Cuentos Mitologicos Griegos2
Cuentos Mitologicos Griegos2
Cuentos Mitologicos Griegos2
ningn medio, ya sea elctrico, qumico, mecnico, ptico, de grabacin o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
EDITORIAL ANDRS BELLO Ahumada 131, 4o piso, Santiago Registro de Propiedad Intelectual Inscripcin N 116.452, ao 2000 Santiago - Chile Se termin de imprimir esta novena edicin de 1.500 ejemplares en el mes de diciembre de 2010 IMPRESORES: Salesianos Impresores S. A. IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE ISBN 978-956-13-1667-6
Prom eteo era uno de los Titanes, a quien el dios Zeus haba en se ad o astron om a, arqu itectu ra, m ed icin a, m etalurgia, n avegacin y, en fin, todo lo necesario para desarrollar la vida hum ana. Prom eteo, de gran inteligen cia y destreza en todas las artes, tras pas sus conocim ientos a los hum a nos, q u e haban sido cread os por l. No contento con todo eso, pens que los hombres tambin deban disponer de fuego y decidi robarlo a los dioses. Cort una larga rama seca de un rbol, subi rpidamente hasta el cielo para encenderla en el carro del Sol y con aquella llama volvi a la Tierra. Hasta entonces, los hom bres com an carne cru da, no p odan trabajar los ricos m etales que Prom eteo les haba h ech o descubrir en las entraas de la tierra, y deban soportar el fro y la oscuridad de la noche. Ju n to al fu ego, la hum anidad com en z a d e sa rrollarse. N aci el lenguaje, p u es al reunirse alred e
dor del calo r y de la luz, los hom bres necesitaron com u nicarse. Y con las ense an zas de Prom eteo, apren dieron a cultivar la tierra, inventaron el alfabeto, los n m eros y em pezaron a registrar el tiem po en rsticos calen darios de m adera. El p ro g re so de lo s h o m b res co m e n z a d isg u s tar p ro fu n d am en te a Z e u s y a los d em s d io ses. Los se re s h u m an o s se sen tan ya tan p o d e ro so s q u e o lv id ab an recurrir a la d ivin id ad y p resen tarle o fre n das p ara o b te n e r sus fa v o re s. A larm ad o s, los d io se s d e c id ie ro n p o n e r atajo a la so b e rb ia d e lo s h o m b res y h a ce r q u e sto s v o lv ie ra n a o b e d e c e rle s y a tem erles. Entonces, para desconcertar a los m ortales, for m aron a una m ujer tan bella q u e ninguna de las diosas, e xcep tu an d o la dorada Venus, se le poda com parar. M inerva le regal un m aravilloso vestido, co lo c un transparente v e lo sobre su rostro y coron su cab eza con una guirnalda de flores. Las G racias la adornaron con infinitos dones: le con ced iero n una voz arm oniosa capaz d e entonar las m s du lces m elo das y le dieron tam bin una m anera de hablar gra ciosa y discreta. V ulcano escu lp i su cu erp o tan per fecto com o el de una estatua. M ercurio, dios de la elocu encia, del com ercio y del en ga o, le dio un espritu insinuante, p ero a la v ez le e n se palabras en ga osas y de doble significado. Estaba dotada de tantas gracias y de tantos d o nes que los dioses se pu sieron de acu erd o para bu s carle un nom bre q u e reflejara tan inim aginables atri
butos. D ecidieron que se llam ara Pandora, que q u ie re decir dotada de todas las cu alid ad es . Antes de enviarla al m undo de los hom bres, Zeus le entreg una caja m uy bien cerrada y le dio instruc ciones. M ercurio fue el en cargado de conducir a Pan dora y presentarla a Epim eteo, que era herm ano de Prom eteo. ste no se encontraba all, p u es lo que los hom bres no saban Z eu s lo haba hecho e n ca denar a unas rocas, en el Cucaso. Sin em bargo, l haba alcan zad o a acon sejar a su herm ano: D escon fa de Z eu s y de sus en ga os y, sobre todo, ten m ucho cu idad o con sus regalos. No aceptes nada q u e ven ga de l. P ero Epim eteo c u y o nom bre sign ifica el q u e reflexio n a tard e , com pletam en te su b y u g a d o por la b e lleza y la p e rfe cc i n de P an dora, la acep t de inm ediato. Ante aq u ella h erm osa mujer, o lv id todas las ad verten cias de su herm ano, y sin sentir la m e nor d e sco n fian za an u n ci su d ecisi n de casarse con ella. P an dora haba entrado ya en el palacio de Epitem eo. Entre los regalos d e boda que com en zaron a llegar, ella co lo c la m isteriosa caja: Es un regalo de Z eu s dijo a Epitem eo. La caja estaba hecha de una herm osa m adera y su su p erficie era tan brillante q u e Pandora poda v er su rostro reflejado en ella. Los n gu los estaban escu l pidos m aravillosam ente. A lred edor de la tapa haba graciosas figuras de hom bres, m ujeres y nios, entre profusin de flores y follaje.
Sin em bargo, al prin cipio y p en san d o slo en su felicidad, Epitem eo no dio m ayor im portancia a aquel objeto, ni sinti ninguna curiosidad p o r saber lo que contena. Sencillam ente su p u so que Pandora guard a ra en esa caja sus p erfu m es y sus joyas. A lgunos decan q u e se abra con una llave de oro, p ero nadie la haba visto. P as el tiem po y Epim eteo se dio cuenta de que jam s haba visto a Pan dora abriendo la caja. Enton ces se desp ert su curiosidad. D im e, Pandora pregunt , qu hay en ese m isterioso cofre en viad o p o r Zeus? N unca lo he visto q u e lo abras. Tienes t la llave? La joven saba m uy bien lo q u e tena q u e hacer y haba estu d iad o su pap el. Por exp re sa reco m en d a cin de los dioses, deb a estim ular constantem ente la curiosidad de su e sp o so , sin decirle nada. G uard, pues, el m s absoluto silencio. C ontstam e, P an dora. Q u h ay en esa caja? insisti E pim eteo . D n de est la llave? Pero ella se limit a sonrer enigm ticam ente. P a s el tie m p o , y E p im e te o c o m e n z a o b s e sio n a rse y sin p o d e r d o m in a r m s su c u rio sid a d , se d e d ic a p e rse g u ir a su m ujer. Ni siq u ie ra la d e ja b a d e sc a n sa r. N o le im p o rtab a q u e fu e ra de da o d e n o c h e . A tod a h o ra la a c o s a b a a p r e g u n tas. P o r fin lle g a a m e n a z a rla co n se p a ra rse de ella. Si no abres ese cofre en el acto, te echar de mi lad o y te d evo lver a V u lc a n o ...
Este era el instante q u e Pandora aguardaba. Si m ulando estar m uy asustada ante tales am enazas, no se hizo de rogar esta vez. Sac de su p ech o la llave dorada q u e llevaba colgad a de una cinta de seda y abri la caja en presen cia de Epim eteo. En el acto, co m o en una horrible visin , la guerra, la peste, la m uerte, el ham bre, la en vid ia, la v en gan za, la locura, los v ic io s y toda clase de m ales, en cerrad o s all, co m en zaro n a e sp arcirse sobre la tierra. Los hom bres, q u e hasta ese entonces haban v i vid o en una ed ad de oro, en paz, cultivando los cam pos y o cu p n d o se en los trabajos q u e el Titn Prom eteo les haba en se ad o, em pezaron a sufrir ca lam idades y desgracias. Em pezaron las peleas, las rencillas y las discu sio n e s... El o d io y la codicia se hicieron m uy presentes, y el mal invadi hasta el ltim o rincn del U niverso, perturbando la paz de la tierra. Sin em bargo, en el fon d o de aq u ella terrible caja qu ed ab a un tesoro q u e poda term inar con todas las plagas esparcid as por el m undo: era la Esperanza. Cuentan algunos que Zeus no quiso q u e los hom bres esperaran nada y con un gesto o rd en a P an d o ra q u e cerrara la caja para siem pre. Pero otros dicen q u e la Esperanza logr salir de aquel encierro y q u e no aban don a a q u ien es la b u s can y con fan en ella.
Cuentan q u e cu an do an era un nio m uy peq u e o , un da en que Midas, rey de M acedonia, se encontraba dur m iendo, un ejrcito de horm igas su bi hasta su cuna. Cada una acarrea ba un gran o de trigo q u e fue dejando suavem en te en los labios del nio. T odos los que ob servaron este curio so hecho, con sideraron q u e era una clara seal de que aq u el futuro rey sera fabulosam en te rico. Y en realidad as fue, pero era a la vez m uy am b icioso y aficion ado al oro, que pareca ser lo nico que deseaba. A preciab a su coron a real, princi palm ente porqu e estaba com puesta de tan p recioso metal. P o seer oro, m ucho oro, era la m ayor aspira cin del rey Midas. A lgun os afirm aban que, a pesar de esa gran pasin por la riqueza, el rey quera m u cho a su familia. S, la quera, pero estaba co n ven cid o de q u e lo m ejor q u e poda hacer por los su yos era acum ular oro sin descanso.
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M idas tam bin era aficio n ad o a las flores y haba plantado alrededor de su palacio un gran jardn d o n de crecan herm osas rosas. El rey acostum braba p a sarse horas enteras m irando las flores y go zan d o de su perfum e. Pero a m edida q u e aum entaba su am bi cin, cada v ez q u e las m iraba no poda dejar de calcular cunto m s valdra su propied ad si las rosas fueran de oro. Oh, Midas, riqusim o Midas se deca a m e nudo, acariciando su oro , qu hom bre tan feliz eres! Sin em bargo, au n q u e se llam aba hom bre feliz, dentro de s m ism o senta que no lo era del todo. Para llegar a una felicidad com pleta, el m undo entero tendra q u e ser de oro y, por supuesto, tendra que pertenecerle. El jardn del rey, d o n d e tam bin haba una her m osa fuente, era el lugar predilecto de los stiros, q ue a m enu d o acudan all a descansar, en especial Sileno, el fiel tutor del d ios D ioniso, cread or del vino. M idas orden un da q u e echaran vin o en la fuente y cu an d o lleg Sileno y b eb i para calm ar su sed, se em briag y se durm i profun dam en te bajo los rboles q u e rodeaban la fuente. All lo encontraron los jardineros y, dorm ido, lo llevaron hasta el palacio. El rey lo recon oci y, am b icioso com o era, p e n s de inm ediato en la posibilid ad d e ob ten er algn p ro vech o de aq u el encuentro. Saba m uy bien cunto ap reciab a D ioniso a su antiguo tutor. D e m anera que lo cu id y lo atendi co m o a un prncipe, ofrecindo-
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le fiestas con los m s exq uisitos m anjares y alegres cantos y danzas. D e sp u s de diez das y diez n o ch es en el p ala cio, en los que Sileno fu e tratado siem pre com o un gran person aje, Midas lo con dujo hasta los dom inios de D ioniso. El dios, feliz al encontrar nuevam ente a su fiel tutor, decid i dar a M idas una recom pensa. Q uera prem iarlo tam bin por haberlo cuidado de una m anera tan especial. Pdem e lo que quieras le dijo . Y o te re com pen sar cu m pliend o tu m ayor deseo. M idas no pu do p en sar en otra cosa q u e en su gran pasin: el oro. Tena m ucho oro, pero siem pre era m s gran de su d e se o de tener an ms. D e m ane ra que no dud. Qu otra cosa pod a am bicionar que no fuera aum entar sus tesoros, sin tener que trabajar para ello, y convertirse en la person a' m s rica de todo el mundo? D eseo que todo lo q u e y o toque con mis m anos se transform e en oro! dijo sin vacilar . Es lo nico q u e necesito para ser com pletam ente feliz. Ests segu ro de q u e se es tu m ayor deseo? pregu nt D ioniso extraado. S, s, que todo lo que toque con mis m anos se convierta en oro! repiti Midas, lleno de an sie dad. Est bien. H gase lo q u e d e se a s dijo D io n i so y se alej p o rq u e n o quera ser testigo de las d esg racias q u e caeran so b re M idas. C on su sab id u ra, era fcil para D io n iso p rev e r lo q u e le su ced era,
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p ero le haba p rom etid o cu m plir sus d e se o s y as sera. M idas v o lvi feliz a su palacio. Por el cam ino, qu iso com prob ar su n u e v o poder: reco gi una piedra del su elo y, en un instante, en cuanto la toc con su m ano, v io com o se transform aba en brillante oro. Lleno de entusiasm o, tom una ram a de rb o l... De inm ediato fue toda de oro, sus hojas perdieron el verd e y se convirtieron en d elgadas y m etlicas lm i nas doradas. Su felicid ad n o tena lmites. Por fin era el hom bre m s rico del m undo! C orriendo velozm ente, com o reju ven ecid o y sin tiendo com o si fuera a explotar de tanta dicha, lleg hasta su palacio y se dirigi de inm ediato al jardn. Encontr en l, com o de costum bre, m uchsim as ro sas cu ya fragancia invada el aire. A pesar de su belleza, le parecieron m odestas y corri entre ellas com o un nio, tocndolas una a una hasta que todas se convirtieron en oro. Cam in hacia el palacio, levant el picaporte de la puerta: era de bron ce un m om ento antes, p ero fue de oro en cuanto sus d ed os lo tocaron. Subi las escaleras y sonri al ob servar cm o la balaustrada y el p asam an os se iban convirtiendo en oro bruido. Luego tom un libro de encim a de la m esa: al prim er contacto se convirti en el volu m en m s ricam ente en cu ad ern ad o y dorado, p ero al pasar los ded os so bre las hojas, stas se convirtieron en un m ontn de delgadas placas de oro. M idas o b serv con algo de p reocu p aci n que las letras ya no se distinguan, pero
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no se detu vo a p en sar en ello y se dirigi al com edor. La cam inata y sus carreras en el jardn le haba d e s pertado el apetito. Y com enzaron sus d e sg racias... T om un pan, p en san d o en p artirlo... no pudo. Se haba convertido en un herm oso p an de oro. Aterrado, tom una presa de carne. Igual cosa. Y lo m ism o su cedi con la fruta y con cu alq u ier m anjar que tocara. N o p u d o com er nada. Y esto no fu e lo peor. Si tocaba a una persona, de inm ediato sta q u ed ab a inm vil, convertida en estatua de oro. Y al tocar su cam a d o n d e q u iso refugiar su d esesperacin , sta perd i su blandura adqu iriend o la dureza de una piedra. H orrorizado, acu d i en busca de D ioniso y le rog q u e lo salvara d e su desgracia. C om padecido, el dios le indic q u e se baara en el ro Pactolo, y que m ojara con sus aguas todo lo q u e haba convertido en oro. A s lo hizo M idas y perdi el fatdico poder. Cuentan q u e tam bin ab an d on sus riquezas y vivi feliz. Pero la historia de M idas no term ina all. El ro Pactolo, q u e d esd e esa p o ca arrastra aren as de oro, atravesaba Frigia, d o n d e reinaba G ordio, que no te na sucesin. C uan do co n o ci a M idas, lo declar hijo ad o ptivo y as lleg a ser rey de Frigia. Un da M idas asisti a un con cu rso de m sica en el que participaban A p o lo y otro postulante. Se en contraban a orillas del ro T m olo y el juez era el dios del ro, quien declar a A p o lo com o gan ad o r del certam en. M idas se m olest y m anifest su desacuer
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do con el prem io. El dios del ro lo castig de m ane ra bastante especial: hizo que le nacieran dos grandes orejas de burro. D esd e entonces el rey d eb i usar un gorro, p u es no quera q u e nadie supiera que l p o sea tan horribles orejas. Y este fue el origen del fam oso gorro frigio. Un da, el secreto q u e el rey guard aba tan ce lo sam ente, fu e descubierto por el barbero. Midas lo hizo jurar, bajo pena de m uerte, que no lo revelara a nadie. El barb ero prom eti no decir nada, pero com o senta q u e su secreto lo ah ogaba, cav un profun do h oyo a la orilla del ro, se inclin sobre l y grit: El rey M idas tiene orejas de burro! El rey Midas tiene orejas de burro! Ya tranquilo, se fue feliz y respirand o sin ah o gos. P ero las caas com en zaron a repetir sus p ala bras, todos las o yeron y las divu lgaron hasta que llegaron a od os del rey. El barbero fu e castigado, pero el secreto ya era co n ocid o y fue recogid o por la historia.
En el m s lejan o lu g ar del m u n do, en el e x tre m o del O ccid en te d o n d e el Sol se p o n e to d o s lo s d as, se en co n trab a el jardn m s h erm o so q u e jam s se h aya p o d id o im aginar. En l cre can altos y fro n d o so s r b o le s, flo re s de to d o s c o lo re s y p e r fu m es y frutas de tod as clases. Era un v e rd a d e ro p araso d e stin ad o s lo a lo s d io se s. A los h u m an o s les e stab a totalm ente p ro h ib id a la e n trada. Pero haba un tesoro an m ayor en aquel jardn: un rbol q u e daba m anzanas de oro y q u e haba sido plantado p o r la p ropia Hera. C uan do esta diosa se cas con Zeus, la M adre Tierra le o b se q u i tres m an zanas de oro tan herm osas, que Hera decid i plantar sus sem illas en el jardn de las divinidades. Segn algu n os decan, en aquel lugar el cielo era verde, am arillo y rojo, colores que se com u nicaban a las m anzanas, las que adem s de toda su belleza
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tenan la virtud de co n ced er la inm ortalidad a quien las com iera. Tres ninfas, las H esprides, hijas del gigante Atlas, rey de Mauritania, y d e H esperis, la estrella de la tarde, fueron en cargadas por los d io ses de vigilar constantem ente el jardn para evitar la entrada de cu alq u ier extrao. Atlas era uno de aqu ellos Titanes q u e con form a ron la prim era gen eracin de las divinidades, que fue ven cida p o r los d io ses olm picos. Cierto da en el palacio de Atlas se haba presen tado uno de los hijos de Z eu s, Perseo, quien le pidi que lo h osp ed ara en su palacio. Y com o el m onarca se n egara a recibirlo, fue co n d en ad o por Z eu s a sostener sob re sus e sp a l das la b ved a celestial, castigo que cum pla en su pro p io reino, en el norte de frica. Y hasta ahora los m acizos m ontaosos q u e atraviesan M arruecos, A rge lia y T nez, y q u e van d esd e el M editerrneo hasta el D esierto del Sahara reciben, por esa tradicin, el nom bre de M ontaas de A tlas . Con su arm oniosa voz, su gracia y belleza, las tres guardianas dab an m ayor brillo an al m ajestuoso colorido del o caso y as lo indicaban sus nom bres: H sp ere era la del sol poniente; Egle, la brillante, y Eritia, la roja. Sin em bargo, tanta respon sabilidad p reo cu p ab a a las H esprides. No se sentan con la fuerza suficiente para cu idar aquel rbol, cuya fam a haba llegado a todos los con fin es de la tierra. A cu dieron entonces a Hera, la reina del O lim po y le rogaron que pusiera
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un guardin junto a la entrada del jardn. Y un dra gn de cien cab ezas fu e en viad o a custodiar da y noche aq u el paraso. Su ced i entonces q u e el rey I i iristeo, q u e tena a H rcules en su poder, le encar do ir hasta el Jard n de las H esprides a bu scar tres m anzanas de oro. H rcules, obed ien te com o siem pre y sin detener se ante nada, parti en su b squ eda. No ignoraba <|ue ni el m s valiente de los hroes haba podid o apoderarse todava de aqu ellas m aravillosas frutas. Saba q u e tena que dirigirse a Atlas, p ero no conoca su paradero; tam poco saba dnde se encontraba el Jardn d e las H esprides, pero sali rum bo al occi dente d ispu esto a cum plir las rdenes de Euristeo. Al pasar cerca del Erdano, ro q u e corre por el norte de Italia, ap ro ve ch de preguntarles a las nin fas, q u e tenan fam a de sabias. T am p oco ellas p u d ie ron inform arlo, pero le aconsejaron q u e se dirigiera al viejo N ereo, el ancian o dios del mar, q u e con oca los secretos de todos los lugares de la vasta tierra. l quizs lo saba y podra ayudarlo. N ereo era un viejo m u y astuto q u e o d iab a hablar con los m ortales, y com o siem pre haca lo que le daba la gana, sencillam ente no les hablaba. Viva en una roca m edio sum ergida en mitad del ocan o, y apacentaba un n um eroso rebao de focas. H rcules tuvo q u e em pren der un largo cam ino para ir en su busca; con struy una barca para entrar al m ar y ha bl con las N ereidas, las hijas de N ereo, y ellas le dieron las se as para encontrar el lugar d o n d e poda
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estar. A s lle g p o r fin a la roca q u e le haban indica do las N ereidas. U na v e z all, se e sc o n d i m an te n i n d o se al acecho. C om o era im posible con ven cer a N ereo con ra zones, no h ab a ms rem edio q u e capturarlo por la fuerza. Y e so fu e, efectivam ente, lo q u e hizo el h roe. H rcules, usando todo su ingenio, se disfraz con la piel d e u n a foca y se ocult en la cu eva d o n d e N ereo acostu m brab a descansar d esp u s de sus excu r sion es p o r los b o sq u es acuticos. C u an do el viejo regres a la cu eva, H rcules lo captur. Pero N ereo tena una fuerza colosal y el h roe s lo p u d o dom inarlo cuanto lo at con unos g an ch os de hierro. As, de esta m anera tan com plica da, ob tu vo las inform aciones q u e bu scaba, au nqu e antes de lograr la victoria final, H rcules tuvo que luchar largo rato, p o rq u e el viejo del m ar tena el p o d er de transform arse en lo que se le antojara. A pesar de estar am arrado, trat de asustar al h roe transform ndose sucesivam ente en len, en ser piente, en llam arada y en arroyo. P ero todos sus esfu erzos fueron v an o s contra la ten acidad de H rcu les. Finalm ente se rindi. Hijo de Zeus exclam N ereo , si deseas encontrar a Atlas, el r e y de Mauritania, y el jardn de sus hijas las H esprides, tendrs q u e dirigir tus pasos hacia frica. Pero d e b e s tener siem pre en cuenta que slo l puede entrar e n el jardn d o n d e estn sus hijas, porqu e el d ragn de las cien cab ezas lo co n oce
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y respeta. Te acon sejo q u e no trates de entrar t, porque encontraras la m uerte m s horrible. H rcules sonri. G racias, N ereo dijo , p ero con fo en mi destino. A ntes d e d e sp e d irse solt las ligad u ras q u e ata ban al an cian o , sali d e la cu e v a y e m p ren d i su viaje h acia frica. D e sp u s d e cam in ar m u ch os das y m u ch as n o ch e s so b re las aren as del d esierto, y cu an d o y a co m en zab a a sentirse fatigad o, m ir una tarde h acia o ccid en te y d iv is una clarid ad im p re sionante, co m o si el sol, q u e se h aba p u esto ya haca bastan te rato, q u isiera v o lv e r a salir p o r aq u el lugar. A ce le r el p aso y n o tard en d escu b rir el origen d e aq u ella clarid ad : ante su s o jo s se ergua la fam o sa pu erta de o ro q u e cerraba el Ja rd n de las H esp rid es. Una su ave brisa proveniente del poniente, tibia y acariciadora, le llev un perfu m e em briagad or de flo res. Percibi tam bin el m elod io so canto de los pja ros, y v io vo lar cientos de ellos. Los haba de innu m erables esp ecies, algu n os de vistosos colores, pero privados de voz; y otros de aspecto hum ilde y colori do ap agad o , q u e llen aban el aire con sus trinos. A quella arm ona y aq u el perfum e s lo se inte rrumpan de vez en cu an d o al resonar los bram idos del m onstruo de las cien cab ezas, el ce lo so guardin del vergel. En ese m om ento, dorm an cincuenta de sus cabezas, mientras las otras cincuenta velaban. As, por turnos, la vigilancia no cesaba jams.
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A la derecha de la puerta, sobre un montculo, estaba arrodillado el infortunado rey Atlas, sostenien do el m undo sobre sus hombros. I lercules, instintiva mente m ovido por el deseo de ayudarle en su desco munal esfuerzo, se acerc a l y pens preguntarle cm o se poda entrar en el jardn. Iero antes de que l hablara, Atlas le dijo: Cm o has llegado hasta aqu? No sabes que est prohibido entrar a este jardn? Nadie puede con templar sus tesoros ni mirar a mis hijas, lista tierra remota y el dragn que la guarda se buscaron expre samente para que ningn mortal pueda llegar hasta aqu. Yo me contentara, seor respondi Hrcu les , con que me dieras algunas di* las manzanas de oro que crecen en aquel maravilloso rbol Te digo que slo yo puedo entrar dijo el rey de Mauritania , porque a m el monstruo me co n o ce. Pero mi desgracia es que tam poco yo puedo hacerlo, porque, cm o dejar la bveda celeste que descansa sobre mis hombros? Si slo es eso lo que te impide com placerm e, te ofrezco sostenerla mientras tu entras a buscar las manzanas. Ya se que pesa mucho, pero tengo mucha fuerza y puedo hacerlo. Aqu le aguardar con el m undo sobre mis hombros hasta que tu salgas. Y as lo hicieron. Despus de algunas pruebas, Hrcules consigui sostener en sus hombros la enor me bola cargada con el peso de todo el universo. Atlas, libre de su terrible peso, entr en el Jardn de
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las H esprides, abraz a sus hijas, a las que no vea desd e aquel lejano da en q u e fue castigado por Z eu s y, d esp u s de recoger las m anzanas de oro, vo lvi a salir d ispu esto a entregarle la fruta a H rcules. Pero cu an d o lo vio sosten ien do con tanta facili dad la enorm e esfera, sinti una irresistible tentacin: Por q u no engaarlo y dejarlo aqu eternam ente? Es mi oportu n id ad de liberarm e para siem p re . Y a q u e te he fa v o re cid o con mi ayu d a le dijo, en to n ces, am ab lem en te , te im portara q u e darte un p o c o m s so sten ien d o este peso? En tanto yo, para d escan sar un p o co , llevo las m anzanas al palacio del rey Euristeo. R ecu erda q u e so y un g ig an te y q u e con un so lo p aso atravieso las m s gran d es distancias. Estara de vuelta en segu id a y te relevara en el trabajo. Pero n o era tan fcil en ga ar al hroe. N o m e parece mal tu idea le resp on d i H r cules . A cepto, p ero antes, com o no estoy acostum brado an y no ten go exp erien cia en esta faena, te ru ego q u e v u elvas a tom ar por un instante el peso para do blar mi tnica, h acer con ella una alm ohada y colocarla sobre mis espaldas. T en go algo lastim ado el hom bro derecho. C ay inocentem ente el gigante Atlas en la tram pa y v o lvi a cargar sob re sus esp ald as la enorm e bola. C u an do H rcules se v io libre, co g i la bolsa de cu ero q u e contena las m anzanas y, sin d espedirse siquiera, ech a andar, dirigin dose a toda prisa hacia la tierra de Euristeo.
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LA LEYENDA DE FAETN
M ientras tanto, las H esprides, q u e hasta enton ces haban vivid o felices, sin ninguna preocu paci n , se dieron cuenta de que H rcules se haba llevado las tres m anzanas y q u e jam s volvera. Q u le diran a Hera? Saban que su furia sera tan gran de, q u e p re fe ran m orir antes de enfrentarla. P ero los dioses se apiadaron de las tres ninfas y no perm itieron que fueran precipitadas a las oscuras p rofu n d id ad es del infierno. Las transform aron en tres h erm osos rboles: un olm o, un lam o y un sauce. Y el dragn de cien cab ezas, convertido en una con ste lacin, q u ed para siem pre en el cielo. Atlas, por su parte, au nqu e p resen ci todo lo q ue ocurra con las H esprides, se sinti feliz. A p esar de q u e ahora tenan form a de rboles, seguan sien do sus hijas. Y a no se apartaran de su lado, poda verlas constantem ente y jam s sufriran en las tinieblas del infierno.
F aetn era un h erm o so jo v e n hijo de C lim en e y de H elios, el d ios que p e rso n ifica b a al Sol, cu ya prin cipal m isin era y es, co m o to d o s sa b e m os alu m b rar y dar calo r al uniT odos los das H elios recorra el cielo conduciendo un fabuloso carro de oro fabricado por Vulcano, el dios del fu ego. Cuatro fo g o sos cab allos blancos, cu yo s nom bres significaban llama, fu ego , luz y calor, tiraban del carro. Era un largo viaje diario que atravesaba todo el m undo, par tiendo d esd e un pantano en el lejano Oriente. H elios, herm oso y esbelto, con una larga cab elle ra dorada protegida por un casco reluciente y e n v u el to en un m anto, con du ca su carro con m ano segura a travs del cielo, entregand o luz y calor en todas partes. A m edioda llegaba al punto m s alto de su recorrido y, entonces, em p ezab a a d escen d er hacia el O ccidente. All, junto al Jard n de las H esprides, en
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m edio del m s m aravilloso ju e g o de colores, se su m erga en el ocan o. Mientras H elios cese;!usaba y se reuna con su fam ilia en un barco de oro, los caballos se baaban. C uan do ya era de noche, navegaba con su carro y sus corceles hasta llegar, antes del am ane cer, al punto de partida, d o n d e iniciara un nuevo viaje. Y as, todos los das. Faetn se senta m uy orgu lloso de la grandeza de su padre, un dios ad o rad o poi los hom bres y am ado de todos los otros dioses. Un da, m ientras discuta con un am igo suyo, ste se burl de l y de su orgullo y, riendo.se. le* dijo que nadie crea que H elios fuera su padre T qu ieres hacernos creei que tu origen es divino, cu an d o seguram ente no eres m a s que un mi serable mortal. Estaban un da ju gan do varios nnu li.u los, entre ellos Faetn. Em pezaron a clisentli y i b in laise de l. Rindose, le decan q u e l no era lujo del Sol, sino que probablem ente su m adre haba inventado esa tonta historia para q u e nadie se enter.u.i de una ver d ad que la avergonzab a y quera oeult.it Faetn se sinti profundam ente herido No so portaba q u e no creyeran en su palabra, peto menos poda tolerar q u e insultaran de esa maneta i su ma dre, a quien am aba y adm iraba. Muldijo a quienes ofendan a Clim ene y, enfu recid o, humillado y aver gon zad o, con los ojos llen os de l gr i m a s , (i uno .1 su casa. Le cont a su m adre lo q u e le haba 01 u n id o y le pidi que lo aconsejara.
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Q u d eb o hacer, m adre, para dem ostrar la verdad? Cm o p u ed o dar a todos una prueba de mi origen divino? Por q u no vas a la m orada de tu padre? El te am a y esto y segura de q u e te ayudar. Q u p u e d e h acer p o r m el gran H elios? Y o creo q u e est d em asiad o o cu p ad o para aten derm e rep lic Faetn . A dem s, qu podra pedirle? Pdele dijo C lim ene decidida q u e te deje con du cir el carro del Sol, au nqu e s lo sea un da. Estoy segu ra de q u e si todos te ven atravesando el cielo de O riente a O ccidente, nunca m s dudarn de que t eres hijo de Helios. Faetn, m s tranquilo y anim ado con las p ala bras de su m adre, se dirigi hacia el p alacio de H e lios, ado rn ad o de estatuas y piedras preciosas. Una herm osa y deslum brante escalinata, sob re la cual es taban distribuidas las H oras, con duca al trono del dios del Sol. D eslum brado, Faetn su bi las gradas y al encontrarse ante su padre, se arrodill y le cont cm o lo haban hum illado. H elios, q u e quera m ucho a su hijo, se sinti conm ovid o. Te juro, por las agu as sagrad as del Estigia, que te dar una prueba de tu origen divin o de la que nadie podra dudar. El joven le rog entonces q u e le perm itiera con ducir el carro de oro por un solo da. Ests loco, Faetn! exclam H elios . No p u ed es pedirm e eso! Cm o te atreves a pen sar que sers cap az de conducir el carro de oro y los caballos
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blancos? Has de sab er que eso es algo que s lo yo p u ed o hacer. Padre, estoy segu ro de que, con tu proteccin y tu ayuda, p o d r hacerlo. N o est en mi poder acom paarte. Tendras que ir solo y no te im aginas los peligros que correras. El dios tem blab a ante el tem erario p ro p sito de su hijo, p ero todos sus intentos por d isu adirlo fue ron en van o. Los ru ego s de Faetn eran cada vez m s an g u stio so s y l haba ju ra d o ... Al fin d eb i ceder.
Al com enzar el da siguiente, en el m om ento en q u e la Aurora, otra de las divinidades siderales, presentaba a Helios el carro ya preparado con sus blancos caballos para iniciar el viaje, el dios hizo subir a su hijo y le dio toda clase de recom endaciones y consejos. D e b e s te n e r u n a g ran p ru d e n c ia , hijo m o insisti, al entregarle las riendas a Faetn , y so bre todo d eb es preocuparte de m antenerte en una lnea equidistante entre los cielos y la tierra. La felicidad del joven no tuvo lmites. Por fin dem ostrara a todo el m undo q u e era hijo nada m e nos que del Sol. Tom las riendas y al sentirlas entre sus m anos fue tal su entusiasm o que, o lvid an d o las advertencias de su padre, se lan z en una loca y v elo z carrera. M uy pronto su v alo r p arec i ab an d on arlo. Los cuatro co rceles, ad virtien do q u e la m ano q u e los
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co n d u ca n o tena la firm eza de la de I lelio, co m en zaron a g a lo p a r furiosa y d eso rd en ad am en te. Tan pronto su ban hasta lo m s alto de los cielo s, so fo can d o a tod os los d io ses del O lim po, co m o d e sc e n dan cual un rayo para rozar la tierra. Las ag u as se eva p o ra b a n con el e x c e siv o calor, la tierra urda, las plantas, las flo res y las m ieses se q u e m a b a n ... Ms all, cu an d o el carro del sol su ba d em asiad o alto, el h ielo se a p o d e ra b a de los cam p o s y los destrua. El cao s era infinito. T odos m iraban aterrorizados este Sol d e fuego q u e se acercaba y se alejaba, q u e encen da los cam pos, q u e q u em aba a los hom bres. Pareca q u e el m undo llegaba a su fin. Ante aquella catstrofe, los hom bres clam aron al cielo p idien do la ayu d a de los d ioses y Z eu s no tuvo m s rem edio q u e lanzar su rayo para castigar al hijo del Sol. El pobre Faetn, fulm inado, cay de cab eza, dan do vueltas y a gran velocid ad , en el ro Erdano, m ientras el carro term inaba su viaje bajo la direccin de H elio q u e p u d o v o lve r a tom ar las riendas y a con ducirlo hasta el final. Las siete H eladas, herm anas de Faetn, q u e ha ban con tem plado d esd e la tierra la carrera y el fin del desd ich ad o joven, lloraron d escon solad am en te a orillas del ro. Y su llanto fue tan largo que los dioses las convirtieron en sau ces y sus lgrim as, al caer, se transform aron en mbar. Cuenta tam bin la le ye n d a q u e a cau sa de la loca carrera d e Faetn los cam p o s de frica, arrasa
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d o s p o r el Sol, se con virtieron en desiertos y los habitantes del continente adq u irieron d e sd e enton ces el co lo r o scu ro d e su piel.
Belerofonte, un apuesto joven, era nie to de Ssifo, aquel astuto rey de Corinto que, p o r sus m uchos delitos, esta ba co n d en ad o a perm an ecer en el infierno. Su castigo consista en em pujar una roca descom unal hasta el punto m s alto de una m ontaa, pero cu an do al fin lograba llegar a la cum bre, la roca vo lva a rodar y Ssifo recom enzaba su interm inable trabajo. Por h aber d ad o m uerte a B elero (de quien pro vien e su nom bre), B elerofonte se vio ob ligad o a aban donar Corinto y a refugiarse en Tirinto, en el palacio del rey Pretos, quien lo aco g i en excelen te form a y lo purific de la sangre derram ada. Sin em bargo, Antea, la m ujer de Pretos, se en a m or del apu esto joven en cuanto lo v io y com en z a perseguirlo. Ante su rechazo, la m ujer se sinti ofend id a y se v en g acu sn d olo a su m arido de aten tar contra ella y de tratar de seducirla.
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Pretos se indign, p ero los h u sped es eran sa grad os y estaban protegidos p o r las Eum nides. A d e m s, no poda m anchar sus m anos con la sangre de quien l m ism o haba purificado. D ecidi entonces enviarlo a Licia, el reino de Y obates, su su egro, con un m ensaje secreto en el que le narraba los h ech os ocurridos y le peda q u e hiciera justicia, indicndole que, por los m edios q u e le pare cieran con ven ientes, se deshiciera del m ensajero. Yobates recibi a Belerofonte esplndidam ente, con grandes festejos que duraron varios das. Pero mientras tanto pensaba en la m ejor manera de cum plir el encargo de su yerno, pues l tam poco se atreva a desafiar abiertam ente a las Eum nides. En aq u ellos aos, un m onstruo fab u lo so cau sab a cuantiosos da os en el reino de Licia. Era la Q uim era, una horrible com binacin de len, serpiente y cabra q u e vom itaba fu e g o y m ataba a todo aquel q u e se acercaba. Y obates en co m en d a B elerofonte la mi sin de destruirla, segu ro de q u e ste perecera en la em presa. El joven acep t la propuesta, pero antes d e par tir consult a Plibos, un adivino, quien le acon sej cautivar y am ansar a Pegaso, el cab allo alado, y co n segu ir q u e ste lo ayudara en su tarea. Para encontrar a P egaso, deba prim ero pasar una noche en el tem plo de Atena. C uando dorm a en aquel lugar, la diosa p u so en sus m anos unas riendas de oro, con las q u e B elerofon te podra apresar al cab allo alado. Y al da siguiente encontr a P egaso
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en la fuente de Pirene, le co lo c las riendas, lo m on t y v o l a com batir a la Q uim era, llevando sus flechas con bolas de plom o. Al encontrarse frente al m onstruo, B elerofonte le lanz una de sus flechas, hirindolo en la boca. La Quim era lanz un feroz bramido y cay muerta. Victorioso, el joven v o lvi al p alacio de Y obates, p ero ste no se dio por satisfecho y le en co m en d otra arriesgada em presa, y lu ego otra y otra. B elerofon te d eb i com batir al ejrcito de los Solim ianos, aliados de las A m azonas. M ontado en su Pegaso, v o l sobre ellos y les lanz gran des piedras en la cab eza; luego, ven ci a una banda de piratas... Pero nada contentaba a Y obates. Al fin ste decidi q u e sus sold ad os acecharan a B elerofon te al regreso de la ltima em presa que le haba en co m en d ado, y le dieran muerte. C u an do el joven se v io atacado, in voc a Poseidn, el dios del mar, y ste acudi en su auxilio, d esb ord an d o el ro Xanto, que slo se abri para dar p aso a B elerofonte. Y obates, im presionad o al com prob ar que el jo ven estaba protegid o por los dioses y siem pre resul taba victorioso, se co n ven ci de que no era culpable y so sp ech q u e Antea los haba en ga ad o. Investig, pidi una relacin de los h echos y com p rob que Belerofonte haba sido calum niado. D ep o n ien d o entonces su anim osidad, le pidi perd n y le ofreci la m ano de su hija Filonea, d esig nndolo, adem s, h ered ero de su reino.
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D esgraciadam ente, los ltim os aos de vid a del h roe fueron de m uchos y am argos sufrim ientos. Por un lado, se vio afectado p o r la envidia de los dioses q u e se haban casad o con sus hijas, y, por otra parte, B elerofonte lleg a sentirse tan p o d ero so que, m onta d o en su P egaso, pretendi escalar el O lim po. Ante este atrevim iento q u e ofen d i a los dioses, Z eu s m an d un tbano q u e pic a P egaso. El caballo, en cab ri tado, bot entonces a B elerofon te y continu su b ien do solo hacia el cielo d o n d e q u ed con vertid o en una estrella, m ientras el h roe caa en m edio de un zarzal de d o n d e sali con su cu erp o destrozado, cie g o y cojo. D esd e entonces, vaga por el m un do ab an d o n ad o de todos.
A crisio , el re y d e A rgo s, ten a s o la m ente una hija m uy h erm o sa, lla m ada D n ae. A n sioso d e sab e r cm o p o d ra ten er un hijo v ar n , el rey co n su lt al o r cu lo y la resp u e sta lo llen d e horror. l n o tendra n in gn otro hijo, p e ro s un nieto q u e, c u a n d o c u m p lie ra la m a y o ra d e ed ad , le q u itara la vid a. El rey, angustiado ante tal presagio, se rebel frente al Destino. No habl a nadie de su consulta al orcu lo y, d ecid id o a evitar el nacim iento de este nieto, en cerr a su hija D n ae en lina torre custodia da por fero ces mastines. Pero el dios Zeus, en forma de lluvia de oro, burl toda vigilancia y lleg hasta la herm osa princesa para hacerla concebir un hijo. Este nio fue Perseo. C u an do A crisio se enter de que, a pesar de todas sus precau cio n es, haba nacido su nieto, orga niz fastuosas celeb racion es para q u e nad ie advirtiera
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su disgusto ni se diera cuenta de sus verd aderas intenciones. Pero una noche, cu an do ya haban trans currido cuatro aos desd e el nacim iento de Perseo, y D n ae y su nio dorm an, los apres, los encerr en una gran caja de m adera y los arroj al mar. Em pujada p o r las olas, la caja lleg hasta la isla de Srifo, d o n d e un p escad o r llam ado Dictis la atrap con su red. Al encontrar v iv o s a la m adre y al hijo, los con dujo a p resen cia del rey Polidectes. El so b eran o recibi m u y am ablem ente a aq u ellos nu fragos q u e haban arribado a su reino de una m anera tan p rod igiosa y se en carg de la ed u cacin del nio. Sin em bargo P erseo com en z a sentir una gran antipata hacia el rey, p u es se daba cuenta de qu e ste, en am o rad o de D n ae, quera forzarla a ca sarse con l. H ab an p a sa d o ya q u in ce a o s cu a n d o P o li d e cte s an u n ci q u e se casara co n H ip o d am a, la hija de Enom ao. P e rse o , en tanto, se h ab a c o n v e r tido en un a p u e sto jo v e n . Era valie n te , p racticab a toda clase d e d e p o rtes, y su e d u ca c i n h ab a sid o e x ce le n te . Luego de anunciar sus intenciones m atrim onia les, el rey fingi q u e deba viajar a pedir la m ano de H ipodam a y solicit a P erseo que, com o regalo de b o das, le diera un caballo. T sab es q u e no p o se o ningn cab allo y que tam poco tengo dinero para com prarlo. S que eres p o b re y q u e tu origen es d e sco n o cido. N o o lvid o q u te encontraron junto a tu m adre
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flotando en el mar, en una caja. A cepto q u e no m e hagas ningn regalo, p ero a cam bio, q uiero que te com prom etas a servirm e, de h o y en adelante, com o un fiel vasallo. Te eq u ivo cas al decir que mi origen es d e sco n ocid o replic Perseo . Soy hijo de Zeus. No ser jam s tu vasallo, pero p u e d e s pedirm e q u e conquiste para ti cu alqu ier tesoro y te asegu ro q u e mi o b seq u io ser el m ejor que recibas. Insensato! V eo q u e tu orgu llo n o tiene lm ites e x cla m el rey, fu rioso . Se har todo com o t m ism o lo has dicho. Partirs h o y y s lo regresars cu an d o ten gas alg o realm ente v a lio so q u e traerm e. Y de inm ediato, v o lv e r s a partir en b u sca de otro tesoro. Ya vers resp on d i P erseo . N o tengo m ie do y antes de un m es estar de vuelta con la cabeza de M edusa. Te la dar, p ero t no te casars con mi m adre. El rey call sorpren dido ante el atrevim iento del joven. B ien dijo m om entos d esp u s . T elegiste. N o podrs v o lv e r sin la cab eza de M edusa. Q uin era Medusa? En tiem pos m u y rem otos exista un ser llam ado G orgona. Su cara era redonda, su larga cab ellera esta ba form ada por serpientes, y tena dientes de jabal y largas alas. Pero lo p eo r eran sus ojos, p u es quien los m iraba q u ed aba con vertido en piedra. D e pronto, esta nica G orgo n a se convirti en tres: M edusa, que
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significaba la Reina; Esteno, q u e era la Fuerte y, por ltim o, Euriale, q u e era la q u e saltaba. Vivan lejos, m u y lejos, en el extrem o poniente del m undo. Slo M edusa era mortal. C uan do la diosa Atena su p o la arriesgada a v e n tura que deba em pren der Perseo, decid i ayu d arlo y le dio las ind icaciones necesarias para llegar al lugar d o n d e se encontraban las G orgo n as y para distinguir a M edusa de sus dos herm anas. Antes de separarse de l, le advirti: N o olvid es que M edusa convierte en piedra a cualquiera q u e la mire. Es m ejor q u e la ataques cu an d o est durm iendo, p u es en ningn m om ento podrs m irarla de frente. Tom a mi escu d o para que la p u e das v er reflejada en l y as te gu es para cortarle la cabeza. Recuerda que, de otra m anera, morirs. Y le entreg su brillante escu do. A cudi tam bin H erm es a prestar su au xilio a Perseo. Le dio una guad a a de diam ante con la que sera m s fcil y certero el g o lp e para cortar aquella horrible y peligrosa cabeza. Pero el joven an no se senta totalm ente seguro. Q uera d ispon er adem s de sandalias con alas, una alforja m gica para llevar la cab eza de M edusa una v ez que la cortara y un casco q u e lo hara invisible. C on este prop sito se dirigi al encuentro de las G rayas, tres horribles hechiceras, herm anas d e las G orgonas. H aban nacido con el cab ello com pleta m ente gris, y slo dispon an de un ojo y de un solo diente para las tres, los que utilizaban por turno cuan-
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d o queran com er o ver. P erseo las encontr a los p ies del m onte Atos, se acerc a ellas y, h acien d o una reverencia co m o para saludarlas, les arrebat el o jo y el diente. Las G rayas com en zaron a gritar com o locas y a exigir que les d evolvieran lo robado. Pero Perseo, com pletam ente d u e o de la situacin, p u so sus co n diciones. Para recu perar su ojo y su diente, deban entregarle lo q u e le haca falta para ven cer a M edusa. N o tuvieron m s rem edio que acced er a todo. De inm ediato, el joven se p u so las sandalias y el casco que lo haca invisible y, llevan d o bien segu ra la alforja, hizo una nueva reveren cia a las G rayas y em pren di el vuelo. As, com o un pjaro invisible, atraves las m ontaas y lleg p o r fin a la tierra d e los H iperbreos, d o n d e se encontraban las G orgonas. Estas dorm an profundam ente, rodead as de hom bres y de anim ales de piedra, todos aq u ellos q u e, por m irar a M edusa, haban q u ed ad o petrificados para siem pre. D e acu erd o con el con sejo de Atena, Perseo m ir su e scu d o y en l vio reflejada la cab eza de M edusa, y, em p u an d o la gu ad a a de H erm es, la cort de un g o lp e, la guard rpidam ente en su alfor ja y em pren di el vu elo justo en el m om ento en que despertaban las otras dos G orgo n as. A m bas corrieron tratando de alcan zar al joven, p ero ste, con sus sandalias, ya se encontraba lejos. En su cam ino de regreso, P erseo vo l sobre Etio pa, donde encontr a una m ujer en cad en ad a a una roca, a orillas del mar. Era A ndrm eda, hija del rey
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C efeo. Un m onstruo m arino, en viad o por Poseidn, se acercab a a ella con la intencin de devorarla. Se interpuso Perseo. Mostr la cabeza de M edusa al m ons truo, el cual se hundi en el mar con vertido en coral. Luego d esen cad en a A ndrm eda, y C efeo, en agra decim iento, le co n ced i su mano. Lleg el da de la boda y se encontraban en m edio de la celebracin cu an do se presen t Agenor, un antiguo pretendiente de la novia, exig ie n d o casar se con ella. Pero la nica m anera de con segu irlo era dando m uerte a Perseo. Con esa intencin y rodeado de sus hom bres, se lan z sobre el joven, pero ste sac rpidam ente de su alforja la cab eza d e M edusa y los convirti en piedra. Sigui su cam ino de regreso a Sfiro, aco m p a a do de A ndrm eda, y e n vi un m ensajero a Polidectes, advirtindole que llegaba con el regalo prom eti do. N adie crey q u e eso fuera p o sib le y por eso todos se burlaron cu an d o se present ante el rey. M ustranos a M edusa! gritaba el rey riendo. S, s! Perm tenos v er esa fabu losa cabeza. Pero los gritos y las risas se detuvieron de golpe. P erseo les haba m ostrado a M edusa y en un instante todos eran s lo estatuas de piedra. M ientras durara la ausencia de Perseo, D nae haba hu id o para no verse ob ligada a casarse con Polidectes. C uando este q u ed petrificado, Perseo pre gunt p o r su m adre. Y ella, al enterarse de que Perseo haba regresad o y de q u e el rey haba m uerto, sali de su refugio para reunirse con su hijo.
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El hroe, ya can sado de tanta aventura, y no q u erien do transform ar a nadie m s en piedra, fue a v er a Atena y le o b seq u i la cab eza de M edusa. La diosa, sintindose m uy honrada y h alagada con tan v alio so regalo, la incorpor a su escu d o y all q u ed para siem pre. P erseo reso lvi vo lve r definitivam ente a Argos, su patria y tratar de reconciliarse con su abuelo. Pero Acrisio, en cuanto tuvo noticias no slo de q u e su hija y su nieto vivan, sino q u e regresaban, huy tem eroso de q u e se cum pliera el antiguo orculo. Pas el tiem po. En una o casin en que participa ba en unos ju ego s en Lrisa, P erseo arroj un disco con su acostum brada habilidad. En m edio de su tra yectoria, ap areci un fuerte viento que d esvi el dis co y fue dar sobre la cab eza de u n o de los presentes, p rod u cin d ole la muerte en form a instantnea. Era Acrisio. A u n q u e haba p asad o m ucho tiem po, era im p o sib le en ga ar a los dioses: el orcu lo se haba cum plido una v ez ms. Cuenta la historia que, d esp u s de enterrar so lem nem ente a su abu elo, P erseo decid i renunciar al trono y retirarse a otras tierras, donde pudiera vivir m s tranquilo y feliz con A ndrm eda y D n ae, su m adre. Andrm eda y Perseo tuvieron siete hijos, entre ellos Alceo, quien sera el abuelo del fam oso Hrcules.
LA TRAGEDIA DE EDIPO
H aba transcurrido ya un tiem po d e s de la celeb racin de la b o d a de Layo, rey de T eb as, con Y o casta y com o an no tenan d escen d en cia, el rey acu d i al orcu lo de D elfo s para p re guntar si tendra un hered ero. La resp u esta del o rcu lo fu e aterra dora: Ser m ejor que renuncies a esa aspiracin, pues si llegas a tener un hijo, ste te dar muerte y se casar con su m adre. A m argado con esta prediccin, Layo qu iso se p a rarse de Y ocasta y no verla ms, p ero no pu do co n cretar su decisin: ella le anunci q u e esp erab a a ese hijo q u e tanto haban desead o. Ante la fatalidad, el rey se estrem eci de horror y con cibi un terrible proyecto. A p en as nacido el nio, encarg a uno de sus criados q u e lo llevase al m onte Citern y all lo ab an donara lu ego de perforarle los pies. A s lo hizo el
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criado: con su espad a, atraves los pies del nio y lo co lg de un rbol. Sucedi q u e Forbas, pastor de Plibo, rey de Corinto, con du jo casualm ente su rebao hasta aq u e llos parajes, o y el llanto de la criatura, y corri al lugar d o n d e el nio se encontraba. Se ap iad de l, lo d esco lg y se lo llev con sig o a Corinto. Le dio el nom bre de Edipo, q u e quiere decir pies p erfo rad o s . Plibo y Peribea, reyes de Corinto, q u e n o te nan d escen den cia, adoptaron al nio y lo criaron y educaron com o a un hijo. E d ipo creci feliz en aquel reino. Era el prn cipe h ered ero y tanto aq u ellos a qu ien l su pon a sus padres com o el p u eb lo y los nobles lo am aban extrem adam ente. Viva d ich oso y respetado en aq u ella providen cial situacin. Sin em bargo, cierto da, halln dose en una fiesta popular, un borracho le cont la triste historia de su aban don o, su h allazgo en el m onte y su llegada a Corinto. Ed ipo se sinti apesadu m b rad o, p ero p en s tam bin que todo aq u ello era s lo una mentira, que ese hom bre n o saba de q u estaba hablan do. No qu iso decir nada a sus padres, d ecid id o a olvidarse del asunto, pero la duda com en z a atorm entar su pensam iento. N o pu dien d o soportar su inquietud, al da siguiente se apresu r a p edir a Plibo y Peribea q u e le dijeran la verd ad. Ellos le juraron que eran sus pad res y prom etieron castigar a aquel borracho p o r el ultraje com etido. Las palabras de los reyes no lograron ap acigu ar d el todo el nim o de Edipo; la duda haba penetrado
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hasta el fo n d o de su corazn y no poda olvidar. Sin que sus p ad res lo supieran, se fue a D elfos, donde el orcu lo lo rechaz tres v e c e s por no creerlo digno de obtener contestacin a las preguntas q u e haca. Por fin logr una respuesta; pero sta no le aclar su inquietud sino que le cre una m ucho mayor. El orcu lo le anunci: M atars a tu padre, te casars con tu m adre y tu estirpe ser maldita. Espantado ante estos p resagios y para evitar que se cum pliesen, el triste Ed ipo decid i huir de Corinto: ya no volvera a v er a q u ien es con sid erab a sus p a dres. Prefera aban don ar Corinto para siem pre y co n vertirse en un vag ab u n d o antes q u e cau sar algn da o a aq u ellos a q u ien es tanto am aba. Errante anduvo durante largos y largos das, siem pre p rocu ran do averigu ar por m edio de los astros la situacin de Corinto, para hallarse lo m s lejos p o si ble de su su elo y para q u e jam s se vieran cum plidos los funestos vaticinios del orculo. C ierto da lle g a la e n cru cijad a d e M egas, en la reg i n d e F cid a, d o n d e se d iv id a en d o s el cam in o d e D au lia h acia D e lfo s. E d ip o se d e tu vo in d eciso , p e ro antes d e tom ar un n u e v o cam in o q u iso d escan sar. E stab a p o r d o rm irse c u a n d o Layo, el re y de lo s teb an o s y v e rd a d e ro p a d re d e E d ip o , p a s p o r el m ism o cam in o . Iba a co m p a a d o de su c o c h e ro , un h e rald o y tres criad o s, y el carro en q u e v iajab a iba tirado p o r airo so s c a b a llo s q u e casi atro p e llaro n a E d ip o . El c o c h e ro y el re y L ayo tra
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taron de e x ig ir al jo v e n q u e sa lie ra d el cam in o y lo em p u jaro n h acia atrs. Al v e rse tratado d e e sa m a nera, E d ip o n o se m o v i y el co c h e ro lo em bisti. E n fu recid o , d io un g o lp e v io le n to al co c h e ro , e ch el carro a un lad o y p a s p o r la parte del cam in o q u e q u e d a b a libre. E n o jad o L ayo y d isp u e sto a v e n g a r a su co c h e ro , p o r la q u e ju zgab a una falta d e resp e to del jo v e n z u e lo , le infiri d o s h e rid as en m e d io de la c a b e z a ; e n to n c es, co n e xtra a furia le v an t E d ip o el bastn de cam in an te q u e lle v a b a en la m an o, y d io un so lo g o lp e a su atacan te. Este ca y , q u e d a n d o m u erto en el acto. U no so lo de los criad o s lo g r e sc a p a r; los o tros d o s, junto al h e ral d o , fu e ro n m u ertos p o r E d ip o. El jo v e n con tem p l los cad veres. H ab a actu a d o com o cu alq u ier h om b re o fe n d id o al ser tratado con tanta p rep o ten cia, p ero aq u el lugar lo llen de inquietud y le p areci funesto. R pidam en te sigu i su cam ino y lle g a T eb as sin sab e r q u e aq u lla era su patria. Se encontr con una ciu dad dom inada p o r el pn ico d eb id o a la Esfinge. Mitad mujer, m itad len, la Esfinge de T ebas era el m s extrao y terrible m onstruo q u e recuerda la leyen d a. Haba sido en via da por la diosa H era q u e estaba indignada contra los tebanos y pretenda asolar su territorio. La E sfin g e , se n tad a so b re u n a ro ca en el m o n te F ic e o , o b se r v a b a a lo s h o m b re s q u e se a c e r c a ban , se a rro ja b a so b re e llo s y le s p la n te a b a su s e n ig m a s. P o r m s q u e lo in ten tab an , su s v ctim as
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Cul es el animal que ancla en cuatro pies por la maana, en dos al medioda y en tres por la noche?
C u an d o Edipo lleg a Tebas, la ciudad estaba silenciosa. Los cam pos y los cam inos se vean desier tos. N adie se atreva a salir de su casa y todos crean que p erecera hasta el ltim o de los tebanos antes de que m uriera la Esfinge. Enterado Edipo de la angustia en q u e vivan los habitantes d e T eb as d ecid i enfrentarse a la Esfinge. Ya no tena padres, ni patria, ni hogar; ya no senta ap e g o a la vida y quizs podra liberar a los tebanos de la am enaza. Se encam in hacia el acantilado, y cu an do lleg a la roca d o n d e se hallaba el m onstruo ste baj hacia l, p lan ean d o con sus enorm es alas, lo encerr entre sus patas y, com o lo haca con todos sus prisioneros, le p ro p u so el enigm a. Edipo, d esp u s de reflexion ar por b reves m o m entos, contest: Ese anim al no es sino el hom bre, que en la infancia, q u e d eb e ser con siderada com o m aana de la vida, com ienza a and ar arrastrndose sobre los pies y las m anos; hacia el m edioda, o sea en la fuerza d e la juventud y la ed ad m adura, le bastan dos
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piernas, y en la vejez, es decir, al aproxim arse la noche de la existencia, necesita de un palo, esto es una tercera pierna, para cam inar. La Esfinge, furiosa y llena de d esp ech o ante la inteligencia y rapidez de Edipo, le p rop u so un nu evo enigm a:
Son dos hermanas. La primera engendra a la segunda. Y sta, a su vez engendra a la primera.
Ed ipo v o lvi a contestar con rapidez: Son la luz y la oscuridad. La luz del da en g e n dra la oscuridad de la noche, y sta, a su vez, p rece de a la luz del da. La Esfinge, no pu d ien d o soportar su derrota, se lanz contra las rocas y cay con la cab eza d e sp e d a zada. El m u ch ach o regres a T ebas, que vo lva a vivir. El p u eb lo lo aco g i en triunfo y la reina Yocasta, que haba q u ed ad o viuda, dijo a los ministros q u e si era necesario para el pas q u e ella se casara nuevam ente, podra hacerlo con el h roe q u e haba salvad o al pu eblo, p u es le pareca q u e no habra ninguna o ca sin m ejor q u e aquella. D e este m odo, sin q u e nadie lo supiera, se cum pli el orcu lo en su plenitud. En efecto, Ed ipo, o b e d ecien d o a la solicitud de los ancianos de T ebas, se cas con la reina y, com o todos ign oraban quin haba sido el causante de la m uerte de Layo, los tebanos coron aron al joven com o su n u evo rey.
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El rein ado de Ed ipo sobre T ebas fue m uy feliz: sus sbditos lo am aron tiernam ente y sus hijos, Etocles y Polinice, Antgona e Ism ene, lo respetaron du rante largos aos. H aba p asad o m u ch o tiem po cu an d o una peste cruel d e so l el reino. Las plantas se secaron, el gan a do m uri y los habitantes de T ebas cada v ez m s debilitados m oran por m iles, incluso m uchas veces en las calles. El p u e b lo acu d i entonces a E d ipo para pedirle que los salvara nuevam ente. Les asegu ro que estoy sufriendo igual que u s tedes y q u e he llorado m uchas lgrim as al v er tanta m uerte y desolacin. Ya he m andado a consultar el orcu lo para saber q u d e b o hacer y esto y esp eran d o la respuesta. El o rcu lo v o lvi a anunciar una profeca: La peste term inar solam ente cu an d o Tebas haya v en g a d o el asesinato de Layo fu eron las p ala bras del orculo. T fuiste nuestro libertador cu an d o nos am e nazaba la Esfinge insistan los tebanos . Slvanos ahora de la peste. B u sca a los q u e m ataron a Layo. Ed ipo ignoraba absolutam ente las circunstancias de la m uerte del antiguo rey. No tena la m enor so sp ech a de que l lo haba m atado, p u es en ese fatal m om ento, Layo no llevaba ningn atributo de su realeza q u e hubiera p o d id o revelar su condicin. Por eso pregunt a los ancianos: Cm o p od em os encontrar las huellas de un
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crim en tan antiguo? D nde ocurri? Fue en la ciu dad, en el cam po o en tierra extranjera? Contestaron los ancianos: Fue, seg n dicen, un da en que l iba a co n sultar al orculo. Pero sali e se da y ya no regres a palacio. Volvi a preguntar Edipo: Y no h ay nadie que presen ciara el asesin ato y cu yo testim onio pudiera servirn os para esclarecer el hecho? Han m uerto todos m en os u n o replicaron los ancianos q u e h u y tan am edrentado de cuanto vio, q u e slo sab e decir que los asaltaron unos ladrones y, com o eran m uchos, dieron m uerte a Layo y a los q u e le acom paaban . Y cm o no ap areci nadie com o v en g ad o r de la m uerte de Layo? C uando el rey m uri, qu pas con ustedes? Qu d esgraciad as circunstancias les im pidieron descubrir a los asesinos? pregunt Edipo. Y los ancian os contestaron: T odo esto su cedi en los tiem pos de la Esfin ge, que luchaba contra nosotros con sus enigm as. Nos o b lig a pen sar en el m ed io de librarnos de ella y de todos los m ales que nos acarreaba, h acin d on os olvidar tan m isterioso crimen. Edipo prom eti investigar el crim en d esd e el ori g en m ism o y ayu d ar a la ciudad, com o era su deber para con los dioses y para con su pu eblo; castigar al asesin o de Layo y no cesar en su ven gan za hasta que la terrible peste fuera exterm inada.
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Y, en efecto, Ed ipo cum pli su palabra; busc por todas partes al autor de aquel asesinato; no dej de interrogar ni a los m s nobles ni a los m s ricos, pero todas sus averigu acion es y p esq u isas resultaban infructuosas. Entonces m and llam ar a Tiresias, el adivino, de quien se deca que era cap az de co m pren der y ver tanto el p asad o com o el porvenir, as lo divino co m o lo hum ano. A pen as el ancian o Tiresias se vio ante el m onarca, tem bl y se n eg a respon der a las preguntas de Edipo. Extraado ante este rechazo, E d ipo lleg a p en sar q u e el p rop io ancian o era el asesino. Pero ste se arroj a sus pies y exclam con am argura: Funesto es el sab er cuan do no proporcion a ningn p ro vech o al sabio. Perm tem e, oh rey, que regrese a m i casa. Ser m ejor para ti y para m. Si revelo mi pensam iento descubrir tu infortunio. De m nada sabrs. E d ip o se encoleriz al or estas palabras. Cm o niegas tu b en evo len cia y tu don de adivin acin a esta ciu dad q u e te ha criado? inqui ri . Te suplicam os q u e nos digas lo q u e sabes. O hars traicin a tu ciudad, dejndola p erecer bajo la peste? Q uin no se enfu recer ante tu d esp recio por la vid a de todos? Pero T iresias no ced a ni siquiera ante las fieras palabras del m onarca. No me importan ni tu clera ni tu furor d ecla r . N ada dir au nqu e m e martirices.
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Entonces Ed ipo pronunci estas terribles p ala bras: Sabes lo q u e pienso? Q ue tu afn por callar te delata y q u e com ien zo a creer q u e fuiste t el instiga dor del crim en y hasta el m ism o asesino. Tiresias, al or tan injustas palabras, se enfureci a su v ez y lan z contra Ed ipo una terrible acusacin: Si has de castigar sin clem encia, com o has dicho, al asesin o de Layo, nuestro antiguo rey, d e b e rs castigarte a ti mism o. T eres quien m ancilla esta tierra. T asesinaste a Layo, a quien dices buscar. Ed ipo se estrem eci de furia. l estaba segu ro de ser inocente y p en s que se trababa de una con spira cin para arrebatarle el poder. D ebo tolerar tales injurias de este hom bre? p regu n t . Cm o no m an do q u e lo m aten en seguida? Aljate de aq u y m rchate al ltim o con fn del m undo! Y o nunca hubiera v en id o si t no m e hu bieses llam ado contest Tiresias. Jam s p en s que diras tales locuras. D e sab er lo, no te habra llam ado. M uy terrib le te p a re c e lo q u e te he d ich o y, sin em b arg o , n o c o n o c e s to d av a ni la m itad d e tu d e sg rac ia; d e ella senta p e sa r cu a n d o m e o b stin a ba en n o d ecirte lo q u e s. P ron to sab rs la v e r dad , sin em b arg o . Pronto sab rs lo m ise rab le q u e lo s d io se s te h an h ech o ; q u e p riv a d o de la vista y ca d o de la o p u le n c ia en la p o b re z a , y ab o rre cid o p o r tus p ro p io s hijos, co n un b ast n q u e te in d iq u e
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el cam in o , te d esterrars v o lu n tariam en te hacia le jan as tierras. Cada nu eva palabra del adivino era un pual que se clavab a en el corazn de Edipo, pero no poda creer en su propia ignom inia. Mentira, mentira! exclam . H ablas as por que ests con fabu lad o con Creonte para quitarm e el trono; p orq u e ustedes estn en vid iosos de mi podero y del am or q u e m e tienen mis sbditos. Creonte era herm ano de la reina, y al saber que Edipo lo acusaba, se presen t en el palacio para defend erse. C om o poda tener pretensiones al trono, E d ipo im aginaba q u e con Tiresias haban tram ado una con spiracin de la q u e aquella infam e acusacin era s lo el punto de partida. La disputa entre Creonte y Ed ipo se haca cada v e z m s violenta, cu an do Yocasta acu d i dispuesta a term inar con la discusin. Qu sucede pregunt la reina a Edipo . Cul es la causa de tu clera? Jam s te haba visto as. l le cont cm o le haba enfu recid o la adivin a cin absurda y em bustera del ancian o Tiresias. No debes preocuparte ni entristecerte porque un adivino sostenga que t asesinaste a Layo dijo la reina . Ningn mortal posee en verdad el don de la adivinacin e incluso el mismo orculo de Delfos se equivoca muchas veces en sus predicciones. Com o paieba de esto te v o y a contar algo que jams te he dicho. R ecord an do la m uerte de su e sp o so as com o la triste suerte corrida por su nico y tierno hijo, la reina Y ocasta habl de esta m anera:
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Cierto o rcu lo p red ijo un da a Layo, mi e s p o so , q u e su destin o era m orir a m an os del hijo n ico q u e ten dram os y q u e e se hijo se casara d e s p u s con m igo, su m adre. Layo, com o todos saben , m uri ase sin ad o p o r u n os ban d id o s extran jeros en un paraje en q u e se cru zaban tres cam in os, y y o me he casad o con tigo. Y el nio q u e n aci d e mi m atri m on io con el re y n o tena an tres das cu an d o su p ad re lo hizo ab an d o n ar en un m onte solitario. All q u e d co n sus p ies atravesad o s y c o lg a d o d e un rbol. Layo an u l, pu es, la p ro feca y term in m u rien do a m an os de u n os d e sco n o cid o s. P or e so y o te digo, E d ip o, q u e no d e b e s fiarte de las p red ic cio nes profticas. Escu chan do las palabras de la reina, Ed ipo tem blaba violentam ente, com o una hoja en el rbol. Pen saba en sus pies, en aqu ellas extraas cicatrices que jam s se haban borrado. A cu d i a su m em oria tam bin esa encrucijada en q u e l diera m uerte, haca ya largos aos, a los d esco n o cid o s q u e lo haban ataca do. A ngustiado, com en z a acosar con preguntas a la reina. Ests segu ra de que Layo fue asesin ad o en un cruce de tres cam inos? A s se dijo entonces y otra cosa n o se ha dicho. D nde, exactam ente, su ced i este hecho? En la regin que se llam a Fcida y en el punto en q u e se divide en dos el cam ino q u e v ie n e de D aulia hacia D elfos.
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Cunto tiem po ha p asad o desd e entonces? Fue m uy p oco antes de que t llegaras a Tebas. A u n q u e tem blaba cada vez ms, el desgraciad o Edipo continu con sus preguntas: Qu aspecto tena Layo? Qu edad? Era alto contest Yocasta . Su cab ello c o m enzaba a blanq uear y su fisonom a se pareca, por cierto, bastante a la tuya. D im e preguntaba Edipo cada vez m s an gustiado , viajaba solo o con escolta com o corres ponda a tan gran rey? Lo acom pa aban cinco person as contest Yocasta : el heraldo, el coch ero y tres criados. Layo iba solo en un carro. Quin te dijo todo esto, mujer? El nico criado q u e se salv. Est ahora aqu, en el palacio? No. C uan do regres y te vio a ti en el trono, m e su p lic q u e le perm itiera irse al cam po a ap acen tar los gan ad o s, p u es quera vivir lo m s lejos posible de la ciudad. Y y o lo envi, p u es era un criado digno de que se le con cediera cu alqu ier gracia. E d ipo se sinti ah o g ad o por la angustia; todas las seas q u e la reina le dab a coincidan con las del hom bre a quien l haba m atado en la en cru cijad a... Pero n o ... H aba algo diferente: el nico testigo de aq u ellos h ech os afirm aba que los atacantes haban sido v a rio s... No, aquel crim en no poda achacrsele a l... Con el corazn torturado por un torbellino de inquietudes, dio orden d e que inm ediatam ente se
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buscara al pastor y se le con dujera a p alacio, a su presencia. Mientras los m ensajeros en viad os p o r Ed ipo lle gaban al m onte y el d esd ich ad o rey perm an eca en el palacio, presa de los m s v iv o s tem ores, se present un heraldo q u e pidi ser recib id o por el m onarca; proven a de Corinto, y en su rostro se reflejaba la satisfaccin de quien tiene q u e com unicar excelen tes noticias. Lo que v e n g o a decirte dijo a Edipo te apenar pero, al m ism o tiem po, te alegrar. Los habi tantes de Corinto quieren proclam arte rey. Al or esto, E d ip o pregunt con nueva ansiedad: Pero, no reina all el anciano Plibo, mi padre? No; la m uerte lo ha llevad o al sepulcro. La reina Yocasta, q u e se hallaba presente, habl entonces a E d ip o de esta m anera: No te hablaba y o h ace p o co s m om entos de la falsedad de los orculos? Pues aqu una nu eva p ru e ba: tu padre, de cuya patria huiste por tem or a matar lo cu m pliend o los m andatos del destino, acab a de m orir tranquilam ente en su lecho. Edipo al or estas palabras se sinti m s tranqui lo, aun dentro del gran do lor q u e le cau saba sab er de la muerte de quien le haba dad o el ser. La falsed ad de los orcu los que apareca patente a sus ojos le d evolva la calm a y el reposo. El m ensajero q u e ven a de Corinto continu hablando: Ahora q u e aq u ellos q u e te am aban han m uer to dijo solem n em ente , d e b o cum plir la prom esa
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que les hice de revelarte el secreto de tu nacim iento. N o fuiste hijo verd ad ero de Plibo ni de Peribea, sino que ellos te recibieron un da de mis m anos y te estim aron com o el m ejor de los regalos. Edipo, al or estas palabras, de n u evo se estre m eci. A p en as se atreva, sin em bargo, a creerlas. Y habl as al m ensajero: Cm o, h abindom e recibido de m anos extra as le pregunt , pudieron am arm e tanto aq u e llos a q u ien es y o tena por mis progenitores? Por lo m ucho que les afliga el no tener hijos y por haberte co g id o en infancia tan tierna y tan desd i chada contest el m ensajero. E d ip o continu preguntando: Y t de dnde m e sacaste? Me habas com prado o m e hallaste por casualidad? T e encontr en las ca adas del Citern donde y o era entonces pastor errante y asalariad o y guard a ba los reb aos del rey q u e pacan por el monte. Fui tu salvad or en aquella ocasin, hijo m o, p u es tus pies estaban atravesados p o r una espad a, cu an do yo te desat y te baj del rbol del cual pendas. C u an d o Y o casta o y e stas p alab ras se cu b ri el rostro co n las m an os y p ro rru m p i en am argo s lam en tos. La d e sg ra c ia d a h aba re c o n o c id o en E d i p o a su p ro p io hijo. T o d o lo q u e el h e ra ld o re v e la ba c o n c o rd a b a d e un m o d o p e rfe cto co n la p o c a , el lu g ar y la form a en q u e, p o r o rd e n de Layo, su tierno hijo h ab a sid o a b a n d o n a d o y e x p u e sto a la m uerte.
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R einaba la tristeza en el palacio y slo se oan lam entaciones cu an do se presen t el antiguo criado. Los en cargados de ir hasta el cam po d o n d e pastorea ba d esd e aq u ellos lejanos a o s sin regresar jam s a la ciudad, haban d eb id o llevarlo a la fuerza. Lo interrogaron. Pareca m s dispuesto a morir que a contestar las preguntas y decir la verd ad. T e m eroso y reacio en un principio se n eg a hablar, p ero al fin se logr que dijera todo cuanto saba. Y co n fes que, en efecto el nio a quien l dejara en el m onte Citern le haba sido entregado por el propio Layo y haba n acid o en p alacio y era hijo del rey y h ered ero de la corona. Y dijo tam bin cm o tan mala accin haba sido com etida por el rey y por l por q u e los orcu los declaraban q u e aquel nio sera el asesin o de su pro p io padre y se casara con su m a dre. Y sigui hablando, y en sus con fesion es declar tam bin: Ment cu an d o declar cm o haba m uerto el rey. No fue cierto que una cuadrilla de ladron es nos atacara y nos asaltara en la encrucijada d o n d e el m onarca y sus acom paantes encontraran la muerte. Lo dije im pulsado nicam ente por el temor. Y luego, ante la sorpresa de encontrar instalado en el trono al nico hom bre q u e era el v erd ad ero asesino, mi tem or fue m ucho m ayor y p ed q u e m e perm itieran alejar m e para siem pre de la ciudad. Una negra nube de tristeza y d esolaci n se ab a ti sobre el palacio de Tebas. Edipo, lan zando gran des alaridos, corri en bu sca de una espada, se arroj
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com o loco sobre las puertas de la cm ara de la reina y all se encontr con un horrible espectculo. Yocasta, no p u d ien d o soportar aqu ella tragedia con q u e se cum plan los fatales design ios de un d e s tino adverso , se haba ah orcado colgn d o se del te cho. Al verla, el desd ich ad o Edipo lanz un horrible rugido, la desat y cu an do la reina cay al suelo, l le arranc los broches de oro con q u e sujetaba el manto, y con ellos se hiri los ojos. Mis ojos ya no vern nunca m s tantos sufri m ientos y desgracias q u e he cau sad o y tantos crm e nes q u e he com etido. Prefiero estar para siem pre envu elto en la oscu ridad se lam entaba Edipo, y continuaba d n dose g o lp e s y d esgarrn dose los ojos, m ientras la sangre le tea de rojo el rostro y la barba. A s q u ed ciego p o r siem pre el triste Edipo. Y no fu e sta su nica desgracia. La prediccin del adivin o T iresias se cu m pli por entero. En Tebas, todos se apartaban de su cam ino, nadie se acercaba a l, m ientras Creonte, que realm ente d eseab a el poder, tram contra l mil conjuras y le tendi mil lazos. Sus propios hijos se volvieron sus enem igos y no cesaron en sus vejacio n es e injurias, hasta arrojar a su padre, no slo del palacio real, sino tam bin del territorio tebano. C u m pliend o en s m ism o la am enaza que haba proferido para cu an do p u d iese hallar al asesin o del rey Layo, el pobre Ed ipo se desterr de su patria.
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Vestido com o un m iserable m endigo, y con un bastn en la m ano, parti de T ebas, ap o yad o en el brazo de su fiel hija A ntgona, que ni un m om ento q u iso aban donarlo. V agando sin ventura, ella sirvi de gua a su padre ciego, anciano y desesperado; err por las agres tes selvas, descalza y ham brienta, exp u esta a las llu vias y a los ardores del sol, prefiriendo a la regalada vid a de palacio el p e n o so placer de proporcion ar algn alim ento a su padre. T am bin su otra hija, Ism ene, fue b o n d ad osa con E d ip o y fiel al am or filial, de m odo q u e mientras los dos hijos varon es perm a necan en vid a ociosa y regalada y se portaban com o cobardes, las dos valerosas j ven es cum plan con ni m o esforzad o los m s duros y p en o so s deberes. E d ip o y su hija A ntgon a llegaron hasta una ald ea del tica llam ada C olo n o . E xh au stos, cu an d o ya no p odan dar un p aso m s, se d etu viero n en un b o sq u e cillo co n sag rad o a las Eu m nid es. Pronto al g u n o s aten ien ses o b serv aro n con terror la presen cia d e un h om b re en aq u el lugar pro h ib id o para los m ortales, y q u isieron a la fu erza arran carlo d e all. M as las s p licas de la d u lce y ab n e g ad a A ntgona, d em an d an d o p ied ad para su p adre, lograron a p a ci g u ar a los aten ien ses, q u ien es con sin tieron en co n ducir a aq u ello s cam in antes extran jeros a la p re se n cia de T eseo , su rey. Era T eseo m onarca tan sab io com o noble, justo y bo n d ad oso. N o s lo escu ch atento el relato de las p en as de Ed ipo, sino que, al sab er quin era, le abri los brazos y le brind su proteccin.
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N ingn hom bre ha de sacarte de aqu contra mi voluntad le dijo . Confa, pu es, en q u e gozars de rep o so , ya que F e b o te gui hasta aqu. Y de todos m od os, au nqu e yo no est presente, s que mi nom bre te defend er de todo maltrato. En efecto, durante algn tiem po m uy b reve goz Edipo de relativa paz en aquella tierra hospitalaria. N o haban sido vanas las prom esas de T eseo. Mas su ced i que, en tanto, en T ebas los dos hijos de Ed ipo p eleab an encarnizadam ente. En un principio, am bos haban e xp re sad o su d e se o de dejar el trono a Creonte y no ensangrentar m s la ciudad, bastante afligida ya con tantas desgracias. Pero, de pronto, el dem onio de la am bicin v o lvi a apoderar se de ellos; los dos qu isieron el m ando y el suprem o poder, y el m s joven en edad, q u e era Etocles, priv del trono al m ayor, Polinice, y lo e xp u ls de la patria. Polinice, entonces, corri a la tierra de Argos, don de se cas con la hija del rey, y obteniendo, m erced a esta alianza, el favo r de las gen tes de aquel pas, se hizo de un p o d ero so ejrcito y avan z hacia Tebas, sem brando el terror en aquel p a s... Por aq u el entonces, consultados los orculos, d e clararon que sera v en ce d o r aquel que tuviera en su territorio la tum ba de Edipo. Los hijos del desterrado, al sab er esto, corrieron a C o lo n o y trataron de co n ve n ce r a su p ad re de q u e vo lvie ra co n ellos; claro q u e cada u n o ro gab a p o r su lado, tratando de atraer al d esd ich ad o E d ip o hacia el territorio en q u e sus tropas g u erreab an contra las de
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su herm ano. Igualm ente C reonte, a la cab e za de n u m ero so s aten ien ses, se p resen t ante E d ip o y ante T ese o , su p lican d o q u e el rey cie g o v o lv ie se a la c iu d a d ... Edipo escu ch con horror aquellas v o c e s que s lo el od io y la codicia hacan vibrar en palabras hipcritas. C on ven cid o de q u e Creonte y sus crueles hijos no pretendan sino alejarlo de la proteccin de los aten ien ses y desterrarlo en un pas d escon ocid o, rechaz los ofrecim ientos de unos y de otros. Al sab er tam bin q u e los orcu los haban pred icho que su sepu lcro sera prenda de victoria sobre todo e n e m igo para el pas que lo tuviera en su territorio, q u iso que su cad ver ben eficiara a T eseo, su protec tor, y a C olono, la tierra hospitalaria en q u e haba hallado reposo. Recurri una v ez m s a T eseo para q u e lo librara de los tebanos, y en el noble prncipe encontr de n u evo decidida proteccin. E n ton ces E d ip o co m p ren d i q u e el fin de todos su s m ales se acercab a. D icen q u e un e sp an to so true no fue para l el an u n cio de su p rxim a m uerte. Sin g u a cu yo s ojo s dieran d ireccin a sus p a so s v a c ila n tes de h om b re cie g o , se en cam in , a co m p a ad o de su s dos hijas, al lugar d o n d e d eb a expirar. Con an d ar se g u ro b o rd e un p recip icio y, lleg ad o a un lugar en q u e el cam in o se d ivid a en m u ch as se n das, se sent en una p ied ra, se q uit sus vestid o s de luto, y d e sp u s de p ed ir a su s d o s hijas ag u a c o rriente y pura para lavarse y h acer lib acio n es, les
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o rd e n q u e le vistieran co m o se h aca en ton ces con los m uertos. Y les dijo: D esd e hoy, hijas m as, ya no tienen padre, pu es v o y a m orir dentro de m uy b reves instantes. En adelante no llevaran ya la trabajosa vid a que hasta aqu han soportad o por acom paarm e y procurarm e el sustento. Ha sido m uy dura la suerte de ustedes, hijas, p ero en verd ad les asegu ro que jam s tendrn otro am or m s afectuoso q u e el que han tenido de su padre, p rivadas del cual vivirn en adelante. Llorando lo abrazaron las dos jven es, que tan tiernam ente haban dem ostrado am arlo. Edipo quiso entonces q u e se le acercara T eseo, el rey de aquella hospitalaria tierra. Oh q u erido T eseo! le dijo con vo z con m ovi da por la gratitud , dam e tu m ano com o garanta de antigua fidelidad para mis hijas, y prom ete que jams las traicionars a voluntad, sino q u e hars cuanto en tu b en evo len cia llegu es a pensar q u e les ha de ser til siem pre. Y el n o ble rey prom eti solem n em ente lo que Edipo le peda. El rey errante, tras v o lve r a besar con gran ternura a sus dos hijas, les rog q u e se apartaran de all y q u e slo T eseo quedara a su lado. Ellas ob ed ecieron . Cuenta Sfocles q u e tem bl entonces la tierra y que se entreabri su avem en te para tragar a Edipo, sin violen cia y sin dolor, ante los atnitos ojos de T eseo, el nico q u e su p o el secreto de su m uerte y con oci el lugar de su sepultura.
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Tal fue el fin de Ed ipo Rey, el m s desd ich ad o entre los hom bres. Su raza, cu m plin d ose la prediccin del orculo, se extingui: Etocles y Polinice, sus hijos, a fin de evitar m ayor derram am iento de sangre entre los p u e blos, pidieron p elear en singular com bate en p resen cia de los dos ejrcitos, y se m ataron el uno al otro. Se dice q u e el ren cor que se tenan los dos herm anos era tan grande, q u e hasta las llam as de la hoguera en q u e juntos se quem aron sus cu erp os se separaban, p o r no ir ellos unidos ni aun en la muerte. Creonte, q u e su bi al trono a la m uerte de los h erm anos, co n ced i honor de sepultura a las cenizas de Etocles p o r haber p e le ad o contra los enem igos de su patria. M and, en cam bio, que las de Polinice fueran arrojadas al viento p o r h aber llevado hasta su patria un ejrcito de extranjeros. Sin em bargo, Antgona, al enterarse de la muerte de sus herm anos, v o lvi a T eb as y quiso dar sepu ltu ra a las cenizas de Polinice. Creonte, ind ignad o por q u e sus rdenes haban sido desob ed ecid as, hizo bu s car a Antgona hasta encontrarla llorando sob re la tum ba de su herm ano. Fue tom ada prisionera y lleva da a la presen cia de Creonte. Por qu has hecho eso? le pregunt el rey . Cm o te has atrevido a d e so b e d e ce r las leyes? He o b ed e cid o las le ye s que no estn escritas fue la tranquila respuesta de la joven. Creonte la co n d en a ser enterrada viva. A ntgo na se ahorc, evitando as aq u ella m uerte tan cruel y
horrorosa. Sucedi entonces que el joven H em n, hijo del rey Creonte, q u e se haba enam orad o de la joven, se quit tam bin la vida sobre el cu erpo de ella. La m aldicin q u e p esab a sobre el desd ichado Edipo y su d escen d en cia no se haba d e te n id o ...
TNTALO Y PLOPE
Se le atribuyen diversos orgenes, pero seg n algunas leyen d as, Tntalo, rey de Frigia, era hijo de Zeus. En todo caso, el dios era su am igo y constan tem ente lo con vidab a a su palacio del O lim po. Cierto da, Tntalo recibi el anuncio de q u e los dioses del O lim po d escen deran del cielo y seran sus con vidad os. Se p reo cu p, pu es, de preparar un gran banquete para recibir los en su palacio. El rey siem pre haba sentido una gran cu riosid ad por sab er si realm ente los dioses te nan ese conocim iento y esa sabidura de la que tanto se hablaba. Esta era la ocasin de com probarlo. Se ran cap aces de adivinar lo que l estaba ideando para el banquete? Era nada m enos que un horrible crimen. M and llam ar a P lop e, uno de sus hijos, lo descuartiz y prepar su carne para ofrecerla a los dioses, exquisitam ente preparada.
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Pero en el instante m ism o en q u e se acerc a la m esa, Z eu s se dio cuenta del crim en de Tntalo. Pero no era ste el prim ero ni el nico delito que el rey de Frigia haba com etido. Se saba que, ap ro vech an d o q u e Z eu s lo reciba en el O lim po, T n talo haba co n o cid o y revelad o secretos del dios y haba rob ad o am brosa y nctar para darlos a probar a los m ortales. Pero el asesinato de su hijo y su intencin de engaar a los dioses ofrecin d oles su carne en el banquete, sob rep asaro n todos los lmites. Z eu s, en fu recid o ante tanta m aldad e irreveren cia, precipit al cu lp ab le en los infiernos, y lo castig con una p en a dursim a e interm inable. Fue co n d en a do al su plicio de p ad ecer sed y ham bre eternam ente: el fam oso su plicio de Tntalo. D esd e entonces, en las profun didad es del infier no p u d o verse al rey de Frigia p o sed o de una sed abrasadora, inclinndose sob re un ro. C u an do sus labios estaban por tocar el agua, sta se alejaba. Vol va a inclinarse, p ero de inm ediato el agua se retira ba, h u yen d o de sus labios. Ese era su p eo r torm ento: vea el agua, pero no pod a tocarla ni probarla. Lo m ism o su ceda con los alim entos. Tena ante sus ojos los m s exq u isitos m anjares, p ero escap ab an de sus m anos cu an d o pretenda tom arlos. D e esta m anera, perm aneca eternam ente con su m ido p o r la sed y el ham bre. Pero junto con en viar a Tntalo al infierno, Zeus se co m p ad eci del joven P lop e, vctim a de la cruel
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dad de su padre. R euni todos sus m iem bros y los entreg a H erm es para q u e le devolviera la vida. Este p u so todo en un caldero, lo hirvi y pronunci un conjuro m gico. P o c o s m o m en to s d e sp u s los d io se s c o m p ro b ab an co n fe licid a d q u e P lo p e estab a v iv o n u e v a m ente. Sin em b arg o , le faltaba alg o . Q ue h ab a su ced id o ? La diosa D em ter estaba bastante distrada al lle gar al banquete. Se senta m uy ap en ad a porqu e su hija Proserpina haba sido raptada por H ades, el dios de los infiernos. Por eso, sin darse cuenta, com i el hom bro d erech o de P lo p e cu an do le fu e presentada la bandeja. Para com pen sarlo de esta prdida, Z eu s dio al hijo de Tntalo un h om bro de marfil, dotado de la m aravillosa virtud de curar todos los m ales con su sim ple contacto. E n to n ces P lo p e , m ilag ro sam en te d e v u e lto a la vid a p o r Z e u s, a b a n d o n F en icia p ara d irigirse a G re cia, lle v a n d o sus e n o rm e s riq u e zas a travs del m ar E g e o . En A rcad ia, c o n o c i a H ip o d am a, la hija del re y E n o m ao , y, e n a m o ra d o d e ella, p id i su m ano. El rey no tena intenciones de casar a su hija, pues un orcu lo le haba profetizado q u e aquel que sera su ye rn o le dara m uerte. C uan do se presentaba algn aspirante a la m ano de H ipodam a, Enom ao le exiga q u e concursara con l en una carrera de carros tirados p o r caballos.
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El re y resu ltab a siem p re el v e n c e d o r p u e s sus c a b a llo s e ran tan v e lo c e s q u e p a re c a n ten er alas. P ero n o se co n ten tab a co n e sa victoria. C on c u a l q u ier m otivo, se d e c la ra b a o fe n d id o p o r aq u el or g u llo so jo v e n q u e h ab a o sa d o d isp u tarle el triunfo y, arro jn d o se so rp re siv a m e n te so b re l, le d ab a m uerte. C uando P lo p e su p o cm o term inaban todas las carreras, pidi a su am igo P oseidn que lo ayudara a vencer. El dios del mar d isp u so para l un carro con alas de oro q u e poda correr incluso a travs de los m ares. Los cab allos q u e tiraban el carro estaban tam bin provistos de alas y eran inm ortales. Con este carro, P lo p e atraves el m ar E g eo para presentarse ante Enom ao y aceptar su desafo. Cerca del palacio, el joven vio, ensartadas en estacas de fierro, todas las cab ezas de los que haban pretendido casarse con H ipodam a. Entonces, para asegu rarse an m s la victoria, se pu so de acu erd o con el auriga y afloj las ruedas del carro de Enom ao. Lleg p o r fin el m om ento de dar inicio a la com petencia. Enom ao, segu ro de su habilidad y de la potencia de sus caballos, se lan z lleno de confianza en una v elo z carrera. Pero entonces se soltaron las ruedas y el rey cay violentam ente sobre el polvo, rom pin d ose el cuello, lo q u e le cau s la m uerte. Se cum pli as la prediccin del orculo: En om ao haba m uerto a cau sa de la estratagem a de q u ien sera su yerno.
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P lo p e con sigu i as casarse con H ipodam a y cuenta la leyen d a que su descen d en cia fue m u y nu m erosa, au n q u e dicen tam bin que sta fu e vctim a de un triste destino. Pero sta es otra h istoria...
Pars, u n o de los person ajes ms fa m osos de la m itologa griega, fue el ltim o hijo hom bre de Pram o, rey de Troya y de su esp osa H cabe. C u an do esp erab a el nacim iento de este hijo, la reina tuvo un su eo m uy extrao: so que en v e z de tener un nio, al llegar el m om ento del parto naca de ella un carbn en cen dido q u e prenda fu ego al p alacio y a toda la ciudad. C on fundida y alg o alarm ada por la rara visin, pidi con sejo a su e sp o so . Pram o le recom en d acu dir al orculo. Este confirm sus tem ores anu n cindo le que ese ltim o hijo causara la destruccin de todo el reino. Ante tal profeca, el rey decidi hacer desaparecer al nio en cuanto naciera. Sin escuchar a H cabe, que rogaba clem encia para el pequ e o nio, al da siguien te de su nacim iento orden a uno de sus criados que lo sacara del palacio y lo abandonara en la montaa.
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C om padecido, el criado no se resign a dejar a aquella criatura en algn paraje solitario. Se dirigi al m onte Ida y all lo entreg a unos pastores que lo acogieron com o a un hijo y lo llam aron Pars. El nio creci fuerte y herm oso en m edio del cam po. Era m uy audaz y ya en su ad o lescen cia com en z a desta carse en las luchas de toros, sobre los q u e pareca tener un p o d er especial. A u nqu e se haba casad o con una bella ninfa, Enone, y vivan felices en el cam po, Pars se senta atrado por la ciu dad y a ella se dirigi un da. En esa ocasin en Troya se celebrab an diversos ju egos y com peten cias en los q u e Pars q u iso partici par. Fcilm ente, gracias a sus constantes ejercicios en el cam po, gan los prem ios, el p u eb lo lo aclam com o ven ced o r y el rey de Troya, sin sab er q u e se trataba de su hijo, lo aco g i en el palacio. Con su triunfo y su herm osura, Pars iba adq u i riendo una fam a extraordinaria. Era m uy aficio n ad o a organizar luchas entre fuertes toros y al trm ino de ellas coron aba al ven ced o r con una guirnalda de flo res. C uan do uno de los toros ven ca en repetidas oportunidades, lo declaraba cam pen, ponindolo fren te a los otros con una corona de oro. La le y e n d a cu en ta q u e un da A res, el d io s de la g u erra, se tran sfo rm en to ro p ara tom ar parte e n una d e e stas lu ch as. C o m o era d e e sp e ra rse , A res triu n f y re c ib i la co ro n a d e o ro. En el O lim p o to d o s lo s d io se s ce le b ra ro n a P ars y al v e n c e d o r.
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U n da en q u e el joven se encontraba en la m ontaa apacen tan d o sus rebaos, se le present H erm es acom p a ad o de tres diosas: Afrodita, diosa del amor, la belleza y la fertilidad; Hera, esp osa de Zeus, diosa del m atrim onio; y Atena, diosa de la guerra y de la paz, del pensam iento y las artes. Z eu s me ha en viad o aqu dijo H erm es , para q u e te presente a Hera, Atena y Afrodita, y te entregue esta m anzana de oro. El dios su prem o o rd e na q u e t d ecid as cul de estas tres diosas es la m s herm osa. Mralas y, cu an d o tengas tu fallo, deb ers entregar la m anzana a la q u e juzgues m s herm osa. Pero, cm o p u e d e Z eu s pen sar q u e yo so y capaz de juzgar y decidir quin es la m s herm osa? Y o so y s lo un pastor. Partir la m anzana en tres y le dar una parte a cada una. N o p u ed es hacer eso. Z eu s ordena que se sigan sus instrucciones: d eb es dar la m anzana a la que con sid eres m s bella. N o tengo m s q u e obedecer. Pero antes qu i siera q u e las diosas m e prom etieran q u e no se co n vertirn en mis enem igas si son vencidas. Te lo prom etem os respondieron las diosas . P u edes decidir tranquilo. Qu ser m s im portante se preguntaba P a rs : la belleza fsica, la sabidura o el poder? M ientras tanto, A tena exig i a Afrodita q u e se quitara su cinto m gico, a lo q u e sta contest: Est bien. Pero siem pre que t te saq u es el yelm o.
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C om o continuaran discutiendo, Pars se dirigi a Hera: Ven, se o ra le dijo . T e e xam in ar a ti prim ero. M ram e con atencin, Pars indic H era . N o encontrars ningn defecto en m. Si t m e das la m anzana, y o te har seor de A sia y p o seers todos sus tesoros q u e son inagotables. Los tesoros no m e interesan resp on d i Pars, y ag reg : Y a he con clu id o mi exam en con tigo y d eb o v er a las otras diosas. Se presen t entonces Atena. A qu esto y le dijo . Si m e eliges a m y me das la m anzana te prom eto q u e te har un gran guerrero y triunfars en todas las batallas. Sers el m s fuerte y, adem s, el m s h erm oso y el m s sabio de los hom bres. Seora contest Pars , y o so y un pastor q u e v iv e en paz. Para q u q u iero ganar batallas? Y llam a Afrodita. C u an do sta se present, Paris la v io tan herm osa q u e se sinti d esfallecer de em ocin. T q u e e re s el m s h e rm o so de los h o m b res dijo ella , qu h ace s a q u en estos ca m p o s tan so lo s, entre to ros y bestias? D e b e ras estar en la ciu d ad , en el m s b e llo de los p a la c io s y co n la m s p erfe cta d e las m u jeres. Y o te p u e d o h acer a n m s b e llo y h acer q u e to d a s las m u je res se e n am o re n d e ti. La m s h e rm o sa del m u n d o est e n Esparta. Es H elen a, hija d e Z e u s, y est ca sa d a
co n M en elao . P ero si te c o n o ce , a b an d o n ar tod o p ara segu irte. Pero, cm o? Si t m e das la m anzana, y o har que sea tuya. Paris eligi entonces a Afrodita y le entreg la m anzana. Venus se sinti feliz y orgullosa, en cam bio Hera y Atena, hum illadas en extrem o, juraron v e n ganza eterna a T roya y a todos sus hijos. O lvidando sus prom esas, le n egaron a Paris todo lo q u e de ellas depend a: no ganara jam s una batalla y sera d e s preciad o p o r todos los guerreros por su cobarda. No se p reocu para nunca de nada serio y no sabra dar consejos. N o tendra poder, ni sabidura. Afrodita quiso protegerlo y dem ostrar que ella sola pod a otorgarle toda clase de bien es, triunfando sobre las otras diosas. Por aq u ellos das Pram o organiz diversos co n cursos. En el de toros particip el anim al cam pen de Paris, q u e obtuvo el prem io. D esp u s, en las otras com petencias tam bin triunf Paris, lo q u e despert la ira de los dem s hijos de Pram o, que decidieron matarlo. P ero se alz una v o z q u e advirti al rey: Tus hijos qu ieren matar a Paris, que es su herm ano! Paris es tu hijo menor! Es tu h ijo ...! Sorprendido, Pram o llam a su mujer, y am bos exam inaron al joven. Tena una m arca en la m ano que H cab e le haba dejad o antes de abandonarlo. E m ocion ados, llevaron a su hijo al palacio y realiza ron una gran fiesta.
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Al saber la noticia, los sacerdotes advirtieron al rey: Recuerda que este hijo tuyo ser el causante de la ruina de Troya. D ebes matarlo! Q ue T roya se term ine, pero nadie matar a mi hijo! exclam el rey. Pars se sep ar de En one y se instal en Troya, en el palacio de sus padres. Cuenta la historia que entonces Pram o, a p esar de sentirse feliz de haber encontrado a su hijo, se atem oriz recordando lo que haba dicho el orculo. B u sc un pretexto para alejar lo de su casa, lo q u e hizo en cargn d ole q u e fuera a G recia para libertar a su ta H esiona, raptada por H rcules. Pars se sinti feliz p u es ese viaje le p rop orcion a ba la oportunidad de co n o cer a la bella H elena, de quien le haba hablad o Afrodita. Y la diosa tam bin se alegr p u es as cum plira su prom esa de co n ced er le la m ujer m s bella del m undo. C uando Pars lleg a Esparta, M elenao celebraba una gran fiesta, d o n d e H elena le fue presentada. El joven le entreg las joyas y los dem s dones q u e le llevaba d esd e Troya. A m bos se sintieron enam orad os d esd e el m om ento en que se vieron. Pars se h o sp ed en el palacio del rey M enelao y no realiz ninguna de las gestion es q u e le haba en cargad o su padre. Slo se d ed ic a conquistar a la reina. A lo s p o c a s sem an as, M en elao an u n ci q u e v iajara a C reta y o rd e n q u e se aten d iera a su
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h u sp e d du rante su au se n cia. En cu an to se em b ar c, Paris c o n v e n c i a H elen a de q u e h u yera con l a T roya. A lgunas tradiciones sostienen que H elena fue rap tada por Paris o q u e ste la sedu jo u sand o la ropa de M enelao. Lo cierto es q u e ella se fue con el apuesto joven aban d on an d o a su hija H erm ione, de slo n u e v e aos, y llevand o con ella a Plistenes, an m s p equ e o . Tam bin tom gran parte de los tesoros del p alacio de M enelao. C u an d o ste reg res a Esparta, se d esat la tra ged ia. El rey corri p o r el p alacio b u scan d o a su e sp o sa y rec ib i co n am argu ra la noticia de q u e ella se h ab a ido co n su h u sp e d . M e n e lao reco rri su rein o y, v isita n d o a los m on arcas d e G re cia, p u so en p ie de guerra a todos los h elen o s y se lan z en p e rse cu ci n de H elena. D e sd e el pu erto de Aulis, en B e o c ia, n u m ero so s b ajeles, con las velas ten didas al viento, em p ren d iero n la travesa contra T roya b u scan d o ven gan za. Mientras tanto H elena era recibida com o una diosa en Troya y se instal en el palacio, sin inquie tarse por el desastre q u e haba desatado. Paris fu e atacado por el propio M enelao, y heri do p o r una flecha en ven en ad a, pidi q u e le dejaran acab ar su vid a al lado de su esp o sa En one y e xp ir en el m onte Ida, d esd e d o n d e Z eu s o b servab a la batalla. D esp u es de una larga lucha, T roya cay en p o der de los griegos, q u e se valieron para ello del
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La Ilada.
H elena fu e llevada de regreso a Esparta y cu an d o M enelao m uri, fue arrojada del P elop on eso, sin q u e nadie ya la defendiera.
Una antiqusim a leyen d a nos habla del m tico p u eb lo de los Pigm eos, e s tablecido en el norte de frica, en los territorios de Libia, d o n d e habitaba el G igante Anteo, hijo de la Tierra y de Poseidn, el dios del mar. Los G igan tes eran seres inm ensos de gran fu erza y valor. T odos tenan una larga barba y h ay q u ien es sostenan q u e sus pies estaban form ados por serpientes. A nteo se presentaba m uy am able ante todos los viajeros q u e se acercaban a sus tierras. Los invitaba a su casa, p ero m uy lu ego les propon a luchar con l. Su enorm e fuerza le perm ita ven ce r siem pre, lo que l ap ro vech ab a para m atarlos. Su propsito era reunir m iles y m iles de crneos, p u es haba prom etido edifi car con ellos un tem plo en honor de su padre. Sin em bargo, para los Pigm eos, q u e tam bin eran hijos de la Tierra, A nteo era un protector y se sentan segu ros con l. Para ellos, tan p eq u e o s q u e ningn
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hom bre los vea, el corpu lento G igante les pareca una m ontaa. Un da, com o lo haca a m enudo, A nteo se en contraba tendido en el su elo durm iendo p rofu n d a mente, horas q u e siem pre ap ro vech ab an los Pigm eos para trepar sobre su cu erpo, acercarse a su rostro y correr carreras escap an d o de sus feroces ronquidos. En esto se encontraban cu an d o uno de los Pig m eos, p arado sob re el hom bro de Anteo, v io acercar se algo extrao. A m edida q u e se aproxim aba pu do darse cuenta de q u e era un hom bre gran de y fuerte, au n q u e quizs no tan gran de com o Anteo. Llevaba un casco y un escu d o que brillaban bajo el sol y una esp ad a al cinto. Vesta una piel de len y en la m ano derecha blanda una m aza gru esa y pesada. H orrorizado, reuni a algu n os de sus herm anos y com enzaron a gritar junto a la oreja del G igante, entrando en ella lo m s q u e podan: Anteo! Levntate, q u e se acerca un Gigante! N o fue fcil despertarlo. Pero al fin lo lograron gritando: Levntate! El forastero trae una m aza enorm e. Y p arece q u e es m s fuerte q u e t! D e un salto se pu so de pie y, tom ando su in m enso bastn, avan z dos leg u as al encuentro del forastero. Quin eres t? tron. Qu bu scas en mis tierras? C u alq u ier otro m ortal, q u e n o fu ese aq u el fo ras tero, se h abra atem orizad o ante la co lo sal estatura
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de A n teo y su v o z de trueno. P ero ste, sin inm utar se, lo m iraba de arriba abajo, m ientras blanda la p esad a m aza. Q uin eres? repiti Anteo . R esponde si no q u ieres q u e d esh aga tu crneo con mi bastn. Me llam o H eracles y no te tem o. Los dioses del O lim po m e han en viad o aqu. Yo tam p o co te tem o y de a q u no pasars! b ram A n teo , q u e h ab a o d o h ab lar d e las h aza as d e H rcu les, au n q u e no crea q u e fu era m s fu erte q u e l . T e n g o cin cu en ta v e c e s m s fu erza q u e t; y co n m is p ie s en tierra so y q u in ien tas v e c e s m s poten te. En efecto, A nteo tena un don m uy especial: sus fuerzas se ren ovaban por el contacto con su m adre, la Tierra. As, si en m edio de una lucha caa al suelo, se levantaba de inm ediato con m ayores bros. Se entabl una lucha feroz. Por m s que Heracles, que ya haba destaiid o el bastn de Anteo, lo arrojaba al suelo con un feroz g o lp e de su maza, el Gigante se alzaba y arremeta contra Heracles rugiendo. Sin em bargo, la inteligencia y destreza del hroe le dieron ventaja contra su enem igo. Ante la furia de Anteo, H eracles respon da con calm a y con fuerza. Entonces com en z a com pren d er la cau sa de la m ila grosa recu peracin del G igan te cada v ez q u e rodaba por el suelo. Se dio cuenta de que no le sera posible ven cerlo si continuaba derribndolo. A rroj la m aza con q u e haba com b atid o en tantas m em orab les o casio n e s y se ap rest a la lucha
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cu e rp o a cu erp o . C u an d o A n teo estu vo cerca de l lo levan t en vilo, so sten in d o lo en el aire co n sus poten tes brazos. Al p erd er el con tacto co n la tierra, el G igan te sinti q u e sus fu erzas se deb ilitab an m s y m s, hasta q u e por fin H eracles lo arroj a una m illa de distancia, d o n d e q u e d inm vil. A u n q u e v o lv a a y a c e r so b re la tierra, ya n o pod a recu p erar se: estaba m uerto. Los P ig m e o s, q u e h ab an p re se n c ia d o h o rro ri z ad o s la fe ro z lu ch a, co m en zaro n a gritar, m ientras H eracles, q u e ni siq u iera h ab a ad v ertid o su p re se n cia, p e n s p rim ero q u e e se p e q u e o ru id o p o dra ser el can to d e alg u n o s p jaro s, p e ro p o n ie n d o m s aten ci n p u d o e scu ch ar q u e m u ch as v o c e s g ri taban: Villano! Mataste al G igan te Anteo, nuestro pro tector. Por fin d escub ri a los p eq u e o s seres q u e se m ovan a sus pies, e inclinndose, co g i a u n o entre sus ded os y lo co lo c en la palm a de su m ano. Quieres decirm e qu clase de ser eres? pre gunt Hrcules. Soy tu en em igo resp on d i el Pigm eo con energa . T m ataste al G igan te A nteo y nosotros te m atarem os a ti. He visto m uchas m aravillas en mi vida e x clam H eracles, adm irado ante el valor de aq u ellos dim inutos person ajes , p ero esta que ten go en la m ano es su perior a todas las dem s. Sin duda ustedes son un p u eb lo con coraje ag reg inclin ndose re
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verente ante los Pigm eos . Por nada en el m undo quisiera h acer el m enor da o a gente tan valiente y leal com o ustedes! Pido la paz, y m e com prom eto a dar cinco pasos y salir de vuestro reino. C reo que esta vez he sido derrotado.
- Qu libros recom endara a los jven es para co m enzar a leer? - le pregunt Ana D O nofrio a Ray B rad bu ry en una entrevista publicada en el diario La Nacin, de B u en os Aires. El autor de Fahrenheit 451, Crnicas Marcia nas y tantas otras ob ras, co n sid erad o co m o el rein ven to r de la literatura de cien cia ficcin , contest: - D eb eran em p e zar p o r los m itos griego s, la guerra d e T roya, la relacin entre la raza hum ana y los d io ses cu an d o stos bajab an a la Tierra. T odas las historias y las vid as d e la raza hum ana fu eron en carn ad as p o r los m itos griego s, los m itos rom a nos, los m itos e g ip c io s... Se ha dicho tam bin q u e un p u eb lo sin leyendas est co n d en ad o a m o rir...; pero que el p u eb lo que no tenga mitos ya est muerto. No es fcil descubrir el origen de los mitos y de las leyen d as de los griegos, pero ello no tiene im por tancia. Lo realm ente v alio so es el increble caudal de m aravillosas narraciones q u e han lleg ad o hasta n o so tros, con toda su b elleza potica.
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Es un conjunto m aravilloso de fabu losas historias de aventuras, de am ores, de hazaas, de m u erte... todas llenas de profun do sign ificad o y provenientes de un m un do p o b lad o de d ioses, sem idioses, hroes y m ortales. A juicio d e los crticos, lo m s asom b roso de estas leyen d as y mitos nacidos en G recia es su per m anente vigen cia. Los rom anos los aceptaron y, au n q u e los m odificaron en cierta m edida y los am plia ron, los incorporaron a sus creencias y a su vida diaria y, lo m s im portante, los trasmitieron a la cu l tura occidental. Sin duda es im presionante q u e estos mitos y leyen d as hayan sido p o r m s de veinticinco siglos, y continen sin dolo, fuente de inspiracin para la literatura y las artes plsticas de los pases civilizados.
Acrisio, rey de Argos, padre de D nae. Afrodita, diosa del amor, la belleza y la fertilidad. Agenor, pretendiente de A ndrm eda q u e com bati a Perseo. Alceo, hijo d e P e rse o y A n d r m ed a, a b u e lo de H rcu les. Andrm eda, hija del rey C efeo, esp o sa de Perseo. Antea, e sp o sa de Pretos. Anteo, G igante, hijo de la Tierra y de Poseidn, el dios del mar. Antgona, hija de Edipo. Apolo, dios de la belleza, de las artes y de la adivinacin. Ares, el dios de la guerra. Atena o Atenea, diosa de la guerra y de la paz, del pensam iento y las artes. Atlas, G igante, rey de Mauritania. U no de los Titanes de la prim era g en eraci n de divinidades, que fue ven cid o p o r los d io ses olm picos. Beler, herm ano de Belerofonte, a q u ien este dio muerte.
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Belerofonte, nieto de Sisifo q u e ven ci a la Q uim e ra, m ontado en Pegaso. Cefeo, rey, padre de A ndrm eda, esp o sa de Perseo. Climene, m adre de Faetn. Creonte, herm ano de Yocasta, la m adre de Edipo, a quien su ced i en el trono de Tebas. Dnae, m adre de Perseo. Demter, diosa de la fertilidad. Dictis, p escad o r de Sfiros q u e con su red rescat del m ar a P erseo y D nae. Dioniso, dios del vin o y de las fiestas. Edipo, hijo de Layo y Yocasta, vctim a de un trgico destino. Egle, la brillante, una de las H esprides. Enone, bella ninfa con q u ien se cas Paris cuan do an no saba quin era. Epim eteo, h erm an o de Prom eteo, e sp o so de P an dora. Eritia, la roja, una de las H esprides. Esfinge de Tebas, m onstruo q u e m ataba a quien no respon da sus enigm as. Esteno, una d e las G orgonas. Etocles, hijo de Edipo. Eum nides, ninfas protectoras de los h u sped es. Euriale, una de las G orgonas. Euristeo, rey q u e orden a H eracles (H rcules) los do ce trabajos. Faetn, hijo de Clim ene y de H elios, m uerto por el rayo de Zeu s, al conducir el carro del Sol. Filonea, hija de Y obates, esp o sa de B elerofonte.
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Forbas, pastor de Corinto q u e encontr a Edipo aban donado. Gordio, rey de Frigia q u e adopt a M idas y lo nom br sucesor. Gorgonas, m onstruos q u e transform aban en piedra a quien los m iraba. Eran tres herm anas. Grayas, tres horribles hechiceras, herm anas de las G orgonas. Hades, d ios de los infiernos. Hcabe, m adre de Pars, esp o sa de Pram o. Helena, hija de Zeus, esp o sa de M enelao, raptada por Pars. Heladas, hijas de Flelios, herm anas de Faetn. Helios, dios del Sol y de la luz. Hemn, hijo del rey Creonte, enam orad o de Antgona, la hija de Edipo. Hera, esp o sa de Zeus, reina del O lim po, diosa del m atrim onio. Heracles, el m s fam oso h roe griego, ven ced o r en los d o ce trabajos y en m uchas otras hazaas. Es m s co n o cid o por su nom bre latino: H rcules. Hrcules, nom bre latino de H eracles. Herm es, m ensajero de los dioses; dios protector de los viajeros, de los com erciantes y los ladrones. H erm ione, hija de H elena y M enelao. Hesiona, ta de Pram o, a quien Pars va a rescatar a Esparta. H spere, la del sol poniente, una de las H esprides. Hesprldes, hijas del gigante Atlas, rey de Maurita nia, y d e H esperis, la estrella de la tarde.
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H esperis, la estrella d e la tarde, m ad re d e las H esp rid e s. Hipodama, hija del rey En om ao, esp o sa de Plope. Ismene, hija de Edipo. Layo, rey de Tebas, casad o con Yocasta; padre de Edipo. Medusa, una de las G orgo n as, la nica mortal, fue ven cid a por Perseo. M adre de Pegaso. Menelao, rey de Esparta, e sp o so de H elena. Mercurio, nom bre latino de H erm es. Midas, rey de M acedonia y de Frigia. M inerva, nom bre latino de Atena. Nereidas, divinidades m arinas, hijas de N ereo. Nereo, dios marino. Pandora, prim era mujer, esp o sa de Epitem eo. Paris, ltim o hijo hom bre de Pram o y H cabe, rap tor de H elena y causante de la guerra de Troya. Pegaso, cab allo alado n acid o de la sangre de M edu sa. Fue el cab allo de B elerofonte. Plope, hijo de Tntalo. Peribea, esp o sa de Plibo, m adre adoptiva de Edipo. Perseo, hijo de Z eu s y de D nae. D errot a la M edu sa y liber a A ndrm eda. Pigmeos, p u e b lo m tico q u e v iv i en el norte de frica. Plistenes, hijo de H elena y M enelao. Plibo, rey de Corinto, padre ado ptivo de Edipo. Plibos, adivin o consultado p o r B elerofonte. Polidectes, rey de Sfiros q u e acogi a P erseo y Dnae.
i)K )si:s,
s i; m ii) i o s e s , h r o e s y p e r s o n a je s , e t c .
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Polinice, hijo ck' Edipo. Poseidn, dios del mar. Pretos, rey de Tilinto que recibi a B elerofonte. Pramo, rey de Troya, padre de Paris. Prometeo, uno de los Titanes, iniciador de la civili zacin hum ana. Proserpina, hij.i de Demter. Quimera, m onstruo fabu loso derrotado p o r B elero fonte. Sileno, stiro, tutor de D ioniso. Ssifo, rey d e Corinto co n d en ad o por sus crm enes a perm an ecer en el infierno em pujando siem pre una roca hacia lo alto de una m ontaa; abu elo de Belerofonte. Tntalo, rey tie Frigia, con den ad o, p o r sus ofen sas a los dioses, a p ad ecer para siem pre ham bre y sed devoradoras. Teseo, rey de Atenas. Tiresias, adivin o con sultado por Edipo. Titanes, divinidades g riegas que gobern aron antes que Z eu s y los dioses del O lim po. Venus, nom bre latino de Afrodita, la diosa del amor. Vulcano, dios del fu e g o y la metalurgia. Yobates, su egro de Pretos, rey de Licia. Yoeasta, esp o sa de Layo y m adre y e sp o sa de Edipo. Zeus, dios su prem o del O lim po, dios del cielo, seor de los dioses.
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Seguramente en estos cuentos te ha llamado la atencin cun a menudo los griegos, en su preocupacin por el porvenir y por conocer cul sera su destino, recurran al orculo. De acuerdo con lo que leiste, pudo alguno de los prota gonistas de estas historias escapar a las predicciones del orculo? Recuerda qu consult al orculo cada uno de estos per sonajes, y cul fue la respuesta que obtuvo: -Layo, padre de Edipo. -Edipo, cuando viva en Corinto, con sus padres adoptivos. -Edipo, cuando era rey de Tebas. -Acrisio, padre de Dnae. -Pramo, padre de Paris. Cul era el enigma que planteaba la Esfinge de Tebas a quienes aprisionaba entre sus garras? Lo habas odo alguna vez? Ssifo, rey de Corinto y abuelo de Belerofonte, y Tntalo, padre de Plope, fueron castigados por los dioses en el infierno, donde debieron permanecer para siempre. Re cuerdas cules fueron sus castigos? Qu deba hacer Ssifo una y otra vez? Cul era el suplicio de Tntalo?
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4. Una de las historias incluidas en este libro recuerda uno de los doce trabajos de Hrcules. Podras decir cul de ellos? 5. En varias de las historias que aparecen en este libro se hace mencin del significado de los nombres de sus pro tagonistas. Podras indicar a quines corresponden las siguientes definiciones? -Dotada de todas las cualidades. -El que reflexiona tarde. -Pies perforados. 6. Quines eran los padres de las Hesprides, las Heladas y las Nereidas? 7. Qu hroes vencieron a los siguientes monstruos: Qui mera, Esfinge y Medusa? 8. Qu sali de la caja de Pandora? Qu fue lo nico que qued adentro? 9. Cmo obtuvieron los hombres el fuego y cmo la leyen da relaciona el fuego con el lenguaje? 10. Cul de los dioses, hroes o personajes que has conoci do en estas historias ha llamado ms tu atencin? Por qu? Cul es el que ms te ha gustado? 11. Quin aparece catalogado como el ms desdichado de los hombres? Ests de acuerdo? 12. Escoge uno de los personajes, investiga ms acerca de l y prepara una nueva historia con todos los datos que consigas. Ilstrala con recortes de revistas o con tus pro pios dibujos.
AUMENTA TUS CONOCIMIENTOS Los romanos adoptaron los dioses griegos, efectuando algu nas modificaciones, entre ellas variaron sus nombres. En es tas dos columnas te presentamos ambas versiones. Podras sealar qu dios romano corresponde a cada uno de estos diez dioses griegos?
Griegos
Romanos
1 . 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10.
Zeus Hera Atena Demter Dioniso Hades Afrodita Hermes Poseidn Ares
a. b. c. d. e. f.
g.
h,. i. i.
Neptuno Ceres Juno Mercurio Marte Baco Minerva Plutn Jpiter Venus