Aleister Crowley El Alma Del Desierto

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EL ALMA DEL DESIERTO Por Aleister Crowley

Escrito en Tozeur 17 de Marzo de 1914 DEDICADO a Soror Alta Via Una que vive en el desierto "Yo tambin soy el Alma del desierto; t me buscars an otra vez en la inmensidad de arena". Liber LXV, IV, 61. I EL VIAJE El alma es en su propia naturaleza, perfecta pureza, perfecta calma, perfecto silencio; y como una fuente mana desde las mismsimas venas de la propia tierra, as se nutre el alma de la sangre de Dios, el xtasi de las cosas. Este alma no puede ser nunca injuriada, nunca viciada, nunca manchada. Sin embargo, todas las cosas que se le agregan la inquietan por un tiempo; y esto es el dolor. Esto, lo atestigua el lenguaje mismo; porque todas las palabras que significan infeliz significan primero que todo desasosegado, intranquilo, inquieto. La raz de la idea del dolor es la idea de agitar. Por muchos aos el hombre en su bsqueda de felicidad ha viajado por un falso camino. Para apagar su sed ha agregado sal en cantidades siempre crecientes al agua de la vida; para cubrir los hormigueros de su imaginacin ha erigido montaas en donde rondan bestias salvajes y letales. Para curar la sarna ha desollado al paciente; para exorcizar al fantasma, ha evocado al diablo. Cmo comenz esto, es el problema principal de la filosofa. Los Rishis, siete que se sentaron en el Monte Kailasha y reflexionaban de este modo respondieron, que el alma se volvi auto-consciente; y exclamando, "Yo soy Eso!" se volvi dos precisamente en el acto de afirmar que era Una. Esta teora puede ser hallada no demasiado remota de la verdad por cualquiera que regresa a esa torre sobre los terraplenes del alma y contempla la ciudad. Pero dejmosle a los doctores que discutan la causa de la dolencia; para los pacientes es suficiente conocer la cura y tomarla. Abana y Farpar, ros de Damasco, no valen la simplicidad del Jordn. El profeta ha hablado; es nuestra incumbencia no obedecer: y tan

dulces y tan llenas de virtudes son estas aguas que el primer toque estremece al alma con el seguro gusto anticipado de su cura. No dudes, hermano! la razn por cierto puede elaborar complejidades; no son stas los mismsimos sntomas de la afeccin? No uses ms que el rudo sentido comn, herencia de ms simples y ms felices antepasados, que te han transmitido a ti por la vara. La cura de la afeccin, es el descanso; de la intranquilidad, la tranquilidad; de la lucha, la paz. Y para lograr ser jinete el estudio de folios no ayuda, sino el montar a caballo; como la mejor manera de nadar es entrar en el agua y arrojarse, as es el fresco sentido, no la ardiente razn, que dice: para lograr la quietud, practica la quietud. Hay hombres de voluntad tan fuerte, tan capaces de concentrar la mente, de negar las impresiones que no desean recibir, que pueden retirarse de su medio circundante, incluso cuando stas son tan numerosas e insistentes como las de una gran ciudad. Pero para la mayor parte de los hombres, es mejor comenzar en circunstancias ms fciles, escalar la montaa con buen clima antes de acometerla en la tormenta de nieve. Y, sin embargo, el deseoso aspirante responder: Siempre que la cura sea completa. Siempre que la enfermedad no regrese cuando la medicina se suspenda. Ah! eso sera duro: que la dolencia est tan profundamente arraigada que aos despus de que sus sntomas han pasado, se aproveche de un momento de debilidad para llamear otra vez. Es la fiebre de la malaria que acecha por lo bajo, que se esconde en la mismsima substancia de la propia sangre, que ha hecho a la mismsima fuente de la vida partcipe con ella en el sacramento de la muerte. "Ha descubierto una araa el cliz?" "Haba un sapo en la fuente bautismal?" No: el remedio cura con bastante seguridad; pero no cura de una vez por todas con frecuencia, sin susceptibilidad a la recada. Pero es simple; una vez que los sntomas se han suprimido apropiadamente, nunca regresan con igual fuerza; y slo conque el paciente tenga el ingenio de extender la mano por otra dosis, la fiebre muere. Qu es entonces lo esencial? Curar al paciente una vez; darle fe en la eficacia del remedio, de forma que si por ventura cayera enfermo, y no estuviera cerca ningn doctor, puede ser capaz de curarse l mismo. Si es el Pensamiento entonces lo que inquieta al alma no hay ms que un camino a tomar. Parar de pensar. Es la tarea ms difcil que un hombre puede emprender. "Denme un fulcro para mi palanca" dijo Arqumedes, "y mover la tierra". Pero cmo, cuando uno est dentro, y es parte de, ese mismsimo sistema de movimiento que uno desea parar? La Primer Ley de Newton cae como el hacha del degollador sobre la mismsima reputacin de nuestro esfuerzo. Grato para nosotros que esto no sea verdadero como es obvio! Porque este hecho nos salva, que la resolucin de todos estos es la inaccin. El movimiento no es sino en pares recprocos; la suma de sus vectores es cero. El nudo del Universo es un nudo falso; a pesar de que parezca gordiano, slo tira firmemente, y se desata. Esta apariencia es la que es todo el dao;

lbrego es el golfo, y las nubes se acumulan airadamente en formas monstruosas; la falsa luna parpadea detrs de ellas; abismo sobre abismo se abre por todos lados. Oscuridad y amenaza; el fiero sonido de cosas hostiles! Un centelleo de luz estelar, y he aqu el puente dorado! Angosto y recto, agudo como el filo de la navaja y resplandeciente como la hoja de la espada, un puente apropiado si no te inclinas ni a la derecha ni a la izquierda. Crzalo bien! pero todo esto est en el sueo. Despierta! Sabrs que todos juntos, el golfo, la luna, el puente, el dragn, y el resto, no eran ms que los fantasmas del dormir, sea como fuere, recuerda esto, que cruzar el puente mientras se duerme es la nica senda al despertar. No s si muchos hombres tienen la misma experiencia que yo en materia de soar a voluntad, o ms bien de contienda entre lo buscado y lo no buscado en el sueo. Por ejemplo, estoy en una loma de hielo con Oscar Eckenstein. l se desliza hacia un lado, yo me arrojo en el otro. Comenzamos a cortar escalones hacia arriba de la loma; mi hacha se rompe dando un chasquido, o es arrebatada de mi mano. Comenzamos a halarnos hacia arriba de la colina mediante la soga; la soga comienza a desgastarse. Por suerte est enganchada ms abajo en una rajadura de roca. Un guila barbuda desciende; invento una pistola y le vuelo los sesos. Y as sucesivamente a travs de mil aventuras, hacindome amo de cada acontecimiento a medida que surge. Pero estoy viejo hoy da y cansado de las emociones fuertes. Hoy en da a la primera insinuacin de peligro alzo el vuelo y bajo flotando majestuosamente al glaciar. Si he cometido una digresin de este modo, es para superponer este tringulo sobre el de la tarea "Parar de Pensar". Suena simple, y es simple cuando tienes maestra. Hasta entonces esto es propenso a llevarte lejos, por cierto, de la simplicidad. Yo mismo he escrito unos millones de palabras a fin de parar de pensar! He cubierto millas de lienzos con libras de pintura a fin de parar de pensar. Por eso puede ser que se me tenga que considerar como una autoridad nada despreciable en todas las sendas incorrectas; y por lo tanto quizs, por un proceso de exclusin, en la senda correcta! Desafortunadamente, no es tan fcil como esto:...... Hay sesenta y nueve formas de construir canciones tribales. Y cada una de ellas es correcta. Y correcto para A es con frecuencia incorrecto para B. Pero, por suerte, cuanto ms simple se mantiene la meta, ms simples son los medios. En otra parte en mis escritos se encontrar una narracin totalmente esmerada y exacta del proceso. El ensayo presente no es ms que para abogar por un poderoso motor adjutor el hombro de Hrcules para la rueda del carro del principiante, cuya falta de confianza en s mismo susurra que l es incapaz de seguir esas instrucciones en las difciles circunstancias de la vida ordinaria, o para el entusiasta que sabiamente se determina como Kirkpatrick a

'asegurarse'. Por cierto, las zozobras de este mundo, la fraudulencia de las riquezas, las lujurias de la carne y la vista, el orgullo de la vida, y todos los otros enemigos del santo, por cierto ahogan la palabra, y sta se vuelve estril. II EL DESIERTO Como un monasterio impone la falsa paz de la pesadez por su monotona malsana y artificial, as tambin es la propia cura de la naturaleza del desierto para todas las tribulaciones del pensamiento. Ah el alma pasa por un tejido triple. Primero, la novedad del medio circundante, su extraa y prominente simplicidad encantan al alma. Tiene una premonicin de su cura; siente la atmsfera del hogar. Est segura de su vocacin. Despus, la mente, una vez saciada su frivolidad con novedad, se aburre, se vuelve hacia la acrimonia, hasta a la rebelin apasionada. El novicio se golpea contra los barrotes; el que desconoce el desierto vuela a Londres o a Pars con el diablo pisndole los talones. Un superior sabio no reprimira al aclito que no puede reprimirse a s mismo; pero en el desierto, el refugiado, si duda de sus propios poderes ms an, tal vez, si no desconfa de ellos! hara sabiamente imposible el regreso. Pero cmo hara esto? Crame a m, que lo he intentado, el viaje ms largo, las privaciones ms crueles, no son nada, una flecha luz de alegra, cuando el gran horror yace detrs y el santuario de Pars adelante! Porque, por cierto, este es el gran horror, la soledad, cuando el alma no puede baarse ms en la siempre-cambiante mente, rer mientras sus ondas de luz solar lamen su piel, sino que, recluida en el castillo de unos pocos pensamientos, da pasos por su angosta prisin, gastando la piedra del tiempo, alimentndose de su propio excremento. No hay ninguna estrella en la negrura de esa noche, no hay espuma sobre el estancado y ptrido mar. Hasta la resplandeciente salud que el desierto trae al cuerpo, es como una lanza en la garganta del alma. El ansia apasionado de actuar, de pensar: esto corroe al alma como un cncer. Es el escorpin picndose a s mismo en su agona, salvo que ningn veneno puede aumentar la tortura del fuego en crculo; ningn desbordamiento de angustia la aligeran por aniquilacin. Pero contra estos paroxismos existe un sedativo ctuple. Los desvaros de la locura se pierden en el espacio sin ruido; el mar no hace caso a los forcejeos del hombre que se ahoga. Estos son los ocho genios del desierto. Son los ocho Elementos de Fo hi: Macho Hembra El Lingam (Vida) El Yoni (El espacio. Las Estrellas.) Sol - La Luna Fuego - Agua Aire (Madera) Tierra

En el desierto todos estos son singulares; todos estos estn desnudos. Estn puros y quietos; no se dispersan y no se disuelven por ninguna comunin compenetrante; cada uno permanece el mismo y aparte, armonizando por cierto con sus compaeros, pero no interfiriendo de ningn modo. Las lneas de demarcacin son toscas y speras; pero la suavidad es incomprensiblemente el resultado. Son inmitigables, estos Ocho Elementos, y juntos mitigan inmensurablemente. La mente que se rebela contra ellos es triturada por la persistente presin indiferente de estos. Es como cuando uno arroja un cristal digamos, de sal microscpica al agua; es comido silenciosa y rpidamente, y no existe ms; el agua est quieta siempre; su accin es como la del Destino, infinitamente irresistible empero infinitamente calma. Pues bien, la mente se extiende para pensar esto o pensar aquello; es devuelta al silencio por los ocho grandes hechos. El viento del desierto no soporta ningn obstculo que lo estorbe; el sol brilla invenciblemente sobre la tierra calcinada de la aldea; la arena se traga invisiblemente al oasis, salvo por un momento donde el hombre erige sus terraplenes contra sta. Sin embargo, pese a esto, el manantial sale inesperado de la arena, y ningn simn puede sofocarlo, ni siquiera evaporarlo; ni puede la inmensa esterilidad del desierto conquistar a la vida. Mira donde quieras, cada duna de arena tiene sus habitantes no colonos, sino nativos del aparentemente inhspito yermo. La luna misma, girando serenamente alrededor de la tierra, cambia en apariencia, como para decir: "As das vueltas t alrededor del sol. Estoy nueva o llena? Nunca pienses en eso; ese no es ms que el punto de vista desde el que por azar t me observas. No soy ms que un espejo de luz solar, oscura o reluciente segn el ngulo de tu fija mirada. Se altera el espejo? No es siempre la quieta plata? No tengo siempre una faz vuelta hacia el sol? T no te burlas ms que a ti mismo si me llamas 'La Cambiante'". Con reflexiones como esas o de su gnero; puede ser, que t pongas fin a la rebelin de la mente contra el desierto. Porque la vida misma, ac en el oasis, es una cosa ordenada por estos elementos. La noche es para dormir; no hay nada por lo que despertar. No hay luz artificial; no hay literaturacomida artificial. No hay seleccin de carnes; uno tiene hambre siempre. La salsa del desierto es el hambre nica como la sola salsa del hombre ingls. Habiendo comido, uno debe caminar; hay un solo lugar para caminar. Hay una sola leccin que aprender, la paz; un solo comentario sobre la leccin, la accin de gracias. El amor mismo se vuelve simple como el resto de la vida. Una ojeada en el Caf Maure, una silenciosa avenencia con deleite, una suave retirada a algn hueco de las dunas bajo las estrellas donde la aldea es borrada como si nunca hubiera existido, como son en ese feliz momento todas las transgresiones del pecador, y todos los infortunios de la vida, excepto la Virtud del nico Santo; o bien a algn obscuro rincn del jardn del oasis junto a la corriente, donde a travs de palmeras que se agitan suavemente cala el primer rayo de luna desde el Este, y la vida se estremece en un somnoliento unsono; todo, todo en silencio, sin que se intercambien nombres o votos, sino un acto consumado con ntida voluntad. No ms. Ningn desorden, ninguna confusin, ninguna desesperacin, ningn auto-suplicio, siquiera escasamente un recuerdo.

Y esto tambin al principio es horrible; uno espera tanto del amor, tres volmenes de falsedad, un laberinto ms que un jardn. Es ms duro al principio comprender que esto no es amor ms que lo que un carbunclo es parte del cuello de un hombre. Todas las especias con que solemos condimentar el plato para nuestros pervertidos paladares, Maxim's, St.Margaret's, los paseos en automvil, la Corte de Divorcio, estos son placeres malsanos. No son amor. Tampoco es amor la exaltacin de las emociones, el sentimiento, las insensateces. La puerta trasera al escenario no es amor, (tampoco lo es el escaln de umbral en la Callejuela del Enamorado); el amor es el xtasi corporal de la disolucin, la congoja de la muerte corporal, en que el Ego por un momento que es un en pierde la fatal consciencia de s mismo; y volvindose uno con la de otro, se prefigura para si mismo ese sacramento ms grande de la muerte, cuando "el espritu regresa a Dios que lo dio". Y este secreto tambin tiene su parte en la economa de la vida. Por la va del silencio uno llega a la entrada de la Ciudad de Dios. Como la mente es el poder que guerrea (es decir la paz inamovible) de estos Ocho Elementos del Desierto, as tambin el Ego al fin es hallado dolo, desenmascarado, consciente de si mismo y de ninguna otra cosa. Esta es la suprema angustia del alma; se comprende a s misma como si misma, como una cosa separada de aquello que no es ella misma, de Dios. En este espasmo hay dos caminos: si el temor y el orgullo son dejados en el alma, sta se encierra a s misma, como un hechicero en una torre, rechinando sus dientes con agona. "Yo soy yo", exclam sta, "no me perder a mi misma", y maldita en ese estado, es lentamente desgarrada por las garras de la circunstancia desintegrada amargamente, a pesar de sus forcejeos, a lo largo de eras y eras, se rasga para ser lanzada en pedazos sobre el muladar fuera de la ciudad. Pero el alma que ha entendido la bienaventuranza de esa resignacin que agarra al universo y lo devora, que es sin esperanza o temor, sin fe o duda, sin odio o amor, se disuelve a s misma inefable en la abundante dicha de Dios. Exclama con Shelley, a medida que las "cadenas de plomo alrededor de su vuelo de fuego" caen derretidas de sus miembros: "resuello, desciendo, tiemblo, expiro", y en ese ltimo estallido se hace una con el prstino y ltimo aliento, el Espritu Santo de Dios. Tal debe ser el clmax de cualquier retiro al Desierto por parte de cualquier aspirante de los Misterios que tiene la chispa de ese fuego en l. l es atrado al reposo fsico (a la regularidad, la simplicidad, la unidad de movimiento) por el constante ejemplo y compulsin de los Elementos. Es obligado a la introspeccin por la pobreza de la impresin exterior, las percepciones detrs de las sensaciones, las leyes subyacentes incluso a la percepcin, y finalmente esa consciencia que es la legisladora. Tarde o temprano, segn su energa y la santificacin de su voluntad, l debe derribar el gran velo y contemplarse a s mismo sobre las brillantes paredes del espacio, debe pronunciar con rapto tembloroso: "Esto soy yo!" Entonces que elija!" Desde este momento de la aniquilacin del Yo en Pan, est curado de la dolencia, el "autoconocimiento". Puede regresar entre sus compaeros, y moverse entre ellos como un rey, brillar entre ellos como una estrella. Hacia l se ellos darn vuelta insensiblemente buscando luz; a l vendrn buscando la curacin de sus heridas. El elevar la Lanza sagrada, y tocar con sta el costado del rey, que fue herido por un arma no menor; y el rey ser curado.

Sumergir la punta de la Lanza en el Santo Grial, y sta encandecer otra vez con vida y xtasi, otorgando su gracia de renovacin misteriosa a toda la compaa de caballeros. Entonces, si las rocas de la vida lo desgarraran, y su nieve lo congelara, no sabe a donde acudir? No ha alcanzado el secreto? No ha entrado al Santuario del Altsimo? No est elegido y armado contra todas las cosas? No es amo del Destino y del Acontecimiento? Qu puede tocarlo, a l, que se ha vuelto intangible, estando perdido en Dios? O conquistarlo, a l, que se ha vuelto inconquistable habindose conquistado a s mismo y habindose entregado a Dios? Escribir dolor en su alma, es igual que escribir sobre la arena. Apagar la Luz que hay en l, es igual que tratar de obscurecer el Sol. De este modo escrib en los jardines de palmeras de Tozeur, junto a las aguas de su manantial; de este modo escrib, mientras el sol se mova poderosamente hacia abajo por el cielo, y el viento susurraba que no vena de ningn lado y no iba a ningn lado, exactamente como quera de lo sempiterno a lo sempiterno. Amn. Tozeur 17 de Marzo, 1914.

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