Cuestión de gustos
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La periodista Antonella Estévez, conductora del programa de Radio Universidad de Chile, “Cuestión de gustos”, realizó y seleccionó estas entrevistas como una forma de sobrevolar la literatura chilena de los últimos años, acercándose a las autoras que han estado más activas en el medio local.
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Cuestión de gustos - Antonella Estévez
Introducción:
Sacar la voz, un acto feminista
Que una mujer escriba es un acto feminista. Si vamos a la definición básica de feminismo que lo describe como un movimiento político y social que pide para la mujer el reconocimiento de las mismas capacidades y derechos que para el hombre, el hecho de que una mujer escriba es un gesto hacia ese destino de equidad. Por siglos a las mujeres se les negó la posibilidad de estudiar y acceder a las letras. De hecho, aun –y según cifras de Unesco- más de dos tercios de la población analfabeta son mujeres, lo que significa que en nuestro mundo son cerca de quinientos millones de niñas y mujeres que no tienen acceso a la palabra escrita.
Una de las trampas del patriarcado es normalizar esta situación y naturalizar la idea de la distancia entre mujeres y letras. Esto se ha hecho también a través del canon de la literatura, canon organizado históricamente por hombres y que ha puesto la producción literaria de mujeres como un género menor, vinculándolo a las características en que la ideología de género ha situado lo femenino
. A pesar del mal uso que los grupos conservadores han hecho del concepto de ideología de género, recordemos que ésta es, por definición, la mayor herramienta del orden patriarcal ya que se define como el sistema de representación que instala y perpetúa la idea de la diferencia y complementariedad entre lo masculino y lo femenino, subordinando lo femenino a lo masculino. Mediante la instalación de discursos culturales la ideología de género define, normaliza y sanciona la performance de lo masculino y lo femenino. En ese sentido la ideología de género ha construido una imagen de lo masculino como lo activo, lo fuerte, lo poderoso, lo asertivo, lo racional mandatando a los hombres a conquistar, dominar y controlar tanto lo público como lo privado, mientras mandata a las mujeres a la subordinación y el cuidado, y reviste de características femeninas todas aquellas vinculadas con esas labores: la sensibilidad, la ternura, la empatía, el sacrificio, la generosidad, etc. Es interesante leer desde estas categorías como se ha caracterizado el trabajo literario de hombres y mujeres y reconocer en las lecturas de los últimos tres siglos como los adjetivos que definen ideológicamente el género también se aplican a la producción literaria dependiendo de si ésta está escrita por un hombre o una mujer. No es casual que de las grandes escritoras del siglo XIX y XX – las pocas que en su momento lograron ser reconocidas- se dijeran cosas como escribe tan bien como un hombre
y que se haya querido instalar por décadas la idea de que literaturas diversas y poderosas como la de Gabriela Mistral o Marta Brunet, se reducen a lo infantil, además como si escribir para las infancias fuera un género menor. Asociar la producción literaria de mujeres con los mandatos de género ha sido una estrategia eficiente de parte del canon para limitar el quehacer intelectual de las mujeres y ningunear el discurso de estas autoras calificándolo despectivamente de suave, intimista, romántico o infantil.
Otro mito que se ha querido instalar respecto a la escritura de mujeres es que las escritoras son unas recién llegadas a la literatura. El discurso histórico también es uno que ha sido tradicionalmente dominado por la mirada patriarcal y no es de extrañar que en él el trabajo de las mujeres creadoras haya sido poco valorado. Gracias a los movimientos de mujeres en las últimas décadas ha existido de manera potente un revisionismo de lo que sabemos respecto al pasado y se ha podido cuestionar –incluso considerando que las huellas de muchas mujeres artistas han sido borradas por el tiempo y la desidia del canon- la idea de que las mujeres han estado mayormente ausentes del ejercicio creativo. Con los datos que tenemos hoy, podemos decir que el primer autor literario de la historia de la humanidad fue una ella: Enheduanna (c. 2300 a. C.) su obra Exaltación de Inanna
es el primer texto firmado que se conoce. Su obra, escrita en tablas cuneiformes, fue replicada en diversas copias, incluso después de su muerte, lo que nos informa de la gran influencia de esta mujer en su época y en las posteriores. Hoy sabemos también que la novela más antigua de la que tengamos referencias también fue escrita por una mujer Lady Murasaki Shibiku (978-1014), quien redactó un libro de cuatro mil doscientas páginas titulado La novela de Genji
, considerada la obra clásica más importante de la literatura japonesa.
Una trampa del discurso patriarcal es instalar la idea de su naturalidad y de que siempre y en todo tiempo las comunidades humanas se han organizado subyugando las mujeres a los hombres. Hay muchas evidencias de que las comunidades humanas nómades vivían en sociedades carentes de propiedad privada, relaciones monógamas e incluso del concepto de paternidad como lo pensamos hoy, ya que –al no estar definido el origen de cada bebé– todos los adultos de la comunidad cuidaban de las y los niños que eran parte de ésta. Numerosos autores y autoras que sitúan el inicio del orden patriarcal paralelamente a la revolución agrícola, pero antes de eso los humanos existieron durante varios cientos de miles de años conviviendo en organizaciones sociales muy distintas a las que conocemos. Tampoco es cierto que todas las comunidades que se asentaron a causa de la revolución agrícola se organizaron patriarcalmente, entre el 9.000 a.C e incluso hasta la actualidad existen evidencias de que han existido diversas formas de organización social y que no en todas ellas las mujeres han estado consideradas como un sujeto menor, por lo mismo –una vez que nos disponemos a buscar- no es tan difícil encontrar evidencias del trabajo creativo de mujeres en estas otras culturas. La capacidad de pensar, crear y comunicar es una inherente al ser humano, pero que ha estado moldeada por los límites impuestos en cada contexto histórico social. La voz de las mujeres ha estado limitada en los últimos siglos y eso tiene como consecuencia una pérdida de la belleza y la experiencia que la mitad de la población humana tiene por compartir. Gracias a los movimientos de mujeres - desde la revolución francesa en adelante, y con muchos antecedentes previos- se ha avanzado significativamente en la representación y participación de las mujeres en el espacio público y también en la literatura, pero aún la brecha de género sigue siendo significativa y desafiantes. Según los últimos datos entregados por la ONU este 2023, se calcula que si las cosas siguen su curso actual la equidad de género se logrará recién en 300 años más, ya que la pandemia y las crisis sociales actuales han hecho retroceder de manera impresionante los avances que se habían hecho en materia de equidad, en muchos territorios. Por todo lo anterior, nos parece fundamental poder celebrar, conocer y difundir el trabajo de mujeres chilenas que están haciendo el ejercicio feminista de sacar la voz, y compartir su talento, pensamiento y mirada del mundo.
La serie de entrevistas que componen este libro fueron desarrolladas entre abril del 2020 y diciembre del 2021, realizadas para el programa Cuestión de Gustos
que emite Radio Universidad de Chile, y son parte de un ciclo de entrevistas con escritoras chilenas que contó con el apoyo del Fondo del libro para difusión. Hay temas contextuales y de fondo que enmarcan estas conversaciones. La mayoría de ellas se desarrollaron en el contexto de la Pandemia del Covid 19 - de allí que fueran realizadas de manera virtual y utilizando la plataforma Zoom- y estuvieron cruzadas por este evento que transformó nuestras maneras de habitar y comunicarnos, además de por los ecos de la revuelta de octubre del 2019 y el proceso constituyente que durante ese tiempo estaba comenzando a tomar forma. Estos tres temas – pandemia, revuelta, nueva Constitución- aparecen una y otra vez en las conversaciones dando cuenta del vínculo profundo que este grupo de escritoras tienen con el momento que les tocó vivir. En las conversaciones aparece una y otra vez la reflexión sobre la importancia de la escucha y el diálogo como base para la empatía y la construcción de un futuro en conjunto. Y acá aparece un elemento que suele ser común a la producción cultural desarrollada por mujeres y que también caracteriza la metodología de las organizaciones feministas: la escucha. Podríamos teorizar que, por nuestro entrenamiento cultural patriarcal -que busca formar en las mujeres sujetos enfocados en el cuidado-, desarrollamos mayor capacidad para ver y entender al otro en su complejidad y que eso puede definir una manera de acercarse a la otredad, y de crearla y describirla cuando se trata de construir relatos. Quisiera acá hacer una pausa para instalar que, para mí, la lucha feminista profunda tiene que ver con la conquista de la complejidad de lo humano que ha sido cercenado en una lógica binominal instalada por la ideología de género que –como explicábamos al inicio- señala que frente a un tipo de genitalidad existen naturalmente
características de personalidad humanas. En esa lógica, los sujetos con pene serían más poderosos, protectores, activos y competitivos, mientras que los sujetos con vagina seríamos más dulces, cuidadosos, sumisos y empáticos. Además de la reducción de toda la diversidad humana a este par de categorías, lo que hace la ideología de género es limitar las posibilidades de lo humano en cada unx de nosotrxs a través de la socialización de género. Quizá a estas alturas resulte una obviedad decirlo, pero desde acá, creemos que todos los seres humanos tenemos la potencia de ser poderosos y frágiles, activos y pasivos, sensibles y racionales y que no son éstas características que se oponen, sino que se develan y desarrollan en distintos momentos de la vida, e incluso del mismo día. Entonces, volviendo a la idea anterior, la capacidad de escucha y empatía no es una habilidad única de las mujeres, sino una que se ha potenciado culturalmente para entrenarnos en los roles de cuidado, pero es evidente que hombres y diversidades también poseen esa capacidad y que se puede, y requiere urgentemente, ser desarrollada culturalmente. Y ahí volvemos a la importancia de la diversidad de miradas e historias que llegan a ser contadas y que nos pueden ayudar en el desarrollo de estas habilidades tan urgentes para la convivencia social. Sabemos que, históricamente, los autores han tenido mayor posibilidad de escribir y ser publicados que las escritoras, y que aún hoy, cuando hay una efervescente producción literaria y mucho más acceso a libros escritos por mujeres, los lectores hombres siguen leyendo mayormente autores hombres, mientras que las lectoras mujeres solemos leer tanto a autoras como a autores. Frente a este escenario la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie ha señalado que, si más hombres leyeran autoras mujeres, mayores serían las posibilidades de entendimiento entre unos y otras. Esto porque sabemos que la literatura nos da un acceso privilegiado al mundo interior de los personajes y nos invita a un profundo ejercicio de empatía. Las historias que los libros representan pueden ayudarnos a entender experiencias que inicialmente nos resultan ajenas y ponernos en la piel de personas muy distintas a nosotras, considerando desde un lugar más íntimo sus posibilidades y decisiones. En un mundo con una crisis profunda debido a los radicalismos y el aumento de la desconfianza, poder contar con herramientas que nos acerquen a lxs otrxs desde lo personal de la experiencia es un elemento de profundo valor y una herramienta clave para el desarrollo de diálogos sociales que hoy aparecen como fundamentales.
Como hemos dicho más arriba el entrenamiento cultural y el orden social de género de los últimos siglos ha relegado a las mujeres a la esfera de lo privado y a las labores de cuidado, de ahí que desarrollar una voz propia y compartirla en el espacio de lo público ha sido un desafío histórico para las escritoras. Como periodista de cultura y entrevistadora de creadoras/es y artistas por más de dos décadas, nunca ha dejado de llamar mi atención el proceso mediante el cual se desarrolla una identidad creativa y una voz personal. Estoy segura que en teoría literaria existen muchas definiciones interesantes respecto a autoría, pero en este punto me apoyaré en la teoría de autor cinematográfica –que me resulta mucho más familiar- que señala que, frente a un cuerpo de obra, se puede reconocer a un/a autor/a por su caligrafía cinematográfica y su recurrencia temática. Forma y fondo es lo que permite identificar a un/a creador/a a partir de un grupo de sus obras. Cuáles son los temas que le interesan y a los que retornan una y otra vez, y cuál es la manera particular que tienen de adentrarse en esos temas y desarrollarlos. Una pregunta que está presente en casi todas estas entrevistas es una que tiene que ver con el desarrollo de esa voz personal y una respuesta que se repitió de parte de varias de las entrevistadas tuvo que ver con la urgencia de encontrarse en las palabras. Es conmovedor atestiguar como en muchos de los casos que se comparten en este libro la literatura, primero como lectoras y luego como escritoras, fue considerada un lugar de existencia básica, un espacio para encontrarse consigo mismas y con lxs otrxs. Y es interesante ver como esa urgencia personal va permeando tanto las maneras como las temáticas presentes en los escritos de cada una de las mujeres acá entrevistadas.
Otro de los temas que aparecen una y otra vez en estas conversaciones tienen que ver con crear bajo el peso de la categoría literatura femenina
una etiqueta con la que, como señalamos más arriba, aún se intenta domesticar la gran diversidad de producción literaria hecha por mujeres. Este mismo libro da cuenta de la riqueza y diversidad de este grupo de veinte autoras que escriben desde distintos lugares temáticos y estéticos y a las que es imposible catalogar como un género en sí mismas. En este libro hay entrevistas a poetas, escritoras de ficción, periodistas y dibujantes también para celebrar que esa diversidad no está solo en temas y maneras literarias, sino también en formatos. Como dijimos, hablar de literatura femenina es un gesto de domesticación por varias razones y busca replicar en las obras de mujeres los valores que el patriarcado ha definido que corresponden a quienes hemos nacido con vagina. Ahí el doble mandato de madre y esposa se asimila a características literarias que tienen que ver con el interés por las historias románticas, familiares, los relatos del mundo privado desde una estética sensiblera y rosa. El trabajo de las veinte autoras acá reunidas no tiene nada que ver con aquello, porque incluso quienes escogen hablar de los vínculos sexo afectivos o familiares, lo hacen con distancia crítica, casi como un ejercicio científico ante aquella realidad impuesta.
A pesar de todas las evidencias a favor del talento y la relevancia de las publicaciones hechas por mujeres, el reconocimiento del establishment sigue siendo escaso. No olvidemos que una de las entrevistadas de este libro, Diamela Eltit, se transformó –en 2018- en la quinta ganadora del Premio Nacional de Literatura, desde la creación de esta distinción en 1942. Las anteriores fueron Gabriela Mistral (1951), Marta Brunet (1961), Marcela Paz (1982) e Isabel Allende (2010). Aún existe una brecha significativa en términos de libros de autoras y autores tanto en el currículo escolar como universitario y, sobre todo, siguen existiendo prejuicios tanto desde las y los lectores, en los medios de comunicación, incluso, en parte del mundo editorial, la crítica y la academia respecto a las posibilidades de la producción literaria de mujeres. Esta colección de entrevistas quisiera ser un aporte en los diálogos y experiencias que ayuden a contrarrestar esos prejuicios, a inspirarnos con los procesos creativos de este grupo de excepcionales mujeres y a darnos claves para acercarnos a su producción literaria.
Como lectora cada uno de los libros acá referidos han sido un lugar de placer y aprendizaje; como periodista ha sido un privilegio poder verter mi curiosidad en estas conversaciones y recibir de vuelta la generosidad de tiempo y palabra de cada una de las entrevistadas, y como editora de este texto me resulta una tremenda alegría poder compartir esos diálogos en este otro formato que, confiamos, podrá llegar a nuevas audiencias con su sabiduría y riqueza.
Muchísimas gracias al Fondo del Libro del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio por el apoyo para esta publicación; a todo el equipo de La Pollera por su amable y comprometido trabajo; a Mireya, Daniela y Alejandra que me ayudaron a transcribir y revisar las entrevistas; a las editoriales por su consideración a mi trabajo y, sobre todo, a cada una de las veinte fabulosas e inspiradoras mujeres que forman este libro por su confianza y cariño.
Antonella Estévez
Alejandra Costamagna
(Santiago, 1970)
Escritora y académica, hija de padres argentinos que llegaron a Chile en 1967 por razones políticas. Estudió periodismo en la Universidad Diego Portales y frecuentó los talleres de Pía Barros, Carlos Cerda y Antonio Skármeta. Más tarde hizo una maestría y un doctorado en Literatura en la Universidad de Chile. Fue redactora de la sección Cultura y Espectáculos del diario La Nación y trabajó en el canal Rock & Pop. Ha dictado talleres literarios, ha sido comentarista de teatro en diarios y revistas nacionales, y ha trabajado como columnista y cronista en diversas revistas, como Gatopardo, Letras Libres, El Malpensante y Anfibia. Es autora de las novelas En voz baja (1996), Ciudadano en retiro (1998), Cansado ya del sol (2002), Dile que no estoy (2007) y El sistema del tacto (2019) —finalista del Premio Herralde—; de los libros de cuentos Malas noches (2000), Últimos fuegos (2005), Animales Domésticos (2011) —con el que obtuvo en 2009 el Premio Mejores Obras Literarias que entrega el Consejo Nacional del Libro y la Lectura, en la categoría de obra inédita—, Había una vez un pájaro (2013) e Imposible salir de la Tierra (2016); y del compilado de crónicas, entrevistas y perfiles Cruce de peatones (2012). Algunas de sus obras han sido traducidas al italiano, francés, inglés, portugués y otros idiomas. En 2003 obtuvo la beca del International Writing Program de la Universidad de Iowa, Estados Unidos. Su trabajo literario ha sido reconocido con numerosos premios, entre ellos, el primer lugar en el concurso Juegos Literarios Gabriela Mistral en 1996, el Premio Altazor en 2006, el Premio Literario Anna Seghers en 2008 y el Premio Atenea en 2019.
ALEJANDRA COSTAMAGNA
Entrevista realizada el 27 de agosto de 2021
«Lees dos páginas y paras, empiezas un libro y saltas a otro. Una línea te deja pensando en mil cosas y no vuelves, no vuelves. Tienes una montaña de libros a medio leer. Con la escritura pasa igual. Con estos apuntes, sin ir más lejos. Entras y sales. Todo te parece una cadena interminable de sinopsis. La palabra que más dices estos días es ya
, que es como un listo, ahora sí
, que daría el puntapié para ponerte a hacer lo que te has propuesto. Pero cuando vas a hacerlo se te ocurre que con un café te concentrarías más y caminas hasta la cocina y aprovechas de desinfectar lo que compraste ayer y de darle comida al gato y de mirar por los rincones por si encuentras alguna araña y de hacer una lista de las cosas pendientes en lo inmediato y de las que vas a hacer cuando acabe la crisis sanitaria y de cómo se verán las calles con las nuevas marchas, enérgicas, rabiosas, urgentes, y de la tristeza que nos recorrerá al mismo tiempo porque serán días de duelo y de hambre, y mientras imaginas todo eso piensas que tienes que lavarte las manos por quincuagésima vez en el día y que hay partes en Chile donde, desde antes del COVID-١٩, no hay agua para lavarse cincuenta veces las manos porque la tienen secuestrada los grandes agricultores, y entonces recuerdas que tienes que mandar una chorrera de mails, pagar las cuentas, leer los artículos que querías leer y no alcanzaste a leer, limpiar el baño, cerrar las cortinas…».
Esto es un extracto del epílogo para la reedición 2021 de Cruce de peatones.
Este texto, en realidad, fue escrito hace unos meses, cuando estábamos en pleno proceso de revuelta. Todavía muy en caliente, con la pandemia instalándose y, de alguna forma, viniendo a quebrar ese estado de cosas. No avizorábamos todavía lo que está ocurriendo hoy, el Proceso Constituyente. Todavía no podíamos sospechar que estaríamos en este punto. Estábamos con esa sensación, la que describo en el fragmento que leíste. Ahora, mientras te escuchaba leer, pensaba: «¿Quién escribió eso?». De alguna forma me descoloqué, porque en ese momento vivíamos el shock de la pandemia, pensando «qué es esto» y creyendo tal vez que se nos había truncado algo que venía con todo el vuelito. Quizá por eso también el texto está escrito en segunda persona. Usé el «tú» porque el «yo» me parecía extraño. No me daba cuenta de que eso realmente me estaba pasando a mí, pero mirarlo desde afuera, desde una tercera persona, tampoco era posible. La distancia del «tú», entonces, era un lugar intermedio. Sigue habiendo un momento de extrañeza, por supuesto, pero en ese entonces la extrañeza era de un nivel distinto, que lo ocupaba todo.
¿Dónde se encuentra la voz? ¿Cómo uno llega a decir «tengo cosas que contar y necesito una manera muy específica de contarla?».
Yo no estoy tan segura de que uno llegue a encontrar la voz. Quizás el asunto es estar buscando permanentemente, en cada libro, en cada objeto al que uno se acerca, cuál es la voz que necesita para ese texto en particular, para eso que se va a narrar. En ese momento empiezo a sentir que soy parte de algo que estoy escribiendo, y logro acercarme y tener cierta confianza, más que con la voz, con el tono —pensándolo como lo describía Piglia, en cuanto a la relación emocional, intelectual y de parentesco que establecemos con el material con el que vamos a trabajar—. Ese vínculo, o ese tono, puede ser muy distinto dependiendo de lo que una esté escribiendo. Y pienso que uno de los tonos que tiende a aparecer en varios de mis textos tiene que ver con una cierta perplejidad, en el sentido de no tratar de entender del todo lo que estoy haciendo. Más bien pensar que «escribo para ir entendiendo lo que escribo mientras lo estoy escribiendo», y no partir de antemano con una voz definida, con un tono definido y con la certeza de qué es lo que quiero contar. Es decir, encontrarse uno mismo en esa voz que es propia, pero que también dialoga con muchos y muchas, con un afuera. A mí me gusta pensar los libros en ese diálogo con el afuera.
A mí me parece que esa es una ecuación mágica. Siempre me llama la atención cuando las escritoras y los escritores me dicen que en el proceso de escritura «el personaje quiso hacer esto». ¿Cómo sabes eso? Cuéntame cómo vas desarrollando ese proceso de olfatear lo narrado, lo material.
Me gusta pensar en una idea que desarrolló Felisberto Hernández en un texto breve que se llama «Explicación falsa de mis cuentos». Él dice que, al escribir un cuento, en algún minuto empieza a sentir que hay una planta que lo acecha por dentro, y que él intenta seguir a esta planta tratando de encontrar por ahí —en lo posible, y si lo miramos con ciertos ojos— algunas ramas de poesía. El trabajo consistiría en ir siguiendo esa planta, su movimiento y su crecimiento natural, pero al mismo tiempo ir intentando guiarla. Yo lo veo en sintonía, de algún modo, con ese «Guiando la hiedra» de Hebe Uhart. No por casualidad son autores que admiro mucho. Creo que ese guiar la planta y a la vez dejarla ser es lo que me pasa con la escritura. Tener más o menos claro que hay una obsesión, que hay un tema que viene y que aparece. Cuando hay una imagen recurrente, en la que pienso por mucho tiempo, entonces le hago caso. Pero al momento de hacerle caso, junto con dejar que me lleve por distintos lugares, voy dándole una forma específica. En definitiva, pienso que se trata de tener las riendas y, al mismo tiempo, soltarlas de vez en cuando.
Esto me lleva a pensar en la «musa», esa que viene y te dicta, aunque detrás de eso haya un montón de trabajo.
No me gusta la idea de la musa. Yo creo que hay momentos más proclives a la creación, cuando estás con un ánimo predispuesto y te entregas y vas haciendo una serie de asociaciones memoriosas que te toman y te conducen a una suerte de trance. Pero eso no aparece de la nada, hay un montón de lecturas y trabajo minucioso con el oficio y horas y horas detrás.
Hablemos de dos fuentes de las que puede venir tu obra. Una tiene que ver con la autobiografía, que aparece en El sistema del tacto, en Había una vez un pájaro y también en En voz baja. La otra se relaciona con el vínculo con el periodismo. Partamos con la autobiografía. ¿Cómo te mueves en un espacio que puede ser tan delicado como el de la