sino su modo de
realización, y prescindir entonces del arco ojival. Esta fórmula del pero/sino
se encuentra a menudo en intervenciones de Padres conciliares, los cuales
introducen en el aserto principal alguna cosa que es después destruida con el
pero/sino de la afirmación secundaria, de modo que ésta última se convierte
en la verdadera afirmación principal.
Aún más relevante resulta que el método del circiterismo haya sido adop-
tado alguna vez en la redacción misma de los documentos conciliares. El cir-
citerismo fue impuesto entonces intencionadamente para que posteriormente
la hermenéutica postconciliar pudiese resaltar o negligir las ideas que le in-
teresase. Lo expresamos de una forma diplomática, pero después del Concilio
extraeremos las conclusiones implı́citas 8 . Se trata de un estilo diplomáti-
co (etimológicamente, doble) en el cual la palabra es elegida con vistas a la
hermenéutica, invirtiendo el orden natural del pensamiento y de la escritura.
Bajo este aspecto el Vaticano II supuso una fuerza espiritual tan imponente
que obliga a colocarlo en un puesto singular en la lista de los Concilios.
Esta universalidad de la variación introducida plantea además la siguiente
cuestión: ¿no se trata quizá de una mutación sustancial, como dijimos en
§§3.5-3.7, análoga a la que en biologı́a se denomina modificación del idiotipo?
La incógnita planteada consiste en saber si no se estará produciendo el paso
de una religión a otra, como no se recatan en proclamar muchos clérigos
y laicos. Si ası́ fuese, el nacimiento de lo nuevo supondrı́a la muerte de lo
viejo, como sucede en biologı́a y en metafı́sica. El siglo del Vaticano II serı́a
8
Declaración del P. SHILLEBEECKS en la revista holandesa De Bazuin n. 16. 1965:
Traducción francesa en Itinéraires n. 155 (1971, p. 40).
5.5. Caracteres del post Concilio. La universalidad del cambio 97
Pero no sólo han sido alcanzados por la novedad estas tres clases de actitu-
des humanas concernientes a la mente, sino también los órganos sensoriales
del hombre religioso y creyente. Para el sentido de la vista han cambiado las
formas de los vestidos, los ornamentos sacros, los altares, la arquitectura, las
luces, los gestos.
Para el sentido del tacto la gran novedad ha sido poder tocar aquello que
la reverencia hacia lo Sagrado hacı́a intocable. Al sentido del gusto le ha sido
concedido beber del cáliz.
9
P. Hegy, en una tesis publicada en la colección Théologie historique, dirigida por el P.
Daniélou, sostiene que este Concilio ha modificado todos los dominios, de la vida religiosa,
excepto la organización eclesiástica del poder, y que el Vaticano II no es solamente una
revolución sino una revolución incompleta (Lautorité dans le catholicisme contemporain,
Parı́s 1975, pp 15- 17).
98 5. El post Concilio
Y no anticipo aquı́ lo que se verá más adelante sobre las novedades en las
estructuras de la Iglesia, las instituciones canónicas, los nombres de las cosas,
la filosofı́a y la teologı́a, la coexistencia con la sociedad civil, la concepción
del matrimonio: en fin, en las relaciones de la religión con la civilización en
general.
Tercero: aunque las cosas y los géneros de cosas afectados por el cambio
postconciliar son accidentes en la vida de la Iglesia, éstos no se deben con-
siderar indiferentes, como si pudieran ser o no ser, ser de un modo o ser de
otro, sin que resultase cambiada la esencia de la Iglesia. No es ciertamente
éste el lugar para introducir la metafı́sica y aludir al De ente et essentia de
Santo Tomás. Sin embargo es necesario recordar que la sustancia de la Igle-
sia no subsiste más que en los accidentes de la Iglesia, y que una sustancia
inexpresada, es decir, sin accidentes, es una sustancia nula (un no-ser).
Por tanto puede concluirse que los novi homines del Concilio no deben
entenderse en el sentido fuerte de un cambio de esencia, sino en el sentido
débil de una gran restauración de vida en el cuerpo de la Iglesia y de la
sociedad humana. Sin embargo, dicha expresión ha sido a menudo entendida
en ese estricto e inadmisible sentido, y ha alentado sobre el postconcilio un
aura de anfibologı́a y utopı́a.
Segundo, porque como dice 1 Cor. 3, 11, nadie puede poner otro funda-
mento fuera del ya puesto, que es Jesucristo 14 .
14
En otro lugar dice que el fundamento son los Apóstoles, pero véase lo que dice Santo
Tomás en el comentario a este pasaje.
5.7. Imposibilidad de variación radical en la Iglesia 103
Una coyuntura análoga se produjo a principios del siglo XVII como con-
secuencia de los descubrimientos de las ciencias naturales, cuando hombres
de Iglesia demasiado abiertos al saber de la época creyeron que subsistı́a un
incongruente nexo entre fe y filosofı́a. Pudo entonces parecer a algunos que
la profunda variación en la concepción del universo fı́sico suponı́a una trans-
formación radical del hombre y un rechazo de la certeza religiosa, con una
incipiente desacralización del mundo. Pero esta interpretación catastrófica del
cambio cultural fue desmentida por los autores mismos del cambio (Galileo,
el padre Castelli, Campanella) y por cuantos supieron mantener la separación
entre filosofı́a y teologı́a: el verdadero fruto de aquel conflicto es la reducción
de la teologı́a a su teologalidad.
Los teólogos del Centre des pastorales des sacrements, órgano del epis-
copado de Francia, escriben: La Iglesia no puede ser universalmente signo
de salvación sino con la condición de morir a sı́ misma; de aceptar ver a
instituciones que han demostrado su valor resultar caducas; de ver una for-
mulación doctrinal modificada, y establecen que cuando hay conflicto entre
las personas y la fe, es la fe la que debe ceder 19 .
Y resulta extraño que quienes dicen ser necesario el error para la búsqueda
de la verdad digan después bustrofedónicamente que la búsqueda de la ver-
dad se ve impedida por el error. El error tiene además una responsabilidad
autónoma que no se debe atribuir a quien no está en el error.
han sido impuestos durante siglos solamente por autoridad y sin ninguna otra
persuasión y posibilidad objetiva de elección a millones de seminaristas y de
sacerdotes, representan uno de las mayores plagas que recuerda la historia.
La verdad es, por el contrario, que la Iglesia fue en todo tiempo una masa
mixta, un campo de trigo y de cizaña, una totalidad sincrética de buenos y
malos. Los testimonios comienzan desde San Pablo. Basta recordar los abusos
del ágape, las facciones entre los fieles, las defecciones morales, las apostası́as
ante la persecución.
Por otra parte, ¿no pertenece acaso a los primeros siglos aquel enorme
pulular de herejı́as y de cismas de los que San Agustı́n enumera en el De
haeresibus ad Quodvidideum hasta ochenta y siete formas (desde las más
vastas y profundas, como arrianismo, pelagianismo y maniqueı́smo, a las
locales y extravagantes, como Cayanos y Ofitas)? (PL. 42, 17-50).
Ası́ como las obras de arte se comparan con su modelo, y en cuanto que
confrontadas con el modelo al que tienden (lo atestigua el trabajo del artista,
que sabe cuándo se acerca al ideal y cuándo no) pueden también cotejarse
entre sı́, ası́ también las diversas épocas del cristianismo son parangonables
conforme al principio de la religión; y calibradas de este modo son también
comparables una con otra.
113
Capı́tulo 6
115
116 6. La Iglesia postconciliar. Pablo VI
Y en otro discurso usa los términos siguientes: La Iglesia deberı́a ser santa,
buena, deberı́a ser tal como Cristo la ha pensado e ideado, y a veces compro-
bamos que no es digna de este tı́tulo (OR, 28 de febrero de 1972).
6.2. La catolicidad de la Iglesia 117
en las cosas distintas; este elemento excluye una comunidad perfecta entre
las cosas diversas e incluye siempre algo que separa a una de otra.
La situación de cisma es tanto más grave cuanto que los que se separan
pretenden no haberlo hecho, y aquéllos a quienes compete declarar que los
separados estén separados esperan sin embargo a que los cismáticos se con-
fiesen como tales. Dice el Papa que éstos querrı́an legalizar, con cualquier
pretendida tolerancia, la propia vinculación oficial a la Iglesia, aboliendo to-
da hipótesis de cisma, o de auto-excomunión.
En las relaciones con la polı́tica los obispos de una misma nación son a
menudo discordantes. En las elecciones presidenciales de Méjico en 1982 la
mayorı́a recomendó votar a un candidato, mientras que una fuerte minorı́a
era partidaria de un polı́tico opuesto (ICI, n. 577, 15 agosto 1982, p. 53).
Nadie ignora lo vivaz que fue la oposición, sobre el fondo o sobre su opor-
tunidad histórica, al dogma de la infalibilidad, ni cómo se puso de manifiesto
tanto en la controversia histórico-teológica como en los debates del Vaticano
I. Por ejemplo, los obispos alemanes no se pusieron de acuerdo sobre las obras
de Döllinger, condenadas por mons. Ketteler, obispo de Maguncia, pero ad-
mitidas por otros obispos. Sin embargo, cuando el dogma fue definido, en
el espacio de pocos meses (excepto Strossmayer, que se retrasó hasta 1881)
todos sus oponentes se adhirieron a él. Las definiciones pontificias no sólo
fijaban los términos (fines) de la verdad disputada, sino que también ponı́an
4
También el episcopado italiano se mostró desunido; por ejemplo, mons. Borromeo,
obispo de Pesaro y la revista Renovatio (inspirada por el card. Siri), entraron en conflicto
con el card. Pellegrino en tornno a las relaciones entre la Iglesia y el Estado (ICI, n. 279,
1967, p. 33).
124 6. La Iglesia postconciliar. Pablo VI
fin a la disputa, por ser absurdo que la doctrina de la Iglesia deba encontrar-
se en régimen de perpetuo referendum. Sin embargo, habiendo establecido
el Vaticano II el principio de la colegialidad en especie (y en general de la
corresponsabilidad de todos en todo), la encı́clica de Pablo VI se convirtió en
un texto susceptible de lecturas dispares, según la hermenéutica tratada en
§5.4. Y no sólo los obispos, sino los teólogos, los Consejos pastorales, los
sı́nodos nacionales, la totalidad de los hombres (creyentes o no creyentes),
entraron a debatir la enseñanza del Papa y a censurarla.
Después del Concilio la Iglesia aflojó el vı́nculo de unidad: no sólo allı́ donde
era demasiado rı́gido, sino también donde, uniendo a sı́ las Iglesias particu-
lares, las unı́a además entre ellas.
Desconoció ese gran axioma del arte polı́tico que exige una proporción
de autoridad tanto más fuerte cuanto mayor es el cuerpo a regir y cuanto
más diversificado es el complejo del que conservar la unidad. Esta máxima
principal de la ciencia polı́tica fue enunciada y practicada desde los antiguos.
8
En el coloquio organizado por la Ecole fran caise de Roma sobre Pablo VI y la moder-
nidad de la Iglesia, JEAN-LUC POUTHIER sostiene en su ponencia sobre la Humanae
Vitae que después de haber sido presentada y comentada en términos inadecuados, Huma-
nae Vitae ha sido totalmente olvidada, de modo que parece llegado el momento de retomar
un documento que en muchos pasajes aparece hoy como extraordinario (OR, 5 de junio de
1983).
9
El p. HÁRING llegó en su campaña al punto de combatir como inmoral el método de
la continencia periódica recomendada por el Pontı́fice. Ver la refutación en OR del 6 de
agosto de 1977.
10
No me extiendo sobre los frecuentes casos de rechazo de cleros diocesanos enteros a
recibir al obispo elegido por Roma. Ası́ ocurrió en Botucatú (Brasil), donde sin embargo
Mons. Zioni, al que se solicitó que dimitiera, resistió ante los facciosos calificándoles de
sacerdotes de bajo nivel intelectual (ICI, n. 315, p. 8, 1 de julio de 1968). También suscitó un
movimiento de oposición en el clero el nombramiento de Mons. Mamie como auxiliar de
Mons. Carriére, obispo de Friburgo (Suiza) (Corriere della sera, 21 de agosto de 1968).
6.7. El cisma holandés 129
Tácito (Hist. I, 16) hace decir a Galba, en el acto de adoptar por sucesor
a Pisón, que la gran masa del imperio no podı́a permanecer en equilibrio
sin un único regente. Esta exigencia está considerada como la justificación
histórica de la transformación de Roma de República en Imperio. También
Pablo VI declaró en la apertura de la tercera sesión del Concilio, el 14 de
septiembre de 1964, que la unidad de la Iglesia (está) tanto más necesitada
de una dirección central cuanto más vasta se hace su extensión católica (n.
17). Pero la puesta en práctica del difı́cil principio de la colegialidad entraba
en colisión con el del centralismo, que unifica las diversas partes en el mismo
acto en que las preserva y las hace subsistir en su lugar (en la organicidad
del cuerpo social).
Pero en vez de exigir esa reafirmación Pablo VI ofrece a los obispos holan-
deses sus servicios para ayudarles y reforzar su autoridad, cuando realmente
la que estaba siendo desconocida era la de él, no la de ellos; para ayudarles
(dice) a superar las dificultades de la Iglesia de Holanda, cuando se trata de
dificultades de la Iglesia universal.
Las palabras con las que el Papa se dirigió al card. Alfrink serı́an más
apropiadas si estuviesen dirigidas a un adversario del cisma. De modo pecu-
liar suenan también aquéllas con que se conforta a sı́ mismo considerándose
reforzado por el apoyo de muchos hermanos en el episcopado. Es duro para
el Papa no poder decir todos, y deberse apoyar solamente sobre el mayor
número, que no constituye un principio en ningún orden de valores morales.
Afirmando después que un cisma sólo puede existir en materia de fe, caı́a
en un error formal al confundir cisma con herejı́a: cisma es la separación de la
disciplina y el rechazo de la autoridad; Santo Tomás la trata como un pecado
contra la caridad, mientras que la herejı́a lo es contra la fe (Summa theol.
11, 11, qq. 11 y 39).
6.8. La desistencia de la autoridad. Una confidencia de Pablo VI 131
Sea cual sea el tipo de sociedad sobre la que se ejercita, la autoridad es una
función necesaria (según algunos directamente constitutiva) para ella, con-
sistente siempre en una multitud de voluntades libres que deben unificarse.
Esta unificación (que no es una reducción ad unum de todo, sino una coor-
dinación de todas las libertades en una unidad intencional) es la finalidad de
la autoridad, la cual debe dirigir hacia el fin social la libertad de los hombres
asociados prescribiendo los medios (es decir, el orden) para conseguirlo.
Ahora bien: entre las partes integrantes del supremo oficio se enumeraron
siempre los actos de gobierno (es decir, de potestad jurı́dica y coercitiva),
11
Una concepción diametralmente opuesta fue la de Juan XXIII, que en el lecho de
muerte decı́a a su médico: Un Papa muere de noche, porque de dı́a gobierna la Iglesia.
12
En realidad, nunca ni de ninguna manera Nos hemos dejado de manifestar Nuestra
solicitud por la conservación en la Iglesia de la auténtica Tradición
6.8. La desistencia de la autoridad. Una confidencia de Pablo VI 133
convertido en puro Eco que refleja las variaciones del mundo. Bajo este as-
pecto la retractación del card. Ratzinger (prefecto de la Congregación para
la Doctrina de la Fe) se corresponde con una costumbre de la Iglesia postcon-
ciliar, y manifiesta los fenómenos principales que la aquejan: decadencia de
la autoridad papal, emancipación de los episcopados, desunión de la Iglesia,
y declive de la vis lógica y de la aceptación de las verdades dogmáticas.
¿Por qué jamás corrige y excomulga a esos no pocos obispos, como Mons.
Gerety, que se desvı́an de la recta doctrina y extienden su ala protectora
sobre los corruptores de la fe? Con manifiestos signos de angustia el Car.
Oddi respondı́a que también los obispos son hombres de la madera de Adán,
y que no creı́a que realmente pretendiesen oponerse a las verdades de fe.
decir, que corta. Es la interpretación de Jean Guitton (op. cit., p. 14) sobre
el carácter de Pablo VI, recogiendo la ya considerada para Juan XXIII.
Muchos sacerdotes han hecho lo que les parecı́a. Han conseguido impo-
nerse. A menudo era ya imposible detener las iniciativas emprendidas sin
autorización. Entonces, en su gran bondad y sabidurı́a, el Santo Padre ha
cedido, a menudo contra su voluntad 19 . Es obvio observar que ceder ante
quien viola la ley no es bondad ni sabidurı́a si cediendo no se resiste ni se
mantiene la ley, aunque sea protestando. La sabidurı́a es el discernimiento
práctico en torno a los medios para conseguir el fin, y jamás se concilia con
el abandono del fin.
Concilio) que el error genera por sı́ mismo y dentro de sı́ mismo su propia
refutación y la persuasión de las verdades opuestas.
Primero: que el error llega por si mismo a la verdad con tal que se le deje
evolucionar.
146 6. La Iglesia postconciliar. Pablo VI
Segundo, que el hombre, sea por su constitución natural, sea por el grado
de civilización en que se encuentra , está en tal estado de madurez que los
fieles siguen más plenamente y con mayor amor el camino de la Iglesia si les
es demostrada la materia de Fe y la naturaleza de las costumbres
Las glosas que el autor haga de su libro una vez editado no cambian su
naturaleza. Y aunque lo hiciesen (por la razón que sea) resultando una obra
irreprensible, eso no se deberı́a tener en cuenta en lo concerniente al libro. La
razón es evidente. Las acotaciones justificativas del autor post editum librum
22
Las obras de Giovanni Gentile fueron puestas en el Índice en 1934; el filósofo se sor-
prendió de ello y quedó amargado. En una conferencia pronunciada en Florencia en 1943
no sólo proclamaba: Yo soy cristiano, sino que proseguı́a: Quiero añadir en seguida, para
evitar equı́vocos, que soy católico. No creo haber traicionado la primera enseñanza religio-
sa que me fue impartida por mi madre. Hay conciencias erróneas en lo teórico del mismo
modo que las hay en lo práctico.
6.15. Crı́tica de la reforma del Santo Oficio 147
Se trata de distinguir entre una cosa y otra, entre una persona y un libro.
Se trata reconocer, como lo hizo Platón (Prot. 329 A), que un libro no es
como una persona con la cual se dialoga; ésta hace todo lo posible por hacerse
entender por quien le interroga, clarificando, precisando y explicándose; pero
el libro responde siempre lo mismo: responde lo que expresan las palabras
utilizadas tomadas en su significado propio, y nada más.
Por tanto, y retornando a la reforma del Santo Oficio, la intención del autor
no puede hacer que las palabras escritas, si expresan un error, no expresen
el error. La certeza en el sentido de las palabras es el fundamento de toda
comunicación entre los hombres. No se trata de juzgar el estado de una
23
Irás, pequeño libro, a Roma sin mı́ Ovid. Un escrito público no puede ser corregido
o desmentido sino con otro escrito público, naturalmente siempre que tenga un significa-
do invariable que solamente pueda ser retractado (en el doble sentido de reexaminar y
desdecir) con un escrito público. Según la reforma, el Santo Oficio escucha la defensa del
autor y exige que las aclaraciones justificativas dadas por él para que la obra vuelva a la
ortodoxia sean dadas a conocer por él mismo. Este acto equivalente a una retractación
es repugnante para el autor, haciendo más desagradable todo el asunto. Tal es el caso
del padre Schillebeeckx. Ver Le Monde, 10 de diciembre de 1980. El autor rehusó hacer
públicas las declaraciones hechas ante el Santo Oficio, el cual se limitó a publicar la carta
en la que se indicaban las correcciones que el autor deberı́a haber hecho.
148 6. La Iglesia postconciliar. Pablo VI
24
Me parece llamativo que la apologı́a del Santo Oficio hecha por Mons. HAMER en
el OR de 13 de julio de 1974 no se refiera al punto fundamental: que el libro tiene una
realidad por sı́ mismo, separada de la del autor. El mismo defecto me parece ver en el
estudio de Mons. LANDUCCI en Renovado, 1981, p. 363, que encuentra laudabilı́simo el
modo de salvaguardar los derechos del interesado en la nueva Ratio agendi.
6.16. Variación de la Curia Romana. Falta de rigor 149
vogliamo che rimanga valido ed efficace ora e in futuro (Misal romano editado
por la Conferencia episcopal italiana, Roma 1969).
En otro lugar, hablando de los hechos fortuitos que truncan a veces los
designios de los hombres el Papa citó, del cap. VII de El Prı́ncipe de Ma-
quiavelo, el comentario hecho a éste por César Borgia, quien (dijo el Papa)
habı́a pensado en todo menos en que también él habı́a de morir el dı́a menos
esperado. Ahora bien, lo imprevisto no fue que él tuviese que morir (¿cómo
habrı́a podido contárselo?), sino que se encontrase casi moribundo (aunque
no murió) precisamente en los dı́as en los que fallecı́a Alejandro VI y él habı́a
meditado adueñarse del Estado.
del Novus ordo de la Misa, justificando el abandono del latı́n por la liturgia,
dijo que el latı́n seguirá siendo la noble lengua de los actos oficiales de la
Sede Apostólica; permanecerá (y si es posible con mayor esplendor) como
instrumento escolástico de los estudios eclesiásticos.
Estos lapsus de los que hemos traı́do algún ejemplo, no indican quizá una
deficiencia cultural de fondo, pero ciertamente suponen una falta de diligencia
y exactitud que no deja de afectar al Papa mismo. El responsable principal
no puede responder de la excelencia de todas las tareas de sus subordinados,
pero la calidad ordinaria de los colaboradores de quienes se sirve compromete
necesariamente su propia capacidad de discernimiento. Todos los actos de los
instrumentos de la autoridad son actos de la autoridad, y mantienen o mer-
man su prestigio. Aún no se han apagado los clamores suscitados cuando en
6.18. La desistencia de la Iglesia en la relaciones con los Estados 153
Las variaciones decisivas son tres. La primera está fijada en el art. 1 del
Protocolo adicional y dice ası́: Ya no se considera en vigor el principio, ori-
ginariamente reclamado por los Pactos lateranenses, de la religión católica
como única religión del Estado italiano (RI, 1984, p. 257). Esta disposición
154 6. La Iglesia postconciliar. Pablo VI
del nuevo pacto implica el abandono del principio católico según el cual la
obligación religiosa del hombre va más allá del ámbito individual y afecta a
la comunidad civil: ésta debe en cuanto tal tener una actitud positiva hacia
el destino último, hacia el estado de vida trascendente, de la convivencia
humana.
La Iglesia (dice el Papa) sigue siendo todavı́a una gran institución, pero
abramos los ojos: en estos momentos, bajo ciertos aspectos, está sometida
que lo inspiran en casi todas sus decisiones y en sus comportamientos ya no son los del
Evangelio.
28
Teocracia es, en sentido estricto, mezcla de divinidades.
158 6. La Iglesia postconciliar. Pablo VI
Quizá las palabras de una carta juvenil de Montini revelan los primitivos
sı́ntomas de esta prevalencia de la facultad ideativa sobre la percepción de lo
concreto: Estoy convencido de que un pensamiento mı́o, un pensamiento de
mi alma, vale para mı́ más que cualquier otra cosa en el mundo.
Dice todavı́a el Papa que los frutos de la reforma litúrgica aparecen ahora
en todo su esplendor; pero pocas semanas antes la catedral de Reims sufrı́a
tal profanación (con conocimiento del obispo) que se pidió su reconsagración,
y mientras tanto en Francia se multiplicaban desmesuradamente las liturgias
6.21. Intermitente irrealismo de Pablo VI 161
29
No es válida, sin embargo, para la ciudad de Roma, sede de Pedro, donde según las
estadı́sticas del OR de 19 de noviembre de 1970, el 80 % se declara católico, pero el 50 %
de éstos no cree en el paraı́so ni en el infierno. Tampoco es válido a la luz de los hechos
posteriores, ya que en mayo de 1981 sólo el 22 % de los romanos se pronunció contra el
aborto.
30
A tal punto que no ya en tiempos de Pablo VI, sino en 1984, algunos paı́ses celebraban
el dı́a del odio, que viene a unirse al dı́a de la madre, al dı́a del enfermo, al dı́a de las flores,
y a todas esas fiestas laicas que van sustituyendo a las fiestas religiosas de la liturgia.
31
Se llama vida a corromper y corromperse
162 6. La Iglesia postconciliar. Pablo VI
Capı́tulo 7
163
164 7. La crisis del sacerdocio
La zozobra del Papa deriva por una parte de la amplitud estadı́stica del
fenómeno, y por otra de la profunda corrupción que éste supone. Tampoco
se trata principalmente de la corrupción de las costumbres sacerdotales en
cuanto violación del celibato (pues se corrompió también en otras épocas,
aunque sin caer en apostası́a), sino de otra corrupción consistente en el re-
chazo de las esencias y el intento posterior de convertir al sacerdote en algo
distinto de sı́ mismo (es decir, un no-sacerdote), arrogándose sin embargo el
nuevo estado la identidad del primero. Evidentemente, alterando la esencia,
esa identidad se convierte en algo puramente verbal.
En cuanto a las estadı́sticas, conviene recordar las dos formas en que tuvo
lugar el abandono del sacerdocio (inadmisible en cuanto sacramentalmen-
te ordenado): por dispensa de la Santa Sede, o por arbitraria y unilateral
ruptura. Esta segunda forma no es ninguna novedad en la Iglesia.
como pena, rarı́sima era la concedida pro gratia por falta de consentimiento,
algo afı́n al defectus consensus del derecho matrimonial.
Las dispensas cesaron casi totalmente a partir de octubre de 1978 por orden
de Juan Pablo II 4 . Aunque las defecciones hayan diezmado las tropas, la
verdadera gravedad del hecho reside en la legitimación recibida a través de
aquella abundante generosidad de la dispensa.
Como dijo Juan Pablo II, estas defecciones son un anti-signo y un anti-
testimonio, que están entre los motivos del retroceso de las grandes esperanzas
de nueva vida que brotaron en la Iglesia del Concilio Vaticano II (OR, 20 de
mayo de 1979).
Esta flexión, que podrı́a enderezarse o ser enderezada, resulta sin embargo
reforzada a causa de la dispensa otorgada por el Superior. Se cae en un cı́rculo
vicioso creyendo que la virtud flaquea precisamente a causa de lo que podrı́a
sostenerla y gobernarla.
a sembrar y sufren cuando regresan, porque no existen para ellos los racimos
que alegran el corazón. Ciertamente la posición del sacerdote es difı́cil, pero
se trata de una dificultad primordial y constitutiva; ni los Apóstoles tuvieron
otra, ni otra les fue prometida. Y es chocante que se haga un problema de esta
distancia entre el sacerdocio y el mundo, para acusar luego de triunfalismo a
aquellos siglos de gran fe en los cuales esa distancia no se sentı́a de tal forma;
no porque no existiese, sino porque quedaba absorbida en la armonı́a general
del mundo humano.
El P. Mazzolari observa que el sacerdote padece por tener que predicar pa-
labras más elevadas que su vida, y que le condenan. Pero ésta no sólo es la
condición constitutiva del sacerdote ante la ley moral, sino la de todos los
hombres, y lo mismo vale para la ley evangélica. Basta reconocer la distin-
ción entre el orden ideal y el orden real (necesaria para la moralidad, que
es la unión tendencial de ambos órdenes) para comprender cómo nadie pue-
de predicar las verdades morales a tı́tulo personal; nadie posee una virtud
comparable a la elevación de la doctrina. Apoyar la predicación moral sobre
una base distinta al tı́tulo de la verdad supondrı́a querer medir la validez de
la predicación por la perfección del predicador, como suponı́a la herejı́a de
Juan Hus.
Nadie puede acusarlos de hipocresı́a, porque hablan por misión y por con-
vencimiento y confiesan implı́citamente (y alguna vez explı́citamente) estar
lejos de la perfección que enseñan. Por desgracia ocurre alguna vez que la
predicación desciende al nivel de las costumbres; pero esto es un inconve-
niente: sin el ministerio, serı́a un sistema 8 . La inadecuación presente en la
vida del sacerdote es sólo un caso de la inadecuación presente en la vida de
todos los hombres con respecto al ideal. Y la consecuencia que debe extraerse
es la humildad, no la angustia de la soberbia. Por otro lado, tampoco desa-
parece la parte humana del sacerdote, ya que en el ejercicio del ministerio se
despliegan sin impedimento todos los talentos, todo el celo, todos los valores
del individuo: en fin, todo aquello que constituye el mérito. ¿No hay acaso en
8
ALESSANDRO MANZONI, Osservazioni sulla morale cattolica, ed. cit., vol. III, p.
7.5. Sacerdocio universal y sacerdocio ordenado 171
En primer lugar, porque está separado, como Cristo separó a sus apóstoles,
precisamente para ser enviado al mundo. Y el plus introducido por la orde-
nación sacramental en el hombre separado era hasta tiempos recientes tan
notorio para todos que hasta las expresiones populares en lengua vernácula lo
atestiguan: distinguen al hombre-sacerdote de su sacerdocio, y evitan ofender
al sacerdote incluso cuando quieren ofender al hombre, sabiendo diferenciar
al hombre de su hábito (tomado como signo del sacerdocio) y de lo que él
administra: lo sagrado.
174 7. La crisis del sacerdocio
La Iglesia y la juventud
175
176 8. La Iglesia y la juventud
1
Incluso según el molinismo puede decirse que la educación es una imitación de la
causalidad divina, en cuanto que dispone las circunstancias favorables para la elección
justa.
8.2. Caracterı́sticas de la juventud. Crı́tica de la vida como alegrı́a 177
La vida es difı́cil, y las cosas difı́ciles son las cosas interesantes, porque
interesante es lo situado dentro de la esencia (inter-est), dada como potencia
y que quiere salir y explicitarse.
El hombre no debe realizarse (como se suele decir), sino realizar los valores
para los cuales ha sido creado y que exigen su transformación. Y es curioso
que mientras la teologı́a postconciliar frecuenta la palabra metanoia, que
quiere decir transformación de la mente, haga luego tanto hincapié en la
realización de sı́ mismo. Seguir la pendiente es suave; castigar al propio Yo
para modelarlo es áspero. Tal aspereza fue reconocida en la filosofı́a, en la
poesı́a gnómica, en la polı́tica, en el mito. Todo bien se adquiere o se conquista
a precio de fatiga. Los dioses, dice el sabio griego, han interpuesto el sudor
entre nosotros y la virtud, y afirma Horacio: multa tulit fecitque puer, sudavit
et alsit (Ars poet. 413). Que la vida humana es combate y fatiga era un lugar
común de la educación antigua y se convirtió en sı́mbolo de ello la letra
epsilon, no la de dos brazos igualmente inclinados, sino la pitagórica con un
brazo recto y otro doblado. La antigüedad formó sobre ella la divulgadı́sima
fábula de Hércules en la encrucijada.
Por eso a los jóvenes les parece una injusticia cualquier obstáculo que deban
salvar, y no consideran las barreras como una prueba, sino como un escándalo.
Los adultos han abandonado el ejercicio de la autoridad para de este modo
agradarles, porque creen que no podrán ser amados si no se comportan con
suavidad y no les conceden sus caprichos. A ellos va dirigida la admonición
del Profeta: Vae quae consuunt pulvillos sub omni cubito manus et faciunt
178 8. La Iglesia y la juventud
2
cervicalia sub capite universae aetatic (Ez. 13, 18) .
absurdo que el de vox populi vox Dei, porque hace de un movimiento en gran
parte irreflexivo un órgano de la divina voluntad y casi un texto de la divina
Revelación.
La Iglesia y la mujer
Quedaban muy claros los méritos de la Iglesia, que está orgullosa de haber
elevado y liberado a la mujer, de haber hecho resplandecer, en el curso de
los siglos, dentro de la diversidad de los caracteres, su innata igualdad con el
hombre (n. 2).
183
184 9. La Iglesia y la mujer
Que la Iglesia durante dos milenios haya honrado, catequizado, dado los
sacramentos, y hecho sujeto de derechos y de canonizaciones, a seres a quienes
negaba el ser persona, resulta un simple compuesto de palabras, del que si
algo es posible descifrar es la ignorancia de la autora en torno a lo que es ser
persona, lo que es la libertad, lo que es el fin del cristiano, y lo que es la Iglesia
6
. Más temerario aún (Seminari e teologı́a, abril 1979) es el intento de una
monja de introducir el género femenino en la Santı́sima Trinidad, convirtiendo
al Espı́ritu Santo en una Espı́ritu Santa. La ignorancia histórica anima a
la autora hasta la insolencia, llamando extrañı́sima anomalı́a y descomunal
equivocación a la teorı́a trinitaria de la teologı́a católica, al no haberse dado
cuenta de que la tercera persona de la Santı́sima Trinidad es la Espı́ritu
Santa; la voz hebraica traducida al griego con un neutro y al latı́n con un
masculino serı́a en realidad femenina, y el Espı́ritu Santo de nuestra Vulgata
serı́a un Dios-madre, una Espı́ritu Santa 7 .
Desde una óptica histórica, sólo la ignorancia puede encontrar nueva esta
extravagancia de la Espı́ritu Santa. Se encuentra ya recogida por Agobardo
(PL. 104, 163) y la profesaban los herejes llamados Obscenos, que hacı́an
mujer a la tercera persona y la adoraban encarnada en Guillermina Boema.
Desde una óptica teórica, causan pavor las monstruosidades lógicas y biológi-
cas originadas por esa extravagancia. La Santı́sima Virgen (Mat. 1, 18) serı́a
5
Esto se ha convertido en un lugar común, o más bien comunı́simo. No hay discurso
de sacerdotes o de laicos sobre la mujer en el que no se vuelva sobre la fórmula de que la
mujer se ha convertido por fin en persona y sujeto. Por ejemplo ICI, n. 556, (1980), p. 42,
Le nouveau róle de la femme dans la famille occidentale.
6
Contra el absurdo y la impiedad del artı́culo protesté con carta del 3 de diciembre de
1978 al director del periódico que, siendo tanquam modo genitus infans, ignoró la tradición
de veracidad y de cortesı́a del periódico vaticano y no se dignó responderme.
7
Conviene hacer notar que esta teologı́a feminista en el seno del catolicismo es uno de
los puntos en los que se intenta la aproximación a los no católicos. En el documento final
de la asamblea del Consejo Ecuménico de las Iglesias de 1983 en Vancouver se recogen
propuestas no sólo en favor del sacerdocio de las mujeres, sino para que se defina como
Dios madre al Espı́ritu Santo. Ver OR, 10 agosto 1983.
190 9. La Iglesia y la mujer
Pero todo feminismo choca contra el orden natural, el cual diferencia los
dos géneros y no los subordina unilateralmente, sino recı́procamente. Esta
distinción armónica no es (como algunos biólogos se atreven a sostener) un
8
Giacobini italiani, Bari 1964, vol. 11, P. 459, La causa delle donne (anónimo).
9.4. La tradición igualitaria de la Iglesia 191
Del mismo modo, esa subordinación no supone que las funciones natural-
mente diferenciadas de los dos respecto a las consecuencias y al efecto de
tal acto unitivo sean moral y socialmente de igual valor. La doctrina de la
inferioridad de la mujer como masculus occasionatus (macho castrado) no es
doctrina católica, pero sı́ lo es la coordinación de los dos desiguales en una
unidad igualadora.
El art. 10, sobre la remuneración del trabajo, establece que deberı́a ser tal
que no obligue a las madres a trabajar fuera de casa, en detrimento de la vi-
da familiar y especialmente de la educación de los hijos. Y al pedir oraciones
para el Sı́nodo de obispos sobre la familia, el Pontı́fice parece auspiciar una
restauración del orden familiar antiguo: Est profecto ita! Necesse est familae
aetatis nostrae ad pristinum statum revocentur. Necesse est Christum con-
sectentur. Pero la enseñanza papal fue pronto abiertamente contradicha por
el Congreso de las mujeres católicas al proclamar la tesis innovadora: Nin-
guna mujer considera positivo renunciar a la experiencia del trabajo fuera de
casa, ni ninguna se plantea ser ama de casa durante toda la vida (OR, 1 abril
1984).
sexos. Negar su consistencia es una vez más efecto de una abstracción viciosa
y falaz, que después de haber desvestido a los seres de sus notas especificantes
e individuantes, se encuentra delante de una esencia genérica y la toma como
si fuese una realidad.
En verdad lo es, pero no con esa forma abstracta, sino con la forma indi-
vidual y concreta. Y tomando la abstracción como un hecho, se derivan de
ella tı́tulos de derecho, los cuales por el contrario derivan de hechos reales:
por ejemplo, el derecho del trabajador a su sueldo no deriva de ser hombre,
sino de ser circunstancialmente trabajador.
La verdad es que aquı́, como en muchas otras partes del pensamiento con-
temporáneo, se ha utilizado una sinécdoque historiográfica (aislando una par-
te y tomándola como el todo). Hay tiempos en el ciclo histórico de la Iglesia
en los que, oscureciéndose los principios, se duda también de las deduccio-
nes lógicas que deben extraerse de ellos. Entonces, la praxis en primer lugar,
y después en menor grado la teorı́a, caen en deducciones ilegı́timas que el
principio rechaza y condena.
Más tarde, en los grandes monasterios donde germinaron todas las formas
de la civilización, también por obra de mujeres llegó la cultura a una alta per-
fección. Eloı́sa (siglo XIII), abadesa del Espı́ritu Santo, enseña a sus monjas
griego y hebreo, renovando la didascalia de San Jerónimo en Roma y Belén;
Hildegarda (siglo XII), abadesa de Bingen, escribe de historia natural y de
medicina; Roswitha, abadesa de Gandersheim, compone comedias latinas y
las hace representar. Son pruebas de una elevación paritaria de la mujer, en
modo alguno esporádica. Especial atención merece la participación de la mu-
jer en las asambleas medievales, donde tuvieron gran parte en la promoción
de la dulcificación de las hostilidades guerreras y en la introducción de las
treguas de Dios. Hasta qué punto estuviese avanzada la igualación sobresale
15
Conviene recordar que hubo mujeres que tuvieron relevancia e influjo en la vida de
Atenas, y que Epicuro admitió a mujeres en su escuela. Pero la cosa causaba estupor,
y todavı́a tres siglos después CICERON, De nat. deorum I, XXXIII, 93, aludiendo a
los escritos de Leontium, discı́pula de Epicuro, escribı́a: Leontium contra Theophrastum
scribere ausa est, scito fila quidem sermone et attico, se tamen .... Este hecho no impide
la generalizada abyección de la mujer en las sociedades paganas, denunciada por todos los
Padres.
198 9. La Iglesia y la mujer
Una nueva prueba de la paridad que el catolicismo reconoce entre los dos
sexos se obtiene del influjo que sobre el gobierno de la Iglesia, sobre las
orientaciones religiosas, y sobre los momentos de renovación y de reforma,
ejercitaron mujeres de elevado intelecto y de vehemente inspiración mı́stica.
Basta acudir a los nombres de Sta. Catalina de Siena, Sta. Juana de Arco,
Sta. Catalina de Génova, o Sta. Teresa de Ávila, para conseguir una demos-
tración más que suficiente de esta prestancia de lo femenino en la Iglesia.
En cuanto a la frecuencia, nadie niega que el impudor esté hoy más extendi-
do que en el pasado, cuando los excesos eran fenómenos de capas restringidas
y, cosa aún más importante, se procuraba esconderlos sin osar ostentarlos.
Hoy se han convertido en el rostro de nuestras ciudades. Se puede decir que
el pudor fue la caracterı́stica general de los siglos pasados, mientras el impu-
dor lo es del nuestro; y basta recorrer los tratados de amor, los libros para
200 9. La Iglesia y la mujer
Por el contrario, hoy las intimidades carecen del antiguo velo purpúreo del
pudor y son propaladas, ostentadas y comunicadas hasta en las portadas de
los periódicos de los que se alimenta la gente. Los espectáculos (sobre todo
el cine) tienen como tema de elección las cosas del sexo, y la estética, que
les da un apoyo teórico, llega a establecer que la prevaricación del lı́mite
moral es una condición del arte. De aquı́ se sigue una progresión puramente
mecánica e in infinitum de la obscenidad: de la simple fornicación al adulterio,
del adulterio a la sodomı́a, de la sodomı́a al incesto, del incesto al incesto
sodomı́tico, a la bestialidad, a la cropofagia, etc.
El hecho comprobado del coito público, para encontrar el cual hay que re-
montarse hasta los Cı́nicos y que San Agustı́n juzgaba imposible incluso por
razones fisiológicas, es quizá la prueba suprema de la realidad de la lujuria
contemporánea; a no ser que se vea superada por las muestras internaciona-
les de objetos eróticos, como aquella famosa de Copenhague en 1969, y la
muestra internacional de arte pornográfico inaugurada en 1969 en Hamburgo
por el ministro de Cultura.
fenómeno que alcanza a la base metafı́sica del hombre y debe ser estudiado
en antropologı́a y en teologı́a.
Nadie que esté en sus cabales presume o le resulta indiferente ser jorobado,
lisiado, o ciego. Nadie considera esos defectos como normales en el hombre
o en sı́ mismo como individuo. Y no basta observar que estos defectos están
en el individuo sin culpa suya para negar que el individuo sea defectuoso y
evitar la vergüenza que la naturaleza padece por ello.
Por tanto las doctrinas modernas enemigas del pudor olvidan el combate
y celebran la lujuria como la liberación total. En la famosa obra de Reich
La revolución sexual (Ed. Roca, Méjico 1976) se proclama que la felicidad
del hombre consiste en el placer sexual, y por tanto todo impedimento a la
libido debe apartarse por constituir un impedimento para la felicidad.
Somatolatrı́a y penitencia
Las actitudes hoy llamadas deportivas eran una parte (sin duda importan-
te, pero parte al fin y al cabo) de los valores celebrados en aquellos juegos;
aun sabiendo esto, no puede ignorarse que la estima hacia tales valores des-
aparecı́a tan pronto como se separaban del compuesto en el que estaban
integrados, y que la profesión pura del deporte era despreciada por los filóso-
fos y objeto de burla en la comedia. Séneca, en Epist. ad Lucilium 88, 19,
habla con desprecio de los atletas quorum corpora in sagina, animi in macie
et veterno sunt 1 ; Epı́cteto sentencia que abiecti animi esse studio corporis
ı́mmorari 2 ; Persı́o III, 86, se burla de la juventud muscular; y Plutarco, en
Quaestiones Romanae, atribuye a la gimnasia la decadencia de Grecia. En
la tradición de la pedagogı́a católica el cuidado del cuerpo formaba parte
de las virtudes de ejercicio y alacridad, y se confundı́a (desde un punto de
1
Cuyo cuerpo está lleno de vigor y cuya alma está demacrada y en letargo
2
Es propio de un ánimo abyecto dedicar demasiado tiempo al cuidado del cuerpo
207
208 10. Somatolatrı́a y penitencia
el desarrollo del vigor fı́sico el fin próximo del ejercicio corporal, dicho Fin
está ordenado al fin último de todos los fines próximos, la perfección de la
persona en Dios. El Papa señala que entre los fines próximos del deporte
está el dominio cada vez más ágil de la voluntad sobre el instrumento unido
a ella: el cuerpo. Pero el cuerpo que se constituye en objeto del deporte es
el cuerpo de muerte destinado a ser devuelto a la corriente de la mortalidad
biológica, mientras que el cuerpo integrado en el destino sobrenatural del
hombre es ése mismo, pero revestido de inmortalidad (a la cual nada añade
el vigor adquirido aquı́ abajo).
Sin embargo, la deformación general del juicio de las masas sobre este
punto era tal que el Papa creyó su deber reafirmar que ningún hombre queda
mermado en su realidad humana por el hecho de no ser apto para el deporte.
Dada la unidad de la persona, definida por su parte superior, no se puede
hablar de personalidad fı́sica y de personalidad espiritual. También quien no
puede practicar deportes cumple a pari un misterioso designio individual de
Dios 6 .
6
Hasta qué punto ha avanzado después de ese discurso la mentalidad somatolárrica, se
ve en el hecho de que hoy parece que los inválidos quedan injustamente privados de su
perfección de personas si no practican deportes.
10.3. El deporte como incentivo de fraternidad 211
Pero esta reserva ante el deporte impuesta por la razón teológica, que dis-
tingue la fuerza fı́sica de la perfección de la persona, se abandona a menudo
bajo la influencia del entusiasmo de las multitudes. Cuando tuvo lugar aquel
violento combate que hemos mencionado, el OR del 20 de marzo de 1971
(bajo el tı́tulo La deslumbrante victoria de los puños) escribı́a que el interés
universal por tal evento podrı́a ser considerado en cierto modo positivo por-
que pese a todo la humanidad tiene todavı́a la oportunidad de reaccionar, de
concentrarse sobre un valor o un acontecimiento considerado como tal.
Pero es demasiado evidente que tal reserva concierne al deporte como idea
del hiperuranio, y no se refiere a la realidad del deporte en el mundo: éste
tiende a su apoteosis, de la cual no quiere la Iglesia distanciarse mediante
una condena.
Incluso entre las cofradı́as, que tenı́an como finalidad devociones u obras
de misericordia, duraron hasta época reciente emulaciones y rivalidades. Pero
en el presente discurso no se ha pretendido en modo alguno que las bajas
pasiones de los hombres sean una novedad del siglo: son materia de tales
pasiones objetos hermosos y objetos que no lo son y que incluso se apropian
de la religión convirtiéndola en animosidad iracunda e insensata. La novedad
observada consiste en la tendencia a quitar a estas pasiones su base propia
(el orden somático) para darles otra base axiológica que las dignifique y las
ponga en contacto con la religión, o incluso directamente con el misterio
cristiano.
Esta relajación produjo más efectos. Uno fue de orden lingüı́stico y léxico.
Fue transformado el vocablo ayuno, que de indicar la privación de comida
durante un tiempo notable (vaciándose el estómago) pasó a significar sola-
mente no comer, aunque sea por pocos minutos. En la nueva acepción, se
puede estar saciado y en ayunas, y como tal ir a comulgar.
10.5. Espı́ritu de penitencia y mundo moderno 217
Pero el prefacio del Novus Ordo, en lugar del ayuno corporal, habla sólo
genéricamente del ayuno cuaresmal. En la feria III post Dominicam I se pedı́a
ut mens nostra tuo desiderio fulgeat, quae se carnis maceratione castigat 9
. Pero en la nueva práctica cuaresmal no aparece ahora ninguna macera-
ción y en las nuevas fórmulas no hay ni sombra de tal idea (que sin embargo
proviene directamente de San Pablo en I Cor. 9, 27). Y ası́, el sábado post Do-
minicam II ut castigatio carnis assumpta ad nostrarum vegetationem transeat
animarum 10 .
Todos los demás motivos asignados por los teólogos al ayuno descienden
de la necesidad de la mortificación para el hombre corrompido a fin de poder
ser vivificado como una nueva criatura. La mortificación puramente filosófica,
como la practicada en las sectas orientales, no tiene tal fundamento: en ella el
8
Dios eterno, que por el ayuno corporal domas nuestras pasiones, elevas la mente, nos
das la virtud y el premio
9
Haz que nuestro espı́ritu, que se castiga con la maceración de la carne, resplandezca
ante tu presencia con el deseo de Tı́
10
Para que la mortificación de la carne fortalezca nuestras almas
11
Efecto y sı́ntoma de la degradación del espı́ritu de penitencia es también la abolición
del tiempo preparatorio de la Cuaresma, en otro tiempo asignado a los tres domingos de
Septuagésima, Sexagésima y Quincuagésima.
218 10. Somatolatrı́a y penitencia
Por citar uno solo de entre los muchı́simos ejemplos que he recogido, en
el Boletı́n de la Catedral de San Lorenzo de Lugano de octubre de 1966 se
bromeaba con lenguaje ramplón sobre la nula diferencia entre lenguado y
bistec y entre fritos y salados.
El paso de una obligación impuesta a los fieles mediante una ley positiva
eclesiástica, a una obligación impuesta por la ley moral, es análoga a la
acaecida en la reforma sobre la lectura de libros (§1.4 6.14-6.15). Se remite
a los hombres a sus propias luces, a la legislación de su propia conciencia,
elevando el principio de la libertad por encima del de la ley.
hace derivar el valor del precepto del acto libre del hombre escogiendo cum-
plirlo. Se propone un doble sofisma; primero, que la voluntad rechaza toda
heteronomı́a: es decir, el dependiente se convierte en independiente; segun-
do, que el fiel, miembro de ese cuerpo colectivo y mı́stico de Cristo que es la
Iglesia, se disocia o se desmiembra de él para erigirse como individuo que se
da la ley a sı́ mismo.
225
Capı́tulo 11
Movimientos religiosos y
sociales
227
228 11. Movimientos religiosos y sociales
Los Pontı́fices del último siglo habı́an promovido una amplia expansión
de la actividad polı́tica y pública de los católicos, bien mediante la creación
de partidos polı́ticos autónomos que se denominaban católicos e informaban
su acción sobre la doctrina de la Iglesia, o bien mediante el florecimiento de
asociaciones diferenciadas por ramas (desde culturales a deportivas, desde
asistenciales a económicas).
España, que ha tenido durante cuarenta años un régimen polı́tico que ex-
cluı́a los partidos, ha visto surgir después de la muerte del general Franco
movimientos de inspiración católica en sincretismo con las máximas del Es-
tado moderno.
Esta doctrina fue confirmada por Juan XXIII en Pacem in terris al hacer
coincidir el deber religioso con el deber civil: el bien de la justicia (objeto de la
virtud moral) es un constitutivo del bien común (objeto de la virtud polı́tica).
A causa de esta coincidencia, en alguna circunstancia de la historia pudieron
los Romanos Pontı́fices anular las leyes del Estado. El último ejemplo es el
de Pı́o XI, que en 1926 declaró nulas las leyes antirreligiosas de Méjico.
Parece más bien que el Papa deberı́a haber estimado su deber animar, en
vez de no impedir, el movimiento democráticamente legı́timo y religiosamente
obligatorio de unos católicos movidos por espı́ritu de justicia a combatir una
ley rechazada hasta entonces por la conciencia nacional.
moral, cuando ya no sea reconocida como tal por la mayorı́a de las concien-
cias (OR, 26 de febrero de 1976). En este texto están reunidos los términos
de mayorı́a y conciencia, que chocan intrı́nsecamente.
En Aosta, por haberse realizado una alianza electoral con los comunistas,
el obispo suspendió la procesión teofórica del Corpus Christi; en Sicilia el
Card. Ruffini se adentró en las elecciones regionales a combatir al candidato
democristiano, y en Bari el arzobispo Mons. Niccodemo rechazó la presencia
236 11. Movimientos religiosos y sociales
Puesto que este libro no es una historia del movimiento social católico,
supongo conocidas las visicitudes que el movimiento tuvo en Francia an-
tes del Concilio, y fundamentaré mis observaciones sobre el documento del
Episcopado de Francia sobre el diálogo con los militantes cristianos que han
realizado la opción socialista 5 .
Sólo pretende répercuter y respetar las opiniones del mundo obrero, tomado
sustancialmente como un todo homogéneo. En esta perspectiva, el movimien-
to social católico queda totalmente olvidado.
Aquı́ late una negación del sistema católico. El documento expolia al hom-
bre de la capacidad de captar un valor en su ser propio y solamente le asigna
la posibilidad de percibirlo según su condición subjetiva (que aquı́ no es el
idiotropion de la psicologı́a individual, sino la idiotropion de la situación de
clase del sujeto). Puesto que las percepciones difieren, pero el valor percibido
diferentemente es idéntico, los obispos pueden afirmar que dos concepciones
contradictorias son sin embargo percepciones diferentes de lo mismo. Esta
forma de subjetivismo está deducida del análisis marxista, que considera que
la percepción brota de la situación social. Por tanto en el documento francés
se desconoce la diferencia entre las esencias. La religión no es para los obispos
un principio, sino una interpretación y un lenguaje.
Ello supone que el orden social es independiente del orden moral y que
hace falta trascender éste para instaurar aquél.
Parece que el autor ignora quasi modo genitus infans la Divini Redemptoris
y todos los documentos pontificios.
Pero de esta máxima que distingue al error de quien yerra, la encı́clica llega
a la distinción entre la doctrina y los movimientos que se inspiran en ella;
califica a las doctrinas como inmutables y cerradas en sı́ mismas, mientras
los movimientos dentro del flujo de la historia estarı́an en continuo fieri, y
perpetuamente abiertos a novedades que los transforman hasta convertirlos
en sus contrarios.
diferenciado que los teóricos) y lo que las masas hacen sin conexión con la
ideologı́a, la cual sólo tendrı́a como función dar inicio al movimiento.
Por tanto no basta con reconocerlos, sino que hace falta reconocerlos como
partes de una verdad completa y reivindicarlos para la religión, a fin de
restituir su total integridad. Pero esta acción de reivindicación (que arrebata
al movimiento, como algo que no es suyo, lo que en él parece justo y razonable,
y lo restituye a la religión) está ausente en Pacem in terris.
No hace falta señalar cómo aquı́ está implicado el error primario del comu-
nismo: destina a algunos hombres a la liberación (los que vivan aún cuando
llegue la liberación temporal) mientras sacrifica las presentes generaciones
11.10. La doctrina del Padre Montuclard y la desustanciación de la Iglesia 249
a las futuras; como si no todos los hombres, sino sólo algunos, estuviesen
ordenados a su fin.
El Papa condenaba después la actitud que los Diecisiete han hecho ahora
propia: Con profundo dolor debemos lamentar el apoyo prestado por algunos
católicos, eclesiásticos y laicos, a la táctica de la confusión. ¿Cómo puede
aún no verse que ése es el objetivo de toda esa insincera agitación escondida
bajo los nombres de ((Coloquios)) y ((Encuentros))? ¿Qué finalidad tiene, desde
nuestro punto de vista, razonar sin tener un lenguaje común, y cómo es
posible encontrarse si los caminos divergen, si una de las partes rechaza e
ignora los comunes valores absolutos? (RI, 1957, p. 17).
ánimo religioso, que iluminando la historia descubre en ella una dirección que
va más allá de la historia. No se encuentran en el documento ni el Alfa ni el
Omega que rigen la teologı́a de la historia. En realidad aquı́ no hay teologı́a
de la historia, sino una filosofı́a de la Diesseitigkeit que solamente conoce
la liberación de la miseria mundana y solamente la espera de la perfección
autónoma del hombre.
Aquı́ sin embargo la tierra nueva y los nuevos cielos no trascienden, sino
que continúan la Creación; y ası́ la perfección del mundo se convierte en su
finalidad, desaparece la subordinación de todo a Dios, y la Iglesia se confunde
con la organización del género humano.
Podemos concluir añadiendo que aunque los diecisiete obispos son sola-
mente una fracción del Episcopado, la singularidad de la doctrina recogida
en el documento en el ejercicio de su función ministerial, el hecho de que no
fueran nominatim rechazados por la Santa Sede, y finalmente la amplitud de
los apoyos que suscitó, confieren al documento un carácter importante como
indicio de la debilidad doctrinal del episcopado católico y de la desistencia
de la autoridad. Ver §§6.8 y 6.9.
19
El obispo de Cuernavaca, en polémica con el arzobispo de Ciudad de Méjico, enseña
que en la variedad dialéctica del pensamiento marxista, se puede muy bien ser fiel a Je-
sucristo y marxista, y que la crı́tica marxista de la religión ha contribuido a liberar al
cristianismo de la ideologı́a burguesa (ICI, n. 577, p. 54, 15 de agosto de 1982).
20
Note pour le document de base préparatoire á la deuxiéme Conférence de CELAM,
Recife 1965.
21
Y pese a las condenas de Pablo VI y de Juan Pablo II, la teologı́a de la liberación
continúa siendo predicada en los púlpitos y en los medios de comunicación de masas.
11.15. Apoyos a la doctrina de los diecisiete obispos 257
Ası́ por ejemplo, en la rúbrica dominical La fede oggi, de la que es responsable la Confe-
rencia episcopal italiana y cuyo consultor teológico es Claudio Sorgi, el 29 de agosto de
1982 un sacerdote sudamericano sostuvo que el Evangelio no condena la violencia y que
la interpretación revolucionaria del Evangelio es la única interpretación verdadera.
258 11. Movimientos religiosos y sociales
Capı́tulo 12
La escuela
En todas estas formas la obra educativa de la Iglesia fue muy extensa, inclu-
so aunque no siempre fuese fructı́fera. La educación es una operación delicada
sobre la libertad humana, y sus efectos no están determinados, como los de
las fuerzas fı́sicas. Si bien tienen lugar éxitos espléndidos dentro de la escuela
católica, también se obtienen resultados paradójicamente negativos. No se
puede olvidar que toda la generación jacobina salı́a de las escuelas católicas.
Hasta la Segunda Guerra Mundial, algunos paı́ses como Alemania tenı́an es-
cuelas públicas diferenciadas por confesiones; otros, como el cantón Ticino
(Suiza), disponı́an de escuelas públicas de inspiración agnóstica: acogı́an la
religión en la ratio studiorum como enseñanza constitutiva y obligatoria, pero
concedı́an su dispensa en obsequio al principio constitucional de la libertad
de conciencia; finalmente otros, como España, integraban la enseñanza reli-
giosa en la pedagogı́a como parte eminente de la conciencia nacional y de la
tradición cultural del paı́s.
259
260 12. La escuela
Las primeras son las escuelas públicas instituı́das y gobernadas por el Es-
tado: tienen por fin genérico el desarrollo intelectual, la transmisión del pa-
trimonio cultural, y la preparación profesional (n. 5). Su principio unificante
(impuesto, según se dice en el n. 6, por el pluralismo vigente en muchı́simas
naciones) consiste en prescindir de la religión.
Esta concepción es parcial, pero católica: la escuela eleva los espı́ritus por
encima de las pasiones (que dividen y laceran) y los sume en una luz en
la que docentes y discentes descubren por encima de su diálogo al Logos,
más importante que el diálogo; y en ese sentimiento perciben su verdadera
fraternidad y la unidad profunda de su naturaleza.
de 1967). Para medir hasta qué punto se aleja tal concepto de la pedagogı́a
católica bastará observar que se está negando a la concepción cristiana del
mundo el carácter de concepción global, privándola de un principio universal;
que se pretende hacer frente desde el inicio a las otras filosofı́as sin conocer
ningún criterio con el que proceder a ese enfrentamiento; que finalmente (co-
sa de la cual es difı́cil decir si es mayor la extrañeza o el error) se advierte a
los jóvenes del riesgo de tomar al cristianismo como un quid autosuficiente.
Por tanto el cristianismo, aun siendo una enseñanza divina, no serı́a su-
ficiente por sı́ mismo para dar al espı́ritu el apagamiento y el reposo en la
verdad; debe ser considerado solamente como una opinión que necesita inte-
grarse en las otras para conquistar relevancia axiológica 5 .
5
Que no exista actualmente una cultura católica especı́fica e independiente, estando di-
luida en la cultura general, fue sostenido sin oposición, por P. EMMANUEL en el coloquio
de Roma sobre las raı́ces cristianas de Europa (OR, 26 de noviembre de 1981)
6
Véase por ejemplo el manual Images et récits d’histoire, Parı́s 1979, en el cual los
dirigentes de la persecución religiosa, como Gambetta y Jules Ferry, son exaltados como
((grandes)) de la patria.
7
El dominico Pfürtner (Friburgo, Suiza), el prof. Franco Cordero (Universidad Católica
de Milán), el obispo de Cuernavaca, etc.
268 12. La escuela
Y pasamos por alto que aparte de la luz natural del intelecto, la religión
conoce otra luz sobrenatural que sobre ilumina al espı́ritu considerándolo
capaz no ya de ver las verdades que sobrepasan la esfera natural, sino de
asentir a ellas sin verlas y hacerlas propias.
8
Op. cit., IV ed., Bari 1926, p. 174.
12.6. La nueva pedagogı́a 269
Santo Tomás afirma explı́citamente esta tesis: Non potest aliquis dici sui
ipsius magister vel seipsum docere (De verit., q. XI a.2) 9 . Aquı́ hace falta
reivindicar tres puntos fundamentales de la pedagogı́a católica. El primero es
metafı́sico: la distinción de potencia y acto: es decir, la no creatividad de las
facultades humanas. El segundo es axiológico: la superioridad axiológica de
quien sabe respecto a quien no sabe. El tercero es gnoseológico: el primado
del conocimiento respecto a la experiencia moral; tal es (ceteris paribus) la
vida moral del hombre, como lo es su pensamiento, es decir, el juicio que
realiza sobre los fines y sobre los actos de su ser.
9
No se puede afirmar que un individuo sea su propio maestro ni que se enseñe a sı́ mismo
270 12. La escuela
Como enseña San Agustı́n en De civ. Dei, XX11, 30, 4, scientiae malorum
duae sunt, una qua potentiam mentis non latent, altera qua experientia sen-
sibus cohaerent, aliter quippe sciuntur ommia vitia per sapientis doctrinam
aliter per insipientis pessimam vitam 10 .
Hay dos conocimientos del mal: uno consiste en la presencia del mal en la
mente, y otro en la aprehensión del mal mediante la experiencia. Pero esta
segunda ciencia por la que se conoce el mal viviéndolo no es conocimiento,
sino que lo sobrepasa y forma parte de la moralidad, por ser el acto con el
que el espı́ritu elige lo conocido y une ası́ el orden ideal con el orden real de
10
Ası́, los males se pueden conocer de dos maneras: por ciencia intelectual o por expe-
riencia corporal. De una manera conoce los vicios la sabidurı́a del hombre de bien, y de
otra, la vida rota del libertino.
12.7. El conocimiento del mal en la doctrina católica 271
La catequesis
275
276 13. La catequesis
Por otro, la débil condena realizada por la Santa Sede. Ésta, pese a ha-
ber sometido el Catecismo al examen de una congregación extraordinaria de
cardenales que encontró en él errores, ambigüedades y omisiones de artı́culos
gravı́simos, lo dejó circular por el mundo, disputándose las editoriales católi-
cas y religiosas en todos los paı́ses el privilegio de editarlo. A la divulgación
habı́a impuesto la Santa Sede una sola condición: que al corruptorium cons-
tituido por la obra se añadiese el correctorium constituido por el decreto que
lo habı́a condenado.
El Catecismo holandés fue acogido por todas partes como la mejor presen-
tación que de la fe católica puede hacerse al mundo moderno.
A pesar del juicio de la Santa Sede, los obispos lo introdujeron en las es-
cuelas públicas y lo defendieron frente a los padres 3 , quienes cumpliendo el
deber de custodiar la fe de sus hijos los apartaban de una enseñanza corrup-
tora impartida por sacerdotes con la aprobación del obispo. El Catecismo
holandés fue suprimido solamente en 1980, después del sı́nodo extraordinario
de los obispos holandeses celebrado en Roma bajo la presidencia de Juan
Pablo II.
Aún más viva conmoción suscitó el libro Dieu est-il dans l’hostie? de
Léopold Charlot, sacerdote responsable del Centre régional d’enseignement
d’Angers, vendido también en los despachos parroquiales. El libro tiene por
tema la forma en que hay que considerar hoy la Eucaristı́a como presencia
3
Un ejemplo es la carta de 28 de octubre de 1964, de Mons. MARTINOLI, obispo de
Lugano, al ingeniero Walter Moccetti, que le comentaba haber retirado a su hijo de la
enseñanza religiosa.
280 13. La catequesis
real. Su contenido esencial, cuyo sentido no mide el autor, es que para cada
época hay un modo diferente de entenderla, y que el modo propio de nuestro
tiempo es entender dicha Presencia Real como una presencia no real, sino
imaginativa y metafórica: idéntica a aquélla con que afirmamos la presencia
de Beethoven en cualquiera de sus sonatas y en el sentimiento de quien las
escucha. Charlot enseña a los catecúmenos que la Eucaristı́a no fue instituida
por Cristo en la Ultima Cena, sino por la comunidad cristiana primitiva.
la luz exegética del Magisterio de Pedro. También debilitan los autores uno
de los artı́culos principales de la doctrina católica, acercándose a la doctrina
modernista: la fe no procede de la realidad de los milagros, sino que la fe
hace que exista en la persuasión de los creyentes la realidad de los milagros.
También la idea de la inmutabilidad de la fe está en el libro poco pulida, pre-
valeciendo la del movilismo propio de los renovadores, según el cual la Iglesia
está perpetuamente a la escucha y en búsqueda. Más manifiesta todavı́a es
la nueva dirección en el Catecismo dei fanciulli, publicado en 1976 por la
Conferencia Episcopal italiana, sobre todo en cuanto a la interpretación del
ecumenismo. Se considera al ecumenismo como un reconocimiento de valo-
res de evidencia mayor o menor, pero todos ellos idénticamente contenidos
en cualquier creencia religiosa. Por tanto no existe jamás conversión de una
a otra, sino solamente profundización de la propia verdad en la verdad de
otros, suponiendo siempre el diálogo un recı́proco enriquecimiento. Se aparta
a los catecúmenos en edad infantil de la especificidad de la religión católica,
invitándoles a contemplar la universalidad del fenómeno religioso, y no se les
conduce a reafirmarse en la adhesión, sino en la búsqueda. Se afirma que la
catequesis debe ayudar a los niños a colaborar con todos los hombres para
que haya libertad, justicia y paz, sin dejar de reconocer sin embargo en la
fe y en los sacramentos la fuente de fuerzas espirituales. Este sin embargo
es significativo. La condición mı́nima que debe satisfacer un catecismo es no
negar la fe y reconocer en los sacramentos una fuente de fuerzas espirituales,
al igual que todas las creencias de los pueblos bajo el cielo. Lo especı́fico
del catolicismo resulta ası́ eludido. No se habla del pecado, ni del error, ni
de las maldiciones, ni de la redención, ni del juicio, ni del fin trascendente:
el cristianismo, que si no lo es todo no es nada, se ve reducido a ser algo
apendicular, subsidiario y cooperante.
imposible no ver qué cosas tan tibias salieron del encuentro 4 romano coram
Sanctissimo: ciertamente buenas, pero totalmente extrañas a lo intrı́nseco
de las cuestiones debatidas. Da lugar a creer que tal tibieza de conclusiones
haya sido el último expediente para no reflejar en el documento de conclusión
la singularidad de las opiniones expresadas, poco consecuentes con la recta
filosofı́a y con la tradicional praxis de la Iglesia.
13
Poco tiempo después del discurso del Card. Ratzinger, el Papa reafirmaba ante el
Consejo internacional para la catequesis el lazo esencial de ésta con el dogma. Es misión
de la catequesis (decı́a) transmitir, explicar, y hacer vivir integralmente las realidades
contenidas en el Sı́mbolo de la Fe (OR, 16 de abril de 1983).
288 13. La catequesis
Tal tripartición tiene una gran profundidad metafı́sica y teológica (los nue-
vos catecismos ni siquiera la han columbrado), porque responde a la constitu-
14
Y nótese que estas tres lecturas del mismo texto son diferenciadas incluso tipográfica-
mente, adoptándose tres colores para señalarlas.
13.8. Restauración de la catequesis católica 289
291
292 14. Las órdenes religiosas
muchos para que algunos sobresalgan, del mismo modo que debe trabajarse
mucho para trabajar bien.
setenta mil miembros) tiene como fin principal la santificación personal me-
diante el cumplimiento de los deberes del propio estado. Las fórmulas por la
propia salvación, para llegar al paraı́so, para salvar el alma, no son peculiares
del ascetismo monástico, sino que llegan al fondo común de la conciencia
cristiana y forman parte de la oración litúrgica, de la oración común en cen-
tenares de expresiones populares e incluso del estilo notarial de contratos y
testamentos: por la salvación de mi alma, en sufragio por mi alma, etc. La
vida religiosa, cuya forma esencial eran los tres votos, se inclina hoy fuera de
la vertical institucional y se vuelve hacia el desarrollo de la personalidad de
sus miembros en el mundo y al servicio del hombre 11 .
Pasando por alto las dietas de pan y agua de los anacoretas orientales, las
xerofagias cenobı́ticas y las dietas rigurosas de Chartreux, de los Trapenses
y de los Mı́nimos, se puede afirmar que todos los institutos religiosos des-
de el Concilio de Trento hasta las más modernas fundaciones prescribieron
comidas parquı́simas y bebidas módicas: por la mañana café con leche y pan,
a mediodı́a minestra, carne con guarnición, una fruta y un pequeño vaso de
vino 14 ; por la noche, una minestra y una comida con verdura.
media tarde se ofrece leche, café, té, bizcochos y fruta; en la cena, igual que
para comer, salvo los entremeses y el café.
La privación mortificante debe ser calculada pro rata parte, de modo que
el alimento mortificante se diferencie del alimento común. En una época en
que la mayorı́a se alimentaba de pan de centeno (por limitarnos a la costum-
bre de la región de la Insubria en Lombardı́a) sentado además desde hacı́a
semanas y meses, o bien de castañas, la temperanza monástica exigı́a que
se quitase todavı́a algo de aquel ya pequeño alimento, llegando a austerida-
des hoy inconcebibles. El alimento monástico debe actualmente mermar un
régimen alimenticio incomparablemente más opı́paro: pero debe mermarlo.
En medio de las relatividades, que mudan de siglo en siglo, permanece la
exigencia fundamental de que el alimento de los consagrados sea inferior al
régimen común y pueda ser reconocido como tal. Ni siquiera en el alimento
es el religioso un hombre como los demás.
Sé bien que se llama progreso a ese movimiento que cada vez más, y a cada
vez a un número mayor de personas, hace necesario lo que era superfluo. La
progresiva desaparición de la autarquı́a del individuo es caracterı́stica de la
civilización contemporánea, en la cual el hombre es ayudado y dirigido al
hacerlo todo.
Bajo unas mismas palabras corren aquı́ conceptos de un género muy dis-
tinto. La obediencia no es en modo alguno una búsqueda dialéctica de la
voluntad a la que someterse, sino una sumisión a la voluntad del Superior.
No supone una reconsideración de la orden del Superior por parte de quien
obedece. La obediencia católica no admite estar fundada sobre el examen
de la orden o de la calidad del Superior. Es falsa la opinión del Delegado
apostólico en Inglaterra de que la autoridad vale únicamente lo que valgan
sus argumentos (OR, 24-25 de octubre de 1966). Esto es verdad en la discu-
sión, en la que prevalece la fuerza lógica, pero no en la autoridad de gobierno.
Nótese además cómo la teorı́a de la obediencia absoluta es propia de los des-
potismos y no es doctrina católica. La religión obliga a desobedecer a quien
ordena una obra manifiestamente ilı́cita.
propia la voluntad del otro, se obtiene ahora con una inclinación de las dos
voluntades utrinque. La obediencia resulta entonces enteramente subjetiva,
y la vı́a del consentimiento deja de ser la del sacrificio de la propia voluntad
modelada sobre la voluntad de otro.
El pirronismo
307
308 15. El pirronismo
Pero Léger asocia con el juicio histórico una valoración teórica mediante
la cual cae en un puro pirronismo: Sin duda la afirmación según la cual la
Iglesia posee la verdad, puede resultar justa si se hacen las distinciones nece-
sarias. El conocimiento de Dios, cuyo misterio explora la doctrina, impide la
inmovilidad intelectua (OR, 25 noviembre 1963). Por tanto niega que existan,
en la Iglesia y fuera de ella, verdades inconmovibles, y apoya su pirronismo
sobre la trascendencia: como si la imposibilidad del ente finito de conocer
infinitamente al infinito impidiese toda cognición, cuando al contrario, cons-
tituye su fundamento. El pasaje de San Agustı́n, según el cual hace falta
buscar para encontrar y encontrar para seguir buscando, es mal compren-
dido por el cardenal, pues es contrario al pirronismo; hay que buscar para
encontrar, y se encuentra para seguir buscando, pero son cosas distintas lo
que se ha encontrado y lo que se sigue buscando: no son la misma cosa, como
si no se hubiese encontrado nada y, en tales condiciones, no se convirtiese en
((posesión definitiva)) 4 .
el ser del hombre, en el cual intelecto y voluntad son realmente cosas dis-
tintas. Su distinción remite por analogı́a a la distinción real en el organismo
ontológico de la Trinidad.
Se advierte aquı́ una frı́vola afición a la paradoja, pero más allá del esquema
literario está la negación del Verbo y, como agudamente vió Leopardi, la
negación de Dios.
Esta esfera está constituida por las cosas que llamarı́amos extramorales,
que no se refieren a la axiologı́a ni a la teleologı́a humanas: es decir, las que
no conciernen al destino último.
7
Amitiés catholiques francaises, abril de 1979.
8
Además puso el mundo en el corazón de ellos, sin que pueda el hombre descubrir la
obra que Dios realiza del principio al fin
316 15. El pirronismo
Capı́tulo 16
El diálogo
317
318 16. El diálogo
Iglesia sin que ese concepto se encontrase en las mentes ni esa palabra en el
lenguaje.
Todo tema presenta mil lados, de los cuales él solamente conoce unos pocos,
o uno solo. Sin embargo se expone a ello como si se sintiese preparado contra
toda objeción, incapaz de ser sorprendido, y como si estuviese prevenido
respecto a todos los pensamientos posibles que surjan sobre aquel tema.
En fin, debe observarse cómo la actual concepción del diálogo olvida la vı́a
de la ignorancia útil, propia de aquellos espı́ritus que, encontrándose incapa-
ces de la vı́a del examen, se aferran a esa adhesión fundamental y no con-
sideran con atención las opiniones opuestas para ası́ descubrir dónde está el
error. Temiendo todo pensamiento contrario a aquello que conocen como in-
contrastablemente verdadero, se mantienen en un estado de ignorancia que
para preservar la verdad poseı́da excluye las ideas falsas, y junto con éstas
también las ideas verdaderas que por ventura las acompañen, sin separar las
unas de las otras.
El fin del diálogo por parte del dialogante católico no puede ser eurı́stico,
porque en cuanto a las verdades religiosas está en estado de posesión y no de
búsqueda.
Ni siquiera puede ser erı́stico (de carácter contencioso), porque tiene por
motivo y por objetivo la caridad. Por el contrario, el diálogo es entendido
como medio para demostrar una verdad, para producir en otros una persua-
sión y en última instancia una conversión.
Esta finalidad metanoética del diálogo católico fue enseñada por Pablo
VI en el discurso del 27 de junio de 1968: No es suficiente con acercarnos
a los otros, admitirlos a nuestra conversación, confirmarles la confianza que
depositamos en ellos, buscar su bien. Es necesario además emplearse para que
se conviertan. Es preciso predicar para que vuelvan. Es preciso recuperarles
para el orden divino, que es único.
Tercero, porque supone paridad (aun solamente metódica) entre los dia-
logantes: como si prescindir de la ventaja de la fe divina, incluso sólo por
ficción dialéctica, no fuese un pecado contra la fe.
Cuarto, porque postula que todas las opiniones de la filosofı́a humana son
indefinidamente disputables: como si no existiesen sin embargo puntos de
contradicción esencial que truncan el diálogo y dejan solamente la posibilidad
de la refutación.
El movilismo
329
330 17. El movilismo
Pero según sostiene, esa perpetua aspiración tiene mayor valor que su con-
secución: ¡Ay de mı́, si llegase a contemplarla! Quizá ya no encontrase una
razón para vivir.
sino por sı́ mismo, sea cual sea el fin que se proponga (honesto o deshones-
to): lo decisivo es la actividad como tal, no el valor que persiga o consiga. El
movilismo que busca la acción por la acción es también el alma de las gran-
des perversiones polı́ticas modernas, como el nazismo (ası́ lo muestra Max
Picard 4 en un libro muy elogiado, pero nunca lo suficientemente). Mons. Illi-
ch, entrevistado en su propio semanario de Cuernavaca, ha declarado: Creo
que la función de la Iglesia es participar conscientemente en todas las for-
mas de mutación, en cualquier mutación. Es la tarea que nos ha confiado
Cristo. Queremos una Iglesia en la cual la principal función sea la celebra-
ción del cambio (Dauphiné libéré, 26 de febrero de 1968). Aunque el estilo es
extravagante, el espı́ritu aquı́ expresado es el que agitat molem. Y el presi-
dente de la Asociación teológica italiana, en un congreso nacional, enseñaba
que la misión de la evangelización es poner en crisis toda estabilización o
absolutización (OR, 11 septiembre 1981).
Y se siente lacerado porque las cosas huyen y él querrı́a retenerlas y dete-
nerse en ellas, pero no encuentra el ubi de tal detención: in illis enim non est
ubi, quia non sunt. Por tanto, de las cosas en movimiento no se puede decir,
en ningún momento del movimiento, que son; están siempre en la inminencia
del ser, en tránsito a ser, jamás descansando en el ser: siempre in fieri y jamás
in facto esse.
Por tanto, aunque el alma tiene el sentimiento fundamental del ser y aspira
a la realidad total, deberı́a desear la huida, es decir, la devolución total de
la realidad al devenir, ası́ como una serie interminable de sucesivos momen-
tos devinientes. El alma, por el contrario, no quiere la infinidad sucesiva de
la fugacidad de las cosas, sino la infinidad simultánea del instante: en otros
términos, un momento donde se agregan y unifican todos los momentos pasa-
dos y todos los momentos futuros. Ahora bien, esta agregación y unificación
es la definición de la eternidad: tota simul et perfecta possessio.
Surgen aquı́ las palabras del doctor Fausto de Goethe ante el instante fugi-
tivo: ¡Detente! ¡Eres tan hermoso! Estas palabras expresan el contradictorio
deseo de que el momento (cuya raiz es movere) se detenga, lo huidizo no
huya, lo finito sea infinito, lo parcial se convierta en totalidad. Si la vida
es puro devenir y es falso el supuesto de la religión de que anima esse vult
et requiescere amat in eis quae amat 5 , entonces solamente el devenir nos
otorga la realidad, y sólo la devolución completa del devenir (si tuviese lugar)
nos otorgarı́a la realidad entera. Por el contrario, si la realidad total no es
un devenir, sino un ser entero e indevenible, entonces el devenir es sólo la
manera en que la criatura participa del ser entero y accede a él.
5
El alma quiere ser y gusta de descansar en las cosas que ama
334 17. El movilismo
La noción filosófica de Dios coincide además con la noción vulgar, que ex-
pulsa de Dios toda sombra de imperfección, de no-ser o de minus esse, para
contemplar en el Ser absoluto la inmensidad, la eternidad, y la totalidad.
La primera página del diario vaticano contiene todas las tesis del movilis-
mo esencialista inconciliables con la fe católica y por la fe católica siempre
rechazadas.
El autor del artı́culo dice finalmente: Esta naturaleza es creada por Dios
no como una realidad estática y como realización (perfecta desde sus inicios)
de una idea de Dios, sino como realidad dinámica destinada a autorealizarse
en la dinámica de la historia.
6
En el volumen de AA. W., Il problema di Dio in filosofza e in teologia oggi, Milán 1982,
p. 34, LUIG1 SARTORI considera plausible que si Dios es concebido como amor y libertad,
no hay razón para que las dimensiones de historicidad (= devenir) que Él eventualmen-
te asumiese (naturalmente no por obligación, es decir, por necesidad de ((conquistar)) o
de ((crecer)), sino solamente por libertad) fuesen incompatibles con Su infinita perfección.
Ahora bien, es evidente que la libertad de Dios no puede extenderse a su esencia, porque
la libertad no puede hacer devenible al Indevenible, ni imperfecto al Perfecto.
336 17. El movilismo
Pero la teorı́a de Trapé (ya anticipada con una fuerza filosófica bien dis-
tinta por Gioberti en la Filosofia della Rivelazione) es errónea, porque para
la Iglesia la condición del hombre comprensore difiere totalmente de la del
hombre viatore. Negar la diferencia equivale a hacer desaparecer esa especial
duración, diferente a la del tiempo, en que vive la criatura liberada de la
vanidad a la cual está sujeta (la del devenir y del no-ser: cfr. Rom. 8, 20-21).
Equivale también a encerrar a la criatura en la temporalidad, hacer de la
vida eterna una continuación del tiempo, y cancelar la trascendencia divina,
y junto con ella también nuestra analógica trascendencia. Dios no se busca
a sı́ mismo: se posee; y del mismo modo, la criatura beatificada ya no lo
buscará: lo poseerá.
7
Basta conocer la distinción entre beatitud esencial y beatitud accidental, y haber leı́do
el Paraı́so de Dante, para descartar este movilismo in termino.
338 17. El movilismo
Capı́tulo 18
La virtud de la fe
339
340 18. La virtud de la fe
La parte errónea de esta concepción está en tomar por humildad una dis-
posición de ánimo que es sin embargo de exquisita soberbia: quien prefiere la
búsqueda de la verdad a la verdad misma, ¿qué prefiere en realidad? Prefiere
su propio movimiento subjetivo y la agitación vital de su Yo a ese valor para
detenerse en el cual le ha sido dado el movimiento subjetivo. En suma, se
trata de una posposición del Objeto ante el sujeto, y de un presupuesto an-
tropotrópico inconciliable con la religión, que desea la sumisión de la criatura
al Creador y enseña que mediante ella la criatura encuentra su propia sacie-
dad y su propia perfección. El error por el cual se estima más la búsqueda
de la verdad que su posesión es una forma de indiferentismo.
Puesto que la fe consiste en esa tensión vital, subsiste mientras ésta subsis-
ta, independientemente de aquello que se crea. Esta doctrina se aparta de la
tradición de la Iglesia. Ciertamente la religión es una disposición de la totali-
dad de la persona y no solamente de su intelecto, pero el acto de fe lo realiza
la persona especı́ficamente mediante el intelecto. No se deben confundir las
prioridades, confundiendo después como consecuencia necesaria las virtudes
teologales. La fe es una virtud del hombre del género conocer, no del género
tender hacia. Es cierto que la religión está integrada por las tres virtudes
teologales, pero su fundamento es la fe, no la tensión (es decir, la esperanza).
6
Morale cattolica, ed. cit., vol. II, págs. 544-545; para el análisis de la teorı́a manzoniana,
ver vol. III, pp. 358-359.
7
... no existe vaivén ni oscurecimiento, efecto de la variación
Parte IV
347
Capı́tulo 19
La virtud de la esperanza
349
350 19. La virtud de la esperanza
1
La confusión de los conceptos teológicos se combina además a menudo con el circi-
terismo propio de la mentalidad postconciliar, que pone bajo una misma palabra ideas
dispares. En el OR del 30 de marzo de 1983, por la pluma de un obispo, se asegura que no
basta con creer en Dios, sino que es necesario creer en el hombre, porque Dios ha creı́do
en el hombre, en Adán, en Eva, en los Apóstoles, en Judas, etc.: tan verdad es que ha
intentado salvarle de todos los modos posibles. Además de contradecir a la Escritura (Jer.
17, 5) y desatender a la distinción clásica entre credere Deum, credere Deo y credere in
Deum, aquı́ se confunde manifiestamente creer con amar, consumando una equivocación
por la cual podrı́a decirse cualquier cosa sobre cualquier cosa.
352 19. La virtud de la esperanza
Capı́tulo 20
La virtud de la caridad
353
354 20. La virtud de la caridad
Según Ugo Spirito, la crisis del mundo es, propia y formalmente, efecto del
juicio por el cual el hombre se encuentra dividido entre valores y antivalores,
entre cosas deseables y cosas aborrecibles.
Sobre todo conviene observar que al igual que la ley moral natural, la
ley cristiana de la gracia constituye un principio de obligación, puesto que
el Evangelio es una ley (nueva, pero ley) y un mandamiento (nuevo, pero
mandamiento). La ley tiene un carácter coactivo, porque está alimentada por
una sanción doble: la inmanente de la reprobación interior y (dejando aparte
otras) la de la recompensa escatológica. En modo alguno está fundamentado
el rechazo del ius como incompatible con la moral, ya que el ius es una
réplica de lo moral. Y si San Pablo dice que lex iusto non est posita (la Ley
no fue dada para los justos) (I Tim. 1, 9), y que los hombres que viven sin
la Revelación en la simple moralidad natural ipsi sibi sunt lex (son Ley para
sı́ mismos) (Rom. 2, 14), estas palabras, según la unánime tradición católica,
no insinúan que al justo no le ha sido dada la ley, sino que no le es impuesta.
Juan Damasceno.
20.4. La negación de la Ley Natural. Sartre 357
la naturaleza son las dos cosas más bellas bajo el cielo. Ni hace falta acudir
al célebre pasaje de Kant en la conclusión de la Crı́tica de la razón práctica:
Dos cosas llenan el ánimo de admiración y de una veneración siempre nueva
y creciente: por encima de mı́, el cielo estrellado; dentro de mı́, la ley moral.
Para Occam, es posible suponer sin contradicción otro orden moral, tan
libremente querido por Dios como éste, en el cual el bien fuese el mal del
presente orden. La absolutividad supone sin embargo que la acción malvada
es malvada no sólo en este mundo creado, sino en cualquier mundo posible.
La ley natural es por consiguiente impersonal, pero no en el sentido de que
no tenga en cuenta a la persona: la tiene en cuenta en sumo grado, pero
precisamente la contempla, no es una emanación de ella.
La Ley Natural
Quienes comparan la ley natural con los tabúes no se dan cuenta de que
negar la ley natural es negar el ser y chocar contra el principio de contradic-
ción. En efecto, el ser existe con su propia consistencia, y se resiste ante la
fuerza que el hombre ejercita sobre él para dislocarlo, deformarlo, o reducirlo
al no-ser. Lo mismo se debe decir de la ley natural, que es el orden del ser.
1
Es tı́pico el caso del padre CURRAN, uno de los discı́pulos más notorios del padre
Háring, exponente de la problemática católica en los Estados Unidos. Fue destituido por
el arzobispo de Washington por enseñar que la ley natural y los preceptos morales están
en continua evolución. Pero seis mil estudiantes y cuatrocientos profesores protestaron en
su defensa, y el mismo arzobispo lo restituyó en su cátedra (ICI, n. 288, p.7, 15 de mayo
de 1968).
363
364 21. La Ley Natural
Los códigos, que durante siglos fueron en esta cuestión una réplica del De-
recho Canónico, se han emancipado completamente y se van conformando
por completo al principio de la independencia de la vida humana. Esto apa-
rece en la universalidad del divorcio, en la licitud y casi obligatoriedad (para
los médicos) del aborto, y en la legalización de la sodomı́a. Será interesante
indagar brevemente el pensamiento postconciliar en cada uno de estos tres
puntos (lo haremos en los tres próximos capı́tulos). Conviene por otra par-
te señalar in limine una caracterı́stica absolutamente nueva de la variación
acaecida. Los muchos cambios registrados en la historia, del dominio polı́tico
en este o aquel paı́s o en el régimen polı́tico interno de cada uno, o incluso
en la religión de naciones enteras, dependieron infinitas veces del arbitrio de
un monarca o de la voluntad violentamente activa de minorı́as, incluso mı́ni-
mas. Entender aquellos cambios como efecto de movimientos del alma y del
convencimiento de las masas serı́a caer en un sofisma.
21.3. Rechazo de la Ley Natural por la sociedad civil 367
Por esta razón, como dice profundamente Carlo Caffarra (OR, 12 de julio
de 1978), la adopción del aborto en la legislación de los pueblos nominal-
mente cristianos ha dejado perfectamente clara la descomposición de nuestra
civilización, degradándola (no obstante la superviviente decencia y elevación
del cuadro social) por debajo de las grandes civilizaciones gentiles 5 .
5
Juan Pablo II, en el discurso del 9 de noviembre de 1982 en Santiago de Compostela,
ha considerado sin embargo la unidad europea como aún existente e informada por valores
cristianos (OR, 10 noviembre 1982).
368 21. La Ley Natural
Capı́tulo 22
El divorcio
369
370 22. El divorcio
cia tuvo que apartar del oficio al asistente eclesiástico de los universitarios
católicos por pronunciarse públicamente a favor del divorcio.
El Card. Charles Journet dejó bien claro en la CXXXIX sesión del Concilio
(OR, 1 de octubre de 1965) de qué manera esta disposición indulgente de la
Iglesia ortodoxa depende históricamente de su servidumbre polı́tica respecto
al Imperio bizantino y al Imperio zarista.
Las afirmaciones del Patriarca van más allá del lı́mite que separa la libertad
teológica del dogma de fe, y vienen ası́ a investir torcidamente los principios
de la religión. Se rechaza implı́citamente la diferencia entre sufrimiento e
injusticia, alegando que el cónyuge inocente padece por culpa de la Iglesia un
dolor injusto. Aquı́ resulta implicada toda la teodicea, aparte de la doctrina
católica del dolor.
Más bien la base del cristianismo es la idea del justo sufriente, y la re-
ligión no promete la exención del dolor terrenal, sino del dolor en la otra
1
ICI, n. 250, p. 11, 1 de abril de 1967.
2
Sobre este punto versa fundamentalmente el estudio de H. ROUZEL, L’Eglise primitive
face au divo Parı́s 1971. Contra la indisolubilidad no se encuentran más que el anónimo
del Ambrosiaster y un paso ambiguo, y tal vez no auténtico, de San Epifanio.
372 22. El divorcio
La Iglesia no tiene por fin peculiar la supresión del dolor. Rechaza la in-
solencia del filósofo antiguo, que sentenciaba: nihil accidere bono viro malum
potest y de la del moderno: Cuando se habla de una acción buena acompañada
por el dolor se dice algo contradictorio 3 . Los hombres deben trabajar para
evitar y sancionar la injusticia, pero todos están expuestos a ella indepen-
dientemente de su estado moral. Los hombres sufren porque son hombres, no
porque sean personalmente malvados. No entro en el discurso teológico que
demuestra que todo mal humano depende del pecado original. La religión no
se escandaliza por el sufrimiento del justo y no ve en ello una injusticia; lo
contempla dentro del orden total del destino y asociado siempre a un senti-
miento prevalente de alegrı́a que proviene de la esperanza en la inmortalidad
feliz: feliciter infelices, según la fórmula de San Agustı́n con resonancia de
textos paulinos 4 . Sin embargo el mencionado patriarca considera que el
dolor es una injusticia, en vez de experiencia de la virtud, participación con
Cristo, y purificación y expiación por los pecados propios y ajenos; y además
traslada la responsabilidad de la injusticia desde el culpable hasta la Iglesia
inocente.
No hay tres tipos de sentimientos -los justos, los injustos, y los humanos-;
y no hay tres tipos de juicios: los verdaderos, los falsos, y los humanos. Esta
tercera categorı́a tiene gran importancia en el habla coloquial, pero carece de
consistencia. Todo sentimiento es justo o injusto, y todo juicio es verdadero o
falso. Todo el pensar y todo el querer humanamente se reduce por necesidad
a una o a otra de estas clases. Finalmente, la posición de Maximos IV da
origen a un humanismo incompatible con la doctrina católica. La religión no
conoce término medio entre lo verdadero y lo falso, esa especie de limbo que
frustrarı́a la Redención de Cristo haciendo retroceder al género humano a la
situación del tiempo en que el Divino Maestro aún no habı́a venido 7 .
5
Esos padecimientos del tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria
venidera que ha de manifestarse en nosotros
6
Porque nuestra tribulación momentánea y ligera va labrándonos un eterno peso de
gloria cada vez más inmensamente
7
Todo este desarrollo está inspirado en el tratamiento de MANZONI sobre este punto
en la Morale cattolica, Parte Primera, cap. 111, ed. cit., vol. 11, pp. 47 y ss.
374 22. El divorcio
8
Por tanto también es errónea la opinión según la cual el ciudadano católico que exige
de la ley civil el matrimonio indisoluble ejercita violencia contra la conciencia de quien, al
contrario, lo desea disoluble. Si el divorcista tiene derecho a un matrimonio civil disoluble,
igual derecho tiene el católico a un matrimonio civil indisoluble. Si la ley no le ofrece tal
matrimonio, él queda desfavorecido. Su matrimonio civil será de hecho indisoluble por su
propia voluntad, pero no de derecho, y por consiguiente no existe paridad entre los dos.
22.3. El valor de la indisolubilidad 375
Esto puede hacerlo la Iglesia porque tiene una idea más noble y más ho-
norable de la humanidad, a la que se juzga capaz de toda moralidad alta
y exquisita 9 . Y esta idea está fundada sobre la conciencia que la Iglesia
tiene de poseer una mayor fuerza moral, por lo que a la vez que impone un
precepto difı́cil, también anima y da fuerzas para observarlo.
9
Este pensamiento es de ROSMINI, Filosofia del diritto, n. 1336. Ed. nac., vol XXXVIII,
p. 1107, nota.
Capı́tulo 23
La sodomı́a
23.1. La sodomı́a
No vamos a entrar en el tema de la sodomı́a, en el cual las opiniones
teológicas secundaron la propensión del espı́ritu del siglo a romper la secular
fidelidad de la legislación al derecho natural, introduciendo en toda Europa
la legitimidad de las relaciones homosexuales.
Se superan las diferencias naturales con una sofı́stica del amor, considera-
do capaz de instaurar una comunión espiritual de personas más allá de las
normas naturales y con ultraje de las prohibiciones morales.
377
378 23. La sodomı́a
El aborto
Hasta las revueltas de postguerra, todos los códigos europeos, incluso los
promulgados bajo gobiernos de filosofı́a irreligiosa, sancionaban a la mujer
que aborta y a todos los cooperadores del aborto. No se infligı́a pena por
el aborto terapéutico (denominado interrupción del embarazo), dependiente
de un juicio médico. Todas las legislaciones civiles, reformadas después de
la Segunda Guerra Mundial, han rechazado el derecho natural legalizando
el aborto, haciendo de él un servicio estatal y gratuito, y colocándolo inve-
rosı́milmente en la polı́tica de protección a la familia 1 . Llegan incluso a
imponer al médico la obligación de practicar el aborto a la mujer que se lo
pida. El aspecto de la cuestión del aborto que aquı́ importa señalar es aquél
en el que aparece la historicidad relativa del precepto moral. El juicio acerca
de la licitud de un acto es la conclusión de un silogismo variopinto, en el cual
1
La Santa Sede se encontró obligada a condenar y excomulgar a Sor Mary Agries
Mansour, que habı́a aceptado dirigir un centro de interrupción del embarazo en Detroit.
Ante la intimidación del obispo alegó la religiosa que, puesto que la ley autoriza el aborto,
no podı́a arrogarse el derecho de oponerse a la ley (Lactualité religieuse) 15 de junio de
1983, p. 24).
379
380 24. El aborto
En la materia del aborto el silogismo se forma ası́: 1. la vida del hombre ino-
cente es inviolable; 2. el embrión es un hombre inocente; 3. por consiguiente
su vida es inviolable.
Los teólogos católicos pensaron durante siglos que el aborto del feto anima-
do por el principio sensitivo, pero aún no por el racional, era lı́cito e incluso
obligatorio en algunas circunstancias 2 . El juicio acerca del status huma-
nus del embrión de mujer estaba dictado por la teorı́a aristotélica de los tres
principios de vida (vegetativo, sensitivo, racional), de los cuales sólo el último
confiere en acto al ser vivo la cualidad de ser hombre.
2
Todavı́a HABERT, en la Theologia dogmatica et moralis, Venecia 1770, vol. VII, p. 494:
Medicum non solum posse, sed etiam debere foetum eiicere, si saluti inatris aliter consuli
non possit. La teorı́a de la animación u hominización tardı́a del embrión fue retomada por
Mons. LANZA en 1939, argumentando sobre los gemelos monocigóticos. LUIGI GEDDA,
en OR, 12 de agosto de 1983, Quando incomincia la vita umana, excluye la tesis de la
animación tardı́a.
24.2. La nueva teologı́a del aborto. Los jesuitas de Francia 381
Santo Tomás en la Summa theol II, 11, q. 64, sobre el homicidio, no hace
un discurso especial sobre el aborto, y Dante enseña que el alma racional (la
que hace ser hombre) reemplaza a la sensitiva solo en el momento en el cual
el cerebro al feto ha enriquecido (Puig. XXV).
Esta antropologı́a errónea deriva del marxismo, y al igual que éste hace de
la persona una relación. Ahora bien, aunque ciertamente la persona está en
relación con las cosas y con las personas en el mundo, en sı́ misma no es una
relación: está constituida como ente antes de entrar en relación conforme a
su ser.
En favor del aborto fue retomada por no pocos teólogos la teorı́a del con-
trapeso de los valores 7 , por la cual se argumenta que entre la madre y el
5
Los casuistas del siglo XVII, como ya dijimos, admitı́an la licitud del aborto y más
bien en algunos casos incluso su obligatoriedad, porque la ciencia de su tiempo creı́a que
el feto recibı́a la forma racional (que lo hace humano) solamente al tercer mes. las ideas
morales del género humano dependen también de las ideas que los hombres se hacen sobre
las cosas naturales.
6
RAMSEY, en OR, 28 de agosto de 1971, hace notar que el 40 % de los nacidos no son
deseados. Pero desbarra al no distinguir entre querer que un niño sea concebido y querer
que el concebido nazca. Más profundo que toda la psicologı́a moderna es también en esto
San AGUSTIN en las Confesiones, donde a propósito de Adeodato observa que los hijos,
incluso los no deseados, constriñen a ser amados apenas nacidos.
7
Son innumerables los votos a favor del aborto por parte de asociaciones católicas,
asambleas de sacerdotes y Consejos pastorales. Ver por ejemplo el del Consejo pastoral de
la ciudad de Lieja (Bélgica), pronto corregido por el obispo, pero que no se desdijo. Ver
Itinéraires. n. 181, p. 77.
384 24. El aborto
hijo, entre el adulto y el niño, entre lo desarrollado y lo que está por desarro-
llar, no hay igualdad de valor, sino que predomina el primero. Es la doctrina,
por ejemplo, del padre Callahan, según el cual la moral católica no ha tenido
lo bastante en cuenta la vida de la madre: cuando el derecho del niño a la
vida se halle en colisión con el de la madre o el de la especie (perjudicada,
por ejemplo, por un exceso de población), la ponderación de todos los ele-
mentos puede hacer derogar el principio de la inviolabilidad de la vida. Los
jesuitas franceses encontraban el elemento que diferencia un feto de otro en
la voluntad extrı́nseca de los padres de aceptarlo o no como un ser humano.
El P. Callahan encuentra el elemento que diferencia al feto de la madre en
la prioridad de la existencia y en el mayor desarrollo de la madre respecto al
hijo. Se supone que hay una diversidad de valores humanos entre el feto y la
madre, hasta el extremo de poder inmolar aquél a éstas 8 .
Tercera: el valor del hombre como hombre escapa a toda métrica; se es más
o menos virtuoso, más o menos hermoso, más o menos sabio, pero no se es
(aunque sea común decirlo) más o menos hombre.
Que los hombres pudiesen ser medidos con una métrica cuantitativa fue
el error del biologismo nazi. Una célebre sentencia del tribunal de Lunéville
en 1937 declaró que el aborto no era punible si afectaba a un feto de raza
hebrea, tan sólo si era de raza aria. Y la horrible praxis de las SS de los Ein-
satzgruppen en Rumania ordenaba en las represalias fusilar a diez rumanos
o (equivalentemente) a cincuenta judı́os.
La sentencia decide una cuestión más propia de la filosofı́a que del derecho:
a saber, si el embrión es persona humana o no. Y la decide contradiciéndose a
sı́ mismo. Admite que el embrión es un sujeto de derechos (como se desprende
del derecho civil, que instituye el curator ventris para el concebido y revoca el
testamento ante el sobrevenimiento de hijos), pero viene después a hablar de
colisión de derechos entre madre e hijo y concluye afirmando la prevalencia
del de la madre, porque ésta es persona y aquél (reconocido sin embargo
como sujeto de derechos) aún debe convertirse en persona.
Hemos dicho en estos epı́grafes lo que dijimos en todos los demás, nervio
del presente libro y la ((verdad primera)) por la cual lo hemos escrito.
12
En torno al bautismo de los fetos abortados es notoria, como indicio de la general
decadencia de la ciencia teológica en los eclesiásticos, la opinión expresada por el padre
GINO CONCETTI, redactor del Osservatore Romano. Consultado por el Giornale nuovo
del 5 de junio de 1981 sobre la cuestión de los fetos abortivos, enseñaba un método de
bautismo absolutamente inválido. Fue corregido el mismo 17 de junio en el mismo diario
por un laico fácilmente menos indocto que él.
Capı́tulo 25
El suicidio
25.1. El suicidio
La variación acaecida en torno al suicido se presenta más en la práctica que
en la teorı́a. El hecho fundamental lo constituye la abrogación en el nuevo
Código de Derecho Canónico de la prohibición de dar sepultura religiosa a
los suicidas (can. 1184).
389
390 25. El suicidio
funerales del desventurado, el bien difundido en torno sı́, y le pidió perdón por las culpas
que de su gesto tenı́an los que continuaban viviendo (Virtutis palestra, Íscona 1983, p.
121): es la disolución de la responsabilidad personal en el pecado de la sociedad; es decir,
de los demás. Y cuando en agosto de 1983 un joven de dieciséis años se mató en Roma
junto con su novia, le fueron concedidos los ritos religiosos y se pronunció su elogio fúnebre
(OR, 6 agosto 1983). Mucho más verdaderas y auténticas resultan las palabras que sobre la
tumba del Dr. Giuseppe Zola, sepultado como suicida cerca del camposanto, pronunció en
Lugano en 1834 Giacomo Luvini-Perseghini, uno de los jefes del partido radical del cantón
Ticino: Esperamos que el Dios de nuestros padres, cuya misericordia es infinita, quiera
perdonar el error de un instante a aquél cuya vida estuvo adornada de muchas virtudes.
Capı́tulo 26
La pena de muerte
391
392 26. La pena de muerte
3
Lettere di condannati a morte della Resistenza europea, Turı́n 1975.
396 26. La pena de muerte
sobre el patı́bulo por Antonio Rosmini 4 ; desde Martı́n Merino, que atentó en
1852 contra la reina de España, a nuestro contemporáneo Jacques Fesch, gui-
llotinado en 1957, cuyas cartas de la cárcel son un testimonio conmovedor de
una perfección espiritual propia de un predestinado 5 .
4
El discurso que ROSMINI pronunció sobre el estrado de la justicia en Rovereto de
Trento puede leerse en Opere, Milán 1846, vol. XXVII, p. 132-184.
5
Fueron publicadas por A. M. LEMONNIER con el tı́tulo Lumiére sur l’échafaud, Parı́s
1971.ı́
6
Summa theol. Index, en la voz mors (ed. Turı́n 1926). La muerte infligida como pena
por los delitos borra toda la pena debida por ellos en la otra vida, o por lo menos parte de
la pena en proporción a la culpa, el padecimiento y la contrición. La muerte natural, sin
embargo, no la borra.
7
Sumamente revelador es a este propósito lo que se lee en las Relaciones de la Com-
pañı́a de San Juan Decollato en Roma sobre el jueves 16 de febrero de 1600, en torno
al suplicio de Giordano Bruno. Le fueron acompañando siete confesores, dominicos, jesui-
tas, del Oratorio y de San Jerónimo, para que donde no bastase la espiritualidad de un
género, tuviese por ventura acogida la de otro: VINCENZO SPAMPANATO, Documenti
della vita di Giordano Bruno, Florencia 1933, p. 197. A este propósito puede verse el libro
de VNCENZO PAGIJA, La morte confortata, Roma 1982, especialmente el cap. VII, La
morte del condannato esempio della morte cristiana.
26.4. Inviolabilidad de la vida. Esencia de la dignidad humana. Pı́o XII 397
401
Capı́tulo 27
La guerra
403
404 27. La guerra
armas) y considerada por todos los Padres como un oficio honesto. Solamente
en movimientos de vena maniquea y tintura herética comenzó a considerarse
ilı́cita la guerra.
Discurriendo sobre los actos que rompen la concordia entre los hombres, el
Aquinatense califica a la guerra en forma puramente negativa, estableciendo
que no siempre es pecado.
Según algunos (entre éstos, Gaetano), la nación que hace la guerra en legı́ti-
ma defensa cumple un acto de justicia vindicativa, de modo que el beligerante
que actúa con la justicia personam gerit iudicius criminaliter agentis.
que defenderse contra una injusticia cualquiera para utilizar el método vio-
lento de la guerra. Cuando lo daños implicados por ésta no son comparables
a los de la injusticia, se puede tener la obligación de sufrir la injusticia 7 . La
aporı́a de la guerra moderna es manifiesta. Es legı́timo defenderse haciendo
la guerra, pero quien combate está obligado a la moderación y por tanto des-
tinado a sucumbir ante el arrogante agresor no moderado. Las circunstancias
vician de inmoralidad a la guerra defensiva, y suscitan la obligatoriedad de
someterse a la injusticia. De tal sumisión hay ejemplos antiguos y modernos.
Preclaro e inequı́voco es el de Pı́o IX el 20 de septiembre de 1870; legı́timo,
pero condenado por muchos, el del rey Leopoldo III de Bélgica en junio de
1940. ¿Habrá por consiguiente que proscribir absolutamente toda guerra, al
no poder ser hoy más que inmoderada, y serán prohibidos todos los actos
bélico defensivos, incluso aunque sólo estén incoados?
8
MARTA VISMARA, La ázione politica dell’ONU 1946-1974, Padua 1983, muestra con
amplı́sima documentación que el único éxito claro de la ONU fue la solución del problema
del Congo, porque fue obtenido con el uso de la fuerza, empleándose quince mil hombres
que en tiempo relativamente breve dieron cuenta de la secesión del Katanga de Ciombe y
del Kisai de Lumumba. La firme acción del Secretario general Hammarskjóld tuvo efecto
gracias al uso de la fuerza militar internacional.
414 27. La guerra
Capı́tulo 28
La moral de situación
415
416 28. La moral de situación
No obstante la condena hecha por Pı́o XII y las aporı́as que la afectan, la
moral de situación es profesada por algunos episcopados y practicada como
método por movimientos enteros de la Acción Católica. Rechazando partir de
principios eternos y de normas universales para descender a las situaciones
particulares, esos obispos parten de situaciones concretas, y analizándolas
deducen las exigencias humanas y evangélicas.
Se dirá que la vida moral es una actividad, más bien la suprema actividad
del espı́ritu. También lo digo yo. Pero no es en modo alguno creación de
reglas, sino aplicación de una regla que está dada y que el hombre sólo tiene
que recibir. Uno de los pensadores católicos que más altamente reconocieron
la posición del hombre ante la ley es Rosmini: El principio obligante afecta
y liga totalmente al sujeto humano; por consiguiente, si este sujeto en su
totalidad queda afectado y ligado, no hay nada en él que no sea pasivo: no
queda en él principio activo alguno, es decir, que pueda tener la virtud de
obligar (...) El hombre es meramente pasivo hacia la ley moral: es un súbdito
a quien la ley se impone, no es un legislador que la impone por sı́ mismo 8 .
y ante el cual debe detenerse, por ser un quid inviolable. Tampoco se puede
hablar de una moral dinámica contrapuesta a una moral estática.
Pero ası́ se confunde a la persona que está en una situación con la situación
misma, haciendo de todo una unidad; en realidad la persona afronta la situa-
ción, pero no se identifica con ella. Y eso que se denomina juicio abstracto
es una exigencia de la ley, que no permite ser rebajada ni deshecha, sino que
se impone soberanamente: fiat iustitia, pereat mundus: non enim peribit sed
aedificatur.
9
Por tanto la intención no es buena porque parezca buena, sino porque además es
realmente lo que parece: es decir, cuando no se engaña en la estimación que hace de
aquello a lo que tiende para agradar a Dios.
422 28. La moral de situación
Globalidad y gradualidad
423
424 29. Globalidad y gradualidad
Se trata de una cuestión difı́cil, pero puede decirse que la idea de la glo-
balidad moral se desvı́a de la enseñanza de la Iglesia. Esta ha mantenido
siempre la puntualidad de la vida moral, haciendo de ella el tema perpetuo
de su predicación al pueblo cristiano.
a los Musulmanes, que tienen el mizan (la balanza de los méritos) 2 . Pero
la sentencia de la Iglesia Católica, enseñada en los catecismos, predicada
en todos los púlpitos y fijada en el decreto dogmático del Concilio II de
Lyon (DENZINGER, 464), defiende la puntualidad de la vida moral. Rosmini
(Epist., vol. IV, p. 214) explica con perspicacia una verdad tan difı́cil: No
conviene considerar el bien y el mal moral del hombre como dos cantidades
que existen simultáneamente, crecen o decrecen, descontándose mutuamente;
ni creer que la condenación sucede cuando la cantidad de males llegue a un
término fijado por Dios según su arbitrio y las leyes de su justicia. El hombre
es bueno o malo en su totalidad. En el hombre bueno no puede haber mal,
((quia nihil est damnationis in eis qui vere consepulti sunt cum Christo)) (cfr.
Rom. 8, 1). En el hombre malo no puede haber verdaderamente bien, porque
((quae societas Christi ad Belial?)) (cfr. II Cor. 6, 15) Es cierto que en los
buenos hay pecados veniales, pero éstos no les convierten en malos.
No ignoro las dificultades planteadas por el sentido común ni las que na-
cen de los mismos textos bı́blicos y de la tradición del arte figurativo 3 , al
representar el juicio de las almas como una psicostasia.
Se pretende que la moralidad del hombre depende del conjunto de sus actos.
Ahora bien, ¿cómo conocer este conjunto si incluye al futuro, por sı́ mismo
incognoscible? ¿Como puedo hic et nunc desviarme de la ley con el presente
acto apoyándome sobre la globalidad, si no conozco el tiempo futuro que
podré integrar en mi globalidad?
429
430 30. La autonomı́a de los valores
Si se estudia la razón del exceso infinito del mundo y el resto del Universo
sobre nuestra breve entidad, se puede decir ciertamente que esa inmensidad
del universo se le ha dado al hombre para que reflexione sobre ella y reconozca
su relativa infinidad (es el argumento pascaliano del roseau pensant).
Es imposible que la voluntad divina tenga por objeto otra cosa distinta de
su propia bondad, pues las bondades finitas solamente subsisten gracias a la
Bondad Infinita, y tampoco puede el infinito salir de sı́ mismo enajenándose
o apeteciendo lo finito. En realidad, como enseña Santo Tomás, Dios quiere
las cosas finitas en cuanto se quiere a sı́ mismo como creador de ellas: Sic
3
Todo ha hecho Yahveh para su fin
30.3. La autonomı́a de los valores mundanos 431
igitur Deus vult se et alia sed se ut finem, alta ad finem (Summa theol. 1,
q. 19, a.2). Por consiguiente quiere las cosas finitas por sı́ mismo, no por
sı́ mismas: no puede el finito ser el fin de lo infinito, ni la divina voluntad ser
atraı́da por lo finito y pasiva respecto a él. Las cosas son creadas por Dios
porque son amables, pero son amables porque son queridas por Dios con su
amabilidad (Summa theol I, q. 20, a. 2). Del mismo modo que Dios conoce
las cosas fuera de sı́ mismo conociéndose a sı́ mismo, ası́ Él quiere las otras
cosas queriéndose a sı́ mismo.
todo (Col. 1, 18); pero esto non privat ordinem temporalem sua autonomia...
sed potius perficit 6 .
Ahora bien, ni el hombre ni el mundo pueden ser el fin del hombre, porque
ni uno ni otro fueron el fin que tuvo Dios al crearlos: Dios se tuvo como
fin a sı́ mismo. Teologı́a y sentido religioso pensaron siempre en los valores
temporales como súbditos que sirven instrumentalmente 7 a la virtud.
Su sentido deriva del fin último para el cual todo ha sido hecho, no de
ellos mismos. Por tanto, como lo proclama Pablo VI (OR, 6 de marzo de
1969), en esta cuestión el Concilio ha precisado, profundizado y alargado
considerablemente esta visión (del mundo). Ello exige que también nosotros
modifiquemos bastante muestro juicio y nuestra actitud con respecto al mun-
do. Por otra parte Juan Pablo II, en el discurso ante la UNESCO en 1980
declara: Es preciso afirmar al hombre por sı́ mismo y no por ningún otro mo-
tivo o razón: únicamente por sı́ mismo. Más aún, es preciso amar al hombre
porque es hombre, es preciso reivindicar el amor por el hombre en razón de
la dignidad particular que posee (RI, 1980, p. 566).
Sin embargo, toda esta realidad y toda esta acción de las criaturas están
en un orden radicalmente dependiente. Resultan en esto chocantes, y no sólo
desde un punto de vista teológico, las célebres palabras de II Cor. 3, 5: non
quod sufficientes simus cogitare aliquid a nobis, quasi ex nobis, sed sufilcientia
nostra ex Deo est 8 . La autonomı́a de los valores humanos es una autonomı́a
interna en el orden creado, pero el orden creado es dependiente e impide toda
independencia primaria, originaria y absoluta de esos valores.
Todas las fórmulas de los actos de caridad frecuentados por el pueblo cris-
tiano hasta el Vaticano II suponen que Dios debe ser amado por sı́ mismo
y en grado sumo, y el prójimo por amor a Dios. Esta motivación del amor
al prójimo no aparece sin embargo en los documentos del Concilio 9 . El
precepto de amar al hombre estaba conectado en la doctrina de la Iglesia
con el precepto de amar a Dios, pero es secundario respecto a éste y se le
8
No porque seamos capaces por nosotros mismos de pensar cosa alguna como propia
nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios
9
Lo toca sin embargo Pablo VI en el discurso de apertura y en el de clausura del IV
periodo. Pero en ellos el amor del prójimo es puesto como condición del amor de Dios.
434 30. La autonomı́a de los valores
denomina simile a él (Mat. 22, 39). El amor a Dios es absolutamente primor-
dial, y prescribe la forma del amor al prójimo. No es por tanto posible esa
forma de filantropı́a pura antepuesta hoy a la filantropı́a por amor a Dios,
supuestamente viciada por una vena utilitaria.
Pero, ¿por qué se dice que el precepto del amor al prójimo es simile al del
amor de Dios? Por dos motivos.
Segundo, porque cuando se ama al prójimo, amado por Dios, se ama esa
voluntad divina que le ama: es decir, se ama a Dios.
Por otro lado, ¿cómo podrı́a ser amado por sı́ mismo un ente inexistente
por sı́ mismo? Las muchas razones sobre las cuales se fundamenta el precepto
del amor al prójimo, tan diversamente elaboradas por los Padres, se resuelven
en una razón absoluta: el amor a Dios.
Amando a Dios, que no odia nada de cuanto hace, se ama todo aquello
amado por Él. Ası́, la filantropı́a es una extensión de la filotea y los dos
amores se confunden; no en el sentido de una confusión panteı́sta, sino porque
el amor del hombre está contenido en el amor de Dios, por ser el hombre cosa
de Dios (tanto por tı́tulo de creación como por tı́tulo de redención). Santo
Tomás enseña explı́citamente que es idéntico el amor con que amamos a Dios
y al prójimo: Eadem caritas est qua diligimus Deum et proximos (Summa
theol. II, II, q. 103, a. 3 ad secundum) 10 .
10
Este pensamiento es habitual en la ascética. Por ejemplo ROSMINI, Epistolario ascéti-
co, vol. III, p. 178 (Roma 1912): En estos ejercicios de la caridad hacia el prójimo es donde
con más seguridad se ejercita y se manifiesta la caridad hacia Dios
30.5. Donde se resuelve una objeción 435
aún, se puede decir que Cristo es la sı́ntesis de todos los seres, comprendido
el ser infinito 11 .
11
Por lo cual dice San BUENAVENTURA: Assumpto humanae naturae plus fecti ad
perfectionem universi quam angelicae, In III Sent. dist. 11, art. I, q. 2.
12
Es la doctrina de ROSMIMI, Filosofia del diritto, Trattato della societá teocratica §620
y ss., p. 884 del vol. XXXVIII de la edic. nac. Esta doctrina refuta también las aporı́as
inherentes a la cuestión del número de los elegidos, en tiempos vivamente debatida: el fin
de la Redención es alcanzado cualquiera que sea el número de los que se salvan, habiendo
sido reparada por Cristo, para cualquier número, la ofensa hecha al Padre.
Capı́tulo 31
Trabajo, técnica y
contemplación
437
438 31. Trabajo, técnica y contemplación
Se superan ası́ las maravillas soñadas por los renacentistas, que en sus
escritos de dignitate et potentia hominis veı́an en el relámpago azulado del
fusil la imitación del rayo y en los milagroides de esa técnica joven la prueba
de la grandeza del hombre: ¡Oh, cómo se rompen las leyes! ¡Que un simple
gusano sea / rey, epı́logo, armonı́a, / fin de todas las cosas! 6 .
Puede verse por ejemplo en la obra del célebre convertido Alexis Carrel,
que preconiza un esfuerzo de concentración cientı́fica que a partir de niños
normales permita formar grandes hombres (al modo en que mediante una
técnica instintiva las abejas forman a la reina a partir de las obreras súper
nutridas). Pero la débil fantası́a cientı́fica del hombre moderno queda muy
por detrás del ı́mpetu poético de la campanelliana Cantica sobre la potencia
del hombre.
En 1969 las naves y los cohetes que surcaban el espacio estaban dedicadas a
deidades gentiles (Apolo, Venus o Saturno), despegaban sin bendición previa,
y dejaban sobre la Luna la bandera de los Estados Unidos y una placa con
contenido profano 7 .
qui tantam praestitit hominibus virtutem. Pero ese Salmo dice que las cosas
de la naturaleza cantan la gloria de Dios independientemente del hombre,
además, para ser religioso, el ejercicio de la potencia recibida de Dios debe
ser conscientemente reconocido como venido de Dios, mientras que en este
caso sólo se le reconoce al hombre.
imagen divina (cuius ad instar está hecho el hombre) celebra las operacio-
nes deiformes y triniformes. Esa evidencia de la imagen divina que el padre
Concetti reconoce en las grandezas de la técnica, la teologı́a católica la ha
reconocido solamente en la humanidad del hombre-Dios (en el cual la técnica
no tuvo ninguna parte), y secundariamente en el heroı́smo de la virtud. No
es que las obras de la técnica no tengan valor y no deban celebrarse al igual
que cualquier operación del hombre dirigida hacia su fin último, sino que no
son valores que deban celebrarse como los más elevados.
En primer lugar el trabajo, que era considerado una virtud especial, llama-
da solercia, ejercicio o industria, se contempla ahora como al categorı́a general
de la actividad moral, gracias a la cual el hombre cumple su oficio princi-
pal: dominar la tierra y perfeccionar la creación. El Concilio, en Gaudium
et Spes 67, enseña: Labore suo homo... potest creationi divinae perficiendae
sociam operam praebere. Immo per laborem Deo oblatum tenemus hominem
ipsi redemptionis operi Iesu Christi consociari 10 , qui praeeccellentem labori
detulit dignitatem, cum in Nazareth propriis manibus operaretur 11 .
12
Son palabras del rector de la Lateranense en Lavoro (órgano de los sindicatos cristiano-
sociales ticineses, 19-12-1969). Lo que compete a la gracia se transfiere aquı́ a la técnica.
La intemperancia del entusiasmo exegético por Laborem exercens es máxima en OR, 28
octubre 1981, en un artı́culo de GUGLIELMO FERRARO donde se exalta el carácter
pascual del trabajo, gracias al cual el obrero participarı́a y renovarı́a el misterio de la Muerte
y Resurrección de Cristo. La participación en la muerte estarı́a dada por la fatiga inherente
al trabajo (aunque fatigarse no es morir), mientras la participación en la Resurrección
consistirı́a en el mundo nuevo que el trabajo contribuye a realizar. Es obvio que separando
las palabras de su sentido y los conceptos de su coherencia, es posible decir cualquier cosa
sobre cualquier cosa.
444 31. Trabajo, técnica y contemplación
Qui enim voluerit animam suam salvam facere, perdet eam (Porque el que
quiera salvar su vida, la perderá).
La encı́clica señala que los dos géneros de vida tienen en común una tensión
sobre las propias fuerzas a veces muy grande. pero no distingue entre vires
y vires, es decir, entre el ejercicio prevalentemente intelectual y el ejercicio
prevalentemente corporal.
23
Sobre este punto son notables las páginas de Giuseppe Rensi, L’irrazionale, il lavoro,
l’amore, Milán 1923, pp. 195 y ss.
24
La celebración del otium como suprema aspiración del espı́ritu es frecuente en los pa-
ganos, y todo el mundo recuerda la oda horaciana II, XVI. Pero no menos en los cristianos:
PETRARCA, De otio religioso.
450 31. Trabajo, técnica y contemplación
Civilización y cristianismo
secundario
451
452 32. Civilización y cristianismo secundario
Los otros, los hijos de Dios, buscan la perfección de la persona y desean ab-
solutamente y sin condición el fin moral del género humano (el culto divino),
y sólo contingente y relativamente la dominación del universo.
En el Evangelio las dos clases están indicadas como hijos del siglo e hijos de
la luz, y el error propio de la civilización contemporánea está misteriosamente
indicado cuando se dice que los hijos de las tinieblas son más prudentes que
los de la luz, pero en su género: en las cosas del mundo, y sólo en ellas (Luc.
16, 8).
Conviene sin embargo observar que el desprecio de Dios con el cual San
Agustı́n caracteriza la ciudad terrena no carece de complejidad. Hay hombres
que con un acto positivo rechazan de sus perspectivas el fin celeste y lo
combaten como adverso al fin terreno del género humano.
Tales hombres forman esas naciones que hoy fundan la civilización sobre
el ateı́smo. Ésta es en sentido estricto la agustiniana civitas diaboli, edificada
sobre la sangre y sobre la mentira, y que pretende la extinción del Cristia-
nismo.
Pero hay también hombres (quizá la fracción mayor) que no rechazan el fin
celeste, pero tampoco lo buscan, y empujan a la sociedad humana hacia una
perfección de absoluta citerioridad (Diesseitigkeit). Tal es la civitas hominis,
situada entre las otras dos. Esta separa el bien humano del bien moral, el bien
de la naturaleza humana del bien de la persona. Lo reduce todo al progreso
mundano, considerando el señorı́o del mundo como fin último del hombre.
Por el contrario, la religión enseña que dicho fin es el servicio y la fruición de
Dios: hoc est enim omnis homo (la totalidad del hombre) (Ecl. 12, 13). Hay
por tanto tres ciudades: 1. la consagrada al fin trascendente, el cual desea
454 32. Civilización y cristianismo secundario
por encima de todas las cosas; 2. la que lo impugna y por encima de todo
ama al mundo; 3. finalmente, la que lo descuida.
Y las tres están mezcladas y corren cada una su propia carrera de modo a
menudo indiscernible.
Ninguna idea le parecı́a a Manzoni más falsa que la del cristianismo secun-
dario, aunque a Carducci en el discurso de Lecco y a toda la escuela idealista
les parezca precisamente el cristianismo secundario la inspiración de sus Inni
456 32. Civilización y cristianismo secundario
Pero la inadvertencia del fin celeste perturba de la cabeza a los pies la reli-
gión e invierte su prospectiva: habemus hic manentem civitatem nec futuram
inquirimos (al contrario que Hebr. 13, 14: Porque aquı́ no tenemos ciudad
permanente, sino que buscamos la futura). Por consiguiente: prospectiva fi-
nal puramente terrena, reducción del Cristianismo a medio, apoteosis de la
2
Para todo este desarrollo, ver Morale cattolica, ed. cit., vol. III, pp. 83 y ss. La cita
está en vol. II, p. 478.
3
La manifestación más abierta del cristianismo secundario resultó ser el Congreso sobre
las obras de caridad y justicia de la diócesis de Roma: todo era sociologı́a, polı́tica, asis-
tencia, casas de acogida, hospitales, escuelas, construcciones, etc. Ni siquiera una palabra
de religión, sino una fuerte coloración marxista con la condena del ejercicio privado de
la profesión y con la propuesta de que la Iglesia ceda todos sus bienes al Estado para
conseguir ser independiente. OR, 15 de febrero de 1974, e ICI, n. 451, p. 24 (1 de marzo
de 1974).
32.4. Crı́tica del cristianismo secundario 457
civilización. Niega el aut aut del Evangelio para sustituirlo por una especie
de et et donde se combinan el cielo y el mundo, en un compuesto cuya parte
predominante y caracterı́stica es el mundo.
En un célebre pasaje de Esprit des Lois (lib. XXIV, cap. 3), Montesquieu
resalta la singularidad de la religión cristiana, que parece no tener otro objeto
aparte de la felicidad de la otra vida, y sin embargo nos hace felices también
en ésta. Sin embargo no se le escapa el vivo contraste entre las dos vidas
tomadas como dos fines últimos. Los dos mundos. Este perjudica a aquél, y
aquél a éste. Son demasiados, estos dos mundos. Serı́a suficiente con uno
4
. No menos notable es el oxymoron de mundo y religión en una página
de Leopardi (Zibaldone, 2381; Florencia 1898-1900, 7 vols.), donde el ideal
cristiano es crudamente puesto enfrente del ideal mundano y considerado
como la negación radical de la vida presente, que es toda la vida.
Pero el oxymoron es falaz, porque toma la vida terrena como el fin último, y
se derrumba si se la toma como mediación al fin último. Dos fines últimos son
un absurdo (Summa theol. I, II, q. I, a. 4 y 7). Rebajada la vida mundana
a preparación y preludio para la vida ultramundana, se diluye la antı́tesis
acerba entre los dos mundos. Entonces la vida en el tiempo se armoniza
plenamente y entra a formar parte del sistema entero, evidenciando ası́ su
carácter de sı́mbolo (fragmento contenido en el todo).
7
(N. del T.) En español en el original.
462 32. Civilización y cristianismo secundario
Capı́tulo 33
La democracia en la Iglesia
463
464 33. La democracia en la Iglesia
1
todavı́a obispo de Imola, y su declaración es citada con no poca frecuencia
.
1
Homilı́a de Navidad de 1798: No está en oposición con las máximas del Evangelio
la forma del gobierno democrático adoptada entre nosotros: al contrario, exige todas las
sublimes virtudes que sólo se aprenden en la escuela de Jesucristo.
33.2. Variación de la doctrina en torno a la democracia 465
Aquı́ paso por alto señalar el enorme abuso realizado universalmente con
la palabra democracia, merced al cual cualquier gobierno, de derecho o de
hecho, legı́timo o ilegı́timo, reivindica el tı́tulo de democrático. Señalo sola-
mente la variación acaecida en la filosofı́a polı́tica de la Iglesia, que convierte
la especie en género y hace de la democracia la única forma legı́tima de la
convivencia civil. La autoridad (derecho de mandar y legislar) se debe distri-
buir entre todos los miembros de la sociedad, desde la familiar a la civil y la
etnárquica. Según las enseñanzas de Pı́o XII, sin esta participación en la po-
testad gubernativa la multitud se convierte en masa y solamente mediante tal
participación se forma como pueblo. La democracia implica por consiguiente
que cada uno se forme una opinión acerca del bien común y de los medios pa-
ra el fin. Consiguientemente, dada la imposibilidad de que todos gobiernen, el
sistema democrático se convierte necesariamente en sistema representativo,
en el cual una voluntad es representada por otra voluntad. El juicio de exce-
lencia de la democracia era un juicio de orden histórico cuando se enseñaba
que las tres especies de régimen polı́tico no son buenas en sı́ mismas, sino sólo
históricamente: en la medida en que sean oportunas, mesuradas y útiles para
una situación histórica dada. Parece por consiguiente una variación impor-
tante enseñar ahora que allı́ donde el ciudadano no participe de la autoridad,
desaparece la legitimidad de un régimen. Para reconocer la variación, o más
2
Pı́o XII volvió sobre el motivo de la democracia en el mensaje a la ACLI (Asociación
católica de trabajadores italianos) del 1 de mayo de 1955, recalcando el principio de la
isotimia, pero observando que la igualdad resulta inútil si en el organismo estatal y en los
oficios públicos se introduce el arbitrio.
466 33. La democracia en la Iglesia
Las aporı́as son de diverso género y distinto peso, pero tienen una única
raı́z: niegan la dependencia del obrar polı́tico respecto de un principio de
justicia que vaya más allá de la opinión y marque la pauta incluso contra
ella. He aquı́ los supuestos aporéticos del sistema democrático.
Es evidente que la mayorı́a no tiene por sı́ misma fuerza axiológica, y que
lo justo es algo distinto de la voluntad del pueblo. Las leyes en el sistema
católico no son algo primario, sino algo secundario, pues están sujetas a la
justicia. La honestidad obliga a quien está fuera de la ley o incluso contra la
ley. Como ya sentenció Cicerón, illud stultissimum, existimare omnia iusta
esse quae sita sint in populorum institutis aut legibus (De legibus I, XV, 42)
5
.
10
trata de un hecho relativamente nuevo en la Iglesia .
Es curioso cómo el decreto (n. 37) encuentra la razón de esta nueva institu-
ción en la necesidad para los obispos de un mismo paı́s de obrar de acuerdo, y
cómo no vé que este vı́nculo de cooperación (configurado ahora jurı́dicamen-
te) altera el ordenamiento de la Iglesia sustituyendo al obispo por un cuerpo
de obispos, y la responsabilidad personal por una responsabilidad colectiva:
es decir, por una fracción de responsabilidad. La doctrina del Vaticano I y
del Vaticano II en la Nota praevia (ver §4.7) define al Papa como principio y
fundamento de la unidad de la Iglesia, pues conformándose a él es como los
obispos se conforman entre sı́.
Debe añadirse también que los obispos remiten los asuntos a comisiones
de peritos (los cuales a menudo no son realmente peritos) y que el parecer
de las comisiones se convierte para quienes las han nombrado en una especie
de coacción moral, como se desprende del caso Charlot (§13.3).
El sı́nodo tuvo dos partes: una fundada sobre conceptos confusos y circi-
terizantes, como los de inserción en el mundo, apertura, comunidad viva, o
ser más hombre. En esta parte falta todo reclamo a conceptos precisos como
precepto divino, deber personal, espı́ritu de penitencia, fe sobrenatural, o
actos de virtud. Hubo después una segunda parte, precisa y sin ambages ni
circiterismos, en la cual el Forum pretende que son expectativas de la Igle-
sia helvética los postulados innovadores ya formulados en el primer Sı́nodo
y rechazados por la Santa Sede: ordenación de mujeres, sacerdotes casados,
intercomunión, o admisión a los sacramentos de los divorciados vueltos a
casar.
481
Capı́tulo 34
Teologı́a y Filosofı́a en el
postconcilio
483
484 34. Teologı́a y Filosofı́a en el postconcilio
los mismos con todas las filosofı́as, pues esto supondrı́a la equivalencia de
todas con respecto a la fe; o bien, en caso de contradictoriedad entre ellas,
la negación de la filosofı́a y el pirronismo puro. Finalmente, tampoco basta
afirmar la importancia de la filosofı́a para la religión si después no se está en
disposición de precisar cuál filosofı́a en concreto puede prestar un servicio a
la religión y cuál no.
¿Cómo entonces se viene a decir que Santo Tomás analiza antes las causas
segundas? Ciertamente las analiza (¿si no, qué tipo de filosofı́a serı́a?), pero
no en primer lugar y jamás en sı́ mismas, sino en relación a Dios. La teologı́a
pseudotomista del teólogo holandés ve a Dios ordenado al hombre, y no al
hombre ordenado a Dios.
Que el valor del tomismo sea metódico y no tético, aun siendo la tesis domi-
nante en el Congreso de 1974 que condujo a la fundación de una Asociación
internacional en defensa de un tomismo sincretista, no pasó sin reprobación
de Pablo VI, en carta al Maestro general de la Orden de Predicadores el 14
de noviembre de 1974.
las esencias y de los lı́mites que circunscriben una esencia separándola y de-
fendiéndola de las otras. En torno a esta pérdida de las esencias se reúnen por
vis logica todos los fenómenos de la Iglesia postconciliar. Ya no hay filosofı́a
y teologı́a, sino algo único e indistinto del cual se dan diferentes expresiones,
no importa si coherentes o incoherentes, armónicas o contradictorias.
Tal doctrina pone en cuestión las fórmulas en las cuales la Iglesia expresa
el dogma, y cuyo valor serı́a puramente histórico y cultural: no relativo a los
contenidos intrı́nsecos de la verdad divinamente revelada, sino sólo de la sub-
jetiva modalidad con la que los contenidos son históricamente aprehendidos
y vividos según las diversas culturas y escuelas.
Por tanto las fórmulas son inteligibles para todos los hombres de todos
los tiempos, gozando de una suprahistoricidad correlativa a la trascendencia
del objeto. También Pı́o XII, en las primeras páginas de Humani generis,
enseñó que los misterios de fe pueden ser expresados en términos verdade-
ros e invariables. La innovación introducida por los innovadores ataca por
consiguiente la base gnoseológica de la dogmática católica y retorna al error
modernista.
Pero si se sostiene, con los innovadores, que las fórmulas recogen solamente
la aprehensión subjetiva en vez del contenido ontológico de la verdad, la
teologı́a se disuelve en pura psicologı́a y la dogmática en historia del dogma.
Ante todo las fórmulas no son revestimiento (los vestidos son añadidos
extrı́nsecos), sino expresión de una verdad desnuda. Como dice el texto la-
tino de la alocución, son enunciados de verdades recibidas, y no es posible
mantener el sentido de una proposición expresándolo en términos de sentido
distinto.
La proposición ((Jesús es hijo de Dios)) significa para unos que Jesús es una
persona subsistente como verdadero Dios y como verdadero hombre, y para
otros que Jesús es un hombre perfectamente conforme a la voluntad de Dios y
moralmente identificado con Dios. Para la nueva teologı́a, sin embargo, éstas
no son dos cristologı́as incompatibles entre sı́, sino dos modalidades distintas
de la misma fe. Es la tesis del Card. Willebrands, para quien las diferencias
dogmáticas entre católicos y ortodoxos serı́an simples diferencias de lenguaje
(OR, 16 de julio de 1972).
Pero la disolución a la que llevó el pluralismo tiene una causa más profunda,
y es la libertad de opinión reivindicada por la escuela modernizante contra
la autoridad didáctica del Sumo Pontı́fice.
El caso Küng, tratado con grandes precauciones por la Santa Sede, fue
decidido con el decreto del 15 de diciembre de 1980, que privaba a Küng del
tı́tulo de teólogo católico; como se ve el decreto realiza una calificación per-
sonal, más que doctrinal, y manifiesta una vez más la desunión en la Iglesia:
fue atacado mediante proclamas diversas por corporaciones universitarias en-
teras, con firmas de protesta por parte del clero. Es un efecto ulterior de la
desistencia de la autoridad.
498 34. Teologı́a y Filosofı́a en el postconcilio
En el comentario a ese pasaje, Santo Tomás dice ser doble el deber del Su-
perior. primum cohibere falsa docentes, secundum prohibere ne populus falsa
docentibus intendat 7 .
7
Primero, reprimir a quien enseña el error; segundo, impedir que el pueblo preste aten-
ción a quien enseña el error.
Capı́tulo 35
El ecumenismo
499
500 35. El ecumenismo
El triple vı́nculo de tal unidad está constituı́do por una misma creencia,
por la participación en unos mismos sacramentos y por la apta cohaeren-
tia unici ecclesiastici regiminis, incluso aunque esta única dirección suponga
35.2. La variación conciliar. Villain. Card. Bea 501
El Card. Bea retoma una concepción análoga del ecumenismo en Civiltá cat-
tolica (enero de 1961), ası́ como en conferencias y entrevistas (Corriere del
Ticino, 10 de marzo de 1971).
Sin embargo, citando la Mystici corporis de Pı́o XII, según la cual están
ordenados al cuerpo mı́stico, llegaba a asegurar que pertenecen a él, y por
tanto se encuentran en una situación de salvación que no es distinta a la de
los católicos (OR, 27 de abril de 1962). La causa de la unión es reconducida
por él a explicitación de una unidad ya virtualmente presente, de la cual
simplemente se trata de tomar conciencia.
Este libro no puede tocar todos los puntos de fe y de teologı́a que han
resultado alcanzados por la transformación doctrinal expuesta.
del dogma. Conviene sin embargo no dejar pasar del todo algunas conse-
cuencias manifiestas de esta nueva empresa ecuménica, y sobre las que sin
embargo no se suele hablar.
Todavı́a en el siglo XVIII la misión era una acción sobre los soberanos y
las clases dominantes, más que evangelización gregaria.
en Inglaterra prueban qué potentes concausas polı́ticas han tenido las muta-
ciones religiosas, mediante las cuales naciones enteras pasaban a la Reforma
tras el decreto del prı́ncipe.
Pero sobre este último punto debe observarse que el método autoritario,
en el cual unos pocos deciden por todos, es plausible en el sistema católico,
fundado sobre la autoridad de la Iglesia; pero es incongruente en confesiones
fundadas sobre el principio del espı́ritu privado y que rechazan todo minis-
terio jerárquico, no pudiendo decidir sobre puntos de fe sin previa consulta
a la comunidad. Creer que se puede producir por la vı́a pragmática de la ne-
gociación la concordia entre posiciones doctrinales opuestas es propio de los
espı́ritus pragmáticos, y no de los filósofos o de los hombres de fe. Un bello y
agradable precedente es el decreto de Aulo Gelio, hombre enérgico y (como se
dice hoy) dinámico; convertido en procónsul en Grecia, estimó posible poner
finalmente término a las controversias de los filósofos y les convocó en un
congreso: creı́a poder poner orden en las ideas como lo ponı́a en la adminis-
tración. Cicerón se rı́e de él amablemente en De legibus I, XX, 53.
Hay que confesar que la conversión de naciones enteras fue a veces el resul-
tado de actos polı́ticos convenidos en negociaciones u ordenados directamente
508 35. El ecumenismo
el misterio no resuelto de no haber sido acogido por el mundo y por los suyos.
El Concilio no habla de luz sobrenatural, sino de plenitud de luz.
Parecerá incluso que intenta sujetar a los espı́ritus a sı́ misma, en vez de
a la verdad que ellos ya poseen. Por el contrario, la realidad es que no sólo
la Iglesia, sino ni tan siquiera Cristo predica su propia doctrina al predi-
car el Evangelio (Juan 7, 16). En el nuevo ecumenismo el Cristianismo no
integra (como rectamente sostenı́a Gioberti) a las otras religiones, sino que
está integrado en ellas. Mons. Rossano habla expresamente de perpetua pro-
blematicidad del tema cristiano, fórmula que elimina la certeza de fe y coloca
el pirronismo en pleno centro de la religión 16 .
15
Es temerario y erróneo afirmar, como hace el OR de 11 de enero de 1972, que el
Concilio ha cancelado de una vez para siempre el prejuicio de que sólo los católicos poseen
la verdad, porque iguala la gracia especı́fica de Cristo con la naturaleza universal de los
valores humanos. Por consiguiente, negar que la Iglesia es un monolito es negar que tenga
una única piedra en lo visible y en lo invisible.
16
La idea sincretista ha penetrado ampliamente en la masa y, por ejemplo el Meeting
de Rimini para la amistad de los pueblos, promovido por el gran movimiento católico
de Comunión y Liberación en agosto de 1982, se convirtió en un coloquio a varias voces
35.10. Crı́tica del nuevo ecumenismo 515
Siempre fue concebida sin embargo la salvación como una luz de la con-
ciencia, negándosele al inconsciente todo valor en orden al destino moral del
hombre.
No puede el destino eterno del hombre (de esto se trata, al fin y al ca-
bo) consumarse por actos no deliberados movidos por un oscuro instinto. El
hombre no puede encontrarse salvado sin ejercicio de su libertad.
su esencia. Tales variedades serı́an quizá como las que hay entre rito y rito
en la unidad de la Iglesia católica, no como las que oponen el panteı́smo y el
nihilismo budista a la trascendencia católica, el politeı́smo al monoteı́smo, o
el monoteı́smo islámico a la Trinidad cristiana.
al conocimiento (religio addita). Niega sin embargo que estas diversas expre-
siones religiosas sean todas indiferentemente positivas, ya que en ellas hay
error; y precisamente porque hay error se hace necesaria la religión divina-
mente revelada. Religio posita a nobis est imperfecta et falsa interdum, indita
vero perfecta et vera: et quia contı́ngit homines errare ob additas, idcirco ad
Deum spectat religionem et iter ad se propalare 24 .
Pero en primer lugar no puede negar (habiéndolo afirmado) que esa va-
riedad es querida positivamente por Dios, ni que constituye una riqueza del
espı́ritu humano. Y en segundo lugar, no puede evitar la confusión entre lo
natural y lo sobrenatural, porque en su discurso 26 usa equivalentemente el
término Verbo y el término Espı́ritu Santo, y hace una misma cosa de la
religión natural y de la sobrenatural, de la cristiana y de las otras. Una di-
ferencia en el grado de perfección no crea una diferencia de esencias o de
especies.
del Evangelio; de cómo puede decirse que es vehı́culo para la gracia de Cristo
una tradición religiosa extraña a Él y que aparentemente está contra Él.
30
Aún más acentuado es el sincretismo en las declaraciones del Card. LUSTIGER, ar-
zobispo de Parı́s, en la entrevista del 3 de febrero de 1981 con France-Soir: Yo soy judı́o.
Para mı́ las dos religiones son una misma. Fue desmentido inmediatamente por el Gran
Rabino de Francia KAPLAN: Para nosotros no se puede ser a la vez judı́o y cristiano; e
igualmente por su sucesor, el Gran Rabino SIRAT: No se podrı́a, sin abuso de lenguaje,
hablar de religión judı́o-cristiana. Se es judı́o o se es cristiano. Es viva la contraposición
entre quien ha perdido el sentido de las esencias y quien lo conserva.
Capı́tulo 36
En la medida en que todo ente creado (si se tiene bien claro el principio de
la Creación) es un reflejo del Verbo, se puede aceptar un sentido lato para
el sacramento como signo de lo sagrado, y decir entonces que todo el mundo
es sacramento. Pero además de la sacramentalidad de la naturaleza creada,
la religión cristiana conoce una sacramentalidad en sentido estricto: aquélla
por la cual, al instituir el orden sobrenatural, Dios asume ciertas cosas, ac-
tos o palabras como instrumentos para producir una realidad sobrenatural
y para significarla. Hay por consiguiente dos elementos constitutivos de la
sacramentalidad: una realidad sobrenatural comunicada al hombre, y la sig-
nificación de esta realidad. Evidentemente, si se abandona lo sobrenatural
ontológico la cosa significada será puramente lo que el sujeto experimente al
recibir el sacramento: la transformación subjetiva del receptor. Se mantiene
el puro simbolismo y se diluye lo ontológico.
527
528 36. Los sacramentos. El bautismo
Pero esa costumbre era un abuso ocasionado por la propia severidad mo-
ral de la religión 1 , y por el rigor de la disciplina penitencial, que infligı́a
penalidades diuturnas e incluso vitalicias a quienes caı́an en culpa grave. A
través de San Agustı́n sabemos que la dilación del bautismo era un paliativo
para la relajación moral, análoga a la de los llamados clı́nicos, convertidos en
el lecho de muerte. Pero la disciplina del bautismo administrado a los niños
1
SAN Agustin, Confess., I, XI: Sine illum, faciat quod vult, nondum enim baptizatus
est.
36.3. Tendencia innovadora a la subjetivización del bautismo 529
La Eucaristı́a
533
534 37. La Eucaristı́a
Ciertamente el pan natural tiene una finalidad nutritiva, pero no está cons-
tituı́do por ella, porque una idea (y eso es la finalidad) no puede identificarse
con la sustancia. Un pan cuyo fin no fuese la nutrición no serı́a pan, pero el
pan recibe dicho fin de su constitución interna como sustancia apta para la
nutrición. Una simple transfinalización es un cambio de relaciones, e implica
siempre la subsistencia de la cosa, que es en sı́ antes de ser en relación.
las Cuarenta Horas o las devociones reparadoras, han caı́do hoy en desuso y
casi se las evita como desviaciones.
22
son redactados por sus colaboradores , y revisados y a veces también
confiadamente aprobados por el Papa.
Pero no podemos callar cómo en muchas diócesis, sobre todo del área
germánica, el pueblo se asocia durante la celebración a los actos consagrato-
rios del sacerdote, profiriendo con él las fórmulas e igualando el sacerdocio
de los laicos con el sacerdocio ministerial. Y no tanto la relativa frecuencia
37.10. La degradación del sacerdocio en la Eucaristı́a. Card. Poletti 547
26
Abolición del sacerdocio, degradación del sacramento, burla hacia las rúbricas litúrgi-
cas, confusión de lo sagrado y lo profano (...) Que tal monstruosa deformación tenga lugar
en Roma, que fue la capital del mundo católico, ejemplo de los sagrados ritos, espejo del
recto creer y del recto obrar
27
La correspondencia está entre mis cartas.
548 37. La Eucaristı́a
30
La cuestin ya se habı́a escuchado en el Concilio en las congregaciones CIX y CX en
boca de Mons. LA RAVOIRE, obispo hindú, y del patriarca Máximos IV, para quienes es
difı́cil encontrar razonable el precepto dominical bajo pena de pecado: nadie nos cree, y los
incrédulos se mofan de ello (OR, 26-27 octubre 1964; Le Monde, 20 octubre 1964). Ver
al contrario la admirable apologı́a que hace MANZOM de la racionalidad, religiosidad y
legitimidad del precepto: Morale cattolica, Parte Primera, cap. VI, en el vol. II, p. 111, ed.
cit.
31
Pablo VI atacó esa desviación en el discurso a los obispos del Sur-Oeste de Francia,
recordando que la celebración de la Eucaristı́a es algo más que un encuentro fraternal y
un compartir la vida (OR, 18-19 abril 1977).
550 37. La Eucaristı́a
Capı́tulo 38
La reforma litúrgica
551
552 38. La reforma litúrgica
Y conviene señalar que los misales que contenı́an el texto latino y yux-
tapuesta la traducción en lengua moderna estuvieron en uso desde el siglo
XVIII 4 , y no sé si también antes. En la biblioteca de Manzoni en Brusuglio
existe uno latı́n-francés impreso en Parı́s en 1778, y era utilizado por doña
Giulia. Suele objetarse que en el rito latino el pueblo estaba desvinculado de
la acción de culto y faltaba esa participación activa y personal constituida
en intención de la reforma. Pero contra dicha objeción milita el hecho de
que la mentalidad popular estuvo durante siglos marcada por la liturgia, y
el lenguaje del vulgo recogı́a del latı́n cantidad de locuciones, metáforas, y
solecismos. Quien lee esa vivı́sima pintura de la vida popular que es el Can-
delaio de Giordano Bruno se sorprende del conocimiento que los más bajos
fondos tenı́an de las fórmulas y de los actos de los ritos sagrados: no siempre
(es obvio) en la semántica legı́tima, y a menudo llevados a sentidos deformes,
pero siempre atestiguando el influjo de los ritos sobre el ánimo popular.
(están llamados todos los hombres) y de su nexo con Cristo, que ata y reúne
en Sı́ a todo el género humano. La Iglesia ha educado a las nacionalidades
de Europa y creado los alfabetos nacionales (eslavo, armenio), dando origen
a los primeros textos escritos.
No es por desprecio del pueblo o altanerı́a sobre los pueblos como pudo
la religión tener el latı́n como lengua propia y connatural. La razón de la
latinidad de la Iglesia es ciertamente aquélla, que ya tocamos en §3.4, de
la continuidad histórica, por la cual la religión acompaña el curso de las
civilizaciones.
No hace falta creer con los medievales que, al igual que el Imperio, ası́ la
lengua de Roma haya estado establecida por lugar santo / donde mora el que
a Pedro ha sucedido (Inf. II, 23-24). Se puede rechazar tal sentencia y no des-
conocer sin embargo la eminencia y el idiotropion de la latinidad de la Iglesia.
No conviene concluir este discurso sin recordar que el latı́n constituı́a hasta
hace poco tiempo la más vasta ((lengua común)) del mundo de la cultura.
Si espı́ritus de renuncia y de flaqueza no hubiesen frustrado la restauración
ordenada por Juan XXIII (ver §3.4), esta podrı́a conservarse dentro de la
Iglesia Católica en la enseñanza, en los ritos y en el gobierno. Mayor fuerza
moral que la Iglesia mostraron esos gobiernos civiles de nuestra época que
consiguieron imponer o persuadir a poblaciones enteras una lengua desco-
nocida o extraña para ellos: ası́ ocurrió en Israel, que hizo nuevo el antiguo
idioma, en la República Popular China y en muchos Estados africanos.
10
desustanciadora y antimetafı́sica de la filosofı́a moderna
Deus Sabaoth se tradujo por Dios del Universo, cambiando el sentido del
hebraico Sabaoth y del latı́n exercituum, que significan las potencias (y no
sólo guerreras) de un Dios del cual se reconoce el poder.
Por tanto, donde el Canon antiguo decı́a qui pro vobis et pro multis ef-
fundetur, se introdujo derramada por vosotros y por todos los hombres. La
diferencia es evidente. Teológicamente la variación no toca a la fe, porque
el sacrificio redentor merece a todos los hombres la salvación eterna: aunque
sólo los que corresponden con una aceptación de la voluntad reciben de hecho
la salvación.
Hay por consiguiente una coloración pelagiana en esta huida de toda idea
de discriminación. Tal aire pelagiano caracteriza también la variación intro-
ducida en el prefacio de las ferias de Cuaresma, donde, mientras el latı́n
dice: virtutem largiris et praemia, danos la virtud y el premio, la neovulgata
traduce infunde la fuerza y danos el premio. Prescindiendo de las reservas
gramaticales que se podrı́an hacer sobre el desdoblamiento de largiris en dos
predicados (infunde y da), aquı́ resulta escondida y oscurecida la verdad fun-
damental de la ética cristiana de que todo bien (y sobre todo el bien moral,
es decir, la buena voluntad o virtud) es un don del Cielo. En esta variación
se agita una fuente pelagiana, ya que Pelagio no podı́a concebir la virtud
si no estaba causada exclusivamente por el libre albedrı́o, creı́a que la ac-
ción divina era una simple propuesta (de otro modo la juzgaba incompatible
con la elección moral del hombre), y rechazaba enérgicamente que el mérito
procediese de la gracia más que de la inmanente libertad humana.
Por ello el nuevo Misal expulsa de los oremus todos los lugares donde se
suplica de Dios la virtud, no comprendiendo que cuando la oración litúrgica
dice concede o da implica la persuasión de que la virtud es don, y también
lo es el premio que corona la virtud.
El Pontı́fice, por tanto, tratando del paso a la lengua hablada (como dice
impropiamente, ya que el latı́n era lengua hablada, y en modo eminente, en
la liturgia), reconoce ser la renuncia al latı́n un gran sacrificio y lamenta
agudamente la ruptura de la tradición. El nuevo rito rechaza la antigüedad
transmitida durante siglos para aferrarse fragmentariamente a lo antiguo que
no fue transmitido, y ası́ separa a unas generaciones de cristianos de otras.
con los que se habı́a revestido; vale mucho más la participación del pueblo,
de este pueblo moderno ávido de la palabra clara, inteligible, traducible a la
conversación profana. Y cita I Cor. 14, 19: pero en la Iglesia quiero más bien
hablar cinco palabras con mi inteligencia, para instruir también a otros, que
diez mil palabras en lenguas.
Más que ser acción del sacerdote in persona Christi, la Misa se convierte
ahora tendencialmente en una acción de la comunidad: no sólo ofrece con el
sacerdote el sacrificio ofrecido eficientemente por él, sino que co-ofrece con él
y concelebra (Sacrosanctum Concilium 48).
Aquı́ es patente el influjo que el nuevo rito ha sufrido por parte de las
corrientes teológicas que quitan el nervio a la peculiaridad ontológica del
sacerdote ordenado, intentan ampliar las competencias del pueblo de Dios
respecto a la función sagrada del sacerdote, elevan la sinaxis por encima del
acto consagratorio, y persiguen la subjetivización (y por tanto la variabilidad)
de todo el culto. La esencia del culto divino ya no es la esencia inmutable del
sacramento (con la consiguiente inmutabilidad del culto), sino la ductilidad
de los sentimientos humanos, que apremian para expresarse e imprimen a la
liturgia las diversas mentalidades y costumbres de las gentes.
Esta posibilidad de elegir hace que cada celebrante retoque, añada y omita,
creando las formas más adaptadas a su propia personalidad: como si se tratase
de expresarse a sı́ mismo más que de adorar, o de dar forma al misterio más
que de conformarse a él. De aquı́ la enorme multiplicidad de celebraciones de
una Misa que deberı́a, sin embargo, reconocerse única bajo todos los cielos del
orbe católico. En el momento de la reforma en 1969 fue publicada la edición
tı́pica del Misal romano a la cual se debı́an conformar las traducciones en
lengua moderna, que debı́an además ser aprobadas por la Santa Sede.
Además de ser injuriosas, hay en estas palabras una singular falta de lógica.
El celebrante del rito antiguo no lo hace él todo (como pretende el artı́culo),
sino que es ayudado por el monaguillo, y sobre todo no puede decir ni hacer
ni más ni menos de lo prescrito imperativamente en las rúbricas: sin embargo
aquı́ es llamado celebrante hácelo-todo. Al contrario, el rito nuevo, en el cual el
celebrante hace verdaderamente todo lo que su inventiva excogita o improvisa
sin regla ni lı́mite ni discreción de medios (concurriendo también el pueblo
irregularmente con su propia inventiva), es indicado aquı́ como el ideal del
nuevo estilo litúrgico. A causa de la inventividad, resulta difı́cil la coincidencia
exacta de dos celebraciones; y especialmente en ocasiones solemnes, es toda
la comunidad quien prepara los gestos, la música y las lecturas litúrgicas, en
vez de extraerlas de los libros oficiales. Se recomienda al sacerdote aprovechar
todos los resortes instrumentales para hacerse aceptar como lı́deres capaces
de crear contactos.
Cuando el celebrante crea una palabra o un gesto nuevo que no está en los
libros litúrgicos, se separa de la Iglesia (si es que no se le opone); y si reza,
su oración tiene carácter privado, como privado es el mérito de la oración.
cual se deben evitar diferencias notables entre los ritos de regiones diversas.
30
En Francia se editaron libros con esas nuevas preces. Ver por ejemplo Ala recherche
de priéres eucharistiques pour notre temps de AA.VV., Parı́s 1976. Como se desprende del
tı́tulo, lo que la Iglesia ha encontrado y fijado no está encontrado ni fijado, sino que debe
aún encontrarse
31
Un compendio de las indecencias extraı́das de la inventiva personal está publicado por
JEAN-CHARLES DIDIER en Esprit et Vie, 1975, pp. II y ss., compendio tanto más digno
de atención cuanto que la revista es en general favorable a la reforma.
574 38. La reforma litúrgica
Max Picard, el escritor que glosó tan altamente los valores-en-sı́ y la objeti-
vidad, me exaltaba en una conversación en 1942 la objetividad absoluta de lo
sagrado; hacı́a notar justamente cómo el sacerdote celebrante debe perderse
en la objetividad del rito, haciendo inadvertible su individualidad.
Añadı́a pintorescamente que la Misa se celebrarı́a incluso por sı́ misma: las
campanas sonarı́an por sı́ mismas, y la Hostia se elevarı́a espontáneamente.
La objetividad de lo sagrado es diametralmente opuesta a la liturgia viva
que persigue la reforma (considerando vida la vivacidad, el movimiento y la
variación). Vivir es al contrario durar en la identidad, suceder, conservarse
en la sucesión, como hemos mostrado tratando del movilismo en §§17.1-17.6
32
.
Tales son los pasajes sobre la meretriz de Oseas, Oolla y Ooliba en Ezequiel,
la gesta traicionera de Judit, el incesto de Tamar, el adulterio de David, o
los exterminios de los herem.
Que la Biblia sea difı́cil por razones filológicas, históricas y morales, puede
probarse abriendo un libro cualquiera, y lo atestigua la Biblia misma. En
Ecl. 1, 8, se anuncia la dificultad general del lenguaje: Cunctae res difficiles;
non potest eas homo explicare sermone (Todas las cosas son afanes, más de
cuanto se puede decir). Pero II Pedr. 3, 16 afirma en particular la dificul-
tad de algunos pasajes de San Pablo y en general de toda la Biblia, siempre
posibles de falsear: in quibus sunt quaedam difficilia intellectu, quae indocti
33
A este propósito debe notarse un hecho que atestigua la general decadencia intelectual
del clero: me refiero al abandono de la costumbre de pronunciar la predicación, contenida
en la memoria, prefiriendo al contrario leerla. Ası́, en la Misa moderna ya no hay lecturas
y luego homilı́a, sino sólo lecturas. Ver Piccola apologı́a della memoria, en ROMANO
AMERIO, I giorni e le voci, Locarno 1980, p. 60.
576 38. La reforma litúrgica
et instabiles depravant sicut et caeteras Scripturas (en las cuales hay algu-
nos pasajes difı́ciles de entender, que los ignorantes y superficiales deforman,
como lo hacen, por lo demás, con las otras Escrituras, para su propia rui-
na). Por otra parte, la prueba perentoria de que la Escritura es difı́cil y no
universalmente divulgable la proporciona paradójicamente la misma reforma
actual. Ha hecho en los textos bı́blicos lo que hicieron los clásicos latinos en
las ediciones expurgadas ad usum Delphini, y que jamás se habı́a osado llevar
a cabo con el texto sagrado.
Con el antiguo rito, en el curso de un año el pueblo oı́a en los dı́as festivos un
cierto número de perı́copas de los Evangelios (algunos en verdad aporéticos,
como la del siervo infiel). Entonces el retorno anual, con la anexa memoria
de la homilı́a, acababa por imprimir en el espı́ritu de los fieles una profunda
huella de la enseñanza del Divino Maestro.
Pero además del exceso material, hay en los nuevos libros litúrgicos discre-
pancias de interpretación. Daré un ejemplo. La segunda lectura de la Misa
de Pascua está constituı́da por un pasaje de I Cor. 5, 7: kai gar to pascha
hemon etuthe Christos que significa: porque ya nuestra Pascua, Cristo, ha si-
do inmolada. Pero los nuevos misales traducen: Nuestra Pascua es el Cristo
inmolado, o bien Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado; y en la misma
Misa en el canto de comunión: Cristo, nuestra Pascua, es inmolado. Todas
estas versiones dejan escapar el valor predicativo del vocablo to pascha en
esa construcción. No es posible, en un libro como éste, perseguir todas las
38.15. Altar y mesa en la reforma litúrgica 579
Como hemos señalado muchas veces, las ideas se mueven según una mecáni-
ca interna propia e inevitable.
Una primera idea que anduvo descarriada es la del altar como base compac-
ta, elevada y excelsa sobre la cual inmolar el sacrificio. El altar simbolizaba
el monte de Yahvé (en el monte de Yahvé se verá), sobre el que Abraham de
disponı́a a sacrificar a su hijo en obediencia al Señor, y representaba también
la altura del Calvario del hombre-Dios. Al altar estaba conectada la idea de
la estabilidad eternidad y excelsitud del Numen. Del mismo modo, en Home-
ro, al tálamo de Ulises, trabajado dentro de la cepa viva de un olivo, estaba
conectada la idea de la perpetuidad de las bodas. El altar estaba in excelsis,
era el sitio del sacrificio y llevaba los signos de la inmutabilidad de Dios.
Y puesto que era el lugar de la Eucaristı́a, le correspondı́a la posición más
digna, más eminente y más visible de todo el templo.
Sé bien que la estructura y el sitio del altar variaron a lo largo de los siglos,
y que la actual disposición procede sustancialmente de Trento; pero no creo
que solamente por probarse la preexistencia en la Iglesia de una opinión o
una costumbre sucesivamente caducadas haya motivo para retornar a aque-
lla modalidad ya pasada. Para resucitar una forma antiguamente existente es
necesario que ésta, al ser resucitada, realice más completamente que las ac-
tuales el sentido de la fe y las creencias de la Iglesia. De hecho muchas formas
de vida en la Iglesia histórica representan un grado inferior de ese conoci-
miento de la fe y de ese sensus Christi que se desarrolla progresivamente en la
Iglesia. Volver a ellas implicarı́a un paso retrógrado. Basta pensar en el culto
y los dogmas marianos, en la conciencia misma del dogma trinitario, o en
general en la superioridad actual de conocimientos sobre la verdad revelada
en relación al pasado de la Iglesia (§37.5). Ahora bien, la perfecta compren-
sión del dogma eucarı́stico y la necesidad de venerar, adorar y custodiar con
sumo cuidado el Sacramento está ciertamente menos presente en la reforma
conciliar.
580 38. La reforma litúrgica
Los espacios en los cuales nos movemos son también espacios de emociones
y de valores, porque el espacio universal base de todos los entes corpóreos
no sólo está diferenciado por sus términos fı́sicos, sino por significados me-
tafı́sicos que fundamentan su simbolismo (que a su vez constituye la cara
inteligible de lo sagrado).
San Carlino al Morti fue una iglesia del lazareto milanés totalmente abierta
a los lados para que los apestados pudiesen desde sus cuartos seguir la Misa;
pero no implicaba ciertamente la filosofı́a de la nueva arquitectura, que eclipsa
la idea de lo sagrado, que es la idea del templum, del ((espacio sagrado)), del
umbral, del limen; idea reforzada, como pronto diremos, por la de la presencia
eucarı́stica.
Esa presencia está ligada a la presencia sacramental del cuerpo del hombre-
Dios, quien solamente mediante el cuerpo, pasible o glorioso, entra en el
espacio y en el tiempo de la criatura deviniente. No se introduce en ellos en
el modo llamado por los teólogos definitivo o circunscriptivo (Summa theol.
II1, q, 76, a. 5), sino que se manifiesta en un modo real, de modo que el
Santı́simo está en este espacio y no en este otro 39 .
Tal fue el carácter del arte medieval, cuando el artista escondı́a en lugares
excelsos de agujas sin bautismo de luz formas de belleza que nadie veı́a, pero
que cantaban por sı́ mismas la gloria divina para la cual el artista las habı́a
violación de las esencias.
39
Teresa Neumann discernı́a, al pasar con el carruaje, las iglesias católicas (con Santı́si-
mo) de las evangélicas (sin Él).
38.18. Resumen sobre la reforma litúrgica 585
Los testimonios en tal sentido son hoy innumerables y además las cele-
braciones conjuntas de una misma Eucaristı́a por sacerdotes católicos y mi-
nistros protestantes confirman la variación doctrinal, no obstante las débiles
oposiciones de la jerarquı́a.
41
El prior de Taizé, el hermano ROGER SCHUTZ, dijo en una conferencia: Las nuevas
preces eucarı́sticas presentan una estructura que corresponde a la Misa luterana. Cit. en
Itinéraires (n. 218, diciembre 1977, p. II6). Además, MICHAEL DAVIES, Pope Paul’s
New Mass, Dickinson 1980, ha demostrado que el nuevo rito romano se asemeja y a veces
se identifica con la Misa anglicana de Cranmer del siglo XVI.
Capı́tulo 39
Esta variación, aunque no esté formulada con todas sus letras en los textos
conciliares, y aunque haya sido impugnada por los más diligentes defensores
de la Tradición (el primero entre todos, el Card. Felici), ha impregnado la
mentalidad eclesial y se ha convertido dentro de la Iglesia en una opinión
común.
587
588 39. El sacramento del matrimonio
Está por tanto ordenada a la unión moral de las personas, que aunque no se
transforman en una sola persona, entran por medio de esa coincidencia en una
comunión tan completa como es posible. La unión conyugal es en realidad la
más completa unión posible con la cual pueden ligarse dos criaturas racionales
de distinto sexo.
La dificultad debe ser estudiada desde más cerca. ¿Debe ser consciente
y querido por los cónyuges el fin generativo al realizar los actos especı́ficos
de la unión? ¿O bien pueden omitirlo en la intención y sólo atender al fin
unitivo, la recı́proca donación (con su ı́nsito complejo de valores), supuesto
siempre que no se excluya el fin de la naturaleza, ni con la intención ni con
hechos conformes a esa intención exclusiva? La controversia retorna, bajo
otra especie, a la que separó a Antonio Fogazzaro de Alessandro Manzoni.
Éste, en Fermo e Lucia, t. II, cap. I, mira el amor como un fenómeno humano
cuya raı́z es el impulso natural a la generación: su profundidad depende de su
fin supraindividual, y su peligrosidad, de esa vehemencia que hace prevalecer
el instinto sobre la razón.
La doctrina tradicional del matrimonio como unión ordenada por sı́ misma
a la generación es doblegada en el Concilio, que lo considera primariamente
como comunidad de vida y de amor (Gaudium et Spes 48), a la cual sigue
la procreación. Si se toma el término secundario en el sentido mencionado
(su sentido propio: secundum est quod sequitur) se puede advertir que, en la
doctrina del Concilio, permaneciendo la igualdad esencial de los dos valores,
el valor procreador se ha convertido de algún modo en secundario respecto
al personalista.
Y como decı́a, resulta muy distinta porque el afecto conyugal está suscitado
y dirigido por la voluntad a persona in personam (Gaudium et Spes 49): es
una amistad y no una concupiscencia, y el matrimonio mismo es puesto en
acto por un consentimiento de la voluntad. La tendencia de los tribunales
eclesiásticos americanos a hacer consistir el matrimonio en la consistencia y
duración de la comunión de vida y amor, más que en el acto irrevocable del
consentimiento, recibió la condena de Pablo VI y Juan Pablo II.
del fin generativo parece incluso exigir una prioridad subjetiva en el orden
intencional.
En ese acto de amor (se puede decir sin renovar el mito antiguo) los espo-
sos son el hijo: como dirá Penélope a Ulises, el tálamo sobre el cual fuimos
juntos nuestro hijo Telémaco. Que la función procreadora deba ser también
subjetivamente asumida, o sea lı́cito asumir subjetivamente sólo la expresión
del amor conyugal, es cosa que aquı́ no compete definir.
Esta posibilidad fue sostenida con fuerza también por la mayorı́a de los
miembros de la comisión consultiva a la que Pablo VI habı́a encomendado
decidir y contra la cual, sin embargo, mantuvo la doctrina perpetua. Junto
con Mysterium fidei, la Humanae vitae es el documento más significativo de
Pablo VI: con la primera el Papa mantiene el núcleo del dogma sobrenatural,
y con la segunda el núcleo de la ley natural, es decir, los dos órdenes de
verdad que la Iglesia debe mantener.
Quizá serı́a léxicamente más exacto decir que es fin co-primario: primario
pero siempre unido con el otro, sin el cual no alcanzarı́a ni el valor de fin ni
el de fin primario.
Éstas violan no solamente la natural unidad entre fin unitivo y fin pro-
creador, sino que corrompen el fin mismo de la unitiva y recı́proca donación
personal. El acto contraceptivo dice el Papa introduce una sustancial disminu-
ción en el interior de esta recı́proca donación y expresa un objetivo rechazo a
dar al otro respectivamente todo el bien de la feminidad y de la masculinidad.
39.4. Crı́tica de la teologı́a de la anticoncepción 595
La virtual fecundidad del acto, más que serlo de éste en sı́ mismo (es decir,
de todos los actos) serı́a un deber de la vida conyugal globalmente considera-
da: del conjunto de los actos, y no de todos ellos. Ya he mostrado cómo esto
supone una imposible superficialidad del tiempo y el desligamiento de toda
concreción moral (§§29.1-29.3). Finalmente la anticoncepción perpetra una
disyunción entre el fin de la naturaleza y el fin de la voluntad, o como se dice
usando la antigua y perspicua distinción, entre finis operis y finis operantis.
Queda ası́ implicada toda la filosofı́a católica, según la cual las esencias o
naturalezas (también las del cuerpo humano) son formas y raı́ces de lo real
(las madres de Goethe), que reflejan tipos del intelecto divino.
Como hemos citado en otro lugar, para que el obrar humano sea bueno
debe reconocer las esencias y su orden y adherirse a ellas en su propia orga-
nicidad axiológica. Ahora bien, el acto sexual está por esencia ordenado a la
generación: lo atestiguan la anatomı́a, la fisiologı́a y la psicologı́a del hombre
sexuado, y lo confirma el sentimiento común del pueblo con su lenguaje y
sus costumbres.
Hay entre acto y fin una conjunción biológica que no puede escindirse
de modo que se rechace el fin, y se escoja en el acto mismo su contenido
eudemonológico, frustrando el destino de la naturaleza. La parte fisiológica
del hombre (o vegetativa, como solı́a decirse) no es capaz de virtudes morales,
que no tienen lugar en animales y plantas, pero es susceptible de virtud moral
cuando el complejo fisiológico entra en un compuesto superior, como acaece
en el hombre.
Tampoco en los actos conyugales, dice Humanae Vitae 12, puede el hombre
despreciar la finalidad natural, sino que debe respetar la conexión inescindible
que Dios ha querido entre los dos significados del acto conyugal, el unitivo y
el procreativo.
Parte VII
597
Capı́tulo 40
Teodicea
599
600 40. Teodicea
Según los obispos de Francia, esta concepción es falsa y pagana. Sin du-
da una herencia pagana que viene del fondo de las edades ha sedimentado el
alma cristiana, y las secuelas de esta herencia están de lejos de haber desapa-
recido del todo, incluso de nuestro ritual. Para escándalo o burla del hombre
40.2. Nueva concepción de la causalidad divina. Los obispos de Francia 601
La tesis mayor del sistema católico consiste en que todo mal de naturaleza
es efecto del mal moral: la muerte, las enfermedades, y el dolor. No es que
toda desventura que alcance a un individuo sea reconducible a una culpa
personal: éste es el pragmatismo servil y material de Elifaz en Job 4 y 5: has
sido castigado, luego has pecado.
Pero más que la injusticia sentida sobre sı́ por el individuo (por la que
Odoacres, al recibir la muerte por Teodorico, exclamaba: ¿dónde está Dios?),
suscitan acerba protesta las grandes desgracias colectivas, como terremotos,
inundaciones, hambrunas y pestes; en las cuales, por estar mezclados en la
misma ruina culpables e inocentes, parece más provocador el desmentido
infligido por los hechos a la idea de la justicia.
Pı́o XII en el discurso a los romanos después del mortı́fero bombardeo del
19 de julio de 1943, rezaba porque la desventura se transformase en fuerza de
fe, donde cada uno cumpliese sus propios deberes de cristiano conformándose
plenamente con la voluntad de Dios (OR, 21 julio 1983).
El error del citado artı́culo La parte dell uomo es doble. Falta la noción
metafı́sica de causalidad, no advirtiendo el autor que criatura y Creador no
están como dos causas homogéneas y cooperantes a pari, sino que la causa
creada opera en virtud de la increada. El autor cree además que la Provi-
dencia guı́a al hombre a la felicidad temporal, y si ésta falla aquélla resulta
imperfecta e injusta. La Providencia, sin embargo, es un orden universal que
comprende el tiempo y la eternidad y obra la justicia (reunión de virtud y
felicidad) sólo escatológicamente, en la otra vida. Sólo si el justo sufriese en
la eternidad la Providencia serı́a imperfecta.
Los epicúreos intentaron negar que la muerte fuese algo propio del hombre.
Los escritores espirituales insisten sobre la dificultad del bien morir y la ne-
cesidad de prepararse. La oscuridad del espı́ritu que suele preceder al tránsito,
junto con las ilusiones que se hace el moribundo por sı́ mismo y por los demás,
además de la tentación de desesperación por parte del Maligno, hacen difı́cil
ponerse conscientemente ante la muerte.
Esta profundidad del alma, por la que resulta difı́cil la autoconciencia, fue
conocida mucho antes de Freud por los escritores espirituales, que sabı́an de
la existencia en el hombre de pensamientos y voluntades inadvertidas que
pueden envenenar y extraviar nuestra intención. De ahı́ el ejercicio de purifi-
cación de los deseos tan común en la ascética católica. La preparación para
la muerte incluye por consiguiente la esperanza y el temor en la prospectiva
del juicio divino, y puesto que de éste depende la duración eterna de la feli-
cidad o miseria del hombre, asume un carácter de acto a la vez esperanzado
y tremendo.
Pero los dos extremos de la cadena deben unirse para formar un cı́rculo
sólido. La idea del temor al juicio es esencial a la religión, agitó desde lo más
profundo y desde lo más ı́ntimo a los pueblos cristianos, y animó el arte con
obras maestras como la Capilla Sixtina de Miguel Angel, el anónimo Dies
Irae, y el arte fúnebre de los mausoleos barrocos.
muerte, pero añade súbitamente: ¡Ay de aquéllos que morirán en pecado mor-
tal!, y al contrario Bienaventurados aquéllos a quienes encontrará haciendo
tu santı́sima voluntad .
Toda esta variación no se realiza como una preocupación por iluminar me-
jor un aspecto dado de una verdad compleja, sino como el sentido auténtico
y finalmente recobrado de la muerte cristiana. Tampoco falta la habitual
denigración del pasado histórico de la Iglesia, pues no se contenta con colo-
rear la esperanza (no suficientemente celebrada en la concepción judicial) y
llega a afirmarse que contemplar la muerte cristiana como un juicio y por
consiguiente con sentimientos de temor es un cristianismo bien lánguido.
40.14. La cremación
Las exequias no son siempre un signo de religión, y son a veces concedi-
das por el clero (por razones de decencia o por consideraciones humanas y
sociales) contra las disposiciones del derecho, que las reservan solamente a
los cristianos que hayan cumplido el acto de morir con las disposiciones de
consentimiento, fe y contrición que constituyen el bien morir.
40.14. La cremación 619
Sin embargo, hace falta cuidar de los cuerpos en cuanto que fueron com-
pañı́a del alma en las obras buenas o malas de la vida, y sobre todo porque,
después de haber integrado en el curso terreno la persona humana, volverán
a integrarla en la resurrección final de la que es causa Cristo con su propia
Resurrección.
Estos valores simbólicos parecieron tan poderosos que la Iglesia los hi-
zo pasar a valores dogmáticos: hacer incinerar el propio cadáver se consi-
deró comúnmente un signo de incredulidad.
Escatologı́a
Pablo VI lamentó en uno de sus discursos que las palabras sobre el paraı́so
y sobre el infierno ya no se escuchan (OR, 29 de abril 1971). Pero lo que
deberı́a lamentar es que los responsables sean los sacerdotes: si éstos callan
no pueden los fieles oir o escuchar ese discurso. Desaparecido de la enseñanza,
el infierno ha desaparecido igualmente de las creencias de las multitudes 2 , se
lo niega en su esencia (la eternidad) por teólogos, o aparece reducido, como
en el epicureı́smo, a un puro mito alusivo a la pena inmanente padecida por
la conciencia culpable.
1
Cfr. las citadas Concordantiae en esas voces.
2
Según una estadı́stica publicada por el OR del 19 de noviembre de 1970 sobre la
religiosidad del pueblo de Roma, resulta que el 50 % de los que se declaran católicos no
cree ni en el paraı́so ni en el infierno.
621
622 41. Escatologı́a
Aquı́ se dibuja claramente el dogma del infierno como una forma mental
propia de pueblo tosco e infantil y rechazado por el catolicismo contem-
poráneo.
Para los obispos franceses, ver en el infierno un castigo que Dios infligirı́a
a alguien que, consciente de sus faltas, no se arrepintiese, es inaceptable.
Inaceptable también el temor engendrado por la enseñanza de que si la muerte
nos sorprende en estado de pecado mortal, supone la condenación (p. 296). Sin
embargo, esta enseñanza es ad litteram la de los Concilios, y su impugnación
por parte de los obispos pone sobre el tapete el problema de la infalibilidad
de la Iglesia. La existencia del infierno es de fe divina y catolica, y es de fe
divina que existen condenados. Ası́ lo insinúa Cristo sobre Judas, el hijo de
perdición, que debe morir (cfr. Juan 17, 12 ((y ninguno de ellos se perdió sino
el hijo de perdición, para que la Escritura fuese cumplida))), ası́ como en las
cları́simas palabras sobre el juicio final en Mat. 25 y en la parábola de la
cizaña.
Sin embargo las aporı́as del infierno no son solamente la expresión de sen-
timientos superficiales: son profundas, y su solución debe buscarse en lo pro-
fundo; aquı́ más que nunca se verifican las palabras de Demócrito de que la
verdad se encuentra en lo profundo.
ası́ como éstos se constituyen como entes gracias a su Ser y son verdades por
su Verdad, igualmente son buenos por su Bondad. Y ni siquiera la muerte
y el infierno son males en Dios, porque el infierno es bueno para castigar el
mal, consumando la justicia; y la muerte es buena para hacer ser una cosa a
partir de otra, hacer nacer y mantener la vida del mundo, y manifestar, en
una cuasi-infinidad externa, la infinidad interna divina.
Me conviene concluir esta breve apologı́a del infierno con una observación
que puede (si es posible y en la medida en que lo sea) borrar el carácter hostil
con el que se presenta la idea del infierno en general.
La total y perpetua servidumbre del hombre hacia Dios excluye que donde
el hombre no alcance su propio fin de felicidad cese su finalidad, que es preci-
samente non sibi, sed Deo. Retomando analogı́as agustinianas, en la unidad
del universo las contrariedades, los males y el infierno son como semitonos en
música y sombras en pintura: bellas en la armonı́a y en el cuadro, es decir,
en la totalidad, aunque en sı́ mismas sean defectos de tono y de luz.
Por consiguiente no se trata de que la pena dure porque sea nula como
pena en cada momento: al contrario, actúa en cada momento lo que le es
propio actuar, pero en todo momento surge nuevamente el débito, y por eso
la pena es perpetua. Ası́ como en todo momento temporal el alma viadora
está obligada a prestar a Dios un culto absoluto (pero incluso si lo presta no
queda liberada de prestarlo en los momentos sucesivos), ası́ el alma conde-
nada satisface en todo momento a la divina juticia con la debida expiación,
pero no por ello queda exonerada de prestarla en los momentos siguientes. En
resumen, el principio de la eternidad de la condena es idéntico al de la eter-
nidad de la beatitud: en ambos casos el infinito axiológico exige la infinidad
del obsequio, no sólo en un momento, sino en la totalidad de los momentos.
no debe hacerse entre duración finita del mal y duración infinita de la pena,
sino entre el valor axiológico del acto y la infinidad de la pena. En la misma
vida civil las penas no se imponen en función del tiempo de consumación de
la culpa, sino de su relevancia axiológica.
orden escatológico del mundo el tiempo puede devorar las realidades de este
mundo, pero no invertir los valores. Éstos están inalterablemente en Dios: si
no estuviesen también impresos en el mundo y participados por el mundo,
la Creación serı́a como si no fuese. Esto es tan cierto para los valores de
justicia como para los valores de misericordia. El judı́o de Auschwitz será en la
eternidad el judı́o de Auschwitz, y su verdugo Eichmann será en la eternidad
su verdugo Eichmann. El infierno es la diferencia entre Eichmann y el judı́o
de Auschwitz: es la conservación de las esencias. Lo único aniquilable es la
culpa, anulada por obra de la misericordia divina mediante el perdón; pero
previo arrepentimiento del hombre, y no sin él.
Capı́tulo 42
Epı́logo
631
632 42. Epı́logo
sentir una verdad; es falso decir que no puede concebirse una verdad si se
la siente poco. La amplitud de un ente congnoscible es demasiado grande
como para que todas las partes de un sistema, aunque igualmente concebidas,
sean también igualmente sentidas. De este modo, el sistema católico de la
dependencia de lo mundano respecto a lo ultramundano puede colorearse
con un sentimiento de los valores mundanos más vivo que en el pasado, pero
no puede compatibilizarse con la afirmación de la consistencia intrı́nseca de
los valores mundanos. No se puede volcar el Cielo en el mundo y llegar a una
completa Diesseitigkeit.
Fue además planteada en la prospectiva inicial del Concilio por Juan XXIII
(§§4.1-4.3), pero no fue retomada por el Concilio mismo. Éste, sintiendo más
vivamente el aspecto deviniente y dinámico de la Iglesia, no insistió sobre el
principio inmóvil subyacente en el dinamismo de la verdad religiosa.
En este punto debe rechazarse la opinión según la cual harı́a falta volver
a las fuentes y a un ressourcement de la Iglesia. Ante todo, como observa el
Card. Newman, el verdadero ser de un rı́o se recoge de su totalidad, y no
sólo del manantial. Es al llegar a la desembocadura cuando el rı́o cumple su
destino de rı́o, actúa su potencia, y revela su propio carácter. Además, los
hombres no fundan ciudades en el manantial, sino en la desembocadura. Por
otro lado, planteando el ressourcement que pretende saltarse el desarrollo
histórico de la Iglesia y enjamber (como dice el padre Congar) quince siglos,
los innovadores no se dan cuenta de estar proponiendo puentear por amor a
la pureza precisamente los ressourcements operados a lo largo de los siglos
por la Iglesia viviente. De éstos no se deben conservar las cortezas, sino la
médula que las originaba. La idea es adaptable porque es universal. Se podrı́a
objetar que esta historicidad en la adaptación del dogma degrada la religión
hacia lo humano. La objeción no es válida. El primer principio del catolicismo
es la degradación, condescendencia o humillación del Verbo en la historia; y
esta degradación no ataca lo divino, sino que lo hace descender al grado de la
historia, manifestándolo. Solamente la preservación del tipo y la continuidad
del principio aseguran la identidad histórica del catolicismo. Si la actual crisis
tiende a invertir la esencia de la Iglesia, y esa tendencia es interna a la Iglesia,
sin provenir como otras veces de una agresión externa, entonces la prospectiva
del mundo es un abismo monocolor que hace imposible el diagnóstico y el
pronóstico: y frente al cual el único refugio del hombre es el silencio.
La asunción del cuerpo glorioso, que tendrı́a lugar in ictu moros con
abandono irreparable del cuerpo mortal, se configura como una nueva
presentación del dogma de la resurrección de los cuerpos.
Este unum está constituı́do por un principio unitivo merced al cual los
individuos se convierten en miembros sociales: precisamente partes de un todo
en el cual los individuos son una unidad. El grado del ser de una comunidad
como la Iglesia se deduce del grado de su unidad. Sin embargo, en el estado
presente la unidad está rota bajo un triple aspecto: doctrinal, de culto, y de
gobierno.
órgano oficial (el Pontificio Instituto Bı́blico). El cambio está también mar-
cado por la decadencia de la Pontificia Comisión Bı́blica. De esta variación,
unas veces encubierta y otras abierta, se pueden extraer tres puntos capitales.
La conclusión, como hemos referido en §38.8, habı́a sido que latı́n y rito
antiguo habı́an dejado de utilizarse en todas partes sin lamentaciones, excepto
raros y débiles grupos destinados a una rápida extinción. La conclusión venı́a
unida a un pronóstico: el uso y la petición del latı́n habrı́an desaparecido
completamente de la Iglesia en pocos años.
Attentis eorum responsionibus fere in totum solutum visum est problema eo-
rum sacerdotum et christifidelium qui ritui Tridentino nuncupato inhaerentes
manserant (Vistas las respuestas de los obispos pareció casi totalmente resuel-
to el problema de aquellos sacerdotes y fieles que habı́an proseguido ligados
al rito Trdentino).
La exaltación no llegó sin embargo a oscurecer del todo la visión del ver-
dadero estado de las cosas. El pro-prefecto de la Congregación para el Culto
Divino, el benedictino Mayer, puso en duda (más bien inclinándose hacia la
644 42. Epı́logo
Pero en realidad todos los informes de las diversas naciones han probado
que ubicuamente en la Iglesia está en acto una rápida diferenciación de los
ritos informada por los dos principios tratados en §§38.9-38.10: el de expresi-
vidad humana (moldeando el rito según la ı́ndole nacional) y el de creatividad
(buscando la autenticidad litúrgica en los recursos del sujeto y expulsando la
objetividad absoluta de lo sagrado). Estos dos principios son después dados
para su administración a las Conferencias Episcopales. Es a éstas en reali-
dad a quienes compete en primer lugar establecer y desarrollar sus propias
formas de culto, y frente a ellas el deber de la Santa Sede es confirmarlas.
Se invierte ası́ la norma preconciliar por la que sólo la Sede Romana tenı́a
potestad legistativa en materia de liturgia (OR especial, 1 noviembre 1984).
7
En la creación del 2 de febrero de 1983 del cardenal Antonio Prieto Khoraiche, Pa-
triarca de Antioquı́a de los Maronitas, no le fue asignado ningún tı́tulo romano. La marcha
atı́pica e irregular de las cosas romanas apareció tambin en el hecho de que el Card. De
Lubac (del orden de los diáconos) consiguió permanecer siendo sacerdote, contra la ley de
Juan XXIII de que todos los cardenales estuviesen consagrados con los tres órdenes.
42.8. Sinopsis de la Iglesia en el mundo contemporáneo. Card. Siri. Card. Wyszynski. Episcopado de Francia64
Siri distingue entre el Concilio, que fue un gran obstáculo contra el princi-
pio de la disgregación, y las preocupantes vicisitudes del Postconcilio, durante
la cual comenzó la triste costumbre de avalar ideas particulares con afirma-
ciones del Concilio. La distinción es adoptada comúnmente en los discursos
papales y en los análisis de los estudiosos; entienden mantener ası́ la continui-
dad histórica de la Iglesia y su interna unidad. Hasta qué punto vale y hasta
qué punto no tal interpretación, es algo que se desprende de todo nuestro
648 42. Epı́logo
libro. La distinción es además rechazada por los que son a menudo acusados
de unilateralidad pesimista; en realidad no padecen tal vicio, ya que son los
únicos que captan el significado profundo de la actual evolución de la Iglesia.
Ellos se atienen a la esencia y captan el espı́ritu del siglo, que como dijimos en
§2.14 no es un compuesto resultante de partes separables y cualificables una
a una, sino el principio que da lugar a la entidad y a la unidad espiritual de
una época. No precisamente analı́tico, sino sintético, es el diagnóstico que del
estado de la Iglesia Católica hizo el Card. Wyszynski, primado de Polonia, en
la homilı́a del 9 de abril de 1974 en la catedral de Varsovia. Él describe una
iglesia postconciliar cuya vida se aleja sensiblemente del hecho del Calvario;
una Iglesia que disminuye sus exigencias y que ya no resuelve los problemas
según la voluntad de Dios, sino según las posibilidades humanas; una Iglesia
cuyo Credo se ha hecho elástico y cuya moral se ha hecho relativista; una
Iglesia en la niebla y sin las Tablas de la Ley; una Iglesia que cierra los ojos
ante el pecado, que teme ser reprendida como poco moderna. Incluso el Card.
Ugo Poletti, vicario de Su Santidad para la Urbe, fautor y ensalzador de las
reformas conciliares, se encontró recientemente forzado a ceder ante la ver-
dad de los hechos y escribió en OR del 7 de octubre de 1984: En los años del
postconcilio (quizás es inevitable después de todo Concilio importante) se ha
producido en la Iglesia Católica una enorme confusión doctrinal y pastoral
que ha llevado a un estudioso fuera de toda sospecha, como Rahner, a hablar
de criptoherejı́a. Lamentablemente este clima genera una profunda desorien-
tación en los mismos fieles. Es necesario salir de esta situación siguiendo la
invitación de San Pablo de actuar la verdad en la caridad.
Que las escamas comienzan a caer de los ojos de los más avisados se des-
prendı́a de muchos indicios, pero aunque convenga separar la opinión del
cardenal como persona privada de la autoridad que las revestirı́a si hablase
ex officio, las declaraciones arrancan todo velo a la verdad: Los resultados del
Concilio parecen oponerse cruelmente a las expectativas de todos, empezando
por las de Juan XXIII y siguiendo por Pablo VI: se esperaba una nueva uni-
dad católica y sin embargo se ha llegado a un disentimiento que ha parecido
pasar de la autocrı́tica a la autodestrucción (...) se esperaba un salto hacia
adelante y sin embargo nos hemos encontrado ante un proceso regresivo de
decadencia que se ha desarrollado en gran medida precisamente bajo el signo
de una apelación al Concilio, y por tanto ha contribuı́do a desacreditarlo para
muchos. Por consiguiente el saldo parece negativo (...) Es innegable que este
periodo ha sido decididamente desfavorable para la Iglesia Católica. No creo
que el Concilio pueda realmente ser considerado responsable de evoluciones
e involuciones que, por el contrario, contradicen el espı́ritu o la letra de sus
documentos. Mi impresión es que los daños a los que se ha enfrentado la
Iglesia en estos veinte años son debidos más que al auténtico Concilio, al
desencadenamiento en su interior de fuerzas latentes agresivas, polémicas,
centrı́fugas.
Para demostrar las equivocaciones del catolicismo en los siglos que se quiere
enjamber, harı́a falta demostrar que dichos momentos contradicen al principio
en vez de conformarse a él y realizarlo, y que hubo durante aquellos momentos
un vacuum de Cristianismo: la continuidad histórica de aquellos siglos serı́a
del todo inexplicable.
Pero incluso más que esta serie de fenómenos particulares resulta relevante
la semejanza entre las dos grandes transiciones en ambos momentos. El paga-
nismo languideciente, en el momento mismo en que defendı́a la presencia del
ara de la diosa Victoria en la Curia, experimentaba la misma modificación
sufrida ahora por la Iglesia Católica.
Dignidad humana y derechos del hombre son uno de los temas más fre-
cuentes de la predicación del Papa, pero es imposible mantener con fuerza la
verdad de esos derechos si no se establece antes que esos valores derivan del
carácter absoluto y de la inviolabilidad del fin último.
de tipo no católico parece a veces tener primacı́a, y es posible que este pen-
samiento no católico en el interior del catolicismo se convierta mañana en
el más fuerte (op. cit., p. 168). Tampoco en este caso la prevalencia de la
heterodoxia llegará nunca a identificarse con el pensamiento de la Iglesia.
Hoy ya no hay en el mundo una sola Constitución civil que tenga una base
religiosa cristiana. La visión escatológica del catolicismo está eclipsada y el
razonamiento teológico de la predestinación desaparece de la doctrina. El fin,
el interés, la res que admite un discurso universal, son dados solamente por
el mundo de aquı́ abajo y es por la prospectiva de este mundo por lo que la
Iglesia se pone al servicio de los hombres; en esta prospectiva es aceptada e
incluso invitada como amiga 20 .
El antagonismo del aut aut pone aún contra la Iglesia a la mayor parte
del género humano, animada y dirigida por el comunismo. Resulta encima
curioso tener que observar cómo dicho antagonismo es mejor advertido por
esta parte que por la Iglesia misma, la cual lo atenúa y decolora.
20
El Papa en el discurso a los pescadores de Flutrock: Hombres y mujeres nacen para
contribuir con su trabajo a la edificación de la comunidad humana y para realizar ası́ su
completa estatura humana de co-creadores con Dios y constructores con Él de su Reino.
662 42. Epı́logo
Ella no puede, como parece querer hacer hoy, situarse de cualquier manera
a su cabeza, porque el verdadero origen de tal progreso es una naturaleza
664 42. Epı́logo
La dirección del espı́ritu del siglo está determinada por imponentes fenóme-
nos de tal olvido. No menos que los impulsos de la pasión y de la voluntad
explı́cita, es el gran motor de la historia. Ciertamente el espı́ritu humano es
incapaz de contener simultáneamente varios valores, y el olvido es aquéllo
gracias a lo cual el mundo antiguo se hace siempre nuevo. Al igual que las
Danaides, la historia, que recibe su misma sustancia de la memoria, vierte
incesantemente en el tonel un evento tras otro; pero no lo llena jamás, y los
eventos colman y desbordan el vaso de la memoria, fútil y permeable. El
estado del mundo es a cada momento un compuesto de memoria y de olvido.
Como escribe Virgilio Malvezzi 23 , el espacio de cien años es la longitud
que tiene el lecho del rı́o del olvido: ya han muerto los hombres que, no sin
peligro y con grandı́simo daño, conocieron que las rebeliones son inútiles; ya
no se perciben las aldeas quemadas, los árboles incinerados, las tierras es-
terilizadas, las ciudades desiertas, destruı́das, deshechas; no se cree en los
daños causados, o si se cree en ellos no se los valora porque se los conoce
como reparables, porque se los ve reparados.
Tampoco sirven de nada los esfuerzos de una generación para fijar la me-
moria y abolir el olvido. Los griegos, después de las guerras persas, dejaron en
pie los templos incendiados para perpetuar en las mentes la crueldad impı́a
de los bárbaros. Después de 1945 los americanos dudaron si reconstruir o
no las ciudades alemanas, a fin de que no cayese el pueblo germano en el
olvido de su culpa y de la desventura siguiente. Pero luchar contra el olvido
es chocar con la fatalidad, porque el olvido es la ley de la historia; más bien
es lo que constituye la historia, consistente en las vicisitudes de muertos y de
vivos (es decir: de comparecencias y desapariciones de las cosas del espı́ritu).
Por tanto el olvido es algo benéfico en la vida del tiempo, incluso institucio-
nalizado en el derecho mediante la prescripición, la usucapión o la perención,
contempladas en todas las legislaciones. Y no me adentro en el acto moral del
perdón, especie de voluntario olvido que si bien no puede deshacer el hecho
pretérito, lo anula en la memoria de quien perdona.
Paso por alto el difundido olvido de las dificultades sufridas por la Iglesia
en el siglo pasado por obra del Estado liberal y en el presente por obra
de los totalitarismos. Se genera este olvido merced a una propensión a la
renuncia, a la remisión y al aborrecimiento de toda enemistad, incluso las
del injusto y el ofensor. Juan XXIII dio ejemplo en el mensaje al presidente
Fanfani en el centenario de la unidad nacional de Italia. El Papa niega haber
existido conflicto entre la nación italiana y el Papado durante las luchas del
Risorgimento y dice que tal conflicto es fruto de cierta literatura descabellada.
Llega a ilustrar qué astro benéfico y signo luminoso, que invitaba al triunfo de
tan magnı́fico ideal (la unidad nacional) fue el Papa Pı́o IX, quien lo captó en
su significación más noble.
Sin embargo, pocas semanas antes del viaje papal el OR incluı́a un gran
artı́culo del padre Isidoro de Villapadierna acerca de Noventa y cuatro capu-
chinos vı́ctimas de la Revolución de España; sobre ellos está incoada la causa
de reconocimiento del martirio en la congregación romana para la beatifica-
ción de los Santos.
El fondo del extravı́o en el cual han entrado los siglos de la era moderna
es la falta de unidad, la ausencia de un principio que coordine y unifique
todos los valores. La unidad es la condición de todo ente y también de su
perfección. Es cierto que el valor, que por sı́ mismo es suma unidad, se refleja
en la criatura de modo múltiple; pero la multiplicidad con la cual se refleja
entra en un orden (es decir, en una unidad), ya que orden es la conspiración
de varios en uno: es la razón por la cual los valores reflejados son copia de
un único valor primordial y eterno. Ahora bien, ¿cuál es la razón por la cual
670 42. Epı́logo
El valor que da unidad a los valores múltiples es ese valor último por el cual
todas las cosas son hechas y al cual convergen. Este valor último es externo
al orden de los valores que unifica. De las cosas de la vida, que configuran
una serie desordenada (cosas no conexas), hace una serie ordenada (cosas
conexas), y ası́ una llama a la otra y todas se disponen en un camino gradual
hacia el fin.
Pero si bien la mente del hombre, como dijimos, puede ciertamente conte-
ner todos los valores mientras son indistintos y confusos, ya no puede hacerlo
cuando son distintos y desplegados cada uno en su propia esfera. El espı́ritu
no puede entonces ver lo uno y lo otro a la vez (como lo veı́a cuando eran
42.16. Deducción metafı́sica de la crisis 671
indistintos), sino solamente discurrir del uno al otro. Por tanto resulta fre-
cuente en el mundo moderno el fenómeno de vivir algún determinado valor
separadamente, como si fuese autónomo y pudiese subordinar a sı́ todos los
otros valores: en suma, este valor se arroga el papel propio y exclusivo del va-
lor primero ultramundano. Por tanto se derrama sobre los valores mundanos
una religiosidad parangonable a la idolatrı́a. Los valores son sofı́sticamente
secuestrados los unos por los otros, desligados de sus ataduras, y separados
del primero (que los mantiene unidos): la universal figura de este nudo (Par.
XXXIII, 91) resulta extraviada.
Algunos pensadores de los siglos XVIII y XIX, lúcidos por agudeza del in-
genio o exaltación ideal, realizaron anticipaciones informes y confusas, pero
sin embargo notables, de esta adivinación sobre la crisis del mundo. Juan
Jacobo Rousseau, en el Contrato Social, lib. II, cap. 8, escribe: El imperio
ruso querrá subyugar a Europa y será él mismo subyugado. Los Tártaros, sus
súbditos, se convertirán en sus amos y en los nuestros. Giacomo Leopardi,
en Zibaldone, 867: No dudo en pronosticarlo. Europa, completamente civili-
zada, será presa de esos medio bárbaros que la amenazan desde el fondo del
Septentrión; y cuando estos conquistadores se civilicen, el mundo volverá a
equilibrarse.
Aún más preciso es Jaime Balmes afirmando que quienes creen que Europa
no podrá conocer ya conflictos similares a los de la invasión de los bárbaros
y de los árabes no han reflexionado sobre lo que podrı́a producir en el orden
de la Revolución un Asia gobernada por Rusia 27 .
que Vico concluye la Ciencia Nueva: Pero si los pueblos se pudren en esa
última languidez civil, que no consiente ni un monarca nativo, ni que vengan
naciones mejores a conquistarles y conservarles desde fuera, entonces la Pro-
videncia, ante este su extremo mal, adoptará este extremo remedio: que (...)
hagan selvas de las ciudades, y de las selvas madrigueras para el hombre; y
de tal suerte, dentro de muchos siglos de barbarie, se enmohezcan las sutile-
zas malnacidas del ingenio malicioso, que les habı́a convertido en fieras más
feroces con la barbarie de la reflexión 28 que con la barbarie del sentido. Esta
primera conjetura profética es incompatible con la Fe católica. En realidad,
como dijimos en §§5.7-5.8, no hay en el hombre otra raı́z distinta de aquélla
con la que fue creado y en la cual está injertado lo sobrenatural: no es posible
un cambio radical. No hay en el hombre otra novedad aparte de la que causa
en él la gracia, y esta novedad continúa (sin pasar por un estado intermedio)
en el estado escatológico. Éste es el estatuto primero y último del hombre y
no se dan cielos nuevos ni tierra nueva bajo este cielo y bajo esta tierra. La
segunda conjetura acerca del futuro de la Iglesia es la expresada por Montini
como obispo y confirmada después como Papa, y de la cual hemos trata-
do en §3.8. La Iglesia continuará abriéndose y conformándose al mundo (es
decir, desnaturalizándose), pero su sustancia sobrenatural será preservada
restringiéndose a un residuo mı́nimo, y su fin sobrenatural continuará siendo
perseguido fielmente por una avanzadilla del mundo.
31
Centinela, ¿qué hay de la noche? Centinela, ¿qué hay de la noche? Responde el cen-
tinela: Viene la mañana y también la noche. Si queréis preguntar, preguntad. Volved a
venir