El documento describe una invitación a comer del personaje Braulio, un hombre de clase media español que carece de modales y educación refinados. A pesar de sus reservas, el narrador acepta la invitación. Al llegar a la hora acordada, se encuentra con muchos visitantes ceremoniosos. Finalmente comienzan a comer más tarde de lo planeado, y Braulio insiste en que en su casa priman la franqueza sobre los cumplidos.
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El documento describe una invitación a comer del personaje Braulio, un hombre de clase media español que carece de modales y educación refinados. A pesar de sus reservas, el narrador acepta la invitación. Al llegar a la hora acordada, se encuentra con muchos visitantes ceremoniosos. Finalmente comienzan a comer más tarde de lo planeado, y Braulio insiste en que en su casa priman la franqueza sobre los cumplidos.
El documento describe una invitación a comer del personaje Braulio, un hombre de clase media español que carece de modales y educación refinados. A pesar de sus reservas, el narrador acepta la invitación. Al llegar a la hora acordada, se encuentra con muchos visitantes ceremoniosos. Finalmente comienzan a comer más tarde de lo planeado, y Braulio insiste en que en su casa priman la franqueza sobre los cumplidos.
El documento describe una invitación a comer del personaje Braulio, un hombre de clase media español que carece de modales y educación refinados. A pesar de sus reservas, el narrador acepta la invitación. Al llegar a la hora acordada, se encuentra con muchos visitantes ceremoniosos. Finalmente comienzan a comer más tarde de lo planeado, y Braulio insiste en que en su casa priman la franqueza sobre los cumplidos.
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Fragmento de Artculos de costumbres.
De Mariano Jos de Larra.
'El castellano viejo'.
Ya en mi edad pocas veces gusto de alterar el orden que en mi manera de vivir tengo hace tiempo establecido, y fundo esta repugnancia en que no he abandonado mis lares ni un solo da para quebrantar mi sistema, sin que haya sucedido el arrepentimiento ms sincero al desvanecimiento de mis engaadas esperanzas. Un resto con todo eso del antiguo ceremonial que en su trato tenan adoptado nuestros padres, me obliga aceptar veces ciertos convites que pareciera el negarse grosera , por lo menos, ridcula afectacin de delicadeza.
Andbame das pasados por esas calles buscar materiales para mis artculos. Embebido en mis pensamientos, me sorprend varias veces m mismo riendo como un pobre hombre de mis propias ideas y moviendo maquinalmente los labios; algn tropezn me recordaba de cuando en cuando que, para andar por el empedrado de Madrid, no es la mejor circunstancia la de ser poeta ni filsofo; ms de una sonrisa maligna, ms de un gesto de admiracin de los que mi lado pasaban, me haca reflexionar que los soliloquios no se deben hacer en pblico; y no pocos encontrones que al volver las esquinas di con quien tan distrada y rpidamente como yo las doblaba, me hicieron conocer que los distrados no entran en el nmero de los cuerpos elsticos, y mucho menos de los seres gloriosos impasibles. En semejante situacin de mi espritu, qu sensacin no debera producirme una horrible palmada, que una gran mano, pegada ( lo que por entonces entend) un grandsimo brazo, vino descargar sobre uno de mis hombros, que, por desgracia, no tienen punto alguno de semejanza con los de Atlante?
No queriendo dar entender que desconoca este enrgico modo de anunciarse, ni despreciaba el agasajo de quien sin duda haba credo hacrmele ms que mediano dejndome torcido para todo el da, trat slo de volverme por conocer quin fuese tan mi amigo para tratarme tan mal; pero mi castellano viejo es hombre que cuando est de gracias no se ha de dejar ninguna en el tintero. Cmo dir el lector que sigui dndome pruebas de confianza y cario? Echme las manos los ojos, y sujetndome por detrs, quin soy? gritaba alborozado con el buen xito de su delicada travesura. Quin soy? Un animal, iba responderle; pero me acord de repente de quin podra ser, y sustituyendo cantidades iguales, Braulio eres, le dije. Al oirme, suelta sus manos, re, se aprieta los ijares, alborota la calle, y pnenos entrambos en escena. Bien, mi amigo! Pues en qu me has conocido? Quin pudiera sino t?... Has venido ya de tu Vizcaya? No, Braulio, no he venido. Siempre el mismo genio. Qu quieres? Es la pregunta del espaol. Cunto me alegro de que ests aqu! Sabes que maana son mis das? Te los deseo muy felices. Djate de cumplimientos entre nosotros; ya sabes que yo soy franco y castellano viejo; el pan pan, y el vino vino; por consiguiente, exijo de ti que no vayas drmelos, pero ests convidado.A qu?A comer conmigo.No es posible.No hay remedio.No puedo, insisto y temblando.No puedes? Gracias. Gracias? Vete paseo; amigo, como no soy el duque de F., ni el conde de P., quin se resiste una sorpresa de esta especie? Quin quiere parecer vano? No es eso, sino que... Pues si no es eso, me interrumpe, te espero las dos; en casa se come la espaola: temprano. Tengo mucha gente: tendremos al famoso X., que nos improvisar de lo lindo; T. nos cantar de sobremesa una rondea con su gracia natural, y, por la noche, J. cantar y tocar alguna cosilla. Esto me consol algn tanto, y fu preciso ceder; un da malo, dije para m, cualquiera lo pasa; en este mundo, para conservar amigos, es preciso tener valor de aguantar sus obsequios. No faltars, si no quieres que riamos. No faltar, dije con voz exmine y nimo decado, como el zorro que se revuelve intilmente dentro de la trampa donde se ha dejado coger. Pues hasta maana; y me di un torniscn por despedida. Vile marchar, como el labrador ve alejarse la nube de su sembrado, y quedme discurriendo cmo podan entenderse estas amistades tan hostiles y tan funestas.
Ya habr conocido el lector, siendo tan perspicaz como yo le imagino, que mi amigo Braulio est muy lejos de pertenecer lo que se llama gran mundo y sociedad de buen tono; pero no es tampoco un hombre de clase inferior, puesto que es un empleado de los de segundo orden, que reune entre su sueldo y su hacienda cuarenta mil reales de renta, que tiene una cintita atada al ojal y una crucecita la sombra de la solapa; que es persona, en fin, cuya clase, familia y comodidades de ninguna manera se oponen que tuviese una educacin ms escogida y modales ms suaves insinuantes. Mas la vanidad le ha sorprendido por donde ha sorprendido casi siempre toda la mayor parte de nuestra clase media y toda nuestra clase baja. Es tal su patriotismo, que dar todas las lindezas del extranjero por un dedo de su pas. Esta ceguedad le hace adoptar todas las responsabilidades de tan inconsiderado cario; de paso que no hay vinos como los espaoles, en lo cual bien puede tener razn, defiende que no hay educacin como la espaola, en lo cual bien pudiera no tenerla; trueque de defender que el cielo de Madrid es pursimo, defender que nuestras manolas son las ms encantadoras de todas las mujeres; es un hombre, en fin, que vive de exclusivas, quien le sucede, poco ms menos, lo que una parienta ma, que se muere por las jorobas, slo porque tuvo un novio que llevaba una excrescencia bastante visible sobre entrambos omoplatos.
No hay que hablarle, pues, de estos usos sociales, de estos respetos mutuos, de estas reticencias urbanas, de esa delicadeza de trato que establece entre los hombres una preciosa armona, diciendo slo lo que debe agradar y callando siempre lo que puede ofender. El se muere por plantarle una fresca al lucero del alba, como suele decirse; y cuando tiene un resentimiento se le espeta uno cara cara; como tiene trocados todos los frenos, dice de los cumplimientos que ya sabe lo que quiere decir cumplo y miento; llama la urbanidad hipocresa, y la decencia, monadas; toda cosa buena le aplica un mal apodo; el lenguaje de la finura es para l poco menos que griego; cree que toda la crianza est reducida decir Dios guarde ustedes al entrar en una sala, y aadir con permiso de usted cada vez que se mueve; preguntar cada uno por toda su familia y despedirse de todo el mundo, cosas que as se guardar l de olvidarlas como de tener pacto con franceses. En conclusin, hombres de estos que no saben levantarse para despedirse sino en corporacin con alguno algunos otros; que han de dejar humildemente debajo de una mesa su sombrero, que llaman su cabeza, y que cuando se hallan en sociedad, por desgracia, sin un socorrido bastn, daran cualquier cosa por no tener manos ni brazos, porque, en realidad, no saben en donde ponerlos, ni qu cosa se puede hacer con los brazos en una sociedad.
Llegaron las dos, y como yo conoca ya mi Braulio, no me pareci conveniente acicalarme demasiado para ir comer; estoy seguro de que se hubiera picado; no quise, sin embargo, excusar un frac de color y un pauelo blanco, cosa indispensable en un da de das en semejantes casas; vestme, sobre todo, lo ms despacio que me fu posible, como se reconcilia al pie del suplicio el infeliz reo, que quisiera tener cien pecados ms cometidos que contar para ganar tiempo; era citado las dos, y entr en la sala las dos y media.
No quiero hablar de las infinitas visitas ceremoniosas que antes de la hora de comer entraron y salieron en aquella casa, entre las cuales no eran de despreciar todos los empleados de su oficina, con sus seoras, y sus nios, y sus capas, y sus paraguas, y sus chanclos, y sus perritos; djome en blanco los necios cumplimientos que dijeron al seor de los das. No hablo del inmenso crculo con que guarneca la sala el concurso de tantas personas heterogneas, que hablaron de que el tiempo iba mudar, y de que en invierno suele hacer ms fro que en verano. Vengamos al caso: dieron las cuatro y nos hallamos solos los convidados. Desgraciadamente para m, el seor de X., que deba divertirnos tanto, gran conocedor de esta clase de convites, haba tenido la habilidad de ponerse malo aquella maana; el famoso T. se hallaba oportunamente comprometido para otro convite, y la seorita que tan bien haba de cantar y tocar, estaba ronca en tal disposicin que se asombraba ella misma de que se la entendiese una sola palabra, y tena un panadizo en un dedo. Cuntas esperanzas desvanecidas!
Supuesto que estamos los que hemos de comer, exclam D. Braulio, vamos la mesa, querida ma. Espera un momento, le contest su esposa casi al odo: con tanta visita yo he faltado algunos momentos de all dentro y... Bien, pero mira que son las cuatro... Al instante comeremos. Las cinco eran cuando nos sentbamos la mesa.
Seores, dijo el anfitrin al vernos titubear en nuestras respectivas colocaciones, exijo la mayor franqueza: en mi casa no se usan cumplimientos. Ah! Fgaro, quiero que ests con toda comodidad: eres poeta y, adems, estos seores, que saben nuestras ntimas relaciones, no se ofendern si te prefiero; qutate el frac, no sea que le manches. Qu tengo de manchar? le respond mordindome los labios. No importa, te dar una chaqueta ma: siento que no haya para todos. No hay necesidad. Oh! s, s, mi chaqueta! Toma, mrala: un poco ancha te vendr. Pero, Braulio... No hay remedio; no te andes con etiquetas. En esto me quita l mismo el frac, velis nolis, y quedo sepultado en una cumplida chaqueta rayada, por la cual slo asomaba los pies y la cabeza, y cuyas mangas no me permitiran comer probablemente. Dile las gracias: al fin el hombre crea hacerme un obsequio.