Updike, John - El Centauro

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El Centauro

John Updike
Traduccin de Enrique Murillo Introduccin de Robert Saladrigas

CIRCULO DE LECTORES

Ttulo de la edicin original: The Centaur Traduccin del ingls: Enrique Murillo Diseo de sobrecubierta: g + a disseny grfic Foto de contracubierta: Jerry Bauer Crculo de Lectores, S.A. Valencia, 344, 08009 Barcelona 1357939078642 Licencia editorial para Crculo de Lectores por cortesa de Tusquets Editores, S.A. Est prohibida la venta de este libro a personas que no pertenezcan a Crculo de Lectores. 1962, 1963 by John Updike. Traduccin publicada por acuerdo con Alfred A. Knopf, Inc. de la traduccin: Enrique Murillo, 1991 Depsito legal: B. 18170-1993 Fotocomposicin: gama, s.l., Barcelona Impresin y encuadernacin: Printer industria grfica, s.a. N. II, Cuatro caminos s/n, 08620 Sant Vicen dels Horts Barcelona, 1993. Printed in Spain ISBN 84-226-4602-1 N. 33118

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Pero todava haca falta que alguien diera la vida para expiar ese antiguo pecado que fue el robo del fuego. Fue as como Quirn, el ms noble de todos los centauros (que son mitad caballo mitad hombre), erraba por el mundo sufriendo el agudo dolor que le causaba una herida recibida accidentalmente. Pues, en unas bodas que se estaban celebrando entre los Lapitas en Tesalia, uno de los revoltosos centauros que se encontraban presentes intent robar a la novia, y hubo a continuacin una furiosa pelea. En medio de la confusin Quirn, pese a no ser culpable de nada de lo ocurrido, fue alcanzado por una flecha envenenada. Sempiternamente atormentado por el dolor, del que jams podra curarse, el inmortal centauro dese la muerte y rog que sta le fuera concedida como expiacin del pecado de Prometeo. Los dioses escucharon su plegaria, le aliviaron el dolor y le quitaron su inmortalidad. Muri como un hombre cualquiera, y Zeus le coloc como brillante arquero entre las estrellas. Josephine Preston Peabody, 1897 Old Greek Folk Stories Told Anew

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EL NOVELISTA DE LA DOMESTICIDAD LIBERAL

Pensar en la literatura de John Updike es remitirla automticamente a la clase media norteamericana. A estas alturas de su carrera no constituye ya osada alguna presentarlo como el narrador que con ms fidelidad ha dedicado su atencin a ella, en la evolucin histrica llevada a cabo desde los aos cincuenta hasta ahora mismo. Updike no tuvo que esforzarse demasiado para elegir el territorio de sus intereses literarios. Se podra afirmar sin caer en la frivolidad, que estaba ya en l desde el principio, es decir, que en buena medida su dilatada obra, iniciada en 1959 con la novela La feria de la casa de caridad, tiene un marcado contenido autobiogrfico que Updike ha sabido transformar en material de primera magnitud dotndolo de una forma escrupulosamente cuidada. En 1967, el viejo dragn de las carencias ajenas que siempre ha sido Norman Mailer, formulaba diversos reproches a John Updike, en virtud del xito que acompaaba la edicin de sus libros. Algunas de las lanzas eran perfectamente refutables porque Mailer no se caracteriza precisamente por la prudencia cuando se lanza a opinar. Pero al menos uno de los criterios expresados s vena avalado por cierta dosis de razn: Lstima que John cultive ese vicio privado que comparte con tantos otros escritores jvenes: el estilo por amor al estilo. A qu se refera exactamente Norman Mailer? A que en los primeros textos de Updike la desmedida preocupacin formalista era tan visible que pareca erigirse en el tema central de su escritura. Rara vez ocurra que el estilo se borrara tras la entidad de los personajes, como s se daba por ejemplo en Corre conejo (1960), en que la narracin avanzaba armoniosamente a partir del instante que la forma se funda en la intensidad del contenido. El problema de Updike estribaba en su conciencia de cruzar con pasos lentos y mesurados un terreno marcado por el orden y definido por su naturaleza anodina. El mundo que conoca y que se propona hacer literariamente suyo, era aparentemente impoluto, equilibrado, calmo, poderoso, ntimamente feliz y, por tanto, decidido a resistirse a toda idea de cambio. Por lo menos as era como apareca por fuera, y sa era la imagen que Norteamrica exportaba como anagrama del paraso capitalista, al tiempo que constitua el eje medular del imperio social con el que soaban los ciudadanos menos favorecidos por la fortuna. Updike vena a ser el producto emblemtico de ese esquema social por tantos conceptos envidiado. Haba nacido en 1932 en Shellington, una tranquila ciudad de Pennsylvania. Su abuelo haba vivido noventa aos y siempre haba votado por los demcratas, parece ser que inducido por el proyecto de Lincoln de trasladar los rebaos 7

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a zona segura en el supuesto de que el general Lee ganara la batalla de Gettysburg. El propio Updike habla de su infancia en estos trminos: Pasada en un mundo tranquilo a pesar de dos catstrofes: la gran crisis y la Segunda Guerra Mundial. Entre el ao de mi nacimiento y 1945, fecha en que tuvimos que dejar Shellington, esta ciudad no haba cambiado prcticamente ante mis ojos. El terreno libre alrededor de la casa, en la avenida de Filadelfia, segua estando igual de libre. Las casas a lo largo de las calles no haban sido revocadas ni substituidas por otras. El campo de deportes segua, temporada tras temporada, semejando una planicie tranquila, visible desde los ventanales de la parte trasera de nuestra casa.... Esa imagen de entorno apacible, no subordinada su imperturbabilidad a trastornos externos, marca las aptitudes del primer Updike. Tras estudiar en el Harvard College, pasa un ao becado en la Ruskin School of Drawing and Fine Arts, en Oxford, Inglaterra, de donde sale obsesionado por el formalismo, y el mismo ao, 1953, se casa y traslada su residencia a Ipswich, en la costa Este, donde ocupa una de esas casas blancas tan clsicas de Nueva Inglaterra, austera y a la vez acogedora, en medio de un vecindario de familias jvenes, amables, comunicativas, en las que los maridos cuidan del jardn y preparan cuidadosamente las bebidas, mientras sus esposas cocinan con talento y llegado el momento saben mantener una vigorosa relacin social. He aqu el mundo a primera vista insubstanciado que se propone describir con minuciosidad artesanal John Updike, y para ello necesita hacerse con un instrumento formal que con eficacia y brillantez a partes iguales contrarreste la abrumadora grisura de los asuntos que trata. El mundo de Updike viene claramente delimitado por la pareja joven de recin casados, por supuesto inteligentes, solemnes, obstinadamente capaces de hallar en las relaciones sexuales y en las pequeas contingencias de la vida domstica cotidiana, elevadas a categora de rituales, la revelacin o el sentido indispensable para sentirse fuertes en un momento histrico condicionado por la fragilidad y la incertidumbre. Se ha hecho referencia a un cierto sentimiento de epifana que Updike comparte con sus personajes. Algo hay de eso, en efecto, pero no basta para que tanto l como sus criaturas conserven intactas las ilusiones a travs del tiempo. Ya en la poca del presidente Kennedy y pese a los esfuerzos de su administracin por transmitir un mensaje de esperanzado realismo liberal, el ciudadano medio norteamericano asista desde la impotencia al serio resquebrajamiento de las costumbres morales, el orden establecido, la familia, el orgullo nacional sometido poco despus a la dura prueba de salir derrotado de las selvas vietnamitas. Como era de esperar, la obra de Updike no se mostr insensible todo lo contrario a los profundos cambios estructurales operados por la sociedad norteamericana, y la sensacin apocalptica la reflejan a la perfeccin sus personajes. Tal vez mejor que ningn otro Harold Amstrong, conocido por Conejo, su criatura de ficcin paradigmtica de la evolucin narrativa y personal del propio Updike. Siguiendo las peripecias de Conejo Amstrong a lo largo de la serie de cuatro novelas, Corre Conejo (1960), El regreso de Conejo (1971), Conejo es rico (1981) y Conejo en paz (1990), cada uno de los ttulos deliberadamente adscrito a los avatares de una dcada, el lector asiste a la gradual disolucin del llamado sueo norteamericano de la segunda posguerra. Desde los sesenta la narrativa de Updike, como la de otros escritores del pas, cambia radicalmente de posicionamiento. Updike ha visto cmo se desmoronaba estrepitosamente la clase de mundo que en principio crey inamovible. Ha ido descubriendo que en los interiores de las blancas casas con jardines de csped bien recortado se puede respirar una atmsfera agobiante, infernal, que ya en la primera novela obliga a Conejo Amstrong a escapar de las ataduras familiares aunque sea para regresar una y otra vez al hogar. Asimismo ha advertido que la sexualidad de la pareja 8

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deriva hacia un erotismo atribulado que desemboca en adulterio a su vez grosero e insatisfactorio. Paralelamente, la religiosidad se extingue, las viejas convicciones se tambalean sin llegar siquiera a ser seriamente cuestionadas. La domesticidad sufre toda suerte de fracturas, entre ellas el enfrentamiento generacional con los hijos y la mutua incomprensin. La penetracin de la droga atenta contra los fundamentos de la familia, el dinero fcil lo puede todo, por doquier aparecen elementos desestabilizadores, las ltimas esperanzas se van apagando y aumentan los temores ancestrales inspirados por la incertidumbre, la inevitable decadencia fsica, la cercana de la muerte por cncer o infarto. As es la trayectoria en trazado parablico del universo de Updike, presionado por los imperativos de la historia hacia la ansiedad social y la intranquilidad cotidiana. Sus protagonistas viven intensamente el drama del individuo moderno confinado en s mismo, consecuencia de saberse a merced de factores que no controlan, despojados de todo atributo de fe, incluso de toda coartada ante un destino impuesto que los maneja a su antojo. Si los cuatro libros dedicados a las aventuras y miserias de Conejo Amstrong deben ser tomados como suma de las preocupaciones dorsales de la narrativa de Updike, sus obras restantes tratan, desde ngulos diversos, los temas subyacentes que forman el entramado de la serie. Entre ellas destaca precisamente Centauro, novela fechada en 1963 y que se sita inmediatamente despus de Corre Conejo y es anterior a Parejas, sta aparecida en 1968. Centauro es una obra que siempre me ha parecido inslita en la bibliografa de John Updike, no por el asunto que focaliza sino por la manera de hacerlo. En ella el autor recurre nada menos que a la mitologa griega para entrar en una relacin de conflicto entre padre e hijo, al parecer inspirada en la propia historia de Updike. Debemos recordar que en el Olimpo heleno Quirn era el ms clebre, juicioso y sabio de los centauros de ah el ttulo de la novela, hijo del dios Crono y de Flira, hija a su vez del ocano. Con el propsito de engendrar a Quirn, Crono se haba unido a Flira adoptando la figura de caballo, lo cual explica su doble naturaleza y la pertenencia a la misma generacin divina que Zeus. Adems de estar dotado de inteligencia, bondad y prudencia, Quirn naci inmortal. Cuando al cabo del tiempo, fatigado y profundamente herido por la vida, Quirn se retir a una cueva deseoso de morir cuanto antes sin conseguirlo, encontr finalmente al joven Prometeo, a quien cedi gustosamente los dones de la sabidura y la inmortalidad a cambio de su derecho a la muerte y al descanso. En la novela de Updike, Quirn es representado por un profesor de ciencias, radicado en una pequea localidad de Pennsylvania, que trata por todos los medios de comprender los problemas que le enfrentan a su hijo de quince aos, un moderno Prometeo caracterizado por la apata y la mediocridad. Tras vivir una serie de incidentes que se desatan a lo largo de tres das de 1947, el relato se desdobla de manera que siguiendo las pautas de su referente mitolgico sita al lector ante la agona del viejo maestro, un hombre mortalmente cansado, en realidad derrotado por los estragos de la vida en la civilizacin industrial, que busca la forma humanista de iniciar al hijo en el duro oficio de existir a cambio de obtener la paz de los muertos. En la soledad de su conciencia malherida, el profesor Caldwell/Quirn, uno de los dos ejes en torno al cual gira la narracin el otro es, por supuesto, el hijo cuyo punto de vista de la historia expresa en primera persona del singular experimenta el dolor de una suerte de vrtigo en aumento que poco a poco, en forma de revelacin sacramental, le va incapacitando para seguir viviendo en un mundo cada vez ms vulgar y soez, dominado por oscuras motivaciones, que rechaza en igual medida en que se siente rechazado por l. 9

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Centauro es un texto difano para el lector, sin zonas que para ser transitadas requieran de su complicidad, servido una vez ms por la voluntad de estilo puntilloso que personaliza la prosa de Updike. Si los personajes casi nunca logran hacernos olvidar la firmeza y la elegancia formales que los especifican, es decir, la riqueza del verbo aplicado a sus vidas ficticias, se debe en gran medida a que expresamente son deudores de la leyenda mitolgica que Updike quiso insertar en la historia contempornea, con lo cual en su composicin tiene ms peso lo arquetpico que lo propiamente substantivo de las criaturas humanas susceptibles de desenvolverse libres de vnculos o afinidades prefijadas. Por lo tanto, no alimento la menor duda acerca del valor de Centauro como una obra que al mismo tiempo que ejemplifica con fidelidad las maneras narrativas de John Updike las virtudes y las servidumbres del Updike de la primera etapa, se aparta un buen trecho del camino real que a lo largo de una cuarentena de ttulos le llevaran a erigirse en el novelista por excelencia de la domesticidad norteamericana, el que con mayor profundidad ha analizado los conflictos y evolucin de la pareja liberal, esto es, de la familia, y la transformacin de sus esquemas sociales y morales al ritmo de los acontecimientos histricos que a su vez han modificado la sociedad desde el ya lejano mandato de Kennedy al de Bush. Updike no ha vuelto a servirse de la mitologa griega como soporte, quiz porque ha sido precisamente l, junto con Saul Bellow, quien de manera convincente ha creado una simbologa no codificada del individuo moderno en una sociedad lastrada por la violencia, la dureza y el vaco espiritual, que lo perturba. En tanto que cronista veraz de esa confrontacin trascendental, molesta e inquietante, John Updike es soberbio y, aunque slo fuera por eso, habra que leer sus obras de ficcin con inters y respeto. Robert Saladrigas Febrero 1993

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Caldwell se dio la vuelta y al volverse recibi en el tobillo el impacto de una flecha. La clase estall en una carcajada. El dolor desconch el delgado ncleo de su mentn, se arremolin en las complejidades de su rodilla, y, ms hinchado y ancho, ms atronador, trep por sus intestinos y le forz a levantar la vista hacia la pizarra, donde acababa de escribir con tiza la cifra 5.000.000.000, el nmero probable de aos de vida del universo. La risa de la clase, desde el primer estridente ladrido de sorpresa hasta los abucheos lanzados contra su objetivo con total premeditacin, pareca atropellarle, aplastar la intimidad que tanto deseaba, una intimidad en la que hubiera podido recogerse con su dolor, calibrar su intensidad, estimar su posible duracin e inspeccionar su anatoma. El dolor extendi un tentculo por su cabeza y despleg sus hmedas alas a lo largo de las paredes de su trax, de modo que Caldwell, vctima de una repentina ceguera roja, tuvo la sensacin de ser un gran pjaro en el momento de despertar. El encerado, una pizarra lechosa que conservaba an huellas de las manchas dejadas al ser limpiada el da anterior, se adhiri a su conciencia como una membrana. Los peludos artejos del dolor parecan desplazar su corazn y sus pulmones; cuando empez a hincharse el apretn de dolor en su garganta, a Caldwell le pareci que, como si se tratara de un resto de comida puesto sobre una bandeja, levantaba todo lo que poda su cerebro para impedir que aquella hambre lo alcanzara. Varios chicos, vestidos con camisas de todos los colores del arco iris, se haban subido a sus pupitres para lanzar impdicas miradas y aullidos al profesor, apoyando sus enlodados zapatos en los asientos plegables. La confusin lleg a ser insoportable. Caldwell se fue cojeando hacia la puerta y la cerr a su espalda dejando atrs los furiosos y festivos ruidos. Una vez en el pasillo, el extremo emplumado de la flecha araaba el suelo a cada paso. El chirrido metlico se mezclaba de forma desagradable con el seco susurro. Se le empez a revolver el estmago y sinti nuseas. Las oscuras y largas paredes ocres del pasillo se agitaron como olas; las puertas de las aulas, sobre las cuales apareca el nmero correspondiente a cada una, semejaban paneles de un experimento sumergidos en un lquido activado y cargado de voces de los chicos y chicas que recitaban en francs, cantaban himnos y discutan problemas de sociologa. Avez-vous une maison jolie? Oui, j'ai une maison trs jolie, sus ambarinas olas de cereales, los majestuosos montes que se elevan sobre las huertas a lo largo de nuestra historia nios y nias (sta era la voz de Folos), el gobierno federal ha ido aumentando su prestigio y su autoridad, pero no debemos olvidar, nios y nias, que por nuestro origen somos una unin de repblicas soberanas, los Estados Dios derram en ti su gracia, y coronar tu bondad con la fraternidad... la bella cancin persista ciegamente en el cerebro de Caldwell. El mar brillante. Las tonteras de siempre. La primera vez que la oy fue en Passaic. Qu 11

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extrao haba sido su desarrollo desde entonces! Le pareca que su mitad superior flotaba en un firmamento estrellado de ideales y canciones cantadas por jvenes voces; el resto de su ser se hunda pesadamente en una cinaga en la que, con el tiempo, acabara por hundirse. Cada vez que las plumas cepillaban el suelo, el astil abra su herida. Trat de evitar que esa pierna tocara el suelo, pero el desigual golpeteo de los tres cascos restantes haca tanto ruido que temi que una de las puertas se abriera de golpe y saliera algn otro de los profesores para cerrarle el paso. En este crtico estado le pareca que sus colegas fueran los cabecillas de la chusma y amenazaran devolverle al aula con los estudiantes. Se produjo una dbil convulsin en sus intestinos; luego, sin detenerse, deposit en los brillantes tableros barnizados que haba justo enfrente de la vitrina desde donde le miraban los trofeos con sus cien ojos de plata, un oscuro y humeante cucurucho de helado desparramndose. Sus grandes flancos salpicados de gris se estremecieron de asco, pero, como el mascarn de proa de un barco que se hunde, su cabeza y su torso siguieron avanzando. El contorno acuoso y borroso que haba encima de las puertas laterales le empujaba hacia delante. All, al final del pasillo, la luz del exterior entraba en la escuela a travs de unas ventanas protegidas por fuera contra los actos de gamberrismo, y esa luz, al no poder extenderse en aquella atmsfera viscosa y barnizada, quedaba capturada, como el agua en el aceite, sobre la entrada. La mariposa nocturna que tena en su interior dirigi hacia esa burbuja azulada de luz el alto, bello y complejo cuerpo de Caldwell. Se le retorcieron las vsceras; una polvorienta antena cepill el techo de su boca. Pero tambin notaba en el paladar una anticipacin del aire fresco. El aire se hizo ms brillante. Corcove ante la doble puerta de sucio cristal reforzado, y la abri. En un tumulto de dolor, mientras la flecha iba golpeando las barandillas de acero, baj las cortas escaleras que conducan al rellano de cemento. Mientras suba estos escalones, un nio haba escrito apresuradamente con lpiz la palabra JODER en la pared oscura y lustrosa. Caldwell se aferr a la barra de latn, cerr los labios con determinacin, apret sus ojos asustados, y sali al aire libre. Los orificios nasales se le convirtieron en dos plumas de escarcha. Era enero. El claro azul del alto cielo pareca imponente pero al mismo tiempo enigmtico. El inmenso prado horizontal de la escuela, con las esquinas marcadas con grupos de pinos, estaba verde a pesar de ser pleno invierno; pero era un verde helado, paralizado, artificial, un vestigio de verde. Al otro lado de los terrenos de la escuela un tranva, chirriando suavemente, flotaba cuesta arriba en direccin a Ely. Prcticamente vaco eran las once de la maana, y la gente que iba de compras se mova en aquel momento en direccin opuesta, hacia Alton, se balanceaba ligeramente sobre sus vas, y a travs de las ventanas los asientos de paja lanzaban chispas doradas. Una vez al aire libre, frente a aquella grandeza espacial, le pareci que el dolor se reduca. Empequeecido, se haba retirado hacia su tobillo, se haba hecho duro, hosco y despreciable. La extraa silueta de Caldwell asumi una actitud de dignidad; sus hombros algo estrechos para una criatura tan grande se enderezaron, y avanz, si no al trote, al menos con tal apremiante gracia estoica que su cojera qued disimulada. Tom el camino enlosado que se abra entre el helado csped y el sobresaturado aparcamiento. Debajo de su barriga las burlonas rejillas reflejaban destellos del blanco sol invernal; los araazos de los cromados eran iridiscentes como diamantes. El fro comenz a acortar su aliento. Detrs de l son un zumbido en la mole ladrillo-salmn del instituto, dando por terminada la clase que l haba abandonado. Con un perezoso rumor digestivo, los alumnos cambiaban de aula. El taller de Hummel estaba separado del Instituto de Olinger solamente por un pequeo ro irregular de asfalto. Sus relaciones con el instituto no eran simplemente 12

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territoriales. Aunque ahora ya no, durante muchos aos Hummel haba pertenecido a la junta del instituto, y Vera, su joven esposa pelirroja, era la profesora de educacin fsica de las chicas. Buena parte del movimiento comercial del taller proceda del instituto. Los chicos le llevaban sus cacharros averiados para que se los arreglara, y los ms pequeos iban a hinchar sus pelotas de baloncesto con el aire que l les suministraba gratis. En la parte delantera del edificio, en la gran habitacin donde Hummel tena sus libros de cuentas y su destrozada y sucia biblioteca de catlogos de piezas de repuesto y donde dos mesas de despacho de madera puestas una al lado de otra sostenan una mordisqueada acumulacin de papeles, cojinetes y ejes amontonados junto a inestables pilas de recibos color rosa, y una caja de cristal deslustrado cuya rota tapadera haba sido arreglada con una tira de cinta aislante en forma de rayo, tena tambin caramelos envueltos en crujientes papeles que esperaban los cntimos de los nios. Aqu, en una breve hilera de grasientas sillas plegables que dominaban un pozo de cemento de un metro y medio de profundidad cuyo fondo estaba al mismo nivel que el callejn de fuera, los profesores del instituto solan aunque no tanto ahora como antes sentarse al medioda para fumar y comer Fifth Avenues y cacahuetes y pastillas para la tos y apoyar sus bien anudados y lustrosos pies sobre la barandilla y dejar que se destensaran sus martirizados nervios mientras, en el pozo de tres paredes que haba debajo, los morenos hombres de Hummel reparaban y lavaban un automvil que era como un inmenso recin nacido. El acceso a la parte principal y ms grande del taller se haca por una rampa de asfalto tan rugosa, rayada, socavada, salpicada y llena de burbujas como una superficie de lava volcnica. En la ancha puerta verde que se abra para que entraran los vehculos motorizados haba una pequea puerta del tamao de un hombre con las palabras DEJAD LA PUERTA CERRADA escritas con goteante pintura azul debajo del pestillo. Caldwell levant el pestillo y entr. Su pierna malherida maldijo la necesidad de volverse para cerrar la puerta una vez dentro. Unas chispas iluminaban la profunda y clida oscuridad. El piso de la gruta estaba encerado y ennegrecido por manchas y gotas de aceite. Al final del largo banco de trabajo dos hombres amorfos con gafas protectoras acariciaban un gran abanico de llamas que caan convirtindose en gotas secas. Otro hombre, que miraba hacia arriba desde unas cuencas blancas incrustadas en una cara negra, rod sobre su espalda y desapareci bajo la carrocera de un coche. Cuando sus ojos fueron adaptndose a la penumbra, Caldwell vio amontonados a su alrededor fragmentos de automviles vueltos boca arriba, frgiles y fantasmales: guardabarros que parecan caparazones de tortuga, erizados motores cual corazones arrancados de sus cuerpos. El abigarrado aire estaba poblado de silbidos y furiosos golpes. Cerca de donde se encontraba Caldwell, una vieja estufa de carbn con una tripa en forma de olla dejaba ver por sus costuras cintas de color rosa brillante. Se lo pens dos veces antes de abandonar su radio de calor, pero lo que tena en el tobillo se estaba deshelando y su estmago temblaba agitadamente. Hummel en persona apareci en la puerta del taller. Cuando avanzaban el uno hacia el otro, Caldwell experiment la ridcula sensacin de caminar hacia un espejo, porque Hummel tambin cojeaba. Tena una pierna ms corta que la otra, debido a una cada sufrida en su infancia. Tena un aspecto encogido, plido, ajado; los ltimos aos haban consumido al mecnico. Las cadenas de gasolineras de la Esso y la Mobil haban construido estaciones de servicio a pocas manzanas de all, y ahora que la guerra haba terminado y que todo el mundo poda comprarse un coche nuevo con el dinero ganado trabajando durante esos aos, la demanda de reparaciones haba descendido en picado. George! Ya es hora de comer? La voz de Hummel, aunque no era potente, posea sin embargo la cualidad de saber 13

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dar con un tono capaz de atravesar los ruidos del taller. Cuando Caldwell contest, brot en el aire una serie especialmente fuerte y rpida de choques metlicos que aplastaron sus palabras; su voz, dbil y tensa, lleg dbilmente incluso a sus propios odos: Qu va. Tengo una clase ahora mismo. Qu pasa entonces? El delicado rostro gris de Hummel, blanqueado por manchas de cerdas plateadas, se puso tmidamente alerta, como si cualquier cosa inesperada pudiera hacerle dao. Eso era debido a su mujer, Caldwell lo saba muy bien. Mira dijo Caldwell lo que acaba de hacerme uno de esos malditos cros. Caldwell puso su pie herido sobre un guardabarros partido, y levant la pernera del pantaln. El mecnico se inclin hacia la flecha y tante las plumas. La mugre haba penetrado profundamente en la piel de sus nudillos y sus dedos cubiertos de lubricante tenan un tacto sedoso. Astil de acero dijo. Has tenido suerte que la punta saliera limpiamente. Hizo una seal y un pequeo trpode con ruedas se acerc traqueteando por el irregular piso negro. Hummel tom unas tijeras de cortar cables, de las que tienen una bisagra acodada para que se pueda hacer ms palanca. Del mismo modo que ocurre cuando el hilo de un globo hinchado con helio se escapa de los dedos de un nio distrado, el miedo hizo flotar libremente los pensamientos de Caldwell. Mareado y abstrado, trat de analizar las tijeras como si se tratara de un diagrama: la potencia mecnica es igual al peso ms la fuerza menos la friccin, longitud de la palanca PF (fulcro = tornillo) por la distancia FB, donde B es el punto de mordedura de la brillante mandbula en forma de medialuna, multiplicado por la potencia mecnica secundaria del complejo accesorio fulcro-palanca, multiplicado a su vez por la potencia mecnica de la tranquila y mugrienta mano de obrero de Hummel, la fuerza de contraccin de los cinco flexores y las rgidas falanges, PM x PM x 5 PM = titnico. Hummel dobl su espalda para que Caldwell pudiera sostenerse en sus hombros. Como no estaba seguro de que se le hubieran ofrecido los hombros para este fin, y como no quera cometer un desliz, Caldwell se mantuvo erecto y mir hacia arriba. Los perlados tablones del techo del garaje estaban como pintados de terciopelo por las telaraas y el humo que suba desde abajo. A travs de su rodilla Caldwell not que la espalda de Hummel se mova con estremecimientos para encajarse mejor; not el tacto del metal contra su piel a travs del calcetn. El parachoques temblaba a causa de la inestabilidad. Los hombros de Hummel se tensaron por el esfuerzo y Caldwell clav sus dientes en un sofocado grito de protesta porque pareca que las tijeras mordan un nervio de su anatoma en lugar de la varilla de acero. Las medialunas de las tijeras rechinaron; con un rpido empuje telescpico el dolor de Caldwell subi disparado hacia arriba; fulgurante; y luego los hombros de Hummel se relajaron. No sirve de nada dijo el mecnico. Crea que quizs estara hueco, pero no lo est. George, tendrs que acercarte al banco. Temblando a todo lo largo de sus piernas, que le parecan tan delgadas y raquticas como los radios de una rueda de bicicleta, Caldwell sigui a Hummel y puso obedientemente su pie sobre una caja de Coca-Colas que el viejo encontr revolviendo entre la hollinienta cacharrera que haba debajo del largo banco de trabajo. Tratando de hacer caso omiso a la flecha que, como un defecto ptico de la parte inferior de su campo de visin, le segua a todas partes, Caldwell se concentr en un cesto lleno de bombas de gasolina estropeadas. Hummel tir de la cadenita que serva para encender una bombilla elctrica sin pantalla. Las ventanas estaban cubiertas de una capa de 14

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pintura que las haca opacas; en las paredes se alineaban llaves inglesas colocadas por orden de tamao, martillos de punta redonda con el mango cubierto de cinta aislante, taladros elctricos, destornilladores de un metro de largo, complicadas herramientas llenas de ajustes y ruedas cuyos nombres y funciones Caldwell no llegara nunca a saber, pulcros rollos de cables, calibradores, tenazas y, enganchados y pegados aqu y all en las grietas y zonas libres, anuncios tostados, rotos y viejos. En uno de ellos haba un gato que levantaba una de sus patas, y en otro un gigante que trataba en vano de romper una correa de ventilador patentada. Una tarjeta deca: LA SEGURIDAD ES LO PRIMERO, mientras que otra, pegada en un cristal de una ventana, rezaba:

Como si el banco hubiera sido inundado por el desbordamiento de un himno material dedicado a la creacin material, su superficie estaba sembrada de lazos de goma, tubos de cobre, cilindros de grafito, codos de hierro, latas de aceite, pedazos de madera, trapos, gotas, y polvorientos fragmentos de todos los elementos. Unos intensos destellos de luz producidos por los dos obreros que estaban debajo iluminaban este revoltillo de objetos y herramientas. Estaban modelando algo que pareca una faja de bronce llena de adornos para una mujer de cintura diminuta y caderas acampanadas. Hummel se puso un guante de asbesto en la mano izquierda y cogi del montn un ancho pedazo de lata. Con las tijeras abri el metal desde uno de sus lados hacia el centro y, con brusca destreza, dobl hbilmente la lata, dndole forma de embudo, y la coloc a modo de escudo en torno a la flecha clavada en la parte posterior del tobillo de Caldwell. As no notars tanto el calor le explic, sacudiendo la mano del guante. Archy, podras dejarme un momento el soplete? El ayudante, evitando meter los pies en el barullo de cables, acerc el soplete de acetileno, que era como un jarrito negro que escupa una llama blanca de bordes verdes. Entre la boquilla y la llama quedaba un espacio transparente. Caldwell, presa de pnico, apret las mandbulas. Haba comprobado que la flecha era como un nervio al descubierto y se dispuso a soportar el necesario dolor. No sinti nada. Mgicamente, se encontr en el centro de un inmenso nimbo de insensibilidad. La luz dio vida a una serie de sombras triangulares que aparecieron por todas partes, en el banco de trabajo, en las paredes. Sosteniendo en su mano enguantada el escudo de metal, y sin protegerse con las gafas, Hummel bizque mientras miraba el ardiente y ronroneante corazn del tobillo de Caldwell. Los puntos de sus dos ojos tenan un brillo fantico enmarcado por un rostro de palidez mortal que apareca en un drstico escorzo. Caldwell baj la mirada, y un mechn suelto del encanecido cabello de Hummel cruz ante sus ojos, tembl, y desapareci en medio de una espiral de humo. Los obreros miraban en silencio. Pareca que costaba demasiado tiempo. Ahora Caldwell empezaba a notar el calor; el tacto metlico que senta su piel era cada vez ms ardiente. Pero si cerraba los ojos poda contemplar en la parte superior de su cerebro la flecha que se iba doblando, fundindose; sus molculas cedan. Algo metlico y pequeo golpe el suelo. La tensin alrededor de su pie desapareci. Abri los ojos, y la llama se apag. La luz amarilla de la bombilla elctrica pareca ocre. Ronnie, treme un trapo bien empapado. Hummel le explic a Caldwell: No quiero extraerla mientras est caliente. Eres un magnfico artesano, maldita sea dijo Caldwell. 15

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La voz le sali ms dbil de lo que esperaba, su alabanza result inspida. Mir a Ronnie, un chico con un solo ojo y hombros abultados, que tomaba un trapo grasiento y lo meta en un pequeo cubo de agua negruzca que estaba bajo una lejana bombilla elctrica. La luz reflejada fluctu y salt en el agua contaminada como para liberarse de ella. Ronnie le entreg el trapo a Hummel y ste se agach y se lo aplic. Una fra humedad entr goteando en el zapato de Caldwell y un siseo ligeramente aromtico subi hasta sus orificios nasales. Ahora esperaremos un minuto dijo Hummel, que se qued agachado sosteniendo cuidadosamente el pantaln de Caldwell para que no cayera sobre la herida. Caldwell se top con las miradas de los tres obreros el tercero haba salido de debajo del coche y dej escapar una sonrisa de autodesaprobacin. Ahora que el alivio estaba al alcance de la mano quedaba un margen para la turbacin. Su sonrisa hizo que los mecnicos fruncieran el ceo. Para ellos fue como si un automvil hubiera tratado de hablar. Caldwell dej que se le desenfocara la mirada y pens en cosas lejanas, campos verdes, la ligereza de Cariclo, la niez de Peter, la poca en la que empujaba el cochecito que l mismo haba construido con una larga horqueta por las aceras bajo los castaos de indias. Entonces eran demasiado pobres para poder comprar un coche de nio; el chiquillo haba aprendido a conducir, quiz demasiado pronto. Cuando tena tiempo, Caldwell se preocupaba por el chico. Vamos a ver, George: aguanta dijo Hummel. La flecha se desliz hacia atrs con un diestro y fuerte tirn. Hummel se puso en pie, con la cara enrojecida de calor o satisfaccin. Los mecnicos se agruparon en torno a los dos pugnando entre s por ver el plateado astil, pintado de sangre por el extremo sin plumas. Caldwell not que su tobillo, libre por fin, pareca blando, sin fuerza. Le pareci que el zapato se le llenaba de un lquido tibio y pesado. El dolor haba adquirido una nueva coloracin, haba penetrado en el espectro de la curacin. El cuerpo lo notaba. El dolor le llegaba ahora rtmicamente hasta el corazn: la respiracin de la naturaleza. Hummel se inclin y cogi algo del suelo. Lo sostuvo delante de su nariz y lo oli. Despus lo puso en la palma de Caldwell: todava estaba caliente. Era una punta de flecha, de tres caras, tan afiladas que sus bordes eran cncavos, pero le pareci que aquel objeto era demasiado delicado para haberle causado tan tremenda dislocacin. Caldwell not que sus palmas estaban salpicadas de puntos rojos producidos por la conmocin y el agotamiento; una pelcula de sudor brot en sus sienes. Por qu la has olido? le pregunt a Hummel. Quera saber si estaba envenenada. Es imposible, no? No s. Los chicos de hoy da... Luego aadi: No he olido nada. No creo que sean capaces de una cosa as insisti Caldwell pensando en Aquiles y Hrcules, en Jasn y Esculapio, en sus caras atentas y respetuosas. Lo que me gustara saber es de dnde sacan el dinero esos chicos dijo Hummel como si hiciera un amable intento de alejar los pensamientos de Caldwell de la desesperante materia. Luego sostuvo en su mano el astil decapitado y se limpi la sangre del guante. Buen acero dijo. Es una flecha cara. Sus padres dan a estos bastardos todo lo que les piden dijo Caldwell, que se senta ms fuerte y despejado. La clase, tena que regresar. Circula demasiado dinero por ah dijo el viejo mecnico con triste desprecio . Compran cualquier cacharro que produzca Detroit. 16

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Su cara haba recuperado el gris de siempre, el bronceado del acetileno; arrugada y delicada como una hoja de papel de estao doblada demasiadas veces, su cara adquiri un aspecto casi femenino que delataba una tranquila afliccin, y Caldwell se puso nervioso. Cunto te debo, Al? Tengo que regresar. Zimmerman pedir mi cabeza. Nada, George, no es nada. Me alegro de haber podido quitrtela. Se ri. No todos los das saco flechas de los tobillos de la gente. No puedo aceptarlo. Le he pedido a un artesano que utilizara en m su destreza... dijo, llevndose la mano, con un ademn poco sincero, hacia el bolsillo de la cartera. Djalo, George. Ha sido slo un minuto. S lo bastante fuerte como para aceptar un favor. Me ha dicho Vera que eres de los pocos que no tratan de hacerle la vida imposible ah al lado. A Caldwell le pareci que se le petrificaba el rostro. Se pregunt hasta qu punto saba Hummel las razones por las cuales la gente le haca la vida imposible a Vera. Tena que regresar. Al, te estoy muy agradecido, de verdad. Nunca, no saba por qu, nunca era capaz de comunicar su agradecimiento. Te pasas la vida en un pueblo y te cruzas con gente que te gusta y nunca se lo dices, porque te da vergenza. Toma dijo Hummel. No quieres esto? Sostena en la mano el brillante astil de la flecha. Caldwell haba dejado caer distradamente la punta en el bolsillo de su chaqueta. No. Qudatelo t. No. De qu me servira? Ya tengo el taller bastante lleno de trastos. Ensaselo a Zimmerman. Los profesores de las escuelas estatales no tienen por qu soportar tanta mierda. De acuerdo, Al, t ganas. Gracias. Muchas gracias. La plateada varilla era demasiado larga y sala del bolsillo de su chaqueta como una antena de coche. Dile a Zimmerman que los profesores tendran que estar protegidos de chicos como sos. Dselo t. Quizs a ti te haga caso. Es posible. Lo digo en serio. Quiz me haga caso. Tambin yo lo deca en serio. No s si sabes que yo formaba parte de la junta cuando Zimmerman fue contratado. Lo s. Muchas veces me he arrepentido. No tienes por qu. No? Es un hombre inteligente. S..., s, pero le falta algo. Zimmerman es un hombre que entiende el poder, pero no sabe mantener la disciplina. Un nuevo dolor inund la espinilla y la rodilla de Caldwell. Le dio la sensacin de que nunca haba entendido a Zimmerman tan bien como en aquel momento y que jams lo haba expresado tan correctamente, pero Hummel, fastidiosamente obtuso, se limit a repetir su observacin: Le falta algo. Caldwell saba que la clase estaba a punto de empezar; lo notaba en sus intestinos, 17

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cada vez ms retorcidos. Tengo que regresar dijo. Buena suerte. Dile a Cassie que el pueblo la echa de menos. Es feliz como una alondra. Siempre haba deseado vivir en el campo. Y el abuelo Kramer, cmo est? Magnfico. Llegar a los cien aos. Te molesta tener que ir y venir en coche? No, la verdad es que disfruto con ello. As tengo una oportunidad de hablar con el chico. Cuando vivamos en el pueblo apenas nos veamos. Ese muchacho es brillante. Me lo ha dicho Vera. Tiene el cerebro de su madre. Slo le pido a Dios que no herede mi feo cuerpo. George, puedo decirte algo? Claro. Es por tu bien. Di lo que quieras, Al. Eres mi amigo. Sabes cul es tu problema? Soy testarudo e ignorante. En serio. Lo que a m me pasa pens Caldwell, es que esta pierna me est matando. Qu? Eres demasiado modesto. Al, has dado en el clavo dijo Caldwell, y se dio la vuelta. Pero Hummel le sujet. Va bien el coche? Hasta que fueron a vivir a quince kilmetros del pueblo, los Caldwell se las haban arreglado sin coche. En Olinger podan ir a todas partes andando, y para ir a Alton cogan el tranva. Pero al comprar la casa del viejo Kramer, el coche se hizo imprescindible. Hummel les haba conseguido un Buick del 36 por slo 375 dlares. Maravilloso. Es un coche maravilloso. Me dara de bofetadas por haber roto la rejilla del radiador. Eso es fcil de soldar, George. Pero el coche va bien? De ensueo. Te estoy muy agradecido, Al, no creas que no lo tengo en cuenta. El motor tiene que estar bien; el hombre se nunca iba a ms de sesenta por hora. Tena una funeraria. Hummel le haba dicho aquello mismo mil veces. Aquel hecho pareca fascinarle. No tengo miedo dijo Caldwell, suponiendo que para Hummel el coche estaba lleno de fantasmas. De hecho, no era ms que un sedn corriente, un cuatro puertas en el que no haba espacio para transportar cadveres. Aunque tambin era cierto que era el coche ms negro que Caldwell haba visto en su vida. A esos viejos Buick los pintaban con laca de verdad. Su conversacin con Hummel le estaba poniendo nervioso. En su cabeza un reloj haca tictac; la escuela le llamaba con perentoriedad. Una msica descoyuntada pareca dar tirones al agotado rostro de Hummel. Imgenes de junturas sueltas, hilos gastados, depsitos de carbn y metal golpeado dificultaban con sus telaraas la visin que Caldwell tena de Hummel: nos estamos separando? Una marcha se negaba a entrar en su mente, patinaba el engranaje: laca de verdad, laca, laca, laca. Al protest, tengo que irme. De verdad que no aceptars nada? Ni una palabra ms, George. As eran esos aristcratas de Olinger. No aceptaban dinero, pero su tono era siempre 18

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autoritario. Te forzaban a aceptar sus favores y aquello les converta en dioses. Se fue hacia la puerta, pero Hummel le sigui cojeando. Los tres Cclopes parloteaban en voz tan alta que los dos se dieron la vuelta. Archy, que haca brotar de su garganta un ruido que recordaba una carnicera de pjaros, sealaba el suelo. En el cemento manchado un zapato haba dejado unas huellas hmedas. Caldwell examin su pie herido; el zapato estaba empapado de sangre. Negro a la parda luz, rezumaba por encima del tacn. George, ser mejor que te lo hagas curar dijo Hummel. Ir a la hora de comer. Deja que contine sangrando. La idea del veneno le obsesionaba. Que se limpie solo. Abri la puerta y quedaron encerrados dentro de una caja de aire fro. Al dar un paso hacia fuera, Caldwell carg demasiado peso sobre el pie que sangraba y dio un salto, sorprendido. Dselo a Zimmerman insisti Hummel. Lo har. De verdad, George, dselo. No tiene remedio, Al. Los chicos de ahora no son como los de antes; Zimmerman quiere que se nos coman. Hummel solt un suspiro. Su mono de color pistola pareca deshinchado; una lluvia de limaduras de hierro cay de su pelo. Son malos tiempos, George. El largo rostro estirado de Caldwell hizo un raro gesto, como un pellizco; iba a hacer un chiste. No sola bromear: No es la Edad de Oro, indudablemente. La actitud de Hummel era pattica, decidi Caldwell al alejarse. Aquel diablo solitario no saba callar, siempre tena que seguir hablando. Ya no hacan falta mecnicos como l; todo se produca en serie. Desperdicios. Si se te gasta uno, cmprate otro. Zas. Bum. Rmpelos. Los nicos aprendices que ha podido encontrar para el taller son imbciles con un solo ojo, y, mientras, su mujer se acuesta con medio pueblo, y se meten los de la Mobil y hasta se rumorea que tambin vendr la Texaco, y Hummel est muerto; es deprimente. Mira que ocurrrsele oler la flecha para ver si haba veneno, brr. Pero mientras prosegua su cojeante caminar hacia el instituto, y el fro aplastaba su gastado traje marrn contra su piel, el corazn de Caldwell cambi de tono. En el garaje no haca fro. Aquel viejo se haba portado bien con l. Siempre se haba portado as; Hummel era sobrino poltico del abuelo Kramer. Haba sido el personaje ms influyente de la junta del instituto cuando Caldwell consigui su puesto, en los momentos en que ms grave era la Depresin, cuando murieron todos los olivos y Ceres erraba por el pas llorando la desaparicin de su hija raptada. Donde caa una de sus lgrimas, no volva a crecer la hierba. La guirnalda que llevaba se volvi venenosa, y ahora las plantas venenosas1 florecan en todos los establos. Hasta entonces todos los elementos de la naturaleza haban tratado amablemente al hombre. Todas las bayas tenan un suave efecto afrodisaco, y, cuando volva de Pelin a medio galope, Caldwell haba podido espiar muchas veces a la joven Cariclo, que estaba recogiendo berros. Se acerc a la inmensa pared naranja. Bajaban planeando hasta l como copos de nieve los ruidos de las aulas. Metal golpeando un quebradizo cristal. Folos apareci en una ventana, con una prtiga en la mano, y puso cara de asombro al ver a su colega. Sus gafas rectangulares y pasadas de moda lanzaron un destello de sorpresa bajo el pulcro
1 Se trata del Rhus toxicodendron, arbusto de Amrica del Norte de la familia del zumaque. Sus hojas son venenosas al tacto. (N. del T.)

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gorro de pelo peinado con raya en medio. En su juventud, Folos haba sido un semiprofesional del bisbol y la persistente marca de la gorra segua haciendo caer el cabello por encima de sus orejas, aunque su ancha frente era ahora un ro de arrugas propias de la madurez. Caldwell salud lacnicamente a su amigo con la mano, y exager su cojera, como para explicar por qu haba salido del instituto. Aunque se mova con la brusquedad de un juguete de diez centavos, en realidad apenas exageraba; el dolor que senta en el tobillo segua siendo bastante molesto despus de las radiantes atenciones de Hummel. Cada dos pasos, el calor de la tierra trepaba ms y ms por la pierna en direccin a la rodilla. Caldwell alcanz la puerta lateral y se agarr a la barra de latn. Antes de entrar aspir profundamente el aire fresco y lanz una mirada penetrante hacia arriba, como para responder a un grito. Ms all del borde de la pared anaranjada el adamantino cenit azul pronunciaba su incesante monoslabo: yo. Una vez dentro del instituto, algo jadeante, hizo una pausa en el felpudo de goma del rellano. En la lustrosa pared amarilla segua escrito JODER. Para evitar que Zimmerman pudiera or desde su oficina del primer piso la trpala de sus cascos, Caldwell tom el camino subterrneo. Baj los escalones y dej atrs el vestuario de los chicos, que tena la puerta abierta. La ropa estaba esparcida desordenadamente y sobre ella holgazaneaban algunas nubes de vapor. Caldwell empuj la puerta de cristal reforzado y entr en el gran estudio del stano. A todo lo ancho y largo de la sala los nios permanecan anormalmente quietos. Medusa, que era capaz de imponer una disciplina perfecta, estaba sentada en el pupitre principal; levant la vista, y Caldwell, evitando mirarla a la cara, percibi los lpices amarillos que salan de su pelo revuelto. Con la cabeza alta, la mirada al frente y los labios apretados con gazmoera, recorri la sala junto a la pared que estaba a su derecha. Del otro lado de esta pared, que era donde se enseaban las artes industriales, le llegaban los esforzados llantos, txz! aeiii, de la madera torturada; a su izquierda oy el susurro de los nios que sonaba como el ruido de las piedras de una playa ante la amenazadora llegada de la marea. No volvi la cabeza hasta haber llegado a la puerta del otro extremo de la sala. Una vez all se volvi para ver si haba dejado huellas. Como tema, una pista de semicircunferencias rojas dejadas por su casco, marcaba su paso. Azorado, se pellizc los labios; tendra que dar explicaciones a los bedeles y excusarse. En la cafetera se movan las mujeres del delantal verde disponiendo las cajas de cartn que contenan leche con chocolate que se vendan a ocho centavos, preparando las bandejas de bocadillos envueltos en papel de plata, y revolviendo las grandes ollas de caldo. Hoy era de tomate. Aquel nauseabundo olor plaidero llenaba el volumen de mosaico. Mom Schreuer, un alma gorda cuyo hijo era dentista y que tena el delantal ennegrecido a la altura de su regazo por haberse apoyado en la cocina, agit hacia l una paleta de madera. Caldwell, sonriendo como un nio que ha recibido un saludo, tambin agit su mano. Siempre se senta ms seguro cuando estaba entre el personal encargado de los servicios de la escuela, los que alimentaban sus hornos, los bedeles, las cocineras. Todos ellos le recordaban a la gente de verdad, a la gente que haba conocido durante su infancia en Passaic, estado de Nueva Jersey, donde su padre haba sido un pobre pastor de una pobre parroquia. Todos los habitantes de la calle de su casa tenan una ocupacin fcil de nombrar lechero, soldador, impresor, albail y cada una de las casas de aquella hilera tena a sus ojos, gracias a sus particulares grietas, cortinas y macetas, un rostro propio. Hombre modesto, Caldwell se senta ms cmodo en los stanos del instituto. All haca menos fro; cantaban los tubos de vapor, se entendan las conversaciones. Aquel gran edificio era simtrico. Abandon la cafetera subiendo una escalera y lleg al vestuario de las chicas. Territorio prohibido; pero por lo revuelto que estaba el 20

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vestuario de los chicos saba que en aquel momento estaban haciendo gimnasia los varones y no haba peligro de cometer el error de penetrar en el lugar sagrado. Efectivamente, el vestuario estaba vaco. La gruesa puerta verde estaba abierta de par en par y dejaba ver una franja de suelo de cemento, un pedacito de un banco marrn y un alto segmento de armarios cerrados de las altas ventanas de cristal esmerilado. Alto! Fue all precisamente donde Caldwell cometi, cansado, aquella imprudencia, se detuvo, irritados los ojos de haber estado corrigiendo ejercicios en la sala de las calderas mientras el edificio, abandonado ya por los alumnos, se oscureca gradualmente y sonaba el tictac de los relojes en las aulas vacas, y sorprendi a Vera Hummel que, al otro lado de aquella misma puerta abierta tambin de par en par, envuelta en una nube de vapor, sostena graciosamente una toalla azul que cubra parcialmente su cuerpo y dejaba ver sus ambarinas regiones sexuales salpicadas de blancas gotas de roco. Por qu se queda mi hermano Quirn boquiabierto como un stiro? Sabes muy bien cmo son los dioses. Venus, seora ma dijo inclinando su esplndida cabeza, por un momento vuestra belleza me embeles hasta el punto de hacerme olvidar que somos hermanos. Ella se ri y, llevando hacia delante su pelo ambarino para dejarlo caer sobre un hombro, le dio unos golpecitos indolentes. Una fraternidad que quiz vuestro orgullo desdea confesar. Porque, transformado en caballo, el padre Cronos os engendr en Flira en la plenitud de sus fuerzas; mientras que cuando yo fui engendrada, lanz los cortados genitales de Urano a la espuma como si de basura se tratase. Volviendo su cabeza, Venus torci otra vez la descuidada cinta de su cabello. El agua bruscamente escurrida resbal a lo largo del hueso de su clavcula. Su garganta se recortaba en silueta contra una hmeda nube roja; los cabellos del lado ms cercano a Quirn se movan como caballos al galope. Ella mostr su perfil con la mirada gacha. La pose abrum a Quirn y las tripas se le tensaron como cuerdas de arpa. Pese a lo patente de su insinceridad, la queja de Venus por lo brbaro que haba sido su nacimiento hizo tartamudear a Quirn en su intento de consolarla: Pero tambin mi madre era hija de Ocano dijo, y en el mismo instante supo que, al dar una respuesta a la ligera masturbacin de Venus (aunque fuera una respuesta tan delicadamente seria como aqulla), haba ido ms lejos de la cuenta. Los ojos pardos de Venus ardieron con una fuerza que arrebat a Quirn toda conciencia del cuerpo de la diosa; su forma brillante se convirti en simple soporte de su iracunda divinidad. S dijo ella. Y Flira detestaba tanto al monstruo que haba parido que pens que era preferible verse convertida en un tilo antes que tener que amamantarte. Quirn se puso rgido; con su estrecha mentalidad de mujer ella haba saltado al terreno de la verdad que ms poda dolerle. Pero al despertar sus recuerdos de aquella mujer inolvidable, Venus le fortaleci contra ella. Al reflexionar sobre esta leyenda segn la cual en una isla, tan diminuta que pareca al verla que estuviera cubierta por mltiples capas refractantes de agua, yaca abandonado un molusco mitad piel mitad membrana, que era su yo infantil, al reflexionar sobre este relato, uno entre otros muchos, con la nica diferencia de que en ste una imagen desconocida llevaba su propio nombre, Quirn haba llegado de adulto a mirar compasivamente, basndose en sus experiencias de los seres y su conocimiento de la historia, a Flira, hija de Ocano y de Tetis, ms bella que inteligente y poseda por un brutal Cronos, que, sorprendido por la vigilante Rea, se transform en un caballo semental y sali galopando para dejar que su semilla engendrara su adltero fruto en el vientre de la inocente hija del mar. Pobre Flira! Su madre. El sabio Quirn era casi capaz de reconstruir su rostro cuando, lleno 21

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de lgrimas, le implor a un cielo, cuyas normas haban sido transgredidas, la eximiesen del cumplimiento del deber ms antiguo incluso que el de las Cien Manos y que se remontaba a una poca en que la conciencia no era ms que polvo de polen errante en la oscuridad, que orden que la mujer fuese el campo fecundo de la copulacin, cuando rogaba a este cielo cruel que le perdonase el horrible fruto de una violacin oscuramente comprendida y vergonzosamente deseada: as era, al borde mismo de la metamorfosis de su madre, como ms claramente la vea Quirn; y cuando, en los momentos de tristeza y asombro de la juventud, iba a examinar los tilos, cuando siendo ya un vigoroso erudito de nuevas crines, de piel lustrosa aunque ligeramente rgida debido a la prudente dignidad con que haba querido proteger su herida y por la piadosa resolucin que iba a hacer de l guardin de tantos hurfanos de madre, abrazado Quirn por la ancha y suave sombra del rbol haba credo descubrir en las actitudes tentativas de las ramas ms bajas y en los estremecimientos de las hojas acorazonadas, una protesta, una esperanza de recuperar la forma humana, y hasta cierta satisfaccin al ver al hijo crecido, lo cual, unido a sus serias y exactas investigaciones en torno a los procesos qumicos de la suave miel del tilo, le permiti ampliar su visin con el sabor, el aroma y el tacto de una personalidad pattica y demasiado dcil que, por la traicin de unos pocos momentos de histeria, se vio convertida en esa arbrea benevolencia que, si hubiera seguido siendo humana, hubiera sido una benevolencia maternal ramificada en palabras sin sentido, tranquilas atenciones, y ademanes de amor. Despus, acercando su cara al rbol, Quirn pronunciaba su nombre. Sin embargo, a pesar de tan dolorosos empeos de reconciliacin, al reflexionar sobre la fbula de su nacimiento le dominaba a menudo un resentimiento infantil que socavaba amargamente su madura reconstruccin; la sed inmerecida de sus primeros das envenenaba sus labios; y la pequea isla, de menos de cien metros de largo, en la que l, primero de una raza criada por su propia naturaleza en las cuevas, qued expuesto a la intemperie, le pareca la imagen misma de la mujer: superficial, estrecha, y egosta. Egosta. Seducida con demasiada facilidad, rechazada con demasiada facilidad, la voluntad de la mujer llora compadecida de s misma y es capaz de dejar que su fruto se pudra en una playa por culpa de unos pocos pelos de caballo. De esta forma, vista a travs de una de las caras del prisma que l haba construido analizando el relato, la burlona diosa de pequeo rostro que tena delante era merecedora de compasin; mientras que vista a travs de la otra, era detestable. En cualquiera de los dos casos, Venus quedaba reducida a una dimensin ms pequea. Con voz grave, serena, Quirn le dijo: El tilo tiene muchas propiedades curativas. Era una rplica deferente, si ella se dignaba aceptarla; y si no, una inofensiva verdad mdica. Quirn deba, sin duda, su larga supervivencia en parte a un tacto propio de cortesano. Mientras se pasaba la toalla por el cuerpo, ella le estudi; en todos sus rincones, la piel de Venus estaba cubierta de perlas transparentes. Tena algunas pecas en los hombros. No te gustan las mujeres le dijo ella. Pareca que este descubrimiento no le agradara. l no contest. Venus ri; el brillo de sus ojos, a travs del cual se derramaba un esplndido Otro mundo, se convirti en una opaca suavidad animal y, sosteniendo airosamente la toalla en torno a su cuerpo con un brazo doblado hacia la espalda, sali del agua y le toc el pecho con un dedo de la mano que tena libre. Detrs de ella, el agua del estanque se liber en anchos anillos del movimiento con que Venus la haba agitado. El agua 22

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chapalate contra las llanas orillas cubiertas de juncos, narcisos y flicos lirios sin florecer; la tierra que haba bajo sus estrechos pies cruzados de venas era un tapiz de musgo y hierba fina salpicada de violetas y plidas anmonas de los bosques surgidas de la sangre de Adonis. De haber sido yo le dijo ella con una voz que se ensortijaba en torno a las espirales del pensamiento de Quirn del mismo modo que, con cuidadosos movimientos circulares, las puntas de sus dedos se entremezclaban con la lana bronceada de su pecho, me hubiera gustado mucho amamantar una criatura que combinaba el refinamiento y la dignidad del hombre con sus prpados se bajaron; sus ambarinas pestaas soltaron un destello sobre sus mejillas; el plano de su rostro cambi de posicin con disimulada coquetera, y Quirn not que su mirada alcanzaba sus cuartos traseros la tremenda potencia de un caballo. La parte inferior de Quirn, una sierva poco dcil de su voluntad, se pavone por su cuenta; sus cascos traseros recortaron dos nuevos semicrculos en el esponjoso csped de la orilla del estanque. A menudo, seora, las combinaciones neutralizan lo mejor de sus componentes. Por la amplitud de su sonrisa, Venus pareca la tpica joven coqueta. Eso sera cierto, hermano, si tu cabeza y tus hombros fueran de caballo, y el resto humano. Quirn, uno de los pocos centauros que conversaba habitualmente con personas cultivadas, haba odo esta misma broma repetida muchas veces; pero la proximidad de Venus hizo que captase el chiste como si fuese nuevo. La risa de Quirn surgi con un timbre de estridente relincho, en degradante contraste con el comedido tono que haba asumido en su conversacin con aquella muchacha, de acuerdo con la posicin que le daba su mayor edad, y su parentesco: Los dioses impediran que naciera semejante monstruo declar Quirn. La diosa adopt una actitud pensativa. Tu confianza en nosotros resulta conmovedora. Qu hemos hecho para merecer que nos adoren? No adoramos a los dioses por lo que los dioses hacen recit Quirn, sino por lo que son. Y, para su propia sorpresa, hinch discretamente el pecho de forma que la mano de ella qued apoyada con mayor firmeza sobre su piel. Ella se sinti bruscamente ofendida y le pellizc. Oh, Quirn dijo. Si les conocieras como yo. Hblame de los dioses. Siempre me olvido de ellos. Nmbramelos. Sus nombres suenan grandiosos en tus labios. Obediente a su belleza, esclavizado por la esperanza de que soltara la toalla, Quirn enton: Zeus, Seor del Cielo; el rey del tiempo que manda sobre las nubes. Un lascivo rey de los embrollos. Hera, su esposa, la que vela por el sagrado matrimonio. La ltima vez que la vi estaba azotando a sus siervos porque Zeus llevaba un ao entero sin pasar una noche en su cama. Sabes cmo le hizo el amor Zeus la primera vez? Bajo la forma de un cuco. De una abubilla corrigi Quirn. Era un cuco la mar de tonto, como los de los relojes. Nmbrame algunos dioses ms. Me dan mucha risa. Poseidn, dios del encrespado mar. Un marinero de cubierta que padece debilidad senil. La barba le apesta a pescado 23

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muerto. Se tie el pelo de azul oscuro. Tiene un bal lleno de pornografa africana. Su madre era una negra; se le nota en el blanco de sus ojos. Otro. Quirn saba que era mejor callar; pero secretamente disfrutaba murmurando, y en el fondo de su corazn era, en cierto modo, un payaso. El deslumbrante Apolo anunci, que gua el Sol y todo lo ve, aqul cuyas profecas dlficas rigen nuestra vida poltica y a travs de cuyo amplsimo espritu alcanzamos los reinos del arte y la ley. Ese presumido. Ese presumido untuoso que se pasa la vida hablando de s mismo; su engreimiento me revuelve el estmago. Es un analfabeto. Anda, anda; creo que exageras. Lo es. Quiz le encuentres un da mirando un rollo de papiro, pero vers que no mueve los ojos. Y su gemela Artemisa, la bella cazadora a la que adoran hasta sus mismas presas? Ja! Porque no las alcanza nunca, por eso la adoran. Anda siempre corriendo por el bosque acompaada de un montn de chiquillas cuya supuesta virginidad no hay un solo doctor de Arcadia... Calla, mujer! El centauro acerc su mano a los labios de Venus, presa de tal alarma que estuvo a punto de tocarlos. Haba odo un suave trueno a su espalda. Ella, asombrada ante su presuncin, se ech hacia atrs. Despus mir al cielo por encima del hombro de Quirn y se ri al reconocer el motivo de su preocupacin; fue una risa sin alegra, una slaba clida que se prolong de manera desafiante y tens su rostro y afil sus rasgos cruelmente hasta dejarlos desprovistos de toda femineidad. Con las mejillas, el entrecejo y la garganta enrojecidos, grit hacia el Cielo: S, Hermano, blasfemia! Presta odos a tus dioses: una charlatana marisabidilla, una vieja sucia que apesta a maz, un ladrn vagabundo, una loca borracha, un calderero despreciable, triste, mugriento, canoso, tullido y cornudo... Tu esposo! protest Quirn, pugnando por no perder el favor del firmamento. Su posicin era difcil; saba que el indulgente Zeus jams le hara dao a su joven ta. Pero poda, enfadado, arrojar su rayo contra el inocente ser que la escuchaba, un ser cuya posicin en el Olimpo era precaria y ambigua. Quirn saba que sus relaciones ntimas con los humanos eran objeto de la envidia del dios, que nunca visitaba la raza creada como no fuera cubierto de plumas y pelos, con el fin de cometer alguna violacin. De hecho se rumoreaba que Zeus opinaba que los centauros constituan una peligrosa zona intermedia a travs de la cual caba la posibilidad de que los dioses acabaran convertidos en algo sin importancia. Pero el cielo, aunque se haba oscurecido, permaneci en silencio. Agradecido, Quirn retom su tctica y le dijo a Venus: No sabes apreciar a tu marido. Hefaistos es diestro y amable; a pesar de que todos los yunques y los tornos de los alfareros son sus altares, es humilde. La desgracia que supuso su cada en Lemnos purific su corazn de la escoria de la arrogancia; aunque su cuerpo no se mantenga erecto, no hay bajeza en l. Lo s suspir ella. Cmo puedo amar a un ser tan indeciso? Dame ese ser exiguo! T crees aadi, con el rostro expectante y sutilmente condescendiente del alumno que no suele mostrar curiosidad que me atraen los hombres crueles porque tengo complejo de culpa por la mutilacin de mi padre? Acaso me culpo a m misma y quiero que me castiguen? Quirn sonri; l no era de la nueva escuela. Arriba, el cielo haba empalidecido. Sintindose seguro, se atrevi a dar un toque impdico a su conversacin, y seal: 24

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Hay una deidad a la que no has incluido en tu catlogo. Se refera a Ares, el ms vicioso de todos. La joven agit su cabello; por un momento su pelo anaranjado lanz un destello como una crin. S lo que ests pensando. Que no soy mejor que los dems. Cmo me calificaras a m, noble Quirn? Ninfmana compulsiva, o, de manera menos circunspecta, puta de nacimiento? No, no me has entendido. No me refera a vos misma. Pero ella no le prest atencin y grit: Eso es injusto! Apret la toalla contra su cuerpo en un ademn significativo, y aadi: Por qu razn tendramos que negarnos el nico placer que los Hados olvidaron arrebatarnos? Los mortales pueden gozar de la alegra de la lucha, la satisfaccin de la compasin, y el triunfo del valor; en cambio, los dioses son perfectos. Quirn asinti con la cabeza; el viejo cortesano estaba acostumbrado a que estos aristcratas alabaran alegremente la clase que acababan de calumniar con la frase anterior. Se imaginaba acaso la muchacha que la serie de pequeas pullas que acababa de lanzar rozaba siquiera de lejos el ncleo de los argumentos que verdaderamente podan dirigirse contra los dioses? Quirn not el peso del cansancio; l siempre sera menos que ellos. Perfectos se corrigi ella slo en nuestra estabilidad. Yo he tenido que sufrir la crueldad de no tener padre. Zeus me trata como a un gato. El amor de su sangre lo reserva para Artemisa y Atenea, sus hijas. Slo ellas tienen su bendicin; slo yo me veo obligada una y otra vez a apretar contra mis caderas ese salto gigantesco que por un momento la remeda. Qu es Prapo sino Su Fuerza sin el amor del padre? Prapo: el ms feo de mis hijos; digno de haber sido concebido por l. Dionisos me utiliz como a cualquier otro mancebo. Venus volvi a tocar el pecho del centauro, como si quisiera asegurarse de que no se haba convertido en piedra. T conociste a tu padre. Te envidio. Si hubiera podido ver el rostro de Urano, y or su voz, si no fuera un producto tardo de su profanado cadver, sera tan casta como Hestia, mi ta, la nica diosa que me ama de verdad. Y ahora la han degradado y para el Olimpo no es ms que una baratija. Al llegar aqu, el pensamiento de la joven dio un atrevido giro y dijo: T conoces a los hombres. Por qu me llenan de injurias? Por qu hacen chistes con mi nombre, por qu lo escriben en las paredes de los lavabos? Acaso hay alguien que les sirva tan bien como yo? Acaso hay otro dios que les d con la misma mano tanto poder y tanta paz? Por qu me culpan? Estas acusaciones, seora, no os las hace nadie ms que vos misma. La riada de las confesiones de Venus se sec, y entonces se puso a burlarse de l: Prudente, sabio y buen Quirn. Nuestro erudito, nuestro propagandista. Siempre tan dcil. Te has preguntado alguna vez, sobrino, si tu corazn es de hombre o de caballo? Quirn se enderez y dijo: Me han dicho que de cintura para arriba soy completamente humano. Perdname. T te muestras amable y yo te pago con moneda divina. Venus se agach y cogi del suelo una anmona. Pobre Adonis dijo ella tocando descuidadamente la estrella de los spalos. Tena una sangre muy plida, como nuestro icor. Una rfaga de recuerdos despein su cabello, en cuya corona se haba evaporado ya la humedad. Se volvi de espaldas a Quirn y medio secretamente acerc la flor a sus labios, y su melena todava hmeda cay goteante por su carne tan blanca como los ptalos y con un moldeado tan suave como el de ese fabuloso polvo, la nieve, que es la 25

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tierra del Olimpo. Tena las nalgas rosadas y ligeramente speras; la parte posterior de sus muslos estaba cubierta del dorado color del polen. Venus bes la flor, la dej caer, y cuando se dio la vuelta en su rostro haba una nueva expresin: trmula, sonrojada, difusa, tmida. Quirn orden. Hazme el amor. El gran corazn de Quirn choc contra sus costillas; cuando Venus se le acerc, l la rechaz con mano temblorosa. Pero, seora, de cintura para abajo soy completamente animal. Alegre, ella dio un paso ms sobre las violetas. Cay la toalla. Las puntas de sus pechos se haban endurecido a causa del deseo. Crees que vas a reventarme? Tan despreciables te parecemos las mujeres? Nuestros brazos pueden ser dbiles, pero tenemos fuertes los muslos. Nuestros muslos tienen que ser fuertes; el mundo entero tiene sus races metidas entre ellos. Pero una diosa y un centauro... Los hombres son pobres junquillos; ya no me satisfacen. Anda, Quirn, no insultes a tu dama. Desndate de tu sabidura; sers ms sabio cuando nos levantemos. Venus coloc sus manos en forma de cuenco bajo sus pechos y se puso de puntillas al lado de Quirn, de forma que sus pezones se aplastaron contra los anacrnicos ornamentos masculinos. Pero la amplitud de ambos pechos era desigual; ella se ri, jugando a contraponer pezn y tetilla, y Quirn, an distrado, comprendi que el problema poda ser expresado de modo geomtrico. Tienes miedo? susurr ella. Cmo te las arreglas con Cariclo? Montas sobre ella? De la garganta de Quirn sali una voz reseca y dbil. Sera un incesto. Siempre lo es; todos venimos de Caos. Es de da. Bien; ahora los dioses duermen. Tan horrible es el amor que hay que ocultarse en la oscuridad para hacerlo? Me desdeas porque soy una puta? Como erudito deberas saber que cuando me bao recupero mi virginidad. Anda, Quirn, rasga mi himen; cuando camino me molesta. En un movimiento que no era tanto expresin de fuerza como de debilidad, del mismo modo que, en su desesperacin, un adulto abraza a un nio que tiene fiebre, Quirn rode con sus brazos el convulsionado cuerpo resbaladizo y flccido de la joven. La concavidad de su espalda era suave. Como una cresta, una ereccin roz la barriga de Quirn; un relincho sali hirviendo por sus orificios nasales. Los brazos de ella estaban cerrados en torno a la cruz de Quirn, y sus muslos, que se haban levantado ingrvidos, murmuraban entre sus patas delanteras. Caballo dijo ella, mntame. Soy una yegua. rame. Del cuerpo de Venus sala un acerbo aroma de flores, flores de todos los colores, aplastadas y machacadas por la tierra del olor equino de Quirn. ste cerr los ojos y nad en un amorfo y clido paisaje tachonado de rboles rojos. Pero sus articulaciones permanecan rgidas. Se acordaba del trueno. Era posible que Zimmerman estuviera todava en el edificio; nunca se iba a casa. El centauro escuch un rumor procedente del piso de arriba, y durante ese instante de escucha todo se alter. La muchacha se descolg de su cuello. Y, sin volver una sola mirada hacia atrs, Venus desapareci entre la maleza. Mil ptalos verdes se cerraron a su paso. El amor tiene su propia tica, y la voluntad deliberada le resulta ofensiva. Entonces como ahora, Caldwell se qued en ese trozo de cemento, solo y desconcertado, y ahora, igual que entonces, subi las escaleras con una sensacin dolorosa y confusa de haber disgustado, 26

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de manera que l no llegaba a comprender, al Dios que no dejaba nunca de vigilarle. Subi las escaleras que conducan hasta su aula, situada en el segundo piso. Los escalones parecan hechos para piernas ms flexibles; le fastidiaba su torpeza. Cada nueva ola de dolor haca que fijara su mirada sobre un fragmento de aquella pared sobre la que un bolgrafo haba descrito un lazo, un barnizado poste de la barandilla, cuyo remate biselado haba sido arrancado dejando al descubierto un mun con restos de cola seca, un rincn de la escalera en el que se haba endurecido un montoncito negro de polvo y porquera, un cristal de una ventana cubierto de una pelcula grasienta y enmarcado por oxidados parteluces, un pedazo muerto de pared amarilla. La puerta de su aula estaba cerrada. Quirn esperaba que se filtrara a travs de ella la turbulencia que supona habra en el interior; pero en lugar de eso reinaba una ominosa tranquilidad. Quirn temi que, al detectar el ruido, Zimmerman hubiera entrado y se hubiese hecho cargo de la clase. El temor result justificado. Quirn abri la puerta, y all mismo, apenas a dos metros de distancia, estaba el rostro torcido de Zimmerman como un gigantesco emblema de autoridad que abarcaba todo el campo de la horrorizada visin de Caldwell. Dotada de una malvola pulsacin, aquella cara pareca ensancharse cada vez ms. Un rayo implacable, que surga del centro de la frente por encima de las gruesas lentes de las gafas del director, salt por el espacio y traspas a la paralizada vctima. El silencio que se produjo mientras los dos se miraban fue ms estruendoso que un trueno. Zimmerman se volvi hacia los alumnos; la clase haba sido domada hasta ser convertida en unas hileras alfabticas de nios peinados y asustados. El seor Caldwell ha tenido la cortesa de regresar. Obedientemente, toda la clase solt una sonrisita. Creo que una entrega al deber como sta debera ser premiada con unos aplausos. El propio Zimmerman fue el primero en batir palmas, y lo hizo con un movimiento melindroso. En realidad, con su enorme cabeza y su ancho torso, sus extremidades parecan curiosamente pequeas. Llevaba una chaqueta deportiva cuyas hombreras y dibujo de anchos cuadros subrayaban la desproporcin. Por encima del irnico aplauso brillaron en direccin a Caldwell las sonrisas afectadas de algunos de los chicos. El humillado profesor se lami los labios. Tenan un sabor chamuscado. Gracias, chicos y chicas dijo Zimmerman. Ya basta. El suave aplauso ces bruscamente. El director se volvi otra vez hacia Caldwell; la desarmona de su cara pareca la de una orgullosa nube encinta arrastrada por una fuerte corriente de viento. Caldwell pronunci una slaba sin sentido que haba pretendido ser un grito de alabanza y adoracin. Luego discutiremos esto, George. Los chicos arden en deseos de empezar la clase. Pero Caldwell, que ansiaba explicarse y recibir la absolucin, se inclin y levant la pernera del pantaln, cometiendo as una inesperada indecencia que hizo estallar en hilaridad a la clase. Y lo cierto es que Caldwell haba pedido desde el fondo de su corazn una reaccin como aqulla. Zimmerman lo comprendi. Lo comprendi todo. Aunque Caldwell dej caer inmediatamente la pernera del pantaln y observ la compostura, Zimmerman continu mirando su tobillo, como si se encontrara infinitamente alejado de l pero sus ojos tuvieran una infinita capacidad perceptiva: No lleva los calcetines demasiado bien emparejados le dijo. Es sta su excusa? La clase volvi a estallar. Zimmerman calcul a la perfeccin el momento y esper a intervenir hasta que su voz volvi a hacerse audible por encima de las ltimas risas. Pero George, George, no debera usted permitir que su loable preocupacin por el 27

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acicalamiento impidiera el cumplimiento de otra necesidad pedaggica como es la puntualidad. Tanta fama tena Caldwell de ir mal vestido, y tan desnudamente andrajosos solan ser sus trajes, que incluso en este comentario haba una notable dosis de humor; aunque sin duda muchos de los que rean se haban perdido a medio camino en los elegantes y sarcsticos rodeos del pensamiento de Zimmerman. El director hizo un delicado ademn indicativo: Lleva usted pararrayos? Su prudencia es excepcional, teniendo en cuenta que es un da de invierno totalmente despejado. Caldwell tante y not el fro y el delgado astil de la flecha que asomaba del bolsillo superior de su chaqueta. Lo sac y se lo ofreci a Zimmerman mientras luchaba por encontrar las primeras palabras de su relato, un relato que, una vez sabido, hara que Zimmerman le abrazara por su heroico sufrimiento; aquella cara dilatada e imperiosa se cubrira de lgrimas despus de orle. Esto es lo que ha pasado dijo Caldwell. No s cul de los chicos ha sido... Zimmerman desde tocar el astil; levantando las palmas en seal de protesta, como si la brillante varilla estuviera cargada de peligro, dio unos pasos hacia atrs: sus pies eran todava ligeros y conservaban la fuerza de sus tiempos de atleta. La primera vez que Zimmerman se hizo famoso fue cuando era todava estudiante y se convirti en la estrella de las pistas de atletismo. Con sus fuertes hombros y giles miembros haba conseguido destacar en todas las pruebas de velocidad y fuerza: el disco, las carreras cortas y las de resistencia. He dicho luego, George dijo. Por favor, d su clase. Como mi programa para esta maana ha sido ya interrumpido, me sentar en la ltima fila de la clase y as sta ser mi visita mensual. Vosotros, chicos y chicas, comportaos como si yo no me encontrara aqu. Caldwell se pasaba la vida temiendo las visitas mensuales de supervisin que realizaba el director. Los breves informes mecanografiados que, con una mezcla de cidos detalles y jerga pedaggica, venan despus, servan, cuando eran buenos, para que Caldwell se sintiera exaltado durante varios das, y, cuando eran malos (como casi cada vez pareca ocurrir; siempre haba al menos un adjetivo ambiguo que envenenaba el cliz), para que se quedara deprimido durante varias semanas. Ahora haba llegado una de esas visitas, precisamente en un momento en que se encontraba vaco, acababan de pillarle en un fallo, tena un tobillo dolorido, y no estaba precisamente con nimos como para dar clase. Con furtivos pasos gatunos, Zimmerman se desliz por delante de la pizarra. Su ancha espalda a cuadros se doblaba en un movimiento que finga jocosamente bastar para hacerle invisible. Se sent en la ltima fila, detrs de las orejas cncavas y el ardiente acn de Mark Youngerman. Apenas se haba instalado Zimmerman en el ltimo pupitre cuando se dio cuenta de la presencia, a su misma altura pero un par de pupitres ms all, en la ltima fila de la tercera hilera, de Iris Osgood, una chica inmersa en una gris belleza bovina. Zimmerman se desliz de su asiento hasta colocarse en el que estaba al lado de ella, y con una pequea pantomima de susurros le pidi una hoja del bloc. La rolliza muchacha se revolvi, arranc una hoja, y cuando se inclinaba hacia ella para cogerla, el director, con un osado movimiento ocular, mir hacia el fondo de la holgada blusa de seda de la chica. Caldwell lo vio todo con una mirada atemorizada. Not que debajo de l se agitaban los colores de la clase; la presencia de Zimmerman les electrizaba. Empieza. Se olvid de quin era, qu enseaba y por qu se encontraba all. Se dirigi a su mesa, dej sobre ella el astil de la flecha, y cogi un recorte de una revista que le hizo recordar todo. UN 28

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CIENTFICO DE CLEVELAND PRESENTA EL MAPA CRONOLGICO DE LA CREACIN. Al fondo del aula apareca, enorme, la cara de Zimmerman. En la pizarra empez Caldwell est escrito el nmero cinco seguido de nueve ceros. Es el nmero cinco..., qu? La voz tmida de una chica rompi el silencio diciendo: Cinco billones. Era Judith Lengel, por fuerza. Lo haba probado, pero sin acertar. Su padre era uno de esos tipos fuertes que se dedican a la venta de propiedades inmobiliarias y que supone que sus hijas tienen que ser las reinas de mayo, las que pronuncian el discurso de despedida de fin de curso en nombre de los alumnos que terminan sus estudios, y las Chicas Ms Populares del instituto simplemente porque l, el viejo Cincoporciento Lengel, haba ganado mucho dinero. Pobre Judy, no tena un solo gramo de seso. Cinco mil millones dijo Caldwell. ste es, segn el estado actual de nuestros conocimientos, el nmero de aos de vida del universo. Es posible que sean ms; pero sta es su edad mnima. Bien, a ver quin puede decirme qu es un billn. Mil veces un milln dijo Judy con voz trmula. Pobre desgraciada, por qu no trataba nadie de sacarla del lo? Por qu no hablaba alguno de los ms brillantes, como el joven Kegerise? Kegerise estaba sentado con las piernas estiradas hacia el pasillo y sonrea para s mientras garabateaba en su libreta. Caldwell busc a Peter con la mirada hasta que record que su chico no perteneca a este curso. Iba a sptimo. Zimmerman anot algo en su hoja de papel y le hizo un guio a la muchacha que se la haba prestado, que no entenda qu estaba ocurriendo. Era tonta. Tan tonta como una piedra. No mil veces, un milln declar Caldwell. Un milln de millones. Eso es un billn. En el mundo viven actualmente dos mil millones de personas continu y su historia empez hace alrededor de un milln de aos, cuando un mono baj de un rbol, ech una mirada a su alrededor y se pregunt qu estaba haciendo aqu. Toda la clase se ri, y Deifendorf, uno de los chicos que vivan en el campo e iban a la escuela en autobs, empez a rascarse la cabeza y el sobaco y se puso a hacer ruidos como de mono. Caldwell trat de fingir que no se daba cuenta de nada porque aquel chico era el mejor nadador del instituto. Tambin olmos hablar de miles de millones cuando se dan las cifras de la deuda nacional dijo. Nos debemos a nosotros mismos alrededor de doscientos sesenta mil millones de dlares en estos momentos. Y matar a Hitler nos cost alrededor de trescientos cincuenta mil millones. Tambin salen estas cifras hablando de estrellas. Hay alrededor de cien mil millones de estrellas en nuestra galaxia, qu galaxia es?, quin lo sabe? El sistema solar dijo Judy. La Va Lctea dijo Caldwell. En el sistema solar hay solamente una estrella. Cmo se llama? Caldwell dirigi su mirada hacia el fondo del aula, pero en la esquina de su campo de visin volvi a aparecer Judy que, pese a los esfuerzos del profesor, se levant para decir: Venus? Los chicos se rieron al orlo. Venus, venreo. Enfermedades venreas. Alguien dio una palmada. Venus es el planeta ms brillante explic Caldwell a Judy. Decimos que es una estrella porque tiene el mismo aspecto que las estrellas. Pero, naturalmente, la nica estrella de la que estamos cerca es... El Sol dijo uno de los alumnos. 29

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Caldwell nunca lleg a saber quin fue, porque en aquel momento estaba mirando el rostro tenso de Judith Lengel y tratando de decirle sin palabras que no deba permitir que su padre la humillara. Tranquilzate, chica; el da ms imprevisto encontrars tu pareja; te casars, tendrs hijos; sers tenida en consideracin. (No est mal: de vez en cuando Caldwell tena inspiraciones como stas.) Muy bien dijo a la clase, el Sol. Aqu tenemos otro nmero. En la pizarra escribi 6.000.000.000.000.000.000.000. Qu nmero es ste? y l mismo contest. Seis y, saltando de tro en tro mil, millones, miles de millones, billones, miles de billones, trillones, miles de trillones. Seis mil trillones. Qu es lo que representa este nmero? Unas caras mudas le miraban maravilladas y burlonas. Y volvi a responder l mismo. Es el peso de la Tierra expresado en toneladas. Pues bien dijo, el Sol pesa mucho ms. Escribi en la pizarra 333.000 diciendo, medio a la clase, medio a la pizarra: Tres-tres-tres cero-cero-cero. Si lo multiplicamos, obtendremos Skrkk, scrak, la tiza se parti uno nueve nueve ocho, seguido de veinticuatro huevos de ganso. Caldwell dio un paso atrs y mir; su trabajo le daba nuseas. 1.998.000.000.000.000.000.000.000.000 Los ceros le miraban: cada uno de ellos era una herida por la que se escapaba la palabra veneno. Esto es lo que pesa el Sol dijo Caldwell. A quin le importa? Las risas burbujearon a su alrededor. Dnde estaba? Hay algunas estrellas que son ms grandes dijo ganando tiempo, mientras que otras son ms pequeas. Despus del Sol, la estrella que est ms cerca de la Tierra es Alfa Centauro, que est a cuatro aos luz de distancia. La velocidad de la luz es de trescientos mil kilmetros por segundo. Caldwell escribi esta cifra en la pizarra. Cada vez le quedaba menos espacio. Esto equivale a nueve mil billones de kilmetros al ao. La estrella Alfa Centauro est a treinta y ocho billones de kilmetros de distancia. El tenso estmago de Caldwell liber una burbuja, y se trag un eructo. La Va Lctea, que en tiempos se crea que era el camino por el cual iban las almas de los muertos hacia el cielo, es una ilusin ptica; jams se podra alcanzar. Es como la niebla, que aunque avances hasta donde es ms espesa, nunca llegas a ese supuesto ncleo. La Va Lctea es como una neblina de estrellas que parece as porque la vemos desde muy lejos a travs de toda la galaxia; la galaxia es un disco en rotacin que tiene una anchura de cien mil aos luz; no s quin lo lanz. El centro de la galaxia est ms o menos en la direccin de la constelacin Sagitario; esta palabra significa arquero; en la clase anterior hemos tenido un arquero. Y ms all de nuestra galaxia hay otras galaxias, y en el universo debe haber en total al menos cien mil millones de galaxias, en cada una de las cuales hay cien mil millones de estrellas. Os dicen algo estas cifras? No dijo Deifendorf. Caldwell desarm el descaro de la respuesta mostrndose de acuerdo con l. Llevaba dedicado a la enseanza suficientes aos como para saber adelantarse a veces a los bastardos: A m tampoco. Me hacen pensar en la muerte. La mente humana slo es capaz de comprender cantidades ms pequeas. A la m... pero se acord que Zimmerman estaba all; la cara del director se levant atenta... mayora todo esto no les dice nada. Vamos a tratar de reducir a nuestra medida los cinco mil millones de aos. Digamos que hace tres das que existe el universo. Hoy es jueves, y son mir el reloj las doce 30

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menos veinte slo le quedaban veinte minutos; tendra que explicarlo de prisa. De acuerdo. El lunes pasado, al medioda, se produjo la mayor explosin que ha habido jams. Todava estamos en ella. Cuando miramos las otras galaxias no lo apreciamos, pero en realidad se estn alejando de nosotros. Cuanto ms lejos estn, ms rpido van. De acuerdo con los clculos, todas ellas estaban en un mismo sitio hace alrededor de cinco mil millones de aos; todos los millones y billones y trillones al cuadrado y otra vez al cuadrado de toneladas de materia que hay en el universo estaban comprimidos en una esfera de la mayor densidad posible, la densidad del interior del ncleo del tomo; un centmetro cbico de este huevo primitivo pesaba doscientas cincuenta toneladas. A Caldwell le dio la sensacin de que ese centmetro cbico acababa de ser depositado en sus intestinos. La astronoma le paralizaba; a veces, por la noche, cuando se tenda agotado en cama, le pareca que su maltrecho cuerpo era fantsticamente enorme y contena en su oscuridad mil millones de estrellas. Zimmerman estaba inclinado dicindole algo en voz baja a Iris Osgood; sus ojos vigilantes acariciaban las ocultas y suaves curvas de las tetas de la chica. La lujuria de Zimmerman dejaba sentir su olor por todo el aula; la chispa llegaba a los alumnos; por la forma en que Becky Davis encorvaba los hombros, Deifendorf, que estaba sentado detrs de ella, deba de estar hacindole cosquillas en el cuello con la goma de borrar de su lpiz. Becky era una indecente putilla que viva fuera del pueblo. Su cara era un pequeo tringulo blanco rodeado de un cuadrado almohadn de ensortijado pelo color carne. Era lerda; lerda y sucia. Caldwell continu luchando: La compresin era tan acentuada que la sustancia era inestable. Estall en un segundo, no un segundo de nuestro tiempo imaginario, sino un segundo real de tiempo real. Pues bien, me entendis?, en nuestra escala de tres das, durante toda la tarde del lunes el aire del universo estaba caliente y brillante, lleno de una energa radiante; al atardecer la dispersin haba alcanzado un grado suficiente para que reinara la oscuridad. El universo qued completamente a oscuras. Y la oscura materia (polvo, planetas, meteoros, desperdicios, basuras, piedras viejas) era mucho ms abundante que la materia luminosa. Durante la primera noche el flujo en expansin de sustancia universal estall en inmensas nubes de gas, las protogalaxias, y dentro de estas nubes, la atraccin gravitatoria condens unas bolas de gas que, bajo la presin de su propia masa en proceso de acumulacin, empezaron a arder. De esta forma, en algn momento antes del amanecer del jueves, empezaron a brillar las estrellas. Me segus? Y estas estrellas estaban rodeadas de nubes de materia en rotacin que se condensaron a su vez. Una de esas nubes era nuestra Tierra. Estaba fra, muchachos, lo bastante fra como para congelar no solamente el vapor de agua, sino incluso el nitrgeno, los xidos de carbono, el amoniaco y el metano; estos gases congelados en torno a las motas de polvo de materia slida se cristalizaron como copos de nieve que al principio se fueron concentrando lentamente, pero luego continuaron este proceso cada vez con mayor rapidez; pronto cayeron sobre la Tierra, que todava estaba en formacin, con suficiente velocidad como para generar bastante calor. La nieve csmica se fundi y volvi hacia el espacio dejando aqu en la Tierra una masa derretida de elementos minerales que son, en la totalidad del universo, una minora que no alcanza ni al uno por ciento. Muy bien. Ha pasado un da y nos quedan otros dos. Cuando lleg el medioda del segundo da se haba formado una corteza. Posiblemente fuera de basalto, y estaba totalmente cubierta por el ocano primitivo; luego se abrieron fisuras que vomitaron granito lquido y se convirtieron en los primeros continentes. Mientras, el hierro licuado, ms pesado que la lava, se hundi hacia el centro, donde constituy el ncleo fundido. Alguno de vosotros ha abierto alguna vez una pelota de golf? 31

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Caldwell haba notado que sus alumnos se haban ido hundiendo, abandonndole como el hierro inerte haba abandonado la corteza cada vez ms fra. La pelota de golf les despert un poco, pero no lo suficiente. Una mueca rodeada por un brazalete hizo una pausa a mitad de un pasillo, mientras pasaba una nota; Deifendorf dej de hacerle cosquillas a Becky Davis; Kegerise dej de garabatear; hasta Zimmerman levant la mirada. Quiz slo eran imaginaciones de Caldwell, pero le haba parecido que el viejo toro haba estado dando golpecitos en el lechoso brazo de Iris Osgood. No haba nada en esa clase que le fastidiara tanto como la sonrisa satisfecha que apareca en la obscena cara de Becky Davis; una cara sensual, maliciosa; la mir con tanta intensidad que sus labios pintados de carmn dijeron en defensa propia: Por dentro es azul. S dijo lentamente Caldwell, dentro de las pelotas de golf, debajo de las bandas de goma, hay una bolsita de fluido azul. Ahora ya no se acordaba de por qu haba mencionado la pelota de golf. Mir el reloj. Quedaban doce minutos. Sinti una patada en el estmago. Trat de quitar peso de la pierna herida. A medida que se iba secando la sangre, aumentaba el escozor que le produca el pinchazo del tobillo. Durante un da entero dijo, del medioda del martes hasta el medioda del mircoles, la Tierra permanece estril. Sin vida. No hay en ella nada ms que feas rocas, agua sucia, volcanes que vomitan, y todo se desliza y resbala y quiz se congela de vez en cuando, porque el Sol parpadea como una bombilla sucia y vieja. Ayer al medioda empez a asomar la vida. No era en s nada espectacular, simplemente un poco de limo. Ayer por la tarde, y durante casi toda la noche, toda vida se limitaba a lo microscpico. Entonces se volvi y escribi en la pizarra: Coricium enigmaticum Leptotrix Volvox. Golpe la primera palabra y la tiza se convirti en una gran larva clida y hmeda. Caldwell la dej caer de puro asco haciendo rer por lo bajo a toda la clase. Coricium enigmathum dijo Caldwell. Los restos carbnicos de este organismo marino primitivo que han sido encontrados en unas rocas de Finlandia se remontan al parecer a mil quinientos millones de aos. Tal como sugiere su nombre, esta forma de vida primitiva sigue siendo enigmtica, pero se cree que es un alga verdeazulada de un tipo parecido al que, todava en la actualidad, tie grandes zonas del ocano. Un avin de papel cruz el aire, se detuvo y descendi bruscamente; cay en el suelo del pasillo central y se convirti en una flor blanca abierta cuyo alarido de recin nacido sigui escuchando Caldwell hasta que termin la clase. De su hoja herida caa un fluido plido y Caldwell se excus interiormente ante los encargados de la limpieza. El heptotrix es un punto microscpico de vida cuyo nombre griego significa pequeo cabello. Esta bacteria era capaz de extraer de las sales frricas un grnulo de hierro puro y, aunque pueda parecer fantstico, haba tal cantidad de estas bacterias, que ellas son las responsables de todos los depsitos de hierro que han sido explotados por los hombres. Las crestas de Mesabi en el estado de Minnesota fueron creadas en su origen por unos ciudadanos norteamericanos tan pequeos que mil de ellos cabran en la cabeza de un alfiler. Luego, para ganar la Segunda Guerra Mundial, extrajimos el hierro para construir todos esos buques de guerra y esos tanques y jeeps y mquinas de CocaCola y la sierra qued convertida en un cadver que los chacales han dejado reducido a 32

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un esqueleto. Es horrible. Cuando yo era un nio y viva en Passaic, la gente deca que la sierra de Mesabi era una bella dama pelirroja tendida entre los lagos. No contento con hacer cosquillas con el lpiz, Deifendorf haba rodeado la garganta de la chica con sus manos y acariciaba con sus pulgares la parte inferior de su mandbula. El xtasis haca que la cara de la chica se fuera haciendo cada vez ms pequea. En tercer lugar grit Caldwell porque la corriente subterrnea de ruidos producidos en la clase suba a sus labios, el Volvox, que, de todos estos primeros ciudadanos del reino de la vida, resulta especialmente interesante porque fue el que invent la muerte. En la sustancia plsmica no hay razones intrnsecas por las cuales tenga que acabarse la vida. Las amebas no mueren nunca; y algunas clulas de esperma masculino, las que logran el xito, se convierten en la piedra fundamental de una nueva vida que se prolonga ms all del padre. Pero el volvox, una esfera rodante de algas flageladas que estaba organizada en dos clases de clulas, somticas y reproductivas, y que no es ni planta ni animal (vista al microscopio tiene el mismo aspecto que una de esas bolas que se ponen en los rboles de Navidad), al lanzar esta nueva idea de la cooperacin, hizo rozar la vida hacia el reino de la muerte segura. Hasta entonces, slo exista la posibilidad de la muerte accidental. Pues (aguantad un poco, chicos, slo quedan siete minutos ms de tortura), aunque cada clula es inmortal en potencia, al aceptar voluntariamente una funcin especializada en el seno de una sociedad organizada de clulas, entra en un medio ambiente comprometido. A la larga, la tensin gasta y acaba por matar la clula. Su muerte es un sacrificio, porque muere en beneficio del conjunto. Estas primeras clulas se cansaron de permanecer indolentes en esa espuma verde-azulada y dijeron: Unmonos y hagamos un volvox; ellas fueron las primeras altruistas. Los primeros seres que quisieron hacer el bien. Si llevara un sombrero puesto, me lo quitara para saludarlas. Fingi que se quitaba el sombrero y la clase se puso a chillar. Mark Youngerman peg un salto y su acn alcanz la pared; la pintura empez a arder en unas erupciones que se extendan lentamente sobre la pizarra lateral. Puos, garras y codos doblados se desdibujaron presas de pnico sobre los cicatrizados y barnizados pupitres; de toda aquella enloquecida masa en movimiento los nicos cuerpos que permanecan quietos eran los de Zimmerman e Iris Osgood. En algn momento, Zimmerman haba cruzado el pasillo y se haba sentado en el asiento de Iris. Haba rodeado los hombros de la chica con su brazo y miraba radiante y lleno de orgullo. Iris permaneca tranquila e inerte bajo su brazo, mirando al suelo con sus grises mejillas ligeramente sonrosadas. Caldwell mir el reloj. Le quedaban cinco minutos y todava tena que contar lo ms importante. Alrededor de las tres y media de esta maana dijo, mientras todava dormais vosotros en vuestras camas, las phylas de mayor tamao, excepto los cordados, aparecieron ya en forma desarrollada. Esto es al menos lo que nos dicen los fsiles. Hasta el amanecer, el animal ms importante del mundo era una cosa muy fea que se llamaba trilobites y estaba muy extendido en el fondo marino. Un chico de los que estaban junto a las ventanas haba colado al entrar en clase una bolsa de papel de una tienda de comestibles y ahora, tras recibir un codazo de un compaero, derram su contenido, un montn de trilobites vivos, en el suelo. La mayora meda apenas un par de centmetros; algunos, ms de un palmo. Parecan carcomas vistas con lupa, pero eran de color rojizo. Los ms grandes tenan en sus rojizos escudos ceflicos condones parcialmente desenrollados, como si se hubieran puesto un sombrero de goma para ir a una fiesta. Enseguida se pusieron a correr entre las patas metlicas de los pupitres, y sus cabezas sin cerebro y sus silbantes frentes 33

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cepillaban los tobillos de las chicas, que se pusieron a chillar y levantaron tan alto sus pies que se vieron los destellos de sus blancos muslos y de sus grises bragas. Aterrorizados, algunos de los trilobites se enroscaron hasta convertirse en bolas articuladas. Para divertirse, los chicos empezaron a dejar caer sus pesados libros de texto sobre estos primitivos artrpodos; una de las chicas, un enorme loro morado cubierto de plumas de barro, se agach rpidamente y cogi uno de los pequeos. Las minsculas patas dobles de aquel pequeo ser protestaban agitndose al notar que les faltaba el suelo. La chica lo aplast en su pintado hocico y lo mastic metdicamente. Caldwell calcul que, a la hora que era, lo mejor que poda hacer era tratar de controlar como pudiera el revuelo hasta que sonara la campana. A las siete en punto de esta maana explic, comprobando que algunas de las caras parecan estar escuchando aparecieron los primeros peces vertebrados. La corteza de la Tierra se comb. Y se redujeron los ocanos de la era Ordoviciense. Fats Frymoyer se inclin hacia un lado y ech al pequeo Billy Schupp del asiento; el chico, un frgil diabtico, cay al suelo. Cuando trat de levantarse, una mano annima le toc la cabeza y le empuj de nuevo hacia abajo. A las siete y media empezaron a crecer sobre la tierra las primeras plantas. En las cinagas, los peces dotados de pulmones aprendieron a respirar y a arrastrarse por el barro. A las ocho en punto aparecieron los anfibios. La Tierra estaba caliente. En la zona antrtica haba marismas. Crecieron frondosos bosques de helechos gigantes que luego cayeron para formar los depsitos de carbn que hay, por ejemplo, en nuestro propio estado, y que dan el nombre a esta era. Por eso, la palabra Pennsylvania puede referirse tanto a un holands tonto como a una fase del Paleozoico. Betty Jean Shilling haba estado masticando chicle; ahora sala de sus labios un globo autnticamente prodigioso, un globo del tamao de una pelota de ping-pong. Los ojos de la chica bizquearon a causa de la tensin y estuvieron a punto de salrsele de las rbitas por el esfuerzo. Pero el maravilloso globo estall, cubriendo su mentn de tiras de color rosa. Aparecieron a continuacin los insectos, que fueron diversificndose; haba liblulas con las alas de ms de setenta centmetros de largo. El mundo se enfri otra vez. Algunos anfibios volvieron al mar; otros empezaron a poner sus huevos en la tierra. Se trataba de reptiles que, durante dos horas, desde las nueve hasta las once, mientras la Tierra volva a calentarse, constituyeron la forma de vida dominante. Cruzaban el mar plesiosaurios de quince metros de longitud, mientras que, como paraguas rotos, agitaban sus alas en el cielo los pterosaurios. En tierra, seres gigantescos e imbciles hacan retumbar el suelo. De acuerdo con una seal preestablecida, todos los chicos se pusieron a producir un sonoro zumbido. No se movan los labios de nadie; los ojos se iban de ac para all inocentemente; pero el ambiente estaba cargado de una melosa insolencia en suspensin. Lo nico que poda hacer Caldwell era seguir nadando: Los brontosaurios tenan un cuerpo que pesaba treinta toneladas y un cerebro de slo cincuenta gramos. Los anatosaurios tenan dos mil dientes. Los tricertopos tenan un casco de huesos arrugados que meda ms de dos metros de largo. El tiranosaurio rex tena unos brazos diminutos y unos dientes que parecan navajas de doce centmetros, y fue elegido presidente. Coma de todo: carne de animales muertos y de animales vivos, esqueletos... Son la primera campanada. Los monitores salieron de clase a toda velocidad; uno de ellos pis la anmona del pasillo y la flor solt un estridente quejido. Dos chicos chocaron en la puerta y se apualaron con sus lpices. Crujan sus dientes; les salan mucosidades por los orificios nasales. Zimmerman haba conseguido de algn modo 34

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sacarle la blusa y el sujetador a Iris Osgood y los pechos de la chica aparecan sobre la superficie de su pupitre como dos tranquilas lunas comestibles. Quedan dos minutos grit Caldwell. El tono de su voz haba subido, como si alguien hubiese girado una clavija en su cabeza. Que todo el mundo se quede en su sitio. En la prxima clase hablaremos de los mamferos extinguidos y de las glaciaciones. Abreviando una historia que ha sido largusima, podramos decir que hace una hora, y tras la aparicin de las plantas con flor y de las diversas hierbas, surgieron nuestros fieles amigos los mamferos, que se hicieron dueos de la Tierra; y hace un minuto, hace un minuto... Deifendorf haba sacado a Becky Davis al pasillo y la chica se retorca y se rea entre los lampios brazos del muchacho. ... hace un minuto dijo Caldwell por tercera vez, pero alguien le arroj a la cara un puado de perdigones. Caldwell hizo una mueca de dolor y levant el brazo derecho para protegerse y dio gracias a Dios de no haber sido alcanzado de lleno en un ojo. Son para toda la vida. El estmago se le encogi en solidaridad con su pierna ... una pequea fiera que viva en un arbusto adquiri una visin capaz de captar el volumen por medio de sus dos ojos, y unas manos de pulgar opuesto a los otros cuatro dedos y capaces de asir, y una corteza cerebral especialmente desarrollada en respuesta a las condiciones especiales de la vida en los rboles, una pequea fiera que viva en los rboles y que actualmente todava puede encontrarse en Java, evolucion... La falda de la chica estaba enrollada en torno a su cintura. Ella estaba inclinada boca abajo sobre el pupitre y los pies de Deifendorf se agitaban en el estrecho pasillo. Mientras la cubra, en el rostro de Deifendorf apareci una mueca adormilada y ansiosa. El aula entera ola a establo. Caldwell estaba a punto de salirse de sus casillas. Tom el brillante astil de su mesa, avanz a travs de la enloquecedora confusin de libros cerrados de golpe, y azot, una vez, dos veces, azot la desnuda espalda de aquella bestia. Me rompi la rejilla del radiador. Dos tiras blancas brillaron en la carne de los hombros de Deifendorf. Caldwell vio horrorizado que estas dos tiras se iban poniendo lentamente rojas. Le quedaran verdugones. La pareja cay y se separ como un capullo roto. Deifendorf levant sus pequeos ojos pardos arrasados de lgrimas; la chica, en un ademn lleno de compostura, se arregl el pelo. La mano de Zimmerman garabateaba furiosamente en un rincn del campo de visin de Caldwell. El profesor, asombrado, volvi a su sitio frente a la clase. No haba tenido intencin de pegarle tan fuerte. Deposit el astil de la flecha en la tablilla de la tiza. Despus se volvi, y cerr los ojos, y el dolor abri sus hmedas alas en la roja oscuridad. Caldwell despeg los labios; hasta la mdula de sus propios huesos aborreca la historia que haba estado explicando: ... y apareci un animal trgico, capaz de desbastar piedras, capaz de hacer fuego, conocedor de la muerte... son, desapacible, el timbre; a lo largo y ancho de todo el edificio empez a orse un estruendo por los pasillos; Caldwell estuvo a punto de desfallecer, pero consigui mantener el equilibrio porque haba decidido terminar, ...un animal al que llamamos Hombre.

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Mi padre y mi madre estaban hablando. Ahora me despierto a menudo cuando reina el silencio, a tu lado, presa de miedo, despus de haber tenido unos sueos que dejan un amargo sabor de atesmo en mi estmago (ayer noche so que Hitler, un poco canoso con la lengua salindole por entre los labios, era encontrado vivo en Argentina). Pero por aquel entonces siempre me despertaba al or las voces de mis padres, unas voces que incluso cuando estaban de acuerdo discutan vivamente. Haba soado con un rbol, y a travs del sonido de sus palabras me dio la sensacin de pasar de ser un rbol a ser un chico que estaba echado en la cama. Yo tena quince aos y era 1947. Esa maana el tema pareca ser nuevo; no lograba captar su forma, sino simplemente sentir en mi interior, como si en mi sueo me hubiera tragado algo vivo que en aquel momento se despertara dentro de m, el inquieto peso de su pavor. No te preocupes, Cassie dijo mi padre. Su voz tena un sonido tmido, como si se hubiera puesto de espaldas. He tenido suerte de haber vivido tanto tiempo. George, si lo que quieres es asustarme, no tiene ninguna gracia contest mi madre. La voz de mi madre expresaba tan a menudo lo que yo quera or que mi propio cerebro a veces pensaba a travs de sus palabras; de hecho, ahora que soy mayor, oigo salir su voz por mis labios, sobre todo en las exclamaciones. Ahora me pareca que ya saba cul era el tema: mi padre tema estar enfermo. Cassie dijo mi padre, no tengas miedo. No quiero que tengas miedo. Yo no tengo miedo aadi con una voz empalidecida por la repeticin. S que tienes miedo dijo ella. Siempre me he preguntado por qu te levantas de la cama a medianoche. La voz de ella tambin era neutra. Me noto algo dijo l. Es como si fuera un cogulo de veneno. No consigo tragarlo. Este detalle hizo que ella se parase a considerarlo. Estas cosas no se pueden notar dijo ella con una voz bruscamente empequeecida, con el tono sumiso de una chiquilla. Lo noto dijo l con una voz que haba crecido otra vez. Como una serpiente venenosa que se ha enrollado en torno a mis intestinos. Bruuu! Desde la cama me imagin a mi padre haciendo este ruido: sola sacudir la cabeza tan bruscamente que se le agitaban los carrillos y los labios le quedaban vehementemente desdibujados. La imagen era tan viva que sonre. La conversacin, como si supieran que yo me haba despertado, llegaba a su conclusin; el tono de sus voces se oscureci. Aquel pequeo mordisco plido y compasivo, como un copo de 36

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nieve en el centro de su matrimonio, que yo haba entrevisto, incompleto, al amanecer, se ocult tras las familiares discusiones. El peso del sueo se retir de mi cabeza, la volv, y mir por la ventana. Unos pocos helechos cubiertos de escarcha brotaban por las esquinas inferiores de los cristales de la mitad superior. El primer sol bronceaba los rastrojos del amplio campo que se extenda al otro lado del sucio camino. El camino era rosa. Los rboles desnudos estaban blancos del lado de donde daba el sol; un curioso tinte rojizo brillaba en sus ramas. Todo pareca helado; los dos cables del telfono parecan trabados en el hielo azul del cielo. Era enero y lunes. Comenc a comprender. Despus de todos los fines de semana mi padre tena que reunir todas sus fuerzas para poder volver a ensear. Durante las vacaciones de Navidad le entraba la pereza y ahora tena que arremeter furiosamente hasta conseguir vencerla. El segundo trimestre, de Navidad a Pascua, era para l el largo camino. La semana pasada, primera semana del ao nuevo, haba ocurrido algo que le haba asustado. Lo nico que nos haba dicho, sin embargo, era que haba pegado a un alumno cuando Zimmerman se encontraba presente en el aula. No dramatices, George dijo mi madre. Qu es lo que sientes? S dnde lo tengo. Mi padre tena una forma de hablar con ella que era como si no le hablase, como si estuviera interpretando un papel para un pblico invisible que estaba con ella. Malditos cros. Su maldito odio ha hecho mella en m, y me lo noto como si tuviera una araa en el intestino grueso. No es odio, George dijo ella, es amor. Es odio, Cassie. Cada da tengo que enfrentarme a ese odio y s lo que es. Es amor insisti ella. Ellos quieren amarse los unos a los otros y t te interpones. Nadie te odia. T eres el hombre ideal. Me odian hasta la mdula. Les gustara matarme, y ahora se han puesto manos a la obra. Pim, pam. Estoy acabado. Ahora me tirarn la basura. George, si tan mal te sientes dijo mi madre, ya puedes correr a ver al doctor Appleton. Siempre que mi padre se ganaba la simpata que trataba de obtener, se pona brusco y haca payasadas. No quiero ver a ese bastardo. Me dir la verdad. Mi madre debi de darse la vuelta, porque el que habl fue mi abuelo. La verdad es siempre un consuelo dijo. Slo el demonio ama la mentira. Su voz, interpuesta entre las otras dos, pareca ms amplia pero ms dbil que las suyas, como si el abuelo fuera un gigante que hablara desde lejos. El demonio y yo, abuelo dijo mi padre. A m me gustan las mentiras. Digo mentiras todos los das. Me pagan por decirlas. Sonaron unos pasos en el suelo sin alfombrar de la cocina. Mi madre cruzaba frente a las escaleras, en el rincn de la casa diagonalmente opuesto al que ocupaba mi cama. Peter! grit. Ests despierto? Cerr los ojos y me relaj hasta deslizarme en mi clida guarida. Las mantas calentadas por mi cuerpo se convirtieron en blandas cadenas que tiraban de m hacia abajo; senta en la boca una rancia ambrosa arrulladora. El empapelado amarillo limn, en el que se vean unos pequeos medallones oscuros con unas caras que parecan gatos con el ceo fruncido, permaneca grabado en mis prpados, en negativo sobre fondo rojo. Volv a mi sueo anterior. Penny y yo estbamos detrs de un rbol. Los primeros botones de su blusa, unos botones que parecan perlas, estaban desabrochados como lo haban estado haca unas semanas, antes de las vacaciones de Navidad, en el oscuro Buick aparcado junto al instituto. A la altura de nuestras rodillas sonaba el ruido de la 37

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calefaccin. Pero el sueo transcurra en pleno da, en un bosque de rboles delgados atravesados por la luz. Un arrendajo penda colgado del aire completamente inmvil; tena todas sus plumas iluminadas, y pareca un colibr, pero tena las alas pegadas a los costados y sus ojos despiertos como cuentas de cristal negro. Al moverse pareci un pjaro disecado movido por hilos; pero estaba vivo. Peter, es hora de levantarse! La mueca de Penny estaba apoyada en mi regazo y yo palpaba el interior de su antebrazo. Palpaba una y otra vez con una paciencia que iba agotndose. Levant su manga de seda dejando ver la piel cruzada de venas verdes. Pareca como si el resto de la clase se hubiera congregado a nuestro alrededor en el bosque para mirarnos; pero no tena sensacin de percibir caras. Mi Penny se inclin hacia delante, Penny, mi tontita y preocupada Penny. Repentinamente, profundamente, la am. Una miel maravillosa se acumul en mi ingle. Los iris verdes con manchitas de Penny eran crculos perfectos cargados de preocupacin; un trocito interior de su labio inferior, lleno de humedad, brill nerviosamente: se repeta el aura que vi cuando, hace un mes, estando en ese coche oscuro, encontr mi mano entre sus clidos muslos apretados; slo lentamente pareci ella darse cuenta de que mi mano se encontraba all, pues pas un minuto antes de que ella rogara: No, y cuando retir mi mano me mir de aquel modo. La nica diferencia es que aquello ocurri a oscuras y ahora pasaba lo mismo bajo una radiante luz. Poda ver los poros de su nariz. Ella permaneca raramente quieta; algo iba mal. El dorso de mi mano izquierda estaba caliente y hmedo como cuando la saqu de entre sus muslos; la savia flua desde mis extremidades hacia la horcajadura de mi cuerpo. Me daba la sensacin de estar delicadamente relajado en medio de varios procesos. Cuando lleg desde abajo un fuerte estruendo anunciando que mi padre iba a mirar la hora en el reloj de la cocina, me entraron ganas de gritar: No, espera... Eh, Cassie, dile al chico que son las siete y diecisiete. Tengo un montn de trabajos por corregir, y necesito estar all a las ocho. Zimmerman pedir mi cabeza. As era l; y en el sueo ni siquiera pareca extrao. Ella se convirti en un rbol. Yo tena apoyada la cara contra el tronco del rbol, seguro de que era ella. Lo ltimo que so fue la corteza del rbol: las escabrosidades de la corteza cruzadas por negras grietas con pequeas manchas de liquen. Ella. Dios mo, era ella: aydame. Devulvemela. Peter! Es que quieres atormentar a tu padre? No! Ya me levanto. Por Dios. Pues, entonces, levntate. Levntate. Lo digo en serio, jovencito. Ahora mismo. Me estir y mi cuerpo se ensanch en los fros mrgenes de la cama. La savia comenz su reflujo. Lo emocionante del sueo fue que ella supo que estaba cambiando, haba notado que sus dedos se convertan en hojas, haba querido decrmelo (aquellos iris tan redondos) pero no lo haba hecho, me haba protegido, se haba transformado en rbol sin decir una sola palabra. Haba en Penny algo que el sueo me haba revelado con toda su fuerza, algo que hasta entonces apenas haba sentido, un amor que, aun siendo joven como era, a pesar de que haca poco tiempo que nos tocbamos, a pesar de lo poco que yo le daba, resultaba protector; ella era capaz de sacrificarse por m. Y mientras me preguntaba por qu, una experiencia exultante atraves todo mi cuerpo. Era una nueva capa de pintura en mi vida. Levntate y brilla, mi pequeo rayo de sol! Mi madre haba cambiado de tctica. Yo saba que la brillante pintura gris del alfizar de mi ventana estara fra como el hielo si estiraba mi mano y la tocaba. El sol haba subido un poquito ms. El camino sucio se haba convertido en una franja de brillante salmn. A este lado del camino, nuestro csped era una hoja de papel 38

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esmerilado con la que haban rascado pintura verde. Este invierno no haba nevado todava. Quizs este invierno no nevara. Era posible un invierno en el que no nevara? Peter! La voz de mi madre sonaba verdaderamente furiosa y salt de la cama sin pensrmelo. Me dispuse a vestirme procurando que mi piel no tocara nada duro y utilizando slo las puntas de los dedos para abrir la cmoda con los tiradores de cristal que parecan los afacetados cristales del amonio congelado. La casa era una granja algo remozada. El piso de arriba no tena calefaccin. Me saqu el pijama y permanec un momento disfrutando del martirio de mi desnudez: me pareca una forma astuta de criticar nuestra mudanza a un lugar tan primitivo. Haba sido idea de mi madre. A ella le encantaba la naturaleza. Permanec, pues, desnudo, como si delatara ante el mundo su locura. Si el mundo hubiese estado mirando se hubiera quedado asombrado porque mi barriga, como si hubiera sido picoteada por un gran pjaro, estaba salpicada de costras rojas del tamao de una moneda. Psoriasis. El nombre mismo de la alergia, tan extranjero, tan difcil de pronunciar, tan propenso a fomentar la tartamudez, haca ms intensa la humillacin. Humillacin, alergia: nunca saba qu nombre darle. No era una enfermedad, porque la generaba desde m mismo. Como alrgico, era sensible a casi todo: el chocolate, las patatas fritas, el algodn, el azcar, la grasa de frer, la excitacin nerviosa, la aridez, la oscuridad, la presin, los espacios cerrados, el clima temperado. De hecho, era alergia a la vida misma. Mi madre, de quien la haba heredado, deca a veces que era una desventaja. A m, esta forma de verlo me pareca un insulto. Al fin y al cabo era culpa suya; slo puede ser transmitida a los hijos por las mujeres. Si mi padre, cuyo alto cuerpo se combaba en pliegues de blanco puro, hubiera sido mi madre, mi piel hubiera sido inmaculada. Desventaja sonaba a substraccin, y esto era una adicin, algo que se me haba aadido. A esta edad disfrutaba de una extraa inocencia respecto al sufrimiento; crea que era algo necesario para los hombres. Me pareca que el sufrimiento estaba en todas partes, rodendome, y que yo fuera aparentemente una excepcin resultaba amenazador. No me haba roto nunca un hueso, era un chico brillante, mis padres me amaban abiertamente. En mi presuncin yo crea ser malvolamente afortunado. Por eso haba llegado por fin a creer que mi psoriasis era una maldicin. Dios, para hacer de m un hombre, me haba otorgado la bendicin de sufrir una maldicin rtmica que vena y se iba de acuerdo con sus estaciones. El sol del verano funda mis costras; en septiembre mi pecho y mis piernas estaban limpios aparte de un ligero moteado, invisibles semillas plidas que floreceran de nuevo cuando llegara la larga sombra seca del otoo y el invierno. La maldicin alcanzaba el punto culminante de su floracin en primavera; pero entonces el sol cada vez ms fuerte prometa la curacin. En enero no haba esperanzas. Los codos y las rodillas, zonas en las que la piel est sometida a presin, quedaban cubiertos de costras; en los tobillos, sobre todo en la zona en la que el abrazo de los calcetines favoreca la formacin de costras, crecan en tal cantidad que formaban casi una corteza ininterrumpida de color rosa. Tena los antebrazos lo bastante salpicados como para no poder arremangarme la camisa como hacan los otros chicos. Pero aparte de esto, cuando iba vestido, mi disfraz de ser humano normal era muy bueno. Dios se haba apiadado al llegar a mi cara; aparte de algunas huellas que aparecan a lo largo de la zona donde empezaba el pelo y que yo cubra con un flequillo, mi cara estaba limpia. Como mis manos, con la excepcin de un punteado en las uas que prcticamente no se notaba. En cambio, algunas uas de mi madre estaban completamente comidas por algo que pareca una podredumbre amarilla. En toda mi piel ardan llamas de fro; las pequeas pruebas de mi sexo estaban contradas en un tenso apiamiento. Todos los signos de animalidad normal de mi 39

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cuerpo me tranquilizaban. Me encantaban los pelos que por fin haban salido en mi pubis. Eran de un negro rojizo, metlicos y ensortijados, demasiado escasos para formar un matorral, tensos como muelles en aquel fro color limn. La idea de carecer de vello me pareca detestable; me senta indefenso en el vestuario cuando, mientras me cambiaba de ropa a toda prisa para evitar que alguien descubriera mi manto de manchas, vea que mis compaeros de curso estaban provistos ya de una coraza de pelo. La parte posterior de mis brazos estaba llena de bultos que yo frotaba muy fuerte. Adems, como un pobre que cuenta sus monedas, sola pasar mis palmas por mi abdomen. Porque el ms recndito secreto, el giro final de mi vergenza, era que la textura de mi psoriasis islas delicadamente elevadas que convertan en plata la suavidad que las rodeaba, constelaciones de asperezas cuya desigual distribucin sobre mi cuerpo pareca un ritmo vivo de pausas y movimientos me resultaba en privado agradable. Slo quien haya disfrutado del placer de notar que una gran costra cede y se separa del cuerpo bajo la insistencia de una ua sabr de lo que hablo. Slo me miraban los medallones del empapelado. Fui a la cmoda y encontr unos calzoncillos cuya goma todava era elstica. Me puse una camiseta al revs. T vivirs ms que yo, abuelo dijo en voz alta mi padre desde abajo. Llevo la muerte en mis intestinos. La forma brutal con que dijo esta frase afect a mis propios intestinos, que se me pusieron resbaladizos y perentorios. El chico se ha levantado, George dijo mi madre. Cuando quieras puedes terminar la funcin. Su voz ya no sonaba al pie de la escalera. Eh? Crees que esto puede trastornar al chico? Mi padre cumpli los cincuenta justo antes de Navidad; siempre haba dicho que no llegara a los cincuenta. Al franquear esa barrera se le haba soltado la lengua, como si, estando muerto desde el punto de vista matemtico, no importara ya nada de lo que deca. A veces, su fantasmal libertad me asustaba. Me qued deliberando delante del armario. Quiz prevea que llevara durante mucho tiempo la ropa que me pusiera. Quizs el peso de la inminente ordala me haca actuar con ms lentitud que de costumbre. Reprendiendo mi duda, un estornudo se concentr en mi nariz y not una fuerte comezn. Senta un dulce dolor en la vejiga. Saqu de la percha los pantalones de franela gris, aunque tenan bastante mal la raya. Yo tena tres pares de pantalones; los de color marrn estaban en la tintorera, y los azules estaban echados a perder por culpa de una ligera palidez que apareca en el extremo inferior de la bragueta. Para m aquello era un misterio, y me senta injustamente condenado cuando regresaron de la tintorera con una insultante tira impresa que deca: No nos hacemos responsables de las manchas imposibles de quitar. En cuanto a la camisa, la ms adecuada era la roja. Casi nunca me la pona porque el color brillante de sus hombros haca que destacaran mucho las blancas motas que caan de mi cuero cabelludo como una nevada de caspa. No era caspa, y yo se lo quera decir a todo el mundo, como si eso me exonerase. Pero si me acordaba de no rascarme la cabeza no pasara nada, y adems un impulso generoso me permiti rechazar el riesgo. Decid que aquel da llevara a mis compaeros de curso un regalo de luz roja, una chispa gigante, un smbolo del calor. El tacto de sus mangas de lana en mis brazos era agradable. Era una camisa de ocho dlares; mi madre no entenda por qu no me la pona. Casi nunca tena conciencia de mi desventaja y, cuando la tena, su solicitud llegaba a ser exagerada y me trataba como si yo fuera un pedazo de ella. De hecho, su alergia, aparte de la presencia de las costras en su cuero cabelludo y lo de las uas, era incomparablemente ms suave que la ma. Yo no estaba resentido, sin embargo, porque 40

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ella sufra de otras maneras. No, Cassie deca mi padre, el abuelo debera vivir ms que yo. Ha tenido una vida ejemplar. El abuelo Kramer merece vivir eternamente. Antes de or la contestacin de mi madre, yo saba muy bien cmo se iba a tomar esta frase: como una pulla lanzada contra su padre por vivir tanto tiempo, por seguir siendo, ao tras ao, una carga. Ella crea que mi padre intentaba empujar al abuelo a la tumba fastidindole todo lo posible. Tena razn mi madre? Aunque haba muchas cosas que encajaban en su teora, yo nunca la cre. Era una teora demasiado ingeniosa y demasiado sombra. Por el ruido del fregadero que estaba debajo de m supe que ella se haba dado la vuelta sin contestar. Poda imaginar su cuerpo moteado de ira, las aletas de su nariz blanqueadas y la piel de encima agitada por visibles pulsaciones. Me dio la sensacin de cabalgar sobre las olas de emocin que se agitaban debajo de m. Cuando me sent al borde de la cama para ponerme los calcetines, el viejo piso de madera se levant bajo mis pies. Nunca sabemos dijo mi abuelo en qu momento seremos llamados. Aqu abajo nadie sabe nunca a quin necesitarn arriba. Diablos, pues yo s muy bien que a m no me necesitan dijo mi padre. Si de alguna cosa puede prescindir Dios, es de contemplar mi fea cara. Pero l sabe cunto te necesitamos nosotros, George. T no me necesitas, Cassie. Estaras mucho mejor sin m. Mi padre muri a los cuarenta y nueve aos y eso fue lo mejor que hizo en su vida por nosotros: morir pronto. Tu padre era un hombre desengaado le dijo mi madre. T no tienes motivos para serlo. Tienes un hijo maravilloso, una bonita granja, y una esposa que te adora... En cuanto el viejo estuvo en la tumba continu mi padre, mi madre empez a vivir de verdad. Aqullos fueron los aos ms felices de su vida. Era la supermujer, abuelo. Creo que es muy triste dijo mi madre que no est permitido que un hombre se case con su madre. No te engaes, Cassie. Mi madre consigui que la vida de mi padre fuera un infierno en la Tierra. Se lo comi crudo. Uno de los calcetines tena un agujero en el taln y me lo puse de modo que quedara bastante dentro del zapato. Era lunes, y en el cajn de los calcetines no me quedaban ms que los hurfanos y un par de calcetines de lana inglesa que mi ta Alma me haba enviado estas Navidades desde Troy, estado de Nueva York. Trabajaba en esa ciudad de jefe de compras de ropa de nios en unos almacenes. Imagin que los calcetines que me haba enviado deban de ser caros, pero cuando me los puse abultaban tanto que me daba la sensacin de tener ueros en todos los dedos de los pies, y nunca me los pona. Una de mis vanidades era usar zapatos de una talla un poco ms pequea de la que me corresponda. Detestaba tener los pies grandes; siempre haba querido tener los cascos sutiles y rpidos de un bailarn. Golpeando el suelo con el tacn y la punta del pie, sal de mi habitacin y cruc frente a la de mis padres. Las mantas de su cama estaban brutalmente vueltas hacia abajo y dejaban ver un colchn atravesado por dos depresiones. La superficie de su cicatrizada cmoda estaba llena de peines de todos los tamaos y todos los colores del plstico, recogidos por mi padre en el Departamento de Objetos Perdidos del instituto. Siempre traa a casa chismes de esta clase, como si se burlara de su funcin de proveedor. La escalera de aquella casa de campo, que descenda entre una pared de yeso y un tabique de madera, era estrecha y muy pendiente. Al final, los escalones se curvaban y 41

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quedaban reducidos a estrechas y gastadas uas; haca falta una barandilla. Mi padre estaba seguro de que el abuelo, que cuando miraba hacia abajo vea muy poco, se caera cualquier da; siempre deca que iba a poner un pasamanos. Incluso haba llegado a comprar el pasamanos, por un dlar, en una tienda de trastos viejos que haba en Alton. Pero haba quedado olvidado en el establo. Casi todos los proyectos de mi padre en relacin con esta casa terminaban as. Brincando al son de graciosas notas, como Fred Astaire, baj golpeando el yeso desnudo con mi brazo derecho. Esta pared de suave piel ligeramente ondulada pareca el flanco de una gran criatura tranquila a la que daba vida el fro que llegaba a travs de las piedras desde el exterior. Las paredes de esta casa eran gruesos muros de piedra arenisca levantados haca un siglo por fuertes albailes mticos. Cierra la puerta de la escalera dijo mi madre. No queramos que el calor se escapara hacia arriba. Todava puedo verlo todo. La planta baja tena dos largas habitaciones, la cocina y la sala, comunicadas por dos puertas situadas una al lado de la otra. El piso de la cocina estaba hecho de anchas tablas viejas de pino que haban sido lijadas y enceradas recientemente. Un orificio por el que sala aire caliente se abra en estas tablas al pie de la escalera, y lanz una clida corriente hacia mis tobillos al pasar. La corriente levantaba la punta de una hoja de un peridico, el Sun de Alton, que haba cado al suelo, como suplicando ser ledo. Tenamos la casa llena de diarios y revistas que inundaban los alfizares de las ventanas y se derramaban del sof. Mi padre los traa en fardos; tena alguna relacin con la campaa de recogida de papeles de los Boy Scouts, pero al parecer nunca llegbamos a llevrselos. En lugar de eso iban dando traspis por el suelo en espera de que alguien los leyera, y cuando mi padre se encontraba por la noche en casa sin tener adnde ir, lea desconsoladamente todo un montn. Lea a una velocidad tremenda, y deca que nunca haba llegado a aprender o recordar nada de lo que haba ledo. Me molesta sacarte de la cama, Peter me dijo. Si algo necesita un chico de tu edad es dormir. Yo no le vea porque estaba en la sala. A travs de la primera puerta entrev unos troncos de cerezo que ardan en el hogar, aunque tambin estaba encendido el nuevo horno del stano. En el estrecho fragmento de pared de la cocina que haba entre las dos puertas colgaba un cuadro pintado por m que representaba el patio de atrs de nuestra casa de Olinger. El hombro de mi madre lo eclipsaba. Desde que estbamos en el campo se haba acostumbrado a ponerse gruesos jerseys de hombre, a pesar de que tanto durante su juventud como en la poca de Olinger, cuando todava estaba delgada y cuando yo la reconoc por primera vez como mi madre, haba sido siempre una mujer a la que le gustaba vestirse al estilo de lo que en aquel condado se llama de fantasa. Con un golpecito seco que era como una regaina sin palabras, coloc un vaso de zumo de naranja en el sitio de la mesa que yo sola ocupar. Entre la mesa y la pared haba algo parecido a un pasillo, y ella lo llenaba. Frenado por su cuerpo, di una patada en el suelo. Ella sali del hueco. La dej atrs, y pas delante de la segunda puerta, a travs de la cual entrev a mi abuelo adormilado en el sof junto a un montn de revistas y la cabeza inclinada como si rezara o durmiese y sus refinadas manos pulcramente cruzadas sobre el vientre de su suave jersey gris. Cruc despus ante la alta repisa, donde haba dos relojes que marcaban las 7.30 y las 7.23 respectivamente. El reloj ms adelantado era rojo y elctrico y de plstico, y lo haba comprado mi padre porque estaba rebajado. El ms atrasado era oscuro, de madera, adornado, de los antiguos de cuerda, y haba sido heredado del padre de mi abuelo, un hombre que cuando yo nac haca mucho tiempo que haba muerto. El reloj ms viejo estaba colocado sobre la repisa; el otro estaba colgado de un clavo. Dej atrs el rectngulo blanco de la nevera y sal fuera. Haba dos 42

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puertas, la puerta y la contrapuerta, separadas por un ancho umbral de piedra arenisca. Cuando estaba entre las dos o la voz de mi padre que deca: Por Dios, abuelo, cuando yo era nio nunca consegua dormir. Por eso me encuentro tan mal ahora. Haba un pequeo porche de cemento en el que estaba la bomba del agua. Aunque la casa tena luz elctrica, todava no haba agua corriente. La tierra de fuera del porche, hmeda en verano, se haba contrado por las heladas, y la frgil hierba ocultaba crujientes cuevas que se cerraban bajo mis pies. La alta hierba de la pendiente del huerto estaba blanqueada por remolinos de escarcha que parecan fragmentos de paralizada niebla. Fui a orinar detrs de un matorral de forsythias demasiado cercano a la casa. A menudo mi madre se quejaba del hedor; para ella el campo representaba la pureza, pero yo no poda tomrmela en serio. Me pareca evidente que la tierra se alimentaba de la podredumbre y los excrementos. Tuve una grotesca visin en la que mi orina se congelaba en el aire y se me quedaba pegada. De hecho no fue as y cay al suelo, donde estuvo humeando unos instantes sobre la capa de hierba y paja que constitua el suelo sobre el que se elevaban las entrelazadas enaguas del desnudo matorral. Lady sali escarbando de su caseta, derramando paja, e introdujo sus negros orificios nasales entre la verja de alambre para mirarme. Buenos das dije yo, caballerosamente. Cuando me acerqu al gallinero ella dio un gran salto en el aire, y cuando introduje mis manos por uno de los escarchados agujeros para darle un golpe, se agit y amenaz con dar otro salto. Su pelaje se haba esponjado para preservarse del fro y estaba salpicado de briznas de paja. La textura de su garganta era plumosa; la parte superior de la cabeza pareca, en cambio, encerada. Se notaban debajo del pelo los huesos y msculos tibios y delgados. Por su forma de mover hambrienta la cabeza, como si quisiera coger mis manos, tem que mis dedos resbalaran hasta sus ojos tan vulnerablemente protuberantes; unas lentes de oscura gelatina. Qu tal se encuentra? le pregunt. Ha dormido bien? Ha soado con conejos? Conejos! Era delicioso ver cmo mi voz haca que girase en remolino, lanzara acometidas, meneara la cola y se quejara. Al agacharme, el fro me penetr por detrs y me apretuj la espalda. Cuando me puse otra vez de pie, los rectngulos de alambre que mi mano haba tocado eran negros porque mi piel haba fundido la ptina de escarcha. Lady salt como si alguien hubiera soltado un muelle. Meti una pata dentro del bebedero y lo volc, pero, contra lo que yo esperaba, el agua no se derram porque estaba totalmente helada. Durante el instante que transcurri hasta que mi cerebro lleg a comprender lo que mis ojos vean, me pareci un milagro. Ahora, el aire, que ni la ms mnima brisa mova, empez a endurecerse a mi alrededor y camin de prisa. Mi cepillo dental, rgido de fro, se haba pegado al soporte de aluminio que estaba atornillado en el poste del porche. Lo arranqu de un tirn. Los cuatro primeros golpes que di a la palanca de la bomba fueron intiles. Al dar el quinto, sali de las profundidades de la condenada tierra un chorro vaporoso de agua que salpic el pequeo glaciar pardo lleno de surcos que se haba formado en el bebedero. El agua herrumbrosa quit al cepillo su rgida envoltura, pero cuando me lo puse en la boca era como un caramelo de palo completamente inspido. El fro se col por los empastes y me dolieron las muelas. La pasta dentfrica depositada sobre las cerdas se fundi en un sabor a menta. Lady observaba mi actuacin con un salvaje placer que haca que su cuerpo se hinchara y retorciera, y cuando escup ladr en seal de aplauso, 43

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cada ladrido se convirti en una bocanada de escarcha. Volv a colocar el cepillo en su sitio y la salud con una reverencia, y tuve la satisfaccin de or que el aplauso continuaba mientras yo me retiraba tras la doble cortina, la contrapuerta y la puerta principal. Ahora los relojes marcaban las 7.35 y las 7.28. El bao de aire caliente que me rode al entrar en la cocina, del color de la miel, me hizo moverme ms perezosamente a pesar de que los relojes me aguijoneaban. Por qu ladra la perra? pregunt mi madre. Se muere de fro dije. Hace demasiado fro ah fuera. Por qu no la dejamos entrar? No podras hacerle nada peor grit, invisible, mi padre. En cuanto se acostumbre a estar dentro de casa, morir de pulmona como el ltimo que tuvimos. Los animales han de vivir en su ambiente. Eh, Cassie: qu hora es? En qu reloj? En el mo. Poco ms de las siete y media. El otro marca algo menos de las siete y media. Tenemos que irnos, chico. Hay que ponerse en movimiento. Mi madre me dijo: Come, Peter. Y a mi padre: Esa baratija que compraste se adelanta, George. Segn el del abuelo te quedan cinco minutos. No es una baratija. Antes de las rebajas costaba trece dlares, Cassie. Es de la General Electric. Si dice que son menos veinte, llegar tarde. Tmate deprisa el caf, chico. El tiempo y la marea no esperan. Y menos a alguien que tiene una araa en el intestino dijo mi madre, rebosas energa. Luego, volvindose a m, aadi: Peter, no oyes a tu padre? Yo haba estado admirando una sombra color espliego que haba bajo el nogal de mi cuadro del patio de nuestra antigua casa. Siempre me haba gustado mucho aquel rbol; cuando yo era pequeo haba un columpio sujeto a la rama que en el cuadro no era ms que un poquito de negro. Mientras miraba esas manchas negras, reviv el movimiento de mi esptula, un segundo de mi vida que, maravillosamente, se haba perpetuado. Creo que fue esta perpetuacin, esta posibilidad de fijar unos pocos segundos fugaces, lo que me llev, a los cinco aos, al arte. Porque no es aproximadamente a esa edad cuando comprendemos que las cosas, si no mueren, ciertamente cambian, se agitan, se deslizan, se alejan y, como los brochazos de sol en los ladrillos bajo una parra en un da ventoso de junio, cambian tanto que acaban por no tener identidad? Peter dijo mi madre en un tono que no admita rplica. Me tom el zumo de naranja en dos tragos y, para dejarla preocupada dije: La pobre perra est ah fuera y ni siquiera tiene nada que beber, lo mximo que puede hacer es lamer el pedazo de hielo que tiene en su bebedero. En la otra habitacin mi abuelo se movi y dijo: ste era uno de los dichos favoritos de Jake Beam, que era jefe de la antigua estacin de los Hornos Bertha, antes de que suprimieran el servicio de pasajeros. El tiempo y la marea, deca solemnemente, y el tren de Alton no esperan. De acuerdo, pero, abuelo dijo mi padre, te has parado alguna vez a pensar si hay algn hombre que espere al tiempo? Ante tal absurdo, mi abuelo guard silencio y mi madre, que llevaba un cacharro 44

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lleno de agua recin hervida para mi caf, entr en la otra habitacin para defenderle: George dijo, por qu no sales y pones el coche en marcha en lugar de atormentar a todo el mundo con tus tonteras? Qu? dijo l. Es que le he hecho algn dao al abuelo? Si es as, no tena ninguna intencin de hacerlo, abuelo. Lo que he dicho lo deca en serio. Llevo toda mi vida oyendo esa frase sobre el tiempo, y no la entiendo. Qu quiere decir? Si se lo preguntas a la gente, no hay ningn bastardo que quiera decrtelo. Ni tampoco ninguno que sea honrado, porque nadie admite que no lo sabe. Pues es fcil, significa dijo mi madre, y despus dud porque, al igual que me haba ocurrido a m, le daba la sensacin de que la ansiosa curiosidad de mi padre le haba privado al dicho de su sencillo significado, significa que no podemos conseguir lo imposible. Ah, no, mira dijo mi padre continuando con ese tono ligeramente elevado de voz que trataba siempre de encontrar un asidero en superficies planas, yo era hijo de un pastor. Me educaron en la creencia, que todava mantengo, de que Dios hizo al Hombre a su imagen y semejanza y que era lo mejor de su Creacin. Si esto es as, en qu consiste este tiempo que es tan superior a nosotros? Mi madre volvi a entrar en la cocina, se inclin sobre m, y verti el agua humeante en mi taza. Yo levant la cabeza y le dirig una disimulada sonrisa de complicidad; a menudo nos burlbamos de mi padre. Pero ella mantuvo los ojos fijos en mi taza y, sosteniendo el asa del cacharro con un guante de cocina estampado de flores, verti el agua en ella sin derramarla. El polvo de color marrn, Maxwell Instant, form un diminuto montculo en la superficie humeante del agua y despus se disolvi tindola de negro. Mi madre revolvi el lquido con mi cucharilla y una espiral de espuma marrn dio vueltas en la taza. Cmete los cereales, Peter me dijo. No puedo le dije. Tengo el estmago revuelto, me duele. Quera vengarme porque ella haba rechazado mi intento de complicidad. Me fastidiaba que mi padre, aquel hombre triste y tonto que yo crea que haba quedado excluido desde haca tiempo de nuestro romance, me hubiera robado aquella maana el lugar que yo ocupaba en los pensamientos de mi madre. Abuelo deca ahora mi padre, no tena intencin de hacerte dao; es que estas expresiones antiguas me enloquecen de tal manera que cuando las oigo me pongo furioso. Son tan autosuficientes que no las soporto. Si esos viejos campesinos, o quienquiera que las invent, tienen algo que decirme, sera mejor que vinieran ahora mismo y lo dijeran. George dijo mi madre, fuiste t el primero que la utiliz. l cambi de tema: Eh, qu hora es? La leche estaba demasiado fra, el caf demasiado caliente. Tom un sorbo y me quem el paladar; despus de esto la fra masa blanda y pastosa del maz resultaba nauseabunda. Como para convertir mi mentira en verdad, el estmago empez a dolerme; el tictac de los minutos me lo iba pellizcando. Ya estoy listo grit, estoy listo, estoy listo. Estaba actuando como mi padre con sus interpretaciones para un pblico invisible, con la diferencia de que su pblico estaba lejos y era preciso gritar, y el mo estaba justo al otro lado de las candilejas. Un muchacho agarrndose cmicamente la barriga cruza el escenario hacia la izquierda. Entr en la sala para coger el chaquetn y los libros. Mi chaquetn de marinero color guisante, curtido y fiel, estaba colgado tras una puerta. Mi padre se hallaba sentado en un balancn vuelto de espaldas al fuego que silbaba y 45

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bailaba en el hogar. Llevaba puesto el abrigo, un chaquetn harapiento a cuadros con botones de los ms variados estilos que haba rescatado de una venta realizada en alguna iglesia y que le vena pequeo y apenas si le llegaba a las rodillas. En la cabeza llevaba un horrendo gorro de punto azul que haba encontrado en un cubo de basuras en el instituto. Como se lo pona hasta las orejas, le daba el aspecto de un tonto grandulln, de los que salen en los tebeos. Haca poco que haba cogido la mana de ponerse ese gorro y yo me preguntaba por qu. Todava tena mucho pelo en la cabeza, y casi ninguna cana. Para m, mi padre era un ser que no cambiaba. De hecho, aparentaba menos aos de los que tena. Cuando volvi hacia m su cabeza, su cara era la de un pcaro pilluelo prematuramente endurecido por la experiencia. Su infancia transcurri en un barrio humilde de Passaic. Su cara, formada por brillantes bultos y pliegues poco profundos, me pareca a la vez tierna y brutal, sabia y ciega; todava la dignificaba la gran distancia que al principio la haba elevado un poco hacia el cielo. Cuando yo era pequeo y mi estatura alcanzaba solamente el nivel de sus rodillas y le miraba junto a la pared de ladrillo que conduca a la parra de nuestra casa de Olinger, me pareca que era tan alto como las copas de los castaos de Indias y crea que mientras todo siguiera as nada ira mal. Tienes los libros en el alfizar de la ventana me dijo. Te has comido los cereales? Yo repliqu seriamente: No paras de decirme que llegamos tarde. Recog mis libros. El de latn, de un azul desteido, con la cubierta desencuadernada. El elegante libro rojo de lgebra, que era una nueva edicin de este ao; cada vez que volva una pgina, el papel emanaba un aroma picante y virginal. Un grueso libro gris muy pesado, el de ciencias, que era la asignatura de mi padre. En la cubierta haba un grabado triangular con el dibujo de un dinosaurio, un tomo ardiendo como una estrella y un microscopio. En el lomo de este libro uno de sus anteriores propietarios haba escrito con tinta azul y letras enormes la palabra FIDO. El tamao de la inscripcin pareca pattico y abyecto, como un monumento religioso abandonado. Fido Hornbecker haba sido un astro del rugby cuando yo estaba en sptimo. En la lista de nombres escritos en la parte interior de la tapa, y en la que el mo era el ltimo, no fui nunca capaz de adivinar cul era el nombre de la chica que haba estado enamorada de l. En cinco aos, yo era el primer chico que se haba convertido en dueo de aquel libro. Los cuatro nombres escritos encima del mo: Mary Heffner Evelyn Mays Bitsy Rhea Furstweibler Phyllis L. Gerhardt se haban fundido para m en uno solo, el de una ninfa de caligrafa inconstante. Quiz todas ellas haban amado a Fido. Robarle tiempo a la comida dijo el abuelo es como robarse tiempo a uno mismo. El chico es como yo, abuelo dijo mi padre. Tampoco yo tuve nunca tiempo suficiente para comer despacio. Acaba pronto; es todo lo que me decan. La pobreza es algo terrible. Las manos de mi abuelo se enlazaban y desenlazaban cautelosamente, y sus botines se movan agitadamente. Su personalidad estaba en perfecto contraste con la de mi padre porque, en su vejez, imaginaba que si la gente le prestaba atencin, era capaz de 46

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encontrar respuesta a cualquier clase de pregunta y consolar todas las incertidumbres. Yo ira a ver al doctor Appleton dijo el abuelo aclarndose la garganta con extrema delicadeza, como si sus mucosidades fueran papel japons. Conoca muy bien a su padre. Los Appleton llevan en el condado desde el primer momento. Estaba baado en la blanca luz que dan las ventanas en invierno y, en comparacin con aquella cabeza en forma de bala de mi padre que formaba un enorme bulto negro contra el fuego chisporroteante, pareca una criatura ms evolucionada. Mi padre se puso en pie: Cuando yo voy a verle le dijo a mi abuelo, lo nico que hace es fanfarronear. Haba agitacin en la cocina. Las puertas geman y se cerraban de golpe; unas fuertes garras araaban el pico de madera. La perra entr corriendo en la sala. Lady pareca planear sobre la alfombra, agachndose como azotada por la alegra. Con un frentico movimiento natatorio ara con los pies un punto de la vieja alfombra morada que, aunque estaba gastada, todava poda soltar cuando la frotaban una pelusa color espliego. Mi abuela, cuando esta alfombra estaba en Olinger y ella estaba todava viva, llamaba ratones a estas bolas de pelusa. Lady estaba tan contenta de haber podido entrar que pareca un estallido de buenas noticias, un peludo revoltillo de vertiginoso xtasis que al virar emita el olor de la mofeta que haba matado haca una semana. Luego salt en persecucin de un dios. Se lanz hacia mi padre, cambi de direccin al pasar delante de mis piernas, salt al sof y, frenticamente agradecida, lami la cara de mi abuelo. En las andadas de su larga vida, mi abuelo haba tenido amargas experiencias con perros y los tema. Grit en son de protesta, retirando su cara hacia el otro lado y levantando sus elegantes manos resecas contra el blanco pecho de Lady. El tono de su voz al protestar resultaba extrao por su fuerza gutural, como si surgiera de una salvaje oscuridad que ninguno de nosotros hubiera llegado jams a conocer. La perra apret su inquieto hocico contra la oreja del abuelo, y mene tan alocadamente el lomo que las revistas empezaron a resbalar hacia el suelo. Todos nos movimos dispuestos a actuar; mi padre se levant para rescatar al abuelo, pero antes de que llegara al sof ya se haba puesto en pie. Luego, los tres corrimos hacia la cocina mientras Lady daba vueltas alrededor de nuestros pies. Mi madre debi de pensar que tenamos una actitud acusadora, y nos grit: La he dejado entrar porque no soportaba or sus ladridos. Mi madre pareca a punto de llorar; yo estaba asombrado. Mi preocupacin por Lady haba sido fingida. Y no haba odo que siguiera ladrando. Una mirada a la moteada garganta de mi madre bast para que supiera que estaba furiosa. De repente me entraron deseos de irme; ella haba inyectado en la confusin un calor rechinante que haca que todo estuviera pegajoso. Casi nunca consegua saber qu era lo que la sacaba de sus casillas; sus furias eran tan pasajeras como una tormenta. Se haba enfadado por la absurda discusin de mi padre y mi abuelo, que a ella le haba sonado como si fuera un asesinato? Era quiz por algo que haba hecho yo, por mi arrogante lentitud? Ansioso por librarme de su furia, volv a sentarme a pesar de llevar puesta mi rgida chaqueta y prob otra vez el caf. Todava estaba demasiado caliente. Bast un sorbo para abrasar mi sentido del gusto y anularlo. Por Dios, chico dijo mi padre. Faltan slo diez minutos. Me voy a quedar sin trabajo como no nos vayamos. Eso es slo en tu reloj, George dijo mi madre. Como me estaba defendiendo, yo no poda ser la causa de su ira. Por nuestro reloj te quedan todava diecisiete minutos. Vuestro reloj no va bien le dijo mi padre. Zimmerman me desollar. 47

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Voy, voy dije levantndome. La primera campana sonaba a las ocho y veinte. Desde nuestra casa a Olinger haba veinte minutos en coche. Me sent comprimido por lo justo del tiempo. Las paredes de mi vaco estmago estaban pegadas la una a la otra. Mi abuelo avanz trabajosamente hacia la nevera y cogi de encima el chilln paquete de pan de molde. Se mova con un acentuado y complicado aire de persona que cree no llamar la atencin, y aquella actitud hizo que todos le mirramos. Abri el envoltorio de papel de cera y sac una rebanada de pan blanco que a continuacin dobl por la mitad e introdujo pulcramente en su boca. La elasticidad de su boca era maravillosa; bajo su bigote color ceniza apareci un abismo sin dientes dispuesto a recibir la rebanada de un solo bocado. El tranquilo canibalismo de este nmero siempre enfureca a mi madre: Abuelo dijo, no puedes esperar a que salgan de casa para ponerte a torturar el pan? Tom un ltimo sorbo de caf hirviente y, cuando sal por la puerta, nos quedamos todos apretujados en la pequea zona de linleo comprendida entre la puerta, la pared en que sonaba el tictac y el zumbido de los relojes, la nevera y el fregadero. Haba una intensa congestin. Mi madre pugnaba por pasar ms all de donde estaba su padre y llegar a la cocina. l se ech hacia atrs y dio la sensacin de que su oscura vaina quedaba incrustada en la puerta de la nevera. Mi padre, que era con mucho el ms alto de todos, permaneci rgido y anunci por encima de nuestras cabezas a su invisible pblico: Al matadero. Estos malditos chicos me han metido su odio en los intestinos. Se pasa todo el da royendo ese pan y al final me parece que tengo la cabeza llena de ratones protest mi madre y, mientras el borde de psoriasis de su melena se pona rojo, se encogi para pasar al otro lado del abuelo, tom una tostada fra y un pltano, y me los dio. Yo tuve que cambiar los libros de mano para coger lo que me daba. Mi pobre chico hambriento dijo mi madre. Mi nica joya. A la fbrica de odio grit mi padre para aguijonearme. Desconcertado, y ansioso por satisfacer a mi madre, me haba parado un instante a darle un mordisco a la tostada fra. Si hay algo en esta vida que detesto dijo mi madre dirigindose en parte a m y en parte al techo, mientras mi padre se inclinaba y tocaba su mejilla con uno de sus desacostumbrados besos, es un hombre que deteste el sexo. Mi abuelo levant con dificultad sus manos desde el estrecho rincn donde se encontraba y con una voz apagada por el pan dijo: Mi bendicin. Siempre lo deca, del mismo modo que no haba noche que, al disponerse a ascender por la colina de madera, no dijera volvindose hacia nosotros: Dulces sueos. Haba levantado sus elegantes manos para dar su bendicin en un ademn que era tambin expresivo de la rendicin y como si unos diminutos ngeles hubieran estado agarrados a ellas de la liberacin. Lo que mejor conoca de mi abuelo eran sus manos, pues como yo era el miembro de la familia con los ojos ms jvenes, me incumba el deber de arrancarle con las pinzas de mi madre los microscpicos pinchos pardos que se le incrustaban en la seca, sensible y translcida piel moteada de sus palmas cuando se iba a dar una vuelta y arrancar malas hierbas por los alrededores de la casa. Gracias, abuelo, la vamos a necesitar dijo mi padre abriendo la puerta de un empujn tal que hizo saltar astillas de la hoja. Nunca abra del todo el pestillo de forma que, al empujar la puerta, siempre encontraba cierta resistencia. 48

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Ya la he fastidiado dijo mirando su reloj. Cuando avanc para seguirle, la mejilla de mi madre roz la ma. Y si hay una cosa que detesto tener en mi casa grit mi madre son relojes rojos baratos. A salvo en el porche, pues mi padre ya doblaba a zancadas la esquina del edificio, mir atrs, pero fue un error. Al contemplar aquella imagen, la tostada que tena en mi boca adquiri un sabor salado. Mi madre, arrastrada por el impulso de su ltima frase, se haba acercado a la pared y a travs del cristal, que me impidi or el ruido que produca, vi que arrancaba de su clavo el reloj elctrico y haca como que iba a arrojarlo al suelo. Sin embargo, no lo hizo, acercndolo a su pecho, donde lo arrull como a un beb mientras aparecan unos brillos hmedos en sus mejillas. Sus ojos se abrieron con desesperacin, encontrndose con los mos. De joven haba sido una mujer bella y sus ojos no haban envejecido. Era como si se quedara desconcertada cada da al contemplar su destino. Detrs de ella, su padre, con la cabeza inclinada en un movimiento obsequioso y sus elsticas mandbulas agitadas por la lenta masticacin, cruzaba en direccin a su rincn de la sala. Deseaba que mi cara adoptase una expresin consoladora o de contagioso humor, pero estaba helada de miedo. Me daba tanto miedo ella como su situacin. Y, sin embargo, senta tambin amor por ella, no se vaya a pensar que la vida que llevbamos juntos, pese a tanta frustracin mutua, no era buena. Era buena. Nos movamos, en cierto sentido, en un escenario firme, resonante de metforas. Cuando mi abuela yaca agonizante en Olinger y yo era solamente un chiquillo, le o preguntar con una voz casi inaudible: Ser una pequea diablesa? Despus se tom un trago de vino y a la maana siguiente ya estaba muerta. S. Vivamos bajo la mirada de Dios.

Mi padre cruzaba a zancadas aquel csped que pareca papel de esmeril. Le di alcance. Los pequeos montculos levantados por los topos durante la poca del buen tiempo restaban uniformidad a la superficie. La pared del establo, un alto pentgono moteado, estaba completamente iluminada por el sol. Mam ha estado a punto de hacer trizas el reloj le dije a mi padre cuando le alcanc. Se lo dije para que se sintiera ofendido. Est de un humor raro dijo. Tu madre es una autntica femme, Peter. Si yo hubiera sido un hombre de verdad, la hubiera puesto a trabajar en los teatros de variedades cuando era joven. Ella cree que molestas al abuelo. Eh? S? El abuelo Kramer me encanta. En mi vida he conocido a ningn hombre tan encantador como l. Le adoro. Pareca que las palabras estaban recortadas y apagadas por los quietos volmenes de aire fro que hendan nuestras mejillas. Nuestro Buick negro, un cuatro puertas del 36, esperaba junto al establo con el morro mirando hacia abajo. Antes, el coche tena una elegantsima y preciosa rejilla delante del radiador; mi padre, inesperadamente pues las cosas materiales apenas si tenan significado para l, se haba mostrado al principio muy orgulloso de aquellas delgadas lneas paralelas de reluciente cromado. El otoo pasado, el embarrado y achacoso Chevrolet de Ray Deifendorf se neg a arrancar cuando estaba en el aparcamiento del instituto y mi padre, con su caracterstico cristianismo impulsivo, se prest voluntariamente a empujarle y, justo cuando haban logrado alcanzar la velocidad suficiente, Deifendorf cometi la estupidez de frenar, y la 49

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rejilla del radiador de nuestro coche se aplast contra el parachoques del de Deifendorf. Yo no estaba all. El propio Deifendorf me cont, riendo, que mi padre sali corriendo a ver la parte delantera del coche y que recogi todos los pedacitos de metal roto mientras murmuraba para s: Es posible que puedan soldarlos. Seguramente Hummel podr. Soldar una rejilla tan destrozada! Deifendorf me lo cont de una manera que hasta yo tuve que rerme. Los brillantes fragmentos de la rejilla seguan haciendo ruido en el portamaletas, y la cara de nuestro coche qued como si le hubieran partido unos cuantos dientes. Era un coche largo y pesado, y necesitaba que le calibraran los cilindros. Tambin le haca falta una batera nueva. Mi padre y yo entramos y l puso el starter, conect el arranque y se qued escuchando, con la cabeza inclinada, mientras el motor se resista a ponerse en marcha. La escarcha que haba sobre el parabrisas dejaba el interior del coche en penumbra. Pareca imposible conseguir que el motor resucitase. Escuchamos tan atentamente que fue como si en la mente de los dos se dibujara la misma imagen cristalizada, la imagen de la parda biela luchando en su parda caverna, patinando ms all del cenit de su revolucin, y luego retirndose, rechazada. No haba ni asomo de chispa. Cerr los ojos para iniciar una rpida oracin y o decir a mi padre: Santo cielo, chico, estamos metidos en un buen lo. Sali y ara frenticamente la escarcha del parabrisas con las uas hasta dejar limpio un espacio delante del asiento del conductor. Yo sal por mi lado y nos pusimos a empujar los dos cada uno en su puerta. Una vez. Dos veces. Una tercera vez inmensa. Con un ligero ruido los neumticos se despegaron de la helada tierra de la rampa del establo. La resistencia del peso del coche empez a disminuir; descendamos indolentemente pendiente abajo. Saltamos los dos dentro, cerramos de golpe las puertas, y el coche empez a coger velocidad por el camino engravillado que giraba y despus se hunda dejando atrs el establo. Las piedras crujan bajo nuestros neumticos como fragmentos de hielo al partirse. Con una aceleracin llena de dignidad el coche se trag la parte ms pronunciada de la bajada, mi padre solt el embrague para meter la marcha, el chasis dio una sacudida, tosi el motor, arranc, arranc, y enseguida estuvimos en marcha, volando por la rosada recta que enmarcaban un prado verde plido y un llano campo en barbecho. Pasaban tan pocos coches por este camino que en el centro crecan multitud de hierbajos. Los labios de mi padre, apretados hasta ahora, se distendieron ligeramente. Meti gasolina en el sediento motor. Si ahora nos quedbamos parados sera fatal, porque ya no tendramos ninguna pendiente para ponerlo en marcha. Hundi la mitad del starter. El motor reson en un tono ms alto. A travs de los claros bordes de la hoja de escarcha que cubra el parabrisas poda ver lo que haba delante; nos acercbamos al lmite de nuestras tierras. Nuestro prado terminaba donde el terreno empezaba a elevarse. Nuestro gallardo cap negro avanz hacia la pequea subida del camino, se la trag con piedras y todo, y la escupi dejndola atrs. A nuestra derecha, el buzn de Silas Schoelkopf nos salud con su tiesa banderita roja. Habamos logrado escapar de nuestras tierras. Mir atrs: nuestra casa era un pequeo grupo de edificios alojados en un costado del valle que cada vez se haca ms borroso. El alero del establo y el gallinero eran de un rojo suave. Del cubo estucado donde habamos dormido sala, como un ltimo jirn de nuestros sueos, una espiral de humo que, vista contra los bosques morados, pareca azul. El camino volvi a hundirse y nuestra casa desapareci; nadie nos persegua. Schoelkopf tena un estanque, y sobre el hielo caminaban unos patos del color de las teclas de un piano viejo. A nuestra izquierda, el alto y encalado establo de Jesse Flagler pareca lanzar un bocado de heno en nuestra direccin. Entrev el redondo ojo marrn de una vaca. 50

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El sucio camino llevaba hasta la carretera 122 y se encontraba con ella en un ngulo traicionero en el que era fcil que se calara el motor. En ese punto haba una fila de buzones que pareca una calle de pajareras, una seal de STOP llena de oxidados agujeros de bala, y un manzano con las ramas podadas. Mi padre mir hacia la carretera y dedujo que estaba vaca; sin tocar el freno, nos hizo avanzar a saltos por el ltimo trecho de camino. Ya estbamos sobre el terreno firme y seguro de macadn. Meti la segunda, hizo rugir el motor, meti la tercera, y el Buick avanz exultante. Olinger estaba a diecisiete kilmetros. A partir de aquel punto el viaje sera una bajada. Me com media tostada. Las fras migajas se derramaron sobre mis libros y mi regazo. Pel el pltano y me lo com entero, ms para satisfacer a mi madre que para saciar el hambre, y baj el cristal de la ventanilla lo suficiente para tirar la piel y el resto de la tostada hacia el campo que nos rozaba. Anuncios redondos, rectangulares y octogonales nos hablaban desde los mrgenes de los campos. En uno de los lados de un viejo establo haba un gran cartel que deca: CON PONY AHORRAR BUJAS. Los campos en los que durante el verano los seguidores de Amish2 con gorros y sombreros negros recogan tomates, y en los que hombres gordos montados en tractores rojos de nariz estrecha se bamboleaban en mares de cebada, parecan, ahora que estaban desnudos de cultivos, dolorosamente expuestos a la intemperie; como si estuvieran rogando al cielo que les cubriera con una manta de nieve. En una curva, una gasolinera con dos surtidores, cuyas paredes estaban cubiertas de viejos carteles que anunciaban refrescos, se cruz en nuestro camino y pronto qued atrs para reaparecer en el espejo retrovisor ridculamente encogida; su manchado cartel con el caballo volador era ya ilegible y cada vez se haca ms pequeo. Una bajada de la carretera hizo que la portezuela de la guantera se pusiera a temblar. Cruzamos Firetown. El pueblo propiamente dicho se reduca a cuatro casas de piedra arenisca; en ellas haban vivido las familias de la aristocracia rural de la zona. Durante cincuenta aos una de esas casas haba sido la posada Ten Mile Inn, y todava haba junto al porche una barandilla para amarrar los caballos. Las ventanas estaban atrancadas con tablas. Ms all de este ncleo el pueblo se iba adelgazando en la zona de construcciones nuevas: un almacn de bloques de hormign en el que vendan cerveza por cajas; dos casas nuevas de altos cimientos y sin escalera en la parte delantera, pero ambas habitadas por familias; una choza de cazadores, bastante retirada de la carretera y cuyas luces encendan los fines de semana grupos integrados por numerosos hombres y a veces unas cuantas mujeres; algunas casas con techo de ripias construidas antes de la guerra, tan altas como si fueran de ciudad y llenas, segn afirmaba mi abuelo, de nios ilegtimos que moran de hambre. Nos cruzamos con un autobs escolar de color naranja que se balanceaba avanzando en direccin contraria, de camino al instituto de la ciudad. Yo viva ahora en el distrito perteneciente a ese instituto, pero como mi padre trabajaba en el de Olinger no tuve que cambiar. Los nios de nuestra vecindad me daban miedo. Mi madre me haba obligado a hacerme miembro del club 4-H. Mis compaeros tenan los ojos ovalados y achinados y la piel suave y parda. Tanto la lerda inocencia de algunos como la astucia maliciosamente ilimitada de otros me parecan igualmente salvajes y ajenas a mis civilizadsimas aspiraciones. Nos reunamos en el stano de la iglesia, y cuando pasbamos una hora viendo diapositivas sobre las enfermedades del ganado y las plagas de los cereales, yo me pona a sudar de claustrofobia; luego bogaba en el aire fro del exterior y me zambulla, una vez en casa, en mi libro de reproducciones de Vermeer, del mismo modo que un hombre que ha estado a punto de ahogarse se aferra a la playa.
2 Se refiere a familias que siguen las doctrinas de Jakob Ammann, menonita del siglo XVII, y que se establecieron en Pennsylvania a partir de 1720. (N. del T.)

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A nuestra derecha apareci el cementerio; las lpidas rectangulares estaban dispuestas en diversos grados de inclinacin junto a los montculos. Despus, la robusta aguja de piedra arenisca de la iglesia luterana de Firetown se elev por encima de los rboles y por un instante lami con su nueva luz el sol. Mi abuelo haba ayudado a construir esa aguja, empujando grandes piedras en una carretilla por un camino de tablones combados. Muchas veces nos explicaba, acompaando sus palabras de exquisitas indicaciones de sus dedos, cmo se arqueaban hacia abajo los tablones a su paso. Empezamos a descender la cuesta de Fire Hill, la ms larga y menos pronunciada de las dos colinas de la carretera que iba a Olinger y despus segua hasta Alton. A mitad del descenso, el follaje de los bordes de la carretera empez a desaparecer y se abri ante nosotros una magnfica vista. El valle que se abra ante nosotros me recordaba el fondo de un Durero. Dominndolo desde unas cuantas hectreas de montculos y ondulaciones cortados por vallas grises y salpicados de rocas que parecan ovejas, haba una casita que daba la sensacin de haber brotado de la tierra. Esta casita ofreca del lado de la carretera una ancha chimenea en forma de botella construida contra una pared con piedras del campo y recientemente encalada. Y de esta ancha chimenea blanqusima, cuya tosca mole una la plana pared a la ondulada tierra, sala una delgadsima columna de humo que evidenciaba que alguien viva all. Imagin que cuando mi abuelo ayud a construir el campanario, toda la zona deba de tener este aspecto. Mi padre hundi todo el starter. La aguja del indicador de temperatura pareca haberse pegado a su lecho en el lado izquierdo de su cuadrante; la calefaccin se negaba a hacerse sentir. Las manos de mi padre se movan con dolorosa rapidez por el metal y la dura goma. Dnde tienes los guantes? le pregunt. Detrs, no? Me volv y mir; en el asiento de atrs estaban, con los dedos cerrados, los guantes de piel que le haba comprado yo por Navidad, entre un arrugado mapa de carreteras y un rollo de cuerda de embalar. Me haban costado casi nueve dlares. El dinero proceda de una pequea cuenta de ahorros que haba abierto el verano anterior con dinero ganado con mi proyecto para el club 4-H, una parcelita de fresales. Los guantes salieron tan caros que a mi madre slo pude comprarle un libro y a mi abuelo un pauelo; yo quera que mi padre cuidara ms su atuendo y su comodidad, como los padres de mis amigos. Y los guantes le gustaron. Se los puso el primer da, pero luego se quedaron en el asiento delantero del coche, hasta que un da, en que se apretujaron tres personas en el asiento delantero, fueron arrojados al de atrs. Por qu no te los pones nunca? le pregunt. Casi siempre que yo le hablaba lo haca con tono acusador. Son demasiado buenos dijo. Son unos guantes preciosos, Peter. S reconocer la piel buena. Debieron de costarte muchsimo dinero. No tanto, pero no tienes fro en las manos? S. Chico, hace muchsimo fro. Estamos en pleno invierno. No quieres ponerte los guantes? Una nube de vapor y porquera de la carretera cruz rozando el perfil de mi padre. l emergi de sus pensamientos para decirme: Si alguien me hubiese regalado unos guantes como stos cuando yo era un chico, me hubiera puesto a llorar de verdad. Estas palabras le hicieron dao a mi estmago porque estaban cargadas con el peso de lo que haba odo al despertarme. Lo nico que haba llegado a comprender era que 52

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mi padre tena algo dentro, pero pens que no sera difcil averiguar qu era eso, que, en mi opinin, deba de ser lo mismo que le haca resistirse a usar mis guantes; y eso a pesar de que yo sospechaba que mi padre era demasiado viejo y demasiado mayor como para que yo pudiera enmendarlo o hacerle cambiar completamente, e incluso para que mi madre pudiera conseguirlo. Me acerqu a l y estudi los bordes de carne blanca que se formaban en los puntos donde sus manos apretaban el volante. Las arrugas de su piel parecan fisuras; los pelos, pedazos de hierba negra. El dorso de sus manos estaba salpicado de verrugas de color castao claro. El volante debe de estar como el hielo le dije. Mi voz son igual que la de mi madre cuando un rato antes dijo: Esas cosas no se pueden sentir. La verdad, Peter, me duele tanto la muela que no siento nada ms. Me sorprendi y me alivi orselo decir; un dolor de muelas era algo nuevo; quizs eso que tena dentro no era ms que una neuralgia. Cul? le pregunt. Una de la parte de atrs. Mi padre sorbi saliva y aspir aire; su mejilla, que se haba cortado esta maana al afeitarse, se arrug. La sangre del corte pareca muy oscura. Es muy fcil, basta que vayas al dentista a que te lo mire. No s exactamente cul es. Probablemente son todas. Tendra que hacerme arrancar todos los dientes. Y que me pusieran una dentadura postiza. Tendra que ir a uno de esos carniceros de Alton a que me los sacara todos y me lo arreglara en un da. Ahora te incrustan los dientes artificiales en las encas. De verdad? S. Son unos sdicos, Peter. Unos sdicos mongoloides. No puedo creerlo dije. La calefaccin, deshelada por el descenso de la pendiente, se puso a funcionar; un aire marrn calentado por tubos oxidados lleg a mis tobillos. Cada maana, este acontecimiento era como un rescate. Ahora que este margen de comodidad estaba garantizado, puse la radio. Su pequeo cuadrante en forma de termmetro brillaba con una macilenta luz anaranjada. Cuando las vlvulas se calentaron, surgieron crujientes y melladas voces nocturnas que cantaban en la brillante maana azul. Sent comezn en el cuero cabelludo; la piel se me puso tensa. Las voces, negroides y rsticas, parecan abrirse paso a travs de la meloda por encima de obstculos que las hacan resbalar, saltar y tartamudear; y este recortado terreno pareca ser mi tierra. Lo que expresaban las canciones era los Estados Unidos de Amrica: montaas cubiertas de pinares, ocanos de algodn, tostadas inmensidades del Oeste embrujadas por voces incorpreas y quebradas por el amor que invadan el aire cerrado del Buick. Un anuncio dicho con untuosa irona hablaba consoladoramente de las ciudades, a las que yo esperaba que mi vida me condujera, y despus son una cancin como un ferrocarril a vapor, una cancin de ritmo muy marcado, irresistible, que arrastraba al cantante como un vagabundo hasta sus momentos culminantes, y me pareci que mi padre y yo ramos irresistibles en nuestro subir y bajar por las irregularidades de nuestra sufrida tierra, gozando del calor en medio de tanto fro. En aquellos tiempos la radio me aproximaba a mi futuro, un futuro en el que yo era poderoso: tena los armarios llenos de ropa bonita, y mi piel era suave como la leche, y pintaba, rodeado de riqueza y fama, cuadros celestiales y fros como los de Vermeer. Saba que el propio Vermeer haba vivido oscura y pobremente. Pero saba que haba vivido en tiempos atrasados. Y saba por las revistas que lea que los tiempos que yo viva no eran atrasados. Cierto, en todo el condado de Alton slo mi madre y yo parecamos habernos enterado de la existencia de 53

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Vermeer, pero en las grandes ciudades tena que haber por fuerza miles de personas que le conocieran, miles de personas que adems eran ricas. A mi alrededor haba jarrones y muebles barnizados. Sobre un almidonado mantel haba una hogaza de pan tierno adornado con puntillistas toques de luz. Al otro lado de mi balcn brillaba el milln de ventanas de una ciudad permanentemente iluminada por el sol que se llamaba Nueva York. Mis paredes blancas aceptaban una suave brisa aromatizada con especias. En el umbral haba una mujer cuya imagen reflejaba como una sombra el pulido embaldosado. La mujer me miraba; su labio inferior era ligeramente grueso y negligente, como el labio inferior de la chica del turbante azul de La Haya. Entre las imgenes que las canciones de la radio pincelaban rpidamente para m, el nico espacio en blanco era el de la tela que yo estaba cubriendo de manera bellsima, elegante y preciosa. No era capaz de visualizar mi obra; pero era, pese a carecer de rasgos, tan radiante que se converta en el centro de todo mientras arrastraba a mi padre en la cola de un cometa a travs del espacio expectante de nuestra nacin llena de canciones. Pasado el pueblecito de Galilee, recogido y aproximadamente del mismo tamao que Firetown, a la altura de la Seven-Mile Tavern y la estructura del almacn de Potteiger, como una plomada la carretera se extenda en recta, y mi padre siempre aceleraba. Despus de la granja modelo y de los edificios de la central lechera Clover Leaf, donde unas cintas transportadoras se llevaban el estircol de las vacas, la carretera cortaba como un cuchillo el espacio entre dos altos terraplenes de erosionada tierra roja. All haba un hombre haciendo autostop junto a un pequeo montn de piedras. Al acercarnos a l, mientras su silueta quedaba claramente recortada contra la pendiente de arcilla, advert que llevaba unos zapatos demasiado grandes que sobresalan de forma curiosa detrs de sus talones. Mi padre apret los frenos tan bruscamente que pareca que hubiese reconocido a aquel hombre; ste se puso a correr hacia nuestro coche sacudiendo sus zapatos. Llevaba un traje pardo muy gastado con unas rayas verticales muy delgadas que parecan incoherentemente elegantes, y llevaba cogido contra su pecho, como para abrigarse, un paquete de papeles fuertemente apretado con fino cordel. Mi padre se inclin hacia mi lado, abri mi ventanilla, y grit: No llegamos a Alton, nos quedamos en la cumbre de la Coughdrop Hill. El hombre se agach junto a nuestra puerta. Parpade. Llevaba anudado en torno a su cuello un sucio pauelo verde que apretaba el cuello y las solapas de su chaqueta contra su pecho y su garganta. Era ms viejo de lo que su delgadez vista desde lejos hubiera hecho pensar. Alguna oscura fuerza de la pobreza o las inclemencias del tiempo haban frotado su blanca cara hasta hacer que le asomaran las venas; en sus mejillas haban incubado trocitos de color morado que parecan diminutas serpientes. Los rasgos delicados de sus hinchados labios me hicieron pensar que quiz fuera maricn. Un da, mientras esperaba a mi padre frente a la biblioteca pblica de Alton, se me acerc un vagabundo que andaba arrastrando los pies, y las pocas palabras que musit antes de que yo saliera huyendo me asustaron. Me senta, debido a que mi amor por las chicas no se haba consumado por el momento, me senta expuesto por ese lado: una habitacin de tres paredes en la que cualquier ladrn poda entrar. Me sent lleno de un odio irracional contra el viajero. La ventanilla que mi padre haba abierto para hablar con l dejaba entrar un aire fro y las orejas me dolan. Como de ordinario, las corteses disculpas de mi padre haban obstaculizado las relaciones que deseaba entablar con naturalidad. El hombre estaba desconcertado. Esperamos a que su cerebro se descongelara lo suficiente como para absorber lo que haba dicho mi padre. 54

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No llegamos a Alton dijo mi padre otra vez, y, movido por la impaciencia, se inclin tanto que su enorme cabeza qued frente a mi cara. Mi padre bizqueaba y al hacerlo se form junto a su ojo una red de arrugas pardas. El hombre se inclin hacia el interior y yo me sent absurdamente pellizcado entre sus viejas y ajadas caras. Mientras, la locomotora musical continuaba saliendo de la radio y pens que ojal pudiera subirme a ese tren. Hasta dnde van? pregunt el hombre. Habl sin mover apenas los labios. En la parte superior de la cabeza tena el cabello lacio y muy escaso, y haca tanto tiempo que no se lo haba cortado que le caa arremolinado en mechones por encima de las orejas. Seis kilmetros; entre dijo mi padre en tono repentinamente decidido. Abri mi puerta y me dijo: Crrete, Peter. Deja que este seor se ponga junto a la calefaccin. Ir detrs dijo el hombre, haciendo as que mi odio disminuyera un poco. En sus modales haba vestigios de buena educacin. Pero cuando se dispuso a entrar detrs hizo algo curioso. No levant los dedos de mi ventanilla hasta que, con el otro brazo, sujetando con dificultad el paquete contra su costado, abri la puerta de atrs. Como si nosotros, mi altruista padre y yo, un ser inocente, furamos un traicionero animal negro que l estuviera cazando. Una vez seguro en la cavidad que haba detrs de nosotros, suspir y dijo con una de esas voces serosas que parece siempre se retractan en mitad de la frase: Qu da tan jodido. Se te hielan los huevos. Mi padre puso la primera e hizo algo sorprendente: volviendo la cabeza para hablar con el desconocido, apag mi radio. La locomotora musical, y toda su carga de sueos, desapareci cayendo al vaco. La copiosa pureza de mi futuro encogi sus dimensiones para quedar reducida a la exigua confusin de mi presente. Mientras no nieve dijo mi padre. Eso es lo que me preocupa. Cada maana rezo: Dios mo, que no nieve. Invisible a mi espalda, el hombre haca ruido con la nariz y se ensanchaba lquidamente como si fuese un monstruo primitivo que tratara de volver a la vida tras haber salido de un glaciar. Y t, chico? me dijo. Not a travs de los cabellos del cogote que se adelantaba. A ti no te importa la nieve, verdad? Pobre chico dijo mi padre, ahora ya no puede ir nunca en trineo. Nos lo llevamos del pueblo donde le gustaba estar y ahora vivimos en el campo. Seguro que le gusta la nieve dijo el hombre. Apuesto a que disfruta con la nieve. Era como si para l la nieve tuviera otro significado; indudablemente, era marica. Yo estaba ms furioso que asustado: mi padre estaba a mi lado. Tambin a l le extraaba la obsesin de nuestro invitado. Qu, Peter me dijo, todava te gusta tanto la nieve? No dije yo. El hombre solt un hmedo estornudo. Mi padre le dijo sin volver la cabeza: De dnde viene usted? Del norte. Y va a Alton, no? Supongo. Conoce Alton? Estuve una vez. De qu trabaja? Emmm, soy cocinero. 55

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Cocinero! Es un trabajo admirable. Y s que no trata usted de engaarme. Qu planes tiene? Quedarse en Alton? Hmmm. Slo me quedar un tiempo para trabajar un poco y con lo que gane seguir hacia el sur. Sabe usted, seor? dijo mi padre. Lo que usted hace es lo que siempre me habra gustado hacer. Ir de sitio en sitio. Vivir como los pjaros. Agitar las alas en cuanto empieza el fro y volar hacia el sur. Desconcertado, el hombre sonri. Mi padre continu: Siempre me ha gustado la idea de vivir en Florida y jams he estado ni siquiera cerca de all. En toda mi vida no he bajado ms al sur que las veces que he ido al gran estado de Maryland. Hay poca cosa en Maryland. Recuerdo que en la escuela elemental de Passaic dijo mi padre siempre nos hablaban de las escalinatas blancas de Baltimore. Decan que all, todas las maanas, salan las amas de casa con el cubo y la fregona y limpiaban esas escaleras de mrmol hasta dejarlas relucientes. Lo ha visto usted alguna vez? He estado en Baltimore, pero eso no lo he visto nunca. Eso pensaba yo. Nos engaaban. Por qu diablos tiene que haber nadie dispuesto a pasarse la vida fregando una escalinata de mrmol que en cuanto terminas de fregarla pasa un imbcil con los zapatos sucios y la mancha con sus pisadas? Siempre me pareci increble. Yo no lo he visto nunca dijo el hombre, como si lamentara haber causado una desilusin tan radical. Mi padre demostraba un nulo inters en mostrarse sensible a sus interlocutores, desconcertando a los desconocidos que, sin comerlo ni beberlo, se vean de esta manera comprometidos en una ftil aunque perentoria bsqueda de la verdad. La perentoriedad con que se haba lanzado esta maana en esa bsqueda pareca especialmente acusada, como si temiera que le quedara poco tiempo por delante. Su siguiente pregunta la formul prcticamente a gritos: Cmo es que se ha quedado atrapado en este lugar? De estar en sus zapatos, seor, me ira tan rpidamente a Florida que ni siquiera podra ver usted el polvo que levantaba detrs de m. Viva en Albany con un tipo dijo a su pesar el viajero. Mi corazn se estremeci al ver confirmados mis temores; pero mi padre pareca no darse cuenta de que habamos entrado en aquel horrible territorio. Un amigo? pregunt. S, algo as. Qu pas? Le traicion? El hombre se sinti tan a gusto al or esta ltima pregunta que se inclin hacia delante. Exacto, amigo le dijo a mi padre. Eso fue precisamente lo que hizo el muy cabrn. Lo siento, chico. No se preocupe dijo mi padre. Este pobre chico oye ms palabrotas en un da que yo en toda mi vida. Es por su madre; es una mujer que ve las cosas como son y no puede evitarlo. Gracias a Dios, yo soy medio ciego y casi sordo. El cielo protege al ignorante. Agradec confusamente a mi padre que hubiera conjurado al cielo y a mi madre como mis protectores, como un dique capaz de contener la riada de perversas confidencias que derramaba nuestro invitado; pero me qued muy resentido contra l por haberme mencionado en una conversacin con un hombre de stos, que zambullera la sombra de mi personalidad en aquel cenagoso pantano. Me pareci que la tensin que 56

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supona que un extremo de mi personalidad estuviera rozando a Vermeer y el otro al viajero era insoportable. Pero faltaba poco para que llegase el alivio. Alcanzamos la cima de Coughdrop Hill, la segunda y ms pronunciada de las dos colinas que haba antes de llegar a Alton. Al llegar abajo, la carretera de Olinger se desviaba hacia la izquierda y all tendramos que abandonar al viajero. Comenzamos el descenso. Nos cruzamos con un camin con remolque que suba lentamente la cuesta, con tal lentitud que su pintura, pelada en numerosos puntos, pareca haberse estropeado durante aquella corta ascensin. Apartada considerablemente de la carretera, la gran mansin parda de Rudy Essick trepaba perezosamente entre los rboles. Coughdrop3 Hill tomaba su nombre del negocio de su propietario, cuyas pastillas para la tos (Est usted enfermo? Essick es el remedio!) produca a millones una fbrica situada en Alton, que extenda a manzanas enteras del pueblo el olor a mentol. En sus cajitas color mandarina, estas pastillas se vendan en toda la costa atlntica del pas: la nica vez en mi vida que estuve en Manhattan me asombr encontrar, nada menos que en la garganta misma del Paraso, en un mostrador de la Grand Central Station, toda una hilera de esas cajitas de mi pueblo. Incapaz de creerlo, compr una. Y, en efecto, debajo de un imponente retrato en miniatura de la fbrica aparecan en la parte posterior de la caja unas letras claramente impresas que decan: HECHO EN ALTON, PENNSYLVANIA. Y al abrirla, la caja dej escapar el olor fro y estoplasmtico de Brubaker Street. Las dos ciudades de mi vida, la real y la imaginaria, quedaron sobreimpresas; jams haba siquiera soado que Alton pudiera rozar Nueva York. Puse una de las pastillas en mi boca para completar esta deliciosa confusin, esta penetracin concntrica; se me endulzaron los dientes y, a la altura de mis ojos un ahuecado kilmetro bajo el techo que, en un desvado firmamento, desplegaba sus constelaciones de cetrinas estrellas elctricas, se retorcieron las nudosas y amarillentas manos de mi padre, nerviosas por mi retraso. Fue entonces cuando termin mi enfado y me puse tan ansioso como l por tomar el tren que nos devolvera a casa. Hasta aquel momento mi padre me haba decepcionado. A todo lo largo de nuestro viaje, que se reduca a una estancia de una sola noche en casa de su hermana, mi padre se haba mostrado amedrentado y frustrado. La ciudad era demasiado grande para que l pudiera hacerse a la idea. El dinero que llevaba en el bolsillo fue desapareciendo sin que hubiramos comprado nada. A pesar de que anduvimos muchsimo, no conseguimos llegar a ninguno de los museos que yo conoca por los libros. Ni al que se llama Frick, donde est el Vermeer con el hombre que lleva puesto ese sombrero tan grande y la mujer que re y tiene una palma perezosamente vuelta hacia arriba que acepta inconscientemente la luz, ni al Metropolitan, donde se encuentra la chica con el sombrero almidonado que se inclina reverentemente sobre el jarro de latn, cuyo vertical brillo azul fue el Espritu Santo de mi adolescencia. Me pareca un profundo misterio el hecho de que estas pinturas, que yo haba adorado en forma de reproducciones, tuvieran una simple existencia fsica: para m, llegar a tenerlas al alcance de la mano, ver con mis propios ojos la verdad de su color, la tracera de las grietas en las que se haba incrustado el tiempo como un misterio dentro de otro misterio, hubiera sido como penetrar en una Presencia Real tan definitiva que no me hubiera sorprendido morir en el encuentro. Pero los errores de mi padre lo evitaron. No llegamos a entrar en los museos; no llegu a ver los cuadros. Lo que s vi fue el interior de la habitacin de hotel donde viva la hermana de mi padre. Pese a estar suspendida
3 Coughdrop Hill significa literalmente colina de las pastillas para la tos. (N. del T.)

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veinte pisos sobre la calle tena, curiosamente, el olor del forro del abrigo con cuello de piel que usaba mi madre en invierno, un abrigo de gruesa tela a cuadros verdes. Ta Alma sorba una bebida amarilla y dejaba salir el humo de sus Kool por las esquinas de sus delgadsimos labios rojos. Tena una piel muy blanca, y su mirada transparentaba inteligencia. Sus ojos se arrugaban con tristeza cada vez que miraba a mi padre; era tres aos mayor que l. Estuvieron hasta muy tarde hablando de travesuras y crisis de un personaje desaparecido de Passaic, cuya sola mencin me haca sentir vrtigo y nuseas, como si me encontrara suspendido sobre un desfiladero del tiempo. Abajo, en la calle, veinte pisos ms abajo, las luces de los taxis aparecan y desaparecan en un espectculo abstractamente interesante. Durante el da ta Alma, que estaba encargada de comprar fuera de la ciudad ropa de nios, nos dej solos. Los desconocidos que mi padre paraba en la calle se resistan con todas sus fuerzas a dejarse arrastrar por las preguntas ansiosas y circulares que les diriga mi padre. Su descortesa me humillaba tanto como la ignorancia de mi padre, y mi irritacin fue creciendo hasta alcanzar dimensiones de rabieta, pero las pastillas para la tos la disolvieron. Le perdon. En un templo de mrmol ocre le perdon y quise darle las gracias por haberme concebido de forma que mi nacimiento ocurriese en un condado capaz de colocar sus dulzonas pastillas en la garganta del Paraso. Tomamos el metro que llevaba a la estacin de Pennsylvania y all cogimos un tren e hicimos el viaje sentados el uno al lado del otro como un par de gemelos de regreso a su casa, e incluso ahora, dos aos despus del viaje, al subir o bajar diariamente Coughdrop Hill, notaba en mi interior una corriente subterrnea neoyorquina que arrastraba consigo unas constelaciones que parecan hacernos ascender por los aires, libres los dos de la tierra que pisbamos todos los das. En lugar de frenar, debido a alguna equivocacin, mi padre sigui adelante cuando llegamos al cruce de Olinger sin cambiar de carretera. Yo le grit: Eh! No importa, Peter me dijo con suavidad. Hace demasiado fro. Bajo aquel cretino gorro de lana azul mantena una expresin impasible. No quera que el viajero se avergonzase al averiguar que, dejando a un lado nuestro camino, bamos a llevarle hasta Alton. Yo estaba tan indignado que me atrev a volverme y lanzar una mirada feroz. El rostro del viajero, todava congelado, era terrible; un charco; como no entenda por qu me haba girado, se me acerc con la cara cruzada por la mancha de una sonrisa que emanaba una embarrada emocin. Me acobard y me encog rgidamente; los detalles del salpicadero saltaron brillantes delante mismo de mis ojos. Los cerr para evitar otra ola interna de aquella imprevista y molesta ducha interior de icor que yo mismo haba provocado. Lo peor de todo haba sido que fuera tmido, agradecido y afeminado. Mi padre ech hacia atrs su gran cabeza y dijo: Qu ha aprendido usted? El dolor, que haca que su voz le saliera tensa, desconcert al otro. El asiento de atrs permaneca silencioso. Mi padre esper. Qu quiere decir? pregunt el viajero. Mi padre se explic un poco ms: Cul es su veredicto? Usted es una persona a la que yo admiro. Ha tenido cojones para hacer lo que yo habra querido hacer siempre: andar por ah, ver ciudades. Cree que me he perdido muchas cosas? No se ha perdido nada. Las palabras se curvaron sobre s mismas como irritadas antenas. No ha hecho nada que le gustara recordar? Esta ltima noche no he dormido porque me la he pasado tratando de recordar algo agradable y no lo he conseguido. 58

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Penas y horrores; a esto se reducen mis recuerdos. Esta frase me ofendi; me tena a m. La voz del viajero se hizo difusa; quizs era una risa. El mes pasado mat a un maldito perro dijo. Por qu? Esos malditos perros salen de los matorrales y tratan de quedarse con un pedazo de tu pierna, as que yo iba armado de un buen palo y caminando cuando el muy cabrn me salt encima y le di justo entre los ojos. El perro se desplom, le pegu un par de golpes ms y ese perro mamn ya no vuelve a tratar de arrancarle a nadie un pedazo de pierna simplemente porque no tiene un coche para mover el culo de un lado para otro. Entre los dos ojos, a la primera. La actitud de mi padre mientras le escuchaba era bastante lgubre. No es nada frecuente que los perros traten de hacer dao a nadie le dijo ahora. Los perros son exactamente como yo, seres curiosos. S perfectamente cmo piensan. En casa tenemos un perro que me parece maravilloso. Mi mujer lo adora. Pues yo le digo que a ese hijo puta lo dej bien arreglado dijo el viajero sorbiendo saliva. Te gustan los perros, chico? me pregunt. A Peter le gusta todo el mundo dijo mi padre. Dara mis ojos por tener el buen carcter de este chico. Pero entiendo lo que usted quiere decirme, seor; no es lo mismo cuando te salta un perro encima en plena oscuridad. Eso, y adems ahora ya no te coge nadie dijo el hombre. Llevaba all el da entero y ya se me haban helado los cojones, y su coche fue el primero que se par a recogerme. Yo siempre llevo a la gente dijo mi padre. Si no fuera porque el cielo cuida de los tontos, yo estara en su lugar. Ha dicho usted que era cocinero, verdad? Hmmm... he trabajado de eso. Ante usted me quito el sombrero. Es usted un artista. Me dio la sensacin de ser una lombriz: aquel hombre deba empezar a preguntarse si mi padre estaba cuerdo. Ard en deseos de pedir disculpas, de humillarme ante aquel desconocido, de dar explicaciones. Es as; le encantan los desconocidos; est preocupado por algo. No tiene ms secreto que mantener la sartn bien engrasada respondi el hombre con cierta cautela. Miente usted, caballero grit mi padre. Cocinar para otros es todo un arte. Aunque me ensearan durante un milln de aos no lograra aprender. Amigo, es ms fcil de lo que usted cree dijo el hombre adelantando su cuerpo como quien muestra su intencin de confesar cosas ntimas. Los dueos de esos malditos restaurantes slo se preocupan de que las hamburguesas sean lo ms delgadas posible. No quieren carne, sino grasa; en cuanto conoces a uno de esos bastardos es como si les conocieras a todos. A lo nico que adoran es al Gran Dios Dlar. Por Cristo que no me bebera esos meados de negro que ellos llaman caf. A medida que el viajero se volva ms expansivo, yo me senta cada vez ms tembloroso y encogido; senta una furiosa comezn en toda la piel. Yo quera ser farmacutico le dijo mi padre. Pero cuando sal del instituto no tenamos dinero. Mi padre nos dej una Biblia y un cajn lleno de deudas. Pero no le culpo, el pobre diablo trat de hacer lo que consideraba correcto. Algunos de mis chicos (soy profesor) han ido a la facultad de farmacia y por lo que me han contado yo no hubiera tenido la inteligencia necesaria para estudiar esa carrera. Los farmacuticos han de ser inteligentes. Y t que vas a ser, chico? A mi padre le avergonzaba mi voluntad de ser pintor. 59

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Este pobre chico est tan confundido como yo le dijo al hombre. Tendra que abandonar esta regin e irse hacia el sur, a que le d el sol. Tiene un problema muy grave con su piel. Efectivamente, mi padre haba abierto mi ropa para mostrar mis costras. Bajo el brillo de mi ira su perfil pareca el de una ciega roca. Es cierto, chico? Qu te ha pasado? Tengo la piel azul dije yo con voz congestionada. Bromea dijo mi padre. Es endiabladamente bromista cuando habla de esto. Lo que mejor le ira sera irse a Florida; seguro que si usted fuera su padre ya estara all. Espero estar all dentro de dos o tres semanas dijo el hombre. Llveselo con usted! exclam mi padre. Si alguna vez un muchacho mereci cambiar, ste es. Yo ya estoy acabado. Ha llegado la hora de que tenga un nuevo padre; slo soy un montn de basura que camina. Tom esa metfora del enorme vertedero de Alton, que acababa de aparecer al lado de la carretera. En diversos puntos de aquellas hectreas llenas de desperdicios humeaban algunas hogueras. Las cosas, al oxidarse y pudrirse, adquieren un esperanzador tono pardo y, en sus montones de cenizas, toman formas fantsticas, recortadas y emplumadas como helechos. La constante brisa que bajaba por el ro empujaba trocitos de papel de colores que parecan un desfile de pancartas contra los tiesos tallos de la maleza. Ms all, el Running Horse reflejaba en su franja de agua barnizada de negro el silencioso azul cobalto que cerraba como una cpula el espacio. Los grandes depsitos de gasolina de color elefante, montados sobre estructuras cilndricas, se alineaban en el horizonte de ladrillos de la ciudad: Alton, la ciudad carmn, la ciudad secreta, tendida como un forro en el regazo de sus colinas verde morado. La verde cima del monte Alton era una pincelada de negro. Mi mano, como si tuviera un pincel, hizo un movimiento nervioso. Los rieles del ferrocarril se deslizaban plateados paralelamente a la carretera; de los aparcamientos de las fbricas, llenos ya a esa hora, salan destellos; y la carretera se convirti en una calle de las afueras que describa curvas entre tiendas de coches, avejentados restaurantes, y casas con tejados de ripias. Ya hemos llegado le dijo mi padre al viajero. sta es la grande y gloriosa ciudad de Alton. Si cuando era pequeo hubiera venido alguien y me hubiera dicho que morira en Alton, me hubiera redo en su cara. Jams haba odo hablar de esta ciudad. Es muy sucia dijo el hombre. A m me pareca bellsima. Mi padre detuvo el coche en el cruce de la Carretera 122 y Lancaster Pike; la luz estaba roja. Hacia la derecha la calle se converta en un puente de hormign, el Running Horse Bridge; al otro lado empezaba el ncleo principal de Alton. A la izquierda haba una carretera. A cinco kilmetros estaba Olinger y tres kilmetros ms all, Emy. Ya llegamos dijo mi padre. Tenemos que abandonarle otra vez al fro. El viajero abri su puerta. Desde que mi padre haba hablado de mi piel, las emanaciones de coqueteo que llenaban el ambiente haban disminuido. Sin embargo, not un contacto, quizs accidental, en la parte posterior de mi cuello. Una vez fuera, el vagabundo apret el paquete de papeles contra su pecho. Su rostro lquido se endureci. He disfrutado conversando con usted le grit mi padre. El hombre sonri con expresin burlona: S. La puerta se cerr de golpe. La luz se puso verde. El ritmo de mis latidos se hizo ms lento. Nos dirigimos hacia la derecha y avanzamos contra la corriente de 60

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automviles que entraban en Alton. Mir a nuestro invitado a travs de la polvorienta ventanilla trasera y su imagen, como la de un mensajero con su paquete, fue empequeecindose. El hombre se convirti en una parda brizna junto al puente, que vol hacia arriba y desapareci. Mi padre, con un tono muy realista, me dijo: Ese hombre era un caballero. Senta en mi interior una rabieta intensa que me produca una gran comezn; durante el resto del camino hasta el instituto trat framente de reprender a mi padre. Ha sido magnfico dije. Verdaderamente magnfico. Tenas tanta prisa que ni siquiera me dejaste desayunar un poco, y luego coges a un maldito vagabundo y recorres innecesariamente cinco kilmetros para llevarle a donde l quiere sin que ni siquiera se moleste en darte las gracias. Ahora s que llegaremos tarde al instituto. Puedo ver a Zimmerman mirndose el reloj y recorriendo los pasillos mientras se pregunta dnde puedes haberte metido. La verdad, pap, yo crea que de vez en cuando demostraras tener un poco ms de sentido comn. No entiendo qu encuentras en estos vagabundos. Acaso tuve yo la culpa porque al nacer te imped convertirte en uno de ellos? Florida. Y no s por qu tuviste que hablarle de mi piel. Ha sido algo muy agradable, te lo agradezco. Por qu no me has pedido que me quitara la camisa, una vez puestos? Seguramente tendra que haberle enseado las costras de mis piernas. Por qu insistes en contrselo todo a todo el mundo? A nadie le importa nada de esto, lo nico que le importaba a ese imbcil era matar perros y respirar justo en mi cogote. Las escalinatas blancas de Baltimore, por Dios. Dime la verdad, pap, en qu piensas cuando te pones a hablar y hablar de esta manera? Pero es imposible seguir regaando a una persona que no dice nada. Durante el segundo kilmetro permanecimos los dos en silencio. l forzaba el coche, asustado ahora ante la idea de llegar tarde, y adelantaba un coche tras otro avanzando por el mismo centro de la carretera. El volante le resbal al quedarle los neumticos atrapados en las vas del tranva. Pero tuvo suerte, hicimos el recorrido en poco tiempo. Cuando quedamos frente al cartel en el que los Lions, y los Rotary y los Kiwanis y los Elks nos daban la bienvenida a Olinger, mi padre dijo: No debe preocuparte que l sepa lo de tu piel, Peter. Lo olvidar. Esto es lo que se aprende cuando te dedicas a ensear; la gente olvida todo cuanto se le dice. Cada da, cuando miro esas caras insensibles e inexpresivas, pienso en la muerte. Atraviesas sus cabezas sin dejar huella. Recuerdo que cuando mi padre supo que agonizaba, abri los ojos y mir a mam y tambin a Alma y a m, y dijo: Creis que alcanzar el perdn eterno?. A menudo pienso en ello. El perdn eterno. Era una frase horrible en labios de un pastor. Desde entonces he vivido amedrentado. Cuando entramos en el aparcamiento del instituto, todava se agolpaban en las puertas los ltimos chicos. Deba de hacer muy poco que haba sonado la campana. Al darme la vuelta para salir del coche y recoger mis libros, mir el asiento de atrs. Pap! grit. Tus guantes han desaparecido! Mi padre se haba alejado ya algunos pasos del coche. Volvi y barri su cabeza con su mano salpicada de verrugas para quitarse el gorro azul. El pelo se le eriz por la electricidad. Qu? Se los ha llevado ese bastardo? Seguramente. No estn aqu. Slo quedan la cuerda y el mapa. Le bast un instante para encajar esta revelacin. Bueno dijo, l los necesita ms que yo. Ese pobre diablo no tena dnde caerse muerto. Y se puso de nuevo en marcha, tragando el camino de cemento con generosas zancadas. Luchando por sujetar mis libros, no consegu ponerme a su altura y mientras 61

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le segua a una distancia cada vez mayor, la prdida de los guantes, la manera como permita que mi caro regalo, que tanto esfuerzo me haba exigido, se le fuera de las manos, hizo nacer un torpe peso en el punto en que apretaba mis libros contra el abdomen. Mi padre era nuestro proveedor; l recoga las cosas para luego desparramarlas por todo el mundo; mi ropa, mi comida, mis lujosas esperanzas eran cosas que haba recibido de l, y por primera vez me pareci que su muerte, incluso siendo tan imposible que pareca encontrarse tan lejana como las estrellas, era una amenaza grave y temible.

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Quirn llegaba un poco tarde y apresur el paso por los corredores de tamariscos, tejos, laureles y coscojas. Bajo los cedros y los plateados pinos cuyas silenciosas copas eran sombras permeadas de azul olmpico, un vigoroso sotobosque de madroos, perales silvestres, cornejos, bojes y andrachnes, llenaba de aromas de flores y savia y tallos nuevos el aire del bosque. Aqu y all, algunas ramas en flor daban pinceladas de color a las mviles cavernas del bosque que circundaban la prisa de su medio galope. Redujo su velocidad, y tambin lo hicieron los confusos y callados acompaantes areos que escoltaban su alta cabeza. Estos intervalos de espacio abierto tocados por la arqueada bsqueda de los nuevos brotes e hilados por el rpido goteo de los trinos de los pjaros que parecan cantar desde un cargado techo rebosante de elementos (algunas canciones eran agua, otras cobre, plata, bruidos pedazos de madera, fuego ondulado y fro) le recordaban cavernas y le tranquilizaban y satisfacan a su naturaleza. Sus ojos de estudiante pues qu es un profesor sino un estudiante que ha crecido? salvaban de su reclusin en la maleza mltiples plantas que conoca: la albahaca, los elboros, la feverwort4, el euforbio, el polipodio, la brionia, el acnito de flor amarilla y la escila de primavera. Y, por la forma de sus ptalos, hojas, tallos y espinas, sac de su anonimato entre el indiscriminado verde a la cincoenrama, el organo y las clavelinas. Reconocidas, las plantas parecan elevarse para saludarle, como a un hroe. El elboro negro es mortal para los caballos. El azafrn crece mejor si ha sido pisado. Sin querer, su cerebro se puso a recitar sus antiguos conocimientos de farmacia. De las plantas de la especie Strychnos, hay una que provoca sueo, las dems provocan la locura. La raz de la primera, que al arrancarla de la tierra es blanca, se vuelve de un tono rojo sangre cuando se seca. A la otra algunos la llaman thryoron y otros peritton; con cuatro gramos el enfermo se siente activo, con el doble empieza a alucinar, y el triple bastar para volverle loco. Y si toma ms, morir. El tomillo slo crece en los lugares a los que llega la brisa marina. Al cortar determinadas races hay que colocarse del lado del viento. Los antiguos herbolarios decan que la raz de la peona debe ser arrancada de la tierra por la noche, porque si un pjaro carpintero te ve arrancarlas sers presa de un prolapsus ani. Quirn se haba burlado de esta supersticin; su intencin haba sido sacar a los hombres de las tinieblas. Apolo y Diana le haban hecho la promesa de guiarle. Para cortar la mandrgora hay que trazar antes tres crculos a su alrededor con una espada, y, en el momento de cortarla, ponerse de cara a poniente. Los blancos labios de Quirn sonrieron en el seno de las bronceadas crines de su barba mientras recordaba los complicados escrpulos de
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los que haba tenido que burlarse en su propsito de obtener una curacin real de las enfermedades. Lo que ms haba que tener en cuenta en relacin con la mandrgora era que, si se tomaba mezclada con la comida, serva para aliviar la gota, el insomnio, la erisipela y la impotencia. La raz del pepino silvestre cura la lepra blanca y la sarna en los corderos. Las hojas de la escorodonia, machacadas en aceite de oliva, sirven para cubrir fracturas y curar inflamaciones; el fruto, para purgar la bilis. El polipodio limpia hacia abajo; el tallo que conserva esta capacidad durante ms de doscientos aos limpia hacia arriba y hacia abajo. Las mejores medicinas proceden de terrenos ventosos que miren al norte, y que adems sean secos; en Eubea, las drogas ms potentes son las de Aigai y Telethrion. Todos los perfumes, menos el iris, proceden de Asia: la casia, la canela, el cardamomo, el nardo, el estoraque, la mirra y el eneldo. Las plantas venenosas tienen su origen aqu: el elboro, la cicuta, la flor de otoo, la amapola y el acnito de flor amarilla. La manzanilla romana es fatal para los perros y los cerdos; para saber si un hombre enfermo morir o no, hay que lavarle con una pasta de camalen mezclada con aceite y agua durante tres das. Si sobrevive a la prueba, vivir. Sobre su cabeza un pjaro dej escapar una rpida meloda metlica que pareca una seal. Quirn! Quirn! La llamada provena de detrs de l, le adelant y, despus de pasar rozndole las orejas, huy con su incorprea velocidad alegre hacia la boca de aire, tocada por el sol que le esperaba al final del camino que cruzaba el bosque. Lleg al claro y vio que los estudiantes ya estaban all: Jasn, Aquiles, Esculapio, su hija Ociroe, y una docena de hijos del Olimpo abandonados a sus cuidados. Haban sido sus voces. Sentados en semicrculo en la tibia hierba, todos le saludaron alegremente. Aquiles levant la vista, porque hasta entonces haba estado chupando el tutano de un hueso de fauno; tena la mandbula manchada de migajas de cera de un panal. En su bello cuerpo haba indicios de grasa. En aquellos anchos hombros rubios se apoyaba, como un manto transparente, una sugerente redondez femenina que daba a su cuerpo bien desarrollado un peso ligeramente pasivo, y debilitaba su mirada. El azul de sus ojos recordaba demasiado al aguamarina. Su mirada resultaba a la vez interrogante y evasiva. Aquiles era el alumno que ms problemas ocasionaba a Quirn, pero tambin pareca el ms necesitado de su aprobacin y el que le amaba con menos reservas. Jasn, menos favorecido, no era tan robusto y pareca ms joven de lo que era, pero posea la angulosa seguridad de la independencia, y sus oscuros ojos mostraban una serena intencin de sobrevivir. Esculapio, el mejor alumno, era un chico sosegado y decididamente sereno; en muchos aspectos haba dejado atrs a su maestro. Arrancado del tero de Coronis, asesinada por su infidelidad, haba conocido tambin una infancia sin madre y la distante proteccin de un padre divino; Quirn le trataba menos como alumno que como colega, y cuando los dems brincaban al llegar el recreo, ellos dos, envejecido el corazn, profundizaban el uno junto al otro en los arcanos de la investigacin. Pero en ninguno de los alumnos se posaban tan cariosamente los ojos de Quirn como en el pelo rojo-dorado de su hija. Qu llena de vida estaba aquella muchacha! Su pelo era un mar de ondas entrelazadas: una manada de caballos vista desde arriba. La vida del propio Quirn, vista desde arriba. Slo a travs de ella se haca inmortal el plasma de Quirn. Su mirada se hunda en la cabeza de la chica, que era ya una cabeza de mujer, caprichosamente coronada: era su propia semilla, y poda ver a travs de ella la criatura que pataleaba furiosa con sus largas piernas y ancha frente, la criatura en que se haba convertido la hija que Cariclo haba criado a su lado sobre el musgo durante aquellos das en los que las estrellas hablaban a la entrada de la cueva. Aquella chica 64

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haba sido demasiado inteligente para aceptar sin problemas su infancia; sus rabietas haban afectado la estima que ellos le tenan. Ms agudamente incluso que su padre, Ociroe viva atormentada por los presentimientos, un tormento que las plantas de Quirn no eran capaces de aliviar, ni siquiera las curalotodo arrancadas a medianoche el da de la noche ms corta en los pedregales de los alrededores de Psofis; de modo que cuando ella se burlaba de l, por crueles que fueran sus burlas, Quirn no se senta furioso y se someta mansamente con la esperanza de obtener el perdn por su incapacidad para curarla. En el coro de saludos, el grito de cada uno de los nios posea un matiz personal que le era conocido. La polifona formaba un arco iris. Los ojos de Quirn vacilaron en el clido borde de las lgrimas. Los nios abran la sesin de cada da con un himno a Zeus. Cuando se ponan en pie, sus cuerpos, cubiertos por ligeros vestidos, no mostraban todava la contraposicin de cuas y vasos, armas y receptculos, herramientas para Ares y para Hestia, sino que todos tenan la misma silueta, aunque diversa estatura: delgados y plidos caramillos de un solo can que cantaban armoniosamente un himno al dios de la existencia absoluta. Seor del cielo, T que riges las estaciones, T que brillas ms que la luz, oh Zeus, oye nuestra plegaria! Otrganos la gloria, cresta del trueno, danos forma paulatinamente, oh fuente de la lluvia! La brisa ligera y vacilante meca la cancin y la desparramaba por los aires como pauelos agitados por muchachas. Oh luz que brilla ms que la luz, oh sol que est por encima de Apolo, oh tierra bajo el Hades, mar sobre mar, concdenos la proporcin, arco del firmamento, curva del alhel, oh Zeus, haz que prosperemos! La grave voz del centauro, poco segura en el canto, se uni a las de los nios en la peticin final: T que brillas ms que la luz, oh cielo de nuestra muerte, hogar de nuestras esperanzas, cumbre de nuestro miedo, envanos una seal, una seal de benevolencia, demuestra tu autoridad, responde a nuestra plegaria! 65

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Quedaron todos en silencio, y por encima de las copas de los rboles que se encontraban a la izquierda del claro cruz el cielo, en direccin al Sol, un guila negra. Por un momento Quirn sinti temor, pero luego comprendi que, aunque estaba a su izquierda, se encontraba a la derecha de los nios. A la derecha de los nios, y volando hacia arriba: doblemente propicia. (Pero a la izquierda de Quirn.) La clase solt un suspiro de temor y, una vez desaparecida el guila en el borde iridiscente del halo solar, todos se pusieron a charlar animadamente. Incluso Ociroe estaba impresionada, segn pudo ver con satisfaccin su padre. Durante este intervalo, la preocupacin abandon el ceo de la muchacha; su pelo resplandeciente se fundi con sus ojos brillantes y se convirti en una muchacha cualquiera, alegre y despreocupada. Aunque era instintivamente reverente, afirmaba que prevea la llegada de un da en que Zeus sera considerado por los hombres como un juguete inventado por ellos mismos, se convertira en objeto de mofas terribles, sera expulsado del Olimpo, bajara rodando por el guijarral, y se le llamara criminal. El sol arcdico calentaba cada vez ms. Los cantos de los pjaros que rodeaban el claro se hicieron ms perezosos. Quirn not en su sangre que los olivos de la pradera se regocijaban. En las ciudades, los adoradores que suban las blancas escaleras del templo deban de notar en aquellos momentos que el mrmol que tocaba sus pies descalzos estaba caliente. Para dar la leccin llev a sus alumnos a la sombra de un gran castao que, segn se deca, haba sido plantado por el propio Pelasgo. El tronco era tan grueso como la cabaa de un pastor. Los muchachos, pavonendose, fueron distribuyndose entre sus races como si fueran soldados sentndose entre los cadveres de los enemigos muertos; las chicas buscaron, ms recatadamente, lugares cmodos en el musgo. Quirn inhal; un aire como miel expandi los espacios de su pecho; el centauro alcanzaba su perfeccin cuando le rodeaban sus alumnos, que incitaban su sabidura con su expectacin. El glacial caos de informacin que Quirn tena en su interior, al ser sacado al sol, fue atravesado por los jvenes colores del optimismo. El invierno se convirti en primavera. El tema del que hablaremos hoy empez a decir, y al hacerlo, las caras, esparcidas por la profunda sombra verde como ptalos cados despus de la lluvia, se silenciaron y se mostraron unnimemente atentas es sobre el Gnesis de Todas las Cosas. Al principio dijo el centauro la noche de negras alas fue cortejada por el viento, y puso un huevo de plata en el tero de la Oscuridad. De este huevo surgi Eros, que quiere decir... Amor contest una voz infantil desde la hierba. Y el Amor puso en movimiento el universo. Todo lo que existe es obra suya: el Sol, la Luna, las estrellas, la Tierra con sus montaas y sus ros, sus rboles, sus hierbas y todas sus criaturas vivas. Ahora bien, Eros tena dos sexos y unas alas doradas, y como tena cuatro cabezas, a veces muga como un toro o ruga como un len y, otras, silbaba como una serpiente o balaba como un cordero; bajo el gobierno de Eros, el mundo era tan armonioso como una colmena. Los hombres vivan libres de preocupaciones y trabajos, y slo se alimentaban de bellotas, frutos silvestres, y de la miel que goteaba de los rboles; beban la leche de las ovejas y las cabras, nunca envejecan, y bailaban y rean mucho. La muerte no era para ellos ms terrible que el sueo. Luego, el cetro de Eros pas a manos de Urano...

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Al terminar las clases sub al aula de mi padre, el aula 204. Estaban con l dos alumnos. Les lanc una mirada furiosa a los dos y cruc con mi chillona camisa roja la sala en direccin a la ventana y me puse a contemplar en direccin a Alton. Durante el da me haba prometido proteger a mi padre, y los dos alumnos que le robaban su tiempo eran los dos primeros enemigos con los que me encontraba. Uno de ellos era Deifendorf, el otro Judy Lengel. El que hablaba era Deifendorf. Entiendo que haya clases de taller y mecanografa y cosas as, seor Caldwell dijo, pero para alguien como yo, que no piensa ir a la universidad ni nada, me resulta incomprensible que se me haga aprender de memoria una lista de animales que murieron hace un milln de aos. Es incomprensible dijo mi padre. Tienes absolutamente toda la razn: a quin le importan los animales muertos? Si estn muertos, lo mejor es dejarles en paz; ste es mi lema. A m me deprimen horrores. Pero esto es lo que me dicen que os ensee, y seguir ensendolo as me muera. O t o yo, Deifendorf, y si no consigues tomrtelo con calma har todo lo posible por acabar contigo antes de que t acabes conmigo; te estrangular con mis propias manos si es necesario. Yo vengo aqu a luchar por mi vida. Tengo que alimentar a una esposa, un hijo y un anciano. Me pasa lo mismo que a ti; preferira estar andando por ah. Comprendo lo que te pasa; s cunto sufres. Yo re hacia el exterior; era mi forma de atacar a Deifendorf. Notaba que se agarraba a mi padre, chupndole las fuerzas. As eran, me pareci, los nios crueles. Primero le provocaban hasta ponerle casi frentico (entonces le asomaban por los bordes de los labios unos puntitos de espuma y los ojos se le ponan como pequeos diamantes sin pulir), pero al cabo de una hora aparecan en su habitacin para pedir consejos, hacer confesiones y reafirmar sus personalidades. Y en cuanto dejaban de estar delante de l, volvan a burlarse de l. Por eso mantuve mi espalda vuelta contra aquel nauseabundo par de alumnos. Desde las ventanas del aula de mi padre poda ver el csped del instituto, donde ensayaban en otoo la banda y los de la claca, y las pistas de tenis y la hilera de castaos de Indias que sealaban el camino del asilo y, ms all, el monte Alton, un corcovado horizonte azul cicatrizado por una cantera de grava. Un tranva repleto de compradores que regresaban de Alton apareci chisporroteante por la carretera. Algunos de los estudiantes que vivan por la parte de Alton estaban arracimados en la parada esperando la llegada del otro tranva que deba pasar en sentido contrario. En los paseos de cemento que recorran el costado del edificio desde la salida de las chicas tena que tocar con la nariz el helado cristal para mirar en aquel ngulo caminaban hacia su casa en grupos de dos y de tres las chicas que, vistas en escorzo, parecan retazos de 67

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pieles, cuadros, libros y lana. De sus bocas sala un aliento congelado. No poda or lo que decan. Intent divisar a Penny entre ellas. Durante todo aquel da haba tratado de evitarla porque me pareca que si me acercaba a ella abandonaba a mis padres, cuya necesidad de m se haba acentuado de manera misteriosa y solemne. ... el nico deca Deifendorf a mi padre. Su voz era como un araazo. Tena una voz femeninamente dbil, sin relacin con su cuerpo atltico e imponente. Yo haba visto muchas veces a Deifendorf desnudo en el vestuario. Tena las piernas fornidas y cubiertas de un pelo arenoso, y un enorme torso de caucho y brillantes hombros inclinados y unos brazos muy largos que terminaban en unas manos acucharadas. Era un nadador. Exacto, t no eres el nico le dijo mi padre. Pero bien mirado, Deifendorf, dira que eres el peor. Dira que eres el alumno que me produce ms comezn de todos los que tengo este ao. Mi padre hizo esta estimacin de forma desapasionada. Haba algunas cosas la comezn, la inteligencia, la potencia atltica que poda calibrar perfectamente gracias a sus aos de experiencia como profesor. Penny no haba aparecido entre las chicas de abajo. Detrs de m, el silencio de Deifendorf pareca desconcertado y hasta herido. Tena un lado vulnerable. Deifendorf amaba a mi padre. Me duele admitirlo, pero entre este obsceno animal y mi padre exista un afecto autntico. A m me saba mal. Me saba mal ver a mi padre volcarse generosamente sobre aquel muchacho, como si en todo aquel absurdo fuera posible hallar una posibilidad de curacin. Los Padres Fundadores explic mi padre decidieron juiciosamente que los nios suponan una carga que sus progenitores eran incapaces de soportar. Por eso crearon unas crceles a las que llamaron escuelas y en las que se llevan a cabo una serie de torturas que bautizaron con el nombre de educacin. La escuela es ese sitio adonde le mandan a uno durante ese perodo en el que ni te quieren con ellos los padres ni tampoco te acepta la industria. A m se me paga para que guarde durante ese tiempo a los individuos que la sociedad no puede utilizar: los lisiados, los flojos, los locos y los ignorantes. Muchacho, no soy capaz de proporcionarte ms que un solo incentivo para que te portes bien, y es ste: a no ser que cedas y aprendas algo, sers tan imbcil como yo, y para ganarte la vida no tendrs ms remedio que dar clases en un instituto. Cuando el ao 31 fui vctima de la Depresin, yo no tena nada. No saba nada. Durante toda mi vida Dios haba cuidado de m y, por tanto, no se me poda dar ninguna clase de empleo. Y, con toda la bondad de su corazn, Al Hummel, el sobrino de mi suegro, me consigui un puesto de profesor. No te lo recomiendo, muchacho. Aunque eres mi peor enemigo, no te lo recomiendo, ni lo deseo para ti. Yo miraba, con las orejas calientes, hacia Mt. Alton. Y, como si a travs de una imperfeccin del cristal pudiera ver al otro lado de una esquina del tiempo, vi que Deifendorf se dedicara a la enseanza. Y as llegara a ser. Al cabo de catorce aos volv a casa y me cruc en una calle secundaria de Alton con Deifendorf, que llevaba un viejo traje marrn. Por el bolsillo de la chaqueta asomaban lpices y plumas, igual que del de mi padre en aos anteriores. Deifendorf haba engordado y la frente se le haba ensanchado, pero era l. Aquel da me pregunt, se atrevi con la mxima seriedad a preguntarme, a m un autntico expresionista abstracto de segunda fila que viva en una buhardilla de la East Twentythird Street con una amante negra, si haba pensado dedicarme alguna vez a la enseanza. Le dije que No. Entonces l me dijo, con sus plidos ojos incoloros cubiertos por una cscara de seriedad: A menudo pienso, Peter, en lo que sola decir tu padre de la enseanza. Es duro, deca, pero no hay nada que proporcione tantas satisfacciones. Ahora me 68

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dedico a la enseanza y entiendo lo que quera decir. Tu padre era un gran hombre. Lo sabas? Y ahora, con aquella voz dbil y afnica que tena, empez a decirle a mi padre algo parecido: Yo no soy su enemigo, seor Caldwell. Usted me gusta. Usted nos gusta a todos. Esto es lo que me preocupa, Deifendorf. Es lo peor que puede pasarle a un profesor de una escuela pblica. No quiero agradaros. Lo nico que quiero es que os quedis sentados delante de m durante cincuenta y cinco minutos cinco veces a la semana. Quiero, Deifendorf, que cuando entris en mi aula quedis paralizados de miedo. Caldwell, el Asesino de los Nios; as es como me gustara que me llamaseis. Uuuf! Me volv y re, decidido a interrumpir. Los dos, separados por el amarillo pupitre lleno de muescas, juntaron sus cabezas como conspiradores. Mi padre tena un aspecto cetrino y enfermizo, con las sienes lustrosas y vacas; la superficie de su mesa estaba cubierta de papeles y carpetas con mandbulas de hojalata y pisapapeles que parecan sapos semimetamorfoseados. Deifendorf le haba robado la fuerza; la enseanza estaba agotando sus reservas. Yo vi todo esto sabiendo que no poda hacer nada. Con esa misma sensacin vi en la sonrisa satisfecha de Deifendorf que, del remolino de palabras de mi padre, haba sacado la conclusin de que l era superior, que, en comparacin con aquel hombre estril, vehemente y hundido que era su maestro, l era joven, limpio, fuerte, alguien con ideas claras y coordinadas y, por tanto, invencible. Mi padre, turbado por mi furiosa actitud de espera, cambi de tema: Tendrs que estar en la piscina esta tarde a las seis y media dijo a Deifendorf en tono seco. Aquella tarde se celebraba un concurso de natacin y Deifendorf formaba parte del equipo. Les dejaremos hechos papilla por usted, seor Caldwell prometi Deifendorf . Vendrn muy confiados y sin saber la que les espera. Nuestro equipo de natacin no haba ganado una sola competicin en lo que llevbamos de curso: Olinger era un pueblo sin aficiones acuticas. No tena piscina pblica, y el fondo de la presa del asilo estaba cubierto de botellas rotas. Mi padre, por uno de esos estrafalarios golpes mediante los que Zimmerman mantena al claustro de profesores en perpetuo estado de maleable confusin, era entrenador de nuestros nadadores, a pesar de que su hernia le impeda zambullirse en el agua. Lo nico que podemos hacer es esforzarnos al mximo dijo mi padre. No se puede caminar por el agua. Ahora pienso que mi padre quera que esta ltima afirmacin le fuera discutida, pero ninguno de los tres que estbamos en el aula lo consideramos necesario. Judy Lengel era la tercera. En opinin de mi padre, el padre de Judy trataba de conseguir por la fuerza algo que la capacidad intelectual de la chica jams podra alcanzar. Yo no estaba de acuerdo con mi padre en esto; en mi opinin Judy no era ms que una chica que, sin ser bonita ni brillante, haba llegado a desarrollar una mezquina ambicin con la que se dedicaba a atormentar a profesores crdulos como mi padre. Judy aprovech el silencio para decir: Seor Caldwell, estaba pensando en el examen de maana... Un momento, Judy. Deifendorf, harto, quera irse. Cuando se inclin para levantarse solt prcticamente un eructo. Mi padre le pregunt: Oye, Defy, y los cigarrillos? Si alguien vuelve a decirme que te ha visto fumando te echo del equipo. 69

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Desde la puerta gimi la dbil voz del chico: No he tocado el tabaco desde que empez el curso, seor Caldwell. No me mientas, chico. La vida es demasiado corta para mentir. Unas cincuenta y siete clases diferentes de personas aproximadamente me han soplado que te han visto fumar, y si me pillan protegindote, Zimmerman pedir mi cabeza. De acuerdo, seor Caldwell. Entendido. Esta noche quiero que ganes en braza y estilo libre. Ya ver como s, seor Caldwell. Yo cerr los ojos. Me molestaba or hablar a mi padre como un entrenador; era algo que me pareca muy por debajo de nuestra categora. Esto era injusto porque, despus de todo, no era eso lo que yo quera or de sus labios: ese tono confiado, ordinario, de los otros hombres? Quiz lo que me haca dao era que Deifendorf pudiera darle a mi padre algo concreto la fuerza con que haca la braza y el estilo libre, y yo no. Como no quera mostrar mi piel a todo el mundo, nunca haba aprendido a nadar. El mundo del agua permaneca cerrado para m, y por eso me haba enamorado del aire, que yo era capaz de captar en enormes y emocionantes condensaciones que se concentraban en mi interior y constituan lo que yo llamaba Futuro: en este reino esperaba poder recompensar a mi padre por sus sufrimientos. Dime, Judy dijo. No he entendido exactamente sobre qu ser el examen. Sobre los captulos octavo, noveno y dcimo, tal como he dicho hoy en clase. Tanto? Repsalo, Judy. No eres tonta. Sabes cmo estudiar. Mi padre abri el libro, el texto gris con el microscopio, el tomo, y el dinosaurio en la cubierta. Busca las palabras en cursiva dijo. Aqu. Magma. Qu es magma? Pondr esta pregunta en el examen? No puedo decirte cules sern las preguntas, Judy. No sera justo porque los dems tendran desventaja. Pero, vamos a ver, para tu propia informacin, qu quiere decir magma? Es como lo que sale de los volcanes? Aceptara por buena esta respuesta. El magma es la roca gnea en estado lquido. Y aqu. Di cules son las tres clases de roca. Pondr esta pregunta? No te lo puedo decir, Judy. Comprndelo. Pero cules son? Sentimentarias... gneas, sedimentarias y metamrficas. Dame un ejemplo de cada una de ellas. Granito, piedra caliza y mrmol dije yo. Judy me mir asustada. O basalto, esquisto y pizarra dijo mi padre. Aquella tonta me mir a m y luego a l como si nos hubiramos aliado contra ella. En aquel momento era as. Haba momentos en que mi padre y yo nos convertamos en una unidad, un eficiente equipo de dos piezas. Quieres saber algo interesante, Judy? dijo mi padre. El depsito de pizarra ms rico del continente est en Pennsylvania, justo al lado de aqu, en los condados de Lehigh y Northampton. Golpe sus nudillos contra la pizarra que tena a su espalda y aadi: De aqu salen todas las pizarras de este pas, de costa a costa. Esto tambin tenemos que saberlo? No lo dice el libro, no. Pero pensaba que quiz te interesara. Tienes que tratar de interesarte por las cosas. No pienses en los exmenes y los cursos; tu padre sobrevivir. 70

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No te mates, Judy; cuando yo tena tu edad no saba lo que era ser joven. Y nunca he podido aprenderlo despus. Vamos a ver, Judy, escchame. Hay gente con mucho talento y otros que carecen de l. Pero todo el mundo tiene algo, como mnimo la vida. El buen Dios no nos puso aqu para que anduviramos preocupados por lo que no tenemos. El hombre que tena dos talentos no se enfad con el que tena cinco. Fjate, por ejemplo, en Peter y en m. Yo no tengo ningn talento, y l tiene diez; pero yo no me siento furioso contra l. A m me gusta Peter. Es mi hijo. Ella abri sus labios y yo esperaba que preguntase si tambin iba a preguntar todo esto en el examen, pero no dijo nada. Mi padre hoje velozmente las pginas del libro. Dime algunos agentes de la erosin dijo. Ella aventur: El tiempo? Mi padre alz la vista; era como si acabara de recibir un golpe. La piel de debajo de sus ojos era tan blanca como la del bajo vientre, y sus mejillas estaban marcadas por un sonrojo de un tono anormal que cruzaba sus mejillas con claras franjas paralelas, como las que hubieran podido dejar unos dedos iracundos. Tendr que pensarlo le dijo a Judy. Yo pensaba ms bien en las corrientes de agua, los glaciares y el viento. Judy escribi todo esto en su cuaderno. Explcame el diastrofismo dijo. La isostasia. Haz un boceto de un sismgrafo. Qu es un batolito? No va a preguntar todo esto, no? pregunt ella. Quiz no haga ninguna de estas preguntas dijo l. No pienses en el examen. Piensa en la Tierra. No la amas? No te gustara saber ms cosas acerca de ella? La isostasis es como una mujer gorda que trata de ponerse faja. La cara de Judy estaba tensa. Tena las mejillas demasiado apretadas contra la nariz y se le formaban unas lneas muy profundas y marcadas; y tena una tercera grieta vertical en la punta de la nariz. Tambin su boca pareca tener demasiados pliegues, y cuando hablaba sus movimientos eran exagerados, hacia arriba y hacia abajo, como la boca de un dragn. Har alguna pregunta sobre los protozones o como se llamen esas cosas? La era proterozoica. S, seora. Podra ser que una de las preguntas fuera: Hagan una lista de las seis eras geolgicas en orden cronolgico, dando las fechas aproximadas de su inicio y conclusin. Cundo fue la era cenozoica? Hace mil millones de aos? Es la era en la que t ests viviendo, chica. Todos nosotros vivimos en esta era. Comenz hace setenta millones de aos. O tambin pudiera ser que preguntase: Hagan una lista de algunas formas de vida ya extinguidas, y pedir que se identifiquen con la era y el perodo correspondientes. Un punto por cada respuesta buena. Por ejemplo, el brontops: mamfero, cenozoica, terciario. Es de la poca del eoceno, aunque no creo que sepas esto. Para tu propia informacin es posible que te interese saber que el brontops tena un aspecto que recuerda mucho a William Howard Taft, que fue presidente de Estados Unidos cuando yo tena aproximadamente tu edad. Vi que Judy escriba en su cuaderno pocas no y que encerraba las palabras en un recuadro. Mientras mi padre continuaba hablando, Judy empez a adornar el recuadro con tringulos. O el lepipodendro dijo l. Helecho gigante, paleozoica, pennsylvnico. O el criops. T qu contestaras, Peter? Yo no tena, en realidad, ni idea. Un reptil dije al azar. Mesozoica. 71

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Un anfibio dijo l, anterior. O el archeoptrix dijo en un tono ms animado, seguro de que nosotros sabramos esta vez la respuesta. Qu es, Judy? Arquiqu? pregunt ella. El archeoptrix suspir l. Fue la primera ave. Tena aproximadamente el mismo tamao que un cuervo. Sus plumas aparecieron por evolucin a partir de escamas. Estudia el diagrama que hay entre las pginas doscientos tres y doscientos nueve. No te pongas nerviosa. Estudia los diagramas, aprndetelos de memoria, estudia tus apuntes, y todo saldr bien. Cuando intento recordarlo me dan como mareos dijo Judy en un tono tal que dio la sensacin de que estaba a punto de llorar. Su cara era un capullo an cerrado, que antes de empezar a vivir ya se estaba marchitando. Era plida, y esta palidez se mantuvo a flote durante unos instantes por el aula, cuyas barnizadas persianas eran como persianas de miel recogida en un bosque dulcemente putrefacto. Nos pasa a todos dijo mi padre, devolviendo la firmeza a las cosas. El conocimiento marea. Haz lo que puedas, Judy, y no pierdas el sueo por estas cosas. No te dejes abrumar. Una vez haya pasado el mircoles podrs olvidarlo todo completamente, y antes de que te des cuenta ya estars casada y con seis hijos. En aquel momento comprend, con cierta indignacin, que, compadecido, mi padre acababa de explicarle con bastante exactitud qu era lo que pensaba preguntar en el examen. Cuando Judy sali del aula, mi padre se levant, cerr la puerta y me dijo: Esa pobre femme, ser la criada de su padre. Estbamos los dos solos. Dej de apoyarme en el alfizar de la ventana y dije: Quiz sea esto lo que l quiere. Yo tena plena conciencia de llevar una camisa roja; cuando avanzaba por el aula, su resplandor, en el suelo de mi visin, pareca dar a mis palabras una enigmtica urbanidad. No lo creas dijo mi padre. No hay nada peor que una mujer amargada. Esto es algo magnfico que tiene tu madre, jams la he visto amargada. Seguramente no lo entenders, Peter, pero tu madre y yo nos hemos divertido mucho juntos. Yo dud de esta afirmacin, pero lo dijo de una forma que me hizo guardar silencio. Me pareca que mi padre estaba despidindose, una por una, de las cosas que haba conocido en este mundo. Cogi una hoja de papel azul de su mesa y me la dio. Lee y llora me dijo. Primero pens que deba ser un informe mdico de signo fatal. Se me hundi el estmago. Cmo era posible que se acabara tan pronto? Pero se trataba simplemente de uno de los informes que redactaba Zimmerman tras sus visitas mensuales. INSTITUTO DE OLINGER OFICINA DEL DIRECTOR 1/10/47 PROFESOR: G. W. Caldwell CLASE: 10. curso, Ciencias, secc. CC PERODO DE LA VISITA: 1/8/47, 11:05 hrs. El profesor lleg a clase con doce minutos de retraso. Su sorpresa al ver al director que se haba hecho cargo de los alumnos fue evidente y esto fue comentado por los 72

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discpulos. Ignorando a sus alumnos, el profesor trat de mantener una conversacin con el director, a lo que ste se neg. A continuacin los alumnos y el profesor hablaron de la edad del universo, el tamao de las estrellas, los orgenes de la Tierra y el esquema de la evolucin orgnica. Por parte del profesor no hubo ningn intento de evitar ofender las ideas religiosas de los alumnos. No se hizo hincapi en los valores humansticos implcitos en las ciencias fsicas. En un momento dado, el profesor se detuvo un instante antes de pronunciar una palabrota. El desorden y el ruido estuvieron presentes en la clase desde el comienzo, y fueron aumentando en intensidad a medida que transcurra. No dio la sensacin de que los alumnos estuvieran bien preparados y, en consecuencia, el profesor recurri al mtodo de pronunciar una conferencia sin dilogo. Un minuto antes de que sonara el timbre que anuncia el final de la clase, golpe a un muchacho en la espalda con una varilla de acero. Estos mtodos de castigo fsico suponen, naturalmente, una violacin de las leyes del estado de Pennsylvania, y si se produjera una protesta por parte de los padres del alumno el incidente bastara para la expulsin del profesor. Sin embargo, dio la sensacin de que el profesor conoca bien su asignatura y algunos de sus ejemplos que relacionaban el tema acadmico con la vida cotidiana de los estudiantes fueron efectivos. Firmado: Louis M. Zimmerman Mi padre baj las persianas cuando empec a leer y pronto qued el aula en penumbra. Bueno le dije, cree que eres efectivo. Acaso se ha escrito alguna vez un condenado informe peor que ste? Debi de pasarse toda la noche para redactar esta obra maestra. Si la junta del instituto le echa mano a este informe, me ponen en la calle, me E-C-H-A-N, por mucho que tenga el puesto en propiedad. A qu chico pegaste? pregunt. A Deifendorf. Esa puta de la Davis excit al pobre bastardo. Pobre, dices? Nos rompi la rejilla del radiador y ahora va a conseguir que te expulsen. Y hace dos minutos estaba aqu y a ti slo se te ocurra contarle tu vida. Es tonto, Peter. Me inspira compasin. Slo una rata es capaz de amar a una rata. Me tragu el sabor de la envidia y dije: No es tan malo el informe, pap. No hubiera podido ser peor dijo l caminando a grandes pasos por el pasillo. Es un crimen. Y me lo merezco. Quince aos enseando, y aqu quedan resumidos. Quince aos de infierno. Cogi un trapo del estante de los libros y sali a la puerta. Yo volv a leer el informe tratando de captar qu era lo que pensaba Zimmerman en realidad. No lo consegu. Mi padre regres tras haber empapado el trapo en una fuente que haba en la entrada y, con largas pasadas rtmicas en forma de ochos puestos de lado, lav la pizarra. Sus diligentes movimientos silbantes subrayaron el silencio; en lo alto de la pared, el reloj, controlado por el que se encontraba en la oficina de Zimmerman, haca tictac y salt de las 4.17 a las 4.18. Qu quiere decir cuando habla de los valores humansticos implcitos en las ciencias fsicas? Pregntaselo a l dijo mi padre. Quizs l lo sepa. Quizs en lo ms profundo del tomo hay un hombre sentado en un balancn leyendo el peridico de la 73

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tarde. Crees que los de la junta vern este informe? Ruega al cielo que no, chico. Est archivado. En esa junta tengo tres enemigos, un amigo y otro que no s qu es. No tengo idea de qu piensa la seora Herzog. Les encantara echarme. Librarse de las ramas muertas. Hay muchos veteranos que han vuelto de la guerra y necesitan trabajo. Mientras grua todo esto sigui lavando la pizarra. Quiz tendras que dejar la enseanza le dije. Mi madre y yo habamos hablado de este tema a menudo, pero nuestras discusiones no conducan a nada porque siempre nos dbamos de cabeza contra lo mismo; slo gracias a que mi padre daba clases seguamos protegidos y vivos. Demasiado tarde, demasiado tarde dijo mi padre. Demasiado tarde, demasiado tarde. Mir el reloj y dijo: Dios mo, va en serio, voy a llegar tarde. Le dije al doctor Appleton que estara all a las cuatro y media. Mi cara se endureci de miedo. Mi padre no iba nunca al mdico. Por primera vez encontr una prueba de que su enfermedad no era una ilusin; era algo que se iba extendiendo por el mundo como una mancha. De verdad? Vas a ir? Le rogaba que me dijera que no. l saba lo que yo pensaba, y mientras nos enfrentbamos a travs de las vibrantes sombras del aula se oy una puerta que se cerraba de golpe, un nio que silbaba, y el tictac del reloj. Le he llamado al medioda dijo mi padre, como si estuviera confesndome un pecado. Slo quiero ir para que me diga lo bien que le fue en la facultad de medicina. Colg el trapo hmedo en el respaldo de su silla para que se secara y se acerc al alfizar de la ventana, donde desenrosc la caja del sacapuntas y verti una rosada corriente de virutas en el cesto de los papeles. Como el perfume de una ofrenda, el olor a cedro llen el aula. Puedo ir contigo? le pregunt. No, Peter. Ve a comer algo y mata el tiempo con tus amigos. Te recoger dentro de una hora e iremos a Alton. No, ir contigo. No tengo amigos. Cogi el chaquetn desgraciadamente, demasiado corto de su armario y sali delante de m. Cerr la puerta del aula 204 y bajamos las escaleras, pasamos el vestbulo del primer piso y dejamos atrs la reluciente vitrina de los trofeos. Aquella vitrina me resultaba deprimente; la vi por primera vez cuando yo era pequeo y desde entonces tena la supersticiosa sensacin de que cada vaso de plata contena las cenizas de un espritu. Heller, el jefe de los bedeles, esparca por el suelo migajas de cera roja que barra en direccin nuestra con una ancha escoba. Otro da, otro dlar le dijo mi padre. Ach, ja dijo el conserje. Uno envejece demasiado prronto y slo llega a sabio cuando ya es tarrde. Heller era un pequeo holands moreno con abundante cabello negro a pesar de que tena ya sesenta aos. Llevaba unas gafas con la montura al aire que le daban un aspecto ms erudito que el de la mayora de los profesores del instituto. Su voz son como un eco despus de la de mi padre en la vaca extensin del pasillo, cuyo piso, en los lugares donde daba alguna luz procedente de una puerta o una ventana, pareca hmedo. Me tranquilic pensando que nada tan absoluto y temible como la muerte poda penetrar en un mundo en el que hombres adultos podan intercambiar tales trivialidades. Mientras mi padre esperaba, corr a mi armario, que estaba cerca de all, y cog mi chaquetn y algunos libros; pens, equivocadamente, que durante las siguientes horas quizs 74

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encontrara unos momentos para hacer los deberes. Cuando regresaba donde ellos estaban, o que mi padre le peda perdn a Heller por haber dejado algunas manchas en el piso. No deca mi padre, me fastidia hacerle todava ms difcil el maravilloso trabajo al que usted se dedica. Ya lo es bastante por s solo. No crea que no me doy cuenta de lo difcil que es mantener limpio este corral. Es como el establo de Augias, pero cada da. Ah, bueno dijo Heller encogindose de hombros. Al acercarme, su negro bulto se agach de forma que pareca que el mango de la escoba atravesaba su cuerpo. Volvi a enderezarse y present en la palma de su mano abierta, para que mi padre y yo inspeccionramos su contenido, unos pocos rectngulos secos ms grandes que la suciedad corriente y de difcil identificacin. Semillas dijo el bedel. Y qu chico puede haber trado semillas? pregunt mi padre. A lo mejor son pepitas de naranja sugiri Heller. Otro maldito misterio dijo mi padre, que pareci ruborizarse, y sali, seguido por m, a la intemperie. La tarde era clara y fra, y el sol, que se encontraba sobre el sector occidental del pueblo, haca que delante de nosotros nuestras sombras se alargaran. A juzgar por nuestra sombra, parecamos una criatura de una sola cabeza con cuatro piernas que andara haciendo cabriolas. Un tranva bajaba la cuesta en direccin a Alton y su ruedecilla de contacto silbaba y chisporroteaba en el cable. Hacia all nos dirigiramos ms tarde, pero de momento avanzbamos contra la corriente. Caminamos en silencio. Yo tena que dar tres pasos por cada dos suyos. Pasamos por el csped a uno de los costados del instituto. A unos metros del pavimento haba una cartelera con puertas acristaladas. Los carteles que solan ponerse all los hacan los alumnos del curso superior de arte de la seorita Schrack; el que haba puesto mostraba una B pintada con los colores del instituto, ocre y oro, y anunciaba:

ALONCESTO MARTES 7 de la tarde

Cruzamos el pequeo e irregular camino de asfalto que separaba los terrenos del instituto del taller de Hummel. Aqu el pavimento estaba manchado de pequeos mapas de aceite derramado, con islas, archipilagos y continentes que todava no haban sido descubiertos. Cruzamos delante de los surtidores, y dejamos atrs la pulcra casa blanca detrs de cuyo pequeo porche haba un enrejado que sostena el crucificado esqueleto pardo de un rosal; en el mes de junio este rosal floreca, y de esta forma haca que todos los chicos que pasaban por aqu sintieran enseguida aromticos pensamientos en los que desnudaban a Vera Hummel. Dos puertas ms all estaba el pequeo bar de Minor, que comparta un edificio de ladrillo con la oficina de correos de Olinger. Haba dos ventanas, una al lado de otra; detrs de una de ellas la seorita Passify, que era jefe de correos, venda sellos y preparaba giros postales, rodeada de carteles de hombres buscados por la polica y de tarifas postales; detrs de la otra, rodeado de risas y humos adolescentes, Minor Kretz, que tambin era gordo, preparaba helados y combinados de Pepsi con limn. Ambos establecimientos estaban dispuestos simtricamente. El mostrador de mrmol acaramelado de Minor era el reflejo, a travs de la pared divisoria, del mostrador de ventanas enrejadas y linleo de la seorita Passify. Cuando yo era pequeo sola mirar a travs del orificio del buzn del correo local para ver la parte de 75

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atrs de la oficina con sus anaqueles de cartas clasificadas, sus montones de sacos de color gris, y uno o dos carteros con pantalones azules, sin chaqueta ni gorra, que solan estar discutiendo alguna cuestin divisoria semioficial. Del mismo modo, al otro lado de la pared divisoria, los adolescentes mayores que yo llenaban el bar y se tumbaban en los reservados tras una pantalla de humo a travs de cuyos agujeros aquel nio pequeo que yo era entonces vislumbraba una misteriosa intimidad que para m estaba tan prohibida como si la protegiera una ley federal. La mquina del milln y la mquina que imprima el matasellos eran tambin gemelas en el reino del ruido; all donde en la oficina de correos haba un pequeo estante con un sucio secante de bordes arrugados, algunas plumas estropeadas, y dos frascos con el contenido reseco y dorados tapones de bisagra, en el restaurante haba una mesita que ofreca a la venta pitilleras de plstico, marcos cromados en miniatura con fotografas de June Allyson e Yvonne de Cario, barajas con grabados de gatos, perros, casitas de campo y lagos en el dorso, y depravados productos de 29 centavos como dados cargados transparentes, ojos pop de celuloide y dientes de macho cabro, vasos para bromas y cagadas de perro hechas de yeso pintado. All podas comprar, dos por cinco centavos, postales con fotografas sepia del ayuntamiento de Olinger, la zona comercial de Alton Pike decorada con iluminaciones y velas de Navidad, la panormica que se domina desde Shale Hill, la nueva planta de potabilizacin de agua situada cerca de Cedar Top, y la Lista de Ciudadanos Destacados, tal como era durante la guerra hecha de madera y siempre con letras muy nuevas, antes de que pusieran la pequea lpida en la que slo aparecan los nombres de los que murieron. Aqu se podan comprar las postales, y al lado, por un centavo ms, se podan remitir; la simetra, que alcanzaba incluso a los trozos gastados de los pisos contiguos y a los tubos de calefaccin que corran a lo largo de paredes opuestas, era tan perfecta que, en mi infancia, yo pensaba que la seora Passify y Minor Kretz estaban casados en secreto. Por las noches, y los domingos por la maana, cuando las ventanas de ambos lados estaban a oscuras, la espejeante membrana que las separaba se disolva y, llenando la unificada concha de ladrillo con un deteriorado y gordo suspiro, las dos mitades quedaban unidas. Al llegar aqu mi padre se detuvo. En el fresco aire, sus zapatos araaron el cemento y sus labios se movieron como los de una marioneta: Bien, Peter dijo, t entra en el bar y yo regresar y te recoger cuando el doctor Appleton haya terminado. Qu crees que va a decirte? Yo me senta tentado a acceder. Era probable que Penny estuviera en el bar. Me dir que estoy tan sano como un viejo caballo tonto dijo mi padre; es tan listo como una lechuza vieja y malintencionada. No quieres que vaya contigo? Y qu podras hacer t, pobrecillo? No vengas y procura no deprimirte. Anda a ver a tus amigos, donde sea que estn. Yo no tuve nunca amigos, y no puedo ni imaginar dnde se les puede encontrar. Raras veces se contraponan mi conciencia y mi padre. Opt por una solucin de compromiso: Entrar dije. Slo un minuto; luego, te alcanzar. Qudate el tiempo que quieras dijo l con un repentino movimiento de la mano, como si se hubiera acordado del pblico invisible para el que siempre actuaba. Puedes matar todo el tiempo que quieras. A tu edad yo poda matar tanto tiempo que todava tengo las manos ensangrentadas. Su conversacin se iba desplegando con tal amplitud que me sent helado. Cuando se fue caminando solo, me dio la impresin de que andaba ms ligero y 76

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pareca ms delgado. Quiz todos los hombres parecen ms delgados vistos desde atrs. Pens que ojal, aunque slo fuera por m, se comprara un chaquetn ms respetable. Mientras le miraba se sac del bolsillo el gorro de punto y se lo puso en la cabeza; lleno de turbacin, sub corriendo los escalones, empuj la puerta y entr en el bar. Aquello era un laberinto. Haba muchsimos cuerpos, a pesar de que slo una mnima parte de los estudiantes frecuentaba aquel lugar. Los otros iban a otros sitios; los que frecuentaban el bar de Minor eran los ms criminales, y me emocion pensando que, aunque slo fuera marginalmente, yo perteneca a los que estaban en el bar de Minor. Notaba que en el brumoso interior del local se esconda un poderoso secreto cuyos orificios nasales exhalaban el humo y cuya piel exudaba el calor que permeaban el bar. Era como si las voces que se empujaban en aquel calor de establo chismorrearan sobre lo mismo, un acontecimiento indefinido que haba ocurrido un minuto antes de que yo entrara; a esa edad me obsesionaba la sospecha de que un mundo completamente diferente, deslumbrante y transcendental, representaba sus mitos a mi lado, pero fuera del alcance de mi vista. Me abr paso a empujones entre los cuerpos como si se tratara de una serie de puertas puestas unas junto a otras. Avanc junto a los reservados, dej atrs uno, otro y otro y all, efectivamente, all estaba ella. Ella. Por qu, amor mo, nos parecen las caras de los que amamos tan nuevas cada vez que volvemos a verlas, como si nuestros corazones acabaran de acuarlas de nuevo en ese preciso instante? Cmo podra describirla con precisin? Era pequea y nada extraordinaria. Sus labios demasiado abultados y fastidiosamente presumidos; la nariz un poco pronunciada y nerviosa. Tena unos prpados ligeramente negroides, pesados, hinchados, azulinos e incongruentemente mundanos en contraste con la asombrada y herbosa inocencia de sus ojos. Creo que eran estas incoherencias entre labios y nariz, ojos y prpados estas dulces y silenciosas pugnas comparables a las ondas reticulares que aparecen como meros indicios en la superficie de una corriente de profundidad irregular, lo que la convertan para m en una belleza; este carcter delicadamente irresoluto de sus rasgos haca posible que fuera merecedora de alguien como yo. Y haca que siempre me pareciera algo inesperada. Ocupaba un extremo del reservado y haba espacio junto a ella. Al otro lado de la mesa, enfrente, haba dos alumnos de noveno a los que ella conoca muy poco, un chico y una chica, que forcejeaban mutuamente con sus botones, ciegos para todo lo dems. Ella les miraba y no me vio hasta que mi cuerpo, al sentarse, empuj el suyo. Peter! Me desabroch la chaqueta y apareci la llama diablica de mi camisa. Dame un cigarrillo. Dnde has estado todo el da? Por ah. Te he visto. Con un ademn encantador golpe la cajetilla de Lucky que llevaba metida en una pitillera de plstico, morada y amarilla, con una puertecilla corrediza por la que asom el pitillo. Me mir con sus iris verdes estriados cuyos perfectos crculos negros parecan dilatados. No comprenda mi propia capacidad para hacerle perder su serenidad, y en lo ms profundo de mi corazn pensaba que no era por culpa ma. Pero esa prdida de serenidad me convena porque haca nacer en m una especie de reposo que jams haba conocido antes. Del mismo modo que un beb quiere que le metan en la cuna, mi mano quera estar entre sus muslos. Aspir y tragu el humo. Anoche tuve un sueo en que aparecas t. Ella apart la vista, como buscando espacio donde ruborizarse. Qu soaste? No es exactamente lo que t crees dije. So que te convertas en un rbol, y 77

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yo te gritaba: Penny, Penny, regresa, pero t no regresabas y yo me qued con la cara apoyada en la corteza de un rbol. Se lo tom con cierta frialdad y dijo: Qu triste! Lo era. ltimamente todo lo que me rodea es triste. Qu otra cosa es triste? Mi padre cree que est enfermo. Qu cree que tiene? No lo s. Quiz cncer. En serio? El cigarrillo me estaba provocando nuseas y mareo; quera apagarlo, pero en lugar de hacerlo volv a chupar, por ella. El tabique que separaba nuestro reservado del contiguo avanz un palmo. El chico y la chica que estaban delante haban llegado a unir sus cabezas como un par de corderos narcotizados. Cario me dijo Penny. Probablemente tu padre no tiene nada malo. No es muy viejo. Tiene cincuenta aos dije yo. Los cumpli el mes pasado. Siempre haba dicho que no llegara a los cincuenta. Ella frunci el entrecejo, pensando, mi pobre tontuela, y trat de encontrar palabras para consolarme a m, a un chico infinitamente ingenioso cuando se trataba de sentirse desconsolado. Por fin me dijo: Tu padre es demasiado divertido para morirse. Como estaba en noveno, ella le haba tenido solamente de vigilante en la hora de estudio; pero todo el instituto conoca a mi padre. Todo el mundo se muere le dije. Pero todava le falta un poco. S, pero ahora ese momento puede llegar en cualquier instante. Y con esto llevamos el misterio hasta el lmite extremo; lo nico que podamos hacer era regresar. Ha ido a ver algn mdico? me pregunt. Y, tan impersonal como un fenmeno meteorolgico, su pierna avanz por debajo de la mesa hasta ponerse tangente a la ma. Ahora va hacia all. Pas mi cigarrillo a la mano derecha y, como quien no quiere, como si quisiera rascarme simplemente algo que me picaba, dej caer mi mano izquierda sobre mi muslo. Tendra que haberle acompaado le dije a Penny, preguntndome si mi perfil tena un aspecto tan elegante como me pareca a m, con los labios salidos en aquel instante bajo una pluma de humo. Por qu? Qu podras hacer por l? No s. Consolarle. Estar all, simplemente. De una manera tan natural como el agua en su descenso desde un punto elevado hacia un punto ms bajo, mis dedos pasaron de mi muslo al suyo. La falda de Penny tena una textura faunesca. Ese roce, aunque ella hiciera como que no se daba cuenta, interrumpi sus pensamientos y le hizo decir con voz entrecortada: Pero cmo podras ser t un consuelo? Si no eres ms que su hijo. Lo s dije hablando rpidamente para no dar lugar a que ella pensara que mi roce era algo ms que un accidente, un incidente de elementos inocentes. Una vez conquistado el sitio, me dediqu a ampliar mis posesiones abriendo los dedos y aplastando la palma de la mano contra la solidez que me aceptaba. Pero soy el nico 78

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chico que tiene. Al utilizar la palabra chico, perteneciente al vocabulario corriente de mi padre, le acerqu demasiado a aquella escena. Me pareci que su bizqueo y su actitud de ansiosa preocupacin se cernan sobre m en el aire inquieto. Soy la nica persona del mundo con la que puede hablar. Es imposible dijo ella muy suavemente, en una voz ms ntima que las palabras. Tu padre tiene cientos de amigos. No le dije yo, no tiene amigos; ninguno de ellos le ayuda. Me lo ha dicho l mismo. Y movida por algo parecido al miedo interrogador que llevaba a mi padre a penetrar, en sus conversaciones con desconocidos, hasta profundidades ms atrevidas de lo que aconseja la cortesa, mi mano, enorme ahora, cogi el clido botn de su carne tan completamente que mis dedos llegaron a explorar la grieta que se abra entre sus muslos y mi dedo meique quiz toc, a travs de la funda de tela de textura faunesca, el vrtice donde se unan, la sedosa horcajadura, el lugar sagrado. No, Peter dijo ella, con el mismo tono suave de antes. Sus fras yemas tomaron mi mueca y volvieron a poner mi mano sobre mi propia pierna. Yo golpe mi muslo y suspir, satisfecho. Me haba atrevido a hacer mucho ms de lo que haba soado. Por eso me pareci innecesario y tmidamente furciesco que ella aadiera en un murmullo: Hay mucha gente. Como si la castidad necesitase una confirmacin externa, como si, de haber estado los dos solos, la tierra hubiera podido aprisionarme los antebrazos. Apagu con fuerza mi cigarrillo y le rogu: Tengo que ir con l y luego aad: T rezas? Rezar? S. S. Rezars por l? Por mi padre. De acuerdo. Gracias, eres buena. Al llegar a este punto los dos volvimos la vista atrs para mirar lo que acabbamos de decir y nos quedamos asombrados. Me pregunt si haba cometido una blasfemia al utilizar a Dios como instrumento para anotarme un tanto importante en el corazn de la muchacha. Pero decid que no, que su promesa de rezar haba aligerado verdaderamente mi carga. Al levantarme le pregunt: Irs maana por la tarde al partido de baloncesto? Podra ir. Quieres que te guarde sitio? Si quieres. O si no gurdamelo t. De acuerdo, Peter. Eh? No te preocupes tanto. No eres culpable de todo lo que ocurre. En este momento abandonaba su lucha libre la pareja que estaba frente a nosotros, dos compaeros de curso de Penny cuyos nombres eran Bonnie Leonard y Richie Lorah. En un estallido de burln triunfo, Richie me chill: Comecocos! Bonnie se ri como una subnormal y la atmsfera del caf, que hasta entonces me haba dado tanta seguridad, se hizo peligrosa al brotar aquellas palabras dirigidas contra 79

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mi cara. Algunos chicos mayores, que lucan adultas bolsas de sombra bajo los ojos, me gritaron: Ey!, comecocos, cmo est tu padre? Qu tal est el gordo? Ningn estudiante que hubiera sido alumno de mi padre poda jams olvidarle, y el recuerdo pareca adquirir forma bajo el aspecto de una burla. La emocin de la culpa fermentada mezclada con cario buscaba expiarse sobre mi persona, despreciable receptculo para tal mito. Yo detestaba aquella circunstancia que, sin embargo, me confera importancia; ser hijo de Caldwell me haca destacar de entre la masa de los alumnos ms jvenes y me converta, gracias nicamente a mi padre, en un ser dotado de existencia a los ojos de aquellos Titanes. Bastaba que yo escuchase y aparentara sonrer a medida que ellos volcaban sus crueles dulces recuerdos: El viejo siempre se tiraba en un pasillo y gritaba: Venga, ya podis pisarme, lo haris de todos modos... ... y cinco o seis nos llenamos los bolsillos de castaas... ... siete minutos antes de que dieran la hora nos ponamos todos en pie y nos quedbamos mirndole fijamente como si llevara la bragueta abierta... Joder, nunca olvidar... ... la chica de las ltimas filas de la clase deca que no alcanzaba a ver la coma de los decimales..., l se fue a la ventana, cogi un poco de nieve del alfizar, hizo una bola... y la tir contra la jodida pizarra... Las ves ahora? le dijo. Qu carcter. Menudo padre tienes, Peter. Generalmente estas ordalas concluan con una bendicin untuosa parecida a sta. Y a m me emocionaba recibirla de aquellos criminales de elevada estatura que fumaban en los lavabos, beban alcohol en Alton, y visitaban los prostbulos de negras que haba en Filadelfia. La sonrisa con que les correspond se me disec en los labios y, repentinamente despectivos, ellos me volvieron la espalda. Volv a recorrer el camino hacia la salida del caf. En alguno de los reservados alguien imitaba un gallo. En el tocadiscos Doris Day cantaba Sentimental Journey. Del fondo del local llegaba un coro de vtores que se alzaban rtmicamente cada vez que la mquina del milln, tras dejar or una campanita, conceda una tras otra las partidas gratis. Volv la cabeza y a travs de la aglomeracin vi que era Johnny Dedman el que jugaba; era imposible confundir aquellos hombros anchos y ligeramente gordos, el cuello de la camisa de pana amarillo canario vuelto hacia arriba, la barroca cabeza de pelo ondulado que peda a gritos un buen corte y caa por detrs en forma de hmeda cola de ganso. Johnny Dedman era uno de mis dolos. Aunque era de los mayores, iba a clase con los pequeos debido a los continuos suspensos, y era capaz de llevar a cabo con perfecta exquisitez esas hazaas sin sentido que son las cabriolas, el baile a ritmo de jazz, el juego del milln o comer cacahuetes salados tirndolos primero al aire y recogindolos con la boca. Debido a un fallo en la colocacin de los alumnos por orden alfabtico se haba sentado a mi lado en una de las horas de estudio y enseado varios nmeros, por ejemplo, cmo hacer un chasquido parecido al de dos maderas chocando entre s a base de sacar repentinamente el dedo de la boca, aunque lo cierto es que a m nunca me sali un ruido tan fuerte como a l. l era inimitable y era, sin duda, una tontera tratar de hacerlo igual que l. Tena la cara rosada de un beb y un bigote plumoso de plido vello sin afeitar, y su falta de ambicin era de una pureza total: incluso su mal comportamiento era algo que ocurra sin perentoriedad ni estridencias. Incluso estaba fichado por la polica: en una ocasin que se encontraba en Alton, completamente borracho de cerveza, a los diecisis aos, golpe a un polica. Pero a m me pareci que no lo haba hecho a propsito sino que se 80

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dej caer framente en ello, de la misma manera que en la pista de baile pareca caer en los pasos que respondan a los de su pareja y que con el pelo al vuelo, las mejillas encendidas, zarandeando el culo, segua el ritmo. Cuando jugaba al milln nunca haca faltas; deca que era capaz de notar los movimientos del mercurio que disparaba el mecanismo que detena la partida cuando se mova excesivamente la mquina. Jugaba como si l fuera el inventor de aquellas mquinas. De hecho, la nica relacin que tena con el mundo de las cosas reales era su reconocida destreza en el campo de la mecnica. Menos en la asignatura de Artes Industriales, siempre sacaba la misma nota: Suspenso. Las S de suspenso tenan para m un carcter sublime que me quitaba el aliento. Aquel ao, el ao en que yo tena quince, si no hubiera deseado con tanto ahnco ser Vermeer, hubiera tratado de ser Johnny Dedman. Pero, naturalmente, ya tena el mnimo sentido comn como para comprender que nadie puede llegar a ser Johnny Dedman; eso se es al nacer, justamente desde el primer momento. Una vez fuera me sub las puntas del ancho cuello de mi chaquetn y camin por la carretera de Alton un par de manzanas hasta llegar al consultorio del doctor Appleton. El tranva, relevado de su espera por el que se iba en direccin oeste cuando mi padre y yo salimos del instituto, se balanceaba carretera arriba, lleno de grises obreros y gente que volva de hacer compras, avanzando en direccin este hacia Ely, el pueblecito que estaba al final de la lnea. Posiblemente yo haba perdido diez minutos. Me apresur y, consciente de haberle pedido a Penny que rezara, rec a mi vez: Que viva, que viva, que mi padre no est enfermo. La plegaria iba dirigida a cuantos quisieran escuchar; mi oracin fue ensanchndose en crculos concntricos que primero abarcaron el pueblo y luego alcanzaron el hemisferio del cielo, y ms all, lo que fuera que hubiera ms all. El cielo de detrs de las casas, en el lado oriental, ya se haba vuelto morado; sobre m conservaba todava el azul de pleno da; y a mi espalda, encima de las casas, estaba en llamas. El azul del cielo era una ilusin ptica que, pese a haberme sido explicada en clase por mi propio padre, slo poda ser concebida por mi mente como una acumulacin de esferas de cristal ligeramente coloreadas, del mismo modo que dos trozos de celofn casi imperceptiblemente rosa forman el color rosa; y si se aade un tercero aparecer el rojo; un cuarto, el carmes; y un quinto, y dar un escarlata como el que debe de brillar en el corazn del ms ardiente horno. Si la cpula de azul que haba sobre el pueblo era una ilusin, cunto ms ilusorio deba de ser lo que estaba ms all. Por favor, aad a mi plegaria como un nio al que han reido. La casa del doctor Appleton, que contena su consultorio y una sala de espera en la parte de la fachada, estaba pintada con estuco de color crema y separada de la carretera por un csped largo e inclinado que sostena una pared de piedra arenisca slo un poco ms baja que yo. A ambos lados de los escalones que llevaban al csped haba dos pilares de piedra coronados por sendas esferas de cemento muy grandes; era motivo decorativo muy corriente en Olinger, pero, segn he podido descubrir posteriormente, infrecuente en otros lugares. Repentinamente, mientras yo suba a toda prisa por la cuesta hacia la puerta del doctor, las lmparas de todas las casas del pueblo empezaron a encenderse de la misma manera que en un cuadro una sombra ligeramente acentuada basta para que los colores adyacentes brillen ms. En aquel preciso instante se haba traspasado la ancha lnea que separa el da de la noche. LLAME Y PASE, POR FAVOR. Como yo no era un paciente, no toqu el timbre. Pens que si lo haca, poda echar a perder las cuentas del doctor Appleton, como un talonario de cheques con uno sin cobrar. En el vestbulo de la casa haba una alfombra de color chocolate y un inmenso paragero de estuco adornado, desordenadamente, con trocitos de cristales de colores. Sobre el paragero colgaba un pequeo y oscuro grabado de aspecto horripilante que representaba una escena clsica de violencia. El 81

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horror que sentan los espectadores haba sido dramatizado tan a conciencia, y tal era la intensidad con que el artista haba raspado el revoltillo de sus brazos extendidos y bocas abiertas, y tan deprimente y muerto el efecto de conjunto, que nunca logr llegar a comprender qu era lo que realmente se representaba, aunque mi impresin era que se trataba de algo vagamente parecido a una azotaina. En un extremo del grabado, antes de que apartara de golpe mi cabeza como ante el impacto inicial de una imagen pornogrfica, vislumbr una lnea gruesa un ltigo?que serpenteaba al lado de un diminuto templo grabado con lneas delicadas como patas de araa a fin de sugerir la distancia. Que un artista olvidado hubiera trabajado a lo largo de una irrevocable secuencia de horas, con autntica destreza y amor, sin duda, para producir finalmente aquella representacin fea, polvorienta, parduzca y totalmente ignorada, era algo que pareca dirigirme un mensaje que yo me negu a leer. Entr en la sala de espera del doctor Appleton, que estaba a mi derecha. All, viejos muebles de roble tapizados en cuero negro cuarteado se alineaban junto a las paredes alrededor de una mesa central repleta de estropeados ejemplares de Liberty y The Saturday Evening Post. Un colgador de tres patas, semejante a una descarnada bruja, miraba ceudamente en un rincn, y en el estante situado sobre su hombro se encontraba un cuervo disecado que el polvo haba vuelto gris. La sala de espera estaba vaca; la puerta de la consulta abierta de par en par; o la voz de mi padre que preguntaba: Podra ser veneno de alguna hiedra? Un momento, George. Quin ha entrado? Con la ancha cara calva de un mochuelo amarillento, la cara del doctor Appleton asom por la puerta. Peter dijo, y como un rayo de sol la bondad y la habilidad de aquel anciano atravesaron la mrbida atmsfera de su casa. Aunque el doctor Appleton asisti a mi madre cuando me dio a luz, mi primer recuerdo de l se remontaba a la poca en que yo estaba en tercero y, preocupado por las peleas de mis padres, acobardado por los matones mayores que yo cuando iba de vuelta a casa, y ridiculizado durante los recreos por las manchas de mi piel que debido a la tensin se haban extendido a mi cara, cog un resfriado que no me pasaba nunca. ramos pobres y por tanto tardbamos bastante en llamar al mdico. Le avisaron cuando llevaba tres das con fiebre. Recuerdo que me pusieron, apoyado sobre dos almohadones, en la ancha cama doble de mis padres. En el empapelado, los pies de la cama y los libros ilustrados que me rodeaban esparcidos sobre las mantas, notaba las marcas del benevolente y pasivo aplastamiento que sobreviene en cuanto la fiebre es un poco alta; por mucho que me secara los ojos y tragara saliva, mi boca permaneca seca y mis ojos hmedos. Unos pasos fuertes pusieron la escalera en orden y un hombre gordo con chaleco marrn y una bolsa marrn entr con mi madre. Me mir, se volvi hacia mi madre y con una voz cida de campesino le pregunt: Qu le han hecho a este nio? Haba dos cosas curiosas en el doctor Appleton: era gemelo, y tena, como yo, psoriasis. Su gemela era Hester Appleton, profesora de latn y francs en el instituto. Era una solterona tmida, de gruesa cintura, ms baja que su hermano y con el pelo cano. l era calvo. Pero sus cortas narices ganchudas eran idnticas y el parecido era evidente. De pequeo, la idea de que estas dos personas ancianas y seoriales hubieran salido juntas de la misma madre me resultaba tan inagotablemente improbable que los dos me daban la sensacin de ser todava parcialmente nios. Hester viva con el doctor en esta misma casa. l se haba casado, pero su mujer haba muerto o desaparecido haca aos en oscuras circunstancias. Haba tenido un hijo, Skippy, algunos aos mayor que yo, pero hijo nico tambin. Mi padre le haba tenido como alumno y el muchacho 82

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continu sus estudios hasta convertirse en mdico y ejercer la medicina en algn lugar del Medio Oeste, en Chicago, St. Louis u Omaha. Adems del misterioso destino de la madre de Skippy, se cerna otra sombra: el doctor Appleton no perteneca a ninguna Iglesia, ni a la reformada ni a la luterana, y la gente deca que no crea en nada. De esta tercera circunstancia extraa me enter de odas. La segunda, su psoriasis, me haba sido revelada por mi madre; hasta mi nacimiento, las nicas personas del pueblo que haban sufrido esta enfermedad eran l y ella. Mi madre me dijo que a l le haba impedido convertirse en cirujano, pues pensaba que, llegado el momento de arremangarse, el paciente vera las costras rosas y, asustado, podra exclamar: Mdico, crate a ti mismo! Mi madre crea que era una pena, pues en su opinin el mayor tamao del doctor Appleton radicaba sobre todo en sus manos, y era ms diestro en la manipulacin que en el diagnstico. Mi madre explicaba a menudo que el doctor le haba curado una faringitis crnica pintndole con un palo largo con un algodn en la punta el punto aquejado. Al parecer, en algn momento de su vida mi madre haba pensado mucho en el doctor Appleton. Ahora se agach hacia m en la penumbra de su sala de espera, tensando su cara redonda y plida para enfocar mi frente. Parece que tienes bastante bien la piel me dijo. De momento no est mal dije. Lo peor es en marzo y abril. En la cara no tienes casi nada. Yo crea que no tena absolutamente nada. Me cogi las manos not la fiera seguridad del tacto que haba mencionado mi madre y estudi las uas a la luz que se filtraba desde la otra habitacin. S, hay manchas. Y el pecho? Bastante mal le dije, asustado ante la idea de tener que enserselo. l parpade y dej caer mis manos. Llevaba chaleco pero se haba quitado la chaqueta y llevaba las mangas de la camisa sujetas por encima del codo por unas bandas elsticas de color negro que parecan delgadas fajas de luto. Una cadena de reloj de oro formaba un arco que oscilaba de un lado a otro del chaleco ocre por encima de su barriga. Del cuello le colgaba el estetoscopio. Encendi una luz, y un candelabro de cristal marrn y naranja sostenido por cables negros arroj desde arriba charcos brillantes sobre el montn de revistas que haba en la mesa del centro. Puedes quedarte leyendo mientras termino con tu pap. Desde la consulta se oy gritar a mi padre: Deje entrar al chico, doctor. Quiero que oiga lo que tiene que decirme. Todo lo que me pase a m, le pasa a l. A m me daba vergenza entrar por miedo a encontrar a mi padre desnudo. Pero estaba completamente vestido y sentado al borde de una pequea silla labrada con dibujos holandeses. En esta iluminada habitacin su cara pareca blanquecina por el sobresalto. Pareca que tuviese la piel flccida; su breve sonrisa tena saliva en los extremos. Espero que, por muchas cosas malas que te pasen en la vida me dijo, nunca tengas que vrtelas con el sigmoidoscopio. Brruuff! Tcha gru el doctor Appleton depositando su peso en la silla de su escritorio, una silla giratoria que pareca hecha a medida. Sus cortos brazos rollizos terminados en aquellas eficaces manos blancas se colgaron familiarmente en la conocida curva de los bazos de madera que culminaba hacia dentro, en una voluta. Tu problema, George dijo l, es que nunca has llegado a aceptar tu propio cuerpo. 83

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Para no estorbarles me sent en un alto taburete de metal blanco junto a una mesa con instrumentos quirrgicos. Tiene razn dijo mi padre. Detesto este maldito y feo armatoste que no s cmo diablos ha podido soportarme cincuenta aos. El doctor Appleton se quit el estetoscopio del cuello y lo dej sobre la mesa, donde se retorci para luego quedarse quieto como una serpiente de goma recin aniquilada. Su mesa de despacho era un viejo escritorio de tapa corrediza lleno de facturas, sobres con pldoras, tacos de papeles para recetas, tiras de dibujos recortadas de revistas, ampollas vacas, un abrecartas de latn, una caja azul con algodn en rama, y una abrazadera de plata en forma de omega. El recinto ms oculto de su templo tena dos partes: sta, la parte donde estaban su escritorio, sus sillas, su mesa de instrumentos quirrgicos, sus balanzas, su grfico para graduar la vista, y sus macetas de plantas, y, al otro lado del escritorio y de un tabique de cristal esmerilado, la otra, la ms recndita, donde tena almacenadas las medicinas en estantes como si se tratara de botellas de vino y jarritos llenos de joyas. Al terminar la consulta sola retirarse all para emerger al poco tiempo con una o dos botellitas con etiquetas, y siempre sala de aquella habitacin una complicada fragancia medicinal integrada por caramelo, mentol, amonaco y hierbas secas. Esta nube de olor medicinal poda notarse incluso en el vestbulo donde estaba la alfombra, el grabado y el paragero de estuco. El doctor se volvi en su silla y nos dio la cara; su cabeza calva era diferente de la de Minor Kretz, que mostraba en sus brillantes bultos las llanuras y surcos de su calavera. La del doctor Appleton era en cambio una superficie luminosa y uniforme con algunas manchas rosadas que slo yo, probablemente, notaba y reconoca como psoriasis. El doctor seal con su pulgar a mi padre. Mira, George dijo, t crees en el alma. T crees que tu cuerpo no es ms que una especie de caballo al que te subes, te paseas un rato y luego te bajas. Haces galopar demasiado a tu cuerpo. No le tienes ninguna consideracin. Esto no es natural. Esto hace que aumente la tensin nerviosa. Mi taburete era incmodo, y siempre me desconcertaba or filosofar al doctor Appleton. Deduje que el veredicto ya haba sido pronunciado y supuse, por el derecho que se arrog el doctor de mostrarse aburrido, que haba sido favorable. De todos modos yo permaneca an en la duda, y estudiaba la mesa de titilantes probetas y angulosas tijeras como si se tratara de un alfabeto donde hubiera podido leer la solucin. Aquellos objetos decan YO, YO. Entre estas exclamaciones plateadas agujas, saetas y bruidas abrazaderas estaba ese martillo tan extrao con que los mdicos golpean a uno en la rodilla para que la pierna d una sacudida. Era un pesado tringulo de caucho rojizo fijado en un asa de plata, de forma cncava a fin de facilitar su sujecin. Las primeras visitas a este consultorio que recordaba se centraban en torno a este martillo, y la mesa de instrumentos se centraba en torno a esta punta de flecha de un naranja agrisado que, para m, era un objeto antiqusimo. Tena forma de punta de flecha pero tambin de fulcro, y mientras lo miraba me pareci que se hunda con sus grietas infinitesimales y su redondez producida por el uso y el tiempo, que se hunda a travs del tiempo y llegaba a ser al final lo bastante sencillo y pesado como para ser el eje de todo. ... concete a ti mismo, George deca el doctor Appleton. Su firme y rosada palma, redonda como la de un nio, se levant en seal de amonestacin. Cuntos aos hace que te dedicas a la enseanza? Catorce dijo mi padre. Me despidieron a finales del ao 31 y al nacer el chico estuve sin trabajo todo el ao. En el verano del 33, Al Hummel, que como usted sabe es sobrino del abuelo Kramer, vino a casa y sugiri... 84

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Peter, le gusta ensear a tu padre? Me tom un segundo darme cuenta de que me hablaban a m. No lo s dije, a veces supongo que s. Luego pens y aad: No, imagino que no le gusta. No pasara nada dijo mi padre si yo creyera que ensear sirve para algo. Pero me falta el don de la disciplina. Mi padre, el pobre diablo, tampoco lo tena. T no eres un profesor le dijo el doctor Appleton, sino un estudioso. Esto crea tensin. La tensin produce un exceso de jugos gstricos. Pues bien, George, los sntomas de los que me hablas podran ser simplemente de una colitis mucilaginosa. Una irritacin constante del aparato digestivo, y puede llegar a producir dolor y esa sensacin de hartura en el ano de la que hablas. Hasta que no tengamos los rayos X, supongamos que se trata de esto. No me importara dedicarme a cualquier cosa para la que no sirviera dijo mi padre si supiera cul es su maldita utilidad. No hago ms que preguntar, pero nadie me da una respuesta. Y qu dice Zimmerman? No dice nada. En la confusin se encuentra como pez en el agua. Zimmerman tiene el don de la disciplina, y cuando ve que los pobres diablos que estamos debajo de l no lo tenemos, se limita a rerse. Puedo orle rer cada vez que el reloj hace tic. Zimmerman y yo dijo el doctor Appleton suspirando nunca hemos llegado a ser muy amigos. Ya sabes que fui al colegio con l. No lo saba. Mi padre menta. Hasta yo lo saba, porque el doctor Appleton lo deca muy a menudo. Para l, Zimmerman era algo molesto que le haba irritado toda la vida. Yo me puse furioso con mi padre por haberse mostrado tan obsequioso, por exponernos, al contestar de aquella manera, a una historia larga y demasiado oda. S dijo el doctor Appleton parpadeando de sorpresa al ver que mi padre ignoraba un hecho tan conocido. Fuimos juntos a todas las escuelas de Olinger. Se arrellan en la silla en que tan exquisitamente encajaba su cuerpo. Cuando nosotros nacimos, este pueblo no se llamaba Olinger, sino Tilden, en honor del hombre que hubiera vencido en las elecciones de no haber sido vctima de una estafa. El viejo Olinger todava cultivaba entonces todas las tierras que haba al norte de la carretera y al este de donde est ahora la fbrica de cajas de cartn. Todava recuerdo al viejo cuando se iba con sus caballos a Alton, un viejecillo pequeo de apenas un metro cincuenta con un sombrero negro y un bigote tan grande que hubieras podido secar los cubiertos con l. Tena tres hijos: Cot, que una noche se volvi loco y mat dos bueyes con una azada; Brian, que tuvo un hijo de la negra que les haca de cocinera; y Guy, el ms pequeo, que vendi la tierra a unas inmobiliarias y se muri porque intent comerse todo el dinero que le dieron. Cot, Brian y Guy: todos estn bajo tierra ahora. Qu haba empezado a decir? Lo de usted y el seor Zimmerman dije. No se le escap mi grosera impaciencia; me mir por encima del hombro de mi padre y su labio inferior se desliz pensativamente primero hacia un lado y luego al otro. Ah, s dijo dirigindose a mi padre. Bueno, pues, Louis y yo pasamos todos los cursos juntos; entonces haba que ir de un colegio a otro por todo el condado para seguir los estudios. El primero y el segundo se hacan en Pebble Creek, donde han puesto el aparcamiento para el nuevo restaurante; tercero y cuarto se cursaban en el establo de la seora Eberhardt, que lo alquilaba al ayuntamiento por un dlar al ao; el quinto y el sexto en un edificio de piedra que estaba en lo que entonces se llamaban 85

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Tierras Negras, de tan profunda que era la capa de marga, all donde estaba antes la pista del hipdromo. Siempre que haba una carrera en da laborable, que sola ser los martes, nos dejaban salir de la escuela porque necesitaban chicos que sujetaran y peinaran los caballos. Y para los que queran estudiar ms all de sexto, cuando yo tuve la edad de poder hacerlo, ya haban construido el instituto en la esquina de Elm Street. Qu grandioso nos pareca entonces aquel edificio! Es el edificio donde t hiciste los cursos elementales, Peter. S?, no lo saba dije tratando de expiar mi mala educacin de antes. Me pareci que el doctor Appleton se senta complacido. Se relaj tanto en su crujiente silla que sus arrugados zapatos vacilaron en el aire un momento. Pues Louis M. Zimmerman continu haba nacido un mes antes que yo, y les caa muy bien a las chicas y las ancianas. La seora Mettzler, que fue nuestra maestra de primero y segundo, una mujer que no meda menos de dos metros y que tena unas piernas que parecan palillos, estaba prendada de Louis, como por otro lado lo estaban tambin la seorita Leet y la seora Mabry, que la sucedieron; de camino al colegio Louis iba siempre muy bien acompaado, mientras que naturalmente nadie se fijaba siquiera en un pato feo como Harry Appleton. Louis siempre tuvo gancho. Era rpido. Qu razn tiene dijo mi padre. Siempre me lleva la delantera en todo, se lo aseguro. Nunca continu el doctor Appleton, haciendo unos curiosos y ambiguos movimientos con sus rollizas y limpsimas manos, apretando una palma contra la otra, golpeando ligeramente los nudillos de una mano con el borde de la otra conoci la adversidad. Siempre triunf y por eso no alcanz nunca a tener autntico carcter. Por eso se extiende dijo arrastrando sus blancos dedos por el aire como un cncer. No es un hombre en el que se pueda confiar, por mucho que cada domingo ensee la Biblia en la Iglesia Reformada. Tcha. Si fuera un tumor, George, cogera un cuchillo gir la mano y la puso con el pulgar en alto, un pulgar que en aquel momento pareci rgido y afilado y lo extirpara. Y su pulgar, curvado hacia atrs en forma de hoz, descarg un golpe cortante en el aire. Le agradezco que tenga conmigo tanta franqueza, doctor dijo mi padre, pero tanto yo como los dems pobres diablos del instituto lo tenemos atravesado en nuestro camino para siempre. En este pueblo, tres personas de cada cuatro juran por l: le adoran. La gente es estpida dijo el doctor Appleton echando el cuerpo hacia delante de forma que sus pies golpearon suavemente la alfombra. Es una cosa que se aprende en la prctica de la medicina. Por lo general la gente es muy estpida. Golpe la rodilla de mi padre una, dos, tres veces, y luego continu con una voz que haba adquirido un tono de susurro confidencial: Cuando fui a la facultad de medicina de Pennsylvania dijo, todo el mundo pensaba: ese chico de pueblo debe de ser un tonto. Despus de terminar el primer curso ya no les pareca tan tonto. Es posible que yo fuera algo ms lento que otros, pero tena carcter. Me tom todo el tiempo que necesitaba, y aprend lo que tena que aprender. Cuando nos graduamos, quin crees que era el primero de todos? Eh, Peter, t eres un muchacho brillante, quin crees que era el primero? Usted dije. No quera decirlo, pero me haban forzado a ello. As eran estos seores de Olinger. El doctor Appleton me mir sin asentir con la cabeza, ni sonrer, ni demostrar en modo alguno que me haba odo. Luego mir a mi padre, asinti con la cabeza, y dijo: No era el primero pero s estaba entre los primeros. Hice una buena carrera para 86

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ser un chico de pueblo del que todos pensaban que era tonto. George, has escuchado lo que he dicho? Y sin previa advertencia, con esa extraa forma que los monologantes tienen de terminar una conversacin como si les hubieran hecho perder el tiempo, se levant y desapareci en la zona oculta de su santuario, donde se puso a hacer ruidos de cristales chocando entre s. Regres con una botellita que contena un fluido color cereza y que por sus destellos y la manera de balancearse ms pareca mercurio que un lquido. Puso la botella en la mano salpicada de verrugas de mi padre y dijo: Una cucharada cada tres horas. Hasta que no tengamos los rayos X no sabremos nada. Descansa y no pienses. Sin la muerte, no podra haber vida. La salud dijo con una pequea sonrisa es una caracterstica animal. La mayora de nuestras enfermedades provienen de dos puntos: el cerebro y la espalda. Los hombres cometimos dos errores; el primero fue andar de pie, y el segundo empezar a pensar. Con lo cual sobrecargamos la espina dorsal y los nervios. Esto crea tensin en el cerebro, del que depende el resto del cuerpo. Dio unos pasos largos hacia m, ech sin delicadeza mi pelo hacia atrs y me mir fijamente la frente. En la cabeza no lo tienes tan mal como tu madre dijo soltndome. Yo volv a echarme el pelo hacia delante, humillado y deslumbrado. Sabe algo de Skippy? pregunt mi padre. La furia y el brillo abandonaron al doctor, que se convirti en un pesado anciano con chaleco y las mangas de la camisa sujetas por un elstico. Trabaja en un hospital de St. Louis dijo. Es usted demasiado modesto para admitirlo le dijo mi padre, pero apuesto a que est usted orgullossimo de l. Yo lo estoy; junto con mi hijo, l fue el mejor alumno que he tenido y, gracias a Dios, creo que no le contagi apenas mi testarudez. Tiene el talento de su madre dijo el doctor Appleton despus de una pausa durante la cual cay sobre nosotros un pao mortuorio. Daba la sensacin de que la sala de espera hubiese sido abandonada desde haca mucho tiempo y que los muebles de cuero negro tuvieran sobre s el peso y las sombras de los que haban ido a dar el psame. Pareca que nuestras voces y pasos se perdan en el polvo y me sent mirado desde el futuro. Mi padre pregunt cunto deba, pero el doctor apart sus billetes a un lado diciendo: Esperaremos hasta el final de la historia. Usted es un hombre que juega limpio y se lo agradezco dijo mi padre. Una vez fuera, expuestos al mordiente, negro y vivo fro, mi padre dijo: Lo ves, Peter? No me ha dicha lo que yo quera saber. Nunca te lo dicen. Qu pas antes de que yo llegara? Me examin y me dio hora para que me vean por rayos X en el Homeoptico de Alton, esta tarde a las seis. Y esto qu quiere decir? Con el doctor Appleton nunca se sabe. As mantiene su reputacin. Parece que Zimmerman no le gusta, pero no he conseguido saber exactamente por qu. Peter, el caso es que Zimmerman, supongo que ya eres bastante mayor para que te lo pueda contar, hizo al parecer el amor con la esposa del doctor Appleton. Ocurri, si es que ocurri, antes de que t nacieras. Incluso haba ciertas dudas sobre quin era el padre de Skippy. Y dnde est ahora la seora Appleton? Nadie sabe adnde fue. No est viva ni muerta. 87

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Cmo se llamaba? Corinna. Las frases ni viva ni muerta, hizo el amor, antes de que t nacieras, cargadas todas ellas de misterio, hicieron que la noche que nos rodeaba me pareciera terriblemente cerrada, y, desde ms all del lejano confn, la muerte de mi padre pareci apretar, como una serpiente enroscada a su alrededor, su fatal abrazo. La oscuridad, que por encima de los techos de las casas se extenda ms all de las estrellas envolvindolas como pedacitos de mica en un ocano, pareca suficientemente grande para albergar incluso este hecho, el ms grandioso de imposibles sucesos. Le persegu tratando de ponerme a su altura, plido y sombro su perfil a la luz de las farolas, pero l, como un fantasma, se mantuvo siempre un paso por delante. Se puso el gorro. Yo senta fro en la cabeza. Qu vamos a hacer? le pregunt desde detrs. Iremos en coche a Alton dijo, despus a que me vean por la pantalla en el Homeoptico y luego ir enfrente, a la YMCA5. Quiero que te vayas al cine. Mtete en uno que tenga calefaccin y luego ven a buscarme. Habr terminado a las siete y media u ocho menos cuarto. La competicin no puede durar hasta ms de las ocho. Ahora son las cinco y cuarto. Tienes dinero para una hamburguesa? Supongo que s. Oye, pap. Tienes dolores muy fuertes? Voy mejor, Peter. No te preocupes por m. Una de las cosas buenas de tener una mente simple es que no puedes pensar en ms de un dolor a la vez. Tendra que haber algn modo dije de que te pongas bien. La muerte dijo mi padre. Al aire libre, en aquella fra oscuridad, la frase son extraa, lanzada desde la altura de su cara, con el cuerpo inclinado hacia delante. Eso lo cura todo dijo. La muerte. Caminamos en direccin oeste en busca del coche que estaba en el aparcamiento del instituto, subimos y nos fuimos a Alton. Luces, a ambos lados haba luces que nos sostenan slidamente a lo largo de los cinco kilmetros, excepto en el vaco que se produca a la derecha a la altura de los campos del asilo, y en el intervalo en que cruzamos el Running Horse River por el puente en que el hombre que habamos recogido por la maana pareci elevarse en el aire sobre sus zapatos. Atravesamos el vistoso corazn de la ciudad por Riverside Drive, Pechawnee Avenue, Weiser Street y Conrad Weiser Square, subimos por Sixth Street, y bajamos por un callejn que slo mi padre pareca conocer. El callejn nos condujo donde el terrapln del ferrocarril se ensanchaba en un arcn oscuro salpicado de carbonilla, cerca de la fbrica de pastillas para la tos de Essick que inundaba aquella zona tan siniestra de la ciudad con sus humos de un nauseabundo olor dulce. Los empleados de la fbrica utilizaban estos terrenos desaprovechados del ferrocarril para aparcar sus coches, y lo mismo hizo mi padre. Salimos. Los dos portazos fueron repetidos por el eco. La forma de nuestro coche qued sentada sobre su propia sombra como una rana ante un espejo. No haba ningn otro coche aparcado all. Una luz azul que brillaba sobre nuestras cabezas vigilaba como un ngel aterido. Mi padre y yo nos separamos al llegar a la estacin del ferrocarril. l se fue andando hacia la izquierda, en direccin al hospital. Yo continu en lnea recta hacia Weiser Street, en la que cinco cines anunciaban sus programas. La muchedumbre que flua del centro de la ciudad se diriga a casa. La sesin de la tarde ya haba terminado; en los almacenes, cuyos escaparates proclamaban que enero era el mes de la Venta Blanca y estaban repletos de sbanas de algodn, colgaban las cadenas que cerraban sus puertas;
5 YMCA: Asociacin Cristiana de Jvenes. (N. del T.)

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en los restaurantes reinaba ese momento de sosiego en que se preparan las mesas antes de que empiece la cena; los viejos de los carromatos de soft-pretzels6 los cubran con telas y se los llevaban de las calles comerciales. sta era la hora en la que ms excitante me pareca la ciudad, justo cuando mi padre me abandonaba y yo, nico elemento que se mova contra corriente en la marea del xodo, paseaba, sin hogar, libre de detenerme a ver los escaparates de las joyeras, asomarme a echar una ojeada en el umbral de las tiendas de tabaco, inhalar el aroma de las pasteleras en las que seoras gordas con gafas sin montura y delantales blancos suspiraban detrs de bandejas brillantes con bollos pegajosos, donuts glaseados, rollos rellenos de pacanas, y sufls. A esta hora en que los obreros y compradores de la ciudad se apresuraban para regresar a pie, en autobs, coche o tranva, a sus casas para cumplir sus deberes, yo quedaba liberado de los mos durante un tiempo en el que mi padre no slo me permita sino que me indicaba que fuera a un cine y pasara dos horas fuera de este mundo. El mundo, mi mundo y todos sus opresivos detalles dolorosos e inconsecuentes quedaba a mi espalda; me dediqu a pasear entre cofrecillos de joyas que algn da seran mas. Al llegar este momento, en este lujoso espacio de tiempo libre que se abra ante m, era frecuente que me acordara sintindome culpable de mi madre, incapaz en su lejana de controlarme o protegerme, mi madre con su casa de campo, su padre, su insatisfaccin, su agotadora alternancia de osada y prudencia, de ingenio y torpeza, de transparencia y opacidad, mi madre con su ancha cara tensa y su extrao aroma inocente a tierra y cereales, mi madre, cuya sangre yo contaminaba con la animada embriaguez que me produca el centro de Alton. Luego me pareca ahogarme en una ptrida brillantez y me asustaba mucho. Pero nada poda aliviar mi culpa; no poda ir al lado de ella, porque por su propia voluntad ella haba colocado quince kilmetros entre nosotros; y este rechazo de su parte me converta en un ser vengativo, orgulloso e indiferente: interiormente, me converta en un rabe. Los cinco cines de Weiser Street eran el Loew, el Embassy, el Warner, el Astor y el Ritz. Fui al Warner y vi El joven de la trompeta, con Kirk Douglas, Doris Day y Lauren Bacall. Tal como haba prometido mi padre, dentro se estaba caliente. Y tuve adems la suerte, lo mejor de todo el da, de entrar cuando empezaban los dibujos animados. Era da 13 y por lo tanto no esperaba tener suerte. Los dibujos eran, naturalmente, del Conejo de la Suerte. En el Loew's ponan Tom y Jerry, en el Embassy Popeye, en el Astor o bien Disney, el mejor, o bien Paul Terry, el peor. Me compr una caja de palomitas de maz y otra de almendras Jordan, a pesar de que las dos cosas resultaban perjudiciales para mi piel. Las luces del cine eran de un amarillo muy plido y el tiempo se fundi rpidamente. Slo al final de la pelcula, cuando el chico, un trompeta cuya historia estaba basada en la vida de Bix Beiderbecke, haba logrado por fin librarse de la mujer rica que con su sonrisa insinuante (Lauren Bacall) haba corrompido su arte, y volva a unirse a la mujer buena y de espritu artstico (Doris Day), que cantaba mientras detrs de su artstica voz sonaba la trompeta de Harry James que Kirk Douglas finga tocar, y la meloda se elevaba cada vez ms como una fuente plateada con las notas de With a Song in My Heart, slo en este momento, en la ltima nota, cuando se alcanzaba el xtasis amoroso ms completo, me acord de mi padre. Me levant impulsado por una perentoria sensacin de llegar tarde. Las luces aumentaron su intensidad. Sal corriendo. En los espejos que cubran la pared desde el suelo hasta el techo del desbordante y resplandeciente vestbulo me vi de cuerpo entero, sonrojado, con los ojos teidos de rosa, y los hombros de mi llameante camisa roja cubiertos de placas blancas que haba producido rascndome la cabeza en la oscuridad. Tena la costumbre de rascarme cuando nadie me vea. Me limpi
6 Soft-pretzels: galletas tostadas en forma de rosquilla y espolvoreadas con sal. (N. del T.)

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ansiosamente los hombros y al salir a la calle qued desconcertado al ver las caras reales, magras y fantasmales despus de las grandes y brillantes visiones planetarias que haba visto chocar, fundirse, separarse y volver a combinarse lentamente en la pantalla. Corr hacia la YMCA. Estaba a dos manzanas de Weiser Street, entre las calles Perkiomen y Beech. Corr al lado de las vas del ferrocarril. En el estrecho pavimento se alineaban las puertas cerradas de pequeos bares y barberas. El cielo era de un amarillo cambiante por encima de los edificios, e incluso en el cenit su palidez impeda ver las estrellas. El olor a pastillas para la tos que me lleg de lejos se burl de mi pnico. La ciudad perfecta, la ciudad del futuro, pareca remota, carente de toda importancia y concebida por mentes crueles. El edificio de la YMCA ola a zapatos de goma y el suelo era a rayas grises. En la oficina de recepcin haba un muchacho negro que lea un tebeo bajo un tablero de anuncios cubierto de carteles antiguos y resultados de competiciones pasadas. Al otro extremo de un pasillo extraamente verde, verde como si estuviera iluminado por bombillas cuya luz se filtrara por unas hojas de parra, se oan los murmullos de una partida de billar. De la direccin opuesta llegaba el paciente ga-glokka, ga-glokka de una partida de ping-pong. El chico que estaba detrs de la mesa levant la mirada de su tebeo y me asust; en Olinger no haba negros y yo les tena un miedo supersticioso. Me daba la sensacin de que eran magos poseedores de los oscuros secretos del amor y la msica. Pero su cara era totalmente inocente, inocente y del color de la leche con malta. Hola dije y, conteniendo el aliento, avanc rpidamente por el pasillo que llevaba a las escaleras de cemento que despus de conducir al stano, y tras recorrer el espacio del vestuario, conduca a la piscina. Mientras descenda, suban hacia m los olores del agua y el cloro, y luego un tercero, que recordaba el olor de la piel. En la gran sala de mosaico donde estaba la piscina haba una resonancia que transformaba los sonidos en ladridos, rompindolos en fragmentos. Mi padre estaba sentado en las gradas de madera que haba junto a la piscina con un chico mojado y desnudo, Deifendorf. Deifendorf slo llevaba puesto el traje de bao muy corto y negro, que era el oficial en nuestro instituto; entre sus muslos extendidos se notaba claramente el bulto de sus genitales. En el pecho, antebrazos y piernas se derramaba su vello; por el trozo de madera donde tena apoyados los pies corra un ro de agua. Las curvas y llanos de su cuerpo encorvado y blanco eran armoniosos; la nica disonancia eran sus manos callosas y rojizas. l y mi padre me saludaron con sonrisas muy parecidas: de fastidio, ignorantes, conspiratorias. Para molestar a Deifendorf, le pregunt: Has ganado en braza y estilo libre? He ganado ms que t contest l. Ha ganado en braza dijo mi padre. Estoy orgulloso de ti, Deify. Has cumplido tu promesa dentro de tus posibilidades. Esto hace de ti un hombre. Mierda, si hubiera visto al tipo que nadaba en la calle del otro extremo, tambin hubiera ganado en libre. El bastardo se me col. Yo me dejaba ir, pensaba que ya haba ganado. Ese chico hizo una buena carrera dijo mi padre. La gan honradamente. Supo calcular sus fuerzas y encontrar el ritmo adecuado. Foley es un buen entrenador. Si yo fuera un entrenador de verdad, Deify, llegaras a ser el rey del condado; tienes clase. Seras el rey si yo fuera un buen entrenador y t dejaras de fumar cigarrillos. Joder, si as y todo puedo contener el aliento ochenta segundos dijo Deifendorf. En su conversacin haba una adulacin mutua que me fastidiaba. Me sent al otro lado de mi padre y me qued mirando la piscina: ella era aqu el hroe. La piscina llenaba su gran jaula subterrnea de un brillo entrecortado y con el apestoso olor a ese cloro que flagela los ojos de los nadadores. El reflejo de las gradas que haba al otro 90

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lado del agua, donde estaban sentados los del equipo contrario y los jueces de las pruebas, cre en el agua agitada una quimera que por un instante pareci una cara con barba. Alborotada una y otra vez su superficie, el agua trataba, no obstante, de recuperar, con la rapidez de una reaccin cristalina, su calma. Los gritos y las zambullidas, cortados por ecos y nuevas zambullidas, producan en sus colisiones palabras, palabras de un lenguaje que yo no conoca, ladridos mutilados que parecan respuestas a una pregunta que, sin saberlo, yo haba formulado. CECROPS! INACHUS! DA! No, no era yo quien haba hecho la pregunta, sino mi padre, a mi lado. Qu se siente al ganar? haba preguntado en voz alta, hablando hacia delante de l, dirigindose, por tanto, tanto a Deifendorf como a m. Yo nunca lo sabr. A lo largo de la voltil piel azul verdosa resbalaban puntos y manchas. Las lneas de demarcacin en el fondo de la piscina serpenteaban refractadas hacia la superficie; la cara de la barba pareca a punto de formarse de nuevo cuando, una vez ms, otro chico se tiraba al agua. Ya no haba ms pruebas de natacin, pero ahora se celebraban las de saltos. Uno de los nuestros, Danny Horst, un chico muy bajo que iba a uno de los cursos superiores, y que tena una espessima melena de pelo negro que para saltar se recoga con una cinta ancha, como una joven griega, se adelant en la palanca, vibrantes los msculos, y dio un salto mortal con carrera, con las rodillas apretadas contra el pecho, tensos los dedos, para luego desplegarse y entrar en el agua con una suavsima salpicadura tan simtrica como las asas de un jarro; lo hizo con tal perfeccin que uno de los jueces levant el cartel con el 10. Es la primera vez en quince aos dijo mi padre que veo puntuar con un diez. Es como decir que Dios ha bajado a la Tierra. La perfeccin no existe. Eso es, Danny, bravo chill Deifendorf. Un aplauso sali de los dos equipos para saludar al atleta en el momento de emerger del agua. El muchacho, con un rpido movimiento orgulloso, se quit la cinta que le sujetaba el cabello y nad las pocas brazadas que le separaban del borde de la piscina. Pero en su siguiente salto, Danny, consciente de que todos estbamos esperando que se produjera otro milagro, se tens, perdi el ritmo en la carrera, sali del tirabuzn y medio un poco antes del momento preciso, y golpe el agua de plano con la espalda. Un juez le dio un 3. Los otros dos un 4. Bueno dijo mi padre, el chico hizo todo lo que pudo. Y cuando Danny sali del agua por segunda vez, mi padre, slo mi padre, aplaudi. El resultado final del encuentro fue Alton 37,5, Olinger 18. Mi padre se puso en pie al borde de la piscina y dijo a los miembros del equipo: Estoy orgulloso de vosotros. La verdad es que sois grandes deportistas por el solo hecho de haber competido; aqu no consegus gloria ni sueldo. Teniendo en cuenta que sois de un pueblo que ni siquiera tiene una piscina al aire libre, me resulta incomprensible que obtengis tan buenos resultados. Si nuestro instituto tuviera su piscina propia como el de West Alton (y eso no quiere decir que trate de restarles mritos) serais todos unos Johnny Weissmuller. Para m ya lo sois. Danny, ese salto ha sido precioso. No creo que vuelva a ver otro igual en toda mi vida. Mientras pronunciaba este discurso me fij en lo extrao que resultaba mi padre con su traje y su corbata entre aquellos torsos desnudos; el agua vibrante de color turquesa y las baldosas crema perladas de gotas enmarcaban su oscura y seria cabeza. La atenta piel de los hombros y torsos de los miembros del equipo era recorrida de vez en cuando por un estremecimiento que la surcaba tan rpidamente como una rfaga que riza el agua, o como uno de los movimientos nerviosos del flanco de un caballo. Aunque haban perdido, los chicos estaban animados y orgullosos de sus cuerpos, y les dejamos 91

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en las duchas armando jarana y enjabonndose como un pequeo rebao alegremente sorprendido por un chubasco. Entrenaos este mircoles como de ordinario les grit mi padre cuando nos bamos. No bebis batidos de leche ni comis ms de cuatro hamburguesas antes del entrenamiento. Todos se rieron, y hasta yo sonre, aunque mi padre me resultaba una carga. En todos los acontecimientos de la noche que caa l se mostr pesado y retenido por la inercia, de forma que fren y obstaculiz a cada momento mi sencillo plan que consista simplemente en llevarle a casa, donde dejara de estar bajo mi cuidado. Cuando despus de subir las escaleras de cemento caminbamos por el vestbulo, el entrenador de West Alton, Foley, nos alcanz, y l y mi padre estuvieron hablando durante lo que a m me pareci una hora entera. El aire hmedo en torno a la piscina haba arrugado sus trajes, y en la penumbra del verde vestbulo parecan dos pastores empapados de roco. Has hecho un trabajo sobrehumano con estos chicos le dijo mi padre a Foley. Si yo fuera la dcima parte de buen entrenador que t, os hubiramos hecho sudar vuestra victoria. Este ao tengo algunos chicos muy fuertes. Mira, George, djate de cuentos replic Foley, un hombre grueso, corts y enrgico. Sabes tan bien como yo que no depende del entrenador; lo nico que puedes hacer es soltar a esos renacuajos y dejarles nadar. Hay un pez en cada uno de nosotros, pero para que salga hay que mojarse. Muy bueno, oye dijo mi padre. Nunca lo haba odo decir. Y qu te ha parecido mi campen de braza? Hubiera tenido que ganar tambin en estilo libre; espero que le hayas puesto el culo como un tomate por haberse dejado ganar as. Es tonto, Bud. T-O-N-T-O. Ese pobre diablo tiene tan poco seso como yo, y me fastidia echarle un rapapolvo. Mi garganta carraspe de pura impaciencia. Conoces a mi hijo, verdad, Bud? Peter, ven y estrchale la mano a este hombre. Un hombre as es lo que hubieras tenido que tener como padre. Claro que conozco a Peter dijo el seor Foley, que me dio un apretn de manos spero y clido que result profundamente agradable. Todo el condado conoce al hijo de Caldwell. En el crepuscular mundo de la piscina, programas de recreo y banquetes de atletas, este tipo de coba pasaba por ser una conversacin; no me importaba tanto or aquello de labios del seor Foley como de los de mi padre, que siempre me daba la sensacin de pasar vergenza cuando hablaba de aquella manera afectada. Por mucho que hablara, mi padre era un hombre esencialmente silencioso. A lo largo de todos los acontecimientos de esa noche se condujo de una forma que en mi recuerdo es puro silencio. Cuando estuvimos fuera, su boca se convirti en una lnea firme y sus tacones se unieron sobre el pavimento con una especie de distante codicia. No creo que haya habido jams ningn hombre que haya disfrutado caminando por las pequeas ciudades feas del Este tanto como mi padre. Trenton, Bridgeport, Binghamton, Johnstown, Elmira, Altoona eran las ciudades a las que su trabajo de empalmador de cables de la compaa telefnica le haba llevado los aos antes de casarse con mi madre y los primeros aos de su matrimonio, los aos antes de que mi nacimiento y la Depresin de Hoover le dejaran parado. Mi padre tema Firetown y se senta intranquilo en Olinger, pero adoraba Alton; su asfalto, sus farolas y sus tangentes fachadas le hablaban de la gran civilizacin del Atlntico Medio, que limitaba con New Haven por el norte y con Hagerstown por el sur y con Wheeling por el oeste que era su 92

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hogar en el espacio eterno. Bajar por la Sixth Street al lado de mi padre era como or cantar al asfalto. Le pregunt qu tal le haba ido con lo de los rayos X y en lugar de contestarme me pregunt si tena hambre. Realmente s que tena hambre; las palomitas de maz y las almendras se haban posado dejndome un sabor amargo en la boca. Nos paramos en el bar en forma de tranva que estaba al lado del aparcamiento de Acme. En la ciudad, mi padre actuaba con una simplicidad tranquilizadora. Mi madre, en cambio, converta todo en decisiones de gran importancia, como si tratase de expresarse en un idioma extranjero. Del mismo modo, en el campo mi padre actuaba de forma confusa y su pensamiento era un crculo vicioso. Pero aqu, a las ocho y cuarto de la noche, en Alton, se manejaba con la destreza y la experiencia que, al fin y al cabo, es lo que ms esperamos encontrar en los padres: la puerta de un empujn, el brillo y las miradas se apaciguaron, los dos taburetes colocados uno al lado del otro, mi padre cogi la carta con la sencillez de quien sabe que se encuentra colocada entre la cajita de las servilletas y la botella de salsa de tomate, hizo el pedido al hombre del mostrador sin estridencias ni equivocaciones, y consumimos los emparedados el suyo de huevo y el mo de jamn en un viril silencio. Mi padre se chup calmadamente los tres dedos centrales de su mano derecha y luego se pellizc el labio inferior con una servilleta de papel. Es la primera vez en muchas semanas que tengo la sensacin de haber comido me dijo. Para terminar pedimos pastel de manzana para m y caf para l; la cuenta era un rgido cartn de color verde crpticamente pellizcado por un taladro triangular. Pag con uno de los dos billetes de dlar que quedaban en la gastada cartera que despus de tantos aos de encajar en el bolsillo trasero de su pantaln haba adquirido una forma arqueada. Cuando nos levantamos, mi padre desliz como distradamente, con un experto movimiento rpido de su mano salpicada de verrugas, dos monedas debajo de su taza vaca. Y luego, como si acabara de ocurrrsele la idea, compr por 65 centavos uno de los bocadillos italianos que estaban ya preparados. Era para regalrselo a mi madre. Haba un rasgo de vulgaridad en mi madre, que aparentemente disfrutaba de los resbaladizos y olorosos emparedados italianos, al que mi padre tena ms acceso que yo, segn haba podido comprobar presa de los celos. Pag el emparedado con su ltimo dlar y me dijo: Con esto me quedo sin blanca, chico. Somos un par de hurfanos sin un cntimo. Y haciendo balancear la bolsita de papel, se dirigi hacia el coche seguido por m. El Buick segua solo, meditando sobre su sombra. Tena la nariz mirando hacia arriba, hacia las invisibles vas. El aire helado estaba empapado de mentol. La pared de la fbrica era un abrupto peasco de ladrillo y cristal negro. De vez en cuando los cristales se vean misteriosamente sustituidos por cartn u hojalata. El ladrillo no pareca de su verdadero color a la luz de la farola, sino que mostraba algo as como un negro aclarado, un gris reticente y mortal. Esta misma luz haca que brillara la extraa gravilla. Mezcla de pedacitos de carbn y cenizas, constitua una ruidosa e inquieta tierra que nunca acababa de posarse y que cruja y se mova bajo los pies como si su destino fuera vivir permanentemente rastrillada. El silencio nos rodeaba. Ninguna de las ventanas que nos miraban estaba iluminada, aunque desde lo ms profundo de la fbrica vigilaba un brillo azul. Si nos hubieran asesinado en aquel lugar, hasta el amanecer del da siguiente nadie se hubiera enterado. Nuestros cuerpos hubieran quedado tendidos en los charcos junto a la pared de la fbrica y nuestras manos y cabello se hubieran congelado hasta quedar slidos como el hielo. Como estaba fro, el coche tard en ponerse en marcha. Umf-uj, umf-uj gru el motor, primero animadamente y luego de forma cada vez ms lenta y desanimada. 93

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Dios, no me abandones ahora suspir mi padre soltando por la boca una danzarina corriente de vapor. Ponte en marcha una vez ms, y maana har que te carguen la batera. Uuuumf-uj, uuumf-aj. Mi padre quit el contacto y nos quedamos sentados en la oscuridad. Cerr la mano sin apretarla del todo, y sopl en el hueco que quedaba en medio. Lo ves? le dije. Si te hubieras puesto los guantes, ahora todava los tendras. Debe de estar muerto de fro fue su respuesta. Probar una vez ms. Volvi a conectar el motor de arranque y hundi con el pulgar la toma de aire. Durante la pausa la batera haba recuperado un poco de fuerza. Comenz esperanzadoramente. Ij-uj, ij-uj, uj-uj, uuu-uj, uujh-aj, uuuj. Habamos apurado hasta el fondo la batera. Mi padre tir de la palanca del freno de mano para tensarlo un eslabn ms, y me dijo: Estamos arreglados. Tendremos que intentar poner en prctica una medida de emergencia. Ponte al volante, Peter, y yo empujar. Aqu hay un poco de pendiente pero estamos mirando hacia arriba. Pon la marcha atrs. Cuando te grite, suelta el embrague. Pero no lo hagas despacito, sino de golpe. Quiz podramos conseguir que viniera ahora un mecnico. Antes de que cierren dije. Estaba asustado porque tema fallarle. Vamos a probarlo dijo l. Ya vers como sabrs hacerlo. Sali del coche y yo me deslic por el asiento delantero; accidentalmente me qued sentado sobre mis libros y el emparedado de mi madre. Mi padre fue a la parte delantera del coche y se agach para aplicar todo su peso; su cara sonriente se qued amarilla como la de un gnomo. La luz de los faros era tan fuerte a esa escasa distancia que pareca que su frente estuviera llena de bultos y en su nariz se vean claramente las cicatrices dejadas cuando, treinta aos atrs, era jugador de rugby en el colegio. Mi estmago se contraa de fro mientras comprobaba la posicin de la palanca del cambio de marchas, el contacto y el aire. Cuando mi padre me hizo una indicacin con la cabeza, solt el freno de mano. Lo nico que sobresala por encima del cap cuando se puso a empujar con todas sus fuerzas era la forma ovoide de aquel estpido gorro azul. El coche se movi hacia atrs. Aument el tono del crujido de la gravilla bajo los neumticos; el coche empez a deslizarse y llegamos a un pequeo declive que pareci por unos instantes darnos un precioso aumento de velocidad. La inercia del Buick estuvo a punto de ser vencida. Mi padre, en un penetrante sollozo, grit: Ahora! Entonces solt el embrague tal como me haban dicho que hiciera. El coche dio una sacudida y se par, pero su movimiento pas a travs de pernos oxidados y agarrotados ejes al motor que, como un nio al que dan un bofetn, tosi. El motor dio una boqueada y sacudi la carrocera al producirse la aislada explosin en sus cilindros; hund la toma de aire hasta la mitad procurando no ahogar el motor, y apret el acelerador: ste fue el error. Crispado a destiempo, el motor, tras fallar primero una, luego otra vez, agoniz y muri. Ahora el coche estaba en una zona horizontal. A lo lejos, ms all de la pared de la fbrica, se abri la puerta de un bar y una rendija de luz se extendi por la calle. Mi padre lanz una mirada furibunda hacia mi ventanilla y yo, enfermizamente avergonzado, me cambi de sitio. Todo el cuerpo me arda; necesitaba orinar. Hijo de puta dije, a fin de distraer a mi padre de mi fracaso con un arranque de virilidad. Lo has hecho bien, chico dijo l, jadeando por la excitacin mientras ocupaba 94

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de nuevo su puesto detrs del volante. Este motor est agarrotado; quizs ahora se haya distendido un poco. Con la delicadeza de alguien que trata de abrir una caja fuerte cuya combinacin desconoce, su negra silueta adelant una mano hacia el salpicadero mientras su pie tanteaba el acelerador. Tena que ser a la primera, y as fue. Volvi a encontrar la chispa y la aliment hasta producir la ruidosa vida de siempre. Cerr mis ojos en accin de gracias y me acomod en espera de que el coche se pusiera en movimiento. Pero no lo hizo. En lugar de avanzar, el coche dej or un ligero ronroneo procedente de la parte trasera del chasis, es decir, de donde yo me haba imaginado que ponan los cadveres cuando el coche era del dueo de la funeraria. La sombra de mi padre prob apresuradamente todas las marchas; la respuesta a cada una de ellas fue el mismo ronroneo ligero y la misma falta de movimiento. La pared de la fbrica nos devolva en eco el frentico y sostenido crescendo de los cilindros y tem que el ruido llamara la atencin de los hombres del lejano bar. Mi padre levant los brazos, los puso sobre el volante, y apoy en ellos la cabeza. Era algo que slo haba visto hacer a mi madre. Cuando se encontraba en el punto lgido de una discusin o una afliccin, era corriente que ella doblara los brazos sobre la mesa y bajara la cabeza hasta apoyarla en ellos; cuando lo haca yo me asustaba muchsimo ms que cuando se pona furiosa, porque en la furia era posible verle la cara. Pap. Mi padre no respondi. La luz de la farola acariciaba con una hilera de flecos regulares la curva de su gorro de punto: de esta misma forma perfilaba Vermeer las hogazas de pan. Qu debe de pasar? En aquel momento se me ocurri que mi padre haba tenido un ataque y que el inexplicable comportamiento del coche era un reflejo ilusorio de un fallo ocurrido en el mecanismo de mi padre. Estuve a punto de tocarle yo nunca tocaba a mi padre, cuando levant la vista. En su cara abollada y estropeada de pilluelo se dibujaba una sonrisa de malestar. Son cosas de este tipo las que me ocurren constantemente desde que nac dijo. Siento que t te veas complicado en ellas. No s por qu no quiere moverse el maldito coche. Debe de ser por la misma razn por la que el equipo de natacin no gana, supongo. Trat de poner en marcha el motor otra vez, mirndose los pies mientras apretaba y soltaba el pedal del embrague. Oyes ese golpeteo flojito de atrs? le pregunt. l levant la mirada y ri: Pobre diablo dijo. Merecas un triunfador y te ha tocado un derrotado. Vamos, cuanto ms tiempo tarde en volver a ver este montn de chatarra, mejor. Sali y cerr de golpe la puerta de su lado con tanta fuerza que tem que se partiera el cristal. Aquel cuerpo negro se balance remilgadamente sobre sus obstinadas ruedas y luego se qued quieto, volviendo a lanzar su delgadsima sombra como si hubiera demostrado un inescrutable argumento. Nos fuimos andando. Por eso no quera irme a vivir a esa casa de campo dijo mi padre. En cuanto te alejas de la ciudad dependes de los automviles. Siempre he deseado ser libre de ir andando a donde quisiera. Mi ideal sera ir caminando a mi propio funeral. En cuanto vendes las piernas, te has vendido la vida entera. Cruzamos el aparcamiento de la estacin de ferrocarril y luego giramos a la izquierda en direccin a la gasolinera Esso de Boone Street. La luz de los surtidores estaba apagada, pero arda una bombilla en la pequea oficina; mi padre mir dentro y 95

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dio unos golpecitos en el cristal. El interior estaba repleto de neumticos sin estrenar y piezas de recambio colocadas en cajas numeradas ms o menos ordenadas en una estantera metlica. Una enorme mquina de Coca-Cola vibraba audiblemente y temblaba para luego pararse, como si un cuerpo atrapado dentro hubiera hecho su ltimo esfuerzo. El reloj elctrico con un anuncio de lubricantes Quaker State, que haba en la pared, marcaba las 9.06. Mientras esperbamos, la manecilla de los segundos dio una vuelta completa. Mi padre volvi a llamar, y tampoco hubo respuesta. Lo nico que se mova all dentro era la manecilla de los segundos. Verdad que la gasolinera de Seventh Street no cierra en toda la noche? pregunt. Cmo vamos, chico? pregunt l. Menudo lo, no? Me parece que tendra que telefonear a tu madre. Subimos por Boone Street, cruzamos las vas, dejamos atrs la hilera de casas de ladrillo y luego empezamos a subir por Seventh Street, cruzamos Weiser Street, que a esta altura no era tan chillona como en la otra parte, y seguimos hasta llegar a la gran estacin de servicio que, efectivamente, estaba abierta. Pareca que se estuviera tragando la noche con su gran entrada blanca. Dentro, dos hombres enfundados en sendos monos grises y con unos guantes con los dedos cortados lavaban un automvil con barreos de esponjosa agua caliente. Trabajaban de prisa porque el agua tenda a congelarse formando una delgada pelcula de hielo sobre el metal. Por un extremo, la estacin de servicio se abra a la calle, mientras que por el otro se desvanecan en la oscuridad grandes cantidades de coches aparcados en cavernas. El corazn de aquel lugar pareca ser una pequea caseta situada al lado de la pared. Era como una cabina de telfonos algo ms alargada que las corrientes, o como uno de esos cobertizos semicerrados en los que antao la gente esperaba la llegada del tranva todava haba uno en Ely. Frente a su puerta, de pie sobre un pequeo peldao de cemento en el que estaban escritas con letras de molde las palabras CUIDADO CON EL ESCALN, esperaba un hombre que llevaba smoking y una bufanda blanca, y que consultaba peridicamente la esfera negra del reloj de platino que llevaba sujeto en la parte inferior de su mueca. Se mova con sacudidas tan rtmicas que la primera vez que le vi, de reojo, pens que era un mueco mecnico publicitario. Era de suponer que el Lincoln gris perla que estaban lavando era suyo. Mi padre se qued un momento delante del hombre, y vi en su mirada gris perla que mi padre le resultaba literalmente invisible. Mi padre se dirigi a la puerta de la caseta y la abri. Yo tuve que seguirle. Dentro haba un hombre fornido que estaba muy ocupado revolviendo una mesa llena de papeles. Estaba en pie; poda haberse sentado en una silla que estaba junto a la mesa, pero el montn de papeles, folletos y catlogos le llegaba hasta los brazos. Aquel hombre sostena en una misma mano una tablilla de notas y un cigarrillo encendido, y mientras buscaba algo entre los papeles se chupaba los dientes. Disclpeme, amigo dijo mi padre. Un minuto, djeme respirar, no? dijo el encargado que, tomando airadamente una hoja de papel azul con su otra mano, sali por la puerta dejndonos atrs. La espera dur mucho ms que un minuto. Para matar el tiempo y ocultar mi turbacin, met una moneda en la mquina de chicles instalada por los Kiwanis de Alton, de la que obtuve el ms raro y preciado regalo: una bola negra. A m me encantaba el regaliz, como a mi padre. La vez que fuimos a Nueva York, mi ta Alma me dijo que cuando eran pequeos los chicos de Passaic llamaban Palo a mi padre, porque siempre iba chupando una barra de regaliz. Lo quieres? le pregunt. Dios mo dijo l como si hubiera visto en mi palma una pastilla de veneno. 96

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No, gracias. Con eso bastara para quedarme ahora mismo sin dientes. Y empez, de una forma que difcilmente puedo describir, a nadar de un lado para otro en el limitado espacio de la caseta, volvindose a mirar un estante con mapas de carreteras, un detallado plano con los nmeros correspondientes a las diversas piezas de recambio, un calendario en el que apareca una chica que slo llevaba puesto un gorro con una borla blanca y orejas de conejo, guantes, botines de piel negra y una cola redonda y peluda. Tena su trasero pcaramente vuelto hacia nosotros. Mi padre gru y apret la frente contra el cristal; el hombre del smoking se volvi sorprendido al or el golpe. Los hombres de los guantes con los dedos cortados haban entrado en el Lincoln y limpiaban los cristales de las ventanillas con atareados movimientos que parecan aleteos de abeja. Los puos llenos de verrugas de mi padre revolvieron ciegamente los papeles de la mesa mientras trataba de ver adnde haba ido el encargado. Pap, contrlate dije secamente, temeroso de que disturbase algn orden misterioso. Estoy nerviossimo, chico me contest casi a gritos. Zas. Bum. Tengo ganas de romper algo. El tiempo no espera a nadie. Esto me recuerda la muerte. Tranqui-lzate dije. Qutate el gorro. Debe de creer que eres un pordiosero. l no dio seales de haberme odo; slo comulgaba consigo mismo. Los ojos se le haban puesto amarillentos; cuando ese brillo mbar empezaba a aparecer, mi madre se pona a chillar. Sus labios resecos se movieron: Yo aguanto cualquier cosa me dijo. Pero ahora ests t conmigo. Yo estoy bien repliqu, aunque para decir la verdad el piso de cemento de aquel sitio resultaba extremadamente fro y atravesaba las delgadas suelas de mis mocasines. Aunque yo apenas poda creerlo, al cabo de un rato regres el encargado, que escuch educadamente lo que le contaba mi padre. Era un tipo bajo y fornido y tena en cada mejilla tres o cuatro arrugas paralelas. Tena aspecto lo deca el ngulo que formaba el cuello con los hombros de haber sido en tiempos un atleta. Ahora el trabajo administrativo le cansaba y le fastidiaba. El pelo, que le escaseaba en la frente, haba dejado un mechn frontal encanecido y aislado que le caa hacia la frente y que, mientras hablaba, peinaba brutalmente hacia atrs, como si tratara de aclararse las ideas con aquel movimiento. Su nombre, seor Rhodes, estaba cosido con gruesas letras de hilo naranja en el bolsillo de su mono verde oliva. Hablando con apresurados resoplidos aislados, entre grandes inspiraciones, nos dijo: No suena nada bien. Por lo que usted dice, si el motor funciona y el coche no se mueve, debe de tener algo en la transmisin o en el cigeal. Si slo fuera el motor pronunciaba la palabra de una forma que le daba un significado diferente, como si se refiriese a un ser vivo, vibrtil y adorable mandara el jeep, pero no siendo as no s qu podemos hacer. He mandado la gra a buscar un coche a la Carretera 9. A qu taller va usted? Solemos ir al de Al Hummel, en Olinger dijo mi padre. Si quiere usted que maana por la maana me ocupe de su coche dijo el seor Rhodes, lo har. Pero antes no puedo hacer nada; esos dos dijo indicando a los obreros que tenamos delante, que estaban pasando gamuzas por la serena piel gris del Lincoln mientras el hombre del smoking golpeaba rtmicamente su palma con una billetera de cocodrilo salen a las diez y slo quedamos los dos que han ido a recoger el coche a la carretera 9 y yo. As que lo mejor ser probablemente que avisen al taller de Olinger para que ellos miren el coche a primera hora de la maana. As, segn su informada opinin, ser mejor que me olvide del coche por esta noche dijo mi padre. 97

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Tal como usted lo dice, no suena nada bien confes el seor Rhodes. Se oye un ligero golpeteo en la parte de atrs dije yo, como si patinaran dos ruedas dentadas. El seor Rhodes me mir parpadeando y pein hacia atrs el mechn que le caa por la frente. Podra ser algo del eje. Tendr que levantarlo y sacar todo el eje trasero. Vive usted lejos? Infernalmente lejos, en Firetown dijo mi padre. Vaya suspir el seor Rhodes. Siento no poder ayudarle ms. Un gran Buick rojo, cuya pintura era un vertiginoso cosmos de refracciones, asom el morro desde la calle y toc su bocina: el estallido se apoder totalmente de la baja cueva de cemento y la atencin del seor Rhodes se desvi de nosotros. No se disculpe, caballero dijo mi padre apresuradamente. Usted me ha dicho lo que cree que es la verdad, y ste es el mayor favor que pueda hacer a otro. Pero, una vez fuera del taller, cuando caminbamos de nuevo en la noche, me dijo: Ese pobre diablo no saba de qu estaba hablando, Peter. Me he pasado la vida echndome faroles, y cuando alguien se echa uno lo reconozco enseguida. Hablaba de odas. Me gustara saber cmo lleg a ser encargado de un sitio tan importante; apuesto a que ni siquiera l lo sabe. Te has fijado cmo actuaba? Yo me siento casi siempre as. Adnde vamos ahora? Regresaremos al coche. Pero si no funciona! Lo sabes perfectamente. Lo s y no lo s. Tengo la sensacin de que ahora arrancar. Slo necesitaba descansar un poco. Pero no era que el motor estuviera fro, es que le pasa alguna cosa en la transmisin o lo que sea! Eso es lo que ese hombre trataba de decirme, pero no consigo que entre en esta cabezota ma. Adems, son casi las diez. No tendras que llamar antes a mam? Y qu podra hacer ella? Tenemos que arreglrnoslas como podamos. Y si no, al diablo. Pues yo s que si el coche no se mova hace una hora, tampoco se mover cuando lleguemos. Y me estoy helando. Mientras bajbamos por Seventh Street, yo corriendo todo lo que poda y sin lograr nunca ponerme a la altura de mi padre, que se mantena como mnimo un paso adelantado, un borracho sali de un oscuro portal y se puso a hacer cabriolas a nuestro lado. Por un instante pens que era el hombre que por la maana habamos trado hasta Alton en coche, pero el borracho era ms bajo y haba cado ms profundamente por la pendiente de la degeneracin. Su pelo estaba ms revuelto que la melena de un len furioso y se le mantena tieso como si de su cabeza salieran rayos de sol. Su ropa era escandalosamente andrajosa y se haba puesto sobre los hombros a modo de capa un cansado y viejo abrigo, de forma que los brazos se agitaban como pndulos a sus lados cada vez que daba uno de sus saltos. Adnde va con este muchacho? le pregunt el borracho a mi padre. Mi padre disminuy educadamente su paso para que el borracho, que al resbalar de lado haba dado un traspi, pudiera mantenerse a nuestra altura a medida que seguamos caminando. Perdn, seor dijo mi padre. No he odo su pregunta. El borracho ejerca un complicado y satisfecho control sobre su entonacin, como un actor que se maravilla de su propia interpretacin. 98

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Jo, jo, jo dijo en tono suave, pero claro. Cochino, eres un cochino. Agit el dedo delante de su nariz y nos mir con mucha picarda a travs de aquellos movimientos del limpiaparabrisas. Por andrajoso que fuera, aquella noche helada tena para l cosas muy divertidas; su cara era chata, dura y brillante, y tena los dientes insertados en su sonrisa como una hilera de pequeas semillas. Vete a casa me dijo. Vete a casa con tu madre, chico. Tuvimos que pararnos porque de lo contrario hubiramos chocado contra l. Es mi hijo dijo mi padre. El borracho se volvi de m hacia l tan deprisa que toda la ropa se le ahuec, como si se tratara de un plumaje. Pareca no ir vestido, sino arbitrariamente cubierto de harapos: capa sobre capa de jirones de telas de mltiples texturas. Tambin su voz era as, ronca y quebrada e indefinidamente suave: Cmo se atreve a mentir? le pregunt a mi padre. Cmo se atreve a mentir hablando de una cosa tan seria? Deje al chico que se vaya a casa con su madre. All es a donde estoy tratando de llevarle dijo mi padre. Pero el maldito coche no se pone en marcha. Es mi padre dije yo con la esperanza de que esto bastara para alejar al borracho. Pero lo nico que consegu fue que se nos acercara todava ms. Bajo la luz azulada de las farolas, su cara pareca salpicada de puntos morados. No mientas para protegerle me dijo con exquisita delicadeza. No se lo merece. Cunto te da? No importa, chico, nunca dan bastante. Cuando encuentre otro chico guapo, te tirar por ah como una basura. Vmonos, pap dije yo. Ahora estaba asustado y me apart. Estaba heladsimo. La noche me entraba por un lado y me sala por el otro sin encontrar ningn obstculo. Mi padre empez a apartarle a un lado para seguir adelante y el borracho levant la mano y en respuesta mi padre levant la suya. Entonces el borracho dio un paso atrs y estuvo a punto de caerse. Golpeme dijo el borracho con una sonrisa tan ancha que le brillaron las mejillas. Golpeme. Y yo que trataba de salvar su alma. Est usted preparado para morir? Estas palabras sobresaltaron de tal modo a mi padre que se qued completamente quieto, como una pelcula detenida a media proyeccin. El borracho, al verse triunfante, repiti: Est usted preparado para morir? Con giles pasos, el borracho se acerc a mi lado, me rode con el brazo por la cintura y me dio un abrazo. Su aliento ola como el olor del aula 107 cuando salan de clase de qumica los alumnos de los cursos superiores y nosotros entrbamos para cumplir con nuestra hora de estudio del jueves: un complejo hedor a la vez sulfuroso y dulce. Ah me dijo el borracho, qu cuerpo tan caliente. Pero no eres ms que piel y huesos. No te da de comer este viejo bastardo? Eh le grit a mi padre, qu clase de viejo lujurioso es usted para sacar a un chico a la calle con el estmago vaco? Yo crea que estaba preparado para morir dijo mi padre, pero ahora me pregunto si hay alguien que lo est. Me pregunto si estar preparado para morir un viejo chino de noventa y nueve aos con tuberculosis, gonorrea, sfilis y dolor de muelas. Los dedos del borracho empezaron a presionar debajo de mis costillas; y yo di un salto para sacrmelo de encima. Vmonos, pap. 99

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No, Peter dijo mi padre. Este seor tiene razn. Y usted, est preparado para morir? le pregunt al borracho. Cul cree usted que es la respuesta? Bizqueando, con los hombros echados hacia atrs y el pecho hinchado, el borracho pis la larga sombra de mi padre y, levantando la vista, le dijo cautelosamente: Estar preparado para morir cuando usted y todos los que son como usted estn encerrados en la crcel y luego tiren la llave. No son capaces de dejar descansar a estos chicos ni siquiera en una noche como sta. Luego se volvi hacia m para mirarme con el ceo fruncido y decirme: Llamamos a la polica, chico? Vamos a matar a este viejo maricn, eh? Y, volvindose otra vez hacia mi padre, dijo: Qu le parece, jefe? Cunto me da si no llamo a la polica y le dejo seguir con esta florecita? Hinch el pecho como si estuviera a punto de gritar, pero la calle se alargaba hacia el norte, perdindose en el infinito sin que en toda su extensin pudiera verse ni un ser vivo. Lo nico visible eran las fachadas de ladrillo pintado con los pequeos porches con barandilla tpicos de Alton, alguna que otra maceta con flores en los escalones de piedra, y, en las aceras, los rboles sin hojas alternndose y, al final, confundindose con los postes de telfono. Toda la calle estaba llena de coches aparcados a ambos lados, pero casi ninguno bajaba por ella porque al final, a dos manzanas de donde nos encontrbamos, se converta en un callejn sin salida al topar con la pared de la fbrica de Essick. Estbamos al lado del bajo muro de cemento de la parte trasera de unos depsitos de cerveza; sus acanaladas puertas de color verde estaban completamente cerradas y el recuerdo del estruendo metlico pareca endurecer el aire que poblaba aquel rincn. El borracho empez a dar tirones a mi padre, y despus de cada uno se frotaba el pulgar y los dems dedos como si se sacudiera un piojo o algo sucio. Diez dlares le dijo a mi padre. Diez dlares y mi boca quedar... Apret tres dedos azules sobre sus hinchados labios violeta y los mantuvo as, como si tratara de averiguar cunto tiempo poda estar sin respirar. Cuando, por fin, los apart, exhal una enorme pluma de vapor congelado, sonri y dijo: Eso. Por diez dlares soy suyo, cuerpo, alma y sombrero. Se volvi hacia m, me gui un ojo y aadi: No te parece barato? Cunto te paga a ti? Es mi padre insist frenticamente. Mi padre se frotaba las manos debajo de la farola y me dio la sensacin de que estaba muy rgido, como si le hubieran dado un golpe y estuviera a punto de caer. Cinco dlares le dijo rpidamente el borracho, cinco cochinos dlares. Y, sin esperar respuesta, lo rebaj a uno. Un maldito dlar para que pueda pagarme un trago y se me pase as el fro. Venga, jefe, cheme una mano. Hasta le dir el nombre de un hotel donde no le preguntarn nada. S todo cuanto hay que saber de hoteles le dijo mi padre. Durante la Depresin trabaj de portero de noche en el viejo Osiris, antes de que lo cerraran. Las chinches eran tan grandes como las prostitutas, tanto que los clientes no eran capaces de distinguir las unas de las otras. Supongo que usted no lleg a conocer el Osiris. El borracho dej de sonrer. Al principio viva en Easton y luego vine aqu dijo. De repente qued conmocionado al comprender que aquel hombre era mucho ms joven que mi padre; de hecho era prcticamente un muchacho un poco mayor que yo. Mi padre rebusc en su bolsillo y sac algunas monedas sueltas y se las dio al joven. Me gustara darle algo ms, amigo, pero es que no tengo ms. Son los ltimos treinta y cinco centavos que me quedan. Soy profesor de una escuela pblica y nuestro salario est muy por debajo del de la industria. Sin embargo, he disfrutado de esta charla, y me gustara estrecharle la mano. Y as lo hizo, para aadir luego: Usted me ha ayudado a pensar con mayor claridad. 100

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Mi padre se volvi y comenz a caminar en la direccin de donde venamos, y yo me apresur a seguirle. Todo lo que habamos tratado de alcanzar el coche, nuestra casa de piedra arenisca, y mi lejana y, seguramente, muy preocupada madre tiraban como pesos de mi piel, que la luz de las estrellas y la locura parecan haber adelgazado hasta hacerla transparente. Caminando en esa direccin tuvimos que enfrentarnos al viento que se haba levantado, y una vidriosa mscara de fro se me peg a la cara. Detrs de nosotros el borracho segua gritando, como un guila embozada en plena tormenta: Muy bien, muy bien. Adnde vamos? pregunt. A un hotel dijo mi padre. Este hombre me ha devuelto el sentido comn. Tenemos que ir a un sitio donde no pases fro. T eres mi orgullo y mi alegra, chico; hay que poner a resguardo el metal precioso. Necesitas dormir. Tenemos que telefonear a mam dije yo. Tienes razn dijo mi padre. Tienes razn. La repeticin me dej con la impresin de que no iba a hacerlo. Torcimos a la izquierda para entrar por Weiser Street. La abundancia de luces de nen en esa calle haca que pareciera que su aire estaba menos fro. En un bar preparaban perritos calientes en una parrilla situada en el mismo escaparate. Con la cara oculta y los hombros alzados pasaban figuras de aspecto lquido bajo la luz. Pero eran personas y su simple existencia me anim muchsimo porque era como una bendicin y una autorizacin de que yo mismo pudiera existir. Mi padre se meti en un pequeo portal que yo no haba visto nunca. Dentro, despus de subir seis escalones y abrir una doble puerta, haba un espacio abierto sorprendentemente alto con una mesa de despacho, la jaula de un ascensor, unas enormes escaleras y unas pocas sillas deslucidas, todo ello de aspecto arrugado y abandonado. A la izquierda, una especie de pantalla de macetas con plantas amortiguaba unas voces y un sistemtico entrechocar de cristales parecido al taido de una campana. Haba un olor que no haba sentido desde que, de pequeo, me enviaban el domingo por la tarde a comprar una bolsa de ostras a un sitio que se llamaba Mohnie's, que era medio restaurante, medio tienda. Mohnie era un perezoso holands muy alto que siempre llevaba un jersey negro bien abotonado, y su tienda era una casa de piedra encalada que ya estaba en la misma calle cuando el pueblo se llamaba Tilden. Cuando abras la puerta sonaba una campanilla, que volva a sonar cuando la puerta se cerraba detrs de ti. A lo largo de una pared haba unos sombros mostradores con caramelos y cigarrillos exticos, y el resto del espacio estaba ocupado por mesas cuadradas con manteles de hule que esperaban la llegada de los clientes. En espera de la hora de la cena haba siempre algunos viejos sentados en las sillas, y yo siempre haba imaginado que el olor de la tienda provena de ellos. En parte era olor a tabaco mascado, y a cuero de zapatos muy viejos, madera curada por el polvo, y ostras; cuando me llevaba la resbaladiza bolsa de papel con las ostras, la parte superior diestramente doblada como una servilleta en una comida de domingo, me daba la sensacin de estar robando parte del aire de la tienda; yo siempre pensaba que, en el aire azulado del atardecer, dejaba detrs de m un ligero rastro parduzco, un sabor a ostras que haca que los rboles y las casas de la carretera parecieran subacuticos. Ahora volva a notar aquel olor, fresco. El portero, un jorobado con una piel que pareca papel, las manos llenas de verrugas, las articulaciones hinchadas por la artritis, dej su ejemplar de Collier's y, con su arrugada cabeza levantada, se dispuso a prestar atencin a mi padre, que abri su cartera, sac algunas tarjetas de identificacin, y explic que era George W. Caldwell, profesor del Instituto de Olinger, y que yo era su hijo Peter, y que nuestro coche se 101

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haba estropeado junto a la fbrica de Essick, y que nuestra casa estaba lejsimos, en Firetown, y que desebamos una habitacin pero no tenamos dinero. En la parte frontal de mi crneo se levantaba una pared roja muy alta, y yo me dispona a tenderme y echarme a llorar. El jorobado apart las tarjetas de mi padre diciendo: Ya le conozco. Tengo una sobrina, Gloria Davis, que es alumna suya. Dice que el seor Caldwell es maravilloso. Gloria es una chica encantadora dijo mi padre lnguidamente. Su madre dice que es un poco indomable. Yo nunca lo he notado. Le gustan demasiado los chicos. Conmigo se ha portado siempre como una perfecta dama. El hombre se volvi y eligi una llave de la que colgaba un gran disco de madera: Les dar una habitacin del tercer piso para que no les moleste el ruido del bar. Se lo agradezco muchsimo dijo mi padre. Le doy ahora un cheque? Dejmoslo para maana dijo aquel hombrecillo. Al sonrer, la seca piel de su cara centelle. Supongo que todava estaremos todos aqu. Y dicho esto nos condujo por una estrecha escalera con un pasamanos irregular, cuya superficie barnizada se ondulaba bajo mi mano como un gato arrobado por una caricia. La escalera bordeaba la jaula del ascensor, y en cada rellano se podan ver panormicas de pasillos con alfombras manchadas. Fuimos hasta el final de uno de esos pasillos; en los vacos entre alfombra y alfombra sonaban ms fuertes nuestros pasos. El portero aplic la llave a una puerta que estaba junto a un radiador sobre el que haba una ventana que daba a Weiser Square, y la puerta se abri. ste era nuestro destino: sin saberlo, nos habamos pasado toda la noche recorriendo un camino serpenteante que conduca a esta habitacin con su ventana, sus dos camas, sus dos mesas y su bombilla nica y desnuda colgando del techo. El portero encendi la luz. Mi padre le estrech la mano y le dijo: Es usted un caballero y un erudito. Estbamos sedientos y usted nos ha dado de beber. El portero seal con una mano lustrosa y artrtica: El bao est detrs de esa puerta dijo. Me parece que hay un vaso limpio ah dentro. Quiero decir que usted ha sido un buen samaritano dijo mi padre. Este pobre chico se muere de sueo. Qu va dije yo. Cuando el portero ya se haba ido yo segua irritado, le pregunt a mi padre: Cmo se llama este lugar tan horrible? El New Yorker dijo mi padre. Es una autntica pocilga de las de antes, verdad? Pero ponerme a discutir con l en aquel momento era una falta de gratitud, as que le dije: Este hombre se ha portado muy bien dejndonos entrar sin dinero. Nunca se sabe quines son los verdaderos amigos de uno dijo. Apuesto a que si la puta de Gloria Davis se enterase de que me haba hecho un favor se pondra a chillar ahora mismo, aunque estuviera durmiendo. Cmo es que no tenemos dinero? pregunt. Llevo preguntndomelo desde hace cincuenta aos. Y lo malo es que cuando les pague con un cheque todava ser peor, porque no van a poder cobrarlo. Slo me quedan veintids centavos en el banco. 102

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Cundo te pagan? No es a mitad de mes? Tal como van las cosas dijo mi padre, este mes no cobrar ni creo que vuelva a hacerlo. Si la junta del instituto lee el informe de Zimmerman, en lugar de darme dinero me van a pedir que se lo d yo. Bah, nadie lee nunca sus informes le interrump, enfadado porque no saba si desnudarme o no delante de l. Me daba vergenza que me viera las manchas, porque cada vez que las vea se quedaba preocupadsimo. Pero, al fin y al cabo, l era mi padre, y me saqu la chaqueta, la colgu en una silla desvencijada y sujeta con alambre, y empec a desabrocharme la camisa roja. l se volvi y cogi el pestillo: Tengo que salir dijo. Adnde vas ahora? No puedes quedarte quieto? Tengo que llamar a tu madre y cerrar el coche. T duerme, Peter. Esta maana te hemos hecho levantar demasiado temprano. Detesto hacerlo, porque desde que tengo cuatro aos he estado tratando de recuperar horas de sueo perdidas. Podrs dormirte? Te traigo los libros del coche por si quieres estudiar? No. Me mir y pareca estar a punto de pedir disculpas, hacer una confesin o brindarme una oferta concreta. Haba una palabra una palabra que yo no saba pero que crea que l s que esperaba ser pronunciada. Pero l dijo solamente: Supongo que podrs dormirte. Me parece que no eres tan nervioso como yo cuando tena tu edad. Tir de la puerta antes de hora y el pestillo, que slo se haba retirado parcialmente, rasp la madera, y sali. Las paredes de una habitacin vaca son espejos que doblan y redoblan nuestra conciencia de nosotros mismos. Una vez solo, me sent excitadsimo, como si bruscamente me hubieran llevado al lado de gente brillante, famosa y bella. Me acerqu a la nica ventana de la habitacin y mir el radiante revoltijo de la plaza. Era una tela de araa, una lanzadera, un lago en el que se concentraban las luces de los coches procedentes de todos los rincones de la ciudad. A lo largo de dos manzanas, Weiser Street era la calle ms ancha de todo el Este de Estados Unidos; el propio Conrad Weiser haba ideado y hasta colocado los postes topogrficos en pleno siglo XVIII, una ciudad amplia, clara y cmoda. Ahora los faros de los coches nadaban aqu como si se encontraran en las aguas de un lago morado cuya superficie llegara hasta el alfizar de mi ventana. Las ventanas y anuncios de los bares formaban un csped verde y rojo en las orillas. Los escaparates de Foy's, los mayores almacenes de Alton, eran estrellas cuadradas dispuestas en seis hileras, o como galletas hechas con dos clases de cereales, la mitad inferior de trigo amarillo claro, y la superior, la zona cubierta por las persianas ocre, de cebada o centeno. Enfrente, y por encima de todo lo dems, una gran lechuza de nen abra y cerraba un ojo movido por un dispositivo elctrico, al mismo tiempo que un ala acercaba a su pico, en un movimiento de tres sucesivos destellos, una galleta incandescente. A sus pies unas letras polcromas proclamaban alternativamente: GALLETAS LA LECHUZA MEJORES NO HAY GALLETAS LA LECHUZA MEJORES NO HAY Este anuncio y los ms pequeos una flecha, una trompeta, un cacahuete, un 103

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tulipn parecan reflejarse en el aire, brillar trmulamente en el plano que se extenda sobre la plaza a la altura de mi habitacin. Los coches, los semforos y las sombras parpadeantes que eran las personas se fundan para m en un licor visual cuyos vapores eran el futuro. La ciudad. Esto era la ciudad: la habitacin en la que me encontraba solo vibraba movida por los halos de los anuncios. Apartado de la ventana, en un lugar desde donde poda ver sin ser visto, continu desnudndome, y las manchas de la piel parecan, al tocarlas, los ptalos exteriores burdamente moteados de un corazn vegetal delicado, delicioso y plateado que aparecera por fin desnudo cuando terminara de deshojarlo. Me qued en calzoncillos, listo para nadar; los juncos y el barro tomaban la huella de mis pies descalzos; la propia ciudad pareca estar bandose ya en el lago de la noche. Las imperfecciones de los cristales de la ventana ondulaban las hmedas luces. Manaba sobre m como un viento un sentimiento virginal de lo prohibido, y descubr que yo era un unicornio. Alton se distenda. Sus brazos de trnsito blanco se extendan hacia el ro. Su cabello brillante se abra en abanico sobre la superficie del lago. Mi conciencia de m mismo se fue ampliando hasta que, amante y amado, observador y observado, integr mi yo, la ciudad y el futuro en varias expansiones acentuadas, y durante estos segundos surqu la esfera hasta su centro y fui ms poderoso que el tiempo. Supe que triunfara. Pero la ciudad segua movindose y parpadeando al otro lado de la ventana sin haber sentido aparentemente conmocin alguna, transparente a mi penetracin, y esta actitud provoc en m una terrible sensacin de empequeecimiento. A toda prisa, como si mi pequeez fuera una suma de cristales a medio fundir que se desvaneceran completamente si no eran recogidos con rapidez, volv a vestirme parcialmente y me met en la cama que estaba ms cerca de la pared; las fras sbanas se abrieron como hojas de mrmol, y me dio la sensacin de ser una seca semilla perdida en los dobleces de la tierra. Dios mo, perdname, perdname, bendice a mi padre, a mi madre, a mi abuelo y, ahora, permteme dormir. Cuando las sbanas se calentaron volv a recuperar el tamao humano, y luego, mientras reptaba por todo mi cuerpo la disolucin de la modorra, una sensacin viva y sorda a la vez de enormidad entr en mis clulas, y me dio la sensacin de ser un gigante capaz de incluir en una ua todas las galaxias del universo. Esta sensacin se daba no slo en el espacio, sino tambin en el tiempo; me pareca, tan literalmente como cuando uno dice un momento, que haba transcurrido toda una eternidad desde que me haba levantado de la cama, me haba puesto mi deslumbrante camisa roja, tropezado con mi padre, dado unos golpecitos a la perra a travs de la red de alambre cubierta de escarcha, y bebido el zumo de naranja. Me pareca que todas estas cosas ocurran en fotografas proyectadas sobre una neblina tan lejana como las estrellas; se mezclaban con Lauren Bacall y Doris Day, y a travs de sus caras volv al reconfortante plano de la realidad. Tom conciencia de los detalles: un lejano murmullo de voces, una espiral de alambre que mantena sujetados los dos trozos de la pata de una silla a pocos palmos de mi cara, el molesto parpadeo de las luces en las paredes. Sal de la cama, baj la persiana y me volv a meter en cama. Qu clida era la habitacin en comparacin con la que yo tena en mi casa! Pens en mi madre y la ech de menos por primera vez; ansi inhalar su aroma a cereales y olvidarme de m mismo mirndola ir de un lado para otro en la cocina de casa. Pens que cuando la viera otra vez tena que decirle que comprenda por qu quiso que nos furamos a vivir a la casa de campo y que no se lo echaba en cara. Y que deba yo mostrar ms respeto a mi abuelo y escucharle cuando hablara porque..., porque..., porque un da dejara de estar con nosotros. Fue como si mi padre entrara en la habitacin justo en aquel momento, o sea que deb de dormirme. Notaba los labios hinchados, y mis piernas parecan carecer de 104

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huesos y ser desmesuradamente largas. La gran sombra de mi padre cort la tira de luz rosa que dejaba entrar la persiana. Le o poner mis libros sobre la mesa. Duermes, Peter? No. Dnde has estado? He telefoneado a tu madre y tambin a Al Hummel. Tu madre me ha dicho que te diga que no te preocupes por nada, y Al que mandar su gra a recoger el coche a primera hora de la maana. Dice que debe de ser el eje de transmisin y que tratar de conseguirme uno de segunda mano. Cmo ests? Bien. He hablado con un caballero amabilsimo en el vestbulo; viaja por toda esta costa visitando grandes almacenes y otras empresas como agente de publicidad. Se saca veinte mil al ao con dos meses de vacaciones. Le he dicho que sta es la clase de trabajo creativo que te interesa y ha dicho que le gustara charlar contigo. He pensado subir a buscarte, pero luego se me ha ocurrido que seguramente estaras dormido. Gracias dije. Mientras se quitaba el chaquetn, la corbata y la camisa, su sombra atravesaba la luz una y otra vez. Luego me dijo con una sonrisita: Al diablo con l, eh? Supongo que sta es la actitud ms correcta. Un hombre as es de los que son capaces de pasar sobre tu cadver para coger una moneda. Me he pasado la vida entera tratando con bastardos como ste. Son demasiado listos para m. Cuando se meti en cama, una vez terminado el ruido de sbanas que hizo al acomodarse, hubo una pausa, y luego dijo: No te preocupes por tu padre, Peter. En Dios hemos puesto nuestra confianza. No estoy preocupado dije. Buenas noches. Hubo otra pausa, y despus habl la oscuridad: Dulces sueos, como dira el abuelo. Su evocacin del abuelo hizo que, inesperadamente, aquella habitacin extraa pareciese lo bastante segura como para dormir en ella, a pesar de la voz de una mujer que rea al fondo del pasillo y de los golpes de puertas que se cerraban encima y debajo de nosotros. Dorm tranquilamente, sin soar apenas. Cuando despert, todo lo que recordaba era que me encontraba en un interminable laboratorio qumico que era como el del aula 107 del instituto de Olinger, con sus matraces y probetas y quemadores Bunsen, todo ello multiplicado por mil espejos. En una mesa haba un pequeo tarro de conservas, como los que usaba mi abuela para guardar la mermelada de manzana, con el cristal empaado. Lo cog y apliqu mi oreja a la tapadera y o una voz diminuta, de un timbre tan alto como la voz que va diciendo los nmeros cuando te examinan el odo, y que deca con claridad microscpica: Quiero morir. Quiero morir. Mi padre estaba ya levantado y vestido. Se encontraba junto a la ventana, y miraba la ciudad que se desperezaba en la maana gris. El cielo no estaba despejado; unas nubes que parecan la parte inferior de largusimos bollos se extendan ms all del horizonte color ladrillo de la ciudad. Abri la ventana, para saborear Alton, y el aire tena un sabor diferente del da anterior: ms suave, preparatorio, agitado. Algo se haba acercado. Abajo, nuestro portero haba sido sustituido por un hombre ms joven que andaba muy tieso y no sonrea. Ha terminado el turno del anciano caballero de anoche? pregunt mi padre. Es gracioso dijo el nuevo portero sin sonrer en absoluto, Charlie muri esta noche pasada. 105

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Qu? Cmo es posible? No lo s. Me han dicho que fue alrededor de las dos de la madrugada. Yo no tena que entrar hasta las ocho. Dicen que se levant de aqu y fue al lavabo y muri. Lo encontraron tendido en el suelo. Debe de haber sido el corazn. No les ha despertado la ambulancia? Esa sirena era por mi amigo? No puedo dar crdito a lo que usted dice. Se port con nosotros como un verdadero cristiano. Yo no le conoca muy bien. El portero slo acept el cheque de mi padre tras largas explicaciones, y con una mueca llena de dudas. Mi padre y yo rebuscamos nuestros bolsillos en busca de monedas sueltas y encontramos lo suficiente para desayunar en un bar. Yo llevaba un dlar en mi cartera pero no se lo dije, pues pensaba que sera mejor reservarlo como sorpresa para el momento en que la situacin fuera an ms grave. A lo largo del mostrador del bar se sentaban obreros malhumorados y ojerosos porque todava estaban medio dormidos. Me alivi ver que el hombre que trabajaba en la parrilla no era el que habamos cogido en coche el da anterior. Ped panqueques y tocino; fue mi mejor desayuno desde haca meses. Mi padre pidi cereales, los abland con la leche, comi un par de cucharadas y apart la escudilla a un lado. Mir el reloj. Eran las 7.25. Contuvo un eructo. Se le qued la cara blanca y la piel de debajo de los ojos pareci hundrsele contra el hueso de la rbita. Vio que yo le estudiaba alarmado y me dijo: Ya lo s. Tengo muy mal aspecto. Me afeitar en la sala de las calderas cuando lleguemos al instituto. Heller tiene una maquinilla de afeitar. Tena las mejillas y el mentn llenos de puntitos blanquecinos, como si tuviera el rostro cubierto de escarcha. Salimos del bar y nos dirigimos hacia el sur, hacia la elevada y deslucida lechuza de tubos muertos. Una tenue neblina invernal, producida por la subida de la temperatura, lama el hmedo cemento y el asfalto. Subimos a un tranva en Fifth Street esquina Weiser. La paja de los asientos alegraba el interior que, adems, estaba caliente y vaco. A esa hora haba poqusima gente que, como nosotros, se dirigiera en contra de la corriente que entraba en la ciudad. El nmero de edificios a ambos lados de la va empez a disminuir; las hileras de casas se partieron como el hielo al romperse; una colina lejana apareca dividida entre el verde de la hierba y el color crema de unas casas nuevas; y despus del largo tramo en el que nos deslizamos tras pasar frente al gran quiosco coronado por una enorme reproduccin en yeso de un helado, empezaron a tomar posiciones a nuestro alrededor las casas de ladrillo de Olinger. Apareci a la izquierda el instituto; primero los terrenos deportivos y luego el edificio de ladrillo salmn; la chimenea de las calderas amonestaba al cielo como la aguja de una iglesia. Bajamos al llegar a la altura del taller de Hummel. Nuestro Buick an no estaba all. Por una vez no llegbamos tarde; los coches todava estaban aparcando. Un autobs color naranja dio un brusco giro y, balancendose, se detuvo de golpe; estudiantes del tamao de pjaros y vestidos de colores alegres, todos diferentes, salieron por parejas de las puertas. Cuando mi padre y yo caminbamos por el pavimento que divida el csped lateral del instituto de la entrada en el taller de Hummel, un pequeo torbellino se origin delante de nosotros y nos gui. Hojas muertas, tan quebradizas como alas de mariposa, un envoltorio de caramelo verde-azulado, polvo y trocitos de porquera de las cloacas se arremolinaban ruidosamente bajo nuestros ojos; una presencia invisible y claramente circular se perfilaba en el camino. Bailaba saltando de uno a otro margen y gema desde su mundo insensible; instintivamente, sent deseos de detenerme, pero mi padre sigui 106

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caminando de prisa. Las perneras de su pantaln aleteaban; algo me succion los tobillos, y cerr los ojos. Cuando mir hacia atrs, el torbellino haba desaparecido. Una vez en el instituto, nos separamos. Como estudiante, yo deba quedarme, de acuerdo con el reglamento, a este lado de las puertas reforzadas con alambre. l la abri y avanz por el largo vestbulo con la cabeza alta, el cabello revuelto porque se haba quitado su gorro de punto azul, y sus tacones golpeando con fuerza las barnizadas tablas. En su perspectiva mi padre iba hacindose cada vez ms pequeo; cuando lleg a la puerta del otro extremo se convirti en una sombra, una mariposa nocturna atravesada por la luz contra la que avanzaba. La puerta cedi; mi padre desapareci. El terror, con una presin de sudor, se apoder de m.

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GEORGE W. CALDWELL, PROFESOR, 50 AOS. El seor Caldwell naci el 21 de diciembre de 1896, en Staten Island, ciudad de Nueva York. Su padre era el reverendo John Wesley Caldwell, licenciado por la Universidad de Princeton y el Seminario de la Unin Teolgica de Nueva York. Cuando obtuvo su licenciatura en esta ltima institucin se hizo pastor presbiteriano; con l, la familia Caldwell proporcionaba por quinta generacin consecutiva un clrigo a esta Iglesia. Su esposa, de soltera Phyllis Harthorne, proceda de una familia del sur originaria de los alrededores de Nashville, estado de Tennessee. Ella llev a su matrimonio no solamente su gran belleza y encanto personal, sino tambin la enrgica piedad caracterstica de las damas del Sur, y fueron innumerables los miembros de la parroquia que quedaran en deuda con ella por su ejemplo de devocin y de testimonio cristiano; cuando a la trgicamente temprana edad de cuarenta y nueve aos su esposo fue llamado a un Servicio ms Alto, fue ella quien a lo largo de los difciles aos de la lenta enfermedad de su marido se encarg del trabajo de la iglesia, y lleg incluso a subir al plpito varios domingos. La pareja fue bendecida con dos retoos, de los que George fue el segundo. El mes de marzo de 1900, cuando George tena tres aos, su padre renunci a su parroquia de Staten Island, y acept la llamada de la Primera Iglesia presbiteriana de Passaic, estado de Nueva Jersey, que se encontraba en el cruce de Grove Street y Passaic Avenue, una esplndida estructura de piedra caliza amarilla que todava sigue en pie y ha sido recientemente ampliada. Fue all donde John Caldwell se vio destinado a prodigar durante dos dcadas sus conocimientos, su irnico ingenio y su slida fe sobre las atentas caras de sus feligreses. De este modo, Passaic, antiguamente conocido como Acquackanonk, un tranquilo pueblo situado al lado de un ro y cuya belleza rural estaba muy lejos por aquel entonces de ser eclipsada por el vigor de su industria, se convirti en el lugar donde George Caldwell se cri. Muchas de las personas que todava viven en este pueblo recuerdan que era un muchacho muy despierto, aficionado a todos los deportes, y tan diestro para conservar amigos como para hacerlos. Los chicos le llamaban Palo, nombre que seguramente era una alusin a su extraordinaria delgadez. Siguiendo las tendencias intelectuales de su padre, mostr desde muy temprano un gran inters por las ciencias, aunque aos ms tarde afirmara, con la bienhumorada modestia que tanto le caracterizaba, que su mxima ambicin era convertirse en farmacutico. Afortunadamente para una generacin de muchachos de Olinger, el Destino le llev por otros caminos. La juventud del seor Caldwell se vio turbada por la prematura muerte de su padre y la participacin de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial. Patriota por instinto, 108

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se alist en las tropas del Cuartel General de la Divisin Setenta y Ocho a finales de 1917 y sali con vida por muy poco, en Fort Dix, de la gran epidemia de gripe que en aquellos momentos barra los campamentos militares. Estaba listo, con el nmero 2414792, para actuar en los campos de batalla de ultramar cuando se declar el armisticio; sa fue la vez que ms cerca estuvo George Caldwell de abandonar las fronteras continentales de la nacin que l iba a enriquecer como obrero, profesor, feligrs, dirigente civil, hijo, marido y padre. Los aos que siguieron a su licenciamiento militar, George Caldwell, que ahora junto con su hermana, que se haba casado era el sostn de su madre, trabaj en una amplia gama de empleos: vendedor a domicilio de enciclopedias, conductor de un autobs que recorra Atlantic City mostrando la ciudad a los turistas, supervisor de atletismo en la YMCA de Paterson, bombero del ferrocarril en la lnea Nueva YorkSusquehanna-Western, y hasta botones de hotel y lavaplatos de un restaurante. En 1920 se matricul en Lake College de las cercanas de Filadelfia y, sin ms recursos econmicos que los procedentes de sus propios esfuerzos, consigui obtener una licenciatura, con distincin, el ao 1924. Su especializacin universitaria fue en qumica. Adems de lograr un historial acadmico excelente y cumplir con el exigente horario que le impona el compartir sus estudios con diversos empleos, gan una beca por mritos atlticos que redujo a la mitad los gastos de sus estudios. Jug, durante tres aos, de defensa titular del equipo de rugby de su universidad, habiendo sufrido diecisiete veces fractura de nariz, dos dislocaciones de rtula, una fractura en la pierna y otra de las vrtebras del cuello. Fue all, en el adorable campus cuya joya principal es el reluciente lago rodeado de robles que los Lenni Lenape (el pueblo que originalmente poblaba la regin) consideraban sagrado, donde conoci y qued hechizado por la seorita Catherine Kramer, cuya familia era oriunda de Firetown, condado de Alton. La pareja contrajo matrimonio el ao 1926 en Hagerstown, estado de Maryland, y durante los siguientes cinco aos tuvieron que viajar por todos los estados de la costa atlntica, as como por Ohio y West Virginia, debido a que George trabajaba como empalmador de cables para la Bell Telephone and Telegraph Company. Las bendiciones llegan bajo extraos disfraces. En 1931 el destino de la nacin volvi a entrometerse en el del individuo; debido a los problemas econmicos que asolaban a Estados Unidos, George Caldwell fue despedido por el gigante industrial para el que haba trabajado tan concienzudamente. l y su esposa, que pronto ampliara las responsabilidades de George Caldwell con otro ser humano, se fueron a vivir con los padres de ella a Olinger, donde el seor Kramer haba comprado varios aos antes la bonita casa blanca de ladrillo de Buchanan Road, que actualmente ocupa el doctor Potter. En otoo de 1933 el seor Caldwell empez a ensear en el instituto de Olinger, empleo que nunca abandonara. Cmo explicar las caractersticas de su forma de ensear? Podra mencionarse su absoluto dominio de los temas que enseaba, su inagotable simpata por los que se pierden en los meandros de la ciencia, su extraordinaria habilidad para establecer relaciones inesperadas y combinar de una forma siempre nueva y esclarecedora la materia prima de su asignatura con la materia prima de la vida, su espontneo humor, su don nada despreciable para la dramatizacin, su temperamento inquieto y abierto siempre a la duda que le empujaba incesantemente hasta el perfeccionamiento en el arte pedaggico; pero esto no sera sino citar algunos de los elementos que integraban aquel todo. No hay, seguramente, nada que quede tan duramente grabado en la mente de sus ex alumnos (entre los que se cuenta el autor de estas lneas) como su sobrehumano desinters y su preocupacin absoluta por el mundo en general, que le dejaba, quiz, poco margen para condescendencias consigo mismo o para su placentero descanso. 109

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Sentarse en uno de los bancos del aula del seor Caldwell era elevar el espritu hacia grandes aspiraciones. Aunque a veces reinara cierta confusin hasta tal punto era enrgica y cambiante su entrega a sus alumnos, siempre quedaba claro que el seor Caldwell era todo un hombre. Adems de todas las actividades escolares no estrictamente didcticas era entrenador de nuestro gallardo equipo de nadadores, administraba los equipos de rugby, baloncesto, carreras de atletismo y bisbol, y supervisaba tambin el Club de Comunicaciones, el seor Caldwell desempeaba un papel de primersima magnitud en todos los asuntos de la comunidad local. Era secretario del Club de Animacin de Olinger, miembro de la junta del Grupo de Cachorros 12, miembro del Comit para la Creacin de un Parque Municipal, vicepresidente del Lions Club y presidente de la campaa anual que este club organizaba para la venta de bombillas en favor de los nios ciegos. Durante la reciente guerra fue Jefe de Manzana e instrumento esforzado de muchos aspectos de la Contienda. Aunque por su familia era republicano y presbiteriano, se convirti en demcrata y luterano y colabor fielmente en ambas causas. Despus de haber sido durante muchos aos dicono y miembro del consejo de la Iglesia Redentora luterana de Olinger, tras su reciente mudanza a una encantadora casa rural de Firetown, cuna de la familia de su esposa, el seor Caldwell se convirti muy pronto en dicono y miembro del consejo de la Iglesia evanglica-luterana de Firetown. Por su propia naturaleza, este resumen no puede incluir las innumerables y annimas obras de caridad y buena voluntad a travs de las cuales l, que originalmente era un extrao para el pueblo de Olinger, acab entretejindose con firmeza en la urdimbre de ciudadana y camaradera del pueblo que le haba acogido. Le sobreviven una hermana, Alma Terrio, residente en Troy, Nueva York, y su suegro, esposa e hijo, todos ellos residentes en Firetown.

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Mientras estaba tumbado en mi mecedora me visitaron diversas personas. Primero vino el seor Phillips, colega y amigo de mi padre cuyo pelo llevaba una marca en derredor en recuerdo de su gorra de jugador de bisbol. Levant su mano para que le prestara atencin y me hizo jugar a ese juego que en su opinin agilizaba la mente. Toma dos dijo rpidamente, adele cuatro, multiplcalo por tres, rstale seis, divide por dos, aade cuatro: Cunto tienes? Cinco? dije, porque me haba quedado fascinado por la agilidad de sus labios y haba perdido la cuenta. Diez dijo l con una pequea sacudida de su inflexiblemente peinada cabeza, que pretenda ser una regaina. Era un hombre pulcro en todas sus cosas y le molestaba toda seal de falta de coordinacin. Toma seis dijo, divide por tres, aade diez, multiplica por tres, aade cuatro, y divide por cuatro. Cunto queda? No lo s dije lastimeramente. La camisa me abrasaba la piel. Diez dijo l arrugando con tristeza sus labios de goma. Vamos al grano aadi. Era profesor de ciencias sociales. Dime cules son los miembros del gobierno de Truman. Acurdate de la mgica regla mnemotcnica: ST. WAPNICAL. Departamento de Estado7, Dean Acheson dije, pero ya no pude recordar ningn nombre ms. Pero, de verdad grit, dgame, seor Phillips, usted ha sido amigo suyo, es posible? Adnde pueden ir a parar los espritus? T dijo l. Thanatos. Es Thanatos, el seor de la muerte, quien se lleva los muertos. Nos estn ganando, chico; tranquilo, tranquilo. Y dio un gil paso hacia un lado, se agach y recogi la pelota cuando caa despus del corto bote. Se afirm sobre sus pies, gir a cmara lenta, y la lanz de volea. Era un lanzamiento magnfico y detrs de m las cumbres de las montaas empezaron a gritar. Me esforc por batear la pelota y devolverla, pero mis muecas estaban encadenadas con hielo y latn. A la pelota le crecieron ojos y una melena de sedosas fibras de maz como la que asoma por las orejas. La cara de Deifendorf se acerc tanto que pude oler su aliento seboso. Tena las manos juntas de forma que se le formaba entre las palmas una pequea grieta como de rombo. Lo que les gusta, entiendes me dijo, es tenerte ah. Todas. Lo que quieren es eso, que te metas ah y entres y salgas. Parece tan animal.
7 State Department, de ah la sigla mnemotcnica ST. (N. del T.)

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Es asqueroso dijo mostrndose de acuerdo conmigo. Pero es as. Entrar y salir, entrar y salir; y nada ms, Peter. Los besos, los abrazos o las palabras bonitas las dejan igual que antes. No tienes ms remedio que hacerlo. Cogi un lpiz, se lo meti en la boca, y me ense cmo se haca, bajando la cara con el lpiz sujeto en la boca hasta hacerlo entrar, con la goma por delante, en el hueco que formaban sus palmas. Durante ese momento de delicada atencin todo un mundo silencioso pareca estar conjurado en su aliento. Luego, se incorpor otra vez, separ sus manos, y se dio unos golpecitos en los dos bultos de su palma izquierda. Si tienen demasiada grasa aqu dijo, en la parte interior de los muslos, te quedas bloqueado, entiendes? Me parece que s dije yo furioso porque el escozor de los brazos me daba unas ganas terribles de rascarme justo en el sitio donde mi camisa roja empezaba a clarear. De modo que no debes despreciar a las flacas me advirti Deifendorf, y la densa seriedad de su cara me result repulsiva porque saba que aquellos rasgos haban conquistado a mi padre. Por ejemplo, una cra flacucha como Gloria Davis, o una de esas grandes y fuertes como la seora Hummel, me entiendes, cuando te agarra una de stas no te sientes tan perdido. Eh, Peter! Qu? Qu? Quieres saber cmo se averigua si son apasionadas? S, dmelo, s. Dio un golpecito en la yema de su pulgar y dijo: Se sabe por esto, por el monte de Venus. Cuanto ms abultado, ms lo son. Ms qu? No seas tonto dijo dndome un golpe en las costillas que me hizo boquear. Y otra cosa. Por qu no te pones unos pantalones que no tengan una mancha amarilla en la bragueta? Se ri y a mi espalda las montaas del Cucaso rieron, golpendose con sus toallas y sacudiendo sus plateados genitales. Luego vino a visitarme el pueblo, maquillado con pinturas indias y con un rostro de expresin vaga de tanto frvolo llanto. T nos recuerdas dije, recuerdas que bamos a buscar el tranva los dos, l primero, y yo siempre corriendo detrs, tratando de mantenerme a su altura? Recordar? Se toc confundido la mejilla y se le pegaron a los dedos porciones de yeso hmedo. Hay tantos... Caldwell dije, George y Peter. l era profesor en el instituto, y cuando termin la guerra hizo de To Sam y encabez el desfile que sali del parque de bomberos y baj por la carretera, all donde estaban las vas de los tranvas. Recuerdo a alguien dijo. Le temblaban los prpados al concentrarse, pareca un sonmbulo, un hombre fornido... No, un hombre alto... Todos os creis dijo repentinamente ofendido que por haber estado aqu un ao o dos, que yo..., que yo..., hay miles. Ha habido miles, habr miles... Primero, los nativos. Luego, los galeses, los alemanes del valle de Tulpehocken..., y todos piensan que tengo que recordarles. De hecho dijo, tengo mala memoria. Al hacer esta confesin se le ilumin la cara con una rpida sonrisa que, al arrugar su cara en sentido absolutamente contrapuesto a las marcas de pintura de colores trreos que la cubran, hizo que durante un segundo le amara aun a pesar de su debilidad. Y cuanto ms viejo me hago continu, ms me estiran. Alargan las calles Shale Hill arriba, han hecho una nueva zona urbanizada por el lado de Alton..., no s, cada vez me importan menos cosas. 112

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Estaba con los Lions dije de repente. Pero no llegaron nunca a nombrarle presidente. Perteneca al comit que quera que se creara un parque municipal. Siempre haca buenas obras. Le gustaba caminar por los callejones y pasaba mucho tiempo en el taller de Hummel, all en la esquina. Tena ahora los ojos cerrados y, siguiendo el diseo de sus prpados toda su cara pareca membranosa y distendida, y estaba cruzada por finas venas, y tena la expresin ensimismada que tienen las mascarillas mortuorias. En los puntos en los que no estaba seca, la pintura brillaba. Cundo arreglaron el callejn de Hummel? murmur para s. All haba antes un taller de ebanistera, y el hombre aquel en su pequea barraca, que se haba quedado ciego por el gas cuando estaba en la trinchera, y ahora veo a un hombre que entra en el callejn... Lleva el bolsillo superior de la chaqueta lleno de plumas viejas que no escriben... se es mi padre! grit. l sacudi la cabeza fastidiado y levant lentamente los prpados: No me dijo, no es nadie. Es la sombra de un rbol. Sonri y se sac del bolsillo una semilla de arce que parti diestramente con la ua del pulgar y se la peg a la nariz, como solamos hacer cuando ramos nios; pareca un pequeo cuerno verde de rinoceronte. De repente, la combinacin del cuerno con la pintura ocre le dio una expresin malvola, y por primera vez me mir directamente, con unos ojos tan negros como el petrleo o la marga. Sabes dijo claramente, lo malo es que os fuisteis. No hubierais debido hacerlo. No fue culpa ma. Mi madre... Son la campanilla. Era hora de comer, pero nadie me trajo comida. Yo estaba sentado frente a Johnny Dedman y nos acompaaban otros dos. Johnny dio las cartas. Como yo no poda coger las mas, me las ense levantndolas delante de mi cara de una en una, y vi que no eran cartas corrientes. En lugar de los puntos, tenan en el centro una fotografa borrosa. A : mujer, blanca, madura, sonriente, sentada en una silla, desnuda, con las piernas abiertas. J : mujer blanca y hombre negro haciendo ese acto de adoracin mutua generalmente conocido con el nombre de 69. 10 : cuatro personas, dispuestas en rectngulo, hombres y mujeres, alternados, una negra, tres blancas, haciendo el cunnilingus y la fellatio alternativamente, y todas ellas bastante borrosas debido a la considerable reduccin realizada por un procedimiento de grabado muy barato, de forma que algunos detalles no se vean con la claridad que yo ansiaba. Para encubrir mi turbacin pregunt framente: Dnde las conseguiste? En una tienda de cigarrillos de Alton dijo Johnny. Pero tienes que conocer al dueo. Hay cincuenta y dos diferentes? Es fantstico. Todas menos sta dijo mostrndome el as de picas. Era simplemente el as de picas. Qu decepcionante. Pero si la miras del revs, cambia dijo; volvi la carta y se vea una manzana con un grueso tallo negro. No entend. Djame ver las otras cartas le rogu. Johnny me mir con su cara fanfarrona, sus vellosas mejillas ligeramente encendidas. 113

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No tan deprisa, mi pequeo profesorcito dijo. Tendrs que pagar. Yo he pagado. No tengo dinero. Ayer noche tuvimos que dormir en un hotel y mi padre tuvo que pagar con un cheque. Tienes un dlar. Se lo escondiste al viejo bastardo. Tienes un dlar en la cartera que llevas en el bolsillo de atrs del pantaln. Pero tengo los brazos sujetos, no puedo cogerlo. De acuerdo entonces dijo. Si quieres, cmprate una baraja, gilipollas. Y se puso la suya en el bolsillo de la camisa, que era de color verde bosque, de un precioso tejido basto, y que llevaba con el cuello vuelto hacia arriba, de forma que el borde tocaba el extremo de su hmedo y peinado pelo. Intent alcanzar mi cartera; not en los msculos de los hombros el dolor que produca mi intento de mover las heladas articulaciones; era como si tuviera la espalda soldada a las rocas. Penny era ella quien estaba detrs de m y soltaba un ligero perfume de aguilea hocique mi cuello mientras me ayudaba a alcanzar la cartera. Djalo, Penny le dije. No importa. Necesito el dinero porque esta noche tendremos que cenar en el pueblo. Hay partido de baloncesto. Por qu os fuisteis a vivir al campo? me pregunt Penny. Fjate cuntos inconvenientes tiene. Es cierto dije. Pero tambin me da la oportunidad de tenerte. Pero nunca la aprovechas dijo. Una vez s dije, enrojeciendo, en defensa propia. Oh, mierda, Peter gimi Johnny. No dirs que no te he hecho nunca ningn favor. Baraj las cartas y volvi a ensearme la J de corazones. Era preciosa, un crculo completo, una simetra, un sombro torbellino de carne, con las caras ocultas tras los blancos muslos y el pelo suelto de la mujer. Pero su misma belleza, como cuando se frota un lpiz negro sobre un papel para que salgan a la luz las iniciales enterradas y las inscripciones grabadas con una navaja hace muchos aos en la superficie de una mesa de despacho, volvi a despertar mi tristeza y el temor que senta por mi padre. Cul crees t que ser el resultado de la radiografa? pregunt, aparentando decirlo casualmente. l se encogi ligeramente de hombros, y tras un pequeo murmullo durante el cual pareca estar pensando, me dijo: Hay tantas posibilidades de que salga bien como de todo lo contrario. Podra resultar bueno o malo. Dios mo grit Penny acercando con un movimiento muy rpido las puntas de los dedos a sus labios. Me olvid de rezar por l! No importa dije. No pienses ms en eso. Olvida que te lo ped. Dame un mordisco de tu hamburguesa. Slo un mordisquito. El humo de los cigarrillos me molestaba en la cara; cuando abr la boca me pareci que tragaba azufre. Tranquilo dijo Penny, es todo lo que tengo para comer. Eres muy amable conmigo dije. Por qu? En realidad no era una pregunta, quera simplemente sonsacarla. Qu clase tienes luego? pregunt Kegerise con su voz fea y desafinada. Era la cuarta persona presente. Latn. Y no he hecho nada de ese trabajo de mierda. Me ha sido imposible porque me he pasado toda la noche yendo de un lado para otro por Alton con mi padre. A la seorita Appleton le encantar enterarse de eso dijo Kegerise. Yo saba 114

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que Kegerise envidiaba mi cerebro. Me parece que a Caldwell se lo perdona todo dijo Penny. Tena un aire socarrn que yo detestaba; no era muy lista y no le estaba bien. Eso suena raro le dije. Qu quiere decir? No te has fijado? Sus ojos verdes describieron un crculo completo. No te has fijado cuando tu padre y Hester se ponen a charlar por los pasillos? Tu padre le gusta mucho. Ests loca dije. Eres una manaca sexual. Me sorprendi que mi frase, que yo quera que sonase ingeniosa, slo consiguiera ofenderla. T no te enteras de nada, verdad, Peter? Vives envuelto en tu propia piel y no te enteras de lo que sienten los dems. La palabra piel fue un golpe, pero yo estaba seguro de que ella no saba nada de lo de mi piel. No tena marcas en la cara y tampoco en las manos, y eso era lo nico que ella haba visto. Esto era para m un problema y haca que su amor me asustara, porque si ella me amaba, tarde o temprano haramos el amor y llegara el dolorossimo momento en que tendra que mostrarle mi carne... Perdname, empez a murmurar repentinamente mi cerebro, perdname, perdname. Johnny Dedman, que se enfad al quedar fuera de la conversacin al fin y al cabo l era de los mayores y nosotros bamos a segundo, por lo cual su compaa era una considerable concesin, baraj sus sucias cartas y sonri con ostentacin. La carta ms increble dijo: el chocho de diamantes8. Quiero decir, el cuatro de corazones. Es un toro que se tira a una mujer. Minor se abalanz sobre nuestra mesa. La ira brillaba en su calva cpula y humeaba por las narices. Qu pasa aqu dijo con un bufido. Retira esa baraja. Y que no te vuelva a ver con nada de esto. Dedman le lanz una mirada con un benigno parpadeo de sus largas pestaas rizadas, que daban a sus ojos un tono de candorosa interrogacin. Luego, sin mover apenas los labios, le dijo: Vete a frer esprragos. La seorita Appleton pareca bastante aturdida y jadeante, debido probablemente a la larga escalada. Traduce, Peter dijo, leyendo a continuacin en voz alta y marcando impecablemente los acentos: Dixit, et avertens rosea cervice refulsit, ambrosiaeque comae divinum vertice odorem spiravere, pedes vests defluxit ad irnos, et vera incessu patuit dea. Al hacer sonar estas palabras pona su cara de latn: los extremos de los labios profundamente inclinados hacia abajo, las cejas rgidamente levantadas y las mejillas grises de gravedad. En la clase de francs pona una cara completamente diferente: las mejillas como manzanas, las cejas bailonas, la boca framente fruncida, las comisuras de los labios traviesamente tensas. Ella dijo dije. Ella habl. Entonces habl dijo la seorita Appleton.
8 The whore of farts significa literalmente la puta de pedos y suena en ingls casi igual que the four of hearts, el cuatro de corazones. (N. del T.)

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Ella habl, y..., y..., brill. Qu brill? No brill ella. Lo que brilla es cervice9. Ella habl, y, volviendo su rosada raja... Los dems se rieron. Yo enrojec. No! Cervice, cervice. Cuello. Habrs odo la palabra cerviz. Seguramente has odo hablar de las vrtebras cervicales. Ella habl, y, volvindose... Al volverse. Al volverse, su rosado cuello se sonroj. Muy bien. Y, y coma, coma... Sueo? Cabello, Peter, cabello. Es posible que hayas odo la palabra comose10. Ah, mmm, volvindose otra vez... No, no, muchacho. No. Aqu el nombre es vertice, vertex, verticis. Vrtice. Un vrtice, un remolino, se refiere a una corona de cabello, de qu clase de cabello? Qu palabra concuerda? Ambrosaco. Exactamente, aunque aqu ambrosa significa ms bien inmortal. La palabra se refiere comnmente a la comida de los dioses, y de ah los derivados de dulce, delicioso, meloso. Pero los dioses utilizaban tambin la ambrosa como ungento y perfume. Cuando hablaba de los dioses, la seorita Appleton lo haca con un tono de autntica autoridad. Y su remolino, su maraa... Corona, Peter. El cabello de los dioses no est nunca enmaraado. Y su corona de cabello almibarado despeda un olor divino. S, bien. Digamos fragancia. Lo de olor hace pensar ms en fontaneros que en dioses. ... una fragancia divina, su vestido, su tnica... S, un manto ondeante. Menos Diana, todas las diosas llevaban ondeantes mantos. Diana, la cazadora celestial, llevaba, naturalmente, una tnica, quiz con perneras, de una tela que seguramente sera castao verde o marrn, como el vestido que llevo yo. Su manto ondeaba... No entiendo la expresin ad imos. Imus es una palabra bastante arcaica. Es el superlativo de inferus, debajo, abajo de todo. Ad imos, hasta la ms baja extremidad. Aqu, literalmente, hasta la ms baja extremidad de sus pies, que as no suena muy literario. Aqu se utiliza la expresin para dar fuerza; el poeta est impresionadsimo. Podra utilizarse como equivalente aproximado una traduccin como: cado el manto, oh, hasta los mismos pies. El sentido es el de hasta abajo. Ella estaba completamente desnuda. Por favor, contina, Peter. Te est costando demasiado. Hasta los pies, y verdaderamente abri... Fue abierta, fue expuesta, se manifest como vera. Vera dea. Como una verdadera diosa. Exacto. Qu papel juega incessu en la frase? No lo s. La verdad, Peter, que es decepcionante. Un futuro universitario como t!
9 En ingls, crevice (que el chico confunde con la palabra latina cervice), significa raja, hendedura. (N. del T.) 10 Del trmino griego koma, que significa pelo de la cabeza, el ingls deriva su palabra culta comose, que significa peludo, velloso. (N. del T.)

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Incessu, su forma de caminar, su porte. Tena un porte de autntica diosa. Porte en el sentido de forma de moverse, en sentido de movimiento fsico; la divinidad tiene un estilo propio. Son unos versos desbordantes de ese sentimiento de brillantez que acaba de aparecer ante los ojos de Eneas, ignorante de todo hasta este momento. Ille ubi matrem agnovit; l reconoci a su madre. Venus, Venus, la mujer que tena aquella fragancia de ambrosa, el pelo ondulado, el manto ondulado, la piel rosada. Pero l la ve solamente en el momento en que ella est avertens, cuando se est girando y dndole la espalda. El sentido de este pasaje es que slo cuando ella se vuelve para dejarle, llega l a percibirla en todo su esplendor, slo entonces averigua cunto vale aquella mujer y cules son los vnculos que les unen. As ocurre a menudo en la vida. Amamos cuando ya es demasiado tarde. En los siguientes versos, mientras ella desaparece, l le grita estas conmovedoras palabras: Oh!, por qu, por qu nuestras manos no podrn jams unirse, o escucharnos y contestarnos sinceramente?. La sustituy Iris Osgood, que estaba llorando. Las lgrimas fluan por sus mejillas suaves y blandas como los flancos de una vaca de Guernsey, y no fue lo bastante lista para secrselas. Era una de esas chicas tontas y simples que no le caen bien a ninguno de sus compaeros de clase y por la que, sin embargo, senta cierto cosquilleo en mi interior. La gordura semiamorfa de su tipo estimulaba secretamente mis instintos libidinosos; yo sola mostrarlo hablando demasiado deprisa y tartamudeando al verla. Pero aquel da me senta cansado y lo nico que quera era apoyar mi cabeza en la almohada de su bajo coeficiente intelectual. A qu vienen esas lgrimas, Iris? En medio de un sollozo me lleg a decir: Mi blusa. La ha roto l. Ahora est estropeada. Qu puedo decirle a mi madre? Y entonces advert que, efectivamente, la alicada plata de un pecho quedaba expuesta a las miradas hasta el borde mismo del rojizo bultito en forma de moneda; tena un aspecto tan vulnerable que no consegu apartar mi mirada. No te preocupes le dije yo con gallarda. Fjate en m. Tengo la camisa completamente destrozada. Y era cierto; mi pecho no estaba cubierto ms que por puntos e hilachas rojas. Mi psoriasis estaba al descubierto. Haban hecho cola y, una por una, desfilaron delante de m Betty Jean Shilling, Fats Frymoyer, Gloria Davis aguantndose la risa, Billy Schupp la diabtica, y las restantes compaeras de mi curso. Era evidente que haban venido juntas en autobs. Cada una de ellas estudi un momento mis costras, y luego, en silencio, cedi el sitio a la siguiente. Algunas movieron tristemente la cabeza; una de las chicas apret los labios y cerr los ojos; algunos ojos estaban enrojecidos de lgrimas. El viento y las cumbres de las montaas, a mi espalda, haban callado. Tena la impresin de que mi mecedora estaba acolchada y se notaba un olor picante de origen qumico que el perfume artificial de las flores no consegua disipar. El ltimo en venir fue Arnie Werner, presidente del Consejo Estudiantil y capitn de los equipos de rugby y bisbol, un muchacho de ojos hundidos, garganta de dios y unos hombros inclinados, todo l reluciente de la ducha. Se inclin desde lejos, me mir las costras del pecho y luego toc una con su dedo ndice dando muestras de sentir asco. Joder, chico dijo, qu has cogido? La sfilis? Yo trat de explicrselo: No, es una alergia. No es contagioso, no te asustes. Te lo ha visto algn mdico? Quiz te resulte difcil de creer, pero el propio mdico... Te sangra? pregunt. Slo si me lo rasco demasiado fuerte le dije, desesperado con el deseo de 117

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congraciarme con l, de ganarme su perdn. De hecho, me relaja mucho cuando leo, por ejemplo, o en el cine... Muchacho dijo. Es lo ms desagradable que he visto en mi vida. Se chup el ndice con el ceo fruncido y aadi: Ahora lo he tocado y se me pegar. Dnde est la mercromina? Te lo digo de verdad, no es contagioso... Francamente dijo, y por la forma estpidamente solemne con que pronunci esa palabra comprend que seguramente vala mucho como presidente del Consejo Estudiantil, me sorprende que te permitan entrar en el instituto con algo as. Si es sfilis, los wteres... Quiero que venga mi padre! grit. l se present ante m y escribi en la pizarra: C6HI206 + 602 = 6C02 + 6H20 + E Era la ltima clase del da, la sptima. Estbamos cansados. Traz un crculo alrededor de la E y dijo: Energa. La energa es la vida. Esa E de ms es la vida. Ingerimos y quemamos azcares y oxgeno, del mismo modo que quemamos peridicos viejos en un bidn de basura, y desprendemos dixido de carbono, agua y energa. Cuando este proceso se detiene dijo cruzando con una X la ecuacin, tambin cesa esto y tach la E con la X, y entonces nos convertimos en lo que suele llamarse un muerto. Nos convertimos en un intil montn de viejas sustancias qumicas. Pero no es posible invertir el proceso? pregunt. Te agradezco la pregunta, Peter. S. Si leemos la ecuacin al revs obtenemos la fotosntesis, la vida de las plantas verdes. Las plantas ingieren humedad y el dixido de carbono que nosotros espiramos y la energa de la luz del sol, y con ello producen azcar y oxgeno, y entonces nos comemos las plantas y volvemos a ingerir azcar, y es as como da vueltas el mundo dijo trazando un torbellino en el aire con sus dedos. Gira y gira y nadie sabe dnde se parar. Pero de dnde sacan las plantas la energa? pregunt. Buena pregunta dijo mi padre. Tienes el mismo cerebro que tu madre. Espero que no heredes mi fea cara. La energa necesaria para que se produzca la fotosntesis proviene de la energa atmica del Sol. Cada vez que pensamos, nos movemos, o respiramos, utilizamos un poquito de luz solar. Cuando se acabe, dentro de cinco mil millones de aos ms o menos, ya podremos todos tumbarnos a descansar. Pero por qu quieres descansar? La sangre se haba retirado de su cara; una membrana se haba interpuesto entre nosotros; era como si mi padre hubiera quedado aplastado contra otro plano y yo forc mi voz tratando de que me oyera. l se volvi lentamente, lentsimamente, y su frente oscil y se alarg por la refraccin. Movi sus labios y al cabo de unos segundos me lleg el sonido. Eh? No me miraba, y pareca incapaz de localizarme. No descanses! le grit, alegre de ver que brotaban las lgrimas, alegre de notar que mi voz rompa las pas del dolor; arroj mis palabras casi triunfalmente, embriagado por la sensacin que me producan las lgrimas que azotaban suavemente mi rostro como los cabos rotos de viejas cuerdas. No descanses, pap! Qu haras? No podras perdonarnos y continuar? Debido a alguna deformacin del plano en el que estaba atrapado, su mitad superior 118

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se doblaba; su corbata y la pechera de la camisa, y las solapas del chaquetn se doblaban hacia arriba siguiendo esa curva, y su cabeza, al final del arco, quedaba embutida en el ngulo formado por la pared y el techo de encima de la pizarra, un rincn lleno de telaraas al que jams haba llegado el plumero. Desde all arriba su cara distorsionada me miraba con tristeza, con preocupacin. Pero una microscpica punzada de inters que percib en sus ojos me hizo seguir gritando: Espera! No puedes esperarme? Eh? Voy demasiado deprisa? Tengo que decirte algo! Eh? Su voz llegaba tan amortiguada y lejana que, deseando estar ms cerca de l, me encontr nadando hacia arriba, con expertas brazadas que se levantaban al mximo mientras mis pies temblaban como las aletas de un pez. Me excitaron tanto las sensaciones que estuve a punto de olvidarme de hablar. Cuando llegu jadeando a su lado, le dije: Tengo esperanzas. S? Me siento muy orgulloso de ortelo decir, Peter. Yo no he tenido nunca. Debe de venirte de tu madre, es una autntica femme. Me viene de ti dije. No te preocupes por m, Peter. Cincuenta aos es mucho tiempo; si uno no aprende nada en cincuenta aos, es que nunca aprender. Mi viejo no se enter jams de lo que le pasaba; no nos dej ms que una Biblia y un montn de deudas. Cincuenta aos no es mucho tiempo le dije. No es suficiente. Es cierto que tienes esperanzas, verdad? Yo cerr los ojos; entre el mudo yo y el tembloroso plano de oscuridad que ocupaban mi cabeza, haba una distancia indeterminada que, ciertamente, no exceda un centmetro. Y la franque con una pequea mesa. S dije. Y ahora deja de hacer el tonto.

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Caldwell se vuelve y cierra la puerta tras de s. Otro da, otro dlar. Est cansado pero no gime. Es tarde, ms de las cinco. Se ha quedado en su aula poniendo al da las cuentas del equipo de baloncesto y tratando de aclarar lo de las entradas; falta un taco de entradas y, al revolver su cajn para buscarlo, encontr el informe de Zimmerman y lo volvi a leer. Su lectura le dej muy deprimido. Estaba escrito en papel azul y mirarlo era como precipitarse hacia arriba, hacia el cielo. Tambin ha corregido los exmenes que ha puesto hoy a los de cuarto. La pobre Judy no tiene talento. Se esfuerza demasiado, y quiz sea ste el problema que ha tenido l mismo toda su vida. Cuando camina hacia el hueco de la escalera, el dolor que siente en el cuerpo despierta y le envuelve como un ala plegada. Algunos tienen cinco talentos, otros tienen dos, y otros uno solo. Pero tanto si has trabajado en el viedo todo el da como si slo lo has hecho durante una hora, cuando te llamen la paga ser la misma. Al recordar estas parbolas oye la voz de su padre, lo que le deprime todava ms. George. Hay una sombra a su lado. Eh? Ah. T. Qu haces aqu tan tarde? Enredando. Eso es lo que hacemos siempre las solteronas. Enredar. Hester Appleton est frente a la puerta de su aula, la 202, que est a su vez frente a la 204, con los brazos cruzados sobre los volantes de su blusa virginal. Harry me ha dicho que ayer fuiste a verle. Me avergenza admitir que es as. Te ha dicho algo ms? Estamos esperando que llegue el resultado de la radiografa o no s de qu maldito examen. No te preocupes. Caldwell inclina su larga cabeza al or que la voz de Hester, al decir estas palabras, ha dado un paso adelante. Por qu no? No sirve de nada. Peter est muy preocupado, se lo he notado hoy en clase. Pobre chico, ayer noche apenas durmi. Se nos estrope el coche en Alton. Hester se recoge un mechn de pelo hacia atrs y con un elegante movimiento del dedo corazn empuja el lpiz introducindolo ms profundamente en el moo. Bajo la media luz del pasillo su pelo es brillante y sin canas. Se la ve baja, tetuda, gruesa y, vista de frente, ancha de cintura. Pero, de lado, su cintura es sorprendentemente delgada debido a lo esforzado de su erguido porte; se dira que est siempre a punto de inspirar. Lleva en la blusa un broche de oro en forma de flecha. Despus de estudiar por ensima vez en su vida la cara del hombre que la mira desde lo alto de su estatura en la penumbra del pasillo, una extraa cara abollada que, en 120

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relacin con ella, conserva siempre un permanente misterio, dice: No era el de siempre. Seguro que pillar un resfriado si sigo tratndolo as dice Caldwell. Lo s, pero no puedo hacer nada por evitarlo. El pobre chico se va a poner enfermo y no soy capaz de impedirlo. No es un chico delicado, George. Hester hace una pausa. En cierto sentido es ms fuerte que su padre. Caldwell apenas se entera de esto, pero s lo bastante como para hacerle cambiar un poquito lo que iba a decir. Cuando yo era un chico, en Passaic dice, no pill un solo resfriado. Me limpiaba las narices con la manga, y si me escoca la garganta, tosa. La primera vez en mi vida que tuve que guardar cama fue cuando la epidemia de gripe de 1918. Aquello s fue un desastre! Brrrr! Hester siente el dolor de aquel hombre y aprieta los dedos contra la flecha de oro para acallar el desconcertante temblor que ha brotado en su pecho. Hace tantos aos que tiene el aula contigua a la de ese hombre que, en el fondo de su corazn, es como si se hubiera acostado a menudo con l. Es como si de jvenes hubieran sido amantes pero, desde hace mucho tiempo y por motivos que jams llegaron a ser analizados detenidamente, hubieran dejado de serlo. Caldwell lo nota en la medida en que, en presencia de ella, se siente ligeramente ms cmodo que de ordinario. Los dos tienen exactamente cincuenta aos, una casualidad curiosamente importante para ambos en su ms profundo inconsciente. Caldwell no quiere dejarla y bajar las escaleras; en su cerebro luchan por encontrar una expresin articulada su enfermedad, su hijo, sus deudas, la preocupacin por las tierras con que su esposa le ha cargado, y otros problemas. Hester le quiere; quiere que se lo diga todo. Y pugna con su actitud para proporcionarle la satisfaccin de este deseo; y, como para vaciarse de sus dcadas de cotidiana soledad, exhala, suspira. Y a continuacin dice: Peter es como Cassie. Siempre se las arregla para conseguir lo que quiere. Hubiera debido ponerla a trabajar en los teatros de variedades, all hubiera sido ms feliz dice Caldwell a la seorita Appleton en voz alta y con palabras apresuradas y serias. Hubiera sido mejor que no me casara con ella, hubiera sido preferible convertirme solamente en su empresario. Pero me faltaron agallas. Me educaron de una forma que, en cuanto conocas a una mujer que te gustaba un poco, no podas hacer otra cosa que proponerle el matrimonio. En otras palabras: Hubiera debido casarme con una mujer como t. Contigo. Aunque la propia Hester lo ha estado buscando, ahora que ha llegado le parece asqueroso y alarmante. La sombra del hombre parece estar a punto de dilatarse de ansiedad hasta abarcarla y abrazarla fsicamente. Ya es demasiado tarde; ahora Hester no tiene la suficiente elasticidad. Se re como si lo que l ha dicho fuera una tontera. El sonido de su risa aflige la hilera de armarios verdes que van reduciendo su tamao con la distancia hasta adquirir un aspecto aterrador. Las ranuras de ventilacin dan a los armarios aspecto de caras horrorizadas por lo que ven en la pared de enfrente: fotografas enmarcadas de equipos de baloncesto y atletismo desaparecidos hace aos. Hester se vuelve a enderezar, inspira, vuelve a meter el lpiz en su moo, y pregunta: Has pensado mucho en la educacin de Peter? Nada. Lo nico que pienso es que me costar ms dinero del que tengo. Ir a una academia de arte o a una facultad de humanidades? Esto lo decidirn l y su madre. Entre ellos suelen hablar de cosas de stas; a m 121

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me los pone de corbata slo pensar en ello. Por lo que puedo ver, el chico tiene todava menos idea de por dnde anda que yo cuando tena sus aos. Si estirase la pata ahora, su madre y l se quedaran sentados en casa tratando de comerse las flores del empapelado. No puedo permitirme el lujo de morir. Morir es un lujo dice Hester. El malhumor de los Appleton ha adquirido en ella la forma de una aspereza ocasional e inesperada, que en otras ocasiones se convierte en irona. Vuelve a examinar el misterioso rostro que tiene delante de ella, frunce el ceo al or que su pecho deja escapar un murmullo enfermizo, y empieza a volverse no tanto para alejarse de Caldwell como de su propio secreto. Hester. Qu, George? La cabeza de Hester, con su redondo y tirante peinado, ha quedado atrapada parcialmente por la luz que sale de su aula y parece una medialuna. Un observador objetivo, juzgando a partir de la sonrisa ligera, alegre y arrepentida que ella dirige a Caldwell, hubiera dicho que, tiempo atrs, Hester fue su amante. Gracias por permitirme delirar dice Caldwell, que luego aade: Quiero confesarte una cosa. Quiz maana sea demasiado tarde. Durante los aos que he pasado dando clases ha habido ocasiones en las que los chicos me han dejado tan aplastado que he venido aqu, junto a la fuente, slo para poder orte pronunciar el francs. Para m ha sido mejor que un trago de agua. Cuando te oigo pronunciar el francs siempre me levantas el nimo. Ests deprimido ahora? le pregunta ella delicadamente. S. Lo estoy. Estoy en el mismo infierno. Quieres que pronuncie algo? La verdad, Hester, te estara agradecidsimo si lo hicieras. La cara de Hester adopta la expresin de sus clases de francs: las mejillas como manzanas, los labios como ciruelas. Y pronuncia, palabra por palabra, saboreando el diptongo inicial y la nasal terminal como dos licores: Dieu est trs fin. Se produce un segundo de silencio. Dilo otra vez le pide Caldwell. Dieu-est-trs-fin. Esta frase ha sido mi lema. Crees que Dios es muy..., muy sutil? Oui. Muy sutil, muy elegante, muy delgado, muy exquisito. Dieu est trs fin. Exacto. Lo es, ciertamente. Es un maravilloso y seorial anciano. No s dnde diablos estara sin l. Como si se hubieran puesto de acuerdo de palabra, los dos se vuelven para irse. Caldwell se detiene justo a tiempo para retenerla. Como has tenido la bondad de hablar en francs para m dice, me gustara recitarte algo. Creo que hace treinta aos que no se me ocurre una idea as. Es un poema que recitbamos en Passaic; me parece que todava recordar el comienzo. Lo pruebo? Prubalo. No s por qu diablos estoy enredndote de esta manera. Como un colegial, Caldwell se cuadra, cierra sus puos a los lados, concentrndose, entorna los ojos intentando recordar y anuncia: Cancin de los Passaic, por John Alleyne MacNab. Se aclara la garganta. Sabiamente plane el gran Yahv 122

John Updike todas las cosas de la Tierra, y las hizo grandes; y, siguiendo el camino trazado por l, la naturaleza segn las divinas leyes tiende a servir sus fines. Corren los ros pero ninguno sabr jams por cunto tiempo fluirn sus aguas; en los libros aprendemos cmo fue el pasado, pero el tiempo nos oculta lo que nos guarda el futuro.

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Caldwell piensa, se hunde y sonre. Slo llego hasta aqu. Crea que recordara ms. Muy pocos hombres hubieran recordado tantos versos. No es un poema muy alegre, verdad? Para m lo es. A que es gracioso? Supongo que slo resulta divertido para los que nos hemos criado al lado del ro. Mmm. Imagino que las cosas son as. Te agradezco, George, que lo hayas recitado. Y ahora ella se da la vuelta y entra en el aula. Por un instante parece que la flecha de oro de su blusa se clave contra su laringe y amenace ahogarla. Hester se pasa vagamente la mano por la frente, traga saliva, y la sensacin se desvanece. Aturdido de dolor Caldwell se dirige a la escalera. Peter. Su educacin es un acertijo que, cualquiera que sea la forma en que lo plantee, slo tiene una respuesta: dinero, y no hay suficiente. Y encima, el problema de su piel y el de su salud. Como se ha quedado a corregir los exmenes por la noche, maana podr dejar dormir diez minutos ms al chico. Detesta tener que arrancar al chico de la cama. Esta noche no irn a casa hasta que termine el partido de baloncesto, llegarn pasadas las once, y esto, combinado con esa horrible noche en el hotelucho del da anterior, le pondr a punto de coger un nuevo resfriado. Es como una mquina, un resfriado cada mes. Y dicen que lo de la piel no tiene nada que ver con esto, pero Caldwell no se lo cree. Todas las cosas estn relacionadas entre s. Hasta despus de casarse con ella, nunca not que Cassie tuviera esa alergia, slo una mancha en el vientre, pero lo del chico fue una plaga desde el primer momento: tena costras en los brazos, las piernas, el pecho, y hasta en la cara tena ms de las que l crea, trocitos de costras que parecan jabn reseco en las orejas, y el pobre chico ni se enteraba. La ignorancia es la felicidad. Durante los aos de la Depresin, cuando llevaba a pasear al chico en el cochecito que l mismo le haba hecho, Caldwell se asust, crea haber llegado al lmite, y cuando la carita de su hijo se volvi a mirarle con sus slidas pecas bajo los ojos, le pareci que el mundo era slido. Ahora, la cara de su hijo llena de manchas, de labios y pestaas femeninos, y delgada como un hacha, llena de ansiedad y sonriente, roe el corazn de Caldwell como un problema sin resolver. Si hubiera tenido un poquito de carcter se hubiera puesto unos pantalones bombachos y se la hubiera llevado a los teatros de variedades. Pero las variedades se hundieron igual que la compaa de telfonos. Todas las cosas se hunden. A quin se le hubiera podido ocurrir que el Buick iba a fallar de aquella manera precisamente cuando lo necesitaban para volver a casa? Las cosas nunca dejan de fallar. En su propio lecho de muerte tambin fall la religin de su padre. Las entradas de baloncesto que han desaparecido son las que van del nmero 18.001 al 18.145. No estaban ni en su armario, ni en sus cajones, ni entre sus papeles, y lo nico que haba encontrado era la hoja azul del informe de Zimmerman, una hoja de color azul cielo que hizo que el estmago se le doblara como un dedo atrapado por una 123

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puerta cerrada de golpe. Zas. Bum. Bueno, al menos l no haba sepultado su talento bajo tierra, sino que haba levantado su celemn y haba mostrado a todo el mundo cul es el aspecto de una vela apagada. Un pensamiento que haba pasado por su mente unos minutos antes le agrad. Pero cul era? A travs de las pardas guijas de su cerebro busca el camino que le lleva a esta joya. Ah est. Felicidad. La ignorancia es la felicidad. Amn. Los parteluces de acero de la ventana del rellano que se encuentra a mitad de la escalera, llenos de negras partculas de suciedad que han adquirido la solidez del acero, provocan en l una extraa sorpresa. Como si, al transformarse en una ventana, la pared le dijera en voz alta una palabra de un idioma extranjero. Desde que, hace cinco das, Caldwell se percat de la posibilidad de que poda morir, y se lo tom como quien se traga una mariposa, en la esencia de las cosas haba penetrado una gravedad curiosamente variable que haca que ahora todas las superficies parecieran tristemente pesadas como el plomo para, al cabo de un instante, mostrarse inquietas e inconsecuentemente ligeras como pauelos. A pesar de todo, a pesar de vivir entre superficies en proceso de desintegracin, Caldwell intenta mantener inmutable su curso. ste es su programa Hummel. Telefonear a Cassie. Ir al dentista. Regresar para el partido de las 6.15 Recoger el coche y llevar a Peter a casa. Empuja la puerta de cristal reforzado y baja por el vaco pasillo. Ver a Hummel, telefonear a Cassie. A medioda Hummel no haba encontrado todava un eje de transmisin de segunda mano con el que poder sustituir el que se haba roto en el pequeo terreno de forma irregular que hay entre la fbrica de pastillas para la tos y las vas del ferrocarril; haba estado preguntando por telfono a todos los chatarreros y talleres de Alton y West Alton. Segn sus clculos la factura ascendera a unos veinte o veinticinco dlares; se lo dira a Cassie y, de una u otra manera, ella quitara importancia a esta cantidad, porque para ella apenas si sera otra gota ms en el recipiente, una gota ms o menos que echar a su ingrata tierra, en aquellas treinta y dos hectreas que ahora pesaban sobre los hombros de Caldwell, simple tierra fra y muerta en la que, como si fuera lluvia, se iba hundiendo su sangre. Y el abuelo Kramer seguir metindose de una sola vez en la boca una rebanada entera de pan de molde. Telefonear a Cassie. Estar preocupada. Caldwell puede prever cmo se entrelazarn sus preocupaciones cuando hablen por telfono, como dos cables empalmados. Est bien Peter? Se ha cado ya por las escaleras el abuelo Kramer? Qu se ve en la radiografa? Caldwell no lo sabe todava. Se ha pasado el da entero pensando que tiene que llamar al doctor Appleton, pero hay algo en su interior que se resiste a darle esa satisfaccin al viejo fanfarrn. La ignorancia es la felicidad. De todas formas tiene que ir al dentista. Cuando lo piensa se chupa la muela careada. Si revisa lentamente su cuerpo puede encontrar dolores de todas clases y colores: la aguja de sacarina de un dolor de muelas, la sorda y cmoda punzada de su garra, el incansable veneno que le hace trizas los intestinos, la remota molestia que le produce una ua del pie doblada hacia arriba y que roe el dedo oprimido contra ella por el zapato, el pequeo latido en la parte superior de la nariz debido a que ha forzado demasiado la vista durante la ltima hora, y el dolor, 124

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emparentado con este ltimo pero diferente, que recorre la parte superior de su crneo y que le recuerda la inflamacin que le dejaba su viejo casco de cuero despus de magullarse en una escaramuza cuando jugaba a rugby en el Lake Stadium. Cassie, Peter, el abuelo Kramer, Judy Lengel y Deifendorf, todos ellos, estn en su pensamiento. Ver a Hummel, telefonear a Cassie, ir al dentista, estar aqu de vuelta a las seis y cuarto. Se imagina anticipadamente libre de tareas, purificado. En su vida haba algo que s le haba gustado: cuando trabajaba de empalmador de cables disfrutaba al ver los hilos de cobre desnudos, puros, brillantes, abrindose en abanico al despojarlos bruscamente de la sucia envoltura de caucho viejo. El ncleo conductor del cable. A Caldwell le asustaba sepultar algo tan vivo bajo tierra. La sombra del ala se tensa y los intestinos se le retuercen de dolor: los habita una araa. Brrr. En el confuso movimiento de sus pensamientos, la muerte siempre acaba dominando. Le arde la cara, se le lican las piernas, y el corazn y la cabeza crecen de miedo hasta alcanzar enormes dimensiones. Puede la muerte, esa blanca extensin, sobrevenirle? Tiene la cara empapada por el calor y el cuerpo dominado por cierta ceguera. Silenciosamente pide que aparezca en el aire una cara. En el largo pasillo barnizado, iluminado por globos espaciados de luz encerrada, brillan con tonos miel, mbar, sebo. Le resulta tan familiar, tan familiar, que le sorprende que despus de quince aos sus pasos no hayan horadado un camino en las tablas; pero al mismo tiempo le parece extrao y nuevo, tan extrao como el da en que, cuando l era un joven recin casado y padre que conservaba todava el gangueo y la pronunciacin confusa de Nueva Jersey, vino una calurosa tarde de verano para celebrar su primera entrevista con Zimmerman. Aquel hombre le gust. A Caldwell le gust Zimmerman desde el primer instante. Su conversacin pesada e inquietantemente alusiva le trajo a la memoria un enigmtico amigo y compaero de habitacin de su padre en sus aos de seminario, un hombre que sola visitarles los domingos de vez en cuando y que siempre se acordaba de llevar una bolsita de bombones de licor para el joven Caldwell. Bombones de licor para George y una cinta del pelo para Alma. Cada vez. De manera que, con el tiempo, ese pequeo estuche grabado que guardaba Alma en su mesa acab rebosando de cintas para el pelo. A Caldwell le gust Zimmerman y not que tambin l le gustaba al director. Haban hecho un chiste sobre el abuelo Kramer. No consigue recordar cul fue la broma pero sonre al recordar que hubo una broma, hace quince aos. Caldwell camina a zancadas cada vez ms grandes. Como un imprevisible remolino del viento, aparece una ligera brisa que enfra sus mejillas con la idea de que un hombre que estuviera a punto de morir sera incapaz de caminar tan tieso. En la pared de delante de la vitrina con los cientos de trofeos, aunque no exactamente enfrente, est, cerrada, la puerta de Zimmerman. En el momento en que Caldwell pasa por delante, se abre de golpe y aparece, como una lnea oblicua bajo su nariz, la seora Herzog. Ella queda tan desconcertada como l; bajo su sombrero con plumas de pavo real, que lleva torcido como si acabara de recibir una conmocin, se le agrandan los ojos detrs de sus estpidas gafas de concha color crema. Ella es, para la edad de Caldwell, una mujer joven; su hijo mayor acaba de llegar a sptimo curso. Pero ya empieza a extenderse por el claustro de profesores agitadas ondas protectoras en torno a ese nio. A fin de garantizar personalmente la educacin de sus hijos, la seora Herzog consigui que la eligieran miembro de la Junta del instituto. Con toda su alma profesional, Caldwell desprecia a estas madres entrometidas. No tienen ni idea de qu es la educacin: una selva, una maldita confusin. Sus labios, con el carmn corrido, se niegan arrogantemente a dibujar una sonrisa y confesar as la sorpresa, y prefieren quedarse abiertos en una actitud de declarado asombro, como una abertura de buzn atascada. 125

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Caldwell rompe el silencio. Un descaro de pilluelo, que la olvidada sensacin de estar a punto de recibir un golpe en la nariz ha hecho emerger desde lo ms profundo de su infancia, hace asomar unos hoyuelos en la cara de Caldwell al decir, nada menos que a la seora Herzog, miembro de la junta del instituto: Chico, ha salido de esa puerta como el cuco de un reloj! Ante este saludo, el aire de dignidad interrumpida de la seora, ridculo en una persona que todava no ha cumplido los cuarenta y que apoya su peso sobre el tirador de la puerta, se congela y endurece ms an. Con los ojos vidriosos, Caldwell reanuda su camino hacia el fondo del pasillo. Slo cuando abre la doble puerta de cristal reforzado y empieza a bajar las escaleras junto a la pared amarilla en la que alguien ha borrado la palabra JODER, se hunde el puo en su estmago. Su suerte est echada. Qu diablos poda estar haciendo aquella puta intrigante all dentro? Caldwell haba notado detrs de ella la presencia de Zimmerman en su oficina: un nubarrn; Caldwell era capaz de notar el ambiente que creaba Zimmerman a travs de un agujero de cerradura. La seora Herzog haba abierto la puerta de golpe, como quien demuestra algo al que se queda dentro, sin siquiera imaginarse que alguien poda verla. En su actual situacin Caldwell no puede permitirse ni un solo enemigo ms. Ha perdido las entradas que van del 18.001 al 18.145; el informe de Zimmerman, letras negras sobre papel azul, afirma que ha pegado a un chico en clase; y ahora esto: tropezar con Mim Herzog con el carmn corrido. Una burbuja se hincha en su garganta y, al salir al aire libre, toma aire fresco con una boqueada tan intensa como un sollozo. Unas nubes de perfil borroso y rizado han descendido poco a poco hasta cobijarse tangencialmente sobre los techos de pizarra del pueblo. Los techos parecen grasientamente lustrosos de sombra sabidura interior. La atmsfera est repleta de un destino que se apresura a caer. Al levantar su cabeza y olfatear, Caldwell experimenta una intensa necesidad de caminar ms aprisa, de trotar ms all del taller de Hummel, de retozar y relinchar y entrar por la puerta principal de cualquier casa de Olinger que se interponga en su camino para salir por la puerta trasera y galopar cuesta arriba por la ladera cubierta de maleza parda quemada por el invierno de Shale Hill y seguir galopando, galopando por colinas que la distancia hace parecer ms redondeadas y azules, y continuar al galope en direccin sudeste, cortando en diagonal carreteras y ros congelados tan slidos como carreteras, hasta caer por fin y morir con la cabeza mirando en direccin a Baltimore.

La manada ha abandonado el bar de Minor. Slo quedan en l tres personas: el propio Minor, Johnny Dedman, y ese increble egosta que se llama Peter Caldwell, el hijo del profesor de ciencias. A esta hora, aparte de los intiles y los que carecen de hogar, todo el mundo est en su casa. Son las seis menos veinte. La oficina de correos que est al lado del bar ha cerrado. La seora Passify, que camina lentamente sobre sus gastadas piernas, baja las rejas de las ventanillas y cierra sin dar golpes los cajones llenos de los colores de los sellos, y coloca el dinero que ya ha contado en la caja de caudales que, ms que imitar, se burla del estilo corintio. A su espalda, la habitacin trasera parece un hospital de campaa en el que yacen inconscientes las grises sacas de correos empapadas de una anestesia de sombras, postradas y amorfas ahora que les han sacado las entraas. La seora Passify suspira y se acerca a la ventana. Para alguien que pasara por aquella acera su gran cara redonda hubiera podido parecer la cara de un nio grotescamente hinchado, luchando por asomarse a un diminuto ojo de buey, la O de pan de oro situada en el cenit del arco de letras que dicen CORREOS. A su lado, Minor retuerce metdicamente su burdo trapo blanco dentro de la vaporosa garganta de cada vaso de Coca-Cola antes de ponerlo sobre la toalla que ha 126

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extendido junto al fregadero. Lamidos por el aire fro, los vasos desprenden todava algunas espirales de vapor. A travs de la ventana del bar, que empieza a empaarse, se ve la carretera llena de coches que se apresuran en el viaje de vuelta a casa: una rama cargada de brillantes frutos. Detrs de Minor, el bar est prcticamente vaco, como un escenario. En las tablas ha habido una discusin. Por dentro, Minor es un caldero de furia; las peludas cavidades de su nariz parecen agujeros hirvientes. Minor grita Peter desde su reservado, ests atrasado. No hay nada malo en el comunismo. Dentro de veinte aos este pas ser comunista y t vivirs ms feliz que una almeja. Minor se vuelve junto a la ventana: su cabeza lanza destellos, su cerebro irradia ira. Ya lo sera si el viejo FDR11 hubiera vivido ms dice, y a continuacin suelta una furiosa carcajada que hace que se le abran los orificios nasales como ensanchados por un estallido. Pero se mat, o muri de sfilis; castigo de Dios: fjate en lo que digo. Eso no te lo crees ni t, Minor. Ninguna persona cuerda creera eso. Yo lo creo dice Minor. De no haber estado chalado cuando fue a Yalta, no estaramos ahora en este aprieto. Qu aprieto? Qu aprieto, Minor? Este pas domina el mundo. Tenemos la bomba atmica y los grandes bombarderos. Aghh. Minor le vuelve la espalda. Qu aprieto? Qu aprieto, Minor? Qu aprieto? Minor vuelve a mirarle y dice: Antes de que termine este ao, los rusos ya estarn en Francia e Italia. Y qu? Y qu, Minor? El comunismo tiene que venir, sea como sea; no hay otro modo de combatir la pobreza. Johnny Dedman fuma en otro reservado su octavo Camel de la ltima hora y trata de hacer que un anillo de humo pase a travs de otro. Ahora, sin previo aviso, grita: Guerra! y con su dedo hace rat-rat-rat contra el gran botn pardo situado al extremo de la cuerda del interruptor de la luz que se encuentra sobre su cabeza. Minor avanza unos pasos por el estrecho pasillo que hay detrs del mostrador para acercarse a los chicos, que permanecen sentados en la penumbra de sus reservados. Hubiramos debido seguir avanzando cuando llegamos al Elba y tomar Mosc cuando se nos present la oportunidad. Ellos estaban abatidos y preparados para la derrota. El soldado ruso es el ms cobarde del mundo. Los campesinos hubieran salido a darnos la bienvenida. Eso es lo que quera que hicisemos el viejo Churchill, y tena razn. Era un bandido, pero tambin listo, muy listo. A l no le gustaba el Viejo Joe12. El Viejo Joe no gustaba a nadie. Slo al Rey Franklyn. Minor dice Peter, ests verdaderamente loco. Y Leningrado? Entonces no fueron cobardes. No fueron ellos los que ganaron. No fueron ellos. Quien gan en Leningrado fue nuestro material de guerra. Nuestros tanques. Nuestros caones. Todo enviado por correo, con los portes pagados, por tu buen amigo FDR; l rob al pueblo de Estados Unidos para salvar a los rusos, que despus han cambiado de parecer y estn ahora mismo a punto de marchar sobre toda Europa, cruzar los Alpes y llegar a Italia. Pero Roosevelt trataba de derrotar a Hitler, Minor. No te acuerdas de l? Adolf H-I-T-L-E-R.
11 Iniciales de Franklyn Delano Roosevelt, que fue presidente de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. (N. del T.) 12 Jos Stalin. (N. del T.)

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Adoro a Hitler anuncia Johnny Dedman. Vive en Argentina. Tambin Minor le adoraba dice Peter con un timbre agudo de furia y con todos los miembros acalorados. Verdad, Minor? Verdad que pensabas que Hitler era un hombre agradable? No es cierto dice Minor. Pero te dir una cosa, preferira que Hitler siguiera vivo a que lo est el viejo Joe Stalin. Es la encarnacin del diablo. Fjate en lo que te digo. Minor, qu tienes en contra del comunismo? Ellos no te haran trabajar. Eres demasiado viejo. Ests demasiado enfermo. Bam, bam grita Johnny Dedman. Hubiramos tenido que tirar una bomba atmica en Mosc, Berln, Pars, Francia, Italia, Ciudad de Mxico y frica. Bum. Me encanta esa nube en forma de seta. Minor dice Peter. Minor. Por qu explotas tan despiadadamente a los pobres menores de edad? Por qu eres tan brutal? Has puesto la mquina del milln tan inclinada que el nico que consigue sacar partidas gratis es Dedman, y l las saca porque es un genio. Soy un genio dice Dedman. Ni siquiera creen en la existencia del Creador afirma Minor. De acuerdo, Dios mo, pero, quin cree en l? exclama Peter, sonrojndose por lo que acaba de decir pero incapaz de callar, tanta es la ansiedad con que trata de convencer a este hombre que con su negra estupidez republicana y su testarudo vigor animal encarna en este mundo todo lo que est matando al padre de Peter; tiene que impedir que Minor le vuelva la espalda, tiene que mantener abierto el mundo. T no crees. Yo tampoco. En realidad nadie cree. Pero, despus de haberla dicho, esta baladronada se convierte para Peter en una enorme traicin contra su padre. Imagina que ste, desconcertado, cae en un pozo. Espera con tanta ansiedad que le da la sensacin de tener los labios abrasados la rplica de Minor, sea cual sea, para poder encontrar en los giros y meandros de la discusin una manera de retractarse de lo dicho. Tal es la magnitud de la energa gastada por Peter en su deseo de retractarse de lo dicho. Te creo dice simplemente Minor, volvindose. La salida ha quedado bloqueada. Dentro de un par de aos calcula Dedman habr una guerra. Yo ser comandante. Minor ser sargento primero. Peter estar pelando patatas en la cocina, detrs de los bidones de basura. Sopla suavemente un anillo de humo que se ensancha gradualmente en el aire y, a continuacin, el milagro: pone los labios de forma que deja solamente un agujero pequeo y tenso como el ojo de una cerradura y sopla un anillo ms pequeo que, dando rpidas vueltas, atraviesa el grande. En el momento de la penetracin ambos anillos se confunden y una nube amorfa de humo se estira como un brazo que tratara de alcanzar el cordn de la luz. Dedman, creador aburrido, suspira. En Yalta estaba chalado grita Minor desde el otro extremo del mostrador. Y en Potsdam, Truman se port como un autntico tonto. Ese hombre era tan tonto que se le hundi el negocio de camisera. Y al cabo de un momento ya estaba al frente de los Estados Unidos de Amrica. La puerta se abre de golpe, y la oscuridad del umbral se materializa en un cuerpo duro con un gorro en forma de bala. Est Peter aqu? pregunta. Seor Caldwell dice Minor con el timbre grave que reserva para sus relaciones con los adultos. S, est aqu. Ahora mismo me deca que es un comunista ateo. 128

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Lo dice en broma. Usted lo sabe perfectamente. Es usted la persona que ms admira de todo el pueblo. Para este muchacho es usted como un padre, y no crea que su madre y yo no sabemos apreciar esto en lo que vale. Eh, pap dice Peter, que siente vergenza por l. Caldwell se vuelve hacia los reservados, parpadeando; parece incapaz de localizar a su hijo. Se detiene junto a la mesa de Dedman. Quin hay aqu? Oh, Dedman. Todava no has podido terminar tus estudios? Hola, George dice Dedman. Caldwell no espera gran cosa de sus alumnos, pero s espera que se le conceda la dignidad de que le hablen de usted. Naturalmente, los alumnos se dan cuenta de esto. La bondad engendra imbciles, la crueldad tipos listos. He odo decir que tu equipo de nadadores ha vuelto a perder. Cuntas veces van? Ochenta seguidas? Hicieron todo lo posible le dice Caldwell. Si no te vienen las cartas, no puedes fabricarlas. Eh, yo tengo buenas cartas dice Dedman con las mejillas resplandecientes y sus largas pestaas rizadas. Mira qu cartas tengo, George. Dedman cruza el brazo delante del pecho para coger la baraja pornogrfica del bolsillo de su camisa verde bosque. No las saques grita Minor desde el otro extremo de su pasillo. La luz elctrica tie su calva de color blanco y hace saltar chispas de los vasos de Coca-Cola secos. Caldwell parece no haber odo nada. Camina hacia el reservado donde est su hijo fumando un Kool. Sin dar seales de haber visto el cigarrillo, se desliza en el banco que hay frente al que ocupa Peter, y dice: Cristo, me acaba de ocurrir algo muy gracioso. Qu? Cmo est el coche? El coche, aunque no te lo creas, ya est arreglado. No s cmo se las arregla Hummel; es lo que podramos llamar un maestro en su oficio. Siempre me ha tratado magnficamente bien. Una nueva idea le aguijonea y vuelve la cabeza. Dedman? Ests todava ah? Dedman ha puesto las cartas en su regazo y ha estado barajndolas. Ahora levanta la mirada; sus ojos brillan: Qu? Por qu no dejas el instituto y te pones a trabajar con Hummel? Si no recuerdo mal, eres un mecnico nato. El muchacho se encoge incmodamente de hombros ante esta inesperada muestra de preocupacin por su futuro. Estoy esperando que venga la guerra dice. Pues te quedars esperando hasta el Da del Juicio, chico le grita el profesor. No sepultes tu talento bajo tierra. Deja que brille tu luz. Si yo hubiera tenido tanto talento para la mecnica como t, a estas horas este pobre chico estara comiendo caviar. Estoy fichado por la polica. Como Bing Crosby. Como san Pablo. Pero ninguno de los dos permiti que este hecho fuera un impedimento. No lo uses de muleta. Habla con Al Hummel. Es el mejor amigo que tengo en este pueblo, y yo estaba en una situacin mucho peor que la tuya. No tienes ms que dieciocho aos; yo tena treinta y cinco. Nervioso, Peter aspira una bocanada de humo que la presencia de su padre estropea, y apaga su Kool a medio fumar. Ansa apartar a su padre de esta conversacin porque sabe que cuando Dedman lo cuente, se convertir en un chiste. 129

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Pap, qu es eso tan gracioso que te ha pasado? El humo empapa sus pulmones con su suave veneno y Peter se siente barrido por una ola de aversin por el mediocre, infructuoso y empalagoso inters que muestra su padre por el joven. En alguna parte debe de haber una ciudad donde Peter sabe que ser libre. Su padre habla en voz baja para que slo l pueda orle: Hace diez minutos, cuando cruzaba el pasillo, se ha abierto de golpe la puerta de Zimmerman y ha salido nada menos que la seora Herzog. Y qu tiene de gracioso? Ella est en la junta del instituto. No s si tendra que decirte esto, pero supongo que ya eres bastante mayor; la seora Herzog tena la cara de quien le han estado haciendo el amor. El amor? dice Peter sonriendo de sorpresa. Vuelve a rer y lamenta haber apagado el cigarrillo; ahora le parece algo afectado. A las mujeres se les nota. En la cara. A ella se le notaba, al menos hasta que me vio. Pero qu es lo que has notado? Iba completamente vestida? Claro, pero llevaba el sombrero torcido. Y se le haba corrido el carmn. Uf, oh. S, oh. Pero hubiera sido mejor que yo no lo hubiera visto. Bueno, no es culpa tuya. T no hacas ms que cruzar el pasillo. No tiene importancia que fuera o no culpa ma. Si lo nico que contara fuera eso, nunca habra nadie culpable de nada. Mira, chico, lo cierto es que yo estaba all, justo delante del nido de amor, y de los problemas. Zimmerman lleva quince aos jugando conmigo al gato y el ratn, y sta ser la gota que colme el vaso. Pap, qu imaginacin! Seguramente ella habla ido a consultarle algo, ya sabes que Zimmerman cita a la gente en su despacho a cualquier hora. No has visto cmo se le pusieron los ojos cuando me vio. Y t qu hiciste? Sonrerle con simpata y seguir mi camino. Pero el secreto ha sido descubierto y ella lo sabe. Pap, seamos sensatos. Sera capaz la seora Herzog de hacer algo con Zimmerman? Es una mujer madura, no? Peter se pregunta el porqu de la sonrisa de su padre. Tiene cierta fama en el pueblo dice Caldwell. Es unos diez aos ms joven que su marido. No se cas con l hasta que l se hizo rico. Pero, pap, tiene un hijo en sptimo. Peter se exaspera ante la incapacidad de su padre para ver lo evidente: que las mujeres que llegan a entrar en la junta del instituto estn ms all del sexo, que el sexo es cosa de adolescentes. No sabe cmo decrselo de forma delicada. De hecho, la yuxtaposicin de su padre y un tema como ste le crea tal tensin que se le paraliza la lengua. Su padre entrelaza sus manos salpicadas de manchas pardas con tanta fuerza que los nudillos se le ponen amarillos. Luego dice: Cuando estaba frente a esa puerta notaba la presencia de Zimmerman, sentado dentro de su despacho como una gran nube tormentosa; ahora mismo puedo notar su presencia en mi pecho. Pap interrumpe Peter. Eres ridculo. Por qu haces una montaa de nada? El Zimmerman que t ves ni siquiera existe. No es ms que un viejo imbcil escurridizo que disfruta manoseando a las chicas. Sorprendido, su padre levanta la vista. Le cuelgan las mejillas: 130

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Me gustara tener tanta confianza en m mismo como t. Si tuviera tanta confianza en m mismo me hubiera llevado a tu madre a trabajar en los teatros de variedades y t ni siquiera hubieras nacido. Esta frase fue lo ms parecido a una censura de su hijo que jams lleg a pronunciar Caldwell. Las mejillas del chico arden. Ser mejor que la llame dice Caldwell deslizndose fuera del reservado. No consigo sacarme de la cabeza la idea de que el abuelo Kramer se caer cualquier da por esa escalera. Si contino con vida estoy dispuesto a poner una barandilla. Peter le sigue hasta la entrada del bar. Minor dice Caldwell, te destrozara el corazn si te pido que me cambies diez dlares? Mientras Minor toma el billete, Caldwell le pregunta: Cundo calculas que llegarn a Olinger los rusos? Seguramente deben de estar cogiendo el tranva en Ely en este momento. De tal padre, tal hijo, eh, Minor? grita Johnny Dedman desde su reservado. Lo quiere de alguna forma especial? pregunta Minor algo molesto. Un billete de cinco, cuatro de uno, tres monedas de veinticinco, dos de diez y una de cinco. Espero que vengan contina Caldwell. Sera lo mejor que le podra ocurrir al pueblo desde que los indios se fueron. Nos alinearan frente a la pared de correos y nuestras miserias, las de los viejos como t y yo, se acabaran de golpe. Minor no quiere orle. Suelta un bufido tan iracundo que, cuando vuelve a hablarle, Caldwell pregunta con una voz ms aguda, afligida, cautelosa: Bien, cul crees t que es la solucin? Somos demasiado estpidos para morir por nuestra cuenta. Como de ordinario, no recibe ninguna contestacin. Acepta el cambio silenciosamente y da a Peter el billete de cinco dlares. Para qu es esto? Para que comas. El hombre es un mamfero que tiene que comer. No podemos pedirle a Minor que te alimente gratis, aunque sea lo bastante caballero como para hacerlo. Lo s perfectamente. Pero, de dnde lo has sacado? No te preocupes. Esta frase permite a Peter comprender que su padre ha vuelto a tomar prestado dinero de los fondos de atletismo del instituto, pues este dinero ha sido confiado a sus manos. Peter no entiende absolutamente nada de los enredos econmicos de su padre. Slo sabe que son confusos y peligrosos. Cuando era un nio, hace cuatro aos, una vez tuvo un sueo en el que su padre era convocado para que rindiera cuentas. Con la cara cenicienta, su padre, cubierto nicamente por una caja de cartn bajo la que aparecan, amarillentas y delgaduchas, sus piernas desnudas, baj a tropezones las escaleras del Ayuntamiento rodeado por una muchedumbre de ciudadanos que le maldecan a carcajadas y tiraban oscuros objetos pulposos que producan, al golpear la caja, un ruido amortiguado. Y, como ocurre en los sueos, en los que somos a la vez autor y personaje, Dios y Adn, Peter comprendi que dentro del ayuntamiento se haba celebrado un juicio. Su padre haba sido considerado culpable, le haban quitado todo cuanto posea y haba sido azotado, para ser finalmente devuelto al mundo en una situacin por debajo de la de los vagabundos. La palidez de su rostro bastaba para saber que aquella desgracia supondra la muerte para l. En sueos, Peter grit: No! Ustedes no lo comprenden! Esperen! Las palabras fueron pronunciadas con voz infantil. Peter trat de explicar a los iracundos ciudadanos que su padre era inocente, que trabajaba demasiado, que era un 131

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hombre lleno de preocupaciones y ansiedades, que era una persona concienzuda; pero las piernas de la multitud le apartaron a empujones, ahogaron sus gritos y no consigui que nadie oyera su voz. Al despertar todo segua sin explicacin. Ahora, en el bar, tiene la impresin de haber aceptado una tira de la flagelada piel de su padre y haberla metido en su cartera para obtener a cambio hamburguesas, limonadas, partidas de milln, y cacahuetes de chocolate Reese, que tan perjudiciales son para su psoriasis. El telfono pblico est pegado a la pared detrs del estante de los tebeos. Caldwell pone una moneda de cinco centavos y otra de diez y llama a Firetown. Cassie? Estamos en el bar... Est arreglado. Era el eje de transmisin... Dice que sern unos veinte dlares, todava no haba calculado la mano de obra. Dile al abuelo que Al ha preguntado por l. No se habr cado por la escalera, verdad...? Sabes que no quiero decir eso, espero que tampoco l lo entienda mal... No, no he podido, no he tenido ni un segundo, tengo que estar en el dentista dentro de cinco minutos... Sinceramente, Cassie, tengo miedo de lo que pueda decirme... Ya lo s... Ya lo s... Supongo que alrededor de las once. Os habis quedado sin pan? Ayer noche te compr un emparedado italiano, pero todava est en el asiento del coche... Eh? Tiene buen aspecto. Acabo de darle cinco dlares para que coma... Ahora se pondr. Caldwell adelanta el auricular a Peter. Tu madre quiere hablar contigo. A Peter le molesta que su madre invada de esta forma el bar que para l es el centro de su vida cuando est separado de ella. La voz que oye por el aparato suena pequea y firme, como si la compaa telefnica hubiera herido sus sentimientos al embutirla en aquella caja metlica. A travs de los cables se transmite la atraccin magntica que ella ejerce sobre Peter, y tambin l se siente empequeecido. Hola dice Peter. Cmo se encuentra, Peter? Quin? Quin? Pues pap. Quin, si no? Cansado y excitado, no s. Ya sabes que es como un acertijo. Y t, ests tan preocupado como yo? Supongo que s, claro. Por qu no ha vuelto a llamar al doctor Appleton? Quiz cree que no han revelado todava las radiografas. Peter mira a su padre esperando una confirmacin. Pero l est dando complicadas explicaciones a Minor: ... No pretenda ser sarcstico cuando hablaba de los comunistas hace un rato, les odio tanto como t, Minor... La voz del telfono ha odo algo y pregunta: Con quin habla? Con Minor Kretz. Esta clase de gente le fascina, verdad? comenta amargamente al odo de Peter la voz femenina en miniatura. Estn hablando de los rusos. Algo parecido a una tos suena en el auricular, y Peter sabe que su madre ha empezado a llorar. Se le hunde el estmago. Mira a su alrededor buscando algo que decir, y, como una mosca, su ojo aterriza en una de las cagarrutas de yeso pintado que hay entre las novedades que vende Minor. Cmo est Lady? pregunta. La respiracin de su madre lucha por dominarse. En los intervalos entre el llanto sale una voz extraamente controlada y ptrea: 132

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Se ha pasado toda la maana en casa y despus de comer la he dejado salir. Cuando volvi, not que haba estado persiguiendo otra mofeta. El abuelo est tan enfadado conmigo que no quiere salir de su habitacin. Como nos hemos quedado sin pan, se est poniendo de mal humor. Crees que Lady ha matado a la mofeta? Creo que s. Se rea. Dice pap que va a ir al dentista. S. Ahora que es demasiado tarde. Otra ola de lgrimas silenciosas penetra el odo de Peter; tiene el cerebro inundado por la imagen que seguramente tienen los ojos de su madre en ese momento: los bordes enrojecidos y llenos de lgrimas. Un ligero olor a grano, de hierba o maz, afecta la nariz de Peter. No creo que sea necesariamente demasiado tarde dice. La frase ha sonado pomposa e insincera, pero se siente forzado a decir algo. Los nmeros de telfono que los adolescentes han escrito con lpiz en la pared empiezan a bailar delante de sus ojos. S, supongo que s suspira su madre. Peter. Qu? Cuida de tu padre. Lo intentar. Aunque es difcil. S, verdad? Pero te quiere mucho. De acuerdo, lo intentar. Quieres que le haga regresar? No. La madre de Peter hace una pausa y luego, con ese talento teatral que le permite dominar el escenario y que quiz sea el nico pice de sentido comn que tiene la fantasa de su padre cuando habla de hacerla actuar en un teatro de vodevil, repite con una trmula voz: No. De acuerdo, entonces nos veremos alrededor de las once. Desprovista de su reconfortante cuerpo, la voz de su madre le resulta agotadora. Ella se da cuenta y, cuando vuelve a hablar, parece incluso ms ofendida, ms distante, ms pequea y ptrea. Dice el hombre del tiempo que nevar. S, se nota en el aire. Muy bien. Muy bien, Peter. Dile adis a tu pobre madre. Eres un buen muchacho. No te preocupes por nada. De acuerdo, ni t tampoco. Eres una buena mujer. Menuda frase para decrsela a la madre de uno! Peter cuelga, asombrado de s mismo. Cuando habla con ella por telfono, su madre se convierte, incestuosamente, en una simple voz femenina con la que ha compartido secretos, y la sensacin es tan especial que hace que aumente la comezn de sus costras. Pareca preocupada? le pregunta su padre. Un poco. Me parece que el abuelo se est poniendo de mal humor y el ambiente est un poco enrarecido. Ese viejo es perfectamente capaz. Caldwell se vuelve y le explica a Minor: Es mi suegro. Tiene ochenta y cuatro aos, y es capaz de incordiar de una manera que te saca de quicio. Este viejo tiene ms fuerza en su dedo meique que nosotros dos en nuestros cuatro brazos juntos. Aaag grue suavemente Minor poniendo sobre el mostrador un vaso de leche con la superficie llena de espuma. Caldwell se lo bebe en dos tragos, lo deja, hace una mueca de dolor, se pone ligeramente ms plido, y se traga un eructo. 133

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Chico dice, esta leche se ha equivocado de camino en algn recoveco de aqu dentro. Todava pronuncia la palabra leche con acento de Nueva Jersey. Caldwell se pasa la lengua por los dientes, como para limpiarlos. Ahora me voy a ver al doctor Sacamuelas. Te acompao? pregunta Peter. En realidad, el dentista se llama Kenneth Schreuer. Y su consulta est dos manzanas ms abajo siguiendo la carretera, pasado el instituto y enfrente de las pistas de tenis. Schreuer siempre tiene la radio puesta con un serial, de las nueve de la maana hasta las seis de la tarde. Desde comienzos de primavera hasta mediados de otoo, todos los mircoles y domingos se pone un calzn corto blanco, cruza las vas del tranva y se convierte en uno de los mejores jugadores de tenis del condado. Es mejor jugador de tenis que dentista. Su madre trabaja en la cafetera del instituto. No, diablos dice Caldwell. Qu podras hacer, Peter? El dao ya est hecho. No te preocupes por este montn de chatarra. Qudate aqu, hay amigos y se est caliente. De forma que, para llevar a cabo la orden de su madre de cuidar a su padre, lo primero es contemplar a aquel hombre dolorido, disfrazado con su chaquetn desabrochado y demasiado corto y su gorro de punto embutido por encima de las orejas, salir solitario por la oscura puerta para hacer frente una vez ms al destino. Desde su mesa, Johnny le dice en tono sincero: Eh, Peter. Hace un momento, cuando estabais t y tu padre de pie contra la luz, ha habido un instante en que no hubiera sabido decir quin era el padre y quin el hijo. l es ms alto dice Peter secamente. El Dedman que le interesa no es precisamente este chico bueno y sincero. Peter siente que, con la llegada de la noche, han madurado en su interior enormes cantidades de dulce maldad. Se da la vuelta, utilizando como eje el peso de los cinco dlares que lleva en su cadera, y le dice triunfalmente a Minor: Dos hamburguesas. Sin ketchup. Y un vaso de esa leche aguada que vendes, y cinco monedas para esa mquina del milln con que nos robas el dinero. Regresa a su reservado y vuelve a encender el Kool que haba apagado a medio fumar. Un fro polar estremece su orgullosa garganta; en el vaco escenario que es ahora el bar de Minor, Peter se acicala convencido de que todos los ojos del mundo le estn mirando. El lapso de tiempo necesariamente ocioso que tiene por delante, un autntico sueo de libertad para un muchacho, exalta tanto su corazn que se duplica la velocidad de sus latidos y amenaza estallar y teir de color rosa la penumbra. Perdname.

Cario. Me espero? Mmm? No hay ningn sitio mejor que tu despacho? En invierno, no. Pero nos han visto. Te han visto a ti. Pero l se ha dado cuenta. Por la cara que ha puesto, s que se ha dado cuenta. Estaba tan asustado como yo. Caldwell se ha dado cuenta y no se ha dado cuenta. Pero confas en l? Nunca se ha planteado entre nosotros la cuestin de la confianza. Y en este caso? 134

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Confo en l. No deberas confiar. No podramos despedirle? l suelta una carcajada que la desconcierta. Siempre tarda en darse cuenta de su propio humor. Exageras mi omnipotencia dice l. Este hombre lleva dando clases desde hace quince aos. Tiene amigos. La ctedra es suya. Pero es un incompetente, no? Al abrazarla le molesta que ella se ponga a discutir y a preguntar. La estupidez femenina tiene siempre un renovado poder de decepcionarle. Incompetente? No es tan fcil de definir la competencia. Como mnimo sabe estar en clase con ellos, que es lo ms importante. Adems, me es fiel. Muy fiel. Por qu le defiendes? Ahora mismo podra destruirnos a los dos. Anda, anda, pajarillo vuelve a rer l. No es tan fcil destruir a un ser humano. Aunque a veces le resulten desagradables los momentos de ansiedad de aquella mujer, su presencia fsica le relaja completamente, y en este estado de profundo descanso las palabras brotan de sus labios sin necesidad de pensar, del mismo modo que el lquido tiende a bajar naturalmente por las pendientes y el gas a dar vueltas en el vaco. Ahora, ella adopta una actitud vehemente y angulosa entre sus brazos: Ese hombre no me gusta. No me gustan sus sonrisas infantiles. Es su aspecto lo que te hace sentir culpable. Este sorprendente comentario aligera la ansiedad de la mujer. Deberamos sentirnos culpables? La pregunta ha sido verdaderamente tmida. Desde luego. Despus. Esto hace que ella sonra, y al hacerlo sus labios se ablandan, y cuando la besa tiene la sensacin de haber conseguido por fin un pequeo sorbo tras un interminable perodo de sed. El hecho de que los besos no sacien la sed sino que la estimulen, de manera que cada beso exige que le siga otro ms intenso arrastrndole de esta forma en una vertiginosa carrera de apetitos cada vez ms intensos y amplios, no le parece muestra de la crueldad, sino ms bien de la generosa y determinante providencia de la naturaleza.

Un rbol de dolor arraiga en su mandbula. Espera, espera! Kenny hubiera debido esperar algunos minutos ms para que la novocana hiciera efecto. Pero el da est terminando, y el muchacho est cansado y tiene prisa. Kenny fue uno de los primeros alumnos de Caldwell, all en los treinta. Ahora, este mismo muchacho que ya se est quedando bastante calvo, apoya una rodilla contra el brazo de la silla para hacer palanca con ms fuerza en las tenazas que rechinan contra la muela y la desmenuzan como si fuera tiza, mientras tratan de arrancarla. Caldwell teme que la muela se parta y que quede como un nervio desnudo y araado. Lo cierto es que nunca ha sentido un dolor igual: un rbol completo lleno de flor en el que cada flor vierte en el lvido aire azul una serie de chispas de brillante verde amarillento. Abre los ojos negndose a creer que aquello pueda continuar indefinidamente, y el oscuro rosa de la resuelta boca del dentista, que huele a clavo de especia y tiene los labios apretados y un poco torcidos una boca dbil llena su horizonte. El muchacho quiso llegar a ser doctor en medicina, pero como careca del grado necesario de coeficiente intelectual, se haba conformado con ser un carnicero. Caldwell admite que el dolor que extiende sus ramas dentro de su cabeza es consecuencia de algn fallo en sus propias dotes de maestro, cierta 135

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incapacidad de inculcar a esta alma consideracin y paciencia; y lo acepta como tal. El rbol llega a ser idealmente denso; sus ramas y flores se funden en una nica pluma, un cono, una columna plateada de dolor, una columna cuya altura trepa hacia el cielo desde una base en la que est clavado el crneo de Caldwell. Es de plata pura, sin un pice, hlito, lunar o pizca de aleacin. Ya est. Kenneth Schreuer suspira aliviado. Sus manos tiemblan, su espalda est hmeda. Ahora le muestra entre las tenazas lo que estaban buscando. Como si emergiera de un sueo pesado, Caldwell enfoca su mirada con dificultad. No es ms que una corona de marfil con motas pardas y negras montada sobre unas suaves y arqueadas piernas de color rosa. Ahora parece ridculamente trivial que se haya resistido con tanta furia a ser arrancada. Escupa dice el dentista. Obedientemente, Caldwell inclina su cara hacia la pila amarillenta, y un borbotn de sangre se une a la leve espiral de agua clara que da vueltas en el fondo. La sangre sale anaranjada y mezclada con saliva. Su cabeza ha dejado de ser plata pura y ahora lo que siente es un ligero vrtigo. El miedo y la presin se escapan a travs del agujero de su enca. De repente se siente absurdamente agradecido por la creacin entera, por el limpio, brillante y redondeado labio de la pila circular de loza, el brillante tubito doblado que arroja agua en ella, la pequea mancha de xido en forma de cola de cometa que esta Caribdis en miniatura ha producido con el tiempo en el vrtice en que su mpetu expira; se siente agradecido por los delicados olores dentales, por los sonidos que hace Kenny al volver a colocar sus instrumentos en el bao esterilizador, por la radio que desde el estante filtra un estremecimiento de msica de rgano por encima de las interferencias. El locutor entona: Me gustan los misterios! y el rgano vuelve a dar vueltas en el aire, en pleno xtasis. Es una pena dice Kenny que la corona de sus dientes no sea tan fuerte como las races. As es todo en mi vida dice Caldwell. Mucho pie y poca cabeza. Al hablar, su lengua se encuentra una blanda espumosidad. Vuelve a escupir. Aunque parezca extrao, la visin de su propia sangre le anima. Con un instrumento de acero, Kenny revisa la muela arrancada que ahora ha quedado separada para siempre de la tierra y parece, sostenida a esa distancia del suelo, una estrella. Kenny extrae un fragmento negro de empaste, se lo acerca a la nariz y huele: Mmm dice, s. No tena salvacin. Seguramente deba de causarle bastante dolor. Slo cuando lo notaba. En la radio, el locutor explica: En el ltimo captulo dejamos a Doc y Reggie atrapados en la gran metrpoli subterrnea de los simios (ruido de unos monos parloteando, gritando y arrullndose tristemente) y ahora Doc se vuelve hacia Reggie (la voz empieza a desvanecerse) y dice... Doc: Tenemos que salir de aqu! La Princesa nos espera! Chipi chip. Birrap, birruuu. Kenny le da a Caldwell un envoltorio de celofn con dos pastillas de Anacn. Es posible que sienta algunas molestias dice cuando cese el efecto de la novocana. Ni siquiera empez, piensa Caldwell. Disponindose a partir, escupe por ltima vez 136

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en la escudilla. El fluir de la sangre por la herida ha empezado a decrecer. Toca tmidamente con la lengua el sitio en el que ahora hay un resbaladizo crter. Le aflige un vago y amortiguado sentimiento de prdida. Otro da, otra muela. (Debera dedicarse a hacer versos.)

Ah viene Heller por el pasillo anexo! Chuing, fuit, chuing, pat!! Cmo le gusta su gran escobn!!! Pasa frente al lavabo de las chicas esparciendo por el suelo roja cera y frotndolo hasta dejarlo reluciente. Pasa delante del aula 113, en la que la seorita Schrack sostiene en alto el Arte, ese espejo visible de la invisible gloria divina; de la 111, en la que estn los bulbos de las mquinas de escribir bajo sus negras fundas agrietadas de las que, aqu y all, emerge la misteriosa mano plateada de un espaciador; de la 109, con su gran y delicado mapa en el que estn marcadas las antiguas rutas comerciales por las que atravesaban la Europa carolingia las especias, el mbar, las pieles y los esclavos; de la 107, que huele a dixido de azufre y cido sulfrico; de la 105 y la 103, que tienen las puertas de cristal esmerilado cerradas frente a los armarios verdes cuyos tamaos van reducindose hasta una enloquecedora y total anulacin. Heller prosigue su camino recogiendo bajo el metdico avance de su escobn, botones, pelusa, cntimos, hilas, papel de estao, pinzas para el pelo, celofn, pelos, pepitas de mandarina, dientes de peine, costras de la psoriasis de Peter Caldwell, y todos los indignos fragmentos, motas, escamas, partculas y cosas indefinidas que forman el polvo y, en conjunto, todo un universo: sta es su cosecha. Mientras trabaja tararea una vieja meloda que slo l puede or. Est contento. El instituto es suyo. Al unsono, los relojes repartidos a lo largo y ancho de todos aquellos metros cuadrados de piso de madera hacen tictac y marcan las seis y diez. En su mansin subterrnea, una de las grandes calderas toma una decisin irrevocable y se traga de un bocado un cuarto de tonelada de duro carbn: antracita de Pennsylvania, viejos lepidodendros, puro tiempo comprimido. El corazn del horno arde con un calor blanco que slo se puede mirar a travs de un ojo de buey con cristal de mica. Heller abraza contra su oxidado corazn los stanos de este instituto. Cuando fue ascendido de cargo, y dej de ser miembro del personal encargado del cuidado del edificio de enseanza primaria en el que los pequeos, con sus barrigas cosquillosas como ovejas, dejaban diariamente uno o dos charcos de rancios vmitos que luego haba que limpiar y perfumar con sales amoniacales, para convertirse en bedel del instituto, Heller dio el mayor paso adelante de su vida. Aqu no tena que hacer tareas tan indignas, aparte de borrar las palabras que aparecan en las paredes y, de vez en cuando, limpiar alguna maligna suciedad excrementicia de los lavabos de los chicos. El recuerdo de la gente y de la ropa de la gente da a los pasillos un suave perfume. Las fuentes esperan que llegue el momento de soltar su chorro. Los radiadores ronronean. Se cierra de golpe la puerta lateral; un miembro del equipo juvenil de baloncesto ha entrado con su bolsa deportiva y ha bajado a los vestuarios. En la entrada principal, el seor Caldwell y el seor Phillips se encuentran en las escaleras y, alto el primero y bajo el segundo, hacen la vieja pantomima del usted primero. Heller se agacha y mete en su ancho recogedor la montaa gris de polvo y pelusa animada por los toques de color de los trozos de papel. Traslada esta basura a la gran caja de cartn que aguarda en esta esquina y luego, colocndose detrs del escobn, vuelve a empujarla y desaparece, chuing, pat, a la vuelta de la esquina. All va!!!

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George, he odo decir que no te encuentras muy bien dice Phillips al otro profesor. A la luz del pasillo, frente a la vitrina de los trofeos, se muestra sobresaltado al notar que un hilillo de sangre se escurre por una comisura de la boca de Caldwell. Casi siempre encuentra en este hombre alguna imperfeccin u olvido en el cuidado personal que le trastorna secretamente. Unos das mejor, otros peor dice Caldwell. Phil, estoy preocupado por un taco de entradas de baloncesto que no encuentro por ningn lado. Van del nmero 18.001 al 18.145. Phillips piensa y mientras siguiendo su costumbre da un salto de lado, como el jugador de bisbol que alisa la superficie de su base. Bah, no es ms que papel dice. Igual que el dinero dice Caldwell. Cuando lo dice tiene un aspecto tan enfermizo que Phillips le pregunta: Ests tomando algo? Caldwell aprieta los labios adoptando su expresin de hombre estoico: Todo se arreglar, Phil. Ayer fui al mdico y me hizo una radiografa. Phillips da un salto hacia el otro lado. Te ha encontrado algo? pregunta mirndose los zapatos, como para comprobar si los lleva bien anudados. Como si tratara de ahogar las implicaciones del extraordinariamente suave tono de voz con que ha hablado Phillips, Caldwell, prcticamente bramando, dice: Todava no lo s. No he tenido tiempo de llamarle. George, puedo decirte algo como amigo? Por supuesto, siempre me has hablado as. Hay una cosa que nunca has llegado a aprender: nunca has sabido cuidar de ti mismo. Sabes que ya no somos tan jvenes como antes de la guerra. Ya no podemos actuar como si furamos jovencillos. Phil, yo slo s comportarme como lo hago. Tendr que seguir actuando como un joven hasta que me cierren los ojos. La risa de Phillips es ligeramente nerviosa. Llevaba ya un ao en el claustro cuando ingres Caldwell, y aunque han vivido juntos muchas cosas, Phillips nunca ha llegado a quitarse de encima la idea de que es ms veterano que su colega y, por tanto, su gua. Al mismo tiempo es incapaz de librarse de la oscura impresin de que Caldwell, pese a sus recursos tan caticos y maliciosos, acabar por hacer algo que maravillar a todo el mundo, o dir esa extraa frase que alguien tena que decir. Has odo hablar de lo de Ache? (pronunciado Ockey). Era un brillante, respetable, atltico y guapo estudiante de finales de los aos treinta, de los que hacen sentirse feliz a un maestro, un chico de un estilo que antes abundaba muchsimo en Olinger pero que, ahora, con la decadencia universal de la virtud, era infrecuente. S que ha muerto dice Caldwell. Pero no acabo de entender cmo ha sido. Estaba en Nevada le dice Phillips cambiando su carga de papeles y libros al otro brazo. Era instructor de vuelo. Su alumno cometi una equivocacin. Murieron los dos. No es gracioso? Hacer toda la guerra sin un rasguo y morir en tiempo de paz. Los ojos de Phillips ya se sabe que los hombres bajitos son ms susceptibles a las emociones tenan la malsana capacidad de enrojecer a mitad de la conversacin si el tema era, aunque slo fuera remotamente, melanclico. Detesto que mueran jvenes dice Phillips. 138

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Es un hombre que ama profundamente a sus mejores alumnos, como si fueran hijos suyos, quiz porque su verdadero hijo es torpe y tozudo. Caldwell se interesa. Repentinamente piensa que la cima de cabello pulcramente peinado hacia los lados parece la tapadera de un estuche que quiz contiene el grano de informacin que tanto necesita. Crees que la edad importa? pregunta ansiosamente. Piensas que los jvenes no estn bien preparados para morir? Lo ests t? Phillips trata de centrar sus pensamientos en la pregunta, pero le resulta tan difcil como mantener unidos los polos positivos de dos imanes: se rechazan. No lo s admite. Dicen que hay un momento para cada cosa aade. Para m no dice Caldwell. Yo no me siento dispuesto y morir me aterra. Cul es la solucin? Mientras Heller pasa a su lado con el escobn, los dos hombres permanecen en silencio. El bedel saluda con la cabeza, sonre y prosigue. Una vez ms Phillips se siente incapaz de hacer frente a la pregunta, yndose por las ramas. Mira fijamente en el centro del pecho de Caldwell como si se estuviera produciendo una curiosa transmutacin. Has hablado con Zimmerman? pregunta. Quiz la solucin sera pedir un ao sabtico. No me lo puedo permitir. Qu hara el chico? Ni siquiera podra terminar el bachillerato superior. Tendra que ir a una escuela rural con una sarta de patanes en el autobs. Sobrevivira, George. Lo dudo muchsimo. Para poder continuar adelante me necesita a su lado. El pobre chico an no tiene idea de lo que es la vida. No puedo desaparecer antes de que sepa qu es la vida. T tienes suerte, el tuyo ya sabe de qu va. Phillips sacude la cabeza ante este triste halago. El borde de sus ojos adquiere un tono ms oscuro. Ronnie Phillips, que acaba de ingresar en la universidad del estado de Pennsylvania, es un brillante alumno de electrnica. Pero, desde que cursaba el bachillerato superior, siempre ha ridiculizado abiertamente la pasin de su padre por el bisbol. Le fastidiaba pensar en las excesivas horas que haba desperdiciado durante su infancia jugando a correr y preparar jugadas de ese deporte a instancias de su padre. Ronnie parece saber qu es lo que quiere dice Phillips. Mejor para l exclama Caldwell. En cambio, mi chico, lo nico que quiere es el mundo entero metido en una caja de bombones. Tena entendido que quera pintar. Oooh grue Caldwell; el veneno ha penetrado otro centmetro en sus intestinos. Para estos dos hombres el tema de los hijos es indigesto. Caldwell cambia de tema: Cuando hoy sala de mi aula he tenido una revelacin o algo parecido. He tenido que ensear quince aos seguidos para verlo. Ver qu? pregunta rpidamente Phillips, ansioso por enterarse. Le han tomado el pelo muchsimas veces. La ignorancia es la felicidad declara Caldwell. Como no ve asomar en los ojos de la arrugada y esperanzada cara de su amigo ninguna luz que indique que ha abrazado aquella verdad, Caldwell repite otra vez, y ms fuerte, de forma que su voz es repetida en eco por el alargado pasillo: La ignorancia es la felicidad. sta es la leccin que la vida me ha enseado. Dios mo, quiz tengas razn exclama nerviosamente Phillips, que hace ademn de irse a su aula. 139

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Sin embargo, los dos profesores se quedan todava un minuto ms en el pasillo, pues ambos encuentran cierta tranquilidad al encontrarse en compaa de una persona que les resulta familiar, y tambin un ambiguo calor por el hecho de haberse sentido decepcionados mutuamente sin que ninguno de los dos haya echado la culpa al otro. Como dos corceles que, encerrados en el mismo establo, se pegan el uno junto al otro cuando hay tormenta. Si los hombres fueran caballos, Caldwell hubiera sido de esos de piel moteada, muy trabajadores, un poco pero no necesariamente de raza, de los que llaman rucios; Phillips, por su parte, hubiera sido un pequeo y gallardo Morgan de color castao con una cola remilgada y unos cascos relucientes, prcticamente un pony. A Caldwell se le ocurre una ltima idea. Mi padre muri antes de llegar a la edad que tengo yo ahora dice, y yo no quera traicionar as a mi propio hijo. Y de un tirn que hace traquetear las patas, separa de la pared una pequea mesa de roble roda en mltiples puntos; las entradas para el partido de baloncesto se vendern desde esta mesa.

Un grito espeluznante llena el pabelln, levantando polvo hasta en las ms alejadas aulas del gran instituto cuando todava fluye una corriente de gente que acaba de pagar su entrada y, al entrar, queda deslumbrada por los focos. Adolescentes tan variados y feos como grgolas, con el lbulo de las orejas rojo de fro, los ojos desorbitados y los labios temblorosos, se apretujan bajo los brillantes globos que cuelgan del techo. Muchachas de sonrosadas mejillas, alegres, variopintas y, generalmente, tan mal hechas como vasijas manufacturadas por un ceramista preocupado, se ven arrastradas y envueltas por el acalorado empujn. Amenazadora, olorosa y ciega, la masa deja or el apagado estruendo de los pies que se arrastran por el suelo acompaado por un parpadeante tintineo articulado: las voces de los jvenes. Y yo le dije, pues mala suerte, chico. Te oigo llamar y no puedes entrar. Era muy chulo. La muy puta se dio la vuelta y, en serio, va y dice: Otra vez. Utiliza el sentido comn. Cmo va a haber un infinito mayor que otro? Lo que me gustara saber es quin dice que lo dijo. A ella se le nota enseguida porque se le pone colorada esa pequea seal de nacimiento que tiene en el cuello. Si quieres saber mi opinin, l slo se ama a s mismo. Comida preparada, qu asco. Digmoslo as: el infinito es igual al infinito. De acuerdo? Entonces le o decir a ella, y as se lo cont a l: Supongo que no s lo que pasa. Si no es capaz de impedir que siga adelante, no haber empezado. Y se le qued la boca abierta de par en par. Cundo pas todo eso, hace siglos, no? Pero si sumas todos los nmeros impares que existen, el resultado tambin ser infinito, verdad? Me sigues hasta aqu? Esto pas en el de Pottsville? Voy en camisn, y es muy delgadito. Mala suerte?, dijo l, y yo le dije: S, chico, has tenido mala suerte. Por fin le grita Peter a Penny cuando ella baja por el pasillo del pabelln y l la localiza. 140

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Su corazn da vueltas en torno a unos pensamientos as de sencillos: ella est sola; tengo novia; ella est sola; mi novia ha venido donde l porque ha querido. Te he guardado un sitio le grita Peter. Est sentado a mitad de una fila; el asiento que le ha guardado est lleno de abrigos y bufandas de otros estudiantes. Como una herona, Penny cruza a nado el estrecho que les separa, frunciendo sus complacientes labios entre la dificultad del avance, haciendo que los otros se levanten para dejarla pasar, riendo cuando est a punto de caerse al tropezar con un pie extendido. Como Peter se ha levantado parcialmente de su asiento y los dems van cogiendo sus cosas del que haba reservado para Penny, cuando ella llega los otros les aprietan y se quedan con las rodillas entrecruzadas. En broma, Peter sopla y el pelo que cae sobre la oreja de Penny se eleva. Al ver la piel de la cara y la garganta de Penny, una luminosa quietud en medio de la barahnda y los porrazos, Peter piensa que es deliciosa, comestible, suculenta. Es su pequeez lo que la hace suculenta. Es lo bastante pequea como para que l pueda levantarla en brazos; este pensamiento hace que l se levante, en secreto. Alguien retira el ltimo abrigo y los dos se sientan en el alegre y caluroso caos, uno junto al otro. Los jugadores, exultantes en el amplio espacio que se les reserva, galopan de un lado para otro por su llanura de tablas barnizadas. La pelota describe un arco muy elevado, aunque no tanto como las bombillas enjauladas en el techo del pabelln. Se oye un silbato. El reloj se detiene. Las animadoras saltan adelante y las O de color castao que llevan en sus jerseys, forman una locomotora. Estas siete descaradas sirenas, que forman un solo pistn con sus antebrazos enlazados, gritan: O. Ooo gime Eco, pulsadas sus cuerdas por el grito. ELE. Dale responde el coro, siguiendo una tradicin del instituto13. I. Iiii suena el grito desde las profundidades. A Peter se le enfra el cuero cabelludo y, encubierto por cierto xtasis real, se agarra al brazo de su novia. Hola dice ella, complacida. Todava tiene la piel helada por el fro que haca fuera. ENE. La respuesta surge ms rpidamente: Ene. Y, cada vez ms de prisa, los gritos giran ms y ms rpidos, un remolino entre los espectadores y las animadoras, hasta que al llegar a su apogeo parece como si se hubiese tragado a todos hacia otro reino: Olinger! Olinger! OLINGER! Las chicas vuelven a sus puestos, empieza el partido y el pabelln, a pesar de lo grande que es, se transforma en una sala de estar en la que todo el mundo se conoce. Peter y Penny charlan. Me alegra que hayas venido dice l. Me ha sorprendido, estoy contentsimo. S? Gracias dice secamente Penny. Cmo est tu padre? Frentico. Anoche no pudimos volver a casa. El coche se estrope. Pobre Peter. Qu va, me divert mucho. Oye, t te afeitas?
13 Juego de palabras entre L (pronunciado el) y Hell (infierno). (N. del T.)

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No. Crees que tendra que afeitarme? No; pero tienes algo en la oreja que parece un trocito reseco de crema de afeitar. Sabes qu es eso? Qu es? Es algo? Es mi secreto. No sabas que tena un secreto, verdad? Todo el mundo tiene secretos. Pero el mo es muy especial. De qu se trata? Es algo que no puedo decir. Tendr que ensertelo. Qu gracioso eres, Peter. Preferiras que no lo fuese? Ests asustada? No. T no me asustas. Bien. Pues tampoco me asustas t. A ti no te asusta nadie dice ella riendo. En esto s que te equivocas. A m me asusta todo el mundo. Hasta tu padre? Oh, l me asusta mucho. Cundo me ensears tu secreto? Quiz no te lo ensee. Es demasiado horrible. Por favor, Peter, ensamelo. Por favor. Oye una cosa. Qu? Me gustas. No puede decir que la ama, porque podra no ser exacto. T me gustas a m. Pero despus no te gustar. Me gustars. Qu, te haces el tonto ahora? En parte. Te lo ensear en el descanso. Si todava me atrevo. Ahora s que me asustas. No lo permitas. Eh, tienes una piel preciosa. Siempre dices lo mismo. Por qu? No es ms que piel. Peter no puede contestar y ella aparta el brazo de las caricias. Veamos el partido dice ella. Quin gana? Peter levanta la mirada hacia el nuevo reloj combinado con un marcador elctrico, regalo del curso en que termin sus estudios el ao 1946, y dice: Ellos. nimo! grita, con los labios pintados, Penny, convertida repentinamente en una autntica furia. Los jugadores, cinco de ellos vestidos con el uniforme marrn y oro de Olinger y cinco con el azul y blanco de West Alton, parecan a la vez deslumbrados y atentos, sujetos por las suelas de sus zapatillas a invertidos ecos de s mismos en el brillante piso. Todo, los cordones de las zapatillas, cada uno de los cabellos, cada mueca de concentracin, parece anormalmente definido, como los detalles de unos animales disecados contenidos en una gran caja muy iluminada. De hecho, un cristal psicolgico separa la pista de baloncesto de las gradas del pblico; aunque un jugador puede levantar la mirada e identificar entre la muchedumbre a la chica con la que se acost la noche anterior (los gemidos de la chica, la sensacin de tener la boca reseca luego), ella permanece a una distancia infinita y lo que ocurri ayer en el coche aparcado parece solamente imaginado. Mark Youngerman se limpia con el brazo peludo el sudor de sus cejas, ve volar el baln hacia l, levanta las manos con las palmas abiertas, acolcha 142

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aquel globo de tensas costuras contra el pecho, hace un amago con la cabeza, deja atrs a un defensa de West Alton, y en un momento exttico salta y lanza la pelota. Con los dos puntos, su equipo ha empatado. Asciende hacia el techo tal grito que parece que cada uno de los presentes est al borde del terror.

Caldwell est arreglando los billetes cuando Phillips se acerca de puntillas a l y le dice: George, dijiste que faltaba un taco de entradas. Del uno ocho cero cero al uno ocho uno cuatro cinco. Creo que he averiguado dnde est. Menudo peso me sacaras de encima si fuera cierto. Creo que los tiene Louis. Zimmerman? Para qu diablos roba entradas? Shh. Phillips mira hacia la oficina del director haciendo un elocuente gesto con la boca. En l, la conspiracin es algo muy elegante. Ya sabes que es profesor de los chicos mayores de la escuela municipal de la Iglesia Reformada. Claro. All es un dios. No te has fijado que esta noche ha venido el reverendo March? S, le he dejado pasar sin entrada. No poda aceptarle dinero. Has hecho bien. Pues est aqu porque alrededor de cuarenta muchachos de la Escuela Dominical obtuvieron entradas gratuitamente y han venido en grupo a ver el partido. Yo he ido a verle y le he dicho que viniera a sentarse en el estrado, pero l me ha dicho que prefera quedarse de pie detrs del pblico para vigilar. La mitad de los chicos aproximadamente viene de Ely, donde no hay Iglesia Reformada. Vera Hummel, hola, entra. Su largo abrigo amarillo, desabrochado, se balancea a sus costados, y su pelirroja melena escapa en parte a la sujecin de las pinzas; ha estado corriendo? Sonre a Caldwell y saluda con la cabeza a Phillips; Phillips es un tipo gris que nunca le ha parecido atractivo. Caldwell es otra cosa. Caldwell despierta lo que a Vera le parece debe de ser su instinto maternal. Todos los hombres altos le resultan simpticos al momento; as es de sencilla; por la misma razn, los hombres ms bajos que ella le resultan ofensivos. Caldwell la saluda levantando amablemente una de sus manos llenas de verrugas; verla no le molesta. Cuando la seora Hummel est en el edificio tiene la impresin de que el instituto no est completamente en manos de animales. Vera tiene un tipo de mujer hombruna: pechos poco abultados, piernas largas, y unos brazos y muecas delgados y pecosos, expresivos e incluso ansiosos. De las formas voluminosas de la mujer primitiva slo queda en ella la masa de sus caderas y sus muslos; estos muslos que se mecen, valos de alabastro, en sus pantalones azules de gimnasia, aventajan de largo a los de sus alumnas. Despus de la primera floracin aparece otra, y luego otra. Hasta cierto punto, la biologa humana no es nada impaciente. Todava no tiene hijos. La pequea frente triangular enmarcada por dos alas cobrizas se muestra enojada; tiene la nariz ligeramente larga y algo afilada; su cara se parece un poco a la del hurn, y cuando sonre muestra sus atractivas encas. Habis tenido partido hoy? le dice Caldwell. Ella es entrenadora del equipo femenino de baloncesto. Justo ahora volvemos dice Vera sin detenerse del todo. Nos han humillado. Acabo de dar la cena a Al y he venido a ver qu hacan los chicos. Vera sigue avanzando por el pasillo y se va hacia la parte trasera del pabelln. A esta mujer le apasiona el baloncesto dice Caldwell. 143

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Al trabaja demasiadas horas dice Phillips, en tono ms sombro. Vera se aburre. Pero siempre tiene un aspecto animoso, y eso es lo nico que importa cuando se est en mi situacin. George, tu salud me preocupa. Al Seor le gustan los cadveres optimistas dice Caldwell con tono rudamente exuberante, luego pregunta osadamente: Cuntame el secreto de esas entradas desaparecidas. De hecho no es un secreto. El reverendo March me ha dicho que Louis sugiri que, como incentivo para la asistencia a la Escuela Dominical, quera dar un premio a todos los chicos que no hubieran faltado un solo domingo desde el comienzo del curso hasta primero de ao. Y entonces es cuando entra disimuladamente y me roba las entradas de baloncesto. No grites tanto. Esas entradas no son tuyas, George. Son del instituto. Pero yo soy el pobre tonto que tiene que dar cuenta de ellas. Mralo de otra manera, en el fondo no es ms que papel. Cuando hagas las cuentas pon: donacin benfica. Si alguna vez llegan a pedirte responsabilidades, yo te respaldar. Le has preguntado tambin a Zimmerman qu ha pasado con las otras cien? Has dicho que han venido cuarenta nios. Como regale las otras cien, vamos a tener a todos los nios del jardn de infancia de la Iglesia Reformada colndose gratis en nuestros partidos. George, ya s que esto te ha trastornado. Pero no ganars nada exagerando. No he hablado con l y me parece que no servira de nada hacerlo. Haz una nota diciendo que han sido utilizadas para una obra de caridad, y asunto concluido. Ya s que Zimmerman suele ser arbitrario; pero esta vez lo ha hecho por una buena causa. Convencido de que lo mejor es seguir el prudente consejo de su amigo, Caldwell se permite la ltima rplica verbal: Esas entradas representan noventa dlares en dinero terico; me jode muchsimo drselos a la Escuela Dominical de la Iglesia Reformada. Lo dice en serio. Aparte de la presencia de unas pocas sectas marginales como los Testigos de Jehov, los baptistas y los catlicos, Olinger est dividida en una amistosa rivalidad entre luteranos y reformados; los luteranos cuentan con ms feligreses, y los reformados con ms dinero. Aunque naci presbiteriano, durante la Depresin Caldwell se hizo luterano como su esposa y, pese a lo sorprendente que pueda parecer en una persona tan tolerante, siente una sincera desconfianza por los reformados, a los que relaciona con Zimmerman y Calvino, a quienes relaciona a su vez con todo lo turbio, opresivo y arbitrario que hay en el mundo.

Vera entra en el pabelln por una de las anchas puertas, y casi la arranca de sus tranquilos goznes de bronce abrindola de una patada que le propina con su pie calzado con zapatillas de goma. Ve al reverendo March, que se encuentra junto a un rincn, apoyado contra el montn de sillas plegables que, cuando se celebran reuniones, representaciones de teatro y sesiones de la Asociacin de Padres y Maestros, se disponen en la zona llana que en este momento es la pista de baloncesto. Varios muchachos estn sentados encima del montn de sillas, y por toda esa zona se ven hombres y chicos, y una o dos chicas que se ponen de puntillas para ver por encima de los hombros de los que tienen delante, o que se han subido a unas sillas situadas entre 144

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las puertas. Dos veinteaeros saludan tmidamente a Vera echndose a un lado para dejarle paso. Ellos la conocen pero ella ya no les recuerda. Son antiguos ases deportivos, de esos que una vez terminados sus estudios siguen regresando durante muchos aos al instituto para ver los partidos, hasta que una esposa o la embriaguez ritual o un empleo en algn lugar alejado se los lleva, y rondan el edificio como perros atormentados por un rincn en el que imaginan haber enterrado algo de gran valor. Cada vez ms envejecidos y descuidados, su presencia persiste sin embargo, conjurada dentro y fuera del edificio, cada otoo, cada invierno y cada primavera por esa fantasmal procesin de atletas cada vez ms jvenes y desconocidos que, de forma imperceptible, pasan al poco tiempo a engrosar las filas de los que, como ellos, se limitan a mirar. Su actitud, callada y dolida, est en marcado contraste con la de los estudiantes que se agolpan en las gradas; all se entrelazan las pieles y los cabellos y las cintas y la ropa chillona para formar un nico tejido, una bandera humana ondeante y centelleante. Vera entorna los ojos y la muchedumbre se transforma en una masa de oscilantes tomos de color. Aparentemente polarizados por el movido espectculo que tienen ante los ojos, estos puntos no se mueven de hecho hacia delante, sino hacia los lados, los unos hacia los otros, impulsados por secretas semillas en forma de flecha. Al notarlo, Vera se siente orgullosa, serena y competente. Pasa mucho tiempo antes de que intente mirar en direccin al lugar donde se encuentra el reverendo March, quien, por su parte, est extasiado por la contemplacin de los pequeos fragmentos cobrizos y dorados del cabello de Vera, que brillan a travs del amasijo de cuerpos que les separan. Este ministro es un hombre alto y guapo, cuyo rostro huesudo y pardo est cruzado por un bigote moreno pulcramente recortado. Un hombre que se form en la guerra. En el ao 1939 era todava un joven inmaduro y de huesos pequeos que an no haba cumplido los veinticinco y acababa de terminar sus estudios en el seminario de la regin de las minas de carbn. Se senta afeminado y corrodo por las dudas. La teologa le haba permitido dar forma y profundidad a sus dudas. Visto desde su perspectiva actual, el espritu religioso que aos atrs le haba conducido al seminario, si es que no fue simplemente la voluntad de su madre lo que le llev a ingresar en l, le pareca una enfermiza fosforescencia fruto de su incertidumbre sexual. Su voz aflautada se burlaba con sus chillidos de sus sermones llenos de sofismas. Tema a sus diconos y despreciaba el mensaje que tena que transmitir. Hasta que, en 1941, le salv la guerra. Se alist, pero no como capelln, sino como soldado, con la esperanza de poder evitar de esta manera las preguntas que era incapaz de responder. Y as fue. Despus de cruzar el ocano comprob que las furias se haban quedado atrs. Le nombraron teniente. En el norte de frica consigui salvar la vida propia y la de otros cinco que se encontraron aislados con l, racionando durante siete das las tres nicas cantimploras de agua que tenan. En Anzio una granada abri un crter de dos metros y medio de ancho en el punto que haba abandonado treinta segundos antes. En las colinas romanas le nombraron capitn. Cuando lleg la paz no tena ni un araazo. Menos la voz, todo l se haba templado. Y, lo que es ms absurdo, regres a su antigua y apacible vocacin. Fue en realidad absurdo? No! Despus de limpiar los escombros descubri la fe de su madre, una fe que el calor haba cocido hasta dotarla de una resistente dureza, una fe extraa pero innegable, como una salpicadura, ya ira, de escoria. Comprob que estaba vivo. La vida es un infierno, pero es un infierno glorioso, y decidi ofrecer esta gloria a Dios. Aunque la voz de March sigue sin ser potente, sus silencios son grandiosos. Sus ojos negros como el carbn estn enmarcados por afilados pmulos pardos; lleva un bigote que es como una cicatriz de la barba que se haba dejado cuando haca la guerra. Su gusto por los uniformes le hace conservar el uso del alzacuellos siempre que aparece en pblico. Para Vera, que se acerca secretamente hacia l por el pasillo, la imagen del 145

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alzacuellos visto desde detrs es tan romntica que le corta el aliento: un cuchillo de blanco puro, una rebanada de absoluto peligrosamente apoyada contra la garganta del sacerdote. Esta tarde se olvid de rezar por m susurra, sin aliento. Hola! Han perdido sus chicas? Mm. Vera finge estar aburrida; en realidad lo est un poco. Mira el partido, y al meterse las manos en los bolsillos giran las hojas doradas de su chaquetn. Viene siempre a los partidos de los chicos? Por qu no? Siempre se aprenden cosas. Haba jugado usted a baloncesto? No, de adolescente era demasiado inepto. Cuando se formaban los equipos yo era el ltimo en ser elegido. No es fcil de creer. Siempre pasa con las grandes verdades. Al or este toque evangelizador ella se encoge y suelta un profundo suspiro, y a continuacin, como si quisiera responder a una impaciente insistencia de l, explica: Lo cierto es que en cuanto empiezas a dar clases aqu, acabas pasndote el da en este edificio. Es una deformacin profesional. En cuanto ves encendidas las luces del instituto te vienes a dar una vuelta. Adems, usted vive muy cerca. Mm. La voz del padre March le resulta decepcionante. Se pregunta si se debe a una ley natural que las voces de los hombres altos sean as. Se pregunta si siempre va a tener que sentirse decepcionada en todos sus encuentros, aunque slo sea en una pequea faceta de cada uno de ellos. Para vengarse, le dice: Pues ya no es usted aquel al que nadie quera para su equipo. l suelta una risa seca que desnuda, aunque slo un instante, sus dientes sucios de tabaco, como si temiera que una risa ms prolongada pudiese traicionar su posicin: una risa de capitn. Los ltimos sern los primeros dice l. Esto la desconcierta un poco, pues aunque no comprende la alusin, ha podido ver en la satisfecha tensin de los cincelados labios oscuros del sacerdote que aquella frase es una alusin. Vera mira por encima del hombro de l y, como siempre que se siente amenazada por la posibilidad de tener que reconocer que es tonta, deja que sus ojos se desenfoquen, a sabiendas de que esto hace ms profunda la negra intensidad de su belleza. Por qu...? Vera se interrumpe. No lo preguntar. Qu? No importa. Olvid con quin estaba hablando. Por favor. Preguntad, y se os responder. El padre March confa que derramando la sal de la blasfemia sobre ella podr retener a su lado a esta paloma dorada, este rojizo gorrin. Imagina que ella estaba a punto de preguntarle por qu no se haba casado. Difcil pregunta; a veces ha tratado de hallar la respuesta. Quiz sea porque la guerra muestra a las mujeres sin atractivo alguno. Su precio baja, y se descubre que son capaces de venderse a cualquier precio: por un caramelo, por una noche de descanso. Ellas mismas ignoran lo que valen, son los hombres los que les ponen precio. Cuando alguien se ha visto obligado a captar esta realidad, a la hora de comprar no tiene ninguna prisa. Pero esta respuesta no es de las que puedan decirse en voz alta. Efectivamente, sta era la pregunta que ella quera hacer. Quera saber si era un 146

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poco marica. Vera desconfa de todos los sacerdotes y de todos los hombres que van demasiado acicalados. Y l entra en ambas categoras. Cmo es que ha venido hoy? pregunta Vera. Es la primera vez que le veo en un partido. Las nicas veces que aparece por aqu es para dar una bendicin. He venido responde l a cuidar de un rebao de cuarenta brutos paganos de mi Escuela Dominical. Por un motivo que no he llegado a comprender, el domingo pasado Zimmerman tir a los chicos las entradas de baloncesto como si fuera man. Por qu? re ella. Cualquier cosa que vaya contra Zimmerman hace rebosar su corazn de agradecimiento. Por qu? Las negras cejas del padre March se elevan como dos arcos sobre sus ojos redondos, cuyos iris, totalmente expuestos a la luz, no son negros, sino de un gris oscuro salpicado de motas, como si la sustancia gelatinosa que los forma fuera un velo corrido sobre un montn de plvora. Esta sensacin de peligro, la idea de que esos ojos han visto cosas horribles, la excita. Le da la sensacin de que sus pechos flotan calurosamente sobre sus costillas; y tiene que reprimirse el impulso de tocrselos con las manos. Sus hmedos labios estn preparados para dibujar una sonrisa antes incluso de que l abra los suyos para decir una broma o hacer una de sus indignadas preguntas. Me gustara saber por qu razn tienen que ocurrirme a m cosas de stas dice l con los ojos un poco saltones. Me gustara saber por qu todas las seoras de mi parroquia se dedican a hacer pasteles una vez al mes para luego vendrselos las unas a las otras. Me gustara saber por qu razn tienen que telefonearme siempre los borrachos del pueblo. Y por qu se empea toda esa gente en venir los domingos con sus sombreros de fantasa slo para orme parlotear acerca de lo que dice un libro muy antiguo. El padre March ha conseguido mucho mayor xito de lo que esperaba y, estimulado por la clida agitacin de la sonrisa de Vera, sigue hablando en este mismo tono al igual que un temerario sioux pura sangre bailaba su danza de guerra en torno al punto donde haba la seal que indicaba la presencia de una mina enterrada. Aunque su fe est intacta y es inquebrantable como el metal, participa tambin de otra caracterstica del metal: est muerta. Aunque puede tomarla y sopesarla en todo momento, carece de brazos y no puede sujetarle. March puede burlarse de ella. Por su parte, Vera est encantada de haber provocado todo esto; es como una secuencia acelerada de las que salan en las pelculas mudas: la iglesia aparece en la descripcin del reverendo March como una casa vaca a la que la gente va de visita y hace saludos ceremoniosos y dice gracias como si hubiera un anfitrin. Las burbujas saltan del estmago de Vera a sus pulmones y estallan, iridiscentes, en su alegre garganta; ciertamente, esto es todo lo que les pide a los hombres, todo lo que necesita: que sean capaces de hacerla rer. Porque en la risa renacen su mocedad y su virginidad. Sus labios, perfilados por el borde cereza de barra de labios que todava no se ha estropeado, se ensanchan para manifestar su alegra; aparecen a la vista sus encas, y su rostro, sonrojado, adquiere una vitalidad desbordante, se convierte en una cabeza de Gorgona de la belleza, de la vida. Un chico vestido con pantalones tejanos que se encuentra sentado sobre el montn de sillas, cabalgando sobre esta frgil balsa que navega sobre el ocenico tumulto, se asoma para ver el origen de este nuevo ruido. Debajo de l ve una cabeza pelirroja que parece un monstruoso pez anaranjado que se hunde retorcindose como un brillante rizo contra las lneas horizontales de la madera manchada. Debilitada por la risa, Vera se tambalea y apoya hacia atrs su peso. Los ojos del ministro se funden y sus crujientes y secos labios se fruncen tmidamente, 147

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desconcertados. l tambin se apoya en las sillas para ponerse al lado de ella; una silla mal colocada de la pila forma un saliente en el que, con un resto de la gallarda de sus tiempos de capitn, apoya los codos. De esta forma, su cuerpo queda convertido en un escudo que protege a Vera de la muchedumbre; como un emparrado. ...y a menudo l se recuesta sobre tu regazo, conquistado por la herida eterna del amor; y apoyando su contorneada nuca (tereti cervice) en ti y levantando la mirada de amor sus codiciosos ojos, contemplndote melanclicamente (inhians in te, dea), mientras, recostado, suspende su aliento en tus labios.

El partido de juveniles ha terminado. Aunque la cara de Mark Youngerman est enrojecida y su jadeo es doloroso y su cuerpo parece tan viscoso como el de un anfibio, Olinger ha perdido. El zumbido de la muchedumbre cambia de tono. Muchos abandonan sus asientos. Los que salen fuera descubren que est nevando. Este descubrimiento resulta siempre sorprendente porque no es fcil entender la razn de tanta condescendencia por parte del cielo. La nieve nos pone con Jpiter Pluvius entre las nubes. Qu muchedumbre! Qu muchedumbre de diminutos copos cae en el amarillento campo de luz que hay frente a la puerta de entrada! tomos, tomos, tomos y tomos. Un centmetro de nieve alfombra ya los escalones. Los coches que circulan por la carretera lo hacen ms despacio que de costumbre, con el limpiaparabrisas en marcha y las luces delanteras disminuidas y salpicadas de lentejuelas en incesante agitacin. Parece que la nieve slo exista en los lugares iluminados. El tranva que se desliza en direccin a Alton parece arrastrar en pos de s un cortejo de lucirnagas que caen lentamente. Qu silencio tan elocuente en todas partes! Bajo la enorme cpula violeta del cielo tormentoso de esta noche, Olinger parece otro Beln. El nio Dios chilla tras una ventana resplandeciente. Todo ha salido de la nada. Los cristales de la ventana, teidos de amarillo por la paja del pesebre, acallan el llanto. El mundo sigue su curso sin prestar atencin. El pueblo, con sus tejados blancos, parece un grupo de templos abandonados que, con la distancia, se agrupan, se agrisan y se funden. Shale Hill es invisible. El cielo est bajo, amarillento, triste. Por el oeste trepa hacia lo alto la luz rojiza de Alton. Del cenit cuelga una luminosidad de color espliego, como si el brillo de la luna y las estrellas se hubiera fundido en un solo rayo lanzado ahora hacia la tierra a bajo voltaje. El efecto producido un peso tenue, una amenaza es estimulante. El aire oprime la tierra con un silbido tono, una nota de pedal, el do ms grave de la tormenta universal. Las farolas que se alinean a lo largo de la carretera son un brillante proscenio en el que la nevada, comprimida y expandida por una brisa ligersima, se mueve como un actor haciendo pausas, precipitndose. Las corrientes de viento ascendentes suspenden los copos que luego, con las prisas del amor, vuelan hacia abajo sometidos al abrazo de la gravedad; la alternancia de densidades variables dan la impresin de piernas que caminan a zancadas. La tormenta camina con unas piernas gigantescas que se extienden hasta el infinito. La tormenta camina. Camina, pero no cambia de sitio. Los que permanecen en el interior del instituto ignoran que se ha puesto a nevar, pero, como unos peces arrastrados por una corriente ocenica, notan que algo ha cambiado. El ambiente del pabelln se hace ms animado. Las cosas, en lugar de dejarse ver, se lanzan contra la mirada. Las voces llegan ms lejos. Los corazones se vuelven ms osados. Peter conduce a Penny por el pasillo y la lleva hasta el vestbulo. En su cabeza late la promesa que ha hecho antes, pero ella no parece acordarse. Peter es demasiado joven para conocer esos puntos, esas intersecciones invisibles de la cara de una mujer en donde puede identificarse la expectacin y la autorizacin. Le compra una 148

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Coca-Cola y pide para l una limonada en el puesto que ha montado el Consejo de los Estudiantes en el vestbulo principal. Como la gente se amontona en torno al puesto, la pareja se ve empujada contra una pared en la que cuelgan fotografas de equipos de atletismo desaparecidos hace muchos aos, dispuestas en una larga fila cronolgica. Despus de tomar un sorbo de su botella, Penny la tapa con el dedo meique y se lame los labios y le mira con unos ojos cuyo verde parece recin acuado. La secreta conciencia de las manchas de su piel obsesiona a Peter; tendra que decrselo a Penny? Piensa que si se lo dice, al hacerla copartcipe de tal conocimiento, quiz queden inextricablemente unidos y ella, por el cautiverio de la compasin, se convierta en su esclava. Pero tambin se pregunta si, siendo tan joven, puede permitirse tener una esclava. Acuciado por estos clculos crueles, vuelve su roja espalda a la gente, abrindose camino a empujones. Cuando una mano frrea agarra su brazo por encima del codo y ejerce una brutal presin, Peter piensa que podra ser la de cualquiera de los cien idiotas que deben de estar all junto al puesto de refrescos. Pero es la del seor Zimmerman, el director, que, simultneamente ha cogido el brazo de Penny y ahora, sin soltarles, permanece entre los dos. Dos magnficos estudiantes dice como si se refiriese a dos pjaros que acabase de cazar. Este chico se empieza a parecer a su padre le dice Zimmerman a Penny. Peter se siente horrorizado cuando ve que Penny responde con una sonrisa a la del director. Zimmerman es ms bajo que Peter pero ms alto que Penny. Vista de tan cerca, su asimtrica cabeza semicalva parece enorme. Tiene una nariz abultada, unos ojos acuosos. El muchacho rebosa de ira contra este necio. Seor Zimmerman dice Peter, hace tiempo que quera hacerle una pregunta. Siempre tiene que hacer preguntas, como su padre le dice Zimmerman a Penny soltando el brazo de Peter, pero reteniendo el de ella. Penny lleva un jersey de angora rosa de cuyas cortsimas mangas salen, como las piernas de unas bragas, sus brazos desnudos. Los anchos dedos de aquel hombre penetran en la fra grasa; el pulgar recorre unos centmetros de carne. Quera preguntarle dice Peter cules son los valores humansticos que se encuentran implcitos en las ciencias. Penny sonre disimuladamente, nerviosa. Su expresin es de absoluta estupidez. Dnde has odo esta frase? pregunta Zimmerman. Peter ha ido demasiado lejos. Se sonroja, consciente de haberse traicionado, pero, llevado por el orgullo, no puede callar. La he visto en el informe que escribi usted sobre mi padre. Es que te los ensea? Te parece que hace bien? No lo s. Lo que le afecta a l me afecta a m. Posiblemente est cargando sobre tus hombros una responsabilidad excesiva. Peter, creo que tu padre es un hombre valiossimo. Pero encuentro que tiene, como t mismo habrs podido comprobar (pues eres muy inteligente), una exagerada tendencia a la irresponsabilidad. De todas las posibles acusaciones, ninguna le parece a Peter menos apropiada que sta. Llamar irresponsable a su padre, ese pobre hombre lvido y ciego que baja tropezando las escaleras metido en una caja de cartn!... Y esto hace que los que le rodean tengan que cargar con demasiadas responsabilidades contina Zimmerman suavemente. Pues yo creo que es un hombre responsabilsimo dice Peter hipnotizado por las meditativas caricias del pulgar de Zimmerman en el brazo de Penny. Ella se deja hacer: para Peter esto constituye una revelacin. Y pensar que estaba a punto de confiar a esa puta, a esa mueca, el secreto de sus preciosas manchas. 149

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Naturalmente dice Zimmerman con una sonrisa ms amplia incluso, t le ves desde un ngulo que no coincide con el mo. Yo tambin pensaba de mi padre lo que t del tuyo. El hombre y el muchacho ven muchas cosas de la misma manera; para los dos, el resto de la gente no es ms que una serie de campos en los que ejercer su agresividad. Comparten cierto parentesco que les permite ir del brazo. Peter lo nota, nota una camaradera mezcla de antagonismo, confianza y miedo. Al tratar de intimar con l, el director ha dado un patinazo; la distancia y el silencio son siempre ms poderosos. Peter le mira a la cara y, tras un breve instante de grosera, aparta su vista. Nota que, como a su madre, se le enrojece un lado del cuello. Es una persona responsabilsima dice de su padre. Acaban de verle el estmago por la pantalla de rayos X, pero lo que ms le preocupa es un taco de entradas de baloncesto que ha desaparecido. Entradas? pregunta repentinamente Zimmerman. Peter queda sorprendido porque este golpe ha dado de lleno en un punto dbil. Las sombras de las arrugas del director se han hecho ms profundas al cambiar la inclinacin de su rostro. Parece viejo. Triunfalmente, Peter desciende hacia l convertido en vengador de su padre; tiene sobre su adversario una clara ventaja: le quedan ms aos de vida. Aunque aqu y ahora sea ignorante e impotente, en lo que respecta al futuro Peter es poderossimo. Zimmerman murmura, parece como si sus pensamientos andaran tropezando: Tendr que hablar de esto con l dice, ms para s mismo que para Peter. El muchacho piensa que se ha aventurado demasiado. La posibilidad de cometer una traicin verdaderamente desastrosa hace que su estmago se le caiga a los pies igual que cuando era nio y llegaba tarde a la escuela. S? Su voz se hace ms aflautada por la splica, ms infantil. Quiero decir que no me gustara haber metido a mi padre en ningn lo. Nuevamente la fuerza cambia de lugar. La mano de Zimmerman suelta el brazo de Penny y, con un dedo apoyado en el pulgar para chasquear, se acerca a los ojos de Peter. Es un segundo de pesadilla; Peter parpadea; tiene la cabeza en blanco. Siente que le roban el aliento. La mano se desliza un poco ms, deja atrs su cara, y los dedos producen un chasquido al llegar a una cara de la foto enmarcada que cuelga de la pared junto al hombro de Peter. ste soy yo dice Zimmerman. Es una fotografa del equipo de atletismo del instituto del ao 1919. Todos los chicos llevan unas anticuadas camisetas negras, y el entrenador, pantaln corto blanco y un sombrero de paja. Hasta los rboles del fondo que son los rboles de la calle del asilo, slo que no tan grandes como ahora parecen pasados de moda, como las flores dentro de los libros. Sobre la superficie de la fotografa hay un tono ocre irregularmente desparramado. El dedo de Zimmerman, que con su esmaltada ua y su arrugado nudillo aparece slido y luminoso en el presente, se mantiene firme bajo una diminuta cara perteneciente al ayer. Peter y Penny tienen que mirar. Aunque cuando era atleta estaba ms delgado y tena la cabeza completamente cubierta de pelo negro, Zimmerman resulta curiosamente reconocible. La gran nariz dispuesta en un extrao ngulo en relacin con la boca un poco torcida y cuyo plano no es estrictamente paralelo a la lnea de las cejas, daba a un rostro juvenil ese aire de mrbido volumen, de insondable expectacin y crueldad contenida que en su madurez le ha convertido en un hombre cuya capacidad de imponer la disciplina resulta irresistible, incluso para quienes se creen capaces de desafiarle y burlarse de l. Es usted dice con voz dbil Peter. 150

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Nunca perdimos ninguna competicin. El dedo, densamente vivo, omnipresente, baja y desaparece. Sin dirigir ni una palabra ms a la joven pareja, Zimmerman se aleja por el pasillo; tiene unas espaldas enormes. Los estudiantes se empujan para abrirle paso. El vestbulo se va vaciando; empieza el partido de los universitarios. La presin de los dedos de Zimmerman ha dejado unos valos amarillos en el desnudo brazo de Penny. Ella se lo frota enrgicamente y hace una mueca de asco. Tengo ganas de baarme dice. Peter comprende que la quiere de verdad. Los dos estaban igualmente desamparados bajo la garra de Zimmerman. Peter se la lleva por el pasillo en direccin al pabelln. Pero al llegar al final empuja la puerta doble y la conduce escaleras arriba. Est prohibido. Cuando hay partidos o reuniones nocturnas suelen colocar un candado para cerrar esas puertas, pero esta vez los bedeles se han olvidado. Peter mira nervioso hacia atrs. La escalera est a oscuras. Pero todos los que habran podido gritar Alto! se han apresurado a ver empezar el partido. Al alcanzar el primer rellano, desaparecen del campo de posibles miradas. La bombilla que est encendida sobre la puerta de entrada de las chicas, situada justo bajo la ventana con rea metlica que tienen al lado, proyecta hacia ellos unos distorsionados romboides de luz que bastan para verse. Tiene que haber suficiente luz para que ella lo vea. Los desnudos brazos de Penny parecen de plata, negros sus rojos labios. La camisa de Peter tambin parece negra. Peter se desabrocha una manga y dice: Es un secreto muy triste. Pero tienes que conocerlo porque te amo. Espera. Qu? Peter escucha para comprobar si ella ha odo acercarse a alguien. Sabes lo que dices? Qu es lo que te gusta de m? El estruendo de la muchedumbre penetra en el silencio del rellano y les rodea como un ocano. Peter se siente seco y fro. Tiembla, temeroso de lo que ha empezado a hacer. Te amo le dice a Penny porque en el sueo que te cont, cuando t te convertiste en rbol, yo sent ganas de llorar y rezar. Quiz slo me amas en sueos. Y eso cundo es? Peter toca la cara de Penny. Plata. Tiene los labios y los ojos negros y fijos, tan terribles como los orificios de una mscara. Siempre crees que soy tonta le dice ella. Antes lo pensaba. Ahora ya no. No soy guapa. Ahora lo eres. No me beses. Se correr el carmn. Te besar la mano. Lo hace y, luego, mete la mano de Penny por la manga de su propia camisa. Notas algo raro en mi brazo? Lo noto caliente. No. Fjate en las rugosidades que hay de vez en cuando. S... un poco. Qu es? Es esto. Peter se arremanga la camisa y muestra a Penny la parte inferior de su brazo; bajo la fra luz difusa las costras parecen azuladas. No hay tantas como l esperaba. 151

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Qu es? pregunta Penny. Urticaria? Se llama psoriasis. Lo tengo desde que nac. Es horrible. Odioso. Peter! Las manos de Penny levantan la cabeza de Peter, que la haba inclinado como si fuera a sollozar. Sus ojos estn secos, el gesto signific algo verdadero. Lo tengo en los brazos y las piernas, y donde hay ms es en el pecho. Quieres ver lo del pecho? No tengo especial inters. Ahora me odias, verdad? Te da asco. Soy peor que Zimmerman cuando te coga el brazo. Peter, no te dediques a decir cosas para que yo te contradiga. Ensame el pecho. Tengo que ensertelo? S. Venga. Siento curiosidad. Peter se levanta la camisa y la camiseta que lleva debajo y se queda medio desnudo a la luz. Tiene la sensacin de ser un esclavo a punto de ser azotado, o la estatua del cautivo agonizante que Miguel ngel no lleg a terminar. Penny se inclina para mirar y frota con sus dedos la helada piel de Peter. Qu curioso! dice Penny. Salen en grupos. En verano se va casi del todo le dice Peter bajndose la camiseta y la camisa. Cuando sea mayor me ir a pasar los veranos a Florida y as no me saldr. Era se tu secreto? S. Lo siento. Esperaba algo mucho peor. Cmo podra haber algo peor? Visto a plena luz es fesimo, y lo ms grande es que no puedo hacer nada al respecto, como no sea decir que lo siento. Ella re, y como un destello plateado resuena en sus odos: Qu tonto eres. Ya saba que tenas algo en la piel. Se te nota en la cara. Dios mo, s? Mucho? No, casi nada. Peter sabe que miente, pero no trata de hacerle decir la verdad. En lugar de eso, pregunta: No te importa? Claro que no. No puedes hacer nada. Es parte de ti. De verdad que eso es lo que sientes? Si supieras qu es el amor, ni lo preguntaras. Qu buena eres. Aceptando el perdn de Penny, Peter se hunde de rodillas en un rincn del rellano, y aprieta su cara contra la ropa que cubre el vientre de la muchacha. Al cabo de un minuto le duelen las rodillas; al moverse para aliviarlas en parte del peso, su cara se hunde un poco ms. Y sus manos, por su cuenta, se deslizan hacia arriba por las piernas plateadas de Penny y confirman lo que su cara ha descubierto a travs de la falda, un hecho monstruoso y adorable: en el vrtice donde se encuentran las piernas de Penny no hay nada. Nada ms que seda y una ligera humedad y una curva. ste es pues el secreto que est en el centro del mundo, esta inocencia, esta ausencia, esta ntima curva sutilmente esponjosa guardada por su estuche de seda. Peter besa a travs de la lana de la falda sus propios dedos. No, por favor dice Penny tratando de tirar de l por el pelo. En ella Peter se esconde de ella, encajando mejor an su cara contra la tranquila concavidad; pero incluso as, con la cara apretada junto a la parte ms ntima, reaparece la idea de la muerte de su padre. De esta forma traiciona Peter a Penny. Cuando Penny, 152

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que casi ha perdido el equilibrio, repite: Por favor, el honesto temor de su voz hace que Peter encuentre una excusa para ceder. Levantndose, dirige una mirada hacia la ventana que est a su lado y observa, maravillado por segunda vez en poqusimo tiempo: Est nevando.

En el lavabo, Caldwell queda sorprendido al ver la palabra PODER escrita en maysculas con una navaja en la pared de encima del urinario. Al mirar de ms cerca, comprueba que esta palabra ha sido superpuesta a otra. La J ha sido enmendada hasta formar una P. Deseoso de aprender, aun en el ltimo instante antes de caer aniquilado, Caldwell asimila el hecho, totalmente nuevo para l, de la posibilidad de convertir la palabra joder en poder. Pero a quin se le puede haber ocurrido tal cosa? La psicologa del chico (tena que haber sido un chico) que cambi la palabra original, que profan la profanacin, resulta muy misteriosa para Caldwell. El misterio le deprime; al salir del lavabo trata de penetrar en esa mente, trata de imaginar esa mano, y cuando avanza por el pasillo todava tiene la sensacin de llevar sobre su corazn un tremendo peso descargado sobre l por la inimaginable mano de ese chico. Se pregunta si ha podido hacerlo su hijo. Aparentemente, Zimmerman le ha estado esperando. El vestbulo est lleno; Zimmerman se acerca cautelosamente al pabelln. George. Se ha enterado. George, creo que estabas preocupado por unas entradas. No estoy preocupado, ya me han dicho lo que pas. He indicado en los libros de cuentas que fueron donadas como obras de caridad. Yo crea que ya te lo haba dicho. Al parecer no fue as. No hubieras debido darle importancia. Es lo que la gente llama confusin mental. He tenido una interesante conversacin con tu hijo Peter. S? Qu te ha dicho el chico? Sabe que s lo de Mim Herzog, mi suerte est echada, ahora ya se sabe y es irreparable. Jams se podr arreglar. Estamos en una calle de direccin nica, ha ignorancia es la felicidad. El alto profesor nota que una blancura llena su cuerpo de pies a cabeza. Se siente embargado por una sensacin de cansancio, vaco e inutilidad que va ms all de cuanto haya experimentado antes. Una pelcula demasiado espesa para ser sudor moja sus manos y su frente, como si su piel tratara de rechazar esta sensacin. No quera crearme problemas. El pobre chico est en babia le dice Caldwell al director. Hasta el mismo dolor, el dolor incansable, parece estar agotado. Como a travs de una grieta abierta en las nubes, Zimmerman ve que en el fondo del miedo que siente Caldwell est su encuentro con la seora Herzog, y sus pensamientos se alegran y hasta bailan porque est seguro de dominar la situacin y de ser capaz de maniobrar. Como una mariposa que vuela por un campo, Zimmerman pasa rozando la superficie del miedo de la cara reseca que tiene ante l. Me sorprendi dice con voz vacilante la preocupacin que siente Peter por ti. Creo que en su opinin la enseanza te provoca demasiadas tensiones y va mal para tu salud. Ahora caer la espada, bendito sea Dios por sus pequeas bendiciones: como mnimo, ha terminado la incertidumbre. Caldwell se pregunta si la nota de despido ser amarilla, como la de la compaa 153

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telefnica. As que el chico piensa eso, eh? Quiz tenga razn. Es un muchacho sensible. Le viene de su madre. Ojal hubiera heredado mi pobre cabeza y el hermoso cuerpo de su madre. George, me gustara hablar tranquilamente contigo. Habla. En eso consiste tu trabajo. Una ola de vrtigo coincidente con una inmensa inquietud abruma al profesor; Caldwell deseara mover los brazos, rodar, caerse al suelo y hacer la siesta, cualquier cosa menos permanecer all y orlo, orselo decir a este presumido bastardo que lo sabe todo. Zimmerman ha asumido su aire ms profesional y dominante. Su simpata, su fluctuante tacto, su amplia consideracin, son exquisitas. Su cuerpo exuda casi aromticamente su derecho y su capacidad de dirigir la institucin. Si en algn momento dice con slabas amablemente medidas te sintieras incapaz de continuar, hazme el favor de venir a verme y decrmelo. Si continuaras, te haras un mal servicio a ti mismo y tambin a los alumnos. No sera nada difcil darte un ao sabtico. Para ti eso sera una catstrofe, pero no lo es. Es muy corriente que un profesor se retire a mitad de su carrera a pensar y estudiar durante un ao. Recuerda que slo tienes cincuenta aos. El instituto sobrevivira; ahora que estn aqu todos esos veteranos de la guerra ya no existe la escasez de profesorado de los ltimos aos. A travs de la grieta abierta por este ltimo y sutil pinchazo se filtran el polvo, las hilachas, los esputos y toda la porquera de las cloacas, toda la basura y el caos que produce el mundo. El nico sitio adonde puedo ir a parar si dejo este instituto dice Caldwell es a un vertedero. No sirvo para nada ms. Nunca he servido. No he estudiado nunca. No he pensado nunca. Siempre me ha dado miedo hacerlo. Mi padre estudi y pens y al final perdi su fe en el momento de morir. Zimmerman levanta la palma de su mano en un ademn benevolente. Si lo que te preocupa es mi ltimo informe, recuerda que tengo el deber de decir la verdad. Pero, por decirlo con una expresin de san Pablo, digo la verdad con amor. Lo s. Te has portado muy bien conmigo en todos estos aos; no tengo idea de por qu me has cuidado como a un nio, pero lo has hecho. Caldwell se muerde los labios para no decir una mentira, para no decir que no ha visto salir de su oficina a Mim Herzog bastante desarreglada. Pero sera una tontera mentir porque, efectivamente, la vio. Humillarse ahora sera como aceptar la maldicin de Dios. Lo menos que poda hacer es ir andando por su propio pie hasta el paredn. No se te han hecho favores dice Zimmerman. Eres un buen maestro. Y tras pronunciar tan asombrosa afirmacin, Zimmerman se da media vuelta y se va sin decir nada referente a Mim ni a su presunto despido. Caldwell no puede dar crdito a sus odos. Piensa que quiz se le ha escapado algo de lo que ha dicho Zimmerman. Piensa que posiblemente la espada ha cado ya, pero que estaba tan afilada que no ha notado nada, que las balas le han atravesado como si no fuera ms que un fantasma. Y trata de adivinar qu es lo que haba realmente detrs de las palabras de Zimmerman. Ahora el director se vuelve. Por cierto, George. Ya est aqu. Como el gato y el ratn. En cuanto a lo de las entradas. S. No hace falta que se lo digas a Phillips dice Zimmerman hacindole un pcaro 154

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guio. Ya sabes los jaleos que es capaz de organizar por cualquier tontera. De acuerdo. Entendido. La puerta de la oficina de Zimmerman se cierra; el cristal esmerilado es opaco. Caldwell no sabe a ciencia cierta si lo que hace temblar sus rtulas y deja sus manos insensibles es seal de alivio o sntoma de la enfermedad. Ha llegado el momento de volver a utilizar las piernas, pero stas se muestran remisas a obedecerle. Su torso flota por el pasillo. A la vuelta de una esquina, el profesor sorprende a Gloria Davis, esa puta siempre a punto, que, apoyada contra la pared, deja al joven Kegerise que frote su rodilla entre sus piernas. Kegerise tiene un coeficiente intelectual lo bastante elevado como para no dar estos patinazos. Caldwell les ignora y al entrar al pabelln pasa junto a los ex alumnos del instituto que estn en la puerta. Uno es Jackson; no recuerda el nombre del otro. Los dos estn mirando el partido con la boca abierta: cadveres vivientes que no supieron permanecer alejados del instituto cuando terminaron sus estudios all. Recuerda que Jackson siempre iba a verle despus de clase para gemir por lo difciles que eran los trabajos que tena que hacer, y decirle que adoraba la astronoma y que se estaba haciendo un telescopio l solo con tubos de cartn de los que se usan en correos y lentes de aumento, y ahora el pobre diablo no era ms que aprendiz de fontanero y ganaba 75 centavos por hora, que luego se beba en los bares. Qu demonios se supone que hay que hacer para evitar que acaben de esta manera? Evita, asustado, la presencia de aquellos ex alumnos cuyos hombros cargados le recuerdan los grandes cuerpos de animales despellejados que haba en el congelador de un gran hotel de Atlantic City para el que haba trabajado haca muchos aos. Carne muerta. Al girar y alejarse, Caldwell se encuentra cara a cara con el viejo Kenny Kagle, el vigilante que, con su bien cepillado pelo cano y sus asombrados ojos plidos y su tierna sonrisa de abuela, solemne en el uniforme azul que le han puesto, se gana cinco dlares cada noche por rondar el edificio. Kagle est al lado de un extintor de incendios de bronce igual que l: en una situacin de emergencia los dos se rendiran probablemente. La mujer de Kagle le dej dos aos atrs y el pobre hombre jams se enteraba de nada. Ni siquiera tena el sentido comn de caerse muerto all mismo. Basura, podredumbre, vaco, ruido, hedor, muerte. Cuando Caldwell huye de los mltiples rostros de ese mismo ncleo, tropieza, por gracia de Dios, con una mujer que est apoyada contra la pila de sillas plegables: Vera Hummel, acompaada, de espaldas a l, por el reverendo March vestido con su sotana y su anticuado alzacuello. No s si me conoce dice Caldwell al sacerdote. Me llamo George Caldwell y soy profesor de ciencias en el instituto. March tiene que dejar de rer con Vera para estrechar la mano que le han ofrecido y decir con una sonrisa paciente bajo el recortado bigote: Creo que no habamos charlado nunca, pero naturalmente haba odo hablar de usted y le conoca de vista. Soy luterano, o sea que no pertenezco a su rebao explica Caldwell. Confo no haberles interrumpido. La verdad es que me encuentro bastante preocupado. Lanzando una mirada nerviosa a Vera, que ha vuelto la cabeza y podra escaprsele, March pregunta a Caldwell: S? Por qu? Por todo. Mi trabajo. No encuentro solucin y le agradecera que me diera su opinin. Ahora la mirada de March se fija en todas partes menos en la cara que tiene enfrente, buscando en el pblico alguien que lo libre de este loco alto y desgreado. Esencialmente tenemos la misma opinin que la Iglesia luterana dice. Espero que algn da vuelvan a unirse todos los hijos de la Reforma. 155

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Corrjame si me equivoco, reverendo dice Caldwell, pero en mi opinin la diferencia radica en que mientras que los luteranos afirman que Jesucristo es la nica respuesta, los calvinistas dicen que todo lo que te ocurre es lo que te ocurre, y sa es la respuesta. Ansioso, iracundo y azorado, March da un paso a un lado y casi se agarra a Vera para retenerla consigo durante esta ridcula interrupcin. Es absurdo dice. El calvinismo ortodoxo, y yo me considero ms bien ortodoxo, est tan centrado en Cristo como la doctrina luterana. Y hasta ms an, porque nosotros excluimos tanto a los santos como toda posible transformacin eucarstica substancial. Soy hijo de un pastor protestante explica Caldwell. Mi padre era presbiteriano y l me explic que unos son los elegidos y otros los no elegidos, los que poseen la gracia, y los que no, y estos ltimos jams la poseern. Pero lo que nunca he podido entender es por qu razn fueron creados los que no la tienen. La nica razn que se me ocurre es que Dios necesitaba que alguien se tostase en el infierno. El equipo de baloncesto del Instituto de Olinger se adelanta en el marcador y, para hacerse or, March tiene que levantar furiosamente la voz: No se puede entender la doctrina de la predestinacin vocifera sin tener en cuenta su estrecha vinculacin con la doctrina de la infinita compasin divina. El ruido de la muchedumbre baja de volumen. Supongo que para m el problema radica en esto dice Caldwell. Si nunca cambia nada, no entiendo cmo puede ser infinita. Tal vez es infinita, pero a una distancia infinita. As es como yo lo veo. Los ojos grises de March estallan de dolor y rabia a medida que aumenta el peligro de que Vera le deje. Es grotesco! grita March. Un partido de baloncesto no es el lugar ms adecuado para hablar de estas cuestiones. Por qu no viene a mi estudio para estudiar todo esto, seor...? Caldwell. George Caldwell. Vera me conoce. Vera se vuelve con una amplia sonrisa: Alguien ha invocado mi nombre? Yo no entiendo absolutamente nada de teologa. Acabamos de terminar nuestra discusin sobre este tema le dice el reverendo March. Su amigo, el seor Caldwell, tiene algunas ideas muy curiosas en contra del pobre y vilipendiado Juan Calvino. No s absolutamente nada de l protesta Caldwell en un tono de voz quejumbroso, elevado y desagradable. Slo trato de aprender. Me encontrar en mi estudio todas las maanas menos los mircoles le dice March. Le prestar algunos libros excelentes. March devuelve firmemente su atencin a Vera, presentando a Caldwell un perfil tan bello y definitivo como si estuviera grabado en una moneda imperial. Al lado de estos aristcratas de pueblo, Nern era un cordero, piensa Caldwell retirndose. Bajo el peso de la idea de su propia muerte, que le produce una sensacin de vrtigo, lenta y difana como un predador transparente que arrastrara sus tentculos venenosos a travs de diamantinas profundidades ocenicas, recorre el hueco que queda detrs de las espaldas de los espectadores buscando entre la muchedumbre la imagen de su hijo. Al final localiza la estrecha cabeza de Peter en una fila de la derecha, cerca de la pista. Pobre chico, necesita que le corten el pelo. Caldwell ha terminado por hoy todo su trabajo y quiere bajar a buscar a Peter e irse a casa. La humanidad, que durante tanto tiempo le ha extasiado, le resulta asquerosa ahora que la ve convertida en un montn de 156

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grmenes entremezclados en este sofocante pabelln. En contraste, hasta las vacas tierras de Cassie le pareceran agradables. Adems, la nieve va amontonndose en el exterior. Y al chico le ira bien dormir. Pero junto a la cabeza de Peter hay una mata de pelo pequeo y redonda. Caldwell reconoce a la hija de los Fogleman, alumna de noveno. Su hermano fue alumno suyo hace dos aos. Los Fogleman son de esos que se te comeran el corazn y tiraran el resto a la cloaca. Alemanes brutales, brrr. Caldwell cae en la cuenta ahora de que no estn sentados juntos por casualidad. Cmo es posible, con lo inteligente que es Peter? Ahora Caldwell recuerda haber visto a Peter y a Penny emparejados de vez en cuando por los pasillos, sonriendo junto a la fuente, entregados a la meditacin junto a los armarios del anexo, fundidos en una sola silueta contra la luz lechosa de un lejano portal. Caldwell lo haba visto todo pero slo ahora comprende. Y brota la tristeza del abandono. Por todo el pabelln se alza un gran grito porque Olinger aumenta su ventaja, y el tremendo pnico del grito lame con sus cuatrocientas lenguas las paredes cansadas de las entraas del profesor. Gana Olinger. Peter no aparta sus ojos del partido, pero prcticamente no lo ve porque su ojo interior sigue posedo por el recuerdo del momento en que hundi su cara contra la pattica ausencia que haba entre los muslos de Penny. Quin hubiera pensado que iba a serle concedido, tan joven, un acceso directo a ese secreto, aunque slo fuera por un instante? Quin iba a pensar que en ese momento no iba a estallar el trueno ni se despertaran tampoco para azotarle los espritus vengadores? Quin de todos los que se apretujaban en el iluminado pabelln poda llegar a soar siquiera la desbordante oscuridad que l haba besado, lamido, sorbido? El recuerdo que conserva es el de una clida mscara que cubre su cara, y Peter teme volver su cara hacia la amada por temor a que Penny se vea en ella, como una barba fantasmal, y grite, abiertos todos los poros de su nariz, vctima del horror y la vergenza.

Y cuando l y su padre dejan, por fin, el instituto y entran en la nieve, la multitud de copos es para Peter la consecuencia de su profanacin. Mientras caen cubrindolo todo, una corriente de aire arroja de vez en cuando un puado de tintineante hielo contra su cara caliente. Peter ya no recordaba lo que era la nieve. Un inmenso susurro producido por una garganta que parece estar unas veces aqu, otras all. Mira el cielo que responde a sus ojos con un malva, un lila y un apagado y amarillento tono perla. La cada de la nieve slo se materializa visualmente para l al cabo de unos momentos de observar; como si primero surgiera el borde de un ala y slo despus todo el resto, un ala formada por plumas infinitesimales que se va ensanchando, hasta que finalmente Peter comprende que el ala les rodea por todas partes y llena el aire hasta los cuatro ocultos horizontes e incluso ms all. Adondequiera que mire, ahora que sus ojos han sintonizado esta frecuencia, por todas partes aparece esta misma vibracin; el pueblo y todas sus casas est sitiado por una multitud susurrante. Peter hace una pausa bajo la alta farola que vigila el rincn del aparcamiento ms cercano. Lo que ve a sus pies le desconcierta. En la blancura de la nieve que ya ha cado se mueven unas manchitas negras que parecen un enjambre de mosquitos. Las manchas avanzan hacia un lado, hacia otro, y luego desaparecen. Parece que lo hagan todas en torno a un mismo centro. Mientras sus ojos miran hacia fuera ve que las manchas corren hacia ese centro; su velocidad aumenta a medida que se acercan a l. Peter sigue a algunas, pero desaparecen. Es un fenmeno de apariencia fantasmal. Luego, la constriccin que padeca su corazn desaparece al comprender que todo puede ser 157

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explicado racionalmente: son las sombras que proyectan los copos alcanzados por la luz que est encima de l. La oscilante cascada de partculas, directamente expuesta a la luz, se proyecta en forma de oscilaciones disparatadas, pero en los puntos alejados del centro, como los rayos tocan los copos oblicuamente, la proyeccin aumenta parablicamente la velocidad de la sombra que corre a unirse con su copo. Las sombras se alejan en una corriente dirigida hacia el infinito en un lento movimiento, y cada uno de sus puntos desaparece en el ltimo instante, cuando el copo besa el plano blanco. Aquello le fascina; el universo, en toda su plstica e infinitamente variable belleza, es clavado, estirado y crucificado ante sus ojos como una mariposa en un marco de invariable verdad geomtrica. Cuando la hipotenusa se acerca a la vertical, la pierna lateral se reduce, siempre, a una velocidad decreciente. Las ajetreadas sombras de los copos parecen hormigas que corren a toda prisa por las paredes de un alto castillo de piedra. Peter asume un espritu cientfico e intenta desapasionadamente encontrar en la cosmologa que su padre le ha enseado una analoga entre el fenmeno que ha observado y el desplazamiento hacia el rojo, segn el cual las estrellas parecen estar alejndose de nosotros a una velocidad proporcional a la distancia que las separa de la Tierra. Es posible que haya cierto parentesco entre ambas ilusiones, es posible Peter pugna por imaginarlo que las estrellas estn de hecho cayendo suavemente por un cono de observacin cuyo pice son nuestros telescopios. Lo cierto es que todo cuelga como el polvo lanzado desde un remoto ltimo piso de un alto edificio. Dando unos pasos hacia delante hasta encontrarse en la zona donde la luz de la farola se funde con la movediza penumbra que reina en el resto del mundo, Peter tiene la sensacin de haber llegado a una especie de lmite en el que la velocidad de las sombras es infinita, y que termina y a la vez no termina aquel pequeo universo. Empiezan a dolerle los pies de fro y humedad y las ideas csmicas giran vertiginosamente en su cabeza. Como si saliera de una habitacin minscula, vuelve a enfocar sus ojos acomodndolos a la amplitud del pueblo, donde grandes remolinos viajeros avanzan oscilantes desde el cielo dotados de algo parecido a una salud insuperable. Se arrastra hasta el interior de la cueva que es el coche, donde ya est su padre, y se descalza sus empapados mocasines y enrosca sus hmedos pies en el asiento y se sienta encima. Con prisas, su padre sale en retroceso del aparcamiento y se dirige hacia el callejn que conduce a Buchanan Road. Al principio acelera ms de la cuenta, y los neumticos patinan al llegar a la primera rampa, a pesar de ser muy suave. Chico dice Caldwell, esto est hecho un pastel. Las revelaciones han dejado a Peter con los nervios a flor de piel. Est muy irritable. Y por qu no nos hemos ido a casa hace dos horas? pregunta. No conseguiremos subir Coughdrop Hill. Por qu has tenido que quedarte tanto rato en el partido despus de recoger las entradas? Esta noche he hablado con Zimmerman dice lentamente Caldwell a su hijo tratando de hablar de manera que no parezca que le est regaando. Me ha dicho que haba tenido una conversacin contigo. La culpa hace que la voz de Peter sea estridente: Tuve que hacerlo. Me ha pillado en el vestbulo. Le has hablado de las entradas que he echado a faltar. Slo lo he mencionado. No le he dicho nada. Por Dios, chico!, no quiero coartar tu libertad, pero hubiera preferido que no le hubieses dicho nada. Qu dao he hecho? Es la verdad. No me dices siempre que diga la verdad? Quieres que me pase toda la vida diciendo mentiras? Le has dicho..., ahora ya no importa, pero le has dicho que he visto salir de su 158

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oficina a la seora Herzog? Claro que no. Ya no me acordaba de nada de eso. Aparte de ti, ya nadie lo recuerda. Parece que creas que todo el mundo est conspirando. Supongo que lo que me pasa es que nunca he conseguido saber qu piensa en el fondo Zimmerman. No hay fondo que valga! No es ms que una vieja sanguijuela borracha que no tiene ni idea de qu es lo que tiene entre manos. Todo el mundo se ha dado cuenta, todo el mundo menos t. Pap, por qu eres... Peter iba a decir estpido, pero un vestigio del cuarto mandamiento frena su lengua... tan supersticioso? Das a todo un sentido que no tiene. Por qu? Por qu no te tranquilizas? Eres agotador! Furioso, el chico da una patada contra el salpicadero y hace sonar la guantera. La cabeza de su padre es una sombra pensativa pellizcada por el gorro que para Peter es la esencia de cuanto de servil y absurdo, descuidado y terco hay en su padre. Caldwell suspira y dice: No s, Peter. Supongo que en parte es hereditario, y en parte el ambiente. Por lo cansado de su voz se dira que es ste su ltimo intento de dar una explicacin. Estoy matando a mi padre, piensa asombrado Peter. La nieve se espesa a su alrededor. Los copos que caen en la zona iluminada por sus focos brillan como una salpicadura de chispas, se elevan hacia arriba, desaparecen, y son sustituidos por otro grupo de chispas. La nevada es uniformemente abundante. Ahora encuentran unos pocos coches que tambin circulan por la carretera. Las luces de las casas, cada vez menos numerosas a partir del asilo, se difuminan en la tormenta. La calefaccin empieza a funcionar y el calor aumenta su sensacin de aislamiento. El arco de los limpiaparabrisas se reduce a cada nuevo movimiento hasta que al cabo de poco tiempo se ven forzados a mirar la nevada a travs de dos estrechas ranuras. El zumbido del motor les arrastra a una trampa final. Cuando bajan por la colina que hay frente al cementerio judo donde Abe Cohn, el famoso gnster de Alton, en la poca de la Prohibicin, est enterrado, el coche patina. Caldwell lucha con el volante mientras el coche se desliza. Sin que pase nada grave, llegan hasta el pie de la colina, donde termina Buchaman Road y empieza la Carretera 122. A la derecha de la colina, Coughdrop Hill se pierde en la altura. Un camin cruza rpidamente como una casa sobre ruedas en direccin a Alton. El ruido de sus cadenas parece un grito de pnico. Cuando sus luces traseras parpadean y desaparecen de la carretera, se quedan completamente solos. La pendiente de la carretera empieza a aumentar en direccin a la cumbre. Caldwell pone la primera y sigue avanzando con esa marcha hasta que las ruedas se ponen a patinar, y entonces pone la segunda. El coche se abre paso como un arado varias docenas de metros ms; cuando las ruedas vuelven a patinar, pone desesperadamente la tercera. El motor se ahoga. Caldwell da un fuerte tirn del freno de mano para no perder terreno. Estn a ms de la mitad de camino de la cuesta. La tormenta se hunde gimiendo en el silencio del motor. El motor vuelve a ponerse en marcha, pero los neumticos de atrs no consiguen aferrarse a la nieve; el pesado Buick tiende ms bien a deslizarse hacia atrs en direccin a la baja valla de alambre que hay al borde del terrapln de la carretera. Al final Caldwell no puede hacer otra cosa que abrir la puerta y, asomando el cuerpo y utilizando para ver el camino la pobre iluminacin que le proporcionan sus luces de posicin traseras, dejarse caer hacia atrs hasta el final de la cuesta. Baja hasta ms all del cruce de Olinger para situarse en la recta llana que hay entre Coughdrop Hill y la siguiente cuesta de la carretera de Alton. Sin embargo, a pesar de que la velocidad que han tomado les lleva rpidamente 159

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hacia la parte baja de la cuesta, quedan atascados debido a un nuevo patinazo algo antes de llegar al punto donde se quedaron parados antes. Bajo los focos del coche, las huellas dejadas en su ascensin son profundas roderas oscuras. De repente, las sombras de sus cabezas caen hacia delante. Detrs de ellos aparece un coche que se acerca a la colina. Sus luces se dilatan, brillan como un grito, y se ensanchan a su alrededor; es un Dodge verde del 47. Gracias a sus cadenas les deja atrs, sube la parte ms pronunciada de la cuesta y, ms veloz cada vez, desaparece tras la cresta. Los faros parados de su propio coche captan los eslabones dibujados en la nieve por las ruedas del otro coche. El chisporroteo de la nevada mantiene la misma intensidad de siempre. Tendremos que poner las cadenas dice Peter a su padre. Si consiguiramos subir aunque slo fueran veinte metros ms, seguro que llegaramos al camino de casa. Fire Hill no es tan pendiente. Te has fijado que ese bastardo ni siquiera se par a ofrecerse a darnos un empujn? Cmo puedes pretender que parase? Si apenas poda subir l solo. De estar en su piel, yo me hubiera parado. Pero no hay nadie como t, pap. Eres un caso nico en el mundo. Peter grita porque su padre ha aferrado sus manos al volante y ha bajado la cabeza hasta apoyarla en los dorsos de las manos. A Peter le asusta ver desaparecer el perfil de su padre. Quiere hacerle volver en s, pero la slaba que hubiera tenido que pronunciar se le atasca en la garganta; nunca sabr cul era. Por fin pregunta tmidamente: Tenemos cadenas? Su padre se endereza y dice: Pero no podemos ponerlas aqu. El coche se ira hacia atrs al levantarlo con el gato. Tenemos que bajar hasta el llano. Abre pues, por segunda vez, su puerta y se asoma y conduce el coche hacia atrs cuesta abajo. La nieve queda teida de rosa por las luces traseras. Algunos copos se cuelan por la puerta abierta y punzan a Peter en la cara y las manos. Se mete las manos en los bolsillos del chaquetn. Cuando llegan al final de la cuesta bajan los dos. Abren el portamaletas y tratan de levantar con el gato la parte trasera del coche. No tienen linterna, y eso empeora las cosas. La nieve que se amontona a los lados de la carretera tiene un espesor de unos quince centmetros; al tratar de elevar los neumticos por encima de su superficie, el coche acaba por venirse hacia un lado lanzando, con sorprendente fuerza, el gato al centro de la carretera. Joder dice Caldwell, nos vamos a matar. No hace ningn movimiento por recuperar el gato, por lo que Peter se adelanta a cogerlo. Con la barra dentada en una mano busca en la cuneta una piedra para frenar las ruedas delanteras, pero la nieve lo cubre todo. Su padre est mirando las copas de los pinos, que, agitadas por la tormenta, planean como ngeles oscuros. A Peter le da la sensacin de que los pensamientos de su padre describen anchos crculos, como un ratonero al acecho, en el opaco malva que les cubre. Ahora vuelve a pensar en el problema que les retiene all y, juntos, padre e hijo colocan el gato bajo el parachoques y esta vez se aguanta. Entonces descubren que no pueden sujetar las cadenas porque no saben cmo se hace. Y es demasiado tarde, y hace demasiado fro y no hay suficiente luz como para ponerse a aprender ahora. Durante muchos minutos Peter contempla a su padre que, agachado, se mueve en torno al neumtico. No pasa ningn coche en todo ese rato. Por la Carretera 122 ya no hay trnsito. Hay un momento en que parece que su padre ha conseguido sujetar la cadena, 160

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pero luego se le escapa y fracasa. Tras soltar un sollozo o una maldicin que el ruido de la tormenta impide captar claramente, Caldwell se pone en pie y lanza con las dos manos el revuelto amasijo de la cadena a la suave nieve. Al caer abre un agujero que hace pensar en un pjaro cado de un nido. Tendras que sujetar primero el cierre por la parte de dentro de la rueda dice Peter. Recoge la cadena del agujero, se arrodilla, y luego repta por debajo del coche. Imagina que su padre le dir a su madre: Yo ya no saba qu hacer y entonces el chico ha cogido las cadenas, se ha metido debajo del coche y las ha colocado perfectamente. No s de dnde le viene esta habilidad para las cosas mecnicas. La rueda resbala. Envuelve varias veces el neumtico con el complicado amasijo de cadenas, y cada vez el neumtico gira perezosamente y se sacude de encima su cota de malla como si fuera una chica desnudndose. Mientras su padre sostiene la rueda para que no gire, Peter prueba otra vez. En el submundo de debajo del coche, el amortiguado hedor a caucho y los olores resecos del xido, la gasolina y la grasa parecen slabas amenazadoras. Peter se acuerda de cmo el coche se cay del gato e imagina que los muelles y el eje le aplastaran el crneo si volviera a ocurrir. El nico consuelo que tiene es que ah abajo no sopla viento ni cae nieve. La clave del problema de la sujecin es un pequeo pasador. Lo encuentra y, leyndolo con las yemas de los dedos, deduce cmo funciona. Y casi consigue cerrarlo. Para lograrlo completamente tiene que apretar un poco ms la cadena en torno al neumtico. Hace tanta fuerza que todo su cuerpo tiembla. Un dulce dolor punza sus riones. El metal se le clava en la carne de los dedos. Peter reza; y queda abrumado al descubrir que, aunque una pequea concesin milimtrica no supondra alterar ningn principio, la materia es terca. El pasador no se cierra y Peter, descorazonado, grita: No! Al diablo con las cadenas dice su padre. Sal de debajo. Peter obedece, se pone en pie y se sacude la nieve del chaquetn. l y su padre se miran con incredulidad. No puedo dice Peter, como si alguien pudiera decir lo contrario. Has tenido mejor vista que yo dice su padre. Mtete en el coche. Pasaremos la noche en Alton. El que pierde una vez, pierde dos veces. Ponen las cadenas en el portamaletas y tratan de bajar el coche, que sigue elevado por el gato. Pero incluso la retirada parece imposible. La palanquita cuya misin consiste en hacer que la rueda dentada del gato gire en direccin contraria y baje no funciona. En lugar de bajarlo, cada nuevo golpe de manivela sube el coche un poco ms. Los remolinos de nieve les molestan en la cara; el silbido del viento daa sus odos; el peso que su nimo tiene que soportar excede todos los lmites de lo tolerable. El inquieto susurro de la nevada parece colgar de este pequeo fallo mecnico. Ya le arreglar las cuentas a este bastardo anuncia Caldwell. Aparta, chico. Sube al coche, pone el motor en marcha, y arranca hacia delante. Por un momento el gato adquiere una tensin de un arco y Peter espera verlo volar de un momento a otro como una flecha. Pero en este primer instante de tensin el metal del parachoques cede primero y enseguida el coche cae sobre sus muelles haciendo un ruido similar al de unos carmbanos al ser partidos. Una muesca en forma de labio que recorre el borde inferior del parachoques quedar siempre como recuerdo de esta noche. Peter recoge el gato y lo tira al portamaletas y luego entra en el coche y se sienta junto a su padre. Ayudado por la tendencia a patinar de las ruedas traseras, Caldwell hace dar la vuelta al Buick y lo coloca en direccin a Alton. Pero durante la hora transcurrida desde 161

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que han pasado por esta misma carretera han cado otros dos centmetros de nieve mientras que, por otro lado, la accin apisonadora del trnsito ha cesado. La pequea cuesta en que finaliza la carretera de la depresin que hay en la base de Coughdrop Hill, una cuesta tan ligera que los das corrientes se desliza bajo las ruedas sin que se note, resulta ahora demasiado empinada. Los neumticos traseros patinan continuamente. Las ranuras del parabrisas por las que tratan de ver se van cerrando cada vez ms; el arcn celestial del que cae la nieve ha reventado. Por tres veces, el Buick sube un poquito pero siempre para quedar detenido. La tercera vez Caldwell aprieta el acelerador hasta el fondo y los gimoteantes neumticos traseros arrastran el coche hasta la nieve virgen de los bordes de la carretera. Han cado en una pequea depresin, y Caldwell pone la primera y trata de salir, pero la nieve les retiene con su garra fantasmal. Los labios de Caldwell producen una rpida burbuja plateada. Enloquecido, pone marcha atrs y el coche queda totalmente atascado. Por fin, apaga el motor. Por un momento reina la paz en aquella desesperada situacin. Una delicada friccin, como si alguien estuviera barriendo arena muy fina, avanza por el techo del coche. El motor, que se ha calentado mucho, hace unos ruiditos secos bajo el cap. Tendremos que caminar dice Caldwell. Podemos volver a Olinger y pasar la noche en casa de los Hummel. Est a poco ms de cuatro kilmetros. Podrs? Qu remedio dice Peter. No tienes chanclos ni nada? No. Ni t tampoco. S, pero yo ya no tengo arreglo. Despus de una pausa, aade: No podemos quedarnos aqu. Maldita sea dice Peter. Ya lo s. Ya lo s, deja de decrmelo. Deja de decirme cosas todo el rato. Vmonos. Un padre como tiene que ser hubiera conseguido subir esa colina. Y entonces nos hubiramos atascado en cualquier otro sitio. No es culpa tuya. No es culpa de nadie; es culpa de Dios. Por favor. No hablemos ms. Peter sale del coche y, por una vez, l es quien gua a su padre y va delante. Caminan por las roderas que ellos mismos han hecho antes en direccin a la colina del cementerio judo. A Peter le cuesta poner un pie justo delante del otro, como se dice que hacan los indios. El viento hace perder el equilibrio. Ahora estn junto a una cortina de dos y, aunque el viento no sopla muy fuerte, tiene una insistencia que penetra el pelo de su cabeza hasta tocar los huesos del crneo. Las tierras del cementerio estn separadas de la carretera por un muro de contencin hecho de piedra gris; cada una de las piedras que sobresalen tiene una barba blanca. En algn rincn oculto de aquel lugar envuelto en humo opaco yace abrigado, bajo las columnas de su mausoleo, Abe Cohn. Saberlo consuela a Peter, que entrev una analoga entre la situacin del gngster y su propio yo, cobijado tambin bajo la cpula mineral de su crneo. En el llano que hay despus del cementerio desaparecen los pinos y el viento sopla como si tuviera intencin de atravesar limpia y completamente su cuerpo. Peter es ahora transparente: un esqueleto de pensamientos. Distante y divertido, contempla sus pies que parecen reses ciegas que avanzan dcilmente por la nieve; la disparidad entre sus cortos pasos y la distancia que les separa de Olinger es tan grande que tiene la sensacin de encontrarse frente a algo parecido a una especie de infinito, y en este infinito Peter disfruta de cierto descanso que aprovecha para meditar en los fenmenos que acompaan a las situaciones de incomodidad fsica extrema. Una de sus caractersticas es su sencillez para eliminar. En primer lugar, elimina todos los pensamientos que puedan referirse al pasado o al futuro. Y, en segundo lugar, toda idea de extensin de uno mismo por medio de los sentidos en el mundo de la creacin. Despus aparece un 162

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nuevo lastre: las extremidades pies, piernas, dedos dejan de contar. Si la incomodidad contina, si todava se conserva un resto de recuerdo de la posibilidad de hallarse en una situacin ms agradable, deja de tenerse en cuenta la punta de la nariz, el mentn y hasta el cuero cabelludo, no tanto porque hayan sido anestesiados sino porque son deportados en cierto sentido a un mundo ajeno a las limitadsimas preocupaciones de un punto irreductible notablemente compacto y distante que es lo nico que queda de los reinos antes amplsimos y ambiciosos del yo. Cuando su padre, que ahora camina a su lado y utiliza su cuerpo para escudar del viento a su hijo, coloca en la helada cabeza de Peter el gorro de punto que acaba de sacarse de la suya, a Peter le parece que las sensaciones le llegan de muy lejos, de algo que est muy alejado de su propio yo.

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Escucha, amor mo. O ests dormida? No importa. En West Alton estaba el museo, situado en medio de jardines magnficamente floridos en los que cada rbol tena su etiqueta. Sobre la superficie del opaco lago creado mediante un dique que contena las superficiales aguas del riachuelo que aqu se llamaba Lenape, se deslizaban por parejas unos cisnes negros. En Olinger, el riachuelo tomaba el nombre de Tilden Creek, pero era el mismo. Los domingos, mi madre y yo acostumbrbamos a ir siempre al museo, nico tesoro cultural que estaba a nuestro alcance, caminando por el perezoso y sombro sendero que acompaaba el curso del agua y una los dos pueblos. En aquella poca, ese kilmetro y medio aproximadamente de camino era una zona rural despoblada, restos de la antigua vida de la regin. Para llegar al museo cruzbamos el antiguo hipdromo, ahora abandonado y completamente cubierto de hierba, y varias granjas de piedra arenisca acompaadas todas ellas, como una madre con su hijo, por una encalada caseta construida sobre una fuente para conservar frescos los alimentos. Tras cruzar rpidamente la spera anchura de una carretera de tres calles, entrbamos por un estrecho camino en los terrenos del museo, donde nos rodeaba un mundo ms antiguo incluso, una autntica Arcadia. Los patos y las ranas mezclaban sus guturales y desafinados gritos lanzados desde la zona pantanosa semioculta por hileras de cerezos, tilos, acacias y manzanos silvestres. Mi madre saba cmo se llamaban todas las plantas y los pjaros y me deca sus nombres que yo olvidaba mientras pasebamos por el camino de gravilla, que de vez en cuando se ensanchaba formando pequeos crculos con un pequeo estanque donde se baaban los pjaros y algunos bancos en los que, casi siempre, una enlazada pareja se separaba al llegar nosotros y estudiaba nuestro paso con ojos redondeados y oscurecidos. Una vez le pregunt a mi madre qu estaban haciendo, y ella, con curiosa complacencia, me contest: Estn haciendo el nido. Al llegar a esta altura nos alcanzaba el fro aire procedente del agua contenida por el dique y los vulgares y salobres gritos de los cisnes, y arriba, a travs de un hueco en el follaje negro de una mtica haya, se vea el ocre plido de una cornisa del museo, y un fragmento del cristal y el plomo de la claraboya iluminada por el sol. Cuando atravesbamos el aparcamiento, yo senta envidia y vergenza, porque en aquella poca no tenamos coche; cruzbamos el camino de gravilla entre nios que llevaban bolsas con migas de pan para dar de comer a los cisnes, subamos la ancha escalinata donde algunas personas vestidas con limpia ropa de verano sacaban fotografas y extraan bocadillos de su envoltorio de papel de cera, y penetrbamos en el religioso vestbulo del museo. La entrada era gratuita. Durante los meses del verano daban en el stano clases, tambin gratuitas, sobre cmo apreciar la naturaleza. Siguiendo una 164

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sugerencia de mi madre, yo me apunt una vez. La primera leccin consista en ver una serpiente, que estaba metida en una jaula de cristal, tragarse entero un ratn de campo que no dejaba de chillar. Despus de esto, ya no volv a ir. El primer piso albergaba la parte cientfica del museo, pensada para los colegiales, y haba en l tiesos animales disecados, y una innumerable serie de artefactos esquimales, chinos y polinesios, clasificados y encerrados en vitrinas de cristal. Haba una momia sin nariz en torno a la cual siempre se congregaba una multitud. Cuando yo era nio esta seccin del museo me daba mucho miedo. Todo era muerte. Quin hubiera soado que pudiera existir tal cantidad de muerte? El segundo piso estaba dedicado al arte y exhiba pinturas de artistas locales que por torpes, rebuscadas e incorrectas que fueran, irradiaban como mnimo inocencia y esperanza, esa esperanza de apresar algo y retenerlo que aparece siempre que un pincel toca la tela. Haba tambin estatuillas de bronce que representaban a los indios y sus deidades, y en el centro de la gran sala ovalada que se encontraba al final de las escaleras haba una dama desnuda de color verde y tamao natural situada en el centro de un estanque circular de borde negro. La estatua era una fuente. La dama se llevaba a sus labios una concha de bronce, y su fino rostro se contraa para beber, pero la mecnica de la fuente dictaba que el agua cayera por el borde de la concha escapando eternamente a su esfuerzo. Siempre expectante con leves pechos, una gloriosa corona de cabello verdoso y ligeramente revuelto, y un pie suavemente apoyado sobre los dedos sostena la concha a un centmetro de su cara, que, con los prpados bajos y los labios entreabiertos, pareca dormir. De nio me preocupaba su imaginaria sed, y me colocaba de forma que pudiera ver la corta distancia que mediaba entre sus labios y el agua. El agua caa como una variable y delgada cinta gris perla que iniciaba una espiral al abandonar el ondulado borde y se abra al final, poco antes de golpear la superficie del estanque con un incesante y dulce impacto que a veces, debido a sutiles variaciones accidentales, llegaba a salpicar el borde y daba unas pequeas punzadas heladas, como el tacto de un copo de nieve, a la mano que yo apoyaba en el negro mrmol. En aquella poca la paciencia con que la dama esperaba, y la apacibilidad con que el agua se negaba a tocar sus labios, me parecan insoportables, y yo me deca que al oscurecer, cuando la momia y las mscaras polinesias y las guilas de ojos de cristal que estaban debajo quedaban encerradas por las sombras, la delgada mano de bronce de aquella dama hara el pequesimo movimiento necesario, y bebera. En esta gran sala ovalada, que yo imaginaba iluminada por los rayos de la luna que deban penetrar por la claraboya, deba cesar por un momento la cada del agua. En ese sentido en el sentido de que la llegada de la noche envolva la iluminada cinta de agua y detena su fluir, mi relato se acerca a su conclusin. El irritante trnsito callejero hace vibrar suavemente las ventanas de nuestra buhardilla. Sus cristales necesitan desde hace tanto tiempo que alguien les saque el polvo que su delicado gris grafito parece pertenecer al propio cristal, como si fueran vitrales de una catedral. El anuncio de nen de la cafetera situada dos pisos ms abajo los tie rtmicamente de rosa. Mis enormes telas tan singularmente caras como materia prima, y tan singularmente carentes de valor en cuanto yo las convierto en arte parecen, a contraluz, siluetas de hombros rectos. Tu respiracin sigue el mismo ritmo que el lento aparecer y desaparecer del rosa. Tu boca solemne se ha relajado ahora que duermes, y el labio superior muestra ese pequeo botn racial de grasa que parece una ampolla despus de recibir un golpe. Tu sueo est preado de inocencia del mismo modo que la noche est preada de roco. Escchame: te amo, amo tu remilgada boca y su pequeo abultamiento, esta boca cuyas comisuras se comprimen en un gesto moral cuando ests despierta y me ries, amo tu piel quemada que siempre es capaz de 165

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perdonarme la ma, amo los siglos de humillacin que he pasado cuando me sostienes en la ptina lila de tus palmas. Amo la tiesura de tulipn de tu cuello. Cuando te pones delante de la estufa haces, sin darte cuenta, unos movimientos ondulantes con la parte superior de tu cuerpo como los de una gallina cuando bebe. Cuando caminas desnuda hacia la cama, tus pies andan de puntillas como si tuvieras los tobillos atados a los de alguien que estuviera detrs de ti. Al hacer el amor gimes a veces mi nombre, y entonces me siento radicalmente confirmado. Me alegro de haberte conocido, me alegro, me enorgullezco, me alegro; slo echo de menos pero slo un poquito esa repentina risa blanca de ltima hora de la tarde, esa risa que arde como un relmpago en el aire cuando las almas tratan de ponerse al servicio de lo imposible. A pesar de todas sus lamentaciones, sa era la atmsfera que mi padre lograba crear. Te hubiera desconcertado. A m me desconcertaba. Su mitad superior me resultaba desconocida; lo que mejor conoca eran sus piernas. Oye. Escchame. Escchame, seora. Te amo. Quiero ser un negro para ti, quiero tener esa expresin despierta, esa cara de betn con la piel tensa como un tambor en los pmulos y llevar unas grandes gafas de sol opacas, de esas que dan a los rostros un carcter annimo, y encontrarme en un sombro stano violeta a las tres de la madrugada y olvidarme de todo menos de la cancin que suena dentro de mis costillas. Pero no puedo, no del todo. No consigo imaginarme la escena completamente. Una ltima membrana me retiene. Soy hijo de mi padre. A ltima hora de la tarde, mientras el da pende como una luz que se distiende en espera de ser horadada por la oscuridad que en forma de flechas de sombra se eleva por entre los altos edificios del enrejado de calles, me acuerdo de mi padre y soy capaz incluso de imaginar a su padre los ojos lechosos de dudas, el bigote impreciso y plido delante de l, a pesar de que nunca llegu a conocerle. Sacerdote, maestro, artista: la clsica generacin. Perdname, porque te amo de verdad; t y yo encajamos. Como un lama del Tibet, me elevo por encima de la cama donde estamos tumbados y veo que, como el yin y el yang, creamos una sola unidad entre los dos. Pero cuando llega esa hora de la tarde en que mi padre y yo acostumbrbamos a dirigirnos a casa en el coche, echo una mirada al nido que hemos construido, las tablas del piso que nuestros pies desnudos han lustrado, los continentes que forman las manchas en el techo formando un mapa antiguo y completamente errneo de un viejo descubridor, las telas seriamente manchadas que cubro concienzudamente con grandes rayas que pugnan por decir lo que incluso yo empiezo a sospechar que es algo que no se puede decir, y me asusto. Pienso en la vida que hemos vivido juntos, con sus das consumidos sin relacin con los das marcados por el sol, y sus barrocos arabescos de emocin cada vez ms atenuada, y en nuestros muebles, que parecen un montn de Braques gastados y esparcidos al azar, en nuestro francamente melanclico misticismo sexual semifreudiano, semioriental, y me pregunto: Fue para esto que mi padre entreg su vida? Echado a tu lado en la oscuridad rosada, despierto pensando en una maana de hace mucho tiempo, en la habitacin de invitados de Vera Hummel. La tormenta haba terminado y todo estaba resplandeciente. Mis sueos haban sido una continuacin distorsionada, como la de un palo medio metido en el agua, de los acontecimientos de la ltima noche: el ltimo kilmetro que recorrimos a tropezones a travs de la tormenta que se negaba a amainar; los golpes con que llam mi padre al llegar a la oscura casa, sus golpes, sus quejidos, su frotarse una mano con la otra, su actitud desesperada que, pese a lo inoportuno de nuestra apelacin, ya no me parecan actos absurdos o de loco sino tal era mi ciega insensibilidad en aquel momento necesarios, absolutamente necesarios. Despus apareci Vera Hummel bostezando, y la recuerdo tambin parpadeando en el encalado brillo de su cocina, con el pelo suelto abierto en abanico 166

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sobre los hombros de su albornoz azul y con las manos escondidas en las mangas y abrazndose a s misma sin dejar de bostezar, y por fin el bulto cojeante de su marido que haba bajado las escaleras para escuchar la explosin de explicaciones y gratitud de mi padre. Nos acomodaron en la habitacin de los invitados, en una cama con columnas y sinuoso cabezal heredada de la madre de la seora Hummel, es decir, de Hannah, la hermana de mi abuelo. La cama ola a plumas y almidn, y se pareca tanto a una hamaca que mi padre y yo, en ropa interior, tenamos que agarrarnos a los bordes para no caernos hacia el medio. Durante unos minutos me qued muy tenso. Me pareca estar lleno de los danzantes tomos de la tormenta. Luego o por primera vez el desapacible ruido de los ligeros ronquidos nasales de mi padre. Despus gimi con fuerza el viento en el exterior, y como esta violencia de sonido y movimiento pareca explicarlo todo, acab por relajarme. La habitacin estaba radiante. Al otro lado de los blancos parteluces y de los visillos, recogidos hacia los lados con unas flores metlicas pintadas de blanco, el cielo era de un denso azul. Pens: Nunca haba vivido una maana como sta, y experiment la jubilosa sensacin de estar en la proa de un barco que surcara el celestial ocano del tiempo. Mir a mi alrededor, pero mi padre se haba ido. Yo estaba hundido en el centro de la cama. Busqu un reloj, pero no haba ninguno. Mir a mi izquierda para ver como lama el sol el camino, el campo y el buzn, pero mi mirada se encontr con una ventana que daba a la pared de ladrillo del bar. Junto a la ventana, cuya vieja madera pareca hacerme una mueca, haba un escritorio anticuado con tiradores de cristal estriado, un cajn superior de perfil ondulado, y unos impresionantes pies en forma de voluta que parecan los pies sin dedos de un oso de dibujos animados. La luminosidad del exterior era reflejada por los brillos plateados de los tallos y las hojas del empapelado. Cerr los ojos tratando de or voces, y me lleg de lejos el zumbido de una aspiradora, y seguramente volv a dormirme. Cuando volv a despertar, me vi rodeado de un mundo extrao la casa desconocida, el da tan bello y cuerdo despus de la locura de la noche anterior, el silencio interior y exterior (por qu no me haban despertado?, qu haba pasado en el instituto?, no era acaso mircoles?) y no pude volver a dormir; me levant y me vest con lo que pude. Mis zapatos y mis calcetines, que alguien haba colocado encima de un radiador, estaban todava hmedos. Aquellas paredes y aquellos pasillos, tan desconocidos que me obligaban a pensar y a enfrentarme al miedo en cada esquina, parecan arrebatarme la fuerza de los miembros. Localic el bao y me lav la cara con agua fra y despus me frot los dientes con un dedo hmedo. Baj descalzo la escalera, cubierta con una alfombra recin alisada de color beige sujeta en la base de cada escaln por un tubo de latn. Era la tpica casa de Olinger, un hogar slido, correcto y ortodoxo como yo hubiera querido que fuese la casa de mi familia. Con mi fastidiosa camisa roja y la ropa interior que haca tres das no me haba cambiado, me sent sucio e indigno de aquel lugar. La seora Hummel sali de la habitacin que daba a la fachada con la cabeza envuelta en un pauelo de seda y un delantal con un estampado de anmonas en forma de estrella. Llevaba en la mano una elegante papelera de mimbre y, sonriendo de manera que hizo brillar sus encas, me salud diciendo: Buenos das, Peter Caldwell! Al orle pronunciar mi nombre completo me dio la sensacin de ser aceptado totalmente. Me condujo a la cocina y, mientras caminaba detrs de ella, me sorprendi ver que yo era de su misma estatura, y hasta un centmetro ms alto. En comparacin con las mujeres de la regin, la seora Hummel era alta, y cuando pienso en ella todava recuerdo la estatura de diosa que tena cuando la vi por primera vez al ingresar en el 167

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instituto, cuando yo no era ms que un enano de sptimo curso y mi cintura apenas si alcanzaba el reborde inferior de la pizarra. Pero ahora me pareci que yo acaparaba su visin. Me sent a la pequea mesa de porcelana y ella me sirvi como una esposa. Puso ante m un grueso vaso de zumo de naranja que proyectaba sobre la porcelana una sombra naranja como un delgado gajo que anticipaba el sabor. Me encantaba estar sentado, sorber el lquido y verla moverse. Ella se deslizaba en zapatillas azules de la alacena al refrigerador y al fregadero como si esa distancia hubiera sido dispuesta a medida para sus pasos; su cocina espaciosa y generosamente equipada contrastaba con el abigarrado e improvisado rincn donde mi madre preparaba nuestra comida. Me pregunt por qu haba gente capaz de resolver al menos los problemas mecnicos de la vida mientras que otros, como mi familia, parecan destinados a una vida de coches que se estropeaban y casas sin bao y con calefaccin insuficiente. En Olinger nunca llegamos a tener refrigerador elctrico. Lo nico que haba era una humillante y vieja nevera, de nogal, donde metamos el hielo. Mi abuela nunca se sentaba a la mesa para comer, sino que lo haca de pie junto a la estufa, con los dedos, y haciendo muecas debido al vapor. La premura y la falta de planificacin haban caracterizado siempre nuestro hogar. Entonces comprend que todo se deba a que el miembro neurlgico de nuestra familia, mi padre, nunca haba abandonado la idea de que pronto tendra que mudarse. Y este miedo, o esta esperanza, dominaba nuestro hogar. Dnde est mi padre? pregunt. No lo s, Peter dijo ella. Qu prefieres: cereales, arroz, o un huevo? Arroz. Un reloj ovalado de color marfil que estaba debajo de los armarios lacados sealaba las 11.10. Y el instituto? pregunt. Has mirado fuera? Ms o menos. Ha parado de nevar. La radio ha dicho que hay ms de treinta centmetros. Hoy no abrir ningn colegio en todo el condado. Han cerrado incluso las escuelas parroquiales de Alton. Pues no s si podrn entrenarse los nadadores esta noche. Seguro que no. Debes de morirte de ganas de ir a casa. Supongo que s. Parece que haga una eternidad que no estoy all. Esta maana tu padre nos ha hecho rer muchsimo contndonos vuestras aventuras. Agrego un pltano al arroz? Estupendo, s, ponga uno si tiene. Sin duda, sa era la diferencia entre las casas de Olinger y la ma; ellos siempre tenan pltanos a mano. En Firetown, las raras veces que mi padre compraba acababan pudrindose porque nadie saba dnde estaban. El pltano que la seora Hummel puso junto a mi escudilla de arroz era perfecto. Su piel dorada estaba regularmente moteada de puntitos, como los que salen en los anuncios de las revistas impresas a cuatro colores. Lo cort en pedacitos con mi cuchara, y cada uno de ellos mostraba esa estrellita ideal de semillas en el centro. Tomas caf? Trato de hacerlo cada maana, pero siempre se me hace tarde. Siento estar causndole tantas molestias. Calla. Hablas igual que tu padre. Estas palabras, que provenan de una intimidad que yo no haba creado, me evocaron una curiosa sensacin de pasado referida a un momento de haca muy pocas horas, el momento en que, mientras yo dorma a pierna suelta en la cama de mi ta abuela Hannah, ellos oan la radio y mi padre contaba sus aventuras. Me pregunt si 168

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tambin se hallaba presente el seor Hummel; me pregunt qu acontecimiento haba derramado por la casa aquella estela de luminosidad pacfica y reconciliada. Luego, me envalenton lo suficiente para preguntar: Dnde est el seor Hummel? Ha salido con el camin. El pobre Al lleva levantado desde las cinco de la maana. Tiene un contrato con el ayuntamiento para ayudar a limpiar las calles despus de las tormentas. Ah! Me gustara saber cmo ha quedado nuestro pobre coche. Ayer noche lo abandonamos al pie de Coughdrop Hill. Ya me lo ha dicho tu padre. Cuando Al regrese os llevar hasta all en el camin. Qu bueno est este arroz. Ella se volvi sorprendida desde el fregadero y le sonri. Pero si no es ms que el corriente, el que viene en la caja. En su cocina la seora Hummel pareca hablar con una entonacin ms holandesa que de ordinario. Yo la haba relacionado siempre con lo moderno, con Nueva York y todo eso: siempre que estaba entre los dems profesores destacaba muchsimo. A veces hasta llevaba rimmel. Pero en su casa, era una mujer de este condado. Le gust el partido de anoche? le pregunt. Me senta incmodamente forzado a darle conversacin. La ausencia de mi padre constitua un desafo en el que yo tena que poner en prctica mis nociones de lo que era un comportamiento de persona civilizada. En su presencia jams tena oportunidad de demostrar que lo era. Estuve todo el rato tirando hacia abajo de las mangas de mi camisa para evitar que asomaran las manchas de la piel. La seora Hummel puso a mi lado un par de relucientes tostadas y un montoncito de ambarina jalea de manzana silvestre en una bandejita negra. No le prest mucha atencin dijo ella riendo al recordar la situacin. Cmo me hizo rer el reverendo March. Es un chiquillo y un viejo al mismo tiempo, y nunca sabes con certeza con cul de los dos ests hablando. Gan algunas medallas, no? Imagino que s. Hizo toda la campaa de Italia. Me parece muy interesante que despus de todo aquello pudiera regresar al ministerio. Las cejas de la seora Hummel se arquearon. Se las depilaba? Vindolas de cerca me pareci que no. Sus finos perfiles eran naturales. Creo que fue acertado de su parte, verdad? Oh, desde luego. Despus de haber visto tantos horrores... Claro que dicen que incluso en la Biblia hay guerras. Aunque no saba qu era lo que la seora Hummel quera, yo me re, y mi risa pareci gustarle. Y t me pregunt entonces, prestaste mucha atencin al partido? Me parece que te vi sentado junto a la chica de los Fogleman. Al or esto me encog: Tena que sentarme al lado de alguien. Pues vigila, Peter, esa chica est al acecho. No soy una presa muy interesante. La seora Hummel levant un dedo juguetonamente, al estilo campesino: Prometes, muchacho, prometes. Su actitud y su forma de hablar se parecan tanto a lo que yo haba visto frecuentemente en mi abuelo que me sonroj como si me hubiera dado la bendicin. Extend la brillante jalea sobre mi tostada y ella continu arreglando la casa. 169

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Las dos horas que siguieron fueron completamente diferentes a todas las que haba vivido hasta entonces. Compart una casa con una mujer, una mujer con experiencia, con tanta experiencia que me resultaba imposible calcular su edad, que deba de ser al menos el doble de la ma. Una mujer famossima; en los bajos mundos estudiantiles circulaban como monedas sucias las leyendas sobre su vida amorosa. Una mujer madura y llena de autoridad, cuya presencia se colaba por todos los rincones de la casa. La presencia de su tacto en el termostato aviv el fuego de mi horno. Toda mi atencin se concentraba en el piso de arriba; estaba pasando la aspiradora, cuyo zumbido llegaba ronco y penetrante. De vez en cuando se rea sola o haca gemir un mueble al arrastrarlo a un lado; los ruidos que haca revoloteaban por la escalera como los cantos de un pjaro que permanece invisible en las ramas ms altas de un rbol. Desde todos los rincones de la casa, desde cada una de sus sombras y curvas de brillante madera me llegaban insinuaciones de Vera Hummel. Ella era un brillo de un espejo, un poquito de brisa que mova las cortinas, una mota de polen en el brazo del silln en el que yo haba echado races. Me qued apoltronado en la oscura salita leyendo uno tras otro los ejemplares del Reader's Digest que haba en una estantera barnizada. Le hasta que tanta lectura ininterrumpida acab por darme nuseas. Descubr con gran inters dos artculos que aparecan el uno despus del otro en el ndice de un nmero: Curacin milagrosa para el cncer? y Diez pruebas de la existencia de Dios, y los le vidamente aunque slo para quedar decepcionado, o ms que decepcionado, abrumado, porque aquel toque de esperanza despert unos temores que durante algn tiempo haban estado dormidos. Los demonios del pnico inyectaron su hierro en mi sangre. Tras escuchar la ruidosa chchara y las pretensiones enciclopdicas de aquellas pulcras columnas, era evidente que no haba pruebas, que no exista ningn mtodo de curacin. Aterrado por las palabras, experiment una ansiosa necesidad de cosas y, del centro del tapete de encaje que haba en la mesita que estaba junto a mi codo, cog y apret en mi mano una figurita de porcelana que representaba un sonriente duendecillo con unas gordezuelas alas pintadas con lunares. En la alfombrada escalera sonaron los pasos rpidos de las zapatillas azules y la seora Hummel prepar la comida para los dos. La cocina era tan luminosa que yo tema que me viera las manchas. Pens que quizs era de buena educacin decir que ya me iba, pero no tena fuerzas para abandonar esa casa, me senta hasta incapaz de mirar por la ventana. Adems, adnde iba a ir si sala? A quin ira a buscar, y por qu? La misteriosa ausencia de mi padre me pareca permanente. Yo estaba perdido. La mujer me hablaba con palabras triviales que, sin embargo, me hicieron soportable mi horror. Y por fin logr surgir sobre la superficie brillante de la mesa que mediaba entre los dos, y la hice rer. Se haba quitado el pauelo y ahora llevaba el pelo peinado con una cola de caballo. Mientras la ayudaba a limpiar la mesa y dejar los platos en el fregadero, nuestros cuerpos se rozaron un par de veces. Y as, medio hundido en el temor pero tambin vivo y aligerado por el amor, pas aquellas dos horas. Mi padre regres poco despus de la una. La seora Hummel y yo todava estbamos en la cocina. Habamos estado hablando de una ampliacin de la casa que ella quera construir en la parte de atrs, una galera en forma de L donde ella pensaba sentarse en verano a contemplar su jardn sin necesidad de tener que soportar el paso y el ruido de los coches. Sera un precioso cenador y yo pens que lo compartira con ella. Con su gorro en forma de bala y su chaquetn empapado de nieve, mi padre pareca haber sido disparado desde un can. Chico, el invierno ha recuperado el tiempo perdido nos dijo. Dnde has estado? le pregunt. Mi voz, amenazada por las lgrimas, vacil. 170

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l me mir como si se hubiera olvidado de mi existencia y dijo: Por ah, he ido al instituto. Te hubiera llamado, pero supuse que necesitabas dormir. Empezabas a tener muy mal aspecto. Te han dejado dormir mis ronquidos? S. La nieve pegada a su chaquetn, a sus pantalones y sus zapatos, testimonio de su aventura, me hizo sentirme celoso. Toda la atencin de la seora Hummel se haba concentrado en l y ahora ella rea todo el rato, aunque mi padre no dijera nada. l tena la cara enrojecida. Se sac el gorro de un tirn, como un muchacho, y se frot los pies contra el felpudo de hojas de cocotero que haba pasado el umbral. Yo tena ganas de atormentarle y empec a chillar. Y qu has hecho en el instituto? Cmo es que has tardado tantsimo? Me encanta ese edificio cuando no estn los chicos dijo dirigindose a la seora Hummel en lugar de hacerlo a m. Sabes lo que tendran que hacer con ese establo de ladrillo, Vera? Echar a los chicos a la calle y dejarnos vivir solo all a los profesores. Es el nico lugar del mundo donde me siento tranquilo. Tendran que poner camas dijo ella riendo. A m me basta con un viejo catre de los del ejrcito le dijo. Sesenta de ancho y metro ochenta de largo; siempre que me meto con alguien en una cama me quedo sin mantas. No me refiero a ti, Peter. Ayer noche estaba tan cansado que seguramente fui yo quien te las quit a ti. Y para responder a tu pregunta sobre qu he estado haciendo, he puesto al da todo mi trabajo y mis cosas del instituto. Por primera vez desde los ltimos exmenes, todo va sobre ruedas. Me siento como si me hubieran quitado del estmago un bloque de cemento. Si maana yo no apareciera, el nuevo profesor, pobre diablo, podra entrar y ponerse a dar clase sin ms problemas. Zas, bum; muvete, amigo; la prxima parada, el vertedero. No tuve ms remedio que rer. La seora Hummel se fue hacia el refrigerador y pregunt: Has comido, George? Quieres un bocadillo de roastbeef? Muy amable, Vera. La verdad es que sera incapaz de comerme un bocadillo; anoche me arrancaron una muela. Ahora me siento infinitamente mejor, pero es como si hubiera desaparecido de ah la Atlntida. He tomado una escudilla de sopa de ostras en el bar de Mohnie. Pero, para serte sincero, si t y el chico vais a tomar caf, yo me tomar una taza. Ya no me acuerdo si el chico toma caf o no. Cmo puedes haberlo olvidado? pregunt. Cada maana procuro tomarme un tazn en casa, pero nunca hay tiempo. Dios mo, ahora me acuerdo. He tratado de hablar con tu madre pero se ha cortado la lnea. No tiene siquiera una miga de pan en casa, y seguramente el abuelo Kramer querr comerse el perro. Si es que no se ha cado por la escalera. Eso sera ya el acabse. Ningn mdico podra llegar a la casa. Cundo vamos nosotros a ir? Pronto, chico, pronto. El tiempo y la marea no esperan. Y, dirigindose a la seora Hummel, aadi: No hay que alejar a los chicos de la presencia de su madre. Entonces se mordi los labios. Yo saba que era porque pensaba que a lo mejor esta frase haba sido una falta de tacto ya que ella, debido a causas que yo ignoraba, no haba tenido hijos. La seora Hummel, con el intencionado silencio de una criada, dej el caf humeante al lado de mi padre. Un rizo se le solt y cay sobre su mejilla, a modo de comentario. Mi padre trat de sofocar la excitacin de su voz y le dijo: He visto a Al en Spruce Street; estaba a punto de regresar. l y su camin han estado haciendo milagros. Este ayuntamiento es capaz de hacer un magnfico trabajo cuando las cosas se ponen mal. Ya han abierto al trfico todas las calles. Slo quedan 171

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los callejones y la zona de Shale Hill. Chico, si yo fuera el responsable, te juro que nos pasaramos un mes entero rodeados de nieve por todas partes. Mi padre abri y cerr las manos contemplando muy divertido esta visin catica. Luego, aadi: He odo decir que por la noche descarril un tranva en West Alton. La seora Hummel se ech el pelo hacia atrs y pregunt: Hubo heridos? No. Se sali de las vas pero no lleg a volcar. Los tranvas de aqu no han podido llegar a Ely hasta este medioda. La mitad de las tiendas de Alton estn cerradas. Yo me maravill al or toda esta informacin y me lo imagin recogindola, vadeando bancos de nieve, deteniendo las mquinas quitanieves para hablar con sus conductores, saltando los montones de nieve sucia con su chaquetn corto como un pillete demasiado alto para su edad. Mientras yo dorma debi de dar la vuelta al pueblo entero. Me termin el caf y me invadi el letargo que hasta aquel momento haba sido contenido por mi nerviosismo. Mi padre sigui contndole ms aventuras a la seora Hummel, pero yo dej de escuchar. Gris de fatiga, apareci el seor Hummel en la puerta y se sacudi la nieve del pelo. Su esposa le prepar la comida. Cuando termin, me mir y me hizo un guio: Tienes ganas de volver a casa, Peter? Me levant, me puse el chaquetn, los calcetines y los arrugados y hmedos zapatos y volv a la cocina. Mi padre llev su taza vaca al fregadero y se puso el gorro de nuevo. Es muy amable por tu parte, Al; el chico y yo te lo agradecemos muy de veras. Y aadi, dirigindose a la seora Hummel: Muchas gracias, Vera, nos has tratado como reyes. Y entonces, amor mo, ocurri lo ms extrao de todo lo que te he contado: mi padre se inclin y bes a Vera Hummel en la mejilla. Yo apart la mirada escandalizado y vi, en el piso de linleo, los pequeos pies de la seora Hummel que se ponan de puntillas para aceptar el beso. Despus sus talones volvieron al suelo, y cuando mir otra vez tena a mi padre cogido de la mano: Me alegro de que nos eligierais le dijo, como si estuvieran ellos dos solos. Por unas horas la casa ha estado menos vaca. Cuando lleg mi turno de dar las gracias, no me atrev a darle un beso y mantuve mi cara apartada para indicar que no iba a drselo. Sonri al coger la mano que yo le ofreca, y luego puso su otra mano encima. Tienes siempre las manos tan calientes, Peter? Fuera, las ramas de un grupo de lilas se haban convertido en cornamenta. El camin de Hummel esperaba aparcado entre los surtidores de gasolina y la bomba del aire; era un herrumbrado Chevrolet mediano que llevaba un mecanismo quitanieves de un deslumbrante naranja acoplado al guardabarros delantero. Cuando se puso en marcha, nos vimos rodeados de chirridos y traqueteos de mil colores. Yo me sent entre mi padre y Al Hummel. Como la cabina no tena calefaccin, me alegr estar entre los dos. Bajamos por Buchanan Road y vi nuestra antigua casa que pareca la morada del Viejo Padre Invierno. Estaba cubierta de nieve y reciba agradecida el sol que daba en el ancho lado blanco donde yo sola jugar con una pelota de tenis cuando era pequeo. Los nios al pasar haban quitado la nieve de los setos de las casas, y de vez en cuando se nos caa encima de la cabina un montn de nieve desprendida de las ramas de los castaos de indias. Cuando llegamos a las afueras del pueblo, not que la nieve reinaba 172

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por doquier en los ondulados campos que se extendan al otro lado de la montaa de nieve manchada, alta como una persona, que los quitanieves haban sacado de la carretera. Las boscosas montaas que aparecan a lo lejos conservaban el azul y el ocre de siempre, pero los colores tenan un matiz ms plido que de costumbre, como ocurre con los grabados que se imprimen para limpiar la plancha. Ahora, mientras lo cuento, siento el mismo cansancio que aquel da. Yo me qued sentado en la cabina mientras mi padre y Al Hummel, unas figuras desdibujadas como las de los actores cmicos de las pelculas de cine mudo, limpiaban la nieve que los quitanieves haban tirado sobre nuestro Buick, del que slo asomaba la mitad superior. Me molestaba una comezn que se haba extendido de la nariz hasta alcanzar la garganta y que yo relacionaba con mis hmedos y fros zapatos. El hombro de la colina proyectaba su sombra hacia donde nos encontrbamos y empez a soplar el viento. La luz del sol, dorada y alargada, abandon nuestra zona y slo tocaba las puntas de los rboles. Hummel consigui diestramente poner en marcha el motor, avanz en marcha atrs hasta poner los neumticos traseros sobre las cadenas, y las cerr con un instrumento parecido a unas tenazas. Mi padre y el seor Hummel, que ahora, en el azulado crepsculo, eran unos bultos confusos, interpretaron una pantomima con una cartera. No llegu a entender el final. Luego, hicieron amplios ademanes con los brazos, se dieron un abrazo y se despidieron. Hummel abri la puerta de la cabina, por la que se col una rfaga de aire fro, y yo traslad mi frgil cuerpo a nuestro coche fnebre. Cuando regresbamos a casa, se cerraron como una limpia cicatriz los das transcurridos desde que haba visto esta carretera por ltima vez. Ah estaba la cumbre de Coughdrop Hill, ah estaba la curva y el terrapln donde habamos recogido al hombre que haca autostop, ah estaba la central lechera Clover Leaf, donde las cintas transportadoras se llevaban el estircol de las vacas y las plateadas chimeneas del techo del establo humeaban contra el rubor color salmn del cielo; ah estaba la recta en la que un da matamos una desconcertada oropndola, ah estaba Galilee y, detrs de los restos de la vieja Seven-Mile Inn, la tienda de Potteiger, donde nos paramos a comprar comida. Mi padre recorri los estantes tomando de uno en uno, como si fuera un farmacutico preparando una receta complicada, los diversos alimentos: pan, melocotn en almbar, galletas saladas, cereales para el desayuno, que luego amontonaba en el mostrador delante de donde se encontraba Charlie Potteiger, que habla sido agricultor, pero que regres del Pacfico, vendi sus tierras y mont esta tienda. Siempre anotaba lo que le debamos en un cuadernito barato de color pardo y, aunque nuestra cuenta llegaba a alcanzar cifras de hasta sesenta dlares a fin de mes, nunca nos perdonaba ni un cntimo. Y un trozo de esta salchicha que le gusta tanto a mi suegro, y media libra de esos caramelos para el chico le dijo mi padre. Aquel da mi padre hizo la compra de forma extravagante si se tiene en cuenta que, generalmente, era muy tacao y nunca compraba ms de lo necesario para un solo da, como si pensara que al da siguiente habra menos bocas que alimentar. Hasta compr un racimo de pltanos. Mientras Potteiger sumaba con esfuerzo la cuenta con su trocito de lpiz, mi padre me mir y me pregunt: Te has tomado algn refresco? Generalmente me tomaba uno, como un ltimo sorbo de civilizacin antes de descender a las tinieblas rurales que por algn error haban llegado a ser nuestro hogar. No le dije. No me apeteca. Vaymonos. Este pobre hijo mo anunci en voz alta mi padre, dirigindose al pequeo grupo de haraganes con las cabezas cubiertas por rojos gorros de caza que incluso aquel da de nevada haban ido a la tienda a pasar el rato lleva dos noches sin dormir en 173

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casa y tiene ganas de ver a su mam. Furioso, empuj la puerta y sal al aire libre. El lago que haba al otro lado de la carretera estaba bordeado de nieve y pareca tan negro como el revs de un espejo. Reinaba un crepsculo de esos en los que algunos coches han encendido sus faros, otros llevan slo las luces de posicin, y otros no llevan ninguna. Mi padre condujo el coche con la misma velocidad que si la carretera estuviera limpia. En algunas zonas ya no quedaba nieve sobre el asfalto, y entonces el ruido de las cadenas sonaba diferente. Cuando estbamos a mitad de camino del ascenso de Fire Hill (sobre nosotros, la iglesia y su pequea cruz se dibujaban contra un cielo ail), se parti un eslabn que durante el kilmetro y medio de recorrido que nos quedaba por delante chirri contra el guardabarros trasero del lado derecho. El paisaje crepuscular se anim cuando pasamos delante de las pocas casas de Firetown, cuyas ventanas brillaban dbilmente, como brasas. La posada Ten Mile Inn estaba oscura y cerrada. Nuestra carretera no haba sido despejada. De hecho, nuestro camino eran dos carreteras: una que atravesaba los campos de los Amish, y otra que se alejaba de all y cruzaba nuestras tierras para reunirse con la carretera principal al lado de la pequea laguna y el granero de Silas Schoelkopf. Cuando salimos de casa la ltima vez, lo hicimos por esta carretera, la de ms abajo; ahora regresamos por la de arriba. Mi padre embisti la nieve con el Buick, pero el coche se par enseguida. A unos tres metros de la carretera. El motor se cal. Mi padre cerr el contacto y las luces. Y yo le pregunt: Y cmo vamos a salir maana? Cada cosa a su tiempo me dijo. Ahora quiero llevarte a casa. Podrs andar el camino que queda? Y qu otra cosa puedo hacer? La carretera pareca una larga recta de un gris brillante enmarcado en la perspectiva de dos lneas de rboles jvenes. Desde donde estbamos no se vea la luz de ninguna casa. Sobre nosotros, en un cielo cuyo azul era todava demasiado brillante para que pudieran verse las estrellas, algunas nubes plidas, que parecan gigantescos copos de mrmol, erraban en direccin oeste tan lentamente que su movimiento pareca ser simplemente el resultado de las revoluciones de la Tierra. La nieve sepultaba mis tobillos e inundaba mis zapatos. Trat de caminar poniendo los pies en las huellas dejadas por mi padre, pero sus zancadas eran demasiado largas para m. Poco a poco el ruido de los coches que pasaban por la carretera fue desvanecindose y se reforz a nuestro alrededor un poderoso silencio. Tenamos ante nosotros una estrella, una sola, situada en un punto bastante bajo, y tan brillante que su luz blanca pareca clida. Qu estrella es sa? le pregunt a mi padre. Venus. Siempre sale la primera? No. Pero a veces es la ltima en desaparecer. Algunos das, al levantarme, el Sol empieza a salir entre los bosques y Venus todava est sobre la colina de los Amish. Se podra utilizar esta estrella para orientarse? No lo s. Nunca lo he probado. Es una pregunta interesante. Nunca encuentro la estrella polar le dije. Siempre creo que ser ms grande de lo que es. Tienes razn. No entiendo por qu diablos tuvieron que hacerla tan pequea. La bolsa de comida que llevaba deshumanizaba su figura y, como mis piernas haban dejado de transmitirme la sensacin de estar caminando, me pareci que lo que tena delante era el cuello y la cabeza de un caballo sobre el que yo cabalgaba. Mir hacia arriba, y la cpula azul cobalto estaba ahora limpia de copos de mrmol y salpicada de algunas estrellas de dbil luminosidad. Luego, desaparecieron las ramas de 174

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los rboles jvenes entre los que caminbamos y apareci la larga y baja ondulacin de nuestras tierras ms altas. Peter. La voz de mi padre me sobresalt; me senta muy solo. Qu? Nada. Slo quera asegurarme de que todava ests detrs de m. Y dnde queras que estuviese? De acuerdo. Tienes toda la razn. Te llevo la bolsa un rato? No. Abulta mucho pero no pesa. Por qu has comprado los pltanos si sabas que bamos a tener que llevarlo todo encima durante casi un kilmetro? Chaladura contest. Chaladura hereditaria. Era una de sus ideas favoritas. Al or nuestras voces, Lady empez a ladrar desde el otro lado del campo. Los rpidos sonidos amortiguados por la distancia nos llegaron como mariposas que volaran a ras de tierra, prefiriendo pasar rozando la nieve antes que correr el riesgo de sumergirse en la profunda y uniforme cpula que cubra ms de doscientos kilmetros cuadrados de tierras pensilvanas. Desde el lugar donde la carretera de abajo abandonaba la de arriba dominbamos, en los das claros, un paisaje que alcanzaba hasta las primeras estribaciones azules de los montes Alleghenies. Por fin descendimos hasta quedar cobijados por la ladera de nuestra colina. Lo primero que vimos fueron los rboles de nuestro huerto, luego el establo, y en seguida, a travs de las horcajaduras y el entretejido ramaje seco, la casa. La luz del piso de abajo estaba encendida, pero mientras cruzbamos el silencioso patio llegu a convencerme de que la luz era una ilusin y la gente que habitaba la casa haba muerto y se haba dejado la luz encendida. A mi lado, mi padre gimi: Dios mo, s que el abuelo se ha cado por esas condenadas escaleras. Pero delante de nosotros haba pasos que haban abierto un camino en la nieve, y en el porche haba numerosos signos que indicaban que alguien haba utilizado la bomba de agua. Lady, libre, sali corriendo de la oscuridad gruendo, pero luego, al reconocernos, salt como un pez de entre la nieve y nos frot la cara con el hocico mientras en su garganta sonaba una dolorida nota de amor. Entr dando brincos con nosotros por la doble puerta de la cocina, y una vez dentro solt una clarsima vaharada de olor a mofeta. Ah estaba la cocina, con la luz encendida y su caracterstico color de miel; ah estaban los dos relojes, el rojo marcando quin sabe qu hora porque haba estado parado debido al corte de suministro elctrico, pero en marcha; ah estaba mi madre, que se acercaba con los brazos adelantados y una feliz expresin de muchachita aprestndose a coger la bolsa que sostena mi padre, y darnos la bienvenida. Mis hroes dijo. He intentado telefonearte esta maana, Cassie dijo mi padre, pero las lneas estaban cortadas. Lo habis pasado muy mal? En la bolsa encontrars un emparedado italiano. Lo hemos pasado maravillosamente dijo mi madre. Pap ha serrado lea, y esta noche he preparado un poco de ese caldo con buey en adobo y manzanas que sola hacer la abuela cuando nos quedbamos sin comida. Del horno vena un olor a manzana caliente que era autntica ambrosa, y en el hogar chisporroteaba el fuego. Mi padre pareca deslumbrado ante la idea de que el mundo hubiera seguido dando 175

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vueltas sin l: S? Est bien el abuelo? Dnde diablos est? Mientras segua hablando entr en la otra habitacin, y all, sentado en el sitio del sof que siempre ocupaba, con sus hermosas manos entrelazadas sobre el pecho, estaba el abuelo con su pequea y gastada Biblia cerrada en equilibrio sobre una de sus rodillas. Has cortado lea, abuelo? pregunt mi padre en voz alta. Eres un milagro viviente. Seguro que en algn momento de tu vida hiciste algo muy bien hecho. George, no querra ser exigente, pero alguno de los dos se ha acordado de traerme el Sun? Naturalmente, el cartero no haba ido a casa y mi abuelo se haba quedado privado de algo muy querido, pues era uno de esos hombres que no creen que ha nevado de verdad hasta que lo han ledo en el peridico. Diablos, no, abuelo chill mi padre. Se me olvid. No s por qu; ha sido todo una locura. Mi madre y Lady entraron en la sala para unirse a nosotros. La perra, incapaz de guardar ms tiempo para s sola la buena noticia de nuestro regreso, salt al sof y arremeti con su nariz contra la oreja del abuelo. Quieta, quieta dijo l levantndose y cogiendo al mismo tiempo la Biblia. El doctor Appleton ha telefoneado le dijo mi madre a mi padre. Cmo? Cre que las lneas estaban cortadas. Esta tarde ha vuelto a funcionar el telfono, poco despus de que dieran la luz otra vez. He telefoneado a casa de los Hummel y Vera me ha dicho que ya habais salido. Nunca me haba parecido tan amable hablando por telfono. Y qu ha dicho Appleton? pregunt mi padre cruzando la habitacin y mirando mi globo terrqueo. Ha dicho que en los rayos X no se vea nada. As que ha dicho eso, eh? Cassie, t crees que miente? Sabes que no miente nunca. Segn los rayos X ests bien. El doctor ha dicho que todo es por culpa de tus nervios; cree que tienes un caso poco agudo de..., ya no me acuerdo del nombre. Lo he apuntado. Mi madre se fue al telfono y ley una tira de papel que haba dejado encima del listn: Colitis mucinosa. Hemos tenido una agradable conversacin; pero parece envejecido. De repente me sent agotado, vaco; aunque todava llevaba el chaquetn puesto, me sent en el sof y me arrellan entre sus almohadas: era algo que resultaba imperativo. Lady apoy su cabeza sobre mi regazo y meti su helado hocico bajo mi mano. Pareca que tuviera el pelo lleno del fro aire del exterior. Mis padres, que seguan en pie, parecan enormes y dramticos. Mi padre se dio la vuelta con su gris cara tensa, como si se negara a abandonar por completo toda esperanza: As que eso fue lo que dijo? Pero tambin me dijo que le pareca que necesitas descansar. Cree que la enseanza te provoca una tensin exagerada y me ha preguntado si no podras dedicarte a cualquier otra cosa. Eh? Pero si no sirvo para nada ms, Cassie. Es mi nico talento. No puedo dejarlo. Eso es exactamente lo que tanto l como yo pensbamos que diras. Crees que sabe de radiografas? Crees que ese viejo fanfarrn sabe de lo que 176

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est hablando? A modo de agradecimiento yo haba cerrado los ojos. Entonces una gran mano fra se pos sobre mi frente. La voz de mi madre dijo: George, qu le has hecho a este chico? Tiene una fiebre altsima. Algo amortiguada por el tabique de madera de la escalera lleg la voz de mi abuelo que nos deca: Dulces sueos. Mi padre cruz el vibrante piso de la cocina y grit desde el pie de la escalera: No te enfades por lo del Sun, abuelo. Maana te lo conseguir. Hasta entonces no ocurrir nada. Los rusos siguen en Mosc y Truman contina siendo rey. Cunto tiempo hace que tienes fiebre? me pregunt mi madre. No lo s le dije. Toda la tarde me he sentido dbil y raro. Quieres un poco de caldo? Un poquito solamente. Qu suerte lo de pap, no? Qu suerte que no tenga cncer. S dijo ella. Ahora tendr que inventarse otra forma de inspirar compasin. En el consolador valo de su cara apareci una expresin ceuda que se desvaneci al instante. Trat de volver a entrar en el laberntico mundo que mi madre y yo habamos construido y en el que mi padre era un elemento extrao, objeto de cariosas bromas, mostrndome de acuerdo con lo que acababa de decir: Vale mucho para esto. Quizs se sea su autntico talento. Mi padre volvi a la sala en la que nos encontrbamos ella y yo y nos anunci: Menudos humos gasta este hombre! Est verdaderamente enfadado porque no me acord de traer su peridico. Qu energa: es una central elctrica, Cassie. Yo me morir veinte aos antes de alcanzar su edad. Aunque estaba demasiado mareado y amodorrado para hacer clculos, me pareci que la frase supona que mi padre se conceda ahora ms aos de vida que antes. Mis padres me dieron de comer, me acostaron, y quitaron una manta de su propia cama para que yo no pasara fro. Me haban empezado a castaetear los dientes y no intent frenar esta vibracin de mi esqueleto, que liber enjambres de fros espritus en mi interior y provoc en mi madre intiles esfuerzos y preocupaciones. Mi padre se qued a mi lado frotndose los nudillos. El pobre chico es demasiado ambicioso gimi mi padre en voz alta. Mi pequeo rayo de sol pareci decir mi madre. Me dorm oyendo sus voces que se alejaban. En mis sueos no aparecieron ni ellos ni Penny ni la seora Hummel, ni el seor Zimmerman ni Deifendorf ni Minor Kretz ni el seor Phillips, sino que transcurrieron ms bien en un mundo habitado por un perezoso torbellino que les preceda a todos ellos y en el que solamente el rostro de mi abuela, que brillaba en la periferia de ese mundo con la expresin sorprendida y asustada con que me regaaba cuando me vea subido a un rbol, me haca compaa. Lo dems era un fluido cambiante y sin races de cosas inidentificables. Me pareci que durante todo el sueo mi propia voz se elevaba en seal de protesta y cuando despert, con una imperiosa necesidad de orinar, me dio la sensacin de que las voces de mis padres, que hablaban desde el piso de abajo, eran una prolongacin de la ma. La luz de la maana, una luz de color limn, llenaba mi ventana. Record que a mitad de la noche estuve a punto de emerger de mi pesadilla cuando unas manos tocaron mi cara y la voz de mi padre dijo desde un rincn de la habitacin. Pobre chico, ojal pudiera regalarle mi terco cuerpo. Ahora, con el timbre agudo y tenso que sola utilizar como si fuera un ltigo para hablar con mi madre, estaba diciendo: 177

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Te lo aseguro, Cassie, he ganado. Matar o morir, ste es mi lema. Esos bastardos no me dan cuartel, pero tampoco yo se lo doy a ellos. Francamente, no me parece que sea la actitud ms correcta para alguien que se dedica a la enseanza. No me extraa que tengas las entraas revueltas. Es la nica actitud posible, Cassie. Porque cualquier otra equivale al suicidio. Si pudiera aguantar en ese instituto diez aos ms, me daran mi pensin por veinticinco aos y ya estara. Eso si Zimmerman y esa puta de la Herzog no me echan antes. Porque la viste salir por una puerta? George, por qu eres tan exagerado? Quieres volvernos locos a todos? De qu te servir que estemos todos locos? No exagero, Cassie. Ella sabe que yo lo s, y Zimmerman sabe que yo s que ella lo sabe. Debe de ser terrible saber tanto. Una pausa. Lo es dijo mi padre. Es un infierno. Otra pausa. Creo que el doctor tiene razn dijo mi madre. Tendras que dejarlo. No trates de convencerme, Cassie. No son ms que las tpicas tonteras del doctor Appleton. Algo tiene que decir. A qu otra cosa podra dedicarme? Nadie me empleara para otro trabajo. Pues podras dejar el instituto, buscar un poco, y, si no encuentras nada, dedicarte a cultivar conmigo estas tierras. La voz de mi madre haba adquirido un tono tmido de muchacha. Mi garganta se contrajo de dolor por ella. Esta granja es buena dijo ella. Podramos hacer como mis padres. Ellos fueron muy felices antes de dejar esta casa. Verdad que s, abuelo? Mi abuelo no contest. Para llenar el hueco, mi madre se puso a hacer bromas, muy nerviosa. Trabaja con tus propias manos, George. Acrcate a la naturaleza. Te convertirs en todo un hombre. La voz de mi padre surgi, en cambio, muy grave: Cassie, quiero ser sincero contigo; eres mi esposa. Detesto la naturaleza. La naturaleza me hace pensar en la muerte. A m la naturaleza no me parece ms que basura y confusin y hedor de mofetas. Brrrr! La naturaleza pronunci mi abuelo con su majestuosa manera, tras aclarar vehementemente su garganta es como una madre; con-suela y cas-tiga con la misma mano. Una invisible tensin membranosa se extendi por toda la casa y en seguida comprend que mi madre se haba puesto a llorar. En parte sus lgrimas eran mas tambin, pero me alegr de su derrota, porque me asustaba pensar que mi padre pudiera convertirse en un campesino. Si hubiera aceptado, hasta yo me hubiera hundido en la tierra. Haban dejado un orinal junto a mi cama y, arrodillndome humildemente, lo us. Slo me miraban los medallones del empapelado. Mi camisa roja, como un trozo de piel arrancada de un tirn y cubierta de sangre seca, yaca arrugada en el suelo. Levantarme de la cama me sent bien. Me notaba las piernas flojas, un poco de dolor de cabeza, y la garganta forrada de cristal reseco. Pero mi nariz volva a respirar fluidamente y consegu incluso toser un poco. Volv a meterme en la cama sintindome anticipadamente instalado en el familiar ciclo de un resfriado: la tos que va apareciendo poco a poco, la nariz atascada, la fiebre que empieza alta para ir descendiendo lentamente, los tres das de cama garantizados. Era durante estas convalecencias cuando 178

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ms cercano senta mi futuro, cuando la idea de pintar me excitaba ms profundamente, y cuando se me ocurran ideas ms esperanzadas. Tendido en la cama, convocaba enormes fantasmas de pigmento y pareca que el mundo fuera simplemente el marco de mis sueos. Mi padre me oy salir de la cama y subi a verme. Llevaba encima el chaquetn que le quedaba corto y se haba puesto su estpido gorro de punto. Estaba preparado para salir, pero hoy mi sueo no le hara llegar tarde. Tena una expresin alegre. Qu tal, chico? Vaya das que te he hecho pasar. No ha sido por culpa tuya. Me alegro de que saliera bien. Eh? Te refieres a lo de la radiografa? S, siempre he sido afortunado. Si le dejas, Dios cuida de ti. Seguro que habr clases hoy? S, la radio ha dicho que todo est preparado para volver a empezar. Los monstruos ya estn dispuestos a aprender. Oye, pap. Eh? Si quieres dejarlo, o tomar un ao sabtico o algo as, no dejes de hacerlo por m. No te preocupes por eso. No te preocupes por tu padre, ya tienes bastantes preocupaciones propias. En toda mi vida, jams he tomado una sola decisin que no fuera cien por cien egosta. Apart de l mis ojos y me puse a mirar por la ventana. Al poco apareci mi padre en esa ventana: un cuerpo tieso que se dibujaba como una forma oscura contra la nieve. Caminaba como si no notase la resistencia que ofreca la nieve a su paso. Atraves el patio, cruz frente al buzn, y subi colina arriba. Pronto desapareci de mi vista tapado por los rboles de nuestro huerto. Por el lado que les daba el sol los rboles se tornaban blancos. Los dos cables de telfono cortaban diagonalmente el vaco azul del cielo. La desnuda pared de piedra era una mezcla de sombras; los pasos de mi padre, manchas de blanco aplicadas sobre el fondo blanco con el pulgar. Saba qu escena era sta un rincn de Pennsylvania en 1947, pero al mismo tiempo no lo saba: en mi estado febril me senta inconscientemente sumergido en un rectngulo de luz coloreada. Arda en deseos de pintar ese cuadro, ese rompecabezas de esplendor, tal como era. Se me ocurri que deba acercarme a la naturaleza desnudndome previamente de la perspectiva y tenderme como una gran tela transparente sobre ella con la esperanza de que, dado que mi entrega era perfecta, quedara grabada en m la impronta de una verdad bella y til. Luego, como si, al permitir que esta excitacin que se estaba gestando me atravesara, hubiese realizado una honesta obra de arte, me sent cansado y cerr los ojos. Estuve a punto de dormirme otra vez y, cuando lleg mi madre para traerme mi vaso de naranjada y mis cereales, com sin apetito.

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Atraves en solitario la blanca extensin. Mientras el sol golpeaba desde arriba, son la trpala de sus cascos sobre el llano de piedra caliza. Uno de los cascos produca un ruido semejante a un araazo (hueso contra hueso). Se pregunt si la cpula era de bronce o de hierro. Un yunque, dicen, caer del Cielo y llegar a la Tierra al cabo de nueve das con sus respectivas noches; y caer otra vez, y seguir su descenso durante nueve das con sus respectivas noches. Y el dcimo da llegar al Trtaro. Al principio, cuando Urano copulaba todas las noches con Gea, la distancia deba de ser menor. Ahora deba de haber crecido tanto que quizs era posible la idea aument su malestar que cayera del Cielo un yunque y no llegara nunca a alcanzar la Tierra. Pues no era Gea la Madre, la que de sus hmedas grietas haba parido libremente al de las Cien Manos, al que slo tiene un ojo y forja metales, a Ocano el de los profundos remolinos, a Caeus y a Crius, a Hiperin y a Japeto, a Theia y a Rea, a Themis y a Mnemosine, y a Febo el de la dorada corona, y a la adorable Tetis, madre de Flira; Gea, que cuando fue salpicada por las gotas de sangre producidas por la mutilacin de su consorte, pari a las Erneas vengadoras y a las ms amables Meliai, sombras de los fresnos dedicadas al cuidado de Zeus; Gea, que engendr a Pegaso de las gotas de sangre de la Gorgona y que emparejada con Trtaro pari a su ltimo y ms terrible hijo, Tifn, cuyo cuerpo estaba formado en su mitad inferior por dos serpientes enzarzadas en una lucha y cuyos brazos se extendan de oriente a poniente, y que era capaz de levantar montaas enteras manchadas por su propia sangre y que durante un tiempo ocult al propio Zeus en un pellejo de oso; no era Gea la Madre, la que tan fcilmente haba hecho salir de sus pardas tripas tantos prodigios, quien ahora permaneca en trance debido a una extraa quietud? Ahora estaba blanca, blanca como la muerte, con el blanco que es suma de los colores del espectro. Al contemplar tanta blancura por todas partes, el centauro se pregunt si la castracin del Cielo no haba sido precisamente la causa de la terrible esterilidad de Gea, a pesar de sus gritos de socorro. Las plantas que haba al borde del camino por el que l avanzaba estaban desnudas de hojas y eran muy poco variadas. Haba hierbas que llevaban la seal de Ceres, zumaques, venenosos para la piel; cornejos, cuya corteza es un purgante no muy fuerte; zarzamoras, roble y choke cherry14, que es la especie ms abundante en los setos vivos. Simples palos. Durante el invierno las plantas carecan de toda virtud y, vistas contra el blanco de la nieve, parecan signos caligrficos. El centauro estudi sus rasgos en busca
14 Es un arbusto de las rosceas (el Prunus virginiana) parecido al cerezo aliso, con hojas mate y frutos rojos. (N. del T.)

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de una palabra pero no la encontr. Nadie le ayudaba. Haba consultado a cada uno de los doce y ninguno de ellos le haba dado la respuesta. Y se pregunt si estaba condenado a errar eternamente bajo la inexpresiva mirada de los dioses. . El dolor que senta en sus tejidos lata y se revolva como jaura de perros encerrados. Soltadlos. Dios mo, sultalos. Como si se tratara de una rebelin furiosa contra su plegaria, atraves su pensamiento, tan devastador como el sucio y congestionado aliento de Hcate, un monstruoso diluvio de formas abortadas e iracundos gigantes que formaban la secuencia de la creacin: un fermento absorbido del bostezo sin labios de Caos, el horripilante Padre de todas las cosas. Brrr. La inteligencia del centauro se sinti intil ante esta invasin de horrores y ahora rez pidiendo solamente que se le bendijera con la ignorancia y el olvido. Era un poltico, y hace mucho tiempo que haba determinado pedir solamente a los dioses aquello que, en su opinin, no tenan ms remedio que darle. Las puertas se cerraron un poco ms y, agradecido, el centauro consigui olvidar parte de lo que saba. Pero ahora le turb la escena que haba dejado atrs. Su hijo yaca en cama con fiebre. Y sinti compasin por Ociroe, su semilla, con su abundante cabello. Necesitaba que le cortaran el cabello. El pobre chico necesitaba todo. Pobreza. Porque el centauro comprendi que transmitira lo mismo que l haba heredado: un montn de deudas y una Biblia. El ltimo hijo de Gea era, en realidad, la pobreza. El Cielo, mutilado, se haba alejado de la Tierra lleno de dolor, dejando a su progenie abandonada a s misma para que se secara en un blanco baldo que extenda sus brazos de oriente a poniente. Sin embargo, incluso en la muerte invernal, los secos tallos preparan sus pequeas yemas. Fue en invierno cuando naci aquel rey. Caen las hojas pero quedan ambarinas races, primorosas huellas, manchitas de un equipaje que volver a abrirse. Estas manchitas daban a la negra paja de los tallos un brillo rojizo. El ojo tornasolado del centauro lo capt con dificultad; lentamente, cambi la qumica de su pensamiento. Los intervalos que haba entre un rbol y el siguiente pasaban a su lado como deteriorados portales y se acord de un da que, yendo con su padre a hacer algn recado de la parroquia, se metieron en una calle peligrosa de Passaic; era sbado y los obreros de la fbrica de cido sulfrico estaban emborrachndose. Desde el otro lado de la puerta de un bar salan unas carcajadas envenenadas que parecan destilar toda la crueldad y blasfemia del mundo, y se pregunt cmo poda haber sitio para algo as en un universo creado por el Dios de su padre. En aquel entonces tena por costumbre no hablar de lo que le preocupaba, pero su estado de nimo se le not seguramente porque su padre, lo recordaba muy bien, se volvi y escuch las risas del bar y luego, sonriendo a su hijo, afirm: Toda alegra es del Seor. En parte era una broma, pero el muchacho lo tom muy en serio. Toda alegra es del Seor. Siempre que en medio de la basura, la confusin y la miseria, un alma senta alegra, el Seor descenda y la reclamaba como suya; el Seor entraba en los bares y los burdeles, en las aulas y los callejones alfombrados de escupitajos, por oscuros, roosos y remotos que fueran, en China o frica o Brasil, dondequiera que hubiese un momento de alegra, all se introduca furtivamente el Seor y los sumaba a sus eternos dominios. Y todo lo dems, todo lo que no era alegra, caa precipitado como escoria que no hubiera existido jams. Pens en la alegra que le daban sus tierras a su esposa, y en la que senta el abuelo Kramer leyendo su peridico, y en la que animaba a su hijo cuando pensaba en el futuro, y se sinti contento y agradecido pensando que sera capaz de sostener todas esas alegras durante un tiempo ms. En la radiografa no se vea nada malo. Una ancha extensin de das se abra delante de l. El tiempo que le quedaba posea una etrea dimensin en la que nadaba como un autntico nieto de Ocano; 181

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descubri que entregando su vida a los otros lograba una libertad absoluta. El monte Ide y el monte Dikte, desde opuestas posiciones, se precipitaban sobre l como ruidosas olas, y en la vertical de su cuerpo se unieron de nuevo el Cielo y Gea. Slo perdura la bondad. Slo ella existe. Ahora lleg al punto en que el camino giraba. A cien pasos de donde se encontraba, vio el Buick en el que tena que meterse como si se tratara de una negra boca. Haba sido el coche del dueo de una funeraria. Ahora era una mancha negra rodeada de montones de nieve. Pens que le costara sacarlo de all. Sobre la zona ms elevada del campo que tena a su izquierda asomaba el silo de los Amish con su sombrero cnico de metal ondulado; a su lado estaba la sombra oscura de un molino de viento abandonado; unos cuantos grajos describan crculos en torno a los sepultados rastrojos. Un paisaje brutal. La invisible extensin que en un solo instante haba captado el centauro desapareci de su vista dolorosamente; mir el coche y sinti como si alguien oprimiera su corazn. Un dolor se extendi por todo su abdomen, la zona en la que se mezclaban los elementos humanos con los equinos. Las transiciones son los puntos ms vulnerables de los monstruos. Negro. Aquellos Buick de antes de la guerra estaban pintados con laca de verdad. Cuando Quirn se acerc ms, vio que la rota rejilla del radiador tena una expresin de asombro. Ahora comprob que aquello era la boca de un tnel por el que tena que arrastrarse. Para el ojo deslumbrado de su cerebro, los alumnos a los que tena que dar clase eran los vidos dientes de una mquina de moler, de una sierra multicolor. Le haban echado a perder. Durante los ltimos das haba ido despidindose de todo, poniendo al da las cuentas, preparndose para un cambio, un viaje. No habra tal. Atropos haba abierto sus tijeras, se lo haba pensado mejor, haba sonredo y al final haba permitido que el hilo continuara devanndose. Quirn se trag un eructo y trat de pasar revista a sus pensamientos. Pero en seguida cay sobre l un tremendo cansancio. La perspectiva de tener que volver a maniobrar en contra de Zimmerman y de la seora Herzog, y toda esa pandilla de tipos despticos e insondables de Olinger le daba nuseas; cmo poda ser que la semilla de su padre, estallando en una serie infinita de posibilidades, hubiera terminado aqu, en este paralizado trozo de extraas tierras desagradecidas, estos pocos rostros crpticos, esas seguras cuatro paredes del aula 204? Acercndose un poco ms al coche, lo bastante para ver en el parachoques una imagen distorsionada de s mismo, comprendi. Aqul era el carro que Zimmerman le enviaba. La leccin. Tena que ordenar sus pensamientos y preparar la leccin. Por qu adoramos a Zeus? Porque no hay otro. Dgame cules son los cinco ros de los muertos. El Estige, el Aqueronte, el Flegeton, el Gocitos y el Leteo. Cules son las hijas de Nereo? Actea, Agave, Anfitrite, Autonoe, Dinamene, Doris, Doto, Eione, Erato, Euagore, Euarne, Eucrate, Eudore, Eulimene, Eunice, Eupompe, Galatea, Galena, Glauca, Glauconome, Halia, Halimede, Hiponoe, Hipotoe, Kimo, Kimodoque, Kimotoe, Laomedeia, Leiagora, Lisianasa, Melite, Menipe, Nemertes, Nesea, Neso, Panopea, Pasitea, Pheurosa, Ploto, Polynoe, Pontoporia, Pronoe, Proto, Protomedea, Psamate, Sao, Speio, Temisto, Tetis, y Toe. Qu es un hroe? Un hroe es un rey sacrificado a Hera. Quirn se acerc al borde de piedra caliza; su casco hizo un ruido estridente. Una piedrecilla cay ruidosa al abismo. Levant los ojos hacia la cpula azul y comprendi que era verdaderamente un gran paso. S, seriamente, un gran paso para el que todo el 182

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andar de su vida no le haba preparado. No era un paso fcil ni un viaje cmodo: costara toda una eternidad llegar all, una eternidad como la del yunque siempre cayendo. Se le hundieron los intestinos; le doli la pierna herida; le pareci que su cabeza no pesaba. La blancura de la piedra caliza atraves sus ojos. Una ligera brisa lami su cara al situarse al borde del precipicio. Su voluntad, un diamante perfecto ahora que estaba sometida a la presin del miedo ms absoluto, pronunci la palabra definitiva. Ahora, , , , , ' , . Quirn acept la muerte.

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EPLOGO

Zeus haba amado a su viejo amigo, y le elev hasta colocarle entre las estrellas como la constelacin de Sagitario. Aqu, en el Zodaco, unas veces por encima y otras por debajo del horizonte, Quirn contribuye a regular nuestros destinos, aunque ltimamente hay pocos mortales que miren con respeto al Cielo, y muchos menos an que se dediquen a estudiar las estrellas.

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