Historia de Las Persecuciones de La Iglesia Catolica Tomo II
Historia de Las Persecuciones de La Iglesia Catolica Tomo II
Historia de Las Persecuciones de La Iglesia Catolica Tomo II
HISTORIA
DE LAS
PERSECUCIONES
DESDE SU FUNDACIN HASTA LA POCA ACTUAL;
CONTIENE UN EXAMEN DETENIDO DE LAS CAUSAS DE CADA UNA DE ELLAS Y DE LOS CARACTERES ESPECIALES QUE PRESENTARON
DE LAS PRINCIPALES LEGISLACIONES QUE CONTRA EL CRISTIANISMO HAN REGIDO Y RIGEN;
LA BIOGRAFA DE LOS TIRANOS Y PERSEGUIDORES Y DE LOS MS ILUSTRES PERSEGUIDOS Y MRTIRES,
CON INTERESANTES DESCRIPCIONES
DE LOS LUGARES EN QUE SE LIBRARON LOS RECIOS COMBATES DEL ORGULLO HUMANO CONTRA LA VERDAD DIVINA
DESDE EL CALVARIO, EN EL SIGLO PRIMERO, HASTA EL QUIR1NAL, EN EL SIGLO ACTUAL.
OBRA ESCRITA
POR
Dx
Y DX J O S ILDEFONSO GATELL
ILUSTRADA
C E N S U R A
DIOCESANA.
TOMO SEGUNDO.
BARCELONA:
RIERA,
E S PROPIEDAD.
1 que reproduzca una obra ajena sin el consentimiento del autor, de quien le haya subrogado en el derecho
de publicarla, queda sujeto la indemnizacin de daos y las penas impuestas al autor fraudulento.
( LEY DE 1 0 DE JUNIO DE 1 8 4 7 , art.
1 9 ).
HISTORIA
DE
LAS
T R A T A D O CUARTO,
DESDE LA PERSECUCIN DE SAN JUAN CRISSTOMO HASTA MAHOMA.
I.
Persecucin contra la vida monacal.
jf3espues de los hechos trascendentales que hemos venido reseando, claro es que ya los
paganos no haban de perseguir el Cristianismo como religin. El triunfo haba sido demasiado solemne para que los idlatras no tuviesen que darse por vencidos; bajo este respecto
la lucha haba de darse ya por terminada de una manera definitiva.
Pero no faltaban todava paganos contumaces que no queran resignarse la humillacin
de la derrota, quienes no pudiendo combatir al Cristianismo como religin, se manifestaban
resueltos hacerlo en sus instituciones.
>
Despus del apostolado, pocas instituciones se encontrarn como la monacal, que mejor
personifiquen el espritu cristiano en toda su vitalidad. La vida monstica, no slo es una
creacin esencialmente evanglica, sino que hasta podemos decir que es el Evangelio en accin, y esto en lo que l tiene de ms rgido y de ms difcil.
No es de extraar, pues, que la vida monacal tuviera por modelos y apologistas en Oriente
doctores tan ilustres como Atanasio y Basilio, y en Occidente eminencias de primer orden
como Jernimo y Agustin.
Ambrosio contemplaba en santo arrobamiento las islas del Mediterrneo pobladas por
monjes. All, deca, en aquellas islas que la munificencia de Dios arroj al mar como collar
de perlas, buscan un asilo los hombres que desean librarse de la fascinacin de los placeres des-
ordenados. El mar es para eLlos como un velo tras del cual se ocultan sus mortificaciones; es
manera de una muralla tras de la cual pueden poner salvo su continencia. All no hay
nada que altere la paz; para las violentas pasiones del mundo todos los pasos estn cerrados;
all tdo inspira graves pensamientos. El rumor misterioso de las olas forma armona con el
canto de los himnos, y mientras ellas lamen con suave quejido la arena de aquellas islas
afortunadas, suben de su seno ai cielo las voces tranquilas del coro de los santos (1).
Nadie manifest ms ardor que los monjes en extirpar de raiz la idolatra, y cuando sta
se hallaba condenada ya como institucin, los monjes continuaban combatindola en los r a s tros que haba dejado en las costumbres.
Las severidades de la vida monacal eran lo ms opuesto la civilizacin gentlica fundada principalmente en la sensualidad; y donde no bastaran sus predicaciones sus
ejemplos estaban dispuestos llevar su inmolacin personal.
De los restos que quedaban del viejo paganismo haba uno que era difcil destruir por el
gran prestigio que conservaba, especialmente entre las clases populares; era"el espectculo de
los gladiadores en el Circo.
Desde la poca de Tertuliano todos los doctores de la Iglesia venan lanzando su condenacin contra aquellos cuadros de feroz barbarie; la autoridad soberana de la Iglesia los conden
de una manera solemne; pero pesar de todo, aun cuando el Circo haba de estar marcado
para los creyentes con el anatema que con la sangre de tantos mrtires escribi el despotismo
de tantos tiranos, aun despus de su conversin, el pueblo segua defendiendo su diversin favorita.
Hasta poetas ilustres como Pudencio solicitan en magnficos versos la abolicin de aquel
escndalo. Es menester que en adelante, dice, el suplicio de un hombre no se constituya
en una fiesta, que la arena se contente con sus fieras y cese de empaparse en sangre h u m a n a , y as Roma, sumisa Dios, y digna de su prncipe, grande por su valor lo ser tambin
por sus virtudes (2).
Esta cristiana protesta fu voz perdida en el desierto; el vapor de sangre derramada en
el Circo segua manteniendo un espritu brbaro en aquellos que el Cristianismo quera convertir nina civilizacin, no slo ms espiritualista, sino que respetase mejor los fueros de
la humanidad.
El dbil Honorio, con ocasin de su sexto consulado, declar vigente una diversin esencialmente pagana como eran los juegos seculares, incluyendo en ella la lucha de los gladiadores. .
Cuando el anuncio de las fiestas hubo llegado hasta los desiertos, u n monje oscuro, llamado Telmaco, concibe una resolucin suprema. A primera vista su empresa puede tacharse
de temeridad, quiz hasta de arrebato; pero por medio de estos hechos de osada es como se
llega veces grandes resultados.
Telmaco abandona su solitaria celda, y desde un rincn de Oriente se encamina hacia
Roma. Llega al principiar los juegos imperiales, y salvando todos los obstculos, penetra en el
Coliseo. Aquel hombre del desierto apenas logra abrirse paso por entre la oleada popular; pero
al fin logra llegar hasta la arena, y en medio de la sorpresa general se ve que aquel hombre
desconocido trata de impedir los gladiadores que se batan. El pblico se irrita contra l y
se oyen gritos amenazadores contra el impertinente, el loco, el fantico, el negro. pesar de
la espantosa gritera', el monje insiste en su heroica decisin. Entonces arremeten contra l
pedradas primero, garrotazos despus. Telmaco cae en la arena baado en sangre y los
gladiadores quienes quera salvar son los que le dan el golpe de gracia.
Fu una victoria obtenida con un martirio, como todas las del Cristianismo; pero al fin
una victoria.
(1)
S. Ambros., Hexameroh,
(2)
III, .
Telmaco aspiraba ser en el anfiteatro la ltima vctima, y lo fu. Con su sangre generosa cerr la serie de barbaridades que cometieron los poderes paganos y que los poderes cristianos toleraban todava.
Lo heroico del sacrificio hizo abrir los ojos los que, tenindolos aun cerrados, no acertaban distinguir todo lo inhumano y feroz que tenan aquellas escenas. Un edicto de Honorio proscribe para siempre la lucha de los gladiadores.
La institucin monacal combati demasiado lo que aun quedaba de paganismo para que
los adictos las viejas preocupaciones no se desencadenasen contra ello. Era u n hecho constantemente observado; en la comarca donde u n monje levantaba una celda, los altares de los
falsos dioses desaparecan por completo.
No se extraar que los que no haban perdido su aficin la molicie pagana aborrecieran sistemticamente la austeridad de los monjes.
E l retrico Libanio les insulta llamndoles negros, dicindoles que hacen consistir la virtud en vestirse de luto.
El sofista Eunapio se burla torpemente de aquellos hombres que, por el hecho de presentarse vestidos de negro, dice ejercen una especie de omnipotencia, y les acusa falsamente de
llevar una vida abyecta y hasta criminal (1).
Eutitio Numaciano escribe n verso el viaje que hizo de Roma su patria. Al surcar el
Mediterrneo describe la isla donde moraban multitud de patricios entregados la vida monacal , y dice:
Ya vemos levantarse la isla de Caprera; en ella habitan muchos enemigos de la luz. Se
dan s mismos, tomndolo del griego, el nombre de monjes, causa de querer vivir solos,
sin testigo alguno. El miedo los azares de la fortuna les inspira el miedo sus dones; y
empiezan labrar su miseria por temor de ser miserables algn da. Puede darse locura ms
perversa que la de no querer gozar de los bienes por temor los males?... Esos peascos,
testigos de una reciente desgracia, me inspiran horror: en ellos se ha estrellado un ciudadano
enterrado en vida. Hace poco que brillaba entre nosotros; joven, noble, rico, bien casado,
impelido de la pasin abandona los hombres y los dioses, y crdulo desterrado se pierde
en ignominioso retiro. Cmo no ver que esta secta es ms funesta que la ponzoa <le Circe?
Entonces se transformaban los cuerpos, aqu se transforman las almas (2).
No menos prevenidos que los gentiles se mostraban los herejes, especialmente aquellos
cuyo error afectaba la divinidad de JESUCRISTO y al carcter sobrenatural de su doctrina y
de su influencia, ya que u n monje, no slo era la confesin viva de que el fundador de la
religin cristiana era el Hijo de Dios, sino que aquella vida austera slo se comprenda obedeciendo influencias sobrenaturales.
De aqu que los arianos especialmente se declarasen contra los monjes de u n a manera
cruel hasta renovar las antiguas persecuciones con su carcter de ferocidad.
(1)
(2J
Eunap., In Adesio,
Vit. Philos., c. .
Processu pelagijam
se Capraria
tollit.
Squalet lucifugis nsula plena
viris,
Ipsi se monadsos Grato cognomine
dicunt,
Quod soli nullo vivere teste
volunt.
Muera fortunw metuunt, dum damina
verentur
Quisquam sponte miser, ne miser esse queal
Quivnam perversi rabies tam stulta
cerebri,
Dummala
formides, nec
bonapossepali?
Aversor scopulos damni monumeuta
recentis:
Perdiltis hic vivo funere civis erat,
IVoster enim nuper, juvenis majoribus
amplis,
Nec censu inferior conjugiove
minor
Impulsus furiis homines divos que reliquit
El lurpem lalebram credulus exul gil
iVum rogo delerior Circwis seda venerisl
Tund mulabanlur
corpora nunch
animi.
Rulilius
Numaiianus,
/. /.
II.
Persecucin ariana contra los monjes.
En poca de Valen t e , varios agentes del poder ariano, entre los que se contaban Lucio y
Euzonio, se dirigieron con fuerza armada los monasterios de Egipto. Lucio en particular manifest su ferocidad contra los que se dedicaban la vida monacal. Al encontrar aquellos
santos que se consagraban la contemplacin y al estudio, no slo les privaron de reunirse
para dedicarse al rezo comn, sino que les arrojaron de aquellas soledades haciendo uso de
las armas. Tanto los jefes como los soldados, hacan de los venerables religiosos torpe mofa,
les apedreaban, les arrebataban sus vestidos, llevndose presos unos, asesinando otros, y
obligando los dems andar errantes de un lugar otro.
Dos de los presos, por orden de Lucio, fueron deportados una isla en la cual no haba
n i n g n cristiano. Ellos, con sus persuasiones y sus ejemplos, lograron que el templo idlatra de aquella isla se convirtiera en una iglesia cristiana, y que se convirtiera la fe con toda
su familia el sacerdote gentil que estaba encargado all del culto de los dioses falsos y quien
le veneraban como una divinidad.
E n aquella persecucin, veinte y tres monjes y once obispos, hijos todos del desierto, fueron condenados las minas la deportacin.
Verificbase con la persecucin contra la vida monacal lo que con la persecucin pagana
contra el Cristianismo. E n vez de extinguirse aquella raza de santos, el furor del arianismo
haca que adquiriese mayor desarrollo.
No siempre era dado en aquella poca acudir medidas sangrientas ni realizar actos de
despotismo que no pudieran justificarse. Valente lo comprenda as, y en su consecuencia,
llevado de su aversin contra los monjes, pretext q u e , retirndose al desierto personas de
distincin que podan utilizarse para los cargos pblicos, se resenta de ello la prosperidad y
buena administracin del Estado. Valente publica un decreto ordenando al conde de Oriente
que registre las soledades de la Tebaida y arranque de all unos hombres quienes calific
de desertores de la vida civil, para obligarles aceptar los cargos que la patria les confie (1).
Acude Valente otro recurso, y es el de arrancar los monjes de la tranquilidad de la
vida contemplativa para entregarles la disipacin del campamento, ordenando que se alisten
todos los que sean aptos para empuar las armas, y que los que se resistan se les condene
la pena de azotes.
Con este motivo los tribunos y los soldados del Emperador inmolaron en la comarca de
Nitria multitud de religiosos (2).
E l servilismo al poder imperial completamente dominado por influencias arianas daba
lugar que los magistrados rivalizaran en medidas de arbitrariedad contra los monjes, seguros de que con ello haban de complacer al Emperador.
La persecucin oficial excit la persecucin popular, y-los adversarios de la doctrina proclamada en Nicea se concertaban para ir en busca de los monjes aptos para el servicio; t u r bas de desalmados se introducan en aquellos desiertos, se presentaban en las celdas, rompan sus puertas y expulsaban de ellas los monjes, atrepellndolos con crueldad, hacindose
una gloria en denunciarlos los tribunales, en maltratarlos conducirlos la crcel. No
debemos tolerar, decan, que hombres libres y nobles, jvenes y robustos, pudiendo gozar de
toda clase de placeres, se condenen una vida tan repugnante.
(1) Qudam ignavia; seclaleres, desertei civitatum
muneribus,
caplant soliludines
mnnazontum
congregantur.
los igilur algue htijus modi inlra sEgipium deprehensos
perceplione mandavimus
algue ad numia patriarum
subeunda revocari. Leg. Qudam
(2) Multi monacharum
Nurias per tribunos el milites da>si. San Hicron.
!>
III.
Persecucin contra san Juan Crisstomo.
Ya no eran slo los herejes los que perseguan los monjes. Miras bastardas de inters
particular hicieron que tomaran parte en la persecucin personas adictas a la Iglesia.
Familias que vean partir para el desierto alguno de sus individuos en quienes cifraban
esperanzas risueas, nombres ilustres cujo brillo iba extinguirse en el fondo de aquellas
soledades, todo era motivo para que se acudiera la calumnia y otros medios no menos indignos para censurarles, y que hasta se comprometiera a personas eminentes por sus virtudes.
Los ilustres patricios, las nobles matronas que iban buscar en el desierto un refugio
su virtud tenan que soportar los ultrajes de parientes, de amigos y hasta de envidiosos que
no se sentan con fuerzas para subir las alturas de tanto herosmo.
La plebe haca tambin coro a las censuras de las personas distinguidas.
.En los funerales de Blesilla, la hija mayor de Paula, el pueblo que llenaba las calles de
Roma prorumpi en gritos amenazadores, diciendo:
Los ayunos han muerto esta joven... Hasta cundo consentiremos esta detestable
raza de monjes?... Por qu no los arrojamos todos en el fondo del Tber?
Y al ver Paula anegada en llanto, aadan:
Ved como han seducido esta matrona desgraciada. Y la prueba de que no tena la
menor voluntad de ser monja, aadan, es que nunca mujer alguna gentil llor tan amargamente su hija (1).
No era nicamente en Roma donde se alimentaban estas preocupaciones. Salviano nos dice
que, al presentarse en las poblaciones de frica, y especialmente en Cartago, hombres cubiertos con manto, de plido rostro, rasurado el cabello, procedentes de las soledades de Egipto
de los Santos Lugares, el pueblo les acosaba con espantosa gritera de maldiciones, les l l e naba de ultrajes, atronaba el aire con silbidos, y les persegua como si fueran animales feroces (2).
Encargse de la defensa de los monjes el ms elocuente y ms celoso de los obispos orientales , el Cicern cristiano, el clebre san Juan Crisstomo.
Este desde nio manifest ya decidida aficin en favor de la vida monstica; pero le tena
encadenado al mundo el amor su madre, quien le suplicaba que no la hiciese viuda por segunda vez. Pero al ser ya hombre, se le design para obispo, y entonces fu cuando, desentendindose de toda otra consideracin, huy la soledad, fin de no ser ordenado, buscando
u n asilo en las montaas inmediatas Antioqua, pobladas ya por innumerables monjes.
Juan tom por maestro un anciano natural de Siria, hombre de portentosa austeridad,
y estuvo cuatro aos bajo su direccin. Luego pas dos aos enteramente solo, encerrado en
una cueva, dedicado domar sus fogosas pasiones.
All adquiri aquel vigor de espritu, aquella fuerza de carcter que as se revelaba en su
palabra como en todos sus actos.
Ya en la persecucin de Valente, l , testigo de la virtud de los monjes, se crey en el
deber de decir la verdad acerca de ellos*, por mucho que sta disgustara los poderosos de la
tierra, y escribi sus tres libros contra los impugnadores de la vida monstica.
Con su palabra de fuego se dirige aquellos padres q u e , fuera de s por la conversin de
sus hijos, exclaman: Me abraso, me despedazo, la clera me ahoga (3). Les explica con
(1) San Hicron, Kp. 22, ad
Paulam.
(2) Pallialum
et pallidum et usqite ad cutem tonsum... imprvbissimis
cadebatur. De tubern Dei,
\U.
Chrysost, dv. opp. vit. mon, I I , 8.
(3) Vror, lacero); disrumpter.
T. II.
sachinhis
el detestantibus
videntium
sibylis
quasi.
laureis
10
Chrysost., in Mnlh.
hom. 08.
11
Al frente del partido contra san Juan Crisstomo se coloc Tefilo, patriarca de Alejandra, quien abrigaba contra el Santo profundos resentimientos.
Tefilo haba obligado dos monjes que permaneciesen con l, constituyndolos en administradores de los bienes de la Iglesia. Aunque echaban menos la vida monstica, para
la cual sentan decidida vocacin, resignbanse no obstante permanecer en el nuevo cargo;
pero creyeron ver en Tefilo cierto apego los intereses materiales, y le manifestaron abiertamente que, no pudiendo ellos hacerse cmplices de su codicia, se retiraban su soledad.
E n el hecho de separarse de l y en el motivo que para ello alegaron, vio Tefilo una condenacin de su conducta, lo que excitando su enojo, dio lugar que profiriese contra ellos
graves amenazas, de las que se desentendieron los religiosos.
Tefilo, que iba m u y lejos cuando se dejaba llevar por sus impresiones, introdujo honda
divisin entre los cenobitas; logr que algunos de ellos se separasen de sus hermanos, acus
de origenismo los que permanecieron fieles, llegndolos acusar de impiedad. Extrem la
persecucin en contra los monjes hasta el punto de ir con gente armada invadiendo los monasterios y obligando la dispersin los que pudieron escapar de la muerte.
Aquellos monjes dispersos se renen ms tarde en Constantinopla para constituir Juan
Crisstomo en abogado de su causa.
Los adversarios de los religiosos, con el pretexto de que las doctrinas de stos se hallaban
impregnadas de origenismo, lograron hacerse suyo un hombre de virtud tan probada como
san Epifanio, quien describe san Jernimo como varn tan venerando, que los mismos herejes e respetaban, y hubieran considerado como una vergenza el atentar contra una persona
de tan reconocida virtud.
Al buscar los monjes un asilo en Constantinopla, all va tambin Epifanio, impelido por
los enemigos de los monjes, creyendo de buena fe que de lo que se trata no es de perseguir
la institucin monacal, sino de estorbar que los origenistas se valgan del prestigio de los monjes para propagar sus falsas enseanzas.
Al liegar Epifanio Constantinopla se presenta como muy prevenido contra Juan Crisstomo, pues al saber que protege los monjes, le cree fautor de la doctrina origenista, dando
fe las calumnias que contra l se venan propalando por parte de sus enemigos.
San Juan Crisstomo le ofrece Epifanio en su propio palacio una hospitalidad que ste
rehusa y hasta en algn acto del ministerio manifiesta la preocupacin que contra l abriga.
Los monjes egipcios comprenden perfectamente que, si de parte de Epifanio puede existir
prevencin contra ellos, no puede haber mala fe. Se presentan l para sincerarse de su nota
de origenistas, y le dicen:
Nosotros somos esos monjes de Egipto que vos persegus. Quisiramos saber si habis
visto nuestros escritos, si os habis informado de nuestras enseanzas con personas que las
hayan escuchado.
Epifanio con su natural sinceridad, les contesta que no se le haba ofrecido ocasin para ello.
N o s condenis, pues, sin conocernos? le preguntan los religiosos.
Epifanio le impresion vivamente tan justa observacin, trat los monjes con la m a yor benevolencia y sali poco despus de Constantinopla.
Entre tanto, Tefilo, que se haba constituido en Constantinopla, tambin tena con los
enemigos de Crisstomo sus confabulaciones, llegando constituir un poderoso partido.
Vino hacer ms crtica la situacin de Juan Crisstomo un notable sermn que predic
contra el lujo con aquella fuerza que l saba dar sus peroraciones.
La emperatriz Eudoxia en particular, y las damas de su corte en general, se dieron por
aludidas en las frases en que el Crisstomo increp severamente el fausto de las mujeres
como resultado de la vanidad; y el pueblo mismo, que censuraba las insensatas dilapidaciones
del palacio, empez aplicar la esposa del Emperador las enrgicas expresiones del celoso y
elocuente prelado.
12
El papel importante que representa Eudoxia en las persecuciones contra san Juan C r i sstomo y su carcter como protectora de los herejes, nos pone en el caso de ocuparnos de esta
mujer. .
Tena el emperador Teodosio el Joven la edad de veintin aos cuando su excelente h e r mana Pulquera crey de su deber, para el bien de los pueblos que deba administrar, escogerle una esposa digna de l. Acababa de llegar Constantinopla implorando la proteccin
de la Emperatriz una joven de extraordinaria hermosura, hija de un sofista de Atenas l l a mado Leoncio, la cual, la muerte de su padre, haba sido arrojada del hogar paterno por sus
hermanos. Esta joven, llamada Atenais, haba sido instruida en las bellas letras y en las ciencias , pudiendo competir en erudicin y en inteligencia con los primeros gramticos, retricos
y filsofos de su tiempo. Su padre crey que una joven de tan gran talento y tan privilegiada
belleza no necesitaba bienes de fortuna, y tuvo el capricho de desheredarla. Muerto Leoncio,
Atenais reclam sus derechos, lo que le vali el tener que sufrir d parte de sus hermanos los
ms brbaros tratamientos. Atenais se presenta al palacio imperial pidiendo una reparacin.
Pulquera se prend de aquella joven. A la primera vez de verla qued sorprendida del
despejo de su talento y crey que tanta hermosura unida una particular majestad servira de
mucho para engrandecer el trono de Teodosio. Dotada Pulquera de gran corazn, la desgracia
de Atenais no pudo menos de interesarla, y despus de informarse de su conducta, que vena
siendo hasta entonces irreprochable, Atenais, que era pagana, fu instruida en la religin
cristiana, recibi el bautismo, obteniendo con la mano de Teodosio el ttulo de emperatriz.
Al tener noticia de su elevacin la sede imperial, sus hermanos temieron su veganza'
y trataron de huir. Eudoxia, que as se llam despus de su bautismo, era tan generosa como
bella; y no slo lo olvid todo, sino que coloc en los primeros puestos del imperio los que
la haban echado de su casa.
Pero ms tarde, pagada de su talento,- quiso imponerse al Emperador, procur alejar de la
corte Pulquera, quien se lo deba todo, y envanecida con su belleza, crey darla mayor
brillo presentndose con un lujo deslumbrador del que participaba toda su corte.
Elevada tanta altura, Eudoxia no saba sufrir, no ya algn reproche contra sus escandalosas dilapidaciones, pero ni siquiera la menor observacin. Su propio orgullo la haba
vuelto cavilosa hasta el punto de castigar las palabras de que remotamente pudiese sospecharse que contra ella se referan.
Crey que las frases de san Juan Crisstomo respecto al lujo contenan una alusin su
persona, y se quej al Prncipe dicindole que las alusiones de J u a n Crisstomo ofendan el
prestigio de la majestad imperial.
Tefilo no encontr inconveniente en satisfacer el apasionamiento de Eudoxia resueltamente apoyada por su esposo. Tefilo remite cartas varios obispos, lo propio hace por su
parte el Emperador, convocndose en particular aquellos que tenan motivos de resentimiento contra Juan Crisstomo por haber ste censurado su conducta.
Eeunise, pues, bajo los auspicios de la Emperatriz un concilibulo en un casero cerca
de Calcedonia denominado ad Quercum. Llamaron Juan por cuatro veces, quien se neg
comparecer ante un tribunal compuesto exclusivamente de adversarios suyos, contestando que
l asistira cuando fuese un concilio general el que le llamase.
Juan Crisstomo fu condenado y depuesto sin alegarse otro motivo que el de no comparecer cuando se le llam.
Al propio tiempo recibe un edicto del Emperador en que se le reduce destierro. Pero el
pueblo se amotina gritando que no permitir que salga de la ciudad su Obispo.
No obstante, J u a n Crisstomo, tres das ms tarde, no creyendo conveniente una resistencia la autoridad imperial, sin que pudiera apercibirse de ello la poblacin, sali de la
ciudad para cumplir la sentencia que contra l haba dictado la potestad civil, haciendo
ademas todo lo posible para calmar la excitacin de las masas.
13
Al tener noticia la ciudad del confinamiento de su Obispo, prodjose una agitacin tumul-
. Dejronse llevar del sentimiento popular aquellos mismos que antes se manifestaban
hostiles su Obispo, y calificaron de calumnia cuanto de l decan sus enemigos, aquellos que
poco antes pidieron su deposicin.
El motin tomaba serias proporciones; por todas partes se oan gritos contra el E m p e rador.
Severiano, otro de los que formaban el partido contrario san J u a n Crisstomo, crey poder calmar aquella agitacin; y subiendo la ctedra dijo que Juan tena contra s el delito
de la resistencia hecha los que haban de juzgar su conducta, y que esto constitua un
acto de insubordinacin que era ya por s slo suficiente para que se le condenara.
Las expresiones de Severiano, lejos de calmar la excitacin pblica, no hicieron sino producir una exasperacin indescriptible.
La cosa iba tomando un carcter muy grave, cuando el Emperador juzg urgente llamar
al santo Obispo para que se restituyera su capital.
El patriarca dijo que para entrar en la ciudad con su honra de sacerdote y de prelado era
menester que se reuniera un tribunal competente que le juzgara con imparcialidad.
Pero fu menester que el patriarca volviera desde luego su sede para evitar los resultados de la efervescencia popular, que no haba otro modo de calmarla que la presencia de su
Obispo.
Vuelve de noche Crisstomo su capital, y encuentra la ciudad entera que sale recibirle con antorchas en la mano y entre calurosas aclamaciones. Llega la iglesia de los
Apstoles, acompaado de ms de'treinta obispos. Crisstomo sube la ctedra, y respirando
aquella atmsfera de entusiasmo, pronuncia una de sus improvisaciones, ms magnficas.
Unos derraman lgrimas, otros aplauden estrepitosamente. El santo Obispo se vio en la precisin de tener que suspender su discurso (403).
Manifestacin tan imponente aplast los enemigos del Santo.
Pero la tranquilidad no dur sino dos meses.
Erigise en la plaza pblica, casi las puertas mismas de santa Sofa, una estatua de plata
en honor de la Emperatriz. La manera como se verific la ceremonia revisti todos los caracteres de una restauracin idoltrica. Adase ademas que la instalacin de la estatua se hizo
con bailes y espectculos cabalmente en la hora de los oficios divinos, perturbando el recogimiento que deba reinar en la casa de Dios.
Juan Crisstomo reprendi este proceder con toda la libertad de un apstol. E n circunstancias como estas, cuando tena que protestar contra abusos del poder pblico, la elocuencia,
de Juan Crisstomo revesta un carcter especial de grandiosidad.
No faltaba ms que esto para que reviviese el odio no amortiguado de Eudoxia. Aquella
Emperatriz, ofendida ya anteriormente en su vanidad de mujer, trata de hacer sentir contra
el Obispo, quien considera como un enemigo personal, todo el peso de su venganza. Mueve
aquel mecanismo de intrigas que ella se haba acostumbrado manejar, y quiere que se rena
otro concilio para condenar al celoso patriarca.
ste, al saber que se trataba de producir en Oriente una agitacin que no haba de ser
beneficiosa para los intereses de la fe, atendido el estado de los espritus, y todo esto, no
ya por la defensa de un principio de una doctrina, sino tan slo para satisfacer el orgullo
de una emperatriz, no pudo menos que sentirse impresionado, y al subir la ctedra, lleno
de la indignacin que le producan los atentados cometidos por los poderosos, pronuncia
aquella clebre peroracin que empieza Con estas palabras: Otra vez' Herodas se enfurece,
otra vez se t u r b a , otra vez baila, otra vez desea recibir la cabeza de Juan en un plato (1).
Este sermn puso el colmo la irritacin de Eudoxia.
El concilibulo se rene. El patriarca se limita pedir que antes de condenarle se vea
primero de qu crmenes se le acusa.
(I) Rursus Ierodias
Eclesistica,
YI, 18).
furit,
rursus
lurbatur,
rurstis saltat,
rursus Joannis
concupiscil.
(Socr.
Historia
15
16
aos, liombre dbil y achacoso, de quien"Eudoxia poda esperar complacencias que no hubiera
obtenido nunca de la firmeza y dignidad de Juan Crisstomo.
El papa Inocencio envi al patriarca desterrado una carta llena de consuelo. Al propio
tiempo escribi otra al clero y fieles de Constantinopla.
Por ms que estemos lejos de vosotros, deca, no dejamos de tomar parte m u y viva en
vuestros sufrimientos. Habra de sernos indiferente por ventura la conducta, no slo injusta,
sino hasta criminal de aquellos de quienes tenamos derecho esperar que trabajaran en favor de la paz d l a Iglesia? Por una increble violacin de las leyes ms augustas se arranca
de manos de obispos inocentes el gobierno de sus dicesis. El indigno trato de que es vctima vuestro obispo J u a n , con quien estamos tan ntimamente unidos, es un atentado, no slo
contra toda ley sagrada, sino hasta contra todo derecho natural. Contrariando todas las reglas cannicas se le ha sealado sucesor; pero semejante eleccin es n u l a , es sacrilega.
Inocencio I no se limita solamente palabras de consuelo para aquella Iglesia y para su
Obispo desterrado. Hace ms: insta al emperador Honorio para que se interese con su hermano Arcadio en favor de san Juan Crisstomo.
Honorio accede los deseos del Papa. Enva una diputacin de obispos para que presenten su carta su hermano. Eudoxia ordena que la diputacin sea detenida en el camino;
aquellos obispos permanecen encerrados por bastante tiempo por disposicin de Eudoxia, y
luego son despedidos para que vuelvan su pas.
Crisstomo escribe al Papa una carta llena de gratitud, en la que se leen aquellas clebres
frases:
. '
Vos sois quien lleva el peso del mundo entero; vos tenis que luchar la vez por las
iglesias afligidas, por los pueblos dispersos, por los sacerdotes rodeados de enemigos, por los
obispos en destierro en fuga, por las constituciones de nuestros padres sacrilegamente profanadas (406).
pesar del aislamiento de Crisstomo en su destierro y de la gran distancia que le separaba de Constantinopla, sus adversarios no se dan por seguros todava, y obtienen de Arcadio que le enve Pitionta, lugar completamente desierto del pas de los Tzanes, en las
orillas del Ponto Euxino.
Tres largos meses dur el viaje sin que se diera al ilustre Obispo el menor descanso,
pesar de su m u y quebrantada salud. Crisstomo no pudo llegar al sitio que se le destinaba.
Al pasar por Comana estaba completamente desfigurado, medio muerto. Los que le acompaaban le persuadieron de que no era posible ir ms adelante. Se le puso en una iglesia. C r i sstomo pidi que se le revistiera de sus ornamentos blancos, distribuy entre los asistentes
lo poco que le quedaba, recibi el santo Vitico, y muri pronunciando estas palabras:
Q u e el buen Dios sea bendito por todo (407).
IV.
Mrtires durante la invasin de los brbaros.
Honorio en Roma y Arcadio y Teodosio en Constantinopla, aunque abrigaban pretensiones de obispos, cuidaron m u y poco de ser emperadores.
Honorio, delicado de salud y pobre de talento, dedicaba toda su actividad la cra de
pollos.
Aprovechbase de la inepcia de los dos emperadores un vndalo llamado Estilicon, g e n e ralsimo de una milicia abigarrada y aventurera. Auxili ste en sus proyectos ambiciosos
su esposa Serena, la nieta de Teodosio, mujer que una un talento especial una extraordinaria hermosura.
17
Poco trabajo le cost Estilicon asegurarse el poder militar, siendo l quien se encontr
frente frente del invasor Alarico, quien derrot cerca de Polencia el ao 4 0 3 , apoderndose de la esposa del jefe enemigo.
Tres aos ms tarde empieza una asombrosa invasin compuesta de una gran columna de
brbaros de todas las naciones al mando de su jefe Radagaso. Estilicon organiza rpidamente
u n ejrcito compuesto de alanos que le eran adictos, de esclavos quienes promete la libertad
y dos piezas de oro, de godos y hunos al mando de jefes aventureros, logra encerrar los
brbaros entre fuertes muros de circunvalacin y los destruye en poco tiempo, alcanzando el
hambre lo que no obtena el hierro. Radagaso es decapitado y sus hombres vendidos como
esclavos vil precio.
18
obispo, aun le queda que hacer algo, y es prestar los auxilios de su ministerio los defensores
de la poblacin y morir sepultado despus en sus ruinas.
Largo y penoso fu el sitio. Nicasio, sin darse momento de reposo, acude todas partes
donde hay un consuelo que proporcionar, una desgracia que socorrer, u n moribundo quien
abrir las puertas del cielo. Se le ve, ora enterrando los cadveres, ora curando los heridos,
ora predicando los fieles el que sepan hacer, cuando llegue la hora, el sacrificio voluntario
de su vida en aras de su deber y de su fe.
Despus de desesperada resistencia, los brbaros" penetran en -Reims sedientos de saqueo
y de sangre.
Nicasio rene todos los que puede en el templo y les ensea cmo u n cristiano debe
hacer la inmolacin de su vida. Luego, puesto de rodillas, dirige al cielo una ferviente p l e glaria, y cuando los brbaros se hallan ya en el umbral del templo, Nicasio sale al encuentro
de los feroces vencedores hablndoles de paz y de gracia; pero su splica se pierde en el
murmullo de burlas y de insultos que se le dirige. Aquellas fieras, aplastndole la cabeza, le
dejan cadver en el portal mismo del lugar sagrado el 14 de diciembre del 4 0 7 .
Consrvase todava el glorioso recuerdo de su muerte en uno de los monumentos ms
magnficos del arte catlico; en aquella epopeya de piedra que se llama la catedral de Reims
y que basta por s sola para inmortalizar el genio de Roberto de Coucy.
E n Besanzon el obispo Antidio es muerto de una manera cruel.
Es san Jernimo mismo quien nos manifiesta que al pensar en la salvacin de Tolosa por
intervencin del obispo Exuperio, las lgrimas le vienen los ojos. Quin era Exuperio? Nos
lo dice tambin san Jernimo. Era un hombre que sufra hambre para librar de ella los dems,
que senta su corazn torturado en presencia de las privaciones de sus semejantes. Por su caridad agot todo cuanto tena, hasta el punto de verse precisado guardar el cuerpo de n u e s tro Seor JESUCRISTO en u n cesto de mimbres y la Sangre preciossima en u n vaso de barro.
Era una caridad tal la de Exuperio, que no se limitaba las fronteras de su dicesis, sino que
se extenda la otra parte de los mares. Teniendo noticia de que los solitarios de Egipto sufran
mucho consecuencia de \ma dilatada esterilidad de la tierra, vendi el ltimo de sus m u e bles para socorrer aquellos servidores de Dios, y el dinero que produjo la venta de su ajuar
lo mand aquellas lejanas regiones por conducto del monje Sisinno, quien encontr san
Jernimo, quien a l v e n i r en conocimiento del hecho, concibi el propsito de dar publicidad
u n rasgo tan heroico de abnegacin cristiana.
Tolosa, sitiada por aquellas hordas, debi su salvacin san Exuperio.
Estilicon, que hasta entonces lograba contener aquel torrente de barbarie, acab por hacerse sospechoso al Emperador, y muri asesinado por un oficial de palacio.
consecuencia de este acontecimiento, renense treinta mil mercenarios sedientos de
venganza, y piden Alarico que vaya ponerse su cabeza.
El rey godo no deseaba otra cosa.
Algn tiempo despus cien mil hombres vestidos de pieles de fiera, ondeando sobre sus
espaldas sus largos cabellos, armados de flechas, venidos los unos de los desiertos de la E s citia, los otros de las heladas mrgenes del E l b a , los otros de los bosques de la Germania,
ponan cerco la altiva ciudad de los Csares.
Era una gran vergenza para Roma el verse sitiada por aquellas hordas de brbaros, cuyos vestidos salvajes, ruda actitud y feroz fisonoma ofreca extrao contraste con el puro
cielo de la Italia, con aquellas riberas del Tber sembradas de flores, con aquellos monumentos riqusimos, obra del genio de una clebre civilizacin. El hijo del invierno contemplaba
all con expresin de placer aquellos das hermoseados por u n sol brillante, aquel cielo e s plndido teido constantemente de suavsimo azul; senta por vez primera el perfume de las
rosas y saboreaba el zumo de las uvas pendientes de la vid (1).
(1)
Gray.
19
Alarico, que descenda de la noble raza de los Balti, era un bombre de baja estatura, vestido y armado lo mismo que el ltimo de sus guerreros, y en cuya centelleante mirada se
lea la vez la superioridad del hroe y el furor del salvaje.
Roma por su esplendor, por su lujo era aun la ciudad reina. Contaba ms de ciento diez
y siete palacios deslumbrantes de esplendidez, pequeas ciudades en el seno de la gran ciudad, como dice el poeta, tena en su recinto una poblacin de ciento doce mil-habitantes; y
sin embargo, Roma, en vez de defenderse, se entretiene en levantar motines que manifiestan
su desorganizacin interior. Aquellos romanos empiezan por destrozarse s mismos, seal
segura de que sern destrozados por las tropas enemigas tan pronto como stas lo resuelvan.
Aquel pueblo, que no sabe pedir armas para defender la patria, sabe pedir en cambio la cabeza de una mujer, y un Senado cobarde pone el colmo su degradacin entregando al p u e blo Serena, la viuda de Estilicon.
Aquel pueblo, en lugar de ejercitarse en el manejo de las armas, llama magos toscanos
para que por medio de sortilegios atraigan el rayo que aniquile los brbaros sitiadores; pero
el rayo no deja ver su siniestra luz.
Los hijos de la Roma de los Csares forman una diputacin que vaya arrodillarse los
pies de Alarico y le diga qu es lo que quiere.
Cuanto ms la y erija se corta mejor siega la hoz, responde Alarico; y reclama todo el
oro y plata de los romanos.
E n tiempo de Camilo, Roma pudo decir Breno: Para pagar los brbaros, los romanos
no tienen oro; no tienen ms que el hierro de sus lanzas. Esta vez Roma compra con oro la
paz su enemigo.
Fu una paz bien efmera. Un ao despus Aarico volva estar junto las murallas de
la gran capital.
Siento dentro de m algo que me impele saquear Roma, exclamaba aquel hombre
destinado por la justicia providencial consumar la ruina del imperio.
Alarico logra que Honorio sea destituido, y por conducto del Senado, ste deja caer la
prpura imperial, ya harto destrozada, sobre las espaldas de un senador oscuro que se llama
talo, hombre medio ariano, medio idlatra.
Ms tarde, consecuencia de una expedicin contra el frica mal dirigida por talo,
Roma se cansa de talo y de Alarico, y niega ste la entrada en la ciudad.
Ya Alarico no atiende ms que su sed de venganza. Dirgese Roma, pero resuelto
acabar de una vez (agosto del 410).
Robad, violad, dice Alarico los saqueadores, no respetis sino las gentes sin armas
y los templos; porque yo no vengo hacer la guerra los apstoles, sino los romanos.
E n una casa que est contigua un templo cristiano, un jefe godo encuentra una v i r gen consagrada Dios, de edad ya algo avanzada. El brbaro le reclama que le entregue
sus riquezas, si las tiene. La venerable mujer responde que tiene riquezas efectivamente, y
que se las va ensear. Inmediatamente pone su vista multitud de vasos que por su valor
y su hermosura deslumhran al. godo.
S o n , dice la cristiana, vasos consagrados en el altar de San Pedro; tomadlos, si os
atrevis; vos me responderis de ellos.
El brbaro, haciendo una respetuosa inclinacin de cabeza ante aquel tesoro, va referir Alarico lo que le ha sucedido, el cual manda que los vasos sagrados sean conducidos
la baslica de San Pedro junto con la piadosa mujer y todos los cristianos que quieran seguirla. Para ir desde la casa la baslica hacase preciso atravesar toda la ciudad. Contrastando con tantos espectculos de barbarie, aquel da Roma presenci una imponente procesin. Los vasos sagrados fueron conducidos pblicamente entre dos filas de godos que los
custodiaban ostentando en la mano aquellas espadas que antes sacrificaran tantas vctimas.
Cmo se explica este respeto las cosas y las personas religiosas? Hacia la mitad del
20
siglo III haban sido iniciados en el Cristianismo por los cautivos que ellos se llevaron la
otra parte del Danubio, hacindose arianos en 370. Haba, pues, en ellos algo de Cristianismo, y h aqu por que, conforme refiere san Agustin en su Ciudad de Dios, se les ve ofrecer en la baslica de San Pedro vasos llenos de oro, obsequiando as al Prncipe de los Apstoles.
Pero los hunos y los germanos, que no conocan el Cristianismo, se entregaron toda
clase de excesos, ayudndoles en su obra de devastacin cuarenta mil esclavos que se hallaban al servicio de la nobleza romana.
Era aquello el juicio final de una civilizacin harto culpable.
El incendio devoraba los palacios, los monumentos, las obras de arte. Las estatuas dlos
dioses de los emperadores eran, destrozadas, fundidas; los cautivos que escapaban de la
tortura se vean conducidos al mercado de esclavos; cuantos se resistan eran inmolados sin
piedad.
San Jernimo, desde el fondo de su retiro de Betlehem, escriba con caracteres de fuego
el epitafio de la culpable ciudad.
Moab fu tomada de noche, y de noche cayeron sus murallas. Seor, las naciones p e netraron en vuestra heredad; mancharon vuestro templo santo... arrojaron los cuerpos de
vuestros santos para que sirvieran de pasto las aves del cielo; dieron su carne las bestias
de la tierra; derramaron su sangre como agua en torno de Jerusalen, y nadie haba para enterrar sus cadveres... Roma, sitiada, saqueada, devastada por el hierro y el fuego, est convertida en sepulcro de sus hijos; apagse la luz del universo, cay la cabeza del imperio romano, la tierra culpable ha sido aplastada en una ciudad. Cita despus los versos de Virgilio,
pintando el incendio y la cada de T r o y a Acababa de cumplirse la profeca de san J u a n ;
haba cado la soberbia Babilonia, porque todas las naciones se haban embriagado en el vino
de su prostitucin, todos los reyes se haban hundido con ella en u n abismo de fango y sangre , los mercaderes de toda la tierra se haban enriquecido con las dilapidaciones de su escandalosa fastuosidad.
Multitud de vrgenes consagradas al Seor fueron ultrajadas en el templo mismo. No
importa, exclama san Agustin; el cuerpo sale victorioso de todo atentado criminal cuando
al alma no se mancha con un consentimiento impuro. La castidad de corazn es de tan gran
precio, q u e , si permanece intacta, el cuerpo conserva su perfecta pureza, pesar del triunfo
obtenido por la brutalidad (1).
Proba, viuda de u n prefecto, perteneciente una ilustre y antigua familia, habiendo podido salvarse amparndose en una barquilla en el Tiber, viendo tantos semejantes suyos
desnudos, sin hogar, vendi el cuantioso patrimonio que posea en frica, distribuyndolo
todo entre sus hermanos de infortunio.
Viva en el monte Aventino la virtuosa Marcela, entregada la oracin y al estudio de
la santa Escritura, junto con una hija de singular belleza llamada Principio. Penetran all
los brbaros, y le piden dinero. Marcela les responde que lo ha dado todo los pobres, no quedndose ms que con la ropa puesta encima. Empiezan golpearla atrozmente. E l l a , sin perder su tranquilidad, pide los brbaros una sola gracia, y es que no la arranquen del lado
de Principio, expuesta por su juventud y su hermosura ultrajes ms terribles que la muerte
misma. La actitud de la ilustre matrona les impone, y la conducen un lugar donde sea respetada.
E n otra casa, u n soldado se apodera de una joven cristiana, notable por sus atractivos personales. No pudiendo el brbaro satisfacer en ella sus torpes instintos, saca su espada en actitud de asesinarla. La joven inclina su cabeza contenta con sacrificar su vida poniendo
salvo su castidad conyugal. El soldado, sorprendido de tal herosmo, conduce la cristiana
al Asilo de San Pedro, recomendando los guardias que no la entreguen sino su esposo.
(1)
Carta CXI.
21
Las islas del Mediterrneo, el frica, el Egipto vieron llegar multitud de romanos de todas las edades, sexos y condiciones en busca de un asilo y de un pedazo de pan que no poda
ofrecerles su capital devastada. San Jernimo mismo recoga una multitud de fugitivos en su
monasterio de Betlileem, que vino ser como el puerto de legiones de nufragos que arrojaba
all en la grande hora de la tormenta la capital del universo.
V.
Ariani
Dei Filio
non concedunt
quod lu (Peldgie)
omni komini
tribus.
sed wqualilatem
vindicare,
et brevi
el Zenonis principia stoicorum fon le
scnmu-
22
estaba, no obstante, dotado de palabra, no slo fcil, sino hasta elocuente, y conoca m u y bien
la lengua griega y latina.
Carcter ardiente, espritu impetuoso, era de estos hombres que en sus cosas llegan siempre hasta el ltimo lmite de la exageracin.
Pelagio no se content con ser cristiano, sino que practic todas las severidades de la
vida eremtica, desprendindose de toda clase de bienes terrenos.
Era de aquellos que no les basta ver las cosas su manera, sino que tienen por sospecho-'
sos todos los que no participan de su opinin; l no conceba la virtud sino en la cumbre
de la montaa de la santidad; para l todo cristiano que no se senta con fuerzas para llegar
las ms elevadas alturas de la vida religiosa era u n mal cristiano.
Se le objet que para escalar las eminencias de la perfeccin hay de por medio la debilidad humana. Pelagio, con su carcter impetuoso, se sublev contra semejante respuesta.
Haba ledo los santos Padres, fijando principalmente su atencin en sus calurosas defensas de la libertad humana. Aquellos hombres eminentes tenan que impugnar las preocupaciones de una poca en que el fatalismo estaba en la filosofa, en las instituciones, en las costumbres; en que las creencias idoltricas, medida que iban desapareciendo, dejaban como
heredera una divinidad, la Fortuna, en que lo ms popular del culto consista en juegos cabalsticos , en que el dogma pagano parta de un destino inevitable, en que la ciencia misma
aceptaba un encadenamiento eterno inmutable de causas del que provenan, no slo los fenmenos de la naturaleza, sino hasta las determinaciones de la voluntad del hombre, y en
que la imagen de la Fortuna figuraba en todos los estandartes militares, como si la fatalidad,
personificada en aquella diosa, fuese lo que fijaba la suerte de las ejrcitos y de las naciones.
Nada tiene de particular que en esta lucha contra el fatalismo los escritores cristianos
de los cuatro primeros siglos levantaran m u y alta la bandera de la libertad h u m a n a , y que
hablasen poco de la Gracia divina que hasta entonces no se combata.
Pelagio, pues, busc en la santa Escritura todo cuanto crea l ser excitaciones los creyentes para que se encumbraran en las eminencias de la ms alta perfeccin, sac relucir
todos los pasajes en que los santos Padres defendan la libertad del hombre contra los errores
del viejo fatalismo, y reproch severamente aquellos quienes acusaba de subir demasiado
lentamente la montaa de la santidad, cuya cumbre, deca l, el hombre j u e d e llegar por
sus fuerzas personales.
Pelagio haba odo citar por un obispo estas palabras de san Agustn que se leen en el
libro de sus Confesiones: Seor, danos lo que mandas y manda lo que quieras (1). El
monje bretn se irrit contra esta asercin que crey depresiva de la libertad del hombre, y
ante una numerosa asamblea se levanta para combatirla.
Era echLr el guante al obispo de Hipona, quien lo recoge desde ]ugo, constituyndose
en celoso defensor de la doctrina cristiana de la Gracia divina. ella se lo deba todo como
cristiano; ella crey deber consagrar su actividad y su talento.
No es extrao ver algunos de los anacoretas de aquel tiempo enamorados de las doctrinas de los estoicos, que consideraban como el esfuerzo supremo de la ciencia humana. Leemos
que san Nilo, por ejemplo, pona el manual de Epicteto en manos de los cenobitas que se ponan bajo su direccin.
Aquellos estoicos, orgullosos de la severidad de sus enseanzas, persuadidos de que con
el esfuerzo de su virtud haban volado hasta el Olimpo, colocndose ms altos que la divinidad, tenan la.soberbia de creerse, no slo tanto como Dios, sino ms que Dios.
Qu diferencia hay entre el sabio y Jpiter? escribe Sneca. La nica ventaja que ste
tiene es que viene siendo bueno desde ms larga fecha; y sin embargo, la virtud no es ms
grande porque ella dure ms. Jpiter no puede ms de lo que puede el hombre de bien. El
sabio desprecia los bienes terrenos lo mismo que Jpiter, y aqul tiene sobre ste la ventaja
(1)
Domine,
da nobis quodjubes,
etjube
quod
vis.
23
de que Jpiter se abstiene de los placeres porque no puede hacer uso de ellos, y el sabio porque no quiere (1).
Palabras de esta clase llegaron fascinar al monje Pelagio en sus largas horas de meditacin, dotado como estaba de una imaginacin ardiente?
Pelagio, negando la culpa original, empieza por negar la base de la doctrina de la Gracia.
Una criatura que no existe, dice, no puede ser cmplice de una mala accin: castigarla
como culpable de esta accin es una injusticia. El nio que nace seis mil aos despus de
A d n , ni puede haber consentido en su pecado, ni reclamar contra su prevaricacin. No se
elude la fuerza del argumento, contina, diciendo que el pecado original se transmite la posteridad de Adn: nosotros de nuestros padres no recibimos sino el cuerpo, y el cuerpo no es
susceptible de pecado; donde ste reside es en el alma, que sale pura inocente de las manos
de Dios. Y cuando fuese cierto que el alma contrajese mancha por su unin con el cuerpo que
recibimos de nuestros padres, siempre resultara que esta mancha no sera un pecado, pues
tanto la corrupcin del cuerpo como su unin con el alma son cosas independientes de la voluntad del infante (2).
E n su sistema, el pecado de nuestros primeros padres tnicamente ellos da; si perjuicio causa sus descendientes, no es como falta hereditaria, sino como mal ejemplo; si se
da el bautismo los nios, contina el heresiarca, no es para borrar una mancha original,
sino para imprimirles el sello de la adopcin. Los infantes al nacer se hallan en el mismo estado en que se hallaba Adn antes de la prevaricacin, y pueden salvarse sin el bautismo;
y ni la humanidad muri en A d n , ni tampoco resucita en CRISTO.
Deduca luego Pelagio que es injusto achacar la corrupcin de la naturaleza nuestros
pecados nuestras imperfecciones, que no son sino resultado de los hbitos malos que nosotros contraemos. Cuando Dios nos ordena la perfeccin, prosigue, es porque podemos consumarla por nuestro esfuerzo personal; de lo contrario, Dios no conoca la naturaleza h u m a n a , le dio una ley que el hombre no puede observar, en cuyo concepto debiramos decir
que esta ley la dio, no para tener almas que gozaran de su gloria, sino para tener culpables
quienes castigar (3). Si el hombre tiene necesidad de recursos que no vienen de l mismo,
entonces est sujeto una ley de fatalidad; la libertad desaparece. Continuando la naturaleza
intacta lo mismo que antes del pecado original, el hombre puede elevarse hasta Dios por sus
solas fuerzas, y por lo tanto, la Gracia no existe, es intil. El hombre por s solo puede
conservarse sin pecado, y de hecho hasta antes de la venida de CRISTO lleg haber hombres
sin pecado; la ley de Moiss conduca al reino de los cielos lo misma que el Evangelio.
Se le record que en las Escrituras, especialmente en san Pablo, se consigna la necesidad
de la Gracia para la salvacin. Entonces l distingui en la prctica de la justicia tres cosas:
La posibilidad por la cual el hombre puede ser justo;
La voluntad por la cual el hombre quiere ser justo;
La accin por la cual el hombre es justo.
Los dos ltimos elementos Pelagio los atribuye nicamente al hombre, si bien concede
que el primero viene de Dios, creyendo as conciliar su error con las enseanzas bblicas. P e lagio, negando la Gracia, convena en conservar su nombre diciendo que este don gratuito
no es otro que el libre albedro que Dios nos otorga sin debrnoslo, y que en ltimo resultado
podan venir comprendidos con el nombre de Gracia los dones naturales, como la vida y la inteligencia, pues todo lo recibimos gratuitamente de Dios.
Se le objet que JESUCRISTO haba venido traernos una Gracia ms abundante; lo que
contest que la Gracia evanglica consista tan slo en la Revelacin y en los buenos ejemplos del Mesas; y al fin, asediado por la gravedad de los argumentos teolgicos con que se
(1)
(2)
(3)
Episl. ad
Lucilium.
Pelag. apud Aug., de Nat. el
Pelag. ep. ad
emetriad.
Gralia.
Virilletam
egregi
christianus.
2o
ve sometido a l a m u e r t e , al dolor, la concupiscencia. El libre albedro subsiste, pero debilitado por la inclinacin al mal. De aqu la necesidad de la Gracia que, no es slo una asistencia, sino un remedio que previene la voluntad y la eleva sobre sus fuerzas naturales.
La beatitud no fu. arrebata da al primer hombre despus de su condenacin hasta el
punto de que perdiese su fecundidad. Porque poda nacer de su raza algo carnal y mortal, algn ser que fuese en su gnero para la tierra una belleza y un adorno (1). Pero de otra
parte es cierto que el primer hombre , que haba sido creado en condicin de no tener que
sufrir la muerte si no hubiese pecado, se le conden despus de pecar una muerte que se
extendi toda su raza. Siendo mortal, l no poda engendrar sino mortales, y su delito cor-
l'.ONVEUSrON'ES E X
1IOHE.UU.
Ve Libero arbitrio,
1. X , c. X X .
De CivitateDci,
1. X I I I , c. III.
26
judiciales, de las que nacen agitaciones, tristezas, pleitos, guerras, traiciones y toda esa
serie de niales y de atentados que asedian la vida (1)?
Es verdad que san Agustin parece dejarse llevar en alguna ocasin por el apasionamiento
de la polmica, llegando afirmaciones q u e , consideradas en su letra, podramos creer que
tienen u n carcter demasiado absoluto, como dice san Buenaventura (2); pero es completamente falso, como ha pretendido una hereja posterior, que el sabio obispo de Hipona llegase
impugnar jamas la libertad humana y que redujese el animado drama de la vida moral
una geometra divina que se realiza de un modo fatalista en el tiempo y en el espacio. Las
afirmaciones de Agustin acerca el particular son bien claras.
Quin de nosotros podra decir que por el pecado del primer hombre el libre albedro
hubiese desaparecido en el gnero humano? La libertad que pereci con el pecado fu la libertad del paraso, que consista en la plena justicia con la inmortalidad. En tanto es falso que
haya perecido el libre albedro, que es por l que el hombre peca... Intiles seran los p r e ceptos si el hombre careciera de voluntad propia que le indujera observarlos.
Habla despus del auxilio divino, y dice:
El ojo ms sano no ve nada si no tiene en su auxilio la luz que le alumbra; as el h o m bre mejor no puede vivir bien si no est divinamente auxiliado por la eterna luz de la j u s t i cia... Dios, que es la luz del hombre interior, ayuda la mirada de nuestro espritu fin de que
realicemos algn bien; fin de no seguir nuestra justicia sin seguir la suya. Si nos apartamos
de l , somos el ojo que se cierra para no ver; y entonces la culpa es toda nuestra... El imperio de la Gracia no destruye el del libre albedro; sino que lo establece de una manera ms
slida. As como la ley es establecida por la fe, del mismo modo el libre albedro no es anulado, sino establecido por la Gracia. La ley no se cumple sino por el libre albedro; pero es por
medio de la ley como el pecado es conocido, es por la fe como se obtiene la Gracia contra el
pecado, es por la Gracia como el alma es curada del vicio del pecado, es de la salud del alma
de donde viene el libre albedro, es por el libre albedro como la justicia es amada, es por el
amor de la justicia como la ley se'cumple. Y as como la ley no es anulada, sino establecida
por la fe, porque la ley obtiene la Gracia por la cual la ley es observada; el libre albedro no es
anulado, sino establecido por la Gracia; porque la Gracia cura la voluntad, de donde nace el
libre amor de la justicia.
Afirmar la Gracia sin negar el libre albedro; afirmar el libre albedro sin negar la G r a cia, este es el sistema de san Agustin. Porque, pregunta, si negamos la Gracia de qu
manera Dios salva el mundo? Y si negamos el libre albedro cmo Dios juzgar el mundo (3)?
El pelagianismo fu condenado por los concilios de frica, y el juicio de stos fu aprobado por el Pontfice romano y por toda la Iglesia.
Este error cay muy pronto en el general descrdito. No es que sus secuaces no pusieran
en juego todos los recursos para propagarlo, ni que les faltara stos actividad y astucia.
Pero lo que apasionaba los espritus en aquella poca eran las luchas del arianismo; y h
aqu por qu Pelagio apenas logr hacerse escuchar. De todas maneras al pelagianismo le
hubieran faltado siempre masas donde buscar su fuerza. Es cierto que en l se exageraba la
libertad h u m a n a , cosa que favorece al orgullo, a l o que debi sus pocos partidarios; pero esta
exageracin del orgullo no era, en sentido de Pelagio, sino para imponer como deber ineludible una gran severidad de costumbres. Con la exageracin de las facultades del hombre iba
unida la exageracin de sus obligaciones; h aqu por qu el pelagianismo no lleg ser p o pular en el propio sentido de la palabra, y la agitacin que pudo producir qued reducida
brevsimo perodo.
(1) DeCiv. Dei,l. X X I I , c. X X .
(2) Vimelhis eos (peldgianos)
reduceret ad mdium abundantius
(3) Si igitur non est Dei gralia,
quomodo salval mundum?
E p . CCXIV.
judicat
mundum?
27
VI.
Cristianos vctimas de la barbarie de Genserico en frica.
De las cenizas del pelagianismo sali otra secta que, en la vana pretensin de conciliaria
verdad con el error, creyendo que en este terreno son posibles las transacciones, trat de establecer un trmino medio entre las enseanzas pelagianas y las de la fe ortodoxa, mitigando
el carcter absoluto de las aserciones de Pelagio.
El semipelagianismo, que este es el nombre de la nueva secta sustentada por algunos sacerdotes de Marsella, fu victoriosamente combatido por san Agustin; y llevado al tribunal
del papa san Celestino, recibi la correspondiente condenacin.
Por aquel mismo tiempo el mundo se estremeca ante los horrores de la invasin de los
vndalos en frica, dirigida por Genserico su rey.
Arianoscomo eran aquellos brbaros en su mayora, cebronse ferozmente contra los catlicos. Obispos, sacerdotes, monjes, vrgenes consagradas al Seor eran objeto de la persecucin ms desatentada.
La Iglesia de frica, dice el historiador Darras, se anegaba en la sangre de sus hijos
para no levantar la cabeza sino en un porvenir m u y lejano.
E n el estrpito de aquella cada hundase en el sepulcro la figura ms admirable de su
tiempo, san Agustin.
Haba trabajado todo lo imaginable fin de contener la invasin vandlica, pero si obtuvo al principio buen resultado en sus esfuerzos, no pudo apagar el resentimiento del conde
Bonifacio, que, habindose indispuesto con la emperatriz Placidia, cometi la indignidad de
abrir los brbaros las puertas de aquellas provincias, sacrificando as deber y honra una
mezquina pasin personal.
Al reconciliarse con la Emperatriz trat Bonifacio de remediar el mal. Era ya tarde.
Inmensa fu la pena de Agustin al ver, no slo los templos robados reducidos escombros, sino que, consecuencia de los asesinatos de que eran vctimas los ministros del Seor,
algunos obispos dejaban su puesto de peligro. Agustin les escribe dicindoles que no podan abandonar sus iglesias rompiendo los lazos con que JESUCRISTO les haba ligado su ministerio.
Lo que recomienda por escrito, lo sanciona Agustin con su ejemplo.
Los brbaros ponen sitio Hipona. A g u s t i n , lejos de abandonar su sede, da testimonio
de su gran valor y de su inalterable firmeza.
E n medio de los horrores del sitio, Agustin no cesa de subir la ctedra, realiza trabajos
portentosos en medio del ruido de las armas, y muere con gloria en su puesto de honor el 28
de agosto del ao 430.
Con l mora tambin, dice un ilustre historiador, el frica cristiana y civilizada.
VIL
Graves agitaciones producidas en la Iglesia por Nestorio y sus partidarios.
Si al exhalar Agustin su postrer suspiro pudo alimentar la esperanza de que ya el pelagianismo no haba de producir en la Iglesia graves perturbaciones, otro agitador empezaba
conmoverla con una nueva y temible hereja. Se llamaba Nestorio.
Nestorio haba nacido en la Siria.. De rostro plido y demacrado, aparentando mortifica-
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cion y severidad, supo adquirirse partido entre las personas piadosas, que le consideraban
como un santo.
Fu alumno de la escuela de Antioqua, adquiriendo all conocimientos, que si no eran
notables por su solidez y profundidad, tenan la ventaja de ser variados, lo que era propsito para que el vulgo le concediese reputacin de sabio.
Era fecundo en el hablar; lo que aadido lo simptico de su voz, le hizo propsito para
la predicacin, que acostumbraba ser en aquella poca el camino para llegar las primeras
dignidades.
Con fama de santo y de sabio, trat de aumentar la primera con las agitaciones de un
celo perturbador y de enaltecer la segunda con funestas innovaciones, en las que pronto se
vio, ms que la humildad del creyente, las soberbias pretensiones del jefe de secta.
Promovido al episcopado en 4 2 7 , ocup la importante sede de Constantinopla.
Una frase de un sermn que pronunci en presencia del Emperador nos da la medida de
su carcter y de la ndole especialde su elocuencia.
E n presencia de un numeroso concurso presidido por el prncipe, exclamaba:
Dame, oh Emperador, la tierra limpia de herejas, y yo te dar el cielo; aydame combatir los herejes, y yo te ayudar combatir los persas; palabras en las que, mejor que
la dignidad del apstol, se ve la altivez del hombre pagado de s mismo.
Las impetuosidades de su celo se inauguraron invadiendo un templo en que se reunan
los arianos, lo que les produjo una exasperacin tal que pegaron fuego al edificio comunicndose las llamas otras casas de la poblacin. Este hecho dio lugar en la ciudad un gran
tumulto, del que le cost Nestorio mucho trabajo el poder salvarse, pues los mismos fieles
se lamentaban de su celo, que estallaba en violencias ocasionadas producir catstrofes.
Obedeciendo los impulsos de su carcter, Nestorio, con pretextos religiosos, tena Constantinopla en agitacin continua, lo que hizo que los prncipes tuvieran que censurar amargamente sus violencias.
instigacin suya tuvieron lugar en Mileto y en Sardes sangrientas colisiones; siendo
tambin sus arrebatos lo que dio ocasin la muerte de Antonio, obispo de Germa.
Atribuan muchos fervor de apostolado lo que en l no era nada ms que apasionamiento, y estas mismas violencias le procuraron Nestorio un gran partido ms adicto su
persona que la Iglesia que representaba.
La agitacin, el ruido tena para l un deleite especial; gustbale que las gentes se ocuparan de su persona*.
Despus de haberse adquirido mucha fama con las exageraciones de su celo, aquel h o m bre henchido de orgullo anuncia que l va ser quien d la frmula de la verdadera doctrina
religiosa en medio de las luchas que traan turbada la Iglesia.
Haba un familiar suyo, llamado Anastasio, quien Nestorio tena en grande estima.
Apenas ordenado Anastasio de presbtero, empez en un sermn sublevarse contra el
dictado de Madre de Dios que la cristiandad vena dando la Virgen y que vemos ya indicado en el mismo smbolo de los apstoles. Una asercin semejante llen de escndalo una
gran parte del auditorio, levantndose un tumulto en el mismo templo.
El prelado de Constantinopla no haba de manifestarse ajeno las perturbaciones producidas en la ciudad por uno de sus familiares.
Nestorio sube la ctedra, y en medio de la ansiedad general, despus de decir que l
va formular la nica doctrina slida y verdadera, pronuncia solemnemente esta frase:
Llamar la Virgen Madre de Dios equivaldra justificar la locura de los paganos, que
dan madres los dioses.
Fcilmente se comprender el efecto que hubo de producir entre los creyentes tamaa
blasfemia proferida en un da de Navidad, en medio de un inmenso concurso, desde la misma
ctedra episcopal, por un hombre muy considerado como tenaz perseguidor de la hereja.
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Nestorio no slo insiste en su asercin, sino que manda que la sostengan los dems predicadores.
Poco despus predicaba en Santa Sofa, en presencia de Nestorio, Teodoro de Marcionpolis, quien con voz imponente exclam:
Si alguno dijere que Mara es Madre de Dios, sea anatematizado.
Estas palabras produjeron una confusin indescriptible; el concurso lleg prorumpir
en gritos amenazadores, y el pueblo se resolvi por dejar la iglesia desierta.
La fama de este escndalo se difundi desde luego por todo el Oriente.
Entonces Nestorio crey llegada la hora de formular su hereja.
Sostuvo que el Verbo eterno no se haba hecho hombre, que la Encarnacin no era ms
que una inhabitacion del Logos en CRISTO, que en CRISTO haba dos personas, colocadas la una
al lado de la otra, unidas solo exterior y niorahnente, y que en este concepto Mara no poda
ser llamada Madre de Dios (Theolcos), sino nicamente Madre del CRISTO (Christolcos), y
que l hombre engendrado por Mara deba llamarse Teforo.(que lleva Dios), y que el
CRISTO haba de ser considerado como un templo en que Dios habita.
La popularidad de que Nestorio gozaba no dej de granjearle muchos partidarios en el
pueblo, en la corte y hasta entre personas consagradas al Seor y al servicio de la Iglesia.
Nestorio se constituye, no slo en heresiarca, sino en perseguidor, y valindose del prestigio de que disfrutaba en el palacio imperial, recurri al poder seglar para que los principales
que se oponan sus enseanzas fuesen encarcelados y sometidos la pena de azotes.
Hasta los solitarios se mezclaron en el asunto; pero as como contra Ario se levant un
Atanasio, contra Pelagio un A g u s t n , contra Nestorio la Providencia suscit un Cirilo de
Alejandra.
ste escribi los monjes un tratado sobre la Encarnacin que puede considerarse como
una refutacin completa del nestorianismo.
Nestorio, en vez de contestar.al patriarca de Alejandra, siguiendo los impulsos de su violento carcter, empez desatarse en diatribas contra Cirilo, diciendo que administraba mal
su Iglesia, y que imponindose de una manera desptica introduca hondas perturbaciones.
Cirilo le escribi dicindole que examinase bien quin era el que perturbaba las conciencias
enseando nuevas doctrinas; que no olvidara que con aquellas innovaciones se haba puesto
en conmocin todo el Oriente, invitndole dar explicaciones sobre su enseanza, fin de
devolver la paz la cristiandad.
Lejos de escuchar Nestorio los consejos de la sana razn y de la recta conciencia, se puso
capitanear u n partido que no dej de ser numeroso. No hay qu decir cmo estallaban entonces las impetuosidades de su carcter, de qu manera enconaba los nimos, con qu actividad febril atizaba en todas partes el fuego de la discordia. l y sus partidarios empezaron
decir que el Cristianismo de Cirilo de Alejandra era absurdo, porque someta la divinidad en la persona del Verbo las miserias humanas, y llegaron reproducirse las burlas
insultos de los paganos respecto un Dios muerto en cruz.
Cirilo de Alejandra respondi las violencias de Nestorio con todo el ardor de su celo.
El negocio fu denunciado al juicio y decisin de la Santa Sede, y el papa san Celestino
convoc un Concilio en Roma el ao 430.
Analizronse uno por uno en este Concilio los errores de Nestorio, contra los cuales la
Santa Sede formul una solemne condenacin, aadiendo que si diez das despus de habrsele comunicado las decisiones del Concilio, Nestorio se resista retractarse de sus errores y
ensear la doctrina aprobada por la Iglesia de Roma y la Iglesia de Antioqua; en una
palabra, por la Iglesia universal, fuese privado de la comunin de los fieles.
El Papa confi la ejecucin de las decisiones del Concilio san Cirilo con estas notables
palabras:
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Por autoridad de nuestra Sede y procediendo en nuestra Ctedra conforme al poder que
nos est conferido, ejecutaris la sentencia con ejemplar severidad.
San Cirilo congrega un Concilio en Egipto; all se ponen los obispos de acuerdo" para la
ejecucin de las decisiones del Concilio de Occidente contra Nestorio, se nombran cuatro
obispos para comunicrselas, mandndole una profesin de fe y doce anatemas los que Nestorio debe suscribir.
Nestorio responde los diputados de Alejandra con otros doce anatemas que opone los
de san Cirilo.
consecuencia de los manejos de Nestorio, que no omita medios para hacerse un partido numeroso, la agitacin aumentaba ms y ms.
E n vista de las- proporciones que iba tomando la lucha, intervino en ella el emperador
Teodosio el Joven, que se inclinaba ms de lo que debiera al partido de Nestorio, y gestion
para que se congregase un Concilio ecumnico.
Convocse ste para el mes de junio de 4 3 1 , confiando el Papa la presidencia Cirilo de
Alejandra, y reunindose en la iglesia mayor de Efeso ms de doscientos obispos, quienes
colocaron el libro de los Evangelios sobre u n trono de oro, para representar la asistencia de
JESUCRISTO.
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VIII.
El vandalismo, de Efeso.
Los nestorianos continuaron por bastante tiempo agitando la cristiandad.
Aunque perseguidos por la potestad secular, muchos de ellos ocultaban su error, no desistan de sus propsitos de venganza contra Cirilo de Alejandra, quien profesaban un
odio muerte.
.. No dejaba de haber en algunos adversarios de Nestorio un apasionamiento en que entraba
por ms el espritu de partido que el inters de la unidad doctrinal; espritu de partido que
se daba conocer, no slo por las violencias de un celo exagerado, sino principalmente por
intemperancias de lenguaje en que, al combatir al nestorianismo, se llegaba exageraciones
extremas que distaban mucho de estar conformes con la doctrina de la Iglesia.
Al combatir la dualidad de personas que estableca la secta nestoriana, los que pretendiendo sostener las decisiones de Efeso, figuraban bajo este respecto en un partido extremo,
no se daban por contentos con negar la dualidad de personas, sino que exagerando las consecuencias de la doctrina catlica, acababan por negar en CRISTO la naturaleza divina y la h u mana confundindolas en una sola.
No es extrao, pues, que en pos' del nestorianismo los rigoristas formularan una enseanza, en sentido radicalmente opuesto la de Nestorio y que era tambin una hereja.
El error germinaba ya entre multitud de fanticos; faltaba un hombre de iniciativa que
se pusiese al frente para sostenerlo; lo encontraron en Eutiques.
Eutiques habase retirado desde su adolescencia un monasterio en las cercanas de
Constantinopla. Su conducta ejemplar y sus conocimientos no pudieron menos de influir en
los dems religiosos, quienes le eligieron por su archimandrita (1). Era hombre de una
austeridad de costumbres llevada hasta la exageracin.
Gozaba de alta reputacin de santidad cerca de la corte imperial, de la que se vali para
(1)
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hacer que recayesen fuertes medidas de rigor contra Nestorio y sus partidarios, los que t e na declarada cruda guerra, extendindose su aversin todos los que por cualquier concepto
manifestasen alguna indulgencia respecto los nestorianos.
La vejez, lejos de debilitar su celo contra el nestorianismo, no haca sino que viese nestorianos en todas partes, que lo tachara todo de error nestoriano, y que para oponerlo la secta,
se forjara u n Cristianismo de su invencin, calificando de nestoriano todo el que no asintiese sus teoras.
Eutiques en el fondo no era ms que el orgullo unido la ignorancia; no es extrao, pues,
que, dado su apasionamiento de carcter, no fuese capaz sino de opiniones extremas y que no
supiese ver la verdad en la moderacin del justo medio.
Di cese, ademas, si en sus errores entr por algo el haber pretendido intilmente la silla
de Constantinopla.
Eutiques, pues, en la lucha contra los nestorianos prevena sus monjes diciendo que,
para no caer en el error que admite dos personas en JESUCRISTO,.era indispensable confundir
en una sola las dos naturalezas; que en CRISTO la naturaleza humana haba sido absorbida
por la naturaleza divina, como gota de agua que se pierde en la inmensidad del Ocano,
como materia combustible absorbida por el fuego al ser echada en la hoguera, desapareciendo
en JESUCRISTO todo lo humano y convirtindose en divino (1). El cuerpo de CRISTO, humano
en cuanto lo exterior, no lo era en cnanto su sustancia.
Pronto no se limit difundir su error entre sus subditos, sino que extendi su propaganda cuantas personas iban . visitarle, logrando cautivar muchos espritus sencillos,
que crean con este sistema prevenirse mejor contra los nestorianos.
La doctrina de Eutiques se propag en el Egipto, extendindose por todo el Oriente, en
particular en los puntos donde Nestorio tena enemigos.
El episcopado oriental denunci desde luego el error eutiquiano.
Ensebio de Dorilea, unido Eutiques para combatir la hereja nestoriana, advirti
ste que-la doctrina que enseaba caa en otro extremo no menos funesto.
As era en efecto. Las enseanzas de Eutiques designadas con el nombre de Monofisitimo, conducan la negacin de la encarnacin, y por consiguiente la negacin del Cristianismo.
E n vista de la tenacidad de Eutiques, Eusebio de Dorilea, aprovechando la reunin del
Concilio de Constantinopla, expuso el error de Eutiques los obispos congregados para que
emitiesen su juicio.
Debemos detenernos en resear este Concilio, que fu como el prlogo de una larga serie
de perturbaciones que tuvieron agitado el Oriente por largo tiempo.
Presidi la asamblea Flaviano, que despus de haber sido presbtero y administrador de
la iglesia de Constantinopla, fu elevado su silla arzobispal cuando la muerte de san Proclo
en 4 4 7 .
Esta eleccin disgust hondamente Crisafio, eunuco del emperador Teodosio, que no
slo gozaba de toda su confianza, sino que ejerca en los consejos imperiales una influencia
que nada era capaz de contrarestar.
Crisafio, padrino de Eutiques, hubiera deseado ver en la sede constantinopolitana su
favorecido.
Al verse contrariado en sus propsitos, concibi un odio mortal contra Flaviano. Crisafio
no slo acechaba todas las ocasiones para perjudicar al que consideraba su primer enemigo,
sino que haba jurado perderle.
Lo primero que se le ocurri al intrigante cortesano fu advertir Teodosio que, desde el
momento en que Flaviano era arzobispo de Constantinopla, estaba en su deber el presentar
una ofrenda al Emperador.
(1)
Apud Theodor.,
dial. Jneonfutut,
conc. Consl.,
act. 3.
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ASESINATO
DE
EDUARDO.
Esta respuesta consum la irritacin de Crisafio, quien puso en juego todos los resortes
para obtener la deposicin del Arzobispo; y lo hubiera logrado sin duda no haber tenido que
luchar con la influencia de Pulquera, hermana del Emperador, que se puso de parte de Flaviano.
Entonces el eunuco se propone nada menos que anular para los negocios pblicos P u l quera, valindose de una intriga para que Flaviano la constituyese en diaconisa. Tena ste
bastante talento para no secundar las torcidas intenciones de Crisafio, lo que produjo en ste
nuevos y ms reconcentrados enojos, de que hizo participar casi toda la corte.
Desde el momento en que comprendi que Flaviano y Eutiques representaban ideas
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opuestas, Crisafio crey encontrar en estas disensiones una mina que se prestara ser explotada para la realizacin de sus venganzas.
Abrise el Concilio el 8 de noviembre del ao 448 en la sala de Consejo de la iglesia de
Constantinopla que se llamaba Mara.
Apenas reunido el Concilio, levntase Eusebio de Dorilea y presenta u n escrito conjurando los Padres que escuchen su lectura y ordenen su insercin en las actas. Eusebio
declara en l que Eutiques no cesaba de proferir blasfemias contra JESUCRISTO, de hablar de
los clrigos con menosprecio, que le trataba l como hereje, y que suplicaba al Concilio
que hiciese comparecer Eutiques para responder su acusacin.
Flaviano.Una
queja tal contra Eutiques me ha llenado de sorpresa. Tomaos la pena de
verle y hablarle, y si os convencis de que anda por mal camino, entonces el Concilio le har
llamar para que se defienda.
Ensebio. Yo era su amigo; yo le he hablado sobre este particular, no una, ni dos veces,
sino muchas. Le he advertido, y sin embargo persevera en sostener opiniones contrarias la
fe. Puedo probarlo por muchos testigos que estaban presentes y que le oyeron. Os conjuro,
p u e s , que le hagis presentar, porque pervierte mucha gente.
Flaviano.-Haced
el favor de presentaros en su monasterio y habladle, fin de evitar el
que se promueva en la Iglesia una nueva perturbacin.
Eusebio.Despus
de haberle hablado tantas veces sin convencerle, me es imposible volver avistarme con l para oir sus blasfemias.
E n virtud de la insistencia de Eusebio, acordse que su acusacin sera continuada en las
actas, que Eutiques sera visitado por J u a n , presbtero y defensor, acompandole Andrs,
dicono, quienes le daran lectura de la acusacin, intimndole que se presentara al Concilio
para defenderse.
Celebrse la tercera sesin el 15 de noviembre.
Eusebio empez por pedir que aquellos que haban sido enviados Eutiques diesen cuenta
de su contestacin. Flaviano ordena que los notarios del Concilio digan los nombres de los
que recibieron tal comisin. Los notarios contestaron que eran J u a n , presbtero, defensor, y
A n d r s , dicono, los cuales se hallaban presentes.
Se les mand que se acercaran, y el presbtero Juan tom la palabra.
A l presentarnos ante el archimandrita Eutiques, que se hallaba en su monasterio, le
hemos ledo la acusacin y entregado una copia, dndole cuenta de la cita para defenderse.
H a rehusado venir diciendo que desde el principio de su vida monacal se haba hecho una
ley de no salir del monasterio, donde habitaba como en una tumba. Nos ha suplicado que manifestramos al Concilio que Eusebio vena siendo su enemigo desde mucho tiempo, y que no
ha intentado su acusacin sino para injuriarle. E n cuanto l , dice que est pronto suscribir las exposiciones de la fe de los Padres de Nicea y de Efeso; que si ellos se equivocaron al formular alguna frase, no trata ni de corregirla ni de adoptarla; que l no estudia sino
las santas Escrituras, como ms seguras que las exposiciones de los Padres. Eutiques ha aadido:Me han calumniado; me han hecho decir que el Verbo trajo su cuerpo del cielo; soy
inocente de un error semejante. E n cuanto que nuestro Seor JESUCRISTO est compuesto
de dos naturalezas unidas segn la hipstasis, esto yo no lo he visto nunca en las exposiciones de los Padres, y no lo creera aun cuando se me leyera algo de semejante, porque las
santas Escrituras valen ms que las doctrinas de los Padres.
E l dicono Andrs certific haber odo las mismas palabras, y habiendo dicho que el dicono Basilio de Seleucia se encontraba presente aquella conversacin, Flaviano le interrog
tambin y declar en el mismo sentido.
Eusebio de Dorilea pidi que se volviese citar Eutiques.
Flaviano.Dios quiera que venga y reconozca su falta. Irn los presbteros Mamas y Tefilo y le entregarn una segunda carta de citacin.
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Mientras aguardaban la vuelta de los dos enviados. el Concilio orden que se leyesen las
exposiciones de los Padres sobre la fe.
Eusebio de Dorilea se levanta y dice:
S que Eutiques ha enviado escritos excitando los monjes la sedicin. Pido que el
presbtero del Hebdomon, aqu presente, declrelo que haya acerca el particular.
Flaviano ordena ste que se adelante y le interroga en los siguientes trminos:
Cmo os*llamis?
.
Abrahan.
Q u cargo ejercis?
Soy presbtero en el Hebdomon bajo vuestra santidad.
Habis odo la acusacin del obispo Eusebio?
S . Manuel, presbtero y abate, me envi al presbtero Asterio para avisar vuestra
santidad que Eutiques le haba dirigido escritos referentes la fe para que los firmase.
Eusebio pide que se averige si Eutiques ha hecho llegar sus escritos los dems monasterios. Flaviano accede su demanda, y dice:
E l presbtero Pedro y el dicono Patricio pasarn los monasterios de la ciudad; el
presbtero Rhetorio y el dicono Eutropis los de Sycay (1), y los presbteros Pablo y Juan
los de Calcedonia.
E n el nterin, Aecio,'dicono y notario, anuncia que los presbteros Mamas y Tefilo estaban ya de vuelta.
Al llegar al monasterio de Eutiques, dice Mamas, hemos encontrado en la puerta dos
monjes, quienes hemos dicho:Pasad recado al Archimandrita; tenemos necesidad de hablarle de parte del Arzobispo y de todo el Concilio.El Archimandrita est enfermo y no
puede verse, nos han contestado. Si se os ofrece algo, decdnoslo y se lo transmitiremos.
Venimos enviados para verle l personalmente con una citacin por escrito de parte del
Concilio, la que traemos en la mano. Han entrado los monjes, volviendo luego con otro que
se llama Eleusinio, dicindonos:El Archimandrita os enva Eleusinio en su lugar para
recibir vuestras rdenes por su conducto.Si se niega recibirnos, que lo diga, hemos aadido nosotros. .Hemos notado en ellos cierta turbacin y han murmurado por lo bajo de que
la cita fuese por escrito.No hay por que turbarse, hemos dicho nosotros; os daremos conocer lo que la cita dice. El Concilio amonesta por segunda vez al Archimandrita para que vaya
responder la acusacin del obispo Eusebio.
Han vuelto entrar ver Eutiques, y luego nos han introducido en su presencia. Le
hemos entregado la cita, que ha hecho leer delante de nosotros. Luego nos ha dicho: Me he
hecho una ley de no salir del monasterio; lo que podrn sacar de aqu ser mi cadver. El
Arzobispo y el Concilio saben que soy viejo y estoy harto gastado por los aos. Pueden hacer
conmigo lo que mejor les acomode; pero les suplico que no se tomen el trabajo de mandar
nadie para una tercera cita: la doy por hecha. Nos ha instado para que nos encargsemos de
presentar un papel que l nos daba; no lo hemos admitido, diciendo:Si algo tenis que o b servar, ya lo liaris vos personalmente. No hemos querido escuchar su lectura. Lo ha firmado,
y al salir nos ha dicho que lo enviaba al Concilio.
El presbtero Tefilo se adhiere la relacin hecha por Mamas, y el Concilio ordena que
Eutiques sea citado por tercera vez por Memnon, presbtero y tesorero, Epifanio y Germn,
diconos, los cuales se encargaron de una citacin por escrito para cuatro das despus, es
decir, para el 17 de noviembre.
Celebrse la cuarta sesin el 16 de noviembre.
Asclepades, dicono y notario del Concilio, dijo:
Algunos monjes de Eutiques y el archimandrita Abrahan piden permiso para entrar.
Que entren, dice Flaviano.
i)
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87
Silenciario
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Eusebio.Confesis,
pues, seor Arch.imand.rita, dos naturalezas despus de la E n c a r nacin, y que JESUCRISTO nos es consustancial segn la carne?
E u t i q u e s , sin mirar siquiera Eusebio, se dirige Flaviano, y dice:
N o he venido disputar, sino declarar vuestra santidad lo que yo pienso. Lo traigo
escrito en este papel. Disponed que lo lean.
Flaviano.Leedlo
vos mismo.
Eutiques.No
puedo.
Flaviano.Y
por qu? Esta exposicin, es vuestra, es de otro. Si vuestra e s , no
veo por qu no debis leerla vos mismo.
Eutiques.Es
m a , y est conforme con los santos Padres.
Flaviano.Confesis
que hay en CRISTO dos naturalezas?
Eutiques.Como
yo le reconozco por mi Dios y por Seor de cielos y tierra, hasta aqu
yo no me permita razonar acerca su naturaleza. Que nos sea consustancial, hasta ahora no
lo he dicho n u n c a , lo confieso;
Flaviano.No
decis que es consustancial al Padre segn la divinidad, y nosotros segn la humanidad?
Eutiques.Hasta
ahora no he dicho nunca que el cuerpo de CRISTO nos sea consustancial; pero declaro que la santa Virgen es de la misma sustancia que nosotros, y que nuestro'
Dios tom de ella su carne.
Basilio, obispo de Seleucia.Si su Madre nos es consustancial, l lo es tambin, porque
ha sido llamado hijo del hombre.
Eutiques.Ya
que vosotros lo decis, yo asiento todo'.
El patricio Florencio.-Sindonos consustancial la Madre, lo ser tambin el Hijo.
.Eutiques.Hasta
aqu yo no lo haba dicho n u n c a ; porque entonces cmo voy sostener que su cuerpo es el cuerpo de un Dios? Yo no confieso que el cuerpo de un Dios sea el
cuerpo de un hombre, sino un cuerpo humano, y que el Seor se ha encarnado de la Virgen.
Si es preciso aadir que nos es consustancial, lo digo tambin: hasta aqu no lo haba dicho,
pero puesto que vuestra santidad lo declara, lo digo ahora.
Flaviano.Luego
es por necesidad y no porque vos lo pensis as.
Eutiques.Os
he dado conocer mi disposicin actual. Hasta aqu no me hubiera atrevido decirlo; reconociendo que el Seor es nuestro Dios, no me permita razonar sobre su
naturaleza; pero ya que vuestra santidad me lo permite y me lo ensea, yo lo digo.
Flaviano. Nosotros no innovamos nada; no hacemos ms que seguir la fe de nuestros
padres.
El patricio Florencio.Decis
que hay en Nuestro Seor dos naturalezas despus de la
Encarnacin, no?
Eutiques.Confieso
que ha habido dos naturalezas antes de la unin; despus de la unin
no confieso sino una naturaleza.
El Concilio.Es menester que hagis una confesin clara y que anatematicis todo lo
contrario la doctrina que se acaba de leer.
Eutiques.Os
he confesado que hasta ahora yo no lo haba dicho; no obstante, puesto
que vosotros lo enseis, yo lo digo, y sigo mis Padres. Pero yo no lo he encontrado claramente en la Escritura; todos los Padres no lo han dicho. Si yo pronuncio un anatema s e mejante, desgraciado de m , porque yo anatematizo mis Padres.
Estas palabras produjeron una emocin difcil de describir. Todo el Concilio se levanta y
exclama:
Que sea anatematizado!
Flaviano.Que
el santo Concilio formule la sentencia que merece este hombre que se
niega confesar claramente la fe verdadera y adherirse los sentimientos del Concilio.
Seleucio, obispo de Amasio.Merece ser depuesto, pero podis hacerle gracia.
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Flaviano.Si
confiesa su falta y anatematiza su error se le podr perdonar.
Florencio.Confesis
que hay dos naturalezas y que JESUCRISTO nos es consustancial?
Hablad.
Eutiques.He
ledo en san Cirilo y en san Atanasio que hay dos naturalezas antes de
la unin; pero despus de la unin y de la Encarnacin no dicen dos naturalezas, sino una.
Florencio.Confesis
dos naturalezas despus de la unin?
Eutiques.Mandad
que se lea san Atanasio; no encontraris nada que se parezca esto.
Basilio de Seleucia.Si no reconocis dos naturalezas despus de la unin, admits una
confusin, una mezcla.
Florencio.El que no dice de dos naturalezas y dos naturalezas no cree bien.
Todos los miembros del Concilio se levantan y exclaman:
L a fe no es forzada. Vivan los emperadores! Nuestra fe vence siempre. No quiere rendirse por qu le exhortis?
Flaviano pronuncia la sentencia en estos trminos:
Eutiques, que hasta aqu era presbtero y archimandrita, ha sido plenamente convicto
por sus actos pasados y sus declaraciones presentes de permanecer en el error de Valentn y
de Apolinario y seguir obstinadamente sus blasfemias, desechando nuestros avisos y nuestras
instrucciones para aceptar la sana doctrina. Por esto nosotros, llorando por su prdida total,
declaramos de parte de JESUCRISTO que ha blasfemado, que queda privado de toda jerarqua
sacerdotal, de nuestra comunin y del gobierno de su monasterio.
La sentencia fu firmada por treinta y dos obispos y veintitrs abades.
Terminado el Concilio, Eutiques dijo en voz baja al patricio Florencio que apelaba al Concilio de Roma, de Egipto y de Jerusalen, sirvindole esto de pretexto para gloriarse de haber
apelado al Papa.
Nos hemos extendido en estos pormenores fin de que, al hablar de estos trastornos producidos en Oriente por la hereja eutiquiana, se vea que el Concilio acudi todos los procedimientos; acusacin, cita del acusado, interrogatorio, testigos, libertad de defensa. Se agotaron los recursos de la longanimidad brindando al heresiarca con el perdn y el olvido. l ,
parapetndose en su orgullo, trat primero de engaar la asamblea con multitud de s u b terfugios con los que procuraba velar su pensamiento. Sobre el criterio de la Iglesia quiso establecer su criterio individual. Pronto le veremos acudir al poder seglar, invocar el apoyo de
las armas, defender su hereja derramando sangre. Eutiques sigui el camino que han venido
siguiendo todos los heresiarcas y todos los perturbadores de la paz de la Iglesia.
El papa san Len ratifica lo hecho por el Concilio.
pesar de la aprobacin del P a p a , el Emperador se empea en convocar otro, lo que
accede al fin el Sumo Pontfice fin de evitar conflictos mayores, y esperando que de esta
manera se quitara todo pretexto los contumaces.
El que este efecto se consagr en Efeso convocado por el Emperador, ms que un Concilio, fu u n club; all las intrigas, las violencias de toda clase sustituyeron la calma de la
discusin y la madurez en los fallos. La historia le da el nombre de Vandalisno Efesino
(Synodos
Lslril).
Constituyse en arbitro supremo el patriarca de Alejandra Discoro.
San Len envi sus legados; pero no se les admiti con pretexto de que antes de presentarse se haban avistado con Flaviano, patriarca de Constantinopla, quien acusaban de preocupado-contra Eutiques. Se eludi aceptar las cartas del Papa, no se quiso oir" Eusebio de
Dorilea, y se inaugur el Concilio con la lectura de las actas del Concilio de Constantinopla.
Al leerse la sesin en que Eusebio de Dorilea trat de obligar Eutiques que reconociese en JESUCRISTO dos naturalezas, levantse un alboroto inconcebible. El menos violento
peda que, puesto que Eusebio, estableciendo las dos naturalezas, trataba de dividir la persona
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de JESS, lo que proceda era dividirle l en pedazos. Multitud de voces clamaban porque
Eusebio fuese quemado.
No siendo ya posible reprimir el tumulto ni proceder una votacin ordenada, el presidente Discoro dispuso que los que votaran contra la doctrina de las dos naturalezas que l e vantasen la mano. As se hizo.
Entonces Discoro, pudiendo apenas dominar la gritera, exclam:
Q u e el que admita en CRISTO dos naturalezas sea anatematizado.
Que sea anatematizado! gritaban unos.
Que sean desterrados los que admitan dos naturalezas! exclamaban otros.
Q u e se azote, que se destroce los que admitan dos naturalezas, decan muchos.
Discoro, pretendiendo apoyarse en el Concilio Niceno, formula solemnemente una sentencia de deposicin contra Eusebio de Dorilea y Flaviano de Constantinopla, restituyendo
su dignidad Eutiques.
Los legados del Papa protestan fuertemente contra aquella serie de atentados. Algunos
obispos intervienen para evitar las consecuencias del conflicto.
Discoro insiste en su fallo, y dice que la sentencia que acaba de pronunciar la ratificar,
aun cuando le corten la lengua.
Los legados y algunos obispos insisten protestando. Entonces se presentan dos condes con
tropas de Teodosio y gentes del populacho en armas, se cierran las puertas de la Iglesia donde
tena lugar el Concilio que haba degenerado en ruidoso tumulto, se maltrata, se apalea l o s
que se resisten suscribir la sentencia de Flaviano, y hasta los que opinan porque se les
trate con algn miramiento, y uno de los miembros del Concilio sube a la tribuna leyendo
una sentencia en que Flaviano y Eusebio son condenados muerte.
Encontrndose all Flaviano se le derriba en tierra-, se le hace rodar por el suelo puntapis, se le atropella de tal modo, que, al salir de all para ir desterrado Lidia, muere en el
camino (11 agosto del 449).
Discoro ordena la deposicin inmediata de los obispos ms ilustrados y ms respetables,
y coloca en las sillas de stos los que legtimamente haban sido arrojados de ellas. Se dispone que nadie d comida ni asilo Teodoreto, que es condenado all como un hereje.
El imbcil emperador Teodosio, cediendo los consejos de su ministro Crisafio, aplaude y
sanciona lo hecho en Efeso, y promulga una ley para que sea puesto en ejecucin.
El dicono Hilario, uno de los legados del P a p a , se presenta en Roma para referir lo ocurrido al jefe de la cristiandad.
San Len expresa su dolor y su justa indignacin diciendo:
. E s t a fiera (Discoro) que ha presidido el Concilio de Efeso, ha entrado en la via del
Seor para arrancar de ella las plantas mejores. El comportamiento tan indigno como brbaro
de esta asamblea nos llena de afliccin. Tengamos confianza en la Justicia divina. Pronto la
verdad volver difundir sus resplandores.
E l Papa escribe al emperador Teodosio II dicindole:
No hagis que caigan sobre vuestra cabeza faltas que estamos en el deber de declarar
que no son vuestras: tememos que Aqul quien se provoca y cuya religin se quisiera
arruinar, no haga sentir los prevaricadores todo el peso de su enojo. No es slo la causa de
la Iglesia lo que nosotros defendemos; es la de vuestra corona y la de vuestra seguridad (1).
Los tristes acontecimientos que acababan de tener lugar, las sangrientas luchas religiosas producidas por la tenacidad y soberbia de los partidarios de la hereja, tenan al papa san
Len hondamente afectado. Nadie como l vea el carcter que iban tomando los males de la
Iglesia, contando los herejes con el apoyo, no ya slo de sacerdotes dscolos, sino de la i n fluencia de la corte oriental.
fines de junio del ao 450 llegaban Roma el emperador de Occidente Valentiniano III,
(1)
PARTID
D E LOS
PliniEtlOS
CHUZADOS.
ticular. Ya no era con frases enrgicas, era con lgrimas como Len describa la magnitud
d los peligros, lo funesto de la persecucin que sufra la Iglesia consecuencia del v a n d a lismo de Efeso y del modo como la perfidia haba logrado sorprender la religiosidad de Teodosio, los peligros que amenazaban la fe verdadera en vista de la deposicin de Flaviano, y
de una larga serie de atentados que venan cometindose.
Las emperatrices, el Emperador mismo no pudieron contener las lgrimas.
San Len, extendiendo la mano sobre la tumba de los Apstoles ante los cuales acababan
de orar, les conjura por su propia salvacin y la de Teodosio, en nombre de aquellos restos
venerandos, que se interesen con el Emperador de Oriente fin de que procure reparar por
su parte el escndalo de lo sucedido en Efeso interponga su accin para poder reunir en
Italia un Concilio de todos los obispos del mundo y examinar y fallar el asunto con toda imparcialidad y acertado criterio.
El pueblo mismo, presente aquel acto, deja oir sus splicas para que se realicen los votos
del papa Len el Grande.
El Emperador y las emperatrices se apresuran cumplir semejante encargo.
El Papa por su parte pide Teodosio que acepte la reunin del Concilio. Teodosio, dominado por Eudoxia y juguete del eunuco Crysafio, contesta que el Concilio se haba reunido
ya en Efeso, que lo que en l quedaba resuelto tena el carcter de cosa juzgada, y que no
baba que insistir ms sobre el asunto.
Al fin Teodosio empez conocer la fatal senda en que se encontraba. Volvi leer las
cartas que el Papa le baba dirigido, llenas de solicitud paternal hacia el Emperador y de celo
hacia la Iglesia, atendi las instancias de su santa hermana Pulquera, y se espant al
contemplar la profundidad del abismo cuyo borde le haba conducido, y a.que no su malicia,
al menos su debilidad. Teodosio advirti severamente su mujer Eudoxia, una de las principales causantes de aquellas agitaciones, y consagr los postreros das de su vida actos de
piedad. Convirti en un templo magnfico la hermosa sinagoga que los judos posean en una
de las mejores plazas de Constantinopla, y la enriqueci con los ms esplndidos adornos y
en particular con el ceidor" de la V i r g e n , preciosa reliquia guardada y venerada con gran
respeto y emprendi ms tarde una peregrinacin Efeso, fin de visitar la iglesia de San
J u a n Evangelista.
Poco despus, estando de vuelta en Constantinopla, hallndose en una partida de caza,
corriendo su caballo todo galope cay con tan mala suerte, que muri consecuencia de la
cada el 29 de julio del 450.
la muerte de ste, empu las riendas del gobierno su hermana Pulquera.
De entre aquella raza degenerada de Teodosio el Grande en que los hombres no eran ms
que mujeres, esta mujer supo ser un hombre.
Haba dado conocer ya Pulquera sus dotes para el gobierno la edad de diez y seis aos
en que ejerci la regencia.
Aunque sus padres Arcadio y Eudoxia haban sido dos azotes para el imperio, Pulquera
estuvo destinada levantarle de su degradacin.
Muy joven haba hecho voto de virginidad, ratificndolo pblicamente por medio de una
ofrenda que hizo la iglesia de Constantinopla, consistente en riqusima mesa de oro centelleante de piedras preciosas, en cuyo frontal mand grabar una inscripcin en la que constaba el ofrecimiento de su pureza Dios.
La muerte de su hermano y su proclamacin de A u g u s t a , Emperatriz y seora del mundo,
hecha por los pretorianos, la sorprendi en su soledad de Hebdomon, donde se haba retirado huyendo de las envidias de la corte, dedicndose all la vida,monstica.
Subida al poder imperial, la que saba ser santa supo ser emperatriz. Al influjo de su
elevada poltica el imperio cambiaba de aspecto, pareca como que se levantaba de las ruinas
fen que vena hundindose despus de tantos desastres.
Lo que otros gastaban en el fausto de la corte, ella lo emple en beneficio del pueblo. Enterbase de los menores detalles de la administracin, dirigase personalmente los agentes
del gobierno, decretaba leyes, reformaba las que crea defectuosas y ahogaba cualquier conato de rebelin, apoyndose en el amor y entusiasmo de sus subditos.
E n las horas de peligro para la patria ella misma se constituye en el campo de batalla, se
pone al frente de los ejrcitos, reanima con su presencia el abatido valor del soldado, y si el
jefe de los brbaros, creyendo que all gobiernan aun los eunucos, pide la Emperatriz que
le pague el tributo, Pulquera responde con dignidad:El oro no lo tengo sino para los
amigos; para los enemigos no tengo ms que hierro.
El papa san Len la tena en tal estima, que si cuando escriba su hermano Teodosio,
hombre dbil, afeminado, explotado por una turba de eunucos, tena que escribirle como
una mujer, en cambio Pulquera la escriba con el lenguaje con que se habla los hroes.
E l Sumo Pontfice la consideraba como el escudo de la Iglesia y el sosten del sacerdocio; h
aqu por qu en cierta ocasin, viviendo aun su hermano le escriba:
Si hubieseis recibido mis cartas anteriores, vos que nunca faltis la fe ni al santo ministerio, hubierais puesto remedio al mal que se ha causado.
Apenas ascendida la sede imperial, comprendiendo que el eunuco Grisafio deshonraba
43
la autoridad del imperio con sus fechoras y era cansa de las funestas agitaciones de Oriente,
donde ejerca una omnipotencia que nadie se atreva disputarle, se apresur entregarlo
los tribunales fin de que-fuese juzgado conforme lo que prescribanlas leyes.
Era bastante humilde para que no la impusiese aquella grandeza solitaria; y queriendo
asociarse un hombre que la ayudara llevar la carga del imperio, tendi su mano al valiente y virtuoso Marciano, distinguido personaje en quien se reflejaba el talento, el valor,
la piedad y la ortodoxia de la Emperatriz; pero con la condicin de que no la considerara
como una esposa, sino que la tratara como una hermana. Fu la primera cristiana que en la
cima de la grandeza imperial conserv la virginidad en el matrimonio.
Marciano, que era por sus costumbres un santo, fu por su valor un hroe y por su poltica
un padre de sus administrados.
Nunca el Estado fu ms feliz, ni la Iglesia goz de mayor libertad. El reinado de P u l quera y de Marciano puede considerarse como la edad de oro del imperio.
Pulquera y Marciano hubieron de ocuparse con preferencia de la agitacin religiosa que
traa conmovido al imperio.y trataron de.acabar con los partidos de nestorianos y eutiquianos
que lo destrozaban.
El Sumo Pontfice, lejos de encontrar resistencia, como en tiempo de Teodosio I I , la
reunin de un Concilio, fu admirablemente secundado por los emperadores.
La carta que con este motivo escribi el papa san Len, contiene, en trminos que no
pueden ser ms exactos ni ms precisos, la verdad sobre la cuestin que se vena debatiendo,
cerrando la puerta las exageraciones de nestorianos y eutiquianos.
No podramos sobreponernos al pecado y la muerte, si Aquel que no poda ser retenido
por la muerte ni manchado'por el pecado, no hubiese revestido nuestra pobre naturaleza h a cindola suya. l es Dios, porque escrito est: En el principio era el Verbo. l es hombre, porque escrito est: El Verbo se hizo carne.
Sealbase al principio Nicea para la celebracin del Concilio; pero la Iliria, amenazada
por los hunos, no ofreca bastante seguridad. Se escogi, pues, la ciudad de Calcedonia, en
la costa del Asia Menor, cerca de Constantinopla.
E n esta asamblea, que asistieron seiscientos treinta obispos, el Occidente estuvo representado por un pequeo nmero. No tiene esto nada de particular. Las calamidades que pesaban sobre el moribundo imperio de Valentiniano III no permitan los obispos de Espaa,
de la Galia y de Italia abandonar sus puestos en aquella suprema crisis.
Los obispos orientales dieron grandes muestras de deferencia Pascalina, obispo de Silybea (Marsalla) en Sicilia, hombre sabio y grave quien se concedi la presidencia de la
asamblea en nombre del soberano Pontfice, Bonifacio, presbtero romano y Lucencio, legado del Papa.
Atendidas las violencias ejercidas en Efeso, tena all que plantearse una cuestin de
justicia civil; no es extrao, pues, que asistieran los personajes ms importantes de la corte
de Bizancio, los que se colocaron en el sitio que se les design al efecto y que se llamaba escao del Senado.
la primera sesin en que se examinaron las actas de Efeso, Discoro tuvo que comparecer como acusado.
Se empez por recordar lo sucedido en Efeso, los legados del Papa obligados ponerse en
un sitio inferior, impedida la lectura de las Letras del Sumo Pontfice, ahogadas entre la gritera las protestas de Flaviano y de Eusebio de Dorilea, multitud de obispos horriblemente
maltratados para obligarles suscribir una sentencia que era una iniquidad.
Al llegar aqu los obispos orientales, exclaman:
S e nos apale, se nos hiri; los soldados nos abrumaron golpes y insultos.
En la segunda sesin se leyeron las cartas del Sumo Pontfice.
San Len, al prestigio de su autoridad aada la de su persona. No se haba sentado un
n i s T o n i A DE LAS PERSECUCIONES
papa ms grande en la suprema sede del Prncipe de los Apstoles. Celoso por la propagacin
de la fe, lo era tambin por el cultivo de las letras, honrando con su amistad los escritores
ilustres de su poca y siendo l mismo considerado como el Demstenes de su tiempo.
Al escuchar la manera como san Len formulaba la doctrina catlica, la asamblea se manifest satisfactoriamente conmovida.
De todos los puntos del Concilio oanse salir exclamaciones como stas:
Pedro ha hablado por boca de Len!
Esta es la fe de nuestros padres!
Esta es la fe de los Apstoles!
E n esta fe creemos todos!
E n la tercera sesin fu condenado -Discoro, disponiendo el Emperador que pasase v i vir en Gangres, donde muri el ao 454.
E n la cuarta sesin algunos monjes egipcios reclamaron contra la deposicin de Discoro;
pero se les contest:
.
H a sido depuesto conforme ajusticia. Dios mismo es quien anatematiza Discoro.
E n la quinta sesin en que se formul la profesin de fe opuesta al eutiquianismo, asisti
el Emperador, quien, acompaado de sus oficiales de-corte y de su imperial consejo, expuso
la siguiente protesta:
"*
Venimos asistir vuestra asamblea, no para ejercer aqu autoridad a l g u n a , sino
para amparar la fe.
Gritos unnimes de Viva el nuevo Constantino! Vivan el religiossimo Emperador y la
Emperatriz ortodoxa! Reinado largo y feliz para Marciano y Pulquera! resonaron en todos
los mbitos de la sala conciliar.
Marciano, junto con la profesin de fe del Concilio, mand promulgar la condenacin de
Eutiques, el cual mora poco despus la edad de setenta y cinco aos.
Las agitaciones del eutiquianismo no terminaron con la muerte del heresiarca.
Del seno del Concilio de Calcedonia sali otro jefe de aquella turbulenta hereja: se llamaba Teodosio.
Teodosio haba sido atrado Calcedonia ms que por un inters de fe, por u n inters de
curiosidad.
Era hombre de malos antecedentes. Convicto de cierto crimen por su obispo, haba sido
arrojado de su monasterio, y ms adelante, acusado de sedicin, fu apaleado en Alejandra,
pasendosele por la ciudad en u n camello.
No enmend con estos castigos. Era hombre de carcter audaz, dispuesto todo, pronto
siempre rebelarse contra la autoridad constituida. Por lo .mismo que Eutiques representaba
la rebelin, se proclam so. decidido partidario. Su temperamento era el ms apto para usar
el lenguaje y adoptar las violencias del demagogo; no es de estraar, p u e s , que se captara
gran popularidad entre las nfimas clases sociales.
Apenas se pronunci en Calcedonia la condenacin de Eutiques y de Discoro, Tsodosio
sali precipitadamente de la ciudad y corri sin perder momento sublevar la Palestina.
Vlasele andar como u n energmeno de pueblo en pueblo, de monasterio en monasterio, de
desierto en desierto.
L a fe acaba de ser anulada por el Concilio, deca gesticulando con todo el calor de u n
tribuno. El Concilio acaba de establecer que hay dos Hijos, dos personas, dos Cristos.
Discoro, nuestro protector, ha sido depuesto; Eutiques, nuestro amigo, nuestro hermano,
el venerable archimandrita, ha sido declarado hereje y desterrado. Cuando se arroja de la
Iglesia personajes tan dignos, con ellos se arroja la justicia. J u v e n a l , este J u v e n a l , obispo
de Jerusalen, que en el Concilio de Efeso se declar tan pblica y solemnemente en favor de
Eutiques, que reconoci su doctrina como nica verdadera, obedeciendo las autoridades del
da, ha apostatado.
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Cuando logr excitar los nimos, aprovechandose.de la efervescencia que supo producir,
les manifest que era preciso que trataran de defenderse y apelar la fuerza.
Encontr resuelto apoyo en la emperatriz Eudoxia, viuda del emperador Teodosio I I ,
quien le recibi en su palacio, incitndole avivar el fuego de las discordias religiosas, y
uniendo su partido multitud de monjes quienes la emperatriz viuda sostena con sus
liberalidades.
Mientras las masas eran presas de la mayor exaltacin, Juvenal llegaba Jerusalen, de
vuelta del Concilio de Calcedonia. Apenas se hubo difundido entre el populacho la noticia
del regreso de J u v e n a l , prodjose en la. ciudad una conmocin indescriptible. Los solitarios,
pervertidos por Teodosio, abandonan en tropel sus celdas, la clera se pinta en sus semblantes , un odio feroz arma sus brazos, aquellos coros que deban pronunciar plegarias, entonan
cantos de guerra y de venganza.
J u v e n a l es u n traidor, u n apstata!
E s un obispo indigno de ocupar su silla!
Es menester que nos d cuenta de sus actos!
E l que en Calcedonia se retract de lo que hizo en Efeso, es preciso que en Jerusalen
se retracte de lo que ha hecho en Calcedonia!
Estos semejantes gritos se oan por todas partes.
Juvenal pudo salvarse del furor de las masas, huyendo de noche y refugindose en Constantinopla.
' E l motin triunfa en la ciudad. Jerusalen se parece una plaza que acaba de tomar por
asalto el enemigo. Realzanse con el partido contrario las venganzas ms feroces; lo que no
puede el hierro lo logra la tea incendiaria; se abren las crceles soltando los facinerosos.
Buscan al obispo Juvenal por todas partes. Furiosos de no poder dar con l , los rebeldes
asesinan Severiano, obispo de Scytpolis. Se maltrata las mujeres mismas de una manera
salvaje.
Un dicono que se llamaba Atanasio tiene el valor de decir Teodosio, hallndose en el
templo:
Deja de hacer la guerra JESUCRISTO y de ahuyentar su rebao, y persudete de la
afeccin que nosotros profesamos nuestro venerable pastor.
No bien acaba de pronunciar esta frase, cuando los satlites de Teodosio se apoderan de
l, le arrastran fuera de la iglesia, y despus de someterle brbaros tratamientos, le aplastan la cabeza. Su cadver es arrastrado por toda la ciudad y echado despus los perros.
No fu este el nico rasgo.de valor en arrostrar el martirio. '
Viva por aquella poca en Palestina un santo quien sus extraordinarias austeridades rodeaban de popular aureola: llambase Eutimio y perteneca una ilustre y antigua casa de la
pequea Armenia. Distinguise desde m u y nio por su slida piedad; y apenas ordenado de
sacerdote recibi la investidura de superior general de todos los monasterios de la dicesis en
que habitaba.
Su celda, por m u y retirada que fuese, no lo era lo bastante para l, que deseaba vivir
completamente aislado en las sublimidades del entusiasmo mstico. Retirse otro lugar
completamente desconocido.
Por la noche Eutimio suba la cumbre de la cordillera vecina, y all, contemplando el
universo tras del velo de sublimes misterios con que le cubren las tinieblas nocturnas, quedbase extasiado en elevadsima.oracin, esperando la aurora del siguiente da.
Al lado de su celda no tard en levantarse otra, y luego otra, y pronto otra m s ; y aquel
desierto pas ser una laura (1).
A los ejercicios de la piedad ms sublime, aada el trabajo manual, que consista en hall)
Conjunto de celdas 6 chozas ti\ que vivan los primitivos monjes que no habitaban bajo un techo comn.
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cer cestos. Esto le daba lo suficiente, no slo-para atender sus necesidades, sino para proporcionar socorros los pobres.
La laura baba crecido demasiado: Eutimio y otro monje llamado Teoctista van esconderse en una caverna, por la parte de Jeric.
Vino u n da en que se les descubri en aquel escondrijo. Multitud de personas virtuosas
se presentaron al santo monje, pidiendo la honra de ser aceptados como discpulos suyos.
Despus de mucha resistencia,, consinti al.fin, y lo que era una cueva desconocida, se
convirti m u y pronto en poblado monasterio.
Eutimio, para no distraerse de su vida de contemplacin, no gobernaba personalmente
los monjes, sino que, viviendo l en una ermita separada, iban all los superiores los sbados
y domingos recibir sus rdenes.
Logr convertir la fe verdadera Aspabete, prncipe rabe idlatra, y multitud de
sarracenos que estaban las rdenes de ste. Juvenal le consagr obispo de estos nuevos cristianos.
Tena el poder con su fama de convertir en sitios concurridsimos las mas speras soledades. A Eutimio le vemos siempre buscando la soledad y la soledad huyendo de l. Otra vez
huye y se esconde en el desierto de Rouba, llamado hoy el Desierto de la Cuarentena, por
creerse que fu all donde el Seor ayun por espacio de cuarenta das. Ms tarde, con uno
de sus discpulos, llamado Domiciano, se dirige las mrgenes del mar Muerto, y despus
la cima de una montaa aislada, donde encuentra u n pozo y las ruinas de un viejo edificio^
con cuyas piedras construye un oratorio. De all pasa al desierto de Zyfon, donde se encierra
en una gruta. Todas las precauciones eran intiles: donde se situaba Eutimio all creca inmediatamente u n monasterio.
Por medio de sus consejos y de sus ejemplos, Eutimio, no slo enseaba la senda de la
perfeccin aquellas legiones de santos, sino que trabaj asiduamente en preservarles del
contagio de los errores de Nestorio y de Eutiques.
Ya se comprender que la influencia de Eutimio no era del gusto de Teodosio, y que creyndole demasiado poderoso como adversario, prob por todos los medios el tenerle por amigo.
Envile dos abades; Elpido, discpulo y sucesor de san Pasarion,.y Geroncio, que estaba al
frente del monasterio de Santa Melania. Eutimio les contest con firmeza:
Lbreme Dios de hacerme cmplice de los errores y los crmenes de Teodosio.
Elpido y Geroncio le dicen:
Entonces ser fuerza que aceptemos el dogma de Nestorio autorizado por el Concilio de
Calcedonia.
E n estas soledades, contesta Eutimio, yo no me he detenido leer en su integridad
las actas del Concilio; pero segn mis noticias, no hay en ellas cosa alguna que censurar.
Inmediatamente Eutimio, con una rectitud de criterio que no poda esperarse del hombre
que viva alejado del mundo y que se ocupaba poco del estado de las ciencias eclesisticas,
entr exponer el dogma de las dos naturalezas con razones tan slidas que Elpido se rindi
la fuerza de la verdad expresada con una elevacin en que el hombre de la soledad se m a nifestaba de mucho superior al hombre de la ctedra.
Teodosio no se dio por vencido y continu enviando sus agentes Eutimio. ste dispuso
que en adelante los enviados de Teodosio no fuesen recibidos en ningn lugar que dependiera
de su direccin.
No fu slo Eutimio el que supo constituirse superior los halagos como las amenazas.
Lo propio sucedi Gersimo, quien despus de haber seguido Teodosio en su error,
encontrando en Eutimio el modelo del verdadero monje, se separ de la pandilla de disolutos
que iban en pos de Teodosio y se proclam fiel las decisiones del Concilio de Calcedonia.
u n cuarto de hora del Jordn, Gersimo levant una laura y un monasterio. Sus monjes permanecan solos durante cinco das, desde el lunes al viernes. Al salir dejaban la puerta
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abierta para manifestar que no haba nada all de que los dems no pudiesen servirse, si lo
necesitaban.
Gelasio defenda tambin el Concilio de Calcedonia contra Teodosio. ste fu encontrarle personalmente en su monasterio. Nada consigui. Cuando el motin de Jerusalen, l a zle llamar, y valindose primero de caricias y despus de amenazas, pudo lograr de l que
entrara en el santuario. All le dijo:
Anatematizad Juvenal.
Gelasio le contest con calmada firmeza:
E s el obispo de Jerusalen; yo no reconozco otro.
Teodosio manda que le echen de la iglesia.
Los eutiquianos se apoderan de su persona, le colocan sobre un montn de lea, y le
amenazan con meter fuego all. Al ver que nada es capaz de intimidarle, le dejan libre por
temor al pueblo, entre el que gozaba de gran reputacin.
Un rasgo de este monje nos dar conocer su desinters. Posea u n libro en pergamino
que contena el Viejo y el Nuevo Testamento y que vala diez y ocho sueldos de "oro. Lo coloc en la iglesia fin de que pudieran leerlo todos los hermanos. Una persona extraa lo rob,
y el venerable anciano, al apercibirse del robo, en todo pens menos en perseguir al culpable.
El ladrn se dirige la ciudad, trata de venderlo y pide por l diez y seis sueldos de
oro. Uno que quera hacerse con l quiso consultar antes Gelasio, el cual le dice:
Compradlo. Es u n buen libro y vale ms de lo que os piden por l.
El comprador dice al ladrn:
Acabo de ensear el libro al monje Gelasio. Lo encuentro caro. No vale el precio que
vos peds.
Y no os ha dicho ms que esto? exclama sorprendido el ladrn.
No ms que esto.
Ya no os lo vendo, dice con resolucin aquel hombre.
Se va encontrar Gelasio y le entrega el libro. Gelasio le dice que, cuando lo ha tomado, ser que necesita de l, y que puede quedrselo.
No. Yo os devolver el libro y vos me devolveris la tranquilidad de conciencia.
Aquel hombre fu en adelante un monje ejemplar que no se separ jamas de Gelasio.
Tales fueron los monjes que permanecieron fieles al Concilio de Calcedonia.
El papa, san Len escriba los ilusos monjes que seguan el partido de Teodosio, dicindoles
Qu habis hecho de vuestras reglas de mansedumbre y de calma, de longanimidad y
paciencia, de tranquilidad y de paz, de caridad y de valor en el sufrimiento? Qu conviccin os ha extraviado, qu persecucin os ha separado del Evangelio de CRISTO? Qu terrible astucia es la que ha hecho que olvidarais los profetas y los apstoles, el smbolo de
vuestro bautismo, para someteros ilusiones satnicas?
Si para arrebataros la integridad de la fe han bastado vanas ficciones de miserables h e rejes qu no hubieran hecho entre vosotros las persecuciones sangrientas, los tormentos,
los garfios de hierro, los verdugos? Pretendis obrar en favor de la verdad, y sin embargo
combats contra la verdad! Os escudis con el nombre de la Iglesia para desgarrar su seno!
Es esto lo que aprendisteis de los profetas, de los apstoles, de los evangelistas?
Doroteo, gobernador de la Palestina, al tener noticia de tantos desrdenes, deja la Arabia,
donde h a c a l a guerra, y se dirige pacificar aquel pas. Al llegar Jerusalen encuentra
cerradas las puertas de la ciudad por orden de la emperatriz Eudoxia. Slo cuando Doroteo
promete adherirse al partido dominante en la poblacin es cuando se le permite la entrada.
Marciano enva Jerusalen una fuerte guarnicin, se apodera de Teodosio, restablecindose la paz.
De la Palestina la sublevacin pas Egipto.
All se haba depuesto Discoro para poner en su lugar san Proterio. Al tener noticia
de este hecho, el pueblo se amotina y estalla una imponente rebelin. Los soldados tratan de
atajarla; pero las turbas furiosas se arrojan sobre ellos, introducen el desorden en sus filas y
les obligan emprender la fuga, teniendo que refugiarse en el templo de San Juan Bautista.
All les cercan las masas, y mantenindose los soldados fieles su deber, el populacho i n cendia la iglesia, pereciendo aqullos vctimas del voraz incendio. .
Marciano castig severamente los atentados cometidos en Alejandra.
Pudo creerse en un principio que ya no volvera turbarse la paz; pero apenas muere el
'emperador Marciano, cuando estalla en Alejandra una nueva imponente sedicin e u t i quiana.
El sectario Eluro hace asesinar al obispo san Proterio y se adquiere una triste celebridad
por una larga serie de violencias. El emperador Len, sucesor de Marciano, se vio al fin precisado poner coto aquellos desrdenes enviando Eluro Gangres. Hasta encontrndose
all sobrexcitaba las gentes en favor de la hereja; en virtud de lo cual se le envi al Quersoneso.
Muerto el emperador Len, su sucesor Zenon sac Eluro de su destierro.
Zenon fu destronado por Basilisco. ste su subida en el poder se inaugur con u n
edicto en que condenaba todo lo hecho en el Concilio de Calcedonia, y dispuso que fuera anatematizada la carta de san Len. Basilisco se dio conocer por sus arrebatos de perseguidor.
Lo que no alcanzaba la deposicin, quera obtenerlo con el destierro.
Acacio, patriarca de Constantinopla, conden la persecucin emprendida por el. Emperador. El pueblo se declar de parte del Patriarca y amenaz Basilisco con incendiar la c i u dad si no respetaba la persona de Acacio. Entonces Basilisco cambi de conducta, y de protector del eutiquianismo se convierte en su adversario.
Pero si l logr destronar Zenon, ste le destrona su vez, y sus primeros actos como
emperador consisten en seguir en todo una poltica opuesta su odiado rival; y si ste en el
ltimo perodo de su imperio se declar contra los eutiquianos, crey que l deba favorecerles.
Ms adelante, al ver las ruinas que se hacinaban en el imperio causa de las guerras religiosas, trat de crear u n partido medio en que pudiesen fundirse catlicos y eutiquianos. Tarea intil: fu una tentativa ms de transaccin entre la verdad y el error: los esfuerzos de
Zenon no produjeron otro resultado que aadir una bandera ms las ya existentes, preparando un nuevo germen de divisiones.
*
Zenon sucedi Anastasio. ste empez por decir que no quera oir hablar ms ni de
eutiquianos ni de Concilio de Calcedonia, y que estaba dispuesto castigar as los que defendiesen la doctrina d Eutiques como los que proclamasen la necesidad de aceptar el
Concilio de Calcedonia, crendose de esta suerte un partido ms, que se llam el de los inciertos vacilantes.
No tard Anastasio en manifestar su saa contra los catlicos; y si bien no quiso romper
resueltamente con ellos mientras duraba la guerra de Persia, apenas sta hubo terminado
empez perseguir severamente los adictos al Concilio de Calcedonia, elevando los eutiquianos los primeros puestos del imperio y de la milicia.
Macedonio, patriarca de Constantinopla, permaneca fiel las decisiones del Concilio
calcedonense. El pueblo tena al Patriarca un grande aprecio y veneracin. Anastasio desterr l y todos sus adictos. No contento con esto, hizo quemar las actas del Concilio de
Calcedonia.
Un versculo del Trisagio dio lugar nuevas coalisiones.
Al llegar el sacerdote al altar sola cantarse: Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal.Un eutiquiano aadi esta frmula: Que has sido sacrificado por nosotros, lbranos de
todo mal. Por el hecho de adoptarle los eutiquianos, la adicin pareci sospechosa los ca-
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tilicos, por creer que los eutiquianos la usaban en el sentido de los ieopasianos, que pretendan
que la divinidad haba padecido.
Al recitarse la nueva forma en la iglesia de Constantinopla, los fieles manifestaron su
disgusto; pero hubieron de amoldarse las-exigencias del Emperador.
Entran un da en la iglesia unos monjes, y en vez de la nueva frmula, recitan un versculo de los salmos. El pueblo de Constantinopla aplaude el proceder de los monjes y les v i torea , exclamando:
,
Los ortodoxos han llegado en momento muy oportuno!
El templo se llena de un inmenso concurso y u n nutridsimo coro, que se asocia la gran
concurrencia, empieza cantar el verso del salmo en lugar de la frmula sospechosa de eu-.
tiquianismo. Aquel canto fu como una seal de combate. Los eutiquianos, sin respetar el lugar sagrado, penetran en la iglesia, se interrumpen los oficios divinos, los dos bandos e m piezan denostarse, de los gritos se pasa los hechos, empieza correr la sangre, y turbas
con hachas encendidas corren incendiar edificios. El resultado fu perecer en la refriega
ms de dos mil personas.
Estos hechos encienden ms.y ms el furor de Anastasio contra los catlicos. La persecucin estalla con toda su fuerza, unos el Emperador los halaga, otros los persigue, otros
los somete al tormento valindose de ftiles pretextos.
fin de perturbar ms y ms los nimos y exasperar las pasiones, rene un concilibulo
en Sidon, con el que pretende condenar el Concilio de Calcedonia. Flaviano de Antioqua se
niega suscribir los acuerdos del concilibulo y estalla en aquella capital un motin, corriendo
en abundancia la sangre.
Flaviano es arrojado de la poblacin por los agentes del Emperador, colocando en su lugar
un furibundo eutiquiano que ejerce contra los catlicos toda clase de tropelas.
E n vista de lo que pasa se subleva en favor de los catlicos un general de las tropas imperiales, llamado Vitaliano. Al enarbolar la bandera del Concilio de Calcedonia, agrpanse
en torno suyo multitud de adeptos. Atraviesa victorioso la Mesia y la Tracia, repone en su
sede los obispos adictos la Iglesia, y se encamina con un formidable ejrcito hacia Constantinopla.
Anastasio no se cree con fuerzas para resistir Vitaliano, y entra en tratos con l con la
promesa de cesar en su hostilidad contra los catlicos.
*
Al cesar el peligro Anastasio se olvid de su promesa. No obstante, el eutiquianismo,
si bien continu subsistiendo como secta, ya no apareci en la historia con el carcter de
persecucin. Fu en adelntela hereja eutiquiana u n fuego que qued envuelto entre cenizas , esperando que fuera removerlas el viento de alguna nueva hereja de las que tena
siempre en reserva el Oriente.
-
IX.
Los arianos alindose con los brbaros para perseguir la Iglesia.
Hemos indicado ya algo acerca las invasiones brbaras, en las que nos es indispensable
detenernos por encontrarse all mezclado con la sed de sangre de aquellas hordas el odio al
Catolicismo de la vieja secta ariana.
Entre aquellas tribus ninguna merece llamar la atencin como la de los hunos, que descendan como una avalancha de lo alto de los montes Urales (1) para aplastar al viejo
mundo.
La historia no hace mencin de los hunos hasta fines del siglo IV, en que, abandonando
(1)
Cordillera que divide la Europa del Asia y se extiende desde el Ocano Glacial rtico al mar Caspio.
T. II.
SO
sus campamentos en las orillas del mar de Palus-Masotis (mar de Azof), arrojaron los alanos y los godos, que desde un siglo antes se haban establecido en aquella regin, extendindose hasta las mrgenes del Danubio. De las tribus brbaras, ninguna lo era tanto como
la de los hunos.
Hijos de los bosques, habitantes de las estepas, traan en su carcter el sello de aquella
naturaleza, marchaban bandadas manera de nubes inmensas de hombres, no teman la
rudeza de la temperatura; as estaban curtidos para el calor como insensibles para el fro que
con tal intensidad se deja sentir en la regin de los hielos; eran indiferentes . la sed y al
hambre, y si la naturaleza ni con su rigor ni sus privaciones no les levantaba obstculos , ya
se concebir que no se haban de detener por los que les levantaran los hombres. No presentaban batallas en regla; pero el ejrcito ms aguerrido no era. capaz de resistir aquella serie de ataques que terminaban u n da para empezar al siguiente con nuevo vigor.
Eran hombres de atltica musculatura, cuello grueso. Para alimentarse no tenan necesidad de preparar una comida en el fuego; nutranse de races crudas, de yerba de los bosques, lo que aadan la carne de los animales, pero sin la menor condimentacin. Jamas
se abrigaban dentro de u n techo; una casa les haca el efecto de u n sepulcro que les separaba de la vida de la naturaleza. N i siquiera se amparaban en cabanas cubiertas de hojas;
hubiera sido para ellos un lujo, una molicie que nadie habra tolerado. Si penetraban en una
habitacin era slo por necesidad, teniendo prisa en salir lo antes posible de un sitio que e s taban en la seguridad de que, permanecer en l, se les haba de caer encima. Sus vestidos
eran hechos de pieles de animales. No tenan ms que uno, que no se quitaban de encima
sino al caer hecho pedazos. Iban montados en unos caballos pequeos, deformes, pero infatigables, los que iban como pegados. Cabalgaban manera de mujeres, y en esta postura
entregbanse sus tareas habituales, compraban y vendan, coman y beban, y al llegar la
noche extendindose sobre el cuello de su cabalgadura se quedaban profundamente dormidos
como en la ms mullida cama. La ms ligera contradiccin les haca levantar en armas, y al
atacar sus enemigos lo hacan en medio de un estruendo de gritos horripilantes. Dotados
de una agilidad extraordinaria, su tctica consista en desconcertar al enemigo, y , ora se dispersaban , ora volviendo reunirse en inmenso nmero sin saber de donde salan, realizaban
una espantosa carnicera. No gustaban de defenderse,.pero s de atacar; para ello, as se valan de la flecha como de la aspada, y al ver al enemigo desconcertado arrojaban sobre l manera de unas redes en que los envolvan y les arrastraban al galopar de. sus caballos. Si se
les preguntaba.de qu tierra eran, no saban qu responder. Concebidos en un pas, nacieron
en otro, se educaron en otro y vivieron en otro completamente distinto. Para ellos los tratados ms solemnes eran como si no existiesen; no reconocan ms deber que su instinto; al
ambicionar una presa echbanse sobre ella sin consideracin leyes ni compromisos. As
rompan sus alianzas sin razn como volvan formarlas sin motivo.
La inimitable pluma de Chateaubriand nos describe Attila, jefe de aquellas hordas.
Los conductores de las naciones brbaras estaban revestidos de algo de extraordinario
como ellas. E n aquella hora de derrumbamiento social Attila pareca nacido para ser el terror
del mundo; unase su destino algo que inspiraba espanto; el vulgo tena formada de l una
opinin formidable. Su aspecto era altanero; su poder se descubra en los movimientos.de su
cuerpo y hasta en el brillar de sus ojos. Apasionado por la guerra, saba, no obstante, contener su ardor; era prudente en los consejos, se haca accesible los que imploraban de l alguna gracia, y propicio aquellos de quienes haba recibido la fe. 'Su talla corta, su pecho
ancho, sus ojos pequeos, su barba rala, todo, en fin, anunciaba en l el hijo de las selvas.
Su capital era u n bosque un campo. Los reyes que someta se relevaban haciendo centinela
en la puerta de su tienda. Cubra su mesa de manjares groseros, que coma en platos de madera, poniendo en manos de sus compaeros, como trofeos de victoria modelos del arte griego,
los vasos de oro plata que caan en su poder.
51
52
Pascua del 4 5 1 , los sacerdotes son asesinados al pi de los altares, destacndose nicamente
de entre aquel montn de ruinas el oratorio de san Esteban.
Un vendabal de otoo no desnuda los bosques de sus hojas con la impetuosidad con que
los hunos desnudaban poblaciones, comarcas enteras, de sus sacerdotes y de sus vrgenes.
La historia, la tradicin, la liturgia guardar siempre el recuerdo del martirio de rsula
y de sus compaeras.
Nos faltan detalles precisos sobre la vida y la muerte de esta multitud de heronas, y esta
misma carencia de datos fijos ha abierto ms libre campo la imaginacin de los pueblos
cristianos, que en sus santos, en sus leyendas consignan el hecho de aquel triunfo tan e x plndido de la virginidad y de la fe.
La tradicin no consigna de una manera clara el pas donde proceda rsula, ni las razones que, junto con sus numerosas compaeras, le condujeran Alemania. Lo que parece ms
probable s que, mientras los sajones paganos todava asolaban la Inglaterra, multitud de antiguos bretones huyeron de all, dejando regiones enteras convertidas en desiertos, y buscando un asilo, los unos en la Armrica (1), y los otros en los Pases Bajos. Entre estos
fugitivos encontrbase una joven ilustre, hija de un prncipe de la Gran Bretaa, y una i n mensa multitud de otras jvenes que en aquel perodo de terror se haban unido ella.
Al hallarse los hunos cerca de Colonia, no encontrado all masas de hombres con las que
ensangrentarse, y no pudiendo decidirse pasar sin dejar huella de su barbarie, quisieron
satisfacer su brutalidad en aquella multitud de jvenes, que prefirieron el sacrificio de su vida
al de su virginidad. Los brbaros, dice la Ley&ncla de Oro, se echaron sobre aquella m u c h e dumbre de vrgenes lanzando gritos feroces, y como manada de lobos que degellan un rebao las asesinaron. Al acercarse santa rsula el prncipe de los brbaros se detiene impresionado por su belleza, y para consolarla de la muerte de sus compaeras le propone casarse
con ella. rsula se resiste resueltamente, lo que, tomndolo desden, produce en el jefe
brbaro tal furor que la traspasa de un flechazo.
Sobre los restos de aquella legin de vrgenes se levant un templo, que era ya muy clebre en 6 4 3 , cuando san Cuniberto fu nombrado arzobispo de Colonia. El arzobispo san
Annon, en el siglo X I , pasaba noches enteras orando junto aquellas tumbas. Desde el siglo X I I I santa rsula vena siendo la protectora especial de la Sorbona, manifestndola la
Universidad de Paris hasta la poca de la Revolucin una devocin particular.
La Alemania ha consagrado esplndidas alabanzas santa rsula y sus compaeras.
E n u n misal manuscrito de una de sus ms antiguas abadas, se lee una secuencia, de la
que copiamos los siguientes prrafos:
Loor al Padre del Hijo Soberano, al ngel del gran Consejo, al Espritu que enva los
siete dones. La Santsima Trinidad.colma de delicias y de belleza su esposa; la reviste de
traje blanco como el lirio en el cual brilla el purpreo matiz de la rosa. La esposa est radiante de amor la diestra del Rey, donde entona nuevos cnticos.
Es rsula la amante del Rey de la gloria, la reina de la milicia virginal. La anhelaba
u n prncipe infiel. ste con sus amenazas y sus caricias llega imponer al padre de la virgen. Ella, con gran fervor de corazn, eleva una plegaria al cielo segn su costumbre. Aquella
que es la Torre de la Fortaleza la alienta con sus orculos.
Ya est dado el consentimiento para las bodas; ya se rene numeroso ejrcito de vrgen e s ; ya se preparan los buques. La prometida recibe el bautismo; la virgen cristiana palpita
de jbilo por la multitud de vrgenes que forman su cortejo.
Pronto se lanzan la mar sin piloto que gue las naves. La flota camina al azar, pasa por
T h i l ; de all la comitiva llega Colonia. Una visin las conduce Roma, donde imploran se
las libre de las emboscadas de sus poderosos enemigos.
(1) Designbanse con este nombro las provincias martimas de los galos, y en particular la parle de la Galia que comprenda la Bretaa actual y una porcin de la Normanda.
53
Despus de consultar al Pontfice, descindese la corriente del Rhin. Los hunos al verlas
volver se precipitan sobre ellas, las degellan ferozmente, y esta augusta milicia cae ahogada en su propia sangre.
Que el imperio se regocije por tantas perlas aadidas su brillo, por tantos mritos con
que se enriquece.
La Iglesia de Colonia canta en estos trminos las santas vrgenes de que se enorgullece:
Dichosa Bretaa que ha producido tantas vrgenes escogidas! Afortunada Colonia e n rojecida con su generosa sangre!
rsula, consagrada Dios, la reina de este bienaventurado ejrcito, supo por medio de
los ngeles, el futuro martirio de las vrgenes, sus compaeras. A tal noticia ellas se alegran, derraman lgrimas, adoran, alaban Dios con corazn humilde, con piadoso canto.
Encomiendan sus almas CRISTO, desprecian al mundo; vrgenes prudentes, de comn
acuerdo preparan el aceite, alumbran sus lmparas. Oh Dios, verdaderamente admirable en
tus santos, que hoy, con tu gracia poderosa, en un instante coronaste once mil vrgenes.
Los hunos, nacin feroz, brbara, enemiga de todos los pueblos, inmola con rabia inaudita aquellos corderos inocentes, rebao del Seor.
Aqu corri torrentes la sangre preciosa de aquellas mrtires, aqu sus restos, santificando tu tierra, fueron tu proteccin. Oh Colonia!
Levantse el sitio, recbrase la libertad, los enemigos huyeron, la ciudad se salv por
el mrito de las mrtires.
Algrate, Colonia! Triunfa, oh Bretaa! Y t tambin, ciudad de Roma, que las
vrgenes visitaron con sus votos y sus corazones! Que los santos palpiten de jbilo por este
ejrcito de nuevas compaeras, y la Iglesia por esta legin de nuevas protectoras!
Oponindose la sangrienta invasin de la barbarie, encontramos otras figuras que m e recen llamar nuestra atencin: son san Germn y santa Genoveva.
Germn era un hombre de ilustre cuna, de gran talento, de vasta instruccin literaria y
cientfica, que por su bien sentada reputacin de persona de saber, de honradez y de valor
mereci ser nombrado gobernador de la ciudad de Auxerre y jefe de sus tropas. Aunque por
el bautismo, por sus ideas y hasta por su vida, mereca el nombre de cristiano, no obstante,
obedeciendo las exigencias de su posicin y de su fortuna se entregaba placeres y pasatiempos. Entre stos, tena afeccin particular por la caza, y gozando fama de cazador excelente, su vanidad de tal le induca colgar las cabezas de los ciervos y lobos que mataba en
un gran peral que por su antigedad la poblacin le tena una especie de veneracin supersticiosa.
El obispo Amador, viendo en aquel rbol algn resabio de la vieja idolatra, inst en varias ocasiones al gobernador Germn para que lo mandase cortar, lo que ste no se avino
en manera alguna. En virtud de su negativa, aprovechando una ausencia del Gobernador, el
Obispo mand quitar todas las cabezas de caza que estaban suspendidas del peral. Encolerizse Germn de lo que consider como extralimitacion del Obispo; y de las quejas pas las
amenazas ms graves. El Obispo, no creyndose seguro en la ciudad, se retir Autun,
aguardando que se aplacara la clera de Germn.
Poco despus, Amador-, vuelto Auxerre, rene su clero y su pueblo en su casa episcopal, encontrndose tambin all el Gobernador, cuyo resentimiento se haba cambiado, no
slo en benevolencia, sino en veneracin hacia la persona de su Obispo.
En medio de la numerosa asamblea, Amador toma la palabra, y dice con conmovedor acento
que, sabiendo que est cercano su fin, ha llegado la hora de escoger un sucesor. Dicho esto,
se aproxima al gobernador Germn, al que, con gran sorpresa suya y de todos los concurrentes, le confiere la tonsura clerical, y revistiendo del hbito eclesistico al que ostentaba el
traje del guerrero, le administra tambin las Ordenes sagradas.
54
Algn tiempo despus, el 1." de mayo del 418, Amador bajaba ala tumba, y el clero, la
nobleza y el pueblo nombraban obispo por aclamacin Germn.
Ya no fu el retiro del pastor, fu la ms austera severidad del santo lo que constituy
su vida. Vendi todo su patrimonio, distribuy su riqueza los pobres, nunca permiti que
se condimentaran sus comidas con sal ni aceite, elaborbase por s mismo el pan despus de
moler el grano con sus propias manos, y era su cama un hueco hecho en la tierra teniendo
por colchn unas cenizas que el peso de su cuerpo haban endurecido como piedras.
Su casa estaba abierta constantemente para recibir y alojar los que se presentasen en
ella sin distincin de clases, siendo l mismo quien les serva en la mesa, y les lavaba los
pies en memoria de lo que hizo JESUCRISTO.
Los herejes Pelagio y Celestio, arrojados de todas partes, haban ido buscar un refugio
en la Gran Bretaa, cuyos fieles pidieron los de las Galias que fuesen en su socorro para librarles de la invasin de la hereja.
El Papa, de acuerdo con el episcopado galo, resolvi enviar los bretones Germn confirindole el carcter de vicario apostlico, asocindole san Lupo de Troyes.
Al llegar al arrabal de Nanterre, cerca de P a r i s , los dos obispos, cuya fama de santidad
era universal, obtuvieron un entusiasta recibimiento, siendo digno de mencionarse un hecho
particular.
Entre la numerosa muchedumbre hallbase un rstico labriego llamado Severo, su m u jer Geroncia, y una hija de siete aos de edad. El Obispo llam la atencin de los concurrentes sobre aquella tierna nia la que la Providencia haba de confiar graneles destinos. San
Germn dijo sus padres que la acercasen l, y despus de acariciarla tiernamente, pregunt por su nombre.
Genoveva! Genoveva! dijeron varias voces la vez.
San Germn, dirigindose sus padres, exclama en actitud proftica:
Esta nia ser un da el modelo de los hombres.
San Germn le da su bendicin, y al entrar en la iglesia de Nanterre seguido de todo el
pueblo, durante el canto del rezo divino, el santo Obispo tiene su mano extendida sobre la
cabeza de la nia.
Despus, viendo el Obispo en el suelo una moneda de cobre en que haba la seal de la
cruz, la recoge, y entregndola la n i a , le dice:
Gurdala como una memoria m a , llvala en el cuello como nico adorno, y deja el
oro y las pedreras para los esclavos del mundo.
El mismo da los dos prelados siguieron su viaje, y se embarcaron despus para la Gran Bretaa. Era en invierno. La embarcacin vise azotada por furiosa tempestad que lleg ponerla
en peligro. San Germn echa en las ondas un poco de agua bendita y la calma reaparece.
Pelagio y Celestio invitan Germn y Lupo una conferencia pblica que stos aceptan. Los primeros se constituyen en ella con grande fausto, los otros no ostentan ms aparato
que su fe en JESUCRISTO.
brese la discusin con extensos discursos en que Pelagio y Celestio hacen alarde de su
erudicin y procuran impresionar la concurrencia con efectos oratorios perfectamente preparados. Todo fu intil. La verdad pudo ms que el sofisma con todos sus adornos de relumbrn. La disputa pas ser un triunfo para Germn y Lupo, y una vergenza para Pelagio
y Celestio. Aclamaciones entusiastas resonaron por todas partes en favor de los dos santos, y
fu preciso su intervencin para que los herejes no recibieran de las masas u n fuerte escarmiento.
Antes de restituirse su dicesis, Germn y Lupo se dirigen visitar la tumba de san
Albano, primer mrtir de la Inglaterra (1), para darle gracias por el buen xito de su misin
apostlica.
(1)
Segn se cree, naci este Santo en el siglo III en Vcrulam . condado de Hertford. Fu decapitado el ao 303.
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56
nen que marchar al combate; pero se dirigen l llena de fe el alma y esperando del Dios
de los ejrcitos completo triunfo.
Los brbaros adelantan con la persuasin que inspira la inefable seguridad de la victoria.
Sorprndense al ver que los bretones se atreven aguardarles, y se figuran que aquello no es
ms que la loca temeridad de un ejrcito al que su desesperacin conduce la muerte.
San Germn, en sus acertadas medidas, en su actividad incansable, en su imperturbabilidad recuerda su antigua profesin de las armas. Colcase al frente de las legiones que l
mismo haba bautizado, dispone que se practique un reconocimiento, y al convencerse que
el punto por donde deben llegar los brbaros est circuido de altas montaas, manda que las
ocupen los bretones en toda su extensin.
Apenas se aperciben los brbaros de que aquellas alturas estn llenas de soldados, Germn ordena que todos la vez repitan con toda su fuerza el grito que l va dar.
Los sajones y los pictos se aproximan. Germn grita tres veces: ALLELUIA!
Y el eco de aquellas montaas repite imponente, aterrador el grito de ALLELUIA, pronunciado con frenes por todos los bretones.
Los brbaros, efecto de aquella atronadora gritera que parece.salir de un inmenso
ejrcito, se desconciertan, introdcese entre ellos la mayor desorganizacin, legiones enteras
empiezan por volver la espalda al enemigo; lo que al principio fu aturdimiento, se convierte
m u y pronto en precipitada fuga; aquellos brbaros dejan sus bagajes, arrojan las armas,
dndose por m u y contentos con poder salvar sus vidas.
San Germn comprende que el mejor medio de conservar el Catolicismo en la Gran Bretaa y preservarlo de la hereja es establecer all escuelas pblicas, escuelas que fueron m u y
pronto famosas por su nmero, por el saber y la santidad de los que las frecuentaron.
Hallbase de nuevo en Auxerre descansando de las fatigas de su apostolado, cuando recibe una diputacin de la provincia llamada la Armrica. Aquellos pueblos se adhirieron la
revuelta de un jefe que se sublev contra la autoridad del emperador Valentiniano III. Para
castigar los rebeldes environse hordas de brbaros bajo el mando de Eocarico, rey de los
alemanes, que estaba sueldo del imperio romano, entregndoles la provincia. El peligro era
inminente; Germn cree que es su obligacin no perder momento. Se informa de la direccin
que han tomado los alemanes, se encamina su encuentro, con sorpresa de los brbaros mismos pasa por en medio de sus hordas con la mayor serenidad, y se hace conducir la presencia de Eocarico. Acude las splicas, le da garantas de completa sumisin de parte del pueblo
que se haba rebelado; todo es intil. Eocarico, siempre inflexible, sin dignarse fijar la mirada en Germn, monta caballo para ponerse al frente de sus tropas y emprender el completo exterminio de la provincia rebelde. Entonces Germn, con una serenidad extraordinar i a , toma la brida del caballo de Eocarico y le detiene. Era u n acto de atrevimirito que lleg
impresionar al jefe brbaro. Eocarico acaba por comprender que Germn, q u e n o tiene ms
fuerzas que las splicas inspiradas por su bondad, vale ms que l, que tiene su disposicin
u n ejrcito aguerrido y numeroso, y en obsequio Germn, condesciende en suspender las
hostilidades, con tal que los rebeldes obtengan gracia del Emperador. Germn se compromete
ir l mismo pedirla.
Encamnase Evena encontrar al emperador Valentiniano. Su viaje fu una ovacin
como ningn' rey la haya obtenido jamas. Despus de haber pasado, vease la gente levantando cruces para sealar los sitios en que se haba detenido para predicar para orar.
Al meterse en u n desfiladero de los Alpes, hacia Lusa, encontrse con unos labriegos que
volvan de su trabajo. Unise ellos fin de no extraviarse. Llegaron una estrecha senda
que haban de pasar entre dos precipicios. Un infeliz viejo y cojo no se sinti con fuerzas
para atravesar aquel sitio peligroso con la pesada carga que traa encima. Germn, pesar
de que era viejo tambin y que se hallaba extenuado por continuas mortificaciones, carga
con el bulto del viejo, y despus de haberlo dejado la otra parte del peligroso sendero, carga
i7
despus con el anciano, llevndolo sobre sus espaldas basta dejarle tambin la otra orilla.
Hubiera querido ocultar su arribo Rvena entrando de noche en la poblacin, pero fu
imposible. El Obispo, que era entonces san Pedro Crislogo, la emperatriz Placidia y sus
hijos, el mismo Emperador Valentiniano III salieron recibirle con gran solemnidad. Al
hallarse en su alojamiento, la Emperatriz le envi una magnfica caja de plata llena de platos
T O M A D E JE11USALE.N P O I l
LOS
CHUZADOS.
riqusimos. La caja la vendi para entregar su precio los pobres; los platos los distribuy
entre los que estaban con l, enviando Placidia en prenda de gratitud un pan de cebada en
un plato de madera. La Princesa recibi este obsequio con particular satisfaccin: el plato de
madera lo hizo cubrir de oro, y guard el pan como una preciosa reliquia.
El historiador de su vida, Constancio, que fu casi su contemporneo, refiere el siguiente
hecho:
Durante la residencia de Germn en Rvena, al pasar un da junto la crcel, los presos
T.
II.
58
se echaron gritar con todas sus fuerzas pidiendo su proteccin. Enternecise Germn, y
trat de entrar all para consolarles. Poco despus Germn sale llevndose consigo aquellos
criminales, de los que algunos estaban condenados la ltima pena, y se dirige con ellos al
palacio del Emperador para impetrar su gracia. El Rey no se crey con derecho para volver
anudar con su severidad aquellas cadenas que Germn haba roto con un milagro.
No hay que decir que no haba de costarle gran trabajo obtener el perdn de los pueblos
de la Armrica. Desgraciadamente un nuevo acto de rebelda hizo fracasar su intervencin.
Al cumplir un mes que se hallaba en Rvena, despus del rezo, dijo unos obispos de
Italia que conversaban con l:
Queridos hermanos, os recomiendo una larga excursin que voy emprender. Anoche
cre ver JESUCRISTO que me entregaba provisiones para un dilatad'o viaje. Se trata de irme
mi patria y recibir el descanso eterno.
Poco despus Germn caa enfermo. Esta noticia impresion toda la ciudad y la misma
corte imperial. La Emperatriz en persona se constituy en su enfermera.
Muri el 31 de julio del ao 4 4 8 .
Dos aos ms tarde Paris se hallaba sumida en la mayor consternacin, consecuencia
de haberse difundido el rumor de que los h u n o s , despus de dejar en pos de s tantas ciudades reducidas escombros, saltando por tantos montones de cadveres, se hallaban las puertas de la poblacin.
Los habitantes quieren dejar Paris y refugiarse en un punto ms seguro; quien se opone
ello es una joven; esta joven se llama Genoveva.
Conducidos por esta piadosa y valiente cristiana se dirigen al templo, all oran, all se
reaniman.
Los hunos iban avanzando y llegaban continuamente la poblacin nuevas noticias de
saqueos, de incendios, de poblaciones enteras sacrificadas al furor de los brbaros. La p o blacin cede al terror; los mismos que iban en pos de Genoveva se revuelven contra ella, la
califican de bruja, la acusan de hallarse en inteligencia con los h u n o s , y el furor popular se
dispone cebarse contra ella.
Mientras el pueblo discute el gnero de.muerte que va someterse la joven, optando
unos porque se la apedree pblicamente, otros porque perezca ahogada, y otros porque, se la
condene la hoguera, llega el arcediano de Auxerre, quien G e r m n , antes de morir, haba
encomendado unos Eulogios (1) para Genoveva, encargo que el Arcediano no haba cumplido
hasta entonces por razones que no consignan los bigrafos de Genoveva.
E l recuerdo del santo Obispo fu bastante para aplacar los adversarios de Genoveva.
Los hunos siguen encaminndose hacia P a r i s , y esta poblacin pronto va sufrir el destino de Trveris, de Strasburgo, de Metz y de tantas otras ciudades,.
E n la hora suprema del peligro, Genoveva rene los parisienses en el templo, levantanse all fervientes plegarias. Cuando la poblacin se hallaba agobiada bajo el peso del terror,
difndese la noticia de que los hunos, sin saber por q u , han cambiado de direccin , y Paris
se ha salvado.
E n 476 Paris se halla sitiada por Childerico, padre de Clodoveo. La poblacin, no p u diendo ya resistir por ms tiempo el hambre mas espantosa, va abrir sus puertas al enemigo. Genoveva se pone al frente de una expedicin que va buscar vveres, y el xito ms
admirable corona su empresa.
Cuando ms adelante Childerico entr en la ciudad, bastaba una splica de Genoveva
para que l , aunque idlatra, accediese los deseos de la admirable herona.
(1) Desde el principio de la Iglesia establecise el uso de bendecir despus de la misa panes que el dicono colocaba en una incsita
& la derecha del altar, y que se distribuan despus a los fieles que no haban podido hallarse presentes al santo sacrificio en seal de
fraternidad, a cuyos panes se daba el nombre de Eulogios. Los obispos tenan costumbre de enviarse mutuamente estos panes santificados por una bendicin especial, para simbolizar as que estaban unidos dentro de una misma Iglesia. San Paulino y san Agustn se e n viaron uno otro estos p a n e s , y san Paulino, ademas, los envi Sulpicio Severo, Alipio y otros (Epist. X X X I , X X X V ) .
59
Historia
general
de la Civilizacin
en
Europa.
60
Era cuestin de salvar algo ms que la patria amenazada. Si Eoma cae en poder de los
brbaros, por este slo hecho pasan ser los seores del mundo; qu v ser entonces de
la civilizacin cristiana? Roma es el centro de la unidad espiritual. dnde*deber dirigirse
la Santa Sede, si lo que fu un da capital del mundo y era ya desde cuatro siglos la capital
del Catolicismo, se ve reducida ruinas? El frica gime bajo la frula de los brbaros; E s paa y Galia se encuentran en gran parte disposicin de los arianos; la Iglesia oriental se
halla destrozada por las herejas. Era el momento supremo de una de estas crisis las que
est ntimamente ligado el porvenir.
El 11 de junio del ao 4 5 2 , Len el Grande, acompaado de Avieno, varn consular, de
Trigecio, gobernador de Roma, y de muchos individuos de su clero, se dirige encontrar
Attila. Apercbese de que el jefe de los hunos se encuentra en las mrgenes del Mincio, no
lejos de Mantua, en el lugar que ocupa hoy Peschiera.
E l papa san Len, antes de penetrar en el campo enemigo; se reviste de sus ornamentos
pontificales, y ordena que los eclesisticos que le acompaan se adornen todos con las vestiduras sagradas propias de su jerarqua.
Len el Grande, seguido de su cortejo, se adelanta hacia Attila. El hecho fu que el jefe
de los hunos, cargado de tantos laureles, aquel brbaro tan anheloso de penetrar en Roma,
y quien bastaba dar rienda su caballo para ver postrada sus pies la aterrada capital
de los Csares, aquel hombre que no hubiera retrocedido ante un inmenso ejrcito retrocede
ante un pontfice desarmado.
Pero en cambio de la satisfaccin de ver alejarse de Roma Attila, el papa san Len tena
que lamentar las atrocidades cometidas en frica por otro jefe de las hordas brbaras, G e n serico.
El ao 455 especialmente se distingui por escenas de horrible crueldad en el continente
africano.
Apenas se haba extinguido el eco de la elocuente palabra del grande Agustin reprochando su patria sus vergonzosos vicios, augurndola una sangrienta expiacin.
Es cierto que haba pasado por all la accin regeneradora del Cristianismo; pero la cada
de los dolos no trajo en pos de s la desaparicin de las escandalosas orgas, ni siquiera el
olvido de muchas de las antiguas preocupaciones idoltricas que el pueblo procuraba en vano
conciliar con la nueva fe.
Salviano, en su libro sptimo del Gobierno de la Providencia, describe en frases llenas
de indignacin el triste estado de degradacin n que se hallaban sumidas aquellas regiones.
El frica, dice, dorma en el lecho de su iniquidad. A h ! Refirindonos slo su impureza quin ignora que el frica se consuma en el fuego de las ms infames pasiones?
Como el Etna en su misteriosa y abrasada naturaleza, el frica era devorada en el fuego de
sus monstruosas licenciosidades. Decir que un africano no era un impdico, equivala deir que un africano no era u n africano.
La justicia divina, para castigar aquella regin culpable, escogi el doble azote de la
barbarie y de la hereja. Vndalos y arianos se pusieron de acuerdo para inventar los suplicios ms- atroces. No se perdon ni edad, ni sexo, ni condicin; y si los vndalos obedecan
primero nicamente su instinto feroz y sanguinario, este instinto los arianos lo supieron
explotar en contra de los sacerdotes de la Iglesia y de los catlicos en general.
Las madres catlicas vean arrebatrseles de los pechos sus inocentes hijos; estas tiernas
criaturas eran aplastadas contra la pared; cometironse, en una palabra, las ms increbles
atrocidades.
Uno de los episodios de esta persecucin es el martirio de santa J u l i a , en cuyo cuadro
vemos la cnica crueldad del agonizante paganismo.
Al apoderarse Genserico de Cartago, mand matar los principales de sus habitantes,
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apoderse de sus bienes, redujo esclavitud las esposas y los hijos de stos, que entreg
despus sus soldados para que las vendieran los tratantes de esclavos.
Contbanse entre estas infelices dos jvenes de posicin ilustre. Una de ellas, llamada
Mara, algunos aos despus pudo ir parar disposicin del clebre Teodoreto, obispo de
Ciro, quien la restituy su familia. La otra, que tena por nombre J u l i a , fu transportada
la Siria, donde el tratante que la haba comprado la revendi un tal Eusebio.
Julia, por lo distinguido de su cuna, por la brillante posicin de su casa haba nacido
para ser servida y no para servir; sin embargo se conform su humillante posicin de e s clava, sometindose los designios de la Providencia.
Eusebio admir la grandeza de alma de aquella joven que acept con dignidad su nueva
posicin, de cuyos labios no sali nunca la menor queja, y en cuya actitud no se not siquiera
el ms leve disgusto, pesar del tristsimo cambio que tuvo que someterse. Eusebio, que
segua adherido las tradiciones idoltricas de su familia, experiment por primera vez un
irresistible sentimiento de admiracin en favor de la fe que inspiraba aquellas virtudes.
Julia, despus de cumplir con la ms escrupulosa exactitud todos los deberes de su humilde
condicin en la casa de su amo, consagrbase a l a plegaria y piadosas lecturas, respirndose
en torno suyo el aire de una encantadora pureza.
Eusebio, que se consagraba al comercio al por mayor, al embarcarse para transportar las
Galias productos los ms preciosos de Levante, trjose consigo la fiel y obediente Julia.
Llegado al extremo septentrional de la isla de Crcega, Eusebio ordena que desembarque
la tripulacin, fin de asistir con l una solemnidad de los dolos. Eusebio penetra en el
templo gentil, donde se procede la inmolacin de un toro, celebrndose despus una de aquellas orgas en que se llegaba los mayores excesos. Julia, que se haba quedado bordo, lanzaba lastimeros suspiros salidos de lo ms profundo de su corazn, lamentando la ceguera de
aquellos idlatras. No falt quien se apercibiera de ciertas frases que pronunci Julia contra
las supersticiones gentlicas; de lo cual se dio noticia al gobernador Flix, quien se present
Eusebio dicindole que no todos los del buque le haban acompaado en el sacrificio, pues
haba en l una joven que censuraba el culto de los dioses.
E s una muchacha cristiana^ contest Eusebio, la que no he podido hacer cambiar de
religin. No quiero desprenderme de ella porque es un modelo de fidelidad y me sirve admirablemente para el servicio de la casa.
P u e s deberais obligarla, responde Flix, practicar vuestra piedad. Ddmela m
por el precio que queris; y si no deseis que os la compre con dinero, escoged de mis esclavas las cuatro que mejor os acomoden.
Todos vuestros bienes, repone Eusebio, no bastaran pagar lo que Julia vale. En
cuanto m me privara de lo ms precioso que poseo antes que desprenderme de ella.
Flix se persuadi de que toda insistencia hubiera sido completamente intil, y trat de
realizar por una perfidia incalificable lo que no poda obtener por medios menos deshonrosos.
Invita Eusebio un esplndido banquete, cuidando deque apurara muchas copas hasta caer
en la embriaguez. Eusebio, profundamente dormido, es trasladado una mullida cama en la
habitacin de Flix.
Aprovechando las horas de este sueo, Flix manda llamar Julia y le dice que, si se presta
ofrecer sacrificios los dioses, l se encargar de pagar su rescate devolvindole la libertad.
Con tal que pueda servir JESUCRISTO, responde con entereza la animosa joven, yo
siempre me considerar libre. E n cuanto al culto que me proponis, no slo no estoy dispuesta abrazarlo, sino que me inspira una aversin, u n horror irresistible.
Semejante respuesta irrita Flix, quien dispone que se someta Julia la pena de azotes por haber tratado con poco miramiento al Gobernador.
No soy de mejor condicin que JESUCRISTO, que fu azotado por m , responde Julia con
una calma inalterable.
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G3
Llegaron estos hechos noticia de Genserico, quien ofreci todo su apoyo al vndalo, manifestndole que le ocasionara un placer especial el saber que someta al tormento los dos
esposos catlicos siempre que se resistieran obedecerle. Este satisfizo cumplidamente las
pretensiones de Genserico, esmerndose en probar ste que no le iba en zaga en cuanto
instintos de barbarie. Poco despus el vndalo mora de una manera miserable, perdiendo
la vez sus esclavos y sus rebaos.
La viuda del vndalo trat de deshacerse de los catlicos; pero en vez de devolverles la
libertad, los entreg un pariente de Genserico para que los atormentara. Continuas desgracias acaecidas en la familia y en los domsticos de la viuda fueron atribuidas por ste
prestigio oculto de Martiniano y su compaera, en cuyo concepto los denunci Genserico,
quien, cargados de cadenas, los envi un rey moro, llamado Capsur; pero devolviendo la libertad Mxima.
Fueron los cuatro confesores conducidos al pas en que resida Capsur. Se profesaba all la
idolatra, sin que se encontrara la menor huella de apostolado cristiano. Martiniano y sus
amigos se convirtieron de confesores en predicadores. Principiaron por el ejemplo de virtudes
que desconocan aquellas gentes semisalvajes; tras del ejemplo vinieron las enseanzas.
Eran aquellos indgenas espritus sencillos, almas vrgenes en que la palabra de la fe no pudo menos que producir su fecundo efecto. Environse legados una poblacin romana para
que pidieran al obispo obreros evanglicos que comenzasen la iniciada obra. Muy pronto pudo levantarse all una iglesia. Martiniano y sus compaeros no podan dejar de sentirse llenos
de jbilo al contemplar cmo iba creciendo su vista aquella naciente cristiandad.
Pero lleg noticia de Genserico lo que estaba pasando. Mand all los celosos confesores creyendo que encontraran toda la ferocidad del despotismo idoltrico, y lo nico que
logr fu que se les adornara con la gloriosa aurola que circunda la frente de los apstoles.
Genserico en persona se encarg de hacer sentir contra aquellos propagandistas catlicos
todo el peso de su loco furor, mandando uncirles por los pies en carros y arrastrar de esta suerte
sus cuerpos por sitios cubiertos de piedras, hasta que fuesen destrozados.
Los mrtires se cruzan entre s una ltima mirada y se despiden dicindose mutuamente:
Roguemos el uno en favor del otro. Dios satisface nuestros deseos. El camino que vamos
recorrer es el que conduce la gloria.
Sucedi entonces lo que sucede siempre. El vapor de la sangre derramada produce en los
dspotas una horrible embriaguez. Una vez en esta senda, Genserico la hubo de recorrer
hasta el fin.
Envi la provincia Zengitana un cierto Prculo con orden de exigir de todos los obispos que entregasen los libros y los vasos sagrados. No hay que decir que los obispos, cumpliendo con su deber, se resistieron ello. Pero los agentes de Genserico arrebataron la fuerza lo que no hubieran obtenido por voluntad; casas episcopales, templos, depsitos de objetos del culto, todo fu brbaramente saqueado sin ms fin que el de vejar los catlicos. Las
telas que cubran los altares fueron transformadas en camisas de aquellos brbaros.
Prculo, ejecutor de esta inicua orden, muri poco despus vctima de horribles convulsiones que le producan tal exasperacin, tal frenes, que con sus propios dientes se destrozaba la
lengua.
El obispo de Abbenze, Valeriano, hombre octogenario, recibi una orden de destierro concebida en tales trminos, que se le prohiba de una manera absoluta buscar asilo en techo alguno,
ni siquiera cobijarse bajo la choza de u n campesino la cabana de un pastor. Este prelado,
rendido de cansancio, cayndosele pedazos el vestido con que se cubra, permaneci por m u cho tiempo tendido y desnudo entre el polvo de u n camino.
En Regia, los catlicos, para celebrar la festividad de la Pascua se renen en una iglesia
que haba sido cerrada. Llega esto noticia de los arianos. Uno de los jefes de stos, llamado
Adieto, se pone al frente de fuerza armada, se encamina contra los catlicos que, en el retiro
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Algn tiempo despus Iezdegardo descenda al sepulcro, y la madre y la esposa de J a cobo le dirigan la siguiente carta:
Supimos que habas renunciado la honra del Dios inmortal para conservar con el favor
del Prncipe los bienes y honores de este mundo. Qu es hoy de aquel quien hiciste tan
triste sacrificio? El desgraciado ha tenido que pasar por el destino comn; ya no es ms que
polvo. Hoy no puedes esperar nada de l; no podr librarte de los castigos eternos. Sabe que
si perseveras en tu crimen, la justicia divina te condenar tales castigos.
Este lenguaje, en que brilla toda la entereza cristiana, impresion Jacobo hasta el punto
de que reconociera y llegara horrorizarse de su infidelidad, hija de un acto de cobarda.
Jacobo repar su delito renunciando su puesto en la corte, desprendindose de todos los
honores y proclamando solemnemente su fe en JESUCRISTO.
Varanes le hace comparecer su presencia, le recuerda las altas distinciones con que le
haba honrado su padre, y le reprocha que el acto que acaba de realizar tiene el carcter de
una negra ingratitud. Al pronunciar el nombre de Iezdegardo, Jacobo pregunta Varanes:
Y bien sabis vos dnde est ahora Iezdegardo? Tenis noticia de lo que ha sido de l?
Varanes le contesta que se deje de preguntas inoportunas y que se resigne apostatar su
fe morir de muerte cruel y prolongada.
Esto quiere decir que estoy destinado la muerte de los buenos, contesta Jacobo: est
b i e n ; la muerte, por prolongada que sea, se reduce un sueo.
-La muerte, lejos de ser un sueo, repone Varanes, es un objeto de horror para los grandes y para los mismos reyes.
E s cierto, exclama Jacobo; horroriza los reyes y los que desprecian la divinidad,
porque la esperanza de los malos perecer.
Creyse Varanes aludido con estas ltimas palabras, y no pudiendo ya reprimir su ira, dijo:
Desgraciado! Nos llamis malos nosotros, vosotros que no adoris ni el sol, ni el
fuego, ni el agua, ni ninguna de las grandes producciones de la divinidad.
N o he tratado en manera alguna de ofenderos; me limito observar que dais las criaturas el nombre incomunicable del Criador.
Varanes condena Jacobo que se le destrocen los miembros.
Al llegar al sitio de la ejecucin, Jacobo solicita que se le concedan algunos momentos,
lo que se le otorga. Puesto de rodillas de cara al Oriente eleva al cielo fervorosa plegaria, que
no puede menos de conmover cuantos le escuchan.
Los verdugos empiezan sacar sus instrumentos de tortura. Antes de proceder atormentarle le exhortan que obedezca al Rey fin de librarse de los atroces sufrimientos que
tienen orden de someterle. Los espectadores mismos se postran ante el mrtir, lleno todava
de j u v e n t u d , cuya bondad de carcter encantaba todos y que haba ejercido cargos los ms
elevados.
Jacobo es el nico que est tranquilo.
E s t a muerte que se presenta bajo u n aspecto tan terrible, dice, es bien poca cosa, cuando se trata de procurarse una vida eterna.
Y dirigindose los verdugos, les p r e g u n t a :
Y vosotros por qu permanecis en la inaccin? Por qu no procedis, ejecutar la orden que tenis recibida?
Apenas ha pronunciado estas palabras empieza inmediatamente la ejecucin.'
Se le corta el pulgar derecho. Jacobo se limita levantar los ojos al cielo y prorumpe en
esta plegaria.
Salvador de los cristianos! Aceptad esta rama del rbol. S que el rbol est destinado
podrirse; pero s tambin que recobrar su tiempo su verdor y su lozana.
Juez, pueblo, verdugos, todos los presentes, en fin, suplican Jacobo que no permita que
contine aquel sufrir.
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L a via en invierno, contesta l con tranquilidad, est en estado de muerte; pero revive
en la primavera. Creis que el cuerpo del hombre, por ms que lo hagis pedazos no ha de
revivir?
Se le arranca Jacobo el dedo ndice. El mrtir, radiante de alegra, como si se hallara en
un festn, cada destrozo que se hace en su cuerpo exclama:
Aceptad, mi Dios , esta otra rama del rbol.
Conjrasele de nuevo que salve su vida. Jacobo, con la misma imperturbabilidad, dice:
L a obra est empezada y debe acabarse. No sabis que el que pone las manos en el
arado y despus vuelve atrs no es digno de Dios?
Cuando se le haban arrancado los dedos uno uno, cuando el Santo estaba ya sin manos,
sin pies, sin brazos, sin piernas, el mrtir prosigue diciendo los verdugos:
Os falta el tronco todava. No me compadezcis. Mi corazn se regocija en el Seor.
Uno de los guardias le decapit, terminando de esta manera su gloriosa existencia.
Poco despus sufra el martirio un prncipe de Persia llamado Maharsapor. Fu preso
junto con Narss y Sabutaca, que murieron tambin por su fe. A Maharsapor se le hecho en
una prisin infecta donde se le someti por espacio de tres aos todos los horrores del hambre , no proporcionndole ms alimento que el precisamente necesario para que no se extinguiese su vida, y transcurrido este perodo se le condujo al tribunal. Los sufrimientos haban
agotado sus fuerzas materiales; pero el vigor de su alma segua ntegro. Maharsapor persisti en confesar solemnemente JESUCRISTO. Ordnase que se le echara en un hoyo y que luego
se cerrase la abertura. Tres das despus fu abierta de nuevo la boca del hoyo y se encontr
el cadver del mrlir puesto de rodillas en actitud de-orar.
Tambin fu preso un dicono, que tena por nombre Benjamn, quien se acusaba de
predicar el Evangelio. Un embajador romano obtuvo que se le pusiera en libertad. Volvi
la tarea de sus predicaciones, en virtud de lo que se le conden al suplicio. Hundironse caas
entre la carne de las uas de sus pies y de sus manos y en las partes del cuerpo ms sensibles; operacin que se renov varias veces con inaudita crueldad. Al fin se le conden morir apaleado.
Si no con igual ferocidad que la persecucin persa, sostvose despus con mayor perfidia
si cabe la persecucin africana. El alma de aquella persecucin era tambin el arianismo.
Tras de Genserico, que muri el ao 477, ocup el poder Hunerico., casado con la princesa E u doxia, hermana de Zenon, emperador de Oriente.
Al inaugurarse el nuevo reinado los catlicos creyeron poder contar en su favor con el
apoyo de esta mujer. Mas no fu as.
Veintisiete aos haba que la Iglesia de Cartago lloraba su orfandad, pues los arianos
por medio de Genserico impidieron que se eligiera un pastor para aquel importante rebao-.
Al ocupar el poder Hunerico, empese cerca de l Zenon para que permitiera se nombrara un prelado. Accedi la demanda Hunerico; pero el edicto que ley Vitarito, notario
real, en que se autorizaba la nueva eleccin, estaba concebido en estos trminos:
Nuestro amo, instancia del emperador Zenon y de la nobilsima Placidia, su hermana, os autoriza para elegir un obispo vuestro gusto, con condicin de que los obispos de
nuestra religin (ariana), gozarn en Constantinopla y todas las dems provincias de Oriente
de completa libertad para predicar en su iglesia en el idioma que quisieren y de observar la
religin su manera, como vosotros (los catlicos) tendris libertad aqu y en las dems iglesias de frica de celebrar misa, predicar y observar vuestra religin. Si esto no se cumpliere,
lo mismo el obispo que fuere ordenado aqu, como todos los dems, sern desterrados atierra
de moros.
.
La pretendida concesin se haca, pues, en trminos inadmisibles para los catlicos. P o nase en primer lugar la condicin de que se autorizaran en todo el Oriente las agitaciones
ananas; y ademas se pona los obispos de frica bajo la arbitrariedad de los arianos, que
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ejercan al laclo de Hunerico completa influencia, y que para perseguir los obispos catlicos les hubiera bastado alegar el pretexto de que en Oriente haban impedido algn ariano
el ejercicio de sus funciones.
Al leer Vitarito esta real disposicin, los obispos presentes contestaron que no deban aceptarla , pues haba una condicin que no estaba en su mano el poder cumplirla y que no haba
de conducir nada ms que autorizar las persecuciones.
No obstante la razonada protesta de los obispos, el pueblo, no acertando calcular las
consecuencias del edicto, no comprendiendo todo lo que haba en l de mal intencionado y de
capcioso, cansado de hallarse sin gua por un perodo tan dilatado, empese en escoger u n
pastor.
Haba en Cartago un sacerdote que, por su humildad extraordinaria, y especialmente por
su desprendimiento y caridad, disfrutaba entre los africanos de especial prestigio: se llamaba Eugenio. Este sacerdote obtuvo los votos de todos.
El episcopado de Eugenio era fecundsimo en obras; poda decirse que la Iglesia africana
reviva de sus ruinas; y pudo creerse por u n momento que iban renovarse all las glorias
de la poca de san Agustin. Nuevos convertidos presentbase todos los das Eugenio para
pedirle que les reconociera como hijos.
No haban de tolerar los arianos los progresos que estaba haciendo el Catolicismo. Ya no
se contentaron con invocar el edicto de Hunerico; sino que obtuvieron del Rey el que prohibiese aceptar en el seno de la Iglesia ningn cristiano de la raza de los vndalos.
Al recibir la orden, Eugenio contest:
La casa de Dios est abierta para todos. Nadie puede arrojar de ella los que quieran
entrar.
Entonces empez la persecucin con todo su vigor.
Apostbanse las puertas de las iglesias agentes de Hunerico, quienes cortaban el pelo y
arrancaban los ojos cuantos vndalos se presentaban all. Los catlicos que ejercan destinos
pblicos recibieron una orden de destierro los llanos de Utica, donde se les someti t r a bajos forzosos.
multitud de vrgenes consagradas Dios se las someti al tormento fin de obligarlas formular falsas delaciones contra los obispos y sacerdotes catlicos.
E l desatentado odio de los arianos se manifest de una manera especial en u n decreto que
apareci con la firma de Hunerico, que .dejaba m u y atrs las disposiciones ms sanguinarias
de los tiranos idlatras. E n virtud de este decreto vironse cruelmente maltratados los obispos que ms se haban distinguido por su fervor y su piedad. No slo los prelados eran objeto
de la persecucin, sino que sacerdotes y diconos, en nmero de cuatro mil'novecientos
setenta y dos, despus de sufrir las ms brbaras vejaciones, fueron desterrados la M a u ritania.
Al atravesar aquellas regiones, hambrientos, desnudos, llevando en su rostro y en todo
su cuerpo las seales de la sangrienta barbarie con que haban sido tratados, los fieles les salan al encuentro con velas encendidas, improvisbanse en aquellos desiertos entusiastas procesiones ; los clamores de los padres pidiendo la bendicin de los mrtires en favor de sus hijos producan el efecto ms conmovedor
A pesar de todo, Hunerico afectaba una falsa imparcialidad, pretenda que l de lo que
trataba nicamente era de acabar con las disensiones entre los catlicos y los arianos, y hasta
lleg instar unos y otros una conferencia en Cartago el 1, de febrero del ao 484.
Los catlicos aceptaron la propuesta; pero los obispos escogidos por stos se les cort
brutalmente la palabra.
Los catlicos formularon una nueva protesta de4a fe ortodoxa acerca la unidad de sustancia y la trinidad de personas, insistiendo en la necesidad de emplear la palabra Consustancial, confesndose, en fin, todos los dogmas combatidos por el arianismo.
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El Rey contest con un decreto cerrando todas las iglesias catlicas; todos los individuos
del clero se vieron entregados los tribunales y confiscados sus bienes. Los que se prestaron
tomar parte en la conferencia fueron presos, conducidos un buque y desterrados la isla
de Crcega, en donde diconos, sacerdotes, obispos vironse obligados trabajar las maderas para la construccin de embarcaciones. Los fieles que quedaron en Cartago fueron sometidos al tormento.
Quedaron despobladas ciudades enteras por pertenecer sus habitantes la religin cat-
lica; muchos de los creyentes, para que no pudieran confesar su fe, se orden que los esbirros de Hunerico les cortaran la lengua hasta la raiz.
El obispo Eugenio fu desterrado un desierto alguna distancia de Trpoli; se le coloc bajo la vigilancia de un obispo ariano, quien le hizo permanecer encerrado por mucho tiempo en un hmedo calabozo.
Aun despus de tantos hechos de barbarie, los obispos arianos acusaban al poder seglar
de proceder con demasiada lenidad. Encargronse ellos mismos de organizar la persecucin,
erigindose en delatores, en jueces y verdugos.
Colocbanse al frente de partidas de hombres armados; unos los rebautizaban pesar
suyo; cuantos manifestaban alguna oposicin les hacan vctimas de su furor.
A fines del mismo ao Hunerico muri consumido lentamente su cuerpo por una enfermedad repugnante, vctima de los ms atroces dolores.
X.
Renuvase en Constantinopla la persecucin eutiquiana.
Zenon, que haba sucedido en la sede imperial de Constantinopla al emperador Len
en 474, si bien no se manifest hostil los catlicos, manchse con toda clase de vicios, y el
que haba de ser padre de sus pueblos se constituy en su opresor, vejndolos con exacciones
las ms tirnicas, especialmente durante las incursiones de los hunos en la Tracia y de los
rabes en el Oriente. Gustbale verse rodeado de una corte de aduladores, distinguiendo entre estos un furioso eutiquiano, Pedro Fulon, llamado el Batanero por el oficio que se haba dedicado. Pedro Fulon era un monje que haba abandonado las severidades de la vida solitaria, para disfrutar de la ostentacin y placeres de la corte.
Gracias al favor imperial de que disfrutaba por completo, Pedro Fulon pudo apoderarse
de la sede episcopal de Constantinopla.
Reclamaron contra esta eleccin al patriarca Genadio y todos los obispos catlicos. Zenon
no crey conveniente romper con stos, mayormente cuando, si no en sus obras, al menos en
sus ideas, se manifestaba catlico. Para dar una prueba de fidelidad la Iglesia Pedro Fulon
fu enviado la Tebaida.
Poco tiempo hubo de permanecer all. Sus vicios, sus dilapidaciones le haban hecho
Zenon antiptico sus subditos; en el desvanecimiento de sus placeres no pens en desbaratar las intrigas palaciegas, y al fin se vio desposedo de su soberana autoridad, que pas su
cuado Basilisco.
Zenon tuvo que refugiarse en una fortaleza de Capadocia, protegida su existencia por un
pequeo nmero de soldados que le permanecan fieles.
Basilisco se inaugur desde luego como protector de los eutiquianos.
Trabaj para colocar los partidarios de Eutiques en los obispados vacantes y les restituy en sus antiguos honores y distinciones.
Timoteo Eluro, que por espacio de veinte aos haba permanecido confinado en el Quersoneso Turico, fu devuelto Alejandra.
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Al.aparecer en Constantinopla el matador de Proterio, ufano con la proteccin del intruso emperador, el patriarca de Antioqua, Timoteo Solofaciola, retirse de su capital para ir
llorar las desgracias de la-Iglesia y de la patria en un monasterio de Canope, cuya regla
haba l profesado anteriormente.
Pedro Fulon fu destinado Antioqua por una orden imperial, donde, prevalindose de
la autoridad patriarcal que all ejerci, dedicse con el mayor empeo la propaganda del
error eutiquiano y procur se proveyesen las sillas de la provincia con obispos de la secta.
Al propio tiempo Timoteo Eluro remita una circular todas las dicesis de Constantinopla ordenando anatematizar y quemar las actas del Concilio de Calcedonia, junto con la
carta de san Len Flavian. Todos los clrigos de cualquier orden que fuesen, que se n e g a ran suscribir la circular y ponerla en ejecucin, trataran con cualquier pretexto de invocar la autoridad del Concilio Calcedonense, haban de ser inmediatamente depuestos y desterrados. Esta pena se impuso tambin despus los seglares y los monjes que se negaran
secundar los perturbadores propsitos de Eluro.
Hallbase al frente de la sede romana san Simplicio, natural de Tvoli, elevado la silla
pontifical en 20 de setiembre del ao 4 6 7 .
Haba dado ya este Papa pruebas de ser digno sucesor de los Leones y de los Hilarios, al
rechazar solemnemente las pretensiones del emperador Len, que trataba de supeditarla sede
de Roma la de Constantinopla.
El Sumo Pontfice negse con la mayor energa reconocer la eleccin de Eluro y la de
Pedro el Batanero.
Para ver si lograba hacer desistir al Emperador de sus propsitos, el Papa nombr legado
suyo Acacio, patriarca legtimo de Constantinopla, prescribindole que no tolerara en manera alguna la continuacin de prelados elegidos contra lo que disponan las leyes cannicas, y que hiciese mantener en todo su vigor las prescripciones del Concilio Calcedonense.
Acacio no fu atendido. Entonces el Patriarca vistise de luto y mand cubrir con negro
pao los altares y la ctedra patriarcal en seal del duelo de la Iglesia.
Los sacerdotes, los abades de los monasterios se agruparon en torno de su. obispo, y Acacio pudo consolar al Papa expresndole la excelente disposicin de una parte importantsima
del clero oriental.
Simplicio, animado con estas noticias inspirndose en su celo de Sumo Pontfice, da muestras de una actividad extraordinaria. A un mismo tiempo reciben cartas de l , Basilisco, los
patriarcas de Oriente, los sacerdotes y archimandritas de Constantinopla (ao 476). El Papa
exhorta elocuentemente Basilisco que siga las gloriosas huellas de Marciano, que tan excelentes recuerdos haba dejado, y le invita quitar de sus sillas los apstatas y sostener
la fe catlica en toda su integridad.
Basilisco insista en su conducta, favoreciendo escandalosamente los eutiquianos introduciendo en la Iglesia Oriental nuevas y ms fatales perturbaciones.
El imperio como la Iglesia atravesaban en el Oriente una gravsima crisis.
El patriarca de Constantinopla Acacio, despus de agotar todos los recursos, acudi un
santo. Vise ua vez ms lo que vala en aquella poca el prestigio de los solitarios ilustres:
tvose que reconocer la suprema magistratura que los hombres del desierto venan ejerciendo sin ms apoyo que el prestigio de sus extraordinarias virtudes.
Haba un famoso anacoreta llamado Daniel Estilita, discpulo de Simn Estilita, tan clebre en la historia de los grandes santos.
Daniel era de la ciudad de Marata, cerca de Samosata.
Retirse la edad de doce aos un monasterio, donde dio pruebas de decidida vocacin
la perfeccin evanglica.
Haca algunos aos que resida en el monasterio, cuando el abad, quien asuntos de inters para la Iglesia llamaban Antioqua, le orden que le acompaase.
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de una fama universal. El rey brbaro, al ver al anacoreta, cay de rodillas al pi de la columna y reg el suelo con abundantes lgrimas. Las disidencias de los dos soberanos fueron
concilladas por Daniel, quien se constituy en arbitro para el tratado de paz que haba de
redactarse.
Cuando Acacio desesperaba ya de poder cumplir satisfactoriamente las instrucciones del
Sumo Pontfice y restituir la paz la Iglesia, crey que el medio ms seguro era acudir
Daniel Estilita. Constituyese, pues, junto aquella columna considerada como el orculo de
Oriente, habla con Daniel, y le informa de las agitaciones que tienen lugar en la Iglesia y
del peligro que corre la fe ortodoxa.
Basilisco no se le esconde la impresin que ha de producir en su imperio la manera
como Daniel juzgue las disidencias pendientes. El Emperador cree que le conviene l y
la poltica que representa humillarse ante el solitario, evitar que se formule de lo alto de la
columna una palabra que le condene. Era un poder nuevo, pero con el cual, dada su popularidad y el prestigio de sus virtudes, hacase indispensable contar.
Basilisco enva distinguidos oficiales de su corte Daniel, quejndose de lo que el E m perador calificaba de insolencia por parte de Acacio, quien acusaba de sublevar la capital
contra su persona y su autoridad.
Daniel formula contra el Emperador cargos los ms graves, anuncia que Basilisco tendr
que expiar sus crmenes, que empieza ya pesar sobre su cabeza el brazo de la justicia providencial, y que, como perseguidor de la iglesia, Dios le desposeer m u y pronto de su poder. Los legados se niegan reproducir de palabra tan severa respuesta ante un Emperador
acostumbrado escuchar nicamente el leDguaje de la ms baja adulacin. Daniel entrega la
contestacin en carta cerrada que autoriza con su nombre y pone bajo su entera responsabilidad.
Basilisco no por esto se corrigi.
El mal iba tomando cada da mayores proporciones. Acacio, en nombre de la Iglesia de
Constantinopla, conjura Daniel que se presente l mismo para salvar aquella cristiandad de los males que est sufriendo y de los graves peligros que la amenazan.
Trabajo hubo de costarle Daniel abandonar un gnero de vida que l amaba tanto. Pero
tambin san Antonio abandon su querida soledad para sostener la causa de la fe en Alejandra. Daniel, pues, aunque con vivo dolor de su alma, desciende de su columna y se presenta en la capital.
La emocin que produjo su presencia en Constantinopla no puede describirse. El patriarc a , los obispos, los monjes, el clero, los seglares, todos le salen al paso; jamas conquistador
alguno, nunca ningn rey ha tenido un recibimiento tan entusiasta y tan espontneo.
Lo que primero era ovacin se convirti despus en delirio.
Las aclamaciones atronadoras en favor de Daniel llegaron al palacio imperial, y Basilisco
crey conveniente salir de Constantinopla fin de sustraerse la efervescencia popular.
Refugise en uno de los arrabales de la ciudad. Desde all envi emisarios Daniel. ste
se neg recibirlos.
Presentse al Estilita el mismo Basilisco en persona. Aquel Emperador tan fiero se siente
aterrado la presencia del anacoreta, se arrodilla los pies de Daniel y promete anular sus
edictos.
Todo esto no es ms que una humildad aparente, dice el Santo, con que este hombre
vela sus proyectos de crueldad. Bien pronto veris caer sobre vos todo el poder de la grandeza
divina que abate las grandezas humanas.
Basilisco retrocedi temblando, y el Santo, creyendo haber cumplido ya con su deber, se
volvi su columna..
Mientras esto pasaba, Zenon, que viva confinado en la Isauria, reciba continuas adhesiones de senadores, de magistrados, de multitud de personas de alta categora y de gran- j
dsimo prestigio. Las medidas de despotismo adoptadas por Basilisco tenan exasperado al i m perio ; cada da iba creciendo la hostilidad contra el Emperador; en la milicia misma Zenon
contaba ya con numerosos partidarios.
Zenon se coloca al frente de sus parciales levantados en armas; isauros y licaonios se d i rigen hacia Constantinopla.
LOS
i'EMPI.AlUS.
Basilisco, que fu dspota, fu tambin cobarde. Al saber que se aproxima el ejrcito enemigo, penetra en la iglesia de Santa Sofa, donde se retracta de cuanto haba hecho, anula
la eleccin de Pedro Fulon y de Timoteo Eluro, pronuncia formal anatema contra Nestorio y
Eutiques, y reconoce el Concilio de Calcedonia.
Era ya tarde. Las mismas tropas de Basilisco se vuelven contra l y las de Zenon penetran
en Constantinopla.
Basilisco, buscando u n asilo en el templo, depone su corona junto al altar y se refugia en
el baptisterio junto con su esposa y sus hijos.
Zenon los relega los tres a u n castillo de Capadocia.
T. II.
10
74
El primer paso de Zenon fu dirigirse visitar al santo solitario Daniel junto con la emperatriz. Hecho esto, dict medidas altamente reparadoras que no pudieron menos de satisfacer al Sumo Pontfice.
Pero los arianos no se dieron por vencidos.
E n 'Antioqua, el patriarca legtimo san Esteban es asesinado en un motin popular promovido por los herejes, y el cadver del Santo es arrastrado por las calles y sumergido despus en el Oronte.'
Zenon castig aquel atentado con la severidad que reclamaba la paz de la Iglesia y de su
imperio.
XI. .
El primer cisma de Oriente.
No fu m u y duradera la paz en la Iglesia oriental.
Acacio trabaj en un principio en favor de esta paz, constituyndose en defensor de la
causa catlica; pero Acacio, en vez de ser un varn apostlico, no era ms que un palaciego,
un adulador de Zenon, dispuesto sacrificarlo todo su engrandecimiento personal.
Acacio era uno-de tantos griegos degenerados que, con tal de atender su nteres, no reparaban en sacrificar su dignidad y su consecuencia.
No le faltaba habilidad para hacer que prevaleciera su opinin en los negocios pblicos;
pero este hombre que, con menos amor propio, hubiera podido constituirse en apoyo de la
Iglesia oriental y sosten del vacilante imperio, causa de Su orgullo no haca ms que p r e cipitar la cada de los intereses que tena su cargo el defender.
Acacio dominaba por completo Zenon, quien, si debemos concederle veces sana intencin , en cambio le faltaba talento para comprender los problemas difciles y energa para
resolverlos.
Obedeciendo las insinuaciones de Acacio, lleg figurarse Zenon que l en Constantinopla, no slo haba de ser emperador, sino que poda erigirse en pontfice, y vino un tiempo
en que aquel hombre, que cuidaba poco de resolver las cuestiones polticas, quera hacer pesar su autoridad imperial sobre las cuestiones religiosas.
Su lema era gobernar transigiendo; y esta consigna quera aplicarla tambin en el orden
religioso, de suerte que lleg formarse la ilusin de que para pacificar el Oriente no haba
ms recurso que realizar una fusin entre catlicos y eutiquianos.
Al morir en 4 8 2 Timoteo Solofaciola, patriarca de Alejandra, los obispos, el clero y los
monjes eligieron unnimemente por su sucesor Juan Talaya, sacerdote virtuoso, distinguido
por su celo, y que haba cuidado ya de la administracin de aquella Iglesia, con aplauso de
todos los catlicos, durante el patriarcado de su antecesor.
Juan Talaya, apenas promovido su dignidad, apresurse notificarlo con preferencia
al papa san Simplicio y despus varios obispos de los ms notables de Oriente.
Pero la carta de Talaya no lleg manos de Acacio. Indispsose ste gravemente contra
su colega, y resentido en su orgullo, lo que no poda tener lo ms sino las proporciones de
una cuestin principal, la soberbia de Acacio lo convirti en una cuestin religiosa y poltica
que produjo muchos trastornos.
Puso en juego su influencia cerca del Emperador para hacer que anulase la eleccin de
Talaya; y lo ms particular fu que se empe en el restablecimiento del eutiquiano Pedro
Monje, quien l mismo haba hecho condenar y destituir.
Aleg por motivo Zenon que era el nico modo de conciliar catlicos y eutiquianos.
73
Los eutiquianos, deca, le son afectos personalmente; los catlicos dejarn de tenerle p r e vencin desde el momento en que abjure la hereja.
Los amigos de Pedro Monje apoyaron en la corte esta intriga, logrando que el Emperador se enamorara de una solucin que l crea iba realizar su ideal.
Escribi Zenon al Papa una carta en que denunci Juan Talaya como indigno del obispado, pidindole que apoyase y reconociese la eleccin de Pedro Monje.
Suspendi.san Simplicio la confirmacin de Juan Talaya en vista de estos informes del
Emperador; pero en cuanto al restablecimiento de Pedro Monje, dijo: La promesa que ha
hecho de volver la verdadera fe podr servirle para entrar de nuevo en el gremio de la Igle- .
sia, pero no para elevarlo la dignidad episcopal.
fin de conjurar el conflicto que vea inminente, el Papa, no slo escribi atentas cartas
al Emperador, sino que se dirigi tambin Acacio. Las remitidas ste quedaron sin r e s puesta.
Al acentuarse la firmeza del Sumo Pontfice, tom mayores proporciones la altanera de
Acacio.
Siendo como era el inspirador de Zenon, cuando ste no saba apaciguar siquiera los disturbios de su corte, hzole entender que una palabra suya bastara para acabar con los disturbios de la Iglesia. Instle, pues, publicar el famoso edicto conocido con el nombre de
Hentico frmula de unin. E n l se ve al Emperador decidiendo magistralmente sobre
cuestiones de fe; hablando de asuntos religiosos con una autoridad que slo corresponda
los pontfices.
Se nos pide en todas partes, dice el edicto, que procuremos la reunin de las iglesias y
hagamos cesar los funestos efectos de la divisin introducida, puesto que gran nmero de
personas se hallan privadas por esta causa del beneficio del bautismo y de la comunin; y
aun han corrido arroyos de sangre en tales luchas intestinas. Quin no desear, pues, ver
puesto trmino tal estado de cosas? Hemos, pues, resuelto Nos declarar solemnemente nuestra fe la faz del mundo todo. Proclamamos que no hemos tenido ni tendremos jamas otro
smbolo, otra doctrina, ni otra fe definicin de fe que la de los trescientos diez y ocho Padres Nicenos, confirmada por los ciento cincuenta constantinopolitaos. Al que tuviere otro
smbolo doctrina le separamos de nuestra comunin, porque slo este smbolo es la salvacin del imperio: en este smbolo han sido bautizados todos los pueblos; este smbolo han
seguido en feso los padres que depusieron al impo Nestorio y sus secuaces. Nos anatematizamos este heresiarca, como tambin condenamos Eutiques: porque los sentimientos de
entrambos eran contrarios los de los obispos de aquellos Concilios magnos. Admitimos como
verdica exposicin de la fe los doce captulos ( anatematismos) de san Cirilo de Alejandra.
Confesamos que Nuestro Seor JESUCRISTO, Dios, Hijo nico de Dios, que se encarn realmente, consustancial al Padre segunda divinidad, y consustancial nosotros segn la h u m a nidad , el mismo que ha descendido del cielo la tierra, y se ha encarnado por obra del E s pritu Santo en el seno de la Virgen Mara, Madre de Dios, es un slo Hijo, y no dos. Es
el mismo Hijo de Dios quien ha hecho milagros y quien ha padecido voluntariamente en su
carne. No recibimos en nuestra comunin, ni los que dividen, ni los que confunden las
dos naturalezas; como tampoco recibimos los que slo admiten una apariencia de encarnacin. No reconocen ms smbolo que ste las santas iglesias de Dios, derramadas por toda la
tierra, los obispos que las presiden, y toda la vasta extensin de nuestro imperio. Juntaos,
pues, todos en la expresin de esta fe unnime. Este edicto no contiene innovacin alguna
en las creencias; slo tiene por objeto reuniras, El que creyere haya credo doctrina diferente de la que acabamos de exponer, sea ahora, sea anteriormente, sea en Calcedonia, sea
en todo otro Concilio, Nos lo anatematizamos, como anatematizamos Nestorio y Eutiques.
Tales son los pasajes ms importantes del clebre Hentico. En el fondo, el Hentico no
es nada ms que u n testimonio para probar como Zenon se constitua en usurpador de la potes-
76
tad espiritual; que con este hecho se eriga en patriarca de esa larga serie de reyes cesaristas
que han tratado de absorber en el poder civil el poder religioso, que en su locura de dominio
han tratado de establecer el suyo en el terreno sagrado de las conciencias. Se necesitaba m u cha soberbia de parte de u n monarca cristiano para decir:H aqu las verdades que se
han de creer; h aqu el error que se debe condenar; eran resabios de paganismo que no
haban podido destruirse por completo.
El pretendido edicto de unin se convirti m u y pronto, como' era de prever, en causa de
discordia: en vez de pacificar los orientales, no hizo otra cosa que enconar la lucha.
El papa san Simplicio conden el Eentico que, con pretexto de querer conciliar, no era
sino un lazo tendido los catlicos para que reprobaran tcitamente el Concilio de Calcedonia ; estaba el Papa dotado de bastante buen sentido para no conocer la maliciosa hipocresa
de aquel documento.
pesar de la condenacin del Papa, el Hentico fu inscrito como ley del Estado y se
public en todas las ciudades del imperio. Ya en este camino, Zenon y Acacio hubieron de
proseguir en l. Juan Talaya fu expulsado de su silla patriarcal, teniendo que refugiarse en
Italia, y en su lugar se dio posesin con toda clase de solemnidades Pedro Monje; los
dems obispos y sacerdotes catlicos fueron arrojados de sus iglesias, se les someti brbaros tratamientos, se borraron de los dpticos sagrados (1) los nombres de Proterio y de Timoteo Solofaciola, y se inscribieron en su lugar los de Discoro y Timoteo Eluro.
N i los muertos estuvieron seguros en sus tumbas. Pedro Monje fu tan all en sus odios
de secta que orden se desenterrara el cadver de Timoteo Solofaciola, y le hizo echar en un
desierto fuera de la ciudad.
Al subir al pontificado Flix I I I , inspirndose en su tacto y su prudencia, hizo una nueva
tentativa para ver de poner trmino la triste situacin de la Iglesia oriental.
Para ocuparse de los asuntos de Oriente reuni un Concilio en Roma, en que se acord
enviar legados Zenon, notificndole el advenimiento del nuevo Papa invitndole seguir
una conducta propia de un prncipe catlico.
La carta del P a p a , confiada los legados Vital y Miseno, era la vez u n modelo de energa y de mansedumbre.
Acordaos, le dice el Papa, de lo que ha abatido vuestros enemigos y hchoos subir al
trono. Cayeron vuestros enemigos por querer atacar al Concilio Calcedonense, y habis vuelto
hallar vuestra autoridad rechazando sus errores. Solo vos llevis el ttulo de Emperador, y
en tanto que reinos enteros van desmoronndose en torno vuestro, tratad de tener Dios propicio, y guardaos de acarrear su indignacin sobre vuestro imperio.
Vos mismo, aada F l i x , habis desterrado Pedro Monje de Alejandra, as como
todos los que persistan en su comunin. Haceos buscar en vuestros archivos de palacio las
cartas que vuestro advenimiento y restauracin en el trono dirigais mi antecesor. Protestabais en ellas vuestra fe en el Concilio Calcedonense, y ahora el mercenario Pedro-Monj e , tantas veces anatematizado y condenado, lo restablecis con vuestra propia mano en la
silla patriarcal de Alejandra, y , lo que es aun ms deplorable, anatematizis en vuestro
edicto la fe de Calcedonia! Cmo permits que el rebao de CRISTO sea todava destrozado
por el lobo mismo que vos habais arrojado? No es acaso l q u i e n , desde treinta aos h,
separado de la Iglesia catlica, se ha constituido doctor de los enemigos de ella? As como
Dios ha libertado el imperio del tirano hereje que haba usurpado vuestro poder, de Basilisco,
libertad vos tambin la Iglesia de los que ensean el error, y restituid la silla de san Marcos la comunin de san Pedro.
Zenon tuvo noticia de la venida de los delegados, y tan pronto como stos se hallaron
(1) Eran unas tablas pblicas que en los primeros siglos de la Iglesia se lean desde lo alto del ambn durante el santo sacrificio y
que contenan los nombres de los magistrados superiores, de los clrigos de primer orden, los de los santos y los de los mrtires, fin de
consignar de esta suerte el vnculo de comunin y de amor que exista entre los miembros de la Iglesia triunfante, purgante y militante.
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Por favor providencial Eufemio pudo salvarse de varios proyectos de asesinato que se tramaron contra l.
Procurse obtener por otros medios lo que no poda alcanzarse comprando asesinos.
Anastasio rene los adictos al cisma, quienes declaran Eufemio indigno del sacerdocio, y ordenan su deposicin. La injusta sentencia produjo en Constantinopla honda sensacin, de la que result un inotin popular. Eufemio fu deportado Ancira (495).
Las agitaciones de Oriente llegaron trascender Roma mismo, gracias los manejos de
Anastasio.
A la muerte del papa Anastasio I I , influy en la eleccin de su sucesor el senador Testo,
vendido al emperador de Oriente para lograr fuese nombrado un papa que suscribiese el Hentico. Gracias las intrigas de Testo y al dinero que prodig en abundancia, ms de la
eleccin del papa san Smaco, result antipapa un arcipreste del ttulo de santa Prxedes, llamado Lorenzo.
Esta doble eleccin dio lugar enconadas disputas y hasta luchas que ensangrentaron
las calles de Roma.
Entregse la contienda al arbitraje del rey de Italia, Teodorico, quien la dirimi en
favor de Smaco.
Testo, deseoso de complacer Anastasio, volvi encender el fuego de la discordia. El
ao 500, ponindose en connivencia con Lorenzo, soborn falsos testigos para que delataran
al papa Smaco como reo de crmenes que le inhabilitaban para el pontificado. Pedro Altino,
quien pidi informe el rey de los ostrogodos, se dej prender en la vasta red de intrigas urdidas por el emperador de Oriente.
*
La causa se someti la decisin de un Concilio.
Testo y Lorenzo trabajaron por excitar las masas populares contra Smaco, y lleg
suceder que, al dirigirse el Papa al Concilio, fu brbaramente atropellado, recibiendo heridas
graves varios de los que le acompaaban.
El rey Teodorico acab con estos trastornos, mientras que el Concilio proclamaba solemnemente que el Papa era muy digno del supremo pontificado que le haba elevado lo Providencia.
Interrumpida la persecucin de Anastasio, por espacio de tres aos, causa de una guerra que tuvo que sostener contra los persas, renovla el 5 0 5 . Valise de un fantico monofisita,
llamado Xenayas, y de Severo, secretario que haba sido de Pedro Monje, con cuyo concurso, y los medios de que puede disponer un monarca, lleg formarse un partido eutiquiano tan numeroso como temible.
M u y frecuentemente este partido, contando, como contaba, con el apoyo de los poderosos,
realizaba venganzas sangrientas, cebndose de una manera feroz contra los indefensos catlicos.
Sobornse un aventurero llamado Ascodio para que asesinara al patriarca Macedonio,
que no quera transigir con el eutiquianismo. Por fortuna los proyectos de asesinato pudieron
ser conocidos y evitados por la vctima. Macedonio tena dentro de la ley medios para perseguir al culpable; pero le perdon generosamente y hasta le coloc bajo su proteccin.
Anastasio, que no perdonaba medio para dar proporciones al cisma, ofreci dos mil libras
de oro Macedonio y otros obispos si consentan en condenar el Concilio de Calcedonia. Eran
recursos que el bajo imperio estaba harto acostumbrado en aquella poca de degradacin.
El Patriarca.contest que las cuestiones de fe no las decida el oro, sino el criterio de. la Iglesia.
Irritado el Emperador, priv del derecho de asilo las iglesias del Patriarca y dems obispos que estaban de acuerdo con l, y lo concedi las iglesias de los herejes. No satisfecho
con esto, promovi un motin. Los catlicos creyeron llegada la hora de presentarse en pblico, y empezaron recorrer las calles gritando: Cristianos, este es tiempo de martirio; no
abandonemos nuestro padre. La actitud y nmero de los catlicos lleg imponer de momento al Emperador, quien pareci dispuesto seguir mejor senda.
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Pero las hipcritas concesiones obtenidas en una hora de miedo fueron anuladas m u y
pronto.
Todo el odio de los eutiquianos se concentraba en el Concilio de Calcedonia. Anastasio
pidi Macedonio las aGtas del Concilio que se hallaban archivadas en la iglesia de Constantinopla. El valeroso Patriarca, en vez de entregarlas, las sell con su anillo y las coloc sobre
el altar, como para ponerlas bajo la proteccin del mismo Dios. Pero Anastasio no haba de
detenerse ante una profanacin ms. Sin respetar lo sagrado del sitio en que las actas se hallaban , mand recogerlas, las hizo trizas y las arroj al fuego. Macedonio fu desterrado, usurpando su sede un sacerdote de malas costumbres llamado Timoteo.
Anastasio no era hombre que vacilara ante atentados de ninguna naturaleza. Tena e m peo particular en que invadiera el Occidente el incendio del cisma que sembraba en Oriente
tantas y tan pavorosas ruinas. este fin lanz todos los vientos de la publicidad un libelo
difamatorio contra el papa san Smaco, acusndole de abandonar la fe verdadera, abrazar el
error de los maniqueos, y haber sido ordenado contra las prescripciones cannicas.
El Papa contest con la dignidad y vehemencia que exiga el ataque su fe y su honra.
Anastasio, siguiendo la conducta del emperador Zenon respecto creerse arbitro en materias de fe, lleg anunciar su propsito de reformar los Evangelios, cuyo lenguaje y parbolas calific de no hallarse la altura de la ciencia griega, acusando l libro de Dios de
estar escrito con demasiada sencillez.
Forz al clero cantar el Trisagio con las adiciones de Pedro Fulon.
Tena de su parte el Emperador al indigno patriarca Timoteo, el cual apoyaba con toda
su fuerza estas inconvenientes y sacrilegas innovaciones.
ste eligi para s inaugurar la nueva liturgia un da en que las calles de Constantinopla
estaban atestadas de gente para presenciar una solemne procesin.
Al oirse el nuevo canto, los catlicos se irritan, el concurso todo toma parte en la agitacin , eutiquianos y catlicos corren empuar las armas, los dos partidos vienen las manos, pero con un furor increble, con un ensaamiento t a l , que quedan en las calles de Constantinopla diez* mil vctimas.
Lo que principi por alboroto concluye por rebelin formal.
Vitaliano se pone al frente de los enemigos del Emperador, y en menos de dos meses se
apodera de la Tracia, de la Mesia y parte de la Iliria.
En junio del ao 514 se hallaba ya las puertas de Constantinopla, pidindole con insistencia los catlicos que se apoderase de la capital. Pero Anastasio se presenta con la cabeza
descubierta ante el pueblo reunido en el hipdromo, y promete solemnemente llamar los
obispos desterrados, restituirles sus sillas, reparar los males que vena causando la Religin, y entrar en el gremio de la Iglesia catlica. Estas promesas apaciguan el tumulto; gracias ellas, Anastasio logra conservar su trono, y Vitaliano es elegido gobernador de Tracia.
Poco despus, olvidando upa vez ms la palabra empeada, desterraba los obispos de
Nicpolis, Lignida, Naisa y Paulitala, sin ms crimen que el de resistirse abrazar el e u tiquianismo.
Por su parte, el monje Severo, elevado por su odio contra los catlicos la sede patriarcal
de Antioqua, valise de su nueva dignidad para redoblar sus violencias, encargndose de
dirigir u n ataque mano armada contra los monasterios catlicos cercanos Jerusalen. donde
murieron trescientos cincuenta monjes.
*
Si antes intervino en los conflictos de Oriente un santo tan ilustre como Daniel Estilita,
esta vez otro santo, ilustre tambin por sus virtudes evanglicas y por su amor la soledad,
san Sabas, se present J u a n , patriarca de. Jerusalen, dicindole que haba llegado la hora
de tomar resoluciones supremas.
.
Juan obedece esta invitacin. Sin atender los graves peligros que se expone, rene
su pueblo en la gran baslica de Jerusalen, y ante una inmensa multitud de fieles, que
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apenas puede contener el mbito del espacioso templo, ante los dignatarios del imperio, ante
los representantes del Emperador, sube al solio episcopal revestido de sus hbitos patriarcales , y tomando la palabra en medio de la sorpresa universal, pronuncia anatema contra E u t i ques y todos los que se resistan admitir el Concilio Calcedouense. Los catlicos aplauden
con entusiasmo la determinacin del Patriarca realizada con tanto vigor.
Puede comprenderse cmo haba de recibir Anastasio una noticia semejante.
Pero le falt tiempo para realizar sus venganzas.
El brazo de la justicia de Dios estaba pesando sobre Anastasio de una manera harto sensible.
Timoteo de Constantinopla, su inspirador y principal cmplice, haba muerto; J u a n N i ceote, otro eutiquiano furibundo, le sigui m u y pronto al sepulcro. Hasta bajo este respecto
el Emperador empezaba encontrarse aislado. Por otra parte, los brbaros, aprovechndose
de los disturbios del imperio, hacan en l frecuentes incursiones. Escuadrones caballo de
getas y godos haban atravesado el Danubio, aislndola Macedonia, penetrando en la Tesalia, y arrastrando en pos de s poblaciones enteras de cautivos. Adase estos desastres el
terremoto que tuvo lugar el 5 1 8 , uno de los ms terribles de que hace mencin la historia,
pues que fueron convertidas en escombros veinticuatro ciudades de la Dardania. Anastasio no
por esto cur de s ceguera. Por fin, en el propio ao, durante una gran tempestad, se le
encontr carbonizado por un rayo en una pieza de sus- imperiales habitaciones. As acab
aquel reinado de la perfidia y de la vergenza.
Sucedile Justino. Quin era ste?
Por los aos de 470, cubierto con el humilde vestido de pastor, cargado con unas alforjas y apoyndose en rstico cayado, llegaba paso lento hasta los muros de Constantinopla
un zagal de la aldea Bederiana, en la Tracia.
El continuo espectculo de las guerras que presenci guardando los rebaos de su padre,
hizo que participase de la embriaguez de las batallas, y que la tranquila tarea de pastor
prefiriese las agitaciones del campamento. El joven llegaba la capital de Oriente como mendigando una gloria que no hubiera encontrado jamas en su desconocida cabana . El muchacho
era catlico como su padre, con la ingenuidad propia de la vida que se dedicaba, de i n s piraciones generosas, de sentimientos leales. Len, que era entonces el emperador, le admiti en el nmero de sus guardias.
Habindose distinguido .en la guerra contra los persas y los isauros, se le nombr primero
tribuno de soldados, ms adelante general, y ltimamente Anastasio le haba hecho senador.
Cincuenta aos de leales servicios y de un excelente comportamiento le granjearon la confianza de las legiones, las que al morir Anastasio le sentaron en la sede imperial con el nombre de Justino el Viejo.
El domingo siguiente al da de la eleccin de Justino, que era el 15 de junio del ao 5 1 8 ,
al entrar el patriarca Juan en la iglesia mayor de Constantinopla, el pueblo prorumpa en
entusiastas vtores al nuevo Emperador y su esposa, mezclados de protestas de adhesin al
Catolicismo.
Mientras unos gritaban:Viva muchos aos el Emperador! Largos aos la Emperatriz! Otros exclamaban:Viva el Patriarca! No queremos estar por ms tiempo excomulgados ! Que se eche fuera al maniqueo Severo! Proclamad el Concilio de Calcedonia! Otros
decan su v e z : E l nuevo Emperador es tambin ortodoxo! Y todos exclamaban unnimes:
Mil y mil aos al nuevo Constantino! Mil y mil aos la nueva Elena!
Era todo un pueblo que, con un entusiasmo que rayaba en delirio, estaba pidiendo se restableciera la fe de sus padres; era una nacin cansada de agitaciones que deseaba recobrar su
paz religiosa.
E n medio de aquella fiebre de entusiasmo, el. Patriarca sube al gran ambn pulpito,
y dice:
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Nos anunciamos que maana celebraremos la memoria de nuestros santos Padres del
Concilio Calcedonense, que formularon la profesin de la fe verdadera.
Un aplauso universal acogi estas palabras.
Al da siguiente, conforme'estaba anunciado, tuvo efecto la solemnidad de la reconciliacin. Al leerse en el ofertorio los dpticos sagrados, todos los asistentes bubieron de notar que
figuraba en ellos el nombre del papa san Len el Grande, tan odiado por la secta eutiquiana,
habiendo desaparecido los de los herejes.
El 20 de junio reunanse en Constantinopla cuarenta obispos para ratificar aquellos actos.
Al recibirse en las diferentes ciudades del imperio la orden de reconocer el Concilio Calcedonense, celebrronse en todas partes regocijos pblicos-; y Antioqua, Jerusalen, Alejandra, Tiro, Ptolemaida, remitieron Constantinopla cartas m u y expresivas felicitndose por
cambio tan venturoso.
instancia de Justino, el Papa envi legados para coronar la reconciliacin con un testimonio de su autoridad apostlica. El viaje de stos fu una ovacin continuada; los pueblos
en masa, presididos por sus obispos, por los individuos de la magistratura y los jefes ms importantes de la milicia, salan en procesin recibirles.
El 28 de marzo del ao 5 1 9 , en la iglesia mayor de Constantinopla se ley el acta de
unin en que se deca:
Nos adherimos todos los actos de los cuatro Concilios ecumnicos de Nicea, Constantinopla, feso y Calcedonia. Anatematizamos todos los herejes, especialmente Nestorio,
antiguamente obispo de Constantinopla, condenado en el Concilio Efesino por el bienaventurado papa san Celestino. Anatematizamos Eutiques y Discoro, obispos de Alejandra,
condenados en el Concilio Calcedonense. Juntamos en la misma condenacin al parricida T i moteo Eluro y su discpulo Pedro Monje de Alejandra. Anatematizamos igualmente Acacio, obispo que fu de Constantinopla, su cmplice y partidario. Siguiendo en todo la autoridad de la Santa Sede, esperamos quedar inviolablemente unidos la comunin de la ctedra
de Pedro, verdadero y slido fundamento de la Iglesia, centro de unidad, fuente de autoridad.
Al poner el Patriarca su nombre al pi de esta acta, ya no fu posible contener la conmocin general; unos se desahogaban en llanto que expresaba lo que senta su pecho en
aquella hora solemne; otros prorumpan en vivas Justino, otros aclamaban al papa Hormisdas.
Los legados remitieron Roma dos ejemplares del formulario suscrito por el Patriarca,
uno en griego y otro en latin, con lo-que pudo darse.por terminado el primer cisma de Oriente, que dur treinta y cinco aos.
No es que faltase alguna resistencia. El Patriarca excomulgado de Tesalnica se neg
firmar el acta, y no dej de correr grave peligro el legado que se la present para que la suscribiese.
El emperador Justino se mostr dispuesto castigar la tenacidad del Patriarca; pero el
papa Hormisdas le dio una leccin de prudencia y moderacin con las siguientes instrucciones sus diputados cerca la corte de Constantinopla:
Habis de procurar que nadie se convierta la fe catlica sin conocimiento de causa,
ni que nadie se queje de que el Prncipe le obliga profesar una fe de que no est an convencido. Pues que el obispo de Tesalnica no ha querido recibir vuestras instrucciones, pedid
que el Emperador lo enve Roma conferenciar con Nos, y hallar la solucin sus dificultades. Si no quiere instruirse, en eso dar pruebas de mala fe resistiendo al orden de Dios
y al mandato del Prncipe.
T. II.
11
82
XII.
Persecucin en la Arabia Feliz.
El Evangelio iba penetrando en las regiones de la Arabia Feliz sin que ni los apstoles
de la fe, ni los que se adheran al Cristianismo encontraran gran resistencia'.
Pero en 523 los judos pudieron colocar en el trono de los Iwmeritas, as llamados por
corrupcin del nombre Eamiar, un correligionario suyo que se llamaba Dunaan, hombre
fantico y de feroces instintos.
Inaugurse en el poder haciendo degollar doscientos ochenta sacerdotes. Ya en este camino, procedise un asesinato general contra todos los etopes calificados de cristianos.
Despus de estas atrocidades dispuso que las iglesias cristianas fuesen convertidas en sinagogas.
E n el Yemen, hacia el Norte, haba una ciudad toda cristiana llamada Nadira.
Uno de los. primeros propsitos de Dunaan fu ir apoderarse de aquella ciudad sin ms
fin que el proselitismo judaico.
. Nadira se resisti bizarramente. Cada habitante supo ser un hroe: comprendan que era
cuestin de salvar su fe.
Despus de un dilatado sitio, Dunaan enva parlamentarios prometiendo que si le abren
las puertas de la ciudad, respetar las vidas, las haciendas y la religin de sus habitantes.
Luego que Dunaan hubo empeado su palabra de honor, franquesele la entrada en la
ciudad; pero apenas se encontr en ella, la entreg al ms infame saqueo, y al refugiarse en
la iglesia el clero con multitud de fieles, dio orden de que la pegaran fuego, siendo all vctimas de las llamas.
Dunaan dispuso que se encendiesen grandes hogueras en fosos anchos y profundos, donde
eran arrojados n tropel los creyentes.
Otra de las vctimas del sanguinario furor de Dunaan fu el rey de Nadira llamado
Arthas.
Era un venerable anciano de noventa y cinco aos. Dunaan le llam su presencia para
decirle:
Ya ves la situacin que te reduce t u fe en CRISTO. Renuncia ella recordando que
no ests ya en edad de correr aventuras.
Los reyes como yo no son nunca perjuros; podrn serlo los aventureros como t, que
empeaste con esta ciudad una palabra que no cumples. Los reyes, y ten en cuenta que en
mi larga carrera he podido conocer algunos, observan sus juramentos, se atienen la palabra
empeada, aborrecen la traicin y la perfidia. Jamas faltar la fe que he jurado JESUCRISTO, mi Dios. Ser yo apstata y judo como t ? Esto nunca.
Volvindose los cristianos que estaban cautivos con l:
Hermanos hijos mos, les dice, osteis lo que he dicho este judo?
S , padre y rey nuestro, le contestan.
Estis conformes?
S.
E l que sea cobarde que se retire; que no mancille con su presencia la asamblea de los
santos.
Todos permanecieron firmes en sus puestos.
Dunaan dispone que se les conduzca las riberas del mar, donde tiene dispuesto el suplicio.
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Artlias y sus subditos son muertos tras de atroces torturas y arrojados al mar sus cadveres.
Entre los confesores de la fe baba u n nio de cuatro aos que su madre conduca por
la mano.
Dunaan se avergonz de ensangrentarse con aquella tierna vctima.
Dime, nio, le pregunta; prefieres venir vivir conmigo morir con tu madre?
Yo tampoco falto mi Dios JESUCRISTO, contesta el nio; quiero morir con mi madre.
No por esto se atrevi matarle, sino que le entreg un judo, oficial suyo, para que
le cuidara basta los quince aos, en cuya edad, si no baba abjurado la creencia cristiana, se
le condenara morir.
La vida de Dunaan acab antes de cumplirse este plazo.
El 5 2 4 , Elisbaam, rey de Etiopa, instigado por el emperador Justino, atac Dunaan,
deshizo su ejrcito en sangrienta batalla, le mat l y todos sus parientes, volvi abrir
los templos catlicos y restituy los liomeras en el ejercicio de su religin.
XIII.
Persecucin de Teodorico en Roma.
Teodorico, rey de los ostrogodos, aunque ariano, vena mostrndose tolerante, benigno yhasta generoso con los catlicos.
Pero medida que iba entrando en aos iba volvindose caviloso, frentico, intratable, y
al llegar viejo dio ocasin para recordar que no haba muerto en l el elemento brbaro.
El celo que Justino el Viejo vena manifestando en Oriente en favor de la propaganda catlica exalt en Teodorico su espritu de secta.
Justino orden que los arianos quedasen inhabilitados para los empleos pblicos; Teodorico reclam contra esta disposicin, y dijo que si se llevaba cabo, l se creera autorizado
para usar de represalias contra los catlicos.
Intervino para aplacarle el papa Juan I.
Iris Constantinopla, dice el Emperador al P a p a , y exigiris del emperador Justino
que permita volver al arianismo los convertidos.
Estoy vuestra disposicin, le responde el Papa; podis hacer de m lo que mejor os
plazca; pero me es imposible realizar una misin semejante, porque tendra en m el carcter
de una apostasa.
Teodorico, apoyado en el poder que ejerca y amenazando los catlicos con sangrienta
persecucin, pudo obtener de Juan I que pasara Constantinopla.
Al llegar Corinto el Pontfice de Roma fu recibido como en triunfo. Pero donde el recibimiento tuvo lugar con toda la magnificencia oriental fu en Constantinopla.
El Emperador se apresur arrodillarse los pies del sucesor de san Pedro, celebrse el
da 30 de marzo del 525 en la gran, baslica constantinopolitana la misa en lengua latina y
conforme la liturgia romana, Justino fu coronado por el Sumo Pontfice, siendo aquella la
primera vez que tuvo lugar una ceremonia semejante, y su vez el Papa fu investido por
el Emperador con las vestiduras augusiales (vest augustali), cuyo uso se concedi tambin
sus sucesores.
Tres eran las concesiones que Teodorico trataba de arrancar Justino: 1." Que los arianos
obligados anteriormente por el Emperador abrazar la religin catlica tuvieran facultad de
volver a l a secta ariana; 2 . que se restituyesen los arianos las iglesias de que se les hubiese
privado; 3 . que nadie en lo sucesivo obedeciera la orden de abjurar el arianisio.
Respecto la primera condicin, Juan I no la sostuvo en manera alguna. En cuanto a l a s
a
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otras dos, difcil era la situacin del Pontfice; per'o se trataba de amparar, no slo los catlicos de Roma, sino los de toda la Italia.
Sin duda en ms de una ocasin los agentes de Justino se haban excedido exigiendo los
arianos ms de lo que poda reclamar el buen celo por la verdad catlica. Juan I no trat de
que se hiciera la menor concesin al error. Semejante debilidad nunca la tuviera un P o n tfice. Pero manifest que era menester dejar los arianos cierta libertad en el arrepentimiento; que no se hiciese coaccin la conciencia individual acudiendo medios de fuerza
que podran producir funestos resultados. Justino atendi las observaciones de J u a n I , y
dej desde aquel da de autorizar que se hostigara los arianos de la manera como hasta entonces se vena haciendo.
Teodorico, sin aguardar la vuelta del Papa, empez ejercer vejaciones contra los catlicos.
Ensase especialmente contra Boecio, filsofo profundo, matemtico famoso ilustre,
hombre de Estado, el cual viva en la corte y mereci ser elevado por el mismo Teodorico
las primeras dignidades.
Boecio era un catlico tan ntegro como fervoroso. Los papas san Smaco, san Hormisdas
y san J u a n I le honraron con su amistad.
Hallbase Boecio consagrado sus tareas cientfico-religiosas, dejando establecida en admirables escritos la armona entre la Religin y la Fe y aplicando la escolstica al estudio de la
Teologa, abriendo para la ciencia cristiana caminos hasta entonces desconocidos, cuando las
cavilosidades de Teodorico, que vea enemigos por todas partes, hicieron que recayera sobre
l la nota de sospechoso al Imperio.
Con el pretexto de que mantena inteligencias con la corte de Justino, Boecio fu encarcelado.
En la crcel 'dio Boecio muestras admirables de la superioridad de su alma, escribiendo
all la Consolacin ele la Filosofa, en que aquel hombre,-mientras su cuerpo se halla sometido la lobreguez de un calabozo, su alma se dilata en las regiones de lo divino y se extasa
de admiracin al meditar sobre la grandeza de los designios providenciales, manifestando en
sublimes pginas que la prosperidad del malo ms bien que digna de envidia lo es slo de
compasin, y que en cambio la virtud perseguida tiene derecho al respeto de todo corazn
generoso.
Hallbase Boecio ocupado en resolver con profundidad de criterio los difciles problemas
de la presciencia de Dios y la libertad del hombre, cuando el ciego Teodorico inventaba tormentos con que multiplicar los horrores de la muerte al decidido catlico y sabio pensador.
Boecio es sacado de la fortaleza de Colvenciano para conducrsele la tortura.
Se le apret el crneo con cuerdas, pero de una manera tan brbara que llegaron saltarle los ojos. Se le deca que se le librara del tormento tan pronto como declarase que conspiraba en favor de la corte de Constantinopla,. Boecio insisti en negar un delito que nunca
pens cometer. Se le extendi primero en un potro, despus en una viga, donde dos verdugos
le apaleaban ferozmente de pies cabeza. Al fin le cortaron la cabeza el 23 de octubre del
ao 525. Su suegro Smaco, relacionado tambin con los papas, y ferviente catlico como
Boecio, tuvo igual suerte en 526.
Juan I hubo de saber con hondo pesar al volver de su expedicin que se haban realizado
aquellas dos feroces ejecuciones. Llegado el Papa Rvena, se le acus de no haber dejado
resueltas las cuestiones gusto de Teodorico; y el que haba encontrado ovaciones en Oriente, encontr en el Occidente una oscura y repugnante crcel. Siguiendo la fatiga del viaje
los rudos tratamientos del calabozo, Juan I muri el 27 de mayo del ao 526.
Terribles remordimientos atormentaron el ltimo perodo de la vida de Teodorico. Parecale ver en todas partes la sangre de inocentes vctimas que haba hecho sacrificar. Al servrsele un da "en la mesa un gran pescado, figursele ver en el plato la cabeza de Smaco
que mova sus labios, que los contraa y echaba sobre l miradas de furor. Impulsado por la
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fiebre, Teodorico se levanta, temblando de horror, y huye de all en el paroxismo de un delirio espantoso. El propio ao que falleci Juan I , cuando no haban transcurrido ms que tres
meses, el Emperador mora llorando las vergonzosas pginas de los ltimos aos de su e x i s tencia.
XIV.
Atentados contra los catlicos en la Palestina.
Mientras el Catolicismo disfrutaba de la proteccin de los emperadores, no faltaban sectarios, y veces pueblos, que se rebelasen contra el jefe del poder poltico por amparar ste
los intereses religiosos.
En la poca de Justiniano los habitantes de Samara no recibieron bien que el Emperador se empease en realizar la obra de la unidad catlica, que haba de ser en Oriente tan fecunda en resultados. Amotinronse, pues, y en nmero de cuarenta mil se echaron sobre la
antigua Samara, hoy Nepolis, en donde se cebaron con inaudita crueldad contra los catlicos, asesinando al obispo y descuartizando despus de asesinados los sacerdotes.
Los rebeldes fueron vencidos por las tropas del Emperador, quien se propuso castigar la
larga serie de atentados cometidos contra los catlicos.
Iba caer la venganza imperial sobre las poblaciones que haban alentado la rebelda,
cuando stas piden san Sabas que deje su retiro y se presente la corte.para implorar m i sericordia.
Al encaminarse la capital aquel venerable anciano de noventa y tres aos, el Emperador enva su encuentro una de sus galeras, en la que iba el patriarca Epifanio, para que le
conduzca su palacio.
Era imposible hablar con aquel hombre y no acceder lo que l peda.
Al hallarse en su presencia, el Emperador se sinti desarmado; los sentimientos de venganza se cambiaron en sentimientos de perdn.
P e d i d m e , ms, Padre, dijo el Emperador al Santo. Habis fundado muchos monasterios en la Palestina; pedidme rentas con qu sostenerlos.
Os agradecen vuestra generosidad, responde el Santo; pero no lo necesitan; sus bienes
en esta vida y en la otra son el Dios que alimentaba Israel en el desierto y haca llover el
man todas las maanas.
El santo Abad se volvi para descender al sepulcro en su querida soledad, rodeado de sus
discpulos, el da 5 de diciembre del ao 531
XV.
Un papa vctima de una emperatriz.
Si bien es verdad que con la muerte de Anastasio puede darse por extinguido el primer
cisma oriental, no por esto se extinguieron completamente ciertos odios personales' ni determinados intereses de amor propio.
A los que protegieron tan denodadamente el cisma les era difcil resignarse la situacin
de vencidos. Distaron mucho de poder contar con el amparo de emperadores como Justino el
Viejo; pero en poca de Justiniano tuvieron medios de hacerse suya la emperatriz Teodora.
Justiniano, despus de la conquista de frica, tan gloriosamente concluida por Belisario,
determin enviar este general Italia, con el objeto de reemplazar con la dominacin de
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los griegos la de los ostrogodos. Al ir Belisario Italia traa instrucciones secretas de la emperatriz Teodora para que trabajase en favor de la eleccin de un pontfice que transigiese
con los eutiquianos, colocndolos en puestos distinguidos.
El dicono de Roma Vigilio, quien Bonifacio II intent nombrar su sucesor, figuraba
como agregado desde mucho tiempo la legacin pontificia de Constantinopla. La Emperatriz
crey que Vigilio era el ms propsito para constituirse en instrumento de sus planes, especialmente en restablecer Antimo, patriarca de Constantinopla, depuesto por el papa san
Agapito.
Belisario lleg tarde. Habase ratificado ya la eleccin del papa san Silverio, y no era posible hacer que se volviera atrs. Esta contrariedad le puso de tan mal humor, que el que haba sido hasta entonces general clemente, se manifest duro y hasta feroz. No dej de tener
gran parte en las sangrientas medidas que adopt Belisario la influencia de una cortesana de
Teodora, con la que cometi la torpeza de unirse en matrimonio. E n aples, sobre todo,
dej triste recuerdo de su ferocidad; centenares de sacerdotes sacrificados al pi del altar,
hombres, mujeres y nios pasados degello, la poblacin arruinada y desierta; tales fueron
las huellas que marcaron su paso.
Al penetrar en Roma, la perfidia de su mujer Antonina, excitada por las instigaciones
de la emperatriz Teodora, suscit en l el torpe proyecto de atentar contra la persona del Sumo
Pontfice, nica manera de allanar el camino para que se realizasen los propsitos de la E m peratriz, quien no tena inconveniente en que se pasara por un crimen tan alevoso. Por fortuna el sentimiento de su conciencia pudo ms en Belisario que la excitacin de Teodora y
de Antonina, conspirando juntas contra el Sumo Pontfice.
Ensay Teodora obtener buenamente lo que se haba propuesto realizar de cualquier manera. Escribi, pues, san Silverio que repusiese Antimo en su sede. Al ruego iba unida
la amenaza; pero Silverio contest con la fuerza propia del sucesor de san Pedro.
-Sera esto una prevaricacin, y no la cometer jamas. Preveo que mi resistencia ha de
costarme la vida; suceda lo que suceda, yo nunca faltar mi deber admitiendo la comunin un hereje justamente condenado por m i antecesor.
No tard mucho Belisario en recibir la orden de arrestar san Silverio. Belisario, que conservaba algo todava de los instintos propios de un grande hombre, sinti alguna repugnancia en servir de instrumento aquellos manejos dirigidos por la perfidia de una mujer.
H a r lo que se me manda, dijo; pero los que desean la muerte de Silverio darn cuenta
de este desacato y de este crimen ante el tribunal de CRISTO.
No se resolvi desde luego Belisario prenderle; sino que le inst que cediese lo que
de l deseaba la Emperatriz. El Papa se manifest inflexible.
Prevea perfectamente san Silverio lo que iba suceder despus de esta conversacin. La
lucha estaba entablada entre el deber y la fuerza; sta haba de alcanzar su objeto, costase lo
que costase.
San Silverio se ampara en la iglesia de santa Mara.
Belisario le llama nuevamente su palacio, donde se le pone preso.
All hubo una parodia de proceso, en que falsos testigos deponen contra el Papa, acusndole de querer entregar la ciudad Vitiges, rey de los godos.
Despus de esta acusacin el Papa es despojado de las insignias pontificales, se le arrancan sus vestiduras; en el mismo aposento de Belisario se le viste el hbito de monje, se hace
correr la voz de que Silverio ha sido depuesto jurdicamente y se le enva un buque para
que se le conduzca desterrado Ptaro, en la Liria (537). '
El Obispo de Liria ve llegar su modesta poblacin el Vicario de CRISTO, despojado de
sus honores, tratado como un delincuente. Aquel obispo se conmueve, corre Constantinopla, y con palabras que expresaban la justa indignacin de que senta rebosar su pecho reprende Justiniano porque autoriza tanta indignidad.
'
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Justiniano ignora finge ignorar lo que est sucediendo; y da orden para que Silverio sea
restituido inmediatamente Roma.
El Papa llegaba la capital cabalmente en el momento ms propsito para estorbar los
planes de la Emperatriz, secundados por Belisario. Al entrar en Roma, los agentes de Teodora, seguros de poder contar, no solo con la impunidad, sino basta con el ms decidido apoyo
de la que tanto influa en la corte, se apoderan de la persona de san Silverio, el cual es confinado, muriendo de hambre y de miseria el 20 de julio del ao 538.
XVI.
Nuevas contiendas religiosas promovidas por Justiniano.
Tambin en Justiniano dominaba la ambicin de querer ser Pontfice la vez que E m perador. Precindose de telogo no se limitaba emitir su opinin acerca los asuntos teolgicos; sino que, arrogndose derechos que nunca tuvo, trataba de imponer sus opiniones,
y llegaba atribuirse un magisterio que en la Iglesia cristiana slo corresponde los que
ejercen la autoridad religiosa.
Mezclse en la contienda sobre los errores de Orgenes. A haber emitido su parecer como
hombre de ciencia, se hubiera discutido, admitido rechazado sus doctrinas. Al querer que
pesara su autoridad de emperador en la balanza de sus opiniones, no' logr otra cosa sino que
cobrara mayor acritud la disputa y que los dos bandos contendientes acabasen por condenar
la conducta del Emperador rechazando su competencia.
No por esto desisti Justiniano en sus inconvenientes intrusiones. E n 546 public un
edicto para qu& los obispos condenaran las doctrinas que tenan relacin con el error eutiquiano.
Ms tarde dirigi todo el universo catlico otro edicto que intitul Profesin de fe imperial y que terminaba de esta suerte: Anatema quien defienda Teodoro de Mopsuesta!
Anatema quien defienda los escritos de Teodoreto de Ciro! Anatema quien defienda la
carta del obispo de Ibas!
El patriarca de Constantinopla Menas tuvo la debilidad de firmar aquel edicto con p r e tensiones de encclica; pero el dicono de la iglesia romana le reprendi severamente por
su debilidad y hasta lleg separarle de su comunin.
La cuestin iba tomando serias proporciones.
Ya volvan introducirse nombres de herejes en los dpticos sagrados, ya Teodora quera
obligar al Papa reponer en su sede un hereje. Si pudo creerse en un principio que Vigilio sera un Papa dbil y se allanara fcilmente las pretensiones del poder imperial, m u y
pronto se persuadieron los que tal esperaban que el Papa, para no faltar sus deberes de tal,
cuenta con un auxilio superior.
A las instancias de la Emperatriz Vigilio contest:
No consentimos en lo que nos exigs. No repondremos un hereje anatematizado.
Se le oblig trasladarse Constantinopla.
Difcil fu all su misin; pero Vigilio, resistiendocorrientes encontradas, supo mantener su papel de Pontfice.
Los hechos escandalosos que tenan lugar la vista misma del Papa por parte de los afectos al viejo eutiquianisio, hicieron que Vigilio llegase declarar que en adelante no comunicara con los orientales, y se neg admitirlos en su presencia.
Esta firmeza apostlica no hubo de ser del gusto del Emperador, quien se irrit ciegamente contra Vigilio, vindose ste obligado buscar u n asilo en la iglesia de San Pedro. J u s t i niano trata de a m a n e a r l e de all la fuerza. A este efecto enva un pretor con soldados que
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"
cerquen la baslica. El pretor no se limita circuir el lugar sagrado con su gente, sino que
ordena que sin consideraciones' lo augusto del sitio, penetren all espada en mano. E l Papa
se refugia debajo del altar, abrazando las columnas que lo sostienen, rodendole multitud de
clrigos. Estos, asidos de los cabellos, son arrastrados por la iglesia. E l Papa mismo tiene
que sufrir que unos soldados le cojan ferozmente por la barba arrojndole al suelo. Cuando se
apoderan de su persona, Vigilio dice:
Si podis prenderme m , no est en vuestro poder el hacer cautivo san Pedro.
Ante el carcter brutal de aquel espectculo el pueblo se irrita. El pretor, temiendo- un
motin, toma el partido de retirar su gente.
Apoyando la idea el Emperador, Vigilio resolvi convocar un Concilio general, que se
abri en Constantinopla el 4 de mayo del ao 5 5 3 .
Vigilio, desde la apertura del Concilio, protest contra el proceder del Emperador, que no
dejaba tiempo para que llegasen los obispos latinos. Esta protesta irrit Justiniano, quien
envi al Papa destierro.
Vigilio, pesar de esta medida, no perdi la calma. Se manifest prudente y enrgico
la vez; cumpli con sus obligaciones de Pontfice, y ms adelante ratific con su decisin pontifical el fallo pronunciado por el Concilio.
Tras de las discusiones promovidas por la cuestin de los Tres Captulos vinieron los disturbios causados por los Fantasiastas Incorruptibles.
Era esta secta un retoo del eutiquianismo. Pretendan que el cuerpo de CRISTO, desde
que fu formado en el seno de su Madre, dejaba de ser susceptible clase alguna de cambio
alteracin, no estaba sujeto al hambre la sed, que as antes de su muerte como despus
de su resurreccin, si coma era sin necesidad, y que no poda experimentar dolor alguno,
de lo que se infera que en realidad JESUCRISTO no haba padecido por nosotros.
Esta secta, que empez propagarse en 5 3 5 , encontr un apoyo en Justiniano.
Hemos hablado ya de su pasin por los estudios teolgicos. El historiador Procopio, al
hacernos su biografa, nos dice que el Emperador era hombre que prolongaba sus veladas
hasta media noche, discutiendo con obispos sobre teologa devorando las obras de los Santos
Padres. Tuvo la pretensin de ser una notabilidad en ciencia teolgica; y como lo que ms
halagaba esta presuncin suya era el dejar el camino trillado por las enseanzas de la Iglesia
fin de seguir doctrinas originales, apasionse por el error de los Incorruptibles,
acab por
hacer obligatorio el que se siguiese esta secta, y exigi de los obispos que se adhiriesen
ella. stos se negaron resueltamente. Algunos, como el patriarca de Constantinopla san E u tiquio, condenaron enrgicamente la conducta del Emperador bajo este respecto, consecuencia de lo cual, Eutiquio fu desterrado y depuesto, sustituyndole Juan Escolstico, y esto
sin procedimiento alguno legal que justificara el acto, al menos en apariencia.
Todo haca creer que iban renovarse los antiguos disturbios; pero la muerte sorprendi
Justiniano el 14 de noviembre del ao 566.
Justino el Joven hizo cesar la persecucin y mand reponer Eutiquio en su sede.
XVII.
Persecucin de Leovigildo en Espaa.
Espaa iba desde muchos aos siguiendo en paz la obra de su desenvolvimiento religioso
y social.
Inaugurse felizmente el reinado de Leovigildo, monarca quien no puede negarse tacto
poltico, valor y talento; si.bien estas cualidades personales se resentan veces del carcter
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de la raza brbara, la que l perteneca, y cuyos instintos de fiereza no se haban extinguido por completo ni con el roce continuo de los habitantes de la pennsula.
Despus de llevar cabo empresas heroicas, manch con negro borrn el ltimo perodo
de su vida.
Loovigildo, que era fuerte en presencia de los ms ilustres guerreros, era dbil ante una
mujer.
PENITENCIA
DE E X R 1 Q V E
II.
Durante su primer matrimonio con Teodosia, princesa catlica, hermana de los santos
Leandro, Isidoro y Fulgencio, de cuyo matrimonio tuvo Hermenegildo y Recaredo, Leovigildo no pens ms que en sacudir el vergonzoso polvo que cubra las armas de los godos de
Espaa, en acabar con las divisiones que condenaban sus ejrcitos la impotencia, y b a tirse con el gran poder de los griegos, quienes derrot, arrojndolos de Granada, de Crdoba
y de Medinasidonia.
Cas en segundas nupcias con una furibunda ariana llamada Gosvinda. Era mujer que no
se reduca profesar ella el arianismo; estaba empeada en que lo profesasen tambin todos
aquellos en quienes pudiese ejercer alguna accin; y esto se propona obtenerlo, no por la persuasin, sino apelando todos los medios de violencia.
T. II.
12
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Hermenegildo, el hijo mayor de su esposo, quien ste confi el reino de Sevilla, estaba
casado con una princesa catlica llamada I n g u n d a , hija de Sigisberto, rey de Austrasia.
Gosvinda se empe en que Ingunda haba de ser ariana. Autoridad, desdenes, amenazas, todo lleg agotarlo; la infeliz Ingunda, por mostrarse fiel su fe, lleg verse asida
de los cabellos por manos de la feroz madrastra de su esposo y arrastrada por los salones del
palacio. Ingunda no responda estos sufrimientos sino con la resignacin ms admirable.
N i una sola vez insinu una queja su marido; nunca manifest con Gosvinda el menor resentimiento.
Hermenegildo, que era ariano como su padre, compar la conducta de su madrastra con la
de su esposa; y abandonando la secta que induca tanta barbarie, abraz la fe que inspiraba
tanta paciencia y tan eminentes virtudes.
Su to san Leandro, arzobispo de Sevilla, catequiz al nuevo rey, y Hermenegildo abjur
solemnemente los errores arianos.
Ya se comprender de qu manera haba de influir Gosvinda en el nimo de su esposo,
quien dominaba por completo. El que era padre, causa de la perfidia de aquella mujer, se
vio convertido en tirano.
Encamnase Sevilla Leovigildo con un numeroso ejrcito para vengarse de la abjuracin
de su hijo; le cerca en su propia corte, se apodera de la plaza y del Prncipe, y le hace meter
en lbrego calabozo.
Cuando el Prncipe, que del esplendor del palacio ha tenido que pasar las rudas privaciones de la crcel, puede ya saber por experiencia lo que le cuesta su profesin de catlico,
entonces su padre le manda uno de sus cortesanos de ms confianza, ofrecindole libertad
y corona si desiste de pertenecer la Iglesia. Hermenegildo contesta que siente que sea su
padre el que le haga una proposicin t a l , porque el que desea ser buen hijo y no faltar en
nada la autoridad paterna, tiene sin embargo que contestar que por nada del mundo puede
sacrificar la honra de su conciencia de catlico.
Conservaba Leovigildo algo de su antigua nobleza. No pudo desconocer que en tal contestacin haba mucha dignidad de alma, y hasta lleg sentir satisfecho su orgullo de padre.
Pero Leovigildo, que tena rasgos de grande hombre, al lado de Gosvinda era u n hombre bien
pequeo. Cedi las malficas inspiraciones de esta mujer; y si al principio se content con
mandar Hermenegildo su hermano Recaredo para que le persuadiese recibir la comunin
de manos de u n obispo ariano, cuando ste contest que no condescendera con acto alguno
que estuviese en contradiccin con su fe, el cruel padre llam al verdugo para que terminara la obra, y aquella misma noche Hermenegildo fu decapitado.
No impunemente derrama u n padre la sangre de su hijo. Con la ceguera de la clera, el parricidio puede perder algo de sus horribles proporciones; pero viene la hora de la serenidad, y
entonces, si queda todava algo en el corazn, se comprende toda la enormidad del atentado.
Leovigildo ya no goz u n solo instante de calma. Todas sus riquezas de rey no alcanzaron
procurarle un momento de paz. Aquel hombre que en su juventud gozaba de un gran dominio sobre s mismo, visele en adelante arrebatado, casi loco; pasaba de la desesperacin al
despecho, y la afliccin del dolor se mezclaba con la tortura del remordimiento.
Buscaba una manera de tranquilizar su conciencia, pero intilmente. Figresele que l
haba de aparecer como menos criminal si achacaba toda la responsabilidad los catlicos.
Acus stos de haber fanatizado su hijo y de ser causa del crimen horrendo que haba de
amargar toda su existencia. E n su frenes empieza desterrar obispos, sin exceptuar siquiera
san Leandro; despoja las iglesias, apodrase de los objetos del culto y de las rentas eclesisticas , confisca los bienes de muchos ricos catlicos y hasta ordena que se quite la vida
multitud de grandes.
Al sepultarse en el lecho en su ltima enfermedad, en esta hora en que el hombre se encuentra tan cerca de lo infinito, Leovigildo ya no pudo hacerse ilusiones.
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Crey llegado el tiempo de las reparaciones. Manda levantar el destierro san Leandro,
le pide que instruya su hijo Recaredo en la religin de san Hermenegildo, y muere recomendando ste que siga en todo los consejos de su to.
XVIII.
San Columbano y sus perseguidores.
La persecucin que vamos resear tiene un carcter diferente de las que nos han ocupado hasta ahora. Ya no es la hereja ni el paganismo sublevndose contra la fe ortodoxa; es
la persecucin del vicio contra la virtud. Nadie haba de personificarla mejor que san Columbano, en su carcter de vctima de esta persecucin.
De imaginacin exaltada, de carcter fogoso, como todas las naturalezas ardientes, hubo
de luchar desde su primera juventud contra los estmulos de la carne. Para sobreponerse la
seduccin de las pasiones, ensay Columbano elevarse las abstracciones de las matemticas
y estudiar con atencin los misterios del mundo sobrenatural en las Santas Escrituras; ms
todo intilmente.
Columbano no era hombre para resignarse ser vencido en esta lucha consigo mismo.
Como buscando aliento se dirige consultar una mujer .piadosa que viva aislada de la agitacin mundanal.
Han cumplido doce aos, le dice sta, que sal de mi casa para sentirme ms libre y
ms fuerte en la batalla con el mal. Abrasado en los ardores de la mocedad, para hacerte s u perior tu flaqueza, es menester que empieces dejando la tierra nativa. Olvidaste acaso
Adn, Sansn, David, Salomn perdidos en el embeleso de la belleza y en el delirio
del amor? J o v e n , para salvarte es menester huir.
Columbano acepta el consejo.
Su madre trata de detenerle en el umbral de su casa. Columbano se postra de rodillas
sus pies, logra hacerse superior una resistencia tan sagrada como la de una madre, abandona
la provincia de Leinster, de donde era natural, y busca un asilo entre los monjes de Bangor.
Pero Columbano no se siente bien en aquella inaccin. Su temperamento, el instinto de
raza y algo de superior l mismo le incita atravesar los mares, y el monje de Bangor pasa
ser el predicador de la Galia.
La elocuencia de Columbano lleg penetrar hasta la corte del rey Gontrando, nieto de
Clodoveo, quien invita al irlands que se quede all, ofreciendo proporcionarle todo cuanto
cumpla sus deseos. El irlands contesta que l no dej su patria en busca de riquezas, sino
de una cruz; lo que le replica el Rey que no faltan en sus estados sitios agrestes donde
hallar la cruz y subir con ella el Calvario de la vida. Accede este deseo, y escoge para su
residencia el antiguo castillo de Annegray (1).
Ms tarde, el nmero creciente de sus discpulos le oblig trasladarse otro castillo llamado Luxeuil, que le cedi tambin Gontrando.
All ricos y pobres, nobles y plebeyos dedicbanse al trabajo, arar, segar; cortaban
lea, desmontaban tierras: las tareas humildes del campo, de esta suerte santificadas, se e n noblecan, y nacan la vida y la fecundidad terrenos completamente abandonados.
Pero no era esta la nica misin que el famoso monje haba de realizar.
Iba creciendo cada da el prestigio de su nombre; la palabra del clebre solitario se consideraba como una potencia la que tenan que inclinarse las mismas testas coronadas. Columbano crey que deba utilizar su influjo contra los escandalosos vicios que envilecan los
palacios.
(1)
92
La corte del rey Teodorico, aunque cristiana de nombre, hallbase entregada respecto
la vida domstica todas las degradaciones del paganismo.
La vieja Brunequilda haba perdido ya su energa moral, no quedando de ella sino una
grande ambicin, la que estaba dispuesta inmolarlo todo.
Aquella mujer, que siendo joven manifest los sentimientos ms nobles y ms generosos;
aquella mujer, que aun en la edad de las pasiones nos ofrece el modelo de una vida inmaculada, vemos, no obstante, alentar en sus nietos la poligamia, slo por el temor de que se sentase al lado de Teodorico una esposa que pudiese ser un contrapeso su influencia; y si al fin
el Monarca, atemperndose las amonestaciones del obispo de Viena san Didier, casa con una
princesa visigoda, su abuela logra disgustarle de aquelmatrimonio y que se separe de su consorte antes de transcurrir un ao; y san Didier muere .asesinado en las mrgenes del Chalorona.
El rey Teodorico tena san Colurnbano en gran concepto. Fu un da el Monarca visitarle, y el celoso monje aprovech la ocasin para reconvenirle y excitarle que, los desrdenes de una vida culpable, prefiriese el amor legtimo de una esposa.
Prometi Teodorico la enmienda; pero Brunequilda se encarg de inutilizar este buen
propsito.
Visit un da Colurnbano Brunequilda en su castillo de Bourcheresse. s t a , m u y satisfecha de tanta honra, y acostumbrada que todo se inclinase, no slo su voluntad, sino
su capricho de reina, poco conocedora de la inilexibilidad del santo monje, presentle cuatro
hijos que su nieto haba tenido de sus concubinas.
Qu quieren de m estos nios? pregunta Colurnbano.
Son hijos del Rey, responde Brunequilda, y desean ser fortalecidos con tu b e n dicin.
No! exclama secamente Colurnbano. Luego aade con su severidad de profeta:Su
procedencia es mala y no reinarn.
Lo que para otros hubiera sido una intil temeridad, para Colurnbano constituye un gran
deber y lo cumple sin consideraciones.
Desde aquella hora Brunequilda concibe contra Colurnbano un odio muerte. Empieza
por prohibir que ni- l ni sus religiosos salgan para nada de sus monasterios; ordena terminantemente que nadie les acoja ni les proporcione el menor recurso.
E n virtud de semejantes disposiciones, Colurnbano se dirige ver al Rey.
Al llegar aquel palacio manchado por deshonrosas pasiones, el santo monje se detiene
en el umbral resistindose pasar adelante. El Rey dispone que le presenten sabrosos platos
con que saciar el apetito del cenobita. Colurnbano dice que el que tiene prohibido acercarse
la morada de los dems hombres no puede comer de aquellos platos.
El milagro de romperse los platos la maldicin de Colurnbano hace que el Rey y su
abuela corran los pies del Santo, imploren su perdn y le prometan la enmienda.
Teodorico falt su palabra. Columbano le escribe dirigindole severas amonestaciones y
hasta le amenaza con una excomunin.
E l Rey, acostumbrado vivir en una atmsfera de cortesanas lisonjas, en que son aplaudidos como virtudes hasta los vicios ms bochornosos, se siente rebosar de indignacin al recibir una carta en que se le amenaza nada menos que con excomulgarle. Se encamina l
mismo en persona Luxeuil, y no encontrando otro pretexto, dice al abad que rompe las costumbres establecidas en el pas, no permitiendo la entrada en el monasterio los cristianos
sin distincin, y le recuerda que una reina, Brunequilda, no la ha permitido pasar de
los umbrales de la casa religiosa. Teodorico dice que de all en adelant podr entrar todo el
mundo, porque l lo manda; de lo contrario, privar al monasterio de sus reales dones.
Columbano, sin perder nada de su habitual serenidad, dice Teodorico:
Si tratis, oh Rey, de violar el rigor de nuestras reglas, para nada necesitamos vuestros
93
dones; y si vuestro propsito es destruir nuestro monasterio, sabed que lo que ser destruido
es vuestro reino y vuestra raza.
Al principio el Rey se sinti intimidado; pero luego, reponindose, dijo:
No esperes que te procure la corona del martirio; pero ya que tanto deseas vivir apartado de los hombres, vulvete t u tierra.
Columbano responde que si ha de salir del monasterio ser la fuerza.
Columbano es preso y conducido Besanzon esperar all rdenes del Monarca.
Establcese en rededor de Luxeuil una especie de bloqueo fin de impedir que salga de
all ningn religioso.
El ejemplar abad permaneci en Besanzon, donde se le dej libre dentro del recinto de la
ciudad.
Pensando como pensaba siempre en sus queridos hermanos de L u x e u i l , en su tan amada
soledad, sube una maana la cima del peasco en que se levantaba la ciudadela, y desde
all fija sus ojos en el camino de Luxeuil. Como dominado de sbita inspiracin, Columbano
desciende precipitadamente, se dirige al camino que haba estado contemplando, y muy luego
el santo abad llamaba las puertas de su monasterio.
Al saberlo Teodorico y Brunequilda envan un conde con fuerza militar para prenderle.
Los soldados le encuentran en el coro rezando el oficio con toda la comunidad. Los enviados del Rey le dicen:
Hombre de Dios, os rogamos que obedezcis las rdenes del Rey y las nuestras, volvindoos al pas de donde vinisteis.
No, contesta Columbano; despus de dejar mi patria por el servicio de JESUCRISTO-, creo
que no quiere mi Criador que vuelva ella.'
El conde se retira y encarga los ms decididos de sus soldados que ejecuten la orden.
Pero parece que en aquel hombre hay algo de sobrenatural; aquella actitud les impone,
aquella mirada les fascina; caen sus pies y le piden llorando que se compadezca de ellos y
no les obligue emplear violencias que les eran mandadas bajo pena de perder la vida.
El animoso irlands que nunca se doblegara la fuerza, cede al ruego, y da un adis
eterno aquel santuario en que vena residiendo durante veinte aos.
Por el camino tuvo que verse maltratado con frecuencia por los agentes del Rey.
No se le permiti que le acompaaran otros monjes que los irlandeses.
Al llegar Orleans envi dos hermanos en busca de alimentos. Pero se haba puesto en
vigor la prohibicin de proporcionarles cosa alguna. Tratbaseles como las fieras del d e sierto; no se les poda abrir puerta alguna para proporcionarles hospedaje; las iglesias m i s mas, por orden del Rey, estaban cerradas Columbano y los suyos.
Fu la conversin de idlatras en Bregentz. Los falsos dioses caan la accin de su
apostolado. Pero si en un principio Columbano y los suyos tuvieron buen recibimiento, aquellas gentes empezaron lamentarse del desprestigio en que caan las viejas supersticiones
consecuencia de la predicacin de Columbano. Dos de sus religiosos fueron asesinados. El
santo abad dijo:
En nuestro poder tenamos una copa de oro y se ha llenado de vboras. Salgamos de
aqu; el Seor quien servimos nos guiar otros lugares.
9d
XIX.
Persecucin en Inglaterra.
Aunque la Inglaterra fu evangelizada ya en los tiempos apostlicos, no obstante, las
transformaciones de aquellos pueblos, la confusin de razas dio lugar que en el siglo VI no
se encontrasen all nada ms que antiguas iglesias reducidas escombros. Despus de ser
vencidos por los sajones, no qued en aquellos pueblos ni un solo cristiano (1).
Por fortuna en el ltimo tercio del siglo V I , sobre las inmensas ruinas hacinadas por los
brbaros, destacbase majestuosa la figura del restaurador de la civilizacin, del genio ms
colosal de su. poca, el gran pontfice Gregorio.
Ya el ilustre Gregorio al ver en el Foro romano multitud de esclavos de ambos sexos
procedentes de aquellos pases, al admirar la belleza de sus rostros, la blancura de su tez,
el rubio color de sus largas cabelleras, se interes por la infortunada nacin cuyos degradados
hijos as eran convertidos en mercancas, y concibi el proyecto de trabajar en redimir primero la esclavitud civil de tantos infelices, y despus la esclavitud religiosa de toda una nacin que permaneca entregada las supersticiones idoltricas, como si la accin del Catolicismo no pudiese penetrar al travs de aquellos mares.
Apenas ascendido la ctedra apostlica, entre las mltiples tareas del supremo pontificado, se acuerda de los ingleses con particular predileccin. Si los esclavos de Inglaterra
conducidos Roma l los redime, les hospeda honrosamente y hasta se encarga veces de
servirles personalmente, no se olvida por esto de los que llenan los mercados de otros pases.
Os ruego, escribe al presbtero Cndido, que empleis cuanto dinero hayis percibido en
el rescate de jvenes ingleses... de este modo la moneda gala que aqu no circula, recibir
en su mismo pas conveniente inversin.
Al llegar al sexto ao de su pontificado, resuelve enviar aquella isla para l tan acariciada, celosos misioneros, designando los religiosos de san Andrs del monte Celio.
Al frente de la difcil expedicin se coloca el prior del monasterio, llamado Agustn.
Bossuet ha dicho: La historia de la Iglesia .no tiene nada comparable la entrada del
santo monje Agustn en el reino de Kent.
Apenas la misin hubo plantado su pi en la isla llamada todava de Thanet, su jefe Agustn envi una embajada al rey de la comarca, Ethelredo, explicando los motivos de su viaje.
Estaba casado con Berta, hija de Coriberto y nieta de Clodoveo, de donde puede ya inferirse que haba de ser catlica, y hasta consta que en el casamiento se haba estipulado la
libertad de su fe.
El rey Ethelredo no autoriz inmediatamente los monjes romanos para que se presentaran
en Cantorbery, donde tena fijada su residencia; sino que dispuso que, nterin l deliberaba
acerca lo que proceda hacer, no saliesen los religiosos de la isla en que haban desembarcado.
Transcurridos algunos das el Rey fu visitarles personalmente.
Al tener noticia de su llegada, los monjes se encaminan recibirle en procesin. Era un
espectculo conmovedor ver aquellos cuarenta religiosos, precedidos de la cruz, destacndose entre todos ellos el monje A g u s t n , hombre de elevada estatura, de gentil aspecto (2),
recitando las letanas usadas en Roma con la majestuosa entonacin que les enseara Gregorio, el padre de la msica religiosa, rogando Dios por la salvacin de aquellas almas por
cuya conversin haban dejado la tranquilidad de su monasterio.
(1)
(2)
fiotsel.,
BurAe, Wors,
Beali uijiistini
Vita, c. s.
t. V I , p. 261.
formam elpersonam
palriciam
slaluram
proceram
el arduam
adeo ut o scapulis
populo
sxiperemineret.-
9*
El Rey los recibi sentado al pi de una encina y circuido de sus servidores, y' al llegar
all los religiosos les rog que se sentaran tambin.
Escuch atentamente el discurso que le dirigieron, al que contest con una lealtad y
franqueza que revela perfectamente lo sincero de aquella noble alma:
Bello es lo que me decs; tentadoras son vuestras promesas; pero para m esto es nuevo,
y como nuevo ha de dejar lugar la duda; es imposible que yo de pronto os crea y abandone
cuanto de mucho tiempo creo y profeso con toda mi nacin. Sin embargo, ya. que de tan lejos habis venido, seal es que lo que decs ha de ser para vosotros la verdad y el bien supremo. Por nuestra parte no os haremos mal alguno, os concederemos hospitalidad y cuanto
necesitis para la .vida y os dejaremos libres para predicar vuestra religin y convertir a
cuantos podis.
Pero Ethelredo se prend de la conducta de aquellos hombres, admir la sublimidad de
sus doctrinas, y al ver que las bellas esperanzas que ellos ofrecan eran confirmadas con m i lagros, pidi Agustin que le admitiera en el bautismo, conforme se verific (597). La conducta del Rey fu imitada por multitud de sus subditos.
La situacin de los monjes cambi completamente con un hecho tan trascendental. Los
religiosos andan de un lugar otro- predicando, construyendo iglesias. El monarca, dice el
venerable Beda, no por esto impuso nadie su nueva religin; se limit tan slo dar t e s timonios de preferencia y manifestar mayor cario los que consideraba como hermanos en
creencias religiosas. Aprendi, aade el citado historiador, de los mismos que le haban convertido, que la coaccin, que las imposiciones por medio de la fuerza no se concilian bien con
el servicio de CRISTO (1).
En l fiesta de Navidad de aquel mismo ao se presentaron pedir el bautismo ms de
diez mil anglo-sajones.
Hasta aqu la conversin de stos no anda acompaada de las sangrientas escenas que en
los primeros siglos del Cristianismo acostumbraban seguir toda obra de apostolado. Tambin
era menester que all la semilla echada, fermentando con la persecucin, pudiese dar en siglos
posteriores frutos de entereza y de vigor catlico.
Al salir de los dominios de Ethelredo, al recorrer la regin de los sajones del Oeste, encontrronse con un pueblo de malos instintos que les llen de ultrajes; que se neg escuchar sus predicaciones. All los religiosos fueron torpemente insultados y escarnecidos, en
seal de oprobio empezaron pegar colas de pescado en sus negros hbitos; y la aTersion que
por los celosos apstoles manifestaron, no se limit burlas, sino que pas vas de hecho.
En el mismo reino de Ethelredo estall ms tarde la persecucin.
La conversin del Rey, conforme puede desprenderse de lo que llevamos dicho, no anduvo seguida de la de todo su pueblo; pues si bien fueron en gran nmero los que solicitaron el
bautismo, no dej de haber muchos que persistieron en las preocupaciones de la vieja idolatra. Contbase entre stos el mismo sucesor del trono llamado Eadbaldo, quien retena en
el paganismo la licenciosidad de unas costumbres poco compatibles con la moral evanglica.
Al querer satisfacer sus brutales instintos, era aquel rey hombre que pasaba por encima de
todo. Una vez se empe en casarse con la esposa que tuvo su padre despus del fallecimiento
de Berta. Estaba sujeto arrebatos de locura, conforme lo dan conocer varios hechos de su
reinado.
La persecucin tom mayores proporciones despus de la muerte del rey Sebert, sobrino
de Ethelredo, el cual dej en el trono de Essex tres hijos que, como el de Ethelredo, eran
tambin idlatras.
Era famoso por su apostlico celo y santidad el obispo Melito, el que enviado Roma
(1) ... Nullum cogere ad chrstianismum...
sed taniummodo
credentes arctiori dilectione, guasi concives sibi rcgni cwleslis, ampiectaretur. Didicerat enim doctoribus
auctori ibusque sucr salutis, servilium
Christi voluntarium,
non coactitium
esse deber.
Seda, I, 26.
96
para conferenciar con el Papa sobre varios asuntos de Inglaterra, asisti al Concilio en que
fueron promulgados los cnones confirmatorios de la regla de san Benito.
E n cierta ocasin Melito distribua los fieles la santa Comunin, cuando los hijos de
Sebert, que se permitan asistir las ceremonias del culto cristiano, dicen al Obispo con insolente arrogancia:
:Por qu no nos das de este pan blanco que dabas nuestro padre y que repartes al
pueblo?
Porque vosotros no consents, les contesta, en ser lavados con el agua salvadora, como
lo fu vuestro padre.
Para lavarnos, insisten diciendo en su estupidez, no necesitamos del agua qu t tienes ; pero queremos comer de este pan.
En vista de la negativa del Obispo, se enfurecen y le dicen:
Ya que te niegas complacernos en cosa tan fcil, no queremos que permanezcas en
nuestro territorio.
Melito atraviesa.el Tmesis y va ponerse de acuerdo con otros obispos en el reinado de
Kent. Todos resuelven volverse su patria, donde podrn servir Dios con mayor libertad.
Pero uno de ellos, Lorenzo, ve en sueos san Pedro que se le aparece como JESS se
apareci al Prncipe de los Apostles en la va Apia, le reconviene amargamente y hasta le
azota por querer abandonar al lobo la grey de JESUCRISTO.
Lorenzo se siente ya con la fuerza del mrtir. Se encamina encontrar Eadbaldo, le
ensea sus espaldas ensangrentadas, y el Rey le pregunta:
Quin se ha atrevido maltratarte?
Es por vuestra salvacin, responde el Obispo; san Pedro me ha puesto como veis.
Eadbaldo se conmueve, renuncia sus liviandades, abjura la idolatra y los obispos catlicos recobran nuevamente la libertad para predicar el Evangelio.
:
Vamos entrar en un nuevo perodo de nuestra historia. Los hechos que nos toca resear
revestirn otro carcter.
Si los brbaros no hubiesen hecho ms que hacinar las ruinas de una civilizacin que se
extingua en la vergenza y la deshonra, tras de aquellas luchas no habra resultado ms
que el caos. Pero habase derramado una sangre generosa, una sangre virgen, la de los ilustres perseguidos que son los hroes de nuestra historia; aquella sangre fu como un perfume
que purific la atmsfera y apareci una nueva civilizacin ms libre, ms brillante, que es
la que viene alumbrando en las sociedades cristianas.
No es que la persecucin del vicio y de la barbarie haya terminado y a ; podemos decir
que de ella no nos hallamos sino en el prlogo. Constituida en toda la extensin de su poder
la Iglesia, establecido el reinado de JESUCRISTO en las sociedades y en las instituciones, no
por esto deja de encontrarse en ella el elemento brbaro y vicioso.
Este elemento existir mientras exista el mundo y con l la lucha y la persecucin presentando distintas fases segn las circunstancias histricas.
97
EL
MAHOMETISMO.
D E I.OS P R I S I O N E R O S .
La Arabia, teatro de los grandes acontecimientos que en su faz religiosa vamos describir, extenda sus lmites movedizos hasta el Egipto, el desierto de P b a r a n , las soledades de
Mesopotamia y Damasco, Palmira y Baalbeck. Los habitantes de aquella regin inaccesible
las antiguas civilizaciones descendan de Ismael, cuyo patriarca consagraban las galas
de su ardiente poesa. Fogosas tradiciones rodean la memoria del hombre en quien reconocen
el manantial de la vida arbiga, siendo preciso convenir en que, despus de la celestial inspiracin bblica, el genio arbigo ocupa el lugar preeminente en el arte de la apoteosis.
Los rabes resistieron toda constitucin firme. Ligeros como el suelo que pisaban, deslizbanse rpidos como el agua de sus fuentes, no ofreciendo ningn punto de apoyo ninguna
legislacin estable. Tribus independientes unas de otras, ora aliadas entre s , ora mutuamente,
adversarias, rechazaban unnimes toda imposicin autoritaria. Resignbanse sufrir el dominio de una fuerza pasajera; pero jamas someterse al derecho de una autoridad. No haba
sobre ellos cdigo, ni cetro, ni vara. Los jefes de .las tribus eran considerados como tales,
no porque gozaran de una autoridad especial, sino con respecto al gnesis de la familia. El
nombre de su primer antepasado distingua la tribu.
Resultado de esta independencia ilimitada era la absoluta libertad religiosa. Los rabes lo
T. II.
13
98
adoraban todo. El culto de aquella brbara idolatra era tosco y primitivo. Al morir el rabe,
sus parientes estacaban junto su tumba la ms hermosa camella que poseyera el difunto,
y la dejaban morir all sobre el cuerpo de su dueo, para que ste encontrara su cabalgadura
usual en el otro mundo que le acababa de transportar la muerte. Consideraban que la alondra del desierto, que revolotea sobre los sepulcros, era el alma de los difuntos que, con sus plaideros gritos, suplicaba bebida los mortales. Cuanto llegaban oir ver, que hera su rica
y feraz imaginacin, revestanlo de formas celestiales y misteriosas, y pasaba ser para ellos
tema de nuevas creencias. Nada ms informe, nada ms abigarrado puede concebirse que la
teogonia de aquellas materializadas muchedumbres.
La guerra era su estado normal; pero el objetivo de la guerra era estril, como todos los
movimientos de aquella aglomeracin informe y confusa de familias. Adoptaban por nico
principio inconcuso indiscutible, que la sangre se lava con sangre. La consecuencia inmediata
de este axioma, para ellos incontrovertido, era la venganza sangrienta. Sus guerras no t e n dan la conquista, sino la expiacin.
Materializados lo sumo se hallaban los rabes en desventajosa situacin para comprender las sublimidades espirituales^del Evangelio. Eran hombres verdaderamente nacidos de la
carne y de la sangre, y el impulso de ambas les haban arrojado tan lejos del espritu de
Dios, que necesitbanse extraordinarios prodigios para hacerles apreciar el valor de una doctrina que les exiga el sacrificio de todas sus tradicionales aspiraciones, en cambio del derecho
de llamarse y de ser coherederos de la gloria.
El carcter de aquellas tribus explica la esterilidad de los esfuerzos de la apostlica predicacin.
No es que olvidaran los Apstoles el llamar los habitantes de aquellas regiones al seno de
la verdad. Bartolom y Panteno echaron las semillas del Evangelio, no sin frutos de esperanza, entre los rabes. En el siglo IV fundronse las iglesias de Zhafar y de Aden, sobre el golfo
prsico. Y la cristiandad de Nadjran fu bastante rica para dar la Iglesia veinte mil mrtires sacrificados por el despotismo de Hu-Nowas. Pero hasta aquellas cristiandades, que permanecan como aisladas, como oasis en medio de aquel desierto, seducidas por el nestorianismo y el jacobismo, presentaban el aspecto de un informe montn de ruinas.
Desdeoso para la verdad, el rabe, el beduino sobre todo, desdeaba desde la altura de su
orgullo al gnero humano entero, levantaba la mano contra todos, y se pavoneaba soberbio
pesar de su miseria, publicando que Dios le haba distinguido con cuatro atributos especiales: Dndole turbantes por diademas, tiendas por palacios, espadas por fortalezas y poemas
por leyes (1).
Sin embargo, rodeada la Arabia de pueblos baados en la luz del Evangelio, reciba sucesivamente algunos de sus destellos que pronto desnaturalizaba y oscureca, asimilndoles
sus embrutecidas prcticas y extravagantes creencias. Una preocupacin alcanz luego u n i versal asentimiento, y fu el presentimiento de la venida de un Mesas que transformara la
Arabia. El Cristianismo haba difundido en los rabes la conciencia de la necesidad de una
transformacin. Ventaja, progreso indudable que en todo otro pueblo menos material y sangriento fuera semilla de ms menos prxima regeneracin. Pero todo haba de ser estril
para el bien en aquellos campos tocados por una especial maldicin divina. Los rabes, en vez
de volver hacia el Evangelio sus miradas, dirigironlas la tribu de los coraitas, y buscaron en la Meca, santuario donde herva el germen de sus antiguas preocupaciones, la luz y
la vida que el universo civilizado haba recibido ya de la vecina Judea.
Cinco siglos y medio haban transcurrido desde el llamamiento de todas las naciones al
seno de la verdad, y los rabes se hallaban sumergidos en el abismo de la ignorancia religiosa. La idolatra acababa de desaparecer de la tierra, y no conceba an la Arabia la idea
de la unidad de Dios, base de la robusta y fecunda civilizacin evanglica ya dominante.
(1)
Specimen
Historia
A ra bum.
99
XX.
Mahoma.Su alcurnia.Escenas de su infancia.Tendencias religiosas
de sus contemporneos.
El ao 500 de la era cristiana, Abdelmotaleb, abuelo de Mahoma, ejerca en la Meca una
especie de pontificado material, consistente en cuidar del orden y del aposentamiento de los
peregrinos que visitaban aquel lugar, objetivo de la veneracin de las tribus.
Era para los rabes la Meca un lugar sagrado, causa de los hechos que la tradicin oriental supona acontecidos all en los tiempos patriarcales.
H ah la poetizada narracin de los rabes: Agar y su hijo Ismael, despedidos por
Abrahan, vagaban por los secos valles y barrancos de Safa en busca de algunas gotas de
agua para refrigerar su ardiente sed. Ismael impaciente hiri con su taln la ardorosa arena
y brot una fuente de fresca y pura a g u a , dando origen al famoso pozo Zemzem. Los pastores que guardaban en la vecindad sus rebaos, observaron que algunas guilas descendan
al lugar del prodigio, y sospechando la existencia de algn improvisado charco, dirigironse
all. Los pastores encontraron la madre, al hijo y al manantial. Quines sois vosotros,
les preguntaron, y de dnde viene esta agua? Muchos aos hace que recorremos este pas y
nunca la habamos visto. Agar les cont su desolacin, sus apuros y el providencial auxilio
recibido. Propalada la noticia de aquel raro acontecimiento, la tribu de aquellos pastores fu
establecerse junto aquella agua, y Agar Ismael permanecieron entre aquellos rabes.
Ismael se cas despus con A m a r a , hija de aquella tribu.
Abrahan visit dos veces Agar con permiso de Sara, quien no obstante le impuso por
condicin que no se apeara de su caballo en la tienda de aqulla.
La vez primera que Abrahan visit la Meca, se par en la puerta de Ismael y le llam
por su nombre. Amara sali la puerta: Dnde est Ismael? le dijo. Cazando, respondi Amara. Tienes algo para comer que darme? Nada, contest Amara, este pas es un
desierto. Bien, replic Abrahan, di t u marido que has visto un extranjero, descrbele
mi figura, y adele que le recomiendo que cambie el umbral de su puerta.
Amara cumpli el encargo del extranjero; Ismael, indignado de que Amara hubiese negado la hospitalidad su padre, la repudi, casndose con Syda.
Poco tiempo despus reapareci Abrahan la puerta de la tienda. Sayda sali su u m bral. Tienes algn sustento que darme? le pregunt el viajero. S, contest la bella y
joven mujer. Y pronto le ofreci venado cocido, leche y dtiles. Abrahan prob las tres cosas
y dijo: Que Dios multiplique en esta comarca estas tres clases de alimentos... Cuando vuelva
tu marido dile de mi parte que el umbral de su puerta es slido y brillante, que se guarde
bien de cambiarlo. Sayda cumpli el encargo: despus de oir Ismael la narracin de labios
de su esposa: El que has visto, le dijo, es mi padre, y l me manda con estas palabras que
te guarde siempre.
En la tercera visita que Abrahan hizo su hijo, construy con l en la Meca un templo
100
casa de Dios llamada la Kaaba. Aquel templo era pequeo informe; sin ventana, sin slido
techo, construido con enormes peascos. E n uno de los lienzos de aquellas murallas incrustaron la famosa piedra negra, que se supona trada por un ngel para adornar el santuario.
De aquella fecha datan las peregrinaciones, ritos, ceremonias y procesiones alrededor de aquel
monumento.
As los rabes engrandecieron ante su vivsima imaginacin el origen de la Kaaba, enlazndolo con la memoria del gran patriarca.de la fe. Por una inconsecuencia lamentable, la
Kaaba, que, como obra atribuida Abrahan, deba llevar el sello de la creencia en la u n i dad de Dios, fu pronto teatro de las ridiculas adoraciones idoltricas, y como el receptculo
de las inmundas manifestaciones de los ignorantes y apasionados hijos de aquellos desiertos.
All ejerca una especie de administracin sagrada Abdelmotaleb, en la poca que nos
referimos. Noble, guerrero y rico, nada le faltaba sino hijos; y necesitaba diez hijos varones
para sostener su dignidad y sus derechos tradicionales los pozos sagrados de la Meca. Para
obtenerlos rog al cielo, hizo voto de sacrificar por su propia mano uno de ellos sobre el
ara del mayor de los dolos.
Doce hijos y seis hijas obtuvo despus de esta determinacin. Resuelto ser fiel su palabra , reuni sus diez hijos mayores, les manifest el juramento y su resolucin de elegir por
medio del orculo de las flechas el que haba de ser ofrecido como vctima.
La suerte fatal recay sobre Abdallah, el predilecto de su padre.
Los coraitas se resistieron al holocausto, porque Abdallah- les era simptico, y previa una
consulta la sibila, Abdelmotaleb pudo rescatar la sangre de su hijo mediante el degello de
cien camellos.
Grande fu el regocijo de los coraitas causa de la salvacin de Abdallah, en quien creyeron ver ya un designio favorable su raza. De ste saldr, decan, nuestro reformador.
Cuando Abdallah fu presentado por Abdelmotaleb su tribu, una joven rica y hermosa, sintindose herida por el resplandor que irradiaba la frente del rabe, acrcesele, inclinndosele al odo, le dijo: Yo te dar tantos camellos como se han inmolado por t si consientes en
elegirme esta noche por esposa. Abdallah le contest: En este momento debo seguir mi
padre.
Abdelmotaleb lleg casa de Wahb, otro de los jefes superiores de la Meca, al cual pidi
la mano de Amina para su hijo. La unin se efectu en aquella misma noche. la maana
siguiente Abdallah encontr en la plaza del templo la joven que le haba pedido por esposo;
acercsele Abdallah y le dijo: Pretendes hoy lo mismo que ayer? No, contest la coraita, la luz que ayer brillaba en tu frente ha desaparecido.
Abdallah muri poco tiempo despus. A m i n a , su viuda, no haba dado todava luz el
nio de los grandes destinos. Quinientos setenta aos despus de JESUCRISTO, el 1. de setiembre, naci el hijo que era ya esperado en su tribu. Abdelmotaleb ofreci sus amigos un
esplndido banquete. Cul ser el nombre del nio cuyo nacimiento celebramos? preguntaron los rabes. Mahoma, contest el abuelo. Este nombre sorprendi los concurrentes.
Mahoma significa glorificado.
Cuantas circunstancias contribuyen la exaltacin de u n hijo en medio de turbas frenticas se atribuan Mahoma por los familiares de su casa. El da de su nacimiento haba
aparecido, decase, una luz brillante sobre su tribu; el palacio de Khosron fu agitado por un
violento terremoto; el fuego sagrado de los persas, encendido durante mil aos, se apag; secse repentinamente el lago Sawa.
Refieren las crnicas rabes escenas extraordinarias acontecidas en la infancia de Mahoma.
Dos ngeles le quitaron el corazn, lavaron sus manchas y se lo devolvieron. Muerto su
abuelo, el hurfano qued bajo la proteccin de su to Abutaleb. E n una de las expediciones
de ste la Mesopotamia, la caravana acamp la sombra de u n monasterio cristiano, cuyo
abad, llamado J o r g e B a h i r a , era un rabe convertido la fe. La Siria, dice Lamartine, es-
101
taba ea aquel tiempo poblada de esos monasterios, especie de oasis, en medio de la idolatra,
y de cindadelas en medio de los brbaros.
Y puesto que hemos citado Lamartine, copiaremos aqu la pgina en que el poeta historiador de la Turqua resea la entrevista del abad con Mahoma: El monje Djerdjis, dice,
contemplando desde los miradores de su monasterio el campamento de la caravana en el valle,
observ la belleza de un muchacho sentado en el suelo, quien pareca que defendan de los
ardientes rayos del sol ligeras nubes flotantes, como si fueran parasoles en un cielo de fujego.
Ora impulsado por el atractivo de la infantil belleza, ora por el deseo de conversar con algunos compatriotas suyos, el monje mand ofrecer en su nombre la hospitalidad los jefes de
la caravana. Aceptronla stos, bien que no se atrevieron llevar consigo Mahoma causa
de su edad; Djerdjis not la ausencia del nio y mand que subiera. Abutaleb alegaba su
juventud, mas uno de los jefes, levantndose para ir en busca del apetecido infante: S, s,
exclam, el nieto de Abdelmotaleb es digno, cualquiera que sea su edad, de participar de
la honra que se nos dispensa.
El monje le acogi con afabilidad. Su fe cristiana no haba borrado enteramente en l la
credulidad de su raza. Vio un signo debajo del cuello, entre los hombros de Mahoma, signo
que los rabes consideran como presagio de grandes destinos. Dirigi varias preguntas al m u chacho, cuyas respuestas le sorprendieron, tan viriles y exactas eran. La caravana se par
mucho tiempo bajo los muros del hospitalario convento. El monje se aprovech sin duda de
sus largas conversaciones con el hijo de una estirpe ilustre para sembrar en su tierna y frtil
inteligencia los grmenes de una fe espiritual ms pura que las groseras supersticiones de la
Meca. Para madurarlos confi en el tiempo y en la inteligencia precoz del nio. Cuando Abutaleb se decidi continuar el viaje, Djerdjis le dijo con un tono la vez proftico y paternal:
V, restituye, al concluir t u expedicin, ese joven su patria; vela con solicitud por l,
y sobre todo presrvalo de los judos, que si llegaran stos descubrir en l ciertos indicios
que yo he descubierto, sin duda conspiraran contra su vida; queda en la seguridad de que
el porvenir reserva grandes cosas al hijo de tu hermano.
Abutaleb consider desde aquel momento la importancia del nio colocado bajo su t u tela; no apart ya los ojos de su tesoro precioso. Mahoma no pareca un infante. Familiarizbase con los sabios y con los ancianos, en cuyas reuniones platicaba como un filsofo sobre
las necesidades morales que urga atender en sus compatriotas. La idolatra estaba desprestigiada hasta en aquellos aislados desiertos. El calor del Cristianismo llegaba penetrar, sin
que los rabes lo advirtieran, en la atmsfera que respiraban las tribus.
Los sabios que rodeaban Mahoma no crean ya en los dolos: Waraca, Othman, Obaydallah y Zaid, cuatro lumbreras coraitas, se distinguan por las expresiones de menosprecio
hacalas estpidas creencias de sus compatricios. Todo esto es mentira, decan al presenciar
las ceremonias estpidas de su pueblo, busquemos la pura religin de Abrahan, nuestro padre.
Aquellos cuatro sabios, impacientes por encontrar el secreto de la regeneracin de su
pueblo, se dedicaron asiduamente serias investigaciones filosficas y religiosas. Waraca, el
orculo de los coraitas, haba encontrado en la Biblia de los judos la idea del Mesas; ley
el Evangelio y reconoci en JESUCRISTO al esperado. Othman fu instruirse en Bizancio,
recibiendo all el Bautismo. Obaydallah, despus de sucesivas vacilaciones religiosas, abraz
el Cristianismo. Zaid, ms atormentado que sus compaeros por la sed de la verdad, sufri
las burlas y hasta la persecucin de sus parientes. Apoyada la frente en el muro del templo, oasele exclamar: Seor, si supiera de 'que modo os place ser servido y adorado obedecera vuestra voluntad; pero lo ignoro. Abandon la Meca, se fu al Tigris y la Siria, y
catequizado por el monje que anunci el Evangelio Mahoma, abraz la religin cristiana.
Estos cuatro ejemplares demuestran que la Arabia- estaba las puertas de la verdadera
Iglesia;" que iba entrar ella, que hubiera sin duda entrado no haber suscitado el espritu
maligno el genio.de Mahoma. Su plan de gigantescas reformas atrajo la atencin de las m u -
102
chedurnbres. El nieto de Abdelmotaled usurp el lugar que iba ocupar la cabeza de aque
los pueblos el Mesas verdadero.
XXI.
Educacin de Mahoma.
Mahoma se dedic al estudio de la Religin, aprendiendo en los autores ms autorizados,
con quienes le era dado relacionarse. Los elevados dogmas del Cristianismo cautivaban su espritu. Probablemente, sin la altivez de raza y el prurito de nacionalidad, en l hereditarios , Mahoma se hubiera contentado con ejercer en medio de su pueblo el apostolado de la
evangelizacion. El ttulo de apstol de los coraitas hubiera satisfecho las aspiraciones del que,
atizado por una ambicin ms humana, quiso conquistar el de Profeta de Dios. Mahoma dirigi
todos los desvelos de su juventud y las excelentes cualidades de su alma constituirse en
tipo perfecto de las pasiones y tendencias de su pueblo; en verbo nacional, espej de todas las
grandezas pasadas de su raza. Favoreca sus trascendentales planes la riqusima imaginacin de que estaba dotado; cualidad indispensable para obtener el predominio en los pueblos
orientales. Su matrimonio con la rica Kadidje le facilit los medios de explayar su espritu,
y de enriquecerse con conocimientos obtenidos en largos viajes. Damasco, Alepo,'Antioqua,
Jerusalen, Berito, Palmira, Baalbeck y las principales ciudades de la Siria rabe y romana
fueron visitadas por el futuro profeta, quien se manifestaba en todas partes ms ganoso de
atesorar ideas y observaciones filosficas y religiosas que de explotar el negocio de su predilecta mujer. Kadidje se despos con Mahoma embelesada ante la santidad y el esplritualismo de su elegido. Con sus ntimas conversaciones, Kadidje alentaba la imaginacin de su esposo, fomentando en l la persuasin de obtener un gran destino sobre su pueblo.
Mahoma se hall pronto posedo de una especie de delirio religioso. Representbasele oir
celestiales voces que le saludaban dicindole: Salud, enviado de Dios. Un dalas apariciones
fueron ms explcitas: Dorma profundamente, cont l mismo su esposa, cuando un ngel me ha aparecido en sueos, trayendo una ancha banda de tela llena de caracteres de escritura: Lee, me dijo. Qu he de leer! le respond. El ngel indignado me envolvi con
aquella tela escrita, y tan estrechamente me apretaba que haca difcil mi respiracin y Lee,
repiti. Qu he de leer! contest otra vez. Lee en nombre de Dios, prosigui el ngel, l
ha revelado los hombres la escritura y ensea los ignorantes lo que no saben. Yo repet
estas palabras del ngel, quien desapareci. Sal, anduve largo rato por la montaa para calmar la agitacin de mi espritu. All oi sobre mi cabeza una voz que me dijo: Oh Mahoma,
t eres el enviado de Dios y yo soy su ngel Namus (Gabriel) mensajero de Dios. Levant
los ojos, vi al ngel y permanec mucho tiempo desvanecido en aquel sitio.
Desde aquel da Mahoma sufri continuos vrtigos, durante los que deca confabular
con el ngel Gabriel. La idea de su misin sobrenatural le absorba absolutamente. Todo lo
terreno se desvaneca su vista, slo lo celestial le embargaba. Entonces empez ensear
la unidad de Dios, la necesidad de someterse el hombre la voluntad divina, el deber de
orar cinco veces al da, las ablucioues cotidianas y la fe en su proftica misin. Por de pronto transform su casa en un cenculo del nuevo culto. Sus familiares fueron sus primeros creyentes.
A pesar de la oposicin natural de las muchedumbres la reforma religiosa iniciada,
Mahoma consigui apoderarse de hombres de prestigio, como, por ejemplo, Abubekre, Othm a n , Abderraman, Abu-Wacas y Zobeir. La escuela del inspirado tuvo pronto su smbolo
difuso. La unidad de Dios, la libertad del hombre en sus acciones, el castigo de los vicios,
el deber de la conformidad las disposiciones de la providencia, la inmortalidad de las al-
103
104
m s T o n i A DE LAS PERSECUCIONES
Seducidos los 'rabes por tan desconocida fortaleza trataron de entablar negociaciones con
el invencible innovador. Ofrecironle inmensa fortuna, ilimitada autoridad, sumisin y respeto personal, condicin de dejar inclumes sus principios religiosos. Al jefe de los negociantes contest Mahoma: Yo no soy lo que os imaginis; no codicio bienes terrenales, no
estoy sediento de poder, ni un enfermo posedo de un espritu convulsivo; no soy ms que
un instrumento de Dios, Alci, q u e m e ha inspirado un Coran, una escritura, un libro, y que
me manda ensearos las recompensas penas que recaen sobre los actos buenos malos de
los hombres. Yo os transmito las palabras que Dios me ha hecho oir; yo os advierto y os prevengo; si recibs lo que os anuncio seris felices en esta y en la otra vida; si lo rechazis
esperar que Dios sentencie entre vosotros y yo.
Pidironle pruebas fehacientes de su misin extraordinaria; que el hijo de Kilab, se levante del sepulcro; que un ro inunde las secas. llanuras de la Meca; que aparezca alguno
de los ngeles que' l le hablaban, que Dios desplome sobre los incrdulos el firmamento. A todo contest Mahoma:
Gurdeme Dios de pedirle semejantes privilegios; me ha encargado os anuncie la salud;
lo he cumplido; esto me basta.
El fervor de su piedad iba atrayendo uno tras otro creyentes su smbolo. Cautiv Othman, que era la vez uno de los ms influyentes personajes de la Arabia y de los ms vehementes adversarios de Mahoma. Cada conquista aumentaba la irritacin de los coraitas,
quienes trataron de hacer el vaco alrededor de su persona. Las palabras de Mahoma se perdan en aquel vaco desesperante. La masa de sus proslitos se vio obligada retirarse una
especie de desierto.
Exista en la Arabia una ciudad rival de la Meca. Yathreb contaba dentro de su recinto
judos, griegos y otros extranjeros que debilitaban con el contacto de la variedad de doctrinas la intolerancia de los rabes. Doce ancianos de aquella ciudad fueron la Meca conferenciar con el Profeta, pidironle representantes de su doctrina, que la ensearan sus
conciudadanos. Mahoma les envi su discpulo Mosad. Las predicaciones de ste atrajeron
numerosos adictos. Sabedor el primer jefe de la ciudad del proselitismo del extranjero, acudi, armado con su lanza, al lugar donde los oradores platicaban. Mosad le rog oyera un momento su doctrina. Sad, que as se llamaba el jefe Caili, consinti en ello; la elocuencia de
Mosad le cautiv. Levantse, congreg los ciudadanos y les dijo: Qu soy yo para vosotros?T eres nuestro Cadi, contestaron, el jefe de nuestros consejos, lo que t nos dices
lo ejecutamos.Pues bien, prosigui Sad, juro que no he de dirigir mi palabra nadie de
vosotros que no abraze la sublime religin de Mahoma y que no profese con l la doctrina
del Dios nico.
La mitad de los habitantes de Yathreb escuch la predicacin de Mosad, quien poco tiempo despus present Mahoma setenta y cinco nefitos representantes elegidos de entre el
pueblo, con la misin de celebrar con el Profeta un pacto de alianza ofensiva y defensiva.
Mahoma, desesperanzado de hacer de su patria el centro de la propaganda religiosa, prometi los enviados de Yathreb elegir aquella ciudad como silla de su misin y no abandonarla en el da de la victoria. Reservse, no obstante, elegir el da de su traslado, mejor,
esperar la orden del cielo para efectuarlo.
No tardaron sus enemigos en ofrecerle ocasin de cumplir su promesa. Una vasta conjuracin de los coraitas se trab con el fin de asesinarle. Entonces crey Mahoma llegada la
hora, y burlando los planes de sus enemigos, huy hacia Yathreb. Despus de encontrados
incidentes, Mahoma y sus adictos hicieron su entrada en su nueva patria adoptiva. Los ciudadanos de Yathreb, le recibieron como al verdadero enviado de Dios, y pudo Mahoma desplegar sobre ellos el genio organizador de que estaba dotado; all plante una especie de cdigo de polica y justicia que revelaba un verdadero progreso en la ciencia del gobierno.
' Yathreb se llam desde aquel da Medina el Nali, ciudad del inspirado; y fu tambin aquel
da el punto de partida de la era musulmana, que empez una nueva serie de aos, que arranca de la clebre hcyira huida de la Meca.
Con la prosperidad paz de que Mahoma disfrut en Medina, su celo religioso choc con
un gran peligro, cuyo mpetu sucumbi: el predicador se hizo guerrero; el Profeta aspir
al papel de conquistador,
RAIMUNDO
VII
DE T O L O S A C U M P L I E N D O
UNA
PENITENCIA
EN
I.A
IGLESIA
DE
M'ESTHA
SEORA
DE
PARS.
XXII.
Empresas militares de Mahoma.Su propaganda religiosa.
Mahoma aspir la gloria militar proyectando obtener por la conquista el dominio de la
Arabia; su primer objetivo fu la Meca. E n Medina organiz un pequeo cuerpo de fanticos
secuaces dispuestos derramar la sangre en defensa de la nueva doctrina y del Profeta que
la predicaba. La sorpresa y el pillaje de una caravana de la Meca fueron su primera hazaa.
T. II.
1'
106
E n ella sus soldados desplegaron extraordinario valor; pero Mahoma, soltando las riendas
su venganza, cebndose sobre las vctimas que le haban inferido agravios, descendi de la
especie de esplritualismo que se haba elevado.
Para desautorizar sus antiguos compatricios los coraitas, encarg los literatos del pas
redactaran y confeccionaran toda clase de stiras y ancdotas perjudiciales la fama de sus
adversarios. No ves esta lengua ma? le dijo Hassar, uno de los elegidos para difundir la
calumnia; ella es corta, pero no hay cuero ni escudo que no pueda atravesar. Esta medida
adoptada por Mahoma no deja muy bien parada su santidad. Tampoco certificaron su continencia las numerosas mujeres con que se cas despus de haber perdido su primera esposa.
Nuevas hazaas le esperaban en los campos de batalla. Mahoma se haba cansado de ser
el hombre de espritu y slo aspiraba ser tenido por el hroe de la espada.
Los coraitas, rehechos de la derrota de Beder, primera accin sangrienta librada por
Mahoma, juraron tomar un desquite. Tres mil guerreros se hallaban prontos librar batalla
en defensa de los dioses, que eran para ellos la personificacin de la patria. Una legin de
mujeres, capitaneadas por la bella Hinch, cuyo padre haba perecido manos de Hamza en la
batalla de Beder, comunicaba el ardor y la intrepidez los combatientes. Los defensores y
vengadores de la Meca cayeron sobre las llanuras de Medina, ganosos de obtener definitiva
victoria. Hinch y sus heronas atizaban el ardor blico cantando: Nosotras somos las hijas
de las estrellas de la m a a n a ; nuestros pies descansan en cojines mullidos.
Rodean nuestras gargantas collares de perlas; nuestros cabellos despiden aromticos
perfumes.
Nosotras abrazamos los valientes que no retroceden; mas no cuente con nuestro amor
el cobarde que desfallezca huya.
La batalla empez con encarnizamiento. E n medio de ella Mahoma cay herido gravemente. Mahoma ha muerto^ tal fu la voz que retumb en todos los mbitos del campamento
musulmn. Una trinchera cubierta de arena por los enemigos se le trag de repente con su
caballo.' Sus compaeros le sacan del pozo y le defienden con sus sables. Una flecha acerada
hiere su rostro; piedras arrojadas de lo alto de la colina rompen su casco. Entonces Mahoma,
temeroso de morir, exclama: Quin quiere dar su vida por la ma? Yo, responden ocho
diez de sus discpulos, que caen heridos por l sus plantas. Mientras uno se tenda sobre
su cuerpo para recibir los tiros asestados contra el suyo; otro chupaba la sangre para beber
el veneno, si acaso se haba mezclado con ella: El que mezcla su sangre con la ma, le dijo
Mahoma, no se quemar jams en el fuego eterno.
Con aquel episodio Mahoma dio demasiada importancia su personalidad. Su apego la
vida mortal, su pusilanimidad ante el martirio contrastaba con el espritu de desprendimiento inseparable del verdadero apostolado.
Las huestes mahometanas, consternadas al anuncio de la muerte del Profeta, quedaron
como inmviles; lo que facilit el mayor empuje de los enemigos..
Cuando se restableci la verdad del hecho los soldados de la Meca haban obtenido ventajas decisivas. Mahoma entr derrotado en Medina. A no haber estado tan arraigado el prestigio del pretendido Profeta, aquel hecho funesto hubiera desacreditado su autoridad y su
misin, pero el fanatismo es ciego y sordo. As es que tampoco advirtieron los mahometanos la ferocidad y espritu de venganza de que se manifest posedo su jefe despus de la
victoria.
Valindose de su slido prestigio, Mahoma continu su obra de conversin en toda la Arabia : corrientes numerosas de rabes reforzaban cotidianamente la agrupacin de los llamados
fieles, que pronto fueron en nmero bastante crecido para entronizar en la Meca al de ella
proscrito.
Mahoma entr por fin en su ciudad en alas de su predominio moral; dos mil mahometanos caballo y armados, doce mil rabes de Medina, centenares de camellos cubier-
107
tos de flores y cargados de ricos presentes para el templo formaban el cortejo del conquistador. Los coraitas eran impotentes para empear la menor resistencia.
Mahoma se manifest dispuesto negociar su entrada pacfica la ciudad sagrada. E n
el convenio revel toda la extensin de su talento poltico. Lejos de humillar los vencidos,
les guard consideraciones que excitaron los celos y murmullos de sus soldados. A los que le
echaban en cara su excesiva indulgencia: Es que, contestaba, yo no soy el profeta de mis'
amigos, sino el profeta de la Arabia y de todos los creyentes futuros del mundo.
La creciente pujanza de sus ejrcitos impuso respeto los dems poderes de la tierra; el
emperador de los romanos, Heraclio, recibi con benevolencia sus embajadores. Todos los
pases limtrofes de la Arabia reconocieron la necesidad de establecer con el ambulante reino
mahometano relaciones polticas formales.
La Siria, no obstante, opuso los huestes del Profeta un ejrcito de cien mil combatientes; que fueron por completo derrotados.
Ms tarde volvi la Meca para purificarla de sus dolos. Habiendo visto pendiente de
una cornisa de la Kaaba una paloma de madera, la arranc hizo de ella trizas contra la pared. Fu aquel acto como la seal del derribo simultneo de los trescientos sesenta dolos que
adornaban el exterior de aquel santuario. Mahoma tom la palabra y dijo estas memorables
palabras: La verdad ha venido. Desvanzcanse las sombras y las mentiras! Coraitas: no
hay ms Dios que Dios! l ha cumplido las promesas que hizo su servidor y ha hecho
triunfar su nico nombre de los enemigos que lo desfiguraban! nada de idolatra! nada de
desigualdades en la tierra! abajo la soberbia diferencia fundada en la antigedad de las g e nealogas y de los antepasados! Todos los hombres son hijos de Adn, y Adn es hijo del
polvo! el fin comn de la creacin es una sociedad fraternal! el ms estimado de Dios es
aquel que le teme y le sirve mejor en la tierra! *
Esta elevacin de lenguaje, que Mahoma haba recibido de sus estudios sobre el Cristianismo, excitaban la admiracin en sus oyentes. No haba ya disidentes en la Meca. Mahoma
se subi la cumbre de la colina de Jafa desde donde recibi el juramento de toda la poblacin convertida. Alborozado de gozo se manifest dispuesto olvidar todos los agravios pasados. El negro Walchi, matador de Hamza, el to querido del Profeta, las mujeres que m u t i laron los cadveres de los creyentes en el campo de batalla del monte Ohad; la misma Hinch,
la furia que haba bebido la sangre del corazn de Hamza; I k r i m a , otro de los vehementes
organizadores de los huestes enemigas, todos fueron perdonados.
No se durmi Mahoma sobre los laureles obtenidos, sino que prosigui su proyecto de
someter su ley todas las tribus. Al salir de la Meca para regresar Medina choc su ejrcito con las huestes de varios jefes infieles coaligados. Sangriento fu el choque; brillante,
empero, la recompensa. Veinte y cuatro mil camellos, cuarenta mil carneros, millares de caballos, tesoros en alhajas y oro amonedado, fueron repartidos ntrelos vencedores.
Al llegar Medina excitse vehemente murmuracin contra el Profeta por la largueza que
haba usado con sus enemigos de la Meca, y la opulenta parte de botn con que haba e n r i quecido sus nuevos secuaces, con preferencia los antiguos fieles. Entonces Mahoma se
dirigi los descontentos con los siguientes razonamientos, que son u n tipo, un modelo de
elocuencia tribunicia: Conozco vuestras quejas: cuando vine vosotros ocho aos hace,
estabais sumergidos en tinieblas, y os ilumin; erais dbiles contra vuestros enemigos, y os
di fuerzas; la discordia os devoraba,* y os reconcili; no es verdad que hice esto?
S, s, gritaban los sediciosos, te debemos gratitud.
Pues bien, replic Mahoma, vosotros- contestis s, y yo digo: no; yo soy quien os la
debo! vosotros podais haberme contestado: T viniste nosotros fugitivo, y te acogimos;
proscrito, y te defendimos; acusado de impostura, y cremos en t ; rechazado por todo el m u n do, cuando predicabas tu doctrina, y adoptamos tu ley; esto podrais haberme respuesto,
y hubierais dicho la verdad.
108
No, no, replicaron los medinenses; nosotros todo lo debemos Dios y su apstol!
Confundiendo entonces Maboma sus lgrimas de ternura con las de su - adicto pueblo,
prosigui: Amigos, sents no haber participado de los bienes perecederos que he repartido
entre los hombres de poca f e , quienes es preciso adherir la causa de Dios por medio de
recompensas carnales! pero vosotros, que sois desinteresados y firmes en la fe, no necesitaba seduciros ni atraeros la verdad con semejantes bagatelas! que se lleven otros los r e baos de ovejas y los camellos... vosotros os llevis al profeta de'Dios al seno de vuestras
familias! Por aquel que tiene en sus manos el corazn de los hombres, juro pertenecer los
creyentes de Medina y siempre estar con ellos!
Y levantando sus brazos, fijos al cielo los ojos: Seor, Dios mo, exclam; se propicio
los medinenses, mis aliados y mis fieles! extiende tu misericordia sobre ellos de padres
hijos, de generaciones generaciones!
Sea as, grit unnime el pueblo, combatimos por el Dios del cielo, y no por los despojos de la tierra.
XXIII.
Progresos de la misin de Mahoma.Disipacin de sus costumbres.Sus manifestaciones de
piedad.Episodios de su muerte.
No era posible conservar la paz y la tranquilidad en un liaron formado por gran nmero
de mujeres. Poco edificantes rivalidades estallaron en el interior del hogar domstico del que
se llamaba Profeta. Aquella carnalidad ardiente era incompatible con el espritu de santidad.
Sin embargo, los rabes disipados no comprendan el explendor de las virtudes puras de la
familia cristiana. La poligamia encarnada en el modo de ser de aquellas tribus orientales no
empaaba la reputacin ni el concepto del que se presentaba como tipo de la conducta de los
creyentes contemporneos y futuros.
Mahoma era verdaderamente admirado. Los pueblos y las tribus empearon sostenida
competencia para obtener su predileccin.
Nuestras genealogas, decan los beduinos, nos aseguran la nobleza y el imperio; nuestros son los guerreros y los sabios; nosotros cortamos cuantas cabezas pretenden igualarse
las nuestras!
Nosotros somos las huestes y los compaeros de Mahoma, respondan los de Medina; por
defender su vida hemos expuesto la de nuestras mujeres y la de nuestras hijas! cmo! atreveos vosotros hablar de nobleza y de gloria delante de nosotros! vosotros, que dais nodrizas
nuestros hijos y esclavas nuestras casas!
Este movimiento de concentracin de diversos pueblos hacia la persona del Profeta dio
por definitivamente constituido al islamismo, que no era ya un cuerpo de doctrinas y una
liturgia sino una completa organizacin poltica. El ao noveno de la hegira fu llamado el
ao de las embajadas, por las cotidianas diputaciones que Mahoma recibi de todas las tribus de la Arabia y de muchos pueblos de fuera de ella.
Mahoma senta debilitarse sus fuerzas, y quiso pasar la Meca despedirse de su cuna
y de la Kaaba, libre ya de dolos; desde la cumbre de la colina de Jafa, montado sobre un
elefante, dirigi la inmensa multitud de sus oyentes un discurso, que fu el ltimo que
sali solemnemente de sus labios: algunos de sus discpulos, escogidos por sus buenas voces,
estaban escalonados por la colina y llanuras vecinas, para servir de ecos la palabra debilitada del Profeta.
Oh, hombres! dijo, sed clementes y equitativos los unos con los otros.
109
Que la vida y los bienes de cada individuo sean sagrados para todos, corno este mes y
este da son sagrados por los creyentes.
Sabed que habis de comparecer todos ante el Seor, quien os ha de pedir cuenta de vuestras acciones.
Que todo hombre que haya recibido un depsito lo restituya fielmente cuando se le
pida.
Que aquel que preste su hermano, no pida premio por su dinero.
El deudor no devolver ms que el capital recibido.
El inters de las sumas prestadas queda suprimido, comenzando por el inters de las
sumas debidas mi familia.
No se vengarn los homicidios, comenzando por perdonar el de mi primo Rabbia, hijo
de Narith, hijo de Abdelmotaleb.
El ao tendr doce meses; cuatro de ellos sern especialmente sagrados.
Oh, hombres! vosotros tenis derecho respecto de vuestras esposas, y ellas lo tienen
igualmente respecto de vosotros! El deber de ellas -es no deshonrar vuestra casa con el adulterio; si faltan l Dios os permite apartaros de ellas y castigarlas; pero no con pena de
muerte. Debis tratarlas con indulgencia y ternura! Acordaos de que estn en vuestras casas como cautivas sometidos un seor!.. Acordaos de que os han entregado su cuerpo y su
alma bajo la fe de Dios! que son u n sagrado depsito que Dios os ha confiado!
Os dejo una ley que, si la observis fielmente, os preserver siempre de la idolatra, de
la impiedad y del error; ley inteligible, luminosa, formal.
Y luego, dirigindose Dios, dijo conmovido: Dios mo! he cumplido bien la misin
que me confiaste?
S, Profeta, exclamaron millares de voces.
Dios mo! continu l; oye este testimonio de tus criaturas en favor mo!
Baj d"e su camello, or un rato, y luego exclam otra vez:
Hoy, creyentes, he terminado la obra de vuestra fe religiosa; lo que tena que daros os
lo he dado y a ; el islamismo es la fe que Dios y su profeta esperan profesaris.
Al concluir esta alocucin, el pueblo reclam algunas eliquias de su inspirado conductor. Un barbero rap su cabeza y sus cabellos fueron distribuidos los entusiastas secuaces.
No tard Mahoma llegar al fin de sus das. Consumido por lenta fiebre, pas el ltimo
perodo en brazos de su esposa Ai che, quien le prodig sus desvelos postreros.
Tres das de agitacin sufri Mahoma antes de espirar, entregado continuos devaneos
sobre el porvenir de su obra. Su idea predominante en el ltimo perodo fu de guerra y exterminio : Ahora que el veneno corroe mis entraas y rasga mis venas es oportuno momento
de proclamar la guerra santa, la guerra por el islam, con esta divisa por grito de combate:
Cree muere.
El da segundo de su enfermedad llam Oucamad, hijo de Zeid, le entreg el estndarte tejido por su mano dicindole: Haz la guerra santa en nombre de Dios, por la causa de
Dios, y mata cuantos se resistan creer en Dios. Despus se levant, dirigise la m e z - .
quita, ofreci al pueblo su persona, pidiendo le castigaran si hubiera obrado m a l ; y termin
recomendando que arrojaran de la Arabia los idlatras.
El tercer da fu el de su m u e r t e ; en el delirio de la fiebre exclam: Traedme tinta y
pergamino, que he de escribir un libro, para que despus de mi muerte no permanezcis
eternamente en el error. El Profeta delira, dijeron sus amigos, acaso no tiene escrito el Coran? H a h , dijo Mahoma, que el ngel de la muerte me pide permiso para entrar: qu
entre! aadi; toma mi alma.
Ocupado en estos delirios lgubres muri dominado de la altivez con que haba vivido,
segn la que pretenda alternar con los espritus celestes y tratarse con ellos como de igual
igual. Mahoma se exhiba como el cumplimiento de aquella promesa consignada en el E v a n 8
110
gelio por JESS: Despus de rn os enviar otro, que ser vuestro consolador. Se daba
los suyos como al verdadero Paracleto.
El pueblo, que haba credo en la inmortalidad del Profeta, se resista creer en su muerte;
ms Abubekre-, dirigindose las masas, dijo: Musulmanes, si adorabais Mahoma, sabed
que Mahoma ha muerto; pero si adorabais Dios, sabed que Dios vive y no muere jamas.
XXIV.
Carcter y cualidades de Mahoma.
Un eminente poeta historiador ha emitido una detallada descripcin de Mahoma, la
traduciremos estas pginas por no ser fcil trazar un retrato ms detallado y exacto del
genio que tanto dio que sufrir la cristiandad entera.
Cuando muri Mahoma -tena setenta y tres aos. pesar de las visiones extticas,
enfermedad nerviosa que l mismo disfrazaba sus propios ojos con el nombre de asuncin
al mundo de los espritus y de coloquios con los ngeles, su cuerpo estaba tan sano como su
inteligencia. La dulce majestad de su semblante revelaba en el una naturaleza superior que
le sobrepona al vulgo de las gentes. Su estatura era elevada, la que Miguel ngel dio al
Moiss, que inmortaliz su cincel; menos que un Dios, ms que un hombre, un profeta! Sus
manos y sus pies, siempre desnudos, eran anchos, musculosos, oprimiendo bien la arena con
el dedo pulgar del pi, sujetando bien el sable con el dedo pulgar de la mano. Un cutis fino,
blanco, colorado en las mejillas, dejaba ver la red de venas henchidas de una sangre tranquila, aunque generosa. Su pecho, sin vello, respiraba con amplitud. Su voz grave y vibrante
resonaba all como en una bveda llena de ecos. Sus ojos eran negros, penetrantes, hmedos
menudo de deleite, con ms frecuencia todava de entusiasmo. Su barba era negra, pobre
y sin ondas como sus cabellos; su boca grande, pero habitualmente cerrada, pareca cortada
para sellar los misterios para derramar las inspiraciones sobre el pueblo, como todos los
hombres que conversan muchas veces con el mundo superior. E n su sonrisa haba ms
indulgencia que alegra, una gravedad compasiva se reflejaba habitualmente en su fisonoma.
Sin embargo, amaba los jvenes, las mujeres, los nios, todo lo que en la naturaleza es
bello inocente. La belleza reinaba en sus sentidos, y los deleites eternos no se presentaban
su imaginacin ms que bajo las facciones de la mujer. Hasta los ngeles de su paraso eran
apariciones femeninas...
Excepto el invencible atractivo que ejerca en l la hermosura de sus esposas, atractivo
que le hizo olvidar la santidad de la unin de los dos sexos en su ley, su vida era sobria,
austera, casi asctica, llena de meditaciones, ayunos, abstinencias, oraciones de presencia
'de Dios, de asistencia al templo, de abluciones modestas, de prosternamiento en el polvo,
de predicaciones al pueblo. En sus relaciones con el mundo no afectaba ninguna superioridad
ms que la de la santidad proftica.
Sus vestidos eran los del pobre; tosca tela de laa de carnero, cinturones de cuerdas
trenzadas de pelo de camello constituan su traje. Rechazaba como excesivamente lujosos los
turbantes de algodn blanco de las Indias, que usaban sus guerreros. Se sustentaba con dtiles y leche de sus ovejas, que ordeaba veces l mismo; no se serva de su esclavo pralos
ms modestos servicios domsticos sino en muy raras ocasiones; l iba sacar el agua del
pozo, barra y lavaba el pavimento de su casa; sentado en el suelo sobre su estera, compona
el mismo sus sandalias y sus vestido viejos.
Su nico refinamiento consista en la limpieza del cuerpo, de la que ha hecho en el Coran una imagen de la pureza del alma; peinaba su barba con cuidado; se tea de negro las
cejas y las pestaas; se pintaba las uas con el henn, color que da un reflejo de prpura
111
los dedos de los pies y de las manos de las mujeres rabes. E n lugar de espejo servase de
una poza de agua, en la que se miraba para arreglar con decencia los pliegues de su turbante.
No atesoraba; distribua el producto del diezmo que haba impuesto los bienes y los
despojos entre sus guerreros y los indigentes...
Todo el islamismo descansaba en Mahoma. Su persona era la clave de su organizacin
moral y material. Creacin exclusivamente suya, tena en sus manos los hilos de aquella inmensa red, en la que iba aprisionarse casi el mundo entero. Si hubiramos existido en aquellos das, si hubiramos presenciado el rpido desarrollo del islamismo durante la vida de su
fundador, al morir ste, hubiramos abrigado la esperanza de verlo sepultado con sus restos.
Pero Dios permiti que la obra ms vergonzosa aparecida aquende el Evangelio, se salvara de
la ley impuesta las creaciones puramente humanas. Respetemos los indescifrables designios de Dios! quin es capaz de comprender el secreto de los juicios divinos!
Mahoma haba conseguido formar un discipulado adicto su persona, conocedor de su plan,
identificado con su programa, convencido de los principios fundamentales de su doctrina y
dispuesto llevar adelante su obra, sin atender la variedad y la gravedad de los obstculos posibles.
No muri el islamismo, antes bien obtuvo ms compaginidad y robustez al espirar el
genio que lo concibi en Oriente.
XXV.
Relaciones del islamismo con el Cristianismo.
Conviene dejar perfectamente sentado, para comprender la verdadera filosofa de la historia, que Mahoma, en el punto de partida de su empresa, no obr impulsado por el espritu
de rivalidad al Cristianismo. El objetivo de sus ataques fu la idolatra; y sta era cabalmente
tambin el blanco de los combates del Cristianismo. Para conseguir su levantado fin, Mahoma
se instruy en las doctrinas religiosas en su tiempo conocidas, y que no encontr en la doctrina cristiana ninguna dificultad capital para la emancipacin de sus compatricios de los antiguos y brbaros usos, demustralo el hecho de que algunas de las ms slidas bases de su
Coran son un reflejo ms menos fiel de verdades evanglicas.
Cuntase que habindose refugiado algunos de los primeros discpulos de Mahoma en la
Abisinia, huyendo de la persecucin, fueron recibidos con jbilo por los abisinios, convertidos ya la fe cristiana. Qu nueva religin es esa por la cual abandonis vuestra patria?
preguntles el Rey en presencia de los obispos. Los rabes respondieron: Seores, nos hallbamos sumidos en las tinieblas, cuando apareci un hombre ilustre y virtuoso de nuestra raza;
l nos ha enseado la unidad de Dios, el desprecio de los dolos, el horror las supersticiones
de nuestros padres; l nos ha preceptuado que abandonemos nuestros vicios, que seamos sinceros en nuestras palabras, fieles nuestras promesas, benficos con nuestros hermanos; l
nos ha prohibido atentar contra el pudor de nuestras mujeres, despojar las viudas y los
hurfanos; l ha prescrito la oracin, la abstinencia, el ayuno y la limosna. Exactamente
lo que nosotros se nos ha enseado, prescrito y prohibido, dijo el Rey, y aadi: Podrais
repetirnos de memoria algunas de las palabras de ese apstol que os ha enseado su religin?
S, dijo un coraita, y recit un captulo del Coran, en el que se refiere con el mismo estilo de las Escrituras el milagro del nacimiento de J u a n , hijo de Zacaras. El Rey y los obispos, llenos de admiracin y de piedad, derramando lgrimas de contento, exclamaron: H
aqu palabras que parecen emanar de'la misma fuente del Evangelio. Y para cerciorarse de
la ortodoxia doctrinal de los refugiados, dirigironles esta pregunta concreta: Qu pensis
112
de JESS? esta pregunta, Djafar, hijo de Abutaleb y primo de Mahoma, respondi con
este pasaje del Coran: JESS es el servidor de Dios, el enviado del Altsimo, su Espritu,
su Verbo, enviado por l al seno de la Virgen Mara.
Milagro! exclamaron unnimes Rey y obispos; entre lo que has dicho del CRISTO y
lo que dice nuestra Religin no cabe un cabello! I d , vivid aqu en paz!
Si Mahoma hubiera tenido la fortuna de mamar los principios cristianos con la leche maternal, probablemente se limitara ser un celoso apstol de la religin de JESUCRISTO en la
Arabia. Su programa hubiera sido la reforma de la Arabia por el Cristianismo. Ntase alguna
semejanza entre los rasgos caractersticos de Mahoma y los que distinguieron la tpica fisonoma moral de san Pablo. La llama del genio fulgur brillante en ambas frentes; ambos poseyeron una tendencia incontrarestable la difusin ilimitada de su espritu; ambos poseye-'
ron una inteligencia clarsima y vastsimo corazn; ambos fueron hombres de ideas y de sentimientos; ambos se sintieron soberanos todos los obstculos; ambos elevaron sus miradas
sobre el horizonte de su siglo y de los siglos prximos, y los extendieron era ilimitada; ambos eran fogosos, enrgicos, impetuosos, capaces de sacrificar grandes intereses en aras de sus
principios, y dispuestos sacrificarse ellos mismos por la causa que se sentan llamados
defender. Puesto Mahoma en las mismas condiciones de Pablo, destinado obrar en el mismo
campo que ste, respirar su misma atmsfera, el profeta de la Arabia es probable no hubiera
sido menos fecundo para la Iglesia que el Apstol de las naciones. Faltle Mahoma la cada
de caballo, en expresiones ms propias, el Seor no se dign llamarle en los trminos en
que llam al convertido de Damasco. Entregado al dominio de s mismo, Mahoma no supo
qu hacer de su genio, y con bastantes elementos para ser el apstol de una religin verdaderamente espiritual y p u r a , vino parar agente de la carnalidad y del sensualismo elevados piedad.
Mahoma es quiz el ms inexplicable contraste personal que se encuentra en la historia
del mundo. Tal mezcla de santidad y de corrupcin, de elevacin y de bajeza, de degradacin y de nobleza, como la que aparece en su personal vida, no se ve en ninguna otra parte
ni en ningn otro tiempo reproducida.
Cuando estudi el Cristianismo de boca de los monjes y de los solitarios sirios, su-alma
se dilat. Buscaba un horizonte, un mundo nuevo para l, en donde pudiera encontrar elementos para regenerar los suyos. Porque en lo que no vacil jamas fu en comprender la
necesidad de poner fin la depravacin moral de la Arabia. La idea de reformar la Arabia
fu su idea espontnea, mejor, la idea que revelaba en l la misin que Dios le tena reservada. Esta fu su idea, la idea que Dios le haba otorgado l antes que los dems coraitas. Esta idea santa, providencial, le hizo ya gigante cuando aun era nio. Fu la primera
que distingui su'razon; la que irradi sobre su alma aquellos resplandores que le distinguan
entre los jvenes y hasta entre los nios contemporneos.
Busc la manera de cumplir su misin, y el Cristianismo naturalmente se le present
como el camino conducente aquel fin. Pero Mahoma, al aceptar su misin, no quiso desnudarse de su personalidad. Limitndose ejercer el apostolado cristiano, hubiera sido el continuador, el propagador de una obra, no su autor. Sintise demasiado grande para decir como
san Pablo: Seor, qu queris que haga? Y dijo: Yo s lo que he de hacer. De Dios
abajo, nadie como yo. Esta fu la orgullosa y altiva apreciacin que cost millares de vctimas al mundo y priv al Cristianismo por siglos de la posesin de la tercera parte de la tierra.
Pablo se engrandeci aceptando la plenitud del espritu cristiano y no separando su apostolado del apostolado de JESUCRISTO. No-aspir ser autor, sino instrumento del Evangelio.
Glorise de ser colaborador de los enviados por el Verbo. Eclips su personalidad para que
luciera en toda plenitud su misin. La dependencia de su alma JESUCRISTO y la Iglesia le
ayud dominar sus pasiones individuales. Carne y gloria fueron as cautivas de su espritu
libre, y as y slo as el apostolado de Pablo fu pursimo y eficacsimo.
113
XXVI.
Persecuciones mahometanas la cristiandad.
El lema de Mahoma es, no la conversin, sino la conquista del mundo. Por esto el primer movimiento de sus discpulos fu hacia los pases que el fundador les haba designado
como presa inmediata. Siria y Persia se vieron inundadas por los torrentes de soldados d
la Arabia electrizada.
Abubekre empez el ejercicio de su califato concentrando numerosas fuerzas para imponer el smbolo mahometano los pueblos idlatras y la cristiandad misma. E n la revista
que pas las masas de combatientes que secundaron el llamamiento la guerra santa, les
dijo: Dios es el que vive, l os guarde. No volvis jamas la espalda al enemigo; no m a n chis vuestra victoria con la sangre de las mujeres. Respetad las palmeras, los campos de
trigo, los rbole's frutales; sed fieles los convenios que celebris... mas para los miembros
de la congregacin de Eblis, que los distinguiris por la tonsura que usan, no haya cuartel;
hundidles el crneo si no abrazan el mahometismo. Por los miembros de aquella congregacin entenda los sacerdotes y los monjes.
Al entrar en Siria el vicario de Mahoma recibi legados de Heraclio, emperador romano,
ofrecindole presentes; expresin imprudente de una amistad que los semisalvajes rabes tradujeron por temor. Importantes ciudades doblaron pronto la cerviz bajo la cimitarra de Abukerque. No disfrut el primer califa sino corto tiempo de la gloria de sus triunfos; muri cuando
empezaba saborear los primitivos frutos de la sangrienta semilla sembrada en la Meca, contento, deca, porque haba alcanzado el venturoso 3' deseado tiempo en que los infieles empezaban creer, los impos concluan de dudar, y los mentirosos confesaban la verdad.
Ornar fu elegido en su lugar. El primer pensamiento del nuevo Califa fu cumplir este
-
T. II.
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ll)
perables que hoy, puestos merced de la filosofa de la historia, hubieran alumbrado horizontes que permanecern desconocidos, gracias haber extendido sobre ellos una nube de humo
la brbara mano del islamita.
No poda retardarse la hora de combate para la Persia. Tena aquella nacin que rendir
grave cuenta la divina Providencia. La sangre de muchos confesores ilustres derramada
por el magismo prsico clamaba venganza al cielo. Khaled se present la Persia. El rey envi algunos emisarios al campamento islamita: Qu motivo, dijeron los persas, os impulsa
hacernos la g u e r r a , pues no la hemos provocado? Dios nos ha ordenado, respondieron los
rabes, que llevemos el islamismo elDios nico todos los pueblos, y nosotros obedecemos
al mandato divino. Quines sois vosotros, replicaron aqullos, nacin indigente y diseminada como viles insectos en la arena para pretender imponer leyes un imperio glorioso
como el nuestro? Lo que decs de nuestra indigencia y barbarie era verdad ayer. S , ramos
pobres, comamos gusanos y serpientes, hubo quienes entre nosotros mataron sus hijas por no
alimentarias. Sin leyes, ni freno, ni doctrinas ramos el pueblo ms envilecido de la tierra.
Mas hoy somos un pueblo, nuevo. El hombre que Dios suscit en medio de nosotros, que es
el ms distinguido de los rabes, nos ense la unidad de Dios y la santidad de la vida. l
nos ha iluminado, nos ha instruido y nos ha hecho valientes y fuertes. l nos ha dado un
destino en el mundo, dicindonos: Acabad mi obra, extended por todas partes el imperio
del islamismo... las naciones que rehusen aceptar el islamismo les haris la guerra hasta
que las exterminis.
rabes y persas confiaron el fallo al xito de las armas. La primera batalla fu terrible.
Los persas, para eludir la posibilidad de una retirada vergonzosa, se ataron unos otros con
anillos de hierro. As perecieron en masa. Despus de aquella jornada sangrienta, calificada
de jornada de las cadenas, Khaled entr en Babilonia ciendo la tiara persa de Horniuz. Una
segunda derrota acab de precipitar al imperio altivo de los persas.
En Ilira, ciudad ilustre habitada por extraordinario nmero de cristianos, Khaled fu sumamente expresivo. Convoc los jefes de aquella cristiandad y-les propuso escogieran entre
pagar un tributo, abrazar la ley de Mahoma , seguir peleando hasta el exterminio de una
de ambas religiones litigantes.
Como prefirieran los cristianos someterse la tributacin para conservar su culto: I n sensatos! les dijo Khaled, vosotros sois viajeros extraviados en el desierto; dos guas se os
presentan, JESS y Mahoma; aqul os es desconocido, ste es compatriota vuestro; y confiis vuestra salvacin al extranjero!
En Ilira, Khaled organiz mahomticamente las provincias persas, ya todas sometidas.
los magnates les dirigi un mensaje concebido en estos trminos: E n el nombre de Al
clemente y misericordioso, los seores persas, gloria Dios que derriba vuestro imperio y
aniquila vuestro poder! Unios nosotros en la fe nueva del islam y declaraos subditos nuestros. Sea que os sujetis, sea que resistis, habris de recibir al fin nuestra ley, porque os la
impondrn hombres que aman la muerte tanto como vosotros estis apegados la vida.
Aun no haba transcurrido un siglo desde que los persas haban devastado la Palestina,
impulsados por el furor de la impiedad, cayendo sobre Jerusalen, se llevaron cautiva la
santa Cruz en que muri el Redentor, arrancando un grit de protesta y de amargura de la
cristiandad entera. Y cuando Heraclio les envi embajadores para tratar las bases de la paz,
llevados los magnates persas del odio tradicional que al Cristianismo profesaban, le contestaron: La primera base ha de ser que Heraclio y sus pueblos abjuren la religin cristiana y
se decidan adorar al sol.
Aquel imperio, dominado por las supersticiones de los magos, empez recorrer rpidamente el declive de su prosperidad y correr sin freno la perdicin en el da en que os
cautivar el glorioso trofeo del que vino esclavizar la esclavitud.
Al saber que la santa Cruz estaba en Persia, varios subditos del emperador Cosres se deci-
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dieron ocuparse de aquel histrico y sacrosanto leo. Muchos se convirtieron al Cristianismo, tocados, heridos por el celestial calor que irradia siempre del rbol, cuyo fruto fu la
salvacin. Entre los convertidos cuntase Anastasio, que ocupaba un distinguido lugar en el
ejrcito persa. Convencido del carcter sobrenatural de la religin cristiana, abandon la milicia y se retir un monasterio, donde se ocup constantemente en la lectura de los actos de
los mrtires. El heroismo de los decididos confesores excit su admiracin, que pronto se troc
en deseos de recorrer el camino que ellos recorrieron. Recibi el bautismo en Jerusalen, y despus de algn tiempo pasado en otro monasterio para fortificarse y confirmarse en la fe, regres Persia decidido propagar la doctrina de JESS. Ya por el camino tuvo el consuelo
de ser encadenado y azotado causa de su fe. Conducido cautivo Persia, y encerrado en
una prisin, seis millas distante de la residencia real, recibi los agentes de la corte, venidos con la consigna de arrancar al heroico confesor la abjuracin del Cristianismo. Su negativa fu castigada con brbaros tormentos. Dos horas estuvo suspendido por una mano, teniendo colgada de un pi una piedra. Su constancia no palideci.
Setenta cautivos cristianos fueron extrangulados su presencia. Y al terminar aquel espectculo le fu ofrecido el perdn y la recompensa si consenta en adorar otra vez al sol, que
antes haba adorado. Anastasio prefiri la muerte. La recibi tranquilamente anunciando el
prximo castigo de los enemigos del nombre cristiano.
Diez das despus Heraclio derrot los persas, recuperada ya la santa Cruz y restituida
por su mano la santa ciudad de Jerusalen.
Los rabes acabaron de hundir el imperio de los magos, cuyos ltimos das fueron manchados por la persecucin y el martirio de Anastasio, y de los setenta confesores que en su
presencia murieron.
El mahometismo fu el castigo que el Oriente infiel la vocacin divina atrajo contra s.
El Oriente, escribi Riancey, no quiso el Evangelio, rechaz la fe en el Verbo encarnado, y
fu condenado al islam, la fe en el Profeta, y l mismo ejecut la sentencia...
A la santa libertad del Cristianismo prefiri la servidumbre del error; ella la obtuvo por
larga serie de aos. la emancipacin intelectual, la regeneracin, prefiri la esclavitud
del espritu y el embrutecimiento de los sentidos; la conquista mahometana le asegur largamente la posesin de esta preferencia.
As los cristianos en Persia estuvieron bajo la presin de dos persecuciones simultneas,
la de los magos y la de los mahometanos. El vencido y los victoriosos se hallaban de acuerdo en perseguir la reducida, pero valiente Iglesia, que desde su cuna vena all luchando.
XXVII.
Generalzase la lucha de los mahometanos contra la Iglesia.Persecucin la Iglesia de Espaa.
Las victorias de los soldados del islam acrecentaron la sed de conquista; creyronlas otras
tantas garantas de la prxima posesin del mundo, y ya no hubo fronteras para la ambicin
de los rabes. El estandarte del Profeta erigise por todas partes frente frente la Cruz.
Amargos das empazaron para la cristiandad.
Uno de los campos regados con ms abundancia de sangre de mrtires fu Espaa.
Los huestes del Profeta acampaban victoriosas sobre todo el litoral africano, desde
donde casi divisaban la frtil Iberia, cuyas disensiones intestinas debilitaban su poder que
la unin hubiera hecho invencible. Por desgracia medraban en Espaa, en aquellos como en
estos tiempos, algunos hombres ms vidos de pujanza que de fidelidad. La nacionalidad y
la fe no pesaban tanto en el nimo turbulento de aquellos miserables como el afn de ver saciadas sus innobles pasiones personales. Trataron y convinieron la perdicin de estos reinos,
117
118
mas sera posible que el islamismo arraigara en los corazones del pueblo ms posedo de los
sentimientos del Evangelio.
En efecto, vinieron las huestes aguerridas y ardorosas del frica, y encontrando desprevenido el pas, sorprendieron en el sueo de la indolencia y de la molicie al rey y los sb' ditos. La batalla de G-uadalete fu la sangrienta portada de la historia de horrores, cuyo fin
glorioso escribieron en Grariada siete siglos despus los Reyes Catlicos.
Muchos fueron los espaoles que, acobardados ante la perspectiva de males inherentes
al triunfo del estandarte mahomtico, abjuraron la fe de sus padres y consintieron en esclavizar su alma fuer d' hacer menos pesada su esclavitud material; incalculables fueron
tambin las prdidas que sufri la Iglesia en Espaa en preciosidades, en edificios, en monumentos; sin embargo, la cristiandad espaola no quiso inclinar el santo lbaro, la'Cruz, gloriosa ensea cuya sombra haba emprendido el sendero de la verdadera grandeza.
Sera preciso historiar detalladamente la marcha de los moros por los cristianos campos de
la Espaa y las vicisitudes de sus conquistas, si pretendiramos enumerar las luchas materiales y morales que hubo de sostener la Iglesia contra los creyentes del Profeta.
Opnese ello la ndole de este tratado, que es slo una coleccin acabada de cuadros en los
que se exhiben sintticamente los combates caractersticos sostenidos por la santa Iglesia.
Era de confesores y mrtires, era de apstoles y santos fu aquel dilatado perodo en
que el amor la fe y la patria convirtieron en gigantes invencibles un puado de catlicos dispuestos sacrificarlo todo antes que la fidelidad de Dios y la independencia nacional.
La pujanza de la Espaa durante la dominacin goda acababa de desaparecer. El empuje
de los rabes y africanos arruin aquel edificio, minado en sus cimientos por la disipacin de
costumbres, y aquellas ruinas sirvieron, como todos los escombros, de dique embarazo la
libre, accin de los cados. La Iglesia, cuyas sillas episcopales igualaban en esplendor los
tronos, y en cuyas santas catedrales se reverberaba la celestial gloria, hubo de resignarse
fijar el centro de su propaganda en lo ms fragoso de las extremas cordilleras. Dos cuevas, dos
peas fueron los puntos de partida providenciales de la restauracin catlica del pas, que es
igual decir, de la reconquista de la nacionalidad. Covadonga y la pea de San Juan fueron
los dos manantiales de guerreros y de santos, destinados empezar el sorprendente milagro
de la resurreccin de un pueblo. Aquellas fueron las verdaderas catedrales desde donde partan las palabras alentadoras de
la fe y del valor cristianos.
* La vista del grave peligro que corra la Religin aun los varios partidos existentes ya entonces en Espaa, originados y apoyados en la diversidad de razas, provincias,
ideas, costumbres intereses, de que la nacin espaola era abigarrado conjunto. Solamente, dice el historiador Lafuente, la Religin perseguida por los sectarios del islam era el
punto en que los desgraciados podan convenir para aunarse la defensa comn. Por esto
Pelayo invoca la Madre de Dios al enarbolar el estandarte de la independencia y se confiesa deudor de ella en la victoria; por esa razn los pocos cronistas de aquel siglo y el siguiente usan un lenguaje bblico, acumulan milagros sobre milagros, y nunca pierden de vista
Faran sumergido con su poderoso ejrcito en obsequio de un puado de escogidos. La Religin va marcando los pasos de aquellos pobres insurgentes, y su historia se lee en las paredes
de sus modestas iglesias: donde se consigue un triunfo se erige un templo en vez de columna trofeo, y Dios entra siempre compartir los despojos de los vencidos.
Por otra parte los invasores apoyaban sus atrevidas empresas en la devocin sus fanticas y crasas supersticiones, fiando en el mantenimiento y ardor del celo para la gloria de Al
y de su Profeta el xito venturoso. De ah que muchas de sus derrotas fueran por los mismos
atribuidas la decadencia del espritu religioso, de cuyos hechos indiscutibles se desprndela
apurada situacin religiosa de los vencidos.
119
XXVIII.
En qu consista la prosperidad posible de la Iglesia en Espaa bajo la dominacin musulmana.
Principales persecuciones y mrtires espaoles en los siglos IX y X.
Vencedoras las huestes islamitas de los cristianos pueblos espaoles, tuvieron en sus
manos incondicionalmente la suerte, el modo de ser civil de la Iglesia. No entr en sus clculos
eliminarla enteramente de la faz ibrica, ya porque Mahoma haba consignado una especie
de principio de tolerancia religiosa, ya porque equivaliera tal eliminacin la despoblacin
rpida y total del suelo espaol. Qued, pues, sentada en principio la legalidad de la Iglesia,
bien que circunscrita su vida y su desarrollo lmites, que deban con el tiempo debilitarla
y asfixiarla. Permitida era los espaoles la profesin del Cristianismo; pero les era prohibido todo acto pblico de fe. Solan, dice el escritor que ltimamente hemos citado, los mahometanos apoderarse de la iglesia mejor del pueblo para convertirla en mezquita, y mucho
ms si estaba en paraje cntrico y elevado, cuya situacin y fortaleza ppda inspirar recelos
los vencedores; permitase tambin los cristianos conservar sus iglesias, mas no podan
repararlas sin permiso de las autoridades musulmanas, y se les prohiba enteramente hacerlas
nuevas... prohibase tambin el insultar la religin muslmica, ni el proferir dicterios contra su pretendido profeta: autorizaban la apostasa del cristianismo y s& castigaba los infieles que se oponan ella; mas no se permita al muslime hacerse cristiano en ningn caso,
sin que las autoridades musulmanas supieran el caso y autorizaran la ejecucin.
Pagaban los cristianos un tributo que consista en la quinta dcima parte de las r e n tas, segn la capitulacin hecha: las poblaciones que se haban resistido solan tener que p a gar la dcima. El modo con que se cobraba este impuesto era bastante irregular... dependa
por lo comn del capricho de los wales, cuya conducta era algo arbitraria. Ademas, por la
conservacin del culto religioso y varios de sus actos, por la administracin de justicia y aun
para satisfacer algunas necesidades de la vida civil, estaban sujetos tributos harto pesados...
H ah el mximum de prosperidad que poda aspirar la Iglesia en aquellos das. Era la
prosperidad del esclavo. Slo por misericordia del vencedor gozaba la cristiandad del ejercicio
de estos derechos otorgados por conmiseracin por clculo; pero de ninguna manera concedidos ttulo de justicia. Confiando la aplicacin de estos- derechos favores al criterio de
magistrados muslimes, que eran naturalmente los ms celosos adictos del Coran, y por ende
los ms feroces adversarios del Evangelio, son de suponer las restricciones y obstculos que
crearan su ejercicio.
Milagro providencial fu la conservacin de la Iglesia al travs de tantos obstculos, de
tantas redes y de tantos peligros. No registra la historia un ejemplo sorprendente como este
de la conservacin de una institucin rodeada de atmsfera de veneno y de muerte.
No hay pueblo cristiano en esta bendita tierra espaola que no mereciera en aquella poca
infortunada la corona del martirio. Perseverar en la fe era entonces indefectiblemente sufrir.
Y si sufran las muchedumbres congregadas en las escabrosas montaas defendiendo en las
asperezas de los riscos pirenaicos los ltimos palmos que le quedaban la patria independiente, no sufran menos aquellos habitantes que, sin arrastrar los azares y riesgos de la armada pelea, resolvieron mantener la cruz en sus frentes, en medio de las tribus arrogantes
de sus enemigos.
Paz no la conoci la Iglesia en este pas desde la invasin de Muza por Gibraltar hasta la
salida de Granada de iVbu-Abdallah, rey muslime..
Pero en aquel sangriento y triste perodo destcanse algunos episodios cuyo relato no
puede faltar en un tratado de las persecuciones sufridas por la Iglesia.
120
Entre las cristiandades que dieron en este lugar y en aquellos tiempos notable contingente
de mrtires, descuella la de Crdoba, que fu notablemente prdiga en derramar sangre preciosa en defensa de la religin de JESUCRISTO.
Era monarca de los muslimes Abderraman I I , cuando arreci la animadversin de los sectarios contra los cristianos.
Una de las vctimas del celo en el cumplimiento del ministerio sacerdotal fu Prefecto,
quien conducido ante los tribunales interrogado sobre sus doctrinas, bizo tan explcita y
elocuente profesin de la fe catlica y conden con tanta energa los errores del Coran, que
su martirio fu el hecho ms lgico dados los principios sustentados por sus jueces. presencia
del populacho de Crdoba fu sacrificado al terminar una de las pascuas musulmanas, siendo
su sangre generosa brutalmente profanada por la fantica plebe.
Al ao siguiente, que era el 8 5 2 , un opulento comerciante cordobs, conducido por sus
mulos industriales ante el tribunal, fu interrogado sobre su fe. No la tena en tan poca estima que la pospusiera la conservacin de sus riquezas y de su vida, y as la confes tan
explcita y cordialmente, que cuantos oyeron aquella confesin previeron que el confesor
Juan seguira luego las huellas del martirio, todava abiertas por Prefecto. Ms de quinientos bastonazos sufri resignado, y despus fu paseado casi exnime, montado en un burro,
clamando el pregonero: As ser castigado quien hablare mal del Profeta y de su ley.
Aquel rigor excesivo impuls otros fieles ardientes conquistar igual corona. Un monje
del monasterio Tabanense dej lasas perezas de Sierra Morena y descendi Crdoba, presentse espontneamente ante el juez y le reconvino por la profesin de los errores mahomticos.
Tal fu la vehemencia del discurso de Isaac, que el j u e z , irritado, no supo contenerse, contestando con atroz bofetada los argumentos del intrpido confesor. Isaac fu luego decapitado.
Dos das despus Sancho, joven soldado de la guardia del Emir, se declar cristiano para
hacerse participante de la gloria de Isaac.
De Sierra Morena bajaron algunos monjes compaeros del mrtir, corriendo al martirio
como ciervos sedientos corren al agua.-Pedro, Wistremundo, Walabonso, Sabiniano, Habencio y Jeremas eran sus nombres. Confesaron heroicamente la divinidad de JESUCRISTO y declararon la impostura de Mahoma, anhelosos de morir en premio de su confesin. Todos fueron decapitados y sus cadveres quemados en la plaza pblica. No tardaron otros dos mrtires
aumentar la serie de los sacrificados; llamronse Sisenando, natural de Beja, y Pablo, dicono de la iglesia de San Zoil, de Crdoba.
Algunos tibios mozrabes que pasaban casi como desertores de las banderas de JESUCRISTO, sintieron reanimar su fe religiosa la vista de los espectculos del herosmo cristiano.
Contbanse entre estos cristianos dbiles, dice Lafuente, Aurelio y Flix; aqul hijo de
rabe y cristiana, pero ya hurfano, segua ocultamente la religin materna en que le educara una ta de su madre; mas no quera declararse cristiano por no perder su nobleza y comodidades. Aurelio, ms dbil todava, no tan slo no pasaba por cristiano, sino que haba
faltado la confesin de la fe en un momento crtico, de cuya falta estaba arrepentido: ambos estaban casados con dos cristianas ocultas; .Aurelio con Sabigotho, y Flix con Lihosa.
Encontrse aqul con la turba que iba insultando al confesor J u a n , el comerciante, cuando le
conducan afrentosamente por la calle, y lleno de indignacin la vista de aquel espectculo,
se decidi concluir con los respetos mundanos en vez de acobardarse, como pareca natural.
El Espritu Santo, cuya inspiracin obedecan, lo dispona as; Aurelio y Sabigotho llevaron su abnegacin hasta el punto de prepararse al martirio, vendiendo sus bienes y repartindolos los pobres, excepto una corta pensin reservada para el mantenimiento de sus hijos,
quienes colocaron en el monasterio Tabanense. Despus de prepararse con actos del mayor fervor,
decidironse al martirio los cuatro esposos,, y para ello convinieron en que Sabigotho y Lihosa
fueran la iglesia cara descubierta. Produjo esto el resultado apetecido, pues preguntando
los musulmanes los esposos cmo dejaban sus mujeres entrar en aquel sitio, respondieron:
121
Que era costumbre de los cristianos venerar los sepulcros de los mrtires en las iglesias, y
ellos y sus mujeres, como cristianos, no queran faltar esta prctica. Informado el juez de
lo que pasaba, se procedi la prisin, y poco despus su martirio, que padecieron en compaa de un monje de Beln, llamado Jorge, el cual baba venido Espaa pidiendo limosna
para su monasterio de San Sabas, ocho millas de Jerusalen,
PEDRO
DE
CASTEL.N'AU.
122
sagrado oficio de prelados y sacerdotes. Los tabernculos del Seor en ttrica soledad, la
araa extiende sus telas por el templo, y todo l yace en silencio. Los sacerdotes y los ministros del altar andan confusos porque las piedras del santuario van rodando por las plazas, y
al paso que faltan en las iglesias los himnos y cnticos celestes, resuenan los calabozos con
el santo murmullo de los salmos (1).
Pero si haba enmudecido en los templos el sacro canto y no perfumaba el bendecido incienso el recogido mbito, JESUCRISTO era loado con la elocuencia del martirio por los que se
suban al cadalso para confesarle la faz del mundo y sellar con la sangre de sus venas la
enrgica confesin de sus doctrinas. As salieron uno en pos de otro, y casi sin interrupcin,
tenderse en el cruento altar, el monje Fandila, que dej el tranquilo desierto de Peamelearia para pregonar en Crdoba las excelencias del Evangelio y los absurdos del Coran, Anastasio y Flix.
Sorprendi los mismos musulmanes el tesn de algunas mujeres y doncellas que, hacindose superiores la debilidad de su sexo, colocronse en actitud de atraerse los tormentos y
la muerte.
Una joven llamada Digna y una anciana, cuyo nombre era Benilde, fueron decapitadas
el da 15 de junio de 8 5 3 . Tres meses despus empuaron la palma por stas conquistada sus
compaeras Columba Coloma y su hermana Isabel.
E n la lista extensa de mrtires sacrificados durante aquella cruda persecucin lense los
nombres de las vrgenes Pomposa, urea y Flora; y de los varones Abundio, Amador, Elias,
Pedro, Pablo, Isidoro, Luis, Adolfo, J u a n , Theodomiro, Witesindo, Argimiro, Salomn, Rodrigo, Walabonso, Rogel y Serviodeo.
Pero la gran figura catlica de aquella persecucin fu Eulogio, lumbrera del clero su contemporneo y firmsima olumna de la cristiandad espaola. Hijo de una familia distinguida
de Crdoba, dotado de extraordinario talento, ya en su juventud revel las cualidades que
deban conquistarle luego universal fama. Carcter enrgico y piadoso, encontr en el sacerdocio campo adecuado para desplegar la fuerza providencial de su alma. Era el presbiterado
en aquellos tiempos u n ttulo para emprender incansables combates, como quiera que, no slo
los cristianos necesitaban para su fe la proteccin de grandes inteligencias, sino que la misma
Iglesia convenan adalides sinceros ilustrados que defendieran con denuedo su ortodoxia, ya
que la hereja infiltrada en las huestes del Evangelio multiplicaba con astucia variformes errores. Adopcionistas, casianistas, antropomorfitas, judaizantes trabajaban porfa para quebrantar la santa unidad catlica, debilitando la fuerza interior del cuerpo cristiano de continuo
amenazado por los defensores del islam.
Eulogio comprendi las dificultades de aquella situacin penosa para la Iglesia, y consagr su causa todas sus luces y virtudes. Pronto fu reconocido su valer. Y bien que aconsej siempre la prudencia y la discrecin los cristianos, no obstante, cuando algunos celosos
cordobeses, inspirados por el Espritu Santo, determinaron hacer pblica ostentacin de su
piedad y combatir los absurdos inmoralidades del- Coran, Eulogio no vacil en declararse
abogado y defensor de sus hermanos y correligionarios.
Escribi su obra Memoriale sanctorum, que es una noticia.histrica y una brillante apologa de los primeros mrtires de aquella persecucin en Crdoba.
Valile este documento la gloria de la prisin. Y ya en ella, esperando la hora de que le
pidieran definitivamente la fe la vida, escribi un opsculo que apellid: Documento martirial, que era una instruccin exhortacin para sufrir el martirio. Inspirle aquel apostlico trabajo el espectculo de piedad que estaban dando sus mismos ojos dos vrgenes con
l encarceladas, Flora y Mara, que merecieron no tardar la palma de los invictos.
(1) ...Deficientibus
in convenlu hymnis cantionum coelestiitm, resonant abdita carceris murmure snelo psalmorum.
Non promit cantor divinum carmen in publico; non vox psalmistae
tinuit in choro: non Lector, concionalur
in pulpito:
non Levita evogelisat in populo: non sacerdos thus infert altaribus. (Marterial,
S. Eulog.j.
123
Escribi despus otro tratado con el ttulo: Apologeticus, que es un resumen de las razones que militan en pro del culto de los santos mrtires.
Muchas cartas del mismo Santo constituyen una preciosidad literaria y religiosa de aquel
tiempo. Baronio valor gran precio el mrito de las obras de Eulogio, llegando decir que
le pareca que para escribirlas haba mojado su pluma en el tintero del Espritu Santo. Su
estilo, dice un notable crtico, por lo comn es sencillo, se eleva en algunas ocasiones; su lenguaje es mucho ms puro y correcto que el de todos sus contemporneos, y nada tiene que
envidiar al de los cortesanos de Cario Magno, si es que no supera muchos de ellos. Su continuo estudio y el manejo de los clsicos latinos que trajo de su viaje Pamplona contribuyeron que, tanto su estilo como el lenguaje, fueran superiores al de sus contemporneos.
Sus obras son tanto ms estimables en cuanto escasean sumamente los monumentos literarios cristianos de aquella poca. Sin duda la sangrienta persecucin de Crdoba hubiera pasado desapercibida, confundida con la persecucin general si la observadora y elocuente
pluma de Eulogio no la hubiera detalladamente escrito para la posteridad.
El santo escritor observaba una conducta perfectamente ajustada sus doctrinas; y al paso
que apologiaba los mrtires y enalteca la gloria del martirio, obraba de manera que todas
luces evidenciaba el ntimo deseo de sufrirlo.
Pero un tormento le era amargo y antiptico, y es el que su alma causaba la contradiccin que vena sufriendo de parte de su metropolitano Recofredo, prelado cuya energa evanglica haba decado por el contacto continuo con la corte mahometana. Respirando la atmsfera de los regios alczares, si no se haba inficionado con los miasmas islamitas, lo
menos habanle stos envenenado hasta el punto de mirar con aversin los santos confesores
de la fe, cuyo magisterio el cielo le encomendara. Y como conociera Recofredo que Eulogio
alentaba las grandes confesiones, declarse su adversario, fu causa de su encarcelamiento, y
obligle emprender largas excursiones por la Pennsula; que nos valieron, en cambio de la
molestia que Eulogio causaron, preciossimas descripciones del estado y del personal de
la Iglesia de Espaa en aquel perodo. Y as sabemos la existencia de varios prelados que en
aquellos das combatan las buenas batallas, y que sin los viajes de Eulogio fueran hoy completamente ignorados.
Eulogio quiso continuar la defensa de los fieles cordobeses y facilitarles el camino de la
heroica confesin. Su celo le vali el.suplicio. Leocricia, joven mora, convertida al Cristianismo, era vctima en su casa de continuas vejaciones causa de su fe. Y no era el fastidio
de los desdenes ni el sufrimiento de los daos que le acarreaban los malos tratos de sus padres, los que tenan consternada aquella piadosa doncella, sino la privacin absoluta del ejercicio de su culto y el constante riesgo en que estaba de perder su constancia religiosa. Conocedor Eulogio de la situacin violenta de la dbil cristiana, facilitle medio de evasin, y
puesta ya en libertad, constituyse su providencia viva. Encarg su educacin una hermana
propia suya, llamada Aurilo, virgen consagrada Dios. Apesadumbrados los padres por la
fuga de su hija, emplearon todo gnero de medios para descubrir su paradero, y sus agentes
encontrronla en casa de Eulogio. ste y aqulla fueron conducidos ante el tribunal m u s u l mn. All Eulogio defendi el derecho que asista los sacerdotes catlicos de proteger los
fieles y de educarlos; all explan quejas amargas contra la conducta de los mahometanos que
entrababan el proselitismo cristiano, y parangonando el Evangelio-con el Coran, dijp cosas
que conmovieron irritaron los magistrados oyentes. E n vano Eulogio fu.cariosamente
requerido para que retirara alguno de los conceptos emitidos y que ms directamente afectaban Mahoma y su ley. Eulogio declar no retirara ni una coma ni un acento de cuanto
llevaba dicho.
Pocas horas despus fu decapitado por el alfanje sarraceno; y cuatro das ms tarde Leocricia, degollada tambin , fu arrojada al ro.
Gloriosa es la memoria de Eulogio, pues la naturaleza de los combates que sostuvo r e v -
124
lan en l una fuerza de carcter prodigiosa. Su actitud contribuy despertar el celo adormecido de los mozrabes, siendo una especie de Pelayo espiritual en el corazn de Andaluca. No sin perfecta solidez de juicio ba dicho Lafuente: San Eulogio es, en efecto, para la
Iglesia mozrabe lo que san Isidoro para la goda; es an ms relativamente, pues aqulla
presenta otros nombres que pudieran ponerse al lado de aqul, ms la Iglesia mozrabe no
tiene ningn otro que le iguale (1).
Tanta y tan preciosa sangre derramada por la fe no logr apaciguar la sed d l o s islamitas. Otros confesores sellaron como los anteriores el Evangelio que profesaban con heroica
muerte.
No slo fu Crdoba, sino otras ciudades importantes, que se convirtieron en teatro de sangrientas escenas.
Los mozrabes de Zaragoza sufrieron persecuciones no menos vivas, aunque no conozcamos sus detalles causa sin duda de no haber tenido otro Eulogio que los researa. Y es natural que arreciara en Zaragoza la tempestad islamita, dado el hecho de que en aquella regin
de Espaa exista uno de los focos de la resistencia nacional la causa de los invasores. La
cristiandad zaragozana, despus de haber sucumbido los ataques furiosos de M u z a , fu
castigada con enormes impuestos que la redujeron extrema pobreza. Sus templos, convertidos en mezquitas, fueron otros tantos centros de propaganda mahometana; slo el templo del
Pilar y el.de Santa Engracia pudieron eludir la profanacin.
Entre los que sucumbieron violentamente en aras del Cristianismo, cuntanse las invictas Nunilor y Alodia, naturales de Huesca. Hijas de padre musulmn y de madre cristiana,
fueron educadas en los buenos principios. Ya jvenes, las denunci un pariente renegado que
tenan. Conducidas ante los jueces, desplegaron un tesn superior su corta edad y dbil
sexo. El tribunal las sentenci sufrir la decapitacin. Como un sacerdote apstata les indujera renegar lo menos en apariencia, como l lo haba hecho para eludir la muerte, le contestaron: Si has de morir en breve no te fuera mejor morir ahora'con gloria que arriesgar
t u alma para vivir poco ms? Las vrgenes marcharon con paso firme al suplicio, no anublndose ni por un momento la serenidad apacible de sus rostros. Al caer Nunilon herida por
el alfanje sarraceno, se descubrieron sus pies, lo que observado por su compaera, corri
cubrrselos, y luego at su tnica los suyos para asegurar su modestia en el ltimo instante de su vida. Aquella calma inmutable, aquella admirable presencia de nimo en tan pavorosos momentos llen de entusiasta satisfaccin los cristianos, y de confusin y respeto
los enemigos. Fideles gaudebant, infideles vero tabescebant, dice un cdigo antiguo de Crdena. Alzado estaba el alfanje humedecido con la sangre de Nunilon, cuando el jefe de los
verdugos ofreci Alodia la vida en cambio de una palabra de arrepentimiento; mas al hacer
la doncella un signo negativo con la"cabeza, rod sta por el suelo.
Apenas hubo localidad importante que no contribuyera con el martirio de alguno de sus
hijos la brillante aurola de que se ci la santa Iglesia de nuestra patria.
Tuy se glora del nio Pelayo martirizado por Abderraman; Zamora recuerda como trofeo
de su fe tradicional al mrtir Domingo Sarracino Yaez, hecho prisionero en la toma de Simancas; Burgos enaltece la memoria de Vctor, y as podramos apuntar larga letana de
hroes invencibles.
No tienen suficiente ttulo ser llamados mrtires los cristianos habitantes de Zamora,
pasados todos cuchillo por Almanzor? Len tiene asimismo derecho ser llamado un pueblo
mrtir, pues hubo de llorar sobre sus baslicas derruidas y profanadas, y lo que es ms, al ver
sus vrgenes consagradas al Seor conducidas los harems de Crdoba. Mrtires fueron los
nueve mil cautivos que, atados en pelotones de cincuenta, precedan Almanzor en su entrada
triunfal en Crdoba. Los compostelanos tuvieron el dolor de ver invadida la baslica de Santiago.
(1)
Lafuente, Hist.
ecles. deEsp.,
Segundo perodo.
SUFRIDAS
POH
LA I G L E S I A
CATLICA.
123
Y Mlaga no puede decir con justicia: Ved si hay dolor comparable mi dolor? cuando
recuerda que sn malvado Hostigensis cometi la vileza de alistar los ms consecuentes y
decididos confesores y los delat personalmente la corte de Crdoba, atrayendo sobre ellos
los rigores de la administracin y el peligro de los tormentos.
Estos hechos bastan para caracterizar la penosa situacin de la Iglesia en Espaa durante
los siglos I X y X .
XXIX.
Combates doctrinales sostenidos por la Iglesia de Espaa en los siglos IX y X.
La necesidad de sostener armada lucha en la mayor parte del pas y la aislada posicin
de las regiones extremas donde los fieles podan gozar de tranquilidad respectiva imposibilitaron la cultura intelectual del pueblo hicieron m u y difcil el desarrollo de las ciencias en
aquellos das. Por desgracia, con los rabes y africanos vinieron otros extranjeros que, no profesando el Coran, enseaban doctrinas herticas y perniciosas nacidas de un desnaturalizado
Cristianismo, y sus enseanzas, como siendo de doctrinas ms afines las de los mozrabes,
les eran mucho ms perjudiciales.
Ademas de los errores de los judaizantes, que se multiplicaron aqu con asombrosa fecundidad, propalbanse sendos absurdos sobre los ms sublimes y sacratsimos dogmas de nuestra Religin. As el presbiterio Migecio sostena que la santsima Trinidad la componan tres
hombres, como David, JESUCRISTO y san "Pablo; que el carcter sacerdotal haca impecable
al que lo posea; que la Iglesia estaba en Roma, cuyos habitantes todos eran santos; que los
cristianos no podan relacionarse con los infieles, ni los justos con los que estuvieran en pecado. Quin dijera que errores tan groseros arrastraran una multitud de ilusos, y que entre sus secuaces se distinguiera nada menos que un obispo! Y sin embargo, Egila, obispo
consagrado por el arzobispo Walcario, por recomendacin del papa Adriano, causa de la pureza de sus doctrinas integridad moral, tuvo la desgracia, y la caus muchos obcecados,
de mancharse con los crasos errores de Migecio.
Otra hereja caus mayores estragos que sta causa de su carcter ms doctrinal, aunque
no menos funesto; el adopcionismo, que vino ser una etapa del arianismo en retirada. Pretendan los adopcianos que JESUCRISTO no era en cuanto hombre ms que hijo adoptivo de
Dios. Elipando, arzobispo de Toledo, dio origen aquella escuela dirigiendo F l i x , obispo
de Urgel, una carta consultatoria sobre el carcter de la filiacin de JESUCRISTO. Flix contestle que JESUCRISTO, en cuanto Dios, es engendrado naturalmente por el Padre, y por lo
tanto verdadero y propio Hijo suyo, pero slo adoptivamente en cuanto hombre hijo de Mara.
Aquella hereja alcanz cierto eco en la Espaa oriental, aunque combatida inmediatamente, sobre todo por el episcopado, y condenada por Adriano, papa; llamse tambin el felicianismo causa del nombre del prelado que le dio forma.
En aquella poca que ms necesitaba la Iglesia oponer los enemigos exteriores la compaginidad de principios y unidad de fe, tenan lamentable gravedad las excisiones doctrinales. El clero de Toledo y el de Urgel se manifestaron especialmente celosos contra los errores
de sus prelados.
Crese que Flix desaprob al final de su vida los errores que ense, bien que existe sotoe su conversin definitiva alguna nebulosidad.
Paulino de Aquilea y Almino refutaron el adopcionismo, que venturosamente no permiti
Dios se arraigara en este pas santificado por la sangre vertida por tantos confesores de la
ortodoxia catlica.
Otra secta vino aumentar la zozobra de los fieles. Los casianistas, que se decan envia-
12G
dos directos de la Iglesia de Roma, pretendan imponer ciertas reglas discordantes con el espritu de la Iglesia. Prohiban el uso de ciertas comidas lcitas, autorizaban, el matrimonio
entre parientes, rechazaban la santidad de cualquiera que no se comunicara con ellos; negaban la licitud del culto de los Santos; administraban la sagrada Eucarista, entregando la
forma santa en mano de los comulgantes; reprobaban el uso del crisma en el Bautismo, que
conferan escupiendo en la boca del bautizado y diciendo Effeta; profesaban al mismo.tiempo
otros principios prcticos perturbadores de la sabia disciplina de la Iglesia. Aquellos agentes
del desorden causaron verdadera alarma en la cristiandad espaola, tan interesada en conservar la uniformidad del culto siempre, pero especialmente en aquellas circunstancias.
Ntanse algunos resabios de maniqueismo en el conjunto de aquel descabellado sistema
que no obedeca ninguna mira elevada, y que slo podan encontrar algn eco en un siglo
relajado ignorante. Fu enrgicamente combatido el casianismo por el episcopado espaol,
y pronto no qued sino la mancha de su recuerdo en los anales eclesisticos de nuestro pas.
Al mismo tiempo obtena cierto favor en algunas regiones el antropomorfismo, que era
la hereja que consideraba en Dios una figura y un cuerpo humanos. Pretendan aquellos secuaces que Dios no era espritu puro, sino un hombre excelente y superior que desde lo alto
de los cielos diriga con materiales manos la mquina del universo y miraba con corpreos
ojos la marcha de las criaturas. Pretendan apoyarse en algunas frases materiales de la sagrada Escritura, y sobre todo en aquellas del Gnesis: Hagamos al hombre imagen y semejanza nuestra. No naci por fortuna en Espaa aquella disparatada secta, pues ya san
Epifanio se ocup de ella atribuyendo su origen un tal Audius de la Mesopotamia, contemporneo de Arius; Epifanio distingue los que la profesaban con el nombre de audianos.
San Agustin se ocup de ellos llamndoles Vadiani. En los primeros siglos del Cristianismo
era el error antropomorfta asaz generalizado, bien que. en las definiciones y explicaciones
sabr el cuerpo de Dios quitaban algunos de sus secuaces algo de lo grotesco en que se funda
aquella teora.
E n el siglo X , no slo Espaa, sino tambin Italia, vio reproducidos aquellos absurdos y
repugnantes principios.
El materialismo en que se apoyaban las esperanzas mahometanas favoreci en esta tierra
la reaparicin de aquellos resabios de paganismo: hecho sorprendente despus de haber el criterio cristiano regido por tantos siglos la inteligencia de los pueblos.
Por fortuna Dios suscit prelados y escritores que supieron sostener la integridad de los
principios religiosos y salv la fe al travs de tantos y tan diversos combates.
XXX.
De otros martirios clebres en aquella poca.
La sangre de los confesores no era slo vertida por el alfanje musulmn en los campos
del Oriente y del Occidente. E n otras regiones, y por causas distintas de las del Coran, los
adalides del Evangelio se vean precisados sostener luchas muerte, mejor dicho, sufrir
la muerte sin luchar, sin otro motivo ni pretexto que el confesar y propagar la santa doctrina
cristiana. Uno de los mrtires que ms importantes hechos realiz en su vida de combate fu
el intrpido apstol de Alemania. San Bonifacio es quiz la figura ms majestuosa y admirable de su siglo. Reasumi toda la accin religiosa, poltica y social del Catolicismo en aquella
poca. Desde su juventud se sinti llamado irradiar la fe encendida por el Verbo en su privilegiada alma. Escogi la Alemania para teatro de su apostolado, y de acuerdo con el Pontfice romano, con el cual traz el programa de evangelizacion, vol aquellas regiones idlatras para sembrar cristiandades. Winfriedo le llamaba su familia, Bonifacio le llam la Iglesia.
127
Originario de Inglaterra pas la Turingia, donde empez elevar su voz poderosa contra el
culto de los dolos y la desmoralizacin de los idlatras. Maravillosa es, dice Riancey, la
ocupacin de esta pobre y grosera Germania. Los misioneros por ella marchan como un ejrcito; donde quiera que acampen, agrpanse los nefitos, y pronto las tiendas reemplazan
los conventos, fortalezas de u n nuevo gnero que dan asilo los pequeos y dbiles y son la
guarda de los pases conquistados. Cada paso que daban hacia adelante era seguido de la formacin de una nueva sociedad. La mayor parte de las ciudades de Alemania no reconocen
otro origen que una de aquellas misiones. San Winfriedo, el gran benefactor Bomfacius, se
vea por todas partes dirigiendo las fundaciones, excitando el celo, enardeciendo el valor. E l
papa Gregorio III le envi el sagrado pallium y el ttulo de arzobispo, con facultad de establecer donde lo juzgare oportuno, de acuerdo con los cnones y por autoridad de la ctedra
apostlica, sillas episcopales.
Bonifacio tuvo ntimas y personales relaciones con los tres Papas que rigieron la Iglesia
durante su ministerio. Gregorio II le dio la orden de partir evangelizar la ms oscura y
pertinaz regin de su tiempo. Gregorio III le encorazon para proseguir su obra de cristianizacin, una de las ms fecundas, si no la primera en fecundidad, de las obras de su pontificado; propuesta de Pepino el Breve fu constituido por el Papa arzobispo de Maguncia. Para
acelerar la conversin de los germanos, llam Bonifacio una plyade de ingleses compatricios
suyos, entre ellos los varones Wigbert, Burchard, Lulio y Williband; y las mujeres, santas
como aqullos, Lioba, Tecla, Walburga, Bertigita y Contradia. Con este doble apostolado la
Iglesia catlica en Alemania emprendi extraordinario vuelo. Hombres y mujeres caan religiosamente heridos por el rayo de la palabra y del ejemplo que les alumbraba y enardeca.
Al papa Esteban II le envi legados con una memoria exposicin de sus trabajos; en
ella manifestaba sus sentimientos de cordial adhesin la Santa Silla y se excusaba humildemente de no haberlo hecho antes con estas frases que son toda una apologa: He estado sumamente ocupado en la reparacin de ms de treinta iglesias que los paganos nos incendiaron.
En correspondencia activa con los papas, con los grandes reyes y pequeos prncipes, difundi con sus escritos el celestial perfume de las mximas del Evangelio.
Al llegar la ancianidad Bonifacio hubo conquistado JESUCRISTO ms de cien mil almas,
segn atestigua Gregorio III. Reform la Iglesia de Baviera, fund las de Hesse y Sajonia,
anim los concilios de Ostrasia, Leptina, que presidi, y Soissons. Reclam los poderes de
Francia, Inglaterra y Alemania el respeto los monasterios, y habl con soberana apostlica
los reyes y los grandes de su siglo contra la corrupcin de costumbres.
Los brbaros idlatras concluyeron aquella brillante vida dando al apstol atroz y violenta muerte. Con l fueron martirizados en Frissia cincuenta compaeros suyos. Podan defenderse, pero el santo caudillo se lo impidi dando admirable ejemplo de mansedumbre.
Con su energa, celo y talento domin todos los acontecimientos de su poca. Propagacin
de la fe, defensa de la verdad, triunfo de la disciplina, supremaca de la Santa Silla, reforma
de las iglesias particulares, reconstitucin de los Estados, todo lo consigui en Inglaterra,
Francia y Alemania; estaba sobre todos los asuntos, y ningn negocio grave se resolva sin
l; monje, obispo, doctor, confesor, mrtir, ninguna grandeza falt su gloria... La resea
de su vida sera la mejor historia de aquellos lejanos.tiempos (1).
Contemporneos Bonifacio cuntanse otros adalides de la causa de la Iglesia. El estado
de agitacin, la situacin constituyente de los diversos pases presentaba vicisitudes terribles
que ponan en difcil posicin los hombres de fijos inmutables principios. Las luchas c i viles suscitaron rivalidades religiosas que valieron la corona del martirio Willebrondio, Liovin, Lamberto, Kiliano, Legerio y otros.
(1)
Riancey, Hist.
du
Monde.
128
XXXI.
Persecuciones monotelitas.Persecucin y martirio del papa Martin I.
Martirio de san Mximo.
Simultneamente los conflictos suscitados en la cristiandad por Mahoma, vino herir
el seno maternal de la Iglesia una de aquellas divisiones con que place la divina Providencia depurar la fe y probar la constancia de los escogidos. Una nueva hereja, retoo de pasados errores, se levant altiva, porque entre sus defensores contaba hombres distinguidos en
las humanas escuelas. El Oriente, siempre propenso causa de su dialectismo exagerado
resolver por discursos exclusivos de la razn las cuestiones dogmticas, quiso raciocinar una
vez ms sobre la divina persona de JESUCRISTO, y no faltaron algunos telogos sutiles que,
confundiendo los atributos de las dos naturalezas, slo concedieron una voluntad en JESUCRISTO. No se trataba de la armona de ambas voluntades, del perfecto acuerdo que nadie
concibe pudiera ser turbado en la perfectsima persona de CRISTO, sino de la existencia misma
de ambas facultades. Eliminaban as funciones esenciales dla humanidad y restablecan por
un rodeo sofstico los principios del sepultado eutiquianismo.
Suscitaron aquella espinosa cuestin algunos obispos orientales ganosos de atraer los restos de la antigua secta eutiqiana y monofisita la profesin de fe catlica. este fin concedan los disidentes la eliminacin de la voluntad humana en JESS trueque de que los
disidentes admitieran la existencia en l de dos naturalezas. Olvidaron que semejantes transacciones, tiles y eficaces veces en cuestiones humanas, son ineficaces, absurdas ilcitas cuando se trata de la fe en las verdades divinas! Aquella combinacin tuvo el fin de todas
las combinaciones teolgicas, partos del soberbio clculo racionalista. No logr atraer los
sectarios en cuyo favor se haca, y consigui dividir muchos que en el seno de la unidad
catlica permanecan.
Atanasio, un obispo ilustrado de la Armenia; Pablo, uno de los doctores monofisitas, y
Sergius Sergio, patriarca de Constantinopla, fueron los tres conceptores y colaboradores de
la fusin teolgica que haba de causar hondas amarguras al Catolicismo, y que hasta haba
de conducir al martirio celosos hijos de la Iglesia y uno de sus ms edificantes papas.
Por desgracia, el emperador Heraclio, cuya conducta piadosa era objeto del reconocimiento
de la cristiandad, dejse seducir por la perspectiva de la paz y concordia que iban resultar
en el imperio de la adopcin monotelita. vido de conseguir tan ventajosos resultados, Heraclio expidi un edicto prescribiendo la profesin de las doctrinas de Anastasio y Sergio; y
para dar su imperial orden una sancin cannica, convoc un Concilio, sea concilibulo,
que adopt la fe monotelita como perfectamente ortodoxa.
No falt un prelado bastante enrgico independiente que convocara otra asamblea episcopal que, examinando sin pasin las doctrinas de Constantinopla, not su fundamental discordancia con los inmutables principios de la Iglesia catlica. -Sofronio Sophronius de Jerusalen fu en aquella ocasin el defensor de la ortodoxia.
Desgraciadamente al papa Honorio, que rega entonces la Iglesia, le falt el valor personal para oponerse con energa los planes de los orientales; y si bien como pontfice preservle Dios inmune de la hereja, nadie puede desconocer ni nadie es capaz de negar cunto
sirvieron las ambigedades de su conducta para alentar los propsitos de los herejes.
Pronto el Oriente entero, que ha sido siempre muy impresionable en lo relativo las grandes cuestiones religiosas, ardi en disputas vehementes degeneradas menudo en turbulencias alarmantes. Sergio y Sofronio eran los dos opuestos adalides, que luchaban en el campo
dogmtico, sino con igual entereza, lo menos con proporcionado talento. La doctrina de So-
129
17
130
all Olimpio, nuevo exarca de Rvena, con la misin de recabar con amenazas y con blagos la adhesin su causa de los obispos. Todo fu vano. Los obispos rechazaron toda sujestion. No es lcito, dijeron, abjurar por el silencio la vez el error y la verdad.
Haba dado el Emperador Olimpio instrucciones de criminal ndole. Si es posible, obtened la aquiescencia del ejrcito de Italia, -y en este caso arrestad al papa Martin, que fu
legado en Constantinopla. Si el ejrcito no se presta ello, permaneced quieto hasta que
hayis conseguido imponer vuestra influencia sobre las tropas ,.e Roma y de Rvena. Olimpio no pudo conseguir el dominio de las tropas. Entonces tram una conjuracin indigna contra la vida del Pontfice. Aprovechndose de la circunstancia de tener que comulgar de manos del Papa en la baslica de Santa Mara la Mayor, mand su escudero que en el acto de
recibir la sagrada forma traspasara al Papa. No cumpli el escudero sus rdenes, y reconvenido por su amo, declar conjuramento que en el momento en que iba cumplir la consigna,
qued ciego de tal manera, que no le fu posible distinguir la.persona del Pontfice. Afectado
Olimpio ante esta proteccin providencial sobre el Papa, sintise profundamente arrepentido,
y tuvo el valor de confesar sus propsitos y las rdenes que haba recibido su misma vctima
elegida. Olimpio se retir de Roma.
El Emperador envi en su lugar Teodosio, por otro nombre Calipas, con orden de prender al P a p a , quien acusaba de hereje por no rendir culto, deca l , la santsima Madre
de Dios, y como criminal de Estado, por haber ofrecido y proporcionado recursos los sarracenos. Doble infernal calumnia que medan la extensin del odio que el imperio de Constantinopla profesaba contra el pontificado romano!
El Papa, advertido de la tempestad que iba descargar sobre l , se retir con su clero
la iglesia de Letran.
No tard el palacio pontifical verse invadido por los soldados del enviado del Emperador. La iglesia fu brutalmente profanada, los clrigos insultados, el Pontfice escarnecido.
Una orden imperial declaraba Martin indigno del pontificado, intruso en l , y prescriba
que se le condujera preso Constantinopla, eligindose otro para ocupar su silla.
No es fcil describir las escenas ocurridas en aquel da amargo en que el soberano poltico
rompi el freno del pudor gubernamental, usando de la fuerza de que poda disponer para faltar todas las atenciones y deberes religiosos. Nunca la hereja se ha visto ms atentamente
servida.
El papa Martin poda ensayar la resistencia aquel atropello; sin duda hubiera podido
sostener resistencia seria, porque era u n Pontfice amado de su pueblo. Mas los que le aconsejaban la defensa material, contestles: No, prefiero sufrir diez veces la muerte que el que
se derrame por mi causa una sola gota de sangre, no importa de quien.
Algunos prelados y sacerdotes pidieron permiso para acompaar al Papa en su destierro.
El exarca enviado del Emperador manifest no encontrar dificultad alguna en ello. Los que
se ofrecieron para constituir la corte pontificia del Papa perseguido fueron muchos.
Sin embargo, Calipas el carcelero no tuvo por conveniente cumplir su palabra. El Pontfice fu embarcado en una lancha la madrugada siguiente, acompaado de seis servidores.
Era el 16 de junio del ao 6 5 3 . Dos das despus lleg el ilustre prisionero Porto. All embarcronle para Misena. La nave que conduca el precioso tesoro de la cristiandad aport en
varias islas de la Calabria, y ltimamente en la de Nxos, en cuyo puerto permaneci u n ao,
sin que se permitiera al sagrado cautivo descender tierra. El barco era su prisin ambulante
y su hospital, porque Martin se encontraba gravemente enfermo. Los obispos y fieles de las
islas enviaban al Papa perseguido ofrendas preciosas, homenajes cordiales de sincera piedad,
mas los guardianes del Pontfice se los apropiaban declarando en alta voz que quien quiera
que fuese amigo de aquel liomlre era enemigo del Estado.
El da 17 de setiembre de 654 Martin lleg Constantinopla. Expuesto la befa y al
escarnio de la marinera que se la haba preparado con novelsticas reseas, se le dej algu-
131
nas horas con supremo desprecio de su alta y sacratsima dignidad. La afrenta indigna lleg
en l la mxima altura concebible; pero tambin ray la regin ms sublime la humildad
y el sufrimiento en el augusto confesor.
Encerrsele en la crcel llamada Prandearia, donde se le tuvo incomunicado tres meses,
esto es, desde el 15 de setiembre al 15 de diciembre.
Desde ella escribi dos cartas expositivas sobre la situacin doctrinal y sobre su situacin
personal. E n la primera dejaba perfectamente sentada su doctrina ortodoxa y pura contra las
maliciosas afirmaciones de sus adversarios.
La resea de su situacin personal equivale la descripcin de un verdadero martirio.
Cuarenta y ocho das hace, deca, que no he podido obtener un poco de agua fresca ni caliente para lavarme; me siento angustioso y resfriado, pues ni por mar ni por tierra me he
visto libre de mi enfermedad; decadas mis fuerzas, aplastado por interior pesadumbre, carezco de alimentos sustanciales, y los que se me sirven son ineficaces inspidos. Mas espero
que Dios, cuando me habr llamado s , buscar mis perseguidores y les conducir la
penitencia.
Admirable y santa venganza! Esperar que el Seor convertira los autores de sus
amarguras y de sus tormentos!
El da 15 de diciembre el augusto prisionero fu conducido ante el Senado presidido por
Bucoleon, gran tesorero. Como el decaimiento de sus fuerzas le impeda permanecer en pi,
Bucoleon dispuso que dos soldados le sostuvieran.
Di, miserable, preguntle Bucoleon, qu mal te ha hecho el Emperador? Te ha q u i tado algo? Te ha hecho alguna violencia"?
El Papa nada contest, y qu haba de-contestarse? Contestaban en alta voz el buen sentido, los hechos pasados, aquel mismo hecho que pasaba.
No respondes? continu Bucoleon, no importa; contestarn por t tus acusadores.
Sobre unos veinte hombres entraron en aquel momento; la mayor parte de ellos haban
sido soldados, otros aventureros, todos sin educacin, excepto uno que fu secretario del exarca
Olimpio.El Papa no pudo menos de exclamar: Estos son los testigos que me acusan? Seamos
ingenuos. Creis digno .este proceder?
Y como el presidente mandara los testigos que juraran decir la verdad: No, no, dijo
el Papa, no les hagis jurar ni les pongis en grave riesgo de aadir pecado pecado; d e jadles que digan lo que quieran como yo os dejo hacer lo que queris?
Nada ms repugnante que la deposicin de aquellos testigos; drama previamente compuesto y ensayado que, pretendiendo aplastar la dignidad pontificia arrastrada en aquel corrompido pretorio, arroj eterno lodo sobre el nombre y la memoria de aquella hertica poltica, que para pisotear mejor el magisterio divino no vacil en hollar proterva el derecho
humano.
Aquel proceso escandaloso termin, como estaba resuelto que terminara. La condena del
Papa era un hecho precedente todas aquellas extravagantes diligencias.
Cuando el Papa fu sacado en silla de manos, porque estaba imposibilitado de andar, dlos
estrados del tribunal, una muchedumbre soez prorumpi en dicterios insultos. Avisado el
Emperador del trmino del proceso, quiso cebarse contemplando de lejos la augusta vctima.
A este fin fu elevado el reo en medio de u n terrado del palacio en hombros de dos criados, y
all, en presencia del venal Senado, el gran tesorero le dijo: Mira como Dios te ha librado en
manos nuestras; abandonaste al Emperador, Dios te abandona t.
Por orden del gran ministro un agente de polica rasg el manto y la tnica del atropellado Pontfice, quien fu entregado al prefecto de Constantinopla con esta consigna: Tomadle y despedazadle.
Tanta brutalidad produjo en las masas siniestra impresin; de modo que cuando el m i -
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que le eligi por su secretario de Estado. Su acierto en el desempeo de tan espinoso cargo
le vali el acrecentamiento de su influencia, que con dificultad hubiera perdido s i , atento
la voz de su conciencia, no hubiera preferido perder su brillante destino dejar que se eclipsara en su alma el resplandor de la santa fe.
Advirti Mximo el progreso de la atmsfera monotelita en la casa imperial y el creciente
favor que en los altos consejos obtenan los sectarios de aquellos errores, y creyndose i m p o tente para luchar con el conjunto de cortesanos, se retir un monasterio de.Chrysopolis. All
encontr ms tarde, huyendo tambin de palacio impulsado por diversas consideraciones,
Pirro, personaje que se haba distinguido en la corte de Heraclio por el celo en la propaganda
del monotelismo. Una conferencia entre Pirro y Mximo ante algunos prelados caracterizados
dio las ideas de ste el indisputable triunfo.
Cuando el papa Martin convoc en Letran el Concilio de que hemos hablado, Mximo era
uno de los personajes civiles que servan los padres conciliares con slidos, notables y n u merosos datos. Era considerado como un apoyo poderoso y firme de la causa catlica; por esto
la muerte del papa Martin fu arrestado Mximo en Roma y conducido Constantinopla
con dos compaeros de su apostolado, Anastasio era el nombre de entrambos, el uno discpulo suyo, el otro 'exlegado del Papa. su llegada fueron ultrajados y conducidos diversas
crceles; de las que, transcurridos algunos das, fueron trasladados ante el mismo Senado que
conden al papa Martin. No detallaremos lo acontecido en el interrogatorio que sufrieron,
casi idntico al que hubo de sufrir aquella ilustre vctima. Porque su discpulo Anastasio careca de voz para hacerse oir fu brbaramente abofeteado por un agente del tribunal.
Despus de varias tentativas para obtener la sancin de Mximo y de su discpulo las
doctrinas monotelitas, decretse el destierro de Mximo y de ambos Anastasio. Mximo fu
desterrado la fortaleza de Bizya, su discpulo Selimbria y el exnuncio Perbera.
Poco tiempo despus, Mximo, por orden imperial, fu conducido al monasterio de San
Teodoro de Regio, cerca de Constantinopla. Varios prelados cortesanos intentaron seducirle con
especiosos argumentos que el ilustrado cautivo desvaneca con admirable criterio. La corte de
Constancio tena sumo empeo en obtener la adhesin de Mximo, cuyo acto hubiera sido sumamente trascendental en favor de la poltica del imperio. Estamos ciertos, le decan, que
el ejemplo de vuestra comunin con la Santa Sede de Constantinopla bastar para que vuelvan ella los que la abandonaron. Mximo no vacil ni un'instante.
Un da que el invencible adalid de la causa catlica contest con firmeza las indignas
sugestiones de sus adversarios congregados, en considerable nmero, los agentes imperiales se
arrojaron furiosos sobre l, le abofetearon, le arrancaron la barba, le escupieron brutalmente
y le dejaron casi expirante. Finalmente, conducido su prisin y otra vez llamado Constantinopla , se le comunic la sentencia pronunciada contra l y contra sus amigos concebida
en los siguientes trminos: Habiendo sido cannicamente condenados, merecerais sufrir
todo el peso de la ley por vuestras impiedades. Mas como quiera que no hay castigo suficiente
para vuestros crmenes, no queremos aplicaros todo el rigor de la ley'; os concedemos la vida,
dejndoos.bajo la justicia del soberano juez. Ordenamos al prefecto aqu presente que os conduzca al pretorio, donde, despus de haberos azotado, os arrancar la lengua que ha servido
de instrumento vuestras blasfemias y os cortar la mano derecha con la que las habis e s crito. Disponemos que se os pasee despus por los doce distritos de la ciudad, y que seis
luego desterrados y encarcelados durante vuestra vida para expiar con lgrimas vuestros enormes pecados.
Mximo y los dos compaeros sufrieron minuciosamente los tormentos que se les conden, y llevados hediondas prisiones, murieron resignados, confesando con el corazn la fe que
no podan ya expresar con la lengua.
El papa Martin, Mximo y los Anastasios fueron las vctimas ms visibles de aquella
terrible persecucin, en la que la barbarie despleg un lujo de crueldad ms propio del ero-.
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nismo pagano que de un imperio que, pesar de todo, alardeaba cristianismo. Y decimos que
fueron las vctimas ms notables, pues fueron innumerables los catlicos que hubieron de sufrir vejaciones sin cuento y humillaciones enormes causa de su ortodoxia.
Dios se compadeci de la situacin triste de la Iglesia, y llamando su juicio al emperador Constancio, elev al trono Constantino el Pagonato, esto es, barbudo, quien manifest
con sinceridad hallarse posedo de sentimientos reparadores.
Convencido el nuevo soberano de la injusticia de la conducta observada por sus antecesores en el poder, escribi una sumisa carta al papa Agaton, proponindole la convocacin de
un Concilio general que pusiera fin los disgustos de la Iglesia. El Papa secund tan levantados propsitos. Envi al efecto sus legados Constantinopla, en cuyo imperial palacio reunironse los padres. Fu el sexto Concilio general de la Iglesia. El monotesmo fu de nuevo
y definitivamente juzgado. Todos cuantos haban defendido aquellas herticas doctrinas fueron anatematizados. los das de tristeza y tribulacin sucedi un perodo de calma y regocijo.
XXXII.
Persecucin de los iconoclastas.
No poda faltar la Iglesia de Dios ninguna faz de persecucin. Las doctrinas y los hombres haban sufrido hasta el siglo V, como se ha visto, toda clase de combates. Tocles el
turno los smbolos imgenes con que el arte y la piedad catlicos reproducen los ojos
de los fieles los hechos caractersticos y las figuras edificantes de los hroes y de los santos
por medio de la pintura y de la escultura. Desde la primitiva poca cristiana los fieles venan
solazndose msticamente alrededor de los lienzos y de las imgenes que les recordaban JESS y Mara, los apstoles y los mrtires. El buen sentido, el recto criterio de los cristianos bastaba para persuadirlos que no eran aquellos bustos y aquellos cuadros el objeto de
sus sinceros homenajes, sino que se proponan excitar con ellos la cordial devocin las personas por las obras de arte representadas. Saba la cristiandad que los santos no les adoraba,
sino que les invocaba como influyentes y poderosos intercesores para con la divinidad.
En el siglo V se le figur u n tal Xanaias Philoxeno que el culto de las imgenes era
una idolatra. Burlbase de que los cristianos representaran al Espritu Santo en figura de
paloma, y sostena que era rebajar la idea de JESUCRISTO el pintarle en figura humana. Valise de la dignidad episcopal de que fu investido por sorpresa para empezar realizar prcticamente sus teoras, mandando borrar algunas figuras de ngeles y retirando lugares secretos la imagen de JESUCRISTO. NO logr importancia alguna el error de Philoxeno en aquel
siglo, pues apenas pudo reunir algunos pocos sectarios entre la gente ignorante y desacreditada.
Pero en el primer tercio del siglo VIII aquel error reapareci lozano y pavoroso, por las
altas protecciones que le servan de gida. Una tempestad siniestra, como pocas hayan acaecido, revolucion de tal manera el Mediterrneo, que las costas de la Europa y del Asia sufrieron modificaciones sorprendentes. Una nueva isla apareci cerca del archipilago. Hubironse de lamentar muchas y sensibles desgracias personales y prdidas materiales.
Rega el imperio el emperador Len de Isaura, en cuya corte dominaban los consejos musulmanes. El Emperador se familiariz con las ideas mahometanas, conforme en esto con las
de los judos, que reprueban absolutamente el uso de toda imagen por grande que sea su mrito
artstico. Gracias las preocupaciones que le dominaron, el emperador Len atribuy la
idolatra de sus subditos aquellas tempestades, que consider como verdaderos castigos del
cielo.
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invencible campen de la gloria de los santos. Nada obtuvieron, sino la retirada del venerable
anciano su casa paternal. Tena Germn ochenta y cinco aos cuando recibi el brusco ataque de los soldados; haba gobernado casi catorce aos y medio la Iglesia de Constantinopla.
Su violenta ausencia llen de consternacin aquella Iglesia que le amaba como hija cariosa
ama al padre que se desvela por su bien. No tard morir en el retiro de la Platania, habiendo
merecido ocupar u n lugar dignsimo entre los santos cuyo poder y cuya gloria heroicamente
defendi.
Desembarazado Len de la sombra de un prelado firme y enrgico en el cumplimiento del
deber pastoral, elev la silla constantinopolitana un sacerdote llamado Atanasio, identificado con la causa de los iconoclastas. Puede decirse que ya no hubo obispo en Constantinopla, pues la autoridad episcopal la ejerci en adelante en toda su extensin el mismo Emperador.
Entonces empez la verdadera persecucin.
E n un espacioso vestbulo del gran palacio de Constantinopla venerbase una imagen
del Redentor crucificado, objeto de especial devocin del pueblo, causa de creerse procedente de los tiempos de Constantino el Grande, y tambin de atribuirse las oraciones hechas ante ella la consecucin de inmensos favores. El Emperador orden la destruccin de
aquella i m a g e n , encargndolo su escudero llamado Jonino.
En vano las mujeres que ante ella estaban orando se opusieron con enrgicos ademanes
y tiernas splicas aquel sacrilegio horrendo. El agente imperial empez desfigurar martillazos la imagen del divino rostro. Las piadosas cristianas, santamente irritadas, derribaron
Jonino y le quitaron all mismo la vida. Sin embargo, la imagen fu arrojada de all y pblicamente quemada. Las mujeres que haban sacrificado Jonino, fuernse en tumulto la
casa arzobispal, cuyas puertas apedrearon, llenando al patriarca de enrgicas invectivas y
echndole en cara su traicin la causa religiosa.
Anastasio vol al palacio imperial y obtuvo de Len un decreto de muerte contra aquellas
mujeres. Todas murieron llenas del valor cristiano. La Iglesia griega las honra como mrtires.
Dado el primer paso en la pendiente de la persecucin, el dspota rueda veloz hasta su
fondo. El emperador Len no se detuvo ante la crueldad de otro hecho que puso su nombre
u n sello indeleble.de infamia.
Exista en Constantinopla, cerca de palacio, una biblioteca fruto de los emperadores, que
contena unos treinta mil volmenes, y al frente de ella estaba una celebridad de aquella poca. Lecumnico se llamaba el jefe de aquel establecimiento en el que se daban gratuitamente
lecciones y conferencias cientficas y religiosas, por los ms doctos griegos que entonces figuraban. Con la independencia propia de los sabios continuaban stos enseando segn el criterio tradicionalista, contrario las nuevas teoras imperiales. Len procur atraer su opinin Lecumnico y al cuerpo de sus profesores. Viendo que eran ineficaces sus poderosos
esfuerzos, mand hacinar faginas y lea seca alrededor de la biblioteca-escuela, incendi
el edificio. lias llamas sepultaron la vez los libros ms preciosos de la Grecia y los griegos
ms sabios de aquel tiempo.
Aprovechando la consternacin causada en el imperio por el espectculo y la noticia de
aquellas barbaridades, Len public u n decreto mandando que dentro de breve plazo desaparecieran de los edificios pblicos y hasta de los domsticos hogares todos los bustos, imgenes
y pinturas que representaran JESS los santos. Muchos de los que se resistieron dar
aquel testimonio de impiedad fueron descuartizados, otros mutilados, sufriendo un gran nmero glorioso martirio. As se multiplicaba el nmero de los mrtires.
Gregorio protest con la firmeza del pastorado supremo contra aquellos brbaros atropellos,
y el pueblo de Occidente, indignado contra la persecucin las santas imgenes, derriblas
del Emperador, erigidas en pblicos lugares.
137
Gregorio III prosigui la obra de su diguo sucesor, escribiendo interesantes cartas Len
para recabar una modificacin de su conducta. En ellas se consigna con tristes descripciones
la cruenta persecucin que la Iglesia sufra. Y por ser tanta la autoridad de los escritos pontificios, reproduciremos aqu los ms salientes rasgos de aquellos importantsimos documentos.
Admirable es la exposicin que Gregorio III hace de la doctrina recibida por la Iglesia
sobre el cuito de los santos. De ella se deduce claramente cuan inoportunas eran las pretensiones iconoclastas. Nos hubiramos podido, le deca, en virtud de la autoridad y del poder
MIENTE
DE
MIS
El.
PANTO.
que leemos de Pedro, fulminar penas contra vos. Mus como quiera que vos mismo os atrais
la maldicin, quedaos con ella. Sera preferible que se os declarara hereje que perseguidor y
destructor de las santas imgenes. Pero el nombre de hereje no os pertenece, pues combats
loque es ms claro que la luz. Teniendo vuestro lado un grande obispo, nuestro colega el
seor Germn, debais consultarle como vuestro padre; siendo tanta su experiencia en los
negocios eclesisticos y polticos, contando noventa y cinco aos de edad , y habiendo servido
tantos patriarcas y emperadores. Vos le habis abandonado para escuchar ese malvado
insensato Efesiauo, hijo de Absinaria, y otros semejantes suyos, como Teodosio, de Efeso,
uno de los jefes iconoclastas...
a
138
Vos nos habis escrito pidindonos la convocacin de un Concilio general. No consideramos oportuno acceder vuestros deseos. Sois vos que persegus las imgenes. Deteneos, y
el mundo quedar en paz y los escndalos cesarn. Suponed que el Concilio sea congregado
dnde est el emperador piadoso para sentarse en l, segn costumbre, fin de recompensar
los que hablen bien y perseguir los que se separen de la verdad? No sois vos el rebelde?
No sois vos el que ha tomado una actitud brbara?... Vos sois el que excitis los combates
y los escndalos...
Creis amedrentarnos dicindonos: Yo enviar emisarios Roma que harn aicos la
imagen de Pedro y har cargar de cadenas al papa Gregorio como Constancio lo hizo con Martin. Sabed que los papas son los mediadores y los arbitros de la paz entre el Oriente y el
Occidente. No tememos vuestras amenazas.
E n otro escrito le deca: He recibido la carta que me enviasteis por Rufino, vuestro embajador, y creed que me es penoso vivir viendo que, lejos de arrepentiros, os obstinis en vuestras malas disposiciones. Decs: Yo tengo el imperio y el sacerdocio. Vuestros predecesores
podran decirlo, ellos que fundaron y adornaron las iglesias y las protegieron de acuerdo con
los obispos. Al. contrario, vos habis despojado y desfigurado las iglesias que encontrasteis
magnficamente adornadas... Vos nos persegus y nos tiranizis por mano de vuestros soldados y con las armas de la carne; nosotros desarmados invocamos JESUCRISTO, cabeza de todas las criaturas, superior los ejrcitos de las virtudes celestiales...
Estos escritos irritaron al Emperador, que tom medidas todava ms vejatorias contra los
devotos de los santos.
XXXIII.
Contina la psrsecucion iconoclasta.Concilio en Roma.Atropellos ejercidos contra la
cristiandad.Martirio de Juan Damasceno.Martirio de muchos invictos confesores.
El sacerdote legado del papa Gregorio III para entregar Len las cartas pontificias fu
detenido y encarcelado, y en vista de tamaas vejaciones resolvi el Papa convocar un Concilio en San Pedro de Roma, no porque fuesen necesarias nuevas definiciones, sino para que
los perseguidores vieran un nuevo espectculo de unidad catlica. Cerca de cien obispos se
reunieron en la baslica vaticana, todos de acuerdo en reprobar y anatematizar la satnica
conducta de los innovadores.
El legado que llev en comisin del Papa y del Concilio las decisiones de ste Constantinopla fu detenido ms de un ao en lbrega crcel, y despus de haberle brbaramente
maltratado, le permitieron regresar Roma, donde inform al Pontfice, como testigo ocular,
de las escenas desoladoras que se sucedan en aquella preciosa porcin de la via catlica.
La Italia entera, agitada por las rdenes imperiales que heran en lo ms vivo el sentimiento de piedad religiosa de sus pueblos, envi una legacin numerosa al Emperador suplicndole retirara las rdenes dadas contra las santas imgenes. La comisin de la Italia fu
detenida, como lo haban sido antes los legados "de Gregorio III.
Indignado con aquellas muestras de la inquebrantable fidelidad religiosa del Pontfice y
de los italianos, prepar Len una imponente flota para lanzarla sobre la Italia. El cielo protegi la Iglesia haciendo naufragar las naves perseguidoras en las aguas del Adritico.
Entonces el Emperador aument de un tercio la capitacin de la Calabria y de la Sicilia;
confisc la parte de patrimonio de san Pedro que radicaba en sus dominios y desterr sus
subditos que se distinguan en la veneracin de los santos.
Entre los ilustres perseguidos descoll la figura eminente de un hijo de la ciudad de Damasco que desde su j u v e n t u d , sintindose distinguido con el don de la palabra, lo emple en
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defensa de la Iglesia en el punto que era entonces el objetivo de los ataques adversarios. Conocise pronto al nuevo apologista con el apodo de Crysorroas ro de oro, que le vali la profusin, sonoridad y lucidez de su estilo; despus se le ha distinguido por Juan Damasceno.
Aquel intrpido adalid de la causa catlica mereci ser blanco de los tiros iconoclastas y tres
veces anatematizado por el concilibulo celebrado por los prelados que claudicaron. Anatema
Germn , exclamaron los padres iconoclastas antes de despedirse, anatema Germn, que
adora con doblez de carcter las figuras de madera! Anatema Jorge, su cmplice, el falsificador de la ley de nuestros padres! Anatema Mansour (el rescatado, apodo que daban algunos Juan Damasceno) el maldecido amigo de los sarracenos; anatema Mansour, adorador de imgenes y falsario! Anatema Mansour, lector de impiedad y mal intrprete de la
Escritura! La santa Trinidad ha depuesto los tres!
Aquel concilibulo habido en Constantinopla convocado por el Emperador sin ninguna
intervencin del Papa, no tuvo ms objeto que sancionar con el sello de una autoridad religiosa las elucubraciones iconoclastas. E n efecto; rein en todas las sesiones de aquella asamblea el espritu de oposicin al culto tradicional usado por la Iglesia y las doctrinas en que
sta apoyaba su conducta. Si la autoridad de aquellos obispos era completamente nula respecto declaraciones doctrinales y disciplinares que no estaban llamados legtimamente
resolver, sirvieron, no obstante, de eficaz arma al poder civil para dar con ms firmeza desapiadados golpes la parte fiel de la cristiandad.
Los decretos del gran concilibulo fueron publicados por todo el imperio y solemnemente
en Constantinopla en el mes de agosto del 754.
Los fieles la madre Iglesia se sintieron posedos de profunda consternacin, pues los
agentes imperiales, encorazonados por la energa dlos falsos pastores, encendieron con vigor
la guerra las santas imgenes. Siniestras hogueras revelaban cada da en todos los puntos
del imperio la destruccin de monumentos doblemente venerables. Exceden al humano clculo
las prdidas sufridas por la piedad y el arte en aquel perodo. Al paso que se quemaban las
imgenes, se derruan se embadurnaban los muros en que se ostentara alguna pintura cristiana, como no fueran figuras de bestias, rboles paisajes.
La persecucin cebse con especial ahinco contra los monjes, que abandonaron precipitadamente sus monasterios, amenazados por la tea iconoclasta, para retirarse, unos PontoEuxinio, otros Chipre, otros Roma. El grito de persecucin los monjes era guerra los
amnemoncnions, esto es, abominables.
Tuvo lugar en aquellos das el martirio del intrpido confesor el monje Andrs el Calabita , que tuvo la santa firmeza de echar en cara al emperador Constantino la fealdad de su
conducta y la terrible responsabilidad que contraa derramando la sangre de tantos justos y
escandalizando tantas almas sencillas. E n el circo de San Mamas,.extramuros de Constantinopla, lucironle sufrir rudos tormentos, cortronle brbaramente el pi, y espir entre los
aullidos de los espectadores de aquella infernal escena. Su cuerpo, arrojado al Bosforo, fu
recogido por sus piadosas hermanas.
Volaba m u y alta la fama del abad del monasterio de San Auxencio, y para conquistarse
el apoyo preciossimo de su autoridad, intent Constantino atraerle su favor. Envile al
efecto uno de los ms instruidos agentes de la secta para recabar de l un acto de adhesin
al concilibulo. Esto no har yo jamas, ayudndome Dios, contest Esteban; aquel Concilio
cay en hereja. Yo defender siempre las imgenes de los santos mis intercesores. Devolved
al Emperador estos presentes. El ungento de los pecadores no ungir jamas mi cabeza.
El heroico abad fu encerrado en oscura mazmorra. Seis das enteros pas sin comer ni
beber.
causa de la guerra contra los blgaros parti Constantino, ordenando se suspendiera
basta su regreso la persecucin de Esteban.
Pero Calixto, que as se llamaba el emisario del Emperador escogido para pervertir al santo
10
monje, irritado del fracaso de su misin, conquist con astucia al monje Sergio, quien de
acuerdo con Aulicolumio, intendente de contribuciones del lago de Nicomedia, redact un
folleto contra Esteban, dedicado al Emperador, en el que se le acusaba: primero, de haberle
anatematizado como hereje; segundo, de haber seducido una mujer noble, retenindola en
los bajos de su monasterio, y can la que sostena ilcito comercio (1).
El Emperador orden Antes, su lugarteniente en Constantinopla, que le hiciera conducir Ana. Llevada su presencia, y negndose varonilmente convenir en las acusaciones
infamias contra Esteban formuladas, mand atormentarla. Aztesela sin piedad, afligisela
en lo que ms precioso es para una religiosa, y viendo su constancia la encerr entre unas
mujeres cismticas. Nada ms se ha sabido de ella.
Para perder Esteban, Constantino llam un joven adicto, cuyo nombre era Jorge Syncleto, dicindole: Me amas hasta resignarte morir por m si necesario es? Estad de
ello seguro, contestle. Pues bien, continu el Emperador; partid para el monte Auxencio, procurad que se os admita en el monasterio de Esteban, tomad el hbito, profesad y volved encontrarme.
El joven parti.
Una noche se dirigi al monte, la pas entre las espesas selvas, y la maana siguiente
llam las puertas del santo retiro. Dijo all que hasta entonces haba andado extraviado,
que haba corrido grave riesgo-de ser pasto de las fieras vctima entre aquellos riscos. Esteban le hizo comparecer su presencia.
El abad reconoci en seguida que proceda de la corte; su vestido y su rostro lo denunciaban. El joven comprendi la sorpresa de Esteban y le dijo sin inmutarse: Padre, el Emperador nos ha hecho todos judaizantes. Yo he tenido la dicha de abrir los ojos y ver que
andaba por la senda de perdicin. Dios me ha conducido vuestra sombra. Salvadme, yo os
pido el santo hbito.
Imposible! contest Esteban; el Emperador nos lo tiene prohibido. Si os admito, seris
arrancado violentamente de aqu, y vuestra salvacin se ver an ms comprometida.
No ser as, padre, contest Jorge; ms imposible que desobedecer la orden del E m p e rador os es dejar de obedecer la de Dios, que os dice me salvis. l pone mi alma en vuestras manos, tendris valor para arrojarla?
Tamao lenguaje era decisivo. El abad le recibi.
Al poco tiempo el Emperador reuni, el pueblo en el grande hipdromo. De pi firme en
sus gradas, como posedo de viva emocin, dijo: Me es imposible ya vivir mientras existan
ciertos enemigos de Dios que no creo ni siquiera lcito nombrar. Aluda los monjes. El pueblo contest: Seor, ya no quedan huellas de sus hbitos entre nosotros.
As lo creis? replic Constantino; pues sabed que sus insultos se renuevan incesantemente. Ellos se atreven seducir hasta mis cortesanos. Acaban de arrebatarme Jorge
Syncleto, quien han dado el hbito. Esperemos, Dios me le devolver.
Jorge, admitido en la comunidad, despus de fingir pruebas de piedad sincera, fu solemnemente investido. Rasurada su cabeza, confundise con.los celosos cenobitas durante tres
das, finidos los que huy, regresando la corte.
la maana siguiente, dispuesta la ms infamante comedia, el Emperador convoc de
nuevo al pueblo. Inmensa fu la muchedumbre que acudi al imperial llamamiento. Jorge
compareci vistiendo los hbitos monacales. Un grito unnime estall: Desdicha al infame!
muera el seductor! El seductor era Esteban.
El Emperador mand quitar una una las piezas del santo hbito y las arroj al pueblo,
(I) Entre las muchas personas q u e , atradas por el olor de santidad de la vida monstica, volaron al desierto del monte Auxcncio,
hubo algunas mujeres que formaban comunidad aparte bajo la direccin del santo abad. La casa de aquellas ilustres retiradas se hallaba
situada en las estribaciones de aquel monte. Entre aquellas cenobitas se hallaba una especialmente asctica, llamada Ana. ella aluda
la infamante acusacin de Sergio.
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que las despedaz como presa destinada satisfacer su hambre de venganza entre un torrente
de denuestos espantosos.
Jorge fu tendido desnudo al suelo y all sufri que se le inundase de a g u a , como para
lavarle de las manchas recibidas en el monasterio.
Segn era de temer, el Emperador mand una seccin de soldados, seguida de turba
soez, al monte Auxencio, que dispersaron los monjes incendiaron la iglesia y el monasterio.
Una orden imperial prohibi bajo severas penas a todos sus subditos el acercarse al monte
Auxencio.
Qu se hizo de Esteban, el hroe de la Iglesia catlica en aquel imperio?
El Emperador mand encerrarlo en el monasterio de Philipicos, cercano Chysopolis.
All envi cinco prelados, los ms distinguidos de su secta: Teodosio de Efeso, Constantino
deNicomedia, Constantino de Nicolia, Sisinio, Pastila y Basilio Tricacuba, acompaados del
prfido Calixto y de Comboconon, partieron al encuentro del ilustre prisionero. Compareci
ste la presencia de sus seductores y jueces, sostenido por dos criados, causa de su d e bilidad y de las cadenas que deba arrastrar.
Teodosio de feso le dijo: Hombre-de Dios, cmo osis tratarnos de herejes, creyendo
saber ms que los obispos y los emperadores, y ms que todos los cristianos?
Esteban contest: Recordad lo que el profeta Elias dijo Achab: No soy yo el perturbador,
sino vos y la casa de-vuestro Pacho, vosotros sois los que habis introducido una novedad en
la Iglesia.
Entonces Constantino de Nicomedia se levant para dar un puntapi al Santo; pero se
le adelant en esta brutal hazaa uno de los criados. Los senadores Calixto y Comboconon
dijeron: Escoged: suscribir los decretos del Concilio, morir como rebelde las leyes
de los Padres y emperadores.
He elegido ya, contest Esteban; sin embargo, leed la definicin de vuestro Concilio;
veamos si hay algo con lo que pueda conformarme.
Constantino de Nicomedia empez l e e r : Definicin del santo Concilio sptimo ecumnico.
Basta, dijo Esteban. Cmo puede llamarse santo un Concilio que ha profanado las cosas
santas?.. No habis quitado el ttulo de santos los apstoles y los mrtires, llamndoles
simplemente mrtires y apstoles? Y cmo os atrevis calificar de ecumnico un Concilio
no aprobado por Roma, pesar de existir un canon que prohibe todo arreglo de negocios eclesisticos sin la intervencin del Papa? Vuestro Concilio no ha obtenido tampoco la aprobacin
del patriarca de Alejandra, ni del de Antioqua, ni del de Jerusalen. Llamis sptimo Concilio ecumnico siendo as que en nada se asemeja los seis restantes.
Basilio le interrumpi diciendo: Pues, en qu difiere de ellos?
En qu? contest Esteban, es que los seis Concilios ecumnicos no se celebraron en
iglesias, y en las iglesias en que se celebraron no haba imgenes veneradas por los padres.
Basilio hubo de convenir en ello. Las respuestas del prisionero eran tan contundentes que
no les convena prolongar una discusin victoriosa para la verdad.
Los emisarios regresaron Constantinopla y dijeron al Emperador: Seor, Esteban discurre con firmeza y desprecia la muerte que ve en perspectiva.
El Emperador expidi un decreto desterrando Esteban en una isla del Helesponto.
All el santo desterrado reanud su vida monstica. Alimentbase de las yerbas que frescas y abundantes alfombraban la playa deliciosa del mar. Los*monjes del monte Auxencio
fueron reunrsele en aquel plcido desierto. All fueron encontrarle tambin su madre y
su hermana, que participaban del vigor religioso del augusto solitario.
Disgustse el Emperador al saber la vida que llevaba en su destierro y le hizo conducir
Constantinopla. Cargle de cadenas y le sepult en un calabozo dentro de su palacio.
Un da Constantino quiso dialogar con su prisionero. Preguntle cul era el motivo de suoposicion sostenida los decretos imperiales. Esteban afirm no ser otro que la persecucin
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que el imperio desencadenaba contra las santas imgenes. Estas son dolos, contest el Emperador. El cautivo explan con maestra la doctrina de la Iglesia sobre el culto de los santos. Y tomando una moneda le dijo: De quin es esta imagen , seor? Es ma, contest
Constantino. Pues si yo la pisoteara, no me castigarais? Indudablemente, respondi.
Cmo no os castigar, pues, JESUCRISTO si profanis sus imgenes y las d su Madre y las
de los santos, que son sus hijos? y diciendo esto, arroj al suelo la moneda y la pisote.
Los cortesanos se precipitaron sobre el valiente confesor iban matarle. Constantino les
detuvo. Mand sujetarle fuertemente por el cuello, encadenar sus manos sobre su dorso y encerrarle en el pretorio, para ser all juzgado segn las leyes, como reo de haber profanado
las imgenes imperiales.
Cuarenta das permaneci el confesor en aquella crcel, en la que estaban detenidos trescientos cuarenta y dos monjes, algunos de ellos mutilados ya por no haber querido apostatar.
Subida era la atmsfera de celo y entusiasmo que se respiraba en aquella prisin, donde tantos justos estaban de antesala para entrar en la gloria. Aquellos confesores se alentaban
contndose unos otros los tormentos sufridos y alentndose para sufrir con valor los que
les restaban, en vista del heroismo desplegado por los.y a martirizados.
As Autonio de Creta contaba el valor del abad Pablo que, puesto ante una imagen de
JESUCRISTO y el potro, habindole dicho Tefanes, gobernador de la isla: Escoge ahora mismo,
pasar sobre la cruz echarte en el tormento, se postr ante la imagen, la ador y corri
tenderse sobre la infernal mquina, que instantneamente tritur su cuerpo.
Pues qu dirais si oyerais contar los rigores del gobernador de Asia, llamado Lachanodracon? dijo el anciano Teosterico, monje que tena ya cortada la nariz y chamuscada la
barba.
Contadnos algo de lo mucho que sabis, hermano, le contest Esteban. As nos alentamos por si dispone Dios que apuremos, como ellos apuraron, la copa de la contradiccin.
El anciano relat lo siguiente: Era la noche del Jueves Santo; estbamos celebrando la
memoria de los divinos misterios de la redencin, enajenados todo pensamiento humano,
cuando nos vimos arremetidos por una hueste de soldados, capitaneados por el gobernador.
Treinta y ocho monjes escogidos fueron atados unos otros unos pesados leos, como bueyes al yugo. A los dems les hizo apalear sin piedad; ech algunos la hoguera; otros, y
yo soy uno de ellos, les cort la nariz, chamusc la barba y les dej libres.
Luego incendi el monasterio y la iglesia. Llevse los treinta y ocho escogidos, les condujo un lugar cercano feso, les encerr en una vieja gruta de baos, empared la entrada, y haciendo minar la montaa, les enterr entre las rocas desprendidas.
Estos y otros ejemplos que all se contaban, lejos de aterrorizar los ilustres detenidos, les
embriagaban en deseos de seguir los pasos de sus compaeros de combate.
El emperador Constantino envi Esteban dos emisarios de su confianza con esta consigna : Diris Esteban que reconozca que hasta hoy le he salvado la vida; que se muestre
complaciente conmigo por gratitud. El se resistir, entonces matadlo puetazos. Los dos
emisarios fueron la crcel, contaron al Santo la misin que llevaban; mas viendo la admirable perseverancia de su f, sintironse cautivados por sus virtudes, y cayendo rendidos
sus plantas besronle los pies con profusin de lgrimas.
Regresaron palacio y dijeron al Emperador: Le hemos de tal manera golpeado, que sin
duda morir esta noche.
No tard en descubrirse el engao de los emisarios, por lo que, furioso Constantino, recorra las habitaciones de su alczar exclamando: Ya no soy emperador, ya nadie me quiere! y dirigindose sus servidores les apostrofaba con estas semejantes frases: Ya tenis
otro emperador; obedecedle, pedidle la bendicin; l es el soberano, yo el subdito!!! Quin
es, seor, decan sosprendidos los cortesanos; quin es este soberano que no conocemos? Es
Esteban, el jefe de los abominables. Al oir este nombre los aduladores corrieron en tropel la
143
crcel gritando: Dadnos Esteban de Auxencio. Soy yo, contest el prisionero; aqu me
tenis. Atronle una soga al cuello y llevronle arrastrando por las calles, arrojando sobre l
infinidad de piedras. Al llegar frente de un oratorio consagrado al mrtir san Teodoro, Esteban, casi moribundo, quiso incorporarse para saludar al Santo que all se veneraba; mas en
aquel momento un garrotazo fiero aplast su cabeza. El cadver fu arrastrado basta el palacio imperial. An despus de muerto sirvi de cebo al furor de la liez de Constantinopla. Sus
carnes desgarradas fueron juguete de las turbas, siendo algunos pedazos de su cuerpo entregados por solaz los nios de las escuelas, que el Emperador hizo cerrar, como si fuera aquel
un da de fiesta cvica.
La muchedumbre se dirigi al monasterio donde estaba encerrada la hermana del mrtir
para obligarla apedrear los inertes miembros de su hermano; pero la piadosa mujer se refugi en un sepulcro de la Iglesia. El Emperador hizo enterrar los restos que pudieron recogerse
de la santa vctima en la fosa en que se acostumbraba enterrar los cuerpos de los criminales y paganos.
Por aquellos das el Emperador arbitr una nueva estratagema para profanar y ridiculizar
los ojos del pueblo la santa vida monstica. Reuni en Constantinopla todos los monjes que
pudo haber y les hizo pasar al anfiteatro en procesin dando cada cual la mano una mujer
disoluta. El pueblo derramaba sobre ellos una lluvia de inmundos salibazos.
Otro da hizo comparecer en el mismo ominoso teatro diez y siete oficiales, acusados de
haberse atrevido visitar Esteban y compadecerle en su persecucin. Algunos fueron
ajusticiados entre los aplausos de la muchedumbre. Se han conservado de aquel coro de mrtires los nombres de Constantino, patricio, contralor de la administracin de correos; Strategio, patricio, capitn de guardias; Antoco, gobernador de Siristia; David, escudero; Theolacto, gobernardor de Tracia; Cristbal, escudero; otro Theolacto, guardia de Corps.
Dios puso trmino los das del emperador Constantino, que caus la Iglesia amarguras comparables las que Nern hizo apurar la primitiva cristiandad. Constantino Sophronimo muri navegando de regreso Constantinopla. Vena de una expedicin militar contra
los blgaros.
Pocos soberanos han desplegado tanto cinismo y tan ruda crueldad. Es preciso remontarse los ms intransigentes tiempos del paganismo para encontrar un tipo que se le asemeje.
Nunca reconoci lmites su poder desptico, ni el crimen, por vergonzoso que fuera, excit en su corazn un destello de pudor. No era cruel solamente en el arrebato del enojo; lo
era en los perodos normales de la vida. Hacase contar los detalles de los tormentos sufridos
por los cristianos. Gozaba al oir los episodios de aquellos martirios, cuya memoria excita la
conmiseracin de toda alma delicada. En su tiempo Constantinopla estaba convertida en un
teatro de suplicios. La cruda revolucin francesa en su perodo del 93 no excedi en barbaridad al perodo de la persecucin iconoclasta bajo Constantino. Otorgse tcitamente
todos y cualquiera ultrajar los cristianos, para los que nada absolutamente valan los derechos ms sagrados. El honor de las vrgenes poda ser juguete de los impos. A los monjes
ms persistentes hacales esculpir sobre el crneo las imgenes titulares de sus iglesias. Gozaba dirigindose con imperial pompa all donde se torturaba los confesores y divertanle
las contorsiones naturales de los sufrientes. Algunos cuerpos de santos fueron reducidos ceniza junto con huesos de animales para impedir su veneracin.
Despus de contemplar la fisonoma de aquel Emperador tan grandes rasgos aqu t r a zada, puede calcularse lo que pesara su mano de hierro y fuego la infeliz parte de cristiandad que hubo de sufrir su dspota imperio.
144
XXXIV.
Continan las persecuciones iconoclastas.El emperador Len IV.
Serense el cielo de la cristiandad oriental al aparecer en el trono Len IV, hijo del cruel
Constantino. Algunas disposiciones de carcter reparador dadas en el perodo inaugural de su
imperio hicieron nacer justas esperanzas de una prxima paz. Len no haba ocultado sus
sentimientos de piedad hacia la dulcsima Virgen y de simpata por los monjes edificantes.
Sin embargo, lo que pareca el principio de una paz, no pas de una cortsima tregua. La atmsfera de perversidad que le rodeaba inficion su corazn, y pronto se vio en l el iconoclasta decidido.
Habiendo encontrado algunas imgenes entre las joyas de la emperatriz la reconvino severamente y rompi con ella toda relacin, todo comercio ntimo. Mand detener y encarcelar los cortesanos sospechosos de connivencia con los catlicos fieles, entre ellos al primer
escudero. Tefanes, Len y Tomas fueron azotados, muriendo de resultas de los atropellos
recibidos Tefanes.
No dur mucho el reinado de Len IV.
Sucedile su hijo Constantino, que no contaba sino diez aos de edad. Por fortuna Elena,
emperatriz madre, era catlica. Gracias la decisin de esta seora convocse en Constantinopla, de acuerdo con Roma, un Concilio, destinado contrapesarlos daos causados la Iglesia por el concilibulo iconoclasta.
Mas la soldadesca, imbuida por los caudillos adictos la poltica de los pasados emperadores, se amotin contra los padres en la primera sesin conciliar, amenazando sangrientas escenas. La Emperatriz aconsej los padres suspendieran sus tareas. Mand salir las legiones
sospechosas, que fueron desarmadas alguna distancia de Constantinopla, y el Concilio pudo proseguir su importante tarea en Nicea, lugar escogido como ms tranquilo. El santo Concilio confirm la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el culto de los Santos. Sobre trescientos obispos firmaron sus actas, junto con los legados pontificios. Antes de separarse consignse un apologtico juicio en honor de Germn, de Juan Damascenoy de Jorge de Chipre.
Los obispos que acaudillaban la secta iconoclasta fueron anatematizados.
La Iglesia goz de un perodo de paz en lo relativo la cuestin iconoclasta, hasta el
reinado de Len el Armenio.
Tambin ste dio en el primer perodo de su imperio algunas pruebas de respeto la Iglesia; pero no tard en revelar sus tendencias hacia la secta iconoclasta.
Nicforo, patriarca de Constantinopla, hombre docto y piadoso, fiel la madre Iglesia,
observ el desprecio con que en palacio se hablaba y se obraba respecto las santas imgenes. Habiendo sabido que el cortesano Antonio alentaba al Emperador en su impa conducta,
le reproch su indigno proceder. Antonio declar que anatematizaba los enemigos de las
tradiciones catlicas. Spolo el Emperador, interpel Antonio sobre aquel acto inconsecuente, y le amenaz con su disfavor; ms el indigno sacerdote contest: Todo ha sido una
burla; no he querido entablar con Nicforo una discusin tonta; mi actitud desembaraza
vuestra accin.
Len convoc los obispos Constantinopla con la idea de adherirlos su plan. Al llegar Constantinopla eran arrestados y conducidos palacio, para evitar que conferenciaran
con el Patriarca. Los que se mostraron dispuestos apoyar la poltica imperial recibieron inmediatamente la libertad; los sospechosos los ojos del soberano fueron encarcelados.
No obstante, Nicforo pudo reunir algunos obispos fieles y celebrar una asamblea, en la
que fu condenado el proceder de Antonio como.hereje, falsario y prevaricador.
1 4S
Len, que conoci pronto lo acontecido, llam al Patriarca y sus adictos obispos. R e prendiles causa, dijo, de perturbarla concordia entre la Iglesia y el imperio: No, contest Nicforo, no somos nosotros los perturbadores. Nosotros estamos de acuerdo con Roma, con
Antioqua, con Alejandra, con Jerusalen. Todos los patriarcas honran las imgenes.
Animada y vehemente discusin se suscit entre los obispos ortodoxos y los sectarios,
stos favorecidos por Len. Eutimio de Sardes se distingui por el entusiasmo con que pleite en pro de la buena causa; Teodoro Studita dijo L e o n : Seor, segn el Apstol, Dios lia
puesto en la Iglesia apstoles, profetas, pastores y doctores; mas no habla de emperadores.
Vos estis encargado del gobierno del Estado y del ejrcito; desempeadlo; pero dejad que la
Iglesia se gobierne por s misma.
El Emperador levant lleno de enojo la sesin y puso incomunicados los obispos disidentes de su poltica impa.
Los insultos las imgenes se reprodujeron. La imagen de JESUCRISTO, venerada en el
vestbulo de la puerta de bronce que sustitua la profanada por Len de Isaura, fu de nuevo
atropellada por Len el Armenio.
Nicforo se neg sostener relacin alguna con los patronos de la secta iconoclasta hasta
que se le dejara libertad de accin en el gobierno de su grey, se levantara el encarcelamiento
los obispos presos y el destierro los expatriados, y se alejara los que haban recibido ilegal ordenacin.
Los iconoclastas de palacio se opusieron la admisin de estas bases. Nicforo fu requerido para que se adhiriera la doctrina imperial, y en caso contrario se fulminaba contra l la
deposicin de su silla. Resisti con noble tesn el santo Patriarca la invasin cannica de sus
adversarios; quienes, impotentes en el terreno del derecho, tramaron conspiracin contra su
vida. Nicforo escribi al Emperador notificndole que, para evitar nuevos crmenes, sala
de Constantinopla. El Emperador mand se le prendiera y condujera al monasterio de San
Teodoro.
Fu elevado la silla patriarcal Teodoto, quien se apresur convocar u n Concilio iconoclasta, que celebr sus sesiones en Santa Sofa. Los abades de los monasterios que fueron
invitados rehusaron asistir, exponiendo sus razones de fidelidad la causa catlica en una
carta colectiva.
Los dos monjes que presentaron aquella carta al Concilio fueron apaleados.
En sus primeras sesiones evidenci la asamblea iconoclasta que no estaba animada del espritu de Dios. La escena acaecida en la segunda sesin caracteriza la fisonoma de aquel
cnclave que aspiraba al ttulo glorioso de Concilio, siendo nada menos que UDa orga repugnante.
Convocados algunos obispos catlicos, que crean dctiles y medrosos, ensayaron atrarselos por violentos procedimientos. Dejronlos largo rato la puerta de la Iglesia, como si
fueran esclavos, permitiendo que una turba de populacho rasgara sus sagradas vestiduras.
Despus les empujaron hacia el lugar donde se celebraba la sesin, mandndoles permanecer
en pi. Los presidentes les exhortaron ceder las pretensiones del Concilio, en cuyo caso
seran recibidos y honrados como hermanos.
Dios les infundi valor en aquella tremenda tentacin y n i uno slo vacil en la fe. E n
vista de esta constancia se les derrib por el suelo, se les pisote, se les oblig salir de la
sala entre un diluvio de salibazos, y se les entreg " u n pelotn de soldados ebrios, que entre
sarcasmos y burlas los condujeron la crcel.
Un decreto de aquel concilibulo determin la total destruccin de las imgenes y pinturas santas. Renaci la consternacin de la cristiandad fiel condenada presenciar las ms b r baras profanaciones de los objetos de su mayor cario. No slo se destruyeron imgenes, sino
tambin vasos sagrados, ornamentos y vestiduras sacerdotales.
Sufrieron insultos y destierro en aquella persecucin, entre otros, los obispos Miguel de
T. II.
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147
Teodoro y Tefanes fueron deportados Apamea de Bitinia. All el primero acab sus
das, extenuado por los tormentos y fatigas.
Metodio fu de nuevo martirizado, aunque Dios conserv su vida para exaltarlo en su da.
En efecto, muerto Tefilo, le sucedi en el imperio Miguel III, todava nio. El cielo toc
el corazn de la emperatriz Teodora y del tutor Teoctista para devolver la paz la Iglesia. J u a n
Leconemante, patriarca iconoclasta, fu depuesto de la silla de Constantinopla y en su lugar
fu incumbrado Metodio. Subile el Seor la silla patriarcal en vista sin duda de la santa
resignacin con que haba morado por la fe en el hediondo sepulcro de Apamea.
Las santas imgenes fueron gloriosamente restauradas. La sagrada efigie de JESS crucificado fu conducida procesionalmente por el clero y el pueblo alborozados por las calles de
Constantinopla.
La sangre de centenares de mrtires fu bastante elocuente para conseguir del cielo la libertad del culto de los santos. La secta de los iconoclastas acab para siempre, dejando en la
historia el recuerdo de los negros y hediondos crmenes que inspir y ejecut. Ella se apoyaba en la hereja ms absurda, y practic los excesos ms admirables que registran los anales
de las humanas flaquezas.
XXXV.
Segundo cisma de Oriente.Sus antecedentes y preparacin.
Hemos llegado punto de ocuparnos d uno de los trechos ms fecundos en amarguras
para la Iglesia catlica. Si al separar Constantino el centro del imperio de la antigua Roma,
colocndolo en Bizancio, se propuso asegurar al pontificado el predominio religioso del m u n do y evitarle complicaciones y conflictos polticos, las pginas que van leerse demostrarn
cuan equivocado estuvo en sus clculos el vencedor del paganismo.
Constantinopla se levant para servir de trono glorioso al imperio, pero por desgracia no
supieron sus distinguidos soberanos armonizar su magnificencia terrenal con la sumisin religiosa. El Oriente, como hemos indicado mucho antes, no quiso desprenderse de su espritu
racionalista, ni siquiera en lo referente en el orden dogmtico, notndose en aquellas regiones
una tendencia sostenida humanizar las instituciones del Catolicismo. Llevse sin duda el
Oriente la palma en lo que atae al explendor del culto y la majestad de las exterioridades
religiosas; pero la grandeza exterior cubra disidencias y diversidades de principios que heran
continuamente y acabaron por matar all la unidad de la fe.
Ora directa, ora indirectamente, el imperio quiso intervenir en la marcha del pontificado
y de la Iglesia, que consider como instituciones subordinadas y en cierto modo feudatarias
de su autoridad. Puede decirse que el cisma estuvo latente en aquellas regiones hasta que
explot ruidosamente con los hechos que relataremos.
En tiempos del apostolado erigironse tres sillas que sirvieron de firme trpode y perfecto
sosten de la Iglesia; en ellas sucesivamente se sent Pedro para imprimirles el sello de
una gloriosa soberana. Roma, silla superior todas, en la que quiso vincular el gobierno
perpetuo de la catolicidad, y por lo tanto el predominio sobre todos los patriarcados y todas
las dicesis; silla que glorific con su prolongada estancia y que roci con la sangre preciosa
de su martirio. Las otras dos fueron las sillas de Alejandra y la de Antioqua. Los tres patriarcas, escribi Gregorio el Grande Eulogio, estn sentados en una sola y misma ctedra
apostlica, porque los tres han sucedido en su silla Pedro, cuya Iglesia JESUCRISTO fund
en la unidad, y la que ha dado una sola cabeza para presidir las tres sillas principales de
todas las tres ciudades reales, fin de que estas tres sillas, unidas indisolublemente, atasen
estrechamente las dems Iglesias al jefe divinamente instituido.
148
La soberana de la silla de Roma fu ejercida sin interrupcin desde los primeros tiempos
sobre las dos patriarcales primitivas, sobre las otras patriarcales posteriormente erigidas y
sobre las de los exarcas y metropolitanos, que la mayor extensin de la Iglesia iba exigiendo
para el buen gobierno. Por la autoridad de Roma se fortifica y afirma toda dignidad sacerdotal (1), segn expresin de la antigedad cristiana.
La creacin del trono imperial en Constantinopla cre un peligro al equilibrio de los grandes patriarcados tan sabiamente constituido en los tiempos apostlicos. El obispo de Bizancio,
que no era ms que un simple obispo dependiente del exarcado de Heraclea en Tracia, tena en sus manos una influencia excedente la de los mayores dignatarios, causa de su
contacto con las eminencias polticas del mundo. Su cercana al trono, la familiaridad que
gozaba comunmente con la corte le indicaban como el ms oportuno intermediario entre las
iglesias particulares y el soberano. Mas de una vez el mismo Pontfice romano se haba valido del obispo de Bizancio para obtener despachos favorables los intereses y derechos de
la Iglesia.
Natural era, atendida la ndole humana, que tan elevada posicin social excitara en los
que all lograban encumbrarse, eran encumbrados sin su personal accin, deseos de revestirse en el seno de la Iglesia de distinciones anlogas las que disfrutaban en el orden civil.
Ya ltimos del siglo IV el obispo de Constantinopla obtuvo u n privilegio de honor que
le acordaron los padres del Concilio de Constantinopla, lo monos algunos padres que l
asistieron, segn el que su silla haba de colocarse inmediatamente despus de la del Pontfice romano. La razn que alegaban los concesores era: porque Constantinopla es la nueva
Roma.
Esta concesin, la que muchos han negado carcter cannico, no otorgaba al obispo de
Constantinopla mayor jurisdiccin, slo la primaca de honor despus del Sumo Pontfice.
Contentronse los primeros obispos de Constantinopla, que gozaron del honor que les fu
conferido por aquella declaracin, con la mera posicin que ste les conceda. Mas pronto
empezaron ensayar paulatinamente u n acrecentamiento de jurisdiccin, que ejercieron sin
base slida. El obispo tico us de un verdadero poder patriarcal sobre determinadas sillas
de la Tracia y del Asia, orden un obispo para Philoppopolis, y tres aos despus le traslad
una ciudad de la Frigia. Intranquilo, sin duda, por el ejercicio de un poder arbitrario, consigui del emperador Teodosio el Joven dos leyes favorables sus designios, una de las cuales prohiba elegir en adelante ningn-obispo en los tres exarcados sin el consentimiento y la
autoridad del Concilio de Constantinopla, y la otra ley estableca que no se resolviera ningn negocio dudoso sin previo conocimiento del obispo de Constantinopla, que se gloria con
los privilegios de la antigua Roma.
Ntase primera vista la tendencia de absorcin de la autoridad oriental en los posesores
de la silla constantinopolitana, y hasta se ve, aunque tmidamente perfilado, el plan de elevarse Constantinopla la altura de Roma en orden la gobernacin de la'cristiandad; y en
todo esto se observa un siniestro sntoma. El obispo de Constantinopla se sirve de la mano
del Emperador, mano lega, mano profana, para su encumbramiento. Pronto el bculo de Constantinopla extendi su sombra sobre veinte y ocho provincias de la Tracia y del Asia Menor. Verdad es que se levantaron murmullos y tmidas' protestas contra aquella usurpacin;
pero la decidida y eficaz accin de la mano imperial inutilizaba las oposiciones, fundadas en
derecho, de aquellos quienes perjudicaba el infundado encumbramiento del obispo de Constantinopla.'
Esta proteccin envalentonaba los posesores de aquella primaca, cuya intervencin en
Oriente se haca ms y ms general. Por otra parte Roma guardaba estudiado silencio, quiz,
dice un ortodoxo autor, causa de que la intervencin del obispo de Constantinopla se haba
ejercido en sentido favorable la justicia y ai derecho, de modo-, dice el abate Jager, que
(1)
149
ms bien pareca promovida por el celo y por la caridad que por la ambicin; y as los p a pas no podan mirar mal unos entremetimientos que redundaban en favor de la Iglesia.
No obstante, lleg u n tiempo en que los obispos de Constantinopla se salieron de la prudente rbita en que se haban encerrado, y considerando como derecho perfecto el uso de unos
privilegios slo tolerados, quisieron dar un paso adelante, paso que era ya casi sinnimo de
independencia absoluta. Entonces Roma levant su protesta y dio principio la pertinaz
lucha.
En qu sentido fu dado el paso trascendental hacia la independencia absoluta por el
obispo de Constantinopla? Lo explicaremos en pocas lneas.
Sentbase en aquella importante silla Anatolio, prelado ms poltico que eclesistico, cuya
eleccin el Papa vacil dos aos en aprobar.
En el Concilio de Calcedonia, convocado para subsanar las heridas abiertas la buena doctrina y disciplina por el concilibulo de feso, Anatolio vio una ocasin propicia de hacer sancionar como derechos los privilegios de que usaba. Sus gestiones recabaron la aprobacin de
estos importantes cnones, los que suscribieron hasta los legados de Su Santidad: Si un
obispo clrigo se halla en divergencia con el motropolitano acudir al exarca de la dicesis
la silla de la ciudad imperial de Constantinopla para obtener juicio y sentencia de su
causa.
Si alguno se cree perjudicado por su metropolitano puede recurrir al exarca la silla
de Constantinopla para obtener juicio.
Esta inmensa concesin no satisfizo an Anatolio. Aspirando m s , tuvo ocasin de
reunir un gran nmero de obispos, amigos suyos personales, en una sesin clandestina y les
hizo aprobar tres cnones, sobre los veinte y siete legtimamente acordados. La sustancia de
los tres est resumida en el primero, .que dice: Siguiendo en todo los decretos de los santos padres, y reconociendo el canon de los ciento cincuenta obispos, que se ha ledo (alude al
tercero del Concilio de Constantinopla), establecemos y acordamos los mismos privilegios la
Iglesia de Constantinopla, que es la nueva Roma; como quiera que los padres acordaron con
razn la silla de Roma antigua los privilegios de que goza, porque era aquella la ciudad reinante. Por el mismo motivo, los ciento cincuenta obispos (del Concilio de Constantinopla)
juzgaron que la nueva Roma, que tiene el honor de poseer el trono del imperio y el del Senado, debe gozar de las mismas ventajas en el orden eclesistico y ser la primera despus de
ella; de suerte que los metropolitanos del Ponto, dla Tracia y del Asia Menor, y los obispos
de las dicesis establecidas entre los brbaros, sern ordenados por la silla de Constantinopla,
en vista de las comunicaciones que le sern hechas de sus elecciones cannicas, en el bien
entendido que los metropolitanos de estas dicesis ordenarn los obispos de sus provincias respectivas conforme los cnones; ms los metropolitanos, como acaba de decirse, sern ordenados por el arzobispo de Constantinopla, despus de haber recibido las actas de su eleccin,
segn costumbre.
La trascendencia de este canon es inmensa. Desde luego pudo observarse que Constantinopla reclama en l privilegios iguales los de Roma precisamente porque le asisten iguales razones y motivos los que Roma contaba para sostener la posesin de los suyos. Segn este canon, el obispo de Roma tena la primaca, porque era el obispo de la ciudad
reinante cuando Pedro se estableci en ella. Este concepto no es exacto. Los derechos de la
silla romana arrancan de labios mismos de nuestro Seor JESUCRISTO, que dio Pedro la soberana pontifical sobre toda la Iglesia aun antes, mucho antes de que Pedro habitara en la
metrpoli del universo. De modo que, sentada esta base, consagrado este principio, lgica era
toda pretensin del obispo de Constantinopla, pues ella y no Roma reinaba civilmente sobre el mundo. El obispo de Constantinopla poda sin inconsecuencia reclamar todos los derechos que ejerce el pontfice romano sobre el Oriente y sobre el Occidente.
Ciento ochenta obispos firmaron este canon, aunque no en asamblea conciliar. Supironlo
150
los legados pontificios, y convocando sesin plena, exigieron la lectura de lo acordado en privada asamblea. Oda su lectura, protestaron enrgicamente contra el contenido en aquellos
acuerdos; mas salieron la defensa de los tres cnones algunos elocuentsimos amigos de Anatolio, y tanta fu la especiosidad de los argumentos usados, que todos los obispos que no los
haban suscrito en la sesin secreta los suscribieron en la sesin conciliar. Slo faltaron las firmas de los legados del Papa.
Suplic el Concilio la aprobacin de estos cnones Roma. La exposicin de los padres
respiraba sumisin y cario fiel. Dignaos, seor, decan al Papa, derramar sobre la Iglesia
de Constantinopla un destello de vuestro primado apostlico, pues vos tenis costumbre de
enriquecer vuestros servidores hacindoles partcipes de vuestros bienes. H ah lo que hemos
credo conveniente; os suplicamos lo confirmis con vuestro decreto.
Roma descubri la red finamente hurdida por los polticos del imperio y resisti denodamente. Rechaz y anul absolutamente el decreto propuesto, y prescribi con severo tino que
se guardaran los patriarcas de Alejandra y de Antioqua los puestos designados por el Concilio de Nicea. La presencia del Emperador, dijo Su Santidad, puede establecer un sitio real,
mas no puede fundar una silla apostlica; las cosas divinas no se regulan segn las disposiciones humanas... Los privilegios de las iglesias establecidos por los cnones de los santos
padres y fijados por los de.cretos del Concilio de Nicea no pueden ser arrancados por la violencia de un temerario, ni sufrir modificaciones por un cambio poltico.
Sobre la alusin al canon tercero del Concilio de Constantinopla contestaba Su Santidad:
No habindosenos comunicado aquel canon, es nulo desde su origen.
Mezclando la prudencia la firmeza, el Pontfice romano, al paso que se manifest intransigente en la cuestin de principios y de derecho, us de ancha tolerancia respecto los
hechos que no heran directamente la justicia. As el obispo de Constantinopla, que se apellidaba arzobispo sin ttulo alguno, era respetado hasta en su ttulo gratuito.
El espritu del cisma latente en la atmsfera de Constantinopla revelse ms formal, segn
hemos visto antes, durante el pontificado de Acacio en la silla constantinopolitana. Desde el
principio de su elevacin obtuvo del Emperador un decreto que estableca la supremaca absoluta de su silla. Los derechos del Papa sobre los patriarcados de Alejandra y de Antioqua
fueron desembozadamente discutidos y negados.
Apoyndose en la decadencia poltica de Roma, que no era ya en verdad la ciudad reinante, reclam la soberana absoluta del Oriente en el orden eclesistico, considerndose emancipado de hecho respecto Roma. Prescindiendo de los derechos de los patriarcas, ordena y
entroniza obispos en sillas sobre las que no alcanza su jurisdiccin.
Y en efecto, hasta entonces no se reclamaba para la silla de Constantinopla sino el segundo lugar en la Iglesia. As lo estableci Justiniano en una de sus leyes (1).
Necesitbase dar un nuevo paso hacia la soberana eclesistica absoluta, y lo dio u n hombre virtuoso, respetable por la fama de piedad que justamente disfrutaba, severo en sus costumbres, discreto, sabio. ste ejerci un acto de la ms alta supremaca. Hizo comparecer
ante su tribunal el proceso de Gregorio, patriarca de Antioqua, acusado por envidia de diversos crmenes. Despus de haber sentenciado, J u a n el Ayunante, que este era el nombre
del virtuoso obispo de Constantinopla, quiso inventar una frase que distinguiera- la eminencia de su autoridad, pues toda idea nueva corresponde una expresin nueva. El patriarca
Juan encontr esta nueva expresin. Llamse patriarca ecumnico, esto es, universal. Reclam contra este ttulo el papa Pelagio I I ; Gregorio el Grande, que sucedi Pelagio en el
pontificado, continu las reclamaciones y protestas de su antecesor. Todo en vano. Pelagio y
Gregorio no desplegaron todo el rigor que podan- causa de las virtudes personales, de la edi(1) Sanciinus secundum earum (synodorum)
definiliones
dolem: beatissimum
autem archiepiscopum
Constanlinopoleos,
sedem.
sanctissimum
nova Roma,
sacerRoma
151
ficante conducta y de la acendrada piedad de Juan. Comprendieron ambos Papas las dificultades de la posicin en que Juan se bailaba. Gregorio el Grande, sin embargo, quiso aleccionar
ios orientales dndoles un ejemplo de humildad, pues mientras el obispo de Constantinopla,
ganoso de ostentar una autoridad que no posea, inventaba calificativos sonoros como el de
patriarca ecumnico, l, verdadero pastor ecumnico, rector del universo mundo, firmse
desde entonces, para formar edificante contraste, servus servorum Dei.
No eran nicamente los prelados de Constantinopla los que sostenan aquella lucha sorda
contra los derechos del pontificado romano y alentaban con sus pretensiones los grmenes de
una ruptura entre el Oriente y el Occidente. Las pretensiones de los pontfices de Constantinopla eran reflejo de las del clero y del pueblo de aquella ciudad, cuya importancia era inmensa en aquel tiempo. La corte misma, olvidando que precisamente resida en Constantinopla
para evitar conflictos entre el pontificado y el imperio, vea con gusto el acrecentamiento de
todo cuanto la rodeaba". De ah que los concilios orientales se ladearan constantemente hacia
el partido favorable los fueros constantinopolitanos.
El Concilio de Trullo vino poner el sello adelantndose los constantinopolitano y calcedonense.
Los Papas no quisieron asumir la responsabilidad de provocar la ruptura definitiva, y sufrieron en silencio las nuevas declaraciones.
Era temible, era casi cierto que el da en que apareciera u n hombre de cierta talla y de
cierto talento en la silla constantinopolitana, cuyo plan fuera sacar las ltimas consecuencias
dlos principios sentados y admitidos en Oriente, estallara la divisin y sera definitiva la
ruptura. Aquel hombre apareci provocando contra la Iglesia una serie de calamidades cuya
resea es el objetivo de estos captulos.
XXXVI.
Personal de la corte de Bizancio en vsperas del gran cisma.Teodora.Miguel IV.
Bardas.Ignacio. Focio.
La emperatriz Teodora empuaba el cetro de Oriente causa de no contar su hijo ms
que tres aos de edad. Hemos visto, al hablar de los iconoclastas, como la ilustre soberana
influy para poner trmino la penosa situacin de la Iglesia. ella se debi que el piadoso
Metodio pasara del destierro la silla episcopal. Las fatigas, los tormentos sufridos por el
ilustre confesor extenuaron de tal manera sus fuerzas, que los cuatro aos de su triunfo llamle Dios para darle la corona. E n su lugar fu exaltado un ilustre monje que deba figurar
en primera lnea en la defensa de la causa catlica. Ignacio, hijo de Miguel Bangabe, que
hubo de abdicar el imperio, fugaz en sus manos, y de Procopia, hija del emperador Nicforo,
pesar de su encumbrada alcurnia, quiso dedicarse'al ministerio eclesistico. Haba aprendido en el camino del destierro la difcil prctica de la resignacin y del sufrimiento. La virtud y la ilustracin que le adornaban conquistronle envidiable fama en todo el Oriente, de
suerte que al morir Metodio, la corte, el clero y el pueblo, con rara unanimidad se fijaron en
l para confiarle el bculo de Constantinopla. Aquel pontificado, que tan bien preparada e n contraba la grey, fu ejercido en completa y santa paz en su primer perodo. Pareca como
que hasta se iban olvidando las tradicionales rivalidades entre las dos ciudades reinas causa
de que Ignacio en Constantinopla y Len IV en Eoma no aspiraban sino al mayor esplendor
e la Iglesia y al mejor apacentamiento de las almas.
No tardaron, sin embargo, vislumbrarse en lontananza nubes siniestras portadoras de
estragosa tempestad. El nio que deba naturalmente heredar el cetro de su padre, indcil
los asiduos consejos de la Emperatriz, mostraba u n espritu indmito, un corazn duro,
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sentimientos impropios de nn prncipe. En los albores de su juventud acogi aficiones desmedidas los espectculos de gnero turbulento y brbaro. Como Nern, no pensaba sino en
lucirse dirigiendo en la arena del circo un carro. Familiarizse excesivamente con la plebe;
los carreteros eran sus confidentes y los amigos de su intimidad; con ellos coma, con ellos
paseaba, de ellos se hallaba rodeado. Entre ellos aprendi el poco respeto las cosas y las
personas religiosas, y de ah las escenas sacrilegas que pasaron en el regio alczar. Tena un
bufn llamado Grillo, que se vesta con los hbitos y ornamentos patriarcales y remedaba satricamente las augustas ceremonias de la Iglesia. El Prncipe y once cortesanos figuraban
los doce metropolitanos del patriarcado, y con capas y mitras bordadas de oro escarnecanlos
solemnes, ritos catlicos. Ms de una vez aquella cnica procesin traspas los lindeles del palacio, mostrndose al pueblo escandalizado de ver indignamente vilipendiadas las ceremonias
augustas del Catolicismo. Era esto un sntoma infalible de la impiedad del futuro Monarca
que mortificaba sobre toda ponderacin el alma piadosa de Teodora. *
El turbulento carcter del Prncipe vena favorecido por las intrigas y rivalidades de la
corte. Al morir el emperador Tefilo, esposo de Teodora, dej la regencia en manos de su digna
esposa, nombrndole como consejeros y ministros, y en su caso como tutores de su hijo,
Teoctista, gran canciller; Manuel, generalsimo en el ejrcito, y Bardas, distinguido
patricio; Focio era el secretario de aquella especie de consejo de regencia.
Una escisin apasionada explot en el seno de aquel consejo. Manuel renunci el cargo y
se retir la tranquilidad de la vida privada; Teoctista y Bardas permanecieron en continua
oposicin mutua. Bardas, ms astuto que Teoctista, consigui infundir al Prncipe graves
sospechas contra la fidelidad de su rival. El asesinato de ste dej Bardas libre el campo
del consejo; pero aspiraba que le quedaran libres el campo de palacio y el campo del imperio. Para ello necesitaba sacrificar dos vctimas, la Emperatriz Ignacio. E l bello ideal del
altivo favorito era alejar la Emperatriz, contra cuya lealtad empez un constante trabajo de
zapa. No tard en conseguirlo. Teodora y sus hijas fueron compelidas encerrarse en un
claustro, privndoles toda comunicacin con el gran mundo.
Pero quedaba todava Ignacio, y cabalmente la luz del bculo pastoral contrariaba la vida
licenciosa de Bardas, quien mantena ilcitos amores con una pariente, para el sosten de cuyas relaciones incestuosas repudi caprichosamente su propia esposa. Pblica era la disipacin de conducta del gran ministro, y si bien el Patriarca tuvo la prudencia de guardar discreto silencio por algn tiempo, no obstante, habindose presentado Bardas la sagrada mesa
en la fiesta de la Epifana del ao 857, Ignacio rehus pblicamente administrarle el pan de
los ngeles. Indignado Bardas de aquel solemne desaire, puso mano la espada en ademan
de herir al Pontfice; mas ste, sin conmoverse, Je advirti cuan poderoso es Dios para vengar los grandes crmenes y los nefastos sacrilegios. Desde aquel momento jur desprenderse
la primera ocasin de la edificante figura.de Ignacio.
Libre ya de Manuel, de Teoctista y de Teodora, fu de hecho Bardas el emperador de
Oriente. Su primer cuidado fu perder a! Pontfice. Al efecto, pintle ante el Prncipe como
conspirador contra su imperio. Un proceso, mejor, una perspectiva de proceso se celebr
contra Ignacio, al que acus de trabajar para elevar al trono imperial u n tal Gebon, que
era un aventurero extravagante, alienado, que se deca hijo secreto de la emperatriz Teodora,
pretensiones ridiculas que merecan slo un manicomio! Basta conocer el carcter grave y
digno de Ignacio para deducir la imposibilidad de su connivencia con aquel loco. Sin embargo, Ignacio fu desterrado la isla de Tenebinto.
No era suficiente para Bardas haber desterrado Ignacio. Propsose reemplazarle definitivamente en la silla constantinopolitana. Necesitaba para ello disponer de una persona de
firmeza y de talento, porque prevea las tremendas borrascas que la sustitucin de Ignacio
promovera.
Haba en la corte un hombre capaz de resignarse librar grandes batallas para llevar 6,
153
cabo un proyecto que halagaba su amor propio y satisfaca su sed ardiente de ruidosa fama.
Aquel cortesano llambase Focio.
Quin era Focio? Notables eran las eminentes cualidades de que el cielo le dot. Inteligencia elevada, genio profundo, espritu vivo, energa sorprendente, actividad increble,
pasin violenta por la gloria, voluntad depurada como el oro inflexible como el hierro, tales eran, segn uno de sus bigrafos imparciales, las ventajas personales del elegido por Bardas para conmover por siglos y siglos la cristiandad oriental.
Focio, acostumbrado tratar los ms graves negocios del Estado, en su calidad de secretario de la regencia conoca perfectamente todos los hombres notables de su tiempo; su aficin
al estudio y su amor las letras le proporcionaron el conocimiento de todas las ciencias de
su siglo y de los siglos precedentes; de fcil palabra, era un verdadero orador, quiz el ms
eminente orador del imperio, pues la elocuencia y elegancia de su frase aada una erudicin vastsima y una profundidad de raciocinio admirable.
Considerado en su pas como una eminencia poltica y cientfica, su nombre era glorioso
en el extranjero,, pues muchos soberanos haban tenido ocasin de conocerle, ora en las embajadas que se le confiaron, ora en las relaciones diplomticas que con l sostuvieron.
iVdemas de estas ventajas preciosas tena Focio la de la amabilidad del trato, fruto de una
educacin esmeradsima. Su natural atractivo, dulce, afable, sonriente siempre le vali el
crculo ms numeroso de distinguidos amigos.
Faltbale sin embargo una virtud, la humildad cristiana; hallbase dominado, dice N i cetas, por un orgullo indomable y atormentado por una ambicin terrible.
La silla de Constantinopla era el puesto que convena quien tan ganoso se senta de
darse en espectculo las generaciones; porque el mundo religioso y poltico tena atentos
los odos lo que desde aquella altura se deca y fijas las miradas la actitud tomada por
aquel patriarcado.
No se ocultaron Focio las inmensas dificultades en que iba tropezar. Lo que ms le
disgustaba era el deber subir su aspirada silla por intrusin, como si dejramos, por asalto.
El primer paso de Focio se encamin obtener la dimisin de Ignacio. Envi Terebinto
comisiones de obispos y de altos dignatarios, que pintando los ojos del augusto proscrito el
cuadro de los peligros del porvenir y de las funestas consecuencias que poda tener para la
Iglesia la negativa de su dimisin, terminaban excitando su generosidad de sentimientos para
salvar una causa que todos era tan querida.
Ignacio estuvo inflexible. Personalmente, deca aquellos elevadsimos mensajeros, nada
perdera yo en descender de una silla, colocada en tan tempestuosa regin; pero la Iglesia
perdera inmensamente si por indigna cobarda abandonara yo el puesto de peligro en que
legtima y legalmente se me coloc.
Si bien algunos obispos amenazaron no reconocer jams al obispo que se introdujera a n ticannicamente en la silla de Ignacio; Bardas no se descorazon. Publicla eleccin de F o cio, quien el obispo Asbertas, enemigo personal de Ignacio, confiri en seis das todos los
sagrados rdenes. En el sexto da, refiere Nicetas, que era el de Navidad, se le confiri el
patriarcado de Constantinopla; subi al trono espiritual, desde el que dio la paz al pueblo,
pesar de no tener en su corazn el menor destello de la verdadera paz.
Era tal la desorganizacin del clero bizantino en aquella funesta poca, hasta tal grado
se haban borrado las nociones rudimentales de la justicia cannica, que hasta los obispos, que
se indignaron y protestaron por la intrusin de Focio, no se pusieron al lado del legtimo pontfice, sino que aspiraron elegirle cannicamente, decan, un sucesor. Como si pudiera
haber una legitimidad capaz de sancionar una destitucin violenta y contra todo derecho!
Esta conducta era inconsecuente todas luces. No obstante, los obispos oposicionistas la
eleccin de Focio persistieron algunos das en el proyecto de otra eleccin; pero al fin cedieron las instigaciones de Bardas. Slo cinco se manifestaron tercos, entre ellos Metfanes,
T. n .
20
164
XXXVII.
Grave persecucin y tormentos Ignacio y sus adictos.Crueldad de Bardas.
Encarcelamiento de los legados pontificios.
Apenas hubieron transcurrido dos meses desde el pacto de Bardas y Focio con Metrfanes
y sus cuatro colegas, cuando los agentes del imperio empezaron perseguir las personas
conocidas por su adhesin al legtimo patriarca. La polica constantinopolitana andaba sedienta
de encontrar base para procesar seriamente al ilustre proscrito y obtener una deposicin con
visos de cannica. De ah la asiduidad con que buscaban algn amigo capaz de vender al infortunado Ignacio. Nadie se atrevi cometer semejante infidelidad. Entonces empezronlas
gestiones para corromper los familiares de Ignacio en el destierro. Algunos de sus domsticos
fueron sujetados la tortura para ablandarles formular contra su ilustre amo algo que
hubieran visto y que revistiera apariencias de conspiracin de estado siquiera de maquinacin contra el cumplimiento de las rdenes imperiales. Los domsticos de Terebinto permanecieron fieles como los amigos de Constantinopla. Al fin decidironse emprender el asalto
del nimo del Patriarca. Arrncesele de Terebinto y se le condujo la isla de Hieria, donde
se le carg de cadenas y se le releg en el fondo de un establo de cabras; de all fu transportado al barrio de Prometeo, bajo la frula tirnica de un llamado Lalacon, persona algo visible en aquellas islas, pero de cruel y sanguinario trato. Reciba aquel hombre venal la consigna de apelar todos los medios imaginables para obtener de Ignacio la renuncia del patriarcado. Falto de todo sentimiento noble, Lalacon consider al ilustre proscrito, no como un
criado, sino como un esclavo, al que lleg un da hacer saltar dos dientes de un puetazo. La crueldad de Lalacon no pudo triunfar de la firmeza de su cautivo, que manifest su
dspota carcelero estar dispuesto sufrir antes el martirio que facilitar con su renuncia la
victoria moral del intruso y de los provocadores del cisma.
Trasldesele Numeria, y de all Mitilena, siempre encadenado y de tal manera estrecha vida reducido, que muchas veces lleg sentir los horrores del hambre.
Y lo que ms afliga el corazn de la tristsima vctima era saber que sus amigos eran
cruelmente perseguidos causa de la adhesin su persona y los venerandos principios en
l personificados. Unos geman en el destierro, otros estaban detenidos entre criminales en las
crceles del pretorio, otros sufran brbaros tormentos, y todos eran tema de escarnio y de befa.
un pobre y sencillo religioso llamado Blas, sacerdote y guardin de los archivos de la
grande Iglesia, le arrancaron la lengua porque haba osado hablar afectuosa y respetuosamente de Ignacio y defender sus virtudes y sus derechos.
Semejantes atropellos, cuya arbitrariedad nadie se esconda, excitaron la indignacin
del pueblo, que vea en la cuestin del patriarcado de Focio la conculcacin de derechos evidentes y el principio de u n plan de consecuencias desastrosas. Previo Focio la gravedad de
gg
las dificultades que iba crearle la impopularidad causada por la vista de injustificables suplicios, y de ab que tratara de sacudir toda responsabilidad personal en aquellos atropellos,
y hasta no vacil en dar entender que, ajeno ellos, le molestaban, antes que complacerle,
aquellos terribles desafueros. Con ocasin de la infamia cometida contra el presbtero archivero, escribi Focio Bardas una carta, que es hoy precioso documento; pues es un certificado en regla del grado de crudeza que haban llevado la persecucin los agentes imperiales. Hasta qu punto sean sinceras las expresiones de Focio juzgelo el meditativo lector, que
siu duda no olvidar que l era la nica causa de aquella agitacin y sin duda la nica persona que con una palabra enrgica poda reorganizar aquella desconcertada cristiandad.
H ah la expresin de Focio Bardas: Saba bien, antes de experimentarlo, cuan i n digno era yo de la dignidad de arzobispo y de toda funcin pastoral; por esto slo con extrema
repugnancia me dej llevar. Pluguiera Dios haberme muerto antes de haber cedido yo las
solicitaciones y la violencia que me hicisteis! No estara ahora mi alma agitada por las oleadas de tantos y tan grandes males, cuyo presentimiento y temor me turbaban ya entonces y
tenan suspenso mi nimo... Yo estaba agitado, sufra, lloraba, interceda, dispuesto todo
menos acceder las pretensiones de los que me impulsaban, y deseando alejar de m el
cliz de tantas inquietudes y tentaciones. Ahora la experiencia me ha confirmado en la idea
de mi indignidad; ya no me oprime el presentimiento de los males venideros, sino'que me
abate el dolor de los presentes; dolor agudo, acompaado de suspiros, de gemidos, de desesperacin .
Cuando veo sacerdotes, cualesquiera que sean, atormentados por una sola y sencilla
falla; cuando veo que se les golpea, que se les encadena, que se les envilece lias ta arrancarles
la lengua, no tengo motivo de creer que los que descansan en la tumba son ms venturosos
que yo, y de considerar la carga que se ha echado sobre mis hombros como el castigo merecido por mis pecados? Un hombre pobre, sin proteccin, no teniendo expedito el uso de sus facultades intelecltales (cosa que excita la piedad ms que la indignacin) ha sufrido males
horribles; fu vendido como ti esclavo, azotado, encarcelado, y lo que es irreparable, se le ha
arrancado la lengua, y este hombre se halla revestido de la dignidad sacerdotal! Varias veces
interced por l, varias veces he dirigido apremiantes ruegos y no he encontrado sino indiferencia insensibilidad. Sbenlo los testigos de mis instancias. Y si ellos lo hubieran olvidado,
no lo ha olvidado Dios. Qu esperanza me resta, pues, para el incierto porvenir, si me e n cuentro as burlado y mistificado en las cosas de la actualidad que pasan nuestros ojos? Cmo
interceder por vuestros pecados y por los del pueblo; cmo obtendr su perdn si soy rechazado y desdeado al pediros la salud de uno solo?...
Necesidad tena Focio de hacer algo para calmar la irritacin creciente de la Iglesia y del
pueblo de Constantinopla. Los obispos de las provincias bizantinas que presenciaban aquellos
graves y cotidianos atropellos, reunironse en la iglesia de la P a z , y despus de cuarenta das
de retiro, declararon depuesto al usurpador, lanzando anatema contra l y contra los que le
reconocieran la dignidad usurpada. Para contrabalancear la herida de aquella declaracin,
convoc Focio, apoyado por Bardas, otro Concilio de obispos amigos que declararan la deposicin de Ignacio ausente.
Los obispos oposicionistas fueron desterrados y encarcelados y privados de toda comodidad. Estas medidas, inspiradas por Focio y en evidente contradiccin con la letra d l a carta
que acabamos de resumir, acrecentaban la indignacin pblica y hacan insostenible la posicin del intruso.
Convencido de la imposibilidad de obtener de Ignacio la renuncia de la Silla, pens en
recabar la confirmacin de su dignidad por el Papa. Nombr una comisin formada por Arsaber, to suyo y cuado de Bardas, y por los obispos Melodio, metropolitano de Gangues; Samuel, obispo de Coloso, en Frigia; Tefilo, metropolitano de Armorium, y Zacaras de Taornna, en Sicilia. Fueron stos portadores de dos cartas, una del Emperador, otra de Focio
186
al Papa. Exponale Focio Su Santidad como sin ninguna pretensin por su parte y hasta
con suma repugnancia fu elevado la dignidad episcopal y la silla de Constantinopla por
renuncia de Ignacio; explicaba su manera y grandes rasgos la historia de aquel cambio;
y aunque velados artificiosamente, dejaba entrever los disgustos sucedidos posteriormente
su elevacin. Confesaba denodada y explcitamente la fe catlica tal como la profesaron los
siete Concilios generales; decase impulsado por el espritu de caridad y de justicia y decidido conservar con la silla apostlica los vnculos de la ms perfecta unidad. En cambio
peda al Papa la sancin de su dignidad. Los portadores de la carta lo eran de riqusimos presentes en nombre del Emperador para el Pontfice Romano.
Pero ocupaba la sazn la silla apostlica un hombre que reuna en sumo grado los
dones de carcter, de talento, de previsin, de gobierno. Nicols I era papa, y de l fu escrito: Pos beatum Crregoriitm usque in prasens, nullus in romana urbe Mi videiur cequiparandus; regibus ac tyranis imperavit, cisque ac si Dominus orbis terrarum auctoritate prcefuit (1).
Comprendi perfectamente Nicols la posibilidad de que fuera aquello una celada en cuya
trama eran maestros los orientales. Usando de la circunspeccin que le era habitual, pregunt Nicols los comisionados sobre varios incidentes, y en sus respuestas pudo juzgar que
la sinceridad no era el alma de aquel negocio.
Cmo Ignacio no haba consultado la santa Silla antes de dimitir? Cmo se procedi
la eleccin de un sucesor sin saber la resolucin de Roma? Cmo Ignacio no enviaba explicaciones de lo acontecido? Estos puntos sorprendan y confundan al Pontfice, que convoc
una especie de Concilio para resolver lo ms conveniente.
El Concilio acord se enviaran dos legados Constantinopla para examinar el asunto de
los dos contendientes la silla de aquella capital y elevar al Papa la conveniente memoria
exposicin. Con Focio no se les autorizaba sino sostener relaciones laicales.
Los obispos Rodoaldo y Zacaras fueron elegidos para aquella importante legacin, llevndose la contestacin del Papa las dos cartas.
Decale al Emperador el Papa: No podemos dar nuestro consentimiento ( la supuesta
renuncia de Ignacio) hasta que hayamos sido informados por nuestros legados de todo lo acontecido en este asunto; y para que todo proceda segn orden, queremos que Ignacio comparezca ante nuestros legados y el Concilio y explique por qu abandon su pueblo, y se examine si su dimisin fu cannica. Y cuando tendremos conocimiento de todo, resolveremos lo
que nuestro juicio sea ms favorable la Iglesia.
E n la carta del Papa Focio mostrbase sorprendido de que, siendo laico, hubiera saltado
contra todas las reglas establecidas hasta la cumbre. Por este sbito encumbramiento, le
deca, habis violado los estatutos de los padres... por esto no podemos consentir de ninguna
manera vuestra consagracin hasta al regreso de nuestros enviados, fin de que por la exposicin de los hechos que ellos nos hicieren conozcamos vuestra conducta y vuestro amor
la verdad; solamente entonces, si sois digno de ello, os.reconoceremos como obispo de tan
grande silla...
No poda ser ms evidente la sospecha que abrigaba el Papa sobre la veracidad de la relacin de Focio, y nada ms claro que el disgusto que aqul senta por la rpida elevacin de
ste al episcopado.
Mas h ah que, cuando era de esperar que los legados de Nicols I encontraran en Constantinopla acogida respetuosa y cordial, segn el lenguaje usado por los comisionados del
Emperador en Roma, sucedi todo lo contrario. Al desembarcar fueron presos incomunicados. Durante tres meses sufrieron absoluto aislamiento, no sindoles permitido hablar sino
con los agentes imperiales, que usaban todos los artificios imaginables para atraerles al partido
(I)
de la deposicin de Ignacio, Energa y firmeza desplegaron los legados durante mucho tiem-
158
Mientras as se corrompa la fidelidad de los dos obispos embajadores, Ignacio era entregado
nuevas vejaciones. Trasldesele de Mitilena Terebinto, y en aquella travesa fu vctima
de los bruscos ultrajes de Oripbas, comandante de la flota imperial. Y para colmo de desventura, expsosele las terribles consecuencias de la invasin de los rusos en el pas del Puente
Euxino. Penetraron aquellos guerreros inhumanos escitas en la isla en que se encontraba
Ignacio; pasaron degello cuantos isleos pudieron-, y entre ellos muchos de los domsticos inofensivos del ilustre proscrito, que Dios directamente debi la salvacin de la
vida en aquel apuradsimo trance.
Seguros Focio y Bardas de la docilidad de los legados sus miras, determinaron dar un
golpe maestro convocando un Concilio que sancionara con aparente canonicidad la serie de
injusticias perpetradas. Trescientos diez y ocho obispos se reunieron en Constantinopla; nmero que igualaba al de los padres del gran Concilio de Nicea, del cual pretendi aquella
corte que fuese imponente repeticin.
Ignacio debi comparecer ante l, ser en l interpelado y condenado; pues el juicio estaba
ya de antemano acordado y decidido.
Llegado el momento de la apertura del gran Snodo, el Emperador mand abrir para el
pueblo la iglesia de los Santos Apstoles, que era el local designado para celebrarse la con-,
gregacion. Dirigise l con oriental aparato, revestido de los imperiales ornamentos y acompaado de un escuadrn de prncipes, altos dignatarios y magistrados. Toda Constantinopla
holg aquel da, ya para disfrutar del espectculo de las grandezas civiles y eclesisticas, ya
para ver al ilustre reo que deba ser conducido ante aquel Concilio-tribunal.
Ignacio recibi una comisin que le conmin presentarse ante el Concilio que deba juz"garle. E n vano protest que slo deba ser juzgado por el Papa. Desatendido en su pretensin
j u s t a , decidi acceder, resolvindose que se presentara con los hbitos patriarcales; pero una
orden imperial le oblig quitrselos y venir con los hbitos de un simple monje.
Una multitud adicta de sacerdotes y de pueblo le sirvi de escolta. Llegado ante la Asamblea, hubo de oir palabras duras de boca del Emperador, palabras las que Ignacio contest:
Las injurias, por amargas que sean, son ms dulces que los tormentos. Aluda los tormentos que haba sufrido. Dirigise en seguida los legados, preguntndoles con atentas y
respetuosas formas si haban trado alguna carta del Pontfice de la antigua Roma para el
pontfice de la Roma moderna; lo que ellos contestaron: Somos legados del Papa, enviados
para juzgar vuestra causa; y si no nos entreg carta alguna para vos, es que se os considera'
destituido de vuestra dignidad por un Concilio provincial, y nosotros venimos resueltos
proceder con las formalidades cannicas.
Si as es, replic Ignacio, quitad al adltero, aludiendo Focio, y si no os atrevis, no
os avengis ser jueces.
Con estas palabras concisas Ignacio recordaba los legados el derecho cannico que ellos
manifestaban olvidar. No tuvieron otra respuesta que estas palabras, sealando al Emperador: ste quiere que seamos jueces.
La noble actitud del valiente proscrito puso en guardia algunos obispos, los menos comprometidos y venales, quienes se atrevieron pedir que Ignacio fuese su metropolitano. Siniestra nube empez cernerse sobre los proyectos imperiales, porque la palabra del acusado
equivala al rayo que tronchaba con la rapidez del brillar la ms robusta maquinaria. Hubieron los cortesanos de desplegar su habilidad y su arte para que no se desbandara la hacinada
hueste. De resultas de aquella tentativa algunos obispos fueron expulsados del Concilio y enviados al destierro.
Cuantas veces los legados hablaron con Ignacio oyeron de ste un lenguaje elevado, digno, noble. Ignacio les desconcertaba recordndoles las disposiciones cannicas que establecen
que, antes de deponer un obispo, se le procese y se le juzgue. Cmo, pues, aqu se me depone antes de juzgarme? Alegaba la carta del papa Inocencio Crisstomo, en la que ter-
159
minantemente le deca que no deba comparecer juicio antes de ser repuesto en su silla.
Contra Focio desplegaba la fuerza de los ms convincentes raciocinios. Acusbale de baber
sido rpidamente encumbrado la dignidad episcopal sin pertenecer al orden eclesistico; de
haber adulterado el curso de los sucesos para empuar el bculo constantinopolitano; de haber
faltado la suprema palabra por l empeada de que le respetara como Padre, promesa escrita, la que los cuarenta das falt indignamente, promoviendo contra l la ms cruda persecucin ; de haber hecho cortar los dedos al arzobispo de Cysignio para arrebatarle la copia
de aquella promesa, copia que era un testimonio vivo de su perfidia. Focio quedaba desautorizado ante la evidencia de aquellos hechos.
Cuanto ms Ignacio expona su situacin, ms en descubierto quedaban sus adversarios
y mayor era su empeo en evitar la solemnidad de un proceso. Procurbase obtener de l
toda costa la abdicacin del bculo. Pero Ignacio se manifestaba cada vez ms inaccesible
toda' seduccin.
Inmensa era la agitacin que reinaba entre los obispos conciliares. La injusticia era d e masiado manifiesta para sancionarla. Urga buscar una apariencia de razn, algo que tuviese
siquiera la visualidad de un pretexto.
Acudise la deposicin de testigos.
Lleg el da de oir cuantos tuvieran alguna queja contra el patriarca acusado. Setenta
y dos eran los testigos exigidos por los cnones para la condenacin de un obispo. A qu clase
pertenecan los deponentes puede ya suponerse. Ignacio deshaca con facilidad asombrosa los
gratuitos cargos formulados. Pero setenta y dos defensas sostenidas por u n solo hombre son
capaces de agotar las fuerzas de un gigante. Hubo entre tantos obispos uno slo que tuvo el
valor heroico, atendidas las circunstancias, de elevar su voz para pedir el examen jurdico y
profundo de aquellos cargos. Era el metropolitano de Ancyra, cuya edad y sensatez le revestan de autoridad irrecusable. Defendi con tesn y energa, sin faltar las debidas consideraciones, aquella vctima abandonada las oleadas tempestuosas de sus enemigos. Mas
en premio de aquel arranque de independencia y de amor la justicia, recibi mientras h a blaba un fuerte sablazo en el rostro, que ti de preciosa sangre sus sagradas vestiduras.
Todo cuanto dijo el acusado en declaracin de la verdad fu desechado como expresiones
vanas; los votos estaban conquistados, la sentencia redactada previamente. Ignacio, quien
se le revisti un momento de las insignias patriarcales, tuvo que oir de boca del subdicono
Procopio, destituido en otro tiempo por Ignacio, causa de la irregularidad de su conducta,
el grito de indigno, mientras le quitaba el sacropallium. Los legados le apellidaron tambin solemnemente la faz del Concilio: indigno. Despojado de todas sus insignias y vestiduras, Ignacio qued cubierto con andrajosos arapos, de que por escarnio le haban anteriormente vestido, fin de presentarlo en espectculo risible.
Parece imposible que hombres graves como deben ser los altos funcionarios de la Iglesia
y del Estado, descendieran tanta bajeza y tanta villana y se resignaran ser menos,
mucho menos que nios, alborotados y juguetones.
Sorprende igualmente el considerar el gran nmero de prelados que llevaron su ductilidad y condescendencia hasta condenar al inocente. A no ser el testimonio de Roma tan favorable la vctima, sera lgico preguntarse en son de duda: es que un hombre slo poda
tener razn contra la casi totalidad del episcopado oriental? El abate Jager pesa esta observacin y la contesta m u y sensatamente: Acabbase de salir de la revolucin de los iconoclastas, durante la cual los obispos eran elegidos por prncipes enemigos de la Iglesia; eran
pues, ms bien criaturas del Emperador que obispos. L o q u e explica como fueron tantos los
dbiles y prevaricadores. Los cismticos han calificado aquella asamblea de Santo snodo;
mas la Iglesia catlica no la ha estimado jamas sino como u n abominable concilibulo.
160
XXXVIII.
Manejos de Focio y Bardas para conseguir la confirmacin de la sentencia contra Ignacio
Nuevas parsecuciones ste.Embajadas, intrigas, crueldades.
Focio tena bastante talento para comprender que jurdica y doctrinalmente, haba perdido la causa ante el tribunal del sentido comn y de la opinin pblica. La melancola,
engendrada por el remordimiento, se reflejaba en el rostro de los obispos, que oan sin cesar
la voz ntima de su conciencia que protestaba contra la injusticia perpetrada. Cada uno saba
los mviles que le haban impulsado favorecer las aspiraciones del poderoso y aplastar
con el peso de su voto l cado; cada uno de ellos saba al precio de qu ofrecimientos haba
vendido el tesoro de su integridad y de su independencia. Ms de uno de ellos, no lo dudamos , mirara lleno de compasin amarga el estado de su alma, y lleno de santa envidia al
alma gloriosa que haba sabido resistir con admirable denuedo las sugestiones del poder. La
figura de Ignacio alcanz grandsima elevacin despus de haber recibido impvida las flechas de todas las pasiones encarnizadas.
Focio no se haca ilusiones. Lo que haba ganado no era la fortaleza principal, era nada
ms que un reducto secundario. La farsa jugada con los legados pontificios iba descubrirse;
una palabra del Papa iba poner en toda desnudez la ms insigne indignidad lo menos
una de las indignidades tpicas que registra la historia de los anales humanos; que se oira
la palabra severa incorruptible de Roma, no ofreca duda; que aquella palabra cambiara
la faz de los sucesos, era certsimo.
Sin embargo, dotado de un temple extraordinario de carcter, Focio ensay atraerse, sino
la adhesin, lo menos la benevolencia del supremo Pontfice,
Una carta, modelo de literatura y de diplomacia, escribi Focio Nicols I ; es la obra
maestra de su talento, casi el parto de un genio; la causa del error no puede ser ms ventajosamente defendida de lo que lo fu en aquel documento histrico. Invoca en l los derechos
y los usos de la caridad, que es paciente hasta sufrirlo todo; se presenta como vctima de
la violencia que le hicieron los poderosos para encumbrarle una dignidad que dice no aspiraba ; pinta con bellas imgenes la placentera vida que disfrutaba siendo laico y traza magistralmente el contraste de su vida pontifical, amargada por interminables'sinsabores; defiende la legitimidad del rpido paso del estado secular la dignidad patriarcal, evocando
otros hechos anlogos conocidos en la historia de la Iglesia; mustrase deseoso de volver la
vida tranquila, pero se resiste sufrir una doble violencia; puesto que fu violentamente
entronizado, no quiere ser violentamente arrojado; exalta la obra del gran snodo que ha procesado y depuesto Ignacio; protesta repetidas veces su sumisin y respeto la silla apostlica y su adhesin al Papa que la ocupa; apologa sus virtudes y sus talentos, y concluye
invocando la conciliacin.
Len, secretario de Estado, al frente de algunos comisionados, parti para Roma. Por
ellos el Papa se inform de lo acontecido. Ley las actas del pretendido Concilio, que le fueron presentadas en dos cuadernos separados: el uno comprenda lo relativo la causa y deposicin de Ignacio, el otro lo concerniente los puntos doctrinales debatidos por los padres.
Comprendi el Papa entonces la defeccin de los legados. Congreg al clero de Roma en presencia del embajador de Constantinopla y declar altamente que no haba facultado sus legados para deponer Ignacio, ni para confirmar Focio; que jamas consentira ni en aquella
deposicin ni en esta promocin.
Las gestiones del embajador fueron intiles; el Papa comprenda toda la extensin dlos
crmenes perpetrados y todo lo avieso de los fraguados proyectos. Al partir de Roma para
161
Constantinopla, Len recibid del Papa dos cartas, una para el Emperador, otra para Focio.
Decale al Emperador: ... queremos que estis persuadido que no recibimos Focio, ni condenamos Ignacio. Y tomando la defensa de ste continuaba: ... Ignacio ejerce-por doce
aos las funciones de obispo sin que nadie le eche reproche alguno; vos mismo, como lo demuestran vuestras cartas que tenemos la vista, rendsteis homenaje sus virtudes; un snodo
entonces celebrado le rindi igual homenaje; todos alabasteis y exaltasteis constantemente
Ignacio. Entonces no era usurpador de la silla, ni le acusabais de ningn crimen; ahora le condenis, contradiciendo los derechos d l a Iglesia, los decretos de nuestro pontificado y la definicin de todos los antiguos padres... Trazaba luego el Papa u n paralelo entre la eleccin de
Focio y la de Nestorio y de san Ambrosio, que Focio evocaba para justificar su rpido ascenso
y demostraba la esencial diferencia de situaciones y de personas que en ambos casos exista.
(iPretendis, conclua el Papa, que despus de la condenacin, de Ignacio nuestros legados
lian dicho que ste deba ser rechazado y privado del ejercicio de toda funcin episcopal; h
ah lo que nunca sufriremos. E l Papa se quejaba al Emperador d e q u e su carta anterior h u biera sido mutilada y no se hubiera ledo en el snodo en ocasin oportuna; dbale paternales consejos y se despeda desendole largo y prspero reinado.
La carta del Papa Focio era enrgica y valiente. Con magistral soberana desarm completamente al intruso de todos los medios con que intentaba defenderse. Sus pretextos se disiparon como la niebla se disipa al ser penetrada por los rayos del sol. E l Papa le deca en
trminos limpios y claros que era un intruso en la silla de Constantinopla; que su conducta
probaba que no haba sido exaltado ella por violencia, sino m u y su gusto; que el depuesto no haba de ser Ignacio, sino l.
Preveyendo el Papa que el Emperador y Focio ocultaran el contenido de sus cartas,
adulteraran su texto, como lo hicieron con la anteriormente escrita, dirigise todos los fieles
de Oriente, exponindoles lo acontecido con la defeccin de los legados; historiaba detalladamente la serie de vergonzosos hechos que precedieron y siguieron al concilibulo de Constantinopla, y terminaba: Nos queremos que todas vuestras Iglesias sepan que no hemos
ordenado, ni hemos tenido jamas la intencin de ordenar la deposicin del patriarca Ignacio,
ni la promocin de Fecio; y que despus de madura deliberacin declaramos que no recibimos. 4 Focio, ni condenamos Ignacio...
Permanecer despus de estos hechos en posesin de la silla era ya pertinacia manifiesta.
Sin embargo, Focio resolvi pelear sin descanso con el universo entero antes que retroceder
del punto ocupado. Vea la verdad y la justicia donde estaban; pero sin inmutarse, sin emocionarse ante la gravedad de las heridas que abra al derecho y la moral del pueblo, consagrse como hbil artista triunfar por pasin.
Justo es que nos ocupemos ahora de la suerte de Ignacio en aquellos das.
La ilustre vctima la maana siguiente de su condenacin por el concilibulo, fu entregado tres verdugos, para que ejercieran en l toda clase de atropellos y violencias, con el
objetivo de conseguir de l la sumisin la sentencia fulminada por sus adversarios. Si autores graves y de maduro criterio no researan las crueldades y arbitrariedades desplegadas
contra el inocente por aquellos brbaros, parecera ms bien novela, que historia su relato.
Abofeteronle, le suspendieron al aire con nudosa soga, y le aplicaron en aquella posicin
angustiosa hierros candentes, le encadenaron retenindole en hmedo calabozo quince das,
casi sin comida; le hicieron subir sobre el sepulcro de Constantino Cophronimo, rematado en
un docelete con punta y atadas sus pies enormes piedras le precipitaron de arriba bajo; una
noche entera le tuvieron tendido sobre aquella tumba, extendidas las manos en forma de cruz.
A la maana siguiente, cuando extenuado y abatido Ignacio, y casi desvanecido su e n tendimiento, causa de los atroces tormentos que acababa de sufrir, acometile uno de sus
verdugos y tomando su inerte mano obligle firmar con una cruz un papel, que inmediatamente fu entregado Focio.
T. II.
21
162
163
Tomando Bardas bajo su proteccin Ignacio se declar contrario de Focio. La indignacin de ste no tuvo lmites.
Para deshacerse de Ignacio, Focio prepar una estratagema destinada presentarle como
adversario personal y poltico del Emperador. Un tal Eustracio, disfrazado de monje, present dos cartas comprometedoras procedentes de Ignacio. M i g u e ! III era tratado en una de
ellas, que se supona dirigida al Papa, indignamente. Focio pidi la pena capital para Ignacio.
Por de pronto la augusta vctima fu de nuevo aherrojado, ms interrogado judicialmente Eustracio, no supo explicar artificiosamente su comisin, y vise clara y patente a
impostura.
Bardas se indign, puso en libertad Ignacio hizo arrestar Eustracio, instrumento
de Focio.
Aquella era la hora al parecer indicada para que la corte de Miguel III abriera los ojos
y emprendiera el camino de la restauracin de la justicia. El cielo y la tierra proclamaban la
inocencia y el derecho del ilustre perseguido. Descubiertas quedaban las tramas ignominiosas preparadas para perderle. Pero el soberano y los cortesanos necesitaban un velo ante
sus ojos y una nube sobre los alczares. La inmoralidad, la corrupcin de costumbres reinaba en las altas regiones de Constantinopla. Las ceremonias religiosas continuaban siendo el juguete de los hombres de Estado. E n el imperial palacio tenan lugar profanas orgas
en las que se remedaban los cnticos sagrados, se ridiculizaba la administracin eucarstica, y las procesiones piadosas. Tefilo, el jefe de aquellos impos, montado en un asno, revestido pontificalmente escarneca con cierto artificio las actitudes y maneras del pontfice
verdadero. El Emperador acostumbraba decir que el bufn Tefilo era su patriarca, Focio
el de Bardas Ignacio el de los cristianos.
Cuando Basilio, arzobispo de Tesalnica, represent Miguel III con libertad pastoral la
necesidad de que cesaran aquellos sacrilegios habituales en la corte, recibi en premio de su
valor apostlico un recio puetazo, que ensangrent su nariz y su boca.
Cmo podan, pues, reclamar la reaparicin de Ignacio, modelo de virtudes, en una
silla que por su posi'cion era la centinela puesta sobre el soberano y los cortesanos? Un pastor ntegro y sincero era inconveniente en aquellos das, si no deban cambiar por su base los
usos y las costumbres, que iban arraigndose en las altas regiones. Ignacio era u n patriarca
inoportuno para aquellos viciosos. H ah la mayor y la ms invencible contrariedad con que
chocaba el valiente confesor para obtener completa justicia.
Pero si devoraba continuas amarguras el perseguido Ignacio, no le faltaban al mismo
tiempo celestiales consuelos.
Constantinopla oficial le era ingrata; pero Roma le era reconocida y afecta; las bendiciones de Roma contrabalanceaban en l los anatemas de Constantinopla. El Emperador
condenaba su conducta, el Papa se la sancionaba.
XXXIX.
Nicols I condena Focio. Tribulaciones de aquel Papa. Persecuciones que sufre. Focio
proyecta una coalicin del Oriente y del Occidente contra la autoridad pontificia. Nuevo
encarcelamiento de Ignacio.Falso Concilio supuesto por Focio.
El monje encargado por Ignacio de llevar al Papa la verdica exposicin de lo ocurrido
lleg Roma. Triste impresin caus al Pontfice la noticia de tantos y tan atroces atropellos, la audacia incomparable del soberano y de los cortesanos de Constantinopla; la ambicin
y altivez del intruso patriarca y la traicin de los legados. Nicols I convoc un Concilio en
164
Roma, que se inaugur en San Pedro y continu en L e t r a n , ante el que fu relatado todo,
cuanto los asuntos orientales ataa. La conducta de los legados produjo unnime indignacin. El legado Zacaras, que asista aquella venerable asamblea, ni supo ni pudo defenderse. Hay villanas que entorpecen la palabra del hombre ms elocuente y ms impvido.
E l Concilio le anatematiz y declar depuesto de su silla episcopal, inhabilitado para el
bculo. A su compaero Rodoaldo no se le conden causa de hallarse ausente.
Focio fu declarado usurpador de la silla constantinopolitana. H ah los trminos en que
vino formulada la sentencia: .Considerando que Focio ha abrazado el partido de los cismticos,.dejando la milicia seglar para ser ordenado obispo por Gregorio de Syracusa, condenado de mucho tiempo antes; considerando que en vida an de Ignacio, nuestro hermano, patriarca de Constantinopla, usurp su silla entrando en la grey como ladrn; que posteriormente comunic con los excomulgados por el papa Benito, nuestro predecesor; que contra su
promesa convoc u n Concilio en el que se atrevi deponer y anatematizar Ignacio; que
ha corrompido los legados de la santa Silla, contra el derecho de gentes, obligndoles, no slo
menospreciar, sino hasta combatir nuestras rdenes; que ha relegado los obispos que no
han querido comunicar con l, sustituyndoles en sus sillas; que an hoy da persigue la
Iglesia y no cesa de hacer sufrir horribles tormentos Ignacio, nuestro hermano; considerando que ha obrado contra las instituciones del Evangelio, de los Apstoles y de los Concilios, Nos le declaramos privado de todo honor sacerdotal y de toda funcin clerical, por la
autoridad de Dios todopoderoso, de los apstoles san Pedro y san Pablo, de todos los santos,
de los seis Concilios generales (1) y del juicio del Espritu Santo pronunciado por Nos. De
suerte q u e , si despus de conocer este nuestro decreto, se obstina en conservar la silla de
Constantinopla impide Ignacio gobernar tranquilamente su Iglesia, si se atreve ingerirse en cualquiera funcin sacerdotal, sea excluido de toda esperanza de regresar nuestra
comunin, quede perpetuamente anatematizado, sin poder recibir el cuerpo y la sangre de
JESUCRISTO sino en el artculo de la muerte.
A esta sentencia tan precisa y tan explcita segua otro decreto declarando el derecho de
Ignacio volver empuar el bculo de su g r e y , que injustamente se le haba arrebatado,
anatematizando toda persona eclesistica seglar, cualquier rango que perteneciera,
que se opusiese ello.
Estos decretos atestiguan la firmeza del papa Nicols.
Cuando se conoci en Oriente la voluntad del Soberano Pontfice, los que crean en la
buena fe de Focio esperaron que voluntariamente descendera del pedestal que afirmaba
se le haba subido por violencia moral coaccin.
Vanas esperanzas! Focio se enoj, redobl la persecucin contra los amigos de Ignacio;
depuso algunos obispos amigos del proscrito, y los desterr. La ira del usurpador cay con
no menor furia sobre las cabezas de los simples fieles de uno y de otro sexo. Cebse con especial ahinco sobre algunos monasterios; el del monte Olimpo fu incendiado. Lleg su furor
hasta disponer que se enterrara vivo u n hombre que se resisti comunicar con l. En fin.
hablando de los excesos de Focio en aquellos das, afirma el Papa que en ellos super en
crueldad Diocleciano: exitia quoque et varia lormentorum genera, mortemprceterea Chris tH&g$rdoUbiis, aliisque fidelibus iniulerii, ita ut Diovletianam immunitate
swperarit:
..
i m p u e s t o los dbiles por el terror trat de solidar su obra por la astucia. Conocedor del
corazn humano trat de explotar las pasiones influyentes en^la vida. Derram con prdiga
mano dignidades y recompensas los adictos y vacilantes, inspir un decreto imperial por
"Jr'el que se le conceda la administracin de los legados y dejas piadosas consignadas en los testamentos. Gracias sus inagotables recursos, tuvo en su mano el medio ms eficaz de hacer
proslitos. Luego, para atraerse la juventud estudiosa, abri academias y conferencias, las
que fueron invitados los talentos distinguidos del imperio. Sus dotes oratorias, su erudicin
(1)
1O
vasta, su atractivo personal todo lo emple para conseguir lo que hoy se dice hacer atmsfera. Los ms ilustres jvenes rodearon su ctedra, y pronto fueron numerosos los adictos
su partido. A sus discpulos les obligaba jurar que jamas se apartaran de los principios de
su escuela.
Por desgracia los hechos exteriores favorecieron los proyectos de Focio. Una discordia seria estall en Occidente entre el Emperador Lotario y Nicols I causa de pretender aquel
repudiar su legtima mujer para casarse con una cortesana suya llamada Valdradia; Teutgand, arzobispo de Trveris, Gonthien, arzobispo de Colonia y los obispos de Metz, de Maestricht y de Strasburgo, seducidos por la corte, apoyaron el inmoral repudio. Para establecer
ntimo acuerdo celebraron aquellos prelados un concilibulo en ix la Chapelle. La vctima
acudi la proteccin del Papa, quien envi legados Francia, uno de los cuales era R o doaldo, cuya infidelidad en Constantinopla no era an conocida en Roma. Los legados tenan
orden de convocar un Concilio en Metz, que deban presidir en nombre del Pontfice romano,
asistidos de dos obispos del reino de Carlos el Calvo y de dos del reino de Luis Germnico, ademas de los obispos de Austrasia; deban citar Lotario ante aquella asamblea y obligarle dar satisfaccin la Iglesia por haberse atrevido desposarse con Valdradia antes de
or la sentencia definitiva de la santa Silla; deban oir las razones de ambas partes y las quejas de la reina Thietberga; y antes de pronunciar sentencia deban remitir al Pontfice las
actas del Concilio para juzgar segn lo que ellas arrojaran.
Tambin aquella vez dejronse corromper los legados, traspasando el lmite de las facultades de que se hallaban investidos. Los legados pontificios condenaron la esposa repudiada
y absolvieron al adltero prncipe.
El Papa, sabedor de tamaos escndalos, convoc de nuevo al episcopado en Roma; declar nulos los acuerdos del Concilio de Metz, y anatematiz y depuso los obispos legados.
Los obispos de Trveris y de Colonia expusieron Lotario el golpe que acababa de recibir del pontificado la dignidad imperial; los consejos y seducciones de aquellos infieles prelados debise que Lotario irritado se dirigiera sobre Roma, se hiciera dueo de ella, y obligara al Papa esconderse en la Iglesia de San Pedro.
Una enfermedad sbita del invasor Lotario le puso en pronta y veloz fuga. Mas los dos
arzobispos dirigieron al Papa un manifiesto infamatorio, el escrito ms calumnioso que haya
sido jamas redactado contra un Papa. E n l calificbanle de temerario, insensato, loco, tirnico, excomulgado; renunciaban toda comunin con la santa Silla, bastndoles decan, con
la comunin con la Iglesia. Y como el Papa no quisiera recibir aquella soez protesta, tuvieron
la audacia de ir arrojarla al sepulcro de san Pedro, rechazando brutalmente las accin de
los que se opusieran aquel nefando sacrilegio.
Y para colmo de iniquidad enviaron la protesta Focio, invitndole aliarse con ellos
para sacudir de una vez el yugo de la autoridad tirnica del Papa.
Focio acept la coalicin; pero Dios se compadeci de su Iglesia, y gracias la firmeza
del impvido Nicols, Lotario abre los ojos, y convencido de la injusticia, se arrepiente, r e cibe su legtima esposa y se reconcilia con el Papa. Los obispos que claudicaron se someten imitacin del Soberano. El pontificado cant uno de sus ms apacibles triunfos.
Mientras la reconciliacin se efectuaba entre los poderes de Occidente, Focio induca'al
Emperador empezar la persecucin al Papa, hacindole escribir una carta que era una sene de insolencias, tratndole, n ya como soberano, ni siquiera como igual, sino como
dependiente y subdito suyo. Proponase con ello excitar la furia del Pontfice y tener una
base diplomtica poltica para intervenir con la fuerza contra el pontificado.
Nicols I contest con un escrito modelo de discrecin y de firmeza evanglicas. Si en
Constantinopla se hubiese alentado un destello de esperanza de obtener la sumisin de
Roma, aquella carta lo desvaneciera por completo. El Emperador reclamaba del Papa la entrega de algunos monjes, refugiados en la santa ciudad; sobre cuya demanda, contestaba el
%
160
Papa en estos nobles y valientes trminos: Nos habis escrito pidindonos la entrega de
Teognosto, que nuestro hermano Ignacio hizo exarca de los monasterios de varias provincias;
nos peds asimismo otros monjes, bajo el pretexto de que os han ofendido. Nos sabemos que
nos los reclamis para maltratarlos, aunque quiz no los hayis jams visto, y no conozcis
su conducta. Algunos de ellos sirvieron Dios en Roma desde su juventud, y no creemos
justo entregroslos para que los atormentis... Cada da vienen muchos ponerse bajo la proteccin de san Pedro, para concluir aqu sus das, de tal modo que vense en Roma individuos
de todas las naciones, como que es la Iglesia universal, sera, pues, justo que entregramos
algunos de ellos los prncipes, cuyas gracias, honores y dignidades despreciaron y cuya
indignacin y persecuciones sufrieron? Lejos de Nos tales sentimientos...
Parcenos, continuaba el Papa, como si pretendierais atemorizarnos con la amenaza de
arruinar nuestra ciudad y nuestro pas; mas confiamos en la proteccin de Dios, que sabe
disipar perfectamente los consejos de sus enemigos. Qu pueden contra l el polvo y el
gusano?.. Existe entre vos y Nos un vasto espacio ocupado por vuestros enemigos, cuya venganza os importa ms que nuestra persecucin. Porque qu mal os hemos hecho? No somos
nosotros quienes se han amparado de la isla de Creta, no hemos devastado la Sicilia, ni conquistado una infinidad de provincias sometidas los griegos; no hemos nosotros incendiado
los arrabales de Constantinopla. No os vengis de los infelices autores de tantos excesos y
nos amenazis nosotros, que gracias Dios somos cristianos? Esto es imitar los judos,
que libertaron Barrabas y crucificaron JESUCRISTO.
Despus de haber sostenido alta la autoridad pontificia, como lo prueba la energa del anterior lenguaje, Nicols I propona, por va de solucin, que Focio Ignacio vinieran Roma
para ser juzgados lejos del teatro de las pasiones efervescentes. Para conseguir mejor el paternal objeto que se propona envi otra legacin Constantinopla. Pero Focio, irritado contra la inlexibilidad de Roma, hizo detener los legados en las puertas de Constantinopla.
La bandera de la independencia absoluta flotaba desplegada al aire.
Ignorando la reconciliacin de Lotario y Nicols I, y partiendo del supuesto que existan
encendidas rivalidades entre el trono y la Silla ide una estratagema, nica en la historia,
para facilitar Lotario y Luis la emancipacin religiosas. Fingi imposible parece tanta
osada! pero fingi la existencia de un Concilio ecumnico celebrado en Constantinopla para
juzgar al papa Nicols I. Las actas de aquel Concilio fantstico fueron redactadas en la secretara
de Focio con admirable ingenio y arte. Aparecan en ellas presididas las sesiones por los emperadores Miguel y Basilio, que, como veremos, sustituy al asesinado Bardas, en la coadjutora del imperio, y por legados de los'patriarcados de Alejandra, Antioqua y Jerusalen.
Figuraban en aquel Concilio todos los senadores del imperio y los obispos sujetos Constantinopla. Una multitud de testigos aparecan deponiendo contra la conducta y las doctrinas
del Pontfice romano, cuya deposicin y anatema suplicaban. Para colmo de perversa hipocresa, Focio desempeaba all el papel de abogado del augusto reo, sosteniendo que no deba
condenarse un ausente. Pero estos argumentos se los refutaba el mismo, en nombre de determinados obispos. Como resultado de aquel mecanismo de falsificacin de cartas, soborno
de testigos', ficcin de personajes infamias en accin, puso la sentencia de deposion y excomunin de Nicols y de cuantos comunicaran con l. Unas mil firmas, casi todas falsificadas, cubran aquellas actas, que constituyen la mentira ms colosal de la historia.
Copia legalizada de ellas fu remitida al emperador de Occidente, acompaada de afectuosas cartas, en que se recomendaba la fraternal coalicin de las grandes potencias imperiales para neutralizar la tirana papal, segn calificaba Focio al paternal ejercicio de la autoridad pontificia.
Por fortuna el imperio de Occidente estaba reconciliado con Roma al llegar manos del
soberano esta poderosa arma de iniquidad. Hecho providencial que ahorr a l a Iglesia das
de inmensa amargura!
167
XL.
Asesinato de Bardas.Entronizacin de Basilio.Cuestin de los blgaros.Rompimiento
definitivo de Focio con Roma.Acusaciones doctrinales y morales al pontificado romano.
Haba sonado la hora del principio de la expiacin de los grandes crmenes de los cortesanos bizantinos. Bardas, el primer autor de las*discordias surgidas en la Iglesia de Constantinopla, la mano que arrebat el bculo de la del legtimo pastor de aquella grey, la que
haba agitado la tea de la discordia entre los fieles y exaltado Focio, transformndole de
poltico ambicioso en obispo usurpador, fu la primera vctima de aquella desdichada causa.
Bardas senta debilitarse de algn tiempo su influencia en palacio, por cuanto el acrecentamiento de su poder y su orgullo personal llegaban sombrear el .brillo mismo de la corona.
Ademas de ser el primer poltico del imperio, tena en sus manos los resortes de la milicia,
pues sus amigos y parientes ejercan el mando de los grandes cuerpos. E n el ao 866 el emperador Miguel quiso ensayar la liberacin de la isla de Creta vergonzosamente arrebatada
de su poder por los sarracenos. E n aquella expedicin Bardas se reserv el mando general de
las tropas. El Emperador segua como un soldado de adorno. Ora fuese un alarde de jactanciosa altivez, ora por una inadvertencia, aconteci que en una de las jornadas del ejrcito
por la Tracia los criados de Bardas sentaron su tienda de campaa en la loma de un montecilio que dominaba el campo donde Miguel levant la suya. Aquel hecho excit los m u r m u llos de los rivales de Bardas, que representaron al Soberano el peligro que envolva el que estuviese al frente del ejrcito expedicionario un hombre que aspiraba empuar el cetro de
Oriente. Una conjuracin tramada en la corte pronunci su muerte. Entre los conjurados se
cont Sabbatius, yerno de la vctima. Los elegidos para consumar el asesinato vacilaron ante
el poder y la serenidad del eminente cortesano, hasta necesitar el incitativo de la palabra del
jefe de estado mayor, segn hoy diramos. Bardas cay destrozado por un centenar de sablazos al salir de la tienda imperial.
La noticia de aquel asesinato caus mala impresin en los soldados, la mayora de los
cuales iba declararse en abierta insurreccin; pero Basilio, que era el jefe de Estado mayor quien acabamos de aludir, apacigu el nimo de los guerreros.
Al conocer Focio el asesinato de su amigo Bardas, esto es, del que le haba dado el bculo
patriarcal, dirigise al Emperador en una carta de aplauso y satisfaccin. Es aquella carta
un monumento en el que la hipocresa llega hasta al cinismo, llena de denuestos y de injurias
la memoria de su colega, del cooperador de sus intrigas y de sus iniquidades, le representa
como cargado de crmenes que reclamaban una expiacin ejemplar. Y vos, Emperador, continuaba, que sois la gloria del imperio, el ornamento de la patria, el baluarte de la repblica, el amor, las delicias y el gozo de cuantos se apellidan cristianos, libradnos de la especie
de cautividad que nos tiene sujetos vuestra ausencia; acordad esta gracia la ciudad imperial , cuyos habitantes os esperan anhelosos de manifestaros cunto os a m a n , con el palmoteo y la aclamacin. Si vuestro arzobispo conserva an un lugar en vuestra memoria, y s
que no le habis olvidado, representosle ante vos tomndoos por la mano y acompandoos
vuestra capital, al templo de Dios donde se apoyan todas vuestras esperanzas...
Y como el Emperador no regresara an, escribile Focio estas otras lneas: Seor, vos
os habis separado de nosotros, lo que hace que nosotros estemos separados de nosotros m i s mos. No vivimos, permanecemos inmviles pesar de estar todo en movimiento. Si Dios e s cuchara nuestros humildes votos trasladara Creta Constantinopla Constantinopla la isla
108
de Creta con todos nosotros. Mas cmo hablar teniendo enmohecida la lengua, cmo escribir si tengo inmvil la mano? Slo dir una palabra y me hundir en el silencio sombro:
apresurad vuestro regreso, oh gloria de los reyes, apresuraos. nviadnos cautivos la isla de
Creta librad los bizantinos de la esclavitud en que les tiene reducidos vuestra ausencia.
Estas cartas retratan Focio.
No tardaron cumplirse los deseos de este indigno adulador. Sin saludar ni siquiera de
lejos Creta, el Emperador, incapaz de dirigir una expedicin de importancia, regres
Constantinopla.
Llegada la corte aquella capital, Miguel, agradecido al valor y las proezas de Basilio, sin cuya fidelidad, adhesin y elocuencia Bardas le hubiera arrebatado el cetro y la vida,
asocile la dignidad imperial dndole el ttulo de Csar. Su coronacin solemne en la que
celebr Focio, tuvo lugar el 26 de mayo del ao 8 6 6 .
E n aquellos das aconteci uno de los hechos que Dios dispone para que sirvan de contraste las corrientes de las pasiones dominantes en una poca. Mientras la soberbia actitud
de Constantinopla atraa su caprichoso poder la adhesin y el homenaje de hombres polticos y religiosos, un pueblo modesto dio testimonio de los sentimientos de alta independencia
y sinceridad que le animaban.
Los blgaros, que haban abrazado recientemente la fe cristiana, la conservaban bajo el
pastorado de Constantinopla, de cuyo patriarcado salan los sacerdotes y clrigos que apacentaban aquella colonia, digmoslo as, de lacristiandad. Por desgracia los sacerdotes que Constantinopla enviaba la Bulgaria llevaban impreso el carcter de la disipacin y del orgullo
entonces dominante en la metrpoli, con lo que dicho est que, lejos de edificarse, se desviaba
y escandalizaba aquella porcin de via del Seor. La actitud de Focio ante Roma disgust
aquel pueblo nefito que haba aprendido afortunadamente que de Roma procede la luz verdadera.
El rey de los blgaros, Bogoris, que acababa de recibir extraordinarios favores del cielo,
envi embajadores Roma con la misin de obtener del Papa la creacin de un patriarca independiente de Constantinopla para apacentar los blgaros en la fe.
Aquella embajada fu celestial blsamo derramado sobre las heridas que el orgullo de
Focio abra en el corazn paternal de Nicols I. Desde luego el Papa acord enviar la Bulgaria obispos celosos.
Pablo y Formoso, obispos aqul de Populonia y ste de Ponto, se presentaron los blgaros dotados de cualidades tan evanglicas, que pronto obtuvieron inmensa popularidad. Sus
virtudes y las de los sacerdotes, sus cooperadores,formaron contraste con la disipacin dlos
constantinopolitanos, razn por la que todos los misioneros bizantinos fueron despedidos, queriendo slo los blgaros ser adoctrinados por clero romano.
Aquel arranque de independencia y de emancipacin religiosa de la Bulgaria acab de
citar el furor ya encendido de Focio, acelerando la hora del rompimiento definitivo con Roma.
En efecto; viendo que no poda esperar racionalmente el reconocimiento de su dignidad
y la sancin de sus usurpaciones por parte de Roma, prepar el golpe decisivo. La emancipacin religiosa del Oriente era una idea fija ya en l desde mucho tiempo. Para realizarla
necesitaba mucho valor, mucha audacia y mucho talento.
Empez su gigantesca tarea escribiendo una circular todos los obispos orientales que es
un verdadero manifiesto contra el pontificado, tendiendo elevar u n muro de separacin
entre la Iglesia griega y la Iglesia latina (1). Acusaba sta de no conservar la integridad
de la fe; de haber adulterado las enseanzas y creencias sobre la procedencia del Espritu
Santo; de haber relajado la moral y la piedad judaizando, pues prescriba el ayuno del sbado; acortaba la cuaresma de ayunos, y estableca el celibato del clero.
La circular estaba escrita con un talento prodigioso. Su pluma no se halla coartada como
(I)
Jagcr, Historia
de
Focio.
lf,9
en anteriores acusaciones, ninguna traba limita sus rasgos. Desde el comienzo de su carta se
170
padres, cuya doctrina dice hallarse desfigurada. Su pluma envenena todas las cuestiones de
que trata; cosas insignificantes obtienen las gigantescas proporciones de grandes monstruosidades. Por un especioso sofisma confunde constantemente dos usos esencialmente distintos:
unidad y uniformidad
(1).
E n elegante diccin y con elocuente frase redact un proceso hueco, pero insinuante, contra la Iglesia romana, pintndola como corruptora de las tradiciones primitivas y protectora
de novedades arbitrarias, es decir, desfigurndola de tal manera los ojos del lector, que
n i n g n rasgo de su verdadera fisonoma quedaba verdaderamente traducido y todos ellos maliciosamente falseados.
Para refutar aquel cmulo de caprichosas acusaciones bastaba recordar que poco tiempo
antes de escribirlas Focio se haba adherido al espritu de la Iglesia romana en varias cartas
dirigidas Nicols I en demanda de la sancin de su patriarcado. Mientras esper obtener de Roma algo favorable sus miras, Focio se haca una gloria de su adhesin al pontificado ; nada tena que acusar esta Iglesia que ahora tan pervertida vea; pero desde el momento en que la autorizada palabra del Sumo Pontfice hera de lleno sus pasiones y mataba de
u n golpe sus esperanzas, Focio irgue su altiva frente y sacudiendo l j u g o suave de toda
autoridad pronuncia un fatal quin como yo!
Proponase Focio crear atmsfera contra la dignidad y la autoridad de la santa Silla, y
preparar el espritu del episcopado de Oriente* para herir con magistral mano la causa del
pontificado en numerosa imponente asamblea. Para ello contaba con el genio de seduccin y perversin, fecundado por los inmensos recursos materiales que tena mano.
No desconoci Roma la gravedad del paso que acababa de dar Focio; paso tanto ms
temible en cuanto desde los primitivos tiempos se vea en Oriente una tendencia hacia la
emancipacin doctrinal. E n varias ocasiones anteriores esta hemos sealado sus indicios y
sntomas. Las nubes iban-amontonndose desde lejano tiempo; el cisma lata en aquellas regiones, respirndose en el aire religioso. Focio, pues, representaba no slo la inmensa fuerza
de su talento, de su genio y de su posicin personales, sino tambin las tendencias, el espritu de la raza griega, que aspir siempre la soberana del magisterio. Grecia aspir constantemente ser ella la ctedra soberana ; su gloria la fijaba en ser considerada como la reina
de las escuelas. La voz de Focio era la voz de toda una raza que pretenda ser una iglesia
soberana, independiente.
Nicols I , papa de perspicaz juicio y dominador criterio, midi toda la extensin del
peligro, y quiso agrupar su autoridad todo el episcopado ortodoxo para libr-ar gran batalla
al cisma naciente. Para preparar la explosin oportuna del sentimiento catlico escribi
Hinamaro, arzobispo de Reims, que acababa de reconciliarse con la santa Silla, una carta,
que transcribimos, porque siendo el reverso de la de Focio, conocindola, conocemos la que
la motiv. Los emperadores griegos Miguel y Basilio, dice, han escrito una carta al rey de
los blgaros, que este prncipe se ha apresurado remitirnos por medio de sus legados. Su
lectura nos convence que los que la han dictado han humedecido la pluma en el lago de la
blasfemia, y que en vez de tinta se han servido del fango del error. No slo condenan ellos
nuestra Iglesia, sino toda la Iglesia latina, porque ayunamos el sbado y porque enseamos
que el Espritu Santo procede del Padre y del Hijo, pues pretenden ellos que slo del Padre
procede. Acsannos de tener horror al matrimonio, porque.lo prohibimos los sacerdotes. Incrimnnanos tambin el que no permitamos los simples sacerdotes ungir con crisma la frente
de los bautizados y se dicen persuadidos falsamente de que confeccionamos el crisma con agua
de ro. Tambin nos echan en cara que no ayunamos ocho semanas en la cuaresma y de que
comemos huevos y queso en la semana sptima antes de Pascua con abstinencia de carne.
Calumniosamente nos acusan de ofrecer en la Pascua, semejanza de los judos, un cordero
sobre el altar con el cuerpo del Seor, y se escandalizan de que no permitamos los clrigos
(1)
Jager, Historia
de Focio.
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el uso de la barba. Nos acusan asimismo de ordenar de obispos diconos sin haberles conferido el presbiterado. En fin, y esto es lo ms insensato, antes de recibir nuestros legados, pretenden obligarles dar una profesin de fe, en la c u a l , as sus artculos como los
que los admiten, son anatematizados, y presentar sus credenciales cannicas al que ellos
titulan su patriarca universal.
Nicols I, despus de exponer con esta sencillez el captulo de culpas formulado por Focio,
por rgano del Emperador ordena cada metropolitano la convocacin de un Concilio provincial para buscar la mejor manera de triturar estas diversas acusaciones, y encarga H i namaro le remita las mejores contestaciones, porque dice el enemigo, sea visible, sea invisible, no teme nada de nosotros tanto como la concordia. Marchemos, pues, contra el e n e migo, no por compaas separadas, sino en cuerpo, de concierto, como un ejrcito ordenado
para la batalla.
Hinamaro secund los deseos del Papa. Carlos el Calvo se coloc aliado de la santa Silla.
La Iglesia latina vio al punto descollar gloriosos campeones de la justicia. Eneas, obispo de
Paris, y Odn, de Beauvais, distinguironse por sus contundentes controversias. Ratram,
monje de Combia, escribi un libro admirable contra Focio.
Poco esfuerzo debieron hacer aquellos grandes hombres para refutar los cargos en s p e queos, pero gravemente formulados por el genio del cisma. El ayuno de siete, ocho nueve semanas se ve la primera mirada que nada contiene de esencial; el uso el no uso de
la barba es una nimiedad ridicula para apoyar una rebelda; el celibato sacerdotal es una disposicin encaminada la mayor santidad y pureza de costumbres; el ofrecimiento del cordero
sobre el altar en la forma que la pintaba Focio, era sencillamente una calumnia. Quedaba de
grave la cuestin de la procedencia del Espritu Santo.
Pero hasta sobre este punto el verdadero innovador era Focio; porque la Iglesia de Oriente,
lo mismo que la de Occidente, tena admitido y rezaba y cantaba el smbolo de san Atanasio,
y por lo tanto confesaba: Spiritus sanclus, a Paire et Filio, nonfactus, nec cralas, nec genus sed procedens.
Los obispos latinos estuvieron unnimes en defender la ortodoxia de la fe y la legitimidad de la disciplina
No obstante, Focio esperaba un prximo y definitivo triunfo. Confiado en los valiosos m e dios humanos de que dispona soaba verse reconocido y aclamado como pontfice universal, pues figurbasele ser ttulo bastante para reclamarla supremaca religiosa el ser l obispo de la Roma nueva como llamaba Constantinopla. Cmo si la mayor menor proximidad al trono imperial pudiera influir en la magnitud y extensin de la misin evanglica!
Dios quiso demostrar Focio cuan equivocados son los clculos del hombre, por eminente
que ste sea y por encumbrado que est.
XLI.
Asesinato del emperador Miguel.Basilio.Cada de Focio, encumbramiento de Ignacio.
Cordialidad de relaciones entre Constantinopla y Roma. Concilio general. Presentacin
de los obispos perseguidos por Focio.
En el reloj de la providencia dio la hora de la expiacin de los crmenes cometidos por el
emperador Miguel. Inmensa era la responsabilidad contrada por aquel soberano, que tomando el imperio como un edn de deleites, trat nicamente de satisfacer en el trono sus i n s tintos sensualistas. Ya hemos indicado el carcter de aquel ligero y vano Emperador. Destituido de talento y de criterio, careca de voluntad propia en todo lo que fuera un punto ms
elevado las divisiones y pasatiempos grotescos. No envidiaba gobernar, slo deseaba t e -
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ner su lado quien dirigiera las riendas del esplendente tren en que atravesaba el espacio
de la vida, la cual se afanaba quitar lo que pudiera recordarle que es un destierro. Irreligioso de corazn, era aversivo los sentimientos puramente humanitarios. La caridad y el
valor fueron siempre ajenos su alma. Si cupiera, que no cabe, pero si cupiera en la espiritualidad del alma el ms y el menos, diramos que el alma de Miguel era de las menos espirituales que Dios criara.
Desde que Basilio se sent al lado suyo en el trono de Constantinopla pudo notarse entre
l y el Emperador una discordancia y aun una contrariedad de caracteres alarmante. Basilio tena criterio, inteligencia, sentimiento y valor. La conducta grotesca y brbara de su
colega en el poder repugnaba su corazn y su dignidad. Hubo reclamaciones, expresin
de mutua desconfianza entre los consoberanos. Basilio se atrevi exhibir ante Miguel, pintado con su repugnante colorido, el cuadro de sus costumbres perversas y el psimo efecto
que su irregular y vil conducta causaba en sus gobernados. Agrironse de tal modo las relaciones imperiales que se hizo imposible la simultnea permanencia de ambos en el poder.
Miguel fraguaba contra Basilio una conjuracin semejante la que le libert de la sombra
de Bardas.
Un da en que Basilio se opuso que se ejecutaran las rdenes dadas por Miguel, de que
se cortara la nariz un inocente y las orejas un soldado, dispuso Miguel una partida de
caza, ordenando uno de sus flecheros disparara el arco contra Basilio.
Advertido ste form su vez una conjuracin contra la vida de Miguel. Retirado en su
aposento despus de su acostumbrada orga fu invadido por los partidarios de Basilio. Una
lucha sangrienta tuvo lugar* en los aposentos imperiales, lucha que terminpor el asesinato
de Miguel.
La noticia de su asesinato fu recibida con transportes de jbilo; en los veinte.y cinco
aos de su reinado no supo captarse la adhesin sincera de nadie. Tuvo muchos aduladores,
ninguno amigo.
Basilio fu proclamado Emperador nico de Oriente.
Inaugur su reinado abriendo las puertas de las crceles y las fronteras de la patria los
aprisionados encarcelados por la fe; dirigise al templo rodeado de su corte, donde dio
muestras especiales de piedad. Pero lo que puso un sello caracterstico la poltica que se
propona seguir, fu el decreto que en la maana siguiente de su entronizacin expidi, deponiendo Focio de su usurpada silla y llamando ella su legtimo pastor. El jbilo de la
cristiandad no tuvo lmites. Mientras Focio parta custodiado para su destierro de Scpc; un
navio imperial parta en busca del legtimo Patriarca. Ignacio no slo fu recibido como al
prelado augusto de Bizancio, sino como al ilustre confesor y el heroico mrtir por la fe. El
entusiasmo de Constantinopla en aquel da es indescriptible, apenas puede concebirlo lamas
rica imaginacin.
Basilio se ampar inmediatamente de los papeles de Focio. Entre ellos se encontraron las
actas del pretendido y falso Concilio que deca celebrado contra Nicols I, y las actas de otro
Concilio igualmente supuesto contra Ignacio. Un tomo contena esta nueva ficcin, y en su
portada, Asbstas, el obispo que consagr Focio, que era mejor pintor que prelado, pint el
retrato de Ignacio. Siete eran las sesiones del pretendido cnclave, y la cabeza de cada sesin vena delineado un emblema con la respectiva inscripcin injuriosa y amenazadora para
Ignacio.
E n la primera haba la figura de Ignacio en actitud de ser azotado y arrastrado, llevando
esta palabra escrita en la frente: el diablo; en la segunda era escupido en la frente, y al pi
estaba escrito: el principio del pecado; en la tercera se le presentaba cayendo del trono episcopal, y llevaba este ttulo: el Mjo de la perdicin; en la cuarta era arrojado ignominiosamente, y se lean al pi estas palabras: la avaricia de Simn el Mago; en la quinta se presentaba en la horca, y llevaba por inscripcin esta calumnia: li al aquel que quiso elevarse,
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En aquel Concilio el Papa conden en cinco captulos las faces todas de la obra de Focio;
cuya condenacin debi servir de base la celebracin de un Concilio general en Oriente,
para que aquella cristiandad oyera de ms cerca la santa elocuencia de la verdad y la elocuente revindicacion de los derechos conculcados por la proteccin de Focio.
Adriano envi tres legados Oriente; Donado, obispo de Ostia; Esteban, de Nep, y
Marino, uno de los siete diconos de la Iglesia romana, los tres llenos de celo para la gloria
de Dios y de adhesin firme al pontificado. Como para desagraviar la santa Silla de los ultrajes recibidos de parte del imperio en las personas de otros legados durante el reinado de
Miguel y Bardas, dispsose dispensarles un recibimiento triunfal en Constantinopla. El esplendor del Oriente difundi en aquel acto venturoso sus galas y sus pompas. El pueblo entero acudi con velas y antorchas ante los legados que entraron en la bella Bizancio baados
por oleadas de luz.
El objetivo principal de la embajada romana era la prxima celebracin del Concilio providencial coincidencia! aquella asamblea que Focio preparaba para hundir definitivamente
el poder de Roma, sirvi para exaltar la dignidad de la ctedra apostlica, y el templo de
Santa Sofa, que haba de ser el teatro donde se representara el escndalo mayor de los siglos,
sirvi para el acaecimiento de escenas edificantsimas.
Convocado el Concilio, reunidos los padres en la gran catedral de Bizancio, presididos
por los legados de Adriano, ocupando el primer lugar despus de ellos Ignacio, y los inmediatos los legados de Alejandra y Jerusalen, con la asistencia de once oficiales generales en
nombre del Emperador, empez el VIII Concilio general.
Abierta la sesin, los legados y los patriarcas ordenaron que entraran los obispos que
haban sufrido cruda persecucin de parte de Focio. Inmediatamente entraron , saludados por
las aclamaciones de los padres, los metropolitanos Nicforo de Amasea, Juan de Silea, Nictas de Atenas, Metrofano de Esmirna, Miguel de Rodas, y los obispos Jorge de Ilipolis,
Pedro de Troade, Nictas de Cefaludia en Sicilia, Anastasio de Magnesia, Nicforo de'Crotonia, Antonio de Alisia y Miguel de Corciria. Los legados dirigironles la palabra en estos
trminos: Tomad asiento segn vuestro rango, pues de ello-sois dignsimos y de todos reconocidos por muy bienhadados.
Un secretario ley el discurso del Emperador los padres.
La primera sesin se emple en importantes preliminares. Convnose en partir de la slida
base de la unin con la Silla romana y de la dependencia de todas las^iglesias la ctedra
apostlica; consignse la nulidad de las bases del patriarcado de Focio, con el cual muchos
obispos declararon no haber estado jamas en comunin. Dironse satisfactorias explicaciones
sobre el por qu Roma haba condenado Focio ausente. Nicols I , dijeron los legados, conden Focio como presente, porque en realidad lo estaba por sus cartas y por sus enviados.
La segunda sesin estuvo consagrada ocuparse de las persecuciones y vejaciones ejercidas por el usurpador del patriarcado. E n aquella sesin, para siempre memorable, se presentaron casi todos los obispos y eclesisticos que se dejaron vencer por el temor de las penas y
de la muerte con que se les amenazaba. Uno despus de otro contaron con sumisa actitud
y arrepentido nimo la historia de las vejaciones que sufrieron y de los artificios que contra
su integridad se emplearon. De aquellas reseas se desprende que muchos de ellos haban
sido encarcelados con los paganos sufriendo abrasadora sed y hambre; condenados otros trabajos forzados, como, por ejemplo, *servir de albailes y marmolistas, los sablazos y azotes
eran el jornal que cotidianamente reciban; otros contaron que se vieron cargados de cadenas
y sepultados en infectos calabozos; otros que haban sido relegados las extremas regiones
bajo los climas ms intemperantes.
E n una exposicin elevada la santa asamblea, los obispos seducidos, despus de hacer
una difusa resea de los sufrimientos devorados, decan: Hemos cedido tantas crueldades
como suframos y como veamos que otros sufran. Nos dejamos seducir, nuestro pesar, y
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con ntima repugnancia. Por esto recurrimos ahora vuestra misericordia, venimos aqu contritos y humildes de corazn, protestando que rechazamos Focio y sus adictos hasta que
se conviertan, y nos sometemos voluntariamente la penitencia que nuestro patriarca guste
imponernos.
Esta sincera confesin de diez obispos enterneci los conciliarios. Las lagrimas a b u n dantes de jueces y penitentes se mezclaron y confundieron. La caridad reinante all corri un
velo sobre el triste pasado, y aceptando los confesantes la penitencia de Ignacio, fueron reinstalados en sus dignidades y tuvieron asiento en el Concilio.
La tercera y cuarta sesin versaron, aqulla en los requisitorios contra los metropolitanos
de Anciria y de Nicea, que se resistan firmar el formulario del Papa, y en declarar cannica la carta de Adriano en contestacin la de Ignacio, y sta en juzgar la conducta de
los legados enviados Roma para obtener la confirmacin de Focio, y que con sus explicaciones falsas sobre el recibimiento que les haba hecho el papa Nicols fueron causa de la decepcin de algunos obispos. En esta sesin presentse Teodoro, obispo de Caria, declarando:
Yo fui engaado; se me asegur que Focio estaba reconocido por la Iglesia romana; doy gracias Dios de haberme desilusionado.;; Los legados de Focio, Tefilo y Zacaras, persistieron
en su rebelda y fueron expulsados del Concilio.
XLII.
Protervia del perseguidor Focio ante el Concilio.Su condenacin por el mismo.
El inters sumo del Concilio de Constantinopla se reasumi en su quinta sesjon. Focio
haba sido llamado de su destierro de Scpc la capital para comparecer ante la augusta
Asamblea. El Emperador pidi los padres se oyera al autor del cisma para evitar futuras
protestas. Pero Focio deseaba presentarse ante aquel serio ntegro tribunal? Evidentemente
110. Environsele emisarios legos, pues se opusieron los representantes de Roma que se le
tratara como obispo reconocido. Seis diputados le comunicaron esta orden: El Concilio os
lama si es que os plazca acudir. Focio contest: Jamas me habis llamado ante el Concilio
y hoy me llamis l? Voluntariamente no comparecer!
Oda esta respuesta el Concilio resolvi que se le obligase comparecer. La resolucin del
Concilio estaba formulada en estos trminos: Nos os hemos llamado segn el orden de la
Iglesia, esperando que acudirais voluntarioso; mas siendo pecador manifiesto y contumaz os
resists comparecer para eludir vuestra condenacin; ved por qu ordenamos seis obligado
venir.
Al comparecer Focio dijeron los legados: Quin es aquel que est en pi en el ltimo
lugar?
Los senadores contestaron: Es Focio.
Es aquel Focio, replicaron los legados, que de siete aos esta parte causa tanta pesadumbre la Iglesia, que ha trastornado por su base la Iglesia de Constantinopla y fatigado
todas las iglesias orientales?
Es el mismo, contestaron los senadores.
Entonces le echaron en cara su conducta injusta y cruel contra Ignacio, la deposicin del
Patriarca, sus falsedades, sus calumnias, sus perfidias, lo que hizo en secreto contra el Papa.
Interrogado sobre varios puntos y artculos, Focio permaneci mudo.
Sabemos, dijeron los legados, que sois elocuente; hablad, pues. Hablad, hablad,
dijeron todos los obispos.
Focio contest: Aunque no hable, el Seor me oye!
Mas vuestro silencio, contestaron los legados, no os librar de ser condenado.
(
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cumento insigne de falsedad. E n fin, qued sentado que aquel Concilio haba sido una osada
invencin de Focio.
la novena sesin comparecieron la mayora de los setenta y dos testigos que en 861
declararon contra Focio, y confesaron que en aquella ocasin, instigados por eficaces mviles,
haban faltado al testimonio de su propia conciencia. Aceptaron la penitencia que les impuso
el Concilio y quedaron reconciliados.
Los resultados de aquel Concilio general fueron declarar nulos todos los actos jurisdiccionales ejercidos por Focio y anatematizado ste y todos sus colaboradores en el gran cisma.
La batalla doctrinal qued gloriosamente ganada por la Iglesia romana.
Por desgracia el firmamento social del Oriente no se presentaba del todo sereno. Siniestras nubes presagiaban venidera tempestad; la unin con Roma estrechada oficialmente no
pudo solidarse hasta el punto de dominar las convicciones de los orientales tan inclinados
la independencia y autonoma de su Iglesia. Una gran parte del episcopado se senta emponzoado por el espritu de divisin. Prubalo el exiguo nmero de obispos que se creyeron e
el deber de secundar el espritu de Roma. Slo ciento dos obispos firmaron las actas de aquella
vindicacin de los derechos conculcados. En verdad es triste que slo ciento dos obispos
firmaran aquellos testimonios de la verdad y de la justicia y pasaran de trescientas las firmas
que autorizaron los concilibulos contra los sagrados derechos.
Focio, desterrado por el Emperador Stenos, escribi varias protestas contra el Concilio
que le conden. Llev su altivez hasta compararse al divino Maestro juzgado por el S a n h e drin, comparse los santos mrtires y confesores, y atribuy un castigo providencial el
espantoso terremoto que por aquellos das tuvo consternada Constantinopla.
XLIII.
Nuevas amarguras causadas Roma por el Oriente.Emancipacin de los blgaros.
Los griegos vean con pena la sumisin filial de los blgaros la Iglesia latina. No c e saron de intrigar para atraerse de nuevo la Bulgaria. El emperador Basilio secund aquellas
miras, y alentados por tan poderoso protector, acudieron Constantinopla para que les fuera
enviado un arzobispo bizantino. El patriarca Ignacio, cediendo las instancias imperiales,
consinti en consagrar para los blgaros un arzobispo griego. Un cuerpo numeroso de sacerdotes griegos fu enviado aquella Iglesia, que arroj los sacerdotes latinos con el mismo
entusiasmo con que los haba declarado los nicos dignos de apacentar instruir sus fieles.
Adriano II se lament amargamente de esta conducta de Ignacio, y hasta lleg amenazarle con las gravsimas penas por los'cnones determinadas contra los que con independencia de la santa Silla se atrevieran instituir dignidades eclesisticas. Aquellos desconsoladores incidentes que turbaron transitoriamente la buena armona entre el santsimo Padre
Ignacio prueban cuan peligrosa era la atmsfera que se respiraba en el patriarcado bizantino.
Focio intent explotar aquella lamentable desavenencia escribiendo sentimentales cartas
al Emperador, -quien lisonjeaba con penetrante astucia. El silencio de Basilio desconcert su
nimo. Pero hombre de inagotables recursos de imaginacin y de febril actividad, dirigise
los acttteres del Soberano, escribindoles largas y sentimentales cartas en las que se p i n taban al vivo las tristezas de su alma y se intentaba la justificacin de su pasada conducta.
Con habilidad magistral tea sus escritos de un color mstico capaz de cautivar quien fuera
poco hbil en sondear los resortes de la alta hipocresa. As es que las cartas dirigidas sus
partidarios, desterrados como l, asemjanse los escritos de un hombre apostlico sometido
las persecuciones inherentes la defensa de la verdad. Olvidndose de que l haba sido u n
T. II.
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gran perseguidor, afea el papel de los perseguidores, y declama contra la tirana, l que tan
tirnicamente haba tratado cuantos tuvieron el valor de defender los derechos de la Iglesia
contra sus usurpadores.
Cosa particular! pesar de la profunda desgracia en que Focio haba cado, sus grandes
cooperadores le permanecieron fieles; ms menos visiblemente todos trabajaron para rehabitarlo. De ah que el focionismo tena red extendida en la opinin pblica y hasta en el regio
alczar; de modo que no haber sido slida como era la virtud y la justicia de Ignacio, hubiera ste cado, derribado por los inteligentes trabajos de zapa que desde su destierro diriga
su poderoso y formidable rival.
Los deseos de Focio eran salir de su destierro y constituirse en Constantinopla, aunque
privado de su dignidad. Gracias una estratagema modelo de perspicacia, lo consigui.
E n efecto; Basilio, que proceda de una modesta familia de Andrinpolis, era un pobre
joven casi reducido la indigencia, sin hogar, sin profesin, sin fortuna, cuando por la mediacin de un compasivo monje fu admitido como oficial del emperador Miguel. Algunos
lances en los que el valor de Basilio, su fuerza, su pericia en la lucha excitaron la admiracin de la corte, conquistronle fama de valiente. Miguel le consider como un tesoro de su
casa; las excelentes cualidades personales que reuna le dieron indisputable superioridad sobre los dems cortesanos. Pronto tuvo en sus manos la direccin poltica del imperio, y fu
sta tan acertada, que no encontr su augusto amo otra recompensa correspondiente sus servicios eminentes que conferirle el ttulo de Csar. Basilio se avergonz de la pobreza de
su cuna al verse en la cumbre de las dignidades del imperio, y de ah que fingiera descender
de los prncipes de la Arsadia, que reinaron sobre los partos y dieron leyes al Oriente por espacio de cuatro siglos.
Mand escribir una falsa historia genealgica de su casa, en la cual, por medio de sostenidas ficciones, se confirmaba la elevacin de su origen y la gloria de su ilustre prosapia.
Al ocuparse del padre de Basilio, deca aquella historia que tendra un hijo que sera rey, y
rey que eclipsara la gloria de cuantos reinaron. El retrato de este hijo diseaba todos los
rasgos fisonmicos y morales de Basilio. Se le apellidaba Beclas, nombre que reuna en uno
slo las iniciales de Basilio, Eudosia, su esposa, y sus cuatro hijos Constantino, Len, Alejandro y Stephano.
Focio, sabedor de la pasin dominante en Basilio, hizo escribir en caracteres alejandrinos,
sobre pergaminos usados y deteriorados, una historia que confirmara aquella novela y , encuadernada la usanza antigua, hzola colocar en la biblioteca imperial. Su adicto Tefanes,
bibliotecario, se encarg de desempear el hbil papel que le traz su desterrado amigo. Un
da en que Basilio visit la preciosa biblioteca, Tefanes llam su atencin sobre aquel raro
ejemplar. Anheloso Basilio de saber su contenido, expresle el bibliotecario que slo Focio era
capaz de desentraarlo. El Emperador mand llamar Focio.
Presentse ste humilde y sumiso, y despus de simular un asiduo estudio de aquel singular documento, vuelta de algunos das declar poseer y a el secreto de aquel escrito; pero
como incumba, dijo, la persona del Emperador cuanto de sustancial en l se encerraba, slo
aquella augusta persona poda comunicarlo.
Claro est que Basilio no neg al expositor la audiencia. Admitido la imperial presencia
Focio explic al Soberano la gloriosa historia de su familia, profticamente reseada en aque- |
los viejos pergaminos. Aquella adulacin, por grotesca que fuera, complaci Basilio. El
incienso de la lisonja le embriag hasta hacerle olvidar de su cuna y de sus andrajos. Establecise cierta cordialidad causa de estos manejos entre el Soberano y el desterrado. Las esperanzas de ste crecieron, se remozaron de da en da.
Por aquellos das Ignacio abatido, aplastado, caduco, se sinti gravemente enfermo. Sin
rehusar una vida, que le era molesta, pesar de la gloria que la coronaba, aspiraba ya terminar su misin temporal. El Seor oy sus plegarias, y Constantinopla y todo el Oriente
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supieron su orfandad. Ignacio muri lleno de virtudes, fiel la Iglesia romana, como u n
confesor decidido y como un hroe mrtir por la fe.
Focio haba recobrado su antigua influencia en la corte. Quiz los primeros efectos de
esta influencia temible contribuyeron abatir las fuerzas debilitadas del santo patriarca; preferimos creer esto asentir la opinin que atribuye Focio una responsabilidad ms directa
sobre aquella muerte.
Lo innegable es que Focio se aprovech de la desaparicin de Ignacio para reaparecer en
su anhelada silla patriarcal.
XLIV.
Reaparicin de Focio en el patriarcado.Nuevas perturbaciones religiosas.Crueldades.
Astucias.Manejos engaosos.Falsificacin de documentos.Concilibulo.Perversin
de los legados pontificios.Integridad de Marin.
Dueo del nimo imperial, Focio quiso perseguir Ignacio hasta en la tumba. pretexto de recuperar cierto tesoro que supuso estaba enterrado con los restos del santo Patriarca,
mand revolver sus mortales despojos, slo por el gusto de ver profanadas aquellas reliquias
preciosas que tan glorificadas acababan de ser por el pueblo.
Al tercero da despus del fallecimiento de Ignacio, Focio qued repuesto por Basilio en
la sede constantinopolitana. Rodeado de oficiales de la milicia se present la grande Iglesia en el momento de celebrarse los divinos misterios. Al advertir la presencia del excomulgado, suspendironse stos, y abandonaron precipitadamente altar y coro los sacerdotes oficiantes.
El intruso patriarca reanud desde su reconquistado trono su antepasada conducta. Los
adictos al venerable fallecido pagaron su fidelidad inquebrantable con azotes, prisin destierro. Depuso los prelados que Ignacio entroniz, sustituyndolos por sus compaeros de
anatema y de desgracia.
Hubo algunos, dice el abate Jager, que, fieles las disposiciones del Concilio general,
sufrieron el ser blanco del enojo del Patriarca, rehusando su comunin. Los que se resistieron sus instigaciones fueron entregados al furor de Len de Catacale, cuado de Focio.
Era aqul el ms cruel de todos los hombres. Dio muerte muchos, segn Nictas, que permanecieron fieles hasta el fin; mas otros retrocedieron ante el espanto de los tormentos. Los
cristianos de Constantinopla pudieron figurarse estar en aquellos das en que los asesinos de
la sinagoga y los furores de la. gentilidad ensangrentaban la cuna de la'Religin, pues de
las reseas de los historiadores se infiere que Focio en nada se diferenciaba de los principales
perseguidores del Cristianismo.
Y tan cruel como era contra los que poda dominar desde la altura de su posicin, era
bajo y adulador para con los que podan atajar el vuelo de su ambicin. El emperador Basilioperdi en aquellos das su hijo Constantino, y Focio, llevando la lisonja ms all de los lmites hasta entonces no traspasados, consagr su honra iglesias y monasterios como si la Iglesia hubiera reconocido su santidad. Al mismo tiempo Santabaren, colega de Focio, por medio
de procedimientos mgicos, fascinaba al Emperador hacindole aparecer la figura de su hijo,
excitando la supersticin en la corte i
Focio, que antes de su deposicin haba roto todo lazo de dependencia con el pontificado
romano, comprendi serle necesaria la buena armona con la silla apostlica para conseguir
condiciones de estabilidad. Aprovechando la circunstancia de hallarse en Constantinopla los
legados enviados por el Papa para arreglar la cuestin blgara, Focio celebr con ellos detenidas conferencias, en las que prometi los representantes de la Santa Sede que su nimo
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era restablecer la unin de los blgaros con el Papa si se reconoca la legitimidad de su patriarcado.
Los legados cedieron tambin esta vez, faltando la consigna pontificia que tenan.
Focio, comprendiendo la importancia que atribua la santa Silla la cuestin de los blgaros, envi Roma un representante para negociar su conciliacin. Escribi una carta al
Papa, que por sorpresa bizo firmar por algunos metropolitanos y obispos, en la que se aseguraba que slo por violencia del clero haba remontado las gradas del patriarcado. Los firmantes crean suscribir las actas de una adquisicin territorial conveniente la Iglesia. Todos los
actos de Focio llevaban impreso el sello del gran falsario, del falsario tipo. Quiz la historia
no recuerde un ejemplar igual l en el cinismo de la falsificacin. Al mismo tiempo que
falsificaba el documento que aludimos, escriba otra carta igualmente falsa, que supuso encontr entre los papeles de Ignacio, en la que ste suplicaba al Soberano Pontfice que recibiera Focio en la comunin catlica.
Preciso es saber el empeo con que el Papa tomaba la cuestin blgara para explicar la
influencia que la docilidad de Focio, en lo que ella ataa, tuvo en los consejos de Su Santidad.
El papa Adriano II haba escrito Basilio, dicindole: Vuestras cartas atestiguan el
deseo que os- anima de restablecer la paz en la Iglesia de Constantinopla, y Nos sentimos viva
afliccin que despus de tantas amarguras como hemos devorado ya sobre este asunto, persista
an la divisin. Muchas personas consagradas Dios continan dispersas y sufren todava
una persecucin de la que los creamos libres.
Este lamento aluda los latinos perseguidos por su legtima ingerencia en la evangelizacin de la Bulgaria.
Ignacio le escriba con acento de firmeza y tesn apostlico. Dos veces, le deca,
habis sido amonestado por la ctedra apostlica para que os contentarais con los derechos de
la dicesis de Constantinopla que habis recuperado por l autoridad y el favor de la primera
Silla, y para que no traspasarais los lmites fijados por los cnones y por los padres. Pues nadie ignora que desde el papa san Dmaso hasta la irrupcin de los paganos, el pas de los
blgaros ha sido gobernado, bajo el punto de vista eclesistico, por los pontfices romanos.
Muchos son los escritos que lo atestiguan, y sobre todo los decretales de algunos Papas conservados en los archivos. Lo que la guerra trastorn, deca san Len, debe restablecerlo la
paz. Mas, venerable hermano, vos habis ledo todo esto y habis luego cerrado los ojos;
habis pisoteado los decretos de los santos Padres, y , olvidando los innumerables beneficios que debis la ctedra apostlica, os habis erguido contra ella, y arrebatndole una de
sus antiguas provincias, no habis temido, contrariamente la ley divina, meter vuestra hoz
en campo ajeno. Por esto, despus de la primera y segunda amonestacin, debemos separaros de la comunin catlica, en castigo de vuestra desobediencia. Mas, siguiendo la moderacin de la silla apostlica, y usando de dulzura con preferencia severidad, os dirigirnos
esta tercera amonestacin cannica por medio de nuestros legados y de nuestras cartas, exhortndoos, conjurndoos, compelindoos enviar sin aplazamiento en Bulgaria hombres activos
que recorran el pas y saquen de l todos cuantos encuentren ordenados por vos por vuestros dependientes, de suerte que dentro de un mes no quede all ningn obispo ni sacerdote
por vos ordenado.
Esta carta lleg Constantinopla cuando Ignacio haba fallecido. Sin duda su recepcin el ardiente confesor de la fe catlica y defensor de los derechos de la santa Silla contra
Focio se hubiera sometido incondicionalmente. No era Ignacio un prelado capaz de cometer
manifiesta rebelda contra la autoridad apostlica. Por esto el Oriente y el Occidente conservan su memoria con profundsimo respeto y veneracin.
No se necesitaba la suspicacia de Focio para comprender que una actitud sumisa sobre
la cuestin blgara, sera para Roma un ttulo de eficaz recomendacin.
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Los embajadores de Focio llegaron Roma, donde reinaba j a el papa Juan VIII, por fallecimiento de Adriano II. Juan hered las virtudes y el criterio de su piadoso y discreto
antecesor; si bien el estado del mundo religioso y poltico le hizo ms y ms inclinado procurar la solucin de algunos de los numerosos conflictos entonces acontecidos. Cuatro meses
estuvieron negociando el objetivo de su misin, que era obtener el reconocimiento de la dignidad de Focio, en cambio de la sumisin religiosa de la Bulgaria Roma, y de eficaces r e cursos orientales para dominar los sarracenos de Occidente. Para allanar al Papa el camino
del reconocimiento, los legados le aseguraron los deseos y hasta las solicitudes del clero
constantinopolitano en este sentido. Juan VIII consinti al fin declarando que no intentaba
oponerse las resoluciones del VIII Concilio general, sino dispensar algunos de sus decretos
para mejor conseguir la paz y la unin religiosa del Oriente. Los anatemas- lanzados contra
Focio quedaron levantados y pronunciada excomunin los que resistieran su reconocimiento.
Esta condescendencia excit las protestas de una gran parte de hombres religiosos, que
vean sin nebulosidades la red que con maliciosa astucia se tendi sobre el camino diplomtico del Pontfice.
Mas la conducta conciliadora de Juan VIII ha encontrado valiosos apologistas. El deseo
de concluir un cisma perjudicial la unidad y la moral fu de todos modos un sentimiento
noble y generoso. Por otra parte los datos presentados al Papa para ilustrar su juicio estaban
tan diestramente coordinados y urdidos, que su falsedad desapareca tras el conjunto de e s tudiadas verosimilitudes.
Ademas, el reconocimiento de Focio vena acompaado de una condicin g r a v e , pues se
le impona el deber de pedir perdn en pleno concilio.
El genio y la audacia de Focio eludieron este compromiso, que consider humillante.
Por de pronto interpret su favor la idea del Concilio ante el que debi comparecer determinando que no haban de asistir sino los obispos griegos. Esta medida favoreci la falsificacin de las cartas del Papa los emperadores y l; pues no debiendo producirse sino en
griego los documentos, la traduccin facilitaba lo que con universal escndalo de la posteridad se efectu. Supresiones de prrafos enteros, adulteracin de ciertos pasajes, aadiduras
notables, todo se emple con sorprendente atrevimiento.
Una de las ms graves adulteraciones que Focio produjn en aquellos sagrados documentos fu la supresin de todo cuanto honraba la memoria del VIII Concilio general y del santo
patriarca Ignacio; en cambio intercal Focio prrafos enteros que redundaban en honor y
gloria suyos.
Hechos los correspondientes preparativos para la celebracin del Concilio; dispuesta la
maquinaria de modo que diera sin dificultad el apetecible resultado, inaugurse en la grande
iglesia de la ciudad imperial la asamblea formada por trescientos ochenta obispos orientales.
Como se ve, el nmero de los amigos de Focio era dos terceras partes mayor que el de los
fieles que le condenaron diez aos antes en aquella misma localidad.
En aquel Concilio presidido por Focio y en el que los legados pontificales ocupaban el
segundo lugar, se pronunciaron elogios desmesurados sobre el antiguo usurpador. Zacaras,
obispo de Calcedonia, le calific de hombre divino, que posea todas las virtudes compatibles con la naturaleza humana.
Todos los obispos aplaudieron.
El episcopado griego tom en aquel snodo una actitud alarmante. Cuanto se relacionaba
con las regalas imperiales era secundado y aun exagerado. La cuestin de los blgaros, suscitada por los legados, fu tratada nebulosamente. Procopio de Cesrea dijo: Esperamos que
Dios someter al Emperador todas las naciones del mundo; entonces arreglar como mejor le
parezca todas las metrpolis. El Concilio aplaudi.
Como Focio se expresara en trminos que significaban creerse legtimo patriarca en fecha
anterior -las recientes disposiciones del Papa, dijo el cardenal Pedro, presidente de los l e -
182
gados pontificios: El Papa pide cmo el patriarca Focio lia subido su trono, pues cree no
debi hacerlo antes de nuestra llegada. Entonces Elias, representante de Jerusalen, contest : Los tres patriarcas de Oriente han reconocido siempre Focio como patriarca de Constantinopla, as como todo el clero, quin era capaz de impedir su entronizacin? El Concilio aplaudi.
Cmo! exclam el legado Pedro, Focio no hizo violencia para exaltarse? No, dijeron los obispos, todo sucedi dulce, suave, pacficamente. Pues que Dios sea alabado!
replic Pedro.
Entonces Focio tom la palabra, asegurando con juramento que slo por violencia haba
sido elevado la dignidad patriarcal la primera vez; que sus ojos se inundaron de lgrimas
al ver la inutilidad de su resistencia. El'Concilio exclam: E s verdad!
Cuando Dios permiti que se me depusiera, continu Focio, no intent resistir, no promov sediciones, me qued tranquilo, quieto, sin agitarme para obtener mi restablecimiento.
Pero Dios, que obra milagros, toc el corazn del Emperador, no por mi causa, sino causa
de su pueblo, y me llam del destierro. No obstante, mientras vivi Ignacio, mi hermano,
no quise tomar su bculo pesar de la coaccin que para ello se me haca. E s verdad!
exclam el Concilio.
Al contrario, yo quise tener paz y amistad con Ignacio. Ambos vivamos en palacio,
nos arrojamos uno los pies de otro, mutuamente nos perdonamos. Cuando l enferm me
llam, yo le visit, le consol en lo que pude. Me recomend las personas que le eran ms
queridas, yo he cuidado de ellas. Al morir el Emperador me compeli ocupar este puesto,
yo ced un cambio milagroso como el que se ha operado para no oponerme la voluntad de
Dios. Exacto! exclamaron los obispos.
A los aplausos dados Focio, las apologas de su talento, de su virtud, de su conducta,
acompaaron abiertas censuras, mordaces crticas y severas acusaciones contra el santo Concilio VIII ecumnico y contra los actos de los papas Nicols y Adriano. J u a n de Heraclea
hizo responsables estos papas de todos los desastres sobrevenidos la Iglesia bizantina.
Los legados no protestaron. Sin duda participaban ya del espritu de rebelda dominante
en aquellas regiones. La mirada, el sonris, la palabra de Focio les tendra fascinados. El
hecho e s , que oyeron insensibles la condenacin de todo cuanto legtimamente y cannicamente hizo el verdadero Concilio VIII, y la remisin en manos del Emperador de la cuestin
de los blgaros; y todava ms, firmaron una especie de reglamento, suscrito por todo el
Concilio, en el que se estableca que, en adelante, todos los que fueran excomulgados por el
Papa se entendera que lo eran por Focio, y todos los que lo fueran por Focio se veran privados de la comunin con el Papa. As establecieron una verdadera igualdad, pusieron
igual altura la silla de Constantinopla y la de Roma. Toda esperanza, mejor, todo derecho,
de apelacin la ctedra de Pedro, vena eliminada con tan enorme concesin.
Quedaba slo en pi de la hermosa obra del verdadero Concilio VIII la cuestin dogmtica
sobre la procesin del Espritu Santo. Focio no se atrevi abordarla ante el concilibulo,
por temor de espantar los legados y promover una protesta, que hubiera perjudicado el
mantenimiento de las concesiones de ellos obtenidas. Con su acostumbrada suspicacia resolvi dar por terminado el Concilio. Mas luego, reuniendo en sesin privada los veinte y cinco
obispos ms parciales suyos, les indujo firmar la eliminacin de la palabra Fioque. Una
carta supuesta de Juan VIII puso el sello la vista de los orientales aquella hertica supresin. Focio hizo agregar las actas de su Concilio las de las dos sesiones dogmticas.
Los legados partieron para Roma cargados de presentes; pero cubiertos de ignominia,
dice un historiador. All pintaron al Papa el fecundo resultado del pretendido Concilio; la
paz de la Iglesia de Oriente y el reintegro de la jurisdiccin blgara fueron citados como dos
hechos culminantes. El Papa escribi al Emperador y Focio congratulndose con ellos de
haber realizado la conciliacin de ambas regiones. Pero en la carta de Focio le deca Juan Vlfl
183
saber con desagrado que se haba separado de sus rdenes, aludiendo la entronizacin
la silla patriarcal sin esperar la comunicacin de los legados; mayormente, aada, cuando
habamos resuelto que se os tratara con misericordia.
Focio, herido en su exquisito amor propio, contest con altivez que no necesitaba obtener
la misericordia de nadie, porque slo los criminales la necesitan; y suponer en l tanta necesidad equivale degradar su persona. Tamaa contestacin ilustr Juan VIII, quien e n vi Constantinopla en calidad de legado Marn, dicono de la Iglesia romana. Era Marin
un hombre incorruptible, prueba de amenazas y halagos, quienes las seducciones afirmaban y los desdenes encendan. De perspicaz mirada, descubra los manejos ms sutiles y adivinaba lo que haba tras los tupidsimos velos de la aviesa diplomacia.
La corte bizantina comprendi la dificultad de engaar y la imposibilidad de corromper
el sutil ntegro romano* Urga los falsarios poner una mordaza la elocuencia de aquel
emisario, servidor imperial de la verdad. El Emperador, quebrantando el derecho de gentes
y la inviolabilidad del representante extranjero, orden encarcelarle y encadenarle. Un mes
estuvo en una prisin de Constantinopla, hasta que los remordimientos de Basilio le. abrieron
las puertas de la esclavitud.
Regresado Roma, cont al Papa los misterios de iniquidad que sucedieron y sucedan en
Oriente. Recio golpe sinti Juan VIII al oir la verdica resea de su fiel legado. Las complicaciones polticas estaban agravadas por las victorias sarracenas, y la ruptura con el Oriente
poda ser fatal para los ejrcitos de la Cruz. Pero vasallo de la justicia, nica reina que i m peraba en el corazn del Pontfice, tuvo valor para prescindir de todo clculo y de toda i n digna transaccin.
XLV.
Nueva condenacin de Focio.'Nueva rebelda de ste.
El papa Juan VIII, quien haban acusado de debilidad de carcter, convencido del i n digno proceder de la corte y patriarcado de Constantinopla, despleg admirable energa, dando
completa y explcita aprobacin lo hecho por Marin, y subiendo al pulpito de San Pedro,
en presencia del pueblo congregado, desde donde conden con imponente solemnidad y anatematiz Focio y cuantos no le consideraran separado de la comunin catlica. Creen algunos que en aquel acto fueron tambin depuestos y condenados los legados infieles en Constantinopla.
Aquel rasgo de valor pontificio encumbr la figura de Juan VIII. Vise claro que su antigua condescendencia era dictada exclusivamente por la caridad apostlica.
Focio no hizo caso de los rayos del pontificado. Persisti insensible la indignacin del
mundo catlico empuando un bculo que no le perteneca.
Por aquellos das muri bajo el peso de las fatigas y amarguras Juan V I I I , sucedindole
Marin, el intrpido legado, que desconcert con su tesn los anrquicos planes de Bizancio.
La elevacin de un personaje del temple del nuevo Pontfice desvaneci las esperanzas de
Focio, quien volvi izar la bandera de la independencia absoluta de la Iglesia de Oriente,
que haba abajado, cuando vio asequible el camino de la proteccin romana.
El pretexto fu la grave, la trascendental cuestin de la procesin del Espritu
Santo.
No corresponde la ndole de este libro entrar en el examen de las cuestiones dogmticas. Bstanos consignar que la fe en el dogma negado por Focio y muchos orientales formaba parte integrante d l a s primitivas creencias catlicas. Separbase, pues, el focionismo
del espritu del Evangelio, y de las doctrinas expresas de los padres. Atanasio, Cirilo, Or-
184
genes, expresronse con evidente claridad sobre este punto de fe. Crisstomo se haba valido
ya de la misma palabra, del mismo trmino que rechazaban los disidentes ( 1 ) .
San Agustin escriba: No podemos decir que el Espritu Santo no proceda del Hijo, pues
no en vano es apellidado Espritu del Padre y del-Hijo (2). La palabra Filioque fu admitida y usada por todo el episcopado de Espaa en los concilios de Toledo y de Lugo en el
siglo V.
La tradicin fu desdeada, y el Espritu Santo proclamado como slo procedente del
Padre, para establecer un muro de eterna divisin con la fe romana, que jamas suprime ni
una coma, ni una jota del smbolo de sus creencias. Mucho talento demostr Focio en sostener la hertica opinin; los recursos de su genio supieron encubrir con el brillo de la forma
y la especiosidad de la argucia la debilidad de los argumentos. Quebrant la fe en el corazn
de muchos dbiles ignorantes, comprando precio de la verdad la tiara ecumnica del
Oriente. Para conservar su esplendor patriarcal tuvo que rasgar la bandera doctrinal. As
estableci la inmensidad de un mar innavegable entre Constantinopla y Roma.
El papa Marin falleci los catorce meses de su pontificado, y por lo tanto no pudo co-.
nocer la actitud rebelde del patriarca. Adriano III le sucedi; en los cortos das de su pontificado se manifest inflexible contra la hereja oriental. El emperador Basilio, creyendo encontrar disposiciones ms dctiles en Adriano que en Marin, escribi aqul una carta, que
vena ser un proceso de acusacin contra su venerable antecesor. Al llegar Roma la carta
imperial Adriano III haba sucumbido y empuado las llaves de la Iglesia Esteban V. Este
Papa contest con energa, valenta y espritu evanglico al acusador, apologiando Marin,
asimilndose su carcter, apropindose su conducta y advirtiendo al Emperador que se limitase cuidar de los asuntos civiles y polticos del imperio, dejando los pontfices el rgimen y gobierno de la Iglesia. No atinamos, le deca, como hayis sido capaz de escribir
tamaa carta vos que sostenis la balanza de la justicia y que sabis bien que el sacerdocio
no est sometido al imperio... Conjuro vuestra piedad que honris el nombre y la dignidad
del Prncipe de los Apstoles, conformndoos sus decretos... Si pertenecis al redil, si sois
oveja del rebao, como lo espero, no traspasis los debidos lmites. Quin os ha seducido hasta
obligaros cubrir con el ridculo al Pontfice universal y desacreditar la Iglesia romana,
a l a que debis someteros respetuoso? Ignoris qu Iglesia es la cabeza y maestra de las demas Iglesias? Quin os ha constituido juez de los pontfices cuyas doctrinas deben ser vuestra regla y cuyas preces se elevan al cielo por vos?...
Con este tono de santa libertad espiritual hablaba Esteban V Basilio. Cuando la carta
lleg la corte de Bizancio, Basilio haba fallecido y su hijo Len empuaba el cetro.
Este prncipe, educado en las mximas de la moral acrisolada, amaba la justicia y aborreca las intrigas del pandillaje que se haba apoderado de la corte de su augusto padre. La
carta de Esteban V le encorazon, hasta el punto de deponer Focio y de castigar Santabaren, su cmplice en todos sus desrdenes.
La destitucin de Focio se revisti de imponente solemnidad. Desde el ambn de la grande Iglesia fu leda una detallada acusacin de sus crmenes, y luego se oblig al patriarca
descender de su trono para partir al destierro en un monasterio armenio.
No volvi turbar ya ms Focio el santuario del Seor. Vivi su ltimo perodo en la
deposicin. Los griegos han corrido un velo sobre los ltimos hechos de su vida.
Su memoria es la de un ejemplar de astucia y rebelda; su espritu turbulento amarg
los pontificados de Len IV, Benito III, Nicols, Adriano I I , Juan VIII, Marin,'Adriano III,
Esteban V y Formoso.
Lstima que los inmensos recursos intelectuales de que le dot el cielo no los empleara
(1) lic est spiritus de Paire el Filio PIIOCEDENS, qui dividit propia dona sicul vult. Jiomil. I in syrilb.
(2) Nec posumus dicere quod Spiritus Sanclus el Filio nonprocedat,
eque enim frustra idem Spiritus,
ritus dicilur. De Irinit.
el Palris
el
FiliiSp>-
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en defensa de la causa catlica. Sera hoy su nombre uno de los ms ilustres del doctorado
cristiano, y sus obras se leeran entre las de los apologticos y controversistas. Ningn ramo
de saber le era desconocido. Elocuencia, poesa, iloso'a, teologa, derecho cannico, medicina,
poltica, todo lo dominaba con mirada de guila. Su estilo, vehemente veces, atractivo casi
siempre. Abundante en pensamientos, fluido en expresiones, era siempre un contrario temible los secuaces de la verdad por el artificio de sus argucias y los secuaces del error por
el nervio de sus argumentos.
CATEUAI.
Y PALACIO
D E LOS P A P A S E X
AYIXON*.
Los antiguos herejes recibieron de su pluma la herida final. El resto de los arianos, niacedonios, nestorianos', eutiquianos, nionotelitas iconoclastas, permanente an en sus das,
fu aniquilado por su palabra luminosa y ardiente. Su apologa de los siete Concilios generales es una obra maestra. La Religin le debe profundos estudios cannicos, en contradiccin
su anticannica conducta; la ciencia le debe el tesoro de su Bihliokca, que es una crtica
concienzuda de todos los escritos que ley, que fueron los ms importantes de la antigedad
y de su tiempo.
Focio tuvo un pecado capital, la soberbia. Anhel elevarse, cont con la potencia inmensa
de su personalidad, para ello se hizo encarnacin del espritu de independencia que saturaba
la atmsfera social del universo Oriente. Focio se hizo hereje porque el Oriente era avieso
ala ortodoxia. Quiso personificar las pasiones de su raza, y para ello sacrific los dictmenes
de su conciencia.
Por esto, an despus de su muerte y pesar de las tentativas y an de las transitorias
realidades de unin, el Oriente ha vivido del espritu de Focio. Su cisma, planteado y formulado por su vigorosa mano, subsiste an, y lo que es ms triste, por ninguna parte del
cielo oriental se ve clarear el da de la reconciliacin y de la paz.
T . II.
>',
186
XLVI.
Persecuciones sufridas por el pontificado en los siglos IX y X.
' Ademas de las luchas que sostenan los pontfices de aquella epca para salvar la fe catlica en Oriente, suscitbanse cada da desagradables incidentes que agitaban en Oriente la
nave de Pedro. Ora los sarracenos, engredos con sus materiales victorias, arremetan las
personas y las cosas cristianas; ora los emperadores y soberanos occidentales suscitaban
conflictos diplomticos y religiosos la libre accin del pontificado; ora el pueblo romano promova turbulencias enojosas que escandalizaban desastrosamente al mundo piadoso.
Len I V , al subir al trono hubo de tomar serias precauciones materiales para salvar los
tesoros de la cristiandad de las amenazas de los victoriosos sarracenos, que haban llevado ya
el terror y el pillaje las principales regiones de la Italia. El ncleo de ciudad que encerraba el santuario embellecido por el arte y las riquezas del mundo cercado y fortificado por
el papa Len, es lo que constituye la ciudad leonina. Tantos eran y tan graves los peligros
que amenazaban hasta la seguridad personal del Pontfice.
Benito III, apenas elegido se vio asaltado por turbas suscitadas por los emisarios del'emperador Luis. La Iglesia de San Pedro presenci una de las ms sacrilegas escenas de la historia del Cristianismo. Benito fu arrojado del trono pontifical y en su lugar hicieron sentar
un tal Anastasio, sacerdote que algunos meses atrs haba sido degradado causa de sus
indignidades por la autoridad de un Concilio. El legtimo Papa fu violentamente despojado
de sus vestiduras pontificias, apaleado pblicamente y reducido prisin, bajo la custodia de
dos sacerdotes suspensos por Len IV. Profunda sensacin caus al clero y al pueblo fiel semejante atropello. A la maana siguiente clero y pueblo reunidos oraban y lloraban en la
baslica Emiliana, cuando se presentaron los diputados del Emperador rodeados de -desenfrenada soldadesca. Levantando los guerreros furibundos las espadas exclamaron: Rendios y
reconoced Anastasio por papa. Antes morir! contestaron. Al otro da, congregados los
obispos en Letran, prorumpieron unnimes: Queremos por papa al beatsimo Benito. Entablse una ardiente discusin entre obispos y emisarios imperiales, que termin por el triunfo
de la justicia. Tomad al Papa legtimo, dijeron los rebeldes, vemos cuan injusta es nuestra
pretensin. El triunfo de Benito III fu completo.
Adriano II sinti amargado el da de su consagracin por la inesperada invasin de Roma por parte de los soldados de Lamberto, duque de Espoleto. Palacios de los nobles, iglesias, monasterios, conventos, todo fu saqueado vida y brbaramente! Verdad que no dur
aquello sino lo que dura una tempestad, por la reprobacin que mereci aquel acto de parte
del Emperador; pero las huellas sangrientas de aquel nefasto da tardaron mucho borrarse.
Hemos visto antes cunto hubo de sufrir este Pontfice causa de las disidencias orientales; pues bien en Occidente las disensiones de los soberanos no eran menos funestas.
Juan VIII describi con mano maestra en una de sus cartas un cuadro que expresa al
vivo la triste situacin de la cristiandad en aquel momento histrico: Derrmase la sangre
de los cristianos , dice; el que puede evadir el hierro el fuego cae en cautiverio perpetuo;
las ciudades, las villas, las aldeas sucumben; son dispersados los obispos, no encontrando otro
refugio que en Roma; los palacios episcopales se convierten en guaridas de bestias salvajes;
los mismos obispos vense obligados vagamundear, reducidos la mendicidad en menoscabo
de la predicacin. El ao pasado sembramos y no recogimos; este ao no podemos recoger
porque ni siquiera hemos podido sembrar. A h ! por qu hablar de los paganos? Los cristianos no se portan mejor que ellos, hablo sobre todo de algunos de los que calificis de duques.
Ellos usurpan los bienes de san Pedro en las ciudades y en los campos; ellos nos reducen
187
la muerte, no por la persecucin, sino por el h a m b r e ; no nos aprisionan, mas nos cautivan.
Nos oprimen, por esto no encontramos quien salga combatir nuestros enemigos.
Por aquel tiempo Lamberto, aquel duque de Espoleto que hemos visto invadir Roma
el da de la consagracin de Benito I I I , restaurado en su trono ducal, del que fu momentneamente depuesto, arrojse de nuevo con sus huestes sobre su ambicionada presa. J u a n VIII
fu reducido prisin y privado hasta de los alimentos indispensables durante mucho tiempo.
Algunos obispos, sacerdotes y monjes que vinieron en procesin para ofrecer un homenaje
de respeto al Santsimo Sacramento fueron dispersados bastonazos. Por el perodo de un
mes no se celebr en Roma el santo sacrificio!
La actitud fiel del pueblo romano ahuyenta Lamberto.
Libre el Papa hizo cubrir de un cilicio el altar, mand cerrar las puertas d l a s iglesias
y despidi, sin permitir entrar en ellas, los peregrinos procedentes de las diversas partes del
mundo.
En el entre tanto los sarracenos acumulaban conquista sobre conquista, y tal era la i n fluencia que ejercan las banderas de la media luna, que muchos pueblos y muchos seores
celebraban con ellos amistosos -tratados. La protesta del Papa contuvo el movimiento de defeccin iniciado en la cristiandad.
Con Len V empezaron das funestos para el pontificado. Las costumbres de Roma se
haban pervertido de tal manera, que pareca iban resucitar all las repugnantes orgas del
paganismo. La intervencin del poder seglar, hasta en los ms altos asuntos de la Iglesia,
acababan de relajar los vnculos del pudor, y de desvanecer el ltimo destello de respeto la
santidad de las instituciones. La dignidad pontificia era el blanco de las ambiciones de lossoberanos, que deseaban tener en aquella altura un punto estratgico para mejor obtener sus
miras exclusivamente terrenales. As es que Len V, apenas transcurridas seis semanas de su
exaltacin, fu violentamente arrojado de su silla por Cristbal. Encarcelado, atormentado, de
todas maneras vejado, falleci vctima de la coalicin de su indigno rival. A su vez el usurpador
Cristbal, elevado por influencia de Lamberto, fu depuesto por el partido del duque de Toscana.
Exista en aquellos das en Roma una mujer malvada, que conquist inmunda fama en
la historia. Su impudencia, sus crmenes, los males que caus la Iglesia diernle el carcter de una verdadera calamidad moral. Llambase Marocia, dama de perspicaz inteligencia
y de atractiva belleza, dominaba por atraccin aquella afeminada sociedad. E n sus manos estaban todos los destinos de Roma; pues no haba virilidad suficiente para disputar la soberana de que se haba revestido s propia. No era ajena aquella prfida mujer la eleccin
y deposicin de los papas. Y de ah aquella serie de desgraciados pontfices, cuya consideracin haca escribir Baronio, es que Dios no se cuida ya de su Iglesia? Pero la verdad
es que s se cuidaba, y nunca fu ms manifiesto que se cuidaba de ella, porque todas
luces es providencial que en aquellos das no saliera del trono pontificio alguna disposicin
que comprometiera la moral, alguna definicin que quebrantara la doctrina del Cristianismo. Aquellos papas destruidos, casi disipados, se conservaron fieles al Evangelio, no r a s g a ron la tnica inconstil, fueron ntegros- en aquello cuya falta de integridad hubiera comprometido la palabra de Dios.
Juan X , elevado por el influjo de Marocia y de Teodora su hermana, cay en desgracia
despus de varias vicisitudes causa de ciertos celos de corte; poco escrupulosas en los medios de quitarse de delante el ms ligero obstculo sus ambiciones y concupiscencias, h i cironle reducir prisin lbrega, donde rodo por el remordimiento, hinchado por la h u m e dad y debilitado por la escasez sucumbi los catorce aos de su entronizacin.
Benito VI choc al poco tiempo de elevado al sacro solio con la ambicin de Crescendo, que la muerte del emperador Othon, aspir concentrar en sus manos el gobierno
de Occidente, y fijar en Roma el centro de su tirana. No siendo compatible su gobierno
con la presencia de un Papa, amigo del difunto Emperador, lanz una pandilla de salteado-
188
res sobre el Pontfice, que, posesionndose de su augusta persona, lo arrastraron como un criminal basta uno de los calabozos del castillo del Santo n g e l , sustituyndole en el trono
pontificio por un dicono de la Iglesia romana llamado Francon, que tom el nombre de Bonifacio.
Poco tiempo pudo saborear Bonifacio el vil fruto de su usurpacin, pues un tumulto popular lo derrib de su silla y le empuj al destierro. Y para que esto no abriera el camino
la rehabilitacin de Benito, envi Crescendo algunos asesinos que le extrangularon brbaramente.
No fu ms apacible el pontificado de Juan X I V . Las ambiciones de Crescencio mantenanse vivas, como tea que amenaza incendiar cuanto su paso se opona; pero encontr como
freno saludable las virtudes del nuevo Papa. Entonces el tirano llama del destierro Francon,
sea el ex Bonifacio de que hemos hablado. Corrompe ste con prodigalidades una parte
del pueblo romano y excita un imponente tumulto contra J u a n ; que, objeto de las iras dlos
rebeldes, fu encerrado en el mismo calabozo donde gimi y muri Benito V I , para morir
su vez los cuatro meses extenuado por el hambre.
Verdad es que Bonifacio cay pronto en desgracia, y depuesto por la misma turba que lo
elev, fu asesinado, arrastrado por el fango y expuesto al pblico al pi de la estatua ecuestre
de Constantino.
Gregorio V, elevado por la influencia de su to carnal O t h o n l I I . Este obtuvo de Gregorio
el perdn de Crescencio, el dspota que persigui dos antecesores suyos en la silla pontificia. Pero apenas Othon haba salido de Roma, cuando Crescencio arroj al Pap obligndole
refugiarse en Lombarda. El dspota perseguidor instituy un antipapa, sentando en la silla
apostlica un tal Philigatho, griego, sin cualidades ni virtudes suficientes para regir la
Iglesia, an prescindiendo de la ilegalidad de su elevacin. Este antipapa fu despus perseguido y mutilado en un tumulto de romanos, y Gregorio V, restablecido en su trono, quo no
ocup ms all de dos aos y nueve meses, contando el tiempo de su destierro.
Los hechos relatados demuestran la poca tranquilidad de que disfrutaba el pontificado
romano en aquellos aciagos das. Raro fu el pontfice que se librara de la persecucin de los
jDolticos de las pandillas. La conservacin de la fe y de los principios de la moral en medio de la universal corrupcin entonces dominante constituye uno de los ms sorprendentes
milagros histricos.
Hemos visto todos los elementos poderosos de aquella sociedad coaligados contra la Iglesia. El imperio en el Oriente, el imperio en el Occidente, los sarracenos en Occidente y en
Oriente, los pequeos ducados de Italia, los grandes herejes en todas partes; aqu la.oposicin descarada, all la conspiracin oculta; donde las armas estaban rendidas descansando,
la poltica se presentaba batallona invasora; cuando la buena fe pareca triunfar en algunos
cismticos de Oriente, la intriga palaciega y las maquinaciones cortesanas turbaban en torno
de la ctedra apostlica la dulce calma que debe preceder y acompaar las elecciones pontificias.
poca de combates fu verdaderamente aquella. Y el triunfo plugo al Seor se alcanzara
por medio de las rdenes religiosas que, constituidas en el apartamiento social, en la soledad,
librbanse de la mortfera influencia de los grandes pueblos, todos corrompidos y corruptores.
El imperio laboriosamente edificado por Cario Magno se haba disuelto; disueltas tambin estaban las nacionalidades, mal compaginadas; los odios personales haban reaparecido
con todo el furor de los tiempos brbaros, sucediendo desenfrenado desorden al orden pasajeramente sostenido por la firmeza del grande emperador.
No existan ya verdaderos poderes sociales, ni leyes protectrices, sino por todas partes
el imperio de la violencia y el reino de la fuerza brutal.
El suelo abandonado, sin defensa, era como la presa de mil pequeos tiranos, rivales,
189
enemigos unos de otros, disputndose la soberana con sangrientas luchas. Donde quiera se
oa proclamar la independencia de pequeos soberanos, y se vea surgir la guerra inhumana
entre aquel cmulo de soberanas improvisadas. Parece que se haba posesionado de los hombres un frenes de destruccin (1).
Aadase esto el que nuevos brbaros cercaban las fronteras todas. Los normandos invadan las regiones occidentales, los sarracenos devastaban el Medioda, mientras que los
pueblos eslavos impacientes amenazaban desde el Norte abalanzarse por el camino que cinco
siglos antes les abriera Atila.
Con todos estos elementos deba luchar la Iglesia catlica para salvar en aquellos das de
confusin los dos tesoros que protega, la fe celestial y la civilizacin humana.
XLVII.
Esfuerzos del imperio para esclavizar la Iglesia.
Alcuino hace notar con mucha exactitud que, al constituirse las sociedades cristianas sobre las ruinas de la barbarie, establecironse como fuerza directriz tres grandes influencias:
primero la supremaca pontificia, despus la dignidad imperial, y por ltimo el poder de los
reyes.
En los perodos de fe robusta, en la poca en que el esplritualismo cristiano se sobrepona
todo, entonces la soberana pontificia elevbase sobre las dems. Pero vinieron las corrientes del materialismo, y entonces ya el poder imperial cont con elementos para empear la
lucha contra el predominio de la Iglesia.
Desde este punto de vista nos hallaremos en situacin de poder apreciar en su justo valor
las graves, fecundas interesantes contiendas que tuvieron lugar en el siglo X I , en que la
crisis producida por el choque entre las dos potestades lleg su apogeo.
Las pretensiones del poder seglar absorber la Iglesia no eran desgraciadamente el efecto
de una ambicin personal; haber sido as, entonces el .mal no revistiera tan graves proporciones; la ambicin hubiera desaparecido al desaparecer el ambicioso. Era algo que radicaba en
lomas ntimo de aquella sociedad; era la desmoralizacin general que, rompiendo todas las
vallas, trataba de anegar en el torrente de una barbarie nueva al elemento esencialmente moralizador de las sociedades cristianas, que es la Iglesia.
El Concilio de Soissons (999) nos describe la inmoralidad universal en trminos harto
claros:
Como los primeros hombres, dice, que vivan sin leyes y sin temor, abandonados sus
pasiones, as hoy cada cual obra su gusto. Desprcianse las leyes de los obispos; los poderosos oprimen los dbiles, todo es violencia para los pobres, los bienes eclesisticos son objeto de rapia (2).
San Pedro Damiano es an ms expresivo:
El mundo marcha violentamente precipitado al abismo de todos los vicios; medida que
camina su trmino va agravndose ms la enorme masa de sus crmenes... Los sacerdotes
no son respetados como es debido; los santos cnones son hollados; el fervor que debiera tenerse por el servicio de Dios se emplea tan slo en buscar los bienes de la tierra. El orden legtimo de los matrimonios est desquiciado, y con deshonra del nombre cristiano, muchos
que llevan este nombre viven como judos. No se ve por ventura en todas partes reinando
el robo? Quin se avergenza hoy del perjurio, de la lascivia, del sacrilegio, de los crmenes
ms repugnantes?... El mundo se parece al mar agitado por embravecida tormenta, y las dis. (1) F. Chcv, niel, des Papes.
(2) Labb, Coleccin de los Concilios,
t. IX.
190
cordias y disturbios se asemejan las olas de este mar agitando todos los corazones. El homicidio mismo dirase que recorre todos los pases de la tierra para reducirla vergonzosa esterilidad (1).
La espantosa inmoralidad en las costumbres al producir la reaccin del imperio sobre la
Iglesia no haba de encontrar personificacin ms adecuada que la dinasta alemana que, no
contenta con disfrutar de un poder tan colosal cual pocas veces se haya visto en la historia , no limitndose absorber en la persona de sus emperadores toda la nacin con los derechos y libertades de los subditos, aspir absorber la Iglesia, fin de que el renacimiento
de los antiguos vicios produjera su vez el renacimiento del viejo cesarismo. Era esto una
grande ingratitud. Aquel imperio hijo de la Iglesia trataba de reducir su Madre al estado de
humilde sierva; aquellos grandes seores feudales queran tener una Iglesia feudal puesta
su servicio, que el bculo fuese un instrumento ms en favor de la soberana civil, la Iglesia
un recurso de gobierno una funcin poltica; pretendan poder mandar la vez legiones
de almas y ejrcitos de soldados; que los obispos, lo mismo que los condes y los duques,
fueran feudatarios suyos, que el Vicario de CRISTO se limitase ser el primer capelln del
emperador, mientras que el emperador se titulaba Vicario de Dios ( Vicarias Dei), cayendo
as la Europa regenerada por la civilizacin catlica placer de un despotismo brbaro slo
comparable al de la antigua Asia.
Algo de esta tendencia absorbente pudo notarse ya en tiempo de los Othones; pero en stos, su conducta, ms que hostilidad la Iglesia, era imposicin de las circunstancias. Despus de todo, los Othones trabajaron en la extensin del catolicismo. Othon el Grande se constituy en sosten de su causa. Othon III y el papa Silvestre marcharon completamente acordes;
Enrique II fu un santo.
El proyecto de esclavizar la Iglesia cuando empieza realizarse con un plan preconcebido,
con completo conocimiento de causa es en tiempo de Conrado II. ,
Carcter esencialmente dominador, realiza una poltica sin ideal alguno; se desentiende
de las tradiciones, no se acuerda poco ni mucho del destino religioso que vena constituyendo
la base del Santo Imperio; no piensa en nada ms que en realizar su ambicin.
En vez de la unin entre la Iglesia y el Estado, lo que Conrado quiere es someter la Iglesia su capricho personal, subordinarla su poder. Cmo? Obligando sus miembros vivir en aquella atmsfera de corrupcin y participar de ella; y esto lo realiz con toda la tenacidad propia del carcter alemn, sin reparar en medios por.indignos que ellos fuesen.
.Conrado II no se ocupa de la Iglesia sino con este objeto. Los beneficios eclesisticos los
prodiga vende sus capellanes los de su esposa Gisela, entrega abadas servidores suyos laicos, como si fuesen simples feudos, y lleva sus pretensiones querer inmiscuirse en los
snodos, no ya para el arreglo de los asuntos que se rozaran con la potestad civil, sino hasta
para la fijacin de los das de fiesta y los tiempos de ayuno, trata de imprimir al imperio un
carcter eminentemente pagano.
El influjo de poltico tan fatal se deja sentir en el centro mismo del Cristianismo con la
eleccin del papa Benedicto I X , en la que juega un papel nada honroso su padre Alberico,
conde de Tusculum, y se introduce en Italia una confusin monstruosa, conforme consigna
el monje de San Gall (2).
Plantase en aquella poca con toda su gravedad la cuestin de las Investiduras que constituye el animado drama de las grandes luchas de la Edad Media y que tiene por espacio de
un siglo en conmocin todo el edificio religioso'y social.
Se ha querido quitar su importancia las Investiduras dndoles el carcter de mera ceremonia, y acusando as de inmotivada la resistencia de la Iglesia. Si se tratase slo de que
los prncipes hubiesen entregado los obispos el anillo y el bculo como mera formalidad, no
(1)
(2)
Magna
el modernis
temporibus
inaudita
Iad
S. f. E. Cardinales,
confusio
Epist.
IX ad
Odericum.
se hubiera producido tan gran conmocin por cuestin de frmula; pero se trataba de que el
poder civil se arrogase unas facultades que no tena; el anillo y el bculo eran smbolo de la
autoridad espiritual, y en poca en que todo se expresaba por smbolos, el hecho revesta i n mensa trascendencia, pues daba lugar que, establecido el precedente de aceptar sin protesta
aquellos smbolos, hubiese acabado por creerse que era la potestad espiritual misma que ellos
simbolizaban lo que proceda d los prncipes, y que el poder religioso como el poltico emanaba del Estado. Para que se comprenda mejor la cuestin, bastar consignar que el prncipe
poda recusar al obispo nombrado entregando la investidura otro; era, pues, la Iglesia subordinada al Estado, y la lucha contra las investiduras por parte de la Iglesia no fu otra
cosa que la lucha en favor de su libertad, que no puede, abdicar n u n c a , ni como institucin
divina, ni por los fines civilizadores que por su misin debe realizar en el mundo.
El hecho es que, especialmente en Alemania, los prncipes y los seores acababan por
.creerse con derecho de conferir todas las dignidades eclesisticas. ms de contrariar esto
el carcter de la institucin catlica, comprndese con facilidad los males que de ah haban
de seguirse. No siempre los prncipes escogeran al ms idneo para ejercer los delicados cargos de la prelacia, sino que elegiran aquellos que hubieran de secundar sus miras polticas personales, raras veces de acuerdo con el bien espiritual de las almas; daran la preferencia hombres de corte, buscaran los prelados en sus camarillas, y cuando as lo reclamasen las exigencias del lujo, de la prodigalidad las necesidades de la guerra, acabaran
por venderlas al mejor postor.
As sucedi en efecto. Una conducta ejemplar, el celo por el bien de las almas, la defensa
de los principios catlicos entr por poco en aquellas elecciones.
La Iglesia llegaba de esta suerte un estado de secularizacin que haba de ser altamente
funesto.
Esta servidumbre de la Iglesia los emperadores estaban dispuestos propagarla prodigiosamente. Aquellos prelados fueron su vez grandes seores y gozaron de notable influencia
por sus inmunidades y sus bienes. No es que entre los elegidos por la potestad temporal d e jara de haber algunos dignos por su saber, su actividad ,sus virtudes. El arzobispo d M a guncia, Aribo, por ejemplo, escriba u n Tratado de los Salmos; el obispo Meinverk fundaba
escuelas en Paderborn; el obispo de Utrech, Athelboldo, redactaba la biografa de Enrique II
el Santo, y el arzobispo de Bremo consagraba sus rentas difundir el Cristianismo entre los
daneses y los eslavos. Los de Italia, y en particular los de Lombarda, eran an ms i n s truidos y ms celosos. Pero ademas de falsearse la institucin, se daba lugar que los prelados fuesen ms personajes de corte que hombres de Iglesia; que educados en el mundo poltico, se resintieran de la escuela en que haban tenido que formarse.
Un escritor nada sospechoso, Mr. Julio Zeller, dice: Despus de todo el Estado no se
encontraba mal con que estos varones eclesisticos se'inmiscuyesen en los asuntos polticos.
No valan ms ellos como consejeros, como embajadores, que duques groseros ignorantes,
que eran exclusivamente hombres de guerra? No haban de ser ellos mejores administradores de sus dominios, y la religin no haba cuando menos de inspirar en ellos algn comedimiento y alguna decencia en el uso que hubiesen de hacer de la fuerza guerrera (1)?
Pero al lado de estas ventajas, materiales, semejante poder en los prncipes y la manera
cmo haban de ejercerlo se converta fcilmente en germen de corrupcin.
Ya en poca de Enrique I I , si bien las dignidades eclesisticas se confirieron sin mancha
simoniaca, no obstante se sometieron frecuentemente idnticas condiciones que las dignidades laicas. Los candidatos solan escogerse, no slo entre los capellanes de la capilla real, sino
entre ricos que pertenecan las familias ms potentadas.
El santo rey Enrique cuando las confera ricos lo haca siempre con la condicin de que
legaran sus riquezas sus dicesis.
(t)
Zeller, L'Empire
Germanique.
192
oinniaque jura
reynorum
exallatur...
nam
UnV
193
No en vano se intenta una perturbacin de esta naturaleza en una institucin divina como
es la Iglesia y su apostolado.. E n esta perturbacin est la causa del cisma que tuvo lugar
consecuencia de la funesta eleccin de Benedicto I X .
Hubo tristes escndalos en aquella poca, pero fueron siempre causa de la imposicin del
poder seglar; la Iglesia los lament profundamente y protest contra ellos.
Cuando ella gozaba de la libertad propia de su institucin, la eleccin recaa siempre en
personas dignas; cuando tena que doblegarse la ley de la fuerza, cuando los prncipes imponan la Iglesia sus favoritos, entonces los primeros puestos de la Iglesia eran ocupados
por personas indignas. Es, pues, la potestad secular y no la Iglesia, como dice perfectamente el abate Jager, la que deben atribuirse los escndalos de Roma. Podemos decir en
voz muy alta al mundo, sirvindonos de la frase de un escritor famoso: Si ha habido malos
papas, es que vosotros los habis hecho tales (1).
haber la Iglesia.tolerado esta imposicin del poder secular, haber permitido que continuase esta fuente de corrupcin, habra acabado por sucumbir, y con. ello la civilizacin
cristiana. Pero Dios no abandonar nunca su obra. Hubo de cumplirse en aquella poca como
se cumplir siempre lo que est escrito: Las puertas del infierno no prevalecern contra ella.
No bastaba lamentar el m a l ; era menester combatirlo y combatirlo con energa hasta acabar con l. Hacase indispensable una gran reforma, casi podemos decir una revolucin.
Quin haba de intentarla?
San Pedro Damiano nos contesta diciendo: Si Roma no empuja el movimiento por el camino de las reformas, nadie duda que el mundo se hubiera precipitado en un abismo de errores. Es menester que la reforma venga de Roma como de la piedra angular de la salvacin de
los hombres.
No es que contra aquellos males no existieran de parte de lo ms ilustre del episcopado
elocuentes protestas.
Al ser elegido arzobispo el borgoon Halinardo, se neg tomar posesin de su sede sin
recibir primero la confirmacin pontifical. Citsele para que se constituyese en Espira, fin
de forzarle prestar el juramento en manos del rey Enrique. El Arzobispo se neg resueltamente; y al preguntarle por qu se negaba, el animoso benedictino contest:
Porque el Evangelio y la regla de San Benito me lo prohiben.
En vista de semejante actitud se le dijo:
Quin es este hombre tan osado que se atreve desafiar al rey en su propio palacio?...
Que jure que renuncie su dignidad.
Los obispos Teodorico de M e t z , Bruno de T u l , Ricardo de Verdun y todos los de la L o rena franca sostuvieron Halinardo.
El Arzobispo fu consagrado, no obstante la resistencia de Enrique III, que tuvo que contentarse esta vez con una simple promesa de fidelidad.
El Emperador haba nombrado para arzobispo de Ravennes Wiger, un alemn que n e gociaba con las cosas de la Iglesia, inJEJcclesia negotiator, dice Pedro Damiano (2).Gregorio VI
se neg reconocerle. E n la querella que con este motivo se promovi, el obispo de Lieja,
Wazo, sostuvo los derechos de la Iglesia con aquellas clebres palabras:
A t , Emperador, te debemos fidelidad; pero al Papa le debemos obediencia. t , como
rey, te respondemos de las cosas temporales; pero debemos responder al Papa de las cosas que
ataen Dios. Si "Wiger ha infringido los cnones eclesisticos, no eres t ni somos nosotros
sino al Papa quien corresponde juzgarle.
Los obispos que as se expresaban no solan ser los salidos de los palacios, sino los salidos
de los monasterios. pesar de la corrupcin de los tiempos, el espritu de Dios estaba p r e sente en su Iglesia por la predicacin no interrumpida de la fe y la moral apostlica desde lo
(1)
Hisloire
du pape Gregoire
9!,
194
'
alto de la ctedra de San Pedro y por la inspiracin de la santidad evanglica que no dej de
albergarse en los monasterios. All afluau principalmente los hombres de condicin humilde,
los pertenecientes esta clase de que Dios se ha valido para la grande obra de regeneracin
religiosa y social en los diferentes perodos de la historia cristiana. las puertas de uno de
estos monasterios fu llamar un da un muchacho. Era un carpintero. Ms tarde fu abad,
y por fin Papa. Este fu quien comprendi toda la^ gravedad de la situacin que atravesaba
el mundo cristiano y concibi el propsito de remediarlo toda costa.
XLVIII.
Hildebrando.
E n la ciudad de Saona viva honradamente de su modesto oficio un carpintero que se llamaba Bonizo. Un hijo suyo, dedicado la misma tarea que su padre, por nombre Hildebrando,
dio muestras de su ingenio combinando en pedazos de madera aquellas palabras de David:
Reinar de uno otro mar, cosa que era tanto ms notable cuanto que el muchacho no
haba frecuentado jamas las escuelas..
Hubieron de halagar el amor propio del buen padre las preciosas disposiciones del nio.
Por fortuna Bonizo tena un pariente que era abad del monasterio de Nuestra Seora del
Monte Aventino; nadie mejor poda confirselo, fin de que cultivase su inteligencia y
formase su carcter.
Tuvo ms adelante por preceptor Juan Graciano, que ostent tambin la tiara con el
nombre de Gregorio V I .
Hondas divisiones afligan la sociedad cristiana. Benito I X , Silvestre III y Gregorio VI
se disputaban el gobierno de la Iglesia. Fcil es comprender las funestas discordias que de ah
surgan, hasta qu punto haban de resentirse de ellas los principios de unidad catlica y
cuan poco provechosas haban de ser aquellas luchas para el prestigio de la Santa Sede.
Enrique III el Negro interviene en el conflicto. El Concilio de Sutri, que recibe la renuncia de Gregorio V I , nombra papa un canciller de Enrique y obispo de Bamberg, persona m u y digna, quien oblig aceptar el pontificado pesar suyo, tomando el nombre de
Clemente II (1046).
E l mismo da de Navidad, en que recibi la consagracin, coron emperador Enrique III.
"
Despus de prestar en Roma, en la puerta Castelli, junto al castillo de san Angelo, el
juramento de mantener las leyes y costumbres de la ciudad, el monarca alemn, precedido de
los senadores de Roma y del prefecto que tena la espada desnuda en la mano, entr en la
plaza de San Pedro, hinc una rodilla ante la baslica, los pies del P a p a , y prometi ser el
protector de la Iglesia. Despus del ceremonial acostumbrado, le conducen la sacrista, le
revisten con los ornamentos preparados al efecto y el obispo de Ostia le u n g e el brazo derecho y el cuello. Por fin, cuando el Emperador ha entrado en la vieja iglesia de Constantino,
ante una inmensa concurrencia, y en medio de majestuoso canto el Papa coloca en el dedo
del Emperador el anillo, smbolo de fe, le cie la espada, smbolo del poder contra los criminales, los infieles y los herejes y adorna su cabeza con la corona de Cario Magno, que brillaba sobre el altar, dicindole:Este es el smbolo de la gloria y de la autoridad; s justo
y misericordioso, y vive santamente fin de merecer de JESS, Nuestro Seor, en comunin
con los bienaventurados, la corona de la eternidad.
:
Enrique III no se siente satisfecho todava; sino que exige que en adelante no se proceda la eleccin de nuevo pontfice sin jma orden del Emperador, atribuyendo l los males
19b"
de la sociedad cristiana la forma como hasta entonces vena hacindose la eleccin (1).
Jamas emperador alguno, ni Cario Magno, ni Othon, por mucho que hubiesen protegido
los intereses catlicos, llevaron tan lejos sus pretensiones.
Pudo ser Enrique todo lo piadoso que se quiera; pero antes que piadoso era poltico, antes
que protector de la Iglesia era emperador ; el resultado de sus pretensiones no haba de ser
otro que la Iglesia, sometida al Estado, Qu importa que se haya revestido la dalmtica por
un instante, si sobre ella cie la- espada? Con pretensiones de reformar la Iglesia, de lo que
tratan aquellos poderosos es de tenerla sometida; ellos no tienen otra mira que el dominio;
la defensa de la religin no es sino el pretexto.
Enrique III vuelve Alemania llevando consigo Gregorio V I . E n esta expedicin le
acompaaba su discpulo Hildebrando.Le segua bien pesar m o , nos dice el mismo Hildebrando. El tener que visitar aquella corte, el contemplar hollados los derechos de la Iglesia, el ver cmo eran tratados los obispos y hasta los papas por la altivez de aquellos emperadores , no poda menos de repugnar aquel hombre que desde su juventud se manifestaba
un gran carcter.
Hildebrando aprovecha la primera ocasin que se le ofrece para no respirar aquella atmsfera y se retira al monasterio de Cluny.
Nada ms bello y majestuoso que aquella mansin de la santidad. San Pedro Damiano
nos lo describe, comparndolo un paraso.
Dbese su fundacin Guillermo, duque de Aquitania y de Berry, quien dio aquel territorio, consignando en la escritura de donacin que haba de ser un refugio para aquellos
que salgan pobres del siglo y sean ricos en buena voluntad..
El monasterio de Cluny se haba hecho clebre por el fervor de su piedad y la edificante
conducta que seguan los que en l moraban. Observbase all la regla monstica con la mayor precisin, y an en las pocas de desorden conservbase en aquel monasterio lo que hay
de ms elevado y ms fecundo en el espritu del Cristianismo. Reuna la casa de Cluny la
ventaja de una inmensa autoridad moral que en perodos de crisis como aquel haba de ser
muy provechosa. E n tanto que la cristiandad gema en el mayor desconsuelo all afluan
los espritus ms generosos como en busca de una esperanza.
Multitud de monasterios consideraban el de Cluny como el centro de aquella vida en que
la pobreza nutre el verdadero espritu de libertad del alma, en que la obediencia hace aptos y
fuertes para la lucha en comn aquellos caracteres que hubieran sido dbiles en el aislamiento.
De Cluny salan los consejeros de los papas, all, acudan los desgraciados demandando
un socorro.
Representando la fe, la virtud y la ciencia, haba de ser el monasterio de Cluny una
fuerza poderossima para imprimir nueva impulsin aquel siglo.
All fu refugiarse Hildebrando, all aprendi tener un gran dominio sobre s mismo,
all templ los arranques de su fogosa juventud.
El abad Odilon al ver aquel joven tan atento la cultura de su espritu como la de
su inteligencia, tan asiduo y exacto en el cumplimiento de todos sus deberes, al adivinar los
grmenes de grandeza que se ocultaban en aquella alma, le aplic aquella palabra de san J u a n
Bautista:Este muchacho ser grande en presencia del Seor.
Hildebrando conoca ya lo que era la corte imperial, pero necesitbase que la conociese
ms de cerca, que penetrase en sus intimidades, que pudiese convencerse de lo-que es la
vida palaciega, qu clase de cabalas est sujeta. E l monje de Cluny fu llamado para dirigu la educacin del hijo del Emperador. Entonces pudo saber por experiencia lo que pueden
los caprichos de u n monarca. Enrique so que estando Hildebrando junto su hijo, el monje
suba grande elevacin mientras que el prncipe se hunda en el lodo. Este sueo fu inter1
de
invest.
196
pretado en el sentido de que el heredero de la corona sera destronado por Hildebrando. Este
fu'metido en un calabozo con intencin de hacerle morir all de hambre. Un ao haca que
el religioso se encontraba en su encierro, cuando la Emperatriz ech en cara al Emperador
que era una indignidad tener preso un clrigo slo por la ficcin de u n sueo (1), y Enrique le devolvi la libertad.
Hildebrando volvi Cluny esperar all el momento oportuno para trabajar en la grande
empresa que se agitaba en su mente: la emancipacin de la sociedad cristiana.
Pronto se le present ocasin oportuna.
Al morir el papa Dmaso I I , Enrique recibe una embajada dicindole que sea l quien
designe el nuevo Pontfice. Eeune los personajes ms ilustres del imperio, pidindoles
que le ilustren. Estos se declaran unnimamente en favor de Bruno, obispo de T u l , originario de la Alsacia y sobrino del emperador Conrado. Este papa designado para tal en Worms,
tom el-nombre de Len I X .
Bruno de Tul no dejaba de ser un hombre notable por su vasta instruccin, por su prudente celo y por la piedad de su alma slidamente religiosa. Si bien estaba emparentado
ntimamente con la familia imperial, no haban sido estos lazos, sino sus virtudes, las que le
merecieron el obispado de Tul, que ejerci por espacio de veintids aos. No desconoca las necesidades de su poca ni el carcter de la crisis por que atravesaban los pueblos catlicos. Bruno
de Tul hubiera renunciado con gusto la dignidad pontificia por la cual se le aclamaba en
Worms; pero al fin no supo resistirse. Era hombre de carcter simptico, saba conciliar muy
bien la unin del santo con los finos modales del hombre de corte, se apasionaba por las bellas artes y en .particular por la, msica, y mucho antes de subir al pontificado manifest
constantemente una gran devocin al Prncipe de los Apstoles, de suerte que todos los aos
haca un viaje R o m a , colocndose al frente de peregrinaciones que solan contar ms de
quinientas personas. La persona en quien se haban fijado los reunidos en Worms tena cualidades que le hacan generalmente aceptable.
Bruno de T u l , que al notificrsele que Enrique I I I , odo el parecer de los congregados en
Worms, quera que fuese l el que se eligiese para Sumo Pontfice, estuvo tres das entregado
un ayuno el ms riguroso, orando sin cesar, hizo despus una confesin pblica de sus
pecados, creyendo que con ello se le reconocera indigno para un puesto que l no deseaba.
Las lgrimas que derram durante este acto fueron tan copiosas que hicieron correr las
de todos los asistentes.
Bruno sale de Worms y se encamina T u l , su antigua dicesis, y de all pasa Cluny,
donde llega el da de Navidad vestido con hbitos pontificales.
Hildebrando no haba de desaprovechar ocasin tan propicia. Con acento de conviccin admirable hubo de manifestar con enrgica palabra la necesidad que haba de que la Iglesia apareciese completamente libre de los; lazos con que los emperadores trataban de subordinarla
sus fines, y que, prescindiendo de la designacin del Emperador, se dejara la Iglesia en
completa libertad para proceder la eleccin papal, conforme lo que prescriban los cnones (2), insistiendo en que no haba de tolerarse la intrusin de la potestad seglar en lo que
se refera al gobierno superior de la Iglesia universal (3). Tanto Hildebrando, elevado entonces al carcter de prior, como el abad de Cluny, no por esto dejaron de tratar Bruno de Tul
con todas las consideraciones debidas.
Bruno, cediendo los consejos de Hildebrando, se despoja de los hbitos pontificales, se
viste de peregrino y se encamina Roma.
- Entra en Roma pi, y acompaado de toda la poblacin, que sale recibirle, se dirige
orar ante el sepulcro de los Apstoles.
(1) Vase la Vida de Gregorio Vil, por Pablo Bernried.
(2) Vt libertas JEcclesice in eleclione
cannicarenovetur.
(3) Hildebrandus
Leonera adiens...
constanter
eum de inceplo
pontificem ad gubematiunem
totius JEcciesim violenter
inlroire.
.
redarguit,
illicitum
esse inquiens
per manurn
laicam
summum
197
Despus de esto, en traje de peregrino, con los pies descalzos, toma la palabra y dice que
es menester que sea en Roma donde se le elija Sumo Pontfice, qu l no aceptar la eleccin
sino conforme los procedimientos cannicos, que sobre el Emperador hay la autoridad de los
cnones.
He venido pesar mo, aade, y me sentir feliz con volver mi dicesis si mi eleccin no queda aprobada.
'
Este discurso fu contestado con aclamaciones unnimes, y el nuevo Pontfice fu conducido en triunfo al palacio de San Juan de Letran, donde s le entroniz por aclamacin
el 12 de febrero de 1049.
Era echar el guante al Emperador. La cuestin entre la imposicin del poder seglar y la
libertad de la Iglesia quedaba ya abiertamente planteada; habase dado el primer paso para
resolver el conflicto; empieza desde entonces un nuevo perodo para la historia de la Iglesia
y del imperio.
El principal agente, el alma de esta lucha fu Hildebrando.
Desde el advenimiento de Len I X al trono pontificio, vrnosle intervenir en todos los
asuntos de algn inters, poner en juego su actividad prodigiosa, fin de procurar el correspondiente remedio los males que afligan la Iglesia y la civilizacin.
Len I X se apresura nombrar Hildebrando cardenal.
Las elevadas miras del ilustre monje de Cluny el Papa se encarga de realizarlas.
Len I X sirvi perfectamente para el objeto. Era tan virtuoso como hbil, y si alguna vez
vacilaba y hasta apareca dbil al tomar alguna resolucin suprema, ms que defecto de carcter, era el resultado de la situacin en que se encontraba y que le haban creado las dificultades de su tiempo.
El plan de Hildebrando era empezar por la reforma interior. Len I X , apenas ascendido
ala silla pontificia, anuncia su propsito de acabar con los abusos que afligan la Iglesia,
de castigar los simoniacos y prohibirles el ejercicio del ministerio. E n vez de cejar ante los
obstculos que se le oponen en su camino, stos estimulan su celo, y veintisis das despus
de su entronizacin reuna ya con este objeto un Concilio en Roma. La simona fu anatematizada solemnemente en todas sus formas.
La empresa que se propone realizar es del mayor inters, necesita su accin personal;
Len I X no se limita, pues, obrar en Roma, sino que sale de su capital, gira visitas en
multitud de pueblos, su pontificado es una peregrinacin continuada. No se contenta con enviar legados; donde hay que resolver cuestiones de trascendencia va l mismo en persona.
Predica, rene snodos, consagra templos y falla por s mismo asuntos importantes..
Donde es menester luchar el Papa lucha.
Anuncia que ir Francia presidir u n Concilio nacional y proveer las necesidades
de aquella cristiandad. Esta noticia alarma los simoniacos y los seores que retenan injustamente bienes eclesisticos. Donde no llega la amenaza llegar la intriga; los mal avenidos con el restablecimiento de la disciplina eclesistica en su correspondiente vigor, logran
que el rey Enrique I declare al Papa que l, ocupado en maniobras militares, no podr asistir
al Concilio, y que por lo tanto le aconseja que lo suspenda.
los diputados franceses que en nombre del Rey se le presentan con este mensaje, Len I X
les contesta:
Es una promesa que tenemos hecha san Remigio y no podemos dejar de cumplirla.
Iremos hacer la dedicacin de su iglesia. No nos faltar la piedad del pueblo francs. Si
acuden Reims 'algunos obispos en los que pueda ms el inters de la Religin que el amor
del soberano, celebraremos all el convocado Concilio.
Len I X no se .enga al contar con el respeto y amor de los francos al sucesor de san
Pedro.
Lleg el Papa Reims el 2 de octubre del ao 1049, saliendo recibirle inmensa m u l t i -
198
tud de fieles de todas las provincias. La poblacin estaba atestada de peregrinos que acudieron all ofrecer sus homenajes la cabeza visible de la Iglesia, quienes al verle se desahogaron en entusiastas aclamaciones. Len I X no poda abrirse paso por entre la apiada muchedumbre.
Por la noche, aquella multitud de gente, no cabiendo en la poblacin, tuvo que acampar
en los alrededores, donde se encendieron multitud de fogatas.
El Papa, en presencia del pueblo, hizo el reconocimiento de las reliquias de san Remigio,
que quiso llevar en sus propios hombros en la procesin que se improvis para depositarlas
en la iglesia.
Los fieles, entonando cnticos y derramando lgrimas de satisfaccin, se precipitaron en
el templo, donde fu tal la afluencia de gente, que algunos llegaron morir aplastados. El
Papa amenaza con retirarse si aquellas gentes no se moderan en la expansin de su piedad.
Era imposible. La caja que contena las reliquias del Santo fu indispensable meterla por una
ventana fin de poder depositarla en el altar mayor.
XLIX.
Los herejes en la poca de Len IX.
No eran las imposiciones del poder seglar ni las faltas de algunos de sus ministros lo
nico con que tena que luchar la Iglesia en tiempo de Len I X . Tampoco faltaron herejas y
hasta amagos de cisma.
Las herejas de esta poca, ms bien que carcter doctrinal tienen un mvil poltico.
E n pocos perodos de la historia aparece tan formidable como en el siglo X I la conjuracin
del poder seglar contra el poder espiritual, las pretensiones de los reyes en servirse de la Religin como de un instrumento para realizar sus planes de dominio absoluto. En la entrevista
que tuvo con Othon III se logr hacer entrar al rey de Francia en este plan general. De
acuerdo con algunos dignatarios eclesisticos de Neustria se ide una reforma en la que con
pretexto de emancipar la Iglesia se trataba nada menos que de oponerse al celibato de los
sacerdotes, de anular las leyes eclesisticas sobre el ayuno y los impedimientos del matrimonio.
Hzose revivir entonces en Francia la controversia de la Eucarista, que vena agitndose
desde dos siglos antes, particularmente en Neustria, fin de llegar como resultado un rompimiento definitivo con Roma, la que se consideraba como supeditada por el imperio alemn. El proyecto era colocarse frente frente de la Alemania, proclamando Francia como
centro de la verdadera ortodoxia.
Creyse que Berenguer servira perfectamente para el objeto.
El hecho es que Berenguer obtuvo un canonicato en una fundacin en la que se daba al
rey el carcter de abad; que al designar el rey al obispo de Angers, se fij en la persona de
Eusebio Bruno, ntimamente unido con Berenguer, y que el dinero de que dispona abundantemente el heresiarca para hacerse proslitos no poda proporcionrselo sino la corte.
Berenguer naci principios del siglo X I en la ciudad de Tours, donde se le orden de
sacerdote, ascendiendo despus cannigo de la iglesia de San Marcos. E n 1040 se le nombr
cannigo de Angers. Sus errores no empez propalarlos hasta cinco aos ms tarde.
Dos de sus contemporneos nos trazan su retrato con frases nada lisonjeras. Guitmond,
arzobispo de Avena, le tacha de presuntuoso, de ligero, dice que careca de aptitud para dedicarse estudios formales, que era fcil en dejarse explotar, aficionado la sofistera, dado
innovaciones, bastando para l que una idea fuese singular para que la acogiera y la prohijara con toda su alma. una ciencia superficial unase la osada propia de un espritu frivolo,
199
falta de pruebas en que apoyar sus extraas teoras sola acudir la razn suprema del orgullo y de la impotencia, que es la burla y el insulto. Demostraba estar impulsado por un espritu hostil Roma llamando al pontificado la sede de Satans, los que rodeaban al Papa
el consejo de la vanidad, y crea dar muestras de ingenio llamando al Sumo Pontfice Pompifex Pulpifex.
No es por esto que no hubiese en su palabra cierta animacin que le haca popular; pero
lo brillante de la forma contrastaba siempre con lo vaco del fondo.
En un principio no ofreci cosa alguna censurable ni en su doctrina, ni en su comportamiento; pero se explot su amor propio con motivo de una discusin que hubo de sostener
con un italiano que se llamaba Lanfranco. No pudiendo triunfar de ste en una contienda
cientfica, y viendo Berenguer que su ctedra quedaba desierta, poblndose la de su rival,
psose frente frente de ste, proclamndose jefe de secta.
Pronto se vio que, menos que de doctrinas, de lo que se trataba era de emancipar la
Francia de la Iglesia de Roma; y h aqu por qu vemos de parte de Berenguer todos los
personajes ms adictos la corte de Enrique; h aqu por qu se declaran en su favor el obispoBruno, Froilan de Seulis, multitud de dignatarios de la Iglesia y una buena parte del clero.
No es fcil encontrar la verdadera frmula de su hereja. Sus errores nos dan conocer
perfectamente la falta de fijeza de su espritu, y si se le ve expresarse con precisin cuando
se trata de negar lo que los catlicos afirman, se nota desde luego su perplejidad, sus vacilaciones tan pronto como se propone formular su sistema.
Hugo le acusa de negar la transubstanciacion en la Eucarista, de suerte q u e , segn el
error de Berenguer, despus de la consagracin el pan contina siendo pan y el vino sigue
siendo vino. Pero, niega Berenguer que en la Eucarista est el cuerpo de CRISTO? NO llega
negarlo, y claro es que en este terreno no poda ofrecer nada ms que un tejido de contradicciones y hasta de frmulas incomprensibles. Pretende que en la Eucarista el Verbo se
une al pan y al vino, que por esta unin pasa ser el cuerpo y sangre de CRISTO, pero sin
cambiar su naturaleza, su sustancia, su esencia fsica; es decir, siguen siendo pan y vino (1).
Los errores de Berenguer, aunque prohijados por aquellos que hubieran deseado ver e s tablecida una excisin entre la iglesia francesa y la sede romana, no por esto dejaron de encontrar en una parte de los obispos franceses y de su clero una grande oposicin. Formulronse ruidosas protestas, promovironse agitaciones , enconronse los partidos. El Papa
Len I X crey que no haba de permanecer indiferente ante unas discusiones que afectaban
gravemente al dogma de la Eucarista.
Len I X rene un Concilio en 1 0 5 0 , en el que se lee una carta que Berenguer haba
remitido Lanfranco y en la que se contena el error. La doctrina de Berenguer fu condenada, citndose al heresiarca para que compareciese u n Concilio ms numeroso, que fu
convocado para Verceil en el mismo ao.
Berenguer ya no es u n extraviado que yerra, es un hereje que persiste en su error despus de convencido de tal. E n vez de asistir al Concilio de Verceil se dirige la Normanda
propagar all su falso sistema.
Vino un da en que el rey de Francia manifest mejores disposiciones en favor del Sumo
Pontfice, y lejos de proponerse hostilizar Roma, crey que su obligacin era amparar la
accin libre del pontificado catlico. Entonces Berenguer, abandonado de la corte, se ve r e ducido sus propios recursos, los mismos que en un principio le apoyaban se declararon contra l, y censuraron su sistema como u n vano juego de imaginacin, sus amigos le vuelven
la espalda. Los obispos, abades, telogos y seores se renen en P a r i s , condenan unnimemente Berenguer, su doctrina y sus discpulos; y presididos por Enrique I declaran
que si no se 'retractan toda Francia, con el clero al frente, ir buscarles do quiera que se
hallen, y les obligar someterse.
(1) Mabillon, Prcef. in VI scsct. Benedict. 3, p. 478.
200
E n 1078, Berenguer renunciaba solemnemente sus errores en un Concilio romano, retirndose despus al monasterio de San Cosme, cerca de Tours, donde muri haciendo penitencia.
Si vemos en Berenguer enlazarse en tiempo de Len I X la cadena de las herejas, tambin el cisma de los griegos de Bizancio tiene su renovacin en Miguel Cerulario (el Cerero).
Este hombre, complicado en una conspiracin poltica y desterrado, se hizo monje. Constantino Monmaco le sac de su monasterio para elevarle la sede patriarcal de Constantinopla.
Eodese este patriarca de extraordinaria ostentacin, de un lujo deslumbrador; crese en
torno suyo una corte numerosa. Enemigo como era de toda sumisin, sus ambiciones le llevaron aspirar la supremaca, inducido por su carcter revoltoso se sublev contra el
primado apostlico de la Iglesia romana. No le faltaron adherentes. E n unin de Len, arzobispo de Acrida, y de Nictas, monje de Stude, redact una epstola sinodal en la que excomulgaba la Iglesia romana, en nombre de los griegos, feles depositarios de la fe evanglica.
Lo que formul por escrito trat de realizarlo en la prctica.
Donde no se quiso aceptar el rito griego los templos fueron cerrados, despoblados los monasterios. Condense pena de excomunin los que por cualquier motivo acudieran la
Iglesia de Eoma.
Len I X contest con una carta la de Miguel, comunicando tres prelados para que la
llevasen Constantinopla.
Miguel Cerulario dejaba planteada la cuestin en estos trminos: Trasladada por Constantino la sede del imperio las riberas del Asia, la supremaca religiosa tena que pertenecer, no Eoma, sino Constantinopla.
Los legados del Papa, convencindose de que haban de ser intiles cuantos recursos pusieran en juego, entraron en la iglesia de Santa Sofa el 16 de julio de 1054, y depositaron
solemnemente en el altar mayor, en presencia de todo el pueblo, el acta de excomunin contra Miguel Cerulario y sus adherentes. Practicada esta formalidad, salieron de la baslica, y
despus de sacudir el polvo de su calzado y de exclamar: Valo Dios y juzgue! emprendieron el camino de la ciudad eterna.
L.
Hildebrando prosigue su obra contra las intrusiones del poder seglar.
Muerto Len I X , era tal la confianza que se mereca Hildebrando por su talento y sus
virtudes, que el clero de Eoma le design unnimamente para que fuese Alemania designar como representante de los romanos un pontfice de bastante talla para hacerse superior las dificultades de aquel perodo histrico.
Una Hildebrando la firmeza la prudencia. Crey que no hubiera sido oportuno romper resueltamente con el Emperador. A fin de proceder, p u e s , con ste con los debidos miramientos , fu encontrarle para persuadirle de que el candidato ms propsito era Gebh a r d t , obispo de Kichstedt. No le gustaba Enrique esta designacin. G-ebhardt era su consejero ntimo; al Emperador le dola desprenderse de este personaje. Vencida esta resistencia
faltaba an lo ms difcil, que era vencer la del candidato. Gebhardt se neg resueltamente
admitir el papado; oponiendo ello negativa tras negativa. Tanto inters manifest en rehusar la alta honra con que se le brindaba, que trabaj para que circulasen respecto su persona rumores de los que se deduca que no haba de ser propsito para papa. Por espacio
201
de seis meses Gebhardt insisti en no admitir. Enrique III se le present para persuadirle de
que sobre su modestia personal estaba el bien de la Iglesia. Grebhardt contest:
Pues bien, ya que vos lo exigs, obedezco. Me consagrar al servicio de san Pedro;
pero con la condicin de que vos volvis san Pedro lo que le pertenece.
Referase Gebhardt dominios eclesisticos que Enrique, como varios principes de su
poca, retenan injustamente.
Enrique se manifest resuelto acceder lo que Gebhardt le reclamaba, y asegurar la
Santa Sede garantas de independencia.
Gebhardt se dirige Roma en unin de los legados. La recepcin fu brillantsima, la
eleccin cannica se realiz con todas las correspondientes formalidades, se dio alnuevo papa
el nombre de Vctor II.
El plan de Hildebrando, que era hacer que la eleccin se verificase segn los cnones,
pero evitando lo posible un choque con el Emperador, se realizaba admirablemente.
Sentado ya Vctor II pacficamente en su trono, circuido de la sumisin y el respeto de
todos los catlicos, Hildebrando se encamin Francia, donde an no haba podido desarraigarse el vicio de la simona.
Por delegacin de la Santa Sede Hildebrando rene un Concilio.
Asisti l un dignatario eclesistico de gran talento quien se acusaba de este crimen,
pero que logr hacerse suyos los acusadores.
Al da siguiente al de la reunin del Concilio, se presenta en actitud arrogante la asamblea, y pregunta:
Dnde estn los que me acusan? El que quiera condenarme que se presente.
Nadie dijo una palabra.
Entonces, levantndose Hildebrando con solemnidad, se dirige hacia l dicindole:
Creis que el Espritu Santo es de la misma sustancia que el'Padre y el Hijo?
Lo creo.
Pues bien: pronunciad estas palabras: Gloria al Padre, al Hijo y al Espritu Santo
Aquel prelado quiere repetir la frmula; pero al llegar la palabra Espritu Santo e m pieza balbucear y no acierta proferirla. E n virtud de este hecho sorprendente, el prelado confiesa su crimen y se echa los pies de Hildebrando.
La impresin que-este suceso produjo fu tan profunda que gran parte de los culpables
que an quedaban hicieron penitencia.
Muerto el papa Vctor II, fu preciso proceder la eleccin de nuevo pontfice.
Un ilustre prncipe de la casa de Lorena, un personaje que por su carcter, su posicin
y su prestigio pareca llamado ejercer grande influjo en los acontecimientos de su poca,
dio una sorpresa todos los que de poltica se ocupaban, consagrndose la vida monstica
en el Monte Casino, cabalmente en la hora que poda representar en la marcha de los sucesos un papel ms importante.
Ya el papa Vctor II le haba obligado salir de su soledad, nombrndole cardenal presbtero de San Crisgono.
Este cardenal, que se llamaba Junio Federico, emparentado con la casa de Francia y de
Alemania, era hombre de costumbres austeras , perfectamente iniciado en los planes de
Hildebrando para asegurar la Iglesia su independencia del poder temporal. Fu pesar
suyo elegido papa.
Desde muchos aos, dice Lamberto de Hersfeld, no haba ascendido la Sede pontificia
un papa que hiciese concebir esperanzas ms halageas (1).
Comunic un fuerte impulso todos los proyectos de emancipacin de la potestad seglar,
rodese de hombres decididos libertar la Iglesia de la opresin de los emperadores, y trabaj con resolucin y energa en extirpar los vicios de aquellos tiempos asaz calamitosos.
Pertz, V., ann 1087.
T. II.
20
202
203
echarse los pies de Nicols I I , protesta que se le ha violenado, se acusa con sincera h u mildad, y va vivir oculto en Santa Mara la Mayor.
El pontificado de Nicols II viene ser como el prefacio del de Gregorio VII: el principio de la gloriosa lucha de la libertad del sacerdocio contra las imposiciones del imperio.
Los que rodean la Santa Sede expresan su modo de ver en una declaracin suscrita por
el cardenal lorenes Humberto. Manifiesta que el resultado de las intrusiones del poder seglar se encaminaban producir la corrupcin y el empobrecimiento de la Iglesia italiana,
cuyos bienes caeran en poder de extranjeros, de los alemanes; el clero esclavizado, el p u e blo sometido brbara dominacin, probando que no podan ser otros los efectos de las elecciones anticannicas que ponan la investidura disposicin da manos laicas. Denuncia como
autores del mal los prncipes q u e , so pretexto de proteger la Iglesia, de lo que han tratado
es de esclavizarla. Que la Iglesia no sea dependiente del Estado, aade, y desaparecer la simona , y la potestad eclesistica no tendr que doblegarse las exigencias de la potestad seglar y la Iglesia ser libre. La Iglesia, continales el alma de la sociedad, de lo que la m o narqua no es ms que el cuerpo. Cada cosa en su lugar! prosigue; y excita los prncipes
temporales y los fieles emprender el combate por la libertad y la honra de la Iglesia, su
Madre (1).
Este lenguaje, seguido de severas condenaciones contra la simona y el nicolaismo, produjo en algunos puntos, entre los lombardos, por ejemplo, donde el mal no haba podido an
atajarse, honda sensacin.
All la cruzada contra los simonacos y los incontinentes no dej de presentarse enrgica.
Anselmo de Baggio, Arialdo y Sandulfo, monje, discpulo el primero de Lanfranco y los otros
dos de la escuela de Cluny, ora en las plazas pblicas de las ciudades, ora en los pueblos, repetan y comentaban con vehemencia las palabras de Humberto, las que eran frenticamente
aplaudidas por los estudiantes y por las masas en general. Los nicolaitas trataban de defenderse proclamando el nombre venerable de san Ambrosio, con el que queran legitimar el matrimonio de los eclesisticos.
A los que se pusieron de parte de las justas reclamaciones de la Iglesia se les dio el apodo de pasmosi patarini (2) y se apel la fuerza militar para castigarles por defender los
derechos y la honra del Catolicismo.
El conflicto tom proporciones en Miln, Parma, Plasencia, Pava y otros puntos donde
el oro alemn haca sentir su influencia. Pero al fin los disidentes acabaron por someterse
las decisiones de Roma: el arzobispo de Miln en un Concilio en que ocup el primer lugar
despus del Papa, recibi de manos de ste el anillo, cuya investidura era dada antes por los
reyes de Italia, y los simonacos y nicolaitas se sometieron la penitencia que se les impuso.
Nicols II se ocup con preferencia de la forma de eleccin de los Sumos Pontfices. Movanle ello dos razones cual ms poderosas; el evitar las elecciones dobles y los cismas y
dejar bien definido el derecho de la Iglesia, independiente de los emperadores.
La intervencin del clero y del pueblo romano, de acuerdo con el Emperador, en las elecciones pontificias, daban lugar que estas tres entidades partiesen de distintas miras y sostuviesen intereses opuestos; de aqu las discordias y los cismas. Los representantes del pueblo de Roma haban apoyado pontfices como Benedicto X . Los emperadores manifestaron
bien las claras, en particular Enrique III, que atendan ms la extensin de su poder que
los intereses del Catolicismo. Hacase indispensable remediar el m a l ; y h aqu lo que hizo
el Concilio que se congreg en Roma en 1059, concluyendo por establecer principios fijos
que no diesen lugar tergiversaciones sobre un asunto de tan. trascendental importancia.
El Concilio declara que el derecho de intervenir en la eleccin pontificia pertenece al cnclave de cardenales obispos y de cardenales presbteros salva, la aprobacin del clero y el ho(1)
1. II, c. X X X V I .
(2) No deben confundirse stos con unos herejes que tomaron ms adelante el nombre de
patarinos.
204
or debido los emperadores, lo cual no constituye un derecho, sino n acto de mera deferencia.
Noventa y tres obispos, ms de los cardenales, suscribieron el decreto.
La primera firma fu la de Hildebrando.
La independencia del Sumo Pontfice quedaba garantida contra el despotismo de arriba y
las innovaciones de abajo; contra los abusos de los prncipes y la imposicin de las banderas.
Aquel decreto era un hecho providencial de la mayor trascendencia en aquel perodo histrico. A este decreto siguieron otros de bastante importancia, tales como la excomunin los
clrigos que anduviesen armados.
No se ocult los alemanes toda la significacin del acto que acababa de realizar Nicols II. La emperatriz Ins se neg reconocerlo sin deliberar antes con personas de su confianza. El Papa envi al cardenal Esteban para dar explicaciones a l a corte alemana; pero Esteban
no fu siquiera recibido. Ms tarde , Annon, arzobispo de Colonia, escriba Nicols II manifestndole las desconfianzas y hasta las recriminaciones del gobierno imperial.
El Papa contest Annon suplicndole interpusiese su influencia para remediar la crisis religiosa por que estaba pasando el imperio. Las amonestaciones de Annon no lograron
sino irritar los descontentos.
La discordia iba adquiriendo toda la gravedad de un cisma. Ya el nombre de Nicols II
no se citaba en el canon de la misa, y hasta sali de Alemania una excomunin contra el
Sumo Pontfice.
Estos sucesos amargaron los ltimos das de Nicols II, que tuvo una muerte prematura
en Florencia el 6 de Junio de 1061.
LI.
Cisma en el Pontificado de Alejandro IT.
. Muerto Nicols I I , era llegada la hora de ensayar su clebre constitucin. La Iglesia y el
imperio haban de encontrarse frente frente; aqulla con su derecho y su libertad, ste con
sus pretensiones de supremaca. La lucha entre la independencia del poder episcopal y las
intrusiones de la potestad laica haba de estallar, y estall, en efecto, con toda la fuerza de instituciones las ms vigorosas.
Apenas muerto el Sumo Pontfice, el barn Gerardo de Galera, los condes de Tsculo,
algunos prncipes romanos y Hugo el Blanco se dieron prisa en enviar una embajada la
emperatriz Ins y al emperador Enrique IV, fin de que la corte hiciese la eleccin en contra de lo que prevena el decreto de Nicols II. La Emperatriz se manifest resuelta oponerse las disposiciones cannicas, y convoc u n snodo de alemanes italianos que la autorizaran para proceder ella misma al nombramiento del papa, pretendiendo que con esto no
haca ms que reivindicar los derechos imperiales.
Hildebrando crey que era indispensable obrar, y obrar con energa, convencindose de
que ya no eran convenientes las transacciones y los acomodamientos; que siendo clara la ley,
haba de cumplirse.
No hubo de faltarle quien le apoyara. El pueblo de Roma estaba en contra de las injustas pretensiones de los alemanes; ademas poda contar con una buena parte de la Italia; y en
cuanto los monjes y los que obedecan la grande influencia del monasterio de Cluny, no
h a y que decir que estaban resueltos que se cumplieran las prescripciones cannicas, costase
lo que costase.
Hildebrando rene el colegio de cardenales, y , segn la manera prescrita por Nicols II>
conforme con los cnones de los primeros siglos, llenando los cardenales obispos las funciones
20f
ejercidas por los metropolitanos en las elecciones ordinarias dlos prelados, se nombr An-
selmo de Baggio, obispo de Luca, amigo de Arialdo, y que se haba distinguido ya declaran-
206
dose enrgicamente contra los simonacos y nicolaitas en Lombarda (l'.de octubre de 1061).
El nuevo Pontfice recibi el nombre de Alejandro II.
Al saberse en la corte de la emperatriz Ins el nombramiento del nuevo Pontfice, el que
hasta con el nombre de Alejandro que tom pareca darse entender que haba de ser papa
de lucha, la corte imperial y sus adictos lo tomaron como un reto que se les echaba.
Reunise el snodo convocado por la Emperatriz, se declar nulo el decreto de Nicols y
en su consecuencia la eleccin de Alejandro II, pesar de la resistencia de algunos arzobispos y obispos (non consentientibus) y se nombr en su lugar un cierto Cadalous, originario
de Verona, investido en Parma de las funciones de conde, tan rico de escudos como pobre
de virtudes (1), hombre que haba y a deshonrado la silla episcopal de Parma con actos notorios de simona y con una conducta pblica nada edificante, y que, conforme expresa san Pedro Damiano, si hasta entonces lo toleraron como obispo los Concilios de Pava, Mantua y
Florencia, fu slo por su exceso de condescendencia. Cadalous tom el nombre de Honorio II.
El conflicto revesta todo su carcter de gravedad. De parte de Alejandro estaban hombres como Pedro Damiano, el duque Godofredo de Toscana, el pueblo de Lombarda, los normandos del Medioda, todo el respetable partido de la reforma; de parte de Cadalous estaban
los barones romanos, los simonacos y nicolaitas, los parientes de stos, multitud de nobles
amigos suyos y toda la corte alemana.
La Emperatriz envi Roma uno de los jefes del partido cismtico, Benzon, obispo de
Alba, carcter apasionado, tenaz hasta la temeridad en sus propsitos, con ms cualidades
para tribuno que para obispo.
E n vez de buscar la manera de resolver el conflicto, Benzon lo que hace es preparar el camino para apelar la fuerza.
Rene al pueblo en el gran circo, le arenga con un lenguaje violento, da Hildebrando el
apodo de Prandellus y Alejandro el de Asinander, prodiga los monjes los insultos ms
indignos; demuestra, en fin, que ya que le faltaran razones no haba de faltarle el apasionamiento con todas sus inconveniencias. Es una cosa inaudita, gritaba Benzon en el desbordamiento de su clera, que la consagracin de un papa dependa de unos monjes que ayer andaban cubiertos de andrajos, pidiendo limosna, y hoy? hacen oir con arrogancia su voz insolente.
Benzon terminaba sus arengas prometiendo las masas de Roma montaas de oro. Era
una instigacin directa la rebelda; tras de' discursos de esta clase no poda venir sino la
guerra.
Poco despus Cadalous deja el bculo para empuar la espada, rene un ejrcito, atraviesa los Alpes y llega Sutri.
Pedro Damiano, pronto siempre defender los derechos de l Iglesia, lleno de indignacin contra el hombre que introduce en la cristiandad tan fatales perturbaciones, le escribe
una carta con la vehemencia de estilo que sola usar el santo en los momentos supremos.
Hasta aqu, le dice, slo erais conocido en una pequea ciudad por el trfico que tenais
establecido de las prebendas y de la Iglesia, y por otros negocios peores; ahora todo el mundo
se ocupar de vos, es verdad; pero ser para cubriros de oprobio. Vuestra exaltacin definitiva , si un da llegara realizarse, sera el triunfo de los malos, y la miraran como ruina
de la Iglesia cuantos aman la justicia.
Cadalous se desentiende de las amenazas y de las censuras del santo, lo mismo que de
sus consejos.
El 14 de abril se presenta junto los muros de Roma, bien persuadido de que lo que empez el oro lo terminarn las armas.
Cadalous acampa en la pradera de Nern, donde va encontrarle el ejrcito de Alejandro.
Godofredo de Toscana guarda el palacio de Letrn.
(1)
207
d'A llaich,
p. 217.
208
LII.
El plan de Gregorio VII y las dificultades que encuentra en su realizacin.
Nos encontramos en el punto culminante de la crisis.
El plan de Hildebrando, que basta aqu lo realizaban otras personas, ya encargarse de
realizarlo l mismo. Hasta aqu de este plan podemos decir que no se ba hecho ms que sentar las bases; su aplicacin completa con todos sus obstculos, pero tambin con toda su glor i a , corresponda al que lo haba concebido.
Vamos ver este plan produciendo en Europa una conmocin inmensa; los tronos tiemblan, los pueblos cambian, no ya de jefe, sino de instituciones; vamos ver al mundo, no
slo religioso, sino poltico y social, agruparse en torno de la roca del pontificado, los emperadores teniendo que reconocer pesar suyo que esta roca est mucho ms alta que sus sedes
imperiales; vamos ver al hijo de un carpintero, un monje, brillar en Roma con una gloria
que eclipsa la de los antiguos cesares.
Comprometida era la situacin de la Europa al descender la tumba el papa Alejandro II.
Al frente del imperio ms poderoso y ms influyente haba el joven Enrique IV. Era valiente, tena en ciertas ocasiones rasgos de generosidad; pero le faltaba lo que siempre necesita un rey, y ms en circunstancias crticas como la que atravesaba su nacin y el mundo
en general, experiencia y carcter. Inconstante en sus propsitos, voluble an en sus afecciones, se dejaba conducir y hasta dominar por una camarilla de cortesanos que l mismo en
sus veleidades se encargaba de desprestigiar despus y hasta de hacer vctimas de una tirana asaz caprichosa. Poderes, leyes, instituciones, todo se resenta de la veleidad del monarca; aquel imperio que, por su extensin y sus fuerzas, haba de ofrecer mayores caracteres de
estabilidad, hallbase sin embargo sujeto continuos y funestos vaivenes. Demasiado dbil
para no sentirse desvanecido en las eminencias de su vasto poder, complacase en humillar
los grandes, en promover querellas, en levantar guerras, alucinado con la idea de que l
haba de dominar todas las dificultades (1).
Lo que al principio era afecto y hasta familiaridad excesiva con sus confidentes, lo cambiaba despus en sangriento odio hasta llegar las mayores crueldades, de las que no exclua
ni los cmplices de sus delitos. Era hipcrita hasta en las manifestaciones de amistad, sacrificando sus vctimas cabalmente en la hora en que stas se crean ms seguras con su
afeccin, y derramando falsas lgrimas la noticia de muertes que l mismo haba ordenado (2).
Hijo de un hombre del Norte y de una mujer del Medioda, una las violentas pasiones,
al desden hacia las personas del primero, algo de la ambicin mundana de la segunda. Su
educacin haba oscilado entre las complacientes condescendencias de unos y las excesivas
severidades de otros; lo "que quiere decir que su educacin careci de sistema; en cambio tuvo
que presenciar en edad muy temprana la encarnizada lucha de innobles ambiciones que comprometan la honra del imperio y los intereses de la Alemania que cada cortesano pospona
los suyos. Tal fu la escuela en que se form el Emperador.
El historiador JBreno nos le describe siendo ya desde nio arrebatado en sus enojos como
grosero en sus placeres. En su adolescencia iba rodeado de jvenes bizarros, pero pendencieros;,amables, pero libertinos; un Werner, un Luitold, un H a r t m a n n , en una palabra, una
comitiva de calaveras que no respetaban ni las jvenes de familias distinguidas, ni los bienes
de los desvalidos, ni an la vida de infelices que carecan de defensa.
Enrique era un carcter turbulento, desigual, arrebatado, pero que, no obstante, saba con(1)
Yoigt, Gregoire
(2)
VIIel
son stele,
I. V.
209
tenerse cuando lo juzgaba conveniente 'sus miras. Pasaba fcilmente del amor al odio, del
entusiasmo al abatimiento, de la ternura la violencia. E aquel corazn, al lado de alguna
afeccin noble haba mucho veneno; atraa por su palabra insinuante, pero esta palabra raras
veces era sincera. Orgulloso con los grandes que queran imponrsele, era condescendiente
con los pequeos que le halagaban; disgustbase de la conversacin y compaa de personas
formales para entretenerse con jvenes frivolos y de costumbres licenciosas..
De nio haba visto sus tutores en lucha con su madre, y los conflictos que hubieron
de promoverse entre la que para l representaba la ternura maternal y los que representaban
la razn de Estado, no fueron los ms propsito para arraigar en su corazn los sentimientos de familia.
Respecto religin, para un joven que no saba elevarse la serena regin de los p r i n cipios hacindose superior las debilidades de los hombres, no podan producir buen efecto
los cismas que agitaron la Iglesia en aquel perodo ni las discordias que entre dignatarios
eclesisticos viera estallar junto su trono.
Haba visto desde sus primeros aos el cuadro que ofrecen las eminencias polticas de un
imperio que se disputan el poder para procurarse en l placeres, riquezas y consideraciones,
no para labrar la felicidad de los pueblos que les estn sometidos; qu tiene de particular
que l acabara por figurarse que el poder no consista en otra cosa y que lo empleara slo eii
satisfacer sus aspiraciones personales (1)?
v[.
Despus de una enfermedad m u y grave que le puso las puertas de la muerte, y de .la
que desesperaban sus mdicos hasta el punto de haberse tratado ya de la eleccin de su sucesor, Enrique, por consejo de los grandes q u e c r e a n de esta manera poner un lmite la vida
licenciosa del joven monarca, celebr con gran pompa matrimonio con Berta, princesa que una
extremada bondad de corazn una notable belleza de fisonoma. Enrique se cans m u y pnoit
de esta unin. Dos aos despus de haberla contrado (1069), aprovechndose de una ausencia del arzobispo A n n o n , que se hallaba en Roma, reclam ante la asamblea de Worms el'ique
se autorizase su divorcio. Entre otras palabras elocuentes, dejse oir la de Pedro Danliano.
Qu! un rey de Alemania, un prncipe que se dispona recibir la corona imperialihao
dar el escndalo de violar la sagrada ley del matrimonio, iba realizar un hecho que elpapa
Nicols I no lo toler con un descendiente de Cario Magno, con un rey de la Lorena, co Lotario II? Qu se dira de la Alemania,, pas que crticos ilustres haban recomendadojde;Ur4
modo particular por sus virtudes domsticas? La presencia de Pedro Damiano, enviado: por
el Papa, cuyos acentos iba unido el prestigio de su santidad, que si no hablaba conlfuerga
causa de s vejez, hablaba al menos con conviccin, hubo de influir poderosamenteseln la
asamblea y torcer los culpables propsitos del joven rey. Cuando Pedro Damiano, cuya'cabez^
sembrada de canas hallbase inclinada por el peso de los .trabajos apostlicos, le conmin icen
los anatemas de la Iglesia, aadindole que el rey que faltase con su esposa sus deberes de
cristiano ningn papa le coronara emperador, Enrique mand Berta, que esperar!len el
convento de Lorsch, sus insignias de reina, y la acogi en sus brazos.
oiob o di?
Tal era el hombre que se hallaba al frente de la nacin ms importante. Ada$&;j(e,S'tq
las luchas de las camarillas, las disidencias entre los grandes, los conflictos con lososajfcfcies,
y se comprender la situacin de aquellos pueblos.
nkvdl
En Francia reinaba la dinasta de Hugo el Grande en la persona de Felipe I , casi .deria
misma edad que'Enrique, con sus pretensiones de concentrar en sus manos el podsjr/poltico
y religioso, y levantndose en torno suyo una corte que se destrozaba con sus celos;;}-us en.~r
vidias. Lo que Enrique tena de veleidoso lo tena Felipe de temerario; atrevido en sias-pr.on
yectos, desplegaba grande actividad, firmeza y constancia en su ejecucin, pudiondo:contar
con una nobleza feudal belicosa, aventurera, tan dispuesta defender sus dominios pontana
O'iqn:-. O.Rq
invadir los de los dems.
(t)
L'Empire
Germaniqte.
)iOU([
27
210
211
Dei universa,
etc.
212
213
ro. Deben, pues, humilde obediencia la Iglesia, y siempre que andan por caminos de pecado, esta santa Madre est en la obligacin de contenerles y de restituirles buen sendero,
de otra suerte se hara culpable de sus extravos. El que se apoya en tan tierna Madre, la
ama, la escucha, la defiende, experimenta los efectos de su proteccin y de su munificencia.
El que amenaza la Iglesia, ejerce sobre ella alguna violencia, le causa pesadumbre, es
hijo del demonio y no de la Iglesia, ste tal debe ser desterrado y separado de la sociedad
humana.
Es preciso, pues, que la Iglesia sea independiente; cumplir esta gran misin es el deber
del papa. La Iglesia ser libre (1).
Lo que brilla ante todo en Gregorio es una firmeza de conviccin, una lgica irresistible
que subordina admirablemente los hechos los principios. Trtase de una reforma, pero de
una reforma grandiosa, colosal, que lo mismo ha de llegar la celda del monje que la morada del obispo, la vivienda del pastor que al palacio del potentado. Obsrvase en sus planes que parte siempre de puntos de vista vastsimos, desde los cuales lo abraza todo. Sus
ideales son grandiosos como su genio.
Ha concebido de la Iglesia, de su accin, de su influjo sobre el cuerpo social una idea
grande; la ve ms alta que todos los Estados cristianos por extensos y fuertes que sean; est
persuadido de que es la Iglesia la que debe realizar la regeneracin moral del mundo; si hay
quien se oponga ello, llmese rey emperador, est dispuesto romper su cetro.
A los que pretenden subordinar la Iglesia al Estado les hace ver cmo viene siendo el
papa el arbitro en las discusiones entre los prncipes, que son stos quienes acuden al tribunal de San Pedro para ser juzgados; les manifiesta cmo las frentes de sus antecesores fueron
marcadas con los rayos del Vaticano siempre que las potestades seglares faltaron las leyes
cannicas.
Para llevar efecto su programa le saldrn al paso los reyes con sus ejrcitos, pero l
cuenta con un elemento que, en una poca de fe, constituye una potencia, este elemento es su
palabra de. excomunin.
La anarqua llega su colmo en todas partes; instituciones, principios, costumbres,
todo se viene abajo, la Iglesia misma parece que va caer envuelta en aquel cataclismo. Los
reyes, los emperadores, lejos de atajar el m a l , son los que arrastran sus pueblos hacia los
abismos de la desgracia. Pues bien: era indispensable contener aquella sociedad en el borde
del precipicio, esto no haba de ser la obra de un poder poltico; Gregorio VII lo comprende
as y se pone al frente de una de las empresas ms atrevidas, pero ms gloriosas que han podido realizarse.
Si Dios es la fuente de todo poder y si en la sociedad cristiana la primera representacin
de Dios est en el papa qu extrao es que de esta premisa Gregorio VII deduzca la consecuencia: luego el papa es superior los reyes? Si la Iglesia es la potencia moral que cuenta
con elementos de regeneracin con que no pueden contar los poderes seglares qu extrao
que en medio de una sociedad corrompida tenga que proclamarse m u y alto que la Iglesia est
sobre los tronos? E n Gregorio VII no se encuentra nada de mviles personales; haba all demasiada grandeza para que aquel hombre se dejara mover por resortes pequeos; y porque no
hay en l nada de aspiraciones egostas, es porque se manifiesta inflexible como todo el que
se apoya en principios que al producir la conviccin en el espritu producen su vez la firmeza en los actos. Defendi la moral humillada, los derechos de los pueblos ante poderes *
los que slo l poda resistir. Hay razn de que por este hecho se le formule un cargo?
Al juzgar el programa de Gregorio VII, guardmonos de prescindir de las condiciones especiales de su poca; es un dato indispensable para conocer y apreciar el valor de un homforejEs.absurdo juzgar un papa del siglo X I por las ideas por las preocupaciones del s i aglkiXiX/;p soiO ..eooq na SD K J H ^ . . . .
0
de los
Concilios.
214
Epist. 1,15.
215
circunstancias, para cumplir con su deber de papa, antes que satisfacer los caprichos de los
prncipes y lanzarse con ellos en el abismo, es preciso sufrir y resistir, como dice, hasta la
sangre (1).
Gregorio VII representa de u n modo particular la fuerza de reaccin del derecho escarnecido, de la moral vilipendiada.
Gregorio VII principi la lucha por donde deba empezarla; por lo que podemos llamar
el mal interior de la sociedad cristiana, que era la incontinencia y la simona.
En 1074, cuando el Papa lo tuvo ya todo dispuesto, con u n tacto, una habilidad y una
prudencia que dan conocer al excelente hombre de gobierno, convoca un Concilio en Roma
poniendo cuidado especial en que no falte la representacin de aquellas dicesis que pudiesen oponerle mayor resistencia, en cuyo Concilio se promulgan solemnemente los cnones
contra los vicios que antes nos hemos referido.
Aquel Papa tiene inters en manifestar que l no se presenta con carcter de innovador
al tomar tan acertadas disposiciones, y h aqu el fin de u n apologtico dirigido todos los
obispos, que es u n a obra maestra de sabidura y de erudicin y que lo resume diciendo: Todo
lo que queda ordenado est en armona con las decisiones de los Santos Padres; el que desprecia estos cnones es porque desprecia los Padres mismos.
El grave mal de la simona anda estrechamente ligado con el abuso de las investiduras.
Para cortarlo de raz es menester que el Papa se entienda directamente con Enrique IV.
este fin Gregorio VII toma todas las precauciones imaginables. Enva con la mayor
solemnidad una legacin Alemania, interesa la emperatriz Ins, la que dirige -su hijo
los ms acertados consejos.
Enrique recibi bien la legacin, ofreciendo acceder los deseos del Sumo Pontfice.
Donde se manifest desde luego el espritu de rebelda fu ntrelos nicolaitas. stos, al
leer los cnones que nos hemos referido, trataron al Papa de hereje, y la doctrina del Concilio romano la calificaron de insensata.
Si el Papa en vez de sacerdotes quiere ngeles, contestaron, que los haga bajar del
cielo.
Gregorio tiene conocimiento de la tormenta que se ha levantado en Alemania. Pero es,
no slo cuestin de dignidad para l , sino de honra para toda la Iglesia: Gregorio VII, lejos
de ceder, amenaza con el rigor de sus censuras aquellos que desobedezcan.
Othon, obispo de Constancia, es el que de una manera ms pblica se opone las decisiones de Gregorio. ste le escribe en trminos muy severos, y concluye dicindole: En virtud de nuestra autoridad apostlica os mandamos que comparezcis en el prximo snodo para
darnos cuenta de vuestra desobediencia y de vuestro menosprecio la autoridad de la Santa
Sede y respondis las dems acusaciones cannicas que pesan contra vos.
Sigifredo, arzobispo de Maguncia, convoca un Concilio enErfort, para poner en prctica
las decisiones del Sumo Pontfice. Aquellos cnones fueron tenazmente combatidos: el Arzobispo se encontr sin apoyo, y pesar de las instancias, de los ruegos de ste, se resolvi
considerar tales cnones como si no existiesen. A la nueva insistencia del Arzobispo se responde diciendo que el snodo va retirarse para deliberar. Lo que resuelven es no volver
comparecer ante el Arzobispo.
Para impedir que ste formule una sentencia, conforme las disposiciones del Sumo Pontfice, amotinan al pueblo, el cual est dispuesto arrojar al Prelado de su Sede y hasta
arrastrarlo por las calles.
La dulzura del Arzobispo pudo evitar de momento que la sedicin tomara proporciones
sangrientas.
Pero mezclse despus una cuestin de diezmos. El pueblo enfurecido corri empuar
las armas, vindose Sigifredo obligado retirarse Heiligenstadt.
(1) Epist. 1,11.
216
'
Gregorio remiti los cnones del Concilio de Roma los obispos, abades y todo el clero
francs, ordenando que 'se pusiesen desde luego en prctica las disposiciones cannicas. Los
mandatos del Papa encontraron en Francia enrgica resistencia. Congregse un snodo, no
para deliberar, sino para rechazar los decretos de Gregorio, como intolerable y fuera de razn (1). Pero de en medio de la asamblea levntase una voz que dice que no deben en manera alguna tratarse de locura las rdenes de su jefe, porque an cuando hasta entonces ellos
hubiesen sido inocentes, bastaba esta orgullosa pretensin para hacerles culpables. Oirse
estas palabras y levantarse en el snodo una tempestad fu una misma cosa. E n medio de ruidosa gritera, el orador fu arrancado de su sitio, se le hizo vctima de feroces tratamientos, se le abofete, se le escupi y fu conducido la presencia del Rey. De all tuvo que pasar la crcel, de la que fu libertado despus por algunos seores que le eran adictos.
El desordenla perturbacin habase hecho universal. Los seglares aprovechaban estas
agitaciones para desentenderse de la autoridad de las personas eclesisticas. Profanaban lo
que hay de ms santo, bautizaban ellos mismos sus hijos, se hacan dar el Vitico y la sepultura eclesistica por sacerdotes de costumbres libres y lo que deban entregar la Iglesia
preferan arrojarlo las llamas. El escndalo lleg hasta el extremo de no respetar el cuerpo
santsimo del Salvador en la augusta Eucarista.
El Papa escribi Guillermo el Conquistador: Es bien pesar nuestro que nos hemos
embarcado en este buque, al que tan lejos arroja la violencia de los vientos, expuesto alas
ms furiosas tempestades, empujado por las olas que le levantan hasta las nubes y que amenazan despus estrellarle contra un escollo. Pero Gregorio aade: Aunque no sin peligros, el buque resiste. La Iglesia romana, a l a que Nos, aunque indigno, gobernamos, hllase
diariamente agitada por las persecuciones de los hipcritas, por los insidiosos lazos que le
tienden los herejes, por el destrozo oculto de que quisieran hacerla victmalos poderes humanos. Resistir estas sacudidas, remediar otra multitud de males, tal. es el deber de nuestro cargo, y este deber nos atormenta noche y da.
El triste estado de los intereses del Catolicismo le tena tan hondamente afectado que
la afliccin le caus grave enfermedad, de la que cur despus de m u y larga convalecencia.
Poda debilitarse su cuerpo; pero su espritu, su voluntad permaneca inquebrantable.
Remediar los grandes males de su tiempo era su papel providencial; Gregorio no haba de
retroceder ante ningn obstculo.
Proclamada solemnemente la prohibicin de las investiduras, Gregorio V I I , sobreponindose las circunstancias, atento ante todo cumplir con su deber, principi por prohibir la
entrada en la Iglesia cinco personajes de la casa imperial que traficaban con las dignidades eclesisticas, prescribiendo que si por todo el mes de junio de 1075 no se haban presentado a l a Santa Sede dar una satisfaccin, se les considerara como excomulgados.
Amenaz tambin con la excomunin al rey de-Francia, caso que no ofreciese los legados apostlicos las correspondientes garantas de penitencia y de arrepentimiento.
Siernar de Bremo, causa de su desobediencia, fu suspendido de sus funciones episcopales y privado de la participacin en el sacramento de la Eucarista; la misma pena se pronunci contra Guarnier de Estrasburgo, Hermn de Espira y Hermn de Bamberg, si antes
de Pascua no se arrepentan de su falta de sumisin las disposiciones de la Sede Apostlica.
Este ltimo se neg comparecer en Roma, adonde haba sido llamado. E n virtud de haberse colocado en actitud abiertamente rebelde contra el Papa, ste escribi los habitantes
de Bamberg una carta en que deca: .
Hemos desenvainado la espada de San Pedro, y en virtud de nuestra autoridad apostlica, hemos pronunciado sentencia de deposicin contra el hombre ignorante que se ha dejado
corromper por la hereja, y que se ha hecho culpable de la felona simonaca (2).
(1)
Importabilia
(2)
ideoqueirralionabilia.
Mam. C o i x . C O N C , t. X X .
217
Al propio tiempo, Gregorio manda legados Bamberg para que intimen Hermn que
salga inmediatamente del recinto de la ciudad, de la que deja de ser su obispo.
' El arzobispo de Maguncia se dirigi Roma fin de interceder con el Papa en favor de
su amigo Hermn. Nada pudo obtener. Gregorio VII le dijo al de Maguncia que era indispensable que rompiese toda comunicacin con el obispo Hermn, que hiciese saber la sentencia todos los prncipes del imperio y que aprovechase la primera oportunidad para designar
4 la dicesis de Bamberg un nuevo obispo.
Hermn en persona se dirigi Gregorio junto con algunos amigos que interpusieron su
valimiento. El Papa se manifest inflexible: despus de lgrimas y de suplicas Hermn slo
pudo obtener permiso para retirarse u n monasterio de su pas.
Con este propsito lleg Hermn al territorio de su obispado; pero apenas sus cmplices conocieron su determinacin, la reprobaron enrgicamente, dijeron que una deposicin
semejante sin formacin de causa era un hecho inaudito eu Alemania, que la arenla se diriga, no l personalmente, sino a todos ellos, y que estaban prontos .sostenerlo en su
puesto. Esta actitud envalenton Hermn, quien volvi Bamberg \ tom de nuevo la administracin de su dicesis. El clero abandon la ciudad, suspendindose el culto divino. Hermn continu en territorio del obispado sostenido por hombres de armas que l tena sueldo,
pero sin que obispo alguno se comunicara con l.
218
El mismo Enrique rompi por entonces toda clase de relaciones con Hermn. Entraba
entonces en su poltica no descontentar la Santa Sede.
. . Pero ms adelante, al ser la suerte de las armas propicia Enrique, ste se present altanero, crey que ya en lo sucesivo las espadas haban de poder ms que la excomunin y
que el que haba vencido pueblos belicosos no haba de dejarse vencer por un papa.
Enrique recibe la noticia de la muerte de Dictwin, obispo de Lieja, y contra todo lo dispuesto por Gregorio, nombra para ocupar la sede vacante Enrique, cannigo de Verdun,
personaje hbil en el manejo de las armas, pariente cercano del duque Gozelon, que fu quien
le recomend al Emperador. El nuevo obispo ofreci ste auxiliarle con cuantiosos recursos
en la expedicin contra los sajones que se vena preparando.
Este no era ms que el primer acto de rebelda manifiesta contra las disposiciones cannicas.
E n una conmocin popular, Herlembaudo, que sostena en Miln los derechos d l a Santa
Sede, acababa de ser asesinado, junto con muchos de los suyos, por la nobleza y el pueblo.
Al morir Herlembaudo el arzobispo Othon perda su principal -apoyo.
Apenas asesinado el ilustre caudillo, que muri sosteniendo en su diestra el estandarte de
San Pedro (1), los milaneses se encaminan en masa la Iglesia de San Ambrosio, fin de
entonar all solemne himno de accin de gracias, y envan una diputacin Enrique manifestndole la satisfaccin que sentan por la muerte de Herlembaudo y suplicndole que fuese
l quien diese un pastor su Iglesia. Rogocijse el Emperador al recibir una noticia de un
hecho que haba de servir mucho para sus planes, y apresurse nombrar su limosnero
Tebaldo, natural de Miln, desentendindose del nombramiento que l mismo haba hecho
antes en la persona de Godofredo. No hay que decir que Enrique se dispens de acudir para
nada la Santa Sede.
.
Miln recibi con transportes de jbilo y extraordinarios festejos el nombramiento del
nuevo obispo. Tenemos, pues, ya en Miln tres obispos: Godofredo., Othon y Tebaldo.
Gregorio se apresur protestar contra la eleccin de Tebaldo. Conociendo la exasperacin
que en Miln reinaba, Gregorio acude, ante todo, medidas conciliadoras, escribiendo al obispo
elegido por el Emperador una carta llena de suavidad y de miramientos, manifestndole que
la sede de Miln estaba ya ocupada por un prelado al que no poda imputrsele falta alguna
que le hiciese indigno, que Tebaldo no tena ningn derecho que alegar sobre aquella Iglesia mientras que el primer titular no fuese depuesto por sentencia cannica, incitndole ir
Roma, donde se examinara en u snodo lo que l debiese hacer para tranquilizar su conciencia. Interinamente le prohibi toda funcin episcopal, aconsejndole que se desentendiera
de prfidas insinuaciones, y que ni confiara en el apoyo del Emperador, ni en el prestigio
de su nobleza, ni en la adhesin del pueblo, pues sobre todo esto haba los derechos de la
santa Iglesia de Roma y la Omnipotencia divina.
Enrique, despus de pensarlo mejor, juzg que no era aquella la ocasin ms propicia para
u n rompimiento, mayormente teniendo que hacer cara los sajones. Juzg que lo que le convena era ganar tiempo, cuyo fin envi al Papa una diputacin con un mensaje en el que
le deca:
Mientras que casi todos los prncipes de mi imperio, como sabe m u y bien Vuestra Santidad, preferiran ver entre nosotros la discordia mejor que la unin, yo os envo secretamente
los portadores de esta carta, hombres distinguidos y religiosos que desean con toda la sinceridad de su alma que se establezca la paz entre nosotros. Lo que os escribo no debe saberlo
nadie sino Vos, Beatriz mi madre y su hija Matilde. Tan pronto como con la ayuda de Dios
vuelva yo de mi- expedicin contra la Sajonia, os enviar nuevos diputados escogidos entre
mis consejeros ms fieles, fin de que os den conocer toda mi voluntad y toda la sumisin
que debo san Pedro y Vos.
(1)
Arnulf, llisl.
Mediol.,
IV, 10,
219
Corno se ve, el Emperador no se comprometa nada; tratbase, no de evitar, sino de dilatar el rompimiento.
Gregorio distaba mucho de poder mostrarse satisfecho de la conducta de E n r i q u e ; saba
que rodeaban al Emperador personajes quienes l haba excomulgado, pero era bastante prudente para no precipitar una r u p t u r a ; deseaba cargarse de razn, y si no us expresiones
afectuosas, que Enrique no mereca, le habl en trminos cuya dulzura nos admira, sobre
todo cuando el Papa tena razones de sobras para mostrarse resentido.
Gregorio le dice:
Deseamos ardientemente conservar la paz, no slo con vos, que os hallis en posicin tan
elevada, sino con todos los hombres, respetando los derechos de cada uno. Hemos concebido
alguna esperanza al saber que habis confiado nuestra causa, mejor, la de toda la Iglesia,
hombres religiosos... y que tienen la intencin de mejorar el estado de la religin-cristiana... Estamos siempre prontos recibiros en nuestros brazos como un hermano, como u n
hijo; concederos todos los socorros de que podis necesitar,.pidindoos por nica gracia que
atendis consejos tiles para vuestra salvacin y rendir vuestro Criador el honor y la
gloria que le corresponden. Respecto al orgullo de los sajones, que os resisten injustamente,
si ha sido aplacado por la proteccin divina, debemos alegrarnos de ello por la paz de la Iglesia ; pero debemos afligirnos tambin por la efusin de sangre cristiana. Usad de este triunfo
ms bien para defender el honor y la justicia de Dios que para acrecentar vuestra propia
gloria.
Despus de la deposicin de H e r m n , obispo de Bamberg, el Papa escribi varias veces
Enrique fin de ponerse de acuerdo respecto la eleccin de un nuevo prelado. Tambin el
clero deseaba ver al frente de aquella Iglesia un pastor ms digno.
Importunado por continuas demandas, al fin Enrique, por su propia autoridad, desentendindose del Papa, nombra obispo de Bamberg Roberto, prior de Goslar, y le confiere la
investidura entregndole el bculo y el anillo, contrariando as abiertamente las disposiciones
pontificias.
Habiendo muerto el abad de F u l d a , al da siguiente de la eleccin de Roberto, el Emperador rene el cabildo para proceder la eleccin de nuevo abad. La reunin tuvo el aspecto
de una subasta. El uno ofreci cuantiosa suma de dinero, el otro una porcin importante de
los dominios de la abada, el otro grandes servicios feudales. Vease claramente que la deposicin de Hermn no haba servido de escarmiento (1). El mismo Enrique lleg irritarse
al presenciar tan repugnante escena, y al reparar en medio de la asamblea un monje que
estaba callado, de exterior modesto, llamado Ruzelin de Hersfeld, el Emperador le hace seas para que se acerque, y coloca en sus manos el bculo abacial.
En el monasterio de Lorsah el Emperador se arrog iguales derechos. Los monjes y los
hombres de armas de la abada se haban concertado para nombrar abad al Prior; fueron
comunicrselo Enrique, seguros de que vera con placer la eleccin de una persona que
haba prestado la causa imperial especiales servicios. Enrique escoge tambin un monje
desconocido, al que, con extraeza de todos, le coloca el anillo de abad.
Estos hechos no pasaban desapercibidos para Gregorio; pero por los mismos das tenan
lugar en Roma los graves sucesos de que vamos ocuparnos.
(1) Lamb., ann. 1073.
220
Lili.
Rebelin en Roma contra Gregorio Vil.
No s le ocultaba Gregorio que la lucha cori el imperio, que se presentaba harto amenazador, habra de estallar definitivamente. Trata de prevenirse, y convoca un gran Concilio
que habr de reunirse en Roma en febrero de 1076.
Fuera de la corte de Enrique IV, es menester convenir que no dejaba de haber en Roma
mismo un partido contra el Papa. Sus severas disposiciones contra vicios harto inveterados
haban de afectar algunos personajes que figuraban en primera lnea en la jerarqua eclesistica. stos, que de descontentos queran convertirse en agitadores, no poda faltarles
u n jefe; lo encontraron en la persona de Guibert, arzobispo de Rvena, que ambicionaba el
trono pontificio y que crea que aquella disposicin de los nimos iba allanarle el camino.
Guibert se constituy en instigador de los acontecimientos de la noche de Navidad del
ao 1075.
Haba en Roma u n joven clebre por la licenciosidad de sus costumbres, llamado Cenco,
hijo de Esteban, prefecto de la ciudad. Ya en tiempos del cisma de Cadalous se declar en
favor de este antipapa, combatiendo Alejandro, por cuyo Pontfice haba sido excomulgado
consecuencia de sus vergonzosos crmenes. Este hombre levant en Roma varios castillos
y torres fortificadas. pesar de su libertinaje, gozaba de gran prestigio, gracias su riqueza
y su cuna.
No haba en Roma perturbacin, motin alguno en que Cenco no figurase en primer
lugar.
E n tiempo de Alejandro mand construir una torre la entrada del puente de San Pedro,
donde mantena una partida de sicarios encargados de hacer pagar unos pretendidos derechos
cuantos entraban salan de la ciudad (1). No limitndose esto, echse en diversas ocasiones sobre los bienes de las iglesias.
Gregorio le dirigi varias advertencias; pero todo fu i n t i l , hasta que al fin el prefecto
de Roma, Cintio, hombre de intachable conducta y de extraordinaria rectitud, se apoder
de l, reducindole prisin. Desde aquella hora Cenco se declar enemigo implacable de
Gregorio, quien atribua su arresto.
ruego de algunos personajes distinguidos, Gregorio le hizo poner en libertad; pero ordenndole que antes jurara sobre la tumba de san Pedro que cambiara de conducta. Su torre
fu derruida y Roma permaneci en paz por algn tiempo.
Guibert pudo ganar este hombre hacindole esplndidas promesas en nombre del rey de
Alemania.
No le cost Cenco gran trabajo el reunir en torno suyo buen nmero de aventureros.
Psose en relaciones con Roberto Guiscard y otros prncipes excomulgados, quienes
comprometi en una vasta conspiracin contra el Sumo Pontfice.
Segn todas las apariencias, el complot consista en poner Gregorio VII disposicin
de Enrique IV, caso de no ser posible, asesinarle. H a y razones para creer que se escribi
al Emperador en este sentido.
Hasta qu punto Enrique entraba en la conjuracin no puede asegurarse; el hecho es que
en aquella poca estaba en relaciones ntimas con el normando Guiscard (2).
Escogise para la realizacin del plan la noche de Navidad.
(1)
Pablo Bern.
(2)
Platina.
221
El Papa, segn costumbre, celebraba la hora augusta del nacimiento del Salvador, orando
en la capilla de Santa Mara la Mayor, junto la cuna de JESUCRISTO. Sola asistir la solemnidad numerosa concurrencia. Pero aquella noche llova torrentes, y la fuerza de la tormenta hizo que el Papa se encontrara rodeado slo de algunos sacerdotes y un reducido n mero de seglares.
El silencio que reinaba en el santuario pareca imprimir un carcter ms imponente la
augusta ceremonia presidida por el mismo Vicario de JESUCRISTO, cuando de improviso aquel
majestuoso silencio se ve bruscamente turbado por unas turbas que andan gritando: Muera!
y al frente de ellas un hombre con la espada desnuda que, ayudado de los suyos, va arrojando los asistentes al fondo de la capilla, sembrando la muerte su paso. El Papa se l e vanta, quiere resistir, pero es herido en la frente. Asido por sus cabellos ensangrentados le
arrastran por el pavimento de la Iglesia, le prodigan todo gnero de ultrajes y le destrozan
sus hbitos pontificios.
Gregorio manifiesta toda la serenidad de un hroe, toda la calma de un santo. Con una
sangre fra que apenas se concebira en un joven, el P a p a , sin reclamar el auxilio de nadie,
sigue Cenco, que le conduce una de sus fortalezas, fin de sacarle luego fuera de la ciudad, para lo cual se tienen dispuestos briosos caballos.
La noticia del sacrilegio se difunde por Roma con la velocidad del rayo; yense por todas
partes gritos de alarma y empiezan taer las campanas de todas las iglesias.Qu se ha
hecho el Papa? Nadie lo sabe. Lo nico que se dice es que Cencio, el conocido agitador, se
ha apoderado de su persona.
Al rayar el alba el pueblo en masa se rene en el Capitolio, se arma la milicia, se establecen centinelas en las salidas de la poblacin, y se hacen rigurosas pesquisas en todas las
casas de sospechosos. Circula el rumor de que el Papa est prisionero en la torre de Cencio.
La poblacin en masa, llena de justo enojo, corre hacia all y rodea la fortaleza pidiendo
gritos la libertad del Sumo Pontfice. Procdese inmediamente destruir las murallas de la
torre y se amenaza Con matar todos los que estn dentro, si no se les entrega inmediatamente Gregorio VIL
Despus de las terribles ansiedades de aquella triste noche el Papa se manifiesta al pueblo ; pero dice que el autor del crimen est bajo su proteccin y que nadie puede atentar
contra l. Cencio se arrodilla los pies del Papa implorando su perdn; Gregorio le impone
por penitencia que vaya en peregrinacin Jerusalen.
En medio de las aclamaciones del pueblo el Papa vuelve la Iglesia proseguir la interrumpida solemnidad, y Roma entera dirige un tributo de accin de gracias al Todopoderoso
por la salvacin de su querido Pontfice.
Guibert se alej de Roma para ir continuar sus intrigas en la alta Italia, donde encontr personajes como Tebaldo de Miln y otros de la Lombarda dispuestos favorecer sus m i ras ambiciosas. Unise stos el cardenal Hugo el Blanco, que en otra poca haba sido partidario del Papa, pero que entonces proyectaba formar con el normando Roberto y el rey de
Alemania una estrecha liga contra el Sumo Pontfice.
Dirase que los rudos golpes que tena que sufrir comunicaban Gregorio mayor energa.
Despus de la victoria sobre los sajones, Enrique se haba envalentonado hasta el extre. mo. Ya no haca caso de nada que viniese del Papa, burlbase de sus decretos, en su insensata altivez despreciaba al Sumo Pontfice tratndole de loco (1).
Cabalmente por aquel mismo tiempo la Alemania acababa de perder al principal sustentador de la causa pontificia en la persona de san Annon.
Un bigrafo suyo le denomina la flor, el faro de toda Alemania (2); un poeta le califica
de piedra preciosa en un anillo de oro.
(1)
Vnde superbus
adest papam
despexit
ut amens.
Domnizo
in Vita,
MatlhUd.
222
Era Armn la vez hombre de Iglesia, hombre de Estado y hombre de gobierno. pesar de las agitaciones del mundo en que viva, pasaba por encima del fuego de tantas pasiones sin dejarse abrasar por l. Encontr envidiosos en su camino; pero si tuvo que luchar en
su patria contra la opresin y la perfidia. mereci el testimonio de la admiracin de parte de
los extranjeros. Prncipes de Grecia, de Inglaterra, de Dinamarca, de Flandes, de Rusia, le
protestaron su aprecio envindole riqusimos presentes.
Su alma era transparente como franco su carcter. Jamas grandeza alguna, por elevada
que le apareciese, le hizo ocultar lo que senta; su modo de ver, inspirado siempre por la rectitud , as lo expresaba ante los reyes en la esplendidez de sus palacios, como ante el desconocido monje oculto en la soledad de su celda. Los hurfanos le llamaban su padre, dos congregaciones de clrigos, varios claustros famosos le reconocan por su fundador.
E n un viaje que hizo por Italia tuvo ocasin de conocer la austera regla que se pona en
ejecucin en Fructuaria. Llevse de all algunos monjes para colocarles en Sicgberg, otra de
sus fundaciones, donde fu sepultado.
Despus de ocuparse de la marcha de los pueblos con los reyes ms poderosos, vease
Annon entrar en el monasterio y someterse con la ms escrupulosa puntualidad las rdenes
de su jefe.
E n el ltimo perodo de su vida tuvo que experimentar rudas pruebas. Vio encarcelado
su hermano Wecel de Magdeburgo y su primo Burchard de Halberstard; l mismo se hizo
sospechoso al Emperador por no haberle proporcionado recursos en la guerra contra los sajones; algunos habitantes de Colonia trataron de asesinarle, antiguos confidentes suyos se le
convirtieron en traidores, la muerte de personas queridas abri en su corazn heridas profundas, vise vctima de una cruel enfermedad, y antes de llegar la agona perdon generosamente todos sus subditos por ms que se hubiesen declarado contra l, recibindolos todos
en su comunin, y al fin muri dibujando en sus labios el sonris del justo.
Annon falleci en la hora en que sus consejos sus reprensiones podan ser ms tiles al
Emperador.
Habale escrito ste el Papa una carta quejndose de la eleccin de obispos y abades
contra las prescripciones cannicas. Esta vez Gregorio prescinde ya de los miramientos qu
hasta entonces vena manifestando con Enrique. La carta empezaba:
A l rey Enrique salud y bendicin apostlica si obedece la Sede Romana conforme aimpk
un cristiano.
Despus de considerar maduramente y pesar la rigurosa cuenta que tendremos que rendir al soberano Juez de la administracin que por san Pedro nos ha sido confiada, hemos vacilado en enviaros la bendicin apostlica, puesto que no cesis de comunicar conscientemente
con hombres que estn bajo el peso de los juicios de la Santa Sede y los anatemas de un Concilio. Siendo esto verdad, ya sabis vos mismo que no podis recibir la gracia de la bendicin divina y apostlica menos que rompis vuestras relaciones con los excomulgados y obtengis con la penitencia el perdn por haber estado en contacto con ellos. Si os reconocis
culpable, os aconsejamos que vayis encontrar un piadoso obispo, el cual, con nuestro
permiso, os absuelva, imponindoos una penitencia proporcionada vuestras faltas y que,
con vuestro consentimiento, nos d conocer por escrito en qu consiste la tal penitencia.
Por otra parte, tenemos motivos de extraar el que despus de manifestaros tan humilde y
tan dcil en vuestras cartas... manifestis tanta animosidad contra los actos y decretos emanados de la autoridad apostlica, conforme se ve por vuestra conducta respecto las iglesias
de Miln, de Firmano y de Espoleto. Aadiendo herida sobre herida, violando todos los cnones , disponis de estas iglesias, como si u n laico pudiese disponer de ellas en favor de personas desconocidas...
Estas frases, pesar de su severidad, impresionaron poco aquel rey que se senta altivo
con su victoria.
223
Enrique IV haba abusado de su triunfo sobre los sajones, manifestndose dspota hasta
los ltimos extremos do la crueldad ms feroz.
Gregorio VII escribe al Emperador una nueva carta excitndole devolver la libertad
los obispos que tena prisioneros, y restituirles sus iglesias y sus bienes, aadiendo que
en un prxino Concilio se resolvera si aquellos prelados deberan perder sus dignidades recibir una satisfaccin por injusticias que se les hubiesen inferido, y que si el Emperador no
se conformaba con las decisiones de la Iglesia, la espada de san Pedro le arrancara de la comunin de los fieles.
La amenaza de la excomunin no dej Enrique de impresionarle, no tanto por el carcter
de la pena espiritual, que esto desgraciadamente Enrique daba poca importancia, como porque tras de ella podra seguir el que se viese abandonado por algunos de sus pueblos, y temeroso de que el Papa no pudiese contar con el apoyo de los sajones, de lo que trat fu, no de
desagraviar al Papa, sino de hacerse suyo Othon de Nordheim, quien puede considerarse,
no slo como el personaje sajn de mayor prestigio, sino como el alma de todo lo notable que
vena hacindose en Sajonia desde mucho tiempo. Le puso en libertad, le favoreci con s u m a s
ntima confianza, le nombr gobernador de la Sajonia; en una palabra, apel todos los r e cursos para poder contar con l , seguro de que as ganaba para s todo aquel pueblo valiente
y caballeresco. Logrado esto, Enrique crey poder provocar impunemente el justo enojo del
Papa; as fu que al presentrsele una diputacin manifestndole que la silla arzobispal de
Colonia estaba vacante, Enrique confiri el bculo y el anillo como investidura un sacerdote
oscuro llamado Hidolfo.
Mientras esto pasaba llegaron los legados pontificios para citar Enrique que compareciese ante un snodo presentar sus descargos, pues de no hacerlo as aquel mismo da sera
excomulgado por el Papa.
Irritse Enrique ante tal amenaza; arroj los legados de su presencia llenndoles de insultos. La lucha, pues, quedaba entablada ya de una manera definitiva.
LIV.
El concilibulo de Worms.
Enrique se encontraba ya colocado en la fatal pendiente; slo faltaba que una corte de
excomulgados le empujase por ella.
Cediendo los consejos de stos, apenas hubo despedido los representantes de Gregorio
de la manera brusca que dejamos consignada, enva inmediatamente emisarios todos los
puntos del imperio para que manifiesten que el 24 de febrero va reunirse un gran snodo
nacioual alemn en Worms.
En su correspondiente, da Enrique se presenta en el concilibulo junto con su comitiva
de falsos aduladores fcum deceptoribus
mis).
Asistieron la reunin veinticuatro obispos alemanes y un gran nmero de" seores
laicos (1), la mayor parte de ellos excomulgados. E l arzobispo de Salzburgo y de Bremo se
abstuvieron de concurrir al snodo, faltando ademas otros diez obispos. Prncipe no asisti
ms que uno (2). Preciso es confesar que una reunin semejante ni siquiera representaba la
Alemania; pero el pequeo nmero de asistentes comparecan all cegados por el odio contra
el Sumo Pontfice.
Pretendiendo representar al pueblo y clero de Roma comparece all un cardenal, Hugo
O Hermn Corr.
(2) Zcllcr, L'Empire
Allemand,
ch., X V I I .
224
el Blanco, contra el que pesaban tambin varias sentencias de excomunin (1) y que vena
poner al servicio del Emperador todo el fuego de su encono, toda la actividad de su calenturienta naturaleza, todos sus conocimientos en los asuntos eclesisticos italianos.
Era imposible respirar en aquella atmsfera de pasiones. E n torno del Emperador no se oa
sino exclamar que el Papa baba dicho solemnemente: morir yo Enrique no ser
rey (2).
Hugo el Blanco se encarg de formular la acusacin, y el arzobispo de Maguncia Sigifredo fu el comisionado para dirigir la marcha del proceso, al que un autor contemporneo
califica de tragedia urdida con una serie de ficciones cmicas (3).
Pretendise que el monje Hildebrando, de bajo nacimiento, se elev por la astucia la
Sede Pontificia, haciendo jurar junto con l todos los cardenales que ninguno de ellos aceptara el pontificado, el cual usurp l mismo despus por medio de un perjurio y menospreciando eL decreto de Nicols II. Al ser Papa llen ambiciosamente el mundo con el ruido de
su nombre... rodese de un senado de mujeres con las cuales se aconsejaba, expeda decretos
y gobernaba la Iglesia. Como Pontfice, perturb la jerarqua, introdujo cambios inconvenientes, no consider como obispos sino aquellos que eran nombrados escogidos por l, les trat
'todos como esclavos... y entreg la administracin de todas las iglesias al furor plebeyo (4).
Hugo el Blanco present la asamblea un libelo de acusacin pretendiendo apoyarse en
supuestas cartas de cardenales, arzobispos, obispos, miembros del Senado y pueblo de Roma
en que se formulaban quejas contra Gregorio y pedan su deposicin.
Los principales captulos de acusacin eran los siguientes:
Rodeado de multitud de seglares, Gregorio ha hecho comparecer su presencia los obispos, y fuerza de amenazas les ha arrancado el juramento solemne de no ser nunca de un
parecer distinto del suyo, de no sustentar jamas la causa del Emperador.
Ha dado falsas interpretaciones la Santa Escritura.
Sin examen legal y cannico ha excomulgado al Emperador, pero ningn cardenal se
ha prestado suscribir la sentencia.
Ha conspirado contra la vida de Enrique.
Se ha atribuido el don de profeca. Ha predicho la muerte del Emperador, exclamando
desde lo alto de la ctedra:Si mi profeca no se cumple, no me consideris como Papa,
arrojadme del altar.
Aquel mismo da tena proyectado un plan para asesinar Enrique.
Ha condenado muerte y hecho ahorcar tres hombres sin juicio y sin declarar sus
crmenes.
Lleva constantamente consigo un libro de nigromancia.
Estos son los cargos tales como se encuentran en una crnica del ao 1076, sacados de
una biografa de Gregorio hecha por Bruno, el cual, por otra parte, merece poco crdito, ni
siquiera como cronista, pues era uno de los jefes del partido contrario al Papa.
Hugo prosigui lanzando un torrente de invectivas las ms torpes contra Gregorio; le
acus de mantener relaciones culpables con la noble condesa Matilde (5), le calific de hereje, de adltero, de feroz, de sanguinario (6).
Enrique saba muy bien que todo aquello no era ms que un tejido de calumnias, no slo
absurdas, sino hasta ridiculas; no obstante, el Emperador y los suyos las acogieron con
aplauso (7).
(1)
Pablo Bern.
(2) Atribuase al momento en que el Papa mand sus legados para conminar Enrique con la excomunin cuando dijo: Aut m<m
se velle, aut lenrico imperium eriyere. Voigt, Grey. Vil el son sicle, I. VIII.
(3) Scenicis figmentis consimilem tragcediam. Lambert.
(4) Omniajudicia,
omnia decreta per feminas in apostlica sede aclitari,
denique per hunch feminarum novum senalum totum
orbem Ecclesiw administran...Omnis
rerum ecclesiasticarum
adminislratio
plebeio furori attributa est. Pretz, Leg., I I , U(5) Darras, Hist. Gen.'de la Iglesia, poca V, c. IV.
(6) Sigon., ann. 1070.
(7) Adversus Papam mea fingens Iwtificabat corda malignorum.
regis siunui' et sociorum. Domniza, 1. II.
228
El concilibulo estuvo reunido slo dos das. El Emperador y todos los presentes proclamaron que no reconocan Hildebrando por apostlico, y que juzgaban de su deber deponerle
fin de no dejar el rebao disposicin de un lobo.
Adalberto de Wurzburgo y Hermn de Metz se levantan para protestar diciendo que un
Concilio nacional no poda condenar un papa, que era improcedente deponer un pontfice
sin acusacin regular, sin testigos dignos de crdito, sin defensa y sin precisar cargos, pues
todo se reduca generalidades que nadie probaba. No se les hizo caso.
La condenacin se firm, suscribindola en primer lugar Enrique.
El Emperador estaba empeado en que no pudiese haber en la tierra poder alguno que se
opusiera a j a realizacin de sus despticos caprichos; que al querer obrar como tirano nadie
pudiese recordarle que su obligacin era obrar como rey. Para ello se le haca preciso quitar
de en medio Gregorio, costase lo que costase, y en este concepto, intrigas, calumnias, conjuraciones, todo era poco.
Enrique enva inmediatamente Italia algunos de sus consejeros excomulgados, e n cargndoles que en todos los puntos de la pennsula, y especialmente en la Lombarda y en
la Marca de Ancona, se procuren, ya de palabra ya por escrito, adherentes la deposicin de
Gregorio.
En Pava se congrega un concilibulo, instigacin de Guibert (1), al que acuden cuantos
forman el bando de la oposicin al Sumo Pontfice, los cuales, no solo firman la deposicin,
sino que juran sobre los santos Evangelios que en adelante no reconocern Gregorio por
papa y que le negarn toda obediencia.
El Emperador dirige ademas al Senado y pueblo romano una carta en que dice:
La fidelidad verdadera es aquella que se guarda los ausentes como los presentes, y
que no alcanza a debilitar ni el disgusto ni el alejamiento de aquel quien es debida. Sabemos que tal es la vuestra: os damos las gracias por ello, suplicndoos que perseveris en
ser amigos de nuestros amigos y enemigos de nuestros enemigos. Entre estos ltimos contamos al monje Hildebrando; excitamos contra l vuestra enemistad, porque le hemos reconocido como usurpador y opresor de la Iglesia, como traidor al imperio romano y nuestro
reino, segn podis verlo en la adjunta carta que le dirijimos:
Enrique, rey por la gracia ele Dios, Hildebrando:
Mientras esperaba de vos que me tratarais como padre y yo obedeca en todo, con gran
disgusto de mis subditos, supe que procedais como mi mayor enemigo. Me habis privado
del respeto que me era debido por vuestra Sede, habis trabajado, con malos artificios, para
enajenarme el reino de Italia," no habis vacilado en poner la mano sobre los obispos y
tratarles indignamente. Como yo disimulaba ante estos excesos, habis interpretado mi paciencia por debilidad y os habis atrevido mandarme decir, que vos morirais me quitarais la vida y el reino. A fin de reprimir tanta insolencia, no con palabras sino con hechos,
he congregado todos los seores de mi reino, conforme ellos me lo tenan pedido. All se
ha descubierto lo que hasta ahora por temor se vena callando, y se ha probado, como veris
por sus cartas, que vos no podis continuar en la Santa Sede. He seguido su parecer, que me
parece justo. Os renuncio por papa, y os recomiendo, en mi calidad de patricio de Roma, que
abandonis la Sede (2).
Pablo Bernierd califica esta carta de indecente por estar toda llena de injurias y falsedades (3).
Enrique prosigue diciendo los romanos:
Tal es la carta que hemos dirigido al monje Hildebrando,. y que os inclumos para que
nuestra voluntad os sea conocida y haga vuestro amor lo que nos es debido, mejor lo que
(1) Cardin. Arag. Anclare Guiberto, instinclu
diablico.
(-) Annal. Saxon. ann. 1076.
(1) Scripsil rex Htleras cmni imperio inhonestas, falsitaleque
*"""<' vocans eum invasorem ft.re.gim dignitatis
dtmimitorem.
T . ii.
repletas,
prwcipiens
r. T U ,
Ecclesiamque
i'AB. B E R N .
29
tli-
226
se debe Dios y nosotros. Levantaos, pues, contra l, fieles subditos mos! Que el que me
sea ms adicto sea su vez el primero en condenarle. No os decimos que derramis su sangre;
despus de su deposicin la vida le ser ms dura que la muerte, sino que le forcis descender si l se resiste y pongis sobre la Sede apostlica otro, elegido por nosotros de comn
acuerdo con todos los obispos, que pueda y quiera curar las heridas que ste ha abierto en la
Iglesia.
Esta proclama incendiaria, ms que un acto de osada injustificable, era una; insensatez
que slo se explica por la situacin de nimo del Rey. Bastante poderoso para no verse rodeado de una turba de aduladores, concbese perfectamente que creyera hombres, como Hugo
el Blanco, que le estaban diciendo todas horas que.ntes de dos meses estara en Roma para
ser consagrado solemnemente Emperador. Enrique se vea bastante halagado por la fortuna,
para temer que esta vez haba de volverle las espaldas. As se explica el que contra todo lo que
aconsejaban el tacto poltico y la prudencia, Enrique anunciara la serie de aventuras en que
iba engolfarse, cuando cabalmente lo primero que l deba prescribirse para salir airoso era
la reserva. Semejante modo de proceder slo se explica por la infatuacin del orgullo.
LV.
Gregorio VII excomulga Enrique IV.
Tanto el Emperador como todo el partido de oposicin Gregorio VII tenan acordado
que la deposicin del Papa convenida en Worms fuese solemnemente comunicada al Concilio
que deba reunirse en Roma el 21 de febrero de 1076. Quin se encargara de misin tan
atrevida? N i el legado del Rey, Everardo, ni los obispos que le acompaaban se sintieron
con valor para ello. La empresa tuvo que confiarse un italiano, un clrigo de Parma, sin
posicin, completamente desconocido.
s t e , que se llamaba Roland, sin poder contar con ms prestigio que su audacia, se encamina Roma, adonde llega pocos das antes de reunirse el Concilio. Al hallarse en la capital se rodea del ms completo misterio, sin que nadie, ni siquiera sus amigos ms ntimos,
puedan venir en conocimiento del motivo de su viaje.
En la fecha sealada renese el Concilio en San J u a n de Letran con la correspondiente
solemnidad.
Presidiendo la augusta asamblea destcase la figura de Gregorio V I I , que se halla en un
sitial elevado, circuido de ciento diez obispos y asistiendo la sesin la anciana emperatriz
Ins, que ignoraba, sin duda, lo que all haba de pasar y las fuertes emociones que no podran menos que producirle sucesos que le tocaban tan de cerca.
El clrigo Roland pide licencia para entrar en su carcter de enviado del rey de Alemania.
Roland no se impone ante el respeto de la asamblea. Muy al contrario, con un atrevimiento inconcebible, fija su mirada en el Papa, le da conocer los acuerdos tomados en
Worms, y le dice en medio de la sorpresa general:
El Rey mi seor y todos los obispos ultramontanos. italianos, os ordenan que renunciis inmediatamente al trono de San Pedro y al gobierno de la Iglesia romana que habis
usurpado; pues no es justo que os veis elevado una dignidad tan eminente sin la aprobacin de los obispos y sin la confirmacin imperial.
Inmediatamente, con la misma desfachatez, se dirige al clero y exclama:
Hermanos mos, os anuncio que deberis presentaros ante el Rey en las prximas fiestas de Pentecosts para recibir un papa de su mano, puesto que ste no es reconocido por papa,
sino por lobo devorador.
227
Semejante llamamiento la rebelin, hecho de una manera tan brusca en presencia misma del Sumo Pontfice no pudo menos que irritar toda la asamblea.
Juan, obispo de Porto, exclama:
Qu le prendan!
La confusin que all se produce no es para referida. El prefecto de Roma, los nobles, la
milicia, todos desenvainan sus espadas y van echarse sobre Roland. Pero el Papa desciende de su solio, y colocndose delante de aquel temerario para servirle de escudo, e x clama :
Hijos mos, no seamos nosotros los que turbemos la paz de la Iglesia. El Seor dice
que nos enva como ovejas en medio de los lobos. Seamos prudentes como la serpiente, pero
seamos tambin dulces como la paloma: este doble espritu de dulzura y de prudencia es el
de la sabidura. Lejos de odiar nadie debemos tolerar los insensatos que violan la ley de
Dios. H aqu que Dios desciende otra vez sobre los hombres diciendo en alta voz: El que
quiera venir en pos de m renuncese s mismo. Hemos vivido en paz demasiado tiempo;
Dios quiere volver regar la cosecha con sangre de santos. Preparmonos, si es menester, al
martirio por.la ley de Dios, y que nada nos separe de la caridad de CRISTO (1).
Gregorio toma una carta de Enrique IV de que Roland era portador, sube sa solio y con
una serenidad y una sangre fra admirable lee en alta voz:
Enrique, rey, no por usurpacin, sino por disposicin de Dios, Hildebrando, falso monje,
no papa.
T te has merecido este saludo por tu comportamiento, pues no existe orden alguno en
la Iglesia que no hayas colmado, no de honor, sino de confusin ; no de bendicin, sino de m a l diciones... No te has avergonzado de maltratar los jefes de la Iglesia... les has puesto bajo
tus pies como siervos que no saben lo que hace su amo. Con esta conducta para con ellos te
conquistas el favor de las muchedumbres, y desde entonces juzgas que t lo sabes todo y los
dernas no saben nada... Hemos tolerado todo esto porque queramos de corazn conservar intacta la honra de la Santa Sede. Mas t nuestra humildad la tomas por iniedq, y entonces
no vacilas en sublevarte contra la potestad real que de Dios hemos recibido, como si la h u biramos recibido de t , como si el reinado el imperio estuviera en t u mano y no en la de
Dios, cuando es nuestro Seor JESUCRISTO quien nos ha llamado al trono, mientras que t
no te ha llamado al sacerdocio... Con oro ganaste el favor del pueblo, con este favor te has
adquirido un poder de hierro, con este poder has subido la sede de la paz, y en esta sede,
t la paz la has turbado armando los subditos contra sus superiores... excitando los seglares usurpar la autoridad de los obispos sobre los sacerdotes para hacerles deponer menospreciar por stos ltimos aquellos quienes haban recibido de la mano de Dios como
pastores... T me has atacado tambin m , que, aunque indigno, soy consagrado como rey,
y que, en esta cualidad, segn la tradicin de los Padres, no puedo ser juzgado sino por Dios,
ni depuesto por otro crimen que el abandono de la fe. Un papa verdadero, san Len, exclama: Temed Dios, honrad al Rey! Mas como t no temes Dios tampoco me honras m ,
quien Dios ha constituido rey. Ests herido de anatema, ests condenado por el juicio de
nuestros obispos y por el nuestro: abajo pues! deja la sede que usurpaste. Que la silla de
san Pedro sea ocupada por otro que no trate de cubrir la violencia con el manto de religin,
que ensee la sana doctrina de san Pedro. Yo, Enrique, rey por la gracia de Dios, te digo
con todos nuestros obispos: Abajo! Abajo (2)!
A cada lnea de esta insolente carta iba creciendo en la asamblea la indignacion'contra
Enrique y su enviado, indignacin que, si pudo contenerse, fu porque la presencia de Gregorio impona lo bastante los concurrentes.
Leda la carta del Emperador ya no fu posible discutir; el Papa crey que pn aquel es
(1) Pabl. LLORN.. c. I . X X M . X X I I .
(2)
A mi.
Sa.r., I'rsitius, p.
30.
228
tado de exaltacin de los espritus los acuerdos que se hubiesen tomado tendran que aparecer con el sello del apasionamiento; dio, pues, por cerrada la sesin, convocando el snodo
para el da siguiente.
Difcil fuera describir la ansiedad que reinaba en todos.
Ni uno slo dej de asistir la sesin.
El Papa, tomando la palabra, expone la bondad con que haba tratado siempre al Emperador, sus constantes disposiciones la indulgencia, las muestras de afecto paternal que le vena dando.
Manifest que si l peda Enrique la libertad de los obispos presos era sin salirse de las
reglas de la moderacin.
Apenas Gregorio termina su peroracin, la asamblea se pone en pi y pide unnime que
se pronuncie el anatema contra un prncipe perjuro, opresor y tirano. Todos los obispos declaran en alta voz que nunca abandonarn al Sumo Pontfice, que le sostendrn con todas sus
fuerzas, y que, si necesario fuere, estaran prontos morir por l.
Gregorio se levanta, y con voz.grave, con actitud solemne, en medio de un silencio universal, despus de pronunciar la excomunin contra Sigifredo, arzobispo de Maguncia (1),
Guillermo de Utrech, Roberto de Bamberg, y renovado el anatema contra thon, obispo de Ratisbona, Othon de Constancia, Burchard deLausana, el conde Everardo, TJlrico y otros consejeros de Enrique (2), toma la palabra, y con los ojos levantados al cielos, dice: San Pedro,
prncipe de los apstoles, escuchad vuestro siervo quien nutristeis desde la infancia,
quieu hasta el presente da habis salvado de manos de los malos que me odian porque os
soy fiel. Vos me sois testigo, vos y la santa Madre de Dios, san Pablo vuestro hermano, y
todos los santos, de que es la Iglesia romana la que me ha obligado, pesar mo, gobernarla,
y que yo hubiera preferido acabar mi vida en un destierro, antes que apoderarme de vuestra
sede por medios humanos. Pero encontrndome en ella por vuestro favor y sin haberlo yo
merecido, creo que vuestra voluntad es que el pueblo cristiano me obedezca, segn el poder
que Dios me ha dado, en vuestro lugar, de atar y desatar sobre la tierra.
Con esta confianza, yo, para honra y defensa de la Iglesia, de parte de Dios Omnipotente
Padre, Hijo y Espritu Santo, y por vuestra autoridad, prohibo Enrique, hijo del emperador Enrique, que con un orgullo inaudito se ha sublevado contra vuestra Iglesia, que gobierne el reino teutnico y la Italia; absuelvo todos los cristianos del juramento que le tienen prestado le prestaren, y prohibo quien quiera que sea el servirle como r e y ; pues
justo es que el que atenta contra la autoridad de vuestra Iglesia pierda la dignidad de que se
halla revestido. Y puesto que rehusa obedecer como cristiano y no ha vuelto aKSeor quien
ha abandonado comunicando con excomulgados, desentendindose de avisos que yo le daba,
vos lo sabis, para su salvacin, y separndolo de vuestra Iglesia, que ha intentado dividir,
yo, en nombre vuestro, hago caer sobre l el peso de los anatemas, fin de que los pueblos
sepan, hasta por experiencia, que vos sois Pedro, que sobre esta piedra el Hijo de Dios vivo
edific su Iglesia y que las puertas del infierno no prevalecern contra ella.
Tenemos solemnemente declarada la lucha entre la Iglesia, representada por Gregorio, y
el imperio, el poder seglar queriendo sobreponerse, absorber la potestad religiosa, representado por Enrique; cruzbanse ya las dos espadas que se imponan sobre el mundo, la espada
espiritual con sus excomuniones, deponiendo un emperador, desligando una gran nacin
de un juramento de fidelidad, la palabra pontificia con todo el prestigio de aquella poca de fe,
y de otra parte la espada, material de Enrique IV, manchada con la sangre de pueblos enteros,
que haban sucumbido defendiendo sus prerogativas.
El Emperador, como soberano temporal, pretende que, instituida su soberana en las cosas
temporales, se extiende los bienes del clero, Roma, al Papa mismo. La Iglesia, Roma, el
(1)
Collect. Crnc.
(2)
lambert,
229
papa no podan abdicar su independencia, su libertad ante las pretensiones del Emperador, haban de defenderse. Con qu armas? Con las que las leyes, las instituciones, las costumbres,
la fe de la poca ponan en manos de aquel que se hallaba constituido en representante de
Dios y en cabeza de una sociedad que ante todo era cristiana. Echarse los pies de prncipes
degradados por el concubinaje, fomentadores de la simona; poner la Iglesia, el Papado su
disposicin para que lo encadenasen, un papa no deba, no poda hacerlo en manera alguna.
Lo que Gregorio efectu era un derecho, y en aquella crisis suprema su derecho era su
deber.
No puede ponerse en duda que el Papa, en su carcter de p&stor supremo, en virtud del
poder de las llaves, poda excomulgar un prncipe cristiano, como cualquier otro fiel.
Ya en.la poca primitiva del Cristianismo encontramos entre los castigos dados por la
Iglesia el de aplicar aquella palabra del Evangelio: SU Ubi sicut etlmicus et publicanus, los
que se resistan hacer penitencia, fin de estimular de esta suerte al pecador obstinado
que, comprendiendo la miseria de su condicin, se presentase su obispo y aceptara de l
la penitencia cannica; 3' esto es sin duda lo que entenda Tertuliano por censura divina (1),
por ser dada conforme las prescripciones de JESUCRISTO (2). Al que se le condenaba con esta
censura, considerbasele segregado de la sociedad de los creyentes.
En la Edad Media dise esta pena cannica toda su severidad, inspirando as los fieles una confusin saludable, de la que haba de salir el propsito de mejorar de vida, al paso
que la separacin produca cierto terror en los dems para que no imitaran sus delitos; y por
otra parte, privando los excomulgados de todo contacto con los creyentes, se preservaba
stos del contagio del mal y de que participasen de los desrdenes de aqullos. La Iglesia con
ello trataba de impedir que la corrupcin se extendiese en la sociedad cristiana por medio de la
comunicacin con los hombres perversos; al proceder as no haca ms que obrar como buena
madre que trata de precaver por medio de toda la solicitud posible el que sus hijos caigan en
lazos en que pudiera perecer su virtud.
En fuerza de la ntima alianza entre el sacerdocio y el imperio, el excomulgado quedaba
fuera del derecho comn; en aquella poca la sociedad religiosa y la sociedad civil estaban
ligadas por lazos tan fuertes, que el que era separado de la primera por la excomunin, quedaba por este hecho fuera de la segunda, se rompa con l toda clase de relaciones, y si dentro un perodo determinado de tiempo, que sola ser de un ao para los prncipes, no se correga, vease privado de sus bienes y de su dignidad. A s , un rey excomulgado que no se
reconciliase con la Iglesia, perda su corona, y sus subditos quedaban desligados del deber
de la obediencia. Era el derecho de la Edad Media; derecho que estaba reconocido en todas
las constituciones.
Es cierto que el poder del papa, para que no degenerase en arbitrariedad, estaba limitado
por la ley, que exiga una causa muy grave para excomulgar un prncipe. Solo el papa,
dice el derecho germnico (3), puede echar (excomulgar) al emperador, y esto por tres m o tivos: primero, si el emperador dudaba d l a fe catlica; segundo, si abandonaba su l e g tima consorte; tercero, si destrua las iglesias otros lugares sagrados. Pero una vez excomulgado un rey emperador, perda su trono si en el trmino que se le fijaba no acuda
reconciliarse con la Iglesia (4).
En virtud de este derecho, entonces generalmente reconocido, Gregorio amenaz F e lipe I de Francia con privarle la posesin de su reino por medio de la excomunin, conforme
lo dijo Guillermo, conde de Poitiers: Si persiste en su vida desordenada, le separaremos
(1) pnlog.
XXXIX.
vale,
rniiimunin.
mensa
iicgalttr.
230
En poca de Gregorio las cosas haban cambiado por completo. El espritu cristiano constitua el alma de aquella sociedad poltica. Era indispensable edificar sobre las ruinas del viejo
imperio, y nadie estaba en aptitud de hacerlo como la Iglesia. Aquellos pueblos catlicos no
estaban sometidos al" prncipe sino en virtud de la ley que someta al prncipe la Iglesia.
El monarca excomulgado por la Iglesia dejaba de ser el prncipe piadoso quien estaba encomendada toda la nacin (5). Considerbase la Sede Pontificia por su representacin, por
el carcter de su autoridad, por el saber y virtud de los que se sentaban en ella, como el tribunal supremo de las sociedades cristianas, y no slo la reconocan en este concepto las clases
populares, sino hasta los hombres ms doctos y los varones ms santos.
Al deponer un soberano los papas no hacan ms que usar de un derecho que reconoca
en ellos la misma opinin pblica (6).
Lo que los papas hacan, observa Bianchi (7), no era deponer los reyes en la propia acepcin de la palabra, sino declarar cuando los derechos de un prncipe la corona haban caducado por causa de religin. .
E n aquellos pueblos la profesin de la fe catlica vena ser considerada como condicin
inherente la soberana; aquellos emperadores no reciban de manos de los papas la corona
imperial sino despus de haber jurado ser fieles la Iglesia (8). Dada la constitucin de aquellas sociedades podan tener por soberano un prncipe que fuese enemigo del Cristianismo,
cuando en ellas, instituciones, leyes, todo era cristiano? Era la conciencia de los pueblos ca(1) Greg. Epist., 1. I I , S .
(2) Jagcr, Int. i la Ilisl. de Gregorio
VII.
(3) Du Pape, par le P. B. Bataille, l. II.
(4) Daras, Ilisl. de4a
Iglesia.
(o) Gosselin, Poder del Papa en la Edad
Media.
(fl) Darras, Ilisl. de la Igesia.
(7) l l i a m i i i . Traite de la Puis.
Errl.
(8) CPIITI,
Dom. Ponlif., t. II, Clementin.
I. I I , Jiiris A lemanici.
<: III.
231
tlicos la que se sublevaba contra la autoridad de un hombre rechazado por la Iglesia y obstinado en su crimen, y el determinar cuando llegaba este caso slo poda corresponder log
sumos pontfices. Este hecho no significaba el que los papas tratasen de inmiscuirse en los
asuntos civiles, ni coartar la accin libre del Estado; lo que se pretenda era atenerse al modo
de ser de la.poca, realizando la preciosa alianza entre las dos potestades con una fuerza, una
intimidad, una sinceridad que constituyen especial ttulo de gloria para aquel perodo h i s trico.
El conde de Maistre observa este propsito con mucha oportunidad: Cuando se habla
de despotismo y de gobierno absoluto rara vez se sabe lo que se dice... E n virtud de una ley
divina se halla siempre al lado de cualquiera soberana una cierta fuerza que le sirve de freno. Ser una ley, ser una costumbre, ser la conciencia, ser una tiara ser un pual;
mas siempre hay algo... Desgraciados de los prncipes si lo pudiesen todo. Por fortuna suya
y por la nuestra la omnipotencia real es imposible. La autoridad de los papas fu el poder escogido y constituido en la Edad Media para equilibrar la soberana temporal y hacerla soportable los hombres. Lo que entonces se realiz fu una de estas leyes generales que no quieren tenerse en cuenta y que son sin embargo de una evidencia incontestable. El emperador
de Alemania, an cuando no tena Estados, pudo gozar de una jurisdiccin legtima sobre todos los prncipes que formaban la confederacin germnica; por qu, pues, no poda el Papa
del mismo modo gozar de una cierta jurisdiccin sobre todoslos prncipes dla cristiandad (1)*?
Este derecho cristiano era de mucho anterior la poca de Gregorio V I I ; este Papa no
hizo ms que aplicarlo de una manera ms estricta;' ms de doscientos aos antes haban comenzado los papas querer reglamentar por autoridad los dereclios de las coronas (2).
En la constitucin de este derecho cristiano corresponde una parte importantsima una
de las figuras ms grandes de la historia, Cario Magno; cmplenos, pues, resear en breves
palabras los rasgos ms culminantes de lo que constituy la fisonoma moral de aquel genio
que tan decisiva,influencia ejerca en los perodos de que venimos ocupndonos.
Nadie como l se haba asociado los papas para establecer la preciosa unidad que haba
de ser una de las bases de la civilizacin cristiana. Este hombre, al cual al travs de once siglos de historia le contemplamos en el orden poltico como la idealizacin de la grandeza,
que empu la espada del conquistador con el solo fin de sacudir las cadenas que el Oriente
trataba de imponer al Occidente, que manifest en cincuenta y cuatro expediciones ser el favorecido de la Providencia, que, destruyendo el reino de los lombardos y ocultando Didier
en el fondo de un claustro, podemos considerarle como el creador de la nacionalidad italiana,
y que si trat los brbaros como brbaro durante la guerra, les trat como cristiano luego
de acordada la paz, dio un empuje supremo la feliz marcha de la civilizacin catlica.
Fu Cario Magno una figura que bast por s sola para llenar toda una poca. En l revive, pero transfigurada por el Cristianismo, la grandeza del imperio romano. Cario Magno,
como dice Csar Cant, ms que un opresor un dspota, fu un jefe de confianza; de suerte
que bajo su supremaca poda subsistir cualquier forma de gobierno, aun la repblica ms
libre. Gobernaba, ms que por la fuerza por la dominacin, por la influencia y el prestigio;
bajo su imperio, lejos de desaparecer la individualidad de los pueblos, amparaba las instituciones de cada uno de ellos siempre que tuviesen por base su carcter, sus usos y su historia.
Borrando las funestas divisiones que existan como causa permanente de lucha, sustituy la
estabilidad de un orden legal las convulsiones de la anarqua (3).
Arbitro supremo de los destinos de tantas naciones, su objetivo fu establecer el triunfo
del derecho sobre la fuerza, de la libertad civil sobre el despotismo militar, dando garantas
la seguridad individual, constituyndose en escudo de la justicia, contribuyendo con la ini(1) De Maistre, DelPapa,
t. I.
(i) Fleury, Disc. 3.
('O Vase Cesar Cant, Hist.
Cnic.
232
la Historia
de
Francia.
23"
fuerzas ele aquella poca; la Iglesia y la Monarqua, que el rey, jefe supremo en el orden
temporal deba estar siempre al lado del Papa, jefe supremo en el orden espiritual. Saba que
en aquel tiempo el Emperador era jefe de una sociedad civil que era ante todo y sobre todo
una sociedad cristiana; importaba, pues, que la eleccin del Emperador, rey de los p u e blos, fuese reconocida y sancionada por el Pontfice, rey de los cristianos; que sobre su
poder de emperador estuviese su conciencia de creyente, siendo el atenerse las leyes de
esta conciencia la condicin primera de su real investidura, y que si en vez de estar conforme con la fe y la moral catlica, que juraba solemnemente defender, se declaraba su enemigo,
los ojos del Papa, lo mismo que los de sus subditos, abdicaba todo derecho; dejando de
ser cristiano dejaba de ser rey para constituirse en faccioso en dspota. De esta suerte la in-
vestidura del poder quedaba circuida de la aurola del derecho, su legitimidad tena un carcter altamente sagrado, reconocan los reyes algo que deba someterse su soberana: los
papas la par que tutores de los reyes lo eran de los pueblos establecindose as la verdadera
libertad poltica (1).
Atindase lo que consigna ya en aquella poca el derecho escrito.
El rey debe andar recto, dicen las Capitulares; pues de rectitud deriva el nombre de
rey, de lo contrario ya no es rey, es un tirano... El deber especial del rey es gobernar al pueblo de Dios; pero gobernarlo conforme equidad y justicia; el rey es ante todo el defensor de
las iglesias, de los servidores de Dios, de las viudas, de los hurfanos, de los dems pobres;
de todos los necesitados en general (2).
H aqu unas reglas que, establecidas en la poca de Cario Magno, pasaron tener u n carcter general y constituir el derecho de la Edad Media. El rey que ellas faltaba era in(t) Cesar Cant, Ilisl. Univ.
,
. .
(2) Itex enim a recle agencio voeatur. Si enim pie el juste et misericordiler
gil, mrito rex apellalur...
llgale mmisterimn
spe"Uler est poputum Dei gubernare,.et
regere cum a-quilate etjustitia...
Ideo enim debel primo defensor esse mccUsiarnm
etservorum
'ividi<arum, orphanorum,
ccelerorumque pauperum,
uec non et omniim indigentium.
Capilul. Iteg. Addil. 2. <:. 21. el
D
T. I I .
234
digno del trono. Pero quin haba de ser el juez? No poda ser otro que la Iglesia y en particular su jefe.
Cario Magno en una capitular de Thionville, dada el 8 0 5 , somete todos los subditos de
su imperio, inclusos sus propios hijos, al fallo de los obispos, debiendo en caso de rebelda ser
privados de sus palacios, de su dignidad, de sus bienes y reducidos destierro (1).
Es verdad que el derecho de la Edad Media no as el de los pueblos modernos. Hoy ni los
papas deponen los reyes ni piensan stos en reconstituir el rgimen feudal.
Las condiciones de nuestro tiempo, dice el ilustre Po I X , son enteramente distintas,
slo la mala fe puede presentar nuestros ojos hiptesis quimricas, en la realizacin de las
cuales hoy nadie piensa, palabras que, segn la interpretacin del sabio cardenal Manning
significan que las condiciones morales que hacan equitativa y hasta exigan en la Edad
Meda la deposicin de los tiranos; entonces, que la sociedad era cristiana y catlica, cesan
absolutamente de existir hoy, que la sociedad no es catlica, ni siquiera cristiana. El eminente prelado termina diciendo: Mientras no vuelvan las condiciones morales que justificaban el ejercicio de aquel poder, la Iglesia no lo emplear nunca (2).
Hoy en lugar de la soberana de los pontfices, hay ms alta que los reyes la soberana
de las revoluciones, y por cierto que s contamos los reyes que depusieron los papas y los
que deponen las turbas, sin duda se comprender que el derecho cristiano de la Edad Media
bajo este respeto tiene poco que envidiar al derecho revolucionario de los pueblos modernos.
Debidamente planteada la cuestin ya que todava hoy, ya que no la persona, al menos el
nombre de Gregorio VII contina siendo perseguido, proseguiremos el interrumpido hilo de
nuestro relato.
LVI.
Triunfo de Gregorio VIL
La excomunin de Gregorio VII contra Enrique IV produjo tal sorpresa en unos y tal
impresin de terror en otros, que hubo de causar una conmocin general (3).
Deslndanse desde luego los campos. De una parte estn los simonacos, los clrigos incontinentes, los adversarios de Gregorio V I I ; de la otra parte los obispos que desean la reforma,
los monjes, los enemigos de Enrique.
E n Roma mismo apenas pronunciado el anatema no se oye sino una pregunta:Estis
por el papa por el emperador? Era una cuestin capital, una lucha en que no haba neutrales; el que no se contaba ntrelos enemigos haba de contarse entre los adversarios. Duques, condes, pueblo, entre el clero mismo reinaba profundsima divisin.No sois partidario del Rey? se deca; pues sois amigo del Papa. No estis por las declaraciones del Papa?
pues sois del partido del Rey. La guerra era, pues, de todos contra todos.
La madre de Enrique despus de este hecho empez languidecer; la excomunin de su
hijo clavse en su corazn manera de aguda espada, segn una frase de aquel tiempo (4).
El Papa escribe las diversas corporaciones de Alemania, obispos, abades, duques, condes y otros grandes del imperio teutnico, una carta notable por su lenguaje tan templado corno
digno:
Sabemos, dice, que la noticia de la excomunin del Rey ha llegado ya hasta vosotros,
aunque muchos dudis si ha sido legtimamente excomulgado. Queremos explicaros los motivos que en conciencia hemos tenido, fin de responder as los que nos acusan de haber
(1)
(2)
(3)
(i)
Baluz., t. 1, p. 37.
The Valican decreesin their bearing on civil allegiance,
Universus nosler orbis Romanus tremuit. Bonizo.
Cujus animam ipshis gludius damnationis
nonparum
1873.
23)
desenvainado la espada espiritual, ms bien por temeridad por venganza personal que por
celo en favor de la justicia... Hemos empleado todos los medios, reprensiones, splicas, exhortaciones, para conducirle al buen sendero, sabiendo que Dios nos ha de-pedir un da cuenta
e su alma. El Rey se contentaba con hacernos promesas humildes que pisoteaba despus...
Este Prncipe, irritndose contra la correccin, no ha cejado hasta lograr, en lo que ha estado de su parte, que los obispos en Italia y cuantos ha podido en Alemania renunciasen la
obediencia de la Sede Apostlica. Al verle llegado al colmo de la impiedad'hemos procedido
excomulgarle por dos principales razones; primera, por haberse opuesto alejar de s aquellos que, culpables de dilapidaciones y de simona, haban sido heridos por la Santa Sede;
segunda, por. haberse resistido hacer penitencia de sus crmenes y haber destrozado con un
cisma el cuerpo de JESUCRISTO; es decir, la unidad de la Iglesia... No creo que se hallen entre los fieles hombres, capaces de creer que hemos procedido injustamente, aun cuando no se
atrevan declararlo de una manera pblica... Si el Rey cambia de disposiciones, el Papa,
pesar de todo lo que ha hecho, se apresurar recibirle en el seno de la Iglesia.
Enrique fingi recibir la noticia de la excomunin con indiferencia, hasta con desden,
persuadido de que haban de poder poco las excomuniones contra l, que contaba con los ejrcitos.
Al formarse en Roma la tempestad que iba caer sobre su reinado, Enrique hallbase
ocupado en repartir sus favoritos los bienes arrebatados los sajones, en obligar ala vejada
Sajorna edificar con sus sudores y con sus recursos las fortalezas que haban de servir de baluarte sus opresores (1), olvidando que sin levantarse sobre aquel pedestal de murallas de
piedra haba otro poder que iba romper en su mano la espada de sus victorias. Nunca, escribe el clebre crtico Voigt este propsito, ni las murallas ni el hierro podrn defenderse
contra una creacin del espritu; y todo aquel que, pagado de s mismo, cuenta con un
apoyo exterior ms bien que en la fuerza moral, no podr sostener un edificio que ms menos tarde al'fin se vendr abajo (2).
Enrique se encamina celebrar las Pascuas en Utrech, cuyo prelado, Guillermo, hombre
de extraordinaria actividad iniciativa, se le manifestaba completamente adicto. All fu
donde recibi al embajador que l haba enviado Roma y que le traa la sentencia de excomunin.
La fiesta de las Pascuas celebrse aquel ao en Utrech con pompa extraordinaria, pocos
das despus de que Enrique IV y el obispo Guillermo tuviesen la noticia oficial de que aqul
estaba excomulgado. El Obispo se presenta en la Iglesia seguido de todo su cortejo, y sube al
pulpito. Apenas hubo pronunciado algunas frases sobre el Evangelio de la festividad, empieza ocuparse del Papa, proferir contra Gregorio una serie de insultos y de calumnias,
tratarle de mal apstol, de perjuro, hasta de adltero.Pues bien! sigue diciendo con fuerte entonacin y descompuestos ademanes; este hombre ha excomulgado nuestro R e y ; pero
no hay nada tan ridculo como una excomunin semejante (3).
Guillermo sale de la iglesia para ir su palacio aquejado de una enfermedad que ofrece
desde luego gravsimos sntomas. Los horrorosos dolores que sufre en su cuerpo vienen agravados por la tortura que experimenta en su alma. Moja el lecho con lgrimas que salen en
abundancia de sus ojos pidiendo Dios perdn por haberse hecho cmplice de los delitos del
Rey al sostenerle en su desarreglada conducta y por haber insultado y calumniado al Papa.
Rodean su cama multitud de servidores de Enrique. Guillermo se vuelve hacia ellos e x clamando con palabras entrecortadas por el llanto:
Id decir al Rey que l y yo y todos los que hemos protegido sus desrdenes estamos
perdidos por una eternidad.
(1) Lam)., ann. 1076.
(i) Voigt, freg. VII, 1. V I I I .
(3) Lamb. Ann. Saxon. Paul Benv. Langii., Citrn, atcense,
Trevir,
107G. A n n . Magdoto.
3G
IV.
Annal.,
237
pro liberis,
pro conjugibus,
quans inter
tantas
tribulationes
otnni
238
videretur.
Lamb.
239
como Othon de Nordheim, el duque Magno y otros; pero stos, en vez de aguardar Enrique
como aliados, le aguardan como enemigos dispuestos batirse contra l.
La Sajonia entera arde en deseos de luchar contra las tropas del Emperador; los que t i e nen una venganza que satisfacer, los que recuerdan al padre, al hijo, ai hermano sacrificado
por el despotismo imperial, todos anhelan la hora del combate. Recomendar all la prudencia
la calma constituye un crimen,que merece el destierro y veces la devastacin de las propiedades del que trata de contener el ardor de aquel fuego blico. Todos se preparan para una
lucha sin cuartel en que ser preciso vencer morir.
El ejrcito sajn es un torrente que lo arrastra todo su paso, nobles, vasallos, ancianos,
nios, obispos, abades; los hijos de las grandes poblaciones como de las ocultas aldeas. Si llegan encontrarse con las tropas de Enrique ni uno solo de los soldados de ste se escapa con
vida. Pero lluvias torrenciales haban de tal suerte engrosado el Muida, que es imposible vadearlo, y los dos ejrcitos tienen que contemplarse en las dos mrgenes opuestas sin poder
venir las manos.
Enrique retrocede persuadido de la inutilidad de sus desesperados esfuerzos y de lo funesto que habra de ser para l una batalla en que contaba con un ejrcito tan pobre por su
nmero como por su organizacin y entusiasmo.
Mientras el Emperador se considera perdido, los representantes de la Sajonia y de la Suabia,
olvidando antiguas rivalidades, se renen para proceder al nombramiento de un nuevo rey,
escribiendo antes la Santa Sede para que les aconseje respecto al partido que debern tomar.
Gregorio responde con una carta escrita los obispos, los duques, todos los alemanes
en que se ve al pontfice que comprende su deber, pero de ningn modo al hombre dominado
por miras egostas.
No nos mueve contra Enrique ni el orgullo del siglo ni una vana ambicin; la disciplina
y el cuidado de las iglesias constituyen los nicos motivos que nos obligan obrar; os pedimos como hermanos que le tratis con dulzura, si l vuelve sinceramente Dios; no con
aquella justicia que le arranca el imperio, sino con la misericordia que borra sus crmenes. Os
suplicamos que no olvidis la fragilidad de la naturaleza h u m a n a , que tengis en cuenta el
piadoso recuerdo de su padre y de su madre, quienes no se puede comparar ninguno de los
prncipes de nuestro tiempo. Sin embargo, al derramar sobre sus llagas el blsamo de vuestra
piedad, no descuidis el vinagre.de la disciplina, fin de que sus heridas no se envenenen
y el honor de la santa Iglesia y del imperio no se resienta de nuestra negligencia. Que aleje
de s los malos consejeros que, excomulgados por causa de simona, no han tenido inconveniente en infectar su seor con su propia lepra y provocarlo perturbar la Iglesia y incurrir en la clera de Dios y del Padre Santo;... que henchido por su orgullo no trate de sostener costumbres contrarias la libertad de la Iglesia... Si pesar de nuestros deseos no se
decide volver sinceramente Dios, entonces buscad un prncipe que contraiga en secreto
el compromiso de observar cuanto sea necesario la conservacin de la religin cristiana y
la salvacin del imperio.
En vista de esta carta, Rodolfo, Welf, Bertoldo, Adalberto, obispo de Wurzburgo, Adalberto de Worms, y otros congregados en Ulm, acuerdan convocar una asamblea en Tribur para
el 15 de octubre, la que se invitar cuantos se interesen por el bien del Estado. Hasta el
arzobispo de Maguncia rompi con el Emperador para someterse al Papa, pudiendo decirse
que toda la grandeza del imperio quedaba ya separada de Enrique (1).
Llega el da sealado. Los seores de Suabia y de Sajonia, seguidos de un ejrcito numeroso, se constituyen en aquella Tribur, que era ya clebre por la deposicin del carlovingio
Carlos el Gordo. All asisten Sicard, patriarca de Aquilea, y A l t m a n , obispo de Pasau, como
representantes de la Santa Sede; all los de la Suabia salen recibir los de la Sajonia, p r e sididos por el patriarca revestido con sus ornamentos pontificales; all Welf y Othon, que v e (<) Lamb.
240
nan siendo enemigos capitales, se dan estrecho abrazo; all los caballeros que haban militado bajo distintas banderas se manifiestan la ms cordial fraternidad, y cuando reunida la
asamblea se principia discutir acerca el nuevo rey, existe tal unidad de miras, que los de
la Suabia estn dispuestos elegir u n rey de la Sajonia, y los sajones un rey que pertenezca
la Suabia.
Enrique no se hace ilusiones acerca su situacin. aquel congreso que le acusa del desarreglo de su vida privada, de haber envilecido las ms ilustres dignidades del reino dndolas
hombres desconocidos entre la nobleza, de haber sembrado la desolacin en pases antes florecientes, de haber ensangrentado ciudades pacficas, destruido iglesias, asolado monasterios;
aquel congreso que dice que con un rey semejante no puede haber ni apoyo para el dbil,
ni refugio para el honor ultrajado, ni respeto las leyes, ni decencia en las costumbres, ni
dignidad para la Iglesia, ni gloria para el Estado, Enrique le enva representantes suyos con
las splicas ms humildes, prometiendo la enmienda y protestado que est dispuesto dejar
el gobierno con tal que le permitan continuar usando el ttulo de rey y las insignias de la dignidad real, de que dice no poder desposeerse sin degradarse.
La asamblea contest:
Estamos firmemente resueltos elegirnos un jefe que pueda guiarnos y luchar con nosotros contra todo hombre orgulloso que se atreva sublevarse contra la justicia, contra la
verdad de Dios y contra la autoridad de la Iglesia.
Al recibir el Rey esta contestacin al otro lado del R h i n , donde se hallaba con su ejrcito, en un acceso de clera rene sus tropas y las dice que va dirigirlas al combate donde
afrontar la muerte impedir que se le arranque la corona. Hubo un momento en que se crey
que las aguas del Rhin iban verse enrojecidas con la sangre de los dos ejrcitos.
Interpnese Hugo, el abad de Cluny (1). ste, con el apoyo de Altman de Pasau y Udo de
Trveris, propone que se ofrezcan al Rey las condiciones siguientes:
Escribir al Papa y los prncipes alemanes una carta duplicada confesando todas sus
faltas; ofrecer los prncipes y al Sumo Pontfice las reparaciones legtimas, lo propio que
sus partidarios, fin de obtener la absolucin. El Papa ir en persona al ao siguiente Augsburgo, el 2 de febrero, para tratar con los prncipes de los asuntos del Rey, del reino y de la
Iglesia; y si el da en que cumpla el ao de la excomunin, que es el 22 de febrero, Enrique
no ha sido absuelto todava, cesar de ser Rey, conforme previenen los cnones que privan de
sus bienes y de sus honores todos los excomulgados que no hayan dado satisfaccin, y entonces los prncipes procedern, sin aguardar las decisiones del P a p a , una eleccin nueva;
pero si el Rey cumple con cuanto se le prescribe, los prncipes le acompaarn para que sea
coronado en Roma (2). Interinamente tendr que licenciar su ejrcito, se abstendr de usar
las insignias reales, se retirar Espira para vivir all como simple ciudadano, y no podr
entrar en n i n g n templo ni resolver ningn asunto poltico.
El Emperador oculta su encono en el fondo de su pecho y ofrece someterse todo. Se separa de sus consejeros y parte para Espira con su esposa Berta y su hijo. Rey sin estados, sin
autoridad, teniendo oculta una corona real que tal vez pronto se le arrebatar para siempre,
herido por la excomunin, completamente aislado, en las largas horas de su soledad sublvase
contra la idea de tener que presentarse en el banco de los acusados para que le juzguen aquellos prncipes que eran sus enemigos. Enrique toma una resolucin: para no tener que ser
juzgado como rey se propone ir arrodillarse ante el Papa como cristiano.
Interpone la mediacin de Hugo de Cluny, de la condesa Matilde; ofrece todas las satisfacciones imaginables, inclusa una peregrinacin Jerusalen. El Papa contesta que se atiene
lo acordado, y escribe los obispos y prncipes de Alemania que l 2 de febrero estar en
Augsburgo.
(1)
Concilio
sanctissimi
(2)
Pretz.,
Hist.
Cluniacensis
abbalis.
Arnulf, Hist.
Med.
241
II.
gressu
cadendo el longius
volutando,
vi-
242
Papa, antes de proseguir su viaje, estima oportuno detenerse all, pues la llegada de Enrique
le ha cogido de sorpresa, y le precisa saber si el Emperador viene como penitente como
enemigo.
LVII.
Reconciliacin de Enrique IV.
Apenas llegado el Emperador P a v a , agitronse extraordinariamente los enemigos de
Gregorio. Los simoniacos, los nicolaitas y los que les estaban adictos por lazos de parentesco,
por inters por deber, los hostiles al bando de los patarinos crean que Enrique vena para
tomar la jefatura del partido hostil al Papa y proceder su destronamiento. stos, pues, salen recibirle, le dispensan todos los honores reales y le declaran que estn su disposicin.
Colocarse la cabeza de la rebelin contra Gregorio hubiera tenido desde luego por resultado inmediato el que Enrique no hubiera ya podido presentarse Augsburgo, en donde se
le declarara destronado con tanta ms razn cuanto que daba para ello este nuevo motivo.
Enrique manifiesta que su propsito no es otro que reconciliarles ellos y s mismo con
el Papa.
Sabedor Enrique de que Gregorio se encuentra en Canosa, encamnase hacia all con su
consorte Berta y su hijo Conrado.
La princesa Matilde, que acariciaba el ideal de poder armonizar las dos potestades, sale
recibir Enrique.
Intercede sta en favor del Emperador.
El Papa manifiesta que el que Enrique sea reconocido nuevamente como soberano de Alemania es" asunto que debe estudiarse en la dieta de Augsburgo; que l no puede resolverlo.
Enrique manifiesta que no trata de reivindicar la corona como rey sino de obtener la absolucin como pecador.
Gregorio, con aquel talento, con aquella habilidad que le distingua, comprende que es
ocasin de proceder como hombre prctico, y que en circunstancias como aquella es indispensable sobreponer el deber, por penoso que sea, las debilidades de un sentimentalismo que pudiera producir malos resultados.
Nadie conoce Enrique mejor que Gregorio. El pasado del Emperador ofrece una cadena
de inconsecuencias, de veleidades, de caprichos contra que es menester prevenirse. Para Enrique no haba habido hasta entonces promesas, juramentos, aun los contrados con mayor
solemnidad y consignados por escrito, los que se creyese obligado. Obedeca impresiones
momentneas, de las que se olvidaba con la mayor facilidad. Era la inconstancia misma.
El Papa exige Enrique una condicin como testimonio de arrepentimiento, y es que
ponga en sus manos su corona y sus insignias.
El Emperador se opone.
Era humillarle mucho, es verdad; pero se trataba de humillarle, no para perderle, sino
para corregirle.
Hasta hubo quien lleg pronunciar los odos de Gregorio acusaciones de dureza y de
tirana respecto del Pontfice.
Pero Gregorio traa su plan perfectamente meditado y crea que su deber de Pontfice y
de verdadero padre de Enrique consista en ejecutarlo, aun pasando por encima de acusaciones de crueldad, que para Gregorio haban de ser tanto ms sensibles, cuanto que procedan
de personas que no dejaban de merecerle alta consideracin.
El 25 de enero Enrique, con los pies descalzos, cubierto con un hbito de penitencia, se
presenta pblicamente para dirigirse al castillo de Canosa.
243
Estaba entonces en la plenitud de la edad; ostentaba una talla y una fisonoma digna de
un emperador, conforme le describe un contemporneo (1).
Penetra basta el primer baluarte de la fortaleza y dibuja en la nieve sus robustas rodillas.
Ayunando desde la maana basta la noche el Emperador aguarda la absolucin del Papa.
Gregorio se manifiesta inflexible.
El Emperador vuelve al da siguiente, y llega la segunda noche sin que se hayan abierto
las puertas de la misericordia.
Viene el tercer da y el Emperador est arrodillado otra vez aguardando la hora de la absolucin. El sol toca su ocaso y Enrique sigue esperando impaciente una absolucin que no
llega.
Gregorio impone la condicin de que el Emperador jure fidelidad la Sede romana. A
la maana siguiente Enrique compareci ante Gregorio.
Al ver al Papa el Emperador cae de rodillas, extiende los brazos en cruz y exclama:
Perdn, Padre Santo, perdn!
Gregorio se enternece, al ver en aquella actitud, anegado en lgrimas, al hijo de Enrique III, y exclama:
Basta, basta (2)!
<
Se le hace prometer que se presentar en la dieta de los prncipes alemanes, que se someter al fallo que all se pronuncie, que hasta entonces no ejercer jurisdiccin como rey
ni ostentar las regias insignias, que alejar los consejeros que han sido funestos al imperio,
que si se le restablece en su trono ayudar al Papa corregir los abusos contrarios las leyes
de la Iglesia y que si falta alguna de estas condiciones la absolucin ser nula y de ningn
valor.
Enrique consigna solemnemente:
Todo esto observar de una manera leal inviolable; as lo declaro con mi j u r a mento.
El 28 de enero el Papa, rodeado de seis cardenales, de un arzobispo, de dos obispos, del
abad de Cluny y de varios nobles, alargando la mano Enrique le introduce en elinterior de
la capilla del castillo, le da el beso de paz y va celebrar l mismo la misa de reconciliacin.
Gregorio crey que era posible completar la obra. Segn refieren autores contemporneos
tuvo lugar una escena, que aunque aparece con carcter legendario, es menester convenir
que se concibe m u y bien dada la gravedad de las circunstancias y el carcter de aquellos
tiempos.
Despus de la consagracin, Gregorio con gran solemnidad, teniendo en sus manos la hostia santa dice:
Me acusasteis de haber usurpado la Santa Sede por simona, de haber cometido, as
antes como despus de mi episcopado, crmenes que, segn los cnones, me cerraban la puerta
alas sagradas rdenes... Para quitar toda sombra de escndalo, aunque pudiera justificarme
con el testimonio de aquellos que saben cmo he vivido desde mi infancia, quiero dirigirme,
no al juicio de los hombres, sino al de Dios; quiero que el cuerpo de Nuestro Seor JESUCRISTO que voy recibir sea hoy un testimonio de mi inocencia. Pido al Todopoderoso que
disipe toda sospecha si soy inocente, que me haga morir de muerte repentina si soy culpable.
El pueblo respondi con aclamaciones al Pontfice.
Dirgese Gregorio inmediatatamente al Emperador y tomando de nuevo la palabra, e x clama :
Haced, si lo creis conveniente, hijo mo, lo que acabo de hacer yo. Los prncipes alemanes no cesan ni un solo da de acusaros ante m de grandes crmenes... Si os sents i n o (1) Stalura eliam totaque corporis elegantia visus est imperialibtis
fascibiis aplior. Ekkechard.
(2) In cruce stjactnns
Papa, sapissime clamans: Parce, beae Paler, pie, parce mihi, pelo, plae.
e, satis est, est. Domnizo.
Papa videns
fletum,
misera-
244
cente, librad la Iglesia de este escndalo y vos de este embarazo: tomad esta otra parte
de la hostia, fin de que esta prueba de vuestra inocencia cierre la boca todos vuestros
enemigos y me obligue m ser vuestro defensor ms ardiente para reconciliaros con los
seores y terminar para siempre la guerra civil.
El Emperador se manifest srpendido ante una invitacin semejante. Su perplejidad era
indescriptible. No sabiendo qu hacer, agitado, tembloroso, pide que se le conceda aconsejarse
con sus confidentes.
Enrique da por toda contestacin que no estando all ni sus defensores ni sus acusadores
se aplace la prueba para el da en que se rena la asamblea.
Al terminar la misa Gregorio dio una muestra de deferencia y consideracin Enrique
invitndole comer con l, lo que acept el Emperador. E n la mesa rein la mayor cordialidad; Gregorio dio Enrique importantes consejos, de los que se desprenda el inters que
le inspiraba la persona del monarca, despidindose despus con las ms expresivas muestras
de afecto.
LVIII.
Nuevos actos de perfidia de Enrique IV.
Fuera del castillo de Canosa aguardaban Enrique muchos seores italianos adictos su
causa.
Antes de que el Emperador se presentase ellos, Gregorio les envi el obispo de Ceitz,
quien manifest la forma en que el Papa haba levantado la excomunin Enrique y que estaba en disposicin de levantarla tambin ellos.
Las palabras del prelado fueron recibidas con generales murmullos. El obispo tuvo que
salir de all entre los insultos de los unos y las burlas de los otros.
E l anatema de Gregorio, exclamaban, para nosotros es completamente nulo... La
conducta del Emperador en este particular ha sido m u y inconveniente;... acaba de deshonrar
su nombre comprometiendo la dignidad de la Iglesia y el honor del Estado.
La irritacin de los grandes m u y pronto se comunic al pueblo; de las quejas se pas al
motin, ste fu tomando graves proporciones, oyndose salir de entre los revoltosos una voz
que deca:
Que sea depuesto el Emperador, ya que se ha mostrado indigno de continuar empuando
el cetro, y que se coloque en el trono su hijo, quien, aunque de poca edad, nos conducir
Roma para elegir otro Papa.
Enrique trat de excusarse. E n vez de sostener sus actos con dignidad; en vez de proclamar que al someterse al Papa como pecador obedeca su conciencia de catlico, Enrique
se rebaj hasta decir que cuanto acababa de verificar no lo haba hecho sino en bien del Estado, y que una vez libre de la posicin difcil que le creaba la excomunin, el sabra vengarse de los enemigos del Emperador y de los de la Italia (1).
Era este lenguaje una indignidad que no bast para aplacar los suyos, los cuales le recibieron con menosprecio, por las pruebas de ligereza que vena dando, y hasta con ira, acusndole de que despus de haber esperado tanto tiempo y con tanta ansiedad, creyendo que
sera el salvador de la Italia, salan fallidas todas sus esperanzas (2).
Al atravesar la Italia para dirigirse Reggio, no encontr por todas partes sino vivas
muestras de descontento, y hasta de profunda irritacin contra l. E n vez de una carrera de
(1) Lamb. an. 1070.
(2) Accusabant
quod lam tliu expecialus
pr&sidii attulisset,
Lambert.
lam anxie
desideraiuspericlitantis
Italia;
calamitalibus
nihil
postremo
spei, nihil
245
246
Enrique contiene los ms exagerados diciendo que es menester preparar la venganza con
calma fin de que produzca mejor resultado.
De todas partes acuden revoltosos engrosar las filas de E n r i q u e ; muchos pueblos de Italia le juran obediencia y fidelidad, le proporcionan recursos en abundancia para l, para su
corte y para su ejrcito, y sintindose animado de un nuevo ardor, maldice pblicamente las
horas pasadas en Canosa (1).
Entre tanto Alemania se vea sumida en la mayor agitacin.
No slo Enrique no ha cumplido ninguna de sus promesas, sino que ejerce su soberana
en Italia, esperando la hora de echarse sobre los alemanes.
Convcase una dieta general para mayo de 1077 en Forcheim, la que se invita al Emperador. ste responde que est m u y ocupado en Italia y que no quiere arrostrar el descontento de los italianos separndose de ellos en circunstancias crticas.
La dieta se rene.
Comparecen ella legados del Papa, los cuales presentan las cartas pontificias de que son
portadores, y recuerdan el modo como el Rey se ha desentendido de sus juramentos. Aaden
que Gregorio hubiera querido poder asistir la asamblea para ponerse de acuerdo con ellos;
pero que Enrique tena tomadas las avenidas, de suerte que el Pontfice no poda ni ir Alemania ni volver Roma; que de todos modos estaba resuelto pasar all, y les suplicaba que
aplazasen para su llegada la eleccin de nuevo rey.
La asamblea en masa manifest su respeto los legados pontificios, ponindose en pi
despus que stos hubieron hablado.
Toman la palabra varios de los asistentes y exponen los agravios recibidos de Enrique,
que no slo era infiel todos sus juramentos, sino que haba motivos de sobras para desesperar que anduviese por mejor camino.
Pero los personajes que constituan la asamblea no se manifestaron conformes en aplazar
la eleccin para cuando se presentase el Pontfice. Dijeron que siendo como eran un pueblo
libre, estaban en el derecho de elegir su jefe como hombres libres (2), que eran ellos los responsables de los destinos del imperio, el cual no haba de quedar hurfano de rey, ya que
el suyo haba perdido el carcter de tal.
Nmbrase Rodolfo, duque de Suabia.
Rodolfo se resiste aceptar una corona que deber comprarse precio de su sangre. Se le
deja una hora para pensarlo. Rodolfo acepta la corona el 15 de marzo, comprometindose
cumplir, en cuanto de l dependa, los decretos del Sumo Pontfice.
LIX.
Nombramiento del antipapa Guibert por el partido enriquista.
Hubirase dicho que hasta la naturaleza se una la satisfaccin de los enemigos de Enrique despus de ser elegido Rodolfo.
Tras de un invierno rigurossimo inaugurbase hermosa primavera, en que el verdor de los
campos, antes cubiertos de nieve, el aspecto halageo de las flores, en lugar de la apariencia sombra que los hielos comunicaban aquellas regiones, un ambiente placentero en pos
de un fro irresistible, todo, en fin, pareca ser como el preludio de una poca de bienandanza.
La triste realidad vino destruir m u y pronto tan bellas ilusiones.
No bien Rodolfo acababa de recibir la consagracin, cuando en el mismo templo tuvo lugar u n incidente que revelaba la excitacin de los nimos.
(1)
Lamb., an 1077.
(2)
Ut liberi
homines.
247
Hubo prisa en manifestar que al elegir Rodolfo no era tanto cuestin personal como de
principios; que de lo que se trataba era de hacer salir triunfante la reforma iniciada por Gregorio VII. Mientras se celebraba la solemnidad de la consagracin del Rey, Sigifredo, por
orden de Rodolfo, arroj del servicio del altar u n dicono quien se acusaba de simona.
Este alarde de celo en una circunstancia tan solemne disgust muchos de los asistentes,
entre los que haba algunos culpables del delito por el cual se castigaba al dicono de una
manera tan pblica. Una buena parte del concurso censur tumultuosamente aquel acto con
que se inauguraba el nuevo Rey.
En los regocijos pblicos que siguieron la solemnidad hubo tambin una conflagracin
en que masas de hombres manifestaron sus simpatas por Enrique, se echaron sobre los soldados de Rodolfo que tomaban parte en la fiesta, se apoderaron de las armas que stos haban
dejado en las casas de bebida, y se arrojaron sobre el palacio y la iglesia donde el Rey asista
vsperas, dispuesta la plebe incendiar ambos edificios.
Ejrcito y pueblo vienen las manos, y las fiestas acaban quedando en la va pblica ms
de cien cadveres.
El nuevo Rey, siguiendo una antigua costumbre, se encamina Worms acompaado del
obispo. Los habitantes de la ciudad le cierran las puertas.
En San Gall Rodolfo coloca al frente del monasterio al monje Lutold. Los partidarios de
Enrique, que eran muchos en el monasterio mismo, penetran en el coro, rompen el bculo
abacial y obligan Lutold quitarse sus ornamentos de abad.
Rodolfo escribe al Papa anuncindole su elevacin en que Gregorio no haba consentido.
El Pontfice pas mucho tiempo sin contestarle.
El partido de Enrique iba creciendo notablemente en Alemania; y si ya contaba con a l gunos nobles, prelados y hasta parientes de Rodolfo, crey que poda aceptar tambin hordas
de aventureros venidos de Bohemia que se alistaban su bando slo porque vean en la guerra
un modo de realizar sus instintos de pillaje.
Enrique trabajaba con grande ahinco en hacerse popular. Concedi, especialmente las
ciudades del R h i n , extraordinarios privilegios, otorg particular proteccin los mercaderes,
sosteniendo stos en sus quejas contra los prncipes y los caballeros, lo que le proporcion
muchos partidarios entre la clase media, que se vea imposibilitada de dedicarse al comercio
por las exacciones de los duques que, cerrndoles el paso, les privaban de poder exportar
sus mercancas.
Ocioso es aadir que contaba con todos los elementos que pudiesen salir perjudicados con
las reformas de Gregorio.
Rodolfo no dejaba de contar en sus filas personajes de primera talla, nobles, obispos de
los ms ilustres por su saber y su prestigio, abades, caballeros de la ms alta categora. Altnian de Constanza, Sigifredo, hombre entusiasta, Guillermo de Hirsau, el varn ms ejemplar de su tiempo, Bertoldo, Welf, Burchard de Nebemburgo, y otros muchos hombres famosos estaban ntimamente adheridos la bandera de Rodolfo.
Rodolfo y Enrique se preparan para la lucha.
Enrique, al pisar pas enemigo, siembra su paso la desolacin; las hordas de Bohemia
se distinguen en convertir en desiertos regiones que antes ostentaban una vegetacin e s plndida.
El incendio alumbra en Suabia dilatadas extensiones de territorio; lo que perdona la r a pia lo destruye el fuego.
El ejrcito de Enrique lleva por heraldo el terror.
No faltan eclesisticos que le halagan y le protegen con todos sus recursos.
Imbricon, obispo de Augsburgo, celebra la misa en presencia suya, y le da la comunin
en testimonio de l justicia de su causa. Al terminar la solemnidad cae enfermo. Antes de
concluir el ao bajaba la tumba.
248
249
Enrique se constituye en el monasterio de San Gall. Arroja de l al abad Luthold, estableciendo en su lugar Ubrico.
El ejrcito de Enrique entra en la Baviera. Eran los enemigos del Papa y de la Iglesia;
crean que esto les daba carcter y que les autorizaba para realizar muertes, devastacin de
iglesias, destierro de obispos; en una palabra, las escenas ms deplorables.
La agitacin que reina entre los alemanes se extiende tambin la Italia. Si por una
parte la condesa Matilde trabaja en calmar los nimos, otros muchos se empean en avivar
el fuego de la discordia.
WOLSEY.
En Lombarda especialmente los clrigos simonacos pisotean los cnones pontificios, t e niendo de su parte los seores dispuestos sostener la rebelin.
Quien alienta estos desrdenes de u n modo especial es Guibert, el arzobispo de Rvena,
que ambiciona subir la ctedra pontificia.
Gregorio le invita u n Concilio dicindole:
Os invitamos en virtud de nuestra autoridad para que os encontris en el snodo prximo, en la seguridad de que no tenis que temer nada, ni por vuestra vida, ni por cuanto os
pertenezca, pues estaris al abrigo de toda injuria, al menos por parte de aquellos que nos
estn sumisos. Queremos que sepis que jamas ni el odio, ni la splica, ni el orgullo vergonzoso del siglo podrn determinarnos ser injustos para con vos.
Celebra efectivamente Gregorio un Concilio, que es el cuarto de su pontificado, en el que
ensaya poder venir una tregua entre los dos prncipes que asolan la Alemania. Asisten al
snodo los legados de Enrique; por su parte Rodolfo, aunque Enrique les tena cerrado el paso,
logra tambin hacer que los suyos lleguen Roma.
T. II.
2S0
Los legados de Rodolfo declaran que el Rey su seor se somete por completo al jefe de la
cristiandad y le pide que tenga en cuenta la aflictiva situacin de la Alemania. Los legados
de Enrique, afectando gran respeto al Padre Santo y al Concilio, formulan sus quejas contra
Rodolfo. Pretenden que ste se ha hecho reo de traicin contra su legtimo monarca, al cual
haba jurado fidelidad, y que mereca como usurpador los anatemas de la sede apostlica.
E n la asamblea, aunque en notable minora, hallbanse algunos que simpatizaban por la
causa de Enrique.
Gregorio, procediendo con la correspondiente prudencia, se abstiene de dar un fallo definitivo, pues cree que la cuestin entre alemanes, en ltimo resultado, donde debe resolverse es
en Alemania.
No obstante, dice el P a p a , como esta querella y las perturbaciones del reino vienen
causando la Iglesia males incalculables, juzgamos propsito enviar all legados sabios y
prudentes, quienes convocarn los hombres piadosos de todos los rdenes, fin de establecer, con la gracia de Dios y con su concurso, la paz y la concordia, amparar, con todos los
medios de que dispongan, el partido que tenga de su parte el derecho de la justicia.
E n aquel snodo renovse la excomunin contra Tebaldo de Miln y Guibert de Rvena,
los cuales no comparecieron defenderse despus de ser citados. Tambin se excomulg
Hugo el Blanco, que difunda por Alemania un libelo infamatorio contra el Sumo Pontfice.
Las decisiones del Concilio, lejos de producir u n efecto favorable, agriaron todava ms
las cuestiones pendientes: las dos banderas se destrozaban con ms encono que nunca.
Enrique segua nombrando obispos sin autorizacin del Papa. Coloc su capelln Thietbald en la sede de Constanza, nombr un personaje llamado Engelbert, arzobispo de Trveris, dndole la investidura con la entrega del bculo y del anillo, pesar de las disposiciones pontificias (1).
La mala fe de Enrique llegaba al extremo, de entablar negociaciones de paz cabalmente
cuando preparaba un golpe de mano contra su rival, al que quera sorprender desprevenido,
faltando as cnicamente las leyes de la lealtad.
Cerca de Melrichstadt, en la Franconia, el ejrcito de Enrique se arroja tan de improviso
sobre el de Rodolfo, que ste apenas tiene tiempo de formar sus tropas en batalla. No ha podido animarlas todava para el combate, y ya se oye el choque de las armas y los ayes de los
moribundos.
Rodolfo, con su corazn de hroe, se coloca al frente de sus soldados, los alienta, no con discursos, sino con su ejemplo, y pronto aparecen envueltas dos columnas del'ejrcito enriquista.
Los dos bandos se portan con bravura.
Multitud de nobles caen los pies de Rodolfo; la mortandad es tal, an entre los personajes ms distinguidos que, pesar de los esfuerzos del Prncipe, ya no es posible contener
los combatientes en su retirada. Pero se oye lo lejos el grito de guerra sajnSan Pedro!
San Pedro!
El bando de Rodolfo se reanima con este refuerzo que llegaba en hora tan oportuna. Enbisten contra las tropas de Enrique, entre la que se abren paso en medio de multitud de cadveres.
Circula el rumor de que Enrique ha muerto. La confusin se introduce en las filas de los
enriquistas, los cuales retroceden en desorden.
Enrique, no slo no haba muerto, sino que tuvo an serenidad para tentar un nuevo
ataque.
Era aquello lucha de brbaros. No haba bastante con herir matar; era menester cebarse contra los heridos, descuartizar los muertos, prender fuego los sitios por donde se
pasaba.
(1)
Annal,
251
El triunfo fu de Rodolfo; pero un triunfo desastroso que por las grandes prdidas con que
se compr poda ser funesto como una derrota.
Enrique, al reunir los suyos, recordndoles los montones de cadveres que quedaban
en el campo de Rodolfo, deca los grandes del reino:
La guerra est acabada. La Sajonia ha agotado sus hombres; sino van poblarla nuevos habitantes, m u y pronto aquel pas ser morada de fieras. E n el combate han cado casi
todos los nobles. El pueblo, descontento de sus jefes, espera que vayamos all, para pedirnos,
ola libertad ni la honra, sino tan slo la vida.
Haba en estas frases mucha exageracin; sin embargo era indudable que las prdidas
del ejrcito de Rodolfo haban sido espantosas.
Enrique se interna en la Baviera, mal custodiada por los partidarios de Rodolfo.
Los dominios de Welf y de Bertoldo son asolados con la rapia, el incendio y el asesinato (1). Ms de cien iglesias son saqueadas quemadas,'maltratados los obispos, los abades,
los clrigos de todas las jerarquas, deshonradas las mujeres.
Gregorio escriba Udo de Trveris:
A medida que van complicndose los asuntos, las ansiedades y los cuidados agobian
ms mi alma.
Gregorio pide aquel arzobispo que se informe del estado de las cosas y le diga lo que
hay que hacer para poner fin tantos desastres.
Ve por otra parte los enriquistas apoderarse en Italia de Salerno, y poner cerco Benevento, posesin de la Santa Sede. El cardenal Gerardo, obispo de Ostia, uno de los defensores ms celosos de la causa pontificia ha bajado al sepulcro; la emperatriz Ins acaba de ser
sepultada en Santa Petronila.
Gregorio desahoga la afliccin de su pecho con su amigo el abad de Cluny, quien hace
confidente de sus sentimientos y de sus pesares:
Fatigado por los mltiples asuntos de diversas naciones, le dice, escribo poco quien
quiero tanto. Me siento agobiado por tanta angustia que, aunque la voz celestial nos recuerda
que cada uno recibir el premio segn sus obras, h a y momentos en que la vida se convierte
para m en una carga bastante pesada... Cuando el buen JESS, este piadoso consolador... me
tiende la mano, desaparece mi afliccin y renace en m la alegra; pero cuando me abandona
m mismo, entonces vuelvo hundirme en la turbacin, me siento desfallecer.
No por esto cae Gregorio en la melancola que produce la inercia. Muy lejos de ello, cada
contrariedad es para l nuevo estmulo que pone en juego la prodigiosa actividad de aquel
espritu de tan buen temple. Convoca un nuevo Concilio en que da conocer una vez ms
cuan ardientemente desea, no slo la reforma de la Iglesia, que vena siendo su ideal, sino
tambin la paz del imperio. Sabe que sin sta tampoco es posible aqulla, pues intilmente
tratar de introducir reformas saludables mientras existan partidos poderosos que apoyen
los que se opongan ellas.
Convencido de que la discordia es en Alemania donde debe componerse vuelve proponer
una dieta general; pero con el mismo resultado que las otras veces.
Reitera la excomunin contra Guibert, y escribe los fieles de Rvena, de donde ste era
arzobispo.
El que hoy se llama vuestro obispo, con su ejemplo y sus exacciones ha corrompido y
devastado esa Iglesia, en otro tiempo tan pura y tan rica... Os prohibimos con toda nuestra
autoridad apostlica que le obedezcis como prelado.
Los del bando de Rodolfo hubieran querido que el P a p a , en vez de dejar que la cuestin
se resolviese en Alemania, hubiese declarado solemnemente que no haba ms rey que
Rodolfo. Los sajones en particular murmuraban contra el Sumo Pontfice.
Gregorio contesta escribiendo Welf:
I)
1
Piada,
ferro, et igni
omnia
circumquaque
devastavit.
282
Greg. lipis!.,
(2)
Itegnum
VI, I I .
adeo demnUtus
est disipando
ittjan
regnum
dicinon
valeal.
Berlhold., p. 37,
253
Tratndose de lobos que destrozan el rebao del Seor qu mostrar tanta paciencia y tanta longanimidad ?
El Papa contest con la dignidad y la prudencia tan propia de su carcter y de su posicin.
Los atentados de Enrique prosiguieron en mayor escala que nunca.
Las invitaciones del Papa comparecer una dieta, no slo las desatenda, sino que las reciba con desden y hasta con burla. Haba sonado la hora de obrar.
Renese el Concilio que anunci Gregorio VIL
La asamblea, la que asistan cincuenta arzobispos y obispos y gran nmero de abades,
presentaba esta vez un aspecto de solemnidad que indicaba que iban tomarse graves resoluciones;
Habla uno de los legados de Rodolfo y dice:
Enviados por Rodolfo, el rey nuestro seor, y por los seores de nuestro imperio, elevamos nuestras quejas Dios, san Pedro, Vuestra Santidad y a todo el Concilio por haber
Enrique invadido tirnicamente el reino, asolndolo con la espada, el fuego y toda clase de
devastaciones. Su cruel impiedad le ha incitado arrancar de sus sillas los obispos, ha causado la muerte del venerable Werner, arzobispo de Magdeburgo; el obispo de Worms, Adalberto, gime en la crcel, pesar de las rdenes de la Santa Sede. Muchos millares de hombres
han sido muertos, incendiadas gran nmero de iglesias, las reliquias profanadas robadas.
La dieta que indicasteis para restablecer la justicia y la paz, causa de su oposicin y la de
sus adherentes no ha podido convocarse. Os suplicamos que hagis justicia nosotros y la
Iglesia de Dios contra un prncipe usurpador y sacrilego (1).
El Papa se levanta con majestad y dice:
San Pedro, prncipe de los Apstoles, y vos san Pablo, doctor de las gentes, dignaos, os
suplico, acoger favorablemente mi splica. Por la fe que despus de Dios y la santsima Virgen Mara tengo en vosotros, resisto los malvados y pecadores, y sostengo vuestros fieles
siervos. Los reyes de la tierra, los prncipes del siglo se han conjurado contra el Seor y contra vosotros; han dicho: Rompamos su yugo y sacudmoslo lejos de nosotros. su frente,
Enrique, quien llaman rey, se ha levantado contra vuestra Iglesia, y maquina precipitar
el trono pontifical. Se opone toda propuesta de paz, y rechaza la dieta que haba de terminar guerras tan prolongadas. Ha causado la muerte de una infinidad de cristianos, entregado
las iglesias al saqueo y profanacin de sus soldados, y sembrado en fin la desolacin en todo
el reino teutnico. Por tanto, confiado en la misericordia de Dios y de su santsima Madre la
Virgen Mara, y usando de vuestra autoridad, excomulgo Enrique y todos sus fautores;
y declarando de nuevo haberse hecho indigno de los reinos de Alemania Italia y haber perdido todo derecho al trono, le quito la potencia y dignidad real. Yo prohibo todo cristiano
que le obedezca como rey, y absuelvo del juramento de"fidelidad cuantos se lo hubieran prestado. Que Rodolfo, elegido por soberano por" los alemanes, gobierne y defienda el reino que le
ha sido cometido. Yo otorgo cuantos le sirvieren la absolucin de sus faltas y la bendicin
apostlica. As como Enrique es justamente despojado de la dignidad real en castigo de su
orgullo, de su desobediencia y mala fe, as por el contrario, la potencia y autoridad real son
conferidas Rodolfo, en premio de su humildad, rectitud y sumisin.
Dicen que el Papa envi Rodolfo una corona con esta inscripcin:
Petra dedit Petro, Petrus diadema Rodolfo.
No faltan autores m u y graves que ponen en duda el hecho de la entrega de la corona.
La noticia de la excomunin enfureci Enrique. Vacil primero acerca la conducta que
debera seguir; pero opt por aceptar resueltamente la lucha.
Con la material anda envuelta esta vez una lucha de doctrinas.
Aparecen de nuevo en la liza, de una parte Bonizo, que sostiene con ardor los derechos
(1) Paul B e m . , c. CVI.
2f)4
y prerogativas del Pontfice, y de otra parte Breno, que combate Gregorio y sostiene las pretensiones del poder imperial.
Hasta en la cuestin poltica deslndase perfectamente el carcter de los dos campos ; pues
mientras los adictos al Pontfice defienden la libertad de los pueblos y su intervencin en el
gobierno, los enriquistas proclaman el derecho absoluto de los reyes.
Entre los primeros ocupa un lugar distinguido Mengold, tan entusiasta por Gregorio como
adversario de Enrique. Puede venir un caso en que un monarca como Enrique se declare
decado de su dignidad de rey?
H aqu como resuelve la cuestin:
El dictado de rey no designa en un hombre una naturaleza peculiar, sino el ttulo de un
oficio. El pueblo no. eleva sobre l un hombre para que le tiranice, sino para que le ampare
contra la tirana. Y puesto que Enrique ha empezado tiranizarnos no es cosa clara que
debe proclamarse con razn decado de la dignidad que se le confiri, constando que l fu el
primero en romper el pacto en fuerza del cual fu constituido (1)?
Bruno, enrgico sustentador de la causa pontificia, va todava ms lejos.
Si un hijo de rey no fuese digno del poder, si el pueblo no le quiere, el pueblo tendra
potestad de elegir por rey al que quisiese (2).
Los enriquistas tienen tambin su escuela especial, en la que escritores como Wenricli
sostienen que un papa no puede excomulgar u n rey, Waltram sustenta el derecho hereditario de Enrique (jus hereditarim) al trono de sus padres y de sus abuelos fregnum paiernum et aviium), mientras que el doctor Pedro Craso invoca el Cdigo y las Instituciones de
Justiniano para defender que la soberana temporal y la potestad laica estn al abrigo de toda
intervencin de los pontfices; y las teoras de Mengold y de Bruno, las que califican de
jus cceli, jus ecclesiasticuin, oponen otras las que llaman jus fori, jus sesculare.
Los telogos de Enrique llegan constituir un partido abiertamente cismtico, pretendiendo que slo puede considerarse como legtimo el papa constituido por el emperador
por el rey de Germania, el cual ejerce una autoridad superior la de los pontfices y
goza del derecho de investidura sobre los obispos, derecho que nadie, segn ellos, puede arrebatarle .
Ya no es la sorpresa lo que produce los enriquistas esta segunda excomunin; es una
abierta rebelda.
Acusan Gregorio del crimen de lesa majestad; le tachan de audaz, de rebelde.
E n Bamberg, en una solemnidad religiosa la que asista Enrique, se injuria pblicamente al Papa.
Engelberto, que despus de dos aos de ser elegido obispo de Trveris no haba recibido
an la consagracin , exclama:
Condenar un sucesor legtimo del Apstol sera un crimen; pero respecto este Antecristo, este Hildebrando, es un santo deber.
Hermn de Espira se atreve escribir Gregorio una carta llena de insultos.
E n medio de aquel apasionamiento, de aquella efervescencia, Enrique convoca una asamblea del clero y de la nobleza en Maguncia.
Acumulronse contra Gregorio las acusaciones ms absurdas; se le prodigaron los eptetos ms odiosos; se le llam impostor, hereje, y se excit el enojo de Enrique diciendo:
Un rey, un hijo de un emperador que no sin motivo lleva la espada, que es el protector,
el patricio y el defensor de Roma, no debe tolerar que la Iglesia se vea destrozada de esta
manera, que el ms perverso de los hombres profane, como lo est haciendo, la suprema ma(1) Iiex non est nomen natura sed vocabulum ofpc; eque enim populus ideo eum super se exaltat ut liberam in se exercendn
lyrannidis
concedat, sed ut tyrannide
defendat. Atque cum Ule tyrannidem
ccepit exercere non ne clarum est,
mritoillum
concessa dignitale cadere, quum pactum, pro quo constitutus
est constat illum prius irrupisse, e c . ? M o n g o l d , citado por Floto.cn su
Hist. de Enrique IV, N , p. 289.
(2) Si non esset dignus regis filius vel si nollet cum populus, quem regem facer vellet haberet potesiatem populus. Bruno., c. IX.
253
jestad del nombre real. El anatema sobre quien debe caer es sobre aquel que lo ha lanzado.
Todos estuvieron de acuerdo.
Pero opinaron que era del caso concertarse con los italianos hostiles Gregorio. este fin
se convoca una nueva asamblea en el pequeo obispado de Brixen, sobre una de las eminencias de los Alpes, en las fronteras de Alemania y de Italia, fin de remediar, deca la convocatoria , el rebajamiento del poder real y el desorden de la Iglesia, quitando la piedra de
escndalo que lo produce.
En Brixen se encontraron el cardenal Hugo el Blanco, el hombre que manifestaba su aversin al Pontfice en insolentes libelos, Guibert, el que aspiraba al trono pontificio, el patriarca
Enrique de Aquilea, Thedald, arzobispo de Miln; en una palabra, los ms furibundos adversarios del Papa.
Procedise declarar depuesto Gregorio, consignndose en el acta las siguientes frases:
Es preciso arrojar de la comunin de los fieles al sacerdote que ha sido bastante t e m e rario para privar la augusta majestad real de toda participacin en el gobierno de la Iglesia,
hirindola de anatema... Ha sostenido un rey perjuro y fomentado en todas partes la discordia y los celos...
Reunidos en nmero de veintinueve obispos'hemos resuelto deponer, arrojar, y si insiste
en desobedecer nuestra intimacin, entregar la eterna condenacin Hildebrando, ese
hombre perverso que predica el saqueo de las iglesias y el asesinato, que sostiene el perjurio
y la mortandad, que pone en duda la fe catlica; Hilderando, fautor del hereje Berenguer;
Hildebrando, monje perjuro, posedo del espritu infernal, vil apstata de la fe de nuestros
antepasados.
No se limit esto aquel concilibulo que calumniaba tan torpemente Gregorio. Se hizo
ms; consecuencia de aquellas luchas, ya en muchos dominios haba dos seores la vez.
en muchos monasterios haba dos abades, y en muchas dicesis dos obispos; ePconcilibulo
de Brixen trat de consumar aquel desorden haciendo que en la cristiandad hubiese dos papas.
Enrique manifest que, puesto que se acababa de deponer Gregorio, era preciso que los
prelados alemanes italianos que estaban presentes eligieran un nuevo pontfice. Nadie ms
propsito que el que ya haba sostenido el cisma defendiendo Cadalous contra Alejandro II;
nadie mejor indicado que el tristemente famoso Guibert, varias veces excomulgado por la
Sede Apostlica, aquel hombre de tanta ambicin que, constituyndose en rival de los papas
legtimos, vena siendo el fautor de todas las rebeliones contra la Iglesia.
Guibert, quien se dio el nombre de Clemente I I I , presentse en la asamblea adornado
de los ornamentos pontificios, que tuvo mucha prisa en vestir, prometi bajo juramento coronar emperador Enrique, marchando inmediatamente Italia, seguido de numeroso cortejo
compuesto de sus partidarios.
Enrique escribi los prncipes y seores de diferentes pases el nombramiento del a n t i papa. La noticia fue recibida con frialdad, hasta con disgusto, por los mismos adversarios de
Gregorio.
Clemente, conforme afirma su contemporneo Mengold, no tuvo de su parte sino aquellos obispos clrigos entregados una vida libertina, que se ocupaban solo en cazar en dar
banquetes, que haban comprado sus sillas episcopales, siendo condenados por la Iglesia por
su incontinencia.
Dispuestos defender todo trance la causa de Gregorio estaban el abad de Cluny, el famoso Anselmo, obispo de Luca; Desiderio, el virtuoso abad de Monte Casino, el arzobispo de
Cantorbery, el sabio Lanfranc; es decir, lo que ms brillaba por el saber y por la santidad.
No haba terminado todava el concilibulo de"Brixen, y ya do quier que se hallasen los
adictos de Enrique con los de Rodolfo se entablaban luchas sangrientas.
Los dos reyes concentran todos sus elementos para un combate que sea decisivo.
Los dos ejrcitos, vidos de venir las manos, se avistan cerca del Elster. Les separa el
256
pantano de Grona. All tiene lugar un choque terrible; uno y otro ejrcito se empea en ganar
la orilla opuesta, venciendo todos los obstculos, y mientras unos prorumpen en insultos
sus contrarios, los sajones, siguiendo la indicacin de sus obispos, entonan el salmo 82.
Enrique embiste por la parte de Mtelsen y comienza una matanza horrorosa.
Rodolfo es herido, lo que hace que los sajones empiecen ceder. Los de Enrique creen
que ya la victoria es suya, y los obispos enriquistas comienzan entonar el Te Deum, cuando
de repente se oye el grito de: Slvese el que pueda!
Acababa de llegarles los sajones un gran refuerzo capitaneado por el valiente Othon de
Nordheim.
Los sajones persiguen las tropas de Enrique en su fuga. Vuelven con u n rico btin arrebatado los vencidos en que hay lujosas vajillas de oro y de plata, gran cantidad de moneda,
preciosos caballos. Resonaban en el campo de Rodolfo los himnos de triunfo. Pero fueron sorprendidos por una noticia que aterr los vencedores. Rodolfo estaba mortalmente herido.
Al atravesar un arroyo, Godofredo de Bouillon, que andaba en su busca, despus de un golpe
terrible en la mano, le hundi en el bajo vientre la lanza del estandarte imperial.
Rodean al moribundo multitud de prelados.
Cuntase que al ensearle su mano ensangrentada, dijo:
E s la misma mano que levant para jurar fidelidad al rey Enrique.
Despus de administrarle la Uncin, Rodolfo pregunta:
quin pertenece la victoria?
vos, seor, vos," le contestan.
Rodolfo, tendindose tranquilo en su lecho, exclama:
Entonces acepto con jbilo la suerte que Dios me destina. Ya no me aflige la muerte,
pues la recibo en medio de un triunfo (15 octubre de 1080).
Hicirorise como sufragio del heroico rey, por parte de los nobles, ricos presentes las
iglesias y los monasterios y abundantes limosnas los necesitados.
Rodolfo era querido de todos por su bondad natural, por su afable carcter y por su bravura. Los catlicos le consideraron como el defensor de la Iglesia; los sajones le llamaban
padre de la patria (pater
patria).
Enrique, conociendo el valor, el herosmo de los sajones, no ocultndosele la aversin que
le profesaban, les mand mensajeros invitndoles que, puesto que haban de tener rey, eligieran su hijo.
Othon de Nordheim, el primer hombre de la Sajonia, contest:
H e visto con frecuencia que de un mal toro sale un mal becerro. No quiero ni al padre
ni al hijo.
LX.
257
ques, vctimas de la miseria, muchos de sus soldados que haban podido escapar con vida
despus de la batalla de Elster, perseguidos por los paisanos de la Sajonia y la Turingia. Los
pueblos sometidos Enrique decan que fuera preferible para ellos que la tierra los tragase
que volver marchar contra los sajones.
No se le ocultaba Enrique que la muerte de Rodolfo era para sus adversarios u n desastre del que con dificultad acertaran reponerse; desentendindose, pues, de Alemania, se
fij principalmente en Roma.
La situacin de la Italia era deplorable. E n Luca mismo, donde los adictos Gregorio podan contar con apoyos tan fuertes como la heroica Matilde y el sabio y virtuoso Anselmo,
se haca fuerte oposicin aceptar los decretos del Papa. El propio Anselmo tuvo que sufrir
all rudsima persecucin causa de la entereza de su carcter y de su decisin en favor de
la causa pontificia; y ms de una vez.se necesit todo el valor y habilidad de Matilde para
desbaratar conjuraciones con las que se trataba de sumir aquel pas en los horrores de la
anarqua.
La nueva d la muerte de Rodolfo alent los enriquistas de Italia; el papa Gregorio era
injuriado en pblico; el anatema contra el Rey se haca objeto de mofa; muchos pueblos explotados por los agentes de Guibert y de Hugo el Blanco aguardaban la venida del Rey para
lanzarse la lucha.
Muy pronto la Lombarda se levant en armas, siendo objeto privilegiado de sus hostilidades los dominios de Matilde.
Ya los enriquistas, mandados por el hijo del Rey, haban ahuyentado las tropas de Matilde que cerraban el paso al ejrcito alemn.
Gregorio no se impresiona por esto. Su calma proverbial, en medio de las ms rudas borrascas, no se turba ni por un instante. Convencido de la justicia de su causa, espera tranquilo
la marcha de los acontecimientos.
Lejos de sentirse amilanado, es l quien alienta cuantos le rodean; les hace entrever
para lo porvenir das mejores, y les consuela de los conflictos de la poca, recordando los de
las pocas anteriores.
Que la esperanza de cada uno de nosotros, deca, sea fuerte, inquebrantable; la mano
omnipotente del que ensalza los humildes tiene poder de sobras para abatir el orgullo de los
soberbios (1).
En medio de tantos desastres Gregorio era el primero en recomendar que se acatasen los
designios de la Providencia divina.
Si la Iglesia, deca, sufre hoy el embate de rudas tempestades, si viene experimentando el furor de una persecucin tirnica, debemos persuadirnos de que esto no sucede sino
por nuestros pecados. Es todas luces indudable que son justos todos los juicios de Dios (2).
Hzose presente Gregorio por parte de confidentes suyos que su situacin era algo crtica
y que quizas fuese til pensar en transacciones. Gregorio era de estas almas de buen temple
que no se aterran ante los mayores peligros.
Toda la arrogancia del Rey, contest, no me hace mella. Aun en el supuesto de que
lleguen faltarme todos los recursos, espero tranquilo su llegada.
Enrique, acompaado de numeroso ejrcito, penetra en Italia. Do quiera que halle resistencia l la castiga sembrando la desolacin.
Gregorio celebra su Concilio ordinario, renovando la excomunin contra Enrique y sus
adherentes.
.
La serenidad del Pontfice se ve en la carta que escribi al obispo de Metz, en la que
le deca:
-
(1) Epist., V I I I , 9.
(2) Quod dudum snela Eccesi<s luctuiim pracellariimque
PoiUiir, non nisi peccatis nostris exigentibus
evenire credendum
T.
ii.
mole concxititur,
est. Dfamjudicia
rabiem
258
La gracia y la clemencia divina no permitirn que sus elegidos se pierdan, ni que sean
abatidos y aplastados por completo. Despus de probarles con la persecucin, les vuelve ms
fuertes por medio de la desgracia; porque de la misma manera que la fuga de un cobarde aumenta el terror de los cobardes como l, la resistencia de un alma fuerte inflama el ardor de
los valerosos. Aquel que en la lucha por la fe de CRISTO se preste ocupar la primera fila entre los combatientes merecer tambin el ser ms digno los ojos de Dios, arbitro de la victoria (1).
Llegado Enrique Italia se hace coronar solemnemente en Miln, donde recibe el juramento de fidelidad de los jefes lombardos, y presta l su vez otro prometiendo en adelante
no practicar la simona.
Toma luego su papa Clemente, y el 20 de mayo de 1 0 8 1 , vigilia de Pentecosts, llega
junto los muros de Roma.
E n Roma estaba el nudo de la cuestin. Si Gregorio consenta en coronarle emperador,
Enrique se hubiera desentendido de Guibert, y ya tena alcanzado su triunfo.
Crea Enrique sorprender Roma con su rpida marcha, y hasta lleg figurarse que se
le hiciese all un recibimiento imperial.
Conforme escribe un contemporneo, en vez de una procesin de sacerdotes encontr
las puertas de Roma batallones de soldados, se le recibi con lanzas en vez de recibirle con
ilumanaciones, y en lugar de vtores no escuch ms que el eco de anatemas.
El pueblo romano se hallaba todo en las murallas dispuesto resistir morir por su
amado Pontfice.
Enrique dirige los romanos una alocucin protestando contra la acusacin que se le dirige de querer atentar contra su repblica, diciendo que lo que se propone es restablecer la
paz y la concordia entre el sacerdocio y el imperio.
Roma se manifiesta contraria al R e y ; slo unos varones de Tsculum se presentaron en el
campamento jurarle adhesin y fidelidad.
Enrique, la vista de los romanos, sali de una tienda levantada en forma de capilla con
la corona en la frente en medio de los cantos del Veni Crcator, y se fu otra tienda oir la
misa, nombr un senado, un prefecto de centuriones y se volvi la Toscana.
Las tropas quedaron acampadas en las praderas de Nern, frente la fortaleza de San
Pedro.
Los romanos hacan continuas salidas que costaban los alemanes numerosas prdidas.
Los de Enrique probaron varias veces tomar la ciudad por asalto; pero estaba perfectamente defendida por lo romanos, que respondan con grandes carcajadas los intiles esfuerzos de los enriquistas.
E n t r e t a n t o el partido de Enrique arrojaba Anselmo de su sede episcopal, colocando en
su lugar un dicono que se llamaba Pedro, celoso partidario del Rey. Matilde vise despojada de sus derechos.
Gregorio, sin que tantas perturbaciones le hicieran perder de vista su ideal, escribi al
obispo de Metz:
De nada sirve el querer sustraerse al poder concedido san Pedro para procurarse una
desdichada libertad; porque el que ms quiere sustraerse ms se prepara una condenacin
terrible para el da del juicio... Si san Gregorio, aquel doctor lleno de dulzura, decret que
se deba, no slo deponer, sino anatematizar los reyes que violasen los privilegios otorgados
un hospicio, quin se atrever censurarnos por haber pronunciado el mismo castigo contra Enrique, el despreciador de las sentencias de la Santa Sede, el opresor de su Madre la Iglesia, el espoliador impo d las iglesias del reino?... Los buenos cristianos, de cualquier clase
que sean, merecen mejor el nombre de prncipes que los malos reyes... Ved lo que vienen siendo
los reyes; encontraris pocos que se distingan por su piedad sus virtudes. Alguno de ellos
(i)
JS/J/., vur,
ai.
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ha sido ilustre por el don de milagros como lo fueron un san Martin, un san Antonio, un san
Benito?... E n cambio la Sede de Roma no cuenta por ventura, desde san Pedro, ms de
cien obispos en el nmero de los santos?
Tal era el lenguaje de Gregorio, y esto cuando Enrique estaba en las puertas de Roma;
cuando, no slo la Italia, sino una gran parte de Europa, se declaraba contra l.
Todo se resenta de aquel triste estado de cosas. La anarqua material, como sucede casi
siempre, tuvo que producir la anarqua moral; con el choque de las armas mezclbase el
choque de las pasiones ms aviesas.
Nada tiene de particular que personajes de mucho valer buscasen en la soledad de los
clautros como-un puerto que les salvara de las sacudidas de aquel mar tempestuoso.
Bertoldo, sacerdote de Constanza, tan ilustre por su saber como por sus prendas y su
prestigio personal, dejaba el explendor de una posicin brillante para ir llamar las puertas del monasterio de San Blas, donde el antiguo hombre de Estado se converta en oscuro
anacoreta, descansando de su meditacin con la redaccin de la crnica que nos narra m i n u ciosamente los sucesos de su tiempo.
Hermn, conde de Zahrigen, hijo de Bertoldo I , una de las primeras celebridades de su
poca por su cuna, por su rico matrimonio y por sus cualidades, huye del mundo, y se
cubre con el traje de peregrino para ir pedir que se le acepte en el monasterio de Cluny.
Aquel personaje, lleno de ttulos, se dedic all guardar ganados, sin que nadie supiese
ms de l.
Nunca los desengaados de las miserias humanas haban acudido en tan gran nmero
refugiarse en la soledad.
Hubo necesidad de ensanchar las casas religiosas. La de Hirsan contaba ms de ciento
cincuenta individuos.
Hombres que haban vivida en el libertinaje apresurbanse fundar dotar nuevas
iglesias; padres que haban perdido sus hijos en las batallas consagraban sus propiedades al
servicio de Dios, mientra^ otros levantaban de sus ruinas los templos cados, como reparacin
pblica de los sacrilegos atentados que se cometan durante la guerra.
Ms de un ao vena transcurrido desde que Enrique puso cerco Roma, y la ciudad,
defendida por los adictos Gregorio, continuaba sostenindose.
Enrique concibe un plan satnico con el que manifest una vez ms cuan dispuesto estaba obtener su fin sin atender los medios.
Valise de gente suya para pegar fuego al Vaticano. Mientras el incendio se comunicaba
las casas vecinas, Enrique cree poder apoderarse de aquellos momentos de confusin para forzar
las puertas de la capital.. No logr su objeto. El Papa en persona dirige las operaciones para
apagar el incendio, mientras que los romanos corren las murallas defender la ciudad.
Enrique, furioso, va saciar su ira echndose sobre las tropas de la princesa Matilde, y
deja encargado su papa Guibert que vigile los alrededores de Roma, para que no puedan
proveerse de vveres y tengan que rendirse por hambre.
Al lado de Matilde continuaba estando el virtuoso Anselmo. Se. trabaj para alejarle de
la princesa y ganarle al partido de Guibert. Anselmo rechaz indignado semejantes proposiciones. '
No, no, contestaba; yo seguir consagrando mis das y mis noches conservar esta m u jer para mi Dios y para la santa Iglesia, mi Madre, que la ha puesto bajo mi proteccin; yo
espero ganarme de esta suerte u n gran salario delante de Dios, por haber amparado una mujer
que no disipa sus riquezas, pronta siempre dar, no slo todos sus bienes terrenos en defensa
de la justicia, sino hasta su propia sangre para vuestra confusin y gloria de la Iglesia.
Mientras esto deca Anselmo, Matilde, que haba agotado los recursos de sus Estados en
la guerra contra E n r i q u e , mandaba Gregorio setecientas libras de plata y nueve de oro,
productos de los vasos de su propia capilla.
260
Guibert deja su bculo para convertirse en jefe de una partida ocupada en causar los
romanos todos los perjuicios imaginables, destruyndoles las cosechas, apoderndose de sus
propiedades.
Enrique se entretiene en encarcelar todos los obispos que se resistan secundar sus
planes, tales como Bonizon de Sutri, varn eminente por su saber y su piedad; Othon, obispo
de Ostia, que subi ms tarde la sede pontificia con el nombre de Urbano I I , y otros.
La crisis iba dilatndose de tal modo que el primitivo ardor de los romanos empezaba
debilitarse.
Al snodo del ao 1083 no pudieron asistir sino muy pocos presbteros. Estaban cortadas
las comunicaciones con la ciudad eterna.
Gregorio se vea imposibilitado de dirigir sus cartas la cristiandad, y las pocas que podan salir de Roma tenan que ir sin el acostumbrado sello de plomo, fin de evitar que los
enriquistas las interceptasen.
o obstante, pudo mandar una Letra todos los fieles de la cristiandad en que se lea:
Sabed, hermanos hijos mos, que deseamos vivamente y prescribimos con toda la autoridad apostlica el que se rena un Concilio universal en un punto al que puedan constituirse con toda seguridad as nuestros amigos como nuestros enemigos. Queremos que se haga
la luz en medio de tantas tinieblas y se vea quin es el autor de los funestos males que desde
tanto tiempo afligen la religin cristiana; queremos proclamar de parte de quin est la impiedad y el orgullo que se oponen la paz y la concordia entre el imperio y el sacerdocio,
y restablecer, en fin, con el auxilio de Dios, en este Concilio, una paz tal como la piedad lo desea y lo demanda. Estamos dispuestos suscribir todo lo que sea justo, segn los derechos
de san Pedro y los decretos de los Padres, refutar lo que se ha reprochado la Sede Apostlica, desvanecer las murmuraciones secretas de algunos de nuestros hermanos, evidenciar
nuestra inocencia, siempre que se.restituya la Iglesia romana aquello de que ha sido desposeda. Debemos desde luego prevenirosDios es testigo de elloque no fu por orden nuestra, ni siquiera por nuestro consejo, el que Rodolfo, elegido rey por los alemanes, tomara el
gobierno del imperio... Si el rey Enrique hubiese guardado respeto nosotros, es decir, respeto san Pedro, la obediencia que prometi, lo digo con sinceridad, sus desgracias, sus homicidios, sus perjurios, sus sacrilegios, sus traiciones , su hertica y funesta simona, nada de
esto habra sucedido. Esforzaos, pues, en contribuir que se rena un snodo tal como nosotros lo indicamos, todos aquellos que os sents impresionados por tantas calamidades, y que
movidos por el temor de Dios, queris la paz y la concordia, fin de que la cabeza y todo el
cuerpo de la Iglesia santa, combatida hoy por los ataques de la impiedad, encuentren un descanso y se vean fortalecidos con la unin de todos los creyentes. Slo una cosa deseamos, y
es que los impos se reconozcan y vuelvan su Criador; slo queremos que la Iglesia, opri-"
mida y perturbada en toda la extensin del globo, vuelva aparecer con su explendory su solidez; no nos anima otro fin sino que Dios sea glorificado en todos, y que nosotros, y con
nosotros todos nuestros hermanos, inclusos' los que nos persiguen, merezcamos todos llegar
la vida eterna.
E n la primavera de 1083 Enrique con gran nmero de los suyos se constituy otra vez
en el campamento para estrechar Roma, cerrndola completamente con un sitio en regla.
Algunos ricos huyen de la ciudad; ms no la abandonaron ni los religiosos, ni el pueblo,
dispuesto todava defender su Pontfice.
Los sitiados hacen una salida en la que por sorpresa llegan hasta la tienda del Rey. Esto
excit el ardor de los alemanes. Toman precipitadamente las armas, arremeten contra los que
haban traspasado los muros de la ciudad, hacen en ellos espantosa carnicera y logran apoderarse de las puertas de la ciudad leonina. Penetran furiosos en esta parte de la poblacin;
los romanos se fortifican en los prticos de San Pedro, de donde se les desaloja muriendo muchos sepultados en los escombros que all amontonan las mquinas de guerra.
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Los enriquistas creen que Gregorio v a caer en su poder; pero el Papa se haba refugiado tras las fuertes murallas del castillo de San Angelo.
En la tarde del 3 de junio de 1083, Enrique tomaba posesin de lo que se llamaba Borgo,
la ciudad leonina, sobre la orilla derecha del Tber.
Roma no estaba todava en poder de E n r i q u e , pues an le quedaba Gregorio el fuerte
de San Angelo, la ciudad situada la izquierda del Tber y hasta puntos importantes en la,
orilla derecha, desde los que poda comunicarse fcilmente con el resto de la poblacin.
Mucho era ya para Enrique poder fechar sus decretos en el Vaticano.
El 6 de junio entroniz al antipapa Clemente en San Pedro, donde se celebr una parodia de Concilio, en la que ste recomend los clrigos que viviesen en la castidad, conforme
ordenaban los cnones, y levant los anatemas lanzados contra Enrique.
El Rey se ganaba partidarios en Roma mismo, ya corrompiendo con dinero unos, ya
haciendo otros tentadoras promesas, ya tambin porque muchos anhelaban que se pusiese
fin aquella situacin angustiosa.
Una comisin de romanos se dirigi Gregorio exponindole los males y los peligros de
aquel estado de cosas y rogndole que aceptase una transaccin.
Gregorio respondi:
He tenido ocasin de sobras para convencerme de la astucia y la perfidia de Enrique;
sin embargo, estoy dispuesto perdonarle y darle la corona imperial si l consiente en dar
Dios y la Iglesia una satisfaccin proporcionada la enormidad de sus crmenes. Si no
hace esto, me es imposible atender vuestras splicas.
Enrique rechaz semejante proposicin.
Los romanos insistieron cerca del Pontfice fin de que modificara sus condiciones. G r e gorio se mostr inflexible, recordando que ante todo era Papa^y que deba cumplir como tal,
costase lo que costase.
Muchos romanos empezaron manifestarse disgustados de Gregorio, quien acusaban slo
por el hecho de no querer faltar sus deberes de Pontfice.
Vino el verano. Fu tan riguroso, que dice el analista sajn que multitud de peces moran
en los ros, gran nmero de viejos y nios estaban atacados de disentera.
El rigor de aquel esto en aquellas llanuras mal sanas haban, de experimentarlo de u n
modo particular los sitiadores mal cobijados y ms expuestos las enfermedades propias de
una regin que no era la suya.
De cuatrocientos que guarnecan el monte Palatino no quedaron ms que treinta, los
cuales creyeron del caso abandonar el fuerte, porque se crean iucapaces de resistir un
ataque.
Pareca haberse hallado la frmula de un arreglo con la reunin de un Concilio para fines
de 1083, comprometindose Enrique no impedir los que fueren l y comprometindose
algunos seores romanos por medio de una clusula secreta que dentro de un tiempo determinado Enrique fuese coronado, caso que Gregorio viviese todava no hubiese huido de
Roma (1).
Enrique cumpli de la manera como acostumbraba hacerlo. Cerr-el paso los prncipes alemanes y los obispos que se dirigan al Concilio. Muchos clrigos y monjes fueron
maltratados; Hugo de Die, obispo de L y o n , que tanto trabaj para que triunfase la reforma
en Francia; Anselmo de L u c a , Reinaldo de Como y muchos otros prelados y abades fueron
reducidos prisin (2).
A pesar de todo, el Concilio se abri. Fueron en pequeo nmero los asistentes; pues cerrado el paso los alemanes y muchos prelados de Italia, slo pudieron comparecer algunos
obispos de la Francia y de la Campania.
O
O
Si vivas estvelsi
forte de liorna non fugerit.
Bcit, Const,, an. 1083,
CUron. de Hugo
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Vieterlia
in yenilus
el lacrymas
cotnpulit.
203
os y sarracenos que entraron la ciudad sangre y fuego. Todas las casas alrededor de L e tran y del Coliseo fueron incendiadas, degollados los habitantes, violadas las damas de la ms
ilustre nobleza y condusidas despus en esclavitud con sus hijos, atadas las manos las espaldas.
Desde San Juan de Letran al Vaticano la ciudad no era ms que una inmensa ruina.
Gregorio, acompaado de Guiscard, sali de Roma llorando sobre tantas catstrofes, y se
encamin hacia Salerno.
All una noticia no menos funesta acab de desgarrar su lacerado corazn. El antipapa
Guibert haba penetrado nuevamente en Roma, siendo recibido por sus habitantes.
Gregorio, lejos de Roma, lleno de pesares, se consagra la contemplacin de las cosas divinas.
Tantas calamidades no podan menos que influir en su salud ya bastante debilitada.
En enero de 1085 empez sentirse muy decado.
En el mes de mayo tuvo que permanecer en la cama, de donde ya no se volvi levantar.
Llam los cardenales y obispos que le permanecan fieles. Estos se constituyeron en rededor de su lecho.
Hermanos mos m u y queridos, les deca, yo cuento mis trabajos por m u y poca cosa;
pero lo q u e m e da confianza es que siempre he amado la justicia y aborrecido la iniquidad.
Los que le rodeaban manifestaron el desconsuelo, el desamparo en que iban encontrarse
despus de su muerte.
Gregorio les anim, y levantando la mano para sealar el cielo, les dijo:
Yo subir all arriba y os encomendar con instancia al Dios soberanamente bueno.
Al acercarse la hora de su muerte, presintiendo ya l su prximo fin, volvi pronunciar esta frase que fu la ltima:
He amado la justicia y aborrecido la iniquidad; por esto muero en el destierro.
No, santsimo Padre, le contest un obispo; vos no podis morir en el destierro, porque
la voluntad de Dios os otorg los' pueblos en herencia y los lmites de la tierra por fronteras
de vuestra jurisdiccin.
Gregorio ya no oy estas palabras. Se pronunciaron sobre su cadver.
Falleci el 25 de mayo.
Despus de su muerte se le ha injuriado; pero la grandiosidad de aquella figura se levanta
majestuosa al travs de los siglos sin que logre oscurecer siquiera su majestad la nube de calumnias con que se ha tratado de envolverle.
El ilustre crtico Voigt, el que ha estudiado con mayor detencin la vida de tan eminente
hombre, le juzga en estos trminos:
Cuando un hombre se muestra grande, noble, elevado en el seno de la prosperidad, el
mundo le honra, le venera, le admira, y si su estrella brilla durante toda su carrera hasta
el momento de su muerte, su nombre es transmitido la posteridad.
Sin embargo, aun cuando no termine su obra, aun cuando la muerte le sorprenda en
medio de sus trabajos, consideramos su carrera como consumada, supliendo nuestra imaginacin cuanto le quedaba por hacer; mas cuando u n hombre lanzado en medio del tumulto
y del desorden, expuesto las vicisitudes de la buena y de la adversa fortuna, resiste con
firmeza, y fuerte con su conciencia, animado por su fe y sus convicciones, permanece tranquo indiferente, sufre con resignacin, apoyndose en el ncora que Dios ha colocado en
su corazn en el mismo momento en que se subleva contra l el universo entero, semejante
hombre es la maravilla de su siglo.
Luego Voigt aade:
Los mismos que se ensaan contra Gregorio se ven obligados reconocer que la idea
dominante del Pontfice (la independencia de la Iglesia) era indispensable para la propagacin
de la Religin y para la reforma de la sociedad, para lo cual era preciso romper los lazos que
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haban encadenado la Iglesia al Estado, con gran detrimento de la Religin. La Iglesia deba
ser un conjunto, un todo, una en s misma y por s misma, una institucin divina, cuya influencia , saludable para todos los hombres, no fuese contrarestada por principio alguno terreno. La Iglesia es la sociedad de Dios, cuyos bienes y privilegios no puede atribuirse mortal
alguno, cuya jurisdiccin no puede, sin crimen, usurpar prncipe alguno; pues as como hay
un solo Dios y una sola fe, no hay ms que una Iglesia y un jefe. E n las epstolas de Gregorio rebosa constantemente esta idea, y abrigando la conviccin ntima de que era llamado
para realizarla, trabaj en ello con todas sus fuerzas, .
Acaso podr reprochrsele el haber alimentado tan grande pensamiento? Se atacar
por ventura la idea como extraa y exagerada? N o ; ambos asertos seran tan injustos como
insensatos.
El genio del despotismo haba muerto con los imperios asiticos; las turbulentas repblicas de Roma y de Atenas haban desaparecido; todo alrededor de Gregorio tenda la monarqua , todo se amoldaba en este sentido; cada uno procuraba ser algo para s fin de serlo
para el todo; los duques rodeaban los emperadores, los prncipes los duques, y los vasallos y feudatarios se agrupaban cerca de sus respectivos seores. Por qu, pues, la Iglesia,
esencialmente monrquica, no habra trabajado en igual sentido? Por qu acusar los papas
por haber tenido el espritu ele su poca, y seguido el impulso general?
El conde de Maistre, ocupndose del carcter de la gran reforma de Gregorio hasta con
relacin al poder poltico, la presenta como una barrera opuesta al despotismo, y dice:
Entre todos los pontfices llamados tan grande obra, lzase majestuosamente la figura
de Gregorio VIL
Gregorio no confiaba demasiado en s mismo, cuando atribuyndose con la ntima persuasin de su fuerza la misin de instituir la soberana europea, joven an en aquella poca
y en el ardor de las pasiones, escriba estas notables palabras: Cuidamos con el auxilio divino de dar los emperadores, reyes y dems soberanos las armas espirituales que necesitan
para calmar en ellos las furiosas tempestades del orgullo.'
Es decir, les ense que un rey no es un tirano.Y quin se lo habra dicho sino l?
Maimbourg se queja amargamente de que el carcter imperioso inflexible de Gregorio VII no le permitiese unir su celo la sublime moderacin de sus cinco antecesores.
Por desgracia, la sublime moderacin de aquellos pontfices nada corrigi, y no hubo
quien no se burlase de ellos; la violencia jamas fu refrenada por la moderacin, y las potencias jamas se neutralizan sino por esfuerzos contrarios. Los emperadores se dejaron arrastrar
contra los papas excesos que se pasan siempre en silencio, y se abultan actos algo exagerados presentndolos como delitos; sin embargo, esta es la suerte comn las cosas humanas ; nunca se ha formado constitucin alguna, nunca ha tenido lugar una amalgama poltica
sin que se hayan mezclado distintos elementos que, chocando en un principio entre s, han
acabado por penetrarse y equilibrarse.
...En una palabra, la Iglesia, humanamente hablando, se hallaba en la agona; no tena
ya forma, ni disciplina, y en breve hubiera perdido hasta su nombre, sin ha intervencin extraordinaria de los papas que, sustituyndose autoridades extraviadas corrompidas, gobernaron de un modo ms inmediato para restablecer el orden.
Un historiador moderno, M. Julio Zeller, que no deja de participar de muchas de las preocupaciones que dominan entre los crticos racionalistas respecto la persona de Gregorio VII,
al ocuparse de su misin y de su influencia, dice en su Historia de Alemania:
Hay un elogio que tienen que conceder espontneamente todos los escritores imparciales ilustrados este hombre notable la vez por la elevacin de su inteligencia y la fuerza
de su carcter, y es el de haber sacudido y despertado de una manera poderosa la vida del
espritu en una poca grosera y en una sociedad materializada que haba llegado casi ahogar la enseanza cristiana. partir de aquel momento, en efecto, la Iglesia y la sociedad
2GJ
cristiana parecen animadas como de n n nuevo soplo que lia de producir muy pronto la caballera y las cruzadas... As es con razn que un escritor alemn que no puede tacharse de
sospechoso, ha podido decir: En el caos todava en fermentacin de aquella poca, esta empresa extraordinaria comunica la vida cristiana del Occidente un nuevo empuje, una direccin ms sublime, una inspiracin ms sagrada. El imperio alemn pretendi asegurar la
potestad seglar una omnipotencia universal y una completa sujecin de las almas. Pero despecho de los sucesos exteriores, la victoria moral corresponde con justicia al pensamiento, al
espritu de civilizacin que llenaba entonces el mundo (1).
EKRIQL'K
VIII.
LXI.
Sigue la lucha contra la Iglesia en el reinado de Enrique V.
Parece que Gregorio VII recomend para sucesores suyos al virtuoso Anselmo, director
de la princesa Matilde; Othon, obispo de Ostia, y ,Desiderio, abad de Monte Casino.
Pero Anselmo era ya m u y anciano para poder soportar la pesada carga del pontificado en
pocas tan azarosas; Othon se le tena por hombre de carcter fuerte, y no se le crea el
ms propsito para calmar las pasiones harto sobrescitadas. Pensse en Desiderio, varn de
extraordinaria prudencia, ms amigo de prevenir los conflictos que de provocarlos, de moderacin en su manera de obrar. Por otra parte Desiderio, por su posicin y por sus anteceden(I) Zeller, VEmy.
T.
ii.
(erm.,
cli. X V I I .
:ti
2()6
tes, contaba con medios para ponerse en relaciones con los dos bandos militantes, lo que daba
lugar a la esperanza de una conciliacin, siempre que sta fuese compatible con los derechos
del pontificado. Gozaba ademas de la confianza de los normandos, cosa que era tambin digna
de tenerse en cuenta.
Pero Roma estaba ocupada por el antipapa Guibert. Hacase indispensable que Desiderio
se dispusiera luchar en el momento mismo de ser elevado la Sede pontificia, y si bien
contaba con el apoyo de Jordn de Padua y Conrado, hijo de Guiscard, este Guiscard que se
hubiera constituido para l en eficacsimo protector, descenda al sepulcro poco despus dla
muerte de Gregorio VIL
Desiderio se resiste.
Tal trabajo cost el vencer su repugnancia, que la Sede pontificia qued vacante por espacio de un ao.
Hzose que comprendiera Desiderio que la orfandad de la Iglesia por un perodo de tiempo
tan dilatado comunicaba fuerza al cisma capitaneado por el antipapa.
Desiderio se resolvi por fin dejarse conducir Roma por Guisulf de Benevento el 24 de
mayo de 1086,'fiesta de Pentecosts.
All fu recibido por Censio Frangipani. Pero al ir sentarse en el trono de los papas,
Desiderio vuelve sentirse aterrado por la grandeza de su dignidad.
Los cardenales se arrodillan sus pies pidindole que ceda en bien de la Religin. duras penas se logra ponerle da capa encarnada; pero al revestirle con la blanca, Desiderio se
opone con toda su energa. No obstante, se le aclama con el nombre de Vctor III.
El prefecto de la ciudad, que era enriquista, se opone que Vctor sea consagrado en el
Vaticano. Lo que l hace es aprovecharse de la primera coyuntura y meterse en una barquilla en el Tber, ganar por el mar las costas de aples y encaminarse su querido monasterio, donde se despoja de su medio hbito pontificio.
Se le fu buscar de nuevo, obligndosele recibir la cruz y la prpura pontificia el 21 de
marzo de 1087.
Para que Vctor III tomara posesin del Vaticano era menester conquistarlo del poder del
antipapa Guibert, que tuvo que ir mendigar un refugio en la fortaleza del Panten, de
donde no fu posible desalojarle.
Entre otro de los ideales de Gregorio VII debe contarse el de una cruzada.
La situacin de los cristianos iba hacindose en Oriente cada da ms crtica. El emperador de Constantinopla se haba dirigido los cristianos de Occidente; Gregorio lo crea una
buena coyuntura para ganarse la afeccin de la Grecia y lograr la unin de la antigua Iglesia
oriental la Iglesia romana, de la que se haba segregado por medio del cisma.
Guillermo, conde de Borgoa, haba ya ofrecido Alejandro contribuir con todos sus recursos al bien de la Iglesia; Gregorio se dirige l manifestndole que se" le presentaba una
ocasin magnfica de cumplir sus promesas, y excitndole que trabajara para despertar el
celo de los dems prncipes y enviar una expedicin al frica.
E n marzo de 1074 haba dirigido una carta todos los cristianos manifestndoles que
las tropas de los infieles llevaban la devastacin hasta los muros mismos de Constantinopla,
y que muchos miles de cristianos haban sido degollados como carneros. As, pues, de la misma manera que el Salvador del mundo dio la vida por los suyos, los hombres deben sacrificarse por sus hermanos. Conmovidos por las heridas y la sangre de los creyentes, deben volar
su socorro y sostener un imperio que se arruina.
Estas palabras no produjeron por entonces un resultado sensible; el Occidente tena mucho
que hacer en remediar sus propios males para pensar en otros que no le afectaban tan de cerca.
E n enero de 1075 volvi escribir los fieles en el mismo sentido, suplicando todos los
que quisieran defender la fe de CRISTO que se uniesen l para emprender aquella guerra sagrada.
207
Dedcese fcilmente de aqu que Urbano haba de estar identificado en ideas y sentimientos con la persona de Gregorio.
Por su figura fsica era l anttesis de Hildebrando. De talla elevada, de fisonoma arrogante, de voz fuerte; impona con su sola presencia.
Urbano era m u y instruido y tena ademas en su favor una palabra arrebatadora, m u y
propsito para arrastrar en pos de s las muchedumbres.
Urbano era Gregorio VII vuelto aparecer en el trono pontificio. As lo manifest cuando
apenas elevado su dignidad, dirige la Alemania unas letras en que dice:
Confiad en m como confiabais en nuestro bienaventurado padre, el papa Gregorio. Resuelto andar siguiendo sus huellas, rechazo cuanto l rechaz, condeno cuanto l conden, lo
que l am yo lo abrazo, apruebo todos los actos que elle parecieron legtimos y ortodoxos;
fin, pienso como l pensaba y me adhiero lo que l quera.
e n
268
2f)9
270
meto. Yo, Felipe, rey de Francia, no volver sostener ms relaciones criminales con Bertrada. Ofrezco ser fiel mi juramento. As me ayude Dios y estos santos Evangelios de JEa
SUCRISTO.
Bertrada prest el mismo juramento, y la que haba sido mujer adltera, muri siendo religiosa edificante en el monasterio de Fontevrault.
El pensamiento de las cruzadas concebido por el genio de Gregorio VII iniciado por la
solicitud de Vctor III empieza presentarse con toda la grandiosidad de una de las ms
magnficas inspiraciones cristianas en la poca de Urbano II. Lo que Gregorio haba sembrado, pareca que baba de ser este Papa el que empezara recogerlo.
Las cruzadas estaban destinadas un gran resultado.
No hay duda que en aquellas sociedades dominaba cual ninguna la pasin guerrera. Despus de tanto tiempo de afilarse las espadas, despus de tantos aos de luchas intestinas, los
hombres se haban hecho de las agitaciones de la lucha como una segunda naturaleza. Era
menester buscar salida aquella excitacin blica; las cruzadas vinieron ser como la
vlvula que abri paso unas corrientes que, quedar comprimidas en el seno de la Europa
cristiana, hubieran acabado por producir una fuerte explosin.
La solidaridad que exista en los pueblos cristianos era bastante slida para que la voz de
Alejo Comneno, que, colocado al frente de sus legiones orientales, vena ser como el centinela de la civilizacin europea, no llegase ser oda tan pronto como cesase la barahunda
producida en l restante de la Europa por luchas excitadas menudo por miras por pasiones harto miserables. El soberano de Bizancio no haba de reclamar auxilio al Emperador de
Alemania, reducido al papel de guardin de su antipapa en los Altos Pirineos, con la Italia
declarada contra el excomulgado, en guerra contra su propio hijo; no haba de dirigirse
Felipe I de Francia, marcado todava con el. estigma de un escandaloso adulterio; ni poda
acudir tampoco pueblos sin organizacin, como eran muchos de los de Europa.
Exista por fortuna un poder tan vasto que abrazaba la cristiandad toda entera; haba la
Iglesia, esa gran patria de las naciones de la Edad Media: nadie mejor, pues, para consumar
la obra que el pontificado.
Urbano, en el gran snodo de Plasencia, en medio de aquel inmenso concurso lee las cartas recibidas de Alejo Comneno, y luego presenta Pedro el Ermitao, con aquellas austeras
facciones en que se vea marcado el sello de su santidad, vestido de tosco sayal, que vena
de Jerusalen, descalzos los pies y trayendo en sus manos el bordn del peregrino.
Pedro haba visto como en el mismo templo de Salomn se levantaba una mezquita,
el sepulcro del Salvador convertido en caballeriza del emir. Con su mirada de fuego que resaltaba ms en su rostro plido, Pedro pronuncia palabras que impresionan profundamente
la numerossima concurrencia. Concluyse proclamando en nombre de Cristo la necesidad de
correr al socorro de los orientales.
E n este Concilio nadie toma todava las armas; pero Urbano convoc otro que haba de
reunirse en Clermont.
A la fecha sealada Urbano se dirige al lugar de la cita. Su viaje era un triunfo.
Encontrronse congregados en Clermont trece arzobispos, doscientos veinticinco obispos,
noventa abades, todo lo ms notable de la jerarqa eclesistica, especialmente de Francia,
de Espaa y de la Borgoa; multitud de seglares, entre los que se vea al conde de Tolosa,
el seor ms poderoso del Medioda; embajadores de casi todos los prncipes cristianos y numerosa muchedumbre de guerreros.
El elocuente solitario es el primero en tomar la palabra. '
Su inspiracin es tanto ms sublime cuanto que sus acentos salen del fondo de un corazn anegado en el dolor producido por el espectculo de las ms indignas profanaciones.
Pedro habla con la conviccin del testigo y con el ardor del cristiano de las persecuciones que l con sus propios ojos ha visto sufrir los peregrinos.
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dartes y se distinguen inmensas masas de hombres y caballos que avanzan por diferentes caminos para ir reunirse entre las orillas del Bosforo y las murallas de Constantinopla.
No es una nacin, es la Europa, es el catolicismo con sus arzobispos y sus abades, sus
prncipes y sus caballeros.
Respecto sus armas, el sultn de Nicea, reprendido por su fuga, las describa con estas
frases:
Traen lanzas que brillan como astros; sus corazas y escudos despiden reflejos como los de
la aurora en la primavera, el ruido de sus armas es ms espantoso que el del trueno.
El ejrcito de la Cruz lleg las orillas del Jordn; all los peregrinos descubren los h u e sos de sus hermanos asesinados. Resuena el grito de venganza! y van echarse sobre Nicea,
la ciudad de las trescientas setenta torres.
Han logrado apoderarse de la perla del Oriente, Antioqua. Al llegar all los cruzados escriben al Papa:
El nombre de cristiano principi en Antioqua; all estableci en un principio san Pedro
la Sede apostlica. Vos, que sois el sucesor de san Pedro, venid sentaros en su silla.
La peste, el cansancio, el hambre veces, las deserciones, el tener que dejar guarnecidos
los puntos que conquistaban, hizo que, al seguir su ruta hacia Jerusalen, aquel ejrcito no
contara ms que con cincuenta mil hombres. Pero eran los de ms fe y de ms valor, y los
conduca Godofredo de Bouillon.
Al divisar desde un monte las murallas de la ciudad santa, todos se arrodillan y resuena
un grito de entusiasmo:
Jerusalen! Jerusalen!
Aquellos hombres curtidos por el sol de las batallas, aquellos guerreros ilustres regaron
con sus lgrimas la tierra en que el Salvador haba impreso sus sagradas huellas.
Al dirigirse hacia los muros de Sion, el ejrcito se quit el calzado para pisar aquel polvo
que envolva tantos recuerdos, y en vez de cantares de guerra, resonaban all aquellas palabras de Isaas:
Leva in circuitu ocelos tuos et vicie, omnes isti congregaii sunt, venerunt Ubi.
Jerusalen estaba guardada por cuarenta mil egipcios y veinte mil hombres de la poblacin
que haban tomado las armas; por consiguiente,-los sitiados eran ms que los sitiadores, careciendo stos de mquinas de guerra para escalar la ciudad, que tenan ademas que dejar
abierta por dos lados hacia una campia frtil, lo que imposibilitaba el poder tomarla por
hambre.
Los ardores del esto empezaron cabalmente al acamparse la cruzada; el torrente de Cedrn estaba seco, las cisternas del contorno hallbanse cegadas unas, envenenadas otras.
Los que desesperaban del triunfo, extenuados por la sed, acercbanse las murallas de
Jerusalen, impriman ardiente beso en aquellas piedras y exclamaban:
Oh Jerusalen! Que seas t la que recibas nuestro postrer suspiro y que el polvo santo
que te rodea cubra nuestros lruesos.
Llega por fortuna una escuadra genovesa cargada de vveres de todas especies. Con la madera del bosque de los olivos se construyen unas torres ambulantes sobre ruedas ms altas que
las murallas.
El asalto empieza el 14 de julio de 1099.
Godofredo de Bouillon aparece el primero sobre la cumbre de una de las torres- movedizas.
Cada venablo que lanzaba, escriben los cronistas de aquella poca, llevaba la muerte las
filas enemigas.
Venan transcurridos dos das desde que empez el combate.
Los musulmanes, desde lo alto de sus torreones, lanzaban contra los sitiadores una lluvia
no interrumpida de teas incendiarias y ollas de fuego greguisco.
Godofredo, desde la punta de su torre, que se distingua por una gran cruz enarbolada en
T. II.
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la cima, iba sembrando la destruccin en el.campo enemigo. Perdi su escudero, los soldados que le rodeaban; lo que no perdi nunca fu su portentosa intrepidez.
El diluvio de fuego greguisco que descenda de lo alto de los muros, no slo incendiaba
las mquinas de guerra de los cristianos, sino que, pegndose los guerreros vestidos de hierro, abrasaba corazas y broqueles.
Era un viernes. las tres de la tarde, la hora misma en que se consum la Redencin
con la muerte del Salvador, corre el rumor de que Dios viene en ayuda de sus guerreros, que
el obispo Adhamar y otros, muertos en el asalto, se aparecen en la cima de las murallas de
Jerusalen, que se ve proyectarse en los aires la figura de san Jorge en actitud de combatir
en favor de los cruzados.
Era aquello la fe multiplicando el nmero de los combatientes, centuplicando su valor.
La torre de Godofredo avanza primero y se desvanece despus envuelto en una nube de
piedras, de dardos, de fuego greguisco. Pero al fin deja caer su puente levadizo sbrela
muralla.
A la lluvia de fuego greguisco de los hijos de Mahoma responden los cruzados con dardos
incendiarios que inflaman los sacos de paja y bultos de lana que constituyen un grueso parapeto. Un fuerte vendabal arroja las llamas al rostro de los infieles, que huyen aterrados envueltos entre horroroso torbellino de humo y fuego.
Godofredo, con un puado de hroes, persigue los fugitivos y logra introducirse en la
ciudad santa.
Se echa abajo hachazos la puerta de San Esteban, y el ejrcito en masa atruena los aires
repitiendo el grito de guerra que es ya grito de victoria:
Dios lo quiere! Dios lo quiere!
Los cruzados de diferentes naciones, palpitantes de jbilo., al hallarse dentro de Jerusalen , se abrazan llorando.
Godofredo, al poner el pi en la ciudad sagrada, deja ya de matar.
Lo primero que hace el ilustre caudillo es encaminarse descalzo y desarmado, sin ms
compaa que tres criados, arrodillarse ante el sepulcro del Redentor.
Corre entre los combatientes la noticia del acto de piedad que acaba de realizar el de
Bouillon. El ejrcito todo deja sus vestiduras ensangrentadas, y conducido por Pedro el Ermitao, descubiertos todos y entre oraciones mezcladas de sollozos, caminan hacia la Iglesia
de la Resurreccin.
La cruz de CRISTO es paseada en triunfo.
Se alza de nuevo al trono de David y los cruzados proclaman all la monarqua de Godofredo de Bouillon, que jura respetar las leyes del honor y de la justicia. Pero cuando tratan
de ceirle la diadema real, Godofredo se opone:
N o , exclama; nunca llevar corona de oro en una ciudad donde mi Dios llev corona
de espinas.
Godofredo no acepta ms ttulo que el de barn del Santo Sepulcro.
Enrique recibe la noticia de la toma de Jerusalen. La bandera de la Lorena, de aquel pas
vasallo, flota radiante de gloria sobre el sepulcro de CRISTO; Godofredo, uno de sus capitanes, despus de rehusar una corona, es aclamado por el primer hroe de la poca, y l, Enrique I V , el primer rey de la cristiandad, el sucesor de Cario Magno, se halla abatido bajo
el peso de la excomunin, trae en su frente una corona maldecida por el contacto del antipapa Guibert, corona que le abrasa cual si estuviera candente de fuego, se ve rechazado de
todos como un reprobo, arrojado de la Iglesia, de la familia, vctima de las torturas de una
conciencia que le destroza, que le mata, viendo escribirse ya en el porvenir el anatema de la
historia y sintindose condenado vivir sin poder, sin respeto, sin honra, como un testimonio patente del tremendo castigo que Dios hace caer sobre los orgullosos que se sublevan contra l.
.
275
Urbano II muere; pero Enrique ve subir al trono pontificio otro monje de Cluny, otro de
los continuadores de la obra de Gregorio V I I , tan activo como l. Renier es proclamado pontfice en 1 3 de agosto de 1 0 9 9 con el nombre de Pascual II.
El antipapa Guibert, en un rapto de desesperacin, va probar un ltimo esfuerzo, y
trata de disputar la ciudad de Roma al nuevo Pontfice; pero se ve acorralado, teniendo que
retirarse Albano, y muere en el abandono y en el desprecio el 1 1 0 0 en Civitta Castellana.
Dos tentativas se hacen para darle sucesor; pero intilmente. Al cisma para sostenerse le
falta ya la espada de Enrique IV.
El Emperador se hace la ilusin de poder rehabilitarse. De qu manera? Concibe la idea
de ir reforzar la cruzada. As lo escribe en una carta dirigida Hugo, abad de Cluny, en
que confiesa ser l la causa de los males de la cristiandad. E n una asamblea tenida en M a guncia promete llorando al obispo de Wurtzbourg que dejar el reino su hijo Enrique V,
pues Conrado haba muerto ya ( 1 1 0 1 ) , y l se ir expiar sus faltas como cristiano junto al
sepulcro de JESUCRISTO. Nadie quiere partir con el odiado Emperador.
Enrique I V ha hecho coronar por su sucesor su hijo Enrique V , en Maguncia, el
ao 1102,
Con motivo de la eleccin para la vacante del arzobispado de Magdeburgo, en Sajonia, E n rique IV se dirige all para arreglar ciertas dificultades surgidas entre sus partidarios y los
adictos al Papa. Su hijo Enrique V h u y e , se dirige Baviera y desde all levanta su estandarte diciendo:
Yo quiero someterme la autoridad de Pascual II, papa legtimo.
La oposicin alemana se adhiere toda l.
Enrique V da muestras de extraordinaria piedad. Entra en los templos con los pies descalzos, y aprovecha todas las ocasiones para presentarse como m u y devoto.
Arroja de sus sedes los obispos que haban protegido el cisma, y hace que las ocupen
otros que se distingan por su adhesin la Santa Sede.
Excita la reunin de un snodo en Nordhaussen.
.
All se presenta sin su corte, sin acompaamiento de ninguna clase, vestido con modesto
traje y se coloca en una silla de rango inferior.
En presencia de toda la asamblea, derramando lgrimas, protesta que si se ha alejado de
su padre, con todo el pesar de su alma, no ha sido por obedecer miras ambiciosas, sino animado por el deber de restablecer la unidad en la Iglesia, declarando que el da que su padre
se reconcilie con la Santa Sede, l se quitar, su corona y no ser ms que uno de los subditos de Enrique IV.
En las riberas del Regen encuntranse los ejrcitos del padre y del hijo. Algunos de los
jefes empiezan venir las manos. El joven Enrique declara que no quiere obrar como parricida, y manda parlamentarios para evitar la lucha.
Los dos ejrcitos contrarios, teniendo el uno su frente Enrique IV y el otro E n r i que V, vuelven encontrarse junto Coblentz.
Tampoco padre hijo acuden las espadas, sino que se convienen una tregua en la que
Enrique el joven suplica una entrevista Enrique el viejo.
Tuvo all lugar un espectculo conmovedor. Enrique IV se arrodilla los pies de su hijo
}' le pide que, si es criminal, no sea al menos l quien se encargue de su castigo. Enrique V
alza del suelo su padre para arrodillarse l y protestarle sus sentimientos de respeto y obediencia con tal que consienta en reconciliarse con la Santa Sede.
Separronse los dos reyes.
Enrique IV, cayendo en manos de sus enemigos, fu preso en Bingen.
En una dieta que tuvo lugar en Maguncia durante la fiesta de Navidad de 1 1 0 5 , presentse el obispo de Espira anunciando que Enrique IV abdicaba la corona.
276
Poco despus Enrique reapareca en Colonia, pretendiendo reivindicar el poder real que l
deca haber abdicado slo la fuerza. Encuentra todava algunos proslitos.
Iba empezar de nuevo la lucha, cuando Enrique I V cae gravemente enfermo, muriendo
en Lieja el 7 de agosto de 1106.
Muerto sin haberse reconciliado con la Iglesia tuvo que sufrir las consecuencias de la excomunin que pesaba contra l, en virtud de lo cual se le negaron las honras de la sepultura cristiana, permaneciendo su cadver, que fu transportado Espira, por espacio de cinco
aos en un atad de piedra fuera del recinto de la catedral.
La noticia de su muerte fu acogida como seal de libertad para el mundo catlico.
Era celo en favor de los derechos de la Iglesia, era slo ambicin de la corona lo que
arm Enrique V contra su padre? El hecho fu que, apenas muerto ste, Enrique V sigui
una poltica m u y semejante la suya.
Creyendo Pascual II en las buenas disposiciones del joven rey, preparbase un viaje
por la Alemania fin de obtener la pacificacin definitiva del pas. Pero supo que Enrique V reclamaba de nuevo las investiduras. El Papa desisti de su viaje exclamando con
amargura:
Las puertas de la Germania no se han abierto todava.
Decidise*reunir un Concilio, para ver si llegaban terminarse las disidencias entre la
Santa Sede y la monarqua germnica que Enrique trataba de resucitar.
Acordse que el Concilio se reuniese en Francia, pas que se crey ms propsito que
la Italia la Alemania, donde era fcil que volviera aparecer el fuego dlas antiguas pasiones envuelto entre cenizas.
Pascual II se dirige Francia, no sin visitar antes su monasterio de Cluny y caminando
despus de santuario en santuario.
E n Saint-Denis le aguardaban el rey Felipe y el prncipe real, quienes recibieron al Vicario de CRISTO con la mayor solemnidad.
De all Pascual, con lo ms respetable de la nacin francesa, se encamina hacia la Champagne, para aguardar al Emperador. E n vez de llegar ste no lleg nada ms que su embajada, en la que haba Bruno, el obispo de Trveris, y el obispo de Halberstadt, Ruthard, que
acababa de recibir de Enrique V la investidura con el bculo y el anillo.
La embajada alemana presentse con gran ostentacin, y dndose tales aires de superioridad que se hubiera dicho que vena menos para discutir que para imponerse (1). Ocupando
el primer lugar entre los embajadores, iba Welf II, hombre alto, grueso, de maneras arrogantes,,
que haca ir siempre delante de s un escudero llevndole la espada.
Los legados alemanes empezaron por protestar la obediencia del Emperador la Santa
Sede, salvo los derechos de la corona. Qu derechos eran stos?
. El arzobispo de Trveris tom la palabra y expuso las pretensiones de Enrique V.
En tiempo de nuestros antecesores, dijo, varones santos y apostlicos, desde la poca de
Gregorio Magno, se les ha venido reconociendo los emperadores el derecho de confirmar la
eleccin de los pontfices. Si el sujeto elegido es digno de tan alta dignidad recibe del prncipe la investidura de las regalas (2) por el bculo y el anillo. Y en efecto; por slo este ttulo puede el Papa poseer las ciudades, villas, fortalezas, gabelas y dems derechos que
provienen de la dignidad imperial.
El obispo de Plasencia, en nombre del Papa, contest:
La Iglesia, rescatada y libremente constituida por la sangre de JESUCRISTO, no puede ser
reducida servidumbre; sino pudiera elegir un prelado sin consentimiento del Emperador estara servilmente sumisa. Dios no quiere que el Emperador usurpe la investidura- por el bculo y el anillo, smbolos de la autoridad espiritual. El que un presbtero ponga sus manos
(1)
Magis
(2)
ad lerrendun
quam ad
ratiocinandum.
significa los derechos y feudos que como tales procedan del alto dominio del Rey.
277
consagradas por el sacrificio del altar en manos laicas teidas con la sangre de la espada, sera injurioso su orden y su sagrada uncin.
Una contestacin tan razonada y tan digna dio lugar que los legados alemanes promovieran en el Concilio una tempestad. Los embajadores de Enrique se irritaron, manifestando
su ira con palabras insolentes injuriosas.
No es aqu, exclamaron amenazadores; es en Roma donde debe terminarse la contienda; y all se terminar con la punta de la espada.
Volvan, pues, presentarse nuevas y peligrosas complicaciones.
El Papa, animado de espritu conciliador, proyect un arreglo, valindose de hombres
prudentes que lo propusieran al Emperador. Los propsitos de Pascual II se estrellaron contra las pretensiones de los enriquistas, que volvan presentarse con mayor osada que nunca.
Enrique V recorre la Alemania, y despus de cerciorarse de que puede contar con b a s tantes recursos para emprender de nuevo la lucha con el pontificado, rene una dieta en Ratisbona, donde ante numerosa concurrencia anuncia su intencin de ir recoger en la ciudad
de Roma, capital de la cristiandad, la bendicin imperial (imperialem ienecliciionem) de manos
del Pontfice, y asegurar as las regocijadas provincias de Italia el beneficio de las antiguas
leyes y de la antigua justicia bajo la paz fraternal y en la feliz sociedad del imperio germnico.
Ya se comprende que estos propsitos en boca de un hijo de Enrique IV significaban que
l, con la sumisin de la Italia trataba de tener garantida la sumisin del pontificado, que lo
que proyectaba era terminar por s mismo y en su favor la cuestin de las investiduras, h a ciendo constar que slo l, rey y pontfice la vez (rex pariter et sumum pontifex),
corresponda el crear y deponer los prelados.
Enrique aparece efectivamente en Italia fines del ao 1110, seguido de numerosa corte
de duques, de condes, de prelados, de doctores de todas las provincias y de tres mil caballeros perfectamente armados.
La Italia se encontraba en la peor situacin para poder pensar siquiera en la menor resistencia. Reinaba all la divisin ms profunda.
Las poblaciones de la Lombarda eran pequeas repblicas sin organizacin, que no se
ocupaban ms que de intereses materiales y de sacudir el yugo de sus seores.
La princesa Matilde misma haba perdido el vigor de su juventud y no se hallaba ya en
disposicin de ponerse al frente de empresas demasiado arriesgadas.
Tampoco poda contarse con los normandos. Roberto I pensaba en todo menos en sacrificarse por ningn principio; Bohemond resida en el Oriente.
La Sicilia, desde la muerte de Roger, hallbase en la mayor anarqua.
Si Novara, por ejemplo, se resiste pagar los derechos imperiales, Enrique hace en ella
terrible escarmiento. Las dems poblaciones se someten la voluntad de Enrique; en Roncaglia los seores prestan homenaje al nuevo emperador, y Matilde se cree m u y favorecida
porque se le tolera que se mantenga neutral.
En medio de espantosas tempestades atraviesa Enrique Pisa y Florencia. El llegar
Arezzo ve la ciudad profundamente dividida entre los burgueses y los adictos la Iglesia por
ciertas pretensiones referentes un templo. Enrique da su fallo, y viendo que su resolucin
es contrariada, hace arrasar la ciudad (1).
Se prepara para presentarse en Roma. Enrique, siguiendo la maosa poltica de su padre,
simula intenciones pacficas.
Pascual II, no obstante su prodigiosa actividad, su excelente celo, careca de la firmeza
que caracteriz Gregorio VIL Trataba de gobernar conciliando, tena por principio, dice el
historiador Alzog (2), que cuando se quiere levantar un hombre abatido, es menester inclinarse, pero sin perder el equilibrio.
(1) Ad soium usque
(2) lfisl.
prostravil.
Univ. de la Iglesia,
t. II, p. 29.
278
Aquel ilustre Pontfice juzgaba algunas veces los hombres mejores de lo que eran en realidad; dado su carcter eminentemente conciliador, atendido su corazn bondadoso, no es extrao que Enrique V llegara sorprender su buena fe, y que creyera que el Emperador slo
trataba de venir a u n acuerdo con la Iglesia, cuando lo que realmente se propona Enrique
era crear nuevas complicaciones.
No hay duda, conforme hemos hecho notar anteriormente, que la riqueza excesiva de
ciertos beneficios haba contribuido que el crimen de la simona tomara tales proporciones
que los papas se vieron precisados tomar resoluciones m u y enrgicas, dando lugar al propio tiempo que los reyes se empearan en conceder algunas dignidades favoritos suyos,
miembros de su familia, personajes de su corte, sin que se tuviera en cuenta la dignidad
del sagrado ministerio que se pona disposicin de la gente palaciega. Una leyenda de la
poca haca decir por un ngel Othon II:T has envenenado la Iglesia.
Pensse en suprimir las temporalidades regalas que Enrique conceda los prelados,
con la condicin de que el Emperador por su parte renunciara sus pretendidos derechos sobre la investidura; alimentse el proyecto de una separacin .entre lo espiritual y lo temporal.
No se calcul bastante la oposicin que haba de hacer al proyecto una nobleza que
sola destinar alguno de sus hijos al estado eclesistico, al ver que stos quedaban privados
de pinges rentas.
Por otra parte, en aquellos tiempos, dada la constitucin social y las necesidades de la poca,
la potestad espiritual y la temporal estaban perfectamente ligadas l a u n a la otra, y esta separacin, difcil y funesta siempre, en aquellas circunstancias era imposible, pues el poder
seglar, mal constituido y poco respetado, necesitaba que la Iglesia se asociase l para comunicarle el correspondiente prestigio, como la Iglesia haba de reclamar tambin la accin
del poder seglar dados los hbitos de barbarie de muchos pueblos, hbitos que no haba podido desarraigar por completo la civilizacin cristiana.
Si el Papa se manifest inclinado tratar sobre esta base, no se olvide la situacin de la
Italia; tngase en cuenta que Pascual U s e hallaba sin apoyo, que los burgueses estaban dispuestos abrir al Emperador las puertas de Eoma, y que el conflicto de las investiduras iba
revestir una gravedad tal que sera difcil dominarlo.
Desde Florencia Enrique arregl las condiciones del convenio. Eran estas:
El da de su coronacin Enrique renunciar por escrito todas las investiduras de las
iglesias; prestar juramento en manos del Papa y en presencia del clero y del pueblo de atenerse esta renuncia; jurar dejar que las iglesias gocen con plena libertad de sus dominios
propios; confirmar la Santa Sede en la posesin de los patrimonios y feudos que le pertenecen, ejemplo de Cario Magno y dems prncipes sus antecesores. Con estas condiciones
el Papa coronar Enrique V y le reconocer como emperador. Le ayudar mantener su
autoridad en la Germania y prohibir los obispos usurpar las regalas ni atentar en lo sucesivo los derechos del Prncipe.
Era de buena fe que Enrique V se comprometa aceptar tales bases? El mismo declar
despus en un manifiesto que ni l ni los suyos pensaban jamas en cumplir un tratado semej a n t e ; y que despus de aceptado, se apelara al pretexto de decir que el Emperador no lo
cumpla porque la Alemania se negaba ello.
Era un testimonio ms de la perfidia del poder imperial y de que no se haban abandonado las poco honrosas tradiciones de la corte de Enrique IV.
Lo que Enrique V y los suyos en realidad se proponan era promover en la Iglesia una
nueva perturbacin que juzgaban provechosa los fines de la potestad imperial.
El Emperador, aceptadas estas condiciones, se comprometa no atentar jamas contra la
dignidad, contra la libertad, ni contra la vida del Papa.
(I)
Yenennm,
addidisli
Eulerite.
279
Establecidas las bases del convenio en la forma que dejamos consignada, Enrique V lleg
Roma escoltado por un ejrcito de caballeros alemanes, acampando el 11 de febrero en las
praderas de Nern para verificar el da siguiente su entrada en la gran capital.
Notbase en Roma grande ansiedad por los resultados que pudiese producir la permanencia de Enrique V en la capital del mundo cristiano. No era la primera vez que la entrada de
un emperador en aquella Roma, que era la capital honoraria del imperio alemn, y especialmente la ceremonia de una coronacin, haba dado lugar lamentables escenas.
Llega, pues, el da designado.
Desde m u y de maana se nota en la poblacin extraordinario movimiento.
La milicia romana, las corporaciones, los colegios de jueces, las escuelas pontificias con
sus correspondientes banderas, el pueblo con ramos y flores, toda la ciudad, en fin, se dirige
recibir al Monarca.
Enrique V entra rodeado de grande aparato.
Circuido de caballeros, de prncipes, de prelados, de todos los altos personajes de su i m perio, montado en u n soberbio caballo, escucha con indiferencia las aclamaciones de la m u chedumbre que, creyendo terminadas las funestas contiendas, exclamaba:
San Pedro elige por rey Enrique (1)!
Insiguiendo la costumbre establecida, los magistrados se presentan pedir al Emperador
el juramento de respetar las leyes de Roma.
Enrique les responde desdeosamente en lengua alemana (2).
A su vez comparecen los enviados del Sumo Pontfice suplicndole que, conforme lo e s tablecido, jure proteger las personas y el patrimonio de la Iglesia.
Los legados de Pascual II no son recibidos con mayores atenciones que los representantes
de la magistratura.
Esta escena de consideracin y de respeto por parte de los romanos y de desden por
parte de Enrique V se reprodujo varias veces.
El Monarca, precedido del canto de un numeroso coro de monjes romanos, llega ala gradera de San Pedro, en la cual le estaba aguardando el Sumo Pontfice, con todo el ceremonial prescrito, rodeado de sus cardenales.
Enrique, antes de entrar en San Pedro, ordena que sus caballeros ocupen militarmente
la plaza y sus avenidas y se posesionen del castillo de San Angelo.
Ejecutada que fu la rdem, Enrique se apea de su caballo y sube lentamente la escalera
de San Pedro. Al llegar ante Pascual II, hace actitud de hincar la rodilla; Pascual le levanta
y el Pontfice y el Emperador se dan tres abrazos.
Pascual I I , dando la mano Enrique V , le introduce en la baslica.
Segn la costumbre, al llegar la puerta de plata el Emperador deba prestar su j u r a mento de proteger al Papa y defender la Iglesia.
Enrique, con sorpresa de todos, al desplegar sus labios, dice con solemnidad:
Confirmo San Pedro, todos los obispos y abades, todo cuanto .mis predecesores les
han reconocido conferido. Lo que ellos les dieron para salvacin de su alma, yo no debo volverlo tomar.
Este extrao lenguaje, despus de lo anteriormente pactado, el.desentenderse de las fr' muas establecidas, acab de confirmar sospechas que ya se abrigaban.
La inquietud va aumentando por momentos. Todos, incluso el Papa, temen que la ceremonia tendr un final desastroso.
No obstante, Pascual II prosigue la solemnidad. Cuando pronuncia la proclamacin de
Enrique como emperador, este acto es recibido con una glacial indiferencia.
Entre aquel inmenso concurso de prncipes y de personajes distinguidos, en que los
(1) Itenricum
[-) Teutnica
elegit.
580
alemanes figuraban en mayor nmero, Pascual y Enrique suben sus respectivos tronos.
Se empieza leer el convenio. Apenas se han pronunciado los primeros artculos, los alemanes mueven un murmullo tal que hace imposible seguir la lectura.
Esto es una hereja! exclaman uno.
Esto es una infamia! gritan otros.
Que sea Pascual II el que empiece por devolver Roma! aaden varios de los enriquistas.
Pascual I I , sin inmutarse ante aquel procedimiento indigno, ante la torpe traicin de que
era objeto, pesar de hallarse sin defensa en poder de sus enemigos, se niega proseguir la
ceremonia de la coronacin.
Enrique V le increpa de una manera insolente.
N a d a de palabras! gritan amenazadores los alemanes. Que se le fuerce coronar
-Enrique, como lo fu Luis y Carlos!
El Papa se niega resueltamente; y sin perder n i por un instante su serenidad, empieza la
santa misa, que ofrece pidiendo al Espritu del Seor aplaque las excitadas pasiones.
Cuando el Papa desciende la cripta de San Pedro se ve de improviso rodeado de caballeros alemanes con las espadas en la mano. Un obispo alemn se dirige Enrique tratndole
de sacrilego.
El tumulto, la confusin aumenta por momentos. Multitud de soldados alemanes penetran en la baslica, se echan sobre los prelados y clrigos de Roma, los maltratan, destrozan
los vestidos con que se presentaron la ceremonia, y el Papa mismo, entre dos filas de guerreros armados de lanzas, es conducido preso u n hospicio vecino.
Al circular el rumor de que el Papa se encuentra prisionero, las campanas de todas las
iglesias dan la voz de alarma toda la poblacin.
El pueblo romano se amotina, y sin dejar lugar que llegase el grueso de las tropas de
Enrique, acampadas todava en las praderas de Nern, se arroja sobre los soldados del Emperador.
El mismo Enrique monta caballo, hiriendo con su espada los romanos que encuentra
al paso, .trata de imponerse. El Emperador recibe una herida, se le arroja de su eaballo,yel
pueblo se arremolina en rededor suyo dispuesto arrastrarle. Se pone de su parte un vizconde
de Miln. ste es tambin arrojado de su cabalgadura; en medio de aquella confusin se le
toma por el Emperador y es destrozado por las masas que estaban furiosas pidiendo la libertad
de su Pontfice. El pueblo empieza acosar los alemanes, matando cuantos encuentra.
Penetra en Roma el ejrcito de Enrique, que-se hallaba en las praderas de Nern. Los romanos no desisten ante la superioridad del nmero y juran unnimemente morir para devolver la libertad al Papa.
Entre tanto, Pascual I I , con diez y seis cardenales, algunos cnsules, muchos burgueses
y clrigos romanos son conducidos presos, atada una soga al cuello, por multitud de caballeros que les obligan .andar por entre el polvo el lodo de los caminos.
Pascual II y los dems romanos presos con l, son encerrados en el castillo de Tribuco, en
la Sibina.
LVII.
Pascual II prisionero de Enrique V.
La noticia de la prisin de Pascual II y de los cardenales llen de consternacin la Europa cristiana.
El duelo de la cristiandad fu un duelo estril; ningn pueblo se sinti con fuerzas para
ir arrancar al Sumo Pontfice del fondo de su calabozo.
^81
No es extrao. Luis el Craso de Francia estaba demasiado lejos para mandar sus tropas
que fuesen al rescate del Papa; la gran condesa Matilde, que distaba mucho por su edad de
poder ponerse al frente de una lucha formal, tuvo que limitarse poner en juego su influencia y enviar sus obispos al Emperador para impetrar la libertad del jefe de la Iglesia; la Normanda, muerto Rogr de Sicilia, estaba faltada de un jefe que la condujera al combate en
favor del pontificado.
Roberto de Cpua se limit u n reconocimiento en los alrededores de Roma, del que dedujo que no haba nada que hacer; los barones de pequeos Estados no se sentan dispuestos
indisponerse con Enrique V.
La situacin de la cristiandad era bien triste. Un escritor de aquella poca, el abad S u ger, la describe diciendo: La Iglesia, preso su pastor y los que estaban su lado, l a n g u i deca, y un tirano, reducindola poco menos que la servidumbre, porque no haba quien
resistiese, la trataba como si fuese propiedad suya (1).
LEN
X.
Dos meses dur la prisin del Papa y los cardenales sin que Enrique les permitiera comunicarse con nadie, fin de que en su aislamiento consintieran al fin en doblegarse su voluntad.
Ya se comprender la situacin de Pascual I I , sus inquietudes, sus angustias, al pensar
en que la Iglesia se hallaba sin pastor, mientras que Enrique V gozaba de un poder incontrastable.
Sometise Pascual y los cardenales las privaciones ms duras. N i se entibi el vigor
del Pontfice, n i se turb su calma.
Pero anuncasele que los cardenales y dems prisioneros van ser decapitados.
No era esto an lo ms grave. Existe el propsito, por parte de los adictos al Emperador,
de nombrar un antipapa.
Represntesele Pascual la inmensa perturbacin que va producirse en la Iglesia.
Algunos de los prisioneros s arrojan los pies de Pascual I I , le dicen que'toda resistencia de su parte no har ms que agravar el mal. Pascual II se halla agitado, en medio de las
mayores perplejidades. Ensaya todos los recursos; Enrique declara su firme resolucin de no
(1) Suger, Vie de Louis le Gros.
T. II.
3 , ;
282
283
Alzog, nist.
Univ. de la
Iglesia.
284
denales con ser decapitados y en vsperas de n n nuevo antipapa capitaneando u n cisma que
destrozase la Iglesia.
Hubo momentos en que Pascual II trat de abdicar. Todos reconocan que jamas entr en
la mente de Pascual hacer traicin la sagrada causa de la Iglesia.
Pascual II hizo la ms solemne y espontnea profesin de fe proclamando que reconoca y
acataba lo hecho por sus antecesores Gregorio y Urbano.
Se le pidi que excomulgase Enrique. Pascual, al recobrar la libertad, haba prometido
no hacerlo, y contest:
Aunque ni Enrique ni los suyos han observado las condiciones propuestas en el juramento, yo no le excomulgar... Dios le juzgar (1).
No por esto Pascual II dej de censurar como se mereca el mal comportamiento de Enrique.
No hubo de gustarle al Emperador la conducta de Pascual I I ; en virtud de lo cual resolvi ir nuevamentente Roma imponer su funesta poltica por medio de las armas.
Acababa de sobrevenir ademas una nueva complicacin. La clebre condesa de Toscana,
la heroica Matilde, la princesa ms poderosa de la Italia, y una de las mujeres ms ilustres
d l a Edad Media, haba descendido al sepulcro, transmitiendo por testamento a l a Santa
Sede, no slo la Toscana, sino el ducado de Luca y varios territorios, comprendiendo Parma,
Mdena, Reggio, Cremona, Espoleto, Mantua, Ferrara y otras poblaciones.
Enrique V se opuso la donacin, pretendiendo que Matilde no deba testar sin consentimiento de su soberano y que si la condesa poda disponer de sus bienes alodiales, no tena
este derecho con los que eran feudatarios del imperio, sosteniendo que en virtud del derecho
feudal, muerta Matilde, los feudos deban volver la corona.
Enrique V pens en todo menos en apoyarse en los principios de derecho. Sigui su costumbre de llevar la cuestin al terreno de la fuerza.
Al llegar la Italia, no slo pretendi disponer de los feudos de Matilde, sino que se apoder ademas de los bienes alodiales.
Satisfecha por este lado su ambicin, Enrique se encamina Roma al principiar el
ao 1117. Contaba en la gran capital con-algunos seores que haba ganado su partido y
hasta con una parte del populacho, al que alucin valindose de tentadoras promesas.
Pascual II crey que lo nico que le restaba hacer era salir de la capital.
Luego que el Papa hubo marchado de Roma, las puertas de la ciudad se abrieron Enrique V sin lucha de ninguna clase.
Derramse en abundancia el dinero para que se hiciese al Emperador una entrada triunfal.
El recibimiento, dice un cronista contemporneo, se verific con mucha pompa; pero
con poca gloria.
Al llegar las puertas de San Pedro hizo una arenga en que dijo que l no se propona ms
que realizar la unin de la Iglesia y el Estado, en favor del imperio, al cual aadira de grado por fuerza los dominios de los godos, los galos, los espaoles, los africanos, los griegos y hasta los partos, los indios y los rabes.
Como ceremonia inherente toda entrada de emperador en la ciudad eterna, exigi que
se le coronara de nuevo. Todos los cardenales se negaron; slo uno, Mauricio Bourdin, de
nacin francs, echado de una sede episcopal que ocup en Espaa, se manifest dispuesto
faltar su deber accediendo las pretensiones de Enrique.
El Emperador permaneci en Roma por espacio de tres aos.
Pascual II se dirigi primero Benevento. All reuni un Concilio para excomulgar
Bourdin que haba puesto la corona imperial en las sienes de Enrique V , con escndalo del
clero y del pueblo fiel.
(i) Quamvis onditio
Habetjudicem
Deum.
jufamntis
proposita
ab ipso et suis
nitnis
obsrvala
anathemali;'
28b"
Pascual II, despus de haber purgado su flaqueza de un momento con aos enteros de
actividad asombrosa en favor del bien, de celo apostlico por las obras piadosas y de austera
penitencia, baj la tumba llorado por todos los buenos creyentes.
LXIV.
Atropellos contra el papa Gelasio II.
Pascual I I , al encontrarse en su lecho de muerte, se despidi de los cardenales, recomendndoles con particular empeo que se previnieran contra las astucias del partido alemn (1).
Enrique haba dejado sus partidarios instrucciones secretas en las que prevena que
al morir el Papa se opusieran por todos los medios posibles la eleccin de otro, hasta tanto
que se. contara con el consentimiento del Emperador.
La muerte d Pascual II colocaba, pues, al mundo cristiano en una crisis peligrosa.
Los cardenales, obedeciendo las instrucciones de Pascual II, supieron desbaratar los proyectos de ios enriquistas. Siete das despus de la muerte de Pascual ya estaba elegido G e lasio II.
Era ste un dicono llamado Juan de Gaeta, uno de esos temperamentos privilegiados
que no se debilitan con la edad, que abandon el esplendor y las comodidades de la rica familia de Gaeta, para entrar en el monasterio de Monte Casino.
Manifest ser eclesistico de vasta erudicin, de palabra elocuente, de forma elegante en
sus escritos.
, .
Su avanzada edad, su intervencin en los negocios como cardenal canciller de la Iglesia
romana, haca que, un excelente buen sentido ilustrado criterio, aadiese una larga experiencia.
Conoca perfectamente la gravedad de la crisis por que atravesaba el mundo cristiano, y
tena ideas fijas acerca del modo de resolverla.
No obstante su valer personal era hombre de modestas pretensiones.
Al tener noticia de su elevacin se opuso con todas sus fuerzas subir al solio pontificio.
Los enriquistas manifestaron desde luego su disgusto por la eleccin de un papa que, aunque
anciano, le consideraban como hombre de lucha. Este fu un motivo ms que Gelasio aleg
en su favor para que se le dispensara de cargar sobre sus hombros el peso del pontificado.
La oposicin de los enriquistas fu una razn ms para que los cardenales insistiesen en su
propsito y convenciesen Juan de Gaeta de los peligros que poda tener el que con su r e sistencia se dilatara el tiempo de la vacante de la Sede Apostlica. Juan de Gaeta comprende
toda la gravedad de la situacin y cede las instancias de los cardenales.
Juan de Gaeta se dirige Roma.
Apenas los enriquistas tienen noticia de que acepta el pontificado se enfurecen contra l.
Cenco Frangipani, perteneciente la nobleza y de la familia de J u a n de Gaeta,-se coloca
al frente de una faccin armada, se dirige la iglesia de Santa Mara, derriba sus puertas y
se arroja furioso sobre Gelasio II, que este fu el nombre que tom el nuevo papa.
Sin tener en cuenta mi su condicin, ni su carcter, ni el parentesco que l le une, ni
sus canas, Frangipani coge por la garganta Gelasio I I , le derriba en el suelo, le pisotea y le
conduce fuertemente atado, junto con los cardenales, la torre consular, cerca del arco de Tito.
Apenas se tuvo noticia de esta infamia, apenas se. supo que algunos cardenales haban
sido asesinados, que otros se hallaban presos, y que el mismo Pontfice estaba en un calabozo,
baado en sangre, el prefecto de Roma, Pedro Len, congrega al pueblo y se dirige la torre para rescatar Gelasio II.
(1) Pedro de Pisa, c. X X V .
286
Frangipani se espanta al ver el carcter imponente del levantamiento popular. Se arrodilla los pies de aquel quien poco antes hera espolazos, le pide perdn y le abre las
puertas de la torre.
Al salir de su encierro Gelasio II es aclamado con frenes por las masas populares, y en
medio del entusiasmo general es conducido Letran para ser ordenado de presbtero y prepararse recibir despus la consagracin de Pontfice (1).
LXV.
Gelasio II precisado huir de Roma.
La ceremonia de la consagracin de Gelasio II no pudo tener lugar en Roma.
Cuando todo se dispona para la solemnidad, llega Enrique V y se sita en la ciudad leon i n a , apoderndose de los prticos de San Pedro, donde anuncia que Gelasio no recibir la
consagracin sin que antes se ponga de acuerdo con l.
este fin el Emperador invita al Papa una entrevista.
Si queris confirmar, le dice, el'tratado que hice con Pascual I I , estoy pronto someterme vuestra obediencia; de lo contrario, har elegir otro papa y le pondr en posesin de
la Santa Sede.
Intil es decir que el papa Gelasio se niega toda conciliacin desde el momento en que
Enrique usa semejante lenguaje.
Gelasio se retira una iglesia en el distrito de San Angelo. Consulta el,parecer de los cardenales acerca lo crtico de la situacin; stos le aconsejan que salga de Roma fin de evitar
u n atentado de parte de Enrique. Gelasio logra guarecerse en unas galeras en el Tber, las
que hacen rumbo hacia Porto.
Los enriquistas, al saberlo, corren su alcance para prenderle.
Una fuerte tormenta le impide internarse en alta mar, teniendo que navegar por las costas. Los enriquistas le envan flechas cubiertas de pez ardiendo.
favor de las sombras de la noche, Gelasio II logra ampararse en la ribera opuesta. Al
despuntar el nuevo da, los alemanes penetran en la embarcacin, seguros de poder apoderarse de la persona del Papa. Gelasio II encontraba un amparo seguro en Gaeta.
Enrique V , al ver que no le queda medio alguno para someter al Papa su poltica, le
enva emisarios que en nombre suyo le hagan grandes ofrecimientos. Gelasio II conoce muy
bien al Emperador, sabe perfectamente qu atenerse, y se niega, por lo tanto, aceptar
proposicin alguna.
Enrique V, despechado, va acudir al supremo recurso de nombrar un antipapa, manifestndose as digno representante de la funesta y prfida poltica de su padre Enrique IV.
Desgraciadamente entre sus amigos se encontraba un ambicioso dispuesto representar
el ya desacreditado papel de antipapa: este era Mauricio Bourdin, el que ya haba tenido
antes la debilidad de coronar Enrique emperador, y que despus de haber sido celoso y activo gregoriano, desert las banderas de la reforma para pasarse al bando'enriquista, atrevindose tomar el nombre de Gregorio V I I I , credo de que lograra seducir algunos incautos, presentndose como continuador de la conducta del grande Hildebrando.
El papa Gelasio II recibi la consagracin en Gaeta, donde era objeto de toda clase de
atenciones, asistiendo su consagracin personajes tan ilustres como Guillermo, duque de
Apolia; Roberto, prncipe de Cpua, y otros muchos seores italianos que le prestaron solemne juramento de fidelidad.
E n un Concilio celebrado en Cpua, Gelasio II excomulg al antipapa Bourdin y En(1)
Jfiiratori.Pandolf. P i s a n . , Vida de
Gelasio.
287
rique V , escribiendo al arzobispo de Toledo y los dernas prelados espaoles la orden de proveer el obispado que antes haba posedo Bourdin, quien declaraba fuera de la comunin de
la Iglesia.
LXVI.
Gelasio II nuevamente maltratado en Roma.
Despus de excomulgar Bourdin y Enrique V , el Papa crey que su deber era dirigirse nuevamente su capital.
Estaba un da celebrando misa en Santa Prxedes. Los enriquistas, que no respetaban ni
an lo ms sagrado, fueron all atacarle pedradas, constituyndose los Frangipanis en jefes
de aquella pandilla de desalmados.
Gelasio tuvo que huir, sin dejarle tiempo para quitarse los ornamentos pontificios.
El Papa, casi solo, pudo llegar hasta las afueras de Roma. All, el venerable anciano,
herido, sentse para tomar aliento y restaar su sangre.
Rodeado de algunas mujeres piadosas, el Papa exclam con acento de amargura:
.Sigamos la palabra del Evangelio; y ya que es imposible vivir en Roma, abandonemos
esta Sodoma, esta Babilonia, esta ciudad de sangre. Da vendr en que nosotros otros
quienes Dios conceda la existencia, volvern en circunstancias ms felices (1).
Dej en Roma en calidad de Vicario Pedro, obispo de Porto.
Gelasio II se encamina buscar un asilo en Francia, donde le siguen seis cardenales y algunos cnsules.
No se vaya creer que la Europa cristiana fuese indiferente los sufrimientos de su Pontfice.
En Alemania mismo, Kuno de Palestrina congregaba en mayo de 1118 un snodo en Colonia , donde se lanzaba el anatema contra el Emperador y los que le apoyaban en su sacrilega
conducta.
En Sajonia tenan lugar asambleas convocadas con el mismo objeto.
En las orillas del Rhin los obispos de Espira, de Worms, de Estrasburgo se adheran la
excomunin lanzada contra Enrique.
Varios prncipes alemanes trataban de reunirse en Wurtzburgo para proclamar all la destitucin de Enrique V como se haba proclamado la de su padre.
Gelasio II llega por mar al puerto de Marsella, donde el abad de Clny le est esperando.
Se le hizo un pomposo recibimiento.
El Papa, en medio de entusiastas aclamaciones, atraviesa Montpeller, Avion y otras
ciudades importantes, salindole al encuentro los obispos y los representantes de Luis el Craso.
Rendido por tantas fatigas, el Papa cae enfermo en Macn, de donde se hace trasladar
Cluny.
All, teniendo por cama el duro y fro suelo, vestido con hbitos de penitencia, exhala su
postrer suspiro en 29 de enero de 1119, entre el llanto de multitud de cardenales, obispos y
monjes que le rodean.
No pudo gobernar sino un ao y cuatro das, tiempo que, ms que de satisfaccin, fu para
l de martirio; pero supo sufrir por la libertad de la Iglesia; no sacrific ningn derecho, ni cedi los adversarios del Catolicismo ni una pulgada "de terreno. Las rudas persecuciones que
experiment no hicieron ms que agigantar su figura. Hoy la Iglesia le cuenta en el nmero
de sus hroes.
(')
y los Anales
Romanos.
288
LXVII.
La mala fe de Enrique V oponindose los proyectos de paz.
Junto al lecho de muerte de Ge] asi II hallbase el famoso Kuno de Palestrina, otro de
los ms celosos y ardientes defensores de la Iglesia.
Algunos cardenales creyeron ser ste el ms propsito para tomar su cargo la herencia
de luchas y sufrimientos que tendra que recoger el que subiese la Sede Apostlica.
Kuno era hombre de tanta moderacin inteligencia como valor. Hizo presente los cardenales que en"aquellas circunstancias, en vez de elegir un eclesistico como l, quien su
cuna, demasiado modesta, le alejaba del contacto de las familias reinantes, se prefiriera otro
que, por su nombre y su nacimiento, gozase de natural prestigio entre los prncipes, fin de
poder contar ms fcilmente con su apoyo en la peligrosa lucha que haba que sostener contra el imperio alemn.
Las sabias indicaciones inspiradas por el claro criterio de Kuno fueron atendidas.
Nombrse para suceder Gelasio II Guido de Yiena, prelado completamente adicto
la reforma de Gregorio V I I , pero que tena en su favor la influencia de un nacimiento ilustre, pues se hallaba emparentado con los antiguos reyes de Borgoa, con los duques de Saboya y Poitiers y hasta con el rey de Francia y el emperador de Alemania.
Guido, que fu primero monje benedictino y despus arzobispo de Viena, haba dado ya
pruebas de su entereza en su carcter de legado pontificio en Francia. La excomunin que
lanz contra el Emperador ya en tiempo de Pascual II era una garanta de que no haba de
sacrificar su deber de pontfice en aras de alianzas de familia, que no subordinara el derecho
religioso al inters poltico.
Guido empieza por exigir que su eleccin sea confirmada por los cardenales que se hallaban en Roma. El cardenal Pedro de Porto le hizo saber que los dems cardenales, junto con
el clero y pueblo de Roma, haban aclamado unnimemente Guido en el Capitolio;
Tom el nombre de Calixto I I , recibiendo la solemne consagracin fin de marzo de 1119.
Era Guido hombre de piedad tan slida, como de elevada inteligencia poltica. Intil
fuera consignar que se dedic desde luego ver como se resolveran los arduos problemas
pendientes.
Por fortuna la opinin se pronunciaba ya de una manera unnime contra las pretensiones del imperio.
Conrado de Salzburgo echa en cara Enrique con gran severidad de lenguaje su proceder indigno contra los papas. E n cierta ocasin, u n oficial del Emperador, en presencia de
ste, desenvain la espada contra Conrado, quejndose de la dureza de sus expresiones contra Enrique. El heroico prelado le present el pecho descubierto dicindole:
H e r i d m e ; podr morir y o ; pero hay una cosa que no m u e r e , que es la causa de la
verdad.
Conrado fu parar en un destierro; Alberto, canciller del imperio, vise por motivo semejante cargado de cadenas; pero Enrique no dejaba de preocuparse al ver la situacin de
los nimos. Su poder iba debilitndose medida que iba creciendo el prestigio del Sumo Pontfice. El Emperador se convenca de que luchaba en vano contra una causa que era mucho
ms fuerte que l con todo su poder.
La Alemania hallbase en un estado de cansancio innegable despus de luchas tan funestas.
E l mundo cristiano se pronunciaba cada da ms en favor de la reforma. El celibato ecle-
289
sistico volva guardarse con la mayor escrupulosidad, la simona iba hacindose por fortuna un delito m u y raro.
En cuanto la investidura por el bculo y el anillo ya no se empeaba en ella nadie ms
que Enrique.
Fuera de Alemania todos los prncipes admitan la distincin entre lo espiritual y lo temporal, y no trataban de usurpar atribuciones que no les correspondan, sin que de esto se
resintiera el prestigio de la autoridad real, pues los prelados eran los primeros en todas partes
en protestar su adhesin y su respeto al representante del poder seglar, no disputndoles ninguno de sus legtimos derechos.
Las otras naciones, escribe el analista Cekehard, haban desde bastante tiempo envainado la espada teida con sangre y renunciado al cisma y la hereja. Solo el furor teutnico, no sabiendo renunciar su insensata tenacidad, no comprendiendo cuan dulce es la paz
los que aman la ley divina, negndose reconocer que es por medio de la tranquilidad de
ac abajo como nos preparamos la posesin de la paz eterna, slo nuestro pueblo, aade,
en toda la faz de la tierra persiste en la obstinacin de una perversidad sin ejemplo (1).
LOTERO.
Enrique V no dejaba de tener criterio suficiente para comprender que su conducta r e s pecto al pontificado le colocaba en un aislamiento que poda serle funesto.
Mientras el papa Calixto II convoca u n Concilio en Reims, Enrique rene una dieta g e neral en Tribur.
La dieta de Tribur estuvo poco concurrida, y sus asistentes no ocultaron su disposicin
oponerse que Enrique continuara su poltica de resistencia contra el pontificado; el Concilio de Reims, al contrario, fu mucho ms numeroso de lo que poda esperarse. Asistieron m u l titud de cardenales, arzobispos, obispos, abades y otros eclesisticos, contndose entre ellos
el arzobispo de Tarragona, los de York y Cantorbery en Inglaterra, el patriarca de Aquilea,
en Italia, casi todos los prelados franceses, y de los alemanes el arzobispo de Maguncia con
otros varios obispos. El Concilio se reuni en octubre de 1119. E n l el antipapa Bourdin y
el emperador Enrique V fueron nuevamente excomulgados y condenadas.otra vez las investiduras.
No se le ocultaba Enrique lo falso de su posicin.
Hubiera deseado retroceder; pero se oponan ello consideraciones de amor propio.
(')
Cekehard, A n.
290
Enrique se resuelve ir Estrasburgo para consultar all con el abad de Cluny y con el
clebre profesor de las escuelas de Paris, Guillermo de Champeaux, que fu antes abad de San
Vctor y era entonces obispo de Cbalons.
Estos sabios y prudentes personajes le hicieron comprender que el ceder en la cuestin
de las investiduras no redundara en desprestigio de la autoridad real; en Francia, dijeron,
los reyes se atienen lo prescrito por los cnones sin que quede por ello rebajado su poder.
Enrique se manifest dispuesto no insistir en sus pretensiones, pero con la condicin de
que se garantizara al imperio la conservacin de sus derechos sobre los feudos de la Iglesia.
El obispo y el abad alargan al Emperador la mano en seal de aceptacin y se separan
en medio de las mayores muestras de mutua consideracin, redactndose los correspondientes
instrumentos de paz que deban firmarse en Mouzon el 2 4 de octubre.
Iba terminar, pues, el conflicto; el Papa al cerrar el Concilio expresaba con jbilo la esperanza de que ya en adelante los pueblos cristianos no tendran .que desenvainar la espada
sino para batir los infieles.
La vspera del da sealado, Calixto II llega uno de los castillos del obispado de Reims,
no lejos de Mouzon, donde deba avistarse con el Emperador, fin de ratificar el tratado y firmarlo, cuando tiene noticia de que Enrique V ha acampado cerca de all con un ejrcito de
cerca treinta mil hombres.
Trataba Enrique de "desentenderse de lo acordado imponer su voluntad por medio de las
armas? Su conducta anterior, la poltica seguida tanto por l como por su padre daban motivo para temerlo as.
A Calixto II no le acompaaba nadie ms que una pequea escolta. Al Emperador le hubiera sido sumamente fcil apoderarse de la persona del Sumo Pontfice.
Grande era la ansiedad que reinaba entre los que seguan Calixto II.
Algunos cardenales 'se adelantan para avistarse con el Emperador y sondear sus intenciones. No pudieron menos de sorprenderse al ver que el instrumento que les entregaba Enrique, en que se consignaban las condiciones de la paz, se diferenciaba mucho de lo anteriormente acordado. Los cardenales le hacen"presente que aquello no era lo convenido; pero
Enrique levantando la voz exclama:
Yo no he prometido lo que vosotros decs.
Guillermo de Champeaux, que fu otro de los que redactaron el convenio, conforme lo
aceptado por Enrique, dijo:
Puedo jurar sobre los santos Evangelios que el convenio, tal como nosotros lo presentamos en nombre del Pap, es el mismo en que vos consentisteis.
Entonces el Emperador, resuelto romper sus compromisos, contesta:
Se me arrancaron concesiones verbales que no me permite cumplir el honor del imperio.
Los cardenales, hondamente disgustados con lo que acababa de suceder, se presentan
Calixto censurando como se mereca la conducta del Emperador.
Est visto, responde apesadumbrado el Sumo Pontfice; este hombre no abriga ningn
pensamiento de paz.
Calixto H se encamina hacia Roma.
Al saber que el Papa se acerca la capital, Bourdin huye para ir refugiarse en la fortaleza de Sutri.
Al llegar su capital Calixto I I , vio abrrsele las puertas por el prefecto de la ciudad y
fu conducido en triunfo hasta San J u a n de Letran.
De Roma el Papa se dirigi al Monte Casino, fin de vigorizar nuevamente su espritu
en la soledad de aquel monasterio. All recibi el homenaje de la ciudad de Benevento, de
los prncipes de Apulia que le animaron seguir impvido sosteniendo los derechos de la
Iglesia, proclam la paz de Dios y luego volvi Roma.
291
Mientras Calixto II era objeto de las mayores consideraciones, mientras la Sede Pontificia
e vea rodeada del mayor prestigio, como en sus mejores tiempos, el antipapa Bourdin g e ma en Sutri en u n completo abandono.
Los mismos burgueses fueron arrancarle de la fortaleza donde se baba amparado. Le
cubrieron con una piel de macbo cabro, le montaron en un asno, y , despus de bacerle objeto
de burla, le condujeron al monasterio de la Cava.
El cisma, hundido ya en el mayor desprestigio, acababa en Italia de una manera basta
ridicula para que los alemanes no acabaran de resolverse abandonarlo.
Los prncipes y seores alemanes vean ya muy claramente que el propsito de avasallar
la Iglesia, que entraba en las miras de Enrique IV y Enrique V, haba de influir en ltimo
resultado en dar al Emperador un poder tan grande, tan colosal, tan absorbente que tendra
que desaparecer ante l, no slo la libertad de los pueblos, sino hasta su propia independencia.
Al Emperador no le quedaba ms recurso que ceder perderse en u n completo aislamiento.
Prncipes, seores, prelados, pueblo, todos haban acabado por comprender en Alemania
mismo que las pretensiones imperiales estaban faltadas de razn, y que la imposicin del
anillo y la entrega del bculo los prelados por los legos era, no slo contraria todo derecho,
sino que hasta llegaba constituir una ridiculez.
La causa de las investiduras ya nadie la sostena de buena fe; la lucha no tena ms razn de ser que la ambicin personal del Emperador, ambicin que nadie estaba dispuesto
amparar.
\
Enrique no tuvo ms recurso que convenir en que se trabajara resueltamente en favor de
una paz definitiva.
Reunise al efecto una dieta en Wurtzburgo, la que los seores y prelados alemanes
asistieron casi en su totalidad.
Inicise la cuestin religiosa. La dieta se declar incompetente para resolverla por s sola,
acordndose que se influyera en el sentido de que, bajo la presidencia de Calixto I I , se reuniese en Alemania un Concilio general en el que se terminase el conflicto.
El Papa era el primero en querer una paz slida y duradera.
Escribi Enrique dicindole:
La Iglesia no trata en manera alguna de disputaros vuestro derecho; no hemos pensado
nunca en atentar contra la majestad imperial y real. Que se d la Iglesia lo que es de CRISTO; lo que es del Csar que se le quede el Csar. Pero el Papa no crey conveniente acceder
ala exigencia de un Concilio general en Alemania. No obstante, para que no cupiese duda
acerca sus buenos deseos; para manifestar de una manera prctica su decidido inters en favor de la paz, comision al efecto al obispo Roberto de Ostia y varios cardenales, fin de
que se pusieran de acuerdo con los representantes del imperio.
El 8 de setiembre del ao 1122 reunise en Worms una solemne asamblea en que estaba
representada toda la Alemania.
La discusin no dej de ser larga y animada. Despus de quince das de debates se convino en el arreglo.
El Papa deca al Emperador:
Yo os otorgo que las elecciones de los obispos y abades del reino teutnico se hagan ante
vos sin violencia ni simona. El electo recibir de vos la investidura de las regalas por el
cetro. De este modo os doy la paz vos y todos los que han seguido vuestro partido en estas tan prolongadas discordias.
Por su parte el Emperador deca al Papa:
Por amor de Dios, de la santa Iglesia romana y del papa Calixto I I , y para salvacin de
i alma renuncio toda investidura por el bculo y el anillo pastoral. Conservar la paz con
S
292
HISTORIA
DE
LAS
PERSECUCIONES
el papa Calixto II y la santa Iglesia romana, y le dar fielmente socorro siempre y cnando
me lo reclamare. Otorgo todas las iglesias de mi imperio las elecciones cannicas y las consagraciones libres.
El 23 de setiembre de 1122, las estipulaciones convenidas fueron solemnemente publicadas en una extensa llanura orillas del Rhin.
Cuando las dos partes hubieron ratificado los tratados, el obispo de Ostia celebr la santa
misa y dio la sagrada comunin al Emperador en testimonio de reconciliacin.
Inmediatamente los legados declaran absueltos de la excomunin los individuos del
ejrcito imperial y cuantos hubiesen tomado parte en el cisma (1).
Inaugurbanse con este convenio los acuerdos entre la Iglesia y la potestad secular llamados concordatos.
Las dos potestades vean asegurada su accin libre independiente. El Emperador ya no
pretendera en adelante un poder sobre lo espiritual como simbolizaba la entrega del bculo
y el anillo; en cambio se le reconoca su derecho como emperador en lo temporal, y por esto
el obispo besara el cetro.
Fu este un acontecimiento de gran trascendencia que llen de jbilo al mundo cristiano ; quedaba terminada por fin la querella que durante medio siglo haba dado lugar tantas
y tan sensibles conmociones. .
fin de poner el sello en la feliz alianza entre el imperio y el sacerdocio, convocse para
celebrarse en la iglesia de Letran el noveno Concilio general y primero de Occidente, que tuvo
lugar en 1123, al que asistieron trescientos obispos y seiscientos abades de todos los pases
de la cristiandad, proclamndose all y ratificndose con la solemnidad conveniente el acordado convenio.
Llegaba la hora de edificar sobre tantas ruinas.
El Papa aprovech aquellos das de general entusiasmo religioso para llamar la atencin
de los catlicos sobre los asuntos de Oriente.
Despus de la toma de Jerusalen, el reino latino iba extendindose en Oriente.
Aquellas poblaciones tan sembradas de recuerdos, Tiro, Sidon, Tiberades, Joppe eran
tomadas por los soldados de la cruz.
Emires venidos de Samara iban saludar al victorioso Godofredo. Sorprendales que,
lejos de encontrarle rodeado del aparato oriental, viesen aquel hroe, aquel guerrero
quien se.representaban ellos como un ser superior, sentado en tierra, sin guardias y hasta sin
criados. El valiente cruzado les deca:
L a tierra de que todos salimos y en que todos volveremos entrar es silla bastante honrosa para mientras dura la vida.
Despus que Godofredo hubo arrancado de los torreones de Jerusalen la media luna para
plantar all la cruz, podemos decir que quedaba ya terminado su prodigioso destino.
Slo un ao sobrevivi la conquista. Su cadver fu descansar en compaa de los ms
ilustres hroes bblicos; de Josu, de David, de Gedeon, de Judas Macabeo.
Tras de s, ms de uno de los nombres ms gloriosos en la historia, ms del brillo de
sus portentosas conquistas, dej una obra en que se vea todo lo admirable y elevado de aquel
genio.
Sobre el sepulcro del Salvador, Godofredo haba jurado organizar aquellas regiones, naciendo prevalecer "siempre los principios de justicia.
Difcil era establecer la unidad en aquel reino de Jerusalen compuesto de miembros de
tan diversas naciones de Europa y Asia.
Godofredo descansa de sus empresas guerreras para llevar cabo una tarea tan difcil
como haba de ser all la de legislador. Cmo fundir en un solo molde costumbres tan opues(1)
293
tas como las de los hijos de tan distintas nacionalidades? Cmo ordenar para la paz aquellas legiones organizadas slo para la guerra?
Godofredo, pesar de las dificultades de la obra, supo salir airoso de su cometido. Todo
haba de ser prodigioso en aquella tierra de los grandes milagros y de las grandes bendiciones.
Godofredo establece unos Assises y usos que debieron conservarse, por los cuales sus gentes y toda clase de pueblos fueron gobernados y sometidos derecho (1), creando u n magnfico monumento del derecho adaptado , las condiciones de aquella poca.
Refirindose al admirable cdigo establecido en Jerusalen, escribe Cesar Cant: Aquel
cdigo es un modelo de libertad en medio de la servidumbre brbara... Pareca que el poderoso haba adoptado para mandar una voz ms humana junto al sepulcro del Hombre-Dios.
Aquella legislacin sirvi de modelo al Asia y la Europa.; y los peregrinos pudieron aprender reunirse en municipios para resistir la tirana de sus seores (2).
Al morir Godofredo, su hermano Balduino recibi en Beln, de manos del Patriarca la espada para defender la justicia, la fe y la santa Iglesia; el anillo, que significa lealtad, la corona, que expresa dignidad, y el cetro para castigar y proteger.
Este monarca extendi la conquista en Oriente, estableci que Jerusalen fuese un asilo
abierto todo el que en el mundo se viese perseguido; quiso que aquella capital, colocada
junto al monte de la Redencin, fuese la ciudad de la misericordia.
En su reinado se fund la orden de los caballeros de San Juan de Jerusalen, constituida
por los hermanos hospitalarios que, despus de establecer un hospital, se dedicaban al servicio de CRISTO en la persona de los pobres.
impulsos de la fe naci tambin otra orden de caballera.
Hugo de Payns, caballero de la Champaa, Jofredo de San Omer y siete nobles ms, de
rodillas ante el Santo Sepulcro, resolvieron consagrar su espada en defensa de la Iglesia y de
la sociedad cristiana contra los sarracenos, haciendo voto solemne de sacrificar su propia vida
por el bien de la Religin y la honra de JESUCRISTO.
Reunironse en comunidad abrazando la regla de San Agustin.
La casa donde moraron estaba prxima al lugar en que se levant u n da el grandioso templo de Jerusalen, vinindoles de aqu el nombre de caballeros del Temple Templarios.
Calixto I I , valindose de su justa influencia como pacificador de las naciones cristianas,
no slo trabaj en favor de las Cruzadas, sino que manifest especial empeo en que se arraigase la paz alcanzada despus de tantos esfuerzos.
Al terminar su glorioso pontificado, Calixto vio con gran satisfaccin renacer el fervor de
los siglos primitivos, desaparecer la simona y el nicolaitismo; vio los poderes seglares respetando la libertad y la independencia de la Iglesia.
Enrique V falleci el 23 de mayo de 1125, poco despus de pronunciar estas palabras
como expresin de su postrera voluntad:
Aquejado por una enfermedad que no me permite depositar ninguna esperanza cierta en
esta vida temporal, prometo en presencia de Dios, si se digna alargarme la vida, restituir
fielmente todas las iglesias de nuestro imperio los bienes y propiedades que yo mis antecesores no hubisemos devuelto todava. Si soy arrebatado de este mundo demasiado pronto,
para poder dar cumplimiento esta promesa, autorizo al Papa y los obispos para herir con,
la espada eclesistica los detentores de los bienes de la Iglesia, y encargo mi sucesor y
los prncipes del imperiq que cumplan esta mi voluntad.
Aunque tarda, era una reparacin.
Con Enrique V muri su dinasta.
(1) Anises
de Jerusalen,
(2)
Univ.
list.
laMon.
294
LXVIII.
Lucha y persecuciones sufridas por la Iglesia en Inglaterra.
Las islas britnicas, pesar de su alejamiento del continente Europeo, participaron del
movimiento general de los pueblos hacia la luz Evanglica. La Irlanda fu la primera que
comprendi la superioridad divina del Cristianismo. Quiz no ofrece la historia otro ejemplar
de un cambio tan radical y pronto de costumbres y de doctrinas como el acaecido en aquella
isla cuyas salvajes tribus no conocan otra ocupacin ni otra gloria, dicen los Riancey, que
los asesinatos y las batallas, de repente algunos santos, impulsados por el celo religioso, inauguran la predicacin del Cristianismo, y al oir la palabra apostlica la Irlanda cae de rodillas
sin que su adhesin la fe viniese sealada por ninguna sacudida, ni por ninguna persecucin; en la lista admirable de sus confesores no se cita ni u n slo mrtir. Esta circunstancia plausible nos dispensa de ocuparnos de las vicisitudes que el desarrollo de la fe tuvo en
aquellas regiones. No hubo causa del Evangelio all perseguidores ni perseguidos, slo predicadores y fieles, creyentes y admiradores, economiz la Providencia la sangre de aquel pueblo que tan generosamente debi derramarla algunos siglos ms tarde en ocasin de la llamada reforma.
E n el siglo VI el monje Agustn abord en las playas inglesas, siendo recibido cordialmente por los cortesarios de Etelberto, cuya esposa Berta profesaba sinceramente el Cristianismo. Admirablemente fecundo fu el apostolado de aquel intrpido misionero. El pueblo
anglo-sajon empez manifestar la sensatez de criterio que le distingue abrazando espontneamente una fe cuya superioridad reconocan ya las conciencias filosficas de aquella
poca. Durante el perodo primitivo del Catolicismo en Inglaterra los magnates y el pueblo
hicieron gala de extraordinaria generosidad para con la Iglesia. Las conversiones la verdadera Religin fueron cada da ms numerosas y notables por el carcter distinguido de los
ilustres convertidos. Gracias esto la Iglesia fu pronto en Inglaterra una institucin poderossima.
Aquella era de prosperidad moral y material, como quiz no haya pasado otra en ningn
punto de la tierra la Iglesia catlica, fu interrumpida mediados del siglo I X por las invasiones extranjeras sufridas por aquel pas.
Los brbaros invasores incendiaron los conventos y monasterios erigidos por la piedad de
las generaciones de tres siglos. Los monjes y sacerdotes fueron sacrificados cruelmente. Setenta aos de luto y desolacin pasaron sobre aquella edificante y fiel cristiandad. Alfredo el
Grande cicatriz las heridas abiertas en el corazn de la Iglesia en Inglaterra emprendiendo
decidido la restauracin de cuanto los invasores haban arruinado.
Algunos sucesores de Alfredo imitaron su generosidad. Athelstano emple sus tesoros en
practicar el bien. Erigi una iglesia en Middleton; concedi numerosos importantes privilegios la abada de Beverley, y todos los monasterios de la Gran Bretaa participaron de
sus larguezas. Pero quien resucit elesplendor eclipsado d l a Religin en las provincias situadas en el Sud del Humber fuEdgaro. Siguiendo los consejos de Oswald y de Ethelwold,
obispos de Worchester el uno y de Winchester el otro, repuso en el goce de las tierras los
antiguos conventos desposedos en medio de los desrdenes sembrados al paso de los hombres
del Norte. Gracias la proteccin de aquel prncipe el orden monstico se rehabilit en el
concepto de los nobles, quienes le otorgaron opulentas donaciones. Abingdony Winchelcom
se llenaron de monjes y novicios; Croyland, restaurado desde veinte y cinco aos, posea un
tesoro de 10,000 libras esterlinas, ademas de las cajas, relicarios y otros vasos preciosos.
Cly, Ramsey, Malmesbury, Peterborough, Thorney, surgieron de entre sus cenizas; cuarenta
295
otras abadas reencontraron sn gloria primitiva, vindoselas brillar como radiantes estrellas
en el esplndido cielo de la Iglesia anglo-sajonacomo antes dla devastadora invasin (1).
Pas ser costumbre de los grandes ingleses consagrar, por medio de irrevocables donaciones, importantes partes de sus riquezas pecuniarias y de sus dominios territoriales la
Iglesia, que consideraban como la base de bienestar y civilizacin.
La prosperidad de la Iglesia, debida en gran parte la proteccin del poder civil, motiv
graves ingerencias, origen luego de sensibles rivalidades. Algunos prncipes reclamaron
para s derechos, cuyo ejercicio comprometa la libertad del ministerio eclesistico. Aquellas
rivalidades produjeron conflictos trascendentales. San Wilfrido, arzobispo de York, sufri el
encarcelamiento en insano y oscuro calabozo, y luego el destierro por no querer suscribir
las pretensiones del rey northumbro. Agilberto, obispo celoso ilustrado vio arrebatrsele de
su autoridad episcopal una parte del territorio de Wessex, que tena cannicamente bajo su
jurisdiccin, porque el rey Coinwalch se disgusto de oir que aquel edificante pastor hablaba
latin. Un obispo intruso gobern aquella grey desconsolada hasta que el descontento del rey
y de las ovejas le derrib de su usurpada silla.
Al mismo tiempo que las personas sagradas, y sobre todo los altos dignatarios, sufran las
consecuencias de la persecucin de los soberanos; los bienes de la Iglesia eran objeto de usurpaciones considerables. Ceolsedo y Ossedo en el siglo V I I I , se incautaron de cuantiosos b i e nes. Ethelbaldo mereci una carta de san Bonifacio, arzobispo de Maguncia en la que le echaba
en cara la violacin repetida de los privilegios sagrados de la Iglesia. La Iglesia anglo-sajona
hubo de sufrir mucho de parte de la ambicin desmedida de Offa. Las sillas de Malmesbury
y de Cantorbery vieron caer bajo la rapacidad de aquel Prncipe las posesiones que contaban
enclavadas en el reino de Mercia.
Las disensiones entre Wulfredo, arzobispo de Cantorbery, y Quenulfo originaron una religiosa agitacin en toda la Mercia. La discordancia del rey y del prelado caus graves perjuicios los intereses materiales y la paz moral de la Iglesia. La perfidia caracteriz aquella
persecucin.
Muchas veces, segn escribi el ilustrsimo Darbois en su tratado sobre la lucha entre amlos poderes, la lucha entre la Iglesia y la reyedad no lleg al terreno poltico sino
despus de haberse sosteuido algn tiempo en el orden moral. Puede decirse que ordinariamente el libertinaje de los prncipes fu la causa original de las disidencias que turbaron la armona de ambas autoridades. Ensayando los prncipes romper el freno que el
Evangelio pone las pasiones humanas, derecho tenan y an deber los obispos de reclamar
contra los escndalos, armados con la autoridad y el influjo de que les revesta el espritu
dominante en aquella poca. Su voz, en efecto, tena algo de enrgico como el grito de todo
un pueblo y algo de sagrado como una advertencia del cielo. A los grandes del mundo que
no queran obedecer no les quedaba otro medio que adoptar violencias extremas, como desterrar y despojar los embarazosos impugnadores; pues en aquellos tiempos la legalidad no haba inspirado todava estas elsticas combinaciones entre la pasin condenable de unos y la
legtima severidad de otros.
As se explican las persecuciones sostenidas contra la mayor parte de aquellos pontfices generosos, que en la Edad Media defendan el derecho y la virtud contra la depravacin
de los prncipes y la juventud intemperante de los pueblos de Europa.
La Inglaterra del siglo X , en particular, nos ofrece gravsimos hechos en confirmacin
de este aserto. E d v y , que ocup el trono la edad de diez y seis aos, se distingui luego
por la depravacin de costumbres. Con su carcter de s impetuoso, ardiente para el placer,
desafiaba con raro cinismo toda conveniencia y toda l e y ; rebajaba hasta el fango del vicio la
dignidad real... Dunstan, entonces abate de Grlastonbury, creyse obligado combatir la disipada conducta del R e y ; mas ste, contrariado en sus ms gratas pasiones, animado por el
) Mous. Darbois.
290
odio que en su corazn encenda una cortesana su vez por el prelado reprendida, arroj
Dunstan de palacio, donde desempeaba un cargo de confianza por disposicin del padre del
Rey. Las gestiones de la cortesana encendieron la tea de la discordia en el monasterio de
Glastonbury que Dunstan fu relegado, y basta lleg enviar parientes suyos, para que,
prendiendo al santo abad, le sacaran los ojos: Parentela mulierisprosequens
sancti ocubs
cruere clisponebal (1).
A duras penas pudo escapar Dunstan la cruel celada traspas el mar y se refugi bajo
la proteccin de Arnulfo, conde de Flndes. Sus bienes propios fueron confiscados incautse de ellos el rey.
Entonces la indignacin de la corte corrompida dejse sentir en los monasterios predilectos de Dunstan. Dispersse los monjes congregados bajo la egida de la l e y ; y aquellos
religiosos viernse precisados vagar sin recursos ni amparo. La posesin de aquella vida
durante muchos siglos no les salv del capricho y rapacidad de un prncipe extravagante y
de una mujer lbrica (2).
E n aquella poca y restablecido Dunstan su patria, encumbrado la dignidad episcop a l , muertos sus inmortales enemigos, hubo de desplegar su celo, su pastoral energa, contra
la inmoralidad. Un negro crimen manch la historia de la familia real inglesa. El aleve asesinato de Eduardo. Este prncipe, sentse en el trono glorioso de sus antepasados la edad
de quince aos, pesar de la rivalidad de su madrasta Elfrida, que ambicionaba dar la corona su hijo Etelredo.
Pero los derechos de Eduardo se apoyaban, dice Hume el historiador, en muchas circunstancias favorables, pues llamado al trono por testamento de su padre se acercaba ya la mayor edad y poda por consiguiente empuar pronto por s mismo las riendas del gobierno.
Dunstan, el respetado influyente arzobispo de Cantorbery, venerable ante el pueblo ingles
por las persecuciones sufridas en anteriores defensas de la moralidad, declarse por Eduardo,
quien consagr y coron en Kingston; con lo que todo el reino quedle sometido.
No tard el joven rey en verse precisado emplear su autoridad y su fe en la proteccin
de la Iglesia. A la primera noticia de la muerte de Edgardo, su padre, Alfere, duque de Mercia,
haba expulsado las nuevas ordenes de frailes de todos los monasterios que se hallaban en su
provincia. Pero Elswin, duque de Estinglia, y Brithnot, duque de los sajones orientales estsajones, los protegan en sus territorios y se interesaban en gran manera para que se cumplieran la leyes promulgadas en su favor,
El joven rey protegi la celebracin de snodos eclesisticos en los que fuese debatida
aquella cuestin trascendentalsima. Dependa de las resoluciones de aquellos Concilios nada
menos que la existencia la muerte del monasticismo en Inglaterra, que quiz fuese en
aquella poca el ms numeroso, ejemplar y fecundo. Triunf la justicia y el derecho gracias
al espritu religioso del soberano, que se complaca en sustentar y abrillantarlas glorias dla
Madre Iglesia.
Durante los cuatro aos de su reinado no desminti el joven rey la nobleza y religiosidad
de su niez. H u m e , historiador protestante, y que en calidad de tal no puede infundir sospecha, dice: Haba conservado siempre Eduardo el ms raro candor, y como eran sus intenciones
constantemente rectas y puras, no hallaba en s mismo motivo alg'uno para desconfiar de los
dems. A pesar de los obstculos que su madrastra haba opuesto su derecho de sucesin,
creyendo conseguir el coronamiento de su propio hijo, no dej de guardarla las mayores atenciones y an de continuar dando su hermano pruebas del ms tierno afecto (3).
Cazaba un da Eduardo en un bosque de la provincia de Dorsetshire, cuando lleg cerca
de la residencia de su madrastra la reina Elfrida. Impulsado por su cario, determin visi(1) Yit. S.
(2) Horrel
Will. Malm. de
(:)) Hume,
Dunstani.
noslra memoria quam immanis pueril in reliqua
lieij.
Historia general de
Inglaterra.
canobia
el propter
attatis lubricum
et propler
pelliois
conciliiw
CATLICA.
297
tarla, desprendindose de su escolta y squito para gozar de mayor intimidad familiar. Apenas
hbose despedido y emprendido caballo la senda que deba recorrer, pidi de beber, y en
tanto que acercaba la copa los labios, la mano aleve de un criado de la reina sacudi sobre
su espalda cruel pualada.
Espole el caballo, mas pronto cay desmayado, siendo arrastrado su cuerpo entre las malezas del bosque, de tal manera que no tard espirar.
. w
I.O'KIIO ECHANDO A l . I T E R O
l'Al'A.
298
teos sufrieron un verdadero saqueo con el pretexto de satisfacer los tributos de rescate los
normandos invasores.
Ignulfo, dice Dubois, cuenta detalladamente lo que el monasterio de Croyland hubo de
sufrir en aquellas tristes circunstancias. Etelredo y sus barones, ms duros que Sweyn y sus
normandos, levantaban impuestos insoportables agravados por el saqueo y el pillaje. Cada
ao, durante la invasin, era preciso dar al Rey 200 marcos de plata, y sus oficiales otros
tantos, sin contar los dispendios costados por la continua presencia de los exactores. Ademas
el monasterio, impulsos de la violencia y arbitrariedad, hubo de aprontar* 200 libras para
atender la construccin de la flota anglo-sajona, 100 libras para el jefe normando Tunkill, 2,000 marcos para S w e y n , que paseaba el incendio y la muerte desde las riberas del
Humber las del Tmesis. Y no obstante, los depsitos y tesoros de Croyland se hallaban
exhaustos, secado todo recurso. Los paisanos en gran nmero se haban refugiado al monasterio donde la caridad del abate Godrico trabajaba para alimentarlos y disminuir sus sufrimientos, pues el hambre y las enfermedades dominaban aquella infeliz poblacin.
Y porque no todos haban muerto todava en Croyland, crea Etelredo que eran inagotables all los tesoros, y porque Swerjos, fuerza de extorsiones haba sacado de all inmensas
sumas, pretenda encontrar an para s otra inmensidad. Calific al venerable y devoto Godrico de traidor la patria, proveedor de los normandos, amenazndole de sacrificarlo con
el tormento y el cadalso.
Una sinttica mirada sobre la conducta de los diversos poderes con respecto las personas
y cosas eclesisticas, basta para convencernos que el espritu ortodoxo no predomin en las
regiones de la soberana de aquel pueblo. El eminente autor del que tomamos datos inspiracin para pensar y escribir este captulo, hace notar que desde Etelberto de Kent hasta Guillermo de Normanda, sea desde 596 1066, la prosperidad material de la Iglesia anglosajona dependi del capricho de los diferentes prncipes, y as se explican los espectculos de
miseria que ofrecen las dicesis simultaneados con las hermosas y deslumbradoras perspectivas de opulencia que las mismas presentan con poco intervalo.
La disciplina eclesistica, dice el mencionado Darbois, en lo que se refiere las relaciones de ambas potestades, es desconocida y quebrantada siempre que estorba los planes intereses de los prncipes. Inconstantes y tirnicos los reyes anglo-sajones, eligen y deponen
su grado los obispos, prescindiendo de los cnones. Oprmenlos con perfidia y los maltratan
con crueldad.
Por otra parte los obispos no se sienten bastante fuertes para mejorar la triste condicin
de su Iglesia, y permiten abusos gravsimos para evitar la total ruina de la misma. Luego,
medida que el feudalismo extiende su red por la Europa, el episcopado anglo-sajon siente
los inconvenientes y las ventajas de aquella institucin poderosa. La eleccin de los obispos
deja de ser del todo libre, y siendo menos libre es menos pura; los prncipes imponen al clero
su propio candidato y aspiran no tanto colocar en la silla vacante un pontfice irreprochable como un subdito dcil...
Poco poco la mano del prncipe fu la nica fuente de las dignidades eclesisticas, lo
que dio por resultado una especie de esclavitud de la Iglesia.
Aquella situacin, lejos de mejorar, empeor desde Guillermo el Conquistador; para asegurar la posesin de un poder conquistado con inmensos sacrificios trabaj para sujetar las dos
instituciones que formaban la doble base de la vida inglesa, la Iglesia y la aristocracia.
No se propuso destruir lo que puede decirse era indestructible en aquel pas; intent asimilarse aquellos elementos nacionales. Respet lo que le era indispensable respetar, pero en
el fondo de su respeto dejbase traslucir su intencin poltica, encaminada siempre sentar la soberana monrquica sobre toda otra soberana. Como escribi un ilustre historiador:
Ya no era el religioso Etelberto abandonando con sencillez la residencia al monje Agustn,
su padre espiritual; ni el justo Edward sancionando con su autoridad los reglamentos adopta-
299
dos por los obispos; era el soberano espesando las mallas de la red del feudalismo, medroso
de que el vasallo, laico clrigo, no se le escapara; era la poltica haciendo bien a la Iglesia y
dando testimonios de respeto las instituciones catlicas bajo la impresin, sin duda, de sus
creencias; pero interviniendo tambin de una manera abusiva en los actos de la autoridad
espiritual y cometiendo por precaucin tirnicas injusticias so pretexto de evitar la altanera
del clero. Abierto el sendero, siguironle en l sus sucesores; quienes, por lo mismo que carecan de su genio, emplearon mayor violencia.
Guillermo el Conquistador hizo sentir el peso de su cetro sobre el bculo del episcopado.
pesar de las decisiones de los Concilios celebrados en Windsor y en Winchester bajo la presidencia de los cardenales Pedro y Juan, legados del papa Alejandro I I , muchos obispos fueron arbitrariamente unos desterrados, encadenados otros, y otros confinados. Muchos abades
se vieron injustamente perseguidos.
Y por m u y lamentables que fuesen los numerosos atropellos personales, no tuvieron la
gravedad que es preciso atribuir la abierta conculcacin de ciertas leyes cannicas, base de
la disciplina eclesistica en aquel pas.
La jurisdiccin espiritual recibi del Monarca gravsimas heridas, atribuyndose la facultad de revisar las sentencias episcopales que recayeran en subditos britnicos.
Guillermo el Conquistador sent los principios, cuyas consecuencias sac en el siglo X V I
Enrique V I I I , engendrando el protestantismo.
Aprovechando las tristes disidencias entre el sacerdocio* y el imperio, estableci condiciones denigrantes y opresivas la Iglesia. Reservse el derecho de sealar el papa que deba
someterse la Inglaterra en caso de cisma, y decret que las cartas de Roma procedentes no
debieran ser respetadas y atendidas sino despus de obtenido real beneplcito.
El espritu altivo y desptico de Guillermo el Conquistador se perpetu y creci en Guillermo el Rojo, su hijo. Las empresas violentas y sacrilegas de ste predijeron siniestros das
ala Iglesia. Obrando impulsos de consejeros disolutos como Ranulfo, por otro nombre Decorador, llev la opresin de sus subditos hasta el ltimo extremo. De su tiempo ha sido e s crito con exactitud que la Inglaterra apenas poda respirar, tanta era la opresin en que g e ma. Nec respirare poterat Anglia miserabilitcr sufcala. Al despotismo por todas partes
sensible aadase la lujuria todas luces perpetrada; Nec luxurice scelus tacendum cxercebat
multe, sed ex impudentia coram sol.
La avaricia de su carcter le indujo una nueva serie de atropellos. fin de incautarse
los tesoros del clero, se abstena de proveer las vacantes que en la Iglesia acontecan. Cuatro
aos dej sin proveer la silla de Cantorbery: De hoy ms, deca, yo ser el nico arzobispo.
Mas consecuencia de una grave enfermedad sufrida, arrepintise momentneamente, y de
aquella reaccin instantnea se vali la Providencia para que fuese nombrado arzobispo de
Cantorbery el celoso intrpido Anselmo, abad de Bec.
LXIX.
Luchas de los soberanos de Inglaterra contra el arzobispo Anselmo.
No sin cordial resistencia accedi Anselmo recibir el bculo de Cantorbery. Aquel m o desto y sabio abad expuso al Rey el programa de su futuro ministerio episcopal, que se r e duca obrar con entera libertad de accin, mantenerse subdito del papa Urbano, y sostener la soberana espiritual del episcopado sobre los fieles de su Iglesia. Apenas posesionado
su silla empezaron las discordancias entre el Prelado y el R e y ; la paz no pudo celebrarse
durante aquel reinado infausto.
Como representara Anselmo Guillermo la urgencia de proveer ciertas abadas vacantes
e
300
301
los templos, las vrgenes y cristianos notables sufran escarnios y brbaros atropellos; los
barones creanse autorizados cometer toda clase de violencias v hasta cunda el desorden
en el clero.
Lleg la Inglaterra al borde mismo del precipicio, cuando la clemencia delPapa, fin de
evitar la perdicin de todo el reino, permiti que Anselmo absolviera cuantos hubieran recibido la investidura laica hubieran ordenado sujetos que hubieran recibido prestado
homenaje al Rey. E n cambio el Rey accedi no dar la investidura con el bculo y el anillo;
Al morir Anselmo, Enrique retuvo para s durante cinco aos las rentas del arzobispado
de Cantorbery, durante tres aos las de las sillas de Norwich y de Cly y durante cinco aos
tambin las de las sillas de Durham y de Hereford.
La simona viciaba el origen de los altos dignatarios. As Rogerio hubo de pagar 3,000
marcos para la silla de Lichtfield; Guillermo Giffard 800 marcos por la de Winchester, y
Geraido, despus de haber pagado enormes sumas por la abada de Tevvhesbury, no teniendo
con qu satisfacer las crecientes exigencias pecuniarias del Rey, renunci su beneficio.
Al propio tiempo oponase el monarca que recibiera el clero las bulas y los legados del
Papa sin expreso consentimiento regio. Aquellas medidas atentatorias la disciplina del clero
y la libertad de la accin pontificia, sirvieron de tema las protestas de Roma, cuyos n u n cios encontraron serias dificultades para el cumplimiento de su excelsa misin.
Continuaron las cosas en el mismo desorden durante el reinado de Esteban que, posesionado de la corona pesar de las pretensiones de Matilde, hija de Enrique, hubo de sostener
atroz y desmoralizadora guerra civil. Desoladores cuadros ofreci la Iglesia en Inglaterra durante aquel reinado abundante en efusin de sangre cristiana y en desmoralizacin pblica y
privada.
i, --/
LXX.
Enrique II y Tomas Becket.
La accin ejercida por Tomas Becket en la Iglesia de Inglaterra fu tan enrgica y trascendental, que prescindir de ocuparnos detalladamente de ella sera dejar u n vaco inmenso
en esta historia de las persecuciones. Becket fu un gran confesor y un heroico mrtir. E n
l se reasuma la historia religiosa de su tiempo.
Tomas naci de padres pertenecientes la clase media. Uno de sus ms ilustres bigrafos dice que fu un hijo ilustre de una pobre casa (1). Desde su infancia dio pruebas del
espritu de exquisita piedad que le animaba.
Toda la vida de Becket fu un entretejido de hechos extraordinarios. Antes de su cuna
empez ya la divina Providencia ostentar su milagrosa mano.
Historiadores acreditados por su sensatez cuentan la manera con que vinieron desposarse los padres de nuestro personaje. E n su juventud, Gilbert, padre de Tomas, emprendi
la peregrinacin Tierra Santa acompaado de Richard, su criado. Al regresar de Jerusalen
fueron sorprendidos por los sarracenos y reducidos cautividad. La hija de Amurat, el amo
y seor de ambos cautivos, vio en Gilbert algo de grande y mucho de simptico. Busc
ocasin de hablar al prisionero cristiano, y le pregunt con inters qu clase de recompensas
esperaban los cristianos despus de esta vida. Explicle Gilbert como pudo y supo los principios de la fe catlica, que excitaron la admiracin en el alma de la joven sarracena, quien
pregunt Gilbert: Estis pronto derramar la sangre por Dios y por JESS? LO estoy,
contest Gilbert. La joven, cada vez ms admirada, expres la resolucin de hacerse cristiana
si Gilbert prometa recibirla por esposa.
(1) Guillermo, viceprior de Cantorbery.
302
Como era natural, Gilbert no quiso aventurar respuesta alguna eran tan frecuentemente
engaados en aquel entonces los cautivos!
Profunda tristeza recibi del silencio del cautivo la bija de Amurat.
Al poco tiempo de aquellas mutuas declaraciones, Gilbert y compaeros se les present
ocasin propicia de evadirse, que aprovecharon. Conocer la evasin la conmovida sarracena
y concebir el proyecto de evadirse tambin fueron dos cosas realizadas en un mismo acto. En
efecto, la joven, en un arranque sorprendente de adhesin, dej la familia, la fortuna y la patria para marchar sobre las huellas de un fugitivo que apenas conoci y ya amaba con raro
delirio.
Embarcse en pos de un ideal que poda m u y bien no ser jamas realidad, puesto que al
aportar en las costas britnicas nada saba de la casa ni de la familia del hombre que buscaba. Lleg Londres, pase inquieta las calles de aquella ciudad, siendo objeto por su actitud y por su traje de la curiosidad popular. Mujer de fe no perdi ni un instante la esperanza. La mano de Dios condujo Richard al encuentro de la hija de Amurat. Avisado Gilbert, comprendi el mvil del audaz viaje de la sarracena. Las perplejidades de Gilbert se
comprenden en un hombre de la rectitud de intencin suya.
El prudente cristiano se dirigi la iglesia de San Pablo para consultar al obispo de Londres. Providencialmente se hallaban reunidos seis obispos, cuya presencia Gilbert fu admitido. Expsoles la historia que acabamos de relatar slo grandes rasgos, y al concluirla
curiosa relacin exclam el obispo de Chichester: El brazo de Dios, no el del hombre, ha hecho venir esa mujer de pas tan lejano; sin duda tendr un hijo que ser la honra de la
Iglesia y la gloria de JESUCRISTO Los dems obispos asintieron lo expresado por su colega
y se decidi que, si la sarracena reciba el bautismo, Gilbert la recibiera por esposa.
A. la maana siguiente la joven fu acompaada la catedral de Londres, donde se le
pregunt si quera ser bautizada: Por el bautismo y por el matrimonio cristiano con Gilbert,
contest, emprend tan arduo viaje.
Algunos das despus del bautismo Matilde recibi la mano de Gilbert, y algunos meses
ms tarde el cielo premiaba el cmulo de virtudes de ambos esposos con un hijo que deba ser
grande la faz de la Iglesia y del mundo.
Tomas naci el 21 diciembre del ao 1117 1 1 1 8 , festividad de santo Tomas apstol.
Matilde ech en el corazn de su hijo desde la niez las semillas de la santidad que el
cielo dispens abundantemente su alma maternal. Entre otros de los ardides de que se vala
para ensear su nio la virtud prctica, cuenta Rogerio de Pontigny que ms de una vez,
gozosa de ver el crecimiento y desarrollo de Tomas, pesaba al infante y distribua los pobres un peso igual de pan y vestidos. Veinte y un.aos tena cuando Matilde pas mejor
vida, quedando todos los cuidados de la educacin cargo de su padre, cuya fortuna^haha
recibido sensible merma causa de multiplicadas desgracias.
En un monasterio de Mentn, bajo la direccin sabia del abate Roberto, y despus en Paris, perfeccion el joven sus estudios, favorecidos por un talento extraordinario.
Al regresar Inglaterra fu agregado la administracin de la ciudad de Londres, como
clrigo encargado de intervenir en la contabilidad, cargo que desempe con inteligencia
y honradez ejemplares y que le facilit el conocimiento de los negocios pblicos y el importante y difcil trato de los hombres.
* El rico Osbern, el arcediano Bechisno y el doctor Eustaquio, hombres eminentes en Londres, fueron sus amigos y protectores. Ellos le presentaron Thibaut, arzobispo de Cantorb e r y , en cuyo alczar se reunan las notabilidades polticas y religiosas de aquellos chas.
Descoll all por su modestia, por su integridad, por su celo y por la finura y atraccin de su
carcter.
Aquella escogida sociedad comprendi pronto las excelentes cualidades de Becket, quien
pesar de ellas, y an podemos decir causa de ellas, hubo de sufrirla rivalidad de un hom-
303
bre influyente y poderoso corno Rogerio del Puente del obispo. Amargas situaciones y transitorias desgracias le cost la injusta antipata de su rival; pero su virtud a toda prueba v a lile constante triunfo. El Arzobispo confi a Becket una misin importante cerca del P a dre Santo. E n Roma fu admirado luego que fu conocido, y su reputacin de hombre diestro
y prctico en los grandes negocios qued definitivamente sentada con el xito de su difcil
tarea, que era. nada menos que conseguir el que cesaran las vejaciones y la autoridad de E n rique de Winchester, legado del Papa y hermano del Rey, y obtener del Soberano Pontfice
la prohibicin formal de consagrar al rey Esteban, combatido por la princesa Matilde. Desde
entonces vise favorecido con varios beneficios y dignidades eclesisticas; pues las ms distinguidas corporaciones aspiraban obtener su nombre como una verdadera gloria.
El fallecimiento del nico hijo de Esteban facilit el camino la entronizacin de E n r i que II, hijo de la reina Matilde. Ces la guerra civil que asolaba los campos ingleses y pareci sonar la hora de la restauracin del derecho y de la justicia en aquel agitado reino.
Enrique II llam palacio Tomas Becket, confirindole el cargo de canciller, que era el
ms importante y valioso. Acept Becket con nimo de influir directa y eficazmente en las
relaciones poltico-religiosas del Estado y de la Iglesia, que entraban en un perodo crtico.
La dignidad de gran canciller le elev la primera silla poltica despus de la del Rey.
En manos de aquel alto dignatario estaba el sello real; la subintendencia de la real capilla;
la tutela de los arzobispados, obispados y abadas vacantes y aun de muchas baronas. Asista
por derecho propio al consejo supremo. El canciller tena siempre expedito el camino de llegar una silla metropolitana.
Tomas recibi aquella altsima dignidad en 1 1 5 5 , la edad de treinta y ocho aos. Era
simple dicono.
El Rey no tard en sentirse agradablemente apasionado por su canciller, que fu el que
disfrut su omnmoda incomparable confianza. Sus cualidades eminentes de hombre de
Estado le valieron universal reputacin.
Gracias su influencia se aplaz el ruidoso choque entre el Estado y la Iglesia, cuyo germen, sin embargo, deba ms tarde producir frutos amargos y perpetuos.
La accin poltica de Becket dejse sentir inmediatamente en todos los ramos de la economa inglesa. Mucho haba que corregir, que reformar y que crear consecuencia de lo que
haban corrompido, trastornado y destruido las pasadas luchas. Las concesiones seoriales
acordadas en el reinado precedente por coaccin moral fueron abolidas y anuladas; los injustamente desposedos de herencias antiguas vinieron ser reintegrados en el goce de sus derechos legtimos; los vagos y perdidos que merodeaban costa de la tranquilidad y de la riqueza del pas, perseguidos con mano de hierro hubieron de empuar el arado y consagrar
sus fuerzas la agricultura la industria. Como el comienzo de una primavera sonriente, escriba un contemporneo de Becket, fueron aquellos das en que claramente vease
remozar el espritu y el genio de la nacin; rodearse de honores y homenajes, y entronizarse
en las sedes episcopales y en las abaciales sillas sacerdotes de indisputable mrito y ejemplares virtudes.
Enrique II y Tomas Becket, unidos como un solo hombre, constituan el alma de aquel
venturoso movimiento, que prometa das de prosperidad desconocida hasta entonces para I n glaterra.
Estaba el Rey dotado de un carcter propio para las grandes empresas y para las atrevidas
resoluciones. Inteligente, laborioso, sensible, tena derechos indisputables al respeto y ala admiracin de sus vasallos, que no se le escasearon. Sin embargo, sus dotes despertaron en ella
ambicin, que es el escollo de los elevados personajes. Dominador por naturaleza, no admita
la legitimidad de ningn estorbo, supeditando enteramente su conciencia sus proyectos,
n razn su soberana.
Becket participaba de muchas grandes cualidades del Rey. En inteligencia, decisin, vas
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lor, celo y laboriosidad, el canciller era fiel reflejo del soberano, salvo que aqul haba recibido una educacin religiosa bastante slida para trazar su accin el lmite del deber y de
la conciencia.
De lo dicho se infiere que Enrique y Becket no marchaban en lnea paralela; que, aunque
parecido, no era idntico el objetivo final de ambos, y que ms menos tarde los dos poderes
haban de encontrarse en funesto choque.
Cediendo al impulso de su carcter quiso Becket tomar parte activa, pesar de su clereca, en la guerra que sostuvo Inglaterra contra Francia. E n aquel episodio de su vida despleg el dicono canciller dotes militares no comunes. Sus caballeros escogidos colocaron altsima la reputacin de valor y nobleza, hacindose apreciar hasta de sus decididos enemigos.
Y admirable contraste! el valeroso guerrero que en el campo de batalla presentbase'gallardo
invencible, conformndose con las costumbres de los hombres piadosos de su poca, reciba
desnudas las espaldas la disciplina de manos del prior de la santsima Trinidad cuando se encontraba en las cercanas de Londres, y de un sacerdote de San Martin cuando resida en
Cantorbery. Y este hombre, la vez indomable en el campo de batalla y penitente en su retrete domstico, era opulentsimo como ministro del Reyuno pasando el mar sino acompaado
de seis navios, y misericordiossimo hasta dar sus propios vestidos los indigentes. Nadie como
l ha sabido hacer ms razonable distincin entre los actos de las respectivas fases de su vida:
piadossimo en religin, opulentsimo en sociedad, bravsimo en guerra, astuto en diplomacia,, fidelsimo en todos sus aspectos, apareca hombre completo desde cuantos puntos de vista
se le mirase.
Aquella sntesis de virtudes cvicas, polticas y cristianas fu expresada magnficamente
al frente del libro De Magis Curialium, escrito por J u a n de Salisbury, en cuya dedicatoria
Becket traza en los versos que se leern la apologa del eminente personaje.
Ilic est qui regni leges cancellat iniquas,
Et mndala piiprincipis
cequa fcil.
Si quod obesipopulo vel movibles est inimicum,
quicquid est, per eum desinit esse nocens.
Publica privalis quiprcefert commoda semper,
quoclque dat in piltres ducit in are suo.
Quod dat habet, quod liabet clignis clonal vice versa,
Spargil, sed spmrsm mulliplicantur
opes.
Ulque virum virlus animi sic gralia
forma,
Un digne mirandum genlibus esse facit...
Hujus nosse clomum non res est ardua; cuivis
Non duce quaessito semita trita palet.
Nota domus cunctis, vilio non cognila soli,
Lucet; ab ac lucem dives, egenus, liabent.
LXXI.
Becket elevado la silla arzobispal de Cantorbery.Primera disidencia de Becket y el ReyLa muerte de Teobaldo dej vacante la primera silla de la Iglesia de Inglaterra. Despus
del trono n i n g n puesto igualaba en altura aquella brillantsima posicin. El Arzobispo era
en el orden eclesistico la que el canciller en el orden civil. Becket se haba asaz distinguido
para que dejaran de fijarse en l las miradas de la corte, del clero y del pueblo en aquella
ocasin solemne. Necesitbase un hombre que fuera la vez un gran ministro de Dios y un
305
eminente ministro de Estado. Beoket era este hombre. Una asamblea de obispos le eligi con
aplauso del soberano y con nacional contentamiento. El agraciado fu el nico que, midiendo
las dificultades del glorioso cargo que se le ofreca, opuso cordial resistencia su admisin;
de modo que no ser los consejos del cardenal Enrique de Pisa, legado de la santa Silla, la
negativa de Becket hubiera inutilizado los planes del Estado y de la Iglesia basados en
aquel nombramiento.
Vencida la resistencia del electo, aprobada por Su Santidad la consagracin de Becket, y
honrado con el sacro pallium, hzose universal la espectativa de la lnea de conducta que iba
seguir el nuevo Arzobispo. Desconfiaban algunos de aquella eleccin por considerarla ms
bien obra inspirada del soberano, que de la espontnea iniciativa del episcopado; sospechaban si el paso del "canciller la silla arzobispal sera el punto de partida de la nueva esclavitud poltica de la Iglesia; y juzgaban otros que el carcter esplndido y las distracciones
civiles del canciller le hacan poco propsito para conservar la severidad de costumbres indispensables en quien ha de ser lumbrera moral del pueblo y del clero.
Estas observaciones, algunas de las que pudieran reunir algunas apariencias de fundadas
para los que no conocan fondo la virtud del nuevo Arzobispo, quedaron pronto desvanecidas por la incontrastable elocuencia de los hechos.
Cuando el Rey indic Becket su intencin de apoyar los que se proponan elevarle
la silla de Cantorbery; contest el canciller: Si llevis adelante este proyecto, no tardaris
en sentir apagarse el afecto que me profesis; porque vos desempeis y continuaris desempeando en la Iglesia un papel que no os pertenece, y por lo tanto no ha de faltar quien excite
nuestra comn discordia.
Convencido estaba Becket antes de su consagracin episcopal de la necesidad que tena de
modificar su gnero de vida. La posicin de un arzobispo era m u y diversa de la de un gran
canciller. Desde que empu el bculo, dice uno de sus bigrafos ms autorizados, fij sus
miradas en s mismo para conocerse y reformarse. Su palabra tom u n tono de gravedad
edificante; la piedad y la misericordia sellaron sus obras; justicia y equidad animaban sus
pensamientos. Cea un cilicio grosero y rudo; mortificbase en la comida hasta el punto de
beber agua inspida hervida con desagradables yerbas... Tom por modelo san Cipriano y
santa Cecilia, aqul que ocultaba bajo su tnica militar el corazn de un soldado de CRISTO,
y sta, que al paso que desgarraba sus miembros fuerza de maceraciones, slo ostentaba
vestidos de tis de oro. Apareca Becket un prelado como cualquier otro, rodebase si se
quiere de la aurola gloriosa, reclamada por su dignidad altsima, pero en su vida privada la
austeridad le serva de norma. Su caridad no tena lmites. Destinaba el diezmo de todo cuanto
perciba al socorro de los pobres, y cada da lavaba los pies de trece infelices en memoria del
lavatorio celebrado por Nuestro Seor JESUCRISTO, los cuales remuneraba esplndidamente. Los desamparados encontraban en l proteccin segura, los perdidos asilo digno.
Estudiaba, dice el ingles Giles, para hacer las cosas con constancia, grandeza, nobleza
y gravedad.
Admir la Inglaterra entera el cambio radical de las costumbres de Becket, y la prontitud con que envi al Rey, la sazn ausente de Inglaterra, la dimisin de la cancillera. Acto
sabio y prudente con que l quiso tranquilizar los nimos de los que teman u n maridaje fatal dlas potestades eclesistica y civil. Algunas reclamaciones entabladas contra los detentares de bienes pertenecientes la Iglesia, confirmaron el excelente espritu del prelado; y
en fin, cual fuese la opinin que supo conquistar Becket del Pontfice romano y del clero,
lo demostr la acogida que obtuvo en Tours, con motivo de su presencia al Concilio en aquella ciudad, convocado para asegurar la tiara en las sienes que legtimamente la cean.
_ Al regresar Becket de Tours, cuyo viaje se asemej una marcha triunfal, empezronlas
primeras disensiones con el Rey. E n una asamblea celebrada en Woodstock, el Rey pretendi
reclamar como debido al tesoro real, una especie de tributo voluntario, que se imponan los
T.
II.
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306
colonos para remunerar los servicios y atenciones de los delegados militares en los condados;
sorprendidos los congregados no se atrevan contestar, cuando tom la palabra el Arzobispo
y dijo al Rey: Seor, no conviene que Vuestra Alteza se apropie este dinero, pues no lo
damos por fuerza y para pagar una deuda, sino libre y'voluntariamente. Si vuestros oficiales
se conducen bien respecto nuestros' dependientes seguiremos recompensndolos como basta
a q u ; sino rehusaremos satisfacer este tributo espontneo.
Por la mirada de Dios, contest indignado el Rey, este tributo vendr las arcas del
tesoro-; no tenis derecho oponeros ello, pues nadie piensa en maltratar vuestros colonos.
Por el juramento mismo que habis echado, replic Becket, juro que mientras yo viva
ninguno de mis dependientes har lo que pretendis.
Hiri el amor propio del soberano tan decidido lenguaje; quien, no obstante, no habl ms
del asunto. Por aquellos das el Arzobispo present el beneficio de la iglesia de Eynosford
uno de sus clrigos; el seor de aquel territorio protest arrojando los representantes del
beneficiado, por lo que Becket excomulg los perpetradores de aquella violencia. El seor de
Eynesford apel al Rey contra la excomunin, y el Rey escribi Becket en sentido de levantar la excomunin lanzada. Becket contest al Rey, que el dar quitar excomuniones perteneca exclusivamente la jurisdiccin espiritual. El Rey pretenda que antes de tomar tan
grave medida contra uno de sus principales terratenientes era justo se le pidiera consejo.
Para evitar u n conflicto el Arzobispo levant la excomunin lanzada; pero el Rey al saberlo exclam: Es demasiado tarde para que se le agradezca.
Otra causa de disensin se present, y fu un conflicto sobre la competencia del tribunal
que deba juzgar algunos clrigos acusados de notables delitos.
Apresuradamente cubrase de nubes el firmamento religioso de Inglaterra, pues se encontraban frente frente dos personajes capaces de sostener con energa los diversos puntos
de vista en que respectivamente se colocaban. La tempestad poda aplazarse; pero evitarse no.
Agrav la situacin lo acontecido en la especie de concilio asamblea de obispos y dignatarios eclesisticos celebrada por iniciativa y convocatoria del Rey. Pretenda ste tomar
su cargo la correccin de los abusos del clero, que por cierto eran numerosos. El proceso, que
de tal puede calificarse el discurso del Rey en aquella asamblea, dejaba en m u y mal estado
el nombre y reputacin del clero ingles. Supona que los tribunales eclesisticos obraban con
inconveniente lenidad y excesiva indulgencia al tratarse del juicio de los clrigos criminales,
proponiendo para subsanar aquella dificultad que el seor arzobispo de Cantorbery y todos
los obispos consintieran que los clrigos sorprendidos en flagrante delito, convencidos de
l por el juicio de la corte fuesen degradados de las santas rdenes y librados inmediatamente
los oficiales.civiles, para quedar sometidos las penas corporales del cdigo, sin que la
Iglesia pudiera reclamar contra-las sentencias que se pronunciaran los castigos que se impusieran. Pido tambin, aadi el Rey, que uno de mis oficiales asista la degradacin
fin de coger los culpables sobre el terreno mismo, evitando as todo medio de eludir por la
evasin las penas merecidas.
Trascendente era lo que reclamaba el Rey. Concedrselo equivala abdicar los principios de la inmunidad eclesistica vigentes en aquellos "siglos.
Pidise al primer momento la opinin del clero. Hubo all obispos que convinieron en la
necesidad de tratar con ms rigor, de lo que hasta entonces se acostumbraba, los clrigos
criminales delincuentes.
Becket, ms perspicaz que sus colegas, comprendi toda la malicia que entraaba la pretensin de Enrique I I , que equivala socavar las bases en que descansaba la libertad de la
Iglesia. As lo manifest' la asamblea. Insistieron, no obstante, muchos en la necesidad de
ceder la voluntad del soberano, para salvar, sino la dignidad del ministerio eclesistico, que
se vea perdida, lo menos la santa libertad de sus personas y de sus templos, que en caso
de resistencia crean perdida tambin.
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308
LXXII.
Destierro de Juan de Salisbury.Amarguras de Becket.Asamblea de Clarendon.Vacilacin
del Arzobispo.Su arrepentimiento.Proyecto de evasin.Asamblea de Wetsminster.
No atrevindose el Rey descargar su enojo contra Tornas Becket, causa, sin duda, de
la universal influencia que vena ejerciendo, demostr su disgusto desterrando Juan de Salisbury, el amigo y confidente del Arzobispo. Quin era ste lo atestigua una carta del abat
de San Remigio en Francia: Tenemos entre nosotros, de^ca, un sacerdote desterrado de la
Gran Bretaa; es uno de nuestros amigos ntimos, y su fortuna, buena mala, me inspira
vivo inters. Es muy instruido, y cuanto ms se le trata, ms crece la adhesin su persona.
Encuntrase en estos momentos apesadumbrado bajo la clera del Rey, creo sin culpa por su
parte; pues su nico crimen es haber permanecido fiel al Arzobispo. Este hombre es Juan de
Salisbury, as conocido aquende como allende el estrecho.
Cuan amargado estuviera el nimo de Becket lo revela la carta que escribi al Papa, contestacin otra que Su Santidad se haba dignado dirigirle para animarle sostener los combates del Seor. Es un documento que manifiesta hasta el punto en que se hallaba mortificado el perseguido Arzobispo: Las consoladoras palabras, deca, que Vuestra Paternidad nos
ha dedicado en su carta podran servir de remedio lenitivo eficaz una mediana afliccin;
lo menos pudiramos esperar mejor porvenir, si nuestras angustias no procedieran sino de
u n objeto. Mas de da en da crece el m a l , y es ultrajada una causa que no es la nuestra, sino
la de CRISTO. Al travs de estas tempestades que unas otras se suceden como las olas, prevemos un naufragio inevitable, de modo que no nos queda otro recurso que esforzarnos despertar al Seor, que parece dormido en su nave y exclamar: Salvadnos, Seor, que perecemos! Y los malvados han encontrado una ocasin tanto ms favorable de desplegar su iniquidad en cuanto es menos prspera la situacin de la Iglesia romana; puesto que todo lo que
afecta la cabeza, provechosa perjudicialmente, djase sentir en todos los miembros del cuerpo. Arrebatse JESUCRISTO lo que haba comprado con su sangre, y sobre su heredad ha extendido su mano el poder civil. Los abusos son tales, que las reglas de los santos padres y las
prescripciones de los cnones, hasta cuyo nombre es odiado, son hoy impotentes para proteger
los clrigos emancipados por la ley de toda ajena jurisdiccin. Mas sera largo y doloroso
resear y pintar por escrito todo lo que sufrimos; por esto enviamos cerca de Vuestra Paternidad Enrique, nuestro fiel y comn amigo, encargado por Nos'de exponeros detalladamente
todo cuanto por s mismo ha visto y odo...
Algn tiempo despus una carta de este enviado daba cuenta Becket de las impresiones
causadas en el nimo del Sumo Pontfice por los acontecimientos de la Gran Bretaa: Al
recibirme en audiencia, deca, el Papa no pudo evitar el que salieran de.su comprimido corazn algunos suspiros, llegando derramar lgrimas. Saba todo lo ocurrido en Westminster,
la persecucin dirigida contra la Iglesia, vue'stro tesn y firmeza, qu obispos os han apoyado, cmo sali de nuestras filas el que no estaba nuestro favor, de qu manera se juzg
y conden un clrigo... todo lo que se ha hecho en secreto esta corte lo sabe...
Era ya proverbial, como se ve, la firmeza del arzobispo Becket; su nombre volaba con la
aurola de los grandes confesores.
El Rey de Inglaterra, conocedor profundo de la sociedad de su tiempo, comprendalas
dificultades que involucrara para sus intereses una persecucin cruda y directa. Resolvi,
pues, dividir los nimos de los obispos y crear para la corona un partido episcopal favorable
al Estado. Los obispos Rogerio de York, Gilberto de Londres Hilario de Chichester no vacilaron en abandonar la causa del episcopado y en declararse.defensores de las prerogativas
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de la corona. El Rey haba procurado salvar la reputacin sacerdotal de sus adheridos prelados, asegurndoles que nada intentaba exigir del clero contrario la disciplina cannica, y
slo salvar en principio los derechos del Estado.
Becket previo los fatales resultados que iba dar la nueva tctica adoptada por sus adversarios. La unanimidad de los obispos facilitaba la victoria; la defeccin aseguraba la derrota.
Por otra parte Roma se ladeaba una transaccin honrosa, pues eran grandes, muchos y
graves los conflictos que haba de hacer frente. Los consejos del enviado del Papa y los actos de distinguidos cardenales impulsaban Becket hacia una conciliacin. Cmo no ceder
tan poderosas y caracterizadas influencias! E n la inminencia de un abandono general de sus
mismos amigos; previendo el aislamiento absoluto en que iba encontrarse, el Arzobispo se
dirigi al Rey, que se encontraba en Woodstook. Obtenida una entrevista, declar Becket
que, informado de los leales propsitos de S. M . , resolva declararse dispuesto observar las
constituciones regias sin protesta ni salvedad alguna.
Satisfizo Enrique II esta actitud; pero aadi: Es preciso que esta declaracin la hagis
en audiencia pblica; como quiera que habiendo sido pblica vuestra resistencia mis rdenes, debis pblicamente renunciar vuestra oposicin. Yo convocar una asamblea para un
da determinado; os invitar vos y mis barones, los obispos y al clero, fin de tomar
una medida decisiva para que en adelante nadie se considere autorizado quebrantar mis
leyes.
Como resultado de aquella entrevista vino la convocatoria de la asamblea de Clarendon.
Era el mes de enero 1164 cuando pudo celebrarse la primera sesin. Desde su comienzo preveyse que el objetivo del Rey era aprovecharse de aquellos momentos de vacilacin y t i m i dez para legitimar la supeditacin absoluta de la Iglesia.
En Clarendon el Rey pretendi y en cierta manera obtuvo la sancin de varios artculos
atentatorios la libre organizacin del orden clerical.
Los tribunales eclesisticos perdan la autoridad y competencia para juzgar los asuntos
referentes al patronato y presentacin de beneficios; quedaban prohibidos los recursos de apelacin al Papa; no podan ser excomulgados sin autorizacin expresa del Rey los terratenientes de la corona; los clrigos acusados de cualquier delito quedaban sujetos la accin de la
justicia seglar; ningn eclesistico poda salir del reino sin la venia del soberano.
Ledas estas declaraciones, Enrique II dijo: Quiero que las constituciones reales de mis
antepasados sean transcritas y firmadas por el Arzobispo y los dems miembros de la reunin,
fin de impedir venideros conflictos. Orden se trajeran las constituciones antiguas, y ante
ellas dijo: Deseo que el Arzobispo firme y selle estas constituciones, que son la tradicin de
nuestro reino escritas para la definitiva buena inteligencia.
Yo, contest el Arzobispo, declaro ante Dios que jamas acceder sellar semejante acto.
El Rey, indignado al oir esta respuesta, se retir en medio de la sensacin profunda de
los convocados.
Describiendo aquella escena en una carta histrica, uno de los obispos que se hallaban
presentes deca: Permanecimos inflexibles- impvidos desafiando la prdida de los bienes,
los tormentos, el destierro, y si Dios lo dispusiera, la muerte... Encontrbamos reunidos en
un mismo departamento, cuando los principales del reino y los nobles entraron enfurecidos,
invadiendo el saln tumultuosamente, y luego arrojando sus mantos y amenazndonos con el
puo levantado: Andad precavidos, gritaron, en menospreciar las ordenanzas del Monarca,
quien debis obedecer. Estas manos, estos brazos, estas armas, nuestras vidas mismas no
nos pertenecen, son del rey Enrique, que puede reclamrnoslas para obligaros ejecutar sus
decretos, cualesquiera que sean.
La actitud de la corte y de la nobleza intimid Tomas Becket. Por otra parte, algunos
personajes que gozaban de la reputacin de ortodoxos, respetables por sus posiciones sociales,
aconsejbanle que se inclinara ante la voluntad soberana. Ricardo de Hastings, gran maestre
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de los templarios, distinguase en sus manejos, en la viveza de los colores que pintaba Becket las negras consecuencias que su negativa acarreara la Iglesia.
El Arzobispo empez vacilar. El Rey triunf de su firmeza. Los graves sucesos de aquellos das sembraron la alarma en la cristiandad inglesa. Tomas Becket revelaba en la tristeza
de su rostro la melancola del corazn.
Dicen algunos historiadores, que reconocindose culpable de debilidad, se abstuvo de ejercer sus sagradas funciones hasta recibir respuesta la carta que escribi Su Santidad dndole cuenta detallada de. lo acontecido en Clarendon. No tard llegar la carta del Papa Alejandro Becket. El Sumo Pontfice declaraba en ella la'simptica mirada con que haba visto
al noble Arzobispo luchar con tantas y tan poderosas dificultades, y le enviaba la absolucin
por las faltas de que l mismo se consideraba responsable.
Becket tiempo haca que se hallaba decidido abandonar Inglaterra; pero las leyes del
reino se lo impedan. Dos veces lo intent embarcndose en las playas de Kent; ambas la tempestad se encarg de repelerlo. Activas negociaciones se abrieron para llegar una solucin;
pero el Arzobispo y el Rey se manifestaron igualmente decididos conservarse en el puesto
escogido para su respectiva defensa.
El Arzobispo haba dado su palabra, que crea hasta excesivamente expansiva, de acatar
las ordenanzas reales; el Rey quera ms que su palabra; quera su firma y su sello.
LXXIII.
Calumnias contra Becket.
Comprendieron los defensores de la poltica real que era preciso ante todo desvirtuar la
autoridad de que gozaba Becket ante sus subordinados, trataron de presentar sospechas contra su integridad en la poca en que desempe la cancillera; y bien que, al aceptar el Arzobispo, el Monarca le haba eximido de toda responsabilidad sobre los hechos retrospectivos de
su.administracin civil, pareci olvidarlo, pidindole cuenta de determinadas cantidades, y
hasta llamndole juicio sobre pendencias provocadas por gente de inferior posicin.
E n Nortbampton reuni el Rey una asamblea destinada sentenciar al Arzobispo. Acsesele de traicin por no haberse presentado personalmente un llamamiento judicial, al que
acudi representado por cuatro delegados. Efmero pretexto en que se apoy nada menos la
asamblea para declarar confiscados sus bienes en beneficio del Rey! Al oir el fallo exclam:
Yo callo, no protesto; pero la posteridad juzgar sobre esta indigna sentencia.
Reclamronsele luego de parte del Rey algunas sumas de dinero, lo que el Arzobispo
contest, que no creyendo favorable la dignidad real el descender al debate de una cuestin
metlica, estaba resuelto dar al Rey las trescientas libras que le reclamaba..
E n otra sesin reclamronle -nuevas y. ms importantes cantidades que evidentemente no
deba. Contest Becket que se atemperaba las exigencias del Rey, que trueque de evitar
los inconvenientes de un litigio de aquella clase, pondra en el tesoro el dinero que se le ordenaba. Replicsele que ya no tena dinero, porque todos sus bienes estaban confiscados, con
lo que comprendieron todos que Becket estaba definitivamente sealado para ser sacrificado
como una vctima.
Trascendental debate tuvo lugar en aquella asamblea de obispos y barones. Pretendan
unos que se trabajara asiduamente para obtener la reconciliacin del Rey y del Arzobispo;
defendan otros la urgencia de un acto ejemplar de justicia.
Aquellos espectculos donde jugaba la ingratitud villana y donde se arrastraban los hombres ms elevados al impulso dlas pasiones mezquinas, trastornronla salud de Becket,que
no pudo asistir la-sesin en que deba ser definitivamente juzgado y condenado. Hubo de
311
aplazar la comparecencia. Mas u n da, reanimado algo, convoc los obispos en su casa y les
dijo-: Hermanos mos; veis como nuestros enemigos andan sueltos y desencadenados; veis
como el mundo entero se levanta contra nosotros; pero ms doloroso que todo esto es saber
que tambin vosotros me abandonis, vosotros, que sois hijos de mi propia Madre. Aunque yo
callara, los. siglos futuros diran que vosotros en la presente lucha me abandonasteis m que
soy vuestro padre y vuestro arzobispo, por ms que sea pecador; diran que durante dos das
seguidos, hacindoos mis jueces, me habis atormentado. Y por vuestra actitud presiento que
os hallis dispuestos juzgarme en el fuero seglar, no slo civil, sino criminalmente. Pues
bien; yo os prohibo, en virtud de santa obediencia y bajo pena de perder'el ejercicio del ministerio que ejercis, de tomar parte en ningn juicio en que se trate de mi persona; y temiendo
que lo hagis, apelo ahora por entonces al refugio de todos los oprimidos, que es la santa
Iglesia romana. Y si como se dice y como se me amenaza, la autoridad laica me echa la m a no, os prescribo estar obligados bajo obediencia emplear las censuras eclesisticas para d e fender vuestro arzobispo y padre. Sabed, en fin, que aunque se estremezca el mundo y e n saye el enemigo nuestros esfuerzos; aunque sucumba mi cuerpo, pues la carne es flaca, con la
ayuda de Dios mi alma no se doblar y no ceder nadie el rebao que se me confi.
El tono de este discurso describe perfectamente la terrible situacin en que se encontraba
Becket.
Dirigise la asamblea, y al entrar en ella tom la cruz de manos de su crucifero, para
presentarse sus jueces con el emblema de su encumbrada dignidad. Roberto de Hereford
acercse al Arzobispo y le dijo: Seor Arzobispo, permitidme que lleve yo la cruz; es conveniente que cargue yo con su peso. N o , hijo mo, contest Becket, es necesario que yo
empue la cruz para que se vea la sombra de qu bandera combato.
Cmo toleris, dijo un clrigo Gilberto de Londres, que el Arzobispo lleve de esta
manera la cruz ?
Mi caro amigo, replic Gilberto, ha sido siempre algo loco y lo ser siempre.
El Obispo de Londres se dirigi Becket en ademan de quitarle la cruz de la mano, que
ste no solt. No veis, dijo el de Londres al Arzobispo, que esta conducta quebrantar la
i>az?Si vos sacis la cruz, el Rey sacar la espada, y presenciaremos el espectculo de un
combate entre el Monarca y el Arzobispo.
Acaso soy yo libre de obrar de otra manera? replic el Arzobispo. Mi cruz es un sm-bolo de paz y yo no he de soltarla; la espada del Rey no es sino un arma de guerra.
Luego empez uno de los episodios ms interesantes de la historia de la Iglesia.
Los obispos fueron llamados por el Rey un departamento reservado"; el Arzobispo con
sus clrigos se qued en un aposento inferior. E n aquel consejo, casi todos los obispos, en adulacin al Rey, se lamentaron de la conducta del primado; dijeron Enrique que haban m e recido fuertes reconvenciones por haber tomado parte en su juicio; comunicronle que haba
apelado de la sentencia contra l dictada al Sumo Pontfice; y en fin, que su actitud actual
era de inflexible resistencia.
,
Encolerizse el Rey, para quien la conducta del Arzobispo era contraria los principios
que deca convenidos en Clarendon. Envile dos comisionados que expusieran al Arzobispo
el disgusto del soberano, y le requirieron de su parte que manifestara si estaba dispuesto
dar cuenta de su administracin como canciller y respetar el juicio del tribunal regio.
Becket, al oir aquel mensaje, irguiendo noblemente la cabeza, dijo: Seores, yo soy el
subdito ms leal del R e y ; pero soy tambin sacerdote, y mis juramentos no pueden contradecir la equidad y la justicia. Yo rindo homenaje al Rey y estoy dispuesto atestiguarle mi
adhesin completa, salvo siempre lo que debo Dios, al honor de la Iglesia y mi dignidad
episcopal. Se me ha citado para un caso particular, el asunto Mareschal (1), y no para una
cuestin de. dinero pendiente con el Rey.
(1) Mareschal haba compclido Becket ante el tribunal eclesistico al efecto de ser puesto en posesin de un terreno perteneciente
319
Recuerdo y reconozco bien que he recibido del Rey muchos cargos y dignidades; en mis
diversos empleos serv fielmente, y no slo he empleado mi fortuna, sino que he contrado
deudas. Cuando por disposicin de Dios y por la bondad del Rey fui arzobispo, antes de mi
consagracin, el Rey, aunque hoy lo haya olvidado en su clera, me declar enteramente
libre de las obligaciones civiles. muchos de vosotros esto consta, no hay clrigo en el reino
que lo ignore. Os suplico y conjuro recordis al Rey todo esto...
Como arzobispo he procurado cumplir mi deber y servir la Iglesia, y si no he salido
siempre airoso; no lo imputo al Rey ni nadie, sino mis pecados...
En cuanto la prohibicin de juzgarme, impuesta por m los obispos, reconozco haber
dicho mis colegas que me haban herido con una sentencia inicua; ademas ele que hasta
en este punto no han observado la costumbre establecida. Yo les he prohibido lo que est cannicamente prohibido; yo mantengo esta prohibicin y pongo mi persona y la Iglesia de
Cantorbery bajo la proteccin de Dios y del soberano Pontfice.
Este discurso era incontestable. Los nobles salieron exponer al Rey la actitud decidida
y firme de Becket. Enrique I I , enterado de la persistencia del Arzobispo, dio orden para que
los obispos y barones se constituyeran en tribunal y lo sentenciaran. Esta decisin constern
muchos prelados: Salgamos de a h , dijo Rogerio de York, no seamos testimonios de lo que
va hacerse contra el seor de Cantorbery.
Bartolom de Exeter fu arrojarse las plantas del Arzobispo y decirle: Padre mo,
habed piedad de vos y de nosotros, pues el enojo que habis atrado sobre vuestra frente nos
perder todos. Acaba de aparecer u n decreto del Rey que declara enemigo del Estado cualquiera que abrace vuestro partido.
El temor iba cundiendo entre los adictos de Becket; mas el valor de ste acrecentbase
medida que ruga la tempestad. Apartaos de aqu, dijo Bartolom; vuestras ideas no
conducen la defensa de la Iglesia.
Los obispos conferenciantes con el Rey bajaron en corporacin al encuentro del primado.
Hilario,"obispo de Chichester, le dirigi la palabra en estos trminos: Seor Arzobispo,
permitidme que os diga que estamos quejosos de vos. Vuestra prohibicin nos ha colocado en
gran embarazo, puesto que no podemos quebrantarla sin desobedeceros, ni respetarla sin faltar al Rey y la ley. En la asamblea de Clarendon, en la que nos convoc el Monarca, se
.trat de comprometernos observar las costumbres del reino; para que no quedara duda alguna se redactaron por escrito estas costumbres que establecan y consagraban ciertos privilegios beneficio del Prncipe. Todos se comprometieron observarlas; ante todos vos mismo,
y despus, por orden vuestra, nosotros vuestros subordinados. Y como el Rey pretendiera que
firmramos y sellramos el compromiso, contestamos que la palabra de los sacerdotes prometiendo por su honor observar sin fraude, de buena fe y segn ley deba tranquilizarle. Y en
efecto, el Rey qued tranquilo. Ahora vos nos forzis desmentirnos, prohibindonos formar
parte de un tribunal al que el Rey nos llama, segn antiguas costumbres, reconocidas en Clarendon. E n consecuencia, Nos os consideramos como perjuro, y en este concepto os declaramos
que no nos sentimos dispuestos obedeceros. Creemos debernos colocar tambin bajo la proteccin del P a p a , ante quien os requerimos comparezcis.
No perdi Becket la calma y serenidad bajo el peso de tan duras reconvenciones; antes
b i e n , como si el fuego de los enemigos le volviera ms incombustible, contestles: Seores,
os he escuchado atentamente, y ante todo Os digo que en su da comparecer ante el juez
cuyo tribunal me aplazis, despus de haber yo apelado l. Una cosa debo haceros notar;
en Clarendon no nos comprometimos nada que pudiera contradecir esta frase: Salvo el
honor de la Iglesia. Porque como vosotros mismos decs, Nos prometimos slo respetarlos
la mitra de Pngaliam. Presentse el demandante con-una carta de recomendacin del R e y ; pero su pretensin fu desestimada. En vista
de su repulsa , Marcschal, pretextando un vicio de forma en el tribunal eclesistico, obtuvo de Enrique que el asunto pasara al real consejo. La no comparecencia personal de B e c k e t , causa de enfermedad en el da sealado, fu el pretexto en que se apoyaron los obispos
y los barones para confiscar sus bienes.
antiguos usos sin fraude, de buena fe, segn la ley, in de mejor salvar los derechos de nuestra Iglesia apoyados en los sagrados cnones. Pues bien; no puede hacerse, segn la ley y la
fe, lo que es contrario la fe de la Iglesia y la ley de Dios. Por otra parte, es imposible que
un rey cristiano tenga el privilegio de destruir la libertad eclesistica que lia jurado defender.
Ademas el Prncipe hizo presentar la sancin del Pontfice soberano las costumbres que ca-
IUI.ES1AS CATLICAS I N C E N D I A D A S
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lineis de privilegios de la corona, los cuales han sido devueltos con una queja en vez de una
aprobacin. Este es el ejemplo que nosotros debemos seguir, prontos recibir lo que la Iglesia
romana recibe y rechazar lo que ella rechaza. En fin, si faltamos en Clarendon (pues toda
carne es flaca), debemos animarnos luchar contra el antiguo enemigo, apoyndonos en la
fuerza del Espritu Santo. Si prometimos y hasta si juramos cumplir iniquidades, sabis bien
que tal juramento no nos obliga.
Retirronse los obispos sin haber ni siquiera contestado razones tan incontestables la
314
luz del criterio sacerdotal. La figura del Arzobispo iba tomando dimensiones extraordinarias,
medida que colocaba bajo de sus pies los argumentos y observaciones de sus adversarios.
El lenguaje episcopal resplandeca al travs de las tinieblas de los cortesanos. Estos se arrastraban los pies del Rey, aqul se elevaba por la gloria de JESS.
Luego comparecieron los barones tambin en corporacin. Roberto, conde de Leicester, y
Reinaldo, conde de Cornulles, se acercaron al Arzobispo para notificarle la sentencia contra l
recada. Al decirle el conde Roberto: Seor, escuchad la sentencia del real consejo, del
real consejo! exclam el Arzobispo levantndose con vivacidad; conde, hijo mo, entendedlo
bien, yo he venido para la resolucin del asunto Mareschal, y me vens con la sentencia de
un proceso que no se ha sustanciado todava. Es que aqu se juzga sin proceso?
Enmudeci Roberto, los dos condes sorprendidos por tanta firmeza y dignidad vacilaron,
balbucearon algunas palabras y pidieron al Arzobispo si quera aguardar all el resultado de
una nueva consulta que iban elevar al Rey. Que espere aqu? decs. En qu calidad
debo esperar? como prisionero?
Por san Lzaro! respondi uno de los condes, no seor.
En tal caso, replica Becket, escuchadme u n instante m s , vosotros debis obedecer
Dios antes que al Rey, como el cuerpo debe obedecer al alma. Pues qu el hijo puede juzgar al padre? Yo rechazo vuestro juicio y el juicio del R e y ; despus de Dios, no reconozco
ms juez que el Papa; yo coloco mi persona y mi iglesia bajo su proteccin; yo llamo su
tribunal cuantos obispos han preferido obedecer al Rey obedecer Dios, y colocado bajo
la egida de la Iglesia catlica y el poder de la Santa Silla me retiro de esta corte.
Se levant para salir de aquel local. Muchos eran los concurrentes aquel alczar, y la
mayor parte de los cuales llenaron de ultrajes la sagrada persona del Arzobispo. A los pocos
pasos encontr Hametin, hermano bastardo del Rey, el que le denost echndole en cara su
cobarde huida: Si me fuera permitido, contestle el Arzobispo, si fuese yo caballero, contestara este insulto con la espada.
Al salir de la morada real, Becket encontr una muchedumbre adicta; el pueblo se hallaba profundamente animado de sentimientos de adhesin hacia la vctima; era tan compacta la masa de ciudadanos que se agrupaban para recibir su bendicin, que apenas poda
abrirse calle. Ved cuan hermosa procesin nos acompaa del tribunal al monasterio, los
pobres de JESUCRISTO participan de nuestras desgracias; dejadlos entrar y les distribuiremos
nuestra comida, dijo el Arzobispo sus clrigos; y as se hizo.
Los informes que llegaron Tomas Becket aquella noche fueron que reinaba en la corte
una efervescencia que rayaba en exasperacin. Todo era'temible de la clera de un rey omnipotente herido en su amor propio.
No obstante, recibi Becket una comisin de palacio compuesta de Gilberto de Londres
Hilario de Chichester, quienes le propusieron ceder al Monarca, en equivalencia de las sumas reclamadas, las dos tierras de Oxford y de Mancheaham, pertenecientes a l a silla de Cantorbery. Becket les contest: Las heredades que me peds para el Rey se encuentran hoy
en sus manos. Si bien no sueo en la actualidad en recuperarlas, prefiero exponer mi vidait
renunciarlas en perjuicio de mi Iglesia.
E n aquella noche memorable resolvi Becket abandonarla Inglaterra con oportuna huida.
Todo presagiaba en la atmsfera poltica un sangriento conflicto.
315
LXXIV.
Huida de Becket.Embajada de Enrique II al Papa.Becket ante el Pontfice.Persecuciones
sufridas por los parientes de Becket. Carta cismtica de Enrique II.Dignidad y tesn de
Becket.
Variadas fueron las peripecias que ofreci el viaje del ilustre fugitivo, acompaado de
cuatro leales subditos. No disponemos de espacio suficiente para describir aquel xodo, en el
que la divina Providencia se manifest prdiga de proteccin. El Arzobispo, salvando peligros
inminentes de ser conocido en pas adversario lleg Francia, cuyo rey, animado de cristiansimos sentimientos, simpatizaba con el santo expatriado.
La noticia de la fuga de Becket produjo inmensa sensacin en la corte de Inglaterra. Todos
los planes de Enrique II venan abajo, porque era evidente que el perseguido dirigira el
rumbo hacia la morada del Sumo Pontfice, cuya autoridad inconcusa era de gran peso en la
cristiandad entera. Bajo la fuerte impresin del inesperado acontecimiento nombr el Rey una
comisin de obispos y barones, con orden de pasar en seguida la residencia del papa A l e jandro, y de recabar del Pastor supremo la sancin de la poltica inglesa. Becket se haba
adelantado ya esta hbil maniobra, de modo que al llegar Sens, residencia entonces del
Papa, los diputados de Enrique se encontraron con los de su rival.
Celebr el Papa un consistorio, de cardenales al que fueron admitidas ambas diputaciones. Gilberto, obispo de Londres, fu el primero que tom la palabra para acusar como imprudente la actitud del primado. Hilario de Chichester quiso apoyar las consideraciones de
su colega: No conviene, deca, que la extrema presuncin de un hombre cause un cisma en
la Iglesia catlica. El obispo de York dijo al Papa que el nico medio de orillar el conflicto
que amenazaba la paz de la cristiandad, era tratar severamente al arzobispo de Cantorbery.
En el decurso de las acusaciones dos veces Heriberto, diputado de Becket, intent defender su prelado, pero el Papa se lo impidi dicindole: Calma, calma, hijo mo, vuestro
Arzobispo no necesita defensores, pues en realidad n i n g n cargo resulta contra l.
Los diputados reales pretendan que el Papa mandara regresar al Arzobispo Inglaterra
y que enviara un legado plenipotenciario para solventar las dificultades. Accedi el Papa
nombrar un legado, despus de haber odo al Arzobispo. Y bien, replic el obispo de Londres, de qu facultades vendr provisto el legado? De todas las necesarias, contest el
Papa. Esto es, vendr autorizado para fallar definitivamente y sin apelacin? Jamas!
dijo el Papa; el derecho de apelacin nuestro tribunal es irrenunciable.
Invitles Su Santidad esperar la llegada del Arzobispo; mas ellos alegaron tener asignado el plazo de tres das para permanecer en Sens. Retirronse, pues, sin haber conseguido
el objeto de su misin.
o tard llegar Becket Sens. Su marcha al travs de la Francia haba sido una ovacin. Rey y pueblo de Francia le distinguieron con las muestras de consideracin que se merecen los grandes hombres. El soberano Pontfice le recibi como u n defensor del derecho
catlico. Invitle sentarse su lado, y quiso que hasta sentado le dirigiera la palabra. El
Arzobispo expuso con sencillez la serie de hechos acaecidos en Inglaterra desde su elevacin
ala silla de Cantorbery. Ley los diez y seis captulos de Clarendon, cuya letra y sobre todo
cuyo espritu aterroriz los cardenales. Eran la muerte de la libertad y de las inmunidades
eclesisticas. Pues bien, dijo Becket, yo tuve la debilidad de acceder aquellas constituciones, aunque slo verbalmente.
Y bien, dijo el Papa, si faltasteis, os arrepentisteis; casteis y os habis levantado. Te-
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317
Por desgracia los altos dignatarios de la Iglesia de Inglaterra carecan del .valor y de la
firmeza apostlicas. Adheridos al Rey como la yedra al tronco, no conocan la independencia
dla vida ni la del ministerio. La perdicin de Inglaterra reconoce por principal causa el
servilismo del clero. Semejante actitud encorazonaha al Rey en sus invasiones al campo religioso. Encontraba siempre prelados que apoyaban su audacia con el espritu regalista
que logr prevalecer, amenguando as en la conciencia del Prncipe la protesta del remordimiento.
Pero entre los documentos gravsimos de aquel perodo histrico hay uno que merece ser
ledo con atencin profunda. Los ms decididos protestantes no escribieron ms declaradamente contra la autoridad pontificia de lo que Enrique II en esta cnica exposicin de sus
propsitos de emancipacin y rebelda. La traduciremos aqu para que se vea que el protestantismo lata en la atmsfera de la Gran Bretaa ya en el siglo X I I .
La carta de Enrique Reginaldo, arzobispo de Colonia, deca: Mucho tiempo hace que
deseo una ocasin de separarme del papa Alejandro y de sus prfidos cardenales que sostienen, en detrimento mo, al traidor Tomas, antes arzobispo de Cantorbery. Por esto, tomado ya
consejo de mis barones y del clero, enviar Roma algunos personajes de mi reino; el arzobispo de York, el obispo de Londres, el arcediano de Poitiers, Juan de Oxford y Ricardo de
Lucy que pblicamente y de parte ma, as como en nombre de mis Estados, propondrn y
requerirn al papa Alejandro y sus cardenales el abandono del traidor Tomas y su entrega
mi poder, fin de que yo, en unin de mi clero, pueda instituir un nuevo arzobispo de
Cantorbery. Al mismo tiempo mis representantes declararn considerar como nulo todo lo que
Tomas ha hecho. Ellos exigirn del Papa que prometa con juramento l y sus sucesores conservar ntegras inviolables para siempre las costumbres reales de mi abuelo Enrique I. Si no
se admiten todas mis pretensiones, ni yo, ni mis barones, ni mi clero permaneceremos bajo
la obediencia del Papa, sino que combatiremos abiertamente cuanto l los suyos manden.
El Papa, sabedor ya de las intenciones expresadas en aquella carta, y no ignorando la
existencia de la misma, escribi al obispo de Londres, invitndole disipar las preocupaciones y las pasiones del Rey.
El obispo de Londres, transformado en regalista manifiesto, contesta al Papa en trminos
atentsimos en la forma; pero llenos de espritu de emancipacin y rebelda. El resumen de
lo contenido en esta otra carta, de indudable importancia, se incluye en estas lneas, que expresan una grave amenaza: s suplico moderis p*or algn tiempo el celo laudable inspirado por el cielo, que os impulsa vengar las injurias inferidas la Iglesia, pensando que si
pronunciarais un entredicho una excomunin tendrais la pena de ver muchas iglesias derribadas de su ortodoxia, y al Rey con una parte considerable de su pueblo alejado para^siempre de vuestra obediencia.
Cisma amenazaba el R e y , cisma amenazaba el obispo de Londres, cisma amenazaban los
altos dignatarios del reino y de la Iglesia en Inglaterra. Mucho impresion al Papa aquella
insistencia, y de la impresin que le caus fueron hijas estas palabras dirigidas per Alejandro
Becket en su residencia de Pontigny. A causa de la perversidad de los tiempos, y siendo
preciso acordar algo la dificultad de las presentes circunstancias, os advertimos, aconsejamos y suplicamos que obris en lo referente vuestra causa y la de la Iglesia con prudencia y circunspeccin sumas; que evitis toda precipitacin, no emprendiendo nada sin h a berlo antes maduramente reflexionado; en fin, que no perdonis esfuerzo ni trabajo para
reconquistar la benevolencia y la amistad del rey de Inglaterra, en cuanto lo permitan la
libertad de la Iglesia y la dignidad de vuestro ministerio.
Soportadlo todo hasta despus de Pascua y absteneos durante este tiempo de tomar ninguna disposicin contra el Prncipe y su reino. Para entonces esperamos que Dios nos deparar mejores tiempos, que nos permitan m y vos adoptar sin temor medidas ms eficaces.
No cabe duda alguna que el deseo de u n a reconciliacin cordial y digna ocup desde
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aquel momento el corazn del Pontfice supremo y del colegio de cardenales. Sin que significara la actitud del pontificado tendencias sacrificar el derecho y la justicia buscbase allanar el camino una buena feliz inteligencia. As es que el Papa continu recordando los
ntimos de Enrique II el imprescindible deber que tenan de respetar la libertad de la Iglesia y la honra de sus representantes.
Secundando esto, que llamaremos poltica pontificia cristiana, Tomas Becket escribi al
rey de Inglaterra una carta llena de dignidad, de tesn y de misericordia. En vuestro reino,
le deca, la hija de Sion, la Esposa del gran Rey, se halla sumida en la esclavitud, oprimida
por muchedumbre de enemigos, maltratada por los que desde mucho tiempo le perseguan con
odio; ellos, que deban honrarla en vez de insultarla; vos mismo, seor, debais haber recordado los beneficios de Dios recibidos, de los que os llen ya en el comienzo de vuestro reinado y de los que habis venido disfrutando hasta el presente...
Si vos segus mis consejos, porque entended que quiere Dios seis obediente como un
soldado disciplinado, os llenar de bienes, y aumentar honores sobre vuestra frente y la de
vuestros hijos y de vuestras hijas por siglos muchos.
Aquella carta, en la que abundaban los consejos y el recuerdo de los deberes cristianos,
y que dejaba traslucir la voluntad del arzobispo de Cantorbery de entrar en relaciones ministeriales con el soberano, no dio resultado alguno.
E n una nueva carta, escrita en vista de la ineficacia de aquella, Becket con ms concisin revelaba quiz an ms energa: Escuche mi seor, le deca, el consejo de su amigo,
la advertencia de su obispo, la acusacin de su padre. No baya l en adelante intimidad, ni
relaciones con los cismticos, no se ligue con ellos por alianzas. Todos conocen vuestro respeto y devocin al Papa; cmo honrasteis y protegisteis la Iglesia romana, y cmo el Papa
y la Iglesia romana os consideraron, apreciaron y atendieron vuestras pretensiones, cuando
han sido justas. Si estimis vuestra salvacin, temed,- seor, de arrebatar la Iglesia, sin
motivo alguno, lo que le pertenece y de obrar con ella injustamente. Dejadla, al contrario,
gozar en vuestro reino de la libertad que en otros reinos disfruta. No olvidis que en Westminster, al recibir la uncin de manos de nuestro antecesor hicisteis y depusisteis sobre el
altar el juramento escrito de respetar las inmunidades eclesisticas.
Reclamaba luego justicia para la silla de Cantorbery; reclamaba la reintegracin de todo
cuanto le haba sido arrebatado, y conclua: Dejadnos volver libres al frente de nuestra grey
para gobernar libremente en paz y segurmad, y cumplir respecto ella nuestras sagradas
funciones segn nuestro derecho y nuestro deber. E n cuanto lo que N s atae estamos
prontos serviros, como nuestro carsimo seor y Rey, con fidelidad y adhesin, con todas
nuestras fuerzas y poder salvo el honor de Dios, de la Iglesia romana y de nuestro orden. Si
no aceptis estas condiciones sabed que no os salvaris de las venganzas celestiales.
Enrique II se indign al leer este documento.
Mas al propio tiempo el Papa nombraba legado pontificio por todo lo concerniente Inglaterra Becket, quien se manifest decidido lanzar solemne excomunin sobre las personas que sostenan las tremendas injusticias de que era vctima la Iglesia y sobre sus perpetradores. E n efecto, trasladado Wezelay el arzobispo de Cantorbery en un da festivo, la
presencia de inmensa muchedumbre expuso la causa de su disidencia con el rey de Inglaterra y la persecucin sacrilega de que era objeto. Luego pronunci solemnemente la excomunin contra Juan de Oxford, usurpador del decreto de Salisbury; suspendi al obispo de
Salisbury por haber dado posesin Juan de Oxford, y extendi su anatema otros culpables.
Ante la inminencia de la excomunin, los obispos ingleses determinaron apelar al Papa.
Dirigieron al efecto una carta de respetuosas formas, en la que se presentaban las resoluciones tomadas en Clarendon como una medida propuesta por el Rey para perpetuar la paz de
la Iglesia. No obstante, decan, si hay en las costumbres sancionadas all algo de peligroso
para la conciencia de humillante para la Iglesia, el Prncipe, movido por vuestras adver-
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tencias, por amor de CRISTO, por honor de la santa Iglesia, que apellida su Madre, para r e medio de su alma ha prometido mucho antes de hoy, y an promete corregirlo, segn consejo de la Iglesia
inglesa...
Los obispos exponentes hacan responsable de la angustiosa situacin que sta atravesaba
la actitud del arzobispo de Cantorbery. Escribieron tambin ste una carta en son de
queja, pero el invencible primado les contest con otra, algunos de cuyos prrafos tienen
aqu lugar oportuno: Hermanos mos m u y queridos: por qu no os levantis todos conmigo
contra los malvados, aceptando mi partido contra los obreros de la iniquidad? Ignoris que
el Seor dispersar los huesos de los que buscan complacer los hombres? Desprecindolos
Dios sern confundidos. No combatir el error equivale aprobarlo; no defender la verdad es
lo mismo que hacerla traicin, y como dice san Gregorio, no prevenir ni reprimir el mal es
encorazonarlo. Ved que hace ya mucho tiempo que sufrimos las injusticias del seor rey de
Inglaterra, sin que la Iglesia haya ganado nada con nuestra paciencia... Becket les recordaba las personas, que eran numerosas, nominalmente excomulgadas: E n cuanto al seor
Rey, deca, hemos diferido el pronunciar contra l excomunin, en la esperanza de que Dios
por su gracia le inspirar el arrepentimiento; pero con intencin de pronunciarla pronto si el
arrepentimiento se difiere.
Los obispos insistieron acerca de Becket para obtener la suspensin de unas medidas que
les aniquilaba los ojos del pueblo cristiano. E n aquella respuesta, que slo deba respirar
humildad y arrepentimiento, no dejaron de incluir la amenaza de la rebelda contra la autoridad pontificia, amenaza que pareca una consigna convenida en todos los adversarios de la
justa causa. S i , lo que no permita Dios, decan los obispos, vuestra conducta y vuestro arrebato impulsan al Monarca y los pueblos de su reino separarse del seor Papa por no quererse ste desprender de vos, cuntas desventuras amenazan!... y si este desastre llegare, sin
duda habris de atribuirlo vuestra culpa y llorarlo todos los das que viviereis...
La rplica de Becket es u n modelo de firmeza, una pgina digna de u n santo padre de la
Iglesia.
Despus de advertirles el deber que tenan de combatir toda injusticia, hasta despreciando
el peligro de muerte, recordando aquello: Si alguno ama ms su vicia que m no es digno
de s, continuaba:
Yo esperaba que alguno de vosotros se levantara para servir de baluarte en frente de
Israel, como para provocar el combate contra los que cada da insultan al Seor. Esper, mas
ni uno se ha declarado; aplac, mas ni uno se ha ofrecido recibir los golpes; call, y ni uno
ha hablado; disimul mi angustia, nadie ha manifestado sentirla. El momento de lamentarse
ha venido y tambin la hora de exclamar yo: Levantaos, Seor, y juzgad mi causa; vengad
la sangre de vuestra Iglesia, la cual se le despedazan las entraas y se la aplasta bajo el pi
de la tirana... Quisiera Dios que manifestaseis para defender las libertades de la Iglesia el
celo que desplegis para destruirlas! Mas pesar de todo, la Iglesia est, fundada sobre p i e dra; puede atacrsela, pero no destrursela. Por qu, pues, os afanis para abatirme m y
abatiros vosotros conmigo, que slo he afrontado los peligros, devorado los oprobios, soportado las injurias y sufrido el destierro por vosotros?... No os dejis deslumhrar por la majestad del trono y por la dignidad de las personas, porque Dios no hace excepcin.
Guardaos b i e n , hermanos, de abandonar la causa de la Iglesia, que es la vuestra; tomad
la espada de la palabra de Dios todopoderoso, fin de que unidos resistamos, como es nuestro
deber, con ms fuerza y vigor los malvados, los artistas de iniquidades, los que se proponen matar la Iglesia matando su libertad...
Con admirable tesn contesta las amenazas de cisma: No permita Dios, dice, que el
Rey nuestro, seor, por u n clculo temporal abjure la fidelidad y devocin que debe la Iglesia! Esto que sera criminal en un particular, lo sera con muchsimo ms motivo en un
prncipe que arrastrara la perdicin todo un pueblo...
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HISTORIA
BE
LAS
PERSECUCIONES
Mas en cuanto la Iglesia, ella crece con las persecuciones y con el martirio. Privilegio sujo es triunfar cuaclo se la combate, convencer cuando se la contradice, conquistar
cuando se la abandona...
Los fragmentos que anteceden de la carta memoria bastante extensa del Arzobispo legado los sufragneos de Inglaterra dan la medida de su valor, de su decisin, de su fe y
de su piedad.
LXXV.
Nuevas persecuciones contra Becket.
La extraordinaria autoridad que el papa Alejandro haba conferido Becket, constituyndole legado pontificio en lo concerniente la iglesia de Inglaterra, mortific Enrique II,
quien, hasta dominando su amor propio, envi una nueva embajada Su Santidad, que se
hallaba ya reinstalado en Roma. Aspiraban el Rey y los obispos conseguir un juicio de apelacin contra las medidas adoptadas por Becket, contra los principales causantes de los disturbios religiosos.
Indignado Enrique II al saber que algunos de sus ntimos amigos haban sido heridos con
el rayo de la excomunin lanzada por Becket, determin continuar vengndose de su vctim a , escribiendo los superiores de la comunidad de Pontigny, quejndose de que dieran larga
hospitalidad un enemigo personal suyo, y amenazndoles con retirar el favor y la proteccin
la orden cisterciense, floreciente en sus Estados, si los cirtercienses de Pontigny continuaban protegiendo al arzobispo de Cantorbery. Aquella carta conturb los nimos de los padres
graves del Cster que, reunidos en captulo general, deliberaron sobre los inconvenientes que
ofreca atraerse la animadversin de un monarca poderoso por un mero hecho de caridad y
cortesa. Unnime fu el deseo de que el ilustre husped solventara con su generosidad caracterstica el conflicto suscitado. Bast saber esto Becket para resolver abandonar u n retiro
que le era ya apacible. Heriberto de Boscham gestion cerca del rey Luis el Joven de Francia
para obtener un lugar seguro donde el combatido Arzobispo pudiera gozar de aquella tranquilidad que gozaba en Pontigny. No fueron infecundas estas gestiones. El rey Luis seal
Becket el monasterio de Santa Coloma en Sens.
tal extremo lleg la persecucin del soberano britnico al noble expatriado.
La diplomacia europea se puso en accin en pro y en contra de Becket. E n Inglaterra los
nimos estaban divididos; fuera de Inglaterra la cristiandad se interesaba en favor del paladn
invencible de la libertad de la Iglesia. Momentos hubo en que todos los vientos eran contrarios la vctima, y que hasta las intrigas urdidas para desfigurar el verdadero estado de la
cuestin hacan temible un desenlace desagradable de ella.
Becket hasta en las horas de la adversidad permaneci firme: Nos es ms conveniente
perecer por el crimen de otro que por flaqueza propia, escriba al tesorero de la iglesia de Liseux, y por ms que invente la doblez consumada del traidor, cualesquiera que sean las caprichosas amenazas del tirano, estad seguro que, ayudndonos Dios, ni la muerte, ni la vida,
ni los ngeles, ni otra criatura podrn separarnos del amor de Dios, por el que nos sometemos
semejantes pruebas.
Las gestiones de los embajadores del Rey dieron sus resultados favorables al Monarca. El
P a p a , sin duda para agotar lor medios de conciliacin, nombr sus legados a latera dos sujetos, uno de los cuales era decidido partidario de Enrique II. Los cardenales eran Guillermo,
del ttulo de San Pedro ad vincula, y Otn, cardenal dicono del ttulo de San Nicols.
El Papa lo comunic Becket en una carta en la que le suplicaba se esforzara en buscar
una solucin honrosa al conflicto. Comprendiendo que el nombramiento de Guillermo haba
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tregara incondicionalmente la nobleza y rectitud del Monarca para el arreglo de la disidencia. Casi era unnime el juicio de sus amigos sobre el particular, pues ya los desterrados aspiraban verse reintegrados los goces patrios, libres de las amarguras de la expatriacin; y los
que se bailaban libres, anhelaban ver terminado u n litigio que desazonaba las conciencias.
nicamente el Arzobispo mostraba sostenida repugnancia suprimir la salvedad relativa
al honor de Dios. Y eran tan claramente expuestos por Becket los motivos que aconsejaban
aquella salvedad, que despus de oir le, casi todos los sabios y prudentes vacilaban. Lleg la
hora de la solemne entrevista. Alrededor de los soberanos de Francia Inglaterra estaban los
arzobispos de Reinis, de Sens, de R a n , el abad de Montdieu y el superior de la orden de la
Cartuja.
Al comparecer Tomas Becket delante de los reyes, se postr respetuosamente los pies
de Enrique I I , quien se apresur alargarle la mano para ayudarle levantarse. En pi ya,
la presencia de ambos prncipes expuso rpida y discretamente los acontecimientos que motivaron la disidencia, y luego aadi: A q u , seor, ante ambos soberanos y en presencia
del rey de Francia, de los obispos, de los prncipes y de cuantos le rodean, remito vuestra
indulgencia y alta discrecin el tema de nuestras discordias. Y luego, con sorpresa de los
negociadores de la paz, dijo: Salvo el honor de Dios.
estas ltimas palabras el Rey se indign contra el Arzobispo, dirigindole un torrente
de acusaciones y denuestos. Atribuyle nada menos que proyectos de suplantarle en el trono,
en tiempo de su cancillera, y dijo que la palabra: salvo el honor de Dios, que aada su
sumisin, era nada ms que un subterfugio, para evadir cualesquiera disposicin prctica;
que ostentado quedaba la faz del mundo que slo la altivez del arzobispo de Cantorbery
fu la causa de las perturbaciones de la Iglesia en Inglaterra, y que l segua siendo el nico
obstculo para la pacificacin. Y volvindose al rey de Francia dijo: Antes de m hubo muchos reyes en Inglaterra, ms menos poderosos que yo. Hubo tambin grandes y santos
arzobispos de Cantorbery; pues bien, que el actual me conceda lo que no rehus admitir el
ms santo de ellos.
Este arranque produjo sensacin entre los distinguidos concurrentes. Demasiado conceder es, exclamaron, y el rey de Francia aadi: Seor Arzobispo pretenderais ser mejor
que un santo?
Cosa admirable! esta contestacin que conmovi todos dej sereno y tranquilo Beck e t , que dio por respuesta esta observacin, no menos notable: Verdad es, aadi, que mis
predecesores fueron ms grandes y ms santos que y o ; cada uno de ellos arranc algn abuso
en la administracin de la Iglesia; pero si ellos lo hubieran corregido todo, yo no me encontrara sometido tan rudas y dolorosas pruebas.
Enrique II no permiti que el Arzobispo prosiguiera su razonamiento. Basta, le dijo, es
ya evidente el mvil de vuestro proceder.
El fin de la entrevista haba abortado por completo. Los concurrentes se sentan posedos
de viva angustia. Casi era natural la desaprobacin de la conducta de Becket; porque todos
les cegaba el deseo de una paz conciliacin basada sobre cualquier fundamento. Solla
vctima permaneca impvida. Esperad, deca los que le echaban en cara su persistencia,
un da veris quines son los ilusos. Sus compaeros de destierro le hacan presente la enormidad de las penalidades que devoraban por una causa que crean para siempre perdida.
Cuatro aos de expatriacin haban colmado la medida del sufrimiento. Cuntase que habiendo tropezado el caballo que montaba el Arzobispo al retirarse de la entrevista, uno de los
clrigos que le acompaaban, dijo en son irnico y en tono que pudiera orsele: Marcha,
pues, salvo el honor de Dios, de la Iglesia y de mi Orden, aludiendo la frmula de resistencia usada por el Arzobispo.
Todo haca presagiar que el soberano de Francia retirara su ilustre husped de Cantorbery la proteccin que hasta entonces le haba acordado.
323
Llegados Sens desde Montmirall, el Arzobispo y su squito fueron recibidos con e n t u siasmo por parte de los fieles: Este es, decan, el que prefiere la persecucin personal al envilecimiento de la Iglesia. Aquella recepcin espontnea inesperada se derram como blsamo tranquilizador en las encendidas llagas abiertas en el corazn de los perseguidos.
Graves medidas eran de temer como consecuencia de la entrevista de Montmirall; porque los soberanos de Francia Inglaterra haban convenido las bases de una inteligencia poltica, que de rechazo haba de perjudicar la causa del Arzobispo.
Quiso la Providencia divina dar nuevo giro los acontecimientos. Enrique II no tard
faltar Luis el Joven en un punto importante del convenio celebrado; cayendo su palabra en
el ms lamentable descrdito; con lo que los polticos franceses abrieron los ojos de la razn
y comprendieron la verdad de las quejas y lamentos de Becket.
Esperbase en Sens una orden del rey de Francia dando por terminada su condescendencia y generosidad respecto los expatriados, cuando la llegada de un ayudante de Luis acrecent los temores. El ayudante invit al Arzobispo una entrevista con su soberano: Os
llama para despediros del reino, dijo uno de sus concurrentes. No temis, contest el A r zobispo; vos no sois profeta, ni hijo de profeta.
Luis recibi al Arzobispo con muestras de cordial deferencia; en su semblante se lea la
melancola profunda de su corazn: Perdonadme, dijo Becket, slo vos viste claro en
Montmirall; slo vos estuvisteis en lo firme no queriendo sacrificar el honor de Dios la
palabra y al capricho de un hombre. Dadme la absolucin de mis vacilaciones. Prometo sostener vuestro derecho con todo mi poder.
Acordse dirigir al Papa una exposicin sostenida por el clero y los magnates que intervinieron en el asunto de la conciliacin, en la que se declarara que slo la terquedad de E n rique II haba imposibilitado la avenencia y se pidiera Su Santidad el ms decidido apoyo
la causa del Arzobispo. Los ltimos legados del Papa para entender en aquel trascendental
asunto, que eran Simn, prior de Montdieu, y Engilberto, prior de Val-Saint-Pierre, escribieron al Papa en idntico sentido. Varias cartas del Arzobispo y de eminentes personajes fueron dirigidas Alejandro III, quien pudo convencerse del movimiento de la opinin pblica
en favor del arzobispo de Cantorbery.
Su Santidad declar que ste tena amplias facultades para emplear las poderosas armas
de su altsimo ministerio contra los delincuentes. Los cortesanos de Inglaterra comprendieron toda la gravedad de la nueva actitud del pontificado. E n efecto, varios prelados y altos
dignatarios de la Iglesia y aun algunos seglares fueron nominal y solemnemente excomulgados, entre ellos Gilberto Foliot, obispo de Londres.
En vano se adoptaron seversimas medidas para evitar la publicacin en Inglaterra de
todo documento que certificara la excomunin. La verdad se abri paso al travs de las precauciones tomadas par-a enmudecerla.
LXXVI.
Otra entrevista de los reyes y de Becket en San Dionisio. Terquedad de Enrique II.Nuevas persecuciones al clero de Inglaterra. Inminencia de la excomunin. Conciliacin del
Rey y del Arzobispo.Su regreso Inglaterra.Siniestros prenuncios.
La actitud del pontificado encendi la alarma entre los cortesanos ingleses. Los excomulgados trataron de mejorar su triste situacin, ora acudiendo al poder seglar del soberano, ora
recurriendo en ms menos respetuosa queja Roma. El Papa nombr dos comisionados, Graciano y Viviano, para entablar nuevas negociaciones. Mas nada pudieron obtener de parte de
Enrique II. Idearon aqullos preparar una nueva entrevista, la que se inclin el mismo
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monarca de Inglaterra. Pero como el solicitarla directamente hubiera sido revelar deseos de
inteligencia, determin Enrique emprender una peregrinacin al sepulcro del glorioso san
Dionisio, erigido cerca de Paris, en la seguridad de que all haban de visitarle el rey de
Francia y el arzobispo de Cantorbery.
E n efecto, dice en su minuciosa resea de aquellos das Heriberto, secretario que era de
Becket, las cosas sucedieron segn las previsiones de Enrique. El rey de Francia se traslad
San Dionisio, y tambin nosotros fuimos la capilla de San Dionisio, que est al pi de Montmartre. Llmesela Capilla del mrtir, porque se dice que all fu decapitado el glorioso mrtir
san Dionisio.
Un enviado de la Santa Silla empez solicitar vivamente en nuestro favor al rey de Inglaterra, cooperando ello el rey de Francia y sus nobles... La conferencia, despus de muchos proyectos y planes, pareca encaminarse buen resultado... E n trminos generales se
echaron las bases de una buena inteligencia. Hablse de los bienes muebles inmuebles,
cuya restitucin la mitra pareca reclamada por el buen derecho; pero de este punto, que
era de riquezas temporales, acordse prescindir, dejndolo la generosidad del soberano.
Todo convenido ya, el Arzobispo pidi una garanta de la fidelidad y respeto aquellos
acuerdos, bastndole como tal el beso de la paz recibido por el Arzobispo de labios del Rey.
Es la nica garanta que el Papa haba aconsejado Becket que pidiera, si llegara el caso de
un acuerdo.
Pidi el rey de Francia en nombre del Arzobispo al rey de Inglaterra esta garanta; pero
contest ste que voluntariamente dara Becket esta especie de sello sobre la fidelidad de
su palabra, si no hubiese jurado antes que jamas dara Becket el beso de la paz, aunque un
da se reconciliara con l.
Desconcertados con esta respuesta el rey de .Francia y sus compaeros de negociacin
participronla al Arzobispo, quien exclam: Est visto; no podemos contar con la sinceridad del adversario.
Becket rehus, y el rey de Inglaterra parti otra vez para Munters, maldiciendo al carcter del Arzobispo y denostando su persona.
Al abandonar Becket la capilla de san Dionisio djole uno de los acompaantes: La conferencia de hoy para la paz ha tenido lugar en la capilla de un mrtir, y yo creo que slo
vuestro martirio dar paz la Iglesia. Ojal, contest el Arzobispo, que mi muerte le proporcione la libertad.
E n una carta escrita dos de sus ms adictos clrigos, les deca: Posteriormente el
Prncipe ha mandado Geoffroy Bidel Inglaterra, para atormentar los eclesisticos
fin de obtener de ellos promesa con juramento de no obedecer. Geoffroy se ha puesto de acuerdo
con Richard, arcediano de Poitiers, y con los otros oficiales reales, para llamar todos los
obispos Londres, en nombre del R e y , con el objeto de que se compremetieran seguir el
edicto del Monarca que prohiba el recibir, sin su autorizacin, ningn mensajero, ni carta
del seor Papa, nuestra, relativa al entredicho, si se promulgara
alguno para herir de
anatema alguno de los subditos del Rey. Mas ningn obispo, ningn abad, excepto el de
San Agustin, ha querido comparecer ante aquel concilibulo de oficiales reales, prefiriendo
todos caer bajo la venganza del poder civil, si no podan evitarlo, .quebrantar la ley de
Dios. El obispo de Winchester ha protestado el primero declarando pblicamente que toda su
vida obedecera devotamente en todo las rdenes de la Santa Silla y de la iglesia de Cantorbery,
a l a que tena prometida sumisin y fidelidad, incitando sus clrigos imitarle. El obispo de
Exeter camin por la misma senda, y para no faltar su deber se ha retirado u n convento
de religiosos hasta que pasara la tempestad. El obispo de Norwich, desafiando el edicto del
Monarca en presencia de sus oficiales, ha herido de excomunin al conde Hugo Hugues y
algunos otros, segn instrucciones que tena recibidas; y colocando su bculo sobre el altar ha dicho: Veamos quin se atreve echar mano sobre las propiedades y los bienes de
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Iglesia. El obispo de Cbester, pronto conformarse con las disposiciones de sus fieles, busc
en una parte de su dicesis ocupada por los galos un refugio contra las persecuciones de los
oficiales del rey.
Otro conflicto aconteci, que puso una vez ms en claro la independencia del espritu del
Rey. Habiendo resuelto ste coronar al prncipe su hijo, el arzobispo de Cantorbery, apoyado decididamente por Su Santidad, protest contra todo prelado que se arrogara el derecho
de coronar y consagrar al nuevo Monarca, prerogativa que gozaba la silla de Cantorbery.
pesar de las excomuniones con que el Papa amenazaba castigar quien se atreviera atentar
los derechos de Becket en aquel punto, el arzobispo de York se dobleg los deseos de la
corte y ejerci aquellas altsimas funciones abiertamente prohibidas por Su Santidad.
Aquel hecho escandaloso llen la medida del sufrimiento de Roma, donde se resolvi lanzar definitivamente la excomunin contra el Rey y los prelados que le secundaron y declarar
en entredicho todo el reino. Estaban ya extendidas las cartas que contenan la terrible sentencia, y slo faltaba concertarse entre el Papa y el Arzobispo los medios de que se valieran
para la notificacin, cuando sabedor de ello Enrique II determin ceder. Acordse una nueva
entrevista con los dos soberanos, y esta vez la paz sali de ella, es decir, no la paz ntima y
cordial, sino la paz artificial y aparente.
El generoso atleta de JESUCRISTO, dice Heriberto de Bosham, teniendo el deseo de la paz
y no el temor de la muerte, no exigi la condicin en la que se hubiera estrellado aquella
ltima tentativa... La conciliacin se efectu el da de santa Mara Magdalena... El Rey y
el Arzobispo se retiraron caballo, para conferenciar en secreto. En medio de explicaciones
mutuas, suplic el Arzobispo al Rey que no tomara mal que fulminara censuras eclesisticas contra sus sufragneos y el arzobispo de York por haber despreciado sus derechos y los
de la Iglesia cuando la coronacin del prncipe Enrique. El acogi la demanda y el Arzobispo baj de caballo y se arroj humildemente los pies del Rey.
Habase convenido la restitucin de algunas propiedades y bienes que haban sido enajenados pertenecientes la mitra de Cantorbery, as como otras disposiciones concernientes
asegurar la libertad de la accin del primado. Naturalmente haban de ser estos los preliminares de la reinstalacin. Becket envi como mensajeros suyos en Inglaterra Juan de
Salisbury y Heriberto de Bosham. Pasaron stos visitar al Rey, que se hallaba en Normanda. No encontraron all la acogida que poda esperarse. Enrique II se haba propuesto todas luces dar largas un asunto que de todos modos humillaba su altivez regia.
Aquella estudiada lentitud, aquel innecesario aplazamiento probaban que la paz no se hallaba arraigada en el corazn de Enrique II.
En Inglaterra encontraron al joven Monarca displicente en la negociacin.
Mientras de parte del Arzobispo se trabajaba de buena fe en preparar el camino de la
reinstalacin en su silla, recibi el Arzobispo una carta que copiamos, cuya gravedad se descubre su primera lectura. Seor, deca aquella carta al Arzobispo, sabemos, por confidencia de uno de vuestros amigos que el rey de Inglaterra ha mandado partir Gauterio de l lie
con el encargo de pasar manos de Rogerio de York, Gilberto de Londres y Joselino de Salisbury, algunas cartas encomendndoles elijan segn su deseo y sus preferencias personales
cuatro seis personas para llenar las vacantes de las sillas episcopales, procurando que los
sujetos elegidos se presentasen al Prncipe para su consagracin, en detrimento de la Iglesia
de Cantorbery y para confusin vuestra No lo quiera Dios! ved por que el Monarca desea que
apresuris el viaje Inglaterra; proyecta insultaros y cubriros de oprobio una vez all. T e nemos las pruebas de esta combinacin diablica... Sobre todo no regresis sin haberos antes
atrado el favor del Rey. Nadie aqu cree en la sinceridad de la paz, de modo que todos los
que deben ser vuestros consejeros, todos los que disfrutaron de vuestra ntima confianza evitan nuestro encuentro y hasta temen hablarnos por miedo de comprometerse.
Conoca el Arzobispo las dificultades que le saldran al paso; no tena ninguna seguridad
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de encontrar en su iglesia de Cantorbery calma, ni reposo; por esto le escriba al Papa entre
otras cosas: Pensamos regresar Inglaterra, vamos all encontrar la paz la persecucin? lo ignoramos. Slo la Providencia sabe lo que nos aguarda.
Al Rey le escriba: Seor, estbamos resueltos venir hacia vos otra vez antes de volver nuestra dicesis; pero las necesidades de aquella iglesia nos impulsan precipitar
el viaje ; iremos con vuestro beneplcito, y tal vez perezcamos en ella para salvarla, si vuestra piedad nos niega otro consuelo. Mas, ora vivamos, ora muramos, siempre estaremos con
vos, segn Dios prescribe; y cualquiera cosa que nos acontezca rogaremos que derrame Dios
sus bendiciones sobre vos y sobre vuestros hijos. Cuyas palabras expresaban los profundos
temores que abrigaba el arzobispo de Cantorbery sobre el resultado final del regreso su gloriosa silla.
A punto de embarcarse, pasendose un da en la playa de Flndes, recibi el enviado
de un conde amigo suyo que le dijo: Andad, seor, precavido; pues me consta que lo largo
de las costas de Inglaterra se hallan apostados agentes con orden de prenderos asesinaros.
A lo que contest el Arzobispo: Nada me importa: siete aos han transcurrido desde que mi
iglesia se halla privada de su pastor, una sola cosa pido mis amigos, que quiz es el ltimo
favor que espero de ellos, y es que, si no pudiera entrar vivo en Cantorbery, me conduzcan
all muerto.
El capitn de un barco que lleg en el puerto en que los ilustres desterrados aguardaban
la hora des alida, dijo Heriberto de Bosham: Insensatos, qu pensis hacer? Ignoris que
en el puerto de desembarque os esperan muchos soldados para prenderos todos, sin exceptuar al seor Arzobispo? Todo el pas se halla sobrexcitado contra este seor. El partido del
Rey est intratable, acusa al prelado de haber trastornado el reino excomulgando y suspendiendo varios obispos en este tiempo del ao que debiera haberos animado de pensamientos
pacficos, pues es el adviento del Seor.
Heriberto celebr con Becket una conferencia ntima en la que le expuso con lealtad todas las funestas noticias que se haban recogido y cada hora se recogan. Iba evidencindose que la paz era un lazo. Casi unnimamente aconsejaron Becket sus acompaantes que
desistiera de aquel viaje. Sin embargo, Herbert, amigo y leal, opin por que no se retrocediera.
Dirase, seor, que el arzobispo de Cantorbery huye el combate una segunda vez como
lo hizo en Northampton.
El da 3 de diciembre de 1170, los desterrados se embarcaron; escogieron para el desembarque Sandwich, enclavado en la jurisdiccin de Tomas Becket. Antes de poner pi en tierra
hubo de sostener el Arzobispo un dilago algo desagradable sobre la cualidad y documentacin
de las personas de su squito. Los oficiales del Rey, faltando hasta las conveniencias sociales, le echaron en cara en el buque mismo haber-dividido los nimos de los ingleses y perturbado las conciencias.
La poblacin recibi al ilustre proscrito como una grey llena de fe y de sentimientos
cristianos es justo que reciba un prelado defensor heroico de los derechos de la Iglesia.'
Cantorbery celebr fiesta religiosa y popular en el templo y en la calle. Su entrada en la catedral ofreci cuadros de cordialsima ternura.
Sin embargo, en medio de las manifestaciones de puro entusiasmo, los adversarios empezaron amargar el regreso del pastor. Una comisin se le present exigiendo la absolucin
dlos obispos excomulgados, reprendindole por haber entrado otra vez la patria, armado
con el fuego y el acero. Tomas Becket les contest que no era l, sino Su Santidad, el autor
de las excomuniones; y que al Papa deban dirigirse los recurrentes.
A los ocho das de su entrada en Cantorbery, determin el Arzobispo dirigirse Londres
para saludar al joven Rey. E n el trnsito recogi muestras continuas de la veneracin que le
profesaban los pueblos; sus virtudes recibieron el homenaje sincero de toda aquella Cristian-
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dad. Una masa de tres mil sacerdotes y estudiantes enton el Te Deum al aparecer el desterrado en la gran plaza. E n Santa Mara de Southwark los cannigos regulares le recibieron al
canto del Benediclus qui venit; mas de entre la muchedumbre que se revolva en oleadas,
impulsada por el viento del entusiasmo, se levant la voz de una mujer loca, profiriendo ese
grito siniestro : Arzobispo, arzobispo, guardaos del pual.
Becket esperaba recibir de palacio la orden de presentacin, cuando un cuado del Rey
vino notificarle de parte de ste el desagrado que le haba causado su venida Londres y
la orden de volverse de all inmediatamente.
A su regreso Cantorbery, los oficiales del Rey hicieron comparecer los principales autores de los festejos dedicados al Arzobispo, amenazndoles por su conducta pasada i n t i m n doles la abstencin en el porvenir de toda medida y acto que pudiera halagar los enemigos
ele la paz.
En aquellos das empez una de las ms innobles luchas que se registran en la historia de
los humanos extravos. La servidumbre del Arzobispo era blanco de continuos denuestos, mofas y dicterios. base cargando de vapores inmundos la atmosfera de Cantorbery, donde se
dieron cita, mejor, para donde fueron citados los hombres ms inmorales y ms comprometidos por sus fechoras contra el Arzobispo y por las usurpaciones de sus bienes, que retenan
en su poder. El libertinaje de siete aos haba constituido una situacin violenta capaz de
servir de fuerte resistencia en el da de la verdadera restauracin.
Por otra parte el Arzobispo crea que all donde la justicia reclamaba una vindicacin, en
el punto mismo, en la misma hora, en el mismo instante la reparacin deba venir. Sin consultar si era oportuno estando tan en los lindeles de su entrada como estaba, desplegar en
toda su fuerza el rigor, no slo no retir, no acudi mediar para que se retiraran las penas cannicas lanzadas sobre determinados personajes, sino que disparaba nuevos rayos sobre
los que de ellos se hacan merecedores. Pocos hombres han dado al mundo testimonio de
tanta firmeza. Para l lo justo era siempre oportuno. Apresurbase, p u e s , el desenlace del
conflicto.
1
LXXVII.
La conjuracin.La invasin.El martirio.
Mientras el Arzobispo empezaba medir la gravedad de los inconvenientes creados por
sus adversarios, el arzobispo de York, los obispos de Londres y de Salisbury con el arcediano
de Poitiers llegaron Bur en la Normanda, donde la sazn se encontraba Enrique II. E l
arzobispo de York, llegado la presencia del Rey padre, le expuso la terrible situacin de los
obispos excomulgados- Becket, aadi, una vez regresado su patria, se prepara contraas
vicisitudes del porvenir, marcha rodeado de un ejrcito, intenta penetrar en fortalezas y castillos. La corona de vuestro hijo peligra.
Pues qu hacer en esta situacin? pregunt el Rey encolerizado. Seor, contest el
de York, no nos incumbe nosotros, sino los barones daros consejos. A h ! dijo entonces un barn, seor, mientras viva Becket no gozaris de paz ni por un slo da. A estas
palabras, chispeantes los ojos, batiente el pecho, espumeando la boca, grita furioso Enrique I I :
Vergenza, ignominia para los servidores que mantengo en mi corte; torpes, han sufrido
verme por tanto tiempo juguete de la insolencia de u n sacerdote, sin ensayar librarme
de l!!!
Terribles palabras que involucraban el programa que no tard en ejecutarse. Los barones estuvieron de acuerdo en la necesidad de tomar medidas enrgicas contra el traidor al
%ylapatria.
328
Cuatro caballeros, que fueron Reinaldo, hijo deOursa, Guillermo de Tracy, Hugo deMoraville y Ricardo de Bretn partieron, para Inglaterra como si obedecieran precisa consigna.
Los cuatro llegaron al castillo de Sattwood el da de los Santos Inocentes, hospedndoles Raoul
de Broc, que se distingua por su animadversin hacia el arzobispo de Cantorbery y de cuyos
bienes se haba incautado en gran parte. Durante la noche trazaron el plan, que deba llenarles de ignominia.
La terrible escena ha sido descrita por varios autores; nosotros preferimos la resea que
de los acontecimientos de aquella noche fatal traz un testigo ocular. El monje Eduardo Grim,
que se encontraba en Cantorbery con el objeto de honrar y visitar al egregio confesor, pudo
tomar razn detallada de las fases que present el terrible atentado.
Los cuatro miserables caballeros indignos de este nombre, dice, desde que desembarcaron pusironse de acuerdo con los oficiales reales excomulgados por el Arzobispo; y luego,
alegando el nombre y las rdenes del Rey, atrajeron sus proyectos muchos otros caballeros
y soldados... Dirigironse palacio, y los cuatro cmplices fueron acogidos con respeto, pues
eran de todos conocidos como servidores del Prncipe. Invitronles tomar parte en la comida , que aun duraba, aunque el Arzobispo se haba retirado. Rehusaron sentarse la mesa;
slo estaban sedientos de sangre. Por orden suya passe aviso al Arzobispo de que estaban
all cuatro caballeros deseosos de hablarle en nombre del Rey. Introducidos la presencia del
venerable Prelado, sentronse sin saludar. Tomas tampoco les salud por de pronto, aguardando que manifestaran su pensamiento con la exposicin de las cuestiones que all les conducan, conforme lo que dice la Escritura: al hombre se le conoce por la palabra. No obstante, despus de un rato de silencio, se volvi hacia ellos saludndoles afectuosamente y
mirando de interpretar el espritu de su mirada. Mas aquellos miserables, que haban hecho
pacto con la muerte, respondieron su benevolencia con maldiciones,.y le desearon la ayuda
de Dios con mordaz irona. Inmutse el rostro del Arzobispo al oir aquellas odiosas y aterradoras frases, y comprendi el funesto paradero que iban tener aquellos hechos.
E l que pareca jefe de ellos y el ms decidido, Reginaldo Fetz-Urse, grit enfurecido:
Venimos de parte del Rey comunicaros ciertas rdenes; queris que os las comuniquemos
en pblico? Juan de Salisbury dijo: Seor, haced que se os trasmitan en secreto. Mas
el Arzobispo, comprendiendo la ndole de la comunicacin, dijo: Hay cosas que no deben
decirse en particular ni en secreto, sino en pblico. Los miserables estaban animados de
tal furor contra el Arzobispo, que all mismo lo hubiesen extrangulado con la toalla del Crucifijo, como ellos mismos lo confesaron despus, no haber llamado el portero los clrigos
que acababan de retirarse. Al entrar stos, Reginaldo emprendi al Arzobispo con un diluvio
de reconvenciones...
Grim relata aqu el discurso de Reginaldo, sea la serie de violentos rasgos relativos ala
suspensin y excomunin de varios personajes y dignatarios que haban tomado parte en
la coronacin del joven Prncipe. Acusle de intentar arrebatar la corona de las sienes del
joven Monarca.
Tomas se defendi con calma y serenidad, no sin manifestarse sorprendido de que el j ven
Monarca se extraara que la muchedumbre de fieles le saludara y rodeara despus de siete
aos de destierro. Dijo ser inconcebible que hubiese nadie capaz de imaginar en l proyectos de destronamiento de un soberano que veneraba y quera. E n cuanto los obispos,
continu, no soy yo, sino el Papa quien ha fulminado contra ellos la excomunin. vuelta
de varias penosas contestaciones dijeron los audaces invasores de aquel sagrado asilo: Bien,
por orden del Rey vos y los vuestros saldris del reino y de las regiones sujetas su soberan a , pues de hoy en adelante no habr paz ni por ninguno de los vuestros, ni por vos, que
habis violado la paz.
Basta de semejantes amenazas y debates, contest el Arzobispo. Mi nica confianza est
en el Rey del cielo que sufri en la cruz por los suyos. E l Ocano no me separar ms de nn
329
Iglesia. Demasiado fu expatriarme una vez; no deseo empezar una segunda expatriacin.
Yo no be venido para huir. El que me busque me. encontrar aqu. Pero el seor Rey no
debiera dar semejantes rdenes...
Son, contestaron ellos, las rdenes del Rey nuestro seor, y nosotros las haremos c u m plir. En vez de manifestar respeto su dignidad y de someter vuestros proyectos de venganza
su apreciacin, habis seguido vuestro impetuoso carcter y arrojado vergonzosamente de
la Iglesia sus ministros y servidores.
Al oir estas palabras el generoso atleta de CRISTO, lleno de santa indignacin exclam:
Quien quiera que sea bastante audaz para violar las leyes de la Santa Silla de Roma y los
derechos de la Iglesia del Seor y rehuse dar satisfaccin; quien quiera que sea, repito, yo
no vacilar en fulminar contra l las censuras cannicas.
MUEHTE
DE TOMAS
IECKET.
Pues os declaramos ya abiertamente, dijeron los caballeros, que estas palabras vuestras
caern sobre vuestra cabeza.
Habis venido para asesinarme? replic Becket; sabed que mi causa est en manos del
supremo J u e z ; vuestras amenazas no me abaten; creed que vosotros os hallis menos d i s puestos herirme con la espada de lo que yo lo estoy sufrir el martirio...
Los caballeros se retiraron ruidosamente profiriendo invectivas agudas. Uno de ellos dijo:
Clrigos y monjes, os conjuramos de parte del Rey que guardis ese hombre; cuidad que
no escape antes de haber recibido lo que merece. estas palabras el Pontfice contest:
Aqu, aqu mismo os espero.
Tomas Becket no perdi la apacibilidad de alma en medio de aquella borrascosa escena.
Reuniendo sus familiares, les alent, exhortndoles sostener imperturbable el espritu. Para
cada uno tuvo expresiones de dulzura y de consuelo. Algunos monjes pretendan que el A r zobispo se salvara con la huida.; mas l opt por esperar impvido los designios del Seor.
A la hora de vsperas dirigise, segn costumbre, al templo. Encaminse al altar para seguir
T.
II.
',2
330
desde all, segn tena por costumbre, las horas cannicas; haba subido ya cuatro escalones
del presbiterio, cuando apareci Reginaldo con la espada desnuda, seguido de sus tres compaeros y de una turba de soldados.
Iban los monjes cerrar las puertas del templo para poder sustraer ms fcilmente al pastor de las pesquisas de aquellos malvolos, cuando el Arzobispo dijo: No conviene considerar como una fortaleza la iglesia que es la casa de la oracin. Triunfaremos de nuestros enemigos ms sufriendo que combatiendo; aqu hemos venido para sufrir y no para resistir.
E n aquel acto entraron los asesinos. Los monjes y los fieles se dispersaron posedos de inmenso
pavor. Podase todava intentar una fuga; algunas horas de reclusin en una cripta' secreta
hubiera dificultado la consumacin del crimen. Mas Becket no deseaba eludir la persecucin.
No la buscaba, pero no quera tampoco rehuirla..
Un grito de los asesinos retumb por aquellas bvedas: Dnde est el Arzobispo traidor
al Rey y la patria? Nadie contestaba. Dnde est el Arzobispo? dijeron luego. Entonces el Arzobispo contest: Hedme aqu! yo no soy traidor al Rey, soy ministro del Seor.
Dispuesto estoy sufrir por el que derram por m su sangre.
Levantad la excomunin, dijeron los asesinos, los que habis herido de anatema, y
devolved el ejercicio de su ministerio los suspendidos. Ellos no han dado ninguna satisfaccin, contestles, yo no les absolver. En tal caso moriris. Estoy dispuesto morir
por el Seor; ojal pueda mi sangre dar la Iglesia la libertad y la paz! Pero yo os prohibo
en nombre de Dios todopoderoso daar ninguno de los mos, clrigos laicos.
Reanudemos aqu la relacin hecha por Eduardo Grim: Los caballeros se arrojaron auna
sobre el Arzobispo, y prendindole con violencia se esforzaron en arrastrarle fuera de la Iglesia para matarle llevrsele prisionero, como lo declararon luego. Uno de ellos, dndole un
golpe de espada en el dorso, le dijo: Huid sois muerto. Reginaldo, desplegando ms encarnizamiento que los dems, se esforzaba alejarle de la columna en que estaba arrimado,
empujndole con desprecio: No me toques, djole el Arzobispo, t me debes fidelidad y sumision, y con tus cmplices obras de insensata manera. este reproche vehemente, Reginaldo se puso furioso, y blandiendo su espada sobre la cabeza del Pontfice, dijo: Yo no
debo fidelidad ni sumisin sino en conformidad al juramento que me liga al Rey mi seor.
Viendo acercarse la hora final de su vida terrestre y cercana la corona inmortal que Dios le
reservaba, el invencible mrtir baj los ojos en actitud de plegaria, levant al cielo sus manos, encomend-su causa y la de la Iglesia Dios, la Virgen y al mrtir san Dionisio.
Apenas concluidas sus preces, ya el sanguinario Reginaldo, medroso de que la muchedumbre
interviniera favor del Arzobispo, se precipit sobre l, hiri en la cabeza al manso cordero,
levantando la extremidad de la corona consagrada por el santo crisma; hiriendo algo con el
mismo golpe el brazo del que escribe esta resea. P u e s , habiendo huido todos los monjes y
clrigos, l solo no abandon al santo Arzobispo, y le tuvo estrechado entre sus brazos,
hasta al momento de recibir la herida. Entonces, advertido de su herida por la sangre que manaba, y temiendo otro golpe mortal, se refugi en un altar, no habiendo visto desde all quin
dio al Pontfice el golpe definitivo...
El mrtir recibi un segundo golpe en la cabeza, que le depar Guillermo de Traci; mas
aun no"fu derribado. El asesino hiri de nuevo, y entonces el mrtir cay de rodillas, y apoyndose sobre sus codos se ofreci como holocausto vivo por el nombre de JESS y la defensa
de la Iglesia. Mientras caa la vctima, Ricardo el Bretn le dio tan violento golpe, que le
arranc la parte superior del crneo, rompindosele la espada contra el suelo. Toma esto,
exclam Ricardo, por amor de mi seor Guillermo, hermano del Rey. Aquel Guillermo baha pretendido casarse con la condesa de Varona, su prima, y el Arzobispo se opuso causa
del mutuo parentesco de ambos pretendientes. La sangre y l cerebro, brotando por las heridas derramaron sobre nuestra virgen y madre Iglesia los colores de la rosa y del lirio, representando la vida y la muerte del mrtir y confesor.
SfllIhAS
POR
t.A
IGLESIA
CATLICA.
''\
LXXVIII.
Enrique II y el asesinato de Becket.Acontecimientos postumos.Frutos del martirio del
arzobispo de Cantorbery.
No nos dignemos hablar ms de los instrumentos viles del gran crimen acaecido en Cantorbery. Dejmosles bajo el peso de la execracin de las generaciones. Dios envi una muerte
prematura aquellos cuatro seres deshonrados, para quienes la vida haba de serles opresora
carga. Dcese que algunos de ellos murieron reconciliados con la Iglesia; mejor para sus almas! Dios es ms misericordioso que los hombres. Pero sus nombres estn escritos en el r e gistro de los que la historia condena al perpetuo fuego del oprobio.
Sin embargo, destcase en aquel drama un criminal cuya importancia no admite silencio.
Enrique II haba sin duda dado pi aquella inicua venganza. Hemos ledo ya de qu
manera pocos das antes de consumarse el' asesinato lo haba provocado. La vehemencia de
su palabra dispar como flechas de Normanda Cantorbery aquellos cuatro caballeros de su
servidumbre, que iban manchar para siempre el honor de la dinasta real.
Al llegar noticia de Enrique II la perpretacion del crimen, atestiguan los historiadores
de aquel tiempo, que se manifest posedo de profunda tristeza, que lleg en determinados
momentos hasta la desesperacin. Encerrado en su aposento g e m a , lloraba, rehusaba la
comida, no admita conversacin. No se le ocultaba que en aquellas horas la Europa entera
le designaba como el autor moral de aquel hecho. Vea claramente que su nombre iba figurar rengln seguido de los nombres de los grandes perseguidores y tiranos. Todo se conjuraba para dar la sospecha universal el colorido de lo verosmil. La incitacin reciente al
asesinato, la cualidad de cortesanos de los asesinos, la negativa dar la vctima el sculo
de la paz, hasta la circunstancia de haber dispuesto que Tomas Becket celebrara con rito de
difuntos la nica misa que le oy despus de la llamada reconciliacin, el desvo con que
haba hablado oral y por escrito de la paz acordada, las gestiones innegables sostenidas por
la corte suya para dificultar al Arzobispo la pacificacin de los nimos, la prohibicin del
prncipe Enrique II de que el ilustre regresado le rindiera un homenaje de respeto y cario,
todo formaba un cmulo de circunstancias aterradoras que le 'designaban como el instigador
del hecho que iba conmover al mundo.
332
Una porcin de cartas fueron remitidas al Papa en aquellos das, entre ellas una del rey
de Francia, y otras de varios condes y caballeros de diferentes pases, todas pidiendo Alejandro III pronto y ejemplar castigo, si es que no se quera dar entender que poda contarse con la impunidad de los grandes crmenes. La causa de la santa Iglesia reclamaba una
actitud decidida y enrgica.
Grande era el temor que abrigaban los polticos de Inglatera de que el Sumo Pontfice
declarara en interdicbo el reino entero, y fulminara excomunin contra el soberano. Trataron los magnates ingleses de impedir y salvar un golpe, que en aquellos tiempos fuera desastroso para el monarca que lo recibiera. Pasaron, pues, Roma algunos comisionados de Enrique II para informar Alejandro III del trastorno que haba causado aqul la noticia del
asesinato; de la postracin fsica y moral en que se encontraba y de su decisin de reparar
por su parte el dao causado la Iglesia por aquellos acontecimientos. Muchos obstculos hubieron de vencer los comisionados del Rey para llegar los pies del Papa. Indudablemente la
atmsfera era contraria todo elemento oficial de Inglaterra. Fuimos desgraciados en nuestras primeras tentativas, escribieron Enrique sus diputados. El seor Papa rehus nuestra
visita, no nos admiti el sculo, ni nos recibi su presencia: los cardenales ponan especial
arte en no hablarnos.
Al fin, dos ingleses, menos antipticos que los dems la casa pontificia, pudieron ver al
Papa, pero desde que dijeron iban saludarlo en nombre de Enrique callad, callad! exclamaron los cardenales.
Fu preciso que la diputacin declarara venir autorizada por el Rey para jurar una sumisin incondicional las disposiciones del romano Pontfice. Slo as pudo recabarse que no
excomulgara nominalmente el Papa, el da del Jueves Santo, al Rey y los altos dignatarios
del reino britnico.
Nombr el Papa dos legados con la comisin de recibir la sumisin directa de Enrique II. Despus de algunas perplejidades, el Rey, puesta la mano sobre los santos Evangelios, jur no haber ordenado ni deseado la muerte del Arzobispo, y que, al contrario, la noticia de ella le haba llenado de pesadumbre. Yo sent por ella un dolor ms agudo que por el
fallecimiento de m i padre y de m i madre: por lo dems prometo cumplir la penitencia que
me impongan los seores cardenales.
Pero surge aqu inmediatamente una pregunta: Si era inocente, qu someterse penitencia? Es que el mismo Rey confes que, si bien no haba dispuesto el asesinato, los asesinos se haban inspirado para consumarlo en algunas frases suyas violentamente pronunciadas y en la alteracin de su rostro.
Las condiciones impuestas por los cardenales fueron: primera, que Enrique II se comprometiera enviar doscientos caballeros por su cuenta Tierra Santa contra los sarracenos,
bajo el mando de los Templarios, por el perodo de un ao; segunda, renunciar las constituciones ilcitas de Clarendon y las otras costumbres perniciosas introducidas en la Iglesia
durante su reinado, sometiendo todas las costumbres de este gnero la revisin y juicio del
Papa y de los hombres religiosos; tercera, que devolvera la iglesia de Cantorbery todos
los bienes muebles inmuebles, que le fueron quitados, en el estado en que se hallaban antes de que cayera en desgracia el Arzobispo; reintegrando en su favor y estima los que baba perseguido por su fidelidad al Pontfice; cuarta, que si el Papa lo creyera necesario pasara
Espaa combatir contra los infieles que la infestaban; quinta, cierto nmero de ayunos,
limosnas y otras obras satisfactorias.
Despus de oir estas condiciones Enrique II dijo: Seores legados, mi persona y mi vida
est en vuestras manos; har lo que me mandis; ir Roma, Jerusalen, Santiago de
Campostela si as lo disponis.
Convenido as, los legados acompaaron al Rey la puerta de la iglesia; all, puesto de rodillas, recibi la absolucin y despus se le permiti entrar en la casa de Dios; el joven prn-
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cipe, su hijo, prometi, que si el rey su padre no- pudiera cumplir lo prometido por que
muriese, por otra causa, l hara en su nombre la penitencia impuesta.
Levantse acta de anulamiento de las Constituciones de Clarendon, en cuyo documento
se leen estas significativas clusulas: ...revocamos, abandonamos y repudiamos abiertamente y pblicamente por este escrito todas estas costumbres perversas, abusivamente introducidas por Nos en oposicin con las antiguas libertades de la Iglesia inglesa, y tanto en
nuestro nombre, como en nombre de nuestros sucesores, renunciamos enteramente y para
siempre todas y cada una de estas costumbres por oponerse las cuales el bienaventurado
Tomas, arzobispo que fu de Cantorbery, combati hasta la muerte...
En otra acta firmada en aquellos das se encuentra escrita esta hermosa declaracin: Juramos mi hijo y yo recibir y tener el reino de Inglaterra de manos del seor Papa Alejandro III y de sus legtimos sucesores; y que nosotros y nuestros sucesores jamas nos reconoceremos reyes de Inglaterra sino en tanto que ellos nos reconocern como reyes catlicos.
Sometido el Rey sometironse con l los prelados de su partido. Las excomuniones fueron
levantadas, las suspensiones hubieron fin. La libertad de la Iglesia brot lozana y-florida de
la sangre de Tomas Becket. Sangre fecunda, que el ilustre mrtir derram con gusto, preveyendo que en su charco iban ahogarse por algn tiempo la tirana y el despotismo de los
impos y cismticos.
En el entretanto los fieles se apresuraban honrar la memoria del heroico confesor de la fe.
De todas partes venan Cantorbery piadosas peregrinaciones -invocando su intercesin en el
cielo. El pueblo le apellid sanio antes an que el Papa, y esto que no tard la Santa Silla
en colocarle en el catlogo de los bienaventurados ms que el tiempo preciso para cerciorarse
de los grandes milagros que su invocacin se operaban.
No tard Enrique II en emprender u n viaje Cantorbery para honrar la sepultura de su
antiguo rival. Desde que descubri la catedral de Cantorbery, escribi un historiador, el
Rey se ape, revistise el sayal de penitente, y pies desnudos, baados de lgrimas los ojos,
lleg al templo. Visit el lugar donde haba sucumbido el atleta de la Iglesia, aplic sus labios en aquellas piedras regadas con su sangre pura, y llor. Postrado, mejor, tendido sobre
el sepulcro del Santo, prorrumpi en sollozos y gemidos. Luego levantse, quitse el manto,
desnud la espalda y quiso recibir cinco azotes de cada obispo y tres de cada monje. Pas toda
la noche sobre aquella sepultura entregado los sentimientos del ms vehemente dolor.
El rey de Francia y muchos magnates fueron venerar aquellas preciosas cenizas. As
amigos constantes como antiguos adversarios proclamaron con la elocuencia de los hechos la
justificacin del Prelado, que haba sido por algunos aos l tema de las calumnias injurias
de un poder que no quera tolerar freno alguno, bien que fuese dulce y suave como el sagrado
freno de la moral cristiana, intimada por el sacerdocio.
LXXIX.
Mirada retrospectiva sobre los acontecimientos reseados.Tendencias de Enrique II al anglicanismo.Proceso de Enrique VIII contra santo Tomas Becket.Persecucin sus restos
venerables.
Aparece sin ambajes que en el siglo X I I la Inglaterra tena latente en su atmsfera polticoreligiosa el espritu del anglicanismo. Los esfuerzos del poder para dejar definitivamente sentados los principios secularizadores de las Constituciones de .Clarendon prueban cuan poco
cordial era la sumisin y el respeto de los altos dignatarios del Estado y de la Iglesia la
Santa Silla. Las amenazas repetidas de emancipacin, que hemos ledo en documentos fidedignos citados en estos ltimos captulos, demuestran que si la fe catlica no hubiese tenido
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races tan profundas en el corazn del pueblo britnico como las que tena en aquel siglo el
protestantismo, hubiera anticipado cuatro siglos lo menos su organizacin. De las reclamaciones de Enrique II la protesta de Enrique VIII hay menos distancia de lo que a primera
vista parece.
Enrique VIII consider tan intimada la causa del regalismo del siglo X I I con el anglicanismo del siglo X V I , . q u e , ofendindole el nombre y la gloria de Becket, resolvi perseguirle
hasta en la tumba. El documento que va a leerse convencer los menos suspicaces de la
ntima relacin que existe entre aquellos regalistas y los respectivamente recientes protestantes. Verdades que Enrique VIII se cubri de ridculo, expidiendo el edicto y pronunciando
la sentencia que se leer: pero pesar de la ridiculez del acto, nada pierde sto de su significacin. Dice as el edicto que citamos:
Enrique, por la gracia de Dios, rey de Inglaterra, de Francia, de Hibernia, defensor de
la fe y Jefe supremo de la Iglesia anglicana. A tenor de las presentes te citamos y aplazamos ante nuestro tribunal soberano t Tomas, antes arzobispo de Cantorbery, para rendir
cuenta de las causas de tu muerte, de tus escandalosos ataques los reyes nuestros predecesores, de tu insolencia en tomar el ttulo de mrtir, siendo as que sufriste, ms bien por
haber resistido tenazmente laautoridad de tu rey que por haber defendido la fe catlica;
habiendo desobedecido con perjuicio las leyes de un prncipe que era y poda ser llamado
como Nos, soberano juez en materia eclesistica. Y porque tus crmenes los cometistes contra la majestad real de que nos hallamos revestido, te citamos para oir pronunciar tu sentencia; y si alguno, armado con poderes no se presenta en tu nombre, se pasar adelante la
causa, en conformidad las leyes del reino. Dado en Londres el da 24 de abril de 1538.
De modo que, contra todo lo visto y odo anteriormente este ridculo proceso, Enrique VIII, en vez de encausar los asesinos porque asesinaron, encausa al asesinado porque
fu vctima de sus espadas.
Este auto fu comunicado al mrtirnovedad causa hasta el uso de este lenguajepor
ministerio de un oficial pblico. Acordse al asesinado un plazo de treinta das para elegir
procurador y prepararse la defensa.
El tribunal se reuni, en Westminster en el da 11 de junio, y despus de haber hablado
el abogado fiscal y el defensor del reo elegido de oficio, como se supone, Enrique VIII pronunci la siguiente sentencia tan ridicula como el anterior edicto:
Oda la causa de Tomas, que fu arzobispo de Cantorbery, Considerando que, aunque
citado ante nuestro consejo soberano, nadie ha comparecido en el plazo designado para defenderle y que el abogado nombrado de oficio no ha podido refutar, ni repeler las acusaciones
de rebelin, de contumacia, de lesa majestad y de traicin dirigidas contra Becket, ni evitar
su condena.Atendiendo que sus acusaciones subsisten y estn probadas; que ha perturbado el reino, y que durante su vida se esforz en debilitar la autoridad real de nuestros predecesores;'que sus crmenes fueron la causa de su muerte, y que no sucumbi por la defensa
de Dios y de su Iglesia; que la supremaca en la Iglesia pertenece los reyes de Inglaterra
y no al obispo de Roma, como l sostena en perjuicio d l a corona.Atendido que el pueblo le tiene por mrtir, y que mira como dignos de veneracin los que afrontan la muerte
para sostener la autoridad de la Iglesia romana. A fin de que no queden impunes aquellos
crmenes, y que los ignorantes reconozcan sus errores y rehusen los abusos introducidos en
nuestro reino,Nos juzgamos y establecemos que dicho Tomas, antes arzobispo de Cantorbery, no sea en adelante tratado como santo, ni como mrtir, ni incluido entre los justos;
que sean quitados de las iglesias su nombre y sus imgenes; que no se le nombre en los misales, los devocionarios, los almanaques y las letanas y que se halla convicto de los crmenes de lesa majestad, traicin, perjurio y rebelda. En consecuencia ordenamos que sus huesos sean quitados de su sepulcro y quemados pblicamente, fin de que los vivos aprendan
con el castigo de un muerto respetar nuestras leyes y no resistir la autoridad. En cuanto
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al oro, plata y otras riquezas que una devocin ilusa ha venido deponiendo sobre su tumba,
Nos lo confiscamos en provecho de nuestra corona, conforme las leyes y la costumbre de
nuestro reino. Prohibimos bajo pena de muerte y de confiscacin todos nuestros subditos
ciarle el tratamiento de santo, dirigirle oraciones, llevar sus reliquias, honrarlo directa
indirectamente; cuya falta har que los culpables de ella sean considerados como conspiradores contra nuestra real persona, como fautores cmplices de conspiracin. Y temiendo
que se alegue ignorancia, mandamos que este edicto sea publicado en Londres, en Cantorbery y en las otras ciudades del reino. Dado en Londres los de 11 de junio de 1538 por el
Rey en consejo.
Estos documentos no necesitan comentario alguno para hacer resaltar la clase de colorido que dan al perodo histrico en que se produjeron. Ellos evidencian dos cosas. La incomparable tirana del protestantismo naciente; y la indisputable solidaridad de la causa de Becket con la defendida por la Iglesia en el siglo X V I . Los dos Enriques se dan la mano al travs de cuatro siglos, y al travs de cuatro siglos aparece manifiesta la admirable unidad del
espritu catlico.
Y ahora se comprender por qu hemos tratado difusamente de la persecucin y martirio
del arzobispo de Cantorbery; es que para nosotros aquel perodo de la historia del Cristianismo involucraba en todo su vigor el gnesis del protestantismo, engendrado en el siglo X I I ,
aunque no organizado hasta al siglo X V I .
LXXX.
Persecuciones sufridas por la autoridad pontificia en el siglo XII.
La Italia no disfrutaba de la deseada tranquilidad durante las luchas que el Pontificado
tuvo que sostener contra el anglicanismo naciente. Es indudable que la disipacin de costumbres tena quebrantado mucho el prestigio de una parte considerable del clero que, olvidando el carcter celestial de su misin, dejbase seducir por el atractivo de la gloria y de
la influencia mundanas. Quejbanse de ello los hombres austeros y los ms piadosos Pontfices de aquella poca, reasumiendo las protestas de todos, un abad que se hizo ilustre en su
siglo y en los siglos que le siguieron, Bernardo, que dio inmarcesible fama al monasterio de
Claraval.
Cuando Dios quiere despertar el celo y las virtudes dormidas en la cristiandad, permite
que los males que ha resuelto remediar tomen forma de hereja, y entonces, la conciencia
catlica alarmada, dirige sus miradas y su antdoto contra el veneno de la hereja triunfante.
En el primer tercio del siglo X I I apareci Arnaldo de Brescia, hombre que, habiendo empezado una vida de piedad y misticismo, acab levantando con osada bandera de rebelin y
protesta. Atribuyendo al principio jerrquico y la autoridad pontificia la creciente y alarmante inmoralidad que tena azorados los pensadores y virtuosos de aquel perodo histrico, proclam la necesidad de reformar el modo de ser social, combatiendo toda ingerencia
de la Iglesia en el mundo poltico.
Arnaldo de Brescia sent por programa obtener la secularizacin absoluta del poder civil,
sentando el mismo principio de Cavour: la Iglesia en la Iglesia, el Estado en el Estado.
Nadie ha negado Arnaldo talento superior, nimo decidido, carcter enrgico y aquel
don pocos concedido de atraer en pos de s las masas impresionables. Siempre ha obtenido
popularidad todo plan encaminado combatir el poder y la fuerza de un gobierno constituido.
Existe una tendencia sustituir lo existente en las muchedumbres que, nada teniendo que
perder con las radicales revoluciones, consideran los cambios poltico-sociales como aventuras, cuyo resultado puede mejorar en parte la situacin personal de algunos, que reinando el
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orden, estn regalados inferior condicin. Todo gobierno representa una resistencia, y toda
resistencia equivale un choqu que, cuando se limita acontecer en regiones dbiles elementos sociales decrpitos, no trasciende m s que leve sacudida; pero que cuando se realiza
entre masas vigorosas y principios elementos robustos produce aquellas grandes tempestades
que en poltica se llaman revoluciones.
Arnaldo de Brescia personific las pasiones de los descontentos, que eran muchos en aquel
siglo, y que aspiraban satisfacer su afn de mudanza derribando la constitucin de la soberana religioso-social, piedra angular dlas instituciones entonces vivas y reinantes.
Desde el fondo de su monasterio Arnaldo segua con mirada encendida el desarrollo de la
poltica contempornea suya, y como no andaba sta segn su bello ideal, protestaba primero ante el reducido crculo de sus amigos, que aspiraban lo que l aspiraba, y luego, transformndose en fogoso tribuno, infundi bramidos la tempestad subterrnea. Los obispos, el
clero, los monjes fueron blanco de sus predicaciones, encaminadas nada menos que la anulacin del poder eclesistico sobre la sociedad, sea la emancipacin del Estado con respecto la Iglesia. Existe la ms perfecta identidad entre la bandera de Arnaldo de Brescia y
la de Mazzini.
Los cardenales eran el tema cotidiano de sus declamaciones. Pretenda que.toda riqueza
y toda pompa eran en la Iglesia una infidelidad al espritu del Evangelio,'extremando de tal
manera la aplicacin de la pobreza sacerdotal, que condenaba la posesin, de toda propiedad
inmueble y de toda renta.
Para dar forma concreta su idea poltica abogaba por el restablecimiento del antiguo
senado romano. No fueron ineficaces sus proclamas. El pueblo se amotin en varias ocasiones, incendiando las casas de varios cardenales y notables eclesisticos; fortific la Iglesia de
San Pedro y atropello los peregrinos que visitaban el sepulcro del Prncipe de los Apstoles, obligndoles entregar grandes cantidades de dinero. Promovieron estas vejaciones sangrientos choques que dieron por resultado la muerte de algunos peregrinos.
Tres papas tuvieron que luchar contra la persecucin del astuto revolucionario.
Inocencio II, Eugenio III y Adriano IV.
El primero de aquellos celosos pontfices, no slo tuvo que librar batalla los principios
de Arnaldo y hacer frente los desrdenes promovidos por sus numerosos secuaces, sino que
tuvo la pesadumbre de ver surgir su encumbramiento la silla de Pedro un antipapa que
vino aumentar las dificultades inmensas de su gobierno. Los ricos de Roma, apoyados por
una parte de clero y hasta de algunos cardenales, eligieron Pedro de Len, que tom el
nombre de Anacleto II. El mundo catlico, y especialmente la Italia, se fraccion en su juicio sobre la legitimidad de los respectivos pretendientes, y aquel cisma inflam los nimos ya
enardecidos por las cuestiones entonces candentes.
E n favor de Inocencio estuvo Bernardo, cuya ilustracin y santidad daban su palabra
el valor de una gran potencia moral. El Concilio de-Reims sancion los votos de la parte ms
sana y prudente de la cristiandad. Obrando como pacificador de los pueblos concilio los
psanos con los genoveses, que estaban en fratricida lucha. Con el apoyo del rey Lotario
entr en Roma, en cuya ciudad Anacleto II se hallaba fortificado. No pudo ser duradera la
permanencia del Papa legtimo en aquella capital, causa de las continuas hostilidades de su
enemigo; por lo que hubo el legtimo Papa de abandonar Roma y retirarse Pisa, donde
convoc un Concilio que excomulg al antipapa.
El regreso de Inocencio Roma facilit la celebracin de un Concilio general en Letran,
con el principal objeto de conseguir la terminacin del gran cisma de Oriente. E n el mismo
se excomulg Rogerio de Sicilia, que se opona la legtima autoridad pontificia. Rogerio,
indignado, movi su ejrcito hacia los Estados del Papa, quien al dirigirse para entablar negociaciones de paz, cay prisionero del hijo de su enemigo.
No fueron estas las nicas amarguras que tuvo que devorar aquel gran Pontfice. El
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43
338
LXXXI.
Adriano IV, Alejandro III y Federico Barbaroja.Los romanos y Lucio III.
Ademas de los elementos de perturbacin sembrados en las masas sociales por hombres
anrquicos como Pedro de Bruis y Arnaldo de Brescia, tena la Iglesia que combatir contra
las tendencias invasoras de los grandes poderes. No slo haba en aquel tiempo el tipo de
Mazzini y G-aribaldi; maniobraba tambin la alta poltica al estilo del emperador Federico y
del canciller Bismark.
Federico Barbaroja pretenda la posesin del imperio u n i v e r s a l , no slo sobre el orden civ i l , sino sobre la Iglesia. Roma fu el objetivo de sus miradas y de sus operaciones. Adriano IV,
dotado de un carcter conciliador y pacfico, intent someter por atraccin al sediento usurpador. Algo obtuvo por de pronto, pues convena al astuto cesar arrollar su bandera para levantarla con ms seguridad y ms altura en su da. pesar de los aparentes homenajes de
filial respeto rendidos por Barbaroja al P a p a , no ces aqul ni por un slo momento de creerse
heredero universal de los cesares, y en esta cualidad oponase cuanto pudiera conducir al
reconocimiento de una supremaca pontificia. Irritse sobre toda ponderacin el Emperador
al saber que los romanos pretendan que slo por liberalidad de los papas haban los emperadores alemanes ejercido dominio en Italia. Los legados enviados por Adriano IV al Emperador acabaron de exasperarle cuando le preguntaron: Pues si no tenis el imperio por voluntad del P a p a , con qu ttulo lo ejercis?
E n noviembre de 1158 Federico convoc asamblea general cerca de Cremona, la que
asistieron muchos y notables legistas del imperio. Todos declararon que al Emperador, no
slo le pertenecan las regalas, sino la soberana directa sobre el mundo entero, como la haban
ejercido los cesares romanos. Declararon herticos cuantos resistieran aquella soberana,
y proclamaron el deber que tena el Pontfice de subordinarse al cetro imperial. La mxima
sentada en alta voz por aquella extraa asamblea f u : La voluntad del prncipe constituye
derecho; toda decisin del prncipe es l e y . Que Pedro pague tributo al cesar, como JESUCRISTO. Tal fu la frmula con que se proclam la sumisin del pontificado al imperio.
Federico e x i g i Adriano IV el que borrara la pintura que representaba Lotario en actitud de servir al pontfice Inocencio I I , rindindole vasallaje y recibiendo la corona de las
manos pontificias con. esta inscripcin:
Rex venit ante foras,
Post homo
fitpapa,
jurans
prius
urlis
honores,
coronam.
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Despus de nueve das de encierro Alejandro sali, siendo saludado por la alegre ovacin
de la muchedumbre; dirigise Ostia, por cuyo Obispo fu consagrado. El antipapa recibi
el bculo de manos del obispo de Tusculum.
El Emperador se declar por el antipapa. E n vano Alejandro y los cardenales sus adictos,
que eran todos menos tres, escribieron Federico exponindole el verdadero estado de la cuestin. El cesar no se dign contestar al Papa. Desdeando la autoridad incontrovertible de
Alejandro III y erigindose juez supremo de la Iglesia, convoc por su propia y exclusiva
autoridad un pretendido Concilio general, con el objeto de decidir cul de ambos elegidos
tena derecho ceir la tiara. Tanta cuanta era la osada del cesar fu la firmeza de Pedro.
Las contestaciones del Papa fueron valientes y categricas. El concilibulo tuvo lugar en Pava, donde se proclam papa Octaviano con el nombre de Vctor. El Emperador expidi un
edicto mandando todos los obispos reconocer por pontfice legtimo al antipapa bajo pena de
destierro perpetuo.
Algunos obispos fueron desterrados por su fidelidad la silla romana.
Alejandro III excomulg Federico Barbaroja en Anagni el da del Jueves Santo, desligando todos sus subditos del juramento de fidelidad. Octaviano y sus secuaces fueron t a m bin excomulgados. Un Concilio numeroso celebrado en Tolosa confirm los poderes y l e g i timidad del Papa verdadero.
Una gran parte del pueblo de Roma se adhiri al cisma, vindose obligado Alejandro III
pasar Francia para obtener la libertad de accin indispensable al pontificado.
En Tours celebr Alejandro otro Concilio, que adopt enrgicas medidas contra los cismticos, ocupndose de la nueva secta albigense, que empezaba tomar amenazadora forma por
aquellos das.
Toda la alta Italia se hallaba agitada al malvolo impulso de Federico Barbaroja. El pontificado sufri una de las ms violentas tempestades que han dejado huella en los siglos. El
espritu de rebelda turbaba la paz de muchas dicesis; el dualismo ms espantoso afectaba
la tranquilidad de las conciencias hasta en la misma ciudad de Roma. Gracias los esfuerzos
del cardenal Julio, los romanos invocaron el regreso de Alejandro I I I , pues hasta los ilusos
de buena fe abrieron los ojos y vieron la verdad, cuando la muerte del antipapa Vctor III
fu nombrado para sucederle sin ninguna formalidad cannica Guy de Creme, sea P a s cual III.
Regresado de Sens, Alejandro pudo convencerse que todava Roma no era para l puerto
seguro de refugio, pues el Emperador se dirigi ella con u n imponente ejrcito. Ya casi todas las ciudades de los Estados pontificios estaban en poder de los cismticos, ya los romanos,
sin aliento para resistir fuerzas superiores, trataban de someterse merced de Barbaroja,
cuando una peste sobrevenida de improviso al ejrcito alemn determin su retirada rpida.
Los cismticos fueron derrotados en la vspera de su definitiva victoria. El antipapa P a s cual III muri, entronizando los imperialistas en su lugar J u a n , abate de S t r u m , que se
llam Calixto III.
En fin, despus de obstinados ensayos, vencido en el diablico duelo declarado la Iglesia y la Providencia divina que la protega, Federico se someti. Su desacreditado cisma
liaba causado sensible persecucin los fieles por el perodo de diez y siete aos. E n V e n e cia se estableci un acuerdo entre el pontificado y el imperio, y Alejandro III, victorioso por
su ilustracin y por sus virtudes, pudo consagrarse la extirpacin de las herejas que, favorecidas por la discordancia de los poderes, alcanzaban cada da ms alarmante crecimiento.
Lucio III tuvo que sufrir las consecuencias de la desmoralizacin sembrada en los romaoos con los escndalos del cisma. El espritu de sedicin encendido por Arnaldo de Brescia
alimentaba los deseos de independencia en el pueblo, pesar de sus reiterados desengaos.
Pretendan los rebeldes que Lucio quebrantara la integridad de su soberana, abdicando parte
dess derechos. Pero dotado de inflexible nimo el Papa, contest con rotunda negativa al
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clamoreo de los seducidos y seductores. Los romanos insurreccionados saquearon incendiaron las poblaciones principales de los Estados pontificios, debiendo Lucio pedir seguro amparo
Verona, desde donde, renunciando prxima avenencia con sus enemigos polticos, se
consagr contrarestar el vuelo de la hereja.
La especie de avenencia armona existente entre Lucio III y el Emperador no pudo mantenerla Urbano III. E n su cualidad de hijo de Miln y de arzobispo de la misma, difcil le
era olvidar las vejaciones crueles efectuadas por Barbaroja contra la Lombarda, y sobre todo
contra su capital. Dolase de que este Prncipe se hubiese posesionado injustamente de los
bienes que la princesa Matilde donara la Iglesia romana, que empobreciera las dicesis, tomando para s los bienes de los obispos que fallecan, que hubiera reducido la pobreza muchos monasterios de religiosas. causa del encumbramiento de Volmat cardenal creci el
descontento de Federico, quien cerr todos los pasos de los Alpes para impedir que nadie de
los suyos comunicara con la corte pontificia. Infirese de lo dicho que la situacin del pontificado de Urbano III era penosa y sombra, que fu un Papa perseguido por el imperio.
LXXXII.
Persecuciones la Iglesia bajo el pontificado de Inocencio III.Persecuciones en Francia.
Persecuciones en Inglaterra.
Dios favoreci la cristiandad elevando al frente de su Iglesia un pontfice de las cualidades de Inocencio III.
No nos incumbe describir aqu el talento, la ilustracin y las virtudes del ilustre vastago
de los Conti, ornamento y gloria de las familias italianas. Tampoco debemos detenernos en
resear sus prsperos sucesos. Se ha dicho con razn que Inocencio III cosech las glorias
sembradas por los sudores y angustias de Alejandro III. E n efecto; sin los combates de ste
no alcanzara aqul el fruto de las victorias recogidas por el pontificado. Inocencio III vio reconocida la supremaca pontificia sobre los imperios disputada por los emperadores que.agriaron el gobierno de los anteriores papas. E n la cuestin planteada entre Felipe y Othon, ambos
pretendientes del cetro y de la corona alemanas, vise ambos esforzarse para obtener el reconocimiento del Pontfice, sin el cual no crea ninguno de los beligerantes poder atribuirse
el definitivo triunfo. E n el fallo de aquel ruidoso y trascendental litigio, Inocencio III despleg las fuerzas de un verdadero genio poltico. Calmoso, mesurado, fro en el clculo, ardiente en el cario, elevse tipo perfecto de diplomticos. Evit la enemistad hasta con el
partido desfavorecido. Extraordinario suceso, rarsimo en la historia de las humanas discordias ! Pero dejemos lo referente la Alemania, como quiera que en aquellos episodios no sufri menoscabo la dignidad, ni la autoridad, ni los intereses de la Iglesia.
Los sinsabores vinironle al gran Papa de parte de Felipe Augusto, rey de Francia. Haba
ste concebido seria animadversin contra su legtima esposa Ingelburge, causa de su apasionamiento por Ins. Rechaz el Rey su esposa, alegando ftiles pretextos, quiz sin contar
con la enrgica protesta del que, siendo Pontfice supremo, es por esta misma cualidad protector nato de los dbiles. As hzolo entender el Papa al Rey, sin que pudiera conseguir un
cambio de conducta. Sordo las amonestaciones de Inocencio, y jactndose de poseer cierta
inmunidad de costumbres en su carcter de soberano de un reino poderoso, Felipe Augusto
perseveraba ajando desapiadadamente su vctima. Entonces el Pontfice convoc en Dijon
un Concilio nacional, con el especial objeto de deliberar sobre la injusta conducta del ReyFelipe fu invitado comparecer la sacra asamblea. Pero fu tal el enojo que al serlo manifest, que los dos presbteros encargados de comunicarle la invitatoria fueron detenidos y
encarcelados por real orden. El resultado del Concilio fu declarar entredicho todo el reino de
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Francia. No habiendo el Rey retrocedido ante la amenaza de aquel tremendo castigo, el e n tredicho pas ser un hecho.
Toda la vida religiosa, que era el principal elemento de aquella sociedad, qued paralizada en Francia. No hay espectculo comparable al espectculo de un reino cristiano entredicho en la Edad Media. Los templos de la oracin, del canto y de los sacrificios no eran ms
que edificios vastos en los que no funcionaba el ministerio augusto del sacerdocio. La voz
triunfante de los servidores de Dios estaba enmudecida, escribi un cronista; apenas en algunos monasterios privilegiados los monjes podan en voz baja, puerta cerrada, sin asistentes y en el corazn de la noche, rogar al Seor que redujera su gracia por la penitencia las
almas extraviadas. Los ltimos ecos del rgano se haban disipado; reinaba silencio sepulcral
all donde poco antes retumbaban los himnos alegres de reconocimiento al Eterno. Con aparato de luto fueron apagadas las luces, como si la oscuridad de la noche debiera envolver cual
velo tupido la gloria del santuario. Las imgenes de JESUCRISTO yacan en el suelo, y las
reliquias de los hroes cristianos encerradas en sus urnas pareca como que intentaran alejarse
de una raza manchada. Suspendise la predicacin de las verdades eternas... Triste, sombro
pasaba el cristiano ante el cerrado templo, en cuyo interior no poda ir buscar la consolacin que en otro tiempo en l alcanzaba. N i el aliento, la fuerza, la paz que le viniera de la
contemplacin de la imagen del Salvador poda experimentar el fiel, pues las santas imgenes
estaban constantemente veladas. Quitronse las estatuas de los santos, y slo permanecieron
visibles aquellas deformes figuras colocadas en lo alto de las bvedas para canalones de desage,
que, con sus contrahechas fisonomas, recordaban al hombre los efectos del pecado original.
Ni un campanillazo se oa, como no fuese el taido bajo que indicaba la agona de un monje,
proclamaba la brevedad de la carrera, el fin misterioso de la existencia, las elevadas necesidades del alma.
Todas las situaciones importantes de la vida estn santificadas por la Iglesia; mas en
aquellas circunstancias pareca que se haban roto las relaciones del cielo con la humanidad;
el sol de la bendicin se eclips y la existencia aqu abajo qued como aislada de lo alto...
El contrato matrimonial, el sacramento grande, en vez de celebrarse la faz del altar,
se celebraba sobre una tumba; rara vez encontraba absolucin por medio de la confesin la
conciencia cargada; la comunin, pan de vida, era rehusada al hambriento; el agua bendita
no se distribua. E n el atrio del templo se reciba al recien nacido, y slo all se bendeca al
peregrino. La hostia santa era llevada en secreto al enfermo. nicamente el viernes m u y de
maana el sacerdote consagraba el pan y el vino. No se administraba la extremauncin ni se
conceda tierra sagrada los cadveres.
La cuerda del arpa y los cantos de jbilo enmudecan; desapareca todo lazo de sociedad,
todo ornamento, todo lujo, aun el moderado. Ayuno universal, rgida penitencia eran de precepto. Cesaba el comercio, y las transacciones con cristianos, que eran reputados indignos de
este nombre. Los escritores escrupulosos supriman en los documentos pblicos el nombre del
Rey, y designaban el tiempo con esta frmula: Bajo el reino ele CRISTO...
Todas estas y otras privaciones hubo de devorar la Francia causa del adulterio de Felipe
Augusto.
Sin embargo, este Monarca no particip de la profunda sensacin causada al pueblo por
semejantes prohibiciones; al contrario, herido en su amor propio, quiso tomar tan serias como
indignas represalias. Prelados, dignatarios, religiosos de todas categoras fueron expulsados
de sus sillas y privados de sus prebendas, vindose blanco de mil atropellos. Desencadense
tempestuosa persecucin contra el-clero, casi unnimemente fiel al pontificado. Y como el arzobispo de Paris le exhortara apaciguar su nimo, cesar la persecucin y someterse, prefiero, contest el Rey, perder la mitad de mis Estados separarme de mi Ins. Los criados del
Rey sacaron al Arzobispo de su casa, saquearon sus tesoros, se apropiaron sus caballos. E l
obispo de Senlis, amenazado por el furor real, busc su salvacin en la fuga. Y en el en-
342
343
cios de la terrible sentencia, el Rey desterr a todos los monjes de Cantorbery, despoj al
clero de muchos de sus bienes y decret crueles y brbaros edictos. Una comisin de obispos
le manifest que era ineludible para su reino la desgracia del entredicho si con decisin crisliana no volva sobre sus pasos. Os juro por la boca de Dios, les dijo, que si pronunciis el
interdicto, yo enviar todo el clero al Papa y me apropiar de todos los bienes de la Iglesia;
y todos los romanos que se encuentren en mis dominios les har vaciar los ojos y cortar la
nariz fin de que se les reconozca en todas las partes de la tierra. Y si apreciis algo la vida,
alejaos de mi presencia.
pesar de tan apremiantes y graves amenazas, Inglaterra fu separada de la comunin
de la Iglesia y de todos los bienes espirituales que sta reparte sus fieles.
Todas las privaciones inherentes un entredicho formal se practicaron en aquel caso. El
luto de la Iglesia llev la melancola al corazn de la inmensa mayora de los ingleses. Pero
el Rey, inflexible, lejos de ceder tan insinuante elocuencia, transportado de clera, desterr
los prelados, despoj las iglesias y cometi negrsimos crmenes. los dos aos de durar
aquella triste situacin el Papa quiso pronunciar la excomunin contra la persona misma del
Rey. ste redobl la persecucin contra los fieles adheridos las decisiones pontificias. Porque el arcediano de Norwich se atrevi expresar en voz alta el prximo anatema que sobre
el Rey iba pesar, vise preso, encadenado, y falleci consecuencia de los duros tormentos
que se hall sometido.
Inocencio I I I , en vista de ello, declar libres del juramento de fidelidad todos los subditos del Rey, ordenando que fuera depuesto y que pasara su corona sienes ms dignas.
Suplic Felipe Augusto de Francia que fuese con sus armas destronar al rebelde soberano
y posesionarse en nombre de la Santa Silla del excomulgado reino. Espantado Juan retrocedi ante el espectculo de su destronamiento y convino en celebrar con Inocencio el convenio que ste le propuso.
Seis aos dur el entredicho, inmenso fu el cmulo de privaciones y amarguras que
aquella desastrosa situacin caus la cristiandad.
Durante los diez y ocho aos que Inocencio III ocup la ctedra de San Pedro, gobern
realmente el mundo como un rey. gobierna sus Estados. Sin salirse de su palacio de Letran
dej sentir la accin de su poder hasta las ms alejadas regiones. Inaugur un nuevo imperio
en Oriente, cre un emperador en Alemania, humill Felipe Augusto, el mas altivo de los
soberanos, castig al rey de Inglaterra, precipit tercera vez el Occidente sobre el Asia. Nada
hubo capaz de resistirle...
LXXXIII.
Los albigenses.Estragos que causaron.Persecuciones que promovieron.Martirio de Pedro
de Castelnau.
Un ilustre prelado contemporneo, el limo. Bouillerie, ha escrito un notable opsculo
sobre los albigenses que es la concisa exposicin del cuadro que afligi la Iglesia catlica
en el siglo X I I I , debido la extraordinaria malicia de los herejes y perturbadores, que
dieron das de amargura la Iglesia y los Estados. Diversas sectas maniqueas en el siglo X y X I infestaban el Oriente con los nombres de blgaros, cataros, patarinos, etc., que
unas de otras diferencindose poca cosa en la doctrina, unanse en sus aspiraciones relajar
la disciplina y corromper la enseanza del Catolicismo. Semejantes, deca de ellos Inocencio III, las raposas de Sansn, atadas unas con otras por los rabos y paseando el incendio
por la via del Seor.
San Bernardo haba conocido profundamente la perversidad de aquellas sectas ya venidas
Mi
al Occidente en el siglo X I I , definiendo sus secuaces con breves pero enrgicas frases:
Oves liabitu, astu vulpes, cruclelate lupi.
Al principiar el siglo X I I I la secta baba tenido espantosa crecida.
Aquellos sectarios cuidaban solcitamente el darse aires de severidad de conducta y rigidez moral. Pretendan practicar las virtudes, que decan haber desaparecido de la cristiandad, y sobre todo, del clero. Lamentbanse de las desordenadas costumbres que se haban introducido en la sociedad de los altos dignatarios. Pretendan haber llegado para el santuario
la desolacin de la abominacin y se presentaban como los apstoles de la regeneracin catlica.
El Occidente haba recibido el veneno oriental y el Medioda de Francia estaba lastimosamente infestado de aquella hereja.
El dogma de los principios maniqueos era comn las sectas albigenses. Segn aquella
filosofa, nuestra naturaleza, hija del mal, sintise inclinada necesaria inevitablemente practicar el mal. Era la sancin a priori de todos los desrdenes individuales y sociales.
De ah la.detestable conducta de los albigenses. Ningn respeto guardaban los objetos,
personas actos religiosos. La cruz era para ellos tema de escarnio, pues no admitan la realidad de la crucifixin de JESUCRISTO. Las imgenes santas, los sacerdotales ornamentos, los
vasos sagrados, el santo leo, nada de esto se libraba de las stiras y desdenes de los albigenses. Aquellos desrdenes, promovidos por los herejes en los mismos templos cristianos, motivaban colisiones siempre ruidosas y veces sangrientas, en las que resultaban atropellos
personales en ambas fracciones. Los catlicos-, indignados, repelan veces la fuerza con
fuerza, ahondndose la divisin de los nimos.
San Bernardo lloraba sobre los cuadros de confusin y desorden que se sucedan en el
campo de la lucha; lloraba al presenciar que se enredaban y sucumban las almas en medio
de aquella confusin de doctrinas y perversin del sentido moral.
Pedro, el venerable abad de Cluny, escriba los obispos de E m b r u n , de Di y de Gab:
Hemos visto un crimen inaudito entre los cristianos: rebautizar los pueblos, profanar las
iglesias, derribar los altares, quemarlas cruces, azotar los sacerdotes, encarcelar los monjes y obligarles por violencia y con amenazas de tormentos tomar mujeres, vosotros, les
dice los albigenses, amontonasteis un da muchas cruces, las pegasteis fuego, cocisteis su
calor oppara comida de carne en Viernes Santo y celebrasteis esplndido banquete en el da
de las ms ttricas meditaciones.
Y no obstante cada da era mas rpido el desarrollo de la secta, cosa particular! dice el
limo. Bouillerie... aquella sociedad siempre secreta, ocultando bajo el velo de la hipocresa sus desvergenzas y sus errores; y por otra parte condenada y proscrita, as por el
sentimiento pblico como por las leyes, invadi insensiblemente la campia y las ciudades,
sojuzg ricos y pobres, grandes y pequeos, y encontr eficaces proslitos hasta entre
el clero... La hereja se encontraba por todas partes, todo lo dominaba, y as como en el siglo I V , despus del Concilio de Rmini exclam san Jernimo: El mundo gimi sorprendido
de verse ariano, nos ser permitido afirmar que en el siglo X I I I nuestras regiones meridionales se despertaron estupefactas viendo que una hereja impura haba sustituido all la
verdadera Iglesia.
Entre los cmplices del albigenismo debemos designar Raimundo V I , conde de Tolosa,
y Raimundo Roger, vizconde de Carcasona. Aquellos dos magnates emularon en la obra de
corrupcin y perversin.
La hereja tena en ambos Raimundos valiosas protecciones y refugio.
Inocencio III comprendi que no era dado aplazar ms el combate definitivo. Fijando sus
miradas en Pedro de Castelnau, le revisti de omnmodos poderes para adoptar cuantas medidas creyera, conducentes obtener la pacificacin de la Iglesia en aquel campo de perpetuas
revueltas. Dile por compaero de legacin al que ya lo era suyo en el Cister.
340
Ambos empezaron gestionar vivamente con los principales personajes de Tolosa, cuya
ciudad vena ser la capital del albigenismo. No fueron del todo ineficaces las gestiones de
los representantes de la Santa Silla. Prometieron muchas dlas personas visibles que renunciaran los errores de la secta, sometindose la autoridad del Vicario de JESUCRISTO, y
en cambio prometieron los legados de parte del Pontfice respetar las libertades y fueros de
Tolosa.
Pero las races echadas por la hereja eran muy profundas; apenas los legados pontificios
hubieron abandonado el radio de la ciudad, que ya los hipcritamente sometidos erguan de
nuevo la cabeza. La palabra de Dios cautivaba los corazones, mas las silenciosas pasiones
suscitadas por los albigenses los insurreccionaba de nuevo.
CATALINA
DE
AKAGON.
346
pesar de las fatigas, viajando pi pesar de las distancias, recorran las ciudades, las aldeas, los caseros y donde quiera exponan el error del albigenismo y proponan el cordial
retorno las slidas creencias catlicas.
La accin perseverante de los predicadores encenda el odio de los herejes, y no pasaba
da. sin que en alguna regin del Languedoc tuviesen lugar escenas inhumanas, algn
sangriento drama, frutos lamentables de las siniestras colisiones entonces frecuentes. El pual y la tea representaban un papel demasiado activo y todas luces criminal en la tragedia albigense.
La gran figura que entre los defensores de la fe se destacaba era Gastelnau; cuyo descrdito, cuyo alejamiento, cuya muerte era el desidertum de sus adversarios. No era posible
abrir brecha la reputacin del que era verdadero modelo de integridad, ni alejar al caudillo
de un campo al que el Seor le haba llamado. Slo haba u n recurso, el asesinato.
Exacerbados los nimos, hirvientes las pasiones, amparados los protervos por los que amparar deban los intereses religiosos y sociales, el asesinato no presentaba dificultades serias.
Brazos fanticos'que se prestaran asestar el golpe no podan faltar, cabezas malvadas que
combinaran las circunstancias para una consumacin annima las haba que cean condal
diadema. El conde de Tolosa, cuatro veces perjuro, llam Pedro Castelnau con el pretexto
de someterse definitiva y resueltamente la autoridad pontificia, y de lanzarse con denuedo
la defensa de los principios intereses catlicos. Cmo no haba de volar all un alma tau
enteramente consagrada al.noble fin que se brindaba conseguir? Pero el Conde se encontraba
en San-Gilles, cerca del Rdano, como alejado del tumulto, pero en realidad trasladado al desierto para mejor disponer la consumacin del crimen.
Despus de una conferencia celebrada entre Castelnau y el Conde, viendo aqul que no
poda contar con la sinceridad de ste, parti; ms al atravesar el Rdano un asesino lanza en
ristre le parti el corazn. Cay exnime el defensor de la Iglesia exclamando: Perdnete
Dios, como yo te perdono.
Aquel crimen horrendo, segn todas las probabilidades preparado por Raimundo de Tolosa, fu el clarn que toc al arma en todas las regiones de la cristiandad. Ya era imposible
mirar por ms tiempo con impavidez el desarrollo de una secta que atrepellaba los ms rudimentales principios religiosos y sociales. Cuando se recurre al asesinato para llevar adelante ciertos planes, llega la hora de que la sociedad amenazada en su honor apele medios
extraordinarios.
Inocencio III dirigi su poderossima palabra al mundo, levantando con su enrgica y
elocuentsima protesta innumerables defensores de la justicia ultrajada.
Estos hombres de pestilencia, deca ocupndose de los albigenses, despus de haber pillado nuestros bienes se arrojan sobre nuestras, personas; no se contentan con afilar contra
nuestras almas sus lenguas, arman sus brazos contra nuestros cuerpos, siendo as tan asesinos de nuestros cuerpos como enemigos de nuestras almas... Levantaos, pues, soldados de
CRISTO, levantaos, valerosos campeones de la milicia cristiana, muvaos el gemido de la Iglesia y vuestro celo ardiente inflmeos para vengar las injurias hechas Dios... Despus del
asesinato de este justo, la Iglesia sin consolador, est como sentada en la tristeza y en el duelo.
La fe se desvanece, la paz no se encuentra en ninguna parte; el azote de la hereja y el furor de los sectarios hacen cada da nuevos progresos, de suerte que si en la actual tempestad
no llegan la nave Iglesia nuevos auxilios parecera que iba naufragar. Por esto os advertimos, exhortamos y compelemos, hasta de parte de JESUCRISTO, en tan apremiante necesidad,
que volis en seguida al remedio de estos enormes males; que nos ayudis pacificar
estos pueblos segn Aquel que es el Dios de la paz y del amor; que empleis cuantos medios os sugiera Dios, con el fin de abolir para siempre esta prfida hereja, extendiendo vuestras manos poderosas y vuestros brazos para vencer los sectarios, quienes debis combatir
con tanta mayor firmeza en cuanto son peores que los mismos sarracenos.
347
LXXVIII.
Los valdenses.Accin de las rdenes religiosas contra las herejas.
Fronterizos en doctrinas y en desmoralizacin los albigenses obraban los sectarios de
otro fanatismo irreligioso impo. Los discpulos de Valdo se hallaban animados del espritu
de persecucin la Iglesia. Pedro Valdo pas desde la exquisita piedad la impiedad de la
exageracin. La sbita prdida de un amigo concentr de tal manera su espritu que cobr
insufrible hasto todo lo que participara de la exterioridad de la vida. Los bienes temporales se hicieron despreciables sus ojos, renunci todos los que posea, los distribuy los pobres, y determin consagrarse propagar el amor la pobreza. Y en todo esto Pedro Valdo
no hubiera traspasado los lmites de la moral, antes bien, con ello hubirase ejercitado en las
prcticas de la severa perfeccin, si salindose de s mismo no hubiera pretendido elevar
ley social y imprescindible deber aquellas privaciones y aquella austereza que en l eran
inspiradas en virtud de excepcionales circunstancias. Quiso Valdo que todos participaran de
sus abstinencias, de la severidad rigurosa de sus costumbres, del absoluto despojo en l tan
voluntario, y no slo predic en sentido de persuadir sus oyentes que as lo hicieran, sino
que elev principios generales aquellas mismas prcticas suyas y concluy sentando que
cualquiera que poseyera la ms mnima riqueza no entrara en el reino de los cielos. La exageracin de las ideas de pobreza evanglica fu el punto de partida de la secta valdense,
0)
revolts.
348
sea compaa de los pobres de Lion, como los llamaban por ser Valdo un comerciante de Lion
y ser lioneses los primeros secuaces de su bandera.
No eran sacerdotes, pero se apropiaron todas las prerogativas sacerdotales; y para legitimar sus propios ojos la intrusin en el campo del sagrado ministerio declararon que todos
los cristianos deban saber la Escritura, que todos podan ensearla, que todos eran sacerdotes. De ab result inmediata batalla contra el sacerdocio verdadero, una lucha sin tregua
contra la Iglesia docente, que por rgano del Pontfice y de los obispos les llamaban al terreno de la sumisin filial y de la obediencia santa. A los preceptos de la Iglesia contestaban
los valdenses, sabemos que est escrito: vale ms obedecer Dios que los hombres.
A medida que la Iglesia descubra los puntos falsos de la moral y "de la doctrina de nuevo
proclamada, los sectarios ahondaban y levantaban el muro de divisin con Roma. Nosotros,
decan, no queremos ya pertenecer al gremio de una Iglesia cuyo Pontfice y cuyo clero posee temporales bienes. La verdadera, la perfecta, la inmaculada Iglesia la constituimos nosotros, que observamos pobreza evanglica perfecta.
Como consecuencia de los principios valdenses sobre la propiedad del clero, muchos
bienes y posesiones de ste deban pasar manos de sus posesores primitivos. Formse un partido numeroso que, si no aceptaba aquellas herejas religiosas, se inclinaba favorablemente alas
reformas sociales. De ah la condescendencia y proteccin ms menos encubierta dispensada
por muchos seores los utopistas.
A todas luces es, pues, manifiesto que los valdenses, no slo se proponan u n objeto religioso, sino que trabajaban para plantear u n programa esencialmente revolucionario. Los pobres de Lion fueron rechazados de la ciudad en que tuvieron comienzo. Pero en los Pases
Bajos encontraron hospitalidad y proselitismo. All y tambin en algunas regiones subalpinas
constituyronse como en terreno propio, atrayendo la atencin dlos catlicos, que decididos
limpiar de herejes el suelo, empuaron varias veces las armas para batirles en el terreno
de la fuerza al que se haban lanzado.
Bohemia y la Alemania toda vironse infestadas de aquellos anarquistas, que pueden considerarse como los engendradores del socialismo moderno.
Tal fu la influencia que llegaron ejercer y tales las fuerzas catlicas que ocupaban y
absorban, que vironse precisados los magnates concederles el libre ejercicio de su religin, si es que religin puede llamarse un catlago de negaciones fundamentales.
Aludiendo los valdenses deca Inocencio III: En medio de las muchas tempestades
que agitan la nave Iglesia, trayndola y llevndola, como entre olas, nada hay que nos
apesadumbre como el ver los ministros de la perversidad diablica elevarse audaz y arteramente contra la doctrina ortodoxa, seducir los sencillos, arrastrarlos su perdicin y esforzarse destruir la unidad de la Iglesia.
Inocencio fijaba las miradas en Orvieto y Viterbo, dos ciudades italianas, que pareca
haber sido erigidas en sillas especiales de hereja y revuelta. Toda la Italia, la Lombarda,
Parma, Placencia, el Tirol, la Suiza, Austria, Alemania, Inglaterra, Espaa sentan profunda
desazn causa de las disolventes doctrinas que hacan cada da nuevos proslitos.
No existe diferencia alguna entre los anarquistas discpulos de Valdo y los secuaces obcecados de Proudhon.
Los valdenses atacaban la aristocracia, la nobleza, la autoridad; predicaban las masas la
igualdad que, segn ellos, exista en la sociedad primitiva, y en virtud de la cual no debe existir entre los hombres diferencia a l g u n a , como quiera que toda autoridad terrena tena su
origen en el mal. Gloribanse de ser partidarios de la fraternidad universal y de la igualdad
hasta del vestido. Sembraban de aquella manera estas ardientes pasiones populares que modernamente ponen en peligro toda jerarqua y todo orden. .
Por fortuna el cielo suscit dos poderosos medios de combatir ambos focos de anarqua.
Los dominicos y los franciscanos aparecieron en el momento en que ms oportuna era su apa-
349
Riancey, Histoirie
du
monde.
350
LXXXIV.
Federico II.Sus persecuciones la Iglesia.
Honorio III tuvo que desplegar la fuerza de su autoridad sagrada contra uno de los ms
poderosos enemigos que han suscitado guerra la causa catlica; pero quien debi desplegar
todo el vigor apostlico para salvar los intereses supremos de la Iglesia, fu su sucesor Gregorio I X . Federico II era el ntimo aliado de los sarracenos y de los enemigos de la cristiandad. Impelido por temor al anatema tomar parte en la defensa armada de la bandera catlica, supo conspirar en secreto contra la misma causa de que en pblico apareca paladn; su
conducta en Siria oblig Gregorio I X renovar la excomunin que le haba lanzado Honorio, y declarar entredichos todos los lugares en que hiciera descanso, con la amenaza,
si persista en la desobediencia, de ser considerado como hereje, lo que equivala, segn el
derecho vigente en aquel tiempo, absolver sus subditos del juramento de fidelidad.
Acusaba el Papa al Emperador de no haber pasado Tierra Santa como era su deber; de no
haber aprontado los soldados y los tesoros que deba la cruzada; de haber impedido al arzobispo de Tarento de cumplir su sagrado ministerio; de haber despojado de sus bienes los
Templarios y Hospitalarios; de haber violado los tratados entre l y los nobles, hechos bajo la
sancin de la Iglesia; de haber arrebatado las tierras al conde Rogerio, puesto bajo la gida
de la Santa Silla; de no haber puesto en libertad su propio hijo, injustamente encarcelado,
y de haber quebrantado las leyes 'de Dios.
No acat Federico II las disposiciones pontificias, antes, resuelto aerear serios embarazos
al Papa, llam los frangipani para que insurreccionaran al pueblo romano, como desgraciadamente lo hicieron. Roma fu otra vez escenario de sangrientos y sacrilegos sucesos.
Y si medroso de un movimiento general de la cristiandad retrocedi momentneamente
en la senda de la rebelda, fingiendo sumisin filial, no debi sta durar, antes al contrario,
valise de la paz en que le dej la absolucin de Gregorio para tramar una ms espantosa insurreccin de los romanos. El Papa hubo de retirarse de Roma Espoleto y Anagny. En
vano Gregorio excit el celo de Federico para que lo empleara en el triunfo de la justicia ultrajada. Federico suscit al papado nuevas dificultades, poniendo en cuestin la soberana
pontificia de la isla de Cerdea.
Escribi los cardenales una carta que en todas sus lneas respiraba odio al Pontfice,
cuyas virtudes negaba, acusndole de injustificable ambicin. Diez y seis obispos fueron arrojados de sus sillas por el irreconciliable cesar. La causa de los gibelinos reapareci en todo
su vigor; recrudeci la lucha entre el sacerdocio y el imperio.
Aquel fu el soberano quien hubo precisin de excomulgar para decidirle por los cruzados, y de volverle excomulgar para detenerle en su cruzada hostil la cristiandad, y en fin,
de predicar una cruzada para forzarle regresar de la que haba emprendido. Al regreso reanud inmediatamente la guerra; volvi ms impo de lo que hasta entonces fuera, hasta el
punto de orsele decir: Que el mundo haba sido presa de tres impostores, Moiss, Jess y
Mahoma (1).
Colmada la medida de la indulgencia, en vista de sus injustas invasiones tierras del
Papa, y sobre todo de las horribles blasfemias vomitadas contra JESUCRISTO, contra su Iglesia
y contra la Religin entera, Gregorio public solemnemente en Roma la excomunin del impo soberano, declarando desligados de su obediencia los fieles.
Tampoco esta vez se mostr arrepentido Federico. Contest al anatema del Pontfice negndole la competencia para excomulgarle; publicando calumniosos cargos contra la Santa
(1)
Riancey, Histoire
du
Monde.
351
Silla y declarando por sn parte rotas por completo sus relaciones con Roma. El reino de S i cilia, donde la sazn Federico se encontraba, fu sumido en el ms espantoso desorden.
Todos los religiosos fueron expatriados, despojado el clero y conden las llamas todos
cuantos defendieran aceptaran las sentencias de Gregorio.
Miln, Rvena y otras ciudades importantes de Italia se pronunciaron por el Papa, quien
en su deseo de conciliacin convoc en Roma un Concilio, con el objeto de deliberar la mejor
manera de terminar el conflicto. Federico se opuso la celebracin del Concilio. Hizo publicar un folleto annimo en el que se describan las desventuras en que incurriran cuantos al
Concilio se dirigieran; y para practicar sus amenazas, hizo atacar por su escuadra las naves
genovesas y redujo cautiverio muchos obispos que desde Francia se dirigan al Concilio de
Roma. Apropibase, ttulo de prstamo para la guerra impa guerra! los bienes de las dicesis de Italia, y ejerca cruel persecucin contra los ms ortodoxos y los ms santos p r e lados.
Al frente de su ejrcito dirigise Roma, donde Juan Colonna conspiraba para facilitar
su triunfo. Tvoli y otras ciudades vecinas la gran capital eran cautivas ya del gran perseguidor. Prxima sucumbir la ciudad apostlica, el anciano Papa ordena una procesin general, que l preside, llevando en sus trmulas manos las sagradas cabezas de Pedro y Pablo.
Ala vista de aquellas banderas elocuentsimas los romanos se enardecen, arrjanse sobre las
huestes sitiadoras, y Federico se retira, ms bien al influjo de un poder invisible, que la
fuerza de un pueblo debilitado. Despus de aquella victoria Gregorio I X sucumbi al peso
de sus noventa y cinco aos de edad y de sus enormes fatigas.
Cuando despus del pontificado rapidsimo de Celestino IV, trat el sacro colegio de eligir nuevo Papa, Federico invadi con sus soldados las posesiones de los cardenales. A pesar
de aquella innoble vejacin, pesar de aquel brusco atentado contra la libertad del cnclave,
los cardenales eligieron para empuar las llaves de la Iglesia un hombre segn el espritu
de Dios.
Inclinse al comenzamiento del pontificado de Inocencio IV entrar en vas de arreglo;
pero eran tantas las exigencias.imperiales, que el Papa no poda de manera alguna aceptarlas. En alas de la caridad Inocencio vol la residencia imperial para tratar directamente de
la conciliacin. Mas conocedor de que los intentos de Federico eran posesionarse de su persona puso en salvo su libertad con la fuga. Embarcse en Civita-Vecchia, escoltado por veintitrs galeras, y lleg Genova.
Desde Genova Inocencio pidi permiso al rey Luis, que fu despus el santo, para trasladarse Reims. Los nobles del reino opinaron que no deba accederse aquella pretensin;
tampoco el rey de Aragn juzg conveniente recibirle en sus Estados; excusse igualmente
el rey de Inglaterra, por lo que escogi Lion, entonces ciudad neutral, para punto de residencia. Convoc all un Concilio general, con el fin, decala circular convocatoria, de restaMecer et su primitivo esplendor la Iglesia agitada por terrible tempestad.
El Concilio se ocup de la conducta de Federico I I , en presencia de su representante Tadeo de Susa. Las promesas que ste hizo en nombre de su augusto amo.no fueron acompaadas de ninguna garanta, por lo que fu condenado.
Cuatro principales cargos se hicieron Federico en aquel proceso; declarsele en vista
de irrecusables pruebas perjuro, sacrilego, hertico y feln. Y en fuerza de estos excesos,
dijo el Papa, despus de Haber deliberado con nuestros colegas, declaramos este prncipe privado de toda honra y de toda dignidad, de la cual se ha hecho indigno por sus crmenes, absolviendo para siempre de su juramento todos los que le juraron
fidelidad.
Mientras el Papa pronunciaba esta sentencia, los representantes del Emperador golpebanse el pecho conmovidos lanzando tristes suspiros.
No se conmovi Federico al saber la terrible sentencia, sino que enfurecido exclam:
Qu!!! es que el P a p a b a tenido bastante audacia para deponerme en su Concilio y quitarme
352
la corona? Y luego, como haciendo un esfuerzo sobre s mismo, prosegua: A h ! no, ola
he perdido an esta corona; ni el Papa ni el Concilio me la arrebatarn sin que se derrame mucha sangre!
Luego concit los prncipes soberanos contra lo que llamaba la audacia del Papa. No
obstante su briosa protesta, faltbale su cetro el nervio de la vida. Era entonces la Iglesia
el alma de las instituciones. Sin el soplo de la Iglesia todo cetro no era ms que un ltigo
que infunda terror en vez de majestad. La palabra del Concilio hiri de muerte a l a tirana. No
tard mucho tiempo en verse obligado pedir perdn al Papa ante la perspectiva del sepulcro, el que, olvidado de la eternidad, le peda poco antes bculo y cetro.
LXXXV.
La Universidad de Paris.Abelardo y san Bernardo.Oposicin de la Universidad las rdenes
mendicantes.Alejandro IV, Urbano IV y Clemente IV mueren en la expatriacin.
La Universidad de Paris estuvo desde su origen animada por el espritu del Catolicismo,
como hija que era de los papas y de los obispos. El mvil de su fundacin y de la fundacin
de otras universidades de su tiempo fu la defensa de las verdades religiosas. Sin embargo, en
los siglos X I I y X I I I surgieron en ella hombres eminentsimos que obligaron los doctores
verdaderamente ortodoxos esgrimir las poderosas armas de la lgica y del Evangelio contra
sus raciocinios en mseros sofismas basados.
E n el siglo X I I Abelardo apareci dotado de una fuerza dialctica fenomenal. Aristteles
fu su modelo, y gracias la potencia de su vuelo, lleg alcanzar y superar quiz la altura de su maestro. Acostumbrado dominar los horizontes de la filosofa, por vastos y dilatados que se le presentaran, crey que podra ejercer igualmente la soberana de l ciencia
religiosa. Entusiasta para el silogismo, tena aversin al dogma, y se form la msera ilusin
de poder anonadar la fe por medio de la ciencia. Pretendi demostrar por procedimientos racionalistas los misterios revelados; y este fu el punto de partida de sus tropiezos. Quiso explicar el altsimo misterio de la Trinidad d i v i n a , y sus explicaciones excesivamente filosficas
desvirtuaron la ndole de la fe.
Ernesto Helio ha dicho: Segn Abelardo, la fe es una opinin. Este error hoy vulgar,
cuya expresin no sorprende los espritus ordinarios y no produce ningn violento efecto,
produjo entonces conmocin inmensa grandes y pequeos. Toda la sociedad se estremeci.
Nadie permaneci neutral en aquella lucha. Inmensa muchedumbre procedente de todos los
pases, hombres pertenecientes todas las edades y rangos se agruparon la sombra de los
doctores de las respectivas escuelas.
Miles de escolares seguan Abelardo, M e l u n , Corbeil, Saint-Victor, SaintDenis y sobre la montaa de Santa Genoveva. Y esto que no haba entonces ferro-carriles.
Ningn viaje espantaba aquellos hambrientos de la palabra... Alemanes, i n g l e s e s , lombardos, suecos, dinamarqueses, engrosaban las filas de-los parisienses.
Por qu aquella portentosa atraccin? Es que Abelardo, sin darse de ello cuenta, introduca el criterio racionalista moderno en el tratado de las cuestiones religiosas, y sin desdear las verdades del Evangelio, las reduca simples especulaciones humanas. Dada la importancia que aquella sociedad atribua la ciencia d i v i n a , la bandera levantada por el sabio
catedrtico de la Universidad excitaba la atencin de favorables y adversarios, y as no todos
los que acudan desalados oir le venan impulsos del entusiasmo catlico.
La divina Providencia suscit en el seno de la Iglesia un genio slo comparable con el de
Abelardo, para dar al clero y al pueblo el grito de alarma. Necesitbase una inteligencia privilegiada para analizar con xito las obras del gran talento de su siglo. No bastaba un alma fer-
353
vorosa, una inteligencia vulgarmente esclarecida; era preciso un sabio de primer orden, una
autoridad incontrovertible por su crdito y por su sinceridad para contrarestar la influencia
del alma de la Universidad de Paris, que era como el alma de las otras universidades.
Bernardo se present al mundo doctrinal ostentando ttulos suficientes para disputar
Abelardo el prestigio de la supremaca cientfico-religiosa.
Para imaginarse algo la figura de Bernardo es necesario interrogar todo el siglo X I I ,
recorrer el mundo y penetrar en el claustro. Precisa pedir la filosofa sus discusiones, la
teologa sus enseanzas, la mstica sus secretos, al mundo sus agitaciones, los negocios
sus embarazos. Precisa cuestionarlo todo, los libros y los campos de batalla, los palacios de
los reyes, los concilios, los pueblos, as la capilla donde los monjes oraban, como los campos
donde se predicaban y se organizaban las cruzadas. E n aquella historia enorme y complicada
se encuentran toda especie de hombres y toda especie de hechos. Intrigas, rivalidades, a m biciones, odios, hasta milagros, todo se encuentra all, solicitudes y pendencias, frivolidades
y abismos. Corazones humanos llenos de miserias frecuentes y de verdaderas elevaciones al
lado de espritus llenos de pendencias, de sutilezas, de argumentos y de orgullo. Era aquel
un mundo m u y diferente del nuestro, que excede cuanto nosotros podemos imaginar (1).
Bernardo se destac en el fondo de aquel cuadro, asimilndose todo lo ortodoxo y depurando
todo lo bien intencionado de aquella sociedad. La doctrina del que deba ser luego su rival,
pasando por el tamiz de su fuerza analtica, apareci con todos sus defectos y sus peligros.
La atencin del mundo tuvo dos objetivos.
Abelardo y Arnaldo de Brescia son dos tipos que parece pertenecen ms al mundo moderno
que la Edad Media, ha dicho un crtico contemporneo, y san Bernardo parece que, pesar del siglo X I I , estaba en contacto con nosotros. Existe ntima trabazn entre las dos escuelas que combatieron siete siglos atrs y las dos escuelas que hoy combaten.
La filosofa alemana ha puesto servicio del error un sistema cientfico que hubiera
podido obtener, si se hubiese convertido, una elevacin extraordinaria. Mas si consideramos
en s mismos los errores de Fitche y los de Kant no nos parecer imposible considerarlos en
analoga con el conceptualismo de Abelardo.
Entonces se agitaban en el mundo casi todas las irritaciones y las disputas actuales. Parece que Bernardo fu el enemigo de los errore.s futuros; sus victorias reciben de las circunstancias algo de profetice
Su vida poltica fu u n continuo asalto. Es necesario dirigir todas partes la mirada para
seguir los movimientos del brazo de Bernardo. Se le ve en todos los puntos de la historia
social de su tiempo. No es posible contar un episodio cualquiera del siglo X I I sin encontrarle
y sin nombrarle. E n relacin continua con los papas, con los reyes, con los pueblos, con los
sabios, con los ignorantes, con los religiosos, con los criminales, su vida era extensa y solemne
la vez que ntima y concentrada. La circunferencia de esta vida no trababa el centro, ni el
centro trababa la circunferencia. Con frecuencia arbitro, cada instante predicador, consejero, doctor, escritor, controversista en las diversas vicisitudes que le ocasion una vida p blica sembrada de tempestades y escollos, permaneci siempre, no dej jamas de ser san Bernardo, san Bernardo el religioso. El lenguaje que usaba los prncipes y los papas no poda
turbarle s propio ni irritar los dems, porque era siempre dictado por el amor, y all donde
el amor tiene la palabra, el respeto est presente. Autoridad y sumisin fueron los dos rasgos
caractersticos de Bernardo. Vese en l al hombre, inclinado obedecer, aunque mil veces
compelido 'mandar.
Aquel hombre infatigable atenda la vez todos lados, interrogando todos los horizontes para descubrir el error en sus primeros asomos. Era todo ojos, todo odos, todo palabras y
todo silencio. E l ejercicio de dictar cuatro cartas la vez parece el smbolo del ejercicio e x terior en que viva, y sin embargo, en l era el manto de la vida profunda que proceda de
(1)
Ernesto Hcllo-Saint-Bernard.
T. II.
*8
354
su alma. Con frecuencia su aspecto pareca indignado; pero su corazn no cesaba de estar apacible en medio de u n panorama donde tantas figuras aparecan (1).
H ah el paladn de la fe en aquella edad.
Abelardo necesitaba un soldado cubierto de toda esta fortaleza para ser vencido. Porque
tambin l apareci enriquecido con dones portentosos de pensamiento y de accin. Su inteligencia, iluminada de continuo por la luz de pensamientos elevadsimos, iluminaba su vez
los vastos horizontes de la especulacin filosfica. Tena su mirada intelectual algo y mucho
de la simple ojeada del ngel. Su pensamiento haba descubierto esa especie de electricidad
que suprime las distancias entre el principio superior y la nfima consecuencia. Era su pensar
una exhalacin lgica que recorra leguas infinitas de ideas en un slo acto. Y lo ms extraordinario es que su portentosa actividad intelectual no amenguaba el valor y la energa de las
bulliciosas pasiones de su corazn. Jamas se ha visto una cabeza tan serena y un corazn tan
turbulento. Su genio abrazaba un tiempo mismo la ciencia y la concupiscencia. Alimentaba
con sus lecciones la vida Universidad de Paris y llenaba con su ternura la insaciable alma
de Elosa. Desde la altura de adoctrinante del mundo pasaba en u n mismo da, casi una
misma hora la vulgaridad de amante de una mujer. Lo serio y lo vano, lo grave y lo ftil
ocupaban su espritu, que era por esto mismo una de estas misteriosas anttesis con que Dios
sorprende de vez en cuando la observacin de los hombres.
Vease en l en revueltas fases al racionalista, al negante, al moral, al disipado, al adversario de las herejas, al nutridor de ellas, al que pretenda encaminar la razn de los incrdulos por los senderos de la fe, y al que extraviaba la fe de los creyentes por los senderos
de la razn. Su conceptualismo era el germen de los idealistas venideros, y' no obstante pretenda ser el idealista que diera al dogma catlico el definitivo dominio de la filosofa. Era
grande; pero en su grandeza haba majestad y monstruosidad. Fu nuevo indiscutible testimonio de que Dios comprime las extraordinarias, las gigantescas fuerzas del hombre, debilitando por una parte el exceso de poder que por otra le concede.
Slo permite Dios en el mundo que sean gigantescamente grandes los santos, porque en
ellos la grandeza del poder se halla contrarestada por la sumisin de la humildad.
Y cosa particular! El hombre deparado por Dios para vencer al coloso de la Universidad
tena ademas de sus dotes intelectuales, otras ms sorprendentes analogas con su competidor.
Tena ste su Elosa, mundanal esparcimiento de su corazn, que poda creerse sojuzgado por
su inteligencia. ella los desahogos de sus sentimientos sensuales, de su sangre tan encendida como su inteligencia. ella dedicaba los latidos de su corazn y las expresiones elocuentes de su molicie insaciable. Era ella la mitad de su bello ideal, que le pona en contradiccin
con la otra mitad de su bello ideal. La ctedra y Elosa, la querida y la Universidad dividan
en dos aquel hombre singular.
Bernardo tena Hildegarda; pero Hildegarda no divida el objetivo de Bernardo, pues
ste amaba como pensaba, y pensaba y amaba u n impulso mismo.
Leamos un poco ms el admirable escrito de Ernesto Helio: En medio del conflicto de
todas las cosas humanas, aquel hombre rodeado de obispos, de abades y de concilios, el que la
humanidad escogi para que fuera su encargado de negocios, san Bernardo, encontr tiempo
suficiente para seguir, examinar, consolar, encorazonar y admirar Hildegarda. Esta mujer
sorprendente, que viva fuera de las leyes naturales, descubriendo el porvenir por miradas
cargadas de misterios, obligada salir de su silencio para ensear, casi pesar suyo, hizo
como todas las personas y las cosas del siglo X I I , ech en brazos de Bernardo el peso de sus
preocupaciones. Ella deposit su confianza en el depositario de la confianza universal. Ella
escribi Eugenio I I I , Anastasio I V , Adriano IV, Alejandro I I I , soberanos pontfices,
los emperadores Conrado I I I , Federico I , los obispos de Bamberg, de Spira, de Worms,
(1)
Helio.
355
3S6
comisin de doctores de la Universidad de Paris, pero los cardenales y el Papa condenaron definitivamente la causa.
Aquellas cuestiones haban adquirido suma importancia. La sociedad cristiana no se ocupaba de otra cosa en aquellos das en que creca la popularidad de las instituciones religiosas. La Universidad haba llevado su intransigencia hasta expeler de sus ctedras los doctores dominicos, inspirando Inocencio IV una bula restrictiva de las facultades de las rdenes
mendicantes. Alejandro IV expidi tambin otra gran bula para poner trmino al ya muy duradero litigio entre dominicos y universitarios; en ella reglament la Universidad empezando
por rendirle el homenaje y la admiracin que expresan estas palabras: La escuela de Paris es
como el rbol de la vida en el paraso terrenal, como la lmpara encendida en la casa del
Seor.
Aquel Papa restableci los dominicos en sus ctedras, y ya no fu discutible el principio de la perfeccin monstica, que en verdad sufri en aquella poca una verdadera persecucin por parte de los sabios de este mundo.
No fueron nicamente los asuntos de la Universidad de Paris los nicos que acibararon
el pontificado de Alejandro I V . Vise obligado levantar cruzada contra Manfredo, que en
sus invasiones por tierra italiana haba hecho prisionero al que era considerado como legado
pontificio.
Las sediciones y turbulencias del pueblo romano le obligaron abandonar la capital del
orbe, trasladndose Viterbo y Anagni.' Cuatro aos de expatriacin no bastaron para calmar
la aversin del pueblo romano, y aquel Papa, modelo de virtudes, muri alejado de su capital.
Urbano IV recogi por herencia de su antecesor las complicaciones polticas que le hicieron morir en el destierro. Manfredo continuaba vejando y dominando los Estados de la Iglesia , y lo que es todava m s , mantena una sorda inquietud y latente rebelda en el pueblo
contra el Pontfice. Debida sus arteros manejos fu la insurreccin del pueblo de Orvieto,
que Urbano escogi por residencia. Impelido situar su silla en Perusa, no tard en acabar
los das de su triste pontificado combatido por maosas oposiciones.
Clemente I V , elegido Papa, se vio obligado atravesar la Italia con el disfraz de religioso
mendicante para no caer en manos del victorioso Manfredo, que la dominaba por completo.
Dirigise Perusa. E n vano trabaj para obtener el triunfo del derecho y de la justicia. Sus
esfuerzos se estrellaron contra la perversidad de los adversarios de la causa pontificia. No le
fu dado entrar pacficamente en Roma; como sus dos antecesores, muri en Viterbo.
Gregorio X estaba reservado el consuelo de recibir en Roma la entronizacin de su dignidad.
LXXXVI.
Confusin en Roma.Persecucin de Felipe el Hermoso.
El pontificado atraves uno de los perodos de ms ruda prueba. Las banderas polticas
tenan desazonado al pueblo romano que vea declinar el prestigio social del poder eclesistico. la muerte de Nicols IV, unos pocos cardenales, cansados de buscar u n candidato para
el trono pontificio, encumbraron l u n cenobita de austeras costumbres. El monje Morone, ejemplar depuradsimo de santidad, se vio sorprendido en su retiro con la noticia de su
eleccin. Extranjero al mundo, nio entre los hombres, tom las riendas del gobierno en un
perodo en que se necesitaban las cualidades de u n grande hombre de Estado para dirigir la
nave de la Iglesia por el proceloso mar de las pasiones sublevadas. Jamas se ha visto mayor
abstraccin de las cosas terrenales en un hombre llamado impulsarlas y conducirlas todas.
357
Oraba siempre, nunca mandaba. Sus cortesanos aprovecharon los xtasis del cenobita para
comprometer al Pontfice, cuya sombra serva inconscientemente de gida sus desrdenes.
Explotando la palomtica sencillez de Celestino V , Carlos I I , rey de aples, intent y
consigui atraer su capital la curia pontificia.
En el nterin, Roma, dice el abate Christophe en su Historia del Pontificado, era campo
de rebeliones y motines incesantes y teatro de sangre incendio.
La eleccin de Bonifacio VIII pareci reanimar la vida tradicional de Roma. La Alemania dividida en dos fracciones; la Francia y la Inglaterra sosteniendo rudos combates; las colonias cristianas supeditadas en Oriente por la media l u n a ; la Sicilia agitada, revuelta, ensangrentada; ni u n punto de la tierra en reposo. Tal era la situacin del mundo al empezar
el siglo X I V . Magnfica ocasin de desplegar el vuelo un genio poltico.
Bonifacio VIII pareci desde el origen de su pontificado elegido por Dios para defender la
causa de su Iglesia. Su alma enrgica encontr recursos para sostener decidida lucha contra
los gibelinos en Italia. Pero uno de los grandes acontecimientos de su pontificado fu la actitud que observ respecto Felipe el Hermoso.
Caracterizaba este Monarca una firmeza que rayaba en osada; u n tesn calificable de
temeridad. Celoso de su autoridad soberana, no fu bastante creyente para someterse de corazn la autoridad del Pontfice. A l a s observaciones del Papa contra las medidas vejatorias
contra el clero, contest aquel Monarca con nuevos rigores. Con arte diplomtico expidi decretos que interceptaban por completo las relaciones del clero y del pueblo francs con Roma.
La autoridad pontificia fu declarada sospechosa. Felipe el Hermoso aspiraba sin duda ejercer
la soberana religiosa, lo menos supeditar de tal manera su cetro la direccin del clero, que perdiera ste su preciosa independencia.
El lenguaje usado por Pedro Flota, embajador del Rey, al Papa, revel la altiva disposicin en que se encontraba el nimo del Monarca, que se negaba respetar la libertad del m i nisterio sacerdotal en sus dominios. El obispo de Pamias y otros eran vctimas lastimeras de
las intrusiones del poder civil en el rgimen episcopal.
Cuntase que Bonifacio V I I I , al oir el lenguaje altivo del embajador del Rey, le hizo presente que no estaba an desarmado su poder, pues aun ejerca la doble facultad espiritual y
temporal, y que Flota contest: S, verdad; pero Beatsimo P a d r e , vuestra facultad es p u ramente nominal, mientras que la de mi seor es efectiva.
Bonifacio VIII expidi cuatro bulas en las que desposea Felipe el Hermoso de los p r i vilegios personales que le haba concedido. E n una de ellas deca: No se persuada el Rey
de no tener en la tierra ms superior que Dios, de modo que crea no ser subdito del Papa.
El que pensara as sera u n verdadero infiel. Terribles acusaciones formulaba Bonifacio VIII
contra el rey de Francia. Intilmente, deca, hemos advertido al Rey para atraerlo la
prctica del deber. El Papa convocaba en Roma los prelados y altos dignatarios de la Iglesia
de Francia para deliberar sobre la manera de ordenar los negocios desconcertados.
Los representantes del Rey exageraron las pretensiones del Pontfice, dando entender
que ste exiga nada menos que ejercer plena soberana poltica sobre los estados. Llegaron
hasta fingir una lula contraria la prudencia cristiana, que atribuan la ambicin desmedida de Bonifacio V I I I , motivando una contestacin desentonada de Felipe concebida en
estos trminos escandalosos: Felipe, por la gracia de Dios, rey de los franceses, Bonifacio
que pretende ser Soberano Pontfice, poca ninguna salud... que vuestra fatuidad sepa que
Nos, en las cosas temporales, no estamos sujetos a n a d i e . La colacin de los beneficios y prebendas vacantes y el derecho de percibir sus frutos nos pertenecen en virtud de nuestra prerogativa real. Las provisiones que hemos dado y que daremos son vlidas para lo pasado y
para el porvenir, y Nos sostendremos sus posesores ante todos y contra todos. Reputamos
insensatos cuantos piensen de otra manera.
La bula de Bonifacio, que empieza Ausculta fili, fu echada las llamas en presencia de
358
los nobles reunidos en Paris. El hecho fu anunciado son de clarines por las calles y plazas
de Paris. las asambleas de Roma se opusieron asambleas francesas; las bulas catlicas,
edictos protestantes.
El Rey convoc Estados generales para discutir la actitud del pontificado. El cargo de ingerencia temporal se formul contra Bonifacio, y los brazos rdenes reunidos juraron al Rey
defender la integridad de su soberana.
El clero ensay establecer algunas salvedades sobre las intenciones del P a p a ; pero Rey y
nobleza hicieron entender al elemento eclesistico que excusar al Papa era hacer traicin al
Rey. Haba sonado la hora de resistir heroicamente; pero el clero de Francia vacil, acrecentando aquella debilidad la osada real.
Absoluta prohibicin fu decretada de acudir el clero al Concilio en Roma convocado; y
otra prohibicin de remesar dinero cualquier gnero de ddivas al extranjero, lo que equivala privar al pontificado de los auxilios de la Francia.
Entonces se vio, dice u n historiador sensato, al clero francs, despus de haber invocado
la autoridad del Papa contra los arrebatos del Rey, halagar las pasiones del mismo Rey contra la intervencin protectora del Papa.
pesar de las reales prohibiciones, acudieron muchos prelados franceses Roma, y el
papa Bonifacio explan en una bula doctrinal los principios de la poltica cristiana en sus relaciones con el gobierno de los Estados. Aquella bula, modelo de prudencia y de energa,
puso en graves apuros los polticos franceses, pues echaba al suelo todas las acusaciones calumniosas contra el Papa formuladas. Urga, pues, dar un golpe de efecto para desacreditar
Bonifacio VIII ante la opinin pblica. Para ello convoca el gobierno una asamblea nacional en el Louvre, la que concurrieron gran nmero de prelados y seores. E n ella Nogaret
present al Rey una larga memoria en la que se trataba de demostrar: que Bonifacio no era
papa legtimo; que era hereje manifiesto; que era simonaco, y se peda por conclusin que
el Rey usara de su autoridad soberana para convocar un Concilio general que condenase al
infame Pontfice y le sustituyera por un pastor legtimo.
Un proyecto de conciliacin parti de Bonifacio VIII en el que se consignaban las bases
sobre las cuales deba apoyarse la paz de la Iglesia en Francia. El Papa slo reclamaba el respeto al derecho cannico y las consideraciones debidas al clero y las cosas sagradas. Felipe
el Hermoso se neg transigir. Benefrato, legado del Papa, fu detenido en Troyes, furonle
arrebatados sus despachos, y l reducido prisin. Era el segundo representante de la Santa
Silla que reciba tamao atropello. Al mismo tiempo el Rey expidi un decreto que confiscaba
los bienes de los eclesisticos ausentes del reino.
Entonces vise al anciano Pontfice tremolando la bandera del derecho cristiano frente
frente de una coalicin de poderosos enemigos. E n Alemania estaba el nuevo rey de los romanos, Alberto, al que se le rehusaba reconocer la corona; en Espaa, el rey de Castilla excomulgado por sus iniquidades contraa Iglesia perpetradas; en Sicilia, Federico, cuya querella con la casa de Anjou acrecentaba cada da el conflicto; todo el partido gibelino, slo
contenido por la fuerza, esperando una oportunidad para estallar su venganza.
Sin embargo, el anciano desarmado resisti con la inmensa fuerza de su palabra.
Otra asamblea general celebrse en el Louvre, y en ella Guillermo Plasian, seor de Vezenobre, fiscaliz impamente la conducta de Bonifacio. Acusle nada menos que de no creer
en la inmortalidad del alma, ni en la vida futura, ni en la presencia real de JESUCRISTO en
la sagrada Eucarista; de favorecer la idolatra; de consultar un demonio privado; de entregarse la sodoma; de obligar los sacerdotes revelar el sigilo sacramental. El Rey declar estar conforme con los juicios emitidos por Plasian contra Bonifacio. Luego, dirigindose los prelados y al clero, los exhort acceder la convocacin de u n Concilio general
para procesar y condenar al Papa, y no considerar dignos de respeto los actos y protestas
del Papa contra del Concilio. Slo una voz se levant contra aquel insulto hecho la legtima
359
autoridad catlica, la del abad del Cster. Solo oblata Cisterciensi cluntaxat excepto, dice un
historiador (1). La pusilanimidad del clero apareci en lamentable grado.
Felipe el Hermoso quiso obtener la sancin de sus impos proyectos, enviando una comisin de adictos mendigar la formal aquiescencia ellos de las ciudades, iglesias y comunidades del reino. Setecientas actas de adhesin fueron remitidas . en un corto perodo;
as fu evidente la pervaricacion de una gran parte, podemos decir de la inmensa mayora de
la Francia.
Empez en aquellos das la persecucin los fieles al pontificado. A la protesta del abate
del Cster siguieron las de los abades de Cluny y de los Premonstratenses. Los tres fueron
reducidos prisin porque no quisieron desobedecer al Papa. Todos los religiosos italianos
residentes en Francia fueron igualmente encarcelados.
El partido regalista de Francia se hallaba en buena inteligencia con el gibelino de Italia;
Paris y Roma se hallaban coaligados contra el CRISTO del Seor.
Guillermo de Nogaret concertaba con Colonna un plan atentatorio contra la libertad y en
su caso contra la vida de Bonifacio VIII. Sciarra, Ceccano, MafTeo y Raynaldode Suspino se
agregaron los caudillos del tramado motin.
Bonifacio, comprendiendo la atmsfera de perversidad creada por los gibelinos en Roma, se
haba trasladado Anagni, su patria, y all redactaba la bula Pelri solio, destinada dar el
golpe de gracia al Rey, cuando una hueste de alborotadores aparecieron por las calles de
aquella ciudad gritando: Muera Bonifacio V I I I , viva el rey de Francia! Era una imponente masa de soldados que haban seducido los magistrados de la ciudad, al general de la
guarnicin pontificia y los cardenales Ricardo de Siena y Napolen Orsini, y haban penetrado para deponer al Papa asesinarle. El palacio papal fu invadido, y bien que la defensa
de los cortesanos pontificios descorazon los invasores, el populacho de Anagni, capitaneado
por Arnulfo, enemigo personal del Papa, vino reforzar las huestes de Nogaret y Sciarra.
El marques Caetani, defensor del palacio, se rindi al ver extenuados sus soldados.
Empez entonces una escena conmovedora. El Papa sinti acrecentrsele el valor medida que creca el peligro. Mand sus servidores que suspendiesen la resistencia; que abrieran las puertas de sus departamentos; mientras l, vestido de pontifical, ciendo la tiara de
Constantino, teniendo en una mano las llaves de san Pedro y en la otra la cruz del Salvador, se sent en el trono papal, vuelto el rostro hacia el altar, teniendo sus lados los dos
nicos cardenales que haban permanecido con l durante el conflicto, que eran Nicols Boccassini, obispo de Ostia, y Pedro de Espaa, obispo de Sabina. Quiero sufrir el martirio por
la Iglesia, dijo Bonifacio.
Sciarra y Nogaret penetraron en aquel santuario, y la vista de tan inesperado espectculo
desarm sus brazos. La majestad del pontificado ahog el crimen vil. Sciarra se permiti vomitar contra el Pontfice u n torrente de injurias que Nogaret desaprob. No faltan a u tores que sostienen que no fu slo con palabras, sino con alevosos hechos que Sciarra desahog su ira impa. De todos modos all Nogaret hizo de moderador. Atribyense ste las
siguientes frases: Donoso como eres, oh Papa, mira y considera la bondad del rey de F r a n cia, mi seor, que bien que tenga el reino asaz lejano de t , te guarda por mi persona y te
defiende de tus enemigos. Mas luego aadi que si se opona los proyectos del Concilio
genera] tena orden de conducirle prisionero Lion, no con los honores pontificios, sino m a niatado como criminal, para ser all ignominiosamente depuesto.
A tamaa amenaza contest el Papa: H ah m i cabeza y mi cuello, lo sacrifico todo
por la libertad de la Iglesia; mas no esperis que llegue sancionar nunca lo que contradecira su disciplina, su organizacin, su espritu, sus tradiciones.
El Papa qued prisionero tres das, durante los que fu horriblemente ultrajado; el tesoro
pontificio desapareci bajo la rapacidad de las hordas invasoras; su palacio devastado, profa(1) L'abbate di Cislelle non volle consentir.Giovanni
Yillani.
360
nadas y burladas las santas reliquias que en l se custodiaban, violados los archivos inutilizados muchos documentos interesantes, el obispo de Strigonia fu asesinado, y todo
indicaba la preparacin de u n crimen mayor; pero el pueblo de A n a g n i , vuelto en s del
estupor de la primera sorpresa, la voz del cardenal Fieschi, se levant como un solo hombre, arrojndose sobre los satlites de Sciarra, y no haber sido la intervencin del mismo
Bonifacio, con torrentes de sangre se hubiera lavado el sacrilegio con tanta imprudencia perpetrado.
Bonifacio libre regres Roma, cuyo pueblo le recibi con entusiasmo. Pero los gibelinos,
atizados por los Orsini, suscitaron serios embarazos su gobierno, pretendiendo ejercer opresin sobre el pontificado. Para sacudir el yugo, proyect trasladar su residencia desde el Vaticano Letran, donde estaban establecidos los Anibaldeschi, adversarios, as de los Orsini como
dlos Colonna. Los Orsini se opusieron los proyectos del Papa. Entonces ste escribi al rey
de aples dndole cuenta de la embarazosa situacin en que se encontraba y suplicndole
pronto y eficaz auxilio; pero el cardenal Napolen, perteneciente los Orsini, interceptla
carta. Afectle profundamente Bonifacio tan indigno proceder, y , lleno de tristeza, enferm.
Agravada su dolencia recibi los santos Sacramentos y termin sus das, que fueron sumamente agitados.
Su sucesor, el dominico Benito X I , encontr m u y mal preparada la atmsfera de Roma
para disfrutar un pontificado pacfico. Las facciones, que la enrgica mano de Bonifacio haba comprimido con vigor, irguieron de nuevo la cabeza. E l atentado de Nogaret reanim el
espritu de animadversin contra la autoridad pontificia. Los desterrados gibelinos regresaron
sin esperar las rdenes superiores, que hoy llamaramos decreto de amnista. Roma ofreca el
ms desconsolador aspecto. Los bandos rivales se hallaban en guerra sorda, y los jefes respectivos andaban siempre rodeados de satlites. Los anatemas de la Iglesia no eran ya freno
saludable para las pasiones. Para colmo de desventura no haba unanimidad de pareceres entre los cardenales, no faltando en el sacro colegio cardenales que apoyaban la poltica de Felipe el Hermoso.
Benito X I comprendi que Roma estaba excesivamente maleada para poder dirigir desde
all con mano segura la gobernacin del mundo. Concibi el proyecto de la traslacin de la
Silla pontificia lugar ms tranquilo, nterin no se realizara la pacificacin de los nimos.
Despus de varias vicisitudes, Benito X I verific su partida de Roma, que deba ser el principio de tantas contrariedades para el pontificado. El Papa se fij en Perusa, en atencin al
cordial recibimiento que sus habitantes le dispensaron. Establecer la concordia de los partidos que destrozaban la Italia, terminar venturosamente el conflicto creado Bonifacio por
Felipe el Hermoso constituyeron el doble objetivo de la poltica de Benito. Sin embargo,
pesar de las ventajas que iba obteniendo en la doble obra de pacificacin, nada pudo concluir.
Una muerte rpida, imprevista, derrib de cuajo todo el edificio levantado por su celo. Su repentina muerte fu atribuida al veneno.
No mentaremos las divisiones del sacro colegio para la eleccin del nuevo Papa. Diez
meses transcurrieron desde la muerte de Benito la eleccin de su sucesor. Los gelfos y los
gibelinos, los negros y los blancos, como se apellidaban los dos bandos en Florencia, tenan
celosos representantes en el cnclave. Probablemente se hubiera aplazado ms la solucin de
las dificultades que imposibilitaban la avenencia si los habitantes de Perusa no la hubieran
apresurado, amotinndose indignados. Los dos partidos convinieron en renunciar sus respectivos candidatos y en nombrar u n cardenal que no estuviera en la Asamblea. El elegido
fu el arzobispo de Burdeos, Beltran de Got. Todos convinieron en elegirle, los gibelinos
porque conocan sus secretas simpatas por Felipe el Hermoso; los gelfos porque recordaban
que era el amigo ntimo de Bonifacio.
Beltran estaba dotado de varonil carcter. A pesar de su adhesin la casa real de Francia, resisti las medidas adoptadas por Felipe el Hermoso contra la Iglesia; cuando men-
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deaban las apostasas vergonzosas, l supo levantar frente serena y se atrevi protestar.
Haba sufrido ya las amenazas de la expatriacin voluntaria en apariencia, pero forzosa en el
fondo, porque el rey de Francia no toleraba ninguna oposicin poderosa. Sali del reino con
disfraz de soldado, dirigindose la corte pontificia; atraves la Lombarda, pas Asti,
y lleg Roma, donde conquist valiosas amistades. Reconcilise con el Rey; sin faltar
sus deberes de prelado. Estas circunstancias le valironlas simpatas de ambas fracciones del
cnclave.
ENRIQUE VIII
DESPIDIENDO
WOLSEY.
Beltran de Got recibi con sorpresa la noticia de su inesperada elevacin. Tres mensajeros le llevaron el decreto, y con l una invitacin para que se dignara trasladarse Perusa,
lugar que los cardenales consideraban el ms propsito para la buena administracin de la
Iglesia.
Traducimos aqu aquella invitatoria, por contener una descripcin del aflictivo estado de
la Iglesia en aquellos das: Os suplicamos, beatsimo padre, deca el documento que aludimos, que os trasladis al lugar de vuestra silla, ejemplo de Clemente IV, de feliz memoria, y de Gregorio X , de santo recuerdo, ambos predecesores vuestros, porque la nave de P e dro se halla agitada por las olas, la red del pescador se rasga, la serenidad de la paz ha desaparecido tras las nubes de la tempestad; los dominios de la Iglesia romana y las provincias
adyacentes se hallan desoladas por la guerra, y. graves peligros amenazan las cosas, las personas y las almas. Venid socorrernos con vuestra presencia, Padre Santo. Sobre la silla de
T.
II.
46
362
Pedro se acrecentar vuestra fuerza, vuestra gloria irradiar ms luminosa, ser ms profunda vuestra tranquilidad, apareceris vos ms venerable los reyes y los pueblos y obtendris ms eficazmente su sumisin y fidelidad.
A pesar de esta splica el nuevo Papa crey prudente no precipitar su viaje Italia, eligi la ciudad de Lyon para celebrar su coronamiento, invitando su vez los cardenales
trasladarse Francia. Entonces fu cuando el cardenal decano dirigi algunos de sus colegas estas palabras inspiradas por una elevada previsin poltica: Habis obtenido ya vuestro objeto; querais llevarnos allende los montes. Mas yo conozco poco los gascones, la
Santa Silla tardar mucbo tiempo volver Italia. Los cardenales, no obstante su repugnancia dejar la Italia, obedecieron la orden pontificia y pasaron Lyon. Beltran tom el
nombre de Clemente V.
Prescindiremos de detallar los incidentes que caracterizaron la inauguracin del pontificado de Clemente V.
Los asuntos de la Iglesia ofrecan en Italia cada da ms siniestro aspecto. Las pasiones
de gelfos y gibelinos tomaban cuerpo, y se traducan en sitios de ciudades y basta en acciones sangrientas. El legado que el Papa envi para pacificar los nimos no encontr la acogida deseada.
Pero las grandes dificultades, el serio combate que debi librar Clemente V, fu contra
las absurdas pretensiones de Felipe el Hermoso respecto la memoria de Bonifacio VIII. Nada
menos reclamaba el Rey que el que el Papa declarara intruso y hereje su legtimo y ortodoxo
antecesor. En grave apuro se encontr el augusto husped de la Francia para sortear la ms
tremenda dificultad en-que un Papa se haya visto. Felipe el Hermoso exiga nada menos que
la direccin doctrinal dla Iglesia, loca aspiracin que nadie hasta entonces se haba atrevido
formular con el cinismo con que lo hizo aquel Monarca, y el enojo que en ello manifestaba
contra un muerto revelaba la viveza y persistencia de sus pasiones capaces de atentar contra
los ms sagrados derechos de un vivo. Iba perecer definitivamente la libertad del pontificado catlico? As debiera presumirse no existir de por medio la promesa hecha la Iglesia por el Espritu Santo de que no sucedera. E n Poitiers el Rey y el Papa libraron una de
aquellas batallas doctrinales en las que no corren torrentes de sangre, empero se juega en
ellas el imperio de los principios. Bonifacio VIII haba sentado doctrinas inconcusas sobre
la autoridad moral de la Santa Silla. Eran verdaderas falsas aquellas doctrinas? falsas no lo
eran. Eran consecuencia lgica de los eternos principios de equidad y de justicia. Bonifacio VIII haba sentado la soberana doctrinal de la Santa Silla sobre grandes y pequeos, sobre reyes y subditos, y el derecho de juzgar universalmente toda criatura. Qu importa
que el error la injusticia se llamen poltica? No se trata de calificativos especiosos, sino de
hechos morales. Todo hecho entraa una moralidad; el pontificado vigilante de la moral,
puesto por Dios, est en su derecho de juzgar desde el punto de vista cristiano todo hecho.
Iba contradecir esto el papa Clemente V? Esto era lo que pretenda Felipe el Hermoso; y
esto hubiera conseguido si se condenara Bonifacio VIII.
Pero si no le condenaba cul iba ser la situacin del pontificado? No atendi esta
dificultad el Papa; fuerte con la justicia, busc slo en la prudencia el medio de suavizarla
negativa. Pretext la necesidad de debatir el asunto en un Concilio general. Recurso sabio
al que no pudo oponerse el Rey, que en otra ocasin lo haba l mismo iniciado!
Las dificultades que salan al paso Clemente V eran tantas, que ms de una vez pens
en abandonar la tutela del Monarca huyendo de Francia y trasladando su silla Roma. Mas
la situacin de Roma ofreca an mayores dificultades. Los bandos gibelinos y gelfos tenan
agitada la gran capital. Las casas de Orsiniy de Colonna luchaban con furor creciente; y las
ventajas aumentaban en favor del partido antipontificio.
H ah otra de las complicaciones pavorosas de aquel tiempo.
Clemente V, tocando las dificultades que ofreca la movilidad de la silla pontificia; can-
363
sado de viajar de Lyon Burdeos, de Burdeos Poitiers, fij las miradas en Avion, y escogi aquella ciudad por residencia.
Avion perteneca la casa de Anjou, bien que el dominio de sus seores reducase
nominal, causa del espritu de independencia de sus habitantes y de la tolerancia t r a d i cional de sus soberanos. Ademas estaba enclavada en un condado perteneciente ala Santa
Silla, en virtud de un tratado celebrado en Paris en 1228 entre Luis I X , Raimundo V I I ,
conde de Tolosa, y el cardenal de San ngel.
En 1309 instalse Clemente V en su nueva residencia.
En verdad, el pontificado iba perder una gran parte de su majestad terrenal, renunciando, aunque temporalmente, rodearse de las glorias tradicionales de Roma. Avion no
poda resistir comparacin alguna de equivalencia con la ciudad de los antiguos cesares y de
los cristianos pontfices. Avion careca de los arcos de triunfo, que recordaban monumentalmente sus victorias paganas, y de los sepulcros de los apstoles y dems santos, que perpetuaban la memoria de los sobrenaturales sacrificios.
En cambio la naturaleza haba derramado con profusa mano sobre Avion sus dones y
atractivos. Sereno y despejado cielo, ambiente puro, pintorescos'paisajes, jardines deliciosos, fertilizador ro, campos lozanos eran el patrimonio de aquella ciudad a l a que Clemente V
dio una importancia histrica de primer orden.
Mas aquella ciudad, por lo mismo que fu elegida por los papas, como lugar de refugio
ante los obstculos levantados por los italianos contra la tranquilidad de la Santa Silla, merece en este libro ms extensos prrafos.
LXXXVII.
Avion.Persecucin la memoria de Bonifacio VIII.Templarios.
Por ms que pretendieron algunos suponer que los papas prefirieron gobernar desde Avion la via cristiana, por ms que algunos de los pontfices que desde all reinaron se manifestaron satisfechos de la permanencia en ella, es indudable que la cristiandad crea transitoria y anormal aquella residencia. Los papas residan all porque no podan residir en Roma.
Este es el hecho indiscutible. Que las causas de aquella imposibilidad fueron ms menos
graves, que superarlas presentara ms menos dificultades, son dos cuestiones secundarias
que no destruyen la idea principal. Avion era el destierro, el Egipto; Roma la tierra de
promisin.
Aquella ciudad tena antiqusima existencia; en antiguos tiempos era considerada como
la capital del pas de ios bvaros y despus como la de una colonia romana, de considerable
importancia poltica y mercantil. Hablaron de ella con inters Strabon, Plinio y Pomponio.
En tiempo de las glorias del imperio ella fu gloriosa; y cuando el imperio se deshizo pas
sucesivamente ser de los visigodos, de los burgondos, de los estrogodos, de los francos austrosianos. E n el siglo I X fu enclavada en los dominios del de Boson, cuado de Carlos el
Calvo, fundador de la monarqua meridional, que llev el nombre de reino de Arles.
En el siglo. X I I pas ser propiedad de los condes de Provenza y de Tolosa; pero siempre se manifest amiga de la independencia, teniendo sus cnsules, su senado, su fabricacin
de moneda, milicia propia, y todo el juego de instituciones que la igualaban una de las pequeas repblicas italianas. La soberana de dos condes la vez sobre ella entrababa la verdadera efectividad de la soberana, y era una garanta de independencia.
Durante los hechos religiosos del Medioda de Francia en el siglo X I I I , Avion se apasion por los albigenses; contra ella cay el ejrcito de Luis V I I I , venciendo su resistencia
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sostenida durante tres meses de riguroso bloqueo. Pas entonces poder de la casa de Anjou, basta que por alianzas de familia vino parar en manos de los condes de Provenza.
Las anteriores vicisitudes haban decrecido su poder y su importancia. Cuando Clemente V la eligi para constituirla reina de las ciudades, el Petrarca le dirigi estas desdeosas
frases: Ciudad, dijo, reducida y displicente; no conozco otra de ms fastidiosa. Incmbele ocupar entre las ciudades el ltimo rango vergenza da verla constituida en capital del mundo!
E n efecto, prescindiendo del nfasis del calificativo, dictado por el patriotismo del poeta,
. Avion distaba de reunir la grandiosidad correspondiente la cabeza del mundo religiosopoltico. Verdad es que pronto se dilat el crculo de sus edificaciones y que la pobreza y
mezquindad de su aspecto sucedi la magnificencia y la esplendidez de una corte.
Avion, desde el da en que "entr en ella Clemente V , atrajo las miradas de la cristiandad entera. Hered la importancia moral que Roma perdi, en pena de sus banderas.
No tard el Papa en sentir amargadas las dulzuras de su pacfica residencia. Felipe el
Hermoso le record los anteriores compromisos de juzgar Bonifacio VIII. A h ! en aquella
insistencia haba algo ms que la expresin del encono personal: Haba,dice el abateChristophe, el poder espiritual y el poder temporal frente frente; el primero luchando para conservar la soberana; el segundo, combatiendo para emanciparse de ella. La muerte de Bonifacio no dio fin al litigio; los dos poderes quedaban en p i , prevenido uno contra otro. A la
verdad Felipe el Hermoso haba obtenido en Anagni una de aquellas victorias decisivas,
en u n conflicto poltico; pero no se trataba de un conflicto poltico, sino de una guerra sobre
el derecho, y saba el Rey que en semejante lucha el triunfo brutal de la fuerza, menos que
xito favorable, es derrota. De ah los deseos en que arda el Rey de ver condenada la memoria
de Bonifacio por la sentencia de la misma Iglesia que le declarara hereje. Aspiraba un triunfo
legal, convencido de que, obtenindolo, quitaba al pontificado el prestigio, que era uno de los
apoyos de su temporal supremaca. Por otra parte, la condenacin de Bonifacio VIII era el
nico medio que le quedaba de legitimar el atentado, cuyo inoportuno recuerdo agitaba su
conciencia, y que ms menos tarde deba manchar su memoria (1).
No era posible resistir ms la regia insistencia. Clemente V public en 1310 una bula
en que declaraba que era preciso librar Bonifacio VIII de las acusaciones de hereja con
que algunos la inculpaban, cuyo efecto convocaba sus acusadores exponer los cargos que
tenan que formular.
El da 16 de marzo de 1310 encontrronse en Avion una plyade de notabilidades, que
iban librar la ms original batalla sostenida en el campo doctrinal. Contra la ortodoxia de
Bonifacio estaban Guillermo de Nogaret, Guillermo de Plasian, Pedro Galardo, Pedro de
Blanase y Alaino de Lmbale; favor de la misma estaban Jacobo de Mutina; Francisco,
hijo de Pedro Caetani; Teobaldo, seor de Venozoni; Crecencio dePagliano, Blas de Piperno,
Conrado de Spoleto, Jacobo de Sermineto, Tomas de Murro, Gozo de Arimini, Bizeth, cannigo de Glascow, Nicols de Verulis y Fernando, capelln del cardenal de Santa Sabina.
Como poda preverse, los dos partidos no pudieron llegar avenencia. Los acusadores carecan de cargos slidos y patentes, por lo que los defensores se vean obligados luchar contra fantasmagricas culpas. La hereja no se encontraba. E n cambio los abogados de la memoria de Bonifacio oponan la elocuencia de los atropellos de aquel Papa en Anagni. Las doctrinas catlicas no podan ser desvirtuadas. La conferencia emple das, semanas y meses
debatiendo incidentes que apenas se relacionaban con el punto principal. F u , pues, reconocida por el Papa y por el Rey la necesidad de poner trmino debates ineficaces y pueriles.
El Concilio de Viena encargse de solventar aquella cuestin espinosa. Los padres reconocieron la falsedad de las acusaciones lanzadas contra Bonifacio, declarando la faz de la
Iglesia haber sido un Papa legtimo y ortodoxo. Un hecho extrao al Concilio vino dar
mayor popularidad al triunfo del calumniado Papa. Dos bravos caballeros catalanes, el uno
(1)
Histoire
de la papaule
pcndant
le XIII
siecle.
365
Vatic. ab.
Reynal.
366
que se acusaron sin presin alguna; cuando oy por s mismo un individuo de la orden,
hombre de gran autoridad y generosidad: Magna generositalis et auetoritatis virum, hacerle
ingenuamente confesin de excesos abominables, comprendi que los templarios haban pasado ser una afrenta para la Iglesia. El Papa dio orden de que los arzobispos y obispos abriesen detenido proceso contra los caballeros diocesanos. Y empez entonces aquella investigacin famosa que convirti la Europa en un vasto tribunal de acusacin por el perodo de
cuatro aos consecutivos.
Increble parece, en efecto, que una orden de origen cristiano, amparada y protegida por
la Iglesia, llegara pervertirse hasta al punto de renegar de JESUCRISTO, de blasfemarle, de
escupir contra sus sagradas efigies y de rendir culto divinidades dolos obscenos. Y sin
embargo, numerosas deposiciones, muchas de ellas libremente formuladas por individuos de
aquella caballera, as lo declararon. El gran maestre lo confes en Paris. El episcopado de
Francia estuvo casi unnime en aseverar el crimen, y los prncipes y prelados de Inglaterra,
Irlanda y otros Estados hicieron coro con los franceses.
El Papa, no obstante, aprovechando la reunin del Concilio de Viena, envi el proceso
la santa Asamblea. Esta deliber maduramente el asunto. Deba condenarse inmediatamente
la orden sin oir previamente y directamente los acusados? No mereca esta deferencia una
orden que contaba glorioso pasado? As opinaba la mayora del Concilio; pero algunos padres creyeron que, no sin peligro de escndalos graves, seran evocados all los acusados. Por
otra parte, algunos templarios de los que haban sido puestos en libertad se presentaron en
Viena en ademan arrogante, pidiendo ser odos en descargo y asegurando que iban presentarse de mil quinientos dos mil, que aguardaban la orden en Lyon. Si se accediera, el Concilio se hubiese transformado en tumulto. Los caballeros emisarios fueron detenidos por orden del Papa y encarcelados.
El Concilio no se atrevi con todo esto sentenciar una causa cuya defensa no haba
odo directamente, y despus de extensos debates confi el juicio definitivo al Papa.
Este, despus de un consistorio pblico al que concurrieron Felipe el Hermoso, sus tres
hijos, el prncipe Carlos de Valois y su hermano, rodeados de excelsa servidumbre de nobles,
en presencia de inmensa muchedumbre, agrupada impulso de vida curiosidad, public la
bula de abolicin; declarando adoptar aquella medida por va de precaucin, aunque aada ser irrefragable aquella medida.
Luego otra bula inspirada por el Concilio transfiri la orden de los hospitalarios los bienes, privilegios inmunidades de los templarios, bien que los bienes pertenecientes los de
Castilla, Aragn, Portugal, Mallorca y Menorca se traspasaban manos de los respectivos
soberanos en atencin la incesante guerra que deban stos sostener contra los infieles.
E n cuanto a l a s personas, el Papa se reserv el juicio inmediato de los caudillos, confiando los concilios provinciales el de los dems.
El poder seglar empez las grandes ejecuciones dlos templarios ms comprometidos. En
los aos 1310 y 1 3 1 1 , cincuenta y nueve de ellos fueron quemados en las afueras del puente
de San Antonio en Paris.
En Paris se juzgaron al gran maestre Jaime Molay y de G u y , delfn de Auvernia; Hugo
Peyrand, y Godofredo de Gouneville. Los cuatro grandes dignatarios de la orden comparecieron ante los representantes de la Santa Silla y confirmaron sus primeras declaraciones;
pero al oir la sentencia que les condenaba crcel perpetua, el gran maestre y el visitador
de Normanda se levantaron para retractarse de sus propias declaraciones. Los cardenales suspendieron la vista, entregaron los reos al gobernador de Paris y aplazaron para la maana
siguiente la decisin del proceso. Mas el Rey orden por s mismo el inmediato suplicio de
los acusados. E n virtud de edicto real los dos reos fueron llevados u n islote situado entre
los jardines del Rey y la iglesia de los Agustinos, donde fueron arrojados a l a hoguera. En el
lugar del suplicio ambos declararon la inocencia de sus personas y de su orden.
367
Los templarios, dice el abate Christophe, duraron ciento ocbenta aos. No ha habido en
la Iglesia una orden ms rica, ms noble, ms poderosa. Su cada reson y an resuena en la
historia. La ilustracin de sus miembros, su gloria, sus sufrimientos, su catstrofe nos interesan an transcurridos cinco siglos, aunque su recuerdo no venga unido ningn monumento de pasada grandeza: inters causado por la idea de su infortunio. Es tal el podero de
la desgracia, que hasta siendo merecida engendra simpata. Por esto cuentan los templarios
tantos defensores.
Sin embargo, hasta hoy la inocencia de los abolidos no ha sido ni siquiera medianamente
probada.
Mientras el ruidoso proceso de los templarios, Clemente V tena que atender otra serie
de acontecimientos. Los venecianos declararon sangrienta guerra la Iglesia. El enviado de
la Santa Silla para apaciguar la revuelta de las pasiones se vio ultrajado y su vida gravemente amenazada. A pesar de todas las reclamaciones, Ferrara, invadida por las huestes venecianas, cay en su poder. Clemente V opuso la victoria material la energa del poder moral de la justicia. Los anatemas, la amenaza de severas censuras alarmaron los triunfadores.
Diputados del senado veneciano pasaron Avion, y representaron al Papa los mviles de
su conducta; mas Clemente V les arroj de su presencia, como enemigos de la Iglesia. Una
cruzada levantada contra los invasores del orden del Papa por Arnaldo Pelagrua derrot
los venecianos, y Ferrara fu libre.
Clemente V fu un papa rodeado de dificultades, que supo no obstante conducir con tiho
admirable el timn de la nave Iglesia al travs de oposiciones serias y de persecuciones fieras. Muri extenuado de fatiga.
#
LXXXVIII.
Disidencia en la orden franciscana. Disgustos causados Juan XXII por la rebelda de los
sectarios de Oliva. Nueva rebelda estallada en el seno de la orden. Proteccin de Luis
deBaviera los rebeldes.Persecucin del pontificado por Luis de Baviera. Rebelda del
imperio.
Despus del fallecimiento de Clemente V y de algunos meses de vacancia causa del dualismo que estall en el cnclave, subi la ctedra apostlica Santiago de Osa, que quiso llamarse Juan X X I I . Su primera tarea fu el grave cisma estallado en el seno dla orden franciscana.
Algunos individuos de sta quisieron llevar hasta al exceso las mximas severas del santo
fundador. Pretendieron que la regla franciscana tomada en un sentido el ms rgido haba de
ser la de todo cristiano, deduciendo de ah que los franciscanos no seguan las huellas del
santo patriarca, ni la Iglesia las del camino que JESUCRISTO le trazara. Eran los delirios valdenses reaparecidos en otra forma. El inspirador de la nueva secta llambase Pedro J u a n
Oliva, hombre de ilustracin preclara y de virtud austera, aunque apasionadsimo por las
ideas y los sentimientos extremos. Su vida piadosa le vali la ms entusiasta popularidad.
En su comentario del Apocalipsis, Oliva llegaba acusar la Iglesia de prostituida Babilonia.
Una comisin de siete telogos distinguieron en aquel calenturiento trabajo nada menos que
sesenta proposiciones, unas herticas, otras peligrosas mal sonantes. Los secuaces de ellos
ocultaron su participacin con la hereja, y el papa Celestino V lleg autorizarles para separarse de la orden y constituir una familia de ms perfecta vida. Situados en el archipilago
griego, los perfectos, como se llamaban, empezaron contra los franciscanos combate desapiadado, en el que no se les perdonaba calificativo ninguno denigrante.
El Concilio de Viena se ocup de la divisin, porque atendida la importancia que los franciscanos haban conseguido, perturbaba notablemente la paz de la Iglesia en muchas regiones.
368
Los perfectos, no slo profesaban los errores de Pedro Oliva, sino que ademas se dejaban
dominar por una fatal tendencia creer que la Iglesia romana se baba corrompido, y que
era necesaria una nueva regeneracin. Sostenan que el Espritu Santo establecera su reino
y su doctrina con ms perfeccin que la doctrina y el reino del Hijo.
Durante el interregno de Clemente V Juan X X I I los perfectos se realzaron del golpe
recibido en el Concilio de Viena. Determinaron conquistar con escndalo y estrpito la atencin y la adhesin de los cristianos, cuyo fin promovieron sediciosos motines en Sicilia,
Toscana y Narbona; perturbacin que les fu sumamente fcil porque, causa del espritu de
piedad que reinaba en el pueblo, obtenan los rebeldes las simpatas de las muchedumbres.
E n Carcasona, acaudillados por Bernardo Delicioso, agitaron las masas, se precipitaron sobre la Inquisicin y los conventos franciscanos, posesionronse de ellos violentamente atrepellando inquisidores, padres y personas adictas que en aquella ciudad residan. Narbona
y Beziers vieron reproducir aquellas mismas escenas.
El nuevo Papa en el perodo inaugural de su gobierno se encontr con las dificultades
del conflicto franciscano; el general de la orden y los altos dignatarios hicieron patente Su
Santidad los peligros que entraaba para la disciplina religiosa y para la ortodoxia doctrinal la actitud de los independientes. Juan X X I I , convencido de ello, escribi Federico
de Sicilia, manifestndole su deseo de que aplicase mano firme sobre los rebeldes cobijados
en sus Estados. Respecto los caudillos del motin de Carcasona, comision Beltran de Tour
para que abriera minuciosa informacin y los juzgara con todo el rigor de la disciplina cannica. Del juicio pronunciado por el delegado algunos apelaron del Papa mal informado,
segn ellos, el Papa informado
mejor.
Comparecieron los ms tercos ante Su Santidad y aun se insolentaron en su presencia,
gritando irrespetuosamente : Justicia, justicia! aqu no hay justicia! ocasionando el encarcelamiento de los promovedores principales de aquellas escenas, que eran Bernardo Delicioso y Saint-Armando. No tard Juan X X I I en publicar su bula gloriosam ecelesiam, en
la que se exponen y condenan los errores de los espirituales perfectos lierm'aniios, que todos stos eran los nombres con que se distinguan los nuevos sectarios.
Estos, vindose imposibilitados de ilusionar la Santa Silla con sus aparentes virtudes,
refugironse en Sicilia, donde Federico, pesar de la carta del Papa, les ampar. All concertaron y consumaron sus anchuras el cisma, eligindose anticannicamente un general,
que para ellos equivala todo un papa. Su elegido y autorizado llambase Enrique de Ceva.
Algunos cismticos, rodando hasta el fondo del abismo, pasaron la infidelidad, dejando escrita una declaracin concebida en los siguientes trminos: Nosotros no abandonamos nuestra orden, sino estas murallas; no nos quitamos el hbito, sino los harapos; no renunciamos
la fe, sino su corteza; no nos salimos de la Iglesia, sino de la ciega Sinagoga; no huimos
del pastor, sino del devorador lobo. Pero as como despus del Antecristo, los verdaderos ministros fieles de JESUCRISTO exterminaran sus partidarios, as nuestros hermanos, verdaderos fieles de JESUCRISTO, quienes actualmente se persigue, reaparecern despus de la
muerte de Juan X X I I y obtendrn completa victoria sobre nuestros adversarios.
La energa y severidad desplegada por el pontificado enervaron las fuerzas y disiparon
los peligros creados por la turbulenta secta.
Sin embargo, no se pas mucho tiempo sin suscitarse una nueva tempestad, formada en el
espritu de divisin que se haba introducido en el cuerpo franciscano. Un religioso, interrogado sobre sus doctrinas respecto la pobreza, afirm que, segn l, JESUCRISTO y sus Apstoles, modelos de perfeccin evanglica, jamas poseyeron nada ni en comn ni en particular. A pesar de las contradicciones que suscit tamaa proposicin su autor se manifest
dispuesto sostenerla, llegando apelar la decisin del mismo Papa. La orden franciscana,
la orden dominicana y hasta el colegio cardenalicio se sintieron divididos respecto esta grave
cuestin. El Papa reuni los telogos ms eminentes de aquella poca para estudiarla impar-
369
cialmente. Descollaba entonces libertino de Casal, que gozaba de una reputacin gloriosa, y
ste fu confiado el dictamen.
H ah en qu trminos coloc Casal la cuestin: JESUCRISTO y los Apstoles deben
ser considerados como prelados de la Iglesia, y por este ttulo tuvieron bienes en comn en
cuanto les incumba alimentar los pobres y los ministros inferiores. Sera hereje quien
lo contrario afirmase. Pero hay en la cuestin otro punto de vista. JESUCRISTO y los Apstoles
deben ser considerados como particulares y modelos de perfeccin religiosa, y en este concepto
se hiere al Evangelio sosteniendo que poseyeron algunos bienes en el sentido de la legislacin
humana, y que no se contentaron del derecho comn y necesario de la caridad fraternal.Agrad al consistorio en que fu leda y al Papa esta solucin sutil. Creyse que terminara el litigio con est frmula; pero en realidad iba empezar con ms pertinacia el combate.
Los franciscanos argyeron diciendo: Si JESUCRISTO y los Apstoles nada poseyeron, nosotros, que nos gloriamos de seguir al Evangelio en su perfeccin, nada debemos poseer. Convencise el Papa de que se haba hecho indispensable una decisin doctrinal, y manifest su
deseo de que se deliberase por los prelados y telogos ms eminentes y hasta por la Universidad de Paris sobre esta pregunta: Es hereja decir'que JESUCRISTO y sus Apstoles nada
poseyeron en comn ni en particular?
Miguel de Cesene gobernaba la orden franciscana, sostenido por la reputacin que le
haban conquistado su ciencia y sus virtudes. El general se indign ante la idea de ver cuestionada la pobreza de JESS. Algunos miembros del sacro colegio participaron de su extraeza. Y debindose reunir en Per usa, captulo general de la orden, cardenales, prelados y algunos seglares fervorosos, suplicaron que en el captulo general se debatiera la cuestin de la
pobreza. E n efecto; deliberaron los padres del captulo, y despus de luminosas y agitadas
sesiones, resolvieron dejar sentado: Nosotros unnimemente decimos que afirmar que JESUCRISTO, modelo de perfeccin, y los Apstoles, sus imitadores, queriendo ensear los otros la
perfeccin, no poseyeron el derecho de propiedad y de dominio ni en particular ni en comn,
no slo no es errar, sino expresar fielmente la sana doctrina catlica.
El general y siete provinciales suscribieron esta frmula audaz.
La frmula fu remitida Avion por un padre procurador de la orden. Disgust Su
Santidad la manera magistral de resolver una cuestin de doctrina usada por los padres graves del captulo de Perusa; y despus de maduro examen, que dur u n ao entero, declar
hertica la opinin de que JESUCRISTO y sus Apstoles nada haban posedo en particular ni
en comn, y que no haban tenido el derecho de enagenar las cosas que posean.
Poca conformidad manifestaron con la decisin pontificia Miguel de Cesene, Guillermo
Occam y Bonagracia de Brgamo; bien que otros se sometieron. Llam el Papa Cesene
Avion; recibile con amabilidad, y le orden no abandonara la ciudad pontifical sin su e x presa orden. Despus de tres meses de silencio llamle otra vez su presencia soberana, y
all', ante cuatro distinguidos personajes, le trat de altivo, temerario, insensato, autor de
herejas, serpiente nutrida en el seno de la Iglesia, rebelde la autoridad de la Iglesia r e s pecto la pobreza de JESUCRISTO, cuestin que l y su captulo haban pretendido definir
mientras la cabeza ele la Iglesia aun no la haba acabado de examinar.
El general, lejos de ceder, se manifest decidido sostener sus afirmaciones, que segua
creyendo conformes la Escritura y al espritu cristiano. Por lo que determin el Papa procesarle. Miguel de Cesene huy de Avion con sus dos colegas de rebelda. Embarcronse en
Aguasmuertas y aportaron en Pisa, colocndose bajo la egida de Luis de Baviera.
Los contumaces herejes apelaron de la sentencia del Papa la del Concilio general.
La corte de Luis de Baviera, asilo de todos los descontentos del Papa hasta entonces, se
constituy en aquel da en foco de abierta oposicin. La causa de aquella actitud era la resistencia de Juan X X I I en concederle la soberana imperial que le disputaba Federico de Austria.
Precisamente en aquellos das Luis de Baviera iba conseguir absoluto predominio en
T. H.
4T
370
371
versarios se le presentaban; al paso que eran ineficaces los planes que Juan X X I I conceba
para contrarestar la accin del que ya poda calificarse de perseguidor de la Iglesia.
Vencido Leopoldo de Austria, celebrado un convenio con su prisionero Federico, disponiendo de fuerzas imponentes para dictar su voluntad, slo faltaba Luis obtener la benevolencia del Papa para asegurarse la tranquila posesin de sus conquistas; y que humillndose
un poco la hubiera obtenido, fuera de toda duda est. Pero Luis de Baviera se hallaba rodeado de monjes apstatas, que le repetan cada da en diversos tonos que Juan X X I I era el
Antecristo, un lieresiarca, la bestia de siete cabezas, un pontfice prfido y cruel; hacanle entender que l , emperador como era, no deba sujetarse al Papa. Llevaban la voz principalmente entre los herejes de aquella corte dos hombres de indisputable talento, fugitivos de la
Universidad de Paris, llamados Marcelo de Padua y Juan J a n d u n ; de uno de ellos se haba
dicho por una grande autoridad que era: Philosopliice gnarus ei ore clisertus. Ellos inspiraban
y sostenan los desconcertados clamores contra todas las medidas que de Avion procedan.
En lo relativo la doctrina, el opsculo publicado en aquellos das con el ttulo: El defensor de la paz, prueba hasta donde llegaba la perversidad y la osada. Decase all, entre
otras cosas, que al subir al cielo JESS, no haba dejado la Iglesia ninguna cabeza visible;
que Pedro no haba recibido ms autoridad que los dems Apstoles; que la preeminencia que
ejerci fu en virtud de su mayor edad y de la superioridad de su fe; que el legislador h u m a no, supuesto que sea fiel, tiene el derecho de instituir los obispos, de elegir el papa, de juzgar los obispos, como Piltos haba juzgado al CRISTO, de deponerlos; que al legislador
humano incumba la convocacin de los Concilios generales, su presidencia; que siendo iguales todos los obispos, slo el emperador poda elevar uno sobre los otros, y que esta supremaca era revocable su placer; que la plenitud del poder invocado por los papas era una pretensin execrable.
Luis de Baviera comprendi que el apoyo de estas doctrinas poda favorecer sus designios
cismticos, y venciendo la repugnancia que su primera lectura le causara, acogilas y protegilas, cebando con ellas la avidez de todos los refugiados la sombra de su egida imperial.
LXXXIX.
Congreso de los gibelinos en Trento.Luis de Baviera en Roma.Profanaciones habidas en
Roma.Sacrilegios.Atropellos al pontificado.
Los gibelinos ms notables, anhelosos de conservar su preponderancia, consiguieron r e unirse en Trento bajo la presidencia de Luis. El 13 de marzo de 1327 el congreso empez
ejecutar su programa. Las sesiones empezaron con una especie de proceso Juan X X I I , del
que resultaba que era un papa hereje. Llamsele por irrisin el cura Juan. Los congregados
excitaron al Emperador trasladarse Roma para tomar ostentosa posesin del imperio. Toda
clase de auxilios le fueron prometidos. Luis accedi. Pocos das despus se encontr en Miln,
en cuya iglesia de San Ambrosio recibi ante un concurso inmenso la corona de hierro de manos de Tarlati, obispo de Arezo, asistido de Federico de M a g g i , ambos prelados excomulgados.
All ejerci cruel persecucin contra Galeazzo por sus antiguos compromisos con los gelfos, persecucin que no tena ms objeto que castigar las afecciones y simpatas de la vctima
para el partido gelfo. Detvose el invasor en Pisa, desde cuya ciudad hizo los preparativos
para dirigirse Roma.
Aquella ciudad era teatro de intestinas turbulencias. Faltndoles la direccin inmediata de
los papas, agitbanse las masas en encontradas direcciones; de ah que el pueblo enviara una
comisin Juan X X I I , suplicndole pasara empuar las riendas de la capital del mundo?
Sl'2
que, gracias la proloDgada ausencia de su cabeza, senta aflojarse los lazos de la veneracin
y del respeto. No resolvi el Papa acceder las splicas de los romanos. Los mismos tenientes
del rey Roberto de Sicilia, que gobernaba entonces al pueblo romano en nombre del Pontfice,
escribieron ste suplicndole les diera positiva promesa de ms menos prximo regreso,
advirtindole que, de resistirse esta justa pretensin, saldran menoscabados los intereses y
los derechos del pontificado.
Tampoco se decidi Juan X X I I acceder los deseos de sus amigos; porque, en efecto, las
circunstancias eran altamente desfavorables para dar aquel paso. El partido gelfo, que era
el adicto la Santa Silla, se encontraba debilitado; cada paso dado por Luis de Baviera afirmaba ms la influencia gibelina. Y la prueba de cuan imprudente hubiese sido la marcha de
Juan X X I I Roma, es que en aquellos mismos das estall una revolucin popular que derrib la administracin del rey Roberto, expuls todos los nobles, desterr Stefano Colonna
y Orsini, inaugurando el gobierno de veintisis delegados, dos por cada regin distrito de
la ciudad, elegidos entre los agricultores y comerciantes.
Aquella especie de senado envi un comisionado al Papa con una reverente intimacin.
Si no regresis Roma, le decan, si permanecis en Avion, no nos queda otro recurso
que echarnos en brazos de Luis de Baviera. El Papa rehus acceder, lamentndose que los
piadosos romanos se manifestaran dispuestos proteger al enemigo de la fe catlica.
Antes de llegar Roma la contestacin del Papa ya haba cado el gobierno de los veintisis. Sciarra Colonna y Jacobo Savelli, dos exaltados gibelinos, gobernaban con el ttulo de
capitanes del pueblo, asistidos de un consejo de cincuenta y dos miembros.
Cosa particular! Todos los gobiernos que en Roma se sucedan empezaban invitando
Su Santidad que viniera servirles de amparo y de egida. Una carta expresiva fu remitida
Juan X X I I por el consejo de los cincuenta y dos, en la que se le prometa una fidelidad
constante y firme condicin de su venida.
Juan X X I I contest: Si tenis deseo ardiente de ver vuestro padre, no es menor el mo
de encontrarnos entre nuestros hijos. Mas para realizarlo, ni favorecen las circunstancias, ni
los caminos de mar y tierra se hallan seguros, ni vuestra ciudad bastante pacificada. Describales luego el cuadro que present Roma consecuencia de la ltima sedicin, los nobles
fugitivos, los pacficos molestados, todos los ramos de la economa social revueltos. Poned
todas las cosas en orden, les deca, y yo volar hacia vosotros.
Los romanos abrieron entonces negociaciones con Luis de Baviera, que se encontraba en
Viterbo; pero Luis, sin atender los comisionados, parti con su ejrcito.
Entr en Roma el da 5 de enero de 1328 acompaado de cuatro mil caballos y de una
numerosa corte de eclesisticos, prelados y religiosos en revuelta contra la Santa Silla. Impuro conjunto, dice un autor, de todo cuanto haba en el mundo de hereje y de cismtico.
Luis pernoct en el Vaticano, donde habit cuatro das, pasando despus fijarse en Santa
Mara la Mayor. El lunes, da 1 1 , convoc al pueblo en el Capitolio. Ante la muchedumbre
reunida, el obispo de Ellora, otro excomulgado, dirigi una ardiente alocucin, en la que en
nombre del Emperador agradeca la acogida que se le haba dispensado, y aseguraba atender
la conservacin del orden y de la moral. Aclamaciones entusiastas siguieron las palabras
del Obispo. Viva nuestro seor! viva el rey de los romanos! fueron los gritos que retumbaron por todos los mbitos de la ciudad eterna.
Anuncise la presentacin oficial para uno de los prximos das; y entonces empezaron
abandonar la ciudad los hombres ms sensatos y las familias ms religiosas. Toda funcin religiosa ces en Roma, no se celebr la santa misa, excepto por los monjes y los presbteros de
la corte, cesaron los taidos de las campanas y las principales reliquias fueron escondidas para
evadir mayores profanaciones. La ceremonia de la presentacin tuvo lugar con la acostumbrada
pompa entre las demostraciones de entusiasmo de los partidarios imperiales. La corona fu
impuesta Luis por Sciarra, en nombre de los romanos; la espada se la ci Castruccio Cas-
373
tracani; la uncin imperial se la administr Albertini, obispo de Ellora. Algunos das despus
el pueblo fu de nuevo convocado en la plaza de San Pedro, y all Luis, revestido de ornamentos pontificales y rodeado de un numeroso cortejo de religiosos, jueces y abogados, hizo leer
un decreto conteniendo que todo cristiano convencido de hereja contra Dios y contra la majestad imperial deba ser condenado muerte; que para la validez de la sentencia bastara el ser
juzgado y condenado por cualquier juez, y en fin, que aquel decreto tuviera fuerza retrospectiva.
Una ms solemne convocacin del pueblo tuvo lugar los pocos das; Luis compareci
rodeado de toda la majestad y esplendor imperiales. Un magnfico trono colocado sobre elevadsima y rica tarima fu su asiento, y desde all impuso silencio la multitud. Atento el pueblo, Nicols Fabriano, religioso agustino, grit con toda la fuerza de su voz: Hay aqu alguno debidamente autorizado que quiera tomar la defensa del sacerdote Santiago de Cahors,
que se hace llamar el papa Juan X X I I ? Tres veces repiti esta especie de desafo. No contestando nadie, u n cura alemn, notable por su elocuencia, dirigi un discurso al pueblo, y
concluido el discurso, Luis ley una sentencia contra el papa Juan X X I I , precedida de un
prembulo en que se aseveraba que Santiago de Cahors, sanguinario, hipcrita y otras cosas,
intentaba trasladar Avion los ttulos cardenalicios y preparaba una cruzada contra el pueblo romano. E n vista de ello pronunciaba su deposicin.
Colocado en el camino de las vejaciones, Luis de Baviera daba en l cada da nuevos y
ms atrevidos pasos. Ante los senadores y los jefes populares expidi un decreto declarando
que en adelante el Papa residira en Roma, que no poda ausentarse de Roma ms de tres
meses; que ni aun por este perodo se alejara de all ms de dos jornadas de distancia sin permiso del pueblo, y que si diera lugar tres intimas para regresar, sera incontinenti depuesto
y reemplazado.
los pocos das hubo nueva convocacin del pueblo, y fu para acabar la obra empezada
contra el pontificado. Depuesto el Papa, era lgico crear un papa nuevo. Tal fu el objeto de la
nueva convocatoria. El Emperador, la corona en la frente, el cetro en la mano, seguido del acostumbrado cortejo de prelados, religiosos y barones, tom asiento en el trono, cuyo estrado se
haba colocado sobre la misma escalinata del atrio de San Pedro. El monje Fabriano ech un
sermn al pueblo con este tema: Reversas Petrus ad se dixit: venid ngelus Domini el liberavit me de mamo Herodis el de mnibus factionibus Judeorurn. Para el orador Luis de Baviera
era el ngel, Juan X X I I Herdes. El sermn concluy pidiendo al pueblo: Queris por papa
Fr. Pedro de Corbiere? esta pregunta, tres veces repetida, contestaron algunas voces:
Le queremos. Entonces el Emperador se levant; hizo leer el decreto de confirmacin, segn
antigua usanza, impuso su Pontfice el nombre de Nicols V , coloc en su dedo l anillo
del Pescador, y luego todos entraron en la baslica de San Pedro, donde se celebr solemne
misa. El nuevo Papa se apresur crear algunos cardenales.
Luis no encontraba en Roma atmsfera propsito para respirar segn le impona su ambicin desmedida. Tantos y tan ridculos sacrilegios, los continuos atropellos las cosas santas, veces con puerilidad consumados, indignaban al religioso pueblo, acostumbrado ver
santamente tratadas las cosas santas. Determin, pues, salir de Roma, dejando en ella con el
ttulo de senador Rainerio della Faginola; hombre que, al verse dueo del poder, mand
echar la hoguera dos romanos convencidos de haber llamado Juan X X I I papa legtimo
y papa intruso Rainalluccio.
Luis de Baviera sufri pronto las consecuencias de su desprestigio en Italia. Su conducta en
Roma le enagen el resto de las simpatas que conservaba, consecuencia de su poder. El antipapa por l elegido, comprometido en empresas ridiculas, comprendi toda la enormidad de
la desgracia en que haba cado aceptando irrisoria tiara, y buscaba una oportunidad de despojarse del traje que le haba vestido el ambicioso Monarca para representar papel interesante
en aquella comedia poltico-religiosa. Por su parte el Emperador anhelaba dejar un teatro
donde tan escasos aplausos reciba.
374
En efecto; Lnis parti de Pisa, dejando en ella su papa. Apenas Luis abandon Pisa,
cuando Tarlati abandon el cisma y dio los primeros pasos para su reconciliacin con la Iglesia. El antipapa fu despedido; y protegido en su fuga por el conde Fazio Donoratico, lo
escondi en el castillo de Burgaro, treinta y cinco millas de Pisa. Pero las expediciones militares organizadas en aquellos das hicieron temer al Conde por su ilustre protegido. Trasladle de incgnito Pisa, hasta que sabedor el arzobispo de esta ciudad de que el antipapa se
hallaba su custodia, intimle su presentacin.
El antipapa se present sumiso, humilde, contrito. Reconoci sus errores y sus yerros, y
apel la misericordia de Juan X X I I . ste, lleno de admirable generosidad, comision al
arzobispo de Pisa y al obispo de Luca para absolverle en su nombre de las censuras incurridas, previa la correspondiente retractacin. El acto fu pblico.
Rainalluccio, vestido de franciscano, fu acompaado Avion, y all recibido con evanglica caridad por el legtimo Papa, que perdon al distinguido penitente su funesta cada.
Juan X X I I tuvo la nobleza de permitirle el beso del pi, de la rodilla y de la'boca.
As termin el ridculo cisma empezado y sostenido por el emperador Luis de Baviera.
No le fu saludable en verdad al altivo Emperador el anatema de Avion, pues la estrella de su prosperidad se eclips, lo menos perdi mucho de su brillo desde los terribles
sacrilegios de Roma. El ridculo desenlace del dramtico cisma quebrant su autoridad. Sintiendo que le faltaba todo apoyo dirigi sus miradas al pontificado y envi la corte de
J u a n X X I I dos representantes encargados de proponer las bases de una reconciliacin. Ofreca Luis de Baviera renunciar todo proyecto de cisma, derogar todas las medidas adoptadas
contra el legtimo Pontfice; reconocer sus pasadas culpas y el merecimiento de la excomunin y entregarse la indulgencia de la Santa Silla. En cambio pretenda se le reconociera
la dignidad imperial. El Papa rechaz la condicin, dado que el litigio versaba precisamente
sobre la posesin del imperio. Una embajada ms solemne reiter, las proposiciones sin obtener mejor xito. El rey de Bohemia insisti acerca del Papa; el Papa tampoco cedi las
instancias del rey de Bohemia. Una segunda embajada fu Avion en 1 3 3 3 , y fu asimismo desairada. Entonces Luis de Baviera manifest deseos de renunciar la corona imperial. Ante la perspectiva de aquella renuncia los reyes de H u n g r a y de aples se alarmaron, enviando Avion diputados con el encargo de notificar al Papa sus deseos de que
nada se cambiara en orden al imperio.
Se concibe perfectamente que Luis de Baviera, herido en su amor propio, y rechazados
todos sus medios de conciliacin, aprovechara la primera oportunidad que se le presentare
para vengarse del desaire recibido. Una sutil cuestin teolgica sobre la visin beatfica de
los justos en que Juan X X I I profes, como particular, una opinin no aceptada, proporcion al Emperador la ocasin anhelada. Los franciscanos apstatas Miguel de Cesene, Guillermo de Occam, Bonagracia de Brgamo y otros facciosos atizaron el nimo del Emperador,
hacindole entender que, profesando el Papa herticas doctrinas, exiga la fe catlica su deposicin formal. Acordse en la corte de Luis convocar para ello un Concilio bajo el imperial patronato, en el que fueran invitados todos los prncipes del imperio. Hallbanse comprometidos apoyar el proyecto varios prelados de cierta importancia y hasta, segn es probable, el cardenal Orsini.
El Papa muri en vsperas de tener que presenciar un nuevo atentado contra los sagrados
derechos de la tiara.
Durante el pontificado de Benito X I I , sucesor de J u a n X X I I , tuvo varias peripecias el
grave asunto de Luis. El nuevo Pontfice, lleno de evanglica dulzura, allan al rebelde el camino de la sumisin ; y en efecto, manifestse ste dispuesto hasta aceptar las penitencias
que creyera deber imponerle el legtimo pastor de la Iglesia. Por desgracia las intriguillas
diplomticas crearon dificultades polticas a l a reconciliacin. Varios monarcas hicieron
Benito X I I serias representaciones sobre los inconvenientes que llevara consigo el recono-
375
cimiento de la dignidad imperial en un prncipe defensor de la hereja, y que tantas amarguras llevaba causadas la Iglesia. Cuestin de celos!
No debemos seguir aqu el intrincado laberinto de negociaciones diplomticas y de enredos de corte, que se form alrededor de ste y de otros asuntos entonces de actualidad.
Vindose otra vez rechazado Luis se arroj de nuevo bajo la influencia de los religiosos
cismticos que le rodeaban. Ellos le aconsejaron que reuniera en Reuss una dieta de electores y prncipes para declarar que la dignidad imperial vena inmediatamente de Dios; que
el acto de la eleccin haca por s slo el Emperador; que la confirmacin del Papa no serva
sino para rebajar la majestad del elegido, y que cualquier que sostuviera lo contrario se haca
reo de lesa majestad. Luis, lleno de furor contra los subditos obedientes del legtimo Papa, apropise los bienes de los conventos adictos la Santa Silla y persigui los religiosos que se
resistan reconocer en el imperio la supremaca religiosa.
El cismtico Emperador amarg los ltimos das de Benito X I I y una parte del pontificado de Clemente VI- Muri sin reconciliarse con la Iglesia, cuando se preparaba dar el golpe
decisivo al ejrcito de Carlos de Luxembugo, elevado la dignidad imperial por influencia
del Papa y puesto frente frente de su poder.
La Iglesia se vio libre de uno de los ms astutos y persistentes enemigos que ha tenido
que combatir.
XC.
Revolucin en Roma.
Desde la salida de Luis de Baviera, Roma no haba encontrado la paz. Faltbale aquella ciudad el ambiente de la gloria; y la ausencia duradera del Pontfice la tena reducida
una ciudad secundaria. No haba all una mano bastante fuerte para dominar, ni una cabeza
bastante gloriosa para atraer los ciudadanos vidos de servir de obedecer grandes autoridades grandes hombres.
La situacin de Roma mediados del siglo X I V ofreca el ms deplorable cuadro. Leyes,
propiedades, derechos, dignidades, todo estaba supeditado por un slo derecho, el derecho
de la fuerza. Los peregrinos que iban visitar los sepulcros de los Apstoles se vean despojados por armada mano; los pacficos ciudadanos sentan cada paso la vida amenazada, no
ya por salteadores de caminos, sino por salteadores de calle.
Instintivamente recordaban los romanos los das de la pasada civilizacin. Bueno es observar, dice el abate Christophe, que la resurreccin del espritu de la antigedad coincidi
en Italia con el exceso de barbarie que sealamos. El Petrarca consigna el inters con que
los grandes genios de aquella poca deploraban las desgracias de la reina del mundo y trazaban los planes de su restauracin.
Un hombre apareci creyendo llevar en s la misin de levantar de sus ruinas morales
su hermosa patria. Cola Rienzi, Rienzo, diminutivo de Laurenzo, aplicse en el estudio de
la historia antigua para buscar entre sus monumentos los modelos de la restauracin moderna.
Admirador de los hroes de la antigedad, so resucitarlos para la generacin contempornea suya, y en el delirio del entusiasmo creyse destinado reasumir en s las antiguas
virtudes patrias. Sin duda posea dotes superiores sus coetneos, y sobre todo aventajbalos
en el amor desinteresado la moralidad y la justicia. Su talento preclaro tena por auxiliar
una diccin exacta, limpia y rpida. El Petrarca dijo de l que era: Vir facundissimus,
ad
pemiadendum efficaxet ad oratoria promp tus. Su viveza, su energa, su facundia le constituan un verdadero tribuno.
Elegido para ser uno de los embajadores que deban llevar Clemente VI la segunda mi-
376
siva de Roma, suplicndole su traslado, le proporcion el ntimo trato con aquel Pontfice.
Rienzi cautiv el corazn del Papa. Frecuentaba el palacio pontifical, de cuyos cortesanos
era odo con deferencia. Mas sucedi que un da, dejndose llevar por su carcter independiente, traz al Papa una pintura vivsima de las injusticias, rapias crueldades y dislates
de los seores romanos y de la desorganizacin social que su sombra se consumaba. Clemente VI se conmovi'ante aquella descripcin, por desgracia exactsima, mas desagrad al
cardenal Colonna, cuyas relaciones con la nobleza romana eran ntimas. Su influencia le
cerr las puertas de palacio.
No teniendo objetivo su permanencia en Avion, Rienzi regres Roma con el propsito
de consagrarse la libertad de su patria y de la Italia entera. No tard en manifestar la repugnancia que senta por los que mantenan la confusin y el desorden en Roma. En las reuniones aristocrticas usaba un lenguaje enrgico, reprendiendo con franqueza los atropellos
que los grandes se permitan consumar contra el pueblo. Pronto las miradas de la muchedumbre se fijaron en l, y los oprimidos le consideraron como su nica esperanza. Conocedor de
los gustos del pueblo, dominaba su imaginacin haciendo pintar emblemas y smbolos que
materializaban los vicios de aquella sociedad; emblemas que explicaba l mismo con fogoso
lenguaje. Sus discursos eran concisos y penetrantes. Al pi de una de aquellas stiras escribi: Veo que el tiempo de la justicia se aproxima. Otro da hizo escribir en varios puestos
de Roma estas palabras: Dentro de poco los romanos volvern al buen estado antiguo.
Esta frase volver al buen estado hizo fortuna, pas ser proverbial.
Habindose atrado muchos hombres de accin y de influencia, les reuna y les inflamaba en sus propios deseos; un da convocles en el Aventino y all les pint la miseria, la
opresin, la esclavitud y los peligros de Roma; l supo electrizarles, supo convencerles de que
la revolucin era inevitable infracasable.
Todo preparado ya, convoc un da al pueblo en la plaza del Capitolio. Rienzi hizo celebrar
treinta misas en la iglesia de San Agnolo in Pescliiera, las cuales asisti desde la media noche las nueve de la maana. A esta hora sali de la iglesia seguido de una cohorte de jvenes,
que le aclamaban. Tres estandartes flotaban al aire con los lemas de libertad, justicia,paz.
El
legado del Papa se agreg aquella extraa comitiva, no comprendiendo toda la extensin del
programa. Rienzi haba conseguido velar Raimundo de Orvieto el significado de la ceremonia.
Llegado al Capitolio, y desde los primeros escalones que l conducen, Rieuzi dirigi al
pueblo una de las ms conmovedoras alocuciones que registran los anales polticos. La salvacin de Roma y la dignidad del Pontfice eran los dos puntos de partida de sus consideraciones. Su discurso termin con un proyecto de constitucin encaminada restablecer la moralidad y poner fin los caprichos de los grandes.
Aquella constitucin recibi los frenticos aplausos del pueblo, y su autor fu proclamado
digno de compartir con el legado del Papa el seoro de Roma. Sciarra Colonna y Juan Orsini
fueron despedidos del Capitolio, y Rienzi tom posesin de l.
En vano Stefano Colonna, volando Roma desde Corneto, intent apagar el incendio. Las
llamas flotaban ya por encima de las grandezas baroniles. Lleno de ira exclama Colonna: Si
Rienzi me enoja, lo har echar-por la ventana del Capitolio. Pero la campana del Capitolio
son arrebato para llamar al pueblo y enterarle de este desacato perpetrado contra el hombre del pueblo, y Colonna no tuvo ms recurso que salir ua de caballo de Roma insurreccionada. Todos los barones recibieron orden de abandonarla ciudad. El pueblo acord Rienzi
los ttulos de tribuno y libertador de Roma.
Rienzi notific su elevacin las diversas potencias de Italia y de Europa; las que conocan por la fama el mrito del encumbrado. Los poetas de todos los pases le consagraron la
armona de sus liras; su nombre y sus hazaas formaron el tema de los cantos populares.
Avion recibi sus enviados, y el Papa agradeci Rienzi la splica que le dirigi de sancionar el movimiento emprendido.
377
En el entre tanto Roma vea renacer los das de la antigua serenidad. La justicia enconaba reino, el crimen castigo, los malhechores persecucin. Los barones eran objeto de espeal vigilancia. La ciudad se tranquilizaba, las leyes ejercan imperio. El tribuno cre un
ibunal al que denomin cmara de justicia y de paz, la casa de la giustizia de la face.
No nos es dado detallar las medidas saludables adoptadas por Rienzi en el perodo i n a u ural de su tribunado. El Petrarca, fuera de s de contento, aplauda desde Avion la empresa
e su amigo. Hombre ilustre, le deca, ayuda la patria levantarse, y demuestra al mundo
ENBIQl'E
VIH
V I.OS
EMBAJADORES.
lo que puede todava Roma... Rmulo la fund, Bruto la libert, Camilo la restaur; t ,
hombre ilustre, t haces ms que lo que hicieron Rmulo, Bruto y Camilo. Rmulo cerc
Roma naciente con dbiles muros, t la proteges con inexpugnable baluarte; Bruto no la l i bert sino de un slo tirano, t la emancipas de innumerables opresores; Camilo la levant
de sus cenizas aun humeantes, t la restauras de entre ruinas antiguas, bajo las cuales toda
esperanza desapareci. Salve, pues, Rmulo nuestro, Bruto nuestro, Camilo nuestro; salve,
restaurador de la libertad, de la paz, de la concordia.
La Italia, despertada al eco de los regocijos de Roma, entona himnos de gloria al gran
restaurador; la esperanza renace del fondo mismo de la desgracia, y Rienzi recibe los donaT.
II.
/,8
378
ti vos de todas las ciudades. Racional era en verdad esperar grandes cosas de quien tan prsperamente inauguraba su reinado.
Por desgracia el vapor de la gloria le embriag; en la altura de su poder dej cercaran su
cabeza las nubes de la lisonja, y empez en l un verdadero delirio gubernamental. No fu ya
u n p l a n , sino una utopia el programa de Rienzi. Infatuado por los bonores recibidos, quiso recibirlos tan extraordinarios que excedieran todos los de los antiguos emperadores y cesares.
Quiso ser llamado: Tribuno clemente y severo, libertador ilustre de la ciudad, candidato, caballero del Espritu Santo, celador de la Italia, amante del universo, tribuno augusto.
Pretendi ser coronado emperador, y quiso que su corona se formara con seis coronas;
quiso baarse en el mismo bao en que es tradicin que Constantino fu bautizado; quiso,
durante la celebracin de una misa la que asista, intimar Luis de Baviera, Carlos de
Bohemia y los electores del imperio que compareciesen ante l , los emperadores para justificar los ttulos que usaban y los electores el derecho de eleccin, pues que ese derecho,
dijo, siempre ha pertenecido al pueblo romano. Y luego, en aquel sagrado acto, desenvainando la espada la blandi en direccin Europa, Asia y frica, diciendo: Esto es mo, esto
es mi, esto es mo.
Estas escenas, escogidas de muchas otras de la misma ndole, demuestran que Rienzi se
hallaba posedo de una fiebre de dominacin. Soaba en el imperio universal. Como era lgico, Rienzi no se detuvo ante los lmites del poder pontificio, obr con entera independencia,
cometiendo verdaderos atentados contra personas dignas de altas consideraciones. No reconoci ya el origen pontificio del poder romano, sino que proclam la voluntad del pueblo como
la nica fuente del mismo.
As 'se enagen un mismo tiempo las simpatas del pontificado y las de los barones,
cuyo podero combata con extraordinaria vehemencia. La popularidad del tribuno declin rpidamente. El Papa envi Roma Bernardo de Deux con la misin de imponer Rienzi
una lnea poltica conveniente los intereses del pontificado, y en caso de resistencia, descar-gar sobre el tribuno los rigores de la excomunin. Rienzi desde las intimaciones del representante de la Santa Silla, y fuerte con la brillante victoria que acababa de conseguir
sobre los barones coaligados contra su poder, mostrse resuelto seguir con independencia
su gobierno puramente personal. Mas no supo Rienzi aprovecharse de sus favorables circunstancias, sino que, deslumhrado por la gloria, sigui acrecentando su tirana. El anatema lanzado contra l por el cardenal de Deux acab de derribar los restos de su autoridad. Todo se
hallaba preparado en Roma para arrojar de s con desprecio al tribuno que tanto enalteciera y
glorificara. Para conseguirlo bast un motin formado al grito de Viva los Colonna, mueran el
tribuno y sus partidarios! El tribuno, comprendiendo cuan difcil haba de serle promover
una reaccin su favor, sali de Roma al son de una msica militar y diciendo en alta voz:
La ambicin de los nobles me obliga dejar la soberana que el pueblo me haba confiado.
El motin tuvo por director al conde de Minorbino, genio turbulento y agitador.
Alejado R i e n z i , el Cardenal reiter contra l la excomunin.
El pontificado se vio libre por entonces de u n enemigo tanto ms temible en cuanto manejaba armas peligrossimas. Sus ideas, sus sentimientos eran chispas propias para hacer explotar las pasiones populares. Rienzi continuaba la poltica de Arnaldo de Brescia, si bien
con mayores atenciones al orden de cosas establecido, y por lo tanto con mayores facilidades
para revolucionarlo. Tanto ms probable es el xito de las revoluciones, cuanto ms stas se
aprovechan de los elementos existentes, y saben encadenar lo que quieren derribar con loque
pretenden entronizar.
Lejos de pacificar Roma la salida de Rienzi, abri campo la agitacin de las pasiones
comprimidas en los nobles.
Y no slo en Roma tena el pontificado que sostener rudos combates; en las ciudades todas de Italia proclamaban ms menos desembozadamente su independencia respecto la
379
Santa Silla, los seores los cuales el Papa confiara su custodia. As los Pepoli dominaban
en Bolonia, los Alidosi en Imola, los Manfredi en Faenza, los Polenta en Rvena, los Ordelaffi en Forli, los de Este en Ferrara, los Malatesta en Rmini, J u a n de Vico en Viterbo.
Basta considerar este conjunto de poderes independientes para comprender cuan difcil haba
de ser la accin del pontificado. Clemente VI debi ocupar mucha parte de su tiempo en reducir buen terreno los elementos desconcertados de la Italia. Pero era tal el arraigo conseguido por los pequeos soberanos, tal el apego que tenan su independencia, que los esfuerzos del legado pontificio se estrellaron contra la actitud rebelde de los intrusos usurpadores.
El conde de la Romana vio inutilizados sus planes de restauracin de la autoridad pontificia,
de modo que, despus de sacrificios inmensos, tuvo el pesar de retirarse, no dejando sino fieles al Papa las ciudades de Montefiascone, en el patrimonio, y la de Montefalcone, en el ducado de Espoleto.
A. tan exiguas proporciones quedaba reducido el poder temporal del papa al morir Clemente V I .
Su sucesor, Inocencio V I , dedic su talento y su energa reconquistar el terreno perdido.
La situacin de Roma llam la atencin de aquel gran Papa. El cardenal Bernardo de Deux
no haba conseguido restablecer el orden en los romanos. Cada da estallaban nuevos tumultos y se encumbraban nuevos caudillos, sin que las masas tuvieran en estos frecuentes cambios otro designio que variar de juguete. Las riendas de la ciudad de los cesares estaban ora
en manos del bonachn Cerroni, ora en las del audaz pero vulgar Savelli, ora en las del t u r bulento aventurero Boroncell. Este se propuso imitar Rienzi, aunque, si bien tena toda la
vanidad y altivez de su modelo, faltbanle sus cualidades y sus virtudes. E n fin, Roma supo
que Inocencio VI haba confiado la direccin de sus negocios al cardenal Albornoz, y ste
se dirigieron los ciudadanos ms respetables, suplicndole u n remedio los insufribles males
de la ciudad. El Papa nombr senador de Roma Guido de Isola.
Por aquellos das apareci Rienzi reconciliado con el pontificado. Despus de u n cmulo
de aventuras, el cado agitador pas manos de Clemente. A pesar de la elocuencia que
despleg en su justificacin, Rienzi fu encerrado en una prisin, en la torre de Tronillas.
Atado con una cadena al muro de aquella triste torre, obtuvo permiso para leer algunos libros, en analoga la situacin de su espritu. La corte pontificia le atribua determinadas
herejas y , sobre todo, la defensa del principio de la soberana popular. Despus de mucho
tiempo de encarcelamiento, Clemente VI le devolvi la libertad: Inocencio VI determin
utilizar el genio de Rienzi, y creyndole purgado de sus extravagancias y locuras por medio
de la adversidad sufrida, le opuso al tribunado de Baroncelli.
La entrada de Rienzi en Roma tuvo las proporciones de un glorioso triunfo. Regresa
tu Roma, le dijeron, devulvele su primitivo vigor; s todava nuestro soberano; nosotros te
ofrecemos auxilio y poder; nada temas; tuyos son nuestros corazones. El da de su llegada
todo el pueblo, agitando ramos de olivo, sali recibirle hasta Ponte Afolle. E n su pasaje
se levantaron arcos de triunfo cubiertos de flores- y adornados por las ms preciosas joyas de
las damas romanas. Hubirase dicho que era Scipion el Africano regresando de sus victoriosas expediciones. Llegado al Capitolio, areng al pueblo. Su alocucin respiraba dos sentimientos: respeto al Papa y entusiasmo por la libertad. Yo soy flaco, nada puedo, deca
en sustancia, pero todo lo podr sostenido por la omnipotente mano del Pontfice.
Pero Rienzi volvi embriagarse con el incienso de la lisonja. No tard en desaparecer
de l la apariencia del tribuno, y en aparecer en toda su desnudez la fiereza del dspota.
Como si estuviera sediento de sangre, multiplica las ejecuciones de muerte. Fra Mrcale y
Pandolfuccio de Guido pagan en el patbulo la influencia que ejercan sobre sus conciudadanos, y que pudiera serle u n da peligrosa. Roma se extremece de espanto, y cesa en u n
momento, toda representacin social junto su persona. Los romanos, cansados de callar y de
sufrir, encuentran quienes pronuncien la sentencia final del opresor. Los emisarios de Colonna
380
y de Savelli, se amotinan al grito de Muerte al traidor Rienzi. E n vano sale ste tremolando
el pendn de la libertad patria para arengar los conjurados. E l pueblo es ms elocuente
que su tribuno y dispara contra l una lluvia de proyectiles. Herido en una ventana del Capitolio, no tiene ms tiempo que el suficiente para disfrazarse y b u y e , cuando ya un mar de
llamas iba envolviendo su palacio. Pero descubierto en su fuga, es detenido, insultado, herido
y arrastrado, y su cadver arrojado la hoguera.
Rienzi desapareci ignominiosamente de la escena poltica vctima de la ceguera de su
egosmo. El amor la patria le haba abierto el camino de la gloria; las circunstancias le
haban construido el escabel de su grandeza. Apto para fraguar una revolucin ere inepto
para dirigirla y consolidarla. De l ha sido escrito con justicia: Necesitaba poseer la ciencia
poltica, y slo tena instruccin comn; necesitaba valor, y no tena sino temeridad; necesitaba carcter y no tena sino jactancia. Acariciaba la idea de ser el hombre de su siglo; pero
no conociendo bien el valor de las dos causas que se litigaban en Italia, oscilaba entre ambas.
El pontificado y la independencia le parecan igualmente grandes, y quera ser el aliado de
todas las grandezas. Era pontifical entre los independientes, independiente entre los pontificales. Adversario de gelfos y gibelinos, era la vez gibelino y gelfo. Fu sin duda uno
de los primeros, quiz el primero, que concibi la unidad italiana informada por el espritu
que hoy se ha realizado. Rienzi es una avanzada de la poltica del siglo X I X , colocada en la
mitad del siglo X I V .
XCI.
Juan de Vico y otros usurpadores.Otros enemigos del pontificado.
Albornoz emprendi difciles y arduas operaciones militares y polticas contra los enemigos de las temporalidades del Papa. A su aparicin en tierras del patrimonio, Montefeltro,
Aguapendente, Bolsena y otras ciudades le abrieron sus puertas. Mas Trani, Amelia, Narni,
Orvieto, Viterbo, Marta y Canino permanecieron rebeldes. J u a n de Vico era el alma de la
resistencia. Albornoz emple su habilidad y su genio para desconcertarle. Pero despus de
algunas acciones victoriosas los soldados del Papa son derrotados en Viterbo y Orvieto. De
aquel desastre, sin embargo, se rehizo merced de otras acciones de guerra favorables. Orvieto fu reducida la obediencia del Pontfice. Vico se someti y Albornoz le entreg por
doce aos el Vicariato poltico de Corneto, Civitta-Vecchia y Respampano.
Otro de los enemigos de la Iglesia era Juan Cantuccio, tirano de Aggobio. Albornoz, victorioso de Vico, le intim la sumisin. Aggobio ofreci sus llaves allegado pontificio.
E n la Marca de Ancona encontr Albornoz formando estrecha liga los enemigos Malatesta, Manfredi y Ordelaffi, conocidos por los ms valientes y hbiles guerreros de Italia.
Malatesta fu sometido despus de accidentados combates y negociaciones.
Quedaban en pi Ordelaffi, apoyado por Ricardo Manfredi. Antes de atacarles lanz Albornoz contra ellos una sentencia cannica, segn la que aquellos seores quedaban sealados
como herejes, rebeldes la Iglesia. Una cruzada se public contra ellos otorgando el Papa
gracias espirituales los que la secundaran. Cuando Ordelaffi oy sonar la campana que
anunciaba la sentencia de excomunin, mand que inmediatamente sonaran todas las dems
de la ciudad, y su vez excomulg al Papa y los cardenales. Entonces mand quemar pblicamente las efigies del Pontfice y de los prncipes de la Iglesias, y celebrando un banquete con sus familiares, exclam: Ya lo veis, nos han excomulgado; pero no han podido
privarnos del apetito. El obispo de Forli fu desterrado y perseguidos los eclesisticos devotos la Santa Silla. Ocho sacerdotes que se resistieron celebrar la misa pesar del interdicto, fueron ahorcados ; otros fueron desollados vivos.
381
Albornoz, contando con recursos poderosos debidos a l a cruzada, se lanz sobre Manfredi
en las inmediaciones de Faenza y consigui destruir sus falanjes; vindose el rebelde imposibilitado de vencer, se resigna someterse, conservando el reducido seoro de Bagnacavallo.
Ordelaffi era ya el nico enemigo que contaba con algunos serios recursos. Como los n o bles y caudillos que le acompaaban le manifestaran que crean intil toda resistencia, a t e n dido el aislamiento en que se encontraban, contestles estas palabras propias de una altivez
sin freno: Ahora, atender bien, yo no quiero jamas tratar con la Iglesia sobre otra base que
la conservacin de las plazas que poseo. Estas las defender hasta la muerte. Por de pronto
sostendr un sitio en Cesena, en Fonlimppoli, y en cada uno de mis castillos. Perdidas estas
plazas, defender las murallas de Forli: tomadas estas murallas, disputar palmo palmo sus
calles, sus plazas, mi palacio, hasta el ltimo rincn de mi palacio, antes de ceder la menor
de mis posesiones. Juradme, pues, fidelidad, temed mi venganza.
Todos le prometieron sincera adhesin.
No tardaron en presentarse los defensores de la Santa Silla la vista de Forli. Alfonso de
Toledo, uno de los capitanes de Albornoz, derrot los soldados de Ordelaffi y arroj sobre la
ciudad los restos de su derrotada hueste. Ordelaffi no se desencorazon. Dirigindose Marcia,
su esposa, le dijo: Yo me encargo de la defensa de Forli, tu defenders Cesena. Yo respondo de Cesena, contest Marcia. Armada como un guerrero, encerrse en Cesena con
Sinibaldo, su hijo, una hija ya nubil, dos sobrinos', aun nios, doscientos caballos y mucha
infantera.
Los habitantes de la parte inferior de la ciudad fueron entregados por secreto negociador
al ejrcito de Albornoz. Marcia vio los soldados pontificios dueos de sus calles antes de que
pudiera concebir de la traicin la menor sospecha.
Retirse precipitadamente la ciudad murata, y habiendo descubierto all tres de los que
vendieron al enemigo el resto de la ciudad, les decapit, arrojando sus cadveres al enemigo.
Descubri las inteligencias que con ste sostena Sgariglino, su nico secretario, y en su virtud le depar suerte igual la de los tres negociantes. Desde entonces Marcia dirigi personalmente todas las operaciones. Noche y da estaba sobre las murallas alentando, ordenando,
combatiendo; era la primera en la lucha y la ltima en el descanso. Durante un mes aquella
dbil mujer tuvo inmvil sus pies todo el ejrcito del poderoso cardenal. Pero no eran iguales los elementos. El ejrcito de Albornoz dio un impetuoso asalto, que despus de obstinada
defensa, libr el paso los asaltantes. Marcia se retir de la ciudad murata la ciudadela,
con el propsito de reproducir all las escenas del primer punto. Sin embargo, ella era h e rona, sus soldados no eran ms que valientes; slo el herosmo es ilimitado, el valor tiene
sus lmites. Los guerreros que no haban sucumbido en el primer asalto saban cierto que
iban sucumbir en el segundo: Seora, le dijeron, combatir sin probabilidades de vencer
es cosa demasiado ingrata. Estamos resueltos entregarnos.
Marcia haba dicho su abuelo, que le incitaba someterse: Jamas, mi esposo me ha
dicho, no entregues Cesena; no la entregar. Pero sin soldados toda defensa era imposible.
Marcia trat con el general enemigo exigiendo que sus soldados pudieran retirarse libres y
francos; respecto ella no quiso entrar en ninguna estipulacin, se entreg con su familia
merced del vencedor. El Cardenal rindi homenaje al herosmo de aquella mujer, tratndola
con las consideraciones debidas su valor y sus virtudes.
Ordelaffi resista en Forli, prolongando la resistencia una ausencia temporal de Albornoz.
Pero vuelto al campo Albornoz, Forli sucumbi despus de una defensa digna de la de Cesena.
Entregado la generosidad del Cardenal, acordle ste pleno perdn de lo pasado, concedile
por diez aos la soberana de Forlimppoli y Castrocaro, y devolvile su esposa y su familia.
Sujetados todos los caudillos de la liga antipontificia, slo Bolonia resista la obediencia
l a legtima autoridad. Seoreaba en ella Oleggio. Era aquella ciudad el centro de los descontentos del gobierno de los pontfices; la primera que secundaba los gritos revolucionarios
382
y la ltima que entraba en el sendero del deber, por lo que deca Eneas Sylvius: Bononia
qiMB, non tamstudiorum
mater, quam seditiorum
altrix.
La poltica prudente de Albornoz adquiri para la Santa Silla aquella ciudad.
Sin embargo, quedaba an para vencer la oposicin armada de Barnabos, que iba alarmando los pueblos repitiendo: Quiero que Bolonia sea ma. Por un momento la actitud
de Barnabos reanim las esperanzas dlos enemigos del pontificado. Los pases conquistados
agitbanse de nuevo, y se baca temible que viniera abajo la obra de Albornoz, con tantos sacrificios realizada.
La energa y constancia del representante de los intereses pontificios desbarat los planes y domin los elementos del ltimo adversario. Bolonia se rindi y la bandera de Urbano V
tremol sobre un pueblo que, cansado de la opresin de sus antiguos tiranos, la saludaba como
el emblema de la restauracin de un gobierno paternal.
Por aquellos das el pontificado tuvo que desplegar el vigor contra unas bordas perfectamente organizadas que aparecieron en varias regiones de Francia, sin otra bandera que la depredacin y el pillaje. Apellidronse las grandes compaas. Amenazando las tierras de Avion y basta atentando contra la vida de los personajes que salan de aquella ciudad, el Papa
les intim se retiraran de sus dominios, amenazndoles con excomunicarles si as no lo hicieran. La grande compaa no slo despreci la amenaza del anatema, sino que notific al
Pontfice la necesidad de retractarse de los calificativos que le baba dado, y de retirar los
procedimientos emprendidos, anunciando que, de lo contrario, pondran en combustin la cristiandad entera.
Entonces el Pontfice acudi la fuerza material, hizo predicar una cruzada, nombrando
jefe de ella Bertrandi, cardenal de Ostia. Numerosas huestes de cruzados secundaron la voz
del Papa y , ante aquel aluvin de soldados, los aventureros determinaron capitular. Al
efecto, el marques de Montferrat, que era capitn muy influyente en las grandes compaas,
prometi al Papa que, mediante una crecidsima suma, hara despejar el pas, y trasladara su gente Lombarda. Trasladadas Italia aquellas vastas y temibles asociaciones de
devastadores sirvieron de enorme dificultad la pacificacin y sumisin de la pennsula.
Urbano V tuvo la gloria de ver pacificada una gran parte de Italia y restablecido el orden en muchos de sus dominios. Entonces pens seriamente en regresar Roma.
La influencia temporal del pontificado haba recibido fatal decrecimiento. Su palabra no
se tena ya como indiscutible entre los polticos; sus sentencias no eran inapeables. Haban
medido algunos soberanos sus fuerzas con la soberana pontificia. La permanencia de los papas
en Avion, en el fondo, era el cautiverio, lo menos la expatriacin del romano Pontfice.
Todo cautiverio significa debilidad relativa de poder. Avion no era Roma, ha dicho un sensato historiador; el Rdano, que baaba sus muros, no era el Tber; la roca de los Dons no
era el Capitolio, ni su fortaleza gtica era Letran, desde donde tantos orculos soberanos haban salido, y desde donde por tanto tiempo la tiara domin las dems coronas. E n Avion
faltbale al Pontfice la aurola de una ciudad inmortalizada por recuerdos innumerables de
estupendos hechos. En Avion el Papa no estaba en su reino, y la Francia, por devota que
fuera su causa, no dejaba de reconocerse su protectora. Ufanbase en tener bajo sus auspicios al Papa; pero tener al Papa bajo sus auspicios quera decir poder algo sobre el papado.
La ausencia del Papa anulaba la supremaca de Roma y le enagenaba las simpatas de los
italianos. Todo iba afrancesndose alrededor del Papa: cardenales, representantes, corte. Si
un rey del temple de Felipe el Hermoso hubiera regido los destinos de la Francia cuando el
Papa resida en Avion, sin duda gimiera en la esclavitud el pontificado.
Francia se resisti que Urbano V pasara Roma; pero el Papa prescindi de toda oposicin, y parti para Roma.
No nos pertenece en este libro resear los triunfos del pontificado, que si tal fuera nuestro
objeto, tema tendramos para expositar aqu escenas de inaudito entusiasmo desplegadas al
383
paso del Pontfice. El contento de Italia se tradujo en arrebatos de delirio. Roma recibi
Urbano V como un verdadero redentor. Padre Santo, escriba el Petrarca Urbano, Israel
lia salido de Egipto, la casa de Jacob no se encuentra ya en medio de un pueblo brbaro. E n
el cielo los ngeles han prorumpido en himnos de gozo, en la tierra los hombres piadosos han
contestado con transportes de alegra... Es ahora que aparecis mis ojos como al Soberano
Pontfice, al Pontfice romano, al Vicario de JESUCRISTO, al verdadero Urbano... E n pocos das
habis enmendado las equivocaciones de cinco predecesores vuestros durante sesenta aos...
Gracias Dios, ya veo lo que tanto ver deseaba, restablecida mi madre en su propia silla...
Desde ella restableceris la pureza de las costumbres antiguas y haris que Roma, reintegrada
en su gloria por vuestro celo, sea otra vez venerable la faz del universo.
Y en efecto, la presencia del Papa influy desde luego en la pacificacin de los nimos;
slidas, bien fundadas esperanzas concibieron los hombres probos de ver definitivamente e n causada la poltica italiana. Urbano V reformaba la administracin, dictaba medidas inspiradas
por paternal desvelo, y atrayendo R o m a los emperadores del Oriente y del Occidente, los
reyes, los duques, los seores del mundo, restauraba con su sola presencia el principio de autoridad tristemente lastimado.
Por desgracia no fu constante el Papa en su afecto la permanencia en Italia. Francia
haba cautivado su corazn. Para l Italia era Egipto. Empez, pues, trazar secretos planes
de regreso Avion. Y en da inesperado comunic su corte la orden de partir. Aquella
medida llen de amargura todas las almas adictas al pontificado. Una mujer llamada Brgida,
clebre por sus virtudes, proveniente de la Escandinavia, recibi una inspiracin del cielo,
por la cual prevey los inmensos infortunios que la Iglesia redundaran de la partida del
Papa. Aquella mujer intrpida vol Montefiascone para comunicar Urbano V lo que el
divino esposo le haba revelado en sus ntimas elevaciones. Brgida le habla con la libertad
de espritu que es peculiar los santos; pero Urbano no modifica su resolucin. El senado
y el pueblo romano envan numerosas comisiones para disuadir al Papa de su proyecto: Bien
venidos seis, dice el Papa los embajadores; sabed que el Espritu Santo me condujo aqu
para honor de la Iglesia, y para honor de la misma me manda hoy otra parte. Si no permanezco aqu en cuerpo, permanecer con vosotros mi espritu. A Dios.
Nombra senador de Roma Bernardo Monaldesco, quien confa su representacin. Parte
para Marsella; pero los tres meses de llegado Avion emigr de este mundo, siendo su
muerte edificantsima.
Su sucesor se llam Gregorio X I . su entronizacin hubo que defender la libertad de la
Iglesia conculcada por el rey de Aragn y por el rey de Portugal. Amadeo de Saboya haba
despojado de sus privilegios al obispo de Genova, mas se los restituy por las gestiones del
nuevo Papa. Perusa se negaba llamar los desterrados por el gobierno antipontificio, y , gracias la'actividad poltica de Gregorio X I , el partido enemigo de la Iglesia hubo de abandonar el poder. Florencia no era tampoco adicta al pontificado. La poltica de Avion no estaba
en armona con sus aspiraciones; recelosa del engrandecimiento del poder del Papa, se hallaba
dispuesta la revuelta. E n aquellos das el siempre rebelde Barnabos reaparece en escena. Compr Castel-Reggio para que le sirviera de base conquistas que soaba, y empezaron n u e vas acciones y nuevas batallas. Una liga de soberanos formada la accin de Gregorio X I
desbarat los planes de Barnabos, que haba jurado no dejar en paz ni un slo momento los
subditos del Papa.
Sin embargo, Florencia, impaciente y febril, rompi el pacto de concordia con la Santa
Silla y celebr alianza con Barnabos. Nombr la famosa magistratura llamada de los odio de
h guerra, izando u n estandarte en el que escribi la palabra, libertad, llam rebelda
cuantos se sentan descontentos del gobierno pontificio. No eran stos pocos, en verdad,
pues los enviados del Papa en general no estaban la altura de su misin. Mas cuidadosos
de ostentar gloria y majestad que de ejercer gobierno y administrar justicia, perjudicaban
384
con su conducta humana la sagrada causa que representaban. Al grito de Florencia contest
inmediatamente Citt de Castello, y luego Viterbo, Montefiascone y Narni. El contagio hizo
caer no tardar Perusa, Asis, Todi, casi todo el Patrimonio, el ducado de Espoleto, y en fin,
Civitta-Vechia, Rvena, Ascoli, casi toda la Marca de Ancona y la Romana.
El Papa organiz en Avion una columna de bretones decididos, cuya jefetura confi
los intrpidos Malestroit y Bude. Seis mil hombres de caballera y cuatro mil de infantera
formaban aquel ejrcito de reconquista. Soldados sin disciplina; pero cuya falta de disciplina
supla un valor casi salvaje. Como se les preguntara si crean poder entrar en Florencia, contestaron: Entra all el sol? Pues all donde entra el sol entramos nosotros. Aquellos preparativos de guerra llenaban de estremecimiento los italianos pacficos que, reconociendo el
perfecto derecho que asista al Papa de reconquistar sus insurrectos Estados, no desconocan
los daos que redundaban la causa pontificia de la necesidad de defenderse por tales medios.
Llev la voz de aquel respetable grupo de devotos del pontificado una mujer que floreca
en Italia por su talento, por su santidad y por su patriotismo. Nacida en Sena y dotada de
todas las gracias que caracterizan al tipo toscano, senta en su alma dos pasiones vehementes.
Amaba con entusiasmo la patria, amaba hasta el xtasis la Iglesia. Conciliar los intereses
de la Iglesia y de la Italia fu su ideal. Nadie ha tenido una fe ms depurada que ella en la
palabra divina, ni una fidelidad ms desinteresada' la Iglesia catlica, ni una adhesin ms
leal la patria terrena. Ambos sentimientos la sostenan, la g u i a b a n , la agigantaban. En su
corazn repercutan todas las heridas que reciba el corazn de la Iglesia en la persecucin
del pontificado, y el corazn de la Italia en las desgracias ocasionadas ella por los dspotas,
encumbrados por el espritu de rebelda. Resuelta sacrificarse sin contemplacin alguna por
el doble bien, cuya efectividad era su dorado sueo, prescinda de su retiro claustral, y se
pona en comunicacin con los personajes que figuraban en la tempestuosa escena que la
sazn se representaba. Todos la escuchaban como un orculo, porque sus escritos revelaban
su. alma, y su alma era tan sencilla, tan pura y tan angelical, que no haba corazn capaz
de renunciar al placer de escucharla.
Sabiendo Catalina que Gregorio X I , justamente indignado, preparaba una expedicin militar formidable contra los rebeldes de Italia, le escribi llena de uncin evanglica, y con
fortaleza de santa. Encarecale el sistema del amor como el ms propsito para rendir y cautivar los corazones, porque, le deca, aunque el hombre por su rebelda mereca infinita pena,
con su clemencia encontr Dios un medio el ms agradable y el ms dulce que hallarse pudiera ; porque vio que de ninguna manera tanto se atrae el corazn del hombre cuanto por amor; y
la causa de ello es porque l es hecho de amor; y esta es verosmilmente la razn porque tanto
ama. Ama porque est todo hecho de amor, as en el cuerpo como en el alma. Porque por
amor Dios le cri su imagen y semejanza, y por amor la madre le dio de su sustancia concibiendo y engendrando al hijo; y as, viendo Dios que el hombre se halla tan dispuesto
amar, derechamente nos ech el anzuelo del amor, dndonos al Verbo, unignito Hijo .suyo,
y tomando en s nuestra humanidad para establecer con nosotros ntima paz.
Desarrollaba la Santa la teora de la caridad por CRISTO ejercida para mover al Papa
aceptar un plan de atraccin indulgencia.
Vuestros somos, Padre, le deca, yo conozco y s qu todos ellos en comn (los rebeldes) les parece haber obrado mal; y puesto que no tengan excusa en el mal que hayan hecho,
no obstante, por las muchas penas y cosas injustas que sufran causa de los malos y perversos pastores y gobernadores, les pareca no deber obrar de otra manera de la que obraron; porque sintiendo la abominacin y hediondez y podre de la vida de muchos gobernadores y regidores, los cuales sabis que son demonios encarnados, hirieron en tanto y tan grave temor,
que hicieron como Piltos, el cual, por no perder el seoro que tena, mat JESUCRISTO. As
hicieron stos, que por no perder su estado os han perseguido. Misericordia, pues, os pido por
ellos y para ellos. No miris la ignorancia y soberbia de vuestros hijos; ms con el cebo
385
de amor y de vuestra benignidad dndoles aquella dulce disciplina y suave reprensin que
Vuestra Santidad pareciere bien, nos daris paz nosotros, miserables hijos vuestros,
que hemos pecado. Yo os digo, tierno Padre en la tierra de parte de CRISTO en el cielo, que,
hacindolo as, conviene saber, sin guerra y tempestad, ellos vendrn todos con dolor de la
ofensa que os han inferido y reclinarn sus cabezas sobre vuestro regazo, y entonces gozaris y gozaremos, porque con amor habris vuelto al rebao de la Iglesia la oveja extraviada y perdida... Desplegad y levantad presto, Padre Santo, la bandera de la santsima Cruz,
y veris amansarse los lobos y transformarse en corderos. P a z , p a z , paz, porque la guerra
no haya de aplazar y dilatar este suspirado tiempo; mas si obtis por la justa venganza, hacedla sobre m , que soy miserable, y dadme todo el tormento y toda la pena que bien os
pareciere hasta la muerte.
No fueron ajenas estas y otras cartas de santa Catalina de Sena la determinacin tomada
por el Papa de entablar negociaciones activas con Florencia y las dems ciudades insurrectas.
Urbano V prometa olvidar toda represalia y venganza, y correr misericordioso velo sobre pasados agravios, con tal que se restituyeran al pontificado las ciudades revolucionariamente de
CALVINO.
su autoridad emancipadas. Mas los hombres que haban excitado la revuelta se encontraban
al frente de la repblica florentina, y les interesaba que la paz no viniera. Por esto se manejaron para levantar la.ciudad de Bolonia y colocarla en actitud -hostil la Santa Silla. La insurreccin de Bolonia fu recibida por los florentinos con transportes de jbilo.
La revolucin de Bolonia rompi todas las negociaciones. Gregorio X I , resuelto proceder por vas pacficas, creyse obligado en conciencia acudir la fuerza material. Los jefes
de la repblica fueron excomulgados y requeridos comparecer ante el P a p a , quien hizo salir los comerciantes florentinos de la ciudad de Avion, persiguindoles en todas las plazas
de Europa en que se refugiaban y permitiendo la confiscacin de sus mercancas, el encarcelamiento de sus bienes y hasta la venta de sus personas como si fueran esclavos; medidas
que arruinaron el comercio de Florencia, causndole una prdida inmediata de 3.000,000 de
florines.
Aquella actitud decidida del Papa impuso respeto los caudillos de la repblica florentina, quienes empezaron desear la paz. Entonces el gran consejo de Florencia fij la atencin
n la humilde hija de Santo Domingo, que vena sosteniendo con Urbano V santa ilustrada
correspondencia, y le encargaron la difcil misin de pasar la corte pontificia con el c a p
T . II.
i!
386
rcter de embajadora de la repblica. Veinte y nueve aos apenas contaba Catalina cuando
se vio compelida salir de la modesta celda escogida para su perpetuo retiro, y trasladarse
las asambleas de los grandes de la tierra para tratar de una de las espinosas complicaciones
de su tiempo. Por desgracia las cosas haban llegado un punto en el que casi era imposible
la conciliacin. Las nubes se hallaban aglomeradas sobre la Italia, y slo una tempestad poda descargar la atmsfera. Los diputados que Florencia envi al lado de Catalina no participaban del espritu de paz que la Santa animaba y mova. Creanse fuertes para rechazar la
fuerza con la fuerza, y se mostraron altivos ante Su Santidad.
La guerra estall m u y pronto, y su xito dist mucho de ser lisonjero la causa pontificia.
Gregorio X I determin pasar Italia para proteger con su presencia los fieles la Iglesia. Sin embargo, dificultades cada da nuevas se oponan la realizacin de su proyecto. La
diplomacia francesa suscitaba continuos inconvenientes. Pero las noticias y embajadas de
Roma procedentes indicaban que iban all estallar ms terribles tempestades. Reclamaban los
romanos el regreso definitivo del Papa. Proyectbase nada menos que el nombramiento de un
nuevo papa, en caso-de no serles dado obtener la residencia de Gregorio X I . La conciencia
del deber hizo romper al Papa todos los obstculos y encaminarse Roma. E n efecto; aquella
augusta ciudad recibi Gregorio como una hija recibe al padre despus de duradera ausencia.
Sin embargo, la situacin del ilustre Pontfice fu todas luces crtica. Hallbase solo,
sin aliados, en pas extranjero, al frente de una liga enemiga formidable, sintiendo bramar
bajo sus pies el espritu de la revuelta, resuelto absorber todos los Estados eclesisticos;
Florencia, erguida su frente vencedora, no quera tratar sino sobre bases inadmisibles. Hamkood, caudillo popular que hasta entonces haba peleado por la Iglesia, pas . servicio de los
florentinos; Francisco Vico, sobrino del Papa, cay prisionero en los campos de Viterbo, despus de la espantosa derrota de sus huestes.
La constancia de Gregorio X I consigui someter Bolonia la autoridad legtima; pero
Florencia resista indomable. El consejo de guerra llamado de los odio era rehacio toda conciliacin. Haba, no obstante, entre los florentinos un partido numeroso que anhelaba la paz
con la Iglesia, aunque su accin se hallaba paralizada por la falta de un impulso director y
moderador. Es siempre delicada y difcil la oposicin en cuestiones que involucran un espritu
de patriotismo. El Papa utiliz las eminentes dotes de Catalina de Sena, quien COD la misin espinosa de animar, organizar, levantar y dirigir el partido de la conciliacin. Sali del
convento y de Sena y lleg Florencia, donde era querida de todos, porque su alma angelical ejerca predominio donde quiera que tendiese su vuelo. Trabaj tan hbilmente, que los
pocos das la atmsfera cvica no era ya viable para el directorio de la guerra. Todo respiraba
sentimientos de concordia y de paz.
Una insurreccin repentina, terrible, estall promovida contra los jefes del partido de la
conciliacin, protesta enrgica de los partidarios de la guerra. Cegado una parte del pueblo,
empez devastar incendiar las casas y las haciendas de los principales personajes que pertenecan al grupo de los sensatos. Lamentables asesinatos mancharon la pgina de aquel da
acerbo para Florencia, en el que hasta corri riesgo la vida pura inocente de la herona de
Sena.
Aquella tempestad despej la atmsfera de Florencia. La atrocidad de los crmenes cometidos llen de horror muchos que de buena fe se ladeaban hacia los rebeldes, y gracias la
poltica hbil y prudente de la Santa Silla, los intransigentes de Florencia se manifestaron
dispuestos tratar. Las bases de la concordia estaban admitidas en principio, cuando la muerte
de Gregorio X I retard el triunfo.
387
XCII.
Turbulencias en Roma la muerte de Gregorio XI. Invasin del cnclave.
Principio del gran cisma.
Nuevas tribulaciones esperaban la Iglesia ltimos del siglo X I V . La permanencia del
Pontfice en Avion haba dividido profundamente los nimos y las voluntades. El cisma de
los corazones era un hecho. La muerte de Gregorio ofreci ocasin propicia para que el cisma
de los corazones encontrara una frmula, una traduccin en las instituciones. El desacuerdo
del sacro colegio se dej ver en las conferencias que preludiaron al cnclave. Ignoraban, sin
embargo, los cardenales que existan trabajos secretos entre la magistratura romana y varios
prelados italianos, para obligar al cnclave futuro una eleccin italiana. Los cardenales no
contaban con los imprevistos hechos que iban anublar y ensangrentar los campos de la
Iglesia. Los complots tramados durante la vida de Gregorio estallaron su muerte. Una d i putacin numerosa se present los cardenales, y les expuso que Roma haba sufrido males
sin cuento causa de la permanencia de los papas en pas extranjero; que ello se deba la
ruina de los ms clebres monasterios, palacios, iglesias, monumentos; que los lugares en los
que radicaban los ttulos cardenalicios puede decirse que ya no existan, tanto era el a b a n dono en que los tenan sus ilustres titulares; que no haba sino un remedio para tantos males,
y que ste era la eleccin de un italiano para el pontificado. Que slo as terminaran las d i sidencias entre los seores de Italia.
Los cardenales contestaron que el debate de esta cuestin perteneca exclusivamente al
cnclave; que all deliberaran sobre lo ms conveniente los intereses de la Iglesia; que deseaban no se opusieran dificultades una completa libertad de eleccin.
Los magistrados determinaron apelar medios menos oportunos. El pueblo se levant la
voz de querenios un papa romano italiano. Cerrronse las puertas de la ciudad, colocronse centinelas en todas las avenidas para impedir la salida de los cardenales, expidironse
rdenes para que salieran inmediatamente de Roma los nobles y eclesisticos influyentes en
favor del sagrado colegio, al paso que se iban aglomerando en la ciudad hombres procedentes
de todos los puntos de Italia, que recorran las calles y atronaban el aire con voces amenazantes y terrorficas.
En el entretanto los cardenales, inquietos, temerosos del porvenir, hacan transportar al
castillo del Santo ngel el tesoro de la Iglesia romana, y dieron sabias disposiciones encaminadas preservar de toda violencia la eleccin.
Al dirigirse los cardenales al Vaticano para entrar en cnclave, encontraron llena de pueblo la plaza de San Pedro. Las olas de revoltosos, agitadas como las del mar en tempestad,
bramaban incesantemente, repitiendo el grito de aquellos das: Que sea romano italiano.
Cuentan las crnicas que en aquellos momentos el cielo estaba tan tempestuoso como la
tierra, y que una exhalacin cay sobre el Vaticano, parti el escudo de armas de Gregorio X I , y raj las celdas de los cardenales de Luna y de Genova.
Las turbas invadieron el cnclave, pretextando la necesidad de saber si se esconda en el
local gente armada. Despejado, por fin, el edificio y cerradas las puertas, presentronse llamando ellas trece caudillos del pueblo pidiendo ser introducidos ante los cardenales. E n
vano se les replic que era antigua costumbre no abrirse jamas aquellas puertas hasta hecha
la eleccin; insistieron, amenazaron, y ante la insistencia amenazadora se les introdujo. Queremos, dijeron, que antes de irnos nos aseguris la eleccin de un papa romano italiano; el
pueblo lo quiere, y si no le atendis, no respondemos de vuestras vidas.
El cardenal de Florencia tom la palabra y dijo que aquella intima no mereca contesta-
388
. cion; que ningn cardenal se hallaba dispuesto obrar como instrumento de nadie, y menos
de la muchedumbre.; que se elegira aquel que el Espritu Santo dispusiese se eligiera.
Noche de agitacin fu la primera noche del cnclave. Los cardenales no pudieron descansar un momento durante aquellas horas q u e , estando destinadas al reposo, lo fueron al
temor y al espanto. la maana siguiente, poco despus de salido el sol, creci el oleaje, los
clamores de la muchedumbre rayaban en frenes; algunos ms exaltados corrieron al Capitolio
y San Pedro, lanzando al aire las campanas, para que el toque de arrebato acabara de enloquecer los romanos y sus auxiliares, que en verdad eran innumerables.
Aterrorizados los guardias del cnclave, creyronse en el deber de advertir los padres
desde una ventana del recinto cerrado, que la vida de todos ellos corra gravsimo riesgo si
aplazaban la eleccin, y si no era romano italiano el elegido.
Lo natural, lo procedente era que los cardenales se presentaran en aquellos momentos al
pueblo y le dijeran que toda deliberacin era imposible ante la ruidosa intimacin de las turbas. Un arranque de santo valor hubiera impuesto los amotinados; y la libertad de accin del
cnclave evitara la serie de desgracias que en aquel da empez para la Iglesia de Dios. Pero
los cardenales se hallaban abatidos, no se sintieron dispuestos combatir con las armas del
derecho; cedieron. Guillermo de Aigrefeuille y Jacobo Orsini se presentaron al pueblo desde
una de las ventanas del Vaticano prometiendo que la eleccin recaera sobre un romano
italiano.
El pueblo exigi entonces que aquella palabra se cumpliera inmediatamente. Era tanta
la preocupacin de los cardenales, que el de Orsini propuso que se llamara un lego franciscano, se le vistiera con la capa, se le impusiera la tiara y se le mostrara al pueblo, y que
mientras el pueblo procediera la veneracin del aparentemente elegido, se separaran los cardenales para reunirse en ms libre lugar. No fu aceptado el proyecto; pero su sola emisin
ante u n cnclave revela el estado de agitacin y de alarma en que se hallaban los congregados.
El cardenal de Florencia propuso que se eligiera al cardenal de San Pedro, Francisco Thebaldeschi; pero esta indicacin no tuvo xito, atendida la ancianidad y los ataques del propuesto. El cardenal deLimoges se levant para decir: Y bien, vos, cardenal de Florencia, no
podis aspirar al pontificado porque vuestra ciudad es enemiga de la Iglesia romana; vos, cardenal de Miln, tampoco, porque en vuestros Estados se halla Barnabos, el que siempre ha
combatido los derechos de la Iglesia; tampoco vos, cardenal Orsini, porque sois romano, excesivamente parcial y demasiado joven. E n consecuencia yo voto por Bartolom Prigorano,
arzobispo de Bari. La mayora vot con el cardenal deLimoges, bien que muchos de los votantes lo hicieron en virtud de las circunstancias. El cardenal de Miln, que vot por el arzobispo de Bari, manifest que lo haca porque quera ser confesor; pero no mrtir: Quia ipse
voleiat esse confessor et non mrtir.
Aunque al travs de aquellas violencias, el papa estaba elegido, y el pueblo lleg comprenderlo. Entonces la tempestad estall otra- vez. Queremos saber quin es el elegido,
clamaban las turbas, que forzando el Vaticano por cuatro puntos la vez, se arrojaron sobre los lugares del cnclave. Diseminados los cardenales, reunironse algunos de ellos en la
capilla. Pero la puerta de sta cedi los hachazos de los invasores: El Papa, el Papa, dnde
est el Papa? repetan.
El cardenal de Bretaa dijo los amotinados: E h ! No tenis al cardenal San Pedro?
Al oir esto se precipitan sobre ste, le visten de la capa y le cubren con la tiara, le encumbran
en el trono y empiezan besarle las manos y los pies. El pobre Thebaldeschi, decrpito, gotoso, casi paraltico, protestaba contra aquellas demostraciones: No soy yo el papa, deca;
pero los frenticos no oan, porque no escuchaban. Al fin, gracias un esfuerzo supremo, pudo
gritar: El papa es el arzobispo de Bari. Entonces, insultando al cardenal San Pedro y dejndolo medio muerto, buscaron al Arzobispo.
389
390
Pronto se vio que la autoridad de Urbano era la ms extendida, al paso que la de Clemente era la ms brillante, pues ella se sujetaron la Francia, con su glorioso rey Carlos V
y la universidad de Paris con sus gloriosos sabios. Y no slo estaban divididas las naciones,
tambin la divisin se hallaba en el interior de cada nacin, en cada ciudad, en cada familia. Donde quiera haba urbanistas y clementistas, y hasta aconteca que en una misma
dicesis aparecan dos obispos, urbanista el uno, el otro clementista, originndose escenas
poco edificantes.
Urbano VI excomulgo Clemente; Clemente excomulg Urbano V I ; el anatema respondi al anatema, y los anatemas siguieron los cruzados.
El objetivo de los clementistas fu arrojar Urbano y sus partidarios de la ciudad de
Roma, pues sin duda aquella privilegiada residencia redundaba en prestigio de su rival.
Roma fu, pues, blanco de los ataques de los cruzados de Clemente.
Y aqu debemos declarar que no nos ocuparemos de las escenas promovidas entre las dos
secciones de la cristiandad, motivadas por el cisma. Como ambos papas eran considerados de
buena fe legtimos por una porcin de sus respectivos devotos, las desagradables luchas, las
colisiones sangrientas que resultaron de aquella duplicidad de miras, mas bien que una persecucin la Iglesia, constituyen para sta una terrible tribulacin. Bstenos observar que
aquel cisma y los desagradables cuadros que ofreci la historia alentaron extraordinariamente los verdaderos enemigos, del Cristianismo, debilitando en sumo grado el principio de
autoridad pontificia. Al concluir algunos aos despus el llamado gran cisma de Occidente
pudieron apreciarse los enormes estragos que dejaba como infernal huella en la moral de la
sociedad cristiana.
Mas, si no nos ocupamos de los poco edificantes sucesos del cisma, no podemos dispensarnos de hablar de ciertos hechos relacionados con l, y que constituyeron aislados episodios,
tomando formas de verdadera persecucin. Es uno de ellos la llamada sustraccin de la obediencia de Francia al papa antipapa Bonifacio I X .
Es de advertir que ni los romanos renunciaron al cisma por la muerte de Urbano VI ni
los galicanos por la de Clemente V I I ; sino que respectivamente eligieron Bonifacio IX
para suceder Urbano y Benedicto X I I I para suceder Clemente. Los dos partidos se hallaban resueltos continuar sosteniendo la legitimidad de su actitud.
Lleg un tiempo en que la Francia y la Italia comprendieron los irreparables perjuicios
que la dualidad pontificia causaba los verdaderos intereses de la Iglesia; y buscando un
medio por el que pudiera restablecerse la unidad rasgada creyeron no ser posible otra que la
simultnea abdicacin de ambos papas. E n aquella ocasin la Universidad de Paris trabaj
con constancia y madurez. Varias embajadas expidieron los soberanos uno y otro papa,
aunque ninguna de ellas obtuvo xito venturoso. Urga en concepto de la cristiandad poner
definitivo trmino aquella escisin, y como los personajes influyentes d Francia se convencieran de que el papa de Avion no secundaba los justos votos de los fieles, empezaron
propalar la necesidad que haba de declarar libre y sustrada la Francia de la obediencia
Benedicto I X .
El clero francs, la corte, los grandes se sintieron inclinados sacudir un yugo que les
era pesado intil. La Universidad de Paris y sus sucursales, lo menos la mayora de sus
profesores, estaba por la sustraccin; de modo que en una asamblea general del clero la reclamaron de un modo absoluto doscientos cuarenta votos, d una manera condicional veinte
.votos, y solo diez y seis la rehusaron. E n vista de tamao resultado la sustraccin fu adoptada, y Carlos V I , por una ordenanza de 28 de julio de 1398, declar que de aquella fecha en
adelante la Iglesia galicana no pagara ms al papa Benito X I I I n i n g n derecho beneficial;
que las prelacias vacantes seran provistas por eleccin, como de antiguo; que los diocesanos
proveeran los beneficios inferiores y que cesaba de reconocerse la autoridad de Bonifacio XIIIVese desde luego que esto era ya algo ms, mucho ms que u n cisma. Hasta entonces
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quedaban ntegros intactos los principios; cuestionbase sobre la persona que representaba
genricamente el principio de la suprema autoridad de la Iglesia; pero la autoridad no era
negada ni desconocida.
La sustraccin de la obediencia al que haba reconocido la Francia como verdadero papa
era una formal rebelda las leyes de la disciplina y las exigencias de la misma fe. El
rey de Francia hizo un acto de protestantismo declarndose en la actitud determinada en el
decreto de que nos acabamos de ocupar.
La autoridad del Prncipe sustituy la autoridad del pontificado,puesto que es el Prncipe quien declar la sustraccin, quien dict las rdenes para realizarse, quien formaliz el
cisma dentro del cisma. De ah que en una de las reuniones por aquellos das habidas por los
prelados de Francia, declarara el canciller real: que el Rey era el brazo derecho de la Iglesia,
y que l incumbe convocar las personas eclesisticas de su reino para deliberar sobre lo
conveniente la Iglesia, y presidir las declaraciones como jefe. De modo que la Iglesia,
segn esta teora, queda refundida con el Estado.
El Rey envi Avion Pedro de Ailly, obispo de Cambrai. Yo vengo, dijo Benito XIII, de parte del rey de Francia y del rey de Alemania anunciaros que, consecuencia
de los pasos dados y convenidos, es preciso que vos y vuestro rival renunciis el sumo pontificado.
A esta intima contest Benito X I I I : Yo he trabajado mucho en favor de la Iglesia; soy
Papa por buena eleccin y se pretende que me someta y renuncie? No, jamas. Sepa el rey
de Francia que, pesar de sus ordenanzas, yo no renunciar mi nombre, ni me desprender
de mi papalidad.
Seor, replic el enviado, permitid que os confiese hallaros menos prudente de lo que
presuma. Pedir consejo debierais vuestros naturales consejeros; pues si slo vos opinabais lo
que acabis de decir que harais? resistirais al poder de los reyes de Francia y de Alemania?
Benito X I I I consinti en proponer al consistorio de cardenales el plan del embajador.
Reunise el consistorio y dijo en l el cardenal de Amiens: Nobles seores, de grado por
fuerza debemos obedecer los reyes de Francia y Alemania, porque al fin sin ellos no podernos vivir. El rey de Francia nos intima que si no le obedecemos nos privar del fruto de
nuestros beneficios, y en tal caso de. qu viviremos? Varios cardenales apoyaron el juicio
del de Amiens, lo que opuso Benito X I I I estas palabras: Deseo como el que ms la u n i dad de la Iglesia; mas como quiera que Dios me ha provisto de la papalidad, y que vosotros
mismos me la conferisteis, mientras viva ser papa; y no he de renunciar el pontificado. No,
no esperis ni que por el Rey, ni por duque, ni por conde, ni por tratado alguno, ni por ningn medio ni proceso, venga yo en trato ni capitulacin que no est basada en la conservacin y respeto m i dignidad pontificia.
Al obispo de Cambrai djole Benito X I I I : Obispo, decid nuestro hijo el rey de Francia
que hasta aqu le hemos tenido por buen catlico, y que ahora le vemos sumergirse en el
error. De todas maneras, l se arrepentir de la actitud que toma.
Entonces el general Boncicant notific los cardenales haber llegado la hora de cumplir
las instrucciones del Rey y del Consejo supremo.
Pocos das despus fu publicado un edicto real prohibiendo los subditos franceses todo
acto que significara obediencia Benito reconocimiento directo indirecto de su pontificado. Diez y siete cardenales se adhirieron pblicamente al acto de la sustraccin de la obediencia. La duquesa de Anjou, los soberanos de Navarra y de Castilla imitaron al soberano
de Francia.
En consecuencia de la actitud de las dos cortes y de sus soberanos, el general Boncicant
empez el sitio de Avion. Aquella ciudad se vio rodeada de tropas reclutadas al efecto. No resistieron los avioneses aquella avalancha de combatientes. La ciudad pontifical galicana abri
sus puertas los soldados del Rey. El Papa fu sitiado en su palacio, que por precaucin haba
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convertido en formidable ciudadela. Ms de un mes dur el sitio del palacio pontificio, y ninguna ventaja positiva haba obtenido el ejrcito de la sustraccin. Un asalto era poco menos
que imposible.
Gema la cristiandad sabiendo que el Papa gema acorralado en su alczar; valiosas protestas llegaban odos del Bey, y finalmente lleg sus manos una carta del mismo Benito X I I I , en la que trazaba con magistral mano los sufrimientos que le acarreaba su cautiverio, las ruinas de su palacio, los insultos de que era objeto, y suplicaba al Monarca que se
dignara poner trmino tan cruel tratamiento. El rey .Carlos V I se conmovi su lectura,
y expidi orden de levantarse el sitio, dejando slo una guardia al Pontfice. Termin el sitio
y el palacio empez ser prisin. El ilustre prisionero no tard en recibir proposiciones de
arreglo. Las condiciones fueron prometer la cesin del pontificado en caso de cederlo su rival;
presentarse al Concilio general donde sera elegido u n papa todas luces legtimo, y dar palabra de honor de no separarse de su palacio hasta que la unin de la Iglesia fuese un hecho.
Benito acept. El Rey trat con rigor excesivo los partidarios de su cautivo Pontfice. Los
ms notables quedaron detenidos en su poder y poco dignamente tratados. El cardenal de San
Adriano no pudo soportar la tirana que contra l se desplegaba; ensay la fuga, pero fu reconocido en Aguas Muertas, cargado de cadenas, arrojado en un calabozo, y muerto de tristeza y de privaciones.
Semejante conducta del Rey no favoreci la unin de la Iglesia. La opinin pblica empez compadecer la situacin del Pontfice desgraciado. La Universidad de Paris protest
enrgicamente contra la sustraccin de obediencia. E l canciller Gerson y Nicols de Clemangis, dos lumbreras de su siglo, sostenan que el desconocimiento de la autoridad pontificia, lejos de favorecer la causa de la unin, hera de muerte la libertad eclesistica,
anonadaba el orden, la justicia, la disciplina, despertaba la simona, favoreca el error y colocaba la Iglesia bajo el yugo del poder seglar. Aadan los sabios de la Universidad, que la
renuncia del pontificado, que con tanto ardor se deseaba, nada significara sino fuese libremente consentida. Cum de vi et proprietate cessionis sit ut libere Jal et nullo modo exacta.
El duque de Orleans sostena que la cautividad del Papa era un enorme escndalo, y hasta
lleg decir ante el Rey y los prncipes sus tos, que tena vehementes tentaciones de ir personalmente abrir Bonifacio X I I I las puertas de su prisin.
La libertad del Pontfice fu reclamada por cancilleras y por universidades. Esperbase
cada da la atmsfera favorable al reanudamiento de la obediencia, y hasta el Rey haba hecho
preparativos para celebrar una asamblea en la que se acordara de qu modo podra terminar
el grave conflicto, cuando Benito, cansado de cinco aos de ms menos riguroso cautiverio,
prepar su evasin. Llegado el oportuno momento, parti Benito X I I I , llevando en una caja de
plata la santa Eucarista. La evasin se verific venturosamente. Libre el Papa, casi fu unnime el grito de los franceses reclamando se reanudara la interrumpida obediencia al Papa ya
libre; bien que sin descuidar la adopcin de los procedimientos conducentes la unin.
En fin, la restitucin de la obediencia fu acordada en una asamblea convocada al efecto
de deliberar sobre ella.
Dios salv la Francia en aquella ocasin del precipicio que le empujaban la altivez y
el amor propio de sus magnates. Separada del pontificado, aquella nacin iba sumergindose
en el caos del seglarismo. El Estado absorba todos los derechos y atribuciones de la Iglesia,
y la independencia religiosa haba sido no tardar proclamada en aquel pueblo, que hasta entnces se gloriara de ser el porta-estandarte de la Iglesia.
No seguiremos Benito X I I I en el camino del cisma que desgraciadamente sostuvo. No,
aquellas luchas entre las dos secciones de la cristiandad no deben figurar en esta historia.
Si en los dominios de la jurisdiccin de Benito hubo escndalos y peligros como los que
acabamos de relatar y que se conocen por el lema sustraccin de obediencia, no fu todo edificante lo que pas en el crculo de los dominios del papa romano.
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la muerte de Bonifacio el grito de Viva el pueblo despert todas las pasiones sediciosas. Los Colonna y los Savelli, instigadores secretos del movimiento, unironse al pueblo
con sus tropas, se constituyeron en- el Capitolio y se fortificaron en la iglesia de Aracoeli.
La casa de Orsini se puso al lado de los cardenales. E n una verdadera batalla, en la que se
derram abundante sangre, los adversarios del cnclave fueron derrotados. Los cardenales se
reunieron, despus de tomar serias precauciones, para obligar al que fuese elegido no oponerse la unin de la Iglesia. El cardenal de Bolonia, Meliorato de Salmone, sali papa, t o rnando el nombre de Inocencio VIL
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SUS S E R V I D O R E S
EN LA
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SUl'LICIO.
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la del Ponle-Molle y las de las puertas del, cuartel de San Pedro, quedaban confiadas las
tropas cvicas. El nombramiento del senador quedaba cargo del Pontfice; pero ste deba
elegirle de entre tres candidatos presentados por el pueblo; el pueblo tena derecho elegir
siete magistrados, titulados gobernadores de la cmara romana, cuyo nmero el Papa poda
agregar tres por l designados.
Aquel pacto, que tergiversaba por completo el modo de ser tradicional de los romanos,
excit los apetitos populares; haban obtenido mucho, deseaban obtener ms. Luego aquellas
importantes concesiones se estimaron en poco, reclamndose otras y otras; y como cada da
se formularan nuevas exigencias, djoles Inocencio: Os he otorgado cuanto me habis pedido; qu tengo ya para concederos como no sea mi capa? Sin embargo, exigan ms. Roma
herva al ardor de las pasiones amotinadas. Los cardenales, amenazados por las desencadenadas turbas, se refugiaron con Inocencio VII en San Pedro; all fueron reunrseles muchos
comerciantes, anhelosos de salvar en aquel fuerte lugar sus cuantiosos intereses. Mostardo,
intrpido aventurero, transformado en caudillo de los defensores de los cardenales, protega
con su lanza los principios representados por el Papa y el sacro colegio. Las masas insurrectas
hallbanse dispuestas librar batalla sangrienta y tratar sin piedad cuantos cayeran en
su poder. E n vista de un cuadro tan escandaloso, el prior de San J u a n de Pisa y de Roma
ensay gestionar entre el Pontfice y el pueblo y negociar generosamente una conciliacin
que tuvo para el pacfico prior el ms tremendo desenlace. Creyle el pueblo un agente de los
cardenales, no comprendiendo que hubiese pechos bastante generosos para abnegarse hasta
al sacrificio en bien de la patria, y bajo esta terrible impresin fu atropellado, preso y asesinado.
Decidise entonces el Papa abandonar Roma insurrecta y dirigirse Viterbo; pero
una respetable comisin do romanos le detuvo en la realizacin de su proyecto de fuga.
E n vano promovi la dignidad cardenalicia un Colonna y un Orsini, y algunos personajes del partido popular; el pueblo, instigado por Ladislao, peda para este prncipe la
soberana de Roma. Y en efecto, Ladislao fu llamado fines del ao 1405. La noticia de la
llegada del rey de aples conmovi todos los nimos. Los dos partidos de Roma preparronse
para reir combate. Las dos cabezas en Ponte-Molle fortificadas, eran defendidas, la una por
los soldados de Mostardo, la otra por la guardia cvica las rdenes de Ludovico Meliorato,
sobrino de Inocencio. Pronto los dos bandos vinieron las manos, aunque infructuosamente
por ambas partes. El partido romano nombr una comisin compuesta de dos gobernadores cvicos y de doce individuos caracterizados, que se presentaron al Capitolio para pedir al Papa la
cesin de la fortaleza defendida por sus enemigos. El Papa rehus, y al salir los diputados
fueron sorprendidos por los soldados de Ludovico. Doce quedaron reducidos prisin, y luego
once de ellos fueron ahorcados y sus cadveres arrojados por la ventana. Inocencio VII, que
era ajeno aquel crimen, casi sucumbi de dolor al tener conocimiento de su perpetracin.
Por desgracia el pueblo vio que el crimen era obra del sobrino del Papa. Una muchedumbre inmensa desencadenada por las calles de la atribulada Roma gritaba frentica Venganza!!! Las oleadas se dirigan brameantes al Capitolio. Inocencio no tuvo otro recurso para
salvarse de los furores populares que la fuga. Apenas hubo salido de Roma el Papa, cuando
ya el Capitolio se hallaba invadido. Los ms preciosos objetos sirvieron de botin los triunfantes revolucionarios. No tard en llegar Ladislao, autor secreto de aquella revuelta, pero Roma
encontr pesado el yugo de su poder, y una nueva revolucin arroj Ladislao de la ciudad
que pretenda dominar y regir. El pueblo llam otra vez Inocencio; pero apenas regresado,
muri al peso de las tribulaciones y de la responsabilidad que le ocasionaba la tiara.
395
XCIII.
Ladislao en Roma.Atropellos.Vctimas.Huida del Papa perseguido.
Otro de los males producidos por el gran cisma era la ralajacion de la disciplina social.
No haba medio de contener sometidos polticamente unos pueblos que vean luchando y
desgarrndose mutuamente sus pontfices. Roma se encontraba seriamente desmoralizada.
Ladislao invadi el patrimonio de la Iglesia en 1408 al frente de veinticuatro mil infantes
y cuatro mil caballos. La ciudad de Ostia se rindi casi sin luchar ante aquel ejrcito, por
entonces imponente. Presentse en Roma. A la sombra de sus muros romanos y napolitanos
se batieron con denuedo. Los primeros, dirigidos por Paulo Orsini, triunfaron de los segundos; pero con extraeza se vio que el caudillo victorioso fu tratar con el vencido. Roma
abri las puertas Ladislao, que entr en ella triunfalmente.
E n vista de la irregularidad de conducta de ambos pontfices, una gran parte de la cristiandad se mostr vehementemente anhelosa de acabar con el dualismo, manantial de tantos
males. El consejo real de Francia fu convocado en presencia del Rey, y en l se declar
Benito X I I I cismtico, pertinaz, hereje, perseguidor y perturbador de la Iglesia. Acordse
que en' adelante no se le apellidara papa, ni siquiera cardenal, y que le quedaba retirada
toda obediencia. Todos los adictos especiales de Benito fueron detenidos y encarcelados. El
den de San Germain l'Auxernois se vio reducido ignominiosa crcel, pesar de su ancianidad y de sus mritos brillantsimos. El obispo de Gap y el abad de San Dionisio vironse
igualmente atropellados. El arzobispo de Reims y el obispo de Cambrai, con otros personajes,
apelaron la fuga para librarse de la persecucin. Los presos lo fueron sin ninguna de las
formalidades legales. A los portadores de una bula de Benito X I I I condneseles caprichosas humillaciones. Cubriseles con mitras de papel, vistiseles tnica de tela, en la que estaban toscamente pintadas las armas de Benito X I I I , revueltas, y se les pase por Paris, dejndolos entregados al ludibrio popular por el perodo de muchas horas. Un doctor de la Universidad pronunci una arenga depresiva de la autoridad y de la dignidad de Pedro de Luna,
Benito X I I I , en la que se permiti decir barbaridades y apostrofar con soeces frases al Pontfice en desgracia (1).
Esto es, querase curar los inconvenientes del cisma con los desastres de la desmoralizacin. Todo era protestante en aquella poltica. Los procedimientos, los decretos, las resoluciones, las maneras.
Y al mismo tiempo que esto aconteca en Francia, Gregorio X I I , causa de una promocin inesperada de cardenales, se vea abandonado del sagrado colegio, y su autoridad completamente perdida pas ser tema del ludibrio pblico.
La medida de los escndalos estaba llena. Los colegios cardenalicios de ambos papas sentan la necesidad de dar prxima solucin al cisma. Reunironse al efecto los cardenales de
Gregorio y de Benito y deliberaron sobre la oportunidad de convocar un Concilio general que
cortara para siempre aquella madeja de iniquidades. La idea del Concilio general para solven^
tar el cisma excit el inters de los telogos y de las universidades. Las mejores plumas de
aquellos das se consagraron dilucidar la legitimidad de un Concilio, dado el punto que
haban llegado los desrdenes. Era legtimo un Concilio en aquel entonces? H ah la pregunta la cual buscaban acertada respuesta todos los emisarios.
El mundo poltico se hallaba dividido. Francia, Castilla, Genova, Florencia eran partidarias del Concilio; Venecia simulaba neutralidad. Aragn, Escocia, Hungra, Polonia, N a ti)
Dixit...
omasarie
osculari
mallet,
quam os Pctri
Jieligieux
de Saint
Denis.
lib. X X I X .
396
poles, la Dalinacia, la Troacia, Servia, Bulgaria, Rusia estaban contra los colegios cardenalicios. La actitud de Alemania era ambigua pesar de la misin del cardenal G-andolfo Maramaur.
Pero era tan sentida la necesidad de una solucin que, puesto que el Concilio era el medio reputado como eficaz para obtener el restablecimiento de la unidad, la parte sensata de
todas las naciones lo aceptaba. Los cardenales de ambos pontfices resolvieron celebrarlo en
Pisa.
Opsose especialmente aquella celebracin Ladislao de aples, monarca interesado en
conservar inclume la autoridad de Gregorio, atendido que este Papa, en premio de su adhesin, le haba entregado el gobierno de Roma; con las Marcas, Ancona, Bolonia, Faenza,
Forli, Perusa, casi todo el patrimonio y el ducado de Spoleto.
Interesbale sostener un pontfice cuya desaparicin llevara consigo para l la prdida
de las conquistas debidas su amistad. Poco le importaba Ladislao la prosperidad de la
Iglesia. Haba escogido por divisa: cesar, nada, y estaba poco dispuesto ceder algo de lo
mucho que ya posea. El Concilio de Pisa iba servir de estorbo su misin, por esto declar que se opondra con todas sus fuerzas materiales y morales que se celebrara. A pesar
de tales amenazas reunironse en Pisa cuatro patriarcas, diez arzobispos, ochenta obispos,
trece representantes de arzobispos y ciento sesenta y'dos de obispos, setenta abades, ciento
ocho procuradores de abades, diputados de las Universidades de Paris, Tolosa, Orleans, Angers, Montpeller, Bolonia, Florencia, Cracovia, Viena, Praga, Colonia, Oxford y Cambridge;
mas de trescientos doctores en Teologa y derecho cannico; los embajadores de Francia, Inglaterra, Portugal, Bohemia, Polonia, Chipre, Sicilia, y de muchos prncipes alemanes; el
gran maestre de Rodas con diez y seis comendadores y el procurador general de la orden Teutnica; al fin de las sesiones se contaron veintids cardenales.
El espritu de aquel Concilio era favorable la cesin de la dignidad pontificia por parte
de ambos papas. E n vano dejaron oir la voz eminentes defensores de Benito y de Gregorio.
Los padres de Pisa se hallaban resueltos destituir ambos papas. E n la dcimaquinta sesin los deseos de los congregados tomaron forma concreta y por u n decreto edicto solemnemente publicado se acord que Pedro de Luna y ngel Conradio, nombrados respectivamente Benito X I I I y Gregorio X I I , habiendo sido reconocidos cismticos, aprobadores y
fautores del cisma, herticos, reos de enormes crmenes y sobre todo de haber violado sus juramentos y escandalizado la Iglesia, no slo eran indignos del pontificado soberano, sino que
les declaraba el Concilio depuestos de aquella dignidad, y les prohiba usar el nombre de
papas, vedando todos los fieles, so pena de graves censuras eclesisticas, el reconocerles
por papas, declarando vacante la Santa Silla.
Depuestos los papas, el Concilio trat de crear otro papa, y conviniendo que fueran electores del nuevo papa ambos colegios cardenalicios reunidos, procedieron stos elegirle. El
cnclave entroniz Pedro Philargi, que tom el nombre de Alejandro V. Con cuya operacin tuvo la Iglesia un papa ms. Gregorio y Benito se opusieron los deseos de la cristiandad, que aspiraba que los dos rivales abdicaran. Alejandro V quiz hubiera triunfado del
cisma atendidas sus proverbiales virtudes, su talento, su prudencia; pero su vida fu brevsima
despus de su ereccin la Silla del pescador. Los partidarios de Alejandro V eligieron entonces Baltasar Cossa, que tom por nombre J u a n X X I I I . Cuntase de l que siendo an
joven, y habiendo recibido el doctorado en Bolonia, los amigos que le preguntaron: Y ahora
dnde iris? les contest: Al pontificado. Cossa estaba dotado de raro talento y de emprendedor espritu. Conoca el maqumismo de aquella sociedad y no le aterraban las complicaciones polticas tan intrincadas en aquellos das. Apenas elegido empez sus trabajos con
decisin inteligencia. Entr en Roma recibido con inusitada pompa y entusiasmo popular.
La Iglesia tena en Ladislao de aples un enemigo poderoso. No tard ste en invadir
los Estados de la Iglesia y en presentarse al pi de los muros de Roma. Juan X X I I I invoc
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Alemania. A ltimos del siglo X I V era rica y poderosa, y al elegirla la Iglesia y los imperios
para teatro del gran Concilio, dironle renombre imperecedero.
Congregronse all las ilustraciones ms eminentes del universo, anhelosas de poner trmino honroso al cisma que devoraba como cncer las entraas de la Iglesia. Una sola idea
guiaba aquellos hombres, procedentes de todos los pases rivales entre s, la unificacin del
papado. Tres pontfices empuaban el bculo universal, que pretendan fuese universal, y
eran Juan X X I I I , Gregorio X I I y Benito X I I I . Dejamos en blanco las contrariedades que
sufri la convocatoria del Concilio, las discusiones que dio pi la eleccin del lugar en que
haba de celebrarse, y los penosos arreglos que debieron concertarse para la respectiva representacin de los tres pretendidos papas. El cisma haba convertido los pretendientes en elementos polticos manejados sutil y diestramente por los soberanos. Cada gabinete, como ahora
diramos, defenda y patrocinaba al papa que mejor convena sus intereses nacionales. Y
como quiera que los cnclaves tuvieron todos un tinte apariencia de legalidad, venan los
intereses sostenidos por principios de derecho; circunstancias que multiplicaban infinitamente
las dificultades de.la solucin. El pensamiento ms general era el de obtener la cesin de los
tres pontfices, de conseguir la fusin de todos los derechos en Juan X X I I I , cuya eleccin
era fruto de un deseo, de un esfuerzo de unin.
E n el Concilio los representantes de los tres papas desplegaron los recursos de la imaginacin y del talento para obtener el triunfo sus respectivos comitentes.
No es incumbencia nuestra desarrollar los extensos procedimientos de aquellas defensas.
Baste consignar aqu que el Concilio demostr una firmeza providencial. Gracias ella, las
primeras gestiones de los padres se dirigieron obtener la cesin de Juan X X I I I . Pero sto,
que era el que en calidad de presidente del Concilio, y de Papa interinamente reconocido, digmoslo as, en Constanza, era el que ms probabilidades tena de obtener lisonjero xito, no
estuvo la altura de las circunstancias. Requerido que prometiera hacer formal cesin del
pontificado en el momento que el Concilio decidiera ser el oportuno para la pacificacin de la
Iglesia, resistise sistemticamente, proponiendo variedad de frmulas, todas ellas faltas de
claridad y de precisin. Finalmente acept la que el Concilio mismo le propuso, bien que
despus de haberla adoptado manifest con su actitud no ser irrevocable aquella su digna determinacin. Convencido de que el Concilio le exigira en no lejano da el cumplimiento de
su palabra, huy de Constanza, disfrazado de lacayo, y protegido en su fuga por Federico,
duque de Austria, y del arzobispo de Maguncia.
La fuga del Papa constern Constanza, pues hubo una parte de prelados que dudaron
si la desaparicin del Papa envolva la disolucin del Concilio. Prevaleci la opinin contraria, y triunf la idea de que el Concilio no poda disolverse hasta haber realizado la unin,
que era la aspiracin de la cristiandad entera.
El emperador Segismundo, declarado protector del Concilio, prometi varonil defensa; y
Juan X X I I I tuvo la amargura de saber en su retiro de SchaThouse, por una comisin de
cardenales al efecto deputada, que el Concilio iba obrar con entera independencia. Sabedor
de la actitud de los padres, no se crey seguro en Schafhouse y se traslad Lauffemberg,
notificando desde all al Concilio que su fuga estaba motivada por el deseo de recobrar una
libertad de accin de que se vea privado en Constanza.
El Concilio apel al poder imperial para obligar Juan X X I I I regresar Constanza.
Esta medida decidi al Papa trasladarse Fribourgo, y de aqu Brisach, y de aqu a
Newbourg, y de aqu otra vez Brisach. As aquel infeliz Pontfice andaba errante en busca
de un puerto de seguridad, huyendo de la sombra del Concilio, que le segua por medio de
autorizadas representaciones. Perplejo, vacilante, negando ahora lo que un momento antes
conceda, su figura rebajbase cada paso, iba evidenciando que le faltaba valor moral para
tomar una de aquellas decisiones que salvan al hombre pblico en los riesgos de naufragio.
E n fin, sitiado por todas partes, requerido en sus ltimas determinaciones, Juan X X I I I firm
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una procura autorizando sus delegados para ceder en su nombre el pontificado siempre que
el Concilio le asegurara la libertad plena y perpetua.
La actitud del fugitivo Papa decidi pronunciar su solemne citacin ante el Concilio,
para responder de los cargos que se le hacan, sobre todo, del de burlar todos los proyectos y
niedidas conducentes la pacificacin de la Iglesia. La triple citacin cannica fu cumplida.
Y como el citado, que conoca el requerimiento, permaneciera inmvil enFribourg, determinse abrir el proceso. Tampoco detallaremos aquel acto desconsolador que tuvo por resultado
poner en evidencia hechos que la caridad cristiana desea queden por siempre velados. Nada
tuvo que sufrir la institucin pontificia de aquel proceso; pero el Pontfice sali gravemente
herido en su reputacin particular. Juan X X I I I , al oir de boca de los c o m i s i o n a d o s ^ lioc los
cargos que se le hacan y la sentencia de deposicin que iba pronunciarse en consecuencia,
declar no querer defenderse. Este propsito suyo lo reiter una segunda comisin. E n vista
de todo esto, el Concilio pronunci la deposicin, que estuvo concebida en trminos severos.
Una comisin de cardenales la notific Juan X X I I I , quien dijo: Juro no oponer ni ahora
ni nunca ninguna protesta esta sentencia; yo mismo renuncio aqu todos los derechos
que pudiera tener al pontificado; y para que de ello os convenzis, sabed que ya he dado orden de retirar de mi casa la cruz pontifical, y me hubierais hallado vestido con otros hbitos
si los hubiera tenido mano. Ojal no hubiera sido jamas papa.
Esta escena pasaba en la fortaleza de Ratofcell, donde se hallaba detenido por precaucin.
Desde ella fu trasladado cautivo Heidelberg, y de ah Manheim. Cuatro aos despus
pudo evadirse; pero fu para volar los pies de su legtimo sucesor y para protestar sinceramente de su eterna adhesin y fidelidad la autoridad pontificia.
Mientras se despejaba por esta parte el nublado que entristeca el firmamento de la Iglesia, otras esperanzas sonrean por parte del cisma sostenido por Gregorio X I I . Envi Carlos
Malatesta Constanza, llevando por instrucciones reconocer la autoridad del Concilio convocndole en su nombre, en el supuesto de "que no lo presidiera Juan X X I I I ni ninguno de
sus cardenales; en cuyo caso cedera espontneamente el pontificado. J u a n X X I I I no era ya
papa. Fu, pues, cosa fcil considerar momentneamente suspendidos de su dignidad los cardenales del Papa depuesto. El emperador Segismundo ocup la presidencia asistido de Juan
Domingo, cardenal de Ragusa, y de Carlos Malatesta. El pronotario del duque de Baviera ley
la bula por la cual Gregorio constitua un procurador definitivo para resignar su dignidad; y
otra por la que autorizaba la congregacin del Concilio de Constanza. Acto continuo el cardenal de Ragusa convoc, autoriz y confirm el Concilio congregado. Despus, anulados los
procedimientos adoptados contra Gregorio X I I , y ratificados todos los actos de ste, fu leda
por Malatesta la bula por la cual el Pontfice italiauo renunciaba irrevocablemente su dignidad.
Gregorio X I I ratific el acto ante su corte, y despojndose de las insignias pontificias,
visti otra vez la prpura con el ttulo de legado perpetuo de la Marca de Ancona; dos aos
ms tarde muri en Recanati.
No quedaba sino Benito X I I I , apoyado por Escocia, Espaa, con las islas de Mallorca y
Menorca, la Cerdea y Crcega.
Pedro de Luna, sea Benito X I I I , tena un carcter varonil, impvido, de stos que se
acrecientan con las dificultades y que las grandes crisis, lejos de amilanar, agigantan. Haban
de ser grandes las dificultades que opusiera la sumisin. El emperador Segismundo se e n carg personalmente de negociarla.
Las conferencias habidas entre el Emperador, acompaado de una comisin del Concilio,
y el Papa en Perpian, fueron lnguidas y estriles. Benito X I I I daba por terminado el cisma
en el hecho de no haber ms papa que l, suponiendo que sus rivales cedieron sin la condicin
de que todos deberan ceder. Su firmeza era imperturbable. No esperis que suelte yo, dijo u n
da, el timn de la nave que Dios ha puesto baje mi mano.
400
El papa estaba sostenido por una numerosa cohorte de prelados galicanos que halagaban
sus miras, aplaudan sus proyectos y glorificaban su actitud resistente.
Pero la urgencia de la paz era reconocida por los prncipes de la cristiandad. De ah que
se convenciera el rey de Aragn, apoyo ms firme de Benito, de que ste era el nico obstculo que imposibilitaba la unin; y para eludir la responsabilidad del renacimiento del cism a , determin separarse de su causa y de su bandera. Lo mismo hicieron los embajadores de
Castilla y de Navarra, que eran los condes de Foix y de Armagnac. Todos fueron al encuentro de Benito y le expusieron la situacin de las cosas. Benito se reserv un plazo para formular su pensamiento definitivo; pero mientras iba transcurriendo el plazo huy la fortaleza inexpugnable de Pescola.
Un mes ms tarde, los prncipes unidos, los legados del Concilio y el Emperador firmaron
en Narbona un convenio, segn el que los prelados reunidos en Constanza y los que pertenecan la obediencia de Benito X I I I seran convocados de nuevo; que no se tratara en el
Concilio sino de lo concerniente la deposicin de este Pontfice y de la eleccin del legtimo
Pastor; que los prelados y cardenales de Benito gozaran de iguales derechos y privilegios que
los procedentes de Juan y Gregorio; que los procedimientos de Gregorio y Juan contra la obediencia de Benito seran anulados; y tambin lo seran los de Benito contra la obediencia de
los otros excolegas; que se mantendran los decretos justos de Benito; y que si ste deseaba
ir por s por legados al Concilio, el Emperador le librara un salvo-conducto.
Este convenio tuvo por defensor uno de los ms clebres personajes de aquella poca.
Vicente Ferrer, que haba pertenecido la corte de Benito X I I I , y que se haba separado de
ella por no encontrar eco sus sentimientos de paz y unin, no slo aprob, sino que se declar
entusiasta partidario del convenio de Narbona, poniendo con su adhesin el sello de la santidad y de la popularidad aquellas nobles resoluciones.
Despejado ya el camino, levantada la obediencia de las naciones hasta entonces sujetas
Benito, encerrado ste en Pescola, quedaba el "asunto reducido cuestin de frmula. El
da 5 de noviembre de 1416, el Concilio empez deliberar sobre la conducta del recalcitrante antipapa. Acsesele de oponerse con sus astucias la terminacin del cisma deplorable, y de una pertinacia injustificable en conservar una dignidad que no le perteneca. El Concilio nada encontr que oponer la moral y pureza de costumbres de Benito X I I I .
El acusado fu citado solemnemente, y la citacin le fu comunicada por una comisin
nombrada al efecto. Tres meses despus los comisionados hallronse de regreso, y el Concilio
oy la lectura de una Memoria que contena los siguientes detalles que insertamos porque
describen el carcter de Benito X I I I . Despus de habernos introducido en Pescola, Pedro
de Luna nos recibi en audiencia el da 21 de enero de 1417. Le encontramos acompaado
de tres cardenales y de cerca trescientos entre prelados, clrigos y seglares. Le honramos con
una mera inclinacin. Habiendo obtenido silencio, lemos con alta inteligible voz el decreto
del Concilio. El Pontfice al principio pareca escuchar calmoso; mas al oir que se le trataba
de hereje y cismtico, se impacient, y no pudiendo contenerse, exclam: No es verdad;no
es exacto; mienten. Tanta era su turbacin, que cuando lleg el momento de contestar, anunci ocuparse de cuatro puntos y slo se ocup de tres. Tranquilizse no obstante, y discurri
difusamente sobre los medios que pudieran adaptarse para devolver la paz la Iglesia. Declar que el camino de la justicia y de la discusin le pareca el mejor, y que slo despus de
haber ensayado la primera consentira en el de la cesin. Y exaltndose, aadi: y que porque yo no ceda, como pretenden los de Constanza, se sigue que sea hereje? Entindase que
la Iglesia no est all donde ellos estn, sino all donde yo estoy, esto es, en Pescola. H
aqu el arca de No,aadi, golpeando su silln;dicen en Constanza que yo soy hereje
y cismtico, que yo impido la unin de la Iglesia, porque no la entrego en sus manos; y yo
digo que sin vosotros, gente de Constanza, un ao hace que estara restablecida la unin.
Ellos son los que la entraban, ellos los herejes y cismticos.
401
XCIV.
Braccio de Montone y otros poderosos enemigos de la Iglesia.Lamentable situacin de Roma.
Wiclef.
El papa Martin V encontr la cristiandad en estado deplorable. La poltica ofreca u n cuadro desconsolador ante el criterio del moralista. La fuerza era la suprema ratio de los potentados que, impulsados por sus pasiones individuales, apenas dejaban en Europa un lugar donde
la concordia reinara.
Roma no haba encontrado la ambicionada tranquilidad durante la ausencia de los pontfices. La ciudad de los cesares de ensayo ensayo haba llegado una postracin de espritu
pblico que la haca abandonar la proteccin real fingida de cualquier aventurero. E n los
dominios pontificios la anarqua anterior la poltica militar de Albornoz haba reaparecido.
La autoridad de la Santa Silla estaba usurpada en muchos importantsimos puntos. Bolonia
volva ser independiente; Corrado de la Carrara seoreaba por cuenta propia en Orvieto; la
Umbra y Perusa estaban sometidas Braccio de Montone.
Era ste un^aventurero de no comunes dotes 'de inteligencia militar. Dotado de talento
organizador, agrup s un ejrcito de atrevidos combatientes, sin otro ideal ni objetivo que
la conquista de renombre de intrpidos y el lucro de repetido botin. Al conocer la deposicin
de Juan X X I I I , Braccio se crey en el derecho de obrar por su propia cuenta y de constituirse
un principado. Dominaba sin rival en una porcin de patrimonio de la Iglesia, y hasta se atrevi presentarse con sus huestes ante los muros de Roma. Como el legado de Isolani le p i diera el motivo de aquel brusco ataque: El mismo motivo, contest, que impulsa los soT.
II.
81
402
beranos pontfices: el honor de mandar en la capital del orbe. Toda resistencia de parte de
los romanos fu intil. Braccio entr triunfamiente en Roma, hacindose llamar defensor de
Roma: Almce urbis Romee defensor. Dos meses permaneci en la capital Braccio; pero al saber la aproximacin de Sforza, guerrero que se haba hecho ilustre como l en otros campos,
y que en este caso representaba la reina Juana de aples, abandon Roma para invadir
otros territorios de la Iglesia. La Santa Silla tena en l u n enemigo verdaderamente terrible,
pues su. amistad ntima con Baltasar Cossa, el expapa J u a n X X I I I , era u n peligro constante
para la constitucin de la paz. Braccio tena una esperanza siempre viva en la resurreccin del
pontificado de su amigo. El audaz rival careca de remordimientos por lo pasado y de escrpulos para el porvenir. Exento de todo sentimiento religioso, su ambicin desmedida careca
de los lmites impuestos por la conciencia, cuyo lugar ocupaban en su alma las consideraciones de la gloria y del inters. La rehabilitacin de Juan X X I I I era tanto ms posible en cuanto
haba un gran nmero de catlicos sinceros que abrigaban serias dudas sobre la validez de la
renuncia de aquel Papa, y sobre la legitimidad en la eleccin de su sucesor. Por fortuna la
sumisin del ex Juan X X I I I fu cordial, y su actitud respecto Martin V alej las esperanzas de los cismticos y priv de base slida los proyectos ambiciosos de Braccio.
La sabia poltica del Papa atrajo s al temible caudillo. Florencia le recibi, reconciliado con el Pontfice, con transportes de admiracin y entusiasmo. Regias fiestas celebrronse
en su honor, mientras Martin V levantaba las censuras contra l pronunciadas, despus de oir
su justificacin. El Pontfice le confiri el gobierno de Perusa, Asis, Jesi y Todi condicin
de que soltara y restituyera la Iglesia N a r n i , Terni, Orvieto, Orta y otras fortalezas.
Bolonia levant en aquellos das estandarte de rebelin, pesar de haber obtenido del
Papa la independencia, mediante un crecido tributo. Dos facciones luchaban encarnizadas en
aquella ciudad para conseguir el ejercicio del poder. Entronizado el partido de la revolucin,
el Papa reclam la reintegracin de los derechos que haba cedido. Bolonia resisti, el Papa
declar en interdicto la ciudad, y como sta desdeara aquella pena espiritual, envi contra
ella Braccio con sus adictas huestes. Su sola presencia humill Bolonia, que, sometida, envi las llaves de la ciudad al representante del Papa.
No estaba, sin embargo, tranquilo Martin V respecto los futuros planes del venturoso
caudillo, quien medida que se acrecentaba su fortuna, pareca preocuparle ms la perspectiva
de su soada soberana. Nada discreto estaba el pueblo de Florencia en sus apoteosis de Braccio, quien la vista y al odo del Papa tributaba desmedidos elogios, y en quien fundaba sospechosas esperanzas. La popularidad de Braccio creca, y lo malo, lo peor era que creca
expensas de la dignidad pontificia. Los hechos de Braccio eran tema de las narraciones y de
los cantos populares, y en estos cantos, medida que se encumbraba al guerrero, se rebajaba
al pontfice. En las calles de Florencia se oan canciones por el estilo de la siguiente estrofa:
Papa Martino
Signor di Pombino
Comte di Urbino
Non vale un quatrino
ha, ha, ha!
Braccio nostro padre valente
Rompe ogni gente
h a , h a , ah!
Martin V oy estos estribillos desde su ventana, y lleno de indignacin pregunt Leonardo d'Arezzo, uno de sus secretarios: Habis odo el canto de estos chiquillos? En vano
Leonardo trat de amenguar la importancia de aquel insulto, alegando la edad de los cantantes. Si los grandes, dijo, no lo inspiraran, los pequeos no lo cantaran.
.Lleno de desconfianza en Braccio, Martin V se dirigi Roma. Muchos aos haca que
403
la reina del universo no haba recibido la visita de su pastor legtimo, circunstancia que
ocasion transportes de jbilo en los romanos. Pero el Papa hubo de fijar la atencin en las
complicaciones polticas de la Italia. E n aples reinaba una seora, cuya molicie de costumbres y caprichosidad poltica le privaban de la confianza y consideracin de la gente
sensata. La reina Juana era una amenaza la paz romana, y ms de una vez el Papa tuvo
que desplegar contra ella espirituales rigores, y hasta amenazar con materiales combates.
Braccio, auxiliar de todas las revoluciones, pas al servicio de aquella desprestigiada
Reina, quien otorg al aventurero ttulos y poderes extraordinarios, de modo que, como dice
un historiador, si Braccio excit en Florencia una admiracin exagerada, mereci en a ples una confianza sin lmites. La alianza con Braccio encorazon a l a Reina contra el Papa;
pero la actitud despejada de la Reina coloc al Papa en una actitud franca contra la soberana
de aples. La ruptura entre ambas cortes fu completa.
Tambin esta vez salv Martin V su elevado criterio poltico. Sin grandes batallas supo
encaminar diestramente la nave los mares que ms convenientes le eran; y la acerada cuestin napolitana no tuvo los siniestros resultados que eran de temer.
Lo que urga era cortar el vuelo Braccio, que en su frenes de dominio, apoyado en sus
posesiones de la Umbra y de Capua, con el auxilio de su ejrcito, numeroso y aguerrido, y
de un tesoro inmenso, seguro de buenos y poderosos aliados aspiraba fundar en la pennsula
una monarqua, de la cual se proclamara soberano. En alta voz repeta que su objeto era despojar al Papa de su dominio temporal, y chancendose sola decir: Yo le reducir celebrar
la misa por un bayoco de limosna.
El cielo vol en auxilio del Pontfice permitiendo una derrota formidable de. Braccio en
las cercanas de Aquila. El guerrero no pudo resistir aquella humillacin y aquel infortunio.
Condense no comer ni hablar, y sucumbi de pesadumbre los tres das de su infortunio,
que fu el primero y el ltimo que experiment en su accidentada carrera.
La noticia de la muerte de Braccio caus en Roma inmenso jbilo; porque su espada y su
ambicin constituan grave y constante amenaza para los romanos. Desaparecido el caudillo,
deshzose como humo el ejrcito, slo mantenido por el prestigio y el genio de su capitn. Los
territorios destinados formar la base de la monarqua independiente sometironse en seguida
la dependencia del Papa.
Mientras con el auxilio de la Providencia se libraba la Iglesia de un enemigo poderoso,
Martin V terminaba venturosamente otro desacuerdo. La actitud de Alfonso de Aragn no
era la de un hijo respecto su padre. Su poltica, nada respetuosa para con los intereses del
Catolicismo, respiraba espritu de cisma. Alfonso patrocinaba al antipapa, venerando ms al
pontfice de Penscola que al de Roma. Iueficaces las gestiones del cardenal Pedro de Foix,
agotados todos los medios de persuasin, Martin lanz un enrgico monorium en el que, despus de recapitular todos los cargos que resultaban de su conducta contra Alfonso, le declaraba cismtico, autor de hereja, infame, perjuro, reo de lesa majestad, aadiendo que mereca ser excomulgado, privado de la dignidad real, as como de los privilegios y prerogativas
eclesisticas de que gozaba; sin embargo, por misericordia, aplazaba el Papa la sentencia
definitiva, hasta que el Rey hubiera producido su defensa en Roma, por s por procuradores, cual fin se le conceda el plazo de cien das.
La importancia de los anatemas que amenazaban la tranquilidad de la conciencia del
Rey y la paz misma del reino, decidi Alfonso someterse la voluntad del Pontfice, renunciando continuar la proteccin al antipapa, y protestando hacer justicia los derechos de la Iglesia. Con el xito de las gestiones de Martin V, la Iglesia cont un enemigo
menos.
Roma ofreca en aquellos das el cuadro ms desconsolador. Las continuas invasiones, los
desrdenes que all sin interrupcin se sucedan, las revoluciones que frecuentemente estallaban la haban de tal manera quebrantado, que apenas conservaba aspecto de ciudad: Ut
404
vix p'(B se civitatis faciem ferrei (1), dice un historiador del pontificado de Martin V. La
barbarie y la miseria ocupaban el lugar de la antigua caballerosidad romana; en los escombros de la reina del mundo habitaba un pueblo salvaje. Tan triste huella dej al pasar el
gran cisma! El estado moral no era superior ala situacin material de la ciudad. 'Martin y
se manifest dispuesto emprender decididamente la reforma de las costumbres hasta en los
eclesisticos relajadas.
La divisin del pontificado haba relajado de tal manera los lazos, la trabazn del orden
moral, que desapareciendo la compaginidad de la disciplina social y religiosa, dio lugar
una moral individualista, que fu, como no poda ser otra cosa, funestsima en sus consecuencias. No poda dejarse sentir la vigorosa mano del piloto de las conciencias. Hasta las
rdenes religiosas se resistieron pesar de su fuerte organizacin de aquel desmoronamiento
de las virtudes. La lectura del ITodceporicon, escrito por Ambrosio Traversari, general de los
Carnadulenses; que es un-minucioso anlisis de los desrdenes introducidos en su institucin,
es un dato precioso para calcular cuntos grados de fervor habran perdido otras rdenes menos rgidas y severas. Es preciso que la Iglesia sea reformada, exclamaba uno de los ms
edificantes padres del Concilio de Constanza, y que lo sea desde luego, de lo contrario, los
males que presenciamos, con ser tantos como son, seguirn otros y otros incomparablemente
mayores.
E n efecto, una tremenda borrasca estall contra la Iglesia, que puso otra vez prueba su
integridad y su valor.
Los escndalos sociales que venimos indicando como habituales en aquel perodo, pretendieron encontrar justificacin teolgica en una escuela audaz aparecida en aquellos das en
Inglaterra. Wiclef, cura prroco de Luthelworth, telogo de Oxford, diocesano de Lincoln,
empez ensear doctrinas preadas de errores, cuyas tendencias de emancipacin eran manifiestas. Wiclef combati tenazmente al monaquismo, y luego extendi sus combates contra
el papado. Neg el valor, la legitimidad y la eficacia de las censuras, y defendi la superioridad jerrquica de los prncipes temporales, en orden las cosas de la Iglesia. Pretenda el
heresiarca concitar los nimos de los ingleses contra la Iglesia romana, que pintaba con su
animado pincel con antiptica fisonoma. El duque de Lancastre y lord Percy favorecan las
miras de Wiclef, las que coadyuvaba tambin la secta de los Sollards, especie de pietistas
exagerados de jansenistas anticipados. En filosofa la doctrina de Wiclef era una amalgama de
maniqueismo, de pantesmo y de fatalismo; en teologa era la doctrina precursora del presbiterianismo; segn ella el Papa era una autoridad innecesaria y embarazosa para la marcha el
desarrollo pacfico de la Iglesia de Dios; los cardenales, patriarcas, obispos y concilios constituan un lujo suprfluo de instituciones. El mecanismo eclesistico no necesitaba sino sacerdotes y diconos.
Wiclef, ha escrito un notable autor, amonton los proyectiles que ms tarde aprovech
contra la Iglesia el genio perverso de Lutero. Este hombre, quien hizo clebre la fecundidad de sus invenciones, no tendr que aadir sino el sello de la originalidad de su carcter
las diatribas antiromanas, como quiera que no har otra cosa que reproducir con picante
sarcasmo las novedades y declamaciones olvidadas del doctor de Oxford. Y cuando aqul dir
que la Iglesia romana es la sinagoga de Satn, que el papa es el antecristo, que debe uno burlarse de los anatemas y tomar broma las indulgencias, ser el eco del pastor de Luthelworth...
De qu medios y de qu elocuencia se vala Wiclef para sublevar los nimos contra el
pontificado, y hasta qu punto la hereja Wiclefiana deba su origen al gran cisma, prubanlo las lneas que copiaremos que el heresiarca redact en vista de la cruzada publicada
por Urbano V I , papa de Inglaterra, contra Clemente V I I , papa de la Francia. Vergonzoso
es, deca, que la Cruz de JESUCRISTO, que es un monumento de paz, de misericordia y de cali)
Platina
in Martinum
V.
403
rielad, sirva de estandarte y de seal de guerra todos los cristianos por amor de dos falsos
sacerdotes, que son manifiestamente dos autecristos, fin de conservarles el goce de la grandeza mundana, oprimiendo la cristiandad ms que los judos oprimieron al mismo CRISTO y
sus Apstoles. Por qu el orgulloso sacerdote de Roma no concede iodos los hombres i n -
. H L H T l i HE
ISABEL.
diligencia plenaria condicin de que vivan en paz y caridad, y la concede para que se batan
entre s y se destruyan?
Wiclef emple su indisputable talento en combatir uno uno los puntos fundamentales
del Cristianismo y en socavar las principales bases de la civilizacin, hija de la Iglesia. El
smbolo,, la jerarqua, los sacramentos, todo fu objeto de los asiduos trabajos del frentico
anglicano, que en su afn de trastornar la obra divina, no dej en ellos punto sin impugnar.
406
xcv.
La Bohemia.Persecuciones husitas... atentados contra la Iglesia.Horrendos sacrilegios.
La Bohemia, campo de las ms terribles atrocidades acontecidas en el siglo X V contra los
fieles adictos la Iglesia, recibi la fe en tiempo del duque Borziwoi, que fu bautizado por
Metodio, quien con Cirilo Constantino haba antes convertido la Moravia. Ambos eran monjes griegos, cuyo celo la emperatriz Teodora" se propuso emplear en la propaganda de la verdad. No falt enrgica oposicin los planes de Metodio; pero la esposa de Borziwoi, la piadosa Ludmilla, primera santa de Bohemia, encorazon al Rey ante las dificultades suscitadas
por el espritu rutinario y tradicionalista de aquel gentlico pueblo. El ejemplo de las virtudes
de la corte, ya cristianizada, y las predicaciones incesantes de los compaeros del infatigable
Metodio, operaron con la gracia de Dios muchas y valiosas conversiones. Al poco tiempo el
grupo de fieles era bastante crecido para erigir devotos santuarios. Por desgracia los enemigos del culto cristiano encontraron en Drahoinira, viuda de Wratislaw, hijo de Ludmilla,
una mujer intrpida dispuesta ponerse su frente para organizar la lucha religiosa. Una
de los primeros actos inspirados por aquella amazona, fu tramar una conjuracin que dio por
resultado el asesinato de Ludmilla y el incendio y destruccin de los templos recientemente
erigidos.
Venceslao., hijo dla parricida, se declar partidario del Cristianismo, conforme los principios recibidos por Ludmilla, pero su vez este nuevo defensor de la fe cay al impulso del
pual del pagano Boleslaw. Violentas persecuciones hubieron de sufrir los cristianos-en aquellos das, que no fueron muy duraderos, porque Boleslaw II despleg varonil ardor en.pro de
los principios intereses cristianos en aquel pas. A los esfuerzos decididos de aquel Prncipe
se debi la ereccin de la dicesis de Praga. Acontecan aquellos notables hechos principios
del siglo X .
La silla episcopal de Praga tuvo la gloria de contar en sus primeros obispos otros tantos defensores intrpidos de la Religin, de que eran doctsimos maestros. Dithmar el sajn,
supo combatir varonilmente por la Iglesia, y su sucesor Adalberto hubo de abandonar por dos
veces su puesto causa de la intransigente oposicin de que era blanco. La segunda huida
de Adalberto, dice un historiador imparcial, sera vergonzosa para Bohemia sino se considerara que la religin cristiana se encontraba entonces en su cuna, y que los cristianos, apenas
salidos del seno de la idolatra, retenan mucho de su antigua supersticin. Los cristianos no
hacan distincin entre das de fiesta y das laborables; se casaban sin intervencin del sacerdote; no enterraban en tierra sagrada los difuntos, sino en los bosques, en los campos,
en las tumbas de sus gentiles antepasados; ofrecan sobre ellas el fuego los dioses manes.
El clero, que participaba del paganismo de la atmsfera, resistase obedecer la voz de
su obispo.
La Bohemia, dice Stranski, se encontraba dividida en tres secciones. Unos, que eran
cada da menos, pertenecan al paganismo. Entre los cristianos unos seguan el rito latino,
otros el rito griego. Estos ltimos fueron los que ms amargaron el ministerio de Adalberto.
Poco poco infiltrse en el pueblo de Bohemia el espritu del Evangelio, desapareciendo
definitivamente la idolatra; pero permaneciendo en aquella parte de la via del Seor cierta
propensioa la heterodoxia. Los descontentos de sobrellevar el suave yugo, los rebeldes la
autoridad de la Iglesia encontraron siempre en Bohemia un asilo protector y un campo dispuesto ensayar sus planes de independencia, por lo que iEneas Sylvius calificaba aquel
pas velvA hcereticorum
asum.
407
As fu que los valdenses, perseguidos en todas partes de Europa, encontraron en Bohemia un pueblo condescendiente en sufrirlos.
Pero la pgina caracterstica en la historia religiosa de Bohemia es la de la poca de
Juan H u s .
Al principio del siglo X V , Juan de Hussinets se encontraba al frente de la Universidad
de Praga, eminencia A la que lleg en virtud de su indisputable talento. No eran disipadas
sus costumbres, al contrario, lamentaba la creciente desmoralizacin del pueblo, y hasta d e seaba la reforma deos eclesisticos, cuya disciplina las revoluciones y el cisma haban r e lajado. Si se hubiera limitado evocar enrgicamente la reforma, nadie en la Iglesia de Dios
se hubiera opuesto sus predicaciones; porque la necesidad de la reforma la haba confesado
el mismo Martin V. Pero Juan de Hus aspir -ser tambin reformador. Luego empezaron
notarse en l tendencias justificar la conducta de los herejes, y dudas y vacilaciones sobre determinados puntos doctrinales. Proclam enseguida que la Escritura constitua la nica regla
segura de la fe. Profes principios disolventes de la autoridad magistral de la Iglesia, cuerpo
mstico de JESUCRISTO, cuerpo que, segn l; no tena cabeza ninguna especial, pues todos los
miembros eran su cabeza y su corazn. El Papa fu calificado de miembro intil en el cuerpo
cristiano, y la jerarqua eclesistica la pint como una red tendida la inexperiencia d los
fieles. De eslabn en eslabn Juan de Hus iba bajando paulatinamente al abismo racionalista. Todos los actos del Papa le disgustaban; todos los escritos procedentes de autores adictos la silla romana eran para l sospechosos. No slo divulgaba desde la ctedra aquellos
principios, sino que acompaaba su propaganda didctica de declamaciones sencillas al p u e blo contra la organizacin y la conducta del clero romano.
La publicacin de una indulgencia plenaria en favor de una nueva cruzada acab de exacerbar Juan de Hus. No puede concebirse diatriba que no fuera por l lanzada contra el
romanismo en aquella ocasin.
La actitud de J u a n , hombre influyente, exacerb una gran parte del pueblo de Bohemia;
los predicadores de la cruzada catlica eran insultados y atropellados .en el interior de los
templos; las indulgencias ridiculizadas y satirizadas en las plazas pblicas (1). El magistrado
de Praga mand decapitar los principales jefes del motin; lo que exasper los amigos de
Hus. Los restos de los ejecutados fueron objeto de altas manifestaciones de veneracin y de
respeto considerndoseles como cuerpos de verdaderos mrtires.
Juan se vio obligado huir de Praga, pues un edicto del arzobispo Conrado declaraba
entredichos todos los pueblos ciudades en que elheresiarca permaneciese. No sindole fcil
Hus conmover al pueblo con sus predicaciones continu hablndole con sus escritos. Popularizronse su Anatoma de los miembros del Antecristo y su tratado de la Abominacin de los
sacerdotes y de los monjes carnales, de la abolicin de las sectas de las sociedades religiosas
y su opsculo De las condiciones humanas. Aquellos y otros escritos consiguieron formar un
grupo partido de sectarios, decididos seguir en todas sus vicisitudes al que consideraban
como el santo reformador de la Iglesia, para ellos abominablemente pervertida.
En aquellas circunstancias, estando reunido el Concilio de Constanza, fu denunciado
ante aquel tribunal supremo por un profesor de Teologa y un prroco de Praga el altivo perturbador. El rey de Bohemia quiso que Juan Hus se dirigiera al Concilio, cuyo efecto el
emperador Segismundo expidi el correspondiente salvo-conducto (2).
(1) Jernimo de Praga se pase impunemente por las calles de su ciudad en un carruaje, acompaado de dos monjes apstatas y de
dos prostitutas, ostentando en sus desnudos pedios bulas de indulgencias, que luego entregaron a l a s llamas.
(2) Segismundo, por la gracia de Dios, etc., etc., todos S A L U D : O S recomendamos con todo nuestro afecto al honorable Juan H u s ,
bachiller en Teologa y maestro en artes, portador de las presentes, que se dirige desde Bohemia al Concilio de Constanza, al cual hemos
tomado bajo nuestra proteccin y salvaguardia y bajo la de nuestro imperio, deseando que al llegar entre vosotros le recibis bien y le irate i s favorablemente, proporcionndole cuanlo necesite para apresurar y asegurar su viaje, as por mar como por tierra, sin tomar nada de
"i de los que le acompaen por derechos de entrada y salida; permitindole libre y seguramente pasar, permanecer, detenerse y regresar, proveyndole de buenos pasaportes para honor y respeto de. la majestad imperial. Dado en Espira el da 18 de octubre de 1414.
Segn se ve ste era un salvo-cenduclo de viaje, y en nada relacionado con su pretendida impunidad ante el Concilio.
408-
H I S T O H U DE LAS PERSECUCIONES
Llegado Juan Hus ante el Concilio, descubrironse y confirmronse los errores en sus doctrinas contenidos. Parece que la actitud del acusado, lejos de revelar u n espritu de arrepentimiento, significaba-audaz persistencia, de modo que en la misma Constanza continuaba
dogmatizando y propagando sus errores teolgicos y sus peligrosas teoras sociales. En vista
de aquella contumacia, Juan H u s , considerado como un peligro para la Iglesia y para la sociedad, fu condenado ;'i muerte con su compaero Jernimo de Praga.
El suplicio de los dos heresiarcas fu como la seal de la explosin terrible de los encanados elementos. Toda la Bohemia hirvi de indignacin. Donde quiranse formulaban rigurosas protestas contra aquellos rigores. Cincuenta y cuatro seores principales enviaron los
padres de Constanza una carta colectiva acusndoles de haber condenado la hoguera dos
hombres justos, catlicos y santos. La Universidad de Praga dirigi una alocucin todos
los hijos de la Iglesia en la que se denunciaba la cristiandad lo que calificaban de injusticia
perpetrada por el Concilio. La mayor parte de las familias vistieron luto, como si hubiera fallecido uno de sus individuos. Hasta en las iglesias se pronunciaban apologas de los nuevos
mrtires. Una fiesta nacional se instituy en memoria de los pretendidos hroes. El polvo
del lugar de la ejecucin, cuidadosamente recogido, se distribua como reliquias, ya que las
cenizas de los ajusticiados se haban echado al Rhin.
El husismo era abrazado por los hombres ms piadosos y devotos, pues se le consideraba
como al sistema aspirante verificar la reforma de la cristiandad. Sus propagadores se presentaban como escogidos por Dios para restablecer el lustre y la gloria del nuevo Israel.
Sentaban el principio de que slo los justos permanecan en el cuerpo de la Iglesia, que los
pecadores quedaban de ella segregados, que el pecado del Pontfice anulaba en l el derecho
del pontificado; el pecado del sacerdote borraba en l la gracia del sacerdocio; el pecado del
creyente inutilizaba la virtud de la fe. La Iglesia de los perfectos no necesitaba jefe visible,
ni pastores, ni jerarqua.
Estas doctrinas, profesadas por hombres fanatizados por un celo exageradsimo, producan en ellos una fiebre devoradora que les excitaba purificar la atmsfera religiosa. No se
contentaban con procurar la conversin de los malos, sino que se mostraban decididos exterminarlos. Persuadidos de que ellos solos eran los puros, los perfectos, los santos, no reconocieron lmites su accin. Juan Hus haba respetado los dogmas fundamentales, los husitas no respetaron ningn dogma, ni ningn sacramento. El purgatorio, el culto de los santos, la Confirmacin, la santa Uncin, la confesin auricular, eran igualmente rechazados.
Enseaban la inutilidad de los templos, la inconveniencia de los ornamentos sacerdotales.
Slo admitan la Eucarista, que poda confeccionar todo sacerdote siempre y en todo lugar,
sin las ceremonias de la misa.
Escenas deplorables sucedieron al frenes de aquella hereja. Los sacerdotes fieles la
Iglesia vironse atrozmente perseguidos, los monasterios saqueados, profanadas las iglesias.
, Luego los simples laicos se atribuyeron el derecho de predicar el Evangelio y de consagrar
las sacramentales especies.
En Guttemberg un soldado tom el cliz donde acababa de ser consagrada la preciosa
sangre de Dios, se le llev una taberna y realiz all inconcebibles profanaciones.
Juan Cardenal, rector de la Universidad de Praga, Juan Jacobell y Mateo de Focseniez
eran los caudillos de aquellos monstruosos desrdenes. Dos peregrinaciones peridicas, casi
continuas se organizaron; la una visitaba un monte que llamaban Oreb, la otra otro monte
que llamaron Tobar. E n ambos montes algunos impuros sacerdotes consagraban sin preparacin el cuerpo y la sangre del Cordero sin mancilla y daban la comunin al pueblo, con las
dos especies, puesto que la doble comunin era otro de los lemas adoptados por la secta.
E n vano Martin V envi Bohemia una carta paternal invitando los sectarios reconocer sus perjudiciales errores y enmendar sus horripilantes crmenes. Los husitas, que no
reconocan la autoridad pontificia, tampoco se impresionaron por sus palabras. Mientras el
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Papa exhortaba sus hijos la virtud, los husistas invadan un convento de carmelitas y
asesinaban algunos indefensos religiosos. No cabiendo en las iglesias que el dbil Venceslao les cediera, reclamaban otras ttulo de conseguir la libertad de la predicacin.
Juan Domingo, cardenal de Ragusa, se present como legado de la Santa Silla. E n Praga
despleg la energa de su varonil carcter; pero sus esfuerzos no produjeron ningn resultado.
Pronto el prncipe de la Iglesia vino ser blanco de la ojeriza popular; llensele de insultos
y amenazas, y slo por la fuga pudo librarse de u n cruel asesinato.
OLIVERIO CnOMWKLL.
M.
410
Esta invitacin bast Ziska para emprender con denuedo la defensa de sus correligionarios. El prestigio de su nombre agrup su sombra una hueste de bullientes y apasionados
que se lanzaron sobre la ciudad de Pilsen, cuyas casas religiosas saquearon, profanando las
santas imgenes. Luego edificaron una tienda en una vecina montaa, que erigieron en Tabor,
y que fortificaron con esmero. Los taborislas escogieron aquel lugar como santuario donde
iban recibir inspiraciones y alimentarse con la comunin bajo las dos especies. Pronto los
taboristas se distinguieron entre los husitas por los grados de su fanatismo sin lmites.
El rey Venceslao, espantado ante los progresos de los rebeldes, retirse la ciudadela de
Cumradicz desde cuya fortaleza expidi una orden mandando un desarme general. Todas las
armas deban entregarse en la real mansin; con cuyo pretexto Ziska congreg sus huestes,
las areng calurosamente, y mand que, precedidas de la santa Eucarista, se dirigiesen la
iglesia de Nuestra Seora de las Nieves y de all San Esteban, con el evidente fin de motivar una protesta de parte de la autoridad.
E n efecto, el magistrado cvico se present los manifestantes pidindoles la autorizacin con que verificaban aquel acto sedicioso. Aquel funcionario por toda respuesta recibi
u n diluvio de insultos. Los rebeldes penetraron en la sala del Senado, mientras once senadores escapaban de sus furias; pero siete fueron cogidos y arrojados con el magistrado por
las ventanas sobre las picas de los husitas. Mientras se ejecutaba aquella vandlica escena,
J u a n de Premontre alentaba los asesinos mostrndoles la sagrada Hostia. E n aquel da negro fueron devastados incendiados los monasterios de Zderaz y el de la bella Cartuja llamado Jardn de Mara. Los religiosos que los habitaban fueron coronados de espinas y arrastrados por las calles; aquel tumulto vena precedido de un husita vestido con ornamentos
sacerdotales, que danzaba y saltaba, ostentando en su impura mano el cliz de la pursima
sangre. Desde la noche d la cena la Eucarista no haba recibido afrenta comparable la de
aquel da horrendo.
Venceslao al saber los acontecimientos sufri un ataque apopltico que le arrebat la
vida.
El noble fin de la vida de aquel Rey expi las faltas enormes cometidas en su reinado.
Entre ellas cuntase el martirio ejecutado por su orden de uno de los ms edificantes sacerdotes de aquel tiempo. Estaba Venceslao casado con Juana, hija de Alberto, duque de Baviera.
Habase designado la Reina por confesor Juan de Nepomuc, doctor de la Universidad de
Praga y cannigo de aquella metropolitana. La conducta lasciva del Rey tena afligido el corazn de la Reina, que naturalmente reciba consuelos y consejos de su prudente confesor. Antojsele al rey saber los secretos sacramentales confiados por la reina J u a n , cuyo fin emple
la seduccin y la amenaza. Mas el edificante sacerdote, fiel su delicadsimo ministerio, rechaz los halagos y los temores; por lo que dispuso se le arrojara al Moldava, ra que atraviesa
la ciudad de Praga. Aquel hecho atestigu la crueldad impa del Monarca, si bien proporcion
su vctima la aurola ms gloriosa, que es la del martirio. En un rezo impreso en Praga en el
ao 1696 se lee un himno, en el que con tosca forma se describe y comenta aquel hecho,
que constern y escandaliz la cristiandad entera. Lo insertamos en una nota como monumento religioso de aquel tiempo (1). Cuntase que dos sacerdotes que fueron recriminarle
O
S&vus, piger
Ymperator,
Malorum clarus
patralor,
Pollicetur
pessima,
Ni quw dixit
Sacramento,
Tu propales in
momento,
Uxoris
pcccamina.
Arcanum
custodivisti
Oh quod Iwius
subivisti
Tormenlorum
genera:
Aquis
tndemsuffocalus
Effectus qod sis bealus
Prodiderunt
sidera.
Tumulatus
nunch
quiescis
411
su injustificable accin, les contest: Puesto que llamis santo al muerto, no os envidio la
gloria que os aguarda; tambin se os llamar santos despus de vuestra muerte; y dio orden de que les mataran; aunque no se ejecutaron aquellos asesinatos en vista de la agitacin
que su noticia motiv en Praga.
La vida de aquel Monarca ofrece, como se ve, algunas pginas altamente reprobables;
aunque sus ltimos actos fueron dignos de un monarca catlico.
Su muerte despej el campo la accin de los busitas. La sombra de autoridad que Venceslao conservaba desapareci, y con ello tuvieron suelta brida los sedientes de sangre y de
sacrilegios. Pocas semanas despus en una llanura cercana Praga, conocida por las Cruces
crizM, campo ele las cruces, tuvo lugar la ms horrenda profanacin de la comunin eucarstica. Tres grandes pipas de vino fueron consagradasoh Dios! cuan triste es consignarlo!
.y el pueblo sediento de blasfemia en u n momento las vaci; y impulso de la sacrilega
embriaguez entraron las turbas en Praga, en cuya ciudad empez el ms reido combate. E l
incendio del palacio episcopal, del palacio del senado y de otros magnficos edificios aterroriz las familias sensatas. La sangre, dice .Eneas Sylvius, corra por las calles, y las plazas se alfombraron de cadveres. La victoria fu de los husitas, lo que quiere decir que
aquella fu la primera de una larga serie de escenas impas y brbaras.
Ziska inflamaba el ardor de los suyos con proclamas chispeantes de ira: Que todo aquel,
deca, que sea capaz de empuar un cuchillo, de arrojar una piedra, de manejar una vara
un mazo, est dispuesto partir. Nuestra consigna es: Guerra al Antecristo.
Maldito sea, exclamaba otro husita, maldito sea el que no lave sus manos en la sangre
de los pecadores el que no se santifique con la carnicera de los impos. Los tiempos de la
consumacin se acercan; JESUCRISTO vendr como un ladrn establecer su reino en la tierra.
Menester es que los adversarios perezcan bajo las siete plagas del Apocalipsis. Los taboristas son los ngeles enviados por el Seor para aplicar estas plagas...
El furor de los sectarios creca cada hora.
Las llamas revolucionarias tenan ancho espacio para devorar grandezas en un pas del
cual escriba un testigo ocular que principio del siglo X V no haba nacin en Europa que
contara tantas y tan preciosas iglesias, tantos y tan preciosos ornamentos como la Boemia (1).
Aquellas magnificencias sirvieron de pbulo al incendio promovido y atizado por los taboristas. Las estatuas de los templos fueron mutiladas, los rganos destruidos, las vestiduras
sacerdotales convertidas en vestidos para los soldados estandartes de pelea. Los vasos sagrados servan para apagar la sed de oro y plata que devoraba los que haban izado bandera de moralidad.
Los hombres decididos para su adhesin la Iglesia eran juguetes de las olas populares,
que no se contentaban con engullirse sus vctimas, sino que se complacan en convertirlas
en objetos de irrisin. Jugbase con los tormentos.
Las ciudades de Aust, Rziczam, Pruchatiez, Commotow, Yeraunne, Broda y Jaromir
fueron teatro de horrendas profanaciones.
Afirma un historiador protestante que los husitas invadieron, pillaron incendiaron ms
El in dies
illucescis.
Preclaris
miraculis
Es certus famus
Palronus;
Nos a malai fama
pronas
Defendas
periculis.
(1) Como un dato para*aprcciar la magnificencia de los templos de la Bohemia, basta recordar lo que iEneas Sylvius dice de uno de
los monasterios devastados por los husitas: Un jardn rodeaba sus muros en los que sobre bellas planchas estaba escrita en letras maysculos toda la Escritura santa, desde el Gcnisis al Apocalipsis.Las letras se engrosaban proporcin de la altura, de suerte que fcilmente
Poda leerse todo el texto. Hablando en general de los monumentos religiosos de aquel pas dice el mismo autor: Nullum Regnum mate
noslra in tota Europa tam frecuentibus,
tam auguslis, tam ornamentis
Templis dicalum fuisse, quam Bohemicum erecta,
longitud'is atque amplitudine
mirabili,
fornicibus
tegebantur
lapidis: altara
in sublimia posita, auro et argento, quo sanctorum
reliquia legebantur, onusta: Sacerdolum vestes margaritis
texlce: ornatus omnes dives: preliosissima
suppellex: fenestrat alla atque amPlistimce, conspicuo viiro, et admirabili
opere lucem probebant.
eque hcec tantum in appidis, atque urbibus, sed in villis
quoque
Mmirari licebut.
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de quinientas fundaciones eclesisticas; que los monjes no salieron mejor librados que los
monasterios, sino que se les asesinaba villanamente y se arrojaban sus cadveres como juguetes la ebria muchedumbre.
E n Nepomuc todos los religiosos de una comunidad servita fueron quemados con el edificio que ocupaban, despus de haber resistido la intima que los husitas les dirigieron de
admitir la comunin bajo las dos especies. Mientras las llamas iban envolviendo el sagrado
recinto los invictos mrtires cantaron el Te-Deum. E n Cluny pereci del mismo modo una
comunidad de benedictinos, formada por cien religiosos; con ellos fu quemada una biblioteca que era la ms rica en manuscritos de la Bohemia. E n Gratz se reprodujeron las mismas escenas en un monasterio cisterciense. No slo los religiosos, sino tambin las religiosas,
fueron blanco de los furores de aquellos desapiados fanticos. E n P r a g a , el convento de religiosas nobles de San Jorge, cuya abadesa era rsula, hermana del Burgrave de Wartemberg,
fu invadido. No quisieron acceder las vrgenes del Seor en la profanacin eucarstica, por
lo que rsula y treinta compaeras fueron expuestas al pblico, que les colm de irritantes
vituperios insultos. Casi al mismo tiempo siete religiosas de la penitencia de.Santa Magdalena eran degolladas al pi del altar en Brix. Dice una tradicin de 'aquel pas que, mientras
la ejecucin, tembl la tierra y una imagen de la santsima Virgen volvi el rostro, y que el
nio JESS que llevaba en brazos puso el dedo en la boca de su virginal Madre. Aquel hecho
lo cant el poeta Pontnus en estos versos, que no carecen de mrito literario:
lili (lieretici) ira moti claustrum Vestalibus aptum
Invadunt; medio templiseptem ordine sacrus
E silvaque domum reduces, quo exagerat ingens
Ante timor, revocarat amor claustrique bonique.
Martirii, lectas dextris ad sidera verlas.
Hen misere maciant partim cervice recisd,
Partim transacto teera in prcecordia ferro
Spumantes halant animas, el labra fatigani
Ultima surrectis. ad sidera vullibus amne
Sanguinis irriguo: scelere hoc ierra ipsa tremiscit:
Sancta Dei Gfenitrix, hund cleclinantis ad instar
Ictum, se jectit, lava digitum ingerit or
Materno puer ipse sinu gestatus JESS,
Ut monumenla docent et testes Numinis
ara.
Aquella terrible secta se arraig en Bohemia de manera que pudo resistir un ejrcito
de ciento cuarenta mil hombres, enviado por el emperador Segismundo. Una segunda expedicin fracas igualmente. A la muerte de Ziska los husitas se sintieron bastante fuertes
para invadir la Silesia, la Baviera, el Austria, la Misnia y la Hungra.
Martin V public una tercera cruzada contra la Bohemia. Tres numerosos ejrcitos cayeron sobre aquel pas; pero las fuerzas de la Europa cristiana fueron impotentes contra el
ncleo de decididos y organizados sectarios. Cruzados y su jefe el cardenal de Winchester
vironse obligados rpida fuga.
Tanta victoria acrecent la audacia de los herejes. Extendieron su poder sobre la Sajonia, .que fu casi anonadada; habiendo sucumbido la mayor parte de la nobleza.
Era preciso un nuevo esfuerzo. La dieta de Noremberg, convocada por el papa Martin y
el emperador Segismundo, reanim el decado valor de la cristiandad. Diputados de la secta
asistieron aquel congreso para tratar como de potencia potencia con el pontificado y con
el imperio. Las conferencias no dieron resultado alguno en orden la pacificacin por convenio.
413
Una nueva cruzada se predic. Habase convencido la Europa de que la cuestin de Bohemia entraaba la revolucin general, y de ah que se reconociera la necesidad de hacer
un heroico esfuerzo. Los cruzados se organizaban, y los husitas juzgaron oportuno el momento de prepararse para rechazar el inminente ataque. Hasta entonces el husismo haba estado en guerra consigo mismo. Los taboristas, que eran los ms apasionados, discordaban de
los orebitas, sectarios de aquella seccin que vimos su santuario principal en el monte por
ellos llamado Oreb. Estos eran menos brbaros que aqullos. Ademas existan los calixtinos, agrupacin moderada que casi profesaba en su integridad la catlica fe; consistiendo su
divergencia con la Iglesia en que reclamaban la comunin del cliz. Las tres ramas disputaban y combatan entre s. Pero ante la perspectiva de la nueva invasin catlica unironse
comprendiendo que slo por la unin se haran irresistibles.
Mientras la cruzada se organizaba Martin V muri, bajando al sepulcro con la aurola
de un pontificado feliz y gloriossimo, aunque trabajoso. Eugenio IV empu las sagradas
llaves, y al inaugurar su gobierno manifestse dispuesto proseguir la lnea de conducta de
su antecesor en orden la Bohemia.
El cardenal encargado de conducir el ejrcito y de desenvolver la poltica de la cristiandad expidi un manifiesto en que deca: Como los enemigos de la paz, que slo desean sembrar yerbas intiles, procurarn.persuadiros que nuestras tropas cristianas entran en vuestro
reino para trastornarlo por su base por medio de asesinatos incendios, debo corregir esta
equivocada idea asegurndoos que, si entro en Bohemia al frente de un ejrcito cristiano, no
es sino con el fin de apaciguar las controversias, reconciliaros mutuamente, restablecer la
pureza de la fe y el culto divino violado, para establecer el orden y restituir Dios la gloria
de que se le priva por los desrdenes actuales...
Los bohemios contestaron enrgicamente que no transigiran sino sobre la base de cuatro
puntos cardinales, es saber: 1. que la sagrada Eucarista debe administrarse al pueblo
en ambas especies; 2." que la palabra de Dios debe predicarse libremente segn la verdad;
3." que es u n deber castigar los pecados pblicamente cometidos pretexto de religin, y
4. que era preciso quitar el gobierno del Estado de manos de los sacerdotes.
Despus de varias contestaciones infructuosas para la concordia pusironse en movimiento
los cruzados, bajo el superior mando del cardenal Juliano. Ochenta mil eran, segn unos, y segn otros llegaban ciento treinta mil los invasores de la Bohemia. Pero la importancia del
nmero no corresponda el nervio de la disciplina. Aquel ejrcito no era ms que una nube de
soldados, nube que se disip y deshizo al soplar la primera brisa de los husitas. Al llegar los
imperialistas al bosque negro, que circunda una parte de Bohemia, se detuvieron como contenidos por u n terror misterioso; el pnico fu su invencible ligadura. Un simple movimiento
de los sectarios determin la dispersin universal.
El Cardenal intent rehacer sus desbandadas legiones pronunciando una proclama, modelo
de energa. Qu es lo que estoy viendo? exclam. Como se explica esta desbandada de una
muchedumbre de valientes? Qu clase de guerra es la que hemos emprendido? Pensis que
se trata de intereses temporales? No. Considerad que se trata de la santa Religin, del honor
de Nuestro Seor JESUCRISTO y de su santa Madre, de la salvacin y de la dicha eterna de cada
uno de vosotros. Qu diran vuestros antepasados, aquellos bravos alemanes, si presenciaran
como sus nietos huyen y se dispersan ante un solo enemigo y aun sin haberlo visto? A qu
ha venido parar aquella constancia alemana, tan loada por los historiadores? Oh vergenza,
oh infamia la ms lamentable que concebirse pueda! Preferible fuera haber muerto mil veces
antes que huir de un enemigo ausente, y aun antes de verlo! Pero, adonde queris ir? Hus
de la Bohemia; mas la Bohemia nos perseguir y nos exterminar en nuestra retirada. Y entonces Qu vais hacer? Dnde encontraris murallas que os protejan? No, no son las m u tilas, sino las armas las que protegen los valientes, y si no os defendis como bravos, no
podis esperar sino la m u e r t e , un cautiverio ms duro que la muerte.
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Alemania, Alemania! Es posible seas de tal modo oprimida? Ya no engendrars intrpidos nimos? Se ban visto paganos decididos combatir mejor por sus dolos mudos, de lo
que vosotros combats por la gloria de Nuestro Seor JESUCRISTO, el Hijo de Dios todopoderoso que es vuestro hermano. Reflexionad...
Estas frases reanimaron un momento los restos del ejrcito; no obstante, al aparecer la
vanguardia de Bohemia la desercin fu espantosa. En aquella infeliz jornada perdieron los
catlicos once mil combatientes que murieron, mil prisioneros, todas las municiones de boca
y guerra, doscientos cuarenta carros, ciento cincuenta piezas de artillera de grueso calibre;
el Cardenal dej sobre el campo su equipaje y con l la bula del P a p a , su capelo y su cruz.
Las causas de la inesperada y vergonzosa derrota se discutieron con calor en el seno de la
cristiandad.
Al mismo tiempo que Eugenio IV senta amargarse por parte de Bohemia los primeros
das de su pontificado, otros hechos desagradables aumentaban en l la tortura de la tiara.
XCVI.
Conflictos de Eugenio IV con los Colorna.Concilio de Basilea.Discordia de ste con Eugenio IV.Insurrecciones italianas.Invasin de los Estados de la Iglesia.Huida del Papa.
Eugenio IV hubo de sufrir la animadversin de los Coionna, que no slo se negaron
restituir la Iglesia los bienes que retenan ella pertenecientes, sino que tramaron una formidable conjuracin para ampararse de la capital. La fidelidad de los romanos y la vigilancia de las autoridades evit las graves complicaciones que del triunfo de los Coionna hubieran
surgido.
Al mismo tiempo presentse otra tempestad amenazadora. Conforme lo acordado por el
Concilo de Constanza, reunise en Sena otro Concilio con objeto de terminar las cuestiones
doctrinales pendientes. A causa de la efervescencia poltica la sazn creciente, el Concilio
de Sena se disolvi, aplazando la terminacin de su tarea para siete aos despus en otro
Concilio que deba reunirse en Basilea. El principal objetivo era la reforma de la Iglesia, es
decir, de, las costumbres de la cristiandad.
A causa de no haber comparecido en Basilea sino u n nmero exiguo de chispos, el cardenal Juliano, presidente del Concilio, envi una diputacin Eugenio IV exponindole la
necesidad de reanimar el espritu del episcopado, para que, acudiendo Basilea un buen nmero, de obispos, tuviesen el debido peso sus decisiones. El Papa contest que, puesto que
eran tan pocos los prelados reunidos en aquella ciudad, y habiendo llegado Roma un embajador griego para tratar de la unin de la Iglesia griega con la latina, disolviera su Concilio, y que en cambio convocara otro en Bolonia para reunirse en el plazo de diez y ocho meses. No tard Eugenio IV en confirmar esta su voluntad con una bula en que declaraba cerrado el Concilio.
Los padres reunidos en Basilea manifestronse descontentos, y elevaron al Papa una exposicin en la que extendan las consideraciones que segn su criterio desaconsejaban la
disolucin de aquella asamblea. El cardenal Juliano se retir de la presidencia; pero sus presididos no quisieron atemperarse la voluntad pontificia, y siguieron reunidos. Una circular
los fieles les advirti que los padres continuaran discutiendo los temas que se haba propuesto se resolvieran por el Concilio de Constanza.
Y bajo esta impresin tuvieron los padres la segunda sesin, que declar que el Concilio
general legtimamente convocado, teniendo el poder inmediatamente de JESUCRISTO, era por
lo mismo superior al Papa. Deducan de ah los padres de Basilea que el Papa no poda disolver aquella asamblea sin consentimiento de la misma.
415
Para cmulo de contrariedades, desde que se supo la oposicin del Papa al Concilio e m pez la gran concurrencia de obispos en l. Las universidades y las cancilleras se agitaban,
aqullas doctrinalmente y diplomticamente stas, resolviendo las autoridades cientficas y
gubernamentales apoyar la resistencia de los padres la disolucin. Los duques de Miln,
de Saboya, de Bourgogne, de Sajonia, y el de Bedfort, enviaron al Concilio simpticos
mensajeros. Contaba ademas el Concilio con la proteccin decidida de Segismundo. El
Emperador elev al Papa una carta memoria expositiva de las razones que militaban
para llevar adelante la obra de Basilea, siendo la principal el xito que esperaba conseguir
en Basilea sobre los busitas. Crea el Emperador que el aplazamiento de los trabajos e m pezados encorazonara los berejes, y que la pujanza de la hereja sera una dificultad con
la que no se contaba para la unin sincera de las dos iglesias. Una embajada imperial pas
Roma para apoyar la carta memoranclwm de Segismundo. Mucho tiempo hubieron de esperar la respuesta los embajadores, porque Eugenio IV, usando de aquella prudencia que
caracteriza al pontificado, no quiso precipitar el juicio. Al fin hubo de decirles el P a p a :
Advertid al Emperador, vuestro seor y mi hijo, que no se entrometa en cuestiones de n dole exclusivamente religiosa; que respete en esto al Pontfice que se sienta en la ctedra de
San Pedro; porque si aconteciera que quisiese echar mano sobre las cosas eclesisticas, experimentara que, superior los reyes, est Dios, para defender la Iglesia y al Vicario que
la representa.
El cardenal Juliano, si bien no presida el Concilio, lo defenda con todas sus fuerzas.
Escribi al Papa una carta en la que le expona los peligros que vinculaba la persistencia en
la clausura; peligros entre los que indicaba un cisma prximo.
Cuando empezaba vacilar el nimo de los de Basilea lleg aquella ciudad Domingo
Caprnica, personaje que gozaba universal renombre por su talento influencia. Diestro en
los negocios diplomticos, era lo que hoy se llama todo un estadista. Su mrito estaba realzado
por una integridad de costumbres toda prueba. Los padres recibieron Caprnica como un
auxilio poderoso y eficaz. Algunos cardenales vinieron tambin Basilea en aquellas circunstancias.
La atmsfera del Concilio fu luego completamente antipontificia. Eugenio IV era calumniado descaradamente, y la tercera sesin declar la nulidad del decreto de clausura y cit
al Papa comparecer por s por representacin dentro el perodo de tres meses.
En la cuarta sesin, el Concilio concilibulo decret que el Papa no poda nombrar nuevos cardenales mientras estuviese congregada la asamblea, y entrando en el ejercicio de la
nueva soberana, nombr al cardenal Carillo gobernador del Avionado.
El Papa se resolvi enviar una embajada Basilea, pero al llegar los embajadores
Constanza supieron que Juan Prato, camarero pontificio que les haba precedido, acababa de
ser reducido prisin. Detuvironse para protestar contra la detencin de su colega y e s perar salvo-conductos en regla, que les fueron concedidos. Se les recibi en sesin general, y
en ella los arzobispos de Tarento y de Colosso expusieron la necesidad de la unin y de la
caridad; dijeron que los busitas y los griegos se retraeran de unirse la Silla romana ante
el espectculo de aquellas divisiones; que stas no aprovecharan sino al error; que E u g e nio IV, pontfice sincero y virtuoso,, no pretenda destruir el Concilio, sino trasladarlo lugar
ms oportuno para poder presidirlo personalmente, y que ademas los padres de Basilea excogieran para la reunin la ciudad que ms les gustara entre las sometidas la soberana de la
Santa Silla.
Este lenguaje calmoso y cordial no impresion al Concilio, slo preocupado por la idea de
salvar su supremaca sobre el pontificado.
De ah que, dando por no odos los legados, pidieron los de Basilea que se declarara la
contumacia de Eugenio.
Mientras se esperaba el desenlace de la cuestin personal, el Concilio, prescindiendo por
416
completo de los decretos pontificios que le anulaban, recibi una comisin numerosa de husitas. Vinieron aquellos bohemios escoltados por un pequeo ejrcito. Su llegada produjo fuerte
emocin en Basilea. Sobre todo, quien atraa las curiosas miradas del pueblo era Procopio Rasa, el sucesor de Ziska, que haba deshecho con su valor y tctica dos grandes cruzadas. Al
lado de Rasa, el guerrero de la Bohemia, vino el arzobispo de Praga, J u a n Rockizane, el
telogo de los husitas. ste y tres colegas sostuvieron las cuatro proposiciones antes consignadas.
Las discusiones pblicas apasionaban los nimos ahondando la divisin; por lo que resolvise en Basilea que el litigio se prosiguiese en conferencias privadas. stas tuvieron lugar
en Bohemia, y despus de tempestuosas vicisitudes, vnose un acuerdo. Las cuatro proposiciones fueron condicionalmente aceptadas por los representantes del Concilio; permitise
los bohemios la comunin bajo las dos especies, condicin de que el sacerdote advirtiera
los comulgantes que el Hijo de Dios estaba igualmente en cada una de ellas. Declarse que los
pecados mortales, sobre todo los pblicos, deban ser castigados y corregidos segn la ley de
Dios y las reglas de los santos Padres, pero slo por os que tuvieran autoridad en la Iglesia.
Permitise la libre predicacin del Evangelio con tal que fuera ejercida por sacerdotes aprobados. En cuanto al dominio temporal del clero, los bohemios reconocieron que la Iglesia
puede lcitamente poseer bienes muebles inmuebles, y que no es lcito quitrselos sin herir
la justicia.
Estos cuatro artculos expresados en forma de concordato se llamaron compctala. Con la
sancin del Concilio fueron publicados en Bohemia el da 2 de enero de 1434. Todos los rdenes del Estado fueron reconciliados con la Iglesia.
Los taboristas quisieron protestar con las armas; pero sufrieron derrota definitiva en los
campos de Kaurzin y Broda, en una accin en que sucumbi el temible caudillo Procopio Rasa.
As termin la serie de violencias promovidas por los husitas de Bohemia.
Por desgracia las cuestiones del Concilio con el pontificado no tenan tan venturoso xito.
Hubo un acuerdo entre el Papa y el Emperador, y sin duda por consejo de ste Su Santidad consinti en permitir que el Concilio continuara en Basilea, para la extirpacin de la
hereja y pacificacin de los prncipes cristianos. Una carta pontificia lo consignaba as. Era
de creer que el Concilio olvidara las disensiones anteriores y celebrara la benignidad de Eugenio. Se lo prometa as el Emperador. Mas aconteci todo lo contrario. La carta pontificia fu mal recibida. La autorizacin del Papa se consider como una pretensin injustificada. Autorizaba el Papa, segn los de Basilea, lo que no era de su incumbencia autorizar, dada la superioridad del Concilio sobre el papado que all se defenda.
El Papa, tranquilo en su conciencia, despus de haber dado aquel paso, todas luces conciliador, despleg su autoridad con energa. Una bula emanada del Vaticano declaraba que el
Concilio no quera ni la reforma, ni la unin, ni la paz de la Iglesia, antes bien, procuraba
sembrarla discordia y el escndalo; en vista de lo que casaba todos los actos, decretos, declaraciones y procedimientos hechos que hiciere, salvos^ aquellos que la Santa Silla haba
autorizado.
El Concilio contest aquel acto de firmeza estableciendo una cancillera sinodal, como
si la Santa Silla estuviera vacante como si la autoridad apostlica hubiera pasado sus manos. El cardenal de Rochetaille acept el cargo de vicecanciller.
Tanta audacia alarm los soberanos. Los reyes de Portugal Inglaterra protestaron con
moderacin; cinco electores de Alemania reclamaron contra una actitud que sembraba perplejidades en las conciencias; Carlos VII de Francia escriba al Concilio: Al enterarnos de
vuestro decreto, amadsimos padres, contra el venerable y soberano Pontfice universal,
nos hemos sentido tristemente impresionado. Tememos, con justo motivo, que van surgir
escndalos, perturbarse las conciencias y dividirse los Estados. La actitud de Basilea era
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unnimemente reprobada. El emperador Segismundo puso el sello aquel concierto de protestas. El mismo Emperador se dirigi Basilea con nimo decidido de obtener la regularizar o n de los procedimientos conciliares. Fu portador de una bula de Su Santidad en la que,
baciendo un esfuerzo supremo para obtener la paz, abola todos los decretos de traslacin,
revocacin y restriccin, declarando quera y se contentabavolumus et contentamuscon
que el Concilio continuase sus sesiones en Basilea sobre las materias por las que anteriormente haba sido convocado. Segismundo declar que el Papa haba hecho ms de lo que
deba, y que el que no lo reconociera as sentira el peso de su imperial indignacin.
Los Padres de Basilea recibieron con desconfianza la explcita bula. Parecales que las
palabras queremos y oos contentamos eran humillantes para el Concilio, que pretendi se
sustituyeran por estas otras: discernimos y declaramos.
El Papa contest esta pretensin con dos elocuentsimas bulas, cuyo lenguaje es el de
la dignidad ofendida. No obstante, Segismundo continu su oficio de mediador. Alcanz que
el Concilio anulase los procedimientos incoados contra el Pontfice y que sus legados obtuvieran la presidencia; en cambio Eugenio acept la sustitucin del volumus et contentamus;
anul la sentencia pronunciada contra determinados miembros y retir las restricciones i m puestas. El Concilio, en su dcimasexta sesin, declar que, habiendo el papa Eugenio atendido las moniciones, citaciones y requisitorias de la asamblea, aceptaba sta sus bulas y proclamaba la paz.
No fueron pocos los sacrificios con que el pontificado pudo alcanzarla. Pero las circunstancias polticas por que atravesaba el poder temporal de la Iglesia no permitan al Papa persistir en la reclamacin de todos sus derechos.
Casualmente en aquellos das estallaron terribles rivalidades entre los diversos soberanos
de Italia.
Felipe Mara, duque de Miln, pretenda la proteccin de la Santa Silla contra otros seores italianos. Eugenio, sintindose padre de todos, proclam su neutralidad. El duque de
Miln jur vengarse del Papa. Para ello se declar defensor entusiasta del Concilio. Para
mantenerlo, escriba los Padres, estoy dispuesto sacrificar mis tesoros, mis Estados y mi
vida. Las repblicas de Venecia y de Florencia, enemigas del ducado de Miln, declararon
ste la guerra, que fu poco duradera en atencin la paz que Segismundo y Eugenio
hicieron firmar en Ferrara. No obstante, el duque de Miln buscaba una ocasin para posesionarse de los Estados de la Iglesia, gracias al ejrcito que tena reunido para combatir las
dos repblicas. Francisco Sforza, caudillo adicto al duque de Miln, impetr del papa E u g e nio el paso de sus tropas por la Rumania y las Marcas, con el pretexto de acudir al socorro
de aples, atacado por Caldora. El Papa accedi. Mas apenas estuvo en Ancona, Sforza quitse la mscara y se declar vicario del Concilio de Basilea. Ocup J e s i , Fermo, Recanati,
Ascoli, Ancona, y posesionse la fuerza de Montedelmo. Y luego, pasando Umbra, someti rpidamente Todi, Amelia, Toscanella, Otricoli, Maguan o, Soriano.
Alentados por aquella audacia afortunada, algunos aventureros se levantaron en el ducado
de Espoleto titulndose vicarios del Concilio. E n el patrimonio Fortebraccio se ampar de
Vetralla y Castelnuovo, se enseore de Tvoli y Monteredondo, y apareci la vista de Roma. El gobierno temporal se vio en aquella ocasin casi anonadado por las armas de los aventureros, y el gobierno espiritual humillado por las pretensiones de los conciliares.
La poltica de Eugenio supo transformar Sforza de adversario en aliado. No obstante, los
enemigos eran astutos, numerosos y prfidos. Fortebraccio lleg las puertas de Roma, mientras los Coionna agitaban la poblacin, y pretextando cualquier cosa, suscitaron Poncelleto
di Pietro que, al frente de una horda de perdidos, invadiera el Capitolio y proclamara la
libertad del pueblo. Aquel grito fu secundado por todo el partido gibelino. Los magistrados
pontificios fueron destituidos y erigidos en su lugar siete representantes del pueblo con el
ttulo de conservadores, los que se concedi poder sobre la vida de los ciudadanos.
T.
ii.
83
418
la maana siguiente una comisin de magistrados pas exponer Eugenio los perjuicios que causaba la guerra, la honda miseria que el pueblo sufra, y otras quejas, que era
del todo ajeno al pontificado remediarlas y atenderlas, concluyendo con pedir la entrega del
castillo del Santo n g e l , de la ciudad de Ostia, y el cambio del gobernador de Roma, exigiendo por relien al cardenal Gondelmero.
Eugenio aparent ceder, aunque se resisti entregar al Cardenal. Pero los rebeldes se
arrojaron sobre el Prncipe de la Iglesia y lo custodiaron cuidadosamente. Haba una conjuracin contra la libertad de Eugenio IV, quien se proponan encerrar en la iglesia de los
Apstoles, hasta que el Duque dispusiera de su vida el Concilio de. su pontificado. Eugenio
se escap disfrazado de monje y lleg Florencia, donde fu recibido con entusiasmo. Roma
sinti pronto la ausencia del Papa.
Los soldados de Florencia y Venecia libraron batalla contra las huestes del duque de Miln , quien obtuvo fcil victoria; cuyo hecho el Duque se atrevi notificar al Concilio en
estos trminos: Reverendsimos Padres: como mi prosperidad es la vuestra, as como la de
la santa Iglesia de Dios, debo participaros todo cuanto de prspero me acontezca, y continuaba detallndoles su triunfo sobre los defensores del pontificado.
El Concilio dej explotar el sentiniiento de su indignacinlo consignamos en su honor.
Las persecuciones de que era blanco Eugenio merecieron universal reprobacin. Desde el fondo
del Asia Menor, el prncipe griego de Trebizonda hizo oir cordial protesta; el rey Alfonso
ofreci al Papa su proteccin y un asilo decoroso en sus Estados.
En el entretanto Roma era teatro de la ms repugnante discordia. La opinin pblica era
contraria al gobierno inspirado por el milanes duque Visconti. Un movimiento espontneo facilit al partido pontificio la restauracin de su poder. El Papa regres recibiendo testimonios
inequvocos del filial afecto que le profesaban los romanos.
El duque de Miln, derrotado y vencido, no habiendo podido ampararse de la persona del
Pontfice, que era su ideal, concibi el vil proyecto de sorprenderle en uno de sus paseos peridicos; cuyo fin convnose con el obispo de Novara, su pariente, que se hallaba en la corte
pontificia con el pretexto de negociar la paz, para que, auxiliado de su secretario Piccinino,
realizasen el plan. La Providencia hizo descubrir el complot. Piccinino, encarcelado, no pudo
negar ser obra de sus manos las cartas sorprendidas, y el mismo Obispo vise en el caso de
implorarla clemencia del P a p a , su vctima designada. El Papa tuvo la gloria de.perdonarle
su infame traicin.
Desacreditado el Duque, trat de reconciliarse con el Papa, quien por este medio recobr
la Rumania, Lmola y Bolonia; mientras el patriarca Vitelleschi reconquistaba Imteramna,
Amelia y otras plazas, rechazaba Antonio de Sierra de la campia romana y quitaba los
Colonna y Savelli las ciudades y fuertes de Castel-Gandolfo, Stasano, Roccapriore y otras.
Fortebraccio fu el ltimo de los enemigos que hubo de combatir, y que muri en una batalla.
Libertado de los enemigos materiales, el Papa se encontr otra vez en lucha con el Concilio. Dominado ste por su habitual espritu de supremaca, no se ocupaba sino de estudiar
la manera cmo mejor pudiera ajar denigrar al pontificado. En una de sus sesiones, el Concilio absolvi los causantes de las amarguras de Eugenio, y los rehabilit la faz de la Iglesia. La sesin decimoctava consinti en una amenaza al Pontfice, quien en varios tonos
se declar como subdito de la asamblea.
Los derechos y privilegios de la Santa Silla eran todos apasionadamente discutidos. Toda
medida encaminada eclipsar algo de su gloria amenguar algo de su majestad se reciba
con aplauso. Asemejbase el Concilio una cruzada contra el pontificado. El obispo de Tours
se atrevi decir: Esta vez es preciso que consigamos, quitar los italianos la Santa Silla,
dejarla de tal manera despellejada, que 'todos sea indiferente el lugar de su residencia.
La sesin vigsimaprimera suprimi el derecho de anatas y muchos otros derechos, y
adopt otras medidas restrictivas de la autoridad pontificia. El tono que se us en las rea-
419
Christophc.
420
XCVII.
Oposicin de los griegos la unin.Cada de Constantinopla.Desgracias de la cristiandad.
Las Cruzadas.
El Concilio de Florencia realiz u n hecho esperado por los siglos: tal fu la deseada reunin de las Iglesias latina y griega. No recorreremos los detalles de las arduas negociaciones
al efecto entabladas y seguidas, como quiera que, no persecucin sino triunfo, y esplndido
triunfo fu aquel brillante resultado. Todas las antiguas pretensiones doctrinales de los romanos quedaron plenamente justificadas por el reconocimiento explcito de los dogmas debatidos por la Iglesia griega.
La trascendental cuestin de la frase jlioque, frmula que sentaba la fe de la Iglesia en
la procedencia del Espritu Santo, y que era de temer fuese el escollo invencible para la idea
de la reunin, qued gloriosamente zanjada.
Allanadas las grandes y las pequeas dificultades y sometidos los griegos la fe de los latinos, vise un espectculo digno de los cielos. Los padres de una y otra Iglesia abrazronse
estrechamente, mientras un nutrido coro cantaba en accin de gracias Lceteniur cceliet exuliet
trra; palabras que son las primeras de la bula de unin.
Y para colmo de consuelo llegaron Florencia en aquellos das algunos representantes
del patriarca de los armenios, solicitando la unin con el pontificado, del que estaban separados
desde Focio. Y tambin del Egipto, de la Lybia, Cyrenaica y Etiopa llegaba una embajada
llevando la sumisin de los Manophisitas, herejes que solo admitan una naturaleza en CRISTO
y que campeaban en aquellas regiones desde Eutiques.
Por desgracia el clero griego no quiso aceptar la reunin celebrada en Florencia; el imperio no se atrevi promulgar el decreto de reunin, el henoticon, que sell la paz. Los cismticos declararon que preferan unirse con los turcos, fundirse con los romanos; y hasta
421
422
res, resolvi la resistencia; resistencia desesperada, porque los griegos carecan de la virilidad y de las virtudes militares. E n aquellas jornadas, clebres en los anales de las luchas humanas, Palelogo y Justiniano, caudillo de la defensa, fueron dos figuras que atrajeron la
admiracin del mundo entero.
Cuarenta das se hall detenido el torrente de mahometanos ante aquellos muros, desde
los que la muerte se despeaba de continuo, abriendo enormes brechas en los baluartes formados por los pechos de los asaltantes. Diez mil hombres llevaba perdidos el contingente de
Mahometo, y todava los griegos no haban perdido ni un solo reducto. La noticia de la
aproximacin de los auxilios de Europa y la inutilidad de los esfuerzos hasta entonces practicados, hizo cundir la incertidumbre y la vacilacin en los consejeros de Mahometo, muchos
de los cuales estaban por el levantamiento del sitio, dado que, como decan, el honor y l
gloria militares estaban perfectamente salvados.
Pero no era Mahometo hombre capaz de retroceder ante dificultades. En la hora ms crtica para el xito de su empresa, concibi el proyecto gigantesco de transportar por tierra una
parte de sus naves al interior del puerto de Constantinopla. Esta idea, que llamaremos colosal, la realizaron sus soldados en una sola noche. Al despertar los constantinopolitanos encontrronse oprimidos por ochenta naves que ostentaban orgullosas, en el cuerno ele oro, el estandarte del Profeta. Aquel arranque, digno de un verdadero genio, decidi de la suerte de la
gran capital. En la maana siguiente Mahometo orden el asalto.
Constantinopla se senta consternada. Sus habitantes pasaron la ltima noche del imperio
ocupados en dirigir al cielo fervientes splicas y en recorrer procesionalmente las calles que
pronto deban ser profanadas por las sandalias de los infieles.
El asalto fu violento, como puede suponerse, siendo impulsado por la nervuda mano de
Mahometo. Slo tres horas dur el combate, pero aquellas tres horas equivalieron muchos
siglos. Al grito de victoria, los musulmanes profanaron todo lo sagrado y degollaron todo lo
valiente de aquel pueblo, vctima de sus histricos desaciertos.
Dos das despus de haber cado Constantinopla, apareci en sus mares la escuadra veneciana, romana y catalana, que la hubiera libertado. Dios tena escrito su decreto, y los vientos, las olas y los hombres fueron sus ejecutores.
A la cada de Constantinopla extremecise la Europa. Los monarcas cristianos esforzronse
en agitarse y coaligarse para arrebatar los turcos su preciosa conquista. iEneas Sylvius se
constituy expresin elocuente de los votos de Europa, escribiendo Nicols V una carta sentimental, en la que, en nombre de la cristiandad toda, en nombre de la Iglesia, deshonrada
por la violacin de sus baslicas, en nombre de la poesa, de la filosofa, cuya antorcha acababa de apagarse, en nombre de la gloria personal de Nicols, le conjuraba organizar la defensa. Cuando los escritores que se encargarn, le deca, de contar los siglos venideros la
historia de los pontfices romanos, se ocuparn de vuestro reinado, dirn sin duda: Nicols V
libert del yugo de los tiranos al patrimonio de San Pedro, reuni la Iglesia dividida, reconstruy el palacio apostlico, embelleci el palacio del Prncipe de los Apstoles, celebr jubileo
secular, impuso la corona al jefe del santo imperio. Mas todos estos gloriosos hechos parecer se oscurecen al aadir los mismos escritores: No obstante, bajo tan brillante pontificado,
la real ciudad de Constantinopla fu tomada y saqueada por los turcos.
No puede acusarse al Papa de haber descuidado la restauracin del imperio oriental; pero
sus esfuerzos se estrellaron contra la inercia y el decaimiento del espritu poltico. Pudo ya
preverse que la cruz de JESUCRISTO tardara muchos aos y muchos siglos en recuperar el trono
bizantino. Los desastres de las antiguas cruzadas, la memoria de la catstrofe de Beziers y
de la muerte de San Luis acontecidos en el siglo X I I I apagaba todo entusiasmo y contrabalanceaba los generosos esfuerzos de los ms celosos.
El mahometismo continuaba siendo una terrible amenaza para la civilizacin de Europa.
XCVIII.
Concilio en Roma en 430 contra Nestorio.Concilio en Egipto contra el error nestoriano.Concilio de Efeso.Concilio de Constantinopla.Concilio de Calcedonia.Concilios generales I X , X , X I y X I I en Letran, X I I I y X I V en Lyon, X V en Viena, X V I
en Pisa, X V I I en Constanza, y otros Concilios particulares en diversas partes del m u n d o .
Ordenes religiosas y de caballera en defensa de los principios y de los intereses de la Iglesia.
Orden de los camaldulenses.Caballeros espaoles de Santiago contra los moros.Orden
benedictina.Religiosos hospitalarios de Jerusalen.Orden cisterciense.Orden de San J u a n
e Jerusalen.Orden de los Templarios.Caballeros de San Lzaro de Jerusalen.Caballeros
de Alcntara.Orden militar de Calatrava.Orden del Carmen.Caballeros teutnicos.
Caballeros de Livonia.Hospitalarios del Santo Espritu.Orden franciscana.Orden de
424
Predicadores.Orden de la Merced, redentora de cautivos.-Orden de la Estrella.Caballeros de San Jorge.Caballeros de Santiago en Portugal.Caballeros de Montesa.Orden
militar de CRISTO en Portugal.Caballeros de Santa Brgida en Suecia.Orden militar del
Navio en aples.Orden militar dla Paloma.Orden militar de la Anunciacin.Caballeros del Toisn de Oro.Caballeros de San Miguel.
Escritores fieles.Juan Crisstomo.Jernimo. Agustin.Cirilo de Alejandra.
Teodoreto de Ciro.Eusebio de Dorilea.Efrem.Benito.Leandro.Isidoro de Sevilla.,
Ildefonso. Juliano. J u a n Damasceno. Humberto. Bernardo. Pedro Lombardo. Juan
de Salisbury.Antonio de Pdua.Vicente de B e a u v a i s . J u a n de Dios.Santa Gertrudis.Alberto el Grande. Pantaleon.'Tomas de A q u i n o . B u e n a v e n t u r a . J u a n
Scot.Lulio.Barlaam.Santa Brgida.Santa Catalina de Sena.Gerson.Vicente
Ferrer.Bernardino de Sena.Lorenzo Justiniano.Juan Capistrano.Juan de Segovia.
Antonino de Florencia.Tomas de Kempis.iEneas Sylvius.
Papas.
Anastasio.Inocencio I.Socimo.Bonifacio I.San Celestino.Sixto III.
San Len el Grande.San Hilario.San Simplicio.San Flix III.Gelasio.Anastasio I I . S a n Smaco.San Hormisdas.San Juan I.Flix IV.Bonifacio I I . J u a n II.
Agapeto.Silverio.Vigilio.Pelagio I . J u a n III.Benito I.Pelagio II.Gregorio
Magno.Sabiniano.Bonifacio III.Bonifacio I V . Deusdedit.Bonifacio V.Honorio I.Severino.Juan IV.Teodoro.Martin I.Eugenio I.Vitaliano.Adeodato.
Dono.Agaton.Len II.Benito I I . J u a n V.Conon.Sergio.Juan V I . J u a n VIL
Sisinio.Constantino.Gregorio II.Gregorio III.Zacaras.Esteban II.Pablo I.
Esteban III.Adriano I.Len I I I . Esteban I V . P a s c u a l I . E u g e n i o I I . V a lentn.Gregorio IV.Sergio I I . L e n I V . B e n i t o III.Nicols I.Adriano II.
Juan VIII.Martin II.Adriano III.Esteban V.Formosio.Esteban VI.Teodoro IL
J u a n IX.Benito IV.Len V.Sergio III.Anastasio I I I . L a n d o . J u a n X .
Len VI.Esteban V I L J u a n X I . L e n VILEsteban VIII.Martin III.Agapeto II.
J u a n XII.Benito V . J u a n X I I I . B e n i t o VI.Dono I I . J u a n X I V . J u a n XV.
Gregorio V.Silvestre I I . J u a n X V I I . J u a n X V I I I . S e r g i o IV.Benito VIII.
J u a n XIX.Gregorio VI-Clemente II.Benito XI.Dmaso II.LeonlX.Vctor II.
Esteban IX.Nicols II.Alejandro II.Gregorio VIL Vctor II.Urbano II.
Pascual ILGelasio I I . Calixto II.Honorio II.Inocencio II.Celestino II.Lucio II.
E n r i q u e III.Anastasio I V . Adriano VI.Alejandro III.Lucio III.Urbano III.
Gregorio VIII,Clemente III.Celestino III.Inocencio III.Honorio III.Gregorio IX.
Celestino IV.Inocencio IV.Alejandro IV.Nicols III.Urbano IV.Clemente IV.
Gregorio X.Inocencio V . A d r i a n o V . J u a n X X I . M a r t i n IV.Honorio IV.
Nicols IV.Celestino V.Bonifacio VIII.Benito XI.Clemente V . J u a n X X I I . Benito XII.Clemente VI.Inocencio V I . Urbano V.Gregorio X I . U r b a n o VI.
Bonifacio IX.Inocencio VILGregorio XII.Alejandro V . J u a n X X I I I . M a r t i n V.
Eugenio IV.Nicols V.Calixto I I I . P o ILPaulo I L S i x t o IV.Inocencio V I I I . Alejandro VI.
Graneles hombres.
San Benito.Abelardo.San Bernardo.Santo Domingo.Santo
Tomas.San Francisco de Asis.Alberto el Grande.Rogerio Bacon.Raimundo Lulio.
San Vicente Ferrer.iEneas Sylvius.
VICTORIAS.
Conversiones.
Aspabete, prncipe rabe.Gersimo.Etbelberto.Siete mil hombres
en Piritz convertidos por Othon de B a m b e r g . E n Brescia ocho franciscanos bautizaron
doscientos mil infieles.Lasco, duque de Moldavia.Anastasio, caudillo persa.Abelardo.
Abner.Alejandro Newiski.Alfonso de Zamora, judo sabio.Alja, princesa rusa.
25'
T. II.
IM
TRATADO QUINTO,
PERSECUCIN
PROTESTANTE.
I.
El concilibulo de Pisa.
El drama de la lucha que tenemos que asistir ofrece un inters ms palpitante, ms de
actualidad que los que hemos venido presentando en la larga serie de quince siglos, ya que
la accin de este drama, si bien se inici en el siglo X V I , contina desarrollndose todava.
E n los hechos que vamos consignar la lucha de poderes va ntimamente unida la lucha de principios; vemos en ella las armas disposicin de las doctrinas, al lado de la conciencia firme, hallamos el inters mezquino, y medida que se aumentan las complicaciones el combate reviste las proporciones que le da la pasin ms exaltada que, mientras inspira en unos rasgos magnficos de herosmo, impele otros crmenes tan funestos como
vergonzosos.
No existe otra persecucin que haya obedecido mviles ms bajos ni dado lugar ms
deplorables efectos.
Uno de los jefes de esta persecucin, Melancton, ocupndose un da de los resultados de
la funesta obra que l tuvo la desgracia de contribuir con su actividad y su talento, deca
con la frente inclinada hacia el Elba: Todas las aguas de este ro no bastaran para llorar
las consecuencias de este gran cisma.
Viene figurando en esta lucha una palabra: Reforma. No es que fuesen los primeros en
pronunciarla los autores y los cmplices de ese gran crimen que se titula el Protestantismo;
ya mucho antes la haba pronunciado el magisterio catlico; pero al salir de boca de los pontfices, de los varones ms eminentes en saber en virtudes, era obedeciendo una necesidad y expresando una aspiracin justa y generosa; los protestantes no hicieron ms que torcer su legtima significacin, corromper su verdadero sentido.
Hubo, dice Bossuet, dos clases de espritus que demandaban la reforma, los unos slidamente pacficos y verdaderos hijos de la Iglesia, que deploraban los males sin acritud, proponiendo respetuosamente su remedio, que toleraban con humildad la desidia en realizarla y
que, lejos de querer que se realizase por un rompimiento, vean, al contrario, en este rompimiento el colmo de todos los males. E n medio de los abusos.admiraban la Providencia divina,
que sabe, conforme sus promesas, mantener la fe en la Iglesia; y si no les conceda la reforma
de las costumbres, ellos, sin acritud, sin apasionamiento, se crean bastante dichosos con poder
realizarla en s mismos. Estos eran los valientes de la Iglesia; es decir, aquellos quienes nada
es capaz de hacer vacilar en la fe ni de arrancarles de la unidad. Pero hubo otros, espritus
soberbios, llenos de desden y de odio, que impresionados por los desrdenes que vean reinar
en la Iglesia y principalmente entre sus ministros, no crean que las promesas de su eterna
duracin pudiesen cumplirse entre aquellos abusos; y mientras que el Hijo de Dios ensea
respetar la ctedra de Moiss (Matth., x x n , 2 , 3.) pesar de las obras de algunos doctores
y fariseos que se sientan encima de ella, volvindose soberbios y con ello volvindose dbiles,
427
sucumban la tentacin que induce odiar la ctedra en odio aquellos que la ocupan,
como si la malicia de los hombres pudiese destruir la obra de Dios. La aversin que ellos concibieron por los doctores les llev reprobarlo todo en conjunto, incluso la doctrina que enseaban y la autoridad que de Dios haban recibido para ensear (1).
Al subir Po III al pontificado su programa fu: Reforma. Intil es decir que al salir esta
palabra de boca de aquel Pontfice, lleno de la mejor voluntad, fu en el buen sentido en que
la explica el ilustre Bossuet.
Po I I I , ya antes de ser Papa haba manifestado su solicitud en favor de los intereses de
la Iglesia, sostenindolos enrgicamente en la corte del emperador Federico, en presencia de
los grandes de Alemania.
Pero Po III antes de aplicar su elevado criterio de reformas, tuvo que resistir los a t a ques contra los derechos de la Sede x\postlica.
Al morir su antecesor, el palacio papal haba sido saqueado por Csar Borgia, y hasta su
eleccin tuvo que verificarse en la iglesia de la Minerva por haber sido' atacado el Vaticano
mientras se celebraba el cnclave.
Para que pudieran celebrarse all los funerales de Alejandro II fu menester que tomaran
las armas cuatro mil romanos.
El nuevo Papa sube enfermo al trono, de suerte que ya esta vez no pudo cumplirse la c e remonia tradicional de ir el Pontfice caballo tomar posesin de San Juan de Letran.
Antes de ser elegido, los cardenales, reunidos en nmero de treinta y seis, acordaron redactar varios decretos que crean indispensables la reforma de la disciplina y que someteran
la aprobacin del nuevo pontfice.
Al da siguiente de su coronacin el Papa proclama ante el consistorio que emplear cuantos medios estn su alcance para restablecer la disciplina y devolverle su antiguo esplendor,
reformando tambin la corte en los abusos que se hubiesen introducido en ella, sin tener en
cuenta ni la clase ni la categora de las personas (2).
Pero la muerte le sorprendi en aquellos buenos propsitos. Su dolencia se fu agravando
rpidamente, y veintisis das despus de haber ascendido al trono de los pontfices, descendi
al sepulcro.
La Sede Apostlica estuvo vacante por espacio de doce das.
Tras de l sigui Julio II, llamado antes Julio de Rovere.
Pocos hombres han reunido como l todas las cualidades de un gran rey. En aquella cabeza caban los proyectos ms grandiosos; pero al tratar de ejecutarlos no se dejaba arrebatar
por un ideal que hubiese podido conducirle medidas imprudentes, y si pareca asaz atrevido en sus empresas, no es que no calculara antes todo el alcance de las fuerzas con que p o da contar. Tena la principal 'condicin de un diplomtico eminente, que era la extremada
reserva en sus planes; nunca al enamorarse de un proyecto tuvo la impaciencia de revelar su
pensamiento hasta Ja hora oportuna, y no resolvi jamas una cuestin por la fuerza, que no
hubiese ensayado antes resolverla con aquella habilidad que revelaba en l al consumado poltico. En la hora de la prosperidad como en la del infortunio, aquellos ojos brillaban con la
misma expresin, aquella frente revelaba la misma calma. E n el momento de la lucha para l
no haba de haber ms cualidad que el valor; despus del triunfo, para l no exista otro deber
como la generosidad. Marcado con el sello de los grandes genios, realizaba las empresas ms
grandiosas y ms aventuradas con la misma sangre fra que los hechos ms humildes.
Y no era slo poltico, era ademas artista; se le vea cmo despus de resolver una ardua
cuestin de Estado se pona trabajar- sobre un pedazo de mrmol, y aquel que con su habilidad su valor se sobrepona los hombres del cetro y de la espada, con aquella mano dcil obedecer su inspiracin ofuscaba las primeras eminencias del arte.
(1)
Bossuet, Variaciones,
(2)
t. I.
de los
Pontfices.
428
Hombre de accin, Julio II no lo era de palabra; al pronunciar un discurso se le vea interrumpindose con frecuencia buscando para dar forma su idea un vocablo que no le ocurra, acabando al fin por salir del paso, pero corrigindose tres cuatro veces y sin que la ltima expresin alcanzase ser menos impropia que la primera.
Al subir al trono pontificio pronunci una frase que fu todo un programa; con aquel corazn, eminentemente italiano, al verse con una corona en su cabeza, levant los ojos al cielo
y exclam:
Lbranos, Seor, de los brbaros!
Para l los brbaros eran los extranjeros que tenan supeditada la Italia.
Julio II vea debilitadas dos cosas por las que l se senta hondamente apasionado, el Pontificado y la Italia: concibe, pues, el plan de engrandecer la Italia ensanchando la accin del
pontificado; en su pecho la llama del amor los derechos del pontificado y de la grandeza de
la Italia se confunden en un foco comn; quiere realzar su pas colocndolo bajo la egida
de la tiara pontificia. Lo que otros haban realizado en provecho de su inters particular, l
trataba de realizarlo en bien de la Iglesia su Madre, y de la Italia su patria.
Luis X I I de Francia se haba apoderado del ducado de Miln, mientras que Fernando de
Espaa dispona del reino de aples.
Julio les acusa de pretender invadir el patrimonio de San Pedro, de esterilizar con la sangre aquel hermoso suelo que fecundiza el sol de la Italia, de cerrar con medidas de barbarie
los asilos donde se amparaban las artes y las ciencias, de entorpecer la accin civilizadora de
la Iglesia.
Rey y Pontfice la vez, su ardor patritico le induce esperar que aquellos pueblos libertados por el pontificado habrn de recibir del pontificado la influencia de una poltica civilizadora, y que lo primero que urga hacer era reunir bajo un slo cetro aquella pennsula
que poda ampararse tras su triple muralla de peascos, de nieve y de mares, ejerciendo all
su supremaca el romano Pontfice (1).
Pero antes de arrojar los extranjeros de Italia era menester que Julio II se ocupase de
resolver una cuestin pendiente en el seno mismo de la pennsula; era preciso imposibilitar
los ataques de un enemigo que Roma tena sus puertas.
Venecia, el pas clsico de los artistas, cuya capital se levantaba majestuosa en medio
de vasta laguna, fortalecida en sus luchas contra los elementos y contra los hombres, haba
adquirido gran preponderancia. Ya en el siglo X , cuando otros pueblos se elevaban la
altura de un sublime espiritualismo por medio de msticos entusiasmos, ella se consagraba
su trabajo, aprovechando sus excelentes condiciones para desarrollar su vida comercial, primera fuente de aquella explendidez que se vea retratada en sus palacios enriquecidos con
todas las bellezas de la escultura, en sus suntuosos monumentos, que recordaban la vez
la inspiracin de Grecia y la grandiosidad de Roma; en sus vistosos edificios, donde el
genio y la suntuosidad se sobrepona al rigorismo de todo arte reglamentario; con su palacio
de los Dux, donde tras de la admiracin producida por su prodigiosa magnificencia, se senta
el terror que causaba la frecuente vista de cabezas expuestas en su balaustrada exterior como
testimonio de la desptica justicia que ejecutaban en sus salones sus temidos inquisidores de
Estado; con su iglesia de San Marcos, sombreada por la accin de seis siglos, y en que brillaba toda la elegancia helnica y todo el lujo bizantino.
Venecia, desde los das en que los descendientes de los Vnetos fueron buscar un asilo
en las pequeas islas de la desembocadura del Brenta para salvarse de las hordas de Alarico,
no pens en nada ms que en su engrandecimiento.
Sus lagos la ponan al abrigo de todo ataque exterior, y reducida por sus condiciones na-
(1)
(Leltera
Jo lo faccioper
reunir la comune patria soto un solpadrone
dall indito Giornale di Pari de Grassi.)
e qiteslo
debbe
essere perpetuamente
il Pontef.ce
romano.-
429
turales al carcter de potencia martima, sns numerosos buques surcaron todos los mares para
aportar los venecianos una riqueza cada da ms floreciente.
Ya en el siglo X I vise considerada como potencia mercantil y en el siglo X I I percibi
cuantiosos productos de las armadas que ella equip para las cruzadas.
No contenta con su poder comercial, aspir tambin la gloria de las armas, y obedeciendo
ala inspiracin de su fe, en 1202 envi los muros de Constantinopla cargadas de soldados
E L OBISPO D E S I S I E l ' X K E C I B I E X D O
LA A D J U R A C I N
D E I.OS
IICGOSOTES.
aquellas galeras que antes mandara repletas de vveres y de pertrechos de guerra, cabindole
no poca gloria en la toma de la gran capital: y ms tarde el jefe de aquella modesta repblica pudo ya tomar el ttulo de duque de la Dahnacia, al que aadi el de duque de parte
del romano imperio (1), pasando su poder Canda, las islas Jnicas, casi todas las del Archipilago y pudiendo establecer factoras en Acre y Alejandra, que eran para ella abundantes
veneros de riqueza.
(1)
Hallam, Europa
en la Edad Media,
t. III.
430
31
El manifiesto caus en Francia una impresin vivsima. La reina Ana se afect profundamente al saber el rompimiento entre el Papa y su esposo, suplic al rey Luis X I I que cesase en unas hostilidades que podran atraer sobre su reino la maldicin divina (1).
Luis X I I , en vez de acceder las splicas de su esposa trata de abrir entre l y la Santa
Sede un abismo y se propone constituir en cmplices suyos los altos dignatarios de la Iglesia de Francia.
Luis convoca los prelados de su reino para que se renan en Tours, donde se propone
consultarles acerca la conducta que debe seguir respecto al Sumo Pontfice.
Ya algunos cardenales, entre los que se distinguan Carvajal, Guillermo Brissonet, Francisco de Borgia, Renaud d Brie y Federico de San-Severino, venan censurando la conducta
poltica de Julio I I , manifestando su oposicin en trminos no siempre comedidos. Luis, pues,
contaba con un partido en el seno de la Iglesia.
Hicironse en Tours graves acusaciones contra el espritu belicoso del Papa que haba arrojado al Tber las llaves de San Pedro para no empuar sino la espada de San Pablo, conforme la frase que iba de boca en boca. Declarse que el Papa no tena el derecho de hacer
la guerra los prncipes extranjeros; que stos, para rechazar una agresin injusta, podan
invadir momentneamente las posesiones territoriales de la Iglesia y rehusar la obediencia al
Papa enemigo, tratndose de la defensa de los derechos temporales; que en lo concerniente
los asuntos eclesisticos se obligara Julio II congregar un Concilio general, conforme h a ba prometido, donde se resolvera lo conveniente; y que lo que cumpla hacer de momento
era ofrecer al Papa la paz, y si la rechazaba, el Rey estaba en su derecho atacndole en sus
propios Estados.
Lejos de venirse un acuerdo, la situacin iba adquiriendo cada da mayor tirantez.
Luis X I I convoca un Concilio en Pisa como un reto que echa Julio I I , Concilio que
haba de reunirse el 5 de noviembre de 1511.
Maximiliano de Alemania recibe con el mayor jbilo este arrebato de temeridad de parte
del rey de Francia, quien anuncia en su convocatoria nada menos que el propsito de reformar la Iglesia en su Jefe y en sus miembros.
Maximiliano, dice Ancillon, amigo de todos los proyectos extraordinarios y atrevidos,
acoge la idea con entusiasmo; su imaginacin le presenta vacante el trono de Roma, colcase
mentalmente en l, rene la calidad de jefe de la Iglesia la de jefe del imperio, y realizando
la idea favorita que desde mucho tiempo viene acariciando, se propone introducir en la Iglesia inesperadas reformas (2).
Al propio tiempo Luis X I I prohiba toda relacin del clero francs con la curia romana.
Se tiene la osada de citar al Papa para que se constituya en Pisa rendir cuenta de sus
actos y restablecer, dicen, el orden y la disciplina eclesistica.
Los prelados franceses hubieron de persuadirse m u y pronto de que se les constitua en
instrumentos de la ambicin del Rey y de su animosidad contraa persona de Julio I I , y que
su adhesin ciega los propsitos de Luis X I I constitua un servilismo que se opona su
conciencia y su dignidad de obispos de la Iglesia catlica.
Al abrirse el snodo se encontraron casi solos. Proclamse que la asamblea no se disolvera nterin no se realizase la reforma en toda su extensin, desde el Jefe de la Iglesia hasta el
ltimo de los miembros de la corte romana; que continuaran reunidos hasta dejar restablecida la paz en Europa. Entre otro de los acuerdos figuraba el de que el Concilio era superior
al Papa. Formulronse contra Julio II las ms incalificables acusaciones, entre otras la de
haber subido la ctedra pontificia por vas poco convenientes, la de fomentar discordias entre
los prncipes cristianos, en una palabra, se acudi toda clase de pretextos para hacer que
desmereciera en el concepto pblico un Pontfice en quien todo hombre de criterio imparcial
(1)
(2)
delsisl.pol.
de Europa,
t. I.
432
II.
El Concilio quinto de Letran.
Luis X I I , al querer resolver en un Concilio convocado por l las cuestiones pendientes,
se colocaba en situacin m u y desfavorable.
En el terreno religioso, tras de s Luis X I I no tena sino la ambicin de Carvajal y las
pretensiones de unos cuantos espritus revoltosos; en cambio, Julio I I , tras de s tena toda
la Iglesia, pues aun Roma era el centro del Catolicismo y el Papa su cabeza visible.
Todo cuanto hiciese Luis X I I y los suyos en este terreno no pasara de ser el conato de
u n cisma; en cambio, las resoluciones que tomara Julio II con la casi totalidad de los cardenales, de los obispos, de los abades, de las rdenes religiosas, tendra en su favor el sello de
la catolicidad.
Al concilibulo de Pisa, Julio II responde convocando un Concilio general en Letran. En
presencia de ste, el de Pisa no representara ms que lo que representa una faccin ante un
ejrcito. Con la sola convocatoria, en el orden religioso, el Rey quedaba vencido por el Pontfice.
Pero si los conflictos suscitados en el terreno religioso Julio II trata de resolverlos en el
Concilio de Letran, hay en el terreno poltico otros problemas que el Papa, como soberano
temporal, tiene que resolver de otra manera. Julio II est dispuesto cumplir todo su deber;
acepta la lucha en el campo en que sta se le ofrece.
La serie de ataques que se le dirigen en el Concilio de Pisa le sorprenden en el lecho debilitado por larga y penosa dolencia.
E n estas crisis supremas Julio II senta reaparecer sus gastadas fuerzas; la fiebre misma
le comunicaba una actividad, asombrosa, por mucho que supiese que con estos esfuerzos titnicos de su apasionada naturaleza no hiciese ms que precipitar el reloj de su existencia, pues
en tal estado su vida material el curso de aos lo recorra en pocas horas.
Levntase de la cama enfermo, sostenido slo por la calentura, se dirige orar en el altar
433
de los santos Apstoles para que Dios le d unas fuerzas fsicas que correspondan al vigor de su espritu y los arranques de su corazn; cumpliendo con sus deberes de soberano
temporal, pone orden su ejrcito, y pesar de sus dolencias y de sus setenta aos, seguido
de su cortejo, que lo forman tres cardenales, se encamina hacia Mirndola, sitiada por las
tropas pontificias.
Era el mes de diciembre de 1 5 1 1 ; el humo de las bocas de fuego se oculta tras los copos
de nieve que cae en abundancia. No obstante, Julio II se le ve en todas partes. El rey de
Eoma se guarece en la pobre cabana de un aldeano, batida constantemente por la artillera
de los sitiados. La presencia de Julio I I , que atiende todo, siempre incansable, que deja de
dormir cuando su ejrcito est en vela, que comparte las penalidades y los peligros de sus
subditos, no puede menos de alentar los soldados. Multitud de sus familiares han cado
su lado muertos por el hierro enemigo. Julio II permanece all tranquilo, imperturbable como
en su palacio.
La ciudad se rinde.
Julio II se apresura entrar en la poblacin, impaciente por conceder todos sus enemigos un perdn generoso.
En Bolonia, el populacho, al amparo de las armas francesas, se apodera.de la estatua de
bronce del P a p a , la arrastra por el lodo, la hace pedazos, que enva al duque de Ferrara,
uno de los ms acrrimos enemigos del Sumo Pontfice, el cual manda construir coa aquellos
fragmentos un can, al que da el nombre de Julio II. De aquella prodigiosa escultura en que
quedaba marcado el genio del primer artista de su poca, no qued intacta ms que la cabeza. Dirase que la plebe, al contemplar aquella mirada tan imponente, experiment un miedo
misterioso que le impidi consumar su obra de destruccin.
Julio II en un manifiesto denuncia todas las cortes europeas el proceder del monarca
francs, el cual, no contento con su hermoso reino de Francia, se ha apoderado del Milanesado, trata de invadir los Estados de la Iglesia, y anuncia, por medio de medallas impas,
su intencin de hacer perder hasta el nombre de Roma, la que califica de Babilonia.
En efecto; Luis X I I haba hecho acuar unas monedas en que consta su odio contra la
ciudad eterna y los propsitos de destruccin que contra ella vena abrigando. En una cara
se vea la cabeza del Rey rodeada de flores de lis con la incripcion:
Luis, rey del reino de Francia y de aples (1).
En el reverso se lea entre una corona formada por tres flores de lis:
Har perder el nombre de Babilonia
(2).
Propnese, pues, la Santa Liga para poner coto la desatentada ambicin de Luis X I I .
. Ya no era slo el inters religioso lo que deba unir los prncipes europeos contra
Luis X I I ; era ademas el inters poltico.
Posesionada la Francia de Roma, desaparecera toda la Italia, la que no sera ms que
una provincia francesa, quedando roto de esta suerte el equilibrio europeo.
Adhirironse con ardor la Liga los venecianos, que estaban en actitud de comprender
que la causa de Julio II era la causa de toda la Italia.
Julio II manifiesta solemnemente que, luego de obtenida la libertad de la Italia, l i n v i tar las naciones que entren en la Liga aunarse contra los infieles que, salidos de Constantinopla , avanzan por territorio alemn, fin de humillar por do quiera que pasan la cruz
del Redentor, sublime ensea de la civilizacin de Europa.
(1)
Ludo, Franc,
(2)
regnique
Neapol
R.
NomenperdamBabylonis.
T.
I!.
SS
<34
No hay que decir que Fernando el Catlico haba de entrar en esta alianza.
Tampoco fu difcil lograr que formase .parte de la Santa Liga Enrique VIII de Inglaterra.
En su infancia Enrique VIII aprendi amar el Catolicismo los arrullos de piadiossima
madre, los principios catlicos constituyronla base de su educacin. Enrique VIII de Inglaterra vea en Julio II la cabeza de su Iglesia, el jefe de su religin; Enrique VIII sinti hondamente herida su susceptibilidad de cristiano al saber que Luis X I I , el hijo primognito de
la Iglesia, haba mandado fijar en las pilastras de todas las baslicas de Francia unos carteles
en que se declaraba depuesto al Sumo Pontfice. Julio II era para l un venerable anciano
quien el celo por los derechos y los intereses de la Santa Sede produca una fiebre que haba
de conducirle muy pronto al sepulcro. E n aquella primera poca de su reinado en que el joven
Monarca no se dejaba guiar sino por su corazn, deseoso de conquistarse un renombre, amante
de gloria, est dispuesto poner su espada de rey catlico los pies de Julio I I .
El 4 de febrero de 1512 el parlamento ingles se rene para enterarse de un mensaje regio. Enrique expone su proyecto de hacer la guerra la Francia con el slo fin de obtener la
libertad del Sumo Pontfice y la disolucin del concilibulo de Pisa. El parlamento aprueba
el propsito del Rey y vota recursos para realizarlo.
Faltaba el concurso de Maximiliano.
ste se resiste romper con Luis X I I . Cuando se le pide su cooperacin, trata de eseusarse lanzando contra Julio II una acusacin que nada puede justificar.
Para combatir los infieles, dice, el Emperador y el rey de Francia han concedido
generosamente subsidios la Santa Sede; en lugar de servirse de ellos para el triunfo del
Evangelio, el Papa los emplea para arruinar la Italia. Como rey que soy de romanos, aade, tengo el derecho de velar por la Iglesia de CRISTO: he resuelto convocar un Concilio en
que toda la cristiandad est representada (1).
El mismo Maximiliano se encarg de probar cuan faltados de razn estaban sus pretextos,
adhirindose despus la Santa Liga.
Las tropas pontificias ponen cerco Bolonia, plaza fuerte considerada como la clave de
toda la Romana.
Bolonia, guarecida tras espesas murallas y defendida por hombres como Lautrech, Ivo de
Allegre, Spinaccio y Visconti, conocido con el apodo del Gran Diablo, i b a caer, cuando entre torbellinos de nube se descubre, galopando en un caballo blanco, agitndose en todas direcciones el rojo penacho de su capacete, Gastn de Foix, quien los veinticuatro aos era
ya el mejor general de su tiempo, el cual se encamina auxiliar la ciudad con un ejrcito de
franceses.
Las tropas adictas Felipe II se ven en la precisin de levantar el sitio.
Fu el ltimo revs que experimenta el Papa en sus planes polticos; desde aquella hora
todo le sale pedir de boca.
Gastn muere manos de un soldado espaol; su sucesor, La Palisse, se halla obligado
abandonar la Romana, batido por el espaol Raimundo II de Cardona, otro de los jefes de la
Liga; Alfonso de Este ve invadidos los Estados de Mdena, Reggio y Ferrara; su hermano
Hiplito se ve en la precisin de pedir gracia al Papa, quien le otorga un salvo-conducto.
Giano Gregosso penetra en el puerto de Genova, arrojando de all los franceses; Proto es
tomado por asalto por los espaoles, y Maximiliano Sforza se apodera de Miln, mientras que
el populacho se arroja sobre los negociantes franceses, saquea sus cajas y sus depsitos, y
ebrio de vino y de sangre, anda gritando: Mueran los franceses!
Tal fu el resultado de las aventuras de Luis X I I .
Poco tiempo antes el monarca francs se crea en aptitud de disponer, no slo de sus Estados, sino de la Italia entera, no ocultando sus aspiraciones un dominio universal, tratando
(1)
435
de imponerse la Iglesia misma; poco tiempo antes, un pregonero suyo, en las puertas de la
catedral de Miln, citaba al Papa que compareciese en persona para defender su conducta
ante el concilibulo, y su protegido Carvajal se crea tener ya en sus manos las llaves de San
Pedro, mientras que Julio II era el blanco del desprecio y de la calumnia. Y no obstante, el
altanero Monarca que vuelve sus armas contra el Sumo Pontfice, tiene que sufrir una espantosa derrota; en aquel mismo Miln que trataba de constituir en pedestal de su imaginada
grandeza ha perdido todo su ejrcito, del que no quedan ms que unos cuantos soldados m u tilados, que, despus de sacar montones de oro de los pueblos por donde pasaban, no guardan
sino dos tres florines que aun los paisanos se los arrebatan por el camino; los caones franceses, no pudiendo salvarlos en la huida, los clavan los arrojan al ro; sus jefes han muerto
casi en su totalidad, los pocos que quedan estn inutilizados por las heridas.
Tales victorias no deben atribuirse nicamente la bizarra, la tctica la superioridad numrica de los ejrcitos aliados; tambin contribuy aquel resultado en varias ocasiones el sentimiento dominante de la poca, que era la fe cristiana; y los franceses mismos
ms de una vez, al tener que batirse contra una causa personificada en el Jefe de su religin,
en Julio I I , sintieron que las armas se les caan de las manos.
El mismo Gastn de F o x , pesar de su bizarra y de su fiebre por batirse, cuando iba
atacar los espaoles cerca de Brescia, se conmueve al ver que aquella masa de hombres que
forman como una muralla impenetrable, al apercibirse de los estandartes enemigos, rompen sus
apretadas filas, y antes de prevenirse para el ataque, corren la tienda del cardenal legado, se
arrodillan sus pies, inclinan la frente imploran la bendicin que el Cardenal les da en la
cruz de plata que el Papa haba bendecido. Gastn, al contemplar de rodillas aquel ejrcito de
espaoles con sus barbas emblanquecidas en el campo de batalla, no puede resistir el efecto que
le produce semejante escena, cree que unos soldados de tanta fe no es posible batirlos con
su artillera, y levanta el campo".
Ms tarde, el legado, que era el cardenal de Mdicis, fu parar disposicin de los franceses, pero nunca prisionero alguno ha sido objeto de tantas atenciones; los pueblos, los soldados mismos de Luis X I I se inclinaban ante el Cardenal para implorar su bendicin; ms
que cautiverio, pareca aquello un triunfo. La ilustre familia de los Bentivoglile hosped como
un monarca, y la noble dama Blanca Rangona vendi sus joyas para entregar al Cardenal
todo su producto. Los mismos encargados de custodiarle le ponen en libertad, y entonces su
vuelta Roma es una ovacin continuada.
En el da prefijado, 3 de mayo de 1 5 1 2 , el gran Julio I I , el valeroso Pontfice cuya majestuosa cabeza haba encanecido en lu ruda lucha que tuvo que sostener contra los enemigos
del pontificado, desciende con paso grave del Vaticano y se dirige la baslica de Letran para
inaugurar el Concilio. Constituyen su cortejo los cardenales,, ochenta y tres obispos, m u l titud de prelados y abades de diferentes rdenes religiosas, los principales personajes de
la cristiandad, teniendo all su representacin el rey Fernando el Catlico de Espaa, E n r i que VIII de Inglaterra, el emperador Maximiliano y la repblica de Venecia.
Al propio tiempo tena lugar otra ceremonia que revesta tambin u n carcter imponente.
El cardenal legado vea arrodillarse sus pies en Miln multitud de soldados franceses, albaneses, alemanes y suizos, que, habiendo tomado parte en la guerra contra la Santa Liga,
reciban del Cardenal la absolucin de las censuras en que haban incurrido.
Al abrirse el Concilio, inaugurronse los trabajos con un discurso del general de los A g u s tinos, Gil de Viterbo, que produjo una impresin profundsima. Levantndose en medio de la
espectacion general, el piadoso Gil exclam:
- Julio es sin disputa el primer pontfice que haya empleado con buen xito las armas temporales para sostener la Iglesia. Con todo, estas armas no son las de la Iglesia; la Iglesia tan
slo ser victoriosa cuando emplear en el Concilio las de que habla el Apstol para obtemperar los votos de toda la cristiandad. La Iglesia no ha llegado ser poderosa sino por las
436
armas espirituales; le importa poco la extensin de sus dominios; sus riquezas estn todas en
las cosas divinas (1).
El celoso Agustino describe los males que aquejan la cristiandad consecuencia de las
circunstancias de los tiempos, y pondera la importancia de un Concilio que tiene que cicatrizar tantas llagas.
Pueden verse sin espanto, sin derramar torrentes de lgrimas, aade, los continuos desrdenes, la corrupcin de este siglo pervertido, el monstruoso desenfreno de costumbres, la
ignorancia, ambicin, libertinaje, impiedad, haciendo sus estragos en el santuario mismo?...
Toda la repblica cristiana acude vosotros implorar vuestra proteccin. Slo un Concilio
puede remediar el cmulo de males que la inunda y la ahoga.
Julio II se senta ms en su centro presidiendo la gran asamblea que en medio de las luchas armadas donde tena que sostener la causa del pontificado. La culpa no fu suya si para
sus prerogativas tuvo que apelar al terreno de la fuerza. Se le acusaba de dejarse conducir por
su temperamento asaz apasionado. No tenemos inters en negar que Julio, como hombre, tuviera los defectos inherentes la flaqueza humana. Pero convngase en que en tan suprema
crisis se necesitaba al frente del pontificado un personaje de gran tesn; una naturaleza fra
no hubiera sido propsito para salvar en aquella lucha los sagrados intereses de la sociedad
cristiana.
Animados del mejor celo los Padres del Concilio emprenden sus tareas.
La asamblea anul solemnemente todas las resoluciones del concilibulo de Pisa.
pesar de sus triunfos, el Papa no oculta los temores que el porvenir le inspira; con su
espritu eminentemente previsor, percibe en el seno mismo de la Iglesia algo parecido ese
sordo ruido que precede la explosin del volcan, vislumbra la tempestad del protestantismo
que va caer sobre los pueblos cristianos.
Aunque vea rodeada su sien con la aurola de tantas victorias, aunque sus planes eran
coronados con el mejor xito, Julio I I , pesar de tener sus pies al cardenal de Luxemburgo
pidindole la paz en nombre de Luis X I I , mientras reciba del duque de Valois cartas escri
tas en u n lenguaje en que resaltaba la ms piadosa sumisin, est intranquilo.
Ojal no hubiese sido papa n u n c a , exclamaba, ya que no he podido con las armas de
la Religin convertir los enemigos de la Santa Sede!
E n esta palabra de pesar resalta, como en todas las suyas, el ardor de su celo.
Julio II siente que su muerte se acerca.
El 17 de agosto el Papa cae enfermo de gravedad. Hasta llega correr el rumor de su
muerte, cuya noticia algunos de los rebeldes del concilibulo de Pisa penetran en Roma y
tratan de trabajar en la eleccin de nuevo pontfice.
Por fortuna Julio vive todava.
Llega su conocimiento la agitacin que promueven sus adversarios para darle sucesor.
El P a p a , incorporndose en su lecho, exclama:
Como Julio de Rovere, yo les perdono con toda la sinceridad de mi corazn; mas como
Julio, jefe de la Iglesia, N o s debemos sustentar sus derechos, y N o s les exclumos de la
eleccin.
Julio I I , despus de recibir los Sacramentos, dando muestra de ejemplarsima piedad,
despus de dejar arreglados los ms pequeos detalles de su funeral, como hombre que contempla la muerte con mirada tranquila, expira el 21 de febrero de 1513.
La muerte de Julio II fu un acontecimiento. Francisco I , dirigindose ms tarde
Len X , deca:
N o hemos conocido guerrero ms temible en el campo de batalla ni capitn ms prudente. decir verdad, su puesto estaba ms al frente de su ejrcito que la cabeza de la
Iglesia.
(1)
A l z o g . , llist.
gen. de la Iglesia,
t. I I I , p. 238.
437
Era un juicio en que entraba por mucho la prevencin contra un pontfice que haba
humillado la corona de Francisco I.
Julio I I , si fu grande como rey, no lo fu menos como pontfice; pues la historia imparcial no puede disputar esta grandeza al ilustre Papa que supo amparar la autoridad pontificia
amenazada por una multitud de cardenales cismticos, que defendi con tesn todas las r e formas tiles la Iglesia, que fu inflexible contra las pretensiones del nepotismo, que se
rode, no de una corte de aduladores, sino de un consejo de sabios y de santos, que dio ante
una poca asaz corrompida el ejemplo de una castidad la ms escrupulosa, que corrigi con
mano fuerte todos los abusos introducidos en la administracin de justicia, y que supo perdonar generosamente sus ms encarnizados enemigos.
Julio II era hombre que se levantaba constantemente las cuatro de la madrugada, que
no dorma ms all de dos horas, y cuya comida se limitaba frecuentemente un huevo y
un poco de pan.
Am su pas con ardor, hasta con apasionamiento. Poco antes de su muerte escriba un
hermano suyo, el cardenal Sixto Gaza de la Rovere:
T no comprendes sin duda por qu me fatigo tanto en el declive de mi existencia.
Para la Italia, nuestra madre comn, yo no quisiera ms que un slo seor, este seor habra
de ser el Papa. Pero me afano intilmente; un presentimiento interior me dice que la edad
me impedir realizar mi proyecto. No! No me ser dado ejecutar para gloria de Italia todo
lo que mi corazn me inspira. Oh! Si yo tuviera veinte aos menos! Si yo pudiera t r a s pasar el lmite ordinario de la existencia tan slo el tiempo indispensable para realizar mis
designios!
Era el ideal de toda su vida.
Pero no fueron slo estos los planes que ocuparon su mente.
La capital de los Estados Pontificios debe Julio II excelentes mejoras que recuerdan que
en la mente de aquel gran Papa no podan caber sino ideas grandiosas.
San Pedro de Roma es de u n modo especial la obra de Julio I I . La idea la concibi l, el
fu quien seal al templo sus gigantescas proporciones, l corresponde la mayor parte de
gloria en la edificacin de la suntuosa y magnfica baslica.
Tuvo que vencer fuertes resistencias. La antigua baslica, la obra de Constantino vena
ser como un gran relicario en que se conservaban para la cristiandad los recuerdos ms gloriosos. Los cardenales se oponen su derribo. Julio II no era hombre que retrocediera al salude al paso una dificultad. Muy al contrario, parece que andaba en pos de los obstculos para
tener el gusto de sobreponerse ellos.
Julio I I , con su prodigiosa actividad, invita los arquitectos ms famosos, l mismo indica planes colosales, discute con los primeros artistas sobre los diseos que se le presentan,
revelando en esto como en tantas otras cosas su excelente criterio.
Quien interpreta mejor el pensamiento de Julio II en toda su grandiosidad es Bramante
Lazzari, pintor y arquitecto la vez, que haba dejado escrita la superioridad de su genio en
obras de tanto mrito como el bellsimo templete de San Pietro in Moniorio.
Era un pensamiento atrevido colocar el panten de Agrippa sobre los grandes arcos del
llamado templo de la P a z , hacer de lo ms bello del arte antiguo la corona del arte moderno,
elevando la Rotonda ms de ciento sesenta pies de altura: una concepcin de tal naturaleza
no poda idearla nadie ms que Bramante, ni aceptarla nadie ms que Julio I I , ya que en todas sus empresas lo grandioso parece rayar en lo temerario.
La primera piedra del templo no se coloc sino despus de tres aos de trabajos preparatorios.
Hzose la ceremonia con la mayor esplendidez. Asistan ella treinta cardenales, presididos por Julio II con hbitos pontificios.
Julio II y Bramante murieron sin ver apenas principiada su obra.
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Aquel Papa concibi ademas otro proyecto que lleva tambin el sello de la grandeza de
que reviste todos sus ideales.
Apenas asciende al trono pontificio, Julio II deja de contemplar la rica tiara que se coloca
en su cabeza, para no pensar sino en el polvo que se ver un da reducido, y cuando todos
entonan su alrededor himnos de jbilo, l se entretiene.en pensar en su sepultura.
. Muy joven todava conoci un artista pobre, desdeado hasta por su propia familia,
quien fu animar ms de una vez para que el abandono no le condujera un desaliento que
matara en l toda inspiracin: se llamaba Miguel ngel.
Ignoraba Miguel ngel que el joven que le visit en su taller fuese el famoso Papa que
era la admiracin de la Europa.
Julio II manda llamar Miguel ngel. ste, sin dejar su modesto traje, con sus m a neras humildes se presenta en el palacio pontificio.
Julio II era hombre que expresaba su voluntad de una manera tan enrgica como concisa.
Al ver Miguel ngel que se arrodilla sus pies, le levanta y le dice:
Yo te conozco, y por esto te he llamado. Quiero que hagas mi tumba.
Miguel ngel responde con la misma concisin:
L a har.
Quiero una tumba grandiosa, aade Julio.
Costar cara, contesta Miguel ngel.
Cunto?
Cien mil escudos.
Te dar doscientos mil.
Sin decir ms, el artista se arrodilla, inclina la cabeza, recibe la bendicin y se retira.
La obra haba de ser un modelo de arte y de grandiosidad. Figuraban en el plan nada
menos que cuarenta estatuas, entre stas una representando la vida activa, otra la vida contemplativa, sin faltar all las dos grandes figuras bblicas que Julio II se haba propuesto por
modelo; Moiss y san Pablo.
De estas cuarenta estatuas Miguel ngel no pudo terminar sino tres: entre stas el inimitable Moiss, brillante creacin del genio artstico de aquella poca.
En efecto; aquella estatua es Moiss, dice Zappi, cuando desciende de la montaa resplandeciente su rostro con una luz celestial, cuando contiene las amenazadoras olas, cuando la
mar, obedeciendo su mandato, abre sus abismos y se traga los enemigos del Dios de Israel.
Se ve que Miguel ngel, al querer caracterizar al gran legislador de los hebreos, no encontr mejor modelo que el ilustre Papa que le confi la obra. Aquel Moiss es el mismo
Julio I I , la misma mirada expresando la vez el genio y la superioridad, la misma barba
apoyndose imponente sobre su pecho; la misma frente tan majestuosa y tan meditabunda
la vez que bastaba por s sola para revelar la grandiosidad de los pensamientos y de las concepciones que anidaban en aquella cabeza.
III..
La lucha de Francia contra Julio II se renueva en tiempo de Len X.
A la muerte de Julio II revelse una ambicin bien ridicula: el emperador Maximiliano,
viudo la sazn, aspir la sede de San Pedro (1). Era una pretensin demasiado extravagante para que no se perdiese en el desden ms completo.
El 4 de marzo reunise el cnclave para dar u n sucesor Julio I I . El encargado de recoger
los votos, como primer cardenal dicono, era Juan de Mdicis. Al verificarse el escrutinio
(1)
439
Juan de Mediis vio que la eleccin recaa en l. No manifest la menor emocin: afectuoso
como era, se limit abrazar sus compaeros.
La eleccin de Juan de Mdicis significaba el triunfo del elemento joven.
Cuentan que al saberse el resultado el cardenal Alfonso Petrucci, exclam:
Es hora de que los jvenes les toque su turno (1).
Le preguntaron que nombre llevara como papa; Juan de Mdicis contest con su proverbial afabilidad.
E l que ms os guste vosotros.
Se insisti interrogndole acerca el particular, y entonces el joven cardenal dijo que a l guna vez le haba ocurrido que si llegaba ser Papa, tomara el nombre de Len.
El cnclave inclin la cabeza, y el cardenal Alejandro Farnesio, dirigindose una de
las ventanas que daban ala plaza pblica, precedido del maestro de ceremonias, dijo al
pueblo:
Os doy una fausta noticia: tenemos por papa al reverendsimo J u a n de Mdicis, cardenal dicono de Santa Mara in Domenica, quien ha tomado el nombre de Len X .
El pueblo respondi:
Viva el Padre Santo! Palle! Palle!
Al dirigirse San Pedro para tomar posesin del trono, quiso ir pi.
El 17 de marzo por la maana vease levantado en la iglesia de San Pedro un magnfico
catafalco, en que se vea esta inscripcin en grandes caracteres de oro:
A Len X, pontfice mximo, protector de las letras y amparo de los buenos.
El da de su elevacin el Papa reparti los pobres cien mil escudos.
Su antiguo profesor, el monje Delfini, le escriba:
Aunque muchos de vuestros antepasados han sido verdaderos leones en saber y en doctrina, no se qu presagio me anuncia que este nombre de Len os viene directamente del
cielo... Bendito seis, porque os habis mostrado fiel las tradiciones de la antigua raza de
los Mdicis: vuestros odos se han abierto los clamores de la indigencia. Vos recordis sin
duda las palabras del Apstol: Sed hospitalario; por la hospitalidad concedida los ngeles
muchos encontrarn gracia delante del Seor.
Erasmo escriba su vez al Pontfice:
Len X , vos nos recordaris el dichoso gobierno de Len I, la erudita piedad y el gusto
musical de Len I I , el vigor, la elocuencia fecunda de Len I I I , que no se dobleg jamas ni
la prspera ni la adversa fortuna; la sencillez y la prudencia, recomendada por el mismo
JESUCRISTO, de Len I V ; la santa tolerancia de Len V,'el amor y la paz de Len V I , la conducta toda celestial de Len V I I , la integridad de Len VIII, la bondad de Len I X . Todo
esto nos lo daris vos: garantizan nuestras esperanzas estos sagrados nombres; y ademas
vuestro pasado nos responde de vuestro porvenir.
El juicio de Delfini era el de los hombres maduros, el de Erasmo era el de los hombres de
mundo y de letras; el juicio popular se expres en esta frase:
El Len, fu Julio II, este ser el cordero. Tal juicio encerraba una apreciacin bastante exacta.
Len X , era tan celoso de los derechos del pontificado como Julio II, tan entusiasta por
su patria como l; estaba prendado como l de la idea de la unidad de Italia; pero eran temperamentos distintos. Len X aceptaba la lucha slo por deber; amaba la paz por carcter;
dispuesto sostener los derechos de su posicin, no quera la guerra sino cuando vea cerradas todas las puertas para llegar . la paz, cuando haba tanteado todos los acomodamientos
compatibles con su dignidad y con las obligaciones de su alto puesto.
(1)
Vigean valeantaue
hmiores.
440
Len X perteneca una familia de mercaderes muy rica, habituada grandes liberalidades, presentarse con esplendidez, y amparar las ciencias y las letras.
Fu discpulo de las eminencias cientficas y literarias de su tiempo. Desde joven revel
excelente criterio, vasta erudicin, apasionndose en favor de los puros placeres del espritu.
De maneras finas, de carcter amable, gustbale semblar beneficios en torno suyo, recogiendo as gratitud y cario.
Al subir al trono pontificio Len X , Nicols Maquiavelo, que pasaba por demcrata, que
odiaba muerte aquellos mercaderes de lana llamados los Mdicis, que se haban hecho
reyes de Florencia, y estaba dispuesto emplear contra los representantes del poder pblico,
no slo la pluma, sino hasta el p u a l , hallbase metido en lo profundo de un calabozo, aguardando la hora de la sentencia.
Maquiavelo, ademas de ser revoltoso, era un utopista que proclam teoras las ms funestas. Segn l la naturaleza crea al hombre con la facultad de desearlo todo, pero impotente
para obtener cosa ajguna, y .como los deseos de los hombres versan sobre unos mismos objetos, de aqu el que se odien los unos los otros obedeciendo una ley fatal. Para vencer en
esta guerra de todos contra todos, el hombre puede abdicar todos los derechos y faltar todos los deberes. Nada hay superior los sentidos: la idea de la justicia es engendrada por
los hombres del da que se han apercibido de que el bien era til y el mal nocivo; lo que les
induce hacer el bien slo por necesidad. Dios est siempre del lado de los fuertes: da aquel
que ya tiene; al que no tiene, le quita lo poco que tiene. Es una desgracia que la religin
de los antiguos, llena de altivez, que tena sus gladiadores, una apoteosis para sus guerreros,
un culto para sus hroes, que mezclaba la oracin al ruido de los combates, haya sucedido la
religin de la humildad, que desprecia los intereses personales. Si algn bien puede esperarse
para la humanidad ha de venir de la revolucin de las esferas que podr hacer que surja de
nuevo algo parecido al culto de los paganos. l no vea otro medio de restaurar su patria que
los extranjeros; vea con placer que los franceses humillasen los papas, fin de que nuestro clero gustase u n poco las amarguras de este mundo (1), de que que despertasen de su
sueo los antiguos barones para humillar los pontfices (2). La moral de Maquiavelo es el
utilitarismo, y expone las funestas teoras que subvierten todo orden moral, no con la pasin
del sectario, sino con una indiferencia que revela cuan gastado haba de estar aquel espritu.
Segn l, la ciencia debe prescindir de Dios, el orden poltico est por encima del orden moral,
la razn de Estado es superior la humanidad, por ella se legitima la mentira, el perjurio, la
violacin de los tratados; establecida la utilidad como ley suprema, una conspiracin, un
asesinato, no es una injusticia, siempre que obtenga su fin, siempre que resulte una ambicin satisfecha. Lo que justifica un hecho no es su justicia, sino su resultado. Para l cuando
Csar Borgia triunfa, por ms que sea hundindose en los abismos ms vergonzosos del crimen, es un modelo de prncipes; cuando Csar Borgia recibe su correspondiente expiacin,
entonces Maquiavelo le califica de hombre cruel que merece el castigo que el cielo le tena
reservado. Confunde el alma con el cuerpo, la razn con el clculo, Dios con la nada. En la
organizacin de los pueblos Dios, para Maquiavelo, no debe representar ningn papel; el poder social deriva del hombre y es independiente de Dios, no hay ms ley que la voluntad
humana, el destino social no es realizar los designios providenciales, sino emancipar la humanidad, hereja poltica, como dice Csar Cant, que la par que asesinaba la independencia de la Italia ahogaba el derecho y la justicia; y despus de debilitar la potestad espiritual, abra el camino un despotismo que no se inspira en la bondad del corazn, sino que
reprime por la fuerza, puesta directamente en obra, a l a masa de esos bpedos esclavos, quienes su estupidez condena la obediencia (3).
(1)
(2)
(3)
441
Motivos tuvo Len X para odiar el antiguo secretario de la repblica de Florencia que fu
el alma de una. conspiracin contra el cardenal de Mdicis, que detestaba el poder pontificio
y que vena sembrando tan absurdas y funestas teoras. Pero se dej el ilustre Papa guiar
por su buen corazn, y sin que fuese de los que consideraron al escritor florentino como u n
escntrico, concepto que justificaban sus constantes inconsecuencias, vio en el historiador de
Florencia un prosista elegante y castizo, cuya frase poda competir en belleza con la de Tito
Livio, y en profundidad con la de Tcito, y juzg que el hombre quien la exasperacin
conduca la senda del error y del mal, podra tal vez ser atrado hacia la verdad y el bien
por el camino de la generosidad y de la indulgencia. Len X , pues, se interes por Maquiavelo, quien su patria consideraba como un faccioso; y gracias la solicitud del bondadoso
Pontfice pudo librarse de ser ajusticiado, recobrando su libertad.
Cl'KV.V
UK S A N
If X A CIO EN'
MANHESA.
42
Si existen graves disensiones entre Segismundo, rey de Polonia, y el marques de Brandeburgo, Len X , para evitar la efusin de sangre, se presenta en carcter de mediador.
No hay ms que leer aquellas admirables epstolas y se ver la mansedumbre del discpulo de JESUCRISTO; se respira en ellas el puro ambiente de la caridad evanglica. Len X
no sabe odiar; el amor, hasta el cario, se le impone como una especie de necesidad de su
excelente naturaleza; esta frase, yo os amo, campea en sus conversaciones, brota de sus escritos, pero sin afectacin, de la manera ms espontnea, y la dice Segismundo, rey de Polonia, y Raimundo de Cardona, virey de aples, y Enrique VIII de Inglaterra y al
mismo Luis X I I , de quien la Sede Pontificia conservaba recuerdos recientes nada satisfactorios :
Tengo una satisfaccin, escriba su hermano Julin, de que mi elevacin al trono pontificio haya sido bien acogida por el rey de Francia. S, yo soy de tu parecer; es preciso hallar la manera de hacer las paces con este Monarca; las razones que t alegas me complacen
infinito. T lo sabes m u y bien; el ms ardiente de mis deseos es ver los corazones de todos
los prncipes cristianos unidos con los vnculos de una santa y mutua amistad. Si anhelaba
la paz cuando la suerte me sonrea menos cmo no he de quererla hoy que soy vicario de
CRISTO, fuente y autor de toda caridad...! Dile que yo pondr todo mi cuidado en que l no
tenga que arrepentirse nunca de haberse regocijado de mi advenimiento al trono pontificio,
sobre todo si me propone condiciones de paz justas y razonables, que no mengen en nada el
honor de mi corona.
El ramo de olivo que ofreca Len X no fu aceptado por Luis X I I .
Mientras el Sumo Pontfice manifiesta tan buenas disposiciones, el rey de Francia proyecta reconquistar Miln, regando de nuevo con sangre aquella tierra que por espacio de
quince aos vena siendo sepulcro de tantas vctimas del furor guerrero.
Luis X I I encuentra un aliado, que es Venecia, la que est dispuesta hacer traicin
la Italia, que es su patria, sacrificndola su inters poltico. El 13 de marzo los venecianos
suscriben en Blois un tratado con Luis X I I , en el que le ofrecen su apoyo para poner el Milanesado disposicin de los franceses; en cambio el Cremons y la provincia de la Chiaradadda pasaran al dominio de la repblica (1).
Profundo fu el pesar que experiment Len X al tener noticia de aquellos preparativos
de guerra que desconcertaban su poltica de conciliacin y de paz.
lia Santa Sede vease amenazada de nuevo en la integridad de sus derechos temporales;
Venecia, alindose con Luis X I I , pagaba con negra ingratitud los servicios que le haba
prestado la Sede Pontificia amparando su independencia.
Estn ya repartidos los papeles que cada ejrcito debe representar. Luis X I I invadir el
mes de marzo la Lombarda, mientras que Venecia atacar al Milanesado.
Len X , pesar de sus instintos pacficos, cree deber suyo ponerse en estado de defensa.
El Papa pofesaba especial simpata Enrique VIII de Inglaterra. Escribe ste una
carta tan afectuosa como elocuente. E n documentos de esta clase Len X pareca haber heredado la sonoridad de los perodos, la expresin de la frase de Cicern. Pondera las distinguidas dotes con que el cielo ha enriquecido al joven Rey, le habla con entusiasmo de su
adhesin nunca desmentida en favor de la Santa Sede y le invita buscar su gloria en la
fidelidad la ctedra de Pedro.
Era Enrique una imaginacin bastante viva, un espritu suficientemente cultivado para
que no se dejase cautivar por aquel estilo tan sonoro, por aquella palabra tan persuasiva. Cabalmente lo que Enrique necesitaba era algo donde emplear el ardor de su sangre, la actividad prodigiosa de su temperamento.
No slo se interesa l favor de la causa del P a p a , sino que logra interesar su pueblo,
para quien la lucha no ha de limitarse defender los derechos de la Sede Apostlica, sino
(I)
Mont,
Traites.
443
que ha de dar lugar que Inglaterra vea caer sus pies la altiva Francia. Si lisonjea la
vanidad del rey adolescente el poderse medir con el monarca ms guerrero de su tiempo, no
halaga menos los ingleses el poder satisfacer antiguas rivalidades.
Los municipios acuerdan conceder al Monarca importantes recursos, comprometindose
una capitacin la que se sometern todos los subditos de Inglaterra.
Cuando sube la corriente del Tmesis un buque en que vienen regalos que el Papa dedica
al Rey, la embarcacin es saludada con salvas de artillera.
Los preparativos de la batalla el Rey los recomienda un hombre de su intimidad y confianza, Wolsey, que si como ingles y por los favores que tiene recibidos est apasionado en
favor del Rey, por su ministerio es entusiasta defensor de la causa pontificia.
Como Wolsey tiene que ocupar un lugar importante en este perodo de nuestra historia
fuerza es que demos conocer este personaje.
Wolsey era hijo de un cortante de Ipswich. Cursando en Oxford, recibi los catorce
aos el bachillerato en letras, siendo despus individuo del colegio de la Magdalena y ms
adelante maestro en artes. Encargsele la educacin de los tres hijos del marques de Dorset,
quien le proporcion despus el curato de Limington en el Somerset. Amias Pawlet se e m pe para que se le nombrara limosnero de Enrique VII cuyo cargo efectivamente obtuvo.
No tard en ganarse las simpatas y hasta la confianza de las cortesanos ms influyentes.
Encargse Wolsey el negociar el casamiento del Rey con Margarita de Saboya, envindosele este fin al Emperador, hermano de la Princesa. Tan airoso sali de su cometido, que
Enrique le premi nombrndole den de Lincoln y dndole luego la prebenda de Walton Brinhold.
Al descender Enrique VII al sepulcro, el bachiller Wolsey segua pi el cortejo fnebre, con su breviario en la mano, rezando devotamente por el alma de su bienhechor. Sus
ruegos iban mezclados con sus lgrimas.
Enrique VIII aprecia de un modo particular al que prest grandes servicios y llor por
el difunto soberano; y para distraer su llanto le hace donacin de una morada magnfica cerca
del palacio de Bridewell, habitacin que era todo un palacio, colocada en las orillas del Tmesis, adornada con lujo, circuida de ricas plantaciones.
Nadie como l conoci el carcter de su posicin y supo aprovecharse de ella. Acompaaba al Prncipe todas partes, las caceras, los torneos y hasta veces partes que no
estaban en armona con la dignidad de su ministerio.
Wolsey ejerci sobre Enrique extraordinario ascendiente; lo despejado de su talento cautivaba al R e y ; en su palabra haba una viveza y ujja fascinacin toda particular, lo que
contribua la dulzura misma de su voz. Wolsey era pintor, escultor, msico; hablaba de la
antigedad como un Plutarco, su casa estaba constituida en un museo.
Cuando Wolsey apenas empezaba subir la escalera de la fortuna, Colet escribi Erasmo: El hijo de un cortante ser un da primer ministro. El filsofo le enviaba una produccin suya con esta dedicatoria: A Wolsey, limosnero del Rey. No haba llegado el
libro su destino cuando ya Wolsey era cannigo de Windsor. Erasmo se hace devolver el
manuscrito, borra la primera dedicatoria y escribe en su lugar otra: Al cannigo de Windsor. Tampoco esta vez el libro ando tan deprisa como la fortuna de Wolsey. E n ocho das el
cannigo ascendi den. Erasmo ya no le enva el libro, porque no sabe qu ttulo dar al
que cambia de dignidad y de hbitos cada semana.
Enrique crey que nadie era ms propsito para disponer todo lo conveniente la lucha
que se preparaba que Wolsey, uno de esos genios que lo preven todo, hasta los menores detalles, y para quienes no existen obstculos.
Wolsey correspondi con su prodigiosa actividad la confianza que en l deposit el soberano.
No bastaba contar con Inglaterra. Tratndose de los derechos pontificios era menester in-
HISTORIA
DE
LAS
PERSECUCIONES.
teresar en la lucha las dems potencias catlicas. El 5 de abril de 1513 se firm este
objeto una liga en Malinas, en la que entr Enrique VIII, el rey de Espaa y el emperador
Maximiliano.
Los fieles suizos no haban de faltar su puesto de honor. Aunque se trataba de un E s tado pequeo su apoyo no era despreciable. Los suizos eran hombres que podan ser vencidos
por la organizacin, por la tctica por el nmero, pero jamas por el valor. Acostumbrados luchar contra los elementos, estaban siempre prontos luchar contra los hombres, sobre todo tratndose de su independencia y de su fe; gustbales calentarse al fuego de las
batallas aquellos montaeses obligados vivir entre los hielos. Convencidos de su robustez,
nunca se batan sino cuando el enemigo era superior en nmero; su defensa consista principalmente en el vigor de sus hercleos brazos y su ordenanza estribaba toda en permanecer
firmes como una pea en el puesto que se les designaba, andar derechos al punto de mayor
peligro. Formaban filas de hombres que era menester batirlos como si fuesen murallas de
piedra; all poda abrir brecha el hierro enemigo, pero'no el temor el desaliento.
Simbolizando para los suizos la religin y la patria haba el cardenal de Sion, Mateo
Schinner, hombre de accin y de palabra la vez. Como orador, deca de l un contemporneo que desde el gran abad de Claraval ningn predicador haba arrebatado tanto las masas por su elocuencia y tambin por su conducta ejemplar. E n los primitivos tiempos del
Cristianismo Schinner habra sido apstol primero y mrtir despus; en aquella poca hubo
de ser una mezcla de obispo y de soldado. En la hora de animar los suizos al combate se le
vea en las avanzadas arengando las tropas; pero al hacer una vctima el hierro enemigo
corra con la mayor solicitud alentar al herido, consolar al moribundo, reconcilindole con
Dios. Se acostaba sobre la nieve, no dejaba nunca de rezar su breviario; el prlogo de una
batalla era para l largas horas de oracin, ayunaba la mayor parte de los das, no probaba
nunca la carne ni el vino, viva en el campo con todas las severidades de un anacoreta.
Mateo Schinner recorre los montes de Uri, de Untervvald y de Z u g ; la trompa que .un
pastor hace resonar en la cima de aquellos peascos, agrupa aquellos bravos montaeses en
torno de la iglesia parroquial, y all un monje les arenga dicindoles que aquellos montes,
que son el baluarte de la fe y de la independencia de Suiza, no han de verse convertidos en
un puente por medio del cual Luis X I I enlace sus dominios de Francia con otros dominios
en Italia, y poco despus se renen todos en el lugar de la cita precedidos de una bandera en
que se lee en letras de oro:
Domttoresprincijntm.
Amatores ustitice. Defensores sanctce romana} Eeclesice (1).
Antes de que se rompan las hostij^dades Len X quiere tentar todava si logra detener el
azote de la guerra. Los que forman los ejrcitos enemigos son sus hijos; Len X escribe
Luis X I I una carta inspirada en su amor paternal.
Yo he visto, dice, con mis propios ojos, y este recuerdo me destroza el corazn, ciudades incendiadas reducidas escombros, iglesias violadas en las que corran torrentes de sangre, jvenes deshonradas, santas mujeres inmoladas. No es ya hora de que la Italia respire*?
Si es fuerza que estalle de nuevo la guerra, que sea al menos lejos de este infortunado pas!
En nombre del Dios de las misedicordias, os pedimos que seis consecuente con el buen nombre
que os honra, no olvidis vuestra antigua ternura en favor de la Santa Sede. Si tenis derechos fundados que alegar, acudid en buen hora las negociaciones, pero no las armas. Estamos prontos ayudaros, serviros con toda nuestra benevolencia, con todo nuestro amor;
no nos anima sino un deseo, y es que reine la paz en toda la cristiandad.;;
La invitacin la paz hecha por Len X no fu atendida; Luis X I I se empe en resolver la cuestin por medio de las armas.
Entre tanto Catalina de Inglaterra hace una peregrinacin Nuestra Seora de Walsing h a m , fin de atraer la proteccin del cielo sobre los ejrcitos de su nacin. El pueblo en masa
(1)
45
se asoci los piadosos actos de la regente; y no slo en los templos, sino en las calles de las
poblaciones se oa grandes coros el canto de potica balada en la que los Dgleses suplican
Jess,- Mara, san Jorge y todos los santos que velen da y noche para que la Rosa
encarnada, la bella flor de la Inglaterra, vaya abrir en Francia su majestuoso cliz en la
prxima primavera.
A fines de abril un marino bravo hasta la temeridad, un jefe de armada que profesaba el
principio de que el soldado que en la hora del combate no lleva la audacia hasta la locura es
un mal soldado, promete ante Dios con la mano extendida sobre la inmensidad del Ocano
que ser fiel los juramentos hechos su patria. Tan seguro est de su xito, que al entrar
en su buque invita al Rey que vaya presenciar en persona la derrota de la armada francesa.
Eduardo Howard, al encontrarse frente frente de la escuadra enemiga, en la ciega embriaguez del combate, lleva el atrevimiento hasta saltar sobre el buque del jefe de la escuadra francesa, junto con el caballero espaol Carretz. El temerario ingles va dar en la pica
de un marinero francs, que le arroja al agua, mientras el viento, hinchando las velas de
su embarcacin, la empuja larga distancia. Howard comprende lo desesperado de su situacin, se arranca su cadena de caballero y todas las insignias de su graduacin, fin de que
no vayan parar como trofeo manos de los franceses, y se pierde en el abismo de las olas.
La fortuna, que fu adversa los ingleses en el mar, presentbase, sin embargo, prspera
por tierra.
Enrique VIII se encamina al combate como una fiesta. Es verdad que se presenta piadoso hasta el punto de oir tres cuatro misas en una sola maana; pero luego siguen los torneos, en que la vanidad del Rey se siente satisfecha al ver aplaudida la agilidad de su brazo
por las damas de los puntos por donde pasa.
Hallbase en Calais Enrique recrendose con sus cortesanos, cuando recibe la noticia de
que el caballero Dayardo, al frente de un ejrcito, se dirige hacia Terouanne, que tenan sitiados los ingleses.
Enrique VIII se encamina Terouanne como si fuese una gran parada, montado en el
ms rico y soberbio caballo de sus caballerizas, rodeado de numerosa y esplndida escolta,
entre la que ocupa su puesto Wosley y el ministro del Rey, el obispo Winchester. Era bajo los
ardores del sol de junio. A alguna distancia vease lucir el brillo de las armas al lado del oro
y plata de que iban cubiertos los caballeros, pareca aquello una nube luminosa que atravesaba la campia (1).
Llega al campamento de Terouanne, y lo primero en que Enrique se ocupa es en hacer
levantar un pabelln de recepciones, cuyo suelo se cubre de magnficas tapiceras.
Enrique aguarda al emperador Maximiliano, que llega al fin, pero en vez de traer un
ejrcito de alemanes, viene slo con algunos centenares de caballos.
El contraste no poda ser ms completo entre los dos monarcas; mientras Enrique deslumhra los que le contemplan con el lujo de las ricas joyas que llegan ocultar sus vestidos,
Maximiliano va cubierto con un sencillo manto negro, rodanle algunos caballeros que esconden debajo del polvo sus radas vestiduras y cabalgan extenuados caballos, al paso que los
oficiales de Enrique visten riqusimas casacas de seda y hacen relinchar sus briosos alazanes
sacudindolos con sus espuelas de oro.
Maximiliano, lejos de sentirse humillado con aquel contraste, se presta l mismo ostentar la Rosa encarnada y la cruz de San Jorge como voluntario de Enrique, de quien acepta
un sueldo diario de cien escudos.
Pronto se convenci Enrique que el hallarse en el campamento era muy diferente que
residir en los salones de su palacio. l esplndido pabelln en que se alojaba, amparado de
los ardores del sol por un entoldado de damasco azul, fu muy pronto pasto de las llamas, t e (1)
Hl'ihnil
ib'
niendo el Eey que ir refugiarse en una humilde cabana, en cuyas paredes iba chocar el
hierro enemigo.
Los franceses intentaron u n a salida para proporcionarse vveres. Maximiliano aconseja
Enrique que aproveche la ocasin para darles una carga. El rey de Inglaterra, vestido de la
misma manera que si fuese un baile, se coloca al frente de su ejrcito. Los franceses son
derrotados, y hubiera muerto all la flor de los caballeros de Francia siBayardo no se hubiese
colocado en un desfiladero para contener el empuje de los alemanes y los bretones.
E n Novara el ejrcito francs estaba sufriendo tambin un desastre.
El famoso general milanes, Juan Jacobo Trivulcio, se haba gloriado de que tomara la
Suiza como se toma plomo fundido en una cuchara.
Cerrados dentro de Novara, los caones de Luis X I I lograron abrir brecha en pocas horas, Los sitiados mandaron decir al general francs: Guardad la plvora para el asalto; la
brecha nos encargaremos de ensancharla nosotros mismos.
En vista de que el asalto los franceses lo retardaban, los suizos salen retarles una
batalla en campo abierto. Esta tuvo lugar el 6 de junio de 1513.
Los suizos carecen de caones; su primera tarea, pues, es ir tomarlos al enemigo en
columna cerrada.
Caen en gran nmero, pero de los que quedan ni uno se detiene para pensar en retroceder. Al fin llegan las manos, y entonces la batalla degenera en una lucha cuerpo cuerpo.
Las armas de fuego son sustituidas por las dagas.
Cinco horas despus los suizos se postran en el suelo para entonar, en loor Mara, un antiguo cntico montas, celebrando su completa victoria. Los franceses haban dejado en el
campo ocho mil cadveres.
Len X tiene noticia del gran triunfo que acaban de obtener los bravos suizos. Sabe que,
apoyado por ellos, Mario Maximiliano Sforza vuelve entrar en la capital de Miln, de donde
lo haban arrojado aquellos mismos que antes le recibieron con arcos de triunfo. El Papa, obedeciendo las elevadas inspiraciones de su magnnimo corazn, escribe Sforza para pedirle
que no manche su victoria en los horrores de la venganza.
Dad gracias Dios, que os ha concedido el triunfo, y mostraos dignos de su proteccin,
sin dejaros vencer por la embriaguez del xito. No, los que os faltaron no queran vuestra
ruina. Os suplico, os conjuro en nombre del amor que os tengo, que os venguis de vuestros
enemigos, no con el castigo, sino con la clemencia.
La misma recomendacin hace Raimundo de Cardona, que tena tambin su parte de
gloria en el triunfo de los suizos.
He sabido, le escribe, la victoria de los suizos y la vuelta de Maximiliano Miln.
Cunto deploro la muerte de tantos bravos soldados, de tantos capitanes ilustres que hubieran podido prestar grandes servicios la causa cristiana! Lo que debemos apetecer no es la
guerra, sino la paz; no es la sangre, sino la piedad... S que ejercis mucho influjo sobre
Maximiliano; valeos de este influjo para hacerle comprender que nada sienta tan bien en un
prncipe como la dulzura, la bondad, la clemencia. Que olvide las injurias, que trabaje en
ganarse, no la fortuna, sino el corazn de sus subditos.
El anciano general realiz los votos del joven Pontfice.
Maximiliano Sforza, cediendo las reiteradas instancias de Len X , dicta medidas de perdon y de.olvido; pero est resuelto castigar al marques de Montferrato, culpable de abrir
paso los franceses que marchaban sobre Miln.
El Prncipe careca de fuerzas, escribe el Papa intercediendo por l , era demasiado dbil para poder oponer resistencia la marcha de los franceses; ser vos el que hubierais invadido la Francia, l os hubiera abierto sus Estados. Que haya compasin tambin para el
Marques! Si practicis la clemencia Dios os recompensar ya en esta vida.
Se le comunica el triunfo obtenido por los ingleses. Len X escribe Enrique VIH'-
47
Al saber vuestra victoria he cado de rodillas, he levantado las manos al cielo para dar
gracias Dios. No sois vos el que habis vencido, es el Seor, que os ha otorgado la victoria;
humillndoos es como os manifestaris digno de vuestro triunfo. Que en adelante no os ocupe
sino un pensamiento; sabed que slo un enemigo debis perseguir, este es el turco, cuyo
orgullo se hace indispensable aplacar.
Enrique, envanecido por el xito de sus armas, no da odos los ruegos de Len X . Prosigue la campaa ; pero en vez de dirigirla con la calma y el clculo de un general, lo hace
con el aturdimiento de un joven, ocupndose ms de cambiar de trajes que en disponer planes estratgicos.
Enrique procede la ventura, sin la menor meditacin, sin consultar con nadie. Cree
que con revistar sus tropas seguido de brillantsima escolta ya ha representado su papel de
rey y con esto le basta. No es que tema al hierro enemigo, hasta en esto su orgullo le arrastra la temeridad; tiene en ciertas ocasiones la bravura del ms valiente soldado que desafa
toda clase de peligros, pero le falta la premeditacin del jefe.
Piensa en pabellones ricamente adornados, en doradas tiendas, en entrar en las poblaciones al repicar de las campanas, perdiendo as un tiempo que ha haberlo debidamente aprovechado, le hubiera.sido fcil lograr que su triunfo sobre la Francia fuese definitivo.
Mientras Luis X I I se reconcilia con el Papa, Enrique VIII desatiende sus consejos de paz,
lo que da lugar que Len X declare por su parte disuelta la liga y que Enrique se vea
abandonado de espaoles, suizos y alemanes.
Por fin Enrique entra en mejor acuerdo y acepta los consejos que le dan, no slo el Papa,
sino los ms influyentes de sus cortesanos.
Luis X I I , reconciliado con Roma, despus de reconocer el Concilio deLetran, despus de
derramar lgrimas sobre el cisma que l haba protegido, despus de prometer que procedera
abolir la pragmtica sancin que daba lugar tristes disturbios en el orden religioso, descendi al sepulcro como buen catlico el da de ao nuevo de 1515 en su palacio de Paris,
consecuencia de una aguda enfermedad.
Si prescindimos de su ambicin, que dio lugar hostilidades con la Santa Sede y otras
deplorables aventuras, Luis X I I fu para los franceses u n buen rey. No se le pudo acusar de
dilapidador del tesoro real, y nunca aument las cargas pblicas, dedicndose con solicitud
estudiar los medios ms econmicos para la hacienda, fin de no ser gravoso los pueblos
sometidos su corona. Siguiendo las tradiciones del reinado de san Luis, aboli multitud de
formalidades que entorpecan laiaccion de la justicia, y de las que salan principalmente perjudicados los pobres, y daba todos, sin distincin, segn se lo permita su tiempo, audiencias privadas, enterndose con inters de las necesidades de sus subditos. E n su despacho tena dos listas; una en que apuntaban los empleos, destinos, gracias beneficios que estaba en
su mano otorgar, y otra de los hombres benemritos que aun no haban obtenido recompensa.
Los franceses le llamaban el Rey bueno, el Padre de la Francia. Era una de sus mximas:
Prefiero ver los cortesanos rindose de mi avaricia que al pueblo llorando por mis gastos.
Escuchaba, no slo los consejos, sino hasta las censuras. Si el Rey comete un acto tirnico,
deca Claudio de Seyssel (1), todo prelado cualquier otra persona religiosa que goce de buen
concepto, tiene derecho reprenderle an pblicamente y cara cara; por un hecho semejante el Rey se guardara de tenerle resentimiento procurarle mal alguno. Quera que las
leyes fuesen siempre observadas, pesar de las rdenes contrarias que algn importuno p u diese arrancar al Monarca, y prohiba terminantemente que se le favoreciese en causa a l guna que tuviera con su parlamento. Por esto al atravesar sus pueblos, aun despus de una
derrota, los franceses sembraban el camino de flores, lloraban de satisfaccin y se agrupaban
junto su persona.
Len X , que nunca haba asistido personalmente las luchas armadas, aun cuando se dis(1) La gran monarqua
de Francia,
P a r i s , 1519.
putasen en ellas los derechos de la Sede Apostlica, se hizo un deber en presidir todas las sesiones del Concilio de L e t r a n , cuyo fin traslad sus habitaciones junto al sitio donde se reuna la asamblea.
Se ha tratado de justificar el protestantismo pretendiendo que la Iglesia, demasiado cuidadosa de sus temporalidades, desatendi la reforma interior que tanto necesitaban los abusos
introducidos por las flaquezas d los hombres. Nada ms infundado que semejante acusacin.
Cabalmente la reforma de la Iglesia fu el pensamiento dominante de Len X y del Concilio
de Letran.
El Concilio, por iniciativa de Len X , nombr una comisin encargada de hacer que en
las costumbres del clero resaltase la severidad y la pureza de los primitivos siglos. Y la reforma no se limit nicamente las clases inferiores de la jerarqua eclesistica. E l campo
del Seor, deca, tiene necesidad de ser removido desde el fondo hasta la superficie, palabra
admirable que inspir sabias disposiciones para que, desde los ltimos clrigos hasta los cardenales, fuesen modelos de santidad.
El Concilio debi atender al propio tiempo la condenacin de algunos errores. lias tendencias al renacimiento se dejaban sentir en el orden filosfico, volviendo adquirir gran predominio en las escuelas las doctrinas platnicas. Dominaba una especie eje mana humanista,
profesando los antiguos autores griegos y latinos una especie de idolatra. El Mens agitat
nwlem de Virgilio, era repetido de boca en boca por los que queran darse aires de sabios,
resultando de ah el que estuviese de moda cierto pantesmo, segn el que se pretenda la
existencia de un alma universal, nica, que daba vida todos los seres, que animaba todos
los hombres, salvas slo las modificaciones que eran el resultado del temperamento peculiar
de cada individuo. ms.de esta alma general admitan otra alma intelectiva que, segn ellos,
era mortal como el cuerpo. Un decreto especial del Concilio lateranense conden estos errores.
Era menester atajar el paso una persecucin que principiaba iniciarse, la de la prensa.
La invencin de la imprenta haba de ser muy til la popularizacin de la ciencia, ya
que hasta entonces para adquirir una obra manuscrita se necesitaba un capital. Los pontfices
protegieron este admirable adelanto, pero sin que dejaran de comprender que la imprenta podra ser un funesto- medio de propaganda del error y del mal. La nueva invencin creaba al
poder espiritual nuevos deberes, y stos eran tanto ms imperiosos cuanto que no haba de
permitirse que la imprenta, destinada difundir la verdad y el saber, se pusiera al servicio de
la calumnia se degradase cubriendo-los espritus con las nieblas del error envenenase los
corazones, inculcando el desprecio la virtud y el amor al vicio, produjese el desorden en
las sociedades sembrando teoras anrquicas.
E l jurista Vidal de Tbas se quejaba ya en 1500 de que algunos impresores sin conciencia, atentos slo al lucro, especulasen con libros en los que el autor habla un lenguaje que
ni aun se encuentra en las antiguas lupercales. Len X , para evitar en lo posible que la
imprenta se convirtiese en elemento de perdicin para las almas y de trastornos para las naciones, con asentimiento de los Padres del Concilio dio un decreto en que se leen estas frases:
De todas partes se nos han dirigido sentidas quejas respecto que el arte de la imprenta,
tan perfeccionado ya en nuestros das, gracias al Seor, aunque m u y conveniente por el gran
nmero de libros que poco coste pone en manos del pblico, tan propio para ejercitar los
entendimientos en las letras y ciencias, para formar varones instruidos en todo gnero de lenguas, de los cuales queremos abunde nuestra santa Madre la Iglesia como medio de convertir
los infieles, instruirlos, adherirlos con doctrinas sanas la comunin catlica, degenera en
abuso por las temerarias empresas de maestros en este arte: hemos sabido que en todas las
partes del mundo estos impresores no vacilan en imprimir libros que contienen errores contra
la fe, doctrinas perniciosas y contrarias la religin catlica, ataques contra das personas,
aun las ms elevadas en dignidad; y que la lectura de tales libros, en vez de edificar, engendra los mayores extravos en la fe y en las costumbres pblicas, surgiendo de ah multitud
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de escndalos que amenazan sumir el mundo en tremendos males. Por tanto, para que un
arte tan felizmente inventado para gloria de Dios, acrecentamiento de la fe y propagacin de
las ciencias tiles no se vea pervertido por uso contrario y no llegue ser obstculo la salvacin de los fieles de CRISTO, bemos credo que es menester emplear nuestra ms activa solicitud respecto la impresin de libros fin de que en lo venidero las espinas no crezcan con
el buen grano y el veneno no venga mezclado con el alimento. Deseando, pues, proveer oportunamente tanto m a l , y fin de que el arte de la imprenta prospere tanto ms cuanto sea
ms vigilado, mandamos que en lo sucesivo nadie se atreva imprimir hacer imprimir
un libro cualquiera en nuestra capital en cualquier ciudad y dicesis, sin que antes haya
sido examinado y aprobado con cuidado.
Era una elevada medida de salvacin religiosa y de defensa social cuyo alcance estamos
hoy en el caso de apreciar. Saban m u y bien Len X y los Padres del Concilio que la palabra
puede ejercer su funesta influencia, que puede emplearse en favor del insulto, de la venganza, de las ms aviesas pasiones, que los enemigos de la Religin pueden hacerla servir de
arma para esgrimirla contra la fe, y si esto se verifica en la palabra individual reducida un
pequeo crculo, qu ha de ser con la palabra difundida, centuplicada su fuerza y su accin
por medio de la imprenta?
Mientras se estaba celebrando el Concilio de Letran tuvo lugar una escena en la que brilla
la vez el buen corazn y la dignidad de Len X , carcter admirable en que la firmeza en
cumplir con su 'deber resaltaba ms ante los testimonios de afecto que prodigaba an los culpables.
Carvajal y Sanseverino, los jefes del concilibulo de Pisa, los que agitaban en el seno de
la Iglesia la tea de la discordia, los fautores del cisma, amparados de un salvo-conducto de
Len X , se presentan en el Concilio fin de dar un testimonio pblico de su arrepentimiento
y reconciliarse con Dios.
Dispuestos destruir el mal efecto, el escndalo de su separacin de la ctedra de Pedro,
presentbanse humildes, con la frente inclinada, dispuestos aceptar las penas cannicas que
se les impusiesen.
El suizo Mateo Schimner, aquel hombre ardiente, con el apasionamiento de su celo, se
adelanta pedir que no se admita los dos cardenales; que al acercarse al lugar del Concilio
se les cierren las puertas.
Un cfiro celestial les impele al arrepentimiento, dijo Len con su acostumbrada bondad.
Y se dejar impune el escndalo?
Dejad que v e n g a n , respondi con su excelente alma el gran Pontfice; en el da de su
llegada la misericordia abrazar su hermana la justicia.
Antes de que entrasen en la sala conciliar, los dos cardenales fueron despojados por el
maestro de ceremonias del traje propio de su alta jerarqua, de aquel birrete que Sanseverino
ostentaba tan ufano en frente del ejrcito francs cuando ste se bata contra las tropas pontificias, de aquella prpura con que Carvajal insult las canas de Julio II.
Introducidos en el local donde se celebraba la asamblea, los dos prelados hincan la rodilla, inclinan con respeto la frente, y luego levantndose, Carvajal exclama:
Beatsimo Padre, perdonadnos nuestras ofensas; tened piedad de nosotros, de nuestras
lgrimas, de nuestro arrepentimiento; no os acordis de la multitud de nuestras iniquidades
ms numerosas que las arenas del mar.
A esta splica sigui u n silencio imponente. Todos esperaban con ansiedad lo que iba
suceder.
Len X , desplegando sus labios, dice con su dulce acento, fijando sobre los culpables una
mirada llena de bondad:
La Iglesia es una buena madre; est dispuesta perdonar los que vuelven ella; pero
la Iglesia no quiere por una caridad mal entendida estimular al pecador que falte de n u e T.
II.
57
4S0
vo. Decid:No sois vosotros los que con vuestra ingratitud habis contristado vuestro
seor, vuestro bienhechor, vuestro padre, vuestro j u e z , Julio I I , de gloriosa memoria? No sois vosotros los culpables que en Pisa se atrevieron excitar al pueblo desobedecer
vuestra santa madre la Iglesia apostlica? No sois vosotros los que osasteis fijar en las paredes mismas de la casa de Dios una sentencia de deposicin contra el Vicario de CRISTO? Responded, y pronunciad vosotros mismos vuestra sentencia.
Carvajal y Sanseverino no acertaban pronunciar una palabra.
A h tenis una cdula que debis firmar, dijo alargndosela el Papa. Poned al pi vuestros nombres y obtendris misericordia por parte de la Santa Sede. Leed.
Carvajal pase su agitada mirada por aquel documento, y sin alzar los ojos acerc su diestra su corazn en seal de asentimiento.
La cdula contena una declaracin en que desaprobaban todo lo hecho contra la autoridad de la Sede Apostlica.
Los dos cardenales ponen con pulso tembloroso su firma al pi del escrito, luego se arrodillan y reciben la absolucin del Papa.
Apenas la ha dado, Len X desciende de su trono, se dirige Carvajal, le toma la mano
y exclama:
Sois la oveja extraviada que vuelve al redil; alegrmonos en el Seor!
La misma solicitud, el mismo apretn de manos, el mismo testimonio de cordialidad recibe Sanseverino. los dos cardenales se les reviste nuevamente con sus trajes y se les designa su puesto en el Concilio.
El estrpito de las armas vino perturbar de nuevo la apacible calma del Concilio.
Mientras Len X aseguraba la independencia de la Sede Apostlica uniendo sus dominios
la ciudad y el Estado de Mdena, que adquiri, no por derecho de conquista, sino por medio
de un acuerdo con el emperador Maximiliano, la Francia volva de nuevo su poltica invasora.
Luis X I I , quien llamaban el rey de los plebeyos, acababa de suceder Francisco I , denominado el rey de los seores.
Luis, hablando de su sucesor al trono, haba dicho varias veces:
E s u n gran muchacho que lo echar todo perder.
Francisco I establece la venta de los destinos pblicos; la administracin de justicia es
objeto de explotacin particular; la poltica atractiva de Luis el Santo y de Luis X I I es sustituida por otra poltica de arbitrariedad y de caprichosa resistencia.
E l nuevo Rey, al traficar con los empleos pblicos, pretexta que. necesita recursos para
emprender de nuevo la guerra en Italia.
Esta guerra halagaba su vanidad de rey joven. Necesitaba encumbrarse sobre un pedestal
de gloria militar, y este pedestal haban de formarlo los millares de vctimas que cayeran en
el campo de batalla.
Desde los primeros aos manifest su pasin por la guerra; vlasele recoger con avidez las
noticias sobre las expediciones Italia, repeta con fruicin los menores detalles del sitio de
Brescia y de la batalla de Rvena; al saber la muerte de Gastn de Foix no pudo contener su
llanto. Hombre de valor personal toda prueba, crea que su bello rostro le faltaba un atractivo, un rasgo de virilidad que haba de ir adquirirlo bajo los rayos del sol del campamento.
sus ttulos aada Francisco I el de duque de Miln; pero le faltaba el que fuese tomar posesin de su ducado al frente de su ejrcito.
El dux de Venecia se ofrece ser su aliado, persuadido de que en adelante los destinos
del mundo habran de estar disposicin de franceses y venecianos.
Por su parte Len X acepta el apoyo de los espaoles y de los suizos.
Francisco I se dirige los Alpes con el mejor ejrcito que la Francia ha enviado la Italia. All iba Tavnnes, el terror de los enemigos, que ni admita ni daba cuartel; la Tremouille,
el duque d Alenzon, lo ms escogido de los caballeros franceses.
451
82
en pos de s ni uno de sus bagajes, ni uno de sus heridos, sin soltar ninguna de las doce banderas que arrebataron al enemigo.
E n la retirada uno de los destacamentos fu pernoctar en una casa de campo. A la madrugada siguiente se ven metidos dentro de un crculo de venecianos que forman en torno de
la casa como una muralla.
Rendios! grita el jefe de estos.
L o s suizos no se rinden nunca, responde el capitn de los montaeses.
P u e s entonces os quemaremos.
Quemadnos!
Poco despus perecan todos consumidos en las llamas.
E n Miln los suizos empiezan hablar de paz. Al oir esta palabra Schimner h u y e . P r e fiere el destierro antes, que entrar en tratos con los franceses.
Terminada la batalla de Marignan, Francisco I dispone que se celebren tres misas; una
en testimonio de gratitud al Dios que protege la Francia, la segunda en sufragio de los que
han muerto en el campo de batalla y la tercera para implorar el restablecimiento de la paz.
La victoria de Marignan pona .Leon X en situacin difcil.
Len X no piensa en acudir las armas para atajar el paso al conquistador. Sabe que Francisco I guarda en su corazn un fondo de piedad, que pesar de sus ambiciosas pretensiones
ha dado la Santa Sede, por otra parte, testimonios de deferencia, que Francisco I es el soldado que en el campamento lo mismo que en palacio termina siempre el da arrodillndose ante
su Dios para dirigirle una plegaria; que despus del triunfo paga siempre al Ser Supremo su
testimonio de gratitud.
Len X escribe una carta tan digna como afectuosa Francisco I en la que, lejos de rebajar en lo ms mnimo la gloria conquistada por el rey en Marignan, le dice que su buena fortuna la emplee en favor de la gran repblica cristiana, la que l pertenece como hijo de la
Iglesia. La carta termina con esta frase: Adis! Amadnos!
El Papa y el Rey se dieron cita en Bolonia; Francisco I ofreci las mayores muestras de
respeto y veneracin al jefe de la cristiandad. El canciller del Rey dijo en su nombre:
Santsimo P a d r e ; el ejrcito del rey cristiansimo est vuestra disposicin; haced de
l lo que queris... Las fuerzas de la Francia estn en favor vuestro, sus estandartes son los
vuestros... Len, aqu tenis un hijo humilde que es vuestro por la piedad, por el derecho,
por las costumbres de sus antepasados, por su fe y por su voluntad. Este hijo que os ama est
pronto defender en toda ocasin vuestros sagrados derechos con la palabra y con la espada.
Len X celebr la santa misa. Francisco I se neg sentarse en un trono que se le haba
preparado. Arrodillse en las gradas del altar mayor, respondi con especial devocin todas
las plegarias del augusto celebrante, y permaneci con las manos juntas hasta la comunfon.
Cuando hubo comulgado el Papa, preguntse al Rey si quera comulgar; lo que contest que no se hallaba debidamente dispuesto.
De en medio de los jefes del ejrcito francs se levanta uno y dice:
Beatsimo Padre; yo tendra mucha honra recibir la comunin de vuestras propias
manos; pero yo confieso pblicamente que fui de los que combatieron Julio I I .
Y yo tambin he pecado como l, dice su vez el Rey.
Y nosotros tambin, exclamaron muchos jefes y miembros de la corte: Perdn, perdon, beatsimo Padre!
El Papa levanta la mano y les da la absolucin pontificia.
Al da siguiente, el Rey, despus de comulgar en la iglesia de los dominicos, pasaba las
horas en el hospital cuidando los enfermos.
Len X logr que Francisco I declarase abolida la pragmtica sancin, reemplazndose
con u n concordato que confirm el Concilio de Letran.
453
IV.
Conspiracin contra Len X.
Reconciliado con la Iglesia Francisco I, pudo creerse que la cristiandad iba disfrutar de
una paz definitiva y que Len X no encontrara obstculos que le impidieran desarrollar su
poltica de mansedumbre y de paz. Desgraciadamente no fu as. Libre de enemigos exteriores, el pontificado tuvo que sobreponerse otros que la ambicin y el odio alimentaban en
torno mismo del sucesor de San Pedro.
En el colegio de cardenales hubo algn Judas como lo hubo en el colegio apostlico. Era
un escndalo m s ; al recordarlo, no olvidemos la profunda filosofa que contiene aquella p a labra divina: Nescesse est ut veniant scanclala. Un ilustre orador ha dicho: El escndalo
tiene su vergenza; pero tiene tambin su influjo saludable; es el empuje del viento que
troncha la rama muerta; pero que endurece la rama viva.
Alfonso Petrucci se crea, por razones de familia, con derecho ejercer el gobierno de
Sena, que Lon X otorg otro Petrucci llamado Rafael, obispo de G-resseto. Ademas se
juzg perjudicado en sus intereses materiales por haber el Papa confiscado los bienes de la
casa de Borghse.
Petrucci empez censurar acremente la conducta de Len X , acusndole de ingratitud
por haber l contribuido que fuese nombrado Papa, olvidando que un Pontfice tiene que
obedecer miras que estn muy por encima de los intereses y las afecciones personales.
El rencor iba creciendo en Petrucci con el tiempo; por su apellido, por sus cualidades
personales, por su influencia, Petrucci llegaba abrigar la vanidad de poder imponerse al
Papa mismo; as fu que en l el orgullo aviv la pasin del odio desde el momento en que
se vio contrariado en sus absurdas pretensiones.
No se limit profesar contra Len X u n encono mortal; no se content con aprovecharse
de todas las ocasiones para lanzar el veneno de la calumnia contra el Sumo Pontfice; hubo
momentos en que su ceguera no se hubiera detenido sino en el homicidio no contenerle las
consideraciones de su dignidad y de la prpura que ostentaba como prncipe de la Iglesia.
Pero ya que no se atreviera derramar por s mismo la sangre de Len X , acudi la
ms cobarde perfidia para realizar su criminal proyecto.
En ausencia del cirujano de Len X , Jacobo de Brescia, Petrucci obtuvo que ste fuese
sustituido por una gran celebridad en el arte quirrgico, el famoso J u a n Vercelli
"Petrucci logr que Vercelli se prestara realizar su satnico plan, comprometindose
envenenar unas llagas que afligan Len X .
Si Petrucci le sobraba perfidia le falt en cambio prudencia. Seguro de su proyecto contaba los das del ilustre Pontfice quien profesaba tan despiadado encono, y ms de una
vez aventur frases que revelaban su proyecto y que fueron parar odos de Len.
Interceptronse algunas cartas de las que se deduca con toda evidencia el criminal proyecto.
Petrucci fu preso, y en el interrogatorio declar que tena cmplices; estos eran Rafael
Riario, que se haba figurado que despus de la muerte de Julio II nadie como l contaba con tantos ttulos para ostentarla tiara; Adrin de Corneto, hombre supersticioso, quien
se le hizo creer en cierta profeca que anunciaba un papa de baja condicin, nacido en desconocida aldea, cuya prediccin l se la aplicaba s propio, y Soderini, carcter voluble y
fcil en dejarse sobornar.
En virtud de estas declaraciones, que no pudieron monos de contristar hondamente
Len X , ste convoca un consistorio, y en l pronuncia un discurso en que consigna los b e -
454
neficios que ha prestado los cardenales y la ingratitud con que algunos de ellos le corresponden.
Entre vosotros, aade, h a y dos culpables de felona. E n presencia de esta imagen de
JESS crucificado, yo les prometo el perdn si declaran su crimen, y clava su mirada en
Adrin y Soderini. stos permanecen silenciosos. Accoloti y de Farnesio proponen que se
pregunte uno por uno todos los asistentes y que declaren bajo juramento y en presencia de
JESS crucificado. La proposicin es aceptada.
Cuando Soderini le llega su turno, ste vacila, empieza balbucear, al fin se postra en
el suelo y levantando su mano suplicante, con los ojos inundados de lgrimas declara su
delito.
Len X dice:
H a y otro todava. E n nombre de Dios que declare su culpa.
Todas las miradas se fijan en Adrin de Corneto, que aparenta cierta tranquilidad. Pero
al fin el remordimiento puede ms que sus esfuerzos para ocultar s u ' perfidia. Adrin palidece, y acaba por caer de rodillas y confesar su crimen.
El Papa les perdona, obligndoles nicamente pagar una multa.
No pudo observarse la misma conducta con Petrucci y Riario. En presencia de los cardenales reunidos el 20 de junio, los dos culpables promueven una tempestad, lanzan insolentes gritos, de acusados tratan de convertirse en acusadores de Len X . La justicia hubo de
cumplirse.
Desgraciadamente los hechos que venimos relatando no constituyen ms que el prlogo
de la gran conmocin religiosa, cuyo principal promotor va ocuparnos en los siguientes captulos.
V.
Primer perodo de la vida de Lutero.
Al tener lugar los acontecimientos que llevamos hecha referencia, la rebelin protestante no haba salido luz todava; pero se hallaba en estado de incubacin; un odo atento
no hubiera dejado de oir el sordo rumor que precede la erupcin del volcan.
Trasladmonos Alemania, al pas que desde hace ms de tres siglos viene guardando
el germen de todas las herejas.
A la otra parte del R h i n , siguiendo el camino de Sajonia, sentados alrededor de una
mesa se encuentran algunos monjes conversando familiarmente sobre Roma. Un agustino les
escucha atentamente, y terciando en la conversacin, exclama en u n tono bastante brusco
que no puede menos de sorprender y hasta escandalizar sus interlocutores :
Desengaaos: en Italia, y lo mismo sucede en Francia, la mayor parte de los que dicen misa no entienden el latin. Los italianos, sobre todo, ni aun conocen la lengua materna,
y esto ni siquiera aquellos que estn encargados de ensearla los dems. Os aadir que
los italianos son gente sin Dios. Ya sabis, amigos mos, que hace algn tiempo, yo vi al
Papa; pues bien, las cosas son m u y distintas de lo que por aqu nos cuentan. Si queris que
os diga la verdad, Tiberio, emperador, era un ngel en comparacin con los que forman parte
de la corte romana.
El que as hablaba era Martin Lutero.
Fuerza es que nos ocupemos de l con alguna detencin, ya que le encontramos al frente
de la persecucin ms funesta que ha tenido que sufrir el catolicismo.
Pronto le veremos arrastrar en pos de s prncipes y pueblos, seglares y monjes. Si furamos creer que aquella colosal perturbacin cuyos efectos estamos deplorando todava, era la
5E5
obra de un hombre, si nos figurramos que el influjo de su palabra era capaz por su sola fuerza
de desvanecer tantos millares de extraviados, nos equivocaramos acerca las condiciones del
genio del iniciador de la Reforma protestante.
Lutero pudo determinar aquella explosin; la mina estaba preparada desde bastante
tiempo. Lutero no fu ms que la mano osada que aplic el fuego aquel combustible.
Una aristocracia degradada, pobre, que sigui al apstata porque crea que con la apostasa se le daba pretexto para echarse sobre los bienes de los monasterios, de los obispados; aquellos prncipes que queran emanciparse de sus reyes, aquellos nobles que deseaban
sacudir el yugo de los prncipes; la clase media que estaba forzando la puerta por donde
deba entrar en la vida poltica y social, y que trataba de pasar por encima de las a n tiguas clases privilegiadas por temor de que les disputaran el paso; la idolatra por las letras y la filosofa griega estimulando instintos de libertad que acababan por convertirse en
aspiraciones la rebelin en el orden religioso, la anarqua en el orden poltico y al libertinaje en el orden moral, la atmsfera racionalista que se respiraba en las escuelas y que no
respetaba ni an lo sagrado de la ciencia teolgica, h aqu algunas de las concausas que
contribuyeron, ms an que la travesura y la osada de un hombre, la explosin protestante.
Lutero naci en Eisleben de una familia sin ms nombre, ni otra reputacin que la que
le proporcionaba una honradez toda prueba, sin otro medio de vivir que un penoso trabajo,
pues su padre Hans no era ms que un humilde montas que se dedicaba la labranza primero, y al trabajo de las minas despus, mientras que su madre cambi la pesada ocupacin
de andar cargada con haces de lea por su tarea de criada de baos. E n toda la familia de
Lutero no hay una sola reputacin literaria; un nombre ilustre bajo ningn sentido; sus tos,
sus abuelos, todos vivan de las faenas del campo.
Hans era uno de esos tipos del obrero eristiano lleno de afeccin por los de su casa, por
sus amigos, expansivo, u n trabajador que no se quej nunca del papel que en el drama de la
vida le confiara la Providencia; excelente esposo, padre que llevaba el celo de su autoridad
paternal hasta el punto de ensangrentar su hijo por el hecho de haber hurtado una nuez.
los seis aos el nio Martin lea y escriba de corrido, los once se interesaba en las
disputas teolgicas que entablaban unos monjes que frecuentaban la casa de sus padres, y
los catorce, en compaa de su amigo Renick, con un pequeo equipaje sobre sus hombros y
su bastn en la mano sala del hogar paterno, en medio de las lgrimas de su familia, para dirigirse Magdeburgo y asistir all unos gimnasios m u y clebres en aquellos tiempos.
Desde entonces su nico recurso fu la limosna. El muchacho Martin destinaba dos das
por semana ir cantar al pi de las ventanas de los ricos, quienes echaban al pobre estudiante algn dinero, y los das de fiesta iba al coro de la iglesia ayudar los cantores, percibiendo tambin alguna cantidad por este servicio.
Desgraciadamente para M a r t i n , los ricos de Magdeburgo hacan poco caso de los muchos
pobres que iban pedirles, y la voz del adolescente, no obstante su sonoridad y la expresin
del acento, perdase en el espacio sin que nadie respondiese aquellos cantos, que eran la
vez una manifestacin de indigencia y una splica de socorro; Martin se vio en la necesidad
de tomar su bastn y su alforja, y se dirigi Eisenach en busca de mejor fortuna.
Al atravesar la calle ancha de San Jorge, Martin se apercibe de una casa de rica apariencia. El joven se detiene, echa en tierra su alforja y entona uno de sus cantares. Las ventanas
se abren y aparece en ellas una mujer de aspecto bondadoso que parece conmovida los acentos de aquella hermosa voz. Era la primera vez que Martin lograba interesar una persona.
Con los ojos arrasados de lgrimas se inclina para recoger tres cuatro monedas que le ha
echado la buena seora, quien da las gracias con tmida y respetuosa actitud.
Aquella mujer, llamada rsula Gota, viuda de un rico industrial de la ciudad, descubre
en el rostro del joven la palidez de su indigencia y le hace seas para que suba. rsula le
introduce en el comedor y le hace sentar junto una mesa servida de buen vino y excelente
456
Op.
Luth.
457
vez. ste, que era un anciano sacerdote, persuadise de que la enfermedad fsica del joven era
agravada por el temor de la muerte. El buen presbtero le tranquiliz dicindole:
Vamos, amigo mo, valor! No moriris de esta enfermedad. Dios os reserva grandes
destinos. Dios har de vos un hombre; y si ahora necesitis de consuelo, da vendr en que
consolaris los dems. Su bondad os castiga porque os ama.
Si el confesor acert anuncindole que no morira por entonces, anduvo muy equivocado
respecto al porvenir del joven. Dios le conserv la vida, es verdad; pero en los fines providenciales Martin haba de realizar un destino semejante al del aguacero que el pas exhuberante de fecundidad y de vida lo convierte en pestfero lago; semejante al del terremoto que
cambia en ruinas la ciudad rica y populosa. El papel de Lutero era remover aquellas socieda-
KNRIQUE
IV.
des, arrebatar la paz de tantas almas, derruir instituciones que venan respetando los siglos
y los acontecimientos; el papel providencial de Lutero era castigar aquellas sociedades que
despreciaban el don de Dios, que no aprovechaban como deban los beneficios de la civilizacin cristiana.
Un espantoso acontecimiento vino imprimir nuevo curso su existencia.
Hallbase con su ntimo amigo Alejo, cuando de repente se ve asombrado por el fulgor de
un rayo. Poco despus, M a r t i n , lleno de terror, contempla en torno suyo, sin v i d a , su compaero, quien la chispa elctrica acaba de carbonizar.
Lutero era joven de imaginacin, impresionable hasta el extremo. La desgracia de su
amigo, acaecida en su propia presencia, le afect tan hondamente, que tal vez el joven hubiera
llegado hasta la locura, no ser los recursos con que para estos casos cuenta siempre la R e ligin.
T.
II.
88
458
Lutero cree que el resplandor de aquel relmpago, que acaba de tender sus pies un
compaero suyo, es la voz de Dios que le llama como llam al Apstol de las gentes en el camino de Damasco, y se figura oir de lo alto una voz que le grita: Al convento!
Martin se arrodilla, invoca el socorro de santa Ana, y ofrece Dios retirarse de la vida
del mundo para consagrarse al claustro. Al llegar la noche, Lutero, sin decir una palabra
sus condiscpulos, toma un pequeo equipaje, en el cual coloca un Plauto y un Virgilio, y va
llamar la puerta del convento de Agustinos.
E n nombre de Dios abrid, grita sobrescitado el joven.
Qu queris? pregunta el lego encargado de la portera.
Consagrarme Dios.
El lego c o n t e s t a : A m e n , y le franquea la entrada.
la maana siguiente, el joven Martin Lutero, que haba hecho concebir sus profesores brillantes esperanzas, remite la universidad sus insignias de maestro junto con el traje
acadmico que recibiera en 1505.
Resolucin tan sbita caus en los catedrticos, gran sorpresa primero, profundo disgusto
despus.
Encargse los que ejercan ms prestigio sobre el joven que fueran disuadirle de su
propsito. Lutero ni tan slo quiso recibirles. Durante un mes prohibise l mismo toda clase
de trato.
Martin se entrega un silencio absoluto, una profunda concentracin mientras est todava vivo en su mente el triste cuadro de la horrorosa muerte de su amigo. Si el amor de
Dios hubiese llenado entonces aquella existencia, sin duda habra subido las ms sublimes
elevaciones de la mstica; todo da entender que en aquel perodo se agitaron en la mente
de Martin ideas lgubres que le dieron un carcter sombro, que produjeron en l tendencias
extremadamente pesimistas. Las sombras en que estaba envuelta su alma se reflejaban en
el carcter de su piedad; nada de esa religiosidad afectuosa y expansiva que est tan conforme
con las enseanzas evanglicas; la piedad de Lutero se parece ms bien al terror fatalista de
los musulmanes. Figursele que la tierra se haba de negar sostenerle y que la vera abrirse
sus pies para tragrselo; teniendo siempre la vista el desastroso fin del desgraciado Alejo,
tema caer de improviso en las manos de Dios, en quien no vea sino un juez inexorable desprovisto de los sublimes atributos de su paternidad.
Pasa Lutero noches y ms noches en el insomnio; y cuando la postracin llega cerrar
sus ojos, aparcesele entonces en espantoso sueo el espectro de su amigo que le incita hacer
penitencia.
Lutero, para aplacar un Dios quien cree irritado contra l, a y u n a , se entrega rigorossimas maceraciones; el que antes era un alegre joven, aparece como el ms rgido anacoreta.
Yo pasaba las noches en vela, nos dice l mismo, me mortificaba, practicaba los rigores cenobticos hasta comprometer mi salud. Si algn agustino puede merecer entrar en el
cielo por lo ms escarpado de las peas de una abada, ste sin duda era yo.
El miedo era el alma de su devocin. Presentbase su mente sobrescitada el fantasma de
Satans, fantasma que apenas alcanzaba desvanecer fuerza de oraciones. Un da en que
u n sacerdote, cantando el Evangelio, pronunci aquellas palabras: Erat Jess ejicieiis clamonium, et illud erat mutum; estaba JESS echando u n demonio, y aqul era mudo. Martin , sobrecogido de terror, se levanta de su asiento y empieza gritar:
Ah! Non sum ego, non sum ego (1). A h ! No soy yo, no soy yo!
Para evitar que se inutilizara en una estril melancola cayera en el abismo de la desesperacin, se le aconsej que, pensando menos en s mismo, se dedicara hacer algn bien
(1)
46!)
sus semejantes. Lutero obedeci, pero obrando conforme las inspiraciones de su modo de ver
personal siempre dado exageraciones extremas.
Sala del convento al rayar el alba para ir perderse entre las sombras de alguna selva,
y all, sentado al pi de un rbol, enseaba el Catecismo algunos pastores, basta que agobiado por el sueo, se dorma al son de los instrumentos pastoriles. Por la tarde volva triste,
taciturno, sombro como siempre, su solitaria celda, donde se entregaba horas y ms horas
la plegaria, durmindose por fin al sonido de la fuentecilla que, dividindose en varios arroyuelos, iba regar los rosales del convento.
Sus superiores vean en Martin u n exclusivismo, un amor propio que era menester dominar; hacase indispensable sacarle de aquella atmsfera de abstracciones, donde se desarrollaba su orgullo, y reducirle la vida prctica, sometindole lo que sta tiene de ms vulgar y ms prosaico en sus detalles. As es que se le oblig abrir y cerrar las puertas de la
iglesia, arreglar el reloj, ir pedir limosna para la casa, cargado con la correspondiente
alforja. El joven fraile se quejaba de que se le ocupase en tan humildes tareas, y hasta lleg
interesarse por l la Universidad de Wittemberg, cuyas demandas fueron por fin atendidas.
En 1507 pronunci sus votos, ordenndose de presbtero en aquel mismo ao.
Lasf, el prelado ordenante, le pregunt:
Prometis vivir y morir en el seno de la Iglesia catlica nuestra buena Madre?
Promto,
lo prometo, contest con decisin el ordenando.
La frente del joven no se serenaba; siempre la misma tristeza, siempre igual melancola.
Al prepararse para su primera misa escribi J u a n B r a u n , de Eisenach:
El 2 de mayo, dominica cuarta despus de Pascua, celebrar mi primera misa; venid
oira. Pobre de m , indigno pecador! Dios, en su inagotable misericordia, se digna elegirme;
yo tratar de hacerme digno de su bondad, y en cuanto es posible un puado de polvo
como soy yo, procurar cumplir sus designios. Rogad por m , mi querido B r a u n , fin de que
mi holocausto sea agradable al Seor (1).
Lutero subi al altar plido, abatido, temblando. Al hallarse en el Canon, se senta hasta
tal punto sobrecogido de espanto, que fueron menester todos los esfuerzos del prior para retenerle junto la mesa santa.
la comida, que se celebr despus, asisti su padre. ste se haba opuesto que Martin
abrazase la vida religiosa.
Quiera Dios que mi hijo no se haya equivocado acerca su vocacin, dijo con profunda
tristeza.
Al asistir la primera misa de Martin, el bueno de Hans no haba recobrado su natural
jovialidad. E n cambio su hijo aquel da estuvo alegre, comunicativo. Quejndose de la reserva
que manifestaba Hans, Martin exclam:
Padre querido; hoy os pido un favor, y es que no estis triste. qu viene que slo
por fuerza hayis consentido en que vistiera yo el hbito de fraile? Pues es un guapo vestido,
querido padre.
Estas palabras las pronunci Martin con el desenfado con que sola hablar H a n s , y
que no era muy del gusto de ste, que, aunque de humilde condicin, no se resignaba verse
tratado con desden por su hijo. Hans tom la palabra y exclam con dignidad, dirigindose
a aquella multitud de presbteros, de doctores, de telogos que ocupaban la mesa:
No habis ledo en la Escritura que es menester respetar al padre y la madre?
En efecto, lo dice, respondieron los convidados.
Hans no prosigui; limitse tan slo echar sobre su hijo una mirada harto significativa.
La conversacin gir sobre varios asuntos. Poco despus oyse la voz del bueno de Hans
que exclamaba:
Quiera el cielo que ste, sealando Lutero, no sea un da un laurel de Satans.
O
DeVcttc.
460
Vamos, prosigui tratando de dominarse, bebamos, brindemos, y que Martin nos ame
un poco ms.
Despus de su primera misa, Lutero se apasion por los estudios teolgicos. A santo Tomas
y Scott prefera Guillermo de Occans, profesor de Oxford y de Paris, escolstico famoso,
cuya ortodoxia distaba mucbo de ser satisfactoria, pues no slo disputaba la infalibilidad al
Sumo Pontfice, sino hasta al Concilio general, concedindola en cambio los laicos reunidos
en asamblea, pretendiendo ademas que sobre la autoridad del Papa estaba la autoridad de la
fuerza y diciendo que no vea inconveniente en que hubiesen varios papas independientes
unos de otros. Este escritor defendi ademas en filosofa el nominalismo. Fu tambin por
entonces que Lutero se aficion al estudio de Jerson y muy particularmente de san Agustn,
quien prefera todos los otros Padres de la Iglesia.
De tal suerte le ocupaba el estudio que estuvo semanas enteras sin asistir al rezo del oficio divino.
Tambin esta vez su salud se resinti del excesivo trabajo intelectual. Lutero volvi
demacrarse, su rostro, tan sonrosado cuando iba cantar al pi dlas ventanas de Magdeburgo,
se puso amarillo. Mossellano nos lo presenta marcado con el estigma de una vejez prematura,
marchito el semblante, convertido en un esqueleto.
Entregse severidades que en vano trataban de moderar sus superiores.
Vlasele los pies de los altares, los ojos elevados al cielo, henchidos de lgrimas, dando
gritos de misericordia. Al llegar la noche arrodillbase junto la cabecera de su cama, permaneciendo en aquella postura hasta la salida del sol.
Un da la celda del P . Martin no se abri la hora de costumbre. Llamaron una y otra
vez j nadie responda. Se acudi al recurso de forzar la puerta, y se encontr al fraile en una
especie de xtasis, con la frente pegada al suelo, tan absorto en sus meditaciones, que no se
apercibi de nada de lo que pasaba en torno suyo.
A pesar de todo Martin Lutero no vea calmarse las agitaciones de su espritu. Iba ponindose siempre ms melanclico. Terribles espectros, espantosos fantasmas, lgubres visiones le atormentaban durante el sueo, en las horas de estudio, hasta al pi del altar. Los siniestros sueos, que no eran nada ms que efecto de su debilidad fsica, de la sobrescitacion
de su temperamento agravado por los excesos del estudio, los tomaba por castigos del Seor.
Considerbase bajo la accin de una fatalidad implacable. Sucedile veces que despus de
una de estas visiones abra el libro del rezo y se fijaba en versculos como este:
Dirigidme, Seor, en vuestra justicia y en vuestra verdad. Luego, prosegua l, la justicia de Dios es para m la clera de Dios (1).
Hallbase en ciertas ocasiones como anonadado bajo el peso de aquella melancola, cuando
encuentra al paso un monje viejecito que le manifiesta interesarse por l y le dice:
H e r m a n o , yo s un remedio para los males que os atormentan.
Un remedio? Cul es? responde Martin con visible ansiedad.
L a fe, le dice el monje con marcado acento de resolucin.
De repente los ojos casi apagados de Lutero se abren, y como saliendo de sus rbitas se
fijan en su interlocutor.
L a fe, exclama cual si despertase de un sueo, la fe habis dicho?
S , hermano, la fe gratuita: creer es amar, el que cree ser salvo.
Lutero levanta aquella cabeza abatida por el peso de larga enfermedad, junta sus manos,
eleva los ojos al cielo y va repitiendo la palabra:
La fe, la fe! Creer es amar!
Aquel buen padre no se propona otra cosa que proporcionar u n consuelo un espritu
afligido, y sin embargo, acababa de hacer de un fraile agustino el jefe de la ms funesta de
las rebeliones religiosas.
(1)
Ranke.
401
All empez el protestante. Lutero no se dio cuenta de la barrera que acababa de saltar
en aquel instante, pero el hecho era que la haba saltado.
El buen monje no poda sospechar siquiera que aquella palabra suya haba de ser la que
hiciese brotar al protestantismo del estado de incubacin en que ya desde tiempo se encontraba en Europa.
Aquella frase dicha por un hombre que representaba la vez para Lutero la santidad y
la experiencia, la consider como descendida del cielo; aquel monje lo recibi como un ngel que le ofreca una nueva revelacin.
Lutero dio aquellas palabras un carcter absoluto; crey que haban de ser la luz que
alumbrase en lo sucesivo las oscuridades de su espritu, hizo de ellas el supremo criterio de
su conducta, las consider como la clave de todo el edificio espiritual.
Aquella consideracin, que dur apenas algunos segundos, obr en Lutero un completo
cambio. Desvanecironse las visiones nocturnas como por encanto.
Aquella noche Martin durmi ya en reposado y apacible sueo. Al da siguiente asisti
los divinos oficios, tom parte en el rezo con la comunidad, consagrse tranquilamente al estudio, no se crey ya desheredado del cielo, no le asaltaron los antiguos temores, pareca otro
hombre.
La palabra fe era para l la explicacin de todo. Si se haba hallado en el borde del precipicio de la desesperacin, si haba dudado de la misericordia de Dios, si haba sufrido tanto,
la razn estaba en la falta de fe.
Desde aquella hora empez anatematizar un pasado en que la fe le apareca como anublada por observancias de un culto externo, por tradiciones que calific de atentatorias la
primitiva pureza de la palabra divina.
Fu caer por casualidad en sus manos un captulo de san Pablo los Corintios, en el
que la alucinacin de su espritu le hizo ver la confirmacin del nuevo sistema que empezaba forjarse.
La calma de Lutero volvi turbarse. Su superior, Staupitz, quien el estado del espritu de Martin no dejaba de producirle serias inquietudes, le propuso un viaje Roma.
Lutero se baba forjado en su imaginacin una Roma ideal, un cuadro sin sombras. Roma
era para l una ciudad en que la prosa de la realidad desapareca ante los encantos de lo
maravilloso. Figurbase que en aquella tierra humedecida por la sangre de tantos mrtires
haba de encontrar l a t a n anhelada paz de su agitado espritu, que la figura del Papa sera para
l como una visin sobrenatural que desvanecera las tinieblas de su alma y la convertira en
un cielo. Su corazn palpitaba de placer la sola idea de ver al Papa, palabra viviente de
Dios en la tierra, el explendor de CHISTO y de los Apstoles, sentase frentico por ver aquella
ciudad iluminada por el sol de las almas y que su modo de ver no poda ser otra cosa que
un paraso (1).
Lutero hace precipitadamente sus preparativos de viaje, las horas le parecen siglos, anhela ver aquella regin de los encantos, donde en vez de hombres, se cree encontrar ngeles,
donde los templos, los edificios, el conjunto general se lo figura manera de la celestial J e rusalen descrita por san Juan en el Apocalipsis.
Martin Lutero empua su bordn y acompaado de otro fraile emprende p i su camino,
sin ms dinero que seis ducados con que pagar al Cicerone que le ha de ensear los prodigios de la ciudad eterna. El religioso no haba de pensar en la comida ni en la cama. E n
cada casa religiosa encontraba una vivienda su disposicin.
Da la fatalidad que al llegar Italia encuentra Lutero das nebulosos. Primera ilusin desvanecida. El cielo de Italia tan hermoso, tan puro, aparece su vista ms sombro an que
el de Alemania.
El fraile Martin y su compaero creen encontrar en cada aldea, en cada casero, la per(1)
Niemeyer.
462
sonificacion de los antiguos patriarcas, dispuestos recibirles como Abrahan los ngeles del
Seor, y encuentran una hospitalidad dudosa y empiezan hablar de la Suabia, de la Baviera, donde las casas son tan buenas, los habitantes tan afables,, donde tratan tan bien al
extranjero (1).
Cesan por fin los das lluviosos y entonces aquel azul del cielo sin nubes le parece montono, aquel sol le parece demasiado deslumbrante, aquel horizonte demasiado extenso,
aquel crepsculo de la tarde demasiado ardiente y demasiado fras aquellas noches. El vino
de Italia le quema la cabeza, el agua de Italia le produce vahdos, el aire de Italia cubre
su mente de espesa niebla.
El entusiasmo empezaba cambiarse en espritu de oposicin, en desden, hasta en fastidio.
Llegan nuestros dos frailes la Lombarda. E n u n convento de benedictinos se les da
franca y afectuosa hospitalidad. Era una casa monacal perfectamente dotada. Aquella grandiosidad les deslumhra.
Eso s; se nos trat bien, escribe Lutero; esto slo puede reconciliarnos con la riqueza
del monasterio.
E n Montefiascone, en las cumbres del Apenino, Lutero, en vez de u n frondoso paisaje
cubierto de mirtos y de naranjos, ve una tierra rida, desnudos peascos y echa menos el
verdor y las flores de la Sajonia.
Nada dice al espritu de Lutero la poesa del cielo italiano, su arte carece para l de
atractivo, lo juzga amanerado, pueril, sus monumentos no son ms que moles de piedra ennegrecida por la accin de los siglos, su historia le inspira odio, aversin. En Italia Lutero
es alemn hasta la exageracin, hasta el fanatismo.
Lutero aparece ms sombro que nunca.
Penetra en un humilde mesn donde encuentra otros frailes. La jovialidad italiana de
aquellos religiosos le irrita, sus maneras expresivas le repugnan, y en aquella tierra donde todo
le parece malo, los hombres le parecen insufribles.
Figurbase que la accin del Vaticano haba de extenderse mucha distancia, como un
milagro de santidad, que all los cuerpos se espiritualizaban, que los hombres en aquella
tierra de bendicin se convertan en ngeles.
Ve en muchas casas imgenes de santos colocadas en nichos, alumbradas por cirios, cubiertas de flores, ante las que se inclinan y ruegan los fieles.
Desgraciados! exclama Lutero; temer ms san Antonio san Sebastian que
Nuestro Seor JESUCRISTO ! Para preservar una casa colocan en ella la imagen de un bienaventurado! Gente sin Dios, que ni creen en la resurreccin dlos cuerpos, ni en la eternidad, y slo temen los males de esta vida!
Las costumbres algo expansivas de los italianos le dan pretexto para decir que no creen
en el matrimonio.
Lutero trae prisa para llegar Roma. Parece que vuelve reanimarse, que reaparecen en
l sus esperanzas; su corazn vuelve palpitar de jbilo.
Al pisar por vez primera la ciudad eterna, Lutero se arrodilla inclina su frente.
Roma santa, exclama, Roma tantas veces santificada por la sangre de los mrtires!
Dirase que no encuentra frases con que saludar la famosa capital.
Pero m u y pronto al creyente se sobrepone el alemn con su orgullo, con sus preocupaciones de nacionalidad, con su odio de raza.
Lutero no haba estudiado el mundo sino en sus libros; la realidad prctica la desconoca por completo.
Acostumbrado concentrarse en s mismo acababa por hacer de su propia personalidad
un culto; para l slo era bueno lo que estaba hecho su imagen. Compar aquellos suntuo(1)
Halle, t. X X I I .
G3
sos edificios con su choza de Eisleben y no supo ver en ellos sino la obra de la soberbia h u mana ; aquellas esplndidas baslicas al lado de su modesta celda le parecieron detestables ;
acostumbrado perderse en los bosques de una naturaleza salvaje, se escandaliz al pasear por
aquellas calles sembradas de palacios. No comprendi aquel culto rodeado de tanta esplendidez, las armonas de aquella msica, los deslumbrantes adornos de aquel arte, porque no
acertaba darse cuenta de que el hombre es espritu y materia la vez, y que, dada su constitucin, en todas partes y de un modo particular en las regiones meridionales, las formas
exteriores sirven tambin de mucho.
. Por otra parte Lutero, que en Alemania era considerado como una notabilidad, en Italia
pasaba como una sombra sin que nadie se apercibiese de l. Su mirar sombro contrastaba
con la expresin de la mirada italiana; su carcter taciturno y reservado no se avena con
los instintos de aquel pas donde hasta la palabra es una msica, aquel temperamento helado
se haca repulsivo en la patria de los artistas.
A Lutero le gustaba perderse en la regin de las abstracciones; aislndose del mundo
real se senta asfixiado en el tedio, desvanecido en una atmsfera que no rala de la naturaleza en que le haba colocado su Criador; pero Lutero odiaba todo lo que no fuese vivir en
aquel elemento, h aqu por qu sinti horror & la vida prctica de los romanos.
En Alemania haba visto unos prncipes que se empobrecan en la satisfaccin de sus pasiones personales; no supo concebir al soberano de Roma que empleaba sus bienes en enriquecer su capital con todos los esplendores del genio.
Lutero en Roma no quiso ver ms que las literas de los cardenales, las fiestas del pontificado, la inmodestia de las damas romanas. Se horroriza al ver que la estatua de Julio II sostiene una espada en la mano y no quiere tener en cuenta que el Sumo Pontfice era la vez;
rey de Roma, que como soberano temporal tena derechos que defender y que sin el concurso
de la fuerza material el Pontfice de los catlicos se hubiera visto reducido la condicin de
subdito del dux de Venecia de vasallo de los reyes de Francia.
Olvida Lutero por completo las lecciones de la historia que le hubieran dicho que, gracias
la majestad pontificia, se logr detener las puertas de Roma al antiguo jefe brbaro que
traa el propsito de arrasar la ciudad; que de all haba salido el empuje para la obra civilizadora de las cruzadas, que los papas impidieron que el Coran fuese el Evangelio del Norte,
que fueron los papas los que hicieron triunfar la fuerza moral sobre la fuerza bruta, que la
sombra protectora del pontificado se desarrollaban los primeros genios del mundo.
Acostumbrado soar, en Roma suea como so en Erfurt, en Wittemberg; suea que
en el jardn de u n monasterio se han encontrado enterrados la friolera de seis mil crneos de
nios recien nacidos, que ha odo en una reunin la que asistan treinta doctores, una disputa en la que se deca que el Papa mandaba con su mano derecha los ngeles del cielo,
con su izquierda las almas del purgatorio, y que era de una naturaleza que participaba de
la humanidad y de la divinidad; que un monje haba sido extrangulado en su lecho por h a berse redo del pontificado, y lo ms particular es que este monje fuese Egidio, elevado cardenal despus de la poca que se refiere Lutero.
El joven agustino toma de nuevo su bordn y maldiciendo la esplendidez de las solemnidades religiosas, porque en el desvanecimiento de su nebuloso idealismo no acierta comprender que la idea tenga necesidad de transformarse en imagen, blasfema contra aquel culto
cuya brillantez es como la expresin mstica del respeto y amor de la criatura su Dios,
hace la seal de la cruz y huye de Roma.
Al volver su patria, Federico, elector de Sajonia, le nombra profesor de una Universidad que acababa de fundar.
La juventud de Wittemberg se apresur concurrir su ctedra. Su decir claro, elegante, incisivo, lleno menudo de picante irona, su desden por los que hasta entonces se
consideraban como los sabios de primera fila, le produjo entusiastas aplausos.
464
El senado de Witternberg le nombr predicador de la ciudad. Era una misin nueva que
le espantaba. Lutero no quiso admitirla. Fu menester mandarle que aceptase.
Quieren mi vida, dijo; es cargo que ejercindolo no vivir tres meses.
Qu importa! se le contest; vivir morir por el Seor qu bello sacrificio!
Lutero acept al fin (1).
Sube al pulpito. Su voz era sonora, sus maneras nobles, su frase elegante. Pero en medio
de esto haba en sus discursos aserciones harto atrevidas. Aparte de su menosprecio los escolsticos, se le ojo comentar el texto de san Agustn su manera, pretendiendo que slo la
fe obtiene lo que demanda la ley, y sin que se declarara de frente contra el ayuno la oracin,
exalt la fe hasta el punto de desdear las obras, habl de prcticas autorizadas por el cristianismo y las calific de supersticiones que conducen la muerte del espritu y se le vio derramar lgrimas quejndose de que no se apreciaba suficientemente la sangre de CRISTO y se iba
buscar entre los ngeles y santos, mediadores, cuando no hay sino uno quien debe pedirse
piedad y misericordia que es el CRISTO que muri por nuestros pecados.
.. Empezaba ya entreabrir ante su auditorio las puertas del protestantismo.
Sin dejar el pulpito, apenas hubo recibido el grado de Teologa, se dedic estudiar y
comentar los textos bblicos. Apasionse en favor de ste trabajo; maestros encanecidos en la
ciencia teolgica asistan escucharle. El sabio y experimentado Pollich, conocido con el
seudnimo de Lux mundi, al salir lleno de admiracin de una de sus lecciones, exclam:
E s un padre de mucha profundidad, de una imaginacin portentosa; da vendr en que
ser la pesadilla de los doctores y que llegue suscitar grandes tormentas (2).
VI.
El sermn de Lutero sobre las indulgencias.
Lutero, separado ya de la Iglesia en el fondo, segua adherido ella en la forma. Faltaba
algo que determinase un rompimiento definitivo. La cuestin de las indulgencias fu lo que dio
lugar que el profesor de Witemberg produjera el grande escndalo de que vamos ocuparnos.
En la mente de Len X se alimentaban dos proyectos cual ms grandiosos, el de unir
las potencias cristianas en una accin comn fin de atajar el paso los sectarios de la
media luna, y el de continuar el plan iniciado por Julio I I , de levantar en Roma una baslica
digna de la capital del Catolicismo.
Es una gloria para el pontificado, que no le negar nunca la crtica imparcial y elevada,
el haberse erigido en portaestandarte de la civilizacin europea. El poder del islamismo hubiera acabado por arrastrar a l a barbarie los pueblos del continente, si los sectarios del Coran
hubiesen podido ir batiendo en detall cada una de las nacionalidades. Lo que las daba unidad
en medio de sus discordias para oponerse al enemigo comn, era el pontificado, que se vala
de su preponderancia poltica para ejercer una misin tan salvadora. Era el Sumo Pontfice
quien, valindose de su autoridad, invitaba reyes y vasallos, seores y plebeyos,
emperadores y tribunos fin de que colocasen sobre su pecho la honrosa insignia del cruzado y fuesen batir los musulmanes.
Constituido el pontificado en centinela de la Europa, cuando los prncipes seglares se distraen en luchas intestinas, los Sumos Pontfices fijan su mirada en Oriente, y advierten ala
cristiandad el menor movimiento de avance de los partidarios del Profeta.
Es la accin de los papas la que empuja los que recorren el mundo predicando la guerra
santa, y cuando la Europa, en u n momento de ceguera, desdea los augurios del pontificado,
(1)
Cochlsus, Acta
(2)
Ulemberg.
Lvth.
4C)
entonces los turcos adelantan y se apoderan de Constantinopla (1453). Los prncipes contemplan indiferentes como el dspota musulmn echa sobre pueblos enteros de cristianos las cadenas de degradante esclavitud; los turcos siguen su carrera de triunfos; pero entre la indiferencia de unos y el abatimiento de otros, el pontificado levanta su voz y logra que una
dieta convocada en Augsburgo se ocupe de la salvacin de la amenazada Europa.
Mas los embajadores se limitan hablar y gemir. Sus palabras se pierden en el vaco;
su llanto el pueblo contesta que aquello es una estratagema de sus seores para esquilmarle.
Los papas no se desalientan. Calixto III repite el eco de la palabra de sus predecesores
predicando la cruzada, convoca una dieta en Mantua y logra que se organice un numeroso
ejrcito.
Los turcos adelantan. Entonces Po II congrega los cardenales y les dice:
Hermanos: ha sonado la hora de morir; ya no es tiempo de decir los prncipes:
Marchad; sino de decirles: Seguidnos. Cuando vean al Vicario de CRISTO, viejo y enfermo,
partir para la guerra santa, se avergonzarn de permanecer ellos encerrados en sus palacios.
Vamos morir pues. Nuestro puesto est en la popa de un buque, en la punta de un peasco ; all levantaremos Dios nuestras manos suplicantes; ante nosotros colocaremos el cuerpo
de Nuestro Seor JESUCRISTO y le pediremos el triunfo. Todos, excepcin de los ancianos,
vendris conmigo.
Los cardenales se inclinan en seal de asentimiento.
la hora prefijada, el Sumo Pontfice va orar junto al altar de los santos Apstoles, y
poco despus llegaba Ancona, donde le aguardaban treinta mil cruzados, todos gente del
pueblo, todos pobres, sin armas, sin pan.
El 14 de agosto de 1464 doce galeras venecianas avanzan viento en popa. Po II se siente
feliz. Un esfuerzo ms, y de lo alto de su navio bendecir los que acuden en socorro de la
cristiandad amenazada.
Mas el cansancio le abate; al llegar la noche su respiracin se hace difcil, y al da s i guiente, entre el llanto de todos los circunstantes, espira diciendo al odo del cardenal de
Pava:
Hijo mo, obra siempre el bien... ruega por m.
Los turcos adelantan. Sixto IV ordena predicar una nueva cruzada. Despus Inocencio VIII
se desprende de todas las rentas de la Iglesia de Roma para favorecer la guerra santa.
Tambin Alejandro I I , tambin Julio II dirigen calurosas invitaciones prncipes y pue
blos; no se les escucha.
Viene una hora en que los pontfices, no slo son desdeados, sino hasta escarnecidos.
Recordemos la conducta del alemn Hutten, uno de los dolos de Lutero.
Ulrico de Hutten, poeta, cantor, soldado, se subleva contra la poltica de Julio I I , quien
califica de tirano, quien llama un srmata de barba espesa, de desordenados cabellos, y pide
un Bruto que liberte Roma (1).
Segn Hutten, el papa no debe hablar jamas de cruzadas; esto corresponde al cesar; al
cesar todo lo temporal, al CRISTO slo lo espiritual; Bolonia debe ser del cesar, Parma debe
ser del cesar, Plasecia debe ser del cesar, Roma misma debe ser del cesar. Para l toda iniciativa no puede partir sino de Alemania.
Rompamos, dice, estas viejas cadenas; no inclinemos ms nuestra cabeza ante esa Italia
degenerada y envilecida... Nada contra el turco; si hemos de cruzarnos ha de ser contra Roma; Roma, en donde no se encuentran sino abogados, notarios, procuradores, bulistas, g e n tes con numerosos domsticos que engordan con nuestros sudores y nuestra sangre.
Len X va tentar un supremo esfuerzo". Propnese asociar de nuevo todos los prncipes para hacer retroceder aquellas hordas que quisieran destruir de Europa la religin de
CRISTO; dirige un llamamiento todos los poderosos apelando su patriotismo y su piedad.
U)
n.
quid abesl?date
numina
Jirulum,
illa
perit.
59
466
No limitndose esto, ordena una solemne procesin, en que l en persona y. los cardenales
con los pies descalzos y una soga al cuello recorren las calles de Roma y van orar junto la
tumba de los mrtires impetrando del Dios de los ejrcitos que Constantinopla y Jerusalen
vuelvan al poder de los cristianos.
El emperador de Alemania, conmovido, est dispuesto secundar los justos deseos de
Len X , y hace en este sentido un llamamiento sus subditos. Los guerreros se preparan
empuar sus armas y todos contribuir con su bolo. Pero H u t t e n , desde su cama, en donde
se halla enfermo, escribe :
No deis este bolo; no atendis, yo oslo suplico, los legados que Roma enva alas cuatro partes del mundo para pedir recursos; estos recursos son la leche de las naciones que Roma
quiere agotar; se propone embriagarse en los pechos de los reyes.
La voluntad de Len X es ms fuerte que las contrariedades que le salen al paso. Ha entrado reinar en Espaa un joven que, su corta edad, manifiesta un extraordinario criterio,
un valor toda prueba, el nieto de Maximiliano, el discpulo de Adriano de Utrecb, que fu
ms tarde el papa Adriano IV, el gran Carlos I.
Sabiendo la influencia que ejerce Carlos de Montpensier, conocido con el nombre de Conclesalle de Borln, el que escribi tan alto su nombre en Marinan y en el Milanesado, de
donde fu nombrado virey, Len X trata de interesarle en favor de tan generosa empresa.
Conocedor del inmenso prestigio de que goza Wolsey en Inglaterra empase tambin con
el hbil diplomtico.
Escribe ademas al rey Enrique VIII.
Mi corazn se siente inundado de jbilo, porque s que Maximiliano, emperador de
Alemania; Francisco I, rey de Francia, y Carlos, rey de Espaa, se ponen de acuerdo para
hacer la guerra los turcos. Hasta el presente el turco se ha venido aprovechando de nuestras disensiones. Iba hacindose cada da ms formidable: por fin, gracias Dios, va verse
contenido en su marcha. He enviado legados para hacer ver la necesidad que hay de los socorros que los prncipes nos han prometido... No seris vos el ltimo en tomar parte en .esta
gloriosa cruzada; en ello se interesa vuestra gloria. Qu debo deciros ms? Es Dios nuestro
Seor, quien os habla por s mismo, atended su llamamiento.
Vuelve escribir Francisco I, dicindole:
Los turcos no desisten de continuar sus preparativos de guerra; si no pueden, como se
tema, echar en el mar este verano su grande armada, sabemos que se disponen infestar
nuestros mares de piratas.:. Yo os conjuro que equipis lomas pronto posible vuestra flota,
fin de que vuestros buques, unidos los mos y los del rey de Espaa, puedan dar caza a'
los de nuestros enemigos comunes... Cuidemos de que en el da del juicio el Seor no nos
condene como servidores intiles que abusan de los dones que l les otorga; que no nos acuse
de indolencia y de cobarda, ya que nosotros confi la vigilancia de su grey. H aqu que
viene el lobo acosado por el hambre; tiene sed del santo roco con que nuestras pobres ovejas
fueron baadas en el bautismo; ved cmo sale de su tienda; no nos descuidemos, velemos
por la custodia del rebao evanglico.
Len X no se limita meras invitaciones, sino que, para todos los que vayan la santa
cruzada contribuyan ella con sus recursos, abre el manantial de los tesoros espirituales
por medio de las indulgencias.
Este manantial lo ofrece tambin en favor de los que cooperen la obra de la baslica de
San Pedro.
Hacase preciso realizar el gigantesco plan de Julio I I .
La baslica de San Pedro viene ser la sntesis de la historia del arte cristiano; es un
monumento que marca con recuerdos indelebles de la fe y la piedad de todas las pocas, las
etapas de la civilizacin catlica. Desde la predicacin del Evangelio no ha transcurrido un
solo perodo, no se ha verificado un solo hecho de trascendencia religiosa que no sealara su
467
huella en aquel sitio consagrado por la religin, engrandecido por el genio y la inspiracin
artstica. Es el centro de una serie de monumentos que guardan toda la historia de la Iglesia universal; cada siglo, cada poca ha ido depositar all en obras de bronce de mrmol
el testimonio de su vida moral y religiosa. All est la ctedra donde se sent San Pedro, all
est la tumba que recogi sus mortales despojos, all fueron descansar los once primeros
pontfices, excepto san Clemente, que muri desterrado en el Quersoneso, y san Alejandro,
cuyos restos fueron recogidos inmediatamente despus de su martirio por una dama romana,
inhumndolos en terreno'de su propiedad. All est la piedra que los paganos llamaron piedra malvada y que los cristianos titulan piedra sania y cuyo.uso se da conocer en esta
inscripcin:
.
Sobre esta piedra fueron lieclios pedazos muchos cuerpos de cristianos.
All est la venerable sbana en que fueron envueltos los cuerpos de tantos mrtires, trofeo precioso de los .grandes triunfos del Cristianismo.
En aquel sagrado recinto Constantino mand trasladar unas columnas del derruido templo de Salomn, como Sylla haba hecho levantar en el templo de Jpiter Capitalino columnas arrancadas del templo de Jpiter Olmpico en Atenas, simbolizando as Constantino de
una manera sublime que el Evangelio haba recogido la sucesin de la Ley Antigua, mrmol precioso consagrado con el contacto del Hombre Dios y que guarda el eco de su celestial
palabra.
Las edades de fe han ido amontonando en aquel sitio sus productos ms caractersticos,
manera del peregrino que deja su bordn al despedirse del milagroso santuario que ha ido
visitar.
Y todas estas ofrendas monumentales no se han reunido all de una manera artificial
como en un museo; sino que es una atraccin natural que las ha ido agrupando en rededor
de la tumba del Prncipe de los Apstoles.
Len X , en su poca, respecto la gran baslica, deba hacer lo que h i z o ; obedeca en
ello su misin providencial.
En el origen del Cristianismo, cuando la fe tena que ampararse la sombra de las catacumbas, cuando era menester velar los actos ms sublimes y ms trascendentales de la R e ligin, la catedral del mundo deba ser un humilde oratorio levantado sobre tumbas tan a u gustas como las de los primeros pontfices. Aquellos sepulcros equivalan cada uno de ellos
un monumento de triunfo; aquellos restos de mrtires, aquellas gotas de sangre derramada
en nombre de la fe, en la poca primitiva, hablaban tanto al alma y al corazn, que los adoros, que las ofrendas de la riqueza del genio hubieran sido all una redundancia importuna.
El Cristianismo aparece en la escena pblica en la poca de Constantino; entonces ya es
menester que el oculto oratorio se levante del fondo del subterrneo en que se esconde y aparezca convertido en una iglesia de cien columnas.
Viene el siglo X V I , se inaugura un perodo nuevo en que las luchas gigantescas brillarn aliado de las grandes victorias; el Cristianismo, aunque combatido, es un hecho que
trasciende todos los terrenos, todas las instituciones; ya no es el buque que no teniendo
todava la experiencia de las tempestades se ampara en el puerto, sino que es la embarcacin
que ha desafiado cien tormentas y que cuanto ms crece la marejada ms se complace en subir, empujada por las ondas, enseando desde las elevadas montaas de enchidas olas que no
slo la embarcacin no se hunde, sino que conserva la integridad de su armadura para gloria
del celestial piloto que la dirige. H aqu porque en una poca en que otros templos caen, la
catedral del Catolicismo crece y su cruz se eleva una altura hasta entonces desconocida,
como para recordar los pueblos modernos que slo la cruz ser su salvacin suprema/
La baslica de San Pedro no pertenece Roma, pertenece todo el mundo cristian; h
aqu porque Len X quiere que sea el mundo cristiano entero quien tome parte en tan colosal empresa.
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tos dignos de penitencia en expiacin de sus pecados de comisin y omisin,. son purificadas
despus de la muerte por las penas del purgatorio, y pueden ser aliviados por medio de los
sufragios de los fieles vivientes, como por ejemplo el santo sacrificio de la misa, las oraciones, las limosnas y otras obras de misericordia que los fieles cumplen por otros fieles, segn
las reglas de la Iglesia.
San Agustin refiere como despus de la muerte de su madre santa Mnica, Evodio tom
el salterio y enton un salmo, respondiendo todos los de la casa:
Misericordiam et judicium cntalo Tib, Domine.
El mismo santo nos aade que l rogaba Dios por su madre con lgrimas de que sala
inundado al recuerdo del peligro que corre todo el que muere en Adn, porque aunque Mnica llev una santa vida, no obstante poda dudarse de si le haba escapado alguna palabra
contra los preceptos del Seor, y en las splicas que diriga en favor de su madre, Agustin
no alegaba sus mritos propios, sino que rogaba en nombre del Redentor que fu clavado en
cruz y que, sentado la diestra deDios, implora su Padre por nosotros en el cielo. Y
puesto que elfa, exclama, practic las obras de misericordia y perdon los que la haban
ofendido, perdonadle, Seor, las faltas que cometi contra Vos. Si contrajo algunas manchas
durante los largos aos que vivi despus de su bautismo, os suplico que se las perdonis y
no entris con ella en juicio. Ella no desea ni que embalsamemos su cuerpo con aromas, ni
que se guarden sus restos en suntuosa tumba, ni tan slo que la conduzcamos la que ella
misma se prepar,en su pas natal; no nos pide nada de todas estas cosas; nos pide slo que
la tengamos presente en el altar del Seor.
No hay duda, aade en otra parte el mismo santo, que las oraciones de la Iglesia, el sacrificio saludable, las limosnas que depositan los fieles en memoria de las almas de nuestros
hermanos difuntos, les sirven para ser tratados con mayor suavidad de la que por sus pecados merecieran (1).
Elevada doctrina que establece sublimes relaciones entre la afligida viuda y el esposo
que desciende la tumba, que pone lo que hay de ms precioso en la vida, que es el calor
de la piedad, junto al hielo de los sepulcros! Bella fraternidad que hace que la obra buena
tega una doble fecundidad; que la limosna que libra un pobre de las miserias en este
mundo, libre la vez un alma querida de las expiaciones que tena que someterse ms
all de la tumba!
Eran por ventura las indulgencias una novedad? Estudense las cosas con criterio racional, no se atienda la forma, lo que cambia segn las circunstancias y los tiempos, atindase al fondo, y se ver que las indulgencias con los principios que ellas entraan han existido en todos los tiempos del Cristianismo.
La Iglesia, en virtud de los poderes que le tena otorgados el Hombre-Dios, desde u n
principio, siguiendo la tradicin apostlica prescribi penitencias, mortificaciones, lo que importaba la facultad de perdonarlas atenuarlas. Hemos hablado de una especie de letras de
indulto que daban los mrtires y que presentadas al propio obispo obtenan que se suavizara
remitiera una penitencia.
Desde la poca primitiva del Cristianismo encontramos las indulgencias importando una
abreviacin del tiempo sealado las penitencias; tiempo que de otra manera se haca menester que se consumase si el pecador quera recibir la absolucin.
Se coucedieron indulgencias para obras pas, tales como la fundacin de un hospital, la
creacin de un templo, por la visita de un santuario (2).
(1) Lerin. X X X H , de verb.
aposl.
(2) Concilio, generalia qppmbaverunt
sicul sacruin concilium Lateranense
celeberrimum
sub Innocentis
111, in i/uo et salubernma conslilutio oninis ulriusque eredita est, Uinitavil auctorilatem
minorum prwlalorum
in concessione iudulgentiarum.
Et saqun Concilium
Vienense approbavit
indulgenlias
L'rbani quarti pro venerabais
Eucharislia.'veneralione.
Et omnis Ecclesia ex
eimans, Gallis, Ilispanis, Italis, Anglis, Ilungaris, Polonis, Danis, Scolis, etc., reverenler suscepit jubileos in Roma Pontifici"s cun plenariis indulgentiis
celbralos.
Enchiridion locorum comunmim
adversas
Lutheramus.
b
470
471
Todo el que confeso y contrito,- dice, depositar una limosna en el cepillo conforme al consejo del confesor, obtendr una remisin plenaria de sus pecados (1).
Lo que es este cepillo, dijo Lutero, ya me encargar yo de agujerearlo.
El famoso agustino pretende que, al empezar Tetzel en Alemania su predicacin sobre las
indulgencias, l permaneca an enteramente adicto la Sede Pontificia.
De tal suerte meha liaba embriagado, dice, anegado en el papismo, que yo habra muerto
contribuido por' lo menos matar cualquiera que desobedeciese una sola slaba de una orden del Sumo Pontfice (2).
Pero esto no es verdad.
Basta leer su correspondencia para persuadirse de las vacilaciones de su fe; su espritu
bailbase destrozado por la duda. De lo que estaba embriagado era del ruido qua haca su
nombre como profesor y como predicador; lo que le desvaneca eran los elogios de Hutten.
En unas Conclusiones que hasta entonces no se haba atrevido dar luz, pero que las
haba consultado con el erudito Cristbal Scheurl, se desataba de una manera terrible contra
la ciencia escolstica; en los Cuarenta Preceptos predicados en Wittemberg se revela un espritu nada conforme con la ortodoxia.
A ms de H u t t e n , otro de sus amigos de confianza era por entonces Erasmo con quien
estaba en correspondencia.
Erasmo era un hombre de erudicin, un famoso humanista, pero que se gloriaba de desdear y hasta de satirizar las grandes lumbreras del Catolicismo en la Edad Media, haciendo
extensiva su aversin tomistas y escotistas. No es que los combatiese con razones slidas;
su estilo era sarcstico, era maestro en el arte de satirizar, prefera una burla un a r g u mento formal, y l, que nunca trataba de convencer por medio de pruebas slidas, saba echar el
ridculo contra las doctrinas procedimientos que no eran de su gusto. Como todos los escritores de esta clase era apto para destruir, ms no para edificar; gustbale burlarse de los
defectos exagerndolos, sin que tuviese una palabra de encomio paralas virtudes; el aplauso
lo compraba haciendo reir los que le lean le escuchaban, malogrando de esta suerte su
talento y su perspicacia.
Este Erasmo, acrrimo enemigo de los escolsticos, amante de ridiculizar las costumbres
monacales, era otro de los ntimos de Martin Lutero.
No deja ste de reconocer el triste estado de su espritu an antes de su separacin definitiva de la Iglesia.
Rogad por m , escriba al presbtero Leitzcken, porque cada da me oprime una miseria
nueva, cada da doy un paso ms hacia el infierno (3).
Una tarde en que Lutero se hallaba con unos amigos suyos criticando de los monjes, de los
obispos y de los papas y envindolos derechitos hacia el infierno, sali relucir el fraile Tetzel
en la conversacin; el famoso agustino se desat en invectivas contra el clebre predicador.
A fines del ao 1517, Tetzel fu predicar las indulgencias en Juterbock, pequea villa
del principado de Magdeburgo, situada ocho millas de Wittemberg, residencia de Lutero.
Todos los habitantes de esta ltima poblacin quieren ir escuchar al dominico que va hacindose cada da ms famoso. Lutero cree llegada su hora. La hil que oculta en el fondo de
su pecho tiene necesidad de desahogarla.
No quiere que sus penitentes salgan de Wittemberg para ir oir Tetzel y les prohibe
de un modo terminante que se procuren letras de perdn. Hace m s ; tristemente obcecado
por su apasionamiento, escribe al obispo Misnia^dicindole que la predicacin de Tetzel constituye un escndalo en Alemania, que l, como obispo, debe impedir que se produzca semejante agitacin religiosa.
(1) Quicumque confessus et contritus
i suorum remisionem
habebit,
(2) Prefacio de sus obras.
()
3
eleemosynam
inferno;
quia quotidie
consilium
confessarii
plenarium
Wette
omnium
pecato-
472
473
lsticos en su escolstica: no son capaces todos juntos, tantos como son, de crear cosa que
valga la pena.
22. Algunos me acusan benvolamente de hereja, por haberles dicho verdades que perjudican su industria. Qu me importan m sus ahullidos? Cabezas vacas que no han
abierto jamas la Biblia, que no entienden cosa alguna de las doctrinas de CRISTO; ni siquiera
se comprenden s mismos y se abisman en sus propias tinieblas. Que Dios les vuelva el entendimiento. Amen.
CAl\LOS I 1>K
INGLATERRA.
Si hubiese atacado los abusos que de las indulgencias hubiesen podido hacerse, su lado
tendra la Iglesia. Pero no es el abuso lo que combate Lutero, es la cosa en s , es la doctrina
que ha venido enseando constantemente el Cristianismo.
Lanse con detencin las proposiciones que acabamos de transcribir y se ver en ellas
toda la obra de subversin que Lutero va realizar con su desden por la tradicin, con su
desprecio por la escolstica, con su yo sobreponindose todo y queriendo constituirse en
nico intrprete autorizado de las enseanzas bblicas.
Aquel discurso en el pulpito era toda una revolucin.
Los oyentes salieron sorprendidos todos, muchos escandalizados.
Un agustino se acerc Lutero para decirle:
0 0
474
'Sabis, doctor, que babis estado muy atrevido? Dios quiera que este sermn no nos
perjudique. Los dominicos se frotan las manos de gusto.
P a d r e , respondi Lutero, si esto no viene de Dios, caer: si procede de su santo nombre, dejad hacer, la cosa ir adelante.
Era el fatalismo del Coran; el xito justificando la cosa; el hecho fundando el derecho.
Al da siguiente Tetzel subi su vez al pulpito, y sin acudir stiras inconvenientes,
sin perder la gravedad de la ctedra sagrada, sin comparaciones groseras, refut cumplidamente su adversario, quien ret una discusin formal.
Lutero contest:
Me burlo de tus gritos como de los bramidos de un asno. Yo vivo en Wittemberg, y
yo, doctor Martin Lutero, t, inquisidor de la fe; t, que manejas el hierro candente, te
hago saber que se encuentra aqu buena hospitalidad, puerta abierta, mesa bien servida, gracias la benevolencia de nuestro duque y prncipe el elector de Sajonia.
Llevada la cuestin al terreno de la insolencia, Tetzel tuvo bastante dignidad para no
acudir la cita.
VIL
Las conclusiones de Lutero.
El sermn de Lutero sobre las indulgencias fu como el toque de llamada para congregar
todos los prevenidos contra las instituciones catlicas.
El espritu antimonacal iba revistiendo cada da en Alemania mayor carcter de gravedad;
los hombres de letras, principalmente apasionados por las doctrinas platnicas que venan hacindose de moda, se revolvan desde mucho tiempo contra los frailes, y en particular contra
los dominicos, por considerrseles como la personificacin de la ciencia escolstica. Muchos
que, tratarse slo de la cuestin de la indulgencia, hubieran permanecido neutrales, se apasionaron en favor de Lutero, porque al dirigirse contra Tetzel se diriga contra la orden dominicana en general.
Leanse y se comentaban con avidez libelos como el de Lorenzo Valla contra la mentira
de la donacin de Constantino (1); Hans Rossemblut en sus Fastnaclitsspiele haca al sacerdocio objeto de escarnio; Baumann pintaba los monjes como hombres que no pensaban en
otra cosa que en mover guerras para proteger sus intereses mundanales; Juan G-eiler, inspirndose en su odio las rdenes religiosas, describa los frailes de una manera soez, exagerando hasta llegar los ltimos grados de lo inverosmil los defectos de los conventos.
El clebre Hutten, que en otras cosas revelaba magnficos arranques de poeta, al escribir sobre frailes era grosero, hasta obsceno, valindose contra ellos de las frases ms bajas
incultas. Para pintar escenas en que intervienen religiosos acude recursos de que se hubieran avergonzado los mismos paganos.
Y su tristemente famoso libro Epstola obscuroncm virorum, pesar de estar condenado
por Len X , era reimpreso en todas las formas, se hacan de l numerosas ediciones. All se
dibuja los frailes con un traje repulsivo, exhalando un hedor inmundo, entregados toda
clase de vicios. Mancharamos nuestro libro si tuvisemos que reproducir algunas de las torpes frases de que est llena aquella produccin.
Claro es que ni los dominicos ni las dems rdenes religiosas podan contestar al ataque
con armas iguales; su decoro, sus hbitos, su ministerio, les impeda valerse del lenguaje
que usaba su impugnador y que ejerca en las clases poco instruidas funestsimo efecto.
Los frailes, sin salirse de la verdad, podan haber descrito su fantico adversario, quien
(1)
Contra ejjlklam
el ementilam
Constnnttni
ilonalionem.
475
despus de alimentarse con el pan de los conventos, despus de entrar en el mundo literario
patrocinado por el arzobispo de Maguncia, abraz la vida aventurera del soldado para e n t r e garse al libertinaje, contrayendo una enfermedad que nos guardaremos de nombrar y que acab por producirle la muerte. Eran recursos que un religioso no poda apelar; en la lucba de
la desvergenza provocada por Hutten, claro es que los religiosos no haban de tomar parte.
As fu que Hutten se constituye en dueo de un campo que el clero no le disputa. H u t ten acude la stira, al drama, la poesa; al lado de lo grosero de las formas brillaba m u cha viveza de imaginacin; si su rostro no se sombreaba jamas con la vergenza, su mano se
complaca en hacer uso de los colores ms chillones, fin de herir la fantasa de las masas
arrastrndolas al odio contra los institutos religiosos.
As es como se explica el aplauso, el entusiasmo, el frenes con que muchos acogieron la
palabra de Lutero.
Hutten fu de los que ms empujaron al desgraciado agustino seguir en la senda que
acababa de emprender.
Los que abrigaban preocupaciones contra los institutos catlicos, los que murmuraban contra las enseanzas cristianas, los que vean con pesar la justa influencia de la Iglesia en las
instituciones sociales, todos se aunaron para proclamar que el sermn de Lutero era el despertar
de una sociedad aletargada, un aire que vena purificar la atmsfera, u n aliento de nueva vida.
Lutero mismo se sorprendi del ruido que meta su sermn.
No crey prudente el fraile Martin recorrer desde luego toda la pendiente; juzg necesario tomar algunas precauciones. Temi con razn que el paso que acababa de dar y que le
conduca ms lejos de lo que l calcul en un principio no excitase la clera del arzobispo de
Maguncia, prncipe de la casa de Brandeburgo y elector del imperio. Lutero estim oportuno
escribirle. E n su carta se ve al hombre acostumbrado postrarse en el pavs de la Iglesia.
Venerable padre en JESUCRISTO, le dice, ilustrsimo Prncipe, perdonadme si me atrevo
levantar los ojos hasta Vuestra Sublimidad y dirigiros esta carta, yo, que soy lodo y polvo.
JESS, nuestro Seor, me es testigo de que, encadenado desde mucho tiempo por la conviccin de mi torpeza y de mi debilidad, he dilatado realizar la obra que hoy emprendo con la
frente levantada, imprnlsado por la fidelidad que debo mi padre en JESUCRISTO : dgnese, pues,
Vuestra Grandeza echar una mirada sobre este grano de arena y recibir mis votos con su
benignidad paternal.
Se fingen indulgencias papales bajo el nombre y el ttulo augusto de Vuestra Seora
parala construccin de San Pedro de Roma. Nada digo acerca las impertinencias de predicadores que yo no he odo; pero me lamento del error en que sumen pobres inteligencias que
creen, insensatos, estar seguros de su salvacin comprando indulgencias plenarias y que las
almas salen del purgatorio al echar una moneda en el cepillo, que esta indulgencia va i n herente una virtud tal que no hay pecado que no puedan borrar.
Dios mo, as es como se instruye entregando la muerte almas que os pertenecen! Cmo crece la cuenta que deberis dar un da de su salvacin! Yo no debo callar por
ms tiempo. No, no hay poder episcopal que pueda asegurar al hombre su salvacin: la misma
gracia infusa del Seor no constituye una garanta suficiente, cuando el Apstol nos recomienda que obremos incesantemente nuestra salud in timare et tremare y que apenas el justo
encontrar misericordia...
El Arzobispo no contest esta carta.'
Lutero escribi poco despus al obispo de Misnia. ste le contest incitndole que fuese
prudente y no promoviese cuestiones irritantes.
Una tercera carta fu dirigida al obispo de Brandeburgo.
Este, aunque perteneca la escuela de los humanistas y abrigaba prevenciones contra
los escolsticos, prescribi Lutero que se abstuviese de dar publicidad s u sermn sobre las
indulgencias.
476
(1)
(2)
De W e l l e .
facete.De
Welle.
477
Lutero va adelantando en. la fatal pendiente. Muy pronto le veremos rodar hasta el fondo
con una precipitacin vertiginosa.
VIII.
Primeras manifestaciones del libre examen.
Las doctrinas emitidas por Lutero en la ctedra haban de acabar por traducirse en h e chos. No en vano se inculca jvenes ardientes la rebelin contra la autoridad; estas predicaciones no se sostienen dentro del recinto de una clase; sino que, acogidas por temperamentos
apasionados y amantes de novedades, se traducen primero en manifestacin ruidosa, degeneran despus en motin y acaban por convertirse en revolucin con toda su serie de desastres.
Tal era el camino que tenan que recorrer las enseanzas de Lutero.
El religioso agustino iba adquiriendo cada da ms fama. Las escuelas, las universidades,
las academias, los conventos, todo el mundo se ocupaba de l.
Lutero empez recorrer varias poblaciones. Al llegar una ciudad por primera vez,
suba la ctedra, donde vea agruparse multitud de hombres de letras, de jvenes, atrados
unos por simpata, otros por mera curiosidad. No dejaba de llamar la atencin el oir un
religioso excitando la carcajada de sus oyentes contra Aristteles, y hasta contra santo Tomas mismo.
Ya no es slo la escolstica, ya no son slo las indulgencias donde Lutero empieza ensayarse como novador; claro es que no haba de detenerse en aquel camino. Sus errores toman
un carcter ms grave. Sostiene que las obras del justo mismo, no son ms que otros tantos
pecados mortales; que el hombre, si es libre, no tiene libertad sino para el mal.
Un joven bachiller exclama:
Si las gentes del pueblo nos oyen nos apedrean.
A lo que contesta el auditorio con una gran gritera.
Algunos le calificaron de orgulloso, lo que Lutero contest:
Orgullo! orgullo! Pero sin orgullo cmo es posible ensayar una nueva empresa?
Si la humildad descendiese sobre la tierra y se metiese predicar, vosotros verais como corra riesgo de.ser apedreada por ensear novedades. Por qu CRISTO, por qu los mrtires sufrieron la muerte, y tantos doctores las burlas del mundo? Porque se les tachaba justamente
de soberbia y de menosprecio hacia la.antigua sabidura. No, nada de humildad loca, quiero
decir, de hipocresa. No tengo de hacer caso de los consejos de los dems. No quiero consejos sino de Dios; quiero que sea slo Dios quien trabaje conmigo. Si Dios est conmigo quin
estar contra m (1)?
Fuerza es confesar que Lutero no encontr impugnadores como l necesitaba. Los que le
salieron al paso fueron telogos versados en la Escritura y los Santos Padres, cuyos hbitos se
haban gastado en los bancos de las escuelas peripatticas, cuya palabra y cuya pluma no
saba salir del crculo que les sealaba la escolstica. Estos hombres, encastillados en su ciencia, crean que desde el momento en que envolvan Lutero dentro de un silogismo, ya ste
haba de quedar sin salida. Desconocan el carcter del rebelde agustino y hasta de la m u l titud de celebridades que figuraban entonces en el mundo de las letras que, desconociendo
queriendo desconocer la solidez de la argumentacin silogstica, sacaban partido del abuso que
de ella se haca reproduciendo al pi de la letra argumentos todos cortados en un mismo patrn
y contra los que, sabindolos ya los adversarios, estaban de antemano prevenidos contra ellos.
De esta suerte Lutero y sus defensores en los ataques que se les dirigan tenan la manera
de ponerse fuera de tiro. Sin desatender el procedimiento silogstico con su innegable fuerza
(1) Lango, 11 nov. 1517.
478
de lgica, hubiera sido menester respecto de Lutero apelar otra tctica, dado el curso que l
vena tomando en sus extravos; hubiera sido conveniente atajar aquella inteligencia en su
volubilidad, tener en cuenta que para l la autoridad de Aristteles ni siquiera la del ngel
de las escuelas no significaba gran cosa, no olvidar que Lutero era hombre que andaba por
las suyas, orgulloso con no seguir el camino trazado por tantas eminencias, como el nio que,
creyndose ya hombre, se desentiende de su niera y hasta mira de hacerla caer con el propsito de divertir las gentes.
A los silogismos contestaba con stiras que excitaban la hilaridad de los oyentes, lo que
no poda el sarcasmo lo lograba la injuria, y entonces Lutero careca de rival;' para poderle
contestar era menester que el adversario guardara en su corazn toda la hil que Martin tena en el suyo.
Nadie como Juan Tetzel se apresur contestar Lutero, y pocos como l estaban en situacin de hacerlo.
A las tesis de Lutero, Tetzel contestaba con otras tesis.
Entre otras haba proposiciones como la siguiente, que entre los amigos de Lutero levant gran polvoreda:
Debe ensearse los cristianos que la Iglesia sostiene como catlicas muchas verdades
que no estn contenidas de una manera clara en el canon de la Sagrada Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento.;;
Tetzel resuelve hacer fijar tambin sus tesis en la colegiata de Wittemberg, al lado de las
de Lutero.
E n Wittemberg se tuvo noticia del proyecto de Tetzel; crese atmsfera contra l, y al
llegar el lego que haba de fijar las contra tesis, se encuentra rodeado de una gran multitud
de estudiantes. Le detienen, se forman en crculo y empiezan bailar en torno suyo. Mientras unos levantan los puos en actitud amenazadora contra el enviado de Tetzel, otros se
apoderan de su alforja y empiezan sacar los ejemplares de las proposiciones que acababan
de salir de la imprenta. A cada ejemplar que sacan se arma un tumulto. Se encuentran nada
menos que ochocientos. A medida que los van sacando los rasgan y los echan al viento. Un
estudiante escribe en gruesos caracteres:
A
Se acepta el proyecto por aclamacin y la turba escolar se encamina los diferentes puntos de la ciudad, haciendo bolas con las proposiciones y echndolas la gente que pasa.
Uno de ellos se provee de una trompeta, en medio de la algazara general se constituye
en pregonero y va anunciando en alta voz en cada boca calle:
Ya estis advertidos: las dos de la tarde ardern en la plaza pblica las proposiciones de Juan Tetzel, inquisidor de la fe, fraile de la orden de Santo Domingo. Camaradas, venid ver el gran fuego, asistir al entierro de Tetzel en la plaza Mayor (1)!
A este pregn los estudiantes contestan:
V i v a Lutero! Muera Tetzel!
El pueblo por su parte grita:
Viva el doctor!
A la hora que se haba prefijado la hoguera arda en la plaza Mayor. La turba de estudiantes se echa bailar en torno de la llama. De repente aparece un estudiante disfrazado
de dominico, parodiando al P . Juan Tetzel, y llevando debajo del brazo las proposiciones.
Se le recibe con un palmoteo universal.
Las tesis son echadas al fuego con cierta solemnidad grotesca.
As fu que la primera discusin doctrinal que tuvo Lutero, se decidi por medio de una
hoguera, sin que aquella turba de estudiantes cuidara poco ni mucho de saber lo que decan
las proposiciones de Tetzel.
(1)
Vngcl.
479
Lutero trat de eludir toda responsabilidad personal en aquel acto; pero si bien es verdad que l no intervino personalmente, las pasiones que excitaba en la ctedra dieron lugar
tan repugnantes escenas.
Deba empezar ver Lutero que su conducta era la ms propsito para producir cuando
menos funestas agitaciones religiosas; pero lejos de moderarse, su comportamiento era cada
da ms inconveniente; su lenguaje iba hacindose ms apasionado y ms brusco.
No faltaron campeones ilustres que salieron la defensa de la doctrina catlica en toda
su integridad. Eck escribi sus Obeliscos, en que combata el espritu privado como criterio
religioso que empezaba ya inclinarse Lutero, estableciendo la Escritura como nico Juez
infalible en materia de fe, desentendindose del criterio de la Iglesia, que es la que da la i n teligencia de la Escritura.' Eck, como los dems doctores catlicos, no haba de pretender
que la verdad religiosa no estuviese contenida en la Escritura; pero l comprenda lo que
Lutero no acertaba comprender, y es que en la percepcin de las manifestaciones divinas
la inteligencia humana puede engaarse. Qu medios tenemos para conocer si nuestra percepcin se ha engaado? Ah est al Espritu de Dios que gobierna la Iglesia; es, pues, la
Iglesia la que debe fallar sobre el sentido individual, naturalmente falible (1). Ampararse bajo
los resplandores que alumbran la Iglesia del Seor desde San Pedro, creer en las enseanzas
que se vienen perpetuando en las escuelas sin sombra ni tacha, seguir las huellas de los doctores, de los Padres, de los papas que el Catolicismo cuenta en el nmero de sus glorias es esto,
por ventura, hacer abnegacin de su razn, rechazar el testimonio de los sentidos, colocar el
candelero debajo del celemn? Nuestros intrpretes de la divina palabra por ventura no la leyeron, no la meditaron? Por qu Dios haba de ocultarles ellos una percepcin que slo
concede Lutero? H aqu que yo estar con vosotros hasta la consumacin de los siglos,
dice JESUCRISTO hablando sus Apstoles. Lo que stos crean, nosotros lo enseamos, nosotros, rayos de un mismo foco, soplos de una misma boca, oleadas de un mismo ocano.
A los Obeliscos de Eck, contest Lutero con sus Asteriscos, es decir, con sus burlas, con
sus aserciones sin base slida. Estos Obeliscos, dice, no son sino un caos de opiniones escolsticas, de vanos sueos, de delirios, en que no se encuentra nada de los Padres de la Iglesia, nada de los sagrados cnones (2).
Se necesitaba bastante desparpajo para decir que desdeaba los santos Padres Eck,
cuyos escritos eran un tejido de citas de san Irneo, de san Cirilo, de san Jernimo, de san
Atanasio. Es verdad que Lutero se desmenta s mismo poco despus censurando Eck, porque no saba hacer otra cosa que apoyarse en los santos Padres y en la Tradicin. Eck era
un hombre famoso entre los sabios de Alemania, dotado de gran talento, de vasta erudicin,
doctor en Teologa, canciller de la universidad de Ingolstadt, que, ms del conocimiento
de los doctores eclesisticos, lo tea tambin, y muy profundo, de los autores profanos.
Emser, profesor de la universidad de Leipsick, en su carcter de apologista del Catolicismo, trat de desvanecer las calumnias que contra Roma Lutero propalaba. El agustino le
contesta fuera de s:
Adis, Roma, ciudad del escndalo! La clera de mi Maestro, que est en el cielo, va
levantarse contra t ; adis, morada de dragones, nido de buitres, de buhos, de murcilagos...
IX.
Lutero se excusa de ir Roma, adonde le llama el Papa.
Len X , rodeado de todos los grandes artistas, que constituan en torno suyo como la aurola del geio, viendo inclinarse ante l todas las testas coronadas, contemplando postrados
(1) Slffiler, La
Simblica.
S e d . I.
480
sus pies los capitanes ms ilustres de su tiempo, celebrado por los poetas de todas las naciones, con su efigie en los castillos de los grandes como en las cabanas de los pobres, considerado como la personificacin de la ciencia, de la poesa, de las bellas artes, al frente de una
Roma nueva que eclipsaba las grandezas de la antigua, constituido en una especie de poder
universal, brillando su tiara con resplandores desconocidos basta entonces, liubo de afectarse
al tener noticia de las conmociones producidas en Alemania por un agustino.
E n un principio no crey conveniente acceder la demanda de los que le pedan medidas
extremas.
Por abora podemos vivir en paz, dijo; la segur no hiere el rbol, no hace ms que cortar las ramas (1).
Se le dijo Len X que la popularidad de Lutero iba creciendo, que era indispensable
cortar su vuelo hirindole con censuras eclesisticas.
E s hombre de mucho ingenio este fray Martin, contestaba Len X ; todo se reduce
envidias de convento (2).
Se le hicieron presentes Len X ciertas frases proferidas por Lutero contra la Sede Pontificia. Len X saba bien lo que poda entre los alemanes su fanatismo por su raza, por su
patria, lo que les haca considerar Roma como rival.
E s un alemn ebrio, dijo; una noche de dormir bien bastar para que vuelva en s.
Por otra parte Len X crea que los pueblos no estaban por nuevas herejas, siendo recientes an los resultados de la de Juan Hus y Jernimo de Praga.
Lutero sabe qiie los que rodean Len X se ocupan de l, y que le acusan de hereje, que
tratan de que se le condene como tal. Se decide escribir al Sumo Pontfice. No cree llegado
el momento todava de arrojar su mscara.
Pero antes de escribir Len X se propone interesar su favor Spalatino.
Comprendis, padre mo en JESUCRISTO, que hayan tenido valor de sostener que en
mis disputas yo he faltado la autoridad del Papa; yo, que no tengo aficin sino atacar
pequeos reductos; yo, que s por experiencia que es menester para ver el sol no levantar la
cabeza ms alta que la pared? Por favor, padre mo, servidme de paloma y llevad mis locuras los pies de Len X , de este Pontfice tan bueno; yo le tomo por j u e z ; que sea la Santa
Sede la que falle.
La carta que Lutero se resuelve al fin escribir al Sumo Pontfice estaba llena de protestas de sumisin.
Ocupndose de sus famosas tesis dice:
Son, Beatsimo Padre, nada ms que proposiciones que yo emito en forma de tesis y no
de doctrinas... Qu de odios se condensan sobre mi cabeza por haber publicado estas tesis!
Heme aqu, pesar mo, echado en medio de un pblico de doctores de opiniones contradictorias m , pobre religioso sin ciencia, sin talento, sin letras, y en un siglo como el nuestro, delicado, brillante, que dichoso con sus dones y sus genios literarios reducira al silencio
un Cicern... Pues para mitigar el rencor de mis adversarios h aqu mis fantasas que
publico hoy y que darn la explicacin de mis tesis. A fin de estar seguro, yo las coloco bajo
la proteccin de vuestro augusto nombre, bajo la sombra de Vuestra Santidad, fin de que se
sepa en adelante cunto respeto, cunto culto doy al poder de las llaves.
Beatsimo Padre, aqu me tenis postrado vuestros pies con todo lo que soy, con todo
lo que tengo: vivificad, matad, llamad, despedid, aprobad, reprobad. Vuestra voz es la de
CRISTO, que mora en vuestra persona y habla por vuestro conducto. Si la muerte merezco,
estoy pronto morir.
Era un lujo de hipocresa llevado hasta los ltimos extremos del cinismo.
Apenas acaba de escribir su carta con tales protestas de sumisin Len X y la auto(1)
(2)
Trate
Martina
viver sicuri;
u n bellsimo
inyeyno,
ma it rami.Fabroni
fralescheBandello,
in Colonesii
Vita
oper.
Leonis.
481
rielad que personifica, escribe un prlogo su libro Sobre la muerte de Adn y la resurreccin de Cristo en el hombre en que babla del poder de las llaves de una manera insolente.
Luego sube al pulpito y se desata furioso contra las excomuniones, y en la Iglesia, ante el
altar, en presencia de numeroso concurso se rie de la ignorancia y de la tirana de los que
fulminan rayos espirituales.
En Roma se sabe todo esto. Algunos cardenales aconsejan al Papa que le declare desde
luego bereje; otros estiman ms acertado llamarle la capital del mundo catlico y nombrar
jueces que le oigan y que fallen. Len X cree que aun puede ensayarse otra medida. Escribe
al Vicario general, bajo cuya jurisdiccin se bailaba Lutero, que era Juan Staupitz. El carcter de Staupitz distaba mucho de estar a l a altura de su reputacin como hombre de ciencia. Con tal que se salvara la pureza clsica de una frase le pasaba desapercibida la ortodoxia
de un principio. Lutero haba sido su nio mimado, el P . Martin le mandaba algunos de sus
escritos para que puliera el estilo, reciba sus confidencias; y si bien es verdad que se inclinaba ante Tetzel, como inquisidor de la fe, cuando ste no se hallaba presente Staupitz saba muy bien provocar la hilaridad su costa. Gustbale ser bien visto de todos; as escriba Erasmo como Cayetano, -Eck lo mismo que Carlstadt.
Es de creer que cumpli las rdenes del Papa; pero sera de una manera bastante dbil.
Lutero sigui enseando, escribiendo y predicando en el mismo sentido que antes.
El Papa nombra visitador general interino de los ermitaos de San Agustin G a briel, quien se limita imponer silencio Lutero, recordndole, como general de la Orden,
su voto de obediencia, y pidiendo al elector Federico el Sabio que interpusiera su autoridad.
Desgraciadamente Lutero era ya en Alemania una potencia. De su parte estaban en su
gran mayora los estudiantes fascinados por su palabra. Los prncipes vean, no sin envidia,
que mientras sus agentes no lograban cobrar las contribuciones y eran vctimas de atentados violentos, los expendedores de indulgencias recogan abundantes limosnas. La conducta
del religioso que se sublevaba contra las indulgencias, aunque no siempre la aprobasen p blicamente, les era simptica, porque favoreca sus rencillas contra la cancillera de Roma.
Los trabajadores de las minas consideraban Lutero como un profeta; los nobles, los caballeros le aplaudan, primero en secreto, despus la luz del da.
Llega una hora en que Len X cree que es indispensable obrar. Encarga al obispo de A s coli que intime Lutero que, dentro del trmino de sesenta das, se presente en Roma, fin de
responder de sus doctrinas ante jueces escogidos por Su Santidad.
Lutero contina escribiendo, predicando. Len X prescribe su legado en Alemania, el
cardenal Cayetano, que pida el concurso del brazo seglar, y que Lutero permanezca encerrado hasta que nueva orden le obligue enviarle Roma.
Si Lutero se arrepiente, dice el P a p a , perdonadle; si se manifiesta obstinado, excomulgadle(l).
Poco despus, el 23 de febrero de 1518, el Papa manifestaba al Elector que se vea en la
precisin de obrar contra Lutero, que sembraba en Alemania la hereja y la rebelin, y le instaba que se valiese de su poder fin de reducir al P . Martin la obediencia. Si es inocente,
aada, le dejremos volver en paz; si es culpable, le abriremos nuestros brazos para que se
arrepienta (2).
Lutero se manifest resuelto ir Roma.
Sus amigos, que se complacan en precipitarle al fondo del abismo, se empearon en l l e narle la cabeza, dicindole que de su viaje no haba de salir con vida, que le prepararan emboscadas, que le ahogaran en algn ro en el mar.
Es decir, que me rebautizarn? preguntaba l riendo.
Al principio no dio importancia tan infundadas paparruchas.
(1)
II.
Luth.
ft
82
Estoy sin cuidado, escribi Venceslao Linck. Qu pueden hacerme, pobre enfermo, gastado, marchitado como estoy? Si me matan, todo lo ms van quitarme pocas horas de vida.
Cantemos con Reuchlin:El pobre que nada tiene que perder, tampoco tiene nada que temer.
Por otra parte, esta es la condicin de la palabra de CRISTO; quien quiera llevarla debe,
con los Apstoles, renunciar todo, estar pronto sufrir la muerte... la muerte! el lote de
la palabra de Dios, porque es con la muerte como se compr esta palabra, con la muerte como
se difundi , con la muerte como se desarroll y con la muerte como se perpetu. CRISTO,
nuestro esposo, es un esposo ensangrentado. Rogad Dios por su siervo (1).
Tal presin le hicieron sus falsos amigos, que al fin acab por ceder.
.Primero trat de acudir un pretexto, que fu presentarse al elector de Sajonia pidindole un salvo-conducto; y como el Elector no se lo concedera, era ya esta razn suficiente para
negarse ir Roma.
Pero Lutero se avergonz de este expediente, resolvi desobedecer, importndole poco las
amenazas de excomunin.
H aqu lo que escribe Staupitz:
Excomunin humana yo no temo sino una, que es la vuestra... Hace ya demasiado
tiempo que esos romanistas se burlan de nosotros, nos calumnian, nos tratan como muecos...
No piensan ms que en una cosa, y es que el reino de CRISTO no sea el reino de la verdad ; que
la verdad no reine, que sea ahogada, aprisionada en su propio imperio... He enseado la verdad; mi conciencia me lo dice; pero la verdad salida de mi boca es odiosa.
La universidad de Wittemberg intervino cerca del Papa para que se desistiese de obligar
Lutero ir Roma, pretextando la larga distancia, lo riguroso de la estacin y lo delicado
de la salud del clebre profesor.
El Papa tambin esta vez fu condescendiente y dispens Lutero del viaje Roma; pero
con tal que se presentase al delegado pontificio, que era el cardenal Cayetano.
Va a t e n e r lugar, pues, esta entrevista con Cayetano. Qu resultar de ella? Tngase en
cuenta que Lutero, la mscara de catlico con que aun pretende disfrazarse, se le va haciendo cada da ms insufrible, siente que le ahoga y no desea sino la ocasin de arrojarla de una
manera ruidosa. Lase sino lo que escribe un discpulo suyo:
Si Roma piensa y ensea como Silvestre Prierias (2), cosa que yo me resisto creer, lo
declaro abiertamente, el Antecristo se sienta en el lugar de Dios, Babilonia reina en Roma vestida de prpura y la corte romana es la sinagoga de Satans. Si Roma sostiene Prierias, oh
afortunada Grecia, oh dichosa Bohemia, felices todos los que os habis separado de Roma, los
que os habis retirado de aquella Babilonia! Yo lo proclamo: si el Papa y los cardenales no
cierran la boca aquel Satans, lo declaro ante el cielo, yo me separo de la Iglesia romana, yo
reniego del Papa y de los cardenales, yo tengo la Iglesia romana por la abominacin sentada en el lugar santo.
Si Roma y los romanistas piensan como Silvestre Prierias, todo est dicho y a : no hay ms
remedio para contener sus furores impos que decir los prncipes:Emperadores y reyes, coaligos para acabar con esta peste, no con el poder de la palabra, sino con el de la espada (3).
Lutero confunde dos cosas distintas. Prierias no era Roma, no era el pontificado, no era la
Iglesia. A qu hacer responsable al Catolicismo en general de las aserciones de Prierias, que
se concibe llevaran el sello del apasionamiento cuando cabalmente era Lutero quien enconaba
estas discusiones?
(1) Venceslao Lineo, 10 jul., 1518.
(2) Prierias era un dominico, maestro del sagrado Palacio, escritor de elegante estilo, el cual haba compuesto un dilogo acerca el
poder del Papa, en refutacin las doctrinas de Lutero. Su libro, ms que una apologa de las enseanzas catlicas, es un tributo de gratitud dirigido s u bienhechor Len X , y li aqu cmo se explican las frases hiperblicas de que veces se vale al tratar del pontificado.
(3) Op. Luth.
483
X.
Llamado Lutero ante el cardenal Cayetano, se niega retractarse.
Tomas de Vio, conocido despus con el nombre de cardenal Cayetano por baber nacido en
Gaeta ( 1 4 6 9 ) , era persona dotada de excelentes condiciones. Len X crea que nadie mejor
que l podra conducir al P . Martin buen camino.
Muy joven todava, huy los peligros del mundo para entrar en la Orden de Predicadores.
Ejerci el profesorado de artes en Padua; pero en lo que manifest especial aptitud fu en
los estudios teolgicos. Las obras de santo Tomas las saba todas de memoria, y de tal suerte
se baba familiarizado con los procedimientos del santo doctor, que en sus trabajos, la vez
que la lgica de Aristteles, se vea la inspiracin de Platn.
Acudan su ctedra todas las grandes eminencias; pero poco aficionado exhibirse,
acab por separarse de ella slo por sustraerse una ovacin que se le preparaba en la universidad de Padua.
" Tom parte en discusiones filosficas y teolgicas, dando conocer su profundidad en una
reunin del captulo general de su Orden, que se verific en Ferrara en presencia del Duque
y del Senado, donde combati Pico de la Mirndola.
Manifest su tesn con motivo del concilibulo de Pisa, que combati valientemente desde
la ctedra evanglica, y censur la conducta de sus promotores acusndoles de querer introducir en la Iglesia un cisma con todas sus agitaciones y sus funestos resultados. Con esta ocasin escribi u n excelente tratado, probando la supremaca del Papa sobre el Concilio.
Public ademas un clebre escrito sobre la cuestin del da, sobre las indulgencias, en el
cual prueba su eficacia, no slo respecto la remisin de la pena ut est debita ex viado JEcclesim, sino tambin de la pena ui est debita ex vinculo divince justilice, donde distingue ademas los mritos de JESUCRISTO y los de los Santos per modum absohitionis etper modum sufragii.
No es que permaneciese abstrado en la regin de las especulaciones teolgicas. La causa
de la civilizacin cristiana le cont entre sus ms resueltos campeones, as es que le vemos l e vantar la Alemania, la Escandinavia, la Hungra contra los turcos, y reprimir en Bohemia los sucesores de los husitas.
Do quiera que viese la Iglesia combatida, all estaba l para defenderla; acusbasela con
motivo de los diezmos; Cayetano, sacando victoriosos argumentos del uso que de los diezmos
se haca, prob que semejantes acusaciones eran infundadas.
En tiempo de Clemente V I I , Cayetano se vio punto de ser vctima de la soldadesca que
se haba posesionado de Roma; el Papa recomend al Condestable que pusiese bajo su proteccin un hombre quien el mundo catlico consideraba como una lumbrera de la Iglesia."
El famoso telogo Miguel Cano, que no estaba de acuerdo con l respecto algunas doctrinas de escuela que no afectaban la unidad de la fe, dice ocupndose del ilustre Cardenal:
Siempre he tenido por Cayetano una estima mezclada de profundo reconocimiento; fu un
gran defensor de la Iglesia y estara la altura de los grandes doctores de los primeros siglos
si, fuese por curiosidad por sutileza de espritu, no hubiese comentado las Escrituras su
gusto, aunque siempre de una manera m u y feliz, por ms que veces resalte en l ms el
ingenio que la justicia.
La palabra de Cayetano era elocuente y , sin dejar de satisfacer la inteligencia, iba derecha al corazn. Cardenales, obispos, sacerdotes, legistas, estudiantes, todo el mundo quera
orle, y despus de haberle odo era imposible no apasionarse por aquel hombre.
84
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aquellas manifestaciones de tristeza. l les consolaba, les alentaba, les estrechaba la mano
iba repitiendo ante ellos frases como estas:
Cuanto ms me amenazan, ms tranquilo estoy. Es mucho ruido ste para un cuerpo
dbil como el mo. Podrn quitrmelo; pero el alma jamas.
Al amanecer del da siguiente el P . Martin, cubierto con un hbito viejo, va aponerse en
camino.
Multitud de nobles, de obreros y hasta de religiosos le aguardan para despedirle. Al
verle pasar, g r i t a n :
Viva Lutero!
V i v a CRISTO y SU palabra, responde el sajn.
Alguno se adelanta para decirle:
Maestro, valor; que Dios sea en vuestra ayuda.
A m e n , contesta el P . Martin.
Aquellas masas le acompaaron larga distancia. Al despedirse, Lutero exclam dndose
aires de vctima:
In manus tuas, Domine, commenclo spirilum
meum.
A m e n ! Gritaron coro todos los que le acompaaban.
Lutero prosigui pi su viaje.
Atormentado por fuertes dolores de estmago estuvo punto de retroceder; pero su voluntad pudo ms que el mal (1).
En Weirnar pas la noche en casa del cura del pueblo, sacerdote apstata que haba sacado ya las consecuencias prcticas de los principios luteranos, casndose con una joven,
bija de Gotha (2).
Al llegar Augsburgo encontr las puertas de la poblacin atestadas de gentes que d e seaban verle.
Tres das despus de su llegada escriba Melancton:
S siempre hombre instruye la juventud. Voy sacrificarme por vosotros, si esta es
la voluntad de Dios. Preferira morir y , lo que sera para mi mayor tormento, verme privado
de vuestras dulces conversaciones, antes que retractarme y malograr as todo el fruto de
nuestros buenos estudios (3).
Cuatro das haca que Lutero se hallaba en Augsburgo y no se haba presentado an al
Cardenal. Fu verle el internuncio para preguntarle el motivo de su retardo, protestndole
que el Cardenal le recibira con toda clase de consideraciones.
Ha sido, contest Lutero, por deferencia los consejos que me han dado algunos varones graves los cuales vengo recomendado por Su Gracia el Elector, quienes no quieren que
me presente al Cardenal sin un salvo-conducto del Emperador.
Al enviado le sorprendi esta contestacin.
Creis, por ventura, le dijo, que el prncipe Federico acudir las armas para protegeros?
Por mi parte no lo quisiera, respondi el interpelado.
Adonde os acogerais vos entonces?
Bajo el cielo de Dios.
Y decidme, si el Papa y los cardenales estuviesen en vuestro poder, qu harais de
ellos?
Les tratara con toda clase de honores y de deferencia, contesto Lutero con vivacidad.
Est bien, respondi el emisario saludando y despidindose del agustino.
(1) Spalatino, 10 oct. 1S18.
(2) Reinhard, Biog. de
Myconio.
(*5 Melanchtoni, 11 oct.
:
486
Lutero, abrumado de prevenciones contra Cayetano, que no las mereca en manera alguna, no quiso presentarse l sin recibir primero el salvo-conducto. Cuando cont ya con
este documento, acompandole el doctor Linck y Juan Frosch, prior del convento de los
carmelitas, donde se hospedaba, el agustino se dirigi al alojamiento del Cardenal.
A las puertas del palacio de ste esperaba una gran multitud de pueblo que, al pasar el
P . Martin, le salud respetuosamente.
Cayetano al verle se dirigi hacia l tendindole los brazos. Lutero se arrodill sus pies,
dicindole:
Perdn, monseor; si me han escapado algunas palabras imprudentes, protesto que
estoy pronto retirarlas, con tal que me manifestis que son culpables (1).
Cayetano, levantndole del suelo, le dice:
Comprenderis que mi intencin no es disputar; os exijo, por orden de Su Santidad,
que retractis vuestros errores y que os abstengis en adelante de ensear cosa alguna que
pueda turbar la paz de la Iglesia.
Manifestadme, padre mo, en qu he pecado.
Os lo repito, hijo mo, repuso el Cardenal con afabilidad; yo no puedo venir aqu disputar con vos como si nos encontrramos en una ctedra. Yo aqu ni siquiera soy vuestro
j u e z ; soy slo el delegado por nuestro padre comn quien vos escribisteis no h mucho
tiempo dicindole: Aprobad, condenad, llamad, rechazad, estoy pronto atender vuestra
voz como la voz de Dios... Retractaos, pues, ya que este es el deseo del Papa.
Retractarme yo? respondi Lutero, pero qu error he enseado?
El Cardenal, en su condescendencia, le cit dos proposiciones, la primera: Que los mritos de JESUCRISTO no tienen nada que ver con el tesoro de las indulgencias; la segunda:
Que para ser justificado basta slo la fe.
Le record la bula de Clemente VI sobre las indulgencias, Exiravagans,
in sexto decretalium.
Lutero, para hacer alarde de sus conocimientos, se ech citar la bula con sorprendente
exactitud.
Ya veis que la conozco, aadi; por otra parte, esta bula es una obra enteramente humana, donde el espritu y la letra de la Escritura estn extraamente torturados.
El Cardenal se formaliz y dijo en alta voz:
Quien dice la Extravagante,
dice santo Tomas... Cliristus sitaptassione
acquissivit.
Acquissivit,
repiti Lutero, como en tono de triunfo. Si CRISTO adquiri mritos, luego
los mritos no son un tesoro (2).
El Cardenal record entonces cul era el papel que all deba representar como delegado
de la Santa Sede, y arrepentindose de haberse dejado conducir una discusin, interrumpi
Lutero dicindole secamente :
Acabemos: os retractis, s no?
Lutero pide tres das para responder. Cayetano se los otorga.
El P . Martin no tuvo paciencia para esperar el tercero da.
A la maana siguiente se present al Cardenal acompaado de cuatro senadores, de numerosos testigos y de un notario, para poner en sus manos una protesta en toda forma en
que declaraba que del fallo del Cardenal se apelaba al Padre Santo, que del Padre Santo se
apelara la universidad de Friburgo y de Lovaina y por ltimo la ms reputada de todas,
que era la de Paris.
A y e r , aadi, nosotros dos nos batimos bastante tiempo; basta ya de palabras human a s ; slo la Escritura es la que puede ponernos de acuerdo.
E l Cardenal contest con dignidad:
(1)
(2)
487
Non cliglacliahts sum. Aqu de lo que se trata no es de disputar. Yo no debo hacer otra
cosa que recibir vuestra retractacin y reconciliaros con la Iglesia (1).
Lutero se qued sin contestar y , como confundido por sus inconveniencias.
Entonces Staupitz se acerc al Cardenal pidindole que permitiera su subdito defenderse
por escrito.
Y delante de testigos, aadi el P . Martin.
El Cardenal respondi con un movimiento negativo de cabeza.
Pero despus de un rato de silencio, Cayetano, deseoso de contener al agustino en su fatal
senda, exclam:
Pues bien; consiento: id, yo os escuchar, pero no olvidis que aqu no ejerzo el cargo
de juez.
Aquella noche la pas Lutero en redactar su defensa, formulada conforme el sistema escolstico, que l tanto haba despreciado. E n aquel escrito pretende que el simple laico es en
materia de dogma superior al mismo Papa, si l se apoya sobre la autoridad y la razn.
Cayetano, al leer este pasaje, exclam:
Ya veis que esto es monstruoso quisierais que yo pusiera los ojos de Su Santidad
palabras tan odiosas despus de las seguridades que le habis dado de obediencia filial?
Lutero mont en clera y sin dirigirse al legado, dijo:
Que se lea, pues; yo no afirmo nada... Me someto al fallo de Len X .
Hermano, hermano, qu manera de portarse es esta!... Su Santidad os ha juzgado ya
vos y vuestras doctrinas... Vamos, aadi el Cardenal poniendo una dlas manos de L u tero entre las suyas, todava es tiempo. Estoy pronto interceder por vos cerca de nuestro
padre comn; pero que una vanagloria, que malos consejos, que una ciega obstinacin no os
detenga. Ea, retractaos.
Lutero no contest.
Pues bien, no volvis ms, dijo entonces el Cardenal; todo est acabado.
Lutero hizo una inclinacin de cabeza v se retir.
El bondadoso Cardenal, con la mira de evitar los escndalos que estaba previendo, escogit otro recurso para hacer que el P . Martin entrara en razn, que fu mandarle dos personas que cerca del agustino tenan tanto prestigio como Staupitz y Venceslao Linck, fin
de que le contuviesen en su fatal camino, y le convenciesen entrar en la senda de sus d e beres de cristiano y de religioso, en nombre de Len X , de la paz pblica, de la tranquilidad de la Sajonia.
Lutero se manifest conmovido hasta derramar lgrimas, prometi escribir al Cardenal
dndole una satisfaccin; pero esta carta, aunque llena de protestas de sumisin, terminaba
diciendo:
En cuanto la retraccin que vos y nuestro Vicario me peds con tanta insistencia, mi
conciencia no me permite darla en manera alguna; y nada de este mundo, ni rdenes, ni
consejos, ni la voz de la amistad, pueden hacerme hablar obrar contra mi conciencia. Falta
todava que escuchemos una voz que vale ms que todas las otras; es la de la Esposa, y la
voz de la Esposa es la misma que la del Esposo.
Os suplico, pues, con toda humildad que sometis el asunto al examen de nuestro Santo
Padre el papa Len X , fin de que la Iglesia falle acerca lo que es menester creer rechazar.
Poco despus de escribir esta carta al cardenal Cayetano el da 20 de octubre, Lutero
sala ocultamente de Augsburgo por una puerta escusada, mientras que por orden suya u n
portero fijaba en las paredes de la catedral una apelacin del papa mal informado, al papa m e jor informado. Era aquello un libelo cuye prrafo cuarto deca:
Si el P . Martin Lutero no ha partido para Roma, es porque en Roma, donde antes habi(0
ad D. Fridericum.
Epstola
L illuslrissimo
Frklerieo.
88
taba la justicia, habita hoy el homicida. Juslitia habitavit in ea; nunch cmtem homicida.
E n Nuremberg tuvo conocimiento de un Breve en que el Papa expona la verdadera doctrina de la Iglesia sobre las indulgencias; pero sin que se nombrase para nada Martin Lutero. ste cree llegada la ocasin de revolverse contrela persona misma de Len X . Ya no es
la lucha de un agustino y un dominico; es la rebelin de un religioso contra el Sumo Pontfice: ya no son frases imprudentes que en una hora de extravo se escapan en una conversacin ntima, es u n desafo formal que un monje echa al pontificado en la persona del que lo
representa.
A decir verdad, escribe, apenas acierto explicarme que una cosa tan monstruosa haya
salido de un Papa y mucho monos de Len X . Sea quien sea el truan que, bajo el nombre
de Len X , trate de intimidarme con este Breve, sepa que yo comprendo perfectamente el
juego; si viene de la cancillera, ya le har ver yo esa cancillera sus soberbias iniquidades
y su inicua ignorancia (1).
No haba nada en l Breve que justificase el loco furor de Lutero. Len X hubiera estado
en su derecho excomulgndole, y sin embargo, no lo haca; como jefe de la Iglesia, se limitaba formular la enseanza catlica.
XI.
Muerte de Juan Tetzel.
Todos los elementos revolucionarios de la Sajonia aplaudan la actitud de Lutero. Lisonjeaba el orgullo germnico el ver uno de sus hijos luchando solo contra todo el poder del
pontificado.
Do quiera que Lutero se presentase obtena una ovacin; bastaba una palabra suya, una
seal para que se le respondiera con frenticos aplausos.
Ibase all extraviando la opinin pblica de u n a manera lamentable. El espritu nacion a l , el sentimiento patrio, las pasiones polticas, todo se explotaba. Acabbase por sostener
que el bien, la verdad, la justicia, eran Lutero, las universidades de Alemania, los estudiantes, los humanistas; al contrario, el mal, el error, la opresin eran los frailes, los telogos de
Colonia, los predicadores de indulgencias, los cardenales, el Papa. El pas de la civilizacin,
del progreso, de las luces, era la Sajonia; en cambio la Italia no constitua nada ms que un
pas de brbaros (2). La efigie de Lutero se encontraba en todas partes sustituyendo la de
Len X .
El P . Martin tena de su parte el primer elemento que se necesita para realizar una revolucin, que son masas populares. Pero as como l haba arrastrado las masas, su vez
stas le envolvan l; Lutero se haba puesto en la fatal precisin de tener que marchar con
ellas, aun cuando en algunos momentos lcidos llegara apercibirse de que le conducan al
fondo de un abismo.
Separado de Roma, del centro de la unidad, adonde le llevar su actitud? Son sus verdaderos amigos los que le preguntan adonde v a ; pero Lutero en su alucinacin contesta:
Soy como Abrahan; no s dnde; pero s que ha de guiarme la voz de Dios (3).
Y el anatema de Roma?
Lutero responde con insana audacia:
Cada da que pasa lo estoy esperando (4).
(1)
(2)
Papa et
(3)
(i)
barbara
trra;
Ji""*
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Le rodea Lulero una atmsfera tan espesa de adulaciones, que le es ya poco menos que
imposible el que, desprendindose de la infatuacin de la lisonja, vea las cosas con claridad.
Las universidades, las academias , los palacios de los nobles, la plaza pblica donde se
AnnusTO de cri.os i,
rene el pueblo, todo Vitlcmbcrg se disputa al P. Martin. Apenas entra en su celda, cuando
la campana de la portera anuncia la llegada do un artista, de un noble, de un profesor que
quiere verle. Ora es un doctor que le pregunta sobre santo Tomas, y despus do la consulta
o acuerda que es menester sustituirlo por Ovidio y sus Mclamrfosix.
ora es Huiln , que,
R
90
frotndose las manos de jbilo ante el rebelde religioso, exclama entusiasmado dentro la celda
misma de u n monje:
Vamos, hermano, todo marcha bien. Guerra los frailes!
Lutero est constituido en una especie de papa; l resuelve cuestiones, l establece doctrinas. Se le interroga sobre la guerra contra los turcos:
De qu sirven estas guerras todas carnales? contesta. Lo que hay que emprender es
una guerra intelectual sobre nosotros mismos. Hay algo peor que la tirana de los turcos, es
la tirana de Roma. No contemos con victorias; hoy Dios combate contra nosotros.
Len X comprenda toda la gravedad de la situacin. Tras de Lutero estaban la Sajonia,
la Alemania entera. Y ya no se trataba de una lucha por medio de las armas como en las guerras del imperio y el sacerdocio; esta vez las fortalezas seran las universidades, los jefes los
doctores, los soldados las masas, las armas la prensa, la ctedra; guerra que no sera posible
encerrar dentro las fronteras de una nacin; Len X comprenda demasiado quo aquel incendio amenazaba tomar colosales proporciones.
Va ensayar un supremo recurso. Quiere ver si lo que no logr el cardenal Cayetano lo
lograr Miltitz.
Len X cree que Miltitz tiene la ventaja de que, como alemn, su conducta no podr herir el sentimiento nacional, y espera que tal vez pueda obtenerse un buen resultado, renunciando toda severidad y acudiendo la dulzura, cualidad que resaltaba en el carcter del cannigo de Maguncia y nuncio apostlico.
Miltitz empieza por imponer silencio los dos bandos opuestos. Se prohibe hablar Lutero; pero se prohibe tambin los predicadores de indulgencias. Para hacerse oir, Miltitz
cree que lo que urge es calmar la efervescencia de las pasiones.
Al dominico Juan Tetzel le rodeaba en Alemania una atmsfera de calumnias de que Lutero era el principal responsable. Se haba popularizado el falso rumor de que Tetzel consideraba como intiles la penitencia y el arrepentimiento con tal que se procurasen indulgencias;
se le atribuan proposiciones que no haba emitido jamas, tales como la de que: Si quis rirginem aiU matrem violassel, quedaba perdonado con la indulgencia, llegando muchos atribuirle que esta proposicin el dominico la haba aplicado la Virgen Mara fin de exagerar
ms el valor de las indulgencias.
Lutero fu de los primeros en atribuir falsamente Tetzel proposiciones escandalosas; pero
teniendo que declarar que l no las haba odo. Lutero saba bien que aquello era todo invencin de Myconio.
La calumnia hizo su curso. Tetzel se vea insultado, escarnecido pblicamente; ms de
una vez al descender del pulpito se encontraba al frente de rostros feroces que le miraban con
actitud amenazadora.
Tetzel se lamenta de la infamia de que es objeto , pide con lgrimas que se prueben las
acusaciones que contra l se formulan. Todo es intil. Lutero y sus amigos le haban escogido
l como vctima, y no ten;a ms recurso que verse inmolado en el altar de la deshonra. Es
este un martirio bien terrible; pero ante el cual no se detienen nunca las pasiones de secta.
Miltitz su paso por Alemania vio por todas partes formular cargos contra Tetzel, acusndole de que con sus imprudencias y exageraciones haba dado lugar las agitaciones de
aquel pas.
Cuando era el pueblo quien acoga estos cargos, Tetzel ya se impresion hondamente al
sentirse herido en su honra de sacerdote y de predicador, pero cuando, al ser llamado por Miltitz, se figur que tambin el Nuncio crea en las calumnias que contra l se haban propalado,
este fu para el dominico u n golpe abrumador.
Tetzel, enfermo en Leipsick, manifest los inconvenientes que haba para trasladarse
Altemburgo, donde Miltitz se hallaba.
Me apresurara obedecer Vuestra Seora, escribe, si pudiera ir encontrarle sin neli-
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gro; pero el agustino Martin Lutero ha suscitado contra m , no slo en Alemania, sino en
Bohemia, en Hungra, en Polonia tales rencores, que no estoy seguro en ninguna parte. E n
Augsburgo, en la presencia misma del cardenal Cayetano, ha destrozado mi honra hirindome
con el nombre de hereje y de blasfemo. Hace tiempo que somet Su Santidad un sermn
en que el Doctor me acusa de haber ultrajado la santsima Virgen, calumnia que rechac
el ao pasado de palabra y por escrito. No obstante, Martin contina persiguindome de despiadada manera... Piadosas personas me han advertido que me guarde de l; y ms de un
discpulo de Lutero me ha amenazado con matarme.
En peligro de muerte, pues, yo no puedo ir encontrar Vuestra Seora, quien vera con tanto placer como un ngel. Suplico Vuestra Seora, por amor de Dios, queteDga
bien excusarme causa de mis justos temores. Vos lo sabis; hasta hoy he amado tiernamente la Sede Apostlica, y quiero continuar amndola hasta el fin de mi vida. Para defender su honor, desde hace muchos aos, y especialmente desde la apostasa de Lutero, he
expuesto mi nombre y mi persona las iras populares; pero qu me importa? Estoy resuelto
sostener la Santa Sede contra los ataques de sus enemigos hasta el postrer momento de
mi existencia.
El provincial de dominicos escribi su vez Miltitz :
Sabis ya lo que el reverendo padre maestro J u a n Tetzel ha tenido que sufrir por parte de
Martin Lutero al tomar la defensa de los intereses de la Sede Apostlica, con riesgo de su reputacin, como lo prueban suficientemente los sermones que ha predicado en pblico y el testimonio de cuantos le han odo. Aquel que haya ledo las provocaciones de Lutero contra Tetzel
puede formarse idea de los furores del agustino. Que ha sido ultrajado, insultado, calumniado,
aqu estn nuestras plazas pblicas para decirlo. Yo le recomiendo Vuestra Paternidad (1).
Miltitz fu en persona Leipsick, orden que Tetzel se le presentase, y sin dejar lugar
la defensa le amenaz con denunciarle Su Santidad.
Tetzel no pudo pronunciar ni una palabra. Inclinse ante el Nuncio respetuosamente, y
al llegar su celda fu para tenderse en el lecho de donde no volvi levantarse ms. Apoderse de l una fiebre abrasadora. Tetzel comprendi que su destino era descender al sepulcro sin haberse justificado; pero estaba tranquilo. Su conciencia slo poda acusarle de algn
exceso de celo que se concibe dada la sobrexcitacin de las pasiones.
El 14 de julio de 1519 la comunidad de dominicos de Leipsick se diriga al coro cantar
la Salve Regina, rezando la Virgen en favor de un religioso que luchaba con las ansias de
la muerte. Era el P . Tetzel.
En el momento en que el coro deca: Sab luum ptroesidium confugimus, snela Dei geniIrix, e l P . Tetzel lanz un dbil suspiro, fij los ojos al cielo y espir.
El odio de los partidarios de Lutero le sigui hasta ms all del sepulcro. Su cadver fu
ecbado en una cloaca.
Hubo quien public un insultante epitafio para colocarlo en su tumba, si un da llegaba
tenerla, el cual deca:
In hoc sive sepulchro sive carcere
Ad quieleni
inquielam,
Ad memoriam laudis inmemoreni,
Ad fulurcc mor lis especlaUoncm polius
Quam vi Ice melioris spem,
reconditus
A b iis fu
Qui foelorem cadver is ferr non polermit.
Fuge, viator,
Etian mortuus crumenis inminei (2).
(1)
Uul'fmumi.
(2!
VOUHI.
492
En frente de sus escritos los partidarios de Lutero no descuidaban hacer colocar torpes caricaturas del dominico.
Martin que, al saber que Tetzel mora vctima de una calumnia, prometi una reparacin,
dej de cumplir el compromiso contrado en presencia de u n agonizante.
XII.
Dispata de Leipsick.
Despus de su entrevista con Tetzel, Miltitz se propone ver a Lutero. Claro es que ya no
se trataba de discutir; Cayetano, hombre de estudios, de vasta erudicin, excelente controversista, era fcil conducirle una disputa teolgica, aun pesar de su representacin y de
su carcter; pero esto no era posible tratndose de Miltitz, enemigo sistemtico de toda clase
de controversias; y que ni siquiera se haba detenido en estudiar la cuestin que traa removido al mundo cristiano, que era la de las indulgencias.
Miltitz no pasaba de ser u n alemn alegre, francote, u n poco brusco, alguna vez.
Resuelto no dar la entrevista el menor carcter de discusin teolgica, fu la mesa
adonde cit al agustino. ste no hizo falta: se convers alegremente, tratndose, solo como
por incidencia, de las agitaciones que se producan en Alemania, de la cuestin pontificia y
del dominico Tetzel. Al citarse este nombre, Lutero ya no se pudo contener y dijo entre vaso
y vaso.
Pues no sabis, monseor, lo que predicaba Tetzel? Pues Tetzel gritaba en el pulpito:
S i m e trais oro manos llenas, yo os prometo que todas vuestras montaas se volvern de
plata (1).
Miltitz, haciendo como que dejaba pasar desapercibidas ciertas exageraciones y hasta ciertas stiras inconvenientes del agustino, le habl de su presuncin en querer sostener enseanzas contrarias las de la Iglesia, se quej de que con sus escritos hubiese inferido agravios al
Sumo Pontfice, y le manifest que era indispensable una reparacin.
Cuando el P . Martin le prometi hacerlo as, el bueno de Miltitz, que no haba nacido para
diplomtico, fu bastante candoroso para creer en la palabra de Lutero, llor de alegra y le
estrech afectuosamente la mano. Lutero se conform con abstenerse de predicar, y se comprometi escribir una carta de sumisin la Santa Sede y trabajar para que el pueblo alemn no se separase de la obediencia al Papa.
Efectivamente, Lutero escribi Len X una carta en que le deca:
Santsimo Padre, la necesidad me obliga de nuevo m , polvo de la tierra; dirigirme
una majestad tan grande como.es la vuestra. Dgnese Vuestra Santidad prestar misericordioso odo esta pobre ovejuela y escuchar mis balidos... Me ha contristado hondamente la
desgracia de que se sospeche de m que soy irreverente hacia la columna de la Iglesia, cuando
yo no abrigo ms deseo que defender su honra... Ah, Beatsimo Padre! en presencia de Dios,
en presencia de la creacin, yo afirmo que no he abrigado jamas la idea de romper ni de debilitar la autoridad de la Sede Apostlica. Confieso que el poder de la Iglesia romana est por encima de todo; que ni en el cielo ni en la tierra hay nada ms alto que ella, excepto JESUCRISTO...
Respecto las indulgencias, prometo Vuestra Santidad no ocuparme ms de ellas; recomendar en mis sermones al pueblo que ame Roma, que no impute la Sede Romana las locuras
de otros, que no crea en las palabras amargas que yo hacia ella he usado... fin de que con la
ayuda de Dios cese este rumor de discordia.
Las promesas hechas Miltitz, esta carta en que Lutero besa la tierra, en que se llama
(1)
Vlyconius.
493
Fa% hominivm, la hez de los hombres, pulvis teme, polvo de la tierra, ovicula, ovejuela, no
eran sino nuevos actos de escandalosa hipocresa.
Aquel Miltitz a quien estrech la mano, quien abraz por dos veces, y de quien se
mostr tan satisfecho, no es ms que un enredador que me ha dado el beso (beso de Judas),
derramando lgrimas de cocodrilo, que yo afectaba no comprender. Vena armado de setenta
Breves apostlicos para perderme y llevarme cautivo su homicida Jerusalen, la Roma
vestida de prpura.
La carta remitida al Papa no ha llegado an su destino y Lutero escribe ya un amigo
suyo:
Ser menester que te lo diga al odo? E n verdad, yo no s si el Papa es el Antecristo en
persona si es su primer apstol; de tal suerte el CRISTO, es decir, la verdad, anda corrompido y crucificado en las bulas papales.
En el convento de Jutterbock, vivan entregados la prctica de las austeridades evanglicas unos religiosos franciscanos quienes el ruido de las perturbaciones promovidas por
Lutero les privaban de la santa calma de su retiro. Aquellos buenos padres estaban escandalizados al tener conocimiento de algunas de las mximas vertidas por el P . Martin. Inducidos por su celo, sin el menor nimo de mover contiendas, extractaron de los escritos del agustino catorce proposiciones que como heterodoxas sometieron al examen del obispo de Brandeburgo, entre las que haba la siguiente de que ya tuvo que ocuparse el cardenal Cayetano:
La autoridad del simple laico, fundndose en la Escritura, es superior la del Papa, la
del Concilio, la de la misma Iglesia.
Cmo respondi Lutero la justa observacin que los religiosos de la orden de San
Francisco hacan con la mayor sencillez? Respondi con una impudencia que revela una vez
ms las innobles pasiones que se agitaban en aquel corazn:
S , lo sostengo; un laico armado de la autoridad se le debe creer ms que al Papa,
que al Concilio, que la Iglesia. Es la doctrina de los juristas y del Panormitano, es la e n seanza catlica sustentada por Agustin; nadie en el mundo ha sostenido jamas lo contrario,
excepcin de esos temerarios herejes del convento de Jutterbock, quienes, con su cabeza
de meretriz, declaran culpables, absurdas, heterodoxas, las augustas doctrinas de los Padres
que ellos nunca han ledo.
Por qu Roma, en vez de tantos miramientos, no acuda al brazo seglar, haciendo que
fuese el elector de Sajonia quien impusiera al agustino un silencio tan necesario la paz de
las sociedades cristianas? Porque Roma tena motivos para no estar segura de la actitud de
Federico desde que se neg un beneficio que ste pretenda para un hijo natural.
La triste situacin religiosa de la Alemania haca derramar lgrimas hombres como el
doctor de Ingolstadt, Eck, que se propuso oponer al veneno del error el antdoto de la doctrina catlica, promoviendo, con permiso de sus superiores, y consintindolo Roma, una disputa teolgica con Carlstadt, otro de los propagandistas de las falsas enseanzas de Lutero,
quien haba dado la borla de doctor, como decano que era de la comunidad de Wittemberg,
donde enseaba Teologa.
En el cartel en que Eck anuncia la discusin, se hace referencia Lutero. ste no necesitaba ms para satisfacer su deseo de tomar parte en ella, sobre todo, cuando su orgullo le
daba la conviccin de su pretendida superioridad.
Escribe, pues, Carlstadt
Yo no puedo permitir, mi querido Andrs, que os presentis slo en esta miserable disputa
a que s os provoca; porque tambin
m, y no es justo que un hombre de vuestro saber se rebaje hasta tomar la defensa de lo-que 3^0 llamo mis fantsticas imaginaciones.
Al tener noticia del nuevo contrincante, Eck le escribe.
Como Carlstad no es hoy ms que vuestro segundo, y el hombre de la lucha sois vos,
vos os corresponde fijar el da.
494
As lo hace Lutero.
Esta vez ya la disputa no versa sobre las indulgencias; se trata de si 'el hombre decado
es capaz de realizar alguna obra buena, si el justo peca an cuando hace buenas obras, si el
purgatorio puede probarse por medio de la Escritura, si el primado del Papa es de derecho
humano de derecho divino.
Si triunfa la tesis luterana, ya no hay pontificado; porque si ste no tiene un origen divino, si queda reducido la condicin de institucin humana, entonces, como todas las cosas
humanas, estar sujeto las vicisitudes del tiempo, tendr su aurora y su ocaso, su juventud, su edad madura y su caducidad; las crisis, las vicisitudes y las debilidades propias de
todo lo que no trasciende la esfera de lo humano. Lo que el hombre crea, el hombre puede
destruirlo. Quitada esta nube luminosa que oculta la frente del pontificado en las alturas de
lo divino, la corona pontificia, lo mismo que las coronas de los reyes, est sujeta la accin
de los vientos que soplan por la tierra; una revolucin puede derribarla; su cetro, como todos
los cetros, ha de estar placer de las evoluciones histricas. Si el primado del Papa se limita
una transmisin de poderes meramente humanos, entonces la conciencia del creyente en
las horas crticas de la vida en que pasa por delante de sus ojos la nube del excepticismo no
cuenta con las claridades de una luz superior que vengan alumbrarle; en las grandes luchas
del alma le falta algo en que poder ampararse como en un apoyo seguro.
La disputa haba de verificarse en Leipsick.
Lutero hace su entrada en la poblacin en un carruaje descubierto, sentado entre Melancton y Carlstadt, seguido de centenares de estudiantes de Wittemberg.
Eck entra sin el menor aparato, seguido nicamente de un criado suyo.
La agitacin que se produjo en Leipsick fu tanta que el obispo de Merseburgo, como
canciller de la universidad, se crey en el caso de prohibir toda disputa teolgica.
Pero ya que no pudiese verificarse la discusin en la universidad, el Elector mand que
se preparara al efecto un vasto saln en el castillo de Pleissemburgo.
La sala se adorn con suntuosidad; figuraban en ella magnficos tapices, levantndose
frente frente las dos ctedras, colocada la una bajo la estatua de san Jorge y la otra bajo la
de san Martin (1).
El domingo, 26 de junio, tuvo lugar la reunin preparatoria.
El lunes, da 2 7 , las siete de la maana los tres campeones se reunieron en la sala del
colegio para escuchar el discurso que les dirigi el profesor de la facultad de derecho, Simn
Pistorio. De all se dirigieron la iglesia de Santo Tomas, donde se celebr una misa solemne;
y su vuelta, el profesor de literatura griega Pedro Mosellano abri la sesin en nombre del
duque Jorge, recomendando los contendientes la moderacin en el lenguaje, la exactitud en
las citas y la caridad en la discusin.
A las dos de la tarde, despus de la comida, principi la disputa.
Ocupando el centro del espacioso saln se destaca el magnfico estrado del duque Jorge.
A la derecha de la presidencia, sentado en su ctedra se ve Lutero, cuya cabeza apenas
se deja ver al travs de su pupitre, plido, demacrado, con aquella frente donde se distinguen dos tres venas siempre henchidas, indicio de su carcter inclinado la clera. All
se le contempla con su desden habitual, con sus aires de presumida superioridad.
A su lado est Carlstadt con su mirada repulsiva, con su rostro sombro, escondiendo
unos libros que haba trado y de que no se le permite hacer uso por haberse prohibido toda
lectura.
Al lado opuesto se ve Eck ostentando sus anchas espaldas, su tez colorada, destacndose
en su rostro sus grandes y expresivos ojos.
Entre la presidencia y la ctedra de Lutero se hallan, vistiendo su traje acadmico, el sobrino de Reuchlin, varios licenciados en teologa y doctores en derecho.
(1)
Kanke,
9!)
BaccM.
Entre los grupos de estudiantes se descubren algunas barbas grises, algunos viejos quienes la turba estudiantil marea con sus movimientos: son unos bohemios que esperan oir de
boca de Lutero nada menos que el panegrico de Juan Huss.
Venso tambin, deseosos de quo empiece la lucha, y contemplando con cierta veneracin Eck, algunos sacerdotes de la iglesia de San Pablo, quienes, habiendo corrido la voz
de que Lutero se propona visitar aquel templo, se apresuraron retirar el Santsimo Sacramento y esconder las reliquias.
Descbrese ademas, la derecha del Sajn, Melancton con su faz melanclica, con los
ojos bajos, en actitud meditabunda, cayendo sobre su despejada frente algn mechn de sus
lustrosos cabellos.
La disputa principi por el libre albedro.
Carlstadt, despus de formular, demanda de Eck, su profesin de fe catlica y de adhesin la Iglesia romana, estableci como Lutero, que el hombre, despus del pecado or- *
ginah no posee ni una sombra de libertad; quo los actos que l considera como m a nifestaciones de su querer personal no son sino el velo de una falsa espontaneidad; que el
hombre marcha, se detiene retrocede bajo la mano.de Dios de una manera fatal; que la palabra libertad que las escuelas repiten tan fastuosamente, no se encuentra en la Escritura,
sino que naci en el cerebro de esos sofistas que se llaman escolsticos; que el dogma del l i bre albedro no tiene ms all de dos tres siglos de existencia.
Es menester decir, en honor de la verdad, que la tesis fatalista fu saludada con generales murmullos, como protesta contra el error que trataba de quitar al hombre su carcter
de ser libre, con virtindole en mquina.
Vino luego la cuestin de las obras humanas, que segn la doctrina de Carlstadt son todas ofensivas Dios. Eck demostr brillantemente y entre los aplausos de lo ms ilustre de
la concurrencia que esta doctrina es la vez ofensiva Dios y al hombre. Invoc con admirable elocuencia la sangre derramada en el Glgota impresionando hondamente el auditorio
al cerrar la boca Carlstadt preguntndole si el hombre peca tambin al recoger aquella sangre para adorarla.
La frente de Carlstadt iba cubrindose de un sudor fro. Busca una contestacin que no
encuentra en la mirada, en la actitud de sus amigos. Al fin Carlstadt sali de su penosa situacin cuando se anunci que las discusiones se suspendan hasta el da siguiente.
Carlstadt tuvo precisin de entregarse al descanso.
Quien al otro da sostuvo la disputa con Eck fu Lutero.
El tema fu el pontificado.
Eck demostr la tesis catlica con el pasaje de San Mateo: T eres Pedro, y sobre esta
piedra edificar mi Iglesia, deduciendo de aqu el origen divino del Papado.
Lutero contesta:
496
T eres Pedro, se refiere al Apstol; y sobre esta piedra edificar mi Iglesia se refiere
la persona misma de JESUCRISTO.
Eck, con sonrisa de satisfaccin que no supo disimular, dijo que saba muy bien la fuente de donde su adversario sacaba esta doctrina.
De dnde? pregunt Lutero como si los ojos le saltaran de sus rbitas.
De dnde? le contest tranquilamente E c k ; de las obras de Juan Huss. Vamos que
los bohemios pueden darse por m u y satisfechos con haber encontrado un auxiliar bajo el hbito
de un agustino.
Vos me injuriis, grit Lutero ;-siempre he tenido los bohemios por perturbadores de
la Iglesia.
Entonces Eck cit la proposicin de Juan Huss, condenada por el Concilio de Constanza.
Era letra por letra la misma de Lutero.
ste se manifest contrariado. Guard un rato de silencio.
La ansiedad era general. El sajn no haba de quedarse en aquella situacin bastante comprometida.
Con los ojos fijos sobre su rival, como que quisiera devorarle con la mirada, dio un salto
en su silln, y levantando la voz dijo que, entre las proposiciones condenadas por el Concilio
de Constanza, las haba que eran verdaderamente evanglicas (1).
Estall un murmullo general de sorpresa al oir esta proposicin.
El mismo presidente, el duque Jorge, se manifest escandalizado y no pudo contener esta
exclamacin:
Esto es la peste!
Eck, sin perder un tomo de su calma, se dirige Lutero para preguntarle:
Es posible que Lutero condene as un Concilio general?
Lutero no encontraba salida, tratando como trataba de sostener la discusin como catlico.
. Crey salirse del apuro diciendo :
Lo que quiero significar es que el Concilio de Constanza no conden como herticas todas las proposiciones de Juan Huss.
N o , n o , contest con calor E c k ; nada de distinciones: la letra, el espritu, todo fu
condenado; y el Concilio no puede engaarse.
N i crear tampoco, aadi Lutero, un nuevo artculo de fe. Cmo me probaris vos que
un Concilio no puede engaarse?
A h , querido padre, exclam Eck, qu es lo que estis diciendo? Un Concilio general, congregado en regla, puede engaarse! Esto no es catlico.
Eck acababa de arrancar Lutero la mscara pblicamente. Las cosas ya en este terreno
la discusin quedaba terminada.
El duque Jorge protest en alta voz contraa actitud del agustino, pues al levantarse dijo
de manera que muchos pudieron oirlo, dando entender que no sera l quien fomentara la
rebelin:
Nieto de Podiebrad, rey de los husitas, Jorge de Sajonia conoce suficientemente la historia reciente de su familia materna, para aventurarse un nuevo cisma.
El P . Martin, aunque algo confuso, insisti diciendo:
Yo no niego el primado del Papa; pero primado de derecho humano. Del primado de
derecho divino ningn Padre de la Iglesia ha querido hacer u n dogma de fe (2).
Lutero y Carlstadt, sin despedirse de sus amigos, h u y e n precipitadamente de Leipsick. El
furor les ciega. De su boca salen frases como las siguientes:
E c k es un pobre diablo henchido de viento.
Los de Leipsick son asnos bordados con bonete de doctor.
(1)
Ranke.
(2)
497
Ya no trata de velar su actitud rebelde. Escribe una carta bajo el ttulo de : Al Emperador y la nobleza alemana, en que propone que se suspenda Len X de su dignidad espiritual, que se obligue al Pontfice descender de su trono y se le reduzca al carcter de prroco de Roma.
Carlstadt, loco de despecho, escribe un folleto en que pretende probar que la Sede Apostlica en algunas ocasiones ha faltado la fe.
Bajo la inspiracin de Lutero y de Carlstadt se imprimen libelos destinados sublevar la
Alemania contra Roma, alumbrar el fuego del odio contra el pontificado, se pretende que
san Pedro no ha estado jamas en la capital del Catolicismo, que el cetro romano corresponde
al emperador de Alemania.
XIII.
Carta de Lutero Len X.
Lutero haba andado ya grandsimo trecho en la senda de perdicin y con l lo haba andado tambin una buena parte de la Alemania.
Tres aos antes, si el P . Martin se hubiese atrevido decir que el Papa era el Antecristo,
al desgraciado agustino se le hubiese considerado poco menos que como un loco; ahora no
slo se le escucha sino que se le aplaude.
E s t visto, dice todo el que quiere oirle, el Papa es el Antecristo que el mundo espera.
Esta frase Lutero la repite en todas las formas; m u y pronto de Witemberg resonar en
toda la Sajonia, encontrar eco en todo el pas alemn.
Preguntadle qu es Roma y os contestar vomitando una serie de improperios:
Roma es un hato de locos, de imbciles, de ignorantes, de posesos, de diablos (1)!
Ya no se limita injuriar torpemente al Pontfice, Roma, sino que se subleva contra el
dogma catlico en general.
Publica u n sermn sobre la Eucarista tan plagado de herejas, que el duque Jorge se cree
en el deber de denunciarlo al elector de Sajonia, y el obispo de Misnia expide un decreto que
manda publicar en todas las iglesias, prohibiendo la lectura de aquel sermn.
Lutero ni se retracta ni se justifica. Se limita contestar.
El obispo es u n topo.
Va an ms all. De una sola plumada pretende destruir toda la jerarqua eclesistica.
Todo cristiano es sacerdote. El agua bautismal que nos constituye hijos de Dios nos confiere
los poderes eclesisticos.
Puesto ya suprimir, suprime de una vez cinco Sacramentos.
El mismo Erasmo se escandaliza y exclama:
Quin haba de decir que de un golpe haba Lutero de querer derribar la moral, el dogma, la fe de quince siglos!
Es la ciencia que se emancipa, han dicho sus panegiristas.
Y sin embargo, Lutero se subleva contra la ciencia como contra el papado, como contra
los Sacramentos, como contra el dogma catlico. La filosofa para l es una obra diablica,
llega dudar de si las escuelas tienen para el hombre alguna utilidad.
El pueblo le aplaude y le secunda, es verdad : pero por qu?
Porque ensea que la contricin no es necesaria y la satisfaccin es cosa vana, responde
Erasmo (2).
-*
(1) Spalano, de Vette.
(2) Populus libenter audiebat
mi, 1, XXVI. ep. 28.
T.
II.
exomologesim
supervacuam
esse satisfactionem.
03
E p . Eras-
498
Porque Lutero grita: Estad tranquilos; la sangre de CRISTO basta para obtener la salud
eterna; si la fe no ba abandonado al pecador, el cielo est siempre abierto, aade Calcagnini (1).
No se adhieren Lutero sino porque nos libra de obispos; no se le ama sino porque nos
arranca su jurisdiccin, dice su vez Melancton (2).
Lutero quiere la guerra, y no la que se sostiene por medio de la palabra, de la prensa; no
la lucha de las doctrinas; no quiere que de una espada se haga una pluma; la palabra de
Dios es una espada, es la guerra, es la ruina, es el escndalo, es la perdicin, es el veneno;
es, como se expresa Amos, el oso en el camino real y la leona en el bosque.
Staupitz, su mismo amigo Staupitz, quien el solo aspecto de Lutero produca una especie de fascinacin, le escribe que se contenga y que no publique su libro de Emendando statu
christianorum,
lleno de herejas y de violencias.
E s tarde, contesta Lutero. Ya no hay ms que hacer sino que el Espritu Santo me empuje... Yo me parezco CRISTO, quien se crucific porque haba dicho: Soy el Rey de los
judos... S que el obispo de Misnia y otros me hacen cargos. Pues bien; yo sabr responderles ; yo no tolerar que errores condenados en el Evangelio sean enseados ni aunque fuese
por ngeles del cielo, con mayor razn por esos dolos de obispos... Qu imbciles esos doctores de Misnia y de Leipsick! Que me dejen tranquilo; porque si me enfadan, yo sabr cubrirles de oprobio... Soy el buque echado en alta m a r ; navego la voluntad de Dios; vislumbro prximas tempestades, si Satans no es encadenado. Qu queris, amigo mo? la palabra
de Dios no marcha jamas sin producir ruido; es la palabra de majestad soberana que hace
grandes maravillas, que retumba en las alturas y entre las nubes y que mata las almas de los
perezosos de Israel. Es indispensable una de dos, renunciar la paz, renunciar la palabra
divina... El Seor vino llevar la guerra y no la paz... Estoy aterrado! Ay de la tierra (3)!
Nuevas visiones aparecen en el cielo; en Viena llamas incendios; yo quisiera contemplarlas; son seales que anuncian mi tragedia (4).
Y qu tiene de particular que el mundo sea perturbado causa de la palabra de Dios?
A la sola noticia del nacimiento de CRISTO no se conmovieron Herdes y su corte? Y al morir el Redentor l tierra y el sol no se oscurecieron?
Que yo lo quiera no, mi saber crece cada da. Hace dos aos que escriba sobre las indulgencias; hoy quisiera poder borrar aquellos libros. Yo entonces estaba bajo la tirana de
Roma... Yo estaba solo para despear aquella roca.
En cuanto Emser, lo mejor ser no contestarle nada, porque es u n hombre del cual
san Pablo ha dicho : Es condenado, huid de l, su aliento mata. Dejad que pase algn
tiempo y yo rogar contra l; yo pedir Dios que le pague segn sus obras ; que muera,
porque vale ms que muera que no que contine blasfemando contra CRISTO... NO quiero que
roguis por este miserable (5).
No es, pues, el telogo que discute, no es el hombre infatuado por su ciencia que se hunde
en el fondo del error, es ya u n furioso que no acierta contenerse. El abismo en que va rodando es tan profundo, que los vrtigos que le causa el contemplar su fondo, dan lugar esa
embriaguez que hace que l, sacerdote de paz, suee slo en espadas, en guerras, en sangre,
que se goce en contemplar ruinas ; que l, ministro de caridad, se niegue rogar por un hermano suyo, desee su muerte y proclame su condenacin.
Despus de la disputa de Leipsick, Miltitz le hizo prometer Lutero que, abandonando
su extraviado camino, escribira la Santa Sede una carta satisfactoria.
El mismo Len X no haba an perdido enteramente todas sus esperanzas de contener, por
(1) Ad salulem et celernilalempromerendam
ftdem et sanguinem
Cltrislisufficre.
Lasciviant
neren), in cedes, in rapias. Paralum eis cmlwn si ftde.s inconcussa maneat. Calcagninus.
(2) Mcl. Ep.
*
(3) Slaupitio, 8 fchr.., de Dette.
(i) Spalatino, 19 mart, de Dette.
(5) Nicol. Hausmann, 26 april. de Dette.
igilur
tomines,
pergrecenlur
in ve-
499
medio de la suavidad y de la dulzura, el incendio que, en Alemania sobre todo, poda presentarse tan imponente, y esta esperanza de Len X apareci fortalecida por lo que el mismo Miltitz le baba dicho.
Ya se supondr cul hubo de ser la sorpresa de Len X , que no tena conocimiento de las
ltimas violencias de Lutero, al encontrarse con que aquel escrito no era una carta; era un desafo, una insultante provocacin dirigida al Jefe de la Iglesia. Juan Huss, Wicleff, los heresiarcas de Oriente no habran suscrito un documento semejante. No haba figurado jamas cosa
igual en los archivos pontificios.
En medio de los monstruos de este siglo, escribe Lutero, con los cuales estoy en guerra
desde hace tres aos, m i pensamiento y mi recuerdo se levantan hacia vos, Santsimo Padre...
Protesto que nunca he hablado de vos sino con honor y respeto. Por ventura no os he llamado
Daniel en la fosa de los leones?... Vos no podrais negrmelo, mi querido Len, esta Sede en
que os sentis aventaja en corrupcin Babilonia y Sodoma ; esta Roma impa es contra la
que yo me he revelado. Me sublevo indignado al ver como bajo vuestro nombre se juega tan torpemente con el pueblo de JESUCRISTO ; esta Roma es la que yo combato y combatir mientras
yo aliente un soplo de vida. No que yo crea, porque esto es imposible, que mis esfuerzos han de
prevalecer contra la turba de aduladores que reinan en vuestra desordenada Babilonia ; pero
encargado de velar sobre la suerte de mis hermanos, no quisiera que fuesen presa de todas las
pestes romanas. Roma es una sentina de corrupcin y de indignidad. Porque es ms claro que
la luz del sol que la Iglesia romana, en otro tiempo la ms casta de todas las iglesias, ha venido
ser hoy una ftida caverna de ladrones, el ms afrentoso dlos lupanares, el trono del pecado,
de la muerte y del infierno, y que en punto malicia sera imposible llegar ms lejos, aun
cuando reinase el mismo Antecristo.
Y vos, Len, os hallis como un cordero en medio de lobos, como Daniel en medio de los
leones, como Ezequiel en medio de los escorpiones. A todos estos monstruos qu eslo que vais
oponer ? Tres cuatro cardenales, hombres de fe y de ciencia: que es esto en medio de un
pueblo de descredos? Si tratarais de remediar tantos males vos morirais envenenado y antes de
haber pensado en el remedio... Los das de Roma estn contados; la clera de Dios sopla sobre
ella. Ella odia los Concilios, ella teme la reforma, ella no quiere que se ponga un freno su furor
de impiedad. Se dir de Roma lo que se ha dicho de su madre:Hemos sealado Babilonia; no
puede ser curada: abandonmosla.
La Sede de Roma no es digna de vos; debera estar ocupada por Satans, quien reina
mucho ms que vos en esta Babilonia... No es verdad que bajo este vasto cielo no h a y nada
ms corrompido, ms inicuo, ms pestilente que Roma? Verdaderamente Roma sobrepuja en
impiedad al turco mismo; fu un da la puerta del cielo, es hoy la garganta del infierno,
que la clera de Dios impide cerrar.
Era preciso poner-el sello aquella serie de insolencias. Lutero haba prometido, no slo
escribir Len X , sino dedicarle u n tratado de mstica. Efectivamente le remite su produccin de la Libertad Cristiana, que no es ms que una serie de negaciones del dogma catlico. Establcese all la justificacin sin las obras, la incompatibilidad de la fe con la obra, que
segn la teora luterana, no son ms que pecado; se sienta all la sujecin de la criatura al
demonio por esfuerzos que haga para evadirse la accin satnica, la encarnacin del pecado
en el hombre por mucho que se esfuerze en elevarse hacia su Criador, aun cuando su pensamiento, desligndose de los lazos de la tierra, se abisme en la contemplacin de los mritos
del Salvador, cuando del fondo del corazn brota ferviente plegaria, cuando saltan de los ojos
ardientes lgrimas del ms cordial arrepentimiento, cuando el apstol se inmola en nombre de
la verdad, cuando el santo se sacrifica por amor sus prjimos, todo, todo es culpa, pecado,
condenacin.
Hay en el hombre, dice, dos hombres, el interior y el exterior; el interior es el alma,
el exterior el cuerpo. E l cuerpo no puede manchar al alma; que el cuerpo beba, coma, que
OO
no niegue de boca, corno bacen los hipcritas, que frecuente los sitios profanos, esto no afecta
al alma. Con tal que el alma tenga la fe no forma ms que una sola cosa con el CRISTO ; es el
esposo con la esposa.
Es la misma idea desarrollada en su libro titulado Cautividad de la Iglesia en Babilonia.
As, pues, dice en este libro, t ves cuan rico es el cristiano; aun querindolo no puede
perder la salvacin, sean cuales sean sus pecados, no ser que se resistiera creer. No hay
clase alguna de pecado que pueda condenarle, sino la incredulidad (1).
Como si el pensamiento no quedara an bastante expresado, se entretiene en l para
darle ms fuerza, escribiendo Melancton:
S pecador, le dice, y peca fuertemente, pero confa ms fuertemente y algrate en
CRISTO
(2).
XIV.
Lutero pretende contestar la Bula de Len X con otra Bula.
Pocos hombres han sido tan amantes de la paz como Len X . Ascendido al trono pontificio tras de una poca de lucha, estaba en disposicin de apreciar en la calma de la paz las
ruinas que se amontonaran durante una poca de guerra.
Con su alma de artista Len vea con placer el desarrollo artstico de su poca y haba de
lamentar que funestas disensiones vinieran contener los hombres de inspiracin en su
magnfico vuelo.
El cisma se presentaba su imaginacin como un fantasma terrible que l hubiera deseado
poder conjurar. l ve al lado de Lutero la Sajonia; Len X , que todos los das al ponerse
el sol congregaba en torno suyo los poetas, los literatos, los humanistas para gozar en
su agradable conversacin, haba amado con particular predileccin aquella Sajonia, donde
las letras tenan tan aventajados cultivadores.
Lanzar solemnemente el anatema contra Lutero y los que le seguan fu para Len X un
deber penoso, pero un deber al fin; y Len X no vacila nunca al tratarse de cumplir con sus
obligaciones de Pontfice.
Haba estado esperando tres largos aos. Durante este tiempo el gran Papa lo haba agotado
todo, mediacin de personas afectas Lutero, halagos, amenazas.
Era ya lo de Lutero una defeccin pblica que arrancaba lgrimas todos los buenos hi(1) Etiam volens non poesl perder sakttem suam quantiscumquepeccatis,
damnare, nisi sola incredulilas.De
Capt. Bab. t. II.
(2)
(3)
(4)
nisi nolit
credere. Nidia
21 aug. 11(21.
enim peeeala
eumpossunt
501
jos de la Iglesia. Len X haba de dar justa satisfaccin aquellas lgrimas. La provocacin,
la declaracin de guerra parti de Lutero; el pontificado, la Iglesia puede decir muy alto ante
la historia que si el cisma estall al fin la responsabilidad cae toda sobre sus promovedores,
que acabaron por agotar toda la paciencia del pontificado.
Len X abre el Evangelio y en cada captulo, en cada lnea ve la condenacin de L u tero.
Frente frente del libro de Dios y con su conciencia de Pontfice se persuade de que la
misericordia ha cumplido con todo su deber y que es llegada la hora de que cumpla con el
suyo la justicia.
Len X llama los cardenales, se asesora con ellos, y el 15 de junio de 1520 lanza la Bula
de excomunin.
Lamntase en ella Len X de los insultos dirigidos contra la majestad del pontificado,
del lenguaje de injurias que, falta de razones, sale de boca de los falsos reformadores.
Vemos con dolor, dice, que algunos doctores temerarios, cuyo entendimiento ciega el
padre de la mentira, tuercen las palabras de la sagrada Escritura sentidos perversos... por
manera que no es ya en sus manos Evangelio de CRISTO, sino Evangelio del hombre...
Qujase el Sumo Pontfice de que se evoquen los errores de los griegos y los bohemios
ya condenados por los Concilios y Constituciones de sus antecesores, y expresa su hondo pesar
al ver nacer la nueva hereja en el seno de la /Alemania la que los papas, y l en particular, han amado tan cariosamente, porque han visto en la Alemania un escudo para la Iglesia, para su doctrina y para su libertad.
En fin, contina, el deber de nuestro cargo pastoral no nos permite disimular por ms
tiempo: nos vemos obligados anatematizar cuarenta y una proposiciones sacadas de los escritos de Lutero. Conformndonos con el parecer de los cardenales, generales de rdenes religiosas, telogos y canonistas, las hallamos dignas de censura: las condenamos como respectivamente herticas,, escandalosas, falsas, mal sonantes para los fieles y contrarias la fe c a tlica.
La Bula reproduce las cuarenta y una proposiciones de Lutero relativas al pecado original , la penitencia, la remisin de los pecados, la comunin, las indulgencias, la
excomunin, la potestad pontificia, la autoridad de los Concilios, las buenas obras, al
libre albedro, al purgatorio, las rdenes mendicantes, haciendo sobre cada una de ellas un
concienzudo escrutinio.
Aun en medi de los rigores de la justicia, el Papa hace brillar las bellas claridades de
la misericordia: le concede Lutero sesenta das para abjurar sus errores.
La Alemania en general y en particular la Sajonia se extremeci al recibir la Bula. E n
los primeros momentos el mismo Lutero pareca espantarse de su obra. Durante muchos
das la Bula no le dej un momento de tranquilidad: en la universidad de Wittemberg, en el
retiro de su celda, en las agitaciones mismas de su borrascosa vida, en todas partes le atormentaba la idea de la Bula.
Apel en u n principio al recurso de negar su autenticidad, considerndola como apcrifa;
pero tena que escribir Spalatino :
Yo bien s que la bula es una verdad.
Esta crisis termin como terminaban siempre en Lutero, enfurecindose contra el Papa.
Si Csar fuese un hombre, dijo en uno de sus arrebatos, se levantara en nombre de
CRISTO contra todos estos Satanes.
Resuelve contestar la Bula y va hacerlo, segn su costumbre, valindose de los trminos ms indignos. Fuera de s de encono, mancha con la hil de una clera que no sabe
reprimir cada una de las lneas del desgraciado documento.
La admirable Bula de Len, aun prescindiendo de su carcter dogmtico y limitndonos
considerarla por las cualidades de su redaccin, es u n modelo de buen lenguaje; consideran-
502
dola, por el lado humano y como'obra literaria, es'un elocuentsimo testimonio de la regeneracin latina que haba tenido lugar en Roma en aquella poca. Los mismos alemanes tienen
que reconocer que hay all una cadencia en la frase, una armona en los perodos que ninguno de ellos est en aptitud de imitar.
Como marcando la solemnidad de aquel momento histrico en que se abre para la Iglesia
un nuevo perodo de-luchas, vese en aquella Bula al Padre celestial levantndose con gran
majestad para acoger los gemidos de la Iglesia, que le suplica la libre del jabal que desoa el
bosque del Seor, uniendo san Pedro sus splicas las de esa Iglesia cuyas primeras piedras
l reg con su sangre y cuya hermosura quisieran manchar maestros de mentira cual lengua es carbn ardiente, que con su boca destilan veneno y muerte. Figura all san Pablo que,
con aquel espritu tan vigoroso que le distingua, viene defender su obra contra el nuevo
Porfirio que se ceba en los pontfices muertos en la fe, como el viejo Porfirio clavaba su diente
en los santos de Dios. Aparece por fin entre luminosa nube la Iglesia universal, los coros de
ngeles, los profetas de la ley A n t i g u a ; los apstoles, mrtires y doctores de la Nueva,
que, con las manos extendidas hacia el trono del Cordero, piden Dios conserve su grey la
paz y la unidad.
Y lo que all admira an ms que la belleza de las formas y la sublimidad del estilo es la
generosidad del Sumo Pontfice, que si tiene que castigar al hijo rebelde, est dispuesto acoger al arrepentido. Que el culpable pida perdn y el velo del olvido cubrir para siempre las
faltas de lo pasado; que Lutero vaya la capital del Catolicismo, que se persuada de que
Roma no es Sodoma ni es Babilonia. Len X empea su palabra como salvo-conducto, y l
mismo recibir su abjuracin, no con los rigores de un j u e z , sino con la bondad de un padre. Si dada su pobreza de monje Lutero le faltan recursos para ir Roma, Len X se encargar de los gastos del viaje.
E l contraste que con este documento ofrece la contestacin de Lutero no puede ser ms
completo. l trata su vez de fulminar su Bula. Es digna de figurar como primera pgina de
la historia del protestantismo; es un testimonio ms del espritu que animaba esos reformadores.
Escuchemos como habla el pontfice de la nueva secta.
Se me dice, que se ha lanzado contra m una Bula.
Yo al autor de esta Bula le tengo por el Antecristo; esta Bula yo la maldigo como una
blasfemia contra el CRISTO, Hijo de Dios, Amen.
Yo reconozco, yo proclamo en mi alma y en mi conciencia como verdades los artculos
que la Bula condena; todo cristiano que acepte esta infame Bula, yo le declaro merecedor
de los tormentos del infierno. Esta es la manera como yo me retracto.
Pero d m e , ignorantsimo Antecristo, eres tan irracional que creas que la humanidad va dejarse intimidar?... entonces ya no habra mulo, asno, topo... que no hiciese el
oficio de juez.
A h , bulistas! No temis que la piedra y la madera suden sangre al ruido de las
abominaciones que vosotros.vomitis? Y vosotros, emperadores, dnde estis? Dnde vosotros, reyes y prncipes de la tierra? Disteis vuestro nombre JESS en el bautismo y toleris
esta voz trtara del Antecristo? Dnde estis vosotros, doctores? Dnde estis vosotros, obispos? Vosotros todos que predicis el Cristianismo guardaris silencio ante un prodigio tal
de impiedad? Infortunada Iglesia que ha venido ser presa de Satans! Miserables que
vivs en este siglo! H aqu, h aqu que viene la ira de Dios sobre todo lo que lleva el nombre de papista. Len X , vosotros todos, monseores los cardenales, yo os lo digo
la cara, escuchad: si sois vosotros los que habis hecho esta Bula, yo uso del poder que
Dios me ha dado en el bautismo instituyndome en hijo y heredero suyo. Apoyado en esta
roca, que no teme las puertas del infierno, ante el cielo, ante la tierra, yo os lo repito: volved
Dios, renunciad vuestras satnicas blasfemias contra JESUCRISTO.
503
En todo este escrito se ve que Lutero la ira le ahoga; por esto acude las frases ms indignas, por esto no se detiene hasta provocar la guerra contra la Iglesia de CRISTO. A su encono ya no bastan palabras; necesita sangre; h aqu por que apela los emperadores, los
reyes, fin de que la Bula de Len X la rasguen con sus espadas.
Hutten se presta hacer coro con Lutero.
Trata tambin de sublevar la Germania contra Roma, se burla torpemente del Papa y
Len le apoda llamndole X .
Eres t , X , escribe, quien ha robado la Germania; como eres un tirano, el Evangelio
siempre te ha disgustado... A qu llamas libertad de la Iglesia?... Aqu no hay otro hereje
ms que t . . . T tratas de ser Len para con nosotros y quisieras devorarnos; no olvides que
si mi pas no le bastan sus guilas tambin nutrir contra t leones.
Tras de esto Hutten recomienda que se arme un ejrcito que vaya echarse sobre Len X .
'
XV.
Lutero quemando la Bula.
Y aquellos nobles degradados, aquellos electores medio ebrios, aquellos religiosos escapados de sus conventos, aquellos escolares que haban quemado Aristteles en efigie, todos se
unan para aplaudir los ms brutales arranques.
Por lo que acabamos de consignar puede venirse en conocimiento de la manera como Eck
encontraba preparados los alemanes.
E n Erfurt Eck se le recibi con torpes burlas, de suerte que se vio en la precisin de
no aparecer en pblico. Los estudiantes pudieron hacerse con un ejemplar del documento
pontificio. Uno de ellos lo levant gritando:
Bulla est, in aqua natet.
A lo que contestaron con fuertes chillidos:
In aqua natet; y la echaron al agua.
E n Leipsick la Bula fu rasgada, lo propio que en Torgau.
E n Deblin se levanta una especie de cadalso donde es colgado el documento pontificio.
E n Magdeburgo se la pega al libro de Emser y se la arroja in milico, infamia} loco con
esta inscripcin:
<r
Este es el lugar digno de este libro.
No se arredr Eck por estos atentados. Dispuesto cumplir con su misin, la Bula fu
presentada los obispos de Misnia, de Merseburgo, de Brandeburgo. E n Colonia, Maguncia,
Alberstadt, Freisnigen, Eichstadt, pudo promulgarse pacficamente.
Lutero espera la llegada oficial de la Bula, fin de repetir lo que hizo Jernimo de Praga
al tener noticia de la sentencia del Concilio de Constanza contra Juan Huss, atentado que el
doctor cree poder verificar con toda impunidad durante la ausencia del elector de Sajonia.
E n efecto, el 10 de diciembre elevbase en Wittemberg, junto la puerta Oriental, una
vasta hoguera. E n rededor haba multitud de bancos dispuestos en forma de gradera (1).
A las nueve de la maana compareci una numerosa turba de estudiantes de la universidad, entre los que haba algunos catedrticos y grandes masas de pueblo, que esperaban ansiosos el espectculo que Lutero les haba prometido el da antes.
Al poco rato se presenta el Reformador con traje acadmico, trayendo debajo del brazo las
decretales de los papas, las constituciones llamadas Extravagantes y ostentando, de una manera visible, la bula de Len X impresa en grandes caracteres.
Tras de l venan otros cargados con los escritos de Emser, de Eck, de Prierias, de todos
los que haban sostenido discusiones con Lutero.
Al comparecer el doctor estallaron ruidosos gritos de alegra. Lutero con la mano hace
seal de silencio.
Llama un bedel de la universidad de Wittemberg para que pegue fuego la hoguera.
A la luz de la llama que se eleva grande altura, Lutero levanta la Bula para que la vea el
pueblo, y la echa al fuego gritando:
T has perturbado la casa de Dios; vas ser echada, pues, al fuego eterno (2).
Las turbas contestaron coro:
Amen!
Y el populacho empez rodear la hoguera volviendo arrojar con frenes las llamas
las humeantes hojas que haca volar el viento, y repitiendo grandes gritos:
V i v a Lutero! Abajo los papistas! Una misa para la pobre Bula!
Poco despus Lutero anunciaba al mundo cristiano aquella hazaa como un general anuncia una victoria.*
En el ao de JESUCRISTO M D X X , el X de diciembre, las nueve horas de su maana,
han sido quemados en Wittemberg, en la puerta Oriental, ante la iglesia de Santa Cruz, todos
los libros del Papa, los rescriptos, las decretales de Clemente V I , las Extravagantes y la nueva
(1)
Op. Luth.
(2)
Halle.
f();
Bula de Len X , junto con la Suma del ngel de las escuelas, el Crysopraso de Eck y otros
escritos del propio autor, como tambin de Emser.
IIOSSUET.
iOG
XVI.
La dieta de Worms.
Al ser coronado emperador de Alemania el joven Carlos V , adelntesele el arzobispo de
Colonia, vestido de pontifical, para preguntarle en alta voz:
Prometis trabajar sinceramente en el triunfo de la Iglesia catlica?
El Emperador hizo una seal afirmativa.
Prometis, volvi preguntarle el Arzobispo, defender y ampararlas iglesias de Alemania?
Carlos volvi contestar con un signo de afirmacin.
Prometis sostener lealmente los intereses del imperio?
E l joven monarca contest con la misma seal.
Prometis, insisti preguntando por ltima vez el Prelado, rendir al Pontfice de Roma
la obediencia que le es debida?
A esta ltima pregunta Carlos V ya no se limita contestar con una inclinacin de cabeza, sino que levantando la mano y ponindola sobre la mesa del altar en el lado del Evangelio, dice con voz clara y majestuosa :
Tambin lo prometo, y cuento para cumplir con mi promesa con la ayuda de Dios y
de los cristianos: Que Dios y sus Santos me protejan!
Fiel su palabra, Carlos V, algunos meses despus de su coronacin, convocaba una dieta
en Worms fin de oponerse la actitud que Lutero vena tomando contra la Iglesia.
Aleandro asisti la dieta como embajador de Len X .
El enviado pontificio tom la palabra, y ocupndose de la rebelin de Lutero, dijo :
...Dejemos esta loca doctrina de Lutero que afirma que est prohibido resistir los turcos, porque Dios nos visita por medio de los infieles; lo que equivale pretender que en una
enfermedad est vedado acudir la medicina, porque si Dios nos enva enfermedades es para
purgar nuestras faltas. No os admira ese corazn de Lutero que preferira ver la Alemania destrozada por los perros de Constantinopla, que guardada por el Pastor de Roma?
Os acabo de hablar de Roma, de esa Roma cuya tirana tanto pesa Lutero. Roma, seg n l, es el pas dlos hipcritas; esto supone que Roma es tambin el pas dlas virtudes:
no se fabrica oro falso en un pueblo donde el oro de ley no tenga u n alto precio.
Lutero contina:El Papa ha usurpado la primaca que se arroga. Usurpado? Y cmo?
Es con las falanges de Alejandro, la espada de Csar el hacha del verdugo? Qu!To1
(1)
quoque,
eoncremaretur.lMi.
Op.
507
dos estos pueblos que hablan diversidad de idiomas, que viven bajo distinto cielo, de origen
y costumbres distintas, con intereses que se chocan, se habran puesto de acuerdo para reconocer como Vicario de CRISTO un pobre sacerdote sin poder, sin otro patrimonio que un rincn
de tierra; y los obispos habran inclinado sus mitras, los reyes sus coronas, si la antigua tradicin no les hubiese enseado que estos homenajes de obediencia, de fe, se dirigan al heredero de Pedro; que en esto no hacan ms que ejecutar el testamento del Hijo de Dios ? Pero
supongamos que el CRISTO abandona su Iglesia, que esta asamblea, herida de vrtigo, despoja al pontificado de su primaca: destruida sta cmo gobernar la Iglesia? Cada obispo,
diris vosotros, ser soberano absoluto en su dicesis. Entonces en vez de lo que se llama una
tirana, h aqu mil tiranas que vosotros mismos os apresuraris destruir; aqu tenis la anarqua entrando en el templo del Seor, aqu tenis la corona echada cualquier barn que posea un castillo. Se aade: Sobre los obispos reinar el Concilio: obispos, bajad la cabeza! Ser
este sin duda un Concilio permanente; y entonces dnde estarn los pastores? Lejos de sus
rebaos. Y disuelto el Concilio, quin acudir para proporcionar los remedios que la comunidad reclame? A la autoridad seglar? Entonces tenis el poder temporal invadiendo la Iglesia.
Quin convocar el Concilio? Quin lo presidir? Ya veis que cada cuestin est preada
de perturbaciones, de revueltas, de inquietudes. Qu barahunda de leyes, de ritos, de doctrinas va salir de un concilibulo semejante en que cada fiel pretender que su obispo ha
sido el que ha sostenido la integridad de la fe! Muy pronto en semejante poliarqua veris
los prrocos envidiar el poder los obispos, los sacerdotes el de los prrocos; entonces ser
cuando surgir aquella Babilonia que Lutero coloca insolentemente en su Roma moderna.
Se opone este supremo argumento:Cmo se viva en los primeros siglos de la Iglesia
cuando el poder de los papas distaba mucho de ser tan grande? Con semejante argumento tendramos que preguntar nuestra vez:Cmo el hombre ha cesado de alimentarse de bellotas y las hijas de los reyes de lavar sus vestidos? Quin no sabe que el cuerpo poltico se parece al cuerpo humano, que el siglo avanza con la edad, que el adolescente no lleva los vestidos de la infancia?
...Vuestros vecinos mismos, que han patrocinado el error , aplaudiran el que tomarais
medidas enrgicas; porque si puede verse con gusto que la fiebre descienda en la casa del enemigo, no se mira con placer que se enseoree de ella la peste... Si no tomis la podadera, yo
veo este rbol de Nabucodonosor extender sus ramas, desarrollarse, ahogar la via de JESUCRISTO ; entonces la hereja acabar por hacer de la Germania lo que la espada de Mahoma
hizo del Asia.
Aleandro aade que l no pretende en manera alguna pedir la sangre del heresiarca.
El elector de Sajonia, despus de protestar su adhesin las enseanzas de Roma y su
antipata por las doctrinas de Lutero, expres su deseo de que al monje se le proveyese de un
salvo-conducto y se le ordenase presentarse ante la asamblea.
Aleandro contest que el Papa haba dicho ya la ltima palabra, que para los catlicos
no era tiempo de discutir, sino de obedecer. Unironse su opinin varios individuos de la
asamblea, los cuales crean que el brazo seglar deba apelar la fuerza para proteger la accin del poder religioso; de lo contrario, sera preciso desenvainar la espada, no contra un
hombre slo, sino contra una rebelin organizada.
La resolucin que se adopt fu la de llamar Lutero.
El mandato imperial deca ste :
... Poneos inmediatamente en camino, fin de que, los veinte das despus de la recepcin de este mandato, podis comparecer ante nosotros y los Estados. No tenis que temer
ni violencias ni emboscadas. Queremos que contis vos con nuestra palabra, as como contamos nosotros con vuestra obediencia.
Saba perfectamente Lutero que con ir Worms no corra su persona el menor peligro..
No en vano Carlos V empeaba su palabra de honor. Por otra parte, Carlos era bastante j-
508.
ven para no distinguirse por esos arranques de generosidad con que quiere acreditarse un
nuevo reinado. Sin embargo, Lutero, que de lo que trataba era de darse importancia, creyla
ocasin propicia para que aquellos ilusos, que ya le tenan como profeta, le venerasen en lo
sucesivo como mrtir.
Si quieren matarme, dijo al recibir el mandato, ir Worms; pero nunca me retractar (1).
Mientras Lutero, no contento con un salvo-conducto, se procura dos, uno de un emperador y otro de un elector, dice sus amigos :
S que el santsimo adversario de CRISTO sale mi encuentro con todas sus fuerzas para
tomar mi sangre. Amen. Hgase la voluntad de Dios. Viviendo, les desafo esos ministros
d Satans; muriendo, les arrastrar conmigo la tumba.".. Trabajan para que me retracte; est
bien; me retractar, pues, y dir:Yo sostuve un da que el Papa era vicario de CRISTO; boy
me retracto y digo:El Papa es el apstol del diablo (2).
Emprende Lutero su viaje; pero esta vez ya no es pi, con un hbito viejo y su bastn
en la mano. Sale de Wittemberg en un carruaje que le proporciona el Senado, acompandole sus abogados, sus consejeros y precedido de S t u r m , que, caballero en brioso caballo,
ostenta las insignias de los heraldos de armas.
Sus amigos se encargan de proporcionarle una ovacin en los puntos por donde debe pasar. Numerosas masas salen su encuentro; unos se descubren ante l, otros le estrechan la
mano.
E n algn punto parece que el heraldo de armas abriga alguna inquietud: Lutero, sacudiendo la cabeza, le grita :
Adelante! Yo ir adonde se me llama, aun cuando entre Witemberg y Worms se hubiese encendido una hoguera cuyas llamas tocasen al cielo.
A dos millas de Erfurt salen recibirle Juan Croto, rector, y Helio Eobano Heso, profesor de retrica, acompaados de ms de cuarenta caballeros.
Al divisar el pequeo convento de Agustinos, donde algunos aos antes haba vestido el
hbito de su Orden, sinti que se le oprima el corazn. Vnole a l a memoria que all abri l
por primera vez la Biblia en das ms felices, all sinti el encanto de la historia de Ana y de
Samuel; record que cerca de all haba visto caer sus pies, carbonizado por el rayo,' su
amigo Alejo. E n aquel sitio, Lutero, embelesado, escuchaba los sencillos cantares de los paisanos en la noche de Navidad en poca en que los misterios de la Religin guardaban para
l su celestial poesa; all estaba su celda donde or un da lleno de fe, el jardn donde admir la belleza de Dios en sus obras, la modesta mesa donde estudi los clsicos.
Con pi vacilante, con actitud temblorosa, sin saber ocultar su agitacin, Lutero entra en
el convento. Senta all como dos fuerzas en lucha, una de atraccin, otra de repulsin; los
encantos del pasado que le llamaban hacia aquel lugar donde respir una atmsfera embalsamada por los aromas de una juventud fervorosa y casta; los remordimientos del presente que
le hacan aquel sitio insufrible.
Lutero necesita ms valor para pasearse por aquel claustro que para comparecer ante
Carlos V en la dieta de Worms. Cada imagen, cada una de las piedras se levanta para l como
un fantasma aterrador que le reprende por su conducta. Al entrar all por primera vez era
ferviente catlico'; entonces no era ms que un apstata.
A la cada de la tarde se le llev visitar la tumba de un monje quien l conoci en
otro tiempo, muerto en la paz del Seor. Lutero se detiene, clava su mirada en aquel atad,
y de sus trmulos labios escapa esta confesin ante uno de los religiosos que le acompaan:
Ya lo veis, padre mo; l reposa aqu en paz,.y y o . . .
Lutero no pudo terminar la frase. Sus ojos se levantaron buscando el cielo.
'
(1)
De W'cltc.
(2)
Papam
vicarium,
diaboli.De-WcUc.
09
Al dejrsele en la celda que se le haba destinado, Lutero sale de ella para volver hacia
aquella tumba. Hay all algo de sombro que est en armona con las sombras de su alma.
Solo, ala plida luz de una lmpara que se extingue, Lutero se sienta sobre la fra losa y se
entrega all la meditacin por espacio de una hora. Cuando la campana del convento dio
la seal para ir acostarse, Lutero ni siquiera la oy, tan abismado estaba en sus lgubres
meditaciones.
Al da siguiente quiso predicar, contraviniendo las rdenes dadas por el Emperador.
Hallbase la iglesia atestada de gente. E n medio del sermn, una parte exterior de las
paredes del templo se vino bajo con grande estrpito. El auditorio huye aterrado, como si
viera en aquel hecho la clera de Dios que iba castigarles todos. Lutero les detiene para
que oigan su ltima palabra, y les dice:
Esto no es ms que la obra del demonio, que quiere impediros el que oigis la palabra de Dios que yo os anuncio.
Lutero no termin su sermn sin que antes se deshiciera en terribles diatribas contra los
religiosos.
No pas por Erfurt el doctor sin dejar huella.
Pocas semanas despus el populacho se echaba enfurecido sobre las casas de los cannigos, rompiendo cuanto le vena mano, libros, imgenes, cuadros, muebles, y echando al
viento la pluma de sus camas, que caa por las calles manera de nieve.
Al pasar por Eisenach, Lutero tuvo que lanzar una mirada la habitacin de la buena
Cotta. Esta vez le vinieron las lgrimas los ojos. Cuan diferente era Martin de aquellos
das en que preguntaba el Catecismo al hijo de la bondadosa mujer!
Por el camino se le mand el retrato de Savonarola. Lutero bes la imagen del hombre
quien calificaba de mrtir.
Desde Francfort escribi sus amigos de Wittemberg una carta que terminaba diciendo:
Vive CRISTO, ir Worms para desafiar las puertas del infierno!
Al encontrarse la vista de Worms, el doctor se apercibe de u n aldeano que iba plantar
un olmo.
Dmelo, le dice; quiero ser yo quien lo clave en la tierra; que mi doctrina crezca como
las ramas de este rbol.
En 1 8 1 1 , el rayo, cayendo sobre aquel olmo, le despoj de su verde corona. Haca muchos
aos quedos mismos hijos de Lutero haban destruido de raz las doctrinas predicadas por
ste. Del protestantismo, tal como lo concibi Lutero, no haban pasado dos generaciones y ya
no quedaba nada.
En las puertas de Worms el bufn del duque de Baviera le esperaba con una cruz en la
mano y una vela encendida en la otra. Al verle dijo gritando:
Ecce adveni qicem expectamus in tenebris.
Los partidarios del doctor sonrieron satisfechos, y dijeron:
La verdad est en boca de los nios y de los locos.
En Worms sus amigos le hicieron una ovacin.
Era el 16 de abril. Abriendo la marcha iba el heraldo imperial en traje de ceremonia.
Tras de l seguan varios nobles montados caballo, y una multitud de pueblo corra en
torno del carruaje en que se hallaba el doctor.
Llegado su alojamiento, recibi la visita del feld mariscal Ulrico de Pappenheim, la del
duque Guillermo de Brunswick, la del conde Guillermo de H e n n e b e r g y la del landgrave Felipe de Hesse.
Hallndose en conversacin con el landgrave, ste le pregunt:
Y bien, mi querido doctor, cmo anda esto?
Muy bien, amable caballero, contest el agustino, espero q u e , ayudando Dios, todo
marchar.
SIO
Me han dicho, doctor, aadi el prncipe, que vos enseis que una joven puede dejar
un marido demasiado maduro para tomar otro ms verde.
Ante estas palabras, que olan demasiado cuartel, Lutero se sonri dicindole:
M i amable seor, esto no es as; han engaado Vuestra Gracia; nunca ense semejante cosa.
Hasta entonces, efectivamente, Lutero no lo haba enseado. Esto haba de venir ms
adelante.
La.primera noche que estuvo en Worms Lutero dist mucho de manifestar la calma del
mrtir de que hasta entonces se vena envaneciendo. Aquella noche la pas en la ventana
de su habitacin lanzando al cielo vagas y sombras miradas.
Al da siguiente Ulrico de Pappenheim, precedido del heraldo de armas, se present
Lutero para ordenarle, en nombre del Emperador, que las cuatro de la tarde compareciese
ante Su Majestad, los prncipes, los electores, los generales y los jefes de las rdenes del
imperio. El monje respondi:
Hgase la voluntad de Dios: obedecer.
A la hora sealada Lutero se dirige al sitio donde se celebra la dieta. El jefe de los guardias de Carlos V, Jorge Frunsberg, ponindole la mano en los hombros, le dijo:
Vamos, fraile, fe de caballero, te digo que es bizarra campaa la que vas dar; ni
yo, ni ninguno de mis oficiales hemos dado otra igual y esto que somos hombres de historia.
Si ests seguro de t y de tu derecho, adelante.
Adelante, pues! dijo Lutero levantando la cabeza con altanera y fijando la mirada en
su interlocutor.
Carlos V sentbase con majestad en su trono con su muceta de armio, con. su gorra de
plumas, ostentando su toisn de oro, que penda de un collar de perlas. Al pi del trono, en
magnficos sillones de terciopelo carmes, haba el cardenal Caracciolo, vestido de sotana encarnada, y el cardenal Aleandro con traje morado, dando su aspecto un carcter imponente
su larga barba terminada en p u n t a , conforme se usaba en la corte de Julio I I .
A la diestra del Emperador hallbanse los dos electores eclesisticos: Alberto, arzobispo
de Maguncia, cardenal de la Iglesia romana, y Ricardo de Greiffenklau, arzobispo de Trveris; la izquierda los cuatro electores, con manto de terciopelo bordado de armio, y junto
Carlos, J u a n de Eck, oficial del Arzobispado de Trveris, y orador del imperio, el cual estaba
hojeando folletos de distintos tamaos colocados sobre una pequea mesa. Por su rasurada
cabeza y su cordn arrastrando hasta el suelo reconocase al franciscano Glapion, confesor de
Carlos V. Tres heraldos de armas, puestos de frente, sostenan, el uno la mano de la justicia,
el otro la espada imperial y el tercero una corona de oro que remataba en una cruz latina.
A uno y otro lado veanse los caballeros que representaban las distintas rdenes de la nobleza
alemana, con su cuerpo aprisionado dentro de corazas de acero; monjes de varias clases ostentando hbitos de diversas formas y colores, y formando el cortejo del monarca varios miembros de la grandeza espaola con sus ricas casacas, multitud de juristas con el libro de las
constituciones imperiales en la mano, obispos que se hablaban al odo, ensendose la antibula, algunos telogos y burgomaestres.
Era un da completamente sereno. Al travs de los ventanales del saln el sol derramaba
deslumbrantes rayos de luz, que daba mayor brillantez las joyas que ostentaban sobre sus
pechos varios de los asistentes.
Al oirse los pasos de Lutero que se acercaba, todo el mundo se puso en silencio; era una
de aquellas horas en que el hombre, aun estando en medio de una muchedumbre, slo percibe las pulsaciones de su corazn precipitadas por la ansiedad.
Al presentarse Lutero, desde el Emperador hasta el ltimo guardia todos clavaron en l
su mirada.
El doctor se adelanta con paso majestuoso.
Bit
Apenas hubo entrado, percibise u n rumor confuso que comunic al agustino cierta i n tranquilidad. Lutero se pas la mano por la frente como para serenarse.
Algunos amigos adivinaron su situacin algo angustiosa, y acercndose al monje le dijeron al odo:
Valor, hermano! No temis aquellos que pueden matar solamente el cuerpo; temed
Aquel que puede echar el cuerpo y el alma al tormento eterno.
No falt u n caballero que se adelantase exclamar en voz bastante perceptible:
No pienses en lo que debes decir; el Seor te inspirar.
Lutero se reanima y saluda con la cabeza los que le hablan en seal de mutua inteligencia.
El jurista Juan Eck, distinto del telogo E c k , quien llevamos hecha referencia, en su
carcter de oficial del arzobispado de Trveris, se levanta y principia el interrogatorio, p r i mero en latin y despus en alemn.
Martin Lutero, su sagrada invencible Majestad, conforme al dictamen de las rdenes del imperio, os ha citado aqu para que respondis las dos preguntas que voy dirigiros:Reconocis ser vos el autor de los escritos publicados bajo vuestro nombre, y que estn aqu? Consents en retractar algunas de las doctrinas que en ellos se ensean?
Iba contestar el interpelado, cuando el jurista Jernimo Schurf, profesor de lgica de la
universidad de Wittemberg, asesor de Lutero, pidi que se citase antes el ttulo de las obras.
El oficial fu tomndolas una una y leyendo los diferentes ttulos: Comentarios sobre
los Salmos; Be las buenas obras; Exgesis sobre la oracin dominical; Libro del Cautiverio
de la Iglesia en Babilonia.
Cada vez que se citaba uno de estos libros, Lutero responda afirmativamente con un movimiento de cabeza.
Terminado el catlogo, Lutero se levant de su sitial para decir:
Su Majestad me ha hecho dirigir dos preguntas: Respecto la primera, no puedo dejar de reconocer como escritas por m las obras cuyos ttulos se acaban de leer; nunca n e gar que son mas. Respecto la pregunta de si consiento no en retractar las doctrinas que
estas obras contienen, cuestin de fe en que estn interesadas mi salvacin eterna y la libre
expresin de la palabra divina, palabra que no reconoce nada ms alto que ella ni en la tierra
ni en el cielo, y que todos debemos adorar, seamos quien seamos, sera para m temerario y
peligroso contestar inmediatamente sin haber antes meditado la respuesta en silencio, fin
de no incurrir en la sentencia de JESUCRISTO: Aquel que me negare delante de los hombres,
yo le negar delante de mi Padre que est en los cielos. Suplico, pues, Vuestra Majestad
que me conceda el tiempo necesario para responder con todo conocimiento de causa.
En estas palabras se ve una vacilacin que no se explica dados los alardes de Lutero.
Desprndese de ah que distaba mucho de ser hecho de la madera de los hroes. Por ventura
esta respuesta no tuvo tiempo de sobras para meditarla cuando l saba, desde que se le cit
para que compareciese en Worms, que all se le pedira su retractacin?
Algunos ilusos, que queran hacer del agustino un hombre inspirado, se vieron contrariados por estas palabras; los espaoles sonrieron, los nuncios se hablaron al odo, los telogos
catlicos menearon la cabeza.
Carlos V , mirndole con actitud de lstima, dijo los de su lado:
Lo que es este hombre no va hacerme m hereje.
Se procedi deliberar.
Luego, levantndose nuevamente el oficial, dijo:
Martin Lutero, aunque conocais muy de antemano el mensaje de Su Majestad Imperial y el objeto de vuestra citacin ante la dieta, de suerte que se os pudiera negar el
plazo que demandis, no obstante, la clemencia insigne del soberano tiene bien concederos
un da para preparar vuestra respuesta. Compareceris, pues, maana la misma hora.
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tarla, puesto que rechazaba su arbitrio, no slo versculos captulos que no le acomodaban,
sino hasta libros enteros.
Para que comprendamos la autoridad que para l tena la Biblia, oigmosle hablar
de ella.
Se ocupa del Pentateuco, y dice :
No quiero ver ni oir Moiss; lo dejo los judos. Moiss vivi para los solos judos, y
nada tienen que ver con l ni los paganos ni los cristianos... Moiss es el modelo de todos los
verdugos y nadie le aventaja al tratarse de aterrorizar, tiranizar hacer padecer.
Se habla del Eclesiastes, y Lutero entonces dice:
Es un libro truncado; no tiene botas ni espuelas; monta con zapatos nada ms.
VLTAlliE.
Versa la cuestin sobre el libro de Judit de Tobas, y el heresiarca emite su opinin diciendo :
m Judit me hace el efecto de una tragedia en que se pone de manifiesto el fin de
todos los tiranos; en cuanto Tobas, se me figura una comedia en que salen muchas mujeres
y otras cosas que no hacen al caso.
Acerca el Eclesistico se expresa as:
El autor sera un buen jurista; pero ni es profeta ni sabe nada absolutamente del CRISTO.
Al libro II de los Macabeos le tiene cierto odio particular.
Este libro, dice, quisiera que no existiese; se hallan en l una porcin de judiadas y de
corrupciones paganas.
Ni respeta siquiera los santos Evangelios.
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monje agustino. Es que Carlos conoce el funesto alcance de la perturbacin que ya se produce
en Alemania.
Este cisma l quisiera impedirlo por todos los medios que tiene su alcance. Tarea i n til! Lo que no logr Len X no ha de lograrlo Carlos V. Pero se propone ensayarlo, y para
ello desea que, prescindiendo de toda formalidad oficial, evitando publicidades que halagan el
orgullo del Reformador, el arzobispo de Trveris vea de convencerle.
ste le manda llamar, y el P . Martin obedece su llamamiento ; pero en vez de comparecer solo, se presenta acompaado de varios amigos suyos que le siguieron de la Sajonia y
de la Turingia.
Ya que Lutero se presenta con los suyos, el Arzobispo se rodea su vez de Jorge, duque
de Sajonia, del obispo de Augsburgo y otros.
Jernimo Veck toma la palabra, y llamando la atencin Lutero sobre las perturbaciones
que introducan sus novedades, le dice :
Ah tenis vuestro libro Be la libertad cristiana; y bien qu ensea este libro? Ensea
sacudir todo yugo, erigir la desobediencia en sistema... Yo s que algunas de vuestras
obras respiran cierto olor de piedad; pero se ha juzgado el espritu general de estos libros como
se juzga el rbol, no por sus flores, sino por sus frutos. Debis atender los consejos de paz
que os dan las rdenes del imperio. Sin duda responderis que antes debe obedecerse Dios
que los hombres; pero creis que nosotros estamos sordos a l a palabra divina, que nosotros
no la hemos meditado?
No os molestis, contest Lutero... Nada de retractacin; pedidme mi sangre, mi vida,
pero no que desapruebe lo que hasta ahora he dicho he hecho.
Lutero iba retirarse, cuando Veck le retuvo conjurndole que sometiera sus escritos al
fallo de los prncipes y dlas rdenes del imperio.
La palabra de Dios, contest con arrogancia, es tan clara mis ojos, que yo no podra
retractarme sin que se me presentase otra ms clara y ms luminosa.
Pero no habis dicho que cederais si se os convenciese por el texto mismo de las E s crituras?
O por razones de toda evidencia, contest Lutero.
Luego admits una razn superior la palabra de Dios, objet con viveza el Canciller.
Lutero no supo qu contestar.
El den de la iglesia de la Santa V i r g e n , en Francfort, tom parte en la discusin,
diciendo :
Observad, Martin, que no hay hereja alguna de las que han destrozado la Iglesia que
no tenga su nacimiento en la interpretacin de las Escrituras. La Biblia es el arsenal donde
cada novador ha ido proveerse de argumentos engaosos. Pelagio y Arrio sostenan sus errores con textos bblicos; este ltimo, lo mismo que vos, dijo que la palabra divina le encadenaba.
. Lutero no se da por convencido.
Entonces Cochleo le toma las manos y le conjura que no turbe la paz de la Iglesia.
Lutero se muestra inflexible la voz del sentimiento como la voz de la lgica.
Pero consentirais vos, al menos, en someter vuestras doctrinas al primer Concilio que
se reuniese?
S; pero condicin que su fallo se apoye en los Libros Santos.
Entonces, si se acude este recurso, prometis callar hasta que el Concilio haya emitido su parecer?
Indudablemente.
El arzobispo de Trveris no estaba presente al decirse esto. Fueron encontrarle, d i cindole:
Lutero promete atenerse la decisin de u n Concilio, y no dogmatizar hasta que r e caiga un fallo sobre su causa.
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El Arzobispo, m u y satisfecho de esta solucin, llama Lutero. Las respuestas de ste lequitaron toda esperanza.
Pero me parece, observ el Arzobispo, que no podis rechazar un recurso de conciliacin que vos mismo reclamabais hace poco. Decidme, pues, mi querido doctor, qu medio
indicarais vos para evitar las perturbaciones que amenazan la Iglesia?
E l mejor de todos es el que expresa Gainaliel: Si la obra es del hombre, perecer; si
es de Dios, no morir. Csar y las rdenes no tienen que hacer ms que escribir al Papa estas breves palabras: Si la obra de Lutero no es una inspiracin de lo alto, dentro de tres
aos habr desaparecido.
Pero bien, y si se extrajeran de vuestras obras artculos que se sometiesen inmediatamente la decisin del Concilio?
Y alguno de ellos sera de aquellos que el Concilio de Constanza conden no es
verdad?
Pudiera ser.
Entonces no, mil veces no: prefiero perder la cabeza antes que desertar la palabra
divina.
E s t bien, dijo el Arzobispo lanzando un amargo suspiro; y a que os obstinis, Dios os
juzgar.
Poco despus el oficial de Trveris mandaba Lutero una orden del Emperador que deca:
Lutero, ya que os resists acoger los consejos de Su Majestad y de las rdenes del
imperio, se os conceden veinte das para volver Wittemberg.
Lutero exclamaba con aire proftico, refirindose Carlos V :
Infortunado joven, que ha cedido malos consejos y ha rechazado la verdad que se le
mostraba en Worms! H aqu Carlos atacado por todas partes. Yo no lo extrao. Le anuncio desgracias sin fin: sufrir la pena de la impiedad de los dems.
Sabida es la manera como se cumpli este fatdico augurio. Poco despus Carlos vea brillantemente coronados todos sus planes polticos, y el mismo Francisco de Francia constituido
en su prisionero. El arzobispo de Pava al recibirle en la catedral le dijo:
Dios os enva para castigar vuestros enemigos y libertar la Italia.
Empezaron sacarse m u y pronto las consecuencias de las premisas" sentadas por Lutero.
Munzer traduca de una manera prctica esta mxima del libro de la Cautividad de la
Iglesia: A los cristianos no se les puede imponer nada de leyes por ningn derecho (1), y sublevaba al pueblo contra las autoridades constituidas. Algunos eclesisticos relajados, entre
otros el cannigo Bernardo de Teldkirch, rompan con la ley del celibato, obedeciendo la
palabra de Lutero, que lo proscriba.
El Emperador cree que, como prncipe, tiene grandes deberes que cumplir, y no queriendo cargar con la responsabilidad de los efectos que haban de producir las innovaciones
luteranas, prohibe como crimen de lesa majestad dar asilo Lutero desde el da 15 de mayo,
fecha en que espiraba el salvo-conducto, y manda q u e , pasado aquel da, si Lutero contina
en sus Estados, sea preso hasta que los tribunales decidan lo que corresponda hacer. Dispone,
ademas, que se quemen los libros del heresiarca y prohibe bajo penas severas la publicacin
y expendicion de caricaturas contra el Sumo Pontfice, la Iglesia romana, los prncipes y las
universidades.
Las medidas ordenadas por Carlos V distaron mucho de tener exacto cumplimiento. Es
verdad que en algunos puntos las obras del Reformador fueron quemadas por orden de Carlos ; pero en Worms mismo los escritos del heresiarca eran repartidos de puerta en puerta
cuando aun no estaban extinguidas las llamas donde haban sido arrojados.
El Emperador se senta all abrumado. Deseaba buscar un desahogo respirando la atmsfera de los campamentos; las luchas que se declaraban en el campo de la teologa le tenan
(1)
Christianis
legum. De Cap.'Bal.
S17
hondamente impresionado: Lutero no saba cmo batirle el que saba perfectamente cmo
haba de batir al rey de los franceses.
Va salir, pues, de Worms; y en el momento mismo en que l se arrodilla en el coro de
la majestuosa catedral, el pregonero anunciaba una nueva gloria para la corona del grande
Emperador: Hernn Cortes haba descubierto Mjico.
XVIII.
Lutero declarndose contra el celibato eclesistico.
El 26 de abril Lutero sali de Worms.
Llegado el 30 Hirschfeld, quiso predicar no obstante la terminante prohibicin del
Emperador. Al advertrsele esta prohibicin, contest:
Antes es preciso obedecer Dios que los hombres.
Lo propio hizo en Eisenach, donde el prroco levant una protesta formal contra la desobediencia del agustino.
Estos actos haban de llegar noticia de los agentes del Emperador, quienes se creeran
en la precisin de imponer Lutero el correspondiente castigo. El elector de Sajonia, para
evitar las consecuencias que al doctor haban de producirle sus rebeldas, determin esconderle en el castillo de Wartburgo, cuyo fin se prepar una comedia, fingiendo que unos enmascarados se apoderaban del doctor en la entrada de un bosque.
El castillo de Wartburgo se halla situado manera de nido de guila en el pico de aislada
montaa. Era una especie de fortaleza, cuyas ruinas se conservan todava, desde la cual se
descubre el pintoresco, el encantador paisaje de la Turingia. Lutero consagraba despus v i vos recuerdos aquella Patmos, aquella regin de las aves que con sus cantos da y noche
alaban al Seor.
Intil es decir que el hecho de escondrsele en Wartburgo fu explotado por sus amigos,
quienes hicieron circular el rumor de que Lutero haba sido asesinado. Ya antes se haba
dicho que en el palacio de Trveris se prob de envenenarle; pero que el doctor hizo la seal
de la cruz y se rompi el vaso que encerraba la mortal bebida.
En los primeros das la calma de aquel cielo pareca hacerla renacer en el espritu del
Reformador; la frescura de aquel ambiente pareca hacer brotar en l sentimientos llenos de
lozana. No se oa salir de su boca aquella palabra insolente, injuriosa, que constitua su
lenguaje; su carcter, sus maneras, su modo de hablar, todo se suavizaba all. Hubo ocasiones
en que se hubiera dicho que el Reformador de Wittemberg haba muerto para renacer el fervoroso novicio de Eisleben. Gustbale contemplar aquella naturaleza tan exhuberante, hacer
revivir en su corazn de hombre recuerdos que se haban extinguido en su corazn de sectario. All tiene momentos gratos en que sonre de felicidad llora de ternura.
La enfermedad de estmago volvi molestarle; pero se distraa con la contemplacin de
los ruiseores, que iban entonar sus cnticos en las ventanas mismas de su habitacin.
Al oirle parece otro hombre:
He estado cazando, escribe un amigo suyo, durante dos das. He querido conocer por
experiencia este placer dlos hroes; y he llegado coger dos liebres y dos perdices. Bonita ocupacin para un hombre que no tiene nada que hacer! Sin embargo, tambin teologizaba rodeado de mis perros y encontraba mi misterio de dolor entre este alegre tumulto.
Pero aquellas primeras impresiones del hombre que salan del bullicio en que se halla
metido un jefe de bandera para encontrarse en presencia de la naturaleza, se desvanecieron
muy pronto. La delicadeza de aspiraciones, la ternura de sentimientos, todo volva extin-
18
guirse bajo la pasin del sectario. Lutero se acuerda de que est haciendo el papel de perturbador y quiere continuar representndolo an en medio de aquellas imponentes soledades.
E n "Wartburgo encontr el Reformador excelente mesa servida con abundancia de cerveza
y de rico vino del Rhin, que el doctor era bastante aficionado.
Al ver los cuidados que le prodigaba con la mayor solicitud el custodio del castillo, Lutero escriba:
Yo creo que quien paga todo este gasto es el prncipe, porque si supiera que cmo el
pan de mi pobre husped, ni una hora ms yo permanecera aqu. Si es el pan del prncipe,
bueno; porque, en fin, si hemos de comernos la fortuna de alguno, ha de ser la de esos
prncipes; porque podemos decir que prncipe es sinnimo de ladrn (1).
Tngase en cuenta que el prncipe quien Lutero se refera era u n protector suyo, cuyos
buenos oficios le haba proporcionado en circunstancias bien crticas por cierto.
Hasta entonces aun Lutero oraba. All empieza dejar la plegaria.
A h ! es un hecho, escribe tristemente, ya no puedo ni rogar ni gemir!
Dnde est la causa? l mismo va decrnoslo.
La carne me quema, esta carne indomable que hierve en m , cuando debiera hervir el
espritu. Pereza, sueo, molicie, lujuria, todas las pasiones me asedian... Hace ocho das que
ya ni oro ni escribo (2).
Aquel hervor de la carne sobreponindose las expansiones de un espritu que haba sido
cristiano, dio lugar que concibiera la idea de combatir seriamente el celibato eclesistico,
como gran recurso para alistar gente bajo la bandera de la hereja. Los ataques al celibato no
revistieron para l carcter teolgico; no fueron sino obra del clculo del jefe de secta.
Comprenda Lutero que una hora de alucinacin poda arrancar u n sacerdote de su ministerio u n monje de su celda; pero este triunfo que, salva la castidad sacerdotal, poda
no ser ms que momentneo, adquira un carcter de perpetuidad desde el momento en que
el religioso se ataba una mujer, unos hijos, despendose as en u n abismo de salida
poco menos que imposible. El eclesistico que, al apostatar de la fe, apostatase tambin de la
castidad, se venda la nueva secta y se venda para siempre; y el que estando slo podra
volver entrar e n l a senda del bien por el camino del arrepentimiento, rodeado de una familia, es ya sumamente difcil que rompa con estos lazos.
Carlstadt, comentando la enseanza del doctor, anatematiza el celibato y dice que hacer
de l un mandamiento, es exponer al sacerdote semen inmolare Mloch.
Lutero se queja de esa salida de Carlstadt, en lo que ve una exageracin completamente
insostenible. Temo mucho, escribe, que Carlstadt, con su extraa exgesis no nos convierta
en objeto de burla de los papistas. Cmo no sabe que semen inmolare Moloch no significa
otra cosa que inmolar sus hijos Moloch? Y luego aade: Al paso que vamos nuestros vitembergenses acabarn por dar mujeres todos nuestros monjes. Y despus prosigue: En
cuanto m esto ya es otra cosa.
Era otra cosa por entonces; ms adelante ya veremos como la doctrina, en este particular,
la sanciona con el ejemplo.
Ya poco despus Lutero, adelantando por este camino, empieza considerar como u n bello
ideal la vida de familia; la celda donde el religioso ampara su castidad se le convierte en un
objeto de odio.
Qu feliz sois, escribe Gerbell, con haber triunfado por medio de una unin honrosa de ese celibato en que uno es presa de fuegos abrasadores... La msera condicin del clibe, sea hombre, sea mujer, me revela cada hora del da tantas monstruosidades, que no
hay nada que suene tan mal m i s odos como el nombre de monja, de monje, de presbtero:
vamos, un hogar es un paraso, aun cuando todo falte en l.
(1)
(2)
Jlclancton, 15 julio.
19
XIX.
Lutero constituido en discpulo y en agente del diablo.
Fuera de Wartburgo, donde resida el Reformador, se contaban de l cosas las ms raras.
Suponasele en comercio con las potencias invisibles, hablbase de dilagos, de controversias sostenidas por el doctor, no ya con Prierias ni con E c k , sino con Satans; Lutero
meda all sus fuerzas con el mismo diablo en persona.
'Gentes que podan saberlo, aseguraban que el diablo entrabado noche en Wartburgo, en
figura de una agraciada mujer (1).
(1) Ulemberg Hist.
de Vita.
Luth.
520
521
Sabe el doctor lo que son las masas; comprende que con un escrito serio hubiera obtenido
con ellas poco resultado. Es menester herir su imaginacin; pues bien, Lutero, tras las neT . II.
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gruzcas paredes de aquel castillo que se pierde entre las nubes, hablando cara cara con el
diablo qu cosa ms propsito para completar la funesta obra de alucinacin que el doctor
vena realizando entre los alemanes?
Zwinglio trata de copiar la estratagema en vista del buen efecto que produce. Pero cree
que hacer representar un ngel el papel que Lutero hace representar al diablo, estar ms
en carcter. El doctor se rie de las visiones de Zwinglio.
Sabis por qu, dice, los sacramentarios Zwinglio, Bucero, CEcolampadio, no han tenido jamas la inteligencia de las divinas Escrituras? Porque nunca han disputado con el demonio. Desengamonos: mientras el diablo no nos coja por el cuello, no seremos sino unos
pobres telogos.
Estos libros en que se trataba de ir negando uno por uno los principios que constituyen la
doctrina catlica, escritos unos con pretensiones teolgicas y otros en forma la ms vulgar, se
esparcan por todas partes. Es cierto que, conforme al edicto del Emperador, tales producciones
deban ser echadas al fuego. Pero aun humeaba la hoguera cuando en muchas partes de la
Alemania se presentaba un Reformador haciendo alarde de mrtir y pidiendo que le quemaran
l, siendo recibido entre estrepitosos aplausos del populacho, que le vitoreaba como un hroe.
. Sus predicaciones contra el celibato contribuan dar al Reformador mayor popularidad
y bastantes secuaces, entre los que no se avenan con los deberes de la vocacin religiosa.
E n el convento de los agustinos de Wittemberg, sube al pulpito Gabriel Zwilling, y
profana aquella ctedra con un sermn colrico en que el religioso, el monje, califica los votos
hechos en el claustro de inspiracin satnica y dice que con el hbito monacal es imposible
subir al cielo. Era una elocuencia peculiar que para producir sus efectos no necesitaba de
grandes recursos. Muchos compaeros suyos al terminar el sermn se despojan de sus hbitos
y salen del convento: unos se refugian en cuartos de estudiantes, otros se acogen en alguna
casa de la poblacin, y uno de ellos se mete carpintero y se apresura casarse.
No contento Gabriel con combatir la vida cenobtica, el 13 de diciembre de 1521 predica
contra la misa privada. Multitud de estudiantes que le oyen se proporcionan cuchillos, y seguidos por masas de pueblo se encaminan hacia la iglesia parroquial, donde se celebraba la
misa mayor y se echan sobre los libros de coro, que despedazan, y hasta sobre el celebrante,
quien arrojan del altar.
Se trata de hacer un escarmiento en los culpables, algunos de los cuales son presos; pero
el pueblo se empea en que se les restituya la libertad.
Entre tanto, el elector de Sajonia se entretiene tranquilamente en leer Horacio y Juvenal. Lo nico que hace es escribir la Misnia y la Turingia que enven monjes destinados
llenar el vaco que dejan los agustinos apstatas. Su demanda es atendida; pero una vez en
el claustro, declaran que quieren ser libres de vestir no vestir el hbito.
El Elector, en vista de los graves desrdenes que tenan lugar, convoca una reunin de
telogos; mas qu telogos? Carlstadt, Melancton; en una palabra, los amigos de Lutero.
Les consulta sobre la misa. A lo que contestan que, .despus de examinar el asunto con madurez, estn en la persuasin de que no data ms all de cuatro siglos, y por consiguiente, que
era preciso tener en cuntalos buenos consejos del diablo respecto su abolicin.
El Elector dio ms importancia las rdenes de Carlos V que las advertencias de Satans, y orden que en sus dominios se siguiera celebrando en la forma como se haba hecho
hasta entonces.
Si el Elector, en vez de estudiar los clsicos latinos, hubiese estudiado los telogos y la
historia, medios tena para confundir aquellos hombres. E n la poca apostlica encontramos las tradiciones del santo sacrificio, al que san Pablo denmina Cena del Seor (1) y tambin Comunin (2). Llmasele despus liturgia por excelencia, misterio, sacramento, obla(1)
Cer., I I , 20.
(2)
Ibid., X , 18.
523
don, sacrificio, clominicum, synaxis, colecta, servicio, eulogio divino y eulogio mstico (1).
En san Ambrosio encontramos ya el mismo nombre de misa: Al siguiente da (era domingo),
comenz hacer la misa (2) y se habla con frecuencia en el siglo IV de la misa de los catecmenos y misa de los fieles.
La tradicin consigna de una manera que no deja lugar duda que san Pedro celebraba
los santos misterios en la casa del senador P u d e n t e , donde fu construida ms adelante la
iglesia de Santa Pudenciana, y que el papa san Esteban fu condenado muerte en el altar
mismo donde celebraba' en el cementerio de Calixto, encontrndose en las catacumbas m u l titud de monumentos que constituyen un testimonio de la antigedad de esta prctica. San
Dionisio de Alejandra alebraba sus misas synaxis en cementerios criptas; lo que continu verificndose an despus de terminada la persecucin, por respeto aquellos santos
lugares (3). Los obispos y sacerdotes presos celebraban frecuentemente en la crcel, distribuyendo despus los dems confesores el pan de los fuertes (4).
Vanse las viejas liturgias de Oriente y de Occidente, en particular las que traen el nombre
de Santiago y san Marcos, y se ver como la misa tena ya desde un principio el carcter de
sacrificio que tratan de negarle los reformadores, liturgia cuya antigedad no puede ponerse
en duda, pues los monofisitas de Siria y de Egipto que se separaron de la Iglesia en el s i glo V las guardan de la misma manera que los griegos ortodoxos. E n el siglo III san Cirilo
hace mencin del Prefacio con el sursum corda (5).
Carlstadt se desentiende de los mandatos del Elector y establece una misa de nuevo gnero, en la que empieza por predicar, luego va de la ctedra al altar, suprime la elevacin y
en la Comunin toma el cliz y lo da beber los asistentes.
No se limita esto : encuentra una joven de honradez algo dudosa, la toma por mujer,
y crea tambin una misa propsito.
En la colecta de esta misa dice:
Deas quipost tam longam et impiam sacerdotum tuorum ccecitalem, Andream
Carlostadium e gratia donare dignatus es, ut primus, mella habita papislici j'uris raiione, uxorem ducere ausus fuerit; da queesumus, ut omnes sacerdotes, recejil sana mente, ejus vesligia sequentes, ejeclis concubinis, aut eisdem conductis, ad legitimi consorlium chori convertentur. Per Dominum Jcsum
Christum.
Despus sigue un gradual que dice:
Deus in tuavirtute Andreas Carlosladius gaudet el Icetaticr, tlamo copulatus.
Esta singular misa concluye con la siguiente oracin:
Sintnobis, Domine, auxilio sumpiisacramentimyslcria,
et sicut Andrea} Carlosiadii conmib-iali celebrilale leelamur, ita fac quwsumus sacerdotum conjugia tolo orbe feliciter
auspicentur, felicis succedant, et qum felissim finiantur. Per Dominum, etc.
Los reformadores se presentan cada da ms osados.
Munzer, arrojado de Zurickau por sus insolentes provocaciones, se refugia en Praga, y
despus de fijar en las paredes de la catedral un manifiesto contra los papistas, anuncia que
l, con la trompeta del Evangelio puro, va evocar Juan Huss para que despierte del sueo
de su sepulcro.
Regocijaos! queridos hijos mos, dice; vengo para aplicar la hoz la mies. Yo me p r e sento vosotros, bohemios, fin de que recibis la palabra de vida que yo, hombre de vida,
aspiro y respiro. Desde aqu la Iglesia renovada extender su reinado por todo el mundo...
En nombre de la sangre derramada por CRISTO, yo os pido que tracis un paralelo entre m y
los sacerdotes romanistas. Yo, Munzer, exijo que se cese de rogar dioses mudos.
(1)
(2)
(3)
W
(8)
de Ant. Lit.
524
Vida de Zuriglio,
por Hers.
828
526
Pero no es que Lutero, prosigue Staupitz, est por el culto de las imgenes; lo que
rechaza son las violencias. l no tiene reparo en que las ataquis desde la ctedra.
No digis eso, responde Carlstadt con fuerte entonacin; es Lutero quien ha escrito:
La palabra de Dios no es una palabra de paz, sino una espada.
Viendo Staupitz que no obtiene nada con la advertencia, acude las amenazas; le recuerda
que el poder tiene sus elementos de accin y que se ver precisado obrar.
Padre, dice Carlstadt, estis haciendo conmigo lo que con Martin haca el enviado del
cardenal Cayetano. Y no recordis lo que l respondi?Donde me conduzca Dios, all ir
bajo su cielo.
Sucede con la Reforma lo que sucede con toda rebelin. Apenas Lutero empieza constituirse en jefe cuando sus subditos se sublevan contra l. No tienen que hacer ms que reproducir exactamente lo que l ha dicho los representantes de la Sede Pontificia. Carlstadt
comienza ensayarlo y Lutero no tiene ms recurso que enfurecerse contra Carlstadt,
quien trata de hombre faltado de sentido comn, de ignorante, de loco, hasta al punto de
llegar decirle que la razn privada de Carlstadt no es razn:Tu luz brilla, exclama insolentemente , ut stercus in lucerna.
Carlstadt sigue su camino de destruccin dejando que las palabras del doctor sean ecos
perdidos en las soledades de Wartburgo.
Lutero, al ver que el .guante que pretenda arrojar la Iglesia lo han recogido sus mismos
partidarios y se lo arrojan l la cara, al persuadirse que su voz es harto dbil para contener las tempestades que en Wittemberg se levantan, sintese profundamente abatido, y
brotan de su pecho ayes de dolor que no acierta reprimir.
A h Dios mo! exclama levantando instintivamente los ojos hacia aquel cielo que se
haba acostumbrado contemplar en das ms felices; t, Seor, me abandonas; tu clera est
soplando sobre mi cabeza. Qu te he hecho?
S dice, por ejemplo:
E s menester castigar los estudiantes que queman los libros de clase,
Se le contesta:
E n san Mateo est escrito: No tomaris el nombre de maestros.
Si se dirige Ddimo dicindole:
Bautiza tu hijo;
ste le responde:
E l que creyere y fuere bautizado, ste ser salvo; mi hijo no cree todava.
Desgraciado, lee el profeta, dice Storch; esta es la enseanza de la Iglesia.
A h papista! le contestan coro sus discpulos; no hay otra autoridad que la Biblia,
ni otra luz que el Espritu Santo que nos alumbra. Marchamos por los caminos de Dios.
Pues entonces no veris la faz del Seor, grita furioso; yo os maldigo!
Y se rien de su maldicin como se ri l del anatema de la Iglesia.
Lutero abatido, con el excepticismo en el alma, con crueles decepciones que le destrozan el corazn, se halla en el borde del abismo de la desesperacin. Pero cuando su frente
arde, cuando su pecho est comprimido, abre la ventana de su cuarto, pasa la mano por sus
cabellos hmedos de sudor, bebe grandes sorbos el aire puro de aquellas montaas (1) y se
complace en los cuadros de aquella embelesante naturaleza.
Un da al levantarse ve en su ventana una maceta de violetas que el custodio, conocedor
de los gustos de Martin, haba colocado all. Las pobres violetas yacen sepultadas bajo un sepulcro de nieve. Slo una de ellas parece que levanta su tmida frente enseando su corola;
pero la dbil flor se inclina al soplo del viento para no volverse levantar. Lutero la coge,
le quita con cuidado su sudario de nieve, la acerca su boca y la calienta con su aliento. La
flor se levanta, y dirase que empieza reverdecer. Volver la vida una [flor l que tena
(1)
Malhesius. In Vita
Lutheri.
827
muerta su alma, su corazn, sus ilusiones! Martin siente al contemplar la violeta un gozo
que no sinti jamas entre los aplausos de sus aduladores. Es con un lijero soplo de su boca, es
con el aire de sus pulmones como ha revivido aquella planta. Hace lo mismo con las dems
violetas y obtiene igual resultado con todas, menos con una. Esta haba muerto ya. Lutero la
contempla cada, descolorida, marchita. Quiere enderezarla pero es intil.
Pobre flor! exclama: A estas horas ya slo Dios puede devolverle una vida que ha
perdido. Adis, adis para siempre!
Y se ech a llorar como u n nio. Quin sabe si, ms que sobre la lor, llor sobre su alma,
muerta para la fe, para el bien, y que ni siquiera a de acudir Dios pidindole que la resucite con el aliento de su gracia.
A menudo se le vea al esconderse el sol tras las colinas con que termina el horizonte
de Wartburgo, recostarse inclinando la cabeza en el tronco de un rbol para escuchar all los
salvajes gritos de alguna ave nocturna, el eco del viento retumbando en las peas el acompasado golpear del hacha del leador. A la armona de aquellos sueos adormecase Martin.
Eran parntesis de su agitada vida en los que no senta bramar las rudas tempestades que se
levantaban en su alma.
Las doctrinas reformadoras entre tanto iban siguiendo su camino. Munzer se dedica ya
aplicar las enseanzas de la nueva escuela al orden social. Si la razn luterana se sublevaba
contra la sociedad religiosa, por qu haba de respetar la sociedad poltica? Si el Papa, oprimiendo las conciencias, como ellos dicen, es Satans qu sern los prncipes oprimiendo
los pueblos? No hay el mismo derecho, dice Munzer, para sublevarse contra los tiranos temporales que hay para sublevarse contra los tiranos espirituales? Segn l, en la vieja sociedad
que Lutero se propone renovar, el prncipe no es menos culpable que el sacerdote.
Si Lutero se pone al frente de la Revolucin religiosa, Munzer va iniciar la Revolucin
poltica.
Munzer era un antiguo prroco de Alstsedt, en la Turingia. Su traje negro, descuidado,
sucio, sus largos cabellos ondulando sobre sus espaldas y cubrindole parte del rostro, sus
ojos brillando cual siniestro fuego, sus epilpticos labios, su voz vibrante como la de una campana, todo le haca aparecer manera de una visin infernal.
Al orsele en la ctedra hubirase dicho que haba all Satans en persona.
Si el auditorio se distraa, golpeaba el suelo con tal fuerza que parecan retemblar las bvedas del templo, y entonces su voz imitaba al sonido de una trompeta. El auditorio crea oir
al ngel del Juicio.
En ciertas ocasiones su palabra, cual si saliera dlos antros infernales, inflamaba en todas
las cabezas el fuego de propsitos de rebelin, produca en todos los pechos volcanes de odio
contra el orden constituido.
A ms de hablar en la ctedra hablaba tambin al aire libre; cuando sus ojos se levantaban para fijarse en el firmamento, envolva todo el concurso en su xtasis de visionario y
sus acentos retumbaban cual trueno precursor de terrible tempestad.
Era el apstol de la revolucin social como Lutero lo era de la revolucin religiosa. H a blaba de una reorganizacin poltica en que, despus de la descensin del Espritu Santo, los
hombres seran iguales bajo el amparo de una gran repblica; la tierra, el capital, todo pertenecera todos; se suprimiran las escuelas, porque el saber no hace ms que hinchar al
hombre, se prescindira de toda iglesia, de todo sacerdocio, de todo smbolo; el hombre se
pondra en comunicacin directa con Dios por el solo esfuerzo de la actividad del espritu. El
medio adoptado por Munzer es m u y sencillo; el hombre ora', despus se duerme, y en este
sueo es excitado por la divinidad,
Carlstadt destroza las imgenes, pero deja intacto el templo; Munzer quiere la destruccin
del templo, que califica de crcel del espritu, de morada de Satans.
Todo smbolo material merece sus iras, sea cruz, sea corona.
f)28
Si Lutero aun deca: Roguemos por nuestro prncipe Federico; Munzer dice: Ay de
aquel que se llame nuestro amo; no tenemos ms amo que el Seor que est en los cielos...
Hermanos, exclamaba, todos somos hijos de A d n ; nuestro Padre es Dios. Y ved lo que hacen los grandes! Los malditos han rehecho la obra de Dios creando privilegios, ttulos, distinciones. Por ventura la tierra no es una riqueza que nos pertenece por igual todos, no es
nuestra herencia comn? Y nos la arrebatan! Sepamos en qu poca renunciamos la herencia de nuestro P a d r e ; que se nos ensee el acto de cesin! Esta cesin no existe; ricos del
siglo que nos habis esclavizado, despojado, oprimido, mutilado, volvednos nuestra libertad,
volvednos nuestro pan. Y lo que se nos roba hoy venimos pedirlo, no como hombres, sino
como cristianos. Infeliz rebao de JESUCRISTO! Hasta cundo gemirs en la opresin bajo la
vara del magistrado?
De repente le sobrevenan ataques epilpticos, sus cabellos se erizaban, su frente se comprima, su boca destilaba espuma, y entonces el pueblo prorumpa en gritos:
Silencio: Dios visita su profeta.
Munzer volva en s, recobraba el uso de sus sentidos, y en medio del silencio universal
vlasele caer de rodillas, juntar sus manos con convulsiva precipitacin y gritar:
Dios eterno! Derramad en mi alma los tesoros de vuestra justicia; de lo contrario, no
contis conmigo: renunciar Vos y vuestros Apstoles.
Un reformador le interrumpi, apelando la Biblia.
Bibel! Babel! grit Munzer.
Y si rechazas la Biblia, le pregunta el interpelante, quin te guiar en tus caminos?
E l Seor. Y si deja de visitarme como visit sus profetas, yo renegar de l.
Y el pueblo segua Munzer, y le besaba sus vestidos, y recoga el polvo donde sus pies
impriman las huellas.
Los estudiantes gritando : Bibel, Babel! tomaban sus libros |de ctedra, hacan con ellos
una hoguera y aventaban sus cenizas.
Munzer no era por s solo nada ms que otro de los nubarrones que se iban formando en
la atmsfera moral de Alemania, y que unido con los dems haba de dar lugar la gran tormenta que se preparaba.
Haba tambin el humanista Marcos Stubner. Por su complexin, por su carcter, era el
reverso de la medalla de Munzer. Saba bastante; pero en sus largas meditaciones de hombre
de ciencia haba acabado por gastar sus facultades. Se haba acostumbrado vivir en un
mundo de idealidades fantsticas, correr en pos de ilusiones hijas de su enferma imaginacin, vender por realidad lo que no era ms que u n ensueo; era un monomaniaco quien
se apellidaba profeta.
Ms clebre que Stubner haba un escultor, llamado Claus Storch, natural de Zwickau.
Ms que un hombre Storch pareca un cadver, una aparicin evocada del fondo de algn sepulcro por el genio de la Reforma, con una frente surcada de arrugas, una tez lvida, un
cuerpo encorvado por el trabajo. Sus ojos no brillaban con el fulgor siniestro de los de Munzer ; su frase era desabrida; pero en aquel mismo descuido haba algo que hera el corazn de
las gentes impresionables, mayormente cuando su acento tena en su favor una dulzura, una
limpidez que le daba gran realc. Pero lo mismo que Stubner, en vez de hombre prctico, no
pasaba de ser un visionario.
Creer, deca hablando las muchedumbres, he aqu todo. Pero creemos? Quin nos
dir si creemos? nicamente Dios que se revela al hombre, que le visita en sus sueos, que
le hace leer en el libro de los misterios, que le alumbra con las claridades de su revelacin.
El auditorio peda que Dios se le manifestase de esta manera, y entonces Storch suspenda su sermn invitando al concurso para el da siguiente.
La concurrencia creca, los obreros abandonaban su trabajo, las mujeres su hogar, los sabios mismos, los magistrados iban confundirse con el pueblo y Storch exclamaba:
-
J29
MAllA
AXTOXIKTA.
XXI.
Lucha entra Lutero y los anabaptistas.
Los personajes que hemos visto entrar en escena en el captulo anterior figuran como patriarcas de la secta anabaptista.
Nacen, como llevamos indicado, favor de la interpretacin de un pasaje de la santa E s T.
II.
C7
530
critura que d i c e : E l que creyere y fuere bautizado, ser salvo. Munzer y los suyos, arrogndose la autoridad de aplicar el texto su manera, dicen:Los infantes que son bautizados antes de llegar al uso de razn no creen, y segn el texto, la fe ba de ser anterior al bautismo. Luego es menester que cuando aparezca la fe en su alma se les bautice de nuevo.
D e a b nace el ttulo de anabaptista, que toman de la palabra ana (de nuevo) y baptydso
bapto (bautizar).
Hallamos los precursores de los anabaptistas en los novacianos, los catafrigas y los donatistas de los primeros siglos, como pueden encontrarse tambin algunos de sus errores en los
valdenses, albigenses y petrobusianos del siglo X I I I .
E l anabaptismo constituye el primer-cisma formal que se levanta en el seno de la R e forma.
No es que en el smbolo de los anabaptistas entrase nicamente el rebautizar los infantes; anuncian ademas u n mundo nuevo, que el Hijo de Dios vendr habitar con toda su gloria, donde reinar la igualdad de bienes temporales y espirituales, donde el creyente se ver
libre de los lazos de un matrimonio obligatorio.
Un escritor que pertenece la Reforma, nos da conocer la nueva secta en los siguientes trminos :
Segn la carne no reconocen ni padre, ni madre, ni hermano, ni hermana, ni esposo, ni
hijo: todos son hermanos en JESUCRISTO. Jamas dicen: mi casa, mi cania, mi vestido, sino
nuestra casa, nuestra cama, nuestro vestido; el mo desaparece para dar lugar al nuestro,
como testimonio de que no se acepta propiedad individual de ninguna clase.
El que quiera entrar en la nueva Jerusalen, es menester que antes renuncie siete espritus malos, que son : temor, sabidura, entendimiento, arte, consejo, fuerza impiedad.
Para el bautismo se establece la siguiente rbrica:
Al que se acerca recibirlo se le pregunta :
Eres cristiano?
S , responde.
Qu crees?
Creo en Dios, mi Seor JESUCRISTO.
E n qu concepto tienes las obras?
E n mucho.
Por cunto estimas los bienes?
-Por mucho.
Y la vida?
Por mucho.
Pues no eres cristiano; no has recibido el bautismo verdadero ; no has sido bautizado
sino en san Juan y con agua. Yo te pregunto: Renuncias las criaturas?
S.
Y t mismo?
S.
Yo te bautizo.
Los partidarios de Lutero, que eran novadores contra la Iglesia, condenaban los anabaptistas, que eran novadores contra los luteranos.
Melancton les pregunt:
Y vosotros quin os da misin de predicar?
E l Seor, contestan.
Era una respuesta decisiva la que u n reformado no saba qu oponer.
Si todo hombre es sacerdote, Storch puede echar los instrumentos de su oficio y constituirse en apstol. Si el Espritu Santo ilumina directamente al que lee la Escritura, Stubner
la ha ledo y est autorizado para exponer los pueblos sus impresiones.
531
Melancton mismo, con la Biblia en la mano, hay un momento en que se resuelve despojarse de su traje de profesor, y pedir que le admitan trabajar en casa de un panadero, fin
de hacer la aplicacin prctica de la palabra bblica : Comers el pan con el sudor de tu
rostro.
Los hechos que tienen lugar en Wittemberg, la popularidad que adquieren los jefes de la
nueva secta, llega noticia del solitario de Wartburgo.
Melancton, Joas, Amsdorf, le escriben dicindole :
Si no vens, todo est perdido.
S ; ir, responde Lutero; el tiempo insta, Dios me llama, ya oigo su voz. E n Wittemberg est mi rebao, mis hijos en JESUCRISTO... Satans se aprovecha de mi ausencia para perturbar mis ovejas; yo se las arrancar, son mas. Ya que mi pluma es intil; tengo mis
odos y mi lengua... Que Carlstadt se obstine no, importa poco; el CRISTO dar cuenta de sus
instintos perversos. Somos seores de vida y muerte desde que tenemos fe en el Seor de la
muerte y de la vida.
El duque Jorge comprende los peligros que tiene el que Lutero se constituya en Wittemberg, donde predicar, producir agitaciones, pesar de los mandatos de Carlos V , de cuyo
cumplimiento el Elector es responsable. Manda, pues, al doctor un emisario para que le d i suada de su viaje.
Lutero manifiesta un tesn que hubiese podido emplear en mejor causa. H aqu en qu
trminos se dirige el Elector:
Que Vuestra Gracia lo sepa: mi Evangelio no me lo han dado los hombres;.me ha venido
del cielo, de Nuestro Seor JESUCRISTO... Cuando fui Worms, para impedir mi obra haba
all una multitud de diablos. Pues bien: el duque Jorge no vale siquiera un diablo... Se
figuran que mi CRISTO es una caa? Semejante suposicin ni CRISTO ni yo la toleraremos por
ms tiempo.
Voy, pues,. Wittemberg bajo las alas de una Providencia ms fuerte que los electores
y los prncipes. No necesito de vuestro apoyo; sois vos quien necesita del mo. Si supiera que
me ofrecis vuestra proteccin para el viaje, no partira. Asunto es este que no tiene necesidad ni del consejo ni del concurso de los hombres de espada... Estis muy dbil en la fe para
que pueda yo ver en vos un salvador un sosten.
Me preguntis qu es lo que tenis que hacer. Por vuestra parte ya lo habis hecho
todo. Si yo no quiero obedeceros, Dios no os imputar vos ni mis cadenas ni mi sangre si
sucumbo. Dejad al Emperador que obre: obedecedle como prncipe del Imperio; que disponga
de mi vida, es cosa que quien incumbe es l. E n este asunto tengo que entenderme con
otro hombre muy diferente del duque Jorge.
Lutero parte de Wartburgo, no ya con el traje sacerdotal y con el basten de peregrino en
la mano, sino montado caballo, cubierto el pecho con coraza de hierro, empuando una
larga espada y calzando las botas y las espuelas propias de un guerrero del siglo X V I . A de^
cir verdad no era este el traje de u n mrtir.
Apenas llega la ciudad se apresura subir la ctedra en la iglesia de Todos los Santos,
que ya haba profanado con sus predicaciones.
Lutero en la ctedra lo era todo menos un alemn. En vez de la flema de las naturalezas
germnicas, vease en l el apasionamiento de los caracteres meridionales. Imaginacin fecunda, palabra fcil, memoria feliz, saba comunicar animacin sus discursos. Lutero era todo lo
contrario del hombre del Norte, que hace sus sermones sus lecturas, fro, indiferente, con las
manos apoyadas en el antepecho del pulpito, inmvil como una estatua. E n l la idea se asociaba la forma, y ora se expresaba con un lirismo que conmova, ora en su embriaguez de
hombre de pasiones, saba comunicarla esa embriaguez sus oyentes. Desdeoso por sistema
de todo precepto oratorio, le sobraban recursos para hacerse superior todos sus discpulos.
Era todo un perturbador, con sus pasiones, con su frenes, pero tambin con su genio.
532
333
XXII.
Lutero combate el matrimonio cristiano y la castidad religiosa.
No menos criminal que Carlstadt al derribar las imgenes, era Lutero al arrancar los
frailes y las monjas de la quietud de sus claustros.
No es que penetrara all con una multitud de gentes del pueblo y obligara los religio- .
sos abandonar su retiro; valase de un medio ms vengonzoso todava. Con sus sermones,
con sus folletos encenda el fuego de pasiones carnales en aquellos asilos de la castidad.
Despus de sus reyertas con los anabaptistas predic sobre el matrimonio. Nunca en la
ctedra se han pronunciado frases como aquellas. Nos limitaremos reproducir muy pocos
prrafos; los dems o sabra copiarlos nuestra pluma:
Este texto, deca: Creced y multiplicaos, no es slo un precepto divino;.ms que un
precepto, expresa una obra del Criador qu nosotros no estamos facultados para evitar ni omitir. .. Dios le ha dado al hombre una naturaleza tal, que la generacin le es de esencia. No constituye un precepto de conciencia, es una ley de la naturaleza.
Creced y multiplicaos, nadie puede sin crimen declinar esta orden de Dios.
Satans encuentra criaturas humanas que se dejan seducir por l, y que, obedeciendo
sus instigaciones diablicas, renuncian crecer y multiplicarse; que se aprisionan en telas de
araa, es decir, en votos religiosos y en tradiciones h u m a n a s ; que contraran la naturaleza
con desprecio de la palabra de Dios; que pretenden que el guardar la virginidades facultativo
al hombre como lo es guardar un vestido un zapato.
Al reproducir las nicas frases que permite el carcter de nuestra obra, no descorremos
siquiera una parte del velo de imgenes atrevidas.de palabras indignas de que est llena aquella
provocacin las pasiones ms degradantes.
Ya en este terreno, el doctor reduce el nmero de los impedimentos cannicos, hace el
matrimonio disoluble, proclama el divorcio, no slo por causa de adulterio de ausencia demasiado prolongada de uno de los esposos, sino por simples caprichos de la mujer.
Niega la idea del Sacramento, y dice:
El matrimonio no es ms que un contrato poltico que puede hacerse con todo individuo,
infiel, g e n t i l , turco judo, y que debe verificarse en presencia del magistrado civil, que es
el que debe entender en toda causa matrimonial... La mujer debe ser libre; al hombre corresponde cambiar los paales, lavar la ropa, todos los pequeos servicios de que l mundo se
burla... Se dir que hacis el oficio de mujer y qu importa? Dios con sus ngeles se reir
su vez de los qu se rien de vosotros... Monjes y monjas encadenados en la castidad y en
la obediencia, no sois dignos siquiera de tocar los paales de u n infante.
El sermn estaba lleno, no slo de imgenes temerarias, sino de palabras lbricas. Parece
imposible que aquello se dijese en un pulpito en la grande iglesia de Wittemberg, ante la
imagen de JESS crucificado, sobre la tumba de millares de cristianos que haban muerto en
la paz del Seor, sin que las madres arrancasen sus hijas de aquel lugar tan torpemente
profanado, sin que el poder pblico tomase la menor medida.
Lutero no se recataba de proclamar que una prostituta es una mujer ms digna que la
religiosa que vive encerrada en el fondo de un monasterio.
Staupitz, el anciano general de agustinos, al leer aquel sermn se horroriz. Un rayo de
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334
la gracia divina ilumin su alma y llor sus condescendencias respecto al monje apstata.
Staupitz aprovechndose de aquella hora de la misericordia divina, volvi con toda sinceridad la antigua fe de su Iglesia, las prcticas catlicas de su orden, y renunci para
siempre los extravos de la Reforma cuyo alcance hasta entonces no haba podido calcular.
Staupitz se separa de Lutero, dicindole:
Yo os dejo, hermano mo; me persuado al fin de que vos no contis sino con las simpatas de aquellos que frecuentan las casas sospechosas.
Staupitz se despidi su vez del mundo con un libro en que se retrata su corazn:
Amar es rogar, dice: quien ama ruega; quien no sabe amar, tampoco sabe rogar.
Slo sirve Dios el que le ama; el que no le ama, nunca sabr servirle, aun cuando tuviese
l don de levantar montaa sobre montaa.
El sermn sobre el matrimonio produjo sus desastrosos resultados.
Si las monjas se ruborizan al leerlo, escribe para ellas Lutero un folleto que lleva el siguiente ttulo: Be como las monjas pueden benditamente dejar sus celdas.
El folleto lo dedic Leonardo Kceppe, joven de veinticuatro aos, que se dedic al oficio
de raptor de religiosas.
Mientras muchos frailes abandonaban sus conventos, proclambanse s mismo sacerdotes hombres que hasta entonces haban sido mercaderes, albailes, escultores, ejercan otros
oficios.
Jorge Eberleim, preguntaba:
Adonde iremos parar si permitimos que el primer imbcil que se presente pueda.predicar en nombre del Espritu Santo quien no conoce?
Pero se le contestaba:
Por ventura el Espritu Santo no es libre de visitar los ignorantes y los sencillos?
Lutero llamaba en torno suyo algunos impresores y les deca:
E untes docele; id y predicad.
Lutero manifestaba una actividad febril. E n 1520 public ciento treinta y tres opsculos;
en 1522, ciento treinta; en 1 5 2 3 , ciento ochenta y tres.
El doctor haca imprimir en la poca que nos referimos un nuevo folleto contra la jerarqua sacerdotal, del que dice uno de sus bigrafos que, ms bien que escrito con tinta, pareca serlo con sangre.
Colegios, obispados, monasterios, dice all, son otras tantas cloacas en que se hunde el
oro de los prncipes y del mundo entero.
Esperad un poco, obispos, esperad diablos, el doctor os va leer una bula que no ser
m u y de vuestro gusto.Bula del doctor Martin: Todo aquel que contribuya con su cuerpo
con sus bienes devastar el episcopado y el orden episcopal, es un buen cristiano y un
hijo querido de Dios. Y si esto no fuera posible, al menos que se condene, que se evite esta
malicia. Todo el que defiende el episcopado le preste obediencia es ministro de Satans.
XXIII.
S35
de la capital con coronas de olivo en la mano; por todas partes por donde pasaba el jbilo era
indescriptible. Las fiestas duraron tres das.
Al cuarto preside u n consistorio, pero encontrndose delicado, tiene que retirarse su
cmara.
Llamse los mdicos. La indisposicin era u n catarro, que present muy luego u n c a rcter-alarmante. Se le cortaba la respiracin, y le ordenaron que se metiese en cama. Aquella
noche la pas agitadsimo. la maana siguiente, que era el 1." de diciembre de 1 5 2 1 , visele levantar los ojos al cielo, juntar sus trmulas y plidas manos, murmurar una ferviente
oracin, y descansando su cabeza en una almohada, exhalar su ltimo suspiro.
Al celebrarse los funerales, Antonio de Spello, que pronunciaba la oracin fnebre, hubo
de suspenderla causa del llanto de todo el auditorio.
Erasmo escriba Inglaterra:
La cristiandad acaba de perder uno de sus ms bellos ornamentos.
Como Pricles, como Augusto, Len X dio su nombre su siglo.
Pope rinde al gran Papa, que llena toda una poca, este elocuente homenaje :
Mirad, es la edad de oro del gran Len! Las musas vuelven de su letargo y se coronan
con las guirnaldas marchitas por el tiempo. El antiguo genio de Eoma, que se cierne sobre
sus ruinas, sacude el polvo que las cubre, y levanta la cabeza majestuosa. Oh triunfo de las
artes! la escultura y sus hermanas dejan la tumba; el mrmol respira; la piedra se reviste de
formas; levntanse hermosos templos. Rafael ha tomado sus pinceles...
Tras de l viene Adriano V I .
Era el hijo de un oscuro obrero de Utrech, llamado Florencio Boyers. Habiendo manifestado en su niez extraordinaria aptitud para las letras, se le mand Lo vaina estudiar el
latin, el griego, las matemticas, la filosofa y el derecho cannico.
su pasin por las letras una una gran piedad: nunca volva de la ctedra sin dirigirse
una iglesia, y si por el camino algn pobre le sala al encuentro, parta con l su insignificante racin.
La pobreza le redujo vivir en miserable guardilla, fra, insolubre. La vela tena que h a cerla la luz de algn farol pblico.
Margarita de Austria', viuda de Carlos el Temerario , sabedora de la situacin del infeliz
estudiante, le mand lea para calentarse y trescientos florines para comprar libros, obteniendo despus u n curato y ms adelante una canonga en San Pedro de Lovaina.
Consagrado al retiro, sin ms compaa que sus libros y alguno que otro sacerdote de m u y
probada virtud, apenas le conoca nadie ms que los pobres.
Public su obra Oomentarmm de rebus tlieologicis, donde revela un gran conocimiento en
materias eclesisticas.
Su nombre lleg hasta al emperador Maximiliano, que le nombr preceptor de francs, de
latin y de espaol del nio Carlos, que fu ms adelante rey de Espaa y emperador de Alemania con el nombre de Carlos V.
Hemos indicado ya algo de la altura que subi el joven monarca.
Heredero de las posesiones austracas, por parte de su padre, de Espaa y los Pases-Bajos por la de su m a d r e , y dueo por consiguiente de los dominios de Italia y de u n nuevo
mundo en Amrica, sabido es que tuvo la gloria de que el mismo Francisco I de Francia fuera
su prisionero.
Con u n territorio en que nunca llegaba ponerse el sol, nada tiene de particular que en
aquella encumbracion, la que m u y pocos han llegado, alimentara sueos de una monarqua
universal, no ttulo.de dominio, sino ttulo de supremaca.
Todos los soberanos de su poca se inclinaban ante su innegable superioridad.
Haba en su poltica algo de la movilidad y hasta del maquiavelismo de su poca. Impenetrable unas veces, expansivo otras, ya tenaz, ya condescendiente, segn convena sus m i -
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ras; tan poco avaro en prometer como poco cuidadoso en cumplir; ocultando u n sentimiento
en el fondo de su corazn como en su sepulcro, desconfiado por naturaleza, nadie le igualaba
en actividad y en proyectos atrevidos, con los que logr abogar las antiguas libertades y las
formas tutelares de la Edad media con el poder personal de los tiempos modernos.
E n el esplendor de sus grandezas, Carlos V se acord de Adriano Boyers, su antiguo profesor, obteniendo para l el arzobispado de Toledo, y despus la prpura cardenalicia. .
Al ausentarse de Espaa Carlos, trat de confiar Adriano la regencia de la nacin; el humilde Arzobispo crey que la carga de gobernar los hombres, para l, que no se entenda sino
con sus libros, haba de ser demasiado pesada.
Dios no le haba concedido el don de entusiasmar las muchedumbres en favor suyo. Su
palabra era tan sencilla como sus vestidos.
Madrugaba mucho. No haca ms que una comida al da, y sin que durante sta se omitiese jamas el leer la Escritura.
Por lo dems, hasta Erasmo admiraba sus virtudes, y el mismo Lutero deca de l que era
un obispo de una conducta la ms admirable y merecedor de todo elogio.
Un da Dios le tom por la mano, le sac de su retiro de Vizcaya, donde se hallaba envuelto entre sus libros, y le coloc en el trono pontifical.
No es posible describir su dolorosa emocin al ver penetrar en sus habitaciones dos legados
que le presentaron el acta de su eleccin pontificia.
Difcil herencia era la de Len X ; pero Adriano no tuvo otro recurso que aceptarla.
E n la eleccin no le falt ms que un voto; el de Francisco Orsini.
Adriano era muy distinto de Leo X .
No trata de levantar monumentos, ni de emplear los tesoros de Roma en enriquecerla con
obras maestras de arte, ni de verse circuido de una corte de artistas, de poetas y de liisto-
riadores.
Ms bondadoso que elegante, antes telogo sabio que hbil poltico, rico de fe y de piedad,
para l no hay empresa tan fecunda como devolver la paz la Iglesia.
El protestante Schcerckh le describe diciendo que era el verdadero tipo del flamenco honrado, franco, sincero, sacerdote grave, pontfice de rara moderacin, ocultando toda la sencillez de un hombre privado bajo la tiara del pontfice. Menzel, protestante tambin, le califica
de modelo de modestia, de enemigo de toda fastuosidad cortesana.
Al partir de Espaa para Roma, Carlos le ofreci acompaarle.
Tendra gran placer, contesta l, en que me acompaara Vuestra Majestad; pero la estacin es demasiado calurosa y vuestra salud podra resentirse de ello.
No obstante, para honra de Espaa y del Emperador, Carlos quiso que se armara una
flota, y que acompaara al electo Pontfice un cortejo de dos mil espaoles, entre prelados y
cortesanos, y cuatro mil soldados.
Al llegar Genova fu cumplimentado por el duque de Miln, el marques de Pescario y
Prspero Coionna, quienes, por haber entregado la ciudad una soldadesca sin freno, merecieran las censuras pontificias. Juzgaron aquella ocasin oportuna para que les fuesen levantadas. A loque Adriano contest :
No podemos, ni debemos, ni queremos.
Es la misma respuesta que haba de repetir Po VII en sus debates con Napolen.
E l 28 de agosto de 1522, Adriano salta en tierra en Ostia, donde se embarca en el Tber
para bajar San Pablo extramuros.
Supo all que en la puerta Portesa se estaba levantando u n arco de triunfo que costara 500 escudos. Adriano manda que se suspendan aquellos trabajos inmediatamente.
E r a n costumbres, dice, propias de la poca de los gentiles, que no dicen bien ni un
religioso, ni u n cristiano.
Sublime rasgo de modestia que Roma no quiso comprender.
0.37
538
volabat.
El mismo Lutero dijo qu Erasmo no poda ser inspirado por el Espritu Santo.
Y por qu? se de pregunt.
Porque el Espritu Santo no es escptico, contest el Reformador.
Efectivamente hay en Erasmo cierta vacilacin que no habla m u y alto en favor de su
fijeza de convicciones.
S39
Poda haberse persuadido ya de las fatales consecuencias de la Reforma; pero al tener que
luchar contra ella, carece de valor y se excusa.
No va lograrse nada, dice ; este Lutero cuando empieza sostener una tesis la lleva
hasta los ltimos extremos de la exageracin. Si se le corrige, en vez de moderarse se engolfa
todava ms en su error, y entonces no aspira otra cosa que entregarse mayores excesos.
Erasmo busca excusas ftiles en su edad, en sus enfermedades, en su imaginacin que se
hiela en sus dedos,. y acaba por decir que ya es tarde para enfrenar el error, y que esto se
habria logrado tenerse antes en cuenta sus consejos.
El edicto de Worms, destinado reprimir la hereja, quedaba convertido en letra muerta.
Carlos V, que lo hubiera hecho cumplir, estaba demasiado lejos y le ocupaban por entonces
otras empresas.
En vano el Papa escribe los prncipes alemanes; slo el duque Jorge de Sajonia se manifiesta dispuesto cumplir con su deber. Enva la dieta algunos de los libelos de Martin,
diciendo:
He notado en ellos los pasajes injuriosos para el Emperador; en cuanto aquellos en que
el monje ultraja Enrique VIII y Adriano V I , el tener que notarlos sera m u y largo: basta
decir que el libro est lleno de semejantes insultos.
El consejo de regencia se limit contestar en tono bastante seco que haba visto con
desagrado las frases injuriosas del doctor Martin.
Esto no lo dudo, insiste diciendo el Duque; pero es menester que se repriman.
La demanda del Duque no fu atendida.
Lutero se presentaba cada da ms envalentonado, y tuvo la osada de escribir otro libelo
en que insultaba al Duque con las palabras ms groseras.
Jorge tom el partido de preguntar al mismo Lutero si aquel libelo era escrito por l.
Martin contesta con nuevas insolencias.
secular.
Escribe despus su manifiesto ele la Magistratura
Estos prncipes, dice, no son ms que polizontes que quieren pasar por cristianos. Si
yo ataco al Papa la cara, al Papa, que es el grande dolo, he de tener miedo de estas escamas?
E n este manifiesto el doctor divide la sociedad en dos campos; uno que pertenece al reino
de Dios, otro al reino del mundo; el primero, congreso de fieles, Jerusalen de cristianos, para
gobernarse no tiene necesidad ni de espadas, ni de magistratura, ni de ministerio poltico;
all la anarqua no es posible; todos los miembros son iguales; all no hay ms seor que J E SUCRISTO, all no se pueden dictar leyes ni establecer reglamentos sin el asentimiento de la voluntad comn.
Ninguna alma cristiana, aade, debe ponerse al amparo de la ley civil, ni investirse del
carcter de juez para administrar justicia. El que sostiene querellas contra los tribunales, el
que se presenta ellos para vindicar su honra defender sus bienes temporales, este es i n digno de llevar el bello nombre de discpulo de CRISTO.
H aqu que Dios entrega los prncipes catlicos su reprobo sentido; su reino est
acabado, van descender la t u m b a , envueltos en el odio del gnero humano, prncipes,
obispos, sacerdotes, monjes, polizontes sobre polizontes. Desde que el mundo es mundo un
prncipe sabio y prudente es rara ctvis in trra, y es cosa ms rara todava un prncipe honrado. Qu son la mayor parte de los grandes? Unos locos, unos bribones, los mayores bribones que viven debajo del sol; y estos electores, estos verdugos, nosotros les llamamos clementsimos seores.
Prncipes catlicos, el brazo de Dios va descargar sobre vuestras cabezas; la corrupcin os ahogar, y moriris, aunque vuestra potencia sea ms grande que la del mismo Gran
Turco. Ya lleg vuestra recompensa; se os tiene por impostores y bribones; y se os juzgar
por el papel que hacis; el pueblo os conoce y el terrible castigo, que Dios llama el desprecio,
840
Mi
Padre comn de los fieles no se vea en adelante contristado por el triunfo de la hereja; recordad que la Iglesia ha hablado, y que vosotros, hijos dciles, debis obedecerla y velar en
la ejecucin de sus decretos. Paz todo aquel que abjure sus errores.
El archiduque Fernando, elector de Brandeburgo, peda que se adoptaran medidas de r i gor. Pero ante esta propuesta se levant una viva oposicin.
,No soy yo, por ventura, el representante del Emperador? exclamaba Fernando.
E s verdad; pero conforme lo que disponga la dieta y las rdenes del imperio.
La dieta formul los cargos que se hacan contra Roma; eran ciento, cenhcm gravamina.
Ms bien que quejas fundadas lo que se formul all fueron recriminaciones hechas con
dureza, pidindose reparaciones que el Papa no hara jamas, porque para ello hubiera sido indispensable daar su autoridad y la disciplina de la Iglesia.
Cheregat al leer los cenium grvamela, se sinti hondamente impresionado y crey que
sil deber, su dignidad, no le dejaba ya ms recurso que retirarse de la asamblea.
Los centwhi gravamina se imprimieron y difundieron con prodigalidad en latin y en alemn. E n algunas ediciones se aadan comentarios llenos de invectivas contra el pontificado.
Lutero se encarg de contestar al discurso del Nuncio.
Este haba dicho, por ejemplo, en su exordio:Pricles mismo se senta intimidado cada
vez que tena que hablar en pblico.
Al margen haba una nota que.deca:Prefacio impo que sabe paganismo.
Cheregat anunciaba que si la Hungra caa en poder de los turcos, toda la Alemania sera
presa de los brbaros. La nota marginal deca:Antes que los papistas primero los turcos.
Adriano, aquel Papa tan humilde, tan bueno, aquel tipo del cristiano de la primitiva
Iglesia, aquel varn de la paz, aquel Pastor dispuesto dar la vida por sus ovejas, que nunca
pens mal y del que el mundo no era digno, segn la expresin de u n doctor protestante,
al ver que Cheregat volva sin que su misin hubiese obtenido el menor resultado, sinti
profundo dolor.
Desde aquel da el Papa empez presentarse triste, taciturno, anegado en la amargura.
La inutilidad de aquella tentativa le haba herido en lo ms ntimo de su corazn y esta h e rida le produjo la muerte.
A su cortejo fnebre asistieron todos los pobres de Roma, exclamando:
Nuestro Padre ha muerto!
Los trabajadores, los de humilde posicin, al ver su cadver caan de rodillas y se d e s hacan en lgrimas.
Adriano era hombre de simptica fisonoma; aquel rostro blanco y sonrosado era la e x presin de la ingenuidad de su hermosa alma.
Era alto de talla, trayendo algo inclinada la cabeza.
Esplndido nicamente con los pobres, su modestia, su sencillez, en lo que se refera
su persona, excitaba las burlas de los"habitantes de su palacio.
Trat con marcada prevencin los artistas. Al ensersele el magnfico grupo de mrmol que representa la muerte de Laoconte, Adriano se limita decir:
dolos gentlicos, y apart los ojos ante aquella clsica desnudez.
A l, que trabaj en la fundacin del colegio de las tres lenguas en Lovaina, que en E s - .
paa fu considerado como el protector de los hombres de talento, que hizo de las letras uno
de los placeres ms favoritos de su vida, que no poda sufrir un eclesistico ignorante, fu
tratado de brbaro por aquel ejrcito de humanistas que l se resisti retribuir y que le llenaron de burlas.
Un epigrama deca:
Sextus Tarquinius,
Sextus ero, Sextus et iste:
Semper et a sexlis dirula Roma fuit.
K
02
Patria
S. P.
Q..B.
Los menos preocupados contra l, los que no se dejaban arrastrar del todo por aquel fanatismo artstico que entonces dominaba, expresaron su concepto sobre el ilustre Papa con este
epitafio:
*
Aqu descansa Adriano
'
Y este otro que era una frase que l pronunci poco antes de morir:
Interesa muclio un hombre, an al ms honrado, comprender bien la poca en que vive.
XXIV.
El doctor de Wittemberg y el rey de Inglaterra.
Era demasiada gloria para Lutero el que una testa coronada, el que uno de los reyes ms
poderosos de su tiempo descendiese combatirle.
Enrique VIII haba estudiado con detencin al gran genio de la Edad media, alastro dlas
escuelas, al serafn de los doctores, santo Tomas. Las obras de santo Tomas, Enrique VIII
las llevaba consigo en sus excursiones, y figuraban en primera lnea y con magnficos relieves
en su bibloteca.
No slo lo estudiaba el R e y ; Wolsey, Fisher, Moro, los ms ilustres de sus cortesanos
participaban de su aficin en favor del gran maestro de la teologa.
Al leer los libelos de Lutero, Enrique se irrita, y sin apercibirse del ruido que levantaban,
no lejos de su isla Francisco I y el emperador de Alemania, se retira Greenwich, pasa das
enteros consultando los Padres de la Iglesia latina, hace apuntes, copia citas y se pone
refutar el libro sobre La cautividad de Babilonia, donde el doctor suprime los sacramentos del
Orden, de la Penitencia, de la Extrema-uncin.
Como discpulo de santo Tomas, su tarea est4 bien deslindada: Lutero destruye; l debe
reedificar.
El prefacio de su obra parece escrito en los mejores tiempos de la ciencia teolgica.
No hay slo ciencia; hay ademas en aquel prefacio sentimiento, ternura; Enrique tiene
all lgrimas para su Madre la Iglesia, la que ve torpemente ultrajada.
El libro de Enrique VIII se titula: Defensa de los siete Sacramentos.
Al entrar en materia, Enrique dice:
Se haba cebado jamas-una peste semejante en el rebao de CRISTO?Qu serpiente es
esta que se alimenta de los Sagrados Libros para atacar los Sacramentos? Un mofador de
nuestras antiguas tradiciones,' que no tiene fe en las santas inteligencias, en los antiguos intrpretes de nuestros Libros Sagrados, sino en cuanto stos abunden en su sentido, que compara
la Santa Sede la impura Babilonia, trata de tirano al Sumo Pontfice y hace de su angusto
543
nombre el sinnimo de Antecristo. Alma de lodo que intenta resucitar herejas hundidas en
la tumba desde hace siglos, que fabrica un mosaico de viejos y nuevos errores, que yacan
vergonzosos en las tinieblas, y cifra su gloria en turbar con su palabra la Iglesia!
El rey telogo pulveriza con la solidez de sus argumentos todos los sofismas del doctor
sajn.
Hay veces en la produccin de Enrique VIII rasgos magnficos de elocuencia.
Que se atreva anegar que la comunidad cristiana toda entera saluda en Roma su madre y su gua espiritual! Hasta en las extremidades del mundo, los cristianos separados de
nosotros por el Ocano, por la soledad del desierto, obedecen la Sede Apostlica. Pues si este
poder inmenso el Papa no lo posee ni por orden de Dios, ni por voluntad del- hombre, si es
una usurpacin, un robo, que Lutero nos ensee el origen. La fuente de un poder tan grande
es imposible que est envuelta entre tinieblas. Se pretende que la cuna de este poder no se
remonta ms all de uno dos siglos? Pues bien; aqu est la historia; que. se abran sus
pginas.
Y si este poder es tan antiguo que su principio se pierde en la noche de los tiempos, entonces Lutero debe saber que las leyes humanas establecen que toda posesin, de la que la memoria no puede.designar el origen, es legtima, y q u e , conforme al unnime consentimiento
de las naciones, est prohibido tocar lo que el tiempo h a hecho inmutable.
Se necesita bastante impudencia para afirmar que el Papa no ha fundado su derecho sino
con el apoyo del despotismo. Y por quin nos toma Lutero? Tan estpidos se figura que somos para creer que un pobre sacerdote logr fundar un poder tan grande como el suyo, y que
sin misin, sin derecho de ninguna clase, haya-podido someter tantas naciones su cetro, que
se hayan encontrado tantas poblaciones, tantas provincias, tantos reinos bastante prdigos de
sus libertades para reconocer de esta manera un extranjero, al cual no se deba ni fe, ni homenaje, ni obediencia?
Enrique V I I I , recordando luego su erudicin clsica, evoca una de las grandes figuras
de Roma, Emilio Securo, para confundir su adversario:
Quintes, escriba aquel anciano quien un hombre sin fe acusaba en presencia de Roma;
Varo afirma, yo niego, quin creeris? Y el pueblo aplaudi y el acusador fu confundido. Yo
no quiero otro argumento en esta cuestin de las llaves. Lutero dice que las palabras de la
institucin se refieren los laicos; Agustin dice que n o , quin creeris? Lutero dice s,
Beda dice no; quin creeris? Lutero dice s, Ambrosio dice no; quin creeris? Lutero
dice s, la Iglesia toda entera se levanta y dice no ; quin creeris?
Tenemos que no hay doctor, por antiguo que sea,- que no hay santo tan elevado en beatitud, ni sabio tan versado en el conocimiento dlas Escrituras, quien este doctorzuelo, este
santo de nuevo cuo , este erudito de relumbrn no rechace con su soberbia autoridad. Ya
que l desprecia todo el mundo, tendra razn de indignarse si se le volviera desprecio por
desprecio?... De qu ha de servir, por otra parte, una disputa con Lutero, que no es del parecer de nadie, que no se- entiende s mismo, que afirma ahora lo que neg minutos antes?
Si os armis de la fe para combatirle, os opone la razn; si os amparis tras del escudo de la
razn, se cobija en la fe. Citis los filsofos? l apela la Escritura. Invocis los Libros Santos? pues entonces se envuelve en sus sofismas. Para l no hay leyes, no hay maestros, y desde
la altura de su grandeza, se re de las grandes lumbreras, insulta la majestad de los pontfices, ultraja las tradiciones, el dogma, las costumbres, los cnones, la fe de la Iglesia que l
no encuentra en ninguna parte, a n o ser en ese cenculo de dos tres novadores de quienes l
se ha constituido en jefe.
Antes de terminar el libro, Enrique'se complaca en leer alguna de sus pginas los humanistas que iban visitarle en Greenwick, ' quienes preguntaba su parecer.
Moro, que era uno de los consultados, un da le observ que, el lenguaje que usaba respecto al Papa, tal vez era demasiado absoluto.
544
Y a lo habis pensado bien? le deca Moro. Podra venir da en que el Papa, soberano
temporal, estuviese en lucha con la Iglaterra, y en este pasaje exaltis demasiado la autoridad de la Santa Sede, cosa de que Roma podra aprovecharse en caso de ruptura.
No, no,, responde Enrique con viveza; la expresin de que me valgo no es exagerada;
nada iguala ala veneracin que la Santa Sede me inspira, y por mucho que haga nunca la expresar en trminos bastante enrgicos.
Pero, seor, veo no recordis ciertas disposiciones del estatuto Premunir.
Y qu importa? Mi corona no la debo la Santa Sede?
Enrique da publicidad su libro.
Jamas escritor alguno ha recibido tantos aplausos.
De Espaa, de Francia, de Italia, de los Pases Bajos, de Alemania, de todas partes le llegan las ms entusiastas felicitaciones.
Se dijo que el.libro no era escrito por el Rey, sino por el obispo de Rochester, E'isher, quien
se apresur contestar:
Esto es una calumnia; que Enrique goce slo del fruto de su valer y de su* gloria!
El Rey, apenas hubo terminado el libro, llama un calgrafo, lo hace copiar en pergamino,
y encuadernado de una manera riqusima, manda un agente suyo con dos ejemplares para
que su embajador en Roma los presente al Papa en audiencia solemne.
<k Enrique se le concede por el Sumo Pontfice el ttulo de Defensor de la fe.
No se limita refutar Lutero. Escribe los prncipes alemanes, recomendndoles que
repriman los errores de Lutero, hacindoles ver que tras de la monarqua espiritual vendran
los prncipes seculares, que la rebelin saldra del templo para posesionarse de la plaza pblica,
y que ellos por su tolerancia seran responsables de los males que iban caer sobre sus Estados.
Enrique empez por dar el ejemplo. Orden que se fijara una orden suya en las puertas de las iglesias de todo el reino en que se dispona que todos los escritos de Lutero, ya fuesen en latin, ya en otra lengua, se presentasen la autoridad eclesistica.
El 12 de mayo de 1 5 2 1 , Wolsey se presentaba con gran pompa, y rodeado de numeroso
cortejo en San Pablo de Londres, donde Pace, den de aqulla iglesia, le esperaba ala puerta
presidiendo el cabildo. Despus que se hubo incensado Wolsey, entr ste bajo palio sostenido por cuatro doctores, se adelant hacia el altar, psose de rodillas hizo su oracin. Dirigise despus los claustros del templo, donde se sent en un trono, ostentndose su derecha y su izquierda las dos cruces en su carcter de legado, teniendo ademas junto l al
embajador de Su Santidad, al arzobispo de Cantorbery, al embajador del Emperador y al obispo
de Durham. Entonces Fisher sube un pulpito, desde el que dominaba toda la concurrencia,
y al terminar un largo discurso fulmina anatema contra las doctrinas de Lutero y contra todo
aquel que conserve uno solo de sus escritos. A l pronunciar la excomunin, levntase una hoguera, y ante el pueblo reunido, se coloca en ella La cautividad de Babilonia, las tesis y otros
folletos del doctor, disolvindose la ceremonia los gritos de: Viva el Papa! Viva el Rey!
Enrique con su obra acababa de herir Lutero en la ms delicada de sus fibras, que era
la del orgullo. Si hubiese Lutero tenido crceles, verdugos ejrcitos que emplear contra Enrique, no habra hallado el menor escrpulo en emplearlo todo contra su contrincante. No tena ms que una pluma; la moj en la hil que ahogaba su pecho y contest Enrique con
otro libro.
Lo empieza de esta manera :
Martin Lutero, por la gracia de Dios, Eclesiastes de Wittemberg, todos los que leern
este pequeo libro, gracia y paz en el CRISTO. Amen.
Enrique, por la no gracia de Dios, rey de Inglaterra, ha escrito en latin una obra contra
m. Hay quien opina que el autor del folleto o es Enrique; pero q u e m e importa que el folleto sea la obra del rey Heintz, del diablo del infierno? El que miente, sea quien sea, es
siempre un embustero.
(
fi'
Respetar yo las blasfemias ele un discpulo de ese monstruo de Tomas? Que defienda
su Iglesia, su concubina vestida de prpura, su madre de libertinaje, de prostitucin,
m me importa poco. esta Iglesia y al que se constituye en su caballero y vengador yo les
liar una guerra sin cuartel, y Dios mediante, les derribar en tierra heridos mortalmente.
Mis dogmas subsistirn y el Papa caer, pesar de las puertas del infierno, de las potencias
del aire, de la tierra y del mar. Me han provocado, pues guerra tendrn ; rechazan la paz
que yo les ofreca; en adelante nada de treguas. Veremos quin se cansar, si el Papa
Lutero.
Enrique no publica su libro, como l dice, para vengarlos Sacramentos; lo publica porque, no sabiendo echar en tierra su pus su veneno de su boca ptrida, lo arroja hacia el
cielo.
SI UVES
Cuando el doctor Emser le acus Lutero por stis variaciones, ste le contest :
Yo quiero cambiar, s; quiero cambiar; por qu? Porque me da la gana.
Enrique le responde con razones de valor muy parecido.
Decir hoy blanco y maana negro esto no es cantar la palinodia, de otra suerte qu deberamos decir de san Pablo, que no canta desjraes de su bautismo lo que cantaba cuando persegua la Iglesia? Si esto al Salomn ingles le maravilla, yo me maravillo de que, en vez de
sus botas, no calce los zapatos que calzaba en la cuna, y en vez de beber vino no se alimente
con la leche de su nodriza.
He dicho que el Papa era el Nemrod de la Escritura; pues todava le he hecho demasiado
honor; al fin Nemrod es una potencia establecida por Dios la que es menester honrar y bendecir, segn el precepto.
T.
II.
(ifl
JC
Fisher, Opera.
S47
no convena usar la clera siempre fra de un hombre de Estado: Tomas Moro no conoca otra.
Lutero las palabras insolentes le manan de su boca como la cerveza de su vaso; se necesita
haber pasado muchas horas en aquellas botilleras de Wittemberg, haber hablado con aquellos hombres; Tomas Moro no estudi jamas en semejante escuela.
Lutero se le deca:
Para contestar al Rey lo que se necesitan son injurias que caigan sobre l como copos
de nieve.
Y el diccionario de las injurias Lutero lo posea perfectamente.
Ms adelante Lutero, necesitando que sus libros pudieran penetrar en Inglaterra, pide
perdn Enrique y dice que al contestarle anteriormente un mal genio le haba cegado, aadiendo que no se atreve levantar los ojos hacia su Real Majestad.
Enrique le contesta:
Dices que te avergenzas de tu libro; lo creo; te falta aadir de todos los libros que has
publicado, que no son ms que un tejido de groseros errores, de locas herejas, y en los que no
hay ni lgica ni ciencia... Qu importan los insultos de un ser como t , que se mofa de la
Iglesia toda entera, que destroza nuestros Padres, que blasfema de nuestros santos, que ridiculiza nuestros Apstoles, que ultraja la santa Madre de CHISTO, Dios mismo, hacindole autor de todos los crmenes? Dices que no te atreves levantar los ojos hasta mi persona;
yo extrao cmo te atreves levantarlos al cielo y mirar la cara un hombre honrado.
XXV.
Lutero toma la Biblia traducida en lengua vulgar como arma de combate contra la Iglesia.
Ernser comparaba con razn el simbolismo reformado, por sus cambios continuos, los dibujos que forma la espuma del mar sobre la arena de un muelle.
Lutero mismo, cansado ya de demoler, se avergonzaba de no poder presentar un cuerpo de
doctrinas ordenado y uniforme; hasta entonces el protestantismo ni aun tena el carcter de
una secta; no pasaba de ser una apostasa.
Lutero va establecer su base del dogmatismo religioso : la santa Escritura interpretada
por el sentido individual.
Todo hombre es sacerdote, segn l; pero en dnde se encuentra la credencial de este sacerdocio, el ttulo de este apostolado que Lutero supone como encarnado en el hombre? En la
Biblia, contesta l; all est el ttulo del sacerdocio universal, all est el cdigo que todo hombre debe tener la mano para leerlo y comprenderlo; all debe beber la verdad religiosa la
inteligencia sana lo mismo que la inteligencia extraviada, el hombre de educacin y de estudios lo mismo que el ignorante.
Los reformados empiezan por decir: Este argumento creemos en la Escritura porque
creemos en la Iglesia; creemos en la Iglesia porque creemos en la Escritura, es un crculo
vicioso.Por ventura esto no se aplica tambin las organizaciones que no tienen carcter
religioso, las polticas, por ejemplo? Se acepta la ley porque dimana del poder social; se
acepta el poder social porque dimana de la ley.
Estudiando la cosa bajo su verdadero punto de vista, podemos decir que nosotros creemos
en la Iglesia, no precisamente porque la Escritura lo dice, sino por la autoridad de JESUCRISTO.
El que esta autoridad est consignada en la Escritura es un accidente; la autoridad de CRISTO
imponindonos la fe en la Iglesia pudiera estar consignada en la tradicin.
La Iglesia cristiana se inaugur apoyndose en esta palabra hablada de CRISTO : Id y
ensead; pues sabido es que CRISTO no empez por entregar la Biblia sus Apstoles y d e cirles: Id, y llevad este libro. En los primitivos tiempos de la Iglesia apostlica, cuando
08
aun la palabra de CRISTO no estaba consignada en los Evangelios, claro es que entonces la
Iglesia no baba de apoyarse en la Escritura, y no obstante ya era Iglesia; h aqu, pues,
como el argumento protestante cae por su base.
Los reformadores, descartndose de la autoridad de la Iglesia, establecen el sentido privado como supremo criterio. Tenemos, pues, en la interpretacin de las Escrituras un apoyo
completamente falso; porque quin nos asegura de que en la interpretacin individual no ha
intervenido para algo la pasin, la preocupacin, la ignorancia? E n dnde tenemos la garanta de que nuestra interpretacin particular es la verdadera, de que en vez de apoyarnos
en la autoridad divina no nos hemos apoyado en un pensamiento puramente personal?
Si la Escritura es infalible, en cambio el individuo que la interpretaos falible. Decir que
la Escritura tiene todos los sentidos que puede aplicarle el hombre, equivale decir que no
tiene ninguno; si cada fiel puede interpretarla su manera, deja de ser una luz para nuestras
almas, ya que por s sola no basta alejar toda vacilacin en los espritus y conducir t o dos un acuerdo comn, constante, inquebrantable. Lo que de esta interpretacin individual
ha de surgir necesariamente es la duda, la anarqua en el espritu, la negacin religiosa en
ltimo resultado. Con la interpretacin individual la religin quecj. reducida una mera opinin particular, que reviste el carcter propio de cada uno, que es sentimentalismo ciego en
unos, exaltacin fantica en otros, abstraccin sofstica en muchos.
Es menester que el depsito de la palabra divina tenga su custodio encargado de impedir
que se mutile, que se altere, que se la d un falso sentido: este custodio es el ministerio de
enseanza instituido por la enseanza viva del mismo CRISTO, que prometi estar con su Iglesia hasta la consumacin de los siglos, y que dijo su apostolado y con l la Iglesia que
lo viene representando en el decurso del tiempo:El que os escucha vosotros me escucha
m. Esta autoridad de la Iglesia, no slo debe conservar el depsito de la palabra de Dios,
sino el sentido, el espritu de esta palabra, espritu que mantiene en su pureza integridad
por medio del concurso sobrenatural con que cuenta, sin cuyo concurso la fe degenerara en
creencia puramente subjetiva y humana. El hombre no inclina su inteligencia para creer,
sino ante lo que est ms alto que l; para que el pensamiento humano se someta es menester que est sobre l el pensamiento divino, y esta garanta no la encontramos sino en una
institucin divinamente establecida, nica base en que el espritu puede descansar en lo referente al orden religioso.
Prescindamos de la autoridad de la Iglesia y todo cae. El mismo edificio religioso que se
pretende fundar sobre la Escritura carece de base, desde el momento en que la palabra divina
es sometida al capricho del primer comentador, y el texto sagrado no constituye ms que un
tema en que se entretiene todo aquel quien se le antoja dar un testimonio de su locura de
sus miserias.
La palabra escrita, dice m u y exactamente Platn , tiene, respecto la hablada, la desventaja de que cuando se la combate est desarmada, porque no hay all un padre para defenderla. H aqu de lo que tratan los protestantes: de dejar la Escritura, sin defensa para
irse descartando de su texto despus de haberse descartado de su autorizada interpretacin.
Oigamos los reformados y veremos qu queda de la Santa Escritura.
Uno dice:
E s verosmil que la doctrina pura de JESUCRISTO no ha sido conservada intacta en el
Nuevo Testamento.
Otro aade:
E l Evangelio de san Mateo no es ni de un apstol ni de un testigo ocular (1).
Otro dice:
E l Evangelio de san Juan es la obra de algn filsofo de Alejandra.
Claudio se expresa as:
(1)
Xischer.
549
forma
amalorium
quiddam
et nupliale
ordilur,
virginem,
ut
apparct,
HISTORIA
550
DE L A S
PERSECUCIONES
este libro, si llega al entendimiento bajo la forma de imgenes que pasan de moda como los
vestidos, que cambian se alteran cada transformacin de la humanidad y siguen todas
las leyes del progreso material! Entonces la autoridad vela en vano sobre el destino de la palabra revelada, como sobre los preceptos que ella contiene, y esta palabra que Dios nos ha
dado para nuestra salvacin, pasa ser un signo sospechoso y sujeto engao. Con una lengua muerta no sometida transformaciones, la palabra del Espritu Santo es el arca santa
flotando sobre las oleadas del tiempo que no pueden llegar hasta ella. Por esto el Catolicismo
ha conservado el uso del latin en su liturgia. Toda lengua viva sigue la condicin humana
del pueblo que la habla.
Los reformados, pues, prescindiendo dlos textos originales, anatematizando la Vulgata,
entregan la Biblia, no slo al capricho de cualquier comentador, sino las transformaciones
que est sometido todo idioma vulgar.
Y cmo traduce Lutero la Biblia?
No hay duda que es la obra en que ha puesto mayor cuidado. Es tarea en que emple
muchos aos; bajo el punto de vista literario la traduccin de Lutero es u n trabajo de que
pudo mostrarse orgulloso.
La imparcialidad que debe constituir el carcter de nuestra obra nos obliga decir aqu
que, segn el parecer de los crticos, la Biblia de Lutero tiene pasajes excelentes en que la
sublime poesa del libro de Dios aparece con precioso encanto.
El poeta, dice A u d i n , debe menudo aplaudir esta versin en que la musa bblica se
ostenta lozana y melodiosa. All Lutero reproduce la frase original con un atractivo de sencillez que penetra en el corazn; y , cuando es menester, se reviste de pompa y de lirismo:
ingenua en los relatos dlos patriarcas, es entusiasta con el rey-profeta, popular con los evangelistas, dulce ntima con las epstolas de san Pedro y san Pablo (1).
Se concibe, pues, el aplauso que la traduccin de Lutero obtuvo en toda la Sajonia. Los literatos alemanes la calificaban de monumento literario; los discpulos del Reformador la tenan
por un prodigio sobrenatural.
La Biblia de Lutero fu impresa con una riqueza de tipos desconocida hasta entonces.
E n pocos aos se imprimieron en Alemania cien mil ejemplares.
Mientras se haca cruda guerra todas las imgenes, todos los smbolos catlicos, la
Biblia apareci enriquecida de dibujos, de emblemas. Lleg ser el libro de moda; se le encontraba en las mesas de todos los salones, hasta en el tocador de las seoras.
Pero si la Biblia de Lutero tena bastante valor como trabajo literario, no hay duda que
el Reformador en la traduccin de muchos pasajes anduvo poco escrupuloso.
El doctor Emser volvi la palestra apenas se hubo impreso la Biblia; descubri en el
prefacio todo el veneno de luteranismo que all Lutero procur dejar oculto, y acus al doctor
de querer erigirse en Padre de la Iglesia, en autoridad infalible.
Emser, consumado helenista; Emser, que conoca y hablaba el hebreo como su lengua materna; Emser, que era en lingstica uno de los primeros sabios de su poca, entra en el fondo
de la clebre traduccin, y sin acritud, sin preocupacin de ninguna clase, examina el trabajo del Reformador.
Emser, resume su exacto y detenido anlisis diciendo:
Triste obra en que el texto es falsificado casi cada pgina y donde se podran contar
ms de mil alteraciones.
Bucero, dice:
Es una obra en que Lutero cae cada paso que da (2).
Y ya no son slo alteraciones, son omisiones en que aparece con intencionada malicia el
propsito de sancionar su sistema.
(1)
(2)
B u c e r , Dial, contra
Melancht.
SB1
XXVI.
Roma saqueada por hordas de luteranos.
Despus de la muerte de Adriano subi al trono pontificio Julio de Mdicis con el nombre de Clemente V I L
Clemente era un humanista de mucha instruccin, gran conocedor del mundo, y dotado
de habilidad diplomtica. Haba sido el brazo derecho de su primo Len X .
Inaugur su pontificado poniendo en libertad y abriendo generosamente los brazos Soderini, pesar de su negra traicin, lo que hizo que se dijera de l:
Este Papa ser en realidad Clemente.
Azarosas eran las circunstancias en que subi la Sede Pontificia. Desde mucho tiempo
la Italia vease asolada por crudsima guerra, en la que dos prncipes, Carlos V y Francisco I, se disputaban la corona del mundo.
Clemente se haba disgustado con el Emperador por oponerse ste la introduccin de
unas bulas pontificias sin el regim cxequalior, lo que dio lugar que el Sumo Pontfice se
inclinase al partido de la Francia, al que por otra parte vea ms propicio la independencia de Italia que gema bajo el yugo extranjero.
Convertida la Europa en inmenso campo de Agramonte, debatindose en esta lucha la
existencia de la Italia como nacin, no es de extraar que el hijo de los Mdicis, como pontfice y como italiano, tuviera que intervenir en los asuntos polticos. Mas no por esto descuid los intereses religiosos que se hallaban bajo su especial custodia.
Comenz por combatir toda clase de abusos que pudieran suministrar algn pretexto los
enemigos de la religin para combatirla; se atuvo con grande escrupulosidad lo preceptuado
por los cnones, y fu amigo de los hombres de ciencia.
Creyendo que la alteracin de la disciplina eclesistica en algunos puntos poda contribuir la propagacin de la falsa doctrina que sustentaban los llaniados reformadores, consagr especial cuidado hacer que sta se observare en todo su rigor.
Cuando crey que la poltica de Carlos V poda ser favorable la causa catlica, no tuvo
inconveniente en secundarla', mayormente comprendiendo que era indispensable el concurso
del Emperador para atajar los progresos que el luteranismo vena haciendo en Alemania y que
tenan tan hondamente contristado al Pastor de la Iglesia universal.
Carlos V saba que si l era antes poltico que religioso, el Sumo Pontfice era antes religioso que poltico y deba subordinar los intereses de la poltica otros ms elevados, que son
los de la religin; olvid, pues, que Clemente haba sido el aliado de Francisco I , y prometi cooperar su proyecto de combatir la hereja en Alemania. Por otra parte Carlos tena bas-
552
HISTOniA
PE LAS PERSECUCIONES
tante talento para comprender que en los Estados alemanes tras de la rebelin religiosa haba
de venir la rebelin poltica.
Las rdenes se reunieron de nuevo en Nuremberg en 1524, fin de ocuparse de la situacin de Alemania.
Para representarle en aquella dieta, Clemente nombr legado latere al cardenal Campeggio, gran talento y gran carcter la vez, telogo tan profundo como orador excelente (1).
El luteranismo en Alemania iba presentndose cada da ms provocador, la guerra no se
limitaba las doctrinas, extendase los smbolos; y despus de arrancar las imgenes dlas
iglesias y las cruces de los caminos, se proscriba el hbito del monje y la sotana del clrigo.
Despus de penetrar en Alemania, Campeggio, en su carcter de cardenal', quiso dar la
bendicin; pero el pueblo se le ech reir las barbas, prorumpiendo en burlas las ms insolentes (2).
Al llegar la ciudad donde se reuna la dieta, los prncipes que salieron recibirle le
aconsejaron que se despojara de su traje cardenalicio, fin de evitar las mofas del pueblo.
Campeggio, pues, tuvo que entrar en Nuremberg vestido de seglar.
El legado contaba mucho con el elector Federico, quien esperaba poder persuadirle que
se resolviera en favor de los intereses catlicos; pero el prncipe crey conveniente alejarse
de Nuremberg.
E n la dieta los prevenidos en favor de la secta luterana eran numerosos; los reformados
podan contar con la gran mayora de los diputados de las ciudades imperiales.
De parte del legado no haba sino el archiduque Fernando, hermano y lugarteniente del
Emperador, los duques de Baviera, el cardenal arzobispo de Salzburgo, el obispo de Trento
y diez prncipes ms entre seglares y eclesisticos.
Los catlicos se declararon en favor de la ley, que era aplicar lo acordado en la dieta de
Worms; los que simpatizaban con la Reforma queran-, al contrario, que se empezase por proclamar la libertad absoluta de conciencia.
Despus de largos debates, fueron votados los acuerdos en que se consignaba la reunin de
una nueva asamblea en Spira, el da de la fiesta de San Martin, donde las Ordenes del imperio determinasen cules eran las enseanzas de Lntero que podan admitirse y cules las
que deban rechazarse, y que entre tanto el edicto de Worms quedara en suspenso.
Era un doble atentado contra el derecho religioso y la ley civil, ya que una asamblea seglar haba de constituirse en tribunal de asuntos religiosos, y se permita suspender lo preceptuado en Worms bajo la autoridad del Emperador.
El legado del Papa protest solemnemente, y el representante del monarca declar que
llevara sus quejas Carlos V.
ste, al saber lo que pasa, escribe irritado los prncipes alemanes dicindoles que no haba ms ley que el edicto de Worms, y que estaba dispuesto castigar con severidad todo
aquel que no lo obedeciese.
Era una amenaza que los Electores dejaron pasar desapercibida.
Los luteranos, aprovechando aquella serie de debilidades, se presentaban ms insolentes
que nunca.
Nuremberg y Francfort cambiaban la forma del culto de una manera escandalosa.
En Magdeburgo los proletarios se reunan el 24 de junio de 1524, iban intimar al magistrado civil la orden de cerrar los conventos, de arrojar los sacerdotes, de reconocer los
ministros luteranos enviados de Wittemberg y admitir en adelante la comunin bajo las dos
especies.
Unos caballeros ofrecen seriamente los habitantes de Nuremberg, sise les apoya, no dejar un obispo con cabeza veinte millas de distancia.
(1)
Schmid, Hist.
(2)
de los A lem.
de
comitiis.
Y)'i
EI Neustadt los luteranos sorprenden en una emboscada al capelln del archiduque Fernando y le mutilan (1).
Lutero se ocupa do la dicta de Nuremberg y trata a los Electores de la siguiente manera:
Con que se me condena en ltima instancia y se mo enva Spira para ser juzgado! Ah
cabezas locas de prncipes!... Enhorabuena, mis queridos prncipes y seores, venid, apresuraos
matar un pobre diablo, y cuando yo haya muerto, habris hecho un buen negocio. M a nos la obra, pues; asesinadme, quemadme, aqu me tenis; no os pido sino que cuando me
hayis muerto no concibis la idea de resucitarme para volverme matar. Est visto; Dios no
quiere que tenga que habrmelas con seres racionales, y me arroja las bestias alemanas,
como si me arrojase lobos, jabales... Pero vuestras amenazas sern impotentes: no prevaleceris contra m sino cuando llegue'la hora en que Dios me llame. El me alargar la vida,
an pesar mo... Queridos prncipes y seores, levantad los ojos al cielo y cambiad de c a mino. Qu intentis? Dios es m u y fuerte, os derribar: temblad ante su poder. Dios d i sipa el consejo de las naciones (Pm-lni. x ) . E l ha echado de sus sillas los grandes
(Luc. I, 52). H aqu lo que os aguarda, mis amados prncipes ; comprenderlo bien.
Cristianos, yo os conjuro que levantis vuestras manos y roguis Dios por estos p r n cipes ciegos; guardaos de presentarles vuestra ofrenda contra el turco, que es mil veces ms
piadoso y ms sabio que nuestros seores. Ah tenis ese pobre emperador, gusano de la
tierra, que no est seguro de una hora de vida, y sin embargo no se avergenza de proclamarse
el alto y poderoso defensor de la fe cristiana! Qu dice la Escritura? Que la fe es el brazo de
Dios. y u n brazo semejante tendra necesidad de la proteccin de un hijo de la muerte,
(1)
Serkcmdorf.
T. I I .
70
554
quien la sarna la viruela puede dejar clavado en un lecho? Tened piedad, Seor, de esta
turba de locos, de insensatos, de idiotas! Perseguir la palabra de Dios es su destino y su castigo; que Dios nos libre dess manos y que su gracia nos conceda otros seores! Amen.
El incendio iba propagndose de una manera espantosa. Las doctrinas luteranas pasaban
de la Sajonia las provincias septentrionales, los ducados de Luneburgo, de Brunsvick,
de Mecklemburgo, la Pomerania, Magdeburgo, Hamburgo, Wismar, Rostock, atravesaban
el Bltico, enseorendose de la Livonia, y el margrave Alberto se encargaba de su propagacin en Prusia, que perteneca la Orden Teutnica, de la que l era Gran Maestre.
Donde dominaba el luteranismo convertase inmediatamente en opresor, en dspota, apoderbase de los templos catlicos, y despus de derribar las imgenes, al son de las campanas
llambase los reformadores sus ceremonias, en las que desde el pulpito se vomitaban
insultos contra la Iglesia catlica, la que se declaraba muerta para siempre; glorindose ellos
de haberle causado una herida mortal que haba determinar muy pronto con su existencia.
En julio de 1524, los prncipes catlicos se renen en Ratisbona, donde asisten el archiduque Fernando, los duques de Baviera, Guillermo, Luis y otros. All se resolvi la observancia estricta del edicto de Worms, y se dispuso que se castigase los eclesisticos que faltaran sus votos de castidad, que no se permitiese predicar el Evangelio sino segn el sentido de los Padres y Doctores, que se impidiese sus subditos frecuentar la universidad de
AVitemberg, que no se concediese asilo en sus Estados ningn luterano, comprometindose
auxiliarse mutuamente en el cumplimiento de cualquiera de las clusulas de la Confederacin.
Poco despus la misma Roma se vea convertida en teatro de la barbarie luterana.
El poder de Carlos V tomaba demasiadas proporciones para que Clemente no creyera que
urga poner salvo la independencia italiana, cuyo fin se coalig con los enemigos del Emperador.
Jorge Frondsberg, furioso luterano, atraviesa los Alpes con quince mil alemanes, para ir
reforzar el ejrcito imperial, que estaba ya devastando las provincias de Italia.
Al frente de estas fuerzas, engrosadas con multitud de aventureros, iba el Condestable de
Borbon.
Este personaje francs, obedeciendo resentimientos personales, haba hecho traicin su
patria, pasando al campo de los imperiales. Cuntase de l que al morir Bayardo haba ido
visitarle, y le dijo:
Mucho siento encontraros en esta situacin, siendo como sois tan cumplido caballero.
lo que Bayardo contest:
Pues yo siento ms veros vos pelear contra vuestro rey, vuestra patria y vuestra fe.
A las rdenes del Condestable se dio el asalto de Roma; pero ste le sorprendi la justicia de Dios al pi de las murallas de la gran capital.
Aquellas hordas de aventureros, entre los que tanto abundaban los adictos al luteranismo, nada deseaban con ms anhelo que saquear Roma.
De entre sus filas oase resonar el grito de:
NicMPapa;
nada de Papa.
Uno de aquellos desalmados, Verdesilva, en la hora del asalto arengaba los suyos, dicindoles:
Yo voy hacer de la piel de Clemente una correa que presentar L u t e r o , para que
vea cmo es castigado todo el que resiste la palabra de Dios.
Frondsberg ostentaba un cordn de oro y otro de plata, diciendo que el uno haba de servir para estrangular los papas y el otro los cardenales.
El segundo de Frondsberg era Jacobo Ziegler que, en su Vida de Clemente VII, da conocer toda su saa contra el Sumo Pontfice.
Difcil sera describir la serie de horrores que tuvieron lugar despus del asalto. Las tropas imperialistas dejaron m u y atrs las antiguas hordas del Norte.
O'S5
Se empez por profanar de una manera brutal la tumba de Julio I I . La baslica de San
Pedro fu convertida en cuadra de caballos, los que se daba el pienso en los baptisterios;
las bulas pontificales servan para echarse dormir sobre ellas, las espuelas de la caballera se limpiaban con el santo crisma, usbase de los vasos sagrados en vergonzosos banquetes, se acosaba las vrgenes del Seor en los templos, al pi mismo de los altares, y se
celebraban las ms degradantes orgas, vistindose aquellos desgraciados con los hbitos sacerdotales. Los cardenales de la Minerva, de Siena, Ponceta, del Monte, Bartolini, arzobispo
de Pisa, Ghiberti, obispo de Verona, P u c c i , obispo de Pistoia, san Cayetano, se vieron insultados, escarnecidos, vctimas de toda clase de infamias.
Apoderronse de un cardenal, y montndole en un asno, vuelto de cara la cola, le p a seaban por la ciudad obligndole mendigar la racin de puerta en puerta.
Se prendi un sacerdote que iba administrar el Santo Vitico, se le llev una cuadra,
queriendo obligarle que diese una Sagrada Forma un jumento, lo que resistindose el
religioso, fu asesinado.
Se hizo una parodia de funerales por el cardenal de Ara Cceli, y en un cnclave grotesco se
declar degradado Clemente, nombrndose en su lugar papa al doctor de Wittemberg, Martin Lutero, en cuyo honor se organiz una cabalgata. Los archivos paladinos fueron incendiados. El rancho para las tropas se condiment en la Capilla Sixtina. A una mujer que haba proporcionado hortalizas Clemente V I I , la ahorcaron.
Los templos que respetaron Atila y Genserico fueron robados por aquellas turbas de salvajes , que saquearon la biblioteca del Vaticano y la guardaropa pontifical.
Seores de la primera aristocracia fueron vctimas de la brutalidad de aquella feroz soldadesca que nunca se daba por satisfecha. A los ricos se les tenda en el potro, y cuando ya
se les haba quitado todo el dinero, les obligaban firmar billetes exigiendo enormes cantidades amigos parientes que tenan en el extranjero.
Muchos prelados murieron consecuencia de aquella serie de actos de incalificable salvajismo.
Las plazas y las iglesias fueron convertidas en mercado donde se venda las doncellas
confundidas con los caballos; y mientras que el pillaje de Genserico, que dist mucho de revestir un carcter tan repugnante, slo dur catorce das, ste se dilat por espacio de dos meses.
La escuela de Rafael y de Miguel ngel es ahuyentada de Roma. Antonio Sangallo tiene
que abandonar sus pilastras medio levantadas cuando arden ya los andamios, y desde el castillo de San Angelo contempla envueltas en siniestra nube de humo los ltimos pisos del Vaticano, que tena el encargo de engrandecer. Julio Romano hasta llegar Mdena no puede
volver tomar sus pinceles, Ferrari tiene que trasladar su ctedra Miln y Perino del Vaga
Genova. A Rosso, que se niega huir, se le ata, se le apalea, se le carga de cadenas y se
le escarnece como idlatra.
Miguel n g e l , no estando seguro en la capital de Florencia, tiene que cambiar los instrumentos de su arte por la espada, y l , artista por genio, por inspiracin, se convierte en
soldado por necesidad.
Aquellos artistas, aquellos poetas, describen con su imaginacin de fuego los desastres
de la gran capital y excitan la indignacin pblica contra aquellos atentados, proclarnando
que lo que pasa en Roma no es ms que la barbarie de los germanos vengndose de una manera brutal de la civilizacin italiana.
Clemente VII se haba guarecido en el castillo de San Angelo como ltimo refugio. Se
le exigi que se rindiera.. Clemente no era hombre para colocarse al frente de un ejrcito;
pero le sobraba valor para cumplir con su deber arrostrando toda clase de peligros. El Papa
se neg una capitulacin que importaba una abdicacin de sus derechos.
Clemente logra huir vestido de mercader.
La familia del Sumo Pontfice fu arrojada de Roma.
556
HISTORIA DE LAS^PJERSECCIONES.
Varthi. ilisl.
(2)
Huttinger. Ecclesia
de Florencia.
I. II, p. 3.
su'cuii XVI,
t. II, p. 1. .
fg7
dispuesto me siento cortarlo; si alguno de mis hijos fuese hereje, dispuesto me siento sacrificarlo (1).
XXVII.
Guerra de los aldeanos.
Cuando se echaban la hoguera sus libros, Lutero haba dicho:
Se podrn quemar las tenues hojas de papel en las que he escrito mis tesis; pero nunca
podr quemarse el espritu que he soplado sobre estas tesis.
Lo propio pudo decir Carlstadt, cuando, instancias del doctor, el elector de Sajonia haca quemar sus producciones. El espritu de insurreccin, no ya contra la autoridad religiosa,
sino contra la autoridad social, contenido en aquellas pginas, iba penetrando por todas p a r tes, inclusa la ciudad misma de Wittemberg, de la que Lutero se crea el nico arbitro.
Refugiado en Orlamundo, parroquia que dependa de la universidad de Wittemberg,
Carlstadt, despus de destrozar las estatuas, las imgenes de los santos, todos los smbolos
religiosos, profanaba las tumbas de los obispos de la Germania, cebndose ferozmente en los
restos de los difuntos.
Despus de haber hecho desaparecer los cuadros de los antiguos maestros y hasta los v e n tanales de vidrios de colores, Carlstadt suba al pulpito y explicaba los oyentes sus sueos
que l pretenda venirles del cielo.
Dentro de poco, deca rindose Lutero, este Carlstadt introducir la circunscision en
su diminuta g r e y .
Ya la poligamia se estableca tambin en Orlamundo. Un hombre del pueblo, con el A n tiguo Testamento en la mano, preguntaba ingenuamente Carlstadt si era lcito ser marido
de dos mujeres. El doctor anabaptista se limitaba menear la cabeza, dando una sonrisa por
toda contestacin.
E n Eissenach el turbulento Jacobo Strauss, en nombre de la sociedad civil, se sublevaba
contra el prstamo inters, contra los diezmos, y anunciaba la prxima aparicin del reyno
espiritual en que el pobre entrara definitivamente en posesin de los bienes que le haban
robado los prncipes temporales y de las bellas espigas que la lanza del Landsknect, el satlite del seor feudal, haba pisoteado en los campos del agricultor.
A poca distancia de Eissenach, Munzer al Evangelio de Lutero sustitua una revelacin interior, que en ningn caso poda engaar al alma dispuesta escuchar dcilmente la
voz celestial, mil veces preferible, deca l, esa letra muerta escrita en signos ininteligibles
que los luteranos no aciertan comprender ms que los papistas.
Su lenguaje era tan explcito como feroz.
Para fecundizar la palabra de Dios, deca, lo que hace falta es sangre; s ; la sangre
del noble y del sacerdote.
En Strasburgo, Othon Brunfels proclamaba haber llegado la hora de librarse del diezmo
que el aldeano pagaba su cura; ste, aada, ha de alimentarse trabajando la tierra con el
sudor de la frente, lo mismo que los dems. Cristbal Schappeler, en Memmingen, Jacobo
Wehe, enLeipheim, Baltasar Hubmaier, en Waldshut, J u a n Wolz, en los alrededores de Halle,
predicaban igual doctrina.
El mismo Lutero no se presentaba ms comedido.
Si vuestros obispos os dicen que os abstengis de insurreccionaros contra la jerarqua
eclesistica, responded: Sera mejor que el mundo pereciese, que las almas se hundieran en
(lj
Sismoiidi, Ilisi.
133;;.
SS8
la eternidad antes que despertar esos obispos de su dulce sueo? No, no. Perezcan obispos
y monasterios y colegios, todo, antes que una sola alma.
E n la Selva Negra, junto las fuentes del Danubio, es donde la doctrina de la Reforma
empieza convertirse seriamente en rebelin armada.
El 2 4 de agosto de 1524 el pastor Hans Muller al frente de una numerosa turba de aldeanos precedida de una bandera tricolor, roja, negra y blanca, entra en Waldshut, rene al pueblo y anuncia que viene en nombre de Dios para romperlas cadenas de los esclavos.
La rebelin va tomando imponentes proporciones.
Los aldeanos empiezan por dirigir representaciones al Gobierno imperial, exponiendo sus
quejas, y luego aaden:
Si los seores no nos hacen justicia, nos la haremos nosotros.
El reclutamiento de los revoltosos se hace con la Biblia en la mano.
Hans Muller se presentaba vestido con u n manto de prpura, con un birrete modelado sobre una mitra de obispo, con un caballo robado un cura (1). Precedale una bandera inmensa que iba en un carruaje adornado de yerbas y de colgaduras. Al llegar una poblacin,
bajaba de su caballo, exiga las llaves de la bodega monacal, y apoderndose de los vasos sagrados, beba en ellos la salud de la Santa Liga. Deca que su objeto no era traer la guerra
sino la paz los hombres de buena voluntad, es decir, los seores que dejaran sus palacios
y los abades que salieran de su monasterio para ir vivir en la cabana del aldeano. Luego
se diriga visitar las iglesias y los castillos, se apoderaba del oro, plata y alhajas, cambiaba
su esculido caballo por otro de mejor planta que encontraba en las caballerizas de algn rico,
y reparta los trajes de los nobles entre los suyos.
Despus se tocaba rebato, y el jefe de los rebeldes, subindose encima de un tonel, lea
las silenciosas masas el manifiesto de la Liga, en que los aldeanos pedan entre otras cosas:
Que se les autorizase para escoger sus pastores entre los que predicasen el Evangelio en su
primitiva pureza, sin adicin de preceptos humanos, y facultndoles para deponerlos siempre
que estuviesen descontentos de l.
Que se estableciese absoluta libertad de caza y pesca, ya que Dios en la persona de Adn
les haba dado imperio sobre las aves del cielo y los peces del mar.
Que en adelante no se exigiesen los diezmos.
Que siendo el labriego lo mismo que el rey, rescatado por la sangre de JESUCRISTO, todos
fuesen iguales.
Que fuesen libres de recoger lea en los bosques para su uso.
Que si se equivocaban en sus quejas, se les corrigiese por medio de la palabra de Dios.
Erigise en jefe de pandilla un gran bebedor, un hombre de malas costumbres, Jorge
Metzler, que pasaba la vida en las tabernas. Metzler estaba dispuesto capitular con los ricos,
siempre que aceptasen estas condiciones: dar la mayor parte de sus tierras al pueblo, abolir todo
derecho feudal y ponerse la cabeza de los aldeanos para ir echarse sobre los prelados del pas.
Su partida tomaba el nombre de bando Blanco, para distinguirla de-la de Hans Kselbenschlag, que se llamaba el bando Negro, constituyendo juntas un ejrcito de algunos miles de
hombres que no daba jamas cuartel al enemigo.
La Suabia fu una de las primeras regiones invadidas. Los condes de Hohenlohe y de Lcewenstein, lo propio que el barn de Rosemberg, se vieron forzados suscribir las condiciones
que les imponan los vencedores.
E n Grumbuld sali de entre las filas un calderero y dijo los prncipes:
Hermano Jorge y hermano Alberto, venid con nosotros y prometed servirnos como verdaderos hermanos, porque habis ya dejado de ser seores.
Y los prncipes daban, en seal de alianza, un apretn de mano al representante del pueblo que les hablaba.
v
(I)
Rankc.
559
sacra,
II.
560
tros tiranos y sus castillos! Nos aguarda un rico botin, que presentaremos los pies del profeta, quien lo distribuir fielmente entre sus discpulos.
Munzer bajaba las minas de Mamfield, y haciendo resonar su voz por aquellas cavern a s , gritaba:
Hermanos mos, despertad, despertad; vosotros que dorms empuad vuestros martillos
y vamos herir la cabeza de los filisteos. En Eichsfeld la victoria acaba de declararse por
nuestros hermanos. Gloria ellos! Que su ejemplo sea para vosotros una leccin. Que vuestros martillos no permanezcan ociosos; vais golpear sobre el yunque de Nemrod, emplead
contra los enemigos del cielo el hierro de vuestras minas. Dios ser vuestro jefe. Cuando Josafat oy las palabras del profeta, se postr en tierra. Hermanos, inclinad vuestra frente; h
aqu que el mismo Dios en persona viene en vuestra ayuda.
Y Munzer pronunciaba estas frases con su actitud exageradamente nerviosa, ante aquellos
mineros cuyo rostro y desnudo pecho estaba ennegrecido por el humo del carbn, sosteniendo
en sus hercleos brazos, unos piquetas, otros enormes martillos, que escuchaban al pretendido
profeta en medio de un silencio general slo interrumpido por las imprecaciones que algunos
murmuraban contra los seores, reflejndose en sus frentes el fuego que arda en aquellas cuevas subterrneas. Era un cuadro que tena algo de infernal. Luego de. pronunciada la arenga
de Munzer, sala en tropel una multitud de mineros, llevando unos las herramientas de sus
trabajos, levantando otros sus crispados puos y lanzando todos gritos de venganza, desangre,
de exterminio contra los ricos y los sacerdotes.
Munzer los forma en filas, los cuenta, y les cita para el sitio de la reunin general. No
falt ni uno.
Al salir de las minas se dirige unos aldeanos, y les dice:
Vosotros, hermanos, dorms todava? Vamos dar la gran batalla de los hroes. La
Franconia est levantada en masa; los seores van tener su merecido, abajo los malvados!
En Fulda ya han cado cuatro iglesias: los aldeanos deKlegen corren todos las armas. Que
fueseis tan solo tres confesores de JESS y podrais desafiar * cien mil enemigos. Manos la
obra! Dran, dran, dran! Esta es la hora: los malvados van ser cazados como perros!
Nada de compasin para estos impos; os suplicarn, os acariciarn, lloriquearn lo mismo
que nios; nada de compasin; es la orden de Dios dada por boca de Moiss. Dran, dran,
dran! Que la sangre no se resfre en la hoja de vuestras espadas. P i n k , pank! sobre el yunque de Nemrod. Dran, dran, dran! Ha llegado el da! Dios marcha adelante: seguidle!
Lutero comprende que Munzer, que es el soldado de la Reforma, va sobreponrsele l,
que no es nada ms que el apstol; que l, que es el hombre de la idea, tendr que inclinarse
ante Munzer, que es el hombre de la accin.
A los manifiestos de los jefes anabaptistas dirigidos los paisanos, Lutero responde con
otro manifiesto:
Hermanos mos, dice, los prncipes que se oponen entre vosotros la propagacin de la
luz evanglica se atraen las venganzas de Dios, merecen caer de sus tronos. Pero si vosotros
mancharais vuestras manos con su sangre no serais tan culpables como ellos? Se os dice
que triunfaris, que sois invencibles. Pero el Dios que destroz Sodoma no puede aplastaros vosotros? Hombres de espada, pereceris por la espada. Al resistir vuestros magistrados resists JESUCRISTO. La ley natural os veda haceros la justicia por vosotros mismos:
vosotros la peds en nombre de una autoridad que os ha sido denegada. No hablis de revelaciones que autoricen vuestra revuelta! Los milagros que las atestiguan dnde estn? Qu!
El espritu del Seor habra de sancionar con prodigios el latrocinio, el asesinato, el bandolerismo, la usurpacin del derecho de las magistraturas? Os usurpan vuestros bienes? Iniquidad: Les usurpis su jurisdiccin? Pues iniquidad tambin. Si vosotros triunfarais qu
sera el mundo sino u n hato de bandidos donde reinara la violencia, el pillaje, el homicidio?
JESS para ser defendido no tiene necesidad de la fuerza bruta. Veis como yo siempre he res-
ifll
Esperad un poco, monseores los obispos, larvas del diablo; el doctor Martin os va
leer una bula que no os agradar mucho. Bula de Martin Lutero:Todo aquel que ayudar
con su brazo con sus bienes arruinar los obispos y la jerarqua episcopal, es un buen
hijo de Dios, un verdadero cristiano, que observa los mandamientos del Seor.
Erasmo tomando cartas en el asunto, slo para dar conocer ms la inconsecuencia de
Lutero, le escribe:
Es intil que en vuestro cruel manifiesto contra los aldeanos rechacis toda idea de r e belin; ah estn vuestros libelos, esos libelos escritos en lengua vulgar, en los q u e , nombre de libertad evanglica, predicis una cruzada contra los obispos y los monjes: all est,
pues, el germen de todos los tumultos.
El enojo de Lutero contra los aldeanos se convierte en furor. Aquellos hombres del pueT. II.
71
362
blo que antes para el doctor eran unos esclavos que deban sacudir su yugo y romper sus cadenas , hoy son unos rebeldes los que debe negarse el agua y el fuego; ayer el Reformador
se enterneca ante sus lgrimas, hoy pide su sangre.
Ea, prncipes, grita, las armas! A las armas y firme contra ellos! Ha llegado ya el
tiempo en que un prncipe puede ganar ms fcilmente el cielo con sangre, que nosotros con
oraciones.
Herid, destrozad, matad de frente por la espalda, porque no hay nada ms diablico
que un revoltoso: es un perro rabioso que os morder sino le abats.
No es tiempo de que os durmis, ni de que ejercitis la paciencia la misericordia: el
tiempo de la espada de la clera no es el de la gracia.
Si sucumbs , seris mrtires delante de Dios, porque caminis por la senda de su Verbo;
pero si el que sucumbe es vuestro enemigo, el rebelde, no le queda ms recurso que las penas
eternas, porque el que empua espada contra la orden del Seor, ste es un hijo de Satans.
Melancton se una Lutero y deca los prncipes:
Estos rsticos son en verdad bien poco razonables. Qu quieren, pues, estos hombres del
campo que gozan de demasiada libertad? Jos cargaba la espalda del Egipcio, porque saba
bien que no conviene aflojar la brida al pueblo.
Munzer no cede. Muy al contrario, desafa los prncipes.
Escribe al conde de Mamfield:
Hermano, t abusas de un texto del Apstol para predicarnos la sumisin los magistrados. Ests todava en los paales del papismo. Ignoras por ventura que Dios, en su furor,
encarga amenudo los pueblos que castiguen los prncipes y echen debajo de sus tronos
los reyes malos? En tus potajes luteranos, en tus sopas la wittembergense no has sabido
encontrar lo que profetiza Ezequiel en su captulo treinta y siete? Revolviendo el estircol
martinico, no. has olfateado que revela el gran profeta que Dios tiene ordenado las aves
del cielo alimentarse de la carne de los prncipes, y las bestias de la tierra beber la sangre
de los poderosos? Este pueblo al cual oprimes no es ms grfto los ojos de Dios que un impo que engorda con su sustancia? Ah idlatra que tomas el nombre de cristiano! Eres t
quien te atreves ponerte en boca el nombre de san Pablo? Ests corriendo la perdicin. La
soberana pertenece al pueblo. Ven nosotros, te abrimos los brazos; pero si te empeas en
ir contra nosotros, adelante! despreciamos tus amenazas y tu poder. Pronto la mano de Dios
pesar sobre tu frente.Tomas Munzer, armado de la espada de Gedeon.
No es menos descocado el lenguaje con que escribe un hermano de Alberto, al conde
Ernesto, que se encontraba entonces en Heldrungen:
Dime, Conde, miserable saco de gusanos quin te ha constituido prncipe de este pueblo al que el CRISTO rescat con su sangre? Mustranos que t en verdad eres cristiano: te
ofrezco un salvo conducto para que vengas aqu dar pruebas de tu fe. Si no vienes, sublevar contra t mis hermanos que te han de tratar como al Turco. Sers exterminado de la
tierra, porque Dios nos manda precipitarte de tu trono: no sirves para nada, no eres ms que
la escandalosa escoba del servidor de Dios. Necesitamos una respuesta: iremos buscarla en
nombre del Dios de los ejrcitos.
Dos anos los aldeanos tuvieron en conmocin la Alemania. Durante aquel perodo siete
pueblos fueron desmantelados, mil monasterios arrasados, trescientas iglesias incendiadas y
murieron unas cien mil personas.
La lucha suprema fu en Franckenhauren, en dnde se concentraron todos los prncipes
para batir juntos los rebeldes.
Al frente del ejrcito estaba Jorge de Sajonia.
No faltaron la hora de la lucha los prncipes adictos la secta luterana.
Lutero mismo les excitaba la guerra. Escuchmosle:
Al asno darle yerba y palo; al aldeano paja de avena. No ceden? pues venga el palo y
563
SpirUus.
La arenga del landgrave los suyos es ms corta y ms bblica que la del jefe de los paisanos:
El que saca la espada, morir por la espada, ha dicho el Seor; quien resiste los prncipes, resiste Dios; un subdito debe asemejarse Sem que echaba su capa sobre la desnudez de No. Adelante!
Y por aquellas montaas empieza retumbar el eco de los caones; y la caballera carga
con mpetu los ilusos anabaptistas que la aguardan arrodillados, que caen aplastados los
pies de los caballos.
Slo los mineros se defendieron con vigor. Ni uno pidi cuartel. Moran vomitando i m precaciones contra los ricos.
Uno de ellos, que se haba batido como un hroe, fu preso y conducido ante el landgrave
Felipe de Hesse, que le pregunt:
Veamos, qu es lo que te gusta m s , el rgimen de los prncipes el de los aldeanos?
A fe m a , le contesta aquel hombre; los cuchillos no cortarn mejor cuando nosotros
seremos los amos.
El prncipe le perdon.
64
Cuando ya las cornetas anunciaban la victoria de parte de los prncipes, un gentilhombre de Limbourg encuentra uno de los aldeanos ensangrentado, con la palidez de la muerte
pintada en su rostro. Junto al herido haba una bolsa y dentro una carta que el conde Alberto
haba dirigido a Munzer.
Dime compaero de dnde has sacado esta carta?
El enfermo balbucea algunas palabras ininteligibles.
Ola! T sers Munzer, le dice el camarero m u y satisfecho de semejante hallazgo.
Al principio el jefe anabaptista no respondi; pero despus, asediado por las preguntas de
su interlocutor declar que efectivamente l era el profeta.
Se le sac de all sin dejarle tiempo para acabar de vestirse.
Al presentarse en el campo de los vencedores estall una carcajada general.
Munzer fu echado en un calabozo.
Lutero recomienda los prncipes que no tengan compasin de los aldeanos, llegando
amenazarles con la clera de Dios si se hacen culpables de echar aceite sobre las llagas de
sus enemigos.
Para estos rsticos, dice, nada de compasin; para ellos la ira y la indignacin de los
hombres.
Justificarles, compadecerse de ellos, equivale negar Dios, blasfemarle, abdicar
para siempre del cielo (1).
Y no obstante, el primer culpable de aquella insurreccin era Lutero. Sin Lutero no hubiera aparecido Munzer; aquellas turbas no se hubieran'echado ciegas la revuelta, si aquella
ceguera no la hubiese producido desde un principio la palabra del doctor de Wittemberg.
Con razn, pues, el sacramentarlo Hospinien increpaba Lutero, dicindole:
Quien escit la guerra de los aldeanos eres t.
Munzer desde el fondo de su calabozo no cesaba de acusar Martin de todas sus desgracias.
Un sacerdote catlico fu visitar al que haba -sido el jefe de los anabaptistas , le reconcili con la Iglesia, le confes y le administr la comunin, en cuyo acto dio extraordinarias
muestras de compuncin y de cristiana piedad.
Despus de haberse confesado Munzer aguard la muerte con nimo tranquilo. Temblaba
veces, pero era al pensar en el juicio de Dios.
Al partir para la ejecucin, or primero con gran fervor, y con paso firme se dirigi expiar
su rebelda en Heldrungen. Al llegar all, se arrodill, dijo el Credo, dirigi una sentida exhortacin los prncipes que les hizo derramar lgrimas, estrech la mano del sacerdote, dijo
Adis!al verdugo y fu ejecutado, escribindose sobre su ensangrentada cabeza este letrero:
Munzer criminal de lesa majestad.
Los restos de los aldeanos, con el nombre de hermanos Moravos, viven dispersos en
algunas provincias de Holanda, donde no han turbado en ninguna poca la accin del poder.
Cochleas al resumir estos hechos, en presencia de la mucha sangre que se derram, dice:
En el da del juicio Munzer y los aldeanos gritarn en presencia de Dios y de sus ngeles:Venganza contra Lutero.
XXVIII.
Disputas entre los reformados.
Despus de las luchas armadas que dejamos descritas, empieza para la reforma un nuevo
perodo. Vemos los reformadores divididos en moderados y violentos, dos partidos que
tienen sus respectivos jefes, sus doctores y sus regiones donde dominan.
(I)
5'65
Los adictos Lutero, que constituan la faccin dlos moderados, acusaban los de Carlstadt, que figuraban en el bando opuesto, el haber sido no slo los promovedores de la guerra
de los aldeanos, sino el tener con ellos graves compromisos de que se desentendieron en la
hora de la lucha.
Algo haba de verdad en este cargo. Carlstadt, quien se vio en la Franconia mezclndose con los rebeldes, no sintindose con vocacin de soldado, al primer caonazo quitse su
traje de guerrero, su capa de aldeano y su sombrero de fieltro, para ir hacer la guerra en
otro campo donde se corran menos riesgos, que era el de sus libros.
Apenas llegado su residencia se dedica escribir dos libros en refutacin de la escuela
luterana.
E n el primero trata de la voluntad divina y establece en Dios dos voluntades, la voluntad de la eternidad y la voluntad del tiempo; la una opera el bien, nos ilumina y nos atrae
hacia el CRISTO; la otra opera el mal y se acomoda las inclinaciones del corazn. Ocupndose de la Biblia, dice que siendo Dios espritu debemos servirle en espritu y que es la
esencia y no la corteza de la letra lo que debemos atenernos, ya que la letra no es ms
que una tumba.
E n su segundo libro sublvase contra la fe luterana, y sostiene que la fe no puede s u b sistir sin el amor, pues la fe sin amor es un cadver, es una fe de papel.
Por aquella poca Zwinglio aprenda de boca de un ngel, segn l cuenta, la interpretacin de las palabras de la Cena.
Los luteranos contestaban que este ngel de que Zwinglio no poda apreciar el color, no
poda ser ms que un ngel decado, un ngel de tinieblas, es decir, el demonio.
Pero contra quien los luteranos, y en particular su patriarca, se sentan ms excitados, '
era contra Carlstadt.
Lutero se dirigi predicar en Jena, donde Carlstadt se encontraba accidentalmente. No
fu aquello un sermn; fu una continuada diatriba contra aquel que, habiendo sido antes su
maestro, estaba constituido en su rival, quien increp de ciego fantico, acabando por c u brirle del ridculo. Carlstadt, el aludido, hallbase en el templo, observando como se fijaban
en l las miradas de los oyentes.
La palabra del doctor caa sobre Carlstadt como lluvia de fuego. Pocas veces Martin haba estado ms vehemente y ms agresivo. Carlstadt se agitaba en su silla, se levantaba,
volva sentarse; cada signo de que se aperciba, Lutero se manifestaba ms insolente. Carlstadt acudi al recurso de ocultarse tras de una pilastra.
Al descender Lutero del pulpito excit la curiosidad general el ver que Carlstad se acercaba hacia Martin y le hablaba al odo. Lutero sin detenerse y sin decir una palabra se li-'
mito hacer una seal afirmativa. Era un desafo teolgico que acababa de aceptar.
El punto de la cita fu el mesn del Oso Negro.
Al llegar la hora convenida, nunca el'meson se haba visto tan lleno de bebedores. Lutero se confunda entre la muchedumbre, sentado en una mesa, teniendo su lado al burgomaestre.
Carlstadt fu colocarse junto l. Reproduciremos algo de aquel dilogo:
CARLSTADT.Os probar que el CRISTO que predicabais en vuestro sermn no es ni con
mucho el CRISTO que fu clavado en cruz; sino que es otro que habis hecho para vuestro
uso y imagen vuestra: yo aado que en vuestra enseanza hay contradicciones palpables.
LUTERO.Pues adelante, doctor, subid la ctedra y ala faz del cielo, como corresponde
un hombre de bien, mostradme en qu he errado yo.
CARLSTADT.En una disputa pblica nos trataramos bastante mal el uno al otro; y ya
s que vos habis sabido atraeros la plebe.
LUTERO.Os prometo que nadie os molestar.
566
567
Wolffang Stein que se aviste con el burgomaestre fin de que convoque el Concejo y los
ciudadanos con quienes desea tener una conferencia.
E n la hora designada el burgomaestre, acompaado de los magistrados, sale recibir al
doctor las puertas de la ciudad.
Lutero entr en Orlamundo con la actitud de un general que se presenta en una poblacin rebelde.
Apenas responde las palabras de bienvenida que se le dirigen, y cuando el burgomaestre va dirigirle su arenga, le corta bruscamente la palabra. Con rostro sombro atraviesa las
calles de la poblacin sin saludar nadie.
Cuando estuvieron sentados, el doctor M a r t i n , en presencia de los jarros de cerveza, se
present ya ms benvolo.
Poco despus empezaba Lutero reprenderles por haber destrozado las imgenes, cuando
se presenta Carlstadt, y dice:
Si lo tenis bien, doctor, yo tomar parte en la conversacin.
Lutero contesta encolerizado:
E s cosa que no tolerar en manera alguna.
Como queris, doctor.
N o , no, vos sois mi enemigo, mi adversario no os di yo un florin de oro?
E s verdad, doctor, soy enemigo y adversario de todo el que combate contra el CRISTO
y contra la verdad.
Bueno, respondi con viveza Martin; podis retiraros; aqu no os necesitamos para nada.
Pero no es ste un sitio pblico? Si vens aqu para sostener la verdad, no s que
viene este miedo de m.
Lutero hizo sea su cochero para que enganchara los caballos y l se levant en actitud
de marcharse.
Algunos asistentes se acercaron Carlstadt, le hablaron al odo y ste se retir de
la sala.
Entonces Lutero continuando los cargos que tena que dirigir contra los de Orlamundo,
dijo:
Me habis escrito una carta insultante. En ella me negis un ttulo de honor que los
prncipes, los grandes, el pueblo y hasta mis enemigos me conceden.
Citad, pues, grita un hombre del pueblo con actitud resuelta, una sola expresin
ultrajante.
Lutero, al ver que es un plebeyo el que se atreve terciar con l y hablarle en alta voz,
se irrita y exclama:
Aqu tenis el tono y la clera de vuestros profetas; vuestros ojos, amigo mo, son como
dos carbones ardientes; pero no me quemarn.
A estas frases del doctor sigui un momento de silencio que interrumpi uno de los consejeros diciendo:
Respndedme, maestro: Reconocis Moiss por promulgador delDeclago?
Sin duda.
Y no dice no tendris ningn otro Dios delante de mi? Y Moiss no aade, para
explicar este precepto divino: quitaris de en medio de vosotros todas las imgenes y no
guardaris ninguna?
Se entiende esto de los dolos de las imgenes las que se adora; y lo que yo adoro
no es la imagen de JESUCRISTO.
Pues bien, dijo un zapatero; al pasar por delante de imgenes pintadas en las paredes, yo veces me he descubierto; era un acto de idolatra'que Dios condena; luego es menester abolir las imgenes.
^Esto que decs se limita un abuso y si por abuso hemos de romper las imgenes, ar-
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rojad tambin vuestras mujeres y echad vuestros toneles. Vos no habis ledo mis libros. Os
recomiendo que los leis.
Los he ledo, repuso el zapatero, y os digo fe ma que no me satisfacen.
El doctor Martin manifestndose vivamente contrariado, se neg proseguir la conversacin y se march.
Por ah puede venirse en conocimiento de la armona que entre los reformados reinaba.
E n Amberes los predicadores de la,Reforma, desentendindose de las enseanzas del doctor Martin, anuncian que todo hombre posee el Espritu Santo, y que el Espritu Santo no
es otra cosa que la razn humana.
Juan Deneck, profesor de literatura en N u r e m b e r g , ensea sus alumnos que el Hijo
y el Espritu Santo no son iguales al Padre.
Luis Hetzer escribe contra la divinidad de JESUCRISTO ; apenas la Reforma nace y degenera ya en racionalismo.
Lutero se lamenta del curso que sigue la nueva doctrina.
Aqu, dice, uno que rechaza el bautismo, all otro que niega la Eucarista, ms all
otro que se complace en edificar un nuevo mundo entre el presente y el mundo que surgir
despus del juicio final. Hay quien borra de su smbolo la Revelacin: todos se contradicen,
quot eapita tot sententim, todos se constituyen en profetas.
El pueblo interviene en los sermones, los cuales degeneran en dilagos, como sucede en
Strasburgo, donde mientras predicaba Mateo Zell en la catedral, entra un hombre y le contesta :
Mientes; ests mintiendo al Espritu Santo.'
En Zurich se tiene de arrojar de la ciudad los que contradicen las enseanzas de
Zwinglio.
XXIX.
Los frailes apstatas.
Si Lutero con sus libelos, con sus sermones lbricos contribuy introducir el desorden
en las casas religiosas, tambin cooperaron esta obra de escndalo y de disolucin los poderes pblicos, arrojando de sus retiros los religiosos que permanecan fieles su vocacin.
Era esto la libertad tan cacareada por los amigos de Lutero?
Al doctor le dirigieron esta pregunta:
Si.nada debe haber tan libre como la conciencia, si est prohibido el forzarla; por qu
los prncipes se permiten arrancar los frailes de sus conventos?
A Lutero le pareci muy fcil la contestacin; no deba apurarse por una inconsecuencia ms.
Es verdad, dice, que no debemos forzar nadie que acepte nuestras doctrinas; pero
sera un crimen el no oponernos que se profanasen nuestras enseanzas. Resistir el escndalo ne es perjudicar la libertad. Yo no puedo forzar un picaro que se vuelva hombre de
bien; pero puedo impedirle que haga picardas.
P u e s , no toleramos los judos que blasfeman del Seor?
Los judos no pertenecen al cuerpo eclesistico ni al cuerpo seglar. Un bribn colgado
en un cadalso puede m u y bien desahogarse en injurias contra sus jueces, quin haba de
impedrselo? Pero esos frailes quieren ser de utrogue jure, quieren blasfemar la faz del cielo
y tener derecho para ello. Cuando nuestros prncipes estaban en duda acerca si la vida monstica es una ofensa Dios, entonces hubieran sido culpables cerrando los conventos; pf
K69
desde que lian sido iluminados y ven que la vida del convenio es un insulto la divinidad,
la culpa estara en no emplear contra los conventos el poder que para ello han recibido.
Mientras los que respetaban la honra de su hbito, al arrojarles de un monasterio, se refugiaban en otro se escondan en un sitio oculto rogar all por los infortunios de su patria,
los adictos Lutero estaban dando los mayores escndalos.
Erasmo nos describe aquellos apstatas presentndose cubiertos de la mayor degradacin, danzando pblicamente, celebrando sus sacrilegas bodas en medio de orgas las ms
vergonzosas.
En otros tiempos, prosigue Erasmo, se renunciaba la esposa por amor al Evangelio;
ho}" se dice que el Evangelio progresa cuando un fraile tiene la suerte de dar con una mujer
bien dotada. Lo malo es que no todos tienen la dicha de (Ecolampadio, que para mortificar
la carne, ha tomado una mujer joven, rica y hermosa. Le llaman esto la tragedia luterana;
lo que es para m tiene ms carcter de comedia, puos sabido es que las comedias terminan con
casamientos (1).
No faltaron muchos que tuvieron que expiar su delito en la indigencia. Seles vea andar
hambrientos, mendigando de puerta en puerta, medio desnudos. Mucbos acudieron al recurso
de pedir que se les diese trabajo en las libreras.
Erasmo refiere haberle salido al paso algunos que vagaban por los sitios ms escandalosos,
llegando penetrar en los conventos para constituirse en raptores de las religiosas. Se realizaba de una manera harto triste el corruptio
oplimipesswut.
Alguno de estos infelices penetraba en algn templo vaco, y entre el aplauso de sus cali)
Emsmi
Ep.
H10
HISTORIA DE
LAS
PERSECUCIONES
maradas suba al pulpito y deca: Si en los primeros tiempos del Cristianismo la Iglesia se
baba visto en la precisin de exaltar el estado de la virginidad en medio de una sociedad pagana en que se honraba el adulterio, hoy, que el Seor hace brillar la luz de su Evangelio,
es indispensable elevar el matrimonio y glorificarle expensas del celibato de los papistas.
Los hubo tan degradados que se atrevan publicar como una gloria el primer da que
violaron el sexto mandamiento.
Algunos, poco despus de haberse unido una mujer, la abandonaban, pretextando que
Lutero no haba encontrado en ningn lugar de la Escritura un texto que condenase el divorcio.
Empez introducirse la bigamia entre los reformados. Era esto minar en sus bases Ja
constitucin de la familia; muchos de los mismos luteranos se indignaron y preguntaron al
doctor si podan autorizarse aquellos nuevos escndalos, si deba hacerse que los reprimierau
los poderes pblicos. Lutero contest:
El prncipe debe preguntar al bigamo: lo que obedeces es tu conciencia dirigida
por la palabra de Dios? Si responde:Obedezco Carlstadt a algn otro, entonces el prncipe
no puede objetar nada porque no es l quien puede turbar apaciguar la voz interior de este
hombre, ni decidir en una materia que incumbe toda aquel quien, segn Zacaras, le ha
sido dado explicar la ley divina. E n cuanto m , lo confieso, para impedir la poligamia no
sabra en qu apoyarme. Pero hay cosas que estn permitidas y que, no obstante, una persona
decente no debe practicarlas. La bigamia es de este nmero (1).
Carlstadt, el portaestandarte de la escuela del escndalo, responde Lutero:
Pues si ni t ni yo encontramos texto en que apoyarnos contraa bigamia, seamos bigamos, trgamos, tengamos todas las mujeres que nos sea posible mantener. Creced y multiplicaos. Lo entiendes? Deja que se cumpla la orden del cielo.
XXX.
\m.
571
pable, sino contra su hijo, su esposa, y hasta su ganado, apelando para sostener tal doctrina
un texto del Antiguo Testamento. Luego, aade, si el Nuevo Testamento ha hecho de la
obediencia la palabra pura de Dios un mandato an,ms expreso que el Antiguo no se deduce de ah que la desobediencia esta palabra debe ser castigada an ms severamente? Si
le hablis de la ley de amor que JESUCRISTO vino llevar la tierra y que no permite el confundir el hijo inocente con el padre culpable, os contestar que en tiempo de CRISTO los
hombres de la autoridad civil no haban abrazado todava el Evangelio y por consiguiente no
podan referirse ellos los mandamientos del Redentor.
Esfo es la opresin, deca Erasmo, apoyndose en los textos mismos de Lutero; pero
Bullinger, le contestaba:
Distingamos: habra opresin, si se usara de violencia para arrastrar un hombre al
error; pero si se trata de conducirle la verdad, la opresin no existe, an cuando el prncipe
se valga del cadalso: contra el disidente la intolerancia es un deber.
Los prncipes se iban aficionando la Reforma, que favoreca sus instintos despticos y
sobre todo halagaba su codicia, poniendo su disposicin las riquezas de las iglesias y de los
conventos.
Slo el duque Jorge se manifestaba la altura de su deber en aquella crisis.
El duque Jorge era todo un caballero. Alma recta, corazn ardiente, de costumbres severas , estaba dispuesto cumplir con lo que le dictara su conciencia, de cuyos derechos no
abdicaba jamas. No se dej seducir por el espritu de innovaciones y mucho menos por ninguna ambicin rastrera.
Al tratarse de combatir al luteranismo era de los pocos que estaban dispuestos ponerse
en la brecha.
El doctor Martin ensay todos los medios para hacrsele suyo, pero en vano; no obtuvo
del Duque sino una larga carta en que le acusa de la sangre derramada en la guerra de los
aldeanos, de las iglesias profanadas, de las vrgenes deshonradas, de los frailes desterrados,
del incesto que va haciendo sus estragos por todas partes, de la restauracin de doctrinas ido
ltricas, de la ruina de regiones enteras, de la impiedad enseada en las universidades y
causando vctimas hasta entre las clases ms humildes, y le pregunta si es posible hacer la
paz con un hombre que viene siendo el azote de la x\lemania.
Guardad vuestro Evangelio, termina dicindole; yo guardar el mo, que es el que me
da la Iglesia que lo recibi de CRISTO.
Pero el duque Jorge descendi al sepulcro y entonces la propaganda luterana penetr en
su palacio, obtuvo el favor de la corte y se difundi por el pueblo.
Con indisputable influencia sobre los que ejercan el poder, Lutero no habra de necesitar
mucha elocuencia para inducirles arrebatar los bienes de los conventos.
La abadas enclavadas en vuestro territorio, dice, son vuestras como lo son las fieras
que cazis en vuestros bosques, la aves que vuelan sobre vuestras posesiones, los peces que
nadan en vuestros viveros. Los conventos donde viven unos holgazanes piadosos son casas de
abominacin que devoran el alimento de vuestros subditos, malezas que es necesario desarraigar si queris que Dios os bendiga en esta vida y en la otra. Limpiad la tierra de este hervidero
de frailes, teocracia ms vergonzosa mil veces que el yugo de vuestros antiguos seores.
Ya se concebir que la palabra de Lutero haba de ser escuchada.
Melancton consigna que los prncipes, al ponerse de parte del protestantismo, se ocupan
poco de la reforma de costumbres, ni de purificar el Cristianismo, ni de establecer una nueva
enseanza religiosa; los prncipes preferan, aade, llevarse piadosamente sus casas las
preciosas joyeras de las ms ricas iglesias.
Ya veris, segua dicindoles Lutero en su Argijrophilax,
qu depsitos de oro se guardan ocultos en los monasterios.
El pillaje contra los conventos iba acompaado de tumultos y conmociones populares, do
072
actos de salvajismo y hasta de saugre siempre que se encontraba la menor resistencia, aun
cuando sta se redujese al deber de protestar de palabra en nombre del derecho.
E n Zwickau un da de carnaval se colocaron una especie de lazos en los que multitud de
estudiantes se divertan en coger los frailes y religiosas que se iban arrojando de los conventos. A poca distancia se profanaba la estatua de san Francisco^ cubrindola de plumas,
mientras que una multitud de gente derribaba las puertas de un monasterio, robaba los objetos preciosos, rompa los cristales de las ventanas y echaba despus la calle los libros
de la biblioteca. El historiador reformado aplaudo esta hazaa y resume su relato diciendo:
As cay en Zwickau el papismo; as empez a, brillar la pura luz del Evangelio.
En Stralsund la plebe empez por arrojar los frailes y monjas de sus conventos, embistindolos pedradas; el Duque apacigu el tumulto apoderndose de las casas religiosas y
confiscndolas mayor gloria de Dios.
En Elemburgo, la casa del Prroco es entregada al pillaje, y un estudiante que figuraba
como jefe del motin, se viste los ornamentos sacerdotales y montado en un asno hace su entrada en la iglesia.
Juan de Sajonia pide muy cortesmeute el inventario de un monasterio. Cuando lo tiene
en su poder, precedido de fuerte escolta, se dirige a l a casa religiosa, manda cercarla, ordena
al abad que se presente, le registra y se apodera de todos los tesoros anotados (1).
Este ejemplo tuvo varios imitadores.
E n Rostock los senadores, en traje de ceremonia, toman posesin del convento en nombre
de la ciudad y sellan los objetos robados.
E n Magdeburgo, por toda concesin, se toler que los frailes continuaran en sus celdas,
pero con condicin de que se despojaran de su hbito y abrazasen la reforma.
E n Torgau, Leonardo Koeppe, al frente de algunos estudiantes, realiza una expedicin
nocturna contra el convento de los franciscanos, saquea la casa, y los frailes que se resisten se les echa por las ventanas.
Goetz de JBerlichingen, Guillermo de Grumbach y Francisco de Siokiugen, van caza
de frailes, como se va caza de fieras.
XXXI.
Abolicin del culto catlico.
De los trastornos que en Alemania vena produciendo la Reforma no slo se resenta la fe
religiosa , el orden poltico y las costumbres pblicas, sino el desarrollo intelectual.
Antes de la Reforma, junto al convento se levantaba la escuela, donde el hijo del pobre
reciba, no slo instruccin, sino muchas veces hasta alimento y vestido. Eck, Erasmo,
Gcolampadio, Zwinglio, Lutero mismo deban .aquellos establecimientos de enseanza su
desarrollo intelectual.
Al cerrarse los claustros, se cerraron tambin las escuelas, y multitud de nios pertenecientes humildes familias quedaron sin educacin y sin pan.
Se trat de que lo que antes hacan los conventos lo hiciese la limosna; pero medida
que se cerraban las almas la fe tradicional, se cerraban las bolsas toda obra de piedad.
Lutero mismo lo reconoce y lo lamenta.
No me admirar, dice, que al fin Dios abra. no slo las puertas, sino hasta las ventanas del infierno, que nos inunden oleadas de diablos llueva sobre nuestrascabezas azufre y llamas y nos sepulte en abismos de fuego como Sodoma y Gomorra. Si la Alemania debe
seguir as, me avergenzo de ser su hijo, de hablar su lengua, y si me fuese permitido acabara por llamar al Papa y los suyos que viniesen encadenarnos. Antes las bolsas esta(1)
Arnaldo.
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bar abiertas, no faltaba oro para dotar las iglesias, para levantar colegios. Entonces no se
ahorraba nada con tal de obligar los nios que fuesen las escuelas; hoy las bolsas estn
cerradas con cadenas de hierro. Nadie quiere dar cosa alguna! As son nuestros cristianos!
Nada de escuelas, nada de maestros, la yerba se ha secado, la or ha cado (Is. ps. VII).
Nadie que cultive la inteligencia de los nios.
Pero qu remedio indica el doctor Martin para atender este mal? No se le ocurre otro
que la accin del poder seglar, y ya no slo para la enseanza, sino para el sostenimiento y
el ejercicio del culto; de este modo Lutero concentra en manos del prncipe todos los poderes,
magistratura civil, pontificado religioso, direccin de las inteligencias la par que de las almas, en una palabra, el cesarismo pagano.
El Elector, el-jefe supremo del Estado, dice, es quien debo vigilar, quien tiene la obligacin de defender la santa obra, que hoy todo el mundo abandona; es l quien ha de obligar
las ciudades y los pueblos que levanten escuelas, que sostengan ctedras sagradas y pastores. Hoy no existe ni temor ni amor de Dios; roto el yugo del Papa, todo el mundo vive
su capricho. Es un deber para el prncipe educar la infancia en el temor y amor de Dios,
dar maestros y pastores los nios; en cuanto los viejos, que se vayan al diablo, ya que
as lo quieren. Pero sera una vergenza para el poder dejar los jvenes hundirse en el lodo.
Lutero quiere que el alimento que debe darse las almas, - la forma del culto, el orden
de las ceremonias, todo pertenezca al prncipe.
Para las parroquias, conforme lo dispuesto por el doctor, deben organizarse comisiones
mixtas de seglares y eclesisticos, nombrados todos por el Elector, los cuales se encarguen
de la visita parroquial y la administracin espiritual. Estos visitadores se enterarn de la
vida, costumbres y enseanzas de los ministros, y en caso necesario podrn deponerlos y excomulgarlos. El pastor puede acudir en alzada de la sentencia de la comisin al Elector que
ejerce las funciones de pontfice.
Ademas el poder poltico tiene el deber de velar sobre la eleccin de los pastores, la predicacin, la enseanza y la liturgia.
Algunos pueblos bohemios consultan al doctor Martin respecto la forma de institucin
de los obispos. Lutero les contesta:
Os reuns y en nombre del Seor procedis elegir aquel que consideris ms digno de
vuestros sufragios, le imponis las manos, le confirmis y le reconocis por vuestro obispo.)/
Era un procedimiento bastante sencillo.
Por aquella poca empez aplicarse fuertemente la mano los actos del culto catlico.
La sublimidad de sus ceremonias, lo expresivo y solemne de sus cautos, esa liturgia catlica
tan propsito para elevar al hombre las regiones de lo espiritual y de lo divino, todo esto
haba de desaparecer fin de dar lugar al culto protestante sin inspiracin, sin alma, sombro
como los sectarios que lo establecen, llevando el sello que le imponen aquellos espritus sin
fe, sin piedad, aquellos corazones de hielo.
En la Sajonia se suprimen las luces de los altares, el incienso, los cantos; las paredes de
los templos aparecen desnudas como un sepulcro; se quitan los ventanales de colores al travs
de los cuales penetra en la casa del Seor aquella luz misteriosa tan en armona con el recogimiento.
Lutero se resiste que la obra de destruccin sea instantnea. Conserva en el bautismo
la sal que el sacerdote aplica los labios del infante, la seal de la cruz que forma sobre su
frente, el leo con que unge el cuello y las espaldas; pero ms adelante ya no guarda de todo
el ceremonial catlico sino el exorcismo y la seal de la cruz.
Estando ausente Lutero, el cabildo de Wittemberg declara abolida la misa; mas el pueblo
murmura y entonces el doctor Martin la restablece, pero sin el carcter de sacrificio, sino
como una ceremonia indiferente, suprimiendo el ofertorio, el canon, y dejando slo la elevacin, la salutacin los asistentes, la mezcla del agua y del vino y el uso de la lengua latina.
574
Dudbase si baba de abolirse la confesin auricular; se opt por un trmino miedo, por
una confesin que no era confesin; el penitente se acercaba al ministro y deca:
H e pecado: esto bastaba; nada de nmero de culpas, de declarar la especie de las faltas; una mentira leve un parricidio, todo era lo mismo.
Otros iban ms all que Lutero.
Hausman invent una ordenacin por insuflacin.
Amsdorf crea que lo nico que deba conservarse eran las excomuniones, y se complaca
en lanzarlas contra un infeliz barbero, que el doctor Martin no acertaba adivinar en que pudiese haber faltado.
Lutero quera contener los impacientes, quienes acusaba de echar por la ventana los
zapatos viejos sin haber comprado todava otros nuevos (1).
Hubo de tolerar que los cantos latinos se sustituyesen otros en lengua alemana, y l
mismo compuso algunos.
Erasmo, en vista de la serie de atentados que tenan lugar, emite sobre la secta el siguiente juicio:
A m me gusta, escribe, escuchar Lutero que sostiene que lo que es l no quiere que
los presbteros y los frailes queden reducidos no saber de qu vivir. En Strasburgo podr
ser; pero y en las dems partes? Es cosa verdaderamente de risa; al que se quita el hbito
se le da la pitanza; pues vaya al diablo el que se empee en guardar el hbito. Reos todava
ms al oirle protestar que su intencin no es hacer dao nadie. Ser no hacer dao el arrojar los cannigos de sus colegiatas, los frailes de sus conventos, arrebatar sus riquezas
los abades y los obispos.
Nosotros no matamos!Pero si no matis, la culpa no es vuestra, es de los que
aprovechan sus piernas para poner tierra en medio. Tampoco matan los piratas al que se deja
buenamente robar.
Dejamos nuestros enemigos que vivan en paz entre nosotros.Pero los obispos y
los sacerdotes estn seguros en vuestras ciudades? Si tan tolerantes, si tan mansos sois cmo
se explican estas emigraciones en masa, este concierto de quejas que se elevan al trono?
Les permitimos habitar entre nosotros.Pero entendmonos: si no asistes nuestras
lecciones, no recibirs nada. Quieres en tal da del ao ir una peregrinacin, quieres oir
misa, comulgar en uua capilla catlica? Pues ya te compondremos. Si en el tiempo pascual
no asistes nuestra Cena tendrs que someterte al fallo del senado.
Nadie aborrece tanto como nosotros las discordias.Pues es claro; y para evitarlas
no hay como derribar los templos que no sean de los nuestros.
Vamos que todo esto parece un sanete. Vosotros decs:Al que os hiere en la mej i l l a derecha, presentadle la izquierda.Y yo s uno que por una palabra dicha contra uno
de vuestros ministros gime en la crcel, y otro que ha estado punto de ser condenado
pena capital.
Son gente que siembran la calumnia manos llenas. Dicen de un cannigo que se
quejaba por no haber encontrado en Zurich un solo lupanar. Pues fe que los lupanares en
Zurich sobran. Al oir leer este aserto el cannigo aludido se ech rer de compasin que
sinti hacia esas pobres gentes. El nico delito del cannigo era permanecer el su fe y
combatir las innovaciones.
Me censuran m porque digo que su Evangelio mitiga el amor las letras y me citan
Nuremberg, donde los profesores estn abundantemente retribuidos. Sea; pero preguntadlo
los habitantes y os contestarn que aquellos profesores no tienen discpulos; que el catedrtico es tan perezoso en ir explicar la leccin como el alumno en ir escucharla, de suerte
que sera menester pagar al estudiante lo mismo que al profesor.
Osiandro en Nuremberg se presenta con todo el fausto de un pontfice; su casa es un mag(1)
575
nfico palacio, su mesa puede competir con la de un monarca. Sube al pulpito con un traje
deslumbrador, con los dedos cubiertos de anillos, con toda la afectacin de un cmico.
Las ctedras, aun las ms ilustres, van quedando cada da ms desiertas. Melancton se
queja de la soledad de la suya, y escribe un amigo :
Si boy Homero resucitara entre nosotros y quisiera discpulos tendra que ir mendigarlos. A h , amigo mo! He tratado en vano de ver si llenaba estos bancos desiertos de la universidad con las inimitables armonas de la segunda Olinthiana; puede haber meloda ms
bella y ms sublime que aquella palabra de Dernstenes? He tenido que persuadirme de que
todo es intil.
XXXII.
Lutero aplica personalmente las doctrinas contra el celibato.
La rebelin protestante va revistiendo un carcter cada da ms grotesco.
Hombres de algn criterio, que en un principio se adhirieron la secta creyendo qu de
lo que se trataba era de una reforma de costumbres, al estudiar los resultados prcticos de la
enseanzas luteranas, se avergenzan de su apostasa y vuelven al seno de la Iglesia. As
lo verifican, ms de Staupitz, Miltitz, Crotus y muchos otros.
Lutero se lamenta de estas deserciones, y reconoce que entre los hombres que piensan
seriamente, dominan corrientes nada favorables su obra.
Tengo que vigilar cuanto me es posible, dice, para que no nos abandonen muchos de
los nuestros, entre los cuales veo que reina un espritu que no me gusta.
Los que nunca llegaban reconciliarse con la Iglesia, ni an en la hora de la muerte,
eran los que haban roto con su voto de castidad. As se explica el por qu Lutero nada combatiera tan rudamente como el celibato eclesistico; el casamiento de un religioso era para l
una conquista perfectamente solidada.
Es menester consignar, en honor cierto resto de buen sentido que aun quedaba en Alemania, que los religiosos casados eran vistos con m u y mal ojo, hasta entre los ms entusiastas de la Reforma. Muy pocos de ellos se atrevan contraer en pblico el himeneo por no tener que afrontar el desprecio de las gentes, se les sealaba con el dedo, y se invent el nombre de de&frallado, que se consideraba como una injuria.
Porqu sus doctrinas contra el celibato el doctor Martin no las sancionaba con su ejemplo?
Muchos de sus compaeros ce convento se lo exigan, pues casndose l, ya el casamiento
de los des frailados no sera entre los luteranos una vergenza.
Lutero se resista. Su amigo Spalano le escribe transmitindole el consejo de Arga,
mujer la que antes nos hemos referido, la cual deca:
Es ya hora de que el nuevo Elias suba al cielo, aplaste bajo sus pies la serpiente m o nacal y se case.
Gracias por el consejo, contestaba el doctor; Dios tiene en sus manos los corazones , y
el mo, tal como hoy est, no siente aficin hacia el matrimonio.
Obedeca al hablar as sentimientos de castidad? No es fcil suponerlos en el que predic el sermn sobre el matrimonio de que nos hemos ocupado antes y que escribi continuamente libros panegirizando la incontinencia.
Era adagio vulgar que Lutero se apasionaba por tres cosas: la cerveza de Eimbeck, el vino
del Rhin y las mujeres de la Sajonia.
Muy joven todava, frecuentaba la casa de una viuda, donde se encontr con una muchacha, de la que deca su amigo Spalatino:
Hermano, esta nia me ha herido en el corazn; no ser feliz hasta tanto que poseai
este tesoro.
876
Op.Ltt1h.i.,Ep.\>.m.
S U F R I D A S POR
I,A IGLL'SIA C A T L I C A .
!77
bio los catlicos obraban como si fueran un solo hombre. La discusin fu viva y animada.
La asamblea resolvi que donde estuviera aceptado el edicto de Worms no pudiera cambiarse
la religin catlica, que en los dems puntos se aguardara la reunin del Concilio; pero que
interinamente se dejara los catlicos completa libertad en el ejercicio de su culto. A los sacramntanos y anabaptistas se les declar fuera de la ley.
CONVENCIN.
Dos das despus los prncipes luteranos y los representantes de catorce ciudades imperiales se reunieron, y en un escrito pblico protestaron de los acuerdos de la dieta de Spira,
en nombre de Dios y de los hombres, tomando de ah el ttulo de P R O T E S T A N T E S .
Carlos V recibi el escrito de protesta en Bolonia, y despus de haberlo ledo, dijo los
diputados de la minora:
Dios os juzgar: habis rehusado el concurso de vuestros brazos y de vuestro dinero
Vuestros prncipes sitiados; habis violado lo que era una ley fundamental del imperio.
T. I!.
7-t
578
El Emperador "les despidi dicindoles que l ira en persona a poner en orden los asuntos
de Alemania.
El doctor Martin, que haba sido mal catlico y mal fraile, fu buen marido? Sobre esto
andan opiniones. E n este casamiento fuerza es reconocer una ventaja, y es que Lutero y Catalina eran tal para cual, pues si Lutero haba roto con sus votos de fraile, tambin Catalina
' haba roto con los suyos de monja. E n este punto se hallaban en idnticas condiciones ; el uno
no poda acusar al otro por su doble apostasa.
Bora, que por lnea materna perteneca la noble casa de Haubitz, haba entrado los
veintids aos en el convento de Nimptschen, del Orden de San Bernardo. Disgustse de la
vida religiosa y pidi sus padres que la sacaran de all, a cuya splica stos no atendieron.
Entonces procur interesar en su favor al doctor de Wittemberg, induciendo la apostasa a
ocho monjas ms.
Leonardo Kceppe, instigacin de Lutero, se introdujo de noche eu el claustro, forcej sus
puertas y se llev consigo las nueve monjas, colocndolas eu un carruaje.
Lutero no haba de prendarse de Bora por sus cualidades personales, pues, aparte de que
no dio nunca la menor prueba de ingenio, su fisonoma era bastante vulgar, no haba eu
aquel rostro nada de expresivo.
As se desprende del retrato que de ella hizo Cranach el 1528, y que fu presentado al
mismo Lutero, el cual exclam al verlo:
Est muy bien; os queda todava lugar en el cuadro para pintar otro, que es el de un
hombre llamado Lutero; y enviaremos esta tela al prximo Concilio que ha de reunirse; que
me parece har all un buen papel.
Sabemos que Lutero no estaba muy contento de Catalina como ama de casa.
Estas mujeres de rostro blanco y sonrosado, deca, suelen servir para la piedad, pero no
son buenas para hacer la cama ni la comida.
Tambin parece qu pona bastante prueba la paciencia del doctor Martin, pues ste,
glorindose de esta virtud ante sus amigos, escriba:
Paciencia con el Papa, paciencia con los entusiastas, paciencia con mis discpulos y paciencia con Catalina Bora: mi vida se reduce una paciencia continuada. Estoy hecho el
hombre del profeta Isaas, cuyo valor reside en la paciencia y en la esperanza.
Quejbase Lutero de las preguntas impertinentes de su mujer. A lo mejor, mientras el jefe
de secta estaba ensimismado en alguno de sus proyectos, salale Catalina preguntndole si el'
rey de Francia era ms rico que el emperador de Alemania, si las mujeres de Italia eran ms
hermosas que las de Alemania, si Roma era tan grande como Wittemberg, si el Papa tena
diamantes ms preciosos que los del elector Federico, y otras cosas por el estilo.
A veces el doctor impacientado acababa por proveerse de pan, cerveza y queso, y cerrarse
en su despacho.
Una vez esta especie de divorcio dur tres das seguidos, durante los cuales Lutero permaneci en su cuarto trabajando en la traduccin del salmo X X I I .
Catalina fu llamar la puerta, empez meter ruido; Martin se haca el sordo. Al fin
oy que su mujer gritaba, diciendo:
Si no abres, voy llamar al cerrajero.
El doctor le suplic desde dentro que no le interrumpiese.
A b r e , abre, repiti Catalina.
No hubo ms recurso que obedecer.
E s que tena miedo que no te sucediese algo de malo, dijo Catalina.
Pues mira, respondi Lutero, aqu lo nico malo que hay es lo que tengo delante.
Lutero se quejaba de que su mujer no le obedeca.
Para lograr una mujer obediente, deca, el nico recurso que hay es ser escultor y hacerla salir de una piedra.
fj7()
Op.
Luth.
580
de algn ministro reformado. Era de oir cmo all se agotaba el diccionario de sarcasmos, de
burlas, de frases equvocas contra los frailes que permanecan fieles su deber, y sobre todo
la libertad de lenguaje que se usaba al tratarse de mujeres y de vida conyugal.
La conversacin se anima medida que de vaso envaso van colorndose aquellos rostros.
Lutero ante los espumosos jarros encuentra interpretaciones bblicas en que no atin jamas
en el retiro de su celda; nunca como en presencia de aquella robusta y colorada sirvienta de
la Snabia, que llena incesantemente los vasos de los parroquianos, se le baban ocurrido argumentos ms originales.
Esta propaganda, hecha con un jarro de cerveza en la mano, acariciando al hijo de la posadera al perro de la casa, entre.la algazara que all se mete, que encuentra frases ms expresivas veces para aquellas gentes que todo un discurso, no deja de ser de mucho efecto'.
Vamos recoger alguna de las ideas del Reformador. Es el sitio en donde ms se da conocer, en donde mejor se revela su espritu y su fisonoma moral.
La conversacin versa sobre el diablo.
En cuanto m, dice, he sido mejor tratado por el diablo que por los hombres, y preferira morir manos del diablo que las del Emperador; al menos as morira vctima de una
cosa grande como es el diablo. Pues no sabis que yo he dormido ms veces con el diablo
que con Catalina?
Tratbase de los obispos, y entonces Martin, con la mayor formalidad del mundo, se
echaba referir el siguiente cuento que todos escuchaban con la boca abierta:
Viva en las mrgenes del Rhin un obispo que meta en una crcel los pobres que iban
pedirle limosna. Luego cerraba las puertas y mandaba pegar fuego la crcel. Cuando los
infelices gritaban pidiendo socorro, deca: Escuchad, escuchad, no os como chillan los ratones?Vino un tiempo en que este mismo obispo se vio atormentado por los ratones. No pudiendo librarse de tan importunos huspedes, se le ocurri hacer construir en medio del ro,
con piedras de sillera, una vivienda; pero los ratones penetraron en el Rhin, siguieron al
obispo en su nueva casa y se lo comieron.
Rodaba la conversacin sobre los papistas, y entonces era cosa de oir cmo se despachaba
el doctor:
Este demonio de Carlos V me ha hecho sufrir mucho cuando yo le vea perseguir la verdad. Eso de prncipes en el reino de los cielos, es caza menor: Piltos vale mucho ms que
todos ellos. A.h papistas, papistas! No sois ms que cabezas de.asno. Todos iru al infierno.
Creedme, aquel que no odia de lo ntimo del corazn ai Papa, es imposible que se salve. No
odiar al Papa, es un pecado.
Os voy ensear los papistas y juzgarlos; yo, doctor de los doctores, voy decirles:
Sois unos asnos, sois una cfila de ignorantes; el que vosotros me odiis me enorgullece. Decs que sois doctores; pues tambin lo soy yo. Yo -valgo mil veces ms que todos vosotros
juntos. Papista es sinnimo de asno.
Dos locos disputaban un da en la mesa del papa acerca el alma: uno de ellos sostena
que el alma es mortal.Muy bien, dijo el papa, tus argumentos son una maravilla, t tienes razn.
Tom la palabra el otro y defendi la inmortalidad. Entonces el papa exclam:Magnfico, no podas hablar mejor; la razn es toda tuya.
Ocupbase de la muerte de algunos papistas:
No se tienen bastante en cuenta los milagros que Dios hace todos los das. Veis lo que
ha sucedido con el obispo de Trveris, en la consagracin del Emperador: muri repentinamente al ponerse el vaso en la boca. Y el conde N . de W ? E n el instante mismo en que
se preparaba hacerme la guerra, muere. Y no sabis el fin desastroso que han tenido este
ao todos aquellos que con sus odios, con sus burlas, con sus predicaciones perseguan la palabra de Dios? Tenis un ejemplo terrible de la clera divina en la muerte de un papista
b'81
clebre A. L . , que antes de exbalar el postrer suspiro, en medio de las ms terribles angustias exclamaba:Diablo, t eres mi amigo.Y no habis odo decir de un italiano que
en el momento de tener que ir dar su cuenta Dios exclamaba:Al mundo le dejo lo que
poseo, los gusanos mi cadver y al diablo mi espritu? Y lo que sucedi con el cura de F .
cerca de Francfort? Cuando la peste empezaba afligir al pas, dijo que era un castigo de
Dios por haber enseado una nueva ley, y anunci que en u n da determinado iran en p e regrinacin. Pues aquel mismo da se enterraba su cadver. No puede negarse que esto es el
dedo de Dios.Si el Evangelio de Ltero es verdadero, deca el da de la Trinidad el pastor
de Kunwald, que un trueno me aplaste; y en efecto, vino un rayo y lo dej carbonizado.
La conversacin iba parar en los frailes.
Los frailes, deca, son las columnas del papismo; defienden los papas como las ranas
su rey. Yo soy el mercurio echado en el estanque, es decir, en la clerigalla.
Hablase de los legistas:
Qu es un legista? Un zapatero otro cualquiera que se mete al oficio de disputar
de cosas que no estn bien; del sexto mandamiento, por ejemplo... Nunca hubiera credo que
fuesen tan papistas como son. Omnis jurista est aut nequisla, aut ignorisla.
Se meti hablar de Gregorio I el Grande.
Era un santo hombre este Gregorio el Grande... Hizo lo que hacen todos los papas; e n sear mximas detestables. El fu quien invent el purgatorio, las misas de difuntos, la abstinencia de carnes, el capuz monacal y otras tonteras con que encaden al gnero humano.
No respetaba ms san Jernimo:
Yo considero este san Jernimo como una especie de hereje: siempre est hablando
de ayunos, de virginidad, de celibato... vamos; no le quisiera yo por mi capelln.
Deca de san Agustin:
Es menester no fiarse de san Agustin. Muchos de sus libros no valen nada. Se le puso en
el catlogo de los santos por equivocacin, porque lo que es la fe verdadera no la tena.
Oigmosle hablar del cielo. Era acariciando el perro del mesn cuando el doctor emita ideas como esta:
Me preguntis si habr perros en el reino de los cielos: pues no los ha de haber? No
sabis que habr entonces un cielo nuevo y una tierra nueva? S, seores, all tendremos hermosos perritos de cabeza toda de oro, de piel de piedras preciosas, con collar de diamantes y
que ostentaran una perla en cada pelo. Lo que no habr perros rabiosos; todos sern cariosos, mansos y podremos jugar con ellos sin temor de ninguna clase.
Oigmosle, por fin, consumar el escndalo ocupndose de Dios.
Lo que es yo debo ms mi Catalina y maestro Felipe que Dios mismo. Dios no ha
hecho sino locuras: si yo hubiese asistido la creacin, le habra dado algunos buenos consejos; por ejemplo, el hacer brillar incesantemente el sol, el que siempre fuese de da.
Todo esto dicho al trincar de los vasos, con el calor producido por la bebida, entre las carcajadas unas veces, y los aplausos otras de los parroquianos del mesn que escuchaban L u tero ctfmo un orculo, no poda menos de producir desastrosos efectos de perversin.
XXXIII.
Melancton y la confesin de Augsburgo.
Despus de los triunfos obtenidos, Carlos se cree ya el arbitro supremo de Europa. Dirjese Alemania, devastada por quince aos de luchas religiosas. El Emperador sabe bien
que del incendio que all arde la guerra de los aldeanos no haba sido ms que una chispa,
y que si los prncipes en aquella ocasin pudieron concertarse para una accin comn, ya que
S82
se trataba de la defensa de sus diezmos, de sus castillos, de sus tierras y de su poder, les separaban hondas divisiones religiosas que habran de producir terrible conflagracin. Carlos
cree poder atajar el conflicto valindose del prestigio de su poder y de su persona y se dirige
Alemania.
El Emperador hizo su entrada en Augsburgo el 15 de junio de 1530, presenciando aquella
ciudad el espectculo ms solemne y majestuoso de que guarda memoria. El Emperador, joven, bien formado, con aquel aspecto que interesaba impona la vez, iba montado en soberbio corcel blanco que l diriga con la habilidad del ms excelente ginete, saludando con
la mano y con la cabeza al inmenso pueblo que se apiaba su paso, mientras trescientas
campanas hacan oir su taido de fiesta mezclado con las salvas de artillera, el toque de corneta y los aires de armoniosas msicas, dominando sobre todo los vtores de las muchedumbres. Era aquella una entrada imperial como jamas se haya visto. Carlos ostentaba su manto
espaol bordado, deslumbrante de piedras preciosas, la silla de su caballo estaba guarnecida
de topacios y de rubes, brillaban en sus pies magnficas espuelas de oro. El riqusimo palio
era sostenido por los senadores de Augsburgo, vestidos la espaola.
Precedanle el gran mariscal del imperio, J u a n , elector de Sajonia. que sostena en la mano
derecha la espada imperial, al lado del cual iba el margrave de Brandeburgo, empuando el
cetro, ambos revestidos de mantos de escarlata, con vueltas de armio. Inmediatamente despus del Emperador seguan el rey de Bohemia con su corona en la frente, ocupando su respectivo lugar el arzobispo de Maguncia, el de Colonia y los electores eclesisticos. Las calles
estaban alfombradas de tapiceras. Fcil fu reconocer desde luego entre el cortejo los luteranos. Cuando en las puertas de Augsburgo el Emperador mont en el caballo de ceremonia
que se le tena dispuesto, al dar la bendicin el cardenal Campeggio, ninguno de los luteranos inclin la cabeza (1).
El elector de Sajonia, que formaba parte de la comitiva, pens en un principio oponerse
la entrada del Emperador ir aguardarle con un ejrcito al pi de los Alpes. Era una m e dida desesperada que haba de costar muy cara la Reforma. Lutero lo comprendi as, y escribi al Elector:
Prncipe, nuestra causa no debemos defenderla con las armas.
Recurdese el lenguaje del doctor Martin en otras ocasiones en que excitaba los luteranos sublevarse, y se comprender que, lo que le inspir esta vez, no fu un espritu de paz
que se avena poco con su carcter violento, sino tan slo una prudencia toda mundana, hija
de la conviccin de que en la lucha no hubieran sido los suyos los que llevaran la mejor
parte.
El da siguiente se celebraba en Augsburgo la fiesta de Corpus, cuya procesin ofreci
asistir el Emperador, el cual invit su vez los prncipes, sin distincin de catlicos ni luteranos. Cabalmente entre las doctrinas de stos haba la de negar la presencia real en la Eucarista. El tomar parte en aquella solemnidad implicaba una abjuracin de sus errores; asistiendo ella los prncipes luteranos afirmaban en pblico lo que negaban privadamente. La
dificultad estaba prevista. La contestacin de los protestantes estaba preparada de ante'mano.
Se presentaron al Emperador, habindose repartido antes los papeles, sealndose cada uno
lo que haba de decir; fueron al alojamiento imperial como las tablas de un teatro.
La afectacin de los prncipes contrastaba con la calma de Carlos V.
El margrave, Jorge de Brandeburgo, tomando una actitud trgica llev la mano su
cuello y proclam con nfasis, que estaba resuelto subir al cadalso y perder la cabeza antes
que renunciar al Evangelio.
Carlos V, pudiendo apenas contener su gravedad, dijo comprimiendo una sonrisa:
N a d a de cabezas, nada de cabezas!
Y Carlos se encerr en su silencio habitual.
(1)
Menzel.
f)83
S84
Melancton tuvo por Lutero una especio de culto, y se debe sin duda esa fascinacin el que
Melancton se pasase la Reforma, la que, por otra parte, no profesaba gran fe. As se desprende del siguiente hecho que merece ser consignado. Su madre, luchando con la agona,
estrech las manos de Melancton entre las suyas, y le dijo:
Hijo mo, por ltima vez ves tu madre; voy a morir, t morirs tambin y tendrs que
ir dar cuenta al supremo Juez de todas tus acciones. Sabes que yo era catlica y que t me
indujiste abandonar la religin de mis padres. Pues bien: yo te conjuro en nombre de Dios
vivo que me digas sin ocultarme nada:En qu fe debo morir?
En momentos tan solemnes, la voz de una madre moribunda, hombres que conservan todava algo de rectitud como Melancton,.expresan lo que les dice su corazn. Melancton contest :
Madre ma, la nueva doctrina es la ms cmoda; la otra es la ms segura.
Jamas se ve en los escritos de Melancton la pasin, la saa que respiran los de Lutero;.y
si alguna vez se asociaba ala clera del doctor, acababa siempre por arrepentirse.
Con un poco menos de respetos humanos, tal vez Melancton hubiera vuelto de nuevo al
redil de la Iglesia. No hay duda que entre los reformadores era el hombre de conciencia ms
honrada, lo que le falt fu carcter.
Ocupndose Lutero del espritu de moderacin de su discpulo, deca:
Yo he nacido para luchar con el diablo; por esto cada escrito mo es una tempestad.
Mi destino es hacer rodar peas... Felipe tiene otra misin: procede con dulce quietud, edifica, planta, roca, siempre en la paz y la alegra del corazn.
Encargsele la redaccin del documento que deba presentarse al Emperador. El trabajo
era delicado, necesitbase hacerlo con tino; haba de haber en l mucha habilidad para velar
el error presentarlo al menos en formas que Carlos no las interpretara como una provocacin.
El punto designado para la lectura de lo que se llam Confessio Augustana Confesin
de Augsburgo fu el palacio episcopal, que era donde se alojaba el Emperador. El saln no
poda contener la concurrencia que se extenda por patios, corredores y hasta por los departamentos vecinos. El canciller Baier, encargado de leerla, estaba dotado de una voz clara, lo
que, aadido al silencio general con" que se le escuch, hizo que se le oyese mucha distancia.
Los doctores catlicos quedaron sorprendidos al oir aquel documento. No era el estilo de
violencia y de insultos que hasta entonces vena caracterizando la Reforma, sino un lenguaje
templado, una argumentacin sobria; el error mismo apareca envuelto entre las flores de
una fraseologa que no estaba en uso entre los protestantes.
Lutero aplaudi aquel documento, por ms que no fuera su lenguaje, y que en ciertos
puntos pareca la refutacin de algunas de sus doctrinas, al menos la prueba de algunas
de sus contradicciones.
Este trabajo, dijo el doctor, me parece bien: nada tengo que aadir ni quitar; yo lo
hubiera escrito con menos calma y mansedumbre, pero no lo habra hecho mejor.
Los protestantes pidieron los catlicos que tambin ellos presentaran su confesin, lo
que Faber contest con mucha oportunidad:
Y para qu? Creemos hoy lo que creamos ayer y lo. que creeremos maana.
El Emperador escuch aquella lectura con su caracterstica impasibilidad, tom la versin
latina de manos de Baier, reservndosela para l, y entreg al arzobispo de Maguncia un
ejemplar escrito en alemn, prometiendo los prncipes disidentes que su escrito sera examinado detenidamente y contestado su tiempo.
Los doctores catlicos, al redactar la respuesta, tuvieron demasiado en cuenta que el protestantismo, ms bien que un cuerpo de doctrinas, era una obra de apaeionamiento; se acordaron demasiado de los insultos que les haban inferido en otras ocasiones los jefes de la Reforma. Habituados las controversias de carcter algo violento que dominaba en aquel perodo
585
de sobrexcitacin, se metieron evidenciar las contradicciones del doctor Martin; como hijos
celosos de la Iglesia, no supieron contener su indignacin en vista de los males que causaba la
nueva secta; haba all algo de la irona que en vez de persuadir exaspera. Al Emperador y los
prncipes catlicos aquel lenguaje no les pareci bien, y encargaron que la contestacin se redactara de nuevo en estilo ms moderado. Convinieron en ello los telogos; y en su segundo trabajo discutieron la Confesin artculo por artculo, procuraron deslindar lo que en ella estaba conforme con las enseanzas catlicas y lo q u e d e estas enseanzas se separaba, y esta refutacin,
que se llam Confuta to Confessionis Aui/ustanm, se ley en sesin pblica el da 3 de agosto.
El Emperador expres su deseo de que los prncipes protestantes renunciaran toda d i visin, para no verse obligado, dijo, obrar conforme lo que exiga su conciencia de protector de la Iglesia.
Esta frase disgust profundamente los prncipes.
Hubo entonces entre los protestantes el partido de la paz y el partido de la lucha. Al pri-
mero perteneca Melancton. Recordaba la fe de su infancia, vea con veneracin aquel.episcopado catlico que por medio de cadena no interrumpida se elevaba los tiempos apostlicos,
la antigedad del edificio de la Iglesia inspirbale sentimientos de respeto que se sobreponan
sus intereses y pasiones de sectario. Spalatino estaba tambin por la paz. Era ya viejo, haba perdido la salud en la agitacin de tantas luchas, ya no poda resistir el empuje de las
tempestades, y deseaba poder descender tranquilo al sepulcro. Justo Jons quera restituir los
bienes los eclesisticos, su celda al fraile, su casa parroquial al cura.
Lutero se exasper al saber que se trataba nada menos que de destruir su obra; y desde
su soledad de Coburgo, donde se hallaba, escribi indignado:
Restituir nosotros! Que empiecen los catlicos por restituirnos Leonardo Keyser y
tantas otras vctimas; que nos restituyan las almas que han echado perder sus impas doctrinas, que nos restituyan los nobles talentos ultrajados con sus mentidas indulgencias, que
nos restituyan la gloria de Dios ahogada por sus labios blasfemos, que nos restituyan la pureza clerical que ellos han manchado, que ellos han escupido: entonces pasaremos cuentas y
veremos quin es el deudor (1).
(1) Justo Jonse, 13 jul.
T.
H.
74
586
Carlos V se empe en que se abriese una conferencia entre seis telogos, tres por cada
parte, lo que se verific en efecto, siendo los representantes de la Reforma Melancton, Brenz,
predicador de Hall en Suebia, y Schneps, predicador del landgrave de Hesse.
La discusin se mantuvo mucha altura, pues tanto los catlicos como los protestantes
eran hombres de talento, dotados de palabra fcil y aptos para las discusiones de escuela. Faber y Eck saban perfectamente de memoria todos los escritos de Lutero, lo que les serva
de mucho para poner en evidencia sus patentes contradicciones.
La conferencia se reuna por la maana para discutir los puntos dogmticos y por la tarde
las enseanzas sobre disciplina.
Melancton no faltaba ninguna de las sesiones; tan dispuesto se le vea la conciliacin , que cuando en el calor de la disputa empezaba iniciarse alguna tempestad, l intervena con su dulce palabra.
No obstante, Melancton, que conoce la mala disposicin de sus amigos y que hubiera
querido sacrificarlo todo en aras de una conciliacin, no espera nada de sus esfuerzos. Al salir de la conferencia se le ve entrar en su alojamiento, triste, pensativo, los ojos anegados en
llanto. Escribe al doctor Martin:
Es la hora del desespero y de las lgrimas (1).
Brenz, que iba all para consolarle, llora tambin.
Melancton quiere que no se despoje al obispo de su autoridad. Lutero se empea en que
sobre el obispo est la reunin de los fieles, y que sta disponga respecto las formas del culto,
las ceremonias litrgicas. Melancton en estas pretensiones del doctor ve la humillacin
del sacerdote, la ruina de la jerarqua; l sabe bien que Lutero, al predicar contra las indulgencias, al formular sus tesis, al declarar abolidos los votos monsticos no fu recibir rdenes
de la asamblea de los fieles; l sabe que en la cuestin de los aldeanos Lutero no tena de su
parte el voto popular.
Melancton quiere que los obispos sean restituidos su sede. Con qu cara nos atreveramos, dice, consagrar estas victorias de la fuerza bruta? Queris que yo emita francamente mi opinin? Pues bien; en mi concepto, dominio episcopal, administracin espiritual,
todo es menester restituirlo.
Quiere m s ; quiere que se conserve al Papa como jefe de la Iglesia. H aqu lo que escribe el 6 de julio al cardenal Campeggio:
No tenemos otra doctrina que la de la Iglesia romana. Estamos prontos obedecerla por
poco que, con la misericordia de que ha usado siempre con todos, se acuerde de su indulgencia y cierre los ojos acerca de algunos puntos poco graves que, ni aun cuando lo quisiramos,
no podramos mudar en absoluto. Honramos al Papa de Roma y todas las constituciones de
la Iglesia, con tal que no nos deseche el Papa. Pero qu hay que temer? Presentndonos
como suplicantes, habamos de ser rechazados cuando la unidad se puede restablecer tan fcilmente? Slo hay insignificantes diferencias en los usos que parecen oponerse una sincera
reconciliacin. Hasta los mismos cnones admiten que se puede diferir en puntos de este gnero y permanecer en unin con la Iglesia.
Los prncipes estaban interesados en que no se hiciese la paz. La Reforma les haba hecho
ricos con los bienes de los claustros y de los obispados, haban de resignarse devolver su presa?
Melancton les advierte dicindoles:
Cuidado: ved que se arrostran grandes riesgos al tratar de derruir un edificio que existe
desde tantos siglos.
Fu ms escuchada la voz de Bruck, que deca:
Nada de paz con el Antecristo.
Levantse contra Melancton un clamoreo general, hasta acusarle^ de haberse vendido
los papistas.
(1)
Ep. M e l . j u l .
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S88
pada la espada. Lo que estos perros sanguinarios llaman rebelin, no es tal rebelin. Quien
dice papista, dice opresor. Ah tenis al rebelde; al hombre para quien no existe ni derecho
divino ni derecho humano.
Luego habla de u n Padre nuestro de nueva especie, que era el que l sola decir:
Yo no puedo rogar sin maldecir, escribe. Si digo: Santificado sea el tu nombre, aado:
Maldito, condenado sea el nombre de papista. Si digo: Venga nos el tu reino, aado: Malditos , condenados, anonadados sean el papado y todos los reinos de la tierra que se levantan
contra t , oh mi Dios. Si digo: llgase tu voliontad, aado: Malditos, condenados, abismados
sean los designios de los papistas. Ah tienes mi oracin; lo que yo digo de boca y de corazn.
Si el Emperador nos hace la guerra, dice en otro lugar, es que quiere destruir nuestra
religin, proscribir nuestro culto. Cuando tal es su designio, Carlos pierde su derecho de
Emperador y pasa ser un tirano. Bajo este supuesto es intil preguntar si podemos acudir
las armas para sostener nuestra fe. Entonces el combatir por nuestras mujeres, por nuestros
hijos, por nuestros servidores constituye un deber.
Si el Emperador nos ataca nosotros tengamos en cuenta que en tal caso no obra moiu
proprio, sino como instrumento de la tirana, es decir, como esclavo del Papa y de la idolatra romana, y entonces ya no es contra el Emperador contra quien nos rebelamos sino contra el Papa.
XXXIV.
Juan de Leyden.
Antes de la aparicin de Lutero, Munster era una poblacin tranquila, morigerada, donde
haba u n comercio bastante activo. Cultivbanse en su universidad los estudios clsicos, obteniendo,, bajo este respecto, cierta reputacin; pero tuvo envidia de Wittemberg y se lanz
de lleno en las disputas teolgicas, en las que se mezclaron, no slo los doctores y los estudiantes, sino hasta el pueblo en sus distintas clases y categoras sociales.
Aparece all Bernardo Rothmann, que se da el carcter de restaurador de la palabra evanglica. Logra arrastrar en pos de s las muchedumbres; el Senado cree que aquel entusiasmo
en favor de Rothmann puede ser de funestos efectos, y le ordena que se retire de la ciudad.
El reformador vuelve Munster, y lo primero que hace es entrar en una iglesia de franciscanos, inaugurando all unas conferencias religiosas en las que, menos que la doctrina, se
combate la persona del sacerdote. El da de san Lamberto el padre Juan de Deventer predica
sobre el purgatorio; Rothmann levanta un motin contra el religioso, quien califica de hijo
de Satans. El Obispo se propone intervenir; pero Rothmann hace mofa pblicamente del prelado y redacta sus treinta artculos simblicos que dice es menester abrace todo aquel que
quiera alcanzar la gloria del cielo.
Arrojado de la iglesia improvisa un pulpito en la plaza pblica, donde se declara de una
manera tremenda contra el culto de las imgenes. Apenas ha terminado, cuando el concurso
que le escucha corre en masa los templos y destroza los altares.
Rothmann era u n fantico de las innovaciones de la Reforma hasta la mayor exageracin,
hasta la locura. Un da, entre un gran concurso que escuchaba al infeliz sectario, quiere probar por u n horroroso sacrilegio que el cuerpo de CRISTO no est en la Eucarista. Toma una
sagrada Forma, la hace pedazos, la pisotea y se echa gritar como un energmeno:
E n dnde est el cuerpo y la sangre? Si Dios estuviese aqu, le verais levantarse del
suelo ir colocarse en el altar.
Por las tardes Rothmann y los suyos iban reunirse en los jardines del sndico Widger,
donde discutan los artculos del smbolo de la secta. Entre los asistentes estas reuniones
389
hallbase la esposa del sndico, que acab por envenenar su marido , fin de casarse con
Rothmann.
Pero los dolos del populacho fueron Juan de Bockelson, sastre de Leyden, y Juan Mattys,
bracero de Harlem, quienes se gloriaban de hallarse en contacto ntimo con Dios.
Bockelson, quien se dio el nombre de Juan de Leyden, tom Hofmann para orador y
secretario.
Contribua mantener viva la agitacin religiosa Enrique Rulle, quien aprovechndose
de unos ataques epilpticos que sufra, y en los que se revolcaba por el suelo, echando e s puma, engaaba al pueblo diciendo que entonces el CRISTO le haba aparecido dndole la orden de hacer penitencia. Y qu era hacer penitencia? Derribar iglesias, arrasar conventos,
reducir imgenes polvo, fundir los vasos sagrados distribuyendo su producto los pobres y
robar los ricos. A esto le llamaban apresurar el reinado de la celestial Jerusalen, en el que
los hijos de Dios compartiran el mismo pan y las mismas mujeres.
Otro profeta cae en tierra, y desde el arroyo en que yace, anuncia de parte de Dios que
es menester que Munster elija un jefe, y ste ha de ser Juan de Leyden.
As se verific. Juan de Leyden tuvo su palacio, al salir en pblico iban ante l dos g a llardos jvenes, llevando el uno la corona y el otro la espada, y en la plaza pblica levantbase un rico trono donde el profeta se sentaba para administrar justicia.
El da 27 de febrero, mientras los sectarios se hallaban reunidos en la casa municipal,
Juan de Leyden aparece dormido en profundo sueo. De pronto despierta, y lanzando espantosa mirada sobre la muchedumbre, grita con voz de trueno:
Atrs los hijos de Esa! la herencia del Seor pertenece los hijos de Jacob.
Y el pueblo responde una voz:
Atrs los hijos de Esa!
Y los anabaptistas bajan precipitadamente las escaleras de la casa municipal, derriban las
puertas con que se les impide la entrada en las habitaciones, atropellan cuantos se niegan
rebautizarse, y les conducen las puertas de las poblaciones, donde tiernos nios, indefensas
mujeres, ancianos decrpitos se ven despojados, no slo del ltimo mendrugo de p a n , sino
hasta de los vestidos con que se cubren.
Aparece un edicto en el que se manda en nombre de CRISTO y de su Evangelio que sean
arrasadas todas las iglesias. La orden se cumple con toda exactitud. El pueblo derriba h a chazos las puertas de los templos, pega fuego los altares, los rganos y los pulpitos,
chanse cuerdas las imgenes de CRISTO y de los santos y se las arrastra por la plaza pblica,
donde una inmensa hoguera las reduce cenizas; se abren las cajas de las reliquias y se las e s parce por el suelo, se profanan los restos de los hroes de la fe, aquellas turbas se embriagan bebiendo en los vasos sagrados, y la orga termina cumpliendo la luz de los cirios de
los altares el creced y multiplicaos, conforme lo comentaba Lutero.
A la ciudad de Munster se la cambia el nombre llamndola la nueva Sion, y otro edicto,
firmado por Juan de L e y d e n , declara que en adelante no ha de haber ms libro que la B i blia, y que es preciso quemar los dems por intiles peligrosos. Dos horas ms tarde u n
imponente incendio se levantaba sobre la poblacin: la biblioteca de Rodolfo Lange pereca
en las llamas llevndose el viento los tenues restos de preciosos manuscritos griegos y latinos (1).
Es menester consumar la obra. Una orden del profeta fijada en los sitios pblicos, y pregonada por las calles, impone cada habitante la obligacin de presentar en la casa municipal todo el oro y plata que tenga en su poder. Nadie falta al mandato. En la nueva Sion la
propiedad individual ya no existir en adelante; los bienes son de todos, la mujer misma es
considerada como un tesoro del que cada ciudadano puede gozar su placer. Los ttulos de
cerrajero, de zapatero, de sastre, se conceden como cargos honorficos. Tanto al medio da
(1)
1. V. p. 101.
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como por la noche, en sitios espaciosos, hay preparadas largusimas mesas, donde todos comen
en comn, mientras que de lo alto de un pulpito se lee la Biblia.
No tard en estallar una rebelin. Un platero, llamado Mollenheech, se coloc al frente de
un partido hostil los profetas. Pero el pueblo en su gran mayora, sintindose bien en
aquella vida sin trabajo, se declar en favor del profeta, atac los rebeldes, y despus de
una lucha sangrienta, los partidarios de Mollenhsech tuvieron que rendirse. Entonces cay
sobre los vencidos la venganza del profeta de un modo terrible. Kniperdollim acept el cargo
de verdugo como se acepta una posicin honorfica. Demostraba el celo con que quera estar
la altura de su posicin y corresponder la confianza de los suyos, presentando cada da cortadas multitud de cabezas.
Al frente de Munster hasta que se posesion de ella Juan de Leyden, haba un prelado
de gran prestigio, joven an, que se crey en el deber de poner fin tan insoportable anarqua.
Juan de Leyden, con su actitud de iluminado, rene los suyos en la plaza pblica, les
presenta un pedazo de p a n , y les dice:
Tomad y anunciad la muerte del Salvador.
Y aquella numerosa muchedumbre de ancianos y jvenes, mujeres y nios, caen de rodillas , comen el pan que les ofrece el profeta, y luego levantndose gritan frenticos:
Aqu nos tienes!
Queris obedecer la palabra de Dios? les pregunta.
S ! le responden una voz.
Pues bien; la orden del Padre celestial es que veintiocho doctores partan inmediatamente evangelizar los pueblos.
Y Juan escoge seis que se encaminan hacia Osnabruck, otros seis Warenburgo, ocho
Susat, y ocho ms Coiffeld. Todos, despus de pasar por la tortura, mueren en el cadalso
vomitando imprecaciones contra los incrdulos.
El sitio puesto Munster iba siendo cada da ms riguroso: los alimentos escaseaban. Una
de las esposas de J u a n de Leyden tuvo la debilidad de lamentarse de la miseria general en
que se vea sumida la nueva Sion. Juan de Leyden lo sabe, la conduce la plaza pblica, le
ordena que se arrodille, y le corta la cabeza, mientras las dems mujeres del profeta entonan
un himno de accin de gracias.
La miseria tom proporciones alarmantes; la guarnicin se vio precisada comer los animales ms inmundos. Apenas un enfermo acababa de espirar era inmediatamente devorado;
se lleg matar varios nios, partindose despus los restos; distribuase los soldados por
toda racin la yerba que creca en las murallas.
Intimseles la rendicin. Ms que un pueblo de combatientes era ya un pueblo de esqueletos, y sin embargo estaban dispuestos resistir todava. Montado en un caballo semejante
al del Apocalipsis, pasebase por las calles un hombre esculido, casi cadver, el cual anunciaba que los muertos iban salir de sus sepulcros para formar parte de su ejrcito.
Pero en vista de que los difuntos no estimaban conveniente dejar sus t u m b a s , la traicin
franque la entrada los sitiadores. Al entrar el ejrcito sitiador encontr slo unos tres
cientos anabaptistas, quienes, extenuados por el hambre, se les caan las armas de las manos, y que no obstante queran an resistirse.
Juan de Leyden, derribado por la lanza de un soldado, fu conducido presencia del
obispo, el cual, ensendole aquellos escombros, le deca:
Ves estas iglesias y estos palacios reducidos cenizas*, estas casas derribadas, empapadas en sangre de tus hermanos, la yerba que crece por las calles? H aqu t u obra!
Waldeck, le contest el anabaptista con su habitual desvergenza: quieres hacer un
buen negocio con que habr para pagar los gastos de la guerra? Pues mteme en una jaula y
pasame por todas las ciudades de Europa. A florn por barba vers cunto dinero te produce
esta industria.
[J91
XXXV.
Origen de la persecucin anglicana.
El cisma de Inglaterra no nace como el de Alemania en las celdas de un convento; nace
en las fiestas de una corte fastuosa, y si en el cisma alemn quien juega el principal papel
es un fraile, en el ingles son las damas de la corte, figurando en primera lnea Ana Boleyn.
La familia de Boleyn era de origen francs. Vemos el ao 1424 al jefe de esta familia al
frente de una gran casa de mercaderes. El padre de Ana, Tomas Boleyn, que cas con Isabel
Howard, hija del conde de Sussex, que fu ms tarde duque de Norfolk, habase distinguido
en tiempo de Enrique VII en la expedicin contra los insurrectes de Cornouailles.
Atribuyese Isabel Howard el favor que sir Tomas alcanz en la corte; efectivamente, la
esposa del Duque figuraba en primera lnea en todas las fiestas de palacio, gozaba de mucha
intimidad con la persona del rey, y hasta se lleg murmurar si las relaciones llegaran al
extremo de que Ana Boleyn fuese hija de Enrique V I H .
Transcurran tranquilos los primeros aos de Ana al lado de su padre y su hermana, frecuentando la casa sir Tomas W y a t , joven de carcter melanclico, que con su imaginacin
de poeta haba idealizado la simptica n i a , profesndole una especie de culto. .
Muerta su madre, Ana fu vivir en He ver Castle, teniendo por preceptora una dama
llamada Simeona, que le ense la costura, el bordado, el ingles, el francs y la msica.
Ana permaneci algn tiempo en la corte de Francisco I, corte que no pecaba de edificante ; y lo mismo que de otras damas de la Reina se dijo de lady Boleyn que tuvo con el Rey
intimidades nada honestas.
Al volver Inglaterra vise constituida en el dolo de la corte de Enrique VIII. Su talle
era majestuoso, su rostro estaba teido de una palidez que le daba algo de espiritual, haba
aprendido entre las damas de Francisco I el arte de agradar, el sonris de sus labios, la vivacidad de su mirada de fuego, y sobre todo su despejo todo francs la revesta entre los ingleses de singular encanto. Ademas saba msica, hacase aplaudir en sus cantos en los que se
acompaaba ella misma con su lad, escriba versos regulares, bailaba mejor de lo que corresponda una joven honesta, y en el mundo de la moda impona su voluntad sus caprichos como una reina; muchas ladys inglesas hubieran dado la mitad de su fortuna por poderla
imitar en la gracia de su tocado con aquella diadema de perlas en torno de su frente, con
aquella espiga de oro que clavaba en sus cabellos.
Al entrar nuevamente en su pas, rodeada de multitud de aduladores, ya no hizo caso de
sir Tomas W y a t , el amigo de su infancia, que haca poco papel entre sus cortesanos. Fijse
en el hijo del conde de Northumberland, el joven Tomas Percy, que en u n baile de mscaras
le ofreci ser su esposo.
Enrique V I I I , quien hemos podido admirar como buen escritor y hasta como ferviente
defensor de la causa catlica, no fu.buen esposo. Catalina de Aragn fu una mujer que el
Rey no mereca. Esposa de gran corazn, madre tierna y solcita, cristiana por conviccin y
por sentimientos, afable con todos hasta la cordialidad, de u n carcter siempre i g u a l , podemos admirarla como una personificacin de la Mujer Fuerte descrita en el divino libro. Al
tratarse del cuidado de su esposo, de los detalles del hogar, se la vea en todas partes; donde
92
no se la vea era en los bailes fastuosos, en las fiestas en que aquella corte sensual se presentaba en espectculo; Catalina pasaba horas enteras junto su velador dedicndose las labores de su sexo. E n sus diez y ocho aos de matrimonio haba sido muy desgraciada. Un i n somnio casi continuado, efecto de una enfermedad crnica que la afliga, el haber perdido
todos sus hijos, excepto Mara, todo contribuy que los encantos de su rostro no fuesen
ms que un recuerdo. Enrique no le ocultaba su desvo; pues tena su fuerza en la resignacin y h aqu por qu la vemos sobreponerse tantos infortunios.
Enrique VIII se prend perdidamente de Ana Boleyn en un baile.
Ana segua en sus relaciones con Percy, encontrndose los dos jvenes con frecuencia en
el palacio real. Enrique orden su canciller que cualquier precio realizara la separacin
de los dos amantes, lo que se realiz, interviniendo respecto de Percy la autoridad de su padre, que saba que el Rey no era hombre que se prestara verse contrariado ni siquiera en
sus culpables caprichos.
Ana se resinti de lo que se acababa de hacer con ella; lo crey una medida arbitraria del
canciller Wolsey, y prometi vengarse, pues no se haba de resignar que sin motivo se la
privase de un joven que, ms de serle simptico, junto con su mano le traa un ilustre ttulo
y una inmensa fortuna.
Libre ya Enrique de su rival, empez por nombrar al padre de Ana vizconde de Rochford intendente de palacio el mismo da en que su hija reciba de parte del monarca un riqusimo aderezo de diamantes.
Poco despus el Rey dedicaba Ana unos versos. y la primera entrevista le expuso la
vergonzosa pasin que senta hacia ella, exigindole la promesa de ser correspondido.
Consentira en ser vuestra esposa; nunca en ser vuestra concubina, le contest la joven
con una altivez y con un acento de seguridad que el Rey no estaba acostumbrado.
Enrique insisti una y otra vez; Ana se mostr siempre inflexible. Ella no ceder sino
precio de un trono, y cuando se siente en l como reina no quiere que pueda sentarse otra
mujer.
Entonces es cuando Enrique empieza concebir escrpulos de si era vlido su matrimonio con Catalina. Enrique se empea en ver en un texto del Deuteronomio una prohibicin
expresa de casarse con la viuda de un hermano, y con ella la maldicin de Dios que no poda
evitar la dispensa de la Sede Apostlica. Catalina de Aragn haba estado casada en primeras
nupcias con el prncipe Arturo, obtenindose para el segundo matrimonio la correspondiente
dispensa.
No falt quien, tratando de granjearse el favor del monarca, apoy sus aserciones respecto
la nulidad de la dispensa otorgada para su matrimonio con Catalina, y el Rey se vio muy
pronto rodeado de casuistas que negaban en su presencia la validez de la Bula de Julio II,
primero porque sus trminos eran poco explcitos, segundo porque se fundaba en motivos de
una falsedad evidente y tercero porque Enrique aquella Bula no la haba reconocido,
A Enrique slo le faltaba ganar su opinin al cardenal Wolsey. Efectivamente, le llama
y le propone el caso. Wolsey comprende bien que no se trata de resolver una cuestin teolgica ; que lo que el Rey necesita no es un telogo un moralista que emita su opinin, sino
un cmplice que sancione un crimen. Wolsey se echa los pies de Enrique y le conjura por
cuanto hay de ms sagrado que renuncie tan culpable proyecto. El Rey le vuelve las espaldas sin escucharle.
Wolsey no supo manifestarse la altura de su posicin. Suponiendo que al oponerse los
criminales proyectos de Enrique no obedeciere otros impulsos que los de su conciencia,
en vez de arrodillarse como una mujer y de llorar como un nio, debi haberse impuesto como
hombre de Estado, cuando no, debi arrostrar los furores del Rey hasta provocar el martirio.
Presentbasele una ocasin magnfica para dar conocer que era algo ms que un poltico
hbil.
93
DE
si'
FAMILIA.
dijo que la dama de palacio que venda su seora por el precio de una diadema que ni la
ley, ni la moral, ni la religin le permitira ceir, era indigna de estar a su lado. Enrique,
al ver que su esposa lo sabe todo, se excusa diciendo que l abrigaba escrpulos acerca la legitimidad del matrimonio, lo que le responde Catalina con la mayor entereza que pura h a ba entrado en el palacio real y que sabra salir de l sin haber sacrificado un tomo de su
dignidad, increpa duramente Enrique diciendo que consultar telogos acerca de si su
compaera de diez y ocho aos, si la madre de su hija Mara haba vivido todo aquel tiempo
como incestuosa, y esto pretender hacerlo en nombre de la conciencia cristiana, era insultar
Dios. Termin manifestando, que al menos esperaba que su esposo, que el rey de Inglaterra
no le negara lo que no se negaba al ltimo de los subditos; que era tener abogados ingleses
y extranjeros que la sostuviesen en su derecho.
594
Desde aquella hora organizse en torno de Catalina el ms rgido espionaje: su regio aposento fu como una crcel donde estuvo vigilada todas horas. Sus damas de honor, sus sirvientas tenan que prometer convertirse en delatoras de cuanto hablase, hiciese proyectase
la Reina.
Enrique ensea Wolsey un texto del Levtico, y le da conocer la manera cmo lo comentan algunos que estimulaban la pasin del Rey cuando debieran haberla combatido. Wolsey, que antes que todo era cortesano, se manifest inclinado la opinin del prncipe; pero
con la condicin de que fuera el Papa quien fallase sobre la nulidad de la Bula de-dispensa.
A pesar de su condescendencia, Ana se aprovech m u y pronto de su prestigio para hacer
que su culpable amante desterrara Wolsey. Empezaba cumplir la venganza que antes le
haba jurado.
' Wolsey, habituado luchar contra reyes y emperadores, se encontr frente frente de una
mujer, y adivin que en esta lucha acabara por ser vencido; que la querida de un rey podra ms que uno de los ministros de ms talento que haya tenido la Inglaterra, uno de los
polticos ms hbiles que se conocen, de golpe de vista ms pronto y ms seguro y que contribuy de un modo particular la grandeza de su nacin.
Wolsey procur consolarse esperando que el Rey acabara por cansarse de Ana como se
haba cansado de tantas otras; y pensando en cul sera la reina que l pudiera convenirle,
supuesto que se declarase nulo el matrimonio con Catalina de Aragn, se fij en la duquesa
Margarita de Alenzon, mujer disipada, que gastara su actividad en los placeres, dejndole
l dueo del nimo de Enrique.
Wolsey no se avino aparecer como desterrado durante su permanencia en Francia; y lo.
gr en efecto que se le considerara como negociador de importantes comisiones. Propuso la
duquesa Margarita su casamiento con Enrique, para luego de declarado nulo el matrimonio:
la Duquesa contest que ella no consentira nunca en reemplazar en el tlamo real una mujer que haba permanecido en l por espacio de diez y ocho aos sin remordimientos.
Proposicin igual hizo Wolsey la princesa Rene, que, piadosa como Catalina, se encerrara en su oratorio, sin oponerle l cortapisas de ninguna naturaleza; sta contest tambin
que nunca se prestara que por ella se sacrificasen los derechos de Catalina slo para satisfacer los caprichos de un esposo disipado.
Entre tanto Enrique, con la misma tinta con que escribi la refutacin de Lutero conquistndose el ttulo de Defensor de la fe, escribe un libro pretendiendo probar que el impedimento en primer grado de afinidad no puede dispensarse, fin de convencer al mundo de
que l no es nada ms desde hace diez y ocho aos que un incestuoso, que la-reina de Inglaterra no es nada ms que una concubina, y Mara la hija de una unin contraria la fe y
la moral cristiana, como si Julio II hubiese sido el primero en conceder una dispensa tal,
cuando antes que l Martin V haba dado al conde de Fox Bula de dispensa para casarse con
la viuda de su hermano, y Alejandro VI autoriz tambin al rey de Portugal para poder casarse sucesivamente con dos hermanas.
Despus de sostener que lo que l defiende no es un capricho una pasin sino una imposicin de su conciencia, sin dejar la pluma de la mano, escribe su amante:
Siento gran consuelo en escribir un libro que nos ha de servir mucho los dos. Hoy he
trabajado en l ms de cuatro horas, lo que aadido un fuerte dolor de cabeza, hace que os
escriba una carta tan concisa, esperando la noche para hallarme vuestro lado y poder besar
m u y pronto nuestros bellos hijos.
Restituido Wolsey en la gracia del Rey, trabaj, aunque indirectamente, en estorbar el
proyecto de Enrique, cuyo fin puso Wyat en relaciones con A n a ; pero el pobre Wyat no
poda ofrecer Ana otra cosa que una corona de laureles y la joven haba consentido ya en
ceirla de diamantes.
Wolsey cit para una conferencia personas tan respetables como Fisher, obispo de Ro-
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chester, Tomas Moro y varios telogos y juristas justamente reputados por su saber y su i n tegridad.
Wolsey plante ante la asamblea la cuestin del divorcio en trminos precisos, sin aducir
en su favor otros argumentos que los que alegaba el Rey, obrando as como astuto diplomtico, pues al paso que halagaba la vanidad de Enrique no presentando ms pruebas que las
suyas, el canciller no se comprometa emitiendo una opinin personal.
Preguntse Tomas Moro su parecer, quien contest que no era telogo y que se abstena
de aventurar un dictamen individual en punto que l no tena bien estudiado. El obispo de
Rochester tom la palabra; adujo las razones de los dos partidos y se declar abiertamente
contra el divorcio. Todos los asistentes se adhirieron su modo de ver.
Convoca Wolsey otra conferencia de personajes que cree ms complacientes. La ltima
palabra de stos fu que se acudiese Roma, y que se acataran en un todo las decisiones
pontificias.
Wolsey se proporciona cerca de Clemente VII personajes que cree han de hacer lo que
l le convenga, entre ellos Stafilo, que no siempre se aconsejaba con su conciencia; Jorge
Csale, que procuraba quedar bien con cualquiera que le confiase un asunto; el doctor Knight,
para quien un ministro era un hombre^ que no poda dejar de tener razn cuando peda una
cosa, y algunos dignatarios eclesisticos que, empobrecidos por el saqueo de Roma, se figur
que cederan ante esplndidas gratificaciones.
Csale est encargado de representar al Sumo Pontfice que la Bula de Julio II es nula
porque se apoya en la intencin de Enrique de unirse con Catalina cuando Enrique no abrigaba tal propsito, y en fines de paz y de amistad que deban estrecharse con un pacto de
familia en poca en que entre las dos casas interesadas no exista, ni amenazaba existir, la
menor discordia, extendindose en ponderar las angustias que experimentaba un rey tan catlico como Enrique, efecto de los vivos remordimientos de su conciencia.
Csale saba bien que el Papa haba de aconsejarse con el cardenal de los
Santi-Quatri,
quien los saqueadores de Roma^haban despojado por completo. Wolsey escribe sus agentes:
Ved de' tener una entrevista con el Cardenal y decidme qu es lo que podra convenirle,
si ricos trajes, vasos de oro, caballos; ya me encargo yo de hacer que sepa que no ha de tratar con un prncipe desagradecido.
Efectivamente, K n i g h t envi al Cardenal 4,000 escudos; pero el prncipe de la Iglesia,
obrando como le corresponda, rechaz indignado el soborno, arrojando dicha cantidad los
pies del que se la entregaba.
Wolsey camina derecho su^fin sin tener en cuenta el camino que sigue. A Clemente V I I ,
que se hallaba la sazn en Orvieto, le asedia de personajes ingleses de alguna reputacin
que estn en favor del divorcio, procura que le persuadan de que Catalina nada desea tanto
como abandonar el bullicio del palacio real y retirarse un convento, que le convenzan de
que la Bula de Julio II es subrepticia. Era la poca en que el Papa, maltratado, perseguido
por los imperiales se hallaba todava prisionero. Cmo no haba de sentirse conmovido cuando
en medio de su abandono ve llegar unos embajadores ingleses que se postran sus pies, que
le rodean de la ms respetuosa consideracin? Era la primera vez, despus de seis meses, que
se le protestaba sumisin y amor en nombre de un soberano.
Clemente acuerda que la cuestin se examine detenidamente, y que luego de resuelta
en forma, si resulta invlido el matrimonio se proceder lo que haya lugar.
Debiendo el asunto examinarse en Inglaterra, Wolsey es el encargado de representar en
este proceso el principal papel. Wolsey, atrevido hasta la temeridad cuando se trata de resolver cuestiones de Estado, al comprender la gran trascendencia de aquel asunto, al tener que
fallar sobre la nulidad de una Bula, sobre la validez de un matrimonio regio, se siente abrumado bajo el peso de su responsabilidad. E n una hora lcida en que su conciencia se sobrepone todo, se presenta al Rey, y le declara que, prximo comparecer ante el tribunal de
396
S97
quiere hacer pasar por abominables? Esto es maravilloso, milores. Cuando pienso en la sabidura de que estaba dotado Enrique V I I , en lo mucho que me amaba mi padre Fernando,
sin hablar del Papa que nos dio la dispensa, no sabr persuadirme jamas de que una unin
contratada bajo sus auspicios pueda ser una unin sacrilega.
Y dirigindose Wolsey, le increpa diciendo:
Milord! Es vos quien yo acuso! S ; sois vos, cardenal de York, el responsable de
todos mis sufrimientos. Os ofender tal vez mi franqueza. Tengo que decir lo que siento de
vuestra arrogancia, de vuestra ambicin, de vuestra tirana; os habis vengado de m y de
mi sobrino; queris que vuestra venganza sobrepuje nuestros- desprecios!
La Reina se retir del aposento sin permitir Wolsey justificarse.
El pueblo amaba Catalina. Al conocer los propsitos de Enrique, los ingleses los tomaron m a l , y hasta se lleg temer un grave tumulto. El Rey trata de evitarlo toda costa.
Un domingo da orden al lord corregidor, al alderman, los miembros del consejo, los
grandes seores de la corte, los principales mercaderes de la Cit, de que se le presenten en
su residencia de Bridewell.
Al tenerles en su presencia les habla de los ultrajes que supone haber recibido de Carlos V
y de los motivos que le induca realizar el divorcio, y que no tolerara la menor oposicin
su voluntad.
Los casuistas ingleses consultan Roma sobre los tres puntos siguientes:
1." Si cuando una mujer haca voto de castidad abrazaba la vida religiosa poda el Papa,
por plenitud de su poder, autorizar al esposo contraer segundas nupcias; 2. s , cuando un
marido entraba en una orden monstica y haba instigado su esposa hacer lo mismo,
no podra ser despus relevado de'su voto por el Papa, y quedar libre de casarse segunda vez;
3." y en fin, si por altas razones de Estado, no poda el Papa autorizar un prncipe tener,
como los antiguos patriarcas, dos mujeres, de las cuales una sera pblicamente reconocida
y gozara de los honores del trono.
Al propio tiempo Csale sostena'en trminos enrgicos como una necesidad urgente el
divorcio inmediato apoyndose en argumentos fisiolgicos; mientras que por otra parte Gardiner amenazaba al Papa dicindole que si Campeggio no terminaba debidamente el asunto,
Enrique acabara por romper con Roma.
Un suceso inesperado dio lugar que Enrique de momento suspendiera sus gestiones en
el terreno en que venan practicndose.
El Papa se puso gravemente enfermo; los mdicos auguraron una prxima muerte. E n tonces el rey de Inglaterra crey que lo que deba hacerse era trabajar para que despus de
la defuncin de Clemente saliese elegido Wolsey. Embajadores, personajes adictos la casa
de Inglaterra, todos trabajaron en este sentido. E n la corte de Enrique se espera el momento
en que se anunciar al mundo catlico: Tenemos Papa nuevo; es Tomas, cardenal de Santa
Cecilia, arzobispo de York, legado a latere de la Santa Sede. El Rey da quince das de
tiempo al papa Wolsey para proclamar el divorcio.
Pero Clemente vuelve reanimarse. Se hace preciso reanudar las suspendidas negociaciones.
En tanto el Rey ordena que Ana Boleyn viva en palacio, que tenga sus habitaciones m u y
prximas la cmara real, la rodea de una corte ms numerosa y ms esplndida que la de
una reina, y le hace todos los das magnficos regalos. En el libro de gastos de 1529 1532
constan cuarenta partidas distintas destinadas por el Rey A n a , una sola de veinte libras
Mara y ninguna Catalina.
Parece que ya desde entonces no fu nicamente en la mesa donde Ana ocup el puesto
de la Reina.
Triunfaba en la corte de Enrique la idea de la nulidad de la Bula de Julio I I , cuando
Catalina presenta la copia de un Breve destinado ella con motivo del matrimonio, Breve
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firmado por Julio II el mismo da en que se firm la Bula, cuyo documento no podan hacerse en modo alguno las objeciones que se hacan contra la Bula.
Enrique pide que el Breve sea anulado. Nadie se manifiesta como l tan celoso de sostepotestaner y hasta exagerar las facultades pontificias, pretende que el Papa de plenitudine
tis puede ahogar la voz de Catalina arrebatndole el ttulo de esposa y de madre, levantarse
por encima de la ley y desentenderse de toda forma de justicia humana.
Clemente responde que, insensible los halagos como las amenazas, no se aconsejar sino
con su conciencia. Se han pedido jueces, aade; pues bien, los jueces fallarn y el Papa confirmar, si conviene, la sentencia de los legados.
El mes de junio de 1529 se rene el tribunal para fallar la famosa causa, en el monasterio de Black-Trias, en un vasto anfiteatro donde se haban colocado los tronos del Rey y la
Reina. los dos lados del hemisciclo estaban las sillas de los jueces eclesisticos y ms abajo
los sitiales de los secretarios; el jefe de stos era G-ardiner. A la diestra del Rey hallbase el
cardenal Campeggio, la de la Reina el cardenal Wolsey y las dos extremidades los consejos de los dos esposos.
El Rey y la Reina fueron citados para comparacer el 18 de junio entre nueve y diez de
la maana.
La Reina se present en persona protestar contra los jueces. No se la atendi.
El 28 de junio el funcionario delegado dijo en alta voz:
Henrice, Anglorum rex, adesto in curia.
Adsum,
contest el Rey levantndose de su trono.
El funcionario continu:
Catharina,
Anglorum regina, adesto in curia.
La Reina, sin responder, deja su trono, se echa los pies del Rey y con las manos juntas exclama:
Seor, compasin y justicia; esto es lo que pide una reina sin amparo, alejada de sus
parientes, en pas extranjero y expuesta al odio de sus enemigos. Dej mi patria sin ms garanta para mi seguridad personal que los sagrados vnculos que me unen vos y vuestra casa.
Cre poder esperar que en m i nueva familia hallara un amparo contra los embates de la suerte,
y he hallado una serie de violencias con que se trata de aplastarme. Invoco el testimonio de
Dios y de sus santos: decid si en el espacio de veinte aos yo no he tenido para con mi esposo una ternura y una complacencia sin lmites. Yo afirmo, y vos lo sabis, que cuando
entr en el tlamo nupcial yo era pura; si no digo la verdad, consiento en que se me arroje
como una mujer infame. Y qu? Por ventura nuestros parientes, prncipes tan sabios, no
hicieron examinar las clusulas de la unin antes del matrimonio? Hubo entre aquellos numerosos consejeros de la corona uno solo que advirtiese las nulidades que han empezado
buscarse despus de tantos aos? Qu causas se alegan para romper una unin de veinte
aos? Mis jueces, mis defensores son subditos de Vuestra Majestad, yo los recuso; la autoridad de los legados no puedo reconocerla: todo me es sospechoso en este tribunal en que mis
enemigos son bastantes en nmero para que pueda esperar una sentencia equitativa. Seor,
restituidme mis derechos sobre vuestro corazn, mis derechos de esposa, de madre, de reina,
os conjuro en nombre del Dios que nos ha de juzgar todos. Permitidme escribir Espaa,
donde encontrar amigos que me guiarn en este asunto. Si me lo rehusis, seor, no tengo
sino Dios para defenderme; Dios apelo.
Catalina se levanta deshecha en llanto, se inclina respetuosa Diente ante la persona del Rey
y se retira de la sala del tribunal.
La corta y expresiva arenga de la infortunada esposa, dicha con el tono de conviccin que
le daba su inocencia, conmovi profundamente todos. La aurola de intachable virtud que
rodeaba Catalina la haca ms interesante en su inmerecido infortunio.
Al salir del tribunal, el alguacil de servicio la llama de nuevo gritando:
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600
Milord, contesta la Reina, lo que tengis que decirme aqu en mi oratorio podris
decirlo en alta voz; en cuanto m no tengo que recelarme de nada.
Reverendissima majestas, dice inclinndose respetuosamente el Cardenal.
A u n cuando yo entienda el latin podis hablarme en ingles.
Seora, contina entonces Wolsey, venimos con un mensaje de Su Majestad que es
del mayor inters para Vuestra Alteza, quien nosotros somos completamente adictos.
Gracias. Me habis encontrado trabajando con mis camareras. Ya lo veis: ellas son mis
consejeros, milores; no tengo otros y ya comprendis que ni ellas ni yo hemos de saber qu
contestar personajes como vosotros. Mas ya que lo deseis pasaremos al oratorio.
Catalina alarga la mano derecha Campeggio y la izquierda Wolsey y entran los tres
en la capilla.
Qu pas en aquella conferencia? Nadie lo sabe. El hecho fu que los legados salieron
de all pintndose en sus rostros la mayor conmocin y la Reina anegada en lgrimas. El rumor ms autorizado fu que Catalina haba dicho q u e , reina de Inglaterra, esposa de Enrique Tudor, madre de Mara, hija de Fernando, ta de Carlos V, haba llevado ya su apelacin al Sumo Pontfice.
E n efecto, spose en Londres que el Papa haba resuelto fallar la causa por s mismo.
El 2 3 de julio los legados tuvieron su ltima sesin.
El consejo del Rey exigi en trminos insolentes del cardenal Campeggio que permitiera
/que el tribunal emitiese su fallo. Campeggio contest que era ya muy viejo y aventuraba
pocos aos de vida dejando de ceder indignas amenazas; que su edad y con sus achaques
l no pensaba sino en una cosa, y era comparecer ante el tribunal de Dios con una conciencia
sin tacha.
A esta respuesta el duque de Suffolk exclam fuera de s , echando un fuerte golpe sobre
la mesa.
E s cierto el refrn: jamas Cardenal alguno ha hecho para la Inglaterra cosa que valga.
Wolsey dio un salto sobre su silln, y levantndose indignado, fij su mirada sobre el
Duque, diciendo:
Milord, yo soy cardenal; yo me honro con pertenecer al sacro colegio, 3^ reclamo contra semejante insulto. N i mi hermano ni yo os.hemos ofendido, y nosotros dos, milord, cuidamos del reino y de la honra de Su Majestad mejor que vos y que ningn hombro del
m u n d o ; cumplimos con nuestro deber, y el que nos censure no puede ser sino un insensato.
Reprimid vuestros arrebatos, milord. Si cuando hablis no sabis conteneros, es menester que
sepis callar (1).
Pocos das despus, A n a , sentada en la mesa real sostena con Enrique el siguiente dilogo :
Convenid, seor, en que l ha logrado indisponeros con vuestros subditos.
Pero en qu sentido?
E n el sentido de q u e , gracias al Cardenal, no se encontrar hoy en todo el reino un
solo hombre que posea mil libras.
B a h , b a h ; no es tan censurable como vos os figuris; esto lo s mejor que vos.
Y a se v e , como os quiere tanto! dice Ana con acento sarcstico. Si milord de Norfolk, si milord de Suffolk, si mi padre, cualquier otro hubiese hecho la mitad de lo que
ha hecho l, tiempo habra que estaran decapitados.
Veo que sois poco amiga de milord el Cardenal.
N o , seor, termin diciendo A n a , no le quiero, como no debiera quererle Vuestra Majestad si tuviere en cuenta sus maldades.
Despus de la comida el Rey entra en su despacho, donde el Cardenal no tarda en comparecer. A una sea de Enrique los dos fueron apoyarse en el antepecho de una ventana
(1)
Larrcg, Hist.
de
Ingl.
(01
como para evitar que los cortesanos se apercibieran de lo que iba pasar entre el Rey y su
ministro. No pudo oirse la conversacin: no obstante se advirti que sta revesta un carcter muy serio, que mientras el Rey fijaba irritado los ojos en Wolsey, ste bajaba la cabeza
posedo del mayor aturdimiento; mientras el Rey hablaba precipitado, Wolsey- responda balbuceando apenas algn monoslabo; mientras el Rey gesticulaba con pasin , Wolsey pareca
lil.
R ID V
1X
Kl.
IUTHCI.0,
como aterrado: l uno ofreca la actitud del juez que posee la prueba plena de un delito, el
otro la de un delincuente que reconoce sus faltas.
Los cortesanos, entre los que los haba, y muchos, que estaban celosos de la eleccin de
Wolsey empiezan cuchichear; todos comprenden que la estrella de Wolsey toca su ocaso.
La escena toma mayor inters cuando el Rey con actitud enrgica saca un papel que tiene la
forma de un despacho diplomtico, lo abre ardiendo en clera y seala con movimientos conT.
II.
7(i
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vulsivos una lnea acusadora en presencia de Wolsey, que est plido como un cadver. El
Rey dice en tono bastante fuerte para que puedan oirlo los circunstantes:
Lo estis viendo, milord, esta letra no es vuestra?
El Rey, cambiando bruscamente de actitud, toma la mano del Canciller y le introduce en
un gabinete reservado para continuar la conversacin.
Una bora despus Wolsey sale de aquel aposento, y entre la sonrisa de algunos cortesanos se le anuncia que en la real morada no se han preparado habitaciones para l. Era ya
m u y entrada la noche. El Canciller tuvo que buscar alojamiento en otra parte.
Wolsey no pudo conciliar el sueo.
A la madrugada siguiente se dirige ver al Rey. Al llegar las puertas de la residencia
regia las ve ocupadas por mastines, por halcones, por palafreneros que le estorban el paso. La
corte estaba de caza aquel da. El Rey acababa de montar caballo. A su lado iba Ana Boleyn. Wolsey se acerca al Rey saludndole respetuosamente. Enrique, sin mirarle siquiera,
pega espuelazo su corcel diciendo:
Milord, si algo tenis que comunicarme, os entenderis con los lores de mi consejo.
Y fu perderse con Ana entre la frondosidad de la selva.
Al estar el Rey de vuelta se le dijo falsamente que Campeggio acababa de partir llevndose fuertes sumas de dinero que Wolsey le haba entregado.
El 30 de setiembre Wolsey se presentaba con su cortejo ordinario para abrir el despacho
de la cancillera. Notse con extraeza que al pi de la escalera no haba ninguno de los servidores del Rey para acompaarle. Al acomodarse el Canciller en su asiento compareci el
attorney general Hales entregndole dos bilis de acusacin.
El 17 de octubre los duques de Norfolk y de Suffolk se presentan Wolsey exigindole
que les entregue los sellos del Estado.
El Canciller les reclama una orden por escrito firmada por el Rey. No la traan. Vuelven
al da siguiente con el documento real, y ademas con un mandato de Su Majestad para que
entregue todos los adornos que el Canciller durante el largo perodo de su poder reuni en su
palacio. Wolsey inclin resignado la cabeza.
La morada que Wolsey haba enriquecido tan esplndidamente con magnficos tapices,
con preciosas pinturas de Rafael, de fra Bartolomeo, de Alberto Durer, de Holbein, de Cinab u , con magnficas esculturas de Miguel n g e l , de Sansovino, pas ser propiedad de Enrique.
Wolsey tuvo que presenciar aquel despojo, y hasta lleg oirse u n agente del Rey que
pronunciaba esta palabra: La Torre!
Sabido es el horror que inspiraba en aquel perodo la Torre de Londres, donde eran tratados con tan despiadada crueldad los reos de Estado.
Al oir esta palabra Wolsey se le erizaron los cabellos. El Cardenal aterrado exclam:
L a Torre! Sir William; no, esto no es posible; lo que habis dicho es una blasfemia.
La Torre! No puede ser; yo no he hecho nada que merezca la Torre (1).
Wolsey se embarc aquella misma noche para su pas de Esher.
Al desembarcar en Putney prosigui su viaje montado en un mulo sin poder detenerse
pesar de la lluvia que caa torrentes.
Se le anunci que el Rey, no contento con los objetos de arte y las alhajas que haban
pertenecido al Canciller, iba incautarse de su palacio de York. Wolsey objet que YorkHousse era una propiedad eclesistica de la que l no era ms que usufructuario. Shelley
observle que toda resistencia disgustara al soberano, que quera hacer del palacio de Yorlc
una residencia de recreo. A lo que el Cardenal dijo:
Sr. Shelley, ved vos, en carcter de representante de la ley, si lo que exigs es leg a l , y tened en cuenta que lo que no es legal se opone los principios de moralidad. Por
(1)
Turncr, Cavemiish.
SIII/IT.
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lo deinas recordad al Rey, mi augusto seor, que ms all de esta vida hay un cielo y un
infierno.
Pasados algunos das, Ana, acompaada de Enrique, se paseaba por los jardines del palacio de York diciendo al R e y :
Cunto me complace, mi querido seor, vernos en estos bellos jardines; ignoraba el
Cardenal que los embelleca para m cabalmente cuando proyectaba mi prdida.
Mas tarde se le retiraban Wolsey las rentas del obispado de Winchester, se le privaba
de todas sus pensiones y emolumentos, quedndole apenas con que mantener sus antiguos
servidores. Su habitacin de Esher necesita repararse; pero el Cardenal carece de recursos
coa que reedificar aquellas ruinas. A efecto de la cargada y hmeda atmsfera el pecho se le
hincha, hallndose gravemente amenazado de una hidropesa.
A h ! por piedad, escribe Cromwell, que se me permita cambiar de residencia* yo
muero. Hasta los mdicos me abandonan, dice Gardiner, que se me saque de aqu; no
hay un momento que perder, de lo contrario Esher ser mi sepulcro.
Se le autoriz para residir en Richmond. Por espacio de tres meses habit el silencioso
convento de los Cartujos. Aquel hombre que se haba visto rodeado de la esplendidez de un
monarca habitando en suntuosos palacios, viva all como un cenobita. Levantbase al rayar
el alba, asista al rezo de la comunidad y los divinos oficios, coma en el refectorio comn
y por la noche se acostaba al toque del Ave Mara. Nunca estuvo tan tranquilo. Con el retiro y
la oracin recobr la perdida calma. Veasele hablando familiarmente con el ltimo de los religiosos aquel hombre que con los recursos de su prodigioso talento desconcertaba los ms
eminentes diplomticos.
Pero Richmond estaba demasiado cerca de Londres. Ana y sus amigos temen que el Rey
vaya visitarle en aquella Tebaida. Se le ordena, pues, que se ponga al frente de su arzobispado, obligndole residir 200 millas de la capital de Inglaterra.
Wolsey obedece. Al pasar por Peterborough, el domingo de Ramos, toma parte en la larga
procesin que celebran los monjes de la abada llevando l su palma en la mano y cantando
en el coro con los dems religiosos. El Jueves Santo lava los pies doce nios pobres, los
cuales abraza afectuosamente, entregndoles una limosna.
Pasa el esto en Newarck, residencia episcopal colocada en sitio muy pintoresco. Aquel
Wolsey que pona en movimiento al mundo, entonces no piensa en nada ms que en la administracin de su dicesis. Todos los domingos monta caballo y se dirige alguna iglesia
rural. Los nios corren hacia l para besarle la mano, las jvenes le ofrecen ramos de flores.
Cuando llega al modesto santuario, el Cardenal celebra la misa con algn viejo misal de la
parroquia y ante custodias de madera plateada. Despus del Evangelio, su capelln sube al
pulpito anunciar la palabra de Dios, y ms tarde Wolsey se sienta la sombra de algn
antiguo roble para administrar justicia, sintiendo tanto placer en conciliar modestas familias,
como lo sinti cuando tena que intervenir en las disensiones de grandes imperios.
Cuando por Newark pasaba algn personaje notable siempre tena su cubierto en la mesa
del Cardenal, quien, dice un historiador, ejerca una especie de fascinacin sobre los que le
rodeaban, con su conversacin siempre llena de inters, su mirar simptico y dulce, su carcter expansivo y sus maneras tan aristocrticas como encantadoras.
Al dirigirse la Sede de su arzobispado pasa por un pas donde el ilustre Tomas Becket
es tenido en gran veneracin. Sus adversarios hacen circular el rumor de que Wolsey quiere
imitar los ejemplos del ilustre mrtir y se le presenta como conspirador. Brian, que se halla
de embajador cerca de Francisco I , escribe que est informado de que Wolsey se halla en
correspondencia con Roma y que se empea en que Enrique sea excomulgado. Suffolk y Norfolk trabajan activamente en esta conspiracin contra el Cardenal.
El Rey manda que el Cardenal sea preso y conducido Londres: los encargados de cumplir la orden son el conde de Northumberland y sir Walter Walsh.
(O
Llegan la residencia del obispo mientras ste se baila en la mesa. Northumberland dispone que no se le interrumpa durante la comida, y el Conde con los dems que le acompaan se queda paseando por debajo de los arcos de la galera. Wolsey tiene conocimiento de
su llegada, aunque ignora el objeto; se levanta de la mesa para correr saludar Northumberland, que haba sido educado en la casa del Cardenal, le toma por la mano y le introduce
en sus habitaciones. El Conde, emocionado, queda sin palabra por algunos minutos. Pero tiene
que cumplir con sus deberes de enviado de Enrique, y despus de luchar entre sus afecciones de discpulo y su obligacin como persona oficial pone su mano temblorosa en el brazo
de Wolsey, y dice en voz entrecortada por la emocin:
Milord, quedis preso como culpable de alta traicin.
El Cardenal queda como anonadado al oir esta frase. No sabe lo que le pasa; dirase por
algunos momentos que ha quedado sumido en una especie de estupidez.
Pasada la primera impresin Wolsey se rehace y levantndose, dice al gentil-hombre:
Con qu derecho me prendis?
Con el derecho de que me ha revestido mi seor, contesta Northumberland.
Presentadme la credencial.
No puedo, milord.
E n este caso no os obedezco.
El Cardenal lo pens mejor y se dej prender por los dos enviados del Bey.
Por el camino se le anunci que llegaba Kingston con una escolta de veinte y cuatro
hombres.
Maestre Kingston, maestre Kingston! exclam Wolsey aplastado por tantos infortunios; est bien: cmplase la voluntad de Dios.
Kingston era el constable de la Torre de Londres.
Aquella noche Wolsey la pas en el insomnio. Al da siguiente sintise tan dbil que no
pudo abandonar el lecho.
Dos das despus el preso continu su camino.
Al llegar la abada de Leycester tuvo que detenerse de nuevo. Al entrar all dijo con
voz apagada:
Hermano abad, vengo pediros algunos palmos de tierra para mi cadver; nada ms
que algunos palmos de tierra como el ltimo de vuestros monjes.
Se le acomod en el lecho. Su estado se agrav de una manera alarmante. Sus ojos se cubrieron del velo de la muerte.
Qu hora es? pregunta.
Las ocho le contestaron.
N o ; las ocho no son todava; las ocho ya no existir el cardenal Wolsey.
Hizo llamar su capelln y recibi los Santos Sacramentos. Luego, pronunciaba esta frase
con profundo pesar:
Si yo hubiese servido mi Dios con tanta solicitud como serv m Rey, Dios no me
hubiera abandonado nunca.
Con voz ya casi imperceptible, dijo :
Adis, maestre Kingston, adis, amigos mos.
Y su crispada mano cay extendida sobre el lecho.
Su fiel servidor Cavendish tom aquella mano para besarla. Daban las ocho en el reloj
del monasterio. El gran Canciller ya no exista.
La venganza de Ana quedaba satisfecha.
Debajo de las ropas del Cardenal se encontr un cilicio que le cubra el cuerpo.
603
XXXVI.
Tomas Moro.
Habase conquistado Tomas Moro la confianza de Enrique en las difciles comisiones que
se le confiaran, especialmente en laque llen en 1529 en Cambrai, donde fu solemnemente
concluido el tratado de paz entre el emperador Carlos V, Fernando, rey de los Romanos,
Francisco I y Enrique V I I I .
Desde aquella poca la influencia de Moro para con el Rey fu continuamente en aumento.
Siempre que se lo permitan sus ocupaciones Moro iba descansar de sus trabajos en su linda
casita de Cbelsea, poca distancia de Londres, residencia modesta, donde no baba nada de
lujo, pero sumamente limpia y rodeada de un elegante y bien cuidado jardn, en que se vea
el buen gusto de su dueo.
Enrique de vez en cuando, sin el menor aviso, tena gusto de sorprender all Tomas
Moro, y dejando un lado toda etiqueta, tomaba parte en las diversiones de familia, que
eran siempre sencillas inocentes, sentbase en su mesa y pasaba all uno dos das encantado con la atractiva conversacin de su husped.
Al destituir Wolsey, el Rey dispuso un cambio completo en el personal del gobierno.
El duque de Norfolk fu nombrado presidente del gabinete; el duque de Suffolk, conde-mariscal ; el padre de Ana, conde de Wiltshire; sir William Fliz-Villiam, intendente de la Real
casa; Gardiner, secretario de Estado. Este Gardiner, que era el que se haba distinguido en
primera lnea en sus insultos contra Roma, hubiera podido ocupar el puesto ms preeminente
en el nuevo gobierno. El verdadero primer ministro, dice el embajador francs, es Ana, que
es quien por medio de su padre y de su to imprime direccin al gabinete, mientras que con
sus encantos ejerce sobre el corazn y el espritu del Rey el imperio ms desptico (1).
Enrique nombr entonces Tomas Moro gran Canciller. Moro hubiera preferido la tranquilidad del hogar; pero hay pocas difciles en la vida de las naciones en que el hombre pblico se debe ante todo su patria, y es menester que est dispuesto sacrificarla hasta la
propia existencia. Ponerle al frente del gobierno en circunstancias como aquellas era exigirle
una inmolacin. Tomas Moro acepta un puesto que entonces ms que un grande honor era
un gran peligro.
Por vez primera un destino de tanta importancia se conceda un hombre que ni por su
cuna, ni por su posicin se presentaba rodeado de la aurola que da un apellido ilustre o las
grandes dignidades que radican en una familia. Los hombres de ciencia, los polticos, las
personas honradas sin distincin de clases, aplaudieron una eleccin que, en concepto de todos, honraba al soberano que la otorgaba y al subdito que la reciba.
Erasmo escriba Faber:
Si leyerais las cartas de los hombres ms eminentes de Inglaterra y de los Estados v e cinos os convencerais de que todos se felicitan de la elevacin de nuestro amigo al puesto de
gran Canciller.
El gran Canciller era despus del monarca el primer dignatario de la nacin, sus fallos
eran inapelables, su tribunal estaba sobre todos los tribunales ingleses; as es que cuando
Tomas Moro tom posesin de su nueva dignidad, uno de los oficiales de la cancillera sostena con la mano derecha un cetro que- remataba en una corona de oro, y otro oficial mostraba el libro de las leyes del reino.
En virtud de lo dispuesto por el Rey, en la instalacin desplegse una pompa inusi(1)
Lingard, t. I I .
600
607
En la iglesia de Chelsea hizo construir una capilla que enriqueci con clices de oro y
adorn con esplendidez. A los que le censuraban por sus liberalidades sola decirles:
Parto del principio de que los buenos dan y los malos quitan.
No tomaba ninguna resolucin importante sin recibir primero los Santos Sacramentos.
Era enemigo de toda innovacin religiosa. desplegando gran valor contra las enseanzas
herticas. Nadie como l se distingui en su pas en desenmascarar las falsedades y la hipocresa de los llamados reformadores.
Libre de las horas de despacho, se le vea por la tarde recorrer los arrabales de Londres,
y dirigirse las casas de los pobres vergonzantes ofrecindoles limosnas y consuelos.
E n su casita de Chelsea haca sentar en su mesa modestos aldeanos de la vecindad,
tratndoles como si fuesen de su familia; en cambio mostrbase reservado con los ricos y los
nobles.
No pas semana sin que hiciese recoger y cuidar sus expensas algn enfermo pobre. E n
Chelsea levant un vasto edificio que destin asilo de ancianos, quines mantena el
Canciller con su dinero.
No supo odiar nadie. Las siguientes frases escritas por l nos describen su excelente
corazn.
No odiemos nunca hombre alguno porque sea bueno porque sea malo. Si es bueno,
seramos culpables odiando un hombre bendecido de Dios; si es malo, perseguir un hombre que tiene sealado su destino de sufrimiento e la otra vida, fuera proceder como brbaros. Por ms- que haya quien pretenda sostener que podemos en seguridad de conciencia desear mal un malo, fin de que no pueda perjudicar los hombres de bien, yo rechazo un
error tan manifiesto que revela m u y poca fe en la justicia providencial. E n cuanto nosotros,
pecadores como somos, intercedamos sin cesar por nuestros hermanos culpables, ya que
nuestra conciencia nos dice todas horas que tambin nosotros tenemos necesidad de indulgencia y de perdn.
Todos los das, al levantarse el gran Canciller, iba postrarse de rodillas ante su padre
para besarle la mano y no se levantaba del suelo sin que ste le diese su bendicin.
E n su casa se continu rezando todos los das en comn, se dijo constantemente el Beneclice y las Gracias antes y despus de comer, y n se pas una fiesta sin que asistiesen al
Oficio y Vsperas todos los de la familia.
Enrique VIII dio Moro los sellos de gran Canciller en la confianza de que ste no se
opondra al divorcio.
Poco despus de su elevacin, el Rey quiso tener una entrevista con l. Nunca Enrique
se haba presentado tan galante, tan lisonjero. Al fin hizo que recayera la conversacin sobre el divorcio. Sir Tomas se neg tambin esta vez emitir una opinin, excusndose con
que ni tena el asunto bien estudiado, ni era de su competencia.
Ricardo F o x , Nicols de Italia, y otros canonistas eminentes se reunieron, por orden del
monarca, fin de emitir su juicio, que se someti al gran Canciller. Tomas Moro se enter
minuciosamente del proceso. Al ser llamado nuevamente por el Prncipe, el Canciller se arrodilla los pies del soberano y le recuerda que al tomar posesin de su dignidad haba prestado el juramento diciendo:
Al Rey despus de Dios!
Sir Tomas se levanta, dice que est dispuesto sacrificar por Enrique hasta su vida; pero
que sobre todo lo dems est su conciencia, cuyos derechos no puede abdicar, y que en virtud
de lo que la conciencia le dicta, continuar abstenindose de emitir su parecer.
Enrique no juzga oportuno manifestar cunto le irrita semejante respuesta y le responde
que nada distaba tanto de su mente como el violentar la conciencia de un leal servidor, mayormente cuando tena de su parte ministros que favorecan la disolucin de su matrimonio.
Desde aquel da Tomas Moro perdi la confianza del Rey. Se hubiera querido que sir To-
60$
mas renunciara inmediatamente su puesto de Canciller; Moro cree, al contrario, que aquella
es la hora en que desde su alto destino debe servir su Dios y su patria.
Poco despus hablaba con su yerno Roper, dicindole:
E l porvenir religioso de Inglaterra me espanta: ruego Dios que no vea yo el da en
que tengamos que dejar libres los herejes el goce de sus iglesias, con tal que nos dejen el
uso de las nuestras.
XXXVII.
Cramner.
Gardiner y Fox formaban parte del squito de Enrique en la cacera en que se decidi la
destitucin de Wolsey.
Los dos consejeros fueron pernoctar en Waltham-Abbey, en casa del gentil-hombre
Cressy, quien les present un personaje que debe figurar en nuestra historia: Tomas
Cramner.
Cranmer, nacido el 2 de julio de 1489, en Aslacton, condado de Nottingham, perteneca
una buena familia. Hurfano de padre en edad m u y temprana, su madre le envi al colegio de JESS, en Cambridge, donde se distingui por su aplicacin y su talento; pero se enamor de Jaquelina, la criada del mesn del Delftn, conocida con el apodo de la Negra, con
quien se cas, en virtud de lo cual fu despedido del colegio. La Negra muri un ao desp u s , y ya libre de sus lazos matrimoniales, Tomas pudo entrar de nuevo en el colegi de
JESS, cesando desde entonces de frecuentar el Deljin.
Confisele una ctedra en la que se distingui por su odio contra, los frailes, los que calificaba de ignorantes y perezosos.
Cramner tena buenas condiciones para la controversia. Acre y mordaz en muchas ocasiones, saba sin embargo dominarse no diciendo nunca, ni an en la ms acalorada discusin,
nada ms de lo que quera decir, jamas se impresionaba, conservando siempre una sangre
fra admirable. No haba, sin embargo, en su argumentacin galanura de estilo, ni brillantez de imgenes.
Consrvase todava su retrato. Su frente era estrecha, su nariz afilada, sus labios muy
salientes, su mirar siniestro, su mano descarnada como la de un cadver.
Huyendo de la peste sali de Cambridge para encargarse de la educacin de los hijos de
Cressy.
Al encontrarle all Gardiner y Fox fcilmente se comprende que la conversacin haba
de versar sobre los acontecimientos de que se ocupaba toda Inglaterra, cuales eran la imprevista marcha del cardenal Campeggio, y el haber incurrido Wolsey en el desagrado del Rey,
hechos enlazados con el divorcio, que para Cramner no eran indiferentes, puesto que la cuestin del divorcio haba sido largamente discutida en la universidad de Cambridge, siendo
Cramner el nico que haba sostenido en ella la necesidad de una separacin inmediata entre
Enrique y Catalina.
Departiendo amigablemente en la mesa, Gardiner, dirigindose Cramner, dijo:
Qu medio habra para salir con honra de este maldito proceso? Lo que es yo no veo
ninguno.
No veis ninguno? contesta Cramner. Planteemos desde luego la cuestin. El matrimonio del Rey con Catalina, bajo el punto de vista religioso, es legtimo no?
Pues ah est justamente lo que el Papa se niega decidir.
E l Papa! repone Cramner sonriendo; al fin el Papa es un hombre como los dems.
,Es el jefe de la Iglesia visible, exclama Fox.
E l jefe de la Iglesia visible? Tened en cuenta que la palabra de Dios es inmutable
1
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como Dios mismo. Luego si la dispensa de Julio II es contraria al derecho divino, debe ser
tenida por nula y de ningn valor, porque el Papa no tiene poder para aprobar lo que Dios
condena. A hallarme yo en lugar del Rey no es por cierto al Papa quien me dirigira.
Pues entonces quin? preguntan con ansiedad los consejeros.
A las universidades de todo el mundo catlico, dice Cramner; si ellas resuelven que
el matrimonio es nulo qu podr la voz de un papa contra sus decisiones?
Gardiner y Fox no supieron disimular su jbilo al oir el parecer de Cramner.
Fox se apresura dirigirse al Rey para darle cuenta del modo de ver de Cramner.
Santa Mara! exclama el Rey entusiasmado. Y ese Cramner dnde est? Es menester que yo le vea. A haberle conocido dos aos antes nos ahorrbamos mucho dinero.
El Rey manda inmediatamente que se le presente Cramner.
Veo, le dice, que habis dado con el nudo de la cuestin. Me persuado de que todos nosotros no hacamos otra cosa que perder miserablemente el tiempo. Os suplico, y si es menester os mando, que me alumbris en mis tinieblas y os confo mi causa.
Cramner repite ante el Rey su argumentacin. Enrique le interrumpe dicindole que lo
que l quiere es que se dedique, sin levantar mano, escribir un libro donde se desarrolle y
defienda su idea, y llamando al padre de A n a , le dice:
Milord, destinaris en vuestra casa de Durham-Place habitaciones para el doctor, procurando que no le falten ni libros ni buen tratamiento.
Cramner, pues, pone manos la obra y empieza combatir el matrimonio de Enrique con
Catalina en la casa misma de Ana Boley-n, recibiendo con frecuencia las visitas de la joven.
Era un trabajo de que Ana poda darse por satisfecha. El Rey al leerlo dijo:
Quiero que enseis vuestro libro al obispo de Roma. Sostendris ante l vuestras doc-
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uuuciaro unnimemente contra el divorcio; pero los jvenes lo sostuvieron con todas sus
fuerzas, ponindose de su parte gran nmero de estudiantes indiciplinados, quienes con sus
gritos y sus silbidos acabaron por hacer que se disolviera la asamblea. Algunos de los agitadores redactaron una exposicin en el sentido de que la cuestin la resolvieran treinta doctores designados por personajes que crean afectos la persona del Rey. La mayora de la u n i versidad se neg firmar la exposicin, en vista de lo que fueron forzadas las puertas de la
Secretara y robado el sello del establecimiento, que se fij en la exposicin.
E n Italia el ingles Crook anda de ciudad en ciudad sin darse un momento de descanso,
fin de recoger firmas. Para ello establece un arancel, que vara desde un escudo treinta,
segn la dignidad de la persona que suscribe el documento en favor del divorcio. Si su actividad no obtiene todos los resultados apetecibles la razn est en el siguiente prrafo de una
carta suya escrita al R e y :
Gracioso seor; ah van ciento diez firmas que me he procurado; mandara muchas ms
si yo tuviese ms dinero j[l).
La consulta se lleva hasta Lutero. El doctor responde con aire desdeoso que l no ve
inconveniente en que Enrique tenga dos esposas; pero que no halla razn para que se repudie Catalina.
No hay duda que por medio del soborno el Rey logra ganar adictos para su causa. Hay
quien le escribe desde Bolonia dicindole que la Reina no es ms que una concubina; en una
carta de Ferrara se le dice que Mara es hija bastarda; en otra de Orleans, se le califica l
de incestuoso. Enrique est como fuera de s de alegra al recibir aquellas cartas y las ensea
como joyas preciosas la Boleyn.
Otra vez se ensaya el persuadir Catalina. Los allegados su esposo tratan de convencerla de que nobles, prelados, universidades, todo est contra ella; y la aconsejan que se someta al fallo de un tribunal de ocho doctores del reino. Catalina no cede un tomo de su dignidad; aquel espritu permanece inquebrantable pesar de los rudos golpes del ms grande
infortunio que poda afligir una reina, una esposa, una madre, y responde con su habitual entereza que, no siendo nada ms que una mujer, entenda poco en cuestiones cannicas;
pero que su fe, su conciencia le dictaba que reina de Inglaterra era, y quera morir siendo
reina de Inglaterra.
Se acude ya resueltamente para con Roma al sistema de las amenazas; personajes distinguidos por su alta posicin escriben Clemente arrogndose la representacin del pueblo
ingles y le dicen: Que si valindose de medidas dilatorias rechazaba la demanda del P r n cipe, ste se hallaba resuelto prescindir de la Santa Sede y que entonces apelara su conciencia y al voto del pas; recurso funesto, pero menos deplorable para la nacin que el estado en que la injusta parcialidad del Papa abandonaba todo un reino (2).
Clemente recuerda las bondades de que ha usado con E n r i q u e , manifiesta cmo ha llegado la indulgencia hasta los ltimos lmites compatibles con su deber, da conocer que sabe
el modo como se obtienen unas firmas con que se mete tanto ruido, dice.que no cree lastimar
en lo ms mnimo los derechos del rey de Inglaterra reservndose para s el supremo fallo en
una causa toda espiritual, y reclama por todo favor que no se le fuerze, so pretexto de gratitud hacia u n prncipe, violar los mandamientos inmutables de Dios.
Cramner, por orden de E n r i q u e , recorre la Alemania. N i Gicolanipadio, ni Bucero, ni
Zwinglio, se manifiestan dispuestos apoyar el divorcio.
Cramner, sin embargo, en Alemania no pierde el tiempo. Acababa de jurar obediencia
Clemente V I I , aceptando el carcter de gran penitenciario, estaba ligado con el voto de castidad, y no obstante se enamora de una sobrina de Osiandro, y la toma por mujer; esto sin
perjuicio de seguir diciendo misa al hallarse de vuelta en Londres.
(1)
Urunet, Hist.
(2)
Lingan!. t. If.
de la Ref. I. I.
612
XXXVIII.
Cromwell.
La cuestin estaba ya resuelta por los amigos del Rey. Si el Papa persista en no reconocer el divorcio, los miembros del gabinete ingles, y en particular el duque de Norfolk, el
conde de Wiltshire y el duque de Suffolk estaban decididos apelar al Parlamento.
Ya pensaban en la manera como el Rey y ellos se enriqueceran con los bienes eclesisticos: el camino que haba que seguir, los protestantes lo haban trazado en Alemania; todo
se reduca imitarles.
El anciano Fisher conoce perfectamente el juego, y sobreponindose toda clase de consideraciones, se presenta en la cmara de los lores denunciarlo.
Tengo entendido, dice, que se trata de hacer una mocin relativa la supresin de a l gunos monasterios cuyas rentas pasaran manos del Prncipe. Se quiere cohonestar esta
medida con un pretendido celo en favor de los intereses de la Religin; pero, milores, temo
mucho, os lo confieso, qu aqu de lo que menos se trata es de favorecer los intereses religiosos. Qu significan esa serie de peticiones contra una parte del clero? Qu se espera obtener
con estas fastuosas recriminaciones? Se quiere desencadenar la opinin contra el santuario, producir u n conflicto entre el sacerdote y el fiel y durante la lucha apoderarse de la propiedad eclesistica? Milores, yo os lo reclamo, venid en socorro del pas, de la Religin, de
vuestra santa Madre la Iglesia catlica. No se os oculta el atractivo que para el pueblo tienen las novedades; el luteranismo llama nuestras puertas. Ser menester recordaros la
anarqua en que las querellas religiosas han sumido la Bohemia y la Alemania? Resistid
al espritu de vrtigo que empieza soplar sobre nosotros; rechazad semejantes proyectos,
de lo contrario temed para nuestro pas, para nuestra fe, para nuestras instituciones, prximos y funestos trastornos.
La asamblea se manifest impresionada ante los tristes augurios del ilustre prelado. El
duque de Norfolk se dio por aludido, y levantndose irritado exclam:
Milord de Rochester, he notado en vuestro discurso insinuaciones que no debierais
haberos permitido; por fortuna sabemos que los grandes clrigos no han sido nunca sabios
consejeros.
Y yo, contest el prelado, en mi vida he visto cortesanos que se hayan mostrado grandes clrigos.
A medida que el drama iba acercndose su desenlace, en el interior de Enrique tomaba
grandes proporciones la lucha entre su deber y sus pasiones. Veasele pensativo, ensimismado;
iba volvindose intratable. Estaba dotado de bastante talento para medir toda la profundidad
del abismo en que iba lanzarse l y su nacin. Momentos hubo en que trat de abandonar
su proyecto de divorcio, y hasta se quej de los culpables confidentes que le empujaban en
tan fatal senda.
Hallbase absorbido por estas agitaciones cuando se le presenta Tomas Cromwell.
Cromwell'era hijo de un batanero de las cercanas de Londres, que fu las guerras de
Italia, que viva all del pillaje y que hizo de las suyas en el asalto de Roma.
Pasada la primera juventud se cans de las aventuras de la guerra y entr de dependiente
en casa de un mercader de Venecia. Hombre sin fe, sin conciencia, no pens nunca en nada
ms que en su elevacin personal, fuese cual fuese el camino que ella le condujese; era de
estos que al hallarse entre el bien y el m a l , entre la virtud y el vicio no se deciden sino despus de haber pensado lo que les tiene ms cuenta, en quienes el clculo egosta es todo y
el deber no es nada, y que no tendran inconveniente en manifestarse virtuosos si su virtud
fuese pagada buen precio.
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Cromwell logr entrar al servicio de Wolsey; y cuando el gran Canciller cay en desgracia, Cavendish le encontr en el cuarto del gran Canciller apoyado en el antepecho de
una ventana, que rezaba en su devocionario con los ojos anegados de lgrimas.
Qu tenis para llorar as? le pregunta Cavendish.
Soy m u y desgraciado; hoy pierdo todas mis esperanzas slo por haber servido Su Gracia con demasiado celo.
Pero vos no tenis con l ningn compromiso.
Absolutamente ninguno, prosigue Cromwell; pero todo est perdido: heme hecho el
blanco del odio y del desden por parte de los enemigos del Cardenal, sin que haya razn para
ello, podis creerme. Ya nada puedo esperar de Wolsey.
Y luego prosigui como reanimndose:
E s t a misma tarde voy la corte probar fortuna.
As lo hizo en efecto.
Un da en que el Rey se encontraba abatido, casi desesperado, concedi una audiencia
Cromwell. ste se echa de rodillas los pies del prncipe, le protesta la ms leal y desinteresada adhesin, y le dice que, sabedor de las ansiedades del Rey, viene someter algunas
observaciones su elevado criterio. Cromwell se presenta como afectado y finge no poder
proseguir.
Enrique le levanta y le anima para que exprese todo su pensamiento.
Cromwell, afectando gran amor hacia la persona del soberano, le dice: Que la cuestin
del divorcio, cuya resolucin interesaba por tantos ttulos la tranquilidad del Prncipe
y la paz del Estado, no haba sido abordada resueltamente por los consejeros de la corona.
Se tienen los fallos de las universidades, de los telogos, el texto del Le vi tico, las sentencias
de los Padres, todo cuanto puede tranquilizar la conciencia ms timorata; pero la aprobacin
del Papa se pide desde hace dos aos y no es dable obtenerla. Y si Clemente la niega el Rey
est por ventura obligado someterse los caprichos del Pontfice? Cmo se portaron los
prncipes alemanes desde el momento en que Roma se neg atender sus quejas? La j u s ticia se la hicieron por ellos mismos. El rey de Inglaterra no puede, con la autoridad de su
parlamento, declararse jefe de la Iglesia en sus dominios? E n este momento la Inglaterra es
como un monstruo de dos cabezas: que el Rey prescinda de la autoridad usurpada por u n
Pontfice que despus de todo es extranjero; que el Pontfice de su clero no sea otro que el
Rey, y el clero al ver su fortuna y su vida en manos del prncipe le obedecer temblando. El
sacerdote presta juramento de sumisin al R e y ; pero presta tambin juramento de fidelidad
al Pontfice; as tenemos que el Rey no es ms que un semisoberano y el sacerdote un semisbdito.
La frente de Enrique se despejaba al oir Cromwell; sus ojos, casi apagados por el abatimiento, se abran; el altanero monarca se vea ya Pontfice y Rey la vez, reuniendo en su
persona la soberana espiritual y la soberana temporal, jefe de las conciencias lo mismo que
de los pueblos.
Enrique pregunta impaciente el medio para ceir la doble diadema con que se lo brinda.
Cromwell lee Enrique el juramento que todo obispo presta al Papa el da de su consagracin
y le dice que aquel juramento constituye un crimen de alta traicin que las leyes castigan.
A principios del siglo X V el parlamento reunido por Enrique IV haba renovado unos
antiguos-estatutos que haban recibido el nombre de P-mmunire. Segn ellos Cromwell pretende que el clero ingles en su totalidad es reo de Estado por haberse puesto en comunicacin con Roma en casos prohibidos por las leyes.
Al terminarse la entrevista Cromwell recibe el nombramiento de consejero privado.
Es preciso no perder-tiempo. Al da siguiente Enrique llama al attorney general ordenndole que cite inmediatamente al clero, y sacndose un anillo de uno de sus dedos lo entrega Cromwell para que presida la convocatoria.
Ol
El da lijado para la reunin Croniwell se sienta entre los prelados; y el hijo del batanero,
el soldado del condestable, el dependiente de un mercader de Venecia, da lectura de sus poderes, y dirigindose los primeros personajes de la Iglesia de Inglaterra empieza discurrir sobre la fidelidad que todo ingles, sacerdote seglar, debe su soberano, imagen de Dios
sobre la tierra. Al oirle hablar con tanta formalidad aquellos arzobispos y obispos empiezan
cruzarse miradas burlonas y se perciben cuchicheos de los que el orador no sale m u y bien
parado. Pero de repente suenan las palabras traicin y felona lanzadas contra la Asamblea.
Estos cargos que Cromwell apoya en textos del Pramutnire, producen en la reunin una excitacin indescriptible. Los unos se agitan en sus bancos, otros se levantan para protestar,
otros se muestran indignados. Cromwell, sin perder su cnica imperturbabilidad, se niega
conceder la palabra nadie y se retira dicindoles que piensen bien lo-que les importa hacer,
manifestndoles que los que estn dispuestos reparar su culpa, el Rey les otorgar un
perdn generoso.
Qu reparacin exige el Rey? La cosa la reducen cuestin de dinero y ofrecen E n rique cien mil libras. E l Rey acepta la cantidad, pero con una condicin, y es que en el
acto de donacin figure una clusula en que se le reconozca como protector y jefe supremo
de la Iglesia y del clero de Inglaterra.
La asamblea se rene otra vez para tratar de la condicin propuesta. El prelado Tonstall,
que era u n famoso humanista, protesta contra la pretensin del Rey. Si la clusula exigida,
dice, tiende establecer que el Rey es el jefe en lo temporal, es completamente intil, porque todos le reconocemos este poder; si se trata de convertir u n rey en pontfice, esto es
contrario las doctrinas de la Iglesia, y os excitamos que rechacis esta violencia que se
pretende hacer nuestras sagradas enseanzas.
Las valientes palabras de Tonstall no fueron bien acogidas. Haba all algunos de aquellos personajes que pasaban ms tiempo en la corte que en el santuario, ms aficionados
cazar que convertir almas; no se extrae, p u e s , que stos buscaran un acomodamiento. Se
crey haber encontrado una forma aceptable diciendo que se reconoca al Rey como primer
protector y el solo supremo seor de la Iglesia y del clero de Inglaterra en tanto cuanto lo
permitiese la ley de CRISTO ; in tantum quantum per legem Cliristi liceal.
El Rey no quiere admitir esta frase condicional, y llamando los comisionados les dice
ardiendo en clera:
Creis por ventura poder jugar conmigo? Volved la convocatoria y decidle que no
estoy por ese tantum y ese quantum; que me obedezcan, y se acab.
Los dominicos de Londres se apresuraron reconocer Enrique como jefe supremo de la
Iglesia. El obispo Warhan protest en nombre de su Iglesia contra semejante proceder.
Se hacen Catalina nuevas proposiciones para que ceda su lugar Ana Boleyn, hablndosele de las inquietudes de su marido. Catalina responde con su habitual entereza:
Conceda Dios mi marido la paz del alma; pero decidle que yo soy su esposa legtima
y que estoy esperando el fallo de la Iglesia, nico al cual me someter.
Enrique ya no supo contenerse por ms tiempo. El .13 de junio de 1531 se despidi de
Catalina para siempre, arrojndola de su palacio.
Desterrada, acusada de conspiradora, sin poder abrazar su hija, escribe la preceptora
de sta.
Mi querida lady, yo os recomiendo mi amada Mara; hacedla entender sobretodo que
no se llega al cielo sino por el camino de la adversidad.
A do quiera que la tenga confinada, Enrique la rodea del ms riguroso espionaje; por
fortuna no le falta un ngel que se encargue de comunicar su quejas Roma. Catalina pide
Clemente justicia por la hija de Fernando el Catlico, que no otorg su mano al prncipe de
Gales sino en virtud de una Bula de la Santa Sede; justicia por la esposa que durante veinte
aos ha vivido bajo el techo de su esposo sin faltar ninguno de sus deberes; justicia por la
(1)
madre cuya hija se ve amenazada de perder sus derechos la corona; justicia por la reina
que no tiene una sola falta que expiar.
Clemente, no valindose de su autoridad como jefe del mundo catlico, sino como padre,
escribe al Rey una carta donde la firmeza evanglica anda admirablemente templada por la
dulzura; le recuerda las virtudes de la esposa del primer rey de Europa, que se ve echada de
su hogar para ceder el puesto una rival.
Quien se dirige vos, dice el Papa, es un padre; escuchadle... Vuestro rango, vuestro
nombre, los servicios que tenis prestados la Sede Apostlica, todo nos pone en el deber de
usar de caridad para con Vuestra Majestad. No es slo el catlico que se contrista, es el hereje que se alegra al ver que arrojis vergonzosamente una reina, la hija de un Rey,
la ta del Emperador, l mismo tiempo que sostenis pblicas relaciones con otra mujer,
pesar de nuestra expresa prohibicin... Hijo mo, no deis ms escndalos -vuestro pueblo en
esta poca en que la hereja tiene perturbada la Iglesia; no olvidis que la conducta de los
reyes, y en especial la de los grandes reyes, constituye la norma de conducta de los subditos. Os lo decimos en nombre de nuestra afeccin un hijo mu}^ querido: vuestra gloria est
interesada en llamar Catalina, en restituirle sus derechos y vuestra ternura.
Cmo responde Enrique esta carta? Haciendo que el Parlamento suprima las annatas
que se satisfacan Roma al despacharse las Bulas en que se confera la posesin de los grandes beneficios consistoriales. Tngase en cuenta que este tributo se inverta en los gastos de
las Cruzadas, en la institucin de colegios y hospitales, en la compra de manuscritos preciosos y en la reparacin de ruinas paganas. Roma estaba en su derecho negando las Bulas
cuando se le pidiesen: el Parlamento resuelve que los obispos que carezcan de la Bula de institucin cannica sean consagrados, pesar de la Santa Sede, por un arzobispo y dos obispos, y que si en virtud de ello el Papa fulminase excomunin contra el Rey cualquiera de
sus subditos, la excomunin el entredicho fuese recusado de nulidad.
El 10 de mayo de 1532 se presenta la convocatoria una intimacin al clero para que se
abstenga de publicar constitucin sinodal alguna sin el asentimiento de la autoridad real,
cuyo fin se establece un comit de treinta y dos individuos, mitad seglares y mitad eclesisticos, todos elegidos por el Rey. El mismo Gardiner cree que esto ya es ir demasiado lejos;
pero no se le hace el menor caso.
Se dirige la nacin una proclama real prohibiendo, bajo pena de crcel y de castigos corporales, voluntad del Rey, toda correspondencia con Roma pidiendo Bulas, Breves decisiones de cualquiera especie que sean.
Clemente VII cree que es ya indispensable obrar en vista del comportamiento que E n r i que sigue con su esposa. Con fecha 23 de diciembre de 1532 escribe al Rey un Breve en que
le dice:
'
Solcito del honor de Dios, de los deberes de vuestro cargo y de la salvacin de vuestra
alma, os intimamos, sin perjuicio de vuestros derechos, que llamis Catalina, que la r e pongis en su dignidad de Reina, que cesis de vivir con A n a , y que esto lo cumplis en el
espacio de u n mes, bajo pena de excomunin... Y temiendo que proyectis contraer m a t r i monio con A n a , declaramos de antemano nula una unin semejante.
En nombre del Rey y del Parlamento empezaban las incautaciones de los vasos sagrados,
de las custodias, de los objetos preciosos.
Tomas Moro hubiera querido contener al Rey en esta pendiente; pero despus de hacer
todos los esfuerzos posibles, comprende que todo es intil y renuncia su dignidad de gran
Canciller.
El virtuoso sir Tomas llama entonces su esposa y sus hijos y les pregunta: Q u
vamos hacer ahora?Al ver la tristeza revelndose en lgrimas, l mismo les tranquiliza
todos y les dice:
Vosotros no sabis lo que vamos hacer; pues yo voy decroslo: Yo fui educado en
() 16
Oxford; all estaba muy flaco; despus estuve en N e w - I n n , y all me puse mejor; pas
Lincoln's-Inn, donde gracias mi trabajo mi familia lo pasaba bastante bien; vine por l timo la corte, y de escaln en escaln me sub los destinos ms elevados. Puedo contar
an con cien libras anuales. Podremos seguir viviendo juntos, pero imponindonos privaciones; no obstante, creo que por ahora no tendremos que bajar todava hasta Oxford, donde la
cocina no tena nada de apetitoso ni de abundante, ni siquiera habr necesidad de llegar hasta
N e w - I n n , sino que podremos volver las costumbres y al rgimen domstico de Lincoln'sInn. Haremos un ao de prueba: si Lincoln's-Inn resulta demasiado caro volveremos N e w I n n , y si ni an as pudiramos sostenernos, nos queda el recurso de volver Oxford. En
ltimo resultado hasta al mendigo le queda su alforja y el canto de la Salve que va repitiendo
de puerta en puerta. Mendigar antes que separarnos.
XXXIX.
Casamiento de Enrique VIII con Ana de Boleyn.
Los hechos iban precipitndose con una rapidez vertiginosa. Enrique, tan enemigo de los
luteranos, est dispuesto entrar en una liga contra Carlos V, de la que Lutero es el inspirador.
A este fin se dirige Francia ponerse de acuerdo con Francisco I , el rival del Emperador, que suea todava en vengar antiguos agravios.
Ana se empea en ir Francia con el Rey, Enrique accede ello, y fin de que la favorita pueda viajar con todo el rango posible, la otorga el ttulo de marquesa de Pembroke,
que se le confiere con toda solemnidad, asignndole una renta de mil libras esterlinas y sealndole un servicio numeroso compuesto de damas de honor, todas pertenecientes familias
de barones y de caballeros, de gentiles-hombres, de camareras y de treinta domsticos.
La entrevista tuvo lugar en Boulogne. All se constituy Enrique VIII con Ana Boleyn,
seguidos de su numeroso cortejo. Francisco I no quiso que le acompaase ni su esposa, ni su
hermana, ni ninguna dama, hecho del cual no pudo menos de resentirse la Boleyn.
Enrique se quej de un edicto fijado en las iglesias de Italia y de Flndes en que el Papa
mandaba al rey de Inglaterra que se presentase en Roma para defenderse. Francisco I , respecto la cuestin religiosa, fu de parecer que lo ms acertado sera tener una entrevista con
el Sumo Pontfice y que se comprometiese Enrique no dar interinamente la Santa Sede
nuevos motivos de q u e j a ; lo que se avino el ingles.
Poco despus se not que Ana estaba en cinta. Todo daba entender que, pesar de sus
protestas, haba sido concubina antes de ser reina.
El escndalo iba hacerse pblico.
El 25 de enero de 1533 el Rey llama Roland Lee, su confesor, y Lee se encuentra con
el oratorio preparado para una ceremonia nupcial. No hay que decir quines eran los esposos.
Al pi del altar se hallaban Enrique y la favorita, asistiendo como testigos dos ayudas de
cmara. El Rey dijo Lee que al fin el Papa haba sancionado el divorcio con Catalina, autorizndole para casarse con Ana.
El capelln se reviste los ornamentos sacerdotales, y al empezar la ceremonia, dice:
Seor, enseadme la Bula; es menester que se lea pblicamente; de lo contrario, incurriramos en la pena de excomunin.
El Rey sonriendo responde:
Qu significa esto!... Sois capaz de sospechar de m , vos, que sois mi confesor, mi
director espiritual, que me conocis perfectamente? Tan reido me creis con mis intereses
para exponerme peligros que nadie conoce mejor que yo? El acta no la tengo a q u ; est en
017
mi despacho, donde no entra nadie ms que y o ; y comprendis que estas horas el que yo
fuese all dara lugar hablillas inconvenientes. Confiad en m ; os empeo mi palabra.
Al saber que Enrique se haba casado sin ninguna autorizacin, quejse amargamente
Francisco I de su conducta por faltar as lo prometido. El rey de Inglaterra trat de excusarse, alegando como siempre escrpulos de conciencia que expresaba con hipcrito lenguaje.
Si al fin Clemente proclama el divorcio, dijo, qu importa mi matrimonio con Ana? Y
si el Papa se obstina en desobedecer lo que ordena el Levtico, entonces, qu acomodamientos? El rey de Inglaterra est resuelto sustraerse a l a autoridad del obispo de Roma.
Ntese bien esta fraseologa; si condesciende con los criminales caprichos del Rey, el
Papa es el Papa; si se opone ellos, entonces ya no es ms que el obispo de Roma.
El Rey ordena que en adelante se hagan Ana todos los honores reales.
Muerto el obispo de Cantorbery fu propuesto Tomas Cramner. ste se resisti en u n
principio. Cramner estaba casado, y Enrique haba dicho en varias ocasiones que el sacerdote casado mereca ladiorca. Es verdad que el casamiento de Cramner en Inglaterra perma-
neca oculto. Pero poda descubrirse de un momento otro. Sin embargo, el Rey se empe
en que Cramner aceptara aquella dignidad, pues necesitaba en aquel puesto un hombre de
una conciencia tan flexible como el parroquiano del mesn del Delfn.
Cramner, pues, fu nombrado arzobispo con admiracin de todos los catlicos, que no
sospecharon nunca ver en tan elevado puesto al viudo de la Negra.
La consagracin tuvo lugar el 30 de marzo de 1533. En la ceremonia de la consagracin
Cramner, casado, repiti solemnemente su voto de castidad; Cramner repiti las frmulas del
pontifical que l haba calificado de idoltricas; Cramner, enemigo de la Sede Apostlica, jur
defender sus derechos. Pero al propio tiempo protest que con aquellos juramentos no entenda comprometerse nada que pudiera ser contrario las leyes de Dios y los derechos del
Rey y del Estado, que fuera obstculo las reformas que l juzgase conveniente introducir
en la Iglesia de Inglaterra.
Enrique someti la convocatoria del clero la causa del divorcio, con el bien entendido
de que cualquiera que acudiese Roma en consulta en apelacin, sufrira la pena de crcel
y confiscacin de bienes.
T.
ii.
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619
blicamente como incestuosa, persuadida de que su hija va verse privada de sus legtimos
derechos al trono de Inglaterra, motivos eran estos para destrozar el alma de una mujer, por
ms que sta fuese una herona. Encuntrase all sin ms servidumbre que su capelln y tres
domsticos. Pasa los das y las noches orando y llorando, lgrimas que corren por sus mejillas con abundancia tal que un contemporneo, el doctor Harpsfield, consigna que aveces el
mrmol en que la Reina sola apoyarse se encontraba como mojado por la lluvia.
Tres meses despus de la coronacin, el 7 de setiembre de 1533, Ana dio luz una hija
que recibi el nombre de Isabel. ,
XL.
El cisma de Inglaterra.
Era indispensable que Roma no aceptara con su silencio la complicidad de los graves
acontecimientos que venimos relatando. A medida que van llegando noticia de Clemente,
ste se dispone obrar. Ve sobre su mesa el excelente libro que contra la hereja escribi el
defensor de la fe, y quisiera evitar un cisma con la nacin que desde mil aos vena siendo
adicta al Catolicismo: pero sobre todas las consideraciones de la prudencia humana est la
disciplina de la Iglesia, sus altos indeclinables deberes de Pontfice.
Clemente pasa horas y ms horas en su oratorio pidiendo Dios que le inspire un medio
para evitar la catstrofe.
Al tener conocimiento de la anulacin del matrimonio con Catalina hecha por el arzobispo de Cantorbery, sobreponindose el Papa los instintos de su hermoso corazn, siempre
dispuesto la benignidad, declara nulo y de ningn valor el fallo de Cramner, y el 11 de
julio de 1533 excomulga Enrique y Ana, si no se han separado por todo el mes de octubre .
Mientras el Papa lleva su condescendencia hasta dar al Rey tres meses de tiempo para
arrepentirse, mientras accede los deseos del monarca francs que le invita una entrevista
en Marsella con Enrique VIII con un representante suyo, el Rey sigue tomando medidas
extremas destinadas separar su nacin de la Iglesia catlica.
Clemente VII ve en Marsella al delegado de Enrique, quien se le presenta con u n pergamino en la mano que era una apelacin del Rey al Concilio general. El anciano Pontfice,
sin perder ni por un momento su calma ante este insolente desafo, responde al embajador
que rechazaba aquella apelacin como temeraria ilegtima.
Entre tanto en Inglaterra el duque de Norfolk, convirtindose en telogo, sostiene la
necesidad de combatir la Santa Sede y la autoridad que el Papa ha injustamente usurpado;
pretendiendo que el Papa no tiene, fuera de la dicesis de Roma, mayor jurisdiccin que cualquier otro obispo fuera de su dicesis; que toda la autoridad que los papas han pretendido
y pretenden sobre la cristiandad entera, no tiene vigor alguno sino por el asentimiento y tolerancia de los prncipes.
Presntase al Parlamento u n bil para que en adelante las causas de hereja sean juzgadas, no conforme las prescripciones del derecho cannico, sino segn las leyes del reino;
otro para que no pueda convocarse snodo sin autorizacin real, y otro decidiendo que en la
eleccin de los obispos se prescinda por completo de Roma, debiendo ser el Prncipe quien
les otorgue en lo sucesivo los cargos y atributos, no slo temporales, sino espirituales, de su jerarqua. La dispensa de gracias indulgencias se concede al arzobispo de Cantorbery, condicin de que una parte del producto vaya parar al tesoro real.
Todava se echa Roma una provocacin ms insultante. Lee, el capelln que cas
Enrique con la Boleyn, es nombrado obispo por el Rey.
El 28 de marzo de 1534 el Papa rene el Consistorio, y all Simonetto, auditor de la
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Rota, presenta las actas en que estn contenidos los procedimientos del divorcio. De veintids
cardenales, diez y nueve proclaman la completa validez del matrimonio de Enrique con Catalina; los otros tres proponen que se aplace la cuestin. E n fuerza de esta sentencia del colegio de cardenales, el Papa proclama vlido el primer matrimonio de Enrique, condena el
proceso de la Reina por injusto, y manda al Rey que reintegre Catalina en sus triples derechos de reina, de esposa y de madre.
Ocho das antes en Inglaterra se haba arreglado ya el orden de sucesin la corona. Declarndose por el Parlamento nulo ilegtimo el matrimoniq con Catalina y vlido y legal el
de A n a , se proclama Mara sin derecho para suceder su padre despus de su muerte, y se
instituye herederos del trono los hijos que nazcan de Ana Boleyn, aadindose que toda tentativa contraria los derechos de stos, todo acto que de palabra por escrito se intente contra
aquellas decisiones ser considerado como crimen de alta traicin, y en su consecuencia castigado con crcel perpetua y confiscacin de bienes.
Enrique escribe u n tratado en que se propone revindicar una potestad absoluta sobre el
clero. H aqu sus argumentos, bien distintos de los que usara contra el doctor Martin.El
Cristo no ha dicho: Obedeced y estad sumisos? En dnde encontrar en este precepto la distincin de los dos poderes? El mandamiento no se dirige por ventura todos, al sacerdote lo
mismo que al fiel? Sin duda el oficio del sacerdote es predicar, administrar los sacramentos;
pero en todos estos actos, como en su persona, el sacerdote depende de su seor. Sacerdote
era Jesucristo y compareca ante Piltos.
Eduardo Fox, en su libro De vera diferentm regia potestatis el; JE aciesia, y Gardiner, en su
tratado De vera ohedienita, reproducen tan absurdos argumentos.
Hubo entre el clero ingles, especialmente entre el que se haba formado en la corte y gozaba de pinges rentas, lamentables defecciones. Enrique, para realizar el cisma, se sirve de
dos auxiliares: la ambicin en unos, el miedo en otros; los unos les da obispados; los
otros les amenaza con cortarles la cabeza.
Pregunta los eclesisticos:
E l obispo de Roma tiene en Inglaterra un poder superior cualquiera otro obispo extranjero?
Al que responda que no, ya veremos lo que le sucede.
Llevados de la ambicin del miedo, vise algunos que presentaban sus Bulas la cancillera real para cambiarlas con una cdula que les conceda Enrique. El den y el cabildo
de San Pablo de Londres celebran con gran pompa su emancipacin de la Sede Pontificia.
Clemente, torturada el alma, ve que Enrique arranca la Inglaterra de la unidad catlica, mientras Calvino hace otro tanto con la Suiza.
XLI.
Calvino.
Juan Calvino nace en Noyon el 10 de julio de 1509. Su padre, que ejerca el oficio de tonelero, le destin al estudio de la teologa.
Calvino era hombre de mirada expresiva, de ancha frente, de color bilioso, de cuerpo
flaco y casi cadavrico, pronto en sus concepciones, severo en sus costumbres, poco hablador, amante del retiro, de alma vigorosa, pero sin corazn.
La posicin de su familia distaba mucho de ser desahogada. El tonelero Gerardo para
criar sus hijos tena que encomendarse la benevolencia de personas caritativas, entre
otras, la familia de Montmor, donde Juan recibi la instruccin elemental hasta los doce
aos. Mas adelante, aquella casa donde encontr enseanza, pan y amor, Calvino la lia-
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maba vergonzoso nido de papistas; lo que quiere decir que sus moradores eran buenos catlicos.
Calvino fu cursar en la Sorbona. El estado de aquella universidad no era el ms propsito para que se arraigaran en el alma del adolescente las ideas catlicas. Es cierto que haba
all telogos de gran talla, eminentes canonistas completamente adictos al Catolicismo; es
verdad que el cuerpo universitario haba condenado las innovaciones luteranas. Pero las punzantes stiras de Melancton acabaron por producir su efecto, y , si no entre los catedrticos de
edad provecta, entre algunos jvenes, y sobre todo entre los estudiantes, los errores de L u tero empezaban obtener bastante favor. Una maana Luis Berquin ley fragmentos de la
Cautividad de Babilonia, escrita por el fraile sajn, y en aquellos bancos de estudiantes de
teologa y de derecho resonaron aplausos al decirse que el papa era el Anticristo; los frailes,
aclitos de Satans; los cardenales, porteros del infierno, y los doctores, asnos.
E n la misma corte la frivola Margarita, hermana de Francisco I , convirtindose en doctora, trataba de fomentar el error protestante, ayudndola en esta obra de subversin la d u quesa de Etampes, proponindose juntas retraer al rey de Francia de los principios y prcticas catlicas, porque el rigor de las reglas de la Iglesia, y sobre todo la confesin, contrariaban su conciencia.
La inteligencia de Calvino, pues, se abra la luz del saber oyendo ideas heterodoxas
sobre la gracia, la libertad, la justificacin y las obras, sin encontrar all un simbolismo u n i forme, y teniendo que escuchar como se anunciaba una regeneracin religiosa por medio de
la inmolacin de la autoridad al sentido individual, de la palabra tradicional la interpretacin privada, del dogma positivo al sentido figurado, de la conciencia ilustrada por la enseanza del pastor la pretendida iluminacin del Espritu Santo.
El joven J u a n viva en casa de su to el cerrajero Ricardo Calvino, cristiano viejo, que
no faltaba su misa todas las maanas, que coma de vigilia los viernes y los sbados, que
rezaba su rosario y que ayunaba en los das preceptuados por la Iglesia, de lo que se burlaba
grandemente el joven estudiante.
El cerrajero, en su buen sentido, deca al telogo en cierta ocasin en que ste se q u e jaba de que en sus investigaciones cientficas no haba podido encontrar la paz interior:
Desengate: no h a y como la ciencia del herrero que consiste en trabajar, rezar y
amar.
E n el colegio de la Marche dio el joven con u n profesor como Maturino Cordier, orador
florido y elegante, poeta ms que regular, pero apasionado por las novedades alemanas. E n
cambio en Montaig, donde fu cursar la dialctica, encuentra un espaol, excelente catlico, gran conocedor de las leyes de la lgica y que prestaba Aristteles una especie de
culto. Tambin Calvino se aficion Aristteles; Platn para l era demasiado ardiente, d e masiado sentimental.
Calvino conoci tambin Farel, fantico reformador, hombre mentiroso, virulento, rebelde, como le llama Erasmo.
El 27 de setiembre de 1527 se le provey Calvino con el curato de Marteville gracias
la proteccin de la familia de Montmor, que le proporcion este beneficio eclesistico, para
cuya posesin el joven recibi la tonsura, siendo ms adelante trasladado al curato de Puente
el Obispo.
Algn tiempo despus Gerardo crey que su hijo no era propsito para la carrera eclesistica y le excit que se dedicara estudiar leyes, en lo que ste convino, constituyndose para ello en Orleans.
Fu alumno de Melchor Wolrnar, decidido luterano que se prend de J u a n , quien trat
de ganar para la Reforma. El proyecto no era difcil. As lo escriba el propio profesor
Farel:
En cuanto J u a n , deca, su carcter algo travieso me inspira ms confianza que temor;
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la travesura es propsito para que progresen nuestros asuntos, y creo que vamos hacer de
l un gran defensor de nuestras opiniones.
Con esta confianza con que se trataban profesor y discpulo,Wolmar, pasendose una tarde
con ste, le habl de esta suerte:
Sabes que respecto tu vocacin tu padre se equivoca? T no has nacido para lucir
perorando sobre el derecho: entrgate la teologa, porque la teologa es la ciencia maestra
de todas las dems.
Juan encontr la observacin muy oportuna y se dedic resueltamente al estudio de la
Biblia.
Trab tambin conocimiento con Beza.
Beza era hombre de palabra que atraa, no por su estilo clsico, sino por la cadencia y
sonoridad de sus perodos; los versos salan espontneamente de su boca; pero eran versos
sin inspiracin, sin alma, sin sentimiento, como el poeta que los pronunciaba.
En los escaos de la universidad de Bourges, Beza y Calvino se comunican mutuamente
sus prevenciones contra el Catolicismo, al que califican de papla tria.
Se comprende adonde haba de ir parar el hijo de Gerardo. Acab por renegar de su
fe, pero sin excitacin de ninguna clase, sin pasiones determinadas que le impulsaran ello.
Calvino, convertido ya en propagandista, vuelve Paris, habla los jvenes exhortndoles desentenderse del yugo de la confesin, ridiculiza las peregrinaciones, sostiene la inutilidad de las obras, hace burla de los frailes y los sacerdotes en general, declama sobre el
lujo de los obispos y las riquezas de las iglesias, y lanza amargas censuras exagerando la
profusin de las indulgencias y los tributos de la corte de Francia en favor del papado.
Se pone en contacto con el tendero Esteban de la Forge, cuya tienda era el punto de cita
de los luteranos ms fogosos. All Calvino perora terminando siempre sus discursos con esta
frase:Si Dios est con nosotros, quin estar contra nosotros?
De aquellas peroraciones impregnadas de odio contra el Catolicismo, salen profetas improvisados, doctores en teologa y en derecho cannico que el da antes no eran ms que unos
obreros.
Los novadores van engrosndose en muchas poblaciones de Francia.
E n Meaux la Reforma se convierte en rebelin, vindose la autoridad civil en la precisin de acudir medidas represivas.
Calvino establece en Paris una pequea iglesia en la que predica de noche atacando la
tradicin en sus rganos legtimos, la fe en sus enseanzas ms autorizadas, la magistratura
en sus representantes, la Iglesia en su jerarqua, la sociedad en su modo de ser religioso. Sus
peroraciones son proclamas subversivas contra el orden establecido.
Se comprenden por parte del poder civil los resultados de aquella propaganda que va
revistiendo cada da mayores proporciones, y se trata de acudir actos de rigor. Pero es in t i l ; los luteranos salen de las crceles ms animosos que al entrar en ellas, publican folletos
clandestinos en que denuncian los magistrados civiles la indignacin pblica, sus jueces la execracin de la posteridad, al prncipe la ira del Seor, los papistas las llamas
eternas. Se les destierra; pero pronto vuelven penetrar en Francia con una fiebre de proselitismo que se ha sobrexcitado con los sufriniientos de la emigracin. Se les habla del pasaje
de la Biblia en que el Apstol recomienda la obediencia las potestades terrestres; ellos responden recordando el desafo de su maestro al Emperador en la dieta de Worms. Se les observa que Lutero ha sido condenado por la Santa Sede; lo que contestan citando estos versos latinos que haban atravesado el R h i n :
Si Lutero es culpable de hereja, el CRISTO debe ser de nuevo llamado juicio.
Calvino escribe un libro llamado De clementia, que era un comentario sobre el tratado de
Sneca, en que reclama indirectamente de parte del poder pblico miramientos en favor de los
luteranos.
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XLII.
Las mujeres eooperando la hereja.
Hemos hablado ya de Margarita, la que tuvo en Francia por auxiliares en su apostolado
favor de la Reforma la duquesa de Etampes, madama de Pisseleu ,y madama de
Canis.
Posea en Pau la Princesa un magnfico castillo donde vio ms adelante la primera luz
Enrique IV, verdadera fortaleza feudal, toda erizada de puentes levadizos. E n el viejo castillo es donde la corte de Margarita se congregaba para parodiar all los cristianos de la primitiva Iglesia, donde se recitaba en idioma francs alguna oracin redactada lo luterano.
El orador de estas funciones era muchas veces un carmelita apstata apellidado Soln, cuyos sermones consistan en una serie de insultos contra lo que l llamaba la gente papista,
los que responda el auditorio con estrepitosa carcajada, cosa que por cierto estaba poco conforme con las costumbres de los primeros cristianos. Hacase mofa de la misa catlica, la que,
decan ellos, era menester sustituir con la misa ale siete puntos. Qu clase de misa era sta?
Misa con comunin pblica, primer punto;
Misa sin elevacin de la hostia, segundo p u n t o ;
Misa sin adoracin de las especies, tercer p u n t o ;
Misa con oblacin del pan y del vino, cuarto punto;
Misa sin conmemoracin de la Virgen y de los santos, quinto p u n t o ;
Misa con fraccin del pan en el altar, primero para el celebrante, despus para los fieles,
sexto punto;
Misa celebrada por un sacerdote casado, sptimo punto.
Es decir, una especie de mosaico compuesto de la misa catlica, luterana y calvinista.
La fama de lo que all estaba pasando lleg hasta Paris, y dio lugar las protestas de la
Sorbona. El Rey, altamente disgustado, llam la capital Margarita. sta obedece; pero
llega acompaada del seor de Buri, gobernador de la Guyena y de Roussel. El Rey estalla
en denuestos contra Margarita, cuya conducta compromete la casa de Francia. La Reina se
queja, llora y pide al Rey que antes de fallar oiga sus predicadores. El Monarca consiente
en ello.
Berthaud y Coraud peroran delante del soberano y de la Sorbona.
Al salir de la Iglesia son arrestados y metidos en la crcel. Como la vigilancia no sera
m u c h a , Berthaud logra escaparse. E n su fuga encuentra una Iglesia, penetra en ella, se
siente tocado de la g r a c i a , llora y se arrepiente.
Coraud huye tambin; pero sigue distinto camino que Berthaud; encamnase sin detenerse Suiza, donde encuentra Farel, atropella una joven y se hace ministro reformado.
Roussel huye tambin de Nerac. El capelln que iba con l en carcter de Vicario general era un monje benedictino que acab tambin por casarse con una vieja, que le mat
disgustos.
Los dems reformados no desistieron de su propsito de inducir la corte que abrazase
la secta, valindose este fin de toda clase de recursos.
Haba adquirido cierta fama de predicador popular el cura de San Eustaquio, llamado Le
Coq, hombre que se distingua por su libertad de palabra, quien censuraban acremente los
humanistas porque desde el pulpito no tena mayores miramientos con la lengua francesa que
con los cortesanos. Aunque su cara distaba mucho de distinguirse por la palidez de los reformados, no obstante se aficion sus novedades. Margarita y la duquesa de Etampes persuadieron al Rey que hiciese predicar Le Coq en la corte. Le Coq pronunci u n discurso ter-
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rible, ahuecaba la voz, golpeaba el pulpito de una manera estrepitosa, y dirigindose hacia
el altar, dijo que era menester no detenerse en contemplar las especies sacramentales que
haba sobre la santa mesa, sino elevar el espritu en alas de la fe hacia el cielo. Surmm
corda, gritaba; Sursmn corda.
Los dems reformados que asistan al sermn, como obedeciendo una consigna, repitieron unnimes: Sursum corda! Pero el cardenal de Bellay sali escandalizado y envi al
predicador los tribunales.
Las disputas religiosas se pusieron la orden del da, llevando la perturbacin al seno del
hogar domstico, sembrando odios y echando el germen de tristes perturbaciones.
El Rey mismo acab por llamar Melancton, al ms conciliador y moderado de los re-
formados alemanes, para que sostuviera una discusin con los telogos franceses. El cardenal
de Tournon, arzobispo de Lyon, entraba un da en el gabinete regio con un rico volumen debajo del brazo.
Trais un hermoso libro, le dijo el Monarca sealando las doradas cubiertas.
En efecto, seor, respondi el Cardenal; es de uno de los primeros obispos en la Iglesia
de Lyon. Por casualidad me he encontrado con una pgina que no deja de ser m u y oportuna.
Cuenta Ireneo que haba odo decir san Policarpo que en cierta ocasin el apstol san Juan,
su maestro, entr en los baos, y viendo all al hereje Cerinto retrocedi, y dijo:Salgamos
de aqu; pudiera muy bien ser que el agua en que se lava este enemigo de la verdad nos
manchase.
Quiso dar entender de esta manera el Cardenal la necesidad de evitar el contacto con
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los herejes, y que lo que no haban obtenido Miltitz, Cayetano y Aleandro en Alemania,
como representantes de la Sede Pontificia, no se obtendra en Francia por medio de discusiones religiosas.
Los reformados, aprovechndose de la tolerancia, diremos mejor, de la complacencia del
Rey, protegidos por Margarita, adquiran nuevos bros y se presentaban cada da ms provocadores. Ya no eran aquellas caras macilentas, aquellos aspectos semicadavricos que se
arrodillaban y juntaban sus manos en actitud de plegaria; eran gente de accin que recorran uno por uno los talleres de los obreros, que calumniaban pblicamente los obispos,
injuriaban los sacerdotes, inventaban contra los catlicos apodos insultantes, Por las noches se les vea recorrer las calles fijando en las puertas del Louvre, de los conventos, de las
iglesias, pasquines los ms insolentes que la maana despus arrancaban y lean en alta
voz ante numerosos grupos. Al pasar un monje era silbado, se le cubra de lodo.
Los pasquines iban parar hasta la misma mesa del Rey.
E n las puertas de la Sorbona u n energmeno fij este manifiesto:
Invoco el cielo y la tierra en testimonio de verdad contra esta pomposa y orgullosa misa,
por medio de la cual el mundo, si Dios no lo remedia, ser m u y pronto desolado, arruinado,
abismado, en la que Nuestro Seor es blasfemado, el pueblo seducido y ya no debe tolerarse
ms...
Dnde han encontrado la grosera palabra transubstcmciacion? Los Apstoles y los Padres jamas hablaron de esta manera; ellos llamaban claramente al pan, pan, y al vino, vino.
Quin podr justificar esos Antecristos? Alumbrad, pues, vuestras hogueras donde seis
quemados y asados vosotros, no nosotros, porque nosotros no queremos creer en vuestros
dolos, en vuestros nuevos dioses...
Aqu sigue una serie de torpezas que nos guardaremos de reproducir.
Beza mismo comprende que esto son groseras qu comprometen, segn l dice, la causa
de la Reforma.
Lo mismo que en Alemania, se despoja las iglesias de sus ornamentos sagrados, relicarios preciosos son hechos aicos, se destrozan excelentes cuadros, se rompen esculturas perfectamente acabadas y se queman los libros de las bibliotecas monsticas.
Tambin en Italia hubo mujeres que se dedicaron la propagacin de la Reforma, distinguindose entre ellas la duquesa de Ferrara, hija de Luis X I I , mujer que conoca la historia, las matemticas, que hablaba varios idiomas y que tena pretensiones de teloga.
Calvino se dirigi Italia con el solo fin de ver la Duquesa, ocultndose all con el
nombre de Carlos Despeville.
Al salir de aquella ciudad, despus de haberse puesto en relaciones con la Duquesa, se
dirigi Noyon, su pueblo n a t a l , donde continu su obra de perversin, ganando para la
hereja nuevos sectarios.
Sigui sosteniendo correspondencia con la duquesa de Ferrara. Hubo momentos en que
aquella seora pareca vacilar, y hasta corri el rumor de que al fin volva al redil de la
Iglesia. Entonces Calvino le manda un pequeo billete en que le dice:
. Se me acaba de comunicar una noticia bien triste; se me dice que la duquesa de Ferrara
cede las amenazas los reproches. Ya saba yo q u a la constancia es virtud rara entre los
grandes.
La Duquesa no volvi entrar en el seno del Catolicismo, sino que muri en su apostasa.
627
XLIII.
La Reforma en Suiza.
Tuvo en Suiza la Reforma un origen igual al de Alemania. Un franciscano que se llama Bernardino Sansn presntase en Zurich en 1516 predicar sobre las indulgencias. Entre sus
agentes h a y un joven clrigo, Zwinglio, que califica de inconveniente la palabra del fraile y
que le acusa de querer arrancar un pas pobre los escasos productos que puede recoger en
el penoso cultivo de aquellas montaas cubiertas de nieve y de hielo, para trasladarlos la
rica capital de Roma. Cuando se le dice que aquel dinero ha de servir para llevar cabo la
magnfica obra de Bramante, Zwinglio menea la cabeza y seala el maravilloso panorama
que ofrecen las alturas del Albis, reflejando los rayos del sol y presentando pintorescas y caprichosas combinaciones en las que se ve brillar la superioridad de la naturaleza sobre el arte
en sus ms esplndidas concepciones.
Zwinglio no es hombre de profundos estudios, tiene de la Biblia un mediano conocimiento y no ha visto ms mundo que el de su cantn. Censura el culto catlico, sus prcticas , sus ritos, su sublime liturgia, pretende que el Catolicismo da sobrada importancia la
forma en detrimento del espritu, halaga la imaginacin ahogando la idea, y dice que para
contemplar Dios lo que se necesita es la naturaleza, que es muy grande, no el arte, que es
muy pequeo. Se queja de las peregrinaciones, diciendo que el cristiano lo que debe hacer es
penetrar en el fondo de su corazn para conocerse s mismo y elevarse al conocimiento de
Dios. Envuelto en su misticismo, pronto se le ver prescindir de todo smbolo, de todo emblema, y no dar odos otra palabra que aquella que, segn l, viene directamente de Dios.
Luego descarta de su fe, j-unto con las imgenes, el purgatorio, el celibato, y saltando de
abismo en abismo, acaba por negar la presencia real.
Un sueo misterioso viene en ayuda de su fantstica creencia, y se resuelve definitivamente abandonar la Iglesia de sus mayores; sobre la Iglesia con su autoridad, con su u n i versalidad, Zwinglio establece su individualismo, y se forja un cielo en que andan mezclados Elias y Scrates, Moiss y Arstides, san Pablo y Teseo.
Se concibe que la Suiza se dejase seducir por aquella palabra.
Tngase en cuenta la organizacin de aquellos pueblos en la Edad media. Es el feudalismo; pero en lo que l tiene de ms exagerado. Los barones lo poseen todo, gozan de todo;
el pueblo no tiene su disposicin ni su trigo ni sus frutos. Cuando, pues, aquellas montaas
repiten una palabra que les promete una emancipacin completa, los suizos la aplauden con
entusiasmo.
Lutero ha dicho que las custodias de los sagrarios haban obrado ms de una conversin; las iglesias de los suizos tienen custodias, clices, relicarios de oro; en Suiza se levantan las mejores abadas de Europa, en derredor de sus conventos se extienden magnficos
prados. La Sajonia no estaba tan distante para que no se aprovechara del ejemplo. El pueblo
suizo espera obtener en el botin una porcin ms abundante de la que le haba cabido al pueblo alenian.
Publcase esta orden del consejo de Basilea:Hacemos saber los curas, telogos, estudiantes que tienen que presentarse la disputa entablada por el maestro F a r e l ; aqul que
baga falta no podr llevar sus granos al molino, ni su pan al horno, ni comprar alimentos ni
yerbas en el mercado.
En el da, pues, que se determin, las calles de Basilea estaban atestadas de clrigos de
todas jerarquas, de frailes de todas las rdenes, de tonsurados, de condes y barones que apenas saban leer; de catedrticos, de profesores de colegio, de estudiantes, de mercaderes, de
aldeanos que iban presenciar el torneo.
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El Consejo resolva como juez supremo. Si se decida que la idea nueva triunfaba de las
doctrinas tradicionales, el pleito estaba fallado, y entonces algn obrero ecbaba una cuerda
al cuello de alguna imagen y la derribaba de su pedestal entre los aplausos de la muchedumbre. Por la tarde pregonbase pblicamente que la imagen haba sido vencida en buena lid,
y que Moiss le sobraba la razn al prohibir en el Declogo el culto de los dolos.
E n Liestal, el pueblo, excitado por sus magistrados, gritaba los frailes:
No queremos misas; queremos discursos.
Y si algn fraile tomaba la palabra contra algn apstata, el Consejo le reprenda acusndole de haber dicho alguna cosa que estaba poco conforme con la ley de Dios y la autoridad de Sus Excelencias (1).
Si los prelados cumplen con su deber usando de las armas espirituales contra el error, se
les arroja de sus sillas; y entonces Capito, CEcolampadio pasan ocupar sus puestos, tomando
el cargo la vez de jueces, de telogos y de obispos.
Basilea, Neufchatel, Zurich, Coire abrazan desde luego la Reforma. Pero ya no es la Reforma de Lutero; tanto dista de aqulla, que cada proposicin de u n nuevo evanglico, el
fraile sajn se subleva condenando al discpulo rebelde; al morir CEcolampadio el doctor Martin hace intervenir el diablo en su muerte, y hasta al dejar de existir Zwinglio da gracias
Dios por haber quitado de la tierra u n enemigo ms del nombre de JESS.
La Reforma en Suiza ofrece desde luego, bajo el punto de vista social, u n carcter democrtico.
Entre las tesis que Farel fija en la catedral de Basilea, hay una que dice:
Los que gozan de buena salud y que no estn enteramente ocupados en predicar la palabra de Dios tienen todos la obligacin de trabajar con sus manos (2).
Este Farel era un espritu apasionado, ardiente, atrevido hasta la temeridad. Si con su
rostro sombreado por los ardores del sol, con su mirada de fuego y su rubia barba, pasndose
la mano por sus cabellos se presentaba al pueblo, ste le segua adonde quisiese llevarle arrastrado por su fuerza de fascinacin.
Si penetra en u n templo, dejad que se le presente ocasin y le veris tomar un martillo
y correr como u n loco destrozar lo que l llama dolos.
E n el pueblo de Aigle tiene lugar una procesin en que es conducido el Santsimo Sacramento: Farel, con su satnico frenes, arenga las turbas, pasa por entre las filas de la procesin , llega hasta el palio, detiene al sacerdote, se apodera de la custodia, la arroja al suelo y
h u y e . Mentira, rebelin, violencias, insultos, todo le parece legtimo al tratarse de combatir
la Iglesia (3).
Audin.dice de l:
Crea Farel oir una voz del cielo que le deca: anda! y andaba como la muerte, sin hacer caso de trajes blancos azules, de mantos de armio de seda, de coronas ducales reales, de vasos sagrados, de cuadros, de estatuas que l miraba como polvo. La historia, el arte
cristiano, las formas no obtenan sino sus mofas insolentes. Si Froment, Saunier algn otro
no hubiesen templado los ardores de aquella cabeza meridional, de nuestros santos edificios
no hubiera quedado piedra sobre piedra. Dios, para castigar al mundo, no tendra necesidad
en su clera sino de dos tres ngeles decados,- petrificados en el barro de Farel, y la sociedad entrara de nuevo en el caos (4).
Montbeliard, A i g l e , Bienne, removidos por su palabra arrojaban los frailes de sus conventos instituan el nuevo culto. La perturbacin, el tumulto, la revuelta iban siempre con
l; no llegaba un pueblo sin que sus habitantes al da siguiente hubiesen venido las
manos.
(1)
(2)
(3)
(i)
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630
los soldados manifiestan que no estn por el Catolicismo, destrozando su paso las imgenes y haciendo beber sus caballos en las pilas de agua bendita. Berna les llev los Eidgnots la Reforma, y la aceptaron, no por conviccin, sino por inters poltico de partido.
Ginebra por su historia, por sus monumentos, por su literatura, por sus instituciones,
era una poblacin eminentemente catlica. Era ciudad de arte y de caridad, dice u n historiador, abierta siempre los pobres y los letrados. Tres pueblos haban pasado por all, dejando algn germen de su carcter: el saboyardo, su honradez; el italiano, su amor por la form a ; el francs, su expansiva jovialidad. Sus obispos haban recogido en su palacio los pintores de Alemania, los artistas italianos que atravesaban la Suiza. Unos y otros correspondan
la hospitalidad episcopal dejando su husped algn CRISTO de marfil, alguna escultura de
madera, alguna Virgen pintada sobre la tela, que el prelado se apresuraba regalar alguna
iglesia con la sola condicin de elevar una oracin mensual en favor del viajero.
Ginebra tena siete hospitales que se sostenan con algunas rentas y en particular con la
piedad de los fieles.
E l poder temporal que en Ginebra ejercieron los obispos fu prudente, ilustrado, previsor;
nadie como ellos era tan adicto al pas y sus instituciones. Si un derecho una franquicia
se ve amenazado, el obispo no olvida que es ciudadano y corre defenderlo. No temen ni
reyes, ni emperadores; y si su deber est en morir, mueren como Allemant, bendiciendo
Dios contentos con haberse sacrificado por su patria.
Ya desde algn tiempo reinaban en Ginebra prevenciones contra Roma causa de la forma de eleccin de los obispos, y se haba creado contra stos cierta atmsfera de impopularidad en razn ser los ltimos prelados protegidos de la casa de Saboya.
J u a n Pecolet, que gozaba de gran prestigio entre las clases populares, estaba comiendo
en la mesa del obispo de Macorienne, cuando all se formul alguna queja contra el de Ginebra.
No os d cuidado, contest Pecolet; non viclel dies Petri. La profeca excit una fuerte
carcajada entre los convidados. Poco despus varios domsticos del Obispo moran entre convulsiones terribles por haber comido unas pastas que sirvieron en la mesa de su seor y que
ste no quiso probar. Pecolet acab por confesar que era el culpable del envenenamiento y
tuvo que expiar su crimen. A Pecolet se le hizo pasar por mrtir y fu un motivo ms de
prevencin contra el Obispo, que se vio en la precisin de resignar su autoridad episcopal en
manos de Pedro de la Baume. ste entr ejercer su cargo en Ginebra con propsitos los
ms conciliadores; pero fu considerado tambin como un instrumento del poder ducal y tuvo
que salir de la ciudad. Baume se consolaba diciendo:
Si el mundo en sus metamorfosis incesantes cambia siempre, m u y loco ha de ser aqul
que cuente con la estabilidad de la fortuna la perpetuidad de la dicha.
Fcil les fu los de Berna aprovecharse de la situacin de los ginebrinos. Por otra parte
tenan en su apoyo los caones que destrozaban aquellas ciudades que no era posible pervertir, apstoles que haban recibido su misin en una taberna, que haban encontrado en el
fondo de un vaso las credenciales de su ministerio. Farel, lo mismo que Saumier, pasaron
Ginebra con poderes que en Berna les haba concedido el Senado. Al principio Farel, llevado por sus instintos de desorden, no haca ms que introducir en Ginebra perturbaciones;
se hizo odioso y acab por tener que huir fin de evitar que las masas irritadas le echasen
al ro.
Pero apenas sale Farel, acompandole Saumier, se fija en las puertas de las iglesias un
cartel concebido en estos trminos:
Ha llegado est ciudad un hombre que en el espacio de un mes se compromete ensear leer y escribir todos los que se presenten, chicos y grandes, hombres y mujeres,
aun cuando no hayan frecuentado jamas las escuelas. Tambin se curan varias enfermedades gratuitamente.FROMENT.
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Los ignorantes y los enfermos acudieron en tropel; pero en lugar de lecciones y medicinas se les daban peroratas contra el P a p a , los cardenales, los frailes y los sacerdotes. Pronto
se establecieron ctedras de teologa reformada, donde se repetan por hombres de la nfima
clase los desatinos de Farel, de Saumier y de Froment.
El consejo prohibi las arengas de Froment; ste no hizo caso, y la maana siguiente
subindose en el banco de un vendedor de pjaros hablaba un numeroso grupo de gentes
del pueblo.
Se le ech de Ginebra; mas ya era tarde; los ginebrinos haban perdido la fe de sus mayores.
El Obispo comprende la gravedad del mal y corre la ciudad para ver si es posible contener el torrente del error que todo lo invade. Su esfuerzo es intil: la Reforma en Religin
y la emancipacin en poltica, segn los Eidgnots, eran dos cosas ligadas la una la otra:
sus jefes Perron, Malbuisson, los dos Vandel, Claudio Roger, d'Arlod haban abrazado la
nueva doctrina. Los ginebrinos buscaban en los discursos de F a r e l , de Froment argumentos
contra la casa ducal de Saboya y contra la Iglesia. Los odios los duques corrieron parejas
con los odios al Obispo.'Baume tuvo que salir de Ginebra; con l sala la ltima esperanza
del Catolicismo.
Desde entonces se ve los ginebrinos demoler piedra por piedra el edificio de la antigua
fe donde sus antepasados iban buscar su fuerza y sus consuelos contra la opresin; echan
al viento los girones de las banderas donde sus madres haban grabado el nombre de CRISTO
y que ellos llevaban en sus combates contra los enemigos de la patria; arrojan los sacerdotes , los frailes, las religiosas, cuyo oro haba servido para amparar la ciudad tras de un
cinturon de murallas.
Los ginebrinos se ceban en destrozar la estatua de Brogny.
Quien era ste?
Un da un humilde clrigo entraba en la tienda de un zapatero y peda un calzado. Cuando
iba pagar, el buen sacerdote busca intilmente su dinero en el bolsillo. Haba dado su bolsa
un pobre infeliz que encontr en el puente de Arve.
No os deis pena por ello, dijo el zapatero, me pagaris cuando seis cardenal.
El sacerdote ascendi cardenal y pag su deuda, dando al propio tiempo aquel artesano una capilla que llev el nombre de Capilla de los zapateros, y donde por gratitud se
coloc la estatua del prelado. Esta era la que destrozaban con saa los reformadores.
XLIV.
Calvino en Ginebra.
Habase propuesto Calvino nada menos que seguir la conducta de los Apstoles, andando
de ciudad en ciudad, de aldea en aldea.
En agosto de 1 5 3 6 , llega en un carruaje Ginebra, porque es de advertir que esto de
imitar los Apstoles no lo tomaba tan por lo serio que, como ellos, viajase pi. La llegada
no poda ser ms oportuna. Al frente de la Reforma estaban Farel y Viret, que supieron producir la revolucin protestante, pero no saban dirigirla. Hombres de iniciativa, mas no de
gobierno, necesitaban otro que se pusiese al frente de la secta.
Calvino en Ginebra no se propona pasar ms que una noche; Farel y Viret van encontrarle en la fonda donde se ha apeado.
Farel vena siendo all el sectario furibundo que encontraba un grupo, se introduca en l,
se meta hablar de religin, sin permitir que nadie le contradijese; vea pasar u n fraile,
entonces interrumpa su discurso, se echaba correr, le coga por el hbito y le aturda
632
insultos hasta que las turbas se arrojaban sobre el religioso acosndole como una fiera. Al
fin la autoridad haba de intervenir.
Los mismos Eidgnots se quejaban de los arrebatos de Farel, cuyo despotismo se haca
insoportable hasta los reformados.
Del Catolicismo no admiti sino las excomuniones.
Sostenemos, deca, que la disciplina de la excomunin es para los fieles una cosa santa
y saludable, y que no sin mucha razn la estableci JESUCRISTO... A S , pues, entendemos que
es conveniente, segn ordenacin de Dios, que todos los idlatras manifiestos, los blasfemos,
los asesinos, los falsos testigos, los sediciosos, los detractores, los ebrios, los disipadores de
bienes, despus de ser dulcemente amonestados, sean separados de la comunin de los fieles.
Iba ms lejos que.la disciplina catlica, que no confunde al ebrio con el asesino.
Haba organizado una partida de iconoclastas que, llenos del espritu de su jefe, tengan
declarada guerra los rosarios, medallas, crucifijos. E n vano es que se les diga que la imagen
es una obra de arte, un recuerdo de familia; para Farel no hay ni arte ni sentimiento.
E n el portal de la ciudad de Ginebra se lea esta inscripcin:
Port tenebras spero lucem.
l manda escribir:
Port tenebras
lucem.
Hallndose l en Ginebra, ya la luz no poda ser tenida como una esperanza: la luz era
l en persona.
Farel sabe bien que necesita de un hombre como Calvino. Le pide que se quede en G i nebra ; Calvino se niega: Farel insiste, suplica, importuna su compaero; siempre la misma
negativa.. Farel acaba por enfurecerse y grita con actitud que espanta:
Si no cedes, yo te denuncio al Todopoderoso; caiga la maldicin de Dios sobre tu cabeza (1).
Calvino se siente aterrado y cede.
l mismo dice que la maldicin de Farel le forz no salir de Ginebra..
Guillermo Farel me retiene en Ginebra por medio de una conjuracin espantosa, como
si Dios hubiese extendido sobre m su mano para detenerme (2).
Eran dos tipos opuestos. Farel, temperamento meridional, ardiente, irascible; pero sus arrebatos duran un momento, son como tormentas de verano; Calvino, temperamento del
Norte, sus odios son obra de la meditacin calmada, calcula sus arranques de ira; Farel, al
que disputa con l se impone con su voz de trueno, con su siniestra mirada; sobre las masas
domina por sus gestos epilpticos; la fuerza de Calvino est en su aislamiento, escribiendo
en su gabinete; Farel, con un gesto, con una mirada, es capaz de arrastrar un pueblo
una revolucin que, una vez promovida, no acierta dominar; Calvino, ms que en producir revueltas, es hbil en dominarlas (3).
Entre estos dos tipos hay el de Viret. No es ni la fogosidad de Farel ni el hielo de Calvino : su palabra es afectadamente dulce; se le llama el san Bernardo de la Reforma; cuando
Farel en sus arrebatos, con sus ojos encendidos por la clera ha hecho circular por entre las
masas que fascina corrientes de odio y de venganza, viene Viret y apaga aquel fuego. Farel
tiende crear los revolucionarios de la Reforma, Calvino los doctores, Viret los msticos.
Eran tres personalidades que se completaban la una la otra. Sin Farel en Ginebra la
Reforma no se hubiera realizado, sin Viret no se hubiera creado simpatas, sin Calvino no se
hubiera solidado.
Calvino, pues, que andaba errante, se detiene en Ginebra; all se le constituye en predicador, el municipio le nombra profesor de teologa, sealndole una pensin.
(1)
(2)
(3)
Beza.
Calv. Pref. In Ps.
A u d i n , Calvin. 1.1, p. 198.
XLV.
Atentados contra los catlicos de Suiza.
Al apostolado de B'arel, Viret y Calvino se aada otro de rns efecto: era el de los hombres de armas. Los berneses, al entrar en un pueblo catlico, desentendindose de predicaciones y de disputas, van derechos la destruccin del Catolicismo. Toman, por ejemplo, Iverdun, y lo primero que hacen es llamar los curas, dicindoles que es menester que renuncien
celebrar misa, de lo contrario se les condenar destierro. Los curas se resisten; entonces
todas las imgenes catlicas son echadas al fuego; se va buscar tres hombres ebrios en
una casa de bebidas, se les imponen las manos, y se les dice:
Tenis el Espritu Santo; id y ensead las naciones; fueron tres ministros ms.
E n Morges los confederados se alojan en gran nmero en el convento de frailes menores,
y ordenando que se les abra la iglesia, encienden una grande hoguera y echan all el copn,
los cuadros y las esculturas.
Las apostasas se recompensan con dignidades eclesisticas; pero es menester que stas
se paguen conforme arancel. El priorato de Perroy, por ejemplo, se vende por 2,500 florines.
No deja de haber poblaciones catlicas que saben cumplir con sus deberes. El Landeron
y Cesier, en el principado de Neufchatel, los reformados que tratan de arrebatarles su. fe,
les ensean el cementerio donde duermen los restos de sus padres, y protestan que en el da
del juicio quieren hallarse al lado de sus mayores confesando al mismo Dios. Entonces
.Tensch derriba todos los signos visibles de fe catlica, y es desterrado el cura, fin de que
la Reforma pueda establecerse en aquellas montaas.
Un da llega Viret Lausana, y presentndose al Consejo, pide un local para predicar. Se
le responde:
Tenis vuestra disposicin el convento de los capuchinos y el de los franciscanos, escoged.
Viret opta por el de los capuchinos.
El reformador, pues, en virtud de la autorizacin que le ha otorgado el Consejo, sube
la ctedra de los capuchinos, hallndose stos en el.convento; y en aquel pulpito consagrado
por las predicaciones de ilustres oradores catlicos, en presencia de la imagen de JESUCRISTO
Nuestro Seor, en aquella iglesia catlica, Viret ataca rudamente al clero romano y los
frailes. stos, al verse combatidos en su fe, en su institucin y en sus personas, y esto en su
propia casa, se quejan ante el Consejo dicindole:
Esta iglesia es nuestra, ha sido levantada con el producto de las limosnas recogidas por
nuestros hermanos, cuyos restos descansan en el claustro vecino: esta ctedra la hemos edificado por medio de la liberalidad de las almas piadosas: con qu derecho habis cedido esta
iglesia y esta ctedra un pretendido reformador?
Poco antes el Consejo haba proclamado en Lausana la libertad de conciencia.
Mientras los reformados pueden predicar el error en los templos que pertenecen los catlicos, los ministros del Catolicismo ven que la predicacin catlica es considerada como un
crimen. No por esto una gran parte del clero deja de cumplir con sus deberes. Se les ve los
domingos levantarse al apuntar la aurora, y esperar los que permanecan adictos la verdadera fe, los cuales caminan azorados, teniendo que mirar de una parte otra, por temor de
que se les sorprenda en el delito de ir misa, y diciendo por lo bajo algunas oraciones encomendndose su ngel custodio, llegar al punto donde se haba preparado el altar, que las
Hjas de los aldeanos cubren de bellas y olorosas flores, y acabada la celebracin volver cada
ano su vivienda con las mismas precauciones.
T. II.
SO
C 34
Una noche tiene lugar un registro general en las cabanas. A los curas que se haban r e fugiado en ellas se les obliga presentarse en el Consejo. Asistan l Bonivard, el desfrailado ; Farel, el renegado, y Coraud, el protegido de Margarita de Navarra. Se les pregunta
los clrigos si estn dispuestos renunciar al papismo y su misa idoltrica.
Un anciano sacerdote contesta:
Muy honorables seores: cmo queris que nosotros abandonemos nuestra fe de quince
siglos? Estamos en vuestro poder; pero n olvidis que fuimos rescatados con la sangre de
JESUCRISTO. Hace diez aos que tambin vosotros erais catlicos... Dejadnos al menos tiempo
para reflexionar.
Farel se opone que se les conceda plazo alguno, gritando los del Consejo:
Tratis, por ventura, de oponeros los designios de Dios?
Se les otorg un mes de tiempo.
Durante este mes mujeres piadosas proporcionan algunos mendrugos del pan del pobre
aquellos eclesisticos. Los esfuerzos del Consejo son intiles para obtener su abjuracin; siguen diciendo misa, en virtud de lo cual unos son encarcelados y otros deportados.
Los fieles, si tratan de conservar el antiguo culto, hllanse en la precisin de erigir capillas ocultas en el fondo de sus casas, donde se coloca por punto general un Crucifijo y una
Virgen, como simbolizando para ellos toda la creencia catlica. Si Farel llega tener noticia
de alguno de estos oratorios, inmediatamente el dueo de la casa es condenado la crcel
destierro (1).
Se acusa los sacerdotes catlicos de haberse propuesto envenenar el pan y el vino en
que los reformados celebran la Cena, y se hace circular el falso rumor de que un cannigo,
Hugonino de Orsieres, haba querido, por medio de un veneno, deshacerse de Farel y de Viret. Ya se supondr los atentados que se cometan, queriendo justificarlos con estos rumores.
El protestantismo en Suiza es la parodia del de Alemania: le vemos seguir uno uno sus
pasos; y si en Alemania tuvieron lugar disputas teolgicas, los protestantes quieren que lo
propio se verifique en Suiza. Las autoridades, los consejos les apoyan en esta pretensin. Claro
es que de lo que se trataba no era de averiguar la verdad. Para ello hubiera bastado tener en
cuenta el pobre resultado de tales debates en los principados germnicos. Aquellas disputas
eran el parlamentarismo aplicado la religin, y ya se concibe que la verdad no alumbra con
sus puros y suaves rayos una regin en que arde el fuego de siniestras pasiones. La palabra
es una fuerza como cualquier otra de que se puede abusar y se abusa; los triunfos de esta
fuerza no bastan justificar una doctrina. Suponed en una discusin pblica dos oradores, de
los cuales el uno presenta la verdad con su carcter tranquilo, severo, mientras que su adversario sostiene el error vistindolo con los adornos de una imaginacin brillante, con una
frase llena de calor, ardiente, arrebatada, halagando los instintos de unas masas pervertidas,
y os convenceris, de que por ms que la victoria se declare por este ltimo, la verdad sigue
conservando todos sus derechos que no pueden destruir los ardores de un orador impetuoso y
los aplausos de unas masas apasionadas inconscientes.
Los protestantes tienen de su parte la palabra de Farel, que enardece con sus intemperancias el fuego de las pasiones populares, que no se detiene ante los ms groseros insultos.
Los catlicos se ven en la precisin de aceptar la lucha que se les provoca en las peores condiciones para ellos, ante tribunales que les han condenado ya de antemano.
La reunin que ha de tener lugar en Lausana para la disputa produce honda agitacin.
All acuden en abundancia reformados venidos de todos los puntos de la Suiza. Los catlicos
se apresuran poner salvo las imgenes, los clices y todos los objetos de algn valor pertenecientes al culto.
Inaugrase la disputa. Los argumentos de los reformados fueron de tal naturaleza, que
no se hubiera gloriado de usarlos ni un cursante de los primeros rudimentos de teologa.
(1)
Rachat, l. V, p. 03.
635
A falta de razones se acuda la stira, al insulto; los plcemes del auditorio protestante,
siempre que se empleaba este recurso, excit al fin Viret emplearlo tambin contra su
costumbre.
Uno de los telogos catlicos habl de la Santa Sede. Apenas hubo proferido este nombre,
Viret se levanta, y creyendo aplastar su adversario, dice:
Para que el papa tenga el poder y la autoridad de san Pedro, es menester que haga lo
que l hizo. Pues-bien: para hacer lo que hizo san Pedro es indispensable andar de una parte
otra para la salvacin de las almas, para predicar el Evangelio, conforme lo haca el mismo
JESUCRISTO. Entonces esto de Sede Apostlica no exista, porque ellos no se sentaban jamas.
H aqu un argumento que poda arder en un candil, y que por su falta de buen sentido
hubiera bastado para que un estudiante de teologa se le reprobase en un examen; all fu
acogido por los protestantes con murmullos de aprobacin.
Un doctor catlico, hablando de la Eucarista, present los concurrentes la cadena de oro
de la tradicin, la serie no interrumpida de varones apostlicos, de padres, de doctores, de
papas, de obispos que sostenan el dogma en el mismo sentido que la Iglesia.
Farel se irrita, y sin que venga al caso, empieza gritar dirigindose al orador:
Y quin sois vos? Un hombre que adoris una cosa distinta de Dios, un pobre idlatra,
que os inclinis ante imgenes muertas, que no tienen ni vida ni sentimiento.
Calvino cree inconvenientes aquellos arranques que nada justificaban, y con su frialdad
habitual interviene en la discusin. La palabra de Calvino, ostentando cierta gravedad, dndose aires de imparcial, pareci desabrida, hasta pesada aquel auditorio que aplauda los
despropsitos de Farel.
Viret conoce que aquel concurso es menester hablarle con otras formas. Delante de l
tiene unos humildes clrigos que ostentan en sus demacrados rostros las huellas de la peste
y del hambre que haba asolado sus poblaciones. Viret, dirigindose ellos, les dice:
Estos saderdotes, en vez de predicar sus pueblos la palabra de Dios, colocan en ellos
predicadores de madera de piedra, es decir, imgenes de santos;y entretanto ellos duermen
pierna suelta. Las imgenes son sus vicarios, son unos auxiliares que no cuestan nada de
mantener; y el pobre pueblo besa la madera y la piedra... y los bienes que debieran distribuirse los pobres, verdaderas imgenes de Dios, se derrochan vistiendo piedras y m a deras.
Por ah puede colegirse la clase de argumentos teolgicos que los reformados adujeron en
aquella disputa. Es verdad que eran stos los ms propsito para halagar su vanidad de
populachera.
Despus de la disputa de Lausana, la persecucin reviste mayores proporciones. Partidas
de arqueros reciben la orden de recorrer las aldeas, las campias, penetrar en las cabanas,
arrasar los oratorios, echar por tierra las cruces, destruir los altares. Entran en Lutry el 2 de
noviembre de 1536, y al grito de: Abajo los papistas! echan una soga al cuello de un CRISTO
que desde siglos vena siendo el objeto de la mayor veneracin, y lo arrastran en medio de la
gritera del populacho.
Hondamente afectado por el dolor que le producan los sucesos de Inglaterra y de Suiza,
y hasta la situacin nada satisfactoria de Francia, Clemente VII muere de una enfermedad
en el corazn. En su pontificado no encontr sino amarguras. Para un pontfice de sus c u a lidades fu un gran pesar el tener que despedirse del mundo viendo tristemente mermada la
influencia de la Santa Sede, y desgajados de la unidad catlica pueblos de ilustre historia y
de grandsima importancia.
Clemente se distingui por su gravedad, su talento; tuvo cualidades de hombre hbil. Sobre la tumba provisional que se le levant en el Vaticano se escribi esta dedicatoria, que
describe su carcter:
Su invencible virtud slo fu sobrepujada por su clemencia.
036
XLVI.
Prisin de Tomas Moro y de Fisher.
Enrique V I I I , al asumir en su persona todo el poder religioso, dej de ser rey para convertirse en tirano. H aqu por que, de lo primero en que se ocupa es en levantar el emblema
de su tirana, que es el patbulo, donde podemos decir que en adelante se resume toda su
historia.
Las primeras vctimas son unas pobres mujeres, cuya muerte ni an se justifica diciendo
que provocaron los furores del Rey, cuando fueron bastante dbiles para no mantenerse la
altura de su deber de mrtires.
En Aldington, condado de Kent, viva una aldeana llamada Isabel Barton, la que se
tena en cierta veneracin y cuyas palabras se lleg dar el carcter de profecas. Prescindiendo Se lo que fuesen sus visiones', nadie pone en duda su acendrada piedad inocencia de costumbres.
Su prroco le aconsej que entrase en un convento; cuyas insinuaciones obedeci la
Barton ingresando en el del Santo Sepulcro de Cantorbery, donde fu conocida con el nombre de la monja ele Kent.
El Rey no se hubiera ocupado de la monja, le habra importado poco que fuese visionaria profetisa; pero una de sus predicaciones anunciaba Enrique un fin trgico como castigo de haber apostatado de su fe.
Ya anteriormente la Barton profetiz que si Wolsey la autoridad que Dios le haba dado
637
CAHLOTA
C011DAY.
elevado puesto. El augurio no slo se haba cumplido, sino que Wolsey dorma ya el sueno
638
del sepulcro. Lleg temer Enrique que se cumplieran respecto su persona las fatdicas
predicciones de Isabel Barton?
Por otra parte Enrique en los brazos de Ana senta crecer el aguijn del remordimiento,
la autoridad espiritual de que se haba investido pesaba sobre l de una manera terrible, y
ya que el retroceder no estuviese conforme ni con su soberbia ni con sus sensualidades., trataba de ahogar con sangre aquellas agitaciones interiores que no le dejaban un momento de
reposo.
La monja fu conducida la presencia de Cramner primero, y de Cramner y Cromwell
despus. En pos de ella comparecieron otras monjas de su convento que no ocultaban su
aversin al divorcio de Catalina. Un domingo del mes de noviembre, atada una cuerda al
cuello, Isabel y sus compaeras fueron conducidas la cruz de San Pablo, y all, colocadas
sobre un catafalco que se levant, condneselas confesar el hecho y oir un sermn que
predic uno de los capellanes del Rey, despus de lo cual fueron conducidas la crcel.
Era de creer que, expuestas las monjas las burlas del populacho, despus de la vergenza
de tener que pasar por las calles con la cuerda al cuello y escuchar toda clase de insultos,
despus de la larga tortura que sufrieron en San Pablo, se las dejara en libertad. Pero Cramner las acusa de culpables de alta traicin y presenta contra ellas un bil de aUainder la
cmara de los lores. A las acusadas no se las invit siquiera comparecer. El fallo se dict
sin forma de proceso. A la tercera lectura del bil, algunos lores se resistieron condescender
con el crimen que se proyectaba y se levantaron para protestar, diciendo que las acusadas
tenan derecho ser odas y que era menester que se las llamase. E l Rey no quiso permitirlo : temi que en el tribunal repitiesen la fatal prediccin que de muchos das turbaba su
sueo.
La cmara call ante una sentencia dada contra todas las leyes del pas. Mandar al suplicio siete jvenes por el slo hecho de formularse contra ellas el cargo de alta traicin, sin
quererlas oir, era un atentado que careca de precedentes en la Inglaterra catlica y que slo
poda autorizar un parlamento de hombres degradados que sacrificaban los caprichos de un
dspota los sagrados deberes de su investidura. Las siete monjas fueron estranguladas el 21 de
abril de 1534.
Pero aquello no era sino el principio de la serie de crmenes que la Reforma iba cometer en Inglaterra. Aquel cadalso que se levanta para siete dbiles mujeres permanecer en pi
durante todo el curso de aquel feroz reinado.
Apenas mueren las siete religiosas ya se buscan nuevas vctimas. H a y otras personas que
han de tener conocimiento de las predicciones de Isabel Barton y que no las han denunciado su tiempo; conforme, pues, la letra de los estatutos del Parlamento son reos del delito de no-revelacion.
Sir Tomas Moro, como toda Inglaterra, haba odo hablar de la monja de Kent. El Rey
mismo, cuando Moro ocupaba el cargo de gran Canciller, le haba hablado de ella; pero Tomas no le dio la menor importancia; muy al contrario, calific sus augurios de incoherentes,
dijo que no eran ms que caprichos de una imaginacin exaltada.
Ms libre de ocupaciones cuando ya haba dejado su puesto, fu un da ver la religiosa, y despus de haberla odo, le dio dos escudos y hasta lleg ocuparse de ella con algn elogio.
Estos dos escudos y este elogio dieron lugar u n proceso contra el Canciller, quien se
delat como cmplice de Isabel Barton. A Fisher se le envolvi tambin en este proceso.
Juan Fisher, de quien nos hemos ocupado ya anteriormente, era uno de los primeros telogos ingleses, que por su saber y sus virtudes ascendi la sede episcopal de Rochester y
ocup el alto puesto de canciller de la universidad de Cambridge.
Hallbase en el lecho de agona de la madre de Enrique VIII cuando, volvindose aqulla
hacia l, le recomend su hijo. Fisher acept aquel honroso legado como u n testimonio de
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confianza y en presencia de la moribunda prometi cumplirlo religiosamente. El mismo E n rique ms de una vez, tomando de la mano su tutor, haba dicho que no era posible encontrar personajes ms ilustrados y ms ntegros que l. La corona de blancos cabellos que cea su cabeza, las arrugas que se dibujaron en su frente sirviendo con el mayor desinters la
monarqua inglesa y la persona que la representaba, eran otros tantos ttulos que le daban
Fisher bastante autoridad para que se permitiesen en la corte de Greenwich advertencias
que nadie se hubiera atrevido dar.
Al mancharse con su doble apostasa de creyente y de esposo, Enrique lo olvida todo; ya
desde aquella hora Fisher, como sir Tomas, no son para l otra cosa que la imagen del remordimiento, y quiere que esta imagen no le moleste en su criminal conducta. E r a n , pues, dos
vctimas sealadas de antemano la inmolacin. Faltaba un pretexto: no haba de tardarse
en encontrarlo.
Al ex-canciller, como al obispo de Rochester, se les hubiera perdonado con tal que consintiesen en hacer la abdicacin de su conciencia, para poder decir que, personajes de probidad
tan reconocida, autorizaban la conducta de Enrique.
Cromwell sujet Fisher preguntas de aquellas que no se contestan sino un confesor : el Obispo se neg responder. Cromwell, despus de las amenazas, acudi las splicas;
Fisher no atendi ni las unas ni las otras.
Se present un bil contra l en la cmara de los lores; entonces Fisher se vio en la precisin de defenderse, lo que verific por medio de una carta en la que brilla su gran carcter
y protesta q u e , prescindiendo del crdito que haya podido dar la virtud de Isabel Barton,
no ha faltado en nada, ni su rey, ni las leyes instituciones de su pas. Declara que tena noticia de las palabras de Isabel Barton, pero que no vea en ellas un crimen contra la
majestad real, pues eran lo ms una apelacin los juicios de la Providencia; y que fuesen
lo que fuesen, se crea dispensado de denunciarlas desde el momento en que la Barton las haba hecho llegar por s misma conocimiento del Rey.
Los lores temieron disgustar al soberano si atendan las razones del Obispo.
El bil de acusacin se ley por segunda vez. Entonces Fisher acude al Monarca en persona, recordndole que hubiera sido intil la delacin de un hecho que la monja se haba
encargado de dar conocer Su Majestad. Ensea Enrique sus canas, le recuerda sus
achaques, y en nombre de la antigua amistad le pide que, quedndole apenas un soplo de
vida, le permita prepararse tranquilamente para descender la tumba. Tampoco el Rey atiende
las splicas del ilustre anciano, que haba de representar para l los ms sagrados recuerdos.
El obispo Fisher se encuentra en cama deshauciado por el mdico. Los amigos de E n rique temen que al entregarlo al verdugo, en vez de la persona de Fisher, se le entregar un
cadver, y creen que lo mejor es obligarle pagar trescientas libras esterlinas, que un enviado del Rey va cobrar en la casa del agonizante.
Tomas Moro viva pacficamente en su residencia de Chelsea rodeado de su querida familia.
Ya antes del hecho de la monja de Kent se haba visto vctima de falsas imputaciones.
Apenas Cramner hubo fallado el divorcio, hzose correr el rumor de que sir Tomas preparaba
un tratado contra la sentencia del xArzobispo, en el que el ex-canciller se vengara de los desdenes de Enrique, sin ningn miramiento hacia la autoridad real. Sir Tomas manifiesta con
testimonios evidentes que un cargo de tal naturaleza no tena el menor fundamento.
Inutilizado este recurso, se acudi la acusacin de complicidad con la monja. Se saba
bien que el cargo era completamente injusto. Pero el Rey deca:
Tan luego como sir Tomas vea su nombre en el bil, no podr menos de asustarse y entonces har lo mismo que mis obispos, mis pares, mis diputados y mis escuelas; firmar todo
lo que yo quiera (1).
(1)
F. Yournal
t. I, p. 72.
60
Cramner, Cromwell, el duque de Norfolk y otros fueron los encargados por el Rey para
persuadir Moro que hiciese traicin su conciencia. A fin de hacerle vacilar se le ensearon las decisiones de las universidades de Inglaterra. Nadie mejor que l saba el precio que
se haban comprado. Uno de los emisarios le reproch el haber inducido Enrique exagerar la autoridad de la Sede Apostlica en su pasada discusin con Lutero. Sir Tomas s.e ech
sonrer y contest:
Os engais; m u y lejos de ser as, logr que Su Majestad borrase de su libro algunas expresiones sobre la autoridad pontificia que me parecieron poco prudentes.
Esta vez se desisti de la acusacin por orden del Monarca.
Moro, al entrar de nuevo en su casa de Chelsea con la sonrisa en los labios, encontr su
yerno Roper que le dijo:
-^-Cuando tan alegre vens traeris buenas nuevas.
S ; gracias Dios.
.Vuestro nombre ha sido borrado del bil?
Del bil, dices? A decir verdad yo del bil de acusacin me ocupo poco. Voy decirte
por qu vengo contento; es porque he dado al diablo un solemne puntapi.
De veras?
S ; no he sucumbido la tentacin (1).
Roper se apresur comunicar su esposa Margarita, hija de sir Tomas, la feliz nueva
de que su padre estaba en libertad, la que corri echarse en los brazos del autor de sus das.
Moro, con su calma habitual, dijo:
Hija m a , lo que se dilata no se pierde.
Poco despus Moro encontraba Norfolk, el cual le deca:
Vamos, sir Tomas, ahora cuidado con ir misa. Esto de jugar con los reyes puede tener sus peligros. Indignado principis estmors; la indignacin del Prncipe es la muerte.
Y nada ms, milord? E n este caso no vayis creer que entre Vuestra Gracia y yo
exista gran diferencia: yo podr morir h o y ; vos moriris maana (2).
Despus de declararse que la princesa Mara haba perdido sus derechos, siendo proclamada Isabel, hija de A n a , legtima heredera del trono; despus de abolida en el reino la autoridad de la Sede Apostlica, se orden la prestacin del doble juramento.
En el da designado el clero se dirigi Lambeth, donde el arzobispo Cramner y los consejeros reales estaban reunidos.
No se invit ms que un laico, Tomas Moro.
Presentsele ste el acta del juramento autorizado con el gran sello del Estado. Sir Tomas exigi que se le diese lectura del estatuto relativo la nueva sucesin al trono que se
le permitiese examinarlo por s mismo. As se verific. El ex-canciller, despus de haber
ledo el documento con la mayor atencin, dijo que, sin que l intentara censurar el estatuto
en s, ni los que lo haban redactado; sin condenar aquella forma de juramento ni tampoco
los que lo haban prestado, respetando la conciencia de los dems peda que se resptasela
suya. Que en lo que l personalmente le corresponda deba declarar y declaraba que no
poda jurar en la forma que se le exiga sin exponerse la condenacin eterna, que estaba dispuesto afirmar bajo juramento que el nico mvil de su conducta eran motivos de conciencia, esperando de la justicia del Consejo que no le exigira u n juramento que fuera para l un
perjurio. El gran Canciller tom la palabra diciendo que los asistentes sentan mucho el que
sir Tomas se expresase en aquellos trminos, sobre todo cuando l era entre todos los subditos
del Rey el primero que se negaba prestar el juramento que se le exiga, que esta negativa
excitara la indignacin del Monarca, constituyndole en objeto de una desconfianza que no
poda ser de buenos resultados para l. Presentsele sir Tomas una lista de adhesin al sobe(1)
Walter.
(2)
Rudhart.
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MA1IA
AXTOXIETA
EX
J.A
CONSERJERA.
notables de Inglaterra. Insisti declarando que persista en su primer propsito y que su resolucin era inquebrantable. Se le exigi que expusiese los motivos de su negativa, lo que
Moro contest que, si el hecho de resistirse jurar bastaba por s slo para atraer contra l la
animadversin del R e y , ms habra de irritarse el Monarca si expona sus razones; y que
l, que quera sostener los derechos de su conciencia, no trataba en manera alguna de ofender su soberano. Se calific su comportamiento de tenacidad injustificable; en virtud de lo
cual, Moro, rechazando esta acusacin, dijo que estaba dispuesto exponer las razones de su
negativa siempre que el Rey le manifestara inters en saberlas. Cramner le observ que, puesto
que Moro haba declarado que no censuraba ni el estatuto, ni la forma del juramento ni
T . II.
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642
643
desgracia, hacen un supremo esfuerzo para manifestar que se inclinan ante los designios de la
Providencia. Moro censura ios primeros y elogia los segundos, acabando por manifestarles todos que aquello no era ms que una ficcin; pero que era menester que estuvieren
dispuestos para el rudo golpe que l no haba hecho nada ms que anunciarles.
Las previsiones de Moro fueron pronto una realidad. El domingo de Pascua sir Tomas se
dirigi Londres para asistir los divinos oficios. Terminado el sermn volvase con John
Clemente, cuando se le presenta el verdadero alguacil de la corona ordenndole que se constituya en Lambeth ante el real consejo. Moro vuelve su casa, da su familia las advertencias que le dicta su solicitud, y la maana siguiente se confiesa, oye misa y comulga.
. Al partir no quiso que nadie de su familia le acompaara. Cerr por s mismo las puertas
del jardn; contempl por un momento aquella residencia donde quedaba lo que ms l quera en el mundo, y se dirigi Londres con Roper. Durante el camino rein entre los dos un
sombro silencio, que al fin sir Tomas rompi, abrazando su yerno y dicindole:
Alabado sea Dios: lleg el da del combate y tambin el de la victoria.
Fisher, ya repuesto de su grave enfermedad, recibi tambin una citacin por el mismo
estilo. Ai verse los dos hroes se abrazaron.
El Obispo, sealando la puerta por donde haban entrado, dijo:
Veis qu estrecha es? Una verdadera puerta del cielo (1).
Despus de la sesin fueron ambos conducidos la Torre.
Era el 17 de abril de 1534. El agente que custodiaba Tomas Moro se llamaba Ricardo
Southwell, padre de Roberto Southwell, que fu ejecutado ms adelante como catlico.
La Torre de Londres est situada en la ribera septentrional del Tmesis, al extremo de
la Cit.
Al entrar Tomas y Ricardo en la barquilla en que deban descender la corriente del ro,
Ricardo dijo al preso, sealndole una cadena de oro que ste traa:
Creo que harais muy bien, milord, enviando esta cadena vuestra mujer una de
vuestras hijas.
N o , contest Moro; soy caballero y no quiero que mis enemigos puedan decir que al
ponerme preso no he tenido algo con que recompensarles su brava accin.
Desembarcaron junto al arco de los Traidores. El alcaide estaba all esperando al preso.
Subieron los tres la escalera de piedra. Al llegar la habitacin del conserje, el portero, acercndose sir Tomas, le pidi, segn costumbre, las insignias de su dignidad, lo que el texto
de la ley llamaba las prendas superiores. Tomas Moro, que no haba perdido nada de su habitual buen humor, pesar de que saba perfectamente que la Torre era el vestbulo del cadalso, al que le peda las prendas superiores, le dijo:
A h ! tenis razn. Lasprendas superiores habis dicho? Pues ah va mi birrete, es
lo ms alto que yo traigo, pues me lo poDgo siempre en la cabeza. Lstima que no vais sacar gran cosa de l.
El portero le seal que lo que quera era el manto de sir Tomas. El ex-canciller se lo
quit y se lo entreg sonriendo.
Maestre Kingston le condujo una celda bastante estrecha. Moro, al verse metido en aquel
nicho, se volvi hacia el alcaide dicindole:
Espero que no tendr que quejarme del recibimiento con que aqu se me obsequia; y
si me quejara, ya lo sabis, maestre Kingston, plantadme en la calle.
Entre tanto la familia de Moro, sumida en el mayor desconsuelo, iba regar con lgrimas
la iglesia de Chelsea, acompandoles en su justo pesar toda la colonia que se hallaba en
aquel sitio, y en el que sir Tomas era objeto de una especie de culto.
A Moro y Fisher se les priv de tinta, de papel, de pluma, y se orden que ni tan slo
se les permitiera tener all su devocionario.
. (1)
Baylcy.
644
La casa episcopal de Rochester fu saqueada por orden del Rey, vendindose los muebles
del Obispo en pblica almoneda.
Al anciano Fisber se le priv en la crcel basta de las prendas ms indispensables de vestir. Del pecbo del octogenario prelado sali un grito capaz de enternecer hasta un tigre, dice
un historiador protestante (1).
Por piedad, por piedad! exclama el Obispo, que me den una camisa, unos harapos,
cualquier cosa con que cubrir mi desnudez. Cuando menos en nombre de Dios suplico dos
gracias: un sacerdote para confesarme y un breviario para rezar.
A pesar de sus splicas se le dej sin vestido, sin breviario, sin sacerdote y hasta sin pan;
no dndole ms que el alimento preciso para alargar su agona.
Por fortuna no le faltaron al anciano Obispo admiradores de su virtud que le suministraran una palabra de consuelo. Una maana, al despertar de su dbil sueo, vio caer sus
pies un billete. Sus antiguos alumnos del colegio de San Juan de Cambridge hacan llegar
hasta l las siguientes frases:
Todo cuanto tenemos es para vos: contad con nosotros hoy, maana y siempre. Fuisteis nuestro maestro, nuestro jefe tan querido. Los males que vos sufrs los sentimos todos
nosotros.
Moro en la Torre estaba preocupado por dos pensamientos: Dios y su familia. Careciendo
de pluma con que escribir, aprovech un pedazo de carbn, y dirigindose su hija Margarita le escribi diciendo:
Mi querida hija, gloria y alabanza Dios! Me encuentro bien. Tengo el cuerpo sano y
el espritu tranquilo, y si carezco de bienes de este mundo, tampoco los deseo. Ruego Dios
que os conserve en la esperanza de la vida eterna y confo que me otorgar esta gracia y os
bendecir. Escrita con un pedazo de carbn por tu querido padre, que no olvida ninguno
de vosotros en sus oraciones. Me falta papel. Adis.
Se acord de que aun poda escribir en el dorso, y as lo hizo.
Suplico Dios que me conserve el corazn sencillo, franco, fiel, y que si tuviese que
cambiarlo, que me permita morir primero. N i pido una larga vida, ni la deseo; estoy dispuesto
dejar maana mismo esta tierra, si Dios lo dispone as. No recuerdo persona alguna la
que yo haya deseado el menor mal, de lo que me alegro desde el fondo de mi alma, ms que
si poseyera los ms ricos tesoros.
Margarita amaba su padre con todo el afecto filial; no es de extraar, pues, que la veamos dirigirse Londres, para pedir al Rey el perdn de sir Tomas. Este perdn era fcil de
obtener: que Moro prestase el juramento y se le abriran inmediatamente las puertas de la
Torre. Margarita escribe su padre en este sentido, hacindole presente que los personajes
ms distinguidos por su saber, por los altos, destinos que ocupaban y algunos hasta por muestras de piedad, haban prestado el juramento.
Era la tentacin ms terrible para Tomas Moro, para aquel incomparable padre, para
aqul que amaba tanto su querida Margarita, al ver que es ella quien le pide en nombre
del cario filial, que acceda la orden del Rey. Moro supo hacerse superior esta prueba suprema.
Si mi resolucin no estuviese ya definitivamente tomada desde mucho tiempo, tu carta,
tierna hija ma, tu carta, que me ha hecho derramar tantas lgrimas, quizas la hubiera quebrantado. Nada me ha conmovido tanto, nada me ha causado un dolor igual al de esta carta
escrita por una hija muy querida con frases que me destrozan el corazn. Hija m a , lo que
me dicta mi conducta es la necesidad de mi salvacin. Hay un pesar ms profundo que el
que puede causarme el aspecto de una muerte prxima, porque, gracias Dios, la aprensin
de la muerte se debilita en m cada da ms con el recuerdo del martirio de Nuestro Seor
JESUCRISTO, y con la esperanza de los goces eternos; lo que.me hace sufrir es el pensar que
(1)
64S
mi yerno, que mi querida hija, que mi excelente esposa, que mis dems hijos y amigos,
inocentes todos, se encuentran hoy, por causa m a , amenazados de grandes peligros. Ya que
yo no puedo alejarles, encomiendo al Seor vuestro porvenir.
Entre tanto el Rey extremaba sus medidas despticas contra el Catolicismo. E n los libros
de devocin de rezo, fuesen de la clase que fuesen, Enrique mand que. se borrase el nombre del P a p a , disposicin que hizo extensiva las misas y al calendario.
Este nombre poda.pronunciarse, escribe Audin, pero con la condicin de que los ojos
y al pensamiento no representara sino el Antecristo, la bestia del Apocalipsis, el viejo impdico del Antiguo Testamento! bajo esta triple forma es como Cramner transfigura al Papa
en los sermones sus ovejas.
Fijse despus en las puertas de las iglesias y se pregon por las calles de Londres una
proclama del Rey en que se anunciaba que cada da de fiesta un sacerdote subira al pulpito
para demostrar al pueblo que la jurisdiccin y el ttulo de jefe de la Iglesia no perteneca
ms que al Rey. Las autoridades de cualquier clase que fuesen quedaban encargadas de v i gilar al clero y denunciar al Consejo privado, no slo los que desobedeciesen las rdenes del
Monarca, sino tambin aqullos que cumpliesen este deber con alguna indiferencia.
XLVII.
Muerte dada Fisher y varios religiosos.
El ser reducidos prisin y encerrados en las mazmorras de la Torre personajes de la talla
de Fisher y Tomas Moro, no pudo menos de impresionar toda Inglaterra, ya que Fisher,
tutor del Rey, obispo de Rochester, jefe de la universidad de Cambridge, era una de las glorias ms ilustres de la nacin, y Tomas Moro gozaba de gran renombre por su probidad, por
su talento, por sus cualidades personales y por haber llegado al primer puesto de la nacin,
despus del Rey. Encerrar en la Torre Moro y Fisher era una medida ad lerrorem de que
se vali Enrique y sus agentes, creyendo que ya en adelante todos se inclinaran ante aquel
despotismo feroz.
No fu as. Hubo apstatas en abundancia, es verdad; porque haba en Inglaterra sacerdotes sin vocacin, clrigos que abrazaban la carrera eclesistica slo por gozar de pinges beneficios, prelados que no residan nunca en sus iglesias, obispos que eran ante todo cortesanos, casas religiosas donde no se haca el menor caso de la regla monstica; pero en cambio no
faltaban sacerdotes edificantes, obispos que cumplan con los deberes de su apostolado, conventos en los que no haba decado la observancia; stos supieron subir las alturas del martirio.
Junto la capital de Londres se levantaban las casas religiosas de los Cartujos, de los
Brigitinos y de los Franciscanos, en las que se amparaba la virtud monstica con toda su s e veridad. Recibieron una orden para que jurasen abandonasen sus monasterios; en virtud
de cuya disposicin unos emigraron Espaa, otros Francia, otros Italia, y la mayora
Flndes; mientras que algunos, hacindose superiores todos los peligros, resolvieron continuar en Inglaterra.
Peyto y Elstou fueron citados la presencia de Cromwell, quien les amenaz con hacerles arrojar en el Tmesis.
Amenazad, le contestaron, estos ricos que beben en vasos de oro y duermen en lecho
de plumas; en cuanto nosotros qu nos importa que nos hagis echar en el Tmesis? El
camino del cielo es tan corto por agua como por tierra (1).
Enrique, para curar sus insomnios continuos no encontraba ms que un remedio, la sangre; y apoyndose en los estatutos que nos hemos referido, la hizo derramar torrentes.
(1)
Stowc, p. 543.
66
A poca distancia de la capital residan los cartujos de la Salutacin, de los que Juan
Houthon era el prior.
Al tener noticia del bil en que el Parlamento haba votado la supremaca religiosa del
rey de Inglaterra, Houthon rene los suyos, les da lectura del nuevo estatuto, les dice
que se les va obligar jurarlo, y les pregunta si estn dispuestos hacerlo.
Moriremos primero, le contestan; y entonces el cielo y la tierra proclamarn que hemos muerto injustamente.
Que Dios sea bendito, exclam entonces el Prior, satisfecho de la entereza de sus religiosos; y que su divina gracia os conceda el perseverar en tan santa resolucin. Preparaos,
pues, comparecer ante el tribunal de Dios por medio de una confesin general de vuestras
culpas, y que cada uno elija un padre espiritual al cual confiero el poder de dar la suprema
absolucin.
La noche se pas llorando los pecados y recibiendo absoluciones.
A la maana siguiente al toque de campana todos los monjes se reunieron en la sala capitular del monasterio. Poco despus se presentaba gravemente el Prior, y dirigindose sus
subditos, dispuestos todos la inmolacin, les dijo:
Queridos padres queridos hermanos, os ruego que todos hagis lo que vais ver que
hago yo.
Y dirigindose hacia el ms anciano, se arrodilla sus pies, y le dice:
Padre mo, bendecidme en nombre del Padre y del Hijo y del Espritu Santo.
Inmediatamente cada uno de los cartujos se arrodilla los pies de aquel de entre ellos
al que la edad y las virtudes designaban la comn veneracin.
Mientras tena lugar esta escena, se oye llamar la portera del monasterio. Eran Agustin Webster, prior de Nuestra Seora de la Visitacin, y Pedro Roberto Laurens, prior de
Belleval, los cuales venan aconsejarse con Juan Houthon acerca la conducta que convena seguir en tan crticas circunstancias. Los tres acordaron ir encontrar Cromwell y pedirle que no exigiese los hermanos el juramento prescrito.
Cromwell les contest q u e , negndose prestar el juramento, perdan el cuerpo y el alm a , puesto que desobedecan Dios y al prncipe quien JESUCRISTO haba instituido jefe de
la Iglesia. Los priores menearon la cabeza en seal de incredulidad. El ministro se irrita y
ordena que se les conduzca inmediatamente la Torre.
Los tres religiosos suben la escalera de los Traidores entonando un himno.
Pasados algunos das, Cromwell se constituye en persona en la Torre, incitndoles de
nuevo jurar. Le dicen que jurarn todo lo que no sea contrario los mandamientos de la
Iglesia.
Y qu es esto de Iglesia? responde Cromwell con desden. Fuera restricciones; la ley
no las admite: responded simplemente:Queris no obedecer la ley?
No podemos, contesta Houthon. Os contestaremos con la autoridad de san Agustin:
No creera en el Evangelio si no me impulsara ello la autoridad de la Iglesia.
Cromwell se retir. A la maana siguiente un bil de attaincler obliga los priores, un
monje de Sio, llamado Reynold, y un sacerdote secular comparecer ante el tribunal. El
jurado rehusa dar un veredicto de traicin contra los tres religiosos. Segn el estatuto que
daba al Rey el ttulo de jefe de la Iglesia el culpable de alta traicin era todo aquel que procurase por escrito por impresiones privarle de tal dignidad y de sus honores, y aquellos
monjes ni haban dicho ni escrito nada. Pero por instigacin particular del Rey se haban
dado otros estatutos contra cualquiera que rehusase'prestar el juramento, ya explcaselos
motivos que hacan vacilar su conciencia, ya, por no comprometer su vida, se refugiase en
un silencio sistemtico.
}
No obstante, el jurado vacilaba todava. Cromwell, en nombre del Rey, les instaba que
apresurasen un fallo definitivo. El jurado recibe del ministro un mensaje en este sentido; pero
647
no contesta; Cromwell vuelve insistir; tampoco esta vez el tribunal se resuelve. E n vista
de lo que est pasando, Cromwell se constituye en persona en la sala de las deliberaciones,
y se queja severamente del proceder del jurado. Les dice que, ya que no los actos positivos,
al menos las objeciones, los escrpulos de los acusados tienden privar al Rey de los bonores, ttulos y atributos que la ley le reconoce. Todava los que ban de dar el veredicto muestran alguna vacilacin; tiene lugar all u n animado debate, y al fin Cromwell les dice:
Si los creis ellos libres de culpa y no los juzgis reos de muerte, la pena caer sobre vuestras cabezas y la muerte de los transgresores la sufriris vosotros (1).
Era un argumento irresistible.
El presidente del tribunal se levanta, pone la mano sobre su corazn y pronuncala consabida frmula: Culpables!
Cinco das despus son condenados al patbulo. Al llegar all, luego que se hubo desatado
al padre Houtbon, se acerca el verdugo para pedirle perdn. El Prior le tiende sus dbiles brazos para darle el adis de despedida. Al llegar la plataforma del cadalso, el Prior se vuelve
de cara al pueblo. Colocado ya al pi de la horca, un consejero le pregunta:
Padre Juan , queris prestar juramento? El Rey os perdonar.
N o , contest el cartujo, mirando al cielo. Vosotros todos que me escuchis, en el gran
da del juicio seris testigos de que no es ni por obstinacin, ni por malicia que yo me he r e sistido j u r a r ; es slo por obedecer mi Dios, mi Iglesia y m i conciencia. Rogad por m
y compadeceos de los pobres hermanos de que yo he sido indigno prior.
El verdugo se inclin y tendi los brazos para apoderarse de su persona. El Prior fija la
vista lo alto exclamando:
E n tus manos, Dios mo, tengo puesta toda mi esperanza; no permitirs que sea confundido; lbrame segn tu justicia.
Despus el mrtir se vuelve, sube la escalera, mete la cabeza en el lazo y exhala el postrer grito.
No haba muerto an. Cortse la cuerda y se apoder del cuerpo un ayudante del verdugo,
que destrozndole, le arranc el corazn que palpitaba todava y lo ech en la hoguera (2). El
tronco fu dividido en cuatro partes, que, despus de pasadas por las llamas, se enviaron
cuatro ciudades del reino (3) fin de imponer terror. La cabeza fu colgada sobre el puente de
Londres y un brazo clavado en la puerta del convento de la Visitacin de que haba sido prior.
Los cuatro compaeros de crcel de Juan Houthon murieron con igual valor, siendo sometidos los mismos tormentos (4).
Tres cartujos solicitaron acompaarles al cadalso para recibir su ltima confesin; por
toda respuesta se les dijo que tambin ellos subiran al patbulo, y as fu efectivamente.
El padre Humfried Middlemore, al rsele arrancar el corazn, sonre ante el verdugo
y dice:
Nuestro corazn no est aqu; est en el cielo, donde est nuestro tesoro (5).
Largos meses haca que Moro y Fisher se hallaban en su encierro, aislados de todo trato
humano. Una carta de la familia de los amigos no llegaba all sino por un prodigio; u n
poco de papel para escribir era un tesoro.
Fisher, viejo y achacoso como era, tena que dormir sobre unas hmedas pajas.
Al fin se le dio un tratamiento menos cruel, tolerndose que personas amigas le proporcionasen ropas con que cubrir su desnudez.
(1) Si eos culpa vacuos nec obnoxios morti indicaveritis
recidet in capul veslrum, el vos ipsi morlem Iransgresorum
subibitis,
Innoc. 1G08.
(2) Necdum slrongulalus...
cor evulsit et in ignem injecit. Innoc. p. 83.
(3) Ibid.
(4) El relato de la muerte de los tres priores y de quince cartujos fu enviado Alemania por los Padres de aquella orden c impreso en 1350. Polo en su Apologa Carlos V habla de su ejecucin y de la de Reinolds, diciendo de dste que era una especialidad en el
conocimiento de.las artes liberales.
(3) Nostra illic corda ubi thesaurus noster.Innoc.
p. 68.
68
El papa Paulo I I I , sabedor del heroisrno de Fisher, le premi envindole el capelo cardenalicio. Enrique orden que no se permitiese desembarcar al emisario pontificio que lo traa.
Fisber en el fondo de su crcel ignoraba completamente la distincin de que acababa de
ser objeto de parte del Sumo Pontfice, cuando Cromwell se le presenta y le sorprende con
esta pregunta:
Qu dirais, milord, si se os anunciara que el Papa os ha enviado el capelo de cardenal? Lo aceptarais?
Me creera indigno de ello, contest Fisher; pero si el Papa sancionase mi comportamiento
envindomelo, me echara de rodillas para recibirlo, en seal de respeto y de reconocimiento.
Era un testimonio ms de adhesin la Sede Apostlica de que Cromwell y el Rey le
hacan u n nuevo crimen. s t e , al saber la respuesta que el Obispo haba dado, exclam:
Lo que es el birrete de cardenal tendr que llevarlo sobre las espaldas, porque voy
dejarle sin cabeza donde ponerlo.
La muerte de Fisher, resuelta ya por el R e y , haba de ser decretada por el Parlamento.
Pero era menester que no se reprodujese la escena que tuvo lugar en el jurado al tratarse de
los priores. Datos positivos en que apoyar una sentencia de muerte el Parlamento no los t e na. Se acudi un recurso que es un testimonio ms de lo prfida que era la poltica de Enrique.
Fingiendo buena amistad con Fisher constituyse en la Torre el procurador general Rich.
Presentndosele con aspecto jovial y dirigindole frases de confianza, empez por decirle que
el Rey se senta intranquilo desde que se proclam su soberana religiosa y que l iba all para
conocer, ofrecindole la mayor reserva, el modo de sentir del Obispo respecto al particular,
asegurndole que poda expresarse con la mayor libertad, pues la conversacin quedara slo
entre los dos.
Hablad, milord, hablad, prosigui dicindole, sin temores de ninguna naturaleza: se
trata slo de que el Rey conozca vuestra opinin acerca el asunto: nadie sabr nada de vuestra confidencia: os lo juro (1).
Rich pareca hablar con una sinceridad t a l , que Fisher no tuvo inconveniente en exponer todo su pensamiento.
Ms de una vez, si no recuerdo m a l , dijo el Obispo con la mayor ingenuidad, me he
ocupado de.este asunto con Su. Majestad, y ya comprenderis que hoy, que me queda poco
tiempo de vida, no he de cambiar de lenguaje. Pienso hoy como pensaba ayer. Si el Rey se
ocupa algo de su salvacin, es menester que empiece por rechazar esta supremaca impa (2).
Obtenida esta respuesta Rich se retir.
Fisher fu citado comparecer ante el Parlamento el 14 de junio de 1535.
Queris reconocer, se le pregunta, el matrimonio del rey Enrique VIII con Ana de
Boleyn?
No, contesta el Obispo.
Tenis por incestuosa la unin de Enrique VIII con Catalina de Aragn, viuda del
prncipe Arturo?
No.
Queris prestar el juramento de supremaca? .
No.
Viejo obstinado, dice Roberto Southey, al consignar esta triple negativa.
Cristiano admirable! exclama M. Bruce, que era tambin protestante (3).
El Obispo fu trasladado la sala del tribunal, donde por comisin particular del Rey se
hallaban el duque de Sulfolk y otros seores.
(1)
(2)
(3)
Itiog. Brit.
luid., art. Fisher.
Archcologa, t. X X V , p. 08.
6<59
Se ley la acusacin. A Fisher se le acusaba de haber falsamente, maliciosamente, traidoramente, deseado, inventado, imaginado, ensayado (los trminos del b i l , dice un crtico,
son tan brbaros como su objeto) privar al Rey de sus reales atribuciones; es decir, de su ttulo y de su carcter de jefe supremo de la Iglesia. Este crimen, previsto por el estatuto, ha-
MAltA
AXTOXIETA
SENTENCIADA
l'OU
EL TltlIU X A l ,
HKV01.VC10XA1UO.
ba sido perpetrado, entre otros sitios, en la Torre el 7 de mayo, donde maliciosamente, traidoramente, falsamente, Fisher haba dicho:El Rey no es el jefe de la Iglesia (1).
En seguida se levanta Rich armaudo que tales blasfemias contra el Monarca l las h a ba odo.
Fisher no pens ni en justificarse ni en implorar gracia de parte de sus jueces. Se le conden ser decapitado.
Fisher fu conducido de nuevo su calabozo, donde se prepar para el martirio.
(1)
Tyller. p. :U.
660
El 22 de junio de 1535 se presenta Kingston en la celda del Obispo y le despierta. K i n g s ton no encuentra trminos para dar Fisher el triste anuncio.
Milord, le dice sin poder apenas sacarse las palabras de la boca; sois ya m u y anciano,
estis enfermo, achacoso, y u n da ms menos... Milord, el deseo de Su Majestad es que
esta maana...
Gracias, dijo Fisher con rostro jovial, os comprendo. Y qu hora?
A las n u e v e , milord; aadi tristemente Kingston.
Qu hora es?
Acaban de dar las cinco.
Las cinco? Me quedan todava dos horas buenas para dormir; dejadme descansar.
E l gusto del Rey, milord, sera que no hablaseis largo tiempo al pblico.
Est bien: dejar contento Su Majestad.
Y Fisher volvi acostarse tranquilamente, durmiendo con el apacible sueo de un nio.
A las siete se levant y pidi Kingston que' le hiciese traer las prendas menos viejas de
su vestido que encontrase en el cofre.
Y por qu? pregunta Kingston, admirado de la sangre fra de Fisher.
E s que voy celebrar unas bodas; hoy me caso con la m u e r t e , y en un da de fiesta
as, es menester que uno se adorne con lo mejor que tenga. A ver, Kingston, traedme la piel
con que me cubro el cuello. Este cuello mo Dios me lo ha dado y hoy voy volvrselo; es
menester que lo cuide bien.
El patbulo estaba ya preparado.
Fisher pidi u n Nuevo Testamento y se dirigi al lugar de la ejecucin. La distancia
que haba de recorrer era bastante larga.
Llegado al lugar del suplicio, entreg el libro uno de los guardias, y volvindose los
espectadores, exclam:
Muero por nuestra santa fe, rogad por m. Dios mo, yo os doy mi alma: Salvad al
Rey y su pueblo!
Fisher se arrodilla, con, voz clara entona el Te Deum, y pone la cabeza en la piedra designada al efecto.
La cabeza de Fisher estuvo expuesta en el puente de Londres por espacio de cinco das.
Aquel rostro venerable pareca guardar an la animacin de la vida; hubirase dicho que
aquellos labios iban hablar.
Enrique lleg temer que aquella boca se abriera para condenarle, y mand echar la cabeza en el Tmesis.
El tronco, luego de despojado por el verdugo, se dej hasta la noche en el lugar del suplicio, depositndose primero en el cementorio de All-Hallows Barhing, y despus en la capilla de San Pedro ad vincula en la Torre.
Cuntase que un da el Rey y Cromwell pasaron junto la tumba del mrtir, y al apercibirse de alguna gota de sangre, huyeron aterrados.
Orgulloso Enrique con su supremaca absoluta, figurbase ser una especie de divinidad.
Al frente de una Biblia escriba de su propio puo estas palabras en l a t i n :
Yo soy en mi reino lo que el alma al cuerpo, lo que el sol al mundo (1).
XLVIII.
Tomas Moro en la Torre.
Dejamos Tomas Moro en la Torre solo, sin su familia, la que tanto amaba, sin poder
abrazar su querida esposa y sus tres hijas, jvenes de alma sublime, de hermoso corazn,
(1)
in corpore
el sol in
mundo.
651
las que Moro mismo se haba encargado de educar, y de las cuales la mayor, Margarita, era
considerada por Erasmo como un modelo de virtud y de saber; sin su biblioteca, en la que se
deslizaba para l el tiempo tan agradablemente; en vez de su museo de cuadros de Holbein,
unas lbregas paredes; en lugar de su lindo jardn de Chelsea, una mazmorra, donde apenas llegaba la luz y el aire, teniendo que aprovechar por toda pluma unos carbones que haba en la chimenea y que l se entretena en aguzar frotndolos en la pared. Esta era la pluma con que escriba versculos de los salmos como los siguientes:
Dios mo, Vos me habis armado de un escudo de fuerza;
Ved cuan dulce es el Seor para los que le a m a n ;
Dorma y me he despertado porque el Seor me ha tomado en su guarda;
Yo he dicho: Quin me dar alas como de paloma para volar Vos, oh Seor?
Pasajes que l se dedica comentar con aquella alma tan llena de fe, con aquel corazn
tan ardiente de piedad.
Su hija Margarita, despus de tanto tiempo de no poder saber de su padre, va Londres,
visita ora Cramner, ora Cromwell; se presenta en la cmara real, suplica, insiste, llora,
se lamenta de que su querido padre se le tenga en la Torre como en un sepulcro sin poder
recibir siquiera una palabra de consuelo de su familia. Un mes pas Margarita llamando intilmente todas las puertas. Al n se le concede el poder comunicarse con sir Tomas, pero
bajo condicin de que le persuadir que preste el juramento, de que las cartas que ella le escriba sern ledas antes por el Rey y no podr hablarle sin estar en presencia de testigos.
Margarita accede todo.
Encamnase, pues, la Torre; va decirle que obispos, frailes, nobles, todos han jurado, que la nacin en masa autoriza con su silencio lo hecho por el Rey, que se trata de la
voluntad del Prncipe establecido por Dios en el puesto que ocupa, de un estatuto del P a r lamento, rgano legtimo de toda la nacin (1) y todo esto se lo dir con la elocuencia de las
lgrimas.
Efectivamente, Margarita, al llegar la Torre, despus de abrazar tiernamente su p a dre, le recuerda su antigua adhesin la persona del soberano, las distinciones que de su
parte haba sido objeto, y que es menester acatar sus rdenes. Que stas no se oponen la
ley de Dios de una manera clara y precisa. Margarita pretende probarlo aduciendo el ejemplo
de prelados, de hombres eminentes por su saber, de personas de reconocida piedad, dicindole que no es creble que todos hayan hecho traicin su conciencia; le hace presente que
de todo el episcopado slo Fisher ha respondido con una negativa, y que la opinin pblica,
al negarse jurar, le acusa de obstinado y temerario.
Margarita representaba para l la familia, la ternura, la piedad, hasta el talento. Es verdad que en esta ocasin en Margarita el amor parece sobreponerse al deber; pero tngase en
cuenta que ante una apostasa universal de personas de fe y de piedad hasta entonces i n t a chable se concibe que la joven creyese que la cuestin no era clara y que poda salvar al padre sin perder al cristiano; no se olvide que la hija de Tomas Moro estaba dominada por el
sentimiento de la piedad filial hasta el punto de que en este terreno la pasin de la hija llegase ofuscar la inteligencia de la creyente.
Moro contest que nadie ms respetuoso que l ante la majestad del soberano, siempre
que ste no se sobrepusiese la majestad divina; que no olvidaba nunca como subdito los beneficios recibidos del R e y ; pero que tampoco olvidaba como cristiano los inmensamente mayores que tena recibidos de Dios.
Es en un libro mismo de Su Majestad el escrito contra Lutero donde encuentro
proclamado el origen divino de la supremaca de la Santa Sede, supremaca que veo la ensean los Padres de la Iglesia desde san Ignacio, discpulo del evangelista san J u a n , hasta los
doctores de nuestros das. He hecho minuciosas investigaciones; en ninguna parte encuentro
(1)
Rurlhiirt,
652
un ligero apoyo para la opinin contraria, y por consiguiente me faltara una base en qu
fundar mi proceder y tranquilizar mi conciencia. Es innegable que el primado de la Iglesia
romana tiene en su favor el consentimiento de la cristiandad toda entera, que est sancionado
por el testimonio de todos los siglos. Si la cristiandad no forma ms que un cuerpo cmo un
miembro puede insurreccionarse contra el cuerpo todo? Se me dice que hombres ilustres han
jurado: esto no prueba sino que entre las personas instruidas las hay tambin que prescinden de su deber.
Pero, padre mo, insiste diciendo Margarita; ac abajo uno no hace siempre lo que
se propone; podrais cambiar de modo de ver, y haga Dios que esto no sea demasiado tarde.
Dios me libre, contest el prisionero. Tengo puesta mi confianza en JESUCRISTO y no
permitir que yo sucumba. Y si yo fuera dbil hasta prestar el juramento, en mi defeccin
me mirara con ojos de misericordia y hara que volviese levantarme como san Pedro. Pero
Dios no me abandonar. Valor, Margarita, no te aflijas por lo que pueda sucederme en el
mundo; que se haga la voluntad de Dios (1).
Pero no sabis, padre mo, que el Parlamento est reunido, y que sus individuos estn
todos placer del Rey? No temis atraeros la persecucin ms terrible?
Si tal sucede, mi conciencia estar tranquila, porque no habr hecho traicin mi deber de cristiano y de hombre de bien.
Cuando esto pasaba Fisher no haba muerto an.
Margarita encuentra Audley que le dice:
Vuestro padre es muy tenaz: Fisher proceda como l, pero al fin ha entrado en razn
y presta el juramento.
Estis seguro de ello, milord? pregunta con ansiedad Margarita.
Si estoy seguro, me decs? Y no lo he de estar? Actualmente Fisher se encuentra
con el Rey.
Margarita ya no quiere saber ms. Se encamina hacia el calabozo de su padre, segura
que esta vez ya no ha de resistirse. Fisher era el nico que segua su conducta; al saber que
Fisher ha cedido, se dice ella, se espantar de su soledad.
Margarita entra en el calabozo gritando:
Milord de Rochester ha prestado el juramento.
No digas esto, hija m a , contesta Moro asombrado; esto es imposible.
E s milord el Canciller quien acaba de decrmelo.
Djame, Margarita; djame, fe repito; t ests loca, exclam sir Tomas no ocultando
su disgusto.
Margarita no se desalent por esto. Lo que no podan las palabras lo ensay por medio de
aquellas cartas admirables cuyo latin tena maravillados los. humanistas de la poca. El
hroe le suplic que no insistiese ms.
Ten en cuenta, le escriba el heroico mrtir, que de todo lo que puede sucederme nada
temo ms que ver mi hija, cuyo modo de ver tengo en tanto aprecio, tratando que yo haga
traicin mi conciencia.
La joven, ntimamente persuadida de lo mucho que vale tan firme resolucin, le escribe
su vez diciendo:
Tenis razn, padre mo, me someto los sentimientos que expresan vuestra santa carta,
intrprete fiel de vuestro corazn, y me regocijo en vuestro triunfo.
La carta empapada en lgrimas termina as:
Vuestra m u y afectuosa y muy obediente hija, Margarita Roper, que no cesa de rogar
por vos y que nada deseara tanto en este mundo como ocupar el puesto de John Wood. Este
John Wood era un buen muchacho que se haba adherido sir Tomas, que no se separaba
nunca de su lado y que le serva barrindole el calabozo y hacindole la cama.
(1)
Rudhart.
653
El combate del hombre de fe contra las pruebas del amor de familia no haba an terminado. Donde acaba la hija empieza la esposa.
Moro estaba casado en segundas nupcias con la hija de Coito de N e w h a l l , que no era ni
joven, ni agraciada (1). Distaba mucho de tener ni el talento ni la imaginacin de Margarita; pero era una esposa excelente, cuidadosa de su casa, intachable en sus deberes, y de
magnfico corazn. Cuando fueron confiscados los bienes de sir Tomas, Alice, que as se
llamaba, vende hasta sus vestidos para atender las necesidades de su esposo encerrado en
la Torre.
Alice se le presenta, pues; no le habla el lenguaje del talento ni tampoco el de la elocuencia ; se limita exponer lo que le dicta el corazn con una espontaneidad que da conocer su carcter. Sin andarse en rodeos empieza por decirle:
Y bien que sacis de estar aqu? Un hombre como vos aqu? Vamos esto es ser loco.
Estis aqu en compaa de los ratones, mientras que podrais estar en la corte, y esto con
slo hacer lo que hacen todos los obispos, todos los sabios de la nacin. Pero es posible?
Moro la dej hablar, y cuando hubo concluido, djole con acento calmado :
M i querida esposa, voy haceros una pregunta: quisiera que me dijeseis si este calabozo est ms lejos del cielo que nuestra casa de Chelsea.
Siempre las mismas salidas, exclama Alice contrariada.
No hay de que incomodarse; responded.
Dios mo! Es posible que tomis las cosas as?
Pero, por Dios; prosigui diciendo el encarcelado, si habis de reconocer que mi casa
de Chelsea no est ms cerca del cielo que la Torre de Londres, no comprendo qu necesidad hay de cambiar de habitacin. Vamos, otra pegunta: Cuntos aos creis que aun me'
quedan de vida?
A lo menos veinte.
P u e s , ved ah cmo no sabis calcular. Supongamos ciento; ya veis que no sera buen
negociante el que cambiara la eternidad por un siglo.
Lady Moro volvi un da y otro da la Torre regaar su marido; pero sin dejar ni un
momento de prodigarle los cuidados ms afectuosos.
Le esperaban sir Tomas visitas de otro gnero.
Se le presenta Cromwell con el attorney y dos doctores en derecho, y le dice:
Conoceris, sir Tomas, la sancin dada por el Parlamento al bil que reconoce al Rey
por jefe de la Iglesia. Su Majestad quisiera saber vuestra opinin sobre un acto de tanta importancia.
No estoy preparado para esta pregunta, milord, contest el preso; actualmente no me
creo en aptitud de entablar una discusin acerca de los derechos respectivos del Papa y del
Rey. Lo que puedo deciros es que he sido, soy y ser siempre un subdito fiel de Su Majestad ; que ruego todos los das por mi Prncipe, por su familia, por sus consejeros y por el
Estado. No disputemos, creedme.
Pero Su Majestad, repone el secretario, no podr estar m u y satisfecho de semejante
respuesta; deseara que fueseis franco: vamos, explicaos con toda claridad. Sabis que el
Rey es un prncipe dulce y clemente, y q u e , aunque ofendido por uno de sus subditos, est
pronto perdonarle la menor seal de arrepentimiento. El Rey est dispuesto, os lo aseguro, concederos su gracia y hacer que entris nuevamente en el gran m u n d o , del que
vos sois u n ornamento.
E l gran mundo! exclam Moro; ni siquiera me ocupo de l. Ah veis, aadi mostrndole su Crucifijo; tengo la vista los sufrimientos de JESUCRISTO, mi ejemplo y mi m o delo. Me preparo dejar esta vida: tal es mi nico pensamiento.
Cuidado, seor m o ; esto es ya obstinacin. E n la crcel sois tambin subdito del Rey
(t)
nec mella.
Erasm. Ep.
634
y el Prncipe tiene derecho exigiros una sumisin completa y absoluta sus rdenes y
las de su Parlamento. Esta obstinacin vuestra puede castigarla con todo el rigor de las ley e s ; vuestro ejemplo es propsito para alentar la revuelta.
Si rogar por el Rey, por su familia, por el Estado; no decir mal de nadie, no pensar
mal de nadie, no hacer mal nadie, sino desear bien todo el mundo no puede proporcionarme larga vida, entonces fuerza ser que me disponga morir, y estoy resignado ello.
Ms de una vez', desde que me hallo en la Torre, he credo que no me quedaba sino una hora
de vida: esto me aflige poco: mi pobre cuerpo est la disposicin del Rey (1).
Para aterrarle, se orden que los tres priores, al ir al patbulo, pasasen junto las ventanas
de Tomas Moro. s t e , extenuado por las privaciones, sin poder tenerse en pi, sino apoyado
en un bastn, al pasar los tres mrtires hallbase con su hija Margarita. Al apercibirse .del ruido
de la comitiva, del relinchar de los caballos, se acerca la ventana, y al travs de las verjas
contempla las tres vctimas, y dice tomando la mano de su hija:
Ves que placer irradia en el rostro de estos tres Padres! Dios ha querido recompensar
una existencia de abnegacin y de sacrificios; no quiere que permanezcan por ms tiempo
en este valle de lgrimas, y les llama s para darles la corona de la eternidad. Qu dichosos
son ! Tu pobre padre no es digno de tan gran dicha!
i\_pnas terminada la ejecucin, Cromwell se encamin ver al preso, seguro de que le
encontrara hondamente afectado. Sir Tomas se le present jovial como nunca. Cromwell conoci que por entonces era intil toda tentativa.
Poco despus el secretario volvi la carga; pero esta vez fu acompaado de Cramner,
del duque de Norfolk y del conde de Wiltshire.
El encargado de llevar la palabra es tambin Cromwell.
Su Majestad, sir Tomas, no est contento de vos, y tiene razn, porque vos le causis
mucho dao. Tened en cuenta, pues, vuestros deberes de subdito, y responded los lores
que nos escuchan:En nombre del Rey os preguntamos si queris reconocerle por jefe supremo de la Iglesia, si persists en vuestra malicia, rehusndole este ttulo.
Malicia? contest el preso; oh, no, malicia no la hay en mi corazn. Todo mi pesar
est en que Su Majestad me juzga m a l , y vos tambin, milord; pero vendr da, y esta esperanza me conforta, en que delante de Dios y de sus santos se manifestar mi inocencia. El
Seor me oye y sabe que, an cuando el Rey me someta los golpes de su clera, no le he
de querer ningn m a l ; se puede perder la cabeza sin perder el honor. No abrigo resentimiento
alguno contra el R e y ; despus de Dios, el Rey es quien reverencio ms en el mundo.
J u r a d , p u e s , que en todo lo que respecta la persona del Rey, responderis como leal
y verdico subdito.
H e contrado con mi conciencia el compromiso de abstenerme de jurar.
Pero rehusaris decirnos primeramente si habis ledo el estatuto acerca la supremaca?
Lo he ledo.
Nos diris, en segundo lugar, si el estatuto os parece legal?
No puedo contestaros.
Los consejeros se retiraron ordenando Kingston que ejerciera con el preso la vigilancia
ms rigurosa.
Pocos hroes se encuentran en la historia que hayan sostenido una prueba ms larga y ms
constante. Solo, en presencia de toda una nacin, conjurndose para que cediera una familia
la cual idolatraba, unos poderes pblicos los que tena el mayor respeto, la amistad, en
n ; y teniendo que sostener contra tantos elementos, no la lucha de un da, sino de largos
meses, y sin embargo, siempre el mismo valor, la misma entereza.
Todas las semanas reciba visitas de amigos suyos, de compaeros en los altos cargos
(1)
Rudhart.
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que desempe durante su honrosa carrera. Todos reprobaban su modo de proceder acusndole de tenacidad. Uno de ellos le estaba un da importunando. Moro deseaba cortar la conversacin , y no encontrando salida ms cmoda, acab por decirle:
B i e n , bien; con vos el disimulo no conducira nada. Veo que leis en lo ms recndito de mi alma. No debo ocultaros que estoy resuelto cambiar de opinin.
Al oir esta frase el interlocutor de sir Tomas tuvo prisa en salirse de la Torre para ponerlo en conocimiento del Rey, dicindole que, al fin, Moro estaba resuelto ponerse disposicin del Prncipe.
El Rey contest:
Volved inmediatamente ver sir Tomas y decidle que estoy muy contento de saber
que renuncia por fin sus culpables ideas y que se somete mis disposiciones; pero aadidle
que exijo de l que consigne en un escrito firmado de su mano la resolucin que ha tomado
de prestar el juramento.
El amigo de sir Tomas vuelve al calabozo dicindole que ha confiado al Rey lo que l
haba dicho.
Y qu tena que ver el Rey con lo que os he dicho yo? le pregunta.
Qu tena que ver decs? Yo he credo que vuestras palabras seran del agrado de Su
Majestad, como lo han sido en efecto.
Pero qu palabras mas?
Creo, haber entendido bien. No me habis dicho que estabais resuelto cambiar de
opinin?
Es verdad, pero cuando iba deciros en qu, vos os habis marchado sin escucharme.
Con un poco ms de paciencia por vuestra parte, habrais sabido que yo no me refera al j u ramento.
Pues que os referais?
Voy decroslo; mi cambio de parecer consiste en que primero haba proyectado ir
afeitado al suplicio, y ahora he resuelto ir con barba.
E n este cuadro falta todava la siniestra figura de R i c b , que ha de representar con Moro
el prfido papel que ya represent con Fisher.
Se constituye en el calabozo acompaado de Ricardo Southwell y de Palmer. Trabajaba sir Tomas en su obra favorita, en su comentario sobre la pasin de CRISTO, que quera
legar sus hijos como recuerdo. Al entrar el procurador general hallbase comentando aquel
pasaje:Y echaron mano sobre JESS.
R i c h , presentndose como amigo, reproduce la escena que haba pasado anteriormente en
el calabozo de Fisher, y le acompaa hacia la ventana de la celda, haciendo seal los suyos
para que recojan atentamente una por una las palabras que salgan de la boca del preso.
S bien, empieza por decir maosamente R i c h , que vos, sir Tomas, sois tan prudente
como sabio; todo el mundo os reconoce como u n gran legista, como un perfecto conocedor de
la ley cannica; me atrevera, pues, hacer una pregunta, que os suplico resolvis. Decidme : si el Parlamento obligaba por una ley al reino reconocerme m por R e y , me reconocerais este carcter?
Sin duda que s , contest Moro sin vacilar.
Pues bien, prosigui Rich; si el Parlamento obligase por una ley al reino reconocerme m por papa, me reconocerais este carcter.
Esto es ya otra cosa, respondi sir Tomas; en el primer caso el Parlamento tiene el
poder legislativo de regular la condicin temporal del subdito. Antes de contestar la s e gunda pregunta, yo mi vez os pregunto: decidme, si el Parlamento obligase por una ley
al reino jurar que Dios no es Dios lo jurarais, seor mo?
N o , responde Rich con tono algo acre; no h a y Parlamento alguno en el mundo que
piense hacer ni pueda hacer una ley semejante.
6S6
XLIX.
Ejecucin de Tomas Moro.
El 1." de junio de 1535 Moro se present ante el tribunal, que estaba constituido en
Wetsminster-Hall.
Quince meses haca que sir Tomas se hallaba preso en la Torre; en aquel largo perodo de
continuas privaciones se haba demacrado su cuerpo, su rostro estaba plido, y pesar de que
apenas poda sostenerse, se le oblig andar pi la larga distancia que separaba la Torre
del lugar en que se reuna el tribunal.
Sir Tomas traa sobre sus espaldas una capa rada, iba atado como si se tratase de un asesino, apoyndose en su bastn; pero sin que su semblante hubiese perdido nada de su m a jestad. Moro caminaba con la frente erguida, ms satisfecho que cuando fu tomar posesin de su puesto de gran Canciller.
Al atravesar las calles llenas de numeroso gento, hombres del populacho le-injuriaban,
le dirigan acusaciones las ms odiosas, complacanse en hacer caer sobre l un diluvio de
eptetos los ms insultantes. Moro segua su camino sin hacer caso de los denuestos de
aquella plebe.
Llega, por fin, al sitio del tribunal.
El proceso de Tomas Moro es uno d los hechos de la historia que revisten un inters ms
dramtico. Sir Tomas manifest ser un grande hombre en el hogar, en los altos destinos, en
la crcel; pero al presentarse como acusado en aquel tribunal donde l como gran Canciller
haba obtenido entusiastas ovaciones, al colocarse en el banquillo de los reos en presencia de
aquellos jueces que se sentaban en sitiales ricamente bordados, al comparecer ante sir Tomas
Audley, ante el duque de Norfolk, ante sir Ricardo Leicester, que eran sus jueces y que antes se haban honrado con ser sus comensales en Chelsea, la figura de-sir Tomas se agiganta.
Saba bien que se trataba de nada menos que de una sentencia de muerte, y sin embargo ni
por un momento pierde su habitual serenidad, su completo dominio de s mismo; habla con la
misma lucidez que si estuviera en el Parlamento, discute con igual fuerza de raciocinio que
si se hallara en el saln de una academia.
El relator empieza por dar lectura al acta de acusacin. Era un documento elaborado con
mucho arte en que los cargos se deslizaban entre u n diluvio de frases, de reticencias, de inducciones en que resaltaba toda la malignidad del talento de los que. lo haban redactado. De
aquel torrente de palabras se desprendan dos hechos concretos: 1.: sir Tomas Moro se haba
negado prestar juramento la supremaca espiritual del rey de Inglaterra; 2.: desobedeca
con pertinacia las rdenes del soberano. La acusacin se basaba en cartas que se supona escritas Fisher, y sobre todo en una alusin al juramento en que Moro, como Fisher, lo comparaba una espada de dos filos que mataba la vez el alma y el cuerpo, y por ltimo en
su conversacin con Rich. En su consecuencia, .sir Tomas Moro era reo del crimen de alta
traicin y como tal deba ser juzgado.
Despus de la lectura del indictmenl, el lord Canciller se levanta y dice al preso:
Acabis de oir de que se os acusa; veis cuan culpables son los hechos que se han citado;
pero la bondad del Rey es tan grande, que os perdonar, as lo esperamos, vuestra injusta
tenacidad, con tal que vos queris entrar en razn (1).
(1)
f).'7
Moro se levanta su vez sostenindose sobre su bastn, y dice con la mayor calma:
Nobles lores: os agradezco el vivo inters que me manifestis; pero pido Dios me baga
la gracia de perseverar hasta la muerte en mi resolucin.
Luego prosigue:
El acta de acusacin que se me acaba de leer es tan difusa, son tan numerosos los cargos que en ella se me hacen, que temo no tener ni bastante fuerza, ni bastante memoria para
responder sin olvidar nada, puesto que mi inteligencia, como mi cuerpo, han sufrido mucho
en la crcel.
Se advirti que sus piernas vacilaban, y se le orden que se sentase.
El primer delito de que se me acusa, continu diciendo, es el de haber desaprobado el
matrimonio del Rey con lady Boleyn; admito este cargo: s ; yo dije Su Majestad lo que mi
conciencia me inspiraba, y no veo que lo que pueda desprenderse de esta franqueza ma sea
un crimen de traicin. Enrique me mand, bajo mi juramento de lealtad, que le diese mi opinin acerca tan grave asunto; yo lo hice: hablar con sinceridad era un deber; disimular mi
pensamiento hubiera sido una mala accin. Se pretende que yo ofend al prncipe hablndole
con la ingenuidad de un corazn sincero? Es falta que he expiado con la prdida de mi posicin , de mis bienes; que la vengo expiando con quince meses de un duro cautiverio.
El segundo cargo que contra m se levanta, es que yo me he resistido dos veces r e s ponder ante los consejeros de la corona esta pregunta: El Rey es no el jefe supremo de
la Iglesia en Inglaterra? Contest que m, laico, no me competa decidir si era no justa
la le}- que confera este ttulo al Soberano; que lo que yo deseaba era ocuparme en meditar
la pasin de CHISTO preparndome salir de este mundo; que no existe ley que haga del s i lencio un crimen, y que no hay sino Dios que pueda escudriar el secreto de los corazones.
Hales, el attorney general, le interrumpe diciendo:
Cuando no pudiramos imputaros ninguna palabra, ningn acto culpable, tendramos el
derecho de acriminar vuestro silencio, seal manifiesta de vuestra mala voluntad, puesto que
un subdito fiel no debe resistirse responder cuando se le interroga en nombre de la ley.
E l deber de un subdito fiel, responde el acusado, por ventara no es obedecer Dios
antes que los hombres; preferir su salvacin eterna las exigencias de este mundo, m a yormente cuando el atemperarse lo que su conciencia reclama no ha de producir la menor
6F!8
(1)
TUidhart, p. 102.
659
.2.
Sir Tomas Moro es culpable de desobediencia al estatuto del Parlarnento que ha
conferido esta dignidad Enrique nuestro amo y seor?
El jurado se reuni para deliberar.
Apenas transcurrido un cuarto de hora, vuelven entrar en la sala del tribunal los individuos del jurado y ocupan nuevamente sus asientos.'
El gran Canciller, dirigindose al presidente, le pregunta con acento solemne:
E l acusado es culpable?
El presidente aplica su mano derecha sobre el corazn, y responde:
/ Cfuilty, culpable!
Audley se levanta para formular la sentencia; pero el acusado le detiene diciendo:
Milord, cuando yo ocupaba vuestro puesto, era costumbre preguntar al reo si tena algo
que objetar contra la aplicacin de la ley (1).
Qu tenis que decir? pregunta turbado el Canciller.
Ya Tomas Moro no es el acusado que defiende su causa; es el mrtir que proclama solem- .
nemente la dignidad de su conciencia de catlico. Una sentencia de muerte pareca, que deba
dejarle aplastado, confuso; no obstante nunca Moro manifest mayor grandeza de alma.
Milores, dice, el acto del Parlamento, en virtud del cual he sido condenado, es contrario la ley de Dios y de la santa Iglesia. La Iglesia no reconoce por seor ningn prncipe
temporal; no acepta por cabeza sino al soberano que reina en Roma, y al cual JESUCRISTO
transmiti su poder en. la persona de san Pedro y de los sucesores del Apstol. Aado que el
Parlamento de la nacin, que no es sino una pequea parte de la gran repblica cristiana, no
tiene derecho hacer una ley que viole la constitucin de la Iglesia universal, de la misma
manera que Londres, que no es sino un miembro en relacin todo el cuerpo del Estado, no
podra votar un estatuto que estuviese en oposicin un acto del Parlamento que ligara la
nacin entera. Por otra parte, vuestra ley es un atentado contra las libertades, contra los estatutos del reino; contra la Carta Magna en que estn escritas, entre otras, estas palabras:
La Iglesia de Inglaterra es libre; tiene sus derechos, sus franquicias que nosotros declaramos inviolables. El estatuto, pues, es contrario al juramento que Su Majestad y sus antecesores prestaron el da de su consagracin, y la Inglaterra, al rehusar obedecer, la Santa
Sede, es tan culpable como el hijo que rehusa obedecer su. padre.
a
El lord Canciller estaba buscando una respuesta que no poda encontrar. Se dirige al
lord jefe de justicia preguntndole su opinin sobre el procedimiento que se ha seguido. ste
responde:
' Por san Gllian! Si el acto del Parlamento es legal el procedimiento seguido es suficiente de sobras.
Lo os? exclama entonces el Canciller, habis entendido lo que acaba de decir el
gran juez? Y repite como Caifas: Quid a&liuc desideramus testimonium? Reus est mortis.
El Canciller pronuncia la sentencia. Es un modelo de barbarie que excede los que se
cometan en los perodos ms degradados de la historia.
Sir Tomas ser conducido de Wetsminster-Hall la Torre por Willian Kingston; desde
la Torre se le arrastrar hacia la Cit, hasta llegar T y b u r n , donde ser ahorcado, y medio
muerto descolgado de la horca para que se le abra el vientre; sus entraas sern echadas al
fuego; su cuerpo se dividir en cuatro partes que se colocarn respectivamente en cada una
de las cuatro puertas principales de la ciudad, y su cabeza ser expuesta sobre el puente de
Londres.
Esta sentencia que slo al leerla nos horroriza, el hroe la escuch sin pestaear, sin que
su semblante perdiese su color natural, sin afectarse en lo ms mnimo. Muy lejos de esto,
apenas el Canciller hubo terminado la lectura, el mrtir sonri ligeramente y exclam:
E s t bien!
(1)
600
Rudhart, p. 411.
661
Moro oa el Sub tuum jprcssiclium que rezaba el catedrtico al terminar la clase! Al pasar el
atleta de CRISTO dirase que las piedras de aquel edificio se levantaban como una imponente
visin y animndose tomaban una voz para decirle: Adis, adis! Ya no nos veremos ms (1)!
Al entrar de nuevo en la Torre, Kingston que estaba lleno de admiracin bacia aquel
grande hombre, le tom respetuosamente la mano y se la bes.
Poco despus Moro volva tomar su carbn y escriba las siguientes mximas:
Quin querra salvarse al precio de desagradar Dios?
A qu temer para maana lo que inevitablemente ha de venir dentro algunos das?
Si te encontraste con JESS en las bodas del Cana de Galilea, no vaciles en acompaarle al pretorio de Piltos.
Cuatro das pas an en la crcel aguardando su hora postrera. La vspera de su muerte
pidi tinta y pluma para escribir su familia. Haba orden de no drsela. No obstante pudo
encontrar un pedazo de papel y con su carbn escribi su ltima carta, en que se revela aquel
corazn que piensa en todos, en su esposa, en sus hijas, en sus yernos, en sus servidores,
en sus amigos; que implora para todos las bendiciones celestiales. Moro, sin que se le haya
anunciado, prev que morir el da siguiente y lo desea.Sentira que an maana tuviese
que volver afligiros, escribe su familia. A qu este deseo que l expres con esta frase:
Yo quisiera en un da tal hacer mi viaje la eternidad? Es que era el da de la traslacin de las reliquias de santo Tomas de Cantorbery, era la octava de la festividad de san P e dro. Sir Tomas mora como Tomas de Cantorbery, mrtir de su fe; mora por defender los
derechos del sucesor de san Pedro; h aqu por qu le gustaba volar su Dios cu-ando se celebraban aquellas dos festividades.
El 6 de julio de 1 5 3 5 , Moro recibi la visita de sir Tomas Pope, que se present en la
crcel muy de madrugada.
Pope era un antiguo amigo de sir Tomas. E n los das de su fortuna, Pope visitaba poco
su amigo; pero cuando en la Torre, en aquel encierro se haba hecho el vaco, cuando no iba
apenas sino su familia, cuando los comensales de Chelsea huan del contacto del condenado
muerte, Pope se constituye all para estrechar la mano del mrtir y proporcionarle los postreros consuelos de la amistad.
Pope le advierte que aquel es el da de la sentencia y que tiene el encargo del Rey de
manifestrselo fin de que pueda prepararse. Moro, lejos de afectarse, dice:
Gracias, Pope, por la buena noticia que me trais. Su Majestad ha sido frecuentemente m u y bueno conmigo; pero nunca tanto como hoy, que se digna anunciarme mi prximo fin para que me prepare una buena muerte. No dejar de rogar por Su Majestad aqu
y en otro mundo mejor (2).
Deseara Su Majestad, aade Pope, que en la hora de la ejecucin no dirigierais un
largo discurso al pueblo.
Hacis bien e advertirme la voluntad del Rey, porque pensaba decir algo: obedecer.
Pero ved, mi buen Pope, de interceder acerca de Su Majestad para que mi familia pueda encargarse de mi entierro.
S u Majestad, responde Pope, ya ha ordenado que se permita asistir l vuestra esposa, vuestros hijos y vuestros yernos.
Estoy satisfecho de la solicitud de Su Majestad.
Ademas me encarga os manifieste que, teniendo en cuenta los altos destinos que habis, desempeado, se digna conmutar la pena de ejecucin: en vez de morir en la horca, seris decapitado.
Muchas gracias, contest Moro con su inalterable jovialidad; pero que Dios preserve
mis hijos y mis amigos de estos favores del Rey.
(1)
(2)
Rudhart, p. 418.
p. 100.
662
Al estrecharse la mano los dos amigos por la vez postrera, Pope rompi llorar.
Vamos, mi buen Pope, le dijo Moro; nada de lgrimas, volveremos encontrarnos un
da, y al vernos de nuevo sentiremos la dicha de no tener que separarnos mas.
Moro, como todos los mrtires, acab por considerar el cadalso como un objeto de veneracin , por amar al verdugo mirndole como el ministro que haba de contribuir la unin
de su alma con Dios en el himeneo de la muerte. Al ir al suplicio quiso .ponerse una capa de
bastante valor que Bonvisius le haba regalado. Kingston le disuadi diciendo que sera una
viva lstima que aquella pieza tuviese que ir parar manos de un vil verdugo.
Vil verdugo! exclam Moro, un hombre que va prestarme el mayor servicio oh no!
Deseara que la capa fuese de seda y bordada de oro, y se la dara con el mayor gusto (1).
Dieron las nueve en el reloj de la Torre. Era la hora designada. El patbulo, que se haba
levantado durante la noche, estaba ya dispuesto.
Moro baja las escaleras de la crcel resignado, pero no abatido. Su jovialidad natural no
le abandon ni un momento.
El pblico al ver al condenado sinti una emocin dolorosa. Iba con la barba larga; resaltaba en aquel rostro excesivamente plido el brillar de aquellos ojos mirando al cielo, y
estrechaba contra su corazn el Crucifijo de madera encarnada que traa en su mano.
Al salir de la crcel, una mujer piadosa le present un vaso de vino para confortarle. Moro
se neg aceptarlo diciendo:
JESUCRISTO en el Calvario no bebi vino, sino vinagre. .
Otra mujer se acerc pedirle unos papeles que ella le present siendo gran Canciller.
Tened una hora de paciencia, buena mujer, le contest Moro, y Su Majestad me habr evitado m la molestia de daros estos papeles y vos la de recibirlos.
Otra le interpel por cierta sentencia que haba dado.
Lo recuerdo, lo recuerdo, contest Moro; hoy la dara de la misma manera y en los
mismos trminos.
Al llegar al sitio de la ejecucin pide uno de los ayudantes del verdugo que le d el
brazo para acompaarle subir, dicindole:
Perdonad, amigo; si en vez de subir- se tratase de bajar yo no cansara nadie.
Haba prometido no hablar al pueblo y .cumpli su palabra. Volvindose la muchedumbre que circua el cadalso se limit decir:
Rogad por m : muero siendo buen subdito y buen cristiano.
Dichas estas palabras se arrodilla y empieza rezar el Miserere. Luego se levanta, abraza
al verdugo, y le dice:
Vas hacerme, amigo mo, el obsequio ms grande que puedo recibir. Valor, pues;
mira que tengo el cuello algo corto; ver como te luces (2).
El verdugo iba vendarle los ojos. Moro toma la venda diciendo:
Ya lo har yo mismo.
Un momento despus la cabeza del mrtir rodaba por el suelo.
Comunicse al Rey la sentencia de la ejecucin en hora en que se hallaba sentado junto
Ana Boleyn. Enrique, echando sobre su concubina una mirada terrible, exclam:
L a culpa de la muerte de este hombre la tenis vos.
Y se retir llorar en su cuarto. Eran lgrimas de un remordimiento tardo, remordimiento que sofoc muy pronto su vergonzosa pasin hacia aquella sobre quien acababa de
echar la responsabilidad de su crimen.
La cabeza de Moro fu colocada en la punta de una pica y expuesta sobre el puente de
Londres.
(1)
(2)
6(53
Mas tarde Margarita pudo dar sepultura los restos de su padre, cuya ceremonia se 'Verific secretamente en la capilla de San Pedro de la Torre de Londres.
La Europa entera se sinti indignada contra aquella ejecucin, y ojos que no haban visto
nunca al gran Canciller se anegaron en lgrimas.
Erasmo tuvo valor suficiente para presentarse con su manto de filsofo y maldecir la m e moria del verdugo de sir Tomas.
E n Roma se declar pblicamente un luto general. Se trataba de un hombre, diceRossi,
que era la gloria y esplendor de Inglaterra.
Paul Jove, en un arrebato de justa indignacin, ech sobre la frente del matador el nombre de Phalaris, a u n q u e , dice Mackintosh, se buscara intilmente en la historia de aquel
tirano, ni en los anales de cualquier otro dspota real imaginario, una vctima que pueda
compararse Moro (1).
El cardenal Polo denuncia al mundo latino el asesinato del Canciller, por medio de fra'ses llenas de elocuencia. Apostrofa la Inglaterra diciendo:
...El hombre que fu tu gloria, tu dicha, tus ojos se Le ha conducido un cadalso;
y era inocente! Por su sangre era tu hijo, por su afeccin hacia t era t u padre. Hasta en
su heroica muerte tienes un testimonio de su amor paternal. Por t ha muerto; s , por t,
por no hacer traicin tus ms caros intereses. Muere consecuencia de un decreto inicuo
como Scrates, y de l se puede repetir la palabra de la antigua tragedia:Habis muerto,
atenienses, al ms sabio y ms virtuoso de los griegos.
Juan Cochleas, el ilustre telogo, habla del suplicio del Canciller, y dirigindose los
consejeros de E n r i q u e , quienes imputa este atentado, se expresa en los siguientes t r minos :
Le habis arrancado de los brazos de su esposa, de sus. hijos; le habis privado de la libertad primero, de la vida despus. A h ! No quiso aplaudir vuestros escndalos; he aqu
todo su crimen: su conciencia, el temor de Dios, la salvacin de su alma se oponan ello.
El gran Carlos V, al tener noticia de la ejecucin de Fisher y de Moro, exclam en presencia de lord Elliot, embajador de Inglaterra en la corte imperial.
Si en mis Estados yo poseyese dos lumbreras semejantes, antes permitira que fuese
asaltada mi capital que privarme de hombres como stos, y sobre todo que. tolerar que consejeros tan leales y prudentes muriesen de una muerte tan inicua.
La nica nacin de Europa que no llor la muerte de Fisher y la de Moro fu Inglaterra.
No es extrao: haba all una polica dispuesta delatar hasta las lgrimas.
La larga serie de crmenes inspirados por la ambicin de una mujer, favorecidos por consejeros sin fe y sin conciencia, consumados por un Rey sensual y sanguinario, haban de tener su expiacin.
Enrique VIII ya no era aquel hombre de figura arrogante, de aspecto majestuoso que
excitaba la admiracin en el principio de su reinado. Muy lejos de ello, sus agitaciones n timas se revelaban en su exterior, sus instintos sanguinarios impriman un carcter siniestro en su fisonoma inyectada de sangre; era su cuerpo una masa de carne en la que no se
disimulaban las huellas de una vida licenciosa; una lepra ftida iba extendindose por todos
sus miembros, y si poda ocultar los ojos sus llagas cancerosas, se perciba su hedor bastante distancia. A n a , que se sinti atrada la persona de Enrique por el brillo de una corona, experiment repulsin hacia l efecto del repugnante hedor de aquellas llagas? Catalina , ligada Enrique con lazos legtimos, lo hubiera vencido todo con la fuerza del amor y
del deber; en cuanto Ana ya era otra cosa.
Por otra parte, tampoco la Boleyn era aquella mujer de que se haba prendado E n r i q u e ;
no en vano se pasan noches y ms noches en el insomnio causado por el ruido de cabezas que
caen en u n cadalso; levant su trono de reina sobre un pedestal de cadveres; aquel vapor
(1)
M. Savagner. p. 358.
CG4
de*muerte no se respira mucho tiempo sin que un rostro de mujer acabe por perder todos sus
encantos.
Es innegable que en la Cmara real penetr primero el desvo, despus las' sospechas,
despus los celos, por fin hasta el odio.
El 1. de mayo de 1536, desde lo alto de un balcn Enrique y Ana presidan un torneo que
tuvo lugar en Greenwich. Fuera casual intencionadamente, la Reina le cay el pauelo.
Norris, uno de los caballeros que tomaban parte en la liza, se inclina, recoge el pauelo, se
enjuga con l el sudor y colocndolo en la punta de la lanza lo devuelve la Boleyn (1).
Al contemplar esta escena Enrique palidece, se levanta de improviso, y abandona aquel
sitio. El torneo se suspende.
El Rey se retira acompaado slo de una escolta de seis caballeros, entre los que estaba
Norris. Durante el camino el caballo de Enrique estuvo constantemente al lado de Norris,
quien el Monarca con tono severo pidi explicaciones acerca lo que haba pasado. E l gentilhombre protest que no haba tenido ms intencin que hacer un acto de pura cortesa con
la esposa de su seor. Junto la abada de Westminster, Norris es preso y conducido la
Torre, donde aquella noche entraron tambin Mark Smeaton y Francisco Weston (2). El vizconde de Rochford, hermano de A n a , haba sido tambin preso.
Lo que acababa de pasar afect hondamente Ana, que conoca de sobras hasta dnde
podan los celos conducir Enrique. La Boleyn not ya en su servidumbre cierto aspecto
extrao, cierta conmocin que le dio motivos para sospechar si habra ya cado en desgracia.
La alarma tom mayores proporciones al ver que al sentarse en la mesa no se present el mayordomo mayor hacerle el saludo de etiqueta.
Poco despus la favorita entr en una lancha donde la aguardaban el duque de Norfolk,
Audley y Cromwell, quienes le declararon que tenan la orden de ponerla presa. De qu se
la acusa? La culpable mujer que rompi la unin de Enrique y Catalina consagrada por veinte
aos de matrimonio, la que desterr la reina legtima para sentarse en su trono, la que
ech sobre la frente de la verdadera esposa de Enrique la degradante nota de incestuosa, y
dio el carcter de bastarda la hija legtima de los reyes de Inglaterra, la que al morir Catalina tuvo la desfachatez de presentarse en la corte ataviada con su traje de fiesta, acababa
de ser acusada por sostener relaciones adlteras con Brereton, Weston y Norris, gentiles
hombres de Cmara, con un msico llamado Smeaton, acriminndola ademas de incesto con
su hermano el vizconde de Rochford.
La barquilla deja Ana junto la puerta de los Traidores en la Torre, y tiene que subir
la escalera de piedra por la que antes haban subido Fisher y Tomas Moro.
Al llegar su calabozo Aua se echa de rodillas, j u n t a sus manos y exclama:
J E S S , tened piedad de m !
A este desahogo piadoso sigui un torrente de lgrimas, y poco despus Kingston y otro
dependientes de la crcel notaron en ella carcajadas que no podan ser hijas sino de excesos
de locura.
E n su encierro parecile oir la voz de Fisher y de Tomas Moro; por entre aquellas sombras crea percibir los espectros de la monja de K e n t , de los cartujos, de tantas vctimas sacrificadas por su causa.
Ana se dirige Kingston dicindole:
Pero por qu estoy aqu? Quiero saberlo; que se me diga pronto. Hablaba an con el
tono imperioso de una reina. Pronto se acord de que la Torre estaba ms lejos del trono que
del cadalso, y entonces, en un exceso de exaltacin nerviosa, se echaba gritar:
O h , Norris, t me acusas! Pues bien, ya ests conmigo en la Torre; morirs cornos
y o , y t tambin Mark.
7
(1)
(2)
(ifi
FEI.IPE
ir.UAI.DAI).
bre rechaz esta propuesta y protest ante Dios que estaba dispuesto sufrir mil muertes
antes que manchar la honra de Ana Boleyn.
El Rey, al tener noticia de esta contestacin, grit:
Que le ahorquen, que le ahorquen!
Mark confes el adulterio.
El 15 de mayo fu citada Ana Boleyn. Al comparecer ante el tribunal no la acompa
ni un abogado, ni un consejero, ni un amigo. Se adelanta hacia el sitio donde estaban los
jueces; entre stos ve al conde de Wiltshire, su padre.
El acta de acusacin consigna las relaciones ilcitas sostenidas por A n a ; se dice que ella
se ha vanagloriado de semejantes excesos, que cada uno de sus cmplices le ha hecho creer
que l era el amante preferido, cubriendo as de oprobio la hija del Rey, y que conspiraba,
en unin de sus favoritos, contra la existencia del soberano. Ana adltera, pues, era culpable
de un crimen de Estado en virtud del bil que declaraba reo de traicin todo aquel que por
escrito de obra atentase contra los derechos del Rey, de la Reina de sus descendientes.
La justicia providencial no poda manifestarse de una manera ms evidente. Tal vez la Boleyn
T.
II.
8'<
666
no haba sostenido las relaciones criminales de qne se la acusaba: pero tampoco su rival Catalina haba sido incestuosa y se la conden; sin duda Ana no conspiraba contra el Rey, pero
tampoco conspiraron ni los Cartujos, ni Fisher, ni Moro, y subieron al patbulo. Invocse
para condenar Ana el mismo estatuto que se haba hecho en su favor.
Parece que la acusada se defendi con energa; pero cada afirmacin suya el duque de
Norfolk, su to, presidente del tribunal, mova la cabeza en seal de incredulidad. La Boleyn
fu declarada culpable y se la conden morir en la hoguera.
Percy, que sostuvo relaciones con Ana cuando sta no se haba unido con el Rey, era
otro de los jueces instructores; mas apenas se present la Boleyn, Percy dej su puesto d i ciendo que se senta malo. Quien no se lee que dejase el suyo, ni que formulase la menor
protesta cuando su hija se la conden por adltera, fu el conde de Wiltshire.
Ana al oir la sentencia se levant para decir;
Milores; no acuso vuestra sentencia; vosotros sabis por qu me condenis. Que Dios os
perdone! Dios, que lee en el fondo de los corazones, sabe que jamas he hecho traicin mi
esposo. Y lo que digo aqu, milores, lo repetir en el cadalso. No creis que hable de esta
manera para evitar la muerte; desde que estoy en la crcel me he resignado morir.
Apenas hubo acabado de hablar, el presidente la invit que se desprendiera de las insignias reales. Ana obedeci la orden de su to, y en presencia del tribunal quitse su corona
y su manto de reina.
El Duque, su to, aadi que desde aquel momento quedaba degradada de su carcter de
princesa y de marquesa.
Ana inclina la frente sin responder, saluda sus jueces y se retira acompaada de lady
Kingston.
Enrique exigi que se anulase su matrimonio con A n a , alegando que l haba cohabitado
anteriormente con Mara, hermana de la Boleyn. Fu tambin el texto del Levtico lo que
se invoc esta vez contra la concubina, como se haba invocado antes contra la esposa.
Cramner declar la nulidad del matrimonio. Era una esposa legtima menos y una hija
bastarda ms (1).
Poco antes de su ejecucin la Boleyn llama lady Kingston y le pide si quiere recibir
un supremo encargo y sentarse u n momento para escuchar una moribunda. La esposa del
alcaide le contesta que donde estaba su reina ella no poda tomar asiento.
A h , seora, respondi, ya no soy reina'; no soy ms que una infeliz sentenciada.
Ana se arrodilla, y con frases entrecortadas por el llanto le dice:
I d encontrar Mara, echaos en mi nombre sus pies y con las manos juntas como
yo las tengo actualmente, decidle que le pido perdn de los malos tratamientos que le he
causado (2).
Antes de salir para el suplicio, Ana envi al Rey u n billete que deca:
Seor, os doy gracias por vuestros favores; de una mujer hicisteis una marquesa, de
una marquesa una reina y de una reina una mrtir.
El billete no lleg manos del Rey. Al traerlo palacio, Enrique estaba de rodillas los
pies de otra mujer, de Juana Seymour (3).
La tirana del Rey fu tan repugnante como sus sensualidades.
Muerto Moro, persigui su familia. Su viuda, Alice, fu arrojada de su hogar de Chelsea.
A Margarita Roper se la prendi y se la condujo los tribunales por delito de guardar en su
casa en una especie de relicario el crneo de su padre. John Moro, John Clemente, William
Roper fueron tambin presos.
Gardiner, que haba contribuido al cisma, se sinti impresionado ante la muerte de
(1)
(2)
(3)
667
Fisher y de Tomas Moro. Destrresele Alemania; all se decidi resueltamente por la causa
catlica. Aquella divisin, aquel caos doctrinal, el espritu de revuelta que encontr, especialmente en la Sajonia, le hizo comprender que no haba ms recurso que la unidad, tal
como la proclama el Catolicismo.
Al volver Londres, el Rey le orden que predicase en San Pablo. Gardiner obedeci.
Era la dominica primera de cuaresma. Al comentar el pasaje en que el Tentador dice JESUCRISTO que convierta las piedras en pan, Gardiner, con sorpresa de todo el auditorio, exclama:
Es Satans quien nos grita por boca de los novadores: echaos sobre esta piedra el ayuno,
echaos sobre esta piedra, la oracin, echaos sobre esta piedra la confesin, echaos sobre esta
piedra el culto de las imgenes. Sabedlo, la Reforma no va hacia adelante; va hacia atrs.
Al espirar Gardiner exclamaba:
Muero fuerte en la piadosa sencillez de los Cartujos, fuerte con el prodigioso saber del
obispo de Rochester, fuerte con la sabidura admirable de Tomas Moro.
El Prroco de la pequea iglesia de Chelsea quiso morir tambin por la fe, como el grande
hombre quien tanto admiraba.
L.
Persecucin contra los monasterios de Inglaterra.
Constituido el rey de Inglaterra en pontfice, procede nombrar su vicario. El nombramiento recay en el aventurero que se distingui por sus fechoras cuando estuvo las rdenes del duque de Borbon en Italia, en el tenedor de libros de una casa de comercio de
Venecia, en Cromwell, cuyo menor defecto era el no haber frecuentado una vez siquiera las
aulas de un seminario. Cromwell, pues, deba ser reconocido como definidor del dogma, como
rgano de la doctrina religiosa, como jefe y ordenador del culto pblico; desde entonces ya
el obispo, el prelado de cualquier clase no deba creerse tal por la gracia de Dios, sino por la
gracia del R e y ; pasaba ser un mero agente del poder pblico.
Cromwell se vali de este argumento: una de dos, la jurisdiccin eclesistica viene de
Dios, viene del Rey. Si la tienen de Dios, que los sacerdotes presenten sus credenciales
firmadas de manos del Seor; y si estos ttulos se han extraviado no han existido nunca,
entonces el Rey los reemplazar por otros, caso que se hayan perdido, los har nuevos en
el supuesto de que no hayan existido jamas.
El argumento Cramner le pareci incontestable; en su consecuencia, de acuerdo con el
Rey y con Cromwell, remite una circular al clero de los tres reinos, segn la cual E n r i que VIII suspende todos los ordinarios, dejndoles u n mes de tiempo para recoger del Rey
de sus agentes los nuevos ttulos y licencias. Cada uno de los obispos que acudi al poder
real en este concepto recibi su credencial con u n pergamino sellado con las armas reales en
el que se les autorizaba para la consagracin de los santos leos, para fallar las causas cannicas, conceder dispensas y cumplir los deberes de su oficio, puesto que el sacerdocio dejaba
de ser u n ministerio destinado la salvacin de las almas. El obispo era considerado como
un jefe de departamento y el sacerdote como un empleado municipal.
Cromwell propone al Rey la disolucin de los conventos, medida que permitir Su
Majestad, hacer frente al Emperador y cubrir con sus flotas al Mediterrneo y al Ocano (1).
Tena Cromwell gran prevencin contra los conventos, donde despus de tantas medidas
despticas aun se crea en el purgatorio, en la misa, en la invocacin de los santos y en el
culto de las imgenes.
Pero para proceder al despojo primero y la supresin despus de las casas religiosas hacase indispensable tomar ciertas medidas que pareciesen justificar el atentado.
(I)
B r u n c t , t. II, p. 32.
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Cromwell dispone una visita general para remediar males que supone existir en los conventos , fin de que la zizaa, dice, no acabe por abogar la buena semilla, fin de que la
rosa de Jeric no est faltada del roco celestial que necesita para su desarrollo.
Los visitadores escogidos al efecto fueron hechuras de Cromwell, personas de una honradez nada satisfactoria. Notse que estos visitadores pasaban de largo por las bibliotecas para
detenerse mucho en las sacristas; en vez de informarse del comportamiento de la comunidad, se entretenan en calcular el valor de las alhajas. Los visitadores concluan por manifestar
su verdadero objeto, que era el de que los bienes eclesisticos, muebles inmuebles, pasasen
poder del Prncipe, quien deba reconocerse nico propietario de ellos, como personificacin de la Iglesia. A los que se resistan se les formaba inmediatamente un proceso, del que
se desprenda siempre, bajo la declaracin de hombres perdidos que se tenan mano, que en
aquella casa religiosa no se llenaba la misin de la vida monstica.
El bil de supresin fu llevado al Parlamento el 4 de marzo de 1536. Se vacilaba en aprobarlo. Al saberlo Enrique orden que los diputados pasasen verle. Despus de haberles hecho aguardar largas horas, se present en la sala, pase silencioso dos tres veces por ella
clavando una mirada feroz en cada uno de los representantes. Enrique acab por decir:
S e dice que el bil no pasar; pues yo digo que pasar habr maana en mi reino algunas cabezas de menos.
Ante argumentos de tal naturaleza aquella Cmara se dejaba siempre convencer. El bil
efectivamente pas.
La resistencia que no haba de estallar en las capitales degradadas por los vicios, hubo de
estallar por fin en las montaas. Aquellos aldeanos adictos su antigua fe vean constituidos
en arbitros, no slo del poder civil, sino hasta del poder religioso, figuras tan repugnantes
como Rich, como Cromwell, ascendido arzobispo de. Cantorbery, es decir, la primera dignidad eclesistica de Inglaterra, un sacerdote casado, muertos en un patbulo los hombres
ms respetables de la nacin, saqueados los monasterios en donde en los das de miseria encontraban pan, en las enfermedades se les provea de medicinas, cuyas puertas se abran al
forastero como al indigente. Aquellos aldeanos protestan contra el proceder del Rey, el cual,
al tener noticia de su resistencia, les responde:
Cmo abrigis la presuncin vosotros, hombres del condado ms abyecto, ms ignor a n t e , ms salvaje del reino, imponer vuestro Prncipe la eleccin de sus consejeros y
de sus prelados, y queris, con desprecio de las leyes divinas y humanas, dictar condiciones
quien debis sumisin y obediencia, 'quien pertenece todo cuanto poseis; vida, tierra y
propiedades?
Estas palabras insolentes eran una nueva provocacin echada contra los nicos pueblos
que tenan aiin dignidad para defender las antiguas libertades del reino, para protestar contra aquel irritante despotismo.
La insurreccin tom proporciones. No se sublevan contra la persona del Prncipe ni la
institucin que l representa; muy al contrario, juran todos fidelidad Dios, al Rey, y al Estado; lo que quieren es que se atiendan las quejas que dirigen al glorioso Enrique por la supresin de los monasterios, el despojo de las casas religiosas, por poner los intereses cristianos en manos de obispos que no tratan de otra cosa que de extinguir la fe.
La proclama que los jefes dirigen al pueblo es una protesta contra aquella serie de tiranas.
Ya veris, dicen, ya veris como pronto no se os permitir casaros, ni recibir los sacramentos, sino consultando antes la voluntad del Rey. Esperad un poco y ya en Inglaterra no
habr ni iglesias ni monasterios. Vuestra causa es noble; es la causa de Dios y de sus santos (1).
.
Iban en desorden, mandados por Aske, hombre dotado de valor y de sangre fra, trayendo en su sombrero pintado un cliz con una hostia. No se les dio el nombre de ejrcito,
(1)
Herbcrt. p. 474.
669
(2)
670
No pudiendo ser habido, el Rey se veng con sus parientes, sus amigos, sus hermanos
y hasta con su anciana madre.
Enrique Courtney, marques de Exeter, y su esposa; sir Eduardo N e v i l , sir Godofredo
Polo y lord Mountague, hermanos del Cardenal; la condesa de Salisbury, su madre, todos fueron presos. Sus sentencias estaban decretadas de antemano por el mero hecho de hallarse
emparentados con el impugnador del divorcio.
Despus de un breve proceso se pronunci el fatal Quilly.
Nevil fu ejecutado con dos sacerdotes y un marinero, despus le toc su turno Mountague, Courtney, al marques de Exeter y uno de los consejeros de ste. Cul era su crimen? Polo lo ha dicho:El odio del tirano contra todo lo que personificaba la virtud y la
nobleza (1).
Faltaba an la Condesa. Se quiso recabar de ella una palabra, un gesto, una insinuacin
en qu fundar el fallo. No fu posible; no es una mujer, es un hombre, dijeron sus i n quisidores al ver que no era posible envolverla en ninguno de los lazos que le tendieron valindose de insidiosos interrogatorios.
Cromwell consulta los jueces si cuando en una causa de traicin no existen ni declaraciones ni datos positivos de ninguna clase se puede dictar u n fallo sobre u n delito de traicin.
A Cromwell le contestan que, tratndose de un tribunal inferior, la sentencia sera una monstruosa ilegalidad; pero que podra aplicarla, por medio de un bil de aUainder, el Parlamento
como tribunal supremo.
Al da siguiente el Parlamento se rene y formula este bil contra la madre del Carden a l , contra el nieto de sta, el hijo de Mountague y contra la viuda del marques de Exeter.
Ninguno de los acusados compareci.
Alegse como nico hecho el haberse encontrado en la guardaropa de la Condesa un vestido en el que iban bordadas las armas de Inglaterra y las cinco llagas de CRISTO, insignia
que distingui los aldeanos rebeldes. Este vestido, enviado al Parlamento por Cromwell,
fu bastante para formular una sentencia de muerte.
La condesa de Salisbury, el ltimo vastago de la familia de los Plantagenet, raza gloriosa que haba llevado por tanto tiempo la corona de Inglaterra, aquella anciana de setenta
aos, despus de muchos sufrimientos en la crcel, recibi la orden de prepararse morir.
Podan faltarle las fuerzas, pero nunca le abandon el valor. Sobre el cadalso, cuando el
verdugo le orden que inclinase la cabeza, la madre de Polo, dando un testimonio ms de la
grandeza de su corazn, dijo:
N o ; jamas he sido culpable de traicin; mi cabeza no se inclina; inclnala t la
fuerza si quieres.
Al saber el Cardenal la muerte de la Condesa, exclama:
M i madre rogar por m ; soy el hijo de una mrtir (2).
LII.
El protestantismo en Italia y en Espaa.
La Reforma era un contagio que iba propagndose por todas partes. Entre los eclesisticos, en los monasterios, do quiera que hubiese una pretensin no satisfecha, una ambicin
contrariada, un religioso que tratara de sustraerse la regla emanciparse de sus superiores all se encontraba fcilmente un reformado, puesto que ya que no se le apoyara en su j r o pio pas, se le recibira con los brazos abiertos en Inglaterra, en Alemania en Suiza.
(1)
Odium tyranny
(2)
in virtutem
et nobililatem.Apol.
Poli. p. 118.
671
Bernardino Ochin haba entrado en la orden de Observantes que desde poco tiempo se
haba establecido en Siena.
Ascendido al presbiterado adquirise fama de gran predicador. Carlos V, al oirle en cierta
ocasin, no pudo menos de exclamar:
E s t e hombre con su energa y su uncin es capaz de hacer llorar las peas.
E n Venecia obtuvo una popularidad extraordinaria. El cardenal Bembo, que no dej de
ser bastante severo con los predicadores de su poca, deca:
El hermano Bernardino es adorado en esta ciudad. No h a y un hombre, una mujer que
no le levante hasta las nubes. Qu palabra tan encantadora! Qu fuerza de persuasin!
Nunca he odo predicar con ms uncin ni con mayor fruto. Agrada todo el mundo ms de
lo que puede imaginarse.
Bernardino Ochin, tan clebre por sus sermones, no lo era menos por las austeridades de su
vida. Caminaba pi desnudo hasta por entre las piedras de los montes, descubierto y descalzo se le vea atravesar montaas cubiertas de nieve, se alimentaba por punto general del
pan de la limosna que mendigaba de puerta en puerta, y por las noches se dorma apoyndose en el tronco de un rbol por ms que se le brindara con conveniente hospitalidad, iba
cubierto de u n tosco pao, su larga barba blanqueada por el tiempo imprimale un carcter
de venerabilidad, al verle con los ojos hundidos por las maceraciones las gentes se arrodillaban su presencia.
Vino un da en que Bernardino Ochin empez buscar con avidez los libros de Lutero.
Desde entonces se vio que aquellas severidades haban acabado por inspirarle un sentimiento
de suficiencia, de superioridad que haca que subordinase el modo de ver de los dems al
suyo propio y que, atento slo meter ruido, se desentendi de toda clase de consideraciones
por ms que le viniesen de personas respetables.
Pronto en sus predicaciones empez insinuar algn error luterano. Notse que, al citar
el texto de san Agustin Qui fecit te sine te non salvalit te sine te, en vez de hacerlo en tono
afirmativo lo haca en tono interrogativo, deduciendo de ah que la sola fe basta, es decir,
lo contrario de lo que ensea el santo doctor.
El nuncio del Papa en Venecia le orden que se presentase, pero supo dar explicaciones
que al representante del Sumo Pontfice le parecieron satisfactorias.
Poco despus en u n sermn, aludiendo al monje Julio Terenciano, que haba sido preso
por predicar herejas, exclamaba:
Qu hacemos, venecianos? Qu maquinaciones estamos urdiendo? Oh ciudad reina de
los mares, si envas galeras aquellos que te anuncian la verdad, cmo ser probable que
la verdad te alumbre?
E n vista de estas palabras el nuncio pontificio le suspendi.
Ya desde algn tiempo se vena notando que no se dedicaba la oracin, lo que dio l u gar que Agustin de Siena le dijese:
Cuando vais administrar los sacramentos sin la oracin, os parecis, mi modo de
ver, un caballero que montara caballo sin espuelas. Cuidado con caeros, amigo mo.
Empez sostener relaciones con herejes, y hasta manifestar con ellos bastante i n t i midad.
Se le llam Roma; pero antes de ir aquella capital, consultlo con Pedro Mrtir Vermigli, que simpatizaba tambin con la hereja, el cual le disuadi, dicindole que, muy al
contrario, lo que deba-hacer era poner en prctica la enseanza de CRISTO:Cuando os
persigan en u n pas huid otro.
As lo practic Ochin, partiendo para Ginebra. Calvino le recibi entusiasmado. Apenas
pudo contarle entre los suyos cuando el heresiarca escriba Melancton:
Tenemos aqu fray Bernardino, al famoso orador, que con su marcha acaba de conmover toda la Italia.
s
672
Ochin establece en Ginebra una iglesia de italianos reformados y publica diferentes opsculos, entre ellos sus Oento apologhi, que no son ms que una cadena de diatribas contra lo
que l llama la sinagoga del Papa, libro plagado de injurias, de insultos tan torpes, que un
historiador y panegirista de la Reforma, Sleidan, llega avergonzarse de las torpezas de
aquella produccin.
Psose en desacuerdo con Calvino, el cual le excomulg, obligndole salir de Ginebra;
pero esta vez, si bien andaba pi, iba ya seguido de su mujer como buen reformador.
Ms adelante se le persigui en Suiza por acusarle de defender la poligamia, refugindose
en Cracovia.
A l l , predicando por primera vez, deca:
Hoy, al venirme oir m , vens oir un verdadero apstol de CRISTO. He sufrido
ms penas y ms fatigas por el nombre y la gloria de CRISTO que ninguno de los apstoles.
Y si Dios no-me da como ellos la gracia de hacer milagros, no por esto debis creer menos
en mi doctrina que en la suya, porque todos la hemos recibido igualmente del mismo Dios;
creedme, el mayor milagro es que yo haya podido soportar lo mucho que he sufrido. Era
un testimonio ms del orgullo de Ochin, principal causa que le separ de la Iglesia.
Si l se complaca en insultar las canas de Paulo I I I , en cambio uno de los reformados,
Teodoro de Beza, se ocupaba de l , diciendo:
Este Ochin es un malvado, un libertino, un fautor de arranos, un blasfemador de
CRISTO y de su Iglesia.
Se le ech de Cracovia, de Basilea, de Mulhouse, teniendo que ocultarse en Moravia,
donde muri en 1564.
El amigo de Ochin, el florentino Pedro Mrtir Vermigli, sigui tambin una senda muy
parecida.
Notse en un sermn suyo alguna insinuacin ms menos velada contra el purgatorio.
Se le denunci en este concepto, prohibindole el dedicarse la predicacin.
Despus de conmover Bolonia, Ferrara y Verona, dejando en muchas almas el virus de
la hereja, fu refugiarse en Zurich. Los reformados le acogieron benvolamente. Una de
sus primeras tareas fu casarse con Catalina Dammartin, de Metz.
Tuvo que salir de Suiza, amparndose en Inglaterra, donde Cramner se constituy en su
protector, concedindole una pensin y el ttulo de catedrtico de teologa en la universidad
de Oxford.
Eu Espaa, alguno de los telogos que el Emperador se llev consigo Alemania, volvieron inficionados de protestantismo. Cuntanse entre otros Cazalla, capelln de honor de
Carlos V, quien declar al pi del cadalso que, al separarse de la Iglesia, no tuvo ms mvil
que su ambicin. Constantino de la Fuente, que bajo velo de piedad, encubra vicios los ms
vergonzosos; Isidoro de la Reina q u e , en su ciego culto por los clsicos, acab por prendarse
de la invocacin protestante como sucedi otros humanistas de la poca.
El principal foco de la Reforma protestante en Espaa estuvo en Sevilla, y el que figur
como jefe fu un tal Rodrigo del Valer, natural de Lebrija, hombre cuya juventud se haba
pasado en la disipacin y el libertinaje. Al hallarse ya en edad madura, aprovechndose de
un poco de latin que haba aprendido en sus mocedades, se entreg leer la Biblia, pero sin
otro estudio, sin ms preparacin que las fogosas pasiones de su juventud. Principi por decir
desatinos; su protestantismo era de un carcter peculiar, mezclado de sus arrebatos de joven
y de su hipocondra de hombre; aquello no tuvo ni las apariencias de -un sistema ms menos ordenado. Se le tom por loco, y en este concepto, se toler por algn tiempo que emitiera proposiciones herticas que se tomaban por caprichos de una cabeza mal organizada. Pero
tuvo pronto quien le siguiese, y se comprendi que se haca mal en dejarle pasar sus desvarios teolgicos y sus invectivas contra la Iglesia y el sacerdocio. Algunos clrigos trataron
de persuadirle para que entrara en el buen camino; entonces se proclamaba iluminado por el
073
Espritu de Dios que hace que ros caudalosos de sabidura broten de los corazones de aquellos que creen verdaderamente en CRISTO. Recluyesele en el convento de San Lcar de Barrameda, donde muri pertinaz en su error los cincuenta aos de edad.
Como otro de sus proslitos contse Egidio Lafuente, cannigo de Sevilla, llamado por
un protestante el candido Egidio, quien con sus formas hipcritas no dej de embaucar m u cha gente, adhirindose l un hermano suyo, Constantino, que, como tantos otros, baj los
despeaderos de la Reforma por el camino de la sensualidad.
La propaganda iba tomando carcter cuando empez intervenir la Inquisicin. Entonces huyeron de Espaa varios reformados, entre ellos el Dr. J u a n , que, como tantos otros, se
estableci en Ginebra. All fueron parar ademas doce frailes del convento de San Isidro de
Sevilla, entre ellos los superiores, el Prior y el Vicario de otro convento y otro Prior de cija.
En 1556, el reformado D. Juan Prez hizo imprimir el Nuevo Testamento con las correspondientes alteraciones, muchos de cuyos ejemplares eran distribuidos en Sevilla, corriendo
esto cargo de Julin Hernndez.
COMIT
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IMPLICA.
674
de su tiempo. Felipe juzg de su parte una obligacin el hacerlo tratndose como se trataba
de salvar intereses tan augustos y tan sagrados, y efectivamente lo hizo.
E n una historia de las persecuciones no podemos dejar de ocuparnos de los procedimientos que entonces se siguieron en nuestra Espaa para atajar el paso al protestantismo, y tratndose de un asunto que se juzga por punto general con criterio apasionado, dejaremos la
palabra uno de los primeros publicistas de nuestra poca, el ilustre Balines.
Refirindose al juicio que del monarca espaol hace un libro que obtuvo bastante popularidad, dice:
No es extrao que se mirase Felipe II como han acostumbrado mirarle, los protestantes
y los filsofos; es decir, como un prncipe arrojado sobre la tierra para oprobio y tormento de
la humanidad, como un monstruo de maquiavelismo que esparca las tinieblas para cebarse
mansalva en la crueldad y tirana.
No ser yo quien me encargue de justificar en todas sus partes la poltica de Felipe I I ,
ni negar que haya alguna exageracin en los elogios que le han tributado algunos escritores espaoles; pero tampoco puede ponerse en duda que los protestantes, y los enemigos polticos de este Monarca han tenido un constante empeo en desacreditarle. Y sabis por qu
los protestantes le han profesado Felipe II tan mala voluntad? Porque l fu quien impidi
que no penetrara en Espaa el protestantismo, l fu quien sostuvo la causa de la Iglesia catlica en aquel agitado siglo. Dejemos a p a r t e los acontecimientos trascendentales al resto de
Europa, de los cuales cada uno juzgar como mejor le agradare; pero cindonos Espaa
puede asegurarse que la introduccin del protestantismo era inminente, inevitable, sin el
sistema seguido por aquel Monarca. Si en este aquel caso hizo servir la Inquisicin su poltica, este es otro punto que no nos toca examinar aqu; pero reconzcase al menos que la
Inquisicin no era un mero instrumento de miras ambiciosas, sino una institucin sostenida
en vista de un peligro inminente.
De los procesos formados por la Inquisicin en aquella poca, resulta con toda evidencia
que el protestantismo andaba cundiendo en Espaa de una manera increble. Eclesisticos
distinguidos, religiosos, monjas, seglares de categora, en una palabra, individuos de las clases ms influyentes se hallaron contagiados de los nuevos errores; bien se echa de ver que
no eran infructuosos los esfuerzos de los protestantes para introducir en Espaa sus doctrinas, cuando procuraban de todos modos llevarnos los libros que las contenan, hasta valindose de la singular estratagema de encerrarlos en botas de vino de Champaa y Borgoa, con
tal arte, que los aduaneros no podan alcanzar descubrir el fraude, como escriba la sazn
el embajador de Espaa en Paris.
Una atenta observacin del estado de los espritus en Espaa en aquella poca hara
conjeturar el peligro, aun cuando hechos incontestables no hubieran venido manifestarle.
Los protestantes tuvieron gran cuidado de declamar contra los abusos, presentndose como
reformadores, y trabajando por atraer su partido cuantos estaban animados de un vivo
deseo de reforma. Este deseo exista en la Iglesia de mucho antes; y si bien es verdad que
en unos el espritu de reforma era inspirado por malas intenciones, en otros trminos, disfrazaban con este nombre su verdadero proyecto, que era de destruccin, tambin es cierto
que en muchos catlicos sinceros haba un deseo tan vivo de ella, que llegaba celo imprudente y rayaba en ardor destemplado. Es probable que este mismo celo llevado hasta la exaltacin se convertira en algunos en acrimonia; y que as prestaran ms fcilmente odos
las insidiosas sugestiones de los enemigos de la Iglesia. Quizas no fueron pocos los que empezaron por u n celo indiscreto, cayeron en la exageracin, pasaron en seguida la animosidad, y al fin se precipitaron en la hereja. No faltaba en Espaa esta disposicin de espritu,
que desenvuelta con el curso de los acontecimientos hubiera dado frutos amargos, por poco
que el protestantismo hubiese podido tomar pi. Sabido es que en el Concilio de Trento se
distinguieron los espaoles por su celo reformador y por la firmeza en expresar sus opiniones;
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y es necesario advertir que, una vez introducida en un pas la discordia religiosa, los nimos
se exaltan con las disputas, se irritan con el choque continuo, y veces hombres respetables
llegan precipitarse en excesos, de que poco antes ellos mismos se habran horrorizado. Difcil
es decir punto fijo lo que hubiera sucedido por poco que en este punto se hubiese aflojado; lo
cierto es que cuando uno lee ciertos pasajes de Luis Vives, de Arias Montano, de Carranza,
de la consulta de Melchor Cano, parece que est sintiendo en aquellos espritus cierta i n quietud y agitacin, como aquellos sordos mugidos que anuncian en lontananza el comienzo
de la tempestad.
...Yo creo que pueden darse las gracias los protestantes del rigor y de la suspicacia que
despleg en aquellos tiempos la Inquisicin de Espaa. Los protestantes promovieron una r e volucin religiosa; y es una ley constante que toda revolucin, destruye el poder atacado,
le hace ms severo y duro. Lo que antes se hubiera juzgado indiferente, se considera como
sospechoso, y lo que en otras circunstancias slo se hubiera tenido por una falta, es mirado
entonces como un crimen. Se est con un temor continuo de que la libertad se convierta en
licencia; y como las revoluciones destruyen, invocando la reforma, quien se atreva hablar
de ella corre peligro de ser culpado de perturbador. La misma prudencia en la conducta ser
tildada de precaucin hipcrita; u n lenguaje franco y sincero calificado de insolencia y de sugestin peligrosa; la reserva lo ser de maosa reticencia; y hasta el mismo silencio ser tenido por significativo, por disimulo alarmante. E n nuestros tiempos hemos presenciado t a n tas cosas, que estamos en excelente posicin para comprender fcilmente todas las fases de
la historia de la humanidad.
Es un hecho indudable la reaccin que produjo en Espaa el protestantismo: sus errores y excesos hicieron que, as el poder eclesistico como el civil, concediesen en todo lo tocante religin mucha menor latitud de la que antes se permita. La Espaa se preserv de
las doctrinas protestantes, cuando todas las probabilidades estaban indicando que al fin se nos
llegaran comunicar de un modo otro; y claro es que este resultado no pudo obtenerse sin
esfuerzos extraordinarios. Era aquello una plaza sitiada, con un poderoso enemigo ala vista,
donde los jefes andan vigilantes de continuo, en guarda contra los ataques de afuera y en vela
contra las traiciones de adentro.
En confirmacin de estas observaciones aducir un ejemplo que servir por muchos
otros; quiero hablar de lo que sucedi con respecto las Biblias en lengua vulgar, pues que
esto nos dar una idea de lo que anduvo sucediendo en lo dems, por el mismo curstf natural
de las cosas. Cabalmente tengo la mano un testimonio tan respetable como interesante: el
mismo Carranza de quien acabo de hablar. Oigamos.lo que dice en el prlogo que precede
sus Comentarios sobre el Catecismo Cristiano. Antes que las herejas de Lutero saliesen del
infierno esta luz del mundo, no s yo que estuviese vedada la Sagrada Escritura en lenguas vulgares entre ningunas gentes. E n Espaa haba Biblias trasladadas en vulgar por
mandato de reyes catlicos, en tiempo que 'se consentan vivir entre cristianos los moros y
judos en sus leyes. Despus que los judos fueron echados de Espaa, hallaron los jueces de
la religin que algunos de los que se convirtieron nuestra santa fe, instruan sus hijos
en el judaismo, ensendoles las ceremonias de la ley de Moiss, por aquellas Biblias vulgares; las cuales ellos imprimieron despus en Italia en la ciudad de Ferrara. Por esta causa
tan justa se vedaron las Biblias vulgares en Espaa ; pero siempre se tuvo miramiento los
colegios y monasterios, y las personas nobles que estaban fuera de sospecha, y se les daba
licencia que las tuviesen y leyesen. Continia Carranza haciendo en pocas palabras la historia de estas prohibiciones en Alemania, Francia y otras partes, y despus prosigue: E n
Espaa, que estaba y est limpia de la zizaa, por merced y gracia de Nuestro Seor, prov e y e r o n en vedar generalmente todas las traslaciones vulgares de la Escritura, por quitar
la ocasin ios extranjeros de tratar de sus diferencias con personas simples y sin letras.
Y tambin porque tenan y tienen experiencia de casos particulares y errores que comenzaban
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anacer en [Espaa, y hallaban que la raz era haber ledo algunas partes de la Escritura sin
las entender. Esto que he dicho aqu es historia verdadera de lo que ha pasado. Y por este
fundamento se ha prohibido la Biblia en lengua vulgar.
Este curioso pasaje de Carranza nos explica en pocas palabras el curso que anduvieron
siguiendo las cosas. Primero no existe ninguna prohibicin, pero el abuso de los judos la provoca; bien que dejndose, como se ve por el mismo texto, alguna latitud. Vienen enseguida
los protestantes, perturban la Europa con sus Biblias, amenaza el peligro de introducirse los
nuevos errores en Espaa, se descubre que algunos extraviados lo han sido por mala inteligencia de algn pasaje de la Biblia, lo que obliga quitar esta arma los extranjeros que intentasen seducir las personas sencillas, y as la prohibicin se hace general y rigurosa.
Volviendo Felipe II no conviene perder de vista que este Monarca fu uno de los ms
firmes defensores de la Iglesia catlica, que fu la personificacin de la poltica de los siglos
fieles en medio del vrtigo que impulsos del protestantismo se haba apoderado de la poltica europea. A l se debi en gran parte que al travs de tantos trastornos pudiese la Iglesia
contar con poderosa proteccin de los prncipes de la tierra. La poca de Felipe II fu crtica
y decisiva en Europa: y si bien es verdad que no fu afortunado en Flndes, tambin lo es
que su poder y su habilidad formaron un contrapeso la poltica protestante, la que no
permiti seorearse de Europa como ella hubiera deseado. Aun cuando supusiramos que entonces no se hizo ms que ganar tiempo, quebrantndose el primer mpetu de la poltica protestante, no fu poco beneficio para la religin catlica, por tantos lados combatida. Qu hubiera sido de la Europa, si en Espaa se hubiese introducido el protestantismo como en
Francia, si ios hugonotes hubiesen podido contar con el apoyo de la Pennsula? Y si el poder
de Felipe II no hubiese infundido respeto, qu no hubiera podido suceder en Italia? Los
sectarios de Alemania no hubieran alcanzado introducir all sus doctrinas? Posible fuera,
y en esto abrigo la seguridad de obtener el asentimiento de todos los hombres que conocen la
historia, posible fuera que si Felipe II hubiese abandonado su tan acriminada poltica, la religin catlica se hubiese encontrado al entrar en el siglo X V I I , en la dura necesidad de vivir, no ms que como tolerada, en la generalidad de los reinos de Europa. Y lo que vale esta
tolerancia, cuando se trata de la Iglesia catlica, nos lo dice siglos h la Inglaterra, nos lo
dice en la actualidad la Prusia, y finalmente la Rusia, de un modo todava ms doloroso.
Es menester mirar Felipe II bajo este punto de vista: y fuerza es convenir que, considerado'as, es un gran personaje histrico, de los que han dejado un sello ms profundo en
la poltica de los siglos siguientes, y que ms influjo han tenido en sealar una direccin al
curso de los acontecimientos.
Aquellos espaoles que anatematizan al fundador del Escorial, menester es que hayan
olvidado nuestra historia, que al menos la tengan en poco. Vosotros arrojis sobre la frente
de Felipe II la mancha de odioso tirano, sin reparar que disputndole su gloria, trocndola
en ignominia, destrus de una plumada toda la nuestra, y hasta arrojis en el fango la diadema que orl las sienes de Fernando y de Isabel. Si no podis perdonar Felipe II el que
sostuviese la Inquisicin, si por esta sola causa no podis legar la posteridad su nombre
sino cargado de' execraciones, haced lo mismo con el de su ilustre padre Carlos V, y llegando
Isabel de Castilla, escribid tambin en la lista de los tiranos, de los azotes de la humanidad,
el nombre que acataron ambos mundos, el emblema de la gloria y pujanza de la monarqua
espaola. Todos participaron en el hecho que tanto levanta vuestra indignacin: no anatematicis, pues, al uno, perdonando los otros con una indulgencia hipcrita; indulgencia que no
empleis por otra causa, sino porque el sentimiento de nacionalidad que late en vuestros pechos os obliga ser parciales, inconsecuentes, para no veros precisados borrar de un golpe
las glorias de Espaa, marchitar todos sus laureles, renegar vuestra patria. Ya que desgraciadamente nada nos queda sino grandes recuerdos, no los despreciemos; que estos recuerdos en una nacin son como en una familia cada los ttulos de su antigua nobleza: ele-
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Los reyes y los pueblos, los eclesisticos.y los seglares, todos estaban acordes en este
punto. Qu se dira ahora de un rey que con sus manos aproximase la lea para quemar
un hereje, que impusiese la pena de horadar la lengua los blasfemos con un hierro? Pues lo
primero se cuenta de san Fernando, y lo segundo lo haca san Luis. Aspavientos hacemos
ahora, cuando vemos Felipe II asistir un auto de fe; pero si consideramos que la corte,
los grandes, lo ms escogido de la sociedad, rodeaban en semejante caso al rey, veremos que
si esto nosotros nos parece horroroso, insoportable, no lo era para aquellos hombres, que
tenan ideas y sentimientos m u y diferentes. No se diga que la voluntad del monarca lo prescriba as, y que era fuerza obedecerle; no, no era la voluntad del monarca la que obraba,
era el espritu de la poca. No hay monarca tan poderoso que pueda celebrar una ceremonia semejante, si estuviere en contradiccin con el espritu de su tiempo; no hay monarca
tan insensible que no est l propio afectado del siglo en que reina. Suponed el ms poderoso, ms absoluto de nuestros tiempos: Napolen en su apogeo, el actual emperador de
Rusia, y ved si alcanzar podra su voluntad violentar hasta tal punto las costumbres de su
siglo.
los que afirman que la Inquisicin era un instrumento de Felipe II, se les puede salir
al encuentro con una ancdota, que por cierto no es muy propsito para confirmarnos en
esta opinin. No quiero dejar de referirla aqu, pues que ms de ser m u y curiosa interesante, retrata las ideas y costumbres de aquellos tiempos. Reinando en Madrid Felipe II,
cierto orador dijo en un sermn en presencia del rey, que los reyes tenan poder absoluto sobre las personas de los vasallos y sobre sus bienes. No era la proposicin para desagradar un
monarca, dado que el buen predicador le libraba de un tajo, de todas las trabas en el ejercicio
de su poder. A lo que parece, no estara entonces todo el mundo en Espaa tan encorvado
bajo la influencia de las doctrinas despticas como se ha querido suponer, pues que no falt
quien delatase la Inquisicin las palabras con que el predicador haba tratado de lisonjear
la arbitrariedad de los reyes. Por cierto que el orador no se haba guarecido bajo un techo
dbil; y as es que los lectores darn por supuesto, que rozndose la denuncia con el poder
de Felipe II, tratara la Inquisicin de no hacer de ella n i n g n mrito. No fu as sin embargo: la Inquisicin instruy su expediente, encontr la proposicin contraria las sanas
doctrinas, y el pobre predicador, que no esperara tal recompensa, ms de varias penitencias que se le impusieron, fu condenado retractarse pblicamente, en el mismo lugar, con
todas las ceremonias del auto jurdico, con la particular circunstancia de leer en un papel,
conforme se le haba ordenado, las siguientes notabilsimas palabras: Porque, seores, los
y>reyes no tienen ms poder sobre sus vasallos, del que les permite el derecho divino y humano:
y no por su libre y absoluta voluntad. As lo refiere D. Antonio Prez, como se puede ver
en el pasaje que se inserta por entero en la nota correspondiente este captulo. Sabido es
que D. Antonio Prez no era apasionado de la Inquisicin.
Este suceso se verific en aquellos tiempos que algunos no nombran jamas, sin acompaarles el ttulo de oscurantismo, de tirana, de supersticin; yo dudo sin embargo, que en los
ms cercanos, y en que se dice que comenz lucir para Espaa la aurora de la ilustracin
y de la libertad, por ejemplo de Carlos I I I , se hubiese llevado trmino una condenacin pblica, solemne, del despotismo. Esta condenacin era tan honrosa, al tribunal que la mandaba,' como al monarca que la consenta.
Por lo que toca la ilustracin, tambin es una calumnia lo que se dice, que hubo el
plan de establecer y perpetuar la ignorancia. No lo indica as por cierto la conducta de Felipe I I , cuando ms de favorecer la grande empresa de la Polglota de Amberes, recomendaba Arias Montano, que las sumas que se fuesen recobrando del impresor Platino, quien
para dicha empresa haba suministrado el monarca una crecida cantidad, se empleasen en la
compra de libros exquisitos, as impresos como de mano, para ponerlos en la librera del monasterio del Escorial, que entonces se estaba edificando; habiendo hecho tambin el encargo,
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Lili.
Isabel de Inglaterra.
El contraer nuevos enlaces y el derramar sangre acab por ser en Enrique VIII una
mana.
Tras de Ana Boleyn celebr nuevo matrimonio, desplegando en l una pompa inaudita,
con Juana Seymour, la que muri un ao ms tarde, despus de dar luz un hijo que fu
Eduardo VI.
Muerta la Seymour, aparece en el tlamo real Ana de Cleves; pero para ser tambin r e pudiada m u y pronto, librndola del patbulo una gracia particular del E e y .
Catalina Howard, sucesora de Ana de Cleves, fu menos afortunada que sta; pues apenas fu reina cuando tuvo que seguir el camino.de Ana Boleyn.
Tras de Catalina Howard subi aquel trono baado de sangre la sexta esposa. Pronto
recibi como regalo del Rey una sentencia de decapitacin. -Se libr de ella porque Enrique
muri antes de que se ejecutara.
Enrique, en su corto perodo, hizo ajusticiar dos reinas, un cardenal, dos arzobispos,
diez y ocho obispos, trece abades mitrados, quinientos entre frailes y monjas, treinta y ocho
doctores, doce duques y condes, ciento ochenta ciudadanos privados y ciento diez mujeres.
Muerto Enrique, no por esto mejor el estado religioso de Inglaterra. E n virtud del testamento del Rey, subi al trono el hijo de Juana Seymour, Eduardo VI, contra el mejor derecho de Mara, hija de la verdadera reina, Catalina de Aragn. El regente, duque de Sommer-
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set, trabaj en inspirar Eduardo odiosidad contra el Catolicismo, de que reneg Enrique, su
padre.
Autorizse el casamiento de los eclesisticos, se adopt la lengua inglesa para la celebracin de los divinos oficios y se proclam como legal la Iglesia establecida.
El frenes de Eduardo por las innovaciones de.su padre lleg ahogar en l el sentimiento
fraternal, convirtindose en perseguidor de su hermana Mara, la que educ Catalina, su
madre, en los principios del Catolicismo, y si se la respet algn tanto su conciencia fu gracias la intervencin de su pariente el emperador Carlos V.
Apenas Eduardo cree que puede prescindir del Emperador, empieza de nuevo atentar
contra la fe de Mara, pretextando amar demasiado su hermana para permitir que persistiese fuera del camino de salvacin, envindole continuamente doctores de la nueva Iglesia
para disipar, deca, su ignorancia y desvanecer sus preocupaciones mujeriles. El embajador
de Carlos V reclam pidiendo que se la dejase tranquila, pero fu intil. Dos de sus limosneros fueron violentamente arrancados de su lado, y obligsele ella asistir unas conferencias celebradas por las eminencias de la Reforma. Mara se limitaba decir:
M i alma es de Dios y nada hay en el mundo capaz de destruir la fe tan ntimamente
arraigada en mi corazn.
Los agentes de Carlos V ya no se limitaron insinuaciones, acudieron amenazas;
Eduardo cedi, pero fu impulsos de sus consejeros, contra los que protest hasta con lgrimas diciendo que, obedecer sus propios instintos, Mara no continuara una hora ms
siendo catlica, costase lo que costase.
Eduardo baj al sepulcro en 1553, sucedindole la princesa. Su entrada en Londres fu
un gran triunfo. Apresurse el Parlamento restablecer la religin catlica, aboliendo todas
las leyes de Enrique VIII y de Eduardo V I , dando as una prueba ms de su servilismo, y
fu anulado el estatuto en que se proclamaba legal el divorcio de Enrique declarndose el matrimonio con Catalina como el solo valedero y legtimo. El matrimonio de Mara con F e l i pe II fu una garanta ms de que en Inglaterra haba de seguirse en adelante una poltica
catlica, ya que no se dudaba de la adhesin del hijo de Carlos V la fe de sus mayores.
Las iglesias fueron devueltas al culto catlico, los clrigos casados perdieron sus destinos, se repuso en sus sillas los obispos desposedos por Cramner, se celebr de nuevo la santa
misa y ya no se marc con fuego ni se conden la esclavitud los pobres reos de pedir limosna.
La sesin del Parlamento, dice sir William Cobbet, que haba de consagrar oficialmente
el restablecimiento de la religin catlica, se abri en noviembre de 1554 por una solemne
procesin de las dos Cmaras, la que segua el Rey caballo y la Reina en litera. Los trabajos legislativos comenzaron por la abrogacin del decreto de proscripcin de Enrique VIII
contra el cardenal Polo. Al mismo tiempo gran nmero de nobles fueron su encuentro
hasta Bruselas para traerlo en triunfo Londres. El 29 de noviembre las dos Cmaras del
Parlamento votaron una splica al Rey y la Reina expresando la sinceridad de su arrepentimiento por sus delitos contra la Santa Sede, y rogaban Sus Majestades, que no haban sido
participantes de nada de esto, mediasen para con el Sumo Pontfice para lograr perdn, y la
gracia de entrar de nuevo en el rebao de CRISTO. Al da siguiente el obispo gran canciller
Grardiner ley esta splica en presencia de la Reina, asentada en su trono, teniendo al Rey
su derecha y al cardenal Polo su izquierda. El Rey y la Reina se dirigieron entonces al
prelado legado, el cual despus de haber pronunciado u n discurso bastante extenso y anlogo
las circunstancias, dio en nombre del Papa las dos Cmaras y toda la nacin la absolucin
en nombre del Padre, del Hijo y del Espritu Santo; lo cual los miembros del Parlamento,
respetuosamente arrodillados, respondieron: Amen. As es como la Inglaterra volvi ser una
comarca catlica, y entrar en el rebao de CRISTO. Sin embargo, antes de consentir en consagrar, por el silencio, el despojo de los bienes de la Iglesia, el papa Julio III haba vacilado
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mucho tiempo; y el cardenal Polo no se prest esta medida sino con el mayor dolor. Gardiner, primer ministro de Mara, y todos los miembros del consejo real, insistieron tanto que
hubo de ratificarse la transaccin. Por lo dems, Mara restituy muy poco despus las
iglesias y conventos todas las tierras y propiedades del patrimonio y dominio de su corona
que se les haban usurpado. E n general, su deseo fu restituir en lo posible y volverlo todo
su primitivo destino. Restableci la abada de Westminster, el convento de Greenwich, los
monjes negros de Londres y muchedumbre de hospitales que dot ricamente.
Pero muere Mara y acaece en Inglaterra una nueva revolucin.
Isabel, hija adulterina de Enrique VIII y Ana Boleyn, sube entonces al trono. Aunque
en un principio fu educada en la secta protestante, Isabel se vena presentando como fer-
1'RISIOX
HE I X
SACEUDOTE
EN
I.A
TENDEE.
viente catlica, edificando por su celo y su piedad cuantos la conocan. Ni un slo da faltaba la santa misa, en cuyo acto manifestaba el mayor recogimiento; hzose levantar en su
departamento un suntuoso oratorio del que cuidaba un capelln catlico, y tena su confesor
sealado cuyos pies se arrodillaba con frecuencia. Mara dudaba de la sinceridad de aquellas demostraciones; en la hora de la muerte exigi de Isabel una declaracin franca de sus
opiniones religiosas. s t a , abrazando Mara, dijo que invocaba Dios Todopoderoso para
que abriese la tierra y la tragase viva, si su espritu y su corazn no pertenecan del todo
la religin catlica, apostlica, romana.
Mas apenas sube al trono, cuando an no se haba extinguido el eco de aquel juramento
tan solemne, llama los ms clebres partidarios de la Reforma que se hallaban en el destierro, y da libertad los presos por conspiracin contra el Catolicismo. Porque el obispo de
Rochester, en la oracin fnebre de la reina Mara, trata de evidenciar la necesidad de con-
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cabeza de su madre haba cado los golpes del verdugo; el porvenir se le haba de presentar, pues, ms que incierto, lgubre, amenazador, lo que le dio el hbito de las previsiones
lejanas, de los clculos silenciosos, de una gran reserva en todo y para todos. Los celos,- la
envidia hacia Mara Stuard llegaban en ella las ltimas extremidades del odio ms reconcentrado ; tena que reconocer en la reina de Escocia una superioridad de atractivos fsicos i n disputable ; su repulsin la agravaban las diferencias de carcter, pues mientras Mara era ms
mujer que reina, Isabel en sus modales, en su proceder, en sus palabras, en todo quera afectar u n nimo varonil; como avergonzndose de ser mujer, no quiso ser ni esposa, ni madre;
cuidaba poco de llamar la atencin por sus atractivos, ni por su lujo en la corte, en cambio tena la pretensin de conocer mucho la poltica, de estar en los secretos de la diplomacia; afectaba los aires de un hombre de Estado, pasando largas horas en su despacho ocupada en los
negocios pblicos. El arte lo desdeaba, despreciando los artistas como gente i n t i l ; proscribi toda relacin con Italia, a l a que tachaba de pas afeminado, frivolo; y haca la corte
de Francia por su esplendidez objeto de sus acres censuras.
Mara Stuard lleg su reino amando ms las regiones y las costumbres del Medioda
que las del Norte; en cambio, aquellos hombres del Norte tampoco amaban mucho su
Reina, educada en Francia y casada en primeras nupcias con u n prncipe francs, lo que excit las susceptibilidades de la sombra, irritable y guerrera Escocia.
As fu que, aprovechando su ausencia, se form contra Mara u n gran partido, sostenido
por los prohombres de la Reforma.
Al desembarcar en Escocia el 20 de mayo de 1 5 6 1 , slo favor de la niebla pudo salvarse de una emboscada que le tenan dispuesta los protestantes.
Al da siguiente de su entrada en Edimburgo, lo primero en que pens fu en hacer celebrar una misa por u n sacerdote catlico; al saberlo los protestantes se introdujeron en el
palacio real, y el sacerdote hubiera sido asesinado no ser por algunos de ios mismos jefes
de la Reforma, que recomendaron la prudencia en aquellos momentos.
Mara ensay una poltica de transacciones; esto no desarm los protestantes; especialmente los predicadores reformados de la clebre Congregacin se entregaban todos los excesos de una intolerancia que no se contena ni siquiera ante el crimen. El pulpito de los
reformados era u n lugar donde se vomitaban insultos, violencias, calumnias contra la Reina;
en su reino mismo los predicadores protestantes la calificaban en los sermones de mujer impa, ele miembro ele Satans, ele enemiga del Cristianismo, sin que hubiera de parte de Mara
la menor provocacin, sin haber cometido otro crimen que el mantenerse fiel la religin
catlica.
La Reina envi llamar al patriarca de la Reforma.
J u a n K n o x , le dijo con dulzura, por qu me persegus con tanto encarnizamiento? '
qu os he hecho yo para que procuris enajenarme los corazones de mis subditos? Os ordena vuestra religin ser despiadado con los que tienen, segn decs, la desgracia de no participar de vuestras opiniones? He intentado armar contra vos la autoridad real? Creedme;
nada perderis en la opinin manifestndoos ms moderado en lo que llamis el cumplimiento
de vuestros deberes.
Knox no por esto se aplac; despreci todas las observaciones de la Reina y de la dama;
el furor protestante se sobrepuso todo, y continu llamando Mara Jezabel y tronando
contra la idoleiira papista, el paganismo importado de Italia, la molicie francesev, lo que
no poda monos de herir la Reina en el concepto pblico.
El hermano de Mara, conde de Marr, que estaba en inteligencia con los protestantes, la
defenda, sin embargo, de los violentos ataques que contra ella se dirigan. La Reina, agradecida, le concedi el condado de Murray, cuyas magnficas rentas haban sido incorporadas
la corona.
Los manejos de los reformadores de Escocia contra Mara Stuard eran protegidos por Isa-
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bel, la cual tema que ms adelante la de Escocia no llegase disputarle sus ttulos al trono
de Inglaterra, y apoyndose en el partido catlico acabara por 'arrancarle su corona. Mara
no abrigaba ninguna de estas pretensiones; muy al contrario, mand quitar de su escudo las
armas de Inglaterra, y llev sus consideraciones hasta consultar con Isabel -su proyecto de
casamiento con Carlos de Austria, lo que habra proporcionado la Stuard beneficios de una
alianza entre Francia, Espaa, el Imperio y Escocia. Isabel se manifest opuesta al enlace,
y an parece que pens ella en tener por esposo al mismo que no quera fuese el de su rival;
mas el Emperador no quiso acceder un proyecto que era hijo slo de una poltica egosta, la
nica que se concibe en la reina de Inglaterra.
Mara Stuard, contrariada al v e r q u e Isabel se opona su matrimonio, pregunt al agente
de sta llamado Cecil:
Pero, en fin, cul es el esposo que debo tomar para que no disguste Isabel?
Cecil contest de una manera algo enigmtica; pero dando entender que sera del gusto
de la reina de Inglaterra el que la eleccin recayese en un ingles, indicndose para ello Roberto Dudley, que fu conocido despus con el nombre de conde de Leicester, cortesano de
Isabel. La clase de relaciones que unan Dudley con Isabel no eran de buen carcter; Mara rechaz la proposicin.
Insistise en la necesidad de que se casase con u n i n g l e s , fin de prevenir las contingencias de una sucesin la corona de Inglaterra que haba de heredar Mara sus hijos. Se
pas en revista los diferentes seores que constituan la corte inglesa, mereciendo ser el
preferido lord Darnley, descendiente por parte de su padre de los reyes de Escocia, de los de
Inglaterra por la de su madre y adicto la religin catlica.
Isabel se empeaba en que el escogido fuese Dudley, quien nombr entonces conde de
Leicester, haciendo entender Mara que era preciso aceptar ste por esposo permanecer en perpetua viudedad.
Comprendi Mara que de lo que se trataba era de que Isabel fuese en Escocia la verdadera reina, teniendo junto la Stuard un hombre que, ms que su esposo, sera su carcelero.
Este hecho hizo correr en los ojos de la reina de Escocia las primeras lgrimas producidas
por la perfidia de su innoble rival.
Mara respondi las imposiciones de Isabel anuncindole definitivamente su casamiento
con lord Darnley. Este matrimonio se celebr el 29 de julio de 1565.
La vengativa Isabel se ceb.en la madre de Darnley, la condesa de Lenuox, la que oblig volver Inglaterra, y enfurecindose contra los catlicos slo porque Mara y Darnley
lo eran, aadi nuevos rigores los brbaros tratamientos de que ya venan siendo objeto.
Ademas, Isabel envi Escocia al inmoral Trockmorton, quien excit los reformados
la revuelta, prometindoles el apoyo de su soberana.
Al frente de los descontentos se puso el hijo bastardo de Jacobo V, quien Mara daba
el nombre de hermano, habindole hecho gracia del condado de Murray y asocindole por
mucho tiempo su gobierno. Pero tambin Murray se crea contrariado con el casamiento de
Mara, la que hubiera querido se conservase viuda por favorecer esto mejor sus ambiciones.
Con el oro y las intrigas de Isabel se prepar una conjuracin, de la que Mara, Lennox
y Darnley haban de ser vctimas, despus de lo cual el poder pasara manos del conde de
Murray; pero se descubri la criminal trama debido tiempo.
Mara lo supo todo, limitndose recordar Isabel el deber en que estaba de gobernar
los subditos ingleses sin meterse para nada con los escoceses.
Por desgracia Darnley dist mucho de hallarse la altura de su posicin.
Darnley era alto, bien parecido; pero no tena ms que diez y nueve aos, faltbale talento, penetracin, prudencia. A otros defectos aada el de la ingratitud; no se content con
ser esposo de la Reina, quiso ser R e y ; disensiones intestinas turbaron la paz del hogar; de las
palabras se vino las quejas, despus las recriminaciones y por ltimo las amenazas.
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La Reina, en efecto, figurndose que estaba rota la liga de los conjurados, se dirigi
Stirling p a r a l a celebracin del bautizo el 10 de diciembre de 1566.
Esta solemnidad exasper el fanatismo de los protestantes. Todos los amigos de Murray
se negaron resueltamente poner el pi en la capilla; la condesa de A r g y l a , que asisti al
acto representando la madrina, que era Isabel, tuvo que resignarse una penitencia p blica que le impuso el comit presbiteriano. Knox alborot el templo con sus invectivas. Al
nuncio que envi Po V se le hubo de pedir que suspendiera su viaje, fin de evitar que su
entrada en Escocia diese motivo escenas de sangre.
Darnley viva separado de la Reina. Atacle aquel la viruela; Mara corri prodigarle
sus ms solcitos cuidados como buena esposa, arrostr los peligros del contagio con el mayor
valor, y no dijo ni una sola palabra de las injurias que de Darnley tena recibidas. Pareci
renacer en los dos esposos el amortiguado cario.
Al ver restablecerse la armona entre una Reina y Darnley una nueva conjuracin se tram
contra ste.
Procurronse los conjurados llaves falsas por medio de las que pudieron penetrar hasta los
stanos en donde Darnley estaba enfermo, se hicieron algunas excavaciones que correspondan
al cuarto donde dorma el Rey y se llenaron de plvora.
A las dos de la madrugada Bothwell, embozado en su ancha capa dirigase furtivamente
seguido de otros hombres embozados tambin, hacia Kirf of Field, donde se hallaba enfermo
el Rey consorte; dos de aqullos, en medio del silencio de la noche, encienden fuego y lo
aplican una mecha cuyo extremo estaba unido la plvora, retirndose despus precipitadamente. La mecha arda con lentitud. Bothwell se manifestaba impaciente por no oir la explosin, y estaba resuelto ir verificar de nuevo la operacin por s mismo. Pero la mina
estalla, encontrndose despus entre los escombros los restos del Rey, el de su paje Taylor y
los de tres hombres y u n nio que haba en la casa.
La Reina llor la muerte de su marido y prometi castigar severamente el infame asesinato, ofreciendo perdonar al cmplice que con sus declaraciones diera conocer los verdaderos culpables.
El padre de Darnley pidi la Reina que convocara inmediatamente el Parlamento fin
de proceder la averiguacin de los delincuentes y su castigo. Recayeron sospechas sobre
Bothwell, quien el padre de la vctima, el conde de Lennox, delat como autor del crimen.
El acusado, sin que se le citara, compareci con doscientos soldados y cuatro mil calvinistas
como l. Marton defendi su causa y un fallo solemne declar Bothwell completamente libre.
Parece que Bothwell los hombres ms influyentes del partido protestante le haban, no
slo prometido defenderle, sino hasta encargarse de hacerle l esposo de la reina viuda. El
hecho fu, que apenas cerrado el Parlamento, veinticuatro Pares de la primera nobleza suscribieron una declaracin en que se proclamaba la inocencia de Bothwell y se obligaban defenderle contra sus enemigos y calumniadores con bienes y personas. Hacan m s ; invitaban
la Reina que, tan pronto como la ley lo permitiese, se casase con Bothwell, quien consideraban como el nico qu poda salvar la Escocia de la crisis que estaba atravesando.
Mara, al da siguiente, al volver de Stirling, adonde fu para ver su hijo, media
milla del castillo de Edimburgo encuentra Bothwell acompaado de mil caballos. Bothwell se manifest resuelto apoderarse de Mara Stuard. Toda resistencia era intil, no teniendo sta de su parte sino una insignificante escolta.
La Reina fu conducida al castillo de Dumbar.'
Diez largos das dur su detencin, durante los cuales la Stuard fu hasta atropellada por
el conde. Al fin consinti en unirse Bothwell, el cual, casado como estaba con Juana Gordon, se hizo divorciar por el consistorio protestante alegando razones de parentesco. La ceremonia de casamiento se celebr ante un ministro de la Reforma el da 15 de mayo.
Casarse Mara con u n protestante, que era por aadidura el supuesto asesino de su esposo,
OSO
que haba sido su raptor, fu por parte de la Stuard gravsima falta. No trataremos de justificarla; pero tngase en cuenta que Mara vena siendo la personificacin clel infortunio, la
desgracia se le present revistiendo todas las formas imaginables; vio morir Rizzio asesinado, vio volar la residencia de Darnley; se concibe, pues, en esta mujer una hora de aturdimiento. Falta es esta que tuvo su expiacin, y expiacin bien terrible.
El cautiverio no ces. La Reina fu prisionera de sus enemigos, nadie pudo verla sin con0
UOBESPIERRE.
sentimiento de stos, situndose este fin centinelas en todas las avenidas de sus aposentos.
Mara Stuard, considerada como una esclava, se la trat con la mayor crueldad. La infeliz Reina pasaba los das llorando sola, sin que nadie se compadeciese de su infortunio; su
amargura lleg los lmites del desespero.
Los cmplices mismos de Bothwell acabaron por conjurarse"contra l , quien huy l l e vndose Mara. Entonces los conjurados se apoderaron de Edimburgo, posesionndose del
T . H.
87
690
gobierno, acusando Botbwell del triple crimen de .asesinato de Darnley, del rapto de la
Reina y de baberla obligado violentamente casarse con l.
La Reina entr en tratos con los conjurados, quienes le ofrecieron respetarla como reina
siempre que se separase de Botbwell, quien iban someter u n proceso. La Reina acept.
Al entrar en Edimburgo, Morton, doblando la rodilla ante la Stuard, le dijo:
Seora, este es vuestro puesto; vuestra nobleza os servir en adelante con la mayor
lealtad.
*
Estas palabras no eran ms que un sarcasmo.
Apenas se halla en su capital cuando el pueblo hace ondear su vista una bandera en
que est dibujado el cadver de su marido y su hijo de rodillas, con esta leyenda:
<\ Oh Dios, vengad mi causa!
E n vez de conducrsela al palacio real, se acompa Mara la casa del preboste, prohibiendo que pudiesen hablarle ni an sus doncellas. La infeliz Reina tras de las rejas de su
crcel, desordenados sus vestidos, cada su majestuosa cabellera, peda los de Edimburgo
que la librasen de sus tiranos.
Presentronse Mara dos documentos para que los firmase. Contena el uno la abdicacin de la Reina en favor de Jacobo VI su hijo; en el otro se nombraba Murray regente
del reino. La Reina rehus firmar. E n pos de los ruegos vinieron las amenazas; la desgraciada Mara, anegada en llanto, suplic que respetaran su libertad; todo fu i n t i l ; la firma
el cadalso, le dijeron. La Stuard firm los papeles temblando y sin acabar de leerlos.
Poco despus, Murray, el regente, uno de los inspiradores del asesinato de Darnley, se
presentaba Mara para echar sobre la Reina el crimen de que el mismo Murray era uno de
los principales culpables.
Al fin los realistas se concertaron para oponerse aquella serie de atentados. La Reina
pudo escaparse de la crcel en que se la tena y se vio pronto al frente de un numeroso ejrcito. Tampoco la victoria la favoreci. Mara vio morir en el campo de batalla los mejores
y ms valientes de sus subditos, y ella misma, para poner salvo su persona, tuvo que correr caballo una distancia de sesenta millas sin poder tomar aliento.
La reina de Escocia se refugi en el reino de Isabel su rival. Algunos fieles servidores
le suplicaron que no diese este paso; Mara Stuard midi el corazn de la reina de Inglaterra
por la generosidad del suyo; no iba all pedir socorros como reina, sino hospitalidad como
desterrada; crea poder invocar en favor suyo cuando no otros ttulos, al menos los de su infortunio.
Apenas estuvo en territorio ingles Isabel le hizo manifestar que no poda recibirla sin
que antes se sincerase de las acusaciones que contra ella se haban formulado. Mara ofrece
probar su inocencia.
Este ofrecimiento Isabel afect tomarlo como una especie de arbitraje que le confiaba
ella.
La Stuard manifest que en ninguna manera poda querer que se la juzgase fuera de su
reino, y mucho menos que Isabel se constituyese en su juez. No obstante la reina de Inglaterra tena ya en sus manos su rival y estaba decidida no desprenderse de ella.
Nombrronse comisarios para juzgarla.
Murray se apresur comparecer acusando su Reina, la que le haba concedido el ttulo
y las pinges rentas de su condado, de complicidad con Bothwell en el asesinato de Darnley.
Entonces fu cuando Mara comprendi todo lo crtico de su situacin.
Sosteniendo su dignidad de reina, negndose como t a l a que se examinase su causa en
Inglaterra, dejaba que tomaran cuerpo tan graves acusaciones. Antes que sus derechos, Mara Stuard quiso poner salvo su honra, no permitiendo que se publicara por toda. Europa el
que ella haba declinado un examen rigoroso en una imputacin de tanta trascendencia.
Debiendo tener lugar el proceso en York, Mara mand all sus abogados, quienes "no
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dejaron ningn alegado sin completa refutacin y hasta supieron demostrar que los verdade
ros culpables eran los detractores de la Reina.
Po V saba perfectamente todo lo que estaba pasando.
Disele noticia de que en Inglaterra mismo haba quien protestaba contra lo que estaba
sucediendo Mara Stuard, y que el conde de Northumberland y de Westmoreland, estaban dispuestos ponerse al frente de los catlicos ingleses y promover una colisin respetable que lograra la libertad de la infortunada reina de Escocia. Po V, quien no poda
serle indiferente el infortunio de Mara Stuard, dirigi los catlicos ingleses el siguiente
breve:
Queridos hijos, salud y bendicin apostlica.
Conociendo con ms certeza y detalles por la carta que nos escribisteis en 8 de noviemb r e , y la que contestamos en 16 de febrero, las desgracias de ese reino tan floreciente en
otro tiempo, nos ha afligido u n dolor t a l , como han debido excitarlo en nuestro corazn, no
slo los males que en vuestra persona padecemos, sino tambin las disposiciones paternales de
que estamos animados hacia vosotros y dems catlicos de ese reino. E n efecto, ademas del deber
comn de la caridad pastoral, en cuya virtud debemos rogocijarnos afligirnos por la salvacin la prdida de todos los fieles cristianos, hemos sentido un movimiento particular de
benevolencia y de amor por ese reino; recordamos que fueron, despus de Dios, los cuidados
del bienaventurado Gregorio, pontfice romano, nuestro predecesor, los que le convirtieron,
del culto de la madera y de la piedra, la fe cristiana, y le formaron por medio de dignos
obreros para las costumbres y doctrina catlica: porque no podramos hallar fcilmente e x presiones para deciros cuan afligidos estamos por vuestros males personales y los de ese reino,
deplorados por vosotros en esa misma carta, en trminos no menos verdaderos que propios
para arrancar lgrimas de compasin.
Nos aflige que haya sido reservado los tiempos de nuestro pontificado ver el veneno de
tantas y tan abominables herejas dirigirse, como otros tantos golpes mortales, contra la repblica cristiana.
Recordamos, sin embargo, la eficacia de la oracin del que pidi, para el bienaventurado Pedro, que su fe no desmayara, que extendiendo su Iglesia en medio de la misma t r i bulacin , la gobern tanto ms admirablemente por los secretos consejos de la Providencia,
cuanto la vio ms agitada y combatida por las olas: no desesperamos ver lo qne ha sucedido
en otros tiempos suceda igualmente, con ayuda del Seor, en el nuestro; de modo que esta
misma religin que habr parecido hollada, vuelva al estado de antigua felicidad y se acreciente con lo que hubiese parecido causarle verdadero perjuicio. H aqu, en efecto, que nuestro Seor JESUCRISTO, que hace nuevo lo que es viejo, y hace viejo lo que es nuevo, ha r e suelto tal vez servirse de vosotros, hombres no menos ilustres por la nobleza de vuestra cuna,
que distinguidos por vuestra adhesin la fe catlica, para renovar y fortalecer la antigua
unin de-la Iglesia romana de ese reino, y para eso os ha inspirado el pensamiento, tan digno de vuestro celo, de procurar reducir la antigua sumisin vosotros y ese reino, despus de haberle arrancado de la esclavitud vergonzosa que le tiene sujet la pasin de una
mujer.
Damos en el Seor, como es justo, esos piadosos y religiosos esfuerzos, los elogios que
merecen; les damos las bendiciones que solicitis, y ya que vuestras seoras vienen b u s car un refugio en la sombra de nuestro poder y del de esta Santa Sede, cuya autoridad se
someten, les acojemos con la ternura que conviene manifestarles. Os exhortamos, por otra
parte, en nombre del Seor, rogndole con todo el ardor de que es capaz nuestro corazn,
que perseveris constantemente en esta loable resolucin y en tan preciosas disposiciones, teniendo por cierto que el Todopoderoso, cuyas obras son perfectas y que os ha impulsado
merecer bien de la religin catlica en ese reino, os asistir con su socorro. Y n cuando
para bien de la fe catlica y de la autoridad de la Santa Sede, os fuese preciso arrostrar la
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HISTORIA DE LAS
PERSECUCIONES
muerte y derramar vuestra sangre, os es ms ventajoso dirigiros la vida eterna por el corto
camino de una muerte gloriosa, que vivir en la vergenza y la ignominia, y servir la clera de una mujer impotente, perdiendo vuestra alma.
No pensis, en efecto, hijos muy amados en JESUCRISTO, que la suerte de los obispos y
prncipes catlicos de ese reino que nombris sea desgraciada, aun cuando por no haber querido renunciar la fe catlica hayan sido sin merecerlo encarcelados atormentados con otros
suplicios. Nadie podr nunca loar bastante la constancia de esos hombres que pensamos est
confirmada por el ejemplo reciente del bienaventurado Tomas, arzobispo de Cantorbery. Imitad vosotros esa misma constancia; sed valerosos y firmes, y que no os hagan abandonar
vuestra empresa, ni las amenazas ni los peligros. Poderoso es el Dios en cuyo seno habis
como depositado vuestra confianza, que volc en medio del mar los carros del ejrcito de Faran, que puede anonadar el poder y las fuerzas de estos adversarios, para que por vuestro
medio recobre ese reino su religin primitiva y su antigua dignidad.
Para procurar este resultado, no slo os ayudaremos prestndoos cerca de los prncipes
cristianos que designis, los servicios que nos pedsj, sino tambin mandndoos desde luego
una suma de dinero como permiten darla nuestros recursos, segn ms por extenso y con
ms detalles os manifestar nuestro querido hijo Roberto Ridolfi. Tambin estamos dispuestos mandaros otra ms considerable, que la que puede soportar actualmente la pobreza de
nuestros recursos, as como ayudaros con todo corazn en vuestros piadosos esfuerzos por todos los medios que en nuestro poder estn, con el socorro de Dios.
Recibid, queridos hijos, nuestra bendicin apostlica.
Dado en Roma, cerca de San Pedro, el da 10 de las calendas de marzo (20 de febrero)
del ao 1570, quinto de nuestro pontificado.Pius P P . V.
Se notar que en el breve el Papa no habla de la reina de Escocia, pero fu por no hacer
ms crtica su situacin, caso que hubiese sido interceptado el documento.
Iba pasando tiempo y ms tiempo, y en vez de mejorar la situacin de Mara an e m peoraba.
Primero se la tuvo presa en Car lisie. Despus de todo, la prisin de Carlisle era un palacio y la Stuard se le daba all tratamiento real.
Pero pronto se empez faltarle las consideraciones de su posicin, y se la traslad
Tutbury.
La prdida de Mara Stuard estaba resuelta de antemano; los protestantes de Inglaterra
y de Escocia se haban empeado en ello; la consideraron cuestin de vida de muerte.
El Consejo la acus de cmplice en el asesinato de Darnley y de enemiga de la Inglaterra.
Un proceso de esta clase poda terminar con una sentencia de muerte.
Po V, antes de que se consumara el atroz atentado, fin de que la Europa catlica se
interesase en favor de la desgraciada Reina, public la famosa Bula Regnans in exelsis que
conmovi al mundo cristiano, y en la que el Papa tuvo tambin el cuidado de no citar el
nombre de la Stuard.
El que reina en las alturas, quien fu dado todo poder sobre la tierra y en el cielo, ha
confiado uno solo, esto es, Pedro, prncipe de los Apstoles, el cuidado de gobernar con
plenitud de poder la Iglesia catlica, una, santa, fuera de la cual no hay salvacin.
Ha constituido ste nico sobre todas las naciones, sobre todos los reinos, para que arrancase, destruyese, disipase, derribase, plantase y edificase; para que continuase en la unidad del Espritu Santo, y entregase al Salvador, salvo y sin que quedase un peligro, el pueblo fiel, unido por el lazo de una mutua caridad.
Nos, llamado por la benignidad de Dios gobernar la Iglesia, nos ocupamos de ella sin
descanso, no omitimos trabajo alguno por conservar intacta la misma unidad y la religin
catlica que su autor dej presa de las tempestades, con el fin de probar la fe de los suyos y
de corregirnos de nuestras faltas.
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Hume eleva a ochocientos el nmero de personas que haban muerto ya por la mano del verdugo.
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prescripcin prohibimos todos los grandes, pueblo, subditos y dems, que obedezcan los
mandatos, avisos y leyes de Isabel. A los que obraren, de otro modo les lanzamos la misma
sentencia de anatema..
Como fuera difcil llevar las presentes todos los puntos necesarios, queremos que todo
ejemplar escrito por un notario y provisto del sello de un prelado eclesistico y del de esta
corte, obtenga la misma fe en juicio y extrajudicialmente, y que tenga fuerza y valor como
si las presentes fuesen exhibidas manifestadas.
Dado en Roma, cerca de San Pedro, el 5 de las calendas de marzo del ao 1570, quinto
de nuestro pontificado.Pius P P . V.
LIV.
Muerte de Mara Stuard.
La Bula de Po V encon ms y ms Isabel contra la reina de Escocia.
Disele por crcel un casucho de madera, reducto en otro tiempo de caza, situado en un
alto monte, donde no haba ms que una divisin para tenerla separada de sus criados. Las
paredes de aquella miserable vivienda enteramente rescabrajadas dejaban entrar el aire por
todas partes, sin que Mara pudiese librarse del fro por mucho que cubriese aquellas rendijas con su propia ropa; sin un sitio donde respirar un aire menos infecto, pues es preciso t e ner en cuenta que las letrinas hallbanse debajo de las ventanas de la Stuard.
Al tener noticia de la torpe denuncia de Murray, Mara pidi por toda gracia u n careo
con el acusador en presencia de los nobles y dlos embajadores extranjeros. No se l concedi.
Murray era recibido frecuentemente por Isabel. Mara suplic que se permitiese verse
con su prima para vindicarse de las calumnias que contra ella formulaba el conde; se le contest que su justificacin era de tal carcter que no podra permitirse ante una Reina virgen
como Isabel.
Murray aleg dos cartas en que se fundaba la acusacin. La Stuard pidi que se le diese
copia de aquellos documentos fin de poder contestar. La demanda no poda ser ms justa.
Por toda respuesta se le dijo que no le quedaba ms recurso que renunciar su corona y acabar sus das en territorio de Isabel.
El infortunio de la joven Reina, vctima de su confianza en una prima s u y a , prisionera
de la que deba constituirse en su protectora, interes algunos espritus generosos que se
interesaron en su favor y hasta concibieron el proyecto de ir ponerla en libertad. Esta tentativa frustrada agrav de nuevo la triste situacin de la Reina.
No por esto su falso acusador Murray qued sin castigo. Haca objeto los catlicos de
vejaciones las ms odiosas. Un caballero de la familia de Hamilton fu desposedo, no slo de
sus bienes propios, sino hasta de los que constituan el dote de su esposa. Estos ltimos fueron dados un favorito de Murray, el cual se present de improviso en la casa, mientras se
hallaba en ella la seora de Hamilton, la que hizo arrojar de sus habitaciones de una manera incalificable. A consecuencia de esto la infeliz mujer perdi la razn, muriendo poco
tiempo despus. Su esposo prometi vengarse en la persona de Murray. Al pasar un da el
Regente, le dispar Hamilton su carabina, de cuyas resultas Murray espir aquella noche.
Isabel deseaba la muerte de la Stuard; pero este era un crimen que haba de dar lugar
una reprobacin general en toda la Europa; Isabel vacila en tener que presentarse manchadas
sus m,anos con la sangre de su parienta. Acudi un expediente que juzg menos ocasionado
peligros y ms seguro, fu enviar Killegrew Escocia con la misin de entenderse con el
jefe del gobierno escoces, que era el conde de Marr, quien se comprometera dar la Reina
su merecido. El conde de Marr rechaz noblemente tan viles insinuaciones. Poco despus
<
695
el conde de Marr bajaba al sepulcro, vctima segn se dijo, de un veneno que le propinara
Morton. El hecho fu que ste, gracias la proteccin de Isabel, recogi su herencia en el
Gobierno.
Mara, privada hasta de la libertad de respirar un aire algo sano, iba perdiendo sus fuerzas.
Enferma en la cama, escribi su prima una carta conmovedora; Isabel ni siquiera contest.
Iba hacindose luz sobre el proceso. De las afirmaciones se desprenda que el regente Morton haba asistido la junta en que se acord la muerte de Darnley, que entre los asesinos
haba un criado suyo, un primo y su ntimo amigo rchisbaldo Douglas, que la reina Mara
le haba echado en cara pblicamente que l era uno de los matadores, sin que hallase palabra que contestar y que Bothwell en su lecho de muerte haba confesado el crimen y delatado sus cmplices, sin que se desprendiera de tal declaracin ni el ms leve cargo contra
Mara. Morton muri en el cadalso.
Por m u y probada que resultase la inocencia de Mara, en lo que menos se pens fu en
ponerla en libertad. Muy al contrario; dise el clebre estatuto de seguridad de la Reina en
que se propona, que la persona que atentara contra Isabel sus derechos, y la que se h u biera de aprovechar de esta tentativa poda ser perseguida muerte por cualquiera de los
subditos ingleses. Esta ley era un salvo-conducto para todo el que se propusiese asesinar la
Stuard.
Mara escribe otra vez su parienta dicindole:
Libradme, seora, de este largo y miserable cautiverio. Indicad las condiciones; lo acepto
todo; slo en una cosa no transijo, en la inmolacin de mi conciencia... Tomad, si queris,
mi derecho la sucesin, me someto todo... Pero me asesinarn sin saberlo vos, y entonces quin repara el mal? Si lo que me hace odiosa mis enemigos es mi religin, entonces
estoy pronta alargar el cuello al verdugo, verter mi sangre en presencia de las naciones
cristianas: lo tendr gran dicha.
Un da logr salir tomar el aire; pero se vio despus encerrada por un mes en una mazmorra; al volvrsela su aposento, su dinero, sus sellos, sus papeles, todo haba desaparecido.
Mara, al ver abiertos sus armarios fij su mirada en P a w l e t , que era el autor de la nueva
tropela, y despus de guardar por algunos segundos el silencio de la indignacin, le dijo
con la majestad de soberana:
Sir, me quedan an dos cosas que no podris quitarme, el derecho que me da la corona de vuestra nacin la sangre real que corre por mis venas y el amor que inunda mi alma
hacia la religin de mis padres.
Isabel pregunta sus consejeros que es lo que debe hacer de Mara. Leicester indica que
se emplee el veneno; Walsingham opta por un proceso al que se d toda la solemnidad posible.
Prevaleci este dictamen, constituyndose una comisin de cuarenta y siete individuos
para juzgar Mara conforme al estatuto que antes nos hemos referido.
Trasladse la Stuard al castillo de Fotheringay. All pasaron avistarse con ella treinta
y seis miembros de la comisin acompandoles los abogados de la- corona. Mara los recibi
sin manifestar la menor sorpresa.
Despus de explicarle el objeto de su misin, la Stuard contest:
Vuestra autoridad os viene de la reina de Inglaterra y yo soy la reina de Escocia; soy
soberana independiene, y no deshonrar la corona de mi reino compareciendo ante un t r i bunal de justicia fuera de mi pas.
La causa sigui adelante.
La acusacin se fund en los dos puntos siguientes: contravencin al estatuto conspirando
con extranjeros para la invasin del reino; complicidad en una conspiracin contra la vida de
Isabel.
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Al comunicrsele estos cargos-, Mara dijo que ella si en algo haba trabajado, era en recobrar una libertad que se le arrebat abusando de su confianza y de su buena fe.
Produjronse contra Mara unas cartas en que se fundaba la acusacin de conspiradora.
La Stuard neg que ella hubiese recibido jamas aquellas cartas y reclam q u e , en vez de copias sin valor legal, se presentaran los originales. La demanda no poda ser ms justa; sin
embargo, no se la atendi.
La reina de Escocia fu condenada por unanimidad.
Lord Burkurst se encarg de anunciar Mara la sentencia de m u e r t e , exhortndola
recibir los auxilios de la religin de un obispo de la Reforma. Mara contest que iba dar su
sangre por su religin y que no necesitaba nadie ms que su limosnero.
Poco despus se le present el fantico protestante P a w l e t , quien crey hacer una heroicidad cubrindose groseramente y sentndose ante la reina de Escocia, el cual le dijo con
fra crueldad q u e , habiendo muerto segn la ley, deba despojarse de las insignias reales.
El 19 de diciembre Mara dirigi Isabel su ltima peticin para que le permitiese e n viar su hijo Jacobo una joya y su bendicin y que sus restos fuesen sepultados en la tumba
de su madre. Mara terminaba diciendo:
No me acusis de presuncin si al abandonar este mundo y al prepararme para ir otro
mejor, os recuerdo que tendris algn da que dar cuentas de vuestro cargo.
Dos meses de agona tuvo que pasar la Stuard sin que se cumpliese la sentencia. A qu
este retardo? Isabel vacilaba; pero no vacilaba entre la vida y la muerte de su parienta, entre firmar la sentencia devolverle la libertad; sus vacilaciones consistieron en si la mandara al verdugo si comprara un asesino.
Isabel comprende que al firmar la sentencia va presentarse como un tipo de crueldad
nico en la historia, ya que el crimen reviste caracteres tales que hubiera hecho vacilar
los dspotas de las pocas ms brbaras. Mara es reina como Isabel; lo mismo que Isabel es
mujer; unen las dos estrechos vnculos de sangre. La Stuard no haba sido presa ni en un
campo de batalla, ni.en u n club de conjurados, lo haba sido al invocar el derecho sagrado del
asilo en el territorio de su prima. N i siquiera Isabel poda pretextar la ceguera de una madre
que defiende la corona de u n hijo contra los derechos de-otro sucesor, porque Isabel no tiene
ni hijos, ni esposo; es una mujer que se encuentra en el trono por haber su madre pasado por
el tlamo real para subir muy pronto al cadalso. Es que Isabel, hija de un apstata y de una
concubina, lleva el sello de tan vergonzosa paternidad; es la continuadora del despotismo de
Enrique y de las perfidias de Ana Boleyn.
Isabel, antes que por el cadalso, se resuelve por buscar para su prima u n asesino.
P o r cierto que Pawlet y Durry podan librarme m u y bien del conflicto en que me
hallo. Vos y Walsingham, deca su secretario, debierais sondear sus disposiciones.
Mientras as hablaba un confidente suyo, escriba Pawlet procurando exaltar la imaginacin de aquel fantico reformador, llenndolo de elogios, tratando de desvanecerle con
el incienso de bajas adulaciones, llamndole mi Amyas, mi ms fiel servidor y prometindole premiarle con explndida generosidad. Record Pawlet el juramento prestado a l a asociacin, djole que Mara estaba juzgada y sentenciada, que conforme al estatuto Pawlet
matndola no se salla del estricto terreno de la ley.
Pawlet no haba llegado todava tal perversidad. Contest Isabel que sus bienes, su
vida, todo estaba disposicin de su reina, pero que l no derramara la sangre de nadie sin
estar autorizado por una orden.
Desde entonces para Isabel, Pawlet fu un escrupuloso, un apocado, u n necio que no serva de nada.
Despus del repugnante tipo de Isabel, contemplemos la noble figura de Mara al prepararse para el patbulo. Todo lo que en Isabel es bajeza, es elevacin en la reina de Escocia.
El 7 de febrero se le anunci que iba presentrsele el conde mariscal Shrewsbury.
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Comprendi muy bien la Stuard lo que significaba esta visita. La Reina se levanta de la cama,
se viste y se coloca ante una mesita acompaada de sus criados y doncellas. E l Conde entra
descubierto, con la actitud ms respetuosa, acompaado del de K e n t , del jerif y de muchos
caballeros del condado, para dar lectura de la sentencia de muerte. Mara la escuch sin inmutarse. Luego de ledo el fallo, Mara hace con solemnidad la seal de la cruz y dice que
despus de veinte aos de cautiverio no poda desear para su vida de martirio corona ms
gloriosa que el dar su sangre por su religin. Record la manera cmo se la haba tratado,
las humillaciones por que se la haba hecho pasar, la saa con que haba sido destrozado su
corazn de esposa y de madre, cmo haba sido hollada su dignidad de mujer y de reina, los
MADAMA
ISADEL.
amaos de que se valieron sus enemigos para calumniarla y perderla , y poniendo la mano
sobre una Biblia que haba encima la mesa, dijo con su natural majestad:
Por lo que toca la muerte de vuestra seora, pongo Dios por testigo de que jamas
he formado el menor propsito de causrsela; que jamas la he aconsejado nadie, que jamas
he consentido en ello.
El fantico Kent la interrumpi diciendo:
E s t e libro es un libro papista; el juramento es nulo.
Es una Biblia catlica, le reprendi con fuerza Mara; es lo que yo estimo ms en la tierra,
y por consiguiente debis considerar mi juramento como el ms sagrado que yo puedo hacer.
Kent le exhorta que reciba los auxilios espirituales del den Peterborough, perteneciente la Reforma. Mara pide que se le permita ver su limosnero'. Hasta este deseo tan
natural se le contrari.
Despus de retirarse los condes, las personas de su servidumbre rompieron llorar.
Mara les impuso silencio.
T.
II.
88
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N o es hora de gemir, les dijo: es ms bien hora de que nos regocijemos. Dentro de
poco habr terminado mi infortunio. Muero por mi religin. Resignaos, p u e s , y dejad que
me encomiende la misericordia de Dios.
Al dejarla sola, conforme deseaba, Mara se arrodill ponindose en oracin.
Llamronla para cenar. Comi poco; al final de la cena brind por la felicidad de sus criados.
Luego stos se postraron de rodillas sus pies, pidiendo que les perdonase; la Reina su
vez les suplic que la perdonasen ella si les haba tratado con poco miramiento, dndoles
excelentes consejos para el porvenir.
Luego entregse diferentes ejercicios de devocin en los que la acompaaron sus damas
' de honor.Acostse las cuatro de la maana-; se observ que en vez de dormir segua rezando.
Levantse al amanecer, llam sus criados, les ley su testamento, distribuy entre ellos su
dinero y sus vestidos y se despidi abrazando las mujeres y dando besar la mano los hombres.
Luego con paso lento se dirigi al oratorio arrodillndose ante el altar. Todos los criados
fueron.en pos de ella uniendo sus oraciones las suyas.
A cosa de las siete se abrieron las puertas del saln del castillo. E n medio de l haba
levantado el cadalso, cubierto de un pao negro y circuido de una barrera.
Empiezan entrar en gran nmero los caballeros de la comarca, tras de los cuales forman los soldados de Pawlet. El nmero de espectadores ascenda unos doscientos.
Cuando todo estuvo prevenido, envise recado Mara Stuard, la que contest que dentro d media hora estara dispuesta. Transcurrido este tiempo el jerif pas al oratorio. La
reina de Escocia se levant, tom con la mano derecha l Crucifijo sosteniendo en la izquierda
su libro de oraciones.
Sus criados quisieron seguirla; Mara se lo prohibi, les pidi que se resignasen y les dio
su bendicin, que recibieron de rodillas. Desde el saln se perciban los gritos de dolor que
exhalaban aquellos fieles servidores de la bondadosa Reina.
Al pi de la escalera encontr Melville, el intendente de su casa, el cual en su desespero se retorca las manos , y echndose de rodillas delante la Reina, exclamaba:
A h , seora! cuan desgraciado soy! Qu hombre habr en la tierra que sufra tanto
como yo al tener que decir que mi buena y cariosa Reina ha sido decapitada en Inglaterra!
N o te aflijas, m i buen Melville, le dijo la Reina consolndole; antes bien algrate.
Mara Stuard toca al trmino de su martirio! Ya lo ves; este mundo no es sino vanidad y
slo ofrece desengaos. Te suplico que digas todos que muero fiel mi religin, la Escocia y la Francia. Que Dios.perdone los que han tenido sed de mi sangre. Melville, recuerda mi hijo su madre; dile que nada he hecho que sea en detrimento. de la dignidad
independencia de su corona. Adis, Melville, exclam deshacindose en llanto; adis, otra
vez, buen Melville, adis; ruega por tu seora y t u Reina!
Era la primera vez que Mara Stuard hablaba . una persona tutendola.
Entonces suplic que la permitiesen el que sus criados estuviesen presentes en su ltima
hora.
Kent respondi con aspereza que turbaran el acto con sus gemidos, y aadi que tal vez
aquellos criados tendran la pretensin de mojar su pauelo con la sangre de la sentenciada.
Yo os respondo de ellos, milord, dijo Mara; y os aseguro que no tendris que reprenderles. Sin duda que vuestra seora, la Reina virgen, no tendr m a l , siquiera sea por consideracin su sexo, que tenga cerca de m algunas de mis damas.
N i aun recibi contestacin.
Creo que serais ms considerado conmigo, aadi, si no fuese reina de Escocia.
Viendo que tampoco se le contestaba, insisti diciendo con tono vehemente:
Y qu? No soy la prima de vuestra Reina? No desciendo del rey Enrique VII?
Al fin se le permiti que la acompaaran cuatro de su servidumbre.
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La comitiva iba guiada por el jerif y sus oficiales, detras venan los soldados de Pawlet
y de D r u r y ; entre los dos condes iba la Reina vestida con uno de sus ms ricos trajes, cerrando la marcha Melville, que sostena la cola del vestido de Mara Stuard. Llevaba la Reina
una toca de batista guarnecida de encajes, con nn velo de encajes echado hacia atrs que
llegaba hasta el suelo. Cubrala un manto de raso negro, con mangas perdidas que llegaban
tambin hasta el suelo. Los botones de azabache, en forma de bellotas, estaban rodeados de
perlas; llevaba el cuello la italiana; el jubn de raso negro con ramajes dejaba ver por
debajo un cors, entreabierto por detras, de raso carmes bordado de terciopelo del mismo
color. Pendale del cuello una cadena de granos olorosos que terminaba en una cruz de oro,
y colgaban de su cintura dos.rosarios.
Al ver el tajo fatal, el verdugo, Mara no se turb.
Pawlet le ofreci su brazo para ayudarla subir al cadalso.
G r a c i a s , sir, le dijo la Reina sonriendo; ser la ltima molestia que os cause y ser
tambin el mejor servicio que me habris prestado.
Sentse en el taburete, teniendo delante de ella al verdugo con sus dos ayudantes vestidos de terciopelo negro.
Leysele la sentencia, y Mara con voz firme y sonora dijo:
Tomo, seores, la palabra para haceros observar que soy princesa soberana independiente,-no sujeta la jurisdiccin del Parlamento de Inglaterra. Las circunstancias y mi confianza en las promesas.que me haban sido hechas me han llevado estos sitios, para morir
en ellos vctima de la violencia y de la injusticia. Mas doy gracias Dios de que me haya
dado esta ocasin de hacer pblicamente mi profesin de fe. Declaro morir, como he vivido,
en el seno de la Iglesia catlica, apostlica y romana: declaro ademas que nunca he ideado,
alentado ni aprobado ninguna trama contra la reina de Inglaterra, la que no he querido
ningn mal. Declaro perdonar todos los que me han perseguido con tanta obstinacin por
espacio de veinte aos.
El anglicano Fletcher se empe en dirigirle exhortaciones; Mara, sin hacerle caso, rezaba en alta voz pasajes de los salmos en lengua latina.
Luego rog por la Iglesia catlica, por su hijo, por su prima la reina Isabel y protest
por ltima vez de su inocencia exclamando:
Os suplico, Dios mo, si no soy inocente, que mi alma sea perpetuamente privada de
la participacin de vuestra gloria.
Mara levanta el Crucifijo y exclama:
Dios mo! As como tus brazos fueron extendidos en la cruz, recbeme en los de tu
misericordia y perdname todos mis pecados!'
Reinaba en torno del cadalso el silencio ms imponente. Slo Kent se atrevi interrumpirlo cometiendo la torpe crueldad de escarnecer los sentimientos'catlicos de la sentenciada,
gritndole que pusiese fin aquellas bufonadas
papistas.
Entonces dos de sus damas se echaron llorar, y empezaron desnudar su seora,
cuando los verdugos se empearon en reemplazarlas por temor de perder su derecho sobre
aquel rico traje.
La Reina se content con decir que no estaba acostumbrada desnudarse delante de tanta
gente y con auxilio de tales criados.
Kennedy tom un pauelo bordado, le vend los ojos, y los verdugos, asida de los b r a zos, la llevaron hacia el tajo donde deba ser decapitada.
Mara se arrodill repitiendo muchas veces con voz firme:
Seor! Seor! En tus manos encomiendo mi'espritu!
Todos los ojos se anegaron en llanto.
El verdugo, conmovido, levanta el hacha con mal seguro brazo, y la deja caer sin fuerza.
La cabeza no se separ de su tronco. Tres veces hubo que repetirse el golpe.
700
Del gran varn quien Nuestro Seor confi las llaves. Paradis, c. X X I V , v. 13.
(2)
Les hrliques
d'Jtalie.
Disc,
XIII.
701
Podemos decir que hasta la sesin cuarta no se principi la obra grandiosa que deba llevar cabo el Concilio.
Los protestantes, si bien pretendan aceptar como criterio supremo la santa Biblia, procedan con la mayor arbitrariedad admitiendo rechazando las diversas partes de la Escritura.
Tomse, pues, por punto de partida el fijar el Canon de los Libros sagrados. De las muchas
traducciones entonces en uso, se declar que la Vulgata era la nica autntica, esto e s , la
nica perfectamente conforme con el texto original en lo que atae la fe y la moral, consagrada por el uso de tantos siglos.Mas para contener en sus justos lmites los espritus
turbulentos, aaden, ordena el santo Concilio que en las cosas de fe de moral nadie ose
fiarse en su juicio privado por la interpretacin de las sagradas Escrituras, dndoles sentido
contrario al recibido por la Iglesia, solo juez verdadero en el sentido de las Escrituras ,
opuesto al sentimiento unnime de los santos Padres y de la tradicin catlica.
Esta declaracin equivala derribar por su base el protestantismo, secta eminentemente
individualista.
Sentado este principio se procedi definir las verdades dogmticas que la falsa Reforma
pona discusin.
El hombre fu creado en posesin de su libre albedro; tiene, pues, la responsabilidad de
sus faltas: doctrina es est que era indispensable esclarecer en vista del fatalismo protestante.
El pecado original fu proclamado, no por medio de un decreto doctrinal, sino por la condenacin de los que lo negaban.
1." Anatema al que negare que el primer hombre, por su transgresin, no incurri en la
indignacin de Dios, y en su consecuencia, en la muerte, con que Dios le haba amenazado
antes, y con la muerte en el cautiverio bajo el poder y la esclavitud del que despus ha tenido el imperio de la muerte, esto es, del demonio. 2." Anatema al que sostuviere que jffc'..
pecado de Adn no perjudic sino l solo, mas no su posteridad; que estando manchadel (
por el pecado de desobediencia, no ha transmitido al gnero humano sino la muerte y penase
corporales, mas no el pecado, que es la muerte del alma. 3. Anatema quien pretendiere
que el pecado de A d n , nico en su especie y transmitido su posteridad por la generacin,
pueda ser borrado por las solas fuerzas de la naturaleza h u m a n a , por otro modo que no sea
por la sangre de Nuestro Seor JESUCRISTO. Anatema al que negare que la sangre de J E S U CRISTO no sea aplicada tanto los adultos como los nios por el sacramento del Bautismo,
conferido segn la forma y uso de la Iglesia. 4. Anatema quien negare la necesidad y eficacia del bautismo conferido los nios.Sin embargo, aaden al fin los Padres, la i n t e n cin del santo Concilio, al hablar de la universalidad del pecado original extensivo todos los
hombres, no ha sido comprender en su decreto la bienaventurada Virgen Mara, Madre de
Dios.
E n la sexta sesin se dio sobre la justificacin un tratado, que es un perfecto modelo de
exposicin doctrinal.
Tras de la doctrina de la justificacin, deba venir la de los sacramentos. As se hizo. E n
la sesin sptima se expuso la doctrina de los sacramentos en general y del Bautismo y Confirmacin en particular.
La justificacin, desarrollndose poco poco en el hombre, dicen los Padres, no puede
desentenderse de los sacramentos. Comienza por ellos, y con ellos contina cuando ha comenzado. Por medio de ellos se reconquista cuando se ha perdido. Todos los siete sacramentos han de ser conservados tales como subsisten; su institucin se ha de referir al autor de
nuestra fe, pues que todas las instituciones de la Iglesia de CRISTO son comunicadas no solamente por las Escrituras sino por la tradicin. Los siete sacramentos abrazan, como es de ver,
toda la vida y todos los grados por los que se desarrolla la vida. Son la piedra fundamental de
toda jerarqua: anuncian la gracia y la comunican, y en fin completan la relacin mstica
702
que une al hombre con Dios.Si alguno dijere que los sacramentos de la nueva ley no han
sido instituidos todos por Nuestro Seor JESUCRISTO, que hay menos de siete, saber: Bautismo, Confirmacin, Penitencia, Eucarista, Extremauncin, Orden y Matrimonio: que
alguno de estos siete no es verdaderamente sacramento, sea anatematizado. Si alguno dijere
que los sacramentos de la nueva ley no son necesarios para la salvacin, sino superluos, y
que sin ellos el deseo de recibirlos pueden los. hombres con solo la fe alcanzar de Dios la
gracia de la justificacin, aunque es cierto que todos los sacramentos no son igualmente n e cesarios cada uno en particular, sea anatematizado.Si alguno dijere que los. sacramentos
de la nueva ley no confieren la gracia por su propia virtud, sino que para alcanzar la gracia
basta la fe sola en las promesas de Dios, sea anatematizado.
E n la sesin dcimatercera trat el Concilio de la gran cuestin de la Eucarista, cuyo
decreto dogmtico fu preparado en las congregaciones particulares, en las que dieron b r i llantes pruebas de profundo saber y vasta erudicin los telogos del papa, Diego Laynez y A l fonso Salmern, jesutas, y los del Emperador, Melchor Cano, dominico, y Juan Ortega, franciscano.
Si alguno negare, dicen los Padres en sus Cnones, que el cuerpo y sangre de Nuestro
Seor JESUCRISTO con su alma y divinidad, y por consiguiente JESUCRISTO todo entero, est
contenido verdadera, real y substancialmente en el sacramento de la Eucarista, y s i , al contrario, dijere que slo est all como signo, en figura en potencia, sea anatematizado.
Si dijere alguno que la substancia del pan y del vino queda en el santsimo sacramento de la
Eucarista con el cuerpo y sangre de Nuestro Seor JESUCRISTO, y negare esa transmutacin
de toda la subtancia del pan en el cuerpo, y de toda la substancia del vino en la sangre del
Seor, por manera que no queden del pan y del vino sino las especies apariencias, transmutacin que la Iglesia llama con su propio nombre de transubstanciacion,
sea anatematizado.Si alguno negare que JESUCRISTO presente en la Eucarista no es comido sino espiritualmente y que no lo es tan sacramental como realmente, sea anatematizado.Si alguno
negare que todos y cada uno de los fieles cristianos de uno y otro sexo cuando hayan llegado
la edad de discrecin, estn obligados comulgar todos los aos, al menos por Pascua seg n el precepto de nuestra sante madre Iglesia, sea anatematizado.Si alguno dijere que la
fe sola es preparacin suficiente para recibir el sacramento de la santsima Eucarista, sea
anatematizado. Y temiendo que tan gran sacramento sea recibido de una manera indigna
y sea por ello juicio de condenacin y muerte, el santo Concilio ordena y declara que los que
sientan en su conciencia algn pecado mortal, por ms dolor que crean tener de l, estn
obligados, si pueden hallar confesor, hacer antes confesin sacramental. Y si alguno osare
ensear, predicar sostener tenazmente lo contrario, sea excomulgado.
La sesin dcimacuarta se dedic los sacramentos de Penitencia y Extremauncin, declarando respecto esta ltima que el rito y uso de ella tal como lo observa la Iglesia romana,
est conforme al sentimiento del apstol Santiago y que los presbteros de la Iglesia de quienes habla son los sacerdotes ordenados por el obispo.
E n la sesin vigsima primera se declara que para comulgar los fieles, basta la recepcin
bajo una sola especie, consignando al propio tiempo que la Iglesia puede, segn los tiempos y circunstancias, hacer algunos cambios en la dispensacin de los sacramentos, sin cambiar por esto su esencia.
Las decisiones respecto del santo sacrificio de la misa son tan sublimes como su objeto;
al estudiarlas se ve la diferencia que va de la bella y consoladora verdad catlica al desesperante error de las sectas separadas.
Proclamse que el sacerdocio en la Iglesia es de institucin divina y que el Orden es un
sacramento que imprime carcter indeleble.
E n la sesin vigsima cuarta se estableci la doctrina catlica sobre el sacramento del
Matrimonio, se reconoci como nico vlido el celebrado en presencia del propio prroco y
703
dos testigos, y se consign que slo la Iglesia tiene facultad para determinar los impedimentos dirimentes.
Habiendo dado conocer el error protestante en sus diferentes formas al hablar de la persecucin e su carcter doctrinal, hemos credo de nuestro deber continuar tambin en nuestro libro las afirmaciones catlicas tales como vienen contenidas en el gran Concilio, cuya
convocacin, lo propio que sus admirables trabajos, obedecieron al estado de los espritus
como consecuencia de la crisis moral producida por la persecucin protestante.
LVI.
Oliverio Cromwell.
Muerta Mara Stuard, reina de Escocia, no por esto se dio por satisfecho el despotismo
protestante de Inglaterra.
A pesar de que en la lucha que se prepar con Felipe II en los dominios de Isabel, los
catlicos, lo mismo que los protestantes ofrecieron su apoyo la Reina, para la causa comn,
su patriotismo no les vali los hijos de la Iglesia consideracin alguna; la horca, siempre
en pi, iba alimentndose cada da de nuevas vctimas; los acusados de catlicos despus
de subir al patbulo se les abran las entraas, la Reforma en Inglaterra tuvo inters en presentarse ante la historia levantada sobre un pedestal de sangre y de ruinas.
fjf^
E n pos de Isabel, vino Jacobo I , hijo de Mara Stuard. El protestantismo era un trrentelo |^1^
que lo arrastraba todo, parlamentos, instituciones, hombres de gobierno; Jacobo fu arrasA^^-vs^
trado tambin, pesar de las esperanzas que en su principio concibieron los catlicos. Lejos \ f ^ J
de mejorar su posicin, an se agrav sobre todo despus del descubrimiento de la conspiracin de la plvora.
Excitbase el fanatismo popular insertndose en la liturgia una oracin contra los enemigos sanguinarios, estos eran los llamados pajristas.
Tom an mayores proporciones la persecucin en poca de Carlos I.
Apareci entonces la secta de los sanios, agrupacin de fanticos entusiastas que pretendan alimentar en la Biblia la sed de sangre y exterminio contra todos los que no pensaran
y obraran como ellos, adquirindose las simpatas del pueblo por medio de un exterior h i pcrita con el cual fingan gran celo y. completo desinters.
El alma de la secta que despus se llam de los independientes fu Oliverio Cromwell.
Para ste, lo mismo que para todos los que militaban en su bandera, no deba haber ni sacerdocio, ni predicacin con ttulo misin especial. El soldado lo mismo que el obrero, al
igual que el aldeano, al sentirse inspirado por Dios, suba al pulpito y anunciaba lo que ellos
llamaron la palabra divina.
Oliverio Cromwell era hombre de talento y de actividad, de grandes arranques, de frase
vehemente, hbil en calcular el alcance de sus empresas, de modales austeros, hombre capaz de las cosas ms extraordinarias. Durante algn tiempo l personifica la agitacin r e l i giosa y poltica de Inglaterra.
LVII.
Guerras de religin en Francia
La Francia, lo mismo que las dems naciones, tuvo que experimentar la influencia de la
poca relajndose all como en todas partes la disciplina eclesistica, lo que prepar el terreno al calvinismo.
704
p. 19
705
T . II.
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naciente fe del joven Carlos I X ; que ella, careciendo de misin para resolver las cuestiones
suscitadas en la conferencia, tampoco deba presidirlas, y que lejos de resultar de all una
avenencia entre bandos opuestos, lo que se lograba era fomentar el espritu de duda, sentndose el mal precedente de poner en cuestin basta los puntos que la f pone por encima
de los debates humanos.
Catalina de Mdicis no quiso dejarse persuadir, lo que dio lugar que las conferencias se
convirtiesen en club.
,
'
Los mismos protestantes decan que aquello era perder el tiempo; que se malograba h a blando una ocasin que deba aprovecharse venciendo imponindose sobre los catlicos; que
aquellas cuestiones haban de resolverse con armas y no con discursos.
El almirante de Coligny presenta un memorial en nombre de los protestantes, diciendo
que muy en breve ser firmado por diez mil personas.
Y yo, exclam el duque de Guisa, presentar otro memorial contrario ste que cien
mil hombres, de quienes soy jefe, firmarn maana con su propia sangre.
Conforme se v e , pues, de las discusiones, en vez de la paz, sali un desafo la guerra
civil.
En abril de 1562, los. hugonotes firmaron un tratado con los prncipes alemanes en el
cual se reconoca al prncipe de Conde protector y defensor del reino de Francia, jurndole
obediencia l aquel que l nombrara para ocupar su puesto, comprometindose suministrarle armas, caballos, dinero y todo lo que necesitase para hacer la guerra; comparecer all donde el prncipe su lugarteniente les llamase, sometindose cualquier gnero de
penas de suplicios si en cualquier cosa faltaban su deber (1).
Cinco meses despus Isabel de Inglaterra les ofreca su apoyo firmando un tratado, segn
el cual les proporcionara los protestantes seis mil hombres y ciento cuarenta mil escudos
de oro.
Una vez desenvainadas las espadas ya no bast la habilidad de Catalina de Mdicis ni la
autoridad de Carlos I X para impedir la guerra civil.
El duque de Guisa, pasando rin domingo por Vassy, pueblo de la Campaa, se detuvo
para oir misa, cumpliendo como catlico. Apenas comenz el santo sacrificio, los hugonotes,
reunidos en una quinta cerca de la iglesia, empezaron cantar desaforadamente sus salmos.
El Duque les mand un atento recado suplicndoles que moderaran aquella gritera; no se
le hizo el menor caso; y habiendo en la puerta de la quinta algunos nobles catlicos que
fueron all por curiosidad, los que guardaban la entrada creyeron que traan Intencin de molestarles; de las palabras se vino los hechos, y al ir el Duque restablecer el orden fu
herido en la mejilla. Entonces los catlicos se enfurecen y no guardando miramientos de.ninguna especie, se arrojan sobre los hugonotes matando algunos y ahuyentando los dems.
El acontecimiento de Vassy fu la chispa que iba producir el incendio.
.Csar ha pasado el Rubicon, exclam el de Guisa.
Los protestantes alegaron que el edicto de paz acababa de rasgarse en Passy con la punta
de la espacia. Conde public un manifiesto de guerra, Coligny le secund y pronto la lucba
estall en todos los puntos de la nacin.
Conde se apodera de Orleans. Las iglesias son robadas, pisoteadas las sagradas formas,
constituido en blanco el Santsimo-Sacramento para asestar contra l sacrilegos pistoletazos,
los clices convertidos en moneda.
Se alumbra Patay con una hoguera que arde en el campanario y en la que se arroja
veinticinco catlicos.
. E n Tours se entretienen en descuartizar las imgenes y se da orden todos los sacerdotes de que abandonen la poblacin. Los que no obedecen son asesinados.
Se hacen dueos de Poitiers, donde despus de saquear las iglesias, se ceban los hugo(1)
De T h o u , l. IY, p. 26*.
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notes en los papeles de los archivos, en las campanas de los templos, en las tumbas de los
difuntos.
Se apoderan de A n g u l e m a , y despus de oir el sermn de un ministro reformado, las
treinta y seis iglesias parroquiales, todas las colegiatas y los conventos son invadidos por hordas de hugonotes que no perdonan ni tumbas, ni relicarios, ni retablos, ni siquiera los fuelles de los rganos. Inmensas hogueras se levantan en los sitios pblicos, donde se reduce
cenizas todo el mobiliario de los templos.
E n Mans el mismo encarnizamiento contra personas y cosas, sin perdonar los objetos
de arte.
E n Troyes al robo se aade la violacin.
En L y o n , despus de leerse un decreto en que se proclama la libertad de conciencia, se
lee inmediatamente otro en que se prohibe celebrar ni oir misa; la baslica de los Macabeos
es arrasada, el magnfico claustro de Ainay completamente demolido, los restos de san F o t i n , primer obispo de aquella ciudad, arrojados al Saona.
Entre aquella orga de barbarie aparece el ministro reformado Rnfy, revestido de una
coraza, con una espada en el cinto y un martillo en la mano, inaugura con toda solemnidad la demolicin de la abada de San Pedro, y arenga a, los suyos para que le imiten. Poco
despus, sabiendo que los caballeros de San J u a n estn sitiados en Malta, dispone un ayuno
general para el triunfo de los turcos.
En Montbrison, el barn de los Adrets hace precipitar de lo alto de una torre diez catlicos.
En -aquella ciudad murieron ms de ochenta personas vctimas del furor de los hugonotes.
En Beziers los hugonotes dan el pienso sus caballos en las mesas de los altares de la
catedral.
Ms de cien catlicos son despedazados y hundidos en un pozo en Senez, pequeo pueblo
del Languedoc.
Dos tercios de Francia tenan que contemplar tantas escenas de barbarie la ms feroz.
Hotman escriba framente al Elector palatino:
El prncipe de Conde dar los alemanes la ciudad de Paris para saquearla.
En efecto, Conde se encamina hacia la capital con un fuerte ejrcito de protestantes, pero
le sali al paso Mariano de Montmorency.
Montmorency era un verdadero catlico. De presencia arrogante, de gran prestigio entre
los soldados, no dejaba ni una sola vez sus rezos ordinarios aun cuando se encontrase al frente
de sus tropas. A su valor indmito reuna una piedad ejemplar. Vena siendo condestable'de
Francia con Francisco I, Enrique I I , Francisco II y Carlos I X . Su familia,, llamada la de los
primeros harones cristianos, es una gloria de la Iglesia y de la Francia por-su fidelidad su
religin y su patria, fidelidad que se puso prueba en el ejercicio de los cargos ms eminentes. El origen de la casa de Montmorency sube al de la monarqua francesa, conservndose siempre en esta familia la tradicin del talento, de la virtud y de la lealtad.
Enrique IV sola decir:
Si llegase extinguirse en Francia la raza de los Borbones, ninguna tan propsitopara reemplazarla cmoda de los Montmorency.
Aunque no perteneci Mariano de Montmorency al partido de los exagerados ni opin jamas por las represalias sangrientas, nunca dej de cumplir como creyente y como subdito.
Hallbase al lado del duque de Guisa cuando se encontr con el ejrcito protestante el 19 de
diciembre de 1562. La victoria se declar por los catlicos; y mientras los protestantes se
deshonraban con el asesinato del mariscal de San Andrs, que cay prisionero en sus manos,
el prncipe de Conde, prisionero de los catlicos, se sentaba en la misma mesa del duque de
Guisa, su vencedor.
La guerra continu bajo el mando de Coligny, que hizo de Orleans el baluarte de los h u fi'OTLflt.AK.
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'
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Juana de Albret se presenta en Cognac con Enrique de Bearn, su hijo, que no tena sino
diez y seis aos y el joven hijo del prncipe de Conde, para decirles:
Hijos mos, ved ah dos nuevos jefes que Dios os da; son dos hurfanos que fo vuestras manos.
El Bearnes, que ms adelante haba de ser Enrique I V , fu proclamado inmediatamente
jefe de la L i g a ; Coligny mand bajo sus rdenes;
Concertse una nueva paz que fu firmada el 15 de agosto de 1570, segn la cual se aseguraban los calvinistas cuatro plazas: Montaubn, la Charit, Cognac y la Rochela; se les
dejaba el culto libre en dos poblaciones de cada provincia y podan aspirar todos los cargos.
Estos hechos tenan exasperados los catlicos. Las jornadas de Jarnac 'y de Montcontour, favorables su partido, se convertan para ellos en derrotas, gracias la insidiosa poltica de la corte.
Los catlicos vean pesar suyo Coligny rodeado del mayor prestigio, no obstante de
ser l el jefe del bando protestante.
El almirante Coligny no slo dominaba en la corte, sino que quera arrastrar la F r a n cia aventuras de que haban de salir nicamente ganosos los hugonotes. Trataba nada menos que de emplear las armas francesas contra Felipe II. Carlos I X , el duque de Anjou y Catalina se opusieron. Entonces Coligny, queriendo imponerse y tomando una actitud algo
amenazadora, dijo dirigindose la Mdicis:
Seora, el Rey se opone entrar en una guerra; quiera Dios que no le sobrevenga otra
que sin duda no le ser fcil evitar.
Coligny tena intimidado Carlos I X . Insisti el Almirante en la guerra contra Felipe I I .
El dbil Carlos no distaba mucho de dejarse convencer, cuando se le presenta Catalina, anegada en llanto, se echa sus pies y le dice:
P u e s que los hugonotes dominan, pues que Coligny es ms rey que el Rey, p e r m i tidme retirarme con mi hijo el duque de Anjou que ha expuesto su vida para salvar al soberano.
Carlos se dej conmover y prometi en lo sucesivo obedecer su madre. Pronto olvid su
juramento, sometindose otra vez la poltica del Almirante.
Se puede decir que en este perodo el poder estaba en manos de los protestantes. Por instigacin suya se haba ofendido la Alemania ortodoxa, la Espaa, la Italia, la Santa
Sede; en cambio fomentbanse alianzas antinacionales con prncipes adictos la Reforma.
Los hugonotes se presentaban cada da ms exigentes la par que los catlicos se vean
desdeados. La exasperacin de stos llegaba su colmo.
La Reina, hondamente disgustada del prestigio de Coligny, explota el disgusto de los catlicos, preparando as la nacin nuevos das de luto.
Con profundo pesar por parte de la catlica Margarita de Valois, hermana de Carlos I X ,
sta cas con el protestante Enrique de Navarra. El Papa se opuso conceder su dispensa
para este matrimonio.
La celebracin del enlace la consideraron los calvinistas como un nuevo triunfo de su
partido.
Se invita las bodas todos los hugonotes de primera fila. Alguno de ellos dice Coligny:
S i el casamiento se verifica en Paris, las libreas sern rojas, aludiendo las escenas
sangrientas que haban de tener lugar.
El matrimonio se verific el 18 de agosto de 1 5 7 2 , pesar de las prohibiciones cannicas, entre Enrique y Margarita, de creencias distintas, de carcter opuesto y representando
intereses contradictorios. Vise los nuevos esposos adelantarse hacia el altar con repugnancia, casi con miedo, para contraer una unin sin entusiasmo, sin cario, estando distrados
al pronunciar el prelado las frmulas del ritual, sin darse las manos, limitndose slo t o carse las puntas de los dedos. Hasta parece que Margarita en el momento supremo vacil, y
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hubiera retrocedido no colocar Carlos I X sobre su cabeza su pesada mano de cazador, obligando la joven inclinarla, pero sin que nadie pudiese percibir el s que haban de pronunciar sus labios, limitndose una muda seal que, ms que de consentimiento, pareca
de resignacin.
La iglesia de Nuestra Seora estaba llena de un brillante cortejo compuesto casi en su
totalidad de hugonotes. De los catlicos, slo Carlos I X pareca satisfecho al repetir que daba
su hermana en prenda de paz los protestantes.
El casamiento de Margarita con Enrique de Navarra es una razn ms para que Coligny
se crea que goza en la corte de una especie de omnipotencia. Catalina de Mdicis trata de
deshacerse de l. Por desgracia la Francia vena acostumbrndose . cambios bruscos de d e coracin producidos por el p u a l , el arcabuz la pistola.
Coligny, volviendo del Louvre, tuvo que pasar por un punto donde haba apostado un matn que no hizo ms que herirle. Corri el rumor de que el criminal era un capitn florentino, muy adicto Catalina y favorito del duque de Anjou.
Paris se impresion ante esta noticia. Carlos I X corri visitar al herido y le dijo:
-Para vos la herida, para mi el dolor! Cundo llegar tener una hora de paz?
Carlos besa la mano al Almirante, le consuela, le jura tomar una venganza tal que no se
pierda jamas la memoria de ella.
El Rey estuvo un buen rato solo con Coligny. Al salir vio su madre Catalina y le dijo:
A fe que el Almirante tiene razn! Quien aqu manda, quien cuida de los negocios
del Estado sois vos y mi hermano. E n adelante no lo tolerar. Practicar el consejo que acaba
de darme el mejor -y ms fiel de todos mis subditos.
Estas frases fueron para Catalina la gota que hizo rebosar el vaso. Maestra en el arte d e l .
disimulo, supo comprimir su clera al escuchar aquellas palabras, segn las que ella desapareca en presencia de su rival.
Esto pasaba el 22 de agosto.
Al da siguiente m u y de maana el duque de Anjou fu encontrar su madre para resolver definitivamente la muerte de Coligny. Ms es preciso esta vez hacer entrar Carlos I X en el complot. Acuerdan ir verle al medioda, acompaados de Tavannes, del conde
de Retz y de otros personajes.
Catalina dice al Rey que los hugonotes estn enfurecidos con el conato del da anterior
contra su jefe Coligny, que le hacen Carlos I X responsable del crimen, que arman toda
prisa sus adeptos, que han pedido ya los extranjeros un refuerzo de diez mil hombres,
que en toda la nacin se recluta gente para derribarle de su trono y que se haba fijado la
hora del golpe fatal. Para salvar al Rey y al reino no hay ms que u n recurso, aade Catalina; la muerte del Almirante.
Carlos se opone con energa, diciendo que un hecho de tal naturaleza sera una vergenza;
pero que escuchar la opinin de los que-estn all presentes.
Tavannes optaba para que se siguieran los procedimientos conforme ajusticia. El mariscal de Retz expuso su vez que aunque l guardaba resentimientos de familia contra Coligny y el partido protestante, no era de parecer de que la monarqua acudiera un crimen.
Catalina y el duque de Anjou insistieron, pintaron la situacin con los colores ms ttricos, ponderaron los peligros que corra el trono. Carlos se dej persuadir, dijo que tambin
l estaba por la muerte del Almirante, y aadi que al hacer la cosa era preciso hacerla bien;
que l estaba porque se acabase de una vez con todos los hugonotes, que no quedara ninguno
que pudiese reclamar contra la prdida de sus correligionarios. El Rey acab al fin por ser el
ms violento.
Era innegable que despus del atentado cometido en la persona de Coligny, los protestantes estaban furiosos. Sus desafos, sus provocaciones contra los catlicos, se hacan pblicamente y en todas partes. Al encontrar a u n catlico le insultaban; donde haba algunos
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hugonotes era indudable que haban de oirse discursos contra las gentes del duque de Guisa,
maldiciones contra la casa de Lorena. Estaban ciegos de clera, dicen los cronistas contemporneos.
Diriganse en numerosos grupos al palacio de los Guisa, en actitud de invadirlo y prorumpan all en amenazas; todo era agitacin entre ellos.
Vino la noche de San Bartolom, 2 4 de agosto. El bastardo de Angulema, el duque de
Aumale y algunos italianos se echaron en la cmara de Coligny, trayendo su frente al duque de Guisa.
E s t e , llamado E n r i q u e , ya no era aquel Francisco de Guisa de quien hemos hablado
antes.
Francisco de Guisa fu un hombre de gran corazn, de extraordinario genio; sus hazaas hacan de l un hroe legendario. Haba visto los protestantes destruir las imgenes,
arrasar los templos, asesinar los ministros del santuario; el Catolicismo era su religin; l
era soldado y quiso servirle como buen soldado. Francisco de Guisa, en una hora de gran peligro para la fe de su querida Francia, cie la espada como los santos cien el cilicio, emprende la lucha como los santos fundan rdenes religiosas. Es la misma fe, el mismo ardor,
el mismo entusiasmo; pero con distintos medios. E n el combate no piensa sino en vencer;
despus del triunfo no se ocupa sino de perdonar; muere vctima de un asesino, y entonces
su grande alma se revela una vez ms en un generoso perdn que rodea al capitn ilustre
casi de la aurola de un santo.
El segundo Guisa quiso ser el continuador de su papel; pero no lo fu de su gloria. ste
es antes poltico que religioso; tiene inspiraciones elevadas que ahoga en una hora de ciego
apasionamiento; su innegable bravura es empequeecida por su ligereza; concibe un plan y
lo realiza sin detenerse calcular todo su alcance; es de los que justifican los medios por
el fin.
Cuando Catalina aliment en su mente el proyecto que haba de realizarse la noche de
San Bartolom, claro es que haba de contar con el conde de Guisa, que haba visto morir
su padre asesinado por los hugonotes, que contemplaba al asesino en posicin ventajosa, que
tena que soportar que se insultara su nombre y su familia.
Despus del atentado cometido en la casa de Coligny, al toque de la campana de Louvre y
la luz de las antorchas, so color de religin empiezan tomarse venganzas particulares; el
pueblo se embriaga en aquel olor de sangre, m u y pronto no es posible poner dique al torrente.
Los mismos que iniciaron aquellas escenas, al ver que iban ms all dlo que ellos h a ban calculado, ocultan en sus casas los hugonotes para ponerlos salvo del furor popular.
El duque de Anjou y de Aumale amparan muchos en el palacio; Tavannes salva Biron y
la casa de los Guisa sirve de asilo multitud de protestantes. Los atentados de Paris tuvieron eco en varias poblaciones.
' No se culpe la religin catlica de aquellas escenas. Las aconsej una poltica egosta
y las realizaron turbas extraviadas la que los protestantes haban exasperado de mil maneras ; la religin que reprueba matar un hombre privadamente no ha sancionado jamas estas
matanzas pblicas. Si intervencin tuvo en ello el clero fu slo para contener los verdugos y libertar las vctimas.
J u a n Hennuyer, obispo de Lisieux, pesar de las rdenes de Carlos I X , tom en su dicesis los hugonotes bajo su proteccin, teniendo despus el gozo de verlos entrar en el seno
de la Iglesia catlica.
E n Tolosa las puertas de los conventos se abren todos los protestantes que quieren r e fugiarse en ellos; en Romans los catlicos se coligan para poner en libertad cincuenta y
tres detenidos; en Burdeos los sacerdotes salvan muchos; en Nim.es, donde anteriormente
los calvinistas haban realizado dos matanzas pblicas, los catlicos se unen para defender
sus enemigos.
712
H1ST0MA D E
LAS
PERSECUCIONES
Ttist.
d'Angletevre.
713
PRISIN
DE P O
VII
POR
DISPOSICIN
DE
NAPOLEN*.
pensamiento fu empequeecido por cabalas polticas, qu se cobijaran su sombra ambiciones personales, que hubo all la levadura de los partidos corrompiendo la masa; pero no
hay duda que la Liga obedeci una inspiracin generosa y tuvo para la monarqua catlica
resultados fecundos.
Empez entonces la guerra llamada de los Tres Enriques por intervenir en ella E n r i que III de Francia, Enrique de Navarra y Enrique de Guisa.
El de Guisa se cubri de gloria en Vimori y en Auneau; conquistse inmensa popularidad; se le consider como un dolo; se le llam Maeabeo de Francia, destructor de los Alemanes. En cambio todo eran quejas contra Carlos I X , quien se acus de indolente, de
aptico.
Consecuencia de esto fu que Enrique III hizo asesinar al duque de Guisa y al hermano
de ste, el Cardenal.
La muerte del Cardenal, mandada por el rey de Francia sin procedimiento de ninguna
clase, horroriz Sixto V, quien exclam en pleno consistorio:
714
Un Cardenal ha sido condenado sin sumaria, sin proceso, como si no hubiera Papa en
la tierra ni Dios en el cielo.
No se limit quejas. Sixto cit al Rey Roma y le amenaz con la excomunin si no
justificaba su proceder.
Nos vemos obligados, deca, obrar as, porque de otro modo Dios nos pedira cuenta
de nuestra conducta, como al Papa ms intil. Por lo dems, cumpliendo u n deber sagrado,
no tenemos por qu temer al mundo todo. No dudamos de q u e , si Enrique III persiste en sus
malas resoluciones, Dios le reservar el castigo de Sal.
Las palabras de Sixto V fueron una prefeca. Poco despus Enrique III expiaba su c r i men con la misma muerte que haba dado Enrique de Guisa y al Cardenal.
Al morir Enrique III design para sucederle al protestante Enrique de Navarra, descendiente de Roberto, conde de Clermont hijo segundo de san Luis.
El ejrcito proclama al hugonote en Saint-Cloud con el nombre de Enrique I V , mientras
que en Paris la Liga adopta por rey al Cardenal de Borbon con el nombre de Carlos X .
Aunque los catlicos en una gran parte no estn por el Cardenal, tampoco aceptan un
calvinista, sobre el que han cado los anatemas de la Santa Sede. El mismo Enrique se ve
tan aislado que llega dudar de su destino. Le aconsejan al Bearnes que se retire Inglaterra. Pero Biron le dice que, el abandonar el reino, es pobre manera de salvarlo, que est en
Francia y debe pelear y vencer enterrarse en ella.
La causa de Enrique IV es tan desesperada, que Mayenne, jefe de la Liga, escribe: que
el Bearnes no puede escaparse, sino echndose al mar.
Enrique IV, al emprender la batalla de Jory, invoca el socorro de la Providencia, diciendo:
Seor, que lees en el fondo de mi corazn, si es ventajoso mi pueblo que cia la corona favorece mi causa; si no lo es, haz que sepa morir como bueno la vista de mis valientes soldados.
E n seguida, dirigindose al ejrcito, exclama:
Compaeros, all est el enemigo. Vosotros, franceses, y yo vuestro Rey, corremos todos la misma suerte. Hijos mos, si os faltan cornetas no las os, agrupaos en torno de mi
penacho blanco; siempre le veris en el camino del deber*y del honor.
Poco despus el descendiente de san Luis perdonaba los vencidos diciendo sus tropas:
Son franceses como vosotros.
Enrique IV era catlico por instinto aun antes de serlo por fe.
El Bearnes empez pensar seriamente en convertirse.
El calvinismo era la fe de sus soldados, la fe de sus consejeros, la fe de su madre. Cambiar de religin no le proporciona de momento ninguna ventaja y en cambio le ofrece graves
peligros; siendo catlico, no podr contar con la Liga; no siendo protestante, no podr contar
con los hugonotes. Enrique la cuestin religiosa la estudia en un terreno ms elevado, prescindiendo de consideraciones terrenas.
Ya desde mucho tiempo el Rey en su elevado criterio se resista aceptar algunas de las
doctrinas ms fundamentales del calvinismo, inclinndose hacia los catlicos.
Un da por la calle encontr un sacerdote que llevaba el Vitico. Enrique se apresur
descubrirse y echarse de rodillas. El hugonote Sully que le acompaaba, exclam:
P e r o , seor, es posible que vos creis en esto?
S , vive Dios, contest el Bearnes, y para no creer es preciso estar loco. Dara un dedo
de la mano para que vos creyerais tambin (1).
Ms de una vez refutaba las doctrinas religiosas de su partido hasta el punto de dejar
perplejos los mejores telogos calvinistas.
Vamos, deca uno de los ministros protestantes de su palacio; en esta religin (la
calvinista), no veo ni orden, ni piedad, ni nada; no tiene ms base que la de u n predicador
(1)
Hist.
du roy
Henri.
715
que hable bien el francs. E n resumen, soy de parecer que el cuerpo de Nuestro Seor J E est en el Sacramento, de otra manera todo lo que se hace en la religin, es una
pura ceremonia (1).
Desde mucho tiempo, dice el mismo Cayet, protestante convertido, Dios habla tocado el
alma del Rey sobre el sacramento de la Eucarista, aun cuando entonces tuviere sus dudas
sobre la invocacin de los santos, la confesin auricular y la autoridad del Papa (2).
E n una conferencia religiosa de Fontainebleau que l asista y en.que Perron refut
Plessis, el Rey, despus de oir al telogo catlico, sintise tan conmovido que no pudo menos
de manifestar al duque de Epernon ,sus impresiones, dicindole que las razones dadas por el
doctor le tenan emocionado. Esta conmocin el Rey no saba reprimirla por ms que se hallase exclusivamente rodeado de hugonotes.
Notse en Su Majestad, escribe madama de Mornay, una ansiedad tan grande que no
acertaba recobrar su tranquilidad caracterstica. Mr. de Lomenie, su secretario, no pudo
abstenerse de decirle que la vspera de las batallas de Coutras, de Arques y de Jory no le haba visto tan agitado, en lo que efectivamente-el Rey convino (3).
En este trabajo de su alma pasa das, meses, sostiene una lucha interior alentada por sentimientos siempre respetables; no ser ms que un indiferente un escptico no habra consultado sino su propio inters; Enrique consulta antes que todo las necesidades de su espritu.
Sixto V, inspirndose en el inters religioso de la nacin francesa, no poda ver sin hondo
disgusto el que fuese un protestante quien empuara el cetro de san L u i s ; h aqu porque se
vale de todos los recursos para impedirlo; h aqu porque hace uso de las armas espirituales.
Si excomulg Enrique no fu por animosidad contra su persona, ni por favorecer la Liga
como partido poltico; fu slo en bien de la monarqua catlica. H aqu porque, cuando E n rique mand Roma un embajador para tratar con el Papa, ste le recibe con toda clase de
consideraciones, sabiendo que el Bearnes trata de convertirse al Catolicismo.
El conde duque de Olivares, embajador de Espaa, al tener noticia de que Enrique manda
un legado Roma, suplica al Sumo Pontfice que no d el honor de una audiencia al representante de un prncipe hugonote.
S i Vuestra Santidad le recibe, dice, me ver obligado, en nombre de mi seor, presentar mis protestas.
Y qu protestas? responde el Papa; qu protestas pensis hacer? Con ello ofenderais la majestad del Rey vuestro seor, cuya gran prudencia me es conocida. Retiraos.
El embajador de Enrique fu introducido la presencia del Padre Santo, asegurndole
que el ilustre Prncipe, el denodado guerrero, el vencedor de Arques y de Jory est pronto
arrodillarse los pies de Su Santidad para pedir su absolucin.
Que venga, que venga! exclam el Papa lleno del mayor gozo. Yo le abrazar y le
consolar.
Desde el momento en que Enrique fuese catlico ya para el Papa la cuestin tena otro carcter. Los representantes de la Liga se quejaron de la benevolencia con que Sixto V recibi al embajador del Bearnes. Sixto comprendi que la Liga haba degenerado en un partido
poltico, animado como todos de miras ambiciosas. El Papa no tuvo inconveniente en declararlo as:
Mientras hemos credo, dice el Pontfice, que la Liga trabajaba por la Religin os hemos
auxiliado; estamos convencidos de que no obra sino obedeciendo mviles ambiciosos y bajo
falsos pretextos. No esperis de Nos proteccin alguna.
Era este un proceder elevado que da conocer la actitud noble de los pontfices que no
tenan en cuenta sino el inters de la fe.
SUCRISTO
(1)
(2)
Id., id.
(3)
X i v r e y , Lettres
missives,
1593.
t. V. p. 228.
716
717
Quin sois?
E l Rey, responde Enrique.
Qu peds? vuelve preguntar el Arzobispo.
P i d o , declara Enrique en alta voz, ser recibido en el gremio de la Iglesia catlica, apostlica, romana.
Lo queris as? insisti preguntando el prelado.
L o quiero y lo deseo, contesta Enrique con fuerza.
El Rey se arrodilla en el suelo, bace en alta voz su profesin de fe y dice:
Protesto y juro en presencia de Dios Todopoderoso, que quiero vivir y morir en la religin catlica, apostlica, romana; que la proteger y defender con riesgo de mi sangre y de mi
vida, renunciando toda doctrina contraria dicha Iglesia catlica, apostlica, romana.
Hecha la profesin de fe, el prelado dio la absolucin al Monarca, le bendijo y le introdujo procesionalmente y en triunfo en la Iglesia, toda humeante de incienso, toda adornada
de olorosas flores, toda resplandeciente con sus millares de luces.
Al llegar al coro, poniendo la mano sobre el libro de los Evangelios reiter su juramento
y su protesta y oy la santa misa.
Al salir de la iglesia el pueblo gritaba en m a s a : V i v a el Rey! y todos, grandes y pequeos, prncipes y soldados, clero y seglares, todos estaban llorando de alegra.
Por fin Paris le abri sus puertas. Enrique entr en la gran capital olvidando yerros y
no recordando sino servicios.
El pueblo se agrupaba en torno suyo. Al empearse los guardias en abrir paso, Enrique
les dijo con acento de benevolencia:
Dejadles que se acerquen; estn hambrientos de ver un Rey.
LVIII.
Enrique IV y los Jesuitas.
La historia del Cristianismo viene siendo la de las grandes luchas para ser tambin la de
los grandes triunfos. Hasta aqu no hay persecucin de la que no haya salido ms radiante
de gloria. Amparndose en la fortaleza de una doctrina infalible, ha sabido combatir con la
palabra, arma que le entreg JESUCRISTO al decir su apostolado: Id y ensead. En las pocas de combate es cuando la Iglesia ofrece toda su portentosa majestad, surgiendo los g r a n des apstoles de la v i r t u d , que son los santos; los grandes apstoles de la palabra, que son
los doctores, y donde no llegan stos llegan los mrtires, que constituyen el poder de la virtud y de la palabra engrandecido por el sacrificio, llevado los ltimos extremos del h e rosmo.
Cuando nace un Pelagio el mismo da nace u n Agustin; junto al heresiarca que parece venido al mundo para oscurecer las grandes doctrinas de la libertad de la gracia se presenta el
Apologista que viene derramar nueva luz sobre las verdades cristianas; y entonces el h e reje aparece en los anales de la Iglesia como la tempestad que sirve para que el cielo brille
despus ms bello y ms puro.
Lo propio se verifica con la persecucin protestante. Cuando Lutero, un fraile, se levanta
contra el papado, Ignacio de Loyola, un soldado, cae herido en Pamplona; el fraile apstata,
llamndose reformador, no hace ms que trabajar en pervertir; el soldado, renunciando su
nombre, s u gloria, su porvenir, se envuelve en tosca sotana y realiza en s y en sus discpulos la verdadera Reforma. Lutero en el ruido destruye, Ignacio de Loyola en la soledad,
oculto en la desconocida cueva de Manresa, la sombra del Montserrat, edifica; Lutero es el
patriarca de una raza de hombres pervertidos, Ignacio lo es de generaciones de misioneros,
718 '
de maestros de la juventud; Lutero deja el hbito del fraile para vestir el traje del soldado y
dar el grito de guerra; Ignacio deja el traje de la milicia, depone su espada ante el altar de
la Virgen y recorre el mundo con un Crucifijo en la mano predicando la paz y el amor.
Su persona, su obra, sus hijos son el blanco de la persecucin; Dios pone sobre su institucin la marca de los combates como sobre todas las grandes instituciones cristianas.
En Francia son atacados como en todas partes: en aquella poca de odios, de pasiones rastreras , no es extrao que se les combatiese con el arma innoble de la calumnia.
Desterrados de la nacin francesa por Enrique, es Enrique quien vuelve llamarlos y
quien se encarga de hacerles justicia.
Por qu les llam el Rey? La primera contestacin nos la da l mismo; los catlicos los
reclamaban; y Enrique, que atiende los votos de su pueblo, cuida l mismo de examinar la
causa de los Jesuitas, dejando aparte las iras de los hugonotes, porque estas significan que los
Jesuitas no condescienden con el error sino que lo combaten bajo cualquier forma que se presente.
Despus de este examen se ve que la institucin de los Jesuitas es una institucin providencial de aquella poca, compuesta de hombres como otras tantas que Dios destina para salvacin de los hombres; y Enrique no extraa que lleve el sello del perodo en que ha aparecido en la historia para realizar grandes destinos. Algunos individuos, siguiendo la corriente
de su tiempo, pudieron sostener proposiciones aventuradas, pero ni ellos fueron los primeros
en profesarlas, ni la responsabilidad puede caer sobre el Instituto.
Escuchemos acerca el particular al P . Ravignan contestando un cargo que se hizo e n tonces y sigue hacindose hoy contra los Jesuitas:
Otra doctrina h a y , cuyo solo nombre levauta tempestades que todava parecen amontonar negras nubes sobre nuestras cabezas: hablo del tiranicidio.
Tampoco aqu discutir: me lo prohibe absolutamente una severa ley de la Compaa,
un decreto todava vigente, expedido el 1. de agosto de 1614 por el P . General Aquaviva.
E n virtud de la santa obediencia y bajo pena de excomunin, prohbese en este decreto
todo religioso de la Compaa el afirmar, en. pblico ni en secreto, en la enseanza ni por escrito, ni en sus respuestas consultas, que sea lcito, so pretexto de tirana, matar los rey e s , etc., etc. No me propongo una leccin de teologa, sino pura y simplemente referir los
hechos.
Durante la Edad media, el debate sobre la legitimidad del tiranicidio en determinadas
circunstancias haba sido tratado por jlos ms insignes autores: Santo Tomas [de Regimine
Rrincipium lib. 1, cap. VI y VIII) no haba vacilado en resolverlo en sentido de la afirmativa. Avenase por entonces la profunda estabilidad del principio de los gobiernos con la profunda independencia de teoras en materias filosficas y teolgicas.
Vinieron, empero, tiempos en que aquella formidable doctrina, que hasta entonces h a ba como dormitado en los libros, fu trasladada la arena de las pasiones polticas y de las
luchas religiosas. Fu esto en el siglo X V I .
La caridad entonces estaba como absorbida por un celo ardiente, y veces despiadado,
que apenas dejaba en los corazones sino los instintos de defensa, instintos tan formidables en
las masas como en el individuo abandonado s propio. De todo esto 'se haca entonces un
arma: cmo, pues, haba de haber quedado olvidada la doctrina del tiranicidio? En el ardor
de sus hirvientes pasiones, catlicos y protestantes se abalanzaron ella.
Pero esta doctrina, imputada los Jesuitas, tan lejos se hallaba de serles peculiar, como
que la Sorbona fu quien, en enero de 1589, dio la seal del desbordamiento de odios tiranicidas contra el rey Enrique III. Callar aqu los nombres de los predicadores ms fogosos
que tuvo aquel dogma sangriento; pero dir que notoriamente no pertenecan la Compaa
de JESS. Ah estn en manos de todo el mundo las crnicas de la Liga, que no me argirn
de falsedad. Hasta algn tiempo despus de esta poca no se oye hablar del ascenso prestado
719
por algunos Jesutas la doctrina de que se trata, y aun stos se limitaron reproducir las
soluciones de Santo Tomas. Uno solo, Mariana, hombre de superior capacidad, pero de c a rcter arrebatado indcil, traspas el lmite trazado por el ilustre y santo doctor. Imprmese
el libro de Reje: concesele en Roma; desaprubale el P . General Aquaviva, y se inutiliza la
edicin. Pero escrrese un ejemplar, y cae en manos de los protestantes: gran golpe de fortuna para dar perpetuamente en rostro los Jesutas. Dicho se est que los protestantes no se
descuidaron en reimprimir y circular con profusin su hallazgo.
Entonces fu cuando el P . Aquaviva expidi su citado decreto, es decir, en el ao 1 6 1 4 ;
poca, por consiguiente, desde la cual ningn Jesuta ha hablado ni podido hablar del tiranicidio (1).
Creemos intil encarecer la elevacin de criterio con que emite su juicio el ilustre Jesuta.
E n tanto la Compaa de JESS no poda ser responsable de ciertas proposiciones violentas que entonces privaron en algunas universidades clebres, que Auger, Jesuta, una de las
eminencias oratorias de su tiempo, conden abiertamente los principios y los procedimientos
de los que imprimieron funesta direccin la Liga. El duque de Nevers fu admitido la
presencia de Clemente V I I I , gracias la mediacin de un Jesuta, el P . Possevin, y otro J e suta, Commolet, trabaj ardientemente para obtener de Roma la absolucin de Enrique (2).
Los Jesutas estaban dentro de la ley volviendo Francia, y Enrique IV que se gloria de
ser hombre de ley, les abre las puertas.
Al defender esta medida ante el Parlamento donde los padres de la Compaa tenan bastante oposicin, lo que no es de extraar dadas las influencias protestantes, el Rey dijo:
...Debis reconocer en Poissy, no la ambicin de los Jesutas, sino su suficiencia; y no
comprendo porque han de tacharse de ambicin hombres que rehusan las dignidades y prelacias, haciendo voto de no aspirar ellas... La Sorbona los ha condenado; pero ha sido sin
conocerlos. La Universidad tiene ocasin de echarles menos, pues q u e , con su ausencia,
ella ha estado casi desierta, y los escolares, no obstante vuestros mandatos, han ido b u s carlos dentro y fuera del reino. Atraen s los grandes talentos y escogen los mejores; razn de ms para que yo les aprecie. Yo quisiera que para mi ejrcito pudiese escoger los mejores soldados; que no entrase formar entre vosotros ninguno que no fuese digno; que en
todas partes la virtud fuese el sello constituyesela distincin de los hombres. Convengamos
en que con su constancia y su vida ejemplar ellos obtienen su fin, y que el gran cuidado
que ponen en no cambiar ni alterar nada de su primitiva institucin les har durar mucho
tiempo.
Qu no se les reprocha por la Liga; era la obra del tiempo; creyeron hacer un bien; si
se engaaron tngase en cuenta que no fueron los nicos... Se dice que el rey de Espaa se
utiliza de ellos, pues, por qu no me he de utilizar tambin yo? La Francia no ha de ser de
peor condicin que la Espaa, ya .que todo el mundo les considera tiles. Los juzgo necesarios mis Estados, y si hasta aqu han residido en ellos por tolerancia, quiero que residan
por derecho.
Los.Jesutas, pues, volvieron entrar en Francia.
Enrique escriba al cardenal de Ossat que los crea los ms propsito para instruir la
juventud (3).
Protegi el desarrollo de la Compaa en su reino y los estableci en la Fleche en la propia casa de sus padres, para dar as sus subditos el ejemplo de que hiciesen lo mismo,
donde orden el Rey que despus de muerto fuese depositado su corazn.
(1) Ravignan, De la existencia y del Instituto
(2) Lacombe, Henri IV, p. SI.
(3) Letlres du cardinal
d'Ossat.
de los Jesutas.Ed
720
LIX.
Muerte de Carlos I de Inglaterra.
La revolucin religiosa en Iglaterra hubo de traer consigo la revolucin poltica. Se* v e nan cometiendo desde aquel trono demasiados crmenes para que no siguiera A stos su expiacin; y sta recay en uno de los ms dignos de sus reyes, como sucede menudo en das
expiaciones histricas.
La absorcin de los poderes en la persona del monarca, haba de producir tremendos conflictos ; desapareci la nocin del deber y los reyes se constituyeron en dspotas y los pueblos
en anrquicos, como necesidad de parte de los primeros para amparar su autoridad, de parte
de los segundos para defender sus franquicias. La monarqua, fuera de las vas catlicas, dej
de representar el derecho divino y acab por ser hasta la negacin del derecho humano. Vino
el cesarismo que no fu ni el ejecutor de la ley moral ordenada por Dios, ni tampoco el del
derecho poltico representado por la colectividad social que desapareca ante la persona del
monarca.
Las formas despticas no pueden constituir la organizacin moral de un pueblo que ha
vivido largos siglos la sombra de la ley cristiana. En sociedades de esta clase lo que sucede
es que una lucha constante va produciendo soluciones, que aunque veces parecen definitivas no son sino pasajeras; lucha de los reyes para aplastar los pueblos; lucha de los pueblos para inutilizar los reyes. Al tocarles el turno los reyes, stos no respetan n a d a , ni
los pontfices, ni la conciencia, ni la ley; al tocar el turno los pueblos, tampoco stos
respetan nada, ni la autoridad, ni las bases del orden social.
El rey de Inglaterra, al rebelarse contra la Iglesia, ense los pueblos rebelarse contra los reyes.
Enrique VIII se constituy en divinidad, los hombres que no se inclinaban ante el dolo
eran entregados al verdugo; pero vino un da en que el libre examen se aplic la divinidad que representaba la soberana poltica; el pueblo se crey autorizado para aplicar el criterio privado al cdigo social, que era la constitucin inglesa, como la aplic antes al cdigo
religioso, que era la Biblia. Por qu ese libre examen que se elevaba al mundo superior de
la revelacin, donde despus de todo hay regiones que la razn humana no puede franquear,
no haba de aplicarse al Estado? Era esta una contradiccin que haba de producir sus efectos.
E n las controversias religiosas vino un da en que se crey que si poda subirse hasta el
Papa era tambin dable llegar hasta el Rey, llevando al palenque su representacin, su autoridad, su carcter. Entre un Estado anglicano y u n Estado catlico hay la diferencia de un
Rey que se sobrepone al Papa, por qu no poda haber la de un pueblo que se sobrepone
al Rey?
La consecuencia que los anglicanos no se atrevan sacar, la sacaron los sanios, los puritanos, los independientes; al fin haba de venirse ello; era una necesidad lgica.
Desapareci del trono Jacobo I , durante cuyo reinado se contuvieron los anglicanos porque Jacobo les apoyaba; se contuvieron los puritanos porque creyeron que un rey escoces acabara por adoptar un protestantismo la escocesa; se contuvieron los catlicos porque abrigaban esperanzas en el hijo de Mara Stuard. Jacobo no convoc el Parlamento ni una sola vez.
Tras de Jacobo vino Carlos I que subi al trono en 1625. E n su poca fu cuando el furor de los puritanos estall con toda su fuerza, amenazando la vez al trono y la Iglesia
establecida,
Los independientes se adquirieron gran prestigio en las masas populares gracias sus apariencias de celo, y con la Biblia en la mano empezaron cometer horrorosos crmenes.
721
Carlos cas con Enriqueta de Francia que era catlica. Esto acab por exasperar-el odio
de los puritanos contra l. Por todos los ngulos'de Inglaterra se oy el grito de: No poperyl
Nada de papismo/ lo que entonces tanto como un grito de rebelin religiosa lo fu de rebelin
poltica. Las medidas ms brbaras entre los catlicos parecieron suaves, se les arrancaba sus
hijos para educarlos en las sectas protestantes; el sacerdote expatriado que se atreva penetrar en Inglaterra era sentenciado muerte.
La Irlanda se haba mantenido catlica pesar de la apostasa de Escocia y de Inglaterra. Los verdugos de Enrique y de Isabel se cansaron de cortar cabezas; pero no pudieron
domar el valor religioso d aquel pueblo, cuyos hijos, cuando no tenan ms recurso, diriganse Amrica en numerosas emigraciones, mientras otros se refugiaban en la espesura
de las selvas esperando la hora de reconquistar su fe, sus hogares y sus derechos.
Las agitaciones de Inglaterra hicieron creer los irlandeses que aquella era la ocasin
ms oportuna de echarse sobre sus enemigos. Ellos vean en cada ingles un tirano de su patria, un confiscador de sus bienes, un verdugo de sus esposas y de sus hijos; se arrojaron
sobre los ingleses, no con el slo propsito de revindicar derechos, sino tambin de vengar
CLArsTIlO
DEI. D E M O L I D O - C O N V E N T O
DE
SAN
FKAXCISCO.
(XAISTilO
!Hi S A N
(XfiAT
l>EI.
VAI.I.i
una larga serie de atropellos; al empuar las armas los irlandeses mataron con todo el furor
de un pueblo que se halla en la desesperacin.
Un grito de indignacin contra la Irlanda se levanta en Inglaterra y Escocia, los revolucionarios se complacen en presentar al Rey como autor cuando menos como cmplice de
aquellas matanzas.
Se rene el Corwenant, crculo de conjurados que llegaba tener cierta omnipotencia, y
obliga Carlos aceptar las proposiciones ms humillantes para su monarqua.
Convcase el llamado Parlamento largo, el cual obliga al Rey desprenderse de sus m i nistros , ejecutan uno de ellos, al conde Strafford, prenden al arzobispo Lad y acaban por
quitar al Rey el poder legislativo.
Llueven contra Carlos acusaciones de papismo, se le tacha de estar tramando una conspiracin papista, y por ms que sean condenados pena capital muchos sacerdotes, los puritanos se sublevan contra el Rey.
Desgraciado en las luchas del Parlamento no lo es menos en las del campo de batalla; los
rebeldes le derrotan completamente en Naseby (1645).
Orgullosos con la victoria proponen al Rey el ejercicio de una autoridad de nombre q u e dndose los enemigos de su poder con la autoridad de hecho.
91
722
Perseguidores.
Lutero. Melancton. Carsltad t.Z winglio. Munzer.Bucero. Jacobo Strauss. Brunfels. Schappeler. Wehe. Wolz. Piffer.Muller.Justo Joas.
Spalatino.Francisco de Luneburgo.Felipe de Hesse.Wolffang.Bothmann.Juan
de Leyden.Tomas Cramner.Farel.Froment.Saunier.Enrique VIII.Cromwell.
Viret.Isabel de I n g l a t e r r a . K n o x . K e n t . F l e t c h e r . E l prncipe de Conde.
723
Mrtires.
Juan Houthon.Agustin Webster.Pedro Roberto Laurens.Tomas Moro.
E l obispo de Fisher.Reynolds.Mara Stuard.
Papas.
Po I I I . J u l i o I I . L e n X . A d r i a n o VI.Clemente V I L P a u l o I I I .
Julio III.Paulo I V . P o V.Sixto V.Clemente V I I I .
Escritores hostiles.
Maquiavelo.Huthen.Sully.
DEFENSAS.
Conversiones.
Munzer.^Miltitz.Crotus.Gardiner.Enrique IV.
Adictos.
Gil de Viterbo.Tetzel.Cayetano.Prierias.Eck.Emser.Aleandro.
Cochleas.Faber.Nausea.Polo. Laynez.
Santos.
San Cayetano Tieneo.San Ignacio de Loyola.San Francisco de Sales.
724
TRATADO SEXTO.
LA
R E V O L U C I N .
I."
El Jansenismo.
Nos encoutramos ya en el ltimo acto del gran drama de las persecuciones.
La revolucin es la batalla suprema contra el Catolicismo, en que aparecen coligadas
todas las fuerzas, prensa, tribuna, reyes, pueblos, filsofos y poetas, eminencias cientficas y
genios de la inspiracin artstica. Y ya no es un combate parcial contra esta aquella doctrina, este aquel dogma, n o ; la batalla de la revolucin se da en toda la lnea; es el n a t u ralismo con todos sus recursos contra el sobrenaturalismo con todas sus manifestaciones; es
la ciencia contra la fe, y no slo contra la fe religiosa, sino contra la fe filosfica, contra la fe
social; es el hombre contra Dios. No se ataca ya la Iglesia porque admite este aquel principio ; se la ataca porque es Iglesia; ya no se combate al sacerdote porque acepta este aquel
criterio, se le combate porque es sacerdote.
Y donde la explosin revolucionaria se presenta con todo su carcter imponente es en la
nacin francesa.
Al estudiar los anales de la Francia, vemos en sus grandes pocas histricas la Iglesia
y la monarqua perfectamente unidas realizando de consuno las doctrinas de una esplndida civilizacin, vemos la nobleza ofreciendo la Iglesia su apoyo y ella rodendola de su
prestigio, contemplamos la magistratura inclinndose ante ella y ella invistindola de un
carcter sagrado para darla mayor autoridad; las leyes constitutivas de la Francia modelndose,
en las leyes de la Iglesia; sus parlamentos siendo una imitacin de los Concilios; sus monasterios constituidos en universidades donde se amparaba la ciencia, en museos donde se cobijaba el arte.
Al frente del Estado haba el rey. Aquellos cristianos, bastante independientes para no
inclinarse ante un hombre, se inclinaban ante el representante temporal de la autoridad poltica, en torno del cual vean la aurola del derecho divino,.pues Dios, autor de los individuos, lo es tambin de las sociedades. El jefe del Estado no era el amo, era, segn el principio cristiano, el ministro de Dios para el lien (1). El sumo imperante reciba una consagracin religiosa que era como el sello del poder delegado que ejerca en nombre de Dios; y los
pueblos vean en el rey algo de la abnegacin y la ternura del padre, mezclada con algo de
esa majestad y de esa grandeza superior que es como un reflejo de la grandeza divina.
El clero Be conservaba independiente de la autoridad civil, de la cual no reciba asignacin
alguna, mantenindose con dignidad de las donaciones piadosas que haba acumulado en sus
manos la piedad de los siglos, y cuyo capital no poda enajenarse; lleg ser rico, es verdad;
pero sobre su riqueza se levantaban hospicios, escuelas gratuitas, fundaciones piadosas; el indigente se crea como con un derecho de llamar las puertas de la casa religiosa; el clero
daba vida la agricultura, estmulo al arte, y el Estado en sus momentos de apuro nunca
(1)
Ep. ad Rom.,
X I I I , .
725
acuda en vano la generosidad de la Iglesia. Si dignidades haba, el hijo del pobre poda
aspirar ellas lo mismo que el magnate; los colegios, los noviciados se llenaban por regla
general de jvenes salidos de las clases menos acomodadas. La aristocracia estaba compuesta
de familias consagradas al servicio del pas, ocupando en tiempo de paz los puestos de la magistratura, formando el consejo de los reyes, empuando las" armas en tiempo de guerra,
manteniendo el ejrcito y sellando con su sangre la adhesin su fe su patria. Era t a m bin accesible todos, pues para subir ella bastaba saber sacrificarse en aras de la nacin
en defensa de sus derechos.
Las funciones lucrativas, el comercio, pertenecan exclusivamente al tercer Estado, que
por su riqueza y su influjo poda competir con la aristocracia; los miembros de este tercer E s tado se agrupaban en corporaciones animadas del mayor espritu de independencia, celosas
de sus privilegios, ostentando con orgullo los hechos de una honrosa historia. Era un r gimen, dice M, Thierry, no fundado en la fuerza y en el fraude, sino aceptado por la conciencia de todos (1).
Se cree que era un rgimen de servilismo y de dependencia, y sin embargo reinaba ms
libertad que en nuestros das (2).
Pero se inocul en aquella sociedad el virus del protestantismo y la envenen. Desde entonces desaparece su antigua vitalidad, y primero el jansenismo, y despus el galicanismo,
y ms tarde el filosofismo son un testimonio del estado de descomposicin que inici en aquellos pueblos el elemento protestante.
El jansenismo no es el combate noble, generoso, leal contra la doctrina catlica; ninguna
persecucin ha tenido ms inters en cubrirse con la mscara de la hipocresa, ninguna secta
ha manifestado mayor empeo en permanecer dentro de la Iglesia para herirla traicin.
Jansenio era un catedrtico de la universidad de Lo vaina, que se present con pretensiones de haber profundizado la doctrina de san Agustin, publicando un libro llamado Angustus, en que se ocupa de la perfectibilidad del hombre, de la gracia y del pecado. Los Jesutas
descubrieron en el libro una marcada tendencia las doctrinas calvinistas. A propuesta del
sndico Cornet, la facultad de Paris procedi al examen de cinco proposiciones que se hicieron famosas. Originse de ah una profunda agitacin que conmovi la corte, introdujo la
divisin en el clero; intervino en la contienda el Parlamento y se interesaron en la cuestin
las clases que parecan deber estar ms alejadas de la lucha teolgica.
Condenadas las cinco proposiciones por Roma, dise la cuestin un nuevo giro bajo el
pretexto de negar que en el Augustinus estuviesen contenidas las tesis en cuestin.
La manera de sostener la controversia los tachados de jansenismo produca en las masas
populares un efecto funesto.
La Francia entera, universidades, cmaras, corporaciones, todos se ocuparon de la clebre distincin entre la infalibilidad de derecho y la infalibilidad de hecho, tomando las discusiones por parte de los jansenistas un carcter de acritud harto deplorable, figurando al
frente de stos Antonio Arnald, Nicole y el ms clebre y profundo de todos el eminente pensador Pascal, cuyas Cartas Provinciales obtuvieron especial celebridad.
El que la sociedad francesa se conmoviese efecto de unas discusiones sobre la gracia que
ms de tener un carcter abstracto pertenecan la alta teologa; el que los parlamentos y
hasta las masas populares se decidiesen por la escuela que aceptaba doctrinas poco conformes
con la libertad del hombre, es un fenmeno que tiene su explicacin. Desde principios del s i glo X V I I , consecuencia de las corrientes protestantes, vena revelndose cierta hostilidad
contra la institucin pontificia. Entre los doctores y jurisconsultos de aquella poca vemos
dominar la tendencia de hacer del Papa el primero de los obispos, pero dejndole slo una
primaca de honor, negando al Sumo Pontfice su propio y legtimo carcter de cabeza de la
(1)
(2)
M. de Tocqueville.
du liers Elat.
p. 189.
726
Iglesia con sus atributos de tal. Marco Antonio de Dominis en su libro de Repblica Clirisliana hace de la Iglesia una democracia en que el cuerpo de los fieles lo es todo y la cabeza
el Sumo Pontfice se reduce un mero delegado de la comunidad catlica. Edmundo Richer
trat de dar este error un carcter ms filosfico pretendiendo que en la sociedad religiosa
lo mismo que en la sociedad civil la comunidad es el origen esencial de la soberana. J u a n
Launoy despoja ya al matrimonio de su carcter sagrado y niega la Iglesia la facultad de
determinar impedimentos dirimentes para concederla slo al principado civil, acabando despus por negar en general la autoridad de la Iglesia y condenando el culto de los santos. Como
se v e , pesar de que Launoy pretenda no haberse salido de la Iglesia, no era ms que u n
protestante. Elias Dupin expona sobre el P a p a , los obispos, la cuaresma, el divorcio, el celibato eclesistico, los santos Padres y la tradicin, teoras inspiradas por el criterio del protestantismo.
El gran Bossuet ocupndose de la Biblioteca de autores eclesisticos, en una luminosa
Memoria dirigida al canciller de Francia, refuta con su elocuente estilo y su irrefragable lgica las peregrinas enseanzas de Dupin.
En el compendio de la disciplina, dice, nuestro autor no da al Papa sino el que la Iglesia romana, fundada por los apstoles san Pedro y san Pablo, sea considerada como la primera , y su obispo como el primero entre los obispos, sin ninguna jurisdiccin sobre ellos, ni
sin mentar la divina institucin del primado: al contrario, pone este punto entre otros de
disciplina, que l mismo dice ser variable. N i aun habla mejor de los obispos, pues se contenta con decir que son superiores los presbteros, ms sin expresar que es de derecho divino. Estos grandes crticos son poco favorables las superioridades eclesisticas, y tampoco
estiman ms la de los obispos que la del Papa. Una de las ms hermosas prerogativas de la
Santa Sede es ser la silla de san Pedro la silla principal donde todos los fieles deben guardar la unidad, y que es, como dice san Cipriano, la fuente de la unidad sacerdotal.Es
carcter de nuestros modernos crticos tachar de groseros los que reconocen en el pontificado una autoridad superior instituida por derecho divino. -Cuando se la reconoce con toda
la antigedad, es que se quiere lisonjear Roma y hacrsela propicia. Por fin concluye su
Memoria diciendo: Sin ir ms adelante en el examen de un libro tan lleno de errores y t e meridad , es fcil ver que propende manifiestamente la subversin de la religin catlica;
que por todo l se nota un espritu de peligrosa singularidad que es necesario reprimir; en
una palabra, es una doctrina intolerable.
Elias Dupin fu privado por Luis X I V de la ctedra que posea en la Sorbona y desterrado de su pas.
El Parlamento obraba como si fuera un Concilio permanente, encargndose de proteger
el espritu de hostilidad contra la Sede apostlica. Ocupndose de l dice de Maistre:
Protestante en el siglo X V I , censurador y jansenista en el X V I I , filsofo en fin y republicano en los ltimos aos de su existencia, el Parlamento se hall frecuentemente en
contradiccin con las verdaderas mximas fundamentales del Estado.El germen calvinista,
alimentado en-este gran cuerpo, fu siendo ms y ms peligroso cuando su esencia mud de
nombre y tom el de jansenista. Entonces las conciencias quedaron m u y desahogadas con
una hereja que deca: Yo no existo. La ponzoa atac hasta los nombres ms augustos de la
magistratura que envidiaban las naciones extranjeras la Francia. Entonces, todos los errores , aun los que eran enemigos entre s, ponindose de acuerdo contra la verdad, la nueva
filosofa en los parlamentos se coaliz con el jansenismo contra Roma.Si nos figuramos el
nmero de magistrados propagados por toda Francia, el de los tribunales inferiores que se hacan un deber y aun honor de marchar en su sentido, el inmenso squito de los parlamentos,
y todo cuanto amontonaban en el mismo torbellino la sangre, la amistad el ascendiente,
se concebir fcilmente que haba ms que suficiente para formar en el seno de la Iglesia galicana el partido ms temible contra la Santa Sede.
727
Constituyse en foco de la conspiracin jansenista al monasterio de Port-Royal, cuya abadesa, Angela Arnauld, estaba intimamente ligada los jefes de la secta; siendo su influjo tanto
ms peligroso cuanto que aquellas religiosas se haban adquirido mucha fama por su piedad.
Luis X I V se manifest resueltamente por las doctrinas de la Iglesia; pero aquel Rey descendi al sepulcro cuando el Parlamento no haba aceptado la Bula Unigeniius sino salvos
los decretos contrarios t las leyes.
Habindose distinguido los Jesutas en la impugnacin del jansenismo, principi contra
ellos una cruda guerra en que tomaron parte magistrados, cortesanos, miembros del clero;
guerra que despus de medio siglo de rudas acusaciones, de sembrar odios contra la Compaa acab por su dispersin.
La agitacin jansenista unida la galicana iba tomando u n carcter de gravedad que daba
lugar serios temores. Corporaciones que antes haban aceptado la Bula, muerto Luis X I V
empezaron declararse contra ella; la universidad en cuerpo, los jacobinos tomaron ardientemente la defensa de las libertades galicanas; varias facultades de provincia se declararon
por elgalicanismo. Cuatro prelados hicieron presentar la Sorbona entre los aplausos e n t u siastas de los doctores y de multitud de asistentes, una apelacin que ellos hacan al futuro
Concilio, y vise un ujier que parta para Roma con el objeto de ir fijar el escrito de apelacin en las paredes de la baslica de san Pedro.
El Papa se quej al Regente y al consejo real por tan culpable conducta; pero se le d e volvan los Breves sin leerlos. Amenaz la Francia con negar las Bulas para institucin de
los obispos; se contest Roma en trminos de los que se desprenda el propsito de pasarse
sin ellas. El nuncio Bentivoglio hizo distribuir Bulas Pastoralis Offlcii que fueron rasgadas
por la mano del verdugo. E n Nntes se hizo una manifestacin ruidosa contra un cannigo
apelante quien hubo de negarse sepultura sagrada; mientras que en Ran multitud de jacobinos sublevndose contra las rdenes de su prelado se declaraban ruidosamente por la apelacin.
Cuando un obispo fiel las enseanzas dla Iglesia se negaba que se administrasen los
sacramentos alguno de los apelantes, el Parlamento, constituyndose en tribunal religioso,
impona al prelado una grave multa por querer cumplir con sus deberes.
II.
El filosofismo.
Ya en tiempo de Luis X I V la incredulidad haba tomado grandes proporciones. E n el
mismo palacio real, sin que lo supiese el monarca, la irreligin sarcstica y libertina, tena
sus concilibulos, el epicureismo incrdulo era representado por el prncipe de Conti, el duque de Vendme y su hermano el gran prior, el duque de Sully, el marques de la Fare, contribuyendo este trabajo de descatolizar la Francia clrigos como Chaulieu que leeran
mucho Ovidio y Ctulo pero m u y poco el Evangelio.
Contribuan esta propaganda algunas cortesanas. Madama de Sevign dice de N i n o n :
Si supierais de que manera ella trata de religin os horrorizaras.
El Regente no crea sino en la alquimia; su nombre ha pasado la historia como un
tipo de inmoralidad, su corte se manchaba en torpes obscenidades que ni siquiera se tena el
pudor de mantener ocultas, fin de evitar el escndalo.
La personificacin de aquella poca est en Voltaire. Respir desde nio un aire de vicio
y de incredulidad del que hubo de resentirse profundamente su vida moral. Maleado ya el
corazn fu concluir su educacin en Inglaterra en la escuela de los Bolingbrolce, de los
Tindal, de los Wolston, pretendidos filsofos cuya ciencia estribaba en lo atrevido de sus negaciones.
728
Las Cartas filosficas, el Mundano, el Ensayo sobre las costumbres de Voltaire hubieran
cado en el desprecio no representar la situacin de los espritus en aquella poca. Voltaire
lo que.hizo fu dejarse arrastrar por la corriente, publicar en alta voz y en todos los tonos
aquellas negaciones que hipcritas cortesanos se decan al odo. La obra de destruccin estaba
iniciada; Voltaire puso su talento al servicio de los dernoledores. E n su risa satnica puso de
relieve los odios de que era capaz su corazn; el veneno que guardaba en su pecho lo derram
con su pluma. Voltaire pronunci aquella blasfemia terrible:
Aplastad al infame; y su siglo no se extremeci: este hecho caracteriza una poca.
Se propuso nada menos que acabar con el Cristianismo. Para ello se vali de todos los r e cursos, apel todas las armas, desnaturaliz los hechos, calumni las instituciones, quiso
echar su inmunda saliva en la frente de las eminencias histricas, turb el silencio del santuario, la majestad del misterio con el ruido de sus insolentes carcajadas, con su inspiracin de
poeta excit el fuego de pasiones innobles, fulmin cargos contra la Providencia, plant los problemas ms elevados de la teologa para resolverlos con su escepticismo. Voltaire es un loco
que tiene la mana de querer escalar el cielo; dej en sus escritos marcadas las convulsiones
de su delirio estremecedor.
El jefe de polica Herault, le dijo una vez:
E s intil que os fatiguis; no llegaris destruir la religin cristiana.
Esto lo veremos, contest Voltaire.
E s t o y harto de oir decir, exclamaba en otra ocasin, que doce hombres bastaron para
establecer el Cristianismo; tengo envidia de probar que basta uno solo para destruirlo.
Voltaire no respet ni la religin, ni la ciencia, ni la filosofa, ni el pudor; no respet
sino la lengua. La impiedad.la hizo beber su siglo en elegante copa de oro.
Se le ha llamado filsofo y sin embargo nada hay tan distante de la gravedad filosfica
como su estilo burln, su risa sarcstica.
N i siquiera tuvo el valor de su incredulidad cuando se la puso prueba, as es que se le
vea en la iglesia de.Ferney cumpliendo con el precepto pascual, y reneg de sus escritos
siempre que temi que sus insolencias pudiesen hacerle algn dao.
Voltaire con palabras bellas ocult la falsedad de un alma que no crea en nada, ni en
Dios, ni en la patria, ni en la amistad, ni siquiera en el honor; ech lodo sobre todo lo grande,
escribi con magnficas frases el panegrico de todo lo vergonzoso, consagr su indispensable
talento probar que la torpeza, que la bajeza, que el vicio no es una degradacin; impelido
por la envidia insult una por una todas las glorias de su propio pas.
Pocos como Voltaire han sabido mentir. Visti la mentira de elegante mscara; al verla
con este disfraz su siglo aplaudi frenticamente. Con l la corrupcin toma aires de originalidad de ingenio, el cinismo aparece como una agudeza; es la serpiente que se presenta entre las flores de brillante estilo inocula en el pueblo una ponzoa que va envenenando las
generaciones.
Despus de Voltaire, realizando el trabajo de perversin encontramos Juan Jacobo Rousseau. Este era de carcter apasionado, de naturaleza ardiente; exagerando el principio de la
fraternidad cristiana, encuentra insufrible el espectculo de las dependencias sociales; con
marcada tendencia extremarlo todo abulta la opresin que ejercen los poderosos, y la servidumbre que se someten los dbiles, pregunta los que mandan por las credenciales de su
autoridad, socava el edificio social so pretexto de examinar sus cimientos, y para estudiar
las instituciones empieza por despojarlas de su majestad y de su prestigio. Aquel hombre de
imaginacin ms potente que su inteligencia en vez de pensar suea; la prosa de la realidad le repugna, y sube las regiones del ideal, y de abstraccin en abstraccin, de paradoja
en paradoja se pierde en las nubes de un imposible que l hace atractivo con la msica de
una elocuencia digna de mejor empleo. Rousseau se fija con preferencia en el orden poltico,
mientras que Voltaire se atiene ms al orden religioso; Rousseau es ms serio, ms formal que
729
Voltaire; aunque sus sofismas presentados con seductor lenguaje lian arrancado la fe de muchas almas, tiene en sus libros confesiones preciosas acerca la divinidad del Cristianismo, y
en sus ataques no desciende nunca como Voltaire hasta el lodo. No obstante Rousseau es el
profeta, el pontfice de la Revolucin; l model en sus escritos la Asamblea constituyente,
l inspir sus oradores; su Contrato Social fu el evangelio de la escuela revolucionaria.
Si en los escritos de Rousseau se salvan ms los formas que en los de Voltaire, sin duda
el filsofo ginebrino que paga con la deshonra la piedad hospitalaria de una mujer, que enva
todos sus hijos al hospicio, que hace alarde de cinismo en sus Confesiones, por su vida privada est la altura del patriarca de Ferney.
Viene luego d'Alembert ms escptico que Rousseau, pero menos apasionado; que toma
contra el orden religioso y social una actitud agresiva, pero sin valor suficiente para soste-
C.AUSTRO
DEL DEMOLIDO
CONVENTO
DE
DOMINICOS.
ner el ataque, como que reconociera la falsedad de la causa que defenda y cuya jefatura se
le confi despus de la muerte de Voltaire.
Diderot fu el frenes de la impiedad llevado hasta la rabia.
El barn de Holbach se distingue por sus osados ataques contra el Cristianismo, y no tiene
inconveniente en llegar las ltimas consecuencias de la impiedad proclamndose materialista y ateo; ms que un sabio, Holbach es un negociante de ideas que vende las que mejor
le pagan.
III.
Luis XVI.
Si la anarqua en las ideas contribuy la explosin revolucionaria, fu tambin parte
en ella la disolucin de las costumbres.
E n las personas que haban representado la monarqua en Francia se haban encontrado
T. II.
92
730
desrdenes; Francisco I , Enrique IV, Luis X I V tuvieron inters en poner salvo la dignidad y el honor de su corona; esto ya no sucedi en tiempo de Luis X V , el cual parece que
se complaci en arrastrar por el fango el cetro de san Luis, en hacer descender el trono de los
reyes cristiansimos al nivel de las torpezas de los tiempos paganos.
Tenia marcada aversin los parlamentos, los que llamaba asambleas de republicanos.
No ignoraba los peligros del porvenir. Hablando con el cardenal de Brnis, deca en cierta
ocasin:
L o que es yo todava ir tirando; pero despus de m por cierto que el que venga
tendr sus dificultades.
Luis X V exasper los pueblos con medidas que no guardaban relacin con su poltica
general y que desprestigiaban de antemano las costumbres de la corte.
El'presentimiento de prximas y radicales conmociones estaba en el nimo de todas las
personas de criterio; todos los das el Rey se encontraba con cartas annimas que le denunciaban la gran conjuracin que se vena tramando contra su trono, y la inepcia de sus consejeros, y el mal estado de la hacienda pblica, y la marcha general de un gobierno sin doctrinas, sin sistema fijo, y la audacia cada da creciente de los novadores, todo contribua
que el porvenir se presentase sombro, amenazador.
A los mismos odos del Rey resonaban estos tremendos augurios:
Dentro de veinte treinta aos el gobierno puede estar minado en todas partes y derrumbarse de una manera estrepitosa... Tiempo vendr, seor, en que los pueblos vern claro,
y este tiempo tal vez se acerca. Haced que no se diga de vos:
Feminas el scorta voluit animo, et hac principatus pr minia puiat.
No pens sino en mujeres y en sociedades de libertinos y crey ser esto lo que la monarqua ofrece de ms precioso.
Un consejero del Parlamento deca en presencia de Mr. de Mrigny, hermano de la Pompadour, y ante el marques de Mirabeau:
E l reino de Francia no puede ser regenerado sino por una conquista como la de'la
China, por algn grande estremecimiento interior, y ay de aquellos que tendrn que presenciarlo !
La niez de Luis X V I aparece toda sombreada por estos tristes augurios.
Al morir el que deba suceder Luis X V , el duque de la Vauguyon, present al Rey
su nuevo heredero dicindole:
Seor, el Delfn.
Pobre Francia! exclam Luis X V con los ojos anegados en llanto; un Rey de cincuenta y cinco aos y un Delfn de once!
El obispo de Montauban en una pastoral censuraba las tendencias anrquicas, y refirindose la historia de Inglaterra, recordaba aquel Parlamento que conden sin justicia y condujo al cadalso al infeliz Carlos I.
Desde m u y joven el Prncipe se manifest grave, reservado, formal.
Preguntsele en cierta ocasin qu sobrenombre preferira.
Deseo que me llamen Luis el Severo, contest.
Era joven de memoria feliz, de vasta penetracin, de instruccin variada; conoca perfectamente la lengua de Shakespeare, lo que hizo que se dedicara la traduccin de la Historia de Carlos I, por H u n e , ignorando que le esperaba l un destino m u y semejante al del
ajusticiado monarca. Mas adelante tradujo tambin la Decadencia del Imperio Romano, por
Gibbon, lo que da entender que tambin se le haba pegado algo de las aficiones enciclopedistas de la poca.
Manifest cierta pasin por las tareas del campo, la corte le tena hasta miedo; prefira ir platicar con sencillos aldeanos que verse rodeado del lujo de la casa real y teniendo
sus pies multitud de aduladores.
-
731
732
rales. Neoker lo suprimi; era ste de los que crean posible contener la Revolucin despus
de haber contribuido desencadenarla. Pronto Necker tuvo que levantar el entredicho, y la
prensa revolucionaria se juzg ya un gran poder.
Segn el programa establecido de antemano, el tercer estamento se reuni el da siguiente
en el sitio convenido, diciendo que esperaba que pasasen reunrseles los otros dos Estados.
Durante dos semanas la nobleza y el clero reunidos en dos salas distintas resistieron
las invitaciones del tercer estamento. Los nobles queran constituirse en una especie de senado al que se llamara Cmara de la nobleza. Introdjose la divisin en el estamento del
clero; 114 votos contra 103 estuvieron por la verificacin en comn.
Se cambiaron parlamentarios; intervino la corte; pero mientras sta no se atreva decidirse, el tercer estamento se constituye el 16 de junio, y arrastrado por Sieyes y Mirabeau
procede solo la verificacin de los poderes y se proclama Asamblea nacional, como si representara la nacin entera. Tratbase nada monos que de la anulacin del Rey, de la nobleza,
del clero, para que no quedara en pi sino la soberana popular.
Entrando ya en el ejercicio de su soberana el tercer estamento declara los impuestos
establecidos y percibidos ilegalmente, pero aade que tolerar el que sigan cobrndose
mientras no se disuelva la Asamblea. Era un modo de proclamarse permanente y de negar
la autoridad real el poder de disolverla.
Se va ms lejos todava. El tercer estamento trata de asumir todos los poderes, el ejecutivo lo mismo que el legislativo, instituye un comit de subsistencias para remediar la crisis
alimenticia.
*
Ante este proceder la nobleza se irrita, d'Epremesnil pide que se prenda los diputados
del tercer estamento, se dirige un mensaje al Rey.
Se necesitaban resoluciones enrgicas que Luis X V I era incapaz de tomar; su preocupacin cons'tante consista en buscar u n acomodamiento, cuyo fin resuelve ir l en persona
la sesin del 23 de junio, acordndose que interinamente el saln permanezca cerrado por tres
das, fin de preparar la sesin regia.
Desentendindose de esta disposicin, el 20 de junio, Bailly, presidente del tercer estamento, la hora acostumbrada se dirige la Asamblea; al verla cerrada formula una protesta,
se unen l los diputados, el tercer estamento se constituye en motin, las masas populares
contribuyen la excitacin pblica. El diputado Gruillotin propone que la Asamblea se rena
desde luego en el Juego de la Pelota para deliberar. Diputados y pueblo aprueban la proposicin en medio de atronadora gritera, y se dirigen en tropel al sitio designado.
Ya constituidos en el Juego de la Pelota, Bailly da lectura de las rdenes del Rey, y
aade:
N o necesito manifestar la triste situacin en que se encuentra la Cmara; propongo
que se delibere acerca la resolucin que es preciso tomar en circunstancias tan tempestuosas.
Muchos piden que se establezca inmediatamente la constitucin del reino y la regeneracin pblica.
La propuesta ms exagerada es la ms aplaudida; all el entusiasmo revolucionario raya
en delirio.
Bailly se levanta, y cuando ha logrado imponer silencio, exclama con fuerte acento:
Juramos no separarnos jamas de la Asamblea nacional y reunimos all donde las circunstancias lo exijan hasta que la constitucin del reino quede establecida y afirmada sobre slidos fundamentos.
Todos responden:
Lo juramos!
Slo uno se resisti, fu Martin d'Auch. Inscribi su nombre en la lista de sus colegas;
pero aadiendo: Se opone. Se necesitaba valor para provocar con aquel acto, no slo los furores de los diputados, sino d la plebe que les apoyaba.
733
E n la sesin regia del 23 de junio Luis X V I hizo promesas, ofreci garantas que crey
propsito para calmar los nimos. Al terminar, el Rey orden que los tres estamentos se
separaran desde luego para reunirse la maana siguiente cada uno en su Cmara propia.
Luis X V I sali seguido de gran parte de la nobleza, de casi todos los obispos y de m u chos prrocos; todos los representantes del tercer estamento y varios de los otros dos, que y a
se les haban adherido, continuaron inmviles en sus bancos.
Entonces Mirabeau se levanta para recordar el juramento hecho en el Juego de la Pelota.
Estaba hablando todava cuando entra el gran maestro de ceremonias, el marques de Brze,
.para obligar los all reunidos, en nombre del Rey, que se retiren.
Mirabeau se levanta diciendo:
Estamos aqu por el voto de la nacin; slo nos separaremos obligados por la fuerza
material.
El marques de Brze va dar noticia al Rey de lo que est pasando.
MONASTERIO
DE
Rll'OLL.
Luis X V I , agitado, se pasea sin decir una palabra; pero al ver que el Marques aguarda
sus rdenes, dice con tono de cansancio y de desaliento:
P u e s bien; si no quieren abandonar el saln, dejadlos.
Por una resolucin tomada por 493 votos contra 34 acordse que toda corporacin, tribunal comisin que se atreviese arrestar hacer arrestar un diputado, sera traidora
la nacin y culpable de crimen capital.
Las circunstancias eran crticas; un acontecimiento cualquiera poda hacer que explotase
la mina revolucionaria.
El Rey, sabedor del estado de P a r i s , hace llamar al duque de Montmorency Luxemburgo
y le declara su voluntad de que los estamentos del clero y la nobleza se unan al tercero,
fin de ver que se cumplan sus miras paternales.
Seor, le dice el de Luxemburgo, si los Estados generales se renen en una asamblea
nica, la autoridad real desaparece. Vuestra leal nobleza, resistindose e s t a reunin, perecer sin duda; pero salvar la independencia de la corona.
L o he pensado bien, repone Luis X V I ; estoy resuelto toda clase de sacrificios; no
permitir que perezca ni un solo hombre por mi causa. Diris al estamento de la nobleza que
le suplico se una los otros dos estamentos; si el suplicrselo no basta, decidle que se lo
mando como Rey; que yo lo quiero.
734
El clero obedeci.
Al presentarse ste, el tercer estamento les acogi con los gritos de Viva el Rey! Viva
la nacin! Al leerse la lista, cada nombre era saludado con una salva de aplausos.
Faltaba el arzobispo de iVix.
Seores, dijo Boucher, yo os denuncio este prelado como infiel su mandato y traidor
la patria.
El arzobispo de Burdeos se levant para exclamar:
E l seor arzobispo de Aix sabe bien lo que debe la patria y lo que se debe s mismo.
El arzobispo de Paris, que el da antes se haba visto perseguido hasta tener que refugiarse
en la Misin; quien se haba apedreado, rompiendo los cristales de su coche, compareci
en el saln, dndole el brazo el de Burdeos.
E l amor la paz, dijo al entrar, me conduce aqu.
El estamento de la nobleza no fu tan dcil. Se levantaron protestas contra la orden de
Luis X V I . Czales se adelant decir que antes que la voluntad del Monarca estaba la salvacin de la monarqua.
El vizconde de Mirabeau, hermano del tribuno, rompi su espada exclamando:
Puesto que el Rey no quiere ser r e y ; un caballero no necesita espada para defenderle.
Seores, dijo entonces Luxemburgo, no olvidemos que la persona del Rey est en peligro, quin de nosotros vacilar?
Al reunirse los tres estamentos tomaron el nombre de Asamblea
Constituyente.
Ver salles celebr aquel suceso con tres das de iluminaciones.
Lo que en Versalles fueron luminarias en Paris fueron revueltas, y se empez ya derramar sangre.
Haba en Paris un industrial llamado Reveillon que durante el riguroso invierno de 1788
1789 haba socorrido con generosa esplendidez cuatrocientos obreros de su fbrica. Se
hizo correr contra l el falso rumor de que haba dicho que un trabajador poda mantenerse
con quince sueldos diarios. Reveillon era un hijo del pueblo que si fu rico lo debi su trabajo y su inteligencia. Bast que se propalara contra l una calumnia para que su casa fuese
saqueada, teniendo l que huir y refugiarse en la Bastilla. Fu menester que interviniese la
fuerza armada; la casa de Reveillon tuvo que tomarse como una fortaleza, resultando doscientos entre muertos y heridos.
Aparecieron entonces aquellas cuadrillas de hombres llamados brigancls (bandidos), que
tan importante papel hicieron en la Revolucin; gente sin domicilio conocido, que promovan
y alimentaban todos los motines, y que esperaban un acontecimiento cualquiera que les sirviera de pretexto para ir saquear algunas casas (1).
Sobre la' Asamblea haba otro poder nada despreciable, el de la plaza pblica. Hechas las
elecciones, los electores resolvieron continuar influyendo en la marcha de los negocios; se formaron en los diferentes distritos como pequeas repblicas sin ley, quedaban mandatos, pero
que no los reciban.
Los oficios tenan tambin sus asambleas. Tres mil mancebos zapateros celebraban su congreso en la plaza de Luis X V ; cuatro mil criados se reunan en .sesin en el Louvre.
Al propio tiempo se organizaban los clubs; el de los jacobinos, en Versalles, que tom el
nombre de Club-breton, y que estaba dirigido por Duport; el de Montrouge, donde se congregaban los familiares del duque de Orleans; y el ms popular y turbulento de todos, que era
el del Palais-Royal.
E n el caf de Foy se daba la'consigna. All se reunan Danton, Mirabeau, Santerre y Camilo Desmoulins. El jardn no se desocupaba ni de da ni de noche; cada silla se converta en
una tribuna desde la que se declamaba contra los obispos, contra los frailes, contra la Iglesia;
donde se insultaba la corte, especialmente Mara Antonieta, l a q u e se llamaba la Aus(1)
JYI, Mignct.
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triaca; donde las ideas ms exageradas, ms salvajes encontraban sus panegiristas y eran
recibidas con bravos estrepitosos.
Estaban detenidos en la prisin militar de la Abada once guardias franceses arrestados
por indisciplina, pues se resistieron defender al venerable arzobispo de Paris apedreado en
Versalles por unos desgraciados quienes l alimentaba con sus limosnas.
E n el caf de Foy se dio la orden de ir libertarlos. Salen de Palais-Royal doscientos
amotinados; al llegar la Abada eran ya cuatro mil. All fuerzan las puertas, inauguran su
hazaa con el saqueo.
La Asamblea interviene en el asunto, decidiendo invitar los habitantes.de Paris que
entren de nuevo en la senda de su deber y enviar al Rey una diputacin, al frente de la
cual ira el arzobispo de Paris para implorar la real clemencia en favor de los culpables.
El arzobispo de Paris, que tuvo que figurar tambin en la poca que nos referimos, llamado Leonardo Leclerc de J u i g n e , haba sido antes obispo de Chalons, donde manifest e s pecial talento unido una extraordinaria piedad, cuidadoso en querer conocer uno por uno
todos los eclesisticos de su dicesis quienes reciba siempre con benevolencia y trataba con
la mayor familiaridad, enterndose de los menores detalles respecto lo que concerna al bien
de las parroquias, la salvacin de las almas, y los socorros que pudiesen necesitar las familias. Mons. Juigne se hizo un nombre inmortal por su generoso desprendimiento en
favor de los pobres. Estando en Chalons en 1776, el color rojizo que aparece en la atmsfera
le anuncia un grande incendio. El virtuoso Prelado se pone inmediatamente en camino, sin
saber adonde se dirige, tomando por .norte el siniestro resplandor que descubre gran distancia. El incendio se haba declarado en Saint-Dizier, pueblo distante unas catorce leguas
de Chalons. Llega la poblacin y penetra por entre las ardientes cenizas con el fin de salvar algunas vctimas. Hubo momentos en que se crey al Obispo ahogado por las llamas.
Trasladado la dicesis de Paris dio pruebas de la misma caridad, de la misma dulzura,
del mismo celo en favor de la moral y del culto catlico, del mismo inters por la paz. E n el
crudo invierno de 1788 1789, no bastando sus rentas para atender tantas necesidades,
vendi su vajilla, empe su patrimonio particular hizo cuantiosos emprstitos que fueron
garantidos hasta cien mil escudos por su hermano el marques de Juigne.
Al tratarse de una comisin que iba implorar clemencia, el Arzobispo haba de tener su
puesto.
Pero al ser nombrado el arzobispo de Paris, se levanta el abate Gregorio para decir:
E l ministerio de todos los individuos del clero es u n ministerio de dulzura y de concordia; no conviene que se atribuya slo los seores obispos, con exclusin de los prrocos,
el honor de acercarse al soberano en esta circunstancia para inducirle la clemencia.
La Cmara aplaudi al orador, aceptando su propuesta por unanimidad.
Los obispos de Langre y de Poitiers quisieron hacer alguna observacin; pero se les cort
la palabra con risas irnicas.
El Rey concedi el perdn que se solicitaba en favor de los soldados detenidos.
Desde aquel da los guardias franceses empezaron fraternizar abiertamente con los brigancls. Se les prodigaba los soldados dinero y vino, y vease seoras como madama Stael
recorrer los cuarteles, repartiendo aguardiente la tropa.
Despus de haberse unido al tercer estamento, el cardenal de La Rochefoucauld, presidente de la Cmara del clero, crey deber dar las siguientes explicaciones en nombre de la
corporacin que representaba:
Seores, debo declarar que cuando los individuos del clero hemos venido la sala c o mn hemos hecho las correspondientes reservas consignando que: Vista la declaracin del
Rey de 23 de junio y su carta del 2 7 , nosotros, miembros del clero, siempre dispuestos dar
Su Majestad testimonio de confianza y de amor, y sintiendo una justa impaciencia por d e dicarnos la discusin de los grandes intereses que est ligada la felicidad nacional, hemos
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acordado reunimos los otros dos estamentos para tratar los asuntos de inters general, sin
perjuicio del derecho que corresponde al clero, segn las leyes constitutivas de la monarqua
de reunirse y votar separadamente,, derechos que no puede ni quiere abandonar. Os suplico,
seores, que tengis bien el que yo ponga esta declaracin sobre la mesa y que os pida de
ella la correspondiente acta.
Reclamaciones las ms ruidosas acogieron las frases del Cardenal.
N o hay protesta contra una Asamblea nacional, grita Mirabeau.
Y por qu? responde el arzobispo de A i x : podis exigir de nuestra conciencia el
abandono de nuestro mandato? Las leyes constitutivas de una monarqua, la diferencia de
las propiedades, la distincin de los estamentos, creis que todo esto no sea efecto de la voluntad del legislador? No, seores; estas distinciones estn en la naturaleza de nuestra constitucin, han existido en todos tiempos.
Y luego con voz conmovida aadi:
A h ! Si yo pudiera hablar al pueblo, si pudiera manifestarle los sentimientos patriticos de que estamos animados, entonces es cuando en medio de la calma y de la tranquilidad pblica haramos el bien sin discutir la manera cmo debe hacerse.
D e lo que yo pido acta, dijo Boucher, es de la escisin que el arzobispo de Aix pretende
introducir.
x-Vtindase, contest el Arzobispo, que he declarado que no pretendemos retirarnos, que
ni siquiera hemos protestado; hemos hecho reservas y pedimos acta.
Q u e se hagan reservas no puede impedirse, exclam Pethion; pero darles acta de ninguna manera.
'Entonces concederais al clero, prosigui Mirabeau, lo que negis la nobleza.
A q u nadie tiene derecho decir, yo quiero, exclam violentamente Clermont Tonnerre.
Tampoco faltaron sus reservas por parte de la nobleza, que proclam que no trataba de
abdicar los derechos que haba juzgado defender, y no hay poder humano, dijo uno de los
nobles, que pueda convertir u caballero francs en perjuro.
La Asamblea formul su resolucin en los siguientes trminos:
La Asamblea, considerando que su actividad no puede quedar suspendida,-ni el valor
de sus decretos debilitado por protestas, declara que no ha lugar deliberar.
El Rey estaba dominado por la Asamblea, sta su vez lo estaba por los clubs y por los
motines callejeros. Pensaron los consejeros de Luis X V I en tomar algunas precauciones,
cuyo fin se concentraron cincuenta mil hombres de tropas regulares en el Campo de Marte y
en San Dionisio bajo el mando del mariscal de Broglie.
La Asamblea se manifest irritada.
Un diputado habla de designios criminales y denuncia la existencia de un foco de infame
traicin.
Se quiere llevar el hierro y el fuego nuestras familias, grita otro; se trata de d e gollar nuestras mujeres y nuestros hijos.
El abate Sieyes aade que no basta ser libre, sino que es menester parecerlo.
Chapelier recuerda que la nobleza haba hecho siempre respetar su derecho.
N o es la nobleza quien yo temo, dice Mirabeau; los que aconsejan estos atentados yo los conozco y juro sobre el honor y sobre la patria denunciarlos un da.
Se dirige un mensaje Luis X V I , que dice, entre otras cosas:
Qu significa este aparato amenazador? Dnde estn los enemigos del Estado del
Rey? Una voz unnime responde en la capital y en toda la extensin del reino:Nosotros
queremos nuestro Rey, nosotros bendecimos al cielo por el don que nos ha hecho con su
amor...
Esta vez Luis X V I estuvo firme. Si la presencia de las tropas causa inquietudes la
S U F R I D A S POR LA I G L E S I A C A T L I C A .
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Asamblea, les dijo, puede pasar Noyon Soissons, en cuyo caso l se constituira en Com-
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ticia, Paris se manifest indignado. Camilo Desmoulins, uno de los agitadores del caf de Foy,
sube sobre una mesa, saca la espada y anuncia que el despido de Necker es la seal de u n
nuevo San Bartolom contra los patriotas y que es indispensable correr las armas. Se le responde con gritos entusiastas de adhesin. Aade que los patriotas al armarse es menester qu
adopten u n distintivo, y pregunta si el color que se use haba de ser el verde, que simboliza
la esperanza, el rojo, color de la Orden libre de Cincinnato.
E l verde, el verde! contesta el pueblo.
Y el joven tribuno, tomando la rama de un rbol, arranca una hoja y se la coloca en el sombrero modo de escarapela. Millares de brazos hacen lo mismo, hasta dejar desnudos los rboles del jardn.
Era u n domingo al medio da. Se hallan bustos de Necker y del duque de Orleans, que
los cubren de un crespn negro y los pasean por las calles, los gritos de Viva Ncclier!
Viva el duque de Orleans!
E n la plaza Vendme un destacamento de dragones encuentra la manifestacin y rompe
uno de los bustos.
Por la tarde los revoltosos se presentan en la plaza de Luis X V , y en los alrededores de
las Tulleras, donde estaban las tropas. Los oficiales, con el sombrero en la mano, invitan al
pueblo que se retire. Entre el desorden que promueven las turbas una mujer cae con su
hijo junto los soldados. Empiezan volar piedras, pronto se improvisan barricadas. Las tropas hacen una descarga sin bala; pero todo intilmente: es indispensable cargar contra los
revoltosos ceder. Algunos alborotadores se proponen cortar la retirada los soldados. El coronel da algunos sablazos y vuelve ganar la plaza de Luis X V .
Al da siguiente los diarios hablan de descargas de fusilera, de mujeres pisoteadas con
sus hijos en brazos; de u n viejo muerto por el coronel prncipe de Lambesch, quien aqul
peda perdn de rodillas. No hay que decir que el^jnuerto la noche siguiente la pasaba b e biendo con los suyos en el Palais-Royal.
Mr. de Grouy de Arcy peda la palabra en la Asamblea para exclamar:
A y e r , seores, yo he odo retumbar el can, yo he visto correr la sangre, cubrirse la
llanura de cadveres.
A la maana siguiente los revoltosos levantan otra vez barricadas y saquean el cuartel de
la guardia mvil.
El blanco de las iras populares fu el convento de los Lazaristas, llamado de las misiones
de Francia. E r a una casa religiosa fundada en 1625 por el celo del apstol de la caridad, san
Vicente de P a u l , que.contena una biblioteca de cincuenta mil volmenes, u n magnfico
gabinete de fsica, de la cual dependan setenta y siete casas de misiones en Francia, veinticinco en Polonia, cincuenta y seis en Italia y en Espaa y una universidad en Heidelberg.
Encontrbanse all cuatrocientas personas, entre el|as doscientos eclesisticos y ochenta seglar e s , que tuvieron que huir por no ser vctimas del populacho, vindose el superior en la precisin de escalar una pared muy alta fin de ponerse salvo. Todo fu devastado.
A las nueve de la maana otra turba de brigands se present la casa de las hijas de la
Caridad, pidiendo que se les entregase su venerable director Mr. Bourgeat, viejo octogenario y paraltico. Los brigands al entrar en su celda se sintieron posedos de respeto ante la
venerable figura de aquel anciano.
A las once, las asustadas hermanas tuvieron otra visita por el mismo estilo, percibiendo
desde dentro la horrorosa gritera de furor y de rabia que echaba la plebe.
A las cinco de la tarde penetra una turba de doscientas personas entre hombres y mujeres.
Se dirigen la capilla en actitud de romper las puertas. E n aquel sitio sagrado encuentran
las novicias de rodillas, plidas, temblando aterradas al oir el ruido de las armas, los horribles
juramentos imprecaciones de aquellas turbas constituidas por la hez de Paris. Aquellas jvenes religiosas estn llorando; unas se abrazan con las ms a n t i g u a s , otras caen desmayadas.
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A las dos de la tarde el pueblo apoderndose de uuos carros de paja pega fuego al cuerpo
de guardia, las habitaciones del Gobernador y las cocinas.
A las cuatro el Gobernador iba poner fuego un polvorin fin de hacer volar el edificio hundindose l en sus ruinas; Becquard, presentndole la punta de su bayoneta impidi
aquel atentado, salvando as de una ruina segura las casas vecinas. Poco despus u n hombre
del pueblo cortaba de un sablazo la mano de Becquard que era paseada por las calles de P a ris como trofeo de victoria.
Al penetrar en la Bastilla aquella smasas furiosas no encontraron n i cadveres, n i esqueletos, ni hombres encadenados; todo se redujo siete presos. E n cambio aquel da fueron inmolados las iras populares Flesselles, el gobernador de la Bastilla, el mayor Mr. Lesme de
Salbray, Mr. de Miray, el teniente Person y dos invlidos, cuyas cabezas fueron paseadas
por la ciudad.
Al comunicar el duque de Liancourt tales nuevas al Rey, ste le dijo:
E s t o es una revuelta.
N o , seor, contest vivamente el Duque; esto es una Revolucin.
Poco despus los restos de la crcel de la Bastilla, transformados en medallones y e n r i quecidos con oro diamantes, servan de aderezo las ms distinguidas seoras.
El 15 de julio por la maana, el Rey se present espontneamente ante la Asamblea, sin
escolta, sin cortejo.
Al llegar se descubri; no quiso sentarse y pronunci estas palabras:
Me fo vosotros; quiero que la nacin y yo seamos una sola cosa.; contando con el amor
y fidelidad de mis subditos, he dado orden las tropas para que se alejen.
Bailly, el preboste de Paris, present al Rey las llaves de la ciudad dicindole:
Son las mismas que fueron presentadas Enrique IV. Entonces el Rey haba conquistado su pueblo, ahora es el pueblo quien ha reconquistado su rey.
Luis X V I subi la casa municipal pasando por debajo de una bveda de bayonetas y
de picas que se le prepar.
Aquel da el rey de Francia acab por ostentar la escarapela tricolor.
La Reina comprende mejor que nadie toda la gravedad de la situacin; hace llamar al
duque y la duquesa de Polignac y les manifiesta la resolucin que ha tomado junto con su
esposo, de hacer que se alejen de Versalles las personas amenazadas por el odio de la plebe.
Al oirlo, los Polignac protestan nuevamente de su amor la familia real y la causa de la
monarqua.
P a r t i r ! dice el Duque; huir cuando la tempestad arrecia! No, seora, esto sera faltar nuestro deber.
N o , yo no salgo de aqu, exclam con valor la duquesa; harn de m lo que quieran;
pero yo compartir con mis reyes los peligros.
La Reina se ech llorar temerosa de que una separacin de que al fin no podra prescindirse, no se realizase demasiado tarde.
P a r t i d , por Dios! Os lo ruego en nombre de nuestra amistad, les dice, aun es tiempo
de sustraeros al furor de vuestros enemigos.
El Rey llega mientras Mara Antonieta pronunciaba estas palabras.
A h , seor, exclama, ayudadme persuadir estos fieles amigos que es menester que
nos dejen.
S , s; dice el Rey, es el slo partido que nos resta. Mi desgracia me obliga separar
de m todos los que yo estimo. Acabo de dar orden de partir mi hermano, el conde de Artois y mi primo, el prncipe de Conde; os la doy tambin vosotros. Compadecedme y no
perdis un solo momento. Contad siempre conmigo. Os reservo vuestros empleos para que
vengis ejercerlos en das mejores.
Los reyes y los duques se abrazaron para no volverse ver.
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das de pies cabeza causa de la lluvia que caa, cubiertas de lodo, gritando, bailando, saliendo de sus bocas inmundas imprecaciones.
La Asamblea es invadida por bordas de prostitutas que se sientan en los bancos de los representantes de la nacin, que ora con repugnantes juramentos, ora con cnicos apostrofes, toman parte en la discusin.
El debate versaba sobre la manera de facilitar el aprovisionamiento de Paris. Aquellas
mujeres interrumpen los oradores, conceden quitan la palabra, insultan al obispo de L a n gres que est presidiendo.
Maillard dice la Asamblea:
Paris no tiene pan; el pueblo est desesperado, levanta ya su brazo, tened en cuenta
que puede cometer excesos. Los aristcratas se empean en hacernos morir todos de h a m bre. Hoy mismo acaba de enviarse un molinero u n billete de doscientas libras, invitndole
no moler el trigo que se le traiga y prometindole igual cantidad cada semana.
Nombrad al que ha hecho esto i
E l arzobispo de Paris, gritan furiosas algunas de aquellas mujeres, obedeciendo una
maligna sugestin de Robespierre.
E s t e billete, dicen algunas, nosotras nos encargamos de llevarlo la Austraca para que
lo firme, y despus le cortaremos la cabeza.
Las turbas atruenan el saln con los gritos de Abajo la clerigalla!
Algunas de aquellas mujeres subiendo en los coches de la real casa, vuelven Paris para
dar conocer los propsitos de la Cmara acerca la circulacin de los trigos.
Los escaos de la Asamblea continan ocupados por mujeres, que vociferan, que i m p i den todo debate. Mirabeau pregunta:
Y esas mujeres qu quieren? Los amigos de la libertad deben respetar la de sus representantes.
Varios diputados creen que seguir mezclados con aquellas mujeres es una indignidad y
abandonan el saln. Ellas levantan un tumulto espantoso, g r i t a n , amenazan, piden que se las
conduzca la Cmara regia. Algunas ensean sus pauelos blancos diciendo que los traen
para colocar en ellos las entraas de Mara Antonieta con que se harn escarapelas.
Se resuelve que una diputacin de mujeres pase ver Luis X V I . Una de ellas, Luisa
Chabry, se encarga de dirigir la palabra al Rey en nombre del pueblo.
Son introducidas en el regio alczar. Luis X V I las recibe con su habitual benevolencia.
La Luisa Chabry va principiar su discurso, pero lo mejor no se acuerda de lo que haba
de decir, exclama:Pan! pan! y cae desvanecida.
Al volver en s pide permiso para besar la mano al Rey. Luis X V I la abraza y aquella
turba baja del castillo gritando: Viva el R e y !
Los que estaban aguardando fuera del castillo la dan en decir que las comisionadas no
han cumplido con su deber y hasta hay quien propone que se ahorque la Luisa Chabry.
Estn vendidas la corte, grita aquella plebe; les han dado veinticinco luises. A la
linterna!
Aquella noche varias de las mujeres venidas de Paris la pasaron en el saln de la Asamblea, donde se hicieron llevar vino y aguardiente.
Continuaba la sesin y ellas decan con la boca llena de pan y jamn que se les reparti
en abundancia y echando bocanadas de vino:
N o queremos discursos; lo que quiere Paris es pan.
Otra deca:
L o que pedimos no es p a n , es sangre; hemos venido buscar la piel de vuestra Reina
para hacer de ella cintas de distrito.
Por fin las turbas se dirigieron al regio castillo.
Aquella noche Luis X V I y Mara Antonieta no lograron conciliar el sueo.
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Al rayar el alba, fuese que las puertas del castillo estuviesen mal guardadas, que h u biese quedado desguarnecida una entrada, el hecho fu que los bandidos, armados unos con
picas, otros con garrotes y otros con sables y fusiles se introdujeron por los corredores de la
regia estancia, buscando los aposentos del Rey y de la Reina. Hay quien pretende que no
falt en palacio quien diese instrucciones aquellas turbas, aludindose con ello al duque de
Orleans, que ambicionaba la regencia. Aquel populacho lleg hasta la antecmara en que
dorman las damas de Mara Antonieta, donde detuvo los invasores un guardia de corps.
Pronto resonaron varios tiros de pistola entre la feroz gritera de aquellos asesinos.
Una dama corri al aposento de la Reina. El guardia de corps al caer en tierra envuelto
en su sangre le haba gritado advirtiendo que pusiese salvo su soberana, principal objeto
del furor popular.
Seora, le dijo la azorada dama; levantaos, no os vistis siquiera; id salvaros junto
el Re}'.
Se le ech una manta encima y corri al gabinete de su esposo. La puerta estaba cerrada
por el lado opuesto. Fueron momentos de terrible angustia. Al fin la familia real pudo r e unirse esperando lo que iba suceder.
Lafayette, sabedor de lo que estaba pasando, corri la regia estancia para ahuyentar
los asesinos. Cuando lo hubo logrado, pidi al Rey que saliese al balcn para presentarse al
pueblo, lo que hizo Luis X V I .
Entonces se oyeron gritos de
La Reina, la Reina! que salga la Reina!
Mara Antonieta sali al balcn con sus hijos.
S i n los nios, sin los nios! gritaron las turbas.
La Reina palideci y volvi meterse en su estancia.
Y bien, seora qu pensis hacer? Le pregunta Lafayette.
S la suerte que me aguarda, responde la Reina; morir al lado del Rey y en brazos
de mis hijos.
V e n i d conmigo, le dice Lafayette, abriendo de nuevo el balcn.
A l balcn! Y sin mis hijos! Pero no habis visto cmo se me ha recibido?
La Reina maquinalmente se dirige adonde la lleva Lafayette, y al aparecer entre la gritera del pueblo, aquellos desalmados se manifiestan sorprendidos. Lafayette quiere hablar;
pero no es posible oirle. Entonces acude un recurso supremo. Toma la mano de la Reina y
la besa.
El pueblo impresionado por la accin del famoso tribuno, se echa gritar:
Viva la Reina!
A la una de la tarde el Rey y su esposa salen para dirigirse Paris. Aquella turba de
mujeres que se presentaron en Versalles como una aparicin satnica, vociferando de una
manera soez constituyen el acompaamiento de la real familia; algunas de ellas andan montadas sobre caones, expresando su alegra con canciones propias de tales labios; delante del
cortejo van las cabezas de dos guardias de corps clavadas en unas picas, siguen multitud de
hombres cubiertos de sangre de los que ellos mataron por custodiar el palacio real, oyndose
gran distancia los gritos de
Abajo la clerigalla! Todos los obispos la linterna!
Por el camino se pregunta aquella plebe:
Y pan?
Una mujer contesta:
No temis ahora por p a n ; traemos con nosotros el panadero, la panadera y al mozo
de la tahona, aludiendo al Rey, la Reina y al Delfn.
Entre las turbas, en el mayor desorden seguan los guardias de corps, caballo unos,
pi otros; muchos sin sombrero, como si volviesen de una gran derrota.
:
744
"' IV.
La constitucin civil del clero.
La Revolucin vena derrochando la riqueza de la Francia. Necker con todo su talento
financiero, no saba cmo salirse de apuros.
La deuda pblica exceda ya de tres millones, iba creciendo continuamente; Necker se
entretena en idear planes que todos fracasaban.
Cada vez que la Asamblea se le hablaba de dficit haba quien resolva la cuestin apelando los bienes del clero.
Hemos tratado ya del origen de estos bienes. Fueron cuantiosos, es verdad; su capital se
elevaba muchos millones, pero eran el producto de ddivas libres y de la actividad de catorce siglos.
Hubo quien abus de las rentas eclesisticas; mas semejantes abusos no impiden que la
historia consigne m u y alto y con mucha razn que la Iglesia con sus bienes hizo esplndidas
limosnas al cuerno y la inteligencia; que fueron un poderoso instrumento de civilizacin,
que se convirtieron en manantiales de cultura no slo moral sino intelectual.
En la misma Asamblea hubo hombres de mucho valer; pocos cuerpos polticos han contado posteriormente con tantas eminencias; pues bien: todos ellos se haban educado la
sombra de la Iglesia.
El Clero haba hecho espontneamente grandes sacrificios para salvar las dificultades de
la Hacienda; pero la Revolucin crey que lo ms sencillo era apoderarse del capital.
La primera mocin sali de boca de un prelado. Mr. de Talleyrand, obispo de A u t u n , empez
por proponer que se suprimieran algunas comunidades quedndose el Estado con sus bienes,
que se echara mano de-los beneficios vacantes y de los que vacaran en lo sucesivo, y que se
redujesen las rentas. Talleyrand estableca que el Clero no era un propietario cmo los d e mas, y hablaba de derechos de los Estados sobre las corporaciones pblicas.
La izquierda de la Cmara aplaudi frentica la proposicin, en cambio la derecha la acogi con sensibles manifestaciones de disgusto.
Cuando se trat de despojar al clero del diezmo, Sieyes haba dicho una gran palabra:
Quieren ser libres y no saben ser justos.
Los representantes del clero en la Asamblea demostraron elocuentemente la injusticia de
la medida.
El abate de Montesquieu, el arzobispo de Aix, el obispo de Clermont, el de Uzes, el vizconde de Mirabeau, quien no debe confundirse con su hermano el tribuno, todos estuvieron
en su puesto; todos hicieron de la propiedad eclesistica defensas admirables; pero quien de
una manera particular se elev en la discusin grande altura, fu el abate Maury.
Empez por decir que l como francs no consentira que se estableciese el que la Francia
para salvarse de una bancarrota ya no tena ms recurso que una gran confiscacin; que la
medida afectaba de un modo directo inmediato ciento cincuenta mil franceses, cuyas propiedades eran las ms antiguas de la monarqua, y cuya fortuna estaba ligada la de un
milln de personas. Prob que de lo que se trataba era de la ruina del clero para levantar sobre ella la fortuna de los agiotistas.
Una nacin antigua, dijo, la que se invit ser injusta con sus enemigos, respondi
con un arranque de nobleza,que despus de todo no era sino un clculo p r u d e n t e q u e no
puede ser til sino lo que es justo. Y nosotros, seores, nosotros que representamos la ms
leal de las naciones, nos rebajaramos hasta el nivel de esta moral estrecha que mide el derecho por la utilidad?... Para enriquecer vidos especuladores nos arrebataris unos bienes
7S
que, no siendo hereditarios, son el patrimonio sucesivo y comn de todas las familias, unos
bienes que nosotros queremos conservaros para vuestros propios hijos, unos bienes de los que
los descendientes de todos nuestros conciudadanos son los herederos presuntos, y de los que
las cinco sextas partes son siempre en ventaja de las clases ms menesterosas? Estos bienes
que nosotros poseemos nos han sido garantidos por todas las leyes del reino; la ley sagrada
del depsito nos obliga transmitirlos enteros nuestros sucesores.
Y luego, usando un lenguaje proftico el abate Maury, aada:
La propiedad es una y sagrada para nosotros como para vosotros. Nuestras propiedades
POLACOS D E P O R T A D O S
QUE SE D I R I G E N
.TARROSLAW.
garantizan las vuestras. Hoy se nos ataca nosotros; ved de no engaaros, si nosotros somos
despojados lo seris vosotros vuestra vez; se os argir con vuestra propia inmoralidad, y la
primera calamidad en materia de hacienda afectar vuestras herencias.
Maury dice: Estas propiedades son un donativo? Pues como donativo la propiedad eclesistica no debe volver al Estado, porque no viene del Estado; entre el donador que lega y la
Iglesia particular que recibe, todo es individual; no se conoce ningn don genrico hecho
la Iglesia. Si la nacin tiene derecho remontarse al origen de la sociedad para atentar contra propiedades reconocidas por espacio de ms de catorce siglos, este nuevo principio m e t a fsico conducira todas las insurrecciones de la ley agraria. El pueblo se aprovechara del
T.
II.
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caos para entrar en el reparto de aquellos bienes que una posesin inmemorial no garantizara contra una invasin. Existirn sobre vosotros todos los derechos que ejerceris sobre n o s otros, y se dir entonces que es tambin la nacin, porque jamas se prescribe contra ella.
Consigna el orador que el producto de las propiedades eclesisticas, una vez vendidas, no
corresponder lo que se promete.
Es por medio de sus incalculables limosnas, aade,, que el clero vuelve los pueblos dciles sus instrucciones. Cmo podr contenerles el da que no tenga la facultad de asistirlos? La caridad en el reino suple una contribucin que sera inmensa. Desde que la Inglaterra usurp las propiedades de los monasterios, por mucho que haya respetado las posesiones
de los obispados, de los cabildos, de las universidades, que son todava las ms ricas de E u ropa, la Inglaterra se ha visto obligada suplir las limosnas del clero con un impuesto particular en favor de los pobres, que se eleva a n u a l m e n t e ^ ms de sesenta millones, en un reino
cuya poblacin no llega la tercera parte de la nuestra.
Maury termin su discurso con estas palabras:
Queris ser libres?"pues bien; acordaos de que sin propiedad no hay libertad, porque
la libertad no es otra cosa que la primera de las propiedades sociales, la propiedad de s
mismo.
El tribuno Mirabeau quiso intervenir en el debate pretendiendo establecer el derecho del
Estado de disolver las corporaciones particulares; distingui varias clases de fundaciones, y
trat de probar que toda propiedad eclesistica revesta un carcter temporal, proclamando la
doctrina de que la nacin es la sola y verdaderapropietaria
de los bienes de su clero.
Maury se levanta en seguida para responderle, y dice:
Tengo necesidad, seores, de estar sostenido por un profundo sentimiento de mis deberes al entrar de nuevo en la liza. Me veo todava aqu rodeado de estos mismos genios que
piden un decreto del cual en vano me esfuerzo en demostraros la injusticia. Pero fuera de
este recinto, que contiene tantos ciudadanos ilustres, yo veo la Francia, la Europa, la posteridad que fallar sobre vuestros juicios.
El abate Maury, trazando lo que l llama la genealoga de la cuestin, habla de aquellos
que en la antigua Roma quisieron sostener que todos los bienes de los romanos pertenecan al
Csar; teora que ya entonces se rechaz como principio destructor del gnero humano. Cuando
el canciller Duprot reprodujo, el sistema para aplicarlo al clero primero, y despus la propiedad en general, la Francia lo rechaz. Se propuso de nuevo Luis X V , que lo calific de
sistema maquiavlico; y entonces fu refugiarse en la Enciclopedia, que es de donde lo ha
sacado Mr. Thouret, lo propio que Mr. de Mirabeau el suyo sobre las fundaciones...
Decidme:
cules son las propiedades anteriores las convenciones sociales? Apelis al derecho del
primer ocupante? Pues bien; el clero os opone este derecho: podis, invocndolo, arrebatarle
bienes que l posea antes de que existierais vosotros? La nacin tiene otro derecho que es el
del ms fuerte; establecis entonces como decretos de ley las hostilidades de la fuerza?... El
clero, se dice, no puede ni adquirir ni enajenar; se le disput su propiedad cuando l pagaba
el rescate de Francisco I las deudas de Carlos I X ? Se nos habr concedido el derecho de
adquirir por espacio de catorce siglos por el placer de desposeernos en un solo da? Si as es,
no es preciso que digis que hemos salido de los bosques de la Germania, decid que de lo que
tratan los autores de estas mximas antisociales es de volvernos all.
Conviene Maury en que hay reformas que hacer; pero para remediar los abusos de una
corporacin no es menester ahogarla. Y qu? aade; el talento de regenerar consistir
tnicamente en el arte desgraciado de destruir? Vosotros mismos lo habis dicho -con acento
de amargura:Estis rodeados de ruinas, y os empeis todava en cubrir de escombros el
suelo en que queris edificar.
E l orador termin su rectificacin diciendo:
El despotismo ms terrible es el que se esconde bajo la mscara de la libertad.
747
Quinientos sesenta y ocho votos contra trescientos cuarenta y seis aprobaron la ley, segn la cual los bienes del clero pasaban la nacin.
Por aquella disposicin los sacerdotes, los religiosos en general quedaban fuera de la ley;
se pretenda trabajar contra el fanatismo, y sin embargo, contra lo que se trabajaba era contra la Iglesia.
El cartujo Dom G-esle present un da la siguiente mocin:
A fin de cerrar la boca los que calumnian la Asamblea diciendo que ella no quiere
religin, propongo que se decrete que la catlica, apostlica, romana es y ser siempre la religin nacional.
Esta proposicin produjo u n tumulto en la Cmara, cuyas agitaciones se extendieron
hasta Paris. Su autor se vio obligado retirarla, aprobndose la siguiente orden del da:
No pudiendo ser puesto en duda el respeto de la Asamblea nacional hacia la religin
catlica no hay lugar deliberar.
Pronto se evidenci el respeto de la Asamblea hacia el Catolicismo.
Ya Mirabeau haba dado la consigna diciendo:Lo que se necesita es descatolizar la
Francia.
Se haba empezado por el despojo; por fortuna el Catolicismo no es una religin que se
la pueda arruinar empobrecindola; muy al contrario, la historia nos est probando de u n
modo elocuente que la pobreza misma ha sido para la Iglesia catlica un gran recurso. Los
revolucionarios lo comprendieron as; y proyectaron asestar contra ella tiros que juzgaron
ms certeros.
El 13 de febrero la Asamblea nacional, pretendiendo reformar la Iglesia y legislar sobre
las rdenes religiosas, se constitua en Concilio y atentaba contra los votos monsticos.
El obispo de Clermont, el de Nancy, Mr. de la Fare, hicieron grandes esfuerzos para que
no se arrebatara la religin un abrigo, los ciudadanos un recurso, al Evangelio apstoles.
Los catlicos trataron de salvar la libertad de asociacin, de conciencia, de oracin, de t r a bajo, salvando la libertad de las rdenes religiosas; pero fu intil.
Aquella Asamblea se acord de los abusos de los religiosos; no se ocup para nada de las
grandes obras realizadas por los monasterios en la larga serie de los siglos.
La guerra contra la Iglesia tom un carcter ms serio, ms agresivo, cuando se puso
discusin la Constitucin civil del clero.
Segn ella los eclesisticos quedaban reducidos la condicin de funcionarios pblicos,
se limitaba el nmero de obispados uno por departamento, y se conceda al pueblo la eleccin de sus pastores. Era esto introducir en la Iglesia el presbiterianismo, tratbase de llevar
la anarqua la Iglesia como al Estado.
Establecase ademas que en adelante los obispos no deberan dirigirse al Papa para obtener su confirmacin; que se limitaran tan solo escribirle como jefe visible de la Iglesia en
testimonio de unidad de fe y comunin con l. La confirmacin de un obispo se pedira en lo
sucesivo al metropolitano al obispo ms antiguo del territorio que constituye la metrpoli
diocesana.
Los prrocos elegidos por el cuerpo electoral elegiran su vez sus vicarios sin necesidad
de la aprobacin del prelado.
Tanto los obispos como los prrocos estaban en el deber de prestar juramento de fidelidad
la nacin, la ley, al rey y la Constitucin decretada por la Asamblea.
Ya en esta discusin inicise el cisma que iba afligir la Iglesia de Francia. Camus
defendi el proyecto revolucionario; el arzobispo de Aix, el abate Maury, lo combatieron con
tanta energa como elocuencia.
No hay porque decir que el descabellado proyecto recibi la correspondiente aprobacin
de la Asamblea.
Su planteamiento dio lugar escenas harto grotescas. E n Tolosa, por ejemplo, anulada
748
una primera votacin, la asamblea electoral resolvi proceder otra sin abandonar el puesto.
Varios-electores, que no quisieron perder aquella noche la funcin teatral, encargaron algunos amigos suyos que en la hora precisa de la votacin fuesen llamarles al teatro. As se
verific; pero en la dificultad de encontrarles entre el numeroso pblico, pidise un actor
que diese el aviso. ste se adelanta hasta el borde del escenario, y dice:
S e avisa los seores electores aqu presentes que les estn aguardando en la catedral
para proceder segunda votacin y nombrar un sucesor dlos Apstoles.
Los protestantes, al tener noticia de que haba sido aprobada la Constitucin civil del
clero, batieron palmas. Los de Nimes, de Montauban, de Tolosa, de Montpeller se entregaron al mayor regocijo.
E n otros puntos empezaba ya llenarse la medida de la indignacin de los catlicos; hubo
compaas de la guardia nacional que pisotearon la escarapela tricolor, reemplazndola por
una cruz blanca: eran los presagios de la guerra civil.
La Constitucin del clero dio lugar grandes desrdenes. Los obispos elegidos distaron
mucho de ser modelos de virtudes; se les vea ir tomar posesin de sus destinos caballo,
con sus botas de montar y ostentando largos sables; se insult los religiosos, se arroj los
curas de sus parroquias, los sacerdotes no juramentados tuvieron que ocultarse, y los apstatas se permitieron toda clase de violencias.
Mirabeau no pudo menos que decir:
Temo que la Constitucin del clero acabe por matar la nuestra.
El 14 de julio de 1790 se celebr la fiesta de la federacin.
Escogise para la solemnidad el vasto Campo de Marte. Millares de obreros fueron destinados al arreglo y adorno del sitio donde deba celebrarse la ceremonia; y por si los obreros
no bastaban, invitse los ciudadanos tomar parte en aquellas tareas. Vise entonces r i cos y pobres, ancianos y nios, jvenes elegantes y modestos artesanos, encopetadas
damas y muchachas de servicio remover la tierra, hacer excavaciones; el Campo de Marte
estuvo constituido en inmenso taller donde al comps de cantos patriticos trabajaron doscientos mil franceses.
Iban llegando Paris diputaciones de las provincias, guardias nacionales de diferentes
puntos, representantes de corporaciones, de industrias y oficios, con sus correspondientes
banderas.
E n el centro de aquel vasto anfiteatro se levant el altar de la Patria,
decorado con
ngeles en actitud de tocar la trompeta, y una estatua de la Libertad, del Cfenio y de la Constitucin.
Durante la vspera, Lafayette, quien se proclam presidente-de la Asamblea de los federados, se present ante el Rey la cabeza de las diputaciones.
Al discurso de Lafayette el Rey contest:
Repetid vuestros conciudadanos que yo hubiera querido hablar todos como os hablo
a q u ; repetidles que su rey es su-padre, su hermano, su amigo; que no puede sentirse feliz
sino con su dicha, grande sino con su gloria, poderoso sino con su libertad, rico sino con su
prosperidad; que no sufre sino de los males de sus subditos; haced sobre todo llegar las palabras, mejor los sentimientos de mi corazn a l a s humildes cabanas, las bohardillas donde
se guarece el infortunio; decidles que si no me es posible trasladarme la vivienda de cada
uno de ellos, estoy con ellos con mi afeccin, quiero estar con ellos por medio de leyes que
protejan al dbil, velar por ellos, vivir con ellos, morir, si necesario fuese, por ellos.
El 14 de julio el Campo de Marte, transformado en Asamblea de toda la nacin, reuna
en su llanura y, en sus avenidas cuatrocientos mil franceses. Los que no cupieron all se s i tuaron en las alturas de Passy. Las nubes cubran el cielo de un color sombro; menudo
caan chaparrones de agua, que en vez de ahuyentar al inmenso concurso, no hacan sino
que se extendiese sobre l una inmensa tienda encarnada y verde formada por millares de
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paraguas. Al ruido de los chubascos se responda con cantos, con gritos de alegra. Era la
fiebre, la locura d un pueblo.
El altar de la patria estaba rodeado de tropas de lnea y de las diputaciones de los distintos parlamentos: daba cara la escuela militar, delante de la cual estaban el Rey en su trono
y la Asamblea en un anfiteatro. La Reina, el Delfn, los prncipes, las princesas y sus comitivas ocupaban su correspondiente tribuna.
El obispo de A u t u n , Mr. de Talleyrand, celebr la misa al son de mil ochocientos instrumentos, asistido de doscientos sacerdotes, vestidos de alba con cngulos tricolores. El abate
Luis y el abate Gabel ejercan el ministerio de dicono y subdicono.
Reson en los aires el canto del Te Deum.
Lafayette se dirigi al sitio donde estaba el Rey para recibir sus rdenes, y luego, subiendo majestuosamente las graderas del altar de la Patria, coloc en l su espada y pronunci el juramento de fidelidad la nacin, la ley y al Rey. En aquel momento todos los brazos se extendieron para repetir:
Lo juro! y las salvas de la artillera fueron ahogadas por los gritos de Viva la Asamblea
nacional!
A su vez el Rey y la Asamblea juraron tambin y la Reina tomando el Delfn en sus brazos lo present al pueblo exclamando:
H aqu mi hijo; se une tambin conmigo vuestros sentimientos.
A este acto espontneo de Mara Antonieta respondi aquel inmenso concurso con los gritos de Viva el Rey! Viva la Reina! Viva el Delfn!
A pesar de estos vtores, los hroes de la fiesta no fueron los reyes; fu Lafayette. Mirabeau acusaba despus Luis X V I por no haber figurado en primera lnea, en lugar de haber
tolerado con su respetuoso silencio la monarqua de Lafayette.
V.
Conflictos producidos por la Constitucin civil del Clero.
Votada ya y aprobada la Constitucin civil del clero por la Asamblea, era menester que
el Rey la sancionase.
Fu una gran prueba para la adhesin sincera al Catolicismo por parte del infortunado
Luis X V I el tener que autorizar una medida que l condenaba como creyente. Hallbase,
pues, en la alternativa de rechazar la inspiracin de su conciencia, dar un paso tan grave,
tran trascendental como el oponerse lo que la Asamblea haba hecho. Tras de su negativa
iban venir para la nacin gravsimos conflictos; aquella lucha de poderes en momentos tan
crticos est preada de tempestades. El Rey, como buen hijo de la Iglesia, acude en c o n sulta al Sumo Pontfice.
Po VI comprende la angustiosa situacin de Luis X V I . Al leer la carta del Papa se ve
que Po V I estaba persuadido de q u e , ms que un rey, quien escribe es un prisionero.
Le hace presente que la aprobacin de las leyes relativas al clero inducir en error la
nacin entera, producir un cisma, acabar por alumbrar la siniestra llama de una guerra de
religin.
Confiemos en la divina Providencia, le aade, y por medio de una adhesin sin lmites
la fe de nuestros mayores, trabajemos en merecer del Seor los auxilios de que necesitamos .
Para la manera de resolver las dificultades pendientes, el Papa aconseja al infortunado
Luis X V I que se asesore con los arzobispos de Viena y de Burdeos, Pompignan y Cic.
Estos dos prelados se dejaron imponer por lo sombro de las circunstancias; la tempestad
750
que vean pronta estallar no les permiti que examinasen el asunto con la correspondiente
rectitud de criterio, sacrificaron su conciencia al miedo la Revolucin, aconsejando al Rey
que suscribiese la constitucin civil. Luis X V I tom la pluma temblando y firm los decretos el 2 4 de agosto de 1 7 9 0 , lo que fu una debilidad que le proporcion nuevas amarguras
y que destroz su corazn con fuertes remordimientos.
E n cuanto los obispos Pompignan y Cic, el primero muri de pesar; el segundo confes pblicamente su falta.
Po V I reuni una congregacin de cardenales con quienes resolvi consultar los obispos franceses acerca lo que conviniese bacer.
El 30 de octubre de 1790, treinta prelados de Francia suscribieron una famosa profesin
de fe con el ttulo de Exposicin ele principios acerca la constitucin civil del Clero. Estaba
redactada por el arzobispo de A i x , Mr. de Boisgelin, el cual supo defender las verdaderas
doctrinas de la Iglesia, sin acrimonia, sin recriminaciones, con aquella moderacin y desapasionamiento que bace resaltar ms la solidez de las enseanzas catlicas. La exposicin revindicaba para la Iglesia todo lo concerniente la jurisdiccin y la disciplina, el derecho
de instituir los obispos, la necesidad de acudir la Sede pontificia en todo lo que afectase al
principio de la unidad, quejndose de la violencia con que se supriman votos solemnes
Dios, aplicando una mano sacrilega barreras que no era el hombre quien las haba levantado.
Lejos de hacer mella tales consideraciones en los revolucionarios, el 27 de noviembre
de 1790, la Asamblea decret que todos los obispos y curas que en el trmino de ocho das
no hubiesen prestado juramento de fidelidad la constitucin civil del clero se entenda que
renunciaban sus funciones.
El 27 de diciembre el abate Gregorio subi la tribuna para dar la seal de la apostasa;
tras l siguieron los eclesisticos revolucionarios. De los obispos slo tres hicieron defeccin;
Talleyrand, el cardenal de Brienne y el obispo de Lidda. ,
El 4 de enero se rene la Asamblea entre los gritos del populacho que se presenta amenazador repitiendo continuamente:Mueran los curas que no j u r a n !
El presidente llama Mons. Bonnac, obispo de Agen, para que pronuncie la frmula del
juramento.
Seores, dice el valiente prelado, el sacrificio de mis bienes me cuesta m u y poco; pero
h a y otros sacrificios que no puedo hacer y son el de vuestro aprecio y el de mi fe: ambas cosas perdera si prestase el juramento que se me exige.
El Presidente invita luego Mr. Tournel, prroco de la dicesis de Agen.
Seores, dice este digno representante del clero parroquial; nos hacis remontar los
primeros siglos de la Iglesia cristiana; est bien: con la sencillez propia de aquella edad feliz, os dir que me hago una gloria de imitar el ejemplo que mi obispo acaba de darme. Seguir sus huellas como sigui Lorenzo las de su obispo; estoy pronto andar en pos de l
hasta las alturas del martirio.
Al oir estas respuestas los adversarios de la religin no pueden ocultar su ira; lamentan
que se haya dado al clero tal ocasin para manifestar de una manera solemne su constancia
en la fe.
Llaman otro prroco, Mr. Leclerc, perteneciente la dicesis de Sez.
Este se levanta y dice:
Nac catlico, apostlico, romano. Quiero morir en la fe de mis mayores, en la fe de mi
-infancia; faltara ella prestando el juramento que me exigs.
Se llama despus Mons. Saint-Aulaire. ste sube su vez la tribuna para decir:
Seores, tengo setenta aos; treinta y tres he pasado en el episcopado; no manchar
mis canas con el juramento que exigen vuestros decretos: no juro.
Al ver la entereza de estos eclesisticos se levanta en masa todo el clero de la derecha,
1
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saluda los hroes con un aplauso y proclama en alta voz que sus sentimientos son los
mismos; y que seguirn todos su misma suerte.
Entonces toma la palabra el abate Gregorio, quien se esfuerza en persuadir al clero que
el juramento en nada ofende la fe catlica.
La Asamblea dispone que en vez de discursos se haga una intimacin general. E n virtud
de la que el presidente dice:
Los eclesisticos que aun no hayan prestado juramento que se levanten y vengan prestarlo.
No obstante que en las puertas del saln resonaban gritos amenazadores, ni uno solo se
movi de su asiento para ir jurar.
Acto continuo la Asamblea dispone que el Rey proceda nombrar nuevos obispos y nuevos prrocos que ocupen el puesto de los que se manifiestan rebeldes los mandatos de la
Asamblea.
Esta disposicin en vez de debilitar la constancia de los eclesisticos, les hace ms fuertes en el cumplimiento de su deber. Algunos que antes, por debilidad, por otras miras,
haban prestado juramento, pero bajo reservas, con las que crean poner salvo su conciencia, ante una Asamblea que amenaza, creen que es ya para ellos cuestin, no slo de fe, sino
de dignidad el resistir, y se dirigen la mesa para pedir en alta voz que se tenga por no
dado su juramento. La Cmara se opone admitir su retractacin; al da siguiente los eclesisticos la publican solemnemente para que la conozca el pas.
VI.
Matanza del.2 de setiembre.
A la Asamblea constituyente sucedi la legislativa que se reuni el 1." de octubre de 1 7 9 1 .
La revolucin avanzaba pasos agigantados. Luis X V I estaba perdido y lo comprenda
as; pero con su fuga Varennes no logr sino hacer ms crtica su situacin.
La Asamblea legislativa, compuesta de los ms rojos de la capital y de las provincias, e s taba impaciente por llegar de un modo definitivo la abolicin del poder real. E n el da
mismo en que el Rey se present ella qued abolido el ttulo de Majestad y se declar que
los asistentes estaban en el derecho de cubrirse ante Luis X V I .
Los prncipes, la nobleza, creyendo que ya no es posible sobreponerse los excesos revolucionarios, emigran de Francia.
Antes de que-se disolviera, la Constituyente haba enviado Gensonn y Gallois, en
carcter de comisarios civiles, los departamentos del Oeste, donde ya los catlicos se m a n i festaban dispuestos resistir la corriente revolucionaria.
El 9 de octubre de 1791 se presentaron la Asamblea legislativa para dar cuenta del
resultado de sus investigaciones. Dijeron que la cuestin del juramento la Constitucin civil del clero haba producido en la Vende hondas perturbaciones; que all el sentimiento
que se sobrepona, que dominaba todos los dems, era el sentimiento religioso; que en la
Vende el Catolicismo estaba identificado con las costumbres de sus habitantes, con su modo
de ser. Citaron una pastoral del obispo de Luzon trazando el crculo de sus deberes los eclesisticos de su dicesis; dijeron que los municipios, que la guardia nacional all se disolva
por no querer contribuir la persecucin de los sacerdotes no juramentados, que en parroquias de quinientas seiscientas almas no asistan una docena de personas la misa del
cura juramentado; mientras que los pueblos, las aldeas, se resignaban andar dos leguas lejos para oir la de un prroco fiel. Aadieron que en.todas partes se les presentaron numerosas comisiones reclamando la libertad de sus creencias religiosas, y que con tal que se les
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otorgara se resignaran gustosos pagar dobles impuestos; que aquellos pueblos lo que pedan
era la libertad de sus templos, de sus pastores, la libertad de dirigirse su Dios como se lo
inspiraba su corazn.
Quien rompi el fuego contra los eclesisticos fieles fu el desgraciado Fouchet, obispo
juramentado de Calvados, el cual se atrevi decir que en comparacin con los sacerdotes
de la Vende los ateos eran unos ngeles, que se les poda tolerar, pero suprimiendo sus asignaciones.
Torn, obispo juramentado de Bourges, propuso la tolerancia rechazando toda arbitrariedad y toda persecucin. E l joven girondino Ducos se declar tambin por las ideas de libertad religiosa.
Durante la discusin llegaban la Asamblea noticias de escenas sangrientas producidas
por el estado de excitacin religiosa en que se hallaba el pas; el pueblo defenda sus templos,
sus altares, sus pastores, su fe; se le haba provocado la guerra civil y aceptaba el reto.
Isnard, tomando pi de estas noticias, conjura la Asamblea que haga caer sobre los eclesisticos fieles todo el rigor de su venganza, pide que se les destierre, que se enve aquellos apestados los lazaretos de Italia y de Roma. En cuanto aquellos otros, aade, contra quienes el cdigo penal pronuncie penas ms severas que el destierro, no hay ms que
un recurso : la muerte.
La Asamblea legislativa decreta que todo eclesistico que en el trmino de ocho das
no preste el juramento cvico, ms de privrsele de su asignacin, se le considere como sospechoso de rebelin y se le vigile como tal, pudiendo privrsele de su domicilio, meterle en
la crcel. Acuerda ademas que los templos no podrn servir sino para el culto asalariado por
la nacin, de que cuidarn exclusivamente sacerdotes juramentados.
Grande fu el pesar del Rey al ver que en nombre de la Asamblea se le traa para su sancin el decreto contra los emigrados y contra los sacerdotes fieles.
Luis X V I , ante medidas tan arbitrarias, cumpliendo con lo que le dictaba su conciencia de
creyente y de rey, opuso su veto.
La irritacin de los revolucionarios fu indescriptible. Desmoulins furioso se desat en iron a s , en torpes insultos contra la facultad del veto.
El 20 de junio veinte mil energmenos cubiertos de vestidos innobles, ebrios en su mayora, se encaminan al palacio real los gritos de Abajo el veto! Viva la nacin!
Esta multitud de gente compuesta de lo ms perdido de la capital se presenta dividida en
tres cuerpos.
Al frente del primero est Santerre, que manda los batallones de los arrabales y en c u yas filas van multitud de hombres del pueblo armados, unos de bayonetas y otros con picas
en que'se guarda an el color de la sangre derramada en la Bastilla; mandando el segundo
cuerpo, va el loco furioso del marques de H u r u g u e , mezclado entre multitud de bandidos con
palos, hachas y otros instrumentos cortantes que han hallado mano; frente del tercero, est
una mujer, Teroigne de Mericourt, que pasando por los senderos del vicio ha bajado hasta las
tenebrosidades del crimen, que confundindose en su rostro, con el lodo de la prostitucin est
la sangre del asesinato. La Teroigne anda montada en u n can que arrastran obreros con el
pecho descubierto, con los brazos desnudos; va vestida de hombre con un sable en la mano y
un fusil en el hombro. A tal jefe tal ejrcito: siguen la Teroigne masas compuestas de la
hez del pueblo en que se ven confundidos descamisados con mujeres medio desnudas, cubiertas de harapos, cantando la Carmaola. Formando en segundo lugar se encuentran tipos repugnantes como Jourdan Corta-cabezas (Cottpe-Tete), junto quien todava se percibe el
hedor de la sangre que derram en Avion. Al atravesar una plaza, una calle, aquellas columnas arrastran consigo lo que hay de ms desalmado, de ms feroz en cada distrito, m u chos de ellos armados de picas que sostienen en su punta un corazn de becerro con este letrero: Corazn de aristcrata.
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MANIQU
DEI. P A P A
QUEMADO EN
EFIGIE.
No queda ya ni tiempo para deliberar, pues la cabeza de la columna est las puertas de
la Asamblea.
Que entren! grita la izquierda.
N o , no! exclaman los de la derecha.
La izquierda insiste. Entonces Jaucourt exclama:
E s claro que los que los han hecho venir se han de empear en que entren.
Los alborotadores se cansan de esperar; unos se precipitan dentro del saln, otros se entretienen en despedazar una puerta mientras que aguardan la orden de que se les abra, otros
plantan un rbol de la libertad.
El orador de los perturbadores, Huguemin, dice ante la Cmara:
Ya no es posible disimular por ms tiempo; la trama est descubierta, correr la sangre y el rbol de la libertad que acabamos de plantar florecer en paz.
Luego habla de la imagen de la Patria como la sola divinidad que dele adorarse, dice que
la cabeza del pueblo vale ms que la de todos los dspotas coronados, que el poder ejecutivo
debe ser aniquilado sino corta la cabeza de los culpables.
7S4
La Cmara se dej persuadir y permiti el desfile de la columna por delante de la Asamblea, el cual dur cerca de dos horas. No puede concebirse nada ms desordenado; guardias
nacionales, mujeres, nios, todo pasando en tropel; unos pronuncian arengas, otros se echan
bailar delante de la representacin nacional, otros gritan como energmenos: A bajo el Veto!
Despus de all los revoltosos se dirigen las Tulleras, gritando al pi de las ventanas
del Rey y de la Reina: Abajo monsieur Veto! Abajo madama Veto!
Al fin los rebeldes penetran en la real estancia.
No faltan todava personas fieles que rodean al Rey.
Mr. de Bougainville le dice:
Seor, no temis.
Poned la mano sobre mi corazn, responde Luis X V I , y os persuadiris de que no temo.
Luis X V I confa su familia oficiales probados por su lealtad y- entra en la sala del Consejo, cuando oye romper con furia la puerta del saln de los nobles. Luis X V I corre hacia
all acompaado de dos ayudas de cmara, quienes ordena que franqueen la entrada los
revoltosos, diciendo:
N o tengis cuidado; voy hallarme en medio-de mi pueblo.
A sus fieles servidores que le ofrecen su espada, Luis X V I les dice:
N o , n o ; me presentar solo; y sabr decirles que nunca sancionar el decreto contra
los eclesisticos.
Por orden del Rey se adelantan los alborotadores.
A la presencia de Luis X V I , que permanece en pi, tranquilo, se sienten impresionados
por tanta entereza. Pero pasada la primera emocin se precipitan en la sala en confuso desorden, gritando:
Abajo el Veto! Llevmoslo a la Asamblea! La sancin del decreto! Queremos la
sancin!
E l Rey se limita responder en presencia de las pistolas y las picas que le amenazan:
Imposible.
E n este instante cuatro granaderos se colocan delante de l para servirle de escudo.
. E n medio del rugido de aquellas fieras, aparece madama Isabel, el ngel de aquella monarqua en la hora del infortunio.
La Austraca! La Austraca! gritan, tomndola por la Reina. La Austraca ci la
linterna! repiten centenares de voces.
H a y quien les advierte que la que se ha presentado es madama Isabel.
Dejadles n su error, responde la incomparable princesa; tal vez esto salve la Reina.
E n medio de espantosa gritera, profirindose por todas partes soeces insultos, burlas i n calificables, amenazas horrorosas, el Rey, tranquilo, ve acercrsele violentamente y con actitud
grosera Legendre, quien logra imponer un momento de silencio para leer Luis X V I u n a
especie de peticin que no es sino un tejido de mentiras injurias. El Rey responde sin afectarse :
H a r aquello para lo cual me autorice la Constitucin.
El calor era sofocante. El Rey estaba baado en sudor.
Seor, le dice un guardia nacional sacando una botella y un vaso, bebed... No temis
nada; soy u n hombre de bien.
Los servidores del Rey sospechan que se trate tal vez de envenenarle y se lo advierten;
pero Luis X V I , que no tena miedo la muerte, toma el vaso, y aplicndolo sus labios, exclama :
Pueblo de P a r i s , bebo tu salud, y la de la nacin francesa!
Ahora calaos el birrete de la libertad; le dicen echndole u n gorro frigio.
Luis X V I se resign esta nueva.humillacin.
Un joven oficial de mirada expresiva, de rostro plido, que permaneca en la gran plaza,
755
mudo, inmvil, pero lleno de indignacin, al ver salir al Rey una ventana con el gorro
frigio no pudo dejar de exclamar:
Miserables! Yo empezara por ametrallar los quinientos que van delante, y esto se
acababa en seguida.
El oficial era Napolen Bonaparte.
La turba penetr en el saln donde se bailaba el Delfn, quien se puso tambin un gorro
frigio, y Mara Antonieta, que se presentaba con su habitual dignidad, haciendo como que
no se aperciba de los estandartes en que se lea: Mara Antonieta la linterna; ni de un
palo en cuya punta se clav un corazn de buey con este letrero: Corazn de Luis
XVI.
Una muchacha del pueblo se adelanta hacia la Reina y vomita contra ella imprecaciones.
La esposa de Luis X V I le pregunta si le ha hecho algn dao.
N i n g u n o , replic la joven; pero sois vos la que perdis la nacin.
Entonces la Reina exclama sin perder ni por u n momento su serenidad:
Os han engaado: me cas con el rey de Francia, soy la madre del Delfn, soy francesa; suceda lo que suceda no volver mi pas; feliz desgraciada lo ser en Francia. Soy
dichosa cuando vosotros me amis.
La joven se ech llorar.
A h , seora, dice; perdonadme, no os conoca, veo que sois una buena mujer.
A las seis de la tarde, junto con una comisin de la Asamblea, se present Pethion, quien,
en su carcter de magistrado popular de P a r i s , dijo al R e y :
Seor, acabo de saber lo que est pasando...
Acabis de saberlo? responde Luis X V I ; pues hace dos horas que dura.
Y o ignoraba, seor, que tuviesen lugar tales desrdenes.en el castillo; pero no tenis
nada que temer; el pueblo os respeta; os respondemos de ello.
Mara Antonieta contest con intencin:
E s verdad; el pueblo es bueno, cuando no se le extrava.
Para demostrar la bondad de aquel pueblo bastaba con ensearle Mr. Pethion el estado
del palacio, sus puertas destrozadas, todo lo que constitua el testimonio de la violacin del
regio asilo.
La Reina se apercibi de que uno. de los diputados, Merlin de Thionville, estaba llorando.
La Reina, extraando que derramase lgrimas un hombre nada afecto la monarqua, le
dijo:
Lloris, Mr. Merlin, al ver al Rey y su familia tan cruelmente tratados por un pueblo que l ha querido siempre hacer feliz.
E s verdad, seora, contest Merlin; lloro sobre las desdichas de una mujer bella,
sensible y madre de familia; pero debo advertiros que lloro por la mujer desgraciada, no por
la reina.
A las ocho de la'noche se logr despejar el palacio. Entonces Luis X V I y Mara Antonieta sintindose felices de encontrarse juntos despus de aquella jornada se abrazan derramando abundantes lgrimas.
Aquel da Luis X V I fu paciente, resignado, pero tambin fu digno. Consinti en ponerse el gorro frigio; pero respecto al veto no retrocedi, no contrajo el menor compromiso
pesar de la actitud amenazadora de aquella plebe. Nunca se mostr ms Rey que aquel da,
escribe Edgardo Quiet.
Santerre, resumiendo las luchas de la jornada, deca:
Esta vez hemos errado el golpe.
Percibase an en palacio el eco de las imprecaciones de aquellas turbas desenfrenadas,
cuando el Rey dirigi la nacin una proclama en la que mantena enrgicamente el veto,
declarando que estaba pronto sacrificar su tranquilidad, su seguridad personal; pero que
M
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nidad y de las virtudes de su estado, la par que de notable ilustracin. E n sus visitas como
Arzobispo se hizo notable por su generosidad, habiendo repartido en una de ellas cuarenta
mil libras los pobres. Dulau era el tipo del buen pastor, distinguindose en todas las virtudes evanglicas propias de un prelado. Su secretario le aconsej una vez que se moderara
en sus severidades.
Y a s yo, le respondi el Arzobispo, que siguiendo el consejo que m dais, la existencia se me hara ms agradable; me gustaran como al que ms las satisfacciones de la sociedad de que me hablis; pero si Dios me ha elevado al puesto que ocupo no es para encontrar satisfacciones, sino para atender mi salvacin, para proveer las necesidades del pueblo
que me. est confiado, y estoy en el caso de preferir mi deber mis comodidades personales.
Modesto como lo es siempre el mrito, hablaba con una timidez tal que ms pareca
querer consultar hasta sus inferiores que imponer su propio criterio. Sus rentas las distribua entre los eclesisticos ancianos, quienes tena sealada una pensin de su propio p e culio, entre jvenes hijas de familias desgraciadas que haca educar en algn convento, y lo
dems lo reparta entre los pobres.
Cuando yo era preboste de cabildo, deca una vez, estaba contento si al llegar al fin
del ao, saldadas mis cuentas, me quedaban todava seis francos; desde que soy arzobispo ya
me contento con que me quede u n luis.
Conbati con valor los impos decretos de la Asamblea legislativa; h aqu porque se le
design como una de las primeras vctimas en que deba cebarse el pual revolucionario.
Desde el 11 de agosto fu preso por los agentes de la impiedad, bajo cuyas rdenes se
puso con la resignacin y la nobleza propia de un confesor de la fe. Conducido ante el comit
del Luxemburgo para que jurase, respondi que, investido de la dignidad del sacerdocio, no
deshonrara su ministerio con una defeccin; que estaba pronto ser mrtir, pero no apstata.
De su palacio arzobispal pas la crcel de los Carmelitas, donde tuvo que dormir sobre
unas tablas confundido con los dems presos. Dulau no se desalent jamas. l diriga entre
sus compaeros los ejercicios de piedad, haca la lectura espiritual. Dulau supo convertir la
crcel en un templo. Se le aconsej que utilizara sus muchas y buenas relaciones para que
se le sacase de all.
N o , no, contestaba; aqu estoy m u y bien y en m u y buena compaa. Debo servir de
ejemplo los dems, y cuando no, debo saber imitar mis respetables compaeros.
La vspera de la matanza, fu sentarse junto al prelado un brutal centinela, y haciendo
alarde de grosera impiedad, empez decir al Arzobispo:
V a m o s , que en la guillotina haris un buen papel. Monseor, debo anunciaros que
maana matarn Vuestra Grandeza.
Y el feroz gendarme repeta el tratamiento del Arzobispo con tono sarcstico. Mons. Dulau se limit no contestar. El gendarme se irrita de este silencio, saca su pipa, la enciende
y hecha el humo en el rostro del prelado. El santo Arzobispo lo sufre hasta que, sintindose
como asfixiado, se levanta para ir sentarse en otro sitio. Aun all el gendarme le sigue,
hasta que su obstinacin feroz se ve vencida por la heroica paciencia del mrtir.
Esperaba la muerte con tal resignacin, que por la noche uno de los presos que estaban
su lado percibi cierto movimiento y exclam azorado:
Monseor, los asesinos.
7S8
E s t bien, contest; demos gracias Dios que nos permite derramar nuestra sangre
por tan buena causa.
Al decir esto se adelantan los asesinos gritando:
Dnde est el arzobispo de Arles?
Mons. Dulau se dirige hacia ellos. Los sacerdotes que le rodean tratan de detenerle.
Dejadme, les dice con dulzura; si mi sangre puede calmarles qu importa que yo
muera? Mi deber es dilatar vuestros das expensas de los mos.
El Arzobispo coloca sus manos juntas sobre su pecho, y levantando la vista al cielo se
adelanta con gravedad hacia los que le reclaman. Mr. de La Pannonie se empea en acompaarle.
Los sicarios se dirigen ste preguntndole:
Eres t el arzobispo de Arles ?
Mr. de La Pannonie baja los ojos y junta las manos sin responder.
E l que buscis soy yo, dice valientemente el prelado.
A h , malvado! grita uno de los asesinos; t eres el que hizo derramar la sangre de los
patriotas de Arles.
N o s que haya hecho nunca mal nadie.
P u e s yo te lo har t , dice otro dndole un fuerte sablazo que el Arzobispo recibe sin
proferir una queja. Otro asesino le hunde el sable en el crneo, mientras que otro le clava la
pica en el pecho, pero con tal fuerza, que no fu posible sacarle despus la punta. El cadver
del Arzobispo es pisoteado mientras que uno de los bandidos se apodera de su reloj, ensendolo los dems como precio de su crimen.
Se trat de libertar Pedro Luis de la Rochefoucauld, obispo de Saintes, cuando se iba
matar su hermano Francisco Jos, obispo de Beauvais; pero Mons. Pedro Luis, dando un
sublime ejemplo de amor fraternal, dice los asesinos:
Seores, toda mi vida he estado unido mi hermano con los vnculos del amor ms
tierno; hoy lo estoy por la adhesin la misma causa. Si la constancia en su fe y el horror
al perjurio constituyen todo su crimen, yo soy tan culpable como l.
Hubo un momento en que el obispo de Saintes hubiera podido escaparse saltando una tapia, conforme le deca otro de los presos.
Pero y mi hermano? contesta l.
Un balazo le atraves la pierna. Al ver quedos dems presos eran conducidos la Iglesia
para asesinarles, no pudiendo l sostenerse, dijo los revolucionarios:
Y a veis, amigos mos, que no puedo ir al suplicio por-mis propios pies; quisierais
ayudarme andar?
Y el prelado de Saintes muri como mueren los grandes mrtires.
Veinte sacerdotes que se haban escondido en un departamento en el interior del jardn,
fueron descubiertos y degollados todos.
No contentos con esto, aquellas hienas descendieron las tumbas del convento de Carmelitas, donde reposaban los despojos mortales de los bienhechores de la casa religiosa, se
apoderaron de las cajas de plomo que all haba y los restos los echaron en u n pozo.
. Maillard, el jefe de los asesinos de setiembre, no teniendo ms que hacer en los Carmelitas volvi la Abada de SainUCrermain-des-Prs,
donde, se hallaban encerrados una treintena de sacerdotes en una crcel llamada de suplemento.
All se organiza un tribunal, que lo forman doce obreros en cuerpo de camisa, con los
brazos desnudos, cubiertos con el gorro frigio, teniendo sobre la mesa botellas de vino, los
cuales fallan en nombre del pueblo soberano. El juicio es todo lo corto que puede imaginarse;
que perder tiempo en preguntas? decan ellos.
En aquella parodia de tribunal todo aparece confundido, dice un historiador; jueces y
verdugos, tribunal y suplicio, es una alianza entre la vida y la muerte en que una vctima
759
es ejecutada al lado de un acusado que se procesa, donde los gritos de los que se degellan
impiden oir los que se defienden (1).
El tribunal no descansa; mientras unos hablan, otros fuman, beben, comen, van trabajando.
Entre aquellos jueces hay quien se complace, despus de haber comido u n pollo, en llenar un vaso con la sangre de u n sacerdote de un aristcrata y beberlo all entre los aplausos de los que admiran aquel gran acto de patriotismo.
Llegan cansarse, ponerse ebrios; entonces jueces, y verdugos se echan dormir sobre
los bancos de la sala dejando que otros vayan relevarles.
El proceso por lo general se reduce la siguiente forma. Se pone la mano sobre el preso
y se pregunta:
Creis que en conciencia podemos soltar al seor?
Si el tribunal contesta S; la manera de soltar al preso consiste en que ste al salir de
all, creyndose libre, se le hace pasar por u n calabozo donde sin saberlo se precipita sobre las
picas de los que ya le estn esperando. Se prescinde de las armas de fuego, porque el cargarlas es cosa demasiada larga y las seoras del cuartel se quejan del ruido que se mete con los
disparos. Al llegar la noche se colocan pequeas lmparas junto los cadveres para que las
seoras puedan gozar del espectculo.
Entre los muertos se encontr al abate Lenfant, predicador clebre y confesor de Luis X V I ,
y el abate de Bastignac, vicario general de Arles.
Despus fueron invadidos la Conserjera y el Chatelet, donde no hubo si quiera el menor
aparato de tribunal, all los asesinos tuvieron carta blanca para hacer lo que mejor les pareciese.
De all, despus de recibir el precio de su trabajo, los verdugos se dirigen al seminario de
San F e r m n , donde estaban presos tambin gran nmero de sacerdotes, quienes se mat sin
la menor formacin de causa. Entre aquellos eclesisticos hallbase Mr. Gros, que estaba desde
1785 al frente de la parroquia de San Nicols du Chardonnet en Paris, feligresa compuesta
casi en su totalidad de indigentes, de quien se haba hecho querer por sus virtudes y especialmente por su gran caridad. Mr. Gros fu en la Cmara uno de los ms celosos defensores
de los derechos de la Iglesia, atrayndose por ello el odio de los jacobinos. Preso el 17 de
agosto, se le encerr con otros compaeros en el seminario de San Fermn. Llegado el 2 de
setiembre se le proporcionaron medios para evadirse.
N o ; contest el atleta de la fe; saben que estoy preso a q u ; vendrn buscarme y
tendran que pagar por m los dems compaeros. Prefiero morir yo que ellos sean sacrificados por causa ma.
Los presos eran noventa y uno. Los unos son muertos sablazos; los otros, arrojados de
lo alto de las ventanas, se les acaba de matar garrotazos.
Entre los asesinos del abate Gros, haba un zapatero de viejo feligrs suyo, quien l haba
socorrido. El abate Gros le dijo dulcemente:
A m i g o mo, no olvidis que tuve gran placer en socorreros vos, vuestra mujer y
vuestros hijos en vuestra indigencia. Me llamabais vuestro padre. Hoy peds mi m u e r t e ;
matadine, pues, y que Dios os lo perdone.
E s verdad, le contesta el remendn, que os debo mucho; pero la nacin me paga para
mataros.
Apenas dichas estas palabras, el respetable prroco es arrojado por la ventana, aplastndosele la cabeza al llegar al suelo. Aquellos salvajes la separan del tronco, y clavndola en
lo alto de una pica, la pasean por el mismo distrito por donde poco antes derramara manos
llenas los beneficios de su generosa caridad.
Abrise su testamento en el que lo dejaba todo los pobres de su parroquia, habiendo su
legado particular para su asesino.
(1)
Garat.
700
El comit de vigilancia obtuvo un crdito de 12,000 francos para pagar los que. haban trabajado en conservar la salubridad del aire de las crceles y haban presidido aquellas
operaciones peligrosas.
El parte oficial de aquellos das fu:
Patrullas y rondas hechas exactamente: nada de particular.
El comit de vigilancia dio el nmero de las vctimas: total 1,079. Granier de,Casagnac
dice que el total fu de 1,458.
E n Meaux fu invadida la crcel siendo asesinados siete sacerdotes.
E n Reims los abates de Lescure y de Vachres son degollados de una manera horrorosa
por negarse prestar el juramento. El abate Romain se prepara para morir de la misma manera, cuando se les ocurre los asesinos que aquel gnero de muerte es demasiado suave, y
conciben el proyecto de quemar vivos los sacerdotes que estn en su poder. A este fin se
dirigen los vecinos obligndoles dar lea en nombre de la nacin. Se levanta la hoguera
y se coloca en medio del fuego al cannigo Alejandro, religioso de extraordinaria virtud.
Pronto las llamas envuelven la vctima, la que saludan los revolucionarios con feroz carcajada. El venerable cannigo no tard en exhalar el postrer suspiro.
E n Couches, cerca de A u t u n , y en Lyon, fueron tambin asesinados varios sacerdotes.
La pluma se resiste describir las sangrientas escenas de la Forc y de Bictre.
Aquellos das vise los asesinos bailar junto las vctimas aun palpitantes, sacarles las
entraas, beber su sangre en crneos de otros asesinados.
El famoso Manuel recibi cincuenta mil francos por rescate de la tan bella como virtuosa
princesa de Lamballe, hija poltica del duque de Penthievre. A pesar de ello el mismo Manuel envi la Forc una pandilla de asesinos que le trajeron en la punta de una pica el corazn y la cabeza de la Lamballe, despus de haberla tenido largo rato en las ventanas del
Temple, donde estaba presa Mara Antonieta, la cual profesaba la vctima el ms cordial
afecto.
Dos das despus suba la tribuna de los jacobinos el duque de Orleans adornado con el
gorro frigio para renegar pblicamente de sus padres y de su apellido. A peticin suya se decret que en adelante se llamara Igualdad.
VIL
Proceso y muerte de Luis XVI.
Cuando el Rey estaba en su palacio, al sobrevenir u n azote cualquiera sobre la nacin,
al acaecer una desgracia, sola decirse: La causa del mal est en las Tulleras; cuando el
Rey estuvo preso, despojado de su corona, sin la menor influencia, aun se dijo: La causa
del mal est en el Temple.
La situacin del pas, lejos de mejorar, empeoraba cada da. A los muchos grmenes de
desorden echados por la idea revolucionaria se aadieron las perturbaciones religiosas que tomaban un carcter imponente en varias provincias. Los aldeanos se sublevaban contra el
nuevo rgimen; y ya los Vendeanos se haban apoderado de Chatillon.
Los mismos convencionales se vean precisados protestar su respeto por las creencias
religiosas. Danton calific la supresin de las asignaciones del clero de crimen de lesa nacin
y Robespierre proclam que no hay poder alguno que tenga el derecho de suprimir el culto
establecido. Este lenguaje nos da conocer que la gravedad de la cuestin religiosa tena i n tranquilos hasta los ms rojos de los revolucionarios.
Para apreciar mejor los hechos que van ocuparnos es menester dar una idea de la Convencin. sta se haba constituido bajo la influencia del terror, los electores haban votado
7G1
como haban querido los autores de los crmenes del mes de setiembre; la Francia estaba en
sus manos.
Marat; aquel loco afectado de la mana de derramar sangre, aquel hombre que viva en
los subterrneos como las eras en su caverna, aquel monstruo que deca que al edificio de
la regeneracin de la patria deban ponrsele doscientas mil cabezas por cimientos; represent
en la Convencin la ciudad de Paris. All estaba Robespierre, el genio de la envidia, el explotador de las pasiones populares, el hombre falso que con tal de dominar estaba dispuesto
venderlo todo; el tribuno que desafiaba los silbidos de la Constituyente y que, pesar de su
SV S A N T I D A D
PO
IX.
762
763
constituy en preceptor del Delfn, dndole lecciones de geografa y hacindole leer y recitar de memoria los versos de los primeros clsicos franceses; la Reina, junto con su hija y madama Isabel, dedicbase labores propios de su sexo.
Luis X V I no perdi su tranquilidad. Cuando se le ley el decreto de abolicin de la monarqua, el Rey se limit suspender por un momento la lectura de sus obras favoritas, para
escucharla, volviendo fijarse en seguida en el libro que tena en las manos, como si se h u biese tratado de un asunto indiferente que no lograba fijar su atencin.
E n el Temple la familia real estuvo faltada de vestidos y de ropa para hacrselos; madama Isabel tena que esperar que el Rey se hubiese acostado para poder remendar su traje.
All se hallaban disposicin de unos hombres del pueblo, gente grosera que se haca
una gloria en mortificar insultar los presos.
Si se les permita pasearse por el jardn, los carceleros Risbey y Rocher se entretenan
en echar al rostro de la Reina y de los prncipes el humo de sus pipas, entre las risotadas y
aplausos de los guardias, los que se divertan cantando la Carmaola otros cantos como
ste cuando la esposa de Luis X V I suba otra vez sus departamentos:
Hdame a sa tour monte,
Ne sait quand descendra.
El 11 de diciembre el corregidor de Paris y el procurador del Ayuntamiento decan oficialmente al Rey que la Convencin mandaba Luis Cafeto que compareciese ante ella.
Luis Cafeto? dijo el R e y ; ste no es mi nombre.
Luis X V I se levant, y subiendo al carruaje que se le tena preparado, se dirigi la Convencin custodiado por seiscientos guardias.
Se discuti si mientras estuviese Luis X V I en la Asamblea se permitira algn representante tomar la palabra.
N a d a de palabras, dijo Legendre; es menester aterrarle con el silencio de las tumbas.
Deferment pidi que se pusiera una silla para sentarse el acusado.
Manuel propuso que se debatiera la cuestin de la orden del da fin de que Luis C a peto no creyera que se le daba tanta importancia que se ocupaban slo de l, y que m i e n tras se discuta se le hiciese esperar la puerta.
Santerre anuncia por fin la llegada del Rey, diciendo:
Ciudadanos, la Europa s contempla; la posteridad os juzgar con severidad inflexible; conservaos, pues, dignos, impasibles como corresponde jueces.
A eso de las dos y media, el Rey, en medio del corregidor de Paris y de los generales
Santerre y Wittengef, comparece en la barra. La majestad de Luis X V I , su aspecto t r a n quilo, pesar de su grande infortunio, conmueve todos.
Sentaos, dice Barrer, y contestad las preguntas que se os van dirigir.
Se ley el acta de acusacin.
A cada artculo se detena el presidente para preguntar:
Qu tenis que responder?
El Rey contestaba con calma, con sencillez y con franqueza.
Me lleg conmover hasta derramar lgrimas el oir sus bellas contestaciones, dice Durand de Maillane; no pude menos de admirar la claridad y precisin de sus respuestas, pronunciadas con voz sonora y firme (1).
#
E n una ocasin contest con viveza.
Al decrsele:
Habis hecho derramar la sangre del pueblo el 10 de agosto, el Rey se levanta de su
asiento para responder con energa:
Caballero, esto n u n c a !
(1)
Convention.
764
76o
siones que los superiores eclesisticos, unidos la santa Iglesia catlica, dan y darn conforme la disciplina de la Iglesia observada desde JESUCRISTO.
Compadezco de todo mi corazn aquellos de mis hermanos que pueden estar en el error, sin que por esto pretenda juzgarles, ni les ame monos todos en JESUCRISTO, siguiendo
lo que la caridad cristiana nos ensea. Ruego Dios que me perdone todos mis pecados,.procuro conocerles escrupulosamente, detestarlos y sacar de ellos motivos para humillarme ante
mi Dios. No siendo posible servirme del ministerio de un sacercote catlico, ruego Dios reciba la confesin que le hago, y en particular el arrepentimiento profundo que siento, por
haber puesto mi nombre (aunque esto haya sido contra mi voluntad) actos que puedan ser
contrarios la disciplina y la creencia de la Iglesia catlica, la cual he estado siempre
sinceramente unido de corazn. Suplico Dios acepte la firme resolucin en que estoy, si me
concede vida, de servirme, tan pronto como yo pueda, del ministerio de un sacerdote catlico para acusarme de todos mis pecados y recibir el sacramento de la Penitencia.
Ruego todos los que yo hubiese podido ofender por inadvertencia (pues no recuerdo
haber inferido conscientemente ofensa persona alguna), aquellos quienes hubiese dado
malos ejemplos escndalos, me perdonen el mal que ellos crean pudiese yo haberles hecho;
ruego todos los que tengan caridad que unan sus oraciones las mas para obtener de Dios
el perdn de mis pecados.
Perdono de todo mi corazn cuantos se han constituido en enemigos mos, sin que les
haya yo dado el menor motivo, y ruego Dios que les perdone, lo mismo que aquellos que,
por un falso celo, por un celo mal entendido, me han hecho mucho dao.
Encomiendo Dios mi esposa y mis hijos, mi hermana, mis tios, mis hermanos y todos los que me estn unidos por los lazos de la sangre de cualquier otra m a nera que sea; ruego especialmente Dios Nuestro Seor eche una mirada de misericordia
sobre mi mujer, mis hijos y mi hermana, que sufren desde largo tiempo conmigo; que les
sostenga con su gracia, si llegan perderme, todo el tiempo que permanecern en este
mundo perecedero.
Recomiendo mis hijos mi esposa; jamas he abrigado la menor duda de su ternura maternal en favor de ellos; le recomiendo sobre todo que haga de ellos buenos cristianos y hombres honrados, que no les ensee mirar las grandezas de este mundo (si estn condenados.
experimentarlas) sino como bienes peligrosos y perecederos, y elevar la vista hacia la nica
gloria slida y duradera de la eternidad. Suplico mi hermana que contine ejerciendo su
ternura en favor de mis hijos, que haga para con ellos oficios de madre si tuvieran la desgracia de perder la suya.
... Recomiendo con toda la eficacia posible mis hijos, despus de lo que deben Dios,
que ha de colocarse antes que todo, que permanezcan siempre unidos entre s, sumisos y obedientes su madre, y que en recuerdo mo le sean reconocidos por todas las penas y cuidados que por ellos se toma.
Recomiendo mi hijo, si tuviera la desgracia de reinar, que recuerde que se debe todo
entero la dicha de sus conciudadanos, que tiene obligacin de olvidar todo odio y todo resentimiento, no mencionando nada de lo que diga relacin con las desgracias y pesares que
yo sufro; que tenga en cuenta que no puede hacer la felicidad de los pueblos sino reinando
segn las leyes, pero al mismo tiempo que parta del principio de que un rey no puede h a cerlas respetar ni hacer el bien que est en jn corazn, sino en cuanto tiene la autoridad
necesaria; pues de otra manera, desde el momento en que deja de inspirar respeto, es ms
nocivo que til.
... S que muchos de los que me eran adictos no se han portado conmigo del modo que
deban y hasta han manifestado ingratitud; ms yo les perdono (sucede veces que en das
de perturbaciones y de efervescencia uno no es dueo de s mismo) y ruego mi hijo que,
si se le presenta ocasin, no piense sino en su desgracia.
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con la condicin de que el fallo no ser ejecutivo sino despus de la aceptacin por el p u e blo. La Llanura se divide, la Montaa en masa, excepto Manuel, vota la m u e r t e ; el duque
de Orleans, Felipe Igualdad, deja escandalizados los ms rojos al oir que tambin l se decide por la ejecucin de su primo.
Para que la sentencia tuviese fuerza de ley se necesitaban 361 votos, y 361 votos fueron
los que se obtuvieron. Luis X V I se hubiera salvado, dice Carnot en sus Memorias, si aquel
da la Convencin no hubiese deliberado bajo los puales.
Al informarse Luis X V I del decreto de muerte no manifest el menor pesar; limitse
tan slo pedir que se le permitiera ver su familia y que se le proporcionara un sacerdote
de su eleccin. As se lo otorg la Asamblea.
Dos horas dur la entrevista con su esposa, sus hijos y su hermana. Despus de aquella
escena desgarradora el Rey no pens ms que en Dios y en la eternidad.
El 21 de enero por la maana confes, oy misa y comulg por ultima vez, manifestando
en todos estos actos un sublime fervor cristiano.
El da es sombro. Paris est cubierto de una especie de niebla. Todas las puertas estn
cerradas.
Luis X V I sube al coche en que se le conduce al cadalso y , tomando el breviario del sacerdote que le acompaa, recita las preces de los agonizantes.
Al llegar al cadalso los ayudantes del verdugo quieren atarle las manos; Luis X V I los
rechaza con indignacin. El abate Edgeworth, que es el sacerdote que le acompaa, le dice:
Seor, haced este vltinio sacrificio como un nuevo rasgo de semejanza con vuestro divino modelo.
Luis X V I se somete.
Le atan las manos y le cortan los cabellos. Terminada esta humillante operacin el Rey
se adelanta la plataforma del cadalso y dice:
Franceses, soy inocente; perdono los autores de mi muerte y pido Dios que la
sangre que se va derramar no caiga jamas sobre la Francia.
Un redoble de tambores ahoga su voz. Los verdugos se apoderan de l.
El abate Edgeworth exclama:
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que ningn hombre en que haya un resto de sensibilidad, ha podido oir su relato sin espanto, sobre todo cuando era notorio el carcter de L u i s , dulce, afable, bienhechor, enemigo
de rigor ni severidad, lleno de amor por su pueblo, accesible indulgente con todos. Si nuestras exhortaciones hubiesen obtenido algn buen xito, no nos lamentaramos hoy de la ruina
de la Francia, que amenaza los dems reinos y reyes. Oh Francia! Francia! llamada
por nuestros antecesores espejo de la cristiandad, apoyo inmvil de la fe; t , cuyo fervor y
devocin cristiana y afecto la Sede Apostlica no tenan iguales entre las dems naciones,
cmo has cado de tan alto, este exceso de desorden, libertinaje impiedad? T no has
merecido sino deshonra, infamia, indignacin de parte de los reyes y de los pueblos, de los
grandes y de los pequeos, del presente y del porvenir.
La misa solemne en sufragio del difunto Rey se celebr en la capilla pontificia ante las
princesas Victoria y Adelaida, tas de Luis X V I .
Durante la oracin fnebre vise al venerable Po VI hondamente conmovido teniendo
que enjugarse con frecuencia las lgrimas que corran por su rostro.
T. II.
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H I S T O M A DE LAS PERSECUCIONES
VIII.
Muerte de Mara Antonieta.
La muerte de Luis X V I enardeci en los demagogos franceses la sed de sangre. Por
todas partes tenan lugar escenas de un vandalismo el ms feroz, y las vctimas escogidas
con preferencia para la inmolacin continuaron siendo los sacerdotes fieles.
El 20 de febrero de 1793 se cometi en Saln otro de los brbaros crmenes que caracterizaron aquel perodo.
Haba all el P . Roland, famoso por su piedad y sus obras de beneficencia, antiguo prior
del convento de Carpentras. Era de unos cuarenta aos de edad, alto, bien formado, de m o dales nobles, con el sonris de la dulzura siempre en los labios, expresin de u n alma toda
caridad; su hermosa cabeza mirando al cielo revelaba aquel espritu todo lleno de las g r a n des ideas de la eternidad.
Incitbanle sus amigos que se alejara de Saln.
Pero y por qu? responda el buen religioso; he hecho por ventura mal nadie?
Haba ido pasar una semana en Varnegue, unos diez kilmetros de Saln.
Paseaba tranquilamente con su breviario en la mano por debajo de las arcadas de un
puente cuando all le sorprendi una columna volante que le condujo preso al castillo.
Se le saca de aquel encierro, con otros tres compaeros, con la excusa de que se les va
llevar Marsella para que se les instruya la correspondiente sumaria; pero en vez de tomar
el camino de aquella ciudad, se les conduce por barrios solitarios, hasta llegar la extremidad meridional de Saln, en un punto donde se levantaba una devota capilla de la Virgen.
Dos de los que les conducen penetran en una casa para proveerse de cuerdas.
E i P . Roland comprndelo que va suceder, y dirigindose sus compaeros, les exhorta
encomendar su alma Dios.
A sablazos y garrotazos se hace caminar precipitadamente los presos hasta que llegan
al sitio llamado de las Roches, se les desnuda, y mientras uno de los presos, derribando en
tierra dos de los asesinos, logra huir "perdindose en las sinuosidades de un bosque, los otros
dos son colgados en la muralla. Al P . Roland, antes de matarle, se le desgarran las carnes,
le gritan al odo las ms horrorosas blasfemias, uno de los verdugos le arranca los dedos ndice y pulgar de la mano derecha en castigo de haber tocado con ellos la Hostia santa, y al
ahorcarle, por fin, aquellas fieras cometen contra el Carmelita atrocidades que no hay trminos
con que expresarlas.
El club de los jacobinos vena ejerciendo una especie de omnipotencia; de all salan las
rdenes para las prisiones, para los destierros, para las visitas domiciliarias; all se fraguaban los proyectos ms insensatos y se incitaba los ms atroces crmenes.
No satisfecha la Revolucin con la sangre de los sacerdotes, empezaba devorar sus propios hijos.
Marat, por sus instintos sanguinarios, por su osada, por su aspiracin un despotismo
feroz, vena siendo como el genio de la Revolucin; Marat es asesinado por una girondina.
Vamos consignar este hecho, tomando su relato de un conocido escritor:
El rasgo ms original y ms doloroso para la humanidad de la Revolucin francesa, lo
que, sobre todo, la distingue de las revoluciones antiguas, aun de las romanas, es la sangre
derramada, no por soldados habituados las grandes hecatombes de las batallas, sino por
abogados, profesores, hombres de ciencia y de letras, doctores con gorro frigio. E n Roma,
Mario, Sila, Csar, haban adquirido por la gloria el derecho de dar muerte; pero en F r a n cia, aquellos empricos doctores, qu ttulos tenan para proscribir nuestros padres, declararles traidores y hacer rodar sus cabezas?
771
El libelista Marat puede ser considerado bajo dos aspectos: como una de esas naturalezas perversas que nacen y viven en medio de sanguinarios desrdenes, como un inflexible
lgico q u e , conociendo fondo desde el principio el carcter y tendencias de la Revolucin
francesa, quera llevarla inmediatamente su fin destruyendo cuantos obstculos se opusieran. Con este carcter de inflexible lgica se present Marat en la Convencin: de una
fealdad horrible, acurrucado en un rincn de la Asamblea, como los bufones de los reyes,
para todos tenia sarcasmos y crueles frases. l dijo los girondinos: Sois unos intrigantes;
Dumouriez, cuando se hallaba en toda su pujanza: T eres un traidor, que quieres vendernos los Orleans. Y segn l, se deba crear un generalsimo de la Repblica, con
poder absoluto y facultad de nombrar su sucesor, (especie de protectorado), teniendo su lado
dos cnsules, uno para la paz y otro para la guerra, con un Consejo ulico compuesto de censores, que cada mes publicaran una capitular ley general. Un tribunal extraordinario,
presidido por un magistrado supremo, era el encargado de reprimir y castigar todos los delitos y faltas contra la Revolucin, sin jurado y sin apelacin alguna. Todas las antiguas y
nuevas divisiones de la Francia quedaban anuladas; el pueblo se divida en tribus y en circunscripciones para eligir el Consejo ulico y designar los cnsules y los procnsules. La
Constitucin declaraba inviolable al Consejo ulico, al tribunal extraordinario y al generalsimo, que tena facultad para nombrar .todos los funcionarios y para adoptarlas medidas
ms extremas necesarias la salud pblica; la obediencia deba ser absoluta, y todo acto de
rebelin se castigaba con pena de muerte.
En este horrible y sombro absolutismo, cada ardiente Montas tena sealado su lugar;
Marat se reservaba la plaza de magistrado supremo; el generalsimo deba ser el duque de
Brunswisch, el duque de Yorck, , segn algunos, el duque de Orleans, (pues todos estos
nombres se pronunciaron).
Los girondinos, los grandes inconsecuentes de la democracia, se opusieron con todas sus
fuerzas la dictadura.
Algunos de los jefes girondinos ms violentamente denunciados por Marat haban buscado asilo en Calvados, y despus de haber intentado, sin fruto, una sublevacin de las provincias, iban errantes y fugitivos por el campo, excitando con sus desdichas cierto compasivo entusiasmo entre las familias de la pequea nobleza y de la clase media, favorables la
idea federativa. E n el seno de una de estas familias, apellidada Corday de A r m a n , de la villa de Saturnin, (Calvados), se educaba una joven, llamada Mara Ana Carlota, por el mismo sistema filosfico basado en las obras de Juan Jacobo Rousseau. Carlota Corday olvid
por completo las ideas religiosas que la haban sido inculcadas, para abandonarse las ideas
filosficas, y lo que la caus profunda impresin no fu la muerte del Monarca, del tirano,
como se deca entonces, sino la proscripcin de los republicanos, el destierro de Gadet, Buzot, Gensonn, Brissot y Barbaroux. Menester era que hubiera en Carlota Corday cierto olvido de las conveniencias sociales, para que fuese sola Paris y tomase una casa amueblada,
como una aventurera. Una vez en la capital, no hall ms que los restos de la Gironda y
algunos fieles amigos suyos, solicit una audiencia del ministro del Interior, y asisti m u l titud de veces la Convencin, donde oy con dolor los ms crueles enemigos de sus queridos girondinos declamar contra la federacin provincial. Excitada por este espectculo,
busc, para inmolarla, la cabeza ms opuesta sus ideas, recayendo su eleccin en Marat,
quien encontr en el bao, en la horrible desnudez que su amigo y admirador, el pintor
David, ha reproducido con gran propiedad; y mientras que aqul pronunciaba cnicas frases,
por ejemplo: Yo har guillotinar los girondinos, Carlota Corday sac de su seno un cuchillo y se lo clav en el pecho hasta el puo, dejndole apenas tiempo para gritar las dos
mujeres que vivan con l: A m , amigas, socorro! Un momento despus ya no exista.
Carlota Corday pereci la vez en un cadalso.
La Reina viuda, abrumada por sus sufrimientos, encerrse en su crcel, sin querer bajar
772
al jardn, fin de no pasar por delante de la puerta que haba atravesado su esposo al ir al
patbulo. Desde aquel da su consuelo fu la oracin, su lectura favorita La Imitacin de
Cristo, y en presencia de la Virgen de los Dolores hizo Dios la ofrenda de sus sufrimientos. Aguarda tranquila un porvenir que no puede ser para ella sino un martirio prolongado.
Su vida se pasa en el fondo de su encierro con una regularidad automtica; cada hora
tiene sealada su tarea; absorbiendo la mayor parte de su tiempo la educacin de su hijo. Lo
nico que se opone aquella monotona es. alguno que otro atropello por parte de los carceleros que, por medio de insultos, se complacen en hacer ms grande aquel infortunio sobrellevado con tanta dignidad. A veces el brutal Hbert llega por la noche, en la hora del sueo, introducirse en las habitaciones para registrar los muebles y hasta los vestidos de los
ilustres encarcelados. Los amigos de la monarqua idearon algn proyecto de evasin, que el
xito no coron; y despus de este dbil rayo de esperanza, que ilumin por un instante
las inocentes vctimas, todo volvi entrar en las sombras de aquella interminable noche de
duelo.
Insensible los atropellos, superior los insultos, se proyect contra Mara Antonieta
un rudo golpe que no haba de serle indiferente, atendido su hermoso corazn de madre.
El 3 de julio el Delfn dorma en su lecho el reposado sueo de la infancia, velndole su madre en la cabecera, cuando de improviso se presentan seis miembros del municipio diciendo
que vienen buscar al nio Capeto. Esto tena lugar las diez de la noche. Leyse el
decreto de la Convencin que ordena que el liijo Capelo ser separado de su madre.
Al ruido de los cerrojos y de las puertas el nio ha dispertado: al comprender que se le
va separar de su tan querida madre, extiende los brazos hacia ella lanzando fuertes gritos.
La Reina toma su hijo, lo estrecha contra su corazn, y con voz vibrante de indignacin,
de amargura y de amor, exclama:
M a t a d m e , si queris; pero no me arrancaris mi hijo.
N a d a de gritos, contesta uno de aquellos miserables; t u hijo no queremos m a t a r l e ;
entrgalo buenas, porque de lo contrario sabremos apoderarnos de l.
La Reina ruega, llora; madama Isabel y la Princesa lloran y suplican con ella.
Una hora dur aquella lucha entre la ternura ms conmovedora y las injurias y las amenazas ms feroces; en vano se trataba de arrebatar Mara Antonieta aquel tesoro de su corazn ; su sentimiento de madre le daba una fuerza superior la de aquellos desalmados.
Se la amenaz al fin con matar al nio. A esta amenaza la Reina cede. Cubre al Delfin
de besos, le viste, le baa con sus lgrimas, y luego, abrazndole de nuevo, le dice con su
ternura de madre y su fe de cristiana:
Hijo mo, separmonos, ya que Dios lo manda. No olvides jamas tus deberes, aun cuando
tu madre no est t u lado para recordrtelos. Ten siempre presente tu buen Dios que te
prueba y t u madre que te ama.
E s menester convenir, dijo bruscamente uno de los del municipio, en que ests abusando bonitamente de nuestra paciencia. Es hora de que acaben las lecciones; puedes d i s pensarte de ellas; la nacin se encargar de educar tu hijo.
Cmo se cumpli esta promesa? El Delfin fu confiado un zapatero de viejo que se llamaba Simn: y pocos meses despus aquel nio tan bello, tan encantador, de mejillas sonrosadas , de rubia cabellera, de talento perspicaz, de corazn tierno y ardiente no era ms
que u n pobre muchacho raqutico, cuyas facultades morales se trataba de embrutecer no h a cindole oir ms que torpes blasfemias, juramentos atroces, canciones las ms i m p d i c a s , al
paso que se azotaba su dbil cuerpo latigazos.
La Reina vio partir su hijo, despus de arreglarle sus cabellos, de darle u n afectuoso y
prolongado beso; y cuando ya no pudo percibir ni los gemidos del nio ni los pasos de los
acompaantes, Mara Antonieta cay desvanecida.
Un mes ms tarde, da por da, la Reina fu trasladada la Conserjera. Abraz tier-
773
mente su hija, madama Isabel, les dio cristianos consejos y parti sin volver la vista
hacia ellas recelosa de que no la abandonase la serenidad.
E n el piso bajo de la Torre los agentes del municipio se encargaron de iniciar un proceso
verbal, fin de evitar este trabajo al conserje. Al atravesar el dintel de una puerta la Reina
dio un tremendo golpe en la cabeza.
Te has hecho dao? le preguntaron.
N o , n o ; responde la Reina; en mi actual situacin ya no es posible que nada me haga
dao.
A las cuatro de la tarde lleg la Conserjera, donde se la coloc en u n subterrneo h medo, en que se respiraba un aire ftido y sofocante, sin otros muebles que dos sillas, una
mesita y una malsima cama.
El 3 de octubre, Billaud Varennes dio orden al tribunal revolucionario de ocuparse sin
descanso y sin interrupcin del proceso de la viuda Capelo.
El 12 se la someti un interrogatorio, presidido por Hermann y ante el acusador pblico Fouquier-Tintiville.
Sois vos, le pregunta el presidente, la que ense Luis Capeto el arte del disimulo
con el cual l engaaba al pueblo?
E l pueblo ha sido engaado, cruelmente engaado, respondi la Reina; pero no por mi
marido ni por m.
Vos no habis cesado n u n c a , aadi H e r m a n n , de querer destruir la libertad. Vos
querais subir de nuevo al trono sobre los cadveres de los patriotas.
N o hemos querido nunca otra cosa que la felicidad de la Francia.
Pregntesele si haba escogido un defensor. Despus de una respuesta negativa, se le designaron de oficio los ciudadanos Chauveau-Lagarde y Troncn Ducoudray.
El 13 de octubre compareci la Reira ante el tribunal revolucionario.
Se la acus de ser ella la responsable de todas las desgracias de la Francia, de haber d i lapidado el tesoro pblico, de haber hecho correr la sangre del pueblo, de haber conspirado
contra la patria. El infame Hbert arranc al pobre Delfn, embriagado con el aguardiente
que le daba el zapatero Simn, aterrado por las brutalidades de ste, una odiosa inculpacin
contra la honra de su madre.
Mara Antonieta redujo lu nada todas las dems acusaciones; al tratarse de la ltima,
contuvo su indignacin y no la contest siquiera.
Aquel miserable jurado tuvo la desfachatez de renovar la acusacin que acabamos de
referimos, advirtiendo al presidente Hermann que Mara Antonieta no la haba contestado..
La Reina entonces se levanta de su sitial, y paseando por el auditorio una mirada de m a jestad mezclada de indignacin, dice con voz vibrante y con soberana actitud:
No la he contestado porque la naturaleza misma condena una inculpacin tal hecha contra una madre. Apelo las madres que se encuentran presentes: Un crimen tal es siquiera
posible?
La concurrencia se sinti extremecida, revelse un sentimiento de simpata hacia la Reina
que hubiera costado poco hacer estallar en aplausos; su sublime arranque hizo que se levantaran murmullos de indignacin contra el desgraciado Hbert.
El 15 de octubre se pronunci la sentencia de muerte.
Mara Antonieta, al escucharla, no dio ni una prueba de disgusto; ni una lgrima, ni un
gesto. Tranquila, hasta arrogante, dej la sala de la audiencia para dirigirse al calabozo de
los condenados muerte.
La Reina pidi papel y tintero y se ech escribir madama Isabel esta admirable carta:
A vos, hermana ma, es quien escribo por la vez postrera; acabo de ser condenada,
no una muerte afrentosa, la muerte es afrentosa slo para los criminales,sino reunirme
vuestro hermano. Inocente como l, espero imitarle en su firmeza en estos ltimos momen-
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tos. Tengo la calma de una conciencia tranquila. No abrigo ms pesar que el de abandonar
mis hijos, y vos, mi tierna y querida hermana... Recibid para ellos mi bendicin. E s pero que un da, cuando sern mayores, podrn reunirse con vos y disfrutar de vuestra solicitud.
Que se acuerden de las ideas y sentimientos que he procurado inspirarles; que los principios y el cumplimiento del deber sean la primera base de su vida; que vivan dichosos por
medio de u n amor y una confianza m u t u a ; que mi hija siendo la q u e , la edad que tiene,
debe siempre ayudar su hermano que lo haga por medio.de los consejos que le inspirar una
experiencia que le da su mayor edad; que mi hijo, su v e z , proporcione su hermana todos
los servicios, todos los cuidados que el amor fraternal pueda inspirarle; que se persuadan, en
fin, de que sea cual sea la posicin en que puedan encontrarse, no sern verdaderamente felices sino por su unin... Que mi hijo no olvide nunca las ltimas palabras de su padre: Que
no piense jamas en vengar nuestra muerte.
Muero en la religin* catlica, apostlica, romana, que es la de mis padres, que es la
religin en que fui educada, y que siempre he profesado, sin que me quepa consuelo alguno
espiritual que esperar, ignorando si existen aqu sacerdotes de mi religin, y comprendiendo
que si los h a y , para venir adonde me hallo yo, tendran que exponerse demasiado.
Adips mi buena y querida hermana; os abrazo con todo el afecto de mi corazn, as
como mis pobres y queridos hijos. Dios mo! Cuan triste es tener que abandonarles para
siempre! Adis! adis! Es hora de que no me ocupe sino de mis deberes espirituales.
Entreg esta carta al conserje Bault, se ech en la cama sin quitarse el vestido de viuda
y se durmi.
A las seis se le present un sacerdote juramentado. La Reina no quiso recibirle. Pocos
das antes haba confesado con un sacerdote fiel.
A las siete entr el verdugo en la crcel.
Temprano habis venido, le dijo la Reina; no podrais volver de aqu u n rato?
N o ; se me da la orden de que venga ahora.
La Reina se pein.
Entrando el sacerdote juramentado, que era el abate Girard, dijo la Reina:
Seora, vuestra muerte va expiar...
F a l t a s , pero no un crimen, contest interrumpindole con vivacidad la Reina.
A las once se abre la puerta de la crcel; la Reina aparece. La est aguardando la carreta de los sentenciados, con sus ruedas cubiertas de lodo, con una tabla por todo asiento. La
Reina sube al carro fatal ayudndola subir un hombre de aspecto siniestro vestido de blusa.
Al ver la carreta la Reina no puede contener su emocin; sin embargo, se sienta en la
banqueta teniendo un lado al abate Girard y al otro al verdugo.
A la entrada de la calle de San Honorato se la llena de injurias.
El cmico Gramont, que va caballo caracoleando junto la carreta, grita entre otras
insolencias que no queremos apuntar:
H e l a aqu la infame Antonieta!
Y se levanta una horrorosa gritera.
La Reina permanece impasible.
Al medio da llega el cortejo la plaza de la Revolucin; la guillotina est colocada al
pi de la estatua de la libertad, frente al palacio de las Tulleras, que evoca ante la ajusticiada tantos recuerdos.
La Reina sube con paso firme las gradas del cadalso. Cuatro minutos despus la hija de
los Csares suba al cielo reunirse con el hijo de san Luis.
El verdugo tuvo levantada largo tiempo aquella cabeza de la que los movimientos convulsivos agitaban todava los prpados.
La muchedumbre se fu disolviendo silenciosa, como consternada. Dirase que Paris se
77?
retir de aquel cadalso con la conciencia del gran crimen sobreponindose al ardor de la fiebre revolucionaria.
Entre las muchas cabezas que cayeron consecuencia del Terror merece consignarse la
del duque de Orleans; aquel monstruo de ambicin que en recompensa de su proceder en favor de la Revolucin, recibi un decreto de muerte, que escuch loco de i r a , rechazando en
u n principio los consuelos cristianos y sin hacer protesta de religin sino al hallarse frente
frente de la guillotina.
La Convencin, que se la ha definido llamndola una asamblea compuesta de trescientos
imbciles y de cuatrocientos malvados, se anul ante el Comit de Salud Pblica, que es
quien dispone de vidas y haciendas antojo de todos y de cada uno de los que lo constituyen.
El Terror fu el sistema de gobierno entronizado en Francia. Cuatro millones de vctimas
de toda edad, condicin y clase, perecieron; en la Vende, y en particular con indefensos
sacerdotes, se ceb el furor revolucionario, dirigiendo aquellas matanzas el feroz Robespierre,
que fu el tipo del demagogo ambicioso, hombre sin doctrinas, sin ideal conocido, impelido
slo por el furor de la sangre y por la codicia del mando.
Se suprimi el culto catlico, sustituyndolo por el de la diosa Razn, fueron saqueadas
las iglesias, entrando en una sesin convencional grupos de soldados vestidos de ornamentos
episcopales, seguidos de largas filas de hombres y mujeres del pueblo con casullas, dalmticas, capas y otros hbitos, ostentando clices, copones, custodias, y cantando himnos patriticos.
El populacho celebraba bailes alumbrados con hogueras levantadas con pulpitos, confesonarios , imgenes, reliquias de santos; y se echaban tierra las torres de los templos so
pretexto de que se oponan al principio de igualdad.
Las reliquias y cuerpo de santa Genoveva fueron quemadas en la plaza de Greve. M u chos de los clrigos que escaparon la muerte fueron transportados la Guyana.
Bastaba el ser sacerdote noble para verse condenado morir. La hermana del Rey, madama Isabel, aquella virtuossima Princesa, no pudo salvarse sino por milagro.
Robespierre mismo tuvo que expiar sus crmenes en la guillotina.
IX.
Persecucin contra Po VI.
De entre tantas ruinas sale un hombre que la historia haba de colocar entre los primeros capitanes y los ms astutos polticos. Un joven corso ve u n campo abierto su grande
ambicin y se propone explotarlo.
Po V I vena cumpliendo sus deberes de Pontfice de una manera admirable. La confiscacin de los bienes eelesisticos, la emancipacin de las rdenes regulares, las leyes del divorcio y del casamiento de los sacerdotes, la deportacin y asesinato de los miembros del
clero fiel, toda aquella serie de atentados dieron lugar por parte del Sumo Pontfice protestas tan razonadas como vigorosas. No us ms que de las armas espirituales; en cuanto
cuestiones polticas se encerr en una completa neutralidad; pero supo mantener los derechos
de su posicin y de su magisterio.
Las armas republicanas invadieron el territorio italiano. El papa Po V I , teniendo en
cuenta que antes que todo era Papa, antes que ocuparse de aquella invasin se apresur publicar la bula Aucteram Jdei, en que se condenan las doctrinas del snodo de Pistoya.
Mientras tanto Napolen Bonaparte, desde la cima de los Alpes, diriga una arenga sus
tropas dicindoles:
Soldados, estis desnudos, mal alimentados. El Directorio os debe mucho y no puede
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daros nada. Veis estas hermosas campias? Todas os pertenecen. E n ellas hallaris honra,
gloria y riqueza.
Napolen obtuvo una serie de victorias que dieron por resultado el tratado de Rastadt
en 1797, en que el joven vencedor dict las condiciones de paz, organizando la repblica
Cisalpina.
Entonces la tormenta revolucionaria, que vena cubriendo la Francia de sangre y de ruin a , empieza desencadenarse con todo su furor en la capital del mundo cristiano.
Bonaparte se constituye en agente de la revolucin anticatlica. Obedeciendo la consigna
de las sectas enemigas del Catolicismo, escribe su hermano Jos, quien el Directorio haba
enviado Roma en carcter de embajador:
Si el Papa llegase morir, poned en juego todos los recursos para que no se elija otro y
para promover una revolucin en Roma. Pronto el viejo dolo ser anonadado: as lo quieren
la libertad y la poltica.
Por las calles de Roma peroraban en favor de la Revolucin conjurados salidos de la embajada francesa, se organizaban manifestaciones las que asista la hez del pueblo y se invitaba los romanos sacudir el yugo de la tirana sacerdotal.
Barreville, vctima de su fanatismo republicano, y la trgica muerte del desgraciado D u fot, fueron el pretexto que apel el Directorio para invadir el patrimonio de la Santa Sede.
Poco despus entraba en Roma el general Berthier, teniendo Po VI que encerrarse en el
fondo del Vaticano.
El 19 de febrero d 1798, Po VI quiso celebrar en la capilla Sixtina el aniversario de su
elevacin al trono pontificio. La Revolucin aprovech esta circunstancia para hacerle a n u n ciar que el pueblo romano, recobrando su soberana, ya no reconocera en adelante el poder
temporal de los papas.
Al mismo tiempo el general Berthier enviaba Po VI la escarapela nacional con orden
de que en adelante formara parte de los ornamentos pontificios.
No conozco otro uniforme para m , dijo el Pontfice, que aquel con el cual me ha honrado la Iglesia. Respecto mi cuerpo, lo podis todo; en cuanto mi alma, est m u y por encima de vuestros atentados. No tengo necesidad de pensin de ninguna clase. Un bastn en
vez de bculo y un sayal de pao burdo bastan aquel que debe espirar bajo un cilicio y cubierto de ceniza. Beso la mano del Omnipotente que hiere al rebao y al pastor; podris quemar y destruir las habitaciones de los vivos y las tumbas de los muertos; pero la Religin es
eterna; existir despus de vosotros como exista antes que vosotros.
Los sellos pontificios fueron arrebatados y remitidos al Museo; se*apoderaron de la biblioteca de Po V I , como ya se haban apoderado de la del Vaticano; aquellos documentos
tan preciosos para la historia y para las letras fueron vendidos bajo precio un librero de
Roma, y se ejerci en los muebles particulares del Papa el registro ms escrupuloso con el
principal objeto de satisfacer la codicia de los demagogos que se encargaron de esta tarea.
Confise al calvinista Haller la comisin de comunicar Po VI la orden de destierro.
A la una de la tarde el calvinista fu introducido la presencia del venerable anciano.
L a repblica romana, le dijo, os ordena que me entreguis vuestros tesoros.
M i s tesoros! respondi el P a p a ; el tratado de Tolentino no me ha dejado nada; no
puedo, pues', entregaros nada.
Ostentis, sin embargo, en el dedo ricos anillos.
El Papa se sac uno y le contest:
s t e puedo entregroslo, el otro debe pasar m i sucesor.
Haller no se dio por satisfecho; insisti con una acritud amenazadora y el Papa tuvo que
ceder la fuerza entregando el anillo del Pescador que sirve de sello los sucesores de San
Pedro.
Notse que esta prenda careca de valor y fu devuelta al Sumo Pontfice.
777
BISM.UIK.
toy aqu porque aqu est mi deber; si abandonara las funciones de mi ministerio cometera
un crimen. Debo morir en mi puesto.
E n otra parte moriris tan bien como aqu, repuso el calvinista; disponeos partir de
buen grado, fin de que no tengis que hacerlo la fuerza.
Aquella noche el Sumo Pontfice la consagr la oracin. A la maana siguiente hizo
celebrar la misa en su presencia, y no estaba an terminado el santo sacrificio cuando una
soldadesca feroz invade el palacio, vomitando imprecaciones. Era menester apoderarse muy
de maana del venerable prisionero, fin de evitar conmociones.
El anciano Po VI no bajaba la escalera todo lo deprisa que Haller hubiera deseado, en
virtud de lo que ste le llenaba de insultos.
T.
II.
98
778
des
Papes.
779
adorar en secreto la santa Eucarista que llevaba constantemente consigo en un pequeo copn que penda de su cuello.
Despus de haber hecho alto en Gap, en la casa Labastie, donde recibi las mayores pruebas de afectuosa adhesin, se le present un teniente de la gendarmera para decirle:
Ciudadano P a p a , el carruaje est dispuesto y debis seguir vuestro viaje.
Llegado Po VI Romans, se le hosped en casa de un rico negociante, hombre atento,
de m u y buen trato social, pero indiferente en materias de religin.
Observar con l, dijo, las reglas de buena educacin, y de este modo se .evitan las prevenciones que Po VI pudiera atraerse si se hospedase en casa de algn fantico.
Se tuvo la delicadeza de hacer desaparecer las estampas y grabados poco decorosos que
haba en algunos salones.
Una seora piadosa los reemplaz con cuadros religiosos, manifestando gran solicitud en
el arreglo de los departamentos que se destinaban al Sumo Pontfice.
El dueo de la casa sonrea ante la actividad de su celo, no pudiendo abstenerse de decir:
E l Papa es un hombre como los dems; la credulidad de los espritus apocados es lo
que constituye toda su grandeza.
Sin embargo, apenas llega Po V I , su husped se apresura salir recibirle, rodendole
de las mayores atenciones.
A la vista del augusto anciano que trataba de disimular las huellas de su largo martirio
con una sublime serenidad, el indiferente cay de rodillas, bes con el mayor respeto los pies
del Vicario de CRISTO y le pidi humildemente su bendicin, dando en lo sucesivo pruebas
de gran catolicismo.
Trasladado Valence fu conducido al gobierno civil; de all se le condujo la ciudadela declarndole en estado de arresto.
Al da siguiente se fijaba en los sitios pblicos un edicto referente la vigilancia de que
haba de ser objeto el Sumo Pontfice.
Prohibise toda visita Po V I , no permitindole hablar sino en presencia del comandante de la fortaleza de un oficial comisionado al efecto. Patrullas numerosas rodearon
aquel sitio de noche y de da fin de impedir toda manifestacin en favor del augusto prisionero, y se acab por recomendar al Sumo Pontfice que empleara toda su solicitud en evitar todo cuanto pudiese atizar el fanatismo.
Uno de los comisarios, Mr. de Boveron, en virtud de su cargo, iba ver frecuentemente
al preso, quien trataba con gran veneracin. Al saberlo los dems individuos de la administracin departamental, dictaron un decreto que deca:
16 thermidor, ao VIL
La administracin departamental de la Drome, interpretando el artculo 6 de su decreto
de 26 mesidor ltimo, relativo al Papa y su residencia en Valence,
ORDENA:
. Que bajo ningn pretexto, ninguno de sus individuos podr penetrar en los departamentos del Papa ni visitarle aisladamente, si no va prevenido para cada visita de una comisin ad Jwc en que.se haga constar la necesidad de introducirse en la cindadela, cuyas facultades se reserva la administracin en cuerpo.
Se pens en despojar al Papa de sus hbitos pontificios; pero la medida era demasiada radical y se temi la exasperacin de los habitantes de Valence.
La vigilancia que se ejerci acerca de la persona de Po VI era cada da ms vejatoria.
Llegaron ponerse centinelas de vista hasta junto su cama.
El representante de la nacin espaola, Sr. Labrador, fu quien, usando de su derecho,
y pesar de las prevenciones del Directorio, rode Po VI de la mayor solicitud.
780
La parlisis del cuerpo del afligido Pontfice iba ganando terreno; apenas poda digerir
lo poco de que se alimentaba.
Labrador y Marotti dijeron al Papa que la poca ms notable de su vida sera sin duda
la de su cautiverio.
Sea en buen bora, contost Po V I ; pero me aflige en extremo ver dispersos y perseguidos los-cardenales. Qu es en la actualidad de nuestra pobre Roma, la que tanto hemos
querido? Qu es hoy de nuestro estimado p.uebio? Qu ser de la Iglesia de Dios, la que
voy dejar tan agitada?
El Directorio saba bien que Po VI no podra ya resistir un nuevo viaje; esta fu sin
duda la razn porque se le orden que pasara Dijon, obligndole as someterse un clima
ms riguroso; debiendo el mismo Papa costear este viaje, lo que verific con el dinero que,
por medio de Labrador, le proporcion la corte de Espaa.
Al recibir la orden de marchar de Valence, Po VI exclam:
Con que es verdad que tampoco aqu se nos deja tranquilo! Si el Directorio no est todava satisfecho que nos cargue de cadenas, ya que recela todava de un anciano que no puede
escaprsele; pero que le permita al menos acabar tranquilo las pocas horas de vida que aun
le quedan.
Vamos copiar el relato que de su muerte hace el conde Artaud de Mentor:
Los administradores de Valence procuraron conseguir que el Pontfice se quedase en esta
ciudad; pero todo fu en vano. Mas las rdenes del Directorio no llegaron cumplirse, pues
fu absolutamente imposible transportar al Papa, cuya situacin se haba agravado tanto que
no hubiera sido dable llevarle siquiera hasta la distancia de cuatro pasos fuera de la fortaleza.
Antes de salir de Roma, Po VI entreg su testamento su confesor el P . Fantini. Llevado Valence, ocupse tan slo en mantener viva su fe, en hacer esfuerzos para resignarse y
en ejercicios piadosos prcticos, de modo que cada da que transcurra se hallaba ms preparado para pasar la otra vida. Recitaba con fervor las letanas de la Virgen Mara, cuya
imagen besaba, as como la de algunos santos de su particular devocin.
Todas las tardes rezaba el rosario con las personas de su comitiva, y no contento con
emplear el poco tiempo que le quedaba despus de sus ocupaciones en fervientes preces, por
la noche recitaba salmos aplicables su situacin. El comisionado no olvidaba que haba de
trasladarle Dijon, y cuando iba verificarlo, la parlisis le invadi los intestinos, dejndole sin esperanzas de vida.
El 13 de agosto, temerosos los jefes de las tropas de que estallara una revuelta, suplicaron al Papa que se manifestase al pueblo, y el Papa, con ms buena voluntad que fuerzas,
se hizo conducir en brazos al balcn de su cuarto, cubierto de las vestiduras pontificias, y apareciendo al pueblo, le dijo con voz clara: Ecce homo, y le dio su bendicin por la vez postrera.
A las cinco de la tarde del 19 de agosto se apoder del enfermo un continuo vmito, de
modo que ni siquiera tuvo fuerzas para servirse de la campanilla que tena al lado de su cama. Acudieron sus criados y le hallaron sin conocimiento. Al recobrarlo, pregunt por su
confesor, y se dispuso recibir el sagrado Vitico, queriendo que le levantasen y que le colocasen en su silla.
En presencia de todos los sacerdotes que se hallaban en su compaa hizo la profesin
de fe catlica romana que acostumbran pronunciar los sumos pontfices al acercarse su ltima
hora. Mons. Caracciolo la recitaba y el Papa le segua, y se afirmaba en ella poniendo una
mano sobre su corazn y la otra sobre los Evangelios.
Antes de recibir el sagrado Vitico, suplic Dios que restituyese Roma la ctedra de
San Pedro, y la Francia la religin, la prosperidad y la paz. Al acercrsele Mons. Spina
para darle la comunin, preguntle si perdonaba sus enemigos. El Sumo Pontfice alz los
ojos al cielo, contempl el Crucifijo que tena en la mano, y respondi: De todo nuestro corazn. En efecto, los perdon siempre, los bendijo al entrar en territorio francs,'y los per-
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donaba de nuevo al salir de este mundo para ir una mansin en que no turbaran su reposo
las pasadas amarguras.
En la maana del 28 recibi la Extremauncin. Despus de haber dispuesto su alma
para la muerte otorg un codicilo para demostrar su gratitud los compaeros de su cautiverio y sus fieles criados; confirm su testamento, cuya ejecucin encomend Mons. Spina,
y alargando la mano los circunstantes se la estrech todos sin proferir palabra.
Despus de haber el Padre Santo pagado, en cuanto lo permita su estado de prisionero,
la deuda de gratitud a sus buenos servidores, ofreci nuevamente Dios el sacrificio de su
vida, y demostr en sus tiernas oraciones jaculatorias sus deseos de reunirse con el Criador.
A cada instante repeta los versculos de los salmos propios para sostener la esperanza y la fe.
Al amanecer el da'27, bendijo gran nmero de rosarios, de crucifijos y de imgenes
sagradas que de todas partes le haban enviado.
El da 2 8 , hacia el medio da, su enfermedad tom un carcter alarmante, pues le sobrecogieron espasmos y convulsiones. Quiso ver otra vez los compaeros de sus sufrimientos y de sus peligros; llamlos todos su lado, y los abraz uno tras otro del modo mejor que
pudo. Todos se postraron llorando, y el Papa les dio su bendicin con toda la efusin de su
alma. Preciso es repetir aqu los nombres de los compaeros del Papa. Eran el camarlengo
Mons. Caracciolo, que sali con l de Roma; Mons. Spina, declarado por Su Santidad arzobispo de Corinto en la Cartuja de Florencia, y consagrado ante l; Marotti, secretario nombrado en el momento de ser expulsado Su Santidad; el P . Jernimo F a n t i n i , de la Orden de
la Merced, antiguo confesor del P a p a , y el P . Juan Pedro de Plasencia, Menor reformado y
su capelln despus de su salida de Roma, ambos secularizados durante el viaje; y finalmente
el abad Baldassari, secretario de Mons. Caracciolo.
El Papa entr luego en la agona, y recibi la bendicin pontificia que se acostumbra
dar en el artculo de la m u e r t e , falleciendo la una y media de la noche del 28 al 29 de
agosto, da de san A g u s t i n , la edad de ochenta y un aos, ocho meses y dos das, despus
de un pontificado (el ms largo de todos excepto san Pedro), de veinte y cuatro aos, seis
meses y catorce das.
Po VI era admirable por sus virtudes, y un prncipe generoso y magnnimo digno de
mejor suerte.
Voy consignar el relato que Picot hace de la muerte de Po V I .
Po VI muri el 29 de agosto de 1799.
Durante las seis semanas que estuvo en Valence, se le custodi rigurosamente, y tratado como u n prisionero de la ciudadela de dicha ciudad, slo se le permita hablar delante
de testigos (1). Sus nicos consuelos eran la oracin, las lecturas piadosas y la compaa de
las personas que participaban de su desgracia (2).
Labrador, embajador de Espaa, le prodigaba asiduos cuidados, que daba gran valor
el estado de aislamiento en que se hallaba (3). El Sumo Pontfice, cuyas dolencias iban
siempre en aumento y quien tantos viajes y pesares haban contribuido alterar la sa l u d , esperaba acabar en Valence una vida cuyo trmino era inminente, cuando el Directorio mand el 4 de agosto trasladarle Dijon, su costa, y con orden de no detenerse en
Lyon. Cmo explicar tan obstinado encarnizamiento?
Pero no fu posible cumplir lo dispuesto por haber llegado al ltimo punto los males del
Papa, cuyo cuerpo qued paraltico de las extremidades inferiores. El 19 de agosto le sobrevino un vmito y perdi el conocimiento. Vuelto en s, llam su confesor y se dispuso
recibir los liltimos sacramentos, para los cuales mucho tiempo haba que estaba preparado. Tantos sufrimientos fsicos y morales acabaron de depurar su piadosa alma.
(1)
(2)
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El 27 de agosto Mons. Spina le administr los ltimos sacramentos. Mandse poner los
ornamentos pontificios, y qniso que se le bajase de la cama.
Hizo su profesin de fe, rog por la Iglesia, y declar que perdonaba sus enemigos.
El 28 recibi la Extremauncin, dando nuevas pruebas de sus piadosos sentimientos;
orden un codicilo en favor de las personas de su comitiva, les dio su bendicin, despidise
tiernamente de ellas, bzose recitar las preces de los agonizantes, que tambin l rezaba,
y por ltimo, falleci tranquilamente el 29 de agosto la una y veinticinco minutos de la
madrugada.
As termin su vida este virtuoso Papa tan combatido por los reveses de la fortuna, sucesivamente expuesto sufrir por parte de algunos monarcas y de brbaros republicanos,
siendo siempre un modelo de mansedumbre, de valor y de resignacin.
Este.fu despus de muchos siglos, el primer ejemplo de u n Papa muerto en el destierro (1).
Po VI cre setenta y dos cardenales.
En los fastos de esta historia se hallan los nombres y los principales actos de esos m i e m bros del sacro colegio.
" Encumbrado al trono en tiempos borrascosos, Po VI despleg en el gobierno cualidades
que no desminti n u n c a , manifestando ser hombre de elevadas miras y estar dotado de una
rara mansedumbre, y de angelical dulzura, y al mismo tiempo de un vigor de espritu capaz de resistir el vrtigo que durante su pontificado se apoder de casi toda la Europa.
Las generaciones venideras admirarn la lenta y cruel muerte de Po V I , quien la soport con una resignacin verdaderamente cristiana. A ella precedi una dolorosa agona, pues
Po VI bebi de continuo grandes sorbos el cliz de la amargura, y por todas partes le ago bi la adversidad desde su exaltacin al trono hasta el ltimo instante de su vida. Tan larga
serie de males, de infortunios y de calamidades eternizar el nombre de Po V I en los anales
del Cristianismo. Hasta sus enemigos han confesado que fu grande en el trono, ms grande
aun fuera de l , y muy grande por la gloria que mereci en el cielo.
Muerto Po V I , el emperador Francisco II escribi al colegio de cardenales una atenta
carta poniendo su disposicin la ciudad de Venecia para reunir el cnclave, lo que verificaron
congregndose en nmero de treinta y cinco el 1." diciembre de 1799.
Despus de ciento cuatro das de cnclave sali elegido Mons. Chiaramenti, obispo de
Imola, que tom el nombre de Po VIL
Su primer cuidado fu alentar los catlicos tan rudamente perseguidos en Francia para
. quienes tuvo palabras de admiracin y de aliento en su primera encclica.
Muy profunda e s , dice entre otras cosas, la tristeza y m u y vivo el pesar que nos aflige
al pensar en nuestros hijos de Francia, por los cuales sacrificaramos nuestra vida, si nuestra muerte pudiese servir para salvarlos. Slo una cosa disminuye y mitiga la amargura de
nuestra alma, y es la fortaleza y la perseverancia que algunos de entre vosotros han demostrado y que han imitado infinitas personas de todas edades, de ambos sexos, y de todas clases ; el valor de que han dado prueba negndose prestar un juramento ilcito y reprobable
por continuar obedeciendo los decretos y las sentencias de la 'Santa Sede apostlica, quedar
eternamente grabado en nuestra memoria, as como la crueldad propia de los antiguos tiempos con que han. sido perseguidos esos fieles cristianos.
Napolen Bonaparte quiso entrar en negociaciones con Po VII y resolver el conflicto religioso ; enviando este efecto, el primer cnsul, Roma en carcter de plenipotenciario Cacault, diplomtico de mucha habilidad.
Al despedirse Cacault del primer cnsul para ir realizar sumisin, le pregunt de qu
manera debera tratar al Papa. Napolen con sus salidas de soldado le contest:
Tratad al Papa como tratarais al jefe de un ejrcito de doscientos mil hombres.
(!)
783
Se arregi u n concordato con Bonaparte. Po VII fu coronarle emperador, mantuvironse por bastante tiempo las mejores relaciones; pero Napolen, obedeciendo sus miras
ambiciosas, lo olvida todo, y sin ninguna provocacin por parte del Papa, sin poder invocar
la ms leve excusa, se apodera de Ancn a.
Po VII protest contra la ocupacin de Ancona en los siguientes trminos:
A Su Majestad Imperial y Real:
Nos dirigimos Vuestra Majestad para decirle con toda la ingenuidad propia de nuestro carcter que la orden que Vuestra Majestad ba dado al general Saint-Cyr para que ocupe
Ancona y la abastezca, nos ba causado tanta sorpresa como pesar, ya atendido el becbo en
s mismo, ya el modo de ejecutarlo, sin prevenirnos Vuestra Majestad cosa alguna.
En verdad que no podemos ocultar que nos causa un vivo sentimiento el vernos tratado
de un modo que no creemos haber merecido bajo ningn concepto. Nuestra neutralidad, reconocida por Vuestra Majestad, as como por las dems potencias que la respetan extrictam e n t e , era para Nos un motivo particular para creer que los amistosos sentimientos que hacia Nos animaban Vuestra Majestad, nos preservaran de ese amargo disgusto; mas vemos
que nos hemos engaado.
Desde nuestro regreso de Paris, lo diremos con franqueza, slo hemos experimentado
amarguras y disgustos, precisamente cuando por haber conocido personalmente Vuestra
Majestad y por efecto de nuestro invariable comportamiento esperbamos todo lo contrario.
E n una palabra, no .hallamos en Vuestra Majestad la correspondencia que tenamos derecho
esperar.
Mucho lo sentimos. Con respecto la invasin que acaba de verificarse, decimos con .
sinceridad que lo que nos debemos Nos mismo y los deberes que nos ligan nuestros subditos , nos obligan pedir Vuestra Majestad la evacuacin de Ancona, y si no accediese
ello, no s cmo podra conciliarse la continuacin de las relaciones con el embajador de Vuestra Majestad en Roma, con el modo de proceder'de Vuestra Majestad con Nos en Ancona.
Est persuadido Vuestra Majestad de que el escribir esta carta es para nuestro corazn
u n deber penoso; mas no podemos disimular la verdad, ni faltar por otra parte las obligaciones que tenemos contradas.
Esperamos, pues, que en medio de todos los pesares que nos abruman, Vuestra Majestad nos librar del peso de los de que hablamos, pues depende slo de su voluntad el hacerlo.
Concluimos dando Vuestra Majestad de todo corazn la paternal bendicin apostlica.
En Roma, cerca de Santa Mara la Mayor, 13 de noviembre del ao 1805, de n u e s tro pontificado el sexto.Po P P . VII.
X.
Po VII y Napolen.
Al papa Po VII su residencia en Paris, su trato con el Emperador, no le haba producido
las mejores impresiones.
Napolen Bonaparte, envanecido por sus victorias, se resista aceptar una potestad superior la s u y a , y el Emperador que subyugaba los reyes con el poder-de los ejrcitos,
trat de subyugar al Sumo Pontfice con los recursos de su diplomacia. Vino un da en que
Napolen crey conveniente sus fines el romper con la Sede Apostlica y entonces no tuvo
inconveniente en hacerlo.
pesar de las protestas de Bonaparte d querer erigirse en protector de la Religin e m pez expedir decretos poco conformes con la libertad de la Iglesia, cre una comisin que
tuvo su cargo el aplicar en Italia el cdigo civil francs sin ninguna modificacin, y nom-
784
S U F R I D A S POR LA IGLESIA
CATLICA.
785
PUMITA
lili
I.A D E R R U I D A
IGLESIA
DE S A N MIGUEL.
CLAUSTRO
DEL DERRUIDO
CONVENTO
DE . l E R U S A L E X .
"
99
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signacion tal que Napolen no pudo menos de sorprenderse ante aquel lenguaje pronunciado
por un poder que no tiene en su favor recursos materiales de ninguna clase.
Este franco modo de expresarme, le dice, ha de ser para Vuestra Majestad un testimonio de la confianza que nos inspira. Si las tribulaciones que Dios nos ha destinado sufrir
en nuestro doloroso pontificado han de llegar su colmo; si hemos de perder la amistad y el
afecto de Vuestra Majestad, que para Nos son muy preciosos, el sacerdote de JESUCRISTO,
que dice siempre la verdad con el corazn y con los labios, lo soportar todo tranquila y resignadamente, y sus mismas tribulaciones le proporcionarn el consuelo de soportarlas con
fortaleza de nimo. l espera que la recompensa que el mundo le niega, le est reservada
ms slida y eterna en el cielo. No, cesamos de rogar Dios para que conserve largo tiempo
Vuestra Majestad Imperial y Real, y le damos de todo corazn la paternal bendicin apostlica.
En Roma, cerca de Santa Mara la Mayor, 29 de enero del ao 1806, de nuestro pontificado el sexto.Po P P . V I L
E n 31 de febrero de 1806, Napolen escribe Po V I I otra carta que es una provocacin
y en la que se ve que Bonaparte se figura serlo todo, y poderlo todo, por lo mismo que los
ejrcitos estn su disposicin.
La Italia entera, dice, quedar sometida mi ley sin qne por ello perturbe yo en nada
la independencia de la Santa Sede, la cual satisfar hasta los gastos que le ocasionen las
operaciones de mi ejrcito; pero condicin de esto ha de ser el que Vuestra Santidad tenga
por m en lo temporal iguales consideraciones que le guardo yo en lo espiritual, y que desista
de intiles respetos hacia herejes enemigos de la Iglesia y hacia potencias que ningn bien
pueden hacerle. Vuestra Santidad es soberano de Roma, pero en ella soy yo emperador; mis
enemigos deben ser los vuestros, y por lo mismo no ha de residir en Roma ni en vuestros
Estados agente alguno del rey de Cerdea, ni U solo ingles, ruso, ni sueco, as como t a m poco debe entrar en vuestros puertos buque alguno de dichas naciones. Como Cabeza que sois
de nuestra Religin guardar siempre Vuestra Santidad la filial deferencia que en todas
ocasiones le he mostrado. Pero responsable como soy. para con Dios, que ha querido servirse
de mi diestra para restablecer la Religin, cmo es posible que sin dolor la vea puesta en
peligro por la lentitud de la corte de Roma, donde nada se resuelve y en la que por m u n d a nos intereses y por huecas prerogativas de la tiara djanse perecer las almas, que son verdadero fundamento de la Religin? Cuenta debern dar Dios los que no ponen remedio la
anarqua que Alemania devora; cuenta tambin los que, solcitos en pro de enlaces protestantes, quisieran obligarme unir mi familia con prncipes herejes, y cuenta tambin en fin
aquellos que difieren la expedicin de las bulas de mis obispos y ponen mis dicesis m e r ced de la anarqua.
Esta incalificable carta de Napolen lleg Roma el da 1." de marzo. Po VII al contestarla lo hace en los siguientes trminos, expresando la sorpresa que no pudo monos de
producirle su contenido.
Esta carta versa sobre tantos y tan graves asuntos, contiene principios, demandas y
quejas tan amargas, y al fin se halla tan en armona con lo que Vuestra Majestad nos mand
decir por su embajador, que ante Dios, ante el mundo catlico y ante las generaciones v e nideras, apareceramos culpables de la ms reprensible debilidad, si no manifestsemos nuestros sentimientos de un modo franco y libre, y si las demandas que Vuestra Majestad nos
dirige los principios que consigna, y las quejas que profiere, no disemos la respuesta
que nos dicta la justicia, la verdad y la inocencia.
Por consideracin Dios, la" Iglesia, Nos mismo, y hasta la gloria de Vuestra Majestad, que deseamos tanto como vos, debemos expresarnos con la libertad y franqueza que
convienen la sinceridad de nuestro carcer y los deberes de nuestro ministerio en la
tierra.
;
'
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licismo sufrira en esos pases, si quedase privado de toda comunicacin con el centro de u n i dad, que es el fundamento y la base de la religin catlica? Si la irresistible fuerza de los
acontecimientos humanos nos privase de esta libre comunicacin, deploraramos en extremo
semejante calamidad, mas no experimentaramos el continuo remordimiento de haber sido
Nos la causa de ello. Por el contrario, si obligsemos los subditos de dichos soberanos que
saliesen de nuestros Estados, y que no s acercasen nuestros puertos, no sera una desgracia irreparable, ocasionada por nuestra culpa, el que quedase cortada toda comunicacin
entre Nos y los catlicos que viven en esas comarcas? Cmo podramos resistir la voz interior de nuestra conciencia que nos reconvendra de continuo, por las funestas consecuencias
de semejante hecho? Cmo podramos ocultarnos Nos mismo nuestra falta?
Los catlicos que existen en esos pases no son por. cierto en reducido nmero; en el
imperio ruso los hay millones, en las comarcas sometidas la Inglaterra, los hay millones de millones, y todos ejercen libremente su culto y se hallan protegidos. No podemos prever lo que acontecera si los soberanos de esos Estados se viesen provocados por un acto de
hostilidad tan marcada por parte de Nos, como lo sera el expulsar sus subditos y el cerrarles nuestros puertos. Su resentimiento sera tanto ms fuerte, cuanto ms justo lo creyesen, por no haber recibido Nos de ellos agravio alguno.
Si acaso no desahogasen su enojo contra los catlicos, podramos creer con razn que padecera la religin catlica, que tanta libertad goza en esas comarcas.
Y aun cuando no sucediese todo lo dicho, de seguro que se prohibira toda comunicacin
directa indirecta entre los catlicos y Nos, se impidiran las misiones, se interrumpiran
todos los asuntos espirituales, y esto sera un mal incalculable para la religin y el catolicismo; mal de que deberamos acusarnos Nos mismo; y del que sera preciso dar exacta
cuenta ante el tribunal de Dios... Fije Vuestra Majestad la atencin en el comportamiento
que constantemente hemos observado hacia su persona, y ver que siempre que se ha tratado
de cosas que no se oponan nuestros deberes, ninguna consideracin nos ha detenido, y hemos procurado constantemente satisfacer sus deseos. No es menester citar estos hechos, pues
son recientes y conocidos en toda Europa, la cual han hecho creer que os tenemos una de-.
cidida y particular preferencia... Aqu terminaremos la contestacin las primeras demandas entabladas por Vuestra Majestad, confiado en que despus de las poderosas reflexiones
aducidas, desistir de ellas libertndonos de est modo del conflicto en que nos hallamos. Sin
embargo, los principios en que Vuestra Majestad las ha basado, no consienten que callemos.
Exentos de deseos de dominacin y de toda clase de inters personal, no vamos defender
nuestra causa, sino la de la Iglesia romana y de la ctedra que ocupamos. Antes de ascender al trono juramos sostener esos derechos, y defenderlos hasta derramar nuestra sangre.
Seor, descorramos el velo! Decs que no atentaris la independencia de Roma, y que
Nos somos el soberano de Roma; y al mismo tiempo aads que toda, la Italia quedar sometida vuestro dominio. Nos participis que si hacemos lo que queris, conservaris en la
apariencia las cosas como estn; mas pretendiendo que Roma, considerada como parte de la
Italia, quede sujeta vuestro dominio, conservando slo en la apariencia el estado de las cosas , el poder temporal de la Iglesia quedar reducido una condicin servil, y caern
destruidas la soberana y la independencia de la Santa Sede. Y cmo nos es posible callar?
Podemos acaso, guardando un silencio que nos hara culpables de prevaricacin de nuestro
ministerio ante Dios, y que nos llenara de oprobio los ojos de la posteridad, pasar por alto
la indicacin de medidas de semejante naturaleza?
Vuestra Majestad sienta por principio que es emperador de Roma, lo cual contestamos
con apostlica franqueza, que el Soberano Pontfice, que lo es desde muchos siglos, como
que ningn prncipe reinante cuenta una antigedad tan grande como la s u y a , el Soberano
Pontfice, como soberano de Roma, tampoco reconoce, ni jamas ha reconocido en sus Estados poder alguno superior' al suyo, y que ningn emperador tiene el menor derecho sobre
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Roma. Vos sois m u y grande, mas habis sido elegido, consagrado, coronado y reconocido emperador de los franceses, y no de Roma. E n Roma no hay ningn emperador, ai puede h a berlo, monos que se despoje al Soberano Pontfice del absoluto dominio, y del Imperio que
ejerce en ella. Es cierto que existe un emperador de romanos, ms este ttulo lo reconoce toda la Europa y Vuestra Majestad mismo en el emperador de Alemania. Este ttulo no puede
pertenecer un tiempo dos soberanos, y lo es slo de dignidad y de honor, sin que en lo
ms mnimo disminuya la independencia real y visible de la Santa Sede. Finalmente, esta
dignidad imperial no ha tenido jamas relacin alguna con la calidad y extensin del dominio
directo y del dominio til, y desde su origen ha sido precedida de una eleccin.
Vuestra Majestad dice que nuestras relaciones con vos son las mismas que las de los
de nuestros predecesores con Cario-Magno. Garlo-Magno encontr Roma en poder de los
Papas, cuyos dominios reconoci y confirm sin reserva alguna, aumentndolos con nuevas
donaciones, y no pretendiendo derecho alguno de dominio, ni de superioridad sobre los Pontfices considerados como soberanos temporales, ni dependencia, ni sujesion
(suddilanza).
Las relaciones con l las fijaron dichos pontfices, invistindole de la mera calidad de
abogado y defensor de la Iglesia romana, ya al conferirle el ttulo de patricio (ttulo, cuya
confirmacin pidi despus de la muerte de Adriano I , su sucesor Len III por medio de
una embajada especial), ya prestndole adoracin estos sumos pontfices por medio de actos
especiales, y a , finalmente, otorgndole inesperada y espontneamente Len III la dignidad
imperial en el templo de San Pedro, en poca en que se hallaba en Roma por las fiestas de
Navidad.
Por ltimo, basta fijarse en los diez siglos posteriores Carlo-Magno, sin necesidad de
hacer investigaciones en pocas mas lejanas. La pacfica posesin por espacio de mil aos,
es el ttulo ms brillante que puede alegar un soberano: ella demuestra que cualesquiera que
fuesen en aquellos tiempos- oscuros, y en aquellas pocas borrascosas las relaciones entre Carlo-Magno y los sumos pontfices, la Santa Sede no ha reconocido despus, con respecto sus
dominios temporales, otras relaciones con los sucesores de Carlo-Magno que las que existen
entre todos los soberanos absolutos independientes.
No porque un soberano haya extendido sus dominios, aunque sea legtimamente, tiene
derecho alterar en lo ms mnimo una posesin de la naturaleza indicada, en la cual ha estado pacficamente otro soberano. Los principios del derecho natural, aplicados las naciones , establecen la base de todas las relaciones sociales sobre el principio de que las soberanas , ya sean g r a n d e s , ya pequeas, han de conservar entre s igual estado de independencia: prescindir de este principio sera reemplazar la fuerza la razn.
Vuestra Majestad no puede menos en su rectitud de estar firme en estos principios, cuyas consecuencias son evidentes. El haber Vuestra Majestad extendido sus Estados, no puede
darle ningn nuevo derecho sobre nuestros dominios temporales. Al verificar Vuestra Majestad nuevas adquisiciones, ha encontrado la Santa Sede en posesin de una soberana absoluta independiente, en la cual se halla sin interrupcin desde muchos siglos, habiendo
sido constantemente reconocida, y debiendo por lo mismo ser respetada. Vuestra Majestad
tiene suficientes luces para conocer la incontestable y absoluta certeza de estas verdades;
existen los derechos de la soberana independiente, los derechos de la soberana pontificia
independiente no pueden alterarse en lo ms mnimo.
No podemos admitir la proposicin siguiente, esto es, que debemos tener Vuestra Majestad en lo temporal las mismas consideraciones que Vuestra Majestad tiene por nosotros en
lo espiritual. Esta proposicin es tan lata que destruye la naturaleza de nuestro respectivo
poder... Los soberanos catlicos lo son tan slo porque reconocen las decisiones del jefe visible de la Iglesia, y consideran ste como maestro de la verdad y nico vicario de. Dios en
la tierra; no hay pues identidad ni igualdad entre las relaciones espirituales de un soberano
catlico con el supremo jerarca y las relaciones de un soberano con otro soberano... Aads
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que vuestros enemigos han de ser los de Nos; ms esto repugna al carcter de nuestra divina
misin, que no tiene enemistad ni aun con los que se liallan apartados del centro de nuestra
unin. Es decir que siempre que Vuestra Majestad estuviese en guerra con alguna potencia
catlica, deberamos nosotros estar tambin en guerra con ella?
Carlo-Magno y todos los prncipes Avvocati de la Iglesia han hecho profesin de defenderla contra guerras y no de arrastrarla guerras... La tendencia de la expresada proposicin
es convertir al Soberano Pontfice en feudatario, en vasallo ligio del imperio francs.
Estos puros sentimientos son los que nos aconseja tener la conciencia... Si fusemos tan
desgraciado que el corazn de Vuestra Majestad no se conmoviese al oir nuestras palabras,
sufriramos con evanglica resignacin toda clase de pesares, considerndolas como enviados
por el Seor. S , nuestros labios dirn siempre la verdad; seremos constantes en mantener
intactos los derechos de nuestra Sede, y arrostraremos todas las adversidades antes que hacernos indignos de nuestro ministerio. Y vos no abandonaris, no, el espritu de prudencia
y de previsin que os distingue, el cual os ha hecho conocer que la prosperidad de los gobiernos y el sosiego de los pueblos estn estrechamente unidos con el bien d la Religin
No olvidaris, en fin, que nos hallamos en Roma expuestos infinitas tribulaciones, y que
apenas hay un ao que hemos regresado de Paris.
Concluimos dndoos de todo corazn la paternal bendicin apostlica.
En Roma, cerca de Santa Mara la Mayor, 21 de marzo del ao 1806, de nuestro pontificado el sptimo.
La irritacin del Emperador iba en aumento. La mscara de protector de la Iglesia con
que se vena encubriendo senta que le ahogaba.
La situacin se complic con graves desavenencias que tuvieron lugar entre el cardenal Consalvi, secretario de Estado de Su Santidad y el cardenal Fesch, embajador de
Francia.
Consalvi era un hombre hbil, perfecto conocedor de su poca, un diplomtico de gran
talla que gozaba, no slo en Roma, sino en toda la Europa en general, de extraordinaria celebridad. El Concordato con Francia se debi l ; l fu quien incit Po VII que fuese
consagrar al Emperador. Bonaparte le estimaba, pero le tema.
Fesch, to del Emperador, era un sacerdote de sentimientos leales.pero de capacidad limitada, apto para plantear un problema pero no para resolverlo. Fesch miraba con prevencin
el favor de que gozaba Consalvi y concibi el propsito de derribarle. El to del Emperador
logr su objeto, es verdad; pero antes fu destituido l, sustituyndole en su puesto de embajador de Francia cerca de la Santa Sede el barn Alquier.
Era Alquier un hombre que, del noviciado de los padres del Oratorio, haba pasado al foro
y que se aficion desde joven las renovaciones del jansenismo. Abogado y jansenista, intil
es decir que fu revolucionario, pero sin tener la franqueza de tal sino cuando esto no poda
crearle el menor peligro.
Ms por debilidad que por justicia vot en la Convencin la muerte de Luis X V I , pesar de que en su foro interno reconoca la inocencia del infortunado monarca.
El barn Alquier fu el hombre quien Napolen juzg ms propsito para intimidar
al Papa.
Los principados de Benevento y Ponte Corvo son arrancados la Santa Sede para anexionarlos al reino de aples, mientras que el Emperader manda al general Lemarrois que
ocupe Psaro, Fano, Sinigaglia y todo el litoral del Adritico, dependiente del gobierno pontificio. Un cuerpo de tropas francesas parte del reino de aples, marcha sobre Civita-Vecchia, y se posesiona del fortn y de la ciudadela. Al preguntar uno de los empleados al comandante de las tropas con que derecho procede as, l contesta:
Vosotros servs un principuelo y yo un gran monarca; h aqu mi derecho.
Napolen ha concebido el propsito de ser emperador de Occidente y dice que para la d-
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bil mano de un papa el cetro es peso muy grave, que su frente harto abrumada estar teniendo que sostener la tiara.
Organizase astutamente un complot con el que se dar pretexto Napolen para posesionarse de Roma. Po VII lo comprende as. Entonces el cordero se transforma en len.
El 30 de enero de 1808 el Papa rene al sacro colegio y los prelados residentes en Rom a , hace llamar Alquier por medio de un billete escrito de su propio puo y el Pontfice
le dirige las siguientes palabras:
Entre los hombres que votaron la muerte del rey de Francia os contis vos , y aunque
tan execrable delito haba de llenar de horror vuestra existencia y mudar por completo vuestro modo de obrar en los acaecimientos polticos, ha sucedido todo lo contrario.
Querais poner en grave peligro la Santa Sede, Nos mismo y nuestros fieles subditos , y habrais conseguido' vuestro intento no haber venido en auxilio nuestro la miseridia divina. Todo lo sabemos estis? Todo lo sabemos, y de grado os perdonamos.
Decid vuestro soberano que fiado en su sagrada palabra emprendimos un viaje muy
penoso y dejamos la Santa Sede sin cabeza slo para conseguir el establecimiento de una sola
-Iglesia; decidle que nada ha cumplido de lo que prometiera, y que al faltar as su palabra
no ha sido Nos quien ha ofendido, sino Dios.
Decidle tambin que sub y estoy en este trono con la misma seguridad y firmeza que
en el piso ms llano i g u a l ; decidle que somos inquebrantable, y que si algn da le asalta
el deseo de vernos deportado no tiene ms que extender la orden. Pero sepa desde ahora para
entonces que no seremos sino un pobre monje benedictino por nombre Gregorio Bernab Chiaramonti, que para aquel caso est ya elegido el verdadero Papa, y que l mismo habr de
proclamarlo. Entendislo bien? Adis.
Semejantes frases y el tono con que fueron pronunciadas no consentan contestacin.
Po VII baja majestuosamente de su solio, y seguido de la corte pontificia, se retira de aquel
lugar dejando al embajador tan turbado, tan confuso que por bastante tiempo no acert s i quiera con la puerta de salida.
Fu una escena sencilla y sublime en que est retratado todo el carcter de Po VII.
Napolen haba hecho decir al Sumo Pontfice:
Toda la Italia es ma por derecho de conquista. Si el Papa no se adhiere mi demanda de
echar fuera de sus dominios los ingleses, de cerrarles todos sus puertos y de consignar todas sus fortalezas mis tropas, en caso de guerra entre Francia Inglaterra, le quitar su
dominio temporal, har un rey de Roma, enviar un senador.Qu puede hacer Po VII
denuncindome la cristiandad? escriba Napolen al virey de Italia, Eugenio Beauharnais.
Poner ini trono en entredicho? excomulgarme? Piensa l que entonces se van caer las
armas de las manos de mis soldados? No le quedar otro recurso que hacerme cortar el pelo,
y encerrarme en un monasterio.
El 2 de febrero entran los franceses en Roma sin disparar un tiro, apodranse del castillo
de San Angelo, de los establecimientos pblicos, hasta de las imprentas, y como para tomar
posesin, no slo de la capital del Catolicismo, sino del Sumo Pontfice, apuntan su artillera contra el Quirinal, residencia del vicario de JESUCRISTO.
Por la tarde Po VII manda fijar en todas las iglesias la siguiente protesta:
El papa Po VII no habiendo podido adherir todas las demandas que le han sido h e chas por el gobierno francs, porque se lo prohiban la voz de su conciencia y sus sagrados
deberes, ha credo deber padecer las desastrosas consecuencias con que se le haba a m e n a zado por su negativa, y aun la ocupacin militar de su capital. Resignado humildemente
los impenetrables juicios del cielo, pone su causa en manos de Dios; pero no queriendo por
otra parte faltar la esencial obligacin de garantizar los derechos de su soberana, protesta
formalmente en su nombre y en el de sus sucesores contra toda usurpacin de sus dominios:
siendo su voluntad estn y permanezcan intactos los derechos de la Santa Sede.
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se haban esparcido por la ciudad, documento que el ministro ley ante 'el Papa balbuceando, y teniendo que interrumpirse con frecuencia, causa de la emocin que le produca. El
semblante del Papa estaba demudado; vease en l la actitud, no del abatimiento, sino de
una justa indignacin.
Tratse entonces de publicar la Bula de excomunin.
El Papa, algo agitado, preguntaba al Cardenal:
Vos qu harais?
Yo, respondi resueltamente el ministro, ya que est preparada tan rigurosa medida,
y puesto que los pueblos lo esperan, la ejecutara... Mas vuestra pregunta, Santsimo Padre, me pone en un conflicto. Levantad los ojos al cielo, y despus comunicadme rdenes.
La medida era efectivamente de mucha gravedad.
El Papa or por unos instantes, y dirigindose al Cardenal exclam:
Q u e se publique la Bula.
II.
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prisionera. l ver el coche del Papa aquellos soldados espaoles se echaron todos de rodillas;
Po VII inclin su cuerpo hacia adelante y con aire de gran satisfaccin bendijo llorando de
ternura aquellos hroes.
Hallndose en Grenoble, el asesor del prefecto, Mr. Gerard, dijo al Papa que tena su
disposicin algunos carruajes por si quera salir paseo.
S i esos carruajes deben volvernos Roma, contest el Papa, que los traigan pronto
y desandaremos lo andado; pero prisioneros como somos, no los aceptamos; el Papa prisionero no se pasea.
Trasladado despus Valence Su Santidad pidi que se le permitiera ver el monumento
de Po V I ; este permiso le fu negado.
Al llegar Niza atraves la poblacin pi. Po VII vio all de rodillas diez mil personas, entre las que haba los nobles con sus ricos trajes y sus condecoraciones, los eclesisticos revestidos de sus hbitos sacerdotales, que pedan todos la bendicin del Pontfice.
All estaba la reina de Etruria arrodillada en medio de sus dos hijos. El Papa se detuvo
ante ella. La Reina exclam:
Qu tiempos, Santsimo Padre!
No todo son aflicciones, contest Po V I I ; es verdad que no nos hallamos ni en Florencia, ni en Roma; mas ved ese pueblo, observad su entusiasmo.
Las calles de Niza estaban cubiertas de flores; mientras el Pontfice permaneci all, las
casas aparecieron iluminadas todas las noches, y se cantaban himnos religiosos al pi de los
balcones del alojamiento de Su Santidad.
El Emperador se encontraba en Fontainebleau cuando quiso consultar con el abate E m e r y ,
respecto la cuestin religiosa.
Greo que si pudiese yo hablar una hora con el Papa todo se arreglara.
P u e s entonces, repuso Emery, no hay ms sino procurar que el Papa se venga Fontainebleau.
A s pienso hacerlo.
Pero habis estudiado la manera como el Papa ha de venir? Si atraviesa la Francia
como cautivo, este viaje honrar poco Vuestra Majestad, pues ya podis contar con que en
todas partes recibir pruebas de la veneracin de los fieles.
N o pretendo que venga como cautivo, sino q u e , por el contrario, quiero que se le t r i buten los mismos honores que cuando vino consagrarme. Dejando esto aparte, es bien raro
por cierto que vos y todos los obispos de Francia que habis pasado toda vuestra vida estudiando teologa, no hallis un medio cannico para que yo me arregle con el Papa. E n cuanto
m , si yo hubiese estudiado teologa siquiera seis meses, m u y pronto lo hubiera desenredado todo, porque, dijo llevndose el dedo la frente, Dios me ha dotado de inteligencia.
Yo no hablara el latin como el Papa: mi latn sera un latn vulgar, ms yo aclarara pronto
todas las dificultades.
Emery se limit contestar con un movimiento de duda.
E n esto llegaron los reyes de Baviera, de Wurtemberg y de Holanda.
Al anunciarse al Emperador su venida, contest secamente:
Q u e esperen, y prosigui hablando con el abate, quien aprovech las ocasiones que
se ofrecieron durante la conversacin, para manifestar que no aprobaba la conducta de Bonaparte.
El 3 de enero un Senado-Consulto sancion la anexin de los Estados Pontificios al I m perio. E n su virtud el prelado Gregorio fu expulsado de Roma, y al decrsele por encargo
del general Miollis que su obstinacin en favor del poder temporal era una necedad, Gregorio
se limit responder:
Slult propter Deum.
Toda daba entender que el Emperador vena preparando un cisma. Estableci una co-
798
misin eclesistica con el encargo de proveer las necesidades de las iglesias, y en especial
de hallar un medio de pasarse sin el Papa en la institucin cannica de los obispos.
El prefecto del departamento en que se hallaba el Papa recibi orden de dirigirle la siguiente comunicacin:
El infrascrito, en cumplimiento de las rdenes emanadas de su soberano, Su .Majestad
Imperial y Real el Emperador de los franceses, rey de Italia, y protector de la Confederacin, etc., participa al papa Po V i l que se le prohibe comunicarse con las iglesias del i m perio y con los subditos del Emperador, bajo pena de desobediencia por su parte y por la de
stos; que le previene que deje de ser rgano de la Iglesia catlica l que predica la rebelin
y cuya alma es toda de hil; y puesto que nada hay capaz de comunicarle prudencia, Su Majestad es bastante poderoso para hacer lo que sus predecesores, esto e s , deponer un Papa.
Savona, 14 de julio de 1811.
As es como se habla al gran Pontfice cuyo carcter era todo ternura, todo mansedumbre , aunque en la defensa de los principios y de sus derechos saba mantener la dignidad
propia de su elevada y augusta posicin. Un escritor ilustre observa que una comunicacin
semejante pudo m u y bien ser redactada por el Emperador en una hora de despecho en vista
del herosmo que desplegaba la catlica Espaa en la gloriosa guerra de la Independencia.
El 9 de junio de 1812 intmase al Papa la orden de prepararse para ir Fontainebleau,
con la prevencin de que debera cambiar de traje, fin de que no se le reconociera por el
camino.
E n el hospicio del monte Cenis el Papa cay enfermo de tal gravedad que fu menester
administrarle el Santo Vitico. Preguntse los agentes del Gobierno imperial si deba detenerse continuar la marcha, lo que se le contest que, desentendindose de la enfermedad
del P a p a , los que le conducan deban proseguir el viaje con el prisionero hasta llegar su
destino.
Ya en Fontainebleau, Po VII tuvo que guardar cama por algunas semanas.
Tiempo haca que el Papa se hallaba en Fontainebleau, cuando Napolen volvi de R u sia completamente derrotado, reducido su grande ejrcito veinte mil hombres, fugitivos,
desarmados, sin vveres, poco menos que desnudos.
Napolen comprenda cuan necesaria le era una reconciliacin con la Santa Sede. D i r i gise, pues, en persona Fontainebleau.
E n presencia del Papa, Napolen, ora estuvo carioso hasta abrazar al venerable Po VII
y besarle la frente, ora emple con l u n tono de autoridad y aun de desprecio muy inconveniente , llegando decirle:
Estis poco versado en las ciencias eclesisticas.
. Entonces Po VII tena setenta y un aos; una fiebre lenta le haba sumido en un completo
estado de postracin; hallbase estenuado consecuencia de tan continuos padecimientos.
Adase esto el tener hondamente afectada su sensibilidad al ver todos sus cardenales ausentes presos, el hallarse solo sin un consejero fiel, aturdido al ver que la Iglesia u n i versal se vea imposibilitada de comunicarse con su cabeza visible, y se comprender el por
qu cuando Po VII no le quedaba ya ms aptitud que la de mover una mano para escribir su nombre, pusiese su firma al pi de un papel que firm inmediatamente el Emperador.
El 25 de enero de 1 8 1 3 , fu cuando el Papa, obligado por un indigno abuso de la fuerza material, suscribi el clebre Concordato.
Ms adelante Po VII protest de una manera sublime contra los atentados de que haba
sido vctima.
Napolen prosigui sus tropelas forzando varios obispos para que dimitiesen, haciendo
usurpar sus sillas por imperiales intrusos y obligando otra vez al Papa andar de una parte
otra como cautivo.
Fueron las ltimas medidas religiosas adoptadas por el Emperador, quien encerrado n
799
Fontainebleau,- en el mismo palacio en que tuvo cautivo al Sumo Pontfice, supo que los emperadores de Rusia y Austria, el rey de Prusia y el duque de Wellington, haban entrado
en Paris y pronunciado su decadencia.
XI.
Persecucin en Espaa.
Al descender al sepulcro Fernando V I I , despus de un ao de lenta agona, la situacin
del pas era tal que todo daba entender que se sentiran tambin en la nacin catlica los
efectos del huracn revolucionario.
Las sectas secretas venan trabajando desde mucho tiempo la nacin espaola; el filosofismo tena en Espaa sus secuaces, debiendo aadirse todo esto la sobrexcitacin de las
pasiones polticas.
La reina D. Mara Cristina, al encargarse del gobierno de la nacin, dio un manifiesto
en que prometa respetar y proteger la Religin, sus templos y sus ministros, sin admitir
innovaciones peligrosas.
Muchas eran las dificultades que haba de encontrar la Reina gobernadora para cumplir
este programa.
Sin que mediase la menor provocacin, pues el clero en su gran mayora permaneca alejado de los debates de partido, se le maltrat sin embargo de palabra y de obra, se mand
los prelados vigilar y castigar los clrigos que parecieran desafectos, se tomaron medidas
que no podan ser sino el resultado de una desconfianza que se acentu ms y ms desde
principios de 1834.
Prohibise la provisin de las prebendas y beneficios que no tuviesen anexa la cura de
almas, exceptuando slo las de oficio y las dignidades con presencia de los Cabildos, ordenndose que los frutos de las vacantes se aplicaran enjugar el dficit de la Hacienda; el
Gobierno no se limit con la confirmacin de los Provisores sino que exigi que fuesen nombrados su gusto, se dictaron disposiciones enrgicas contra algunos conventos de donde haban salido algunos religiosos para ir al campo carlista y rein una marcada tirantez en las
relaciones con la Nunciatura.
El clera morbo desde el 15 de julio haba tomado extraordinarias proporciones muriendo
los apestados centenares tras una horrorosa agona. Los enemigos de los institutos religiosos explotaron aquella calamidad pblica para sus perversos fines, excitaron las pasiones
populares, abusando de la ignorancia, divulgndose la infame calumnia de que los frailes h a ban envenenado las aguas, pretendiendo que aqul era el motivo de las numerosas muertes
que lloraba Madrid.
Mientras los frailes compartan cuidadosamente con el clero secular el trabajo de auxiliar los enfermos y prestar sus consuelos en la cabecera del moribundo, la satnica invencin iba propalndose, y lo que.no se hubiera credo en una tribu de salvajes se crey en la
corte de Madrid, gracias los viles manejos de los revolucionarios. El vulgo ignorante dio
crdito la calumnia; otros que no eran vulgo aparentaron creerla, y los unos con la ceguera
del fanatismo poltico, y los otros con la de la estpida barbarie se echaron sobre indefensos
religiosos, teniendo lugar un degello general que se hizo con tanta mayor impunidad cuanto
que ni el Gobierno quiso evitarlo- ni las vctimas pudieron prevenirlo.
Masas feroces se dirigieron al colegio de San Isidro con objeto de asesinar todos los J e - ,
suitas, quienes se acusaba de ser los primeros autores del envenenamiento de las fuentes.
Los superiores renen la comunidad en la capilla. Los jvenes caminan ella despavoridos, mientras un venerable septuagenario les anima dicindoles:
Hermanos esta es la hora de ser Jesuta.
a
800
Pocos de los religiosos que moraban eh San Isidro escaparon con vida. Sus cadveres tendidos por las calles fueron brutalmente ultrajados; sus cabezas eran aplastadas con las culatas de los fusiles, pereciendo de los primeros el clebre orientalista P . Juan Artigas. Los religiosos esperaban tranquilos la muerte ante el altar.
Los asesinos corrieron otros conventos donde el degello revisti caracteres no menos
horrorosos.
E n Santo Tomas y la Merced la matanza fu espantosa.
No era slo el odio contra los institutos religiosos lo que dio lugar aquellas escenas de
barbarie, era tambin la codicia. Al asesinato se uni el pillaje, especialmente en San Francisco el Grande, donde saban los salteadores que se custodiaban los fondos de la Obra Pa de
Jerusalen.
Los amotinados quisieron reproducir la matanza al da siguiente en el convento de A t o cha y otros puntos, y lo hubieran hecho no haberles contenido fuerza armada q u e , aunque
tarde, al fin tuvo que emplearse contra aquellos sicarios.
El ao 1835 presenci escenas no menos salvajes. Las sectas secretas, envalentonadas con la
impunidad dlos asesinatos de Madrid, trataron de manchar nuestra historia con nuevas pginas de sangre. A pretexto de que el arzobispo de Zaragoza haba recogido las licencias los clrigos que no eran carlistas, las turbas agitadas por los revolucionarios empezaron g r i t a r :
Muera el Arzobispo! muera el Cabildo! Al cannigo Marco, hermano del Cardenal, le
asesinaron fra y brbaramente, pesar de que se haba dado conocer como hostil al partido
carlista, y ademas fu muerto otro clrigo, dos frailes y un lego en el convento de San Francisco. Un desgraciado que vesta el hbito monacal condujo los asesinos su propio convento de la Victoria, donde fueron degollados cuatro religiosos presencia del Seor, que se
hallaba de manifiesto en la iglesia; otro fraile del propio convento y dos ms del de San
Diego quedaron heridos de gravedad, y al da siguiente de la matanza sali desterrado de
Zaragoza su digno pastor, el Excmo. Sr. D. Bernardo Francs y Caballero, que emigr despus Francia, acabando sus das en el seminario de Burdeos.
El 6 de abril, con pretexto de que iba proveerse un canonicato en un clrigo carlista,
se amotinaron unos cuantos alborotadores de Murcia, resultando tres muertos y diez y ocho
heridos. El Obispo se vio en la precisin de huir para poner salvo su existencia: el palacio
episcopal fu saqueado completamente.
El 4 de julio se decret la extincin de la Compaa de JESS en todos los dominios espaoles, ocupndoseles los Jesuitas sus temporalidades.
E n 25 del propio mes acordse la supresin de todas las casas religiosas que no contaran
con doce individuos profesos, de los cuales ocho lo menos haban de ser de coro, exceptundose solamente las casas de clrigos regulares de las Escuelas Pas y las de misioneros para
las provincias de Asia. Entraban comprendidos en la supresin la friolera de novecientos
conventos.
Otro motin en Zaragoza caus nuevas vctimas en los conventos de San Agustin y de
Santo Domingo, que fueron, no slo incendiados, sino pasados degello sus'moradores los
gritos de / Viva la libertad! mueran los verdugos!
E n Reus, con pretexto de represalias de atentados cometidos por una partida carlista m a n dada por un franciscano, fueron presa de las llamas los conventos de San Francisco y el Carm e n , degollando las turbas cuantos religiosos encontraron al paso.
El club masnico de Barcelona trabajaba con febril actividad fin de que en la capital de
Catalua el degello de frailes se presentara con grandes proporciones.
El pblico se manifest muy descontento de una corrida de toros que se dio el 25 de j u lio, fiesta de Santiago, patrn de Espaa. Como sucede en semejantes casos, despus de una
espantosa gritera, empezse por arrojar objetos la plaza, luego se destrozan bancos y antepechos de los palcos, que se arrojan tambin los toreros, y por fin una inmensa turba salta
801
la barrera, invade el redondel y echando una soga al cuello del toro lo arrastran hasta el convento de San Francisco, junto al que se detiene la turba, para dejar la fiera y proyectar
otros actos de mayor barbarie.
Hzose correr la voz de que en San Francisco se ocultaban fusiles y otros pertrechos de
guerra, destinados los carlistas. Empieza los amotinados por forzar las puertas, lo que
se opone la tropa de Atarazanas. Encamnanse entonces al Carmen descalzo, donde prenden
T.
II.
101
802
fuego. A las doce de la noche la ciudad estaba alumbrada por las llamas del convento del
Carmen, de Trinitarios descalzos, de Santa Catalina, de Mnimos y de San Agustin. Al grito
de Mueran los frailes! iban los incendiarios recorriendo calles y plazas, reduciendo escombros ricos edificios, suntuosos templos, obras de arte, de las que hoy no guarda la ciudad ni
siquiera las ruinas.
Muchos de los religiosos perecieron manos de los sublevados, tomando parte en la matanza soeces mujeres, pudiendo salvarse algunos refugindose en Monjuich, la Ciudadela y
Atarazanas.
El da 26 fueron exclaustradas las monjas.
Los atentados contra los religiosos no se limitan la capital de Catalua sino que se extienden varias poblaciones. En todas partes el incendio, el saqueo, el asesinato; era la obra
de una inmensa conjuracin que desde tiempo se vena preparando en toda Espaa. *
Valencia fu tambin teatro de horribles excesos. Las turbas amotinadas, sin forma de
procedimiento, fusilan siete religiosos, entre ellos al den de Murcia D. Blas Ostolaza.
E n Murcia prendieron fuego los conventos de Santo Domingo, la Trinidad, la Merced
y San Francisco.
Los conventos de Zaragoza fueron todos cerrados; el convento de Capuchinos de Alcaiz
fu pasto de la voracidad de las llamas.
El Gobierno se encarg de continuar sin levantar mano la obra revolucionaria. Prohibise
los prelados conferir rdenes mayores, incautse el Estado de los bienes de los conventos;
ministros adictos la Revolucin se encargaron de organizar su gusto la carrera de Teologa en los seminarios, prescindiendo de los obispos, y se atac rudamente el fuero eclesistico de que gozan los sacerdotes segn las leyes cannicas.
Crese una junta que se llam Eclesistica, pesar de que predominaba en ella el elemento seglar, encargada de lo que se llam la Reforma del Clero, la que se abstena de consultar para nada los obispos, siendo su objeto el avasallar la Iglesia al poder civil. Los a c tos de aquella junta merecieron la reprobacin de la Santa Sede.
Las dicesis iba quedando hurfanas de pastores. Los unos haban muerto, los otros estaban en la emigracin. Las cuatro sillas metropolitanas de Toledo, Valencia, Granada y
Burgos se hallaban vacantes; los otros cuatro metropolitanos geman en el destierro. El cardenal Cienfuegos, arzobispo de Sevilla, haba sido confinado Cartagena; el de Santiago,
P . Valero, Menorca. Se calumni ste acusndole de enviar dinero los carlistas, cuando
lo que hizo fu invertir sesenta mil duros en la fundacin del seminario, ademas de erigir
una casa de incurables y un hospital de colricos. Ropas de cama compradas para el hospital
se tomaron por indicios de una conspiracin, siendo el que encaus al Arzobispo un simple
Juez de primera instancia. Todo en l inspiraba la mayor venerabilidad; no obstante, en
Mahon los demagogos le insultaron de una manera feroz, obligndole por fin despojarse de
su viejo hbito de capuchino y su respetable barba despus de un ao de encierro voluntario
por no querer ceder tan injustificable exigencia. El limo. Sr. Echanobe, arzobispo de Tarragona, se vio en la precisin de refugiarse en una corbeta inglesa, abandonado como se vea
por las autoridades que toleraron fuese asaltado el palacio episcopal.
El virtuoso obispo dePalencia, Sr. Laborda, fu trado Madrid tan violentamente, que
al entrar en la crcel ni su secretario ni l tenan u n real con que atender sus necesidades;
el de Barbastro, que era octogenario, tuvo que pasar Francia en la mayor miseria; el seor
Andriani de Pamplona, fu confinado Ariza, y hasta el P . Cirilo, arzobispo de Cuba, tuvo
que ponerse salvo de las asechanzas del general Lorenzo.
Los Cabildos contaban con poqusimos individuos, no pudiendo la mayor parte de ellos
atender las necesidades del culto. El ingles Flinter se complaca en insultar al de Toledo,
obligando los prebendados y dignidades de la primada de las Espaas correr pliegos y
llevar partes, atrepellndolos pretexto de falsas conspiraciones.
803
k,
XII.
Persecucin en la Polonia.
E n la poca moderna pocos pueblos han sabido combatir con tanto tesn como Polonia, en
favor de los derechos de la verdad.
El papa Po I X ha puesto en el nmero de los santos al arzobispo de Polotzk, Josafat
Koncewicz, fiel y animoso compaero del arzobispo Jos Velamin Rutzki, quien, por sus
luchas contra el cisma, el papa Urbano VIII le llam el Atanasio de la Rusia. Josafat recibi
la corona del martirio el 12 de noviembre de 1623.
E n 1655, junto con otros Jesutas, mora mrtir tambin el P . Bobola, al cual se hizo
sufrir tormentos propios de la poca de Nern.
E n 1724 el colegio de Jesutas de Thorn era demolido consecuencia de un alboroto popular que desorden una procesin de catlicos.
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805
provinciales; crear colegios que tengan por fin pervertir los catlicos, forzndoles asistir
estas casas de enseanza y ademas valerse del dinero para comprar las conciencias.
E n febrero de 1826, un kase imperial prohibe todos los negociantes, sean polacos
rusos, el vender libros para uso de los catlicos, publicados por editores catlicos y en l e n gua eslava.
A este' kase siguen otros imponiendo la exclusin formal de los -obispos en la vigilancia de
la enseanza del clero tanto secular como regular, v por consiguiente, la intrusin en esta enseanza, no slo de personas seglares, sino de disidentes, y la supresin desorganizacin
completa de los institutos religiosos. Se dejaron de proveer por sistema las sedes vacantes,
siempre que no pudiesen serlo con hombres incapacitados por su edad ineptos por su falta
de carcter.
Ms adelante, tomando pretexto de la incorreccin polaca, ya se prescindi de toda clase
de hipocresa: millares de nios polacos fueron arrancados de sus familias para trasladarlos
Eusia; se prohibi toda comunicacin con Roma; se hicieron extensivas la Polonia las l e yes del Imperio relativas los matrimonios mixtos, con obligacin de educar los hijos en el
cisma; se declararon nulos estos matrimonios siempre.que se hubiesen celebrado nicamente
ante el prroco catlico; se ved los sacerdotes admitir los Sacramentos personas que no
les fuesen conocidas. Esta obra tuvo su coronamiento en 1839 con la apostasa de tres obispos.
Las catedrales catlicas fueron exteriormente transformadas en catedrales cismticas. P u dieron temerse las resistencias del metropolitano Bulhak, pero era ya m u y viejo y no poda
hacer otra cosa que alguna protesta personal y sin resultados.
Constituyse en presidente de hecho del gran colegio eclesistico Siemazko, que dio la
orden de retirar los antiguos misales, eucologios y breviarios, reemplazndolos con libros
cismticos. Se suprimi la mayor parte del antiguo ceremonial.y se prohibi los sacerdotes
catlicos el ministerio de la predicacin, fin de conducir los pueblos la apostasa por el
camino de la ignorancia.
Siemazko proclam que la'exposicin del Santsimo Sacramento, que las procesiones, la
misa privada, las genuflexiones, eran cosas opuestas la antigua liturgia, y que en su consecuencia debau suprimirse.
El nombramiento de los prrocos se confiri los gobernadores de provincia, de lo que se
colige que se escogi cuanto pudo encontrarse de vicioso y de corrompido en el clero.
La crcel, el ltigo, la Siberia, en fin, fueron los auxiliares de. esta obra de descatolizacin.
El metropolitano Bulhak, aunque viejo, si careca de fuerzas para oponerse tantas vejaciones, no por esto falt los deberes de su conciencia. Las amenazas del conde Bludoff,
que se present de noche en su palacio para arrancarle una firma, no pudieron recabar de l
ni un solo acto de debilidad. El Emperador se veng del Arzobispo despus de su muerte,
hacindole celebrar losfu nerales conforme al rito cismtico y enterrar su cuerpo en la tumba
reservada los patriarcas del cisma.
Si hubo defecciones escandalosas, como la de Siemazko, no dej de haber hroes que honraron Polonia con su glorioso martirio.
Cuando en 1835 se impuso los sacerdotes catlicos la obligacin de servirse de los mismos misales que los cismticos, el presbtero Micwitz, cura de la iglesia de la Resurreccin
de Kansieniec, en Lituania, y siete sacerdotes m s , se negaron obedecer. En virtud de
esta negativa se les encerr en la cripta de la iglesia de Zyrowitz, donde permanecieron
pan y agua por espacio de seis meses.
Despus de este perodo, el obisp apstata Zubko hizo comparecer Micwitz su p r e sencia ,' y le dijo:
.
L o que se os exige no tiene nada que ver con .el dogma; no ignoris que la Iglesia
tiene el derecho de cambiar las exterioridades del culto.
Mostradme la Bula del Papa, le contesta Micwitz, en qu se nos ordena aceptar los
806
nuevos misales, y los aceptar hasta con reconocimiento, pues de otra manera, conforme
los decretos del Concilio de Trento, que reserva estas materias al Sumo Pontfice, yo sera
excomulgado.
Ante respuesta tan acertada el apstata se enfurece y con gritos desaforados dice:
Qu vens ahora hablar del Concilio de Trento? Aquello no era u n concilio; eran
una docena de obispos, y todos latinos.
E s t bien, responde el interpelado; pero ya sabis que los griegos, unidos los latinos,
no formamos sino un solo cuerpo.
Micwitz, deportado Lyskow, se vio en la necesidad de vivir de limosna, sometido al
fro y al hambre y encerrado seis aos mas tarde, en 1830, enZachorou, antiguo monasterio
que se hallaba bajo la direccin del apstata Djubinsld, hombre dado la embriaguez y
quien este vicio volva vergonzosamente cruel.
Se suprimieron los altares laterales de los templos, se prohibi la msica instrumental
durante los divinos oficios y el toque de campanas, no se permiti celebrar misas privadas,
ni recitar las letanas, ni hacer procesiones, ni ensear el Catecismo, y se trat por medio de
todas las tropelas imaginables de modelar el culto catlico con el cismtico.
Inaugurronse las confiscaciones en grande escala; pobres fieles, sin ms crimen que el
permanecer adictos su fe, fueron atrozmente azota-dos con palos de hierro; los religiosos
Basilios, despus de haber sido distribuidos en varias casas de sacerdotes cismticos, se les
conden ejercer viles mecnicas, y el snodo de San Petersburgo lleg declarar destituidos
del carcter sacerdotal los presbteros catlicos que cumplieran con sus deberes.
E n el snodo de Polok, unos cuantos apstatas decretaron la separacin definitiva de Roma y la anexin la santa Iglesia ortodoxa.
El cardenal Pacca describa as la situacin de Polonia:
Para exponer el estado del Catolicismo en Rusia, y sobre todo en la desventurada Polon i a , no encuentro otras expresiones que las que emplean los papas cuando preconizan los
obispos de los pases infieles: Statusplorandus,
non describendus.
Yo no me atrevo profetizar lo que suceder en' aquellos pueblos en lo porvenir, solamente s, la Escritura santa y la historia me lo ensean, que cuando la Iglesia ha agotado
todos los recursos, el Seor mismo se levanta para juzgar su propia causa, y empieza oirse
entonces el trueno precursor de la tempestad que derriba con sus estragos naciones enteras,
sin perdonar las testas coronadas.
El metropolitano de Galitzia respondi al acto de separacin de algunos prevaricadores
con una valiente pastoral.
Fu una resolucin sabia y prudente, deca, la adoptada por los griegos en el Concilio
de Florencia de renunciar los errores de Focio y Miguel Cerulario y unirse Roma. As
nuestros antecesores obraron con sabidura igual cuando en el siglo X V I , apercibidos por la
gracia de Dios, que profesaban los mismos errores, se resolvieron rendir homenaje Clemente VIII, que ocupaba la ctedra de san Pedro. Desde entonces formaron reunidos un brote
de legtimo cepo, y confesaron la verdad, no nicamente con los labios, sino con el corazn.
Los enemigos de la santa unin alegan varias razones para justificar su divorcio con Roma;
por ejemplo, pretenden que la Iglesia romana busca suprimir los usos orientales para imponerles los latinos, que trabaja para reunir la Iglesia griega la latina. Pero semejantes asertos no pasan de meras suposiciones. Si evocamos los trabajos del Concilio de Florencia, veremos que slo la unidad de la fe preocupaba sus Padres; veremos el inmenso espritu de
la caridad manifestada para con los orientales de los que por cierto no pretenden quitar ni los
usos ni las ceremonias.
.
El papa Clemente nada pidi los que reentraron al seno de la Iglesia catlica, sino la
exacta observancia de lo que respecto la unidad de doctrina y disciplina haba practicado
la antigua Iglesia de Oriente...
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7. El abate TJscinski, prroco de Zonibsk, pagar treinta rublos de plata, y ser castigado, oportunamente por sus superiores eclesisticos.
8. El abate Kutpinski, comendatario de Przewodow y prroco de Gielona, pagar
treinta rublos, y perder su encomienda.
9. El abate Lubowidzki, prroco de Legrz, pagar treinta y ocho rublos de plata.
10. El abate Nawroki, vicario de Szrens, ser enviado por dos aos u n seminario.
Con el propio trabajo personal pagar su manutencin.
11. Los vicarios Tanuszkowski, de Naslsk; Tarnulowski de Wyszffowf y Relazowski
de Kadzidlo, sern trasladados vicariatos de menor categora.
12. Los superiores de Recoletos de Zuromin y de Pultusk y los vicarios de la iglesia
colegial de esta ltima ciudad sern severamente reprendidos.
La comisin del Gobierno ha dado el correspondiente aviso de este acuerdo al gobernador de Plock ordenndole el cuidado de su puntual ejecucin.El director general, MUCHANOW.
E l cuadro que de Polonia nos presenta el Sr. Prusinowski no puede ser ms sombro:
Es un pueblo, dice, al que el cisma martiriza fuego lento. En el espacio de veinte
aos, prosigui, han desaparecido los Basilios y las Basilias, quienes han buscado asilo unos
y unas en Amrica, otros y otras en Roma. As el P . Dombrowski ha fundado en Roma una
comunidad en la iglesia de la Madonna del Pasclo; y la clebre y heroica madre Macrena,
otra de Basilias en un edificio cedido por la princesa Odescalchi... El Concordato, pesar de
su antigua fecha, no ha sido inscrito todava en la recopilacin de las leyes, y por lo tanto
se considera como no vigente, no habiendo podido publicarse con ttulo, firma ni autorizacin oficial. De ah el que la opresin contine. Los que fueron violentamente cismatizaclos
dejan morir sin bautismo sus propios hijos; sus matrimonios quedan sin bendicin, atendido
que no se atreven llamar para ello al cura catlico, y por otra parte no quieren acudir al
ministerio del sacerdote cismtico. Esta situacin cuenta diez y seis aos de fecha.
El emperador Alejandro, despus de haber empeorado la situacin pecuniaria del clero
catlico, prohibi reparar las antiguas-iglesias y construir de nuevas sin su especial autorizacin ; y como sta no la concede sino raramente, resulta que en Polonia se encuentran parroquias de veinte y seis leguas de extensin en las que los pobres catlicos mueren sin ninguna clase de consuelo religioso.
" A la Iglesia latina no se le tuvieron ms consideraciones que la Iglesia griega unida.
Sabida es la frase de Nicols, pronunciada en Benkendorf:
Y a que todo marcha pedir de boca respecto los unidos, ocupmonos de los L a tinos.
Si obispos como Szczyt y Szantyr, con su noble entereza, se resisten heroicamente la
serie de atentados que viene.cometiendo el despotismo de Nicols, se les arranca de sus dicesis para esconderlos en el fondo de la Rusia. Nicols parece empeado en probar que el
cisma ruso no puede tener en su favor sino los miserables recursos de la fuerza bruta.
Si furemos nosotros los que dijramos que hubo perodos en los que en Polonia se llegaba prender la quinta parte de la poblacin; que entre los presos se hallaban en gran
nmero nios menores de catorce aos, viejos imposibilitados y mujeres indefensas; que se
condenaba los encarcelados vivir en una atmsfera apestada, podra quiz creerse que
exageramos los hechos; vamos reproducir, pues, un documento que obra en los archivos
oficiales.
Conforme la decisin del Municipio de la capital de Varsovia , de fecha 19 del corriente, el Presidente de la ciudad, acompaado del Dr. D. Valdemiro D y b e k , de D. Alejandro Temler y D. Domingo Zielinski, miembros del Consejo municipal, se han trasladado hoy
la casa de arresto, fin de informarse de la situacin y estado sanitario de dicha casa.
A su llegada, el Sr. Mazurowski, primer alcaide, les ense los libros de registro, de
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los cuales resulta que la cifra total de personas encarceladas desde el principio del corriente
ao, es de 1 4 , 8 3 3 :
H aqu la tabla de las entradas y salidas en la ltima semana.
FECHA.
NUMERO
DE DETENIDOS.
ENTRADAS.
Julio.
Hombres.
Mujeres.
Hombres.
13
14
15
16
17
18
19
165
185
177
157
157
157
157
58
46
72
67
53
57
57
45
38
35
36
27
30
58
Mujeres.
15
32
25
17
21
. 27
15
SALIDAS.
Hombres.
25
46
55
36
27
31
44
Mujeres.
27
6
32
. 29
17
19
21
RESTA.
Hombres.
Mujeres.
185
177
157
157
157
156
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46
72
65
53
57
65
51
Se procedi enseguida la visita de las cuadras, inspeccionando sucesivamente los bajos, el primero y segundo piso.'
1. E n la cuadra nmero 1 , ancha de 6 metros 90 centmetros, larga de 5 metros 95
centmetros, alta de 3 metros 30 centmetros, se encuentran doce arrestados, entre los cuales h a y uno privado de un brazo y una pierna, y n tal Yosek Furlender, oriundo de Boczki
(provincia de Grodno), detenido hace seis meses por no tener sus papeles en regla. Este hombre padece una enfermedad que no le permite andar sin muletas, consecuencia de una afeccin crnica nerviosa que agita continuamente su cuerpo con movimientos convulsivos.
2. La cuadra nmero 2 (de iguales dimensiones que la precedente), cuyo suelo est
hundido por varias partes, contiene 11 mujeres, entre ellas una que se llama Mara Slaw i n s k a , detenida hace diez meses.
3. La cuadra nmero 18 es ancha de 6 metros 90 centmetros, larga de 2 metros 80
centmetros, y alta de 3 metros 30 centmetros. Esta cuadra, en la que no hay ningn mueble, ni siquiera cama, contiene 30 detenidos, acusados de recorrer las calles sin linterna.
La pieza no tiene ms que una pequea ventana enrejada. El espacio de esta prisin contiene
unos 189 metros cbicos, que equivalen 6 metros por cada detenido. La pequea ventana
permanece continuamente cerrada, el aire de esta pieza no se cambia jamas, y la temperatura, en cuanto se la pueda juzgar por el termmetro de Reaumur, es de unos 30 grados. Si
hablando higinicamente, un hombre solo necesita 4 8 metros cbicos de aire, calclese por
lo que se acaba de decir el poco caso que se hace de la salud de los arrestados. El suelo de la
cuadra que nos referimos es de 7 metros 80 centmetros cuadrados; esto e s , 1 metro y 20
centrmetros para cada preso. La superficie de un cuadro cuyo lado es de 66 centmetros,
casi el mismo espacio que ocupa un soldado en las filas, basta para asegurar la libertad de
los movimientos al prisionero?
4. La cuadra nmero 3 , ancha de 7 metros 35 centmetros, larga de 17 metros 80 centmetros, encierra 35 mujeres, de las cuales u n a , Mara Keller, est detenida hace diez meses con u n hijo de siete aos de edad, enfermo y de constitucin m u y dbil, por no habrsela encontrado debidamente documentada.
La cuadra nmero 9, ancha de 7 metros 20 centmetros, larga de 5 metros 10 centmetros, y alta de 3 metros 30 centmetros, contiene 16 arrestados, quienes se acusa de
robo. Entre ellos hay un nio de catorce aos, Francisco Janowski, preso por delitos polticos.
Los arrestados reciben, primero, por desayuno, una sopa compuesta de agua caliente,
de sal y de un poco de harina; para comer, una sopa de legumbres con h a r i n a , y libra y media de pan de municin.
Bajo el punto de vista de la alimentacin, alojamiento y dems necesidades de la vida,
T. II.
102
810
los arrestados de Varsovia se encuentran en situacin mucho ms mala que en las crceles
ms severas del reino. Su detencin dura veces por mucho tiempo, sin que reciban ningn
vestido. Viven, pues, en la ms espantosa miseria, muchos sus ropas se les caen pedazos; los hay que ni camisa tienen, y que andan cubiertos de asquerosos animales.
Considerando:
1. Que la cifra de personas arrestadas en el primer semestre (14,833) forma la dcima
parte de la poblacin total de la ciudad, y la quinta parte, descontando los nios y los viejos ;
2. Que entre los prisioneros los hay detenidos por ligeras infracciones de los reglamentos de polica; que entre ellos se encuentran madres con sus hijos de poca edad, y an
con infantes de teta;
El Presidente de la ciudad y los delegados del Consejo municipal declaran que es absolutamente necesario se ponga un remedio tamaos males.
El proceso verbal de estos hechos ha sido firmado por todos los individuos de la comisin.
Al fin Polonia, cansada de tantos agravios, acab por insurreccionarse.
Vamos defender nuestra antigua fe, deca uno de sus ardientes hijos; vamos vindicar nuestros templos profanados ; vamos luchar por la patria, por la independencia.
E n una carta que el clero de Varsovia dirigi un apstata que le acusaba de obedecer
sugestiones mazinianas, dice:
Cuntas vctimas cuenta la salvaje crueldad de Rusia desde los tiempos de Guncki y
Chmielvicki! El czar Pedro, siendo todava aliado de Polonia, mat los sacerdotes r e u n i dos en la iglesia de Plock. Cuntos millones de nios, viejos y sacerdotes sucumbieron al
hierro de Nicols.
Y la persecucin, estad seguro de ello, virtuoso hermano, no ha disminuido nada absolutamente en el reinado de su hijo, por ms que este lobo voraz se haya cubierto veces de
piel de oveja; pero u n moscovita es siempre moscovita., mezcla de cobarda y fuerza bruta.
Innumerables son los asesinatos polticos cometidos en la desgraciada Polonia; preguntadle,
pues, Rusia por qu los lleva cabo todos los das. Nosotros defendemos slo nuestra causa, nada ms que nuestra propia causa; porque se quiere ahogar la vida en nuestros pechos,
porque queremos respirar y no se nos permite. Verdad es que nuestra sangre corre tambin
en provecho de la libertad de Europa, porque nuestros pechos son el baluarte de Occidente
contra las invasiones del N o r t e , y porque, an despus de haber perdido nuestra existencia
poltica, continuaremos siendo lo que fueron nuestros padres, centinelas avanzados de la fe y
de la civilizacin.
El Gobierno de San Petersburgo mand, con pretexto de la insurreccin, confiscar todos
los bienes pertenecientes, no slo los que se haban levantado en armas, sino los que simpatizaban con ellos; y como para simpatizar con ellos bastaba ser polaco, he aqu una orden
por la que se podan confiscar todos los bienes de la Polonia.
Los mismos ingleses, poco impresionables en esta materia, calificaron enrgicamente de
brbara la conducta que se vena siguiendo contra los polacos.
A la vista tenemos una exposicin suscrita por diez y seis heridos y que fu remitida al
obispo administrador de la parte de Cracovia declarada rusa, en la que se revelan la fe y los
sufrimientos de aquella nacin tan heroica.
...Conforme un aviso inserto en los peridicos de Polonia, el Gobierno ruso autorizaba
los sacerdotes y mdicos para que pudiesen ir suministrar los correspondientes socorros
los heridos en el campo de batalla. El 19 de marzo el P . Majewski, de gloriosa memoria,
religioso de la orden de Padres Franciscanos reformados, habindose apercibido de que se haba empeado una accin entre el ejrcito nacional y las tropas rusas, abandon su convento
de Stobrnica con el fin de ir llevar los ltimos socorros de la Religin los heridos del
ejrcito nacional, como tambin los catlicos que pudiesen encontrarse en el ruso. A fin de
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dar entender que no se presentaba en el lugar de la lucha como perteneciente una de las
dos partes, fu all vestido de sobrepelliz y estola. Mientras cumpla su ministerio con una
abnegacin admirable, en medio de las balas, en el acto de administrar los ltimos Sacramentos un moribundo, fu asesinado por algunos soldados del emperador de Rusia, y esto
una hora despus del combate. No satisfechos con este crimen, le arrancaron sus vestiduras,
y medio desnudo echaron el cuerpo del venerable sacerdote en mitad de la carretera.
Llenos de admiracin por el desprendimiento heroico de este sacerdote muerto bayonetazos por los brbaros moscovitas, nos complacemos en creer que Diosjia querido aumentar el nmero de mrtires de la ilustre Orden la cual el P . Majewski perteneca, y de la
que muchos individuos asesinados por los japoneses, mientras llenaban los deberes de su ministerio, han sido continuados por la Sede apostlica en el nmero de los santos que la Iglesia coloca sobre sus altares.
En la imposibilidad de prever el da en que Dios resolver tenga fin la lucha empezada
por la desesperacin, y creyendo, como buenos catlicos, que si morimos con Jesucristo, resucitaremos con Jesucristo (1), nos dirigimos V. I . , como primer pastor de la dicesis, suplicndoos usis del derecho que os confiere la elevada posicin que ocupis, en virtud de eleccin del Emperador, para tratar con los jefes de nuestros enemigos. Si no podis obtener la
represin de todos los excesos de los soldados rusos; si no es fcil impedirles asesinar nuestros hermanos heridos y otros que no toman parte en la lucha, haced al menos que sea permitido los sacerdotes llevar, los socorros de la Religin los que sucumban en el campo de
batalla. Y si vos no alcanzis que se nos atienda; si nuestra demanda es rechazada por u n
poder q u e , perteneciendo la secta cismtica, no quiere no puede comprender todo el valor que tienen para un catlico moribundo los ltimos socorros de su religin, recordad, ilustrsimo seor, que la Santa Sede, previendo los peligr-os que poda entraar para nuestra
santa fe una situacin semejante, prohibi por una bula pontificia el reconocimiento y aceptacin como rey de Polonia todo soberano que profesase una religin diferente de la catlica romana: Quocl tam in rrasens quam in fuhirum nenio unquam agnoscatur in regem Polonia, nisi fuert ver catholicus. Tales son las palabras textuales de Sixto V en su bula
Pastoralis nostra solicituclo.
Durante la insurreccin se acudi al recurso de excitar por todos los medios el fanatismo
moscovita, fin de que la guerra tomara todo su carcter de barbarie. As lo describa un
peridico en aquella poca diciendo:
Empujados por las autoridades rusas, los sectarios se han lanzado como bestias feroces
sobre los propietarios y los paisanos, asesinando stos, porque eran catlicos, y despojando
y asesinando aqullos, porque, ademas de tener fe, posean riquezas. Los campos han sido
talados y las poblaciones presa de las llamas. La Livonia ha sido asolada. Sobre sus campias brota an la sangre. El general ruso Kunwalew ha dado pblicamente las gracias los
Raskolniski, asesinos incendiarios, por su conducta execrable.
Se est haciendo una suscricion, cuyo frente figura el gran duque Constantino, presunto heredero del trono, para excitar el fanatismo de los cismticos y llevar adelante el exterminio de los catlicos. Esta fu siempre la gran idea del emperador Nicols.
El archimandrita de Moscow, es decir, el prelado de la iglesia rusa, ha dirigido los
cismticos una alocucin pastoral, de'la cual tomamos estas palabras: Entre todos los herej'es, no hay otros ms dignos de execracin y desprecio que los catlicos. Su doctrina e n cierra todos los antiguos errores de los judos, de los griegos y los arranos. Hacen pactos
con todos los pueblos reprobados, obran de concierto con todos los herejes malditos, y se
entienden con ellos en sus absurdos discursos.
Polonia se bata con todo el ardor de su fe. Por todas partes smbolos de la Religin, los
nombres de JESS y Mara escritos en todas las banderas, hasta los campamentos converti-
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dos en grandiosos santuarios, donde se celebraban las solemnidades del culto. Aquellos v a lientes capitanes, aquellos hijos ilustres de la aristocracia polaca, antes de entrar en accin
confesaban y comulgaban con un fervor edificante.
Polonia fu definitivamente vencida. Entonces su martirio tom espantosas proporciones.
Los infelices polacos tuvieron unos que ir llenar las crceles, otros poblar la Siberia. Contra aquel despotismo elevado un extremo que apenas se concibe en el siglo X I X , no se levant de parte de los soberanos ms palabra de protesta que la del Sumo Pontfice.
XIII.
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ciones de su gran corazn, el 17 de julio de 1846, al cumplir un mes da por da desde que
apareci por primera vez en el Quirinal, orden se fijase en todas las esquinas de Roma el clebre cartel impreso dos columnas.
Un historiador del ilustre Pontfice refiere el efecto que ste produjo:
El da estaba prximo su fin, y el cielo no daba la luz suficiente para poder enterarse
de lo que el cartel deca. Por otra parte el pueblo romano haba perdido la esperanza ya casi
del todo, y empezaba ocuparse muy poco de los actos del Gobierno. Sin embargo, uno de
los transentes, movido por la curiosidad, se acerc al cartel, y no bien hubo, despecho de
la oscuridad, descifrado el ttulo, prorumpi en un grito de jbilo: era el decreto de amnista.
Pronto aquel grito se repiti de calle en calle, y de puerta en puerta, en todos los barrios de Roma. Las personas salan millares de las casas, de los cafs y de las tiendas, agrupndose en los sitios en que se acostumbra fijar los anuncios pblicos. Colocronse h a -
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chues cerca de las paredes cada lado del decreto. Todos se afanaban por leerlo: lloraban leyndolo, y se abrazaban despus de haberlo ledo; aquello era una locura, un frenes, una
gran dicha, un delirio!... Aprendanse de memoria las tiernas y sencillas palabras que precedan al texto de la ley, y que vamos tener el gusto de transcribir. Helas aqu:
En los das en que el alborozo pblico que excitaba nuestra exaltacin al pontificado supremo nos conmova vivamente, no podamos libertarnos de un penoso sentimiento al pensar que un gran nmero de familias de nuestros subditos no poda participar del comn
contento, puesto q u e , privadas como se hallaban de los consuelos domsticos, sufran una
gran parte de la pena que alguno de sus miembros haban merecido por haber atacado el
orden de la sociedad y los sagrados derechos del prncipe legtimo.
Por otro lado, dirigamos una compasiva mirada esa numerosa inexperta juventud,
la cual, aunque arrastrada por engaosos halagos tomar parte en los tumultos polticos,
ms bien nos pareca culpable por haberse dejado seducir, que por haber seducido. As es
que desde aquel momento pensamos tender la mano y ofrecer la paz del corazn todos
aquellos apreciables jvenes que quisiesen mostrarse sinceramente arrepentidos.
El afecto que nuestro buen pueblo nos ha demostrado, y los testimonios de constante
veneracin que en nuestra persona ha recibido la Santa Sede, nos han convencido de que
podamos perdonar sin ningn riesgo pblico.
El pueblo estaba exttico en vista del feliz pensamiento de no exigir los amnistiados
otra garanta que su palabra de honor.
Generosa rehabilitacin! cunta buena fe resplandece en esa amnista! cunta fuerza
en esa mansedumbre! Por qu no se ha comprendido la u n a , ni la otra, por qu ms bien
se ha tratado de abusar de la buena fe y de triunfar de una fuerza fundada en la justicia?
Prolongadas y alegres aclamaciones resonaron en Roma, la c u a l , animndose de pronto, apareci completamente iluminada. De improviso se oye gritar: A Monte Camilo!
Monte Cavallo! Y la" multitud corre en desorden al palacio Quirinal para rendir gracias al
Sumo Pontfice.
Eran las nueve. A travs de la oscuridad y del silencio que reinaban en los vastos jardines del Quirinal, Po I X oy esos lejanos rumores, que eran un indicio manifiesto de que
su pacfico mensaje haba llegado conocimiento de su pueblo. Vio aparecer sucesivamente
inusitados resplandores en todo el mbito de la ciudad eterna, y coronarse la frente de sta
de una aurola de jbilo. Parcele en seguida que el rumor se acerca; resuena en la colina
un murmullo inmenso, parecido al principio un trueno lejano al rumor de una marea creciente; luego Su Santidad distingue gritos, y oye su nombre pronunciado por millares de
voces. Dcenle que su pueblo est all, que quiere verle, que clama por l. Este era el p r i mer testimonio de cario que le daban los romanos, una manifestacin espontnea del reconocimiento pblico, con la cual no eran comparables el brillo de una pomposa solemnidad,
ni el entusiasmo de una fiesta, ni el deslumbrador espectculo de pompas reales.
Po I X se mostr al pueblo y fu saludado con frenticos aplausos. E n los cortos intervalos de silencio, durante los cuales descansaban los pulmones y los brazos de la multitud,
oanse algunas voces que decan: Gracias, Padre Santo, gracias! Tu pueblo te lo agradecer! has hecho una grande y excelente cosa! y mil otras aclamaciones por el estilo, familiares, significativas, como en general lo es el lenguaje de los romanos.
Despus de dar la bendicin, el Papa se retir; ms las diez fule preciso mostrarse
de nuevo. Al principio no haban acudido ms que diez mil personas, y la sazn eran ya
veinte mil. No fu sta la ltima bendicin que Su Santidad dio aquella noche; pues las
once acudi toda Roma llamndole por tercera vez. Echse mano de las orquestas de los teatros , invadironse las tiendas en busca de antorchas, escalronse las paredes de las casas y
el pedestal del obelisco para colocar luces de bengala, de modo que la plaza estaba iluminada como en mitad del da. Conmovieron tanto Po I X estas demostraciones, que en el
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momento de retirarse dijo: Sera preciso ser un monstruo para no corresponder al amor de
este pueblo.
Al da siguiente vise eh todas partes el decreto de amnista adornado con coronas y circuido de guirnaldas de flores. El da 19 inmediato, el Papa trasladse la iglesia de la M i sin con motivo de la fiesta de san Vicente de P a u l , y all improvsesele una ovacin. E n u n
abrir y cerrar de ojos todas las calles del Corso aparecieron cubiertas de colgaduras y adornadas con banderas en que figuraban los colores nacionales; el suelo estaba sembrado de flores, y llenas las paredes de inscripciones, versos y divisas.
Terminada la funcin, el Papa subi en su carruaje para regresar al Quirinal. Su cortejo
andaba lentamente causa del inmenso gento que obstrua las calles. Al llegar la plaza
Colonna fu imposible pasar adelante, pues bailse interceptado el paso por multitud de jvenes arrodillados que pedan permiso para desuncir los caballos y llevar en hombros la pesada carroza del Papa. El bondadoso Po I X quera evitar ese homenaje que le repugnaba y
gritaba los ms resueltos: Hijos mos, sois hombres! Mas era ya i n t i l , pues el carruaj e , sostenido por centenares de bigorosos brazos, emprenda nuevamente la marcha Monte
Cavallo. El entusiasmo llegaba ya su colmo. Ese Prncipe, ese Pontfice que pasaba llorando y derramando sus bendiciones travs de una lluvia de flores; esa multitud arrodillada
que alargaba los brazos; la vista de los pauelos que se agitaban, de banderas inclinadas al
suelo, de casas cubiertas de espectadores; tanto alborozo, tanto amor, tanto estruendo, formaban un conjunto tal que era imposible que ni aun los corazones ms fros se mantuviesen
impasibles.
En la tarde del mismo da spose que Po I X libert con dinero de su peculio considerable nmero de presos por deudas. Los romanos imitaron en seguida tan noble ejemplo,
y en breve cubrise de firmas una suscricion abierta en favor de los pobres, pudiendo de
este modo regocijarse toda Roma de la clemencia de su soberano.
Las provincias no esperaron, para entregarse los transportes del jbilo, que la capital
les comunicara su impulso. No bien apareci el decreto de amnista, empezaron en todas partes las iluminaciones, los banquetes y las fiestas. Entre otras, la ciudad de Ancona mand
grabar el Moiu proprio en letras de oro en una columna de mrmol.
A medida que llegaba Roma la noticia de ese entusiasmo general, los romanos redoblaban las manifestaciones de su afecto al nuevo Pontfice.
No hay duda que estas manifestaciones contribuan tambin los revolucionarios, con el
propsito de desvanecer al Pontfice; pero Po I X no perdi ni por un instante su serenidad
en medio de aquella embriagadora atmsfera.
Po I X introdujo grandes economas en la administracin pblica, principiando por hacerlas en su palacio; estableci salas de asilo para los hijos de los obreros, instituy escuelas , abri hospicios, regulariz la marcha de los tribunales, y ansioso de quitar pretextos
la Revolucin, estableci reformas polticas.
Hombre de ley, resolvi Po I X que la prensa no estuviese placer de la arbitrariedad
de los gobernantes y dict un decreto que regulaba el derecho de la palabra escrita.
*'
El decreto lo encabez G-izzi con este prembulo:
Siendo la prensa, dice aquel documento, una de las instituciones modernas destinadas
acrecentar el poder de la palabra y multiplicar los bienes y los males, las verdades y los
errores, fu objeto, desde el origen, de la solicitud de los Soberanos Pontfices, ya para favorecer sus tiles progresos, ya para contrapesar los peligros por ella engendrados. Como gloriosos monumentos de esta doble vigilancia conviene citar, por una parte, las imprentas,que
han conseguido alta celebridad bajo la proteccin de los Papas dentro de Roma, y fuera de la
ciudad bajo la de los respectivos obispos; por otra parte, las sabias leyes establecidas para enfrenar los abusos de tan noble arte, impedir que mientras ofrece nuevos socorros y riquezas
al espritu humano, sirva para alterar la fe y corromper las costumbres de los pueblos.
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La forma de estas leyes debe recibir de vez en cuando sucesivas modificaciones, medida que el mayor nmero de autores y libros impresos haga demasiado lento incompleto
el examen que deben someterse de los nicos censores hasta "hoy ello destinados. Para
evitar este inconveniente, y hacer ms segura y pronta la censura, el papa Len X I I , de feliz memoria, hizo publicar por su cardenal vicario el edicto de 18 de agosto de 1825. La intencin de su augusto sucesor, el Papa felizmente reinante, es mantener en vigor aquel edicto
en lo que atae la censura cientfica, moral y religiosa.
Por lo que respecta la censura poltica, aquel mismo edicto, en su prrafo 8 del t tulo I , ordenaba que todo escrito destinado la publicidad que pudiera excitar las reclamaciones de los gobiernos extranjeros suscitar controversias en el Estado, no pudiera ver la
luz pblica sin un permiso previo de la Secretara de Estado. Mas hoy es tal la cantidad de
producciones inspiradas por las necesidades de la poca, y en las que se trata directa indirectamente, en todo en parte, materias que se relacionan con la poltica, que se hace ya
imposible la Secretara de Estado satisfacer todas las solicitudes con la prontitud que naturalmente los autores desean.
En consecuencia, Su Santidad, queriendo evitar el que esta dificultad ni pueda trabar
una moderada libertad de la prensa, ni la deje degenerar en funesta licencia, despus de oda
la opinin de las autoridades competentes, nos ha ordenado establecer de la manera siguiente
en Roma y en las provincias un consejo de censura, al que de hoy en adelante los examinadores eclesisticos ordinarios debern enviar todos los escritos polticos , despus de haberlos
examinado, para asegurarse de que nada contrario se halla en ellos contra la religin, la moral las leyes.
Fu an ms adelante el nuevo Pontfice.
El 19 de abril de 1847, una circular del cardenal secretario anunciaba el propsito de Su
Santidad de establecer una consulta de Estado. Era un medio que el bondadoso Po crea el
ms propsito para ponerse en relacin directa con sus subditos y oir de boca de los representantes de las provincias la exposicin de sus necesidades de sus quejas. No era un cuerpo
poltico, sino un cuerpo administrativo que entendiese en los asuntos de legislacin, de h a cienda, de comercio, de industria, de agricultura, de trabajos pblicos lo que trataba de
crear el Sumo Pontfice, era una institucin que, conforme deca el mismo Po I X , ya haba
sido antes una gloria de los dominios de la Santa Silla, gloria debida al genio de los P o n tfices romanos.
La presidencia de este alto cuerpo deba corresponder un cardenal, nombrado por el
Papa, y la vicepresidencia, un prelado; el carcter de la asamblea era principalmente consultivo.
Escogi el Papa para presidir la consulta Antonelli, que aunque de poca edad, estaba
dotado de gran perspicacia, de sumo tacto poltico, de extraordinaria previsin; no h a y quien
no reconozca en Antonelli un diplomtico consumado.
El mismo Po I X se encarg de deslindar el carcter de la nueva institucin.
Al abrirse la consulta, al contestar al discurso del cardenal Antonelli en que expresaba el
propsito de secundar los altos fines de Su Santidad, el Papa dijo:
Agradezco vuestras buenas intenciones, y las juzgo de inmenso valor para el bien pblico. Para el bien pblico he hecho desde el primer momento de mi elevacin este
trono todo cuanto he podido, inspirndome en los consejos de Dios, y todava espero y estoy
resuelto, contando con el celestial apoyo, hacer m s , proseguir mi marcha , sin cercenar
nada de la soberana del pontificado, cuyo sagrado depsito debo transmitir sin quebranto
ntegro mis sucesores, tan ntegro inquebrantado como lo recib.
Testigos son de mis actos mis tres millones de subditos, testigo es la Europa de cunto
he practicado hasta hoy para aproximarme mi pueblo, para unrmelo, para conocer de cerca
sus necesidades, fin de mejor socorrerlas. Para poderlo verificar con ms acierto y atender
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mejor las exigencias de la causa pblica os he convocado y constituido en consulta permanente; as como para oir, siempre que menester sea, vuestra opinin, y valerme de vosotros
como de auxilio en mis resoluciones soberanas, antes de determinar las cuales consultar.mi
conciencia,' y conferenciar con el sacro colegio y con mis ministros.
. El que viera otra cosa en las funciones que vais llenar se equivocara por completo...
se equivocara el que viera en la Consulta de Estado que acabo de crear la realizacin de sus
propias utopias, y el germen de una institucin incompatible con la soberana pontificia.
Esta vivacidad y este lenguaje no se dirige ninguno de vosotros, seores. Vuestra
educacin social, vuestra probidad cristiana y civil, vuestros sentimientos leales y vuestras
rectas intenciones me eran conocidas desde el momento que os eleg. Tampoco se dirigen estas palabras y este acento la totalidad de mis subditos, porque me consta su fidelidad y su
obediencia, y tambin s que sus corazones estn unidos al mo por el amor al orden y la
concordia.
Empero no desconozco que existen algunas personaspocas en v e r d a d q u e , no t e niendo nada que perder, desean el desorden y la revolucin, y abusan de mis concesiones.
ellas se dirigen mis palabras. Ojal comprendan todo su significado !
Si en vuestra cooperacin, seores, no veo ms que un firme sosten de personas, las cuales, despojadas de todo inters privado, trabajarn conmigo, por medio de sus consejos, en el
bien pblico, y no se detendrn ante los vanos propsitos de hombres inquietos y poco j u i ciosos. Con vuestros talentos me ayudaris encontrar le que sea ms til para la seguridad
del trono y la verdadera dicha de mis subditos.
A medida que crecan las concesiones por parte de Po I X , aumentaban las exigencias
por parte del pueblo romano.
Lleg una hora en que se pretendi que las reformas perdieran su carcter de tales para
convertirse en Revolucin.
Por desgracia Po I X se encontr aislado de aquellos que debieran haberse agrupado en
torno suyo. Los que no acertaban comprender la elevacin de sus miras, reprobaron su proceder, se separaron de l, y Po I X se encontr solo, no oyendo en tomo suyo sino la gritera
de los que queran arrastrarle un terreno al que l, como Pontfice, como Rey, no hubiera
ido jamas.
La guardia cvica se organiz con elementos que, en vez de ser una garanta para Roma,
constituan un gran peligro. Po I X lo comprende as, y sabe que despus del Tabor le ha de
venir su Calvario. '
Agentes de las sectas secretas venidos de toda Europa se renen en la capital del orbe
catlico para aprovecharse de la agitacin que all reina; la protestante Inglaterra, representada por lord Mynto, tiene su parte en los acontecimientos que vamos referir.
Ya se comprende que la Inglaterra no haba de ver con satisfaccin los hosanas que resonaban en torno del Pontfice. Es verdad que la elocuente, la irresistible voz de O'Connell se abri para la Irlanda un perodo de libertad, que empez establecerse de nuevo la
jerarqua catlica; pero estaban ardientes an las pasiones de secta; todava el clero oficial,
la aristocracia inglesa excitaba en el pueblo el odio contra los catlicos y en particular contra
su jefe el Sumo Pontfice; todava en las calles de Londres vease u n espectculo tan repugnante como quemar un maniqu que figuraba- el Papa.
Al llegar Roma lord Mynto, dice Crtineau-Joly, el Cfod save he Quen sucede los
himnos de Po I X y las sociedades secretas decretan junto al Vaticano un triunfo perpetuo al
ingles que agita sobre la Italia las antorchas de la guerra la fe.
'
Cuando Po I X se le fu con exigencias, el gran Pontfice supo-contestar con dignidad:
Si los que deban apoyarme, y-cuyo auxilio solicit, no me hubiesen impuesto condiciones , hubiera ido todava ms adelante.
Empero aceptar yo condiciones!! 1 No, j a m a s , de nadie; entendedlo b i e n , de nadie, jaT. II.
103
818
mas. Jamas se dir en verdad que un Papa haya aceptado condiciones contrarias las leyes
de la Iglesia y los principios de la Religin.
Si alguna vez, lo que Dios no permita, quisiera alguno forzarme en mis derechos y violentar mi voluntad soberana; si me viera abandonado de aquellos quienes tanto am, y para
cuyo bien lo he hecho todo, entonces me arrojar exclusivamente en brazos de la divina Providencia.
Gurdense los buenos ciudadanos de los hombres de intenciones perversas que, bajo pretextos ftiles, quieren subvertir el orden pblico y llegar entre ruinas poseer lo de los dems.
La Constitucin no es un nombre nuevo en este pas. Los Estados que hoy la poseen la
copiaron de nosotros. Nosotros hemos tenido la Cmara de los pares en el sacro Colegio, en
la poca de nuestro predecesor Sixto V.
Ahora i d , y que el cielo os ayude como m.
Con este levantado lenguaje contestaba una comisin de la guardia cvica.
Al ilustre Po I X se le calumni en su proceder, en sus frases se le supusieron miras que
no pudo abrigar j a m a s , se le rode de una atmsfera de prevenciones; entonces, con su majestad de Papa, dirigise al orbe catlico con la siguiente Encclica que no puede menos de
figurar en la historia de las persecuciones, como respuesta los que quieren echar sobre
Po I X toda la responsabilidad de los acontecimientos de su agitado pontificado:
Ms de una vez, Venerables Hermanos, nos hemos levantado en medio de vosotros contra la audacia de algunos hombres que no se han avergonzado de hacer Nos y la Santa
Sede apostlica la injuria de decir que nos hemos separado, no solamente de las santsimas
instituciones de nuestros predecesores, s que tambin (blasfemia horrible!), en ms de un
punto capital, de la Iglesia. Hoy mismo todava hay personas que hablan de Nos, como si
furamos el principal autor de las conmociones pblicas que durante estos ltimos tiempos
han turbado muchos pases de la Europa y particularmente la Italia. Sabemos particularmente que en ciertos territorios alemanes de la Europa se ha hecho cundir el rumor, entre el
pueblo, que el Pontfice romano, ya sea per medio de emisarios, bien por el de otras m a quinaciones, ha excitado las naciones italianas provocar nuevas revoluciones polticas.
Hemos sabido tambin que algunos enemigos de la religin catlica han tomado de ello pi
para sublevar los sentimientos de venganza en las poblaciones alemanas, para separarlas de
la unidad de esta Silla Apostlica.
Ciertamente no nos cabe duda alguna que la Alemania catlica y los venerables pastores que los guan rechazarn m u y lejos de s y con horror estas crueles excitaciones. No obstante , creemos de nuestro deber prevenir el escndalo que hombres inconsiderados y demasiado sencillos pudieran recibir, y rechazar la calumnia, que no se dirige solamente nuestra humilde persona, s que tambin, remontndose hasta el supremo apostolado de que
estamos investidos, cae sobre esta Santa Sede. No pudiendo nuestros detractores producir
prueba alguna de las maquinaciones que nos i m p u t a n , se esfuerzan en esparcir sospechas sobre los actos de la administracin temporal de nuestros Estados. Para arrancar hasta este
pretexto de calumnia contra Nos, es por lo que queremos exponer hoy claramente y en alta
voz ante vosotros el origen y la reunin de todos estos hechos.
No ignoris, Venerables Hermanos, que ya a l a fin del reinado de Po V I I , nuestro predecesor, los principales soberanos de la Europa insinuaron la Sede Apostlica el consejo de
adoptar para gobierno de los negocios civiles un sistema de administracin ms fcil y conforme los deseos de los seglares. Ms tarde, en 1 8 3 1 , los consejos y los votos de aquellos
soberanos fueron ms solemnemente expresados en el clebre Memorndum que los emperadores de Austria y Rusia, el rey de los franceses, la reina de la Gran Bretaa y el rey de
Prusia, creyeron deber enviar Roma por medio de sus embajadores. Tratbase en este escrito, entre otras cosas, de la convocacin en Roma de una Consulta de Estado, formada por
la concurrencia del Estado pontificio todo entero, de una nueva y amplia organizacin de las
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las fuerzas militares ms considerables que las nuestras, no han podido resistir las revoluciones que en la misma poca han sublevado los pueblos. Y como quiera que sea, en este
estado de cosas, no hemos dado otras rdenes los soldados enviados las fronteras, que las
de defender la integridad y la inviolabilidad del territorio pontificio.
Hoy, lo mismo que siempre, en que muchos piden que, reunidos los pueblos y otros
prncipes de Italia declaremos la guerra al Austria, hemos credo de nuestro deber protestar
formalmente y con vigor a l a faz de esta solemne Asamblea contra semejante resolucin, contraria nuestras ideas, atendido q u e , pesar de nuestra indignidad, ocupamos ac en la
tierra el lugar del que es el autor de la paz, el amigo de la caridad, y que, fiel las divinas
obligaciones de nuestro supremo apostolado, abrazamos todos los pases, todos los pueblos, todas las naciones con igual sentimiento de paternal amor. Y si entre nuestros subditos h a y
alguno quien arrastre el ejemplo de otros italianos, por qu medio se quiere que podamos
enfrenar su ardor?
Empero aqu no podemos dejar de rechazar la vista de todas las naciones los prfidos
asertos publicados en los peridicos y en los diversos escritos, por los que quisieran que el
Pontfice romano presidiera la constitucin de una nueva repblica formada de todos los pueblos de la Italia. Muy al contrario: en este punto advertimos y exhortamos vivamente esos
mismos pueblos italianos, y por el amor que les profesamos, que estn prevenidos contra esos
prfidos consejos, tan funestos para la Italia. Suplicrnosles que se unan indisolublemente
sus prncipes, cuyo afecto han experiientado, y no dejarse descarriar de la obediencia que
les deben. Obrar de otro modo, no tan slo sera faltar sus deberes, s que tambin exponer
la Italia al peligro de ser destrozada por las discordias cada da ms vivas", y por facciones
intestinas.
Por nuestra parte declaramos ademas que todas las ideas, todos los cuidados, todos los
esfuerzos d e l Pontfice romano, slo se dirigen extender ms y ms cada da el reino de
JESUCRISTO, que es la Iglesia, y no retroceder de los lmites de la soberana temporal con
la que la divina Providencia ha dotado la Santa Sede para la dignidad y libre ejercicio del
supremo apostolado. E s t n , pues, en un grande error aquellos que piensan que la ambicin
de una ms vasta extensin de poder puede seducir nuestro corazn y precipitarnos en medio
del tumulto de las armas. Oh! seguramente sera una cosa m u y dulce para nuestro corazn
paternal, si fuera dado nuestra intervencin, nuestros cuidados y nuestros esfuerzos,
apagar el fuego de las discordias, aproximar los "nimos que divide la g u e r r a , y restablecer
la paz entre los combatientes.
Al propio tiempo que nos ha consolado en gran manera el saber q u e , en muchos pases
de la Italia y fuera de ella, nuestros fieles hijos no han olvidado en medio de sus relaciones
el respeto que se debe las cosas santas y sus ministros, nuestra alma se ha afligido vivamente al saber que este respeto no se ha observado de igual manera en todas partes. No podemos prescindir de deplorar aqu en vuestra presencia la funesta costumbre con que le prop a g a , sobre todo en nuestros das, toda clase de perniciosos libelos, en los cuales se hace una
encarnizada guerra la santidad de nuestra Religin y la pureza de las costumbres, bien
se excita la conmocin y la discordia civil, predicando el despojo de los bienes de la Iglesia, atacando sus derechos ms sagrados, destrozando y empaando con falsas acusaciones
el nombre de toda persona honrada.
H aqu, Venerables Hermanos, lo que hemos credo deberos comunicar en este da. Slo
nos falta ahora ofrecer juntos, en la humildad de nuestro corazn, continuas y fervientes oraciones Dios omnipotente y bueno, para que se digne defender su santa Iglesia contra toda adversidad, mirarnos con misericordia desde la cumbre de Sion, y protegernos, y atraer en fin todos
los prncipes y todos los pueblos los tan deseados sentimientos de paz y de concordia.
Las Cmaras establecidas en Roma queran empujar al Sumo Pontfice una guerra. Nada'
ms opuesto los generosos sentimientos, los instintos pacficos del ilustre Po I X . Cuando
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despus de pronunciarse las Cmaras en favor de la guerra, una comisin de diputados, con
ocasin del mensaje, fu ver al Sumo Pontfice, ste, que les recibi con las muestras ms
expresivas de deferencia, les dijo:
Seores: Aceptamos la expresin de reconocimiento que la Cmara nos manifiesta: agradecemos la contestacin al discurso que ha pronunciado el cardenal nuestro delegado al inaugurar la apertura de las Cmaras; pero nicamente la agradecemos en la parte que no se
separa en lo ms mnimo de lo que est prescrito en el Estatuto fundamental.
Si el Pontfice ora, bendice y perdona, puede igualmente atar y desatar; y s i , con el
objeto de procurar ms eficazmente la salvaguardia y la consolidacin de los intereses pblicos, el Prncipe ba llamado las Cmaras cooperar con l, el Pontfice necesita de una libertad de accin absoluta, para no experimentar ninguna traba en todo lo que crea deber
practicar en inters de la Religin y del Estado; y esta libertad quedar intacta, permanecindolo el Estatuto fundamental y la ley del Consejo de Ministros que liemos concedido espontneamente y de nuestro libre y pleno consentimiento.
Es preciso tambin que se reconozca que por nuestra parte la guerra no puede ser el
medio conducente la realizacin de los deseos cada da ms intensos de ver coronada la
grandeza italiana. Nuestro nombre fu bendecido por todo el mundo, porque las primeras palabras por Nos pronunciadas fueron palabras de paz; no lo sera sin duda de aqu adelante si
las pronunciramos ahora de guerra. A s , pues, no sin profunda sorpresa supimos que esta
cuestin haba sido sometida las deliberaciones de las Cmaras, en contradiccin n u e s tras declaraciones pblicas, y precisamente cuando habamos entablado nogociaciones de paz.
Sola la unin de los prncipes y la buena armona entre los pueblos de la- Pennsula pueden
realizar la felicidad por la que suspiramos. Es tal la urgencia de la concordia, que creemos,
deber abrazar igualmente todos los prncipes de Italia, fin de que de este paternal abrazo
nazca la armona que haga realizables los votos de la opinin pblica.
El respeto los derechos y leyes de la Iglesia, y la ntima persuasin que debe animaros de que la grandeza especial de este Estado depende de la independencia del Soberano
Pontfice, harn que en vuestras deliberaciones os contengis dentro de los lmites que Nos
hemos tratado en el Estatuto. Y en esta conducta consiste principalmente el agradecimiento
que os pedimos en cambio de las muchas instituciones que os hemos concedido.
Cuando el Papa hubo expresado as su pensamiento, el ministerio Maniani se vio precisado presentar su dimisin.
Desde entonces los acontecimientos se precipitan de una manera vertiginosa.
Po I X en pocos meses haba satisfecho las esperanzas y las splicas de todo un siglo, y
los unos le abandonan, los otros le venden, los otros le tratan como rey de burla.
Diez veces por mes se le imponen al Papa cambios de ministerio, del que forman parte p e r sonas incapaces de comprender el ideal de Po I X , ni de sobreponerse la marejada revolucionaria; los demagogos tienen minada la capital del Catolicismo; al poder pblico se sobreponen los clubs de donde sale el artculo del peridico, el discurso del tribuno y hasta la
orden del ministro.
El Pontificado, parapetndose tras de las fronteras que nunca puede traspasar, no falt
sus deberes, no se sali nunca de su terreno .pesar de los halagos de las amenazas; la Sede
pontificia se conserv en su elevado nivel sobreponindose las agitaciones que tenan lugar
junto ella.
Cuando la tormenta r u g e , el Papa ora.
Si al salir al balcn del Vaticano, vido de bendecir su pueblo, se le grita diciendo:
Fuera del gobierno los eclesisticos!
Po I X lanza sobre las masas una mirada de majestad, recoge el guante que se le arroja,
y contesta:
Nonposso,
on debbo, non voglio.
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Sublimes palabras que manifiestan que all donde est el deber, all est tambin la voluntad del Pontfice.
Si los Jesutas son objeto de las iras demaggicas, el Papa, desafiando la impopularidad,
se erige en su protector poniendo los perseguidos bajo el amparo de su justicia con un molu
profiri de 29 de febrero de 1848.
Hasta aqu la Revolucin vena presentndose exigente, desptica; era menester que se
manifestase sangrienta, que marcase una vez ms su frente con el estigma de Cain. Escogi
Rossi por primera vctima.
Rossi era bombre que baba pertenecido varios partidos polticos y que acab por aficionarse la Repblica francesa de 1 8 4 8 , envindosele Roma con una embajada. No puede
negarse, despus de todo, Rossi elevacin de miras, grandeza de carcter, energa en sus
arranques. Colocarse de parte del Sumo Pontfice durante aquella poca de peligro le pareci
en armona con su nobleza de sentimientos aquel bombre que viva bastante lejos del pontificado en das ms felices para esta institucin y para el que la representaba. Rossi que,
aunque ms observador y ms prctico que los carbonarios, no baba de serles antiptico
atendidos sus antecedentes, s capt los odios de la Revolucin desde el da en que, reconociendo la sinceridad y buena fe de Po I X , puso disposicin del Papa su entereza y su valor; las sectas en sus concilibulos le condenaron muerte.
Advirtise Rossi el peligro que corra; el animoso ministro respondi sin inmutarse:
La causa del Papa es la causa de Dios; y prosigui su camino.
Estaba en marcha el carruaje de Rossi cuando el cochero percibe un silbido y descubre
u n hombre de rostro siniestro que corre hacia la Cancillera. El conductor quiere detener los
caballos.
A d e l a n t e ! grita Rossi desafiando unos peligros que no ignora.
Se oye el chasquido del ltigo del cochero que hace trotar los caballos. A la puerta del
palacio, donde no estaba la guardia de carabineros, conforme se haba prevenido, hallbanse
sesenta hombres envueltos en capas de color oscuro que se mantenan silenciosos. El coche
penetra en el patio; entonces los embozados le cierran la retirada y empiezan silbar Rossi.
s t e , sin perder ni por un momento su serenidad caracterstica, se apea del,carruaje. No bien
hubo andado unos pasos cuando un hombre de mediana estatura le golpea con un palo en el
hombro derecho; Rossi se vuelve, resuelto rechazar la agresin; entonces se abalanza sobre l un asesino, le hunde en la garganta un pual que le abre una arteria y le deja muerto
instantneamente.
Los asesinos recorren las calles de Roma orgullosos de su hazaa tan criminal como cobarde, y llegan en su torpe cinismo hasta ir insultar en su justo llanto la viuda y los
hijos de la vctima.
La noticia del asesinato es recibida con transportes de jbilo en toda la Italia demaggica; ciudades enteras glorifican con himnos que hielan de horror el pual del tercer Bruto.
Ya el olor de aquella sangre empieza producir la embriaguez; ya se prepara el gran
crimen del regicidio unido al sacrilegio.
Turbas insolentes se presentan al Papa con exigencias injustificables; Po I X puede dejarse llevar por su gran corazn hasta los lmites de la indulgencia; pero nada del mundo es
capaz de hacerle faltar sus obligaciones; su deber sabr cumplirlo en presencia de la muerte
misma.
Se le manda una segunda comisin pidindole que ceda en nombre de Roma. Po I X contesta que los que tratan de imponrsele no constituyen la representacin de Roma; no son
ms que la rebelin triunfante, y l, que est dispuesto todo por el bien de Roma, no es
capaz de hacer nada por obedecer las imposiciones de una revuelta.
Los embajadores se muestran irritados con la muerte de Rossi, corren ponerse disposicin de Po I X y le dicen que sus pechos le servirn de escudo. El Papa manifiesta la ma-
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yor serenidad, habla lo mismo que si nada sucediese, y se limita slo de vez en cuando
retirarse su oratorio para pedir la inspiracin superior los pies del Crucifijo.
Encontrndose conversando con los embajadores la hora en que sola retirarse orar por
toda la cristiandad, el Papa se levanta para separarse de ellos. Los embajadores le instan
para que en tan crticas circunstancias no les deje, cuando se oyen las detonaciones cuyos
tiros dejaron sin vida Mons. Palma. Po I X dice dirigindose calmado los circunstantes:
Ved si necesito orar... dejadme que vaya rezar por estos extraviados !
Y se separa de nuevo vindosele apretar ardientemente el Crucifijo contra su pecho.
El valor de los demagogos se manifiesta apuntando los caones contra el palacio del Sumo
Pontfice; entonces el Papa declara que desde aquella hora se considerar como prisionero,
protestando que declina toda responsabilidad respecto ios actos del nuevo gobierno que se
ha constituido.
All se ve el cuadro de la ms negra y ms odiosa ingratitud. Los amnistiados de 1846
son los mismos que en 1848 tienen preso al Sumo Pontfice y piden su cabeza despus de
arrancarle su corona.
Se aconseja al Papa una evasin: Po I X vacila ante la idea de dejar su querida Roma
placer de los demagogos, esperando que todava su prestigio podr servir de egida unos
y de dique otros; pero ya todo era intil.
El 2 4 de noviembre, las cinco de la tarde, Mr. de Harcourt, embajador de Francia, llegaba al Quirinal en traje de ceremonia, precedido de batidores. Dijo que quera ver Po I X
y se le introdujo en el gabinete pontificio, cuya puerta se cerr inmediatamente. El Padre
Santo, sin perder un momento, cambia de traje, se viste de seglar, cubrindose con un paleto
felposo de invierno, calndose en la cabeza un gorro de seda negro y un sombrero de anchas
alas y sale por una puerta secreta.
El Embajador contina en el gabinete fin de no dar lugar la menor sospecha. Dos
horas ms tarde sala de la cmara pontificia Mr. de Harcourt, diciendo las personas que
haba en la antecmara que Su Santidad se hallaba fatigado y que se le dejase descansar.
El Padre Santo al salir del gabinete por la puerta secreta haba descendido un patio
que comunicaba con la habitacin de su mayordomo, donde, por previsin del embajador francs, vena ya situndose desde algunos das un coche .igual hora en el que suba despus
alguna persona. As dispuesto todo, el Papa subi este carruaje sin infundir la menor sospecha, reunindose m u y pronto en San Juan con el conde de Spaur, embajador de Baviera.
Media hora despus de despedirse de Mr. de Harcourt, Po I X estaba ya fuera de la capital.
E n Albano se encontraron con la seora del embajador de Baviera, con el cardenal A n tonelli y el Sr. Arnao, primer secretario de la legacin espaola, que le aguardaban en una
silla de posta.
Algo ms lejos, al cambiarse las caballeras, se ape l Padre Santo y acertando pasar
ua partida de carabineros romanos, el sargento, dirigindose Po I X , le dijo:
M u y tarde viajis; pero hace buen tiempo y por ahora h a y seguridad en el camino.
Al entrar en Forli le reconoci un oficial napolitano que no pudo menos de arrodillarse
sus pies.
Al saber la fuga del Papa, el gobierno revolucionario, el Crculo popular envi en su persecucin treinta hombres caballo que partieron todo escape; al llegar stos la frontera
napolitana acababa de atravesarla Po I X .
Amparado ya en el peasco de Gaeta, Po I X volvi ser rey y pontfice.
E l Papa, de riguroso incgnito, se hospeda en la fonda del Jardinet. Poco despus llega all
el rey de aples para arrodillarse los pies del ilustre proscrito; los embajadores acreditados cerca de la Santa Sede corren Gaeta y la aristocracia romana abandona sus palacios y
sus museos para ir constituir el cortejo de honor del Vicario de JESUCRISTO.
Era u n perodo en que ver reyes que huan de su corte ua de caballo, reinas que sos-
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teniendo en brazos sus hijos se alojaban en. modesto mesn, se haba ya hecho un espectculo tan comn, que ya nadie conmova. EDtre los papas mismos, los recuerdos de Po VI
y Po VII estaban todava muy recientes; no obstante, el inmerecido infortunio de Po I X ,
la negra ingratitud de que estaba siendo vctima, produjo un extremecimiento universal. El
siglo X I X . que est acostumbrado ver grandes infortunios, medir todo el llanto que cabe
en los ojos de un rey, nunca se ha conmovido tanto como al tener Po I X que huir de Roma.
Aquella Francia que cargaba de cadenas Po V I , la Francia de Napolen I constituida
entonces en repblica, es la primera en ponerse disposicin del afligido Pontfice, en ofrecerle su apoyo y abrir sus puertas al ilustre desterrado.
El general Cavaignac, jefe del poder ejecutivo, escribe lo siguiente Mr. de Corcelle:
Sabis ya los deplorables sucesos acontecidos en la ciudad de Roma, que tienen reducido
al Papa una especie de cautiverio.
Con motivo de ellos ha decidido el Gobierno de la repblica que cuatro fragatas de vapor, llevando bordo una brigada de 3,500 hombres, hagan rumbo Civita-Vecchia.
Ha resuelto adems que os dirijis Roma como embajador extraordinario con encargo
de intervenir en nombre de la repblica francesa para que se devuelva al Sumo Pontfice la
libertad personal en caso de que estuviese de ella privado...
Y si. en atencin las actuales circunstancias abrigase el Papa el designio de retirarse
momentneamente territorio de la repblica, contribuiris en cuanto de vos dependa la
realizacin del mismo, asegurando a Su Santidad que la nacin francesa le har un recibimiento digno de l y de las virtudes de que tantas pruebas ha dado.
-Espaa, Austria, las Dos Sicilias, todas las potencias catlicas se ocupan de la situacin
de Po I X .
El Papa rene al Sacro Colegio y en un documento que recordar siempre la historia, resea su martirio, expone sus elevadas miras y protesta contra los atentados de que es objeto.
Los caudillos de la faccin, dice, no cejando en su empresa, sino, por el contrario, e m pendose ella con audacia cada vez ms obstinada, no cesaron de desgarrar nuestra persona
y cuantos nos rodeaban por medio de odiosas calumnias y de ultrajes de toda ndole, al propio tiempo q u e , haciendo funesto abuso de las palabras ideas del santsimo Evangelio, no
teman, lobos rapaces con apariencia de corderos, arrastrar la multitud inexperta sus designios y propsitos, y derramar en los pechos incautos el veneno de sus falsas doctrinas.
Los subditos fieles de nuestro temporal y pontifical dominio nos han pedido con justo fundamento que los libertsemos de las angustias, peligros, calamidades y perjuicios que se vean
expuestos, y ya que los hay entre ellos que nos cousideran como la causa de tantas agitaciones (causa inocente, en verdad), rogrnosles que atiendan que desde nuestra elevacin la
apostlica Sede no se encaminaron otro fin nuestra partenal solicitud y nuestros pensamientos todos, segn antes hemos manifestado, sino mejorar por todos los medios posibles la situacin de los pueblos sometidos nuestra autoridad pontificia, esfuerzos nuestros que quedaron
frustados por las maquinaciones de hombres rebeldes y sediciosos, los cuales, por el contrario,
con permiso de lo alto, han podido realizar los proyectos que de mucho tiempo h no cesaban
de meditar y reforzar con los recursos todos de su malicia. Por eso repetimos aqu lo que en
otra parte dijimos, saber: que en la desecha y funesta tormenta que conmueve al universo
entero ha de verse la mano de Dios y oirse la voz de Aqul que con frecuencia castiga con
tales penas las iniquidades y crmenes del hombre para volverlo ms pronto los senderos
de la justicia. Escuchen, pues, esa voz los que se han apartado de la verdad, y abandonando
sus impas sendas vuelvan al regazo del Seor. Escchenle tambin aquellos que en medio
de los actuales nefastos acaecimientos sienten mayor inquietud por sus propios intereses que
por el bien de la Iglesia y la ventura de la cristiandad, y recuerden que de nada sirve al
hombre ganar el universo entero si llega perder su alma. Escchenle ademas los piadosos hijos de la Iglesia, y esperando pacientes de la providencia de Dios la salvacin, y p u r i -
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ficando cada da su conciencia de toda mancha de pecado, esfurcense en implorar las misericordias del Seor, en hacerse ms y ms agradables sus ojos, y en servirle con perseverancia.
Esto no obstante, despecho del ardor de nuestros deseos, no podemos menos de dirigir particularmente nuestras quejas y reconvenciones aquellos que aplauden y celebran el
decreto por el cual ha sido despojado el Pontfice de Roma de su dignidad y podero temporal , y afirman ser este mismo decreto eficaz medio para dar la Iglesia la libertad y la dicha. En alta voz declaramos aqu que no nos dictan estas palabras el afn por el mando ni
ABDEL-KADER.
la pena por la prdida de nuestro temporal podero, pues nuestra naturaleza inclinacin
nos apartan muchsimo de ideas y deseos dominadores. Las obligaciones de nuestro cargo son
las nicas que nos m u e v e n , para proteger la autoridad temporal de la Sede apostlica, defender con todas nuestras fuerzas los derechos y posesiones de la santa romana Iglesia y la
libertad de esta Sede, inseparable de la libertad y de los intereses de la Iglesia toda. A q u e llos que al celebrar aquel decreto afirman mil errores y absurdos, ignoran fingen ignorar
que si en la divisin del imperio romano en diversos reinos y potencias obtuvo el Pontfice
de Roma, quien Nuestro Seor JESUCRISTO ha confiado el gobierno y la direccin de la
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Iglesia, una potestad civil, fu por singular disposicin de la Providencia divina, sin duda
con objeto de que para gobernar la Iglesia y defender su unidad pudiese gozar de la plenitud
necesaria en el cumplimiento de su ministerio apostlico, pues sabido es que los pueblos fieles , las naciones y los reinos nunca deberan tener completa confianza en el Pontfice romano
ni tampoco obedecerle dcilmente al verle sometido la dominacin de un prncipe g o bierno extranjero y privado de su libertad. En efecto, de continuo temeran los pueblos fieles
y los reinos que conformase el Pontfice sus actos la voluntad del prncipe estado bajo
cuya dependencia se bailase, y sin duda que alegaran con frecuencia este pretexto para oponerse sus mandatos; digan sino los mismos enemigos del poder temporal de la Sede apostlica que imperan actualmente en Roma si recibiran con confianza y respeto las exhortaciones , consejos, rdenes y decretos del Sumo Pontfice mirarlo sometido la voluntad de
un rey de un gobieruo, y sobre todo estar bajo la dominacin de una potencia que de largo
tiempo estuviese en guerra con la autoridad pontificia.
La salida del Papa fu como la seal para que se constituyesen en Roma los rojos de toda
la Europa, los agitadores de todos los pueblos, los que no podan vivir en paz con ningn
gobierno, todos los aventureros polticos.
Establecise all una especie de puja entre los elementos ms demaggicos para ocupar el
poder, resultando el triunvirato, durante el cual Roma estuvo placer de M a z z i n i y de unos
cuantos aprendices de comunistas.
Inaugurse el reinado del derecho con la proscripcin de gran nmero de sospechosos,
con el saqueo de propiedades privadas; los bienes eclesisticos se dan quien menos ofrece
por ellos. A nombre de la libertad de conciencia el clero catlico es sustituido por agentes de
las sociedades bblicas, el oro de Inglaterra se utiliza en pervertir muchos que hasta entonces parecan adictos la Iglesia, y la arbitrariedad para destruir, para sembrar ruinas
queda erigida en ley.
Los amigos de Mazzini le aconsejan que organice el terror, lo que contesta el famoso
tribuno:
Vuestros consejos, en especial los referentes la organizacin del terror, no pueden ser
seguidos todava^; pero nos ocuparemos de ello. Hoy nuestro puesto es la brecha.
A todo esto se aade una de las ms escandalosas profanaciones. E n presencia de dos
tres cnsules de Estados luteranos calvinistas, que se dicen representantes del mundo cristiano, Mazzini quiere celebrar una Pascua revolucionaria en la baslica de San Pedro, cuyo
fin apela al poco clero que secunda la obra de destruccin con su misticismo demaggico.
Un presbtero llamado Spola sube al altar reservado nicamente los Pontfices, all celebra asistido por los padres Glavazzi y Ventura, y sobre el sepulcro de los Apstoles se entona
el Te-Deum de la Revolucin triunfante.
E n la plaza de San Pedro se lee, escrito en grandes caracteres el credo de la Iglesia revolucionaria que dice:
Nos, pueblo y rey, por la gracia de Dios, etc., hemos decretado y decretamos:
Los Papas todos, comenzando por Po I X , quedan privados de la potestad temporal, en
especial aquellos que se muestren hostiles la unin italiana. Nos, pueblo, con el poder que
fu y ser siempre el de Dios y del pueblo, enviamos Po I X nuestra maldicin, y con solemne anatema lo proclamamos depuesto. E n nombre de Dios y del pueblo queda para en
adelante desvanecida la eficacia de la excomunin, y en adelante tambin el Colegio de cardenales puede ser llamado colegio del infierno.
Despus de aquella fiesta Gioberti habla al pueblo diciendo:
Volveris ser los romanos de los antiguos tiempos; all donde tremole vuestra bandera, se extremecer de gozo la sombra de Bruto y despedirn rayos las pupilas de Mario.
Todos los discursos, todas las arengas que se pronunciaron en aquellos das estaban cortadas conforme al mismo patrn.
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Falta que la Revolucin tenga sus Hermanas de la Caridad, tarea que.se confia la
princesa Belgiojoso, la cual, para auxiliar los enfermos y asistir los heridos, logra slo
reunir unas cuantas prostitutas.
La misma princesa, en su Memoria, nos da conocer la dificultad de la obra que se le
haba confiado.
Un folletn de Mr. Eugenio S u e , dice, podra llenarse con lo que me sucedi en cada
uno de aquellos das. Instalada estaba en el hospital militar establecido en el Quirinal, de
modo que moraba en el palacio del P a p a , siendo mi estancia una de las celdillas en que se
encierran los cardenales en tiempo de cnclave. A semejanza del servicio que prestan las Hermanas de la Caridad en el Htel-Dieu de P a r i s , rodeme de algunas mujeres; pero como en
Roma no tiene el pueblo ni asomo siquiera de civilizacin, tanto que podra creerse que sali ayer de las selvas de Amrica, y slo los instintos obedece, no hay para que decir si
son malas las costumbres de las mujeres. Obligada tomar sin escoger cuantas se me presentaban con buena voluntad, no tard en conocer que sin pensarlo haba formado un serrallo. Entonces desped las jvenes y lindas enfermeras, y nicamente admit como tales
viejas contrahechas y desdentadas. Esto, empero, de nada sirvi, pues esas viejas tenan h i jas, y las que no, las tomaban prestadas; de modo que la moral y la decencia salan tan mal
libradas de manos de las sexagenarias como de las mozuelas, hasta que por fin convenimos
yo y las damas que me auxiliaban en el cuidado de los heridos, que lo nico que poda atenuar el peligr era una vigilancia por dems activa. Limpi, pues, mi personal lo ms que
pude y convertme en severa intratable duea, corriendo todo .el da de aqu para all con
un bastoncito en la mano para poner fin de pronto las conversaciones que pudiesen tomar
excesiva intimidad.
Cuando no el celo por la Religin, al menos el inters poltico haca que la Europa tratase de impedir que continuase establecido en la gran capital aquel foco de demagogia, cuyo
incendio habra de comunicarse los dems Estados.
La demagogia combatida por el ejrcito pacificador se retir vergonzosamente de Roma,
y el 12 de abril de 1850, el papa Po I X , conducido en triunfo desde aples su capital,
entraba en ella en medio de las aclamacionee populares ms entusiastas.
Po I X , lejos de abusar de su triunfo, establece una poltica de reconciliacin; es el P a dre que al abrazar de nuevo sus culpables hijos no se siente con fuerzas sino para perdonar.
Tras de poco tiempo de bienandanza para Roma iniciase una nueva conspiracin contra
el poder temporal de los Pontfices. El Piamonte empua en sus manos la bandera de la Revolucin , se habla de un pontificado meramente civil, se exhuman algunos artculos de la
constitucin civil del clero francs de 1790, se crean conflictos con Roma bajo cualquier pretexto. La prfida habilidad de Cavour ha de ser de peores resultados que las violencias de
Mazzini; se echa volar la palabra unidad italiana.
Napolen III se constituye en cmplice de la poltica piamontesa, y un prncipe que slo
tiene de notable los bigotes, una especie de hroe por fuerza, Vctor Manuel, se constituye
en expoliador de sus parientes y hasta del Vicario de JESUCRISTO ; y en las posesiones arrancadas los soberanos legtimos se establece un rgimen de libertad privando al clero de sus
bienes, de sus derechos y prerogativas, encarcelando sacerdotes, desterrando obispos.
Cavour est resuelto no cejar hasta dar por terminada su obra. Es hombre de recursos,
de palabra fcil; une todo esto una gran presuncin; Cavour utiliza los ms frivolos pretextos para hacer odioso el poder temporal; acude un hipcrita sentimentalismo con el que
se propone exponer falsas quejas de los romanos, y se vale de toda clase de sofismas.
El Piamonte, sin provocacin alguna, faltando todo lo que se debe una soberana independiente, manda sus emisarios para que preparen la separacin de las Romanas, anexionndolas Vctor Manuel sus Estados.
Po I X en 26 de setiembre de 1859 publica una Alocucin en que se lamenta de la per-
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fida poltica que se viene siguiendo para arrebatarle sus dominios, y de la obra de descatolizacin que se est realizando en provincias que hasta entonces haban permanecido fieles
la obediencia de los pontfices.
Excitados, dice, sobre todo por consejos extranjeros (exlemis consiis), por instigaciones y auxilios de todo gnero, que desde entonces los han vuelto ms osados, se han atrevido todo, lo han intentado todo para promover el desorden en las provincias de la Emilia (1)
sometidas nuestra autoridad pontificia, y emanciparlas de nuestro poder temporal de la
Santa Sede.
De este modo levantando en estas provincias la bandera de la revolucin y de la defeccin, y aboliendo el Gobierno pontificio, han empezado por restablecer dictadores pertenecientes al reino subalpino que, llamados luego comisarios extraordinarios y por fin gobernadores generales, se han arrogado temerariamente los derechos de nuestro poder supremo, y
han separado de los cargos pblicos los que por su notoria fidelidad al prncipe legtimo se
sospechaba que no se adheriran sus perversos proyectos.
Los hombres de esta ndole no han vacilado en invadir el poder eclesistico, publicando
nuevas leyes sobre hospitales, casas de maternidad, legados caritativos, y otros institutos y
actos piadosos. Hasta se han atrevido perseguir diferentes eclesisticos, expulsarlos y
aun poner presos algunos.
Llevados siempre de un verdadero odio contra la Sede apostlica, no repararon en r e unir el da 6 del ltimo mes en Bolonia una Asamblea llamada por ellos nacional de la Emilia,
y promulgar un decreto plagado de falsas quejas y pretextos, decreto en el cual, faltando
la verdad al hablar en nombre de la unanimidad de los pueblos, han declarado, en contravencin de los derechos de la Iglesia romana, que no quieren continuar sometidos al poder
temporal de los Pontfices, y al da siguiente votaron su incorporacin al reino de Cerdea,
tal como existe en la actualidad.
En medio de estas lamentables tentativas los jefes de la faccin no dejan de emplear todos sus esfuerzos en corromper las costumbres del pueblo por medio de libros y diarios publicados, ya en Bolonia, ya en otros puntos: en estos escritos se anima la licencia para que se
atreva todo; clmase de injurias al Vicario de JESUCRISTO en la tierra; se hace burla de las
prcticas piadosas; se ridiculizan las oraciones que forman parte del culto de la santsima
Inmaculada Virgen, y que estn destinadas implorar su poderoso patrocinio. E n los teatros
se ofende el pudor pblico, la caridad y la virtud; las personas consagradas Dios se ven
expuestas al desprecio y la risa de todos.
Los que todo esto hacen, aseguran que son catlicos, que honran y respetan la autoridad y el poder espiritual y supremo del Pontfice romano. Ya se deja comprender cuan falaz
es semejante aseveracin; con efecto, los autores de estos actos conspiran con todos los que
hacen la ms encarnizada guerra al Pontfice romano y la Iglesia catlica, con los que emplean todos sus esfuerzos en q u e , si es que alguna vez pudiese verificarse semejante desconcierto, sean arrancadas y extirpadas de todas las almas nuestra divina Religin y su doctrina
salvadora.
As, pues, vosotros especialmente, Venerables Hermanos, que participis de nuestros
trabajos y desazones, comprenderis fcilmente cul es nuestro dolor, y la indignacin y la
tristeza en que nos acompais todos vosotros y todos los hombres de bien.
El episcopado en masa protesta contra la iniquidad de que era objeto el Sumo Pontfice.
Entonces, como siempre, se dej oir la voz del sabio obispo de Orleans, del enrgico defensor de los derechos de la Iglesia, el cual terminaba una elocuente pastoral diciendo:
Hijo fiel de esa santa Iglesia romana, madre y seora de las dems, protesto contra la
impiedad revolucionaria que desconoce sus derechos y quiere arrebatarle su patrimonio.
Como obispo catlico protesto contra la humillacin y degradacin por que se quisiera
(1)
Romana.
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hacer' pasar al primer Obispo del mundo, aqul que representa al Episcopado en su p l e nitud.
Protesto en nombre del Catolicismo cuyo esplendor, dignidad independencia se quisiera disminuir atacando al Pastor universal, Vicario de JESUCRISTO.
Protesto como francs: quin no se humilla de ver, pesar dlos consejos y protestas
del Emperador, ese miserable resultado de nuestras victorias y de la preciosa sangre de nuestros soldados?
Protesto en nombre del agradecimiento que me presenta en la historia los Soberanos
Pontfices como el smbolo luminoso de la civilizacin europea, como los bienhechores de la
Italia, y en los das de los mayores peligros, como los salvadores de su libertad.
Protesto en nombre del sentido comn y del honor, que se indignan de la complicidad
de una soberana italiana con las insurrecciones y los revoltosos, y de esa conjuracin de bajas inteligentes pasiones, contra principios reconocidos y proclamados en el mundo cristiano por todos los grandes y verdaderos polticos.
Protesto en nombre del poder y del derecho europeo contra la violacin de las majestades,
contra las brutales pasiones que han inspirado con frecuencia los atentados ms cobardes.
Ya que es preciso decirlo todo: protesto en nombre de la buena fe contra esa ambicin
mal contenida y mal disfrazada, esas respuestas evasivas, esa poltica desleal cuyos tristes
espectculos estamos viendo.
Protesto en nombre de la justicia contra el despojo mano armada, en nombre de la verdad contra la mentira, en nombre del orden contra la anarqua, en nombre del respeto contra el desprecio de todos los derechos.
Protesto ante mi conciencia y ante Dios, la faz del pas, la faz de la Iglesia y la
faz del mundo. Que encuentre no encuentre eco mi protesta, yo cumplo un deber.
Mientras la conducta de Vctor Manuel merece la reprobacin, no slo de los catlicos,
sino de todas las personas honradas, obtiene el aplauso de los revolucionarios.
Mazzini le escribe:
Seor, sois fuerte. Tenis el poder invencible que os da voluntad unnime de un pueblo de veinte y seis millones de almas; ms fuerte que cualquier otro prncipe de Europa,
atendiendo que ninguno posee tanto como vos el amor de su nacin.
Seor, queris tener la Italia llena de entusiasmo, de fe y de accin? Queris tenerla fuerte hasta el punto de hacer temblar la diplomacia y hacer abortar todos los planes
funestos imaginados contra ella? Atreveos.
Creo, seor, que brilla en vos una centella de amor y orgullo italiano. Si es as, si lo
que he experimentado al leer algunas de vuestras recientes contestaciones llenas de sencillez
y espontaneidad, dirigidas con no s qu intencin aduladora, no ha sido una ilusin de mi
mente, ser que carezcis de energa suficiente para vivir de vida propia?
La diplomacia es como los fantasmas nocturnos, amenazadora, gigante los ojos del
que t e m e ; pero se convierte en humo ante los que la acometen resueltamente.
La obra de la Revolucin sali triunfante pesar de los nobles esfuerzos de los generales Lamoricire y de Pimodan, que pusieron su espada disposicin de la ms noble de las
causas. El 10 de octubre de 1860, el Piamonte, con el mayor descaro, con un ejrcito i n mensamente mayor al pontificio, atraviesa las fronteras de los Estados pontificios. El 12 los
piamonteses toman Pesaro; el 14 se apoderan de Perusa despus de un reido combate,
quedando prisionero Mr. S m i t h , uno de los hroes de las fuerzas pontificias.
El 17 entra en Fano el general Cialdini, apoderndose de trescientos prisioneros; el 19 se
traba una gran batalla de la que resulta muerto el valiente coronel Pimodan, dejando los
pontificios en poder de los piamonteses seis caones y seiscientos prisioneros. Cuatro mil pontificios capitulan en Loreto el 2 0 , vindose Lamoricire precisado encerrarse en Ancona,
donde se disuelve su ejrcito.
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E n Castelfidardo se reprodujeron las heroicas escenas de la poca de las cruzadas. La defensa fu heroica, y si al fin las tropas de Lamoricire tuvieron que ceder la gran superioridad del nmero, no lo hicieron sino despus de luchar con extraordinario valor. Batalln
hubo que contando con doscientas ochenta plazas qued slo con noventa hombres; de algunas compaas no quedaron sino siete hombres; de cuatrocientos franceses que salieron de
Loreto no volvieron ms que ciento veinte.
Aquellos valientes antes de entrar en batalla confesaban y comulgaban, y he aqu porque
despus de batirse como hroes, supieron morir como mrtires.
Tenemos la vista la copia de la carta de un herido que dice su madre:
Mi apreciada mam: El 18 el general Pimodan, la cabeza de cuatro cinco mil h o m bres, intent forzar la posicin de los piamonteses, parapetados fuertemente en nmero de
treinta cuarenta mil una milla de Loreto. No hemos vencido, pero la resistencia del batalln de voluntarios ha admirado altamente los piamonteses. Ms de tres cuartos de hora
haca que nuestro pequeo ejrcito estaba en retirada y los artilleros haban abandonado sus
caones, cuando nosotros ocupbamos an la posicin que habamos tomado en un principio.
Aunque herido, yo admiraba la tenacidad de mis cincuenta compaeros que no han querido
rendirse sino al recibir la orden de Gosbriant, cuando no.quedaban ms que tres que hubiesen sido respetados por las balas... Mi herida es bastante g r a v e , aunque hoy me encuentro
algo mejor, y no desconfo de la curacin. Por lo dems, en el combate peda Dios me ayudase para cumplir mi deber y saber morir bien. Despus de mis heridas, as como el da 18 no
tema las balas, tampoco ahora temo la muerte. En Bretaa pueden presentrseme pocas
circunstancias para morir con tan buenas condiciones para ganar el cielo. Caso que tenga de
morir, espero tener la muerte dulce y tranquila del joven que ha cumplido con un sagrado
deber...! Si Dios me llama hacia s, querida madre, mi ltimo pensamiento ser para vos.
Este era el bello lenguaje que usaban todos aquellos jvenes que iban morir por la causa
del pontificado, que es la de la libertad de la Iglesia.
El obispo de Tours, al ocuparse de aquellos hechos, exclamaba:
Cunto valor! cunto herosmo! Eran uno contra diez,.y no han reparado en dar su
vida por la santa causa! Ellos han sido muertos, mas no vencidos. El jefe enemigo ha reportado la victoria; mas el derecho sobre el cual descansa el trono de su seor ha sucumbido.
Consulense las familias de las nobles vctimas! sus hijos han escrito en la historia una
pgina como aquellas que han transmitido hasta nosotros la gloria de' los Macabeos y de la
legin tebana! Consulese el ilustre guerrero que no ha podido conducir sino la muerte su
batalln sagrado! Para los cristianos, morir es vencer; ellos no han obtenido otras victorias
durante los tres primeros siglos de la Iglesia:
Si mourir p)our son prince est un illustre sort,
Quancl on meurlpozcr son Bieu, quelle sera la mort.
Desde entonces, consecuencia del triunfo de la fuerza bruta, sobreponindose la ley,
al derecho, el poder temporal qued reducido los lmites de Roma.
Aun la iniquidad no estaba consumada; la ambicin del Piamonte no haba de darse por
satisfecha hasta haber penetrado en el Quirinal.
Cavour prosigue su nefanda obra con una tenacidad toda prueba; pone en juego todos
los resortes imaginables; acude todos los sofismas de la diplomacia y llega decir que lo
que l se propone es en inters mismo del pontificado. Tambin lo haba dicho Napolen I,
tambin lo haban dicho todos los adversarios de la Santa Sede. Cavour pretende justificar
sus planes invocando el testimonio de uno de los primeros campeones de la causa catlica, del conde de Montalembert. Era un torpe insulto dirigido una de las glorias ms ilustres del siglo X I X , al gran genio de la tribuna quien ms tarde, contra los odios de unos
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antiguo honor britnico, y un Gladstone para insultar el pudor filial de todos los catlicos,
calificando al Pontfice y su padre de mendigo sanguinario.
...Vuestros auxiliares son en Francia esos escritores de la prensa democrtica que os
aprueban, os admiran, os defienden, os excitan, os repiten, ms bien, cuyas lecciones vos
repets y practicis. Han dicho antes que vos, que la autoridad espiritual del Papa crecera medida que se desembarazara de los mezquinos cuidados temporales, y que el jefe de
la Religin catlica ganara en respeto todo lo que perdiera en territorio. Protestan todos
los das de su profundo respeto hacia la Religin y hacia la persona del Papa; pero todos los
das tambin denuncian al poder todos los actos y todas las palabras de los Pontfices y de los
defensores de la Iglesia; todos los das resucitan penas olvidadas, y reclaman medidas de exclusin y de proscripcin contra las instituciones catlicas, contra las asociaciones monsticas ; todos los das solicitan la destruccin de esa libertad de enseanza mezquinamente dada
por el Gobierno parlamentario; todos los das requieren la disolucin de esas comunidades
religiosas y caritativas, hijas de la abnegacin, cuya multiplicacin es el signo ms consolador de nuestra poca; todos los das se quejan de que no se ponga la mano de la polica sobre la boca de los Obispos, y que no se sometan la tijera de la censura las encclicas y alocuciones.
Detras de la oracin y de la caridad esos liberales muestran al poder, con un gesto serv i l , complots y conspiraciones. Esos liberales denuncian las conferencias de San Vicente de
Paul la vindicta de las leyes, y la vez los furores populares. Comparan las Pequeas
Hermanas de los pobres, esa creacin maravillosa de la misma pobreza, la comparan, lo
dir? una plaga infecta, una inmunda colmena de mosquitos; es frase de la Opinin nacional.
Abrid al azar uno de esos peridicos, veris siempre en ellos las manos y las plumas
tendidas hacia el poder, ofrecindole mordazas y grillos para los catlicos. Vigilancia, autorizacin , interdiccin, represin, supresin, h aqu el eco perpetuo que sale de esas oficinas de esclavitud. Mendigan como el favor ms precioso la persecucin de sus adversarios.
Ayer mismo saludaban con los apostrofes de una abyecta alegra la resurreccin de una penalidad infamante contra la simple crtica de los actos del poder, y su ltima palabra se halla
en esos escritos que no se rechazan, que reclaman sin ms que el Emperador se haga Papa
en nombre de los principios humanitarios inaugurados en 1789. La libertad de la palabra les
es tan odiosa como la libertad de la oracin y de la caridad. Si un generoso Obispo levanta
de paso el guante que todos los das dirigen al Episcopado, esos difamadores cotidianos le responden con un proceso de difamacin. Si la puerta entreabierta de las Asambleas deja resonar en el corazn de la Francia adormecida los acentos de una elocuencia inacostumbrada, y
descubre la existencia de una oposicin tan concienzuda como imprevista, esos fieros patriotas provocan al instante la disolusion inmediata de una corporacin bastante culpable para
decir lo que piensa, bastante atrevida para escuchar y admirar los defensores de la Santa
Sede. Toda resistencia, como toda independencia, les es insoportable. La Iglesia, que resiste
siempre y que no depende de nadie, les inspira tanta antipata como terror.
Y este propsito permitid que os afirme, seor Conde, que estis en un error creyendo
que los catlicos son los que necesitan convertirse vuestras nuevas teoras sobre las relaciones de la Iglesia y del Estado. Qu catlico no sera feliz con recibir la libertad de la
Iglesia? Durante veinte aos, desde 1830 1850, todos la hemos deseado, todos la hemos
pedido como una consecuencia de la libertad que se proclamaba. Los catlicos estn, pues,
convertidos, y los liberales son los que deben convertirse: los que deben convertirse son los
ministros, que reservan para todos los sermones de los sacerdotes el comentario de un proceso
verbal de un gendarme; son los fiscales, que pretenden recoger las bulas y tranquilizar las
conciencias; son los gobernadores, que quieren salvar el Estado disolviendo sociedades tan
poco secretas, que sus miembros llevan sus opiniones escritas en el color de sus trajes; son
8!W
los periodistas, que quieren que las religiosas tengan el derecho de dar, con tal que se las
niegue el de recibir; son los escritores, que odian los frailes porque no son seglares; v persiguen los seglares caritativos porque no son frailes.
.. .Pretendis probar hasta la evidencia los ms incrdulos la sinceridad de vuestras proposiciones. Decs que vuestro sistema quiere la libertad para todo... libertad completa en
las relaciones de la Iglesia y del Estado. Prometis al Papa, al Obispo do los obispos, ol
respeto y la libertad, con la sola condicin de despojarle de su poder temporal. Pero, cmo
habis ya tratado los obispos, sus hermanos, que no tienen poder temporal, y que son vuestros subditos como queris que l llegue serlo? Tenais un arzobispo en Turin; Qu habis
hecho con l? Le habis arrancado de su silla, y le habis desterrado Francia sin juicio
ninguno. Tenais otro arzobispo en Cagliari; dnde est? Deportado en Roma. Tenais un
cardenal arzobispo en Pisa; le busco, y le encuentro preso en el Piamonte. Tenais un cardenal arzobispo en aples; de qu respeto y de qu libertad goza? Cada da le vemos ultrajado impunemente en su palacio por hordas de amotinados, y cuando quita la palabra
sacerdotes que l juzga indignos, vuestra autoridad civil les obliga subir al pulpito. Son
esas las prendas que deben tranquilizar los fieles del mundo entero sobre la suerte de su
Padre, y al mismo Papa la libertad futura de su ministerio? Tenais monasterios que haban
sobrevivido la tempestad revolucionaria; qu habis hecho de ellos?
Los veo en todas partes despoblados, profanados, confiscados. No habis expulsado violentamente de sus monasterios virginales las religiosas arrojndolas la calle? Vos, que ambicionis la tumba de san Pedro, qu habis hecho de la tumba de vuestros antiguos reyes?
Sus restos descansaban en Hautecombe, bajo la guardia de los hijos de san Bernardo, los
que habis secularizado, es decir, despojado. En la Umbra, en las Dos Sicilias, la supresin
de la vida religiosa, la confiscacin de los bienes monsticos ha seguido detras como una consecuencia necesaria inmediata de la bandera piamontesa.
Tenis peridicos catlicos, qu hacis con ellos? Todos los correos nos traen la noticia de alguna nueva persecucin, de un proceso, de una multa contra esos catlicos, slo
contra esos catlicos.. Sin embargo, en vuestras leyes tenis la de la libertad de imprenta:
todo el mundo puede usar y abusar de ella impunemente, excepto los catlicos. Ya veis que
estis de acuerdo con vuestros auxiliares de Francia y de todas partes, y q u e , como todos
ellos, practicis la libertad para todos, excepto para la Iglesia. E n todos los pases que dominis se ve la Iglesia perseguida, insultada y despojada; los obispos desterrados, los escritores encarcelados, los peridicos catlicos arruinados, los sacerdotes ultrajados y perseguidos , los monasterios cerrados y profanados, las religiosas arrancadas de sus celdas
violadas: h aqu los ttulos que os acreditan nuestra confianza y nuestro agradecimiento.
Sois hace diez aos el autor el agente de la persecucin, del despojo, de la usurpacin, de
la violencia, y arrojando opresin iniquidad por todos vuestros poros, os atrevis mirarnos de frente y tendernos la mano exclamando: H aqu la libertad!
...H aqu vuestras obras, h aqu vuestras palabras. Pero iba olvidar vuestra obra
maestra. No enviasteis, la vspera del da de la emboscada, vuestros dignos lugartenientes Cialdini y Farini ante el Emperador de los franceses para asegurarle que entrabais en
las Marcas y la Umbra slo fin de restablecer en ellas el orden sin tocar la autoridad
del Papa, y para dar, si necesario era, una batalla la Revolucin en el territorio napolitan o?
Hoy decs que hace doce aos que estis conspirando para conquistar la unidad de Italia y la ocupacin de Roma; que ella ha sido la estrella de la poltica piamontesa; que queris hacer de ella la esplndida capital de Italia. Y hace doce aos precisamente que vuestro
antecesor Grioberti rechazaba como una infamia, as lo deca, la sola idea de anexionarse las
Legaciones.
Y con esa sangre en las manos, con tantas mentiras sobre la cabeza, os presenlais al
T . II.
10.'
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mundo catlico ofreciendo reconciliar el Pontificado con la autoridad civil, la Religin con
la libertad?
A h ! Pero el Papa os lia respondido de antemano en su Alocucin de 18 de marzo, pobremente traducida y publicada por el Monitcur, el da mismo en que se publicaba en l
vuestro discurso. A ciertos hombres que le piden Su Santidad que se reconcilie con el progreso, el liberalismo y la civilizacin moderna, dicindose los verdaderos y sinceros amigos
de la Religin, Su Santidad les responde: Nos podramos dar crdito sus palabras, si los
tristes acontecimientos que se realizan hoy los ojos de todos no probaran evidentemente
lo contrario. Y enumera, como yo acabo de hacerlo, algunas de vuestras maldades, presentando el reciente rompimiento del Concordato de aples, que es la ltima de vuestras
hazaas de ese gnero; hace ver que en todas partes los hombres de vuestra estofa slo se han
ocupado en despojar la Iglesia de sus posesiones y de su autoridad, concediendo la libertad
sus enemigos y negndosela a ella. A esa civilizacion|, dice con justicia, hujusmodi
igitiii' civilalis, que tiene por sistema premeditado debilitar y acaso concluir con la Iglesia,
cmo se quiere que la Iglesia, madre y nodriza detoda civilizacin , tienda la mano y haga
alianza con ella? Recuerda en seguida lo que les haba concedido esos hombres antes que
la revolucin reemplaz la reforma, el pual del escrutinio.
Recuerda tambin los consejos que se le han dado, y que l ha seguido, excepto aquellos que le imponan la sancin del despojo. Se cree tambin autorizado condenar, la h i pocresa de aquellos q u e , despus de haber insultado y oprimido la Iglesia, la invitan
reconciliarse con la civilizacin y con la Italia. Dice, con la noble confianza de quien
nunca ha hecho dao nadie, que con nadie tiene que reconciliarse. Y aade en un lenguaje
tan magnfico que nunca podris ni emplear ni comprender: Cmo el Pontfice romano,
que saca su fuerza de los principios de eterna justicia, podra faltar ella? Cmo se a t r e ven pedir esta Sede apostlica, que ha sido siempre, y que siempre ser, el baluarte de
la justicia y de la verdad, que proclame que una cosa injusta y violentamente arrancada
puede ser tranquila y honradamente poseda, erigiendo as en principio que la iniquidad
que triunfa no entraa ningn ataque la santidad del derecho? Dicho esto, seguramente
tiene el derecho de recordar, despus de haberla apoyado con esa nueva prueba, la bella frase
de Mr. Barthe en el Senado francs: El Papa es el principal representante de la fuerza mor r a l en el mundo.
Confiadnos, digo yo vuestros amigos, qu medios tenis reservados para fundar la civilizacin, el progreso, la libertad sin religin. Ignoris q u e , pesar de los esfuerzos h e chos para destruirla, la religin de los pueblos es toda su moral, que el Cristianismo form
y sostiene toda la superioridad de Occidente, y que ese gran ro, dividido, no tiene ms fuente
pura y vivificadora que el Catolicismo? Con qu religin sustituiris al Cristianismo, y
dnde encontraris el Cristianismo puro, inmutable y completo, fuera del Catolicismo? Se lo
pregunto todos los hombres de buena fe que tienen alguna nocin de la vida moral de las
sociedades esparcidas en este momento sobre la tierra: sin la Iglesia catlica, hubieran conservado los protestantes la idea de la divinidad de JESUCRISTO? Pero aun es esto poco: hubieran acaso los filsofos establecido la idea prctica de un Dios vivo, sin la Iglesia? Cubrid
con otra nube esa gran fe, oscureced con vuestro aliento, separad con vuestras manos la luz
brillante que alumbra las profundas tinieblas de que viven rodeados los pobres humanos, y
habladles luego de civilizacin, de progreso y de libertad!
A h ! Habis descubierto que nuestra Iglesia y vuestra civilizacin se separan; llorad
sobre la verdadera civilizacin que no sobrevivir su madre, que es la Iglesia catlica.
O, ms bien, no juguis con esas grandes cosas ni con las palabras que las expresan. No os
sirvis de ellas para cubrir designios que nada tienen de comn con la verdadera civilizacin,
con el verdadero progreso, con la verdadera libertad.
S, repitmoslo con el Soberano Pontfice: Es necesario devolver las palabras su sig-
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uificacion propia. No slo la Iglesia sino la honradez se horroriza al observar que so piden
al lenguaje las m i s nobles expresiones para cubrir las acciones ms bajas. El lenguaje de los
hombres no tiene defensa; se ve que es tambin un poder espiritual, y as se va saquear
sus tesoros, arrebatarle sus adornos ms brillantes, y por su disfraz casi sacrilego, y como
los paganos llamaban las furias ngeles de paz, se llama al desorden civilizacin'y la violencia libertad.
En cuanto nosotros, admiramos la contestacin que ocho das antes de vuestro primer
discurso os daba el Pontfice quien pretendis despojar, juzgndoos y condenndoos de antemano, no slo en nombre de la Iglesia, de la que es Jefe, sino tambin en nombre de los
principios de eterna justicia. Nosotros nos gloriamos de tener por Jefe este anciano sacerdote, que sostiene el derecho, y que no quiere mentir, en una poca en que la mentira ha
llegado ser el primer elemento de la poltica y la primera condicin de triunfo. Y toda vez
que citis al Dante, permitidme os invite reconocer en Po I X el modelo del Justo, tal cual
fu por l descrito en un verso inmortal.
E l giusio Mardocheo
Che fu al dir ed alfar
c
cosi'ntero.
...Pero dejemos un lado lo que habis hecho, y hablemos de lo que contis hacer. Hablemos de vuestros nuevos proyectos y del porvenir que nos aseguran.
Supongamos que vuestro pasado queda cubierto con un velo; supongamos que vuestros
precursores, vuestros auxiliares, vuestros antecedentes quedan en olvido. Supongamos que
tenis todava la virginidad del honor y de la palabra jurada, lo menos que os ba venido
la virtud del arrepentimiento. Llamis la puerta de la Iglesia romana, presentndoos con
una nueva actitud y con nueva frente-, con la actitud de un doctor y de un aliado, con la de
un prudente y generoso bienhechor: enhorabuena. Tenemos, pues, que estis convencido de
la verdad de este texto de san Anselmo, que veinte aos h exhumamos contra adversarios
mucho menos temibles: Dios nada quiere tanto en este mundo como la libertad de su Iglesia.
Tenemos que vens traer la Iglesia esa libertad como un presente inestimable, tan inestimable como que debe pagarlo costa del ltimo fragmento que le queda de este patrimonio
secular de que vos la habis despojado previamente casi por completo. Vos le ofrecis la l i bertad, es decir, la garanta y la recompensa del derecho. Pero vos le hacis esta oferta en
cambio de qu? De la infraccin ms escandalosa que nos ofrece la historia. Que la Iglesia
sancione este crimen y ser libre! Lo que nadie se atrevera pedir la Iglesia si se tratase
del derecho de otro, vos os atrevis imponrselo, porque se trata del suyo, es decir, del
nuestro, todos los catlicos de Europa y del mundo, testigos indignados y temblorosas vctimas de vuestros ataques.
...Pero qu vale todo esto al lado de lo que hemos podido ver en doce aos h que vais
siguiendo vuestro destino? Habladnos de un rey legtimo, de un rey de antigua raza, slidamente sentado en el trono de sus abuelos; habladnos de un caballero de la Santa Anunciat a , como vos, para conducir buen trmino las conspiraciones y las revoluciones. H aqu los
que realmente entienden la cosa, y excepto dos tres intratables como Graribaldi y Mazzini,
todas las revoluciones del mundo reconocen espontneamente en vos y en vuestro soberano
sus seores y modelos.
Nada entumece tanto el orgullo humano como la satisfaccin de haber sido el primero
en hacer lo que nadie ha hecho. Vos tenis esta satisfaccin: Habis perfeccionado de un
modo notable el arte de rasgar los tratados y rectificar las fronteras por medio de la fuerza.
Pero en la historia no hay otro ejemplo igual, ni remotamente, vuestro ltimo hecho; hablo de la historia de la vida pblica y de las relaciones regulares de las naciones civilizadas.
Pues se ha visto que, hijos apremiados por acreedores ocultos, han empeado los bienes de su
padre y han prometido por escrito lo que llaman sus esperanzas. Se ha visto atisbar, esperar
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y luego capturar en el Ocano buques desarmados. Pero lo que nunca se haba visto, es el
ministro de un rey que, hablando en una asamblea pblica, exclama: H aqu la capital de
mi vecino; sera mi capital; su rey, que es mi Pontfice, no la ha abandonado, la conserva
todava; la cruz de la Iglesia y la bandera de la Francia se presentan mi vista; yo las arrollar. Roma me pertenece en nombre de la geografa; la Francia me ceder el paso en nombre de la no intervencin, y el Padre Santo me absolver en nombre de la libertad.
Verdad es que os tomis tiempo y precauciones. Cuando el gran Conde arrojaba su bastn de mando entre las filas de sus enemigos, corra recobrarlo con peligro de su vida. Vos,
que arrojis el cetro de vuestro rey la faz de sus aliados y del Padre Santo, no exponis su
persona ni la vuestra, y con un arte desconocido hasta el presente, haciendo pasar los procedimientos de crdito usados en poltica, os contentis con firmar u n pagar plazo indeterminado, una revolucin la vista, y este expediente os autoriza para dirigiros hacia G a ribalcli y decirle: Paciencia, es cuestin convenida; y luego la Europa le decs: Paciencia,
es una cuestin aplazada.
A esto lo llamis obrar slo por medios morales.
El lenguaje que acabis de usar ha sido m u y aplaudido, lo s ; los peridicos de todo el
mundo se extasan ante vuestra audacia. Estoy convencido de q u e , en el secreto de vuestra
inteligencia y de vuestra conciencia, no estis m u y orgulloso de esos aplausos."
Ya lo sabis; lo que habis dicho recientemente en el Parlamento de Turin no poda decirse sino all. Entrad en una escuela de nios, y probadles que es moral lo que hacis. Subid la ctedra de una facultad de derecho, y probad los estudiantes que es justo lo que
prometis. Reunid un congreso, y sostened que es lcito lo que habis dicho. N o ; esto no poda tolerarse sino en el seno de un parlamento de cmplices.
Es posible, sin embargo, que yo me equivoque, y que, demasiado escrupuloso, me olvide
de contar con la oculta pasin del corazn humano que codicia el bien ajeno. Puede que en
un congreso de diplomticos se aclame y utilice vuestro principio. Poseer Constantinopla,
dir la Rusia. Poseer la ribera izquierda del R h i n , dir la Francia. Poseer los pequeos
Estados alemanes, dir la Prusia. Poseer Lisboa, dir la Espaa. Qu dir la Inglaterra?
sta sabr adjudicarse su parte, y no paso por ella el menor cuidado. Pero si vuestras mximas han de prevalecer, cirrense las aulas de derecho, los cdigos de moral y las colecciones de tratados, subamos la cumbre de un monte en compaa del demonio de la codicia,
miremos nuestros pies los reinos de la tierra, y si adoramos este demonio, nos los dar.
Entonces ser ms que nunca ocasin de invocar el testimonio de uno de los vuestros,
de Mr. Edgardo Quinet, gran enemigo de la Iglesia, pero que la veng de antemano con esas
admirables palabras: Si los hombres no toman por lo serio la violencia, si sta no arrastra
contra el que la ejerce ninguna idea de justicia y de reparacin, si, al contrario, todo debe
convertirse en reconocimiento, quin querr en adelante abstenerse de una violencia afortunada?
Seor Conde, sois un gran triunfador. Tenis el xito, tenis la popularidad, tenis el
poder. Qu os falta? La historia lo dir, como lo dice Po I X . Tenis necesidad de que se
os perdone.
Hasta que hayis merecido y solicitado ese perdn que os espera, la historia os dar un
puesto aparte en la reprobacin de los cristianos. Os lo digo sencillamente y con ms dolor
que clera, sois un gran criminal.
Lo sois ms que Mazzini, que sigue su profesin de conspirador y regicida, en tanto
que vos no segus la vuestra de hombre de Estado, de ciudadano y de ministro. Lo sois ms
que Garibaldi, cuya misma enemistad no poda rehabilitaros: Garibaldi es u n pirata; no es
un hipcrita: dice netamente que el Pontificado es u n cncer, y que la Italia, tal como l la
suea, debe ser protestante; no pretende servir los intereses verdaderos y ms duraderos del
Ca. I.nl'icixinn
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Creo en las promesas eternas; pero aun cuando no creyera, aun cuando creyera en el
triunfo definitivo de Maquiavelo y en el vuestro, no protestara menos. N o ; no son los peligros
de la Iglesia los que me alarman y me sublevan. Lo que me subleva es el espectculo que
da boy la Italia al gnero humano sacrificando los groseros instintos de la multitud todo lo
que hay en los corazones de ms digno, de ms ntegro y de ms delicado; lo que me indigna
es ver la fuerza como oprime cobardemente la debilidad, la mentira como ahoga audazmente la verdad, al nmero como aplasta al derecho, los conspiradores como confiscan
el libre arbitrio de las poblaciones, al tumulto de la calle como sofoca la libertad de las a l m a s , la traicin como acaba con el honor. Aun cuando yo fuera, no catlico ni francs,
sino chino pagano, me bastara levantar la mirada hacia esos principios de eterna justicia
generosamente invocados por Po I X y audazmente violados por vos, para sentirme i n d i g nado contra todos vosotros, invenciblemente incrdulo todas vuestras promesas.
No bastaba dejar reducido al Papa los estrechos lmites de la capital del mundo catlico. El sacrilego despojo deba consumarse en toda su extensin; y oradores y peridicos, y diplomticos y prncipes, se conjuran para arrebatar el ltimo resto del poder temporal de los
pontfices. El poder temporal es el derecho, es la libertad de la institucin ms fecunda que
puede existir sobre la tierra Mas, como si se obedeciese satnica inspiracin, el atentado se
realiza.
El Papa, colocado primero al amparo de la bandera francesa, se ve despus vctima del
mayor abandono, y durante la guerra franco-prusiana Po I X se ve inicuamente desposedo
de la ciudad de Roma.
Hubo quien confi, bien infundadamente por cierto, en que tal vez laPrusia protestante
se encargara de la restauracin de la Roma catlica. La desilusin no pudo ser ms completa. El canciller Bismark realiz un sistema completo de persecucin contra la Iglesia catlica, contra su clero, contra sus instituciones; proscripciones de obispos, rdenes de
destierro contra celosos sacerdotes, contra ilustres catlicos, y medidas las ms despticas,
todo se ha empleado, no ya para combatir el vuelo que el Catolicismo iba tomando en Alemania, sino para ver.de ahogarlo, cooperando la obra de Bismark la nueva secta de viejos
catlicos.
XIV.
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La catlica Espaa vena considerando como un gran ttulo de gloria la unidad religiosa.
Con el pretexto de que era menester que entrramos en el concierto de las naciones se proclam, por parte de los revolucionarios, la libertad absoluta de cultos que, en nuestro pas en
donde no la aconsejaba ningn inters, baba de acabar en persecucin contra los catlicos.
Estos, al procederse las elecciones de diputados, enarbolaron la bandera de la unidad dispuestos sostenerla con todos sus recursos pero dentro del terreno legal. Entonces pudo apreciarse una vez ms lo que era la libertad revolucionaria.
El 15 de enero de 1869 renense en Barcelona, en el espacioso saln de la Lonja, ms de
cuatro mil personas, con el propsito de patrocinar los candidatos que ofreciesen defender
la unidad religiosa. All fueron los demagagos que, creyndose dueos de la situacin, trataban de imponer su tirnica dictadura. A cada frase de un orador catlico ellos respondan
con gritos; los silbidos de stos queriendo sobreponerse los aplausos de los catlicos, dieron
lugar una gran confusin. Las advertencias de la mesa fueron desatendidas; y si despus de
muchos esfuerzos el presidente logra imponer algn silencio se aprovecha de l un revolucionario para gritar:
Maldita sea siete veces la libertad; yo reniego de la libertad si sta ha de servir para
defender al Papa y los Jesutas.
Al menos el demcrata D. Gaspar Viets, que fu quien pronunci esta frase, tuvo la
franqueza de sostener q u e , los revolucionarios, la libertad no la queran sino para ellos.
De los insultos se pas las amenazas; los setembrinos dieron un testimonio ms de su
intolerancia, promovieron alborotos, pronto ya no fu posible entenderse, los de la platea
arengaban los de las tribunas, y llegaron posesionarse del tablado de la presidencia algunos de la oposicin para hablar desde all. De pronto estalla un tiro de revolver. Un agente
del Gobernador se presenta con la orden de disolver la reunin.
En Toledo impidise tiros el que los catlicos pudieran acercarse las urnas; en Tortosa las masas revolucionarias trataron de incendiar el edificio donde se reunan los partidarios de la unidad religiosa; en Segovia tambin se anda tiros por las calles fin de hacer
que los catlicos no puedan usar de su derecho, resultando heridos dos.miembros del Directorio Catlico; en Navarra, los candidatos dla Unidad, Mzquiz y Ochoa, son metidos en la
crcel; en V i c h , agentes de la Revolucin se llevan las urnas electorales y se prende distinguidos ciudadanos slo por crerseles adictos las enseanzas de la Iglesia; en Cuenca se
trata de intimidar la mayora catlica poniendo fatdicos signos en las puertas de sus casas.
La propaganda impa iba tomando proporciones alarmantes. El sarcasmo, la calumnia,
la difamacin, el desprecio, todo se ech mano; principios y personalidades, dogmas y
jerarquas, todo se midi con un mismo rasero. Insultos soeces contra los obispos, sacrilegas
parodias de actos del culto los ms respetables, todo se acudi.
Se publicaron entonces libelos tan repugnantes como los Curas sin careta, la Estufa del
Papa y otros mil que iban de mano en mano sembrando por todas partes la incredulidad,
aadindose esto fotografas indecentes, representaciones lbricas, todo lo que pudiese servir para arrancar al pueblo los ltimos restos del sentimiento moral.
Hombres q u e , por su talento, por su posicin por sus antecedentes, debiera suponerse
que vivan en regin ms serena y que no haban de descender ciertas negaciones escandalosas, apostataban pblicamente de la fe d sus padres, de las creencias de su infancia.
Castelar deca:
La fe y la libertad son incompatibles; y en la necesidad de optar entre la una y la otra,
no he titubeado en decidirme por la libertad.La Religin de nuestros padres ha muerto
por culpa de los falsos sacerdotes.
Mientras no haba libertad para los catlicos la haba para todas las impiedades; jamas
en pas alguno la blasfemia se ha presentado con aire ms altivo insolente; la capital de
Catalua recuerda an avergonzada los letreros de GUERRA DIOS que se pasearon por sus
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calles, en los que se anunciaba un folleto escrito por un ampurdanes, Suer y Capdevila, en
que su autor aparece como posedo de una mana antireligiosa y que en vez de argumentos
se limita dar conocer su odio, su frenes contra todo lo que sepa religin.
Suer fu el primero que, en Espaa, se proclam ateo pblica y solemnemente, y cuyas
declaraciones de atesmo databan de poca anterior la Revolucin de setiembre. Como ateo
Suer pertenece la escuela de Proudbon; pero, no estando dotado del estilb ni de la lgica
del filsofo socialista, Suer presenta sus blasfemias sin arte de ninguna clase, de una m a nera descarnada; en Proudhon hay algo de aparato filosfico; en Suer no se ve ni el ingenio
del sofisma, ni tan slo un rasgo de imaginacin, ni el menor arranque de elocuencia, ni siquiera el ms dbil argumento, todo se reduce puras negaciones: es el atesmo presentado
con toda su desnudez, con todo su repugnante carcter.
En algunos puntos, despus de proscrito el culto catlico, las iglesias se convertan en
clubs, de sus pulpitos se apoderaban algunos demagogos para proferir desde all las blasfemias
ms horribles; en otros, como sucedi en la provincia de Cuenca, los revolucionarios se complacan en penetrar en el templo durante la hora de los Divinos Oficios, en el momento solemne de la Elevacin, para ahuyentar los fieles valindose de las ms escandalosas profanaciones.
Junto la ciudad de Mlaga, en un punto llamado la Ermita, empujada por la embriaguez demaggica una turba de setembrinos penetra en el lugar sagrado; se suben la mesa
del altar, pisotean el ara como posedos de infernal furia y destrozan el crucifijo.
Pueblos hubo en donde los demagogos fueron al templo, se apoderaron de una imagen de
la Virgen, la condujeron la plaza pblica, y despus de vendarla los ojos, cargaron aquelos salvajes sus fusiles y dispararon contra ella.
Y no son slo las turbas inconscientes las que realizan tan escandalosos y horribles aten tados.
E n Granada unos cuantos que se han constituido en J u n t a Revolucionaria citan para
que comparezca ante ellos el obispo de Guadix, y tienen la pretensin de hacerle sentar en
el banquillo de los acusados; la propia J u n t a quiere obligar al arzobispo de aquella metrpoli
que rinda ante ellos cuenta de los fondos que administra.
La J u n t a de Reus declara abolidos todos los das de fiesta.
E n Barcelona es tambin la J u n t a revolucionaria la que decreta el derribo del templo de
San Miguel, que era un monumento histrico, pues para edificarlo se haban aprovechado
los restos de un templo romano dedicado Neptuno, del que se conservaban todava algunos
pavimentos de mosaico; San Miguel era ademas la capilla municipal; all se congregaban los
representantes de la antigua Barcelona, all iban los concelleres jurar que defenderan los
fueros y las libertades catalanas, all iban los hijos de Catalua inspirarse para las grandes
empresas. La barbarie revolucionaria se complaci en ver cmo caan aquellas venerables bvedas, cmo se desplomaba su gracioso imafronte, como aquellos mosaicos eran cubiertos por
montones de escombros.
La propia J u n t a orden el derribo de otro edificio histrico: el convento de Junqueras.
Aquella Iglesia, edificada principios del siglo X I V , con sus calados de piedra, sus g r a n des y rasgados ventanales, su bien acabada nave, era un edificio que haca honor la escuela
del estilo ojival secundario, cuyo orden perteneca. Su claustro, uno de los ms capaces
de cuantos se han construido en Barcelona, databa de principios del siglo X I I I ; formaba dos
galeras, de planta baja y principal, dnde sobre delgadas columnas, sobre fuertes y severos
capiteles, se elevaban elegantes ojivas.
Aun quedaba otro edificio donde cebarse. El convento de religiosas de Jerusalen era una
obra de arte eTn que se vea la inspiracin, el genio de las pocas de fe religiosa. Sus claustros eran una preciosidad. La Junta resolvi que aquellas bvedas, aquellos claustros de elegante estilo ojival, con los arcos de su planta baja, descansando sobre robustos pilares, con
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sus esbeltas y graciosas columnitas de mrmol, con sus lindos y caprichosos capiteles, todos
desaparecieron.
En Antequera, fin de que no quedaran ni an las ruinas, los demoledores se convirtieron en incendiarios, reduciendo una hoguera el convento de San Francisco, que el colegio de Misiones haba reedificado.
E n cambio, en Medina del Campo el 1." de noviembre se inauguraba el Templo de la Libertad, infeliz parodia de lo que se hizo en Paris al dedicarse altares la diosa Razn.
Muchas juntas revolucionarias, en "nombre de la libertad de manifestacin, prohibieron
las procesiones catlicas, los entierros religiosos y hasta el conducir pblicamente el Vitico
los enfermos.
La J u n t a revolucionaria de Segovia ordena que lo que se recaude para el Dinero de san
Pedro sea colocado en la Caja sucursal de Depsitos, disposicin de los setembrinos; prohibe que los ordinarios ni persona alguna eclesistica acuda Roma para el despacho de
dispensas; devuelve los obispos la facultad qtce en los primitivos tiempos tuvieron de acceder ce ellas gratis; suspende la redencin de cargos eclesisticos, memorias, obras p a s , capellanas y dems fundaciones, y manda que se incaute inmediatamente de todo la administracin de Hacienda pblica.
La J u n t a de Reus declara suprimida la asociacin de las Bijas de Mara, dispone que
se entreguen la J u n t a los fondos existentes apercibiendo aquellas nias que si no cumplen
dentro de veinticuatro horas sern consideradas como enemigas de la causa nacional y puestas, en este concepto, disposicin de los tribunales de justicia. Ademas se establece en Reus
inmediatamente el matrimonio civil y se prohibe el que se rece en la misa la colecta pro Papa.
Decretada la libertad de cultos, los revolucionarios mismos se encargaron de proteger la
propaganda protestante. Establecironse agencias para el reparto en grande escala de Biblias
protestantes y otros libros, y la secta llamada evanglica instal sus capillas, ora en almacenes, ora en salas de baile, cuyos actos asistieron muchos, atrados principalmente por el
espritu de innovacin.
Tomando pretexto de no haber sido recibido por el Papa el Sr. Posada Herrera en carcter de enviado del Gobierno revolucionario, excitacin de los clubs, numerosas turbas en
Madrid se dirigieron al palacio de la Nunciatura dando mueras Po I X , arrancaron el escudo pontificio de la iglesia de italianos, y arrastrndolo por el lodo, lo quemaron frente a l
ministerio de Gracia y Justicia en medio de una gritera infernal.
Desde las alturas del poder central dicta medidas las ms desatentadas Ruiz Zorrilla; es
u n personaje que, si se ha hecho notar por su osada, se ha hecho notar tambin por su falta
absoluta de dotes de gobierno y hasta de las prendas de inteligencia y de talento indispensables en un hombre pblico. Habla un lenguaje desgraciado que recuerda los peores tiempos del progresismo espaol; no conoce poco ni mucho el arte de la diplomacia; se figura ser
u n talento y no alcanza ser una mediana; se cree un Robespierre un Marat y no es ms
que una parodia de los genios de la Revolucin. Tena para los setembrinos la ventaja de que
l se haba de prestar, y hasta con gusto, lo que nadie ms se atreviese.
La gloria de la desamortizacin de los bienes del clero otros se la haban arrebatado;
pero todava en las catedrales, en las parroquias, hay custodias, hay clices, hay .alhajas;
Ruiz Zorrilla, desde su silln del ministerio de Fomento, ordena la incautacin de todos estos
tesoros, para lo que sigue un proceder especial, mandando los gobernadores unos pliegos
que deben abrirse en un mismo da, que haba de ser el 24 de enero de 1869. La ejecucin
de la draconiana orden da lugar las lamentables conmociones de Burgos, de las que result
asesinado el Gobernador de aquella provincia.
Las obligaciones eclesisticas no se satisfacan, quedando el clero reducido" la situacin
ms triste; en muchas parroquias hacase indispensable el que el clero parroquial viviese de
la caridad de los fieles, de lo contrario no haba ms recurso que cerrar las iglesias.
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Los escndalos pblicos llegan al extremo de que al llegar la Semana Santa, un personaje poltico, de primera talla, como Echegaray, promiscua pblicamente carne y pescado el
Viernes Santo, mientras que el general Prim aquellos das de recogimiento los dedica la
caza.
Qu haba de suceder en vista de tales ejemplos? En Sevilla, en la iglesia de San Felip e , es apedreada una imagen del Salvador con la cruz cuestas, los gritos de Muera Jess l que da una asquerosa plebe.
E n Len una partida de patrioteros recorre las calles alborotando con las horribles blasfemias de Muera Dios, muera la Religin!
VA. C A R D E N A L
ANTONELL.
La culta capital del principado de Catalua recuerda todava avergonzada el soez carnaval de 1869. No puede darse una befa ms repugnante de las creencias y tradiciones de la
catlica Barcelona. Por los sitios ms concurridos no se vean ms que indecentes mascarones representando frailes, monjas, obispos; las mascaradas fueron una asquerosa parodia de
lo ms santo y ms sublime del culto catlico. Ni siquiera se perdon la venerable persona
de Po I X . Un pas protestante, mahometano idlatra no poda presentar escenas ms indignas, ms contrarias lo que se debe s mismo un pueblo civilizado.
Los peridicos reproducan contra la Religin las calumnias ms inverosmiles, tales como
el afirmar que en u n convento de Madrid se haba encontrado una extranjera que estuvo
T. II.
100
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emparedada por espacio de cinco aos. Para que se conozca el fatal extravo de la opinin,
basta consignar que fu indispensable desmentir solemnemente los calumniadores, lo que
se hizo de una manera brillante.
De los insultos se pasa las amenazas. E n Loja, durante el entierro llamado de la Sardina, se anuncia que despus de la procesin, se principiar el degello de sacerdotes.
Se llega tambin los becbos. Al bajar el seor arzobispo de Granada las graderas del
templo del Sagrario, una turba de perdidos le arrojan sobre el pecho y espaldas puados de
pedrisco, se desatan contra l en improperios y golpean con u n sable al page que trata de persuadirles de lo criminal de su proceder. E n la propia ciudad sacuden tambin ferozmente
sablazos al presbtero D. Cristbal Daz, acometen al cannigo D. Jos Moreno Gonzlez, y
disparan un tiro quemaropa al beneficiado de aquella catedral, D. Manuel Gases.
En Cdiz una multitud de ms de doscientas personas asalta la casa de un cannigo,
con intencin de asesinarle.
Aprobada la Constitucin de 1869, surgi la cuestin del juramento. El ministro de Hacienda, D. Laureano Figuerola, haba dicho en formas bruscas:El sacerdote que no jure
no cobrar.
Planteado el asunto en este terreno fu desde entonces para el clero espaol cuestin de
dignidad el no jurar, como efectivamente no jur, salvas raras excepciones.
La Revolucin cumpli su amenaza. La asignacin, que hasta entonces el clero la p e r ciba con notable retraso ya en adelante no la percibi de ninguna manera.
Desde el banco azul donde se sientan los ministros, el Sr. Echegaray en plena Cmara
proclam solemnemente que l rechazaba toda religin positiva, mientras que Castelar pretenda que las enseanzas del Catolicismo sobre el Verbo pertenecen la escuela platnica y
las de la Santsima Trinidad la escuela alejandrina.
El Sr. Echegaray, guisa de buen liberal, trata de imponer el atesmo, no ya secularizando la enseanza, sino proscribiendo de ella toda idea de Dios.
Siendo ministro de Gracia y Justicia el Sr. Montero Ros, se propuso la Asamblea lo
que se llam arreglo del clero y que no era otra cosa que un plan concebido para que desapareciera gradualmente de Espaa toda influencia catlica, en el que figuraban para la manutencin del clero unas contribuciones directas que los diocesanos deberan pagar al Obispo y
los feligreses al prroco, tratando de autorizar los ayuntamientos para que aumentaran la
contribucin de los consumos hicieran entender los pueblos que este recargo servira para
cubrir las atenciones eclesisticas. No puede concebirse un proyecto hecho con mayor espritu de hostilidad la Iglesia.
Obispos, cannigos, prrocos, contestaron unnimes:Antes que aceptar lo que se nos
propone, mendigaremos el pan de puerta en puerta.
El gabinete no pudo respecto el particular llevar adelante su odiosa poltica.
A la sombra de la ley trabajaban los catlicos en Espaa estableciendo asociaciones, centros de propaganda, realizando obras de apostolado; pero por regla general los agentes del poder pblico, al tratarse de asociaciones animadas por el espritu del Catolicismo, se complacan en pasar por encima de las leyes.
Al cumplir veinticinco aos que Po I X ocupaba la Sede pontificia hubo en Espaa una
esplndida manifestacin de la fe religiosa. Desde la aldea ms pequea hasta la corte se
haban hecho grandes preparativos para celebrar un acontecimiento, nico en los fastos de la
historia cristiana despus del prncipe de los Apstoles. El ministerio, en vez de atenerse
las prescripciones legales, en vez de respetar la tan cacareada libertad, trat de contrariarla
manifestacin. Una proposicin presentada en el Congreso para que se adhiriese al sentimiento
general del catlico pueblo espaol, dio lugar un grande alboroto en la Cmara en que los
setembristas sacaron relucir contra los catlicos todo su diccionario de eptetos insultantes,
de ironas las ms torpes, siguiendo despus los silbidos y por fin los palos.
843
Esto suceda el 15 de junio de 1871. El 16, que era el sealado para la gran solemnidad , los templos no podan contener la inmensa concurrencia que en ellos se agrupaba; la
nobleza de Madrid engalan sus casas, muchos edificios pblicos aparecieron ricamente adornados ; slo los centros oficiales constituyeron una nota discordante en aquel gran concierto de
la adhesin y entusiasmo de los catlicos hacia la Santa Sede. E n el templo de San Isidro la
grandeza de la corte quiso alternar con la Juventud Catlica en hacer la vela al Santsimo
Sacramento.
Para el 18 se preparaba solemnsima procesin, la que haban de asistir numerosas representaciones de todas las clases sociales. Por miras de prudencia la procesin tuvo que suspenderse ; pero en cambio aquella noche Madrid apareci iluminado como pocas veces se haya
visto.
Haba en la capital de Espaa la clebre Porra, especie de poder secreto, que en manos
de los setembristas llegaba adonde no poda llegar la l e y ; y ya que la Porra no pudiera
lucirse en la procesin, hubo de hacerlo con las luminarias. Dirigidas por losporristas tuvieron lugar aquella noche las ms salvajes escenas. Grupos de gente soez empezaron recorrer las calles de Madrid gritando:Muera Po IX! Algunos de los que los formaban suban las habitaciones que se haban adornado con colgaduras, dando la orden siguiente:
Que quiten esos pingos.
Donde los porrisias se limitaban esto era ya una fortuna.
E n la mayor parte de las casas las colgaduras fueron arrancadas y hasta destrozadas,
apedreados los faroles, asaltados los balcones para echar la calle tapices de gran valor
con los que se haca despus una hoguera, allanada la morada de pacficos ciudadanos y
vctimas las familias de los catlicos de salvajes atropellos. Se pidi auxilio los agentes de
la autoridad, quienes se negaron aprestarlo. La Porra se distingui especialmente en los palacios de Altamira, del conde de Superunda, del marques de Monistrol, del duque de Medinaceli, de Alcaces, de Morante, la casa que habitaba el marques del Portazgo, la que
tena alquilada el Veloz-Club, la del duque de Granada, la del Sr. Elduayen, el Crculo
Conservador, la redaccin de La poca y otras muchas.
Con pretexto del levantamiento carlista, tomando pi de que figuraban en l unos pocos
sacerdotes, y por cierto no de los mejor considerados ni por su ciencia, ni por su virtud, Ruiz
Zorrilla formul un proyecto de decreto que Serrano expidi, precedido de un prembulo en
el que se dirigan severas censuras al clero espaol, dictando disposiciones que afectaban
la dignidad de los miembros del episcopado. Los obispos protestaron contra unas medidas en
que el poder civil, arrogndose unas facultades que no tiene, ordenaba los prelados que
quitasen licencias los sacerdotes, impusieran censuras ejercieran otros actos que son propios de la jurisdiccin episcopal, que en materias de esta clase no acepta imposiciones de la
autoridad seglar, llmese como se llame, sin que por eso los obispos en casi su totalidad dejaran de manifestar solemnemente que vean con sentimiento el que se turbara la paz pblica ; que condenaban el que algunos sacerdotes abandonasen su ministerio para constituirse
en el campo de la lucha.
El Gobierno no se dio por satisfecho de las contestaciones de algunos obispos, y orden
que las de los de Urgel, de Osma y del arzobispo de Santiago pasaran al fiscal del Tribunal
Supremo, disponiendo despus que fueran encarcelados.
El seor obispo de Osma fu conducido preso Madrid, lo que excit manifestaciones de
muchos catlicos en favor del prelado quien se atropellaba.
Erigida la Espaa en Repblica, despus de la abdicacin de D. Amadeo, el espritu de
hostilidad contra la Iglesia revisti an mayores proporciones.
Al caer Berga en manos de los carlistas, tomse pretexto de los fusilamientos que stos
ejecutaron, para que en la capital de Catalua los demagogos realizaran la invasin y el saqueo de los templos. Empezse por la iglesia de San Jaime el 30 de marzo de 1873. El tem-
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Persecucin de la Comuna.
El carcter antireligioso y antisocial de la Revolucin que se ha dado el nombre de la
Comuna claro es que haba de manifestarse por actos de persecucin contra la Iglesia. Eclesisticos que no pertenecan ningn partido fueron tenidos por sospechosos por el solo h e cho de. ser eclesisticos. Cuando se trat de escoger vctimas con que alimentar el furor demaggico ya se comprende que se haba de principiar por el clero.
El arzobispo de Paris, Mons. Darboy y su vicario general, Lagarde, el P . Clerc, el
abate Allard, limosnero de las ambulancias, el abate Crozes, el clebre defensor de todos los
condenados, un misionero, que despus de haber vivido por bastante tiempo entre los salvajes se vio en la precisin de confesar que no haba presenciado nunca escenas de salvajismo
semejantes las de los comunistas de Paris, el abate Deguerry, prroco de la Magdalena,
sacerdote de simptica fisonoma, de alta talla, que era m u y popular en Paris, el P . Duccoudray, fueron presos y conducidos al Depsito, donde se les encerr en estrechas celdas, d e jndolos incomunicados. Esto tena lugar el 4 de abril. El da 5 Mons. Surat, arcediano de
Paris y Mons. Mauleon, prroco de San Severino, fueron encarcelados tambin. Aquello no
era ms que la inauguracin de un sistema de persecuciones que haba de durar basta el fin
de aquel rgimen de funesta memoria; doquiera que se encuentre u n sacerdote, un fraile, un
seminarista, u n sacristn se le pondr preso por el solo delito de adorar un Dios al cual la
Comuna no reconoce; y si se pregunta porque se les prende, contestarn lo que Raoul R i gault al Arzobispo:
Hace mil quinientos aos que vosotros lo hacis con nosotros; al fin habis acabado
por volvernos bestias.
Los eclesisticos presos eran puestos bajo la custodia de Grarreau, hombre tan posedo de
furor contra todo lo que cupiese religin que fu menester hacer salir de su convento las
hermanas de Mara Jos, slo porque Grarreau se empeaba en que se haban de fusilar todas
aquellas monjas.
Las habitaciones del prroco de la Magdalena fueron tratadas como la casa de una poblacin en la que se ordena el saqueo.
El arzobispo de Paris fu preso por un capitn de federales llamado Rvol, quien le permiti que fuese en su propio coche hasta la prefectura de polica, de cuyo coche se apoder
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Raoul Rigault para pasearse por las calles de Paris junto con otros compaeros de aventuras.
Habindose ya proclamado por Flourens que los bienes de la Iglesia eran bienes nacionales, el palacio arzobispal fu tambin saqueado, y los ornamentos de iglesia y vasos sagrados pasaron la Prefectura y fueron expuestos en las oficinas de la polica municipal. Ver
all aquellos hbitos sacerdotales era una tentacin para los comunalistas libre-pensadores que
escriban en sus peridicos:Nosotros nos mofamos de Dios. Aquellos federales, pues, se
revisten de las albas, se adornan con las casullas, dalmticas, capas pluviales; unos se cubren con mitra y otros con bonetes mientras otros se apoderan de los bculos pastorales, y
utilizando candeleros, incensarios, cruces; profanando cupones y clices, en el corredor donde
se alojaba la primera divisin parodian una procesin y un oficio. Aquellos vasos sagrados
eran despus convertidos en dinero. Los alardes de impiedad estuvieron la orden del da;
hubo quien, como Serizier, hizo servir de lecho nupcial el altar de una capilla.
Pronto se vieron los graves peligros que corran los presos.
El desastroso resultado del combate del 5 de abril exasper los comunalistas, y entonces
fu cuando se pens en echar mano de la poltica del Terror. Fijse una proclama y un decreto
que hizo extremecer la gente sensata de Paris; La Comuna promete vengarse de cuanto
fuera de Paris se hiciera contra ella.
El pueblo, dice la proclama, siempre generoso y justo, hasta en su clera, aborrece la
sangre como aborrece la guerra civil, ms le asiste el derecho de defenderse contra los brbaros atentados de sus enemigos, y cueste lo que costare, sabr volver ojo por ojo y diente por
diente. E n el decreto se encuentran los siguientes artculos:
Artculo 4. Todos los acusados retenidos por el veridicto del jurado de acusacin sern los rehenes del pueblo de Paris.
Artculo 5. Toda ejecucin de un prisionero de guerra de un partidario del gobierno
regular de la Comuna de Paris, ser seguida inmediatamente de la ejecucin de triple n mero de rehenes retenidos en virtud del artculo 4. y que designar la suerte.
A fines de abril Garreau fu enviado la direccin de Mazas, sustituyndole en la custodia de los presos del Depsito, un perfumista cojo, llamado Eugenio Touet, quien de la manipulacin de pomadas pas de improviso funciones administrativas, el cual estaba en relaciones con Raoul Rigault. El perfumista, aunque no se quitaba la escarapela roja ni an
para dormir, era hombre de maneras dulces, inofensivo; sin quererse distinguir por arranques de brutalidad, y que no aparece malo sino al ser la Comuna atacada en P a r i s , que es
cuando se le ve andar siempre con un revolver en la mano y otro en la cintura, hablando
de quemar el cerebro todo el mundo, si bien fu ms el ruido que el dao. Segn parece,
el fin de enviarle all era el que en el Depsito haba detenidas multitud de mujeres jven e s , de las que los comunalistas queran hacer su serrallo, para lo q u e , segn trazas, Touet
haba de servir las mil maravillas.
El 22 de mayo fueron conducidas al Depsito-setenta y dos personas ms. Los motivos,
conforme constaron en el registro, son estos otros parecidos.N. N . , preso por hacer
propaganda contrarevolucionaria.N. N . , preso por estar en connivencia con los Jesutas
de Versalles.
Ya el 15 de abril, media noche, haban sido presos trece sacerdotes ms, pertenecientes la congregacin de los Sagrados Corazones, los cuales fueron arrancados de su casa de
Picpus en virtud de una orden de Raoult Rigault. Por el camino, no slo se les insult, sino
que la plebe peda que se acabase con ellos inmediatamente. Entre los presos los haba muy
ancianos, entre ellos uno que tena la edad de setenta y siete aos. Pintbase en su semblante la mayor resignacin.
Llegados la crcel se confesaban mutuamente y se alentaban para los sufrimientos con
que Dios tuviera bien probarles. Pidieron al director de la crcel al llegar el domingo que
permitiera al capelln de la casa celebrar la santa misa. No fu posible. Raoult Rigault ha-
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Les Convulsiona
de Paris,
p, 330.
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El alcaide acab por hacer participar de su opinin al jefe de la crcel, Francisco, el cual
dijo su vez:
E s indispensable que las cosas se hagan regularmente fin de poner salvo nuestra
responsabilidad.
Genton cedi. Pidi en seguida el libro de registros de la crcel donde haba de encontrarse el nombre de los rehenes; pero en el libro estos nombres no estaban. Mandse por la
lista la crcel de Mazas. Tampoco se encontr.
El oficial de la escarapela encarnada no poda contenerse.
E s t visto, exclam; aqu todo marcha lo mismo que en tiempo de Badingue; alcaides
y carceleros y todo el mundo se burla de los patriotas. Yo otros he fusilado por mucho menos.
Al fin se dio con la lista.
Genton escribi: Darboy, Bonjean, Allard, Clerc, Ducoudray, Deguerry.
Genton entrega la lista Francisco, dicindole:
Te est bien as?
A m , contesta Francisco, me est bien de todas maneras con tal que la lista venga
aprobada.
No te irs todos los diablos con tus escrpulos? grita furioso Genton. Bueno, b u e no, voy al Comit de Salud Pblica y vuelvo en seguida.
El oficial de la escarapela se qued murmurando y quejndose de que Francisco no estuviese la altura de las circunstancias y le faltase un espritu verdaderamente revolucionario.
Este oficial era un guapo mozo quien, pesar de su grado, traa un fusil en el hombro.
Se llamaba Megy. La Revolucin haba ido buscarle en el presidio de Toln, donde sufra
una condena de quince aos de trabajos forzados.
La Comuna se enamor de este hombre que mataba pistoletazos los inspectores de polica. Lleg ser durante la Comuna un hombre importante. A l y Eudes se debi el incendio del palacio de la Legin de Honor, de la calle de Lille, de la calle de Bac y de la Caja
de Depsitos.
Un llavero, llamado- Henrion, se acerc un grupo de federales para decirles:
V e d que lo que vens aqu es cometer asesinatos. Ya los pagaris ms adelante.
- Qu queris? contesta uno de ellos; no es cosa que halague; pero hemos fusilado esta
maana en la Prefectura de polica y esta tarde nos toca fusilar aqu; esta es la orden.
Pero esto es un crimen, aadi Henrion.
L o que esto es yo no quiero saberlo, replic el vengador; se nos ha dicho que eran represalias ; puesto que los versalleses fusilan nuestros hombres.
Henrion tuvo que retirarse por ser el llavero que estaba de servicio.
Cuando se present la lista aprobada por el Comit de Salud Pblica, Francisco la entreg Ramain, diciendo:
A h estn los detenidos que es preciso hacer bajar por la enfermera.
Ramain llama inmediatamente Henrion, y le dice:
A b r i d la reja de la seccin cuarta.
V o y por las llaves, contest Henrion.
Las llaves Henrion las tena y a ; pero el crimen que iba cometerse le tena horripilado.
Al salir de all, Henrion, medio loco, arroja las llaves en sitio donde no puedan ser vistas y
se echa correr. Gracias una hbil estratagema, y con la ayuda de una moneda de veinte
francos, pudo atravesar u n puesto guardado por los federales y sin detenerse ni un momento
lleg rendido P a n t i n , baado en sudor y lgrimas. Unos soldados bvaros le recogieron,
Henrion no se aperciba de lo que le pasaba, slo saba decir con palabras entrecortadas y
llorando:
Van matarles! van matarles!
TU.
107
gO
Mientras el honrado Henrion h u a , Ramain, furioso, le estaba llamando. Al ver que el llavero no se presenta, Grenton, fuera de s de clera, pregunta si se estn burlando de l. Megy
carga su fusil y exclama:
A ver si yo lo acabo todo eso.
Entonces Ramain dice Francisco:
Haced que el pelotn suba al primer piso.
Entre tanto l va proporcionar la manera de penetrar por otra parte.
Habiendo dado ya con la manera de entrar, el pelotn se divide en dos secciones, de las
que el uno se introduca en las celdas donde estaban los rehenes, y el otro, despus de atravesar el corredor, bajaba la escalera de socorro y haca alto en el jardn de la enfermera.
Ramain esperaba otro llavero, llamado Beauc, quien haba entregado la lista. Beauc
estaba dispuesto obedecer, pero al pasar junto al pelotn se sinti desvanecido y no pudo
dar un paso ms.
Ramain corre encontrarle, gritndole lleno de ira:
Y bien! qu hacemos? No acabaris de subir?
N o puedo, responde Beauc, temblando; no podr nunca!
Ramain se arroja sobre l, le arranca la lista de la mano y las llaves de las celdas, dicindole con desprecio:
Imbcil! Nunca entenders jota en eso de revoluciones.
Beauc corri ocultarse para no intervenir en nada.
Ramain llega al corredor, y dice en alta voz:
Darboy.
Al otro extremo oye que le contestan con acento m u y calmado:
Presente.
Luego llama:
Deguerry.
E l venerable prroco de la Magdalena no contest. Ramain vuelve gritar con voz ms
fuerte.
Deguerry.
Y el sacerdote sale colocarse al lado de Mons. Darboy.
Los padres Clerc, Allard y Ducoudray respondieron inmediatamente y se colocaron en
su puesto.
Ramain pregunta entonces:
H a y el nmero designado?
Francisco cuenta las vctimas y responde con una seal afirmativa.
Los rehenes, conducidos por los federales, quienes van guiados por R a m a i n , bajan la escalera de socorro hasta llegar la galera que cubre las celdas de los sentenciados muerte.
Megy, sealando el jardn donde esperaba el otro grupo, dice:
M e parece que aqu estaremos bien.
Verig quera que se les fusilara ms lejos. Mientras duraba la discusin, los rehenes aprovecharon los momentos para reconciliarse y orar. Esto hizo reir los federales, quienes prorumpieron en insultos los ms groseros. Un teniente intervino, diciendo:
Dejad tranquila esa pobre gente; no sabemos lo que maana nos va suceder nosotros.
Se acord que se ira otro patio.
El Arzobispo pas adelante, y despus de haber descendido rpidamente los cinco escalones, levant la diestra, y con los tres dedos extendidos, dijo:
Ego vos absolvo ab mnibus censuris
etpeccatis.
Luego dio el brazo Mr. Bonjean, que apenas poda bajar.
El abate Allard iba repitiendo las preces de los agonizantes.
8S1
XVI.
Conclusin.
Al terminar nuestra obra, debemos recordar, aunque nicamente de paso, las misiones
Catlicas, ya que los cuadros que all tienen lugar son de tal carcter y excitan tal inters,
que merecen u n trabajo aparte.
Tal vez la persecucin respecto las misiones en ningn pas del mundo ha revestido un
carcter tan feroz como en la China, que se resiste tenazmente todo lo que puede perjudicar su organizacin religiosa. Sin embargo, all tambin la sangre de los mrtires es semilla
de cristianos; tras de la lucha viene el triunfo; pues la China cuenta hoy seiscientos mil catlicos , dirigidos por trece obispos y ciento setenta sacerdotes.
A fuerza de abnegacin el apostolado catlico, dispuesto siempre derramar su sangre,
va penetrando en la Corea, donde salen jvenes para ir ordenarse en Macao y ser despus
los evangelizadores de sus hermanos. Cuando la persecucin arreciaba ms la Iglesia de Corea pudo proclamar por medio de sus fieles que la luz de la fe ya no podr extinguirse nunca
en este pas.
E n el Anam, mora por la fe en 1838 el catequista Pedro Duong, y en 1841, Pedro Thi
y Andrs Lak ;*pero pesar de los terribles sufrimientos de aquellos catlicos la religin verdadera va ganando all cada da terreno.
E n Cochinchina habase desplegado contra los catlicos un gran aparato de crueldad que
ha ido mitigndose posteriormente.
E n los pueblos donde domina la secta de Mahoma, el fanatismo musulmn ha venido
constantemente complacindose en perseguir la religin cristiana. Caliente est an la sangre que en la Bulgaria, la Rumania, la Herzegovina y otros puntos ha venido derramando
la ferocidad de aquellos sectarios, tolerada, cuando no protegida, por el gobierno de Constan-
8S2
tinopla. Muy frecuentemente han tenido lugar all escenas de horror que han extremecido la
Europa y que ha sido el pretexto de una horrorosa guerra que acaba de tener lugar.
No se ha desvanecido an el recuerdo de la poca en que Abdel-Kader enarbol el pendn de la guerra Santa. No obstante Abdel-Kader, que mantuvo sobrexcitado por bastante
tiempo el fanatismo de los rabes, que alcanz una victoria contra el general Trzel alentando
entre los suyos la esperanza de reconquistar exclusivamente para el mahometismo el territorio que en frica ocupan las naciones catlicas, vio desvanecerse su ejrcito y morir en el
campo de batalla los ms decididos partidarios de la secta. Abdel-Kader no significa ms
que el desesperado esfuerzo del agonizante mahometismo.
La Turqua, que se distingui por tanto tiempo por su espritu de intolerancia contra los
Catlicos, hoy ha perdido hasta el carcter de potencia, pues si bien es verdad que el hijo
del Profeta guarda an la capital de Constantinopla, hoy no queda de la gran ciudad sino
lo esbelto de sus cpulas y lo fantstico de sus palacios; la reina del Oriente ha perdido su
corona y ya ni siquiera los hombres de genio van beber en aquel manantial en otro tiempo
tan rico de poesa. Constantinopla queda en pi slo en carcter de monumento histrico; el
tratado de Berln es como el cercado que se coloca junto un panten que no guarda ya
ms que restos inanimados. A esto queda reducido el viejo colono que un da lleg imponer la Europa cristiana y que tuvo la loca pretensin de poder ahogar la vitalidad del Catolicismo. Hoy la secta musulmana, esencialmente intolerante, cuya vida no se comprende
sino con la intolerancia, tiene que sancionar, pesar suyo, una gran libertad para los catlicos en las- regiones donde le queda todava un resto de su poder, gracias al celo, al talento y
al exquisito tacto del gran papa Len X I I I , que ha sabido lograr que se ampararan en el congreso de Berln los intereses de la Iglesia, no obstante el prestigio que all ejercan potencias protestantes cismticas.
Al terminar nuestra tarea la persecucin contina como continuar siempre. Es la constante aplicacin de aquella palabra: Ecce positus est in sig'num cid contradice tur. Pero si el
antiguo fetichismo en las regiones africanas asiticas contina an derramando la sangre
de los misioneros; si el viejo cisma petrificado en el Norte oprime como una losa de plomo
la heroica Polonia; si el protestantismo, atendido el estado de descomposicin en que se encuentra, cree obedecer una ley de conservacin persiguiendo los catlicos en los pases
donde l domina, hoy como siempre, la obra de la lucha es una obra de purificacin, pero su
resultado es el triunfo. La restauracin de la jerarqua catlica en los estados de la Gran Bretaa iniciada tan brillantemente por la dominadora elocuencia de O'Connell, proseguida por
el genio de Wiseman, se ha visto coronada por Po I X , quien descendi al sepulcro con el
consuelo de verla establecida en Escocia.
Gracias la solicitud del ilustre Pontfice al que la Providencia divina ha confiado los
destinos de la Iglesia, tal vez muy pronto veamos en Alemania restituirse sus dicesis
los prelados que hoy gimen en el destierro y volver sus parroquias los celosos prrocos qu
haban tenido que abandonarlas.
Hoy como nunca est planteado el gran problema sobre el bien y el m a l , la verdad y el
error, que debe resolver la libertad humana, ayudada por la Gracia, y en que consiste no slo
la grandeza del hombre sino la realizacin de sus destinos inmortales. El campo de la lucha
hoy se ha dilatado; prensa, tribuna, asociacin, son hoy otros tantos recursos que se utilizan para el combate, y que hacen que ste revista proporciones que hasta aqu no haba tenido ; pero la prensa, la tribuna, la asociacin son armas que si hasta aqu las ha utilizado
la impiedad el racionalismo, empiezan utilizarlas los catlicos con indudable xito, y
si vienen siendo instrumentos de muerte manejados por los materialistas, ateos libre-pensadores, sern instrumentos de vida manejados por los catlicos.
La laboriosa crisis, resultado de los arduos problemas que viene planteando la sociedad
contempornea, se extiende tambin al orden religioso; pero de la actual crisis, por temible
'853
que sea, saldr triunfante el Catolicismo. Esperemos que por medio de ella se realizar una
fecunda transformacin, y los que ayer eran creyentes solo de tradicin de rutina, sern
maana catlicos de conviccin profunda, de fe arraigada en lo ms ntimo de su ser; y
cuando esto suceda, cuando echadas al viento por la mano del desengao una por una las
hojas del libro de las ilusiones, cuando se llegue la persuasin ntima de que el racionalismo no es la razn, ni el liberalismo es la libertad, ni la ciencia libre es ms que la alucinacin de una hora; es decir, cuando sean slo los catlicos los que abriguen convicciones
slidas y sentimientos fecundos, entonces el porvenir es nuestro.
Comprendemos toda la gravedad de los males del presente. En Francia, en las regiones
oficiales principalmente, domina hoy marcada hostilidad contra el Catolicismo. Las academias cientficas y literarias se abren los materialistas y los positivistas; la enseanza
oficial alimenta tristes preocupaciones contra la Iglesia, se quiere arrancar de la educacin
lo que constituye su alma, que es el elemento religioso.
En Italia el Sumo Pontfice se halla todava reducido vivir dentro las paredes del Vaticano, y la Iglesia, institucin esencialmente libre, no ha recobrado an la garanta de su
libertad con el territorio cuya posesin estaba sancionada por cuanto hay de ms respetable
y sagrado en el derecho.
Pero advirtase que Italia y Francia son pueblos que no estn constituidos, que hoy se
cuenta poco con ellos; mientras en cambio en Inglaterra el Catolicismo va progresando rpidamente, en Alemania los. catlicos acaban de sacar ms de cien diputados triunfantes en las
ltimas elecciones; que en los Estados-Unidos la jerarqua catlica va contando con un cuerpo episcopal cada da ms importante y que se estn levantando all multitud de templos
para poder proporcionar el alimento espiritual aquellos fieles que van siendo siempre ms
numerosos.
Nunca la palabra del pontificado haba sido ms unnimemente reconocida y acatada por
todos los catlicos; nunca haba existido en el episcopado mayor unidad de doctrinas, una
adhesin ms inquebrantable al Jerarca Supremo.
La historia de la Iglesia en lo pasado, es hasta en lo humano la garanta de lo que suceder
en el porvenir. Contra ella vienen hacinndose todos los elementos, y sin embargo, la lucha
no constituye sino el crisol en que se purifican sus escuelas, sus instituciones y sus hombres.
Mientras los viejos cultos fetichistas permanecen slo en estado de momias; mientras el protestantismo se desvanece en el vaco que forma en torno suyo la falta de estabilidad en sus
doctrinas, nos seala su prxima disolucin; mientras las escuelas libre-pensadoras carecen de
un inters y hasta de un principio acreditado, la Iglesia catlica es la nica que se ofrece
al mundo como luz de las almas, base de las conciencias y garanta, del orden moral. Su camino seguir siendo el de la lucha, pero al regar la tierra con la sangre de sus mrtires, ser
para fecundizarla, para depositar en ella nuevos grmenes de vida; y continuar saliendo de
una lucha ms grande y ms gloriosa, como testimonio de que ella es la obra de Dios.
COMBATES.
Perseguidores.
Santerre.Danton.Marat.Robespierre.Manuel.Saint-Just.
Desmoulins.Halle.Napolen I . E l barn de Alquier.-Catalina de Rusia.Nicols.
Vctor Manuel.Cavour.Bismark.Ruiz Zorrilla.Flourens.Raoult-Rigault.Serizier. Ferr.
Mrtires.
Dulau, arzobispo de Arles.Los dos Rochefoucault, obispos el tino de Beauvais y el otro de Saintes.Mr. Gros, prroco de San Nicols.Lescure.Vacheres.El
cannigo Alejandro.Lenfant, confesor de Luis X V I . B a s t i g n a c , vicario general de Arles. Pimodan. Darboy. Clerc.Allard.Crozas.Deguerry. Surat.Mouleon.
854'
FIN
D E L
SEGUNDO
LTIMO
TOMO.
T R A T A D O CUARTO.
DESDE LA PERSECUCIN DE SAN J U A N CRISSTOMO H A S T A
MAHOMA.
S
8
1"
21
27
27
8SG
NDICE.
de la era mahometana.Jathrcb se llam Medina.Mahoma adopta el papel de guerrero
8:!
X1V..1 tentudos
8o
contra
los catlicos
en la Palestina.
X V . U n Papa victima
de una Emperatriz.La
emperatriz Teodora se empea en que sea restituido su sede un
patriarca hereje. Resistencia del papa Silverio.Criminales manejos de Teodora. liclisuiio prende al Papa.
Muerte de san S i h e r i o
X X I I . E m p r e s a s militares
7i
82
X V I . N u e v a s contiendas
religiosas
promovidas
por
niano.La
cuestin de los Tres captulos.Vigilio
se
ve forzado trasladarse Constantinopla.Atropellos de
que es objeto.Los Incorruptibles
X V I I . P e r s e c u c i n de Leovigihlo
en
Espaa.Influencia
que ejerce en el nimo de Leovigildo la madrastra de
Hermenegildo, Gosvinda. Malos tratamientos de que
hace vctima Tugunda.Hermenegildo convertido al
Catolicismo.La madrastra excita el furor del Rey.Prisin de Hermenegildo.Persecucin contra los catlicos.
X V I I I . S a n Columbano
y sus perseguidores.Quin
era
Columhano.Reprende los vicios de la corle.lis arrojado
de su monasterio de Luxeuil.Va evangelizar los gentiles, donde es tambin perseguido
.
X I X . P e r s e c u c i n en. Inglaterra.nteres
que por Inglaterra toma el papa Gregorio. Misioneros que all enva.
Cmo son recibidos.El rey Ethelberlo recibe el bautismo. Fuera de los dominios de este encuentran los
monjes la persecucin.lista se generaliza
E L MAHOMETISMO.Carcter expiatorio del mahometismo.
iienes que impidi y males que ocasion.La Arabia.
Sus lmites.Origen d e s s habitantes.Sus tradiciones.
Sus costumbres. Su culto.Su teogonia.Sus s a n guinarios principios.Su poca disposicin para recibir el
espritu del Evangelio.Fatigas de los Apstoles para
evangelizar la Arabia. Veinte mil mrtires en Xadjran.
Desden de los rabes para el gnero h u m a n o . l i s p e ranza de un Mesas salvador de la Arabia.Los coraitas.
Persistencia de la idolatra en la Arabia
XX.Mahoma.Su
alcurnia.Escenas
de su
8;>
Justi-
87
88
i)i
<)i
*
97
infancia.
Tendencias
religiosas
de sus contemporneos.La
Meca.
Leyenda de los rabes sobre Ahrabam.Tres visitas de
Abraham la Meca.Corrupcin de las antiguas tradiciones.Administracin de Abdelmotaleb en la Meca.
Quin era Abdelmotaleb.Su desentienda.Abdallab.
Su deslino funesto y su salvacin.Regocijo de los coraitas por la salvacin de Abilallah.Episodios que precedieron su casamiento.Amina, esposa de A b d a l l a b . - E s t e
muere despus de haber engendrado Mahoma.Escenas extraordinarias referidas por las crnicas arbigas en
el nacimiento y en la infancia de Mahoma. Relaciones
de ste con el monje Djerdjis.Presentimientos de aquel
monje sobre los grandes destinos del nio Mahoma.Oescrdito de la idolatra.Cuatro sabios arbigos apoyan la
incredulidad en los dolos, y sientan principios monotestas.Tendencias de la Arabia cristiana en aquella poca.
X X I . E d u c a c i n de Mahoma.Sus
primeros estudios religiosos.Sus simpatas por el Cristianismo.Riqueza
de su imaginacin.Sus viajes. Esplritualismodc Mahoma.Su delirio asctico.Sus imaginadas revelaciones.Sus coloquios con el ngel Gabriel.Pretendida
misin.La reforma moral y religiosa de la Arabia.La
escuela del inspirado.Hombres
de prestigio que le s i guieron.Principios fundamentales de la escuela de Mahoma.Preparacin de .Mahoma nles de su propaganda.
Banquete doctrinal.Vacilaciones de sus amigos ante
el plan de la reforma religiosa y social.Admirable arranque del joven Al. Mahoma calibeado de loco por sus
amigos.Indignacin del pueblo contra Mahoma.Irritacin universal contra el reformador.Decepcin de sus
- amigos.Agitacin tumultuosa de la Arabia.Firmeza
de Mahoma. Ofrecimientos de los rabes Mahoma
para el abandono de su plan.Contestaciones de Mahoma
sus tentadores. Los enemigos de la reforma, piden
pruebas milagrosas de la verdad de su misin. Othman
se afilia Mahoma. Irritacin de los coraitas contra
Othman.Rivalidad entre la Meca y Jalhrcb.Simpatas
de los ciudadanos de Jathrcb por Mahoma.Conversin
de toda esta ciudad al mahometismo.Los doce A p s t o les mahometanos de Jathrcb.Alianza ofensiva y defensiva de Jalhrcb con Mahoma.Conspiracin de los coraitas contra la vida de Mahoma.Huida de Mahoma J e t h reb.Entrada de Mahoma en esta ciudad.Cdigo de
polica y de justicia establecido por Mahoma.Principio
de. Mahoma.Su
102
propaganda
religiosa.Organizacin
del primer grupo de soldados.
Primeras luchas armadas.Calumnias de los Mahometanos contra los coraitas.Derrota de stos en Heder.
Ardor de los idlatras.Hinch y sus heronas.Cantos
orientales de las mujeres defensoras de la Meca.llalalla
en las llanuras de Medina.Mahoma herido.'Derrota de
sus huestes.Fanatismo de sus secuaces. Sus soldados
ante la Meca.Capitulacin de los de Meca con Mahoma.
Fama creciente de Mahoma.Cien mil sirios derrotados
por su espada.Regresa Mahoma la Meca.Destruye,
sus trescientos sesenta dolosDiscurso de Mahoma en
aquella ocasin.Toda la poblacin convertida, jura d e fender la nueva ley.La colina de Jafa.Amnista general.Choque de los soldados de Mahoma con algunas tribus. Reparto del botin. Descontento de los mahometanos. Elocuencia tribunicia de Mahoma. Su llanlo
sobre el pueblo.Llanlo del pueblo los pies de su;>cofetu
X X I I I . P r o g r e s o s de la misin
de Mahoma.
de sus costumbres.Sus
manifestaciones
IOS
de
Disipacin
piedad.
Episodios
de su muerte.El
harem de. .Mahoma. La poligamia.Negacin de la familia cristiana por los rabes.
Fanatismo de los pueblos y de las tribus por el jmifcLi.
Orga uizacion poltica del islamismo.Discurso de Mahoma una muchedumbre inmensa en la colina de Jala.
Mximas morales preferidas en aquella ocasin. Enflaquecimiento fsico de Mahoma.Su enfermedad. Su carcter soberbio ante la muerte.Sorpresa del pueblo al
saber la muerte del que crea inmortal
108
X X I V . C a r c t e r y cualidades
de .Mahoma.I'isonoma
de
Mahoma.Su talla y estructura.Sus sentimientos y pasiones. Accin ejercida sobre su alma por la belleza.
Lucha entre sus instintos carnales y sus aspiraciones
la santidad.Pobreza de sus vestidos, sobriedad de sus
costumbres.Hbitos de limpieza.Su generosidad.
Discipulado
110
X X V . Relaciones
del islamismo
con el
Cristianismo.
Mahoma no fu en un principio adversario del Cristianism o . l i s t e y aqul combatan la idolatra.Ancdotas
entre algunos mahometanos primitivos y los abisinios
cristianos.Los obispos abisinios creen que los mahometanos son cristianos.Mahoma y san Pablo.Analogas
y divergencias entre ambos caracteres.Contraste personal de Mahoma.Mezcla de santidad y corrupcin en
l.T-LO que Dios quera de Mahoma. Cmo .Mahoma hubiera realizado su misin divina.Apego de Mahoma
su personalidad.El personalismo priv al Evangelio de
un nuevo Pablo.Cmo se engrandeci Pablo y cmo se
empequeeci Mahoma.La soberana de la carne y de la
gloria cre un nuevo gnero de idolatra por el islamism o . E l Coran.Anlisis
de aquel libro de teologa y
cdigo.La idea del apostolado convertida en ansia de
conquista.Resultados funestos de la obra personal de
Mahoma. . .'
111
X X V I . Persecuciones
mahometanas
la
cristiandad.
99
subsistir
dos
religiones
en la
Arabia.Des-
1(3
8J7
NDICE.
Covadonga y la Pena de San Juan.Pelayu rene la
sombra de la bandera de la fe los partidos disidentes entre s.Lucha del fanatis.no musulmn y de la fe catlica.
X X V I I I . E n qu consista
Iglesia
de Espaa,
bajo
Principales
persecuciones
110
la prosperidad
posible
de la
la dominacin
musulmana.
y mrtires
espartles
en los
siglos IX g X.Tolerancia
religiosa aparente por parte,
de los moros.En qu consista la legalidad de la Iglesia.
Por qu la aceptaron los moros. Prohibicin del culto
pblico.Tributos exigidos los cristianos.Cull era el
mximum
de prosperidad que poda, aspirar la Iglesia
espaola.Carcter de los muslimes.Prodigiosa conservacin de la Iglesia eu Espaa.Val.IR indispensable
para creer.Crdoba.Series de mrtires bajo Abdcrrahman II.Prefecto, su predicacin decidida.Su muerte.
Martirio del comerciante .lun. Decapitacin del
monje Isaac.Otros mrtires cuja sangre reanim la fe
de algunos tibios.Aurelio y Flix y sus esposas.Cristbal, Leovigildo, Emilio y Jeremas, sacrificados.Muhamad prosigue la sangrienta obra de su padre.Los cautos enmudecen; pero habla la elocuencia del martirio.
Cuadro de la Iglesia espaola bajo Muhamad.Valor de
las mujeres cristianas.Otra lisia de mrtires.'Eulogio.
Quin era Eulogio, su carcter, su educacin, su talento, sus virtudes. Escribe en defensa de la fe perseguida.
Su .Memoriale
sancionan.
Su Documento
martirial.
Sus Apologticas.Concepto
de Baronio sobre Eulogio.Eulogio considerado como escritor. Eulogio en disidencia con Bicol'iedo.Quin era este prelado.Causas
de su tibieza en la defensa de la fe. Eulogio persiste en
batallar por el Seor.Episodios curiosos de su martirio.
La mrtir Leocracia. Eulogio fu un Pelayo espiritual.Persecucin de la fe en Zaragoza.Las mrtires
Nunilor y Aluda en Huesca. Tuy, Zamora y Burgos,
teatros de nuevos martirios.Degello general de los zamoranos por Almanzor. Conflicto de la ciudad de Len.
Nueve mil cautivos cristianos conducidos por Almanzor
Crdoba.Compnstcla y .Mlaga sufren por Cristo. . .
XXIX.Combates
doctrinales
sostenidos
por
la Iglesia
X X X . De oros
mrtires
clebres
en aquella
1I!>
de-
Espaa
en los siglos
IX g X.Dilicullad
del desarrollo
de las ciencias en aquellos das.Herejas surgidas en la
cristiandad espaola.Los judaizantes.Errores de M i gccio.El obispo Egila los abraza.El adopcionismo.
Elipando, arzobispo de Toledo, cae eu a.,ucl error.llerejia de Flix, obispo de l'rgcl.El clero de Toledo y Urge! permanece intacto en la fe.Adriano, papa , sostiene
la ortodoxa doctrina. Los casianistas siembran una
nueva persecucin doctrinal.Doctrinas de estos herejes.Antropomorfismo.Tendencias de algunos propagarlo en Espaa. Tantas s e d a s no contaminaron la
Iglesia
12S
poca.No
Persecucin
de san
g
marMximo.
Propensin del Oriente la hereja.Por qu esta propensin. Confusin de las ideas teolgicas en los orientales. Resurreccin del eutiquianismo. Transaccin
con los herejes.Defeccin de Heraclio.Edicto prescribiendo la adopcin de las doctrinas mouotelilas.Concilibulo.Actitud del papa Honorio.Efervescencia religiosa en Oriente.El papa Juan IV rechaza enrgica- '
mente la eclhesis
moiiotelila.Entronizacin de Constancio II en el Imperio.Proteccin imperial los herejes.
Publicacin del edicto llamado tipa formulario.
Condenacin del tipo por el Papa.Persecucin contra
los catlicos ntegros en Constantinopla.Marin I, papa.
Concilio contra la hereja. Historia de la hereja , por
Martin.Descripcin de las persecuciones sufridas por
los catlicosIndignacin de los Padres del Concilio contra los herejes perseguidores. Anatemas. Amenazas
del emperador Constancio al Papa y los obispos.Embajada de Olimpio contra los ortodoxos. Conjuracin
contra la vi.la de Martin I.Confesin de Olimpio.Constancio enva \ Caliopes con la orden de prender al Papa.
El Papa se retira Letran.Invasin y asalto de L e tran.Escenas brutales y sangrientas.El Papa hecho
prisionero.Atropellos Su Santidad.Su embarque.
Su permanencia en Naxus.Homenajes de respeto de la
cristiandad al Papa desterrado.Martin en Constantinopla.Su encarcelamiento.Sus cartas doctrinal es.Resea de sus sufrimientos.El Papa ante el Senado. Interrogatorio. Proceso inicuo.Brutalidades de la chusma de
Constantinopla contra el Papa. Indignidad del Emperador.El Papa encadenado. Suplicio lento.Reembarque de Su Santidad.Su nuevo destierro en Chersona.
Lo que all sufri.Su muerte.Otro confesor ilustre.
Quin era .Mximo.Su brillo en la corte.Su retiro en
el monasterio de Chryspolis.Arresto de Mximo en
Roma.Su conduccin Constantinopla.Juicio del SeT. II.
muelos
confesores.Prisin
del delegado del Papo.
Concilio en San Pedio de Roma.Prisin en Constaiilinopla del nuevo legado del Papa. Vgitacion de Italia.
Vejmenes.Un nuevo apologista.Quin era Juan Dainasi-eno. Persecucin de que fu blanco. El concilibiilodeConslaiitinopla conlirma la doctrina iconoclasta.
Consternacin de los catlicos orientales.Hogueras p blicas.Preciosidades religiosas y artsticas quemadas.
Desaparicin de casi Indas las antiguas pinturas. D i s persin de los monjes.Martirio de Andrs el Calahita.
Encierro de Eslban , abad de San Auxencio.Calumnias de que fu tema.Conjuracin contra Esteban.Degradante espectculo dispuesto por el Emperador.Incendio del monasterio del monte Auxencio.Discusiones
con Esteban.Atropellos.Su destierro N'clesponto.
Su nue\a conduccin y encadenamiento en Constantinopla.Su dilogo con el Emperador.Su encarcelamiento
con trescientos cuarenta y dos monjes.Como los encarcelados se alentaban unos otros. Recuerdos de a n t i guos cenobitas.Cruel martirio de san Esteban.Brbaras exigencias de la muchedumbre. Estratagema npidica del Emperador contra los monjes. Otros mrtires.
Muerte del gran perseguidor.Carcter de la persecucin de Constantino
XXXIV.Continan
las
persecuciones
iconoclasias.
emperador
Len IV. Reparaciones de Len IV los
antiguos vejmenes.Sentimientos piadosos del n u c \ o
Emperador.Reaccin desfavorable en el nimo de Len.
Nueva persecucin. \ arios catlicos azotados y niuert'*;. Reinado de Constantino, hijo de Len.Buenas
disposiciones de la emperatriz Elena.Nuevo Concilio
en Constantinopla con anuencia del Papa. Oposicin de
la soldadesca al Concilio. Trescientos obispos conlirmini la doctrina catlica sobre el culto de las imgenes.
Los Padres hacen la apologa de Germn, Juan Dainnscciio y Jorge de Chipre.Reinado de Len el armenio.
Actitud digna de Nicforo contra los desrdenes palaciegos.Coaccin los obispos.Animada y vehemente discusin entre imperialistas y catlicos.Eutimio de Sardes y Teodoro Studita, campeones de la buena causa.
Sesin acalorada.Enojo del Emperador. Rotura de las
relaciones entre los iconoclasias y los catlicos.Nicforo
se ve obligado abandonar Conslantinopla.Concilibulo
iconoclasta.Apaleamiento de. monjes.Vejmenes los
obispos catlicos.Indignidades cometidas por el concilibulo.Decreto iconoclasta del concilibulo.Nuevas
quemas y nuevos mrtires.Asesinato de Len el armenio.Reinado de Miguel II. Levantamiento del d e s tierro los catlicos proscritos.Inadmisibles condiciones de .Miguel, impuestas los catlicos. Carcter n dole de Miguel II.Recrudece la persecucin.El monje
Metodio es azotado.Su confinamiento en un sepulcro.
Muerte de Miguel.Tefilo emperador.Persecucin
de los pintores y escultores de imgenes y cuadros catlicos.Brbaros tormentos impuestos ciertos defensores
de la fe.Teodoro relata la tortura que sufri.Deportacin de algunos confesores Apamea de Bilinia. E n tronizamiento de Miguel III.Piedad de la emperatriz
Teodora. Gloriosa restauracin de las imgenes.
Triunfo de la imagen de Jess crucificado.Fin de la secta iconoclasta
108
138
El
Mi
858
XXXV.Segundo
NDICE.
cisma
de Oriente.
Sus
antecedentes
preparacin.
Destino de Constantinopla.De qu m a nera los emperadores de Oriente faltaron su misin.
Intervencin constante de la poltica en el orden religioso.
Tendencias del Imperio subordinar la Iglesia.Las
tres ms gloriosas sillas episcopales.Soberana de la silla romana sobre las dos patriarcales.Complicacin surgida por la ereccin del trono imperial en Constantinopla.influencia creciente del obispo de la antigua Bizancio.Aspiraciones de los obispos de Bizanciu la supremaca.Privilegios obtenidos por aquella silla en el s i glo IV.Ensayos para el acrecentamiento de su jurisdiccin. Leyes de Teodosio el Joven referentes asuntos
esencialmente episcopales.Por qu los Papas no levantaron la voz contra las primeras intrusiones del obispo
de Constantinopla en ajena jurisdiccin.Atendibles motivos del silencio de Roma.Primeros actos sospechosos
intolerables de los obispos de Constantinopla.Anatolio. Su conducta en el Concilio de Calcedonia.Tres
cnones inadmisibles sancionados clandestinamente por
gestiones de Anatolio.Anlisis de la cuestin.Protesta de los legados pontilicios contra las resoluciones de
ciento ochenta padres de Calcedonia.Roma defiende el
derecho de las sillas de Alejandra y de Antioqua.
Digna y oportuna actitud del Pontfice Romano en aquella
cuestin.Toma cuerpo el cisma latente en Constantinopla desde antiguo. Nigase la supremaca de Roma s o bre las dos sillas patriarcales.Juan el Ayunante, pesar
de su piedad, complic la cuestin jurisdiccional de
Oriente.El ttulo Patriarca
ecumnico
aplicado su
silla.Protesta de Pelagio (I contra la actitud de Juan de
Constantinopla.El papa Gregorio el Grande opone al
orgullo de Constantinopla la humildad de R o m a . E l
Pontifico Romano une su firma el servas
servorum
Dei, cuando Juan el Ayunante firma: Patriarca
ecumnico.Complicidad
del clero y del pueblo de Oriente en
las pretensiones del Patriarca ile Constantinopla.Grave
peligro de una ruptura fundamental del Oriente y del Occidente. Pruue'ncia del pontificado
X X X V I . P e r s o n a l de la corte de Bizancio
yran
cisma.
Teodora.Miguel
X X X V I I I . M a n e j o s de Focio
confirmacin
de la sentencia
secuciones
ste.Embajadas,
147
en vsperas
del
IV.Bardas.Igna-
cio. Focio.Piadosos
antecedentes de la emperatriz
Teodora.Metodio pasa del destierro la silla de Constantinopla.Sucdele en ella Ignacio.Virtudes de ste.
Sus antiguos sufrimientos para la buena causa.Su celebridad.Paz del primer perodo de su patriarcado.
Viciosas tendencias del nio, futuro emperador.Escenas sacrilegas en el real alczar de Constantinopla.Disipacin del joven Miguel.Inmoralidad del tutor Bardas.Renuncia del cotutor Manuel.Asesinato del c o tutor Teoctista.Bardas dueo de la situacin.Manejos
contra la Emperatriz.Calumnias puestas en juego.La
Emperatriz y sus hijas se retiran en un claustro.El patriarca Ignacio estorba los planes de Bardas. Escena
pasada en la Epifana 857.Bardas jura desprenderse de
Ignacio.Proceso contra Ignacio.Calumnioso destierro.
Proyecto de deposicin de su silla.Bardas explota la
ambicin del cortesano Focio.Quin era Focio.Definicin de su carcter.Sus brillantes cualidades.Su i n negable valor.Sudn de gentes.Se le propone encumbrarle la silla de Constantinopla.Acepta la propuesta.
Sus gestiones para obtener la renuncia de Ignacio.
Razones que tena Ignacio para no renunciar.Eleccin
de Focio para la silla de Ignacio.Focio recibe en seis
das todas las rdenes sagradas. Desorganizacin del
episcopado y clero bizantinos.Bardas seduce al episcopado.Slo cinco obispos resisten toda seduccin.Hasta
los cinco capitulan.Ignacio solo
1SI
X X X V I I . Grave persecucin
y tormentos
Ignacio
y
sus adictos.Crueldad
de
Bardas.Encarcelamiento
154
y Bardas
para
obtener
la
de Ignacio.Nuevas
perintrigas,
crueldades.
ico
X X X I X . N i c o l s I condena
Focio.Tribulaciones
de
a'/nel Papa.Persecuciones
que sufre.Focio
proyecta una coalicin
de Oriente
y Occidente
contra
la autoridad
pontificia.
Nuevo
encarcelamiento
de
Ignacio. Falso
Concilio
supuesto
por Focio.
Llegada
al pontificado
romano.Bardas
recibe el castigo de sus
crmenes.Orgullo de Bardas.Desden la dignidad imperial.Conjuracin palaciega contra el favorito. I n v a sin de su tienda y asesinato. Basilio se impone las
tropas que intentan revelarse.Focio se congratul del
asesinato de Bardas.Carta de Focio al Emperador.
Adulaciones.Basilio es declarado Csar. Su coronacin.Los blgaros.Actitud de fidelidad los principios catlicos.Su adhesin Roma.Misin de dos
santos obispos en la Bulgaria.La Iglesia blgara se s e -
1(13
859
NDICE.
para de Focio.Focio se separa definitivamente de la comunin romana.Circular de Focio los obispos orientales, que es un manifiesto contra el pontificado.Injustas acusaciones la Iglesia romana.Brillantez y falsedad de aquel escrito.Focio contradeca con aquel acto
los actos de toda su vida. Roma conoci la gravedad de
aquel paso. La fuerza de Focio estaba en que era el reflejo de las pasiones d.e Oriente.Actitud de Nicols 1.
Carta de ste al arzobispo de Rciras.Documento notable.Celebracin simultnea de concilios provinciales
por orden del Papa.Carlos el Calvo apoya la Fanla Silla.
Contundentes escritos de los obispos de Paris y de Beauvais.Reputacin victoriosa de todos los cargos de Focio.
Unanimidad de los obispos latinos.Esperanzas de Focio fundadas en humanos clculos
107
X L I . A s e s i n a t o del emperador
Miguel.Basilio.Cada
de Focio.Encumbramiento
de
Ignacio.Cordialidad
de relaciones
entre Constantinopla
y Roma.
Concilio
general.Presentacin
de los obispos
perseguidos
por
Focio
ante
el
X L I I I . I V u e v a s amarguras
causadas
Roma
por el
171
17S
Orien-
te. Emancipacin
de los. blgaros.
Intrigas de los
griegos para emancipar de Roma los blgaros.Basilio
foment las pretensiones de la Ilulgaria.El patriarca Ignacio apoya los blgaros contra Roma.Adriano II
amenaza al Patriarca. Intrigas de Focio.Su correspondencia con los cortesanos.Intrigas de Focio para regresar Constantinopla. De qu manera lo consigui.
Cmo Focio explot las pasiones de Basilio.Entrevista
de Basilio y Focio. Dolencia i(e Ignacio.Su muerte. .
X L 1 V . R e a p a r i c i n de Focio en el
patriarcado.IVuevas
perturbaciones
religiosa?.
Crueldades.
Astucias.
Manejos
engaosos.
Falsificacin
de
documentos.
Concilibulo.Perversin
de los legados
pontificios.
Integridad
de Marin.Reaparicin
de Focio. Profanacin de los restos de Ignacio.Focio usurpa de nuevo la
dignidad patriarcal.Su aparacion en el templo rodeado
de fuerza armadaPersecucin de sus adversarios.
Crueldad ejercida contra los opositores.Adulacin de
Focio la familia imperial.Mendiga Focio la proteccin de la Santa Silla.Los legados dejan seducirse.Nuc a falsificacin de documentos.Focio propone Adriano II un arreglo sobre la cuestin blgara.Lamentos
de Adriano II Basilio.ltimo escrito del Papa Ignacio ya difunto. Los embajadores de Focio llegaron
Roma reinando ya .lun VIII. Virtudes de este Papa.
Transaccin del Papa.Levntanse los anatemas que contra Focio pesaban.Disensin enlabiada sobre la c o n ducta transaccionista de Juan VIII.Condicin impuesta
por el Papa Focio.Astucia y sutileza de Focio en i n terpretar las disposiciones de la Santa Silla.Supresiones
de Focio en los documentos de Roma.Nuevo Concilio.
Apologas de Focio.Focio es llamado el hombre d i vino. Sospechosa actitud del episcopado griego.Disensiones lamentables entre los legados pontificios, Focio
y los patriarcas orientales. Hipocresa de Focio.Insultos al santo Concilio VIII.Fascinacin de los legados.
Firmas desastrosas de los legados.Conculcacin c o n sumada de los derechos de la Silla romana La doctrina
de la procesin del Espritu Santo corrompida por los
conciliares de Focio. Eliminacin de la palabra
Filioque.Los
legados cubiertos
de ignominia.Falsas
resenas de los legados al Papa.Alegra del Papa por el
supuesto arreglo de la cuestin oriental.El Papa supo
finalmente
la verdad. Reprensin del Papa Focio.
Altiva respuesta de Focio al Papa.Marin enviado por
el Papa Constantinopla.Quin era Marin.Encarce-
de Focio.Nueva
por
el pontificado
en los
del imperio
para
esclavizar
la
179
de
18:t
si-
. glos IX y X.Multiplicidad
de enemigos suscitados contra la nave de Pedro. Audacia de los sarracenos.
Len IV, papa.Precauciones que hubo de tomar para
s a h a r los tesoros de la cristiandad en Roma.Origen de
la ciudad leonina.La
seguridad personal del Papa amenazada. Benito III, papa. Invasin de Roma por los
soldados del emperador Luis.Sacrilegas escenas en San
Pedro de Homa.El Papa arrojado de su trono.Entronizacin de un sacerdote degradado.Apaleamiento p blico del Papa legtimo.Terror del clero y pueblo fieles.
Amenazas insultos. Triunfo moral y material de Benito.Adriano II, papa.Invasin de Roma por los soldados de Lamberto.Saqueo de iglesias y palacios.Triste
situacin de la cristiandad descrita por Juan VIII.Una
pgina notable de aquel escrito.Prisin de Juan VIII.
Cesa en Roma el sacrificio del altar. Progresos de
la inedia luna.Voz de alarma del pontificado.Pontificado de Len V.Aspecto social de aquellos das.Len
es arrojado de su silla. Encarcelado, atormentado y de
mil maneras vejado, muere en la crcel.Deposicin del
intruso Cristbal. Desrdenes morales en Roma.Influjo de ciertas mujeres en las Cortes.Contrariedades
de Benito V I . E s arrastrado por las calles de Roma y
depositado en un calabozo del castillo del Santo ngel.
All fu estrangulado.Juan X I V , papa.Tempestades
contra l desencadenadas.Su encierro en el calabozo de
su antecesor.Muere de hambre.El usurpador.Sus
desgracias.Gregorio V al mismo tiempo sube al trono
pontificio y es arrojado de l.Refugiase en Lombarda.
Un nuevo antipapa en Roma.Desgracia de ste y rehabilitacin de Gregorio V en Roma.Milagrosa conservacin de la fe catlica en aquel perodo.Coalicin de t o dos los elementos contra la Iglesia.Accin secreta, pero
eficaz, de las rdenes religiosas.Juicio de un eminente
historiador sobre aquel perodo
XLV1I.Esfuerzos
177
rebelda
Concilio.
Su condenacin
por l mismo.nteres
de la quinta s e sin del Concilio de Constantinopla.Focio ante l a s a grada Asamblea.Ceremonias con que Focio fu llamado.
Interrogatorio. Actitud de Focio. Su silencio persistente.Plazo concedido por el Concilio Focio para
contestar.Otras sesiones del Concilio.Focio, presentado de nuevo, rehusa someterse.Incidentes posteriores
en el Concilio.Declaracin de nulidad de todos los actos
jurisdiccionales de Focio.La unin con Roma fu c e l e brada oficialmente.Instintos de divisin en el episcopado y clero
condenacin
186
Igle-
sia.Estado
de la ciudad cristiana en el siglo X I . T e s timonio del Concilio de Soissons y de san Pedro Damiano.
Las pretensiones del poder civil como efecto de este estado.--La dinasta alemana, personificacin del poder c i vil que quiere'absorber el poder religioso. Conrado II.
Las investiduras. Su significacin.Sus consecuencias.Oposicin que encuentran las imposiciones del poder civil
189
X L V I I I . H i l d e b r a n d o . D i s e n s i o n e s en la Iglesia con m o tivo del cisma.Intervencin del emperador Enrique el
Negro.Su coronacin en Roma.Sus pretensiones.
Repulsin que Hildebrando le inspira la corte. Se retira al monasterio de Cluny.Prestigio de este monasterio.Cualidades de Hildebrando.Se le constituye preceptor del hijo de Enrique el Negro.Desgnase en
Worms para pontfice Bruno de Tul.Este llega al monasterio de Cluny.Lo que all le aconseja Hildebrando.
Influencia que ejerce cerca de la Santa Sede.Espritu
reformador de Len IX estimulado por Hildebrando.
Len IX en Reims
194
X L I X . L o s herejes en la poca de Len IX.Carcter
poltico de la hereja de la poca.Proyectos de Enrique I
para sustraer la Iglesia francesa de la Iglesia romana.
Renuvanse antiguas controversias.Papel de Berenguer
en este plan.Cualidades de Berenguer. Sus errores.
Su condenacin.Miguel Cerulario.Renueva las pretensiones de supremaca de la Iglesia de Constantinopla.
108
L.Hildebrando
prosigue
su obra
contra
las
intrusiones
200
80
NDICE.
de Gregorio
VII g las
dificultades
que
en-
cuentra
en su realizacin.Situacin
de la Europa al
morir Alejandro II.Enrique IV.Educacin de este monarca.Su carcter.Trata de apelar al divorcio con su
esposa licita.Cmo desiste de este propsito. Uleccion
de Hildebrando.Cmo lo recibe ste. Notifica su eleccin al Emperador.Programa de Gregorio V i l C m o
debe ser juzgado este programa.Concilio en Roma.Cnones que en l se promulgan.Oposicin que encuentra
su ejecucin.Atropellos de que es vctima el arzobispo
de Maguncia por querer sostener las disposiciones cannicas.Cmo son recibidos en Francia los cnones de
Gregorio VII.Carta del Papa los obispos franceses.
El obispo de Ramberg se resiste someterse al Papa.El
Emperador se desentiende de las disposiciones cannicas.
Desrdenes en Miln.Acuden los milaneses al Emperador para que nombre un nuevo obispo. Conducta del
Papa en este conflicto.El Emperador sigue confiriendo
la investidura obispos y abades
L i l i . R e b e l i n en Roma contra
Gregorio
VII.El
agitador Cenco.Resentimiento de ste contra Gregorio.Se
constituye en instrumento de los planes ambiciosos de
Guibert.Estalla la conspiracin la noche de Navidad.
El Papa es encerrado en una fortaleza.El pueblo le
pone en libertad.Generosidad de Gregorio VII con el
jefe de la rebelin.Desden de Enrique para con el Papa.
Muerte de san Amion. Gregorio empieza usar con
Enrique IV un lenguaje severo. Amenaza de excomunin.Cmo trata Enrique los legados de Gregorio.. .
L I V . E l concilibulo
de Worms.Miembros
que asisten
la Asamblea.Acusacin de Hugo el Illanco contra Gregorio.Cargos que se formulan.Protesta de los prelados
de Wurzb'.irgo y de Metz.El Key firma la deposicin de
Gregorio.Concilibulo en Pava en que se jura no reconocer en adelante Gregorio.Carta de Enrique los romanos para que le secunden
L V . G r e g o r i o VII excomulga
Enrique
IV.El clrigo
Roland presentndose en l Concilio en nombre del Emperador.Su insolencia para con el Papa.Proclama que
dirige los miembros de la Asamblea.Se echan sobre l
para matarle.Gregorio V i l le ampara.El Papa en persona lee una carta llena de c a l u m n i a s e insultos que le
dirige el Emperador.La efervescencia que reina en la
Asamblea obliga al Papa dilatar la discusin para el da
siguiente.Excomunin contra Enrique. El Papa deba
aceptar la lucha.Carcter de la excomunin.Sus efectos en la Edad media.Gregorio VII tena facultad para
declarar los subditos de Enrique desligados del juramento fide delidad '?Deposicin de Enrique.El derecho cristiano desde la poca de Carlomagno
L V L T r i u n f o de Gregorio
VII.l.os
dos campos despus
de la excomunin.Carta de Gregorio las corporaciones
de. Alemania.Cmo recibe Enrique la sentencia de excomunin. Hechos fatdicos que se verifican al hacerse
pblica la sentenciaCarta del Papa los que dudan de
la validez de la excomunin. Levantamiento de la Sajonia. Lo que escribe Gregorio los que proyectan elegir
un nuevo rey.Condiciones impuestas Enrique.Se
empea en ir A encontrar al Papa.Penalidades del viaje
que emprende Enrique
L V I i . R e c o n c i l i a c i n de Enrique IV.Enrique en el castillo de Canosa en hbito de penitencia.Precauciones que
toma Gregorio antes de darle la absolucin.El juicio de
Dios
'.
. . .
L V I I . N u e v o s actos
de perfidia
de Enrique
IV.Cmo
re-
L X I I 1 . P a s c u a l II perseguido
Guibert
por
el
LXIV.Atropellos
208
L X I . S i g u e In. lucha
contra
la Iglesia
en el reinado
de
En-
rique
V. Vctor III.Urbano II.Sus cualidades.Se
presenta como continuador de la obra de Gregorio VII.
Urbano II proponiendo en Plasencia la obra de las cruza-
contra
el papa
2 (i
maltratado
en
Roma.Ge-
fe de Enrique
V oponindose
los
y persecuciones
en la Iglesia
de
287
pro-
yectas de paz.Razones
que expone Kuno de Paleslrina
para no aceptar el pontificado. Es elegido Guido de
Viena con el nombre de Calixto II. La dicta de Tribu- y
el Concilio de lleims.Entrevista del Emperador con el
abad de Cluny el obispo de Chalons.Propuesta de un
acuerdo.Enrique se manifiesta resuelto aceptarlo.
Acordadas las condiciones de la paz , Enrique se niega
suscribir t i convenio.El anlipapa Bourdin en Sestro.
Aislamiento de Enrique.La dieta de Worms. El primer concordato.El Papa llama la atencin del Concilio
de Lelrau sobre los asuntos de Oriente.Muerte de Enrique V
LXVIII.Lualta
2i 2
282
II.areliT
223
Gelasii
280
V.
220
partido
en: iqirsla.
- Cmo se inaugura el reinado de Rodolfo.
Se forma en Alemania un partido numeroso en favor de
Enrique.Excesos cometidos por los partidarios de ste.
El Papa desea componer la disidencia de los dos reyes.
Los legados de Enrique y de Rodolfo en un Concilio.
Descontento de los sajones porque, el Papa no depone solemnomentc Enrique.Quejas que expone ante un Concilio.Excomunin y deposicin de Enrique proclamada
de nuevo por el Papa.El cisma de los enriquistas.
Insultos de stos contra Gregorio. Nombramiento del
antipapa Clemente III.Rodolfo herido mortalniente en
la batalla de Elster
L X . E n r i q u e IV se apodera
de Romi.
Serenidad del
Papa en medio de los peligros que le amenazan.Enrique las puertas de Roma. Personajes que abrazan la
vida religiosa en vista de los males de la poca. Carta
de Gregorio los miembros de. la cristiandad. Enrique
se apodera de la ciudad Leonina.Saqueo de Roma.
Muerte de Gregorio VII
por Enrique
nuevamente
2GS
288
Ingla-
terra.Antigua
iulluencia del Evangelio en las islas britui-'iis.irlanda.Carcter primitivo de los irlandeses.
Repentina transformacin de los misinos.Fenmeno
casi nico que presenta la conversin de Irlanda. El
monje Agustin en Inglaterra. Sensatez de aquel pueblo.
Su generosidad pararon la Iglesia. Prosperidad excepcional de la Iglesia en Inglaterra. Invasiones extranjeras.Atropellos de los brbaros en aquel pas.Incendios
de conventos.Asesinato de monjes. Reparacin por
Alfredo.Las erecciones grandiosas de monumentos catlicos por algunos sucesores de Alfredo.Generosidad
de los grandes ingleses para con la Iglesia.Rivalidades
originadas entre los poderes civiles y eclesisticos. Persecucin de san Wilfrido y de Agilfredo por el rey Coinvvalch. Usurpaciones de muchos bienes eclesisticos.
Ambicin de Orla perjudicial la Iglesia.Agitacin en
la Bercia causa de la discordancia entre el Rey y el prelado.Luchas morales.Atinado juicio del limo. Darbois
sobre la situacin moral de los poderes en Inglaterra.
Persecuciones del obispo Dunstan.El principe Eduardo.
Oposicin de que fu objeto su encumbramiento.Su
coronacin.Pretensin de Eduardo la Iglesia. N o bleza y piedad de su carcter.Favorable juicio del h i s toriador Hume sobre Eduardo Circunstancias de su
martirio.Pr-.l s':i de Dunstan contra aquel c r i m e n . - Oposicin de Dunstan la inmoralidad de Etelredo II.
Sufrimiento de algunos monasterios.Absorcin del p o der de la Iglesia por los prncipes ingleses.Guillermo el
Conquistador.Sus esfuerzos para avasallar la Iglesia y
la aristocracia.El bculo oprimido por el cetro.Destierro y encarcelamiento de varios obispos. Persecucin
de algunos abades. Guillermo el Conquistador sent los
principios ms adelante desarrollados por el protestantismo.Espritu altivo y desptico de Guillermo.Frase
que describe el despotismo de su reinado.Cmo se atribuy las facultades episcopales
2*J'<
L X X . Lucha
de los
soberanos
de Inglaterra
contra
el
arzobispo
A nselmo.Anselmo,
arzobispo de Cantorbery.
Su oposicin aceptar aquella dignidad.Programa de
su pontificado basado en la libertad de la Iglesia.Disidencias entre Anselmo y el Rey sobre el pontificado romano.Anselmo parte para Roma.Carta de Anselmo
sobre la conducta arbitraria del Rey. Independencia absoluta del Rey en los asuntos r e l i g i o s o s E n r i q u e ! .
Cuestin de las investiduras.Pretende Enrique investir
Anselmo.Amenazas.Tesn del Arzobispo.Abuso
en la provisin de prebendas eclesisticas.Saqueo de los
861
NDICE.
templos.Simona bogante.Precio que costaban algunas
dignidades.Oposicin del monarca las bulas procedentes del Papa.Indisciplina de una parte de clero ingles.
Dcsoladores cuadros de la Iglesia en Inglaterra durante
el reinado de listonan
29!)
L X X . E n r i q u e II y romas
Heckel. Quien era Becket.
Su familia.Episodios de la vida de sus padres.Curiosa
historia de la conversin y del casamiento de su madre.
Nacimiento de Tomas.Su infancia y primera educacin.Su juventud.Sus protectores.Su talento y celo.
Reputacin general de Becket.Becket nombrado canciller por Enrique II.Privanza del Canciller con el M o narca.Moralzase la administracin.Buenas cualidades de Enrique II.Su espritu dominador.Diferencias
de carcter entre Becket y Enrique. Valor militar y piedad privada de Becket.Actos penitenciales que ejerca.
Versos de Juan de Salisbury sobre las cualidades de
Becket.
301
L X X I . B e c k e t elevado
la silla
arzobispal
de
Cantorbery.
Primera
disidencia
de Becket yel /{ey.Importancia del
Arzobispado de Cantorbery.Circunstancias que reuna
Becket para aquella dignidad.Su eleccin por una asamblea de obispos.Oposicin del elegido.Aprobacin del
nombramiento por el Papa.Diversas apreciaciones de la
opinin pblica sobre aquel nombramiento.Integridad
de conducta de Becket.Costumbres eclesisticas de Becket desde su promocin.Empiezan las disensiones del
Arzobispo con el Rey.Surgen nuevos conflictos.Concilio consejo eclesistico convocado por el Rey.Intrusin de la autoridad real en la disciplina del clero.Oposicin de Becket S. M.Alocucin de Becket en favor
de la inmunidad eclesistica.^xito de aquel discurso en
la Asamblea.Ruptura del Rey y del episcopado. . . .
L X X M . D e s t i e r r o de Juan de Salisbury.Amarguras
Becket.Asamblea
de Clarendon.
Vacilacin
zobispo.Suarrepentimiento.Proyecto
de
L X X V 1 . O t r a entrevista
de los reyes y de Becket
en San
Dionisio.Terquedad
de Enrique
II.Nuevas
persecuciones al clero de Inglaterra.Inminencia
de la
excomunin.Conciliacin
del Rey y del
Arzobispo.Su
regreso
Inglaterra.Siniestros
prenuncios.Alarma
304
de
del
Arevasin.
Asamblea
de Westminster.Quin
era Juan de S a l i s bury.Su destierro.Carta amarga de Becket al Papa.
Contestacin alentadora del Papa Becket.El Rey e m pieza dividir los nimos de los obispos. Solucin de
algunos obispos.Dificultades creadas por la dualidad de
miras entre los obispos.Vacilacin de Becket.Becket
se inclina una transaccin.Pretensiones de Enrique II.
Asamblea de Clarendon.Objetivo de la m i s m a . A r tculos atentatorios la organizacin sagrada del clero.
Resistencia del Arzobispo firmar las declaraciones de la
Asamblea de Clarendon. Enojo del Rey.Sensacin
producida por aquel acto.Intrigas de la corte y de la
aristocracia.Sujestiones de altos dignatarios eclesisticos para vencer Becket.Becket cede.Melancola y
remordimientos.Huida de Becket
L X X I I I . Calumnias
contra
Becket.Falsas
acusaciones
contra la integridad de Becket en la administracin de la
cancillera.Consejo reunido cu Northampton para sentenciar Becket.Indigna sentencia.Suma exigida por
el Rey al Arzobispo.Efervescencia de las pasiones cortesanas.Discurso de Becket sus colegas en el episcopado. Becket se presenta la Asamblea.Tribunal.liscenas repugnantes.Tesn del Arzobispo.Sus admirables contestaciones los representantes del R e y . R e pugnancia de algunos obispos sentenciar Becket.
Calma de ste.Contestaciones irrebatibles.El cuerpo
de la nobleza ante el Arzobispo.Inflexibilidad de ste.
Sorpresa de los nobles al ver tanta dignidad en el acusado.
Rechaza ste la autoridad del poder seglar para juzgarle. Denuestos prodigados por los cortesanos Becket.
Retrase Becket un monasterio. Escenas de aquella
noche
L X X I V . finida
de llecket.Embajada
de Enrique
II al
Papallecket
ante el Pontfice.Persecuciones
sufridas por los parientes
de Becket. Carta
cismtica
de
Enrique
11. Dignidad
y tesn de Becket.
Fuga del
308
310
llecket.Acontedel
arzobispo
de Cantorbery.Execracin
de las generaciones los criminales.Sus nombres condenados al fuego del oprobio.
Enrique II fu el atizador del cisma. Remordimientos
de aquel Rey.Acusbase s propio de perseguidor de
la Iglesia.Pruebas de criminalidad que pesaban contra
l en su conciencia y en la opinin.Alejandro III conjurado por la cristiandad dar ejemplar castigo.Temores de entredicho. Comisin de Enrique II al Papa.
Obstculos que encontraron los comisionados para ver
al Pontfice.Proyecto de excomunin para el da del Jueves Santo.Sumisin incondicional del Rey las disposiciones del Papa.Condiciones impuestas Enrique por
el Papa. Penitencia y absolucin de Enrique I I . A n u lamicnto de las constituciones de Clarendon.Declaracin humilde de Enrique II y III en otro documento.
862
NDICE.
anatema.El rey Juan retrocede y se somete ante la perspectiva de su destronamiento.Inocencio III fu el verdadero soberano del mundo
340
LXXX1II. Los albigenses. Estragos
que
causaron.
Persecuciones
que promovieron.
Martirio de Pedro de
Caslelnau.Diversas
sectas infectantes de aquellos s i glos.Cmo las calific el papa Inocencio III.Juicio de
san Bernardo sobre las mismas.Pretensiones de santidad
de los albigenses.Sus aires de reformadores.El Occidente recibi el veneno oriental.Reproduccin del a n tiguo maniqueismo en el albigenismo.Conducta detestable de los albigenses.Sus negaciones doctrinales.
Satirizaban el culto. El abad de Cluny describe los desrdenes causados por la secta.Acrecentamiento de la
misma. Cmplices de albigenismo. Raimundo VI de
Tolosa y Raimundo Roger de Carcasona.Misin de Pedro de Castelnau.Sus gestiones en el campo de la h e r e ja.Predicaciones de Bernardo.Hipocresa de los herejes.Sus arrepentimientos simulados. El obispo de
Osina y Domingo de Guzman, emprenden el combate de
la secta.Penitencia ejemplar de ambos.Santidad n t i ma y visible de los mismos. Actividad prodigiosa de
Castelnau.Gestiones del cuatro veces perjuro conde de
Tolosa contra la vida de Castelnau.Celada del Conde al
apstol.Infame traicin.Martirio de Castelnau.Grito de Inocencio III la cristiandad.Alocucin del Papa
contra los albigenses.La cruzada santa en el Languedoc.Lenguaje de Domingo de Guzman los cruzados.
Los magnates retiran el apoyo los albigenses.Decaimiento del albigenismo
343
LXXXIII.Los valdenses.Accin
de las rdenes
religiosas contra las herejas.Quin
era Valdo.Rigidez de
su espritu.Exageracin de su austeridad. Los pobres
deSion.Odio
al sacerdocio.Usurpacin del ministerio
sacerdotal por los valdenses.Rebelda de los valdenses
contra Roma. Sus errores sobre la constitucin de la
Iglesia.Carcter revolucionario de la secta.Luchas armadas.Infeccin de Bohemia y Alemania.Palabras de
Inocencio III sobre los valdenses.Agitacin valdense
en toda Italia.Analoga entre los discpulos de Valdo y
los de Proudhon.Dominicos y franciscanos. Papeles
providenciales que desempearon ambas rdenes. Relaciones de las virtudes dominicanas y franciscanas con las
pasiones valdenses.Progreso de ambas rdenes religiosas.Oposicin de los elementos anrquicos al progreso
de las rdenes religiosas. Sueno proftico de Inocencio III
347
LXXXIV.Federico II.Sus persecuciones
la
Iglesia.
Federico II aliado de los adversarios de la cristiandad.
Su conspiracin secreta contra la causa catlica.Censuras de Gregorio IX contra Federico II.Sus infidelidades.Acusaciones del pontificado contra aquel Emperador.Revolucin de los frangipani
en Roma.Alianza
por Federico.Sangrientos y sacrilegos sucesos en Roma.
El Papa obligado retirarse Espoleto y Anagni.Nuevas dificultades suscitadas al pontificado por Federico.
Diez y seis obispos arrojados de sus sillas.Susctase de
nuevo la lucha entre el sacerdocio y el Imperio. I m p i e dad creciente de Federico.Sus blasfemias.Solemne
excomunin del Papa contra Federico.Altivez de ste.
Espantoso desorden del reino de Sicilia. Expatriacin
de los religiosos.Guerra de los defensores del papado.
Convocacin de un Concilio por el Papa.Oposicin del
Emperador la celebracin del Concilio.Obispos cautivos.Despojo del clero.Conspiracin de Juan Colonna
contra el papado. - El perseguidor avanza con sus legiones
hacia Roma.Arranque del Papa GregorioIX.Victoria
de los romanos.Fallecimiento del Papa. Celestino IV,
papa.S rpido pontificado.Intrusin de Federico en
la eleccin de pontfice.Noble actitud de los cardenales.
Inocencio IV es elegido pesar de la oposicin de F e derico.El nuevo Papa tiene que fugarse de Roma.
Miedo de las potencias catlicas.Concilio de Sion. En
l se condena al Emperador.Cargos hechos por el Concilio Federico. Furia de ste al saber su excomunin
por el Concilio.Cinismo de aquel prncipe.La Iglesia
era el alma de las instituciones.La palabra del Concilio
hiri de muerte la tirana.Arrepentimiento de Federico
380
L X X X V . L a universidad
de Paris.Abelardo
y san Bernardo.Oposicin
de la universidad
A las rdenes mendicantes. - Alejandro
IV. Urbano IV y Clemente
IV
mueren en la expatriacin.La
universidad de Paris
hija de los Papas. Corrupcin de las doctrinas de algunas de sus eminencias en los siglos XII y XIII.Abelardo.Quin era Abelardo.Sus vastos conocimientos y
preclaro talento.Su criterio racionalista.Popularidad
de la dialctica de Abelardo.Juicio de Ernesto Ello
sobr Abelardo.Inmenso movimiento escolstico.De
qu proceda el universal inters excitado por las conferencias de Abelardo.Cmo la fe de los pueblos haca populares las discusiones religiosas.La Providencia opone
Bernardo Abelardo. Descripcin de la grandeza de
Bernardo por Ello. Bernardo comparte con su rival la
atencin y.la admiracin del mundo.Cmo Abelardo,
Arnaldo de Brescia y Bernardo parecen tres tipos de la
Edad moderna.Analoga y trabazn de las dos escuelas
de la Edad media con las dos escuelas hoy dominantes.
Importantes juicios sobre aquel perodo histrico.Pa-
863
NDICE.
ralelo entre Abelardo y Bernardo.Grandeza de ambos.
Eloisa Hildcgarda.Abelardo, alma de la universidad de las universidades.Bernardo encargado
de negocios de su siglo.Inlluencia decisiva de san Bernardo.
Ella salv la integridad doctrinal en su siglo.Abelardo
ante un Concilio.Bernardo lee la Asamblea el catlogo de errores de la filosofa de Abelardo.Siente ste
encadenadas las potencias de su alma ante el genio catlico.Victoria de la verdad.La universidad de Paris en
el siglo XIII.Examen del principio de la renuncia de la
propiedad colectiva de las rdenes religiosas.La universidad se declara contra la pobreza absoluta.Los hijos de
Francisco de Ass y Domingo de Guzman se oponen las
doctrinas universitarias.Economismo.lomas de Aquino, Buenaventura y Alberto el Grande, providencialistas.
Los papas defienden el providencialismo.Cuarenta
bulas pontificias defienden las rdenes mendicantes.
Proceso contra Guillermo de Saint-Amour, autor contrario la pobreza religiosa.Intolerancia de los universitarios.Alejandro IV, papa, vence la persecucin de los
sabios contra las rdenes religiosas.Manfredo invade el
patrimonio de la Iglesia.Prisin del legado pontificio.
Sediciones y turbulencias en Roma.Fuga del Papa.
Alejandro IV muere en la expatriacin.Clemente IV,
papa, no pudo reinar en Roma ni un solo da
L X X X V I . Confusin
en Roma.
Persecucin
de
del Papa Luis de Baviera.Cargos formulados.Manejos de Luis de Baviera contra el pontificado. Folletos
diseminados por Luis de Baviera en descrdito del pontificado.Persecucin
de obispos fieles.Excomunin de
Luis de Baviera. Dieta del Imperio en la que el Papa es
denunciado como perturbador de la paz.Prosperidad
de Luis de Baviera. Consejo de monjes apstatas.
Grandes talentos de algunos adversarios de la Santa Silla.
Herejes bogantes en aquel perodo
367
L X X X I X . C o n g r e s o de los gibelinos
Baviera
en Roma.Profanaciones
352
Felipe
el Hermoso.Crtico
y peligroso perodo para el pontificado.Desprestigio del poder eclesistico.Santidad del
papa Celestino V.Su espritu cenobita.Roma fu en
aquellos das teatro de motines y rebeliones.Sacrilegios incendios.Agitacin de la cristiandad. Bonifacio VIII , papa.Su lucha contra los gibelinos.Felipe
el Hermoso.Su tesn y osada.Rigores de Felipe c o n tra la Iglesia.Su espritu de absorcin.Altiva contestacin del embajador del Rey al Papa.Dignidad y energa de Bonifacio.Ficcin de una bula por los cortesanos.Asambleas francesas y edictos protestantes contra
las bulas pontificias y los consejos de cardenales.El Rey
y la nobleza unnimes en la persecucin de la Iglesia.
Oposicin del gobierno francs al Concilio convocado por
Bonifacio. Perversin de una parte de clero. Bula
verdadera del Papa.Asamblea nacional en el Louvre.
-Nogarct acusa al Papa, y le califica de infame.
Prisin
del legado pontificio.Confiscacin de los bienes de los
eclesisticos adictos Roma. Alemania , Espaa , S i c i . l i a , la Italia Gibelina, Francia contra la Santa Silla.
Firmeza de Bonifacio contra la Europa perseguidora.
Locas acusaciones de hereja contra Bonifacio.Pusilanimidad del clero.Tres abades protestan contra la prevaricacin de Francia.Los tres son hechos prisioneros.
Paris y Roma se coligan contra el Cristo del Seor.
Bonifacio se retira Anagni. Bula Petri
solio.Tumulto en Anagni contra Bonifacio. Ricardo de Siena
y Napolen Orsini acaudillan las turbas. Arranque
heroico de Bonifacio ante los invasores de su palacio.La
majestad del pontificado ahog el crimen civil.Dilogo
entre el Papa y Nogaret.El Papa prisionero de los insurrectos.Asesinato del obispo de Strigonia. El cardenal Fiesehi despierta la dignidad del pueblo de Anagni.
Huida de los rebeldes.Regreso del Papa Roma.
Ovacin.Manejos del partido gibelino.Nuevos disgustos de Su Santidad.Su fallecimiento.Benito X I sube
la ctedra de san Pedro.Sorda guerra su poder.El
Papa se retira Perusa.Su rpido pontificado.Agitacin en Italia.Gelfos y gibelinos. Divisin del Sacro
Colegio.Beltran de Got es elegido.Quin era ste.
Situacin del mundo descrita por los cardenales en su invitatorio Beltran de Got.Beltran se llam Clemente V.
Defiende ste la memoria de Bonifacio contra las pretensiones de Felipe el Hermoso.Batalla doctrinal entre
el Rey y el Papa en Poitiers.Difcil situacin del Papa.
Cmo su prudencia le salv. Clemente escoge Avignon
como residencia.Circunstancias de Avignon.
. . . 356
L X X X V I I . A v i o n . P e r s e c u c i n la memoria
de
Bonifacio
VIH.Templarios
L X X X V I 1 I . Disidencia
en la arden
franciscana.Disgustos
causados
Juan XXII por la rebelda
de los sectarios
de Oliva.Nueva
rebelda
estallada
en el seno de
la orden.Proteccin
de Luis de Babieca
lis
rebeldes.
Persecucin
del pontificado
por Luis de
Baviera.
Rebelda
del Imperio.Juan
X X I I . Disgustos de aquel
Pontfice por la excisin d3 la orden franciscana.Delirios de algunos franciscanos. Espritu valdense de los
disidentes.Quin era Juan Oliva.Los
perfectos.Exageracin de su austeridad.Errores doctrinales.Anatema contra ellos del Concilio de Viena. Motines en Sicilia, Toseana y Narbona.Invasin de los conventos franciscanos y de la Inquisicin por los
perfectos.Insolencia
de los mismos contra la Santa Silla.Bula gloriosa
ecclestam
perfectos
hermanilos.
Proteccin de los rebeldes por Federico en Sicilia.Perversin de muchos.Energa del Papa contra la secta turbulenta.Nuevas disensiones monsticas.Importantes
debates sobre la pobreza.Miguel de Ccsene. Frmula
de solucin en el captulo general de Perusa.Disgusto
del Papa por el procedimiento del captulo.Rebelda del
general de la orden Franciscana.Luis de Babiera protege los rebeldes.Disidencias entre Luis de Baviera y el
Papa.Triunfos del partido antipontificio. Acusacin
363
en Trento.Luis
de
habidas
en
Roma.
Sacrilegios.
Atropellos
al pontificado.
Congreso de
los gibelinos en Trcuto.Proceso Juan X X I I . R e s u l vese que Luis de D u v i c r a se iiasladc Roma.Coronacin en Miln de Luis de Baviera por dos obUpos e x c o mulgados.Persecucin de los afectos Su Santidad.
Gestiones de los catlicos acerca del Papa para obtener
su regreso Roma.Peligros del regreso.-- Cuida del gobierno romano.Gobierno de los capitanes del pueblo.
Palabras de Juan X X I I . L u i s de Baviera en Roma.Sucesos de Roma.Cesa el culto eu la santa ciudad.Presentacin de Luis al pueblo en la plaza de San Pedro.
Acusacin y deposicin sacrilegas del Papa desde el atrio
de la baslica.Decretos impos de Luis.Nueva c o n v o catoria del pueblo.Eleccin de un antipapa al aire libre.
Fr. Pedro de Corbiere, elegido autipapa. L l a m s e
ste Nicols V.Luis de Baviera parte de Roma dejando
all su representante.Desprestigio de Luis.Descontento del pueblo escandalizado.Desprestigio del a n t i papa.Su sumisin Juan X X I I . Trmino de aquel
cisma.Luis de Baviera gestiona el reconocimiento de su
dignidad por el Papa.Firmeza del Papa.Concilio c o n vocado bajo la proteccin de L u i s , para acusar al l e g t i mo Pontfice.Fallecimiento de ste. Pontificado de
Benito XII.Sus esfuerzos para reconciliar Luis de
Biiviera con la Iglesia.Dificultades suscitadas. Privanza de los cismticos.Vejaciones los catlicos.
Muerte impenitente de Luis
371
X C . { e v o l u c i n en Roma.Qu
le faltaba Roma para
encontrar la paz. Dominio absoluto de la fuerza en
Roma mediados del siglo XIV.Atropellos continuos
los peregrinos.Aparicin de Rienzi.Quin era Rienzi.Sus relaciones con el papa Clemente VI en A \ i o n .
Rienzi regresa Roma.Su amor la libertad.Su
elocuencia tribunicia.Sus frases tpicas.Popularidad
del nuevo tribuno.Convocacin del pueblo en el A v e n tino por Rienzi.Arenga elocuente.Sn palabra electrizante engendra la revolucin. Rienzi convoca al pueblo
en la plaza del Capitolio..Misas celebradas por su orden
en San Agnolo
in Peschiera.En
el Capitolio, Rienzi
perora sobre la salvacin de Roma y la dignidad del P o n tfice.Proyecto de constitucin.Colonna intenta en
vano resistir la revolucin.Rienzi triunfa.Entusiasmo de Roma y de la Europa por Rienzi. Rienzi erige la
casa de la guslicia
de la pace.Alegra
y orden en
Roma.Entusiasmo del Petrarca. Carta del Petrarca
Rienzi.Esperanzas.Rienzi embriagado por la gloria.
Su infatuacin.Sus pretensiones ridiculas.Sus extralimitaciones.Actitud del Papa respecto Rienzi.
Legado pontificio. Amenazas del Papa. Anatema.
Desprestigio. Aislamiento. Motiu contra Rienzi.
Abandona ste Roma. Rienzi continuaba la obra de
Arnaldo de Brescia.Renace en Roma la agitacin de
las pasiones.Principales caudillos de la independencia
italiana en aquel perodo.Solo dos ciudades permanecieron fieles alPapa.Inocencio VI, papa.Quines s e oreaban en Roma al subir Inocencio.Prisin y libertad
de Rienzi por el Papa.El Papa utiliz su genio e n v i n dole Roma contra el tribuno Barancclli.Entrada triunfal de Rienzi cu Roma.Lenguaje de los romanos al nuevo tribuno.Renace en l el espritu del despotismo.
Ejecuciones de muerte. Insurreccin de los partidarios
de Colonna y Savclli. Rienzi herido. Asesinato de
R i e n z i , cuyo cadver es arrastrado.Cualidades que g l o rificaron y defectos que perdieron Rienzi.Quin era el
aliado de todas las grandezas. Su ambicin le haca
adoptar todas las contradicciones.Fu quiz el primero
que ide la unidad italiana. Era un poltico del s i glo X I X viviendo en el siglo X I V
375
XCI. Juan
de Vico y otros
usurpa/lores.Otros
enemigos
del pontificado.Albornoz
se encarga del combate de los
enemigos del pontificado.Juan de Vico personific la
fuerza de los adversarios.Caudillos de la oposicin al
Papa.Medidas adoptadas por Albornoz.La campana de
la excomunin.Cinismo de los excomulgados.Quema
de las efigies del Papa. Banquete y blasfemias de los incendiarios.Martirio de varios sacerdotes.Cruzada santa.Orgullo de Ordelalf.Forli.Derrota de las huestes
antipnntilicias en sus cercanas.Sitio de Forli.Marcia,
esposa de rdclali, defiende Cesena. Episodios guerreros y romnticos del sitio y asaltos de Cesena.Herosmo de Marcia.El cardenal Albornoz admite la capitulacin de Cesena.Homenajes al valor de Marcia. Forli
sucumbe.Ordelalli es indultado.Resistencia de B o l o nia.Carcter rebelde de aquella ciudad.Lo que de ella
deca Eneas Sglvius.Albornoz
la atrajo la obediencia.
Barnabos acaudilla los fugitivos.Triunfo del pontificado.Aparicin en Francia de las grandes
compaas.
Cruzada contra ellas.Capitulacin del marques de.
864
NDICE.
Monlfcrrat que los acaudillaba.Ci'bano Y piensa trasladarse Koino. Decadencia poltica del puntilleado en
,V\ion.Desventajas de Avion respecto Konia.El
Rdano no era el Tiber. La ausencia del l'apa anulaba
la supremaca de Rom i. Afranrcsamiento de lo material
y personal de la Iglesia.Oposicin de Francia la partida del Papa.Partida del Papa.0\asinos de los p u e blos su paso. Arrebatos y delirio de regocijo de Italia.
Roma alborozada los pies de Urbano V.Voz del Petrarca.Su canto embelesante.Pacificacin de los n i mos, reformas administrativas.Movimiento general de
reconciliacin con el pontificado.Tristeza del Papa en
Roma.Italia era para el Egipto.Avion era su sueo.
Determina partir para .Vvion. -Ungida eleva ul Pupa su
voz inspirada iioprcsentaciolies del senado y del pueblo
cunta el proyecto del Papa. Inflexibilidad de Urbano.
Llegada Avion.Su prximo fallecimiento.Gregorio XI le sucede.Complicaciones religiosas en el reino
de Aragn.Esclavitud de la Iglesia en Genova.Antipata de Florencia para el gobierno pontificio.Reaparicin de Barnhos cu el campo.Liga de soberanos favor
del Papa.Florencia rompe la concordia con la Santa S i lla y se alia con Barnbos.Florencia enalbla la bandera de libertad.Ciudades de Italia que le secundan.
Cruzada pontificia.Oyese la voz de una mujer ya clebre
por sus virtu.l.'s y talento.Catalina de Sena. Quin
era.Su devocin al Papa, su amor Italia.Exquisidad
de sus sentimientos.Sus relaciones iiillueiicia social.
Su misticismo y su diplomacia.Sus relaciones con
Gregorio XI.Sus cartas polticas.Su teologa.Negociaciones del Papa con los florentinos.Condiciones del
Papa para admitir la reconciliacin. Insurreccin de Bolonia.Ruptura de lis negociaciones.Excomunin de
los rebeldes. Vctilud enrgica del Papa.Espanto de los
revolucionarios. Deseos de paz. El gran consejo de
Florencia deputa para Avion Catalina de Sena.Ineficacia de las gestiones de la Santa.Declaracin de guerra.Gregorio XI venciendo capitales pasa Boma.
Alegra d l o s romanos.Critica posicin de Gregorio XI.
Tempestades polticas y blicas.Derrota del ejrcito
pontificio. Florencia resiste. Catalina de Sena forma
un ncleo de amantes de la conciliacin.Simpatas de
Florencia por Catalina.Tumulto en Florencia contra el
partido de la paz. Asesinato de eminentes varones.
Peligros de Citalina. Reaccin favor de la paz.Fallecimiento de Gregorio XI
X C I I . T u r b u l e n c i a s de liorna la muerte de Gregaria
XI.
Invasin
del Cnela ve.Principio
del gran
cisma.
XCIII. - Ladislao
en
Jtoma.
Atropellos.
Victimas.
Huida
del Papa
perseguido.
Relajaciones de la d i s ciplina social.Desmoralizacin radical de Roma.Ladislao al frente de Roma. Entrada de Ladislao en aquella ciudad.Desmoralizacin de Francia. Procedimientos , decretos, resoluciones y maneras protestantes.Desazn de los cardenales de ambos Papas.Ambos partidos
conciben la idea de un Concilio general.Cuestin del
Concilio. Debates teolgicos y polticos sobre su l e g i t i midad y oportunidad.Actitud de las diversas naciones
y otros
situacin
:!!);>
poderosos
enemigos
de
de ltnma.
Wiclef.
husitas.
A
tentados
sacrilegios.Antigedad
de la le catlica en Bohemia.Brillante historia de aquella Iglesia. lun Hus. Quin era este.Sus principios
y tendencias.Errores que abraz y propag.Desdenes
y denuestos al pontificado.Popularidad del heresiarca
en Bohemia. Motn contra los catlicos.Sastigo de los
amotinados.Escritos perturbadores de Juan Hus.Llamamiento de Juan H u s al Concilio de Constanza. P e r sistencia de Juan Hus en sus errores y en sus planes.
Es condenado muerte con Jernimo de Praga.Indignacin de la Bohemia al saber el suplicio de los herejes.
Luto nacional.Apologas pblicas los llamados mrtires. Veneracin de los recuerdos de las vctimas.
Adictos al busismo.Fanatismo por la secta. Excesos y
exageraciones de los sectarios Persecucin los sacerdotes fieles.Sacrilegios horrendos.Peregrinaciones de los
sectarios los montes llamados Oreb y Tabor en Bohemia.
Escndalos peridicos en ambos montes.Esfuerzos del
Papa para llamar los Bohemios al buen camino.Resistencia y obcecacin de los Bohemios.El legado del Papa
se ve precisado huir. Descuella Zisca como caudillo
de los sectarios.Quin era Zisca.Rasgos caractersticos de aquel genio.Su prestigio en el pueblo.Saqueo
de las casas religiosas y profanacin de imgenes. Los
taboristas se agrupan bajo la espada de Zisca.Actitud
digna del rey Wenceslao.Las turbas se oponen las disposiciones del Rey.Asesinato de algunos magistrados
de Pilsen.Monasterios devastados incendiados.Profanacin de la sagrada Eucarista.Religiosos coronados
de espinas y arrastrados.El rey Wenceslao muri de un
ataque apopltico al saber los sacrilegios de las turbas.
Mirada retrospectiva sobre la vida de Wenceslao.Martirio de Juan de Nepomme, vctima de su fidelidad al secreto sacramental.Los ltimos actos de Wenceslao expiaron sus pasados crmenes.La muerte de Wenceslao dej
libre el campo los husitas.Otra horrenda profanacin
de la Eucarista.Horrenda elocuencia de Zisca.Incendios do inmensas preciosidades religiosas.Ciudades invadidas y profanadas.Resena de los ms notables atropellos.Herosmo de algunos confesores mrtires.Ver-
401
NDICE.
sos del poeta Ponlanus.Cruzadas contra los husitas.
Imponente poder de aquellos herejes. Derrota por los
mismos del ejrcito del cardenal de Winchester.Dieta de
Noremberg.La cuestin husita entraaba la revolucin
general.Las divisiones intestinas de los husitas ceden
ante el armamento general de Europa.Fallece Martin V
y le sucede Eugenio IV.Este prosigue la guerra contra
los husitas.Proclama del cardenal jefe de la Cruzada.
Condiciones impuestas por los husitas para someterse.
Ineficacia de las negociaciones.Empieza la guerra.Pnico de los cruzados.Su derrota.Exclamaciones del
Cardenal.Derrota definitiva de las cruzadas
X C V I . C o n f l i c t o s de Eugenio
cilio de Basilea.Discordia
TRATADO
PERSECUCIN
J.EI
406
ConIV.
Insurrecciones
italianas.invasin
de los Estados de la
Iglesia.Conjuracin
de los Colonna para ampararse de
Roma. Fidelidad de los romanos en aquel conflicto.
Concilio de Sena.La efervescencia poltica obliga s u s penderle por siete anos. Concilio de B a s i l e a . E u g e nio IV disuelve en su comienzo el Concilio de Basilea.
Desobediencia de los padres del Concilio la bula de d i solucin.Razones en que decan apoyar su desobediencia.Agitacin de la cristiandad ante aquel conllicto.
Los prncipes y universidades apoyan la actitud de. los
de Basilea. El emperador Segismundo protector del
C o n c i l i o . M e m o r n d u m del Emperador al Papa.Digna'respuesta del l'apa al Emperador. Domingo Caprnica.Atmsfera antipontificia del Concilio de Basilea.Decretos antiteolgicos.Prisin del embajador del
Papa.Exposicin del Papa al Concilio.Perjuicios que
causaba la Iglesia la rebelda de Basilea. Proposiciones justas del Papa.Comisin de husitas al Concilio. Notables bohemios en Basilea.Negociaciones entre Bohemia y Basilea. Compctala.
Reconciliacin
de Bohemia con la Iglesia. Gestiones del Papa para s o l ventar el conflicto entre Roma y Basilea.Terquedad de
Basilea.Bula del Papa contra el Concilio.Actitud cismtica de Basilea. Alarma de muchos principes ante
aquella rebelda.El emperador Segismundo reconoce la
justicia de la conducta del Papa.Ultimas concesiones de
Eugenio en pro de la paz.]lu:r.ildad del Papa. Llasta
qu punto las anteriores persecuciones haban relajado la
disciplina de la Iglesia.Conflictos entre varios prncipes.Los Estados pontificios invadidos por huestes que
se decan defensoras del Concilio de Basilea.El duque
de Miln y Fortebraccio. Insurreccin de Roma contra
el Papa.Poncelletto di Piclro en el Capitolio.Prisin
del cardenal Gondelmcro.Fuga del Papa disfrazado de
monje.Indignacin de la cristiandad y del Concilio de
Basilea contra los perseguidores del Papa.Insurreccin
de Roma contra el duque de Miln.Llamamiento del
Papa.Complot contra la vida del Papa por los agentes
del Duque.El Papa descubre la conjuracin.Contina
la disidencia entre el Papa y el Concilio.Violencias y
desacatos del Concilio contra los derechos y dignidad del
pontificado.Actitud influencia perniciosa del cardenal
de Arles.Quin era ste.Osada creciente del Concilio.Su desprestigio.Los escndalos de Basilea comprometieron la unin de la Iglesia griega con la latina,
que el Papa negociaba.Juan Palelogo aporta en Venecia acompaado de lucido cortejo de obispos y altos dignatarios del Imperio.Mientras Constantinopla venia
someterse Roma, Basilea se insurreccionaba definitivamente.Decreto de deposicin del Papa por el concilibulo.Eleccin anticannica de Flix V. La aparicin
del antipapa amarg la alegra de la cristiandad por Ja
reconciliacin de la Iglesia griega. La Europa desdea
el reconocimiento de Flix V.Fallecimiento de Eugenio IV.Eleccin de Nicols V.Disolucin del c o n c i libulo de Basilea.Bonanza social respecto al pontificado
XCYII.Oposicin
Constantinopla.
de los griegos
la unin.Cada
Desgracias
de la cristiandad.
cuarto.Combates,
concilibulo
QUINTO.
PROTESTANTE.
de Pisa.La
palabra Reforma.Su
do-
de Francia
contra
Julio
II se renueva
42(i
432
en
manifestaciones
del
libre
examen.hk
de
las
I X . L u t e r o se excusa
cruzadas.Concilio
de Florencia.Reunin de las Iglesias griego y latina.Los dogmas de la Iglesia romana
fueron aceptados sin restriccin.Abrazo conmovedor de
los Padres de ambas Iglesias.Un sentido coro cant:
Lceteniur
caeli el exulte!
Ierra.Pases
que solicitaron
en aquellos das la unin con Roma.Oposicin del clero
griego secundar la unin celebrada.Concilibulo antiromano en Santa Sofa. Crecientes dificultades.Acto
solemne de sumisin en Constantinopla.Protestas del
pueblo.Motin al grito de Anatema
al
lienolicon.Propaganda antilatiua.Peligros que surgan para Constantinopla.Progresos de los turcos.Cuadro de los estragos causados la cristiandad por los turcos.Mahonicto II jura cautivar la reina del Bosforo.Valor personal de Palelogo. Era ste superior su pueblo.El
ejrcito turco ante Constantinopla. La altiva armada
musulmana en sus mares. Palelogo y Justiniano.Firmeza de los griegos.Desaliento de los turcos. Proyecto
atrevido de Mahometo.Un arranque propio del genio
allana al turco la entrada Constantinopla.Asalto.
Cada de Constantinopla.Escrito de .Eneas Sylv ius Nicols V sobre la desastrosa situacin de la Iglesia de
Oriente
420
X C V I I I . R e s u m e n del tratado
sas y victorias
de la Iglesia
865
defen-
423
de ir A Roma
donde
le llama
Len
Llega noticia de Len X la conducta de Lutero.Impresin que al Papa le produce.Consejos de los que rodean al Sumo Pontfice.El Papa recomienda el asunto
al superior inmediato de Lulero.Carcter de Staupitz.
Carta de Lutero Len X.Prestigio del doctor de Wittemberg en A l e m a n i a . - - S e resiste ir Roma adonde le
llama el Pontfice.El Papa conviene en que Lutero no
vaya Roma; pero ordena que se presente al cardenal
Cayetano.Odio de Lulero contra el telogo Prierias.. .
X . Llamado
Lulero
ante
el cardenal
Cayetano,
se niega
477
X.
479
retractarse.Quin
era Cayetano. Prestigio de que gozaba este Cardenal.Lutero llamado Augsburgo se despide de sus discpulos.Su viaje y llegada Augsburgo.
Lulero ante el cardenal Cayetano. Lutero se niega
retractarse. Se subleva resueltamente contra Roma. .
W.-Muerle
de Juan Telzel.-MWlHv.
comisionado por Len X
para hacer volver Lutero al buen camino. Cmo se
propone Miltitz realizar su misin. Llama Juan T e t zel.Este manifiesta las razones que le asisten para no
salir de Leipsick.El nuncio Miltitz se dirige l mismo
aquella ciudad.Calumnias propaladas contra Tetzel.
La muerte de ste
X I I . D i s p u t a de Leipsick.Entrevista
de Miltitz con L u lero.Carta de Lutero al Papa. Falsedad hipocresa
del P . Martin.Eck provocando Lutero y Carlstadt i
una discusin teolgica.Esta tiene lugar cerca de Leip109
483
488
NDICE.
X X X . A c t o s de pillaje
contra
las casas
religiosas.Teoras despticas sobre el poder de los principes sostenidas
por los reformadores.Lulero excita los prncipes al pillaje contra las casas religiosas.Robo de los conventos.
Atentados contra los religiosos
570
X X X I . A b o l i c i n del culto catlico.Al
desaparecer los
monasterios desaparecen las escuelas.Queja de Lutero
respecto al particular.Ensea que los prncipes corresponde lo referente la enseanza y al culto.La liturgia catlica es sustituida segn el capricho de los reformados. Juicio de Erasmo acerca los atentados de los
protestantes
372
X X X I I . L u t e r o aplica personalmente
las doctrinas
contra
el celibato.Casamiento
de Lutero. Catalina de Bora.
El mesn del guila negra. Conversaciones de L u tero.lil lenguaje del doctor respecto al diablo, l o s o b i s - "'
pos y los papistas.Carcter de las bufonadas l u t e ranas
575
X X X I I I . M e l u n c t o n g la confesin
de
Augsburgo.entrada de Carlos V en Augsburgo:Los principes luteranos se niegan asistir la procesin de Corpus.Quines
eran estos principes.La confesin de Augsburgo.Es
refutada por los doctores catlicos.Conferencias entre
los telogus catlicos y los protestantes. Deseos de c o n ciliacin por parte de Meluncton.Inutilidad de estos esfuerzos.Lutero excita a la rebelin contra el Emperador.Argumentos en que apoya esta rebelin. . . . * 581
X X X I V . Juan
de Leyden.
M u n s t e r . L o s profetas.
Juan de Leyden constituido en rey de la nueva Son.
Incendio de iglesias. Munster es sitiado.Juan de Leyden cortando la cabeza una de sus esposas.Los s i t i a dores entran en Munster.Muerte de Juan de Leyden. . 588
X X X V . O r i g e n de la. persecucin
anglicana.-h.na.
de
Boleyn.Sus relaciones con Enrique VIII.Cmo c o n testa las provocaciones del soberano.Escrpulos de
Enrique acerca su primer matrimonio con Catalina de
Aragn.Consulla con Wolsey.--Yacilaciones del Canciller.Se acude Clemente V I L E s t e dispone que se
examine el asunto en Inglaterra. Wolsey se espanta de
la responsabilidad que sobre l pesa.La peste.Campeggio llega Londres en carcter de legado pontilicio.
Amenaza de separacin de la Iglesia.El tribunal que ha
de entender en la causa de divorcio.Palabras de la R e i na ante el tribunal.El obispo Fisher defiende la Reina.
Odio de Ana contra Wolsey.Es destituido.Muerte
de Wolsey
591
X X X V I . Tomas
Aloro.
El nuevo gobierno. Influencia
que en l ejerce Ana Boleyn. Tomas Moro nombrado
canciller.Sus costumbres y su piedad.El Rey le c o n sulta sobre la cuestin del divorcio
005
X X X V I I . C r a m n e r . A n t e c e d e n t e s de Tomas Cramner.
Cmo resuelve la cuestin del divorcio.Es presentado
Enrique.El Rey le manda Roma para agenciar la s e paracin.Consultas las universidades.Escndalos en
la universidad de Oxford
008
X X X V I I I . Cromvell.
Los miembros del gabinete ingles
quieren apelar del Papa al Parlamento.Les domina la
codicia de las propiedades eclesisticas. Palabras de
Fisher.Intranquilidad del Rey.Entrevista de ste con
Cromvell.Convocatoria del clero.Los estatutos c o n o cidos con el nombre de Praununire. El clero acusado de
traicin y de felona. Pretensiones del Rey ser reconocido como jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra.Protesta de Tonstall.Cmo es acogida.Se busca un acomodamiento.Carta del Papa Enrique.Medidas que
se toman contra la Iglesia. Tomas Moro renuncia su
puesto de Gran Canciller
012
X X X I X . C a s a m i e n t o de Enrique
VIH con Ana
Boleyn.
Enrique dispuesto entrar en una liga de la que Lutero
es el inspirador.Su viaje k Francia Ana se empea en
acompaarle.Desaire que recibe, en Boulogne.El c a samiento. Cramner es nombrado arzobispo de W c t s niinster.Proclama la nulidad del matrimonio con Catalina
010
XL. El cisma de Inglaterra.
Roma condena la declaracin de nulidad del matrimonio hecha por Cramner.
Medidas que se adoptan en Inglaterra contra la Iglesia. . 019
XLI. Calvino.Su
origen.Sus estudios.Como se verifica su desarrollo intelectual.Se pasa la Reforma.Sus
trabajos en favor de la secta
020
X L I 1 . L a s mujeres cooperando
la hereja.Margarita
de
Francia.Reuniones en el castillo de P a n . - Efecto de las
disputas religiosas.Provocacin de los Reformados en
Francia
024
XL11I.La Reforma
en Suiza. Los sermones sobre las i n dulgencias y Zwinglio.Situacin peculiar de la Suiza.
Porqu el error es all acogido fcilmente por el pueblo.
Ginebra.El poder episcopal entre los ginebrinos.Los
dos partidos.Alianza con Berna partidaria de la Reforma.Propaganda ejercida por Frument
627
X L I V . C a l c i n o en Ginebra.Farol
y Viret necesitan de
Calvino.Carcter opuesto de estos reformadores. . . . 031
XLV. Alentados
contra
los catlicos
en Suiza.
Resistencia que algunos pueblos oponen la Reforma.Viret predicando en un convento de capuchinos. Protesta de los
religiosos.Prisin y destierro de los curas. La fe catlica considerada como un crimen'La disputa de L a u s sana.Muerte de Clemente VII y eleccin de Paulo III. . 031
X L V I . P r i s i n de Tomas Moro y de Fisher.La
monja de
867
NDICE.
Kent.Sus predicciones contra Enrique.Cramner la
denuncia al Parlamento.Se la condena sin proceso a ella
y otras seis monjas.Se buscan otros cmplices.Tomas Moro y Fisher son delatados en carcter de tales.
Tomas Moro ante el consejo.Tomas Moro en Chclsea.
Moro y Fisher conducidos la Torre de Londres.Privaciones que se les condena. Correspondencia entre
Moro y su hija Margarita
X L V I I . M u e r t e dada Fisher
y varios
religiosos.
Apstatas y mrtires. Los cartujos de la Salutacin.
El prior les pregunta si estn dispuestos jurar.Entrevista de Cromvell y los tres priores.El jurado rehusa
condenarles.Presin de Cromvell sobre el tribunal.
Muerte de Juan Huthon. Otros mrtires. Paulo III
nombra cardenal F i s h e r E l procurador general Rich
preguntando Fisher.Este es citado ante el Parlamento.Fisher en el tribunal.Se le condena ser decapitado. Muerte de Fisher
X L V I I I . T o m a s Moro
en la TorreSoledad
de Tomas
Moro en la Torre.Margarita se empea en ver su padre.Entrevista de Margarita con Tomas Moro.Pasa
verle su esposa.Cromvell y el preso.Luchas que tiene
que sostener en la crcel
XLIX.-L-Ejecucin
de Tomas
Moro. Moro conducido a
Wcttsminster. H a l l . E l acto de acusacin.Defensa
que formula el acusado.Rich presentndose como t e s tigo.Apostrofe que le dirige el acusado.Fallo del j u rado.Cmo contesta ella sir Tomas.Se lee sir T o mas la sentencia de pena capital.Pope le anuncia la hora
de su muerte.Moro en el cadalso.Conmocin que produce la muerte del Gran Canciller. Expiacin providencial sobre Ana Boleyn.Es acusada de adulterio.Se
presenta ante los jueces.Encarga Lady Kingston que
le obtenga el perdn de la hija de Catalina. Persecucin
contra la familia de Tomas Moro Palabras de Gardiner
al morir
L . P e r s e c u c i n contra
los monasterios
en
Inglaterra.
El Rey nombra Cromvell vicario general de la Iglesia de
Inglaterra.El Rey recoge los ttulos y licencias de todos los eclesisticos.El bil de supresin de los monasterios.Resistencia de losaldeanos.Ejecuciones.Deslino que se da los monasterios y sus rentas
L I . P e r s e c u c i n contra
la familia
del cardenal
Polo.
Odio del Rey contra Polo por haberse declarado contra el
divorcio.Es puesta precio la cabeza del Cardenal.No
pudiendo ser habido, el Rey y los que le rodean se ceban
contra los parientes del clebre escritor.Ejecuciones en
la familia de Polo. Es procesada la condesa su madre.
Su ejecucin
L I I . E l protestantismo
en Italia
g en
Espaa.Bernardino Ochin.Pedro Mrtir Vermigli.Propaganda protestante en Espaa.Medios que apelaron los reformados.Proporciones que amenaza tomar la Reforma.Medidas coercitivas.Felipe II y la Inquisicin.Juicio de
Balines
L I I I . I s a b e l de Inglaterra.Ejecuciones
que tuvieron l u gar durante el reinado de Enrique VIII.Sucede ste
un hijo de Juana Leymour, Eduardo VI.Medidas que
ste adopta contra el Catolicismo. Persecucin contra
su hermana Mara.Isabel, hija-de Ana Boleyn , sube al
trono de Inglaterra Su apostasa.Se establece el anglicanismo.Persecuciones. El protestantismo empieza
invadir la Escocia. Inox.-Carcter opuesto de Mara
Stuard y de Isabel de Inglaterra.Odio de los protestantes contra Mara Stuard.Casamiento de la reina de E s cocia con Darnley.Carador y pretensiones de s l e . S e cunda los proyectos de los reformados.El secretario de
la Reina.Asesnalo de ste.Fuga de la Reina.Nacimiento de Jacobo VI. Asesinato de Darnley.Rapto de
la Reina.Se casa con Bothwell.Cmo la trat ste.
Mara Stuard se refugia en Inglaterra
L I V . M u e r t e de Mara
Stuard.La
crcel de la reina de
Escocia.Muerte de .Murray, su acusador.Mara Stuard
escribe su prima.Isabel quiere deshacerse de la Stuard
por medio de un asesinato.Se anuncia Mara Stuard su
sentencia de muerte.Se despide de sus criados.Mara
Stuard dirigindose al cadalso.Detalles de su muerte. .
L V . E l Concilio
de Trento.Carcter
de los concilios.
Importancia del que se reuni en Trento.Canon de los
Libros Sagrados.Doctrina sobre la justificacin.Los
Sacramentos.El Concilio de Trento en la afirmacin c a tlica, respondiendo las negaciones protestantes
L V L O l i v e r i o Cromwell
L V I 1 . G u e r r a de religin
en Francia.Poltica
de Calalina de Mdicis con respecto los protestantes en Francia.Los tres partidos. La conferencia de Poissy.
Atentado cometido por los hugonotes.Muerte de M o n t moreney.El almirante Coligny.Casamiento de Enrique
de Navarra con Margarita de Valois.Resentimiento de
los catlicos. A t e n t a d o contra Coligny.La noche de
San Bartolom.Enrique III.El adicto de B l o i s . - La
Liga.Muerte de Enrique III.La guerra de los tres Enriques.Conversin de Enrique IV.Su abjuracin en
San Dionisio.Entra triunfalmente en Paris
L V 1 I I . E n r i q u e IV y los Jesutas.
La aparicin de Lutero
y la de Ignacio de Loyola. Por qu se persigue los J e sutas.Juicio de Ravignan sobre sus doctrinas. Su i n tervencin en las agitaciones de la poca.Defensa de los
Jesutas hecha por Enrique IV
L X I X . M u e r t e de Carlos I de Inglaterra.El
libre examen
religioso y poltico.Matanzas en Irlanda.Irritacin de
los puritanos contra Carlos I.El Convenaht.Prisin,
sentencia y muerte del rey de Inglaterra
036
TRATADO SEXTO.
LA
645
.650
656
667
669
670
679
694
700
703
703
717
720
REVOLUCIN.
I . E l Jansenismo.Carcter
de la persecucin revolucionaria.El antiguo rgimen.Por qu los parlamentos y
la masa en Francia fueron favorables al jansenismo.La
Bula l'nigenitus
I I . E l filosofismo.
La incredulidad en el siglo VIII.Volt a i r e . Carcter de sus producciones. R o u s s e a u .
D'Alembert.Oiderot.El barn de Holbach
III. Luis XVI.Su
carcter.Malas condiciones en que se
encontr.Reunin de los Estados generales.El tercer
estamento.Su exigencia.Reunin en el Juego de la
pelota.La reunin de los tres estamentos.Resistencia
de la nobleza.Los clubs de Paris.Saqueo de la crcel
de la Abada.El arzobispo de Paris.Reserva del clero
al unirse al tercer estamento. Un nuevo motin promovido por la dimisin de Necker.Atentado contra los Lazaristas yotros conventos.Toma de la Bastilla.El festn de la guardias de corps.Turbas de mujeres dirigindose Versalles.Penetran en la Asamblea.La turba
entra en el palacio real
I V . L a Constitucin
civil del clero.Talleyrand
propone
que para remediar el dficit de la Hacienda se eche mano
de los bienes del clero.Defensa de la propiedad eclesistica hecha por el abate Mauri.Mirabeau interviene en
el debate.La fiesta de la federacin. Palabras del Rey.
Lafayettc.El Te Deum
V . C o n f l i c t o s producidos
por la Constitucin
civil del clero.La Constitucin civil del clero es sometida la aprobacin del Rey.Vacilaciones de Luis XVI.Cornelt
Po VI.Apostasas.Entereza de la gran mayora del
clero.Cmo responde ste la intimacin que se le d i rige para que jure la constitucin civil
V I . M a t a n z a del 2 de setiembre.El
Rey opone el veto
los decretos contra los emigrados y contra los eclesisticos.Irritacin de los revolucionarios.El 20 de junio.
Matanza.de sacerdotes en la Abada y en las Carmelitas.
El obispo de Arles.Los dos hermanos Rochefoucauld.
Martirio de estos hroes.El tribunal de
Sainl-Germain-des-Pres.Asesinato
del prroco M. Grs.Nmero de las vctimas
V I I . P r o c e s o y muerte de Luis XVI.La
conversin.Se
decreta el proceso del Rey.La familia real en el Temple.
Luis X V I presentndose como acusado ante la Convencin.Defensores del Rey.Jacobino y Girondinos.Palabras de Robespierre y contestacin de Vergniauld. La
votacin.Este decide la muerte del Rey.Resignacin
de Luis X V I . S e despide de su familia.Su ejecucin. .
V I I I . M u e r t e de Mara
Antonieta.Mara
Antonieta en
el Temple despus de. la muerte de su esposo.Se le arrebata su hijo el Delfin para entregarlo al zapatero S i mn.Es llevada la Reina la Conserjera.Proceso c o n tra la Reina.Es condenada muerte.Su suplicio.
Nuevos atentados
I X . P e r s e c u c i o n e s contra
Po VI.Bonaparte
constituido
en agente de la revolucin anticatlica.Despojo de Po VI.
Holler comunica al Papa la , den de destierro.Viaje de
Po VI.Su muerte.Eleccin de Po VILPrincipio de
su pontificado.Se pone de acuerdo con Napolen Bonaparte.Las tropas del Emperador se apoderan de Ancona.
X . P o VII y Napolen.Carta
de Napolen quejndose de
Po VILRespuesta del Papa.Consalvi y Fesch.Es
nombrado embajador de Francia en Roma el regicida A l quier.Invasin de otros Estados del Papa.El barn de
Alquier en presencia de Po VII.Los franceses se posesionan de Roma.Destierro del cardenal Pacca.Actitud
de Po VII. E l Papa es preso y conducido fuera de
Roma.El Papa en G r e n o b l e E s trasladado Fontainebleau.La entrevista con Napolen.Ultimas medidas del
despotismo de Bonaparte
X I . L a persecucin
en Espaa.Disposiciones
hostiles
contra In Iglesia.Se hace correr el rumor en Madrid de
que los frailes han envenenado las fuentes.Degello de
Jesutas en San Isidro.Asesinato de otros religiosos.
Desrdenes y asesinatos en Zaragoza, Murcia y Reus.La
corrida de toros del 25 de julio en Barcelona.Incendio
de conventos.La junta eclesistica
para la reforma
del
clero.Persecucin
contra los obispos.La nacin se i n cauta de los bienes eclesisticos
X I I . L a persecucin
en Polonia.Catalina
de Rusia.El
reparto de la Polonia.El emperador Nicols.Apostasa.Medidas despticas contra los polacos.La insurreccion.Sus motivos.Esto da lugar una persecucin
ms sangrienta
X I I I . P e r s e c u c i n contra
Po IX.Esperanzas
queda
lugar el nuevo Pontfice.Reformas que adopta.Cmo
son recibidas estas reformas.Exigencias revolucionarias.
Po IX huyendo Gaeta.La Europa se conmueve ante
ste acontecimiento.El triunvirato en Roma.Mazzini
celebrando la 'ascua en la iglesia de San Pedro.La batalla de Castellidardo.Muerte de Pimodan.Cavour y
724
727
729
740
749
751
760
770
775
7S3
799
.
803
868
NDICE.
812
La partida de la Porra.Conducta
del Gobierno contra
los obispos.Asesinato de sacerdotes en Catalua.. . .
X V . P e r s e c u c i n de la Comuna.Prisin
de sacerdotes por
la Comuna.Profanaciones. Prisin de los miembros de
la Congregacin de los Sagrados Corazones.El demagogo
Lerizier.Arresto de los dominicos.Se les fuerza ir
las barricadas.Asesinato de los dominicos.Los rehenes trasladados la Roquette.Parodia de un consejo de
guerra.El pelotn de ejecucin.El carcelero Henrion.
XVI.Conclusin
837
844
COMBATES.
Persecucin luterana.Persecucin anglicana.Persecucin por
los hugonotes.Persecucin china.Persecucin rusa.Persecucin espaola.
Perseguidores:
Gustavo Wasa.Los Czares.Santerre.Danton.Marat.Robespierre.Manuel.Saint-Just.Desmoulins.
Napolen I.El barn de Alquier.Vctor Manuel.Cavour.
Bismark. Ruiz Zorrilla. Flourens. Raoult-Rigault. Serizier.Ferr.
Mrtires
vctimas
principales.Dulau,
arzobispo de Arles.
Los" dos Rochefoucault.Gros.Lescure.Vaclieres.El Cannigo Alejandro.Lenfant, confesor de Luis X V I . Bastiguac,
vicario general de Arles.Innumerables religiosos sacrificados en
Francia y Espaa. Innumerables religiosos y fieles en el Japn,
China y Polonia.Los arzobispos de Paris, Afre, Sibour y Darboy.
Strauch, obispo de Vich.Pimodan.Clcrc.Allard.Crozas.
Deguerry.Surat.Mouleon.
Escritores
adversarios.
Lutero. Melancthon. Calvino.
Zwinglio.Servet.Spinosa. Jansenio. Toland. Voltaire.
Rousseau.D'Alembert.Diderot.Mirabeau.Siycs.Renn.
Vctor Hugo.Pasaglia.Castelar.Su y Capdevila.
DEFENSAS.
Concilio XVIII general en Basilea.Concilio X I X en Lelran.
Concilio X X en Tiento.Concilio X X I en el Vaticano ; y muchos
concilios nacionales y provinciales.
rdenes religiosas y de caballera en defensa de los principise
intereses de la Iglesia.Caballeros del Elefante en Dinamarca.
Orden tealina.Orden capuchina.Reforma carmelitana.Compaa de J E S D S . R e l i g i o s a s ursulitas.Caballeros de la llorde lis.
Hermanos de la caridad de San Juan de Dios.Hermanos de la
doctrina cristiana en Italia.Padres oblatos.Padres del oratorio
por San Felipe Neri.Trinitarios descalzos.Escuelas Pas.Hijas del Calvario.Religiosas de la Visitacin salesas.Orden de
San Basilio, reformada.Padres de la misin.Hermanos de Beln, en Mjico.Reforma cistercicnse trapenses.Religiosos de
los siete dolores.
Escritores
fieles.Gropper,
cardenal.Melchor Cano.Carlos
Borromeo.Francisco de Sales.Teresa de J e s s . L u i s de Granada.Baronio. Belarmino. Bullandus. Gretzcr. Daiicliui.
Cornelio Alpide.Palafox. Palavicini. Tomasino. Ruinad.Bossuet.Lambertini.Beigier. Fraysiuous.Fleury.
De Maistre. Chateaubriand. Bonal.Wiseman.Augusto N i cols.El abate Gaume. Veuillot. Maret. Montalembert.
Mermillot. Barruel. Balmes. Donoso Corles. Lacordaire.
Perrone.Debreyne.Feller.Leroy.echamps.Monescillo.
Gonzlez.Cecchi.Herbert.Riancey.Roca y Cornel.Lafuente.Beauvais.
Papas.Po
III.Julio II.Len X.Adriano VI.Clemente VII.Pablo I I I . J u l i o III.Marcelo II.Pablo IV.Po IVP o V.Gregorio XIII.Sixto V.Urbano VILGregorio XIV.
Inocencio IX.Clemente VIH.Len XI.Pablo V.Gregorio XV.Urbano VIII.Inocencio X.Alejandro VILClemente IX.Clemente X.Inocencio XI.Alejandro V I I I . I n o c e n cio XII.Clemente XI.InocencioXIII. Benito XIII.Ciernen,
te XII.Benito XIV.Clemente XIII.Clemente X I V . P o VI.
Po V I L L e n X I I Po VIH.Gregorio X V I . P o IX.
Len X I I I .
Grandes
hombres.El
conversiones.
Paginas
en que estn.
GRABADOS.
Atila detenido en las puertas de Roma por el papa san Len el Grande.
Cario Magno en las escuelas
13
232
33
297
41
Los Templarios
Penitencia de Enrique II
El Arzobispo de Ach y los condes de Bretaa, suplican Luis VIII el
Raimundo II de Tolosa cumpliendo una penitencia en la iglesia de
Nuestra Seora de'Paris
Muerte de Luis el Santo
Los cruzados delante de Bczicres..
.-
"
Enrique VIII
Arresto de Carlos I
272
274
73
293
89
333
97
348
105
346
121
346
137
422
157
347
169
366
185
364
205
432
217
506
233
476
249
476
265
480
281
490
289
492
297
504
313
570
328
345
591
361
594
377
596
385
620
393
(98
405
683
409
612
429
711
441
717
457
719
473
720
489
722
505
Luis X I V
408
57
329
60
17
25
Asesinato de Eduardo
Pginas
4 que prtense
313
726
727
521
727
529
770
537
732
545
736
553
747
561
756
569
758
577
763
85
766
593
600
768
768
609
770
617
770
625
771
637
771
641
772
Pginas
en que estn.
CUMIADOS.
Pginas
quo pertenecen.
649
657
668
673
681
689
697
713
721
721
729
737
7*3
753
761
769
777
785
785
793
773
774
775
775
775
775
775
776
802
.802
802
811
801
813
825
845
851
852
8 4 1
ERRATAS NOTABLES.
PG.
LNEA.
DICE:
390
390
40
49
Benedicto IX
Bonifacio XIII
812
813
823
812
839
839
851
LASE:
Benedicto XIII.
Benedicto XIII.
C E N S U R A .
M.
I.
SR.
He ledo las entregas que se han publicado de la obra cuyo ttulo es:
HISTORIA
D E
LAS
PERSECUCIONES
SUFRIDAS
LA
IGLESIA
CATLICA
DESDE
SU
FUNDACIN
HASTA
LA
POCA
ACTUAL ;
M.
I.
Sr.
A P R O B A C I N .
Secretara de Cmara del Obispado de Barcelona. E l M . Itre. Sr. Vicario Capitular ha decretado lo siguiente:
Barcelona 2 2 de agosto de 1 8 7 8 . E n vista de la favorable censura que ha recado en la obra titulada H I S T O R I A
DE
LAS
PERSECUCIONES
SUFRIDAS
POR
LA
IGLESIA
CATLICA
DESDE
SU FUNDACIN
HASTA
LA
POCA
ACTUAL ;
Contiene
un examen detenido de las causas de cada una de ellas y de los caracteres especiales que presentaron, de las principales
legislaciones que contra el Cristianismo han regido y rigen; la biografa de los tiranos y perseguidores y de los ms ilustres perseguidos y mrtires, con interesantes descripciones de los lugares en que se libraron los recios combales del orgullo
humano contra la verdad divina desde el Calvario, en el siglo primero, hasta el Quirinal, en el siglo actual. Obra escrita
por D. Eduardo Mara Vilarrasa, cura propio de la parroquia de la Concepcin y Asuncin de Nuestra Seora, en Barcelona, y D. Jos Ildefonso Gatell, cura propio de la parroquia de San Juan, en Gracia (Barcelona), ilustrada con
magnficas lminas intercaladas en el texto. Previa censura diocesana, damos licencia para que pueda imprimirse, d e biendo presentarse antes de su publicacin dos ejemplares visados por el censor nuestra Secretara.
L o decret y firma el M . Iltre. Sr. Vicario Capitular, de que certifico.P. I.Ignacio Palay Mart. Por m a n dato de S. S.Jaime Marti y Carreny, vicesecretario.
L o que traslado V . para su conocimiento y efectos consiguientes.
Dios guarde V . muchos aos.Barcelona 2 3 de agosto de 1 8 7 8 .