Raimund Gregorius, un profesor de lenguas antiguas muy respetado, conoce a una misteriosa mujer en un puente durante una tormenta. Ella escribe su número de teléfono en la frente de Gregorius y lo acompaña a la escuela, donde él debe decidir si borrar el número o no. Este encuentro inesperado amenaza con alterar la predecible vida de Gregorius.
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Raimund Gregorius, un profesor de lenguas antiguas muy respetado, conoce a una misteriosa mujer en un puente durante una tormenta. Ella escribe su número de teléfono en la frente de Gregorius y lo acompaña a la escuela, donde él debe decidir si borrar el número o no. Este encuentro inesperado amenaza con alterar la predecible vida de Gregorius.
Raimund Gregorius, un profesor de lenguas antiguas muy respetado, conoce a una misteriosa mujer en un puente durante una tormenta. Ella escribe su número de teléfono en la frente de Gregorius y lo acompaña a la escuela, donde él debe decidir si borrar el número o no. Este encuentro inesperado amenaza con alterar la predecible vida de Gregorius.
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Pascal Mercier
Tren Nocturno a Lisboa
Ttulo original: Nachtzug Erlang Mnchen Wien Traduccin: Silvia Villegas Puerto de Palos Ediciones Cantaro, narrativa Buenos Aires Argentina - 27 de octubre de 2006 ISBN: 950-753-201-3 Digitalizado por Mr. Pond
Nuestras vidas son los ros Que van a dar a la mar, Qus el morir Jorge Manrique
Nous sommes tous de lopins et d'une contexture si informe et diverse, que chaque piece, chaque momant, faict son jeu. Et se trouve autant de difference de nous a nous mesmes, que de nous autruy.
(Estamos formados por jirones de mltiples colores, unidos entre s de manera tan libre, tan floja, que cada uno ondea a cada instante a su voluntad. Y son tantas las diferen- cias que hay entre nosotros y nosotros mismos como las que hay entre nosotros y los otros.) MICHEL DE MONTAIGNE, Essais, Segundo libro, 1
Cada um de ns vrios, muitos, uma prolixidade de si mesmos. Por isso aquele que despreza o ambiente no o mesmo que dele se alegra ou padece. Na vasta colnia do nosso ser h gente de muitas espcies, pensando e sentindo diferen- temente
(Cada uno de nosotros es varios, es muchos, es una va- riedad de s mismos. Por eso aquel que desprecia las condicio- nes ambientales, el ambiente, no es el mismo que con ellas se alegra o por ellas padece. En la vasta colonia de nuestro ser hay gente de muchas clases, que piensan y sienten de inconta- bles modos distintos.) FERNANDO PESSOA, Libro do desassossego. Nota del 30 de diciembre de 1932.
Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
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PRIMERA PARTE LA PARTIDA
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El da comenz como tantos otros, pero despus de ese da, ya nada volvera a ser igual en la vida de Raimund Gregorius. Exactamente a las ocho menos cuarto, lleg desde la Bundesterrasse 1 al puente de Kirchenfeld, que lo llevaba al Gymnasium 2 desde el centro de la ciudad, y comenz a cruzarlo. To- dos los das de clase haca lo mismo, siempre a las ocho menos cuarto. En cierta oportunidad el puente haba estado cerrado; ese da se haba equivocado en la clase de griego. Nunca haba sucedido algo semejante y nunca volvera a suce- der. En la escuela no se habl de otra cosa durante das. Pero cuanto ms se hablaba del error en cuestin, ms eran los que pensaban que nunca haba exis- tido: haban escuchado mal. Finalmente, hasta los mismos estudiantes que hab- an estado presentes en la clase de ese da terminaron por convencerse: era simplemente impensable que Mundus as lo llamaban todos pudiera cometer un error en griego, latn o hebreo. Frente a l se levantaban las torres afiladas del Museo Histrico de Berna; arriba, la colina del Gurten; abajo las aguas verdosas del Aar; Gregorius lo recorri todo con la mirada. Corran nubes bajas, impulsadas por rfagas de viento; se le dio vuelta el paraguas y la lluvia le golpe el rostro. En ese momen- to vio a la mujer parada en el medio del puente. Tena los codos apoyados sobre la baranda y lea, bajo la lluvia torrencial, sujetando la hoja con ambas manos, algo que pareca una carta. Al acercarse Gregorius, estruj el papel hasta hacerla un bollo y lo arroj al agua. Gregorius haba acelerado el paso sin propo- nrselo y ahora estaba a poca distancia de la mujer. Vio la ira en su rostro pli- do, empapado. No era la clase de ira que desaparece despus de un estallido; era esa otra ira que agarrota el gesto y carcome por dentro, y deba estar que- mndole las entraas desde haca mucho tiempo. La mujer se apoy con los bra- zos estirados sobre la baranda, los talones ya fuera de los zapatos. Ahora salta. Un golpe de viento se apoder de su paraguas, que vol sobre la baranda, y le arrebat de la mano el portafolios lleno de cuadernos escolares; Gregorius solt una retahla de palabrotas que no pertenecan a su vocabulario habitual. El por-
1 Paseo de la ciudad de Berna. [N. de la T.] 2 Instituto de enseanza media, con nfasis en la formacin humanstica. [N. de la T.] Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
3 tafolios se abri y los cuadernos se dispersaron, deslizndose por el piso moja- do. La mujer se dio vuelta. Por unos instantes mir sin moverse cmo el agua iba oscureciendo los cuadernos. Luego sac un marcador del bolsillo del abrigo, dio dos pasos, se inclin hacia Gregorius y le escribi unos nmeros en la frente. Disculpe le dijo en francs, casi sin aliento y con marcado acento extranjero. Tengo que anotar este nmero telefnico y no tengo papel. Se mir las manos, como si se las viera por primera vez. Claro, tambin podra haberlo... Mirando alternativamente de la frente de Gregorius a su mano, se fue copiando los nmeros en el dorso. No quera recordarlo, quera olvidarlo todo, pero luego vi caer la carta... y tena que conservarlo. Con los gruesos vidrios de los anteojos empaados por la lluvia, Grego- rius tante el piso, tratando con torpeza de encontrar los cuadernos empapa- dos. Le pareci sentir otra vez la fibra del marcador escribindole en la frente. Pero ahora era el dedo de la mujer, que intentaba borrarle los nmeros con un pauelo. Ya s que es un atrevimiento... Comenz a ayudarle. Mientras recogan los cuadernos, Gregorius le ro- z la mano y la rodilla; ambos se estiraron para alcanzar el ltimo de los cuader- nos y se chocaron las cabezas. Muchas gracias le dijo mientras se incorporaban. Le seal la cabe- za. Le duele mucho? Como ausente y sin levantar la vista, ella sacudi la cabeza. La lluvia le golpeaba el cabello y le corra por la cara. Puedo caminar unos pasos con usted? Eh... s, claro tartamude Gregorius. Caminaron en silencio hasta el extremo del puente y siguieron en direc- cin a la escuela. Por su sentido del tiempo, Gregorius saba que eran ms de las ocho y que la primera hora ya haba empezado. Hasta dnde eran "unos pasos"? La mujer se haba acomodado a su paso y caminaba junto a l; no pareca tener otro destino. Se haba levantado tanto el ancho cuello del abrigo que Gregorius, de costado, no le vea ms que la frente. Tengo que entrar all, al Gymnasium dijo, y se qued parado. Soy profesor. Puedo entrar con usted? pregunt ella en voz baja. Gregorius ti- tube y refreg los anteojos mojados contra una manga. Bueno, en todo caso, all se est a cubierto. Subieron los escalones, Gregorius abri la puerta y la dej pasar. Se Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
4 quedaron parados en el hall, siempre vaco y silencioso en horas de clase. Les chorreaban gruesas gotas de agua de los abrigos. Espere aqu dijo Gregorius y fue al bao a buscar una toalla. Se se- c los anteojos delante del espejo y se lav la cara. Todava se vean los nme- ros que tena escritos en la frente. Puso una punta de la toalla debajo del agua caliente y ya empezaba a frotarse la frente cuando el movimiento qued trunco. se fue el instante decisivo, pens horas ms tarde rememorando lo sucedido. Comprendi sbitamente que en verdad no quera borrar ese rastro de su en- cuentro con la misteriosa mujer. Trat de imaginarse presentndose luego ante la clase con un nmero telefnico escrito en la frente: nada menos que l, Mundus, la persona ms con- fiable y predecible del edificio y, presumiblemente, de toda la historia de la escuela. Con ms de treinta aos en la profesin, siempre en la misma escuela, con un historial impecable, pilar de la institucin; un poco aburrido tal vez, pero respetado y hasta un poco temido fuera del mbito estricto de la escuela por su increble dominio de las lenguas antiguas. Los alumnos a veces le hacan bromas cariosas: al comenzar cada ciclo lectivo, lo ponan a prueba llamndolo por tel- fono en medio de la noche para pedirle su interpretacin de un oscuro fragmen- to de un texto antiguo. El resultado era siempre el mismo: una explicacin tan rida como agotadora, que no dejaba de incluir un comentario crtico de otras posibles interpretaciones; sin titubeos ni interrupciones y con una tranquilidad que no revelaba la ms mnima irritacin ante la molestia sufrida. Su nombre de pila era tan raro y anticuado, directamente arcaico, que deba abreviarse, pero no poda abreviarse de otra manera Mundus porque esta abreviatura, como ninguna otra palabra, pona de manifiesto la esencia de este hombre: lo que el fillogo llevaba consigo no era otra cosa que todo un mundo, mejor dicho, varios mundos; albergaba en su cabeza, junto a cada fragmento latino y griego, tam- bin el hebreo, lo que haba causado no poca sorpresa a algunos catedrticos especializados en el Antiguo Testamento. "He aqu a un autntico erudito", sola decir el Rector cuando lo presentaba a un nuevo grupo de estudiantes. Y este erudito, pens entonces Gregorius, este hombre reseco, hecho para algunos nada ms que de palabras muertas; apodado con malevolencia el papiro por los colegas que envidiaban el aprecio de que gozaba; precisamente este erudito iba a ingresar en el saln de clase con un nmero telefnico escrito en la frente por una mujer desesperada, evidentemente desgarrada entre el amor y el odio; una mujer con una chaqueta roja de cuero y un acento suave, encantador, de tierras ms clidas, que sonaba como un demorado susurro que nos converta en cmplices por el mero hecho de escucharlo. Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
5 Gregorius le llev la toalla, la mujer sujet un peine con los dientes y se frot el negro cabello largo que el cuello del tapado haba cubierto como una vaina. El conserje entr en el hall. Al ver a Gregorius, mir con sorpresa el reloj de la entrada y luego su reloj pulsera. Gregorius lo salud con un gesto, como de costumbre. Una estudiante pas de prisa, se dio vuelta dos veces y sigui su paso apurado. Doy clases all arriba dijo Gregorius y seal a travs de la ventana hacia otra ala del edificio. Sinti cmo le lata el corazn. Quiere acompa- arme? Se pregunt luego con incredulidad si en verdad haba pronunciado esas palabras, pero no haba otra explicacin: de pronto estaban caminando uno junto al otro hacia el saln de clase; oa el rechinar de las suelas de goma de sus zapa- tos en el linleo y el sonido metlico de las botas de la mujer. Cul es su idioma natal? le haba preguntado pocos minutos antes. Portugus haba respondido ella. La o, que pronunci casi como una u, la claridad de la , extraamente apretada y con un tono ascendente, la suavidad de la sh final parecieron con- formar una meloda que son mucho ms larga de lo que era en realidad. Grego- rius hubiera querido seguir escuchndola todo el da. Aguarde un momento dijo entonces. Sac su agenda de la chaqueta y arranc una hoja. Para el nmero. Ya con la mano sobre el picaporte, le pidi que volviera a decir la pala- bra. Ella la repiti y entonces la vio sonrer por primera vez. Su entrada en el saln de clase interrumpi la charla. El aula se llen de un silencio que era un solo asombro. Gregorius lo record luego con exactitud: haba disfrutado de ese silencio asombrado, de esa incredulidad sin palabras que le hablaba desde cada rostro; ms an, haba disfrutado de la alegra de poder sentir con una intensidad de la que nunca se hubiera credo capaz. Qu est pasando? Se poda leer la pregunta en los ms de veinte pa- res de ojos que observaban a la extraa pareja parada en la puerta: Mundus con la pelada mojada y el abrigo ennegrecido por la lluvia junto a una mujer plida y mal peinada. All, tal vez? dijo Gregorius a la mujer y seal la silla vaca en un rincn. Luego camin hasta el frente, salud de la manera acostumbrada y se sent detrs del escritorio. Qu podra decir para explicar la situacin? No tema idea. Se limit a pedir que tradujeran el texto sobre el que estaban tra- bajando. Las traducciones sonaban titubeantes y percibi algunas miradas cu- riosas. Tambin hubo miradas desconcertadas: Mundus, que era capaz de de- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
6 tectar un error hasta dormido, dej pasar faltas, frases inconclusas, errores irremediables. No miraba a la mujer sentada al fondo, pero la vea todo el tiempo; vea los mechones de cabello empapados que se apartaba del rostro; las manos blan- cas que apretaba convulsivamente; la mirada ausente, lejana, que se perda ms all de la ventana. La vio tomar el lpiz y escribir el nmero telefnico en el papel. La mujer volvi a apoyarse en el respaldo de la silla y pareci ya no saber dnde estaba. La situacin se volva insostenible y Gregorius mir la hora con disimu- lo: faltaban todava diez minutos para el recreo. Entonces la mujer se levant y camin lentamente hacia la salida. Se detuvo ante la puerta entreabierta, all se dio vuelta y se puso un dedo delante de los labios. l asinti con la cabeza; ella repiti el gesto con una sonrisa. La puerta se cerr con un leve chasquido. A partir de ese momento, Gregorius ya no oy nada de lo que decan los estudiantes. Le pareca estar completamente solo, rodeado de un silencio en- sordecedor. En cierto momento se par junto a la ventana y sigui la figura roja con la mirada hasta que dio vuelta a la esquina y desapareci. Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no correr tras ella. Volvi a ver el dedo delante de los labios; poda significar tantas cosas: No quiero causar molestias. Ser nuestro secreto, pero tambin: Djeme partir, esto no puede continuar. Cuando son el timbre del recreo, se qued parado al lado de la venta- na. Los alumnos fueron dejando el saln en un silencio desacostumbrado. Sali tambin, atraves la entrada principal del edificio y se sent en la biblioteca pblica del otro lado de la calle, donde nadie lo buscara. Comenz la segunda hora y lleg con la puntualidad habitual. Tras vaci- lar un minuto, haba copiado los nmeros en su agenda y se los haba borrado de la frente; se haba secado la escasa corona de cabello gris. El traje estaba casi seco; en algunas partes de la chaqueta y los pantalones, unas mnimas motas hmedas revelaban que haba sucedido algo inusual. Sac la pila de cuadernos empapados del portafolios. Un contratiempo dijo brevemente. Tropec y se cayeron todos. Creo que todava se pueden leer las correcciones; si no, habr que adivinar un poco. ste era el profesor que conocan: casi se pudo escuchar el alivio que recorri el aula. Descubri una que otra mirada curiosa; en algunas voces haba todava un resto de timidez. Excepto por eso, todo era como antes. Escribi los errores ms frecuentes en el pizarrn; luego los dej trabajar en silencio. Puede decirse que en el cuarto de hora siguiente tom una decisin? Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
7 Gregorius volvera a hacerse la misma pregunta, una y otra vez, sin hallar nunca una respuesta cierta. Y si no fue una decisin, entonces, qu fue? Mir a los alumnos inclinados sobre sus cuadernos y fue como si los vie- ra por primera vez. Lucien van Graffenried, que en el torneo anual de ajedrez haba movido una figura mientras Gregorius, que jugaba contra una docena de alumnos simul- tneamente, haca las jugadas en los dems tableros. Al volver a quedar enfren- tado al joven, Gregorius not al instante la maniobra. Lo mir en silencio y el rostro de Lucien se encendi de un rojo subido. Eso no era necesario dijo Gregorius y luego hizo lo necesario para que esa partida terminara en tablas. Sarah Winter, que se haba presentado a las dos de la maana ante su puerta: estaba embarazada y no saba qu hacer. l haba preparado t y haba escuchado; nada ms. Estoy muy contenta de haber seguido su consejo le dijo una semana despus. Soy demasiado joven para tener un hijo. Beatrice Lscher, con su letra pareja y cuidadosa, envejeciendo rpi- damente bajo la presin de un rendimiento siempre impecable. Ren Zingg, al borde de reprobar todo el tiempo. Y Natalie Rubin, por cierto, una joven que no prodigaba su simpata. Pa- reca una damisela de la corte de otro siglo, inabordable, rodeada de admirado- res y temida por su lengua afilada. La semana anterior se haba puesto de pie despus de la campana del recreo. Luego de estirarse como quien se siente plenamente a gusto con su cuerpo, sac un caramelo del bolsillo de la falda. Camino a la puerta, lo desenvolvi y al pasar junto a Gregorius se lo llev a la boca. Lo roz con los labios, se par frente a Gregorius, le acerc el caramelo color rojo vivo y le pregunt: "Quiere?" Disfrutando de la turbacin del profe- sor, se ri con su risa extraa y aguda y, antes de alejarse, se asegur de que sus manos se tocaran. Gregorius los recorri a todos con la mirada. Al principio le pareci que estaba haciendo una especie de inventario de lo que senta por ellos. Cuando lleg al centro de las hileras de bancos, se dio cuenta de que no dejaba de pen- sar: Cunta vida, cunto futuro tienen an por delante! Cuntas cosas pueden pasarles todava; cuntas experiencias! Portugus. Oy la meloda y vio el rostro de la mujer, tal como lo haba visto aparecer detrs de la toalla, con los ojos cerrados, blanco como el alabas- tro. Dej que su mirada recorriera las cabezas de sus alumnos por ltima vez. Luego se levant lentamente, camin hacia la puerta, tom el abrigo hmedo del Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
8 perchero y desapareci sin volver la cabeza. El portafolios con los libros que lo haban acompaado toda la vida qued sobre el escritorio. Se detuvo un instante en las escaleras y pens en los libros. Cada dos o tres aos los llevaba a encua- dernar otra vez, siempre en el mismo negocio donde se rean de las pginas ajadas, quebradizas, que ya parecan papel secante. Mientras el portafolios quedara sobre el escritorio, los estudiantes supondran que iba a volver. Pero no los haba dejado sobre el escritorio para que pensaran que volvera; ni era por eso tampoco que ahora se resista a la tentacin de volver a buscarlos. Si se marchaba ahora, tendra que separarse tambin de esos libros. Eso lo compren- da con toda claridad, aun cuando en ese instante, camino a la salida, no tena idea de lo que implicaba irse. En el hall de entrada vio el charco que se haba formado cuando la mu- jer, con su abrigo chorreante, haba estado esperando que l volviera del bao. Eran las huellas de una visitante de otro mundo, un mundo lejano; Gregorius las mir con el recogimiento que sola sentir ante un descubrimiento arqueolgico. Cuando oy los pasos del conserje, logr alejarse de all y abandon rpidamente el edificio. Camin sin darse vuelta hasta un portal desde donde poda volverse a mirar sin ser visto. El sentimiento de cunto amaba ese edificio y todo lo que representaba, de cunto lo extraara, lo golpe con una fuerza inesperada. Sac la cuenta: haba entrado all por primera vez cuarenta y dos aos atrs, un estudiante de quince aos, entre expectante y asustado. Haba salido cuatro aos despus con su certificado en la mano, para volver otros cuatro aos ms tarde a reemplazar al profesor de griego que le haba abierto en su momento las puertas de la Antigedad. Pas de suplente a suplente permanente mientras continuaba estudiando. Ya tena treinta y tres aos cuando finalmente se pre- sent para rendir el doctorado. Florence, su mujer, haba insistido tanto; prcticamente lo haba obli- gado. Nunca haba pensado en hacer un doctorado; cuando se lo preguntaban, lo descartaba con una sonrisa. No se trataba de eso. Se trataba simplemente de conocer los antiguos textos hasta el ms mnimo detalle, cada una de sus parti- cularidades de gramtica y estilo, la historia de cada expresin. En otras pala- bras: ser bueno. No era modestia; era cualquier cosa menos modesto en sus aspiraciones. Tampoco era extravagancia ni una forma distorsionada de vanidad. Era haba reflexionado a veces una rabia silenciosa contra un mundo de presuntuosos, una obstinacin irreductible con la que haba querido vengarse del mundo de los fatuos en el que su padre, que slo haba llegado a ser curador de un museo, haba sufrido toda una vida. Los otros, que saban mucho menos que l Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
9 ridculamente menos que l, a decir verdad podan obtener su doctorado y un cargo permanente; era como si pertenecieran a otro mundo, un mundo inso- portablemente superficial cuyos parmetros no le merecan ms que desprecio. A nadie se le hubiera ocurrido separarlo del cargo y reemplazarlo por alguien que tuviese un doctorado. El rector, fillogo tambin, saba que Gregorius era excelente mucho mejor que l mismo y saba que se hubiera producido una rebelin entre los alumnos. El examen, cuando finalmente se present, le result ridculamente fcil y lo entreg en la mitad del tiempo. Siempre haba tenido algo de resentimiento contra Florence por obligarlo a deponer su obstinacin. Gregorius dio media vuelta y comenz a caminar hacia el puente de Kir- chenfeld. Tuvo al verlo la extraa sensacin, inquietante y liberadora, de que a los cincuenta y siete aos estaba a punto de asumir por primera vez el control de su vida.
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Se par en el mismo lugar donde la mujer haba estado leyendo la carta bajo la lluvia torrencial y mir hacia abajo. Lo sorprendi la altura. Habra querido saltar? O haba sido una presuncin suya, apresurada, temerosa, por- que el hermano de Florence se haba tirado de un puente? De la mujer no saba nada, excepto que hablaba portugus. Ni siquiera saba su nombre. Era tonto tratar de ver el bollo de la carta desde esa altura. Sin embargo, sigui mirando hacia abajo, hasta que los ojos le empezaron a lagrimear por el esfuerzo. Vio un punto oscuro. Su paraguas? Se apret la chaqueta y se asegur de que todava llevaba consigo la agenda en la que haba anotado el nmero telefnico que la portuguesa sin nombre le haba escrito en la frente. Camin hasta el extremo del puente, sin saber exactamente hacia dnde dirigir sus pasos a partir de all. Estaba huyendo de toda su vida pasada. Despus de tomar una decisin as, poda irse a casa, sin ms? Su mirada cay sobre el hotel Bellevue, el ms antiguo y prestigioso de la ciudad. Haba pasado por la puerta miles de veces pero nunca haba entrado; cada vez que pasaba, notaba su presencia; saba que estaba all y pens aho- ra en cierto modo era importante que all estuviera. Le hubiera molestado enterarse de que haban demolido el edificio o de que ya no era un hotel, ese hotel en particular. Pero nunca se le hubiera ocurrido que l, Mundus, pertene- ciera a un lugar as. Sin estar muy seguro de lo que haca, camin hacia la entra- da. Un Bentley se detuvo, el chofer baj y entr en el hotel. Gregorius lo sigui, con la sensacin de estar haciendo algo totalmente revolucionario, casi prohibi- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
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do. No haba nadie en la recepcin, con su cpula de vidrio tonalizado; la al- fombra ahogaba todo sonido. Gregorius se alegr de que ya no lloviera, de que su abrigo ya no goteara. Sigui avanzando con sus zapatones pesados y defor- mes y entr en el comedor. De las mesas preparadas para el desayuno, slo dos estaban ocupadas. Las notas suaves de un divertimento de Mozart creaban la sensacin de que no caba all nada ruidoso, feo ni urgente. Gregorius se quit el abrigo y se sent en una mesa junto a la ventana. Un camarero de chaqueta beige claro le pregunt si se hospedaba en el hotel. "No", respondi. Sinti la mirada del empleado recorrindolo de arriba abajo: el pulver rstico de cuello alto, la chaqueta gastada con parches de cuero en los codos, los pantalones de pana embolsados en las rodillas, la gran pelada con su corona raleada de cabello gris, la barba gris con manchones blancos que siempre le daba un aspecto algo descuidado. Cuando vio alejarse al camarero con el pedido, verific nerviosa- mente que le alcanzaba el dinero. Entonces apoy los codos sobre el mantel y mir hacia el puente. No tena sentido esperar que la mujer volviera a aparecer. Haba cru- zado el puente y luego se haba perdido en una de las callejuelas de la ciudad vieja. La vio sentada al fondo del aula, mirando por la ventana con expresin ausente. Vio cmo estrujaba las plidas manos. Y volvi a ver su rostro alabas- trino, apareciendo detrs de la toalla, agotado y dolido. Portugus. Con gesto titubeante sac la agenda y mir el nmero telefnico. El camarero le trajo el desayuno en jarras de plata. Gregorius dej enfriar el caf. Se par de golpe y fue hacia el telfono. A mitad de camino se detuvo y volvi a la mesa. Sin haber tocado el desayuno, lo pag y sali del hotel. Haca muchos aos que no entraba en la librera espaola que estaba del otro lado, en el Hirschengraben. 3 En otros tiempos sola ir a buscar algn libro que Florence necesitaba para su tesis sobre San Juan de la Cruz. A veces los hojeaba en el mnibus, pero ya en casa, no volva a tocarlos. El espaol era territorio de Florence. Se pareca al latn y aun as era totalmente diferente; le molestaba. Lo irritaba que hoy se usaran esas palabras, en las que el latn palpi- taba con fuerza en la calle, en el supermercado, en un caf para pedir una CocaCola, para mentir, para insultar. La sola idea le resultaba odiosa; si le pasaba sin querer por la cabeza, la descartaba rpida y enrgicamente. S, de hecho, los romanos tambin haban mentido e insultado, pero eso era diferente. Amaba las oraciones latinas porque llevaban en s la calma de todo lo pasado.
3 Paseo de la ciudad de Berna. [N. de la T.] Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
11 Porque no obligaban a nadie a responder. Porque eran la lengua, ms all de la charla. Y porque eran bellas, por irreversibles. Lenguas muertas. Quienes as las llamaban no tenan la menor idea, verdaderamente ni la menor idea; Gregorius los despreciaba con dureza, sin concesiones. Cuando Florence hablaba por tel- fono en espaol, Gregorius cerraba la puerta. Le haca dao escuchar y no poda explicar por qu. La librera tena el maravilloso olor del cuero viejo y el polvo. El dueo, un hombre mayor con un conocimiento legendario de las lenguas romances, esta- ba ocupado en la habitacin del fondo. El saln del frente estaba vaco excepto por una mujer joven, con aspecto de estudiante. Estaba sentada en un rincn, leyendo un libro delgado de cubierta descolorida. Gregorius hubiera preferido estar solo. Le hubiera resultado ms fcil soportar sin testigos la idea de que no tena otra razn para estar all ms que la meloda de una palabra en portu- gus que no se poda sacar de la cabeza y, quizs, porque no haba podido deci- dir adnde ir. Recorri las estanteras sin ver nada en particular. De vez en cuando se acomodaba los anteojos para mirar el ttulo de un libro en un estante superior, pero apenas ledo lo olvidaba. Como tantas otras veces, estaba solo con sus pensamientos y su mente estaba sellada a todo lo exterior. La puerta se abri y Gregorius se volvi rpidamente. Era el cartero: su desilusin le dio la pauta de que, a pesar de sus propsitos y contra toda racio- nalidad, segua esperando a la portuguesa. En ese momento la estudiante cerr el libro y se levant. Pero en vez de ponerlo sobre la mesa junto a los otros, se qued parada, volvi a deslizar la mirada por las tapas grises, lo acarici y al cabo de unos segundos lo dej sobre la mesa, con tanta dulzura, tanta delicade- za, como si el menor golpe pudiera hacerla polvo. Sigui parada all junto a la mesa unos minutos ms, como si hubiera cambiado de idea y fuera a comprar el libro. Luego sali con las manos hundidas en los bolsillos de la chaqueta y la cabeza gacha. Gregorius tom el libro y ley el ttulo: AMADEU INCIO DE ALMEIDA PRADO, UM OURIVES DAS PALABRAS, LISBOA, 1975. El librero se haba acercado; mir el libro y ley el ttulo en voz alta. Gregorius no oy ms que un ro de sonidos sibilantes; las vocales casi inaudibles parecan nada ms que un pretexto para poder repetir, cada vez, el susurro de la sh en los finales. Habla portugus? Gregorius neg con la cabeza. Quiere decir Orfebre de las palabras. No es un bello ttulo? Modesto y elegante. Como la plata opaca. Podra volver a decirlo en portugus? Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
12 El librero lo repiti. Se escuchaba, adems de las palabras mismas, el placer que le produca su sonido aterciopelado. Gregorius abri el libro y pas varias pginas, hasta que lleg al comienzo del texto propiamente dicho. Le alcanz el libro al librero, que mir a Gregorius con asombro y una cierta com- placencia; luego empez a leer en voz alta. Gregorius escuch con los ojos ce- rrados. Despus de algunas oraciones, el librero se detuvo. Traduzco? Gregorius asinti. Las oraciones, que le produjeron un efecto ensorde- cedor, sonaban como si hubieran sido escritas nada ms que para l; para l en esta maana en que todo haba cambiado.
De todas nuestras innumerables experiencias, slo hay una como mxi- mo que expresamos en palabras y aun sta, de manera totalmente casual y sin brindarle todo el cuidado que merece. Bajo todas esas experiencias mudas es- tn escondidas esas que, imperceptiblemente, han dado forma, color y meloda a nuestras vidas. Si, como arquelogos del alma, investigamos estos tesoros, des- cubrimos cun desconcertantes son. El objeto de nuestra observacin est en perpetuo movimiento, las palabras resbalan sobre lo vivido; finalmente el papel se cubre de flagrantes contradicciones. Durante mucho tiempo cre que se tra- taba de una carencia, algo que deba superar. Hoy pienso que se trata de algo diferente: el reconocimiento de ese desconcierto es el camino ideal hacia la comprensin de estas experiencias tan conocidas pero aun as tan misteriosas. Esto suena inusual, hasta literalmente inusual, lo s. Pero desde que comenc a plantearlo de esta manera, tengo la sensacin de estar verdaderamente des- pierto y vivo.
sa es la introduccin dijo el librero y comenz a pasar algunas p- ginas. Y ahora, aparentemente, comienza a excavar, prrafo tras prrafo, en busca de todas las experiencias ocultas. A ser su propio arquelogo. Hay prra- fos de varias hojas, otros cortsimos. Aqu, por ejemplo, hay uno que tiene una sola oracin. Lo tradujo.
Si en verdad slo podemos experimentar una mnima parte de lo que hay dentro de nosotros, qu pasa con el resto?
Me lo llevo dijo Gregorius. El librero lo cerr. Luego pas la mano por la tapa, acaricindolo como Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
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la estudiante. Lo encontr el ao pasado en Lisboa, entre las ofertas de una librera de segunda mano. Ahora me acuerdo: lo compr porque me gust la introduccin. No s cmo lo haba perdido de vista. Mir a Gregorius, que buscaba parsimoniosamente su billetera. Se lo regalo. No es... comenz a decir Gregorius, y carraspe. No me cost prcticamente nada dijo el librero, entregndole el li- bro. Ahora me acuerdo de usted: San Juan de la Cruz, verdad? sa era mi mujer respondi Gregorius. Entonces usted es el fillogo de Kirchenfeld; ella me habl de usted. Tambin lo mencionaron otras personas. Hablaban de usted como si fuera un diccionario andante. Un diccionario sumamente apreciado dijo riendo. Gregorius guard el libro en el bolsillo del abrigo y le dio la mano. Muchas gracias. El librero lo acompa hasta la puerta. Espero no haberlo ... Para nada dijo Gregorius y le palme el brazo. Parado en la Bubenbergplatz, 4 dej correr la mirada en derredor. Haba pasado toda su vida all, conoca bien el lugar, estaba en su casa. Para los cortos de vista como l, esto era fundamental: la ciudad donde vivan era como un cascarn, un reducto hogareo, un lugar seguro. Todo lo dems era peligroso. Slo poda comprenderlo quien tuviera que usar anteojos con cristales tan grue- sos como los suyos. Florence no lo haba comprendido. Tampoco haba compren- dido, tal vez por la misma razn, que no le gustara volar. Subir a un avin y lle- gar pocas horas despus a otro mundo sin haber tenido tiempo de incorporar imgenes individuales del trecho recorrido no le gustaba: le molestaba. "Est mal", le haba dicho a Florence. "Qu quieres decir con mal?", haba preguntado ella, irritada. No haba podido explicarlo; desde entonces ella haba volado siempre sola o con otros, casi siempre a Amrica del Sur. Gregorius pas delante del cine. En la funcin de la noche daban una pelcula en blanco y negro basada en una novela de Georges Simenon: El hombre que miraba pasar los trenes. El ttulo le gust y se qued largo tiempo mirando las fotos de la cartelera. A principios de los setenta, cuando todos se compra- ban televisores a color, haba tratado intilmente de conseguir uno en blanco y negro. Finalmente se llev a casa uno que haba encontrado entre otros objetos
4 Paseo de la ciudad de Berna. [N. de la T.] Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
14 descartados. Aun despus de casado, haba insistido en tenerlo en su estudio; cuando estaba solo ignoraba el televisor a color del living y encenda el viejo, con su imagen titilante que giraba. "Mundus, eres imposible", le haba dicho Florence un da en que lo haba encontrado sentado frente al aparato deforme, feo. Haba comenzado a llamarlo como los dems y a tratarlo en su propia casa como al querible excntrico de Berna: se haba sido el principio del fin. Con la separacin, el aparato a color haba desaparecido del departamento y Gregorius haba respirado aliviado. Aos ms tarde, cuando el tubo se rompi irreparable- mente, tuvo que resignarse a comprar un televisor a color. Las fotos de la cartelera eran grandes y bien definidas. Una mostraba el rostro plido, alabastrino, de Jeanne Moreau, apartndose mechones mojados de la frente. Gregorius se alej y entr en el caf ms cercano para poder mi- rar ms cuidadosamente el libro en el que el noble portugus haba tratado de expresar en palabras sus mudas experiencias. Fue pasando hoja por hoja con la reverencia de quien ama los libros an- tiguos hasta que descubri el retrato del autor, una fotografa que ya en tiem- pos de la impresin del libro estaba descolorida: lo que haba sido negro haba tomado una tonalidad marrn oscuro; el rostro claro delante de un fondo oscu- ro, granulado y sombro. Gregorius se limpi los anteojos, se los volvi a poner, mir el retrato unos instantes y el rostro del autor lo cautiv. El hombre debe haber tenido alrededor de treinta aos e irradiaba una inteligencia, seguridad y osada cegadoras. El rostro era claro, la frente alta y coronada de abundante cabello oscuro que pareca despedir un brillo mate; lo llevaba peinado hacia atrs como un casco del que salan unos mechones ondea- dos que le caan sobre las orejas. La nariz romana, afilada, daba claridad al rostro; estaba reforzada por unas cejas poderosas que, como vigas pintadas con un pincel grueso, se cortaban abruptamente hacia los costados y producan una concentracin en el centro, all donde se albergaban los pensamientos. Los la- bios plenos y redondeados, naturales en el rostro de una mujer, estaban enmar- cados por un bigote escaso. La barba recortada le cubra el mentn proyectando sombras negras sobre el cuello esbelto; Gregorius tuvo la impresin de una cierta aspereza, un dejo de dureza. El rasgo decisivo fueron los ojos oscuros. Tenan un fondo de sombras, pero no eran sombras de cansancio, agotamiento o enfermedad, sino sombras de gravedad y melancola. En su mirada oscura se mezclaba la mansedumbre con la intrepidez y la intransigencia. El hombre era un soador y un poeta, pens Gregorius, pero tambin alguien que podra manejar un arma o un escalpelo con decisin, alguien en cuyo camino era mejor no inter- ponerse cuando sus ojos se encendan: unos ojos que podran mantener a distan- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
15 cia un poderoso ejrcito de gigantes, pero que tambin eran capaces de una mirada vil. De su vestimenta slo poda verse el cuello blanco de la camisa y el nudo de la corbata; sobre stos, una chaqueta que Gregorius se imagin era una levita. Era casi la una cuando Gregorius emergi del ensimismamiento en que lo haba sumido el retrato. El caf que haba pedido ya estaba fro, como antes. Le hubiera gustado poder or la voz del portugus, ver cmo se mova. 1975: si para entonces tena unos treinta aos, tendra ahora algo ms de sesenta. Portugus. Gregorius evoc la voz de la portuguesa sin nombre y la transpuso con el pensa- miento a un timbre ms grave, sin dejar que se convirtiera en la voz del librero. Tena que ser una voz de claridad melanclica, acorde con la mirada de Amadeu de Prado. Trat de hacer sonar las frases del libro con esa voz. No result: no saba cmo se pronunciaba cada palabra por separado. Lucien von Graffenried pas caminando delante del caf. Gregorius comprob sorprendido, aliviado, que no haba intentado ocultarse del joven. Mir cmo se alejaba y pens en los libros que haban quedado sobre el escrito- rio. Tena que esperar a que comenzara la clase de las dos de la tarde. Entonces podra ir a la librera a comprar un curso de portugus.
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Puso el primer disco del curso. No haba escuchado ms que la primera oracin en portugus cuando son el telfono. La escuela. La campanilla no deja- ba de sonar. Se par al lado del aparato y ensay las frases que podra decir. Desde hoy al medioda tengo la sensacin de que quisiera hacer algo diferente con mi vida. De que ya no quiero ser Mundus. No s exactamente qu es lo que quiero ser; no tengo idea. Sea lo que fuere, no admite dilacin alguna. En ver- dad, se me est acabando el tiempo; puede ser que ya no me quede mucho. Gre- gorius dijo las frases en voz alta. Saba que eran ciertas, pocas veces en su vida haba dicho frases importantes que fueran tan ciertas. Pero sonaban vacas y patticas, as, en voz alta. Era imposible decirlas por telfono. Haba dejado de sonar. Pero volvera a comenzar, una y otra vez. Esta- ban preocupados por l; no se quedaran tranquilos hasta saber que no le haba pasado nada malo. Tarde o temprano iba a sonar el timbre de la puerta. Era febrero y anocheca cada vez ms temprano. No podra encender ninguna luz. Estaba huyendo, en medio de esa ciudad que era el centro de su vida, y deba esconderse en la casa donde viva desde haca quince aos. Era estrafalario, ridculo, y sonaba a comedia barata. Sin embargo era serio, ms serio que la Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
16 mayora de las cosas que haba vivido y hecho hasta ahora. Pero era imposible explicrselo a quienes lo buscaban. Gregorius se imagin abriendo la puerta e invitndolos a pasar. Totalmente imposible. Escuch tres veces seguidas el primer disco del curso; lentamente se fue formando una idea de la diferencia entre lo hablado y lo escrito; de todo lo que el portugus hablado no pronunciaba. Puso en juego su excelente memoria; recordaba las palabras sin esfuerzo. El telfono volva a sonar, con intervalos que cada vez le parecan ms cortos. Haba heredado de la anterior inquilina un telfono antediluviano conec- tado directamente a la pared, sin una ficha que le permitiera desenchufarlo. Gregorius haba insistido en que todo quedara como estaba. Tap el telfono con una frazada para ahogar el sonido de la campanilla. Las voces del curso le indicaban que repitiese palabras y oraciones breves. Los labios y la lengua reaccionaban con torpeza y pesadez al esfuerzo. Los idiomas antiguos parecan hechos para su boca bernesa: en ese universo sin tiempo a nadie se le ocurra apurarse. En cambio, los portugueses parecan estar siempre apurados como los franceses, ante quienes siempre se senta inferior de antemano. Florence haba amado esa elegancia vertiginosa. Al escuchar la facilidad con que lo haca, Gregorius se quedaba mudo. Pero ahora todo haba cambiado sbitamente: Gregorius quera imitar a los instructores; la velocidad impetuosa del hombre, la claridad danzarina de la mujer, que le recordaba el sonido de una flauta piccolo; volva a poner una y otra vez las mismas frases, hasta achicar cada vez ms la diferencia entre su lenta pronunciacin y el luminoso modelo. A poco comprendi que estaba en presencia de una experiencia liberadora; se estaba liberando de una limitacin autoim- puesta, de la misma lentitud y pesadez que le hablaba desde el sonido de su nombre, desde los lentos, mesurados pasos de su padre cuando caminaba de una sala del museo a la siguiente; de una imagen de s mismo en la que, aun si no estaba leyendo, se inclinaba miope sobre libros polvorientos; una imagen que no haba diseado adrede, haba crecido lenta e imperceptiblemente; la imagen de Mundus, en la que no slo podan reconocerse sus propios trazos sino tambin los de muchos otros a quienes les haba resultado agradable y cmodo aferrarse a esta figura silenciosa, de museo, y encontrar un ella un lugar de reposo. Gre- gorius tuvo la sensacin de estar saliendo de esa imagen como de un leo cu- bierto de polvo en la pared de un ala olvidada del museo. Camin en la penumbra crepuscular del departamento oscuro, pidi un caf en portugus, averigu dn- de quedaba una calle de Lisboa, se interes por el nombre y la profesin de un interlocutor imaginario, respondi preguntas sobre su propia profesin y mantu- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
17 vo una breve conversacin sobre el tiempo. Comenz de pronto a hablar con la mujer portuguesa que haba encon- trado esa maana. Le pregunt el porqu de su enojo con el autor de la carta. Voc quis saltar? Usted quera saltar? Tom con ansiedad el diccionario y la gramtica y busc expresiones y tiempos verbales que le faltaban. Portugus. Qu diferente sonaba la palabra ahora! Si antes haba tenido el encanto de una joya proveniente de una tierra lejana e inaccesible, le pareca ahora una de miles de piedras preciosas de un palacio cuya puerta acababa de abrir. Llamaron a la puerta. Gregorius fue en puntas de pie hasta el tocadis- cos y lo apag. Eran voces jvenes, voces de estudiantes que deliberaban afue- ra. El timbre son dos veces ms en el silencio del crepsculo que rodeaba la inquieta espera de Gregorius. Luego las voces se alejaron por la escalera. La cocina era la nica habitacin que daba a la parte trasera y tena una persiana. Gregorius la baj y encendi la luz. Con el libro del noble portugus y los del curso de idioma, se sent a la mesa de la cocina y comenz a traducir el texto que segua la introduccin. Era como el latn y, al mismo tiempo, totalmen- te diferente del latn; esta vez, sin embargo, no le molest en lo ms mnimo. Era un texto difcil y le llev mucho tiempo. Con el mtodo y la resistencia de un maratonista, Gregorius buscaba las palabras y recorra las tablas de tiempos verbales, hasta que lograba descifrar las formas que no le resultaban claras. Tras unas pocas oraciones, lo acometi una ansiedad febril, busc unas hojas de papel para escribir la traduccin. Eran casi las nueve cuando se dio por satisfe- cho:
PROFUNDEZAS INCIERTOS. INCIERTAS PROFUNDIDADES. Se esconde un secreto bajo la superficie del accionar humano? O los hombres son exactamente as como los muestran sus actos, que estn a la vista de todos? Es curioso en grado extremo, pero la respuesta cambia dentro de m con la luz que cae sobre la ciudad y el Tajo. Si es la luz hechicera de un deslum- brante da de agosto, que resalta las sombras ntidas, de contornos precisos, entonces la idea de que pueda existir una profundidad humana oculta me resulta inusual, como si fuera un espejismo extrao, hasta un poco conmovedor, seme- jante a la ilusin ptica que se produce cuando miro por mucho tiempo las ondas que despide el brillo de esa luz. Si, por el contrario, en un da nublado de enero, se alza sobre la ciudad y el ro una cpula de luz de un gris montono que no arroja sombra alguna, no tengo certeza mayor que sta: todo accionar humano no es ms que la expresin absolutamente incompleta, ridculamente intil, de una vida interior oculta de profundidad insospechada, que intenta llegar a la Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
18 superficie sin poder lograrlo. Mi criterio es extraa y perturbadoramente incierto; a esto se agrega una experiencia que no ha cesado de inundar mi vida de una inseguridad des- tructiva desde que cobr conciencia de ella: vacilo del mismo modo en este te- ma, cuya importancia ningn otro puede superar, cuando se trata de m mismo. Cuando estoy sentado en mi caf preferido, baado por el sol y escuchando la risa cristalina de las senhoras que pasan, siento que todo mi mundo interior est pleno y me es conocido hasta el rincn ms ntimo, porque est constituido por estas sensaciones placenteras. Si en ese momento una capa de nubes cubre el sol y despoja a ese instante de su hechizo, de su ilusin, percibo entonces con total seguridad que hay en m profundidades y abismos de los cuales podran brotar cosas insospechadas an, capaces de arrastrarme consigo. Entonces me apresuro a pagar mi cuenta y busco de prisa alguna distraccin, con la esperanza de que el sol vuelva a aparecer y le haga justicia a esa superficialidad tranquili- zadora.
Gregorius abri el libro de Amadeu de Prado en el retrato y lo apoy contra la lmpara de la mesa. Fue leyendo el texto traducido, una oracin tras otra, bajo la mirada intrpida y melanclica del portugus. Slo una vez haba hecho algo similar: cuando era estudiante y lea los Soliloquios de Marco Aure- lio. Haba un busto de yeso del emperador sobre la mesa y mientras trabajaba le haba parecido que lo haca bajo la proteccin de su muda presencia. Entre aquel momento y ste, sin embargo, haba una diferencia que Gregorius perciba con una claridad cada vez mayor a medida que avanzaba la noche, aunque no hubiera podido expresada en palabras. Cuando ya eran cerca de las dos tena, de hecho, una sola certeza: el portugus, con su aguda percepcin, le brindaba un grado de lucidez y precisin a sus sentidos que nunca hubiera podido lograr el emperador, cuyas reflexiones haba absorbido como si le hubieran estado diri- gidas directamente a l. Para entonces, Gregorius ya haba traducido otro fragmento:
PALAVRAS NUM SILNCIAS DE OURO. PALABRAS EN UN SILEN- CIO DE ORO. Cuando leo el diario, escucho la radio o presto atencin a lo que dice la gente en un caf, siento, cada vez ms a menudo, un hartazgo, hasta una repugnancia hacia las palabras, siempre las mismas, que se escriben y se dicen, hacia los mismos giros, las mismas frmulas y metforas. Es peor an cuando me escucho a m mismo y no puedo menos que comprobar que tambin yo digo siem- pre las mismas cosas. Estas palabras estn gastadas, agotadas, desvalorizadas Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
19 por el uso excesivo. Es que todava conservan algn significado? S, de hecho, el intercambio de palabras es efectivo: la gente acta de acuerdo con ellas, re y llora, algunos van en un sentido, otros en otro (se dirigen hacia la derecha o la izquierda), el camarero trae el caf o el t que se le ha pedido. No es esto lo que estoy preguntando. La pregunta es: son todava una expresin de los pen- samientos? O son tan slo efectivas estructuras de sonidos, que impulsan a las personas en uno u otro sentido porque iluminan sin cesar las profundas huellas de la charla? Entonces voy a la playa; el viento azota mi cabeza y deseo intensamen- te que sea un viento helado, mucho ms fro que el que suele soplar en esta tierra: ojal se llevara consigo todas las palabras desgastadas, las maneras de hablar ya sin sentido, ojal yo pudiera volver con un espritu limpio, purificado de todas las impurezas de esa charla siempre igual. Y, sin embargo, tan pronto como tengo que decir algo, todo vuelve a ser como antes. Esa purificacin que anhelo no puede darse por s sola. Debo hacer algo y debo hacerlo con palabras. Pero qu? No se trata de salir de mi lengua e ingresar en otra. No, no se trata de un cambio de bando en el idioma. Tambin me digo lo siguiente: el hombre no puede inventar nuevamente el idioma. Es esto, empero, lo que en verdad deseo? Quizs la cosa es as: quisiera dar una nueva composicin a las palabras del portugus. Las oraciones que surgiran a partir de esta nueva composicin no seran raras ni excntricas, exaltadas, afectadas ni artificiales. Deberan ser frases arquetpicas del portugus, constituir su centro, de manera tal que pare- cieran brotar, sin desvos ni impurezas, de la esencia transparente, diamantina de este idioma. Las palabras deberan ser inmaculadas como el mrmol pulido, limpias como las notas de una partitura de Bach, tal que todo lo que no es parte de su esencia desaparezca en un silencio total. A veces, cuando descubro que todava albergo un resto de reconciliacin con esa cinaga del idioma, pienso que podra ser el silencio bienhechor de un placentero cuarto de estar o tambin el silencio sin tensiones entre amantes. Pero cuando se apodera de m la ira contra esa pegajosa costumbre de las palabras, s que slo podr encontrar mis pro- pios rumbos, libres de sonido alguno, en el silencio claro y fresco del oscuro espacio infinito, yo, el nico que habla portugus. El camarero, la peluquera, el guarda de mnibus, todos ellos se sorprenderan al escuchar esas palabras de nueva composicin, pero su sorpresa se debera a la belleza de las oraciones, una belleza que no sera otra cosa ms que el brillo de su claridad. Seran as me las imagino oraciones apremiantes, hasta podra decirse implacables. Esta- ran all, incorruptibles e irrevocables; se pareceran as a las palabras de un dios. Al mismo tiempo no habra en ellas exageracin ni grandilocuencia; seran Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
20 precisas, tan escuetas que sera imposible eliminar tan siquiera una palabra o una coma. Seran comparables a una poesa, cinceladas por un orfebre de las palabras.
El hambre le haca doler el estmago y Gregorius se oblig a comer al- go. Luego se sent en la sala oscura, con una taza de t. Qu hacer ahora? Haban vuelto a llamar a la puerta dos veces y haba escuchado el zumbido aho- gado del telfono por ltima vez poco antes de medianoche. Maana denunciar- an su desaparicin y en algn momento se presentara la polica a su puerta. Todava era posible desandar lo andado. A las ocho menos cuarto cruzara el puente de Kirchenfeld, entrara al Gymnasium y explicara su misteriosa ausen- cia con alguna excusa que lo hara parecer estrafalario. Pero en verdad todo era estrafalario y eso le cuadraba. Nunca se enteraran de la enorme distancia que haba recorrido interiormente en menos de veinticuatro horas. Pues era precisamente as: la haba recorrido. Y no quera permitir que otros lo obligaran a desandar ese viaje silencioso. Busc un mapa de Europa y pens cmo llegar a Lisboa en tren. El servicio de informacin sobre los trenes se enter por telfono comenzaba a funcionar a las seis. Se puso a hacer la valija. Poco antes de las cuatro estaba sentado en su silln, listo para el viaje. Empez a nevar. Sbitamente sinti que el coraje lo abandonaba. Era una idea descabellada. Una mujer portuguesa sin nombre, presa de la confusin de sus sentimientos. Unos apuntes amarillentos escritos por un noble portugus. Un curso de idioma para principiantes. La reflexin sobre el paso del tiempo. Todo esto no justificaba una huida a Lisboa en pleno invierno. Cerca de las cinco Gregorius llam a Konstantin Doxiades, su oculista. Muchas veces, en medio de la noche, haban hablado por telfono para compar- tir el sufrimiento del insomnio. Hay una solidaridad sin palabras que une a los insomnes. A veces jugaba una partida de ajedrez a ciegas con el griego y luego lograba dormir un poco antes de que fuera hora de ir a la escuela. No tiene ningn sentido, no? dijo Gregorius al trmino de un relato lleno de vacilaciones. El griego call. Gregorius saba lo que iba a suceder. Ahora el griego cerrara los ojos y se tomara el puente de la nariz con el pulgar y el ndice. S que tiene sentido dijo entonces el griego. Por cierto que lo tie- ne. Podr ayudarme, si una vez de viaje no s qu hacer? No tiene ms que llamarme. A cualquier hora. No se olvide los ante- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
21 ojos de repuesto. Gregorius volvi a escuchar esa lacnica seguridad en la voz del griego. La seguridad del mdico, pero tambin una seguridad que iba mucho ms all de todo lo profesional; la seguridad de un hombre que reflexionaba el tiempo nece- sario para poder luego expresar opiniones slidas. Haca veinte aos que Grego- rius se atenda con este oculista, el nico que haba sabido librarlo del miedo a la ceguera. A veces lo comparaba con su padre. Tras la muerte temprana de la madre dondequiera que estuviese, sin importar lo que estuviera haciendo pareca mantenerse en la polvorienta seguridad de un museo. Gregorius se haba dado cuenta a edad temprana de que esa seguridad era sumamente frgil. Haba querido a su padre; en algunos momentos ese sentimiento haba sido ms fuerte y ms profundo que un mero querer. Saba, sin embargo, que no era posible encontrar en su padre apoyo ni respaldo y esto lo haba hecho sufrir; no era como el griego, con esas opiniones slidas sobre las que uno poda afirmarse. El reproche al padre le haba hecho remorder la conciencia: esa seguridad que Gregorius haba echado de menos no era algo de lo que uno pudiera disponer; no era posible reprocharle su carencia como si fuera una falta. Era necesario estar satisfecho con uno mismo para ser ms seguro. Y su padre no haba estado sa- tisfecho, ni consigo mismo ni con los dems. Gregorius se sent a la mesa de la cocina y trat de escribir una carta al Rector. El resultado de sus intentos oscilaba entre la aspereza y el exceso de disculpas. A las seis llam al servicio de informacin de los ferrocarriles. El viaje a Lisboa duraba veintisis horas, saliendo de Ginebra. Pasaba por Pars e Irn, en el Pas Vasco, luego de all el tren nocturno a Lisboa, con llegada alre- dedor de las once de la maana. Gregorius hizo la reserva del pasaje. El tren sala de Ginebra a las siete y media. Entonces logr escribir la carta.
Estimado seor Rector, querido colega Dr. Kgi:
Estimo que ya se habr enterado de que ayer sal de la clase sin dar explicaciones y no volv. Tambin sabr que no ha sido posible ubicarme. Me encuentro bien, no me ha sucedido nada malo. Sin embargo, en el curso del da de ayer tuve una experiencia que ha modificado muchas cosas. Es demasiado personal, demasiado difcil de explicar, como para volcarla ahora en el papel. Me veo obligado a pedirle que acepte esta actitud abrupta e inexplicable. Creo que usted me conoce lo suficiente como para saber que no se trata de ligereza, falta de responsabilidad o indiferencia. Voy a emprender un largo viaje e ignoro Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
22 cundo volver y cules sern mis deseos entonces. No espero que mantenga mi puesto abierto hasta mi regreso. La mayor parte de mi vida ha estado ntima- mente ligada a esa escuela y estoy seguro de que la extraar. Ahora, sin em- bargo, hay algo que me impulsa a alejarme de ella y este alejamiento bien podra ser definitivo. Ambos somos admiradores de Marco Aurelio y seguramente recordar este fragmento de sus Soliloquios:"Maltrtate en silencio, peca co- ntra ti misma y violntate, alma ma; pero luego ya no tendrs ms tiempo de cuidarte y de respetarte. Pues cada uno tiene slo una vida, una sola. La tuya ya ha casi transcurrido y no has prestado atencin alguna a ti misma, sino que has actuado como si tu felicidad dependiera de las otras almas... Aquellos, empero, que no siguen con atencin los impulsos de la propia alma sern necesariamente desgraciados". Le estoy muy agradecido por la confianza que siempre me ha dispensa- do y por la colaboracin que siempre me ha brindado. Encontrar estoy segu- ro las palabras adecuadas para transmitir a los estudiantes con cunto gusto he trabajado con ellos. Ayer antes de partir, los mir y pens: Cunto tiempo tienen an por delante! Quedo a la espera de su comprensin, con los mejores deseos para us- ted y su trabajo. Afectuosamente Raimund Gregorius
PD: Dej mis libros sobre el escritorio. Sera usted tan amable de re- cogerlos y ver que queden a resguardo?
Gregorius despach la carta en la estacin. Luego, ante el cajero auto- mtico, le temblaban las manos. Se limpi los anteojos y comprob que llevaba el pasaporte, el pasaje y la libreta de direcciones. Encontr un asiento junto a la ventanilla. Cuando el tren sala de la estacin en direccin a Ginebra, caan copos de nieve lentos, pesados.
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Las ltimas casas de Berna se iban alejando. Gregorius no dej de mi- radas, la vista fija, hasta que desaparecieron. Entonces tom su agenda y co- menz a hacer una lista de todos los estudiantes que haba tenido en todos esos aos. Empez por el ao anterior y fue avanzando hacia el pasado. Trataba de Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
23 asociar a cada nombre un rostro, un gesto caracterstico, una breve conversa- cin. Los primeros tres aos le resultaron fciles, luego comenz a tener la sensacin de que le faltaba alguien. A mediados de los noventa, las clases tenan slo unos pocos rostros y nombres y luego ya no pudo seguir separndolos por aos. Slo quedaban algunos jvenes y muchachas que haban tomado parte en algn incidente particular. Cerr la agenda. De vez en cuando se haba encontrado en la ciudad con un estudiante que haba estado en su clase aos atrs. Ya no eran jvenes o muchachas, sino hombres y mujeres casados y con hijos, con distintas ocupacio- nes. Sus rostros haban cambiado tanto que lo espantaba. A veces su espanto era proporcional al cambio producido: una amargura demasiado temprana, una mirada acosada, los signos de una enfermedad grave. La mayora de las veces lo impresionaba el simple hecho de que esos rostros tan cambiados eran muestra del implacable paso del tiempo, de la inexorable decadencia de todo lo viviente. Entonces se miraba las manos, en las que podan verse las primeras manchas tpicas de la edad; buscaba viejas fotos suyas de estudiante e intentaba recor- dar cmo haba sido recorrer el largo camino que lo haba trado hasta el pre- sente, da tras da, ao tras ao. En das como esos, ms propenso al temor que de costumbre, poda aparecer en el consultorio de Doxiades sin pedir turno, para que el griego volviera a liberarlo del miedo a la ceguera. Lo que ms lo des- estabilizaba era encontrarse con estudiantes que haban pasado aos en el ex- tranjero, en otro continente, bajo otro clima, hablando otro idioma. "Y usted? Siempre en Kirchenfeld?", le preguntaban; era evidente en su actitud que queran seguir su camino. Despus de esos encuentros, al llegar la noche, sola primero intentar defenderse de la pregunta; luego defenderse del sentimiento de que deba defenderse de ella. Ahora, con todos esos pensamientos en su mente, sin haber dormido por ms de veinticuatro horas, estaba sentado en un tren, viajando hacia un futuro incierto, ms incierto que nunca antes en su vida. La parada en Lausana fue una tentacin. El tren a Berna parta del an- dn opuesto. Gregorius se imagin bajando del tren en la estacin de Berna. Mir la hora. Si tomaba un taxi a Kirchenfeld, podra llegar a la cuarta hora de clase. La carta tendra que interceptar al cartero o pedirle a Kgi que le de- volviera el sobre sin abrirlo. Desagradable, pero no imposible. Sus ojos caye- ron sobre la agenda que estaba en la mesa de su compartimiento. Sin necesidad de abrirla, pudo ver la lista de estudiantes. Y lo comprendi de pronto: lo que haba comenzado, al desaparecer las ltimas casas de Berna, como el intento de aferrarse a algo familiar, haba ido tomando cada vez ms, con el correr de la Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
24 hora siguiente, el carcter de una despedida. Para poder despedirse de algo, pens mientras el tren se pona en movimiento, haba que enfrentarlo de manera tal de crear una distancia interna entre ambos. Aquello que haba parecido tan obvio, pero difuso e inexpresable, deba transformarse en algo de una claridad tal que nos permitiera reconocer sus implicancias. Deba tomar forma slida, de contornos visibles. La forma de algo tan visible como la lista de los innumerables estudiantes que haban marcado su vida de manera tan indeleble. Gregorius sinti que con la partida del tren, que ahora iba saliendo de la estacin, dejaba atrs una parte de s. Fue casi como si estuviera sobre un tmpano desprendido por un leve temblor de tierra, avanzando hacia el mar, abierto, helado. Se qued dormido con el andar del tren y slo se despert cuando sin- ti que los vagones se detenan en la estacin de Ginebra. Mientras caminaba hacia el tren francs de mxima velocidad estaba tan excitado como si fuera a emprender un viaje de una semana en el Transiberiano. Apenas haba ocupado su asiento, el vagn fue ocupado totalmente por un grupo de franceses que viaja- ban en un tour. El vagn se llen de un parloteo colmado de elegancia histrica. Alguien se inclin sobre l para colocar el equipaje en el compartimiento supe- rior y le arranc los anteojos con el extremo del abrigo. Gregorius reaccion con un movimiento indito: tom sus objetos personales y se cambi a la primera clase. Eran pocas las oportunidades en que haba viajado en primera clase, veinte aos atrs. Florence haba insistido tanto, que finalmente haba cedido, y se haba sentado sobre el tapizado de cuero costoso sintindose un impostor. "Te resulto aburrido?", le haba preguntado al cabo de uno de esos viajes. "Cmo? Pero Mundus, cmo puedes preguntarme algo as?", le haba respondi- do ella, y se haba pasado la mano por el pelo como sola hacer cuando no saba qu decir. El tren se puso en movimiento y Gregorius acarici con ambas manos el tapizado acogedor; le pareci que estaba llevando a cabo una venganza tarda, infantil, cuyo sentido no llegaba a entender. Se alegr de no tener a nadie sen- tado cerca que hubiera podido notar esa sensacin incomprensible. Lo sorprendi el monto que tuvo que pagar al guarda por el cambio de clase; cuando el hombre se fue, cont dos veces el dinero que llevaba. Repiti en voz baja la clave de su tarjeta de crdito y la escribi en la agenda. Enseguida arranc la hoja y la tir. En Ginebra ya no nevaba; vio el sol por primera vez despus de varias semanas. Percibi su calidez a travs del vidrio y empez a sentirse ms tranquilo. Siempre tena demasiado dinero en la cuenta corriente, estaba consciente de ello. Gregorius retiraba muy poco y el dinero se acumulaba "Pero qu est haciendo?", le deca el empleado del banco. "Tiene que hacer Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
25 algo con su dinero!". El mismo empleado le inverta el dinero. Con los aos se haba convertido en un hombre de fortuna que pareca no estar al tanto de lo que posea. Gregorius pens en los dos libros de latn que haba dejado sobre el es- critorio el da anterior a esa misma hora. En la primera hoja se lea el nombre Anneli Weiss, escrito con tinta por una mano infantil. En la casa nunca haba alcanzado el dinero para comprar libros nuevos y haba recorrido la ciudad has- ta encontrar ejemplares usados en una librera de segunda mano. La nuez de Adn del padre haba dado un salto brusco cuando le mostr su hallazgo; siem- pre suceda lo mismo cuando lo dominaba alguna tristeza. Al principio le haba resultado molesto ese nombre desconocido; luego se haba imaginado a la duea anterior como una muchacha de medias blancas hasta la rodilla, los cabellos sueltos en el viento, y al poco tiempo no hubiera querido cambiar los libros usa- dos por otros nuevos, a ningn precio. Sin embargo, le haba gustado poder dar- se el lujo de comprar, con sus primeros sueldos de suplente, ediciones nuevas, caras, de los viejos textos. De esto ya haca ms de treinta aos y hasta hoy le resultaba un poco increble. Poco tiempo atrs, parado delante de su biblioteca, haba pensado: Pensar que me puedo permitir semejante biblioteca! Poco a poco, esas imgenes del recuerdo se fueron transformando en imgenes de un sueo en el que apareca repetidamente, como un espejismo, la libreta en la que la madre anotaba lo que iba ganando con sus trabajos de lim- pieza. Gregorius se alegr cuando lo despert el ruido de un vaso que se estre- llaba al caer de una mesa. Una hora todava hasta llegar a Pars. Gregorius se sent en el coche comedor y mir por la ventana, hacia ese claro da que preanunciaba la primave- ra. Y comprendi entonces sbitamente que, de hecho, estaba realizando ese viaje; no era una posibilidad, algo que haba estado pensando en esa noche de insomnio, algo que podra haber sido, era algo que real y verdaderamente estaba sucediendo. Cuanto ms se abandonaba a esta sensacin, ms le pareca que las relaciones entre posibilidad y realidad comenzaban a revertirse. Acaso Kgi, la escuela y todos los estudiantes que haba anotado en su agenda, si bien reales, no eran nada ms que posibilidades que se haban concretado por azar, mientras que todo lo que estaba experimentando en ese momento el deslizarse del tren, su sofocado tronar, el leve tintineo de los vasos que se entrechocaban en las mesas vecinas, el olor al aceite rancio que llegaba de la cocina, el humo del cigarrillo del cocinero posea un grado tal de realidad que nada tena que ver con una mera posibilidad ni con una posibilidad realizada, sino que era ms bien simple y pura realidad, colmada de la densidad y de la avasallante inevitabilidad Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
26 que caracteriza todo lo que es totalmente real? Sentado frente al plato ya vaco y a la taza humeante de caf, Grego- rius sinti que nunca en toda su vida haba estado tan despierto como ahora. Le pareci tambin que no era una cuestin de grado, como cuando uno se despren- de lentamente del sueo y va estando cada vez ms despierto hasta que lo est por completo. Esto era diferente. Era una forma distinta, nueva, de lucidez, una nueva forma de estar en el mundo que no haba experimentado hasta ahora. Cuando ya se divisaba la Gare de Lyon, volvi a su asiento. Luego, al pisar la plataforma tuvo la sensacin de que era la primera vez que, en plena conciencia, se bajaba de un tren.
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El recuerdo lo golpe con una fuerza inesperada. No haba olvidado que sa era su primera estacin, su primera llegada juntos a una ciudad extranjera. Por supuesto que no lo haba olvidado. Pero no haba calculado que estar parado all sera como si no hubiera pasado el tiempo. Las vigas de hierro verde y los caos rojos. Los arcos. El techo transparente. Viajemos a Pars! haba dicho Florence de repente, mientras toma- ban su primer desayuno en la cocina, abrazndose las piernas recogidas. Ahora? S, ahora. Ahora mismo. Florence haba sido alumna suya, una muchacha bonita de cabellos des- peinados, con un carcter caprichoso que llamaba la atencin de todos. En un trimestre haba llegado a ser la primera de la clase en latn y griego; ese mismo ao, cuando Gregorius entr por primera vez a la clase optativa de hebreo, la vio sentada en primera fila. Gregorius no hubiera pensado ni en sueos que ese inters tuviera algo que ver con l. Luego de aprobar los exmenes finales, pas un ao antes de que vol- vieran a encontrarse en la cafetera de la universidad. Se quedaron all sentados hasta que les dijeron que era hora de cerrar. Eres un verdadero cegato! le haba dicho, sacndole los anteojos. Nunca te diste cuenta de nada. Todos lo saban! Todos! En verdad, pens Gregorius sentado en el taxi a la Gare de Montpar- nasse, era la clase de persona que nunca hubiera notado algo as. Se tena por tan insignificante, que no poda creer que alguien pudiese manifestar por l l un sentimiento tan fuerte. En el caso de Florence, haba tenido razn. Yo no fui nunca la persona que creste le dijo, al cabo de sus cinco Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
27 aos de matrimonio. Fue la nica queja que produjo en todo ese tiempo. Las palabras fueron como una brasa ardiente; luego todo pareci convertirse en cenizas. Ella baj la vista. A pesar de todo, Gregorius haba esperado unas pala- bras que lo contradijeran. Nunca llegaron. LA COUPOLE. Gregorius no haba pensado que el taxi lo llevara por el Boulevard du Montparnasse y que vera el restaurante donde, sin mediar una palabra, se haba definido la separacin. Le pidi al conductor que se detuviera y se qued un rato mirando en silencio la marquesina roja con letras amarillas y las tres estrellas a ambos lados. Para Florence, que todava no haba obtenido su doctorado, la invitacin a esa conferencia de especialistas en lenguas romances haba sido una distincin especial. Lo haba llamado por telfono con una voz vivaz, que a Gregorius le haba sonado casi histrica, tanto que haba titubeado antes de ir a buscarla durante el fin de semana como haban convenido. Sin embargo, haba viajado hasta all y se haba reunido con los nuevos amigos de Florence en ese famoso local, cuyo aroma a platos exquisitos y vinos carsimos le haba confirmado, apenas entr, que no perteneca a ese lugar. Un minuto ms le dijo al conductor y camin hasta el restaurante. Nada haba cambiado; reconoci inmediatamente la mesa en la que l, vestido con las ropas menos adecuadas, haba hecho frente a esos pseudoestu- diosos de la literatura. Parado ahora entre las mesas, molestando a los camare- ros que pasaban apurados y nerviosos a su lado, record que hablaban de Hora- cio y de Safo. Sin dejar que nadie pudiera insertar una palabra, haba citado verso tras verso haciendo polvo, uno tras otro, con su acento de Berna, los co- mentarios ingeniosos de aquellos seores tan bien vestidos de la Sorbona, hasta que la mesa qued en silencio. En el viaje de regreso, Florence se haba sentado sola en el coche co- medor, mientras Gregorius senta que los ltimos ramalazos de su ira se iban apagando lentamente y comenzaba la tristeza de haber tenido la necesidad de pronunciarse as en contra de Florence; pues no se haba tratado de otra cosa. Perdido en aquellos sucesos lejanos, Gregorius se haba olvidado de la hora; el conductor tuvo que poner en juego todos sus recursos, hasta los ms peligrosos, para llegar a la Gare Montparnasse a tiempo. Encontr su lugar y se sent, casi sin aliento. Cuando el tren se puso en movimiento, lo acometi la misma sensacin que en Ginebra: era el tren, no l, quien decida continuar este viaje tan lcido y tan real que con el transcurso de las horas y el pasar de las estaciones lo alejaba cada vez ms de su vida anterior. El tren no se detendra hasta llegar a Bordeaux, tres horas ms tarde; ya no poda volver atrs. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
28 Mir la hora. En la escuela estaba terminando ese primer da de clase sin l. En ese momento haba seis alumnos de hebreo esperndolo. A las seis, despus de la hora doble, a veces iba con ellos al caf y les hablaba de lo alea- torio de los textos bblicos, de su evolucin histrica. Ruth Gautschi y David Lehmann, que queran estudiar teologa y eran los ms aplicados, siempre encon- traban un motivo para no unirse al grupo. Un mes atrs Gregorius los haba abordado directamente. Le haban respondido con evasivas: tenan la sensacin de que sus comentarios los iban a despojar de algo. Por supuesto dijeron se puede analizar esos textos desde un punto de vista filolgico, pero se trata de las Sagradas Escrituras. Con los ojos cerrados, Gregorius le recomend al Rector que le diera la ctedra de hebreo a una estudiante de teologa, ex alumna suya. La muchacha de cabellos cobrizos se haba sentado en el mismo banco que haba ocupado Florence cuando era estudiante. Haba tenido la vana esperanza de que no fuera una casualidad. Por un instante su mente qued libre de todo pensamiento; Gregorius vio el rostro de la mujer portuguesa apareciendo detrs de la toalla, blanco, casi transparente. Estaba parado otra vez en el bao de la escuela, frente al espejo; volvi a sentir que no quera borrarse el nmero telefnico que la miste- riosa mujer le haba pintado en la frente. Se levant nuevamente de la silla detrs del escritorio, tom el abrigo hmedo que colgaba del perchero y sali del saln de clase. Portugus. Gregorius se estremeci, abri los ojos y mir por la venta- nilla: el sol ya se inclinaba hacia el horizonte sobre el paisaje de la llanura fran- cesa. La palabra, que haba sido como una meloda que se pierde en una lejana de ensueo, ya no tena el alcance de horas atrs. Trat de conjurar el sonido mgico que haba tenido la voz; lo nico que pudo escuchar fue un eco que se apagaba rpidamente. El esfuerzo intil slo logr intensificar la sensacin de que esa valiosa palabra sobre la que haba basado un viaje tan descabellado se le estaba escapando. Ahora saba con exactitud cmo haba pronunciado la palabra la instructora del curso de portugus, pero ya no le serva de nada. Fue al bao y se qued un rato dejando correr el agua, con su olor a cloro, sobre el rostro. Volvi a su asiento, tom el libro del noble portugus y comenz a traducir el prrafo siguiente. Al principio fue nada ms que una fuga hacia adelante, un intento desesperado por seguir creyendo en ese viaje, a pe- sar del terror que lo haba asaltado minutos atrs. Al cabo de la primera ora- cin, el texto lo atrap como lo haba hecho en su desvelo de la noche anterior, en la cocina silenciosa. Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
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NOBREZA SILENCIOSA. NOBLEZA SILENCIOSA. Es un error creer que esos momentos decisivos en los que la vida cambia para siempre su direccin habitual son de un dramatismo claro y sonoro, acompaado de una conmocin interior. No es ms que un invento de mal gusto, pergeado por periodistas bebedores, por cineastas y escritores amantes del xito fcil, cuyas mentes parecen una pgina de la prensa escandalosa. En verdad, el dramatismo de una experiencia que as define la vida suele ser increblemente silencioso. Est tan lejano de un estallido, de una llamarada, de la erupcin de un volcn, que la ex- periencia resulta casi imperceptible aun en el momento de atravesarla. Cuando despliega su efecto revolucionario para que la vida quede entonces baada de una luz totalmente nueva, con una meloda completamente nueva, lo hace silen- ciosamente; en este silencio maravilloso reside su particular nobleza.
Gregorius levantaba de a ratos la vista del texto y miraba hacia el oes- te por la ventanilla. En la ltima claridad del cielo del atardecer le pareca que ya se poda presentir la cercana del mar. Hizo a un lado el diccionario y cerr los ojos. "Si tan slo pudiera volver a ver el mar una vez ms", haba dicho su madre seis meses antes de morir, cuando presinti que se acercaba el final, "pero no podemos darnos ese lujo". "Qu banco me iba a dar un crdito?", Gregorius oy las palabras del padre. "Nada menos que para eso". Gregorius le haba reprochado esa resignacin, ese darse por vencido sin oponer resistencia. Entonces l, que estudiaba en Kirchenfeld en esa poca, hizo algo que lo sorprendi tanto que nunca podra librarse del sentimiento de que tal vez lo haba imaginado todo. Eran los ltimos das de marzo, los primeros de primavera. La gente lle- vaba el abrigo en el brazo; por las ventanas abiertas de las aulas prefabricadas entraba una brisa suave. Haban instalado esas aulas algunos aos atrs, porque el edificio principal de la escuela ya resultaba chico. Ya se haba vuelto una tradicin que las ocuparan los alumnos del ltimo ao. El cambio del edificio principal a esas aulas era como el primer paso hacia el examen de promocin. All se alternaban, con igual peso, sentimientos de liberacin y de temor. Un ao ms y despus ya no... Un ao ms, despus habr que... Estos sentimientos conflictivos se revelaban en la manera en que los estudiantes cruzaban hacia las aulas, con paso lento y pesado, displicentes y temerosos al mismo tiempo. Toda- va hoy, sentado en ese tren a Irn cuarenta aos ms tarde, Gregorius poda Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
30 sentir lo que era estar metido dentro de ese cuerpo suyo. Las horas de la tarde comenzaron con la clase de griego. El profesor era el Rector, antecesor de Kgi. Sus letras griegas tenan un trazo tan bello que parecan literalmente dibujadas por un pintor; las curvas en particular en la omega o la theta, o cuando llevaba la eta hacia abajo era ejemplos de la caligrafa ms pura. Amaba el griego. Pero lo amaba de manera equivocada, pen- saba Gregorius sentado al fondo del aula. Lo amaba con vanidad. No celebraba las palabras. Si hubiera sido as, a Gregorius le habra gustado. Sin embargo, cuando ese hombre escriba con virtuosismo las formas verbales menos habitua- les, las ms difciles, no celebraba las palabras; se celebraba a s mismo, su propio conocimiento. Esas palabras se convertan entonces en ornamentos de su persona, jo- yas con las que se adornaba, algo similar a la corbata de moo a lunares que usaba ao tras ao. Al escribirlas, brotaban de la mano en que luca un anillo de sello como si tambin ellas fueran anillos de sello, como joyas vanas, igualmente superfluas. Y as las palabras griegas dejaban de ser verdaderas palabras grie- gas. Era como si su esencia griega, esa esencia que slo se revelaba a quien las amase por s mismas, se desintegrase en el polvo de oro del anillo de sello. Para el Rector, la poesa era como una exquisita pieza de mobiliario, un vino delicioso o una prenda elegante. Gregorius senta que, con su vanidad, el Rector le estaba robando los versos de Esquilo y de Sfocles. Pareca no saber nada sobre el teatro griego. No, en realidad, lo saba todo: viajaba a Grecia a menudo, acom- paaba grupos de estudiantes en viajes de los que regresaba bronceado. Pero no entenda nada, aunque Gregorius no pudiera explicar exactamente qu quera decir con eso. Haba mirado por las ventanas abiertas de las aulas prefabricadas y pensado en la frase de su madre que haba hecho estallar su ira contra la vani- dad del. Rector, sin poder explicar la relacin entre ambas. Sinti que el cora- zn le palpitaba locamente. Una mirada al pizarrn le confirm que el Rector tardara unos minutos ms en terminar de escribir la frase que acababa de empezar para luego volverse y explicarla a los alumnos. Sin hacer el menor rui- do, corri la silla hacia atrs mientras los dems alumnos seguan escribiendo, inclinados sobre sus pupitres. Dej el cuaderno abierto sobre el banco. Con la tensa lentitud de quien est preparando un ataque sorpresivo, dio dos pasos hasta la ventana abierta, se sent sobre el marco, balance las piernas y se encontr fuera del aula. Lo ltimo que vio all adentro fue la cara sorprendida y divertida de Eva, la muchacha pecosa de cabello rojo con una mirada un poco estrbica que, Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
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para desesperacin de Gregorius, nunca se haba posado sobre el joven de ante- ojos cristales gruesos y marco barato sino con sorna. Se volvi a su compa- era de banco y le susurr algo en el pelo. "Increble" habra dicho. Era lo que deca siempre. La increble, la llamaban todos. "Increble!" haba dicho al ente- rarse del sobrenombre que le haban puesto. Gregorius haba caminado a paso vivo hasta la Barenplatz 5 . Era da de feria, los puestos se sucedan uno al lado del otro; haba tanta gente que slo era posible avanzar con lentitud. Tuvo que pararse junto a uno de los puestos; no lo dejaban pasar. Vio la caja abierta, una sencilla caja de metal con dos divi- siones: una para las monedas, otra para los billetes, que se haban acumulado hasta formar una pila respetable. La vendedora estaba agachada buscando algo bajo la vidriera; levantaba el trasero amplio cubierto por la tela tosca de una falda a cuadros. Gregorius se haba ido acercando lentamente a la caja. En dos zancadas estuvo detrs del mostrador, de un manotn se apoder del puado de billetes y se sumergi en la multitud. Agitado, subi por la calle que llevaba a la estacin de tren y all se oblig a caminar a paso ms lento, esperando siempre or una voz de alarma o sentir una mano firme detenindolo. No pas nada. Vivan en la Langgasse 6 , en una sombra casa de alquiler que tena el re- voque ennegrecido por la suciedad. Al entrar al vestbulo, que ola a carbn da y noche, Gregorius tuvo la visin de que entraba en la habitacin de la madre enferma para sorprenderla con el anuncio de que ya pronto vera el mar. Lleg al ltimo rellano de las escaleras delante de la puerta del departamento y slo entonces vio claramente que todo eso era imposible, un disparate total. Cmo podra explicarle, primero a ella y luego al padre, el origen de semejante canti- dad de dinero? Tan luego l, tan poco experimentado en la mentira? Camino a la Barenplatz compr un sobre y guard el manojo de billetes. Se acerc al puesto de la mujer de la falda a cuadros, que tena cara de haber llorado. Compr fruta; mientras ella la pesaba, desliz el sobre debajo de la verdura. Poco antes de que terminara el recreo estaba de vuelta en la escuela, entr al aula por la ventana y se sent en su lugar. "Increble!", dijo Eva, que a partir de entonces empez a tratarlo con un poco ms de respeto. De hecho, eso result menos importante de lo que hubiera pensado. Lo ms importante fue comprobar que el descubrimiento sobre s mismo que le haba deparado esa ltima hora no lo asust, sino que le caus un asombro inmenso, que sigui resonando en su interior por varias semanas.
5 Plaza central de Berna. [N. de la T.] 6 Calle de Berna habitada por trabajadores de bajos ingresos. [N. de la T.] Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
32 El tren sali de la estacin de Bordeaux en direccin a Biarritz. Era ca- si de noche; Gregorius se vio reflejado en el vidrio de la ventana. Qu habra sido de l, si su vida hubiera estado definida por aquel que haba tomado el dinero de la caja y no por el que haba comenzado a amar tanto esas palabras antiguas, silenciosas, hasta darles un lugar preponderante, superior a todo lo dems? Qu tenan en comn aquel arrebato y ste de ahora? Tenan, en verdad, algo en comn? Tom el libro de Prado y lo hoje hasta encontrar el lacnico fragmen- to que haba traducido el librero en la librera espaola de Hirschengraben.
Si en verdad slo podemos experimentar una mnima parte de lo que hay dentro de nosotros, qu pasa con el resto?
En Biarritz entraron una mujer y un hombre en el compartimiento; mientras se acomodaban para sentarse se detuvieron un momento frente a Gregorius: hablaban de los asientos que haban reservado. Vinte e oito. Tard un poco en reconocer esos sonidos repetidos e identificarlos como palabras en portugus, en confirmar su presuncin: veintiocho. Escuch concentrado lo que decan; de vez en cuando lograba entender una que otra palabra. Al da siguiente se bajara del tren en una ciudad en la que la mayor parte de lo que dijera la gente le resultara incomprensible. Pens en la Bubenbergplatz, la Barenplatz, la Bundesterrasse, el puente de Kirchenfeld. Ya era noche cerrada. Gregorius se palp los bolsillos: el dinero, la tarjeta de crdito, los anteojos de repuesto. Tuvo miedo. Entraron en la estacin de Hendaye, en la frontera francesa. El vagn se vaci. La pareja portuguesa se sobresalt, comenzaron a bajar el equipaje del compartimiento superior. Isto ainda no Irn dijo Gregorius: esto todava no es Irn. Era una frase del curso de portugus, slo haba tenido que cambiar el nombre del lugar. Su pronunciacin dificultosa y la lentitud con que fue diciendo las palabras hicieron titubear a la pareja. Miraron hacia afuera y lograron ver el letrero. Muito obrigada dijo la mujer. De nada respondi Gregorius. Los portugueses se sentaron. El tren arranc. Nunca olvidara esa escena. Fueron las primeras palabras que haba pronunciado en portugus en el mundo real y haban resultado efectivas. Las palabras producen efecto: alguien se pone en movimiento o se detiene; hacen Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
33 llorar o rer. De nio ya le haba resultado misterioso y nunca haba dejado de impresionarlo. Cmo lo hacan? No era mgico? En ese momento le pareci un misterio mucho mayor; eran palabras cuya existencia ni siquiera haba sospe- chado el da anterior. Unos minutos despus, cuando pis el andn de la estacin de Irn, el miedo haba desaparecido y camin con paso seguro hacia el coche dormitorio.
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Eran las diez. El tren que cruzara la pennsula ibrica durante la noche se puso en movimiento, fue dejando tras de s las luces opacas de la estacin y se hundi en la oscuridad. Los dos compartimientos que estaban al lado de Gre- gorius haban quedado vacos. Dos compartimientos ms all, en direccin al coche comedor, haba un hombre de gran estatura y cabello entrecano, apoyado en la puerta. "Boa noite", lo salud, cuando sus miradas se cruzaron. "Boa noite", respondi Gregorius. Al escuchar la pronunciacin torpe de Gregorius, el esbozo de una son- risa cruz el rostro del extranjero. Era un rostro de rasgos claros y definidos, con un cierto aire distinguido e inabordable. Su traje oscuro era extremada- mente elegante; Gregorius lo asoci con el foyer de un teatro de pera. Se haba aflojado la corbata; eso era lo nico que pareca fuera de lugar. El hombre cruz los brazos sobre el chaleco, apoy la cabeza en la puerta y cerr los ojos. Los ojos cerrados le daban al rostro un aspecto blanquecino, de gran cansancio; un cansancio producido por algo que no era slo lo avanzado de la hora. Cuando el tren alcanz la velocidad mxima, el hombre abri los ojos, salud a Gregorius con la cabeza y desapareci en su compartimiento. Gregorius hubiera dado cualquier cosa por poder quedarse dormido. No lo ayudaba ni siquiera el golpeteo montono de las ruedas que se transmita a su litera. Se sent y apoy la frente en la ventana. Vio pasar pequeas estaciones abandonadas, puntos de luz difusa y blanquecina, letreros ilegibles de lugares que se sucedan con velocidad vertiginosa, vagones de equipaje detenidos, una cabeza con una gorra en una casilla, un perro vagabundo, una mochila sobre un pilar, ms all una mata de pelo rubio. Comenz a desmoronarse la seguridad que haba sentido con el xito de sus primeras palabras en portugus. No tiene ms que llamarme. A cualquier hora. Oy la voz de Doxiades. En su primer encuentro, veinte aos atrs, el griego todava hablaba con un acento marcado. Ciego? No. Le ha tocado en suerte tener mala vista, eso es todo. Vamos a controlar regularmente la retina. Siempre se puede recurrir al lser. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
34 No hay razn para entrar en pnico dijo, y se detuvo un momento mientras lo acompaaba a la puerta. Lo mir fijo. Alguna otra preocupacin? Gregorius haba sacudido la cabeza sin decir nada. Pasaron varios me- ses antes de que le contara que la separacin de Florence era inminente. El griego asinti con la cabeza; no pareci sorprenderse. A veces lo que tememos no es lo que en verdad nos atemoriza haba dicho. Poco antes de medianoche Gregorius fue al coche comedor. Estaba va- co, excepto por el hombre de cabello entrecano, que estaba sentado a una mesa con el camarero, jugando al ajedrez. El camarero le dijo que el comedor ya es- taba cerrado, pero le trajo una botella de agua mineral y lo invit con un gesto a compartir la mesa con ellos. Gregorius mir el tablero y se dio cuenta al instan- te de que el hombre, que se haba puesto unos anteojos de marco dorado, esta- ba a punto de caer en una trampa astuta del camarero. Con la mano sobrevolan- do la figura, el hombre mir a Gregorius antes de mover. Gregorius le hizo un leve gesto con la cabeza y el hombre retir la mano. El camarero, de manos callosas y rasgos toscos que no haran sospechar la presencia de un cerebro adiestrado para el ajedrez, levant la vista asombrado. Entonces el hombre de los anteojos de oro hizo girar el tablero y lo puso delante de Gregorius, invitn- dolo con un gesto a seguir la partida. Fue una lucha larga y tenaz, ya eran casi las dos cuando el camarero abandon. Luego, parados a la puerta del compartimiento, el hombre le pregunt de dnde era y a partir de ese momento siguieron hablando en francs. Le cont que viajaba en ese tren cada dos semanas y que slo una vez haba podido ganar- le a ese camarero, mientras que generalmente derrotaba a los otros. Se presen- t: Jos Antnio da Silveira. Era comerciante y traa porcelana de Biarritz para venderla. Viajaba en tren porque tena miedo de volar. Quin puede saber, en verdad, de qu tiene miedo? dijo tras una pausa. En su rostro volvi a aparecer esa fatiga extrema que Gregorius haba notado antes. Luego habl del pequeo negocio que haba heredado de su padre y de cmo lo haba convertido en una gran empresa. No pareca estar hablando sobre s mismo, sino sobre alguien que haba tomado decisiones totalmente comprensi- bles pero igualmente equivocadas. Con el mismo tono habl de su separacin y de sus dos hijos, a quienes vea muy poco. Haba desilusin y tristeza en su voz pero a Gregorius le impresion ni una gota de autoconmiseracin. El problema dijo Silveira cuando el tren se haba detenido en la es- tacin de Valladolid es que no tenemos una visin general de nuestra vida. Ni Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
35 del pasado ni del futuro. Cuando algo nos sale bien, no es ms que porque hemos tenido suerte. Se oyeron los golpes de un martillo invisible sobre los frenos. Y usted, cmo vino a parar a este tren? Se sentaron sobre la cama de Silveira, Gregorius cont su historia. No mencion a la mujer portuguesa del puente de Kirchenfeld. Poda contarle algo as a Doxiades; a un desconocido, no. Se alegr de que Silveira no le pidiera ver el libro de Prado. No quera que nadie leyera su contenido ni hiciera comentario alguno. Cuando termin su relato hubo una pausa de silencio. Silveira lo estaba elaborando; se notaba en la forma en que haca girar el anillo de sello, en sus miradas cortas y tmidas. Usted se par y sali de la escuela? As noms? Gregorius asinti. De pronto lament haber hablado; tuvo la sensacin de que haba puesto en peligro algo valioso. Dijo que intentara dormir. Silveira sac una agenda y le pidi que repitiera las palabras de Marco Aurelio sobre los impulsos del alma. Cuando Gregorius sali del compartimiento, Silveira se qued sentado, inclinado sobre su agenda, siguiendo las palabras con el lpiz. Gregorius so con cedros rojos. Las palabras cedros vermelhos apare- can una y otra vez, como estrellas fugaces, en su sueo intranquilo. Era el nom- bre de la editorial que haba publicado los apuntes de Prado. No les haba pres- tado atencin, hasta que Silveira le pregunt cmo pensaba encontrar al autor. Slo entonces pens que lo primero que tena que buscar era la editorial. Tal vez era una edicin personal del autor pens, cuando se estaba quedando dormi- do; en ese caso slo Amadeu de Prado conoca el significado de los cedros rojos. En su sueo camin sin rumbo por las calles empinadas de Lisboa, con el misterioso nombre en los labios y la agenda telefnica bajo el brazo, perdido en una ciudad sin historia, de la que slo saba que estaba construida sobre colinas. Se despert alrededor de las seis. Por la ventana del compartimiento vio el nombre SALAMANCA y se abri inesperadamente una puerta en su me- moria, dejando en libertad un recuerdo que haba permanecido encerrado du- rante cuarenta aos. Lo primero en presentarse fue el nombre de otra ciudad: Isifahan. All estaba, de repente, el nombre de la ciudad persa a la que haba querido viajar recin terminada la escuela. Esa palabra, tan cargada de miste- riosa lejana, lo haba afectado como si fuera el nombre cifrado de otra vida posible que todava no se haba atrevido a vivir. Cuando el tren sali de Sala- manca, volvi a experimentar, despus de tantos aos, las mismas sensaciones en las que aquella otra vida no slo se haba abierto; tambin se haba encerra- do. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
36 Todo comenz cuando el profesor de hebreo, despus de un ao de es- tudios, los haba hecho leer el libro de Job. Para Gregorius haba sido una espe- cie de embriaguez comenzar a entender las oraciones, a abrirse un camino que lo llevaba directamente al corazn de oriente. En las novelas de Karl May, el oriente sonaba totalmente alemn y no slo por el idioma. Aqu, en cambio, en este libro que se lea de derecha a izquierda, el oriente sonaba verdaderamente a oriente. Elifaz el temanita, Bildad el suhita y Zafar el naamatita, los tres amigos de Job. Ya los nombres, cautivantes por exticos, parecan venir de allende todos los ocanos. Qu mundo prodigioso, como de ensueo! Por un tiempo haba querido ser especialista en estudios orientales, co- nocedor de las tierras del Levante. Amaba esa palabra, lo sacaba de la sombra Langgasse, llevndolo a una claridad luminosa. Poco antes de obtener su certifi- cado de estudios, se haba presentado para el puesto de instructor de los hijos de un industrial suizo en Isfahan. De mala gana preocupado por l, pero tam- bin temeroso del vaco que dejara su partida el padre le haba dado los tre- ce francos con treinta para comprar una gramtica de la lengua persa; Grego- rius haba escrito los caracteres orientales en una pizarra pequea que tena en la pared de su habitacin. Entonces haba comenzado a perseguirlo un sueo que pareca durar la noche entera. Era un sueo sencillsimo; esa sencillez, que pareca exacerbarse al aumentar la frecuencia con que apareca la imagen, era parte de la tortura. De hecho, el sueo no tena ms que una sola imagen: la arena caliente del orien- te, la arena del desierto, blanca y abrasadora, que traa el viento ardiente de Persia, se haba adherido a sus anteojos como una costra incandescente que no lo dejaba ver, para luego derretir los vidrios y comerse sus ojos. Al cabo de dos, tres semanas en las que el sueo no dej de aparecer y perseguirlo hasta ya entrado el da, haba devuelto la gramtica persa a la libre- ra y el dinero al padre. Se qued con tres francos con treinta, que guard en una lata pequea; haba sido como poseer dinero persa. Qu habra sido de l si hubiera superado el miedo a la arena abrasa- dora de oriente y hubiera viajado? Gregorius pens en la sangre fra con la que haba tomado el dinero de la mujer en la feria. Habra podido, con esa misma sangre fra, acabar con todo lo que podra haberle sucedido en Isfahan? El papiro. Nunca le haba dado importancia al sobrenombre, lo haba tomado a broma por aos. Por qu ahora, de pronto, le haca tanto dao? Cuando Gregorius entr en el coche comedor, Silveira ya haba termi- nado de comer. Los portugueses con quienes haba intercambiado sus primeras palabras la noche anterior ya iban por la segunda taza de caf. Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
37
Haba pasado una hora despierto en la cama pensando en el cartero que siempre entraba al hall de la escuela a las nueve y le entregaba el correo al conserje. En esa entrega estara su carta. Kgi no podra creer lo que estaba leyendo. Mundus se escapaba de su vida. Cualquier otro, pero no Mundus. La noticia recorrera todo el edificio, escaleras arriba y abajo; los alumnos que se paraban en los escalones de la entrada no hablaran de otra cosa. Gregorius haba recorrido mentalmente los pensamientos de sus cole- gas y se haba imaginado lo que podran pensar, sentir y decir. En esa recorrida haba hecho un descubrimiento que lo atraves como una descarga elctrica: no estaba para nada seguro de cmo reaccionaran. No le haba pasado al principio: Burri, por ejemplo, oficial del ejrcito y asiduo feligrs, lo calificara de incom- prensible, directamente perverso as como censurable, pues qu sera ahora de la clase?; Anita Mhletaler, que acababa de divorciarse, inclinara la cabeza con gesto pensativo, no le era imposible imaginarse algo as, aunque no para ella; Kalbermatten, el mujeriego, secreto anarquista de Saas Fee 7 , podra decir en la sala de profesores: "Y por qu no?"; Virginie Ledoyen, la profesora de francs, cuyo aspecto reprimido estaba en flagrante contradiccin con el brillo de su nombre, reaccionara ante la noticia con la mirada digna de un verdugo. Todo haba parecido clarsimo. Pero luego Gregorius haba pensado en Burri, el moji- gato padre de familia, y en cmo lo haba visto unos meses atrs en compaa de una rubia de falda muy corta que pareca algo ms que una conocida; en Anita Mhletaler y lo poco comprensiva que poda ser cuando la conducta de los alum- nos no era lo esperado; en Kalbermatten y su cobarda, cuando se trataba de enfrentarse a Kgi; en Virginie Ledoyen y la facilidad con que los alumnos que saban adularla podan manipularla y hacerla desistir de sus propsitos ms severos. Se poda deducir algo de todo esto? Algo relacionado con la postura que adoptaran respecto de l y de su conducta sorprendente? Se podra pen- sar en una oculta comprensin, hasta en una secreta envidia? Gregorius se haba incorporado; haba mirado el paisaje baado por el verde plateado de los oliva- res. La familiaridad en la que haba vivido todos esos aos con sus colegas se revelaba ahora como un desconocimiento que se haba convertido finalmente en una costumbre engaosa. Y era, en verdad, tan importante realmente impor- tante saber qu pensaban? Ese no saber, era el resultado del cansancio de una noche de insomnio, o estaba cobrando conciencia de que le resultaban ex- traos y de que ese sentimiento siempre haba estado all, escondido detrs de
7 Valle en los Alpes altos. [N. de la T.] Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
38 los ritos sociales? El rostro de Silveira haba perdido la transparencia de la noche ante- rior. A la luz crepuscular del compartimiento nocturno sus rasgos haban tenido esa transparencia que permite ver los sentimientos que pugnan por abrirse paso y, al mismo tiempo, los revela a una mirada inquisitiva; a la luz de maana, en cambio, se vean hermticos. En la intimidad de su compartimiento, con su olor a frazadas de lana y productos de limpieza, haba dejado que un perfecto extrao tuviera acceso a sus pensamientos, a sus sentimientos. Ahora, a la luz de la maana, pareca estar arrepentido de ese impulso. Gregorius titube por un instante antes de sentarse a la misma mesa. Luego comprendi el cambio en Silveira. Sus rasgos tensos, contenidos, no mostraban rechazo ni distanciamien- to, sino una objetividad reflexiva, seal de que el encuentro con Gregorius haba despertado en Silveira sensaciones complicadas que lo haban tomado por sor- presa; ahora estaba tratando de elaborarlas. Haba un telfono junto a su taza de caf. Lo seal. Le reserv una habitacin en el hotel donde se alojan habitualmente mis socios. La direccin est aqu. Le dio una tarjeta con los datos en el dorso. Luego dijo que todava te- na que revisar algunos papeles antes de llegar y comenz a incorporarse. Pero despus volvi a reclinarse en el asiento y se dirigi a Gregorius con una mirada que revelaba el proceso que se haba desencadenado en su espritu. Le pregunt si nunca se haba arrepentido de dedicarle su vida a las lenguas antiguas. Sin duda una vida as tendra que ser tranquila, retirada. Te resulto aburrido? Volvi a resonar la pregunta que le haba hecho a Florence; Gregorius se dio cuenta de que gran parte de su viaje del da anterior haba estado signado por esa pregunta. Algo en su rostro debe haberlo delata- do; Silveira se apresur a rogarle que no tomara a mal sus palabras; slo estaba tratando de imaginarse como hubiera sido vivir una vida as, tan diferente de la suya. Haba sido la vida que haba querido le respondi Gregorius. Sin embargo, mientras iba pronunciando esas palabras comprob asom- brado que la misma firmeza con que las deca estaba cargada de obstinacin. Slo dos das atrs, cuando al subir al puente de Kirchenfeld haba visto a la mujer portuguesa leyendo, no le habra hecho falta esa obstinacin. Habra dicho exactamente lo mismo, pero las palabras habran brotado sin esfuerzo, tranquila y naturalmente. Y entonces qu hace aqu, en este tren? Gregorius esper la pregunta con temor, como si el elegante portugus sentado frente a l fuera la Inquisi- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
39 cin. Silveira le pregunt cunto se tardaba en aprender griego. Gregorius respir aliviado y se embarc en una respuesta que result demasiado larga. El portugus le pidi luego que escribiese algunas palabras en hebreo en una servi- lleta. "Y Dios dijo: 'Hgase la luz'. Y la luz se hizo", escribi Gregorius, y lo tradujo. Silveira atendi su telfono. Habl unos minutos y luego dijo que tena que irse. Se guard la servilleta en el bolsillo. Cul es la palabra que quiere decir "luz"? pregunt mientras se le- vantaba y la repiti camino a la puerta, como para s. Ese ro ya debe ser el Tajo, pens Gregorius sobresaltado. Eso quiere decir que falta poco para llegar. Volvi al compartimiento, que ahora luca como de costumbre, con sus asientos de felpa, y se acomod junto a la ventana. No quera que el viaje llegase a su fin. Qu iba a hacer en Lisboa? Ya tena reser- vada una habitacin en un hotel. Le dara la propina al botones, cerrara la puer- ta, descansara un rato. Y luego? Tom el libro de Prado y lo hoje, indeciso.
SAUDADE PARADOXAL. NOSTALGIA PARADJICA. En 1922 ingres en el Liceu al que me envi mi padre. Era, decan, el ms estricto del pas. "No hace falta que llegues a ser un erudito", me dijo mientras intentaba sonrer. Como de costumbre, slo lo logr a medias. Ya al tercer da me di cuenta de que deba contar los das para evitar que me aniquilaran.
Mientras Gregorius buscaba la palabra aniquilar en el diccionario, el tren entraba en la estacin de Santa Apolnia, en Lisboa. Haba quedado preso de esas breves frases. Eran las primeras que re- velaban algo sobre la vida del portugus. Alumno de un colegio secundario muy estricto, tena que contar los das; era hijo de un padre que slo lograba sonrer a medias. Estaba all el origen de la ira contenida que poda leerse en otras frases? Sin poder explicarse por qu, Gregorius quera saber ms sobre esa ira. Empezaba a ver los primeros trazos del retrato de un ser que haba vivido aqu, en esta ciudad; un ser con quien quera establecer una mayor relacin. Fue como si, en estas frases, la ciudad fuera creciendo a su encuentro. Como si hubiera dejado de ser una ciudad totalmente extraa. Tom su valija y baj al andn. Silveira lo haba esperado. Lo acompa a tomar un taxi y le dio al conductor el nombre del hotel. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
40 Tiene mi tarjeta dijo con un breve gesto de despedida.
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Se despert avanzada la tarde; caa el crepsculo sobre la ciudad cu- bierta de nubes. Al llegar, se haba acostado vestido bajo el cobertor y haba cado en un sueo pesado, sin poder desprenderse de la sensacin de que no debera estar durmiendo; deba ocuparse de miles de cosas, cosas que no poda nombrar pero que no por eso eran menos urgentes; esa imposibilidad de nom- bradas las converta, por el contrario, en algo que deba emprender de inmedia- to para evitar que pasara algo terrible, incalificable. Mientras se lavaba la cara en el bao, descubri con alivio que junto con el sopor disminua tambin el mie- do de haber dejado de hacer algo importante y tener que cargar con la culpa de esa omisin. Estuvo una hora mirando por la ventana, tratando intilmente de orde- nar sus pensamientos. De vez en cuando su mirada caa sobre la valija intacta en un rincn. Cuando se hizo de noche, baj a la recepcin y pidi que averiguaran en el aeropuerto si todava haba algn vuelo a Zurich o a Ginebra. No haba ninguno. Mientras suba en el ascensor, descubri con asombro que se senta aliviado. Sentado en la cama en la habitacin a oscuras, trat de entender el porqu de ese alivio inesperado. Marc el nmero de Doxiades y dej que sonara diez veces antes de cortar. Abri el libro de Amadeu de Prado y sigui leyendo, desde el mismo punto donde haba dejado horas antes, en la estacin. Seis veces al da oa el repicar de la campana de la torre que anunciaba el comienzo de la hora de clase. Sonaba como si convocara a los monjes a sus oraciones. Fueron entonces 11.532 veces en que apret los dientes y regres del patio al edificio sombro, en vez de seguir los dictados de la imaginacin que me ordenaba salir por el portn hasta llegar al puerto, a la borda de un buque, donde sentira luego el sabor de la sal en los labios. Ahora, treinta aos despus, vuelvo a ese lugar una y otra vez, sin que haya ni la ms mnima razn prctica para ello. Y entonces por qu? Me siento en los escalones de la entrada cubiertos de musgo, ya medio desmoronados, y no logro comprender por qu mi corazn late desbocado. Por qu me colma la envidia cuando veo a los estudiantes, las piernas tostadas y el cabello brillante, entrar y salir como si estuvieran en su propia casa? Qu es lo que les envidio? No hace mucho, en un da caluroso en que las ventanas estaban abiertas, escu- ch a distintos profesores y a los alumnos temerosos, que balbuceaban las res- puestas a preguntas que tambin a m me hicieron temblar. Estar sentado otra Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
41 vez all, no, ciertamente no era eso lo que quera. En la fresca oscuridad del largo corredor me cruc con el conserje. Siempre llevaba la cabeza estirada hacia adelante, como un pjaro. Me mir con desconfianza. Qu hace usted por aqu? me pregunt, cuando ya casi haba pasa- do de largo. Tena una voz asmtica, de falsete, que pareca venir de un tribunal del ms all. Me qued parado, sin volverme. Estudi aqu le dije. Haba tanta cobarda en mi voz que me colm el desprecio por m mismo. Durante unos segundos el corredor qued en un silencio total, de pesadilla. Luego, el hombre retom la marcha arrastrando los pies. Me haba sentido como si me hubieran atrapado en un delito. Pero cul? El ltimo da de los exmenes finales estbamos todos parados detrs de nuestros bancos, la gorra del uniforme escolar en la cabeza; parecamos en posicin de firmes. Con paso medido, el seor Corts fue pasando de uno a otro; nos anunciaba la nota final con su habitual gesto severo y nos entregaba el cer- tificado mirndonos fijo. Mi compaero de banco, uno de los ms estudiosos, recibi el suyo con el rostro plido, sin hacer ni un gesto de aleara. El ltimo de la clase, el preferido de todas las muchachas, siempre bronceado por el sol, dej caer el suyo como si fuera basura, riendo por lo bajo. Salimos todos al patio, al calor agobiante del medioda de julio. Qu podramos hacer, qu debe- ramos hacer con todo ese tiempo que se presentaba ante nosotros, abierto, sin forma an? La libertad le daba la liviandad de una pluma; la incertidumbre, la pesadez del plomo. Nunca, ni antes ni despus, he vivido una experiencia que me haya de- mostrado de manera tan contundente y duradera como la escena siguiente cun diferentes son los seres humanos. El ltimo de la clase fue el primero en sacar- se la gorra, gir sobre s para tomar impulso y la arroj por encima de la cerca del patio al estanque vecino, donde se fue empapando lentamente hasta desapa- recer bajo los nenfares. Tres o cuatro siguieron su ejemplo; alguna gorra que- d colgada de la cerca. Mi compaero de banco se enderez su propia gorra, entre asustado e indignado; era difcil saber cul de las dos emociones lo domi- naba. Qu hara al da siguiente, cuando a la maana ya no tuviera motivo para ponerse la gorra? Lo que ms me impresion fue algo que vi en la esquina del patio donde no daba el sol. Medio escondido detrs de un arbusto polvoriento, uno de los alumnos intentaba meter la gorra dentro del portafolios escolar. Era evidente por sus movimientos titubeantes que no quera hacerla entrar por la fuerza. Prob una y otra manera de guardarla sin que se daara; finalmente logr hacerle lugar en el portafolios sacando algunos libros que ahora, con as- pecto desorientado y torpe, acomod bajo el brazo. Se volvi y mir en derre- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
42 dor; en sus ojos se poda ver la esperanza de que nadie hubiera presenciado ese acto que lo avergonzaba, as como esa ltima huella del pensamiento infantil, eliminada por la experiencia, de que uno puede hacerse invisible con slo desviar la mirada. Todava siento entre las manos la gorra hmeda de transpiracin. Me sent, retorcindola en uno y otro sentido, sobre el musgo verde de la escalera de entrada. Pens en el imperioso deseo de mi padre de que estudiara medicina. Quera que yo fuera mdico, quera que me convirtiese en alguien que pudiera aliviarlo de sus dolores. Lo amaba por tener tanta confianza en m; lo detestaba por la pesadsima carga que depositaba en m con ese deseo conmovedor. Para entonces, ya haban llegado a la escuela las chicas del colegio de seoritas. "Ests contento de que se haya terminado?': me pregunt Maria Joo, y se sent a mi lado. "D ahora resulta que te pone triste?". Ahora creo comprender por qu emprenda esos viajes de regreso a la escuela: quera volver a esos momentos en los que, en el patio de la escuela, el pasado ya nos haba abandonado sin que el futuro hubiera comenzado an. El tiempo se detena y contena la respiracin; nunca volvera a suceder. Deseaba volver a Maria Joo, con sus rodillas bronceadas, al aroma del jabn de sus vestidos claros? O era el deseo el deseo pattico y como de un sueo de estar otra vez en ese punto de mi vida y poder tomar una direccin totalmente distinta de la que me haba llevado a convertirme en quien soy? Este deseo tiene algo de extrao, un sabor a paradoja, a una lgica sin- gular. Porque el que experimenta ese deseo quizs ya no se encuentra en esa encrucijada sin que el futuro lo haya rozado an. Es ms bien un ser que ya est marcado por un futuro que se ha vuelto pasado; desea volver atrs para revocar lo irrevocable. Y querra en verdad revocarlo, si no lo hubiese padecido? Sen- tarse otra vez sobre el musgo tibio con la gorra entre las manos es el paradji- co deseo de emprender un viaje en el tiempo que he dejado atrs, llevndome a m mismo marcado por lo pasado en ese viaje. Es posible que aquel joven se hubiera opuesto a los deseos del padre y no hubiera ingresado en las aulas de medicina, tal como lo deseo a veces hoy en da? Podra haberlo hecho y aun as seguir siendo yo? En aquel momento careca de la visin de la experiencia vivida, que despertase en m el deseo de tomar otro camino en la encrucijada. De qu me servira retroceder en el tiempo eliminando experiencia tras experiencia y transformarme otra vez en aquel joven entregado al fresco aroma de los vesti- dos de Mara, a la visin de sus rodillas doradas? El joven de la gorra tendra que haber sido muy diferente de m para haber podido hacer lo que hoy deseo, Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
43 para haber elegido otra direccin. Pero entonces un ser diferente, no se hubiera convertido en alguien que querr ms adelante volver a encontrarse en aquella encrucijada? Puedo desear convertirme en l? Se me ocurre que podra estar satisfecho de ser l. Pero esta satisfaccin slo puede existir para m, que no soy l, como una satisfaccin de deseos que no son los suyos. Si en ver- dad fuera l, no tendra los deseos cuya satisfaccin podra alegrarme tanto de ser l como pueden hacerla los mos, siempre que no olvide que no los tendra de haberlos satisfecho. Y sin embargo estoy seguro de que no tardar en volver a despertarme con el deseo de volver a la escuela, cediendo as a un anhelo cuyo objeto no puede existir, porque es imposible pensarlo. Hay algo ms descabellado que esto: perseguir un deseo cuyo objeto no podemos imaginar?
Era casi medianoche cuando Gregorius sinti que haba comprendido fi- nalmente el sentido del texto. Prado era mdico; haba seguido esa carrera para cumplir con el imperioso deseo de un padre a quien le costaba sonrer, y tal deseo no era el resultado de un capricho dictatorial ni de la vanidad paterna, sino de la desesperacin causada por los dolores crnicos. Gregorius abri la gua telefnica. El nombre Prado apareca catorce veces, pero entre ellos no haba ningn Amadeu, ningn Incio o Almeida. Por qu haba dado por sentado que Prado viva en Lisboa? Busc la editorial Cedros Vermelhos en la seccin comercial: nada. Tendra que emprender una bsqueda por todo el pas? Tena sentido? El menor sentido? Gregorius sali a caminar por la ciudad nocturna. Estaba acostumbrado a caminar por la ciudad a medianoche; lo haca desde que, a los veintitantos aos, empez a resultarle imposible conciliar el sueo. Haba recorrido innume- rables veces las calles vacas de Berna; a veces se quedaba parado y, como un ciego, escuchaba las escasas pisadas que iban o venan. Le gustaba pararse de- lante de las vidrieras oscuras de las libreras y tener la sensacin de que todos esos libros le pertenecan slo a l, porque el resto del mundo dorma. Caminan- do lentamente por la calle lateral del hotel, dobl por la amplia Avenida da Li- berdade en direccin a la Baixa, el centro de la ciudad, donde las calles semeja- ban un tablero de ajedrez. Haca fro; una niebla fina formaba un halo lechoso alrededor de los antiguos faroles de luz dorada. Encontr un caf al paso; comi un sndwich y tom un caf. Prado sola sentarse en los escalones de su escuela e imaginarse cmo hubiera sido vivir una vida totalmente distinta. Gregorius pens en la pregunta de Silveira y en su respuesta obstinada de que haba vivido la vida que haba Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
44 querido. Sinti que la imagen del mdico, sentado con sus dudas sobre los esca- lones tapizados de musgo, la pregunta del hombre de negocios, tambin cargada de dudas, haban movilizado algo en su interior que se haba mantenido inamovi- ble mientras caminaba por las calles seguras y familiares de Berna. Ya no quedaba en el caf nadie ms que l y otro hombre. ste pag su cuenta y sali. Con un apuro repentino que no pudo comprender, Gregorius tam- bin pag y sali caminando detrs del hombre. Era un hombre mayor; arrastra- ba un poco una pierna y cada tanto se detena a descansar. Camin al Bairro Alto, la parte alta de la ciudad, y Gregorius lo sigui a considerable distancia hasta que desapareci tras la puerta de una casa estrecha, de aspecto pobre. Se encendi la luz en el primer piso, corrieron la cortina y el hombre apareci junto a la ventana abierta con un cigarrillo entre los labios. Desde la oscuridad protectora de un portal, Gregorius vio el interior de la vivienda iluminada. Un sof con almohadones de gobelino rado. Dos sillones que no hacan juego con el sof. Una vitrina con vajilla y estatuillas de porcelana de distintos colores. Un crucifijo en la pared. Ni un solo libro. Cmo sera ser ese hombre? El hombre cerr la ventana y corri las cortinas; entonces Gregorius sali del portal. Haba perdido el sentido de orientacin y comenz a bajar por la calle ms cercana. Nunca haba seguido a alguien de esa manera, tratando de imaginarse cmo sera vivir esa vida ajena en lugar de la propia. Se haba des- pertado en l una forma absolutamente nueva de curiosidad; se relacionaba directamente con esa nueva forma de lucidez que haba experimentado durante el viaje en tren, con la que se haba bajado del tren en la Gare de Lyon en Pars, el da anterior o cuando quiera que hubiera sido. De vez en cuando se paraba y miraba hacia adelante. Los textos anti- guos, sus viejos textos, estaban colmados de personajes que tenan vida; al leer y comprender esos textos, haba tambin ledo y comprendido sus vidas. Por qu ahora le resultaba tan nuevo comprender otras vidas, como, por ejemplo, la del noble portugus y la del hombre a quien haba seguido? Sigui caminando, sus pasos inseguros sobre el empedrado hmedo de las calles empinadas, y res- pir aliviado cuando reconoci la Avenida da Liberdade. El golpe lo tom desprevenido; no haba odo llegar al hombre que vena patinando. Era un tipo enorme; al pasar a Gregorius lo golpe con el codo en la sien y le arranc los anteojos. Aturdido y cegado, Gregorius dio dos pasos tras- tabillando; sinti con espanto el crujido de los cristales que se hacan trizas bajo sus pies. Lo acometi una ola de pnico. No se olvide los anteojos de re- puesto: oy la voz de Doxiades en el telfono. Tard unos minutos en recuperar el aliento. Luego se arrodill y busc al tanteo los fragmentos de vidrio, lo que Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
45 quedaba del marco roto. Levant lo que pudo y lo envolvi en el pauelo. Luego fue tanteando las paredes hasta llegar al hotel. El empleado nocturno se levant de un salto; Gregorius vio, al pasar cerca del espejo de la recepcin, que tena sangre en la sien. Subi en el ascen- sor, apretndose la herida con el pauelo que le haba dado el empleado, atrave- s corriendo el pasillo, abri la puerta de la habitacin con manos temblorosas y se abalanz sobre la valija. Le brotaron lgrimas de alivio cuando sinti el fro del estuche metlico de los anteojos de repuesto. Se puso los anteojos, se lav la sangre y se cubri el corte con el parche que le haba dado el empleado. Eran las dos y media. En el aeropuerto nadie atenda el telfono. Cerca de las cuatro se qued dormido.
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Si Lisboa no hubiera estado baada de esa luz seductora la maana si- guiente pens Gregorius luego las cosas podran haber tomado un giro to- talmente distinto. Tal vez se habra ido al aeropuerto a tomar el prximo avin a casa. Pero la luz no daba lugar a ninguna tentacin de volver atrs. Bajo el brillo matinal, todo lo pasado cobraba un tinte remoto, casi irreal; la luminosi- dad despojaba a la voluntad de cualquier sombra de lo que ya haba sido; slo era posible avanzar hacia el futuro, cualquiera que fuese. Lejana estaba ya Ber- na, con sus copos de nieve. A Gregorius le result difcil creer que slo haban pasado tres das desde su encuentro con la misteriosa mujer portuguesa sobre el puente de Kirchenfeld. Despus de desayunar llam por telfono a Jos Antnio da Silveira y habl con su secretaria. Le pregunt si poda recomendarle un oculista que hablara alemn, francs o ingls. Media hora ms tarde la secretaria se comuni- c con Gregorius, le dio saludos de Silveira y le recomend un oculista que aten- da a su hermana; una mujer que haba trabajado muchos aos en la Universidad de Coimbra y en Munich. El consultorio estaba en el barrio de Alfama, en la parte ms vieja de la ciudad, detrs del Castillo. Gregorius caminaba lentamente, atravesando ese da radiante. Iba atento a los dems transentes, evitando cuidadosamente a cual- quiera que pudiese atropellarlo. De vez en cuando se quedaba parado y se fro- taba los ojos, bajo los gruesos vidrios de los anteojos: as que sta era Lisboa, la ciudad a la que haba viajado porque, mirando a sus alumnos, haba tenido sbitamente una visin retrospectiva de su vida, como si la viese desde el final; porque haba llegado a sus manos el libro de un mdico portugus cuyas palabras Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
46 parecan haber sido escritas para l. Una hora ms tarde, entraba en una sala que en nada se pareca a la sa- la de espera de un mdico. Las paredes revestidas de madera oscura, las pintu- ras originales, las gruesas alfombras daban ms bien la impresin de que uno se encontraba en la vivienda de una familia noble, donde todo mantena su forma invariable y las cosas seguan su curso silenciosamente. Gregorius no se sor- prendi de que no hubiera ningn paciente en la sala de espera. Quien pudiese vivir en una vivienda como sa no necesitara los ingresos que podran provenir de los pacientes. La mujer que estaba detrs del mostrador de la recepcin le haba dicho que la seora Ea vendra en unos minutos. No haba nada en su aspecto que pudiera identificarla como la asistente de un mdico. Lo nico que indicaba la presencia de una actividad comercial era el monitor de la computa- dora, lleno de nombres y nmeros. Gregorius pens en el consultorio de Doxia- des, sobrio, casi modesto; en la asistente de modales impertinentes. Tuvo de pronto la sensacin de estar cometiendo una traicin; se abri una de las altas puertas y apareci la oculista. Gregorius tuvo una sensacin irracional de alivio, de alegra por no tener que permanecer all solo por ms tiempo. La doctora Mariana Conceio Ea era una mujer de grandes ojos oscu- ros que inspiraban confianza. Salud a Gregorius en un alemn fluido slo de vez en cuando se le escapaba algn error, dijo saber que era amigo de Silveira y estar al tanto del problema. Le pregunt cmo se le ocurra que deba discul- parse porque la rotura de los anteojos lo hubiera puesto tan nervioso. Era per- fectamente comprensible que alguien tan corto de vista como l sintiera que necesitaba tener siempre un par de anteojos de reserva. Gregorius sinti que lo invada repentinamente una calma total. Se hun- di en el silln frente al escritorio y tuvo el deseo de no tener que volver a levantarse. La mujer pareca disponer de todo el tiempo del mundo para dedi- carle. Gregorius no haba tenido esa sensacin ante ningn mdico, ni siquiera ante Doxiades; le pareci irreal, casi como un sueo. Haba pensado que la ocu- lista iba a verificar la gradacin de los anteojos de repuesto, luego le hara los exmenes habituales y le dara una receta para la ptica. No fue as. Ella quiso que le contara la historia completa de su miopa con todas sus etapas, todos sus problemas. Al terminar, Gregorius le alcanz lo anteojos y ella lo mir fijamen- te, como estudindolo. Usted tiene problemas para dormir dijo. Le pidi que se acercara al otro extremo del consultorio, donde esta- ban sus instrumentos. Lo examin durante ms de una hora. Los instrumentos parecan dife- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
47 rentes de los de Doxiades y la senhora Ea examin el fondo de sus ojos con el detenimiento de quien quiere familiarizarse con un paisaje nuevo y desconocido. Lo que ms lo impresion fue que repiti tres veces los exmenes de capacidad visual, pero no inmediatamente: entre uno y otro examen le pidi que caminara por el consultorio y lo embarc en una conversacin sobre su profesin. Hay muchos factores que definen cmo vemos dijo sonriendo ante su asombro. Finalmente produjo un valor de dioptra que difera claramente del habitual; los valores para uno y otro ojo, adems, eran ms dispares que de costumbre. La senhora Ea percibi su confusin. Hagamos la prueba le dijo y le toc el brazo. Gregorius vacilaba entre la resistencia y la confianza. Triunf la con- fianza. La oculista le dio la tarjeta de una ptica; ella misma llam por telfono. La voz portuguesa le trajo de vuelta la magia que haba sentido cuando la mujer misteriosa del puente de Kirchenfeld haba pronunciado la palabra "Portugus". Ahora, de pronto, tena sentido que estuviera en esta ciudad, un sentido que ciertamente era imposible nombrar; por el contrario, era parte de ese mismo sentido que no se lo violentara intentando expresarlo en palabras. Dos das dijo la oculista cuando colg el telfono. Dice Csar que es absolutamente imposible hacerlos ms rpido. Gregorius sac entonces el libro de pensamientos de Amadeu de Prado del bolsillo de la chaqueta, le mostr el nombre poco usual de la editorial y le relat su bsqueda intil en la gua telefnica. "S", dijo ella pensativa, "parece una edicin privada". Y los cedros rojos, no me sorprendera que fueran una metfora. Tambin Gregorius lo haba pensado: una metfora o una frase en clave que designaba algo secreto sangriento o bello oculto tras el follaje multico- lor, marchito, de una historia de vida. La oculista sali un momento y volvi con una libreta de direcciones. La abri y recorri una pgina con el dedo. Aqu est. Jlio Simes dijo es especialista en libros antiguos. Era amigo de mi difunto marido y siempre nos dio la impresin de que saba ms de libros que cualquier otro mortal, es impresionante. Copi la direccin y le explic a Gregorius cmo llegar. Saldelo de mi parte. Y venga con los anteojos nuevos; quiero saber si hice las cosas bien. Gregorius se volvi al llegar al rellano de la escalera; todava estaba parada en la puerta, con una mano apoyada en el marco. Silveira haba hablado Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
48 con ella por telfono. Quizs ella tambin saba que l estaba huyendo. Le hubiera gustado contrselo: mientras cruzaba el vestbulo, sus pasos se fueron volviendo cada vez ms lentos, como los de alguien que se resiste a abandonar un lugar. Un fino velo blanco haba cubierto el cielo; el sol tena un brillo opaco. La ptica estaba cerca del ferry que cruzaba el Tajo. A Csar Santarms se le ilumin el rostro cuando Gregorius le dijo quin lo haba enviado. Mir la receta; pesando con la mano los anteojos que Gregorius le entreg, dijo en un francs quebrado que se poda hacer esos vidrios de un material ms liviano y ponerles un marco ms liviano. Por segunda vez en poco tiempo se haba puesto en duda la opinin de Konstantin Doxiades y Gregorius sinti que le estaban sacando de las manos su vida anterior; una vida que haba vivido con unos anteojos pesados sobre la nariz desde que tena memoria. Sin mucha conviccin se prob un marco tras otro hasta que, finalmente, la asistente de Santarms, que slo saba portugus y hablaba como una catarata, lo persuadi de que encargara un marco angosto y rojizo, que a l le resultaba demasiado moderno, sofisticado, para su rostro ancho y anguloso. Mientras iba camino al Bairro Alto donde estaba el negocio de Jlio Simes se repiti una y otra vez que poda tener los anteojos nuevos como anteojos de repuesto, que no necesitaba usarlos; al llegar finalmente a la libre- ra antigua, haba recuperado su equilibrio interior. El seor Simes era un hombre delgado, de aspecto fuerte, con una na- riz afilada y ojos oscuros que hablaban de una rpida inteligencia. Mariana Ea lo haba llamado y le haba explicado el tema. Media ciudad de Lisboa, pens Gregorius, pareca estar ocupndose de presentarlo, de enviarlo de uno a otro con las explicaciones necesarias, casi podra hablarse de una ronda de presen- taciones previas; no recordaba que le hubiera sucedido algo parecido en su vida. CEDROS VERMELHOS, esa editorial, dijo Jlio Simes, no haba exis- tido en los treinta aos que llevaba en el negocio de libros, de eso estaba segu- ro. UM OURIVES DAS PALAVRAS, no, tampoco haba escuchado nombrar ese libro. Hoje el libro, ley una frase aqu y all; Gregorius tuvo la impresin de que esperaba que la memoria le aportara algo. Finalmente volvi a mirar el ao de publicacin: 1975. En ese ao l todava estaba estudiando en Porto y no hubiera sabido de la aparicin de un libro en edicin privada; mucho menos, si haba sido impreso en Lisboa. Si alguien puede saber dijo mientras llenaba la pipa, es el viejo Coutinho, el anterior dueo del negocio. Tiene casi noventa aos y es un viejo loco, pero es dueo de una memoria impresionante para los libros, una autntica Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
49 maravilla. No puedo llamarlo por telfono, porque casi no oye, pero le voy a dar unas lneas para que le lleve de mi parte. Simes fue hasta su escritorio, que estaba en un rincn, y escribi algo en una hoja de papel; luego lo puso en un sobre. Tiene que tenerle paciencia dijo, mientras le entregaba el sobre a Gregorius. Ha tenido mucha mala suerte en la vida y es un viejo amargado. Pero puede ser muy agradable, cuando uno encuentra la manera adecuada de hablarle. El problema es que uno nunca sabe de antemano cul es esa manera. Gregorius se qued en la librera un largo rato. Conocer una ciudad a travs de los libros que haba en ella: lo haba hecho toda la vida. En su primer viaje de estudios al extranjero haba ido a Londres. En el ferry de regreso a Calais se haba dado cuenta de que, a excepcin del albergue estudiantil, el Museo Britnico y las mltiples libreras cercanas, prcticamente no haba visto nada de la ciudad. "Pero los mismos libros podran estar en cualquier otra par- te!", decan los dems, sacudiendo la cabeza con gesto de lamentar todo lo que se haba perdido. "S, pero, de hecho, no estn en cualquier otra parte", les haba respondido. Ahora estaba parado delante de esas estanteras, altas hasta el techo, llenas de libros en portugus que no poda leer y sinti cmo entraba en contac- to con la ciudad. Al dejar el hotel a la maana, haba credo que deba encontrar rpidamente a Amadeu de Prado para darle un sentido a su estada en esa ciu- dad. Luego haban aparecido los ojos oscuros, el cabello rojizo y la chaqueta negra de terciopelo de Mariana Ea; ahora, todos estos libros con los nombres de los anteriores dueos, que le recordaban a los trazos del nombre de Anneli Weiss en sus libros de latn. O GRANDE TERRAMOTO. Haba sido en 1755 y Lisboa haba quedado destruida: era todo lo que saba de ese terremoto terrible que haba sacudido tambin la fe en Dios de tantos seres. Sac el libro del estante y el que estaba al lado qued inclinado. A MORTE NEGRA: trataba de la epidemia de peste de los siglos XIV y XV. Con ambos libros bajo el brazo, Gregorius cruz el saln a la seccin de literatura. Lus Vaz de Cames; Francisco de S de Miranda; Fer- na Mendes Pinto; Camilo Castelo Branco. Un universo entero, del que nunca haba odo hablar, ni siquiera a travs de Florence. Jos Maria Ea de Queirs, O CRIME DO PADRE AMARO. Con gesto vacilante, como si estuviera haciendo algo prohibido, tom el libro del estante y lo puso junto a los otros. Entonces, sbitamente, lo vio frente a l: Fernando Pessoa, O LIVRO DO DESASSOSSE- GO. Era en verdad increble: haba viajado a Lisboa sin pensar que viajaba a la ciudad del auxiliar de tenedor de libros Bernardo Soares, que trabajaba en la Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
50 Rua dos Douradores y a partir de quien Pessoa escribi los pensamientos ms solitarios que se hayan conocido en todo el mundo, antes y despus de l. Era tan increble? Ms verdes son los campos en el enunciado que lo dice que en su verdor objetivo. Esta frase de Pessoa haba sido la causa del incidente ms spero que haba sucedido entre l y Florence en todos sus aos juntos. Ella estaba sentada en el living con algunos colegas; se oan risas y el tintineo de los vasos. Gregorius necesitaba un libro y, de mala gana, haba sub- ido a buscarlo. A su entrada alguien estaba leyendo esa oracin en voz alta. "No les parece una frase brillante?", dijo uno de ellos sacudiendo su melena de poeta y apoy la mano sobre el brazo desnudo de Florence. "Muy pocos pueden comprender esa frase", haba dicho Gregorius. Un silencio repentino descendi sobre la habitacin. "Y t eres parte de esa minora selecta?", pregunt Flo- rence en tono cortante. Gregorius tom el libro del estante con marcada lenti- tud y sali sin decir palabra. El silencio en la habitacin superior dur algunos minutos ms. A partir de entonces, cada vez que vea El libro del desasosiego, segua de largo sin detenerse. Nunca haban hablado del incidente. Fue una ms de todas las cosas que quedaron sin aclarar cuando se separaron. Gregorius sac el libro del estante. Sabe la impresin que me da este libro increble? pregunt Sim- es, mientras ingresaba el precio en la mquina. Es como si Marcel Proust hubiera escrito los ensayos de Michel de Montaigne. Muerto de cansancio, Gregorius subi con la pesada bolsa de los libros por la Rua Garrett hasta el monumento a Cames. Pero no quera volver al hotel. En esta ciudad se senta bien recibido y no quera perder esa sensacin; quera asegurarse de que esa noche no volvera a llamar al aeropuerto para reservar un vuelo. Tom un caf y subi al tranva que lo llevara al Cemitrio dos Prazeres. En ese barrio viva Vtor Coutinho, el viejo loco que podra saber quin haba sido Amadeu de Prado.
9 El centenario tranva de Lisboa lo llev de regreso a la Berna de su ni- ez. El coche en el que cruzaba el Bairro Alto, sacudindose y trepidando, con las ventanillas repiqueteando, no se diferenciaba en lo ms mnimo de los viejos coches tranva en los que viajaba durante horas por las calles y avenidas de Berna, cuando todava poda hacerla sin pagar pasaje. Los mismos asientos de madera laqueada, la misma correa para la campanilla junto a los pasamanos que Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
51 iban del techo al piso, el mismo brazo de metal que el conductor accionaba para frenar y acelerar y cuyo funcionamiento Gregorius no entenda ahora ms que entonces. En algn momento, cuando ya usaba la gorra del Gymnasium, haban reemplazado los antiguos coches por otros nuevos. Tenan una marcha ms sua- ve, menos accidentada; los otros alumnos se mataban por poder viajar en los coches nuevos y ms de uno llegaba tarde a clase porque se haba quedado espe- rando un coche nuevo. Gregorius no se haba atrevido a decirlo, pero le molesta- ba que el mundo cambiase. Junt coraje, fue a la terminal de tranvas y le pre- gunt a un hombre que vesta ropas de trabajo qu hacan con los coches viejos. Los vendan en Yugoslavia, dijo el hombre. Debi haber visto su cara de triste- za, porque fue a la oficina y volvi con un modelo de los viejos coches, que Gre- gorius conservaba hasta el da de hoy como un tesoro valioso e irreemplazable, de tiempos prehistricos. Cuando el tranva, traqueteando y rechinando, estaba recorriendo los tramos finales de las vas hasta detenerse en la estacin termi- nal, Gregorius todava tena la visin del viejo modelo ante sus ojos. Gregorius no haba pensado que el portugus de mirada inconmovible podra haber muerto. La idea lo asalt cuando estaba parado ante la puerta del cementerio. Camin lentamente, con angustia, por las calles de esa ciudad de los muertos, bordeadas por pequeos mausoleos. Al cabo de una media hora, se encontr frente a una bveda alta, de mrmol blanco, manchado por la lluvia. Haba dos placas con los bordes y las esquinas ornamentados, clavadas en la piedra. AQUI JAZ ALEXANDRE HOR- CIO DE ALMEIDA PRADO QUE NASCEU EM 28 DE MAIO DE 1890 E FALE- CEU EM 9 DE JUNHO DE 1954, se lea en la placa superior, y AQUI JAZ MA- RIA PIEDADE REIS DE PRADO QUE NASCEU EM 12 DE JANEIRO DE 1899 E FALECEU EM 24 DE OUTUBRO DE 1960. En la lpida inferior, ms clara y me- nos cubierta de musgo, Gregorius pudo leer: AQUI JAZ FTIMA AMUA CLMENCIA GALHARDO DE PRADO QUE NASCEU EM 1 DE JANEIRO DE 1926 E FALECEU EM 3 DE FEVEREIRO DE 1961. Debajo, en letras cubiertas por una ptina ms leve: AQUI JAZ AMADEU INCIO DE ALMEIDA PRADO QUE NASCEU EM 20 DE DEZEMBRO DE 1920 E FALECEU EM 20 DE JUNHO DE 1973. Gregorius se qued mirando el ltimo nmero. El libro que llevaba en el bolsillo se haba publicado en 1975. Si este Amadeu de Prado era el mdico, el mismo que haba estudiado en el estricto Liceu del seor Corts y volva siem- pre a sentarse sobre el musgo tibio de los escalones preguntndose cmo hubie- ra sido convertirse en otro, eso quera decir que no haba publicado sus apuntes l mismo. Lo haba hecho otra persona, aparentemente en una edicin privada. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
52 Un amigo, un hermano, una hermana. Si esa persona todava viva, veintinueve aos despus, sa era la persona que deba encontrar. Tambin poda tratarse de una casualidad. Gregorius dese con todas sus fuerzas que fuera una coincidencia. Supo que la desilusin, el desnimo, haran presa de l si ya no poda encontrar a ese hombre melanclico que haba querido dar una nueva composicin a la lengua portuguesa, tan desgastada ya en sus viejas formas. Sac sin embargo la agenda y copi los nombres, las fechas en que haban nacido y haban muerto. Este Amadeu de Prado haba llegado a los cin- cuenta y tres aos. Haba perdido a su padre a los treinta y cuatro. Qu habra sido ese padre que slo lograba sonrer a medias? La madre haba muerto a los cuarenta. Ftima Galhardo poda haber sido la mujer de Amadeu, una mujer que slo haba llegado a los treinta y cinco y haba muerto cuando l tena cuarenta y uno. Gregorius volvi a mirar la bveda; slo entonces descubri la inscrip- cin en el zcalo, casi cubierta por la hiedra salvaje: QUANDO A DITADURA UM FACTO A REVOLUO UM DEVER. Cuando la dictadura es un hecho, la revolucin es un deber. La muerte de Prado haba sido una muerte poltica? La revolucin de los claveles, el fin de la dictadura, se haba producido en la prima- vera de 1974; este Prado no la haba vivido. La inscripcin pareca dedicada a alguien que haba muerto en la resistencia. Gregorius sac el libro y escudri el retrato: podra ser pens podra corresponder a un rostro as; a la ira con- tenida que se desprenda de sus escritos. Un poeta y un mstico del lenguaje que haba tomado las armas para luchar contra Salazar. A la salida intent preguntarle al hombre de uniforme si era posible saber a quin perteneca una tumba, pero las escasas palabras que poda decir en portugus le resultaron insuficientes. Sac el papel donde Jlio Simes le haba anotado la direccin de su predecesor y se puso en camino. Vtor Coutinho viva en una casa que pareca a punto de desplomarse. Estaba retirada de la calle, escondida detrs de otras, con la parte inferior cubierta de hiedra. No encontr ningn timbre y se qued parado un rato en el patio, sin saber qu hacer. Cuando ya estaba por irse, se oy una voz que pare- ca un ladrido, desde una ventana superior. O que que quer? Qu desea? La cabeza que apareci en el marco de la ventana estaba rodeada de rulos blancos que se fundan con la barba blanca. Tena unos anteojos de marco ancho y oscuro sobre la nariz. Pregunta sobre livro grit Gregorius, tan alto como pudo y levant Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
53 el libro de los apuntes de Prado. O que? volvi a preguntar el hombre, y Gregorius repiti su res- puesta. La cabeza desapareci y Gregorius oy el zumbido del portero elctri- co. Entr en una habitacin con estanteras colmadas de libros que llegaban hasta el techo, una alfombra oriental rada sobre el piso rojo de piedra. Haba olor a comida rancia, polvo y tabaco de pipa. El hombre de cabello blanco apare- ci en la escalera rechinante, la pipa entre los dientes oscuros. La camisa de cuadros grandes, de color indefinido, desvado por los lavados, le caa sobre los pantalones de pana embolsados; en los pies llevaba unas sandalias con las co- rreas desatadas. Quem ? pregunt con la voz exageradamente alta de los que no oyen bien. Los ojos marrn claro bajo las cejas enormes, que recordaban a Bernstein, tenan la mirada irritada de quien ha sido interrumpido en su descan- so. Gregorius le alcanz el sobre con el mensaje de Simes. Era suizo, dijo en portugus, y sigui en francs; estudioso de lenguas antiguas; estaba bus- cando al autor de ese libro. Como Coutinho no reaccion, se dispuso a repetir todo en voz ms alta. El viejo lo interrumpi en francs. Con una sonrisa astuta en el rostro arrugado, curtido por el tiempo, dijo que no era sordo. El sordo: buen papel para desempear en medio de todo el parloteo que nos rodea. Hablaba francs con un acento extrao; las palabras brotaban, si bien lentas, ordenadas con seguridad. Ley rpidamente las lneas de Simes, seal la cocina que estaba en el otro extremo del piso y se adelant a Gregorius. So- bre la mesa de la cocina haba un libro abierto; junto a l una lata de sardinas y medio vaso de vino tinto. Gregorius se sent en la silla del otro lado de la mesa. Entonces el viejo se le acerc e hizo un gesto sorpresivo: le sac los anteojos y se los puso l. Parpade, mir en una y otra direccin mientras balanceaba sus propios anteojos con una mano. As tenemos algo en comn dijo finalmente, y le devolvi los ante- ojos. La solidaridad de quienes van por el mundo detrs de vidrios gruesos. Toda irritacin, todo rechazo desaparecieron del rostro de Coutinho, y tom el libro de Prado. Contempl en silencio el retrato del mdico por unos minutos. Mientras lo haca, se levant, ausente como un sonmbulo y le sirvi a Gregorius un vaso de vino. Un gato entr sin hacerse notar y se le refreg contra las piernas. El Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
54 viejo no le prest atencin; se sac los anteojos y se apret el puente de la nariz con el pulgar y el ndice; Gregorius pens en Doxiades haciendo el mismo gesto. En la habitacin contigua se oa el tictac de un reloj de pie. El hombre vaci la pipa, tom otra de un estante y la carg. Volvieron a pasar unos minutos; luego comenz a hablar bajo, con el tono de los recuerdos lejanos. Sera mentira decir que lo conoc. No se puede decir que hayamos te- nido algn encuentro. Pero lo vi dos veces en la puerta de su consultorio, con el guardapolvo blanco, las cejas levantadas a la espera del prximo paciente. Yo estaba acompaando a mi hermana, que se atenda con l. Ictericia. Hiperten- sin. Le tena una confianza ciega. Hasta creo que estaba un poco enamorada de l. No es de extraarse, tena una estampa esplndida, adems de un carisma que hipnotizaba a la gente. Era hijo del famoso juez Prado, que se quit la vida. Algunos dijeron que ya no poda soportar los dolores de espalda; otros supusie- ron que no haba podido perdonarse a s mismo por haber retenido su cargo durante la dictadura. "Amadeu de Prado era un mdico muy querido, casi venerado. Hasta el da en que le salv la vida a Rui Lus Mendes, el miembro de la polica secreta que llamaban El Carnicero. Eso fue a mediados de los sesenta, poco despus de que yo cumpliera cincuenta aos. A partir de entonces, la gente comenz a evi- tarlo y eso le rompi el corazn. Sin que nadie supiera, empez a trabajar para la resistencia, como si quisiera expiar aquel acto. Esto se supo slo despus de su muerte. Muri sorpresivamente, si mal no recuerdo, de un derrame cerebral, un ao antes de la revolucin. En esa poca viva con su hermana Adriana, que lo idolatraba. "Debe haber sido ella la que hizo publicar el libro; tengo una vaga idea de dnde, pero la editorial hace mucho que ya no existe. Unos aos despus de su publicacin lo encontr en una librera de segunda mano. Lo puse en algn lado; no lo le, le tena un cierto rechazo, no s exactamente por qu. Tal vez porque no me gustaba Adriana, a pesar de conocerla poco. Era su asistente y las veces que fui me molest el estilo autoritario con que trataba a los pacientes. Posiblemente fue una injusticia de mi parte, pero siempre fui as. Coutinho hoje el libro. Las frases parecen buenas. Y el ttulo tambin. No saba que escriba. Dnde lo consigui? Y por qu lo est buscando? El relato de Gregorius fue distinto del que le haba contado a Jos An- tonio da Silveira en el tren nocturno. Sobre todo, porque no omiti la parte del encuentro con la misteriosa portuguesa en el puente de Kirchenfeld y del nme- ro telefnico que ella le haba escrito en la frente. Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
55 Todava tiene el nmero? pregunt el viejo, que haba disfrutado tanto con la historia que haba abierto otra botella de vino. Gregorius estuvo tentado por un instante de sacar la agenda. Luego se dio cuenta de que le resultaba demasiado; tras el episodio de los anteojos, era muy posible que el viejo quisiera llamar l mismo. Simes lo haba llamado loco. Eso no quera decir que Coutinho estuviera desequilibrado; nada de eso. Lo que pareca haber perdido, en esa vida solitaria con su gato, era el sentido de la distancia y la proximidad. No dijo Gregorius ya no lo tengo. Lstima dijo el viejo, que no le crey. De pronto estaban sentados uno frente al otro como dos perfectos extraos. Despus de una pausa incmoda, Gregorius dijo que en la gua telefni- ca no haba ninguna Adriana de Almeida Prado. Eso no quera decir nada, dijo el viejo de mal modo. Si Adriana viviera, andara por los ochenta. Los viejos dan de baja el telfono. l mismo lo haba hecho poco tiempo atrs. Y si hubiera muerto, su nombre estara tambin en la bveda. La direccin donde el mdico haba vivido y trabajado, no, despus de cuarenta aos, ya no la saba. En algn lugar del Bairro Alto. De todas maneras, no le resultara muy difcil encontrarla: era una casa con azulejos azules en la fachada; la nica casa azul que haba en muchas calles a la redonda. Por lo menos en aquella poca. O consultrio azul, el consultorio azul, lo llamaban. Cuando se despidieron, una hora ms tarde, estaban otra vez en buenos trminos. La conducta de Coutinho pasaba de la distancia rayana en la grosera a la sorprendente complicidad, sin solucin de continuidad ni un motivo aparente para el cambio. Gregorius recorri maravillado la casa; era como una nica bi- blioteca hasta el ltimo rincn. El viejo era un erudito y posea un nmero incon- table de primeras ediciones. Saba mucho de la genealoga de las familias portuguesas. Los Prado, se enter Gregorius, eran una familia muy antigua que se remontaba a Joo Nunes do Prado, sobrino de Alfonso XII, rey de Portugal. Ea? Descenda de Pedro I e Ins de Castro; era una de las familias ms distinguidas de todo Portugal. Mi familia es an ms antigua y tambin est emparentada con la casa real dijo Coutinho. Poda escucharse el orgullo detrs de la irona. Envidiaba a Gregorius por su conocimiento de las lenguas antiguas; cuando ya se dirigan a la puerta tom una edicin griegoportuguesa del Nuevo Testamento de un estante. No s por qu te lo regalo dijo pero as es la cosa. Mientras cruzaba el patio, Gregorius tuvo la certeza de que nunca olvi- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
56 dara esa frase. Tampoco la presin de la mano del viejo sobre su espalda, em- pujndolo suavemente a la salida. El tranva traqueteaba en las primeras horas del crepsculo. De noche, nunca podra encontrar la casa azul, pens Gregorius. El da haba durado una eternidad; agotado, apoy la cabeza en el vidrio empaado. Era posible que hubiese llegado a esa ciudad slo dos das atrs? Y que slo hubieran transcu- rrido cuatro das, ni siquiera cien horas, desde que haba dejado los libros de latn sobre el escritorio del aula? Al llegar a Rossio, la plaza ms conocida de Lisboa, baj del tranva y fue caminando, acarreando la pesada bolsa de la libre- ra de Simes, hasta llegar al hotel.
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Por qu Kgi le haba hablado en un idioma que sonaba como el portu- gus, pero no lo era? Por qu haba insultado a Marco Aurelio, sin nombrarlo? Gregorius se sent en el borde de la cama y se restreg los ojos. En- tonces haba aparecido el conserje y haba limpiado el piso del hall donde haban estado parados mientras la portuguesa se secaba el cabello. Antes o despus de eso era imposible saberlo Gregorius haba ido con ella al despacho de Kgi, para presentrsela. No haba tenido que abrir ninguna puerta; de pronto esta- ban all, parados delante de un enorme escritorio, como quienes quieren hacer un pedido pero han olvidado qu era lo que queran pedir. Y de pronto el Rector ya no estaba all, el escritorio y la pared haban desaparecido; ante ellos haba una vista de los Alpes. En ese momento Gregorius not que la puerta del minibar estaba abier- ta. Evidentemente, el hambre lo haba despertado en algn momento y se haba comido las nueces y el chocolate. Antes de eso, haba visto con desesperacin el buzn de correspondencia de su casa de Berna colmado de cuentas y folletos de propaganda; su biblioteca haba sido presa de las llamas para luego convertirse en la biblioteca de Coutinho, llena de Biblias y ms Biblias, ennegrecidas por el humo. Baj a desayunar. Se sirvi dos veces de todo y luego se qued un rato sentado en el comedor, para desesperacin de la camarera que estaba prepa- rando el saln para el medioda. No tena idea de cmo seguir desde all. Haba escuchado a una pareja de turistas alemanes haciendo planes para el da; haba intentado hacer lo mismo, pero sin xito. No le interesaba Lisboa como lugar turstico. Lisboa era la ciudad a la que haba llegado, huyendo de su vida. Se le ocurri que podra tomar el ferry sobre el Tajo para ver la ciudad desde esa Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
57 perspectiva. Pero tampoco era eso lo que quera. Qu era, entonces, lo que quera? En su habitacin, acomod los libros que haba ido acumulando: los li- bros sobre el terremoto y la peste, la novela de Ea de Queirs, El libro del desasosiego, el Nuevo Testamento, los libros de idioma. A modo de prueba, hizo la valija y la puso junto a la puerta. No, tampoco. Y no era por los anteojos que tena que retirar al da si- guiente. Aterrizar en Zurich y bajarse del tren en Berna: no era posible; ya no. Qu, entonces? Cuando uno pensaba en la muerte, en cmo se escapa- ba el tiempo, le pasaba esto? Ya no saba qu quera, no conoca su propia voluntad? Perda esa familiaridad lgica con sus propios deseos? Ya no saba quin era: un extrao, un enigma para s mismo? Por qu no sala a buscar la casa azul donde quizs viva an Adriana de Prado, treinta y un aos despus de la muerte de su hermano? Por qu titu- beaba? Por qu, inesperadamente, senta que all se levantaba una barrera? Gregorius hizo entonces lo mismo que haca cada vez que se senta in- seguro: abri un libro. Su madre, hija de campesinos de las cercanas de Berna, no haba tomado casi nunca un libro entre las manos: a lo sumo alguna novela costumbrista de Ludwig Ganghofer que haba tardado semanas en leer. El padre haba descubierto la lectura como antdoto para el aburrimiento en las salas vacas del museo; cuando le tom el gusto, lea todo cuanto le caa en las manos. "Ahora t tambin te escondes en la lectura", le haba dicho la madre. A Grego- rius le doli esa visin de la madre; que no comprendiera cuando l le hablaba de la magia de las frases bellas, de su luminosidad. Haba seres que lean y de los otros. Se era un lector o no; se notaba al instante. No haba diferencia mayor que sa entre las personas. Cuando afirma- ba eso, la gente lo miraba con asombro y algunos sacudan la cabeza ante tal excentricidad. Pero era as. Gregorius lo saba. l lo saba. Despach a la camarera y pas las horas siguientes inmerso en el es- fuerzo de comprender un pensamiento de Amadeu de Prado, cuyo ttulo le haba llamado la atencin.
O INTERIOR DO EXTERIOR DO INTERIOR. EL INTERIOR DEL EX- TERIOR DEL INTERIOR. Hace algn tiempo era una maana luminosa de ju- nio, la claridad matinal inundaba quieta las calles estaba parado en la Rua Garrett frente a una vidriera; no miraba los objetos desplegados all, la luz cegadora me haca ver mi propio reflejo. Me molestaba ser un obstculo para mi propia visin, en particular porque era como un smbolo de la manera en que Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
58 habitualmente me enfrentaba a m mismo. Puse las manos a ambos lados de los ojos y mir hacia adentro a travs de ese cono de sombra; lo que apareci de- trs del reflejo de mi propia figura como la negrura amenazante de una tor- menta que cambia el aspecto del mundo fue la silueta de un hombre de gran estatura. Se qued all parado, sac un paquete de cigarrillos del bolsillo de la camisa y se puso uno entre los labios. Mientras exhalaba el humo de la primera pitada, su mirada se desvi hasta que qued fija en m. Nosotros los hombres, qu sabemos los unos de los otros?, pens. Simul para no tener que enfren- tarme con el reflejo de su mirada estar profundamente interesado en lo que se exhiba en la vidriera. El desconocido vio a un hombre enjuto de cabellos ya grises, un rostro delgado y severo y unos ojos oscuros detrs de unos anteojos redondos de marco dorado. Examin mi reflejo con atencin. Estaba parado como de costumbre, con los hombros cuadrados demasiado derechos, la cabeza casi excesivamente erguida, ms alta de lo que en realidad corresponda a la altura del cuerpo; era verdad, sin duda, lo que decan hasta quienes me queran: mi aspecto era el de un ser altanero que despreciaba a todos y menospreciaba todo lo humano; un misntropo que siempre tena preparado un comentario des- pectivo para todos y cada uno. El hombre que fumaba debe haberse llevado esa impresin de m. Cmo se engaaba! En verdad, pienso a veces que me paro y camino ex- cesivamente derecho como protesta contra el cuerpo de mi padre, irremedia- blemente encorvado; contra la tortura de estar doblegado por la enfermedad de Bechterev que lo obligaba a mirar el suelo como un siervo maltratado que no se atreve a afrentarse a su seor con la cabeza alta, mirndolo a los ojos. Es como si estirndome pudiera enderezar la espalda de mi orgulloso padre ms all de la tumba; como si con un tacto mgico, capaz de modificar el pasado, pudiese eliminar de su vida la humillacin, ese dolor como de servidumbre; como si con mi esfuerzo presente pudiera despojar ese torturante pasado de su rea- lidad, reemplazndola por otra mejor, ms libre. se no fue el nico efecto ilusorio que me produjo mirar al desconoci- do. Despus de una noche inconsolable de insomnio, no habra sido capaz de mirar a nadie con desprecio. El da anterior le haba comunicado a un paciente, en presencia de su mujer, que no le quedaba mucho tiempo de vida. Tienes que hacerlo, me haba dicho a m mismo antes de llamarlos al consultorio; as podrn hacer los arreglos necesarios para s mismos y para sus cinco hijos. Pero sobre todo: parte de la dignidad humana radica en poder mirar el destino, hasta el ms duro, a los ojos. Eran las primeras horas del anochecer: una brisa ligera y tibia entraba por el balcn abierto, trayendo los sonidos y los aromas de un da Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
59 de verano que llegaba a su fin; si uno hubiera podido entregarse a esa tierna sensacin de vida, sin pensar en nada, ni siquiera en uno mismo, podra haber tenido un instante de felicidad. Si por lo menos ahora entrara un viento, cor- tante e inclemente, y la lluvia azotara las ventanas!, pens. El hombre y la mujer se sentaron en el borde de las sillas, inseguros, llenos de temerosa impaciencia, ansiosos de escuchar el dictamen que los librara del espanto de una muerte cercana y as poder bajar las escaleras y mezclarse con los transentes que paseaban despreocupados, con todo el tiempo del mundo ante s. Antes de co- menzar a hablar, me quit los anteojos y me frot el puente de la nariz con el pulgar y el ndice. Deben haber reconocido en mi gesto el preanuncio de una verdad terrible, porque cuando los mir se haban tomado de las manos; esas manos el pensamiento me provoc un nudo en la garganta y eso prolong an ms la angustiosa espera que probablemente haban perdido aos atrs la costumbre de buscarse. Y les habl a esas manos, no pude sostener la mirada de los ojos que me hablaban de un temor innombrable. Las manos se agarrotaron, empalidecieron como si ya no hubiera sangre en ellas fue la imagen de esas ma- nos apretadas, de blancura mortal, lo que me haba robado el sueo, lo que in- tentaba ahuyentar saliendo a dar ese paseo que me haba llevado a la vidriera y su reflejo. (Haba algo ms que haba intentado ahuyentar caminando por las calles luminosas: el recuerdo de cmo, ms tarde, haba descargado sobre Adriana la ira que me haba causado la torpeza de las palabras con que haba comunicado la mala noticia; ella que me cuida como una madre se haba olvidado, por una vez, de comprarme mi pan preferido. Quiera la luz dorada de la maana borrar esa injusticia, bastante comn en m!). El hombre del cigarrillo, que ahora estaba apoyado en el poste de un farol, dej vagar su mirada; me miraba a m, miraba lo que pasaba en la calle. Lo que vio de m no debe haberle revelado nada acerca de mi fragilidad, plagada de inseguridad, que nada tena que ver con mi porte orgulloso, hasta arrogante. Me traslad dentro de esa mirada, la reproduje dentro de m y, desde esa mirada, observ mi reflejo. Nunca pens haba tenido esa apariencia, ese efecto sobre los dems, nunca en la vida: en la escuela, en la universidad, en mi consul- torio. Les pasa a todos? No se reconocen desde fuera? Su reflejo les parece una burda deformacin? Los espanta el abismo entre la percepcin que los dems tienen de ellos y la forma en que ellos mismos se perciben? La familiari- dad desde el interior y la familiaridad desde el exterior podran ser tan dispa- res como para dejar de ser la familiaridad con un mismo ser? La distancia que nos separa de los otros se vuelve an mayor cuando cobramos conciencia de la diferencia entre la percepcin que tienen los otros Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
60 de nuestra forma exterior y la percepcin que logramos a travs de nuestros propios ojos. No miramos a los seres humanos como miramos las casas, los rbo- les o las estrellas. Miramos a los seres humanos con la expectativa de poder enfrentarnos a ellos de determinada manera y as hacerlos parte de nuestro propio ser ntimo. Nuestra imaginacin los recorta de manera tal de poder adap- tarlos a nuestros deseos y expectativas, pero tambin confirmar en ellos los miedos y prejuicios propios. Nunca llegamos, seguros y libres de prejuicios, a la forma externa de otro. Nuestra mirada se desva, se enturbia, porque intervie- nen los deseos y los fantasmas que nos convierten en quienes somos, seres es- peciales e inconfundibles. El mismo mundo exterior de un mundo interior es una parte ms de nuestro mundo interior, mucho ms lo son los pensamientos que albergamos sobre el mundo interior de los otros; tan inciertos y lbiles, que expresan mucho ms sobre nosotros mismos que sobre los otros. El hombre del cigarrillo, cmo ve a ese otro hombre, excesivamente erguido, de rostro del- gado, labios plenos y anteojos de marco dorado sobre la nariz recta y afilada, cuya imagen se me presenta desde hace mucho tiempo? Cmo se inserta esa forma en el esquema de sus placeres y displaceres; en el diseo habitual de su alma? Cules son los aspectos de mi apariencia que su mirada exagera, resalta? Cules deja de lado, como si no tuviera acceso a ellos? Ese desconocido que fuma se formar sin duda una imagen caricaturesca de mi reflejo y su imagen mental de mis pensamientos ser caricatura sobre caricatura. Somos as doble- mente extraos el uno para el otro, pues entre nosotros se alza no slo el falaz mundo exterior sino tambin la falacia de la imagen de ese mundo que se forma en cada mundo interior. Esta extraeza, esta distancia, es un mal? Acaso un pintor debera dibujarnos estirando desesperadamente los brazos, intentando en vano llegar a los otros? O su pintura debera ms bien presentarnos expresando el alivio de que exista tal doble barrera, porque es a la vez una muralla protectora? Debe- ramos estar agradecidos por la proteccin que nos brinda esa extraeza res- pecto del otro? Por la libertad que nos permite? Cmo ser enfrentarnos al otro sin la proteccin de esa doble refraccin que presenta el cuerpo? Si no hubiera entre nosotros algo falaz separndonos, no sera como precipitarnos dentro del otro?
Mientras lea la descripcin que haca Prado de s mismo, Gregorius vol- va una y otra vez al retrato que estaba en las primeras pginas del libro. Se imaginaba el cabello del mdico, peinado como un casco, ya canoso y le colocaba anteojos redondos de marco dorado. En l haban visto arrogancia, desprecio Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
61 por los hombres. Segn Coutinho haba sido un mdico muy querido, casi venera- do. Hasta que le haba salvado la vida a un miembro de la polica secreta. Luego haba sido despreciado por aquellos mismos que lo haban querido. Se le haba roto el corazn y haba buscado una reparacin trabajando para la resistencia. Cmo era posible que un mdico necesitara expiar lo que hacen todos los mdicos lo que deben hacer y que era lo contrario a un pecado? Haba algo en la historia de Coutinho pens Gregorius que no cuadraba. La cosa debe haber sido ms complicada, ms enmaraada. Gregorius pas varias pgi- nas. Ns homens, que sabemos uns dos outros? Nosotros los hombres, qu sabemos unos de otros? Sigui pasando algunas pginas ms. Habra tal vez alguna referencia a ese giro dramtico y doloroso de su vida? No encontr nada; sali del hotel en la luz crepuscular y se encamin a la Rua Garrett, donde Prado haba mirado su reflejo en la vidriera, donde tam- bin estaba la librera de Jlio Simes. El sol ya se haba ocultado; la vidriera ya no poda volverse un espejo. A pocos pasos de all, Gregorius se encontr frente a un negocio de ropa muy iluminado, con un inmenso espejo en el que poda verse tras los vidrios. Intent hacer lo que haba hecho Prado: trasladarse a esa mirada ajena, reproducirla en su interior y, desde esa mirada, observar su reflejo. Enfrentarse a s mismo como si fuera un extrao, alguien que uno acaba de conocer. As pues lo haban visto alumnos y colegas. As se vea su Mundus. sa era la imagen que Florence haba tenido ante s; primero la alumna enamorada que lo miraba desde la primera fila; luego la mujer para quien se haba ido con- virtiendo en un ser cada vez ms torpe, ms aburrido; en alguien que siempre impona su erudicin y destrua la magia, el encanto, el atractivo de su luminoso mundo de lenguas romances. Todos haban tenido esta imagen ante s; sin embargo, como deca Pra- do, cada uno haba visto algo distinto, porque cada parte del mundo exterior era tambin una parte del mundo interior. El portugus haba estado seguro de que nunca en la vida haba sido como los dems lo vean; a pesar de que su apariencia externa le era tan familiar, l mismo no se haba reconocido en ella y esta ex- traeza lo haba sacudido profundamente. Un joven apresurado lo empuj al pasar y Gregorius se sobresalt. Con el golpe, lo asalt tambin el pensamiento tranquilizador de no poseer certi- dumbre alguna que fuera superior a la del mdico. Por qu estaba Prado tan seguro de ser totalmente diferente del que vean los dems? Cmo haba llega- do a esa certeza? La describa como una difana luz interior que lo haba ilumi- nado siempre; una luz que implicaba al mismo tiempo una gran familiaridad con Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
62 su propia persona y la mxima extraeza desde los otros. Gregorius cerr los ojos y se vio sentado nuevamente en el coche comedor del tren rumbo a Pars. La nueva forma de lucidez que haba experimentado entonces, al comprobar que en verdad estaba realizando ese viaje, tena alguna relacin con la particular forma de percepcin de s mismo que haba tenido el portugus, una percepcin cuyo precio era la soledad? O eran dos cosas completamente distintas? Iba por el mundo como inclinado sobre un libro, como si leyera todo el tiempo, le decan. Se irgui e intent saber qu se senta: enderezar la espalda encorvada del padre llevando su propia espalda exageradamente derecha y la cabeza muy alta. Haba tenido un maestro afectado por la enfermedad de Bech- terev. Quienes la padecen suelen hundir la cabeza en el cuello para que no tener que mirar permanentemente hacia abajo. Causaban la misma impresin que el conserje que Prado haba descrito en su relato de la visita a la escuela: parecan pjaros. Los alumnos hacan bromas crueles sobre su figura encorvada; l se vengaba aplicando una severidad casi malvola. Qu se siente al tener un padre que debe pasar toda su vida en esa postura humillante; hora tras hora, da tras da, en el sitial del juez as como sentado a la mesa familiar con sus hijos? Alexandre Horcio de Almeida Prado haba sido juez, un juez famoso, haba dicho Coutinho. Un juez que haba administrado justicia bajo Salazar; bajo un hombre que haba violado todos los derechos. Un juez que quizs no haba podido perdonarse a s mismo y haba causado su propia muerte. Cuando la dictadura es un hecho, la revolucin es un deber, se lea en el zcalo de la bve- da de los Prado. Se refera al hijo, que haba ingresado en la resistencia? O tambin al padre, que haba comprendido la verdad demasiado tarde? Camino a la plaza mayor, Gregorius sinti que quera saber ms; quera saber sobre estos temas de una manera diferente, ms apremiante que la curio- sidad sobre los temas histricos de los textos antiguos que le haban interesado toda su vida. Por qu? El juez ya llevaba muerto cincuenta aos, la revolucin haba quedado treinta aos atrs, hasta la muerte del hijo se ubicaba en un lugar remoto del pasado. Entonces, por qu? Qu tena que ver l con todo esto? Cmo era posible que una sola palabra en portugus y un nmero telef- nico escrito en la frente hubieran tenido la fuerza de arrancarlo de su vida ordenada y hacerlo interesarse, tan lejos de Berna, por la vida de unos portu- gueses que ya haban muerto? En la librera de la calle Rossio le salt a la vista una biografa de Sala- zar, el hombre que haba tenido un papel tan decisivo, quizs letal, en la vida de Prado. La cubierta mostraba el retrato de un hombre vestido totalmente de negro, con un rostro autoritario pero no carente de sensibilidad y una mirada Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
63 dura, casi fantica, pero que dejaba entrever su inteligencia. Gregorius hoje el libro. Salazar haba sido pens un hombre ansioso de poder; no lo haba arrebatado, sin embargo, con brutalidad ciega y violencia sorda; tampoco lo haba disfrutado como la saciedad desbordante y opulenta de los platos rebo- santes de un banquete orgistico. Para alcanzar el poder y conservarlo por tan- to tiempo, haba tenido que renunciar a todo aquello en la vida que no fuese acorde con una atencin permanente, una disciplina sin concesiones y un ritual asctico. El precio haba sido alto; se vea en los rasgos severos, la tensin de la sonrisa escasa. Las necesidades e impulsos reprimidos de esa vida frugal en medio del fausto del rgimen se haban canalizado deformados por la retrica de la razn de Estado hasta hacerlos irreconocibles en disposiciones despia- dadas. Gregorius, despierto en la habitacin a oscuras, pens en la enorme distancia que lo haba separado siempre de lo que suceda en el mundo. No es que los acontecimientos polticos de otros pases no le interesaran. En abril de 1974, al caer la dictadura en Portugal, alguna gente de su generacin haba via- jado a ese pas; haban tomado a mal que l dijera que el turismo poltico no era lo suyo. No es que no se enterara de las cosas, como un ser excesivamente do- mstico. Pero siempre le haba parecido un poco como leer a Tucdides. Un Tuc- dides que estaba en el diario y que a la noche sala en el noticiero. Era por esa cualidad peculiar de Suiza, de que nada la afectara? O era por l, por su fasci- nacin con las palabras, que hacan desaparecer tras de s los hechos ms crue- les, sangrientos e injustos? Era por su miopa? Cuando el padre, que slo haba llegado al rango de suboficial, hablaba de la poca en que su compaa se haba desplegado a orillas del Rin, como l deca, Gregorius, el hijo, haba tenido siempre la sensacin de algo irreal, un poco raro, cuya importancia radicaba fundamentalmente en poder recordar algo emocionante, algo que escapaba a la banalidad de la vida cotidiana. El padre se haba dado cuenta y en cierta oportunidad haba perdido la paciencia: "Tenamos miedo, estbamos aterrorizados", haba dicho, "las cosas podran haber salido de otra manera y entonces ni siquiera existiras". No lo haba dicho a gritos, el padre nunca gritaba; pero haba tal ira en sus palabras que el hijo las haba escuchado avergonzado y no las haba olvidado jams. Era por eso que quera saber cmo haba sido ser Amadeu de Prado? Acercarse al mundo a travs de esa comprensin? Encendi la luz y volvi a leer una oracin que haba ledo un rato antes.
nada. Aneurisma. Cada momento puede ser el ltimo. Sin la menor pre- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
64 monicin, en la ignorancia total, voy a atravesar una pared invisible, detrs de la cual no hay nada, ni siquiera oscuridad. Mi paso siguiente puede ser el paso a travs de esa pared. No es ilgico tener miedo de darlo, si ya nunca ms expe- rimentar ese sbito apagarse, si s que es as?
Gregorius llam a Doxiades por telfono y le pregunt qu era un aneu- risma. S que la palabra quiere decir "ensanchamiento", pero de qu? Era un ensanchamiento patolgico de un vaso sanguneo por alteraciones congnitas o adquiridas de las paredes arteriales, dijo el griego. S, tambin se daba en el cerebro, y con frecuencia. Muchas veces no haba sntomas durante aos, hasta dcadas. Entonces el vaso sanguneo explotaba de golpe y no se poda hacer nada. Por qu le haca esa pregunta a esa hora de la noche? Se senta mal? Y dnde estaba? Gregorius supo entonces que haba sido un error llamar al griego. No encontraba palabras que fueran acordes con la confianza que haba existido entre ellos por tanto tiempo. Envarado, tartamudeando, habl del viejo tranva, de un anticuario excntrico, del cementerio donde estaba sepultado el portu- gus. Escuchaba su propia voz: nada de lo que estaba diciendo tena sentido. Gregorius? pregunt Doxiades al cabo de un silencio. Si? Cmo se dice "ajedrez" en portugus? Gregorius tuvo ganas de abrazarlo cuando oy la pregunta. Xadrez dijo, y sinti que desapareca la sequedad de su boca. La vista anda bien? Se le volvi a pegar la lengua al paladar. Si le contest. Tiene la impresin de que los dems lo ven tal como es? Por supuesto que no dijo el griego con una carcajada. Que alguien nada menos que Doxiades pudiera tomar a risa ese sen- timiento que haba conmovido tanto a Amadeu de Prado le produjo una sensacin de desamparo. Tom el libro, como aferrndose a l. De veras est todo bien? pregunt el griego, quebrando el silencio que haba vuelto a producirse. Si dijo Gregorius, todo est bien. La conversacin termin con los saludos de costumbre. Inquieto, acostado en la oscuridad de la habitacin, Gregorius trat de descubrir qu era lo que se interpona entre l y el griego. En definitiva, sus Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
65 palabras le haban dado el valor para emprender ese viaje, a pesar de la nieve que comenzaba a caer sobre Berna. Se haba pagado los estudios trabajando como conductor de taxi en Tesalnica. "Son un gremio bastante rudo los con- ductores de taxi", haba dicho una vez. De vez en cuando se poda entrever esa rudeza en su voz, cuando profera algn insulto o daba una profunda pitada al cigarrillo. En esos momentos, la barba que creca oscura, el vello negro y espeso de los antebrazos, le daban un aspecto un tanto salvaje e indomable. Cmo poda sorprenderlo, entonces, que los dems se formaran de l una imagen diferente de la que l tena de si mismo? Era posible ignorar esa diferencia? Era falta de sensibilidad? O una independencia interior envidia- ble? Ya comenzaba a amanecer cuando Gregorius se qued dormido.
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No puede ser, es imposible. Gregorius se quit los anteojos nuevos, li- vianos como una pluma, se frot los ojos y se los volvi a poner. Era posible: nunca haba visto tan bien, en especial con la parte superior de los vidrios, a travs de los que vea el mundo. Las cosas parecan acercrsele, obligndolo literalmente a mirarlas. Ya no senta el antiguo peso de los anteojos sobre la nariz, formando una especie de escudo protector; el mundo exterior con su nueva claridad se vea opresivo, hasta amenazante. Estas impresiones nuevas lo hicieron sentir un poco mareado y volvi a quitarse los anteojos. La sombra de una sonrisa cruz el rostro poco amistoso de Csar Santarms. Ahora no sabe cules son mejores, si los viejos o los nuevos dijo. Gregorius asinti; se mir al espejo. El marco rojizo y delgado y los cristales nuevos, que ya no actuaban como barreras protectoras, le daban un aspecto totalmente diferente: el de alguien que se preocupaba por su apariencia, que quera verse elegante, chic. S, tal vez estaba exagerando, pero aun as. La asis- tente de Santarms, que lo haba convencido de elegir ese marco, hizo un gesto de aprobacin desde el fondo. Santarm lo vio. "Tem razo", dijo, tiene razn. Gregorius sinti que lo invada la furia. Volvi a ponerse los anteojos viejos, hizo envolver los nuevos y pag con apuro. Se tardaba media hora en llegar caminando al consultorio de Mariana Ea en el barrio de Alfama. A Gregorius le llev cuatro horas. Cada vez que encontraba un banco en su camino, se sentaba y se cambiaba los anteojos. Tras los cristales nuevos, el mundo era ms grande; por primera vez el espacio tena tres dimensiones reales en las que las cosas podan cobrar tamao sin restric- cin alguna. El Tajo ya no era una superficie vaga de color parduzco, era un ro; Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
66 el castillo de So Jorge se elevaba hacia el cielo en tres direcciones, como una autntica fortaleza. Este mundo, sin embargo, le exiga un esfuerzo mayor. El marco de los anteojos era ms liviano; tambin lo era su paso. El pesado andar al que estaba acostumbrado ya no estaba de acuerdo con la nueva liviandad que senta en el rostro. Pero al mismo tiempo el mundo era ms cercano, ms opresi- vo; se senta ms exigido, sin saber exactamente en qu consistan esas exigen- cias. Cuando esas exigencias invisibles le resultaban excesivas, se retiraba de- trs de los anteojos viejos, que mantenan todo a distancia y le permitan dudar si ms all de las palabras y los textos haba en verdad un mundo exterior. Sin esta duda, atesorada y cara, no poda imaginarse la vida. Tampoco poda olvidar- se de la mirada nueva; en un pequeo parque sac el libro de los apuntes de Prado y decidi probar cmo era leer con esa nueva mirada. O verdadeiro encenador da nossa vida o acaso um encenador cheio de crueldade, misericordia e encanto cativante. Gregorius no poda creer lo que vea; nunca haba entendido las frases de Prado tan fcilmente: el verdadero regisseur de nuestra vida es el azar, un regisseur lleno de crueldad, de miseri- cordia y de un encanto cautivante. Cerr los ojos y se entreg a la dulce ilusin de que los anteojos nuevos le daran acceso a todas las dems frases del portu- gus de la misma manera, como si fueran un instrumento mgico, la varita de un cuento de hadas que, adems de hacer visible la forma exterior de las palabras, revelara su significado. Se acomod los anteojos. Estaban empezando a gustar- le. "Quiero saber si hice las cosas bien", haba dicho la mujer de grandes ojos y una chaqueta de terciopelo negro. Las palabras lo haban sorprendido: le haban sonado como las de una colegiala esforzada, falta de confianza en s misma; no se correspondan con la seguridad que irradiaba la oculista. Pas una muchacha patinando y Gregorius la sigui con la mirada. Si el patinador de la primera noche hubiera desviado el codo un poco, una mnima fraccin rozando apenas su sien al pasar no estara camino a ver a esta mujer, tironeado entre un campo visual levemente velado y otro de claridad deslumbrante que otorgaba al mundo esta cualidad de realidad irreal. Entr en un bar y tom un caf. Era medioda; el local se llen de hom- bres bien vestidos que salan del edificio de oficinas cercano. Gregorius se mir el nuevo rostro en el espejo, luego la figura completa; vio lo que vera la oculista. Los pantalones de pana embolsados en las rodillas, el pulver rstico de cuello alto y la campera vieja desentonaban con las chaquetas entalladas, las camisas y las corbatas haciendo juego de los otros. Tampoco combinaban en lo ms mnimo con los anteojos nuevos. Le dio rabia que el contraste le molestara; con cada Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
67 trago de caf se iba enfureciendo ms. Pens en el camarero del hotel Bellevue, en cmo lo haba mirado de arriba abajo, en cmo no le haba importado; por el contrario, haba tenido la sensacin de que, con su apariencia descuidada, haba dejado en evidencia la hueca elegancia del lugar. Dnde haba quedado esa seguridad? Se puso los anteojos viejos, pag y sali. El consultorio de Mariana Ea estaba rodeado de nobles edificios. Es- taban all el da de su primera visita? Gregorius se puso los anteojos nuevos y mir en derredor. Mdicos, abogados, una empresa de vinos, una embajada afri- cana. Empez a transpirar bajo su pulver grueso; al mismo tiempo sinti en el rostro el viento fro que haba despejado el cielo. Cul era la ventana del con- sultorio? "Hay muchos factores que definen cmo vemos", haba dicho. Eran las dos menos cuarto. Era posible presentarse as, a esa hora? Sigui caminando y se detuvo ante un negocio de ropa para hombres. Tranquilamente podras com- prarte algo de ropa nueva. Florence, la estudiante sentada en la primera fila, se haba sentido atrada por esa indiferencia a su aspecto exterior. Despus de casados, esa actitud la haba sacado de quicio. En ltima instancia, no vives solo. Y para eso no alcanza con el griego. Haba vuelto a vivir solo diecinueve aos atrs. En todo ese tiempo, no haba entrado en un negocio de ropa ms que dos o tres veces. Le haba gustado que nadie se lo reprochara. Eran suficientes die- cinueve aos de obstinacin? Entr en el negocio con paso indeciso. Las dos vendedoras hicieron lo imposible por atender bien al nico cliente de esa hora; finalmente fueron a buscar al gerente. Gregorius volvi a mirarse al espejo, una y otra vez: primero vestido con trajes que le daban la apariencia de un banquero, un aficionado a la pera, un vividor, un catedrtico, un tenedor de libros; luego con chaquetas que iban desde el blazer cruzado hasta la chaqueta deportiva que haca pensar en una cabalgata por las tierras de palacio; por ltimo con prendas de cuero. No entenda ninguna de las frases en portugus que lo acosaban, cargadas de entusiasmo; se limitaba a sacudir la cabeza. Finalmente sali del negocio vestido con un traje de pana gris. Algunas casas ms adelante, se mir titubeante en la vidriera de un negocio. El fino pulver borravino de cuello alto que haba comprado casi bajo presin, combi- naba con el rojo de los anteojos nuevos? En un sbito ataque de ira cruz la calle con pasos apurados y furiosos, entr en un bao pblico y volvi a vestirse con las prendas viejas. Detrs de un portn haba una montaa de objetos descartados; dej all la bolsa con las prendas nuevas. Entonces emprendi lentamente la marcha hacia el consultorio de la oculista. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
68 Apenas haba entrado en la casa, oy que arriba se abra la puerta y vio bajar a la oculista, envuelta en un abrigo amplio, elegante. En ese momento la- ment haberse quitado el traje nuevo. Ah, es usted dijo ella, y le pregunt cmo le haba ido con los ante- ojos nuevos. Mientras l le contaba, ella se le acerc, tom los anteojos y se fij si le calzaban bien. Gregorius sinti el perfume, un mechn de cabello le roz el rostro; por un brevsimo instante el movimiento se confundi con aquel de Flo- rence, cuando le haba sacado los anteojos por primera vez. Cuando l le habl de la realidad irreal que parecan haber adquirido de repente las cosas, ella se sonri; luego mir la hora. Tengo que tomar el ferry para ir a hacer una visita. Algo en la expresin de Gregorius debe haberla desconcertado; ya es- taba haciendo un movimiento de despedida, pero se detuvo. Ya hizo un viaje por el Tajo? Le gustara venir? El viaje en auto hasta el ferry se le borr de la memoria, slo record luego que ella haba estacionado el auto con una sola maniobra en un espacio que pareca demasiado escaso. Luego se sentaron en la cubierta superior del ferry y Mariana Ea le habl del to que iba a visitar, el hermano de su padre. Joo Ea viva del otro lado del Tajo, en un hogar para ancianos en Ca- cilhas. Casi no pronunciaba palabra, pasaba los das reproduciendo partidas de ajedrez famosas. Haba sido tenedor de libros en una gran empresa: un hombre modesto, sencillo, casi invisible. A nadie se le haba ocurrido que trabajaba para la resistencia, la cubierta era perfecta. Tena cuarenta y siete aos cuando lo fueron a buscar los hombres de Salazar. Era comunista; lo condenaron a prisin perpetua por alta traicin. Dos aos despus, Mariana, su sobrina favorita, lo haba sacado de prisin. Fue en el verano de 1974, pocas semanas despus de la revolucin, yo tena veintin aos y estudiaba en Coimbra dijo con la cabeza vuelta. Gregorius la oy tragar con esfuerzo; la voz sonaba ronca, para no que- brarse. Nunca pude reponerme de esa visin. Slo tena cuarenta y nueve aos, pero la tortura lo haba convertido en un hombre viejo y enfermo. Haba tenido una voz plena y sonora; ahora hablaba bajo, ronco. Las manos con las que haba tocado Schubert, Schubert ms que nada, estaban deformadas y no deja- ban de temblar respir profundamente y se sent muy derecha. Pero la mirada de sus ojos grises, una mirada increblemente directa, inamovible, no estaba quebrada. Pasaron aos hasta que pudo contrmelo. Le haban puesto Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
69 hierros candentes delante de los ojos para obligarlo a hablar, acercndoselos cada vez ms. Haba esperado, sintiendo que estaba por hundirse en la ola de una oscuridad ardiente. Pero no desvi la mirada del hierro, pas a travs de la dureza y de la incandescencia hasta atravesar los rostros de sus torturadores. Esa actitud inquebrantable los hizo detenerse. "Desde entonces no le temo a nada", me dijo, "literalmente a nada". Y estoy totalmente segura de que no les dijo nada. Bajaron a tierra. All arriba dijo con una voz que haba recobrado su habitual firme- za, aqul es el hogar. Le mostr un ferry que recorra un circuito mayor; podra ver la ciudad desde otra perspectiva. Luego se qued indecisa un instante; su indecisin reve- laba la conciencia de la intimidad que haba surgido entre ellos de manera tan rpida y sorpresiva, pero que ahora no poda avanzar; tambin quizs la duda temerosa de haber cometido un error revelando tantas cosas sobre Joo y sobre s misma. Gregorius la sigui largamente con la mirada mientras se alejaba hacia el hogar y se la imagin a los veintin aos, parada delante de la prisin. Regres a Lisboa y luego volvi a hacer otra vez el viaje en ferry sobre el Tajo. Joo Ea haba pertenecido a la resistencia; Amadeu de Prado haba trabajado para la resistencia. Resistncia: la mdica haba usado la palabra portuguesa, como si fuera algo sagrado, que no poda nombrarse de otra manera. La palabra, pronunciada con leve nfasis, haba tenido en sus labios una sonori- dad plena y embriagadora; se haba convertido en una palabra de brillo mtico, con un aura mstica. Un tenedor de libros y un mdico, separados por cinco aos. Ambos lo haban arriesgado todo, ambos haban trabajado bajo una cubierta perfecta; ambos haban sido maestros del silencio, virtuosos en el arte de man- tener los labios sellados. Se haban conocido? Otra vez en tierra, Gregorius compr un plano de la ciudad con una am- pliacin del Barrio Alto. Mientras cenaba, se dise una ruta para salir a buscar la casa azul donde, vieja y sin telfono, todava viva Adriana de Prado. Comen- zaba a oscurecer cuando sali del restaurante. Tom un tranva al barrio de Alfama. Al rato encontr el portn con la pila de basura. La bolsa con la ropa todava estaba ah. La recuper, tom un taxi y le dio al conductor la direccin del hotel.
12
Gregorius se despert temprano; el da se presentaba gris, la neblina Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
70 cubra la ciudad. La noche anterior, a diferencia de lo habitual, se haba queda- do dormido enseguida, sumergindose en un mar de imgenes donde se mezclaba una sucesin incomprensible de barcos, ropas y crceles. Ms incomprensible an era que no haban sido imgenes inquietantes; no tenan nada de pesadilla: esos episodios caticos, cambiantes e inconexos, estaban acompaados de una voz de mujer casi inaudible, de una presencia dominante. Gregorius haba bus- cado febrilmente el nombre de la mujer, como si la vida le fuera en ello. Se haba despertado; en ese mismo instante haba surgido la palabra que haba estado persiguiendo infructuosamente: Conceio el segundo nombre de la oculista, bello, encantador, que apareca en la placa a la entrada del consulto- rio Mariana Conceio Ea. Al repetir el nombre para s, en voz muy baja, Gregorius haba rescatado del olvido otra escena de sus sueos en la que una mujer cuya identidad cambiaba continuamente le quitaba los anteojos y se los volva a colocar sobre la nariz con tal firmeza que todava senta la presin. Era la una de la maana; no volvera a quedarse dormido. Haba hojeado el libro de Prado y haba quedado atrapado por el ttulo de un fragmento: CA- RAS FUGACES NA NOITE. ROSTROS FUGACES EN LA NOCHE.
Los encuentros entre los seres humanos a menudo lo veo as son como el cruzarse de trenes que pasan a toda velocidad en la profundidad de la noche. Son fugaces, apresuradas las miradas con las que intentamos ver a los otros, sentados detrs de los vidrios opacos a la luz crepuscular, que desapare- cen de nuestra vista antes de que podamos distinguirlos. Eran en verdad un hombre y una mujer los que pasaron como alucinaciones en el marco iluminado de una ventana que surgi de la nada, sin sentido y sin destino, como recortado en esa negrura deshabitada? Se conocan? Hablaban? Rean? Lloraban? Se dir: lo mismo puede suceder cuando dos desconocidos se cruzan en la lluvia y el viento; esa comparacin es posible. Pero pasamos muchas horas sentados frente a otros, comemos y trabajamos juntos, estamos acostados uno junto al otro, vivimos bajo un mismo techo. No son stos encuentros fugaces. Y sin embargo, todo aquello con que nos engaan la permanencia, la confianza y el conocimiento ntimo, no es acaso ms que una ilusin creada para tranquilizarnos, para cu- brir, conjurar esa fugacidad inquietante, porque sera imposible tolerarla conti- nuamente? Cada mirada del otro, cada intercambio de miradas, no es como un brevsimo, fantasmagrico encuentro de miradas entre viajeros que se cruzan, ensordecidos por la velocidad impensable y el golpe del viento que hace temblar y resonar todo? No se deslizan nuestras miradas sin detenerse sobre el otro, como en un veloz encuentro nocturno, dejndonos atrs sin otra cosa ms que Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
71 conjeturas, pensamientos fragmentarios, presuntas descripciones? No es ver- dad acaso que no son los seres humanos quienes se encuentran, sino las sombras que proyectan sus propias representaciones?
Cmo habra sido, se pregunt Gregorius, ser la hermana de un hom- bre cuya soledad brotaba desde una profundidad tan sobrecogedora? De un ser cuyas reflexiones revelaban conclusiones tan despiadadas, sin que sus pala- bras sonaran desesperadas, ni siquiera alteradas? Cmo habra sido asistirlo, alcanzarle las jeringas, ayudarlo a colocar vendajes? Esos pensamientos que haba escrito sobre la distancia y la extraeza entre los hombres qu signifi- cado haban tenido en la atmsfera de la casa azul? Los haba mantenido ocul- tos dentro de s? La casa haba sido el lugar, el nico lugar, donde haba permi- tido que esos pensamientos salieran a la luz; en su manera de transitar de una habitacin a otra, de tomar un libro, de elegir la msica que quera escuchar? Qu sonidos de claridad y firmeza semejantes a edificios de cristal le haban parecido acordes con sus pensamientos en soledad? Haba buscado sonidos que confirmaran sus pensamientos, o haba sentido la necesidad de melodas y rit- mos que fueran como un blsamo, no para adormecerlo ni ocultar el dolor, sino para calmarlo? Hacia el amanecer y con estas preguntas en mente, Gregorius haba vuelto a quedarse dormido, con un sueo liviano. Estaba parado delante de una puerta increblemente angosta, de color azul, con el deseo de llamar y la certe- za de que no sabra qu decirle a la mujer que le abriera. Una vez despierto, baj a desayunar; tena puestas las prendas nuevas y los anteojos nuevos. La camarera haba titubeado ante el cambio en su apariencia, luego le haba cruza- do el rostro una sonrisa. Bajo la neblina de esa maana gris de domingo, se puso en camino en busca de la casa azul de la que hablara el viejo Coutinho. Apenas haba cruzado las primeras calles de la ciudad alta cuando vio aparecer fumando en la ventana al hombre que haba seguido en su primera noche. A la luz del da, la casa se vea an ms estrecha, ms humilde. El interior de la habitacin estaba en sombras pero Gregorius pudo entrever el gobelino del sof, la vitrina con las estatuillas de porcelana y el crucifijo. Se qued para- do y trat de captar la mirada del hombre. Uma casa azul? pregunt. El hombre se llev la mano a la oreja y Gregorius repiti la pregunta. La respuesta fue un torrente de palabras que no entendi, acompaado de gestos con la mano que sostena el cigarrillo. Mientras el hombre hablaba, apareci junto a l una mujer encorvada, de aspecto senil. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
72 O consultrio azul? pregunt entonces Gregorius. Sim! grit la mujer con voz rasposa, y luego repiti Sim! Gesticulaba excitada con sus brazos flacos y sus manos rugosas, hasta que Gregorius entendi que le estaba diciendo que entrara. Entr en la casa, inseguro; ola a rancio y a aceite quemado. Sinti que tena que atravesar una gruesa pared de olores repugnantes para llegar a la puerta de la vivienda; el hombre lo esperaba all, con un cigarrillo recin encendido entre los labios. Lo condujo rengueando al living y all, farfullando cosas incomprensibles y con un gesto vago, lo invit a sentarse en el sof tapizado de gobelino. En la media hora siguiente, Gregorius intent laboriosamente orientar- se en medio de las palabras que casi no entenda y los gestos ambiguos de la pareja que trataba de explicarle que haban pasado cuarenta aos desde que Amadeu de Prado haba atendido a la gente de ese barrio. Haba respeto en sus voces, el respeto por alguien muy superior. Junto a ese respeto, sin embargo, Gregorius percibi otro sentimiento que llenaba la habitacin. Poco a poco lo identific como una timidez, producto de un reproche muy lejano que uno qui- siera negar sin poder borrado totalmente de la memoria. La gente comenz a evitarlo y eso le rompi el corazn, volvi a escuchar la voz de Coutinho contn- dole cmo Pardo le haba salvado la vida a Riu Lus Mendes, El Carnicero de Lisboa. El hombre se levant una pierna del pantaln y le mostr una cicatriz. Ele fez isto: esto lo hizo l le dijo y recorri la cicatriz con la pun- ta de un dedo manchado de nicotina. La mujer se frot las sienes con sus dedos rugosos y luego hizo un gesto de salir volando: Prado le haba hecho desapare- cer los dolores de cabeza. Luego le mostr una pequea cicatriz en un dedo donde pareca haber tenido una verruga. Gregorius se preguntara luego qu lo haba decidido finalmente a lla- mar a la puerta azul y siempre le volva a la memoria la imagen de los gestos de esos seres en cuyos cuerpos haba dejado sus huellas el mdico, respetado pri- mero, evitado despus y luego respetado nuevamente. Haba sido como si sus manos hubieran recobrado la vida. La pareja le explic cmo llegar al antiguo consultorio de Prado y Gre- gorius se despidi de ellos. Lo miraron irse desde la ventana, con las cabezas juntas. Gregorius tuvo la impresin de que lo miraban con envidia, la envidia paradjica ante alguien que poda hacer algo que a ellos ya no les era posible: volver a conocer a un nuevo Amadeu de Prado, abrindose camino hacia su pasa- do. Era posible que el mejor camino de asegurarse del propio ser fuera Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
73 aprender a conocer y a comprender a otro? A alguien cuya vida hubiera trans- currido de manera totalmente distinta, con una lgica totalmente distinta de la propia? Cmo se relaciona la curiosidad sobre una vida ajena con la conciencia de que se nos est acabando el tiempo? Parado al mostrador de un pequeo bar, Gregorius tom un caf. Era la segunda vez que estaba all. Una hora antes haba encontrado la Rua Luz Soriano y se haba parado a algunos pasos de distancia del consultorio azul de Prado. Era una casa de tres pisos que daba la impresin de ser azul; en parte por efecto de los azulejos azules, pero mucho ms porque las ventanas abovedadas tenan altos arcos pintados de azul marino brillante. La pintura era vieja, el color se estaba descascarando y haba parches hmedos donde proliferaba un musgo negro. En las rejas de hierro forjado debajo de las ventanas tambin se estaba descascarando el azul. Slo la puerta de entrada tena una mano de pintura azul inmaculada, como si alguien quisiera decir: sta es la que importa. No haba ningn nombre junto al llamador. Gregorius se haba quedado mirando la puerta con su llamador de metal mientras el corazn le lata con fuerza. Como si todo mi futuro estuviera detrs de esa puerta, haba pensado. Se haba alejado un par de casas y haba entrado en el bar, luchando contra el sentimiento amenazante de que estaba a punto de huir. Haba mirado la hora: a esta misma hora, seis das atrs, haba tomado el abrigo hmedo del perchero del aula y haba huido de una vida tan segura y previsible, sin volverse ni una sola vez. Haba tanteado dentro del bolsillo del abrigo nuevo, buscando la llave de su casa de Berna. Y de pronto, con la fuerza y la presencia fsica de un ata- que de hambre feroz, lo haba acometido la necesidad de leer algn texto en griego o en hebreo; de ver las letras extraas y bellas que despus de cuarenta aos conservaban para l su elegancia oriental, su exotismo; de asegurarse de que en el transcurso de esos seis das desconcertantes no haba perdido la fa- cultad de comprender todo lo que expresaban. En el hotel tena el Nuevo Testamento en griego y portugus que le haba regalado Coutinho; el hotel estaba demasiado lejos, tena que leer aqu y ahora, cerca de la casa azul que amenazaba tragrselo an antes de que se abriera la puerta. Haba pagado con premura y haba salido a buscar una librera donde hallar textos as. Era domingo; slo haba encontrado una librera de iglesia, cerrada, que tena en la vidriera algunos libros con los titulas en griego y en hebreo. Haba apoyado la frente sobre el vidrio empaado por la niebla, sin- tiendo cmo volva a sobreponerse a la tentacin de ir al aeropuerto y tomar el primer avin a Zurich. Haba notado con alivio que lograba atravesar ese deseo apremiante como el flujo y reflujo de una fiebre, dejndola pasar pacientemen- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
74 te, y luego haba regresado al bar que estaba cerca de la casa azul. Sac el libro de Prado del bolsillo de la chaqueta nueva y observ el rostro audaz, intrpido, del portugus. Un mdico que haba ejercido su profe- sin hasta las ltimas consecuencias. Un miembro de la resistencia que haba puesto su vida en peligro en el intento de expiar una culpa que no era tal. Un orfebre de las palabras, cuya mayor pasin haba sido darle voz a las mudas experiencias de la vida humana. De repente lo asalt el temor de que la hermana de Prado ya no viviera en la casa azul. Dej unas monedas para el caf sobre el mostrador y se encami- n a paso vivo hacia la casa. Parado frente a la puerta, respir hondo dos veces y dej salir el aire lentamente de los pulmones. Luego llam a la puerta. Un sonido metlico, que pareca venir de una lejana medieval, retumb demasiado fuerte por toda la casa. Nada. Ni una luz, ni una pisada. Gregorius se oblig a mantener la calma, luego llam otra vez. Nada. Se volvi y se apoy en la puerta, agotado. Pens en su casa de Berna. Se alegr de que todo hubiera ter- minado. Meti el libro de Prado en el bolsillo del abrigo; sin quererlo roz el fro metal del picaporte. Se separ de la puerta y se dispuso a alejarse. En ese momento oy pasos. Alguien bajaba la escalera. Se vio una luz en una ventana. Los pasos se acercaron a la puerta. Quem ? dijo una voz de mujer, oscura y ronca. Gregorius no supo qu decir. Esper en silencio. Transcurrieron algunos segundos. Una llave gir en la cerradura y la puerta se abri.
SEGUNDA PARTE EL ENCUENTRO
13 La mujer alta, totalmente vestida de negro, tena una belleza severa, monacal; pareca salida de una tragedia griega. Llevaba el rostro plido y enjuto enmarcado por una paoleta que sujetaba bajo el mentn con una mano. La mano flaca y huesuda en la que resaltaban las venas oscuras revelaba su edad avanza- da ms que los rasgos del rostro. Examin a Gregorius con sus ojos hundidos, que brillaban como diamantes. Tena una mirada amarga, que hablaba de priva- ciones, de auto control y abnegacin; una mirada que era como la admonicin de un profeta a todos aquellos que se dejaban llevar por la vida sin oponer resis- tencia alguna. Esos ojos podan encenderse, pens Gregorius, si alguien se en- frentaba a la voluntad muda, irreductible de esta mujer que se mantena dere- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
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cha como un poste, con la cabeza ms erguida de lo que le permita su altura. Tena el brillo de un ascua de hielo; Gregorius se sinti incapaz de hacerle fren- te. Ni siquiera saba cmo decir Buenos das en portugus. Bonjour dijo con voz ronca mientras la mujer lo segua mirando sin decir palabra. Sac el libro de Prado del bolsillo, lo abri en el retrato y se lo mostr. S que este hombre era un mdico que vivi y trabaj aqu sigui di- ciendo en francs. Quera... ver el lugar donde vivi; hablar Con alguien que lo haya conocido. Las frases que escribi tienen tanta fuerza. Son frases maravi- llosas, llenas de sabidura. Quisiera saber cmo era el hombre que pudo escribir frases as. Cmo era compartir su vida. En el rostro blanco y severo de la mujer, de una luminosidad mate bajo el negro de la paoleta, se produjo un cambio que slo alguien como Gregorius, dotado en ese instante de una inusual capacidad de percepcin, poda notar. Los tensos rasgos perdieron una nfima parte de su dureza; la mirada, slo un rastro de ese rechazo profundo. Pardonnezmoi, je ne voulais pas... 8 comenz a decir Gregorius y se alej dos pasos de la puerta, mientras trataba de guardar el libro en el bolsillo, que de pronto resultaba demasiado pequeo. Se volvi para marcharse. Attendez! dijo la mujer, con una voz que sonaba menos irritada, un poco ms clida que detrs de la puerta. El mismo acento que haba escuchado en la voz de la portuguesa desconocida del puente de Kirchenfeld resonaba en su francs. Son, sin embargo, como una orden que nadie se atrevera a contra- decir. Gregorius record las palabras de Coutinho sobre el modo autoritario en que Adriana acostumbraba tratar a los pacientes. Se dio vuelta y qued parado frente a ella, con el libro, que ahora le resultaba engorroso, todava en la mano. Entrez! dijo la mujer y se apart de la puerta, indicndole con un gesto que subiera. Cerr la puerta con una llave que pareca de otro siglo y subi tras l. Cuando la mano de nudillos blancos solt la baranda de la escalera y la mujer pas delante de l y entr en la sala, Gregorius la oy respirar con difi- cultad. Sinti que lo rozaba un aroma un poco acre que tanto poda provenir de un medicamento como de un perfume. Gregorius nunca haba visto una sala como sta, ni siquiera en las pel- culas. Ocupaba todo el largo de la casa, pareca no tener fin. El piso de parquet, de un brillo, inmaculado, tena un diseo de rosetas en las que se alternaban innumerables tipos y tonos de madera; cuando uno crea haber visto la ltima,
8 Disculpe. No quera ... En francs en el original. [N. de la T.] Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
76 apareca una nueva. Una ventana en el extremo de la sala dejaba ver viejos r- boles; en esa poca del ao fines de febrero eran una maraa de ramas negras que se alzaban hacia el cielo gris acero. En una esquina haba una mesa redonda y muebles de estilo francs un sof y tres sillones, con los asientos tapizados de terciopelo verde oliva de un brillo plateado; los respaldos y las patas arqueadas, de madera rojiza; en otra, un reloj de pie de un negro relu- ciente: el pndulo dorado estaba detenido, las agujas sealaban las seis y veinti- trs. En la esquina junto a la ventana haba un piano de cola cubierto hasta la tapa del teclado con una manta pesada de brocato negro, bordada con hilos dorados y plateados. Nada lo impresion tanto como los interminables estantes tapizados de libros, empotrados en la pared color ocre. En la parte superior, la biblioteca se iluminaba con pequeas lmparas de estilo modernista, ms arriba se abovedada en un artesonado que retomaba el ocre de las paredes, mezclndose con un diseo geomtrico color rojo oscuro. Como la biblioteca de un claustro pens Gregorius, como la biblioteca de formacin clsica de aquellos pupilos de fami- lias acaudaladas de antao. No se anim a moverse, a caminar a lo largo de esas paredes, pero su mirada no tard en descubrir los clsicos griegos en los ejem- plares de Oxford, azul oscuro con letras doradas; ms all Cicern, Horacio, los Padres de la Iglesia, las OBRAS COMPLETAS de San Ignacio. No haca ni diez minutos que estaba en esa casa y ya deseaba no tener que dejarla. Esa tena que ser la biblioteca de Amadeu de Prado. Lo era, en verdad? Amadeu amaba esta habitacin, amaba los libros. "Tengo tan poco tiempo", sola decir, "tan poco tiempo para leer. Tal vez tendra que haber sido sacerdote". Pero quera que el consultorio estuviera abierto siempre, desde temprano hasta tarde. "El que est sufriendo o tiene miedo no puede esperar", me deca cuando le haca notar su agotamiento e intentaba que bajara un poco el ritmo. Lea y escriba de noche, cuando no poda dormir. O tal vez no poda dor- mir porque senta que tena que leer, escribir, reflexionar; no lo s. Ese insom- nio era como una maldicin. Estoy segura de que si se hubiera liberado de ese sufrimiento y de esa inquietud, de esa persecucin eterna y denodada de las palabras, su cerebro no se habra dado por vencido tan pronto. Tal vez todava estara con vida. Este ao hubiera cumplido ochenta y cuatro aos, el 20 de diciembre. Sin que mediara una pregunta, sin preguntarle su nombre ni decirle quin era, Adriana le haba hablado de su hermano, de su padecimiento, de su entrega, de su pasin y su muerte. Le haba hablado de todas esas cosas sus palabras y su expresin no dejaban dudas al respecto que tanto haban signi- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
77 ficado en su propia vida. Y haba hablado de todo ello sin introduccin alguna, como si tuviera todo el derecho del mundo, al punto que Gregorius se haba transformado, en una metamorfosis instantnea, casi sobrenatural, fuera de todo tiempo real, en un habitante de sus pensamientos, un testigo omnisciente de sus recuerdos. l llevaba consigo el libro con el signo secreto de Cedros Vermelhos, cedros rojos: esto haba bastado para que se le abrieran las puertas al crculo sagrado de sus pensamientos. Cuntos aos haba esperado su llega- da, la llegada de alguien con quien pudiese hablar de su hermano muerto? La lpida del cementerio tena grabado el ao de la muerte: 1973. Adriana haba vivido treinta y un aos sola en esa casa; treinta y un aos sola con sus recuer- dos y el vaco que haba dejado su hermano tras de s. Mientras hablaba, haba estado sujetando bajo el mentn la paoleta que le cubra la cabeza, como si tuviera algo que ocultar. Dej caer la mano y la paoleta tejida al crochet se abri, dejando ver una cinta de terciopelo negro que le rodeaba el cuello. Gregorius nunca olvidara esa visin de la paoleta abrindose, de la cinta negra destacndose sobre los pliegues blancos del cue- llo; se grab en su memoria como una imagen permanente y detallada; luego, cuando supo lo que ocultaba la cinta, se fue convirtiendo cada vez ms en un cono de su recuerdo, del cual tambin formaba parte el movimiento de la mano con el que Adriana haba comprobado que la cinta an estaba en su lugar, bien colocada. El movimiento pareca tener vida propia, no obedecer a un dictado de su voluntad; era al mismo tiempo un movimiento que la revelaba totalmente, ms que todo aquello que haca de manera planificada y consciente. La paoleta se haba deslizado un poco hacia atrs; Gregorius vio en- tonces el cabello encanecido, en el que algunos mechones todava recordaban el negro que haba sido. Adriana sujet la paoleta con las manos, la levant y se la ech sobre la frente con actitud tmida; luego se detuvo y se la quit de la ca- beza con un gesto desafiante. Por un instante se cruzaron sus miradas; la de ella pareci decir: s, estoy vieja. Inclin la cabeza hacia adelante, un mechn enrulado le cay sobre los ojos, el torso pareci doblarse sobre s mismo y las manos de venas violeta oscuro recorrieron lentas, como perdidas, la paoleta que haba dejado en la falda. Gregorius haba depositado el libro de Prado sobre la mesa. Amadeu no escribi nada ms? pregunt sealndolo. Las breves palabras tuvieron un efecto milagroso. Se desvanecieron el agotamiento, el aspecto apagado; Adriana se irgui, ech la cabeza hacia atrs, recorri el cabello con ambas manos y lo mir. Fue la primera vez que en sus rasgos se perfil una sonrisa, pcara y cmplice, que la hizo parecer veinte aos Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
78 ms joven. Venha, Senhor Venga, seor. Su voz haba perdido todo rastro de autoritarismo; ya las frases no sonaban como una orden, ni siquiera como un pedido; ms bien parecan anunciar que estaba a punto de mostrarle algo, de introducirlo en algo oculto, secreto. Haba en ellas una promesa de intimidad y complicidad; era natural, entonces, que hubiese olvidado que Gregorius no hablaba portugus. Cruz el piso y lo condujo hacia una segunda escalera que llevaba al al- tillo; subi un escaln tras otro, respirando con dificultad. Se detuvo delante de una de las puertas. Podra pensarse que necesitaba reponerse; mas cuando Gre- gorius trat de ordenar, horas ms tarde, las imgenes de sus recuerdos, vio claramente que haba tambin all un titubeo, una duda: no saba si deba, en verdad, mostrarle a un desconocido ese recinto sagrado. Finalmente gir el picaporte, con la delicadeza de quien ingresa en la habitacin de un enfermo; abri la puerta con tal cautela, slo una rendija al principio y luego muy lenta- mente hasta que estuvo abierta de par en par, que pareca haber viajado ms de treinta aos en el tiempo mientras suba la escalera y estar ahora entrando en la habitacin con la expectativa de encontrar all a Amadeu, escribiendo y re- flexionando, quizs durmiendo. En el fondo de su conciencia, en su extremo ms alejado y un poco sombro, Gregorius sinti que lo rozaba la idea de que estaba en contacto con una mujer que caminaba por una cornisa muy angosta que separaba su vida pre- sente, visible, de otra, que por invisible y remota le resultaba mucho ms real. Un mnimo empujn, una brisa imperceptible podan hacerla precipitarse y des- aparecer para siempre en el pasado de la vida que haba compartido con su her- mano. Ingresaron en una espaciosa habitacin; all el tiempo pareca, en ver- dad, haberse detenido. La decoracin era austera. En un extremo, enfrentado a la pared, haba un escritorio con una silla; en otro extremo, una cama y una al- fombra pequea que pareca una alfombra de oracin; en el centro, un silln de lectura con una lmpara de pie; junto a l, verdaderas montaas de libros apila- dos desordenadamente sobre el piso desnudo. Nada ms. Era un tabernculo, un santuario en memoria de Amadeu Incio de Almeida Prado, mdico, miembro de la resistencia y orfebre de las palabras. El fresco, elocuente silencio de las catedrales lo dominaba todo, el murmullo mudo de un lugar en el que se ha dete- nido el tiempo. Gregorius permaneci en la puerta sin moverse; un extrao no poda re- correr despreocupado una habitacin como sa. Si bien Adriana se desplazaba Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
79 ahora entre los escasos objetos que la poblaban, no era el suyo un desplazarse habitual. No es que caminara en puntas de pie ni que su andar tuviera un dejo de afectacin. Sus lentos pasos tenan algo etreo, pens Gregorius, algo inmate- rial, casi inespacial y atemporal. Tambin lo eran los movimientos de los brazos y las manos mientras pasaba de un mueble a otro, acaricindolos suavemente, casi sin tocarlos. Se aproxim primero a la silla del escritorio; el asiento redondeado y el respaldo arqueado hacan juego con las sillas del saln. Estaba separada del escritorio, el ngulo pareca indicar que alguien se haba levantado precipitada- mente, empujndola hacia atrs. Gregorius esper, sin quererlo, que Adriana la enderezara; cuando ella recorri todos los bordes, acaricindolos sin cambiar nada, slo entonces comprendi: la posicin oblicua de la silla era la misma en la que Amadeu la haba dejado, treinta aos y dos meses atrs; era pues una posi- cin que no deba cambiarse por nada del mundo: sera como intentar, con una arrogancia prometeica, despojar al pasado de su irreversibilidad o trastocar las leyes de la naturaleza. Y no era slo la silla; los objetos que estaban sobre el escritorio tenan esa misma cualidad. La tapa tena un suplemento levemente inclinado, que permi- ta leer y escribir con mayor facilidad. Sobre ste, con un grado de inclinacin peligroso, haba un libro enorme, abierto en las pginas centrales; delante del libro, una pila de hojas; esforzando su vista al mximo, Gregorius pudo ver que en la primera haba escritas unas pocas frases. Adriana acarici suavemente la madera con el dorso de la mano, roz la taza de porcelana azulada apoyada so- bre una bandeja de un rojo cobrizo junto a una azucarera llena de azcar en terrones y a un cenicero repleto de colillas. Esos objetos, eran as de viejos? Borra de caf de treinta aos? Cenizas de cigarrillos de haca ms de un cuarto de siglo? La tinta de la lapicera fuente ya deba estar reducida a polvo o a una masa negra y seca. La lmpara ricamente decorada, podra an iluminar el escritorio con la luz que atravesaba la pantalla color verde esmeralda? Gregorius senta que haba algo extrao, pero tard unos minutos en comprenderlo: no haba ni una mota de polvo. Cerr los ojos; ahora Adriana no era ms que un fantasma de contornos audibles que se deslizaba por la habita- cin. Haba sido este fantasma el que haba quitado el polvo durante once mil das, envejeciendo da a da? Cuando abri los ojos, Adriana estaba parada delante de una altsima pila de libros, que pareca a punto de derrumbarse en cualquier momento. Mira- ba un grueso libro, de formato inmenso, que coronaba la pila. La tapa tena una ilustracin: el cerebro humano. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
80 O crebro, sempre o crebro dijo en voz baja, con tono de repro- che. Porqu nao disseste nada? Por qu no dijiste nada? Ahora su voz sonaba enojada, con un enojo resignado, suavizado por el tiempo y el silencio con que el hermano ausente le haba respondido por dca- das. No le haba hablado del aneurisma pens Gregorius, nada haba dicho de su miedo, de que saba que cada momento poda ser el ltimo. Slo se haba enterado al leer sus notas y, en medio de su tristeza, la haba enfurecido que l le hubiera negado el acceso a la intimidad de esa certeza. Levant la vista y mir a Gregorius como si hubiera olvidado que estaba all. El fantasma regres muy lentamente al presente. Bueno, venga dijo en francs, y se dirigi al escritorio, con pasos ms firmes que antes. Abri dos cajones; Gregorius vio unos gruesos fajos de hojas, apretadas entre tapas de cartn y atados con varias vueltas de cinta roja. Comenz poco despus de la muerte de Ftima. "Es una lucha contra la parlisis interior", dijo entonces. Unas semanas ms tarde: "Por qu no habr empezado antes! Uno no est verdaderamente despierto si no escribe. Y no tiene la ms remota idea de quin es; ni hablar de saber quin no es". Nadie poda leer sus escritos, ni siquiera yo. Sacaba la llave y la llevaba siempre consi- go. Era... poda ser muy desconfiado. Cerr los cajones. Ahora quisiera quedarme sola dijo abruptamente, casi con hostili- dad. Bajaron las escaleras sin que volviera a decir palabra. Abri la puerta y se qued parada, muda, torpe y tiesa. No era la clase de mujer a quien se saludaba con un apretn de manos. Au revoir et merci dijo Gregorius indeciso; se dispuso a marcharse. Cul es su nombre? La pregunta son fuerte, ms fuerte de lo necesario, casi como un la- drido ronco, semejante a la voz de Coutinho. Repiti el nombre: Gregoriush. Dnde vive? Gregorius le dio el nombre del hotel. Sin una palabra de despedida, la mujer cerr la puerta; la llave gir en la cerradura.
14
Las nubes se reflejaban en el Tajo. Perseguan velocsimas los reflejos del sol sobre la superficie, se deslizaban, se tragaban la luz y la hacan volver a aparecer con su brillo hiriente entre las sombras oscuras, en otro lugar. Grego- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
81 rius se quit los anteojos y se protegi el rostro con las manos. Esa alternancia febril de luminosa claridad y sombras amenazantes que penetraba afilada por los cristales nuevos era una tortura para sus ojos desprotegidos. En el hotel, cuando se despert de la siesta haba dormido con un sueo ligero e inquieto haba vuelto a ponerse los anteojos viejos. Pero ahora le molestaba ese peso compacto; era como si, con su rostro, tuviera que arrastrar una carga agotadora por el mundo. Se qued sentado largo rato en el borde de la cama, inseguro, como desconocindose a s mismo, y trat de descifrar, de ordenar, las confusas experiencias de la maana. Haba soado con Adriana. Deambulaba muda, con un rostro de palidez marmrea. El color negro lo dominaba todo; era un negro que tena la extraa particularidad de adherirse a los objetos a todos los obje- tos cualesquiera que hubieran sido sus colores originales o el brillo que des- prendieran esos colores. La cinta de terciopelo negro que rodeaba el cuello de Adriana era mucho ms ancha, le llegaba hasta el mentn y pareca ahorcada, pues ella no cesaba de tironear para aflojarla. Luego haba vuelto a tomarse la cabeza entre las manos, intentando protegerse no ya el crneo, sino el cerebro. Las pilas de libros se haban derrumbado, una tras otra; por un instante en el que se mezclaban una tensa expectativa con la angustia y la conciencia intran- quila de un voyeur, Gregorius se haba sentado al escritorio de Prado, que esta- ba cubierto de un mar de fsiles. Entre todos ellos, haba una hoja a medio escribir; las lneas se borraban inmediatamente hasta hacerse ilegibles cada vez que Gregorius les diriga la mirada. Mientras recordaba esas imgenes de su sueo, se le haba ocurrido por momentos que la visita al consultorio azul nunca haba ocurrido, que todo no haba sido ms que un sueo particularmente vvido, dentro del cual como un episodio en el que una ilusin se superpone a otra pareca haber una diferencia entre la vigilia y el sueo. Entonces tambin l se haba tomado la cabeza entre las manos y, cuando recuper la sensacin de realidad de la visita; cuando volvi a ver ante s, con calma y claridad, la imagen de Adriana despojada de todos los elementos onricos, recin entonces pudo recorrer con el pensamiento, movi- miento por movimiento y palabra por palabra, la hora escasa que haba estado con ella. Por momentos lo haba invadido un fro mortal al pensar en esa mirada severa y amarga, que no albergaba la menor posibilidad de reconciliacin con los sucesos del pasado. Lo haba acometido un sentimiento ominoso al verla despla- zarse por la habitacin de Amadeu, totalmente volcada a un presente ya pret- rito, rayan a en la locura. Hubiera querido volver a cubrir suavemente la cabeza con la paoleta tejida; dar as a ese espritu torturado un instante de reposo. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
82 El camino hacia Amadeu de Prado pasaba por esta mujer, dura y frgil al mismo tiempo; mejor dicho, pasaba a travs de ella y ms all, atravesando los corredores oscuros de sus recuerdos. Quera hacerse cargo de esa tarea? Era capaz de hacerla? l, a quien los colegas llamaban con malevolencia El Papiro, porque haba vivido ms en los textos antiguos que en el mundo? Era cuestin de encontrar a otras personas que hubieran conocido a Prado; que no slo lo hubieran visto, como Coutinho, o tratado como mdico, como el rengo y la vieja con quienes haba estado esa maana: necesitaba hablar con alguien que lo hubiera conocido de verdad, como amigo, como compaero en la resistencia tal vez. No sera fcil pens enterarse de algo a travs de Adriana, que trataba a su hermano como si fuera de su exclusiva propiedad: lo haba demostrado en la manera en que se haba dirigido a su hermano mientras miraba el libro de medicina. Su imagen de Amadeu era la nica correcta y esta- ba dispuesta, no slo a desmentir a cualquiera que la cuestionara, sino tambin a no permitirle acercarse bajo ningn concepto. Gregorius haba buscado el nmero telefnico de Mariana Ea; luego de vacilar un largo rato, la haba llamado. Le pregunt si tena alguna objecin en que visitara a Joo, su to, en el hogar de ancianos. Saba dijo que Prado tambin haba actuado en la resistencia; tal vez Joo lo haba conocido. Se pro- dujo un silencio; Gregorius ya estaba por disculparse por haber hecho ese pedi- do, cuando ella dijo con voz reflexiva: De hecho, no tengo ninguna objecin; por el contrario, creo que le hara bien ver una cara nueva. Slo me pregunto cmo podra reaccionar; puede llegar a ser muy hosco y ayer estaba ms lacnico que de costumbre. Eso s, no se le ocurra aparecerse por all sin ms dijo, y se qued callada un momento. Tengo una idea que podra ser til. Ayer quera llevarle un disco, una grabacin nueva de las sonatas para piano de Schubert. Las nicas versiones que le gusta escuchar son las de Maria Joo Pires; no s si es por el sonido, porque es mujer o si es una forma inusual de patriotismo. Pero s que este disco le va a gustar. Me olvid de llevarlo. Usted podra pasar por all y llevrselo de mi parte. Tal vez as la cosa funcione. Haba ido a la casa de Mariana Ea. Mientras tomaban el t, un t de la India, humeante y de un color dorado rojizo, le haba contado su visita a la casa de Adriana. Gregorius hubiera deseado que ella dijera algo, pero se limit a escuchar en silencio; slo una vez, mientras le hablaba de la taza de caf y del cenicero lleno de colillas, la vio entrecerrar los ojos, como quien cree haber descubierto una pista. Tenga cuidado le dijo al despedirse, quiero decir, con Adriana. Y Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
83 cunteme cmo le va con Joo. Y ahora estaba sentado, con las sonatas de Schubert en el bolsillo, en el ferry que lo llevaba, cruzando el Tajo, a Cacilhas, a ver a un hombre que haba pasado por el infierno de la tortura sin perder su mirada franca. Gregorius volvi a cubrirse el rostro con las manos. Si una semana antes, mientras corre- ga los cuadernos de latn sentado en su departamento de Berna, alguien le hubiera dicho que una semana ms tarde, vistiendo un traje nuevo, con anteojos nuevos, estara en Lisboa, sentado en un barco, camino a ver a una vctima de la tortura del rgimen de Salazar para preguntarle por un mdico y poeta portu- gus que haba muerto haca ms de treinta aos, le hubiera dicho que estaba loco. ste de ahora, era Mundus, el miope ratn de biblioteca, que se asustaba cada vez que caan un par de copos de nieve sobre Berna? El ferry amarr y Gregorius se encamin lentamente al hogar de ancia- nos. Cmo haran para comunicarse? Joo Ea hablara algn otro idioma, adems de portugus? Era domingo a la tarde y numerosos visitantes se iban acercando al hogar; era fcil reconocerlos por los ramos de flores que llevaban en las manos. En los balcones angostos del hogar se poda ver a los ancianos cubiertos por mantas, sentados al sol, que apareca por momentos y volva a esconderse detrs de las nubes. A la entrada, Gregorius pregunt el nmero de la habitacin. Respir profundamente antes de golpear; era la segunda vez en el da que estaba parado delante de una puerta con el corazn palpitante, sin sa- ber qu le esperaba. Nadie respondi su primer llamado; nadie, el segundo. Ya se haba vuel- to para marcharse cuando oy que la puerta se abra con un leve chasquido. Haba esperado ver a un hombre de aspecto descuidado, que ya no se preocupa- ba por vestirse bien y se sentaba frente al tablero de ajedrez con una bata de bao. No era as el hombre que se dej ver en la hendija de la puerta, silencioso como un fantasma. Llevaba una chaqueta tejida color azul oscuro sobre una camisa blanqusima, una corbata roja, pantalones con una raya impecable y zapa- tos negros relucientes. Tena las manos ocultas en los bolsillos de la chaqueta; la cabeza calva, con el escaso cabello bien recortado por arriba de las orejas un poco salientes, estaba levemente inclinada con el gesto de quien no puede com- prender lo que tiene frente a s. Los ojos grises, entrecerrados, tenan una mirada cortante como el acero. Joo Ea era viejo; poda estar enfermo como haba dicho su sobrina, pero no estaba quebrado. Era mejor pens Gregorius sin querer no tenerlo de enemigo. Senhor Ea? dijo Gregorius. Venho da parte de Mariana, a sua sobrinha. Trago este disco. Sonatas de Schubert. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
84 Durante el viaje en barco, haba armado las frases con el diccionario y luego las haba repetido para s varias veces. Ea permaneci inmvil en la puerta y lo mir. Gregorius nunca haba tenido que sostener una mirada como sa; tras un instante, inclin la vista. En- tonces Ea abri la puerta y le hizo un gesto de que pasara. Gregorius entr en una habitacin cuidadosamente ordenada, amueblada con lo mnimo indispensa- ble, ni un detalle superfluo. Por un instante le cruz la memoria el recuerdo de las habitaciones lujosas en las que trabajaba la oculista; se pregunt por qu el to no viva en un lugar mejor equipado. Las primeras palabras de Ea borraron ese pensamiento. Who are you? La frase son baja y ronca, pero cargada de autori- dad; la autoridad de quien lo ha visto todo y no se deja engaar por nada. Gregorius, con el disco en la mano, explic en ingls de dnde vena, qu haca y cmo haba conocido a Mariana. Para qu ha venido? Porque no es por el disco. Gregorius dej el disco sobre la mesa y contuvo la respiracin. Luego sac el libro de Prado del bolsillo y le mostr el retrato. Su sobrina pens que tal vez usted lo haya conocido. Ea mir brevemente el retrato y luego cerr los ojos. Titube un mo- mento y luego camin, siempre con los ojos cerrados, hasta el sof, y se sent. Amadeu dijo muy bajo, en medio del silencio de la habitacin. Luego repiti: Amadeu. O sacerdote ateu. El sacerdote ateo. Gregorius esper. Una palabra, un gesto en falso, y Ea no dira una pa- labra ms. Se acerc al tablero de ajedrez y mir la partida. Tena que arries- garse. Hastings 1922. Aljechin derrot a Bogoljubov dijo. Ea abri los ojos y lo mir con asombro. En cierta oportunidad le preguntaron a Tartakower quin era, a su criterio, el mejor ajedrecista. Si el ajedrez es una batalla respondi, Las- ker; si es una ciencia, Capablanca; si es un arte, Aljechin. S dijo Gregorius, el sacrificio de ambas torres es algo que revela la fantasa de un artista. Suena a envidia. Y lo es. A m nunca se me hubiera ocurrido. El esbozo de una sonrisa cruz los rasgos curtidos, toscos, de Ea. Si le sirve de consuelo, a m tampoco. Sus miradas se cruzaron; luego ambos apartaron la vista. Si Ea no haca algo para que la conversacin continuara pens Gregorius la entrevista Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
85 haba llegado a su fin. All arriba, en ese estante, hay t dijo Ea. Me gustara tomar una taza. En un primer momento, Gregorius resinti que se le ordenara hacer al- go que habitualmente hace el anfitrin. Luego vio cmo Ea apretaba los puos en los bolsillos de la chaqueta y entonces comprendi: no quera que Gregorius viera sus manos deformadas y temblorosas, los testimonios del horror. Prepar t para los dos y lo sirvi. Las tazas humeaban. Gregorius esper. Se oy la risa de los visitantes en la habitacin contigua. Luego todo volvi a quedar en silen- cio. Finalmente, Ea sac la mano del bolsillo y la llev a la taza en un movi- miento mudo, que Gregorius asoci con su muda aparicin a la puerta. Mantena los ojos cerrados, como si creyera que, de esa manera, la mano deformada se hara invisible tambin a los ojos de los dems. Estaba cubierta de quemaduras de cigarrillos, le faltaban dos uas, y temblaba como la de un enfermo de mal de Parkinson. Ea abri los ojos y mir a Gregorius, buscando con esa mirada pene- trante la comprobacin de que Gregorius ya poda soportarla. Gregorius logr dominar el espanto que lo recorri como una ola de debilidad y se llev la taza a los labios con calma. La ma hay que llenarla slo hasta la mitad dijo Ea con voz baja y forzada. Gregorius nunca olvidara esa frase. Sinti un ardor en los ojos que era preludio de las lgrimas; entonces hizo algo que marcara para siempre la rela- cin entre l y ese hombre torturado: tom la taza de Ea y, en un solo trago del t humeante, la vaci hasta la mitad. Sinti que le quemaba la lengua y la garganta. No tena importancia al- guna. Lentamente volvi a colocar la taza en su lugar e hizo girar el asa hacia el pulgar del otro. El hombre lo mir ahora largamente; la mirada se grab tambin en lo profundo de la memoria de Gregorius. Era una mirada en la que se mezcla- ban incredulidad y gratitud. Era una gratitud tentativa: haca mucho tiempo que Ea haba dejado de esperar que los otros hicieran algo que mereciera gratitud. Se llev la taza a los labios temblorosamente y bebi a grandes tragos. Cuando apoy la taza sobre el platillo, se oy un tintinear rtmico. Sac un atado de cigarrillos del bolsillo de la chaqueta, se puso uno en- tre los labios y lo encendi con una llama temblorosa. Fumaba con pitadas pro- fundas y calmas. El temblor de la mano se aquiet un poco. Sujetaba el cigarrillo de manera tal que no se viera el lugar donde faltaban las uas. Haba vuelto a esconder la otra mano en el bolsillo. Mirando por la ventana, comenz a hablar. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
86 La primera vez que lo vi fue en el otoo de 1952, en Inglaterra. Via- jbamos en el tren de Londres a Brighton. La empresa me haba mandado a hacer un curso de ingls; queran que me ocupara de la correspondencia con el extranjero. Era el domingo despus de la primera semana y yo iba a Brighton porque extraaba el mar. Me cri junto al mar, en el norte, en Esposende. Se abri la puerta del compartimiento: entr un hombre de cabello reluciente, que pareca un casco, y unos ojos increbles, audaces, tiernos, melanclicos. Estaba haciendo un largo viaje con Ftima, su novia. No tena problemas de dinero en- tonces ni los tuvo despus. Me enter de que era mdico: un mdico fascinado por el cerebro humano; un acrrimo materialista, que alguna vez haba querido ser sacerdote. Un hombre que tena una postura paradjica respecto de muchas cosas; no absurda, pero s paradjica. "Yo tena veintisiete aos; l era cinco aos mayor. Era infinitamente superior a m en todo. Por lo menos, as lo sent durante aquel viaje. l era el hijo de una familia noble de Lisboa; yo, el hijo de un campesino del norte. Pasa- mos el da juntos, caminamos por la playa, fuimos a comer juntos. En algn mo- mento, sali el tema de la dictadura. 'Debemos resistir', dije yo; todava re- cuerdo la frase. La recuerdo porque me son un tanto torpe ante ese hombre que tena el rostro noble de un poeta y que, de vez en cuando, usaba alguna palabra que yo nunca haba odo. "Baj la vista, mir por la ventana y asinti. Yo haba tocado un tema que l no tena claro consigo mismo. No era un tema apropiado para un hombre que estaba viajando por el mundo con su novia. Cambi de tema, pero l ya no estaba cmodo y nos dej seguir conversando a Ftima y a m. "'Tienes razn', me dijo al despedirse. 'Por supuesto que tienes razn'. Y estaba claro que se refera a la resistencia. "En el viaje de regreso a Londres segu pensando en l. Tuve la sensa- cin de que hubiera preferido regresar a Portugal conmigo; por lo menos, una parte de su persona, en vez de continuar su viaje. Me haba pedido que le diera mi direccin y haba sido ms que un simple acto de cortesa. De hecho, al poco tiempo interrumpieron el viaje y regresaron a Lisboa. Pero eso no tuvo nada que ver conmigo: su hermana mayor haba estado al borde de la muerte a conse- cuencia de un aborto. Quera asegurarse de que hubieran hecho bien las cosas; no les tena fe a los mdicos. Un mdico que no confiaba en los mdicos. As era l, as era Amadeu. Gregorius vio ante s la mirada de Adriana, amarga y llena de rencor. Comenzaba a comprender. Y qu haba pasado con la hermana menor? Esa par- te de la historia tendra que esperar. Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
87 Pasaron trece aos hasta que volv a verlo continu Ea. Era el in- vierno de 1965, el ao en que Delgado haba sido asesinado por la polica de seguridad. En la oficina le haban dado mi direccin nueva y se apareci una noche a mi puerta, plido y con la barba crecida de varios das. El cabello, que haba tenido el brillo del oro negro, estaba opaco. Tena la mirada cargada de dolor. Me cont cmo le haba salvado la vida a Rui Lus Mendes, un alto oficial de la polica secreta al que llamaban El Carnicero de Lisboa; cmo sus antiguos pacientes lo evitaban. Se senta despreciado. "Quiero trabajar para la resistencia dijo. "Para reparar el dao? le pregunt. "Baj la vista avergonzado. "No cometiste ningn crimen le dije, eres mdico. "Quiero hacer algo dijo, t me entiendes: hacer. Dime qu puedo hacer. S que ests al tanto. "Por que se te ocurre que yo se? "Lo s me dijo lo he sabido desde Brighton. "Era peligroso; ms peligroso para nosotros que para l. Careca de cmo decirlo del carcter adecuado, de las condiciones interiores, para traba- jar en la resistencia. Hay que tener paciencia y saber esperar. Hay que tener una cabeza como la ma, de campesino; no el alma de un soador sensible. Si no, arriesgas demasiado, cometes errores, pones todo en peligro. Tena sangre fra, tal vez demasiada, y una tendencia a la osada. La faltaba tenacidad, perseverancia, la capacidad de mantenerse sin hacer nada, aunque la oportunidad parezca propicia. Se dio cuenta de lo que yo pensaba; saba lo que pensaban los dems, aun antes de que la idea tomara forma en sus mentes. Le resultaba difcil; creo que era la primera vez en su vida que le dec- an: 'No puedes hacer esto; no tienes la habilidad necesaria'. Pero saba que yo tena razn; era cualquier cosa menos ciego a sus propias limitaciones y acept realizar, en los primeros tiempos, tareas pequeas y de poco relieve. "Yo le repeta incesantemente, para que no lo olvidara, que haba una tentacin en especial a la que deba resistirse: permitir que sus pacientes se enteraran de que trabajaba para nosotros. De hecho, quera reparar una su- puesta traicin a la lealtad con las vctimas de Mendes. Su plan slo sera lgico si aquellos que le reprochaban su conducta se enteraban de su actividad en la resistencia; si poda as llevarlos a que revieran su opinin de l y ya no lo mira- ran con desprecio; que volvieran a adorarlo, a amarlo como antes. Era un deseo poderossimo, yo lo saba; era su peor enemigo, nuestro peor enemigo. Se enco- lerizaba cuando yo hablaba de esto; era como si subestimara su inteligencia; tan Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
88 luego yo, un simple tenedor de libros y, por aadidura, cinco aos ms joven que l. Pero saba que yo tena razn en esto tambin. "'Detesto que alguien sepa tanto sobre m como t', dijo una vez, y se sonri con malicia. "Logr dominar ese anhelo, ese deseo insensato de ser perdonado por algo que no haba sido crimen alguno. No cometi ninguna falta, por lo menos, ninguna que pudiera haber tenido consecuencias serias. "Secretamente, Mendes protega al mdico que lo haba salvado. Llegaban mensajeros a su consultorio, haba sobres con dinero que cambiaban de mano. El consultorio nunca fue registrado, como era comn en esos das. A Amadeus lo enfurecan todas estas cosas; as era l, el sacerdote ateo; quera que se lo tomara en serio, la proteccin de Mendes daaba su orgu- llo, que tena algo del orgullo de los mrtires. "Por un tiempo nos preocup un nuevo peligro: el peligro de que desa- fiara a Mendes con un acto de soberbia y audacia, para que no pudiera seguir protegindolo. Le habl de mi temor. Esta vez no admiti que yo estaba en lo cierto. Nuestra amistad penda de un hilo de seda. Pero haba aprendido a con- trolarse, a ser ms cuidadoso. "Al poco tiempo concret con arrojo dos operaciones muy difciles, que slo l poda llevar a cabo: nadie conoca la red ferroviaria tan completa y deta- lladamente como l. Amadeu era un apasionado de los trenes, los rieles, los cambios de va; conoca todos los tipos de locomotoras. Sobre todo, conoca todas las estaciones de ferrocarril de Portugal; saba, hasta de los pueblos ms pequeos, si tenan o no una casilla para los cambios de vas. Pues sta era una de sus obsesiones: que con el simple bajar de una palanca se pudiera decidir qu direccin tomara el tren. Esta simple operacin mecnica lo fascinaba ms all de toda lgica y fue, finalmente, su conocimiento de estas cosas, su pasin de patriota por el ferrocarril de Portugal, lo que salv las vidas de nuestra gente. "El agradecimiento de Mendes debe haber sido inconmensurable. En la prisin no me estaban permitidas las visitas, ni siquiera las de Mariana; mucho menos las de camaradas, de quienes se sospechaba que podran pertenecer a la resistencia. Con una excepcin: Amadeu. Poda visitarme dos veces por mes y poda elegir el da y hasta la hora: iba contra todas las reglas. "Y l vena. Siempre vena y se quedaba ms de lo permitido. Los guar- dias le teman a su mirada de clera cuando le recordaban que ya era hora. Me traa medicinas; algunas para el dolor, otras para dormir. Se las dejaban pasar y luego me las quitaban. No le cont nada: habra intentado derribar las paredes si se hubiera enterado. No pudo contener las lgrimas cuando vio lo que me Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
89 haban hecho; si bien eran lgrimas de compasin, lo eran ms de ira impotente. Falt muy poco para que los guardias descubrieran sus verdaderos sentimientos; su rostro hmedo estaba rojo de ira. Gregorius mir a Ea, imaginndose cmo se haba enfrentado con su mirada gris y cortante al hierro incandescente, que amenazaba sofocar toda visin en un rojo vivo. Percibi la increble entereza de ese hombre a quien slo se poda vencer destruyndolo fsicamente; hasta de su ausencia brotara una resistencia tal, que no dejara conciliar el sueo a sus enemigos. Amadeu me trajo la Biblia, el Nuevo Testamento. En portugus y en griego. Eso y una gramtica griega fueron los nicos dos libros que dejaron pasar en los dos aos de prisin. "'T no crees ni una palabra de todo esto', le dije, cuando vinieron a buscarme para llevarme de vuelta a la celda. "Sonri. "'Es un bello texto', dijo. 'Un maravilloso idioma. Y presta atencin a las metforas.' "Me sorprendi. En realidad, nunca haba ledo la Biblia, conoca las fra- ses ms difundidas, como todos. Me sorprendi la mezcla particular de precisin y extravagancia. Algunas veces lo discutamos. "'Me produce rechazo una religin que gira en torno de una cruci- fixin', me dijo una vez. 'Imagnate que hubiera sido una horca, una guillotina o un garrote. Imagnate cmo seran nuestros smbolos religiosos'. "Yo nunca lo haba pensado as y me espant un poco; en particular, porque entre esos muros, la frase cobraba un significado especial. "As era l, el sacerdote ateo: pensaba las cosas hasta sus ltimas con- secuencias, siempre, sin importarle cun negras fueran esas consecuencias. A veces esa forma de autodesgarramiento tena algo de brutal. Tal vez fuera porque no tena otros amigos ms que Jorge y yo; hay que poder llevarse bien con alguien. Le causaba tristeza que Mlodie lo evitara; amaba a su hermana menor. Yo slo la vi una vez; daba la impresin de una muchacha tan alegre; caminaba con tal gracia que sus pies parecan no tocar el piso. Puedo imaginarme que no se llevara bien con el lado melanclico de su hermano, que a veces seme- jaba un volcn hirviente, antes de una erupcin. Joo Ea cerr los ojos. Su rostro era una mscara de agotamiento. Se haba embarcado en un viaje al pasado; probablemente haca aos que no habla- ba tanto. Gregorius hubiera deseado seguir haciendo ms y ms preguntas: qu haba sido de la hermana menor, de nombre tan especial; de Jorge y Ftima; tambin si haba comenzado all en prisin a aprender griego. Haba estado Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
90 escuchando casi sin respirar; se haba olvidado del ardor de la garganta quema- da. Ahora volva a sentirlo y la lengua se le haba hinchado. En medio de su rela- to, Ea le haba ofrecido un cigarrillo. Haba sentido que no poda rechazarlo: hubiera sido dejar que se cortara el hilo invisible que se haba ido tejiendo entre ellos. No poda beber el t de su taza y luego rechazar su tabaco; no estaba bien; quin sabe por qu, pero no estaba bien. Y as se haba colocado un cigarrillo entre los labios por primera vez en su vida; haba visto angustiado cmo se acercaba la llama temblorosa en la mano de Ea, y haba fumado con temor, inhalando poco y sin tragar el humo, para no toser. Entonces sinti cmo el humo caliente se ensaaba con el ardor de su boca. Maldijo su insensatez y al mismo tiempo comprob con asombro que no hubiera querido que el ardor del humo fuera diferente. Lo sobresalt una chicharra de sonido agudo. La comida dijo Ea. Gregorius mir la hora: las cinco y media. Ea not su sorpresa y sonri con desprecio. Demasiado temprano. Como en la crcel. Lo que importa no es el tiempo de los internos, sino el tiempo del personal. Gregorius le pregunt si poda volver a visitarlo. Ea mir el tablero de ajedrez. Luego asinti sin decir nada. Era como si se hubiera cerrado sobre l un caparazn de silencio, una ausencia total de palabras. Cuando vio que Grego- rius quera darle la mano, hundi ambas manos con fuerza en los bolsillos y mir el piso. Gregorius hizo el viaje de vuelta a Lisboa ajeno a lo que lo rodeaba. Cruz la Rua Augusta, atravesando la cuadrcula de la Baixa, hacia Rossio. Le pareci que estaba llegando al fin del da ms largo de su vida. Ms tarde, re- costado en la cama de la habitacin del hotel, record cmo, esa misma maana, haba apoyado la frente en la vidriera de la librera de una iglesia, empaada por la niebla, y haba esperado que cediera el deseo acuciante de ir al aeropuerto. Luego haba conocido a Adriana, haba tomado t color rojizo dorado con Maria- na Ea y despus, en la casa del to, haba fumado su primer cigarrillo mientras le quemaba la boca. Era posible que todo hubiera sucedido en un solo da? Abri el libro de Prado y mir el retrato. A la luz de todas las cosas nuevas que ahora saba de l, los rasgos de Prado haban cambiado. El sacerdote ateo co- menzaba a cobrar vida.
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Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
91 Voila. a va aller? No es demasiado cmodo, pero... dijo Con cierta timidez Agostinha, la pasante del DIARIO DE NOTCIAS, el peridico ms grande y tradicional de Portugal. S dijo Gregorius, as voy a estar bien. Se sent en el oscuro nicho con el lector de microfilm. Agostinha toda- va no quera irse. Un redactor impaciente se la haba presentado como estu- diante de historia y francs; Gregorius haba tenido ya entonces la impresin de que all arriba con el repicar incesante de los telfonos y la luz de las panta- llas de los monitores la toleraban ms de lo que la necesitaban. Qu es lo que est buscando, exactamente? le pregunt. Bueno, se que no es cosa ma pero... Lo que busco es informacin sobre la muerte de un juez respondi Gregorius. El suicidio de un juez famoso en el ao 1954, el 9 de junio. Tal vez se haya quitado la vida porque sufra de la enfermedad de Bechterev y ya no poda soportar los dolores de espalda; o tal vez por la sensacin de haber sido culpable de seguir ejerciendo su profesin durante la dictadura y no haberse opuesto a un rgimen ilegtimo. Tena sesenta y cuatro aos. Ya no le faltaba mucho para jubilarse. Debe haber pasado algo que ya no le permiti esperar ms. Algo relacionado con la espalda y los dolores, o algo relacionado con la justicia. Eso es lo que quiero descubrir. Y... y por qu quiere saber eso? Pardon... Gregorius sac el libro de Prado y la hizo leer:
PORQU PAI? POR QU, PADRE? No te tomes tan serio! Eso es lo que solas decir cuando alguien se quejaba. Sentado en tu silln, en el que nadie ms poda sentarse, el bastn entre las piernas delgadas, las manos deformadas por la gota sobre la empuadura de plata, la cabeza como siempre estirada hacia adelante desde abajo. (Dios mo! Si pudiera verte una sola vez frente a m, la postura erguida, la cabeza alta, como corresponde a tu orgullo! Aunque sea una sola vez! Pero he visto miles de veces la espalda encorvada y esto ha borrado todo otro recuerdo; no slo eso, tambin ha paralizado la imaginacin). Los infinitos dolores que habas tenido que soportar toda tu vida le otorgan autoridad a ese reproche tuyo, siempre el mismo. Nadie osaba contradecirte. No slo era as en lo externo; tambin estaba prohibido contradecirte interna- mente. Es verdad que los nios repetamos burlonamente tus palabras; lejos de ti podamos mofarnos y rernos, y hasta mama, cuando nos retaba por nuestras burlas, se delataba con el esbozo de una sonrisa, que no dejbamos pasar por nada del mundo. La liberacin, sin embargo, era slo aparente. Era como la blas- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
92 femia desesperada del temeroso de Dios. Tu admonicin era vlida. Fue vlida hasta aquella maana en que, cami- no a la escuela, con el corazn pesado y la lluvia salpicndome el rostro, pens: Por qu no habra de tomarme en serio que Maria Joo me ignorara por com- pleto mientras que yo no poda apartarla de mi mente? Por qu tus dolores, la lucidez que habas alcanzado a travs de esos mismos dolores, tenan que ser la medida de todas las cosas? En cierta oportunidad, agregaste, completando la idea: Desde el punto de vista de la eternidad, tu sufrimiento pierde importan- cia. Sal de la escuela enceguecido por la rabia y los celos Maria Joo tena un amigo nuevo y camin a casa con paso firme. Luego de comer, te sentaste en tu silln como siempre y yo fui a sentarme frente a ti. Quiero cambiarme de escuela dije con una voz que sonaba ms fir- me de lo que yo la senta internamente, la de ahora es insoportable. Te tomas demasiado en serio dijiste, frotando la empuadura pla- teada del bastn. Pues qu otra cosa tengo que tomarme en serio, sino a m mismo? pregunt. Y el punto de vista de la eternidad no existe. La habitacin se llen de un silencio que amenazaba estallar en cual- quier momento. Nunca haba sucedido algo as. Era inaudito; peor an porque vena del hijo favorito. Todos quedaron esperando una explosin, en la que tu voz dominara, como siempre, el estruendo. No sucedi nada. Apoyaste ambas manos sobre la empuadura del bastn. Vi en el rostro de mama una expresin que no haba visto jams. Se comprenda al verla pens luego por qu se haba casado contigo. Te levantaste sin decir palabra; slo se oy un leve suspi- ro causado por el dolor. No te sentaste con nosotros a la mesa. Esto nunca haba pasado, era la primera vez desde que se haba formado nuestra familia. Al da siguiente, cuando me sent a la mesa del almuerzo, me miraste con calma y una cierta tristeza. En qu escuela estabas pensando? preguntaste. Ese da, en la es- cuela, Maria Joo me haba ofrecido una naranja durante el recreo. Ya no es necesario, el problema se arregl solo contest. Cmo podemos saber, si tenemos que tomamos en serio un sentimien- to, o si slo hay que tratarlo como un humor pasajero? Por qu, padre, no hablaste conmigo antes de hacerlo? Por lo menos, habra sabido por qu lo hac- as.
Entiendo dijo Agostinha; y comenzaron a buscar juntos un anuncio de la muerte del juez Prado. Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
93 En 1954 la censura era muy fuerte dijo Agostinha. De eso s mu- cho; la censura de la prensa fue el tema de mi licenciatura. Lo que public el DIARIO no es necesariamente cierto. Y si fue un suicidio poltico, entonces seguro que no es cierto. Lo primero que encontraron fue el aviso fnebre, que haba aparecido el 11 de junio. Agostinha sofoc una exclamacin de sorpresa al verlo: era dema- siado breve para lo que se acostumbraba en Portugal. Faleceu Gregorius ya conoca la palabra; la haba visto en el cementerio. Amor, recordao, frmulas breves, rituales. Ms abajo, los nombres de los familiares ms cercanos: Maria Piedade Reis de Prado, Amadeu, Adriana, Rita. Una direccin. El nombre de la iglesia donde se celebrara la misa. Eso era todo. Gregorius se pregunt si Rita sera la Mlodie que haba mencionado Joo Ea. Buscaron alguna nota. En la semana siguiente al 9 de junio no encontra- ron nada. No, no, siga adelante deca Agostinha, cuando Gregorius ya se daba por vencido. La informacin apareci el 20 de junio, en la parte inferior de las noti- cias locales. El Ministerio de Justicia inform hoy que Alexandre Horcio de Almei- da Prado, que se desempe como destacado juez de la Corte Suprema durante muchos aos, falleci la semana pasada a consecuencia de una larga enfermedad.
Junto al texto noticia haba una foto. Era tan grande que desentonaba con la brevedad de la noticia. Un rostro severo con anteojos sin marco y una cadenilla; bigote y barba en punta; una frente alta, tan alta como la del hijo; cabello cano, pero abundante; el cuello de la camisa derecho y volcado hacia afuera en los extremos; corbata negra; una mano blanca sobre la que apoyaba el mentn; todo lo dems se perda en el fondo. Una foto tomada con mucha habi- lidad: no haba rastros de la espalda encorvada ni de la gota en las manos; la cabeza y la mano emergan, silenciosas como espritus, de la oscuridad; blancas e imperiosas; no permitan apelacin, ni siquiera un desacuerdo. Este retrato poda imponer su dominio en toda una casa y enrarecer la atmsfera con su autoridad asfixiante. Un juez. Un juez que no podra haber sido ninguna otra cosa ms que juez. Un hombre de frrea severidad e inamovible firmeza de convicciones, aun respecto de s mismo. Un juez que se condenara a s mismo, si cometiera un delito. Un padre que no se sonrea muy a menudo. Un hombre que tena algo en comn con Antnio de Oliveira Salazar: no era la crueldad ni el fanatismo, la ambicin ni su deseo de poder; era ms la severidad, la total falta Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
94 de cuidado por s mismo. Habra sido sa la razn de su prolongado servicio bajo Salazar, el hombre de negro, con su rostro tenso bajo el sombrero hongo? Acaso al final ya no haba podido perdonarse por haber apoyado la crueldad con su servicio, una crueldad como la que se vea en las manos temblorosas de Joo Ea, que alguna vez haban tocado a Schubert? A consecuencia de una larga enfermedad. Gregorius sinti que la ira le arda en las venas. Eso no es nada dijo Agostinha, no es nada comparado con lo que yo he visto en trminos de falsedades, de mentiras por omisin. Mientras suban, Gregorius le pregunt por la calle que apareca en el aviso fnebre. Not que ella lo habra acompaado de buena gana y se alegr de que ahora parecieran necesitarla en la Redaccin. Que usted tome la historia de esa familia tan... como algo tan propio, es ... dijo, cuando ya se haban dado la mano. Quiere decir extrao? S, es extrao. Muy extrao, hasta para m.
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Si bien no era un palacio, era la casa de una familia pudiente, que poda agrandarse a gusto: una habitacin ms o menos no haca diferencia; deba haber dos o tres baos. Aqu haba vivido el juez; haba recorrido la casa, en- corvado, con su bastn de empuadura plateada, luchando encarnizadamente contra los dolores permanentes, acompaado por la conviccin de que no haba que tomarse tan en serio. Dnde habra estado su estudio? Acaso en la torre cuadrada, donde las ventanas con arcos estaban separadas entre s por peque- as columnas? La fachada tena tantos balcones, que pareca imposible contar- los; todos ellos con una reja de hierro forjado finamente cincelada. Cada uno de los cinco miembros de la familia pens Gregorius tendra uno o dos balcones a su disposicin. Record las habitaciones estrechas y ruidosas en las que hab- an vivido: el curador del museo, la empleada de limpieza y el hijo miope que, sentado a una mesa de madera ordinaria en su cuarto, se defenda contra la msica insoportable de la radio de los vecinos con las enmaraadas formas ver- bales del griego. El diminuto balcn, en el que no caba ni una sombrilla, herva en verano; de todos modos, no lo haba pisado casi nunca: estaba invadido todo el tiempo por oleadas de olor a comida. La casa del juez, en cambio, era como un paraso de amplitud, sombra y silencio. Por todas partes, conferas peladas, de troncos retorcidos y ramas enmaraadas; se unan a pequeos techos que daban sombra y que por momentos parecan pagadas. Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
95 Cedros. Gregorius se estremeci. Cedros. Cedros vermelhos. Eran ce- dros, verdaderamente? Los cedros, que Adriana vea teidos de rojo? Los rboles que, con su color imaginario, haban adquirido un significado tal, que haban aparecido inesperadamente ante sus ojos cuando buscaba un nombre para la editorial que haba creado? Gregorius detuvo a varios transentes y les pregunt si esos rboles eran cedros. No obtuvo ms que gestos de extraeza: se encogieron de hombros y arquearon las cejas con sorpresa ante la pregunta de este extranjero estrafalario. Finalmente, una mujer joven le respondi que s, que eran cedros, de una altura y belleza inusual. Con el pensamiento, Grego- rius se ubic dentro de la casa y mir por las ventanas hacia ese verde profundo y oscuro. Qu pudo haber pasado? Qu pudo haber transformado el verde en rojo? Sangre? Tras las ventanas de la torre apareci una figura femenina vestida de colores claros, con el cabello recogido; se mova liviana, casi flotando, de un lado a otro; atareada pero sin apuro; agarr un cigarrillo encendido; el humo subi hasta el techo; esquiv un rayo de sol que entraba en la habitacin por entre los cedros y que evidentemente la deslumbraba; luego desapareci sbitamente. Una muchacha que pareca no tocar el piso con los pies: Joo Ea haba descrip- to as a Mlodie, que en realidad deba llamarse Rita. Su hermana menor. Haba sido tan grande la diferencia de edad entre ambos como para que ella todava fuese una mujer gil y ligera como la que haba visto moverse en la torre? Gregorius continu caminando y en la calle siguiente entr en un caf al paso. Junto con el caf, pidi un atado de cigarrillos de la misma marca que haba fumado con Joo el da anterior. Dio algunas pitadas sin tragar el humo y tuvo la visin de los alumnos de Kirchenfeld, cuando se paraban a unas cuadras del colegio, delante de la panadera, fumando y tomando caf en vasos de papel. Kgi haba prohibido fumar en la sala de profesores, pero no recordaba cundo. Prob tragar el humo; un acceso de tos le cort la respiracin, dej los anteojos nuevos sobre el mostrador, tosi y se sec las lgrimas de los ojos. La mujer que estaba detrs del mostrador encendi un cigarrillo con el anterior y le son- ri socarrona. " melhor no comear: mejor no empezar", dijo. Gregorius sinti el orgullo de haber entendido, aunque tard un poco en comprender. No saba qu hacer con el cigarrillo y finalmente lo apag en el vaso de agua que tena junto a la taza. La mujer retir el vaso con un gesto de paciencia; ste no tena ni la menor idea, qu iba uno a hacerle? Se fue acercando lentamente a la entrada de la casa, colmado otra vez de inseguridad, pero decidido a llamar a una puerta. En ese mismo momento la puerta se abri y apareci la mujer de antes; un ovejero alemn tiraba impa- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
96 ciente de la tralla. Ahora tena puestos jeans y zapatillas; slo la chaqueta pareca la misma. Recorri el corto trecho hasta el portn arrastrada por el perro, en puntas de pie. Una muchacha que pareca no tocar el piso con los pies. Tena el pelo rubio ceniza y, a pesar de las canas, todava pareca una muchacha. Bom dia dijo, arqueando las cejas con gesto de sorpresa y le dirigi una mirada clara. Yo... Gregorius empez en francs, inseguro, y sinti el resabio desagradable del cigarrillo aqu vivi hace muchos aos un juez, un juez famo- so y quisiera... Era mi padre dijo la mujer y, con un soplido, se sac de la cara un mechn que se haba soltado del cabello recogido. Tena una voz clara, acorde con el gris aguado de los ojos y con las frases en un francs casi sin acento. Rita era un lindo nombre, pero Mlodie era perfecto. Por qu le interesa saber de l? Porque era el padre de este hombre dijo Gregorius y le mostr el libro de Prado. El perro tironeaba de la tralla. Pan dijo Mlodie. Pan. El perro se sent. Ella se acomod el lazo de la tralla en el brazo y abri el libro. Cedros ver... La voz fue hacindose cada vez baja con cada slaba, hasta desaparecer totalmente al final. Hoje el libro y se detuvo a mirar el retrato del hermano. El rostro claro, cubierto de pecas, se haba oscurecido y pareca costarle tragar. Sin desviar la mirada, como una estatua ms all del espacio y del tiempo, contempl la foto; en un momento se pas la punta de la lengua por los labios secos. Sigui hojeando, ley una, dos oraciones, volvi al retrato, luego a la cartula. 1975 dijo, para esa fecha ya llevaba dos aos muerto. Yo ni si- quiera saba que exista este libro. Dnde lo consigui? Mientras Gregorius le contaba la historia, pas la mano con ternura por la tapa gris. El movimiento le record a la estudiante de la librera espaola de Berna. Ella no pareca escucharlo y Gregorius dej de hablar. Adriana dijo entonces, Adriana. Y sin decir ni una palabra a nadie. prprio dela, tpico de ella. Son asombrada cuando comenz a hablar, pero luego al asombro se sum la amargura. El melodioso nombre ya no pareca apropiado. Levant la vista y mir lejos, ms all del castillo, pasando por sobre la Baixa hasta llegar a la colina del Bairro Alto. Como si quisiera alcanzar a la hermana, all, en la casa azul, con su mirada cargada de furia. Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
97 Quedaron mudos, parados uno frente al otro. Slo se escuchaba el ja- deo de Pan. Gregorius se sinti como un intruso, un voyeur. Venga, tomemos un caf dijo y su voz son como si hubiera pasado, con sus pisadas ligeras, por sobre el rencor. Quiero mirar el libro. Pan, mala suerte tir de la tralla con fuerza y lo hizo entrar en la casa. La casa respiraba vida; era una casa con juguetes en las escaleras, con olor a caf, humo de cigarrillo y perfume, con peridicos portugueses y revistas francesas sobre las mesas, con estuches de CD abiertos, con un gato que, sub- ido a la mesa del desayuno, lama la manteca que haba quedado en un plato. Mlodie ech al gato y sirvi el caf. El rostro, que se haba encendido de irri- tacin unos minutos antes, se haba suavizado; slo se vean unas manchitas rojas. Busc los anteojos, que estaban sobre el diario, y comenz, sin seguir un orden fijo, a leer lo que haba escrito su hermano. Por momentos se morda los labios. En un momento, sin levantar la vista del libro, se palp la chaqueta y sac a tientas un cigarrillo del paquete. Respiraba con dificultad. Lo de Maria Joo y el cambio de escuela debe haber pasado antes de que yo naciera; era diecisis aos mayor que yo. Pero pap era as como lo cuen- ta, exactamente as. Tena cuarenta y seis aos cuando yo nac; yo fui un des- cuido, producto de un viaje por el Amazonas uno de los pocos viajes de los que mama pudo convencerlo me cuesta trabajo imaginarme a pap viajando por el Amazonas. Cuando cumpl catorce aos, festejamos sus sesenta; siempre me pareci que lo haba conocido slo como a un hombre viejo; un hombre viejo, encorvado y severo. Se detuvo, encendi otro cigarrillo y fij la vista en un punto lejano. Gregorius tena la esperanza de que hablara de la muerte del juez. Su rostro, sin embargo, se ilumin de repente; sus pensamientos haban tomado otro rum- bo. Maria Joo. As que la conoca desde chico. Yo no tena ni idea. Le re- gal una naranja. Es evidente que ya entonces la quera. Nunca dej de quererla. Era el gran amor de su vida, un amor despojado de todo lo fsico. No me extra- ara que nunca le haya dado un beso. Pero no haba mujer alguna que pudiera comparrsele. Se cas y tuvo hijos, pero esto no hizo la menor diferencia. Cuando estaba preocupado, preocupado en serio, recurra a ella. De alguna ma- nera, slo ella saba quin era Amadeu, ella y nadie ms. l saba cmo generar intimidad compartiendo secretos; era un maestro en este arte, un virtuoso. Nosotros lo sabamos: si alguien conoca todos sus secretos, esa persona era Maria Joo. A Ftima la haca sufrir; Adriana la odiaba. Gregorius le pregunt si an viva. Sola vivir en Campo de Ourique, cer- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
98 ca del cementerio dijo Mlodie pero haca ya muchos aos que se la haba encontrado all, junto a la tumba de Amadeu. Haba sido un encuentro amable, pero fro. Ella, que era la hija de un campesino, siempre mantena una cierta distancia respecto de nosotros, los nobles. Amadeu era uno de nosotros, pero ella haca como si no lo supiera. O como si fuera algo casual, externo, que no tena nada que ver con l. Cul era su apellido? pregunt Gregorius. Mlodie no lo saba. Para nosotros siempre fue nada ms que Maria Joo. Salieron de la habitacin que estaba en la torre y fueron hacia la planta baja de la casa. Haba una mquina de tejer. He hecho miles de cosas dijo riendo cuando vio la mirada curiosa de Gregorius. Fui siempre la inconstante, la imprevisible; pap no saba qu hacer conmigo. Su voz clara se oscureci, como cuando una nube fugaz pasa sobre el sol, pero fue un instante nada ms. Seal unas fotos en la pared, donde se la vea en diferentes lugares. Ac estoy de camarera en un bar, ste fue un da en que nos hicimos la rabona en la escuela, ac era despachante de nafta en una estacin de servi- cio. Y ac, sta tiene que mirarla: con mi orquesta. Era una orquesta callejera de ocho muchachas; todas tocaban el violn y llevaban boinas con la visera al costado. Me reconoce? Yo llevo la visera a la izquierda; las dems, a la dere- cha, porque yo era la directora. Nos iba bien, hacamos buen dinero. Tocbamos en casamientos, en fiestas, la gente nos recomendaba. Se detuvo de golpe, fue a la ventana y mir hacia afuera. A pap no le gustaba que tocara por ah, no en un lugar serio. Un da, poco antes de su muerte yo estaba en la calle con las moas de balo, las chi- cas de boina como nos llamaban vi el coche oficial de pap parado enfrente junto al cordn con el chofer que lo pasaba a buscar todas las maanas a las seis menos diez para llevarlo a los tribunales; siempre era el primero en llegar al Palacio de Justicia. Pap estaba sentado como siempre en el asiento de atrs y nos miraba. Se me llenaron los ojos de lgrimas y empec a equivocarme, una y otra vez. Se abri la puerta del auto y pap baj con dificultad, aparatosamen- te, con la cara deformada de dolor. Detuvo los autos con el bastn aun all irradiaba la autoridad de un juez cruz la calle hasta donde estbamos, se qued un rato parado detrs de los dems espectadores, luego se abri camino Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
99 hasta el estuche de violn que dejbamos abierto para el dinero y, sin mirarme, arroj adentro un puado de monedas. Yo tena la cara cubierta de lgrimas, tuvieron que tocar el final de la pieza sin m. El auto arranc y pap hizo un gesto de despedida con su mano deformada por la artritis; yo lo salud tambin, me sent en los escalones de la entrada de una casa y llor a lgrima viva; no s si lloraba de alegra porque pap haba venido a verme, o de pena, porque haba tardado tanto en venir. Gregorius pase la vista por las fotos. Haba sido la clase de nia que se sentaba en la falda de todos, que haca rer a todos; si lloraba, su llanto pa- saba rpido, como un chaparrn en un da de sol. Se haca la rabona y, a pesar se eso, aprobaba, porque hechizaba a los maestros con su cautivante desfachatez. Le cont cmo haba aprendido francs en una noche, por as decirlo, y luego haba tomado el nombre de una actriz francesa lodie que los otros haban transformado rpidamente en Mlodie, que pareca inventado para ella. Era bella y fugaz como una meloda; todos se enamoraban de ella y nadie poda rete- nerla. Yo amaba a Amadeu, mejor dicho, hubiera querido amarlo. Era difcil: cmo se ama un monumento? Y l era un monumento, ya cuando yo era chica, todos lo miraban con admiracin, hasta pap, pero especialmente Adriana, que lo haba separado de m con sus celos. l era carioso conmigo, como uno es cari- oso con una hermanita. Pero a m me hubiera gustado que tambin me tomara en serio, no que slo me acariciara como una mueca. Tuve que esperar hasta los veinticinco aos, cuando estaba por casarme, para recibir esta carta de l, una carta desde Inglaterra. Abri un cajn del escritorio y sac un sobre. Las pginas amarillentas estaban escritas hasta los bordes con letras de caligrafa esmerada en tinta negra. Mlodie ley un lapso en silencio, luego comenz a traducir lo que Ama- deus le haba escrito desde Oxford, unos meses despus de la muerte de su esposa.
Querida Mlodie: Fue un error hacer este viaje. Pens que me hara bien volver a ver las cosas que vimos juntos con Ftima. Pero slo me caus dolor; emprendo el re- greso antes de lo planeado. Te extrao y es por ello que te envo lo que escrib anoche. Quizs de esta manera pueda acercarme a ti con mis pensamientos. OXFORD: JUST TALKING. Por qu el silencio nocturno me resulta aqu, entre estos claustros, tan opaco, tan dbil y desolado, totalmente carente de espritu y encanto? Por qu es tan diferente del silencio de la Rua Augusta, Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
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que a las tres o las cuatro de la maana, cuando ni un alma la transita, todava est rebosante de vida? Cmo puede ser, aqu, donde las paredes de piedra clara, de resplandor sobrenatural, rodean los edificios de nombres sagrados? Aqu, en estos recintos de sabidura, bibliotecas selectas, mbitos llenos del silencio del terciopelo polvoriento, donde se dicen, se consideran cuidadosamen- te, se contradicen y se defienden las oraciones de forma ms perfecta? Cmo puede ser? Come on me dijo el irlands pelirrojo cuando me vio parado delante del cartel que anunciaba una conferencia titulada lying to liars. Let's listen to this; might be fun. 9 Pens en el padre Bartolomeu, que haba difendido a San Agustn: devolver mentira con mentira sera lo mismo que devolver un robo con otro robo, un sacrilegio con otro sacrilegio, un adulterio con otro adulterio. Y con lo que estaba pasando en ese tiempo en Espaa, en Alemania! Nos habamos peleado, como muchas otras veces, sin que perdiera su afabilidad. No perdi nunca esa afabilidad, ni una sola vez, y cuando me sent en la sala de conferen- cias al lado del irlands, sent que de repente lo extraaba terriblemente y aor mi pas. Era increble. La conferencista, una spinster 10 de nariz y lengua puntia- gudas, present con una voz ronca una casustica de la mentira que no podra haber sido ms rebuscada y ms alejada de la realidad. Una mujer, que nunca haba tenido que vivir en el tejido de mentiras de una dictadura, pregunt si puede ser una cuestin de vida o muerte que uno mienta bien. Puede Dios crear una piedra que l mismo no puede levantar? Si la respuesta es no, entonces no es todopoderoso; si es s, tampoco lo es, pues ahora existe una piedra que l no puede levantar. Esta era la clase de escolstica con la que esa mujer inundaba la sala, una mujer de pergamino, con un artstico nido de cabello gris sobre la ca- beza. Eso, sin embargo, no fue lo verdaderamente increble. Lo realmente in- comprensible fue el debate, como lo llamaron. Con el contenido y la forma de sus discursos determinados por los rgidos marcos de las frmulas de cortesa britnicas, los participantes se hablaban unos a otros perfectamente, pero sus frases pasaban de largo. Decan incesantemente que se estaban entendiendo, respondiendo a las preguntas. Pero no era as. Nadie, ni uno solo de los partici- pantes di la ms mnima muestra de haber cambiado de idea en razn de los argumentos expuestos. De repente, con un horror que sent hasta en el cuerpo,
9 Mentirles a los mentirosos. Vamos a escuchar esto, tal vez sea divertido. En ingls en el original. [N. de la T.] 10 Solterona. En ingls en el original [N. de la T.] Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
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lo vi claramente: es siempre as. Decirle algo a otro: cmo podemos esperar que tenga algn efecto? Esa corriente de pensamientos, imgenes y sentimien- tos que nos atraviesa permanentemente, esa corriente avasalladora tiene tal fuerza, que sera un milagro que no arrastrara todas las frases del otro y las entregara al olvido cuando no corresponden, de manera totalmente casual, a las nuestras. Pasa lo mismo conmigo? pens. He escuchado en verdad a otro? Le he permitido entrar en m con sus frases, para que desviara mi corriente interna? How did you like it? 11 me pregunt el irlands mientras caminba- mos por Broad Street. No se lo dije todo, slo dije que me haba parecido ate- rradora la manera en que todos se hablaban slo a s mismos. Bueno dijo bueno. Al rato agreg: It's just talking, you know; just talking. People like to talk. Basically, that's it. Talking. No meeting ofminds? 12 pregunt. What! grit y se ech a rer con una risa gutural que se fue transformando en un berrido estridente. What! Entonces hizo rebotar con fuerza sobre el asfalto la pelota que haba llevado consigo todo el tiempo. Me hubiera gustado ser el irlands; un irlands que se atreva a aparecer para escuchar una conferencia en el All Souls College con una pelota de ftbol color rojo vivo. Qu no hubiera dado por ser ese irlands! Creo que ahora s por qu, en este lugar ilustre, el silencio nocturno es un mal silencio. Las frases, condenadas todas ellas al olvido, se han ido acallan- do. Eso no sera nada; tambin se acallan en la Baixa. All, sin embargo, nadie pretende que esas frases sean algo ms que charla; la gente charla y disfruta de la charla, as como disfrutan de saborear un helado, para que la lengua pueda descansar del habla. Aqu, en cambio, todos actan como si las cosas fueran diferentes. Como si todo lo que dijeran fuera increblemente importante. Pero ellos, en su importancia, tambin tienen que dormir y entonces queda un silencio que huele mal, porque hay cadveres de esa jactancia por todas partes y, en su mudez, apestan.
Odiaba a los presuntuosos, os presunosos; tambin los llamaba os enchouriados, los engredos dijo Mlodie, y volvi a guardar la carta en el sobre. Los odiaba en todos los mbitos: en la poltica, en la comunidad mdica, entre los periodistas. y era implacable en su juicio. Yo apreciaba su juicio por- que era insobornable, despiadado, aun cuando se trataba de l mismo. No lo
11 Te gust? En ingls en el original [N. de la T.] 12 Es slo hablar, viste? Hablar, nada ms. A la gente le gusta hablar. Bsicamente, es eso. Hablar. No es un encuentro de intelectos? En ingls en el original [N. de la T.] Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
102 apreciaba cuando se tornaba destructor, como el de un verdugo. En esas ocasio- nes me cuidaba de no ponerme en el camino de ese monumental hermano mo. En la pared, al lado de la cabeza de Mlodie, haba una foto en la que se los vea bailando. Sus movimientos no llegaban a ser duros, pero se vea que no estaba a gusto. Mientras reflexionaba ms tarde sobre esto, le vino a la mente la palabra exacta: bailar era algo que no era apropiado para Amadeu. El irlands con su pelota roja en ese recinto sagrado dijo Mlodie en el silencio que se haba producido en la habitacin. Esa parte de la carta me conmovi muchsimo cuando la le. Me pareci que expresaba un anhelo del que nunca hablaba: haber podido ser, l tambin, un muchacho que jugaba a la pelo- ta. A los cuatro aos ya saba leer; a partir de entonces ley todo lo que le caa en las manos, en la escuela primaria se aburra a muerte, en el Liceu dio dos aos libre. A los veinte ya lo saba todo y veces se preguntaba cmo seguira su vida. En medio de todo esto, se olvid del tema de jugar a la pelota. El perro ladr y entraron corriendo unos nios que deban ser sus nie- tos. Mlodie le dio la mano. Saba que Gregorius hubiera querido saber ms; preguntarle, por ejemplo, por los cedros vermelhos, sobre la muerte del juez, y se lo demostr con una mirada. Pero esa mirada le dijo tambin que ese da ya no estaba dispuesta a decir nada ms, aun si los nios no hubieran llegado. Gregorius se sent en un banco junto al Castillo y pens en la carta que Amadeu le haba mandado a su hermana menor desde Oxford. Tena que encon- trar al padre Bartolomeu, el maestro afable. Prado haba sabido diferenciar entre distintas clases de silencio como slo pueden hacerla los que sufren de insomnio. De la conferencista de esa noche haba dicho que era de pergamino. Fue slo entonces que Gregorius se dio cuenta de que al escuchar ese comenta- rio haba sentido un sacudn; se haba sentido internamente separado del sa- cerdote ateo de juicio inapelable, por primera vez. Mundus, El Papiro. Pergamino y papiro. Gregorius baj la colina en direccin al hotel. Entr en un negocio y compr un juego de ajedrez. El resto del da, hasta muy entrada la noche, estu- vo tratando de ganarle a Aljechin pero sin aceptar, a diferencia de Bogoljubov, el sacrificio de ambas torres. Estaba extraando a Doxiades; se puso los ante- ojos viejos.
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"No son textos, Gregorius. Lo que la gente dice, no son textos. Hablan y nada ms". Doxiades le haba dicho eso mucho tiempo atrs. Gregorius se Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
103 haba quejado de que lo que la gente deca era tan inconexo y contradictorio; se olvidaban tan rpido de lo que haban dicho. Al griego le haba resultado enter- necedor. Cuando se ha sido conductor de taxi en Grecia, ms an, en Tesalnica, uno sabe con ms certeza que ninguna otra cosa que no puede tomarse al pie de la letra lo que dice la gente. Muchas veces hablaban nada ms que por hablar; no slo en los taxis. Tomarlos literalmente es algo que slo se le puede ocurrir a un fillogo, a un especialista en lenguas antiguas que se pasa todo el da traba- jando con enunciados cuyo significado ya est establecido, precisamente con textos que, por aadidura, han sido comentados miles de veces. Si uno no puede tomarse al pie de la letra lo que dice la gente, qu debe hacer con ello? haba preguntado Gregorius. El griego haba soltado la carcajada. Tomarlo como una oportunidad para charlar uno tambin. Y as la charla sigue y sigue. El irlands de la carta de Prado a su hermana menor haba dicho algo que sonaba muy similar y no estaba hablando de los pasajeros de taxi en Grecia sino de profesores del All Souls College de Oxford. Y se lo haba dicho a un hombre que estaba tan asqueado de los enunciados ya gastados que quera poder dar al portugus una nueva composicin. Haca ya dos das que llova a cntaros. Era como si un mgico cortinado protegiera a Gregorius del mundo exterior. No estaba en Berna y estaba en Berna; estaba en Lisboa y no estaba en Lisboa. Jugaba al ajedrez todo el da y se olvidaba de las posiciones y las jugadas; nunca le haba pasado algo as. A veces se sorprenda a s mismo con una figura en la mano si saber de dnde la haba tomado. En el comedor, la camarera tena que preguntarle varias veces qu deseaba; en una oportunidad haba pedido el postre antes de la sopa. Al segundo da llam a su vecina en Berna y le pidi que vaciara el buzn de la correspondencia: haba una llave debajo del felpudo. La mujer le pregunt si quera que le reenviara la correspondencia. Le dijo que s, luego la llam otra vez para decirle que no. Hojeando la agenda encontr el nmero telefnico que la mujer portuguesa le haba escrito en la frente. Portugus. Levant el auricu- lar y marc el nmero. Empez a sonar; colg sin esperar ms. La koin, el griego del Nuevo Testamento, le resultaba aburrida; era demasiado fcil. Lo nico que despertaba un poco su inters era la pgina opues- ta en portugus de la edicin bilinge que le haba regalado Coutinho. Llam a varias libreras y pregunt si tenan algo de Esquilo u Horacio. Tambin poda ser Herodoto o Tcito. No le entendan bien. Cuando finalmente logr lo que quera, no fue a buscar los libros porque estaba lloviendo. En la seccin comercial de la gua telefnica busc escuelas de idioma Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
104 donde pudiera aprender portugus. Llam por telfono a Mariana Ea para con- tarle su visita a Joo; estaba apurada y fuera de tema. Silveira estaba en Bia- rritz. El tiempo estaba detenido; el mundo estaba detenido; era su voluntad lo que estaba detenido de una manera para l desconocida. A veces se quedaba parado junto a la ventana con la mirada perdida y repasaba con el pensamiento todo lo que los otros Coutinho, Adriana, Joo, Ea, Mlodie haban dicho sobre Prado. Era un poco como si de la niebla emer- giese la silueta de un paisaje que, si bien todava apareca velado, ya era recono- cible, como en un dibujo en tinta china. Durante esos das abri una sola vez el libro de Prado y se detuvo en este pasaje:
AS SOMBRAS DA ALMA. LAS SOMBRAS DEL ALMA. Hay historias que los otros cuentan sobre nosotros; hay historias que contamos sobre noso- tros mismos. Cules se acercan ms a la verdad? Est acaso tan claro que son las propias? Somos una autoridad sobre nosotros mismos? Aunque sta no es, en verdad, la cuestin que me ocupa. La cuestin, en realidad, es: hay acaso en estas historias diferencia entre verdadero y falso? Por cierto la hay en lo que dicen sobre nuestro aspecto exterior. Pero cuando nos proponemos compren- der al otro en su interior? Ese viaje, llega alguna vez a su trmino? Es el alma un espacio de hechos reales? O lo que suponemos hechos reales no son ms que las sombras engaosas de nuestras historias?
El jueves a la maana, bajo un cielo claro y azul, Gregorius fue al diario y le pidi a Agostinha, la pasante, que averiguara si haba, a principios de los treinta, un Liceu donde se enseara lenguas antiguas y hubiera sacerdotes dan- do clase. Emprendi una bsqueda apasionada y apenas tuvo el dato, le mostr en el plano de la ciudad dnde estaba. Encontr tambin el nmero de telfono de la oficina administrativa correspondiente a la iglesia y pidi informacin sobre un padre Bartolomeu, que haba enseado en ese Liceu alrededor de 1935. No poda ser nadie ms que el padre Bartolomeu Loreno de Gusmo, le dijeron. Tena ms de noventa aos y reciba muy pocas visitas, segn de qu se tratara. Amadeu Incio de Almeida Prado? Le preguntaran al Padre y la llamaran. Pocos minutos despus, se produjo la llamada. El Padre estaba dispuesto a hablar con alguien que, pasado tanto tiempo, se interesara por Prado. Lo espe- raba esa tarde. Gregorius parti hacia el antiguo Liceu donde Prado, alumno, haba dis- cutido con el padre Bartolomeu sobre San Agustn y su inflexible prohibicin de mentir, sin que el Padre perdiera en ningn momento su afabilidad. El Liceu Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
105 quedaba al este, fuera del casco de la ciudad y estaba rodeado de rboles, altos y aosos. Con sus muros amarillo plido, se lo podra haber confundido con un antiguo hotel del siglo XIX: slo le faltaban los balcones y desentonaba la torre angosta con la campana. El edificio estaba muy deteriorado. El revoque se esta- ba desprendiendo. Las ventanas estaban tapiadas o con los vidrios rotos, al techo le faltaban tejas, la can aleta estaba oxidada y medio desprendida en una esquina. Gregorius se sent en los escalones de la entrada que ya en los tiempos de las nostlgicas visitas de Prado estaban cubiertos de musgo. Eso habra sido a fines de los sesenta. Se haba sentado en este mismo lugar preguntndose cmo hubiera sido, treinta aos atrs, haber elegido una direccin totalmente distinta en esa encrucijada. Si se hubiera opuesto al deseo conmovedor pero imperioso de su padre y no hubiera ingresado en la Facultad de Medicina. Gregorius busc sus notas y fue pasando las hojas. el deseo pattico y como de un sueo de estar otra vez en ese pun- to de mi vida y poder tomar una direccin totalmente distinta de la que me haba llevado a convertirme en quien soy... Sentarse otra vez sobre el musgo tibio con la gorra entre las manos: es el paradjico deseo de emprender un viaje en el tiempo que he dejado atrs, llevndome a m mismo marcado por lo pasa- do en ese viaje. Ms all estaba la cerca medio derruida que rodeaba el patio de la es- cuela; sobre esa cerca el ltimo de la clase haba arrojado su gorra al estanque de los nenfares, sesenta y siete aos atrs. El estanque se haba secado haca largo tiempo; en el lugar slo se vea el terreno un poco hundido, tapizado de hiedra. Detrs de los rboles haba un edificio que deba haber sido el colegio de seoritas. Desde all haba cruzado Maria Joo, la muchacha de rodillas bronceadas y aroma a jabn en el vestido claro; la muchacha que haba sido el gran amor de la vida de Amadeu, ese amor despojado de todo lo fsico; la mujer que, a juzgar de Mlodie, era la nica que saba quin haba sido l en realidad; una mujer tan importante, que haba despertado el odio de Adriana aunque Amadeu quizs no le haba dado ni siquiera un beso. Gregorius cerr los ojos. Estaba en Kirchenfeld, en esa esquina desde la que, sin ser visto, se haba vuelto a mirar el colegio por ltima vez, despus de haber huido en medio de la clase. Volvi a tener el mismo sentimiento que lo haba acometido diez das atrs con una fuerza inesperada, mostrndole cunto amaba ese edificio y todo lo que l representaba, cunto lo extraara. Era el mismo sentimiento y era otro, porque ya no era igual. Le hizo dao sentir que ya Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
106 no era igual y, por ende, ya no era el mismo. Se par, recorri con la mirada el amarillo descascarado y descolorido de la fachada y comprob de pronto que ya no se senta mal; el dolor haba dejado lugar a una curiosidad vacilante. Empuj la puerta que slo estaba entornada y las bisagras herrumbradas chirriaron como en una pelcula de terror. Lo golpe un olor a humedad y moho. A los pocos pasos estuvo a punto de resbalar; el piso de piedra, desigual, desgastado por infinitos pasos, estaba cubierto de una pelcula de polvo hmedo y musgo putrefacto. Lentamente, tomndose de la baranda, fue subiendo los anchos escalones. Las hojas de la puerta giratoria que daba al entrepiso estaban casi pegadas entre s por telara- as; al abrirlas se oy el sonido de un desgarrn sordo. Lo sobresaltaron unos murcilagos que salieron volando, asustados, por el pasillo. Luego rein el silen- cio; era un silencio diferente de todos los que haba experimentado: en l calla- ban los aos. Le result fcil reconocer la puerta del rectorado, finamente tallada. Esa puerta tambin estaba atascada; tuvo que empujarla varias veces para que se abriera. Entr en una habitacin en la que pareca haber slo una cosa: un inmenso escritorio negro de patas arqueadas y talladas. En su presencia, todo lo dems la biblioteca vaca, cubierta de polvo; la mesa de t austera sobre el piso de madera desnudo cuyas tablas empezaban a pudrirse; el silln esparta- no pareca desprovisto de realidad. Gregorius limpi el asiento de la silla y se sent detrs del escritorio. En aquellos tiempos, el Rector era el seor Corts, el hombre de paso medido y gesto severo. Gregorius haba levantado el polvo de la silla y las finas partculas bai- laban en el cono de luz del sol. El tiempo haba enmudecido, tuvo la sensacin de ser un intruso y por un instante prolongado se olvid de respirar. Triunf la curiosidad y comenz a abrir los cajones del escritorio, uno tras otro. Un trozo de cordel, viruta mohosa de un lpiz que alguien haba afilado, una estampilla arrugada del ao 1969, olor a stano. Y entonces, en el ltimo cajn, una Biblia hebrea, gruesa y pesada, encuadernada en lino, descolorida, gastada, hinchada por la humedad, con las palabras BIBLIA HEBREA en la tapa, en letras doradas que tenan ahora sombras negras. Gregorius se sorprendi. El Liceu haba averiguado Agostinha no era un colegio religioso. El marqus de Pombal haba expulsado a los jesuitas de Portugal a mediados del siglo XVIII y algo similar haba sucedido a comienzos del sigo XX. A fines de la dcada del cuarenta, algunas rdenes como la de los maristas haban fundado sus propios colegios, pero eso haba sido despus de los tiempos de Prado como estudiante. Hasta ese momento slo haba habido Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
107 liceos pblicos, que a veces contrataban sacerotes como maestros de lenguas antiguas. Por qu una Biblia? Por qu en el escritorio del Rector? Un simple error, una casualidad, que no iba ms all de eso? Una protesta invisible, muda, contra quienes haban cerrado la escuela? Un olvido subversivo contra la dic- tadura que haba quedado all sin que lo notaran sus artfices? Gregorius comenz a leer. Daba vuelta con cuidado las gruesas hojas onduladas de papel fro, hmedo y quebradizo. El cono de luz se iba retirando. Gregorius se abroch el abrigo, se subi el cuello y puso las manos debajo de los brazos. Luego sac un cigarrillo del paquete que haba comprado el lunes y se lo puso entre los labios. De a ratos senta la necesidad de toser. Algo, una rata seguramente, pas rpida y silenciosamente delante de la puerta entornada. El libro de Job. Gregorius lea y el corazn le lata con fuerza. Elifaz el temanita, Bildad el suhita y Zafar el naamatita. Isfahan. Cmo se llamaba la familia en la que iba a dar clases? En la librera Francke haba por esos das un libro sobre Isfahan con ilustraciones: las mezquitas, las plazas, las montaas veladas por tormentas de arena que la rodeaban. No tena dinero para comprar el libro; iba todos los das a la librera y lo miraba. El sueo de la arena ardiente que lo cegara lo oblig a retirar su solicitud y dej de ir a la librera por meses. Cuando finalmente volvi, el libro ya no estaba. Los caracteres hebreos se tornaban borrosos. Gregorius se pas la ma- no por el rostro mojado, se limpi los anteojos y sigui leyendo. Haba algo de Isfahan, la ciudad de la ceguera, que haba quedado en su vida: desde el comien- zo haba ledo la Biblia como un libro potico, msica hablada, matizada por el lapislzuli y el oro de las mezquitas. "Tengo la sensacin de que usted no toma el texto seriamente", le haba dicho Ruth Gautschi y David Lehmann haba asenti- do. Eso haba sido el mes pasado? "Puede haber mayor seriedad que la seriedad potica?", les pregunt. Ruth baj la vista. Se senta atrada por Gregorius. No de la misma manera que Florence, cuando se sentaba en la primera fila; Ruth nunca hubiera intentado sacarle los anteojos. Pero se senta atrada por l y ahora estaba dividida entre esa atraccin y la desilusin, tal vez hasta el espanto de que l profanara la palabra de Dios, leyndola como una larga poesa y escuchndola como una serie de sonatas orientales. El sol ya se haba retirado del despacho que ocupara el seor Corts. Gregorius se estremeci. En la soledad de la sala, todo lo presente se haba vuelto pasado; haba estado sentado en una dimensin que no perteneca al mun- do real, donde lo nico que se destacaba eran las letras doradas como ruinas de sueos desesperanzados. Se par y sali sin detenerse, por el corredor y esca- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
108 leras arriba hasta los salones de clase. Las aulas estaban todas colmadas de polvo y silencio. Si en algo se dife- renciaban, era en la evidencia del deterioro. En una de ellas haba una inmensa mancha de humedad en el cielorraso; en otra, el lavabo, con uno de los tornillos herrumbrado y roto, colgaba totalmente inclinado; en una tercera haba una pantalla de vidrio hecha aicos en el piso: la bombita desnuda colgaba de un alambre. Gregorius prob las llaves de luz: nada, ni aqu ni en las otras aulas. Una pelota desinflada tirada en un rincn: los pedazos de vidrio de la ventana rota brillaban al sol del medioda. "En medio de todo esto, se olvid del tema de jugar a la pelota", haba dicho Mlodie de su hermano, que haba dado dos aos libre en ese Liceu, porque ya a los cuatro haba empezado a leer todo cuanto haba en las bibliotecas. Gregorius se sent en el lugar que haba ocupado en las aulas prefabri- cadas del colegio de Berna. Desde all poda ver el colegio de seoritas, pero la mitad del edificio quedaba oculta por el tronco de un pino inmenso. Amadeu de Prado habra buscado un lugar que le permitiera ver toda la ventana, para poder observar a Maria Joo, sin importar dnde se sentara. Gregorius busc ese asiento mejor ubicado y mir hacia afuera, forzando la vista. De hecho, habra podido verla; su vestido claro con aroma a jabn. Haban intercambiado miradas; cuando ella estaba escribiendo exmenes, l haba deseado poder guiarle la mano. Haba usado unos prismticos, como los que la gente lleva a la pera? En una casa aristocrtica como la de un juez de la Corte Suprema no podran fal- tar. Alexandre Horcio no los habra usado, de haberse sentado en un palco de la pera. Tal vez su mujer, Maria Piedade Reis de Prado, en los seis aos que lo sobrevivi? La muerte del juez haba sido una liberacin para ella? O haba hecho detenerse el tiempo, transformando los sentimientos en formaciones de lava emocional solidificada, como en Adriana? Las aulas daban a largos corredores que semejaban cuarteles. Grego- rius los recorri lentamente, uno tras otro. Tropez con una rata muerta y se qued parado temblando, luego, como si la hubiera tocado con las manos, se las restreg en el abrigo. Nuevamente en el entrepiso, abri una puerta alta y sen- cilla. se haba sido el comedor de los alumnos: haba un pasaplatos; detrs de la habitacin revestida de azulejos, la antigua cocina de la que quedaban an algu- nos caos herrumbrados que salan de la pared. La larga mesa del comedor haba quedado all. Habra un aula magna? La encontr del otro lado del edificio. Asientos atornillados al piso, una ventana con vidrios de varios colores a la que le faltaban dos fragmentos; al frente, un podio elevado con luces pequeas. Un asiento separado, probablemen- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
109 te para la direccin de la escuela. El silencio de una iglesia, no, simplemente un silencio que nadie quebrara con palabras cualesquiera. Un silencio que trans- formaba las palabras en esculturas, en monumentos de alabanza, de admonicin o de condena destructiva. Gregorius volvi al rectorado. Se qued un momento indeciso, con la Bi- blia hebrea en la mano. Ya la tena bajo el brazo y se encaminaba a la puerta, cuando se volvi. Con su pulver, tapiz el hmedo cajn donde la haba encon- trado y deposit el libro all. Luego se puso en marcha en busca del padre Barto- lomeu Loureno de Gusmo, que viva en un hogar catlico para ancianos en Be- lm, en el otro extremo de la ciudad.
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San Agustn y la mentira: sa fue slo una de las muchas cosas sobre las que discutimos dijo el padre Bartolomeu. Discutimos mucho, sin que hubiera una verdadera disputa. Ver usted, era impulsivo, un rebelde; un joven, adems, de una inteligencia alborotada; un orador dotado, que estuvo seis aos en el Liceu, siempre atravesndolo como un tornado; estaba hecho para conver- tirse en leyenda. El Padre tena el libro de Prado en la mano y pas el dorso de la mano sobre el retrato. Quizs lo estaba alisando automticamente con la mano, quizs lo estaba acariciando. Gregorius tuvo la imagen de Adriana pasando el dorso de la mano por el escritorio de Amadeu. En este retrato es mayor dijo el Padre pero es l. As era, exac- tamente. Puso el libro sobre la manta con la que se haba cubierto las piernas. En la poca en que era mi alumno, yo tena alrededor de veinticinco aos y para m era un desafo increble hacerle frente. El cuerpo de profesores estaba dividido entre quienes echaban pestes de l y quienes lo amaban. S, sa es la palabra correcta: haba quienes estbamos enamorados de l: de su des- mesura, su generosidad desbordante, su encarnizada obstinacin; de esa osada que nada contemplaba, de su intrepidez y su celo fantico. Estaba lleno de au- dacia, era un aventurero que uno podra imaginarse a bordo de una de nuestras naves, cantando, predicando y firmemente decidido a proteger, hasta con la espada, a los habitantes de lejanos continentes de toda intromisin humillante de la tripulacin. Estaba dispuesto a desafiar a todos, incluyendo al diablo y hasta a Dios. No, no eran delirios de grandeza, como decan sus enemigos; era slo la vida que floreca y una erupcin casi volcnica, atronadora, de fuerzas Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
110 despertndose, una llovizna chispeante de ideas brillantes. "Era, sin duda, un joven lleno de orgullo, pero ese orgullo era tan des- medido, tan indomable, que uno dejaba de lado toda resistencia y lo contempla- ba con asombro como una maravilla de la naturaleza, que obedeca sus propias leyes. Los que lo amaban lo vean como un diamante en bruto, una piedra precio- sa sin pulir. Los que lo rechazaban se escandalizaban ante su falta de respeto, que poda ser daina; ante su autosuficiencia muda pero evidente, como la de aquellos que poseen ms rapidez, ms claridad, ms brillo que los otros, y lo saben. Vean en l al atrevido joven de la nobleza favorecido por el destino, colmado de dones: no slo dinero, tambin talento, belleza y encanto, todo esto sumado a una melancola irresistible que lo converta en el favorito de las muje- res. Era injusto que uno hubiera recibido tanto ms que los otros, no era equita- tivo y lo converta en el blanco de la envidia y la mala voluntad de muchos. Y tambin haba quienes se maravillaban secretamente. Nadie poda cerrar los ojos a la realidad de que era un joven a quien le haba sido concedido el don de conmover al cielo. El Padre haba viajado con sus recuerdos muy lejos de la habitacin en la que estaban sentados. Si bien era una habitacin amplia y llena de libros que no admita comparacin con la modesta habitacin de Joo Ea all en Cacilhas, era sin embargo, una habitacin en un hogar de ancianos, fcilmente reconocible por los artefactos mdicos y el timbre sobre la cama. A Gregorius le cay bien de entrada el hombre flaco y huesudo, muy al- to, de cabello blanqusimo y ojos inteligentes y profundos. Si haba sido uno de los maestros de Prado, deba tener ahora bastante ms de noventa aos, pero nada en su apariencia haca pensar en un anciano; ningn signo de que hubiera perdido algo de la lucidez con la que haba hecho frente, sesenta aos atrs, a los impacientes desafos de Amadeu. Tena manos delgadas, dedos largos y flexibles, que parecan estar hechos a propsito para ir dando vuelta las hojas de costosos libros antiguos. Con esos mismos dedos hojeaba ahora el libro de Prado. Pero no lea, el contacto con el papel formaba parte de un ritual para evocar el pasado lejano. Qu no haba ledo cuando cruz el umbral del Liceu a los diez aos, con su pequeo guardapolvo hecho a medida! Alguno de nosotros se sorprendi a s mismo tratando de probar secretamente si estaba a su nivel. Y entonces, luego de la clase, se sentaba en la biblioteca con su memoria impresionante y sus ojos oscuros iban absorbiendo con esa mirada de concentracin extraor- dinaria y alejada de todo lo mundano que ni el estampido ms alto habra podido alterar todos los gruesos libros, lnea por lnea, pgina por pgina. Un maestro Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
111 dijo: 'Cuando Amadeu lee un libro, ste ya no tiene ms letras; devora no slo el sentido sino tambin la tinta'. "Era as. Los textos parecan desaparecer totalmente dentro de l; lo que quedaba luego en los estantes no eran ms que cscaras vacas. Bajo la frente amplia, descarada, el horizonte de su mente se ampliaba con velocidad asombrosa; semana a semana iban surgiendo nuevas formaciones, configuracio- nes insospechadas de ideas, asociaciones, ocurrencias fantsticas en el idioma, que siempre tenan la capacidad de volver a sorprendernos. Tena la costumbre de esconderse en la biblioteca y leer toda la noche con una lmpara de bolsillo. La primera vez que sucedi, la madre entr en pnico porque su hijo no haba vuelto a casa. Se fue acostumbrando cada vez ms y luego se senta un poco orgullosa de que su hijo tuviera la tendencia a ignorar todas las reglas. "Algunos maestros se atemorizaban cuando caa sobre ellos la mirada concentrada de Amadeu. No es que fuera una mirada de rechazo, desafiante o belicosa. Es que le daba a quien estaba al frente de la clase una oportunidad, nada ms que una, de hacer las cosas bien. Si uno se equivocaba o demostraba inseguridad, la mirada no se tornaba acechante ni despreciativa; ni siquiera dejaba entrever una desilusin; no, simplemente alejaba la vista, no quera que el interesado se diera cuenta; al salir del aula actuaba con cortesa, amistosa- mente. Pero precisamente ese visible deseo de no lastimar era destructivo. Yo lo experiment en carne propia y otros lo han comprobado: uno senta esa mira- da inquisitiva hasta cuando estaba preparando las clases. Haba algunos para quienes Amadeu era la mirada del examinador, que nos vuelve a trasladar a los bancos de la escuela; otros lograban encarado con el espritu de un deportista que se enfrenta a un adversario fuerte. No conozco a nadie que no haya experi- mentado que Amadeu Incio de Almeida Prado, ese joven demasiado maduro para su edad y excesivamente lcido, hijo del famoso juez, no estuviera presen- te en la sala de profesores cuando uno estaba preparando algo difcil en lo que hasta un maestro poda equivocarse. "Sin embargo, no era nicamente desafiante; no era de una sola mane- ra: haba en l grietas, fisuras. A veces uno tena la sensacin de que no lo cono- ca en absoluto. Cuando se daba cuenta de lo que haba causado con su estilo desbordante e impetuoso, se lo vea asombrado, atnito, y lo intentaba todo para compensar el dao. Haba tambin otro Amadeu, el buen compaero, siem- pre dispuesto a ayudar. Poda pasarse la noche entera ayudando a un compaero a preparar una prueba y lo haca con una humildad y una paciencia tales, que todos se avergonzaban de haberlo criticado tanto. "Haba tambin un Amadeu que sufra ataques de melancola. Cuando lo Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
112 acosaban, era como si hubiera enquistado muy dentro de l un estado de nimo totalmente distinto, del que no poda deshacerse. Se asustaba de cualquier cosa, se sobresaltaba ante el ms mnimo ruido como si hubiera recibido un latigazo. En esos momentos pareca ser la imagen viva del tormento de vivir. Ay de quien se acercara con palabras de consuelo o de aliento! Saltaba sobre l con un chistido de furia. "Era tanto lo que poda hacer este joven, bendecido con tantos dones. Haba slo una cosa que no era capaz de hacer: divertirse, estar de excelente humor, dejarse llevar. No se lo permitan su exagerada lucidez, su apasionada necesidad de observarlo y controlarlo todo. Nada de alcohol; cigarrillos tampo- co, eso vino despus. Pero tomaba enormes cantidades de t; le gustaba el brillo dorado rojizo del t, un t bien fuerte de Assam. Lo guardaba en una lata pla- teada que haba trado de su casa y que finalmente le regal al cocinero. Haba una muchacha, Maria Joo, no? desliz Gregorius. S. Amadeu la quera con un recato que no admita imitaciones; todos sonrean burlonamente cuando lo vean pero no podan ocultar su envidia; era envidia ante un sentimiento que slo existe en los cuentos de hadas. La quera y la veneraba. S, eso era: la veneraba, aunque no suele hablarse as de los senti- mientos de los nios. Pero en el caso de Amadeu tantas cosas eran distintas! Y en verdad no era una muchacha particularmente linda, ninguna princesita; muy lejos de ello. Tampoco era muy buena alumna, hasta donde yo s. Nadie lo en- tenda muy bien y menos que nadie las otras muchachas de la escuela, que hubieran dado cualquier cosa por atraer la mirada del noble prncipe. Tal vez era simplemente que ella no se dejaba cegar por l, no se dejaba dominar como todos los dems. Quizs eso era lo que l necesitaba: alguien que le hiciera frente en un mismo plano; con miradas, palabras y movimientos que, con su natu- ralidad y su simplicidad, lo salvaban de s mismo. "Cuando Maria Joo vena y se sentaba a su lado sobre los escalones, el pareca tranquilizarse sbitamente, liberarse de la carga de su lucidez y su rapidez; de la carga de su permanente presencia de nimo; de la tortura de siempre tener que estar a la altura de s mismo y superarse a s mismo. Sentado junto a ella, poda ignorar el taido de la campana que llamaba a clase; mirndo- los, uno tena la impresin de que l se habra quedado sentado all para siempre. Entonces Maria le pona una mano sobre el hombro y lo traa de regreso de ese paraso del preciado reposo. Siempre era ella la que apoyaba su mano sobre l; nunca vi que la mano de l rozara la de ella. Cuando se preparaba a volver a su escuela, sola hacerse una cola de caballo en el cabello negro brillante con una banda elstica. Y cada vez que lo haca, l la miraba como embrujado, aunque Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
113 fuera la centsima vez; debe haber amado mucho ese movimiento. Un da no se puso una banda elstica, sino una hebilla plateada; por su cara era evidente que l se la haba regalado. El Padre, como Mlodie, no saba el apellido de la muchacha. Ahora que usted me lo pregunta, se me ocurre que quizs no quera- mos saber su nombre; como si hubiera sido molesto saberlo dijo. Uno no pregunta el apellido de los santos. O el de Diana o Electra. Entr una hermana de caridad con hbito de religiosa. Ahora no dijo el Padre, cuando ella intent medirle la presin. Le habl con afable autoridad y Gregorius comprendi de repente por qu este hombre haba sido un afortunado azar para el joven Prado: tena exactamente la clase de autoridad que l necesitaba para asegurarse de cules eran sus lmites y quizs tambin para liberarse de la autoridad severa y adusta del padre, que nunca dejaba de ser juez. Pero nos gustara tomar una taza de t dijo el Padre y con su sonri- sa borr el enojo incipiente de la hermana. Un Assam, y preprelo bien fuerte, para que el oro rojizo brille bien. El Padre cerr los ojos y call. Se resista a abandonar el tiempo lejano en que Amadeu de Prado le haba regalado una hebilla a Maria Joo. Sobre todo pens Gregorius quera quedarse con su alumno favorito, con quien haba debatido sobre San Agustn y sobre miles de cosas ms. Con el joven que poda haber conmovido al cielo. Ese joven a quien hubiera querido apoyarle la mano en el hombro como Maria Joo. Maria y Jorge continu el Padre con los ojos cerrados eran como sus santos protectores. Jorge O' Kelly. Amadeu encontr un amigo en l, el futuro farmacutico; no me sorprendera que haya sido el nico amigo verdade- ro, aparte de Maria. En muchos sentidos era exactamente lo opuesto a Amadeu y yo pensaba a veces: lo necesita, para estar completo. Con su cabeza que seme- jaba la de un campesino; el cabello descuidado, permanentemente despeinado; sus modales torpes y ceremoniosos podan hacerlo parecer poco inteligente. Yo mismo presenci, en los das en que el colegio abra sus puertas a las familias, cmo algunos aristcratas, padres de otros alumnos, se volvan asombrados cuando l pasaba a su lado, con su vestimenta pobretona. Era la anttesis de la elegancia: la camisa arrugada, la chaqueta deforme y siempre la misma corbata negra, que llevaba torcida, como protesta por la obligacin de usarla. "En una oportunidad nos cruzamos, un colega y yo, con Amadeu y Jorge, que venan caminando por el corredor de la escuela; mi colega me dijo luego: 'Si tuviera que explicar en un diccionario el trmino elegancia y el exactamente Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
114 opuesto, simplemente describira a estos dos jvenes. Todo otro comentario sera superfluo'. "Con Jorge, Amadeu poda descansar y recuperarse de su velocidad vertiginosa. Al rato de estar juntos empezaba a moverse ms lentamente; la circunspeccin de Jorge pareca trasladarse a Amadeu. Cuando jugaban al aje- drez, por ejemplo. Al principio, se pona furioso cuando Jorge meditaba eterna- mente una jugada; no entraba en su visin del mundo, en su metafsica alocada, que alguien que necesitaba tanto tiempo para reflexionar pudiera ganar el jue- go. Pero luego comenzaba a respirar su calma, la calma de alguien que siempre parece saber quin es y adnde pertenece. Suena descabellado, pero creo que la cosa lleg al punto de que Amadeu necesitaba esas derrotas habituales ante Jorge. Se senta desgraciado las pocas veces que le ganaba; para l debe haber sido como si se rompiera la pared de roca en la que siempre poda afirmarse. "Jorge saba exactamente cundo haban llegado a Portugal sus antepa- sados irlandeses; estaba orgulloso de su sangre irlandesa y hablaba bien el in- gls, aun cuando su boca no estaba hecha para las palabras inglesas. Y, de hecho, nadie se habra sorprendido de encontrarlo en una granja irlandesa o en un pub en el campo, o de pronto pareca un joven Samuel Beckett. "Ya en aquel entonces era un ateo recalcitrante; no s cmo lo saba- mos, pero lo sabamos. Si se le hablaba del tema, citaba sin alterarse el lema que apareca en el escudo de armas de la familia: Turris forti mihi Deus. Lea a los anarquistas rusos, andaluces y catalanes y jugaba con la idea de cruzar la frontera para ir a luchar contra Franco. Luego entr en la resistencia: cualquier otra cosa me hubiera sorprendido. Toda su vida fue un romntico sin ilusiones, si es que hay algo as, y debe haberlo. Y este romntico tena dos sueos: ser farmacutico y tocar en un Steinway. El primer sueo lo hizo realidad, todava hoy puede verlo con su guardapolvo blanco detrs del mostrador en la Rua dos Sapateiros. Todos se rean del segundo sueo, l ms que nadie. Sus manos tos- cas, los dedos de puntas gruesas y uas agrietadas, eran ms apropiados para el contrabajo de la escuela que intent tocar por un tiempo, hasta que, en un ata- que de desesperacin por su falta de habilidad, frot las cuerdas con tal fuer- za, que rompi el arco. El Padre comenz a tomar el t y Gregorius not con desilusin que be- ba a grandes sorbos ruidosos, como un anciano a quien los labios ya no le res- ponden. Su humor tambin haba cambiado; haba tristeza y melancola en su voz cuando habl del vaco que haba dejado Prado al terminar la escuela. Claro que todos sabamos que, en otoo, cuando aflojara el calor y la luz se cubriera de una sombra dorada, ya no nos cruzaramos con l en los pasi- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
115 llos. Pero nadie hablaba de eso. Al despedirse nos dio la mano a todos sin olvidar a ninguno y nos agradeci con palabras clidas y elevadas, todava recuerdo que pens: como un presidente. El Padre titube un momento y luego dijo: Esas palabras deberan haber sido menos elaboradas. Un poco ms entrecortadas, ms torpes, ms inseguras. Ms como una piedra en bruto. Me- nos como mrmol pulido. Y debera haberse despedido de l del padre Bartolomeu de otra manera, pens Gregorius. Con palabras distintas, ms personales, quizs con un abrazo. Al Padre le haba hecho dao que lo tratara como a todos los dems. Todava hoy, sesenta aos despus, le segua haciendo dao. Comenz el nuevo ao escolar y, los primeros das, yo caminaba como aturdido por los pasillos; aturdido por su ausencia. Tena que repetirme a m mismo, una y otra vez: "No puedes seguir esperando que aparezca la corona de su cabello negro; no puedes tener la esperanza de que su figura orgullosa doble por esa esquina y puedas ver cmo le explica algo a un compaero, moviendo las manos de esa manera elocuente que nadie puede imitar". Estoy seguro de que haba otros que sentan lo mismo, aunque nadie hablaba de eso. Una sola vez escuch decir a alguien: "Todo est tan cambiado". No caba duda de que habla- ba de la ausencia de Amadeu, de que ya no se oa su dulce voz de bartono en los pasillos. No era slo que no lo veamos, no nos cruzbamos con l. Veamos su ausencia y la percibamos como algo concreto. Su ausencia era como la silueta muy precisa de un vaco en una fotografa de la que alguien ha recortado una figura con total precisin, de manera que ahora la figura ausente es ms impor- tante, ms dominante que todo lo dems. As extrabamos a Amadeu, por esa ausencia tan definida. "Pasaron aos hasta que volv a encontrrmelo. Estudiaba en el norte, en Coimbra; de vez en cuando saba de l por un amigo que era ayudante de un profesor en las clases tericas y prcticas. Tambin all se haba convertido en una leyenda. No haba nadie que se destacara como l. Profesores reconocidos y premiados, expertos en sus materias, se sentan ante l como ante una mesa examinadora. No porque supiera ms que ellos, sino porque era insaciable en su demanda de explicaciones; debe haber habido ms de una situacin tensa en la que, con su inconmovible sagacidad cartesiana, haya hecho notar que la explica- cin ofrecida no lo era en verdad. "En cierta oportunidad debe haber ofendido a un profesor particular- mente soberbio: compar su explicacin con la respuesta de un mdico satiriza- do por Moliere, que atribuy el poder narctico de un medicamento a su virtus Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
116 dormitiva. Ante la soberbia poda ser despiadado. Absolutamente despiadado. Se le vea asomar la daga del bolsillo. 'Es una forma poco conocida de estupi- dez', sola decir. 'Para llegar a ser soberbio hay que olvidarse de que todos nuestros actos son ridculamente insignificantes y sa es una forma burda de estupidez'. "Cuando estaba de ese humor, era mejor no tenerlo de enemigo. En Coimbra tampoco tardaron mucho en darse cuenta de que tena un sexto sentido para descubrir los intentos de venganza de los dems. Jorge posea ese sexto sentido y Amadeu logr crearlo dentro de s a su semejanza y cultivarlo por su cuenta. Cuando sospechaba que alguien quera exponerlo, buscaba la jugada de ajedrez ms indirecta para lograr sus fines y se preparaba concienzudamente. En la Facultad en Coimbra tambin debe haber sido as. Cuando el profesor, saboreando de antemano su venganza, lo llamaba al pizarrn y le preguntaba con una sonrisa maliciosa por un tema que no estaba directamente relacionado, re- chazaba la tiza que le ofreca y sacaba su propia tiza del bolsillo. Ah, eso debe haber dicho con desprecio. Y luego habr llenado el pizarrn de bosquejos de anatoma, ecuaciones de fisiologa o frmulas bioqumicas. 'Tengo que saber eso?', pregunt en una oportunidad en que cometi un error en un clculo. La sonrisa maliciosa del otro no era visible, pero se la poda or. Simplemente, Amadeu no tena ninguna debilidad que los dems pudieran aprovechar. Haban pasado la ltima media hora en la oscuridad. El Padre encendi la luz. Yo ofici su funeral. Adriana, su hermana, as lo quiso. Estaba en la Rua Augusta, que dicen que le gustaba mucho, cuando se desplom; eran las seis de la maana y el insomnio lo haba llevado a recorrer la ciudad. Una mujer que sala a pasear el perro llam una ambulancia. Pero ya estaba muerto. La sangre de un aneurisma cerebral apag para siempre la luz resplandeciente de su pen- samiento. "Tuve mis dudas, no saba qu habra pensado l del pedido de Adriana. 'El funeral es cosa de los dems; no tiene nada que ver con el muerto', haba dicho una vez. Haba sido una de esas oraciones lapidarias por las que era temi- do. Era vlida ahora? "Adriana, que poda ser un dragn, un dragn que lo custodiaba, estaba como una criatura indefensa ante todo lo que debe hacerse cuando muere un ser querido. Decid acceder a su pedido. Tendra que encontrar palabras que resistieran la presencia de su espritu silencioso. Haban pasado dcadas desde que mirara por sobre mi hombro las palabras que yo preparaba, y ahora estaba all otra vez. La llama de su vida se haba apagado, pero senta que ese rostro Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
117 blanco, irrevocablemente silencioso, me exiga mucho ms que el rostro de an- tes, que me haba desafiado tantas veces con su vivacidad multifactica. "Mis palabras ante su tumba no podan tan slo resistir la presencia del muerto. Yo saba que Jorge O'Kelly iba a estar all. No poda, en su presencia, decir palabras relacionadas con Dios y todo aquello que Jorge sola llamar sus falsas promesas. La solucin fue hablar de mi experiencia con Amadeu y de las huellas imborrables que haba dejado en todos los que lo haban conocido, hasta sus enemigos. "Haba una multitud increble en el cementerio. Todos eran gente que haba atendido, gente sencilla, a quienes nunca les haba cobrado un centavo. Me permit una sola palabra religiosa: amn. La dije porque saba que Amadeu haba amado esa palabra y Jorge lo saba. La palabra santa reson en el silencio de las tumbas. Nadie se movi. Comenz a llover. La gente lloraba y se abrazaba. Nadie se dio vuelta para marcharse. Se abrieron las compuertas del cielo y la gente se empap hasta los huesos. Pero se seguan quedando. Simplemente se quedaban. Pens que queran, con sus pies inmviles, detener el tiempo; impedirle que si- guiera adelante para que no pudiera separarlos, como lo hace cada segundo con todo lo que ya ha sucedido, del mdico amado. Debe haber pasado una media hora de inmovilidad cuando finalmente empez a haber movimiento. Parti de los ms viejos, que ya no podan sostenerse ms sobre las piernas. Pero pas una hora antes de que el cementerio quedara vaco. "Cuando finalmente yo tambin decid irme, sucedi algo notable. He soado con esto muchas veces, que tuvo la irrealidad de una escena de Buuel. Dos personas, un hombre y una mujer joven de increble belleza, se acercaron a la tumba desde extremos opuestos del cementerio. El hombre era O'Kelly; a la mujer no la conoca. No poda estar seguro pero sent que se conocan. Me pare- ci que ese conocimiento era ntimo y que esa intimidad estaba asociada a una desgracia, una tragedia, de la que Amadeu tambin era partcipe. Haban reco- rrido aproximadamente el mismo trecho en direccin a la tumba, parecan aco- modar sus pasos a los del otro para llegar juntos. En todo el camino, sus miradas no se encontraron ni una sola vez, ambos miraban hacia abajo y esto produjo una cercana mayor entre ellos que si sus miradas se hubieran cruzado. Tampoco se miraron, ya parados uno junto a otro ante la tumba, respirando al unsono. Ahora el muerto pareca pertenecerles nada ms que a ellos; sent que deba partir. An hoy no s qu secreto los una y cul era su relacin con Amadeu. Son una campana, deba ser el llamado para la cena. Una sombra de fastidio pas fugaz por el rostro del Padre. Con un movimiento brusco se quit la manta que le cubra las piernas, fue hasta la puerta y la cerr. Volvi a sen- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
118 tarse en su butaca, se estir hasta el interruptor de la lmpara y apag la luz. Un carrito con vajilla tintineante pas delante de la puerta y se alej. El padre Bartolomeu esper a que volviera a hacerse el silencio antes de continuar. O quizs s algo, o lo sospecho. Ms de un ao antes de su muerte Amadeu se present a mi puerta en medio de la noche. Ya no quedaban rastros de la antigua seguridad en s mismo; sus rasgos, su respiracin, sus movimientos, todo estaba marcado por la persecucin. Prepar t y sonri fugazmente cuando volv con el azcar en terrones, que le encantaba cuando era estudiante. Luego su rostro volvi a mostrar la expresin torturada de antes. Estaba claro que yo no poda presionarlo ni hacerle ninguna pregunta. Call y esper. Luchaba contra s mismo como slo l poda hacerla, como si la victoria y la derrota fueran, en este caso, cuestin de vida o muerte. Y tal lo eran. Yo haba escuchado rumores de que trabajaba para la resistencia. Mientras estaba con la mirada fija, respi- rando trabajosamente, vi cmo lo haban cambiado los aos: las primeras man- chas en las manos delgadas, la piel cansada bajo los ojos insomnes, los mechones grises en el pelo. De pronto me di cuenta con espanto: se vea descuidado. No como un vago desaseado. El descuido era ms leve, menos llamativo: la barba descuidada, pelo crecido en la nariz y las orejas, las uas mal cortadas, un brillo amarillento en el cuello blanco, los zapatos sucios. Como si hiciera das que no iba a su casa. Tena tambin un pestaeo irregular, que pareca resumir toda una vida de esfuerzo excesivo. "Una vida por muchas vidas. No se puede hacer ese clculo, verdad? Amadeu hablaba con voz oprimida, y bajo sus palabras haba rabia, pero tam- bin miedo de hacer algo mal, algo imperdonable. "T ya sabes lo que pienso sobre ese tema dije. No he cambiado de opinin desde entonces. "Y si fueran muchsimas? "Es preciso que lo hagas t? "Por el contrario, debo evitarlo. "Ese hombre sabe demasiado? "Es una mujer. Se ha convertido en un peligro. No podra soportarlo. Hablara. Es lo que piensan los dems. "Jorge tambin? pregunt. Era un disparo en la oscuridad, pero acert. "No quiero hablar de eso. "Guardamos silencio durante unos minutos. El t se enfri. Amadeu es- taba desgarrado. La amaba? O simplemente era un ser humano? "Cmo se llama? Los nombres son las sombras invisibles con que in- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
119 vestimos a los otros, y ellos a nosotros. Lo sabes? "Eran palabras suyas, en uno de los muchos ensayos con que nos haba dejado mudos. "Por un breve instante el recuerdo lo liber y se sonri. "Estefnia Espinhosa. Un nombre que parece una poesa, no? "Cmo vas a hacerlo? "Cruzando la frontera. En las montaas. No me pregunte dnde. "Desapareci por el portn del jardn y sa fue la ltima vez que lo vi con vida. "Despus del episodio del cementerio pens muchas veces en esa con- versacin nocturna. La mujer, era Estefnia Espinhosa? Vena de Espaa, adonde le haba llegado la noticia de la muerte de Amadeu? Mientras caminaba hacia O'Kelly, se iba acercando al hombre que haba querido sacrificarla? Es- taban all parados, inmviles y sin mirarse, ante la tumba del hombre que haba sacrificado una amistad de toda la vida por la mujer de nombre potico? El padre Bartolomeu encendi la luz. Gregorius se levant. Espere dijo. Ya que le contado todo esto, tiene que leer esto y sac de un armario una carpeta antiqusima, atada con cintas descoloridas. Usted es fillogo clsico, puede leerlo. Es una copia del discurso de Amadeu para la ceremonia de fin de curso. La hizo para m sin ayuda de nadie. En latn. Impresionante. Increble. Dice que ha visto el podio en el aula magna. All lo pronunci, exactamente all. "Estbamos preparados para algo, pero no para algo as. Desde la pri- mera oracin rein un silencio que pareci crecer hacerse cada vez ms profun- do. Las oraciones salidas de la pluma de un iconoclasta de diecisiete aos que hablaba como si ya hubiera vivido una vida entera fueron como latigazos. Co- menc a preguntarme que sucedera cuando se apagara el sonido de la ltima palabra. Tena miedo, miedo por l, que saba lo que haca y al mismo tiempo no lo saba. Miedo por ese aventurero de piel fina cuyo poder de destruccin no era menor que el poder de sus palabras. Miedo tambin por nosotros, que tal vez no estaramos a su altura. Los profesores estaban all sentados, rgidos, muy erguidos. Algunos haban cerrado los ojos y parecan estar levantando en su interior una muralla protectora contra esa andanada de acusaciones blasfemas, una fortaleza contra un sacrilegio tal como nunca se hubiera pensado en ese recinto. Hablaran con l? Podran resistirse a la tentacin de defenderse de l tratndolo con la condescendencia con que se trata a un nio? "La ltima oracin, ya ver usted, contiene una amenaza movilizadora y atemorizante, porque se puede sospechar que detrs de ella hay un volcn que puede escupir fuego, y si no lo hiciera, tal vez podra destruirse por su propio Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
120 calor. Amadeu no pronunci esta oracin en voz alta y con los puos cerrados, sino muy bajo, casi suavemente, y hasta el da de hoy no s si lo hizo de manera calculada, para darle mayor fuerza, o si de pronto, despus de la firmeza con que haba pronunciado esas oraciones osadas y temerarias, haba perdido sbi- tamente el valor y quera pedir perdn con la dulzura de su voz. Seguramente no fue deliberado, pero tal vez ese deseo lo golpe desde adentro; l comprenda con enorme lucidez lo que suceda en el exterior, pero todava no en su interior. Se apag la ltima palabra. Nadie se movi, Amadeu orden las hojas con lenti- tud, la vista fija en el podio. De pronto ya no hubo nada para ordenar. Ya nada tena que hacer all adelante, absolutamente nada. No se puede, sin embargo, alejarse de un podio como se despus de tal discurso sin que el pblico haya tomado una postura al respecto. Era la peor clase de derrota: como si no hubie- ra dicho nada. "Tena ganas de pararme y aplaudir. Aunque slo fuera por el brillo de ese discurso agotador. Entonces comprend que no se puede aplaudir la blasfe- mia por mejor elaborada que est. Nadie puede hacer eso, mucho menos un Padre, un hombre de Dios. Entonces me qued sentado. Pasaron los segundos. No deban pasar muchos ms o todo sera una catstrofe, tanto para l como para nosotros. Amadeu levant la cabeza y enderez la espalda. Dirigi su mira- da a la ventana y la fij all. No fue su intencin ni tampoco una estratagema de actor; de eso estoy seguro. Su discurso, ya ver, era totalmente espontneo e ilustrado. Mostraba que l era su discurso. "Quizs eso hubiera alcanzado para romper el hielo. Pero entonces su- cedi algo que a todos los que all estbamos nos pareci una prueba llena de humor de la existencia de Dios: afuera empez a ladrar un perro. Al principio eran ladridos cortos, secos, insultndonos por nuestro silencio mezquino y falto de humor, luego se transform en prolongados aullidos y quejidos, acordes con lo miserable que haba sido todo. "Jorge O'Kelly rompi a rer; tras un segundo de temor, los dems lo siguieron. Creo que Amadeu se sinti consternado por un momento. Lo ltimo que haba esperado era que lo tomaran con humor. Pero el que haba empezado era Jorge, as que todo deba estar bien. La sonrisa que apareci en su rostro se vea un poco forzada, pero se mantuvo; luego, mientras otros perros ms se unan a los aullidos y lamentos, se alej del podio. "Slo entonces el seor Corts, el Rector, sali de su parlisis. Se le- vant, fue hasta Amadeu y le estrech la mano. Se puede saber, por un apre- tn de manos, que uno est contento de saber que ser el ltimo? El seor Corts le dijo a Amadeu unas palabras que quedaron sofocadas por los aullidos Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
121 conjuntos de los perros. Amadeu le respondi y, mientras hablaba, recuper su seguridad; era visible por el gesto con que meti el escandaloso manuscrito en el bolsillo del guardapolvo: no era el gesto con que se esconde algo, avergonza- do, sino el gesto con que se guarda algo valioso en un sitio seguro. Finalmente baj un poco la cabeza, mir al Rector directo a los ojos y se volvi hacia la puerta, donde lo esperaba Jorge. O' Kelly lo tom de los hombros con un brazo y lo empuj hacia afuera. "Ms tarde los vi a ambos en el parque. Jorge hablaba y gesticulaba, Amadeu escuchaba. Me hicieron acordar a un entrenador que repasa la pelea con su protegido. Entonces se les acerc Maria Joo. Jorge agarr a su amigo de los hombros y lo empuj riendo hacia Maria. "Entre los maestros se habl poco del discurso, no dira que se silenci el tema. Ms bien es que no encontrbamos las palabras o el tono para comen- tarlo. Y tal vez haba algunos que estaban contentos con el calor terrible que haba hecho ese da. As no tenamos que decir: 'Increble!' o: 'Tal vez haya algo de verdad en lo que dice'. En vez de eso podamos decir: 'Qu calor de locos!'
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Cmo era posible pens Gregorius que estuviera viajando en ese tranva centenario por Lisboa y que tuviera al mismo tiempo la sensacin de que parta para Isfahan? En el camino de vuelta del hogar del padre Bartolomeu, se haba bajado y haba pasado por la librera para recoger los dramas de Esquilo y las poesas de Horacio. A medida que se acercaba al hotel, haba sentido que algo le molestaba y su paso se fue haciendo cada vez ms lento e indeciso. Se haba quedado parado unos minutos frente a un puesto de venta de pollo, hacindole frente al olor a grasa frita. Le haba resultado absolutamente vital detenerse en ese momento y descubrir qu era lo que pugnaba por salir a la superficie. Alguna vez haba intentado con tanta concentracin saber qu le pasaba? "El comprenda con enorme lucidez lo que suceda en el exterior, pero todava no en su interior". El padre Bartolomeu haba dicho esto con toda natu- ralidad cuando hablaba sobre Prado. Como si todo adulto supiera, sin necesitar explicacin alguna, de qu se trataban la lucidez exterior y la interior. Portu- gus. Gregorius haba visto a la mujer en el puente de Kirchenfeld apoyarse en la baranda con los brazos estirados, con los talones ya deslizndose fuera de los zapatos. Estefnia Espinhosa. Cruzando la frontera. En las montaas. No me Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
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pregunte dnde. Entonces, de repente, sin entender cmo haba sucedido, Gre- gorius tuvo la clara conciencia de lo que haba percibido sin reconocerlo: no quera leer el discurso de Prado en la habitacin del hotel, quera leerlo all en el Liceu abandonado, donde la Biblia hebrea descansaba en un cajn sobre su pulver. All, donde haba ratas y murcilagos. Por qu le pareca que en ese deseo extravagante, aunque inofensivo, se decida algo muy importante? Como si la decisin de volver a tomar el tran- va en vez de seguir caminando hasta el hotel tuviera consecuencias trascen- dentes? Poco antes de que cerraran los negocios, se haba escurrido dentro de una ferretera y haba comprado la linterna ms potente que tenan. Y ahora estaba otra vez sentado en el viejo tranva, traqueteando hacia el Metro que lo llevara al Liceu. El edificio de la escuela estaba hundido en la total oscuridad del par- que, ms abandonado que nunca. Al ponerse en marcha hacia all, Gregorius tena el recuerdo del cono de sol que se desplazaba en la oficina del seor Corts. Lo que ahora tena frente a s era un edificio silencioso como un barco hundido que yace en el fondo del mar, olvidado de los hombres, fuera del alcance del tiempo. Se sent en una piedra y pens en el estudiante del colegio de Berna que, para vengarse, haba entrado de noche en el despacho del Rector y desde all haba hecho llamadas telefnicas a todo el mundo por miles de francos. Se llamaba Hans Gmr y llevaba su nombre como un collar de hierro alrededor del cuello, ahorcndolo. 13 Gregorius haba pagado la cuenta y haba convencido a Kgi de no hacer la denuncia. Se haba encontrado con Gmr en la ciudad y haba tratado de averiguar de qu haba querido vengarse. No lo haba conseguido. "Vengarme, nada ms", era lo nico que haba dicho el joven, una y otra vez. Mientras coma su torta de manzana, como escondindose detrs de ella, se lo vea exhausto y carcomido por un resentimiento que era tan viejo como l. Cuando se separaron, Gregorius lo haba seguido largo rato con la mirada. De alguna manera, lo admiraba un poco o le haba dicho despus a Florence lo envidiaba. Imagnate. Est sentado en la oscuridad al escritorio de Kgi y llama a Sydney, a Santiago, hasta a Beijingi siempre a las embajadas, donde hablan alemn. No tiene nada que decir, ni lo ms mnimo. Slo quiere or el sonido de la lnea abierta y sentir cmo los carsimos segundos van pasando. No es grandio- so, de alguna manera? Y eres t precisamente el que dice eso? Un hombre que preferira
13 Se refiere al autor teatral, compositor, productor y director de cine del mismo nombre. [N. de la T.] Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
123 pagar las cuentas antes de que le lleguen, para no deberle nada a nadie? Justamente haba dicho Gregorius, justamente. Florence se haba enderezado los anteojos de ltima moda, como siem- pre que l deca algo as. Gregorius encendi la linterna y sigui el rayo de luz hacia la entrada. En la oscuridad, el chirrido de la puerta son mucho ms fuerte que de da, mucho ms a algo prohibido. El ruido de los murcilagos que salieron volando espantados inund el edificio. Gregorius esper hasta que baj la intensidad antes de atravesar la puerta giratoria del entrepiso. Barri el piso de piedra con el rayo de luz de la linterna como si fuera una escoba para no pisar alguna rata muerta. Entre esos muros helados haca un fro glacial y fue a la oficina del Rector a buscar su pulver. Se qued mirando la Biblia hebrea. Haba pertenecido al padre Barto- lomeu. En 1970, cuando cerraron el Liceu por ser un semillero de comunistas, el Padre y el sucesor del seor Corts se encontraron all, parados en la oficina vaca del Rector, cargados de ira y de una sensacin de impotencia. "Tenamos la necesidad de hacer algo, algo simblico", le haba contado el Padre. Y entonces haba guardado su Biblia en el cajn del escritorio. El Rector lo haba mirado con una sonrisa cmplice. "Perfecto. Ya les va a ensear el Seor", haba dicho. En el aula magna, Gregorius se sent en el banco de la direccin, donde el seor Corts haba seguido con gesto ptreo el discurso de Prado. Sac la carpeta del padre Bartolomeu de la bolsa de la librera, afloj las cintas y tom el manojo de papeles que Amadeu se haba quedado ordenando en el podio des- pus de su discurso, rodeado del silencio avergonzado y temeroso de todos. Eran las mismas letras de caligrafa esmerada escritas en tinta negra que haba visto en el sobre de la carta que Amadeu le haba enviado a Mlodie desde Ox- ford. Gregorius enfoc el papel amarillento con el haz de luz de la linterna y comenz a leer.
VENERACIN Y RECHAZO DE LA PALABRA DE DIOS
No quiero vivir en un mundo sin catedrales. Necesito su belleza y su grandeza. Las necesito contra la vulgaridad del mundo. Quiero levantar la vista hacia las ventanas luminosas de las iglesias y dejarme cegar por sus colores sobrenaturales. Necesito su brillo. Lo necesito contra el color sucio y monocro- mo de los uniformes. Quiero dejarme envolver por la frescura de las iglesias. Necesito su imperioso silencio. Lo necesito contra el gritero banal de los cuar- teles y el parloteo ocurrente de sus simpatizantes. Quiero escuchar el sonido Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
124 arrollador del rgano, esa inundacin de melodas celestiales. Lo necesito contra la estridente pequeez de la msica marcial. Amo a los seres que rezan. Necesi- to su mirada. La necesito contra el veneno traicionero de lo superficial y lo irreflexivo. Quiero leer las poderosas palabras de la Biblia. Necesito la incre- ble fuerza de su poesa. La necesito contra el descuido del idioma y la dictadura de las consignas. Un mundo sin todo esto sera un mundo en el no querra vivir. Hay tambin otro mundo en el que no querra vivir: el mundo en el que se demoniza el cuerpo y el pensamiento independiente y se rotula de pecado a cosas que pertenecen a lo mejor que podemos experimentar. Un mundo en el que se nos exige sentir amor por los tiranos, los torturadores y los asesinos alevo- sos, ya sea que las pisadas de sus botas resuenen con eco ensordecedor por las calles o que, con silencio felino, como sombras cobardes, se deslicen por las calles y ataquen a sus vctimas por la espalda, clavndoles el acero reluciente en el corazn. No hay nada ms absurdo que exigirles a los hombres desde el plpi- to que perdonen a tales seres, hasta que los amen. Aun si alguien pudiera en verdad hacerla, sera una falta a la verdad sin igual, una autonegacin despiada- do, que sera recompensada con la deformidad ms total. Ese mandamiento, ese mandamiento insensato, antinatural, de amar al enemigo fue pensado para que- brar a los hombres, para despojarlos de su valor y su confianza en s mismos, para hacerlos dbiles en las manos de los tiranos, para que no puedan encontrar la fuerza para levantarse contra ellos, por las armas si es necesario. Venero la palabra de Dios porque amo su fuerza potica. Rechazo la pa- labra de Dios porque detesto su crueldad. Es difcil amar porque ese amor debe distinguir permanentemente entre la luminosidad de las palabras y la sujecin al yugo de las palabras poderosas de un Dios fatuo. Es difcil odiar, pues cmo puede uno permitirse odiar palabras que pertenecen a la meloda de la vida en esta parte de la tierra? Palabras en las que uno ha aprendido desde muy tem- prano qu es la veneracin? Palabras que fueron como un faro cuando empeza- mos a sentir que la vida visible no puede ser la totalidad de la vida? Palabras sin las que no seramos lo que somos? Pero no olvidemos que son palabras que le exigieron a Abraham que ma- tara a su propio hijo como si fuera un animal. Qu hacemos con nuestra ira cuando leemos esto? Qu podemos pensar de ese Dios? Un Dios que le repro- ch a Job, que no saba ni entenda nada, que le pidiera cuentas? Quin era l, entonces, que as lo haba creado? Y por qu es menos injusto que Dios, sin motivo alguno, nos haga caer en la desgracia, que cuando lo hace un vulgar mor- tal? No tena Job motivos para quejarse? La poesa de la palabra de Dios es tan avasalladora que lo hace enmude- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
125 cer todo y convierte toda contradiccin en afrentas quejumbrosas. No pode- mos, por lo tanto, dejar a un lado la Biblia; debemos descartarla, cuando ya nos hemos hartado de las exigencias y la esclavitud a que nos condena. Desde la Biblia nos habla un Dios ajeno a la vida, sombro, que quiere limitar el poderoso alcance de la vida humana ese gran crculo que puede describir cuando est en libertad al punto nico e inflexible de la obediencia. Agobiados por la afliccin y cargados de pecados, resecos de sumisin y de la indignidad de la confesin, debemos ir al encuentro de la tumba con la cruz de ceniza sobre la frente, con la esperanza tantas veces desmentida de una vida mejor a Su lado. Cmo po- dra ser mejor una vida junto a alguien que antes nos ha quitado toda alegra y libertad? Sin embargo, las palabras que de l proceden y que a l se dirigen son de una belleza cautivante. Cmo las am cuando era monaguillo! Cmo me embo- rracharon al brillo de las velas del altar! Qu claro pareca, claro como el sol, que estas palabras eran la medida de todas las cosas! Qu incomprensible me pareca que la gente tambin encontrara importantes otras palabras, cuando cada una de ellas slo poda significar una distraccin indigna y la prdida de lo esencial! Todava hoy me detengo cuando oigo un canto gregoriano y, despreve- nido por slo un momento, me entristezco porque la borrachera de antes ha dado paso irrevocablemente a la rebelda. Una rebelda que brot en m como una llama viva cuando escuch por primera vez las palabras sacrificium intellec- tus. Cmo podemos ser felices sin curiosidad, sin preguntas, sin dudas ni argumentos? Sin la alegra de pensar? Esas dos palabras, que son como la esto- cada de una espada que nos decapita, significan nada menos que la exigencia de vivir con nuestros sentimientos y nuestras acciones en contra de nuestra razn; son la demanda de una divisin total; la orden de sacrificar precisamente aque- llo que constituye el centro de la felicidad: la unidad interior y la coherencia de nuestra vida. El esclavo en las galeras est encadenado, pero puede pensar lo que quiera. Pero lo que l, nuestro Dios, nos exige es que, con nuestras propias manos, llevemos nuestra esclavitud hasta lo ms profundo de nuestro ser y que lo hagamos, adems, por voluntad propia y con alegra. Puede haber mayor escarnio? El Seor, en su omnipresencia, nos observa da y noche, a cada hora, cada minuto, cada segundo, lleva la cuenta de nuestras acciones y nuestro pen- samiento; nunca nos deja en paz; no nos concede un momento en que podamos ser totalmente para nosotros. Qu es un hombre sin secretos? Sin pensa- mientos ni deseos que slo l y ningn otro conoce? Los torturadores, aquellos de la Inquisicin y los de hoy, lo saben: crtale la retirada hacia su interior, no Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
126 apagues nunca la luz; nunca lo dejes solo; prohbele el sueo y el silencio: habla- r. La tortura nos roba el alma; destruye la soledad con nosotros mismos, nece- saria como el aire que respiramos. No pens el Seor, nuestro Dios, que con su curiosidad desenfrenada y su repugnante deseo de observarlo todo, nos estaba robando el alma, un alma que, adems, debe ser inmortal? Quin quiere, en verdad, ser inmortal? Quin quiere vivir para toda la eternidad? Qu aburrido e inspido debe ser saber que lo que pasa hoy, este mes, este ao, no tiene ninguna importancia: vendrn an incontables das, me- ses, aos incontables, literalmente. Si as fuera, es que algo tendra sentido? No tendramos que preocupamos por el tiempo, no podramos perdemos nada; no tendramos que apuramos. Sera indistinto hacer algo hoy o maana, totalmente indistinto. Ante la eternidad, millones de omisiones se convertiran en nada; no tendra sentido lamentar algo, pues siempre quedara tiempo para compensarlo. No podramos dormir ni una sola vez hasta entrado el da, porque ese placer se nutre de la conciencia del tiempo perdido; el holgazn es un aventurero enfren- tado a la muerte; un cruzado contra los dictados de la prisa. Si siempre y en todas partes hay tiempo para todas y cada una de las cosas, dnde habra espacio para el placer de perder el tiempo? Un sentimiento ya no es el mismo cuando se presenta por segunda vez. Se deforma por la percepcin de su retorno. Nuestros sentimientos nos resul- taran cansadores y aburridos si se presentaran con demasiada frecuencia o durasen demasiado. En el alma inmortal crecera un gigantesco hartazgo y una desesperacin sin lmites ante la certeza de que no se terminara nunca, jams. Los sentimientos buscan desarrollarse y nosotros, con ellos. Son lo que son porque rechazan lo que alguna vez fueron y porque fluyen en direccin a un futuro donde volvern a separarse de s mismos. Si esta corriente fluyese hacia el infinito deberan aparecer miles de sensaciones en nosotros que, acostum- brados a un tiempo previsible, no podramos imaginarnos. No sabemos, por lo tanto, qu nos estn prometiendo cuando omos hablar de la vida eterna. Cmo sera ser, en la eternidad, nosotros mismos sin el consuelo de ser liberados, en algn momento, de la obligacin de ser nosotros mismos? No lo sabemos y es una bendicin que no vayamos a saberlo nunca. Pues s sabemos una cosa: ese paraso de la inmortalidad sera un infierno. Es la muerte lo que da al instante su belleza y su horror. El tiempo slo se vuelve tiempo vivo con la muerte. Por qu no lo sabe el Seor, el Dios omnis- ciente? Por qu nos amenaza con una eternidad que sera un vaco insoporta- ble? No quiero vivir en un mundo sin catedrales. Necesito el brillo de sus Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
127 ventanas, su fresco silencio, su imperioso silencio. Necesito el fluir del rgano y la sagrada plegaria de los hombres que estn orando. Necesito la santidad de las palabras, la superioridad de la poesa mayor. Necesito todo esto. Pero no menos necesito la libertad y la oposicin a toda crueldad. Porque una no es nada sin la otra. Y nadie quiera obligarme a elegir.
Gregorius ley el texto tres veces y su asombro segua creciendo. Un dominio del latn, una elegancia de estilo que no le iban en zaga al mismo Cicern. Una fuerza de pensamiento y una veracidad de sentimientos que evocaban a San Agustn. Un joven de diecisiete aos. Si hubiera tenido un virtuosismo semejan- te en el dominio de un instrumento, se habra hablado de un nio prodigio. En cuanto a la ltima oracin, el padre Bartolomeu tena razn: la ame- naza era movilizadora, y a quin afectara? Este joven siempre elegira la opo- sicin a la crueldad. Para ello estara dispuesto a sacrificar las catedrales, si fuera necesario. El sacerdote ateo se construira sus propias catedrales, para oponerse a la vulgaridad del mundo as estuvieran hechas nada ms que de pala- bras doradas. Y su oposicin a la crueldad se volvera ms encarnizada. Tal vez no haba sido una amenaza tan vaca. Parado all al frente, se habra adelantado Amadeu sin saberlo a lo que hara treinta y cinco aos ms tarde: oponerse a los planes del movimiento de resistencia, a los planes de Jor- ge, y salvar a Estefnia Espinhosa? Gregorius dese poder or su voz y sentir la lava ardiente que flua de sus palabras. Tom el libro de apuntes de Prado e ilumin el retrato con la lin- terna. Haba sido monaguillo; un nio cuya primera pasin haban sido las velas del altar y las palabras bblicas, que con su claro brillo haban parecido intangi- bles. Pero luego se haban interpuesto palabras de otros libros, palabras que se haban multiplicado en su interior hasta que l haba sopesado cuidadosamente todas las palabras ajenas y haba forjado las propias. Gregorius se abroch el abrigo, meti las manos heladas en las mangas y se acost en el banco. Estaba agotado. Agotado del esfuerzo de escuchar y de la fiebre de querer comprender. Pero tambin agotado de la lucidez hacia aden- tro que acompaaba esta fiebre y que a veces no pareca ser otra cosa que la fiebre misma. Por primera vez extra la cama de su departamento de Berna, donde acostumbraba esperar leyendo el momento en que finalmente pudiera conciliar el sueo. Pens en el puente de Kirchenfeld antes de que la entrada de la portuguesa lo cambiara. Pens en sus libros de latn sobre el escritorio del aula. Haban pasado diez das. Quin lo habra reemplazado? Quin habra enseado el ablativus absolutus? Explicado la estructura de la Ilada? Lo lti- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
128 mo que haban hecho en la clase de hebreo haba sido hablar de la seleccin de trminos que haba hecho Lutero cuando haba decidido calificar a Dios como un dios colrico. Les haba explicado a los alumnos la enorme distancia que haba entre el texto alemn y el texto hebreo, una distancia que poda dejarlos sin aliento. Quin seguira adelante con sus explicaciones? Gregorius estaba helado. El ltimo Metro haba pasado haca largo rato. No haba telfonos ni taxis y tardara horas en llegar al hotel caminando. Delan- te de la puerta del aula magna se oa el leve ruido que hacan los murcilagos al pasar. De vez en cuando chillaba una rata. Entremedio, un silencio sepulcral. Tena sed y se alegr de encontrar un caramelo en el bolsillo del abrigo. Al ponrselo en la boca, vio ante s la mano de Natalie Rubin, que esa vez haba sostenido el caramelo rojo vivo. Por un brevsimo instante haba parecido que ella quera ponerle el caramelo en la boca. O se lo haba imaginado? Natalie se estir y se ri cuando l le pregunt cmo podra encontrar a Maria Joo, si nadie pareca saber su apellido. Mlodie y l estaban parados haca das en un puesto de venta de pollo al lado del cementerio de Prazeres, all donde Mlodie haba visto a Maria por ltima vez. Ahora estaba en invierno y comenzaba a nevar. El tren a Ginebra se pona en marcha en la estacin de Ber- na. Cmo haba subido le haba preguntado el severo guarda y adems, en primera clase? Muerto de fro, Gregorius busc el boleto en todos los bolsillos. Cuando se despert, se enderez con el cuerpo entumecido; comenzaba a ama- necer.
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Fue, por un rato, el nico pasajero del primer Metro y tuvo la impresin de que el tren era un episodio ms en el silencioso mundo imaginario del Liceu del que comenzaba a formar parte. Entonces empezaron a subir portugueses, portugueses trabajadores que nada tenan que ver con Amadeu de Prado. Gre- gorius dio gracias por esas caras sobrias y malhumoradas, que le recordaron las caras de la gente que a la maana temprano suba al mnibus en la Langgasse. Le sera posible vivir aqu? Vivir y trabajar, lo que siempre haba querido hacer? El portero del hotel lo mir afligido. Se senta bien? Le haba sucedi- do algo? Luego le entreg un sobre de papel grueso, sellado con lacre. Lo haba trado ayer a la tarde un mujer vieja, que se haba quedado esperndolo hasta ya entrada le noche. Adriana, pens Gregorius. Era la nica, de toda la gente que haba co- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
129 nocido, que podra sellar un sobre. Pero la descripcin del portero no corres- ponda a Adriana. Adems, no habra venido ella en persona; una mujer como ella, no. Debi haber sido la empleada domstica, la mujer entre cuyas tareas se contara no dejar ni una mota de polvo en la habitacin del altillo que haba sido de Amadeu, para que nada recordara el paso del tiempo. Estaba todo bien Gregorius volvi a tranquilizar al portero y subi. Queria vlo! Quisiera verlo. Adriana Soledade de Almeida Prado. Eso era todo lo que deca en el costoso papel de carta. Escrito con la misma tinta negra de Amadeu; con letras que resultaban al mismo tiempo desmaadas y soberbias. Como si la escribiente hubiera tenido que acordarse trabajosamente de cada letra para luego ubicarla con una dignidad y superioridad envaradas, tiesas. Se haba olvidado, acaso, de que l no saba portugus y de que haban hablado en francs? Por un momento lo atemoriz el mensaje lacnico; sonaba como una or- den que lo emplazaba para que se presentara en la casa azul. Pero entonces vio el rostro plido y los ojos negros de mirada amarga; vio a la mujer que, al borde del abismo, se mova por la habitacin del hermano cuya muerte no deba haber sido; las palabras ya no sonaron autoritarias, sino como un pedido de ayuda que brotaba de la garganta enronquecida donde llevaba una misteriosa cinta de terciopelo negro. Examin el len negro el animal del escudo de armas de los Prado grabado a punzn en la parte superior de la hoja, justo en el medio. El len era adecuado para la dureza del padre y su oscura muerte; para la figura negra de Adriana y tambin para la audacia irreductible que era la esencia de Amadeu. Nada tena que ver, por el contrario, con Mlodie, la muchacha inquieta de pies ligeros, producto de un descuido inusual a orillas del Amazonas. Y con la madre, con Maria Piedade Reis? Por qu nadie hablaba de ella? Gregorius se duch y durmi hasta el medioda. Le gust haber sido ca- paz de pensar primero en l y hacer esperar a Adriana. Hubiera podido hacerlo en Berna? Ms tarde, camino a la casa azul, pas por la librera de Jlio Simes y le pregunt dnde poda conseguir una gramtica persa. Tambin cul era el mejor instituto de idiomas, por si se decida a aprender portugus. Simes se ri. Todo junto, portugus y persa? Gregorius se fastidi, pero slo su enojo dur slo un instante. El hom- bre no poda saber que, a esta altura de su vida, no haba diferencia entre por- tugus y persa; que en cierto sentido eran uno y el mismo idioma. Simes le Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
130 pregunt cmo le haba ido en su bsqueda de Prado y si Coutinho haba podido ayudarlo. Una hora ms tarde eran cerca de las cuatro llam a la puerta de la casa azul. La mujer que abri deba tener alrededor de cincuenta y cinco aos. Sou Clotilde, a criada dijo. Soy la criada. Se pas una mano que hablaba de toda una vida de trabajo domstico por el cabello canoso y comprob que el rodete estuviera en su lugar. A Senhora est no salo dijo, y sali. Las dimensiones y la elegancia del saln lo impresionaron tanto como la primera vez. Mir el reloj de pie. Segua marcando las seis y veintitrs. Adriana estaba sentada a la mesa que haba en una esquina. El aire tena otra vez ese olor acre a un medicamento o a perfume. Llega con retraso dijo. Gregorius no se sorprendi por el tratamiento brusco, la carta lo haba preparado. Mientras se sentaba a la mesa, not con asombro que se llevaba muy bien con el estilo parco de esta mujer mayor; le resultaba fcil interpretar su conducta como expresin del dolor y la soledad. Bueno, ahora estoy aqu dijo l. S dijo ella. Tras un largo silencio lo repiti S. Silenciosamente, sin hacerse notar, la criada se haba acercado a la mesa. Clotilde dijo Adrianaliga o aparehlo. Enciende el aparato. En ese momento Gregorius vio la caja. Era un antiqusimo grabador, un armatoste con carretes grandes como platos. Clotilde pas la cinta por la ranura de la cabeza grabadora y la enhebr en el carrete vaco. Apret una tecla y los carretes comenzaron a girar. Luego sali de la habitacin. Slo se oyeron crujidos y murmullos por un rato. Luego una voz femeni- na dijo: Porque no dizem nada? Por qu no dicen nada? Gregorius ya no entendi nada ms; para sus odos, lo que sala del apa- rato era una mezcla catica de voces tapada por murmullos y ruidos desagrada- bles causados seguramente por el manejo inexperto del micrfono. Amadeu dijo Adriana cuando se oy una voz masculina, la nica. Su ronquera habitual se acentu al pronunciar el nombre del hermano. Se llev la mano a la garganta y la apoy sobre la cinta negra, como si quisiera apretarla ms firmemente a la piel. Gregorius peg la oreja al parlante. La voz era diferente de lo que se haba imaginado. El padre Bartolomeu haba hablado de una voz dulce de barto- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
131 no. El registro era de bartono, pero el timbre era spero; se notaba que este hombre poda hablar con tono cortante y filoso. Fue acaso porque las nicas palabras que Gregorius entendi fueron no quero: "no quiero". Ftima dijo Adriana cuando una nueva voz se destac por encima de la confusin. La manera despreciativa en que pronunci el nombre lo dijo todo. Ftima haba sido una molestia. Y no slo en esta conversacin. En todas las conversaciones. No haba sido digna de Amadeu. Se haba apropiado indebida- mente del hermano amado. Habra sido mucho mejor si nunca hubiera entrado en su vida. Ftima tena una voz dulce y oscura; se poda or que no le era fcil im- ponerse. Albergaba tambin esa dulzura el reclamo de que se la escuchara con atencin y consideracin especiales? O era el ruido de la cinta lo que daba esa impresin? Nadie la interrumpi; cuando termin de hablar, los dems dejaron que se fuera apagando lentamente lo que haba dicho. Todos la trataban siempre con tanta consideracin, con demasiada consideracin. Como si cecear fuera un destino terrible, que justificaba todo, cualquier sensiblera religiosa, directamente todo. Gregorius no haba escuchado el ceceo: los ruidos lo tapaban. La prxima voz era la de Mlodie. Hablaba a toda velocidad, soplaba en el micrfono y pareca hacerlo adrede, luego estall en carcajadas. Adriana se dio vuelta, como asqueada, y mir por la ventana. Cuando oy su propia voz, esti- r la mano rpidamente y apag el grabador. Durante minutos, su mirada no se despeg de ese aparato que haba convertido el pasado en presente. Era la misma mirada con que el domingo haba mirado los libros de Amadeu y le haba hablado al hermano muerto. Haba escu- chado la grabacin cientos, quizs miles de veces. Conoca cada palabra, cada crujido, cada murmullo y estallido. Era como si en ese mismo momento todava estuviera sentada con los dems, all en la casa familiar donde ahora viva M- lodie. Por qu no poda entonces hablar en presente, o en un pasado que sonaba como si hubiera sido ayer? Cuando mam apareci en casa con este artefacto, no podamos creer lo que estbamos viendo. Justamente ella, que se lleva tan mal con las mquinas. Tiene miedo de tocarlas. Siempre le parece que va a romper algo. Y entonces trae precisamente un grabador a casa, uno de los primeros que se haban puesto a la venta. "No, no dijo Amadeu, cuando ms tarde hablamos del tema. No es que quiera eternizar nuestras voces. Es otra cosa. Quiere que volvamos a pres- tarle atencin. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
132 "Tena razn. Ahora que ya no esta papa y que nosotros tenemos el consultorio aqu, la vida le debe parecer vaca. Rita anda por ah y la visita poco. Ftima va a verla todas las semanas, pero eso a mam le serva de poco. "Preferira verte a ti le dice a Amadeu cuando vuelve de esas visi- tas. Amadeu no quiere ir ms. No lo dice, pero yo lo s. Cuando se trata de mam, es un cobarde. Es su nica cobarda. Cobarde l, que jams rehye algo desagradable. Adriana se llev la mano a la garganta. Por un momento pareci que iba a comenzar a hablar del secreto que se ocultaba tras la cinta de terciopelo. Gregorius contuvo la respiracin. El momento pas y la mirada de Adriana volvi al presente. Podra volver a escuchar lo que dice Amadeu en la cinta? pregunt Gregorius. "No me admira nada", empez a citar Adriana y repiti de memoria todas las palabras de Amadeu. Lo que haca era ms que una cita; ms que la imitacin que puede lograr un buen actor despus de una hora de buen trabajo. La similitud era mucho mayor; era completa. Adriana era Amadeu. Gregorius volvi a entender "no quero" y esta vez pudo reconocer algo nuevo: "ouvi a minha voz de fora": escuchar mi voz desde afuera. Cuando la grabacin lleg al final, Adriana empez a traducir. No lo ma- ravillaba que eso fuera posible, deca Prado. Conoca el principio tcnico; lo haba estudiado en la facultad. Pero no me gusta lo que hace con las palabras. No quera escuchar su voz desde fuera; no quera hacerse eso a s mismo; ya se encontraba bastante poco agradable. Adems el congelamiento de la palabra hablada: el hombre hablaba generalmente con la tranquilidad de que la mayor parte de lo dicho se olvidara. Le pareca terrible tener que pensar que todo quedara guardado, cada palabra dicha sin pensar, cada frase inconveniente. Le haca recordar de la indiscrecin de Dios. Eso ltimo lo murmur dijo Adriana. A mam no le gustaban esas cosas y Ftima no saba qu hacer. La mquina destrua la libertad de olvidar, sigui diciendo Prado. Pero esto no es un reproche, mam, lo digo en broma. No puedes tomarte tan en serio lo que dice tu hijo que se pasa de inteligente. Por qu demonios siempre tienes que consolarla y retirar todo lo que dijiste? estall Adriana. Ella te tortur de tal manera con ese estilo suyo, tan suave. Por qu no puedes mantenerte firme en lo que dijiste como lo haces siempre con los dems? Siempre! Gregorius le pregunt si poda volver a escuchar la cinta, esta vez para Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
133 fijarse ms en las voces. El pedido la conmovi. Mientras rebobinaba la cinta, tena la expresin de una nia pequea asombrada y feliz, porque algo que es importante para ella lo es tambin para los adultos. Gregorius volvi a escuchar las palabras de Prado una y otra vez. Puso el libro con el retrato sobre la mesa y escuch cmo la voz pene- traba en el rostro hasta que finalmente se hizo parte de l. Entonces mir a Adriana y se sobresalt. No deba haber dejado de mirarlo ni un solo instante y, mientras lo miraba, su rostro se haba abierto paulatinamente, ya no haba en l severidad ni amargura; slo haba quedado una expresin con la que le permita entrar en el mundo de su amor y admiracin por Amadeu. Tenga cuidado. Con Adriana, quiero decir. Volvi a or la voz de Mariana Ea. Venga le dijo Adriana, quiero mostrarle dnde trabajamos. Su paso era ms seguro y ms rpido que antes, cuando lo haba acom- paado al altillo. Iba al consultorio donde estaba su hermano; la necesitaba, era urgente; "El que est sufriendo o tiene miedo no puede esperar", deca siempre Amadeu. Movindose con la seguridad de quien sabe exactamente adnde va, puso la llave en la cerradura, abri todas las puertas y encendi la luz. Prado haba atendido aqu a su ltimo paciente treinta y un aos atrs. Sobre la camilla haban extendido una toalla de papel limpia. En la bandeja de instrumentos haba jeringas, del tipo que ya hoy no se usan ms. En medio del escritorio, el fichero de pacientes; una ficha estaba torcida. Al lado, el este- toscopio. En el cesto, trozos de algodn con sangre de entonces. Dos guardapol- vos blancos colgados de la puerta. Ni una mota de polvo. Adriana tom uno de los guardapolvos y se lo puso. El de Amadeu est siempre colgado a la izquierda, es zurdo dijo, mientras se abrochaba los botones. Gregorius comenz a temer el momento en que ya no pudiera continuar en ese presente ya transcurrido en el que se mova como una sonmbula. Pero ese momento no haba llegado an. Con el rostro relajado, que la pasin por el trabajo haca relucir, abri el armario de medicamentos y control el contenido. Ya casi no tenemos morfina murmur tengo que llamar a Jorge. Cerr el armario, alis la toalla de papel sobre la camilla, enderez la balanza con la punta del pie, se asegur de que el lavabo estuviera limpio y luego se qued parada delante del escritorio. Sin tocar la ficha torcida, sin siquiera mirarla, comenz a hablar sobre la paciente. Por qu tuvo que ir a ver a esa intil, a esa torpe? Bueno, no sabe lo mal que me fue a m. Pero todos saben que con algo as, con Amadeu una est en buenas manos. Que no le importa la ley cuando la situacin de la mujer lo requie- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
134 re. Etelvina con otra criatura; no, es imposible. Dice Amadeu que la semana que viene tenemos que decidir si hay que hacer un seguimiento en el hospital. Su hermana mayor haba estado al borde de la muerte a consecuencia de un aborto, Gregorius escuch la voz de Joo Ea. Todo le empez a resultar inquietante. Aqu abajo Adriana se sumerga mucho ms en el pasado que all arriba, en la habitacin de Amadeu. Arriba, ella slo haba podido acompaar ese pasado desde afuera y, pasado el tiempo, lo haba inmortalizado con el libro. Pero cuando l se sentaba al escritorio con su cigarrillo y su caf, la lapicera anticuada en la mano, ella no haba podido llegar a l y Gregorius estaba seguro de que la haban consumido los celos por no poder compartir la soledad de sus pensamientos. Aqu en el consultorio, haba sido diferente. Haba podido escu- char todo cuanto l deca, haba hablado con l sobre los pacientes, lo haba asistido. Aqu le haba pertenecido slo a ella. ste haba sido por aos el centro de su existencia, el lugar donde el presente cobraba vida. A pesar de las huellas de la edad detrs de ellas su rostro era joven y bello; hablaba de su anhelo de poder quedarse para siempre en ese presente, de no tener que abandonar nunca la eternidad de esos aos felices. Ya faltaba poco para que despertara. Sus dedos verificaban, con movi- mientos inseguros, que todos los botones del guardapolvo blanco estuvieran abrochados. El brillo de los ojos comenz a apagarse, la piel tensa del viejo rostro fue formando bolsas, la dicha del tiempo ya pasado se fue retirando de las habitaciones. Gregorius no quera que despertara y volviera a la fra soledad de su vida, donde Clotilde tena que colocar la cinta en el grabador. Todava no; sera demasiado cruel. Entonces decidi correr el riesgo. Rui Lus Mendes. Amadeu lo atendi aqu? Fue como si hubiera tornado una de las jeringas de la bandeja y le hubiera inyectado una droga que habra viajado a toda velocidad por sus venas oscuras. Adriana se estremeci; como afiebrado, su cuerpo flaco y huesudo tembl unos instantes; la respiracin se torn dificultosa. Espantado, Gregorius maldijo su atropello. Pero entonces se calmaron las convulsiones. Adriana se irgui, su mirada insegura recobr la firmeza y se acerc a la camilla. Gregorius esperaba que le preguntara cmo conoca la historia de Mendes. Pero Adriana ya estaba de vuelta en el pasado. Puso la mano estirada sobre el papel que cubra la camilla. Fue aqu. Exactamente aqu. Lo veo aqu tirado como si slo hubieran pasado unos minutos. Entonces comenz su relato. Las habitaciones, que eran como mauso- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
135 leos, cobraron vida con la fuerza y la pasin de sus palabras; el calor y la des- gracia de ese da lejano volvieron al consultorio en el que Arnadeu Incio de Almeida Prado, amante de las catedrales y enemigo acrrimo de toda crueldad, haba hecho algo de lo que no podra librarse nunca; algo que no haba podido superar, no haba logrado darle un cierre, ni con la claridad meridiana de su entendimiento. Algo que haba cubierto, como una sombra sucia, los ltimos aos de una vida que iba extinguindose. Era un da caluroso y hmedo de agosto de 1965, poco despus de que Prado cumpliera cuarenta y cinco aos. En febrero, Ernesto Delgado, que haba sido candidato del centroizquierda en las elecciones presidenciales de 1958, haba sido asesinado cuando intentaba regresar de su exilio en Argelia y entrar en el pas por la frontera con Espaa. Se les adjudic el crimen a las policas espaola y portuguesa, pero todos estaban convencidos de que haba sido obra de la polica secreta, la Polcia Internacional de Defesa do Estado, P.I.D.E., que controlaba todo; era sabido que Antnio de Salazar ya estaba senil. Circulaban por Lisboa volantes impresos en la clandestinidad que responsabilizaban por el asesinato a Rui Lus Mendes, un temido oficial de la polica secreta. A nosotros tambin nos dejaron un volante en el buzn de cartas dijo Adriana. Amadeu mir muy fijo la foto de Mendes, como si quisiera des- truirla con la mirada. Entonces rompi el volante en pedacitos y lo tir por el inodoro. Era a la tarde temprano y un calor silencioso y sofocante cubra la ciu- dad. Prado se haba recostado. Todos los das dorma una siesta al medioda, que duraba exactamente media hora. Era el nico momento en todo el ciclo del da y la noche en que lograba conciliar el sueo sin esfuerzo. Dorma profundamente y no soaba; ningn ruido lo despertaba; si algo lo arrancaba de ese sueo, queda- ba confundido y desorientado por un rato. Adriana velaba ese sueo como una reliquia. Amadeu acababa de quedarse dormido cuando Adriana oy gritos en la calle que atravesaban el silencio del medioda. Corri a la ventana y vio a un hombre cado en la vereda delante de la entrada a la casa vecina. Adriana no poda verlo bien, estaba rodeado de gente que se gritaba entre s y gesticulaba como loca. A Adriana le pareci que una mujer pateaba el cuerpo cado con la punta del zapato. Finalmente dos hombres altos lograron apartar a la gente, cargaron al hombre y lo llevaron hasta la puerta del consultorio de Prado. En ese momento Adriana lo reconoci y crey que se le detena el corazn. Era Mendes, el hombre retratado en el volante, bajo cuya foto deca: o carniceiro de Lisboa, el carnicero de Lisboa. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
136 En ese instante supe exactamente lo que iba a pasar. Lo supe hasta en su ms mnimo detalle; era como si el futuro ya hubiera sucedido, como si el futuro ya fuera parte de mi espanto como una realidad ahora slo tendra que desplegarse en el tiempo. Supe que la hora siguiente marcara un corte profun- do en la vida de Amadeu; que sera la prueba ms dura que tendra que enfren- tar: hasta eso lo vi con espantosa claridad. Los hombres que llevaban a Mendes tocaban el timbre sin parar. Adria- na pens que, con ese sonido estridente que volva a empezar una y otra vez aumentando hasta tornarse insoportable, la violencia y la brutalidad de la dicta- dura, que hasta ahora y no sin que les remordiera la conciencia haban podido mantener a distancia, se estaban abriendo paso en el silencio distinguido, pro- tegido, de la casa donde vivan. Durante dos o tres segundos consider la posibi- lidad de quedarse quieta y en silencio, como si la casa estuviera vaca. Pero sa- ba que Amadeu no se lo perdonara nunca. Abri la puerta y fue a despertarlo. No dijo ni una palabra; saba que no lo despertara a menos que fuera cuestin de vida o muerte. Slo dije: en el consultorio. Descalzo y dando tum- bos, corri escaleras abajo; se abalanz a ese lavabo y se ech agua fra en la cara. Luego se acerc a este divn donde yaca Mendes. "Se detuvo, como petrificado; por varios segundos mir incrdulo el rostro plido y debilitado, con la frente perlada de sudor. Se volvi hacia m y me mir para confirmar lo que vea. Asent con la cabeza. Por un instante se tap el rostro con las manos. Luego mi hermano hizo un esfuerzo que le sacudi todo el cuerpo. Con ambas manos le arranc la camisa a Mendes; saltaron los botones. Puso el odo sobre el pecho velloso; despus escuch con el estetosco- pio que le alcanc. "Digitalina! "Dijo esa nica palabra y en lo apretado de su voz se oa el odio contra el que estaba luchando, un odio como acero al rojo. Mientras yo cargaba la je- ringa, le masaje el corazn, se oa el ruido sordo de las costillas que se que- braban. "Cuando le alcanc la jeringa, nuestras miradas se encontraron brev- simamente. Cmo am a mi hermano en ese instante! Con el poder increble de su inquebrantable, frrea voluntad, luchaba contra el deseo de dejar morir al hombre que yaca en el divn; un hombre que tena segn todas las sospe- chas torturas y asesinatos en su conciencia y que albergaba en ese cuerpo ahora sudoroso toda la opresin despiadada del Estado. Hubiera sido tan fcil, tan increblemente fcil! Un par de segundos de inaccin hubieran sido suficien- tes. No hacer nada! Nada! Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
137 "Amadeu desinfect el lugar donde aplicara la droga en el pecho de Mendes y entonces realmente titube y cerr los ojos. Nunca, ni antes ni des- pus, he visto a un ser humano vencerse a s mismo de esa manera. Abri los ojos y le clav la aguja a Mendes directamente en el corazn. Era como un golpe de muerte y me paralic. Lo hizo con la misma seguridad asombrosa con que aplicaba todas las inyecciones; uno tena la sensacin de que en esos momentos, el cuerpo humano era totalmente transparente para l. Sin el mnimo temblor, con total precisin, le inyect la droga en el msculo cardaco para que volviera a ponerse en marcha. Cuando retir la jeringa, ya no se vean rastros de apasio- namiento en su rostro. Cubri con un apsito el lugar donde haba inyectado la droga y escuch el corazn con el estetoscopio. Luego me mir y asinti con la cabeza. "La ambulancia", dijo. "Vinieron y se llevaron a Mendes en una camilla. Poco antes de llegar a la puerta, volvi en s, abri los ojos y su mirada se cruz con la de Amadeu. Me sorprendi la mirada calma y desapasionada con que mi hermano lo observaba. Tal vez era agotamiento; estaba apoyado contra la puerta con el aspecto de quien acaba de superar una dura crisis y ahora espera poder descansar tranqui- lo. "Todo lo contrario. Amadeu no saba que afuera estaban los que se haban reunido alrededor de Mendes cuando estaba cado y yo me haba olvida- do de su presencia. Nos tom totalmente de sorpresa escuchar de pronto voces histricas que gritaban Traidor! Traidor! Al pasar la camilla junto a ellos, de- ben haber visto que Mendes segua con vida y ahora descargaban su ira contra aquel que lo haba arrebatado de una muerte tan merecida, que haba traiciona- do la justicia del castigo. "Amadeu se cubri el rostro con las manos, como cuando haba recono- cido a Mendes. Pero ahora lo hizo lentamente; antes haba mantenido la cabeza erguida como siempre, ahora la hundi entre las manos y nada podra haber expresado mejor su cansancio y su tristeza que ese hundirse en el dolor de saber lo que le esperaba. "Ni el cansancio ni la tristeza, sin embargo, pudieron nublar su pensa- miento. Con mano segura tom de aquel perchero el guardapolvo blanca, antes no haba tenido tiempo de cambiarse, y se lo puso. No comprend la seguridad de sus movimientos, como la de un sonmbulo, hasta despus; saba, sin tener que pensado, que tena que presentarse ante la gente como un mdico; que era ms probable que as lo vieran si llevaba puesta esa prenda simblica. "Cuando sali a la puerta se acallaron los gritos. Se qued un momento all parado con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos del guardapolvo. To- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
138 dos esperaban que dijera algo en su defensa. Amadeu alz la cabeza y recorri el grupo con la mirada. Me dio la impresin de que sus pies desnudos no tocaban el piso de piedra, se hundan en l. "Sou mdico dijo. Lo repiti con voz casi suplicante. Sou mdico. Reconoc a tres o cuatro pacientes del vecindario; avergonzados, no levantaban la vista. " um assassino! grit alguien. "Carniceiro! grit otro. Vi cmo Amadeu respiraba agitado, con dificultad. " um ser humano, uma pessoa dijo, fuerte y claro. Debo haber sido yo, que conozco cada inflexin de su voz, la nica que percibi el leve temblor cuando repiti: pessoa. "En ese mismo instante un tomate se estrell contra el guardapolvo blanco. Hasta donde yo s, fue la nica vez que atacaron a Amadeu fsicamente. No s en qu medida ese ataque defini lo que sera su futuro; cunto contribu- y a la profunda conmocin que desencaden aquella escena de la puerta. Sospe- cho, sin embargo, que no fue mucho comparado con lo que sucedi luego: una mujer se separ de la multitud, avanz hasta l y le escupi a la cara. "Si slo hubiera sido una vez, podra pensarse que haba sido un acto reflejo, comparable a una reaccin incontrolable de ira. Pero la mujer sigui y sigui escupiendo, como si el alma le saliera del cuerpo a escupidas y ahogara a Amadeu en la saliva de su asco, que le corra lentamente por el rostro. "Soport este nuevo ataque con los ojos cerrados. Pero debe haber re- conocido a la mujer tanto como yo. Era la mujer de un paciente a quien haba acompaado por aos en su enfermedad, con innumerables visitas a domicilio y sin cobrarle un centavo, hasta que haba muerto de cncer. Qu ingratitud!, fue lo primero que pens. Luego vi en sus ojos el dolor y la desesperacin que bro- taban bajo su ira y comprend que le escupa porque estaba agradecida por lo que haba hecho por ella. Haba sido como un hroe, un ngel guardin, un men- sajero divino que la haba acompaado en esa oscuridad de la enfermedad donde se habra perdido si la hubieran dejado sola. Y haba sido l, justamente l, quien haba impedido ese acto de justicia: que Mendes ya no pudiera seguir viviendo. Este pensamiento haba causado tal agitacin en el alma sin cultivar y un poco limitada de esta mujer, que slo poda aliviar con una explosin que, mientras ms durase, cobrara un significado que iba mucho ms all de Amadeu. "Como si la gente hubiera percibido que se haba traspasado un lmite, la multitud se dispers, la gente se fue con la cabeza gacha. Amadeu se volvi y vino haca m. Le limpi lo peor con un pauelo. All en el lavabo, puso la cara Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
139 debajo del chorro de agua y abri tanto la canilla que el agua salpic en todas direcciones. Se sec la cara; el rostro estaba plido. Creo que en ese momento habra dado cualquier cosa por poder llorar. Se qued parado esperando las lgrimas que se negaban a venir. No haba vuelto a llorar desde la muerte de Ftima cuatro aos atrs. Dio un par de pasos torpes hacia m, como si tuviera que aprender a caminar otra vez. Se par delante de m, con las lgrimas que no queran fluir detenidas en los ojos, me puso las manos sobre los hombros y apo- y su frente sobre la ma. Debemos haber estado as parados tres o cuatro minutos y son los minutos ms importantes de mi vida. Adriana call. Estaba reviviendo esos minutos. Su rostro se contrajo, pero tambin ahora se negaron a venir las lgrimas. Fue hasta el lavabo y hundi el rostro en el agua que junt con las manos. Se pas la toalla lentamente sobre los ojos, las mejillas y la boca. Como si el relato exigiera que la narradora no se moviera de su sitio, antes de continuar volvi al mismo lugar donde haba estado parada. Volvi a poner las manos sobre el divn. Amadeu le cont se duch y se duch. Luego se sent al escritorio, tom una hoja nueva de papel y destap la lapicera. Nada. No se form ni una palabra. Eso fue lo peor de todo dijo Adriana tener que presenciar cmo lo que haba pasado lo haba dejado mudo y todas las palabras que no poda for- mular amenazaban ahogarlo. Le pregunt si quera comer algo y asinti con gesto ausente. Luego fue al bao y lav la mancha de tomate del guardapolvo. Vino a la mesa esto no haba sucedido nunca con el guardapolvo puesto y no dejaba de frotar las partes hmedas de la prenda. Adriana not que esos movimientos brotaban de lo ms profundo de su ser y parecan ser algo que le suceda, ms que algo que haca voluntariamente. Tuvo miedo de que perdiera la razn delante de sus ojos y se quedara para siempre all sentado, un hombre con la mirada perdida que en su mente intentaba incesantemente limpiar la suciedad que le haba arrojado aquella gente a quienes haba brindado todo su saber y todas sus fuerzas, da y noche. De repente, mientras coma, corri al bao y vomit en una serie de es- pasmos sofocantes que pareca no tener fin. Luego me dijo con una voz apagada que quera descansar un poco. Hubiera querido tomarlo entre mis brazos dijo Adriana pero era imposible; era como si estuviera en llamas, como si fuera a prenderse fuego cualquiera que se le acercara. Por dos das fue como si nada hubiera pasado. Slo se vea a Prado un Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
140 poco ms tenso que de costumbre y su cordialidad con los pacientes tena algo de etreo e irreal. A veces se detena en medio de un movimiento y se quedaba con la mirada vaca y vaga como un epilptico durante una ausencia. Y cuando se acercaba a la puerta de la sala de espera, haba una indecisin en sus movimien- tos, como si temiera que estuviera sentado all alguno de aquellos que lo haban acusado de traicin. Al tercer da cay enfermo. Adriana lo encontr al amanecer, temblan- do junto a la mesa de la cocina. Pareca haber envejecido aos y no quera ver a nadie. Dej todo en manos de Adriana y se hundi en una apata profunda, es- pectral. No se afeitaba ni se vesta. La nica visita que reciba era la de Jorge, el farmacutico. Tampoco a l le deca ms que unas pocas palabras y Jorge lo conoca demasiado bien como para insistir. Adriana le haba contado cmo haba llegado a ese estado y l haba asentido en silencio. Una semana ms tarde lleg una carta de Mendes. Amadeu la dej cerrada sobre la mesa de luz. All estuvo dos das. Al tercer da, a la maana temprano, la meti todava cerrada en un sobre y la dirigi al remitente. Insis- ti en ir personalmente al correo a despacharla. Le dije que no abran hasta las nueve. No obstante, sali a la calle vaca con el sobre de gran tamao en la mano. Lo mir irse y esper en la ventana hasta que volvi, horas ms tarde. Caminaba ms erguido que cuando se haba ido. Fue a la cocina y tom un poco de caf, para ver si lo toleraba. No tuvo problema. Entonces se afeit, se visti y se sent al escritorio. Adriana call y su rostro se apag. Mir, como perdida, el divn ante el que haba estado parado Amadeu cuando, con un movimiento que haba parecido un golpe mortal, le haba clavado a Mendes la aguja salvadora en el corazn. La historia haba llegado a su fin y, con ello, su tiempo tambin haba llegado a su fin. En el primer momento, Gregorius se sinti como si a l tambin le hubieran cortado el tiempo en su propia cara y tuvo la impresin de poder cap- tar, por un instante, la tragedia en la que viva Adriana haca ms de treinta aos: la tragedia de tener que vivir en un tiempo que hace mucho lleg a su fin. Separ la mano del divn y, al cesar el contacto, pareci perder tam- bin su contacto con el pasado, que era su nico presente. Primero no supo qu hacer con la mano, luego la meti en el bolsillo de su abrigo blanco. Con ese mo- vimiento el abrigo adquiri una cualidad especial, Gregorius lo vio como una cu- bierta mgica, en la que Adriana se haba refugiado, para desaparecer de su presente silencioso y montono y volver a aparecer en el pasado lejano y ardien- te. Ahora que ese pasado se haba apagado, el abrigo pareca tan perdido como Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
141 un traje en el camarn de un teatro abandonado. Gregorius no pudo seguir mirando esa figura inanimada. Hubiera queri- do salir de all, ir a la ciudad y entrar en algn lugar lleno de voces, risas y musi- ca; un lugar como los que siempre evitaba. Amadeu se sienta al escritorio dijo. Qu escribe? Adriana recuper el resplandor de su vida pasada. Pero junto con la alegra de poder seguir hablando de l, se mezclaba algo ms, algo que Grego- rius tard en reconocer. Era enojo. No el enojo poco duradero que se enciende por una nimiedad, arde y se apaga rpidamente, sino un enojo profundo, seme- jante a un incendio que se va propagando lentamente. Yo deseaba que no lo hubiera escrito. Ni siquiera pensado. Era como un veneno progresivo que lata en sus venas desde aquel da. Lo haba cambiado, destrozado. No quera que yo lo leyera. Era tan diferente! Entonces una tarde mientras dorma lo saqu de su cajn y lo le. Esa fue la primera y la ltima vez que hice algo as. Porque desde entonces yo tambin llevo un veneno. El veneno del respeto perdido, de la confianza destruida. Nada volvi a ser como antes entre nosotros. Si no hubiera sido tan desaprensivamente honesto consigo mismo! Tan posedo por la lucha contra el autoengao! "Es perfectamente posible exigirle al hombre la verdad sobre s mismo", sola decir. Era como una profesin de fe. Un voto que lo una a Jorge. Un credo que termin por corromper hasta esa sagrada amistad, esa maldita sagrada amistad. No s exactamente cmo sucedi pero tuvo que ver con el ideal fantico de conocerse a s mismo que esos dos sacer- dotes de la verdad ya llevaban en la escuela como el estandarte de los cruzados. Adriana fue hasta la pared que estaba junto a la puerta y apoy la frente sobre ella, las manos cruzadas en la espalda como si la hubieran esposa- do. Libr una pelea muda con Amadeu, con Jorge y consigo misma. Se resista a aceptar el hecho irrevocable de que el drama de la salvacin de Mendes, que le haba proporcionado aquellos invalorables minutos de intimidad con su hermano, haban puesto en marcha, al poco tiempo, algo que lo haba cambiado todo. Se apoy en la pared con todo el peso de su cuerpo, deba dolerle la frente, apre- tada contra el muro. Entonces, de manera totalmente inesperada, separ las manos de la espalda, las levant muy alto y golpe la pared, una y otra vez, con los puos levantados; una mujer vieja que quera hacer girar las ruedas del tiempo en sentido contrario; era una andanada desesperada de golpes sordos, una erupcin de ira impotente, una embestida desesperada contra la prdida de un tiempo dichoso. Los golpes se fueron haciendo ms dbiles y ms lentos, la agitacin Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
142 fue cediendo. Extenuada, Adriana sigui apoyada un momento ms en la pared. Luego volvi a entrar en la habitacin y se sent en una silla. Tena la frente cubierta de arenilla del revoque de la pared, de vez en cuando un grano se des- prenda y le rodaba por la cara. Su mirada volvi a la pared; Gregorius la sigui y entonces lo vio: all donde ella haba estado parada haba un gran rectngulo, ms claro que el resto de la pared. La huella de un cuadro que debe haber esta- do colgado en ese lugar. Durante mucho tiempo no entend por qu lo haba sacado dijo Adriana. Era un dibujo del cerebro. Haba estado colgado all once aos, desde que abrimos el consultorio. Lleno de nombres en latn. Nunca me atreva a pre- guntarle. Se pone furioso si uno le pregunta algo de lo que no quiere hablar. Yo no saba nada del aneurisma; me lo ocult. No se puede soportar la vista de un dibujo como se si uno tiene una bomba de tiempo en el cerebro. Gregorius se sorprendi de lo que l mismo hizo a continuacin. Fue hasta el lavabo, tom la toalla y se par delante de Adriana para limpiarle la frente. Al principio, ella se qued rgida, en una actitud de rechazo; luego, can- sada y agradecida, dej caer la cabeza sobre la toalla. Quiere llevarse lo que escribi entonces? pregunt despus de enderezarse . Yo no quiero tenerlo ms en la casa. Mientras iba a buscar las hojas a las que culpaba de tantas cosas, Gre- gorius se acerc a la ventana y mir la calle en la que Mendes se haba derrum- bado. Se imagin parado a la puerta, enfrentado a una multitud indignada. Una multitud de la que una mujer se separ y le escupi a la cara, no una vez, sino muchas. Una mujer que lo haba acusado a l, que se exiga tanto a s mismo, de traicin. Adriana haba puesto las pginas en un sobre. Muchas veces pens en quemarlas dijo, entregndole el sobre. Lo acompa en silencio a la puerta, siempre con el guardapolvo blanca. Entonces, de repente, cuando ya estaba saliendo, escuch la voz temerosa de esa nia pequea que tambin era Adriana. Me puede traer las pginas de vuelta? En realidad, son de l. Mien- tras caminaba por la calle, Gregorius se imagin cmo en algn momento se sa- cara el guardapolvo blanco y lo colgara junto al de Amadeu. Entonces apagara la luz y cerrara la puerta. Arriba estara Clotilde esperndola.
21
Gregorius ley sin aliento lo que Prado haba escrito. Primero le dio una Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
143 leda superficial para poder entender rpidamente por qu Adriana haba perci- bido estos pensamientos como una maldicin que haba cado sobre los aos siguientes. Luego empez a buscar cada palabra en el diccionario. Finalmente, copi el texto para entender mejor lo que Prado haba sentido al escribir esos pensamientos.
Lo hice por l? Es verdad que yo quera, por su bien, que siguiera vi- viendo? Puedo decir con veracidad que sa era mi voluntad? Es as con mis pacientes, hasta con los que no aprecio. Por lo menos, eso espero; no quiero tener que pensar que mis acciones son causadas por motivos totalmente dife- rentes de los que creo conocer. Pero, y con l? Mi mano parece tener su propia memoria y me parece que esta memoria es ms confiable que toda otra fuente de investigacin personal. Y esta memo- ria de la mano, que le clav a Mendes la aguja en el pecho, dice: fue la mano de un asesino de tiranos la que, en un acto paradjico, trajo al tirano ya muerto de vuelta a la vida. (Aqu tambin se confirma lo que la experiencia me vuelve a ensear todo el tiempo, en total contradiccin con las caractersticas originales de mi pensamiento: que el cuerpo es menos corruptible que la mente. La mente es un encantador teatro de autoengaos, tejido con palabras bellas y tranquilizado- ras, que nos engaan con su familiaridad inequvoca con nosotros mismos, con una cercana del reconocimiento que nos protege del peligro de sorprendemos a nosotros mismos. Qu aburrido sera, sin embargo, vivir tan descansadamente, tan seguros de nosotros mismos!). Entonces, lo hice por m mismo? Para presentarme ante m mismo como un buen mdico y un hombre valiente, que posee la fuerza de dominar su odio? Para celebrar un triunfo del autocontrol y poder permitirme el xtasis del autodominio? Por soberbia moral, entonces; peor an, por una soberbia totalmente vulgar? La experiencia en esos segundos no fue la experiencia de la soberbia placentera de la que soy consciente; fue, por el contrario, la experien- cia de actuar contra m mismo y de no permitirme las naturales sensaciones de satisfaccin y alegra maliciosa. Pero tal vez sa no es prueba alguna. Existe quizs una soberbia que no percibimos y que se esconde detrs de sentimientos opuestos? Soy mdico; esto es lo que argument ante la multitud furiosa. Tambin podra haber dicho:"Hice el juramento hipocrtico, es un juramento sagrado y no lo romper nunca, jams, no importa lo que pase". Siento que me gusta decir eso, me encanta; son palabras que me entusiasman, me embriagan. Es acaso Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
144 porque son las palabras de un voto sacerdotal? Fue entonces un acto religioso devolverle al carnicero la vida que ya haba perdido? El acto de alguien que lamenta secretamente ya no poder sentirse protegido por el dogma y la liturgia? De quien todava extraa el brillo sobrenatural de las velas del altar? No fue entonces un acto del pensamiento esclarecido? Hubo en mi alma, sin que yo lo notase, una lucha breve pero poderosa y amarga entre el sacerdote en ciernes de antao y el asesino de tiranos que hasta ahora nunca pas a la accin? Cla- varle la aguja con el veneno salvador en el corazn, fue un acto en el que sacer- dote y asesino se dieron la mano? Un movimiento en el que ambos recibieron lo que anhelaban? Si hubiera estado en el lugar de Ins Salomao, la mujer que me escu- pi, qu podra haberme dicho? No era un asesinato lo que te pedamos podra haber dicho ningn delito, ni segn la ley ni segn la moral. Si lo hubieras dejado muerto como es- taba, ningn juez te habra perseguido, nadie te habra conducido ante la tabla de Moiss que dice "No matars". No, lo que podamos esperar era algo mucho ms fcil, ms simple, ms evidente: que a este hombre, que nos ha trado la desgracia, la tortura y la muerte, de quien quiso finalmente libramos la natura- leza compasiva, no lo mantuvieras con vida con todas tus fuerzas, haciendo lo necesario para que pudiera seguir al frente de su sangriento rgimen. Cmo podra haberme defendido? Todos merecen que se los ayude a permanecer en esta vida, no importa lo que hayan hecho. Lo merecen como personas, lo merecen como seres humanos. No tenemos el poder de decidir sobre la vida y la muerte. Y cuando eso significa la muerte de otros? No le disparamos al que le est disparando a otro? No detendras a Mendes en su crimen si lo vieras co- metiendo un asesinato; con otro asesinato, si fuera necesario? Y eso no va mucho ms all de lo que podras haber hecho, que era nada? Cmo estara yo ahora si lo hubiera dejado morir? Si los otros, en vez de escupirme, hubieran festejado mi omisin mortal? Si me hubiera llega- do desde la calle un suspiro de alivio en vez de una desilusin envenenada de ira? Estoy seguro: me habra perseguido hasta en sueos. Pero por qu? Por- que no puedo existir sin algo incondicional, absoluto? Simplemente porque de- jarlo morir as, a sangre fra, habra significado un extraamiento de m mismo? Pero lo que soy, lo soy por obra del azar. Me lo imagino: voy a la casa de Ins, llamo a la puerta y le digo: "No pu- de hacer otra cosa; as soy yo. Podra haber sido de otra manera, pero la reali- dad es que no sali de otra manera; yo soy como soy, no poda hacer otra cosa". Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
145 "No es cuestin de cmo te sientes contigo mismo", podra decir ella, "eso es irrelevante. Ahora imagnate esto: Mendes se recupera, se pone el uni- forme y da rdenes asesinas. Imagnatelo. Imagnatelo con toda precisin. Y ahora juzga por ti mismo". Qu podra responderle? Qu? Qu?
"Quiero hacer algo": le haba dicho Prado a Joo Ea, "entiendes: hacer. Dime qu puedo hacer". Qu era exactamente lo que quera reparar? "No has cometido ningn crimen", le haba dicho Ea. "Eres mdico". l mismo haba argumentado eso ante la multitud que lo acusaba; se lo haba dicho a s mismo cientos de veces. No haba sido suficiente para tranquilizarlo. Le haba parecido demasiado simple, demasiado fcil. Prado desconfiaba profundamente de todo lo simple, lo fcil. Despreciaba, odiaba, las frases hechas como sa: soy mdico. Haba ido a la playa y haba deseado vientos helados que barrieran con todo lo que sonara a burda costumbre en el lenguaje, a esa clase insidiosa de costumbre que dificulta la reflexin porque crea la ilusin de que ya se ha re- flexionado y se ha encontrado la conclusin en las palabras huecas. Cuando Mendes yaca delante de l, lo haba visto como a este ser par- ticular, individual, cuya vida estaba en juego. Slo como a este ser individual. No haba podido ver esta vida como algo que uno debe considerar respecto de los otros, como un factor en una ecuacin mayor. Y eso era exactamente lo que la mujer le haba reprochado en su dilogo consigo misma: que no hubiera pensado en las consecuencias que, de hecho, afectaban a vidas individuales, a muchas vidas individuales. Que no haba estado dispuesto a sacrificar a un individuo por muchos individuos. Unirse a la resistencia, pens Gregorius, haba sido tambin un intento de aprender a pensar as. Haba fracasado. "Una vida por muchas vidas. No se puede hacer ese clculo, verdad?", le haba dicho aos ms tarde al padre Bartolomeu. Haba vuelto a su antiguo mentor para que confirmara su sentir. De todas maneras, no habra podido hacer otra cosa. Y entonces haba llevado a Estefnia Espinhosa al otro lado de la frontera, fuera del alcance de quienes crean tener que sacrificarla para evitar un mal mayor. Su gravitacin interna, que lo converta en lo que era, no le haba per- mitido actuar de otra manera. Le quedaba, sin embargo, una duda: no poda des- cartar la sospecha de la complacencia moral consigo mismo; una sospecha que pesaba mucho para un hombre que odiaba la soberbia como si fuera la peste. sta era la duda que Adriana haba maldecido. Haba querido tener a su hermano de manera total y haba sentido que no se puede poseer a nadie que no Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
146 est en paz consigo mismo.
22 No puedo creerlo! dijo Natalie Rubin en el telfono Simplemente no puedo creerlo! Dnde est? Gregorius le dijo que estaba en Lisboa y que necesitaba libros, libros en alemn. Libros dijo ella riendo, qu otra cosa poda ser? l fue enumerando: el diccionario alemnportugus ms grande que hubiera; una gramtica completa del portugus, seca como un libro de latn, sin apndices que supuestamente facilitaran el aprendizaje; una historia de Portu- gal. Y luego algo que no s si existe: una historia del movimiento de la re- sistencia bajo el rgimen de Salazar. Suena a aventura dijo Natalie. Y lo es respondi Gregorius. De alguna manera. Fao o que posso dijo ella. Hago lo que puedo. Gregorius no entendi, luego se estremeci. Una de sus estudiantes hablaba portugus; eso no deba suceder. Haca desaparecer la distancia entre Berna y Lisboa. Destrua la magia, toda la insensata magia de su viaje. Maldijo la llamada. Todava est ah? Mi madre es portuguesa, por si le intriga. Tambin necesitaba una gramtica del persa moderno, dijo Gregorius, y le dio el nombre del libro que en aquel tiempo, cuarenta aos atrs, haba costa- do trece francos con treinta. Por si acaso el libro todava exista; si no, otro. Lo dijo como un nio empecinado, que no quiere que le quiten su sueo. Entonces ella le dio su direccin y l, el nombre del hotel. Depositara el dinero en el correo hoy mismo. Si sobraba algo, bueno, tal vez ms adelante necesitara algo ms. O sea que me va a abrir una cuenta? Eso me gusta. A Gregorius le agrad la manera en que lo dijo. Si tan slo no hablara portugus! Usted provoc una rebelin increble aqu dijo ella, cuando se hizo un silencio en la comunicacin. Gregorius no quera saber nada de eso. Necesitaba una pared de igno- rancia entre Berna y Lisboa. Pregunt qu haba pasado. No va a volver dijo Lucien von Graffenried en medio del silencio Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
147 asombrado que se produjo cuando Gregorius haba cerrado la puerta tras de s. "Ests loco haban dicho los otros. Mundus no va a escaparse, l no, nunca en la vida. "Ustedes no saben leer la cara de la gente contest von Graffen- ried. Gregorius nunca hubiera credo que von Graffenried fuera capaz de eso. Fuimos a su casa y llamamos a la puerta. Hubiera jurado que usted estaba all. La carta que le haba escrito a Kgi no haba llegado hasta el mircoles. Kgi haba estado todo el martes pidiendo a la polica informacin sobre los accidentes que se haban producido. Las clases de latn y griego se haban sus- pendido, los alumnos haban estado sentados en los escalones de afuera sin saber qu hacer. Todo estaba desorganizado. Natalie titube. La mujer... quiero decir... nos pareci emocionante, de alguna manera. Disculpe agreg ante el silencio de Gregorius. Y el mircoles? En el recreo largo encontramos una comunicacin en el tablero. Deca que usted no iba a dar clase hasta nuevo aviso, que Kgi se hara cargo de las clases. Un grupo fue, en representacin de todos, a preguntarle a Kgi. Estaba sentado detrs del escritorio, con una carta delante. Estaba totalmente distin- to, mucho ms accesible, ms amable, nada de Seor Rector y todo eso. "No s si debo hacer esto dijo, y ley la cita de Marco Aurelio que usted haba escrito. Le preguntamos si pensaba que usted estaba enfermo. Se qued un rato callado, mirando por la ventana. "No puedo saberlo con seguridad dijo finalmente pero en realidad no lo creo. Ms bien creo que de pronto sinti algo, algo nuevo, suave y al mismo tiempo revolucionario. Debe haber sido como una explosin muda, que lo cambi todo. "Le contamos de... de la mujer. 'Ah s', dijo Kgi. 'S'. "Tengo la sensacin de que le tena envidia. Lucien dijo despus que Kgi le pareca cool, que no lo haba credo capaz de eso. Es verdad, pero es tan aburrido dando clase. A nosotros... nos gustara tenerlo a usted de vuelta. Gregorius sinti que le ardan los ojos y se sac los anteojos. Trag pa- ra aclararse la voz. Por... por ahora no puedo decir nada dijo. Pero no... no est enfermo? Quiero decir... Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
148 "No", le dijo Gregorius. No estaba enfermo, un poco loco, pero enfer- mo, no. Ella se ri con una risa que l nunca le haba odo, sin ese sonido de la damisela de la corte. Era una risa contagiosa y l se ri tambin, sorprendido por la facilidad desconocida, nueva, con que rea. Por un momento rieron en consonancia, la risa de uno intensificaba la del otro, y seguan riendo, el motivo haba dejado de ser importante haca rato, lo importante era rer; era como viajar en tren; como la sensacin, el sonido palpitante sobre las vas, un sonido lleno de seguridad y de futuro que ojal no cesara nunca ms. Hoy es sbado dijo Natalie rpidamente cuando callaron. Las li- breras estn abiertas nada ms que hasta las cuatro. Me voy ahora mismo. Natalie? Quisiera que esta conversacin quedara entre nosotros. Como si nunca hubiera existido. Qu conversacin? Ella ri. At logo. Gregorius mir el papel de caramelo que haba vuelto a guardar en el bolsillo del abrigo en el Liceu la noche anterior y que haba tocado esa maana al meter las manos en los bolsillos. Levant el auricular del telfono de la horquilla y volvi a colgarlo correctamente. Informaciones le dio tres nmeros telefni- cos que correspondan al apellido Rubin. El segundo haba sido el correcto. Mien- tras discaba, tuvo la sensacin de estar saltando al vaco desde un arrecife. No es que hubiera actuado precipitadamente ni obedeciendo a un impulso ciego. Haba tenido varias veces el auricular en la mano, para luego colgar y caminar hasta la ventana. El lunes era primero de marzo y la luz hoy era distinta; era por primera vez la luz que se haba imaginado cuando el tren haba salido de la esta- cin de Berna en medio de una tormenta de nieve. No haba ninguna razn para llamar a esa muchacha. Un papel de cara- melo en el bolsillo no era motivo suficiente para llamar as, de la nada, a una alumna con la que nunca haba cruzado una palabra de ndole personal. Menos an cuando uno se haba escapado y hacer una llamada telefnica le resultaba un drama. Eso haba sido el factor decisivo? Que nada estaba a favor y todo en contra? Y ahora se haban redo juntos, un rato largo. Haba sido como un con- tacto. Un contacto leve y flotante sin ninguna resistencia; algo que haca que todo contacto fsico pareciera una maniobra torpe, directamente risible. Haba ledo una vez en el diario un artculo sobre un agente de polica que haba dejado escapar a un ladrn convicto. Nos remos juntos haba dicho el agente a mane- ra de disculpa y ya no pude encarcelarlo. Simplemente no era posible. Gregorius llam a Mariana Ea y a Mlodie. No atendi nadie. Se puso Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
149 en camino a la Baixa, a la Rua dos Sapateiros, donde estaba Jorge O'Kelly, como haba dicho el padre Bartolomeu, parado detrs del mostrador de su farmacia. Era la primera vez desde su llegada que se poda llevar el abrigo abierto. Sinti la brisa suave en el rostro y se dio cuenta de que estaba contento de no haber podido comunicarse con ninguna de las dos mujeres. No tena ni la menor idea de qu era lo que quera decirles. En el hotel le haban preguntado cunto tiempo pensaba quedarse. "No fao ideia": haba contestado y haba pagado la cuenta por los das transcurri- dos. La mujer de la recepcin lo haba seguido con la mirada hasta la salida, vio en el espejo que haba en una columna. Camin lentamente a la Praa do Rossio. Vio a Natalie Rubin caminando a la librera Stauffacher. Sabra que la gramti- ca persa tena que buscarla en la librera Haupt de la plaza Falken? En un kiosco haba un plano de Lisboa desplegado, en el que estaban se- aladas las siluetas de todas las iglesias de la ciudad. Gregorius lo compr. Pra- do le haba contado el padre Bartolomeu conoca todas las iglesias de Lis- boa, saba todo acerca de cada una. Haba visitado algunas con el Padre. "stos habra que arrancarlos!", haba dicho al pasar junto a los confesionarios. "Se- mejante humillacin!" La farmacia de O'Kelly tena la puerta y el marco de la ventana pinta- dos de verde oscuro y dorado. Sobre la puerta, un bastn de Esculapio; en la ventana, una balanza anticuada. Cuando Gregorius entr, varias campanas for- maron una meloda suave y resonante. Se alegr de poder esconderse detrs de varios clientes. Entonces vio algo que nunca haba credo posible: un farmacuti- co que fumaba detrs del mostrador. Todo el negocio ola a humo y medicamen- tos; O'Kelly estaba encendiendo un cigarrillo con la brasa del anterior. Luego tom un sorbo de caf de una taza que tena sobre el mostrador. A nadie pare- ca llamarle la atencin. Con una voz de sonido metlico les explicaba algo a los clientes o haca una broma. Gregorius tuvo la impresin de que los tuteaba a todos. As que se era Jorge, el ateo recalcitrante, el romntico sin ilusiones que Amadeu de Prado haba necesitado para ser completo. El hombre cuya supe- rioridad en el ajedrez haba sido tan importante para l, que era el superior. El hombre que haba sido el primero en estallar en carcajadas cuando los ladridos de un perro haban quebrado el silencio que se haba producido al concluir Prado su discurso blasfemo. El hombre que haba sido capaz de frotar las cuerdas de un contrabajo hasta romper el arco cuando comprendi que su habilidad era nula. Tambin era, finalmente, el hombre a quien se haba enfrentado Prado cuando supo que haba condenado a muerte a Estefnia Espinhosa, la mujer si Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
150 la presuncin del padre Bartolomeu era correcta a la que se haba acercado aos ms tarde en el cementerio, sin enfrentar su mirada. Gregorius sali de la farmacia y se sent en el caf de enfrente. Saba que en el libro de Prado haba un fragmento que comenzaba con una llamada telefnica de Jorge. Sentado en medio del ruido de la calle, rodeado de gente que conversaba o que disfrutaba del sol primaveral con los ojos cerrados, co- menz a traducir, buscando palabras en el diccionario; not entonces que le estaba sucediendo algo importante e inaudito: poda trabajar sobre la palabra escrita en medio de las voces, la msica de la calle, el aroma del caf. "Pero a veces lees el diario en el caf", le haba replicado Florence cuando l le dijo que los textos necesitaban muros protectores para mantener alejado el ruido del mundo; lo mejor sera, por ejemplo, los muros gruesos y slidos de un archivo subterrneo. "Ah, bueno, el diario", le haba respondido. "Yo estaba hablando de tex- tos". Y ahora, de repente, no le hacan falta los muros; las palabras portu- guesas que tena delante se fundan con las palabras portuguesas que tena al lado y detrs de l; poda imaginar que Prado y O'Kelly estaban sentados en la mesa vecina, poda interrumpirlo el camarero, sin que esto afectara los textos para nada.
AS SOMBRAS DESCONCERTANTES DA MORTE. LAS SOMBRAS DESCONCERTANTES DE LA MUERTE. "Me despert aterrorizado, con miedo a la muerte", dijo Jorge por telfono. "Todava me espanta lo que so". Eran casi las tres de la maana. Su voz sonaba distinta de la que yo co- noca, de la voz con la que hablaba con los clientes en la farmacia, me ofreca algo de beber o deca: "te toca mover". No se poda decir que le temblase la voz, pero sonaba velada, como una voz detrs de la cual hay sentimientos pode- rosos, dominados con gran esfuerzo, que amenazan con un estallido. Haba soado que estaba sobre un escenario sentado a su piano nuevo, un Steinway de cola, y no saba tocar. No haca mucho que l, ese racionalista a ultranza, haba hecho algo de una insensatez fascinante. Con el dinero que haba heredado de su hermano, ya fallecido, se haba comprado un Steinway, aunque nunca haba tocado ni un comps al piano. Al vendedor le haba resultado extra- o que simplemente sealara uno de los pianos de cola relucientes, sin siquiera haber levantado la tapa del teclado. Desde entonces, el piano de cola, como si fuera una pieza de museo, haba ocupado un lugar en la casa ya solitaria, con la apariencia de una lpida gigantesca. Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
151 Poder tocar en ese piano de cola como se lo merece: eso es algo que est fuera de mis posibilidades en esta vida. Estaba sentado frente a m, vestido con una bata de dormir, y pareca ms hundido en el silln que de costumbre. Como avergonzado, se frot las ma- nos, eternamente heladas. Seguramente ests pensando que eso ya se saba desde el principio. y de alguna manera yo lo saba. Pero sabes, cuando me despert, lo supe de ver- dad por primera vez. Y ahora tengo mucho miedo. Miedo a qu? le pregunt y esper a que l, maestro en el arte de la mirada imperturbable y directa, me mirara a m Exactamente a qu? Una sonrisa cruz el rostro de Jorge. Siempre es l quien me obliga a ser ms preciso, quien opone su razn, adiestrada para el anlisis y objetiva como la qumica, a mi tendencia a dejar los ltimos temas en una vacilante incer- tidumbre. Le dije que no era posible que un farmacutico le tuviera miedo al dolor y a la agona de la muerte y en cuanto a la experiencia humillante de la decaden- cia fsica y moral, ya habamos hablado muchas veces sobre los medios y los modos, llegado el caso de que se cruzara el lmite de lo soportable. Cul era entonces el objeto de su miedo? El piano de cola me recuerda desde esta noche que hay cosas que no tendr tiempo de hacer cerr los ojos como sola hacerla siempre que quera adelantarse a una tonta objecin ma. No se trata de pequeas alegras sin importancia o de placeres pasajeros como cuando nos abalanzamos sobre un vaso de agua fra en un da de calor sofocante. Se trata de cosas que uno quiere hacer y experimentar porque es slo a travs de ellas que la propia vida, esta vida absolutamente especial, llega a ser una vida total y porque sin ellas la vida quedara incompleta, un torso y meros fragmentos. Pasado el instante de la muerte, ya no se est presente para tener que sufrir que quede incompleta y poder lamentarlo dije. S, seguro dijo Jorge, con la misma voz que tena siempre que escu- chaba algo que le resultaba irrelevante pero se trata de la conciencia actual, viva, de que la vida quedar incompleta, fraccionada y no tendr la coherencia que esperbamos. Esa certeza, eso es lo terrible, es en verdad el miedo a la muerte. Pero la infelicidad no consiste en que, en el momento en que se habla, la vida todava se perciba como incompleta internamente, no es as? Jorge sacudi la cabeza. l no hablaba de lamentarse por no haber po- dido tener todas las experiencias que su vida debera poseer para ser completa. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
152 Si la conciencia de que la vida presente est incompleta fuera suficiente para causar infelicidad, uno debera necesariamente ser infeliz en todo momento. La conciencia de la apertura sera, por el contrario, una condicin para que no fue- ra una vida ya muerta, sino vital. Lo que causaba la infelicidad deba ser algo diferente: saber que aun en el futuro ya no sera posible realizar aquellas expe- riencias que haran de la vida algo acabado y completo. Si es vlido que ningn momento puede tornarse infeliz slo porque es intrnsecamente incompleto dije, por qu no podra ser vlido tambin para aquellos momentos que estn atravesados por la conciencia de que nunca se podr alcanzar la plenitud? Parece en cambio, como si la plenitud deseada slo fuera deseable como algo futuro, como algo hacia lo que se avanza y no algo a lo que se llega. Voy a decirlo de otra manera agregu. Desde qu punto de vista es esa plenitud inalcanzable motivo para lamentarse y posible objeto de temor, ya que no lo es desde el punto de vista de los momentos fugaces, para los cuales la falta de plenitud no es ningn mal, sino un estmulo y un sigo de vitali- dad? Habra que admitir dijo Jorge que para poder sentir la clase de miedo que me despert hay que tomar un punto de vista diferente de los que corresponden a los momentos habituales, abiertos hacia adelante. Para poder reconocer la carencia de plenitud como un mal, uno tendra que poder ver la vida como un todo, por as decirlo, verla desde su final, exactamente como uno la ve cuando piensa en la muerte. Y por que debera ser esta mirada motivo de pnico? pregunt. La experiencia de que tu vida presente est incompleta no significa ningn mal, en eso estamos de acuerdo. Casi parece que fuera un mal slo como una carencia de plenitud que ya nunca ms vas a experimentar, que slo puede comprobarse desde ms all de la tumba. Como eres t quien siente, no puedes adelantarte hacia el futuro para desesperar te, desde un final que an no se producido, por una carencia de tu vida que slo llegar en ese punto final anticipado. Tu miedo a la muerte tiene, entonces, un objeto particular: una falta de plenitud en tu vida que t mismo nunca podrs experimentar. Hubiera querido ser alguien que puede hacer sonar el piano de cola dijo Jorge. Alguien que puede tocar en ese piano digamos las Variaciones Goldberg, de Bach. Estefnia puede; las toc para m solo y desde entonces llevo en m este deseo de poder hacerlo yo tambin. Hasta hace una hora parez- co haber vivido con la vaga sensacin, que nunca me preocup de analizar, de que an tendra tiempo de aprender. Fue ese sueo del escenario el que me hizo despertar con la certeza de que mi vida llegar a su fin sin haber tocado las Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
153 Variaciones. Est bien dije, pero por qu miedo? Por qu no dolor, desilu- sin, tristeza? Por qu no ira? Tememos algo que todava est por venir, que nos va a suceder; tu certeza de que el piano no va a sonar nunca ya est aqu, hablamos de ella como algo presente. Este mal puede tardar en llegar, pero no puede hacerse mayor; no es lgico sentir miedo de que crezca. Por eso esta nueva certeza tuya puede deprimirte y ahogarte, pero no es motivo para sentir pnico. Esa es una interpretacin errnea objet Jorge. El miedo no se aplica solamente a la nueva certeza, sino a aquello de lo que estamos seguros: de esa carencia de plenitud de la vida que no por ser futura es menos cierta; que ya se percibe como una carencia que, por su magnitud, transforma desde aden- tro la certeza en miedo. La plenitud de la vida, cuya carencia anticipada nos llena la mente de sudor, qu puede ser? En qu puede consistir, cuando uno piensa en lo incohe- rente, cambiante e imprevisible que es nuestra vida, tanto la interior como la exterior? No somos uniformes, de ninguna manera. Estamos hablando nada ms que de la necesidad de colmar la experiencia? Lo que torturaba a Jorge era saber que era inalcanzable la sensacin de sentarse a un Steinway reluciente y aduearse de la msica de Bach, como slo puede hacerse cuando surge de las propias manos? O era la necesidad de haber experimentado suficientes cosas como para poder, en un relato, describir la vida como completa? Es en definitiva una cuestin de la propia imagen, de la idea determi- nante que uno se hizo hace mucho tiempo de lo que debera haber hecho y expe- rimentado para llegar a ser la vida que uno aprobara? El miedo a la muerte como miedo a lo no realizado estara entonces, al parecer, totalmente en mis manos, porque soy yo quien bosquejo la imagen de mi propia vida tal como debe- ra realizarse. Eso lleva a este pensamiento: si pudiera cambiar esa imagen para que mi vida concuerde con ella, el miedo a la muerte debera desaparecer de inmediato. Si no me es posible desprenderme de ella, es porque esa imagen creada por m y por ningn otro no surge de una caprichosa arbitrariedad ni es susceptible de cambios a voluntad, est arraigado dentro de m y crece a partir del juego de fuerzas de sentimientos y pensamientos que conforman mi ser. Entonces el miedo a la muerte podra describirse como el miedo a no poder llegar a ser como el modelo que uno us para disear esa imagen. Esa clarsima conciencia de la finitud, como la que Jorge sinti tan in- esperadamente en medio de la noche, como la que yo debo provocar en algunos de mis pacientes mediante las palabras con que les anuncio un diagnstico fatal, Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
154 nos perturba como ninguna otra cosa porque vivimos, muchas veces sin saberlo, con esa totalidad como referencia y porque cada instante ms vital que logra- mos obtiene su vitalidad del hecho de que representa una pieza en el rompeca- bezas de aquella totalidad. Cuando nos acomete la certeza de que tal totalidad ya nunca ms estar a nuestro alcance, ya no sabemos, de pronto, cmo debe- mos vivir el tiempo que ahora ya no puede vivirse pensando en esa totalidad. sta es la razn de una experiencia extraa y perturbadora que tienen algunos pacientes terminales: ya no saben qu hacer con el tiempo que les queda, por breve que sea. Despus de mi conversacin con Jorge, sal a la calle; sali el sol y las pocas personas que venan caminando en direccin contraria parecan, a contra- luz, siluetas de sus sombras, mortales sin rostros. Me sent en el alfizar de una ventana y esper que, al aproximarse, sus rostros se hicieran visibles para m. La primera que se acerc fue una mujer que se balanceaba al caminar. Su rostro, ahora poda verlo, todava tena el velo del sueo, pero era fcil imagi- narse cmo se abrira a la luz del sol, cmo se enfrentara a los sucesos de ese da lleno de esperanzas y expectativas, con los ojos llenos de futuro. El segundo que pas a mi lado fue un viejo que llevaba un perro. Se detuvo, encendi un cigarrillo y le sac la tralla al perro para que pudiera correr en el parque. Ama- ba al perro y le gustaba su vida con el perro, sus gestos disipaban toda posible duda al respecto. La mujer del pauelo tejido en la cabeza que pas al rato tam- bin se aferraba a la vida, aunque las piernas hinchadas le hacan penosa la mar- cha. Sujetaba a un nio de portafolios escolar, tal vez un nieto que estaba lle- vando a la escuela antes de hora. Era el primer da de clase y no quera perderse ese comienzo importante de su nuevo futuro. Todos ellos moriran y todos tenan miedo a la muerte, cuando pensaban en ello. Morir en algn momento, pero no ahora. Trat de acordarme del labe- rinto de preguntas y argumentos por el que Jorge y yo habamos vagado la mi- tad de la noche y en la claridad que haba estado a nuestro alcance para luego alejarse en el ltimo instante. Segu con la vista a la mujer joven, que en ese momento se enderez; al viejo, que jugaba complacido con la tralla del perro; a la abuela, que acarici la cabeza del nio. Sentiran horror si en ese instante les anunciaran una muerte cercana y la razn era evidente, simple y clara. Dej que el sol de la maana me iluminara el rostro trasnochado y pens: ya sea que su vida est hecha de privaciones o de lujos, de penurias o de placeres, quieren seguir teniendo ese elemento que la compone. No quieren que su vida llegue a su fin, aun cuando despus del fin ya no podrn extraar la vida que no tuvieron; son conscientes de ello. Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
155 Me fui a casa. Qu relacin hay entre la reflexin complicada y anal- tica y la certeza visible? En cul de ellas hay que confiar ms? En el consultorio abr la ventana y mir el cielo azul claro que cubra los techos, las chimeneas y la ropa tendida. Cmo seran las cosas entre Jorge y yo despus de esa noche? Nos sentaramos como siempre frente al tablero de ajedrez o sera diferente? Nos cambia la intimidad de la noche?
Era bien entrada la tarde cuando Jorge sali de la farmacia y la cerr. Gregorius se estaba muriendo de fro desde haca una hora y haba estado to- mando un caf tras otro. Ahora dej un billete bajo la taza y sigui a O' Kelly. Al pasar delante de la farmacia, le llam la atencin que todava hubiera una luz encendida adentro. Mir por la ventana; ya no quedaba nadie; haban cubierto la caja registradora antediluviana con una funda mugrienta. El farmacutico dio vuelta a la esquina; Gregorius tuvo que apurarse. Por la Rua da Conceiao atravesaron la Baixa y siguieron al barrio de Alfama, pasaron tres iglesias, que dieron la hora una despus de la otra. En la Rua da Saudade Jorge apag el tercer cigarrillo con el pie y luego desapareci en la entrada de una casa. Gregorius cruz la calle y se par en la vereda de enfrente. No se en- cendi ninguna luz en los departamentos. Volvi a cruzar la calle, no muy seguro, y entr en el vestbulo oscuro. Vio una pesada puerta de madera; Jorge debi haber desaparecido detrs de esa puerta. No pareca la puerta de un departa- mento, ms bien la de un bar, pero ningn cartel anunciaba que all hubiera uno. Se arriesgaba? Poda presentarse sin ms ante Jorge, con todo lo que ya saba de l? Gregorius se qued parado delante de la puerta, las manos en los bolsillos del abrigo. Golpe a la puerta. Nada. Finalmente, hizo girar el picaporte y fue como a la maana cuando discaba el nmero telefnico de Natalie Rubin: como si estuviera dando un salto en el vaco. Era un club de ajedrez. En una habitacin baja, llena de humo y con una luz mortecina jugaban, en una docena de mesas, nada ms que hombres. En una esquina haba un mostrador chico con bebidas. No haba calefaccin, los hom- bres tenan puestos los abrigos y chaquetas abrigadas, algunos llevaban gorras vascas. A Jorge lo estaba esperando su compaero de juego; cuando Gregorius lo reconoci detrs de una cortina de humo espeso, el compaero le estaba mostrando los puos donde tena las figuras, para que eligiera. En la mesa de al lado estaba sentado un hombre solo, que en ese momento mir la hora y despus se puso a tamborilear con los dedos sobre la mesa. Gregorius se sobresalt. El hombre se pareca a aquel otro con el que Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
156 haba jugado una vez durante diez horas en el Jura, para terminar perdiendo. Haba sido un torneo en el distrito de Moutier, un fro fin de semana de diciem- bre en el que nunca se vio el sol y los picos nevados parecan rodear el lugar como una fortaleza de montaas. El hombre era un lugareo que hablaba como un dbil mental; tena la misma cara cuadrada que el portugus sentado solo a la mesa; el mismo corte de pelo que pareca hecho con una cortadora de csped; la misma frente achatada hacia atrs; las mismas orejas salidas. Slo la nariz del portugus era distinta. Y la mirada. Los ojos negros, negros como un cuervo; las cejas pobladas; la mirada dura como el muro de un cementerio. As era la mirada que le estaba dirigiendo a Gregorius. Contra ese hombre no pens Gregorius contra ese hombre de ninguna manera. El hom- bre le hizo un gesto para que se aproximara. Gregorius se acerc. Desde all podra ver jugar a O'Kelly en la mesa de al lado. Podra mirarlo sin llamar la atencin. se era el precio. Esa maldita sagrada amistad oy decir a Adriana. Se sent. Novato? pregunt el hombre. Cmo saber si eso quera decir nuevo aqu O principiante? Se decidi por lo primero y asinti. Pedro dijo el portugus. Raimundo dijo Gregorius. El hombre jugaba an ms lentamente que el del Jura. La lentitud co- menz ya con la primera jugada; una lentitud como de plomo, paralizante. Grego- rius mir las otras mesas. Nadie jugaba con reloj. Aqu los relojes estaban fue- ra de lugar. Cualquier cosa que no fuera los tableros de ajedrez estaba fuera de lugar. Hasta el hablar. Pedro puso los brazos sobre la mesa, apoy la barbilla sobre las manos y mir el tablero desde abajo. Gregorius no saba qu le molestaba ms: si esa mirada intensa, epilptica, con el iris vuelto hacia arriba sobre un fondo amari- llento, o el obsesivo morderse los labios que ya lo haba vuelto loco en la partida contra el del Jura. Sera una lucha contra la impaciencia; aquella vez haba per- dido. Maldijo todos los cafs que se haba tomado. Su mirada se cruz por primera vez con la de Jorge, el hombre que se haba despertado por miedo a la muerte; que haba sobrevivido a Prado treinta y un aos. Ateno! dijo O'Kelly, sealando a Pedro con el mentn. Advers- rio desagradvel! Pedro se sonri con malicia sin levantar la cabeza y ahora ya pareca un dbil mental. Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
157 Justo, muito justo murmur, y se le formaron burbujas de saliva en las comisuras de los labios. Mientras slo se tratara de anticipar las jugadas, Pedro no cometera ningn error; al cabo de una hora de juego, Gregorius lo tena claro. No haba que dejarse engaar por la frente achatada y la mirada epilptica; lo calculaba todo detenidamente, diez veces, si era necesario; calculaba por lo menos las diez prximas jugadas. La pregunta era qu pasara si el adversario haca una jugada sorpresiva; una jugada que no slo pareciera no tener sentido; sino que realmente no tuviera sentido. Gregorius haba hecho perder el hilo de la partida a ms de un adversario difcil de esa manera. El nico que no caa en la trampa de esa estrategia era Doxiades. "Pavadas!", deca el griego y no dejaba de aprovechar la ventaja que se haba producido. Ya haba pasado otra hora y Gregorius se decidi a generar el descon- cierto sacrificando un pen, sin que eso significara la menor ventaja estratgi- ca. Pedro movi los labios varias veces, hacia delante y hacia atrs; luego levant la cabeza y mir a Gregorius. Gregorius hubiera querido tener puestos los anteojos viejos, que actuaban como una muralla defensiva, aun contra mira- das como sa. Pedro parpade, se frot las sienes y se pas los dedos cortos y toscos por el pelo rapado. No toc el pen. "Novato", murmur, "diz novato". Entonces Gregorius se enter: quera decir principiante. Pedro pens que el sacrificio era una trampa y sigui jugando sin atacar el pen; Gregorius pudo maniobrar hasta ubicarse en una posicin desde la que poda atacar. Jugada tras jugada fue deslizando su ejrcito hacia el frente, sin dejarle a Pedro ninguna posibilidad de defenderse. El portugus comenz a sorberse los mocos con gran estruendo cada dos minutos. Gregorius no saba si lo haca adrede o por descuido. Jorge se sonri al ver cmo le molestaba a Gre- gorius el ruido desagradable; los dems parecan estar familiarizados con ese hbito de Pedro. Cada vez que Gregorius frustraba uno de sus planes, aun antes de que fuera visible, la mirada de Pedro tomaba un matiz ms duro, sus ojos parecan hechos de pizarra reluciente. Gregorius se ech hacia atrs y lanz una mirada tranquila sobre el tablero. Eso poda seguir as por horas, pero ya no poda pasar nada ms. Con la mirada vuelta hacia la ventana, frente a la que un farol se balan- ceaba suavemente de un cable flojo, comenz a observar el rostro de O'Kelly. En el relato del padre Bartolomeu, ese hombre haba sido al principio slo una forma luminosa; una forma luminosa sin brillo propio, cualquier cosa menos lla- mativo, pero tambin un joven incorruptible, temerario, que llamaba las cosas Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
158 por su nombre. As haba surgido, al final del relato de la visita nocturna de Prado al Padre. Ella. Se ha convertido en un peligro. No podra soportarlo. Hablara. Es lo que piensan los dems. Jorge tambin? No quiero hablar de eso. O'Kelly dio una pitada al cigarrillo antes de atravesar el tablero con el alfil y derribar la torre enemiga. Tena los dedos amarillos de nicotina, las uas sucias. A Gregorius le caus rechazo la nariz grande y carnosa, de poros abier- tos; le pareci un producto del exceso de desconsideracin. Cuadraba con la sonrisa maliciosa de antes. Pero todo lo que pudiera causar rechazo dejaba de tener importancia cuando uno vea la mirada cansada y bondadosa de sus ojos marrones. Estefnia. Se estremeci y, de pronto, sinti calor. El nombre haba aparecido en el texto de Prado que haba ledo a la tarde, pero Gregorius no haba establecido la relacin... las Variaciones Goldberg. Estefnia puede; las toc para m solo y desde entonces llevo en m este deseo de poder hacerlo yo tambin. Poda ser la misma Estefnia? La mujer que Prado haba querido salvar de Jorge? La mujer que haba causado la destruccin de la amistad que los una, esa maldita sagrada amistad? Gregorius empez a calcular desesperadamente. S, poda ser. Entonces, era la mayor crueldad imaginable: estar dispuesto a sacrifi- carle la mujer que, con las notas de Bach, lo haba fortalecido en la maravillosa y seductora ilusin del Steinway que albergaba desde la poca del Liceu, al mo- vimiento de la resistencia. Qu haba pasado entre ellos en el cementerio, cuando el Padre ya se haba marchado? Estefnia Espinhosa haba vuelto a Espaa? Sera ms joven que Jorge, tanto ms joven, que Prado haba podido enamorarse de ella diez aos despus de la muerte de Ftima. Si fuera as, el drama entre Prado y O' Kelly no slo haba sido un drama de morales diferentes, sino tambin un drama de amor. Qu saba Adriana de ese drama? Se haba permitido tan siquiera pensarlo? O haba tenido que sellar su mente contra ese pensamiento, as como lo haba hecho contra tantas otras cosas? El Steinway, intacto y descabellado, todava estaba en la casa de O'Kelly? Gregorius haba hecho las ltimas jugadas con la misma concentracin rutinaria y superficial con que jugaba las partidas simultneas contra los alum- nos en Kirchenfeld. Vio la sonrisa disimulada de Pedro y, tras observar cuidado- samente el tablero, se sobresalt. Haba perdido la ventaja y el portugus haba emprendido un ataque peligroso. Gregorius cerr los ojos. Lo invadi un cansancio mortal. Por qu no se Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
159 levantaba y se iba, sin ms? Cmo haba llegado a estar en Lisboa, sentado en una habitacin de techo insoportablemente bajo llena de humo sofocante, ju- gando contra un hombre desagradable que no le importaba en lo ms mnimo y con quien no poda cambiar ni una palabra? Sacrific el ltimo alfil; as inici el fin de la partida. Ya no poda ganar, pero sera suficiente para hacer tablas. Pedro fue al bao. Gregorius mir en derredor. La habitacin estaba quedando vaca. Los pocos hombres que queda- ban se acercaron a su mesa. Pedro volvi, se sent y aspir los mocos con fuer- za. El adversario de Jorge se haba ido y l se haba sentado de manera de po- der ver cmo terminaba la partida en la mesa vecina. Gregorius poda or su respiracin ronca. Si no quera perder, tendra que olvidarse de su presencia. En una oportunidad, Aljechin haba ganado una final con tres figuras menos. Gregorius, que todava era estudiante, haba repetido incrdulo el final de esa partida. Y luego, durante meses, haba repetido cada final que encontr registrado. Desde entonces ya saba de una mirada lo que tena que hacer. Y entonces lo vio. Pedro reflexion durante media hora y, a pesar de eso, cay en la trampa. Apenas haba movido cuando se dio cuenta. Ya no poda ganar. Movi los labios hacia delante y hacia atrs, hacia delante y hacia atrs. Fij su mirada ptrea en Gregorius. "Novato", dijo, "novato". Se levant precipitadamente y sali. Donde s? pregunt uno de los que estaban parados alrededor de la mesa. De Berna, na Suia dijo Gregorius. Y agreg Gente lenta. Se rieron y le ofrecieron una cerveza. Le dijeron que tena que volver. Ya en la calle, Jorge O'Kelly se le acerc. Por qu me ha estado siguiendo? le pregunt en ingls. Cuando vio la cara de asombro de Gregorius, se ri con una risa spera. Hubo tiempos en que darme cuenta de que me seguan era cosa de vi- da o muerte. Gregorius titube. Qu poda pasar si ese hombre se vea enfrentado de pronto con el retrato de Prado? Treinta aos despus de haberse despedi- do de l junto a su tumba? Sac lentamente el libro del bolsillo del abrigo, lo abri y le mostr el retrato a O' Kelly. Jorge parpade, le sac a Gregorius el libro de la mano, se par debajo del farol de la calle y se puso el libro muy cerca de los ojos. Gregorius nunca olvidara esa escena: O'Kelly a la luz de la lmpara oscilante mirando incrdulo, espantado, el retrato del amigo perdido; un rostro que amenazaba desmoronarse. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
160 Venga conmigo dijo Jorge con una voz ronca que son autoritaria porque deba ocultar la conmocin, vivo no muy lejos de aqu. Cuando empez a caminar delante de Gregorius, su andar era ms rgido y ms inseguro que antes; ahora era un viejo. El departamento era un agujero, un agujero ennegrecido por el humo, con paredes tapizadas de fotografas de pianistas. Rubinstein, Richter, Horo- witz. Dinu Lipati. Murray Perahia. Un inmenso retrato de Maria Joo Pires, la pianista favorita de Joo Ea. O'Kelly atraves el living y encendi una infinidad de luces. A medida que las iba encendiendo, iluminaban nuevas fotos que surgan de la oscuridad. Slo una esquina de la habitacin permaneci a oscuras. All estaba el piano de cola; su muda negrura opacaba el brillo de las luces y lo reflejaba empalidecido. Hubiera querido ser alguien que puede hacer sonar el piano de cola... mi vida llegar a su fin sin haber tocado las Variaciones. Ese piano de cola ya haba pasado dcadas all, un espejismo oscuro de pulida elegancia, un monumento negro al sueo sin cumplir de una vida completa. Gregorius pens en los objetos intocables de la habitacin de Prado; tampoco en el piano de cola de O'Kelly pareca haber ni una mota de polvo. La vida no es lo que vivimos; es eso que nos imaginamos vivir, deca una nota del libro de Prado. O'Kelly se sent en un silln en el que pareca sentarse habitualmente. Su mirada, apenas interrumpida por un parpadeo, poda hacer que los planetas se detuvieran. El negro silencio del piano llenaba la habitacin. El rugido de las motocicletas rebotaba contra el silencio. Los hombres no toleran el silencio deca uno de los fragmentos breves de Prado porque eso significara que se toleran a s mismos. Jorge pregunt cmo haba conseguido el libro y Gregorius le relat la historia. Cedros Vermelhos, ley Jorge en voz alta. Suena a Adriana, la clase de melodrama tpico de ella. A l no le gus- taba, pero haca todo lo posible para que Adriana no se diera cuenta. "Es mi hermana y me ayuda a vivir mi vida", deca. Le pregunt si saba qu representaban los cedros rojos. "Mlodie", di- jo Gregorius; le pareca que ella saba. De dnde conoca a Mlodie y por qu le interesaba todo esto, pregunt O'Kelly. El tono de la pregunta no era precisa- mente spero pero Gregorius crey or el eco de una aspereza que haba tenido la voz alguna vez, en un tiempo en que era importante ser muy cauteloso y estar muy lcido cuando algo pareca inusual. Quisiera saber cmo era ser l dijo. Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
161 Jorge lo mir confundido, baj la vista al retrato y luego cerr los ojos. Es posible? Se puede saber cmo es ser otro? Gregorius respondi que por lo menos se puede descubrir cmo es ima- ginarse ser otro. Jorge se ri. As debe haber sido la risa que son sobre el aullido de los perros en la ceremonia de fin de curso del Liceu. Y fue por eso que huy? Bien loco. Me gusta. "A imaginao, o nosso ltimo santurio", sola decir Amadeu. Algo cambi en O'Kelly cuando pronunci el nombre de Prado. Hace d- cadas que no lo dice en voz alta, pens Gregorius. Jorge encendi un cigarrillo; le temblaban los dedos. Tosi, luego abri el libro de Prado donde Gregorius al medioda haba puesto el recibo del caf entre las pginas. El pecho delgado suba y bajaba, la respiracin era un ronquido suave. Gregorius hubiera preferi- do dejarlo solo. Y todava sigo vivo dijo, y dej el libro a un costado. Tambin si- gue aqu el miedo, el miedo incomprensible de entonces. Y el piano sigue estando all. Ya no es un monumento conmemorativo; es simplemente l, el piano de cola, l mismo, sin ningn mensaje, un compaero mudo. Esa conversacin sobre la que escribi Amadeu fue a fines de 1970. Todava entonces yo habra jurado que nunca bamos a separarnos. ramos como hermanos. Ms que hermanos. "Recuerdo cmo lo vi por primera vez. Fue cuando comenzbamos la es- cuela, un da entr muy tarde en el saln, ya no me acuerdo por qu; la clase haba comenzado haca rato. Ya en esa poca llevaba guardapolvo; eso lo distin- gua como un chico de familia rica porque esa prenda no se puede comprar hecha. Era el nico que no llevaba portafolios, como si quisiera decir: tengo todo en la cabeza, como corresponda a la inimitable seguridad en s mismo con que se sent en el lugar vaco. No demostraba arrogancia ni altanera. Simplemente tena la certeza de que no haba nada que no pudiera aprender sin esfuerzo. Y no creo que supiera de esa certeza, eso la habra desvalorizado; no, l era esa certeza. La manera en que se par, dijo su nombre y volvi a sentarse: la madu- rez digna del escenario; no, del escenario no; no quera ningn escenario ni lo necesitaba. Era pura desenvoltura, pura gracia, lo que brotaba de sus movimien- tos. El padre Bartolomeu se qued cortado cuando lo vio y por un momento no supo cmo seguir. Cuando O'Kelly se hundi en el silencio, Gregorius dijo que haba ledo el discurso de fin de curso de Prado. Jorge se par, fue a la cocina y volvi con una botella de vino tinto. Lo sirvi y tom dos vasos seguidos, no precipitada- mente, sino como quien lo necesita. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
162 Trabajamos en el discurso toda la noche. En un momento perdi el va- lor. Entonces le ayud la ira. "Dios castig a Egipto con plagas porque el faran estaba empecinado en su voluntad", grit, "pero fue el mismo Dios quien lo hizo as. Y lo hizo as para poder demostrar su poder! Qu Dios soberbio, autocom- placiente! Qu fanfarrn!". Yo lo amaba cuando, lleno de ira, le ofreca su fren- te a Dios, su frente alta y bella. "Quera que el ttulo fuera Veneracin y rechazo de la palabra mori- bunda de Dios. Eso es pattico, le dije yo, metafsica pattica. Y no lo incluy. Tena una tendencia a la expresin apasionada, no quera admitirlo pero lo saba y por eso luchaba contra la cursilera siempre que se presentaba una oportuni- dad; entonces poda ser injusto, horriblemente injusto. "La nica que estaba exenta de esa maldicin era Ftima. Ella poda hacer cualquier cosa. La consinti, los doce aos de matrimonio. Necesitaba alguien a quien poder consentir, l era as. No la hizo feliz. Ella y yo nunca hablamos del tema, no me tena particular afecto; tal vez estaba celosa de la familiaridad que haba entre l y yo. Pero una vez me la encontr en la calle; estaba sentada en un caf leyendo los avisos clasificados de empleos del diario y haba marcado algunos. Guard la hoja cuando me vio pero yo haba venido caminando desde atrs y ya la haba visto. "Me gustara que tuviera ms con- fianza en m", me dijo en aquella conversacin. Pero la nica mujer en quien tena confianza era Maria Joo. Maria, Dios mo, s, Maria. O'Kelly fue a buscar otra botella. Sus palabras empezaban a tornarse confusas. Beba y callaba. Gregorius pregunt cul era el apellido de Maria Joo. vila. Como Santa Teresa. En la escuela la llamaban a santa. Cuando los oa, les tiraba con lo que tena a mano. Luego, cuando se cas, tom el nom- bre del marido, muy comn y nada impresionante, pero me lo olvid. O'Kelly beba y callaba. Yo realmente pensaba que nunca podramos separarnos dijo en me- dio del silencio. Pensaba que era imposible. En algn lugar haba ledo la frase: Las amistades tienen su tiempo y luego terminan. La nuestra no, pens entonces, la nuestra no. O'Kelly beba cada vez ms rpido y los labios ya no le obedecan. Se levant con esfuerzo y sali de la habitacin con pasos inseguros. Al rato regre- s con una hoja de papel. Tome. Esto lo escribimos juntos en Coimbra, cuando todo el mundo pareca ser nuestro. Era una lista y arriba deca LEALDADE POR. Abajo, Prado y O'Kelly Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
163 haban escrito todas las razones que pueden dar origen a la lealtad.
Por culpa de los otros; etapas de desarrollo conjunto; tristeza compar- tida; alegra compartida; solidaridad entre mortales; comunidad de ideas; lucha en comn contra el exterior; fortalezas, debilidades en comn, comunidad de necesidades inmediatas; gustos en comn; odios en comn; secretos comparti- dos; fantasas, sueos compartidos; entusiasmos compartidos, humor comparti- do; hroes en comn; decisiones tomadas conjuntamente; xitos, fracasos, vic- torias, derrotas en comn; desilusiones compartidas; errores en comn.
Falta el amor en la lista dijo Gregorius. El cuerpo de O'Kelly se tens y por un rato volvi a estar lcido, ms all de la borrachera. No crea en el amor. Hasta evitaba la palabra. Le pareca cursi. Segn l haba tres cosas: atraccin, satisfaccin y sensacin de proteccin. Todas eran pasajeras. La ms fugaz era la atraccin, luego la satisfaccin y lamenta- blemente la sensacin de proteccin, ese sentimiento de estar en buenas manos, tambin se quebraba en algn momento. Las exigencias de la vida, todas las cosas que haba que llevar a cabo, eran demasiado numerosas y demasiado pode- rosas como para que nuestros sentimientos puedan superarlas intactos. Se tra- ta, entonces, de la lealtad. No era un sentimiento deca sino una voluntad, una decisin, una toma de partido del alma. Algo que convierta el azar de los encuentros y lo fortuito de los sentimientos en una necesidad. Un soplo de eternidad dijo, slo un soplo, pero aun as. Se enga. Nos engaamos los dos. Ms adelante, cuando ya estbamos otra vez en Lisboa, lo ocupaba la cuestin de si exista algo as como la lealtad respecto de uno mismo. El com- promiso de no huir tampoco de uno mismo. Ni en el pensamiento ni en los hechos. La disposicin de permanecer uno mismo, aun cuando uno ya no se quiera. Hubie- ra querido volver a escribirse con palabras nuevas y que de ese nuevo texto surgiera la verdad. "Slo me soporto cuando estoy trabajando", deca. O'Kelly call, cedi la tensin de su cuerpo, su mirada se enturbi y su respiracin se hizo lenta como la de uno que est durmiendo. Era imposible irse sin ms. Gregorius se par y mir los estantes de libros. Un estante entero so- bre el anarquismo: el ruso, el andaluz, el cataln. Muchos libros con la palabra justia en el ttulo. Dostoievski y ms Dostoievski. Ea de Queirs, O CRIME DO PADRE AMARO, el libro que haba comprado en su primera visita a la libre- ra de Jlio Simes. Sigmund Freud. Biografas de pianistas. Libros sobre aje- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
164 drez. Finalmente, en un nicho, un estante angosto con los libros de texto del Liceu, algunos de casi setenta aos. Gregorius tom la gramtica griega y la latina y fue pasando las hojas gastadas, manchadas de tinta. Los diccionarios, los textos con ejercicios. Cicern, Livio, Jenofonte, Sfocles. La Biblia con las pginas desflecadas de tan ledas y cubierta de comentarios. O'Kelly se despert, pero cuando empez a hablar fue como si conti- nuara el sueo que haba estado viviendo hasta ese mismo instante. Me compr la farmacia. Una farmacia entera, en la mejor ubicacin. As noms. Nos encontramos en el caf y hablamos de todo lo imaginable. Ni una palabra sobre la farmacia. Le encantaban los secretos; tena la maldita, encan- tadora costumbre de guardar secretos; nunca he conocido a nadie que dominara el arte del secreto como l. Era su forma de soberbia, aunque no quera escu- charlo. De repente, en el camino de vuelta, se qued parado. Ves esa farmacia? me pregunt. Claro que la veo le dije y qu hay con eso? Es tuya dijo, y me puso un manojo de llaves delante de la nariz. Siempre quisiste tener tu propia farmacia; ahora la tienes. Y luego se hizo cargo de todos los gastos de equipamiento. Y sabe usted? A m no me hizo sentir mal. Yo estaba anonadado y todas las maanas, a la hora de abrir, me frotaba los ojos. A veces lo llamaba por telfono y le deca: "imagnate, estoy aqu parado en mi propia farmacia". Entonces se rea y era esa risa relajada y feliz, que se fue haciendo ms y ms escasa cada ao. "Tena una relacin poco clara y muy complicada con la fortuna de su familia. A veces derrochaba dinero a lo grande, a diferencia del juez, su padre, que no se permita nada. Vea un mendigo y se alteraba; era siempre lo mismo. Por qu no le doy ms que un par de monedas? Por qu no un puado de bille- tes? Por qu no todo? Y por qu a l y no a otro? Es pura casualidad, ciego azar, que pasemos delante de l y no de otro mendigo. Y sobre todo, cmo puede uno comprarse un helado y dos pasos ms adelante hay alguien que tiene que tolerar la humillacin de mendigar? Eso no puede ser! Escchame: no puede ser! Una vez se enfureci tanto por esa confusin, esa confusin maldita y pega- josa, como la llamaba, que pate el piso, volvi corriendo y le tir al mendigo un billete grande en el sombrero. El rostro de O'Kelly, que se haba ido aflojando con el recuerdo como el de alguien a quien le ha ido desapareciendo un viejo dolor, volvi a oscurecer- se y envejeci. Cuando nos alejamos, quise vender la farmacia y devolverle el dinero. Despus me di cuenta de que hubiera sido como borrar el tiempo largo y feliz Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
165 de nuestra amistad. Como si envenenara con efecto retroactivo nuestra intimi- dad pasada, nuestra confianza de antes. Conserv la farmacia. Y un par de das despus de tomar la decisin, me sucedi algo particular: de pronto mi farmacia era mucho ms ma que antes. No lo entend. Ni siquiera hoy lo entiendo. Cuando se despeda, Gregorius le dijo que haba dejado la luz encendida en la farmacia. Es a propsito se ri O'Kelly. La luz est siempre encendida. Siempre. Un derroche total. Para vengarme de la pobreza en la que crec. Luz en una sola habitacin, se va a la cama a oscuras. Los pocos centavos que me daban los gastaba en pilas para una linterna con la que lea de noche. Los libros los robaba. Los libros no deberan costar nada, pensaba entonces y lo sigo pensan- do. Nos cortaban la luz constantemente por no pagar la cuenta. Cortar a luz. Nunca voy a olvidar esa amenaza. Son esas cosas simples las que uno no puede superar. Un olor; cmo arda la cara despus de una cachetada; cmo era que la oscuridad inundara la casa entera; qu ronca sonaba la maldicin del padre. La polica vena de vez en cuando al principio porque vean encendida la luz de la farmacia. Ahora ya lo saben todos y me dejan tranquilo.
23
Natalie Rubin haba llamado tres veces. Gregorius la llam. Dijo que no haba tenido problema con el diccionario y la gramtica portuguesa. Le va a encantar esta gramtica! Parece un cdigo con muchsimas listas de excepciones; al autor lo vuelven loco las excepciones. Como a usted, si me permite. La historia de Portugal haba sido ms complicada; haba muchas y se haba decidido por la ms compacta. Todo eso ya estaba en camino. La gramtica persa que l le haba indicado todava se venda. La librera Haupt la tendra para mediados de semana. En cambio, la historia de la resistencia portuguesa era un verdadero desafo. Las bibliotecas ya haban cerrado cuando lleg. Ten- dra que esperar hasta el lunes para volver. En Haupt le haban aconsejado que averiguara en el seminario de lenguas romances; ya saba con quin tena que hablar el lunes. A Gregorius lo asust el empeo que estaba poniendo en sus encargos, pero no lo sorprendi: lo haba visto venir. Lo que ms le gustara sera viajar a Lisboa y ayudarlo en sus investigaciones, la oy decir. Gregorius se despert en medio de la noche sin saber si en verdad lo haba dicho o si haba sido parte de su sueo. Kgi y Lucien von Graffenried Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
166 haban dicho cool todo el tiempo, mientras l jugaba contra Pedro, el del Jura, que empujaba las figuras por el tablero con la frente y golpeaba furioso la ca- beza contra la mesa cuando Gregorius le descubra el juego. Jugar contra Nata- lie haba sido raro e inquietante, porque jugaba sin figuras y sin luz. "Yo hablo portugus y podra ayudarte", deca. l trataba de contestarle en portugus y, cuando las palabras se negaban a venir, se senta como si estuviera rindiendo un examen. Minha Senhora volva a empezar Minha Senhora, y no saba cmo seguir. Llam a Doxiades. No dijo el griego, no lo haba despertado. El te- ma de! sueo segua tan mal como siempre. Y ahora no era slo el sueo. Gregorius nunca lo haba odo decir una frase as y se asust. Qu era entonces?, pregunt. Ay, nada dijo el griego. Es que estoy cansado; me equivoco con los pacientes. Quisiera dejar. Dejar? Usted dejar? Y despus qu? Viajar a Lisboa, por ejemplo se ri el griego. Gregorius le habl de Pedro, con su frente achatada y su mirada epi- lptica. Doxiades se acordaba del jugador del Jura. Despus de eso, usted jug horriblemente por un tiempo le dijo. Para sus conocidos. Ya estaba aclarando cuando Gregorius volvi a quedarse dormido. Dos horas ms tarde, cuando se despert, no haba ni una nube en el cielo de Lisboa y en la calle nadie llevaba abrigo. Tom el ferry y cruz a Cacilhas, a ver a Joo Ea. Se me haba ocurrido que iba a venir hoy dijo. En boca de Ea, el parco recibimiento son como una fanfarria. Tomaron t y jugaron al ajedrez. La mano de Ea temblaba cada vez que mova; se oa un sonido metlico cuando pona las figuras sobre el tablero. Con cada jugada, a Gregorius volvan a impresionarlo las cicatrices de las que- maduras en el dorso de las manos. El dolor y las heridas no son lo peor dijo Ea. Lo peor es la humi- llacin. La humillacin cuando uno siente que se ha ensuciado los pantalones. Cuando sal, me consuma la necesidad de vengarme. Me abrasaba. Esperaba escondido hasta que los torturadores salan de prestar servicio. Con sus abrigos bien normales y sus portafolios, como gente que sale de la oficina. Los segua a sus casas. Pagarles con la misma moneda. Lo que me salv fue la repugnancia que me daba tener que tocarlos. Y eso era lo que habra tenido que hacer; un tiro hubiera sido demasiado misericordioso. Mariana crey que yo haba atravesado Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
167 un proceso de madurez moral. Ni la menor madurez. Me he negado constante- mente a madurar, como dicen. No quiero ninguna madurez. Creo que esa supues- ta madurez no es ms que oportunismo o simple cansancio. Gregorius perdi. A las pocas jugadas supo que no quera ganar contra ese hombre. Lo difcil era que no se diera cuenta y decidi hacer maniobras peligrossimas que un jugador como Ea no podra dejar de descubrir, pero slo un jugador como l. La prxima vez, no me deje ganar dijo Ea cuando son la llamada a comer o me vaya enojar. Almorzaron la comida recocinada del hogar, que no tena gusto a nada. "S, es siempre as", dijo Ea y cuando vio la cara de Gregorius, se ri de veras por primera vez. Le cont algunas cosas sobre su hermano, el padre de Mariana, que se haba casado con una mujer de fortuna y sobre el fracasado matrimonio de la mdica. Esta vez no me pregunt sobre Amadeu dijo Ea. Es por usted que vine, no por l respondi Gregorius. Aunque no haya venido por ldijo Ea al caer la tarde , tengo algo que quiero mostrarle. Un da le pregunt qu era lo que escriba y me lo dio. Lo he ledo tantas veces que lo s casi de memoria agreg. Entonces tradujo las dos pginas para Gregorius.
O BLSAMO DA DESILUSO. EL BLSAMO DE LA DESILUSIN. La desilusin se tiene por un mal; prejuicio infundado. Cmo podramos descubrir, si no a travs de la desilusin, qu era lo que esperbamos y desebamos? Y en qu radica el conocerse a uno mismo, sino en este descubrimiento? Cmo po- dramos, sin la desilusin, comprendernos a nosotros mismos? No deberamos soportar las desilusiones con un suspiro de resignacin, como si la vida fuera mejor sin ellas. Deberamos buscarlas, detectarlas, colec- cionarlas. Por qu me desilusiona que el jugador de ajedrez que veneraba en mi juventud muestre ahora todos los signos de la vejez y la decadencia? Qu es lo que aprendo de la desilusin de saber qu poco vale el xito? Hay quienes nece- sitan toda una vida para admitir que los padres lo han desilusionado. Qu es, entonces, lo que esperaban de ellos? Los seres que deben vivir toda su vida atormentados por dolores se desilusionan a menudo del comportamiento de los otros, aun de aquellos que no los abandonan y les administran los medicamentos. Lo que hacen y dicen les parece demasiado poco; tambin demasiado poco lo que sienten. Qu esperaban, entonces?, les pregunto. No pueden describirlo y los deja consternados saber que, por aos, han llevado consigo una expectativa que Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
168 poda convertirse en una desilusin y que ellos mismos no la conocan. Quien en verdad desea saber quin es debe ser un coleccionista incan- sable, fantico, de desilusiones y la bsqueda de experiencias desilusionantes debe ser para l como una obsesin, la obsesin determinante de su vida, porque ella le hara ver que la desilusin no es un veneno asfixiante y destructivo, sino un blsamo fresco y tranquilizador que nos abre los ojos sobre nuestro verda- dero ser. Y no debera tratarse slo de desilusiones que afectan a los otros o a las circunstancias: cuando descubrimos la desilusin como camino del autocono- cimiento, deseamos con avidez saber cunto nos desilusionamos a nosotros mis- mos, por ejemplo, por nuestra falta de valor o de sinceridad, o por los lmites terriblemente estrechos del propio sentir, hacer y decir. Qu era entonces lo que esperbamos de nosotros mismos? No tener lmites, ser totalmente distin- tos de lo que somos? Alguno podra tener la esperanza de que, disminuyendo las expectati- vas, podra volverse ms realista, reducirse a un ncleo duro y confiable y estar a salvo del dolor de la desilusin. Pero cmo sera llevar una vida que prohibiera toda expectativa ambiciosa; una vida en la que slo hubiera expectativas bana- les, como que venga el mnibus?
No he conocido a nadie que pudiera perderse totalmente en sus fan- tasas como l dijo Ea. Y que odiara tanto desilusionarse. Lo que escribe aqu lo escribe contra s mismo. De la misma manera en que muchas veces vivi contra s mismo. Jorge no estara de acuerdo con esto. Conoce a Jorge, el farmacutico de la farmacia que siempre tiene la luz encendida, da y noche? Conoca a Amadeu desde haca mucho antes que yo. Y aun as. "Jorge y yo... S, una vez jugamos una partida. Una sola vez. Tablas. Pe- ro cuando se trataba de un plan de operaciones y especialmente de preparar engaos refinados, ramos un equipo invencible, como gemelos que se entienden sin verse. "Amadeu estaba celoso de esta comunicacin perfecta, saba que no poda competir con nuestra astucia y nuestra falta de escrupuloso Esa falange de ustedes llamaba a nuestra alianza, que a veces era una alianza de silencio, hasta contra l. Y en esas ocasiones se notaba que con gusto habra quebrado esa falange. Entonces arriesgaba conjeturas. A veces acertaba. Y a veces se equivocaba de medio a medio. Especialmente cuando se trataba de algo que... s, que le concerna a l. Gregorius contuvo la respiracin. Se enterara de algo sobre Estef- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
169 nia Espinhosa? No poda preguntarles ni a Ea ni a Jorge; eso estaba descarta- do. Se haba equivocado respecto de Prado? Haba salvado a la mujer de un peligro que en realidad era inexistente? O la duda de Ea haba tenido que ver con un recuerdo totalmente distinto? Siempre he odiado los domingos en este lugar dijo Ea al despedir- se. La comida inspida, la crema chantilly inspida, los regalos inspidos, las palabras inspidas. El infierno de los convencionalismos. Pero ahora... estas tar- des con usted... a eso s que podra acostumbrarme. Sac la mano del bolsillo de la chaqueta y se la tendi a Gregorius. Era la mano donde faltaban las uas. Gregorius sigui sintiendo el apretn firme durante toda la travesa de vuelta.
TERCERA PARTE LA BSQUEDA
24 El lunes, Gregorius vol de regreso a Zurich. Se haba despertado al amanecer y haba penado: estoy a punto de extraviarme. No es que se hubiera despertado primero y luego hubiera tenido ese pensamiento, producto de una lucidez neutral, independiente de l. Haba sido al revs. Primero se haba pre- sentado el pensamiento y luego la lucidez, de modo tal que esa lucidezinusual, transparente, nueva y diferente de la que lo haba invadido, como algo nuevo tambin en el viaje a Pars no poda distinguirse, en cierto sentido, de aquel pensamiento. No estaba seguro de saber qu hacer con ese pensamiento o en l, pero haba sido, dentro de su vaguedad, definitivo e imperioso. Presa del pnico, haba empezado a hacer la valija con manos temblorosas; libros y ropa en total desorden. Cuando la valija estuvo lista, se haba forzado a tranquilizarse y se qued un rato parado mirando por la ventana. El da se presentaba radiante. En el saln de la casa de Adriana, el sol iluminara el parquet. A la luz matinal, el escritorio de Prado se vera an ms abandonado que de costumbre. En la pared detrs del escritorio habra notas colgadas con palabras descoloridas de las cuales, a la distancia, slo podan distinguirse puntos all donde la pluma se haba apoyado con mayor firmeza. Las notas eran recordatorios. A Gregorius le hubiera gustado saber cules eran las cosas que Prado no quera olvidar. Maana o pasado maana, hoy mismo quizs, Clotilde vendra al hotel con una nueva invitacin de Adriana. Joo Ea lo esperara el domingo para jugar Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
170 al ajedrez. O'Kelly y Mlodie se sorprenderan de no volver a tener noticias de ese hombre que haba aparecido como salido de la nada preguntando por Ama- deu, como si su salvacin dependiera de llegar a comprender quin haba sido el portugus. Al padre Bartolomeu le resultara extrao que Gregorius le mandara por correo la copia del discurso de fin de curso de Amadeu. Tampoco Mariana Ea podra entender por qu haba desaparecido de la faz de la Tierra. Y Silvei- ra. y Coutinho. Cuando fue a pagar la cuenta del hotel, la mujer de la recepcin le dijo que esperaba que su repentina partida no se debiera a alguna mala noticia. No entendi ni una palabra de lo que le dijo el conductor del taxi en portugus. En el aeropuerto, buscando dinero para pagar el pasaje, encontr en el bolsillo del abrigo el papel donde Jlio Simes, el librero, le haba escrito la direccin de un instituto de idiomas. Lo mir un rato y luego lo tir en el cesto, delante de la puerta de la sala de embarque. En la ventanilla le dijeron que el avin de las diez estaba casi vaco y le dieron un asiento junto a la ventanilla. En la sala de espera no oy hablar ms que portugus. Tambin oy una vez la palabra "portugus". Ahora era una palabra que le causaba miedo, pero no poda identificar el objeto de su temor. Quera dormir en su cama de la Lnggasse, quera caminar por la Bundesterrasse y cruzar el puente de Kirchen- feld, quera hablar sobre el ablativus absolutus y sobre la Ilada, quera pararse en la Bubenbergplatz, donde todo le era conocido. Quera volver a casa. Al llegar al aeropuerto de Kloten, lo despert una asistente de vuelo con una pregunta en portugus. Era una pregunta larga, pero la entendi sin dificultad y respondi en portugus. All abajo vio el lago de Zurich. Grandes manchones de nieve sucia cubran parte del paisaje. La lluvia golpeaba las alas del avin. Pero l no iba a Zurich, sino a Berna pens. Se alegr de tener el li- bro de Prado consigo. Cuando el avin estaba aterrizando y todos los dems guardaban sus libros y sus diarios, lo sac y empez a leer.
JUVENTUDE IMORTAL. JUVENTUD INMORTAL. En nuestra juven- tud vivimos como si furamos inmortales. La conciencia de la mortalidad nos rodea juguetonamente como una frgil cinta de papel que apenas nos roza la piel. En qu momento de la vida cambia eso? Cundo comienza a apretar la cinta cada vez ms hasta que nos ahoga? Cmo reconocemos esa presin suave pero inflexible que nos anuncia que nunca ms ceder? Cmo la reconocemos en los otros? Cmo, en nosotros mismos?
Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
171 Gregorius hubiera querido que el avin fuera un mnibus; al llegar a la terminal, uno puede quedarse sentado, seguir leyendo y luego hacer el viaje en sentido contrario. Fue el ltimo en bajar. En la ventanilla, tard en pedir el pasaje; la empleada hizo girar impa- ciente una pulsera. Segunda clase dijo finalmente. Cuando el tren dej la estacin de Zurich y tom velocidad, cay en la cuenta de que hoy Natalie Rubin ira a las bibliotecas a buscar algn libro sobre la resistencia portuguesa; los otros libros ya estaran camino a Lisboa. A mitad de semana, sin saber que Gregorius ya estaba de vuelta en la Lnggasse, Natalie ira a la librera Haupt, slo unas casas ms all, y luego llevara la gramtica persa al correo. Qu podra decirle si se la encontraba? Qu podra decirles a los otros? A Kgi y a los dems colegas? A los estudiantes? Era ms fcil hablar con Doxiades y aun as, cules seran las palabras correctas, las pala- bras adecuadas? Cuando apareci la catedral de Berna, tuvo la sensacin de que en pocos minutos entrara a una ciudad prohibida. El departamento estaba helado. En la cocina, Gregorius levant la per- siana que haba bajado para esconderse dos semanas atrs. El disco del curso de idioma todava estaba en el plato; la funda, sobre la mesa. El auricular del telfono estaba enroscado en la horquilla; le record la conversacin nocturna con Doxiades. Por qu me entristecen las huellas de lo pasado, aunque sean huellas de algo alegre?, se haba preguntado Prado en una de sus notas breves. Gregorius abri la valija y puso los libros sobre la mesa. O GRANDE TERRAMOTO. A MORTE NEGRA. Encendi la calefaccin en todas las habita- ciones; puso a funcionar la lavadora y empez a leer el libro sobre la epidemia de peste en Portugal en los siglos XIV Y XV. No era un portugus difcil y avan- z sin problemas. Despus de un rato encendi el ltimo cigarrillo del paquete que haba comprado en el caf cerca de la casa de Mlodie. En los quince aos que haba vivido en esta casa, sta era la primera vez que haba humo de ciga- rrillo en el aire. De vez en cuando, al terminar un prrafo del libro, pensaba en su primera visita a Joo Ea y entonces le pareca sentir en la garganta el t hirviendo que haba tragado para que Ea pudiera agarrar la taza con sus manos temblorosas. Cuando fue hasta el armario a buscar un pulver ms grueso, se acord del pulver con el que haba envuelto la Biblia hebrea en el Liceu abandonado. Haba sido agradable estar sentado en la oficina del seor Corts leyendo el libro de Job, mientras el cono de sol se mova por la habitacin. Gregorius pens en Elifaz el temanita, Bildad el suhita y Zofar el naamatita. Volvi a ver el car- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
172 tel de la estacin de Salamanca; record cmo, cuando se preparaba para Isfa- han, haba escrito sus primeras palabras en persa en la pizarra de su habitacin juvenil, no muy lejos de all. Tom una hoja de papel y dej que su mano respon- diera a la memoria muscular. Aparecieron algunas rayas y arcos, algunos puntos que representaban vocales. Desgarr la hoja. Se sobresalt cuando llamaron a la puerta. Era Frau Loosli, la vecina. Se haba dado cuenta de que estaba de regreso; el felpudo estaba en otra posi- cin le dijo y le entreg el correo y la llave del buzn de correspondencia. Haba pasado bien las vacaciones?, quiso saber. Siempre haba vacaciones escolares en esa poca del ao? Lo nico que le interesaba a Gregorius era la carta de Kgi. Contra su costumbre, no fue a buscar el abrecartas, rasg el sobre con apuro.
Estimado Gregorius: No quiero que su carta, que me ha conmovido mucho, resuene en el va- co. Supongo que, dondequiera que lo lleve el viaje que ha emprendido, le harn llegar el correo alguna vez. Lo ms importante que quiero decirle es esto: nuestro Gymnasium est terriblemente vaco sin usted. Para darle una idea de las dimensiones de ese vaco: hoy, en la sala de profesores, Virginie Ledoyen dijo de manera totalmente inesperada: "A veces llegu a detestarlo por su estilo demasiado directo, tosco, y no le hubiera venido nada mal vestirse un poquito mejor. Siempre esa ropa gastada, deformada. Pero tengo que decirlo, tengo que decirlo: de alguna mane- ra lo extrao. tonnant". Y lo que dijo la admirada colega francesa no es nada, comparado con lo que dicen sus alumnos. Y, me permito agregar, algunas de sus alumnas. Cuando me paro delante de su clase, siento su ausencia como una gran sombra negra. Y que pasar con el torneo de ajedrez? Marco Aurelio: en efecto. En los ltimos tiempos, nosotros, mi mujer y yo, hemos tenido cada vez ms, si me permite esta confidencia, la sensacin de estar perdiendo a nuestros hijos. No es por enfermedad o por un accidente, es peor: rechazan todo nuestro estilo de vida y no se guardan de expresarlo abier- tamente. Hay momentos en que mi mujer parece a punto de desmoronarse. Es entonces cuando su recuerdo del sabio Emperador resulta tan adecuado. Y per- mtame agregar algo sin nimo de presionarlo: cada vez que veo el sobre con su carta, que pienso conservar sobre mi escritorio, siento una puntada de envidia. Pararse e irse, as como as. Qu valor! "Se par y se fue, sin m", repiten los alumnos una y otra vez. Se par y se fue, sin ms! Quiero que sepa que su puesto permanece abierto. Me he hecho cargo Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
173 de una parte de las clases; el resto las han tomado algunos estudiantes, como suplentes, la de hebreo inclusive. Respecto de la parte financiera, la direccin de la escuela le enviar los documentos necesarios. Qu puedo decir para ter- minar, estimado Gregorius? Simplemente esto: todos le deseamos que este viaje lo lleve al lugar deseado, tanto en lo exterior como en lo interior. Suyo Werner Kgi
P.D.: Sus libros estn a salvo en mi armario. Tengo que hacerle un pedi- do de ndole prctica: podra hacerme llegar su llave en algn momento? No hay apuro.
Ms abajo, Kgi haba agregado a mano: o prefiere conservarla, por si acaso? Gregorius se qued sentado largo rato. Afuera haba oscurecido. No haba pensado que Kgi le escribira una carta as. Mucho tiempo atrs lo haba visto en la ciudad con sus dos hijos; rean, todo pareca estar bien. Le gust lo que haba dicho Virginie Ledoyen sobre su ropa y se mir los pantalones del traje nuevo, que haba usado en el viaje, con un poco de pena. Demasiado direc- to, s; pero tosco? Y quines eran, adems de Natalie Rubin y quizs Ruth Gautschi, las alumnas que lo extraaban? Haba regresado porque quera estar nuevamente en el lugar donde sa- ba cmo moverse. Donde no tena que hablar portugus, ni francs, ni ingls. Por qu la carta de Kgi haca parecer difcil este proyecto que era el ms simple de los proyectos? Por qu bajar a la Bubenbergplatz de noche le pareca ahora ms importante que antes en el tren? Parado en la plaza una hora ms tarde tuvo la sensacin de que ya no poda hacer contacto con ella; s, sa era la frase adecuada, aunque sonara ex- traa: ya no poda hacer contacto con la plaza. Haba dado tres vueltas alrede- dor de ella, haba esperado delante del semforo y haba mirado para todos lados; hacia el cine, el correo, la librera espaola donde se haba tropezado con el libro de Prado y hacia adelante, la parada del tranva, la iglesia del Espritu Santo, las tiendas LOEB. Se haba parado a un costado de la plaza y se haba concentrado en la presin que haca su pesado cuerpo sobre el pavimento. Sinti calor en las plantas de los pies, la calle haba parecido venir a su encuentro, pero no haba cambiado nada ms; era as: ya no poda hacer contacto con la plaza. No era slo la calle; toda la plaza haba crecido a su encuentro con esa familiaridad que haba ido aumentando con los aos, pero las calles y los edifi- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
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cios, las luces y los ruidos, sin embargo, no haban logrado llegar a l plenamen- te, superar esa ltima grieta mnima para resonar plenamente dentro de l y volver a su memoria como algo que Gregorius no slo conoca y conoca a la perfeccin , sino como lo que l era, como siempre haba sido, pero slo ahora, ante el fracaso, cobraba conciencia de ello. Esa grieta resistente, inexplicable, no lo protega; no era como un amortiguador, que podra implicar distancia y serenidad. Ms bien le provoc pnico, el miedo a perderse tambin a s mismo con las cosas familiares que haba querido convocar para reencontrarse; miedo a vivir aqu lo mismo que en Lisboa al amanecer, slo que aqu era ms prfido y mucho, mucho ms peligro- so, porque mientras que detrs de Lisboa haba estado Berna, detrs de la Ber- na perdida ya no haba ninguna otra Berna. Con la vista fija en el piso, que senta firme pero que al mismo tiempo retroceda bajo sus pies, choc con otro tran- sente, se sinti mareado y por un momento todo dio vueltas a su alrededor; se tom la cabeza con ambas manos como si quisiera mantenerla firme y, cuando volvi a sentirse seguro y tranquilo, vio cmo una mujer lo miraba preguntndose si necesitara ayuda. En el reloj de la iglesia del Espritu Santo eran casi las ocho; comenz a haber menos trnsito. El manto de nubes se haba abierto, se podan ver las estrellas. Haca fro. Gregorius cruz el Kleine Schanze 14 y sigui a la Bundes- terrasse. Esperaba ansioso el momento de doblar por el puente de Kirchenfeld como lo haba hecho tantos aos, a las ocho menos cuarto de la maana. El puente estaba cerrado. Iban a trabajar en l toda la noche, hasta la maana, reparando las vas del tranva. Es que hubo un accidente muy feo, dijo alguien al ver cmo Gregorius miraba fijo el cartel, sin entender. Con la sensacin de que lo inusual se le estaba convirtiendo en una cos- tumbre, entr en el hotel Bellevue y fue al restaurante. La msica suave, la chaqueta beige claro del camarero, la platera. Pidi algo de comer. El blsamo de la desilusin. "Siempre se rea", haba dicho Joo Ea sobre Prado, "diciendo que para nosotros, los hombres, el mundo era un escenario donde el tema ra- mos nosotros y nuestros deseos. Crea que esta ilusin era el origen de todas las religiones. No hay ni pizca de verdad en esto", sola decir. El universo est all, nada ms, y le es totalmente indiferente, absoluta y totalmente indiferente, lo que pueda sucedernos. Gregorius sac el libro de Prado y busc algn fragmento que tuviera la palabra cena en el ttulo. Cuando lleg la comida, haba encontrado lo que busca-
14 Parque del centro de la ciudad. [N. de la T.] Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
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ba.
CENA CARICATA. ESCENARIO RIDCULO. El mundo como escenario que espera que nosotros pongamos en escena el drama ms importante y ms triste, ms gracioso y ms tonto que se nos pueda ocurrir. Qu idea conmove- dora y deliciosa! Y qu inevitable!
Gregorius camin lentamente hasta Monbijou 15 y desde all cruz el puente al Gymnasium. Haca muchos aos que no vea el edificio desde all y le result particularmente desconocido. Siempre haba entrado por la entrada posterior, pero ahora estaba delante de la puerta principal. Todo estaba oscuro. El reloj de una iglesia dio las nueve y media. Un hombre se baj de la bicicleta, fue caminando hasta la entrada, abri la puerta y desapareci dentro del edificio; era Burri, el comandante. A veces vena por las noches a preparar algn experimento de fsica o de qumica para el da siguiente. En el fondo, en el laboratorio, se encendi la luz. Gregorius entr en el edificio silenciosamente. No tena ni idea de por qu estaba all. Fue en puntas de pie hasta el primer piso. Las puertas de las aulas estaban cerradas; la puerta del aula magna tampoco se abri. Se sinti excluido, aunque eso no tuviese el menor sentido. Sus suelas de goma rechina- ban suavemente en el linleo. La luna brillaba a travs de la ventana. Bajo su plida luz, Gregorius mir todo de una manera totalmente distinta: ni como maestro ni como alumno. Los picaportes de las puertas, las barandas de las es- caleras, los armarios de los alumnos le devolvieron miles de miradas del pasado, surgieron de atrs de esas miradas como objetos que nunca haba visto. Puso la mano en los picaportes y sinti su fra resistencia; luego sigui avanzando por los corredores como una gran sombra lenta. En la planta baja, en el otro extre- mo del edificio, Burri dej caer algo; el ruido del vidrio al romperse reson por todo el piso. Una de las puertas se abri. Gregorius se encontr parado en el aula donde, como estudiante, haba visto las primeras palabras en griego escritas en el pizarrn. Haban pasado treinta y cuatro aos. Siempre se haba sentado al fondo a la izquierda; tambin ahora se sent en ese lugar. En esa poca, Eva, La Increble, que se sentaba dos hileras ms adelante, se peinaba el cabello rojo en una cola de caballo y l poda quedarse durante horas mirando cmo la cola de caballo le barra la espalda de hombro a hombro, sobre la blusa y el pulver.
15 Zona del centro de Berna. [N. de la T.] Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
176 Beat Zurbriggen, que se haba sentado al lado de l todos los aos, sola quedar- se dormido en clase; se burlaban de l por eso. Luego se haba descubierto que se deba a una alteracin del metabolismo que le haba causado la muerte cuan- do todava era joven. Al dejar esa aula, Gregorius supo por qu le resultaba tan raro estar all: se hallaba dando vueltas por los corredores y dentro de s mismo como el antiguo estudiante; se olvidaba de que haba caminado por esos pisos durante dcadas como maestro. Era posible, ponindose dentro del anterior, olvidar al posterior, aunque el posterior hubiera sido el escenario donde se haba repre- sentado del drama del anterior? Y si eso no era olvidar, qu era? En el piso de abajo, Burri cruz el corredor profiriendo insultos. La puerta que cerr de un portazo debe haber sido la de la sala de profesores. Gregorius oy cmo cerraba tambin la puerta de entrada. Oy girar la llave. Estaba encerrado. Fue como si se despertara. Pero no fue el despertar del maestro que llevaba en su interior; no fue un regreso a Mundus, que haba pasado su vida en este edificio. Estaba alerta como el visitante clandestino que esa misma noche ya no haba podido hacer contacto con la Bubenbergplatz. Gregorius baj a la sala de profesores, que Burri, en su enojo, se haba olvidado de cerrar. Mir el silln donde siempre se sentaba Virginie Ledoyen. Tengo que decirlo, tengo que decirlo: de alguna manera lo extrao. Se qued un rato junto a la ventana, mirando hacia la oscuridad de la noche. Vio la farmacia de O' Kelly. Sobre el vidrio de la puerta dorado verdoso deca IRISH GATE. Fue al telfono, pregunt en Informaciones el nmero de la farmacia y llam. Pens en dejar sonar el telfono toda la noche en la farmacia vaca, totalmente iluminada, hasta que Jorge hubiera dormido la mona, llegara a la farmacia y encendiera el primer cigarrillo detrs del mostrador. Pero al rato empez el tono de ocupado y Gregorius colg. Volvi a llamar a Informaciones y pidi que lo comunicaran con la embajada alemana en Isfahan. Atendi una voz masculina, extranjera y un poco ronca. Gregorius volvi a poner el auricular en la horquilla. Hans Gmr, pens, Hans Gmr. Se trep a la ventana que estaba junto a la puerta trasera y luego se dej caer. Todo estaba negro; se agarr del artefacto que usaban para dejar las bicicletas. Luego camin hasta las aulas prefabricadas y entr por la misma ventana por la que haba salido una vez durante la clase de griego. Vio cmo La Increble se volva hacia su vecina para que se fijara en esa salida tan increble; cmo el pelo de su vecina se mova con su respiracin. Con el asombro, las pecas parecieron agrandarse y los ojos un poco estrbicos, ensancharse. Gregorius dio Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
177 la vuelta y se fue caminando al puente de Kirchenfeld. Haba olvidado que el puente estaba cerrado. Fastidiado, tom el cami- no de Monbijou. Cuando estaba llegando a la Barenplatz, dio la medianoche. Maana temprano haba mercado, mercado con vendedoras y cajas con dinero. Los libros los robaba. Los libros no deberan costar nada, pensaba entonces y lo sigo pensando, oy decir a O'Kelly. Sigui caminando en direccin a la calle Ge- rechtigkeit. En el departamento de Florence no haba luz. Pero nunca se iba a la ca- ma antes de la una. Ms bien, nunca se haba ido a la cama antes de la una. Gre- gorius cruz al otro lado de la calle y esper detrs de una columna. Haba hecho eso por ltima vez ms de diez aos atrs. Haba llegado sola, caminando con paso cansado, sin balancearse. Pero ahora la vio llegar acompaada de un hombre. Tranquilamente podras comprarte algo de ropa nueva. En ltima ins- tancia, no vives solo. Y para eso no alcanza con el griego. Gregorius se mir el traje nuevo: estaba mejor vestido que el otro hombre. Cuando Florence se acerc y la luz del farol le ilumin el cabello, Gregorius se impresion. En los ltimos diez aos se haba cubierto de canas. Y su ropa pareca de mediados de los cuarenta, como si tuviera por lo menos cincuenta aos. Gregorius sinti que se estaba enojando. Ya no iba ms a Pars? El tipo vestido con descuido que llevaba su lado pareca un empleado de impuestos venido a menos se haba matado su sentido de la elegancia? Cuando Florence abri la ventana superior y se apoy en el alfizar, Gregorius estuvo tentado de salir de su escondite y saludarla. Se acerc al portero elctrico. Su nombre de soltera haba sido De l'Arronge. Si su interpretacin de la ubicacin de los timbres era correcta, ahora se llamaba Meier. Ni siquiera haba alcanzado para escribir una y. La doctoranda de antao haba lucido tan elegante sentada en La Coupole! Y ahora, qu modesta y apagada! Camin hasta la estacin y sigui hasta la Lnggasse, enredndose cada vez ms en una ira que se le haca ms incomprensible con cada paso y que slo comenz a apaciguarse cuando lleg a la casa miserable donde haba crecido. La puerta de calle estaba cerrada, pero el panel de vidrio ya ennegre- cido estaba roto. Gregorius acerc la nariz al agujero. Todava se senta el olor a carbn. Busc la ventana de la habitacin donde escriba palabras en persa en la pizarra. La haban agrandado y tena marco nuevo. Lo sacaba de las casillas que la madre lo llamara a comer con voz autoritaria cuando estaba entusiasmado leyendo la gramtica persa. Volvi a ver las novelas costumbristas de Ludwig Ganghofer que dejaba sobre la mesa de luz. La cursilera es la ms prfida, Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
178 insidiosa, traicionera de las prisiones, haba escrito Prado. Los barrotes de las rejas han sido revestidos del oro de los sentimientos simplificados e irreales, de modo que parecen las columnas de un palacio. Esa noche Gregorius durmi poco; cuando se despert, tard en darse cuenta de dnde estaba. Trat de abrir innumerables puertas del Gymnasium y trep a innumerables ventanas. A la maana, cuando la ciudad se despertaba y l estaba parado junto a la ventana, ya no saba con exactitud si era verdad que haba estado en Kirchenfeld. En la redaccin del diario de Berna no lo trataron con demasiada cor- dialidad; Gregorius extra a Agostinha, del DIRIO DE NOTCIAS de Lisboa. Un aviso de abril de 1966? Lo dejaron solo en el archivo, no sin alguna resis- tencia; para el medioda haba encontrado el nombre del industrial que, en aque- lla poca, buscaba un profesor particular para sus hijos. Encontr tres Hannes Schnyder, pero slo uno era ingeniero. Una direccin en el Elfenau. Cuando lleg, Gregorius toc el timbre con la sensacin de estar haciendo algo por completo descabellado. Aparentemente, a la pareja Schnyder que habitaba la villa impecable le result un cambio interesante en su rutina tomar el t con el hombre que haba estado a punto de ser el maestro de sus hijos. Ambos tenan alrededor de ochenta aos y disfrutaron hablando de los buenos tiempos en que el shah gobernaba Persia y ellos haban hecho fortuna. Y por qu haba retirado su solicitud?, preguntaron. Era precisamente lo que estaban buscando: un joven graduado en lenguas antiguas. Gregorius les habl de la enfermedad de la madre, luego llev la conversacin en otra direccin. Y cmo era el clima en Isfahan? pregunt finalmente. Haca mucho calor? Haba tormentas de arena? Para nada dijeron riendo. No haba motivo para preocuparse; por lo menos, no cuando uno viva como haban vivido ellos. Y entonces trajeron fotos. Gregorius se qued hasta tarde con los Schnyder, que se mostraron asombra- dos pero contentos de que se interesara por sus recuerdos y le regalaron un libro de fotografas de Isfahan. Antes de irse a la cama, Gregorius mir las fotos de las mezquitas de Isfahan y escuch el disco del curso de portugus. Se qued dormido con la sensacin de que se senta mal tanto en Lisboa como en Berna. Y de que ya no saba cmo era no sentirse mal en un lugar. Se despert cerca de las cuatro y tuvo ganas de llamar a Doxiades. Qu podra decirle? Que estaba de regreso pero que al mismo tiempo no lo estaba? Que haba usado la sala de profesores del Gymnasium como una cen- tral telefnica de sus confusos deseos? Y que ni siquiera estaba seguro de que Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
179 eso hubiera sucedido? A quin, sino al griego, podra contrselo? Gregorius pens en aquella noche tan particular en que haban probado tutearse. Me llamo Konstantin dijo el griego de repente, mientras jugaban al ajedrez. Raimund respondi. No lo haban sellado con ningn rito, ni un brindis, ni un apretn de ma- nos, ni siquiera se haban mirado. Eso que hiciste fue vil dijo el griego cuando cay en una trampa que le haba tendido Gregorius. El tuteo no son bien; Gregorius tuvo la impresin de que ambos lo haban notado. No deberas subestimar mi capacidad de hacer cosas viles respondi. Haban pasado el resto de la tarde evitando el tratamiento personal. Buenas noches, Gregorius dijo el griego al despedirse. Que duer- ma bien. Usted tambin, doctor respondi Gregorius. Las cosas haban que- dado as. sa era razn suficiente para no hablar con el griego de la terrible confusin mental en la que haba deambulado por Berna a los tropezones? O era acaso esa distante cercana entre ellos exactamente lo que requera un relato as? Gregorius marc el nmero y colg a la segunda llamada. A veces el griego tena ese estilo spero, habitual entre los conductores de taxi de Tesa- lnica. Sac el libro de Prado. Mientras lea sentado a la mesa de la cocina con la persiana baja como dos semanas atrs, sinti que las oraciones que el noble portugus haba escrito en el altillo de la casa azul lo ayudaban a estar en el lugar correcto: ni en Berna ni en Lisboa.
AMPLIDAO INTERIOR. AMPLITUD INTERIOR. Vivimos aqu y ahora; todo lo que fue antes y en otros lugares es pasado, olvidado en aran medida; slo tenemos acceso a lo que resta en fragmentos desordenados de recuerdos que se encienden y se apagan fortuitos, inconexos. As es como estamos acos- tumbrados a pensar sobre nosotros mismos. Y tambin es sa la natural manera de pensar cuando dirigimos nuestra mirada a los dems: en verdad estn aqu y ahora ante nosotros, en ningn otro lugar, en ningn otro momento. Y cmo podramos pensar su relacin con el pasado sino en la forma de episodios inter- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
180 nos del recuerdo, cuya exclusiva realidad radica en el presente de su aconte- cer? Desde el punto de vista de la propia intimidad, sin embargo, la cosa es totalmente distinta. All no estamos reducidos a nuestro presente, sino que nos extendemos ampliamente hacia el pasado. Esto se debe a nuestros sentimientos, en particular los sentimientos profundos, sos que definen quines somos y cmo es ser quienes somos. Porque nuestros sentimientos no saben del tiempo, no saben de l ni lo reconocen. Naturalmente, sera falso que yo afirmara: "To- dava soy aquel joven sentado en los escalones a la entrada de la escuela, el joven con la gorra en la mano cuya mirada se perda ms all del patio escolar, esperando ver a Maria Joo". Por supuesto que es falso; han pasado ms de treinta aos desde entonces. Y sin embargo tambin es verdad. El latir del co- razn ante las tareas difciles es el latir del corazn cuando el seor Lanes, el profesor de matemticas, entra en la clase; en la angustia ante toda autoridad estn las sentencias terminantes que, encorvado, pronuncia mi padre; si la mira- da luminosa de una mujer se cruza con la ma, se me corta la respiracin como cuando mi mirada pareca cruzarse con la de Maria Joo, de ventana a ventana. Todava estoy all, en aquel lugar alejado en el tiempo; nunca me he marchado, vivo extendindome hacia adentro en el pasado o hacia afuera desde l. Ese pasado es presente y no slo con la forma de episodios breves y luminosos del recuerdo. Los miles de cambios que el tiempo ha producido son comparados con ese presente intemporal del sentir fugaces e irreales como un sueo y tan engaosos como las quimeras: me reflejan; soy alguien a quien la gente acude con sus dolores y sus preocupaciones; alguien que posee, como mdico, una ma- ravillosa temeridad y seguridad en s mismo. Y la confianza temerosa que veo en las miradas de quienes buscan mi ayuda me obliga a creerlo tambin, mientras estn all. Pero apenas se han marchado quisiera gritarles: "Todava soy aquel joven miedoso de los escalones de la escuela"; carece totalmente de importan- cia, en verdad, es una mentira que me siente detrs de mi escritorio tan impre- sionante con mi guardapolvo blanco y desde all aconseje. No se dejen engaar por eso que, con ridcula superficialidad, llamamos el presente. Y no slo nos extendemos en el tiempo. Tambin nos extendemos en el espacio, mucho ms all de lo visible. Dejamos atrs algo de nosotros cuando nos marchamos de un lugar; nos quedamos all, aunque nos vayamos. Y hay cosas de nosotros que slo podemos volver a encontrar si regresamos all. Nos acercamos hacia nosotros, viajamos hacia nosotros mismos cuando el golpeteo montono de las ruedas nos lleva hacia un lugar donde hemos dejado un tramo del camino de nuestra vida, no importa cun breve haya sido. Cuando ponemos el pie por se- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
181 gunda vez sobre el andn de la estacin extranjera, escuchamos las voces de los altoparlantes y sentimos esos olores inconfundibles, no slo hemos llegado al lugar lejano, sino tambin a la lejana de la propia intimidad, a un rincn de nuestro ser quizs completamente remoto; un lugar que permanece en total oscuridad, invisible, cuando estamos en otra parte. Si no fuera as, por qu habramos de sentir tal excitacin cuando el guarda grita el nombre del lugar, cuando omos el chirrido de los frenos y desaparecemos, como trabados por la sombra repentina de la estacin? Por qu ese momento en que el tren se detie- ne totalmente tras un ltimo empujn debera ser un momento mgico, un ins- tante de silencioso dramatismo? Es porque a partir del primer paso que damos en ese andn que es extrao y al mismo tiempo no lo es, retomamos una vida que habamos interrumpido y dejado atrs en el momento en que sentimos el primer movimiento del tren que parta. Qu podra ser ms emocionante que retomar una vida interrumpida, con todas sus promesas? Es un error, un acto de violencia sin sentido, concentramos en el aqu y ahora, con la conviccin de estar aprehendiendo lo esencial. Se tratara ms bien de movernos, seguros y relajados, con el humor adecuado y la melancola adecuada, en el paisaje interior, ampliado en lo temporal y lo espacial, que somos nosotros mismos. Por qu compadecemos a la gente que no puede viajar? Por- que en la medida en que no pueden expandirse externamente, tampoco pueden extenderse internamente; no pueden multiplicarse; se ven despojados de la posibilidad de emprender extensos viajes adentrndose en su intimidad y de descubrir quines y qu otra cosa podran haber sido.
Cuando aclar, Gregorius fue hasta la estacin y tom el primer tren a Moutier en el Jura. Ciertamente, haba gente en viaje a Moutier. Ciertamente. Moutier no slo era la ciudad donde haba perdido con el hombre de cara cua- drada, la frente achatada hacia atrs y el corte de pelo que pareca hecho con una cortadora de csped, porque no haba logrado tolerar la lentitud con que haca sus jugadas. Era una autntica ciudad, con municipio, supermercados y salones de t. Gregorius pas dos horas buscando intilmente el lugar donde se haba jugado el torneo. No se poda buscar algo de lo que ya nada se saba. La camarera del saln de t se sorprendi ante sus preguntas confusas y desco- nectadas; luego la vio cuchicheando con una compaera. A la tarde temprano ya estaba de regreso en Berna y tom el funicular a la Universidad. No haba clases; era la poca de preparacin de exmenes. Se sent en una de las aulas vacas y pens en el joven Prado en los salones de clase de Coimbra. Segn las palabras del padre Bartolomeu, Prado poda ser despia- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
182 dado cuando se enfrentaba a la soberbia. Despiadado. Se le vea asomar la daga del bolsillo. Y llevaba su propia tiza cuando alguien lo llamaba al pizarrn para exponerlo. Muchos aos atrs, Gregorius haba estado sentado en esa misma aula bajo la mirada sorprendida de los estudiantes, escuchando una clase sobre Eurpides. Asombrado, se haba rebelado contra la jerigonza altisonante que se hablaba en la clase. Por qu no se toma el trabajo de volver a leer el texto?, le hubiera gustado gritarle al joven docente. Leerlo! Nada ms que leerlo! El do- cente inclua, cada vez con mayor frecuencia, trminos franceses que parecan inventados para hacer juego con su camisa rosa. En este punto, Gregorius se levant y se fue. Lstima pens ahora que ese da no se lo haba gritado al tonto aqul. Sali del aula y, tras unos pocos pasos, se qued parado y contuvo la respiracin. Natalie Rubin estaba saliendo de la librera. En la bolsa pens estaba la gramtica persa y Natalie iba camino al correo, para despacharla a Lisboa. Tal vez eso solo no habra resultado suficiente, pens Gregorius luego. Quizs se habra quedado a pesar de todo y habra esperado en la Bubenberg- platz hasta poder volver a hacer contacto con ella. Pero entonces, en el tempra- no amanecer de ese da opaco, se encendi la luz en todas las farmacias. Grego- rius oy a O'Kelly que deca Cortar a luz; no logr que las frases dejaran de sonar y entonces fue a su banco y transfiri una suma importante a la cuenta corriente. "Bueno! Finalmente le hace falta algo de dinero!", dijo la mujer que administraba sus ahorros. Le dijo a Frau Loosli, la vecina, que tendra que emprender un viaje un poco ms largo. Le pidi que le guardara el correo y que se lo enviara cuando l le diera los datos por telfono. La mujer hubiera querido saber mucho ms, pero no se anim a preguntar. Gregorius le asegur que todo estaba bien y le dio la mano. Llam al hotel en Lisboa y pidi que le reservaran hasta nuevo aviso la misma habitacin en la que se haba estado quedando. Era una suerte que hubie- ra llamado, le dijeron: haba llegado un paquete a su nombre; la misma mujer de haca unos das haba trado otra esquela. Tambin haban llamado por telfono preguntando por l, tenan los nmeros anotados. Y adems haban encontrado un juego de ajedrez en el armario y queran saber si era suyo. A la noche fue a comer al hotel Bellevue; era seguro que all no iba a encontrarse con nadie. El camarero lo trat con la amabilidad de un antiguo cliente. Luego fue al puente de Kirchenfeld, que estaba abierto otra vez. Cami- n hasta el lugar en el que haba visto a la portuguesa leyendo la carta. Mir Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
183 hacia abajo y se sinti mareado. De regreso en casa, se puso a leer el libro so- bre la epidemia de peste en Portugal y sigui leyendo hasta entrada la noche. Iba dando vuelta las hojas como quien sabe portugus. A la maana siguiente tom el tren a Zurich. El avin a Lisboa sali poco antes de las once. Aterriz en las primeras horas de la tarde; el sol brillaba en un cielo sin nubes. Hizo el viaje en taxi con la ventana abierta. El botones del hotel que le subi la valija y el paquete con los libros de Natalie Rubin a la habi- tacin lo reconoci y le lanz un torrente de palabras. Gregorius no entendi ni una.
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"Quer tomar alguma coisa? ", deca la esquela que Clotilde haba llevado el martes. Esta vez la firma era ms simple y menos formal: Adriana. Gregorius mir las tres notas con los mensajes telefnicos. El lunes a la noche haba llamado Natalie Rubin y se haba manifestado confundida cuando le dijeron que se haba marchado. Entonces tal vez no habra despachado por correo la gramtica persa que Gregorius la haba visto llevar ayer? La llam. Haba habido un malentendido, dijo. Slo haba hecho un viaje corto y ya estaba otra vez en el hotel. Ella le cont que no haba tenido xito con la bsqueda de bibliografa sobre la resistencia. Si yo estuviera en Lisboa, estoy segura de que encontrara algo dijo. Gregorius no respondi. En el silencio que se produjo entonces, ella dijo que le haba enviado demasiado dinero. Y agreg que ese mismo da llevara el ejemplar de la gram- tica persa al correo. Gregorius callaba. A m tambin me gustara estudiar persa. A usted no le molestara? pregunt. De pronto haba una ansiedad en su voz que nada tena que ver con la damisela de la corte, menos an que la risa a la que lo haba arrastrado haca unos das. No, no dijo l con un tono deliberadamente ligero. Por qu habra de molestarme? At logo dijo ella. At logo dijo tambin l. El martes a la noche le haba pasado con Doxiades y ahora con esta mu- chacha: por qu se volva de repente casi un analfabeto cuando se trataba de Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
184 manejar la cercana y la distancia? O haba sido siempre as y nunca lo haba notado? Por qu nunca haba tenido un amigo, como Jorge O'Kelly lo haba sido para Prado? Un amigo con quien hubiera podido hablar de cosas como la lealtad y el amor; como la muerte? Mariana Ea haba llamado, pero no haba dejado ningn mensaje. Jos Antnio da Silveira, en cambio, le haba dejado dicho que le gustara invitarlo a cenar, si llegaba a regresar a Lisboa. Gregorius abri el paquete de libros. La gramtica portuguesa era tan parecida a un libro de latn, que no pudo menos que rer. Se puso a leer y sigui leyendo hasta que oscureci. Entonces abri la historia de Portugal y comprob que el tiempo de vida de Prado haba coincidido ms o menos exactamente con la duracin del Estado Novo. Ley sobre el fascismo portugus y sobre la polica secreta PIDE, a la que haba pertenecido Rui Lus Mendes, El Carnicero de Lis- boa. El peor centro de detencin de presos polticos ley haba sido TA- RRAFAL, en la isla Santiago de Cabo Verde; su nombre haba sido smbolo de la persecucin poltica ms despiadada. A Gregorius le interes especialmente lo que ley sobre la Mocidade Portuguesa, una organizacin paramilitar inspirada en los modelos italiano y alemn, que haba adoptado el saludo romano del mode- lo fascista. Toda la juventud, desde la escuela primaria hasta la universidad, deba afiliarse a ella. Esto haba comenzado en 1936, en la poca de la guerra civil espaola; Amadeu de Prado tena entonces diecisis aos. Habra llevado l tambin la camisa verde obligatoria? Habra levantado el brazo, como se haca en Alemania? Gregorius mir el retrato: era impensable. Pero cmo po- dra haberlo evitado? El padre habra hecho valer su influencia? El juez que, a pesar de Tarrafal, haca que el chofer siguiera pasando a buscarlo todas las maanas a las seis menos diez para ser el primero en llegar al Palacio de Justi- cia? Esa noche tarde, Gregorius estuvo un rato parado en la Praa do Ros- sio. Jams podra hacer contacto con esa plaza como lo haba logrado con la Bubenbergplatz en el pasado? Antes de volver al hotel, fue hasta la Rua dos Sapateiros. La luz estaba encendida en la farmacia de O'Kelly; sobre el mostrador vio el telfono antedi- luviano al que haba estado llamando el lunes a la noche desde la oficina de Kgi.
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El viernes a la maana, Gregorius llam a Jlio Simes, el vendedor de libros antiguos, y le pidi que volviera a darle la direccin del instituto de idio- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
185 mas, que haba tirado al cesto antes de volar a Zurich. En el instituto se mos- traron extraados ante su impaciencia cuando explic que no poda esperar hasta el lunes y que quera, de ser posible, comenzar enseguida. La mujer que un rato despus entr en la sala para clases individuales estaba totalmente vestida de verde, hasta la sombra de ojos combinaba con el verde de la ropa. Se sent detrs del escritorio en la habitacin bien caldeada y se acomod la chalina alrededor de los hombros con gesto friolento. Con una voz clara y melodiosa que no estaba de acuerdo con la cara de dormida y de mal humor, dijo que se llamaba Cecilia. Le pidi que le dijera quin era y por qu quera aprender el idioma. En portugus, naturalmente, agreg con una expre- sin que pareca revelar el aburrimiento ms profundo. Tres horas ms tarde, Gregorius sali a la calle mareado de cansancio. Slo entonces comprendi lo que le haba sucedido: haba aceptado el desafo de aquella mujer malhumorada como si fuera una apertura sorpresiva sobre el ta- blero de ajedrez. "Por qu no luchars en la vida tan bien como lo haces en el ajedrez!", le haba dicho Florence ms de una vez. "Porque encuentro que luchar en la vida es ridculo", le haba respondido. "Ya bastante tiene uno que luchar consigo mismo". Y ahora se haba embarcado en una lucha con la mujer de verde. Se pregunt si ella, con una clarividencia increble, haba notado que sa era la manera de tratarlo en ese momento de su vida. sa era la impresin que le haba dado por momentos, especialmente cuando detrs de su cara malhumorada apa- reca la sonrisa triunfal con la que festejaba sus progresos. "Nao, nao", haba protestado cuando l sac el libro de gramtica, "tem que aprender falando". Gregorius se acost sobre la cama del hotel. Cecilia le haba prohibido el libro de gramtica. A l; a Mundus. Prcticamente se lo haba sacado. Sus labios se movan sin cesar; los labios de Gregorius tambin se movan, y l no tena ni idea de dnde venan las palabras. "Mais doce, mais suave", deca todo el tiempo. Se pona delante de los labios la chalina verde, finsima, que se mova cuando hablaba; Gregorius esperaba el momento en que podra volver a verle los labios. Cuando se despert, estaba oscureciendo y ya era de noche cuando to- c el timbre en casa de Adriana. Clotilde lo condujo al saln. Se puede saber dnde estaba? pregunt Adriana, apenas l entr en la habitacin. Le traje de vuelta las notas de su hermano dijo Gregorius y le al- canz el sobre con las pginas. Sus rasgos se endurecieron y no movi las manos de la falda. Qu esperaba? pregunt Gregorius, con la sensacin de estar Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
186 haciendo una jugada atrevida cuyas consecuencias no poda prever. Que un hombre como l no se preguntara qu era lo correcto? Despus de semejante sacudida? Despus de un reproche que pona en duda todo lo que l represen- taba? Pensaba que simplemente iba a seguir adelante con lo que tena planeado para el da? No puedo creer que hable en serio! Lo impresion la violencia de sus propias palabras. Prcticamente se prepar para que Adriana lo echara. Los rasgos de Adriana parecieron alisarse; una expresin de sorpresa casi feliz cruz su rostro. Le tendi las manos y Gregorius le dio el sobre. Lo acarici un rato con el dorso de la mano, como haba hecho Con los muebles de la habitacin de Amadeu el da de su primera visita. Todo se remonta al hombre que conoci hace muchos aos en Ingla- terra, cuando estaba de viaje con Ftima. Me cont sobre ese hombre cuando tuvo que... volver del viaje antes de tiempo, por m. Joo se llama, Joo algo. Va a visitarlo muchas veces. No vuelve a casa a la noche y yo tengo que despachar a los pacientes. Se tira en el suelo y estudia los recorridos del ferrocarril. Siem- pre haba sido un loco de los trenes pero no as. Se ve que no le hace bien. Tiene las mejillas hundidas, no se afeita; esto va a llevarlo a la muerte, lo s. Su voz se haba ido tornando cada vez ms quejumbrosa; haba en ella una clara resistencia a aceptar el pasado como algo que ya no volvera. Antes, sin embargo, cuando Gregorius la haba confrontado, haba visto algo en su ros- tro que podra interpretarse como la disposicin, hasta el fuerte anhelo, de desprenderse de la tirana de los recuerdos y liberarse de la crcel del pasado. Y entonces decidi arriesgarse. Ya hace mucho que no estudia los recorridos del ferrocarril, Adriana. Ya no va ms a ver a Joo. Hace mucho que no practica la medicina. Amadeu est muerto, Adriana. Y usted lo sabe. Muri de un aneurisma. Hace treinta y un aos, la mitad de una vida. Fue una maana temprano. En la Rua Augusta. A us- ted la llamaron por telfono. Gregorius seal el reloj. A las seis y veinti- trs. Fue as, no es cierto? Tuvo un fuerte mareo y se tom del respaldo del silln. No tendra la fuerza necesaria para soportar un estallido de la anciana como el que se haba producido la semana anterior en el consultorio. Apenas se recuperara del mareo se marchara y no volvera jams. Por qu haba pensado que era su obligacin liberar a esta mujer, con la que realmente no tena nada que ver, del pasado inmvil en el que estaba atrapada y traerla de vuelta a una vida presente, que poda continuar hacia adelante? Por qu se haba imaginado que era l quien deba quebrar el sello que acerrojaba su espritu? Cmo se le haba ocurrido Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
187 una idea tan descabellada? La habitacin segua en silencio. Gregorius sinti que el mareo ceda y abri los ojos. Adriana estaba sentada en el silln, hundida; lloraba cubrindose el rostro con las manos; su cuerpo flaco se estremeca; le temblaban las manos con sus venas oscuras. Gregorius se sent junto a ella y le rode los hombros con un brazo. Volvieron a brotar las lgrimas incontrolables; la mujer se aferr a l con fuerza. Lentamente fueron calmndose los sollozos y dieron paso a la calma del agotamiento. Cuando Adriana se enderez para buscar un pauelo, Gregorius se le- vant y fue caminando hasta el reloj. Pausadamente, como en cmara lenta, abri el vidrio que cubra la esfera y puso las agujas en la hora correcta. No se atrevi a volverse; un movimiento, una mirada en falso, y todo poda desmoro- narse. El vidrio de la esfera se cerr con un chasquido leve. Gregorius abri la caja del pndulo y lo puso en movimiento. El tictac result ms fuerte de lo que esperaba. En los primeros segundos, pareci no haber en el saln nada ms que ese sonido. Haba comenzado una nueva cuenta del tiempo. Adriana mir el reloj y su mirada pareca la de un nio incrdulo. La mano con el pauelo haba quedado detenida en mitad del movimiento y pareca fuera del tiempo. Gregorius percibi lo que sucedi despus como un terremoto sin movimiento: la mirada de Adriana pareci titilar, encenderse y apagarse; luego volvi la luz a sus ojos con la seguridad y la claridad de una mirada total- mente volcada al presente. Sus miradas se encontraron; Gregorius se esforz por poner en la suya toda la seguridad de que fue capaz, para poder sostener la de ella si volva a titilar. Clotilde se qued parada en la puerta con la bandeja del t en las ma- nos, la mirada fija en el reloj que segua marchando. "Graas a Deus!", dijo baji- to. Mir a Adriana y puso el t sobre la mesa con ojos brillantes. Qu clase de msica escuchaba Amadeu? pregunt Gregorius al cabo de un rato. Al principio, Adriana pareci no haber odo la pregunta. Era evidente que su atencin deba dejar atrs un largo trecho antes de poder llegar al pre- sente. El reloj segua sonando. Con cada tictac pareca anunciar que todo haba cambiado. De pronto, Adriana se par sin decir palabra y puso un disco de Hc- tor Berlioz. Les Nuits d' t, La Belle Voyageuse, La Captive, La Mort d'Op- hlie. Poda pasarse horas escuchndolo dijo. Qu estoy diciendo: das y das. Volvi a sentarse en el sof. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
188 Gregorius estaba seguro de que iba a decir algo ms. Tena la funda del disco tan apretada entre las manos que los nudillos se le haban puesto blancos. Trag. Se le formaron pequeas burbujas en las comisuras. Se pas la lengua por los labios. Apoy la cabeza en el respaldo del sof como quien se entrega al cansancio. La cinta negra se corri un poco hacia arriba y dej ver parte de una cicatriz. Era la msica favorita de Ftima dijo. Cuando ces la msica y volvi a reinar el tictac del reloj en el silencio, Adriana se sent derecha y se acomod la cinta de terciopelo. Su voz tena la calma asombrada, la seguridad aliviada de alguien que acaba de vencer un obst- culo interno que siempre haba considerado invencible. Un infarto. A los treinta y cinco aos. No poda entenderlo. Mi her- mano, que poda adaptarse a todo lo nuevo con rapidez inaudita, casi sobrehu- mana; cuya presencia de nimo sola crecer desmesuradamente cuando se pre- sentaba un desafo repentino; que pareca estar ms vivo cuando se enfrentaba al alud de un acontecimiento inesperado que pareca ineludible; ese hombre a quien la realidad siempre le resultaba escasa, no poda creer, se negaba a acep- tar que la plida quietud de su rostro no era slo la calma pasajera del sueo. No permiti que se hiciera una autopsia, no pudo tolerar la idea de un bistur; postergaba el entierro de un da para otro; les gritaba a quienes intentaban hacerla entrar en razn. Perdi totalmente el control: encarg una misa de di- funtos, la cancel, luego olvid que la haba cancelado y reprendi al sacerdote cuando no hubo misa. "Yo tendra que haber sabido, Adriana", deca. "Los latidos de su corazn no eran regulares y yo no le di importancia. Soy mdico y no le di importancia. Con cualquier otro paciente, le hubiera dado importancia, pero a ella le dije que eran los nervios. Haba problemas con las otras mujeres que trabajaban en el orfanato; le decan que ella no era una maestra jardinera di- plomada; slo la hija mimada de una familia rica y la mujer de un mdico rico que no saba de qu otra manera matar el tiempo. Eso la haca sufrir, la haca sufrir mucho, porque en verdad era excelente; tena un don natural para tratar con los nios; las dems estaban celosas; poda canalizar as la tristeza de no tener hijos propios y saba hacer ese trabajo muy bien, lo haca muy bien; pero aun as la haca sufrir; no poda defenderse y eso la iba carcomiendo por dentro; as el corazn comenz a latir con irregularidad, a veces pareca taquicardia, yo ten- dra que haberle prestado atencin, Adriana. Por qu no la llev a un especialis- ta? Conoca a uno con quien haba estudiado en Coimbra, ahora es una eminencia; slo hubiera tenido que llamarlo. Por qu no lo hice, Dios mo, por qu no lo hice? Ni siquiera la escuch, imagnate, ni siquiera la escuch". Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
189 "Un ao despus de la muerte de mama estbamos nuevamente en una misa de difuntos. 'Ella lo hubiera querido', dijo l, 'y, adems, hay que darle una forma a la muerte, por lo menos, eso es lo que dicen las religiones; yo no s', de pronto ya no pareca estar seguro de sus propios pensamientos. 'No sei, no sei', deca todo el tiempo. En esa misa para mama se sent en una esquina oscu- ra, para que no se viera que no estaba acompaando la liturgia; Rita no lo enten- da: 'no son ms que gestos, un marco', le deca, 'fuiste monaguillo, y con pap fue lo mismo'. Pero con Ftima estaba tan desequilibrado, que en un momento participaba y al minuto siguiente se quedaba sentado petrificado, en vez de rezar. Y lo ms terrible era que cometa errores en el texto latino. Errores! l! No llor en pblico ni junto a la tumba. Era tres de febrero, un da agradable para la poca del ao, pero l se frotaba las manos todo el tiempo. Siempre tena las manos heladas. Cuando el atad comenz a descender en la tumba, hundi las manos en los bolsillos y lo sigui con una mirada que nunca le haba visto antes y que nunca le volv a ver; era la mirada de alguien que debe enterrar todo lo que tiene, absolutamente todo sin excepcin. No fue as junto a la tumba de pap y mama; all estaba parado como quien se ha preparado largo tiempo para esa despedida y sabe que es un paso ms en el camino de su propia vida. Todos nos dimos cuenta de que quera quedarse solo junto a la tumba. Nos fuimos. Cuando mir hacia atrs, vi que estaba parado al lado del padre de Ftima, que tambin se haba quedado. Era un viejo amigo de pap. Amadeu haba conocido a Ftima en su casa y haba vuelto a casa como hipnotizado. Amadeu abraz a ese hombre alto que se frotaba los ojos con las mangas del abrigo y que luego se alej dando pasos exageradamente enrgicos, forzados. Mi hermano se qued un cuarto de hora ms solo ante la tumba abierta con la cabeza gacha, los ojos cerrados y las manos juntas. Estoy segura de que rezaba; deseo que haya rezado. Amo a los seres que rezan. Necesito su mirada. La necesito contra el veneno traicionero de lo superficial y lo irreflexivo. Gregorius vio ante s a Pra- do, el estudiante, hablando en el aula magna del Liceu sobre su amor a las cate- drales. O sacerdote ateu, oy decir a Joo Ea. Gregorius haba esperado que, para despedirse, se daran las manos por primera vez. Pero entonces la anciana se le acerc lentamente. Un mechn de cabello gris le caa sobre el rostro. Se par muy cerca de l; Gregorius sinti la extraa mezcla de olor a medicamentos y perfume. Tuvo deseos de retroceder, pero el gesto con que ella cerr los ojos y le recorri el rostro con las manos tena algo de autoritario. Como un ciego, roz sus rasgos con los dedos fros y Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
190 temblorosos, que slo buscaban un mnimo contacto. Se detuvo al encontrarse con los anteojos. Prado haba usado anteojos de vidrios redondos con marco de oro. l, Gregorius, era el extrao que haba terminado con ese tiempo detenido y haba sellado la muerte del hermano. Y era tambin ese hermano que haba vuelto a cobrar vida en el relato. El hermano en ese instante no le caba a Gregorius ninguna duda de eso que estaba relacionado con la cicatriz que cubra la cinta de terciopelo y con los cedros rojos. Adriana estaba parada delante de l como avergonzada, con los brazos a los costados y la mirada baja. Gregorius le tom los hombros con ambas ma- nos. Voy a volver dijo.
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No haca media hora que se haba acostado cuando el portero le anunci que tena una visita. Baj. Le cost creer lo que vio. Adriana, apoyada en un bastn, estaba parada en el centro del hall, envuelta en un abrigo largo y negro, la cabeza cubierta con la paoleta tejida al crochet. Tena el aspecto conmove- dor y pattico al mismo tiempo de una mujer que ha salido de su casa por prime- ra vez en muchos aos y ahora se encuentra parada en un mundo que ya no cono- ce, en el que ni siquiera se atreve a sentarse. Se desabroch el abrigo y sac dos sobres. Quiero... quiero que lea esto dijo con voz dura e insegura, como si hablar en el mundo exterior fuera ms difcil, o por lo menos, diferente de hacerlo en el interior. Una de las cartas la encontr cuando acomodamos la casa despus de la muerte de mama. Casi la encuentra Amadeu, pero yo sospe- ch algo cuando la saqu del compartimiento secreto del escritorio de pap, y la escond. La otra la encontr en el escritorio de Amadeu despus de su muerte, enterrada bajo una pila de otros papeles mir a Gregorius con timidez, baj la vista, volvi a mirarlo. No quiero seguir siendo la nica que conoce las cartas. Rita, s, bueno, pero Rita no las entendera. Y no tengo a nadie ms. Gregorius pas los sobres de una mano a la otra. No encontraba las pa- labras adecuadas. Cmo lleg hasta aqu? pregunt finalmente. Afuera en un taxi la esperaba Clotilde. Cuando Adriana se reclin en el tapizado del asiento trasero fue como si esa salida al mundo real hubiera ago- tado todas sus fuerzas. "Adeus", le haba dicho antes de subir. Y le haba dado la mano. Gregorius haba sentido los huesos, las venas del dorso que cedan bajo Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
191 la presin de su mano. Haba sentido con asombro que el apretn de manos era fuerte y decidido, casi como el de alguien que vive en el mundo de la maana a la noche y estrecha docenas de manos todos los das. Mientras miraba alejarse el taxi, Gregorius sigui teniendo la sensacin de ese apretn de manos sorprendentemente enrgico, casi rutinario. Con el pensamiento transform a Adriana en la mujer de cuarenta aos que le haba descripto el viejo Coutinho mientras hablaba del modo autoritario en que trata- ba a los pacientes. Si no hubiera pasado por el trauma del aborto; si luego hubiera vivido su propia vida y no la vida de su hermano, qu ser humano dife- rente sera hoy! En la habitacin abri primero el sobre ms grueso. Era una carta de Amadeu a su padre, el juez. Una carta nunca enviada, que haba sido reelabora- da una y otra vez con el correr de los aos; se vea en las mltiples correcciones en las que se notaban no slo tintas de distintas pocas sino tambin el desarro- llo de la letra del autor. Estimado padre deca el encabezamiento original; luego Estimado, temido padre; ms adelante Amadeu haba agregado querido pap; el ltimo cambio deca Secretamente Querido pap.
Cuando el chofer me llev hoy a la estacin y me sent en el tapizado en el que usted suele sentarse todas las maanas, supe que debera expresar en palabras todas las sensaciones contradictorias que amenazaban desgarrarme en pedazos, para no seguir siendo vctima de ellas. Creo que expresar algo es con- servar su fuerza y despojarlo de su horror, escribe Pessoa. Al concluir esta carta sabr si est en lo cierto. Tendr que esperar mucho para llegar a saber- lo, pues ya, apenas comenzado, veo que el camino hasta alcanzar la claridad que busco mediante la escritura es largo y duro. Y me atemoriza pensar en algo que Pessoa omiti mencionar: la posibilidad de que uno pueda fallar al expresar algo. Qu sucede entonces con su fuerza y su horror? Te deseo un semestre de xitos me dijo, como cada vez que vuelvo a Coimbra. Nunca ni en esta despedida ni en ninguna otra us palabras que expresaran el deseo de que el semestre que comenzaba me produjera satisfac- cin o simple gusto. En el auto, acariciando el noble tapizado, pens: "Conoce acaso la palabra prazer? Nunca fue joven?" Pero mam lo conoci alguna vez. Alguna vez. Pero aunque fue como siempre, esta vez fue distinto, pap. Slo falta un ao; luego volvers dijiste cuando yo ya estaba fuera de la casa. La frase me ahog y tuve la sensacin de que me detena. Era una frase que vena del Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
192 hombre torturado de espalda encorvada, no una frase que sala de los labios del juez. Sentado en el auto trat de escucharla como una expresin de afecto simple y puro. Pero el tono no era el adecuado, porque yo saba esto: l quiere que su hijo, el mdico, est cerca de l y lo ayude en su lucha contra el dolor. Habla de m alguna vez? le pregunt a Enrique, el chofer. Tard un rato largo en contestarme; simul estar concentrado en el trnsito. Creo que est orgulloso de usted dijo finalmente.
Gregorius saba por Cecilia que los nios portugueses, hasta los aos cincuenta, rara vez se dirigan a sus padres con la forma tu, en general lo hacan de manera indirecta usando o pai, a me. La misma Cecilia haba comenzado a tratarlo de voce, pero al poco rato haba interrumpido la clase para proponerle hablarle de tu. Lo otro era demasiado estirado, por ltimo, era la forma abre- viada de Vossa Merce: "Su gracia". El joven Prado, con su uso de tu y voce, haba ido un paso ms all de lo habitual, tanto en lo familiar como en lo formal y luego haba decidido alternar entre ambos extremos. O acaso no haba sido una decisin sino la expresin natural, no deliberada, de un sentimiento oscilante? La pgina terminaba con la pregunta al chofer. Prado no haba numera- do las pginas. La continuacin era abrupta y estaba escrita con otra tinta. Era el orden del mismo Prado o Adriana haba decidido el orden de las pginas?
Es usted juez, padre un ser, entonces, que opina, condena y castiga. Ya no s como sucedi me dijo el to Ernesto una vez. Es como si ya se hubiera decidido el da en que naci. S pens entonces, exactamente. Tengo que reconocerlo: en casa no se comport usted nunca como un juez. No pronunci una sentencia con mayor frecuencia que otros padres, ms bien fue con menor frecuencia. Sin embargo, padre, muchas veces he per- cibido su laconismo, su presencia muda, como una forma de impartir justicia, como propia de un juez y hasta de los procedimientos judiciales. Es usted me imagino un juez justo, pleno de benevolencia y signado por ella; no un juez cuyas sentencias duras y despiadadas surgen del encono de las privaciones y del fracaso de la propia vida como tampoco de una conciencia sucia disimulada que oculta crmenes propios. Usted hace uso de toda la tole- rancia y la clemencia que la ley le permite. Sin embargo, muchas veces me ha hecho sufrir saber que eres t quien juzga a otros. Los jueces son personas que mandan a otros a prisin? te pregunt Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
193 despus del primer da de clase en el que evidentemente haba debido respon- der a la pregunta sobre la profesin del padre. Luego, en el recreo, los dems hablaron del tema. Lo que dijeron no son despreciativo ni acusador, ms bien hablaron con curiosidad y gusto por el sensacionalismo, que en poco se diferen- ciaba de la curiosidad que despert saber que el padre de otro de los alumnos trabajaba en el matadero. A partir de ese da tom todos los desvos posibles para no tener que volver a pasar nunca por la prisin. A los doce aos me escurr dentro de un tribunal sin que me viese la guardia, para verlo a usted con su toga sentado en el sitial elevado del juez. En aquella poca era usted un juez ordinario, no un miembro de la Suprema Corte. Me sent orgulloso y profundamente espantado al mismo tiempo. Se iba a pro- nunciar la sentencia que le corresponda a una ladrona comn. Como era reinci- dente, fue condenada a prisin sin posibilidad de libertad condicional. La mujer era de mediana edad, fea y consumida; con su cara no poda ganarse las simpat- as de nadie. Sin embargo, todo se crisp dentro de m; me pareci que cada una de mis clulas se acalambraba y se paralizaba cuando se la llevaron y desapare- ci en las catacumbas del tribunal que me imagin oscuras, fras y hmedas. Me pareci que el defensor no haba hecho bien su trabajo, seguramen- te un defensor de oficio que pronunciaba sus frases sin ganas, sin que uno pu- diera enterarse de los motivos que poda haber tenido la mujer; ella misma no poda defenderse, no me hubiera extraado que fuera analfabeta. Ms tarde, acostado en la oscuridad de mi habitacin, la defend yo mismo y esa defensa no fue tanto una defensa contra el fiscal del estado como contra usted. Habl hasta quedarme ronco, hasta que me fall la voz y se sec el torrente de mis palabras. Al final, me encontr parado frente a usted con la cabeza vaca, para- lizado por la falta de palabras, que era como estar inconsciente pero lcido. Cuando me despert, entend que, finalmente, me haba estado defendiendo de una acusacin que usted no haba formulado. Usted nunca me haba reprochado nada grave a m, su hijo adorado, ni una sola vez y a veces pienso que hice todo lo que hice por esta razn: para adelantarme a una posible acusacin que pareca conocer sin saber exactamente de qu se trataba. No es sa, en ltima instan- cia, la razn por la que me hice mdico? Para hacer todo lo humanamente posi- ble contra la endemoniada enfermedad de tu columna vertebral? Para estar protegido contra el reproche de no haber participado lo suficiente de tu mudo sufrimiento? Contra el reproche con el que alejaste a Adriana y a Rita de ti, para que el reproche se autocumpliese? Pero volvamos al tribunal. Nunca olvidar la incredulidad y el horror que me acometieron cuando vi, despus de leda la sentencia, cmo el fiscal del es- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
194 tado iba al encuentro del defensor y se rean juntos. Hubiera pensado que eso era imposible y hasta el da de hoy no puedo entenderlo. A usted le concedo esto: cuando sali de la sala con los libros bajo el brazo, su rostro estaba serio, en l poda leerse la pena. Cunto dese que en verdad usted sintiera pena porque ahora se cerrara la pesada puerta de una celda tras la ladrona y unas llaves inmensas e insoportablemente ruidosas iban a girar en la cerradura! Nunca pude olvidar a esa ladrona. Muchos aos despus, en una gran tienda, miraba yo a otra ladrona, una mujer joven de cautivante belleza que haca desaparecer objetos brillantes en el bolsillo de su abrigo con una habili- dad que era un arte. Alterado por la sensacin de alegra que acompaaba mi descubrimiento, la segu en su campaa en busca de trofeos por todos los pisos. Poco a poco fui comprendiendo que en mi imaginacin esta mujer estaba vengan- do a aquella ladrona que usted haba mandado a prisin. Cuando vi que se le acercaba un hombre que pareca estar vigilndola, me apresur a llegar a su lado y le susurr: Cuidado! Su presencia de nimo me dej sin habla. Vem, amor me dijo y se colg de mi brazo apoyando cariosa la cabeza en mi hombro. Ya en la calle me mir y ahora haba temor en su mirada, que contrastaba fuertemente con su accionar nonchalante y a sangre fra. Por qu? el viento le hizo volar el abundante cabello en el rostro y le escondi la mirada. Le despej la frente. Es una larga historia dije pero para hacerla corta: me encantan las ladronas, siempre y cuando sepa cmo se llaman. Frunci los labios y reflexion un instante. Diamantina Esmeralda Her- melinda. Sonri, me dio un beso apretado en los labios y desapareci detrs de la esquina. Ms tarde, me sent a la mesa frente a usted con una sensacin de triunfo y con la benevolencia del vencedor de incgnito. En ese instante, todas las ladronas del mundo se burlaron de todos los cdigos del mundo. Sus cdigos: desde que tengo memoria esos tomos de cuero negro to- dos iguales me han inspirado respeto, un respeto como el que pueden inspirar las tablas de la ley. No eran libros como tantos otros, lo que contenan tena un rango especial y una dignidad particular. Estaban tan alejados de todo lo vulgar que me sorprendi encontrar adentro palabras que si bien eran difciles, barro- cas y de estilo florido, y haban sido pensadas por los habitantes de una galaxia diferente, fra, eran palabras portuguesas. Su carcter extrao y lejano se vio ms acentuado an por el fuerte olor a polvo que brotaba de los estantes y que me haca pensar que, de alguna manera, era parte de la esencia de estos libros que nadie los tomara jams y que conservaran su contenido slo para s mismos. Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
195 Mucho ms tarde, cuando comenc a comprender en qu consiste la ar- bitrariedad de una dictadura, volv a ver ante m los cdigos de la niez que nadie usaba y entonces, en un juego mental infantil, le reproch a usted que no los hubiera tomado para arrojrselos a la cara a los esbirros de Salazar. Usted nunca pronunci la prohibicin de sacarlos de los estantes; no, no fue usted quien lo prohibi; fueron los mismos libros, pesados y majestuosos los que, con una severidad draconiana, me prohibieron que los moviese. Cuntas veces me deslic en tu estudio, un nio pequeo, y luch, con el corazn palpi- tando, contra el deseo de tomar uno de los tomos y lanzar una mirada a ese contenido sagrado! Tena diez aos cuando finalmente me atrev a hacerlo, con dedos temblorosos y despus de mirar innumerables veces hacia el hall que deba protegerme de ser descubierto. Quera descubrir el misterio de tu pro- fesin y entender quin eras ms all de la familia, all afuera en el mundo. Fue una enorme desilusin ver que el lenguaje hermtico y estereotipado, que pre- dominaba entre ambas tapas no era ninguna revelacin en s mismo, no tena nada que pudiera hacernos sentir el estremecimiento tan esperado y tan temi- do. Antes de que usted se levantara, terminado el trmite de la ladrona, nuestras miradas se encontraron. Por lo menos, me lo pareci. Tuve la esperanza una esperanza que dur semanas de que t sacaras el tema. Finalmente la esperanza se desdibuj y se convirti en desilusin; sta se desdibuj tambin hasta que finalmente se aproxim a la protesta y a la rabia: pensaba que yo era demasiado joven, demasiado limitado? Pero eso no se condeca con todo lo que se me exiga, todo lo que se esperaba de m. Le resultaba desagradable que su hijo lo hubiera visto vistiendo la toga? Pero nunca tuve la sensacin de que us- ted se haya sentido incmodo por su profesin. Tal vez tuvo miedo de mis du- das? Yo hubiera tenido dudas aun cuando no era ms que un nio a medias; usted lo saba; me conoce lo suficiente, por lo menos, eso espero. Fue entonces co- barda, una especie de debilidad que yo nunca haba asociado con su persona? Y yo? Por qu no saqu yo mismo el tema? La respuesta es simple y clara: pedirle a usted cuentas de algo eso era algo que simplemente no se poda hacer. Hubiera hecho tambalear toda la estructura, toda la arquitectu- ra de la familia. Y no slo era algo que no se poda hacer, era algo que ni siquiera se poda pensar. En vez de pensar y de hacer, puse en mi imaginacin una figura sobre la otra: el padre conocido, la figura privada, seor del silencio, sobre el hombre de la toga que con palabras medidas y una voz sonora e invulnerable, desbordante de estereotipada elocuencia, hablaba en la sala del tribunal; una sala en la que las voces desataban un eco que me petrificaba. Y cada vez que Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
196 realizaba este ejercicio de imaginacin, me espantaba, porque no encontraba ninguna contradiccin que hubiera podido consolarme sino que me pareca una figura de una sola pieza. Era difcil, padre, ver cmo todo se ensamblaba de manera tan frrea y, cuando se me haca intolerable sentir su presencia en m como un monumento de piedra, buscaba consuelo en un pensamiento que, en otros momentos, me estaba prohibido pues vulneraba el carcter sagrado de la intimidad: que de vez en cuando debes haber abrazarlo a mama. Por qu quisiste ser juez, pap, y no defensor? Por qu elegiste po- nerte del lado de quien castiga? Tiene que haber jueces habras respondido seguramente y s muy bien que contra esta respuesta poco puede hacerse. Pero por qu tena que ser precisamente mi padre?
La carta, hasta aqu, era la carta a un padre que an viva; una carta que es posible imaginar Prado haba escrito en Coimbra poco tiempo despus del regreso que mencionaba. En la pgina siguiente cambiaban la tinta y la letra. Los trazos de la pluma eran ms seguros, ms sueltos y parecan haber sido pulidos por la rutina profesional de tomar notas mdicas. Las formas verbales revela- ban que haba sido escrita despus de la muerte del juez. Gregorius sac cuentas: entre el momento en que Prado haba termina- do su carrera y la muerte del padre haban pasado diez aos. Esa conversacin muda que haba comenzado con el padre haba quedado detenida dentro del hijo todos esos aos? En lo profundo de los sentimientos, diez aos podan ser como un segundo, nadie lo saba mejor que Prado. Haba tenido que esperar hasta la muerte del padre para poder seguir escribiendo su carta? Una vez graduado, Prado haba regresado a Lisboa y haba trabajado all en una clnica especializada en neurologa, le haba contado Mlo- die a Gregorius. Yo tena nueve aos entonces y estaba contenta de que estuviera de regreso; hoy dira que fue un error haba dicho. Pero extraaba Lisboa, siempre extraaba; apenas se haba ido y ya quera volver. Adoraba los ferroca- rriles con locura y, al mismo tiempo, siempre quera volver a casa. Estaba lleno de contradicciones ese hermano mo, tan grande, tan deslumbrante; convivan en l el viajero y el hombre que aora el hogar; lo fascinaba el ferrocarril transi- beriano, Vladivostok era como una palabra sagrada en sus labios, pero tambin estaba el otro dentro de l, el que sufra esa aoranza del hogar: Es como una sed sola decir cuando me asalta la aoranza siento como una sed insoporta- ble; quizs deba conocer todas las vas que los trenes recorren para poder vol- ver a casa cada vez; no podra soportar el viaje a Siberia; imagnate: el golpeteo Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
197 de las ruedas das y noches seguidos, llevndome cada vez ms lejos de Lisboa, cada vez ms lejos. Ya era de da cuando Gregorius hizo a un lado el diccionario y se frot los ojos, que le ardan haca rato. Cerr las cortinas de la ventana y se acost vestido bajo el cubrecama. Estoy a punto de extraviarme. se haba sido el pensamiento que lo haba impulsado a viajar a la Bubenbergplatz, con la que ya no haba podido hacer contacto. Cundo haba sido eso? Y si en realidad quiero extraviarme? Gregorius se fue deslizando hacia un sueo liviano atravesado por un cicln de pensamientos fragmentarios e inconexos. Cecilia, toda de verde, se diriga al juez llamndolo Su Gracia todo el tiempo; robaba objetos costosos y brillantes, diamantes y otras piedras preciosas, pero sobre todo robaba nom- bres, nombres y besos, que las ruedas llevaban repiqueteando a travs de Sibe- ria hacia Vladivostok, que estaba demasiado lejos de Lisboa, el lugar de la justi- cia y el dolor. Cerca del medioda, cuando Gregorius corri las cortinas y abri la ven- tana, lo roz un viento clido. Se qued unos minutos parado all y sinti cmo el rostro se le iba poniendo seco y caliente bajo la brisa del desierto. Por segunda vez en su vida, pidi que le trajeran algo de comer a la habitacin; cuando vio la bandeja, pens en aquella otra vez, en Pars, en aquel viaje loco que Florence haba propuesto despus del primer desayuno en la cocina de la casa. Atraccin, satisfaccin y sensacin de proteccin. La ms fugaz era la atraccin haba dicho Prado, luego vena la satisfaccin y finalmente se quebraba tambin la sensacin de proteccin. Se trataba, entonces, de la lealtad, de una toma de partido del alma, ms all de los sentimientos. Un soplo de eternidad. Yo no fui nunca la persona que creste le haba dicho a Florence, ya al final. Y ella no lo haba contradicho. Gregorius llam a Silveira, que lo invit a cenar. Luego envolvi el libro de fotos sobre Isfahan que le haban regalado los Schnyder y le pregunt a la camarera dnde poda comprar una tijera, tachuelas y cinta adhesiva. Cuando estaba por salir, llam Natalie Rubin. Estaba desilusionada de que la gramtica persa no le hubiera llegado todava, a pesar de que la haba mandado por correo expreso. Si se la hubiera llevado yo, ya habra llegado dijo. Luego, un poco asustada de su propia audacia, le pregunt tmidamente qu haca los fines de semana. Gregorius no pudo resistirse. Me siento en una escuela llena de ratas donde no hay electricidad y Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
198 leo acerca del amor de un hijo por su padre. El padre se suicid; tal vez porque padeca grandes dolores, tal vez porque se senta culpable; nadie lo sabe. Me est... dijo Natalie. No, no dijo Gregorius. No le estoy tomando el pelo. Es exacta- mente como le dije. Es imposible de explicar, totalmente imposible. Y adems hay un viento del desierto... Est casi... casi irreconocible. Cuando les... Tiene toda la razn, Natalie; a veces ni yo mismo puedo creerlo. S, la llamara tan pronto como recibiera la gramtica. Tambin va a estudiar persa en la mtica escuela de las ratas? ella misma se ri de las palabras que haba usado. Por supuesto. Es que Persia est all. Me doy por vencida. Se rieron los dos.
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Por qu, pap, nunca me hablaste de tus dudas, de tu lucha interna? Por qu no me mostraste las cartas que le escribiste al Ministro de Justicia, tus pedidos de licencia? Por qu las destruiste todas, as que ahora es como si nunca las hubieras escrito? Por qu tuve que enterarme de tus intentos de liberacin a travs de mam, que me los cont avergonzada, aunque hayan sido motivo de orgullo? Si fue el dolor que padecas lo que finalmente te impuls a la muerte, contra eso yo tampoco podra haber hecho nada. Pero si el factor decisivo no fue el dolor sino el sentimiento de culpa y de haber fallado por no haber tenido las fuerzas necesarias para romper con Salazar y no cerrar los ojos a la sangre y la tortura, por qu no hablaste conmigo? Con tu hijo, que alguna vez haba querido ser sacerdote? Gregorius mir hacia afuera. El aire caliente de frica entraba por la ventana abierta del escritorio del seor Corts. El cono de luz que se paseaba por las tablas medio podridas del piso tena hoy un color amarillo ms fuerte que la ltima vez. En las paredes colgaban las fotos de Isfahan que haba recor- tado del libro. Azul de ultramar y dorado, ms y ms dorado y azul de ultramar, cpulas, minaretes, mercados, bazares, rostros semiocultos de mujeres de ojos negrsimos, ansiosos de vida. Elifaz el temanita, Bildad el suhita y Sofar el naa- matita. Lo primero que haba hecho al llegar al Liceu haba sido buscar el pul- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
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ver, que ya ola a putrefaccin y a moho. Dios castig a Egipto con plagas porque el faran est empecinado en su voluntad le haba dicho Prado a O'Kelly pero fue el mismo Dios quien lo hizo as. Y lo hizo as para poder demostrar su poder! Qu Dios soberbio, autocomplaciente! Qu fanfarrn! Gregorius ley la historia en la Biblia: era as. Haban discutido durante medio da le haba contado O'Kelly si Pra- do en su discurso realmente tena que hablar de Dios como un fanfarrn, como gabarola 16 o farifarro. Si no era ir demasiado lejos poner al SEOR aunque slo fuera por el mnimo tiempo que dura pronunciar una palabra insolente en un mismo plano con un granuja charlatn. Jorge haba impuesto su opinin; Ama- deu lo haba permitido. Por un momento, Gregorius sinti que O'Kelly lo haba desilusionado. Gregorius camin por el Liceu evitando las ratas y se sent en el banco que le haba adjudicado a Prado, desde donde poda hacer contacto visual con Maria Joo. Finalmente encontr en el subsuelo lo que haba sido la biblioteca, en la que segn el relato del padre Bartolomeu Amadeu se haba quedado encerrado para poder leer toda la noche. Cuando Amadeu lee un libro, ste ya no tiene ms letras. Los estantes estaban vacos, cubiertos de polvo y mugrien- tos. El nico libro que haba quedado serva de apoyo a un estante para que no se cayera. Gregorius cort un pedazo de tabla podrida y la puso en el lugar del libro. Despus sacudi el libro y lo hoje. Era una biografa de Juana la Loca. Se lo llev a la oficina del seor Corts.
Caer en la trampa de Antnio de Oliveira Salazar, el noble profesor, era ms fcil que caer en la de Hitler, Stalin o Franco. T no habras tenido tratos con tal escoria; por el contrario, con tu inteligencia y tu inconfundible sentido del estilo te habras mantenido invulnerable y estoy seguro de que nun- ca levantaste el brazo, por eso pongo las manos en el fuego. Pero a veces he pensado que sentiste un cierto vnculo con ese hombre de negro, de rostro inte- ligente y tenso bajo el sombrero hongo. No con su despiadada ambicin y su ceguera ideolgica sino con la severidad respecto de su propia persona. Pero l pact con los otros, padre! Fue testigo mudo de sus crmenes, que nunca podrn describirse con palabras mientras exista la humanidad! Y aqu entre nosotros existi Tarreifal! Existi Tarrafal, padre! TARRAFAL. Dnde estaba su fanta- sa? Tendra que haber visto al menos una vez manos como las que yo le vi a Joo Ea: quemadas, llenas de cicatrices, mutiladas; manos que alguna vez hab-
16 "Vanidoso. En portugus en el original. [N. de la T.] Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
200 an tocado a Schubert. Por qu, padre, no vio usted nunca manos como sas? Fue el miedo de un enfermo cuya debilidad fsica le haca temer un enfrentamiento con el poder del Estado? Y que por eso mir para otro lado? Fue tu espalda encorvada la que no te permiti mostrar algo de coraje? No, me niego a tal interpretacin porque sera injusta: sera despojarte de dignidad precisamente en este mbito en el cual siempre la pusiste a prueba: la fuerza de no someterte jams al sufrimiento; ni en los pensamientos ni en los actos. Tengo que admitir, padre, que hubo una vez, slo una vez, en que me alegr de que usted pudiera mover algunas influencias en el crculo de los crimi- nales de traje elegante y sombrero de copa: fue cuando logr librarme de las Mocedade. Haba visto mi espanto al imaginarme vistiendo la camisa verde y saludando con el brazo en alto. Simplemente dijo: Eso no va a suceder, con una decisin tan terminante en su mirada, que yo no hubiera querido ser en ese momento su enemigo. Ciertamente, tampoco t queras imaginarte a tu hijo parte de un grupo de proletarios baratos, reunidos al calor de una fogata. Sin embargo, yo sent que tu accin cualquiera que haya sido; no quiero saberlo era la expresin de un afecto muy profundo y esa noche, tras mi liberacin, a ti estuvieron dirigidos mis sentimientos ms fuertes. S que fue ms complicado para usted evitar que tuviera que presen- tarme ante la justicia por las lesiones a Adriana. El hijo del juez: no s qu influencias habr movido, con quin habr tenido que hablar. Hoy quiero decirle que hubiera preferido comparecer ante el juez y haber podido defender el derecho moral de colocar la vida por encima de la ley. Sin embargo, me conmovi lo que hiciste, sea lo que haya sido. No podra explicar por qu, pero estaba seguro de que no te movieron ninguna de estas dos cosas, que yo no podra haber aceptado: el temor a la vergenza o la alegra de haber hecho valer tus influencias. Lo hiciste simplemente para protegerme. Estoy orgulloso de ti me dijiste cuando te expliqu las circunstancias y te mostr el captulo del texto que trataba el tema. Luego me abrazaste; fue la nica vez pasada la niez. Sent el aroma del tabaco en tus ropas, del jabn en tu rostro. Todava hoy lo siento, as como la presin de tus brazos, que dur ms de lo que esperaba. He soado con esos brazos y eran brazos que se estiraban en una splica; se estiraban robndole al hijo con vehemencia que, como un hechicero bondadoso, te librara de los dolores. En este sueo entraba tambin en juego la excesiva expectativa, la es- peranza, que apareca siempre en tu rostro cuando te explicaba cmo funciona- ba tu enfermedad, el encorvamiento irreversible de la columna vertebral que lleva el nombre de Vladimir Bechterev y cuando hablbamos del misterio del Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
201 dolor. sos eran momentos de gran intimidad, de profunda intimidad, en los que estabas pendiente de mis labios y recibas cada palabra de este mdico en cier- nes como si fuera una revelacin. Era yo entonces el padre sabio y t el hijo necesitado de ayuda. Despus de una de estas charlas, le pregunt a mam cmo haba sido tu padre, qu clase de padre haba sido contigo. Un tirano orgulloso, solitario e insoportable; yo lo tena en un puo me dijo. Un fantico defen- sor del colonialismo. Se revolvera en su tumba si supiera cmo piensas t al respecto. Gregorius volvi al hotel y se cambi para la cena con Silveira, que viva en una villa en Belm. Abri la puerta una mucama y luego Silveira vino a su en- cuentro cruzando el inmenso hall que, con su araa de cristal, pareca la recep- cin de una embajada. Silveira not la mirada de admiracin de Gregorius. Despus de mi separacin y de que se mudaron mis hijos, todo me re- sult demasiado grande. Pero no quise irme de aqu dijo Silveira, en cuyo ros- tro Gregorius descubri el mismo cansancio que en su primer encuentro en el tren nocturno. Gregorius no pudo luego explicarse lo que pas despus. Sentados co- miendo el postre, le habl de Florence, de Isfahan, de sus visitas al Liceu. Fue un poco como cuando, en el coche dormitorio del tren, le haba contado a ese mismo hombre cmo se haba parado en el saln de clase y se haba marchado. Su abrigo estaba hmedo cuando lo tom del perchero, me acuerdo perfectamente; estaba lloviendo haba dicho Silveira mientras tomaban la sopa y todava me acuerdo de que luz en hebreo se dice r. Entonces Gregorius le haba contado el episodio con la portuguesa des- conocida que haba omitido la primera vez. Venga dijo Silveira despus del caf y Gregorius lo sgui al sta- no.Aqu est todo el equipo de camping de mis hijos. Todo de primera. Casi no lo usaron; un buen da dejaron todo tirado all; perdieron el inters y ni siquiera dieron las gracias, nada. Una estufa, una lmpara, una mquina de caf, todo con bateras. Por qu no se lo lleva? Para el Liceu. Le digo al chofer que pruebe las bateras y l se lo lleva. No era solamente la generosidad. Era el Liceu. Lo haba escuchado hablar de la escuela abandonada y le haba hecho preguntas, haba querido sa- ber ms. Podra haber sido mera curiosidad, como la curiosidad de un nio ante un castillo encantado. Pero el ofrecimiento del equipo de camping mostraba una comprensin de su accionar extravagante por lo menos, si no comprensin, mostraba respeto que Gregorius no hubiera esperado de nadie, menos an de un comerciante cuya vida giraba en torno al dinero. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
202 Silveira not su sorpresa. El tema del Liceu y las ratas me gust dijo sonriendo. Es algo tan diferente, algo que no brinda beneficios materiales. Pareciera tener algo que ver con Marco Aurelio. Cuando se qued solo en el living por un rato, Gregorius se puso a mirar los libros. Montones de literatura sobre porcelana. Derecho comercial. Libros de viaje. Diccionarios comerciales ingls y francs. Un diccionario de psicologa infantil. Un estante de novelas mezcladas. En un rincn haba una mesita; sobre ella, una foto de los hijos, un jo- ven y una muchacha. Gregorius pens en la carta de Kgi. Durante la charla que haban tenido esa maana, Natalie Rubin haba mencionado que el Rector haba cancelado algunas clases porque su mujer estaba en una clnica psiquitrica. Hay momentos en que mi mujer parece a punto de desmoronarse, deca en la carta. Acabo de llamar a un comerciante amigo que a menudo viaja a Irn dijo Silveira cuando volvi. Hay que tener visa, pero, fuera de eso, viajar a Isfahan no es ningn problema. Se qued cortado cuando vio la expresin de Gregorius. Claro dijo entonces lentamente claro. Naturalmente. No se trata de este Isfahan. Ni tampoco de Irn, sino de Persia. Gregorius asinti. Mariana Ea se haba interesado por sus ojos y haba descubierto que no poda dormir. Pero Silveira era la nica persona aqu que se haba interesado por l. Por l. El nico para quien l no era como para los habitantes del mundo de Prado nada ms que un espejo que lo comprenda todo. Ya estaban parados en el hall despidindose; la mucama apareci con el abrigo de Gregorius y en ese momento Silveira mir hacia la galera alta que llevaba a las otras habitaciones. El sector de mis hijos. Bueno, el antiguo sector. Quiere venir a ver? Eran dos habitaciones luminosas con un bao propio. Metros y metros de estantes cubiertos de George Simenon. Se quedaron parados en la galera. De pronto, Silveira pareci no saber qu hacer con las manos. Si quiere, puede venirse a vivir aqu. Como mi invitado, por supuesto. Todo el tiempo que quiera se ri. Cuando no est en Persia. Es mejor que el hotel. Aqu nadie va a molestarlo, yo estoy mucho de viaje; maana temprano ya me voy. Julieta, la mucama, se ocupa de todo. Y, a lo mejor, alguna vez le gano una partida. Chamome Jos dijo, cuando cerraron el acuerdo con un apretn Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
203 de manoso E tu?
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Gregorius hizo su valija. Estaba tan excitado como si estuviera por em- prender un viaje alrededor del mundo. Se imagin haciendo lugar en el estante de los Simenon para poner sus libros: los dos sobre la peste y el terremoto, el Nuevo Testamento que le haba regalado Coutinho haca una eternidad, Pessoa, Ea de Queirs, la biografa ilustrada de Salazar, los libros de Natalie Rubin. En Berna haba puesto en su valija a Marco Aurelio y a su viejo Horacio, las trage- dias griegas y Safo. Y a ltimo momento haba agregado a San Agustn: las Con- fesiones. Eran los libros para el prximo tramo del camino. La valija estaba pesada; cuando la levant de la cama y la llev hasta la puerta, se sinti mareado. Se recost un momento. Al cabo de unos minutos se sinti bien y se prepar para seguir con la carta de Prado.
Me estremezco ante el mero pensamiento de la fuerza con que los pa- dres dejan en sus hijos huellas no planeadas, ignoradas pero no menos inevita- bles e incontenibles; huellas que, como marcadas a fuego, ya nunca ms pueden borrarse. El contorno de los deseos y temores de los padres se graba con un cincel al rojo vivo en las almas de los pequeos, totalmente impotentes, total- mente ignorantes de lo que les sucede. Necesitamos toda una vida para encon- trar ese texto marcado a juego y descifrado, pero nunca podremos estar segu- ros de haberlo entendido. Y ves, pap? as me pas a m contigo. No hace mucho que llegu a comprender que hay en m un texto poderoso que ha dominado todo cuanto he sentido y hecho hasta hoy; un texto, luminoso y escondido, cuyo insidioso poder consiste en que, a pesar de toda mi educacin, a m nunca se me haya ocurrido que podra no tener la validez que yo, sin saberlo, le haba concedido. El texto es corto y definitivo como una sentencia del Antiguo Testamento: LOS OTROS SON TU TRIBUNAL. No podra demostrarlo de manera tal que tuviera validez ante un tribu- nal, pero s que desde muy pequeo he ledo este texto en su mirada, padre; en la mirada que apareca llena de privaciones, dolor y rigor desde atrs de los cristales de sus anteojos y pareca seguirme dondequiera que fuese. El nico lugar al que no poda seguirme era detrs del gran silln de la biblioteca del Liceu donde me esconda por las noches para poder seguir leyendo. La materia- lidad del silln formaba con la oscuridad una pared impenetrable detrs de la Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
204 que nadie poda importunarme. All no llegaba su mirada y no haba, por lo tanto, ningn tribunal ante el cual tuviera que hacerme responsable cuando lea acerca de las mujeres de piernas y brazos blancos; acerca de todas las cosas que slo podan hacerse a escondidas. Imagnese usted mi furia cuando le estas palabras en el libro del pofe- ta Jeremas: Por ventura se ocultar alguno en escondrijos que yo no lo vea, dijo el SEOR? No lleno yo el cielo y la tierra, dijo el SEOR? Y qu quieres? dijo el padre Bartolomeu. Es Dios. S, y precisamente eso habla en contra de Dios: que sea Dios le respond. El Padre se ri. Nunca tomaba a mal nada que yo le dijera. Me amaba. Cmo hubiera querido, pap, tener un padre con quien poder hablar sobre estas cosas! Sobre Dios y su crueldad autocomplaciente; sobre la cruz, la guillotina y el garrote. Sobre la insensatez de poner la otra mejilla. Sobre la justicia y la venganza. Los bancos de la iglesia eran una tortura para tu espalda; slo una vez te vi arrodillarte, en la misa de difuntos para el to Ernesto. No he logrado olvidar la silueta de tu cuerpo torturado, era como las imgenes del purgatorio de Dante que siempre me imagin como un mar ardiente de humillacin, porque qu hay peor que la humillacin? Ante ella el peor dolor no es nada. Y as fue, padre, como nunca hablamos de estas cosas. Creo que slo te he escuchado decir la palabra Deus en frases hechas, no como la dira un creyente. Y sin em- bargo no hiciste nada contra la muda impresin de que no slo albergabas en ti los cdigos mundanos, sino tambin los de la Iglesia, que dieron origen a la In- quisicin. iTarrafal, padre, TARRAFAL!
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El chofer de Silveira fue a buscar a Gregorius entrada la maana. Haba cargado las bateras del equipo de camping y haba agregado dos mantas en las que haba envuelto caf, azcar y galletas. En el hotel lamentaron su partida. "Foi um grande prazer", dijeron. Haba llovido durante la noche: los autos estaban cubiertos de la fina arena que haba trado el viento del desierto. Filipe, el chofer, le abri la puerta de la parte trasera de auto, enorme, brillante. En el auto, acariciando el noble tapizado, all haba concebido Prado el plan de escribir una carta a su padre. Gregorius haba viajado en taxi con sus padres una sola vez; de regreso de las vacaciones en el lago de Thun. El padre se haba torcido un pie y no haba Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
205 otra manera de llevar el equipaje. Sentado detrs del padre, Gregorius poda notar qu incmodo se senta. Para la madre haba sido como un cuento de hadas; le brillaban los ojos, no quera tener que bajarse. Filipe lo llev a la villa y luego al Liceu. El camino por el cual el camin repartidor sola traer las cosas para la cocina de la escuela estaba cubierto de pasto. Filipe se detuvo. Aqu? pregunt atnito. El hombre, lento en su pesadez y con hombros como de caballo, evit temeroso las ratas. En la oficina del Rector recorri lentamente las paredes con la gorra en la mano, mirando las ilustraciones de Isfahan. Y qu hace usted aqu? pregunt. Bueno, no es cosa ma... Es difcil decirlo respondi Gregorius. Muy difcil. Usted sabe lo que es soar despierto. Es un poco como eso. Pero al mismo tiempo totalmente diferente. Ms serio. Y ms descabellado. Cuando ya va quedando poco tiempo de vida, no hay ms reglas vlidas. Y entonces uno parece estar chiflado, listo para el manicomio. Pero en realidad es al revs: para el manicomio estn los que no quieren reconocer que el tiempo se est acabando. Los que siguen adelante como si no pasara nada. Me comprende? Hace dos aos tuve un infarto dijo Filipe. Despus me result ra- ro volver a trabajar. Ahora que lo pienso, me haba olvidado totalmente. S dijo Gregorius. Cuando Filipe se fue, el cielo se nubl; la tarde se puso fra y oscura. Gregorius instal la estufa, encendi la luz, hizo caf. Los cigarrillos. Los sac del bolsillo. Le haba preguntado a Silveira qu cigarrillos haban sido los primeros que haba fumado en su vida. Silveira se haba parado, haba salido de la habita- cin y haba vuelto con un paquete de esa marca. Tome. sta era la marca que fumaba mi mujer. Est hace aos en el cajn de la mesa de luz. De su lado de la cama. No pude tirarlos. El tabaco ya debe estar reseco. Gregorius abri el pa- quete y encendi uno. Ya poda tragar el humo sin toser. El humo era punzante y tena sabor a madera quemada. Lo inund una oleada de mareos y pareci que se le detena el corazn. Ley el fragmento de Jeremas sobre el que haba escrito Prado y lue- go retrocedi hasta el libro de Isaas. Pues mis pensamientos no son vuestros pensamientos y vuestros caminos no son mis caminos dice el SEOR sino que as como dista el cielo de la tierra, as distan mis caminos de los vuestros y mis pensamientos de los vuestros. Prado haba tomado al pie de la letra la idea de que Dios era una perso- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
206 na que poda pensar, desear y sentir. Haba escuchado sus palabras como lo haca con las de cualquier otra persona y haba descubierto que con una persona de carcter tan arrogante no quera tener nada que ver. Pero Dios tena carc- ter? Gregorius pens en Ruth Gautschi y David Lehmann, en sus propias pala- bras sobre la seriedad potica, que estaba por encima de cualquier otra. Berna haba quedado muy lejos. Era usted tan inaccesible, padre! Mam era la intrprete que nos tra- duca su mudez. Por qu no aprendi usted a hablar sobre usted mismo y sobre sus sentimientos? Yo se lo dir: le resultaba tan cmodo, tan maravillosamente cmodo ocultarse tras el papel del jefe de una familia noble del mediterrneo. Agregue a ese papel el del que sufre en silencio; su silencio es una virtud: la grandeza de no quejarse de su sufrimiento. Y as su enfermedad fue la excusa, la absolucin para su falta de voluntad de aprender a expresarse. Para su arro- gancia: en su dolor, los otros tenan que aprender a adivinar su pensamiento. No se ha dado cuenta de cunto pierde en autodeterminacin, pues slo se la posee en la medida en que se sabe expresarla en palabras? Nunca pensaste, pap, que para todos nosotros poda ser una pesada carga que t nunca hablaras de tus dolores y de la humillacin de tu espalda encorvada? Que sobrellevar tu dolor de manera tan muda, tan heroica, que no careca de vanidad, poda ser ms opresivo para nosotros que oirte maldecir y verte derramar lgrimas de autocompasin que podramos haber enjugado de tus ojos? Tu actitud nos deca que nosotros, los nios, y yo, el hijo, en particu- lar, atrapados en el crculo de tu valor, no tenamos derecho a quejarnos; tal derecho desde antes de ser ejercido, antes de que cualquiera de nosotros pensara en ejercerlo lo absorba, lo tragaba, lo destrua tu valor y el dolor que sobrellevabas con tal valenta. No queras tomar ningn calmante, queras mantener la cabeza clara: en eso eras categrico. Cierta vez te observ por la hendija de la puerta cuando creste que nadie te vea. Tomaste una pastilla y, tras una breve lucha, te pusis- te una segunda en la boca. Al poco rato volv a mirar y estabas reclinado en el silln con la cabeza en el almohadn, los anteojos en la falda y la boca un poco abierta. Era impensable, por supuesto, pero con qu gusto hubiera entrado a acariciarte! No te vi llorar ni una sola vez. Estuviste parado con gesto inconmovible mientras enterrbamos a Carlos, el perro que todos ambamos, que t tambin amabas. No eras un ser sin alma, no. Pero por qu te pasaste toda la vida haciendo como si el alma fuese algo de lo que haba que avergonzarse, algo inde- coroso, un lugar de debilidad que deba mantenerse escondido a casi cualquier Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
207 precio? De ti aprendimos todos desde la infancia que somos cuerpo antes que nada y que no hay nada en nuestros pensamientos que no haya estado antes en nuestro cuerpo. Y entonces qu paradoja! nada nos enseaste sobre la ter- nura y no podamos creer que alguna vez te hubieras acercado lo suficiente a mam como para engendrarnos. No fue l dijo Mlodie una vez. Fue el Ama- zonas. Slo una vez pude notar que sabas lo que era una mujer: cuando entr Ftima. No se vio ningn cambio en ti y sin embargo cambi todo. Entend por primera vez qu es un campo magntico. Aqu terminaba la carta. Gregorius volvi a poner las pginas en el so- bre. Entonces vio una anotacin en lpiz en el dorso de la ltima pgina: Qu supe yo de tu fantasa? Por qu sabemos tan poco de las fantasas de nuestros padres? Qu sabemos de alguien si no sabemos nada sobre las imgenes que le proporciona su imaginacin? Gregorius guard el sobre y se fue a visitar a Joo Ea.
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Ea tena las figuras blancas, pero no iniciaba la partida. Gregorius haba preparado t y haba servido media taza para cada uno. Fum uno de los cigarrillos que la mujer de Silveira haba dejado olvidados en el dormitorio. Ea tambin fumaba. Fumaba y tomaba t y no deca nada. El crepsculo caa sobre la ciudad; pronto llamaran a cenar. No dijo Ea cuando Gregorius fue hacia el interruptor de la luz. Pero cierre la puerta. No tard en oscurecer. La brasa del cigarrillo de Ea creca y se achi- caba. Cuando finalmente comenz a hablar, fue como si al igual que a un ins- trumento le hubiese puesto una sordina a su voz; las palabras sonaban no slo ms suaves y oscuras, sino tambin ms roncas. La muchacha, Estefnia Espinhosa. No s cunto sabe usted de ella. Pero estoy seguro de que ha odo su nombre. Hace mucho que quiere preguntar- me sobre ella, lo percibo, pero no se atreve. Lo ha estado pensando desde el domingo pasado. Es mejor que yo le cuente la historia. Es, creo, slo una parte de la verdad, si es que hay aqu una verdad. Pero esa parte tiene que conocerla. No importa lo que digan los dems. Gregorius sirvi ms t. Las manos de Ea temblaban mientras beba. Trabajaba en el correo. El correo es importante para la resistencia. El correo y el ferrocarril. Era joven cuando O'Kelly la conoci. Veintitrs o Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
208 veinticuatro. Eso fue en la primavera de 1970. Tena una memoria increble. Nunca olvidaba nada: ni lo que vea ni lo que oa. Direcciones, nmeros telefni- cos, caras. Decan en broma que saba de memoria la gua telefnica. A ella no le pareca tan importante. "Cmo es que ustedes no pueden?", deca. "No entien- do cmo se puede ser tan olvidadizo". Su madre se haba ido o haba muerto cuando era chica, no s, y al padre, que era ferroviario, lo haban detenido y se lo haban llevado una maana, bajo sospecha de sabotaje. "Era la pareja de Jorge. l estaba loco por ella y eso nos preocupaba; esas cosas siempre son peligrosas. Ella lo quera pero no con esa misma pasin. A l eso lo carcoma, lo irritaba; tena unos celos enfermizos. 'No te preocupes', me deca, cuando yo lo miraba pensativo. 'No eres el nico que no es un princi- piante'. "La escuela para analfabetos fue idea de ella, una idea brillante. Sala- zar haba lanzado una campaa contra el analfabetismo; aprender a leer como deber patritico. Organizamos un saln, pusimos algunos bancos y unos escrito- rios. Una pizarra inmensa. La muchacha nos proporcion los materiales que hac- an falta, figuras para ensear las letras, cosas como sa. A una clase para anal- fabetos puede asistir el que quiera, de cualquier edad. se era el ardid: nadie tena que justificar su presencia y ante los curiosos se poda insistir en que se guardara discrecin: no saber leer es un estigma. Estefnia mandaba las invita- ciones y se aseguraba de que no las abrieran, aunque lo nico que deca adentro era: Nos vemos el viernes? Un beso. Noelia. El nombre de fantasa era la con- trasea. "Nos encontrbamos, discutamos las acciones. Para el caso de que apa- reciera alguien de la PIDE, alguna cara desconocida, tenamos un plan: la mucha- cha tena que tomar la tiza como si estuviramos en medio de una clase; siempre tena la pizarra preparada. Eso tambin era parte del ardid: nos podamos en- contrar abiertamente, no necesitbamos escondernos. Podamos hacer lo que queramos bajo las narices de los malditos. La resistencia no es cosa de risa. Pero a veces nos reamos. "La memoria de Estefnia se volva cada vez ms importante. No nece- sitbamos tomar notas ni dejar rastros escritos. Toda la red estaba en su ce- rebro. A veces pensaba: qu pasa si ella tiene algn problema? Pero era tan joven y tan bonita, la vida en flor, que uno descartaba el pensamiento; segua- mos adelante y dbamos un golpe tras otro. "Una noche, en el otoo de 1971, Amadeu entr en el saln. La vio y qued embrujado. Cuando la reunin termin y nos dispersamos, l fue a su en- cuentro y le habl. Jorge estaba esperando bajo la puerta. Ella casi no mir a Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
209 Amadeu, baj la vista enseguida. Yo lo vi venir todo. "No pas nada. Jorge y Estefnia siguieron juntos. Amadeu no volvi a venir a los encuentros. Despus me enter de que Estefnia haba ido a ver a Amadeu al consultorio. Estaba loca por l. Amadeu la rechaz; se mantuvo leal a Jorge, leal hasta la autonegacin. Esa calma tensa sigui todo el invierno. A veces lo vea a Jorge con Amadeu; algo haba cambiado, algo inaprensible. Cuan- do caminaban uno junto al otro, ya no era ms como si caminaran al mismo paso, ahora era como si estar juntos se hubiera vuelto un gran esfuerzo. Tambin haba cambiado algo entre O'Kelly y la muchacha. l se controlaba pero de vez en cuando haba un destello de irritacin, la correga, la memoria de ella demos- traba que estaba equivocado y entonces sala de la habitacin. Tal vez se hubie- ra producido un drama de todos modos pero hubiera sido inofensivo comparado con lo que sucedi. "A fines de febrero apareci uno de los tipos de Mendes en el encuen- tro. Haba abierto la puerta sin hacer ruido y estaba parado en la habitacin. Era inteligente y peligroso; lo conocamos. Estefnia estuvo increble. Apenas lo vio interrumpi la oracin que trataba de una operacin peligrosa, tom la tiza y el puntero y empez a hablar de la r, todava me acuerdo exactamente de que era la r. Badajoz as se llamaba el hombre, como la ciudad espaola se sent; todava oigo el rechinar del banco en ese silencio en el que nadie respiraba. Estefnia se sac la chaqueta, aunque haca fro en el saln. Siempre se vesta de manera muy atractiva cuando nos encontrbamos, por cualquier cosa. Con los brazos desnudos y la blusa transparente era... uno poda perder el sentido all mismo. O' Kelly se hubiera puesto furioso. Badajoz cruz las piernas. "Estefnia dio la clase por terminada con un giro excitante del cuerpo. 'Hasta la prxima', dijo. La gente empez a pararse; el esfuerzo que todos hacan para controlase era palpable. Se par el profesor de msica con quien Estefnia tomaba clase, que haba estado sentado a mi lado. Badajoz se le acer- c. "Lo supe de inmediato. Supe que sa sera la catstrofe. "Un analfabeto como profesor dijo Badajoz, y su rostro se deform en una sonrisa burda, repugnante. Por fin algo nuevo; felicitaciones por la experiencia de aprendizaje. "El profesor empalideci y se pas la lengua por los labios. En verdad, sobrellev bastante bien la situacin. "Acabo de conocer a alguien, que nunca aprendi a leer. Supe de es- tas clases por la senhora Espinhosa que estudia conmigo y quise hacerme una idea de los cursos antes de recomendrselos a esa persona. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
210 "Aj dio Badajoz. Y cmo se llama esa persona? "Me alegr de que los dems ya hubieran desaparecido. Yo ni siquiera tena all mi navaja; me maldije por mi estupidez. "Joo Pinto dijo el profesor. "Muy originalBadajoz se ri con maldad. Y dnde vive? "El profe- sor dio una direccin inexistente. Lo citaron y lo retuvieron. Estefnia no volvi a su casa. Le prohib que fuera a vivir con O'Kelly. 'Usa tu cabeza', le dije a l, 'Es demasiado peligroso. Si la descubren a ella, te descubren a ti tambin'. La llev con una vieja ta. "Amadeu me pidi que fuera a verlo al consultorio. Haba hablado con Jorge. Estaba totalmente alterado. Completamente fuera de s, con ese estilo silencioso, plido, que le era tan propio. "Quiere matarla dijo con una voz sin inflexiones. No lo dijo con estas palabras, pero est claro: quiere matar a Estefnia, para que su memoria se apague antes de que puedan llevrsela. Imagnate: Jorge, mi viejo amigo, mi mejor amigo, mi nico amigo verdadero. Se ha vuelo loco, quiere sacrificar a su amada. 'Se trata de muchas vidas', repeta siempre. Una vida por muchas, as calcula Jorge. Aydame, tienes que ayudarme; esto no puede suceder. "Si yo no lo hubiera sabido ya, me habra quedado bien claro despus de esta conversacin: Amadeu la quera. Yo no poda saber, por supuesto, cmo haba sido su relacin con Ftima, slo los haba visto aquella vez en Brighton y, sin embargo, estaba seguro: esto era totalmente diferente, mucho ms apasio- nado, lava hirviendo antes de la erupcin. Amadeu era sin duda una paradoja ambulante: seguro de s mismo y de una presencia imponente; debajo de eso, un ser que siempre estaba consciente de la mirada de los dems y sufra por ello. Por eso se haba unido a nosotros, quera defenderse de la acusacin de haber salvado a Mendes. Estefnia, creo, era su oportunidad de salir finalmente del tribunal e ingresar en el espacio libre y clido de la vida y, por esta nica vez, vivir totalmente de acuerdo con sus deseos y su pasin, y al diablo con los otros. "Estaba consciente de que tena esa oportunidad, estoy seguro; se co- noca a s mismo mejor que la mayora, pero estaba esa barrera, la frrea ba- rrera de su lealtad hacia Jorge. Amadeu era el ser ms leal del universo, la lealtad era su religin. Era la lealtad contra la libertad y un poco de felicidad, nada menos. Se haba resistido al deseo que lo acosaba internamente; haba desviado sus ojos hambrientos cuando vea a Estefnia. Quera poder seguir mirando a Jorge a los ojos; no quera que se quebrara una amistad de cuarenta aos por la ilusin de un da, aunque fuese una ilusin abrasadora. "Y ahora quera quitarle a Jorge esa muchacha que nunca le haba per- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
211 tenecido. Quera destruir ese frgil equilibrio interno que haba existido entre la lealtad y la esperanza reprimida. Y eso fue demasiado. "Habl con Jorge. Neg haber dicho algo as, haberlo insinuado siquie- ra. Estaba sin afeitar y le haban aparecido unas manchas rojas en la cara; no s si estaban relacionadas con Estefnia o con Amadeu. "Minti. Yo lo saba y l saba que yo saba. "Haba empezado a beber; senta que Estefnia se le escapaba, con Amadeu o sin l, y no lo poda soportar. "Podemos sacarla del pas dije. "La van a agarrar dijo, el profesor tiene buena voluntad pero no es fuerte, se va a quebrar y les va a decir que todo est en el cerebro de Es- tefnia. Entonces la van a perseguir con todos los recursos que tienen, esto es demasiado importante, imagnate, toda la red de Lisboa; ninguno va a pegar el ojo hasta que la hayan encontrado y son todo un ejrcito.
Una enfermera haba golpeado a la puerta y llamado a la cena; Ea la haba ignorado y haba seguido hablando. La habitacin ya estaba a oscuras; a Gregorius la voz de Ea le pareca venir de otro mundo. Lo que voy a decirle lo va a escandalizar: yo entiendo a O'Kelly. Lo entiendo tanto a l como a sus argumentos, que eran dos cosas distintas. Si la drogaban, lograran entrar en su memoria; all estbamos todos, alrededor de doscientas personas y esto se multiplicara con cada uno. Era impensable. Slo haba que empezar a imaginrselo y la reaccin era inmediata: hay que sacarla. "Yo entenda a O'Kelly en este punto y hasta el da de hoy sigo creyen- do que hubiera sido un asesinato justificable. Quien diga lo contrario, est sim- plificando demasiado las cosas; carece de fantasa, dira yo. Ese deseo de man- tener las manos limpias como principio superior. Yo lo encuentro repugnante. "Creo que Amadeu no poda pensar con claridad; vea los ojos luminosos, la tez mate casi asitica, la risa contagiosa, el contoneo al andar y simplemente no quera que todo eso se apagase; no poda quererlo y me alegro de que no pu- diera; cualquier otra actitud lo hubiera convertido en un monstruo, un monstruo de autonegacin. "Sospecho que O'Kelly, en cambio, lo perciba tambin como una libera- cin, una liberacin de la tortura de no poder seguir retenindola a su lado y de saber que la pasin la llevaba hacia Amadeu. Y tambin en eso lo entenda yo, pero en un sentido totalmente distinto, sin aprobarlo. Lo entenda porque poda identificarme con ese sentimiento. Ya haba pasado mucho tiempo, pero yo tam- bin haba perdido a una mujer a manos de otro, una mujer que haba trado la Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
212 msica a mi vida tambin; no a Bach como en el caso de O'Kelly, sino a Schu- bert. Yo saba lo que es soar con una liberacin as y saba tambin cmo uno busca justificar un plan as. "Y por eso mismo fren a O' Kelly. Saqu a la muchacha de su escondi- te y la llev al consultorio azul. Adriana me odi por eso, pero de todos modos ya me odiaba desde antes: para ella yo era el hombre que me haba llevado a su hermano para la resistencia. "Habl con gente que conoca muy bien las montaas de la frontera y le di a Amadeu todas las instrucciones necesarias. Estuvo fuera una semana. Cuan- do volvi, cay enfermo. A Estefnia no volv a verla nunca mas. "Al poco tiempo me llevaron a m, pero eso no tuvo nada que ver con ella. Dicen que estuvo en el entierro de Amadeu. Mucho despus me enter de que trabajaba en Salamanca, dando clases de historia. "Con O'Kelly no cruzamos una palabra durante diez aos. Hoy podemos hablarnos, pero no provocamos un encuentro. l sabe lo que yo pensaba entonces y eso hace las cosas ms difciles Ea dio una larga pitada al cigarrillo; la bra- sa consumi el papel, que brill en la oscuridad. Tosi. Cada vez que Amadeu me visitaba en la prisin, estaba tentado de preguntarle por O'Kelly, por la amistad entre ambos, pero no me anim. Amadeu nunca amenazaba a nadie, eso era parte de su credo. Pero poda, sin saberlo, ser una amenaza: la amenaza de estallar ante los ojos del otro. A Jorge, por supuesto, no poda preguntarle. Tal vez hoy, despus de treinta aos, pero no estoy seguro. Una amistad puede sobrevivir a algo as? "Cuando sal de prisin, pregunt por el profesor. Desde el da de su detencin nadie haba vuelto a saber de l. Esos cerdos. Tarrafal. Ya le han hablado de Tarrafal? Yo haba calculado que iba a terminar ah. Salazar estaba senil y la PIDE haca lo que quera. Creo que fue simple azar que no fuera a pa- rar all; el azar es el hermano de la arbitrariedad. Llegado el caso, yo estaba preparado a golpearme la cabeza con la pared de la celda hasta romperme el crneo.
Ambos callaron. Gregorius no saba qu hubiera podido decir. Finalmen- te, Ea se levant y encendi la luz. Se frot los ojos e hizo las jugadas de apertura de siempre. Jugaron hasta la cuarta jugada y luego Ea hizo a un lado el tablero. Los dos hombres se pararon. Ea sac las manos de los bolsillos de su chaqueta tejida. Se acercaron y se abrazaron. Gregorius sinti cmo temblaba el cuerpo de Ea. De su garganta brot un sonido ronco de fuerza animal y de desamparo. Luego su cuerpo se afloj y se aferr a Gregorius. Gregorius le Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
213 acarici la cabeza. Cuando se march, cerrando suavemente la puerta, Ea esta- ba parado junto a la ventana, mirando hacia la noche.
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Parado en el saln de la casa de Silveira, Gregorius miraba una serie de fotografas, instantneas de una gran fiesta. La mayora de los hombres llevaba smoking, las mujeres, vestidos largos de noche con colas que se arrastraban por el parquet reluciente. All estaba tambin Jos Antnio da Silveira, muchos aos ms joven, acompaado de su mujer, una rubia exuberante que a Gregorius le hizo acordar a Anita Ekberg en La dolce Vita. Los hijos, de siete u ocho aos, se perseguan debajo de una de las interminables mesas donde se serva el buf- fet. Sobre una de las mesas se vea el escudo de armas de la familia, un oso plateado con una banda roja. En otra foto estaban todos sentados en un saln escuchando a una mujer joven que tocaba un piano de cola. La mujer, una belleza alabastrina, tena una ligera semejanza con la portuguesa sin nombre del puente de Kirchenfeld. A su regreso a la villa, Gregorius se haba quedado largo rato sentado en la cama hasta reponerse de la emocin que le haba provocado la despedida de Joo Ea. El sonido ronco de su garganta, ese tragar en seco, el grito pidien- do ayuda, el recuerdo de la tortura, todo eso no se borrara jams de su memo- ria. Tuvo ganas de tomar ms y ms t hasta lavar el dolor que haba sentido en el pecho de Ea. Lentamente fue recordando los detalles de la historia de Estefnia Es- pinhosa. Salamanca, haba trabajado como docente en Salamanca. Volvi a ver el cartel de la estacin con el oscuro nombre medieval. El cartel desapareci y record la escena que haba descripto el padre Bartolomeu: cmo O'Kelly y la mujer, sin mirarse, haban caminado hasta encontrarse junto a la tumba de Prado. Sus miradas no se encontraron ni una sola vez, ambos miraban hacia aba- jo y esto produjo una cercana mayor entre ellos que si sus miradas se hubieran cruzado. Finalmente, Gregorius haba desarmado la valija y haba puesto sus li- bros en un estante. La casa estaba en absoluto silencio. Julieta, la mucama, haba salido y le haba dejado una nota en la que le deca dnde estaba la comi- da. Gregorius nunca haba estado en una casa como sta y le pareca que todo estaba prohibido, hasta el ruido de sus pasos. Fue encendiendo las luces una tras otra. El comedor, donde haban cenado juntos. El bao. Hasta haba echado una mirada al cuarto de trabajo de Silveira, para volver a cerrar la puerta in- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
214 mediatamente. Y ahora estaba parado en el saln donde haban tomado el caf; dijo la palabra nobreza en el silencio de la habitacin; le caus placer decirla, le caus enorme placer, y la repiti. Se dio cuenta de que la palabra noble tambin le haba gustado siempre; era una palabra que reflejaba su significado o tal vez era al revs, no lo saba. De l' Arronge el nombre de soltera de Florence nunca lo haba hecho pensar en la nobleza y ella no le daba ninguna importancia. Lucien van Graffenried: eso era diferente, de la antigua nobleza de Berna; le recordaba las estructuras de piedra nobles y perfectas, el recodo de la calle Gerechtigkeit y tambin que haba existido un van Graffenried que haba des- empeado un papel no muy claro en Beirut. Y naturalmente estaba Eva van Muralt, La Increble. Haba sido nada ms que una fiesta de estudiantes, nada comparable con lo que mostraban las fotos de Silveira; sin embargo, l haba transpirado de excitacin en esas habi- taciones altsimas. "Increble", haba dicho Eva, cuando un joven le pregunt si era posible comprar un ttulo de nobleza. "Increble", haba dicho tambin, cuando Gregorius al terminar la fiesta haba querido lavar los platos. La coleccin de discos de Silveira estaba cubierta de polvo, como si esa etapa de su vida en que la msica haba sido importante hubiera quedado muy atrs. Gregorius encontr discos de Berlioz: Les Nuits d't, La Belle Voyageu- se y La Mort d' Ophlie; la msica que Prado haba amado porque le recordaba a Ftima. Estefnia era su oportunidad de salir finalmente del tribunal e ingresar en el espacio libre y clido de la vida. Maria Joo. Tena que encontrar a Maria Joo. Si haba alguien que pu- diera saber qu haba sucedido en aquella huida, por qu Prado haba enfermado a su regreso, slo poda ser ella. Pas una noche inquieta, escuchando cada uno de los ruidos desconoci- dos. Las dispersas imgenes de sus sueos se parecan entre s: haba mujeres de la nobleza, limusinas y chferes. Y todos perseguan a Estefnia, la persegu- an sin que l hubiera visto siquiera un retrato suyo. Se despert con el corazn a toda marcha y tuvo que luchar contra un mareo; alrededor de las cinco se sent a la mesa de la cocina, con la otra carta que Adriana le haba llevado.
Mi apreciado, mi amado hijo: Son tantas las cartas que he comenzado a escribirte y que he desecha- do en el transcurso de los aos, que no s qu nmero sera sta. Por qu es tan difcil? Puedes imaginarte cmo es tener un hijo que ha sido bendecido con Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
215 tanta lucidez y tantos dones? Un hijo con tal habilidad para las palabras que el padre tiene la sensacin de que no le queda ms que callar si no quiere sonar como un torpe? Cuando era estudiante de derecho, tena la reputacin de saber manejarme con las palabras. En la familia Reis, la familia de tu madre, fui pre- sentado como un abogado elocuente. Mis discursos contra Sidnio Pais, el galan- te estafador de uniforme y en defensa de Tefilo Braga, el hombre del para- guas en el tranva, causaron sensacin. Cmo fue, entonces, que enmudec? Tenas cuatro aos cuando viniste a m con tu primer libro para leerme dos oraciones en voz alta: Lisboa es nuestra capital. Es una ciudad maravillosa. Era un domingo a la tarde, haba cado un chaparrn y por la ventana abierta entraba un aire sofocante y pesado, mezclado con el olor de las flores hmedas. Habas golpeado a la puerta, asomado la cabeza y preguntado:"Tienes un minu- to?". Como el hijo adulto de una casa noble, que se acerca con respeto al jefe de familia y le pide una audiencia. Me gust esa conducta precoz, pero al mismo tiempo me impresion. Qu habamos hecho mal, como para que no hubieras entrado alborotando como todos los nios? Tu madre no me haba contado nada sobre el libro y fue una sorpresa indescriptible orte leer las oraciones, sin el menor tropiezo y con la clara voz de un recitador profesional. La voz no slo era clara, estaba tan colmada de amor por las palabras que esas dos sencillas frases sonaron como una poesa. (Es tonto, pero he pensado a veces que fue en esas frases donde tuvo su origen esa aoranza tuya del hogar, la aoranza legendaria en la que parecas complacerte sin que fuera por eso menos autntica; si bien nunca habas estado fuera de Lisboa y mal podas conocer la aoranza, debas haberla sentido antes de poder sentirla. Pero quin sabe, contigo todo es posi- ble, hasta aquello que uno no puede ni imaginar). La habitacin se llen de una inteligencia deslumbrante y an recuerdo que pens: qu poco se adapta la sencillez de la oracin a su inteligencia! Luego, cuando volv a quedarme solo, el orgullo dio lugar a otro pensamiento: su mente ser a partir de ahora como un claro reflector que alumbrar sin piedad todas mis debilidades. Creo que fue entonces cuando comenc a temerte. Pues s, tena miedo de ti. Qu difcil es para un padre existir antes que sus hijos! Qu difcil es tolerar el pensamiento de que uno va grabando en sus almas todas sus debilida- des, sus cegueras, sus errores y sus cobardas! En un principio tuve estos pen- samientos cuando pens en la enfermedad de Bechterev que, gracias a Dios, no heredaron. Luego pens ms en el alma, en nuestro ser interior, que es tan sus- ceptible a las impresiones como una tablilla de cera y que registra todo con la exactitud de un sismgrafo. Me par frente al espejo y pens: qu efecto ten- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
216 dr sobre ellos este rostro severo! Qu puede hacer uno con su rostro? Puede hacer algo, porque no se trata slo de la fisonoma. Pero no es mucho lo que puede hacer. No somos los escultores de nuestros rasgos ni los regisseurs de nuestra severidad, nuestra risa y nuestro llanto. Esas dos primeras frases se convirtieron en cientos, miles, millones. A veces pareca que los libros eran tan parte de tu cuerpo como las manos que los sostenan. Cierta vez, mientras leas sentado afuera en los escalones, cay cer- ca de ti la pelota con la que jugaba un nio. Soltaste el libro y, con la misma mano, le tiraste la pelota de vuelta a su dueo. Ese movimiento no era propio de tu mano, tan ajeno le resultaba! Te he amado como lector, te he amado mucho. Aunque en tu devorado- ra fiebre de lectura te fueras convirtiendo en un extrao. Ms extrao an me resultabas en el fervor con que llevabas las velas al altar. Nunca cre, a diferencia de tu madre, que podras hacerte sacerdote. Tienes el temperamento de un rebelde y los rebeldes no se hacen sacerdotes. Qu objetivo podra tener entonces el fervor, cul sera el objeto de su bs- queda? Era claramente perceptible que ese fervor era explosivo y tem que tuviera terribles consecuencias. Me asalt ese temor cuando te vi en el tribunal. Deba condenar a la la- drona y enviarla a prisin, as lo exiga la ley. Por qu me miraste luego, senta- dos a la mesa, como a un torturador? Tu mirada me paraliz, no pude hablar de ello. Tienes acaso alguna mejor idea de qu hacer con los ladrones? La tienes t? Te vi crecer, me asombr el producto de tu mente, escuch cmo rene- gabas de Dios. No me gustaba tu amigo Jorge: los anarquistas me dan miedo, pero me alegr de que tuvieras un amigo, un joven de tu edad; las cosas podran haber sido de otra manera, tu madre te soaba plido y callado tras los muros de una institucin religiosa. La sacudi profundamente el texto de tu diserta- cin de fin de curso en la escuela. Un hijo que blasfema contra Dios! Qu hice para merecer esto? dijo. Yo tambin le el texto. Y sent orgullo! Y envidia! Envidia por la inde- pendencia de tu pensamiento y el andar erguido que se manifestaban en cada lnea. Eran como un horizonte iluminado que yo tambin hubiera querido alcanzar pero que nunca podra alcanzar; mi educacin pesaba demasiado como para per- mitrmelo. Cmo podra haberte explicado mi orgullosa envidia sin empequee- cerme y encorvarme an ms? Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
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Era una locura, pens Gregorius. Estos dos hombres, padre e hijo, hab- an vivido en las colinas de la ciudad, una frente a otra, enfrentados tambin ellos, como los protagonistas de un drama antiguo, unidos por un temor arcaico y un afecto para el que no podan encontrar palabras. Se haban escrito cartas que no se haban atrevido a enviar. Entrelazados en una mudez que no compren- dan en el otro y ciegos al hecho de que una mudez causaba la otra. La seora tambin se sentaba aqu a veces dijo Julieta cuando, en- trada la tarde, lleg y lo encontr sentado a la mesa de la cocina pero ella no lea libros, slo revistas. Lo mir con atencin. No haba dormido bien? Haba tenido algn problema con la cama? Gregorius respondi que estaba bien, aunque ya haca tiempo que no es- taba bien. Le dijo que se alegraba de que hubiera alguien ms en la casa. El seor da Silveira se haba vuelto tan silencioso y encerrado en s mismo. Odio los hoteles le haba dicho haca poco, mientras ella le ayudaba a hacer la valija. Por qu sigo haciendo esto? Puedes decrmelo, Julieta?
33
Es usted el alumno ms notable que he tenido dijo Cecilia. Sabe ms trminos literarios que cualquiera de las personas que viaja en el tranva, pero cuando quiere expresar su enojo, ir de compras o reservar un viaje, no tiene la menor idea de lo que tiene que decir. Ni hablemos de coquetear. O sabes, acaso, qu tendras que decirme? Se acomod la chalina verde sobre los hombros, con fro. Y adems el hombre posee la capacidad de respuesta ms lenta que yo haya conocido. Lento y con capacidad de respuesta; no hubiera pensado que esa combinacin era posible. Pero en tu caso... Le lanz una mirada severa y Gregorius sac la gramtica y le mostr que haba un error. S dijo ella y la chalina verde se movi delante de sus labios pero a veces lo descuidado es lo apropiado. Seguramente debe haber sido as entre los griegos tambin. En el camino de vuelta a la casa de Silveira, Gregorius se par a tomar un caf frente a la farmacia de O'Kelly. Por momentos vea al farmacutico por la vidriera. Ella lo quera pero no con esa misma pasin. A l eso lo carcoma, lo Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
218 irritaba; tena unos celos enfermizos... Amadeu entr en el saln. La vio y qued embrujado. Gregorius sac el libro de Prado y lo abri.
Pero y cuando nos proponemos comprender a alguien ms ntimamen- te? ste es un viaje que alguna vez termina? El alma es una regin de realida- des? O las supuestas realidades no son ms que las sombras engaosas de nuestras historias?
En el tranva hacia Belm not de pronto que su percepcin de la ciudad estaba cambiando. Hasta ahora haba sido nada ms que el lugar de sus investi- gaciones y el tiempo que haba pasado recorrindola haba estado estructurado por su propsito de saber ms sobre Prado. Ahora estaba mirando por la venta- nilla del tranva y el coche avanzaba crujiendo y rechinando en un tiempo que le perteneca solamente a l, era simplemente el tiempo en el que l, Raimund Gre- gorius, estaba viviendo su nueva vida. Volvi a verse en la terminal de tranvas de Berna preguntando por los viejos coches. Tres semanas atrs, haba tenido la sensacin de que estaba viajando por la Berna de su niez. Ahora estaba viajan- do por Lisboa y slo por Lisboa. Sinti cmo algo se reacomodaba en lo profundo de su ser. Desde la casa de Silveira llam a Frau Loosli y le dio su nueva direccin. Luego llam al hotel y le dijeron que haba llegado la gramtica persa. La luz del tibio sol de primavera iluminaba el balcn. Oa las conversaciones de la gente que pasaba por la calle y se sorprendi de cunto entenda. De algn lado vena olor a comida. Pens en el balcn diminuto de su niez, sobre el que flotaban olores repugnantes a comida. Ms tarde, se acost bajo el cubrecama en la habitacin del hijo de Silveira y se qued dormido enseguida. Se encontr re- pentinamente en una competencia de capacidad de respuesta en la que ganaba el ms lento. Estaba parado con Eva von Muralt, La Increble, frente a la pileta de lavar los platos y lavaba la vajilla de la fiesta. Finalmente estaba sentado en la oficina de Kgi y llamaba durante horas a pases lejanos donde nadie atenda el telfono. Tambin en la casa de Silveira el tiempo comenz a convertirse en su propio tiempo. Por primera vez desde que haba llegado a Lisboa, encendi el televisor y mir las noticias de la noche. Se sent muy cerca del aparato para que la distancia entre l y lo que se deca fuera mnima. Se sorprendi de todas las cosas que haban pasado; tambin de comprobar que aqu las partes del mun- do que aparecan ms en las noticias eran otras. Por otra parte, tambin le llam la atencin que aqu se hablara de las mismas cosas que en casa. Pens: Vivo Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
219 aqu. Luego daban una pelcula, pero no pudo seguirla. Fue al saln y puso el disco de Berlioz que Prado haba escuchado durante das despus de la muerte de Ftima. La msica reson en toda la casa. Despus de un rato, se sent en la cocina y ley hasta el final la carta que el juez le haba escrito a su hijo tan temido.
A veces, hijo mo, y cada vez con mayor frecuencia, te percibo como un juez fatuo que me reprocha que siga vistiendo la toga, que parezca cerrar los ojos a las crueldades del rgimen. Entonces siento tu mirada sobre m como una luz abrasadora. y quisiera rogar a Dios que te diese mayor comprensin y que despojara a tus ojos de ese brillo de justicia inapelable. "Por qu no le diste un poco ms de imaginacin para conmigo?", hubiera querido gritarle y ese grito hubiera estado lleno de resentimiento. Pues mira: tu fantasa puede ser enorme, desbordante, y an as no tie- nes idea de lo que pueden hacer con un hombre el dolor y una espalda encorva- da. Ahora bien, nadie parece tener idea de eso excepto la vctima. Nadie. Pue- des explicarme con esplndida claridad lo que descubri Vladimir Bechterev. Y no quisiera perderme ninguna de esas conversaciones; son horas valiosas en las que me siento protegido por ti. Pero luego pasan y vuelvo a caer en el infierno de estar encorvado y tener que soportarlo. Y t nunca pareces considerar que no se puede esperar lo mismo de los esclavos de ese encorvamiento humillante y del dolor incesante que de aquellos que, olvidadizos, pueden dejar su cuerpo tras de s para luego disfrutarlo con todo placer cuando vuelven a l. De ellos no se puede esperar lo mismo! Y ellos mismos no pueden decirlo a nadie, pues esto sera una nueva humillacin! La verdad s, la verdad es muy simple. No s cmo hubiera podido soportar la vida si Enrique no hubiera venido a buscarme todos los das a las seis menos diez. Los domingos: no tienes idea de la tortura que son. A veces no duermo el sbado a la noche porque presiento cmo ser el da siguiente. Tam- bin los sbados a las seis menos diez entro en el edificio vaco. Se hacen bro- mas al respecto. A veces pienso que la irreflexin causa ms crueldad que otras debilidades humanas. Ped repetidas veces que me dieran una llave para los domingos tambin, pero me la negaron. A veces deseo que tuvieran que padecer mis dolores un da, nada ms que un da, as entenderan. Cuando entro en la oficina, los dolores ceden un poco; es como si la habitacin se convirtiera en un apoyo que alivia la terrible carga desde el inter- ior de mi cuerpo. El edificio est en silencio hasta casi las ocho. Generalmente estudio los casos del da; tengo que asegurarme de que no haya ninguna sorpre- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
220 sa; un hombre como yo siempre les teme a las sorpresas. Me parece a veces que estoy leyendo poesa; la respiracin se va calmando, es como si estuviera miran- do el mar y eso ayuda a soportar los dolores. Comprendes ahora? Pero Tarrafal, dirs. S, ya s, ya s. Por eso debera devolver la lla- ve? Prob hacerlo ms de una vez. La sacaba del llavero y la dejaba sobre el escritorio. Luego sala del edificio y caminaba por la calle como si en verdad la hubiera devuelto. Respiraba llevando el aire a la espalda, como me haba reco- mendado el mdico. La respiracin se iba haciendo cada vez ms ruidosa; cami- naba jadeando por la ciudad, ardiendo de miedo de que lo que estaba ensayando ahora como algo imaginario algn da se hiciera realidad. Luego me sentaba en el sitial del juez con la camisa empapada de sudor. Comprendes ahora? No slo a ti te he escrito innumerables cartas, que luego desaparecie- ron. Tambin le escrib al Ministro, una y otra vez. Una de esas cartas la llev al correo. Luego sal persiguiendo por la calle al mensajero que tena que llevrsela al Ministro. Se molest bastante cuando tuvo que revolver toda la bolsa de correspondencia y me mir con la curiosidad despreciativa con que algunas per- sonas tratan a los locos. Luego tir la carta, all donde haba tirado las otras: al ro. Para que el agua se llevara la tinta traicionera Comprendes ahora? Maria Joo Flores, tu amiga de los aos escolares, ella s comprendi. Uno de esos das en los que yo ya no soportaba tu manera de mirarme, me en- contr con ella. "l quisiera poder admirarlo", dijo poniendo una mano sobre la ma. "Admirarlo y amarlo como se ama un modelo. Dice que no quiere verlo como a un enfermo, a quien se le perdona todo. Pues entonces sera como si ya no tuviera padre. Les asigna a los otros un papel totalmente definido en su alma y no tiene piedad cuando los dems no responden a ese papel. Es una forma eleva- da de egosmo". Me mir y me regal una sonrisa que vena de las amplias estepas de una vida vivida con lucidez. Por qu no prueba con la ira? me pregunt.
Gregorius tom las ltimas pginas. Las escasas oraciones estaban es- critas con otra tinta y el juez les haba puesto fecha: 8 de junio de 1954, un da antes de su muerte. La agona llega a su fin. Qu puedo decirte, hijo mo, a manera de des- pedida? Te hiciste mdico por m. Qu hubiera sido de tu vida si no hubieras crecido a la sombra de mi sufrimiento? Quedo en deuda contigo. No eres res- ponsable de que los dolores no se hayan ido y de que hayan quebrado mi resis- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
221 tencia. He dejado la llave en la oficina. Todos dirn que fueron los dolores. No son capaces de pensar que un fracaso tambin puede matar. Ser suficiente para ti mi muerte? Gregorius tuvo fro y encendi la calefaccin. Casi la encuentra Ama- deu, pero yo sospech algo cuando la saqu del compartimiento secreto del escritorio de pap y la escond, oy decir a Adriana. La calefaccin no sirvi de nada. Encendi el televisor y se qued sentado mirando una telenovela. No en- tendi ni una palabra; podra haber sido chino. En el bao encontr una pastilla para dormir. Cuando le empez a hacer efecto, afuera estaba aclarando.
34 Al da siguiente, despus de la clase en el instituto, Gregorius fue a Campo de Ourique. All vivan dos Maria Joo Flores. Una mujer joven con dos nios agarrados de su falda abri la primera puerta a la que llam. En la otra casa le dijeron que la senhora Flores estaba de viaje por dos das. Pas por el hotel a buscar la gramtica persa y se fue al Liceu. Aves migratorias pasaban volando sobre el edificio abandonado. Gregorius haba te- nido la esperanza de que volviera a soplar el viento clido del desierto, pero se mantuvo la brisa suave de marzo en la que todava se poda sentir un hlito del fro invernal. Encontr una nota de Natalie Rubin dentro de la gramtica: Ya llegu hasta aqu! La escritura era muy difcil, le haba dicho cuando lo llam para de- cirle que el libro ya haba llegado. Haca dos das que estaba inmersa en la gra- mtica; los padres estaban impresionados de verla tan aplicada. Quera saber para cundo tena pensado viajar a Irn. Y en este momento no le pareca un poco peligroso? El ao anterior Gregorius haba ledo en el diario un artculo sobre un hombre que haba empezado a estudiar chino a los noventa aos. El autor del artculo lo tomaba a risa, se burlaba del hombre. Usted no tiene la menor idea, as comenzaba el esbozo de la carta de lector que Gregorius comenz a escribir. "Por qu se arruina el da con algo as?", le pregunt Doxiades cuando vio cmo lo carcoma el enojo. No haba enviado la carta, pero el estilo campechano de Doxiades le haba molestado. Das atrs, en Berna, haba hecho el intento de recordar los caracteres persas. No haba logrado mucho. Pero ahora, con el libro ante sus ojos, recorda- ba rpidamente. Sigo estando all, en aquel lejano lugar del tiempo, nunca me fui de all, sino que vivo desplegndome hacia el pasado o desde l, haba escrito Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
222 Prado. Los miles de cambios que ha producido el tiempo son, respecto de ese presente atemporal de los sentimientos, tan fugaces e irreales como un sueo. El cono de luz se desplazaba por el escritorio del seor Corts. Grego- rius pens en el rostro, irrevocablemente silencioso, de su padre muerto. Hubiera querido acudir a l y hablarle del miedo a las tormentas de arena de Persia. Pero no haba sido esa clase de padre. Estaba muy lejos de Belm, pero decidi ir caminando. El camino que tom lo llev frente a la casa donde haba vivido el juez, con su silencio, sus dolores y su miedo a la condena del hijo. Los cedros se agitaban en el oscuro cielo nocturno. Gregorius pens en la cicatriz oculta bajo la cinta de terciopelo en el cuello de Adriana. Detrs de las ventanas iluminadas, Mlodie pasaba de una habitacin a otra. Ella saba si stos eran los cedros rojos. Y qu tenan que ver con que la justicia hubiera podido acusar a Amadeu de lesiones fsicas. Ya era su tercera noche en la casa de Silveira. Vivo aqu. Gregorius sa- li de la casa y cruz el jardn a oscuras hasta la calle. Dio un paseo por el ba- rrio; vio a la gente cocinando, comiendo, mirando televisin. Al volver al punto de partida, mir la fachada amarillo claro, el prtico iluminado. Una casa importan- te en un barrio de clase alta. Aqu vivo ahora. Se sent en un silln del saln. Qu podra querer decir todo esto? No haba podido hacer contacto con la Bubenbergplatz. Podra, con el tiempo, hacer contacto con el suelo de Lisboa? Y qu clase de contacto sera? Cmo se veran sus pasos sobre este suelo? Vivir el momento: suena tan correcto y tan bello haba escrito Prado en una de sus notas breves pero cuanto ms lo deseo, menos entiendo qu quiere decir. En toda su vida, Gregorius jams se haba aburrido. Le pareca incom- prensible que alguien no supiera qu hacer con el tiempo de que dispona. En esa casa silenciosa, demasiado grande, sinti algo diferente: el tiempo se detena, o ms bien, no se detena, pero no lo impulsaba a seguir hacia delante con l, no lo llevaba hacia futuro alguno; pasaba a su lado, sin comprometerse, sin relacionar- se con l. Fue a la habitacin del hijo de Silveira y mir los ttulos de las novelas de Simenon. El hombre que miraba pasar los trenes. En la cartelera del cine de Bubenberg haba visto fotos en blanco y negro con Jeanne Moreau, de una pel- cula basada en esa novela. Ayer haba hecho tres semanas de ese da, del lunes de su huida. La pelcula deba ser de los sesenta. Cuarenta aos atrs. Cunto tiempo eran cuarenta aos? Gregorius no se decida a abrir el libro de Prado. Algo haba cambiado con la lectura de las cartas, la del padre en particular. Finalmente comenz a Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
223 hojearlo. Ya no le quedaban muchas pginas sin leer. Cmo se sentira despus de leer la ltima oracin? Siempre le haba temido a la ltima oracin de todo libro; a partir de la mitad de un libro empezaba a torturarlo el pensamiento de que era inevitable que hubiera una ltima oracin. Esta vez, sin embargo, llegar a la ltima oracin sera mucho ms duro que las otras veces. Sera como si se cortase el hilo invisible que lo haba unido hasta ahora con la librera espaola de Hirschengraben. Iba a demorar en dar vuelta la ltima pgina, a retrasar esa ltima mirada, tanto como pudiera. La ltima mirada al diccionario, con mucho ms detenimiento del necesario. La ltima palabra. El ltimo punto. Entonces llegara a Lisboa. A Lisboa, Portugal.
TEMPO ENIGMTICO. TIEMPO ENIGMTICO. He tardado un ao en averiguar cunto dura un mes. Fue en octubre del ao pasado, el ltimo da del mes. Pas lo mismo que pasa todos los aos y que aun as no deja de desconcer- tarme cada vez, como si nunca lo hubiera experimentado: la luz de la maana, nueva, plida, anunci la llegada del invierno. Ni un resplandor abrasador, ni una luz dolorosamente cegadora, ni un soplo ardiente que nos hiciera buscar la pro- teccin de la sombra. Una luz suave, conciliadora, que llevaba en s la brevedad del da que comienza. No es que me haya enfrentado a la nueva luz como si fuera un enemigo, como alguien que la rechaza y la combate sin poder evitar el ridcu- lo. Cuando el mundo pierde las aristas agudas del verano y nos muestra siluetas borrosas que requieren menos determinacin, podemos reservar nuestras fuer- zas. No, no fue el velo plido y lechoso de la nueva luz lo que me hizo sobre- saltar. Fue el hecho de que la luz quebrada y dbil volviera a anunciar el final irreversible de un perodo de la naturaleza y de un tiempo en mi vida. Qu haba hecho desde fines de marzo, desde el da en que la taza haba vuelto a calentarse al sol sobre la mesa del caf y haba tenido que soltar el asa? Haba pasado mucho tiempo desde entonces, o poco? Cunto duraban seis meses? Suelo evitar la cocina; es el territorio de Ana y hay algo que no me gus- ta en la manera enrgica en que hace malabares con las cacerolas. Pero ese da necesitaba a alguien para poder expresarle mi silencioso temor, aunque tuviera que hacerlo sin nombrarlo directamente. Cunto dura un mes? pregunt sin ningn tipo de introduccin. Ana, que en ese momento estaba por encender el gas, apag el fsforo de un soplido. Cmo? Frunci el ceo, como quien est ante un dilema insoluble. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
224 Lo que digo. Cunto dura un mes? Baj la vista y se frot las manos confundida. Bueno, a veces son treinta das, a veces... Eso ya lo s dije de mal modo. Lo que estoy preguntando es: Cunto dura eso? Ana agarr el cucharn, para ocupar las manos en algo. Una vez tuve que mi cuidar a mi hija por casi un mes dijo insegura. Hablaba con la cautela de un psicoterapeuta que teme que sus palabras puedan provocar en el paciente el derrumbe de alguna estructura que luego no pueda reconstruirse. Subir y bajar las escaleras varias veces por da con un plato de sopa que no tena que derramarse. Eso s que fue largo. Y hoy cuando piensas en ese tiempo, qu te parece? Ana se anim a sonrer; su sonrisa expresaba el alivio de saber que su respuesta no haba sido del todo inapropiada. Me sigue pareciendo largo, pero de algn modo se ha ido acortando, no s cmo. Y todo ese tiempo que pasaste llevando la sopa, lo extraas ahora? Ana hizo girar el cucharn para un lado y para el otro; sac un pauelo del bolsi- llo del delantal y se son la nariz. Por supuesto que cuid a mi hija con amor, en esa poca yo era tan caprichosa. Pero no quisiera tener que volver a hacerlo. Estbamos muy asusta- dos, porque no sabamos qu era lo que tena o si era peligroso. No, quiero decir otra cosa: te pregunto si lamentas que ese mes haya pasado; que el tiempo haya seguido de largo; que .la no puedas hacer otra cosa con l. Pues s, ya pas dijo Ana y ahora ya no me miraba como un mdico preocupado sino amedrentada, como si estuviera ante una mesa examinadora. Est bien dije y me volv hacia la puerta. A salir escuch cmo encenda otro fsforo. Por qu era siempre tan parco, tan brusco, tan desagradecido ante las respuestas de los otros, cuando el tema era tan importante para m? De dnde esa necesidad de defender rabio- samente lo importante, cuando en realidad los otros no tenan la menor inten- cin de arrebatrmelo? Al amanecer del da siguiente, el primer da de noviembre, fui hasta el arco que est al final de la Rua Augusta, la calle ms linda del mundo. A la plida luz de la maana, el mar pareca una superficie lisa de plata opaca. Me haba sacado de la cama la idea de poder experimentar, particularmente lcido, la sensacin de la duracin de un mes. No haba nadie en el caf; fui el primero. Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
225 Cuando ya quedaba poco caf en la taza, comenc a beber ms lentamente que de costumbre. No saba con seguridad qu iba a hacer cuando la taza estuviera vaca. Este da sera largusimo si no haca nada ms que estar sentado. Y yo no quera saber cunto duraba un mes para los que estaban totalmente inactivos. Y qu era entonces lo que quera saber? A veces tardo en entender las cosas. Slo hoy, cuando irrumpe otra vez la luz de comienzos de noviembre, me doy cuenta de que la pregunta que le hice a Ana sobre lo irrevocable y lo efmero, sobre el pesar y la tristeza, no era la pregunta que me haba estado preocupando. La pregunta que tendra que haber planteado era otra, totalmente distinta: de qu depende que percibamos un momento vivido como tiempo pleno, tiempo nuestro, y no como tiempo que ha pasado a nuestro lado, que slo hemos padecido, que se nos ha escapado entre los dedos y lo sintamos entonces como tiempo perdido, malgastado, tal que no lamentamos que haya pasado, sino que no hayamos podido hacer nada con l? La pregunta no era entonces:"cunto dura un mes?" sino "qu podra hacer uno para s con el tiempo de un mes?". Cundo es que siento que ese momento ha sido totalmente mo? Es, por lo tanto, errneo decir que he tardado un ao en averiguar cunto dura un mes. No fue as. He tardado un ao en averiguar lo que quera saber cuando plante esa pregunta equvoca sobre la duracin de un mes.
En las primeras horas de la tarde del da siguiente, al volver del insti- tuto de idiomas, Gregorius se encontr con Mariana Ea. Cuando la vio dar vuel- ta a la esquina y venir caminando hacia l, supo de pronto por qu haba estado evitando llamarla. Saba que le contara que haba tenido mareos, ella iba a pen- sar en voz alta qu podra ser y l no quera escucharlo. Ella le propuso ir a tomar un caf y le cont de Joo. "Lo espero toda la maana del domingo", haba dicho sobre Gregorius. "No puedo explicar por qu, pero con l puedo hablar de las cosas que llevo en el alma. No es que as se vayan, pero por un rato no son tan pesadas". Gregorius le habl de Adriana y del reloj, de Jorge y el club de aje- drez, de la casa de Silveira. Estuvo a punto de contarle sobre el viaje a Berna pero se dio cuenta de que no poda hablar de eso. Cuando l termin su relato, ella le pregunt por los anteojos nuevos y luego entrecerr los ojos en un mirada observadora. Est durmiendo poco le dijo. Gregorius pens en aquella maana en que lo haba examinado y en cmo no haba querido levantarse del silln que estaba delante del escritorio. En el examen detallado que le haba hecho. En el Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
226 viaje juntos en el ferry a Cacilhas y en el t Assam color oro rojizo que haba tomado luego en su casa. ltimamente estuve teniendo muchos mareos dijo. Y agreg, des- pus de una pausa Tengo miedo. Una hora despus sala del consultorio. Haba vuelto a controlarle la vi- sin y le haba tomado la presin sangunea, le haba hecho hacer algunos ejerci- cios de equilibrio y otros flexionando las rodillas. Le haba pedido que le descri- biera los mareos detalladamente. Luego le haba dado la direccin de un neur- logo. No me parece que haya nada peligroso le haba dicho y tampoco es de extraarse, si uno piensa en todos los cambios que ha hecho en su vida en tan poco tiempo. Pero hay que hacer los exmenes de rutina. Gregorius haba tenido la visin del cuadrado vaco en la pared del con- sultorio de Prado, donde haba estado colgado el dibujo del cerebro. Ella vio el pnico en sus ojos. Un tumor tendra sntomas totalmente distintos dijo palmendole el brazo. No estaba lejos de la casa de Mlodie. Saba que iba a volver le dijo al abrirle la puerta. Despus de su visita, tuve a Amadeu muy presente por unos das. Gregorius le dio a leer las cartas del padre y del hijo. Esto es injusto dijo cuando hubo ledo la ltima palabra de la carta del padre. Injusto. Inmerecido. Es como si Amadeu lo hubiera empujado a la muerte. El mdico que lo atenda era un hombre inteligente. Las recetas que le daba para los somnferos eran siempre por cantidades pequeas. Pero pap poda esperar. La paciencia era su fortaleza. Era la paciencia de una piedra muda. Mam lo vio venir. Ella siempre lo vea venir todo. No hizo nada para evi- tarlo. Cuando estbamos paradas ante el atad abierto dijo: "Ahora ya no sufre ms". Esas palabras me hicieron quererla ms. Yo le contest que ahora pap ya no necesitaba torturarse ms y me respondi: "S, eso tambin". Gregorius le cont sus visitas a Adriana. Mlodie dijo que despus de la muerte de Amadeu no haba vuelto a la casa azul, pero que no le sorprenda que Adriana la hubiera convertido en un museo y un templo donde el tiempo se haba detenido. Ya lo adoraba cuando era una nia pequea. Era el hermano mayor, que lo poda todo, que se atreva a contradecir a pap. A pap! Un ao despus de que l se fuera a estudiar a Coimbra, ella se cambi a la escuela para nias que estaba frente al Liceu. A la misma escuela en la que haba estudiado Maria Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
227 Joo. All, Amadeu era el hroe de los aos pasados y a ella le encantaba ser la hermana del hroe. Creo, sin embargo, que las cosas se hubieran desenvuelto de manera distinta, ms normal, si no hubiera sido por el incidente en que l le haba salvado la vida. "Adriana tena entonces diecinueve aos. Amadeu estaba a punto de rendir el examen habilitante y pasaba da y noche estudiando. Slo bajaba a comer. Fue durante una de esas comidas familiares que Adriana se atragant. "Todos tenamos la comida servida y al principio nadie se dio cuenta. De repente Adriana produjo un sonido extrao, un horrible estertor. Se agarraba la garganta con las dos manos y golpeaba el piso con los pies. Amadeu estaba sentado a mi lado, totalmente inmerso en sus pensamientos sobre el examen. Estbamos acostumbrados a verlo as, como un fantasma mudo que se llevaba la comida a la boca sin mirarla. Lo golpe con el codo y le seal a Adriana. Levant la vista desconcertado. Adriana ya se haba puesto violeta, no le llegaba aire a los pulmones. Miraba a Amadeu con desesperacin. Todos conocamos la expre- sin que apareci en el rostro de Amadeu; era esa expresin de furiosa concen- tracin que sola tener cuando no lograba entender inmediatamente algo difcil; estaba acostumbrado a entender todo de inmediato. "Salt de la silla, que cay hacia atrs; en dos zancadas estuvo junto a Adriana, la tom por debajo de los brazos y la hizo pararse, luego la hizo girar hasta que la espalda qued contra l, le rode los hombros, tom aire un instan- te y tir de la parte superior del torso de Adriana, hacindola doblarse hacia atrs. De la garganta de Adriana brot un ronquido ahogado, pero nada cambi. Amadeu repiti la maniobra dos veces, pero el trozo de carne que se le haba deslizado hasta la trquea no se movi. "Lo que sucedi despus nos qued grabado a todos para siempre, se- gundo a segundo; movimiento a movimiento. Amadeu volvi a sentar a Adriana en la silla y me llam a su lado. Le dobl la cabeza hacia atrs. "Sujtala fuerte dijo con los dientes apretados bien fuerte. "Luego tomo el cuchillo de cor- tar carne y lo limpi en una servilleta. Los dems dejamos de respirar. No! grito mam. No! "Creo que Amadeu no la oy. Se sent a horcajadas sobre la falda de Adriana y la mir a los ojos. "Tengo que hacerlo le dijo y an hoy me asombra la calma que haba en su voz. Si no lo hago, vas a morir. Saca las manos. Confa en m. "Adriana apart las manos de la garganta. Amadeu palp con el dedo n- dice hasta encontrar el espacio entre el cartlago tiroideo y el cartlago cricoi- deo. Entonces coloc la punta del cuchillo en ese espacio, respir hondo, cerr Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
228 un instante los ojos y lo clav. "Yo me concentr en mantener la cabeza de Adriana inmvil como si mis manos fueran una prensa. No vi salpicar la sangre, la vi luego en la camisa de Amadeu. El cuerpo de Adriana se sacudi convulsivamente. Amadeu haba encon- trado el camino a la trquea; se oa el silbido con que Adriana aspiraba el aire por esa nueva va. Abr los ojos y vi con espanto que Amadeu haca girar la hoja del cuchillo en la herida. Pareca un terrible acto de brutalidad; slo despus comprend que tena que mantener el canal de aire abierto. Sac un bolgrafo del bolsillo de la camisa, se lo puso entre los dientes, con la mano que tena libre desenrosc la parte superior y sac el repuesto, luego introdujo la parte infe- rior en la herida como una cnula. Fue retirando lentamente la hoja del cuchillo y mantuvo el bolgrafo firme. La respiracin de Adriana se oa despareja y sibi- lante, pero estaba viva y el color de la asfixia se iba retirando lentamente de su rostro. "La ambulancia! grit Amadeu. "Pap sali de su parlisis y fue al telfono. Acostamos a Adriana en el sof. Se vea el bolgrafo saliendo de su garganta. Amadeu le acarici el pelo. "Era lo nico que se poda hacer dijo. "El mdico que apareci unos minutos ms tarde le puso la mano en el hombro a Amadeu. "Fue una reaccin rpida dijo. Qu presencia de nimo! Qu co- raje! Y a su edad. "Cuando la ambulancia se llev a Adriana al hospital, Amadeu se sent en su lugar de la mesa con su camisa salpicada de sangre. Nadie pronunci una palabra. Creo que eso fue lo peor para l; que nadie dijera nada. Con sus breves palabras, el mdico haba confirmado que Amadeu haba hecho lo correcto y que le haba salvado la vida a Adriana. Sin embargo, nadie dijo nada y el silencio que llen el comedor estaba colmado del espanto que nos haba causado su sangre fra. Aos ms tarde, la nica vez que hablamos de lo que haba pasado me dijo que el silencio de todos lo haba hecho parecer un carnicero. "Nunca pudo sobreponerse a la soledad en que lo dejamos en ese mo- mento y su relacin con la familia cambi para siempre. Vena menos a casa y cuando lo haca pareca un husped sumamente amable. "El silencio se quebr de golpe y Amadeu comenz a temblar. Se cubri el rostro con las manos y an hoy escucho los sollozos secos que sacudan su cuerpo. Y entonces volvimos a dejarlo solo. Yo le pas la mano por el brazo, pero eso fue demasiado poco. Yo no era nada ms que la hermana de ocho aos; no era eso lo que necesitaba. Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
229 "Pero no recibi nada y esa fue la ltima gota. Se levant de un salto, corri a su habitacin y volvi a bajar corriendo con un libro de medicina. Lo arroj sobre la mesa; los cubiertos golpearon los platos, los vasos tintinearon. "Ah est! grit. Ah est, en el libro! La intervencin se llama coniotoma. Por qu me miran con esas caras de idiotas? Se quedaron ah sen- tados como lelos! Si no hubiera sido por m, la habramos sacado de aqu en un atad! "Operaron a Adriana y se qued dos semanas en el hospital. Amadeu iba a verla todos los das, pero siempre solo; no quera ir con nosotros. Adriana estaba colmada de una gratitud abrumadora, que tena rasgos casi religiosos. Estaba recostada sobre las almohadas, plida y con la garganta vendada, y revi- va permanentemente la escena. Un da en que estbamos solas, me habl de lo que haba sentido. "Justo antes de que me clavara el cuchillo, los cedros frente a la ventana se pusieron rojos, rojo sangre", dijo. "Luego perd el conocimiento". "Sali del hospital convencida de que tena que dedicarle su vida al hermano que la haba salvado dijo Mlodie. Amadeu no se senta cmodo e intent por todos los medios convencerla de que no tena sentido. Por un tiempo, pareci que lo haba logrado. Conoci a un francs y se enamor de l; el episo- dio dramtico pareci desvanecerse en su memoria. Pero ese amor se quebr cuando Adriana qued embarazada. Y nuevamente apareci Amadeu, como part- cipe de una intervencin en su cuerpo. Sacrific su viaje con Ftima y volvi de Inglaterra. Adriana haba hecho un curso de enfermera al terminar la escuela y cuando Amadeu abri su consultorio tres aos ms tarde estaba muy claro que ella trabajara como su asistente. Ftima se neg a dejarla vivir en la casa. Hubo escenas dramticas cuando tuvo que marcharse. Despus de la muerte de Ftima, Adriana no tard ni una semana en mudarse. Amadeu estaba desolado por la prdida e incapaz de oponer resistencia. Adriana haba ganado.
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A veces he pensado que el espritu de Amadeu era, ms que ninguna otra cosa, el idioma haba dicho Mlodie cuando la conversacin ya estaba terminando. Que su alma estaba hecha de palabras, y esto no lo percib nunca en ninguna otra persona. Gregorius le haba mostrado el apunte de Prado sobre el aneurisma. Mlodie tampoco haba tenido idea de su existencia, pero en ese momento se acord de algo. Se sobresaltaba cuando alguien usaba palabras que tenan que ver con Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
230 transcurrir, pasar, correr; me acuerdo especialmente de correr y passar. Ama- deu reaccionaba ms violentamente ante las palabras que ante las cosas, como si fueran ms importantes. Si uno quera entender a mi hermano, eso era lo ms importante que haba que saber. Hablaba de la dictadura de las palabras err- neas y de la libertad de las correctas; de la crcel invisible de la cursilera en el idioma y de la luz de la poesa. Estaba posedo, embrujado por el idioma; una palabra errnea poda hacerle ms dao que una pualada. Y adems estaba esa reaccin violenta a las palabras que se relacionaban con lo fugaz, lo efmero. Despus de una visita en la que haba vuelto a aparecer ese violento desagrado, mi marido y yo nos quedamos hasta pasada la medianoche tratando de entender lo que le pasaba. "Esa palabra no, por favor, sa no!", haba dicho. No nos atre- vimos a preguntarle por qu. Mi hermano poda reaccionar como un volcn.
Gregorius se sent en un silln en el saln de Silveira y comenz a leer el texto de Prado que le haba dado Mlodie. "Amadeu tena pnico de que pudiera caer en manos equivocadas", le haba dicho Mlodie. "Pensaba que tal vez sera mejor destruirlo. Pero luego me lo dio a m para que lo guardara, con la promesa de no abrir el sobre hasta des- pus de su muerte. Fue como si se me cayera una venda de los ojos". Prado haba escrito el texto en los meses de invierno posteriores a la muerte de la madre y se lo haba entregado a Mlodie en primavera, poco antes de la muerte de Ftima. Eran tres fragmentos que haban sido comenzados en pginas diferentes y se diferenciaban por el color de la tinta. Aunque todas correspondan a una carta de despedida a la madre, no tenan encabezamiento. Como en muchos de los apuntes del libro, el texto tena un ttulo.
DESPEDIDA FALHADA MAM. DESPEDIDA FALLIDA A MAM. Esta despedida ma no puede llevarse a cabo con xito, mam. Ya no ests aqu y una verdadera despedida debera ser un encuentro. He esperado demasiado y est clara que no ha sido por azar. En qu se diferencia una despedida sincera de una cobarde? Para despedirme de ti con honestidad debera haber hecho el intento de llegar a un acuerdo contigo sobre cmo haban sido las cosas entre nosotros. Pues ste es el sentido de una despedida en el sentido pleno y sustan- cial de la palabra: que ambos seres, antes de separarse, lleguen a un acuerdo sobre cmo se han visto, cmo se han percibido; sobre lo que entre ellos ha resultado bien y lo que ha resultado mal. Y hay que poder hacerla sin temores; soportar el dolor de los desacuerdos. Tambin se trata de reconocer que algu- nas cosas son imposibles. Despedirse es tambin algo que uno hace con uno mis- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
231 mo: pararse ante s mismo bajo la mirada del otra. La cobarda en una despedida consiste, en cambio, en la transfiguracin: es el intento de envolver lo pasado en una luz dorada y alejar lo oscuro con mentiras. Lo que all se pierde es nada menos que el reconocimiento de uno mismo en aquellos rasgos que han resaltado la oscuridad. Yo soy, mam, una hazaa tuya y te escribo ahora lo que tendra que haberte dicho hace mucho tiempo. fue una hazaa prfida, que en esta vida ma se convirti en una carga como ninguna otra. T me hiciste saber sobre el contenido de tu mensaje no cabe la menor duda que de m, tu hijo, tu hijo no esperabas nada menos que esto: que fuera el mejor. No era tan importante en qu descollase pero mis logros deban superar los logros de todos los dems; no superarlos, adems, por un margen cualquiera, sino elevarse muy alto por sobre ellos. La perfidia: nunca me lo dijiste. Tus expectativas nunca se expresa- ron de manera tal que me permitieran definir mi actitud, reflexionar y enfren- tarme a los sentimientos que despertaban en m. Y sin embargo yo lo saba, porque hay un saber que se puede instilar en un nio indefenso, gota a gota, da a da, sin que note en lo ms mnimo cmo ese saber va creciendo silenciosamen- te en su interior. Ese saber invisible se va extendiendo como un veneno traicio- nero, se infiltra en el tejido de cuerpo y alma y determina el color y la sombra de su vida. De este saber que operaba sin que yo lo supiera y cuyo poder resida en estar oculto, surgi en m una trama invisible, imposible de descubrir, hecha de expectativas inflexibles y despiadadas respecto de m mismo, tejida con el cruel hilado de una ambicin nacida del miedo. Cuntas veces, con qu desespe- racin y qu grotesca comicidad, he batallado conmigo mismo, dentro de m, para liberarme, slo para enredarme mucho ms! Fue imposible levantarme en armas contra tu presencia dentro de m: tu hazaa era completa, demasiado perfecta, una obra de arte de perfeccin sobrecogedora que te quitaba el aliento. Es parte de su perfeccin que no slo nunca expresaras tus asfixiantes expectativas, sino que las escondieras bajo palabras y gestos que expresaban lo contrario. No digo que esto fuera un plan deliberado, astuto e insidioso. No, t misma creste tus engaosas palabras y fuiste vctima de ese disfraz cuya inte- ligencia supera ampliamente la tuya. Desde entonces s que los seres humanos pueden estar entrecruzados con otros y presentes dentro de otros sin tener la ms remota idea. Hay todava algo ms que forma parte de la manera artstica en que, como la abominable escultora de un alma ajena, me creaste segn tu voluntad: los nombres que me diste. Amadeu Incio. La mayora de las personas no les Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
232 presta atencin, a veces alguien dice algo sobre el sonido de las palabras. Yo s la verdad, porque tengo en mis odos el sonido de tu voz, un sonido que estaba colmado de vanidosa devocin. Yo tena que ser un genio. Tena que poseer una destreza divina. Y al mismo tiempo al mismo tiempo! deba corporizar la sangrienta severidad de San Ignacio y ejercer sus facultades como comandante espiritual. Es una palabra cargada de maldad, pero es la que corresponde exacta- mente. Mi vida fue definida por el veneno de mi madre.
Haba tambin en su interior una presencia oculta y definitoria de los padres, enmascarada tal vez y convertida en lo opuesto?, se pregunt Gregorius mientras caminaba por las calles silenciosas de Belm. Tuvo la visin de la libre- ta delgada donde la madre anotaba lo que ganaba con sus trabajos de limpieza. Los anteojos miserables con el marco que le daba el seguro de salud y los vi- drios eternamente sucios desde los que lo miraba con cansancio. Si tan slo pudiera volver a ver el mar una vez ms! Pero no podemos darnos ese lujo. Haba en ella, sin embargo, algo bello, hasta luminoso, que Gregorius no recordaba desde haca tiempo: la dignidad con que saludaba a la gente cuya mugre deba limpiar, cuando se los encontraba por la calle. Ni rastros de servilismo; haba mantenido su mirada a la misma altura de la de quienes le pagaban para que fuera limpiando, de rodillas, de una habitacin a otra. Puede mirarlos as?, se haba preguntado cuando nio. Luego, cada vez que la vea hacerlo, se senta orgulloso de su madre. Si slo hubiera buscado otros libros para esas raras horas de lectura; no solamente las novelas costumbristas de Ludwig Ganghofer. Ahora t tambin te escondes en la lectura. Su madre no haba sido lectora. Le dola reconocerlo, pero no haba sido lectora. Qu banco me iba a dar un crdito?, oy decir al padre. Nada menos que para eso. Vio ante s la mano grande con las uas cortadas muy cortas, mien- tras iba contando, moneda por moneda, los trece francos con treinta para la gramtica persa. Ests seguro de que quieres ir all?, haba dicho. Es tan lejos, tan lejos de todo lo que conocemos. Ya las letras son tan distintas, no parecen letras. Ya no vamos a saber ms de ti. Cuando Gregorius le haba devuelto el dinero, el padre le haba acariciado la cabeza con su mano grande; una mano que slo en raras ocasiones se haba permitido un gesto de ternura. Gregorius haba podido ver al padre de Eva, La Increble, el viejo von Muralt, un hombre gigantesco que haba sido juez, en la fiesta de estudiantes. Cmo hubiera sido pens Gregorius ser el hijo de un juez severo y acosado por el dolor y de una mujer ambiciosa que viva su vida en la vida de su hijo ido- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
233 latrado? Hubiera podido, a pesar de todo, llegar a ser Mundus, El Papiro? Era posible saberlo? Al entrar del aire fresco de la noche a la casa caldeada, se sinti ma- reado. Se sent en un silln y esper a que pasara. No es de extraarse si se piensa en todos los cambios que ha hecho en su vida en tan poco tiempo, haba dicho Mariana Ea. Un tumor tendra sntomas totalmente distintos. Desterr la voz de la mdica de la cabeza y sigui leyendo.
Lo que ms me desilusion de ti fue que nunca quisiste escuchar las preguntas que me acosaban sobre la profesin de pap. Me preguntaba: t misma como mujer postergada en este Portugal retrasado te declaraste incapaz de pensar sobre esas cosas? Porque el derecho y la justicia eran cosas que les concernan slo a los hombres? O era peor an? Es que no te hacas preguntas, no tenas dudas sobre el trabajo de pap? Simplemente, el destino de los hombres en Tarrafal no era cosa tuya? Por qu no obligaste a pap a hablar con nosotros, en vez de ser slo un monumento? Te satisfaca el poder que eso te daba? Eras una virtuosa de la complicidad muda, pero negada, con tus hijos. Y tambin eras una virtuosa como intermediaria diplomtica entre pap y nosotros. Te gustaba tu papel y lo des- empeabas no sin vanidad. Era una venganza por el poco espacio que te daba el matrimonio? Una compensacin por la falta de reconocimiento social y la carga de los dolores de pap? Por qu te acobardabas cuando yo te manifestaba mi oposicin? Por qu no me hiciste frente para ensearme as a tolerar los conflictos? Para que no pudiera aprenderlo entre juegos, con un guio, sino que tuviera que elaborar- lo trabajosamente como en un libro de texto, con esa amarga laboriosidad que a menudo resultaba en que perdiera el sentido de la proporcin y apuntara dema- siado alto? Por qu me gravaste con la hipoteca de ser el preferido? Pap y t: por qu esperaron tan poco de Adriana y de Mlodie? Por qu no percibieron la humillacin propia de la falta de confianza? Sera injusto, sin embargo, que estas fueran mis nicas palabras de despedida. En los seis aos que pasaron desde la muerte de pap, vi en ti senti- mientos nuevos y me alegr de que as fuera. Me conmovi profundamente verte parada, tan perdida, junto a la tumba de pap y me puse contento de que hubie- ra rituales religiosos que te hicieran sentir protegida. Y me sent realmentefiliz cuando aparecieron los primeros signos de liberacin, mucho antes de lo espe- rado. Era como si te estuvieras despertando por primera vez a una vida propia. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
234 Durante el primer ao, viniste a menudo a la casa azul y Ftima temi que te adhirieras a m, a nosotros. Pero no. All donde se haba derrumbado la antigua estructura de tu vida que haba definido el juego de fuerzas interno, pareciste descubrir lo que el matrimonio temprano no te haba permitido hacer: podas tener una vida propia ms all de tu papel en la familia. Comenzaste a interesar- te por los libros, a hojearlos como una escolar curiosa, torpe, sin experiencia, pero con los ojos brillantes. En una oportunidad te vi t no me viste parada delante de un estante en una librera con un libro abierto en la mano. En ese instante creci mi amor por ti, mam, estuve tentado de ir a tu encuentro. Pero eso no habra estado bien: te habra llevado de vuelta a la vieja vida.
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Gregorius recorri el despacho del seor Corts diciendo en dialecto berns los nombres de todos los objetos. Fue al Liceu y all recorri los pasillos y las aulas oscuras y fras haciendo lo mismo con todo lo que vea all. Hablaba alto y con rabia, las palabras de sonido gutural retumbaban por todo el edificio; un observador asombrado hubiera pensado que alguien que se haba vuelto to- talmente loco estaba perdido en el edificio abandonado. Todo haba comenzado a la maana en el instituto de idiomas. De pron- to, no pudo decir ni la frase ms simple en portugus, ni frases ni palabras que haba aprendido con el primer disco del curso de portugus que haba escuchado antes del viaje. Cecilia, que lleg tarde porque haba tenido un ataque de migra- a, empez a hacer un comentario irnico, se detuvo, parpade y luego hizo un movimiento tranquilizador con la mano. Sossega dijo. Tranquilcese. Esto les pasa a todos los que apren- den una lengua extranjera. De repente no les sale nada. Pero va a pasar; maana va a estar otra vez a su nivel. Luego haba querido estudiar persa, pero la memoria, una memoria para los idiomas en la que siempre haba podido confiar, se haba negado a funcionar. Haba entrado en pnico; recitado versos de Horacio y de Safo, gritado pala- bras poco usuales que aparecan en Homero y hojeado frenticamente el Cantar de los Cantares. Record todo, no fall en nada; la prdida de la memoria no se abra ante l como un abismo. Sin embargo, se senta como si hubiera pasado un terremoto. Mareos. Mareos y prdida de memoria. Iban juntos. Se haba quedado parado en silencio junto a la ventana de la oficina del Rector. Hoy no haba ningn cono de luz desplazndose por la habitacin. Estaba lloviendo. De pronto, de manera totalmente inesperada, lo invadi la ira. Era una Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
235 ira feroz, acalorada, mezclada con la desesperacin de saber que no poda reco- nocer el objeto de su furia. Muy lentamente comenz a entender que estaba experimentando un levantamiento, una rebelin contra todo lo lingsticamente extrao que se haba impuesto a s mismo. Al principio le pareci que estaba relacionado con el portugus y tal vez con el francs y el ingls que a veces tena que hablar. Tuvo que admitir, sin embargo, paulatinamente y no sin resis- tencia, que el embate de su furia tambin llegaba hasta las lenguas antiguas entre las que viva desde haca ms de cuarenta aos. El alcance de su rebelin lo sacudi. El piso se mova. Tena que hacer algo, aferrarse a algo; cerr los ojos, se par en la Bubenbergplatz y comenz a decir los nombres de todo lo que vea en dialecto berns. Les habl a las cosas; se habl a s mismo usando oraciones claras en el dialecto. El terremoto fue cediendo; volvi a sentir el piso firme bajo sus pies. Pero el horror sigui pre- sente. Gregorius le hizo frente con la furia de quien sabe que se ha expuesto a un gran peligro; sigui caminando como un demente por los pasillos del edificio deshabitado, como si pudiera vencer a los espritus que habitaban los oscuros corredores con palabras del dialecto berns. Dos horas ms tarde, sentado en el saln de la casa de Silveira, le pa- reci que todo haba sido una alucinacin, algo que quizs haba soado. Cuando ley los textos en latn y en griego, comprob que nada haba cambiado; abri la gramtica portuguesa y todo estaba all otra vez, hasta pudo avanzar en el es- tudio de las reglas del subjuntivo. Slo las visiones que haba tenido le recorda- ron que algo en l se haba quebrado. Se qued dormido en el silln por un instante; era el nico alumno sen- tado en un aula enorme y se defenda con frases en dialecto contra preguntas y pedidos que, en otro idioma, le diriga desde el frente del saln alguien a quien no vea. Se despert con las manos hmedas, se duch y se fue a casa de Adria- na. Clotilde le haba contado que Adriana haba cambiado desde que el tic- tac del reloj del saln haba trado el tiempo y el presente de regreso a la casa azul. Gregorius se la haba encontrado en el tranva, de vuelta del Liceu. Se queda parada haba dicho, repitiendo pacientemente las pala- bras cuando l no entenda delante del reloj, como si quisiera volver a dete- nerlo. Pero luego sigue de largo y camina con pasos ms rpidos y ms seguros que antes. Se levanta ms temprano. Es como si los das no fueran slo algo... s, algo que hay que soportar. Coma ms y una vez le haba pedido a Clotilde que saliera a dar un pa- seo con ella. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
236 La puerta de la casa azul se abri y Gregorius vio con sorpresa que Adriana no estaba vestida de negro. Lo nico negro que quedaba era la cinta de terciopelo alrededor del cuello. La falda y la chaqueta eran gris claro con rayas azules finas y se haba puesto una blusa de un blanca resplandeciente. Una leve sonrisa le cruz el rostro, seal de que estaba disfrutando de la sorpresa de Gregorius. Gregorius le devolvi las cartas del padre y del hijo. No es una locura? dijo Adriana. Esa incapacidad de hablar. La ducation sentimentale sola decir Amadeu tendra que introducirnos en el arte de expresar los sentimientos y en la experiencia de cmo se enriquecen los sentimientos a travs de las palabras. Qu poco xito tuvo con pap! Y qu poco conmigo! agreg, bajando la vista. Gregorius le dijo que le gustara leer las notas que haban quedado so- bre el escritorio de Amadeu. Entraron en el altillo y all lo esperaba una nueva sorpresa. La silla ya no formaba un ngulo con la mesa. Adriana haba logrado, despus de treinta aos, liberarla de la parlisis del pasado y enderezarla; ya no pareca como si el hermano acabara de levantarse. Gregorius la mir: estaba parada con la mirada baja, las manos en los bolsillos de la chaqueta; una humilde mujer mayor que pareca al mismo tiempo una colegiala que ha cumplido con una tarea muy difcil y espera, con vergonzoso orgullo, la alabanza correspondiente. Gregorius le puso las manos en los hombros por breves instantes. La taza de porcelana sobre la bandeja de cobre estaba limpia; el ceni- cero, vaco. La azucarera, en cambio, todava tena azcar. Adriana haba desen- roscado la antiqusima lapicera fuente. Encendi la lmpara de mesa con su pan- talla verde esmeralda, apart la silla y, con un gesto de la mano en el que se pudo percibir un ltimo titubeo, invit a Gregorius a sentarse. El enorme libro que haba estado abierto en las pginas centrales se hallaba todava en la tapa del escritorio; la pila de hojas tambin estaba all. Despus de interrogar a Adriana con la mirada, Gregorius levant un poco el libro para poder ver el ttulo y el nombre del autor. JOO DE LOUSADA DE LEDESMA. O MAR TENEBROSO. Letra cursiva grande, bella y decorativa; dibujos de costas en grabados de cobre; acuarelas de viajeros. Gregorius volvi a mirar a Adriana. No s dijo ella. No s por qu le interes el tema sbitamente, pero estaba totalmente obsesionado con los libros donde se hablaba sobre el miedo que sentan en la Edad Media quienes crean estar en el punto ms occi- dental de Europa y se preguntaban qu podra haber ms all de ese mar que pareca no tener fin. Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
237 Gregorius acerc un poco ms el libro hacia donde estaba sentado y le- y una cita en espaol: Ms all no hay nada ms que las aguas del mar, cuyo trmino nadie ms que Dios conoce. Cabo Finisterre dijo Adriana. Al norte, en Galicia. Es el punto ms occidental de Espaa. Estaba obsesionado con eso. El fin del mundo de aquellos tiempos. Pero en Portugal hay un punto que est an ms al oeste, sola decirle yo. Y se lo mostraba en el mapa. Por qu es tan importante el que est en Espa- a? Pero no quera ni escucharme y slo hablaba de Finisterre. Era como una ide fixe. Cuando hablaba del tema, su rostro tena una expresin agitada y febril. SOLlDO. SOLEDAD. La ltima pgina que haba escrito Prado tena ese encabezamiento. Adriana haba seguido la vista de Gregorius. En su ltimo ao dijo, se quejaba a menudo de que no entenda en qu consista verdaderamente la soledad que tanto temamos todos. "Qu es entonces eso que llamamos soledad?", deca. "No puede ser la simple ausencia de los otros, uno puede estar solo y no sentirse solo; puede estar rodeado de gente y sentirse solo. Entonces, qu es?". No dejaba de preocupado el pensamiento de que se poda estar solo en medio del bullicio. "Bien", deca. "No depende entonces de que haya otros que, a mi lado, llenen la habitacin. Pero an cuando te agasajan o conversando con amigos te dan un consejo, un consejo inteligente, cargado de sensibilidad, tambin entonces es posible sentirse solo. La soledad no es, por lo tanto, algo relacionado con la presencia de otros ni tampoco con lo que hacen. Con qu tiene que ver entonces? Con qu, por amor de Dios?". No hablaba conmigo de Ftima y de lo que senta por ella. "La intimidad es nuestro ltimo santuario", sola decir. Hubo una sola vez en que no pudo controlarse e hizo un comentario. "Estoy acostado junto a ella, oigo su respiracin, siento su tibieza; y estoy terriblemente solo", dijo. "Entonces qu es? QU?". SOLlDO POR PROSCRIO. SOLEDAD POR DESTIERRO, haba es- crito Prado. Cuando los otros nos privan de su afecto, su respeto y su recono- cimiento, por qu no podemos decir1es simplemente: no necesito todo eso, me basto a m mismo? No poder hacerla no es una forma espantosa de falta de libertad? No nos hace esclavos de los otros? Con qu sentimientos podemos crear un dique, una pared protectora contra esto? Cmo se construye la fir- meza interior? Gregorius se inclin hacia adelante sobre el escritorio y ley las frases, ya descoloridas, escritas en las notas de la pared. Extorsin a travs de la confianza. Los pacientes le confiaban las cosas ms ntimas y tambin las ms Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
238 peligrosas dijo Adriana. Quiero decir, peligrosas desde el punto de vista poltico. Y luego esperaban que l tambin les revelara algo. Para no sentirse tan desnudos. Detestaba esa conducta. La detestaba desde lo ms profundo de su corazn. "No quiero que se espere nada de m", deca y daba una patada en el piso. "Y por qu demonios me resulta tan difcil ponerme lmites?". Mam estaba tentada de decide a veces. Mam. Pero no se lo deca. l mismo ya lo saba. "La peligrosa virtud de la paciencia. Patincia. En los ltimos aos de su vida desarroll una verdadera alergia a esa palabra; cuando alguien le hablaba de paciencia, se le ensombreca el rostro sbitamente. "No es ms que una ma- nera aceptada de fallarse a uno mismo", deca irritado. "Es el miedo a las fuen- tes que podran hacer erupcin dentro de nosotros". Slo entend el verdadero sentido de sus palabras cuando supe que haba muerto por la rotura de un aneu- risma. La ltima nota era ms larga que las otras. Si no podemos acceder li- bremente a la fuerza primitiva del alma, ms poderosa que nuestra voluntad, qu sentido tienen entonces la alabanza y la crtica? Por qu no decir simple- mente: tuve suerte o tuve mala suerte? Y esa fuerza es ms poderosa que noso- tros, siempre lo es. Antes, la pared estaba toda cubierta de notas dijo Adriana. Todo el tiempo estaba escribiendo cosas y ponindolas en la pared. Hasta que hizo ese viaje funesto a Espaa, un ao y medio antes de morir. Despus de eso, lo vi tomar la pluma muy pocas veces. Se quedaba aqu sentado al escritorio, mirando fijo el vaco. Gregorius esperaba, mirndola de vez en cuando. Adriana estaba sen- tada en un silln junto a las montaas de libros apilados en el piso. Estaban igual que antes; una de las pilas todava estaba coronada por el libro con la ilustracin del cerebro. Adriana junt las manos surcadas por venas oscuras, las apret, las separ y las volvi a juntar. Su rostro reflejaba una batalla interna en la que su resistencia a recordar pareca llevar las de ganar. Me gustara saber algo sobre esa poca dijo Gregorius. Para co- nocerlo an mejor. No s contest ella y volvi a callar. Cuando comenz a hablar otra vez, sus palabras parecan venir de muy lejos. Pens que lo conoca. S, yo hubiera afirmado: lo conozco, lo conozco muy bien, por dentro y por fuera. Al fin y al cabo, lo he visto todos los das durante muchos aos, lo he escuchado hablar de sus pensamientos y sus sentimientos, hasta de sus sueos. Un da, dos aos antes de su muerte en diciembre cumpla cincuenta y un aos, volvi a Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
239 casa despus de una de esas reuniones. Era una reunin de sas a las que tam- bin iba Joo, Joo algo, el hombre que le caus tanto dao. Creo que tambin estaba Jorge, Jorge O'Kelly, su amigo del alma. Ojal no hubiera ido a esas reuniones. No le hacan nada bien. All se reuna la gente de la resistencia dijo Gregorius. Usted de- be haber sabido que Amadeu trabajaba para la resistencia. Quera hacer algo, hacer algo contra la gente como Mendes. Resistncia dijo Adriana y lo repiti. Resistncia. Pronunci la palabra como si nunca la hubiera odo y se negara a creer que pudiera existir algo as. Por un momento pareci que ya no querra hablar ms y Gregorius mal- dijo su propia necesidad de obligarla a aceptar la realidad. Pero entonces des- apareci el enojo y volvi a hablar del hermano, la noche en que haba regresado de ese encuentro nefasto. No haba dormido y tena puesta la misma ropa de la noche anterior. Yo me daba cuenta cuando no haba dormido. Pero esta vez era distinto. No tena el aspecto atormentado de otras veces, a pesar de las ojeras. Haca cosas que no haba hecho nunca, como inclinar el respaldo de la silla hacia atrs y balancearse. Me dije mirndolo: es como si hubiera emprendido un viaje. En el consultorio haca todo con una facilidad y una rapidez increbles; pareca como si las cosas se hicieran solas. Tiraba las cosas usadas al cesto desde lejos como en un juego de pelota. Y acertaba! "Estaba enamorado, pensar usted. Acaso ese comportamiento no era una clara seal de que estaba enamorado? Claro que lo pens. Pero enamorarse en uno de esos encuentros de hombres? Adems, su conducta era tan distinta de la que haba tenido con Ftima. Ms exuberante, ms turbulenta, llena de avidez. Totalmente diferente. Me daba miedo. Ya no lo entenda. Especialmente despus de que la vi. Tan pronto como entr en la sala de espera, supe que no era una simple paciente. Tena poco ms de veinte aos, quizs veinticinco. Era una mezcla extraa de muchacha inocente y vampiresa. Tena unos ojos brillan- tes, la tez mate; se contoneaba al andar. En la sala de espera, los hombres la miraron con disimulo; las mujeres, achicando los ojos. "La hice pasar al consultorio. Amadeu se estaba lavando las manos. Cuando se volvi, fue como si le hubiera cado un rayo. Se puso todo rojo, pero logr controlarse rpidamente. "Adriana, esta es Estefnia dijo. Podras dejarnos solos un mo- mento? Tenemos que hablar. "Eso no haba sucedido jams. No haba nada que se dijera en esa habi- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
240 tacin que yo no pudiera escuchar. Nada. "Volvi a venir, cuatro o cinco veces. Cada vez, Amadeu me peda que saliera de la habitacin, luego hablaba con ella y la acompaaba a la puerta. Y todas las veces, le suba la sangre al rostro y el resto del da estaba distrado, aplicaba mal las inyecciones, cuando la gente lo idolatraba justamente por su seguridad. La ltima vez que vino no entr en el consultorio sino que llam aqu arriba, ya era pasada la medianoche. Amadeu agarr el abrigo y baj. Salieron a la calle y los vi dar vuelta a la esquina; lo oa hablar con vehemencia. Volvi una hora ms tarde con el pelo revuelto y con olor a transpiracin. "Despus de eso, ya no volvi ms. Amadeu se quedaba ausente; era como si una fuerza oculta tirara de l hacia lo profundo. Estaba irritado y a veces era grosero, hasta con los pacientes. Fue la primera vez que pens: ya no le gusta su profesin, ya no le hace bien, quiere escaparse. "Una vez me encontr con Jorge y la muchacha. La llevaba de la cintura y a ella pareca resultarle desagradable. Me qued desconcertada; Jorge hizo como si no me hubiera reconocido y la hizo doblar por una calle lateral. Estuve muy tentada de contrselo a Amadeu. No lo hice; saba que estaba sufriendo. Una vez, una noche realmente fatal, me pidi que tocara las Variaciones Gold- berg de Bach. Se sent all con los ojos cerrados; estoy segura de que pensaba en ella. "Ya no hubo ms partidas de ajedrez con Jorge, que haban sido parte de su rutina. Jorge no vino ni una sola vez en todo el invierno, ni siquiera para Nochebuena. Amadeu no lo nombraba. "Uno de los primeros das de marzo, Jorge apareci a la puerta. Escuch cmo Amadeu le abra. "T dijo. "S, yo contesto Jorge. "Bajaron al consultorio para que yo no escuchara lo que decan. Abr la puerta y trat de escuchar. Nada, ni una palabra en tono alto. Luego o cmo se cerraba la puerta de calle. O'Kelly, con el cuello del abrigo levantado y un cigarrillo entre los labios, desapareci tras la esquina. Nada ms que silencio. Amadeu segua sin subir. Al final, baj yo. Estaba sentado en la oscuridad y no se movi. "Djame dijo. No quiero hablar. "Cuando subi, mucho ms tarde, estaba plido, callado y totalmente demudado. No me atrev a preguntarle qu haba pasado. "Al da siguiente, el consultorio permaneci cerrado. Vino Joo. No pude enterarme de qu hablaron. Desde que haba aparecido la mu- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
241 chacha, Amadeu viva como si yo no estuviera all; la vida se haba reducido a las horas que pasbamos juntos en el consultorio. La odi. Con su largo cabello ne- gro, el contoneo al andar, la falda corta. Dej de tocar el piano. Yo ya no era nadie. Era... era humillante. "Dos o tres das despus, ella y Joo aparecieron a la puerta. "Quiero que Estefnia se quede aqu dijo Joo. "Lo dijo de tal manera que era imposible contradecirlo. Lo odi a l; odi su estilo autoritario. Amadeu fue con ella al consultorio; no dijo ni una palabra cuando la vio pero se equivoc de llaves y se le cay el manojo en la escalera. Luego vi que le haba armado una cama en la camilla. "A la maana se levant, baj, se duch y prepar el desayuno. La mu- chacha se vea exhausta y asustada; tena puesto una especie de overol y todo su atractivo haba desaparecido. Me contuve, hice otra jarra de caf y luego otra ms para el viaje. Amadeu no me explic nada. "No s cundo voy a volver fue lo nico que me dijo. No te pre- ocupes. "Puso algunas cosas y algunos medicamentos en un bolso y salieron. Para mi sorpresa, Amadeu sac del bolso las llaves de un auto. Haba un auto estacio- nado en la calle que el da anterior no haba estado all. Amadeu se acerc y lo abri. Pero si no sabe manejar pens pero entonces vi que ella se sentaba al volante. Fue la ltima vez que la vi. Adriana se qued sentada en silencio con las manos en la falda, la cabe- za apoyada en el respaldo, los ojos cerrados. Tena la respiracin acelerada; como cuando haba sucedido lo que relataba. La cinta de terciopelo negro se haba corrido hacia arriba, Gregorius vio la cicatriz en el cuello; era una cicatriz desagradable, protuberante, con un bulto pequeo que tena un brillo grisceo. Amadeu se haba sentado a horcajadas en su falda. Tengo que hacerlo le haba dicho. Si no lo hago, vas a morir. Saca las manos. Confa en m. Y entonces haba clavado el cuchillo. Media vida despus, Adriana haba visto cmo se sen- taba en un auto junto a una mujer joven y parta sin ninguna explicacin hacia un destino indefinido. Gregorius esper a que la respiracin de Adriana se tranquilizara, luego le pregunt qu haba pasado al regreso. Se baj de un taxi; yo estaba en la ventana por casualidad. Estaba solo. Debe haber vuelto en tren. Haba estado fuera una semana. Nunca dijo nada de lo que haba pasado en ese tiempo; ni entonces ni despus. Estaba sin afeitar y tena las mejillas hundidas; debe haber comido muy poco en esos das. Comi con avidez todo lo que puse en la mesa. Luego se acost y durmi un da y Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
242 una noche seguidos. Debe haber tomado un somnfero; luego encontr la caja. "Se lav el pelo, se afeit y se visti con esmero. Entretanto, yo haba limpiado el consultorio. "Todo est reluciente me dijo, tratando de sonrer. Gracias, Adriana, no s qu hara si no te tuviera. "Les avisamos a los pacientes que el consultorio estaba abierto otra vez y, en una hora, la sala de espera se haba llenado. Amadeu trabajaba ms lentamente que de costumbre, tal vez era el efecto del somnfero, tal vez su enfermedad se anunciaba as. Los pacientes se dieron cuenta de que no era el de siempre y lo miraban inseguros. A media maana, me pidi un caf; eso no haba sucedido nunca. "Dos das ms tarde, comenz a tener fiebre muy alta y terribles dolo- res de cabeza. Ningn medicamento le haca efecto. "No hay razn para preocuparse me tranquilizaba, con las manos en las sienes. El cuerpo es tambin la mente. "Lo mir sin que lo notara y vi el miedo en sus ojos. Debe haber estado pensando en el aneurisma. Me pidi que pusiera el disco de Berlioz, la msica de Ftima. "Apgalo! grit a los pocos compases. Apgalo ahora mismo. "Tal vez fuera el dolor de cabeza, o tal vez se dio cuenta de que des- pus de lo pasado con la muchacha, no poda volver a Ftima sin ms. "Entonces se llevaron a Joo, nos enteramos por un paciente. Los dolo- res de cabeza de Amadeu eran tan fuertes que caminaba por aqu arriba como un loco, agarrndose la cabeza con las manos. Se le haba producido un derrame en un ojo, que haba tomado el color rojo oscuro de la sangre. Tena un aspecto terrible, se lo vea desesperado y hasta un poco embrutecido. Cuando ya no saba qu hacer, le pregunt si quera que llamara a Jorge. "No te atrevas! me grit. "l y Jorge volvieron a encontrarse un ao despus, pocos meses antes de la muerte de Amadeu. En ese ao, Amadeu haba cambiado mucho. La fiebre y los dolores de cabeza desaparecieron al cabo de dos o tres semanas. Dejaron tras de s a un hombre hundido en una profunda melancola. Melancolia. Ya de nio amaba esa palabra y luego ley varios libros sobre el tema. En uno de ellos deca que era un estado tpico de los tiempos modernos. " Pavadas! dijo furioso. Pensaba que la melancola era un estado que no dependa de la poca y que era una de las experiencias ms valiosas que poda tener un ser humano. "Porque en ella se muestra la absoluta fragilidad del ser humano Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
243 deca. "Este enfoque no dejaba de tener sus peligros. Conoca, por supuesto, la diferencia entre la melancola y la depresin patolgica. Pero cuando se le presentaba un paciente deprimido, tardaba en derivarlo a un psiquiatra, a veces demasiado. Hablaba con l, tratndolo como si fuese un caso de melancola; tena una tendencia a rodear a estos pacientes de una aureola especial y, con esa fascinacin tan extraa, a minimizar su sufrimiento. Esto se acentu des- pus de su viaje con la muchacha y a veces rayaba en una negligencia descorts. "Su diagnstico de las enfermedades del cuerpo se mantuvo infalible hasta el final. Pero era un hombre marcado; a veces, cuando tena que tratar con un paciente difcil, ya no estaba a la altura de la situacin. De pronto, ya no se senta cmodo con las mujeres y las derivaba a un especialista mucho ms rpidamente que antes. "Cualesquiera que hayan sido las circunstancias de ese viaje, s que lo destruy, ms que ninguna otra cosa de su pasado, ms an que la muerte de Ftima. Era como si un movimiento hubiese desplazado las placas tectnicas ms profundas de su alma. Todo lo que se apoyaba sobre estas placas se haba vuelto inestable y se tambaleaba al menor golpe de viento. Cambi toda la atmsfera de la casa. Yo tena que protegerlo y cuidarlo, como si viviramos en un hospital para convalecientes. Era terrible. Adriana se enjug las lgrimas. Y maravilloso. Volva a pertenecerme... a pertenecerme slo a m. O me hubiera pertenecido, si Jorge no hubiera llamado a la puerta una noche. Traa un tablero de ajedrez con piezas talladas, de Bali. "Hace mucho tiempo que no jugamos dijo. Mucho tiempo. Demasiado tiempo. Las primeras veces que jugaron se habl poco. Adriana les serva t. Era un silencio tenso dijo. No era hostil, pero s tenso. Se buscaban. Busca- ban dentro de ellos mismos la posibilidad de volver a ser amigos. De vez en cuando hacan el intento con una broma o con una expresin de los tiempos de estudiantes. No haba caso. La risa agonizaba antes de llegar al rostro. Un mes antes de la muerte de Prado, despus de jugar al ajedrez, bajaron juntos al consultorio. Hubo una conversacin que dur hasta muy tarde. Adriana se qued parada todo el tiempo junto a la puerta abierta de la vivienda. La puerta del consultorio se abri y salieron. Amadeu no encendi la luz; la luz del consultorio iluminaba el corredor con un reflejo muy dbil. Fueron caminando muy despacio, casi en cmara lenta. Me pareca que estaban separa- dos por una distancia exagerada. Llegaron hasta all, delante de la puerta de Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
244 calle. "Bueno dijo Amadeu. "S dijo Jorge. "Y entonces cayeron... S, cayeron uno en e otro, no se como expresarlo mejor. Deben haber querido abrazarse una ltima vez; ese movimiento que hab- an iniciado tiene que haberles parecido imposible pero ya no podan detenerlo, fueron tropezando hacia el otro, se buscaron con las manos, con la torpeza de los ciegos, las cabezas golpearon el hombro del otro. Luego se enderezaron, retrocedieron y ya no supieron qu hacer con los brazos y las manos. Pasaron uno o dos segundos de terrible turbacin, luego Jorge abri la puerta de golpe y se precipit a la calle. La puerta se cerr. Amadeu se dio vuelta, apoy la frente contra la pared y comenz a sollozar. Eran sonidos profundos, roncos, casi in- humanos. Su cuerpo se sacuda con movimientos convulsivos. Ahora recuerdo que pens: Ha llevado a su amigo dentro de l tantos aos, tan profundo! Y an despus de esta despedida, seguir estando all. "Esa fue la ltima vez que se encontraron. El insomnio de Prado empeor an ms. Se quejaba de mareos y tena que tomarse descansos entre un paciente y otro. Le peda a Adriana que tocara las Variaciones Goldberg. Sali dos veces para ir al Liceu y, a su regreso, podan verse en su rostro los surcos de las lgrimas derramadas. En el funeral, Adriana se enter por Mlodie de que lo haba visto salir de la iglesia. Hubo algunos das, escasos, en que volvi a tomar la pluma. La noche an- terior a su muerte, se quej de que le dola la cabeza. Adriana se qued a su lado hasta que el analgsico le hizo efecto. Cuando sala de la habitacin, le pareci que estaba por quedarse dormido. Pero a las cinco de la maana, cuando fue a ver cmo estaba, la cama estaba vaca. Estaba camino a la Rua Augusta que tanto amaba. All se desplom una hora ms tarde. Llamaron a Adriana a las seis y veintitrs. Cuando volvi a la casa, volvi las agujas del reloj a esa hora y detuvo el pndulo.
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Solido por proscrio, soledad por destierro. se haba sido el ltimo tema que preocupara a Prado. Que no podamos prescindir del respeto y el afec- to de los otros y que as nos hagamos dependientes de ellos. Qu camino tan largo haba dejado atrs! Sentado en el saln de Silveira, Gregorius volvi a leer el fragmento anterior sobre la soledad que Adriana haba incluido en el libro.
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245 SOLIDO FURIOSA. Es verdad que todo cuanto hacemos lo hacemos por miedo a la soledad? Es por eso que renunciamos a todas las cosas que luego lamentaremos al llegar al fin de nuestras vidas? Es se el motivo por el cual casi nunca decimos lo que pensamos? Por eso nos aferramos a esos matrimonios desavenidos, esas amistades falsas, esas fiestas de cumpleaos aburridas? Qu pasara si rompiramos con todo esto, pusiramos fin a este chantaje oculto y furamos leales a nosotros mismos? Si dejramos subir nuestros de- seos avasallados y la ira que nos caus verlas esclavizados como el agua de una fuente subterrnea? Pues en qu consiste la tan temida soledad? En el silen- cio de los reproches pendientes? En no tener la necesidad de caminar en pun- tas de pie, conteniendo el aliento, sobre el campo minado de las mentiras conyu- gales y las amigables verdades a medias? En la libertad de no tener que comer sentado frente a alguien? En la abundancia de tiempo que se abre ante noso- tros cuando cesa el fuego graneado de los compromisos sociales? Pero no son stas cosas maravillosas? No es un estado paradisaco? Por qu el temor entonces? No es al fin un temor que slo existe porque no hemos analizado su objeto? Un temor que nos han inculcado padres, maestros y sacerdotes irre- flexivos? Y por qu estamos tan seguros de que los otros no nos envidian cuan- do ven que nuestra libertad es ahora mucho mayor? Y de que no es por eso que buscan nuestra compaa?
Cuando escribi estos pensamientos, nada saba Prado del viento fro del destierro. Lo experimentara luego dos veces: cuando salv a Mendes y cuando sac a Estefnia Espinhosa del pas. Este fragmento temprano lo mos- traba como el iconoclasta que no permita que le prohibieran pensamiento algu- no, alguien que no haba tenido reparos en pronunciar un discurso blasfemo ante un cuerpo de profesores que inclua a sacerdotes. Haba tambin escrito, en ese tiempo, bajo la proteccin que le brindaba la amistad de Jorge. Esa proteccin pens Gregoriusle debe haber ayudado a liberarse de las escupidas de la multitud furiosa, que le corran por el rostro. Y luego esa proteccin se haba quebrado. Ya haba dicho cuando era estudiante en Coimbra que las exigencias de la vida eran demasiado numerosas y demasiado poderosas como para que nuestros sentimientos puedan superarlas intactos. Y se lo haba dicho justa- mente a Jorge. Ahora su profeca se haba cumplido y haba quedado en el fro insopor- table del aislamiento, contra el cual los cuidados de la hermana nada podan. La lealtad que haba concebido como una tabla de salvacin contra la marea de los Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
246 sentimientos tambin haba demostrado ser frgil. Adriana le haba contado que no haba vuelto nunca a los encuentros de la resistencia. Slo visitaba a Joo Ea en la crcel. Ese permiso de visita era el nico signo del agradecimiento de Mendes que haba aceptado. Sus manos, Adriana haba dicho al regresar. Sus manos, que alguna vez tocaron a Schubert. Adriana haba querido ventilar el consultorio para eliminar el humo de la ltima visita de Jorge, pero se lo haba prohibido. Los pacientes se quejaban. Las ventanas permanecieron cerradas das y das. Aspiraba el aire que haba quedado encerrado como si fuera una droga para recordar. Cuando ya no se pudo evitar que entrara aire fresco, se hundi en una silla, como si el humo se hubiera llevado consigo su energa vital al dejar la habitacin. Venga le haba dicho Adriana a Gregorius. Quiero mostrarle algo. Haban bajado al consultorio. En una esquina haba una alfombra peque- a. Adriana la hizo a un lado con el pie. El cemento estaba roto y haban aflojado una de las grandes baldosas. Adriana se haba arrodillado y haba levantado la baldosa. Debajo haban cavado un hueco donde haba un catre cerrado y una caja. Adriana abri la caja y le mostr las figuras de ajedrez talladas. A Gregorius le falt el aire, abri una ventana y aspir el aire fro de la noche. Sinti un mareo fuerte y se tom de la manija de la ventana. Lo sorprend hacindolo; le subi un rojo encendido a la cara dijo Adriana, que haba vuelto a cerrar la abertura y estaba parada al lado. "Quera... empez a decir. No hay de qu avergonzarse le dije. "Esa noche se lo vea desamparado y frgil como un nio pequeo. Por cierto que pareca una tumba para el juego de ajedrez, para Jorge, para su amistad. Pero luego descubr que no lo haba pensado as. Era ms complicado. Y, de algn modo, ms desesperanzado. No haba querido enterrar el juego. Slo haba querido sacarlo de los lmites de su mundo, sin destruirlo, y quera tener la certeza de que poda sacarlo en cualquier momento. Su mundo ahora era un mundo sin Jorge. Pero Jorge todava exista. Todava exista. 'Si Jorge no exis- te ms, ser como si yo tampoco existiera', haba dicho una vez. "Durante varios das pareci haber perdido toda su confianza en s mismo y tena conmigo una conducta casi servil. 'Qu idea tan cursi, sa del juego de ajedrez!', dijo de un tirn un da que toqu el tema. Gregorius haba pensado en las palabras de O'Kelly. Tena una tenden- cia a la expresin apasionada, no quera admitirlo pero lo saba y por eso luchaba contra la cursilera siempre que se presentaba una oportunidad; entonces poda ser injusto, horriblemente injusto. Ahora, en el saln de Silveira, volvi a leer las notas sobre la cursilera Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
247 en el libro de Prado: La cursilera es la ms prfida, insidiosa, traicionera de las prisiones. Los barrotes de las rejas han sido revestidos del oro de los sentimientos sim- plificados e irreales, de modo que parecen las columnas de un palacio.
Adriana le haba dado un manojo de papeles, uno de los que estaban so- bre el escritorio de Prado; las pginas estaban entre dos tapas de cartn, ata- das con una cinta roja. sas son cosas que no estn en el libro. El mundo no debe saberlas haba dicho. Gregorius desat la cinta, retir la tapa y empez a leer.
El juego de ajedrez de Jorge. La manera en que me lo dio. No conozco a nadie tan dominante como l. Una forma de dominio que no quisiera perderme por nada del mundo. Como sus jugadas dominantes en el tablero. Qu quera reparar? Y es acaso posible decir que quera reparar algo? No dijo: Aquella vez que hablamos de Estefnia me entendiste mal. Dijo, en cambio: Yo pensaba, entonces, que podamos hablar de cualquier cosa, de todo lo que nos pasara por la cabeza. Es lo que siempre habamos dicho, ya no lo sabes? Despus de estas palabras, pens por unos segundos, por unos breves segundos nada ms, que podramos reencontrarnos. Fue un sentimiento clido, maravilloso. Pero volvi a apagarse. Su nariz enorme, sus lagrimales, sus dientes marrones. Antes ese rostro haba estado dentro de m, haba sido parte de m. Ahora permaneca afuera, ms extrao que el rostro de un extrao que nunca haba estado en m. Cmo se desgarr mi pecho! Cmo se desgarr! Por qu habra de ser cursi lo que hice con el juego de ajedrez? Fue, en realidad, un gesto simple y noble. Y lo hice nada ms que para m, no para el pblico. Qu pensaramos si alguien hiciera algo nada ms que para s y, sin que l lo supiera, lo miraran un milln de personas y se rieran a carcajadas y con sorna, tildndolo de cursi?
Una hora ms tarde, cuando Gregorius entr en el club de ajedrez, O'- Kelly estaba en medio de un final complicado. Pedro tambin estaba all, el hom- bre de los ojos epilpticos que se sorba los mocos y que a Gregorius le recor- daba el torneo que haba perdido en Moutier. No haba ningn tablero libre. Sintese aqu dijo O'Kelly, acercando una silla vaca a su mesa. Gregorius haba hecho todo el camino hasta el club preguntndose qu esperaba de esa visita, qu quera de O'Kelly. Se preguntaba si tena claro que no poda Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
248 preguntarle cmo haban sido las cosas con Estefnia Espinhosa y si l haba estado seriamente dispuesto a sacrificarla. No haba encontrado la respuesta, pero ya no poda volverse. Ahora, con el humo del cigarrillo de O'Kelly en la cara, supo de pronto qu quera. Haba querido volver a sentir, asegurarse otra vez de saber cmo era sentarse al lado del hombre que Prado haba llevado dentro de s toda su vida; del hombre que, como haba dicho el padre Bartolomeu, Prado necesitaba para estar completo; del hombre contra quien le gustaba perder; del hombre, finalmente, a quien sin esperar agradecimiento alguno, le haba regalado una farmacia entera. Y tambin del hombre que haba sido el primero en rerse bien fuerte, cuando los ladridos de un perro haban quebrado el penoso silencio luego de su escandaloso discurso. Jugamos? pregunt O'Kelly. Haba ganado el final y se haba des- pedido de su compaero. Gregorius no haba jugado nunca contra alguien de esa manera. Aqu no se trataba tanto de la partida como de la presencia del otro. Exclusivamente de su presencia. Y de saber cmo haba sido ser una persona cuya vida se comple- taba con este hombre cuyos dedos amarillos de nicotina con las uas sucias ponan las piezas sobre el tablero con despiadada precisin. Lo que le cont hace poco sobre Amadeu y sobre m, olvdelo dijo. O'Kelly lo mir con una mezcla de timidez y un deseo airado de olvidar- se de todo el asunto. Fue el vino. Las cosas fueron muy distintas. Gregorius asinti y tuvo la esperanza de que su respeto por esa amis- tad profunda y complicada se reflejara en su rostro. Prado se haba preguntado dijo si el alma era una regin de realidades o si las supuestas realidades no eran ms que las sombras engaosas de las historias que hemos relatado sobre los otros y sobre nosotros mismos. S dijo O'Kelly eso haba sido algo que haba preocupado a Amadeu toda su vida. Pero en lo ntimo de cada ser haba dicho todo era mucho ms complicado que lo que nos queran hacer creer nuestras explicaciones esquem- ticas y pueriles. Es todo mucho ms complicado. Es mucho ms complicado en todo momento. Se casaron porque se amaban y queran compartir su vida. Rob porque necesitaba dinero. Minti porque no quiso hacer dao. Qu historias ridculas! No somos seres sencillos, estamos formados por muchas capas; somos seres llenos de abismos, con un alma de mercurio inestable, con un temperamen- to cuyo color y cuya forma cambian como en un caleidoscopio que se mueve con- tinuamente. Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
249 Jorge haba objetado que eso sonaba como si en verdad hubiera reali- dades del alma, pero fueran muy complicadas. No, no haba protestado Amadeu podramos perfeccionar nuestras explicaciones hasta el infinito y aun as seguiran siendo errneas. Y la falsedad sera precisamente suponer que all hay verdades para descubrir. El alma, Jor- ge, es un invento total, nuestro invento ms perfecto y su genialidad radica en la sugerencia, una sugerencia arrolladoramente plausible, de que hay algo para descubrir en el alma como si fuera una parte real del mundo. La verdad, Jorge, es totalmente distinta. Hemos inventado el alma como objeto de nuestras con- versaciones, para tener algo de lo que podamos hablar cuando nos encontremos. Imagnate que no pudiramos hablar del alma. Qu haramos el uno con el otro? Seria un infierno! Poda hablar y hablar hasta llegar a un estado de embriaguez; en esos momentos se encenda literalmente y cuando vea que yo estaba disfrutando de su borrachera, deca: Sabes, pensar est en segundo lugar en la lista de las cosas ms bellas, en primer lugar est la poesa. Si existiera el pensar potica- mente y la poesa pensante, seria el paraso. Luego empez a escribir sus apun- tes: creo que fueron el intento de abrirse camino hacia ese paraso. Haba un brillo hmedo en los ojos de O'Kelly. No vea que su reina es- taba en peligro. Gregorius hizo una jugada trivial. Ya no quedaba nadie ms en el club. Pero una vez, ese juego del pensamiento dio origen a algo serio y amargo. Lo que pas no es cosa suya, no es cosa de nadie dijo. Se mordi los labios. Tampoco es cosa de Joo all en Cacilhas. Dio una pitada al cigarrillo y tosi. "Te engaas a ti mismo", me dijo. T queras hacerlo por un motivo totalmente distinto del que te inventaste para ti mismo. "sas fueron sus palabras, esas palabras hirientes, malditas: el motivo que te inventaste para ti mismo. Puede usted imaginarse lo que es que alguien le diga que sus motivos estn inventados a su conveniencia? Puede usted imagi- narse lo que es cuando quien lo dice es un amigo, EL amigo? "Cmo puedes saberlo? le grit. All no hay verdad ni falsedad. O ya no ests de acuerdo con eso? Le aparecieron manchas rojas en la cara sin afeitar. Sabe usted, yo haba credo que podamos hablar de todo lo que nos pasara por la cabeza. De todo. Romntico. Estpidamente romntico, ya lo s. Pero as haban sido las cosas entre nosotros por ms de cuarenta aos. Desde Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
250 el da en que entr en la clase con su guardapolvo caro y sin portafolios. "Era l quien no le tema a ningn pensamiento. Era l quien haba que- rido hablar de la palabra agonizante de Dios en la cara de los sacerdotes. Y cuando yo quise ensayar un pensamiento audaz y admito que terrible, entonces me di cuenta de que lo haba sobreestimado a l y a nuestra amistad. Me mir como si yo fuera un monstruo. Siempre haba sabido distinguir entre un pensa- miento que no era ms que un ensayo y uno que nos pone en movimiento. Haba sido l quien me haba enseado esa diferencia, esa diferencia liberadora. Y de repente la haba olvidado. Se le retir toda la sangre del rostro. En ese nico segundo pens que haba sucedido lo ms espantoso: nuestro afecto de toda la vida se haba transformado en odio. se fue el momento, el horrible momento en que nos separamos. Gregorius quera que O'Kelly ganara la partida. Quera que le diera ma- te con jugadas dominantes. Pero Jorge no poda ganar la partida y Gregorius se las arregl para que hicieran tablas. La franqueza sin lmites es imposible dijo Jorge cuando se dieron la mano en la calle. Es superior a nuestras fuerzas. La soledad por tener que callar tambin existe. Exhal el humo del cigarrillo. Hace mucho tiempo, ms de treinta aos. Como si hubiera sido ayer. Me alegro de haber conservado la farmacia. All puedo vivir en nuestra amistad. Y de vez en cuando logro pensar que nosotros no nos separamos, sino que l se muri.
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Haca una hora larga que Gregorius estaba dando vueltas cerca de la casa de Maria Joo, preguntndose por qu le lata tan fuerte el corazn. El gran amor de su vida la haba llamado Mlodie. Un amor despojado de todo lo fsico. No me extraara que nunca le haya dado un beso. Pero no haba mujer alguna que pudiera comparrsele. Si alguien conoca todos sus secretos, esa persona era Maria Joo. De alguna manera, slo ella saba quin era Amadeu, ella y nadie ms. Y Jorge haba dicho que haba sido la nica mujer a quien Ama- deu realmente le haba confiado algo. Maria, Dios mo, s, Maria haba dicho. Ella abri la puerta y, con slo verla, Gregorius entendi todo. Tena una taza de caf humeante en una mano; con la otra mano acariciaba la taza, calentndosela. La mirada de sus claros ojos marrones era inquisitiva sin ser amenazante. No era una mujer deslumbrante. No era una mujer a cuyo paso se Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
251 volvieran las cabezas. Tampoco lo haba sido en su juventud. Pero Gregorius no haba conocido nunca a una mujer que transmitiera una seguridad y una indepen- dencia tan discretas y a la vez tan plenas. Deba tener ms de ochenta aos, pero nadie se sorprendera de que todava ejerciera su profesin con mano firme. Gregorius le pregunt si poda pasar; no quera tener que pararse otra vez a la puerta de una casa mostrando el retrato de Prado como si fuera un pasaporte. Depende de lo que quiera contest ella. La mirada abierta, tranquila, le dio valor para presentarse sin rodeos. Estoy trabajando sobre la vida y los escritos de Amadeu de Prado dijo en francs. Me enter de que usted lo conoci mejor que nadie. Esa misma mirada hubiera hecho pensar que nada podra descolocarla. Pero por un momento perdi esa seguridad total. No fue visible en la superficie. Sigui apoyada en el marco de la puerta, con su vestido de lana azul oscuro, tan segura y relajada como antes y sigui acariciando la taza caliente con la mano, pero el movimiento era un poco ms lento. Pestae varias veces un poco ms rpido y frunci el ceo con la concentracin de quien se enfrenta de pronto a algo inesperado que podra acarrearle consecuencias. No dijo nada. Cerr los ojos unos segundos. Cuando los abri, ya haba recuperado totalmente el con- trol. No estoy segura de querer volver all dijo. Pero no tiene sentido que se quede parado all bajo la lluvia. Hablaba francs fluidamente, su acento tena la cansina elegancia de una portuguesa que habla francs sin esfuerzo, sin desprenderse de su lengua materna ni por un instante. Le sirvi una taza de caf, no con los movimientos afectados de una an- fitriona atenta, sino con los movimientos sobrios y sencillos de quien hace lo necesario sin aparato. Luego le pregunt quin era. Gregorius le cont su visita a la librera espaola y le habl de las ora- ciones que el librero haba traducido para l. De todas nuestras innumerables experiencias, slo hay una como mximo que expresamos en palabras cit. Bajo todas esas experiencias mudas estn escondidas sas que, imperceptible- mente, han dado forma, color y meloda a nuestras vidas. Maria Joo cerr los ojos. Los labios agrietados en los que se vean al- gunos vestigios de ampollas febriles temblaron imperceptiblemente. Se hundi un poco ms en el silln. Se tom las rodillas con las manos. Luego apart las manos y ya no supo qu hacer con ellas. Se agitaron los prpados con venitas Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
252 oscuras. Su respiracin se fue calmando lentamente. Usted escuch eso y sali corriendo de la escuela dijo. Sal corriendo de la escuela y despus escuch eso dijo Gregorius. Maria Joo sonri. Me mir y me regal una sonrisa que vena de las amplias estepas de una vida vivida con lucidez haba escrito el juez Prado. Bueno. Pero hubiera sido lgico. Hubiera sido muy lgico que usted quisiera conocerlo. Cmo lleg hasta m? Gregorius le cont su historia. Al llegar al fin, ella lo mir. No saba nada del libro. Quisiera verlo dijo. Lo abri, vio el retrato y fue como si un peso enorme la hundiera en el silln. Sus ojos se movan inquietos tras los prpados venosos, casi transpa- rentes. Junt energa, abri los ojos y fij una mirada firme en el retrato. Lo acarici lentamente, una y otra vez, con su mano arrugada. Entonces apoy las manos sobre las rodillas, se levant y sali de la habitacin. Gregorius tom el libro y mir el retrato. Pens en aquel momento en que se haba sentado en el caf de la Bubenbergplatz y haba visto el retrato por primera vez. Pens en la voz de Prado en el viejo grabador de Adriana. Finalmente volv all, adonde no saba si quera volver dijo sentn- dose otra vez en el silln. Cuando se trata del alma, es muy poco lo que pode- mos dominar. Eso sola decir. Su rostro estaba ms compuesto. Se haba peinado, sacndose de la ca- ra algunos mechones que se haban soltado. Volvi a agarrar el libro y mir el retrato. Amadeu. En sus labios el nombre sonaba totalmente distinto de como sonaba en los labios de los dems. Como si fuera un nombre tan distinto que difcilmente pudiera pertenecer al mismo hombre. Estaba tan plido y tan silencioso, tan espantosamente plido y silen- cioso. Tal vez porque su esencia era el habla. No poda, no quera creer que ya no volvera a decir ninguna palabra ms. Nunca ms. Al estallar la arteria, la sangre haba arrastrado consigo las palabras. Todas las palabras. Como un dique que se rompe, sangriento, con una fuerza destructora. Soy enfermera, he visto muchos muertos. Pero la muerte nunca me haba parecido tan cruel. Algo que simplemente no tendra que haber sucedido. Algo absolutamente insoportable. Insoportable. Por la ventana entraba el ruido del trnsito, pero en la habitacin el si- lencio era total. Todava lo veo, vino a verme con el informe del hospital un sobre Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
253 amarillo en la mano. Fue a hacerse ver porque tena dolores de cabeza muy fuertes y se mareaba mucho. Tena miedo de que fuera un tumor. Le hicieron una angiografa con material de contraste. Nada. Slo un aneurisma. Con eso puede vivir cien aos! dijo el neurlogo. Pero Amadeu estaba plido como un cadver. Puede estallar en cualquier momento, en cualquier momento. Cmo puedo vivir con esta bomba de tiempo en el cerebro? haba dicho. Sac el dibujo del cerebro de la pared dijo Gregorius. S, ya s. Fue lo primero que hizo. Uno slo puede tener la medida de lo que signific para l si conoce la admiracin sin lmites que senta por el ce- rebro humano, sus logros, sus misteriosos mecanismos. Una prueba de la exis- tencia de Dios, deca. Eso es: una prueba de la existencia de Dios. Slo que Dios no existe. Entonces comenz a vivir evitando pensar en el cerebro. Derivaba inmediatamente a un especialista a todo paciente con un cuadro clnico que pu- diera tener la ms remota conexin con el cerebro. Gregorio vio el enorme libro sobre el cerebro que estaba al tope de la pila de libros en la habitacin de Prado. O crebro, sempre o crebro oy decir a Adriana. Porqu no disseste nada? Yo era la nica que saba. Ni Adriana. Ni siquiera Jorge. Haba un dejo de orgullo en su voz. Era casi imperceptible, pero estaba all. No volvimos a hablar muchas veces del aneurisma, ni muy largamente. No haba mucho para decir. Pero la amenaza de una hemorragia cerebral fue como una sombra que cubri los ltimos siete aos de su vida. A veces deseaba que pasara de una vez. Para liberarse del miedo. Mir a Gregorius. Venga le dijo y fue caminando a la cocina delante de l. Del estante superior de un armario baj un cofre grande y chato de madera laqueada, con adornos de ebanistera en la tapa. Se sentaron a la mesa de la cocina. Algunos de sus apuntes surgieron en la cocina de mi casa. Era otra cocina, pero era esta misma mesa. Las cosas que escribo aqu son peligrossimas deca. Nunca quera hablar de sus escritos. Escribir no tiene palabras. A veces se quedaba aqu toda la noche y luego se iba al consultorio sin dormir. Abusaba de su salud. Adriana odiaba que hiciera esas cosas. En verdad, odiaba cualquier cosa que tuviera que ver conmigo. "Gracias me deca cuando se iba. Tu casa es como un puerto silen- cioso y protegido. Siempre guard estas hojas en la cocina. Aqu es donde deben estar. Abri el cierre cincelado del cofre y sac las tres pginas que estaban Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
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arriba. Ley algunas lneas para s; luego le dio los papeles a Gregorius. l comenz a leer. Cuando no entenda algo, la miraba y ella lo traduca.
MEMENTO MORI 17 . Los oscuros muros de un claustro, la mirada baja, un cementerio cubierto de nieve. Debe ser eso? Recordar lo que uno realmente quiere. La conciencia del tiempo limitado y fugaz, como fuente de energa para oponerse tenazmente a los propios hbi- tos y expectativas, pero mucho ms a los hbitos y las amenazas de los otros. Como algo que abre el futuro, no que lo cierra. As entendido, el memento es un peligro para los poderosos, los opresores que intentan instituirlo de manera tal que nadie escuche los deseos de los oprimidos, ni siquiera ellos mismos. Por qu debo pensar que el fin es el fin, que llega cuando llega? Por qu me dicen eso, que no cambia nada en lo ms mnimo? Cul es la respuesta? No desperdicies tu tiempo, haz de l algo gratificante. Pero qu quiere decir gratificante? Ponerse finalmente a la tarea de concretar deseos largamente acariciados. Combatir el error de que siempre habr tiempo para hacerlo ms adelante. El memento como instrumento de lucha contra la comodidad, el autoengao y el miedo que siempre se asocia a todo cambio necesario. Hacer el viaje tan soado, aprender ese idioma, leer aquel libro, comprarse esa joya, pasar una noche en ese hotel famoso. No fallarse a s mismo. Hay cosas todava ms grandes que integran este grupo: abandonar la profesin que no amamos, alejarnos de un grupo social que odiamos. Realizar aquello que contribuya a hacernos ms autnticos, a estar ms cerca de noso- tros mismos. Pasarse todo el da en la playa o sentado en un caf; eso tambin puede ser la respuesta al memento, la respuesta de quien hasta ahora slo ha vivido trabajando. Recuerda que algn da vas a morir, quizs maana mismo. Pienso en eso todo el tiempo, por eso me escapo de la oficina y disfruto del sol. Esa admonicin aparentemente sombra no nos encierra en el jardn nevado del claustro. Nos abre el camino hacia el exterior y despierta en noso- tros el presente. Pensando en la muerte, corregir las relaciones que tenemos con los otros. Poner fin a una enemistad, disculparse por una injusticia cometida, ex-
17 Frase latina quc significa "Recuerda que eres mortal". [N. de la T.] Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
255 presar un reconocimiento que, por pura mezquindad, no estbamos dispuestos a dar. No tomarse tan en serio algunas cosas que nos habamos tomado demasiado en serio: las burlas de los otros, sus aires de importancia, especialmente la opinin arbitraria que tienen de nosotros. El memento como la exhortacin a sentir de otra manera. El peligro: las relaciones ya no son autnticas y vitales porque les falta esa seriedad pasajera que presupone una cercana excesiva. Adems: lo que define mucho de lo que experimentamos no est tan asociado al pensamiento de la finitud como al sentimiento de que todava tenemos mucho futuro por delan- te. Habra que cortar de raz esa vivencia si invadiera la conciencia de la inminencia de la muerte.
Gregorius le cont la historia del irlands que se haba atrevido a escu- char una conferencia en el All Souls College con una pelota de ftbol color rojo vivo en la mano. Amadeu escribi: Qu no hubiera dado por ser ese irlands! S, eso cuadra dijo Maria Joo. Eso cuadra perfectamente. Sobre todo con los primeros tiempos, con nuestros primeros encuentros en los que, dira hoy, ya todo estaba establecido. Era mi primer ao en el colegio de nias que estaba junto al Liceu. Mirbamos a los jvenes que estudiaban all con un respeto casi religioso. Latn y griego! Un da era una tibia maana de mayo me cans del famoso respeto y cruc al otro lado. Los muchachos jugaban, re- an, jugaban. l no. Estaba sentado en la escalera abrazndose las rodillas y me miraba. Como si hiciera aos que me esperaba. Si no me hubiera mirado as, no me habra sentado a su lado. Pero as, pareca lo ms natural del mundo. "No juegas? le dije. "Neg sacudiendo apenas la cabeza con un movimiento corto y escaso, hasta un poco malhumorado. "Le este libro dijo con el tono amable e irresistible de un dictador que no sabe nada de la obediencia a sus dictados y, en cierto sentido, no querra saberlo nunca. Un libro sobre santos, Thrse de Lisieux, Teresa d'vila y otros. Y despus de eso, todo lo que hago me parece banal. No es suficiente- mente importante. Entiendes? "Yo me llamo vila, Maria Joo vila dije riendo. "El tambin se ri, pero era una risa forzada; senta que no lo estaba tomando en serio. "Todo no puede ser importante todo el tiempo dije. Sera terri- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
256 ble. "Me mir y esta vez su sonrisa no fue forzada. Son la campana del Li- ceu y nos separamos. "Vienes maana? me pregunt. No haban pasado ms de cinco mi- nutos y ya haba entre nosotros una confianza como de aos. "Por supuesto volv al da siguiente y l ya haba averiguado todo acerca de mi apellido. Me dio una clase sobre Vasco Ximeno y el conde Raimundo de Borgonha, que haban sido enviados al lugar por el rey Alfonso VI de Castilla y sobre Anto y Joo Gonalves de vila, que haban trado el nombre a Portugal en el siglo XV y etctera, etctera. "Podramos viajar juntos a vila dijo. "Al da siguiente mir desde la ventana del aula al Liceu y vi dos puntos brillantes en la ventana. Era la luz del sol en los vidrios de sus prismticos. Todo pas tan rpido; con l todo pasaba rpido siempre. "En el recreo me mostr los prismticos. "Son de mam dijo. Los usa cuando va a la pera, le gusta mirar con ellos, pero pap... "Quera que yo fuera una buena alumna para que pudiera estudiar me- dicina. Yo le dije que no quera, que quera ser enfermera. "Pero tu... empez a decir. "Enfermera dije yo. Una simple enfermera. "Tard un ao en aceptarlo. Que yo me mantuviera firme en mis deseos y no dejara que me impusiera los suyos: eso fue lo que marc nuestra amistad. Pues eso es lo que fue: una amistad de toda la vida. "Tienes las rodillas tan bronceadas y tu vestido tiene un olor a jabn tan rico dijo dos o tres semanas despus de nuestro primer encuentro. "Le regal una naranja. Las otras estaban muertas de envidia: el noble y la hija del campesino. 'Justamente Maria. Por qu?', pregunt una sin saber que yo estaba all cerca. Se imaginaban toda clase de cosas. Yo no le gustaba al padre Bartolomeu, el maestro ms importante para Amadeu. Cuando me vea, daba la vuelta y se iba caminando en otra direccin. "Para mi cumpleaos me regalaron un vestido nuevo. Le ped a mam que me lo acortara un poco. Amadeu no haba dicho nada. "A veces cruzaba l a nuestro lado y nos bamos a pasear durante el recreo. Me contaba de su casa, de la espalda de su padre, de las mudas expec- tativas de su madre. Yo me fui enterando de todo lo que lo conmova. Fui su confidente. S, eso es lo que fui: su confidente de toda la vida. "No me invit a su casamiento. 'Te aburriras', dijo. Cuando volvieron Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
257 de la iglesia, yo estaba parada detrs de un rbol. La boda costosa de un noble. Autos grandes y relucientes, una larga cola blanca. Hombres de frac y sombrero de copa. "sa fue la primera vez que vi a Ftima. Un rostro bello y de dimensio- nes proporcionadas, blanco como el alabastro. Cabello largo, negro; la figura de un muchachito. No era ninguna muequita pero de algn modo era... inmadura. No tengo pruebas de ello pero creo que l ejerca un cierto poder sobre ella. Sin darse cuenta. Era un ser tan dominante. No era mandn, para nada, pero s do- minante, resplandeciente, superior. Bsicamente, en su vida no haba lugar para una mujer. Su muerte fue una terrible sacudida. Maria Joo call y mir por la ventana. Sigui hablando, pero con tono inseguro, como si no tuviera la conciencia tranquila. S, fue una terrible sacudida, sin duda. Y aun as... cmo decirlo: no fue una sacudida que haya penetrado hasta lo ltimo, hasta lo ms profundo. Los primeros das, vena a menudo y se quedaba sentado conmigo. No era para que lo consolara. Saba que... que no poda esperar eso de m. S, s, lo saba. Tiene que haberlo sabido. Quera simplemente que estuviera all. Muchas veces era as: yo tena que estar all. Maria Joo se par, camin hasta la ventana y se qued all parada, con la mirada hacia afuera y las manos cruzadas detrs de la espalda. Cuando sigui hablando, tena la voz tenue con que se cuentan los secretos. Finalmente, la tercera o cuarta vez que vino encontr el valor para hablar; la necesidad interior era tan grande que tena que decrselo a alguien. No poda tener hijos. Se haba hecho operar para no poder ser padre. Mucho antes de conocer a Ftima. "No quiero que haya nios pequeos, indefensos, que tengan que lle- var la carga de mi alma dijo. Yo s lo que fue para m, lo que todava es para m. El contorno de los deseos y temores de los padres se graba con un cin- cel al rojo vivo en las almas de los pequeos, totalmente impotentes, totalmente ignorantes de lo que les sucede. Necesitamos toda una vida para encontrar ese texto marcado a fuego .Y descifrarlo, pero nunca podremos estar seguros de haberlo entendido. Gregorius le cont a Maria Joo lo que deca la carta de Amadeu al padre. S dijo ella. S. Lo que le pesaba no era haberse operado, eso no lo lament nunca. Era que no le haba dicho nada a Ftima. Ella sufra por la falta de hijos y l senta que los remordimientos de conciencia lo ahogaban. Era un hombre de valor, un hombre de un valor poco comn. Pero en esto era cobarde y Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
258 no pudo superar esa cobarda. "Cuando se trata de mam, es un cobarde", haba dicho Adriana. "Es su nica cobarda. Cobarde l, que jams rehye algo des- agradable". Lo entend dijo Maria Joo. S, creo que puedo decir que lo en- tend. Yo saba bien cmo lo haban marcado el padre y la madre, las huellas profundas que haban dejado dentro de l. Y sin embargo me impresion. Por Ftima tambin. Pero mucho ms me impresion lo radical, lo brutal de su deci- sin. Tena apenas veinticinco aos y tom una decisin as que era para toda la vida. Para siempre. Tard un ao en hacerme a la idea. Hasta que pude decirme a m misma: si Amadeu no pudiera hacer algo as, no sera l mismo. Maria Joo tom el libro de Prado, se puso los anteojos y empez a hojearlo. Pero sus pensamientos se haban quedado en el pasado y se sac los anteojos. Nunca hablamos mucho de Ftima, de lo que era para l. Una vez nos encontramos ella y yo en un caf; ella entr y se sinti obligada a venir a sen- tarse a mi lado. Las dos sabamos que haba sido un error antes de que viniera el camarero. Por suerte no fue ms que un expreso. "No s si entend todo lo que pas o si no lo entend; ni siquiera estoy segura de que l lo haya entendido. sta es mi cobarda: nunca le lo que escribi sobre Ftima. "Slo puedes leerlo despus de mi muerte me dijo cuando me en- treg el sobre sellado. Pero no quiero que caiga en manos de Adriana. "Muchas veces lo tuve entre mis manos, pero en algn momento deci- d que no quera saber. Sigue estando en el cofre. Mara Joo volvi a guardar el texto sobre la mortalidad en el cofre, cerr el cofre y lo dej a un costado. Hay algo que s s: cuando pas lo de Estefnia, no me sorprend en lo ms mnimo. Es as: uno no sabe qu es lo que le falta hasta que lo encuentra y entonces entiende, con la claridad de un rayo, que era eso. "l cambi. Por primera vez en cuarenta aos pareca sentirse incmodo cuando estaba conmigo y querer ocultarme algo. Lo nico que yo saba era que haba alguien, alguien de la resistencia que tambin tena algo que ver con Jor- ge. Y que Amadeu no quera admitirlo, no poda admitirlo. Pero yo lo conoca; pensaba en ella todo el tiempo. Y su silencio me daba a entender que yo no deba verla. Era como si vindola yo pudiera llegar a saber algo de l que no deba saber. Algo que nadie deba saber. Ni siquiera l mismo, por as decirlo. Enton- ces un da fui y esper fuera de la casa donde se reuna la resistencia. Sali una sola mujer y me di cuenta enseguida de que era ella. Maria Joo recorri la habitacin con la mirada y luego la fij en un Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
259 punto distante. No quiero describirla. Slo dir que pude imaginarme inmediatamente lo que le haba pasado a Amadeu. De pronto el mundo le haba parecido total- mente diferente; el orden anterior se haba derrumbado. De repente eran otras las cosas importantes. Era esa clase de mujer. Tena alrededor de veinticinco aos. No era solamente la pelota, la pelota irlandesa roja del College. Era mucho ms que todas las pelotas irlandesas rojas del mundo. l debe haberlo sabido; era su oportunidad de convertirse en un ser completo, como hombre. "Slo as se puede entender que lo haya arriesgado todo: el respeto de los otros, la amistad con Jorge que haba sido algo sagrado, hasta la vida. Y que haya vuelto de Espaa como si lo hubieran... aniquilado. Aniquilado, s, sa es la palabra. Estaba ms lento, tena dificultades para concentrarse. Ya no quedaba nada de aquel mercurio en las venas, nada de aquella osada. Su vida se haba vuelto opaca y sin brillo. Deca que tena que volver a aprender a vivir. "Estuve all en el Liceu me dijo un da. Entonces, tena todo por delante. Todo era posible, todas las puertas estaban abiertas. Maria Joo tena un nudo en la garganta; carraspe y sigui hablando con voz ronca. Entonces dijo algo ms: "Por qu nunca fuimos juntos a vila?". Yo crea que se haba olvidado. Pero no se haba olvidado. Lloramos. Fue la nica vez que lloramos juntos. Maria Joo sali. Volvi con una chalina en el cuello y un abrigo grueso sobre el brazo. Quisiera ir con usted al Liceu dijo. A lo que queda de l. Gregorius pens en las ilustraciones de Isfahan y en las preguntas que podra hacerle. Se sorprendi de no sentirse avergonzado. No ante Maria Joo.
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Con sus ochenta aos, manejaba con la calma y la precisin de un con- ductor de taxi. Gregorius le miraba las manos en el volante y en la palanca de cambios. No eran manos elegantes; era evidente que tampoco se tomaba el tra- bajo de cuidrselas mucho. Manos que haban cuidado enfermos, vaciado bacini- llas, colocado vendajes. Manos que saban lo que hacan. Por qu Prado no la haba llevado consigo como asistente? Detuvo el auto y cruzaron el parque caminando. Ella quiso ir primero al edificio de la escuela de nias. Hace treinta aos que no vena aqu. Desde su muerte. En ese tiempo Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
260 vena casi todos los das. Pensaba que este lugar que habamos compartido, el lugar de nuestro primer encuentro, podra ensearme a despedirme de l. No saba cmo hacerla; cmo despedirme de l. Cmo se despide uno de un ser que ha marcado la propia vida como ningn otro? "Me regal algo que no haba conocido antes de l; algo que nunca volv a experimentar despus de l; su increble empata. Se dedicaba mucho a anali- zarse a s mismo y poda ser egocntrico hasta la crueldad. Pero cuando se tra- taba de los otros, tena, al mismo tiempo, una capacidad de adivinacin tan rpi- da y tan precisa que daba vrtigo. A veces saba, se adelantaba a decirme, cu- les eran mis sentimientos antes de que yo hubiera empezado a buscar las pala- bras para expresarlos. Era una verdadera pasin comprender a los otros. Pero no hubiera sido l mismo si no hubiera puesto en duda la posibilidad de tal com- prensin; una duda tan radical que poda causar vrtigo en sentido contrario. "Cuando era as conmigo, se generaba una intimidad increble, indes- criptible. En mi casa, no hacamos ruido ni alboroto; nos tratbamos con serie- dad, con propiedad, por as decirlo. Y de golpe apareca se que tena la capaci- dad de ver en mi interior. Era como una revelacin. Y daba lugar a una esperan- za. Estaban parados en el aula de Maria Joo. Ya no haba bancos; slo quedaba el pizarrn. Las ventanas estaban tapiadas y en algunas faltaban vi- drios. Maria Joo abri una ventana, son un chirrido que hablaba de dcadas. Seal hacia el Liceu. All. All arriba, en el tercer piso estaban los puntos de luz de los prismticos dijo, aclarndose la garganta. Que alguien, un joven de familia noble, la busque a una con los prismticos. Eso... eso era algo que... como dije, daba lugar a una esperanza. Esa esperanza todava tena mucho de infantil; yo no saba muy bien con qu tena que ver. Sin embargo, de una manera vaga, era la esperanza de una vida compartida. Bajaron la escalera que, como la del Liceu, estaba cubierta por una pe- lcula de polvo hmedo y moho putrefacto. Maria Joo sigui callada hasta que terminaron de cruzar el parque. Y de alguna manera, eso es lo que fue. Una vida compartida. Compar- tida en una cercana distante, en una distancia cercana. Mir la fachada del Liceu. Se sentaba all, en esa ventana. Como ya saba todo y se aburra, me escriba mensajes en papelitos que me daba despus en el recreo. No eran... no eran cartas de amor. No decan lo que yo esperaba, con renovada esperanza cada vez. Eran sus pensamientos sobre algn tema. Sobre Teresa d'vila y mu- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
261 chas otras cosas. Me convirti en una habitante de sus pensamientos. Eres la nica que est all dentro, adems de m, deca. "Sin embargo, hubo una realidad que fui comprendiendo muy lentamen- te, mucho despus: no quera que yo fuera parte de su vida. En un sentido que es muy difcil de explicar quera que yo me mantuviese fuera. Yo esperaba que me preguntara si quera trabajar con l en el consultorio azul. Trabaj all muchas veces en mis sueos y era maravillosa la forma en que nos entendamos sin pala- bras. Pero nunca me lo pregunt, ni siquiera lo insinu. "Adoraba los trenes; para l eran como una alegora de la vida. Me hubiera gustado viajar con l en su compartimiento. Pero l no me quera all. Me quera en el andn; quera poder abrir la ventana y pedirme consejo. Y quera que el andn viajara junto al tren cuando ste se pusiera en movimiento. Yo deba quedarme parada, como un ngel, en ese andn para los ngeles que tena que viajar junto al tren, deslizndose exactamente a la misma velocidad. Entraron en el Liceu; Maria Joo mir en derredor. Las nias no podan entrar aqu. Pero l me hizo entrar una vez de contrabando despus de clase y me mostr todo. El padre Bartolomeu nos des- cubri y se puso furioso. Pero era Amadeu y entonces no dijo nada. Estaban parados delante de la oficina del seor Corts. Ahora Grego- rius tuvo miedo. Entraron y Maria Joo se larg a rer. Era la risa de una cole- giala que amaba la vida. Usted? S. Se acerc a la pared donde estaban las ilustraciones de Isfahan y lo mir inquisitiva. Isfahan, Persia. Quise ir cuando era estudiante. A Oriente. Y ahora, lo trajo consigo al lugar al que lleg en su huda. Aqu. l asinti. No saba que haba seres que entendan tan rpido; que uno poda abrir la ventana del tren y preguntarles a los ngeles. Maria Joo hizo algo inesperado. Se acerc a l y le pas un brazo por los hombros. Amadeu lo habra entendido. No slo lo habra entendido. Le hubiera gustado usted por esto. A imaginao, o nosso ltimo santuario, sola decir. La imaginacin y la intimidad: sos eran para l, adems del lenguaje, los nicos dos santuarios vlidos. Y tienen mucho que ver entre s, muchsimo, deca. Gregorius titube un momento. Luego abri el cajn del escritorio y le mostr la Biblia hebrea. Apuesto a que se es su pulver! dijo ella. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
262 Se sent en un silln y se tap las piernas con una de las mantas de Sil- veira. Por favor, lame algo. l tambin lo haca. Por supuesto yo no enten- da nada, pero era maravilloso. Gregorius ley la historia de la creacin. l, Mundus, le ley, en un Li- ceu portugus derruido, a una mujer de ochenta aos que el da anterior no conoca y que no saba ni una palabra de hebreo, la historia de la creacin. Era lo ms descabellado que haba hecho jams; lo disfrut como nunca haba disfru- tado cosa alguna. Era como si se despojara internamente de todas las cadenas para, por una vez, sin lmites ni barreras, dar golpes a diestra y siniestra, como quien sabe que su fin est cercano. Ahora vayamos al aula magna dijo Maria Joo. Aquella vez estaba cerrada. Se sentaron en la primera fila, delante del podio. As que aqu fue donde pronunci su discurso. Su famoso discurso. A m me encant. Haba tanto de l en ese discurso. l era ese discurso. Pero tena algo que me asustaba. No en la versin que pronunci; fue algo que elimin. Usted recordar el final en el que dice que necesita ambas cosas: la santidad de las palabras y la oposicin a toda crueldad. Luego dice: Y nadie quiera obligarme a elegir. sa fue la ltima oracin que pronunci. Originalmente, sin embargo, haba otra oracin ms: Seria uma corrida atrs do vento, sera como correr tras el viento. "Qu imagen esplndida! le dije cuando la o. "Entonces tom la Biblia y me ley el fragmento del libro de Salomn: He observado cuanto sucede bajo el sol y he visto que todo es vanidad y correr tras el viento. Me espant. "No puedes hacer eso! le dije. Los Padres lo van a reconocer de inmediato y van a pensar que tienes delirios de grandeza! "No le dije que en ese momento tema por l, por su salud mental. "Por qu? me dijo sorprendido. No es ms que poesa. "No puedes usar la poesa bblica! La poesa bblica! Para apoyar tus palabras. "La poesa est por encima de todo dijo. Ante ella, ninguna regla es vlida. "Pero ya no estaba seguro y elimin la frase. Se dio cuenta de que yo estaba preocupada; siempre se daba cuenta de todo. Nunca lo volvimos a men- cionar. Gregorius le cont la discusin que haba tenido Prado con O'Kelly so- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
263 bre la palabra agonizante de Dios. Eso no lo saba dijo ella y se qued callada un momento. Junt las manos, las separ y las volvi a juntar. "Jorge. Jorge O'Kelly. No s. No s si fue para Amadeu una fortuna o una desgracia. Una desgracia enorme, que se disfraza de enorme fortuna, eso es. Amadeu anhelaba tener la fuerza de Jorge, que era una fuerza tosca. Sobre todo anhelaba tener esa tosquedad que ya se vea en sus manos toscas y arru- gadas, en su pelo rebelde y descuidado, en los cigarrillos sin filtro que ya enton- ces fumaba sin parar. No quiero ser injusta con l, pero no me gustaba ese en- tusiasmo sin reparos de Amadeu por todo lo que haca Jorge. Yo era la hija de un campesino, saba cmo son los hijos de los campesinos. Nada de romanticis- mo. Si las cosas se ponan difciles, Jorge iba a pensar primero en s mismo. "Lo que ms lo fascinaba de Jorge y poda llevarlo casi a un estado de embriaguez era que no tena ninguna dificultad en ponerles lmites a los otros. Deca que no y sonrea por encima de su enorme nariz. Amadeu, en cambio, tena que luchar para defender sus lmites como si se tratara de su salvacin eterna. Gregorius le cont lo que deca Amadeu en su carta al padre y le repiti la frase: los otros son tu tribunal. S, era exactamente as. Lo haba convertido en un ser profundamen- te inseguro, en uno de los seres ms sensibles que uno pueda imaginarse. Tena esa necesidad de que confiaran en l y de ser aceptado. Crea que tena que ocultar esa inseguridad y mucho de lo que pareca valor y coraje no era ms que una fuga hacia adelante. Se exigi mucho a s mismo, demasiado y as se convir- ti en un ser que se crea superior, de opiniones inapelables. "Todos los que lo conocan de cerca hablaban de la sensacin de no es- tar nunca a la altura de l ni de sus expectativas, de estar quedndose siempre atrs. Y el hecho de que l tuviera una pobre opinin de s mismo no haca sino empeorar las cosas, porque uno no poda defenderse ni siquiera acusndolo de auto complacencia. "Qu intolerante era, por ejemplo, con la cursilera! Especialmente en las palabras y en los gestos. Y cmo tema su propia cursilera! Uno tiene que aceptarse en su propia cursilera para poder ser libre, le deca yo. Entonces, por un rato, l respiraba ms tranquilo, ms libre. Tena una memoria impresionante. Pero esas cosas se las olvidaba rpido y entonces esa respiracin tensa volva a atraparlo, frrea y inconmovible. "Luch contra ese tribunal. Mi Dios, si luch! Y perdi. S, creo que hay que decir que perdi. "Haba pocas tranquilas en las que slo se dedicaba a su consultorio y Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
264 la gente le estaba agradecida; entonces pareca a veces como si lo hubiera lo- grado. Pero luego pas lo de Mendes. La escupida en la cara lo persigui tanto, que al final no dejaba de soar con eso, una y otra vez. Una condena. "Yo no estaba de acuerdo con que trabajara para la resistencia. No es- taba hecho para eso; no tena los nervios que hacan falta, aunque tuviera la inteligencia. Y tampoco crea que tuviera que reparar algo. Pero no hubo nada que hacerle. Cuando se trata del alma, es muy poco lo que podemos dominar, deca. Creo que ya le mencion estas palabras. "Y Jorge tambin estaba en la resistencia. Jorge. Y al final lo perdi de esa manera. Se quedaba horas hundido en mi cocina, pensando sin decir palabra. Subieron la escalera y Gregorius le mostr el banco que le haba asig- nado a Prado en su mente. Estaba en otro piso, pero la ubicacin era casi exac- ta. Maria Joo se par junto a la ventana y mir hacia el lugar que ella ocupaba en la escuela de nias. El tribunal de los otros. As lo vivi cuando clav el cuchillo en el cue- llo de Adriana. Los otros se quedaron sentados a la mesa mirndolo como si fuera un monstruo. Y l haba hecho lo correcto. Estuve un tiempo en Pars y all, en un curso de primeros auxilios, nos ensearon el procedimiento. Conioto- ma. Hay que atravesar el ligamen conicum y luego mantener abierta la trquea con una cnula. De lo contrario, el paciente muere de un paro cardaco por un reflejo parasimptico. Yo no s si podra haberlo hecho, no s si se me hubiera ocurrido pensar en un bolgrafo para reemplazar la cnula. Los mdicos que luego operaron a Adriana le ofrecieron que comenzara a trabajar all cuando terminara sus estudios. "Para la vida de Adriana, el incidente tuvo consecuencias devastadoras. Si alguien le salva la vida a otro, tienen que despedirse uno del otro rpidamen- te, en ese mismo momento. Salvarle la vida a otro es una carga que nadie puede soportar, ni el que fue salvado ni el salvador, que recibe esa carga a travs del otro. Hay que manejarlo como una bendicin de la naturaleza, como una curacin espontnea. Algo impersonal. "Amadeu tuvo que acarrear la pesada carga de la gratitud de Adriana, que tena algo de religioso, de fantico. A veces su servilismo le resultaba re- pugnante, pareca una esclava. Despus vino esa relacin amorosa que termin tan mal, el aborto, el peligro de la alienacin. A veces he tratado de convencer- me de que fue por Adriana que no me llev a trabajar con l al consultorio azul. Pero s que no es verdad. "Con Mlodie, su hermana Rita, la cosa era distinta, simple y sin presio- nes. Amadeu se haba sacado una foto con una boina de la orquesta de seoritas Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
265 de Mlodie en la cabeza. Le envidiaba el valor de ser tan inconstante. No le reprochaba que, por no haber sido planeada, haba sufrido la carga espiritual de los padres mucho menos que los hermanos mayores. Pero poda ponerse furioso cuando pensaba cunto ms fcil podra haber sido su vida. "Una sola vez fui a su casa. Todava ramos estudiantes. La invitacin fue un error. Me trataron con amabilidad pero todos sabamos que se no era mi lugar; que yo no tena nada que hacer en la casa de gente noble y rica. Amadeu estaba apenado porque yo no me quedara a la tarde. "Espero que... dijo. No puedo... "No es importante le conteste. "Mucho despus me encontr una vez con el juez, l me lo pidi. Se da- ba cuenta de que Amadeu le reprochaba su actividad como parte de un rgimen que era responsable de Tarrafal. Me desprecia, mi propio hijo me desprecia, las palabras brotaron a borbotones. Entonces me habl de su enfermedad y de cmo el trabajo lo ayudaba a seguir adelante. Le reprochaba a Amadeu su falta de comprensin. Le cont lo que Amadeu me haba dicho: No quiero verlo como a un enfermo, a quien se le perdona todo. Pues entonces sera como si ya no tuvie- ra padre. "No le cont, en cambio, cun desgraciado era Amadeu en Coimbra. Porque tena dudas sobre su futuro como mdico. Porque no estaba seguro de que slo estaba cumpliendo con el deseo del padre, yendo contra su propia vo- luntad. "Un da rob algo de poco valor en la tienda ms antigua de la ciudad, casi lo atraparon y luego tuvo un colapso nervioso. Fui a verlo al hospital. "Sabes por que estas as? le pregunte. "Asinti, pero no me explic nada. Creo que tena que ver con el padre, la justicia y el dictar sentencia. Como una especie de rebelin impotente y ci- frada. En el pasillo del hospital me encontr con Jorge. "Si por lo menos hubiera robado algo verdaderamente valioso! fue lo nico que dijo. Esta basura! "En ese momento no supe si lo apreciaba o lo odiaba. Todava hoy no lo s. "Reprocharle falta de compasin era cualquier cosa menos justo. Cun- tas veces Amadeu adopt, en mi presencia, la postura de un paciente de Bech- terev y la mantuvo hasta que la espalda se le acalambr! Para despus quedarse totalmente encorvado, con la cabeza hacia delante como un pjaro, los dientes apretados. "No s cmo puede soportarlo deca. No slo los dolores. La Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
266 humillacin! "Cuando le fallaba la imaginacin, entonces hablaba de la madre. Su re- lacin con ella era un misterio para m. Una mujer bonita, cuidada, pero sencilla. "S deca. S, eso es. No lo creera nadie. "La haca responsable de tantas cosas, que era imposible que todo fue- ra cierto: la incapacidad de poner lmites; la furia de trabajo; la autoexigencia; la falta de habilidad para bailar y jugar. Segn l, todo estaba relacionado con ella y su tierna dictadura. Pero era imposible hablarle de eso. "No quiero hablar; lo que quiero es estar furioso! Nada ms que es- tar furioso! Furioso! Raivoso! Haba cado la tarde. Maria Joo haba encendido las luces del auto. Conoce Coimbra? pregunt. Gregorius sacudi la cabeza. A Amadeu le encantaba la Biblioteca Joanina de la Universidad. No pasaba una semana sin que fuera para all. Y la Sala Grande dos Actos, donde le entregaron su diploma. Aun despus sigui yendo muchas veces a visitar los salones. Al bajar, Gregorius se mare y tuvo que agarrarse del techo del auto. Maria Joo lo mir entre cerrando los ojos. Eso le pasa a menudo? pregunt. Gregorius titube. Luego le minti. Tiene que prestarle atencin dijo. Conoce algn neurlogo en Lisboa? Gregorius asinti. Arranc despacio, como si estuviera pensando en volver atrs. Lleg a la esquina y slo entonces aceler. El mundo dio vueltas y Gregorius tuvo que agarrarse del picaporte antes de poder cerrar la puerta. Fue a la heladera de Silveira y tom un vaso de leche. Luego empez a subir la escalera lentamente, escaln por escaln.
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Odio los hoteles. Por qu sio haciendo esto? Puedes decrmelo, Ju- lieta? Cuando Gregorius oy que Silveira abra la puerta el sbado al medio- da, pens en estas palabras que le haba contado la mucama. Como corresponda a estas palabras, haba dejado caer la valija y el abrigo, se haba sentado en un silln en el hall y haba cerrado los ojos agotado. Cuando vio a Gregorius bajar la Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
267 escalera, se le ilumin el rostro. Raimundo. No ests en Isfahan? dijo riendo. Estaba resfriado. Estornudaba. En Biarritz, no haba podido cerrar el negocio como haba esperado; haba perdido dos partidas contra el camarero del coche dormitorio y Filipe, el chofer, haba llegado tarde a buscarlo a la esta- cin. Adems, Julieta estaba de franco. Tena el agotamiento escrito en la cara, un agotamiento que era ms grande y ms profundo que el de ese da en que Gregorius lo haba conocido en el tren. El problema haba dicho Silveira cuan- do el tren se haba detenido en la estacin de Valladolid es que no tenemos una visin general de nuestra vida. Ni del pasado ni del futuro. Cuando algo nos sale bien, no es ms que porque hemos tenido suerte. Comieron lo que Julieta haba dejado preparado el da anterior y luego tomaron el caf en el saln. Silveira vio que la mirada de Gregorius se fijaba en las fotos de la fiesta. Maldicin! dijo. Me olvid completamente. La fiesta, la maldita fiesta familiar! "No voy, no voy y listo dijo, golpeando la mesa con el tenedor. Hubo algo en el rostro de Gregorius que lo hizo detenerse. "A menos que vengas t tambin dijo. Una fiesta bien estirada de una familia noble. De lo peor! Pero si quieres... Filipe pas a buscarlos alrededor de las ocho. No entendi nada cuando los encontr parados en el hall, doblados de risa. Una hora antes, Gregorius haba dicho que no tena nada apropiado para ponerse. Se haba probado ropa de Silveira; todo le quedaba apretado. Y ahora se estaba mirando en el gran espe- jo: unos pantalones demasiado largos que caan en pliegues sobre los zapatones toscos; un esmoquin que no haca juego; una camisa que lo estaba ahorcando. Lo que vio en el espejo lo espant, pero luego se haba contagiado del ataque de risa de Silveira y haba empezado a disfrutar de esa payasada. No habra podido explicarlo, pero tuvo la sensacin de que este disfraz era una especie de ven- ganza contra Florence. La venganza invisible se puso en marcha realmente cuando entraron a la villa de la ta de Silveira. Silveira disfrut presentndoles a sus estirados pa- rientes su amigo de Suiza, Raimundo Gregario, un autntico erudito que domina- ba innumerables lenguas. Cuando Gregorius oy la palabra erudito, se estreme- ci como un impostor que est a punto de ser descubierto. Pero una vez senta- dos a la mesa, lo salv el diablo; para demostrar su condicin de poliglota, empe- z a hablar una mezcla de hebreo, griego y dialecto berns y entr en un xta- sis de combinaciones incomprensibles, que minuto a minuto se iban tornando ms Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
268 descabelladas. Nunca se haba dado cuenta de que tena la capacidad de hacer tanto humor con el lenguaje; era como si la fantasa lo estuviera llevando en un tobogn peligroso e inclinado hacia una habitacin vaca, cada vez ms lejos, cada vez ms alto, hasta el momento de la cada. Estaba mareado, pero era un mareo agradable de palabras locas, vino tinto, humo y msica de fondo; quera seguir sintiendo este mareo y haca todo lo posible para que continuara. Era la estrella de la noche; los parientes de Silveira estaban felices de no tener que aburrirse consigo mismos; Silveira fumaba sin parar y disfrutaba de la repre- sentacin; las miradas de las mujeres no eran las que Gregorius estaba acos- tumbrado a recibir; no estaba seguro de que significaran lo que parecan signifi- car pero le daba lo mismo; lo que importaba era que esas miradas eran para l, para Mundus, el hombre hecho del pergamino ms quebradizo, ese hombre que llamaban El Papiro. En algn momento de la noche se encontr en la cocina, lavando los pla- tos. Era la cocina de los parientes de Silveira, pero era tambin la cocina de los van Muralts, y Eva, La Increble, lo miraba asombrada. Haba esperado a que se fueran las dos empleadas y se haba deslizado en la cocina; ahora estaba para- do, mareado y balancendose, apoyado en la pileta de lavar, frotando los platos hasta dejarlos impecables. Ya no quera temerle al mareo, quera disfrutar de la locura de esa noche: recuperar, despus de cuarenta aos, lo que no haba podi- do hacer en aquella fiesta de estudiantes. Mientras coman el postre haba preguntado si en Portugal se poda comprar un ttulo de nobleza. No se haba producido esa incomodidad que esperaba; lo haban tomado por un error de quien no conoca bien el idioma. Slo Silveira haba sonredo con irona. El agua caliente le haba empaado los anteojos. Gregorius calcul mal la distancia y dej caer un plato, que se hizo aicos contra el piso de piedra. Espera, eu ajudo, dijo Aurora, la sobrina de Silveira, que haba apareci- do de pronto en la cocina. En cuclillas, los dos empezaron a levantar los frag- mentos de porcelana. Gregorius todava no vea muy claro y su cabeza choc con la de Aurora. Su perfume, pens despus, era tambin como un mareo. No faz mal, dijo ella, cuando l se disculp por el golpe. Aturdido, sinti que Aurora le daba un beso en la frente. Cuando se en- derezaron, ella seal riendo el delantal que Gregorius se haba puesto y le pregunt qu estaba haciendo en la cocina. Lavando los platos? l? El invita- do? El erudito poliglota? Incrivel! Increble! Bailaron. Aurora le haba sacado el delantal, haba encendido la radio de la cocina y, con una mano en su mano y la otra sobre su hombro, lo llevaba por la cocina al ritmo de un vals. De joven, Gregorius haba abandonado la escuela de Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
269 baile haba huido, prcticamente despus de una clase y media. Ahora daba vueltas como un oso; tropez con los pantalones demasiado largos y se mare de tanto girar. Ahora me caigo. Trat de afirmarse agarrndose de Aurora, que no pareca darse cuenta de nada y tarareaba al son de la msica; le cedieron las rodillas y se hubiera cado si no lo hubiera sujetado la mano firme de Silveira. Gregorius no entendi lo que Silveira le dijo a Aurora pero se dio cuen- ta por el tono de que era una reprimenda. Ayud a Gregorius a sentarse y le alcanz un vaso de agua. Media hora ms tarde dejaron la casa. "Nunca haba vivido algo as" di- jo Silveira, ya ubicados en el asiento trasero del auto. Gregorius haba logrado que toda su estirada parentela se descontrolara. Bueno, s, Aurora ya tena esa fama... Pero los dems... Haban insistido en que no dejara de traerlo la prxima vez que viniera. Hicieron que el chofer los llevara a la casa y luego Silveira se sent al volante y siguieron al Liceu. Parece ser lo que corresponde ahora, no? haba dicho de repente cuando ya estaban en camino. Mir las fotos de Isfahan a la luz de la lmpara de camping. Asinti. Le ech una mirada a Gregorius y volvi a asentir. En un silln todava estaba la manta que Maria Joo haba dejado doblada. Silveira se sent y empez a pre- guntarle cosas que aqu nadie le haba preguntado, ni siquiera Maria Joo. C- mo se haba interesado por las lenguas antiguas? Por qu no era profesor en la universidad? Gregorius le haba hablado de Florence. Despus de ella, no haba habido ninguna otra mujer? Entonces Gregorius le habl de Prado. Era la primera vez que hablaba de Prado con alguien que no lo haba conocido. Lo sorprendi todo lo que saba de Prado y cunto haba reflexionado sobre l. Silveira se calentaba las manos en la estufa de camping y escuchaba sin interrumpir ni una sola vez. Cuando Gregorius termin su relato, le pregunt si poda ver el libro de los cedros ro- jos. Se qued un rato largo mirando el retrato. Ley la introduccin sobre los miles de experiencias mudas. La volvi a leer. Luego comenz a hojearlo. Se ri y ley en voz alta: Llevar una contabilidad minuciosa de la generosidad: eso tambin se hace. Sigui hojeando, se detuvo, retrocedi y ley en voz alta:
AREIAS MOVEDIAS. ARENAS MOVEDIZAS. Si hemos comprendido que el xito o el fracaso de nuestros esfuerzos es slo una cuestin de suerte, si hemos comprendido, pues, que en todo nuestro accionar y experimentar slo Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
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somos arena movediza ante nosotros mismos y para nosotros mismos, qu su- cede entonces con todos los sentimientos conocidos y ensalzados como el orgu- llo, la contricin y la vergenza?
Silveira se par y comenz a caminar de un extremo al otro de la habi- tacin, mirando el libro de Prado. Era como si una fiebre hubiera hecho presa de l. Ley en voz alta: Entenderse a s mismo. Es un descubrimiento o una crea- cin? Sigui hojeando y volvi a leer en voz alta: Alguien se interesa verdade- ramente en m o se interesa slo en su inters por m? Se top con un fragmen- to ms largo, se sent en el borde del escritorio del seor Corts y encendi un cigarrillo.
PALAVRAS TRAIOEIRAS. Cuando hablamos sobre nosotros mismos, sobre otros, o simplemente sobre cosas diversas, podra decirse que queremos hacer una revelacin con nuestras palabras: queremos dar a conocer lo que pen- samos y lo que sentimos. Queremos permitirles a los otros que vean algo del interior de nuestra alma. (We give them a piece of our mind 18 , como dicen en ingls. Me lo dijo un ingls, parados ante la baranda de un barco. Fue el nico bien de algn valor que traje de vuelta de ese pas tan absurdo. Quizs tambin el recuerdo del irlands de la pelota roja en All Souls). En ese dar a conocer nuestra mente, esa revelacin de nuestro propio ser, somos los nicos directo- res de escena, los dramaturgos de la autodeterminacin. Y esto no ser acaso una total falsedad? Pues no slo nos revelamos con nuestras palabras. Tambin nos traicionamos. Dejamos entrever ms de lo que queramos revelar y a veces lo que se revela es lo contrario de lo que queramos comunicar. Y los otros pue- den interpretar nuestras palabras como sntomas de algo que quizs nosotros ignorbamos. Como sntomas de la enfermedad de ser nosotros mismos. Puede ser divertido mirar as a los otros, puede hacemos ms tolerantes, pero tambin puede ponernos un arma en la mano. Adems, si en el instante mismo en que comenzamos a hablar pensamos que los otros hacen exactamente lo mismo con nosotros, se nos pueden quedar las palabras atravesadas en la garganta y el miedo puede hacernos enmudecer para siempre.
En el camino de vuelta, Silveira se detuvo delante de un edificio de acero y vidrio. sta es la empresa dijo. Quisiera hacer una fotocopia del libro de
18 Les decimos lo que realmente pensamos. En ingls en el original. [N. de la T.] Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
271 Prado. Apag el motor y abri la puerta. Le vio la cara a Gregorius y se detuvo. Ah, claro. S. Este texto y una fotocopiadora; no tienen nada que ver. Pas la mano por el volante. Adems t quieres conservar el texto todo para ti. No slo el libro. El texto. Ms tarde, despierto en su cama, Gregorius pens en esa oracin. Por qu no haba encontrado nunca en su vida a una persona que lo entendiera tan rpidamente y con tanta facilidad? Antes de irse a dormir, Silveira lo haba abrazado. A este hombre poda hablarle de los mareos. De los mareos y del miedo al neurlogo.
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El domingo a la tarde, Joo Ea estaba parado a la puerta de su habita- cin en el hogar para mayores. Gregorius supo al ver su rostro que haba pasado algo. Ea demoraba en invitarlo a entrar. Estaban en marzo y todava haca fro, pero la ventana estaba abierta de par en par. Ea se acomod los pantalones antes de sentarse. Mientras colocaba las piezas sobre el tablero con manos temblorosas, estaba librando una batalla en su interior. Esa batalla pens Gregorius luego tena que ver con sus sentimientos pero tambin con no saber si deba hablar de ellos o no. Ea movi un pen. Anoche me moj en la cama dijo con voz ronca. Y ni me di cuenta agreg, con la vista baja, mirando el tablero. Gregorius tambin movi. No poda tardar mucho en responder. La no- che anterior haba trastabillado en la cocina de unos extraos y casi haba ca- do, sin quererlo, en los brazos de una mujer pasada de rosca, dijo. No es lo mismo dijo Ea irritado. Por qu no? pregunt Gregorius. Porque no tiene que ver con el vientre? En ambos casos tiene que ver con la prdida del control habitual sobre el propio cuerpo. Ea lo mir. Estaba elaborando la idea. Gregorius prepar t y le sirvi media taza. Ea vio cmo le miraba las manos temblorosas. A dignidade dijo. La dignidad dijo Gregorius. No tengo idea de qu es realmente la dignidad. Pero no creo que sea algo que se pierda solamente porque el cuerpo nos falla. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
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Ea jug mal la apertura. Cuando me llevaban a la tortura, me haca encima en los pantalones. Se rean. Era una humillacin terrible pero no tena la sensacin de haber perdi- do la dignidad. Qu es la dignidad, entonces? Gregorius le pregunt si crea que habra perdido la dignidad si hubiera hablado. No dije ni una palabra, ni una sola palabra. Todas las palabras posi- bles las dej... encerradas dentro de m, s, eso es, encerradas; la puerta traba- da con barras de hierro. Era totalmente imposible que yo hablara, ya no era negociable. Y eso tuvo un efecto muy particular: dej de experimentar la tortu- ra como una actividad de los otros, como un hacer. Yo estaba sentado ah como un mero cuerpo, como un montn de carne al que le acontecen los dolores como una tormenta de granizo. Dej de reconocer a los torturadores como actores. Ellos no lo saban, pero yo los haba degradado a ser los escenarios de un ciego suceder. Eso me ayud a hacer de la tortura una lucha. Y si le hubieran dado alguna droga para hacerla hablar? pregunt Gregorius. Se lo haba preguntado muchas veces, respondi Ea. Haba soado con eso. Haba llegado a la conclusin de que podran haberlo destruido de esa ma- nera, pero no habran podido quitarle la dignidad. Para perder la dignidad, uno tiene que ponerla en juego uno mismo. Y entonces se altera por una cama sucia? dijo Gregorius, y cerr la ventana. Hace fro y no hay olor a nada, a nada absolutamente. Ea se pas la mano sobre los ojos. No voy a querer ni tubos ni aparatos. Para qu? Para durar un par de semanas ms? Hay cosas dijo Gregorius que uno no debera hacer ni permitir a ningn precio: tal vez en eso consiste la dignidad. No es necesario que sean lmites morales, tambin se puede poner en juego la dignidad de otras maneras. Un profesor que, por dependencia afectiva, se presta a cacarear como un gallo en un cabaret. 19 La adulacin al servicio de la carrera. El oportunismo sin lmi- tes. Mentir y rehuir el conflicto para salvar un matrimonio. Cosas como sas. Y un mendigo? pregunt Ea. Un mendigo puede ser digno? Quizs, si en su historia hay algo coercitivo, algo inevitable, contra lo que nada puede hacer. Y si es fiel a s mismo dijo Gregorius. Ser fiel a uno
19 Se refiere al profesor Rath, personaje de la pelcula El ngel azul, que se degrada por amor a Lola Lola. [N. de la T.] Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
273 mismo, eso tambin es parte de la dignidad. As se puede soportar dignamente un menoscabo pblico. Galileo. Lutero. Pero tambin cuando alguien es culpable de algo y resiste la tentacin de negarlo. Precisamente eso que los polticos son incapaces de hacer. La sinceridad, el valor de ser sinceros. Ante los otros y ante uno mismo. Gregorius se detuvo. Uno slo conoca en verdad sus pensamientos cuando los expresaba en voz alta. Hay una repugnancia dijo Ea, una repugnancia muy particular que se siente cuando uno tiene frente a s a alguien que miente incesantemente. Tal vez esa repugnancia corresponde a la falta de dignidad. Mi compaero de banco en la escuela tena la costumbre de limpiarse las manos roosas en el pantaln de una manera tan especial, todava lo veo, como si no fuera verdad que se las estaba limpiando. Le hubiera gustado ser mi amigo. No pudo ser. Y no por los pantalones. Por qu todo l era as. "En las despedidas y las disculpas tambin hay una cuestin de dignidad agreg. Amadeu hablaba de eso a veces. Le interesaba en especial la dife- rencia entre un perdonar que le permite al otro conservar su dignidad y uno que se la quita. No debe ser un perdn que demande sometimiento dijo. No como en la Biblia, donde debes entender que eres siervo de Dios y de Jess. Siervo! Eso es lo que dice! "Poda llegar a ponerse blanco de ira dijo Ea. Y luego habl tam- bin muchas veces sobre la falta de dignidad que se plantea en la relacin con la muerte en el Nuevo Testamento. Morir con dignidad significa morir reconocien- do el hecho de que se es el final. Y rechazar toda inmortalidad. El da de la Ascensin del Seor tena el consultorio abierto y trabajaba ms que nunca. Gregorius cruz el Tajo de vuelta a Lisboa. Si hemos comprendido que en todo nuestro accionar y experimentar slo somos arena movediza... Qu significaba eso para la dignidad?
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El lunes a la maana Gregorius tom el tren a Coimbra, a la ciudad en la que Prado haba vivido con la tortura de no saber si estudiar medicina no era quizs un grave error, porque al hacerlo estaba cumpliendo fundamentalmente con un deseo del padre, yendo contra su autntica voluntad. Un da haba ido a la tienda ms antigua de la ciudad y haba robado cosas que no necesitaba. l, que poda darse el lujo de regalarle a su amigo Jorge una farmacia completa. Gregorius pens en la carta de Amadeu al padre y en la bella ladrona, Diamanti- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
274 na Esmeralda Hermelinda, a quien le haba tocado, en la fantasa de Prado, el papel de vengar a la ladrona condenada por el padre. Antes de salir, haba llamado a Maria Joo para preguntarle en qu ca- lle haba vivido Prado en esos aos. Ella le pregunt preocupada por sus mareos; le respondi con una evasiva. Esa maana todava no haba tenido ningn mareo. Pero algo haba cambiado. Se senta como si, para poder entrar en contacto con las cosas, tuviera que superar un delgadsima colchn de aire de muy tenue re- sistencia. Hubiera podido sentir que esa capa de aire que deba atravesar era una cubierta protectora, si no hubiera sido por el miedo recurrente a que el mundo que estaba detrs de ella se le escapara sin que pudiera alcanzarlo. En la estacin de Lisboa, haba caminado con paso firme por el andn para sentir su frrea resistencia. Le haba hecho bien; cuando se sent en el compartimiento vaco del tren estaba ms tranquilo. Prado haba recorrido este trayecto miles de veces. Maria Joo le haba contado a Gregorius por telfono acerca de esa pasin de Prado por los ferrocarriles; Joo Ea tambin se la haba des cripta hablando de cmo su conocimiento de esas cosas, su loca pasin de patriota por el ferrocarril, le haba salvado la vida a mucha gente de la resistencia. Ms que nada lo fascina- ban las casillas para los cambios de vas, haba dicho Ea. Maria Joo haba agregado otra visin importante: el viaje en ferrocarril como el lecho del ro de la imaginacin, un movimiento en el que la fantasa, como un curso de agua, nos iba entregando imgenes salidas de compartimientos cerrados del alma. La con- versacin con Maria Joo esa maana haba sido ms larga de lo esperado; esa intimidad tan especial, tan valiosa, que se haba generado el da anterior cuando le haba ledo el texto de la Biblia, todava estaba all. Gregorius volvi a or a Jorge O'Kelly suspirando: Maria, Dios mo, s, Maria. Haban pasado veinticuatro horas desde que ella le haba abierto la puerta y Gregorius ya haba entendido claramente por qu Prado haba escrito esos pensamientos que consideraba peligrossimos en la cocina de Maria Joo, en ningn otro lugar. Qu era? Esa sensacin de que no le tema a nada? La impresin de tener ante s a una mujer que en el transcurso de su vida haba logrado adquirir una capacidad de poner lmites y una independencia con las que Prado slo poda soar? Haban hablado por telfono como si todava estuvieran sentados en el Liceu; l, al escritorio del seor Corts; ella, en el silln con la manta sobre las piernas. En cuanto a los viajes, era un ser dividido en dos haba dicho ella. Quera viajar, cada vez ms lejos, perderse en esos espacios lejanos que le abra la fantasa. Pero apenas estaba lejos de Lisboa, lo acometa la aoranza, Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
275 esa aoranza tremenda que era imposible compartir. "S, bueno", le deca La gente, "Lisboa es linda pero" "No entendan que no se trataba de Lisboa, sino de Amadeu mismo. Su aoranza no era el anhelo de lo conocido y lo amado. Era algo mucho ms pro- fundo que lo afectaba en su esencia: el deseo de huir, refugindose tras las barreras firmes y custodiadas de la intimidad, que lo protegan de la fuerza primitiva y de las traicioneras corrientes ocultas del alma. Haba sentido que esos muros protectores internos alcanzaban su mayor firmeza en Lisboa, en la casa de los padres, en el Liceu, pero sobre todo en el consultorio azul. 'El azul es el color de la proteccin', deca. "Se protega de s mismo; por eso su aoranza siempre tena el sabor del pnico y de la catstrofe. Cuando lo atacaba, tena que partir de inmediato; interrumpa cualquier viaje de un instante para otro y sala huyendo para casa. Cuntas desilusiones de sas se llev Ftima! Maria Joo haba dudado antes de agregar: Es una suerte que ella no haya comprendido el sentido de esa aoran- za. De lo contrario habra tenido que pensar: "Es obvio que no puedo librarlo de ese miedo a s mismo". Gregorius abri el libro de Prado y ley una vez ms un fragmento que, como ningn otro, le haba parecido la clave de todos los dems.
ESTOU A VIVER EM MIM PRPIO COMO NUM COMBOIO A ANDAR. VIVO DENTO DE M MISMO COMO EN UN TREN EN MARCHA. No sub a este tren por voluntad propia; no tuve eleccin; no conozco el destino. Un da del pasado lejano me despert en mi compartimiento y sent el movimiento. Fue emocionante: escuch el golpeteo de las ruedas, saqu la cabeza y sent el viento golpendome la cara, disfrut la velocidad con que las cosas pasaban a mi lado. Tuve el deseo de que el tren nunca interrumpiera su marcha. No quera que se detuviera para siempre en lugar alguno. Fue en Coimbra, sentado en un duro banco del auditorio que cobr con- ciencia: no puedo bajarme. No puedo cambiar las vas ni la direccin. No decido cul es la velocidad. No veo la locomotora y no puedo saber quin la maneja ni si el conductor da la impresin de ser confiable. No s si sabe interpretar bien las seales ni si se da cuenta de que el cambio de va est mal hecho. No puedo cambiar de compartimiento. Veo pasar a la gente por el pasillo y pienso: quizs su compartimiento es totalmente distinto del mo. Pero no puedo ir hasta all y ver si un camarero, a quien no he visto ni ver, cerr y sell la puerta del com- partimiento. Abro la ventana, me asomo y veo que todos los dems hacen lo Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
276 mismo. El tren recorre una suave curva. Los ltimos vagones todava estn en el tnel y los primeros ya estn de vuelta. Es acaso que el tren se desplaza en un crculo, una y otra vez, sin que nadie lo note, ni siquiera el conductor? No tengo idea de la longitud del tren. Veo a todos los dems, que estiran el cuello tratan- do de ver algo, de entender algo. Los saludo, pero el viento de la marcha se lleva mis palabras. Cambia la iluminacin del compartimiento, sin que haya sido yo quien decidi los cambios. Sol y nubes. Atardeceres y ms atardeceres. Lluvia, nieve, tormentas. La luz del techo es opaca, luego se aclara, cobra un brillo resplandeciente, comienza a parpadear, se apaga, vuelve a encenderse tenue, se vuelve una araa, una luz de nen cegadora. La calefaccin no es confiable. Pue- de ser que caliente cuando hace calor y que no funcione cuando hace fro. El interruptor suena igual que siempre cuando lo pruebo, pero nada cambia. Lo raro es que el abrigo ya no me da el mismo calor que siempre. Afuera, las cosas pare- cen seguir su curso acostumbrado, racional. Acaso en los compartimientos de los dems tambin es as? En el mo, en cambio, las cosas suceden de manera completamente distinta de lo que yo hubiera esperado, completamente distinta. El constructor estaba borracho? Era un loco? Un charlatn diablico? En los compartimientos hay horarios. Quiero ver cul es la prxima pa- rada. Las pginas estn vacas. En las estaciones donde nos detenemos no hay carteles. La gente que est all afuera mira el tren con curiosidad. Los vidrios estn opacos por las constantes tormentas. Pienso: deforman la imagen de lo que hay adentro. Tengo la necesidad urgente de corregir todo. La ventana est atorada. Grito hasta quedarme ronco. Los dems golpean la pared enojados. Despus de la estacin viene un tnel. Me quita la respiracin. Al salir del tnel me pregunto si fue verdad que paramos. Qu se puede hacer durante el viaje? Poner orden en el comparti- miento. Asegurar las cosas para que no se caigan. Pero entonces sueo que el viento de la marcha aumenta y afecta las ruedas. Todo lo que acomodamos tan cuidadosamente se va volando. Sueo so- bre todo con el viaje sin fin; son los mos sueos de trenes perdidos, de datos falsos en los itinerarios, de estaciones que se disuelven cuando uno llega, de quienes esperan en las estaciones, quienes estn parados en las estaciones y estn, de pronto, parados en el vaco con su gorra roja. A veces me quedo dor- mido de puro cansancio. Quedarse dormido es peligroso; es raro que me des- pierte refrescado y me alegre por los cambios. En general me molesta lo que encuentro al despertarme, tanto en mi interior como en el exterior. A veces me asusto y pienso: el tren puede descarrilar en cualquier mo- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
277 mento. S, la mayora de las veces ese pensamiento me espanta. Pero en algunos momentos escasos, de una claridad abrasadora, me atraviesa como un rayo divi- no. Me despierto y el paisaje de los otros pasa ante m. A veces tan rpi- damente que casi no acompao sus humores ni sus tonteras; otras con una lenti- tud desesperante, cuando hacen y dicen siempre lo mismo. Me alegro de que haya un vidrio entre nosotros. As puedo conocer sus deseos y sus planes sin que ellos puedan atacarme sin impedimento alguno. Me alegro cuando el tren toma velocidad y desaparecen. Qu hacemos con los deseos de los otros cuando nos alcanzan? Aprieto la frente contra la ventana del compartimiento y me concentro con todas mis fuerzas. Quisiera, por una vez, por una nica vez, entender lo que est pasando afuera. Entenderlo de verdad. Para que no vuelva a escaprseme. No lo logro. Todo sucede demasiado rpido, aun si el tren se detiene en una zona abierta. La impresin siguiente borra la anterior. La memoria se recalienta; me desespero tratando de armar, con las imgenes fugaces de lo sucedido, la ilu- sin de algo comprensible. Siempre llego demasiado tarde, no importa cun rpidamente las persiga la luz de la atencin. Ya todo ha pasado, siempre. Siem- pre veo lo que ya pas. No estoy all cuando sucede. Ni tampoco cuando, a la noche, se refleja el interior del compartimiento en los vidrios. Amo los tneles. Son el modelo de la esperanza. En algn momento vol- ver a estar claro. Si es que no es de noche. A veces me visitan en mi compartimiento. No s cmo es posible con la puerta cerrada y sellada, pero sucede. La mayora de las veces, las visitas vie- nen a horas inconvenientes. Es gente del presente, pero a veces tambin del pasado. Van y vienen como les conviene; son desconsiderados y me molestan. Tengo que hablarles. Todo es transitorio, no nos obliga a nada, est destinado al olvido, hasta las conversaciones en el tren. Algunos visitantes desaparecen sin dejar huellas. Otros dejan rastros pegajosos y malolientes; de nada sirve venti- lar. Entonces quisiera arrancar todo el mobiliario del compartimiento y cambiar- lo por otro nuevo. El viaje es largo. Hay das en los que deseara que durara para siempre. Son das escasos y valiosos. Hay otros en los que me alegro de saber que habr un ltimo tnel en el que el tren se detendr para siempre.
Cuando Gregorius baj del tren, ya estaba avanzada la tarde. Tom una habitacin en un hotel cruzando el ro Mondego, desde donde poda ver la ciudad vieja sobre la colina de Alcova. Los ltimos rayos del sol baaban el majestuo- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
278 so edificio de la Universidad que se elevaba, en una luz clida y dorada, sobre todo el paisaje. All arriba, en una de esas callejuelas empinadas y angostas, Prado y O'Kelly haban vivido en una repblica, una de las residencias para estu- diantes que se remontaban a la Edad Media. Quera vivir como los otros estudiantes haba dicho Maria Joo a pesar de que a veces el ruido de las habitaciones vecinas lo volva loco. Pero la riqueza de la familia, que provena del latifundismo de las generaciones anterio- res, le resultaba a veces una carga demasiado pesada. Haba dos palabras que le hacan encender el rostro: colnia y latifundirio. Cuando las escuchaba, pareca a punto de matar a alguien. "En una de mis visitas, not que su ropa tena un aspecto marcadamente descuidado. Le pregunt por qu no llevaba la cinta amarilla de la Facultad, como los otros estudiantes de medicina. "Sabes que no me gustan los uniformes; la gorra del Liceu ya me re- sultaba desagradable dijo. "Cuando era hora de volver, me acompa a la estacin. Estbamos pa- rados en el andn cuando se acerc un estudiante con la cinta azul oscuro de los de literatura. Mir a Amadeu. "No es la cinta le dije es la cinta amarilla. Preferiras llevar la cinta azul. "Sabes dijo que no me gusta que sepan lo que pienso. Vuelve pron- to. Por favor. "Tena una manera de decir por favor; hubiera ido hasta el fin del mun- do para escucharlo. Fue fcil encontrar la calleja en la que haba vivido Prado. Gregorius ech una mirada al hall de entrada y luego subi un par de escalones. En Coim- bra, cuando todo el mundo pareca ser nuestro. As haba descripto Jorge aque- llos tiempos. Haba sido en esta casa donde l y Prado haban puesto por escrito qu poda dar origen a la lealdade entre los hombres. Era una lista en la que faltaba el amor. Atraccin, satisfaccin, sensacin de proteccin. Todas sensa- ciones que, tarde o temprano, se desintegraban. La lealtad era la nica durade- ra. Una voluntad, una decisin, una toma de partido del alma. Algo que converta el azar de los encuentros y lo fortuito de los sentimientos en una necesidad. Un soplo de eternidad, slo un soplo, pero aun as, haba dicho Prado. Gregorius volvi a ver el rostro de O'Kelly. Se enga. Nos engaamos los dos, haba dicho con la lentitud de la borrachera. En la Universidad, Gregorius hubiera querido ir inmediatamente a la Bi- blioteca Joanina y a la Sala Grande dos Actos, los dos lugares por los que Prado Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
279 siempre volva a Coimbra. Slo estaban abiertas a los visitantes a determinadas horas y ya estaban cerradas por ese da. La Capela de So Miguel estaba abierta. Gregorius estaba solo. Se de- tuvo a mirar el rgano barroco, de conmovedora belleza. Quiero escuchar el sonido atronador del rgano, esa inundacin de melodas celestiales. Lo necesito contra la estridente pequeez de la msica marcial, haba dicho Prado en su discurso. Gregorius trat de evocar las oportunidades en que haba ido a la iglesia: el catecismo, el funeral de los padres. Padre nuestro... Qu aburrido, triste y serio le haba sonado! Y todo eso, pensaba ahora, nada haba tenido que ver con la arrolladora poesa de los textos griegos y hebreos. Nada, absoluta- mente nada! Gregorius se sobresalt. Sin quererlo, haba golpeado el banco con el puo; mir alrededor avergonzado, pero segua estando solo. Se arrodill e hizo lo mismo que haba hecho Prado con la espalda encorvada del padre: trat de imaginarse cmo era esa postura desde adentro. stos habra que arrancarlos!, haba dicho Prado al pasar junto a los confesionarios con el padre Bartolomeu. Semejante humillacin! Cuando se enderez, la capilla comenz a girar a toda velocidad alrede- dor de l. Se aferr al banco y esper a que pasara. Luego, mientras decenas de estudiantes pasaban de prisa y lo iban dejando atrs, fue caminando lentamente por el pasillo y entr en un auditorio. Sentado en la ltima fila pens en aquella clase sobre Eurpides en la que se haba quedado sin decirle al docente lo que pensaba. Luego sus pensamientos se deslizaron a tiempos an ms remotos, a las clases a las que haba asistido como estudiante. Por ltimo se imagin a Prado estudiante, el que se paraba en el saln de clase y haca preguntas cruciales. Los profesores ms distinguidos, los premiados, verdaderas eminencias en sus ma- terias, haban sentido que los pona a prueba, haba dicho el padre Bartolomeu. Sin embargo, Prado no haba tenido aqu la actitud del estudiante arrogante y sabelotodo. Haba vivido en un purgatorio de dudas, torturado por el miedo de fallarse a s mismo. Fue en Coimbra, sentado en un duro banco del auditorio, donde cobr conciencia: no puedo bajarme. Era una clase de derecho; Gregorius no entendi nada y sali. Se qued hasta entrada la noche en los terrenos de la Universidad, tratando de entender, una y otra vez, las confusas sensaciones que lo invadan. Por qu pensaba de repente, aqu, en la Universidad ms famosa de Portugal, que quizs le hubiera gustado estar en un anfiteatro compartiendo sus vastos conocimientos filosfi- cos con los estudiantes? Es que acaso haba dejado pasar una vida posible, una vida que su capacidad y su saber le habran permitido vivir sin realizar ningn Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
280 esfuerzo? Nunca en su vida, ni por un segundo, le haba parecido un error haberse alejado de las clases en la universidad al cabo de pocos semestres, para dedicarle todo su tiempo a la lectura incansable de los textos antiguos. Por qu ahora, sbitamente, esta extraa melancola? Era en verdad melancola? Entr en un pequeo restaurante y pidi algo de comer, pero cuando le trajeron la comida, no pudo probarla y necesit salir al aire fresco de la noche. Volvi a sentir el delgadsimo colchn de aire que lo haba rodeado antes, era un poco ms grueso y ofreca una resistencia un poco mayor. Como en el andn de Lisboa, camin dando unos pasos ms firmes y volvi a sentirse bien. JOO DE LOUSADA DE LEDESMA. O MAR TENEBROSO. Caminando a lo largo de los estantes de una librera, el grueso libro le salt a la vista. El libro que estaba sobre el escritorio de Prado. Su ltima lectura. Gregorius lo baj del estante. La letra cursiva grande, bella y decorativa; los dibujos de costas en grabados de cobre; las acuarelas de viajeros. Cabo Finisterre, oy decir a Adriana. Al norte, en Galicia. Era como una idea fija. Cuando hablaba del tema, su rostro tena una expresin agitada y febril. Gregorius se sent en una esquina y hoje el libro hasta que se top con las palabras del gegrafo musulmn del siglo XII El Edris: salimos de San- tiago y fuimos hasta Finisterre, como lo llaman los campesinos; esa palabra quiere decir "el fin del mundo". Desde all no se ve ms que cielo y agua y dicen que el mar es tan bravo que nadie ha podido navegar en l, razn por la cual nadie sabe qu hay ms all. Nos dijeron que algunos, dominados por la curiosi- dad y el deseo de cruzarlo, desaparecieron con sus naves y que nunca volvi ninguno de ellos. Gregorius tard en hacer que el pensamiento cobrara forma en su men- te y su memoria. Mucho despus me enter de que trabajaba en Salamanca, dando clases de historia, haba dicho Joo Ea de Estefnia Espinhosa. Cuando trabajaba para la resistencia, era empleada del correo. Despus de la fuga con Prado, se haba quedado en Espaa. Y haba estudiado historia. Adriana no haba podido ver la relacin entre el viaje de Prado a Espaa y su repentino, fantsti- co inters en Finisterre. Y si haba una relacin? Si l y Estefnia Espinhosa haban viajado juntos a Finisterre, porque l ya se interesaba entonces por el temor al mar infinito y bravo, que imperaba en la Edad Media; si este inters de l hubiera despertado en ella el inters por la historia? Si en ese viaje al fin del mundo haba sucedido aquello que haba destruido a Prado de tal manera y haba provocado su retorno? Pero no, era demasiado absurdo, demasiado aventurado suponer que la mujer tambin hubiera escrito un libro sobre el mar tenebroso. No poda hacer- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
281 le perder el tiempo al librero con una pregunta as. Veamos dijo el librero. El mismo ttulo, es casi imposible. Va en contra de las buenas costumbres acadmicas. Probemos con el nombre. Estefnia Espinhosa dijo la computadora haba escrito dos libros, ambos relacionados con los primeros tiempos del Renacimiento. No tan mal, no? dijo el librero Pero podemos lograr algo ms preciso. Fjese. Ingres en la pgina de la Facultad de Historia de la Universidad de Salamanca. Estefnia Espinhosa tena su propia pgina. Encabezaban la lista de obras publicadas dos trabajos sobre Finisterre, uno en portugus, el otro en espaol. El librero sonri. El aparato no me gusta, pero a veces... Llam a una librera especializada. All tenan uno de los dos libros. Ya estaban por cerrar los negocios. Gregorius sali corriendo con el pesado libro sobre el mar tenebroso bajo el brazo. Haba una foto de la mujer en la cubier- ta? Casi le arranc el libro de las manos a la vendedora para ver el reverso. Estefnia Espinhosa, nacida en Lisboa en 1948. Profesora de historia de Espaa e Italia en la Edad Moderna temprana. Y un retrato, que lo explicaba todo. Gregorius compr el libro. Camino al hotel se paraba cada dos metros para mirar la foto. No era solamente la pelota, la pelota irlandesa roja del Co- llege, oy decir a Maria Joo. Era mucho ms que todas las pelotas irlandesas rojas del mundo. l debe haberlo sabido; era su oportunidad de convertirse en un ser completo, como hombre. Las palabras de Joo Ea no podran haber sido ms apropiadas: Estefnia, creo, era su oportunidad de salir finalmente del tribunal e ingresar en el espacio libre y clido de la vida y, por esta nica vez, vivir totalmente de acuerdo con sus deseos y su pasin, y al diablo con los otros. Tena pues veinticuatro aos cuando, delante de la casa azul, se haba sentado al volante y con Prado, ese hombre veintiocho aos mayor, haba cruza- do la frontera, lejos de Jorge, lejos del peligro, hacia una nueva vida. Camino al hotel, Gregorius pas delante de la clnica psiquitrica. Pens en el colapso nervioso de Prado despus del robo. Mientras estaba internado le haba contado Maria Joo, Prado se haba interesado particularmente por los pacientes que, totalmente encerrados en s mismos, hablaban solos mientras caminaban de un extremo a otro de la sala. Luego, ya como mdico, haba segui- do fijndose en esas personas y le sorprenda la cantidad que haba por la calle, en los mnibus, cruzando el Tajo, gritndoles con ira a sus enemigos imaginarios. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
282 No hubiera sido Amadeu si no les hubiera hablado, si no hubiera es- cuchado sus historias. Nunca nadie los haba tratado as; a veces l cometa el error de dar les su direccin y entonces al da siguiente aparecan golpeando a la puerta y Adriana tena que echarlos. En el hotel, Gregorius ley uno de los pocos apuntes de Prado que an no conoca:
O VENENO ARDENTE DO DESGOSTO. EL VENENO ARDIENTE DEL ENOJO. Si los otros hacen que nos enojemos con ellos por su insolencia, su injusticia, su desconsideracin ejercen entonces su poder sobre nosotros, invaden como mala hierba nuestra alma y se alimentan de ella, pues el enojo es como un veneno ardiente que destruye todas las sensaciones caritativas, nobles y equilibradas y nos quita el sueo. Sin poder dormir, encendemos la luz y nos enojamos por el enojo que se ha instalado como un insecto parasitario que nos chupa la sangre y nos debilita. No slo nos ponemos furiosos por el dao que nos causa, sino tambin porque se desenvuelve dentro de nosotros totalmente solo, pues mientras nosotros permanecemos sentados en el borde de la cama con las sienes doloridas, el lejano causante no se ve afectado por la fuerza destructora de la ira de la que somos vctimas. Sobre el desierto escenario interior, baados por la luz cegadora de la furia muda, representamos, totalmente solos y para nosotros mismos, un drama con sombras de personajes y sombras de palabras que les arrojamos a sombras de enemigos con una ira impotente que sentimos en nuestras entraas como un helado fuego ardiente. Y cuanto mayor es nuestra desesperacin de saber que slo se trata de un teatro de sombras y no de un enfrentamiento real donde existira la posibilidad de daar al otro y de equili- brar el sufrimiento, mayor es el descontrol con que bailan las sombras veneno- sas y nos persiguen hasta las catacumbas ms profundas de nuestros sueos. (Vamos a dar vuelta las cosas, pensamos con furia, y pasamos la noche entera acuando palabras que se desplegarn en el otro con el efecto de una bomba incendiaria, de modo tal que las llamas de la ira causen estragos slo dentro de l, mientras nosotros, aquietada nuestra furia por el placer del dao causado, tomamos nuestro caf en placentera calma). Qu sera manejar correctamente el enojo? No quisiramos ser seres sin alma a quienes no afecta nada de lo que deben enfrentar; seres cuyas eva- luaciones se diluyen en sentencias fras y sin vida, sin que nada pueda conmover- los porque no hay nada que realmente los preocupe. Es por eso que no podemos desear seriamente no conocer la experiencia del enojo y, en su lugar, persistir en una indiferencia que sera difcil de diferenciar de una mera carencia de Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
283 sensibilidad. El enojo nos ensea algo acerca de quines somos. Quisiera, por lo tanto, saber esto: qu sera criamos y educamos en el enojo, para que nos sea til conocerlo sin ser presa de su veneno? Podemos estar seguros de que en nuestro lecho de muerte comproba- remos como una parte amarga como el cianuro de nuestro ltimo balance que hemos desperdiciado demasiado esfuerzo y tiempo en enojamos y en devolver- les a los otros, en un intil teatro de sombras, algo que slo nosotros, que lo sufrimos impotentes, podamos conocer. Qu podramos hacer para mejorar ese balance? Por qu no nos han hablado nunca de esto los padres, los maes- tros, los otros educadores? Por qu no han sacado este tema de enorme impor- tancia? Por qu no nos dieron una brjula que podra habernos ayudado a evitar que desperdiciramos nuestra alma en una ira intil y autodestructiva?
Gregorius se qued despierto largo tiempo. De vez en cuando se levan- taba y se acercaba a la ventana. Despus de la medianoche, la ciudad alta, con la Universidad y el campanario, se vea despojada, sagrada, hasta un poco amena- zante. Poda imaginarse a s mismo como un agrimensor que estuviera esperando intilmente que le permitieran entrar en la zona secreta. Con la cabeza apoyada en una pila de almohadas, Gregorius volvi a leer la oracin en la que, mucho ms que en todas las dems, Prado se haba abierto y se haba revelado ante s mismo: A veces me asusto y pienso: el tren puede descarrilar en cualquier momento. S, la mayora de las veces ese pensamiento me espanta. Pero en algunos momentos escasos, de una claridad abrasadora, me atraviesa como un rayo divino. Gregorius no supo de dnde haba venido esa imagen, pero de pronto vio a ese mdico portugus que haba soado con el pensamiento potico como si fuera el paraso, en el medio de un claustro que se haba convertido en un silen- cioso asilo para quienes haban perdido el rumbo, se haban descarrilado. Su descarrilamiento personal haba consistido en que la lava hirviendo de su alma torturada quemara, arrastrara con una fuerza ensordecedora todo lo que en l haba habido de servidumbre y excesiva exigencia. Haba defraudado todas las expectativas y roto todos los tabes y en esto consista su bienaventuranza. Haba logrado por fin alcanzar la paz ante el padre encorvado y sentencioso, ante la tierna dictadura de la madre ambiciosa, ante la asfixiante, eterna grati- tud de la hermana. Y finalmente haba logrado la paz ante s mismo. La aoranza haba terminado, ya no necesitaba de Lisboa ni del color azul de la proteccin. Ahora que se haba abandonado a sus mareas, hacindose uno con ellas, ya no haba Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
284 nada contra lo que tuviera que levantar una pared protectora. Sin los obstculos que l mismo podra ponerse, ahora poda viajar hasta el otro extremo del mun- do. Podra finalmente atravesar las estepas nevadas de Siberia hacia Vladivos- tok sin tener que pensar, con cada golpeteo de una rueda, que se estaba alejan- do de su Lisboa azul. La luz del sol cay sobre el jardn del claustro, las columnas se aclara- ron ms y ms hasta volverse completamente blancas: slo qued una profundi- dad luminosa en la que Gregorius perdi el equilibrio. Lo invadi el pnico, fue tambalendose al bao y se lav la cara. Luego llam a Doxiades. El griego le pidi que describiera los mareos con todo detalle. Luego se qued un momento callado. Gregorius sinti cmo el miedo trepaba por su cuerpo. Puede ser cualquier cosa dijo el griego finalmente, con su voz tran- quila de mdico. Y la mayora carece de importancia, nada que no se pueda controlar rpidamente. Pero tiene que hacerse exmenes. Los portugueses pue- den hacerlos tan bien como aqu. Pero mi percepcin me dice que tendra que volver a casa. Hablar con los mdicos en su idioma natal. El miedo y un idioma extranjero no se llevan muy bien. Cuando Gregorius logr quedarse dormido, detrs de la Universidad es- taba apareciendo el primer reflejo del amanecer.
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Son trescientos mil volmenes dijo la gua, y sigui caminando; los tacos aguja sonaban metlicos en el piso de mrmol de la Biblioteca Joanina. Gregorius se qued un poco atrs y mir alrededor. Nunca haba visto algo as. Salones revestidos de oro y maderas tropicales unidos por arcos semejantes al Arco de Triunfo; sobre los arcos, el escudo de armas del rey Joo V, que haba fundado la Biblioteca a principios del sigo XVIII. Estanteras barrocas con galeras sobre delicadas columnas. Un retrato de Joo V. Una alfombra roja que acentuaba el ambiente suntuoso. Era como un cuento de hadas. Homero, la Ilada y la Odisea, ediciones de lujo que les daban el aspec- to de textos sagrados. Gregorius fue recorriendo las galeras con la vista. Pasado un momento, se dio cuenta de que haba estado mirndolas sin prestarles atencin. Sus pensamientos se haban quedado fijos en las ediciones de Homero; eran pensamientos que le hacan latir ms fuerte el corazn aunque no saba exactamente por qu. Se par en un rincn, se sac los anteojos y ce- rr los ojos. Oa la voz penetrante de la gua en el saln contiguo. Se tap los Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
285 odos con las manos y se concentr en el sordo silencio interior. Los segundos pasaban; senta latir la sangre. S. Lo que haba estado buscando sin darse cuenta era una palabra que apareca en Homero una sola vez. Era como si algo escondido entre los pliegues de su memoria quisiera verificar si su capacidad de recordar segua siendo la misma de siempre. Se le aceler la respiracin. La palabra no le vena a la mente. No apareca. La gua atraves el saln con el grupo de visitantes, que pasaba parlo- teando. Gregorius se desliz tras los ltimos y se qued atrs. La puerta de entrada a la Biblioteca se cerr. Oy girar la llave. Corri al estante y sac la Odisea, con el corazn galopando. El cuero ya viejo, endurecido, le lastim las manos con sus bordes afilados. Fue pasando las hojas con desesperacin y levant una pequea nube de polvo en el saln. La palabra no estaba donde haba credo. No estaba all. Intent respirar ms lentamente. Sinti un mareo que pasaba como si lo atravesara una nube de cirrus. Recorri toda la epopeya metdicamente con su pensamiento. La palabra no poda aparecer en ningn otro lugar. Pero el ejer- cicio mental result en que se desmoronase hasta la supuesta seguridad con que haba emprendido esa ltima bsqueda. El piso comenz a temblar, pero esta vez no fue por el mareo. Era posible que se hubiera equivocado tan groseramente y que no fuera la Odisea, sino la Ilada? Tom el otro libro del estante y lo fue hojeando sin pensar. Los movimientos de las manos al pasar las hojas se hicieron cada vez ms mecnicos, sin sentido; ya no recordaba lo que estaba buscando; sinti cmo el colchn de aire lo iba rodeando minuto a minuto; trat de golpear el piso con los pies, agit los brazos y dej caer el libro; se le aflojaron las rodi- llas y se fue deslizando hasta el piso con un movimiento suave, dbil. Al volver en s, busc preocupado los anteojos; haban cado cerca de l. Mir el reloj. No poda haber pasado ms de un cuarto de hora. Se sent y apoy la espalda en la pared. Pas algunos minutos respirando sin pensar, alivia- do de no haberse lastimado, de que los anteojos no se hubieran roto. De pronto, sinti una oleada de pnico. Este olvido sera el comienzo de algo? La primera isla diminuta del olvido? Se ira haciendo cada vez ms grande, vendran luego muchas otras ms? Somos depsitos de cantos rodados del olvido, deca Prado en algn lugar de sus textos. Y si ahora lo arrollara una avalancha de cantos rodados y se llevara consigo todas sus caras palabras? Se tom la cabeza entre las grandes manos y presion fuerte, como si as pudiera evitar que desaparecieran ms palabras. Recorri el lugar con la vista y fue nombrando cada objeto, primero en dialecto suizo, luego en alemn, francs e Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
286 ingls, hasta llegar al portugus. Las record todas; comenz a respirar ms pausadamente. Cuando abrieron la puerta para que entrara el grupo siguiente, se qued esperando en el rincn y se mezcl entre la gente para luego desaparecer por la puerta. El cielo de Coimbra era de un azul intenso. Entr en un caf y tom un t de manzanilla en tragos pequeos, pausados. Sinti que se le calmaba el es- tmago y pudo comer algo. Haba estudiantes que descansaban bajo el tibio sol de marzo. Un hom- bre y una mujer abrazados rompieron a rer, tiraron los cigarrillos, se levanta- ron con movimientos naturales y flexibles y empezaron a bailar con tal gracia y soltura como si la fuerza de la gravedad no existiese. Gregorius sinti que un recuerdo pugnaba por aflorar y se entreg a l. All estaba esa escena en la que no haba pensado en muchos aos. Sin errores pero un poco pesado le haba dicho el profesor de latn, cuando Gregorius termin de traducir un fragmento de las Metamorfosis de Ovidio. Haba sido una tarde de diciembre, nevaba y haban tenido que encender la luz. Las muchachas sonrean con algo de sorna. Baile un poco ms! haba agregado el hombre de blazer, moito y chalina roja. Gregorius haba tenido la percepcin del peso de su cuerpo sobre el banco. Se haba movido y el banco haba rechinado. Los dems siguieron leyendo sus traducciones y l se qued todo el tiempo all sentado, como en un embota- miento sordo que haba durado mientras caminaba por las alamedas ya decora- das para Navidad. Despus de las fiestas, ya no haba regresado a esa clase. Haba evita- do al hombre de la chalina roja, a los otros profesores. Y a partir de ese da haba estudiado solo en casa. Pag y cruz el Mondego o rio dos poetas, de regreso al hotel. Te resulto aburrido? Cmo? Pero Mundus, cmo puedes preguntarme algo as? Por qu le seguan doliendo tanto estas cosas, todava hoy? Por qu no haba logrado sacrselas de encima en veinte, treinta aos? Dos horas ms tarde, cuando se despert en el hotel, estaba cayendo el sol. Natalie Rubin haba estado caminando con tacos aguja por el mrmol de los corredores de la Universidad de Berna. Parado frente a un auditorio vaco, Gregorius le haba dado una clase sobre palabras griegas que aparecan una sola vez en la literatura. Haba querido escribir las palabras, pero el pizarrn estaba tan encerado que la tiza resbalaba y al querer pronunciadas las haba olvidado. Estefnia Espinhosa tambin haba pasado errante por su sueo como un fan- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
287 tasma: una figura de ojos brillantes y tez oliva; primero en silencio, luego, como una docente que daba clases sobre temas inexistentes bajo una cpula revesti- da de oro. Doxiades la haba interrumpido. Vuelva a casa haba dicho le hare- mos los anlisis en la Bubenbergplatz. Gregorius se sent en el borde de la cama. Todava no poda recordar la palabra de Homero. Comenz a torturarlo otra vez la inseguridad de no saber exactamente dnde apareca. No haba tenido ningn sentido ponerse a buscar en la Ilada. Era en la Odisea. Era all. Saba que era all. Pero dnde? El primer tren a Lisboa haba averiguado en la recepcin sala a la maana siguiente. Tom el enorme libro sobre el mar tenebroso y sigui leyendo lo que haba escrito El Edris, el gegrafo musulmn. Nadie sabe nos dicen lo que hay en ese mar; no es posible investigar, pues el viaje tiene demasiados obstculos: la profunda oscuridad, las olas altsimas, las frecuentes tormentas, los innumerables monstruos que lo habitan, los fuertes vientos. Haba querido hacerse una fotocopia de los dos trabajos de Estefnia Espinhosa sobre Finis- terre pero haba fracasado en su intento de explicarle al personal de la biblio- teca lo que quera. Se qued sentado un rato ms. Tiene que hacerse exmenes, haba di- cho Doxiades. Tambin oy la voz de Maria Joo: Tiene que prestarle atencin. Se duch, hizo la valija. La mujer de la recepcin lo mir asombrada cuando le pidi que le llamara un taxi. En la estacin haba una agencia de alqui- ler de autos que todava estaba abierta. Tena que pagar el da de hoy completo, le dijo el hombre. Gregorius asinti, firm por dos das y se fue caminando al estacionamiento. Tena licencia de conductor desde sus das de estudiante. Haba pagado el arancel con el dinero que ganaba con sus clases: haca de eso treinta y cuatro aos. Desde entonces no haba vuelto a manejar; el carn amarillento con la foto juvenil y la advertencia de que deba llevar anteojos y no poda manejar de no- che haba quedado olvidado en la carpeta con sus documentos de viaje. El hom- bre de la agencia haba fruncido el ceo, haba mirado alternativamente la foto y el rostro real que tena ante s, pero no haba dicho nada. Sentado al volante del auto, Gregorius esper a que su respiracin se calmara. Prob lentamente todos los botones e interruptores. Encendi el motor con las manos heladas, puso la marcha atrs, solt el embrague y el motor se ahog. El fuerte sacudn lo asust; esper a que su respiracin volviera a cal- marse. En el segundo intento, el auto dio un brinco, pero sigui andando y Gre- gorius sali marcha atrs del lugar donde estaba estacionado. Tom las curvas que llevaban a la salida a paso de hombre. El auto volvi a pararse en un semfo- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
288 ro a la salida de la ciudad. Luego la cosa empez a ir cada vez mejor. En dos horas recorri la autopista hasta Viana do Castelo. Iba sentado tranquilo al volante, mantenindose sobre el carril derecho. Comenz a disfru- tar del viaje. Logr desplazar el problema de la palabra de Homero a un lugar tan remoto que casi podra decirse que lo haba olvidado. Se envalenton, acele- r y empez a manejar con los brazos estirados. Por la mano contraria avanzaba un auto, encandilando con las luces al- tas. Todo empez a girar. Gregorius sac el pie del acelerador, el auto patin a la derecha por la banquina, arranc el csped y se detuvo a centmetros de la valla protectora. Cientos de conos de luz pasaban rasantes sobre l. En el prximo estacionamiento, se baj y respir con cuidado el aire fresco de la noche. Tendra que volver a casa. Hablar con los mdicos en su idioma natal. Una hora ms tarde, pas por Valenya do Minho y lleg a la frontera. Dos hombres de la Guardia Civil con ametralladoras le indicaron que siguiera. Desde Tui, cruzando el Mio, tom la autopista por Vigo, Pontevedra, y sigui hacia el norte en direccin a Santiago. Par poco antes de la medianoche y, mientras coma, estudi el mapa. No haba otra solucin; si no quera hacer el enorme desvo por la pennsula de Santa Eugenia, tena que subir desde Padrn por el camino de montaa hasta Noia; desde all, era muy claro: seguir siempre bordeando la costa hasta Finisterre. Nunca haba manejado en caminos de mon- taa; se le presentaron imgenes de los pasos de montaa de Suiza en los que el conductor de un mnibus del correo suizo bregaba haciendo girar el volante en un sentido y luego en otro, incesantemente. La gente que lo rodeaba hablaba el idioma de Galicia. Gregorius no en- tenda nada. Estaba cansado. Se haba olvidado la palabra. l, Mundus, se haba olvidado una palabra de Homero. Debajo de la mesa apret los pies contra el piso, para desintegrar el colchn de aire. Tuvo miedo. El miedo y un idioma ex- tranjero no se llevan muy bien. Era ms fcil de lo que haba pensado. En las curvas empinadas maneja- ba a paso de hombre. De noche, sin embargo, era ms fcil porque las luces altas anunciaban que venan autos en sentido contrario. Cada vez haba menos autos, eran ms de las dos. Si se mareaba no podra parar as como as en medio de ese camino angosto; si lo pensaba, lo inundaba el pnico. Pero cuando un car- tel anunci que se estaba acercando a Noia, se atrevi a tomar las curvas ms rpido. Un poco pesado. Pero Mundus, cmo puedes preguntarme algo as? Por qu no le haba mentido? Hubiera sido tan simple! Aburrido t! Pero por su- puesto que no! Podemos, en verdad, sacarnos de encima lo que nos hizo dao, tan f- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
289 cilmente? Nos extendemos ampliamente hacia el pasado, haba escrito Prado. Esto se debe a nuestros sentimientos, en particular los sentimientos profundos, sos que definen quines somos y cmo es ser quienes somos. Porque nuestros sentimientos no saben del tiempo, no saben de l ni lo reconocen. De Noia a Finisterre slo quedaban ciento cincuenta kilmetros; la ruta era buena. No se vea el mar, pero se lo poda presentir. Eran las cuatro. Grego- rius paraba el auto de vez en cuando. No era un mareo, decida en cada parada. Era ms lgico pensar que ya estaba demasiado cansado y por eso el cerebro pareca nadarle dentro del crneo. Despus de pasar varias estaciones de servicio a oscuras, encontr una abierta. Le pregunt a un empleado medio dormido cmo era Finisterre. Pues, el fin del mundo!, le respondi el hombre, riendo. Cuando Gregorius lleg a Finisterre, empezaba a amanecer bajo un cielo cubierto de nubes. Tom un caf en un bar; era el primer parroquiano. Total- mente lcido y firme, se par en el piso de piedra. La palabra volvera cuando menos lo esperara; as era la memoria. Se alegraba de haber hecho ese loco viaje, de estar all; acept el cigarrillo que le ofreci el dueo del bar. Despus de la segunda pitada, sinti un leve mareo. Vrtigo le dijo al patrn. Soy un experto en mareos; hay muchas clases y las conozco todas. El patrn no entendi nada y sigui limpiando enrgicamente el mostra- dor. Recorri los ltimos kilmetros hasta el Cabo con la ventanilla baja. El aire salado era esplndido y manej todo el trecho lentamente, como quien sa- borea un placer por anticipado. La calle terminaba en un puerto con botes de pesca. Los pescadores acababan de regresar y estaban parados todos juntos, fumando. No supo luego cmo haba sucedido, pero de pronto se encontr para- do con ellos, fumando el cigarrillo que le haban ofrecido; era como una mesa de caf, pero parados y al aire libre. Les pregunt si estaban satisfechos con su vida. Mundus, un fillogo de Berna especialista en lenguas antiguas les preguntaba a los pescadores de Gali- cia, en el fin del mundo, por su actitud ante la vida. Gregorius lo disfrutaba, lo disfrutaba desmedidamente; la alegra por lo absurdo de la situacin estaba mezclada con cansancio, euforia y la sensacin desconocida y liberadora de que no haba lmites para nada. Los pescadores no entendieron la pregunta y Gregorius tuvo que repe- tirla dos veces en su espaol quebrado. Contento? dijo uno de ellos finalmente. Es lo nico que conoce- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
290 mos! No paraban de rer; se rean a carcajadas con una risa ruidosa y conta- giosa; Gregorius se ri tambin, con tal fuerza que le empezaron a lagrimear los ojos. Le puso la mano en el hombro a uno de los pescadores y lo hizo volverse hacia el mar. Siempre derecho, ms y ms nada! grit en medio de un golpe de viento. Amrica! grit el hombre Amrica! Del bolsillo interior de la chaqueta sac una foto de una joven en jeans, botas y sombrero de cowboy. Mi hija! dijo sealando el mar. Los otros le sacaron la foto de la mano. Qu guapa es! gritaban todos al mismo tiempo. Gregorius rea, gesticulaba y rea; los otros le palmeaban los hombros, el derecho, el izquierdo, otra vez el derecho con palmadas bruscas; Gregorius se tambale, los pescadores empezaron a dar vueltas, el mar giraba, el zumbido del viento comenz a zumbar dentro de sus odos, luego se hizo ms y ms fuer- te hasta que desapareci de repente en un silencio que se lo trag todo. Cuando se despert, estaba en un bote de la orilla; sobre l se inclina- ban rostros preocupados. Se enderez. Le dola la cabeza. Rechaz la botella de aguardiente que le ofrecieron. Ya estaba bien, dijo, y agreg: El fin del mundo! Se rieron aliviados. Estrech sus manos callosas y arrugadas, baj del bote lentamente y se sent al volante. Se alegr de que el motor arrancara ensegui- da. Los pescadores lo miraron partir con las manos en los bolsillos de sus overo- les. Tom una habitacin en una pensin y durmi hasta entrada la tarde. Cuando se despert, el cielo estaba despejado; la tarde estaba un poco ms clida. Sin embargo, cuando fue al Cabo al atardecer, sinti mucho fro. Se sent en una roca y mir cmo la luz del sol se iba debilitando hacia el oeste para luego apagarse completamente. O mar tenebroso. Las olas negras rompan con estruendo, la espuma luminosa barra la playa con un murmullo amenazante. La palabra no quera venir. No vena. Es que, en verdad, exista esa palabra? No sera la razn, en vez de la memoria, lo que se haba quebrado con esa grieta finsima? Cmo era posible que alguien estuviera a punto de perder la razn slo porque se le escapaba una palabra, una sola palabra que apareca una sola vez? Podra ser motivo de tortu- ra si estuviera en un auditorio, antes de un examen parcial, en un examen final. Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
291 Pero ante el mar turbulento? Esas negras aguas que all a lo lejos se confun- dan con el cielo nocturno, no deberan barrer con tales preocupaciones como si fueran algo totalmente insignificante, ridculo, algo que slo poda preocupar a alguien que hubiera perdido todo sentido de la proporcin? Extraaba su tierra. Cerr los ojos. A las ocho menos cuarto vena ca- minando desde la Bundesterrasse y entraba en el puente de Kirchenfeld. Cami- naba por las alamedas de la Spitalgasse, la Marktgasse y la Kramgasse y bajaba al Barengraben. Escuchaba el oratorio de Navidad en la catedral. Se bajaba del tren en Berna y entraba, en su casa. Sacaba el disco del curso de portugus del plato y lo guardaba en el armario de los artculos de limpieza. Se recostaba en la cama y se alegraba de saber que todo era como antes. Era totalmente improbable que Prado y Estefnia Espinhosa hubieran viajado a este lugar. Ms que improbable. No haba ningn motivo para pensarlo. Ni el menor motivo. Muerto de fro y con la chaqueta hmeda, Gregorius fue hasta el auto. En la oscuridad se vea gigantesco. Como una monstruosidad que nadie podra manejar sano y salvo hasta Coimbra; l, menos que nadie. Ms tarde trat de comer algo frente a la pensin, pero no pudo tragar bocado. Pidi un par de hojas de papel en la recepcin. Se sent a la diminuta mesa de la habitacin y tradujo al latn, al griego y al hebreo lo que haba escri- to el gegrafo musulmn. Haba tenido la esperanza de que la palabra perdida volviera cuando escribiera los caracteres griegos. Pero no, el espacio de la me- moria permaneci mudo y vaco. No, la extensin del mar con su murmullo no restaba importancia al hecho de poder recordar y olvidar frases. Ni tampoco al hecho de recordar y olvidar palabras individuales. No era as, no era as de modo alguno. Una sola frase entre muchas, una sola palabra entre muchas. Las masas de aguas ciegas y mudas no podan afectarlas de manera alguna y eso seguira siendo as aun cuan- do el universo entero, de un da para otro, se convirtiera en un mundo de innu- merables diluvios donde lloviera sin cesar de todos los cielos. Si hubiera en el universo una sola palabra, una nica palabra, no sera entonces una simple pala- bra; si la hubiera, sera ms poderosa, ms luminosa que todos los diluvios bajo todos los horizontes. Gregorius se fue tranquilizando lentamente. Antes de irse a dormir, mir por la ventana el auto estacionado abajo. Maana, de da, las cosas iban a andar mejor. Fueron mejor. Cansado y con un poco de miedo despus de una noche inquieta, fue recorriendo los tramos en etapas cortas. Cuando paraba, lo acosa- Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
292 ban las imgenes de los sueos de la noche anterior. Haba estado en Isfahan, que quedaba junto al mar. La ciudad con sus minaretes y sus cpulas, con el azul de ultramar reluciente y el oro deslumbrante, se elevaba sobre un horizonte claro; se haba asustado, entonces, al ver que un negro mar bramaba con furia ante la ciudad del desierto. Un viento clido y seca le arroj un aire hmedo y pesado al rostro. Haba soado con Prado por primera vez. El orfebre de las palabras no haca nada; slo estaba presente en la extensa arena del sueo, callado y noble; Gregorius, con el odo pegado al enorme grabador de Adriana, buscaba el sonido de su voz. En Viana do Castelo, poco antes de llegar a la autopista hacia Porto y Coimbra, Gregorius sinti que tena la palabra perdida de la Odisea en la punta de la lengua. Sentado al volante, cerr los ojos involuntariamente e intent con todas sus fuerzas evitar que volviera a hundirse en el olvido. Lo sobresaltaron unos bocinazos frenticos. En el ltimo segundo logr enderezar el auto que se haba ido al carril contrario y evitar un choque frontal. Par el auto en la prxi- ma zona de servicios y esper a que cediera el doloroso latir de la sangre en el cerebro. Desde all hasta Porto, fue manejando detrs de un camin que iba muy lento. En Porto, a la empleada de la agencia de alquiler no le convenci que l devolviera el auto all y no en Coimbra. Luego mir largamente el rostro de Gre- gorius y acept. Cuando el tren se puso en marcha hacia Coimbra y Lisboa, Gregorius apoy agotado la cabeza en el respaldo. Pens en todas las despedidas que lo esperaban en Lisboa. ste es el sentido de una despedida en el sentido pleno y sustancial de la palabra: que ambos seres, antes de separarse, lleguen a un acuerdo sobre cmo se han visto, cmo se han percibido haba escrito Prado en la carta a su madre. Despedirse es tambin algo que uno hace con uno mis- mo: pararse ante s mismo bajo la mirada del otro. El tren tom velocidad. El horror del accidente que haba estado a punto de provocar comenz a ceder. No quera pensar en nada ms hasta llegar a Lisboa. En el instante preciso en que el golpeteo montono de las ruedas lo ayudaba a desprenderse de todo apareci la palabra perdida: , una esp- tula para limpiar el piso de la sala. Y luego supo dnde estaba: en la Odisea, cerca del final del canto vigsimo segundo. Se abri la puerta del compartimiento y entr un hombre joven que despleg un diario sensacionalista con enormes titulares. Gregorius se par, tom su equipaje y camin hacia el final del tren hasta que encontr un compar- timiento vaco. repiti . Cuando el tren se detuvo en la estacin de Coimbra, pens en la colina Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
293 de la Universidad y en el agrimensor que, en su imaginacin, cruzaba el puente con un arcaico maletn de mdico; un hombre delgado de guardapolvo gris, en- corvado hacia adelante, que reflexionaba sobre la manera de lograr que la gente de la colina del castillo lo dejara entrar. Cuando Silveira lleg a casa del trabajo, Gregorius lo recibi en el hall. Silveira se detuvo y lo mir con los ojos entrecerrados. Te vuelves a casa. Gregorius asinti. Cuntame!
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Si me hubiera dado tiempo, hubiera hecho de usted un autntico por- tugus dijo Cecilia. Cuando est de vuelta en su tierra, con su idioma ronco y gutural, piense: doce, suave, hay que saltar por encima de las vocales. Se puso la chalina verde delante de los labios; se mova cuando ella hablaba. Vio que Gregorius miraba la chalina y se ri. Le gusta lo que hago con la chalina, no? pregunto. Sopl con fuer- za. Le dio la mano. Tiene usted una memoria increble. Aunque slo fuera por eso, no po- dra olvidarme de usted. Gregorius no le soltaba la mano. Titubeaba. Al final, se atrevi a pre- guntar. Hay alguna razn especial para...? Para que siempre me vista de verde? S, la hay. Le voy a contar cuando vuelva. Quando voltares. Cuando vuelva. Haba dicho quando, no se. Camino a la casa de Vtor Coutinho se imagin qu pasara si se presentara el lunes a la maana en el instituto de idiomas, la cara que pondra Cecilia. Cmo se moveran sus labios cuando le contara por qu se vesta eternamente de verde. Que quer la voz de Coutinho son como un ladrido. El zumbido del portero elctrico y el viejo baj la escalera con la pipa entre los dientes. Por un momento, mir a Gregorius, buscando en la memoria. Ah, cest vous dijo luego. El mismo olor a comida rancia, polvo y tabaco de pipa. La misma camisa de color indefinido, desvado por los lavados. Prado. O consultrio azul. Pregunt si Gregorius lo haba encontrado. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
294 No s por qu te lo regalo pero as es la cosa, le haba dicho el viejo aquella vez. Y le haba regalado el Nuevo Testamento. Gregorius lo haba llevado consigo, pero lo dej en el bolso. Ni siquiera pudo mencionarlo, no encontr las palabras adecuadas. La intimidad es fugaz .Y engaosa como un espejismo, haba escrito Prado. Gregorius le dijo que estaba apurado y le dio la mano. Una cosa ms le grit el viejo cuando ya estaba cruzando el patio. Cuando est all de vuelta, va a llamar al nmero telefnico? El nmero de la frente? Gregorius puso cara de indecisin, hizo un gesto de despedida y se march. Fue a la Baixa, la ciudad antigua, y camin por el tablero de ajedrez de sus calles. Comi algo en el caf frente a la farmacia de O'Kelly y volvi a espe- rar a que el farmacutico apareciera fumando detrs del vidrio de la puerta. Quera volver a hablar con l?, se pregunt. Haba tenido la sensacin, toda la maana, de que estaba haciendo algo mal; faltaba algo en sus despedidas. Ahora supo qu era. Entr en un negocio de fotografa y compr una cmara con teleobjetivo. Volvi al caf. O'Kelly apare- ca por momentos tras la puerta entreabierta; Gregorius la mantuvo enfocada y gast un rollo entero de pelcula: no llegaba a apretar el interruptor a tiempo. Pasando por el Cemitrio dos Prazeres, volvi a la casa de Coutinho y sac fotos del edificio medio derruido, cubierto de hiedra. Mantuvo enfocada la ventana de la planta alta por un rato, pero el viejo no se dej ver. Abandon la idea y camin hasta el cementerio. All sac fotos de la bveda de la familia Prado. Cerca del cementerio compr otro rollo de pelcula y tom el viejo tran- va que cruzaba la ciudad hasta la casa de Mariana Ea. T dorado rojizo de Assam con azcar en terrones. Los ojos grandes, oscuros. El cabello rojizo. S, dijo ella. Era mejor hablar con los mdicos en su idioma natal. Gregorius no le cont nada de su desmayo en la Biblioteca de Coimbra. Hablaron de Joo Ea. La habitacin que tiene es un poco escasa dijo Gregorius. Una sombra de fastidio cruz el rostro de la mdica, pero se control rpidamente. Le suger otros lugares, ms confortables. Pero l quiso eso. Tiene que ser humilde dijo. Despus de todo lo que pas, tiene que ser humilde. Gregorius se march antes de que se vaciara la tetera. Dese no haber dicho nada sobre la habitacin de Ea. Era tonto actuar como si despus de Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
295 compartir tres tardes con l, estuviera ms cerca que ella, que lo haba conoci- do cuando era una nia. Como si l lo comprendiera mejor. Era tonto actuar as, aunque fuera cierto. A la tarde se qued un rato descansando en la casa de Silveira; se puso los pesados anteojos viejos, pero sus ojos no los toleraron. Cuando lleg a la casa de Mlodie, era muy tarde para sacar fotos. De todos modos, sac algunas con el flash. Hoy ya no apareca tras las ventanas iluminadas. Una muchacha que pareca no tocar el piso con los pies. El juez se haba bajado del auto, haba detenido los autos con su bastn, se haba abierto paso entre los espectadores y haba arrojado un puado de monedas en el estuche abierto del violn sin mirar a su hija. Gregorius mir los cedros que le haban parecido rojos a Adriana antes de que su hermano le clavara el cuchillo en el cuello. Gregorius vio a un hombre tras la ventana. Ya no le quedaron dudas: no llamara a la puerta. Tom un caf en el mismo bar donde haba estado sentado una vez y, como aquella vez, fum un cigarrillo. Luego subi a la terraza del Castillo y se grab en la memoria la imagen de Lisboa de noche. O'Kelly estaba cerrando el negocio. Sali unos minutos despus y Gre- gorius lo sigui a distancia para que esta vez no pudiera descubrirlo. Dobl en la calle donde estaba el club de ajedrez. Gregorius volvi sobre sus pasos; quera sacar fotos de la farmacia iluminada.
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El sbado a la maana Filipe fue con Gregorius al Liceu. Levantaron to- do el equipo de camping y Gregorius sac las fotos de Isfahan de las paredes. Luego le dijo al chofer que poda irse. Era un da tibio y soleado, faltaban pocos das para que empezara el mes de abril. Gregorius se sent sobre el musgo de los escalones de la entrada. Me sent sobre el musgo tibio de la escalera de entrada. Pens en el imperioso deseo de mi padre de que estudiara medicina. Quera que yo fuera mdico, que- ra que me convirtiese en alguien que pudiera aliviarlo de sus dolores. Lo amaba por tener tanta confianza en m; lo detestaba por la pesadsima carga que depo- sitaba en m con ese deseo conmovedor. De pronto, Gregorius rompi a llorar. Se quit los anteojos, ocult la cabeza entre las rodillas y dej que las lgrimas cayeran, sin resistencia, sobre el musgo de los escalones. Em vo, intilmente: sa haba sido una de las frases favoritas de Prado, le haba dicho Maria Joo. Gregorius la dijo en voz alta, la Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
296 repiti primero lentamente; luego, cada vez ms rpido, hasta que las palabras se fundieron entre s; se fundieron con las lgrimas. Subi al saln de clase de Prado y sac una foto de la vista de la escue- la para nias desde la ventana. Desde la escuela para nias enfoc la vista opuesta: la ventana donde Maria Joo haba visto los puntos de luz del sol que se reflejaban en los prismticos de Prado. Al medioda, sentado en la cocina de Maria Joo, le habl de todas las fotos que haba sacado. De repente, todo brot inconteniblemente: el desmayo en Coimbra, el olvido de la palabra de Hornero, el pnico a un examen neurolgi- co. Se sentaron juntos a la mesa de la cocina y leyeron lo que deca la enci- clopedia mdica de Maria Joo sobre los mareos. Podan tener causas totalmen- te inocuas: Maria Joo le mostr las oraciones, las fue siguiendo con el ndice, traduciendo, repitiendo las palabras importantes. Tumor. Gregorius, mudo, seal la palabra. S, claro dijo Maria Joo pero haba que leer todo lo que deca. En esos casos, los mareos se presentaban con otras manifestaciones que l no haba tenido. Se alegraba le dijo al despedirse de que la hubiera llevado con l en ese viaje al pasado. De esa manera haba podido sentir esa mezcla particular de cercana y distancia que se daba en ella cuando lo que estaba en juego tena que ver con Amadeu. Luego fue al armario y sac el cofre con los sobres. Tom el sobre sellado con los pensamientos de Prado sobre Ftima y se lo dio a Grego- rius. Como le dije, yo no lo voy a leer dijo. Creo que con usted estar en buenas manos. Tal vez, de todos nosotros, sea usted quien haya llegado a conocerlo mejor. Le estoy agradecida por la manera en que habla de l. Sentado en el ferry que cruzaba el Tajo, Gregorius volvi a ver a Maria Joo despidindose parada en la puerta, saludndolo con la mano hasta que haba desaparecido de su vista. Era la ltima que haba conocido y era a quien ms iba a extraar. Me escribir cuando tenga los resultados de los estudios? le pre- gunt.
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Gregorius se par ante la puerta. Joo Ea lo mir entre cerrando los ojos y sus rasgos se endurecieron como los de quien se arma para enfrentar un gran dolor. Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
297 Es sbadodijo. Se sentaron en los lugares de costumbre. No estaba el tablero de aje- drez; la mesa se vea desnuda. Gregorius le habl de sus mareos, de su miedo, de los pescadores del fin del mundo. Entonces no viene ms dijo Ea. En vez de hablar de Gregorius y de sus problemas, Ea habl de s mis- mo; si esto lo hubiera hecho otra persona, Gregorius se hubiera sentido recha- zado; no con este hombre torturado, inabordable, solitario. Sus palabras eran las ms valiosas que haba escuchado. Si se comprobaba que los mareos no tenan importancia y los mdicos lograban combatirlos, volvera, dijo. Quera aprender bien portugus y escribir la historia de la resistencia portuguesa. Hablaba con firmeza, infundindole a su voz la fuerza de la conviccin, pero esa confianza sonaba vaca. Estaba seguro de que a Ea tambin le sonaba vaca. Con sus manos temblorosas, Ea tom el tablero del estante y ubic las figuras. Se qued sentado un momento con los ojos cerrados. Luego se par y busc una coleccin de partidas famosas. sta. Aljechin contra Capablanca. Quiero que la juguemos juntos. El arte contra la ciencia dijo Gregorius. Ea sonri. Gregorius dese haber podido conservar esa sonrisa en una foto. A veces trataba de imaginarse cmo seran los ltimos minutos despus de tomar las pastillas, dijo Ea cuando iban por la mitad de la partida. Al princi- pio se sentira quizs el alivio de que todo terminara por fin y de poder escapar de esa enfermedad denigrante. Un hlito de orgullo por tener el valor necesa- rio. Tal vez uno lamentara no haber sido tan valiente ms a menudo. Un ltimo resumen, un ltimo asegurarse de que eso era lo correcto y de que sera un error llamar una ambulancia. La esperanza de la serenidad hasta el final. Espe- rar la oscuridad paulatina, el adormecimiento en los labios y en las puntas de los dedos. Y entonces, de repente, el pnico, la rebelda, el insensato deseo de que el fin no llegue an. Un desborde interior, una corriente ardiente y podero- sa de voluntad de vivir que barre con todo y que hace que todo pensamiento y toda decisin parezcan artificiales, falsos, ridculos. Y entonces? Entonces qu? No s dijo Gregorius. Tom el libro de Prado y ley en voz alta.
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298 Sentiran horror si en ese instante les anunciaran una muerte cercana y la razn era evidente, simple y clara. Dej que el sol de la maana me iluminara el rostro trasnochado y pens: ya sea que su vida est hecha de privaciones o de lujos, de penurias o de placeres, quieren seguir teniendo ese elemento que la compone. No quieren que su vida llegue a su fin, aun cuando despus del fin ya no podrn extraar la vida que no tuvieron; son conscientes de ello.
Ea le pidi el libro y ley tambin; primero, el mismo fragmento; luego, toda la conversacin con Jorge sobre la muerte. O'Kelly fijo finalmente. Se est fumando la vida. S Y qu? Eso contestaba cuando alguien le deca algo. Todava le veo la cara: B- same el culo. Y entonces le vino a dar lo del miedo. Merda. Empezaba a oscurecer cuando terminaron la partida. Haba ganado Al- jechin. Gregorius agarr la taza de Ea y se tom el ltimo trago de t. Se que- daron parados ante de la puerta, uno frente al otro. Gregorius temblaba. Ea lo abraz y Gregorius sinti la presin de su cabeza sobre la mejilla. Lo escuch tragar, sinti el movimiento de su nuez de Adn. Ea trastabill: la fuerza que hizo para separarse de Gregorius lo hizo tambalear; luego abri la puerta con la cabeza gacha. Antes de doblar, Gregorius se dio vuelta para mirar atrs. Ea estaba parado en medio del Camino, mirndolo partir. Nunca lo haba hecho antes. Ya en la calle, Gregorius se par detrs de un arbusto y esper. Ea sali al balcn y encendi un cigarrillo. Gregorius termin el rollo de fotos. No vio el Tajo. Segua viendo y sintiendo a Joo Ea. Desde la Praya do Comrcio fue caminando lentamente hacia el Bairro Alto y se sent en un caf cerca de la casa azul.
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Dej pasar un cuarto de hora tras otro. Adriana. sa iba a ser la des- pedida ms difcil. Abri la puerta y ley, rpida y correctamente, la expresin en el ros- tro de Gregorius. Pas algo dijo. Nada ms que unos exmenes mdicos de rutina en Berna dijo Gre- gorius. S agreg, es muy posible que vuelva. Lo sorprendi que ella lo tomara con tanta calma. Hasta se sinti un po- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
299 co herido. Su respiracin, sin ser alocada, se torn un poco ms agitada que antes. Tom impulso, se par y busc una agenda. Quera tener el nmero telefnico de su casa en Berna. Gregorius arque las cejas asombrado. Adriana seal un rincn; haba una mesita con un telfono. Desde ayer dijo. Haba algo ms que quera mostrarle. Fue cami- nando al altillo delante de l. Las montaas de libros que estaban en el piso del cuarto de Amadeu haban desaparecido. Los libros estaban ahora sobre unos estantes, en un rin- cn. Lo mir con una expresin llena de expectativa. Gregorius asinti, se acer- c a ella y le acarici un brazo. Adriana abri el cajn del escritorio de Amadeu, desat la cinta que una las tapas de cartn y sac tres pginas. Esto lo escribi despus, despus de la muchacha dijo mientras su pecho flaco suba y bajaba. De golpe la letra es tan chiquita. Cuando vi eso, pens: quiere ocultrselo a s mismo. Recorri el texto con la mirada. Lo destruye todo dijo. Todo. Puso las hojas en un sobre y se lo dio a Gregorius. Ya no era l mismo. Quisiera... llveselas, por favor. Lejos. Muy lejos. Despus, Gregorius se maldijo a s mismo. Haba querido volver a ver la habitacin donde Prado le haba salvado la vida a Mendes, donde haba estado la lmina del cerebro, donde estaba enterrado el juego de ajedrez de Jorge. Le gusta tanto trabajar aqu abajo. Conmigo. l y yo juntos dijo Adriana en el consultorio, acariciando la camilla con la mano. Todos lo quieren. Lo quieren y lo admiran. Sonri con una sonrisa ligera y lejana que daba miedo. Algunos vienen al consultorio aunque no les pase nada. Inventan algo. Slo vienen a verlo. Gregorius pensaba a toda velocidad. Fue hasta la mesa donde estaban las jeringas antiguas y agarr una. S, as eran antes las jeringas dijo. Qu diferentes son ahora! Adriana ni escuch sus palabras; acomodaba el papel que cubra la cami- lla. En sus rasgos todava quedaba algo de la sonrisa de antes. Gregorius le pregunt si saba que se haba hecho de la lmina del ce- rebro. Tal vez ya tuviera valor como antigedad. A veces le preguntaba para qu necesitaba la ilustracin: para l los Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
300 cuerpos eran transparentes, como de vidrio. l me contestaba que era una lmi- na y nada ms. Le encantan las lminas. Los mapas. Los mapas de ferrocarriles. En Coimbra, cuando era estudiante, critic un atlas de anatoma que todos con- sideraban palabra santa. Los profesores no lo queran. Es poco respetuoso. Se cree muy superior. A Gregorius slo se le ocurri una salida. Mir el reloj. Estoy retrasado dijo. Puedo usar su telfono? Abri la puerta y sali al pasillo. Adriana cerr la puerta con rostro desencajado. Tena una profunda arruga vertical que le divida la frente y le daba el aspecto de un ser dominado por la oscuridad y la confusin. Gregorius baj la escalera. Adeus dijo Adriana y cerr la puerta de la vivienda. Su voz era spera y lejana; era la voz que haba escuchado en su prime- ra visita. Estaba parada erguida y desafiante. Gregorius se le acerc lentamente y se qued parado frente a ella. La mir a los ojos. La mirada de ella era hermtica y lejana. Gregorius no estir la mano. Saba que ella no iba a estrecharla. Adieu dijo. Mucha suerte. Y sali.
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Gregorius le dio la fotocopia del libro de Prado. Haba dado vueltas por la ciudad ms de una hora hasta encontrar un negocio abierto donde hacan fotocopias. Es... dijo Silveira ronco de emocin yo... Luego hablaron de los mareos. Una de sus hermanas dijo Silveira sufra de la vista y haca muchos aos que tena mareos. Nunca haban podido descubrir qu los produca; al final se haba acostumbrado a vivir con ellos. Una vez la acompa al neurlogo. Lo que pens cuando salimos del consultorio fue: estamos en la edad de piedra. Nuestro conocimiento sobre el cerebro es prehistrico, de la edad de piedra. Unas pocas reas, algunos mode- los de actividad, algunas sustancias. Eso es todo lo que se conoce. Tuve la sen- sacin de que ni siquiera saban qu buscar. Hablaron del miedo que provocaba la inseguridad. De pronto, Gregorius sinti que estaba inquieto por algo. Tard un poco en reconocer la sensacin: dos das atrs, al regresar, haba hablado con Silveira sobre el viaje; hoy, con Joo Ea; ahora, con Silveira otra vez. Podra ser que dos intimidades se blo- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
301 quearan, se envenenaran entre s, interfirieran una con la otra? Se alegr de no haberle contado nada a Ea sobre su desmayo en Coimbra; as tena algo para compartir slo con Silveira. Silveira le pregunt cul era, finalmente, la palabra de Homero que haba olvidado. , una esptula para limpiar el piso de la sala. Silveira rompi a rer, Gregorius tambin; siguieron riendo cada vez ms fuerte, doblndose de risa; dos hombres que por un momento podan ele- varse por encima de todos los miedos, las tristezas, los desengaos, el cansancio de toda una vida. Y si bien no podan compartir el miedo, la tristeza ni el desen- gao y stos fueran causa de una soledad que tampoco podan compartir, esta- ban, de una manera valiosa y nica, unidos en la risa. Cuando la risa se fue calmando y volvi a sentir sobre s el peso del mundo, Gregorius record cmo, con Joo Ea, se haban redo de la comida recocinada del hogar. Silveira fue a su cuarto de trabajo y volvi con la servilleta donde Gre- gorius, en el saln comedor del tren nocturno, le haba escrito las frases en hebreo: y Dios dijo: Hgase la luz. Y la luz se hizo. Le pidi que volviera a leerlo en voz alta. Luego le pidi que escribiera algunas palabras de la Biblia, en griego. Gregorius no pudo negarse. Escribi: En el principio exista la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. Silveira fue a buscar su Biblia y ley esas palabras iniciales del Evange- lio segn San Juan. Entonces la palabra es la luz de los hombres dijo. Y las cosas slo existen verdaderamente cuando se expresan en palabras. Y las palabras deben tener una cadencia, como la que tienen las pala- bras en el Evangelio de San Juan, por ejemplo. Slo entonces, slo cuando se vuelven poesa, pueden arrojar luz sobre las cosas. A la luz cambiante de las palabras las cosas pueden verse completamente distintas. Silveira lo mir. Y es por eso que uno tiene que marearse cuando le falta una palabra entre todas las que hay en trescientos mil libros. Y rieron y siguieron riendo, mirndose y sabiendo que rean ahora por lo que haban redo antes; rean porque saban que, ante lo fundamental, era mejor rer. Silveira le pregunt luego si poda dejarle las fotos de Isfahan. Las colgaron en su cuarto de trabajo. Silveira se sent al escritorio, encendi un Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
302 cigarrillo y mir las ilustraciones. Me gustara que mi ex mujer y mis hijos vieran esto dijo. Antes de irse a dormir, se quedaron un momento parados en el hall, en silencio. Pensar que ya se terminadijo Silveira. Su estada aqu. Aqu en mi casa. Gregorius no logr conciliar el sueo. Pens en la maana siguiente; se imagin el momento en que el tren se pusiera en marcha; sinti los primeros movimientos suaves al arrancar. Maldijo los mareos, le dio rabia que Doxiades tuviera razn. Encendi la luz y ley lo que haba escrito Prado sobre la intimidad.
INTIMIDADE IMPERIOSA. En la intimidad estamos entrelazados el uno con el otro; los lazos invisibles que nos unen son cadenas liberadoras. Pero ese estar as entrelazados conlleva un imperioso requerimiento de exclusividad. Compartir es traicionar. Sin embargo, no queremos a una sola persona; nos co- nectamos con ms de uno; no es uno solo quien nos atrae. Qu hacer? Admi- nistrar las diversas intimidades? Llevar una contabilidad pedante sobre los temas, las palabras, los gestos? Sobre lo que ambos sabemos? Sobre los se- cretos compartidos? Sera envenenar silenciosa y paulatinamente la amistad.
Ya comenzaba a amanecer cuando se qued dormido. So con Finiste- rre. Era un sueo melodioso, aunque sin instrumentos ni notas musicales; un sueo de sol, viento y palabras. Los pescadores con sus manos speras se grita- ban cosas entre s, el viento salado se llevaba sus palabras, hasta la palabra que haba logrado recordar haba cado al agua y se estaba hundiendo; Gregorius nadaba con todas sus fuerzas, cada vez ms hondo, sintiendo un tibio placer en los msculos que le oponan resistencia al fro. Tena que abandonar el vapor bananero lo ms pronto posible; les aseguraba a los pescadores que no era por ellos, pero ellos se sentan atacados y se defendan, mirndolo como a un extra- o mientras l, con su bolso de marinero, volva a tierra firme acompaado por el sol, el viento y las palabras.
CUARTA PARTE EL REGRESO
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La figura de Silveira ya haba desaparecido, pero Gregorius sigui salu- dndolo con la mano un largo rato. Hay fabricantes de porcelana en Berna? le haba preguntado pa- rado en el andn. Gregorius haba sacado una ltima foto desde la ventana del comparti- miento: Silveira encendiendo un cigarrillo contra el viento. Las ltimas casas de Lisboa. El da anterior haba vuelto al Bairro Alto, a la librera de la iglesia donde haba apoyado la frente sobre el vidrio empaa- do por la niebla antes de llamar por primera vez a la puerta de la casa azul. Entonces haba tenido que luchar contra la tentacin de ir al aeropuerto y to- mar el primer avin a Zurich. Ahora tuvo que luchar contra la tentacin de ba- jarse en la prxima estacin. Si con cada metro que el tren fuera dejando atrs se borrara un re- cuerdo, si el mundo fuera recuperando parte por parte su forma anterior y al llegar a Berna todo fuera como antes, desaparecera tambin el tiempo de su estada en Lisboa? Gregorius sac el sobre que le haba dado Adriana. Lo destruye todo. Todo. Lo que estaba a punto de leer lo haba escrito Prado despus del viaje a Espaa. Despus de la muchacha. Pens en lo que Adriana haba dicho sobre su retorno de Espaa: se haba bajado de un taxi; estaba sin afeitar y con las meji- llas hundidas; haba comido con avidez todo lo que haba servido; luego haba tomado una pastilla para dormir y haba dormido un da y una noche enteros. Mientras el tren segua camino a Vilar Formoso, donde cruzaran la frontera, Gregorius tradujo el texto que Prado haba escrito con letra diminuta.
CINZAS DA FUTILlDADE. CENIZAS DE FUTILIDAD. Hace ya una eternidad desde que Jorge me llam en medio de la noche porque lo haba asal- tado el miedo a la muerte. No, no fue una eternidad. Fue en otro tiempo, en un tiempo totalmente distinto. Hace exactamente tres aos, tres aos totalmente normales, tres aburridos aos de calendario. Estefnia. Esa noche haba hablado de Estefnia. Las Variaciones Goldberg. Ella las haba tocado para l. El hubiera querido poder tocarlas l mismo en un Steinway. Estefnia Espinhosa. Qu nombre mgico, seductor! pens aquella noche. No quera ver a esa mujer jams: ninguna mujer poda hacerle justicia a ese nombre, verla sera una des- ilusin. Cmo poda saber que era exactamente al revs: el nombre no poda hacerle justicia a la mujer. El miedo de que una vida quede incompleta, como un torso; la conciencia Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
304 de que ya no se podr llegar a ser lo que uno se haba propuesto ser: as haba- mos interpretado finalmente el miedo a la muerte. Cmo se puede pregunt temer que la vida no llegue a ser completa y coherente, si cuando esto se con- vierte en una realidad irreversible, uno no puede experimentarlo? Jorge pareci entenderlo. Qu contest? Por qu no voy a hojear mis notas? Por qu no busco su respuesta? Por qu no quiero saber lo que pens y escrib en ese momento? De dnde proviene esta indiferencia? Es indiferencia? O hay una prdida mayor, ms profunda? Querer saber cmo pensaba uno antes, cmo eso se convierte en lo que uno piensa hoy: tambin eso, si lo hubiera, sera parte de la totalidad de la vida. Habra perdido yo aquello que nos hace temer la muerte? La creencia en una coherencia de la vida por la que vale la pena luchar y que intentamos arrebatarle a la muerte? Lealtad, le dije a Jorge, lealtad. Es all donde creamos nuestra cohe- rencia. Estefnia. Por qu no pudo la rompiente del azar llevarla a otra playa? Por qu la trajo hasta nosotros? Por qu a nosotros, que no estbamos a la altura de una prueba tal? Una prueba que ninguno de los dos logr atravesar, cada uno a su manera? Tienes tanta ansia de m! Es una maravilla estar a tu lado. Pero tienes demasiada ansia de m. No puedo querer este viaje. Lo ves? Sera tu viaje, slo tuyo. No podra ser nuestro dijo. Y tena razn: los otros no pueden convertir- se en las piedras con que construimos nuestras vidas, no pueden ser los ayudan- tes que nos acerquen el agua mientras corremos esa carrera en busca de nues- tra propia felicidad. Finis terrae. Nunca he estado tan lcido, ni tan sobrio. Desde entonces lo s: mi carrera ha llegado a su fin. Una carrera que nunca supe que corra. Una carrera sin competidores, sin meta, sin recompensa. La totalidad? Espejismo, dicen los espaoles; en aquellos das vi la palabra en el diario: es la nica que todava recuerdo. Ilusin ptica. Fata morgana. Nuestra vida son formaciones pasajeras de arenas movedizas, un golpe de viento las construye, el siguiente la destruye. Son construcciones de futili- dad que se lleva el viento antes de que hayan cobrado su forma definitiva.
Ya no era l mismo, haba dicho Adriana. Y ya no quera saber nada con ese hermano desconocido, lejano. Llveselas lejos. Muy lejos. Cundo se es uno mismo? Cuando se es como siempre se ha sido? O como uno se ve a s mismo? O como uno era cuando la lava hirviente de los Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
305 pensamientos y los sentimientos enterraba todas las mentiras, todas las msca- ras y el autoengao? Con frecuencia son los otros quienes se lamentan de que uno ya no es el mismo. Tal vez lo que se quiere decir en realidad es que uno ya no es como les gustara que furamos. No ser acaso nada ms que una especie de consigna para luchar contra la amenaza de que lo habitual se tambalee, dis- frazada de inters y preocupacin por el supuesto bienestar del otro? El tren avanzaba hacia Salamanca; Gregorius se qued dormido. Se despert con una sensacin desconocida; esto no le haba pasado antes. Pas directamente del sueo al vrtigo. Lo atraves una oleada de agitacin nerviosa. Crey que caa en un agujero profundo y se aferr a los brazos del asiento. Cerrar los ojos era peor. Se tap el rostro con las manos. Pas. . Todo estaba bien. Por qu no haba tomado un avin? Maana temprano, en dieciocho horas, hubiera estado en Ginebra. Tres horas ms tarde, en casa. Al medioda, con Doxiades, que se ocupara de lo que hubiera que hacer. El tren redujo la velocidad. SALAMANCA. Luego el segundo cartel: SALAMANCA. Estefnia Espinhosa. Gregorius se par, baj la valija del compartimiento de equipaje y se agarr fuerte hasta que se le pas el mareo. Ya en el andn, camin pisando firme, para destruir el colchn de aire que lo rodeaba.
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Cuando Gregorius recordaba esa primera noche en Salamanca, tena la sensacin de haber pasado horas caminando a los tropezones por catedrales, capillas y claustros, siempre luchando contra el mareo, ciego a su belleza, pero abrumado por su oscura fuerza. Vio altares, cpulas y coros que se iban super- poniendo inmediatamente en la memoria, dos veces entr en medio de una misa; finalmente se qued sentado en un concierto para rgano. No quiero vivir en un mundo sin catedrales. Necesito su belleza y su grandeza. Las necesito contra la vulgaridad del mundo. Quiero dejarme envolver por la frescura de las iglesias. Necesito su imperioso silencio. Lo necesito contra el gritero banal de los cuar- teles y el parloteo ocurrente de sus simpatizantes. Quiero escuchar el sonido arrollador del rgano, esa inundacin de melodas celestiales. Lo necesito contra la estridente pequeez de la msica marcial. Lo haba escrito Prado a los diecisiete aos. Un joven deslumbrante. Un joven que al poco tiempo haba partido con Jorge O'Kelly hacia Coimbra, donde el mundo pareca pertenecerles, donde Prado correga a los profesores en el Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
306 auditorio. Un joven que nada saba an sobre la rompiente del azar, sobre la arena movediza que se llev el viento, sobre las cenizas de la futilidad. Aos ms tarde le haba escrito estas lneas al padre Bartolomeu: Hay cosas que son demasiado grandes para los seres humanos: el dolor, la soledad, la muerte; pero tambin la belleza, la grandeza, la felicidad. Para eso hemos crea- do la religin. Pero qu sucede cuando la perdemos? Esas cosas siguen siendo demasiado grandes para nosotros. Lo que nos queda es la poesa de la propia vida. Tiene la fuerza necesaria para soportarnos? Desde la habitacin del hotel, Gregorius poda ver la catedral nueva y la vieja. Cada vez que las torres daban la hora, se acercaba a la ventana y mira- ba las fachadas iluminadas. San Juan de la Cruz haba vivido aqu. Mientras escriba su tesis sobre l, Florence haba tenido que viajar aqu muchas veces. Haba viajado con otros estudiantes; con l, nunca. A l no le gustaba la manera en que se enloquecan por los versos msticos del gran poeta, ella y los otros. No se enloquece por la poesa. Se la lee. Se la lee con la lengua. Se vive con ella. Sentimos cmo nos mueve, cmo nos cambia, cmo contribuye a darle a la propia vida una determinada forma, un color, una meloda. No se habla de la poesa; ciertamente no se hace de ella la carne de can de una carrera acad- mica. En Coimbra se haba preguntando si no le hubiera gustado vivir una vida en la Universidad. La respuesta era no. Volvi a sentirse como cuando en Pars, sentado en LA COUPOLE, haba aplastado con su lengua bernesa y su saber berns a los colegas charlatanes de Florence. No. Luego so que estaba en la cocina de Silveira. Aurora lo llevaba giran- do al son de la msica de un rgano; la cocina se ensanchaba, l nadaba hacia el fondo y caa en un remolino hasta que perda la conciencia y se despertaba. Fue el primero en bajar a desayunar. Luego fue a la Universidad y pre- gunt dnde estaba la Facultad de Historia. La clase de Estefnia Espinhosa comenzaba en una hora. Isabel la Catlica. En el patio interior de la Universidad, los estudiantes se apretujaban bajo las arcadas. Gregorius no entenda ni una palabra de su espaol vertiginoso y entr en el auditorio antes de hora. Era un saln con paredes totalmente re- cubiertas de paneles, de un refinamiento severo, como de claustro; al frente haba un escritorio sobre una tarima. El saln se fue llenando. Era un aula gran- de, pero antes de la hora ya se haba ocupado hasta el ltimo asiento; a los cos- tados haba estudiantes sentados en el piso. La odi. Con su largo cabello negro, el contoneo al andar, la falda corta. Adriana haba conocido a una muchacha de unos veinticinco aos. La mujer que entr en el auditorio tena casi sesenta. Vea Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
307 los ojos luminosos, la tez mate casi asitica, la risa contagiosa, el contoneo al andar y simplemente no quera que todo eso se apagase; no poda quererlo, haba dicho Joo Ea sobre Prado. Nadie podra haberlo querido, pens Gregorius. Y nadie podra quererlo hoy tampoco. Especialmente si la oan hablar. Tena una voz de contralto oscura, con el dejo del cigarrillo; en las palabras cortantes del espaol se adivinaba la suavidad del portugus. Antes de comenzar a hablar haba apagado el micrfo- no. Era una voz que poda llenar una catedral. Y una mirada que haca desear que la clase nunca terminase. Gregorius entendi muy poco de lo que dijo. La escuchaba como se es- cucha un instrumento musical, a veces con los ojos cerrados, a veces con la mirada concentrada en sus gestos: la mano que se apartaba el cabello entrecano de la frente; la otra mano, en la que sostena un lpiz plateado con el que dibu- jaba una lnea en el aire para subrayar lo que quera recalcar; el codo con el que se apoyaba en el escritorio; los brazos estirados con los que rodeaba el escrito- rio cuando se preparaba para un cambio de tema. Una muchacha que al comienzo haba trabajado en el correo; una muchacha con una memoria increble en la que estaban guardados todos los secretos de la resistencia; la mujer a quien no le gustaba que O'Kelly la llevara de la cintura cuando iban por la calle; la mujer que se haba sentado al volante de un auto frente a la casa azul y haba manejado, para salvar su vida, hasta el fin del mundo; la mujer que no haba dejado que Prado la llevase consigo en su viaje; la mujer que, con su rechazo, con esa des- ilusin, haba sido causa del mayor y ms doloroso estado de lucidez de su vida: la conciencia de haber perdido para siempre la carrera por la felicidad; la sen- sacin de que su vida que haba comenzado como algo resplandeciente se apaga- ba y se deshaca en cenizas. Lo sobresaltaron los empujones de los estudiantes que se iban parando. Estefnia Espinhosa guard sus papeles en una carpeta y baj los escalones de la tarima. Algunos estudiantes se le acercaron. Gregorius sali del auditorio y se qued esperando. Se haba ubicado de tal manera de poder verla desde lejos cuando se acercara. Y entonces decidira si hablarle o no. Vena caminando hacia l, acom- paada por una mujer con la que hablaba como si fuera su asistente. A Grego- rius el corazn le lata desbocado cuando pasaron junto a l. Gregorius las si- gui: subieron una escalera y siguieron por un largo corredor. La asistente se despidi y Estefnia Espinhosa desapareci tras una puerta. Gregorius pas por la puerta y vio su nombre. El nombre no poda hacerle justicia a la mujer. Retrocedi lentamente y se tom de la baranda de la escalera. Baj los Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
308 escalones y se qued un momento parado abajo. Luego volvi a subir corriendo. Esper a que su respiracin se calmara; luego golpe a la puerta. Tena puesto un abrigo y estaba a punto de irse. Lo mir con gesto in- terrogante. Yo... Puedo hablar con usted en francs? pregunt Gregorius. Ella asinti. Se present tartamudeando y luego, como lo haba hecho tantas veces en todo este tiempo, sac el libro de Prado. Los ojos marrn claro se entrecerraron y se qued un momento miran- do el libro sin intentar agarrarlo. Los segundos seguan pasando. Yo... Por qu... Pero primero pase. Tom el telfono y le dijo a alguien en portugus que iba a retrasarse un poco. Le pidi a Gregorius que se sentara y encendi un cigarrillo. Hay algo sobre m en ese libro? pregunt, exhalando el humo. Gregorius sacudi la cabeza. Cmo supo usted de m? Gregorius le habl de Adriana y de Joo Ea. Del libro sobre el mar te- nebroso, que Prado haba estado leyendo hasta el final. De la investigacin del librero de Coimbra. De las solapas de sus libros. No mencion a O'Kelly. Tampo- co habl del manuscrito en letra pequea. Ella le pidi el libro. Ley algunas pginas. Encendi otro cigarrillo. Lue- go mir el retrato. As que ste era l de ms joven. Nunca haba visto un retrato de esa poca. No tena pensado llegar hasta aqu, le dijo Gregorius. Luego no haba podido resistirse. La imagen de Prado quedaba tan... tan incompleta sin ella. Por cierto saba que era un atrevimiento aparecerse as. Ella se acerc a la ventana. Son el telfono. Lo dej sonar. No s si quiero dijo. Hablar sobre ese tiempo, digo. Pero ac, se- guro que no. Puedo llevarme el libro? Quiero leer algunas cosas. Reflexionar. Venga esta noche a mi casa. Entonces le dir qu decid. Le dio una tarjeta. Gregorius compr una gua de la ciudad y fue a visitar los claustros, uno tras otro. No era la clase de persona que va a visitar los lugares tursticos. Cuando la gente se aglomeraba para entrar en algn lugar, l se empecinaba en quedarse afuera, eso cuadraba con su costumbre de leer los bestsellers aos despus de que se hicieran famosos. Tampoco lo impulsaba una avidez de turis- ta. Slo entrada la tarde empez a entender: su inters por Prado le haba cam- Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
309 biado la percepcin de las iglesias y los claustros. Puede haber mayor seriedad que la seriedad potica?, haba respondido a los reparos de Ruth Gautschi y David Lehmann. Esto lo vinculaba con Prado. Tal vez fuera se el lazo ms fuer- te. Pero el hombre que haba pasado de ser un monaguillo deslumbrante a ser un sacerdote ateo pareca haber ido un paso ms all; Gregorius estaba intentando comprender ese paso mientras recorra los claustros. Haba logrado acaso extender la seriedad potica ms all de las palabras bblicas hasta llegar a los edificios que se haban creado de resultas de aquellas palabras? Era eso? Pocos das antes de su muerte, Mlodie lo haba visto salir de una igle- sia. Quiero leer las poderosas palabras de la Biblia. Necesito la increble fuerza de su poesa. Amo a los seres que rezan. Necesito su mirada. La necesito contra el veneno traicionero de lo superficial y lo irreflexivo. sa haba sido la percep- cin de la juventud. Con qu sentimientos haba entrado en una iglesia el hom- bre que estaba esperando que le explotara una bomba de tiempo en el cerebro? El hombre para quien despus del viaje al fin del mundo todo se haba conver- tido en cenizas? El taxi en que Gregorius viajaba a la casa de Estefnia Espinhosa se detuvo en un semforo. En la vidriera de una agencia de viajes, vio un afiche con cpulas y minaretes. Cmo hubiera sido su vida si en el oriente azul con sus cpulas doradas hubiera escuchado al muecn llamando a la oracin todas las maanas? Si la poesa persa tambin hubiera definido la meloda de su vida? Estefnia Espinhosa tena puestos jeans y un pulver deportivo. A pe- sar de las canas, no pareca tener ms de cuarenta y cinco aos. Haba prepara- do unos sndwiches y sirvi el t. Necesitaba tiempo. Vio que la mirada de Gregorius se deslizaba por los estantes de libros y le dijo que se acercara a mirar tranquilo. Gregorius baj los gruesos volmenes de historia. Saba muy poco de la pennsula ibrica y de su historia, dijo. Le cont que haba comprado libros sobre el terremoto de Portugal y la peste ne- gra. Ella le pidi que le hablara de filologa antigua y le hizo innumerables preguntas. Gregorius pens que tal vez quera saber qu clase de hombre era, antes de hablarle de su viaje con Prado. O sera solamente que necesitaba ms tiempo? El latn, dijo ella finalmente. De alguna manera, todo haba empezado con el latn. Haba un joven, un estudiante, que era ayudante en el correo. Era un joven tmido que estaba enamorado de m y crea que yo no me haba dado cuenta. Estudiaba latn. Finis terrae, dijo un da en que tena una Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
310 carta para Finisterre en la mano. Y entonces recit una largusima poesa en latn en la que tambin se hablaba del fin del mundo. Me gust cmo recitaba la poesa latina sin dejar de clasificar las cartas. Se dio cuenta de que me haba gustado y sigui y sigui, toda la tarde. "Empec a estudiar latn a escondidas. No quera que l se enterara, no lo hubiera entendido. Era tan improbable que alguien como yo, una empleada del correo con una educacin miserable, pudiera aprender latn. Tan improbable! No s qu fue lo que me atrajo ms; si fue el idioma en s o que fuera tan improba- ble. "Avanc rpido, tengo buena memoria. Me empez a interesar la histo- ria de Roma. Lea todo lo que poda conseguir; luego empec a leer tambin so- bre la historia de Portugal, de Espaa, de Italia. Mi madre haba muerto cuando todava era una nia; viva con mi padre, que era ferroviario. l nunca haba ledo; al principio le result extrao, pero luego se sinti orgulloso de m, con un orgullo conmovedor. Yo tena veintitrs aos cuando la PIDE se lo llev y lo mandaron a Tarrafal acusado de sabotaje. Pero de eso no puedo hablar, hoy todava no. "A Jorge O' Kelly lo conoc unos meses despus en una reunin de la resistencia. En la sucursal del correo se haba hablado de la detencin de pap y me sorprendi enterarme de que muchos de mis compaeros pertenecan al movimiento de la resistencia. La detencin de pap me despert de golpe a la poltica. Jorge era un personaje importante en el grupo. l y Joo Ea. Jorge se enamor perdidamente de m. A m me resultaba halagador. Intentaba hacer de m una estrella. Tuve la idea de la escuela para analfabetos donde podan reunir- se sin levantar sospechas. "Fue entonces que sucedi. Una noche entr Amadeu en el saln y todo cobr un aspecto diferente; ya nada era igual; haba una nueva luz sobre todas las cosas. A l le pas lo mismo, me di cuenta esa primera noche. "Quera estar con l. Ya no pude dormir ms. Iba al consultorio, una y otra vez, y segua yendo a pesar de las miradas de odio de la hermana. l quera tomarme en sus brazos, era como un alud que poda desencadenarse en cualquier momento. Pero me rechazaba. Jorge deca, Jorge. Empec a odiar a Jorge. "Una vez llam a su puerta a medianoche. Caminamos algunas cuadras, luego me llev bajo un portal y el alud se desencaden. "Esto no puede volver a pasar me dijo luego, y me prohibi que vol- viera. "Fue un invierno largo y terrible. Amadeu no volvi a los encuentros. Jorge estaba enfermo de celos. Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
311 Sera exagerado decir que lo vi venir. S, sera exagerado. Pero me preocupaba que todos confiaran cada vez ms en mi memoria. Qu puede pasar si algo me sucede a m?, les deca. Estefnia sali. Cuando regres, se vea distinta. Como preparada para un combate, pens Gregorius. Se haba lavado la cara y se haba atado el cabello en una cola de caballo. Se par junto a la ventana y fum un cigarrillo entero, dando pitadas ansiosas, antes de seguir hablando. La catstrofe se produjo a fines de febrero. La puerta se abri de- masiado lentamente. Sin hacer ruido. Llevaba botas. Uniforme, no. Botas. Las botas fueron lo primero que vi por la hendija de la puerta. Luego el rostro inte- ligente, al acecho; lo conocamos, era Badajoz, uno de los hombres de Mendes. Hice lo que habamos ensayado muchas veces, empec a hablar de la , a expli- crsela a los analfabetos. Durante mucho tiempo despus de eso, no poda ver una sin acordarme de Badajoz. El banco rechin cuando se sent. La mirada de Joo Ea me rozaba previnindome. Ahora todo depende de ti, pareca decirme. "Como siempre, llevaba puesta una blusa transparente, era como mi ro- pa de trabajo. Jorge la odiaba. Entonces me quit la chaqueta. Las miradas de Badajoz sobre mi cuerpo; eso nos salvara. Badajoz cruz las piernas; fue asque- roso. Termin la clase. "Cuando Badajoz se acerc a Adriao, mi maestro de piano, supe que to- do se acababa. No pude escuchar lo que decan, pero Adriao palideci y Badajoz sonrea con insidia. "Adriao nunca volvi del interrogatorio. No s lo que hicieron con l, no volv a verlo nunca ms. "Joo insisti en que desde ese momento me quedara a vivir con una ta suya. Por seguridad me dijo, se trataba de mantenerme segura. Pero ya esa primera noche me di cuenta de que si bien era por m, no era slo por m; era ms que nada por mi memoria. Y lo que yo pudiera decir si me llevaban. En esos das me encontr con Jorge una sola vez. No nos tocamos, ni siquiera las manos. Fue tan extrao! No lo entend. Slo pude entenderlo cuando Amadeu me dijo por qu tena que salir del pas. Estefnia volvi de la ventana y se sent. Mir a Gregorius. Lo que Amadeu dijo sobre Jorge era tan monstruoso, tan increble- mente cruel que al principio no pude menos que rerme. Amadeu me hizo una cama en el consultorio para que durmiera all esa noche antes de partir al da siguiente. "No lo creo. Matarme le dije y lo mir. Estamos hablando de Jor- ge, tu amigo. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
312 "Precisamente dijo con una voz sin inflexiones. "Le pregunt cules haban sido sus palabras exactas, pero no quiso re- petirlas. "Ms tarde, sola en el consultorio, recorr en mi mente todo lo que haba pasado con Jorge. Era capaz de pensar algo as? De pensar algo as, en serio? Empec a sentirme cansada e insegura. Pens en sus celos. Pens en los momentos en que me haba parecido violento e insensible, aunque no hubiera sido as conmigo. Ya no saba qu pensar. No saba. "En el entierro de Amadeu estuvimos parados uno al lado del otro junto a la tumba, l y yo. Los dems ya se haban ido. "No lo habrs credo de veras? me pregunt al poco rato. l me malinterpret. Fue un malentendido, un simple malentendido. "Ya no tiene importancia le dije. "Nos separamos sin siquiera rozarnos. Nunca volv a saber de l. Vive an? Gregorius le respondi y se produjo un silencio. Ella se par y fue a buscar a la biblioteca su ejemplar de O MAR TENEBROSO, el libro que haba estado sobre el escritorio de Prado. Y lo estuvo leyendo hasta el final? pregunt. Se sent con el libro en la falda. "Era demasiado; era en verdad demasiado para una mujer de veinticin- co aos como yo. Badajoz; el viaje de noche y en medio de la niebla a la casa de la ta de Joo; la noche en el consultorio de Amadeu; el horror de pensar en Jorge; el viaje junto al hombre que me haba quitado el sueo. Estaba totalmen- te confundida. "Viajamos la primera hora sin cruzar palabra. Me alegr de tener que prestarle atencin al volante y a los cambios. Tenamos que ir al norte, a Galicia, cruzando la frontera. "Entonces podemos viajar a Finisterre le dije y le cont la histo- ria del estudiante de latn del correo. "Me pidi que parara el auto y me abraz. Y a partir de ese momento, sigui pidindome que parara una y otra vez, cada vez ms seguido. El alud se haba desencadenado. Tena un ansia enorme de m. Aunque en realidad lo que senta era un ansia enorme de vivir. Era un ansia insaciable; deseaba siempre ms, ms rpido, con ms avidez. No es que se hubiera vuelto burdo ni violento. Por el contrario, nunca me haba imaginado que un hombre poda ser tan tierno. Pero la suya era un ansia devoradora, me absorba totalmente; era tal su ansia de poseer la vida, su calor, el deseo. Y estaba tan vido de mi espritu como de Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
313 mi cuerpo. En esas pocas horas quera conocer mi vida entera, mis recuerdos, mis pensamientos, mis fantasas, mis sueos. Todo. Y lo comprenda todo con tal rapidez y precisin que, despus de la sorpresa inicial, comenc a sentir miedo, porque esa comprensin instantnea derribaba todos los muros protectores. "En los aos que siguieron, me daba a la fuga cada vez que alguien em- pezaba a comprenderme. Eso ya pas. Pero hay algo que ha quedado: no quiero que nadie me conozca por completo. Quiero pasar por la vida sin que me conoz- can. La ceguera de los otros es mi seguridad y mi libertad. "Aunque podra parecer que la pasin de Amadeu estaba dirigida a m, no fue as en realidad. Lo nuestro no fue un encuentro. l se empapaba de todo lo que iba experimentando, especialmente de aquello que haca a la vida; nunca le pareca suficiente. Dicho de otra manera, para l yo no fui alguien sino un esce- nario de vida del que quera aduearse como si hasta entonces se lo hubiesen estado negando con engaos. Como si quisiera volver a vivir toda una vida antes de que la muerte lo sorprendiera. Gregorius le cont lo que saba del aneurisma y la figura del cerebro. Dios mo dijo ella bajito. En Finisterre se sentaron en la playa; vieron pasar un barco mar aden- tro. Tomemos un barco dijo l. Un barco a Brasil. Belm. Manaus. El Amazonas. Lugares clidos y hmedos. Me gustara escribir sobre lugares as, sobre colores, olores, plantas pegajosas, la jungla, los animales. Nunca escrib sobre otra cosa ms que el alma. Ese hombre a quien la realidad siempre le resultaba escasa, haba dicho Adriana de l. No era el romanticismo de un adolescente ni la cursilera de un viejo. Era honesto, era real. Pero no tena nada que ver conmigo. Quera llevarme con- sigo en un viaje que hubiera sido su viaje, su viaje interior hacia zonas olvidadas de su alma. "Tienes demasiada ansia de m le dije. No puedo hacerlo. En ver- dad no puedo. "Aquella noche en que me abraz bajo el portal, estaba dispuesta a se- guirlo hasta el fin del mundo. Pero en aquel momento no saba nada de esa ansia terrible. S, de alguna manera, su ansia de vivir era terrible, era de una fuerza devoradora, destructiva. Atemorizante. Temible. "Mis palabras deben haberlo herido profundamente. No quiso tomar una habitacin doble; pidi dos habitaciones simples. Cuando nos encontramos ms tarde, se haba cambiado de ropa. Se lo vea controlado y estaba all parado Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
314 muy rgido y muy correcto. Entonces entend que mis palabras lo haban hecho sentir que haba perdido la dignidad. Esa rigidez, esa correccin, eran el intento desesperado de demostrar que la haba recuperado. Yo no haba tenido esa impresin en ningn momento; no haba nada indigno en su deseo; el deseo en s mismo no es indigno. "Estaba agotada, pero no cerr los ojos en toda la noche. "A la maana siguiente, me dijo que se quedara unos das ms all; su parquedad expresaba su retirada interna mejor que palabra alguna. "Nos dimos la mano al despedirnos. Su ltima mirada estaba como se- llada hacia adentro. Volvi caminando al hotel sin darse vuelta ni una sola vez; antes de arrancar me qued esperando intilmente que me hiciera algn gesto desde la ventana. "Luego de media hora insoportable tras el volante, volv al hotel. Llam a la puerta. Se qued parado all, sin animosidad, casi sin expre- sin alguna; me haba cerrado las puertas de su alma para siempre. No tengo idea de cundo volvi a Lisboa. Una semana ms tarde dijo Gregorius. Estefnia le dio el libro. Lo estuve leyendo toda la tarde. Primero me sorprend. No de lo que deca. Sino de que yo no haya tenido ni idea de quin era l. De la lucidez con que se vea a s mismo. De su sinceridad. De su sinceridad despiadada. Y del poder de sus palabras. Me avergonc de haberle dicho a un hombre as: Tienes demasiada ansia de m. Luego, poco a poco, fui comprendiendo que eso era lo que tena que decir. Y que si yo hubiera conocido sus textos, tambin habra sido lo correcto. Era cerca de la medianoche. Gregorius no quera irse. Berna, el ferro- carril, el vrtigo, todo estaba muy lejos. Le pregunt cmo haba pasado de ser la empleada del correo que estudiaba latn a la profesora de historia. Sus res- puestas fueron breves, casi fras. Esto era as: que alguien se sincerara total- mente respecto de un pasado lejano pero que se mantuviera hermtico respecto de lo sucedido despus y del presente. La intimidad tena sus tiempos. Se quedaron parados junto a la puerta. Finalmente Gregorius se decidi y le entreg el sobre con los ltimos escritos de Prado. Creo le dijo que estos escritos le pertenecen a usted ms que a nadie.
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315 Gregorius se par delante de la vidriera de una agencia inmobiliaria. El tren a Irn y Pars sala en tres horas. Su equipaje estaba en un compartimiento de la estacin. Se afirm sobre el pavimento. Ley los precios y pens en sus ahorros. Aprender espaol, el idioma que siempre haba identificado con Floren- ce. Vivir en la ciudad de ese santo que haba sido su hroe. Asistir a las clases de Estefnia Espinhosa. Estudiar las historias de los claustros. Traducir los textos de Prado. Discutir a fondo los textos con Estefnia, uno tras otro. En la agencia arreglaron para que hiciera visitas a tres distintas vivien- das en las prximas dos horas. Gregorius se par en los departamentos vacos, donde retumbaban todos los sonidos. Se fij en la vista desde las ventanas, en el ruido del trnsito, se imagin la subida diaria por las escaleras. Se compro- meti de palabra a alquilar dos de los departamentos. Luego tom un taxi y atraves la ciudad en un sentido y otro, dicindole al taxista: Contine! Siem- pre derecho, ms y ms! Cuando finalmente volvi a la estacin, se equivoc de andn y tuvo que correr para no perder el tren. Una vez en el compartimiento, se qued dormido y se despert en Va- lladolid. Se abri la puerta y entr una mujer joven. Gregorius le ayud a subir la valija al portaequipaje. Muito obrigada, dijo ella, se sent junto a la puerta y empez a leer un libro en francs. Cruz las piernas y se oy el sonido claro y sedoso de las medias al rozarse una con otra. Gregorius mir el sobre sellado que Mara Joo no haba querido abrir. Slo puedes leerlo despus de mi muerte, haba dicho Prado. Y no quiero que caiga en manos de Adriana. Gregorius rompi el sello y empez a leer.
PORQU TU, ENTRE TODAS? POR QU T ENTRE TODAS? Cada uno de nosotros se hace esta pregunta en algn momento. Por qu parece tan peligroso admitirla, aunque slo sea en silencio? Por qu es tan terrible la idea del azar que ella expresa y que es diferente de la idea de capricho o intercam- biabilidad? Por qu no se puede reconocer la existencia de ese azar y hacer bromas al respecto? Por qu creemos que le quitara mritos al afecto, que en verdad lo hara desaparecer si se tomara ese azar como algo lgico y natural? Te vi en el otro extremo del saln, ms all de las cabezas y las copas de champagne. sta es Ftima, mi hija dijo tu padre. Podra imaginarte caminando por mis habitaciones te dije luego en el jardn. Todava puedes imaginarme caminando por tus habitaciones? me preguntaste en Inglaterra. Y en el barco: Crees que fuimos destinados el uno Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
316 para el otro? Nadie est destinado a otro. No slo porque no existe providencia al- guna ni persona alguna que pudiera determinarlo. No, es porque no hay entre los seres humanos ninguna coercin que est por encima de las necesidades ocasio- nales y la poderosa fuerza de lo acostumbrado. Vena de pasar cinco aos de residencia mdica, durante los cuales nadie haba caminado por mis habitacio- nes. Casualmente, yo estaba parado aqu; casualmente, t estabas parada all; entre nosotros, los vasos de champagne. As fue. No hubo nada ms. Est bien que no vayas a leer esto. Por qu pensaste que tenas que aliarte con mam para combatir mi atesmo? Un defensor del azar no ama menos por eso. Ni tampoco es menos fiel. Sino ms.
La mujer que estaba leyendo se haba sacado los anteojos y los estaba limpiando. Su rostro no se pareca al de la portuguesa sin nombre del puente de Kirchenfeld. Tenan un rasgo comn: la distancia desigual entre las cejas y el nacimiento de la nariz; una ceja terminaba antes que la otra. Quisiera preguntarle algo dijo Gregorius. La palabra glria en portugus quiere decir tanto fama como bienaventuranza en sentido religioso? La mujer pens un momento, luego asinti. Y un ateo podra usarla para hablar de aquello que resta cuando se despoja a la bienaventuranza religiosa de la bienaventuranza religiosa? pregunt luego. Ella ri. Que c'est drole! Mais... oui. Oui. El tren sali de Burgos. Gregorius sigui leyendo.
UM MOZART DO FUTURO ABERTO. UN MOZART DEL FUTURO ABIERTO. Bajaste la escalera. Vi, como lo haba hecho tantas otras veces, cmo ibas apareciendo, mientras tu cabeza quedaba escondida tras las escaleras hasta el ltimo instante. Siempre haba completado en mi mente lo que an es- taba escondido. Era una realidad que eras t la que bajaba la escalera. Esa maana, de pronto, todo cambi. El da anterior unos nios que ju- gaban en el jardn haban tirado una pelota contra la ventana de vitrales y hab- an roto los vidrios de colores. La luz que caa sobre la escalera era distinta de la habitual: en vez de la luz dorada, velada, que recordaba la iluminacin de una iglesia, la luz del da entraba inundndolo todo. Fue como si esa luz abriese una brecha en mis expectativas habituales, como si desgarrase algo que exiga de m nuevos pensamientos. De pronto, sent curiosidad por saber cmo sera tu ros- tro. Esa curiosidad repentina me hizo feliz y al mismo tiempo me sobresalt. Ya Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
317 haca aos que la curiosidad de la atraccin haba terminado entre nosotros y la puerta se haba cerrado tras nuestra vida en comn. Por qu, Ftima, tuvo que romperse una ventana para que yo pudiera volver a verte con una mirada abier- ta? Intent hacer lo mismo con Adriana. Pero la familiaridad que hay entre nosotros ya es ptrea. Por qu es tan difcil mantener esa mirada abierta? Somos seres que padecemos de inercia, nos hace falta lo conocido. La curiosidad como un raro lujo por motivos acostumbrados. Sera un arte mantenerse firme y poder jugar a cada instante con lo inesperado. Habra que ser Mozart. Un Mozart del futuro abierto.
San Sebastin, Gregorius mir el horario. Pronto tendra que bajar del tren en Irn para cambiar al tren a Pars. La mujer cruz las piernas y sigui leyendo. Gregorius tom el ltimo escrito del sobre sellado.
MINHA QUERIDA ARTISTA NA AUTOILUSO. MI AMADA VIR- TUOSA DEL AUTOENGAO. Es verdad que muchos de nuestros deseos y nuestros pensamientos nos son desconocidos y los otros saben ms de ellos que nosotros mismos? Quin habr pensado algo diferente? Nadie. Nadie que viva y respire con otro. Nos conocemos hasta en los mnimos gestos del cuerpo, en las mnimas inflexiones de las palabras. Sabemos y a menudo no queremos saber lo que sabemos. Especialmente cuando la brecha entre lo que vemos y lo que el otro cree se torna insoportablemente grande. Haran falta un coraje y una fuerza divinos para vivir en plena veracidad con uno mismo. Hasta ah, lo que sabemos, hasta de nosotros mismos. No hay motivo alguno para creer que siempre estamos en lo cierto. Y si ella es una autntica virtuosa del autoengao, siempre ganndome de mano? Habra tenido que enfrentarme a ti y decirte: No, te engaas, t no eres as? En esto he quedado en deuda contigo. Si es que estaba en deuda con- tigo. Cmo sabe uno que, en este sentido, est en deuda con el otro?
Irn. Isto ainda no Irn, esto todava no es Irn. sas haban sido las primeras palabras que le haba dicho a otra persona en portugus. Cinco semanas atrs y tambin en el tren. Gregorius baj la valija de la mujer. Se ubic en el tren a Pars y poco despus vio pasar a la mujer por el pasillo. Cuando casi haba desaparecido, se detuvo, se volvi, vio a Gregorius, titube un momento y entr en el compartimiento. Gregorius le ayud a poner la Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
318 valija en el portaequipaje. Haba elegido este tren lento dijo en respuesta a la pregunta de Gre- gorius porque quera leer ese libro. LE SILENCE DU MONDE AVANT LES MOTS. En ningn lugar poda leer tan bien como en el tren. En ningn lugar se senta tan abierta a lo nuevo. As se haba vuelto una experta en trenes lentos. Tambin viajaba a Suiza, a Lausana. S, exactamente, maana temprano llegaban a Ginebra. Era obvio que ambos haban elegido ese mismo tren. Gregorius se cubri la cara con el abrigo. Haba elegido el tren lento por otra razn. No quera llegar a Berna. No quera que Doxiades levantara el auricular del telfono y le reservara una habitacin en una clnica. Faltaban veinticuatro estaciones hasta llegar a Berna. Veinticuatro oportunidades de bajarse. Se hunda, cada vez ms profundo. Los pescadores se rean, mientras l bailaba con Estefnia Espinhosa en la cocina de Silveira. Todos esos claustros, desde los cuales se entraba a todos esos departamentos vacos, habitados por el eco. Ese vaco resonante haba apagado la palabra de Homero. Se despert sobresaltado. . Fue al bao y se lav la cara. Mien- tras l dorma, la mujer haba apagado la luz del techo y haba encendido la luz de lectura de su lado. No paraba de leer. Cuando Gregorius volvi del bao, levant la vista un momento y sonri sin prestarle mucha atencin. Gregorius volvi a taparse la cara con el abrigo y se imagin a la mujer que lea. Casualmente, yo estaba parado aqu; casualmente, t estabas parada all; entre nosotros, los vasos de champagne. As fue. No hubo nada ms. Podran tomar un taxi juntos a la Gare de Lyon, dijo la mujer cuando llegaron a Pars poco despus de medianoche. LA COUPOLE. Gregorius sinti el perfume de la mujer sentada junto a l. No quera ir a la clnica. No quera sen- tir el olor de la clnica. Ese olor que siempre lo golpeaba cuando iba a visitar a los padres moribundos en esas habitaciones para tres, sofocantes, con dema- siada calefaccin, donde siempre ola a orina, aun despus de ventiladas. Cuando se despert cerca de las cuatro, la mujer se haba quedado dormida con el libro abierto en la falda. Apag la luz de lectura que le daba sobre la cabeza. Ella se dio vuelta para un costado y se tap la cara con el abri- go. Empezaba a aclarar. Gregorius no quera que aclarase. El camarero del coche comedor pas con el carrito de las bebidas. La mujer se despert. Gregorius le alcanz una taza de caf. Miraron en silencio cmo el sol iba saliendo tras un fino velo de nubes. Era notable dijo la mujer que la palabra glria se usara para designar dos cosas tan distintas: la fama, externa y ruidosa, y la bienaventuranza, interna y silenciosa. Despus de una Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
319 pausa, agreg: "Bienaventuranza, de qu estamos hablando exactamente?". Gregorius cruz la estacin de Ginebra llevando la pesada valija de la mujer. La gente que viajaba en el coche saln del Ferrocarril Suizo hablaba alto y se rea. La mujer vio el fastidio en la expresin de Gregorius, le seal el ttu- lo de su libro y se ri. Gregorius se ri tambin y mientras se rea, una voz anunci por el altoparlante que estaban llegando a Lausana. La mujer se par, Gregorius le ayud a bajar la valija. Ctait bien, a, dijo ella. Luego se baj. Fribourg. Gregorius sinti que se ahogaba. Estaba parado en lo alto del Castillo; all abajo, Lisboa de noche. Iba en el ferry cruzando el Tajo. Estaba sentado en la cocina de Maria Joo. Recorra los claustros de Salamanca y asis- ta a las clases de Estefnia Espinhosa. Berna. Gregorius se baj del ten. Apoy la valija en el suelo y esper. Cuando la levant y retorn la marcha, le pareci que caminaba sobre plomo.
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Haba dejado la valija en el departamento helado y haba ido al negocio de fotografa. Ahora estaba sentado en el living. En dos horas poda ir a buscar las fotos reveladas. Qu podra hacer hasta entonces? El auricular del telfono todava estaba cruzado sobre la horquilla; se acord de la ltima conversacin nocturna con Doxiades. Haban pasado cinco semanas. Entonces nevaba. Ahora la gente andaba sin abrigo. Pero la luz todava era una luz plida; ni comparacin con la luz sobre el Tajo. El disco del curso de portugus todava estaba en el plato. Gregorius encendi el aparato. Compar las voces del disco con las voces del viejo tranva de Lisboa. Viaj de Belm al barrio de Alfama y luego tom el metro al Liceu. Llamaron a la puerta. El felpudo, dijo Frau Loomis. Ella siempre saba cundo estaba en casa por la posicin del felpudo. Le dio una comunicacin que haban reenviado de la direccin de la escuela. El resto de la correspondencia estaba camino a la casa de Silveira. Se lo ve plido le dijo. Est todo bien? Gregorius ley la comunicacin de la direccin de la escuela y se iba ol- vidando lo que deca a medida que la lea. Lleg al negocio de fotografa dema- siado temprano y tuvo que esperar a que las fotos estuvieran listas. Volvi casi corriendo. Haba gastado un rollo entero sacando la puerta iluminada de la farma- cia de O'Kelly y casi siempre haba apretado el disparador demasiado tarde. Pero haba logrado sacarlo tres veces; el farmacutico apareca fumando detrs Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
320 de la puerta. El pelo despeinado. La nariz grande y carnosa. La corbata siempre torcida. Empec a odiar a Jorge. Desde que se haba enterado de lo que haba pasado con Estefnia Espinhosa pens Gregorius la mirada de O'Kelly le resultaba falsa. Ordinaria. Como aquella vez en que, sentado a la mesa vecina en el club de ajedrez, miraba con una sonrisa cmo se alteraba Gregorius con el ruido repugnante que haca Pedro aspirndose los mocos cada dos minutos. Gregorius examin las fotos muy de cerca. Dnde estaba la mirada cansada y bondadosa que haba visto en ese rostro de campesino? La mirada llena de tristeza por el amigo perdido? ramos como hermanos. Ms que herma- nos. Yo pensaba realmente que nunca bamos a separarnos. Gregorius ya no po- da encontrar las miradas de antes. La franqueza sin lmites es imposible. Es superior a nuestras fuerzas. La soledad por tener que callar tambin existe. En ese momento, Gregorius volvi a encontrar las otras miradas. El alma es una regin de realidades? O las supuestas realidades no son ms que las sombras engaosas de nuestras historias?, se haba preguntado Prado. Eso tambin era vlido para las miradas. Las miradas no eran algo que estuviese all para ser ledo en la superficie. Las miradas eran siempre miradas ledas hacia adentro. Slo existan al mirarlas hacia adentro. Joo Ea al atardecer en el balcn del hogar. No quiero ni tubos ni apa- ratos. Para qu? Para durar un par de semanas ms? Gregorius sinti cmo el t hirviendo que haba tornado de la taza de Ea le quemaba la boca. Las fotos de la casa de Mlodie no haban salido; estaba demasiado os- curo. Silveira parado en el andn, protegiendo con las manos un cigarrillo pa- ra poder encenderlo contra el viento. Hoy viajara a Biarritz nuevamente y vol- vera a preguntarse, como tantas otras veces, por qu lo segua haciendo. Gregorius volvi a recorrer todas las fotos. Luego volvi a recorrerlas. El pasado comenz a congelarse ante sus ojos. La memoria iba a seleccionar, a acomodar, a retocar, a mentir. Lo peor era que al cabo de un tiempo sera impo- sible reconocer las omisiones, las deformaciones o las mentiras. El nico criterio vlido era el de la memoria. Una tarde cualquiera de mircoles, en la ciudad donde haba pasado to- da su vida. Qu podra hacer? Las palabras del gegrafo musulmn El Edris sobre el Fin del Mundo. Gregorius fue a buscar las hojas donde haba traducido esas palabras al latn, al griego y al hebreo, cuando estaba en Finisterre. De repente, supo qu era lo que quera hacer. Quera sacar fotos de Berna. Quera dejar registradas todas las cosas con las que haba vivido todos Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
321 esos aos. Los edificios, las calles, las plazas, que eran mucho ms que el mero teln de fondo de su vida. Volvi al negocio de fotografa y compr un rollo de pelcula; el resto de la tarde, hasta que cay el sol, estuvo caminando por las calles que rodeaban la Lnggasse, donde haba pasado su infancia. Ahora, observndolas desde ngu- los diferentes y con la atencin de un fotgrafo, estas calles parecan total- mente distintas. Sigui sacando fotos hasta dormido. De a ratos se despertaba y no saba dnde estaba. Sentado luego en el borde de la cama, ya no estaba seguro de si esa mirada distanciada y calculadora del fotgrafo era la mirada correcta para aduearse del mundo de una vida. El jueves sigui sacando fotos. Abajo, en la ciudad vieja, tom el funi- cular desde la Universidad y luego el camino que cruzaba la estacin; as evit tener que cruzar la Bubenbergpaltz. Fue gastando un rollo de pelcula tras otro. Nunca haba mirado la catedral como la vio ese da. Haba un organista ensayan- do. Se sinti mareado por primera vez desde su llegada y se agarr fuerte de un banco de la iglesia. Llev las fotos a revelar. Luego empez a caminar hacia la Bubenberg- platz y fue corno si estuviera tornando carrera para emprender algo enorme, muy difcil. Se qued parado junto al monumento. El sol ya se haba ocultado y el cielo iba formando una bveda color gris parejo sobre la ciudad. Haba tenido la esperanza de que podra sentir cmo volva a entrar en contacto con la plaza. No sinti nada. No era corno antes y tampoco era como durante la corta visita de tres semanas atrs. Cmo era entonces? Estaba cansado y se volvi para irse. Le gust el libro del orfebre de las palabras? Era el librero de la librera espaola, que le daba la mano. Result lo que prometa? S dijo Gregorius. Totalmente. Lo dijo un poco incmodo; el librero se dio cuenta de que no tena ganas de hablar y se despidi rpidamente. En el cine de Bubenberg haban cambiado el programa; ya no estaban dando la pelcula con Jeanne Moreau sobre la novela de Simenon. Gregorius esper las fotos con impaciencia. Vio al rector Kgi que daba vuelta a la esquina y tomaba la misma calle. Gregorius se par en la entrada de un negocio. Hay momentos en que mi mujer parece a punto de desmoronarse, haba escrito. Ahora estaba internada en una clnica psiquitrica. Kgi se vea cansado y no pareca darse cuenta de lo que suceda a su alrededor. Por un mo- mento, Gregorius sinti el impulso de ir a hablar con l. Pero no dur ms que un instante. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
322 Cuando le entregaron las fotos, fue a sentarse al restaurante del hotel Bellevue y abri el sobre. Eran imgenes extraas, que no tenan nada que ver con l. Volvi a ponerlas en el sobre y, mientras coma, trat intilmente de descubrir qu era lo que haba esperado. Cuando estaba subiendo la escalera al departamento, se sinti muy ma- reado y tuvo que tomarse con las dos manos de la baranda. Luego se qued sen- tado hasta tarde junto al telfono, imaginndose lo que iba a suceder inevita- blemente si llamaba a Doxiades. Poco antes de quedarse dormido, lo acos repetidas veces el miedo de hundirse en el vrtigo y la inconsciencia y despertarse luego sin memoria. A medida que iba aclarando sobre la ciudad, junt todo su coraje. Cuando apareci la asistente de Doxiades, ya estaba parado delante del consultorio. El griego lleg unos minutos ms tarde. Gregorius estaba esperando una mirada de asombro y fastidio al ver los anteojos nuevos. El griego slo entre cerr los ojos por un breve instante, entr en el consultorio caminando delante de Gregorius y luego le pidi que le contara todo sobre los anteojos nuevos y el vrtigo. Por el momento dijo finalmente no vea ninguna razn para asustar- se. Pero tena que hacerse una serie de estudios y tena que quedarse un tiempo en observacin en una clnica. Puso la mano sobre el auricular, pero no lo levant; mir a Gregorius. Gregorius respir hondo varias veces; luego asinti. Podra internarse el domingo a la noche, dijo el griego despus de cor- tar. No haba mdico mejor que ste, por lejos. Gregorius camin lentamente por la ciudad, pasando por los edificios y plazas que haban sido importantes en su vida. sa era la manera correcta. Co- mi donde siempre acostumbraba comer y a la tarde temprano fue al cine donde haba visto su primera pelcula cuando era un escolar. La pelcula era aburrida, pero el olor del cine era el mismo de antes; se qued hasta el final. Camino a casa se encontr con Natalie Rubin. Anteojos nuevos! dijo ella, a manera de saludo. Ninguno de los saba cmo tratar al otro. Las conversaciones telefni- cas haban quedado muy atrs; estaban presentes slo como el eco lejano de un sueo. S, dijo l, bien podra ser que volviera a Lisboa. Los estudios? Nada serio. Exmenes de la vista, cosa de rutina. Se haba quedado atascada con la gramtica persa, dijo Natalie. Grego- rius asinti. Tren Nocturno a Lisboa Pascal Mercier
323 Finalmente, Gregorius pregunt si se haban acostumbrado al maestro nuevo. Por Dios! se ri ella. Es aburridsimo! Se separaron y, despus de dar unos pasos, ambos se volvieron y se sa- ludaron con la mano. Gregorius pas muchas horas del sbado ordenando y seleccionando sus libros de latn, griego y hebreo. Observaba la gran cantidad de notas que haba escrito en los mrgenes y cmo su letra haba ido cambiando con el tiempo. Cuando termin, haba una pequea pila de libros sobre la mesa; los puso en el bolso de mano que iba a llevar a la clnica. Entonces llam a Florence por telfo- no y le pregunt si poda pasar a visitarla. Haba perdido un embarazo y la haban operado de cncer unos aos atrs. La enfermedad no haba vuelto a aparecer. Era traductora. No se vea para nada cansada ni apagada, como le haba parecido a Gregorius aquella noche en que la haba visto llegar a casa. Le cont su visita a los claustros de Salamanca. Aquella vez no quisiste ir dijo ella. Gregorius asinti y se rieron. No le habl de la clnica ni de los estu- dios. Ms tarde, mientras caminaba en direccin al puente de Kirchenfeld, la- ment no habrselo contado. Volvi a caminar alrededor del oscuro Gymnasium. All se acord de la Biblia hebrea que haba quedado en el escritorio del seor Corts, envuelta en su pulver. El domingo llam a Joo Ea por telfono. Cmo iba a pasar esa tarde de domingo, dijo Ea. Tal vez Gregorius pudiera explicrselo. Esa noche se internaba en la clnica, dijo Gregorius. No debe ser nada dijo Ea tras una pausa. Y si hay algo, nadie puede obligarlo a quedarse all. Doxiades lo llam al medioda y le pregunt si quera ir a jugar al aje- drez; luego l lo llevara a la clnica en auto. Despus de la primera partida, Gregorius le pregunt si todava pensa- ba en dejar de trabajar. S dijo el griego, a menudo. Pero tal vez se le esta- ba pasando. Por el momento, tena pensado viajar a Tesalnica el mes siguiente; haca diez aos que no iba. La segunda partida lleg a su fin; era hora de partir. Y qu pasa si encuentran algo malo? pregunt Gregorius Algo que me haga perder la razn? El griego lo mir. Fue una mirada tranquila y firme. Pascal Mercier Tren Nocturno a Lisboa
324 Tengo un talonario de recetas dijo. Al anochecer, sentados en silencio en el auto, viajaron a la clnica. La vida no es lo que vivimos; es eso que nos imaginamos vivir, haba escrito Prado. Doxiades le dio la mano. Seguramente es algo sin importancia dijo. Adems, como le dije, el mdico es de lo mejor. Gregorius entr en la clnica. Cuando la puerta se cerr, estaba empe- zando a llover.
"Nostalgia" de Mircea Cartarescu Puede Ser Considerada Una Novela Debido A Que Cumple Con El Orden de La Estructura Narrativa Interna A Través de Todos Sus Relatos.