El Príncipe Del Mar
El Príncipe Del Mar
El Príncipe Del Mar
Fabio Fiallo
Aquel cuartito de Octavio era un caprichoso museo de exquisitos despojos femeniles.
All se encontraban trofeos de todas las conquistas, laureles de todos los triunfos.
Pero, ni la cajita de palo de rosa, donde alguien haba sorprendido el oculto tesoro de
la ms hermosa y rubia y ondulante cabellera; ni el fino pauelo de batista que
ostentaba una corona de marquesa por blasn; ni el abanico de blonda y ncar,
evocador de cierta leyenda sangrienta; ni la blanca liga de desposada; ni los dos
antifaces, negro y rojo el uno, rojo y negro el otro, que an parecan conservar, frente
a frente, la misma actitud hostil que una noche adoptaron al encontrarse en aquella
misma alcoba sus respectivas dueas; ni la sugestiva zapatilla azul que Octavio no
tocaba sin besar, digna del breve pie de la Cenicienta; nada, nada mortificaba tanto
mi curiosidad como la sarta de lindos caracolitos guardada devotamente en rico
estuche de marfil. Acaso este ateo impenitente abrigaba la cndida supersticin de
los amuletos?
Una noche, por fin, interrogu a Octavio:
Y esto?
Eso? Ay! Es una historia bien triste la que me pides, la historia de un amor irreal.
Mir con extraeza a mi amigo.
Te sorprende la palabra en mis labios?
A qu ocultrtelo?
Pues, escucha:
Todas las tardes ella bajaba a la playa all acuda yo tan slo por verla saltar descalza,
de roca en roca, hasta alcanzar el abrupto pen que se ergua en el mar, casi a la
orilla, frontero al viejo torren del castillo. Y poniendo aquel soberbio pedestal a su
temprana hermosura, se haca contemplar de las ondas, de las ondas a las que ella
hablaba con la gracia y la majestad de una reina enamorada.
Qu les confiaba? No s. Sin duda, embajadas de amor que las coquetuelas,
modulando su cancin de espuma, corran alegres y presurosas a recibir, y presurosas
y alegres se llevaban. Una tarde Oh!, estaba ms bella que nunca! Su flotante
cabellera blonda pareca llenar el aire de tomos de oro, y en el azul de sus grandes
pupilas se reflejaba algo de la imponente y brava inmensidad del mar. Traa al cuello
esa sarta de caracolitos que ha sido aguijn de tu curiosidad.
Un hilo de sangre corrale por la sien y manchaba de prpura el oro de sus cabellos;
por sus labios
amoratados pareca an vagar una sonrisa, sonrisa de mujer enamorada que corre al
encuentro del amado, y del cndido cuello penda la sarta de caracolitos que haban
marcado
las horas felices de aquel mes.
Los cont: doce! Eran los mismos que me haba enseado! Desde aquel da no haba
vuelto el Prncipe y la visionaria se haba lanzado al mar en su busca.
FABIO FEDERICO FIALLO......