Apendice Oncenio de Leguia
Apendice Oncenio de Leguia
Apendice Oncenio de Leguia
El origen de la tirana
atravesaba el Per.
A la distancia, vi con mayor claridad que en nuestro problema del
Sur, al lado de la justicia de nuestra causa, necesitbamos para
alcanzarla el prestigio de un pueblo serio, libre, trabajador, organizado,
y vea adems que el rgimen de Legua, si no era detenido en ese
instante por una reaccin de la conciencia colectiva, iba a destruir poco a
poco todas las instituciones nacionales y a producir entre nosotros un
caso de verdadera y larga tirana, sin precedente en nuestra historia, en
que los gobiernos podan haber sido imperfectos, pero nunca
definitivamente arbitrarios, y cuando intentaron serlo, cayeron
inmediatamente.
Estudiando la historia de Amrica, me espantaban los casos de
Venezuela, Centro Amrica y Mxico, en que al amparo de cierto
bienestar econmico y de la anarqua o decadencia en la clase dirigente
se haban creado regmenes personales de duracin indefinida.
Esos regmenes, sobre todo en Centro Amrica y Venezuela,
llegaron a ser no slo absolutos, sino francamente despticos (de un tipo
de despotismo asitico por la corrupcin y africano por la crueldad). De
regreso de Los ngeles, donde haba concludo mi gira de conferencias,
rumiaba dolorosamente estos pensamientos.
Al llegar a Lima, encontr que la realidad superaba mis negras
expectativas: la isla de San Lorenzo, convertida en una Bastilla;
diputados, periodistas, ciudadanos honorables, presos all sin ser
entregados al poder judicial y contra las decisiones de ste, que
amparaba el recurso de Habeas Corpus; los peridicos, sometidos a la
amenaza de la prisin de sus redactores o de la asonada que poda
empastelar sus imprentas y quemar sus edificios; la universidad,
sufriendo los restos de la antigua agitacin eleccionaria. (La reforma que
todos anhelaban no poda encontrar el ambiente de serenidad, de
garantas y de respeto que supone un rgimen constitucional.)
El mismo da de mi llegada, Cisneros, el director de La Prensa, fu
tomado preso. Mi deber de solidaridad intelectual, mi vehemente deseo
de suscitar una reaccin en la conciencia colectiva, me llevaron a invitar
a la juventud a que demandara la libertad del periodista que era a la vez
absoluta dignidad.
Mientras el Per careca de una orientacin propia, Chile desarroll
hbilmente la poltica prevista. Fracasadas las primeras tentativas de
mediacin que se hicieron, bajo la sugestin chilena, por los gobiernos
argentino y uruguayo, ante la fundada negativa de la administracin
Pardo, el gobierno de la Moneda comprendi que su nico camino
favorable era el del arbitraje poltico de los Estados Unidos. Todo
arbitraje poltico envuelve una transaccin. Un jefe de Estado rehuye las
soluciones de estricta justicia. La transaccin que poda derivarse,
dentro del proceso arbitral o fuera de l, hacia la divisin de las
provincias, haba sido siempre el recurso chileno en toda situacin
internacional difcil. La propuso cuando el protocolo Billinghurst - La
Torre y sabemos que estaba resuelto a ella en 1910. Lo prueban no slo
los documentos que obran en la cancillera peruana, sino la
correspondencia del embajador americano en Chile, Mr. FIetcher. El
inters esencial de Chile era slo conservar Arica.
La orientaci6n de este pas hacia un arbitraje limitado y poltico
coincida con los rumbos diplomticos de los norteamericanos. En
efecto, despus del triunfo republicano y el definitivo apartamiento de
los Estados Unidos de los asuntos europeos, haba una corriente en este
pas que no deseaba la solucin de los problemas americanos por los
organismos creados por Wilson.
Al mismo tiempo, la administracin republicana, tema que la
antigua poltica de abstencin o prescindencia en los problemas de
fronteras de los pases hispanoamericanos facilitara la intervencin
europea o redundara en la merma del prestigio de los Estados Unidos.
Acogieron, entonces, con simpata el plan chileno. Saban, adems, que
para ello contaran con la ciega adhesin del Per. De este modo result
que el Per fu llevado a Wshington, debido a una maniobra chilena,
mientras que la prensa leguista deca al pas que habamos obligado a
Chile a ir all, confundiendo lamentablemente las pocas y las
circunstancias. El arbitraje de Wshington, antes de la gran guerra,
habra sido un recurso para el Per; despus de la posicin que
habamos alcanzado, era la derrota o la transaccin. Tenemos derecho
de repetir hoy estas cosas, los que en su oportunidad las dijimos. Remito
al lector a los artculos del Mercurio Peruano del ao 22.
An dentro de las negociaciones de Washington, el Per pudo
volver a su verdadera orientacin: el arbitraje jurdico. La discusin de
los trminos del compromiso no envolva necesariamente que el rbitro
fuese el presidente de los Estados Unidos. Pudo constituirse un tribunal
arbitral de jurisconsultos, o designarse a la Corte Suprema de los
Estados Unidos o, por ltimo, a la misma Corte de La Haya, que en esos
momentos apareca propiciada por el partido republicano como una
compensacin a su apartamiento de la Liga. Un rgano de la
importancia del New York Times dijo francamente que la tarea arbitral
no era deseable. Tal sentimiento exista en mucha gente. No es de creer
que hubiera habido oposicin o resentimiento de parte de los Estados
Unidos por la insinuacin de otro rbitro. Pero Chile saba que ante un
tribunal de jueces, su causa estaba perdida. Y Chile insisti en el
arbitraje del presidente de los Estados Unidos.
No necesito repetir detalladamente aqu la historia que he hecho en
otro lugar de las negociaciones de Wshington (3). Recordar
nicamente que el Per fu conducido de derrota en derrota hasta la
suscripcin del protocolo de 1922. Con la promesa de un arbitraje
amplio sobre Tacna, y Arica, se obtuvo de nuestros negociadores la
suscripcin de un acta revalidando el tratado de Ancn. La misma tarde
del da en que esa acta era firmada los negociadores chilenos retiraban
su propuesta con el pretexto de la oposicin del Congreso de su pas.
Entonces, en lugar de abandonar la conferencia, seguimos, desarmados,
la discusin estril de propuestas y contrapropuestas. Hughes zanj el
conflicto ofreciendo un arbitraje verdaderamente cojo, en el que, en un
extremo el rbitro decida sobre las condiciones del plebiscito, y en otro
extremo dejaba el problema sin solucin, legalizndose la posicin
indefinida de Chile. A pesar de los argumentos sin rplica del Memorial
de los tarapaqueos contra el protocolo, el Congreso de devotos y
serviles lo rectific. Aquella rectificacin, no fu un acto de mera
(3) Mercurio Peruano Los tarapaqueos en la conferencia de Wshington.
gubernativa, la opinin nacional, dirigida esta vez por las mujeres, salv
el honor del Per. Las emocionantes manifestaciones de protesta
produjeron intenso efecto en los Estados Unidos. El gobierno americano
dise cuenta de la importancia del problema para el Per y de la enorme
injusticia que envolva el laudo. El resultado fu el nombramiento del
general Pershing para presidir el plebiscito. Ese nombramiento no lo
consigui ni lo imagin el gobierno Legua. Lo produjo la intensidad y
el carcter de la protesta peruana. Y se inicia el proceso plebiscitario.
Pershing iba a contemplar las cosas sobre el terreno, lejos de las
sutilezas y argucias abogadiles y con el criterio sencillo del honor
militar. El proceso plebiscitario fu la mejor refutacin del inicuo laudo.
Ante la expectativa de Amrica y por el imparcial testimonio de la
Comisin plebiscitaria, los hechos en que el Per haba fundado su
demanda quedaban constatados. El plebiscito era irrealizable. Ni la
presencia de los comisionados extranjeros pudo contener a Chile en su
inveterada poltica de coaccin y abuso. Los informes de Pershing y de
Lassiter recuperaron para el Per la posicin que tena antes del laudo.
En efecto, la rebelda de Chile contra las bases de un justo plebiscito, no
solamente destrua el laudo y las obligaciones del protocolo de
Wshington, sino el tratado de Ancn.
Su violacin, alegada por el Per y probada por los hechos
anteriores, vena a recibir, con la rebelda de Chile, una constatacin
autorizada y solemne.
Lo comprendieron as los polticos chilenos. El nico que no
pareca darse cuenta de las inapreciables ventajas de nuestra situacin
era el gobierno peruano. Se dej perder la brillante oportunidad, a raz
de los informes de los comisionados y de los primeros requerimientos
del rbitro a Chile, para declarar que el Per estaba desligado de todas
las obligaciones impuestas por el protocolo y aun por el tratado de
Ancn. Cualquier gobernante digno habra seguido esa poltica, si no en
forma definitiva y radical al menos como un medio de obtener las
mayores ventajas posibles, siquiera las ciudades de Tacna y Arica.
El Per tena derecho para fijar sus condiciones, establecer su
mnimum y negarse a or cualquiera otra propuesta de arreglo. Pero no
Bolivia, accediese a dar a este pas una pequea faja a lo largo del
ferrocarril de Arica a la Paz, colocando a Chile en la necesidad de
conceder un embarcadero o salida a esa faja, el gobierno de la Moneda
pens, entonces, en imponer al Per la obligacin inconcebible de no
hacer unilateralmente ningn arreglo con Bolivia y de consultar antes la
voluntad y aquiesencia chilenas. El Per no slo resultaba vendindole
al agresor, a vil precio, un territorio sagrado sino hipotecando su libertad
y aceptando una poltica inconveniente y ofensiva para nuestro antiguo
aliado.
Tengo esa informacin de la ms autorizada fuente. La clusula
relativa a esta materia se encontraba en las primitivas bases presentadas
por Hoover; lo cual revela que esas bases fueron dictadas por Chile,
porque los Estados Unidos no tenan ningn inters en cerrar, por un
acuerdo entre el Per y Chile, el paso a las aspiraciones de Bolivia.
Supo el ministro de este pas la existencia del memorndum Hoover, y
entonces hizo, con toda vehemencia la justificada gestin para obtener
su retiro, y el secretario de Estado, la retir. Poco tiempo dur la
satisfaccin del ministro boliviano. Sus medios de informacin le
permitieron conocer que, adems de las clusulas pblicas del tratado,
haba una adicional en texto secreto que contena la disposicin
referente a Bolivia. Volvi otra vez a la secretara de Estado y obtuvo
esta respuesta: El Gobierno americano, en efecto, no ha propuesto la
clusula, fu aceptado por el Per, en virtud de la inmediata y directa
imposicin de Chile.
Si la cesin de Arica por s misma creaba un problema, ste
resultaba reagravado por la complicidad que se exiga al Per en la
poltica chilena frente a Bolivia. No es para describirse el inmenso dolor
que la liquidacin final de la cuestin con Chile produjo en los hombres
en quienes el patriotismo no haba sido amenguado, sino avivado por el
desierto. Las grandes tragedias nacionales cuando se comparten en el
territorio patrio, se atenan por la comunidad en el dolor. En tierra
extraa lo que hiere al pas, sobretodo en su honor, produce una
amargura y una decepcin indefinibles. El espritu se aferra siempre a
una esperanza. El tratado no deba ser aprobado. No fueron las mujeres
era posible hallar una frmula que conciliara los intereses esenciales del
Per en el Putumayo, cre que la iniciacin de las gestiones peruanocolombianas se deba a la posibilidad del fracaso de la conferencia de
Wshington y a la necesidad de paralizar las intrigas chilenas en esa
emergencia. Grande fu mi sorpresa al saber que el tratado estaba
concludo y que se fijaba como lnea el Putumayo, sacrificndose los
intereses peruanos en los ros Cara-Paran e Igara-Paran. La
informacin resultaba incompleta. Ignoraban mis informantes o me lo
ocultaban, la ms grande cesin, inverosmil verdaderamente, de la
orilla derecha del Amazonas que nos privaba del dominio de la entrada
del gran ro. Una vez ms, la realidad superaba a las ms tristes
conjeturas.
Concludo el arreglo, el gobierno no lo someta a las Cmaras.
Cul no sera la monstruosidad del tratado: que aun se tema su examen
por Cmaras de validos y de siervos! No slo este temor detuvo la
aprobacin del pacto. Las protestas del Brasil, justamente ofendido por
una reserva colombiana sobre los territorios reconocidos al imperio por
el tratado del 51, paralizaron su divisin y ratificacin. Durante los
aos que dur el arbitraje sobre Tacna y Arica, el pacto colombianoperuano pareca dormir. Por una coincidencia reveladora de esas
vinculaciones profundas y oscuras de las cosas, el pacto Con Colombia
revivi al mismo tiempo que resolva nuestro problema del sur el inicuo
laudo Coolidge. Nuestro presidente haba manifestado tan ciega
adhesin al gobierno americano que ste crey que poda disponer
incondicionalmente del Per. Bastaba apoyar a su dictador y
deslumbrarlo con las expectativas de la aquiescencia a futuros
emprstitos. En cambio, era necesario borrar antiguos desacuerdos con
Chile (lo de Baltimore no haba sido olvidado); y haba que restaar la
herida de Panam, sirviendo a Colombia. Desde el punto de vista
poltico, la primera consideracin explica el laudo en la cuestin
chilena; y la segunda explica la mediacin americana para obtener la
solucin de las dificu1tades entre Colombia y el Brasil suscitadas por las
reservas de aquel pas, incorporadas al tratado por la abdicacin
inconcebible del Per. En protocolo firmado en Wshington, con la
gloria obtenida por Colombia o por el Plata al crear las dos corrientes
libertadoras. En conflictos con Colombia, con Chile y aun con Bolivia
sufrimos derrotas; pero en compensacin al xito militar, tenamos una
historia digna. El Per haba manifestado desde la independencia que
correspondamos a los antecedentes de nuestra posicin directiva en el
continente, con la clara conciencia de los derechos y de la solidaridad
hispanoamericanos. Este sentimiento continental nos hizo los herederos
y los continuadores del ideal bolivariano. Tres Congresos reunidos en
Lima trataron de revivir, en una u otra forma, la solidaridad soada por
el Libertador. Y en perfecta conformidad con esa orientacin, no hubo
atentado o peligro para la independencia de uno de los pases hermanos
que no encontrara en nosotros un eco inmediato o una respuesta
generosa.
La invasin filibustera de Walker en Centro Amrica y la
tentativa de anexin de Santo Domingo a Espaa, motivaron nuestra
protesta. Mexico invadido por Napolen, recibi nuestros homenajes y
nuestros alientos. El primer pas que declar la beligerancia de Cuba, en
la guerra de los diez aos, fu el Per. Y cuando el Brasil, la Argentina
y el Uruguay continuaban la guerra contra el Paraguay, el Per, sin tener
en consideracin las consecuencias del resentimiento brasilero en el
Amazonas y la vieja y tradiciona1 vinculacin con la Argentina, no
vacil en formular en su propuesta los principios que salvaban la
existencia y la integridad territorial del Paraguay. En nuestras disputas
territoriales, teniendo derecho indiscutible y, en algunos casos dems, la
posesin, nunca pretendimos imponer o exigir su respeto, sino mediante
el recurso humano del arbitraje. Puede decirse que aquella tradicin
encarnaba nuestra fisonoma moral. Ella ha sido destinada
ignominiosamente por Legua. Cuando los marinos americanos
volvieron a ocupar Nicaragua, la poltica de Legua no fu siquiera la
del silencio o la del apoyo detrs de bastidores. Con cinismo
incomparable, el dictador imparti sus instrucciones a sus delegados en
la Conferencia de la Habana, que se tradujeron al fin en el discurso que
pronunci Denegri, secretario privado del tirano, injuriando a los
pueblos centroamericanos, ante el asombro y vergenza de la Asamblea.
La tirana de Legua
en la historia de Amrica
peruana, tendr que convenir que sta ha tenido una visin clara
respecto de la unidad nacional y de la necesidad de liquidar, en forma
implacable y justa, los crmenes de la tirana.
Si el Per se ha salvado por el vigoroso despertar de la
conciencia pblica, encarnada en el caudillo de la revolucin, de las tres
pavorosas posibilidades; separatismo, anarqua militar y comunismo que
se cernan a la cada de Legua, gravitan sobre el pas humillado y
exange gravsimos problemas de orden internacional, poltico, social,
financiero y pedaggico que es necesario resolver. Todos los hombres
de pensamiento tienen hoy el deber de discutir esos problemas y ofrecer,
con absoluta independencia y libertad, el fruto de sus meditaciones.
Concluyamos pues este libro, en que hemos presentado frente al
pensamiento del marxismo las soluciones del realismo reformista con el
planteamiento descarnado y sincero de las cuestiones que deja abierta la
liquidacin de la dictadura.
El problema internacional
Hemos dicho que la diplomacia de Legua subordin todas
nuestras cuestiones a un solo objetivo: el emprstito americano.
Nuestra cancillera dej de existir como entidad autnoma. Vivi
para cumplir las rdenes y para adivinar los deseos de la Casa
Blanca. En gesto de repugnante adulacin, nos retiramos de la Liga
de las naciones cuando nuestra presencia all era exigida por la
necesidad de mantener nuestra propaganda en el gran centro de
opinin universal que es Ginebra. Siguiendo la misma tendencia,
fuimos a las Conferencias panamericanas, no a servir la causa de la
solidaridad hispanoamericana, sino a hacer el juego de la poltica
imperialista de Coolidge, Continuamos esclavizados a la mediacin
de este pas cuando el laudo y el tratado de Ancn estaban rotos por
Chile, y al Per se abra un camino de libertad absoluta. Por ltimo,
bajo la indicacin de Wshington, entregamos el Amazonas a
Colombia.
Es necesario rectificar de un modo radical esta poltica. En la
Liga, a la que hemos vuelto, aunque tardamente; nuestra actuacin
debe inspirarse en la preservacin de nuestra personalidad,
sirviendo a los ideales de paz y de justicia internacional, dentro de
la vinculacin que nos une al grupo cultural que representan los
pueblos hispnicos. Continuando la vieja tradicin peruana y el
ideal de Bolvar, que hicimos nuestro, debemos recuperar para el
Per el antiguo puesto y el antiguo prestigio del cual nos priv la
dictadura. Todo ello, naturalmente, dentro de la circunspeccin y
medida que corresponde a un pas consciente de la modesta
posicin que ocupa en el mundo, sin las megalomanas y las
audacias de proyectos que, sin trabajar por el ideal de justicia, creen
para los pueblos de Chile y Colombia, con los que deseamos tener
las ms cordiales relaciones. Ellas expresan simplemente la visin
realista del juego diplomtico tal como, desgraciadamente, lo ha
dejado planteado la tirana. Es evidente que al Per le convena
resolver ambos problemas, el del Norte y el del Sur; pero entre el
aplazamiento y la aparente solucin a que se ha llegado, no cabe
comparacin posible. El aplazamiento no envolva los peligros que
dichos arreglos han hecho agudos.
La dictadura perdi 1a gran oportunidad para resolver
ambos problemas por medio de sendos acuerdos tripartitos que
crearan una nueva situacin en el Pacfico y en el Amazonas. El
Per, ms fuerte que nunca en sus derechos y en su posesin, pudo,
en obsequio a la paz de Amrica seguir una poltica de generosidad
para los cuatro pases hermanos por medio de aquellos acuerdos
que, junto con la paz definitiva trajeran la afirmacin de su prestigio
internacional. Hoy confrontamos una doble crisis en psimas
condiciones.
Bien sabemos que, a pesar del, carcter anticonstitucional
de los recientes pactos y de su profunda inmoralidad, no se puede,
conforme al derecho internacional repudiarlos. Bien sabemos,
adems, que la prudencia aconseja, ante los hechos consumados,
obtener de ellos la mayor utilidad posible
Por lo mismo, es nuestro deber trabajar denodadamente
para que se inicie entr el Per y Chile y el Per y Colombia una
poca de positiva inteligencia,
fraternidad y cooperacin. Mas
esta poltica no exige echar un velo a las dificultades que los
tratados han creado. Muestra de inconsciencia sera, por no
perturbar con estas discusiones una quietud aparente, mantener un
silencio debajo del cual se agitaran, para estallar ms tarde, sordos
resentimientos o incompatibilidades de intereses. Inaugurado en el
Per un libre Gobierno que ha tenido que seguir la inevitable
poltica de reconocer los pactos referidos, pueden los publicistas de
los cincos pases discutir francamente los problemas de que
tratamos, precisamente para consolidar la vincu1acin del Per con
Colombia y Chile y preparar la solucin de las cuestiones
ecuatoriana y boliviana. Con este espritu tratamos la materia. Este
esclarecimiento y la apreciacin consiguiente de los tratados no va a
servir de base a una poltica de aventura, de odio retrospectivo o de
anhelos utpicos. El Per no debe pedir la revisin de los tratados