Centauros Del Desierto
Centauros Del Desierto
Centauros Del Desierto
El 16 de junio de 1955 comenzó el rodaje de una de las mayores epopeyas que el cine
americano haya filmado jamás, así como una de las películas más personales de su
autor; John Ford. Estamos hablando de Centauros del desierto.
Cinco años después de haber rodado su último western; Río Grande y tras la
decepcionante experiencia de Escala en Hawai, Ford se encuentra con más ganas que
nunca de regresar a Monument Valley.
A sus 62 años, Ford, acumulaba tras de si una serie de convicciones políticas y sociales
bien arraigadas, frente a ellas surge una sociedad americana que abandona la senda del
macarthysmo para introducirse de lleno en la lucha por los derechos civiles. En 1954 el
Tribunal Supremo había declarado ilegal la segregación racial en las escuelas públicas
norteamericanas, poco más tarde, en Montgomery (Alabama), Rosa Parks se niega a
ceder su asiento, en el autobús, a un hombre blanco, dando paso de este modo al
movimiento que con posterioridad liderará Martin Luther King y cuya historia es de
todos conocida…
Algo estaba cambiando en la sociedad americana y Ford era testigo de excepción de lo
que allí estaba ocurriendo, todo ello influirá de modo directo en su nuevo proyecto,
empujándolo a abordar de forma decidida los miedos interraciales que acechaban a la
sociedad blanca estadounidense.
Sería cicatero afrontar un film de tal envergadura
desde un solo ángulo, cuando críticos
cinematográficos de primer nivel lo han abordado
desde infinidad de perspectivas
-y desde esta, me imagino, también-. Lo que se
pretende en este artículo, es dar un repaso a un plano
que no nos parece menor dentro de la infinidad de
interpretaciones posibles. La actividad que proponemos a continuación se basaría en el
ejercicio mental de sustituir a todos y cada uno de los indios o mestizos presentes en la
cinta por personajes negros. Vamos allá… alea iacta est
Ford sitúa la acción en Texas en 1868, cuando Ethan Edwards regresa a casa de su
hermano, tres años después de acabada la guerra civil, contienda en la que había optado
por el bando perdedor. En el porche lo esperan su cuñada, con la que tiempo atrás
compartió algo más que parentesco, su hermano, su sobrino Ben y sus dos sobrinas
Debbie y Lucy. Ford deja para más tarde la presentación del hijo adoptivo de la familia
Edwards: Martin Pawley un joven mestizo con una octava parte de sangre cherokee y el
resto de galés e inglés, personaje fundamental en el desarrollo del film. Poco después de
la vuelta de Ethan, y en su ausencia, su hermano, su cuñada y su sobrino, son
salvajemente asesinados a manos de un grupo de comanches liderados por el jefe
Cicatriz. Los indios secuestran a las dos hijas del matrimonio, violando y asesinando
con posterioridad a Lucy, la mayor. Ethan empleará siete años de su vida en la agónica
búsqueda de su sobrina Debbie, en su deambular le acompañará un cándido e inexperto
Martin Pawley.
La primera de las reflexiones que llevaremos a cabo tiene que ver con las dos viviendas
que aparecen en la cinta. La casa de la familia Edwards la podríamos vincular con el
último refugio que le queda al nómada solitario, degradado y confuso que representa
Ethan Edwards; un hombre derrotado en guerras y amores, puesto que luchó en el
bando confederado y vio como su amada cambiaba
sus brazos por los de su hermano.
El hogar de los Edwards tiene, para el protagonista,
reminiscencias de los viejos tiempos, en el vive la
mujer a la que amó, junto con sus sobrinos a los que
quiere como a hijos propios.
Con la destrucción de la casa y el consiguiente
asesinato de sus familiares a manos de los indios, sólo
le resta la búsqueda desesperada de sus sobrinas para él “todavía blancas”.
Convirtiéndose este vagar en el clavo ardiendo al que aferrarse para no perder todo
referente vital.
Por el contrario, el hogar de los Jorgensen va a ser un espacio de concordia e
integración, no es casual que Ford nos muestre a una familia de origen nórdico si no es
para contraponerla con la sociedad predominante de extracción anglosajona. Para
acentuar todavía más esta percepción nos describe a la señora Jorgensen como una
maestra de escuela retirada, de temperamento pausado pero firme en sus convicciones y
perfecta analista de lo que sucede a su alrededor, que no tiene ni el más mínimo
reproche hacia Ethan tras el asesinato de su primogénito, y que no duda ni un segundo
en prestar las ropas de su hijo muerto al mestizo Martin, prometido de su hija.
Si prestamos atención a la estructura de las viviendas, Ford nos muestra dos casas
completamente diferentes. La de la familia Edwards a modo de fortín, construida
íntegramente en fría y sólida piedra, con ventanas a modo de saeteras, robustas puertas
claveteadas y firmes vigas. La otra cara de la moneda la representa el hogar de los
Jorgensen cuyo exterior está edificado en frágil y
cálida madera, mientras que su interior está
cimentado en firme piedra, en diáfana sintonía con el
carácter de su dueña. No es casual, por tanto, la
elección de los materiales, ni tampoco lo es que el
ataque de los indios se centre en la vivienda, en
principio, más robusta. Ya que Ford nos presenta el
hogar de los Edwards como la recreación de una
sociedad presa de sus propios conflictos y que finalmente caerá victima de sus
contradicciones, en el instante que Moss, Ethan y Martin regresan al rancho Edwards el
último refugio de los WASP está en llamas.
Del mismo modo podríamos llevar a cabo otro paralelismo entre el resto de los
personajes y la sociedad americana emergente, donde el embrión de una mayor justicia
social está tomando forma. Pese a no existir marcha atrás en este proceso, las
convicciones, por sólidas que parezcan, a veces se tambalean. A modo de ejemplo
podemos citar el arrebato racista de la novia de Martín: Laurie, argumentando lo
siguiente acerca de Debbie.
-¿Y “qué” vas a traer? ¿Una india criada en el odio a nuestra raza y enamorada
quizás del asesino de uno de los nuestros?¿Sabes lo que hará Ethan si se le presenta la
ocasión? Meterle una bala en la cabeza. Y Martha no se lo impediría te lo aseguro.
Tras esta perorata racista se esconde una ambivalencia obvia, por un lado el
conocimiento que tiene Laurie de los pioneros, forjados a sangre y fuego, representantes
del inmovilismo y a cuyos argumentos no es ajena. Y por otra parte la aceptación
aunque probablemente inconsciente, ya que lo vive en primera persona, de que una
blanca se puede enamorar de un indio, algo impensable para la mente de Ethan Edwards
y para la sociedad americana tradicional.
Semejante destino le espera a Moss Harper, personaje que representa dentro del film al
loco Shakespeariano, del cual no sabemos si se trata
de un loco profundamente sensato o por si por el
contrario se trata de un cuerdo decididamente
chiflado. Desde el primer instante se nos muestra
como el alter ego de Ethan Edwads. Sus vidas son del
todo coincidentes, ambos son seres errantes en
continuo deambular, perfectos conocedores del
mundo indio, en el caso de Moss Harper podemos
especular que su locura deriva de haber mantenido, en un pasado lejano, un contacto
traumático con los indios. Moss personifica al loco intensamente cuerdo frente al cuerdo
completamente ido que encarna Ethan. Para finalizar, señalar dos concesiones de Ford
hacia su personaje, por una parte tal y como comentamos con anterioridad Moss se
convierte en el alter ego del protagonista, pero, a diferencia de Ethan, tiene claro como
le gustaría acabar sus días y Ford se encargará de que sus deseos se hagan realidad,
concediéndole su ansiada mecedora y un lugar donde disfrutarla dentro del rancho
Jorgensen. Además le otorgará su momento de gloria dentro del film puesto que será él
quién descubra el paradero definitivo de Debbie, hito que no logra Ethan pese a llevar
siete años de larga y agónica búsqueda.
Todo ello convierte a nuestro entrañable “loco” en un personaje fundamental dentro de
la trama, cuyo devenir existencial acabará cerrando Ford, cuando una sociedad más
justa cambie las patadas e insultos por una mecedora y un hogar donde pasar sus
últimos días.