Tú y El Diablo

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T y el Diablo J. Maxton La noche que me dejaste estaba a punto de perdonar al diablo. Y mira lo que son las cosas...

tu cuerpo ni siquiera tuvo que salir de la habitacin. Estabas acostada, mirando al techo y preguntndote por milsima vez si alguien ms vea formas en el Tirol que los albailes no supieron pegar. Esa noche no estabas tan creativa. Viste un cerdo, una pierna de pollo y unas gafas. Te diste la vuelta, y en el preciso instante en el que tu espalda me mir a los ojos, te fuiste. Yo estaba, dnde si no, en este aparato maldito que tantas veces nos alej. "Ya s que de aqu comemos...! Pero de qu sirve la comida del cuerpo cuando no hay alimento del alma?" Me encantabas cuando tu aroma era el inconfundible perfume del clich. Cuando tu espalda me mir estaba escribiendo las primeras lneas del ltimo de los poemas que tu sutil encanto me inspir. Se llamaba "Apologa del Diablo". Como te dije, estaba a punto de perdonarlo. Por qu decimos "Dios mo" si l no tiene la culpa? A veces una mala palabra suple perfectamente el "diablo mo". l sabe que lo estamos mirando. Incluso s que est leyendo, a travs de mis ojos (quiz est hackeando mi conexin, ya ves que esto del internet es cosa suya; no en vano dice Julio que debera llamarse "Infiernet") y que se regodea tanto o ms que yo con tu espalda y con tu ausencia. Recuerdo la primera noche en que nos vimos. Aunque tcnicamente ya era el da siguiente, sin sol y con estrellas sigue siendo noche. Estabas envuelta en tu misterio... o ms bien, eras t la que lo envolva, con frgiles y sutiles capas de agradecimiento y de sonrisas. Presentabas la que sera tu ltima exposicin en blanco y negro, porque como me diras despus, yo traje el color a tu vida. Nos present Ivn, te acuerdas? No, l no, tonta, el otro, el moreno. Siempre confundiste a mis amigos, incluso a los que no tenan el mismo nombre. "Te llam Manuel..." "Manuel? Qu Manuel?" "Bueno, era Rafael" "No ser Miguel?" Daba igual que si no hubieras dicho nada. La fotografa principal era, por cierto, la ms pequea de todas: una pequea nia, en un vestido gris (que debi haber sido rosa) sosteniendo los despojos de una mueca de trapo. Todos se preguntaban cmo lo habas hecho. Ese tipo de gente rara vez permite que se le fotografe. Yo ya lo saba. No intentaste pagarles con monedas, sino con historias. Hablar su misma lengua te ayud bastante, y cuando les relataste aquella donde te caste en el lodo, no pudieron menos que complacerte. Claro que esa historia solo la conozco yo y unos cuantos... haber revelado tu secreto equivaldra a cientos de nias en cientos de vestidos grises con trozos de muecas de las que no podra hacerse de nuevo una sola. T eras nica. Qu bien te sienta el negro! Ya s que me diras que a todo mundo, que el negro luce bien en quien sea. Sin embargo t no vistes de negro. Mas bien, tu lo vistes a l, le haces lucir, das a pensar que podra ser as con todo el mundo, pero yo s que no. Qu bien te sentara que yo muriera, para que con tu luto te vieras radiante. En qu momento nos enamoramos? T diras que fue la primera vez que salimos. Con todo y mi mala memoria, hay ciertas cosas que nunca se me olvidan. Las llamadas por telfono, que a m jams se me hubiera ocurrido que pudieran durar tanto, se prolongaban hasta la maana. Fue a las 6 en punto que aceptaste el caf sabor a rosas, siempre y cuando el mo fuera de violetas. Nos mirbamos mucho a los ojos, y no pudimos evitar rernos cuando me preguntaron: "y para su novia?" No nos gustaba hacer que los dems cometiramos errores, y nuestra broma privada siempre fue que esa era la razn de nuestro noviazgo: "para que el chico del restaurante no tenga que vivir con su error". Lo bueno es que no te gustaban las rosas de verdad, solo las de tu caf. Pudimos contar a tres chiquillos con rosas en las manos, claro, "para su novia... o bueno, para su amiga". Luego, la caminata. La luna, que ha sido cmplice y que tiene tantos dueos como amantes hay en el mundo, fue la nica testigo. Primero me dijiste que me odiabas, y como no te cre, te respond con lo mismo. Nos odiamos tanto esa noche... y creme, nunca me he cansado de odiarte. Hoy puedo afirmar que t lloras por cualquier cosa. Lloraste cuando muri la abuela, s, pero tambin cuando cancelaron tu programa en la tele. Lloraste cuando dejamos de odiarnos para detestarnos, lloraste cuando se

fue tu amiga, cuando se congelaron tus mascotitas emplumadas. Lloramos juntos con la pelcula, e incluso llorabas cuando reas. Nunca hubo mejor momento que cuando podamos beber blsamo de lgrimas, combinadas las tuyas con las mas. Siempre dije que te parecas al clima. Sin embargo, nunca fui meteorlogo. Nunca pude predecir si mi nuevo traje te gustara o si la noche que no hicimos el amor fue una tormenta o una simple neblina. Aprendimos a llorar juntos y a consolarnos separados. Cuando fuimos de viaje la primera vez pediste ventanilla, y yo, un autobs diferente. Cmo nos divertimos en la guerra de almohadas! Eres una capitana increblemente hbil. Si la guerra fuera hoy y t dirigieras uno de los ejrcitos, habra victoria asegurada. Qu lejanas me parecen a veces tus pestaas, que estoy seguro de haber contado bien antes de que se te cayera una. "Elige: arriba o abajo?" No era una pregunta, era un reto. La noche de los acertijos fue lo mismo. Quin puede saber que la mantequilla va bien dentro del closet? Solo t. Eres capaz de desafiar todo lo que se te pone enfrente. Aunque no seras domadora de fieras, porque no te ira bien. Eres ms bien una de ellas. La noche en la que estuvimos a punto de separarnos, t con tus maletas y t silla y mi resto de razn me dirigieron sendos gritos desde el marco de la puerta. No te escuch. Ni siquiera te vi. Simplemente pens en lo mucho que nos seguamos necesitando, en lo poco que nos pudimos odiar el tiempo que estuvimos juntos. En las formas que me faltaba encontrar en el Tirol del techo. En las fotos que nunca tomamos. Sin decirnos nada ms, terminamos besndonos con pasin hasta que volvimos a aborrecernos. Pero esta noche no. Esta noche no fueron necesarios ni los gritos, ni el amor ni la luna ni el caf con sabor de tus rosas que en vivo no te gustaban. La indiferencia fue ms poderosa que toda la artillera de tus guerras ganadas de almohadas. Al mirarme con los ojos de tu espalda comprend que me habas dejado. Que finalmente no seras para m, por mucho que te tuviera. Y qu curioso. Despus de tanto odiarnos, estoy seguro que que casi te amaba. Que el diablo no necesit seducirme para que yo lo hiciera contigo. Y mira, justo antes de perdonarlo. Esta noche debo varias disculpas. A m mismo, por no haberte dejado de odiar para amarte a tiempo. A ti, claro, por hacerte perder lo poco que de ti misma quedaba antes de conocerme. Y al diablo, porque no podr perdonarlo. Al menos, no hasta la prxima vez.

"Apologa del diablo Esta noche ni siquiera te anunciaste Solamente por detrs de mi espalda llegaste A mis odos un rumor susurraste Que simple y sencillo es del bien y el mal el contraste..."

Y entonces t te fuiste, y ya no supe ms de m.

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